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1255
.B62
1874
EMILIO CASTELAR.
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in 2014
https://archive.org/details/emiliocastelarreOOboad
EMILIO CASTELAR
REFUTACION DE LAp TEORIAS DE ESTE ORADOR, Y DE LOS
ERRORES DEL CREDO DEMOCRÁTICO,
MIGUEL BOADA Y BALMES.
DOCTOR EN CIENCIAS.
- ADICION. ■ MAR ■ 1 f994
VALENCIA:
Librería de PASCUAL AGOLAR . Caballeros 1.
1SÍ4.
3GS X»«OK» X )Glfl .\)0.
Iinp. de Ramón Ortega, Cocinas, 1.
PREFACIO
A LA EDICION HECHA EN ESPAÑA.
locos, muy pocos libros han obtenido al tiempo de
publicarse una acogida tan favorable como el que ahora
tenemos el honor de presentar al público. Su primera edi-
ción salida en 1872 de las acreditadas prensas de los Esta-
dos Unidos, fué agotada instantáneamente en las Repúblicas
Americanas donde se habla nuestro idioma, sin haberse po-
dido satisfacer los deseos de todas las personas que soli-
citaban la nueva producción. De ella no se han recibido,
por consiguiente ejemplares en España, á escepcion de
uno solo que el mismo autor tuvo la galanteria ds remitir
al Sr. D. Emilio Castelar. Posteriormente, hemos tenido la
buena fortuna de que el Sr. Boada y Balmes, de paso en
Cataluña, su país natal, nos facilitase también otro ejemplar
que nos ha servido de modelo para efectuar esta reim-
presión de su libro.
Hace años que el Sr. D. Miguel Boada y Balmes reside
en los diversos paises del Nuevo Mundo, habiéndose esta-
blecido definitivamente en Guatemala, capital de la repúbli-
ca del mismo nombre en la América Central, donde por sus
vanados conocimientos y bello carácter ha merecido el
1
aprecia y las distinciones de todas las clases de aquella
sociedad hospitalaria. Allí escribió nuestro amigo, en los
cortos momentos que sus ocupaciones le dejaban libres, las
páginas de su interesante libro, que remitió después á New-
York para su impresión. Esta se verificó, en efecto, sin que
el Sr. Boada pudiera revisar su escrito, ni ver siquiera las
pruebas para hacer las correcciones que son de costumbre
en tales casos. Se concibe, pues, que los operarios en el arte
de Gutlemberg, que posean el conocimiento de la lengua
castellana, no deben abundar en aquella ciudad; por consi-
guiente, la impresión, si bien elegante y en magnífico papel,
debió resultar, como en efecto resultó, relativamente cara.
Pero esta circunstancia que en otros paises habría si-
do un inconveniente para su venta, pasó allí desaper-
cibida, y se disputaron á porfía aquellos ciudadanos la
adquisición de la obra á 40 reales ejemplar.
Respecto al fondo de! presente libro, se percibe desde
el principio que el Sr. Boada, sin hacer alarde de erudición
ni conducir al lector por las sendas de una oscura metafísi-
ca, se interna progresivamente en el estudio del asunto qi'e
vá examinando; pone los errores á la vista del lector; re-
sume en breves páginas sus irrecusables argumentos; refuta
victoriosamente las arrogantes teorías y utopias del Señor
Castelar, y deja sentados en su obra unos principios tan be-
llos que, como perlas finas, como diamantes preciosos, bri-
llaran siempre en nuestra literatura nacional. La rapidezcon
que se ha espendido la mencionada producción es una prue-
ba de que ella ha alcanzado las alturas de la popularidad;
sin embargo, poseemos otra prueba mas concluycnle toda-
vía. Hemos oido decir al autor que en algunas de las repú-
blicas de la América del Sur, el capítulo vigésimo de esta
obra ha sido reimpreso en forma de cartilla, por orden del
Gobierno, y se ha mandado estudiar en las escuelas mu-
-3-
nicipales. ¡Tan cierlo es que la verdadera democracia
y los principios de eterna sabiduría jamás deben ex-
cluirse!
Desde 1872 en que se publicó el libro del Sr. Boada y
Balmes, han ocurrido sucesos gravísimos en nuestra infor-
tunada patria; sucesos que han venido á refutar en el terre-
no do la practica las teorías del filosofismo voltairiano. En
ménos do un año ha recorrido nuestra nación todo el círculo
de la sociedad humana. A una monarquía liberal, debilitada
por las intrigas y ambiciones políticas, ha sucedido inopina-
damente una anarquía sangrienta, que, á su vez, ha dejado
su puesto á la dictadura encargada de restablecer el imperio
de la ley. Durante algunos meses, la pobre España ha flo-
tado en plena y libre democracia; es decir, que todos los
instintos, todas las facultades, se han desplegado con toda la
libertad, con lodo el ardor, y con todas las contradicciones
inherentes a las pasiones del hombre. Resístese nuestra plu-
ma á describir los acontecimientos que acabamos de pre-
senciar; pero la historia trasmitirá á las generaciones veni-
deras la suma de calamidades horribles de que ha sido lea-
tro nuestro querido país en eslos últimos años. En medio de
las espansiones de la libertad, tuvo Atenas hombres ilustres
como Pcricles, Nicias, Sócrates, Demóstenes, que, aunque
arrastrados por el torbellino de un ciego populacho, procu-
raban someterle á ia razón y al deber; hacían entrar en sus
grandes y patrióticas miras á los codiciosos tenderos de la
villa; empleaban su talento, su elevada inteligencia luchando
en la tribuna con los políticos de taberna, con los mercade-
res de sufragios, y con los demagogos, cuya grosera polé-
mica removía el fondo de aquella inquieta sociedad. La
voz de aquellos patricios, de aquellos oradores, reprobaba
los vicios, contenia el desenfreno de las pasiones, condenaba
los escesos de la ignorancia, censuraba los altos poderes
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envilecidos, estigmatizaba á los inlriganles capaces de su-
mergirse en el cieno para mejor elevarse después á los pri-
meros puestos de la administración: aquella era la voz de la
patria; aquellos los hombres que inmortaliza la historia. Pero
en España, en la desventurada España del siglo XIX, los hu-
manitarios filósofos de los derechos individuales, de la igual-
dad absoluta y de la fraternidad universal; los poetas lau-
reados del radicalismo y de la federación; los defensores en
las Cortes Españolas de los criminales de la comuna de Pa-
rís, no tuvieron el valor cívico de abrir sus elocuentes labios
para contener el desorden, los saqueos y las piraterías, los
incendios, los crímenes inauditos que harían ruborizar á los
cafres antropófagos. La historia dirá en su dia que esos dio-
ses del Olimpo revolucionario estaban demasiado ocupados
en las satisfacciones de la vanidad, de los intereses ma-
teriales, de la mesa del presupuesto y de la conserva-
ción del Poder Supremo, para ver las pavorosas esce-
nas de los motines, de la guerra cantonalista y de la guer-
ra de los partidarios de Carlos VII que todavía está devas-
tando el país. Y finalmente, la imparcial historia hará cons-
tar en sus verídicas páginas que los nuevos filósofos termi-
naron la Kyriela (1) de sus falaces teorías gubernativas con
una sola palabra que las resume y completa: el caos!
Y no podia ser de otro modo, puesto que los artículos
de la letanía filosófico-radicalesca-republicano-federal-po-
trolera-comunista-democrática, constituyen todas las nega-
ciones necesarias pan desgobernar una nación. La igualdad es
una cosa puramente ideal que nunca ha existido sobre la tierra
en ninguno de sus momentos históricos. El hombre y la mujer,
rudimentos de toda sociedad, han sido criados con poderes
desiguales, estando la esposa sujeta al marido, y los hijos
(1) En vez ele série, retahila, lista.
siguiéndola condición de la madre. Cierto es que no fallan
autores que suponen que la mujer tiene tanta autoridad sobre
el marido como este sobre aquella; pero la proposición con-
traria es evidente por sí misma, y no exige demostración. Las
máximas relativas á la igualdad absoluta entre los hombres,
son tan equívocas en sí mismas, y tan peligrosas para go-
bernar un país, que solo pueden tratarlas con prudencia
hombres especiales; porque estas máximas en último resul-
tado, no pueden espresar mas que dos cosas; ó el lenguaje
de la razón y de la naturaleza, ó los gritos de la rabia y de
la sedición popular. No tenemos el designio de escribir una
sátira contra los políticos que profesan esos principios, por-
que siempre compadecemos á los hombres ofuscados por los
errores; pero debemos en conciencia representar las cosas
tales como son, sin temer á los unos ni esperar favores de
los otros. La fraternidad ha estado también en práctica du-
rante los meses de la federal república; Alcoy, Sevilla, Va-
lencia, Cádiz, Almería, Barcelona y otras ciudades princi-
palmente Cartagena, han recibido sus inocentes caricias-
Ahora todos tenemos la esperiencia y las pruebas de la man-
sedumbre de los amigos de los modernos Cincinatos.
Las contiendas y disensiones entre Roma y Aleñas, nos
ofrecen ejemplos de lo que es la balanza del poder; y
de ello resulla que la tiranía y el despotismo lo mismo
se han ejercido por muchas personas juntas que por una
sola; que los oradores mercenarios inflaman al pueblo?
cuyos tumultos conducen naturalmente al poder arbitra-
rio que causa la ruina del mismo pueblo.— La libertad
de cultos que, siguiendo la sabiduría de la ley, es la obli-
gación de respetarlos todos, ha significad > solamente en al-
gunos pueblos la libertad de atacar y destruir los templos,
perseguir á personas pacificas y á la religión profesada por
la totalidad de la nación. La libertad de pensar en todas ma-
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terias, no ba sido, ni es por lo general, olía cosa (hablando
claramente para que todos lo entiendan), que la libertad
de insultar á la sociedad entera, y builarse impunemente de
toda religión; de propagar con escándalo las blasfemias mas
absurdas para corromper los buenos sentimientos y sano cri-
terio de las personas no instruidas, que desgraciadamente
hay muchas entre nosotros. Se ha sostenido que todo hom-
bre está justificado en sus sentimientos, porque, según di-
cen, son hijos de su conciencia, no estando justificado por la
bondad de la materia creída, sino por la sinceridad con que
la cree. Por este principio, las falsedades pueden ser tan
buenas como las verdades, y los absurdos mas repugnantes
pueden responder á los mas sagrados dogmas.
Diremos aun dos palabras sobre la contienda del origen
del gobierno civil, que los novadores declaran ser el poder
colectivo de todo el pueblo. El estudio de la historia desva-
nece el encanto de esta ilusión, demostrando que ese poder
de la multitud es un absurdo que, á causa de las contradic-
ciones que implica, jamás se ha podido reducir á la práctica.
Esta teoría supone que el pueblo entero está unido, compac-
to, unánime en la proclamación de una idea, lo cual no se
ha verificado todavía una sola vez desde el principio del
mundo. Ese principio, designado con el pomposo nombre de
sufragio universal, ha tenido por contrario, como lo demues-
tra la esperiencia, á otro principio, la apatía ó el indife-
rentismo general. En vano quiso la famosa Atenas destruir
este enemigo de la célebre teoría, dictando leyes sabias que
imponían penas severas á los ciudadanos que desatendían el
deber de tomar parte en las cuestiones que dividían la repú-
blica; ven vano mandaba que el voto social y político fuera
obligatorio para lodos. Siempre resultaba que un número,
comparativamente reducido, el de los ambiciosos, adquiría
la dirección de la cosa pública; porque la multitud patriota y
desinteresada, el pueblo entero, no si levantaba para poner
en juego el esfuerzo de su actividad, de su inteligencia. Los
que acechaban las elecciones como medio de satisfacer su
allá ó baja ambición, eran el germen destinado á formar los
tumultos, y los queso entregaban á las aventuras desespe-
radas, combinadas siempre con sus particulares intereses.
De este modo los intrigantes de profesión, los cazadores de
empleos lucrativos, hacian las elecciones á su gusto, y en
perjuicio de la nación y de las clases laboriosas. Por esto de-
cayeron las antiguas repúblicas, tan ardientes en defender la
libertad, y tan fecundas en virtudes de toda especie. Sus
agitaciones continuas las entregaban al yugo de la anarquía
demagógica, de la cual pasaban al cruel despotismo del tirano.
Finalmente, conquistada por los Romanos aquella Atenas que
tan brillantes recuerda literarios y artísticos legó al mundo,
y destruida mas tarde por Sila, desaparece del cuadro de la
historia antigua juntamente con la nacionalidad griega 87
años antes de J. C.
En fin, los editores confian en que la nueva obra del
Señor Boada y Raimes, dirigida por sus principios á la de-
fensa de las instituciones sociales, merecerá una favorable
acogida entre las personas que buscan en la lectura las frui-
ciones austeras de la ciencia ó un instructivo pasatiempo. Su
moderado precio la hace además, asequible á toda clase de
lectores: y su buena tipografía, excelente papel, y esmerada
corrección, ponen esta primera, edición hecha en España
en el mismo nivel de la publicada anteriormente en Nueva
York.
J. R Costa.
EMILIO CASTELAR.
CAPITULO PRIMERO.
Emilio Castelar,— Su Moral.— Valor de esta Moral.— Valor de
los Derechos Individuales y del Error.
Uno de los designios del Hijo de Dios haciéndose hombre,
ha sido el levantar entre los hombres, concertadamente y por
igual el nivel de la paz, de la concordia, de la unión y de la
caridad. Todas estas virtudes juntas que en la venida del Cristo
tienen su equilibrio, ahora principalmente parece que el mundo
las quiere desquilibrar, introduciendo mudanzas impías en su
manera de estar ordenadas. El jacobismo, es decir, el Sistema de
Perfección délos revolucionarios franceses de 1789, toma un
cuerpo y una voz, que á causa de la misma impotencia conque
aparece condenado por la razón, por la justicia y por la organi-
zación misma de las sociedades modernas, pueden acarrear con-
llictos no comprendidos hasta hoy en los dominios de la historia
de ningún tiempo ni país.
De entre los irrreverentes apóstoles que ponen la mano
sobre el arca santa para sustraer el mundo á la potestad del
Cristo, y á la jurisdicción de la libertad y del verdadero progreso
que nos trae á los hombres la Iglesia Católica, me ha parecido
muy conveniente tomar al Sr. Castelar, porque por mucha que
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sea la explosión de sus disparos contra la razón y la historia,
todavía creo que quiere la justicia, mas que la quiera sin tribu-
nales.
Cediendo al impulso de dirijirme al orador español, no
quiera Dios que figure yo nunca en el número de los que para
envilecer el error, atacan á los depositarios de la elocuencia.
Yo admiro á la par que acato las escelentísimas prendas que
embellecen la inteligencia del Sr. Castelar, yo confieso desde
luego que si ella arrancara del sol, nada les faltaría á sus dis-
cursos para llamárseles rayos. La sinceridad de esta confesión
probará al Sr. Castelar que en esta refutación de sus principios,
no debe ver mas que la natural consecuencia de los errores que
difunde; y que si me dirijo á el con preferencia á otros, es por
que de entre los servidores de la Gran Revolución, él es el que
exige todos los sacrificios posibles, ya porque posee esa fuerza
de decir que todos conocemos ser necesaria para escitar las pa-
siones, ya también porque levantando mi discusión á la altura
de su estirpe, la levantó á la altura de todo e\ sistema, por donde
no solo pongo mis ojos en un individuo, sino que me pongo en
comunicación con una escuela que amaga ejercer sobre todo lo
bueno una acción dominadora y absorvente. Esto sentado, entro
de lleno en la cuestión.
En su discurso en el Congreso Español sobre los debates de
la Internacional, comienza el Sr. Castelar lamentándose de que
las alusiones que se le han dirigido, que los cargos que se le
han hecho, le obliguen, mal de su grado, á faltar á su anterior
promesa de no volver á tomar participio ninguno en los predi-
chos debates; y luego dice:
«Preguntaba con su natural perspicacia el Sr. Alonso Mar-
tínez á los que sostenemos la incompetencia del Estado para en-
tender en la moralidad ó inmoralidad de las ideas: «¿ya no se sabe
en este desquiciado mundo ni siquiera lo que es moral?» Y yo
respondo: pues por lo mismo que se sabe lo que es moral, se
quiere apartar la moral de toda fuerza coercitiva.»
Aquí hay dos cosas: 1.a, afirmación de la incompetencia
del Estado para entender en la moralidad ó inmoralidad de las
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¡deas, y 2.a, afirmación de quererse apartar la moral de toda
fuerza coercitiva.
La moral y la moralidad de las ideas, Sr. Caslelar, son cosas
distintas, así como no es lo mismo decir Episcopado que Dere-
cho Público Eclesiástico, Comercio Interior que Economía Políti-
ca, y Pesca que Derecho Administrativo, por cuanto las prime-
ras voces espresan ideas particulares y las segundas generales,
estas constituyen la ciencia, al pa-so que aquellas no constituyen
sino un ramo de ella. Por donde se concluye que la moral es la
ciencia, y la moralidad de las ideas, es solamente un brazo de
esta ciencia.
En sus afirmaciones el Sr. Castelar, ¿de qué habla, de la
ciencia ó del brazo de ella? Oigámosle:
«La moral es un Código de conciencia; un Código que mira á
los impulsos generales dé las acciones ó móviles, i [os impulsos
particulares ó motivos; un Código que juzga la vida interior, el li-
bre albedrío »
«La moral es un Código de Conciencia.» Si vos decís, Señor
Castelar, que la moral es El Código de la conciencia, definiréis
la Filosofía Moral en su totalidad; pero si decís que es un Có-
digo de conciencia, suponéis vos que á mas de este Código exis-
ten oíros, los cuales no siendo conocidos del mundo, indudable-
mente prestaríais un gran servicio si os sirviereis revelarles,
puesto que el encuentro de este tesoro enriquecería el cuerpo
de los vínculos que sujetan la conciencia.
La moral es «Un Código que mira á los impulsos generales
de las acciones ó móviles, álos impulsos particulares ó motivos.
La moral, Sr. Castelar, es El Código que primero mira á la
posibilidad, en seguudo lugar á la existencia, en tercer logar á la
sucesión de los impulsos de que vos habláis, y en cuarto y últi-
mo lugar mira también la- moral á las relaciones de los impul-
sos con los objetos y sucesos externos, absorviendo en esta última
mirada toda la gravedad y trascendencia de las cuestiones de
posibilidad, de existencia, y de sucesión.
La moral comprende al hombre entero, porque la moral
está en relación con todas las facultades del hombre. La moral
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no se satisface con atacar á la inmoralidad solamente en las
cuestiones de sucesión como enseña el Sr. Castelar; ella sabe bien
por la esperiencia que este es ataque harto ineficaz: ella levan-
ta su acción interventora á mas encumbradas alturas, y la hace
descender á mas hondas profundidades. El lenguaje de la moral
para con el individuo, para con la familia y para con la sociedad
es este:
«Conozco vuestros instintos. Sé que el riesgo puede en-
gendrar la idea, la idea el pensamiento, el pensamiento el deseo,
y el deseo los hechos. Pues bien! yo como vuestro custodio que
soy, os prohibo de la idea la posibilidad, huyendo las ocasiones,
del pensamiento la existencia, no deteniéndoos en la percepción
de los juicios malos, del deseo la sucesión de los impulsos que no
tienen en su apoyo la conformidad de las reglas que yo tengo
trazadas á la voluntad, y os hago cargos mas ó menos graves
de los hechos, según que sea la relación de los daños con la na-
turaleza, relaciones y propiedades de los objetos, ó sucesos ex-
ternos sobre que les hagáis recaer.»
La moral es «wíi Código que juzga la vida interior »
La moral es «El código que juzga la vida interior, y exterior,»
digo yo, Sr. Castelar. La. moral es la verdad en el entendimien-
to, en la voluntad, y en la conducta. Por la moral conocemos
las cosas tales como son, las queremos como es debido, y obra-
mos por impulso de esta buena voluntad. ¿Si juzgareis, mi buen
amigo, que esta reina que tenéis en cautiverio puede objetar
sérios inconvenientes á vuestros discursos en el congreso espa-
ñol, cuando tenéis tanto empeño en desterrarla de la vida pú-
blica?
La moral es «un código que juzga el libre albedrio.» La mo-
ral no juzga el libre albedrio; el libre albedrio es obra maestra
de Dios, y las obras de Dios la moral no las juzga: las reveren-
cia. El Libre Albedrio es el entendimiento y la voluntad juntos
en uno, y la bondad y escelencia de esta producción divina, no
reconoce juez. Lo que juzga la moral son los actos internos y ex-
ternos del Libre Albedrio: las relaciones de la moral con el Li-
bre Albedrio son objetivas, no subjetivas.
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Reasumiendo pues los códigos, que es la moral del seTior
Castelar, tenemos, que es: 1." un código de conciencia; 2.° un
código que mira á los impulsos generales de las acciones ó mó-
viles; 3.° un código que mira á los impulsos particulares ó
motivos; í.° un código que juzga la vida interior, y 5." un có-
digo que juzga el libre albedrío.
De donde se sigue que el hombre es inmoral cuando es
perfecto, y moral cuando es imperfecto, como quiera que la no-
ción de la moral que el Sr. Castelar ofrece al mundo eñ espec-
táculo no es entera, sino que ejerce unas funciones, y suspende
otras. Le niega la forma suave y apacible de la vida exterior,
y la relega al ser recóndito de unos actos meramente internos.
Siendo de notar que la aceptación común de la Filosofía Moral
de ser «El código de la conciencia,» pierde su exactitud en la
singular aceptación que se da el Sr. Castelar, cuando por las
cuatro siguientes nociones que viene dando de los códigos, se
demuestra que la vtz conciencia no es en su juicio «la facultad
que 7ios dá razón de nuestros actos internos y externos,» sino de
unos actos internos simplemente. Todo lo cual por una ilación
forzosa viene á demostrar lo que llevo dicho, conviene á saber:
que la perfección de la moral del Sr. Castelar está en no en-
tender mas que en los actos internos del hombre, y no en to-
dos, sino en los impulsos generales de las acciones ó móviles, y
en los impulsos particulares ó motivos.
Caida la moral en esta mísera condición, despojada del
ejercicio útil de sus mayores facultades, oigamos la consecuen-
cia lógica puesaca de ella el Sr. Castelar.
«Y no tenéis derecho los conservadores á parapetaros tras
■ se Código, preteslando provocar en su nombre una reacción
religiosa y moral, cuando lo que en realidad procuráis es una
reacción política que ponga vuestros viejos penates, la monar-
quía hereditaria y la Iglesia intolerante, fuera del alcance del
libre é indagador pensamiento.»
En efecto, Sr. Castelar: después de las exóticas devasta-
ciones que acabáis de hacer en los campos de la Filosofía Mo-
ral, ni conservadores, ni nad'e tienen, no digo derecho, pero ni
—Vi—
posibilidad siquiera de parapetarse trás ese pedazo estrecho, y
umbrío que pomposamente llamáis Código. Ciertamente que el
que intente regar las nacionalidades de la tierra con una re-
acción de esa Religión y Moral que corre por el mundo desde
lo alto de las montañas de Galilea, ha de descubrir otras fuen-
tes y de presentar otros lugares de los que vos contempláis.
Vuestros lugares ofrecen una sombra tan pequeña, y vuestras
fuentes están tan secas, que no debéis abrigar recelos que la
Iglesia intolerante, ni nada bueno, queden fuera del alcance del
Ubre é indagador pensamiento, con el insensible terreno y la gota
de agua que les concedéis.
«Si no, continua elSr. Castelar, ¿porqué tanto empeño en
arrancarnos la confesión de que los derechos individuales son
limitados'} Pues no la arrancareis.»
Esta decisión doctrinal de ser ilimitados los derechos ¡n- •
dividuales, si es inadmisible, no es inesplicable en el Sr. Cas-
telar. Este orador es el órgano de una facción tempestuosa, que
se ha prefijado un blanco, y que quien? á todo trance alcanzar.
Flotando 'como un buque sin lastre á merced de sus impetuosas
pasiones ¿qué le importa caer en el abismo, si sale de la an-
gostura y sinuosidad de los valles y recorre mucho terreno?....
Examinemos la nueva filosofía.
La palabra derecho significa aquí la facultad de hacer ó
poseer. Individuo: es el hombre considerado según el estado que
ocupa, cuyo estado le viste de ciertos derechos. Derechos Indi-
viduales en consecuencia son: las facultades que tiene el hombre
de hacer ó poseer en el estado que ocupa. Si, pues, los Derechos
Individuales son ilimitados, el hombre no tiene deberes, como
quiera que el deber es el vínculo que limita al derecho. Si el
hombre no tiene deberes, no tiene obligaciones perfectas, cuales
son aquellas cuyo cumplimiento puede exigirse judicialmente,
Y si el hombre no tiene obligaciones perfectas, leñemos por
ecuación suprema la negación de la libertad civil, del gobier-
no, puesto que no pueden existir estas cosas sin lo que los
jurisconsultos llaman objetos del derecho, como son la propiedad
la justicia convencional, la idea de fuerza comparada del todo
-Ib—
con la parte, todas las limitaciones en fin que sustraen al hom-
bre del estado salvaje.
Hecha esta proclamación, oigamos del Sr. Castelar la sin-
gular manera de probarla:
«Todos creemos que el hombre es una personalidad y tie-
»ne en sí su fin, á diferencia de las cosás, que como tienen fue-
»ra de sí su fin, pueden ser y son espropiadas, cambiadas,
» transformadas por aquel que ofrece sobre ellas el dominio.
«Todos creemos que no se puede atentar ni con limitaciones, á
»esos derechos inherentes á la personalidad, sin atentar á la na-
turaleza humana, y sin herir, por consiguiente, la base inconmo-
vible de toda sociedad.»
Esto es una algarabía ridicula: tiene verdades palmarias
y errores capitales. Nadie niega que sea el hombre una persona-
lidad que tiene en sí su fin, y por lo mismo que es una personali-
dad j que tiene como á tal su fin, se atenta con limitaciones á los
derechos inherentes á esta personalidad, para «o atentar á la natu-
raleza humana, ya hiriendo la base inconmutable de toda socie-
dad, ya también espropiando, cambiando y trasformando al
hombre en bruto animal, por el mismo camino porque tan erra-
damente le quiere levantar el Sr.. Castelar.
Bien se suponga al hombre en el estado de libertad natural,
bien se le suponga en el estado de libertad civil el hombre por
la oscuridad de su entendimiento y por la corrupción de su vo-
luntad tiene viciadas sus inclinaciones naturales, y sea cual
fuere el estado en que se encuentre, tiene la necesidad imperio-
sa de limitaciones, de leyes que gobernando y moderando esas
inclinaciones naturales, le someten á la verdad y le sustraen al
error. Si el hombre se encuentra en el estado salvaje., vive bajo
el imperio de las limitaciones de faLey Natural; y si se encuen-
tra en el estado cii-ilizudo, vive bajo la salvaguardia de las limi-
taciones de la Ley Natural y bajo el imperio de las de la Ley
Cml. Y sin estas limitaciones perdería el hombre su perso-
nalidad, toda vez que perdería su fin. El hombre se dirige
por el pensamiento y se mueve por la voluntad y las pa-
siones. El fin del pensamiento y de la voluntad es la verdad, y
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el fin de las pasiones es dar energía al pensamiento y firmeza á
la voluntad. En virtud de los límites el hombre es libre, por
cuanto tiene el santo privilegio de poder discurrir amplísima-
mente por los anchurosos y floridos campos de las discusiones
fructuosas y fecundas. Mas horrados los límites, el hombre cae
bajo el imperio de la servidumbre, porque entra en la región de
las sombras adorando soñados errores vestidos vestiduras de
verdades arbitrarias. Esto, no obstante dice el SeTior Cas-
telar:
«Yo no conozco utopía mas gr ande que la utopía de su-
primir el error. No se ha propuesto ninguna sociedad supri-
«mir el error sin haber suprimido al mismo tiempo el pensa-
miento.»
Por donde después de habernos demostrado el Sr. Cas-
telar la eficacia suprema de los derechos individuales, nos de-
muestra aqui la altísima conveniencia del error. De lo cual re-
sulta, que la fuerza del pensamiento se quebranta si se suprime
el error, que este le es favorable, que la verdad le es contrario,
y que siendo la religión, la moral, las ciencias, las artes y los
oficios cuerpos de doctrinas y de reglas que procuran suprimir
el error dando á conocer la verdad, son Utopías gigantes. Con
esto ya no es difícil comprender como se mata cuerpo y alma
el Sr. Castelar por entrar en posesión de las tinieblas y dese-
char por oscura la luz. Espartano, mas bien que español, si bien
se ocupa en distribuir algunas alabanzas á los pasages mas so-
bresalientes de la civilización moderna, nadie debe dudar que
daria con gusto un sallo hacia atrás, y que en un pueblo enve-
j ecido en el Calolisismo, estableceria la república de Licurgo,
desterraría al Cristo para salir del embarazo, y destruyendo el
comercio y las letras, instituiría las fiestas llamadas Panateneas,
los gimnasios, las comidas patrióticas y los clubs. El Sr. Cas-
telar y su partido se mantienen pegados á Atenas como su som-
bra, y si la Espolia no se decide á lomar otra actitud, el SeTior
Castelar y su partido no soltarán el brazo de Licurgo hasta haber
multiplicado los asesinatos, multiplicando las devastaciones, y
sacrificado todo lo bueno á los terribles manes de Jlipias. Las
— 17—
pasiones no se satisfacen con honores estériles. Puede suspender-
se su curso; pero si no se ciega su origen, reaparecen siempre con
su característica inclinación. Voy á arrancar la máscara al
Idolo.
CAPÍTULO SEGUNDO.
Semillas y germinación de la Luminosa Revolución actual.
Sección I.
El Filosofismo Incrédulo, el Protestantismo: las Bellas Arles y la Literatura en
consejo.
Suponed reunida en un vasto laberinto de piedras , de cuevas,
de restos de edificios, de archivos, de bibliotecas y de museos,
á esta gloriosa familia á la que van estar en breve sometidos los
destinos del género humano. Reina en la asamblea un profundo
silencio, cuando se levanta de en medio de ella esta vo/.:
— ¡Hermanos! clama el Filosofiismo Incrédulo agitándose en
su asiento, y dirigiendo centelleante mirada al circulo de los
espectadores: ¡Hermanos! contamos ya con la decidida protec-
ción del Poder Político, y desde hoy en nosotros todo puede ser
independencia, con tal que no la aventuremos á un lance formal.
De aquí podéis inferir cuán vano y ridículo seria el que de
pronto tratáramos de abarcar la Iglesia con nuestra raquítica
mano. La altura del cerro del Calvario es demasiada para que
podamos salvarla de un solo golpe.
[Aquí parte de las Bellas Artes ij de la Literatura como acome-
tidas de panteras «¡ah! ya comprendo...» dicen unos; «¡Favor!»"
gritan otros; [Señor Filosofismo! claman todos en tono de repren
sion: entre el bien y el mal no hay alianza posible: ¡nos retira-
mos...! No podemos permanecer por mas tiempo entre unos
hombres que confunden sus bastardas pasiones con lo que tiene
—20—
de mas grandioso y solemne la sociedad.» Y terminadas estas
palabras se lanzan fuera del Congreso gran multitud, quedando
solamente dentó, de la Literatura, la parle Baja, y de las Bellas
Artes, la parte Terrenal.)
— No son estos fanáticos que acaban de salir, grita el Filoso-
fismo Incrédulo como atacado de convulsiones: nó, no son ellos
los que componen la mayoría. Ya yo sabia que en el Congreso
había muchos que no gozaban de cabal salud; pero ignoraba la
funesta gravedad de su dolencia. Este acontecimiento es tanto
mas de apreciarse, cuanto quedamos purificados, y constituidos
en un cuerpo homogéneo, que dentro poco podrá jactarse de
haber vencido ásus rivales con la fuerza de su talento.
El Consejo elogia los sentimientos de su Presidente, y entero
se declara enérgicamente á favor de su proyecto. Cuando cesan
las vivas aclamaciones y los reiterados gritos de « ¡ Viva la in-
dependencia}.» el Filosofismo Incrédulo prosigue de nuevo:
— Reanudando, pues, el hilo de mi discurso, ¡señores! digo
que para que la victoria se decida á nuestro favor es menester
maniobrar con mucha destreza. ¡Dios sabe loque resultaría de
una sola imprudencia cometida en los primeros combates sobre
una sociedad tan fecunda en recursos y en sábios como en co-
sechas de soldados! Ella es una idea realizada en una ¡numera-
ble multiplicidad de hechos, que tienen como envueltos al indi-
viduo y á la sociedad todos enteros. Hoy por hoy, atacar la Idea,
sería querer que la, violencia fuese coronada por la ridiculez .
Imposible es pues ¡señores! que por ahora podamos despojar-
nos de nuestros trajes católicos sin hacernos sospechosos y odio-
sos al pueblo. Mas digo: ni creo que debamos desearlo. Estos
hábitos nos van á servir maravillosamente para encubrir nues-
tros designios, que seguramente fueran desconcertados si fuesen
conocidos. Por loque ¡señores! el primer consejo que me atrevo
á proponeros es: que nuestra obra de csterminio de la Iglesia
Católica comience por limitar su influencia. Para clavarle el pu-
ñal en el corazón, principiemos por aparentar úncelo ardientisi-
mo por ella, y por cuanto con ella tenga relación. Bajo el dis-
raz de cristianos piadosos y sinceros, sin resistencia lo pene-
-21—
trarémos todo: el cláastro, la vivienda del labrador, la morada
del artesano, el palacio del opulento, todo en fin se pondrá por
sí mismo en nuestras manos.
Entre tanto, Yo por mi parte concreto mi acción de una ma-
nera esclusiva á atraer sobre toda práctica y creencia piadosa
los dardos de la sátira y del ridiculo. Todo hombre está muy
lleno de sí mismo, y pocos, poquísimos son los que saben sus-
traerse al influjo del desden y al cáustico de las burlonas son-
risitas.
Para esto es preciso recojer los harapos, que aunque la Igle-
sia Católica no les reconoce por suyos,-hasta el punto de fulmi-
nar anatemas contra ellos, sin distinciones ni reparos de ningún
género, sin embargo se presentan bajo sus hábitos, y Yo se los
adjudicaré.
Existen en las Ordenes Religiosas unos cuantos espíritus poco
ajustados; entre los clérigos hay unas pocas conciencias que
han enmudecido; como la virtud que grita, importuna siempre
al deber que se revela, ó duerme, no me es difícil encontrar se-
diciosos entre el Episcopado; aunque el Papado es digno verda-
deramente del honor que se le dispensa, alguna buena acción
he de encontrar en él, para pintarla como insolente á los ojos
de los que no tendrían el desprendimiento ni el valor de
ejecutarla: y finalmente, ¿qué vasto campo no me ofrecen
los legos en su calidad de fieles de la Iglesia Católica! ¿qué no
tengo que decir de los místicos? ¿qué, de tantísimos que no
ajustan su conducta á las exigencias de los libros bíblicos?
Todos estos esqueletos ¡señores! lo les recogeré minuciosa-
mente: les cubriré de nérvios, de músculos y de carne: les daré
calor, movimiento y vida.
No todos los hombres son sábios, ni menos laboriosos para
dedicarse á una detenida lectura de los concilios, de los anales
de las historias; poquísimos tienen paciencia para acudir en
busca de datos auténticos á las bibliotecas, á los archivos de
las ciudades, de las iglesias, de los monasterios, de los tribuna-
les y de las casas de los grandes; los mas de los hombres igno-
ran el arte de verificar las fechas, y Yo voy á aprovechar todas
estas cosas para adquirir entre las gentes una consistencia
queme harán adquirir celebridad. Todo lo voy a presentar
en ediciones cómodas, emponzoñadas con un gran número de ar-
tículos y de reflexiones sobre la opresión de la Iglesia, la igno-
rancia crasa de los frailes, el oscurantismo de los siglos, y con
cuanto en fin puede servirme para envolverlo todo en la des-
trucción que meditamos.
Y á vosotros ¡señores! concluyo rogándoos que seáis imitado-
res celosos de tan hermosos ejemplos, y que como Jo lo persi-
gáis todo hasta en los depósitos y escondidos rincones que sir-
ven de refugio á la mas acendrada virtud y á la mas incorrup-
tible integridad. ¡Gritemos, si, gritemos, y manchémoslo todo:
y sea nuestra argumentación sempiterna: «tal hombre es malo,
luego iodos son pcsimoslV.»
Nuestras controversias agítenlo todo: pasen los mares, desde
liorna hasta Mégico, desde Paris hasta el Perú, desde la Europa
á la America, y desde la América á la Europa. Declamemos
contra la mala fé del sacerdocio, conmovamos los ánimos, que
por un efecto natural de las pasiones humanas, los que se hallan
unidos á la causa de La Iglesia Católica, no hallarán en ella sino
su ruina!!!...
Sección II.
Continua la Sesión, el Protestantismo,
Existe en el Congreso un personaje llamado Protestantismo^
hijo primogénito del Orgullo, y así es falso el rumor que al-
gunos hacen correr de que sea hijo adoptivo de Jesús de
Nazarelh. Nació en el siglo XVI de un monge alemán, quince
siglos después de Jesús, y cinco mil quinientos años después de
nuestra Religión; y así es que el Protestantismo ha solo tres
siglos que nació.
Es de elevada estatura: su constitución fué fuerte en un prin-
cipio, mas hoy es sumamente débil. Las fatigas de la guerra
-23—
lian encanecido desde mucho tiempo sus cabellos y su barba
que eran como atigrados. Su cara es redonda y picada de virue-
las. Su temperamento es sanguíneo bilioso. Es constantemente
sério. Su voz es fuerte. Sus modales secos y lúgubres. Se acer-
ca con repugnancia á las artes, y huye de los objetos católicos.
Participa de la razón, pero no de la ternura. Hace la limosna,
pero no compadece la mano que la recibe. Gusta de acompañar
al Cristo en el Tabór, pero le inspiran desprecio las ignominias
de la Cruz. Es como que le agrada mas repantigarse en un co-
che, que andar á pié. No tiene pasión por el pueblo: los dias de
trueno y las mocedades de éste le exasperan, se siente mejor
entre personajes. Sin embargo no rehusa la fraternidad, siem-
pre que sea con el bien entendido de que se le declare hermano
mayor, y se le dé ración doble.
Este personaje, pues, sentado en un soberbio sillón del Con-
greso, reconcentrado en sí mismo, habia removido todos sus
ocultos designios, y los razonamientos del Filosofismo Incrédulo
se habían presentado alternativamente á sus esperanzas y re-
cuerdos. A las últimas palabras del orador eleva su corazón
hacia la presa, y se apresura á responder al Filosofismo Incré-
dulo:—
—Sino pudiéramos contar ¡señor Filosofismo] con el apoyo
del Poder Político, desde luego os diría que os ingeniarais,
porque ahí está una víbora de pueblo de quien me.he propuesto,
á fuerza de los buenos dias que á mi costa ha tenido, vivir de-
sembarazado en favor del que guste. Mas militando la circuns-
tancia espresada, acepto el formar parte de vuestros fieles com-
pañeros.
La Iglesia Católica ¡señores! vive paternalmente en medio de
sus pueblos; mi Espíritu Privado en breve la tendrá encerrada
en las torres de sus templos y en los cláustros de sus frailes. No
se tardará en sentir ¡os lo protesto! cierta especie de desvío hácia
el espíritu de asociación que el principio de autoridad enjendra
en el ejército enemigo.
Esa especie de desfavorable prevención con que merced á
mi, se mira al poder, hoy la haré ostensiva á los gremios, congre-
-24—
gaciones, cofradías, hermandades, y en generala toda institución
piadosa.
La carga que hizo el Cristo leve, Yo la haré pesadísima, y el
yugo que labró suave, Yo le haré durísimo. Yo conmoveré en la
tímida monja la idea de adhesión al cláustro; Yo ejercitaré en
el fraile el pensamiento de secularización; Yo despertaré en el
sacerdote la inteligencia de su independencia natural y sagrada;
Yo enseñaré en fin á todos: que el que nace libre, no puede atar-
se con vínculos, y que tiene el constante é inconmutable dere-
cho be hacer elecciones.
De esta manera ¡señores! el espíritu de todosse impregnará
de heregías, y las consecuencias serán inmensas: la gran fami-
lia de las naciones tomará por regla el averiguar sin registro y
el obrar sin trabas, y esta confusión engendrará un ódio gigan-
tesco, colosal, contra la Iglesia Católica: ódio fecundísimo, y
tanto mas tenaz y ciego, cuanto será la personificación del con-
junto de odios, compuesto de todas las escandalosas infidelida-
des!!!...
Sección III.
Concluye la Sesión: la Parte Baja de la Literatura y la Parle Terrenal de las
Bellas Artes.
Estos dos elegantes de levita y de botas de charol, sacándose
el cigarro de la boca á guisa de saludo, toman á la vez la pala-
bra, diciendo:
— Prontos estamos, señores, á coger la ocasión por los pelos.
No hay que olvidarse que somos pobres, y que la primera ley
es la de la existencia. ¿Podrán las exigencias de la religión y de
la moral igualar á las del estómago?.... Por lo que no lo dudéis,
el mundo es un corderillo, y fácilmente le arrancaremos los
ojos con nuestras uñas. En folletos, en folletines, en romances,
en tomitos, en cajitas de rapé, en barajas, en caricaturas, en
puños de bastón, en llavecitas de reloj, en alfileres de pecho,
en figurines, en retratos, en dibujos, en láminas y pinturas de
todas clases, en palabras initiales, en dichos picantes, en dis-
cursos retóricos, y con las liras de las musas y el rumor de las
orgias, vamos á cegar de tal manera la razón y hacer que pro-
ponderen de tal suerte las pasiones, que embelesado el mundo
con nuestras gracias é iluminado por nuestro resplandor, senti-
rá insinuarse por todas sus venas un penetrante fuego que abra-
sando todo su ser, confuso y turbado, pálido y palpitante se
aproximará á nosotros hasta encadenarse en nuestros brazos, en
donde burlando sus deseos, le haremos olvidar su honor, sus
bienes, y aun su vida misma.
Semejantes á los vientos que agitan las profundidades del
abismo, nos remontaremos también, asolados los campos, á los
mismos cielos. Sonreiremos amorosamente en los templos y en
las festividades religiosas. Sacerdotes habrá que no se avergonza-
rán de juguetear con la amorosa Venus, y personas piadosas que
repetirán con entusiasmo copias de aquella Safo y de aquel Vol-
laire tan célebres por su numen como por sus impiedades.
Hasta nuestras músicas gemirán ante el Altísimo, y nuestras
voces pcuetrarán hasta el incienso que humea ante el altar en
donde se celebra el Augusto Sacrificio. Nuestros cómicos, des-
pués de sus cantos profanos, saldrán de los teatros é irán á can-
tar himnos irreverentes á los piés de Jehová. Mezclaremos los
crímenes con el agua expiatoria.
Los grémios, las congregaciones, las cofradías y las herman •
dades las secularizaremos, conviniéndolas en clubs, juntas pa-
trióticas, comités, cafés, casinos, etc., etc. Sobre los terrenos
que ocupan los templos y casas santas, levantaremos fábricas,
teatros y jardines. Desterraremos el signo de la Cruz de todo
paraje público, como son fachadas de casas, esquinas, calles,
plazas, carreteras, y caminos.
Todo loque remonte al hombre al mundo inaccesible, todo
lo que reproduzca escenas de los héroes de la Iglesia Católica,
todo lo que recuerde al Dios católico bajo el pincel del pintor, ó
bajo el buril del grabador, ó bajo el cincel del estatuario, todo
lo levantaremos del individuo, del seno de la familia y de la
sociedad, y llenaremos las paredes y las mesas de los dormito-
rios, délos cuartos, salas y salones de grabados, de pinturas y
4
-26—
de esculturas que hagan perder la memoria de una vida ulterior,
que entren á fecundar las almas inocentes y candorosas con una
larga séric de pensamientos y deseos contrarios á las costum-
bres católicas, y que en fin de mil modos diferentes esciten el en-
tusiasmo por todos aquellos dioses de la tierra que viven en una
armonía discorde con la Moral y con la Religión Católica.
Repetiremos eternamente al pueblo que es un atajo de im-
béciles que jamás se despabila. Le observaremos que es aun
bastante desgraciado en conservar alguna creencia en la Misa,
Confesión y Comunión, y que librándose de las rapiñas de los
salteadores, no escapa de las de los clérigos, jesuítas y frailes.
Por último ¡señores! contad que combatiremos en todo y por
todo con vosotros, para borrar del individuo y de la especie la
dignidad con que les decora la Iglesia Católica.
Con estas palabras termina la discusión, y quedando acorda-
da nueva convocatoria, si el Presidente la juzga necesaria, cada
miembro del Consejo se dá prisa á salir para poner en práctica
su respectivo cometido.
Sección. IV.
Epístola Evangélica.
«Nos, N. N., siervo de los siervos de Dios, etc . etc.
«A nuestros venerables hermanos los obispos del orbe católi -
co: salud y bendición apostólica.
«Después de la rebelión del Poder Político, nos han llegado
noticias ciertas del pacto nefando de este con todas las sectas
impías para conspirar contraía Iglesia y contra la sociedad.
«Esta conspiración, venerables hermanos, es tanto mas alar-
mante, cuanto se viste con el velo de la libertad y del celo por
la religión. Puestos por delante estos pretextos, fácilmente se
puede seducir álos buenos y apartarles suavemente de las ver-
daderas doctrinas, inclinándoles hacia errores, que lomando
pronlo desarrollo, se traduzcan en actos que trastornen todo el
orden ¡ocial y pierdan las naciones.
«Nos, llamados, no por autoridad de los príncipes, sino por
la misión del Espíritu Santo para gobernar la Iglesia de Dios,
transmitiéndooslas facultades que hemos recibido de nuestro
divino Maestro, os exhortamos encarecidamente á que os arméis
de valor para sufrir la persecución, y á que os regocijéis en ser
maltrados por el amor á Jesucristo.
«Trabajad con toda entereza en el ejercicio dtl poder de
vuestra misión. Edificad el cuerpo místico de Nuestro Señor Je-
sucristo con toda suerte de buenos ejemplos y de sanas doctrinas.
Aprovechad todas las ocasiones que se os presenten para ganar-
losá todos. Enseñad y defended los puntos de doctrina, decre-
tad con arreglo á los cánones sobre todo lo que concierne á Re-
ligión, instituid ministros, y castigad á los pecadores obstinados.
«Dado en Roma, etc., etc., etc.»
Sección V.
Del Plácito regio, de las Elecciones y de la Nominación regia, de las Regalías de
la Corona y del Patronato.
Envueltos en las nubes del misterio están tres personajes
discutiendo en el Gran Palacio del Gobierno. Las preguntas y
respuestas son vivas y acalorada?, uno de ellos como que tiem-
bla de rábia, al paso que los rostros y movimientos de los dos
restantes revelan inquietud, perplejidad y vago descontento.
—Roma ha perdido la cabeza, dice el primero con voz fu-
ribunda. Si me fuese absolutamente preciso fijar la mano que
ha trazado tan insolente Epístola, ta colocaría sin vacilar entre
las de los Torquemadas: ¡qué escándalo!.... Si no limitáis pron-
tamente ¡Poder Político! estos abusos, en breve la Curia Roma-
na ¡no lo dudéis! extenderá sus mandatos, sus prohibiciones y
sus juicios hasta el licénciamiento de la guardia nacional.
-28—
— ¡Señor Don Impío] Todo lo ha aprendido el Gobierno, con-
testa un feote de modales iscariotes y de piernas de araña: con
toda clase de conocimientos está preparado el Gobierno, desde
losprtmeros rudimentos del manejo de la política, hasta las evo-
luciones mas complicadas de gabinete: ¡lodo lo sabe!.... recal-
ca con voz gangosa.
—Vuestro lenguaje, señor Ministro, dice el Poder Político,
es hermoso; pero esto no basta para la seguridad del Gobierno.
YA Papa, los obispos, los sacerdotes y los católicos todos son
nuestros enemigos. No os engañéis, señor Ministro: la Epístola
Evangélica es un rompimiento de hostilidades; demuestra que la
Iglesia Católica comprende perfectamente todos los graves incon-
venientes de nuestro régimen, y esta comprensión puede acar-
rearnos nuestra ruina.
— ¡Vos os burláis!.... dice vivamente el Ministro: perte-
nezco á sociedades secretas. Y por otra parte, esos'son negocios
míos. Con unos decretos encierro á toda la Iglesia en mi cartera,
y la llevo perpetuamente en el bolsillo.
Antes de nuestra secularización, antes de nuestras turbu-
lencias políticas, nuestra religiosidad nos adquirió de la Santa
Sede una gran multitud de preeminencias sobre las iglesias de
nuestro territorio, en concepto de custodios, y de guardadores
de la Religión y de defensores de la Iglesia en los dominios de
nuestros estados, que como no han sido derogadas, nos van á
servir hoy para convertirlas en ruinas.
El Plácito Regio nos concede el precio exáraen de todo res-
cripto pontificio. Las Elecciones ó Nominación Regia nos ponen
en posesión del derecho de elevar á nuestras hechuras á las pri-
meras dignidades eclesiásticas: y finalmente las Regalías de la
corona y el Patronato nos invisten de la prerogaliva de disfrutar
varias rentas eclesiásticas, de disponer de cierta clase de bene-
ficios, de publicar leyes ó preceptos relativos á la policía exter-
na de la Iglesia, de usar algunos determinados derechos respec-
to á las iglesias de nuestros estados. ¡Oh, Roma, Roma: bien
presto vasa sentir cuán caras te cuestan estas concesiones he-
chas por tí! Habiendo sido testigo de las victorias de las virtu-
—29—
des sobre los vicios las eclebrastes con honores triunfales á los
Constantinos, Alonsos los sabios y á los Fernandos, y aun has ce-
lebrado á nosotros obligada sin duda por los muchos ultrajes que
de nuestra mano has recibido; pero hoy vas á comprender ter-
riblemente que tributas demasiado favores á tus encarnizados
enemigos. La Iglesia Católica debe encontrar mas ingratitud que
el resto de las instituciones, por la razón de ser divina, y de
como á tal, hacer mas servicios.
¿Que nos resta pues ¡señores! sino que aparentando no sa-
lirse e\ Gobierno de su propia naturaleza, del sendero de la es-
tricta legalidad, trastornar el fondo de las cosas, quebrantar las
armonías entre el Pontífice y el Episcopado, y entre el sacerdo-
cio y los legos? lié aqui, mis nobles amigos, que como si Roma
puede resistir algún tiempo, la Iglesia del Estado se sentirá con-
movida prontamente. £1 saber, la previsión, la caridad y la vir-
tud son atributos que resplandecen con igual majestad en la
Santa Sede; pero su inmenso amor hacia los hombres, le hace
suponer aun, que los mugidos de la tempestad son los acentos
de alguna persona amada; podemos pues vivir satisfechos ron
la tranquilidad deque obtendremos Concordatos, porque lo re-
pitó: al aspecto de un mundo que se arruina, la generr sidad y
grandeza romanas toman mayores proporciones.
Estas palabras son seguidas de una conversación bastante
larga, y sin duda muy interesante, cuando en el momento en
que se hablado separarse los interlocutores, se despide el Poder
Político contento y engreído, bendiciendo en el Ministro á un
segundo Talleijrand, enviado por el cielo.
Sección VI.
Exposición de los muy fi, R, Arzobispos y R, R, Obispos al Poder Político.
«Señor:
«Nuestro Señor Jesucristo además de haber hecho indefec-
tible é infalible á la cabeza visible de su Iglesia, le díó autori-
-30-
dad para conducirnos á todos por el camino de la salvación. Je-
sucristo Nuestro Señor dió pues á Pedro el Primado de honor y
de jurisdicción.
«Este primado de honor y de jurisdicción conferido por Jesu-
cristo á Pedro, ha pasado, señor, por una sucesión no interrum-
dida al que está sentado hoy en la Silla Apostólica.
«Los Metropolitanos y Obispos sufragáneos que suscribimos
tenemos actos importantísimos que tratar en los cuales es esen-
cialmente necesario el consentimiento de la Santa Sede. Y ade-
más en calidad de Pastores de la Iglesia, tenemos el estrechísi-
mo deber de hacer observar los cánones y las constituciones,
sinodales, y de cuidar de la observancia de la Fe y de la disci-
plina en las diócesis respectivas.
«Con arreglo á lo dispuesto en el Santo Concilio de Trento,
vuestros decretos del dos, tres y cuatro del que rige, restringen
notablemente nuestras relaciones con nuestra cabeza que vive
en Roma, y hasta nos quitan el conocimiento de todas aquellas
cosas reservadas á nuestra autoridad . En todos tiempos ha sido
necesario el conocimiento de los ministros de la Iglesia, no solo
para decidir acerca del dogma, sino también para prescribir la
manera de inculcarle: esta es la manera de prevenir las altera-
ciones, de conservar las buenas costumbres, y de no relajar la
disciplina.
«En fuerza pues de estas, y de otras muchísimas conside-
raciones que podríamos alegar:
«A Vos, Señor Poder Político, los infrascritos Prelados su-
plicamos rendidamente que os digneis no mezclaros en los ne-
gocios eclesiásticos, ni nos mandéis en materias que están fuera
del círculo de vuestras atribuciones, pues Jesucristo Nuestro Se-
ñor nos prohibe confundir el poder de los Césares, con el poder
de Dios.»
-31—
Socciori 'Vil.
Lógica y atenía respuesta del Señor Ministro de Negocios Eclesiásticos á la Expo-
sición de los muy Ií, R. Arzobispos y R. H, Obispos,
«Ministerio de Cultos y de 1
Negocios Eclesiásticos, j
«Sr. Gefe Político de . . .
«Obran en este Gobierno documentos auténticos que com
prueban plenamente que el Obispo N. es un instrumento de
muerte para las libertades públicas. Este hombre que por su
sagrado carácter no debía arrojar en la nación sino semillas de
paz y concordia, procura no dar á sus papeles sino el acento de
las divisiones y de los desórdenes.
«Vos comprendereis Sr. Gefe Político, cuán sensible debe sér
á un Gobierno tan buen cristiano, el poner el índice sobre pas-
tores de La Santa Iglesia Católica; pero el Estado tiene el
deber de no dejar perecer la pátria, sea cuál fuere la categoría
y calidad de la persona, la ley no puede dejar de cumplir con
su obligación. Es inadmisible la tolerancia que se convierte en
daño de la cosa pública.
«En este concepto, se os previene, Sr. Gefe Político, bajo
vuestra mas estrecha responsabilidad, que á las oraciones de la
noche del dia que recibáis la presente, os constituyáis con una
escolta bien armada en el Palacio Episcopal, y reducido á pri-
sión el Obispo N., con el mayor silencio, sin cambiar una sola
palabra con él, y conteniendo el aliento, por estrechas y oscuras
callejuelas le conduzcáis hasta el Puente N., en donde tendréis
preparado un mulo sin aliños, sobre el cual cabalgareis al reo, y
haréis que la predicha escolta, capitaneada por un oficial de toda
confianza, le conduzca por cstravíos fuera de las fronteras na-
cionales.
«Libertad y -reforma. —Palacio de Gobierno, etc., etcétera
etc. . . .
«El Ministro,
«■ATEO.*
-32-
Seccion VIII.
FOLLETO-
«¡ESCÁNDALO!»
«Cada dia nos dice el Boletín Oficial que liemos entrado
en el camino de la libertad, de la justicia de la moralidad, de la
religión, ¿cuándo? Cuando al dia siguiente vemos perpetrar las
mayores impiedades, las mayores injusticias, las mayores arbi-
trariedades.
«Acaban de ser expulsados de la nación los venerables Ar-
zobispos N. N. y los señores Obispos de N. N., y ¿de qué ma-
nera? Entre siete y ocbo de la noche del dia 13 del que rige,
unas escoltas capitaneadas por vándalos, llenos de orgullo por
el triunfo alcanzado sobre la sabiduría y la virtud, en mulos sin
aliños condujeron á la frontera N. á esos venerables ancianos,
que daban al país un honor y un esplendor que seguramente las
pandillas que gobiernan no le pueden comunicar.
«Y ¿cuáles son las causas de tamañas violencias? Sépanlas
los pueblos, sépalas la nación entera.
«El prurito del Gobierno en mezclarse en lo concerniente á
la Iglesia, sus constantes invasiones en los negocios eclesiásti-
cos, han movido el ánimo del Santo Padre á expedir al Episco-
pado una Epístola Evangélica, en la que después de señalar los
males que amenazan al mundo por las diversas exageraciones y
discusiones metafísicas que en él vienen agitándose, encarga á
estos Pastores de la Iglesia la vigilancia y el ejercicio de un po-
der que ninguna potestad temporal puede arrancarles de las
manos.
«Los últimos decretos y reales órdenes sobre la abolición
de Diezmos y de Primicias, sobre Cofradías y Hermandades,
sobre extinción de Cabildos, Catedrales, sobre 31isas, Casamientos,
Funerales, y sobre los Obispos, instrumentos, y sobre el Papado,
piedra sobre que se edifica, han producido una alarma en toda la
-33—
nación; y ciertamente que no debia el Gobierno contar con el
voto de la Iglesia, cuando se le deniegan redondamente hombres
cuyos discursos no se extralimitan en la discucion de otros
puntos de los principios reinantes.
«La Exposición pues del Episcopado de la nación, no ha
merecido invocar el ostracismo, cuando su objeto no carece de
entera justicia, y sus formas vienen exhaustas de insinuaciones
y reclamos no adheridos inviolablemente á los principios de la
razonable libertad.
«No deben, pues, los pueblos admirarse que procediendo
de buena fé, diga yo á esos nuevos enemigos del país: que en
nombre de la Libertad, conspiran contra su causa, puesto que
para satisfacer sus pasiones, eternizan en él la esclavitud.
«Religión y Órden.— Calvario, 7 de Enero de 18
«Yich y Mallen.»
Sección IX,
Folleto en respuesta al de «Escándalo,»
«Por mucho que vean los serviles que sacan siempre tan
malas veras de sus artificios, que queriendo dar en cabeza aje-
na, dan en espaldas propias, jamás aprenden á poner en su
punto las cosas. Estos fanáticos para hacer triunfar los princi-
pios oscurantistas, no vacilan en ponerles aun bajo la innoble
protección de las mas atroces calumnias. No me es posible de-
mostrar estas verdades sin que el público ilustrado esté al cor-
riente de las necedades del folleto «¡Escándalo!»
«Quién le ha dicho al Sr. Yich y Mallen que los Arzobis-
pos y Obispos han sido extrañados de la manera que él cuenta?
El Gobierno se les ofreció con todo lo á él posible para servir-
les, con palabras y recomendaciones tan corteses y sinceras,
que sabemos que se tienen por muy satisfechos de sus volunta-
des. Seguramente que si los reaccionarios hubiesen empuñado
las riendas del gobierno, el Episcopado nacional hubiera com-
prado mas cara la rebelión de formar regimientos de lanceros,
S
-Vi—
rifleros, dragones y cazadores, y de ondear la bandera de la tira-
nía sobre todas las iglesias de la nación. La religiosidad del actual
gabinete es notoria, y el extrañamiento de los Arzobispos y
Obispos no se hubiera decretado, si hubiesen sido prudentes
para ejercer su ministerio y no intervenir en los asuntos aje-
nos á su carácter sagrado. Pasaron los tiempos en que los cléri-
gos mandaban como déspotas, y eran obedecidos por temor de
las excomuniones. Hoy que la ilustración y la libertad han cs-
tendido sus sacrosantas alas por el ámbito del mundo entero,
comprendemos que estos son los bienes mas preciosos para un
pueblo, y desengáñense los serviles: sin dejar de ser mas reli-
giosos que ellos, estamos muy dispuestos á defender las liberta-
des que nos trajo el Ilombre Dios, y á limitar los caprichos y
ambiciosos deseos del fanatismo. Dad al César lo que es del Cé-
sar. Leed el capitulo XIII de la epístola de San Pahlo á los Ro-
manos, y allí encontrareis establecidas cuales son las armonías
que deben reinar entre la Iglesia y el Estado.
«Libertad y Reforma.»
«Reos Chinchóla.»
Año I.
Sección X.
jurero CRrrrco.
Martes 18 de Enero de 18...
N. 6.
EL PUEBLO.
PERIÓDICO ENCICLOPÉDICO.
LIBERTAD Y REFORMA.
Director propietario: D. Impío. Colaboradores: D. Pretendien-
te, D. Estudiante, D. Inexperto, D. Loco, D. Interés,
D. Candor, D. Pasión, D. Ruido, D. Elegante, D. Vanidad,
D. Orgullo y D. Esceptico.
Casa de locos, II de Enero de 18.,.. Desde luego que comienzan las
■ distinciones, desaparece la de-
RE VISTA UNIVERSAL. mocracia.
Con motivo del título de Du-
Con muchísima justicia me- (¡ue ¿e\ Vencimiento con que, á
rece alabanzas el Ministerio de,pr0pUesta del Ministerio de Fo-
la Guerra por su actividad en mentó, acaba de ser condeco-
la organización de la Guardia ra(i0 el sabio jurista Sr. Reus
Nacional. \cinnchola, creemos deber dar á
Parece que entre el clero y conocer los servicios especiales
la clase que se llama decente que han motivado tan digna
existe alguna repugnancia para distinción,
la inscripción. Estos señores Nadie ignora que el primer
quisieron que solo la clase que deber del Poder Político es con-
llaman baja prestara servicio servar la paz. Persuadido que
militar. Mas puesto que todos esto era imposible mientras
son ciudadanos, no es justo existiesen Arzobispos y Obispos
que unos presten servicios y en la nación, dispuso su extra-
otros nó; de aquí el deber dcjñamienlo, no de una manera
que todos, sin escepciones, seamviolenta, sino avisándoles mu-
soldados en paises demócratas. ;chos dias antes y pagándoles
—36—
todo gasto de transporte hasta
la Frontera. Con este motivo
el servilón del Señor Vich y
Mallen empezó á conspirar di-
rigiendo al público un sedicioso
libelo, que sin la bellísima ré-
plica del Sr. Duque, indefecti-
blemente hubiera sucumbido la
dignidad de nuestra indepen-
dencia y radiante libertad. Ho-
nor y loor, pues, eternos al sa-
pientísimo patriota Duque, y al
ilustrado gobierno que nos rige
por unos actos que patentizan es-
lar prontos á comprar por cuan-
tos sacrificios les son posibles la
libertad y el progreso, y la fra-
ternidad y la reforma de un país
que pocohá gimiera servilmen-
te á los pies de los tiranos.
Nadie duda que los ultramon-
tanos desean una insurrección.
Sabido es que el clero, los je-
suítas y los frailes la atizan des
caradamente; nada tendrá pues
de estraño que se precipiten los
sucesos, y se planteen sérias
reformas. Si estos señores guar-
daran la conducta apostólica de
los presbíteros Pí y Savaná y la
del virtuoso dominico Abados
cuya protesta leerán nuestros
lectores en otro lugar de este
número, otro fuera el aspecto
de la nación, como quiera que
resplandecerían con mas viveza
los heroicos sentimientos del
Hijo del Hombre.
Impío y Loco.
El documento de los sacer-
dotes y religiosos que citamos en
nuestra Revista, dice:
«Sí es. Redactores de El Pue-
blo:
La persecución de la Iglesia
Católica contra las potestades
del siglo, nos tiene en la ma-
yor angustia. Con pesar vemos
cambiada por nuestros expulsos
prelados la antigua doctrina de
la Iglesia. Su herética Exposi-
ción el Gobierno está en abierta
oposición con el Santo Concilio
de Trento y con lo que enseña
Slo. Domingo. Deseamos que
Dios Nuestro Señor saque á
nuestro paternal gobierno de
todas las rebeliones que le su-
cedan, tan sano y salvo como
le lia sacado de esta.
«Dios N. S. guarde á VV.
muebos años.
— «Abados, hijo de Sto. Do-
mingo.— Pí, presbítero.— Sava-
ná, presbítero.»
¿Podrán creer nuestros lec-
tores que la preinserta nota ha
hecho retumbar la campana
mayor de la Catedral? Sabemos
—37-
¡u LUK-t, . ilustra I-, -obierno ^^^4^^^.
£Z ¿(foen patrióla,
D. Esn OIANTE.
está meditando sobre las cir-
cunstancias del furor de esos
fanáticos curiales y satélites, y
es probable que los tan injusta-
mente perseguidos sean sacados
de entre las manos de los re-
trógrados nombrando Arzobispo
a uno, coadjutor á otro y vicario-
general-provisor al que aten-
diendo solo al bien de la Iglesia
dice chill.... á todo clérigo que
se ocupa de otra cosa que de
predicar la ley del Cristo, nues-
tro Libertador.
Leemos en el Boletín Oficial:
MIRADA DE SIMPATIA.
No será ingrato para nuestros
habituales lectores el saber que
los patriotas ciudadanos Impío
Interés, Orgullo y el orador Ta -
rambana, de acuerdo con el Po-
der Político han confeccionado
la Constitución que dá por re-
sultado:
1. ° Abolición del celibato
del clero.
2. ° Abolición de toda pom-
«El Poder Político.— Para P» religiosa: tal que no podrá
evitar los graves perjuicios queionc'ar mas fIue 1111 clérigo,
resultan en las actuales sedes-\ E1 Estado pondrá en la
vacantes, de ordenar sacerdotes cárcel al que reze el Rosario, ó
sin aquellas calidades que pre-
vienen los sagrados cánones,
he resuelto, á consulta de mi
Consejo de Estado: Que en la
concesión de dimisorias, mien-
tras duren las actuales circuns.
lancias, actué personalmente
mi Ministro de Cuites, con el
notario mayor Pasión, y asis-
tencia de su promotor fiscal In
teres, etc. etc.
LITERA TIRA.
AL DUQUE DEL VENCIMIENTO.
Monumento que á España eternizas,
Baluarte de la Libertad,
cargue Escapulario.
4. ° El solo conato de fiesta
ó procesión religiosa será cas-
tigado con 20 años de cadena.
5. " Sueldo fijo del clero.
6. " Todo clérigo deberá
predicar las escelencias del Go-
bierno; y la infracción de este
artículo será castigada con pér-
dida de honorarios y destierro.
Y 7.° Los clérigos saldrán á
relucir su mudanza de fortuna
vestidos de levita y botas de
charol.
EditorrésponsaMe:/?/ Gobierno.
-38—
Sección
El Sr. Vich y Hallen y el Consejo de guerra,
El Sr. Vich. — He estado cinco dias en la cárcel pública car-
gado de cadenas, y hoy se me ha puesto en libertad, ignorando
las causales que han motivado semejantes procedimientos. El
estado excepcional que desnaturaliza la Constitución, puede dar
márgen á escenas análogas que estoy en el derecho de evitar:
me presento pues á que se me juzgue por este tribunal.
El Presidente. — El Consejo cediendo al impulso de dictar
vuestra prisión no ha hecho mas que llegarse al terreno de la
ley, y tampoco se ha separado de ella dictando vuestra libertad.
El Sr. Vich.— Supuesto que la ley me prende es porque
parte de causa: dígaseme pues esta, para que yo me defienda.
El Presidente. — Injuriáis á los depositarios de la autoridad
con vuestra interrogación, pues ó les suponéis resentimientos
particulares, ó miserable espíritu de partido.
El Sr. Vich.— Ninguna de estas consecuencias establezco yo.
Lo único que establezco es que sintiendo mi conciencia tranqui-
la, me siento en la capacidad de una defensa que me sirva de
asilo.
El Presidente. — Pues la prisión de que os quejáis, no es mas
que el derecho que tiene la autoridad suprema de tomarse
cuando le convenga uno de los poderes de que la Constitución
le despoja.
EISr. Vich. — Vuestro modo de discurrir será aplicable á las
formas; puedo hallarme de acuerdo con vos respecto á la cues-
tión de hecho: mas no respecto á la del derecho, pues bien sea
la dictadura, bien la Constitución la que decreta arrestos y pri-
siones,ni una ni otra están en la facultad de suspender el dere-
cho de defensa.
El Presidente. —El otorgaros lo que pretendéis, equivaldría
á arruinar el principio orgánico de la dictadura.
EISr. Vich. — Seria darle estabilidad. La dictadura razona-
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blc es el atrincheramiento del derecho. Cuando las tempestades
mugen con feroz bravura, la sociedad encierra en esa arca sus
sagrados intereses; el derecho es uno de los primeros, mas bien
dicho, el primero de los intereses sociales: luego, pues, al pedir
hoy yo el derecho de defensa, no pido una cosa que esté fuera
de la dictadura, sino dentro. La dictadura justa, no mata las li-
bertades públicas, al contrario !as preserva de la muerte.
El Presidente.— Pues el Consejo os declara que no está en
el caso de prestaros los auxilios que invocáis.
El Señor Vich y Hallen sale lucido del Consejo de Guerra.
Quiso apuntar á un gamo, y el gamo le apunta á él. '¿Quién le
hace sufrir el estravío de querer abrir arcas cuyas llaves jamás
saca á la luz del Cielo el Libre é Indagador Pensamiento?
Sección. XII.
El Ministerio de Pulida, las Libertades Individuales y c! Poder Político.
Está el Poder Político en uno de los lujosos salones del Pa
lacio del Gobierno repantingado en un hermoso sillón de tercio-
pelo carmesí. Entra un bulto cuyo centro está envuelto en una
capa que no deja ver mas que la punta de la vaina de la espa-
da, y una de las extremidades sepultada en un sombrero redon-
do, mientras que la otra se presenta forrada de unas botas tan
pesadas que hacen un ruido que infunde pavor.
— ¡Seáis bien venido, Señor Ministrol dice el Poder Político.
— ¡Señor, ¡vengo desesperado!...— Es el caso que convencido
yo de mi inutilidad para conservar el orden público, he resuel-
lo hacer dimisión de mi cartera, dice el recien venido echándo-
se sohre un sillón desembozada la capa, quitado el sombrero
y enjugándose con el pañuelo copiosas gotas de sudor que rue-
dan por su rostro.
— Confieso que estáis intratable hoy, mi amigo.
—Es que ya se me ha trocado el sufrimiento en desesperación,
Señor Poder Político. Antes de vuestra secularización, por ejem-
plo, el Ministerio de Policía era un ministerio sin segundo; pero
h»y por hoy, por inútil le contemplo, habiendo tanto picaro y
desorden en la nación. Francamente os digo: os habéis empe-
ñado en una temeridad. Aunque uno se apure y se desbarate
por contener los crímenes, es imposible lograrlo.
— Pero recordad que mil veces habéis alegado mil razones en
abono del acontecimiento que os tiene de tan mal talante hoy.
—No digo yo lo contrario. En los jóvenes años el orgullo pro-
duce mil errores. Mas hoy estoy convencido de que buscando
nuestra gloria, hemos dado en la desdicha propia al par que en
la desdicha ajena.
Es llano, Señor. Antes los pueblos veían en vos una perso-
na sagrada, y de esta veneración que inspirabais, participaba
tanto yo, que con un solo alguacil contenia en su deber á una
población de diez, y hasta de quince mil habitantes. Entonces
mi magisterio no necesitaba ni de disfraces, ni de andar, coma
ahora, armado como castillo de fuego, porque ni era aborrecido,
ni reclamaba mas que el bastón para obrar sobre los ánimos.
Hoy pues á estos ánimos se les ha enseñado que son sobera-
nos, y se les ha despojado además del sanio, que cada uno tenia
en su conciencia. Como soberanos hacen mofa de mis ochenta,
como de un triste armazón de huesos y pellejo; y como sin reli-
gión y moral, fuera necesario que el Ministerio de Policía par-
ticipara de la omnipotencia de Dios, para criar un gendarme
para custodio de cada ciudadano.
Hay mas, Señor. Después de maduras reflexiones, digo
con todo el convencimiento que me inspira la práctica, que no
hemos sabido lo que nos pescábamos en eso de introducir las
libertades de cultos, de enseñanza y de imprenta. Y menos aun,
en esa guerra en que nos hemos empeñado contra la Iglesia Ca-
tólica. Aunque todo esto no lo consideremos mas que bajo ct
punto de vista terrenal, sostengo que obramos muy impolítica-
mente, trabajando en contra de nuestros propios intereses.
En efecto: sancionando esas libertades, sancionamos las bor-
— il-
rascas, en un mar de suyo proceloso, y devastando la Iglesia,
devastamos nuestro único puerto de salvamento.
Si á pesar de nuestra unidad de creencias, no nos faltaban
en el Calvario fiestecillas, porque sabido es que ni gobernantes
ni gobernados somos símbolos de todas las virtudes, ¿qué pode-
mos prometernos boy, que erigimos en ley el símbolo perfecto
de todas las pasiones posibles en lo que el hombre tiene de
mas íntimo, cual es el sentimiento religioso?... Dígalo yo mismo,
que en el corto tiempo que llevamos de esas novedades, ca-
rezco de tiempo y de medios para degollar con mis tijeras, para
reprimir las riñas y camorras que arman los folletistas y can-
cioneros y tanto grotesco literato de pluma tan corrompida como
sus costumbres soeces.
Y no me repliquéis, Señor Poder Político, que el tiempo, la
costumbre y el hábito de esas libertades embotarán la sensibili-
dad de lospuehlos, y crearán entre las diversas creencias pací-
ficas armonías. Nó!.... en las leyes constantes de los séres, lo
vario se hace uno, cuando las manifestaciones de lo vário
son idénticas á lo uno; mas cuando son contrarias , como acon-
tece entre el Catolicismo y el Protestantismo, el Politeísmo,
y el Filosofismo Incrédulo, la suprema armonía se restablece en
el único caso de la suprema destrucción del último sóida lo del
campo enemigo. Y aunque es crecida la volubilidad de opiuion
de muchos católicos, oscurecer las brillantes prendas, corrom-
per la rectitud del juicio de todos, es empresa estremadamenie
loca, es ceder á impresiones demasiado delirantes, pues aun
cuando ta novedad d.3 la empresa vaya acompañada (le alguna
apariencia de grandor, las realidades son siempre execrables.
La historia de los rencores del populacho de Londres en 1080,
es la historia de todos los rencores religiosos. Afianzando la re-
ligión, lo afianzamos todo: quien duda en materias religiosas,
duda en toda clase de materias.
Las ideas religiosas y los sentimientos morales son en el hom-
bre un poder y un placer. Las ideas y los sentimientos sociales
son en el mismo hombre un poder y un placer también; pcropfo-
cer mas muelle v poder mas débil. Las ideas y los sentimientos
6
— 42—
políticos no son en el hombre ni poder ni placer: son la ilumina-
ción, son los medios diferentes con que aspira llegar á la posesión
de uno de los poderes, y al goce de uno de los placeres enume-
rados.
Los poderes y placeres sociales y políticos los ansia el hom-
bre; pero rara vez los compra con su cabeza, como quiera que
ja conciencia pública le impone los respetos de rehusar el dicta-
do de avaro, ó aquel de ambicioso; mas este mismo hombre se
siente tan heroicamente otro en tratándose de la idea religiosa
y del sentimiento moral, que en presencia misma de la espada
desnuda, alarga impertérrito el cuello á los asesinos, y «¡Herid,
les dice, que mi muerte es útil!!!»
Perdonad mi atrevimiento ¡señor!.... el ateísmo del estado
es imposible, y en la alternativa de aceptar el incienso que ondu-
la la Iglesia Católica en torno del ejercicio del poder, ó de acep-
tar las inmundicias que arrojan las sectas separadas de ella,
desechemos las inmundicias y aceptemos el incienso. Quitemos
del banquete político y social á tanto pérfido amigo, que acecha
la ocasión de cubrirnos de ultrajes y de plantar nuestras cabezas
en las puntas de sus espadas!!!
— Dentro de poco estaréis satisfecho, señor Ministro, dice ej
Poder Político con aire misterioso.
Esta lacónica contestación parece tranquilizar el ánimo dell
$r. Ministro de Policía, el cual viendo levantado del asiento a
Poder Político, le pide el honor de acompañarle hasta su régia
morada, en cuyas puertas le deja, mi miras que dos vigorosos
caballos le transportan á la suya en un lujoso coche.
Sección. rx.HI.
¿Qué licnc de particular que los amigos se junlcn?
Una gran porción de personajes están reunidos en un sun-
tuoso salón.
Vosotros debéis comprender, dice uno, que por lo que hace
á nuestros intereses están plenamente asimilados; pero yo como
-i3-
representante de la Autoridad, no debo aventurarme á una em-
presa atrevida, sin preveeruna retirada honrosa, llegado el caso.
Nó, respoude otro: lo único que se os pide, es que por me-
dio de una organización ordenada y libre, prestéis vuestros gra-
naderos, y al amparo de eslos regimientos la destrucción se pue-
da consumar.
Y contais con los medios necesarios? pregunta el primero
con vivo interés.
— ¡Señor Poder Político] clama una voz fuerte: si hasta hoy
no nos hemos aventurado á dar un paso, cualquiera que haya
sido su importancia, sin haber antes asegurado su éxito, ¿cuáles
no habrán sido nuestros esfuerzos, hoy que la utilidad es inmen-
sa, y fecundísimos los resultados? Hemos dado estímulos de toda
especie al Hecho de que se trata, y no lo dudéis \Poder Político]
La iniquidad y la contradicción están en la ciudad: dia y noche
la iniquidad la rodea y traspasa sus murallas: ¡el dolor pues y la
injusticia habitarán en su seno!!!»
— Y el clero seglar?
— Por lo que hace á los presbíteros Abados, Pi y Savaná con-
tamos con ellos; de los restantes: unos nos han dado noticias
útiles y la inmensa mayoría será burlada.
— Y la nobleza?
— En general se niega á tomar parte; pero la sección en quie-
bra, espera que, por via de infiltración, le toque algún predio
rústico, alguna casa, algún fruto de la tierra, y en el último
caso se contenta con sacudir de sí á acreedores, que aunque no
le importunan, siempre son acreedores, y los acreedores para
los deudores no son bandas de música.
—Y la inmensa Mayoría de la Nación!
— Este cuerpo clásico de la inmortalidad, de la religión, de la
moralidad, de los grandes recuerdos en fio, diserla, está ocupa-
da en la grande y apostólica tarea de oponernos textos de la Bi-
blia, de los Santos Padres, de los Concilios, fulmina excomunio-
nes, censuras, anatemas, etc.; pero ¡ahí para!... no pasa de esce-
nas bíblicas. Y como estas escenas no han de escitar jamás en
nuestros ánimos los sentimientos de que se hallan poseídos los
ánimos de los contrarios, nada ha de obstar para que al través
de sus oraciones, les conduzcamos de ruina eu ruina, y de de-
siertoen desierto. Y qué dianlre? en el brazo izquierdo tenemos
revueltos los harapos de los gritos, blasfemias, carreras y ruidos
de la calle con quien tiene ojeriza la Nación, y nuestras elec-
ciones, comités y asonadas le dicen bien el por qué, y en la de-
recha desenvainada la espada, con la cual damos cuchilladas á
todas partes. Además de que nos honramos con la amistad de
muchos que, si no están con nosotros, -el miedo no les deja de-
clararse contra nosotros.
— Y la clase obrera está lista?
—La parte ocupada eu cofradías, rezos y sacristías, no; pero
la restante, brama. ¡Infeliz! con prestarnos el brazo Ejecutor
cree que vá a cambiar los techos de sus guardillas por los artesones
de algún palacio; mas la Policía tiene instrucciones de que des-
pués de la Ejecución, si le vé eslender la mano ifflts allá de unas
gafas de algún dominico, ó de un breviario de algún franciscano,
ó de una medalla de algún jesuíta, ó recoleto, le ofrezco pan y
abrigo en la cárcel pública, eu remuneración de sus servi-
cios.
—Cómo, qué no miro al Sr. Buque dd Vencimiento entre el
cuerpo Diplomático, dice el Poder Político eslendiendo la vista
sobre la multitud.
— £1 Sr. Buque no no's ha negado la inteligencia y dirección
tan luego como se la hemos reclamado, dijo una voz; pero en
el momento de la ejecución, para conservar el brillo y gracia de
su nobleza, piensa lomar uu baño aromático en su aposento.
— Y la Parle Baja de la Literatura, y la Parte Terrenal de las
Bellas Artes?
— Yédnos aquí, señor Poder Político.
— Lo celebro inliuito, 'hermanos, dice el Poder Político con
galantería; y luego añade: ya yo sé que no deben parecer aquí
los Sres. 1). Filosofismo Incrédulo y D. Protestantismo: pero os
ruego que al verlos, les dirijáis mis cumplimientos sobre su
buena salud.— Por loque hace á la pretensión, retiraos con cer-
teza de que el Poder Político os otorga mas de lo que le pedís. Y
les despide estrechando sucesivamente con bondad la mano de
cada uno de ellos.
Sección XI^'.
Circular.
Ministerio de la )
Guerra. j
«Sr. Gefe Político de. . . .
«El dia dos de Mayo próximo, á las tres de la mañana, las
tuerzas del ejército permanente doblarán las guardias de las
fortalezas y edificios públicos; dispondréis que los cañones sean
cargados de metralla hasta las bocas, y que el cuerpo de arti-
lleros esté al pié con las mechas encendidas.
«A las cinco de la mañana del mismo dia mandareis tocar
generala, y reunida la Milicia Nacional, se situará en secciones
en los contornos de los conventos de frailes, previniendo á los
gefes que impidan toda entrada y salida en la linea de circun-
valación.
«A. las ocho se abrirán estas lineas, y darán pase-franco á
grandes masas de operarios y trabajadores procedentes de las
fábricas, talleres y establecimientos particulares.
«No cree el gobierno deber escitar vuestro patriotismo para
que aparentando querer defender á los frailes y sus conventos,
deis toda clase de estímulos para su destrucción.
«Libertad y Reforma, etc., etc.
«El Min>stro,
Gállis.»
Sección XV.
La Iglesia Intolerante.
Son las seis de la mañana, y después de una noche sin
sueño, el piadoso tañido de una campana distrae á unos reli-
giosos de las meditaciones de duelo en que están embebidos.
Revelan su voz, su fisonomía y su traje una tristeza, que jamás
ha guardado tan armónica consonancia con los poéticos acentos
de Jeremías y de David, á cuya repetición los llama la conmo-
vedora voz del metal.
Las puertas de la basílica están cerradas, y solo una maci-
lenta lámpara, que desde un rincón despide sus tembleteantes
rayos sobre el altar Mayor, deja ver entre tinieblas, proster-
nados al pié de la Divina Eucaristía á unos hombres de cabeza
rasurada y de luenga barba, con sus piés calzados por sanda-
lias, y su vestidura de lana áspera, ceñida con cordón blanco,
que cuelgan en sendos nudos. Oyese salmodiar el Miserere con
voces lamentables, y el «ha demolido su tabernáculo y entregado
al olvido sus fiestas y sus dias de sábado,» del Poeta de Siloé, se
mezcla al canto del salmo penitente, y retumba por el recinto
que en hreve vá á verse cercado del fuego y de puñales asesinos,
y bañado en la sangre de la inocencia y del arrepentimiento.
Dá el reloj la hora fatídica, y la hora es para morirse de es-
panto. No puédela imaginación imaginar cosa mas aterradora
que las blasfemias, y las reconvenciones, y las amenazas, y los
clamores, y los gritos, los aullidos que por todas partes se es-
tienden.
— «¡No nos cobréis desconfianza...! ¡Vamos á asegurar vues-
tro pan....! ¡Abrid, cabezas rasuradas....!» gritan unos furiosos
trabajando terriblemente con trancas, puños y piés para derri-
bar las puertas de la Casa del SeTwrlW
— «¡Quitad allá!....» dice una voz: «mi servicio vá á asegu-
rarme el derecho de propiedad.» Y las puertas ceden á un fusi-
lazo disparado al hueco de la llave.
¡Qué horrorlW...
Desde este momento todo se cubre de una nube muy densa.
Confúndense los ayes y los postrimeros lamentos de los moribun-
dos con el chasquido de las llamas que á todas partes se van
estendiendo.
— «Xó, ¡por Dios!.... ¡no me matéis, que soy novicio!....»
clama un niño con brazos tendidos y puesto de rodillas sobre-
cogido de terror.
«¡Yatya con el perillán!....» gruñe una pantera: «vas á ver
¡estoy ocupado en hacer tu fortuna!....» Y el puñal infame der-
riba al suelo un lirio próximo á esparcir sus fragantes aromas.
— «¡Si fray Serafín no ha muerto!....» grita una voz: «¡vamos
averie!» clama una turba; y precipitándose en una celda: «aquí
está!....» añaden: «¡védle aquí!....» «¡Oh, dice un furioso: ¿ante
el Cristo, la cabeza inclinada en el seno, y de rodillas, en acti-
tud de orar?.... ¡cscelente postura para recibir el bautismo de
sangre!....» Y un hacha se hunde en la frente de un venerable
anciano, que la virtud llama imágen de un santo y la reyla obra
maestra del arte!!!
— «¡Dios mió, salvadme... salvadme!» clama la voz convulsa
de un enfermo cubriéndose con la ropa de su cama, y 'como que-
riendo entrarse en el seno de ella, erizado de espanto.
— «¡Tranquilízate!.... vengo á protegerte!» grita una voz
estentórea. Y el grito que exhala la muerte aplaca la rabia del
monstruo, pero no satisface su sed de sangre.
— ¡Yeneno, veneno, veneno para envenenar al pueblo!....»
clama un fogoso y astuto tribuno mostrando en la mano unas
cenizas. Y «para envenenar al pueblo ¡veneno, veneno, vene-
no!....» llama el pueblo en el frenesí de su furor á las mismas
cenizas de aquellos Mártires, ante cuyos altares prosternado ha
encontrado tantas veces los consuelos que siempre le niegan
los mismos que hoy le instigan!!!
Y vosotros, magníficos espectáculos de los siglos, torres en
los desiertos sin límites, jardines lloridos entre los laberintos que
-.18—
se estienden hasta perderse de vista, minaretes de todas formas,
surcados por los cuatro brazos cardinales del rio del saber, y por
sus incontables arroyos, ¡sí!... vosotros: Miguel Angelo, Rafael,
Alurillo, Agustín, Gerónimo, Ambrosio, Crisóstomo, Bernardo,
Tomás de Aqxdno, Leibnitzi Newton, Linneo, Pascal, Fermat,
Vieta, Erasmo, Mabilton, Lope de Vega, Moliere, fíossuet, Petic-
ión, etc., etc., ¡vosotros todos!... gigantes entre pigmeos, gran-
des pirámides entre las columnas de ladrillo del siglo XIX...
¡levantaos de vuestros féretros, que mees á mi imposible trans-
mitiros la sensación del espectáculo: Entre este templo sin mas
obras que patios y paredones desplomados, y este otTo de acá
cuyas bóvedas se bailan interrumpidas por baber caído muchas
de ellas, y aquel de allá marcado solo por los destrozos que ya-
cen tendidos por el suelo, y aquel de mas lejos cuyo artesonado
forma montones de ruinas solemnes, entre tantas y tan dcsola-
doras escenas: ¡encontrad, si podéis, vuestras obras y vuestros
libros!.... mas ¡ay!... ¡que el desbordamiento de crímenes con-
tra los hombres ha sido también desbordamiento de injurias
contra las artes y las letras, y la libertad, reforma, progreso, ilus-
tración y cultura de los vándalos han hecho á las llamas instru-
mentos de sus odios implacables!!!
Sección XVI.
¡Quién sabe!,.,.
¡Quién sabe, repito yo, si sea la Internacional el brazo de
la cólera de Jehová sobre el Egipto que acabo de pintar! Ello es
que la Internacional dá mucho golpe en la tierra, y el accidente
fatídico con que lo dá, es el mismo de que os sentís acometidos
contra la Iglesia Católica: el furor de la independencia y del robo.
— 19—
Y en verdad os digo: no sé yo cómo salgáis de la congoja en que
os tiene puestos lo robusto de la argumentación internacionalis-
ta. Sean cuales fueren vuestros gestos y crispaturas, ello es cier-
tisimo que si la demanda carece de justicia, seguramente no ca-
rece de lógica. Si no debemos negar la iniquidad del principio,
tampoco nos es licito rechazar la legitimidad de las consecuencias.
La Internacional es plebeya, y como á tal ¿no es posible que se
repita para si aquel adagio plebeyo del que el ladrón que roba
al ladrón gana cien dias de perdón? Meditadlo, poderes consti-
tuidos!....
En efecto: ¿queréis ver lo inflexible de la lógica de la parte
demandante? Yédla aquí.
— El Estado es una sociedad.
—También es sociedad la Iglesia Católica, y la extermináis.
— Debes respetarme como á Gefe supremo de esa sociedad.
—Voy á ser equitativa: contad con los mismos respetos que
Vos guardáis al Romano Pontífice, gefe supremo de la Sociedad
Católica.
—Tengo mis leyes civiles y penales.
— También las tiene la Iglesia Católica; y os burláis de
ellas.
—La ley civil te manda estar obediente al régimen, al ma-
gisterio, al gobierno y á la administración del Estado.
—La ley religiosa os manda también á Tos estar obediente
y sumiso al régimen especial, al magisterio, al gobierno y a la
administración de la Iglesia Católica, y sin embargo vivís en
perpétua rebelión con todas estas cosas.
—Debes obedecer á mis autoridades inferiores como son jue-
ces, gefes políticos, alcaldes, etc.
— Todeis de mi parte significar á estas personas, que cuen-
ten con los mismos respetos que ellas, y Vos guardáis á los ar-
zobispos, obispos, provisores, párrocos, etc.
— No te es licito turbar la paz de mis subditos.
— Tampoco os lo es á Vos el turbar la paz de los legos en su
calidad de fieles de la Iglesia Católica; y sin embargo los po-
néis en tal estrechez, les embarazáis en tal estremo el libre
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ejercicio de sus prácticas religiosas, que os lian de pedir per-
miso para oir misa y confesar.
—Como elegido constitucionalmente, soy el gobernador de
la nación.
—Como elegido canónicamente, también lo es Pió IX de los
Estados Pontificios, y se los habéis arrebatado.
—Respeta las propiedades de mis corporaciones, como son
municipios, juntas de comercio, bancos, sociedades maríti-
mas, etc., etc.
— Les tendré los mismos miramientos que Vos tenéis á las
propiedades de la Iglesia Católica, como son bienes de frailes, y
de monjas, capitales y fundaciones de cabildos, catedrales,
diezmos, primicias, ele, etc.
— Los bienes de mis subditos son sagrados, y respetables sus
intereses.
—Sacratísimos son los intereses de los subditos déla Iglesia
Católica, por cuanto se refieren al espíritu, y los enlodáis; y res-
petabilísimos son sus bienes, y os los sorbéis agrandes tragos
con impuestos y contribuciones injustos.
—Es que todas estas cosas son, en el estado, antiguas.
— Mas antiguas son las cosas de la Iglesia Católica, y jugáis
con ellas.
—Es que la sociedad posee por todos los títulos legítimos de
propiedad.
—Es que deninguno de estos títulos carece la Iglesia Católica.
Ella tiene el título de ocupación, el de accesión, el de prescripción,
el de sucesión, por disposición testamentaria, y el de entregad
tradición en virtud de las obligaciones ó contratos.
En fin, señores Poderes Políticos, ¿tenéis alguna otra cosa
que decir á la Internacional? ¡Hablad!
-ol —
— Os declaramos, señor de Internacional, prosiguen los Pode-
res Constituidos, que estamos muy resueltos á defendernos.
— ¡Bravo! señores Poderes Constituidos. ¡Eso se llama tener
carácter! esclama la Internacional. Pero antes -jue esta idea se
os meta en los cascos, tened presente que yo no tengo necesi-
dad de vosotros para andar mi camino. Si en las tilas de la igle-
sia Católica, á pesar de no seros posible pasar de soldados rasos,
mandáis á los prelados, y ansiáis subir al asalto á la cabeza de
vuestros granaderos hasta la Corte de Roma; no os pasméis: la
Internacional se siente capaz de hacer respetar mejor la disci-
plina. Le habéis enseñado que ella es ei señor del carruaje, y
que vosotros los conduc'orcs, le habéis dicho que ella es sobera-
na: pues bien! señores conductores, señores oficiales, su Mageslad
Soberana rehusa vuestros servicios, y dispone tomar por sí el
mando de sus regimientos, y no confiar ya mas á otros, su espa-
da y su bandera.
Tomad. . . . ahí está esta pluma con que escribo. Pode-
res Políticos: contestad á lo invencible del raciocinio internacio-
nal; yo, en el campo á que han vuestras pasiones trasplantado la
ciencia de gobierno, confieso mi insuficiencia, no encuentro solu-
ción al embrollo.
Sección ^ VII.
Continua el mismo asunto : las Ordenes Religiosas y los Poderes Constituidos,
—¿Qué sois vosotras? dice el Poder Político á las Ordenes Re-
ligiosas.
— Somos unas corporaciones de regulares que hemos hecho
profesión de vivir sujetas á una regla aprobada por la Iglesia
Católica.
— ¡Os proscribo de mis dominios en nombre de la libertad1.
—En nombrede la misma libertad os negamos el derecho de
podernos hacer abandonar estos dominios. Si la libertad cstien-
de su tolerancia hasta aquellos actos de unos ciudadanos que
vulneran en poco, y en mucho, los fueros de la razón y de la
justicia, no tiene derecho de recoger esta tolerancia, en tra-
tándose de los actos de otros ciudadanos que tienden á ha-
cer inflexibles los dictámenes de esta razón, y las leyes de
esta justicia. La libertad no cree deber tomar en conside-
ración los comités, las asociaciones de todas clases, inclusa
la disolución mas espantosa, menos pues debe ver con disgusto
corporaciones de hombres y de mujeres que le pagan mas de lo -
que políticamente le suelen deber.
La libertad es progresista.
—Porque el progreso posee nuestro afecto; por esto, nos
congregamos en el cláustro. La Iglesia Católica dice al hombre:
«Si en los regimientos de mi Milicia Triunfante quieres ser sol-
dado raso, guardamis mandamientos; mas si aspiras á grados su-
periores, guarda no solo mis mandamientos, sino también los con-
sejos del Evangelio. »
Es consejo del Redentor la oración, en común, y á esta oración
para hacer concebir al hombre vehementes deseos üe ejercitar-
la, ofrece su asistencia de una manera especial; nosotras pues
constituyen .lonos en corporaciones, empleamos los medios para
lograr la asistencia prometida por Jesucristo.
Y notad, señor Poder Político, que nosotras éramos antes
que vuestra Sociedad, y aun Vos mismo fueseis, y que toda esa
armazón de sociedades que se apellidan con varios y contrarios
nombres, por mas que la impiedad haya variado el objeto, son
plagios sobre nosotras; han tomado la idea de nuestra conocida
organización.
— ¡Eso es verdaderamente muy fuerte! dice el Poder Político;
pero ni jesuítas, ni dominicos, ni franciscanos, ni ninguna de
vosotras, junta ó separadamente, sois la Iglesia Católica. La.
Iglesia existe sin vosotras
— No acabéis, señor Poder Político... también las ciencias po-
líticas existen sin Vos, el Austria sin Beusl, la Alemania sin
— o3-
Bismarck, la Francia sin Tlüers, la sociedad patriótica de Lon-
dres sin el gabinete Gladstone, y la Italia en fin sin Víctor Ma-
nuel. Mas asi como vuestros amigos políticos os juzgan necesa-
rio á Vos, el partido constitucional de Austria al barón de Beust,
la Alemania á Bimarck, la sociedad patriótica de Londres al
gabinete Gladstone, y los atolondrados de Italia al rey Manuel,
asi mismo la Iglesia Católica nos juzga necesarias á nosotras,
ora para resistir mas cómodamente á las frecuentes coaliciones
que formáis contra ella, ora y principalmente, para preservar
de los escollos á aquellos desgraciados que vuestra perezosa
virtud destierra de vuestra presencia, cuando intentan contaros
sus penas; y también para manifestar á los pontífices del progre-
so, que cuando este es verdadero, lejos de oponerse á él, apre-
cia la utilidad de su benéfica acción, y le ayuda con todo linage
de ejemplos heroicos.
— Tengo necesidad de que me aseguréis de dónde emana ese
derecho de defensa.
—Emana, señor Poder Político, del derecbo natural que tiene
todo católico á que los impíos no bagan un juego de los debe-
res de la criatura para con el Criador. Emana del deber de
cooperar á la unión y dependencia de la Sociedad Católica con
la Santa Sede. Emana de la necesidad permanente que tenemos
los Institutos Religiosos de estar sujetos á una autoridad cons-
tante, bajo la protección del Papa. Emana del derecho que te-
nemos de repeler á aquellas potestades seglares, que nos per-
turban en la posesión de nuestras propiedades, y en el ejercicio
y práctica de nuestras Reglas. Y emana por acabar, de la es-
tricta obligación que tiene todo fiel y toda Orden Religiosa de
oponerse á las pasadas y presentes herejías.
— Mucho quisiera saber que os deben á vosotras ni el indivi-
duo ni la sociedad, dice el Poder Político trémulo de cólera.
—Vamos á llenar hasta tal punto vuestros deseos, responden
las Ordenes Religiosas, que os demosti aremos basta la evidencia:
que si las riquezas son un bien, la sociedad y el individuo, y
los mismo, todos nos debéis los principales bienes de cuya po-
sesión gozáis, y que tan pérfidamente volvéis boy contra noso-
-oí-
tras. Si robar, es tomar prestado sin querer restituir ni pagar,
desde que Antonio en la Tebaida puso la primera piedra de
nuestros edificios, hasta la hora presente, nada bueno existe en
la sociedad moderna, que no tenga de nuestra propiedad, por-
que ó lo hemos criado, ó lo hemos mejorado en mucho.
Cuando después de la irrupción de los Bárbaros, vuestro
destino, Sr. Poder Político, hoy tan contento de vos mismo, era
tal, que el miedo y la impotencia no os dejaban llenar vuestros
mas precisos deberes, nuestra capucha monacal os dijo: «ahí
tienes mis Militares y mis Hospitalarios para pelear contra tus
enemigos, y aliviar las necesidades de tus pueblos.»
Viéndote en esta época, que los fondos productivos que po-
seías, no te alcanzaban para tus gobernados, la caridad y el
amor que te tenemos, nos inspiró la económica idea de criar
los Trinitarios, que comiendo solo legumbres y lacticinios,
dieron un nuevo incremento á tus capitales de reses y ganados,
prnándose por Jesucristo de la parle que les correspondía.
Contemplando en la misma espresada época, que no siem-
pre te era dable el sostener el honor de tus armas contra tus
enemigos, y observando que te era imposible rescatar tus ban-
dadas de prisioneros, instituimos los Mercedarios, que mas in-
trépidos que tú, ora les iban á arrancar de entre las filas con-
trarias, ora pasaban los mares á exigírselos al mismo orgulloso
caudillo de tus enemigos, el Bey de Argel Y nots entre, parén-
tesis, que sus triunfos les conseguían estos pobres páparos, sin
espadas, sin rifles, sin cañones rayados, sin ninguno de estos
instrumentos de que tanto te envaneces; llevaban por todo per-
trecho de guerra, esas armas de fuerza misteriosa, y de que
tanto te mofas: el báculo, e\ rosario y el breviario.
Observando, sin ser indulgentes, que las inclinaciones de
la naturaleza exaltan y ciegan á algunas de tus mujeres, y que
llegado este caso tú para dominar el corazón no presentas mas
que discursos inútiles c inmundos rincones de cárceles, noso-
tras mas patriotas que tú, sin hablar de patriotismo, hemos ins-
tituido la Orden de Beligiosas Penitentes, en donde el peca-
do, que lú apellidas flaqueza, encuentra unas considerado-
ncs y miramientos que tu filantropía jamás le dispensa.
Observando que la libertad dada al pueblo por Nuestro
Señor Jesucristo es la «facultad dada por el mismo Soberano Se-
ñor á cada cual de poder ser todo lo que pueda ser,» y obser-
vando así mismo que esta facultad queda amortiguada sin las
luces necesarias, liemos fundado la Orden de Escuelas Pias, en
donde se enseñan los rudimentos de las ciencias.
Guiados por el mismo principio, observando que algunas
inteligencias son susceptibles de superior desarrollo, hemos
criado las Ordenes de Jesuítas y de San Vicente de Paul.
Viendo que las riquezas del saber se encierran casi en su to-
talidad en archivos y en bibliotecas numerosísimas, y que por
otra parte están escritas en el papiro y el pergamino, y en len-
guas y dialectos nada comunes, hemos iustituido la Orden de Be-
nedictinos.
Viendo que la riqueza nacional es la suma de todas las ri-
quezas particulares, hemos desmontado bosques, cavado desier-
tos, abierto caminos, carreteras, construido puentes, canalizado
rios, levantado casas, fabricado templos, y hasta para que os
vistieseis con lujo, hemos ido á la China, y dentro un báculo de
caña, os hemos traído el gusano que produce la seda.
Como entre los romanos el nombre de eslranjero equivalía
a\ de enemigo, y entre nosotras equivale al de hermano, y ade-
más antes que vosotros entendimos, que el comercio es uno de los
agentes naturales en las obras de la ilustración y del bienestar de
'os pueblos, viendo que los desiertos y los ejércitos de salteado-
res le eran en su niñez un obstáculo insuperable, salvamos to-
dos estos inconvenientes, fundando la Orden de los Peregrinos',
y viendo lo pesado de la tarea, nos desparramamos todas por
los caminos, bosques y páramos, y trepamos hasta los Alpes
en donde hasta á los perros hicimos servir á la obra de la Civi-
lización Moderna.
Mas observando al hombre con todo el interés que su estu-
dio merece, vemos que enferma por último, que agoniza y muere.
Pues para que le cuide en su enfermedad tenemos á la hermana
de la Caridad, para cuando agoniza al Hermano Agonizante, y
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para que después de muerto no quede espuesto á las injurias
de las bestias, tenemos al Hermano Enterrador.
Por esta reducida pintura de nuestra vida, podéis SeTwr Po-
der Político, vislumbrar por lo menos, la inmensa responsabili-
dad que pesa sobre Vos y amigos, por esa infinita innumerable
multitud de ideas falsas, que hacéis circular en el vulgo, con
respecto á nuestro oscurantismo, senilismo y tiranía sobre los
grandes intereses de la sociedad.
Sección XVIII.
Continua el mismo asunto.
— Ciertamente que vuestro afecto parece sincero, responde el
Poder Político; pero ¿cómo queréis que acaricie actualmente Yo
vuestros deseos, cuando tengo delante de los ojos una realidad
terrible, inexorable como es la corrupción de la Iglesia Católica
en la persona de sus ministros?
Aquí, al terminar estas palabras el Poder Político, suenan
repentinamente por los aires músicas augustas, y entre himnos
cuyas melodías deben probarse para sentirse, y entre ecos ar-
mónicos y suavísimos que difunden las voces de ((¡Santa, San-
ta, Santa!....» bañada en una blanquísima luz suavizada por
una especie de esplendor celeste, aparece una Mujer, que es jo-
ven, y sin embargo deja ver que su nacimiento ha precedido al
de muchísimas generaciones de hombres. Dá esta matrona una
tierna mirada á las Ordenes Religiosas, y luego tomando una ac-
titud magestuosa, dice que en calidad de Iglesia Católica que
— 57 —
es, á ella corresponde la solución del propuesto reparo, y es-
clama:
— ¡Insano!... el Templo ácJcrusalcn arde, nó antes, sino des-
pués que el Capitolio es incendiado
Yo soy inmaculada, y al criarme el que me formó, como pa-
ra que en ningún tiempo se dudara de mi integridad y pureza,
egecuta la obra con tal miramiento, que á nadie la encomienda,
sino que El por sí mismo la levanta. «Tú eres Pedro, dice y so-
bre esta piedra edificaré, no dice edifica tú, ni edificad vosotros,
sino Edificaré, es decir: Yo, sin intervención estraña, levanto
Mi Iglesia.» Jesucristo Nuestro Señor, mi soberano artífice, está
tan plenamente despojado del mal, que solo él ha podido pregun-
tar, «¿qvién me argüirá de pecado?» y está tan apartado en la
gobernación de las cosas y en todo del desorden, de todo lo que
puede constituir preocupación, engaño y equivocación, que so-
lo él ha podido decir, «¿quién me argüirá de error?» Yo pues
soy Verdad y Bondad sumas, tanto por razón de origen, como
por razón de vida. «Mi Iglesia» me llama el JJijo del Hombre,
nó Iglesia de este, ni de aquel sino Suya. La que es pues edifica-
da por Dios, y que de solo Dios es patrimonio, necesariamente
afirma, todo lo que Dios afirma, que es la verdad, y quiere,
todo lo que Dios quiere, que es el bien, y condena, todo lo que
Dios condena, que es el error, como quiera que vive perpétua-
mente asociada ála Infabilidad, y gloriosamenteunida á la Bon-
dad. Yo existo independientemente de la voluntad humana, y nin-
guno de los irsSTituHi-NTOS deque me sirvo, mas que se llamara
papa, y ninguno de los furiosos que me persiguen, mas que se
apellide Víctor Manuel, me quitarán Jaméis mis escelencias, ni
las soberanas armonías que ha puesto en mí mi Hacedor, y Na-
die variará Jamás mis afirmaciones, y Nadie mudará Jamás mis
negaciones; y el término de mis afirmaciones será perpéluamente
el bien, y el término de mis negaciones será perpéluamente el
mal. Y jamás será, lo que nunca ha sido: que mis resplandores
les envuelva el mundo, entrando en tratos y alianzas con sus
absurdos y fines infernales. Esto sentado, voy á responder al
cargo.
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Los hombres son los instrumentos que me sirven en el au-
gusto ejercicio de mis sagradas funciones. Estos los tomo de tu
sociedad, les labro, les pulo, les sujeto á un régimen sistemáti-
co, y juntos, constituyen el cuerpo de mis Operarios. Si estos
hombres, estos instrumentos me los fabricas tú, mas bien para
el lujo que parala producción, mas bien para el vicio que para
la virtud, y el ti abajo de ellos no dá derechos mas que
para el menosprecio, este menosprecio te corresponde á tí,
nó á Mí. Al conferir mis sagradas órdenes al individuo, no
destruyo el hombre, destruyo en él la utilidad terrena que la so-
ciedad civil ha formado, le doy una utilidad divina, y le decoro
con un valor que no tenia, en honra de Dios y en bien de los
prójimos.
Aunque son diferentes las situaciones en que nos encontra-
mos en la conservación del individuo, de la familia y de la so-
ciedad, Dios al invocarme á Mí, no te olvida á Ti. Si la Pro-
videncia me ha hecbo á mí base del orden, á tí le ha hecho
auxiliar Si Jo soy cimiento, tu eres pared. Si Tú, pues, pene-
trado profundamente de estas gracias que Dios te dispensa, lé-
jos de ensoberbecerte y de sublevarte, hubieses conservádote
adherido á Mí, ya reprimiendo los vicios, ya no fomentando las
causas que conducen á la pérdida de la fé, entre las cuales de-
bes contar tus duras invectivas contra Mí y el haberme arreba-
tado el magisterio de la enseñanza, el valor de mis ministros fue-
ra tan limpio, que seguramente no verías en él mas eclipses,
que las inevitables á los hijos de Adán, confortados por el Santo
Espíritu. El hombre es un compuesto de alma y de cuerpo,
el cuerpo, y el alma necesitan armonía, esta armonía es el re-
sultado de dos causas: de los argumentos al alma y de la mo-
ción al cuerpo. Lo primero me esta encomendado á Mí, lo se-
gundo á Tí. Yo y Tú juntos en uno ocupamos al hombre ente-
ro, le llenamos todo. Mas separados, el hombre llaquea, porque
mas que no le falte Yo que soy la luz, le faltas Tú que eres el
impulso, el freno-
Y á pesar de tus perdurables imprudencias y de tu eterna
poca cautela, debo decirte: que los hombres malos que recibo
-:;o~
de Ti, no Ies malogran mis sagradas órdenes, los mejoran, y Ios-
buenos que me das, los levantan hasta la grandiosidad del he-
roísmo. Testigos la historia y la experiencia de cada dia.
Ahora, pues, concedida la defectuosidad en algunos de mis
operarios, le digo: que para que me la puedas adjudicar legíti-
mamente, dehes probar: que mi religión y mi moral, ó una de las
dos, es, ó son las causas que las promueven, lo que te es, y eter-
namente te ha sido y te sera Imposible!. Cuya imposibilidad . en
tratándose de Tí, desaparece hasta el punto de demostrarse tan
perfecta como matemáticamente que Tú falseas tus deberes has-
ta el estremo de ser el Espíritu malo que atormenta al mundo
actual.
Tampoco debemos concluir que sea defectuoso lodo opera-
rio, que Tú apellidas así, pues en los momentos de estremeci-
miento y en los accesos de frenesí que le agitan, suele aconte-
cer que al operario que Tú levantas, Tole abato; y al que Tú
abates, Yo le levanto, porque en 31 i no varia el criterio de las
acciones ni ningún otro de mis criterios.
No es necesario talento ninguno para corromper á los indi—
divídaos y á la sociedad; pero es menester un tacto encumbra-
do para fecundarlos de un modo que haga renacer el valor de
que los despojó el pecado de Adán. A los auxilios de la gracia,
es preciso juntar el apoyo de la ra?on para domar las pasiones
sublevadas. Proclamando la omnipotencia de estas pasiones, me
has expulsado de los colegios, de las universidades, en las es-
cuelas me concedes mezquino lugar, y tus manejos innobles, tu
conducta pequeña me tiene cautiva hasta en mis mismos semi-
narios. Esta lucha penosa, esta lucha terrible, esta lucha llena
de azares me ha creado una vacilante situación, que agravada
por mis apremiantes necesidades, me priva del reposo del tra-
bajo, y acaso me arraslran al impulso del momento, y de ahí na-
ce que esas mis órdenes conferidas como avergonzadas de salir
en público, burlan una que otra vez mi vigilancia, y presentan
á mí misma, á la familia y la sociedad unos desagradables
resarcimientos, de queso/o á tu política recelosa y opresiva somos
deudores. Sobre cuyos gravísimos daños, estoy muy lejos de
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disputar. supuesto que ellos perpetúan en el mundo los escán-
dalos, y contribuyen á su disolución.
Por donde resulla que los operarios de quienes te quejas,
son hechuras tuyas, no mias.
Actualmente estás dando ¡Poder Político! una muestra de
estas verdades que acabo de enunciar, que por su descomunal
grandor, á la vista de nadie puedes ocultar. Ese trastornador de
todas las cosas y de todos los hombres, á quien apellidas Reí/ de
Italia, este apóstata, digo, mas quesea solapadamente, se nie-
ga á la libertad de la elección de futuro Pontífice, y quiere que
la Iglesia Católica sea, lo que él dice que es, y nó una cosa di -
ferente.
Supóngase, pues, que los Cardenales, sobrecogidos de la
angustia y del terror en que los ha puesto, eligen un Papa que
no acepta las soluciones puramente católicas, en la resolución
de los pavorosos problemas, que puede dejar pendientes el már-
tir Pió IX., ¿seré Tola responsable de los cargos que resulten,
cuando estropeas mi oficio, cuando con la punta de tus bayone-
tas rasgas mis vestiduras en lo que tienen de mas esencial, de
mas íntimo, de mas magnífico el conjunto de mis magnificen-
cias, cual es la elección del sucesor de Pedro!....
Y por último, ¿quién sino yo puede gloriarse de conocer en
toda su extensión lo que prescribe la santidad de la religión y
moral evangélicas en contra las pasiones? ¿Por q.é pues con
tus malhadados recursos de protección y de fuerza escapas de
mis manos á culpables, dejándoles campear libremente? ¿Por
qué en los juicios contra mis malos obreros, no me dejas el ter-
reno sin combatir? Si existen ministros mios que llevados de la
liviandad de corazón, perturban al individuo y á la familia,
¿porqué llevas á mal que me declare en contra de los actos que
inducen á estas perturbaciones? En las luchas con las pasiones
tu impotencia es notoria, y yo abundo en medios eficacísimos
para obrar sobre el hombre entero, y señorearle.
Me llamáis reina, y me habéis puesto unos grillos y espo-
sas tan pesados, que me tienen el cuerpo lleno de cicatrices!!!
—61—
Sección X.IIXL.
Término del asunto.
— ¿Y qué utilidad podría sacar yo hoy délas Ordenes Religio-
sas'! dice el Poder Político.
— Yo te diré, respóndela Iglesia Católica. En primer lugar, la
utilidad que puedes sacar de los Institutos Religiosos, es que ta
sociedad que te está encomendada goce de mejor salud. Cada una
de mis comunidades poséeun Arte de Curar ciertas enfermedades
del ala a, y el curar estas enfermedades, es mejorar notable-
mente la suerte de los pueblos.
Los ejemplos de virtud, producen siempre una impresión
favorable aun en el ánimo de la corrupción misma, y esta im-
presión adquiere en profundidad, lo que los ejemplos adquie-
ren en duración: la vida de una institución religiosa es mas lar-
ga que la de las individualidades, y por consiguiente con estas
corporaciones queda la sociedad menos espuesta á carecer de
modelos que la esciten.
Las Ordenes Religiosas disminuyen tus desvelos. Dos naci-
mientos son dos vidas que ocupan dos lugares en el cuerpo po-
lítico, y descartándote de una, tus atenciones son menores. Es-
ta sola reflexión hecha en Europa, antes de la destrucción de
los conventos, pudo salvarla de la terribilísima crisis porque
atraviesa actualmente.
Las revoluciones son menos frecuentes. Diversos vínculos, y
mutuas necesidades relacionan á los monasterios y conventos
con pueblos y ciudades enteras: vínculos de familia, vínculos
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de amistad, vínculos de madre, vínculos de padre, vínculos de
parentesco; necesidades de luces, necesidades de esperiencia,
necesidades de capacidad, necesidades de consuelos y necesida-
des de socorros, y todo este conjunto de correspondencias dá por
resultado la moderación, la paciencia en soportar penas mora-
les, igualmente que dolores y contratiempos físicos. Cuesta me-
nos sacrificios á los afanes de la autoridad el conservar la paz
entre las muchedumbres que entran y salen de los templos, que
entre las muchedumbres que entran y salen de los clubs.
Toda idea grande tiende á realizarse en una institución. Los
bienhechores de la humanidad son los que han revelado al mun.
do este sólido cimiento, de que tanto abusan los perturbadores
del dia. Si Pedro de Betancourt no hubiese personificado su cari-
dad en la Orden de Belhleemilas, esta caridad nunca hubiera sa-
lido de Guatemala, para ir á buscar á los desgraciados en el fon-
do de las minas de Me'gicoy del Perú. Los niños expósitos y los
enfermos y los jóvenes de la América, de la Europa, del mundo
entero, ignorarían boy el amor que les tuvo Vicente de Paul, si
este amor no le hubiese vaciado en las instituciones que Ucean su
nombre y apellido.
Los Institutos Religiosos además de ser grandes centros de
religión y de moralidad, son también grandes centros de ilustra-
ción y de civilización y de cultura. Los grandes cerebros que sur-
jen de ellos, son medallas acuñadas en memoria de esta verdad.
Como que las ciencias en los actos de sus partos solemnes gus-
tan del retiro. Los bombres mas doctos, visten hábitos religio-
sos. Y reina en ellos tal calidad, que envían al mundo unas ri-
quezas de que no gozan.
Hoy parece que no le gustan mucho al mundo los jesuítas
ni frailes; pero ni á unos ni á otros les quita el mundo el que
queden sus doctores. Los revolucionarios españoles si algo quie-
ren decir de su historia, tienen que consultar con el valiente
cuadro que de ella les ha trazado el pincel del Jesuíta Mariana.
La Rusia sin la cogulla de Néstor ignoraría de dónde salió. Si á
los moradores de los continentes americanos los frailes no les
hubiesen contado su historia, los países en donde viven les fue-
—63—
ran poco meaos que tierra incógnita,-^ si no les hubiesen enseña-
do las ciencias, puede ser que ni supieran leerrú escribir. La Gran
Bretaña no se ha eximido de un viaje á Roma; en donde ha em-
pleado al sabio Mar ¡ni para que le diga quién es ella. Sin los
reverendos frailes Mabillon, Marlene, Labal, Calmet, Acltenji
Bonquet y Monlfaucon, no creo que nadie se hubiese atrevido á
escribir de historia. Sin Fray Alcuino no se hubieran educado
Abelardo, Amoyol, Boileau y otros infinitos. Y ¡.qué diré de esos
picaros jesuítas: Bordaleau, Gresset, Parennin, Noel, Mcúns-
bourg, Larue, Zech, Sanadon, Sirmod, Mnriel, etc., etc., á
quienes es preciso estudiar para saber algo bueno de política*
de administración, de teatro, de poesía, de periodismo, de ma-
temáticas, de mecánica, de jurisprudencia americana, de todo
en fin? Mas siempre tienen los oscurantistas frailes y los retró-
grados jesuítas motivos de estar satisfechos de sus progresistas é
ilustrados enemigos; su libre é indagador pensamiento, aun cuando
detesta sus personas, no desdeña escuchar sus conferencias ni ir
á beber en sus libros.
Esta especie de elección, Beverendos Padres, que con pre-
ferencia á otros, hacen los serviles esclavos de Juan Jacobo, de
Diderot, dl Alemberi y de Voltaire de vuestras fatigas, de vues-
tros trabajos y sudores, os dá toda especie de superioridad so-
bre el patriotismo, y el gusto, y la ilustración de los mismos.
Tales, pues, son las riquezas, Sr. Poder Político, que te
ofrecen mis Ordenes Beligiosas, siempre que tú mismo no en-
tiendas la política y la religión de un modo incoherente. Siempre
que no abuses de tu posición, como por desgracia, tienes siem-
pre demasiada inclinación á hacerlo.
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Sección XX.
Pablo, el Libertador.
En una callejuela sucia y sin empedrar, hay una casa vieja
y dentro de una oscura pieza de esta casa, única que constitu-
ye la choza, sobre unos trapos tendidos en un suelo desigual,
yace una muger cuyas facciones revelan una grave enfermedad.
Cinco hi jos macilentos, descalzos, y apenas cubiertos de andra-
jos, rodean á la enferma. Pablo, su marido, sentado junto á ella
cubierto el rostro con ambas manos, exhala una especie de mu-
gido.
— ¡Tenemos hambre, madre!.... claman á la vez las cinco
criaturas con un acento que desgarra el corazón.
— ¡Hoy es el dia, esclama Pablo con desesperación, y levan-
tándose súbitamente: hoy es el dia en que esos pérfidos del
Marqués del Vencimiento, y de Ateo, Impío, Pretendiente y com-
parsa obtendrán lo que la venganza exige de mí!....
—¿Ya ves, Pablo?.... repone la enferma con voz apagada: Yo
conocía que nos amenazaba una gran desgracia. Tu te ponías
furioso cuando te contaba los rumores poco favorables sobre
esos señores; cuando te observaba que no te buscaban por moti-
vos frivolos.... Recuerda que el día que acarón á los padres, le
lecia yo que no salieras á La calle, que no tomaras participio.. .
te pregunté cual era tu proyecto, y me disfrazaste la verdad....
—¿Cómo te la pude disfrazar, ¡mujer! cuando yo mismo la ig-
noraba? interrumpe Pablo mohíno. Además, añade: aunque ten-
go confianza en tí, me juramentaron, y nopodia decírtelo todo.
— ¡Pues bien!... continúa la enferma con acento de amargura:
esta enfermedad que hoy me tiene postrada, Pablo, me ha dado
ya muchas veces, y tú sabes que con una visita á San Francis-
co, volvíamos siempre á esta casa con algunos pesos, y alguna
recomendación para alguna señora, ó señor, que nos daba p*or
resultado los ausilios necesarios para curarme, para comer tú y
nuestras criaturas, y para vestirnos todos. Hoy... hoy... ¡pobres
mis criaturas!.... ¡Dios mió, Dios mió, por piedad no las maldi-
gáis, ellas son inocentes.... á nosotros nos toca sufrir el casti-
go!.... grita la enferma volviendo la cabeza y levantando los
brazos a/ cielo en actitud de plegaria.
—Te protesto, mujer, clama Pablo frenéticamente, que este
ayuno prolongado tiene por término un patíbulo, pero no será
antes de que acabe con tanto picaro.
— Ten prudencia, Pablo, dice la mujer, acaso si ocurres á
esos señores....
—¿Qué?.... interrumpe Pablo: voy á contártelo, porque, al
fin y al cabo, todo el mundo lo sabe. Yo y Garrapa, el zapatero,
somos los autores quizás de todo el delito, y.... ¡es para encen-
derse en cólera! al maestro le tienen en cadena por diez años
por no sé qué cuchara de plata, que me cuenta no se robó él,
sino Don Impío, al paso que ayer por poco me juntan con él,
porque al salir incurrí en el crimen de ir al Gobierno á reclamar
algo de las ofertas. Salí, y todavía en paz y cortesía vi al Mar-
qués, al señor Pretendiente, al señor Pasión, y al señor Orgullo,
y olvidados de los mil mimos que me hacían cuando me habían
menester, el que mejor respuesta me dá es la de «\consuelate
con otro!»— Con qué.... ¡veremos!
—66—
Sección XXI.
Conclusión de esle capítulo segundo: Anselmo, el Libertador, y Don Pretendiente,
comprador de los llamados «Bienes Nacionales,))
—En efecto, Señor Anselmo, dice D. Pretendiente á un labra-
dor que en su despacho y en pié le escucha con sumisión reve-
rente; sois del estado llano, y no tenéis como yo ejecutaría: pero
la Constitución lo iguala lodo. Ella dice: «Art. 1.° Los ciudada-
nos sonirjuales ante la ley.» Y si la igualdad la gozamos todos,
¿con cuanta mayor razón la debéis gozar, vos que hasta de lo
mas preciso os habéis despojado por amor á la Libertad de
que disfrutamos?
—Señor, y vaya sin jactancia, á lo menos en el degüello de
os frailes y litigios con la Iglesia, be dado muestras de saber mi
obligación.
— ¿Habéis comprado alguna (inca?
—¿Yo?.... sobre que no tengo para sopas, el hilo está en que
no entiendo jola de treces ni catorces. — Mas el tiempo corre: us-
ted sabe, seTwr Don Pretendiente, que yo aborrecía á los frailes
—07—
y á los cabildos catedrales, pero que esto no implica el que me
llevase bien con todos....
— En efecto.... (¿Qué embajada será esta'?)
— ¡Pues bien! estos señores hasta la fecha me han suminis-
trado fondos para fomentar la labranza, unos al tres, y otros al
seis por ciento anual; mas hoy, como veis, unos no existen, y
otros han quedado sin un centavo, por lo cual no dudo que Vue-
cencia, cuyo patriotismo es notorio, contribuirá gustoso á la pros-
peridad de mi industria, abonándole, se entiende, el mismo in-
terés.
— Ni aun mayor que fuera, señor Anselmo, responde D. Pre-
tendiente, os prestaría. Llevo tan en orden mis principios de Ii-
beitad, que mi bolsillo jamás lo ligo con ningún otro bolsillo.
— Pero.... señor, yo no puedo creer que Vuecencia no me vea
con consideración, á mi que entre otras cosas, tanto le hé ayu-
dado en la adquisición de esas casas y haciendas de los frailes, que
hoy le constituyen uno délos hombres mas poderosos de la Na-
ción.
—En efecto, señor Anselmo, tengo motivos para estar satisfe-
cho de mis progresos; pero de esto uo se sigue que me conside-
re obligado á repartirles con vos. Y si habéis contribuido en la
supresión de las Ordenes Religiosas, tampoco os habéis quedado
sin compensación, supuesto que la libertad prolonga la duración
de la vida.
— Yo creo que me la va á quitar, dice el señor Anselmo con
humor cetrino.... Válgame Dios!.... yo mismo he contribuido á
la destrucción y ruina de mis bienhechores, y me he quedado
sin medios para trabajar mis tierras. . Hágame Usted la fineza!..
— Señor Anselmo, dice D. Pretendiente, levantándose y como
despidiéndole: mucho interés me inspira vuestra situación; pero
desde luego os repito que no os presto.
— ¡Me suicido!....
—¡Señor Anselmo].... dice D. Pretendiente en tono resuelto
é indicándole la puerta del despacho: ¡salid!.... no estoy con
humor de sufrirá nadie!
(Como no vuel vas, ¡mas que te lleven los diablos!)
-68—
A pocos días de esta escena, se lee en el «Boletín Oficial» el
siguiente aviso: «Se saca á pública subasta la heredad del señor
Anselmo Ford por falta de pago á sus acreedores.»
CAPITULO TERCERO.
Escelencias del Error.
Descritas en el Capítulo anterior los miasmas letales que
marchitan la Flor de la elocuencia española, sigamos oyendo los
estragos que causa al huir de las luces que la atraen y al preci-
pitarse en las tinieblas que la envuelven.
«Las ideas mas necesarias á la conciencia,» dice el Sr. Cas-
telar, «brotan bajo el abono del error, como las plantas masnece-
«sarias á la vida brotan bajo el abono del estiércol. La filosofía
«griega, el cristianismo, el renacimiento, la revolución moderna
»han nacido, siendo las revoluciones mas luminosas de la huma-
nidad, entre espesas sombras de errores.»
De este razonamiento saco yo en nombre del Sr. Castelar las
siguientes consecuencias:
1. a Que el conocimiento de Dios, de los hechos y revelacio-
nes del orden religioso, de los hechos y acontecimientos socia-
les, de las leyes que obligan la razón y el libre albedrio, y el de
aquellas otras necesarias que rigen el universo, es decir que los
conocimientos religiosos, sociales, morales' y naturales nc son
contradictorios con el error, sino que se suponen mutuamente
y se resuelven los primeros en el segundo, como se resuelve
el estiércol en las plantas.
2. a Que del mismo modo y por la misma razón el cristia-
nismo y el renacimiento y el error no viven en guerra irre-
-70-
vocable, sino que subsisten en armonía, como la planta y el
abono. • '
Y 3.a Que el principio constituí 'ro del bien, depende del
principio constitutivo del mal, que las propiedades y relaciones
de amhos seres están ligadas, y por tanto que no hay masque un
ser con existencia moral: lo que despojado de las formas miste-
riosas del lenguaje tiene por término la resureccion gloriosa de
Spinosa, el Panteísmo.
Vamos á ver ahora si estos delirios tan opuestos á la razón
quedan realmente probados por el Sr. Cas te lar con los sucesos
históricos en que les apoya. . i
El Cristianismo aparece en tiempo de Augusto, es decir, en
el principio del Imperio romano y en el principio de la irrup-
ción de los Bárbaros. Mas de que el Cristianismo se deje ver
entre dos razas de pueblos que son las manifestaciones supre-
mas de todos los errores, ¿será lógica la consecuencia de que la
manera de ser del Cristianismo dala de la manera de ser de
Grecia y Roma, y que la manera de ser con que quiso Nuestro
SeTwr Jesucristo que fuera el Cristianismo cuando le formó, con-
fúndese con la manera de ser del politeísmo, y del paganismo
centros de todos los absurdos? De la existencia ¿es lícito inferir
la dependencia! Porque los señores Alonso Martínez, Cánovas, y
Castelar existen simultáneamente en el Congreso español, ¿pode-
mos afirmar que el uno brota del otro '!
¿Qué nos dice la historia acerca de la actitud del Cristia-
nismo entre los rugidos del pueblo romano y las tempestades
del pueblo bárbaro? Que el Cristianismo se declara libre, que se
niega á ser materia de apropiación para unos y para otros, que
á ambos Ies declara la guerra, y que después de descomunal
batalla, venciendo á paganos y venciendo á bárbaros, los sojuz
ga á todos y los transforma en el ser que da origen á las nacio-
nes modernas. Por donde podéis ver, Sr. Castelar, como vuestras
espesas sombras de errores no son auxiliares, y menos causas del
Cristianismo, sino enemigos gloriosamente uncidos al carro de
su triunfo. Las falsas religiones, las falsas morales y las falsas
doctrinas filosóficas entre quienes vé mi compatriota orador on-
dalarel lábaro del Dios vivo, no nos las presenta la Historia
como reliquias al lado délas de San Pedro y San Pablm, sino
como árboles derribados en la vasta ostensión de los desiertos,
que anuncian los prodigios de la industria divina, como ruinas
caídas á sus piés.
Tampoco vienen caracterizadas por la Historia en las espe-
sas sombras de errores del Sr. Castelar las magni licencias del
Renacimiento. Fijas siempre las miradas del Anacarsis español
en la revolución republicana de Grecia, henchido su numen del
vano saber adquirido en aquellas escuelas y en la de les huesos
de los enciclopedistas del siglo XVIII. , recubierlos actualmente
con piel blanda y colorada, sigue con su gravitación el movi-
miento de todos aquellos espíritus, llevando á .España opinio-
nes é instituciones estranjeras, de cuyas excelencias da testi-
monio el primer acto ensayado en los incendios y víctimas ha-
cinadas nuevamente en París.
El Renacimiento es hijo del Cristianismo. El cuerpo gra-
vita siempre hácia donde gravita el espíritu. Si el espíritu es
griego, el cuerpo es griego; si el espíritu es romano, el
cuerpo es romano, y si el espíritu es francés, el cuerpo lo
es tamhien; y si el espíritu es un monstruo formado de lodos
los retazos, el cuerpo es este mismo monstruo: testigo la época
presente. Esta época lo transpira lodo, menos verdad. Esta época
hace estudio de halagar todos los errores capitales por mas que
manifiestamente se desvien del camino de la civilización. Si in-
dividualidades de esta época no se sintieran vivísimamente mo-
vidas por las armónicas y eternas leyes católicas, fuera inferior á
la Grecia dePitágoras y á la Roma de Bruto: fuera la Inglaterra
de Cromrvellyh Francia de Robespierre. Todos los gobiernos s¿-
cularizados son como Menandro, sus generales como Pausanías,
y sus tropas como las persas, que pierden en la historia su
nombre propio, y loma el primero el de monstruo, el segundo
el de jactancioso y venctuor de su patria, y los últimos el de
traficadores con sus conciencias vendiéndolas al mas impío.
Vencidos los dioses paganos por el Cristianismo, son á la vez
vencidos los romanos por los bárbaros, y los bárbaros vencedo-
res, son poco á poco desprendidos por el Cristianismo de los
errores* de Odin y de Ilencerus, hasta ponerlos en definitiva en
el camino derecho, y bajo sus órdenes. Convertidos los bárba-
ros al Cristianismo, el Cristianismo hace sentir al mundo las
manifestaciones solemnes de la razón suprema que está en él.
Estas manifestaciones son la condenación radical de todas las
teorías absurdas y la condenación completa de todas las ideas
contradictorias y de todos los usos y costumbres corrompidas.
Con e6tas consideraciones queda señalado por el Cristianismo en
el mundo, á cada idea su palabra, á cada palabra su nombre,
y cada nombre su cosa, y á cada cosa su término. Y la
única cosa que no entra en posesión de su verdadero vocablo,
es la cosa espresada bajo la voz de Renacimiento. Si el saber es
la verdad, y la verdad está en huir del error para ir á dar en
Dios, el término Renacimiento es liviano, á fuer de incompleto:
en la edad media las letras no renacieron, sino que nacieron, la
verdadera ciencia ha sido creada por Dios sobre la tierra, y lo
que se apellida Renacimiento, viniendo como viene á ser el cen-
tro de la verdadera civilización y cultura, debe llamarse Naci-
miento.
Ningún inconveniente veo yo en afirmar que la Iglesia Ca-
tólica, conociendo como conoce, este corazón humano de suyo
tan bramador, y de sí tan turbulentísimo, debió de restringir al-
gún tanto los altos dones que le son propios, recogiendo el gran
círculo que trazó al bárbaro con su dedo, y dejando á cierlos y
ciertos manuscritos y volúmenes sometidos al destino de la des-
trucción, adherido álos instintos de los soldados de Atila y de
Alarico. Yo no considero á los revolucionarios modernos de
cerebros tan completos, de tan buenas prendas, que sin los ori-
ginales de Grecia y Roma, no tuviesen muchísimas imperfec-
ciones. Y si no se quiere tanto rigor, bastaba que esos monges
benedictinos y esos otros frailes tiranos no se hubiesen ocupado
en trasladar, en verter en los idiomas modernos todas aquellas
riquezas de que tanto se abusa. A pesar de nuestro profundo sa-
ber actual, no vacilo en afirmar que nt yo católico, y ni el Se-
ñor Castclar, y ni la generalidad de revolucionarios, sabemos
—73—
componer un miserable retazo en hebreo, en griego y aun en
latín, sin amontonar vocablos cuyo sentido nadie puede desci-
frar. Mas como quiera que la metempsícosis griega, romana y
francesa milita en favor del tiempo presente, parece necesario,
si no se quiere el caos, una segunda transmigración, que á ma-
nera del círculo de Pitágoras, se recoja el estremo prevarica-
dor, y mas que sea baciendo un esfuerzo, invoquemos á Dios,
único que apareciendo, hará sin obstáculos el milagro de arran-
car de los pechos el ateísmo, inundándoles de las ondas fortifi-
cantes de la gracia.
Entre las instituciones contra quienes contiende hoy el
Sr. Castelar, á la que verdaderamente corresponde un honor
sempiterno por el Nacimiento, es á la nobleza. Este honorable
cuerpo prestó eminentísimos servicios al desarrollo de los dere-
chos de las libertades de los hombres, bajo la subordinación de
la Iglesia Católica. La nobleza, por mas que se venga evange-
lizando guerra á ella, claman las elocuentísimas páginas déla
Historia, que por su parte en las glorias pasadas, merece parte
en las glorias futuras Ella es el instrumento de que la Iglesia
se sirvió para mostrar en los siglos venideros las abundantísi-
mas riquezas de los méritos de Jesucristo Nuestro Señor sobre
nosotros. Derogando con su espíritu de caballería la ley romana
de esclavos y señores, derogada por los preceptos del Evangelio,
en sí misma formó esclavos y señores, mató enemistades, y des
hizo la pared intermedia de la cerca, convirtiendo en siervo al
esclavo romano, vistiéndole de soldado, y llevándole á sus cam-
pamentos, en los cuales le borró gradualmente las señales de
sus pasadas cadenas, según su destreza é iuslruccion, en los
movimientos del manejo del arma en marchas, encuentros, ba-
tallas y evoluciones. Por donde conforme á la determinación
de Dios, fueron sucesivamente notificadas al mundo las magni-
ficencias del hombre en el orden de la naturaleza y de la gracia.
Fáciles alucinar á los incautos declamando enfáticamente
contra la ambición de la Iglesia, la tiranía de los papas y la per-
versidad de la nobleza. ¿Qué cosa mas sencilla que presentarse
al pueblo guiado por las pasiones que son el símbolo de él, y
10
-74-
haciendo resonar en su oido las palabras de democracia, de
igualdad, de tiranía, de despotismo, y de ricos y pobres, apode-
rarse de Atenas cual otro Pisistrato? Gordos, lloridos, bizarros,
elocuentes, generosos, de aspecto simpático, de imaginación
culta, nuestros patriotas del día, si consienten en ser exaltados al
poder no es ambición ninguna: es porque se hallan embarazados
en su obra por la Iglesia y por los nobles, que los quieren ase-
sinar; y sino ved á esas ilustres víctimas de la democracia . . .
vedados libertadores jacobinos .. . védles presentarse, cual aquel
engañador de Solón, á los ojos del pueblo en las plazas públicas
bañados en la sangre que manan las heridas que ellos astuta-
mente se han abierto!.... ¡Cuándo entenderemos los hombres
que esos Prims, esos Castelares y esas cohortes todas de em-
busteros que atruenan el mundo con las voces de democracia
visten el traje que han vestido siempre todos los enemigos del
género humano: que buscan pretesto para hacerse de honores y
de doblonesV.l Napoleón I de oficial se firmaba «ciudadano sin ca-
misa:» sabido es de que clase se la puso. Prim de cadete, decia
en Vich «ó faja, ó caja:» esto prueba que ya de muy atrás no
opinaba por vivir sometido á las privaciones de la democracia.
El valor y la energía patrióticas de nuestro héroe, el Sr. Caste-
lar, comenzaron la vida pública revelándonos que era propieta-
rio de no sé cuantos reales: es probable que después de esos dias
enteros pasados en marchas y fatigas, haya mejorado su bolsi-
llo y se presente vestido con mas gusto en el Senado. Y ¿qué
diré del Patriota Espartero, que de soldado raso hoy al salir de
su casa, se saluda con descarga de cañonazos de príncipe! Y
¿qué no puedo contar de todos esos escuadrones de hombres
improvisados que ostentan sus armas de nobleza, sin deber la
introducción al goce de los privilegios mas que á las compras
hechas con la indigna adquisición de los capitales robados á la,
Iglesia? Y no se me venga provocando pretextando méritos, por.
que si la refriega se traba, el que mejor librado saldrá, será con
el escudo en blanco y sin empresa alguna. Haced la prueba ensa-
yando inventarios primero. Y entreteneos cuanto os plazca en
criar nuevos duques, marqueses y condes, que no lograreis la
fusión entre dos castas, que la justicia déla Historia mantendrá
eternamente separadas: los descendientes de los Pnms y de los
Esparteros, aunque sobrepujen á los Osunas y Vilumas en privi-
legios, siempre les serán inferiores en fuerzas; la simple vista
siempre dirá que los segundos son algo mas que los primeros.
Tanto la Iglesia como la nobleza han tenido con el pueblo
aquellos miramientos que debían tenerle según la manera de
ser en que le dejó la sociedad pagana. La razón de acuerdo con
la experiencia constante nos dice que para ver levantado al
pueblo á la altura debida, eran necesarias las monarquías feu-
dales, las de los grandes pares, de los estados generales, y las
incursiones do la parlamentaría en las suspensiones de los esta-
dos y de la monarquía absoluta. Si sin esos incidentes de golpe
hubieseis constituido al antiguo esclavo en municipios, vecinos y
pueblo, léjos de poderse sustentar en este estado, hubiera caido
en la misma pobreza en que antes estaba. El antiguo esclava
para tomar el carácter de propietario, debía por ley auténtica
de los séres ir por viade desarrollo y ser antes conquistador.
Estas razones de necesaria continuidad en la obra de la civili-
zación, dan por resultado lógico la destrucción de los cargos que
los revolucionarios actuales fulminan contra la Iglesia y contra
la Nobleza. Si estos dos grandes vivientes hubiesen resignado
cuando se pretende la tutela del pupilo, el pupilo indefectible-
mente hubiera vuelto á entrar en las vias de su esclavitud pri-
mitiva. Si al operado de catarata le exponéis súbitamente á la
luz, ciega.
La inenarrable simetría con que el Sr. Castelar coloca los
nombres de filosofía griega, Cristianismo y Renacimiento, y de
revolución moderna, indica que quiere establecer la igualdad
para con todos; y como quiera que la nativa excelencia del Cris-
tianismo y del Renacimiento pudieran revelarse proclamando la
desigualdad de los dones, ha imaginado ponerles en su perio-
do, como ahora están en el mundo, en medio de la filosofía grie-
ga y de la luminosa revolución moderna, por si intentan reacción^
caigan en manos de una de las dos demagogas, y su esclavitud
sea sin remedio, y su castigo instantáneo.
—76—
Yo pido á la ilustración y al liberalismo del Sr. Cas telar en
nombre de esa misma Historia en que se inspira, que saque á
los dos mas grandes bienhechores del humano Unage de entre esas
dos impúdicas rameras, en que les ha puesto, y que las deje á
ellas sentadas en el mismo lugar en que tan bien asentadas las
ha colocado. Ellas, como nacidas de espesas sombras de errores,
se alimentan de ellos, y abruman con su peso al siglo XIX.
Sin embargo, para formar siquiera á los revolucionarios de la
época algunos elementos de sana convicción, no rehuso tomar
de la Grecia algunas especies de bienes. De Simonídes tomo los
cánticos á la Divinidad; de Esopo la fábula de las Ranas pidiendo
Rey, de los Sábios la Moral, y para todos los pueblos que toleran
á Castelares, tomo .aquel dicho de Solón á Thespis: «¿Toleramos
las mentiras? No tardaremos en verlas mezcladas con nuestros mas
caros intereses.»
capítulo cuarto.
En qué consiste la Libertad de Pensar, según el mismo Señor
Castelar.
«Querer la libertad de pensar sin error, continúa elSr. Cas.
»telar, es como querer movimiento de la tierra sin estaciones,
«sol sin calor, aire sin viento, trabajo sin esfuerzo, vida sin ma!
»que el mal está unido al límite, y el límite pegado como ca-
»dena perpétua á nuestra naturaleza.»
Hemos visto al Sr. Castelar aprostrofando al Sr. Alonso
Martínez por designios de querer poner á la monarquía y á h
Iglesia que apellida intolerante «fuera del alcance del libre é in-
dagador pensamiento,» y aquí definiéndole nos afirma que el li-
bre é indagador pensamiento es Error, y que quererle sin error,
es tan imposible como querer sol sin calor y aire sin viento. Y
andando hinchado vanamente en el sentido de su carne, como
para que nadie cstravíe al mundo enseñando lo que no entiende
sobre la naturaleza del ídolo, y cada uno le use según sus
preceptos y doctrinas, triunfante le saca confiadamente en pú-
blico, comparándole á las estaciones, es deeir, á la variedad, al
calor, esto es, á las pasiones, al viento, al esfuerzo, al mal, y
dogmatiza que el mal le está al libre pensamiento, que apellida
límite tan pegado como cadena perpétua.
Por donde tenemos que el lenguaje del Sr. Castelar para
con el Sr. Alonso Martínez es este:
«No tenéis derecho á provocar una reacción política, que
-78—
«provocando una reacción religiosa y moral, pondría vuestros
«viejos penates, la monarquía y la Iglesia intolerante, fuera del
^alcance del error, de las variaciones, de las pasiones, de los vientos,
y>del mal, y de la cadena perpetua. »
Aquí sí, Sr. Caslelar, que si yo fuera vuestro subalterno
preguntaría, ¿cuál es el objeto de la espedicion del general} Por
que me he quedado como Jerjes después de la catástrofe de las
Termopilas: no sé que pensar de la serenidad de los griegos. Pos-
cribirjla monarquía y declarar intolerante á la Iglesia, porque
se niegan á pactar vida común con el error y con las pasiones, y
con las variaciones, y con los vientos, y con lo que lo corona to-
do, en fin: la cidena perpetua, es encerrar el liberalismo bajo el
pecado.
El Sr. Castelar, pues, al pedir al Ubre pensamiento por le-
gislador, pide la esclavitud por concubina de las naciones. Si yo
me hubiese propuesto escribir la apología de la monarquía y de
la Iglesia, muy difícil me hubiera sido poner en campaña una
argumentación mas robusta que laque pone el mismo Sr. Caste-
lar. Instituciones que rehusan tratados en fuerza de los cuales
deberían el error, el mal y la cadena perpetua pisar el mundo,
dan en sus dominios carta de naturalización á toda categoría de
virtudes, y libelo de repudio átoda familia de vicios.
CAPÍTULO QUINTO.
El Si y el Nó.
Siguen asaltando la imaginación del Sr. Castelar arrebatos,
pensamientos y deseos tan contrarios á sus enseñanzas mismas,
que el llamamiento que hace á las pasiones para que acudan á
su auxilio, léjos de velarles, les descubre y sirve para poner de
manifiesto su concentración. Oigámosle, y sino, apostrofar al
Sr. Cánovas sobre el problema de la organización del trabajo.
«Pero ¿podéis negar la existencia de ese problema? Y si no
«podéis negar la existencia de ese problema, ¿podéis oponeros
»á su resolución? Mitad la triste suerte del trabajador. Nace, y
»en el nido de su cuna apenas tiene el calor maternal, porque su
«madre está alejada del bogar y adherida al taller. Crece sin
«instrucción y sin escuela. Apenas salido de la infancia, cuando
«necesita aire, luz, movimiento; ¡eterno penado! lo entregan al
«trabajo forzoso. Funda una familia tan desgraciada como él.
«Llega á la vejez, y está inválido, no cuenta con ahorros y la
^implacable sociedad le entrega, como los antiguos entregaban
»al esclavo anciano, al hambre, le entrega á la muerte en la
«desesperación y en la miseria.
[Aquí pintados los cristianos, se aproxima á los gentiles, pa-
»ra que suénela trompeta del ángel exter minador.)
«Mientras tanto, dama el tribuno, en el mundo de la pro-
»ducc¡on, tan lleno de vida, tan superior al mundo de la natu-
«raleza, ha tenido la principal parte del esfuerzo sin tener parte
-80-
nninguna de goce. ¿Seremos tan impíos que no tengamos entra-
»3as para sentir todos estos dolores, ni voluntad para remediar-
ules en cuanto de nosotros dependa?»
Bien se conoce que el Lameríais español quiere hacer pagar
caras á los capitalistas las simpatías que han mostrado en favor
de su liberalismo. Mas no mira el orador que creyendo habérse-
las con los ricos, injuria á su Facción, y da de narices sobre toda
su cacareada luminosa revolución moderna. El Liberalismo no
es ciertamente sino un solo pecado; pero pecado tan colosal, que
es la semilla, el germen y desarrollo de Todos los Pecados. Si
entre los ricos hay manchas, no merecen que se les atribuyan
como propias, cuando les son comunes con el ateísmo de los
doctores que Ies han conducido á él. Mis huesos, mi carne y mi
sangre envuelven un alma tan ardiente, que me siento con un
solo respeto: El de Dios. Quitadme á Dios, y levanto templos
á todas las pasiones. Pero ¡ah!.... ¡señores masones, señores car-
bonarios!.... aunque mísero descendiente del rebelde Adán, re-
siden en mí fuerzas bastantes para lanzaros un grito, grito cuyo
sonido ansio que pase los mares, que penetre las casas, que se
extienda por las ciudades, que se dilate por los reinos, y que
condensándose por la tierra cuán ancha es, se encumbre hasta los
astros mas altísimos y de ellos ascienda hasta confundirse en el
seno de la misma Trinidad Santísima] Es este ei grito: que para
mí el supremo bien es Dios, y el supremo mal Satanás, y que
aun cuando suced;esc, que no sucederá, que la transfusión de
vuestra sangre impura se hiciese en el mundo entero, mediante
los auxilios de la gracia, en mino se efectuará porque sois y se-
réis para mí eternamente indignos de oponeros á mi madre la
Iglesia-Gatólica-Apostólica-Roiíiana cuyo humilde hijo soy y en
cuya fé quiero vivir y morir. Hecha esla protesta entre tanto
impío, voy al asunto.
La solución del famoso problema llamado ('Organización
del Trabajo», se ha retirado de los entendimientos porque no
quiere tener relación ninguna coa apóstatas como los llamados
/ f erales. ¿Qué es este Problema? «El deseo que se ha concebido de
dar nucco incremento á las conveniencias, ó comodidades del traba-
-81-
jador, para contrapesar las sugestiones del desorden, dando una
cierta tasa, que dé por consecuencia, cierta armonía entre el calor
del trabajo y el calor capital.» Creo no desfigurar la cuestión.
La solución, pues, no está en dónde la buscáis. La buscáis
en la tierra y está en el cielo. La buscáis en el ateísmo y
está junto á Dios. La buscáis entre las potenteias del orden
político, y existe entre las potencias subordinadas al orden
religioso y moral. La buscáis en el club y está en la her-
mandad. La buscáis en los cafés y está en los templos. La bus-
cáis en la sinagoga y está en la Iglesia Católica.
Para fijar relaciones determinadas entre el valor del esfuer-
zo y el valor del capital os falta el Dato cierto del valor del pro-
ducto que el consumo consiente dar para obtenerle. Sin este Dato,
sean cuales fueren las relaciones que se tengan presentes,' es
Imposible imponer la Tasa sin desquiciar los fundamentos de
la sociedad y despojar á la industria y al comercio de su desar-
rollo. La naturaleza de es e Dalo es de sí tan metafísica, y sus
relaciones y propiedades son de suyo tan conplexas, que es im-
posible obtenerle de otro modo que colocando un santo en la
conciencia de cada capitalista y de cada trabajador. Y evocar los
auxílos de vuestras doctrinas ateístas para la solución de este
problema, es evocar como Plotinok su propio demonio con la
ayuda de un egipcio.
Dejaos de registrará Smith, Say, Joffray, Cousiny demás.
Los niños de tres años saben como se impone silencio á las exi-
gencias injustas del rico, y como se remedian los sufrimientos
del pobre. En el Catecismo están concentrados los derechos y
deberes de todo el mundo sin escepciones. En este código todo-
es sublime: Dios es su autor, y la sanción, sus dos brazos omni-
potentes extendidos sobre un Cielo y un Infierno perdurables.
Al hombre á quien este Código no le impone ya respeto, no hay
decisión humana que se la imponga, y si el mundo no se hun-
de I.oy, es porque se observan en él sólidas columnas de ésta
divina obra.
Ciertamente que son notables las inconsecuencias y contra-
dicciones que se hallan á cada paso en toda la vida de la facción
11
-82—
liberal. No hay club, no hay discurso, ni publicación periódica
de estos apóstatas en que no se haga aparecer al Salcador y á su
Evangelio para escusar sus errores y delirios. Ellos peroran
sobre el Cristo y sobre la dulcedumbre de su Ley con una
vida, con un calor, con un entusiasmo, y condenan con tal
inexorabilidad aquellas transgresiones que allá en su desarre-
glado cerebro se forjan, que yo no estraíio que actualmente
tengan preso y excomulgado á Pió IX., porque menester es
confesar que de entre todas las criaturas hechas á imagen y se-
mejanza de Dios, solo los liberales son bastante puros para entrar
en la mansión de los justos. Yo no juzgo que estos señores al des-
prenderse de esta tierra de injusticias y de iniquidades, después
de sus descomunales combates contra esa Iglesia intolerante,
contra esos jesuítas, contra esos frailes, contra esos sacerdotes,
contra esos párrocos, contra esos provisores, contra esos obis-
pos, contra esos arzobispos, contra ese papa, y contra esos ca-
tólicos supersticiosos y fanáticos, no creo, digo, que pasen si-
quiera por el purgatorio, porque no veo sujetos á esas espiacio-
nes, personages que tan duras las hacen sufrir en la vida pre-
sente. Pero sigamos al Sr. Castelar.
Hemos visto al Sr. Castelar lleno de golpes sentimentales
asistiendo á los dolores que padece el pueblo, le hemos visto
agitado llamarse á sí propio impío si le fallara la voluntad para
remediarlos dolores; pero el Sr. Castelar ¿quiere remediar es-
tos dolores? — No\
«Yo no pertenezco, dice, á la escuela que quiere suprimir el
ndolor. Yo creo que si se quita á la obra humana el esfuerzo, el
«trabajo, la gota de sudor que la esmalta, se le quita todo mé-
»rito.»
Pero, ¿quiere el Sr. Castelar suprimer el dolor, vuelvo á
preguntar? — Sü
«Pero, señores, continúa, ¿no tengo el deber moral de evi-
»tar el dolor?»
¿Por qué no quiere el 5?' Castelar suprimir los dolores del
pueblo? Porque
«Sucede con el dolor, dice, lo mismo que sucede con la
-83-
«muerte; lo mejor parece á primera vista suprimirla. Pero ve-
nios lo benéfico déla mueite cuando recordamos que la vida
»liumana seria un lago ponzoñoso, un lago que corrompería el
«universo si faltase en ella la renovación de las generaciones.
»Si no hubiera dolor en el mundo seria un harem, y el hombre
»seria un sultán crapuloso.»
Pero, ¿por qué quiere el Sr. Castelar suprimir el dolor'}
«¿No tenemos, dice, el deber moral de evitar la muerte?
«Pues, ¿por qué no hemos de tener el deber social, el gran deber
«social de resolver todos los problemas económicos, para estin-
»guir, en cuanto de nuestras fuerzas dependa, la miseria? ¡Por
«cuántas progresivas revoluciones ha pasado el trabajador!»
CAPITULO SEXTO.
El Jabón y los Polvos.
¡«Por cuántas progresivas evoluciones, esclama el Sr. Cas-
telar, ha pasado el trabajador!» — Por este golpe del orador es-
pañol, dirán mis lectores que es imposible creer desde luego
que en el penetren las pasiones que en otros producen los cla-
mores y vilipendios contra los autores de estas evoluciones pro-
gresivas: pero no es así; esto no es mas que un desahogo: el Se-
ñor Castelar, como todos los revolucionarios de la época, tiene
la complacencia de dar al rey, á la nobleza y al clero lo que es
de ellos; pero la urgente necesidad de aprovecharse de las co-
sas de estos señores le impide la satisfacción de composiciones
amistosas. Apoderado Aureliano de la dignidad suprema, Lon -
gino, bienhechor de Zenobia, es condenado á muerte, y Zenobia
pasa á Roma á ser la delatora de los senadores Dada por el Se-
ñor Castelar la palabra de paso á todas las ciencias políticas,
sociales y religiosas de los novadores franceses de 1789, no es
estraño que como ellos trate de poner en las cárceles á los pro-
pietarios de la nación, y resuelto á producir como ellos un
cambio radical en la sociedad, afile ol cuchillo de la guillotina
y derribe cabezas sin descansar.
Dije que el Sr. Castelar tiene la complacencia de dar al
rey, á la nobleza y al clero lo que es de ellos, por cuanto al no-
tar en el Sr. Cánovas cierta tristeza de ánimo por los aparecidos
problemas sociales, trata de tranquilizar el espíritu del diputado
-86—
adversario evocando la memoria del «natural desarrollo del es-
píritu,» y como para atraerle al convencimiento de lo infunda-
do de sus recelos, le manifiesta que «Las primeras facultades
que en nosotros se desenvuelven son el sentimiento y la fanta-
sía.» Cuyas doctrinas dan por consecuencia lógica el que, si en
tiempo del rey, de la nobleza y del clero el pueblo no era todo
lo que el Sr. Castelar quiere que fuese, por su espuesta ense-
ñanza del «natural desarrollo del espíritu,» debemos al menos
convenir en que era todo lo que podia ser.
Dige que el Sr. Castelar trata de ponernos en posesión de
todos los crímenes de 1789, porque la manera de probar su
Tesis nos váá manifestar loque entiende por evoluciones pro-
gresivas. El Sr. Cánovas ha oido perfectamente la promulgación
de la nueva ley del Calvario Jacobino, esta es su tristeza; pero
conmovido por la nebulosidad, por los pliegues en que la pre-
senta envuelta el augusto pontífice de la libertad, no queriendo
ser supuesto demasiado duro y contrario, además, á las consi-
deraciones parlamentarias y á los miramientos del buen tono,
no tiene inconveniente en interrogarle, «si el reconocimiento
»del problema social implica el abandono de su antiguo criterio
«en estas cuestiones.» A lo que responde el orador:
«Debo decirle francamente que nó. Yo, cuando el pueblo
«estaba fuera de los comicios, le juré en conciencia que de mis
npobres esfuerzos, solo podia esperar la libertad, pero que el
» bienestar social debía esperarlo de sus propíos esfuerzos (La gui-
»llotina.) Yo me sentiría reconvenido amargamente por mi con-
ciencia {impulsos ó móviles), si ahora que el pueblo es Nuestro
» Soberano (¿tiene acaso carta de nobleza para desertar diciendo
»(Nuestro1,) por el sufragio universal, yo abandonara mis anti-
»guas ideas. Nó: yo no las abandono. Yo creo que el comunismo
»es lamas absurda de las reacciones. Yo creo que intentar volver
»una sociedad libre como la nuestra á los tiempos comunistas, es
»tan insensato como si intentáramos convertir un hombre en feto.
»(¡Ya\.... ahora comprendo porque pugnáis por arrebatar las
«propiedades á la Iglesia; para convertirla de hombre en feto.)
»Yo creo que el mundo no vá hacia el comunismo, por igual ra-
-87-
»zon no opino yo que retroceda la Iglesia á su pobreza primitiva,)
»sino que viene del comunismo, y vá hacíala libertad. Yo creo
»que la propiedad colectiva no está en el ideal del porvenir,
» fuera cédulas de banco y todas las operaciones que le dán origen,)
»sino en los errores de lo pasado; {de la luminosa revolución mo-
»derna,) que la propiedad colectiva quita estímulo al trabajo, (no
»os juntéis, ¡ó hombres! para girar por valores superiores á nues-
»tra individual personalidad,) fecuudidad al cultivo, (dígalo la
^Compañía de Indias desde la reforma de Pilt, en 1783) produc-
ción á la tierra, y que solo puede existir en esas sociedades
»primit¡vas. (Aquí ya pasamos del orden al desorden: de la
^propiedad colectiva, causa de muchas riquezas, al errori popu-
» lar i del Comunismo que es el Ester minado,* de todo) donde el
«hombre se halla sin personalidad y sin conciencia encerrado
»como el cadáver en las entrañas de la naturaleza.»
Aquí me permite el Sr. Castelar interrumpir el hilo de su
discurso para demostrarle que el raciocinio que acaba de espo-
ner carece de encadenamiento. Comunismo es: La proclamación
de ser los provechos estensivos igualmente á todos los hombres, fun-
dada en la negación de ser privativamente de ninguno los valores
productivos, muebles é inmuebles.» La voz hombre es diferente de
la \ozpersona. Hombre es: «el ser humano considerado sin rela-
ción alguna á la ley civil y á la ley política.» Persona es; «el
hombre considerado según el estado civilizado.» Propiedades:
«el derecho de gozar y disponer libremente de nuestras cosas, con
arreglo á las leyes.» Propiedad colectiva es: «una reunión, un
conjunto de derechos de propiedad organizado para este ó aquel /m.»
Por donde se vé que el Comunismo abdica la civilización en
las manos del estado salvaje, como quiera que glorifica al hom-
bre y proscribe á la persona, proscribiendo tanto á la propiedad
colectiva como á la individual. Y por esto es que los comunistas
viendo que la ley civil es una institución opuesta á su teoría,
dirigen sus esfuerzos á derribar al Estado. Proudhon, voto su-
premo en la materia, cuando dice «la propiedad es un robo,» no
reconoce, la propiedad en esa ni otra especie, sino que la desco-
noce en todas sus categorías. El nombre es el signo de la perso-
—88-
nalidad, y mientras subsista el nombre subsistirá la persona, y
por consiguiente el Estado; y de ahí nace la lógica infer-
nal de los comunistas de querer borrar nuestros nombres im-
poniéndonos cimeros para estinguir en nosotros la especie que
constituye la ley civil, el estado civilizado, y relegarnos al gé-
nero que constituye el estado salvaje. Si interrogáis al Sr. Cas-
telar, á un doctor comunista qué clase de gobierno quiere; os
responde que ninguno, y la respuesta es lógica, porque go-
bierno y comunismo implican contradicción, como quiera que
el comunismo pide hombre, y el gobierno dá hombre y persona.
No todo comunista es tan esplicito que presente al ídolo
con todos los prediebos atributos que constituyen su realidad:
los hay de vergonzantes, que ponen detrás el mal espíritu que
los atormenta y enfrente el Santo Cristo; pero con esto su sis-
tema se hace mas irracional, y su gran prevaricación mas exe-
crable. Pues en cuanto á Dios, yo no se lo conozco á los comu-
nistas, y el dia que le tengan, dejarán en el mismo momento de
ser lo que son.
Muy diversa cosa es la Propiedad Colectiva, porque ni des-
truye la personalidad, ni se opone á Dios. Ella es un ájente
de cuya utilidad nada es posible decir en sentido absoluto; mi
opinión económica sobre este motor es, que su uso es ex-
celente, y su abuso pésimo. No creo sabio cargar la tierra
con el peso todo entero de esta clase de propiedad, y creo
anti-económico el exhonerarla totalmente de él. Est modus
in rebus.
De todo lo dicho, pues, saco yo la conclusión suprema,
de que de una premisa comunista y de otra premisa antico-
munista, cual es la propiedad colectiva, no se deduce la conse-
cuencia de ser inadmisible el comunismo en una adelantada so-
ciedad. Y supuesto que lo absurdo del comunismo halla su
cs| licacion en sus mismos principios, añado: que el raciocinio
del Sr. Castelar sobre ser ilógico, es inmoral y nada económico,
porque la propiedad colectiva bien entendida, es una palanca que
dá origen á la formación é incremento de la riqueza. Esto sen-
tado, continuemos oyendo al Sr. Castelar:
—89—
«Pero todas estas creencias mias «no obstan á que yo crea
»en la existencia del problema social, {Nadie niega,) y en la
«necesidad de resolverlo (Es urgentísimo) sin desconocer ni la
«propiedad ni la libertad. (Luego veremos si las desconoce ó nó.)
«Creo, pues, en la emancipación económica y social de! pueblo;
«solo que las escuelas autoritaticias sociales (Proudhon, Marat,
«Jtobespierrc, etc..) quieren hallar el bienestar del pueblo en
»u na forma prévia, (En-la guillotina,) y yo (Lo mismo,) creo
»que el bienestar del pueblo es y será siempre un resultado, sí,
»un resultado del progreso político, del progreso científico y
»del progreso económico.
[Aquí ruego encarecidamente á mis lectores que se sircan ob-
servar si las ideas delSr. Castelar sobre el progreso se hallan o no
sometidas en un todo á la fatalidad deljacobismo: fíjense en la
demostración de su Tesis.)
«Y para mostrar esperimcntalmente mk tesis, no hay sino
«comparar en nuestra vecina Francia la sociedad que cae mas
»acá de la revolución de 1789, con la sociedad que cae mas allá de
«esa revolución. (Aquí borra el Sr. Castelar de su vista todo espí-
»ritu de verdad y de justicia, y el delirio que esto le produce le ha-
»ce ver un mundo fantástico poblado de victimas y de verdugos.)
«No hay vida en realidad sino para el rey, la nobleza y el clero;
»el pueblo trabaja y pecha, mientras que el clero y la nobleza es
«exenta. Así el vestido del pueblo es de esparto, (¡Mentís! el
«esparto es tan inflexible como la zuela, y un hombre vestido de
«zuela \» m.-üina siquiera,) su pan negro, (como el color de su es-
aparto,) su vivienda la choxt del salvaje. (Como no habéis salido
«de nuestro país, es escusable el despropósito.»
Aquí sigue otro trozo de elocuencia.)
«Por lósanos anteriores á la revolución gastaba Francia 18
«millones en jabón, en ese ingrediente tan -necesario á la limpieza
«universal, mientras que gastaba 2í millones en los polvos que
«las altas clases sociales gastaban en sus cabezas y en sus pelucas.
«Este dato es toda una revelación para conocer el estado de toda
«una sociedad. Hoy en Francia existen cinco millones de pro-
pietarios.»
12
-90-
Es peligrosísimo enseñar á los hombres á curar las dolen-
cias. El espectáculo de la descomunal batalla á que estamos los
hombres de orden actualmente condenados, se deriva de no
haberse tenido presente esta verdad. Buena, bonísima fuera la
libertad, excelentes las reformas, si circularan por lo que valen;
pero frecuentemente no circulan sino por el valor que las pasio-
nes les quieren dar. Alíalos Armañacs, los Borgonones, Saint
Barthelemy y los reinados de los Enriques III y IV y el de
Luis XV y los hechos de la Regencia, suministraron algunas
materias que el siglo XYIII se encargó de desenvolver. El cle-
ro y la nobleza de Francia supone, lo que supuso Pió IX en
1848, en los impíos una virtud que nunca han tenido, y que
jamás tendrán, y es la de contentarse con lo justo y gastarlo
con arreglo á la religión y moral, y llevados de su espíritu ci-
vilizador en los celebérrimos Estados Generales de 1789, dan
pasos gigantes sobre lodos los ramos administrativos y también
políticos, de cuya noble imprudencia son ellos las primeras vic-
timas, y no es remoto que los que hoy vivimos seamos las se-
gundas. Hé aquí los polvos, Sr. Caslelar, el vestido de esparto,
el pan negro y la choza del salvaje. Y para colmo de infortu-
nio del clero y de la nobleza, la gratitud del Pueblo soberano es
tal, que quiere acabar de poner el resto de sus ensangrentados
cuerpos por escabel de su trono. Sin que el texto que tenéis á
la vista de la Gran Grecia deje de prestarse á comentarios poco
favorables á vuestra persona misma, Sr. Castelar, pues no de-
béis olvidar que Anacarsis, vuestro original, sufre la muerte de
mano del mismo cliente. Los instintos de este cliente son siem-
pre los mismos: una vez puesto en estado de cosechar por sí
mismo, gusta de soltar el brazo del tutor y de quedar libre
para andar su camino. Por todo lo cual no juzgo por demás de-
ciros que en el Congreso, dulzura y nó violencia.
CAPITULO SEPTIMO.
Continúa y concluye el asunto del Capítulo anterior.
En tanto que se esfuerza el Sr. Castelar en presentar al
pueblo el cuadro de la Revolución de Francia, súbitamente va-
ria la escena de suerte que se queda uno preso de asombro .
Nada mas natural que no le parezcan al Sr. Cánovas frivolas las
razones que el Sr. Castelar emplea en el diseño para creer que
quiere poner la España bajo ei reinado de aquel populadlo, de
aquel terror y de aquella guerra. ¿Tendrá uno turbado el jui-
cio? ¡esta es otra que bien baila!.... Pero oigámosle: «Me dirá
»cl Sr. Canoras: qué tienes tú para sustituir á la gran revolu-
ción allí consumada en la propiedad? Tengo una fuerza poco
«desarrollada, que todavía no lia pasado de su virtualidad
«esencial, pero que pasará y modificará profundamente todas
»Ias condiciones económicas: Tengo la asociación.»
Para que aparezca mas claro el embrollo de la enseñanza
del Sr. Castelar, supóngase que el Pueblo identificado con ella,
resuelve bacer la aplicación, y le dice:
El Pueblo.— Tos me babeis revelado las miserias de mi
existencia: siento un odio implacable bácia mis tiranos, y para
desentenderme de ellos, necesito ternura, un corazón simpáti-
co con el mió. Vos habéis jurado no abandonarme: ¿con qué
auxilios puedo contar de vuestra parte para obtener mi re-
dención?
Sr. Castelar. —Con ta Libertad.
—92—
El Puehlo. — ¡qué corazón tan noble! Es ocioso el buscar
nada; con la Libertad lo tengo todo; el bienestar
Sr. Castelar.— Nó, no te engañes á tí mismo: yo no doy el
bienestar, este le debes buscar tú en tus propios esfuerzos.
El Pueblo.— ¿Y qué vale la Libertad sin el bienestar del
alma y del cuerpo?
Sr. Castelar.— Ya. Pero yo doy lo que tengo.
El Pueblo.— Entonces voy á buscar mi bienestar en el
Comunismo.
Sr. Castelar. — «Yo creo que el Comunismo es la mas ab-
surda de las reacciones.»
El pueblo.— Entiendo. Pues entonces siendo las facultades
personales una propiedad incuestionable y la asociación de esta
propiedad garantía del crédito, medio de bailar prestadores, voy
á constituirme en empresario y en productor por medio de la
asociación, que produce la Propiedad Colectiva.
Sr. Castelar. — Nó. «La Propiedad Colectiva está en los er-
rores del pasado. Quita estímulo al trabajo, fecundiza al culti-
vo y producción á la tierra.» Yo pido la Asociación y recbazo
la Propiedad Colectiva.
El Pueblo.— Pero notad, Sr. Castelar, que pedir la Aso-
ciación y rechazar la Propiedad Colectiva es pedir la causa y no
querer el efecto, pues es imposible asociación sin propiedad co-
lectiva. No existe asociación alguna que no tenga por base em-
prender esta ó aquella especie de producción, y los instrumen-
tos con que la emprende son las propiedades que ora son de
facultades personales, ora de capitales, ora de inmuebles juntos
en uno que constituyen el ser llamado Propiedad Colectiva y de
cuya capacidad total sacan los concurrentes un ínteres en pró
de si, ó del fin que se han propuesto.
Sr. Castelar. — Mas, que mi modo de discurrir parezca con-
tradictorio, no lo es en realidad, pues con ello pruebo la exten-
sión de las obligaciones que he contraído hácia la luminosa re-
volución moderna. Si admito la Propiedad Colectiva se me vie-
nen encima la Iglesia y la nobleza con sus manos muertas, y
prefiero sepultarme en el infierno para siempre á dar mi mano
—93-
vica á manos muertas. Confirmándome pues en mi designio, te
diré que el bienestar lo busques «en la emancipación económica
y social.»,
El Pueblo.— ¡Viva!.... El mundo es una bomba, yo su
mecha, y vos me prendéis fuego: ¡el mundo reventará pues!
Sr. Castelar.—Eso nó; yo no admito «las fórmulas precias
de las escuelas autoritaticias sociales. » «Yo creo que tu bienestar
es y será siempre un resultado, si, un resultado del progreso
político, del progreso científico y del progreso económico. Y
para demostrarle csperimentalmente esto no tienes sino com-
parar en nuestra vecina Francia la sociedad que cae mas acá
de la revolución de 1789, con laque cae mas allá de esa revo-
lución. Antes de la revolución solo babia vida para el rey, la
nobleza y el clero; tú trabajabas y pecbabas, mientras que
ellos se exentaban. Así, tu pan era negro, tu vestido de espar-
to y tu vivienda la choza de un salvaje. Los nobles gastaban 2i
millones en los polvos de sus cabezas y pelucas, mientras que
tusólo podias invertir 18 millones en un ingrediente tan indis-
pensable como es el jabón para tu limpieza. Y ¿sabes cuáles son
los resultados de aquella revolución? Te lo diré: que muchos
que no tenían para sopas hoy son propietarios: basta consignar-
te que hoy existen en Francia cinco millones.»
El Pueblo. — Supuesto que en esta Revolución me fijan
las condiciones de mi bienestar, desde luego me la propongo
por modelo.
Sr. Castelar.—Eñ ninguna manera: yo he dicho al Sr. Cá-
novas que la Revolución de Francia la sustituyo en España con
la Asociación.
El Pueblo. — Entonces ¿cuál es el objeto que os proponéis
citándome la Revolución de la vecina Francia?
Sr. Castelar.—],o ignoro .. será para convencerte de pre-
vención contra el rey, la nobleza y el clero. Pero, te repito:
ocurre á la Asociación.
El Pueblo.— Vero vos no admitís la Asociación en susefec-
tos...
Sr. Castelar. — Eso, nó!
-94-
El Pueblo.— Y en este caso, ¿cómo encuentro mi bien-
estar?
Sr. Castelar. — No sé!
El Pueblo. — ¡Ni yo tampoco!
CAPITULO OCTAVO.
Contradicciones manifiestas. — Inutilidad de la Fuerza.
¿Han visto mis lectores en el Capítulo quinto dibujada por
el Sr. Castelar la triste condición del trabajador en el siglo
XIX? Pues oigan ahora del mismo labio lo que era este mismo
trabajador antes de la venida de Nuestro Señor Jesucristo:
«¡Ah! Si el Sr. Cánovas supiera trasladarse con su gran ta-
lento y con su poderosa imaginación á Roma; si se acercara al
«esclavo romano y le dijera: tú, cazado en las selvas de Pan-
»nonia ó en los arenales de Africa; tú, vendido á las puertas
»de la taberna con un cartel al cuello y una marca en la fren-
»te, ¡tú, adscrito á la portería con dos argollas y dos cadenas en
»ámbos piés; tú alimentado con los despojos de los perros; tú,
»que has visto á muchos de tus compañeros caer ilespedaza-
»dos para servir de alimento á las murenas de los estanques
«patricios; tú, que has visto salir á otros para perecer en el
«circo divirtiendo un momento los ocios y el hastío de los se-
ñores de la tierra »
¿Quieren ahora mis lectores ver trocada en entusiasmo la
primitiva narración del estado actual del pueblo? ¿Quieren
ahora librarse de la tristeza que pudo abrumarles viéndole sin
calor maternal en el nido de su cuna y adherido al taller ? Yéanle,
pues, ya fuera de aquel nido y de aquel taller, mas libre que
los romanos, sentado en el Senado y legislando vestido púrpu-
ra de rey:
-96-
«En los sucesivos desarrollos de tu sér, en la ascensión
«progresiva de tu esencia, en la persona de tus descendientes has
«de ser llamado á legislar; has de ser mas libre que los romanos;
«has de ingresar en los comicios; te has de sentar en el Senado;
» todas las constituciones te han de llamar Soberano
¿Quieren mis lectores saber quién es el Libertador que ha
quitado al Pueblo las cadenas y las argollas, trasladándole de la
taberna al Senado, y de la humilde condición de portero, le ha
levantado al esplendoroso rango de Rey? Pues es el viejo pénate,
la Iglesia intolerante. Oigan, y sino al Sr. Castelar:
«Y esa teología (el Paganismo] que ahora pasa indiferente
adelante de tus dolores, tras formada por nuevas ideas, (el Cris-
»tianismo) te ha de predicar que el Dios creador de los cielos y
»la tierra abandonó su trono de estrellas para morir por tí,
«(¡buena está la intolerancia de la Iglesia!) para redimirte en tu
«mismo patíbulo, (que entrañas tan darás tiene la iglesia!), en la
«cruz, que has cubierto de lágrimas y de sangre, y que desde
«los abismos de la ergástula se elevará hasta remalar la corona
«de los reyes, (ya la quitó el Liberalismo) la tiara de los Pontí-
« fices, (de aquí no la quita el Sr. Castelar,) y ser lábaro, y luz
«(que no alumbra á los liberales) y consuelo de mil generaciones
»en toda la redondez de la tierra.»
Y digo yo, que si todo un Dios criador del cielo y de la
/ierra abandonó su trono de estrellas, como en efecto le aban-
donó, para morir por el Pueblo, ¿no infrinje abiertamente hoy
este Pueblo el principio fundamental de la justicia, de la buena
fé, delaamistad, de la gratitud, de la generosidad, de todos los
mas nobles sentimientos, en fin, atormentando, insultando, mo-
fándose y repudiando con el mayor escándalo y cinismo á este
dulcísimo y amorosísimo Cordero, Hijo único del Padre, limpio
de toda mancha é inocente, juntamente con la /glesia-Católica-
Apostólica-Bomona que le predica, y los fieles que en las arpas
de oro de la oración y de las lágrimas, y del llanto, le elevan y
ponen á sus sacratísimos piés unos himnos sin los cuales hubié-
rase ya quizás hundido el mundo? . . . Si el Paganismo es un
monstruo, como lo es, que pone al Pueblo un cartel al cuello y
- 97—
una marca en la frente, y le adscribe á la portería con dos argollas
y dos cadenas en ambos pies, que ciertamente así lo hace: ¿por
qué en Roma y en Madrid, en París y en Londres, en Méjico y
en las demás repúblicas americanas, esa prevaricación, ese gran
pecado, esc pecado concentración de todos los pecados, ese fu-
ror, ese fuego que todo lo abrasa para despojar las conciencias
de los acentos y armonías del Cristo Nuestro Salvador, y desnu-
dadas de las magnificencias de los rozagantes ropajes católicos,
vestirlas sucios y mezquinos trajes para que reanimen la exis-
tencia del Tirano que eternamente pasa indiferente delante de tus
dolores, \ó Pueblo!!!. . . . Sí, ¡ó Pueblo!!! tus mismos pontífices
te predican que si no cargas cadenas, es porque el Hijo de Ma-
ría ha descendido á quitártelas, ofreciéndose en sacrificio de
cruz por Tí: ¿puedes esperar tales cosas de ellos? ¿No resuenan
acaso en tu memoria y en tu entendimiento aquellos grandes
ecos de que tus aclamaciones de Libertad y Reforma, son siem-
pre aclamaciones de rebaños de esclavos que se apresuran á re-
conocer la servidumbre y tiranía de im astuto y orgulloso Señor?
De todo esto saca, ¡ó Pueblo! la consecuencia que urge con ne-
cesidad urgentísima que le ofrezcas en sacrificio á Dios antes
que tus delirios acaben de hacerte acreedor á ser nuevamente
vendido á las puertas de la taberna con una marca en la frente
por reprobo y con un cartel al cuello que diga: No por el
rigor de Dios , sino por influencia de mis propios conciuda-
danos.
Mas. . . ¿quiérese ver al pueblo llegar por grados á edad
mayor? ¿Quiérese verle con nuevos acrecentamientos y nuevos
tesoros?
«Pues qué, señores diputados, continúa el Sr. Castclar,
»¿hq han venido grandes, sucesivas evoluciones del estado
«social á mejorar la condición del trabajador? Y el Sr. Cánovas,
»¿quénos oponia á todo esto? Laeternidad en la miseria. ¡De-
asoladora doctrina!»
Mas, ¿qué idea formaremos de esta reconvención al .Se-
ñor Cánovas, cuando el mismo Sr. Castelar acaba de de-
cirle:
13
—98—
»E1 dolor es un incentivo, es la sed del ideal que existirá
^eternamente en el mundo.»
«Así es, continúa el Sr. Castelar, en su apostrofe al Sr. Cá-
»novas, que á la propaganda de la Internacional quiere oponer
»el Sr. Cánovas la fuerza Pero la fuerza es completamente ineficaz
»¿ inútil. Jamás ha ahogado una idea. Filósofos griegos, filósofos
«romanos, sectarios de diversas escuelas, los cristianos de la
«primitiva Iglesia perseguida por los Césares, los herejes per-
«seguidos por los cristianos, han triunfado de todos sus per-
«seguidores.»
CAPITULO NOVENO.
Niega el Sr. Cartelar todo gobierno. — Utilidad y necesidad de
la fuerza. — El Monstruo.
Aquí la pretensión del Sr. Castelar, que hemos visto en el
capítulo primero, de quererse apartar la moral de toda fuerza coer-
citiva, deja de ser un sonido vago y confuso. Condensada laes-
plicacion de la voz fuerza por la réplica del Sr. Castelar al Se-
ñor Cánovas, que acabamos de ver en el final del capítulo ante-
rior, está dilatada y aclarada la negación de toda sociedad conte-
nida virtualmente en la citada pretensión. Los vocablos Fuerza
coercitiva, en los asuntos que vengo dilucidando, padecen dos
acepciones: la de Gobierno y la otra de Organización Social. No
es que el Gobierno no esté contenido en la Organización Social;
pero no encuentro inconveniente en considerar la voz Go-
bierno distinta de la voz Organización Social, por cuanto es-
ta puede significar intereses sociales, y aquella intereses po-
líticos. Digo que puede significar, porque quiero ser cortés en
la forma, por mas que en la sustancia soy muy escéptico.
Me esplicaré.
Guando el Gobierno entre pueblos católicos, reconoce á la
Iglesia Católica como una sociedad independiente, visible y per-
fecta, y este reconocimiento vá acompañado de los respetos de-
bidos á las relaciones establecidas por Dios entre la Iglesia y el
Estado, entonces la voz Gobierno es la representación de los in-
tereses políticos y de los intereses sociales, porque lo es de los
-100—
derechos; mas secularizado el Gobierno, la voz Gobierno es sito-
bolo político y rió social porque deja de representarlos derechos,
habiendo con su prevaricación dejado de representar los intere-
reses. Yo, pues, mas que los gobiernos se apelliden católicos, no
les veo actualmente puestos bajo las condiciones que he seña-
lado. Y estando, como están sustraídos de estas condiciones,
no creo faltar á los respetos debidos á la autoridad pública si
borro el «puede sigmficar,» sustituyéndole por el sigmmca,
porque los católicos si toleramos, nunca jawts reconoceremos á
gobiernos que creciendo en edad y sabiduria delante del Princi-
pe que relampaguea en los abismos, destruirían en nosotros si
pudiesen, la filiación divina que hemos recibido en el bautismo,
convirtiéndonos de libres que somos, en iteróos y esclavos suyos.
Los gobiernos de los liberales usan gorro, y este es rojo, porque
es de sangre: los gobiernos de los católicos usan corona, y esta
es amarilla, porque es de oro. Estos usan cayado porque son
pastores: aquellos empuñan espada, porque son tiranos. Todo
gobierno liberal se llama como Ca¿n, y todo gobierno católico se
llama como Abel. Porque Abel es el símbolo del Yaron.de los Do-
lores, por esto es que el llanto escalda sus mejillas; y porque
Cain lo es del fratricidio, por esto es que trémulo, triste y con-
fuso anda errando sobre la tierra. Esta tierra, aunque había
recibido su maldición cuando pecó Adán, hoy la recibe nue-
va y mayor por lo que mira á Cain. Mas al cabo de los dias
estas cosas contemporáneas serán separadas, y el Señor pondrá
proporción á cada una de ellas, poniendo castigos perdurables
en el lugar de los culpables, y goces inefables en el lugar délos
inocentes.
Por donde se vé que al pedir el Sr. Caslelar la separación
de la moral de toda fuerza coercitiva, pudo pedir ta separación
de la moral de todo gobierno considerado en si aisladamente;
mas por la argumentación en que apoya nuevamente sus exi-
gencias se palpa y toca que no quiere sociedad ninguna. En efec-
to, dice que la fuerza, el gobierno, jamás ha ahogado una idea, y
aduce por testimonios hechos filosóficos, religiosos y políticos. La
idea filosófica, la idea religiosa, y la idea política son ta base de la
-101-
Organizacion Social: si, pues, aduce aquí por testimonio á esta
base, es claro que es poique allá la voz fuerza^ Gobierno, es no
solo símbolo político sino también símbolo social; y apartada ta
moral de los intereses políticos y de los intereses sociales , quedan
todos estos intereses sin represión, y la sociedad sin represión ¿pa-
ra qué sirve?
Yo no quisiera que el Sr. Castelar se trasladara á la Améri-
ca Española con su gran talento, como él quiere que el señor
Canoras se traslade á Roma, porque en los asuntos de que se
trata, por mucha quesea la penetración del gran talento, la in-
fidelidad de los cuadros guarda siempre proporción con la dis-
tancia de los lugares de las escenas; sino que saliendo del tu-
multo de Madrid, tomará cuerpo y alma el derrotero, y velas des-
plegadas abórdase á uno de los puertos. Puesto ya en el Conti-
nente, y hecha dejación de las pasiones que ahora le impulsan ó
hablar como habla, sin penoso trabajo ni dilatado ejercicio en
breve retornaría á nuestra patria común, ricamente provisto de
conocimientos prácticos para resolver por si la cuestión que ven-
go discutiendo. Las Repúblicas Ilispano-Amcr ¡canas desde su
independencia han sufrido cambios notables, pero ni aun el
mismo Méjico ha sufrido una revolución completa. Hay en ellas
mucho nuevo; pero ni su talento tan cultivado, ni su voluntad de
si recta, ni su índole de sí suave, ni su corazón de suyo genero-
so, ni su trato mas dulce que el europeo, ni su presencia mas
afable y menos altiva, le lian inspirado un tan alto grado de
exaltación por la luminosa revolución moderna, que prive al ob-
servador del estudio de las semillas y germinación de ella. La
luz de lo viejo se ha amortiguado aquí, mas no se ha apagado.
Si un moderno Galiano diese á un Plolino las Repúblicas His-
pano-Americanas para que estableciese en ellas la república se-
gún las leyes de Platón, no le daria aun todavía una ciudad ar-
ruinada de la Gampama. Aqui, pues, está uno en disposición
mas favorable que en Europa para advertir el vivo roce que
tiene la moral con la sociedad, palpándose por signos exter-
nos la diferencia inmensa que vá del honor que se. tribu-
ta á Dios, á la disolución social que produce el gérmen de
-1 02-
cada semilla revolucionaria que se importa del viejo mundo.
De la luz de estas razones se desprende que estando la mo-
ral tan trabada como está con la Organización Social, es contra-
dictoria y absurda la afirmación de ser la fuerza, la Sociedad
completamente ineficaz é inútil para ahogar una idea sin distinguir
la idea falsadc la idea verdadera. Dios es el autor de la Sociedad,
y como quiera que su Providencia la conserva , la Sociedad no
está sometida á los tormentos de Tántalo para estar cercada de
aguas frescas y cristalinas, y no poderlas probar. El dia que la
sociedad sea ineficaz é inútil para levantar la mano gloriosamen-
te contra la idea prevaricadora, luego al punto perderá la socie-
dad los castos amores del orden y las dulzuras modestas de las
virtudes magníficas; y perdido aquel orden y alteradas estas
dulzuras modestas, el caos entrará á hacer contraste al Estado,
y el Estado dejará de ser sociedad.
Solo una mente incapaz de abarcar el mundo que tenemos
delante de nuestros ojos puede afirmar que la fuerza es comple-
tamente ineficaz é inútil para ahogar una idea, y solo un cere-
bro turbado por la especie de cnagenacion mental que produce
ia exaltación de las pasiones puede apoyar esta afirmación en
el Monstruo formado de clases de hechos y de verdades, y de
errores tan varios y diversos como son los filósofos griegos, los
filósofos romanos, los sectarios de diversas escuelas, los cristia
nos de la primitiva Iglesia y los herejes persesuidos por loscris-
tianos. Esta es una confusión inmensa que vá á perderse en la
Babilonia, y como quiera que la lógica del Sr. Cas(elar y la Ba-
bilonia son una misma cosa, esta lógica váá perderse en el des-
orden, símbolo del mal supremo. Esto merece la pena de ser
examinado en capítulo aparte.
CAPITULO DECIMO.
Pruebas históricas contra el Sr. Castelar.
Seocion I.
Origen y clasificación de las ideas.
Dios es. Y desde que Dios es, que la Idea es en la inefable
y sacratísima esencia divina. En el primer dia de la creación
quiso Dios hacer la Luz, y la Luz fué hecha. Y juntamente con
la Luz, quiso Dios criarlos Angeles, y los Angeles faeron cria-
dos. Y juntamente con la creación de los Angeles, la Idea fué
puesta en los Angeles. Mas el mismo dia en que los Angeles
fueron criados, prevaricaron unos Angeles. Y entonces Dios se-
paró los Angeles fieles de los Angeles apóstatas, quedando la
Idea en los Angeles buenos, y la privación de ella en los Angeles
malos. Estos Angeles malos en su rebeldía dieron á la Privación
de la Idea el nombre de Idea, y aunque el nombre es vacío,
desde entonces subsistieron las voces Ideaé Idea: una voz Idea,
cosa real y ser sensible, quedó en el Cielo adherida á los An-
geles buenos, y la otra voz Idea, ausencia de cosa y sin sér nin-
guno, quedó en los Abismos adherida á los Angeles malos: es-
tos, pues, quedaron con el nombre simplemenle, mientras que
aquellos quedaron con el nombre y con la cosa, con el sér re-
presentado por la Idea.
-104-
Mientras todas estas cosas pasaban, también pasaba quo
vio Dios que la Luz era buena; y El dijo que la Luz se sepa-
rara de la Privación de la Luz, y así fué hecho como El lo
mandó.
Y porque vio Dios que la Luz era buena, mandó Dios que la
Luz se juntara con la Idea de los Angeles buenos: y porque vió
que la Privación de la Luz era mala, dijo Dios que la Priva-
ción de la Luz se juntara con la Privación de la Idea de los An-
geles malos.
Y la Idea Luminosa de los Angeles buenos, es la sacratísima
Presencia de Dios que sirve de pábulo á su percepción ó facultad
do entender: y el nombre vacío de Idea Tenebrosa de los Añ-
óreles malos, es el fantasma que sirve de pábulo á la misma
percepción ó facultad.
Y Dividió Dios las percepciones de los Angeles malos que
están debajo de la tierra, de las percepciones de los Angeles
buenos que están sobre el firmamento: y fueron las percepcio-
nes de estos Bien, y las percepciones de aquellos Mal.
Y el Bien fué Verdad: y el Mal fué Error.
Y todo esto sucedió durante la tarde y la mañana del dia
primero del Mundo.
Sección II.
Origen de la Iglesia Calólica— Apostólica— Romana .
Pasado el dia primero, dijo Dios, y fueron hechas las de-
mas cesas: El mandó, y el dia quinto fueron criadas todas.
—10o —
Las estableció para siempre: leyes constantes é invaria-
bles les fijó, y todas cumplen en sí su palabra.
Mientras todas estas cosas se hacen, las resplandecientes
Milicias de Dios acompañan con sus aclamaciones las obras de
Dios: y en arpas de oro cantan en triunfo himno sin fin, viendo
á Dios con los brazos extendidos, y surgir tanta belleza y tanta
bondad del seno de su Omnipotencia y de su Sabiduría sin lí-
mites. Desde estos tiempos celebérrimos ta Religión Verdadera
es, porque himno es dicho á Dios por los ejércitos celestes.
A lleluya.
lección III.
Origen del Hombre,
Y vió Dios en el sexto dia todas estas cosas que habia
hecho, y dijo: «Hagamos al Hombre á Nuestra imágen y se-
mejanza: y tenga dominio sobre los peces de la mar, y sobre
las aves del cielo, y sobre las bestias sobre toda la tierra, y
sobre todo reptil que se mueve en la tierra. »
Y crió Dios al Hombre á su imágen: ¡á imágen de Dios le
crió!.... repite el Santo Espíritu; macho y hembra ¡los crió!....
vuelve á decir. Formó pues el Señor Dios al hombre del barro
de la tierra, é inspiró en su rostro soplo de cida, y fué hecho el
Hombre en ánima viviente.
Inmediatamente de haber Dios criado al Hombre, plantó un
paraíso de deleite, y ¡e puso en él para que con trabajo sin can-
sancio le labrase, y como posesión suya propia la guardase.
14
— 106 —
Puso Dios además el precepto al Hombre de que de los
árboles del Paraíso no comiera del Arbol de Ciencia de Bien y
de Mal, porque en cualquier dia que comiere de él, moriría.
Y porque quiso Dios que las cosas que había criado fuesen
los instrumentos que conducen á la Ciencia del Bien, él mismo
inspiró al Hombre las formas de los nombres de ellas, que tan
bien explican sus sustancias.
Sección IV.
Origen de las Ciencias y establecimiento de la Religión sobre la tierra.
Estos son los orígenes de todas las cosas del cielo y de la
tierra. El Angel ciudadano del cielo, percibe, entiende la Idea
Luminosa, el Bien, sin discurrir, porque como está inmediato á
Dios, no necesita de gradas para llegarse con su entendimiento
á El. El Hombre es un poco menor que el Angel. Menos cerca-
no á Dios, por la armónica escala de las obras que contempla
sube á El que es su Soberano Artífice, y por esto es que el
nombre discurre para entender . Vimos que Dios al criar las Co-
sas les impuso leyes fijas y constantes, y que al formar al Hom-
bre le impuso preceptos. Del estudio del concierto y trabazón
que reina entre Dios y las leyes y preceptos puestos por Dios
en el Hombre y en las Cosas, brotan las Ciencias. Porque Dios
puso precepto á las Cosas, por esto el estudio de este precepto for-
ma las Ciencias naturales. La condensación de la Sociedad con-
yugal establecida por Dios entre el Hombre y la Muger, ha dado
origen á las Ciencias Sociales. Las obligaciones del Hombre de
— 107 —
no perturbar las armonías que la mano de Dios ha puesto en El
y en las Cosas, han criado las Ciencias Morales; y la inefable y
divina intervención de la Magestad de Dios en el hombre y sus
asuntos, y las relaciones complejas que quiso nuestro Criador,
que de principio y origen y término existieran perpetuamente
entre El y nosotros, forman las Ciencias Religiosas. Y todas estas
cosas son buenas, y porque son buenas, las recoge la Idea Lumi-
nosa condensada en el hombre por Dios al tiempo de inspirar
en su rostro soplo de vida, y le suba y vuelve á Dios, de quien
ha nacido, hasta asociarle perpétuamente á los coros de los án-
geles, fin único para que es criado . Por donde tenemos que el
Himno dicho á Dios por el Angel, es también Himno dicho á
Dios por el Hombre, y que la Religión descendida del cielo es el
estrecho vinculo que une entre sí las cosas divinas y las hu-
manas.
Así acaba, pues, Dios el dia sexto todas las Obras que ha-
bía dicho, y descansa el dia séptimo y le bendice y santifícale:
porque en él reposó de toda su Obra que crió Dios con tanta
perfección y alteza. Allehtya.
Sección V.
Cómo entra en el Mundo la Idea Tenebrosa.
En estos tiempos como no está el mundo en posesión sino
de afirmaciones, el mundo es limpio porque el resplandor de
la Idea luminosa es soberano. Mira el Demonio la cumbre de
la perfección á que le ha levantado Dios, y padece convulsio-
— IOS—
nesde envidia. Entra en el cuerpo de la serpiente, mueve la
lengua y los labios de este animal, habla á Eva, y oye Eva y
cree. Eva habla á Adán, y Adán cree, y entra en el mundo la
Idea Tenebrosa, y por esta entrada pierde el mundo sus glorio-
sos y afamados dias. El nombre de las Negaciones está radical-
mente asociado á esta primera voluntaria desobediencia del
Hombre.
Desde esta época memorabilísima penetran en el alma del
Hombre dos manifestaciones diversas de dos Ideas diversas:
una niega lo que la otra afirma. La que afirma es la Conserva-
dora de las Obras de la Creación; la que niega la Destructora; si
esta venciera, las tinieblas volverían á estar sobre la luz del
abismo, porque su batalla es deshacer loque Dios hizo en el prin-
cipio, cuando crió Dios el cielo y la Tierra.
Sección VI.
Divina filiación de la Idea Luminosa. — Instilación del Culto Publico: iglesias,
ornamentos, etc,
1. Libro de la peregrinación de la Idea Luminosa hija
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: hija de Dios.
2. Dios la pone en el Angel. Hace Dios las cosas del Mun-
do y la pone en las sustancias de estas cosas y en sus formas.
Y cria Dios á Adán, y la pone Dios en Adán recogimiento y
centro universal de ella.
3. Y de Adán vá á Abel, luego á Seth, hijos los dos de
— 109 —
Ada», y después á Enós, hijo de Selh. En esle tiempo ya las
gentes son muchas, y como la acción de la Idea Luminosa no se
limita á producir santos aislados y familias piadosas, sino que
quiere que sea santo todo el género humano, inspira á Enós el
sentimiento de levantarle Altares, y Enós instituye el Culto
Plblico. Y notad aquí novadores de ayer, que la obra que in-
tentáis derribar, cuenta ya cinco mil seiscientos treinta y seis años
de existencia. Cuan grande será la solidez que la preside, cuando
las ruinas que amontonan los tiempos la han respetado, y las
destrucciones y devastaciones de los hombres no la han podido
destruir!!!... .
i. Y de Enos vá á Caimán, de este á Malalecl, y de Ma-
laleel á Jaréd, de este á Enóch, y de Enóch á Malhusalem, de
este á Laméch, y detLaméch á Noé, de este á Arphaxád, y de
Arphaxád á Salé, de este á ñeber y de Jleber á Phalég.
5. Y de Phalég va á Ren, de este á Sarúg , y de Sarúg á
Nácor, de este á Tharé y de Tharé á Abrám, Aquí Dios muda
el nombre de Abrám, que significa padre excelso, en el de
Abrahám, que quiere decir padre de muchas gentes.
6. Y de Abrahám va á Isaac, de este á Jacob, y de Jacob
á Joseph, y de este ÁMoysés, y de Moysés á la Sinagoga, y de
la Sinagoga á la Iglesia Católica, y de la Iglesia Católica al Cielo.
Sección. VII.
Satánica filiación de la Idea Tenebrosa.
1. Libro de los saltos de 1 • Idea Tenebrosa, hija de las
Pasiones Malas, y de los Angeles prevaricadores, del Demonio:
hija de Satanás.
— 110—
2. Del Infierno dá sobre el Paraíso aquel Sallo que es so-
bre todo salto, y de cuyo Salto nacen los sentimientos del en-
jambre de todos los otros saltos que sobre la tierra dá.
3. Y de Adán salta sobre Caín 130 años después. Y de
Cain salta sobre todos los hombres, menos sobre Noé y su fa-
milia.
í. Y regenerados los hombres por Dios, á los 101 años
torna á saltar sobre todos, menos sobre el pueblo Hebreo. Y á
los 4,000 años del mundo hasta sobre el pueblo Judío salta.
5. Y regenerado nuevamente el Hombre por Nuestro Se-
ñor Jesucristo, dá saltos parciales, hasta dar el Sallo Transcen-
dental del Siglo XIX.
Sección VIII.
Efecclos sobre el Mundo de los saltos de la Idea Tenebrosa.
Los grandes efectos causados por los saltos de la Idea Te-
nebrosa sobre el mundo son el pecado Aquel del cual nacen aun
todos los pecados, y cuatro pavorosísimos Diluvios, y el Deici-
dio, y los insólitos huracanes actuales, y los rumores inferna-
les, y los ímpetus desenfrenados, y las pestilencias, y las ham-
bres, y las guerras sangrientas esparcidas entre todas esas co-
sas. El Diluvio de maldiciones echadas por Dios en el Paraíso
comunica al hombre, y á la mujer, y á la tierra, y á la crea-
ción, estragos y perturbaciones que nunca han tenido: la mujer
es condenada á que padezca intensos y acerbos dolores en sus
partos y á estar sujeta á su marido; pero que entre estos casti-
— Hi-
gos pone Dios su misericordia, poniendo á la penada la Prome~
sa dequedc£7/« había de nacer una Simiente Bendita, Nues-
tro SeTwr Jesucristo, que quebrantaría la cabeza de la Serpiente
maldita: y al Hombre á que cultive una tierra rebelde, y á que
coma él mismo y alimente á su mujer y familia con aquel dolor
que las escuelas del liberalismo intentan canamente borrar de la
memoria y del entendimiento de los hombres, no hallando otro tér-
mino y reposo de todas sus desventuras y trabajos que la sus-
titución de la muerte inevitable. La maldición ecbada por Dios
á la tierra se condensa y se hace mayor luego que traidora abre
la boca para sorber la sangre inocente de Abel, y ocultar la
atrocidad del delito del fratricida Cain: y por lo que mira á este
apóstata se hacen vanas las fatigas que emplée en labrarla.
Llega después el crimen de la dilatación del pecado, hasta el
punto de que interviene el brazo de Dios, y las aguas sumen á
toda carne corrompida. Vuelve el mundo á poblarse, y vuelve
de nuevo á perder sus consonancias, y vuelve Dios á interve-
nir convirtiendo el halla común en sonidos confusos, distintos y
diversos, quedando solamente entra la porción posesora de la
Idea Luminosa el Ejemplar del Habla Original.
Sección IX
Continua el asunto del párrafo anterior: los facciosos excomulgados de Babel,
En los facciosos de Babel nos demuestran las páginas de la
Historia vinculada la existencia de todo el enjambre de dioses
fabricados por la apostasía, y que designa el Sr. Castelar con
-lió-
los nombres de filósofos griegos, filósofos romanos, y de secta-
rios de diversas escuelas. Al pié de esta Torre de ladrillo es-
tá la solución del problema que propone mi compatriota
orador.
Confundido el SeTwr el Habla común, los insurrectos se es-
parcen por la tierra, y son el Proteo que se nos presenta bajo
distintas formas en Egipto, en la China, en la India en la Gre-
cia encantadora, en Roma y hasta en los salvajes de América.
Por mucha que fuera la corrupción del entendimiento y de la
voluntad de los famosos Prevaricadores de Babel, que sí era, no
es posible dudar que llevaron al destierro la memoria bien pro-
vista de las doctrinas y enseñanzas bajo cuya jurisdicción na-
cieran. Entre las formas gigantescas del error encontramos
pisadas de la Idea Luminosa y acontecimientos que, mas que
sean vagos y confusos en el modo, están enteramente en la
sustancia acordes con las tradiciones de la Porción Fiel. Las
ideas de dioses, de espíritus superiores al hombre y de todas
esas cosas del orden sobrenatural que hormiguean entre los
indios, chinos, egipcios, celtas, negros de Africa y americanos
son fragmentos importados en aquellas regiones por los Insur-
rectos de Babél. Un ejemplo confirmará estas verdades. Supón-
gase que una familia de nuestra sociedad actual se trasplanta
al desierto mas remoto y que pasados miles de años encontra-
mos en él desarrollado un gran pueblo; por mas que las meta-
físicas, las ciencias abstractas, los errores y todos los absurdos,
en fin, lleguen á subir á su mas alta categoría, ¿creéis posible
ver borradas todas las condiciones del moderno embrión? En
peores condiciones se encuentra el conquistador que el pobla-
dor, porque este no tiene que vencer las resistencias que aquel,
y sin embargo la Historia nos presenta siempre estampada su
huella por todos los lugares por donde ha pasado. Los niños
de Egipto imitan actualmente en sus juegos las evoluciones del
soldado de Napoleón I. Suponed que acontecieran en el Nuevo
Mundo las mudanzas mas colosales, suponedle preso de armas
extranjeras, suponedle hundido en las catástrofes mas imagi-
nables, ¿creéis que todas estas cosas extinguirían enleramen-
— 113—
te muchísimos de los rasgos transportados por los europeos
á sus playas? Es bien seguro que nó.
Por donde tenemos que el fallo inaplicable que alcanza á
todo lo mas ó menos bueno que encontramos en las nacionali-
dades de la antigüedad, son efectos y no causas, consecuencias
y no principios déla Religión y Moral Católicas. El Sr. Castelar
y amigos creen tropezar con griegos y romanos, cuando tropie-
zan realmente con católicos disfrazados. Mas como quieran que
un católico disfrazado es un cadáver, el Sr. Castelar y su escue-
la debían deducir délos fenómenos que admiran consecuencias
enteramente contrarias á las que deducen. Debían ver que si
los fragmentos del Catolicismo, aun entre tantos lodos, producen
efectos tan sorprendentes ¿qué no podía esperarse de las concep-
ciones naturales y sobrenaturales de la Iglesia Católica derrama-
das sin obstáculos por el mundo? El dia que todas las escuelas
separadas de la Iglesia Católica, los impíos, los escépticos, los
salvajes y todas las inmundicias del mundo depusieran las afir-
maciones, los esqueletos, las cosas, las nociones que poseen chu-
padas de las Venas de la Iglesia, y la Iglesia se remontara al
cielo, en este mismo dia el caos estaría sobre la haz de la
Tierra.
Sección X.
Entre paréntesis.
Hay muchas gentes que porque no encuentran los nombres
de Iglesia-Católica-Apostólica-Romana y el de Jesucristo en Jos
lo
— 1 1 4 —
tiempos anteriores al de la Sacratísima Encarnación de este
Nuestro Soberano SeTior, piensan que la Iglesia Católica no ha si-
do siempre, y que el Hijo del Padre, no ha intervenido perpé-
fuamente en los asuntos del Mundo. Sepan, pues, estas gentes,
que las diferencias que notan sonmodales, y no sustanciales, por
cuanto dentro del mismo Paraíso Terrenal, luego al punto de
ser criado Adán, nuestra Religión fué Iglesia, fué Católica, fué
Apostólica, y fué Romana, por lo que mira á la Ley, y por lo que
mira á los Hechos, lo fué en el momento de haber el Señor ins-
tituido la sociedad conyugal con la entrega de Eva á Adán. Fué
Iglesia, porque Iglesia es una sociedad escelentísima y perfectí-
sima, sobrenatural, fundada por Dios, conservada por Dios y
asistida por Dios, y todo esto hubo en el Paraíso. Fué Católica,
porque Dios la instituyó para todo el género humuno. Fué Apos-
tólica, porque lodo hombre, en la condición en que se encuen-
tra, debe procurar su extensión y conservación.. Y fué Romana,
por el mismo hecho de ser Católica, pues á ninguno se eschiyó, y
solo para impíos recoge la ¡glesia-Catblica Apostólica-Romana\&
intensidad de sus términos y remates. También allí está en el
Paraíso Jesucristo, solo que después de su venida se llamó así,
y en el Paraíso juntó el nombre de Verbo con el de Simiente
Bendita, sin que haya hoy mudado el oficio de Mediador que co-
menzó allá. Los católicos que precedieron á su Augustísima En-
carnación se salvaron como nosotros: por la Fé en su Venida, sin
que la Vénula dejase de ser entonces, ¡o que es hoy: La Llave
del Cielo. Solo que los primeros pusieron su YÉen flue vendría,
y los que combatimos aquí tenemos puesta la Fe en queHÁ Ve-
nido. Mientras que los hombres que tuvieron la Dicha, cuya
inefabilidad y grandeza vá á perderse en que no sé yo ningún
vocablo que las esplique, de lerle vestido de nuestra qropia carne,
se salvaron, porgue creyeron que es, lo que realmente es: El Rijo
del Padre lleno de gracia y de verdad.
Por donde tenemos que los modernos nombres de üebreos,
Judíos, Sinagoga y Templo, sobre ser símbolo de nuestra Reli-
gión, son símbolo de las aposlasías de los hombres, porque Dios
al instituir nuestra Religión en el Paraíso, no le puso ningún
-lio—
nombre pequeño, sino que quiso que Adán y todos sus descen-
dientes, fuésemos piedras vh-as del Edificio que transplantaba á
-la Tierra. Dios quiso desde el Principio, lo que hoy quiere, y lo
que eternamente querrá: que ningún hombre se pierda, sino que
Todo el Género Humano camine en su presencia con santidad y
justicia todos los dias de su vida. De todo lo cual deduzco yo por
ecuación suprema: que en la Tierra solo hay dos nombres: el de
Católico que es Luz, y aquel otro sucio de Hereje, que es Ti-
nieblas.
Cuando Xueslro Señar Jesucristo pregunta, ¿qué mas pude
haber hecho, que no haya hecho?... ¿Sabéis qué pregunta?
Pregunta ¿qué mas pude haber hecho, que no haya hecho para
que mi religión y moral sea Iglesia Calólica-Apostólica-Romana?
En efecto, ¡mi adorable Salvador!... nada mas podéis haber he-
cho de lo que habéis hecho para borrar de la haz de la Tierra
tanta Herejía para que todos los que vivimos aquí; estemos
en comunión con los que gozan de Vos allá, para que el Género
Jlumano sea uno, como Vos sois Uno, para que esta Tierra que
Vos criasteis no gima con el peso de tanto impio, sino que como
ella es una, sea asi mismo uno el Culto que los hombres os ren-
dimos! . . . Y ¿qué más podíais haber hecho, que viendo los
pecados del Mundo, correr como habéis corrido desalado á qui-
tarles, descendiendo del Cielo al seno de la Virgen, de allí al
Pesebre, del Pesebre á la Cruz, de la Cruz al Sepulcro, y del Se-
pulcro al Cielo?. . . .
En virtud de todo lo dicho resulta: que nuestra Santísima
Religión siempre ha sido lo que hoy es : Iglesia Católica-
Apostolica-Romana, y que si estos nombres no aparecen hasta
después de la venida de Nuestro Señor Jesucristo es por la
apostasia cometida por los hoabres en los campos de Senaar.
Por esta Apostasía dejó de serlo en sus efectos, quedando
solo adherida á Beber y á su familia, en premio á la ino-
cencia y firmeza con que se conservaron fieles á las ór-
denes y mandamientos de Dios. Y esta excepción fué qui-
tada á los descendientes de Hebér. cuando Dios por su mi-
sericordia condensó en Jerusalen lo que por su justiciaba-
—116—
Lia recogido en Babel cuando dijo «7<i y ensenad á Todas
las Gentes. « Los nombres de la Iglesia Católica- Apostólica-Ro-
mana son gerárquicos, y estos nombres no se toman sin nece-
sidad. Nadie dice que es gente entre gentes; pero sí, proclama
terminantemente que es gente tan luego como se vé en pe-
ligro de ser confundido con las bestias. Por estas razones
nuestra Religión, antes de la prevaricación de Babel no declaró
que fuera Iglesia Católica- Apostólica -Romana, porque nadie se
lo disputaba; pero se lia llamado así después de la venida de
Nuestro Señor Jesucristo tanto para significarnos el misterio de
Nuestra Redención, como para que no se la comprenda en nin-
guna de las categorías de hs sectas, que la combaten. Para que
se sepa que es Original, y no copia, causa, y no efecto, ó hija de
Dios, y nó de la sabiduría humana.
Sección XI.
Consecuencia contra la Tesis del Sr. Castelar, Se acaba de probar lo estable-
cido en el principio del Párrafo octavo, con lo cual concluye esle Capí-
tulo Diez,
De todo lo espuesto resulta que la Idea Luminosa es de
Dios, y que siendo la Iglesia Católica la única depositaría de
esta Idea, emplear la fuerza contra la Iglesia es completa-
mente ineficaz é inútil: y no solo ineficaz é inútil, sino que
como quiera que siempre sucede que lo que el impío teme,
eso viene, las persecuciones que se emprenden contra la
-117—
Iglesia Católica para encontrar una libertad mentida, dan por
consecuencia una esclavitud real; pero que emplear la fuer-
za contra la Idea Tenebrosa, no solo no es ineficaz é inú-
til sino que es librar á la sociedad de aquella condenación
que sigue al crimen. Proclamar que la sociedad es ineficaz é
inútil para ahogar la Idea Tenebrosa, es negar el cuidado con
que la Providencia de Dios vela sobre los bombres; es ser
ateo; es negar los gobiernos. Estos están instituidos para
combatir el desorden. Si en el mundo todo fuera orden, ca-
da uno cumpliría con su deber. Y cumpliendo cada uno con su
deber ¿qué necesidad tendría el mundo de instituciones que
le hicieran cumplir? En los derechos y deberes de la patria
potestad mas se ocupan los legisladores de los hijos que de
los padres, porque la simple luz natural les enseña que mas son
los hijos que se portan mal con los padres, que los padres con
los hijos.
La Gran Grecia, Roma, y todas las sociedades anteriores
á estos dos pueblos, la grandeza que les concede la Histo-
ria, la deben á no haber participado de las ideas del Señor
Caslelar, así como deben su sepulcro á su participación. Y hé
aquí por qué he dicho en el capítulo III que esta época que
atravesamos, sino fuera por ciertas individualidades católicas,
fuera inferior á la Grecia de Pilágoras y á la Roma de Rruto,
porque es mejor vivir bajo la jurisdicción de una religión falsa,
que vivir sin freno como el ateo.
Las propiedades de la Iglesia Católica son tan escelentísi-
mas, que sus partecillas por diminutas que sean, andan en con-
sonancia perfecta con las reliquias de la Cruz de Nuestro Señor
Jesucristo, que donde están, levantan muertos. Ya he demos-
trado en el -párrafo IX del capítulo anterior el origen de lo bueno
que se encuentra en Grecia, en Roma, en el mundo entero de
donde arranca. La Iglesia Católica es un corpulentísimo árbol
que desde los tiempos ant;di!uvianos hasta la fecha, dá mas ó
menos sombra al mundo entero: el centro de su soberbia copa
abriga ásus hijos, y el resto de los hombres, unos viven de sus
ramas y otros de sus hojas; pero quitad á esos desventurados
-118—
esas ramas, ó esas hojas, y quedan sin poderse comparar con
aquellos de las playas del Senegal. Vendéis á los incautos los
gobiernos populares como invención vuestra, y estos gobiernos
son en la Iglesia tan antiguos como ella. El gobierno de los fac •
ciosos de Babél era popular. La república de Tiro de la Iglesia
chupó la idea. La república de íos Judíos data del año 491 antes
de nuestra era, y no hay república que no posea algo de aquel
rayo de luz. Los estómagos sanos lo digieren todo. Con la Igle-
sia Católica de base todo sistema político es bueno. El despotismo
data de la impiedad. Donde no hay Dios, solo el sable puede go-
bernar algunos momentos.
Los que quieran saber la verdad y formarse un recto cri-
terio del mundo y sus cosas, deben buscar los datos en donde
están. En tratándose de libros, búsquese el primero que se co-
noce que es la Biblia; y si en los libros posteriores se encuen-
tran noticias que están consignadas préviamente en la Biblia,
dígase que la Biblia esorigínal, y aquellos copias, que el juicio
es recto. Para saber de Grecia, de Roma y de la Edad Media, no
deben los hombres estudiar á los revolucionarios modernos:
Plutarco, Homero, Herodoto, Ensebio, Tertuliano, y todos los
Padres de la Iglesia, en fin, y todos los Concilios, saben mejor
las cosas que todos esos que escriben en los cafés y en los lu-
panares recostados entre mujeres. Todos estos escritores y ora-
dores son hombres que descienden de la Idea Tenebrosa por sus
padres, y que sus enlaces les autorizan para poder decorar sus
lares con las imágenes de los pontífices de los asesinos de Carlos I
de Inglaterra, y de la del infortunado Luis de Francia. Esta es
la realidad. Vivimos en una época en que es preciso ser franco
dando á cada uno \o quecss?;yo.
Esta singular época que atravesamos forma un conjunto,
que la hace un Monstruo diverso de todos los que nos presenta
la Historia. Las devastaciones de Grecia y la destrucción de
Roma ocasionadas por el ateísmo, no son tan estrañas, si se con-
sidera que eran monumentos levántalos sobre cimientos de are-
na, cuales eran las religiones falsas sobre que reposaran; pero el •
ateísmo, entre gentes que á las esperiencias del pasado juntan
- 119 —
las luces verdaderas, es acontecimiento que ha de suministrar
por sí solo una historia curiosa. No es difícil que descienda el
Señor de un dia á otro para ver la Torre que edifican los hijos de
Adán. A mi no me ha hablado el Seiior particularmente sobre su
modo de pensar acerca de la Ciudad y la Torre; pero según veo
que ya ninguno entiende aquí el lenguaje de su compañero,
sospecho que quiere confundir la lengua. Por lo que á mí
toca no tengo cuidado, porque soy de la familia de Iíebér.
Yo ruego á los facciosos que mediten el asunto, porque, aun-
que Jesucristo viene, ya no es como Redentor, sino como Juez
implacable.
Por lo que hace á la suerte que puede correr la Iglesia Ca-
tólica, supuesto que hablo á Gentiles, les comparo la cosa al tem-
plo de Efeso: siete veces incendiado, y siele veces salido de las
ruinas, y siete veces mas magnifico.
Yo bien conozco que al ver la luz pública este Opúsculo,
querrán los Libres Pensadores poner veneno en su mirada
para estinguirle; pero es de mármol y nada le conmueve.
He levantado mi mano implacable contra le Herejía, y le
preparo martirios mayores. Si el mas haraposo de los llama-
dos liberales tiene el derecho en cualquier lugar de befar el
orden, el mas haraposo de los católicos tiene el derecho de
defenderle. Y os protesto á la faz del mundo entero, ¡ce-
rebros hácia abajo ! he tomado la pluma para á cada mue-
ca que bagáis , responderos con un balazo. ¿Que" importa
que habléis mejor que yo, si yo digo la verdad, y vosotros
no andáis mas que cantando mil embrollos? A. mí no me alar-
mará la critica del estilo, la que pudiera confundirme seria
la crítica de la lelra; pero esta no me confunde; nó, por-
que con la Historia en la mano os pruebo, siempre que gus-
téis, que ningún buen griego ni ningún buen romano simpatizó
jamás con vuestras ideas.
Por ser universalmente conocida de todas las gentes la ac-
ción sóbrelas turbas del Calvario de la Idea Tenebrosa, concluyo
apuntando su participio principal en la condenación solemne que
hizo Dios del Imperio Romano.
-120—
Temerosa la Filosofía Griega de que se la hiciera marchar
uncida al carro de las tempestades, deja la Grecia, y hácese á la
vela para Roma, después de haber fijado su residencia en Ale-
jandría, bajo el reinado de los Ptolomeos, Poseída Roma del an-
helo de vivir, cree que la Extrangera puede hacerla dichosa, y
la recibe y hospeda con los honores de una reina. Mas no tarda
Roma en expiar su crimen Roma la piadosa, vé brotar impíos
como Lucilo y Lucrecio, y, ¡ó eterno ejemplar délos perniciosí-
simos efectos del escándalo ! hasta el religioso Marco Tulio sigue
las pisadas de la bella ática, y coloca á sus piés un azafate lleno
de monedas falsas. En presencia de la apostasía, Roma se con-
turba, y rubrica orden de espulsion. Mas la pérfida Griega ha-
bía ya conmovido el fundamento de luz romana, y Roma no pu-
diendo resistir al placer de oiría hablar, le levanta el destierro.
Torna la Expulsa á Roma, se insinúa por todas las venas de
aquellos señores de la tierra y les conduce de laberinto en la-
berinto, hasta dar con ellos en manos del Cristianismo. Como con
el Cristianismo marcha siempre Dios, entonces pone un Bár-
baro armado en las puertas de cada templo romano, y manda
al Cristianismo que con la fuerza de su razón suprema dé testi-
monios públicos de sus virtudes: y ambos á dos, no paran hasta
romper á Roma con el cambio de Raza Humana. Si esto es un
gran bien bajo el punto de vista religioso, es una expia-
ción terrible bajo el punto de vista de la causa que es el
pecado.
CAPÍTULO UNDECIMO
Es la Iglesia; no es la Iglesia: es regalo de un amigo.
«El Sr. Cánovas, prosigue el Sr. Castelar, como si viera la
«inutilidad de su remedio (el Gobierno), vuelve los ojos á una
«reacción religiosa. Pero el Sr. Cánovas olvida que mientras la
>>lglesia se alie {¡ja no es luz y consuelo de mil generaciones:) á
«todos los opresores, y se vuelva (ya la Iglesia se ha vuelto pá-
ngame,) contra todos los oprimidos, maldiga nuestros progresos.
»(U« juzga menos incómodo aquel desconsolador nido de la cuna
» del pueblo;) escomul^ue (ya no es el trabajador '[eterno pena-
»doV) nuestra democracia, cuente (ya no muere Cristo por el
«pueblo;) como dias de luto los dias de triunfo de los pueblos,
«maldiga (ya lomó el pueblo aire, luz, movimiento: ya es Sobera-
»no.) los progresos políticos modernos, la Iglesia (¡á Dios ca-
»ramba'.) será abandonada hasta de aquellas almas que, (¿son
«como I oí?) cristianas por su naturaleza y por su educación ,
«no quieren (La verdadera Libertad;) ni pueden abandonar (el
»curtcl y la marca, y las dos argollas y las dos cadenas en ambos
»piés;) su conciencia que las separa de (todo progreso) todas las
«tiranías, y las une indisolublemente (á los cazados en las
»selvas de Pannonia,) á la justicia y al derecho.» (Aquí ya laso-
nciedad no es implacable, porque ya hay justicia y derecho.)
¿Acaban de oir mis lectores los furibundos redobles de
tambores y de trompetas destempladas contra la Iglesia por las
excomuniones que lanza contra la democracia del Sr. Castelar?
10
—122 —
Pues no forméis mala opinión de mi compatriota orador, por lo
que acabáis de oir: ya no es la Iglesia la culpable, es su misma
democracia. Ha recorrido esa larga fila de calles sin salida de la
Luminosa Revolución Moderna, y al través de las rejas de sus
encantadores progresos políticos, si no fuera pomo faltar al de-
ber que se ha impuesto, convendría con la Iglesia en contar por
de luto sus triunfes; oigamos y sino la mirada que echa en torno
suyo:
«Preguntábame el Sr. Cánovas: ¿qué trabas halla el traba-
jador en las sociedades modernas? Voy á decirlo. Existen mo-
nopolios, privilegios, títulos profesionales, servicio militar para
«el pobre (en los tiempos del oscurantismo era este servicio pa-
rirá los de las pelucas empolvadas;) de que se esceptua el rico;
»ya he dicho que la Luminosa Revolución les ha excluido;) siervos
»en las costas, (¡ya no quiere guarda-coslasl) siervos en la mar.
»(¡Fuera Marina!) restos de señorío, (¡y dice que no desconoce
»la propiedad!) contribuciones indirectas, que son el impuesto
"progresivo (evoluciones progresivas,) sohre la miseria (ya el so-
»berano del Sr. Castelar está como aquel antiguo nuestro rey
»que no tuvo que cenar;) intentos hay de suprimir sociedades
»(/t«// razón: quitan estímu lo al trabajo,) que procuran mejorar
»el trabajo (de falsearlo lodo para convertir el mundo en el caos
»para consumo particular;) artículos del código que castigan
«como un ciímen (como vosotros castigáis á los que nos juntamos
»para aumentar el precio de la Religión) la coligación para au-
mentar el precio del trabajo. Véase si se puede todavía rom-
»per trabas y ligaduras que esclavizan (« la Iglesia) al tra-
»bajo. »
Yo os perdono vuestros arrebatos, Sr. Castelar; las pésimas
nociones que os habéis formado de la libertad y del progreso os
incitan á comételos. Vuestros progresos y vuestra democracia
os parecen grandes y vuestros días os parecen de triunfo, por-
que los veis encumbrados; pero no habéis reparado que lo es-
tán sobre un inmenso volcan: os fijáis en los torrentes de luz,
y perdéis de vista las grandes masas de humo. En verdad os
digo: os habéis apasionado de una ramera solo por su rostro.
-493-
Esas almas cristianas por naturaleza y por educación, que
son los vasos de oro y de plata con que bebe la Iglesia, no
piensan en abandonor su mesa, como vos afirmáis sin vacilar,
y si ellas la abandonaran, Dios sabe fabricarle otras. El sobera-
no Artífice de estos vasos es tan previsor, que actualmente está
en Rusia, en Ilannovcr, en Turquía y otras partes recogiendo
tierra y coivirtiéndola en oro y plata, y acumulando los teso-
ros que demanden las circunstancias, para todo el buen servi-
cio del altar. Las sustancias délos útiles permanecerán siempre
las mismas, sin mas diferencia que en vez de llamarse españo-
les, franceses, italianos, et cestera, pueden tomar el nombre de
rusos, turcos, damasquinos y germanos. El mundo no está aun
tan despoblado, Sr. Caslelar, que no tenga en su marina un
piloto que pregunte: «¡SeTiorl ¿,á qué pueblos queréis hacer la
guerra! y un Gensaríco que responda: «/A aquellos contra quie-
nes Dios está enojado'.» Junio Bruto crée habérselas con el des-
potismo, injuria la libertad, y dá de narices sobre el cetro de
hierro de César. La Francia no advertia que á la espalda de
Luis estaba Napoleón 1.
Esta Iglesia que, según vos mismo, tan bien supo quitar
las marcas y los carteles del pueblo, jamás renunciará al placer
de hacerse participe de sus sufrimientos; pero ella sabe per-
f eclamentc bien que no es libertad y progreso lo que hoy bajo
sus velos se oculta. El liberalismo se desmaya á la vista de un
trabajador, y tiene entrañas bastante duras para con sus moti-
nes, asonadas y guerras, sacrificar \millones de hijos del pueblo!
que dejando á sus consortes y á sus hijos en la miseria, perpe-
túan en el mundo los infortunios y la execrable memoria de los
desnaturalizados corazones de unos verdugos que insultan con
su lujo y disipación la sangre de las victimas en la persona del
huérfano hambriento y de la viuda desamparada. Y la Iglesia
que no ignora los dañosos resultados del patriotismo de los es-
posos y de los padres, no castiga en los inocentes los sufri-
mientos que los tiranos tienen merecidos, sino que con bondad
paternal se esfuerza en neutralizar las' desastrosas consecuen-
cias de las bastardas pasiones de los déspotas infames.
—124 —
La Iglesia, Sr. Castelar, no apoya, como vos apoyáis, en
los conceptos de masonisino, carbonarismo, internacionalismo,
ni en los de las otras sectas secretas y públicas, el criterio del
progreso y de la asociación. El progreso y la asociación son
verdades de la Iglesia Católica, y el masonismo, carbonarismo
é internacionalismo son herejías de aquellas verdades. Son vi-
cios que se quieren ingerir en aquellas virtudes. Bien puede
el liberalismo amasar y reamasar, que el criterio del orden re-
chazará eternamente las ideas especulativas, los delirios y los
absurdos con que se alimenta.
Recordad, Sr. Castelar, que vos mismo, después de haber
dibujado los tormentos, y las angustias, y los oprobios del pue-
blo durante el Sacro Imperio, llamáis al Cristo libertador de ese
pueblo, y hasta «luz y consuelo de mil generaciones en toda la re-
dondez de la tierra.» El haberos persuadido de que el Cristo es
luz y consuelo hará menos difícil el que os persuadáis de los
gravísimos inconvenientes que resultarían al mundo, si se efec-
tuara la Voz que lanza la Iglesia, su hija, en el capítulo que
sigue.
CAPÍTULO DUODECIMO.
Voz de la oscurantista, retrógrada é intolerante Iglesia Cató-
lica á los muy ilustrados, progresistas y libres pensadores
del siglo XIX.
«Señores:
«Vais á salir de la tiranía de un tutor poderoso. Signifi-
cad á esc soldado que me hace centinela delante del calabozo
del Vaticano, que puede quitar la guardia de la cárcel, porque
Yo me retiro. Mas antes que me retire de este mundo que vá á
ser consagrado por la Columna de Junio Bruto, de entre los
materiales con que vais á levantar un monumento al Pueblo,
levanto lodo lo que de hecho y de derecho me pertenece, para
que desde luego cada uno se escude con lo suyo: Yo con mi
propia virtud, y vosotros con la vuestra.
«Este es el único camino para que vuestras imputaciones
se destruyan por sí mismas, si son falsas; y si por desgracia
fuesen verdaderas, no debéis veros privados de vuestras liberta-
des, de vuestra ilustración, de vuestros progresos, de vuestra
moralidad y bienestar, por disimular mis errores y ocultar mis
crímenes.
«Y para que evidentemente se vea que hasta á la hora de
partir estoy de acuerdo conmigo misma, y nunca jamás se pro-
pale, que al emigrar, por una parte me llevé lo bueno, y por la
otra dejé lo que juzgáis malo para connaturalizar entre vosotros
la esclavitud, el despotismo y demás males de que me hacéis
—126 —
cargo, ¡lodo me lo Uecarél efectos y causas, todo 'lo voy á juntar
debajo de mis alas, como la gallina junta á sus polluelos.
«¡O Tú, luz del mundo, libro aislado de los demás libros,
unidad y colección, singular y plural: ¡Biblia!... cierno ejem-
plar de las ideas de Dios y de los hombres: ¡Congrégate á Mí!
«¡O Tú, Música, y tú, Canto, y tú, Poesía, y tú, Pintura,
y tú, Escultura, y tú, ó Arquitectura: ¡quedaos todos en la tier-
ra con vuestros pobres mantos terrenales, y devolvedme mis
sublimidades y misterios, porque yo me voy!!!
«¡O Vosotras, Astronomía y Matemáticas, Química é His-
toria Natural y Filosofía en todos los ramos del saber: ¡devol-
vedme todo lo que os tengo prestado para dirigir el entendi-
miento por el camino que conduce á la verdad, y quedaos con
todo lo que induce á desconocerla, que es vuestro exclusivo y
único patrimonio, porque Yo me retiro!!!
«Pedro, Fablo, José: hijos é hijas mios todos que triunfáis
en el cielo ¡descended y recoged vuestros apellidos, porque ya
los hombres juzgan mejor decorarse con números como los re-
baños de animales!!!
«¡O Vosotros, hijos mios: Monge de Kioff, obispo de Mer-
semburbo, Alonso I, Iiacon, Newton, Leibnitz, Pascal, Bossuet,
Fénélon, Balines, Corles, Chateaubriand, Padres, que os apelli-
dáis mios: hombres lodos que me sois deudores de la mas in-
signe celebridad aun en los idiomas de los mismos que me des-
hechan: ¡levan táos unos de vuestros sepulcros, y otros suspen-
ded vuestros trabajos, y todos recoged vuestras obras, vuestras
artes, vuestras ciencias, vuestras luces, todas, en fin, ... y
empaquetad, encajonadlo todo, porque yo me ausento!!!
«Extirpadores del salvajismo, hijos queridos que tengo
desparramados por toda la redondez de la tierra: ¡misioneros!...
dejad vuestras penosísimas tareas á esos patriotas de la vida
regalada... ya no Ies sirvamos con esa ánsia y exactitud, ¿naci-
mos, acaso, para ser esclavos suyos?... huyamos que ya no'
hay para ellos un católico honrado, porque sus vicios les inspi-
ran la creencia de que es enteramente imposible el ejercicio
de la virtud!!!
-127-
« ¡Niños Expósitos!... ¡el mundo me echa de entre voso-
tros!... AI desprenderos de mis brazos, las lágrimas me qui-
tan la palabra, y el «/A Dios!» que os digo me cuesta el sacri-
ficio del mas dulce sentimiento de mi vida!!!
«Hospitales, venid, venid vosotros, porque Yo os crié, y
venid juntamente con mis Hijas las Hermanas de la Caridad:
sonó la hora de partir, y de dejar á la filantropía de ¡os felices
del siglo el cuidado de socorrer á los desvalidos!... ¡Pobres en-
fermos!... ¡También brotan á torrentes las lágrimas de mis ojos
al deciros «¡A Dios!» Mas ahí estos que me reemplazan os
vendarán y limpiarán, ellos arreglarán vuestros lechos, ellos
lavarán vuestros lienzos llenos de asquerosidad y de inmundi-
cia!... No dudéis que estas víctimas santas por un exceso de
sentimentalismo se ofrecerán espontáneamente á la muerte. Y
lo que verdaderamente será de un precio inestimable, es que
en la hora postrera, haciendo el último esfuerzo, os harán el
gran servicio de quitaros la esperanza poniéndoos al oido el
sepulcro y la nada, en que rebosa la dulzura de su alma!!!
«¡Supersticiosos sacerdotes, fanáticos seculares que en esas
escuelas, colegios y universidades tenéis á los hijos de los be-
neméritos patriotas sumidos en el polvo de la bárbara ignoran-
cia!., ¡salid luego al punto de esos establecimientos que Yo
fundé, y ellos y vosotros venid juntamente á Mi, que ha lle-
gado la hora de ceder el puesto á otras corporaciones de maes-
tros, que desembarazarán el embrollo de vuestros raudales de
oscurantismo y retroceso!!!
«Respeto á los padres, obediencia á las leyes, fidelidad
con los amigos, buena fé en los contratos; devolvedme las de-
cisiones de mi razón suprema y de mi caridad sin límites, por-
que ya han encontrado los hombres que no sois vosotras el va-
lor que sobrepuja mas al coste de la producción.
«Clases menesterosas, trabajadores infelices, hombres opri-
midos, «/A Dios!» os digo: ya no levanten vuestras calamida-
des sus clamores hacia Mí, ya no me pidáis remordimientos ni
castigos; ahí os darán venganzas contra las violencias, las in-
justicias, el.destem piado orgullo de vuestros señores, esas le-
—128—
giones de folletistas, periodistas, y escritores de obras que ha-
cen crujir contra Mi las prensas de Madrid y de Paris, de Roma
y de Londres: del viejo y del Nuevo Mundo!!!
«Organización de las Sociedades Modernas: anatema á la
corrupción, vergüenza á los excesos de los sentidos, freno á la
licencia, horror á la crueldad, amor á la vida agrícola, respeto
á la propiedad, desarrollo del espíritu de familia, conocimiento
de los derechos legítimos áque cada uno puede aspirar, justi-
precio del valor de los servicios de los hombres y de las cosas,
reflejos, luces, eternos ejemplares incesantemente á la vista
para rectificar los conocimientos falsos ó imperfectos que pue-
den formarse sobre los hombres y sus asuntos los políticos, los
filósofos, los publicistas, los legisladores, los gobernadores y los
gobernados, los literatos, los artistas, los guerreros, los econo-
mistas, los comerciantes, los propietarios, los jornaleros, los
amos y los criados, los ricos y los pobres: el mundo entero: ¡Va-
monos de aquí, que ya no agradan estos mis ejercicios y em-
pleos tan perfectos!!!
«Sectas contradictorias: logias francomasónicas, Interna-
cional, protestantismo, carbonarismo clubs, juntas patrióticas,
todas las reuniones que combatís: ¡cesen vuestros plagios so-
bre Mi!... restituidme esa mi teología con que vestís vuestras
locuras y delirios, y con que habéis labrado los escalones que
os han encumbrado á los solios de España, de Italia, del mundo
enterol!!
«¡O vosotros, misteriosos encantos míos, llenos de majes-
tad y de divina grandeza, insignias religiosas; Templos levan-
tados en honor de Dios Omnipotente; campanas que ora con vo-
ces clamorosas, ora con misteriosas melodías, sois el símbolo
de todas las afecciones, y que no bay acontecimiento en donde
no deis interés; pastores venerables, retiraos de la cabecera del
pobre moribundo, no deis ya vuestics consuelos á la viuda que
llora; cantos, órganos, músicas, ornamentos, oraciones, festivi-
dades, Misa, Corpus, Concepción, Natividad, Reyes, Semana
Santa, imágenes del Redentor y de la Virgen Madre, de los
Confesores, de los Mártires, de todos los bienhechores de estos
-129-
misnios ejércitos de ingratos que hoy me excluyen del mundo:
¡Vámonosl que ya no se me permite espresar sensiblemente ni
mis ideas ni mis mas tiernos sentimientos!... ¡Sí!... ¡vémonos
luego, imágenes de María y de José, ántes que el mundo amo-
tinado os acabe de prender fuego!... ¡vamonos, repito! porque
ya los hombres no quieren contaros sus penas, ni quieren in-
teresaros para que les ayudéis en sus infortunios!... ¡Vamonos,
y llevémonos las Exequias y el Respeto hácia la morada de
los muertos, ántes que los nuevos Condes de Oriente conciten á
los pueblos á que después de habernos degollado sobre las aras
de sus dioses, arrojen á los cerdos nuestras entrañas destro-
zadas!!!
«Y por último: indigentes que en las puertas de mis tem-
plos interesáis la caridad pública con el nombre de Jesús, ¡re-
tiraos!... Y vosotros lodos los que lloráis, piadosos ejércitos de
ciegos, de cojos, de mancos, de tullidos, de enfermos, de niños
abandonados, de doncellas desamparadas, de viudas llorosas,
de hombres arruinados...;.! Dios!. . el Cristo se vá conmigo y
su Evangelio también!... ya vuestros infortunios dejan de ser
objetos sagrados y augustos, ya no queda en la tierra quien
clame: que sois también seres rescatados con la sangre de Je-
sucristo, y capaces como el primer magnate de subir á un tro-
no celestial!... ¡A Dios\ü...
De todo este razonamiento de la Iglesia Católica, Sr. Cas-
telar, se desprende el imperioso deber que tiene todo hombre
de no hablar con lijereza en materias cuyos tesoros son inmen-
sos, y para que no se encuentre motivo de negar la verdad de
mis inducciones, para borrar las mas leves apariencias de con-
tradecirme, no tengo la menor dificultad de probar histórica-
mente en el capítulo que sigue, las causas de los efectos se-
ñalados.
17
CAPITULO DECIMOTERCIO.
El Imperio Romano, los Bárbaros y la Iglesia Católica,
Aparecidos en Europa los Exterminadores déla Raza Anti-
gua (Cap. X, § JT7), la Europa es un pavoroso cataclismo que
bajo cada punto de vista presenta una nueva catástrofe. Solo
respira la Europa las grandezas de Dios y los terrores de la
muerte. Es la-Europa una inmensa tumba rociada con torren-
tes de sangre expiatoria. El Poder Público, el Imperio, las
grandezas, el pueblo, los hombres y las cosas son arrebatados
lodos por tan impetuosos huracanes, que nada es mas triste de
ver, y nada es mas horrible de oir que la pregunta en tono de
befa de Sahína hecha á un rebaño de desventurados fugitivos
[DeGubern, Dei. lib. G), que se jactan en una solicitud de ciudad
y de pueblo, como si realmente existiera alguna de estas cosas.
«¿Quccso, cui stalui cui, populo, cui cicílatP.» esto es: '(¿Dónde
exisle estado, ni pueblo, ni ciudad'h> Y tan lejos están estas re-
ducidas reliquias de la Antigua Raza de tener alguna represen-
tación en el nvevo orden, que ni gentes les consideran los con-
quistadores. La Ley Sálica (Tit. XLI1I, art. ],) impone la pe-
nade ocho denariis, al que asesine á un Rárbaro y cuatro dena-
riis (Tit. XL1II, art. VIH,) esto es, la mitad del precio al que
asesine á un Romano. ¡O altas consonancias puestas por la ma-
no de Dios sobre los crímenes de los hombres! El pueblo judío
vende al Cristo por treinta dineros, después el pueblo romano
-132-
compra en sus mercados treinta judíos por un solo dinero, y hoy
á su vez el comprador es vendido por cuatro!!!... Una prueba
de la extrema indigencia en que quedaron los señores del mun-
do, nos la transmite Zósimo, en una pregunta y en una res-
puesta que se conserva en su Libro quinto. Viendo que Alad-
co les despoja de todo, le preguntan «qué les deja'?» «¡Animas!»
les responde el soberbio conquistador: «¡La vidal» De todo lo
cual se infiere piadosamente que ni el Sr. Castelar ni nadie
tiene derecho de enfadarse contra la Iglesia Católica por esa
ambición sobre unos esclavos sin Estado, ni pueblo, ni ciudad,
reputados por la Ley por la mitad del valor porque se compra
un hombre, y por todo haber, propietarios de una vida que
vale cuatro dineros.
Mas, saliendo del sepulcro de los altivos y corrompidísimos
culpables que la justicia de Dios ha marcado por el exterminio,
pregunto yo: ¿se apellidará á la Iglesia Católica rotrógrada, oscu-
rantista, enemiga de la civilización y del saber por que contuvo el
progreso de los nuevos señores del mundo? Yeámos quiénes eran
y cómo pensaban nuestros venerables antepasados sobre todas
estas cosas.
Aquellos jefes del pueblo, Sr. Castelar: Atíla y Alaríco,
eran hombres que no opinaban dignos los lechos de mesa ni las
lluvias de flores que vertían los artesonados de los lujuriosos
vencidos; el oro, la plata, las lámparas y el nardo y los perfu-
mes preciosos que las alimentaban, con una mano lo tomaban y
con la otra lo repartían generosamente entre sus compañeros
de armas Como sus miras se levantaran á centros mas encum-
brados, deshechaban los gustos de la molicie, y vivian en el
campo en un cuarto de madera. Mas no penséis que los soldados
hicieran á las grandezas romanas mayores reverencias que los
gefes. Su traje es una piel revuelta en algún pedazo de trapo, y
que no se quitan hasta que él mismo se cae de maduro. Su me-
sa es frugal, nada de los pescados, de los guisantes revueltos
con granos de oro, ni de esas lenguas de pavos reales que os-
tentaran las crapulosas mesas de los estragados descendientes
de Numa: yerbas del campo y podazos de carne constituyen su
—133 —
sustento. Con estos pedazos de carne que devora, hace el Bár-
baro una robusta oposición y contraste á los suntuosos banque-
tes de los E bogábalos. Uno, Dos, Tres, cantaban estos poniendo
los platos en la mesa, y el Hijo del Desierto responde Uno: «el
pedazo de carne sobre el lomo de mí yegua ó de mí caballo,» Dos:
«mi silla encima,» y Tres: «mis floridos muslos sobre lodo.» La.
pátria de estos hombres tan dignos del pavor que infunden, es el
mundo. Su vida andar vagando de ruina en ruina, y de desierto
en desierto, bebiendo el vino en el cráneo de los romanos. A tra-
vés de aquel inmenso eclipse de bragas, pieles, mazas, flechas,
huesos agudos, macetas y martillos, tiras de cuero y espadas,
ningún objeto de curiosidad se vé que atraiga las miradas que
atraen los elegantes reformadores del dia. Estaturas bajas, ca-
bezas anchas, ojos verdes, narices chatas, colores atezados,
figuras cínicas, ebrias y asquerosas y hediondas todas, dejan
al mundo su aspecto de desnudez, de soledad, y de terror. El
baile, el canto y la música son el colmo de la alegría de estos
nuestros progenitores, S>\ Caslelar; pero no con esas dignidades
y razones del dia: al son del pífano, del tambor y la gaita, brin-
can y galopan por esos frescos campos con la desenvoltura y
desenfado de esas jaurías de traviesos muchachos que atruenan
las calles de nuestras ciudades.
Conforme podéis ver, Sr. Caslelar en Procopio (De Bell,
Gothico, lib. I, pág. 312), y en Víctor (De Persecutione Africa-
na), no eran nuestros padres nada aparentes para que se les en
cargaran los ministerios de Fomento y de Instrucción Pública.
«El niño que tiembla á la vista de la vara, respondían al propo-
nérseles abrir escuelas, no podrá mirar la espada sin temblar.»
Sobre agricultura opinaban ser mejor arrancar las viñas, los
árboles frutales y los olivos. Y si los testigos citados os son sos
pechosos, Sr. Caslelar, Lérida y Tarragona pueden informaros,
y supuesto que en medio de ellas vivís: preguntádselo. Los li-
beráis del dia en un extremo se parecen á unos pocos de nues-
tros antepasados, á los Hunos, en religión: ellos opinaban que
es mejor no tener ninguna, y creia, como estos, en una especie de
fatalidad. Pudo haber tomado casualmente en su casa el Se-
-134-
Tior Caslelar este date de Gregorio Turonense, cuando trajo al
Congreso la imaginación montada al gozo de que la fuerza no
ahoga las ideas.
¡Aquí!... ¡ó Pontífices de la impiedad! ¡aquí!... ¡sí! ¡aquí,
por mas que sean las fuerzas de que os sintáis dotados, por
mas que trémulos y sombríos tratéis de recoger con la vista
el horizonte, ¡es preciso que os sujetéis á la mortificación de
ver á la Iglesia Católica aparecérscos bajo la forma de un in-
menso Gigante, y de oir hasta ensordecer los elamores de la ci-
vilización moderna que cantan su sempiterna gloria!!!
En efecto: hay en la Organización de las Sociedades Moder-
nas un conjunto de trabajos, de fatigas ajenas, de nociones pri-
mordiales, de relaciones á lo que otros han dicho, de descrip-
ciones de cosas y de hombres y de pueblos ignotos, de oportu-
nidades, de conocimientos luminosísimos, de antecedentes, de
reglas, de fundamentos de vastos edificios, de voces, de locu-
ciones, y de prodigios en fin, todos diré nacionalizados, que no
son invención moderna sino que suponen predecesores, guias, y
que levantados del mundo dejarían lagunas insalvables, porque
les fuera radicalmente imposible á los cerebros mas vigorosos
mas extraordinarios el criarlos por sí: de esos numerosísimos
materiales, de esos incontestables tesoros, ¿quién hadado cuen-
ta á la Nueva Sociedad? No ha podido dar cuenta sino la que
pudo concentrarlos. He demostrado que los vencidos aun
cuando hubieran tenido mucho placer en hacerlo, sucumbieron
bajo las armas de los conquistadores los mas, y los pocos que
sobrevivieron quedaron exhaustos de representación y de me-
dios con que hacer frente á aquellas discordias, incendios y ru-
mores de batallas. Así mismo he patentizado que el corazón de
los Exlcrminadores solo en presencia de la guerra latia con emo-
ción, y que todo progreso y cultura para aquellos guerreros
chispeaba en u^nas de lodo llenas del mas hondo desprecio.
Por otro lado, Vencedores, Vencidos é Iglesia Católica son los
tres nombres que llenan todo el cuadro de aquella época: Luego
es la Iglesia Católica la incógnita del Problema. A la luz del
clarísimo reverbero de la Historia leemos dos hechos, que ellos
—135—
sí, Sr. Ca&telarqae son una mejor revelación que aquella de
los vuestros polvos y jabón, á fuer de mas oportunos y lumino-
sos y de no andar yo perdido en la manera de aplicarlos. Di-
rigiéndose Alarico contra Roma, Roma poseída de espanto rue-
ga á San León, que corra á atajar al Conquistador, mientras
ella poco ántestan altiva corre á atrancar las puertas y se ocul-
ta bajo el manto fantástico del Imperio. Sale intrépido el santo
Apóstol, y lo que era imposible á las armas, es fácil á la iglesia
Católica. Habla León k Alarico de\ dogma, de la eternidad de
las penas, y este dogma infundiendo un temor en el Bárbaro,
que no infunde boy á los bárbaros modernos, le produce el
sentimiento de abandonar su empresa. Tres veces se vé sitiada
Soma, y como Dios es el que estimula á Alarico á tomar á Ro-
ma, liorna cae por último bajo el estrépito de sus armas ven-
cedoras. Mas como estos soldados de Dios no destruyen las
obras de Dios, Alarico, antes de estender la orden déla ma-
tanza general, estiende la orden de poderse asilar á la Iglesia
de S. Pedro y S. Pablo todos los que quieran escapar de ella .
Y en este día se vé cu Roma entre soldados Bárbaros lo que
actualmente no se vé en Roma ni en ninguna otra parte entre
soldados que se intitulan civilizados. Entre los borrares del
saqueo protegieron aquellos idólatras los mismos tesoros de la
Iglesia que boy roban los cristianos, viéndoseles conducirlos á
los sepulcros de Pedro y Pablo con espada en mano, y cantando
Himno al Cristo Nuestro Señor.
De todo esto, pues, deduzco yo, señores liberales, que ba-
ceis muy mal en clamar y en perseguir á un Tutor sin cuya
intervención nos encontraríamos actualmente sometidos los
bombres en las mayores desventuras ó ignorancia por la noto-
ria impotencia de remediarlas. Si la Iglesia Católica, inspirada
por su natural caridad, confortada á la vez por el respeto que
los conquistadores le tenían, no se bubiese lanzado intrépida
entre aquellos ejércitos de devastadores á custodiar archivos, y
bibliotecas, y objetos artísticos, y á sellar bajo sus armas todas
las riquezas del mundo antiguo, es bien seguro que el siglo XIX
—136-
no estaría á cubierto de las privaciones de los salvajes de
América.
Si Ella no se interpone entre aquellos huracanes que vie-
nen rebramando con feroz bravura, si Ellano se acerca á aque-
llos Diezmadores de los hombres, si Ella con anatemas, y con
gritos, y con amenazas no turba sus instintos feroces, si Ella
no arrebata á sus hijos de los campamentos para ponerles en
las escuelas, si Ella no se desvive para hacer adoptar á todas
su moral y su religión, nosotros fuéramos hoy unos hotentotes,
porque ya hemos visto que no opinaban por las luces, y noso-
tros opinaríamos lo que ellos opinaban, como quiera que de
ellos decendemos.
Y concluyo este capítulo haciendo observará mis lectores:
que de esta memorabilísima época nacen las propiedades de la
Iglesia, los mayorazgos y la Nobleza, contra todo lo cual los tri-
bunos y botarates del dia tanto conmueven la imaginación po-
pular. Esta imaginación no comprende que estos nuestros fac-
ciosos camaradas tiran tan bien la espada, y provocan á duelos ,
para levantarse al rango de aquellos seTwres sin sus eminentí-
simos servicios, sin sus méritos y sin su educación preparato-
ria. Yo soy quizás de una brusquedad escesiva; pero es que
de una rápida ojeada abrazo la rápida y vergonzosa existencia de
tantísima ejecutoria moderna, fresca y reciente que afrenta, en
vez de enaltecer, á tantísimo sallimbanco hijo de la Luminosa
Revolución del dia.
A mí me sienta perfectamente bien el que á cada uno se
le dé lo suyo. Así es que jamás he visto con malos ojos á las
propiedades de la Iglesia, á los mayorazgos ni á la nobleza. El
Clero prestando los servicios que he enumerado, y desmontan-
do desiertos, y erigiendo lugares y aldeas, y hasta levantando
ciudades; la Nobleza, cooperando con sus esfuerzos en mi re-
dención, porque yo soy del pueblo, vistiendo á mis antepasa-
dos, y dándoles víveres, y también dinero, merecen todos mis
profundos respetos, por que soy agradecido. Si en el año mil
ciento cincuenta y cinco hubiese vivido yo, declaro que no
acudo como Don Diego Velazquez acudió al cerfámen á que
— 137 —
provoca el Rey Don Sancho, cuando abrumado por las falanjes
moriscas que le cercan, ofrece conceder la Plaza de Calatrava
al que guste defenderla. También declaro: que no descubro eu
mí señales de descubridor de Mundos como Colon, ni de hacer
cien mil cosas dignas de eterno nombre y escritura, como Cor-
tes: y si yode ninguna de estas cosas soy capaz, ¿por qué ra-
zón he de constituii me tributario de Satanás, pagándole odios
indebidos y rencores absurdos como pensión? ¿Será porque que-
réis rehusar á los hijos los honores de los padres? Entonces
os respondo que no sois liberales, porque atacáis las libertades
individuales en lo que tienen de mas íntimo, cual es el ejercí
ció del libre é indagador pensamiento en disponer cada uno de
sus cosas como mejor le plazca. Y sobre no ser liberales, sois un
engendro de esos vándalos de Paris destruyendo monumentos
nacionales, pnes cada titulo de nobleza está vinculado con un
Hecho, y sí el Hecho es limpio, es un eterno ejemplar creado
en honor del mérito y puesto de estímulo para el que quiera y
pueda seguir las mismas, ó análogas pisadas. Cuando los go-
biernos son justos, la nobleza es símbolo del heroísmo, y este
linaje de símbolos, no está de sobra en el mundo. La Iglesia
tiene imágenes, el Estado debe tener bustos, retratos y cuadros:
ambas cosas escitan y se confunden en el centro: «Honor á la
virtud, y castigo al vicio.» Los sábios del dia, á fuerza de aná-
lisis, nos han dejado sin síntesis.
18
i
capítulo décimo cuarto.
Ya no es inútil la Fuerza, — Nerón y Victor Manuel. — San Pe-
dro y Felipe II,
«En último resultado, Sres. diputados de la mayoría,
nclama el Sr. Castelar, la fuerza es inútil, la reacción impoten-
te (ya Satanás puede mas que Dios) para atraer resistencia á las
«asociaciones. (Saleo á las de la Iglesia, quiere decir.) Los ma-
»sones fueron perseguidos, (pero con flojedad,) escomulgados,
»(por este lado no han mejorado su condición,) y el masonismo es
»hoy el sentido común de las clases medias. (Esto no prueba
»mas que tres cosas: 1 Que la escomunion se ha condensado;
«2.a que lo que antes se llamó sentido común, hoy debe apellidarse
Sentido fí aro: y 3 a que los de arriba han pervertido á los de
»abajo. Los carbonarios que trabajaban por la unidad (esto es
»la división) y la independencia (esto es, la esclavitud) italiana,
«fueron espulsados de Italia, (y la misma suerte les corriera si no
»se hubiesen en 1818 quitado las trancas de las puertas), y ellos
«espulsaron á sus perseguidores, (por esto dice Dios que no se
vechen margar i tas á los puercos) y tomando por Instrumento
»(Ah, vaya: ya está de alza la fuerza) á un Rey, el carbonaris-
»mo se eleva hoy sobre el Vaticano (¡eso, nó, Sr. Castelar!....) y
»sobre el Palacio de Madrid; (el palacio no es la Nación) reina
«sobre la tumba de Pedro (¡jamás!) y sobre la tumba de Feli-
»pe II.» (El violar las tumbas no es reinar sobre ellas: el Sr. Cas-
—140—
telar no reinará nunca sobre Espronceda, ni sobre Balmes y
Corles, por mas que se sienta sobre los sepulcros de estos gran-
des hombres.
Por donde tenemos que la fuerza no es inútil, y que la fuer-
za es inútil. Que es inútil para edificar, y que es útil para derri-
bar. Conozco algunas cosas de la fuerza, pero ignoraba esas sus
propiedades y aplicaciones. Mas como quiera que la esencia de
esta cuestión la he desentrañado ya en los capítulos IX y X, rés-
tame solamente probar que el Sr. Castelar, haciéndose apóstol
del pasado, se hace [sin preveer profeta del porvenir. Supuesto
que el recuerdo de las tumbas de San Pedro y de Felipe II no
dan al Sr. Castelar sino una refutación mas de sus doctrinas, y
una esperanza menos de sus triunfos, el Sr. Castelar ha derrama-
do sobre sus llagas un licor maléfico en vez de un bálsamo re-
parador. Veámoslo, sinó.
Reinaba en tiempo de Pedro, en Roma, un emperador lla-
mado Nerón, y hoy reina en la misma Roma un rey llamado
Víctor Manuel. Nerón persiguió á Pedro, y Víctor Manuel per-
sigue áPio IX. Nerón, por su entusiasmo por las artes, impri-
mió á su tiranía una forma que le hizo remarcable y Víctor Mar
nuel, por su entusiasmo por la libertad, imprime á la misma ti-
ranía un carácter que le hace notable. En el escepticismo y en
la disolución, colocó Nerón sus crímenes, y en los mismos cen-
tros coloca Víctor Manuel los suyos. En el imperio de Nerón
desembarcó en Roma Apolonio para ver, según decía, qué clase
de animal era un tirano, y fué echado de ella juntamente con los
demás filósofos, y en el reinado de Víctor Manuel es lanzada la
filosofía y participa de la suerte de Apolonio todo el que con
el mismo fin desembarque en la misma Roma. Nerón incendia
á Roma y acusa á la Iglesia de su crimen, y Víctor Manuel pro-
duce incendios peores, y acusa también de ellos á la misma
Iglesia. En el imperio de Nerón el Diácono Nicolás excitó el llan-
to de la Iglesia difundiendo doctrinas panteistas, y en el rei-
nado de Víctor Manuel el Fraile Jacinto excita el mismo llanto
difundiendo las mismas doctrinas; mas como la Iglesia es la
misma, sobre ambos pesa el mismo anatema.
—141 —
Durante el imperio de Nerón parte del Africa, del Asia y
la mitad de la Europa fueron destruidas por las guerras, las
pestes y las hambres, y durante el reinado de Víctor Manuel el
mismo espectáculo presenta el mundo entero. En el imperio de
Nerón hubo rebeliones en Inglaterra, y en el reinado de Víctor
Manuel también las hay. En tiempo de Nerón el pueblo francés
se mezcló con sangre germana, y en tiempo de Víctor Manuel
el mismo pueblo se mezcla con la misma sangre. En el imperio
de Nerón hubo movimientos siniestros en las orillas del Rhin,
y en el reinado de Víctor Manuel hay los mismos movimientos,
y de la misma categoría. En tiempo de Nerón desaparecieron
las familias antiguas, y también desaparecen en el reinado de
Víctor Manuel. En el imperio de Nerón desapareció el derecho
de sucesión, y en el reinado de Víctor Manuel también ha de-
saparecido el mismo derecho. En tiempo de Nerón las eleccio-
nes pasaron al populacho, y en el reinado de Víctor 31anuel las
mismas elecciones han pasado al mismo populacho. En el im-
perio de Nerón el populacho se burló de los senadores y de los
dioses, y en el reinado de Víctor Manuel el mismo populacho se
burla de Dios y de los mismos senadores. En el imperio de Ne-
rón, Pedro fué crucificado á la orilla de la via Aurelia, lugar en
donde actualmente se ostenta el Vaticano, y en el reinado de
Víctor Manuel anda vacilando la vida de Pío \X en el mismo
lugar. En el imperio de Nerón los Cristianos daban al Empera-
dor el nombre de Ante-Cristo y en el reinado de Víctor Manuel
los mismos Cristianos dan al Rey el mismo nombre. El imperio
de Nerón fué reputado por delicioso por los impíos, y por de
prueba por los Cristianos, y en el reinado de Víctor Manuel por
delicioso es reputado por los mismos impíos y por de prueba
por los mismos Cristianos. En el imperio de Nerón encerró
Roma la canalla de Africa, de Asia y de Europa y de todos
los climas, y en el reinado de Víctor Manuel encierra Roma la
misma canalla. Nerón, parodiando las formas liberales, invadió
todos los poderes: y el mismo camino sigue Víctor Manuel. Ne-
rón murió asesinado, y Víctor Manuell... Y en aquellos memo-
rables tiempos, dos escritores celebérrimos: Tácito y Tito-Limo
—Vil—
esle exhalando cánticos á la virtud, y aquel modulando lamen-
tables acentos al vicio, emplean el imán de su talento para ha-
cer prodigio?, y el siglo XIX conserva las facciones del rostro
magullado del imán de aquel talento: ¡Los hombres no escar-
mientan!!! .
Mas digo yo: Nerón fué el ayo que condujo el Imperio Ro-
mano á los Bárbaros, para que la maldición de Dios fuese co-
municada á todas las nacionalidades futuras, por sus demás
Nerones. Aunque esta afirmación sea de hombre, siendo confir-
mada por la üisloria y por la esperiencia constante, ninguno
la repruebe ni la ponga demás. Las partes del Discurso fueron
estas:
Hace Nerón en el Imperio la Disposición. Los Galbas, Otho-
nesY Vüeli&s, hacen el Exordio. Los Domicianos, Trajanos y los
Marco- Aurelios, hacen la Proposición. Los Severos y los Máxi-
mos, hacen la Narración. Siguen Constancio y Juliano y hacen
la Confirmación.
Cada una de las partes de esta deliciosa tragedia las lee
Dios desde la altura de los cielos, y aunque no carece cierta-
mente de energía, tampoco carece de corazón. A cada una de
ellas hace grandes oposiciones, y aun con Vespasianos interrum-
pe el curso de la palabra, mientras que con Tácitos, Tertulianos,
Hilarios, Ambrosios, Crísóstomos, el callera se esfuerza en cam-
biar el curso de la educación. Mas échase á reir el mundo alegre-
mente y toma los avisos de Dios como para darse ánimo. En
presencia de esto vigila Dios el mnndo mas de cerca, y con su-
blevaciones, y con pestes, y con hambres, y con guerras y con
terremotos significa que tiene el derecho de mandar. Pero el
mundo se echa de nuevo á reir, y manifiesta que se convertirá
á El gustoso si en la conversión le acompaña la impiedad. El
sarcasmo irrita la cólera de Dios con un furor que el mundo es
incapaz de comprender. Llama Dios en su justicia á millares de
millares de salvajes quienes entapizan el mundo de cadáveres
haciendo la Refutación, y manda Dios á Alarico contra Roma, y
en Roma queda hecho el Epílogo con el Cambio de Raza Hu-
mana.
-H3—
Entonces manda Dios á Pedro, que lia muerto y vive por
metempsicosis, que eduque al nuevo Pupilo y Pedro asi lo hace
como Dios lo mandó. Mas crece el Pupilo y juzga su sujeción
exorbitante en manos de Pedro; comienza el Pupilo en conse-
cuencia el antiguo impio Discurso, y en estos momentos tiene
la dicha de estar en la Confirmación : ¿si tendrá Dios de reserva
nuevos bárbaros para la segunda Refutación, y un nuevo
Alar ico que marche á Roma á hacer el Epílogo? Así lo
creo yo.
Tambieu las cenizas de Felipe II protestan elocuentemente
contra la mano que mancha el féretro que las encierra. «Recor-
dad, claman estas cenizas, recordad el espectáculo que presen-
taba la Europa en la aparición del protestantismo; traed á la
memoria aquella combinación de hombres y de cosas para im-
plantarle en la España y sus dominios, y ved como con ese mi
carácter que llamáis sombrío, y con esa mi firmeza que apelli-
dáis accesos, combatí tan sabiamente contra él, que cobró tal
miedo al poder de mi espada, que aun hoy mismo con mil
ruegos y mil lágrimas le habéis de importunar, para que os im-
porte sobre sus hombros esos sacos de inmundicias que vacia á
vuestros pies.»
Aqui concluyen mis respuestas á las premisas del Discurso
del Sr. Caslelar; mas en cuanto á este raciocinio con que le re-
mata: «Señores diputados: al herirla Internacional, herís ún
«derecho; al herir un derecho, herís la libertad: al herir la li-
bertad, herís la revolución de setiembre, y os suicidáis insen-
»satameute para recibir el anatema de todas las generaciones;
»la eterna é inapelable reprobación de toda la historia.» Eti
cuanto á este raciocinio, prescindiendo de que el descuidar algu-
nas partes en el caminó del error es siempre un bien, y que por
este lado la historia no seria tan severa ni las generaciones tan
¡mplacables como afirma el fogoso orador, aparte pues todas es-
tas consideraciones, menester es confesar que habiendo los po-
deres actuales colocado, como le tienen colocado, el espinazo del
origen del poder en el suelo, no son bastante buenos amigos los
diputados del Congreso Espatwl para abrirse mutuamente los
—líí—
brazos, pues en los capítulos siguientes voy á demostrar: que
en el orden de cosas presente, todo el mundo es libre para obrar
orno le dé la gana .
CAPITULO DECIMO QUINTO
Nadie tiene derecho de mandar.
Secularizado el Poder Político hau quedado secularizada la
ley, y secularizado el Estado, y secularizados la ley y el Estado,
nadie tiene derecho de mandar. Lo voy á demostrar.
¿Qué es el derecho de mandar? Es la Autoridad. ¿Cuál es el
ser orgánico de ta Autoridad? La facultad legítima de decir al
hombre «¡liarás!» y la de decirle «¡No harás!» y aquellas otras
dos facultades que tiene la Autoridad de echar bendiciones y de
lanzar anatemas, según que los hombres nos mantenemos ó nos
apartamos de los preceptos de hacer y no hacer.
¡Pues bien! dignaos oírme.
El poder, ó derecho de mandar, observo que no es una idea
abstracta, sino que es an Hecho, hecho que con solo abrir los
ojos miro personificado en individuos, que mas que se apelliden
presidentes, reyes ó emperadores, no pasan de ser hombres iguales
á. mí, no solo en orden á la naturaleza, sino en lo que para mí
es infinitamente mas: en orden al esplendor y magnificencia de
la reversibilidad de los beneficios todos que trajo á la raza hu-
mana la Redención de Xuestro Señor Jesucristo. Y no observo so-
lamente esto, sino que además advierto que los tenedores de este
poder no se limitan simplemente á usar de él, sino que le tras-
miten á corporaciones políticas, judiciales, administrativas, al
ejército, á los empleados de su casa, y en resúmen: á favor de
la tercera persona que Ies place.
[Eb, tanto valor me admira!..., ¡Olí presidentes! ¡oh reyes!
19
— 146 —
¡oh emperadores! hoy mi enojo acusador os pregunta: ¿de dón-
de sacáis, poderosos señores, el derecho de usar del poder, y ese
otro formidable derecho de trasmitirle? El poder me limita, me
reprime, me coarta, me precisa á suscribir á dictámenes ajenos:
vosotros sois hombres iguales á mí, decidme pues: ¿vosotros
mismos os tomáis la facultad de limitarme, de coartarme, de
obligarme á suscribir á vuestros dictámenes, ú os la dán otros
hombres?.... ¡Pues bien! ahora os toméis esta facultad por vos-
otros mismos, ahora os la den otros hombres, sostengo que la
pretensión es absurda, y sean cuales fueren los bienes que me
vengan simbolizados con ella, la rechazo en su totalidad: mepro-
clamo libre é independiente.
Y qué, ¿que apelareis á la ley de prioridad, decís? ¡Niego
que la conmemoración del hecho de haber venido al mundo an-
tes que yo os constituya en el derecho de legislar sobre mí. Por
lo demás: voy á recapacitar sobre vuestra propuesta, puede
convenirme, siempre que sea con el bien entendido que seréis
justos, reconociendo en mí el derecho de mandar á los que han
nacido después que yo, toda vez que yo acato en vosotros el mis-
mo derecho por haber tenido la fortuna de nacer antes que yo.
¿Qué apelareis al derecho de la fuerza, me replicáis? ¡Ahora
sí que es preciso tomar alguna resolución!.... me someto, por-
que soy débil, y la tiranía se ha puesto de acuerdo con las ba-
yonetas; pero tened entendido ¡monstruos! que el dia que me
fortifique para batiros, bien sea en conjunto, bien en detalle,
en esa misma hora derramaré sobre vosotros la copa de mi eno-
jo, y estos mismos tremendos vocablos vuestros de' «sujétate á
mi porque soy fuerte!» ásu vez serán proclamados por mí y lan-
zados sobre vosotros con bramido siniestro.
Sin embargo, ¡oh emperadores, oh reyes, oh presidentes! á
pesar de la notoria ficción legal que sirve de base á vuestro pre-
tendido derecho de mandarme, á un lado el origen poco persua-
sivo de vuestra potestad sobre mí, creo deber proceder de una
manera mas metódica.
Vuestro absoluto silencio acerca de la manera con que me
vais á tratar, me deja entre la esperanza y el temor de tener
— 1 í7 —
en pro ó en contra de mis anteriores protestas algunas razones
de utilidad propia. ¡Qué diantre! ¿habrá encontrado vuestra
sabiduría algún sistema tan correcto para dirigirme, que ni mis
antojos, ni mis caprichos, ni mis intereses, ni niagnna de mis
pasiones, en fin, se sientan contrariados, que queden tan plena-
mente satisfechos que no les parezca posible encontrar alguna
objeción que haceros? Si asi fuere, yo me impongo gustoso la
garantía de obedeceros, porque procederé con ella mas libre-
mente en el ejercicio de mi voluntad; pero sino me pagáis todo
lo que mi corazón conozca que me debéis, aquí concluye, seño-
res mios, nuestro convenio, y yo me vuelvo á la salvaguardia
de nuestra común igualdad, que espero respetareis, y si no la
respetáreis, de aquí podéis inferir lo sensible que me será te-
ner que apelar á la rebelión.
Hé aquí, pues, cómo encerrada, como está hoy, la idea
del origen del poder en el círculo de los hechos, ha desaparecido
de lodo punto el derecho, y no hay quien esplique porqué titu-
lo, por qué causa, cómo, y por qué razón la voluntad individual
es violada, confiscada y vendida.
CAPITULO DECIMO SEXTO.
Continúa el mismo asunto: causa de las catástrofes públicas Y
privadas.
Adaptadas por casi todos los gobiernos actuales, las mu-
danzas introducidas por el ateísmo en las doctrinas sobre el
origen, relaciones y propiedades de la naturaleza del poder,
como quiera que son á las pasiones muy agradables, comenza-
ron por ser aceptas á los insensatos, luego fueron tomando in-
cremento, y boy se han desenvuelto basta el escándalo que de
verse que los mismos sirvientes de las casas se han adherido á
los principios que el talento de nuestros políticos sabe incul-
carles.
Determinada ya por estos doctores ta categoría del poder
ha desaparecido el derecho de mandar, tanto de la sociedad civil
como de la sociedad doméstica. «Creo, señores, puede decir
«todo bandido, creo que mi enlace de ¡deas con diestros prínci-
npios no pasará desapercibido para vosotros. Convencido por la
«excelencia de vuestras razones me creo sin freno legítimo. De
«manera que mis crimines son obra vuestra, y si por casualidad
»he incurrido en algún error, me complazco en confesaros que
»no proviene sino de razones particulares que nuestra común
"igualdad me dá el derecho de involucrar con vuestra razón.»
El bandido maneja maravillosamente el derecho con el he-
cho. Decidme, pues, apóstoles del desorden: ¿os atreveréis á de-
— loO-
cir que legítimamente castigareis áeste criminal, puesto que ha-
béis proscrito el derecho en el que necesariamente tendríais que
apoyaros? No hay duda que por una manifiesta contradicción
así lo haréis; pero sucederá, lo que cada dia sucede, que al ver
el penado que vuestro castigo fundado en el derecho del mas
fuerte está privado de toda principio de vida, vendrá por último
á insultarle, y estando de derecho por vuestros principios asegu-
rada la impunidad al crimen, acechará el reo la ocasión favo-
rable, y os clavará el puñal en vuestros pechos, por esa misma
ley del mas fuerte con que os proponías reprimirle. Hé aquí,
pues, la accesible razón de esa soltura de pasiones, de esas sim-
patías en favor de toda clase de crímenes, de ese inmenso tras-
torno en la vida pública y privada de los pueblos, y de ese
escandalosísimo desacuerdo entre el delito y la justicia, entre el
reo y el juez: las leyes son trabas, y los acusados se juzgan
exentos de ellas, y los tribunales no se creen con derecho de
aplicarlas, y aunque el estado de rusticidad de la canalla no
lleva consigo el acto reflejo de ocuparse de sí mismo, lleva no-
toriamente el acto directo: Testigo la esperiencia de cada dia.
Testigo el curso de las ideas. Testigo la profunda mudanza de
los hábitos y de las costumbres. Testigo esa arrogancia, ese
engreimiento, esa altivez en el mas humilde aprendiz y en la
mas simple fregona. Las gentes sencillas no pueden esplicarse
estas mudanzas, creen seriamente que el desorden ha entrado
de súbito y sin causa; pero la causa ahí está: en la secularización
de la ley y del Estado redactada de antemano por los gobiernos
impíos.
CAPITULO DECIMO SEPTIMO.
Justificación de las pretensiones del Sr. Castelar sobre la Inter-
nacional, de toda sociedad prevaricadora, de toda injusti-
cia y de todo crimen. Tiranía de todo código civil y cri-
minal: conclusión del asunto.
En efecto ¡Poderes Constituidos! una vez secularizados, una
vez admitido por vosotros el ateísmo de la ley y del Estado, no
podéis, sin una evidente injusticia, rechazar el principio que
sirve de base á todas esas turbas de trastornadores.
Si las razones en que se fundan todos esos ejércitos de
perversos, que están próximos á señorearos, no os parecen per-
suasivas, por lo menos debéis confesar que están encerradas en
los decorosos límites de las doctrinas que sobre el origen del po-
der les habéis inculcado.
Habéis proclamado que el hecho constituye el derecho, ha-
béis batido hasta las últimas trincheras á los hombres que se
oponen á tan desgarradora enseñanza; habéis proscrito á Dios:
¡sobre todo lo bueno habéis triunfado! y ¡justo castigo! hoy en
la gloria de vuestro triunfo, privados délas luces que sobre
esta materia el Catolicismo pudiera suministraros, apartados de
las frescas y cristalinas aguas que el escepticismo no os permite
probar, os atormentáis, os ahogáis en un cerco sin salida,
—152 —
para subir á otras regiones y discurrir por otras alturas.
Con vuestros repetidos robos á la Iglesia habéis trastornado
el derecho de propiedad, derecho que domina el derecho co-
mún del mundo entero, y que es la base de las leyes. Hoy la
Internacional (Cap. 11, § XVI) ha examinado el asunto, y vien-
do que los títulos con que poseéis no son mejores, os pide un
vestido para aquellos bizarros hijos del pueblo cuyos servicios
tan útiles os son.
Habéis proclamado ¡oh esplendorosas lámparas! que el de-
recho emana del hecho. A esta siniestra voz, las masas que ba-
jarán al sepulcro dominadas y señoreadas por el Catolicismo,
sin haberse cuidado siquiera de buscar la existencia del infer-
nal tesoro, sienten surgir de ellas raudales de fuego y torrentes
de sangre. Densas y hediondas nubes de humo descienden so-
bre ellas, y la luz del candor, de la pureza, de la inocencia, de
todas las virtudes, en fin, que momentos antes embellecían los
pueblos de las naciones de la tierra, padece tremebundo eclip-
se, y se trasforma en instrumento de perdición umversañ
Ved aquí vuestra obra de desolación ¡oh príncipes, y sa-
bios, y magistrados, y capitanes, y valientes de la tierra!....
Vuestra satánica palabra ha removido el fondo de las almas sen-
cillas, arrebatándoles la tranquilidad y la calma que lleva con-
sigo la Religión de Jesucristo Señor Nuestro, y ha hecho brotar
inspiraciones siniestras de los inmundos rincones de las cárce-
les y presidios.
Y merced á vuestra política previsora, ¡oh escelsos legis-
ladores! hoy todas esas muchedumbres se han contado, han
visto que son mil contra uno, y por tanto que su flaqueza no es
invencible. Y como por otro lado, merced así mismo á vuestra
ilustración y progreso, no duermen tranquilas el sueño de la
Religión y Moral Católicas, la opulencia, el esplendor, las mag-
nificencias del Inmenso Bolin presentan á la masa eléctrica un
punto atrayente que fascina, que hechiza su desarreglada fanta-
sía: y permitidme ¡obreros de Babilonia! ¿cuáles son los recur-
sos con que contais para hacer frente á la borrasca que amena-
za sumergirnos á todos, vencedores y vencidos? ¿con qué os
-153-
proponeis coartar, neutralizar siquiera la acción del fluido ex--
terminador que se comunica por la Europa y por la América
con la celeridad del pensamiento'?....
20
CAPITULO DECIMO OCTAVO.
Escuela Teológica.
El Sr. Don José Silva Santistéban, en su obra de «Derecho
Natural ó Filosofía del Derecho,» en el párrafo 0.° del capítulo
II, bajo el epígrafe que encabeza este mi capítulo, después de
la usual fórmula oratoria de darnos á los que sostenemos la di-
vinización del poder testimonio de su afecto, nos conceptúa in-
capaces de organizar un gobierno, como quiera que la sentencia
que descarga sobre nuestra cerviz es la de ser incapaces de re-
sistir un serio examen. Decir que nuestra doctrina es incapaz de
resistir un sério examen, es afirmar que no hay gobierno bue-
no sino los que en poco ó mucho sirven á la Revolución, y como
esta máxima ha sido cuidadosamente propalada de cerebro en
cerebro, y es hoy reputada por artículo de fé, supuesto que las
objeciones en que la apoya el Sr. Santistéban no pasan de ser
un sofisma, creo yo poder demostrar que ellas en vez de cer-
rarnos las puertas del Estado, nos las abren de par en par, y
hacen que el pueblo presuroso acuda á victorear lo sobresa-
liente de nuestras razones.
Antes de responder á los reparos que se nos oponen á los
que sostenemos la doctrina del Derecho Divino, para proceder
con orden y concierto, voy á consignar aquí lo que decimos
cuando decimos Derecho Divino. Con esto quedarán allanadas
las aprensiones de mengua que sobre él la malicia y la igno-
cia hacen caber.
—156 —
Nosotros sostenemos que la Potestad cicil es un ser com-
puesto de dos cosas: 1.a déla Institución; 2.a de la Designación
de la Persona. Que la primera cosa es de derecho divino, y que la
segunda es de derecho humano. Pedro, decimos designado para
Emperador, Rey, ó Presidente por la nación, es instituido Empe-
rador, Rey, ó Presidente por Dios. Pedro, pues, ya Emperador,
Rey, ó Presidente, reúne dos sanciones; la de Dios, y la de los
hombres. Por la sanción de Dios, el Emperador ó el Rey, ó el Pre-
sidente Pedro, es inviolable y sagrado; por la sanción de la na-
ción, es popular, Pedro, así nombrado por nosotros, tiene dos
límites, dos frenos que coartan el libre ejercicio de su voluntad:
uno Divino y otro humano. Por el divino, está sugeto á la Ley .
de Dios, por el humano, álas leyes orgánicas ó Constitución del
Estado. Por donde resulta que Pedro, electo por nosotros Rey,
por ejemplo, queda sujeto á la majestad de la eterna justicia de
Dios y ála transitoria de los hombres; al paso que Pedro, electo
Rey por los revolucionarios, queda simplemente sugeto ála efí-
mera justicia de los hombres. Las transgresiones ádRey Pedro,
según nosotros, padecen unos castigos que comienzan ante la
faz de los hombres y terminan ante la faz del Señor; mas, según
los revolucionarios, solamente padecen los castigos humanos
porque calla el Señor de los ejércitos, nuestro Dios, en presen-
cia de ellas. Nosotros convocamos y llamamos al cielo y á la
tierra para que se levanten y afrenten al que de pío se hace
impío. Para nosotros el abismo dá su voz contra el tirano, y
Dios alza sus manos contra él. La tierra despierta su arco, y el
cielo se estremece de furor. Mas para los revolucionarios todas
las cosas se paran en la estancia de acá sin que viva mas allá
quien maldiga los cetros y las cabezas de los prevaricadores;
para ellos todo déspota es en salvación, si logra escapar del fu-
ror de sus motines y de sus guerras, porque no hay otros rumo-
res que le turben que las masas sublevadas para quebrantarle
y matarle. Por donde tenemos que para nosotros los católicos, las
justicias de los hombres, son poca cosa para enfrenar las pasio-
nes de Pedro: ellas solo le enfrenan por la parle de fuera, y no-
sotros le queremos enfrenado por la parte de fuera y por la
—157—
parte de dentro. Queremos que el que nos manda se acerque á
nosotros y á nuestros bienes con temor al Señor hasta el fin de
sus dias. Porque hemos oído la palabra del Señor, y el sermón
que él dice á la Iglesia Católica, y ella nos predica todos los
dias. Por cuanto vuestra gracia iguala á la gracia del que man-
da, no por ejército, ni por fuerza le obedezcáis, sino por mi es-
píritu obedecédle, dice el Señor de los cielos y de la tierra.
Nosotros al elegir á Pedro por rey, le damos un bastón y
un cetro; los revolucionarios le dan una espada, simulando darle
el mismo cetro y el mismo bastón. Nosotros, al dar el bastón al
rey Pedro: «Tomad, le decimos, este bastón que es el símbolo de
vuestro poder sagrado, para que según la caridad que edifica,
y nó la ciencia que hincha, nos conduzcáis á todos por el ca-
mino pue debe llevarnos á la consecución del fin por qué hemos
sido criados.» Y al entregarle el cetro: «Tomad este cetro, le
añadimos, como regla de equidad divina, que gobierna al bue-
no y castiga al malo: por donde debéis aprender áamar la jus-
ticia y á aborrecer la iniquidad.» Y una vez puesto por noso-
tros el rey Pedro en posesión del bastón y del cetro: «Sabéis, ó
rey Pedro, le observamos, que aquellos que se ven mandar á
los que no son católicos se enseñorean de ellos; mas entre noso-
tros no es así: antes el que es mayor, es nuestro criado. Por lo
que. ¡ó rey Pedro] no sois rey para ser servido, sino para servir,
y dar aun vuestra vida misma por rescate nuestro. Y por cuanto
la potestad de que os halláis investido os es agena, al que os la
ha conferido llamamos Señor, y á Vos como á vicario que sois de
él, os apellidamos gobernador; y como á tal, las relaciones que
entre Vos y nosotros quedan establecidas son las de padre é hi-
jos, nó las de señor y esclavos. Por todo lo cual, ó rey Pedro, po-
déis ver que vuestra autoridad por lo que tiene de humano, es
igual á la nuestra, y por consiguiente no nos merece respetos;
mas por lo que tiene de divino, nos es incomparablemente supe-
rior, y por tanto os respetamos profundamente. Mas si Vos,
olvidando las condiciones de vuestra existencia, ponéis vuestro
rostro contra Dios, nosotros pondremos el nuestro contra Vos,
por cuanto renegando de lo que tenéis de divino, renegáis de
— 158 —
aquello en virtud de lo cual nos sois únicamente superior, y des
nudado de lo divino, os quedáis igual á nosotros, y por tanto sin
potestad sobre nosotros.»
Oigamos ahora el lenguaje de la Revolución al instituir por
rey, á Pedro. «Tomad este bastón y este cetro, Rey Pedro, para
que nos gobernéis por la filantropía y la ciencia. Vuestra auto-
ridad nada tiene de divino: arranca de nosotros. Si, pues, Vos
no nos gobernáis según nuestras ideas y sentimientos, como á
señores que somos, os desconoceremos, y pondremos á otro que
mejor les satisfaga.»
Del cotejo entre el lenguaje de nosotros los católicos y e\
de los revolucionarios, hrotan torrentes de luz.
Desde luego se vé que el rey Pedro se encuentra en situa-
ciones diversas. Ambas escuelas fijamos una pauta y un límite
al soberano; la pauta y el límite fijados por los católicos, son la
ki ley y la voluntad de Dios, y la pauta y el límite fijados por los
revolucionarios, son la ley y la voluntad humanas. La ley y volun-
tad humanas están tan corrompidas por el pecado, que abando-
nadas á sí mismas, el nivel de sus absurdos sobrepuja al nivel
desús razones. Mas la ley y la voluntad de Dios son inmobles,
eternas, permanentes, constantes, justísimas y razonables como
el Ser de quien emanan. El rigor y la exactitud de los criterios
de estas son perdurablemente los mismos, los de aquellas, nó.
Dios no sustituye á la verdad las combinaciones del error, y el
hombre, ora por mala fé, ora por falla de penetración y discer-
nimiento, si.
Estas dos situaciones diversas en que se encuentra el rey
Pedro hacen que su política sea diversa, toda vez que los obje •
tos se le ofrecen á su espíritu y á su vista misma de una ma-
nera diversa. El rey Pedro entre católicos sabe que no tiene
mas límite á la extensión y eficacia del mando que ejerce que
el puesto por Dios; mas este mismo Rey entre revolucionarios
sabe que tiene el límite que el hombre le quiera poner, y como
quiera que el sentido común le dice que es mejor tratar con
Dios que con el hombre, el instinto de conservación le inspira
el tomar parte en los combates de sus dueños, aventurándose á
-159-
actos de que resultan comprometidos la libertad, independen-
cia y bienestar de los mismos. Y la razón es visible: el rey Pe-
dro entre los católicos no se arma para conspirar contra ellos,
porque sabe que ellos no se arman para conspirar contra él;
mas entre los revolucionarios no desprecia las lecciones de la
experiencia; reconociéndose nacido en la desgracia, se apoya
en el despotismo para no caer en ella. El ejercicio del poder es
en el hombre una pasión fuerte. Si el que lo empuña vé que
los gobernados no quieren cambiar de amo, naturalmente se
encariña de ellos, y salvo un monstruo, se cuida de tiranizarlos;
pero se observa en ellos pasión por cambiar de amo, ¿qué
sacaré, se dice, cuando me haya muerto por ellos? y procara
obtener por el sable lo que tan incierto le es por el cariño.
Por esos dias en estremo oscuros en que viven los actúale s
gobiernos, se patentizan mis verdades. Bajo el manto de la in-
dependencia y de la libertad pueblan la tierra de catástrofes,
vejan al mundo entero, y como el tirano Espartaco, no quieren
mandar sino á esclavos. Ellos, abrumados de la desesperación
que el discernimiento natural les inspira, conocen perfecta"
mente que con el ateísmo por base su vida es corta, y por es-
to, para prolongarla, no hay escándalo con quien no conserven
í ntimas relaciones.
De ahí nace el horrible contraste que presenta el libera-
lismo á la vista del mundo entero. Mientras su corazón flota
anegado en una ternura indecible y en una animosa decisión,
•as facciones de los pueblos se ofrecen con el cartel en el cuello
y las cadenas y las argollas en sus manos y en sus piés. En-
greídos los liberales de haber desdeñado en su elecicon nues-
tras doctrinas, cubiertos con los vanos atractivos de los nomhres
de reforma libertad y progreso, han ido á buscar á la Roma pa-
gana aquellos antiguos subterráneos tan desprovistos de encan-
tos, y hácia adonde nos empujan á todos para volvernos á en-
cadenar, y distribuirnos unos mendrugos de pan y una poca de
sal, no recibiendo mas aire que el que entre por las reconstrui-
das antiguas ventanillas estrechas. Y como quiera que los cató-
licos rehusamos los servicios porque nuestros ojos há mas d
— 160 —
quince siglos que se han hecho á la claridad, y tenemos la abar-
cadora penetración de distinguir la esclavitud, mas que se nos
presente disfrazada con oropeles y encajes, por esto es qne se
enfadan los tiranos y nos cubren de improperios. Mas nosotros,
fuertes con nuestra resolución, sean cuales fueren los ruidos y
las apariciones, nos negaremos eternamente á la irracionalidad
de exponeros al escarnio de repasar los antiguos portalones de
aquellos húmedos y lóbregos calabozos de donde nos ha sacado
noblemente el Cristo Nuestro Señor.
Por todo lo cual tenemos que aunque el examen ha sido
breve, es serio, y siendo serio, desaparece la incapacidad de que
el Santtsléban juzga poseída nuestra doctrina. La argumentación
éntrelos liberales y los católicos es esta:
Liberales. — Sujetáos al rey Pedro por lo que tiene de dele-
gado déla nación soberana.
Católicos. — Nosotros rehusamos la sujeción á hombres
iguales á nosotros.
Liberales. - Os es superior el rey Pedro por cuanto la na-
ción os es superior.
Católicos.— -La nación nos es superior en número, mas no en
derecho, y como quiera que el número no constituye derecho
repetimos: que no nos sujetamos á él.
Liberales. — Entóneos apelamos á la fuerza.
Católicos. —Entonces sois unos Uranos.
La argumentación entre católicos y los liberales es esta
otra:
Católicos. — Sujetáos al rey Pedro, no por lo que su autori-
dad tiene de humano, sino por lo que tiene de divino.
Liberales. — Nosotros no nos sujetamos á hombres inferio-
res á nosotros.
Católicos.— El rey Pedro os es superior por cuanto es vica-
rio de Dios.
Liberales. — Dios no se mezcla en los asuntos de la nación.
La soberanía no reside en Dios, sino en el pueblo, y siendo el
rey Pedro minoría, no puede imponerse al pueblo, que es ma-
yoría.
—161-
Catolicos.— Entonces sois unos impíos.
liberales.— Entonces sois unos fanáticos oscurantistas.
Por lo expuesto queda demostrado cuál de las dos escue-
las es la que ennoblece al hombre y cuál la que le empequeñece
y cuál es la servil y cuál la realmente liberal. Si el pueblo con-
tara bien, veria sin esfuerzo alguno que su soberanía es un so-
lemne sarcasmo, inventado por los tiranos para subyugarle y
conservar en su recinto el fruto de sus pasiones bastardas. A
través de las tintas fantásticas de reforma, libertad y pueblo so-
berano, hacen siempre un singular contraste los harapos y las
miserias del pueblo con las reales profesiones que ejerce. Le
cantan que desempeña las funciones de senador, y al retirarse
del senado se acuesta en su cama sin cenar. Estas solas conside-
raciones son bastantes para que el pueblo se vuelva á Dios, y
deje de andar corriendo aventuras con ambiciosos sin entra-
ñas. Los bienes que nos trae sobre nosotros Dios, ciertamente
que no nos los han de traer tantísimo robador nuestro. Esto
sentado, contestaré á los reparos del Sr. Santistéban.
21
CAPITULO DECIMONONO.
Continuación y conclusión del mismo asunto; el Sr. Santisteban
y la Escuela Teológica.
El Sr. Santisteban. — «Tú te presentas en efecto rodeada de
«prestigio y autoridad, y llevas al alma la convicción de que
«nunca debe apartar su vista de Dios; pero eres incapaz de re-
«sistir un serio exámen.»
La Escuela Teológica. — ¿Por qué, señor?
El Sr. Santisteban.— «Porque no conoces ni puedes cono-
«cer directamente por intuición la voluntad divina, pues la
«idea que tenemos de Dios la hemos adquirido indirectamente,
«y por deducción, examinando el mundo creado.»
La Escuela Teológica. — No solo por deducción conozco yo
á Dios, Sr. Santisteban: le conozco además por la tradición y
por la revelación.
El Sr. SaUstéban. — «Pero la tradición y la escritura, cuyo
«estudio recomiendas, no contienen ningún cuerpo de doctrina: há-
»Uanse consignados en ellas solamente los principios de libertad
»?/ respeto á la autoridad, que pueden combinarse de diferentes mo-
ndos, y conducir á resultados contrarios: partiendo del mismo
«principio, y apoyándose en las mismas escrituras, el conde de
»Maislre y Bonald han marchado á la monarquía y al absolutis-
»mo; y el abate Lamennais, á la democria y al comunismo.»
La Escuela Teológica —YA admirable aplomo que dan á
—164-
vuestra conciencia las imperfecciones de la tradición y de la
escritura, me hace creer que no conocéis lo bastante ni una, ni
otra, Sr. Sanlistéban. Ambas á dos son un eterno ejemplar ae
la série de las ideas divinas y de las ideas humanas. Y por no
ser plolijo, no me detengo en demostraros: quee/i este ejemplar,
encuéntrase cuanto se puede desear para la atinada solución de
cuantos problemas puedan plantearse, y de cuantas institucio-
nes quieran establecerse. Además, Vos mismo Sr. de Santisté-
ban, convenís en que se hallan consignados en ellas los princi -
pios de libertad y respeto á la autoridad. Con estos dos princi-
pios se alianza un gobierno que no se ruboriza en presencia del
mejor gobierno. El respeto á la autoridad es la base del gober-
nante, y el principio de libertad es la garantía del gobernado.
El gobernado siendo libre, deja de sudar sangre bajo la presión
del despotismo, y sus actos no sufren mas trabas que las nece-
sarias para su conservación y desarrollo mismos; al paso que el
gobernante se presenta á ios ojos de los pueblos con todo el
conjunto de majestad y belleza que Dios puso en él al instituir la
sociedad humana.
Mas si es cierto que nuestros principios de libertad y res-
peto á la autoridad pueden combinarse de diferentes modos, no
lo es que conduzcan á resultados contrarios. El que puedan
combinarse de diferentes modos, son resplandecientes centellas
de la hermosura que contengo, prueba que soy liberal, y no
servil, como se propala falsamente, pues yo me avengo con
cualesquiera formas de gobierno, con tal que se salven mis doc-
trinas. Me hallo bien en los tronos, y no rehuso dejar mi puesto
para ir con los demás dioses á los nuevos templos, siempre que
se me haga saber que los que moran en ellos no hablan men-
tira, ni doblan su rodilla á otro sér que al Dios excelso. Pero
afirmar que mis principios conducen á resultados contrarios, es
un error, y apoyar este error en los datos en que Vos, SeTwr
Santistéban, les apoyáis, es caer en una contradicción patente.
La Monarquía y el Absolutismo son una misma institución
bajo formas distintas, pero no contrarias, supuesto que el prin-
cipio que sirve de base en ambos casos, es siempre el mismo .
— 165—
La Democracia también es distinta, pero no diversa, pues que,
científicamente hablando, ni destruye la libertad, ni el respeto á
la autoridad: testigo la República Hebrea. Mas el Comunismo si
que es contrario, por cuanto niega la libertad, negando la pro-
piedad, y niega la autoridad, negando la propiedad que es su
base. Por donde resulla que lo que condujo á Lamennais al Co-
munismo no fueron los principios de libertad y de respeto á la
autoridad, consignadas en la tradición y en la escritura, porque
los contrarios no enjcndran contrarios, sino su espíritu de re-
beldía contra esta misma escritura y esta misma tradición. Por
todo lo cual concluyo ser evidente, Sr. Santistéban, que Yos os
contradecís afirmando que en la tradición y en la escritura se
hallan consignados los principios de libertad y respeto á la au-
toridad, y diciendo que conducen al Comunismo, por el hecho
de ser comunista Lamennais, pues la libertad, el respeto á la au-
toridad y al Comunismo son cosas tan diversas de suyo, que es
imposible reducirlas á aquella amplísima unidad que constitu-
yen sustancias idénticas. Los rayos derramados pueden recoger-
se en la luz, pero no las tinieblas, porque la luz no es su
centro.
EISr. Santistéban. — «Dado que contengan todos los prin-
»cipios del derecho esas fuentes divinas, será indispensable,
«examinarlas, interpretarlas, para apoderarse de sus verdadesl
"Ahora bien, este exámen, ó lo hace cada hombre por sí, ó lo
«recibe hecho de un cuerpo de sábios autorizados: si lo prime-
»ro, es proclamar el principio de libre exámen que tan funda-
«damente condenamos en el protestantismo, é introducir además
»el elemento racional, que tú rechazas; si lo segundo, corre-
»inos el riesgo de que se nos vendan como verdades ciertas las
«opiniones de los intérpretes sin tener nosotros ni siquiera el
«derecho de censurarlas.»
La Escuela Teológica.— -Todo esto, SV. de Santistéban, no
es mas que besarme las manos con una astucia que mas partici-
pa de odio que de amor. Yo no tengo esta indocilidad con que
la calumnia pretende adornarme: porque juzgo necesario exa-
minar, ó mas bien dicho interpretar mis fuentes del derecho,
—166-
por esto pido cortes en donde las capacidades de la nación ejer-
cen este magisterio; y de ahí nace la falsedad de la imputación
de que yo rechazo el elemento racional, pues yo, léjos de recha-
zarle, pido que la justicia vuelva á dar á este elemento el honor
que la Revolución le ha arrebatado por medio de la violencia;
pido que se le busque en su categoría, en la ilustración, no
en las masas en donde no reside, y en donde la ambición
simula buscarle para derribar el orden de cosas establecido,
y cambiar de principio tan luego como por el sufragio de las
mismas logra cambiar de intereses, habiendo llenado sus aspi-
raciones. ¿Quién no vé que la colocación del elemento racional
en las masas es el despotismo puro manifestado en la plenitud
de todas sus relaciones? ¿Quién no sabe que este es un vano
nombre que sirve de arma á facciones esclusivas y rencorosas
para enseñorearse del mando y tiranizar á las mismas masas que
les sirven de escalones? si sobre toda la superficie de la tierra
se mandara, hacer una información judicial acerca de lo que
constantemente ocurre en todo gobierno que se apellida demó-
crata, no existe Uno Solo de quien no se puedan denunciar
choques perdurables de doctrinas y de cosas, y en donde no
resalte despreciado hoy el elemento racional que se proclamó
ayer. Esto contra la voluntad de los mismos revolucionarios,
prueba que mis doctrinas subsisten á despecho de cuanto se
haga para destruirlas; si ellos por sus pasiones no están acor-
des conmigo en decir la verdad, lo están en la uniformidad del
contexto de buscar las luces, no en el populacho, sino en donde
se encuentran. Seguramente que cuando la Internacional ha
pensado fijar su residencia en España, ha creído oportuno en-
cargar su cometido al Sr. Castelar, con preferencia á un simple
jornalero.
Además, parécemeá mí, Sr. Santistéban, y en el asunto de
que se trata principalmente, que es preferible lo mucho á lo
nada, y por tanto que si yo que, según Vos mismo, estoy
en posesión de los principios de libertad y respeto á la autori-
dad, corro el riesgo de venderos como verdades ciertas las
opiniones de mis intérpretes, mas lo corren fijamente las es-
-167—
cuelas que se dicen liberales, que carecen de la posesión de
estos luminosos principios de que me hacéis la justicia de de-
clararme posesora. Y siendo yola posesora de la libertad y del
respeto á la autoridad, se iníiere cuán vanamente los busca el
pueblo en escuelas estreñías, que por mas que estén llenas de
promesas, siempre son sobre estremadas, falsas, pues solo en
mí es en donde se verifican todas las grandes y nobles espre-
siones de unos principios de que yo sola soy depositaría. Nadie
puede dar lo que no tiene.
Y últimamente os observaré, Sr. Santistéban, que no estoy
habituada al despotismo; y por consiguiente que jamás he ca-
recido de la complacencia razonable de oir con gusto las censu-
ras justas sobre las opiniones de mis intérpretes. Si clamo contra
los abusos del pensamiento, quiero el uso y someto á debido exa-
men lodo proyecto de ley antes de elevarle á precepto. Si yo
no admito el libre pensamiento, es porque tras la libertad de pen-
sar viene la destrucción del pensamiento, y los males que esta
destrucción produce, son infinitamente mayores que los que de
mis limites pueden provenir.
El Sr. Santistéban.— ((Ultimamente, aunque todos estos in-
convenientes se allanaran, las verdades que obtuviéramos se-
»rian nada mas que verdades reveladas; y las verdades reveladas
»no pueden formar un sistema filosófico que se compone de prin-
cipios y de verdades deducidas por la razón.»
La Escuela Teológica.— Permitidme que os responda, señor
de Santistéban, que propaláis absurdos, y que me hacéis sospe-
char si sois incapaz de fijar el sentido verdadero de las mismas
palabras que empleáis.
Los sistemas filosóficos son un mal absoluto, y un bien rela-
tivo. Son un mal absoluto, porque dejan ver las imperfecciones
del hombre, y son un bien relativo, porque rebajan estas im-
perfecciones. Son un médico, y el desterrar la medicina fuera
un bien si se pudieran quitar del mundo las enfermedades que
forman los objetos de su curación. Cuanto mas sano es un es-
píritu mas se aleja de los sistemas filosóficos: los ángeles, des-
nudados de las flaquezas humanas, los desconocen, y Dios
—168 —
Nuestro Señor los rechaza, porque para entender no tiene para
que discurrir. Si, pues, fuera dado al hombre el organizar un
gobierno con solas verdades inmediatamente receladas, esto no
fuera uñ mal, sino un inmenso bien que levantaria sus esca-
lentes prendas. Por donde resulta que rechazar las verdades re-
veladas, porque no pudieran formar un sistema filosófico, seria
rechazar la salud porque no necesita los auxilios que la enfer-
medad.
Por otro lado es tan cierto que las verdades reveladas son
los elementos orgánicos de todo sistema filosófico, que si levan-
tais de ellas estas verdades, os quedáis con formas sin sustan-
cias. Los sistemas filosóficos se inspiran ora de nociones físicas,
ora de nociones ideológicas, ora de nociones metafísicas, ora
morales, ora religiosas, ora políticas, ora literarias 6 históricas.
Los ejemplares de estas nociones son las escuelas teológicas. Si
estas escuelas están desposadas con el error, desposados con
el mismo error están también los sistemas filosóficos, como acon-
tece en lo antiguo con las escuelas griega y romana, y con las
llamadas liberales en lo moderno; pero si la escuela es verda-
dera, como yo lo soy, yo soy la única por quien todo verda-
dero sistema filosófico tiene luz, calor, movimiento y vida. De lo
cual se sigue que es tan evidente que puedo formar un sistema
filosófico, que los formo todos, y que sin mi no existe, ni puede
existir ninguno propiamente tal. -
CAPITULO VIGESIMO.
Preguntas y respuestas.
P.— ¿Qué es La Libertad?
R.—La Ley de Dios sobre la tierra.
P. — Quién la promulgó?
i?.— El mismo Dios en el Paraíso.
P. — ¿Quién la extendió por todo el mundo?
R. — Nuestro Señor Jesucristo.
P— ¿Cuándo?
R. — Cuando, después de haber derramado su sangre en el
Calvario, espiró pronunciando aquellas memorabilísimas pala-
bras: «\Todo se ha consumado!»
P. — ¿A qué precio compró La Libertad Nuestro Señor Je-
sucristo?
R. — Al de privaciones incontables, al de befas, escarnios y
de maldiciones de un pueblo entero, al de una agonía sin igual,
y por último al de una muerte en afrentosísimo patíbulo.
P.— Al subir Nuestro Señor Jesucristo á los cielos , ¿dejó La
Libertad en la tierra?
JB. — ¡Sí!
P. — ¿En qué manos?
R.— En las de la Iglesía-Católica-Apostólica-Romana.
P.— ¿Cómo se prueba?
R.— Porque es la Sociedad que fundó y á la que prometió su
asistencia hasta la consumación de los siglos.
—170-
P.— Pero ¿no quedaría La Libertad en otras manos, ade-
más de las de la Iglesia Calólical
R. — ¡No! porque no existe otra sociedad sobre la tierra
fundada por El y á la que haya prometido su asistencia.
P.— ¿Cómo sabe Yd. que no existe otra sociedad que reúna
las condiciones que acaba de espresar?
R. — Por la Historia y por la esperiencia. Por la Historia:
porque la mas antigua que se conoce es la Biblia, y ella narra
que solo á la Iglesia Católica honró Nuestro Señor Jesucristo con
el depósito -espresado. Y Por la experiencia: por que hasta la fe-
cha no se conoce en el mundo otra sociedad que reúna los títu-
los que la misma Iglesia.
P.—Y antes de Jesucristo ¿era conocida La Libertad!
R.—Sí, del pueblo hebréo, único posesor de nuestra Reli-
gión.
P. — ¿Y de los demás pueblos?
R.-\No!
P.— ¿Por dónde se prueba?
R.— Por la Historia, la cual nos presenta al pueblo expues-
to á los mayores escarnios y á las injusticias mas inicuas. Bas-
ta decir á Yd. que el destemple del Imperio Romano, á la ve-
nida de Nuestro Señor Jesucristo, es tal que componiéndose este
Imperio de ciento y treinta y cinco millones de hombres, solamente
diez millones son Ubres, y el resto gime bajo la esclavitud que
les ha cabido al nacer.
P. — Pero no le faltaría al pueblo su cubierto en el banque-
te de la vida.
R. —Bajo la mesa de los animales. El respiro que dá la Ley
al pueblo es el de reputarle igual á ellos; mas la sociedad le con-
ceptúa inferior. El edicto Ediles ensu libro veinte y uno dice «que
los vendedores del pueblo deben declarar á los compradores sus en-
fermedades y defectos,» y añade «que los vendedores de cab'ülos
deben declarar sus defectos y enfermedades:» por donde se vé al
pueblo confundido con los animales. Si del texto de esta Ley pa-
samos al de las Pandectas y á los testigos nada sospechosos,
'Cicerón, Plinio y Séneca, veremos que la horrible imágen de la
— 171 —
muerte ignominiosa que el señor tenia resérvada al hijo del pue-
blo por la simple falta de herir aun jabalí con un venablo, era
el potro, especie de máquina que estiraba sus miembros y le
descoyuntaba basta separar los huesos de su cuerpo, ó la de
aplicarle planchas de hierro candente y espirar arrastrado y des-
pedazado con garfios. El día lo pasaba el pueblo sometido á los
mas penosísimos é innobles trabajos, y de noche los cambiaba
por el encierro en unas mazmorras, en donde no recibía el aire
mas que por una angosta ventanilla, en la que recibía por eter-
na pitanza una poca de sal y unos mendrugos de pan que el
hambre hacia delicioso. Y después de una vida entera aplicada
á estos horrorosos padecimientos, la muerte violenta era el Te-
curso que los señores aplicaban a la vejez, ó enfermedad del
pueblo. Trajano, á su regreso de cumplir sus votos sobre el
Euphrates y el Danubio, inmoló diez mil hijos del pueblo en
honor de sus triunfos sobre el rey Decébalo. Por estos datos pue-
de Vd. calcular la porción que tenia el pueblo en la vida común
de las nacionalidades antiguas.
P — ¿Y quién sacó al pueblo de este abyecto estado, facili-
tándole la entrada en el mundo hasta poderse formar por si
mismo una existencia civil?
11. — La Iglesia Católica y sus hijos, á brazo tendido y por la
sola fuerza de sus fatigas.
P. — ¿En qué consisten estas fatigas?
R.— En la predicación, en los ejemplos heroicos, en los
anatemas contra la dureza de corazón, en las luchas gigan-
tescas y en las batallas descomunales contra los llamados sá-
bios, contra los potentados, contra las pasiones, contra los inte-
reses, contrael Infierno entero, en fin.
P. — ¿Qué les cuesta á la Ir/lesia Católica y á sus hijos la re-
dención del pueblo!
i?. —El sacrificio entero de una vida de mas de quince si-
glos, un manantial inagotable de cuidados que fatigan, de
inquietudes que desvelan, de torrentes de sangre. Trece per-
secuciones formidables, contando con la actual. Mas de dos-
cientas heregias contra cuyos caudillos han combatido gloriosa-
—172—
mente con aquellas heroicidades que forman lo maravilloso.
P.— ¿Quién es el pontífice de La Libertad, y como se ape-
llidan los liberales!
R — El pontífice es Dios Excelso, y los liberales se apellidan
Pedro, Pablo, los Apbstolcs, los Confesores, los Mártires, Santos,
Católicos- Apostólicos-Romanos.
P. — ¿Cómo entienden La Libertad estos liberales?
R. — Como es.— Pedro, Pablo: los Apóstoles la entendieron
ostentando todas las virtudes sobre la tierra, comunicándolas á
todos los hombres y esforzándose en levantarles consigo al
cielo. Deogracias, obispo de Cartago, la entendió enajenando
los vasos sagrados y dando su precio á Gensarko por el rescate
del pueblo cautivo, convirtiendo dos iglesias en hospitales, visi-
tándoles noche y dia, y espirando junto el lecho de los des-
graciados cargado de años y de sufrimientos. Pedro Pascual,
obispo de Jaén, entendió La Libertad en ir á Turquía á sufrir
el martirio para socorrer al pueblo y sacarle de las manos de
los Rárbaros. Yicente de Paul la entendió en recoger al Niño
Expósito. La Hermana de la Caridad la entiende en sepultar
los encantos de la juventud entre las tosquedades de los en-
fermos y las inmundicias de los hospitales y en sucumbir á
la cabecera del moribundo. Ignacio de Loijola la entendió en
renunciar los destinos públicos, vestirse un grosero sayal y
fundar colegios. El Capitán Carrafa en arrojar al fuego las cer-
tificaciones de todos sus eminentes servicios militares, cortar-
se los cabellos, abrazar la vida religiosa y fundar una verda-
dera Internacional con su orden de obreros Piadosos, cuyo instituto
es socorrer al pueblo en sus miserias. Pedro de Rcntancourt en-
tendió La Libertad, juntando á la escuela que tenia para los
guatemaltecos, pobres, una enfermería en donde les propor-
cionaba asilo cuando se enfermaban. La Iglesia Católica y lodos
sus hijos, en fin, han entendido y entienden La Libertad en
instituir cerca de cuatro mil hospitales en donde se enjugan las
lágrimas de mas de cuatrocientos mil hijos del pueblo, en fundar
como cuatro mil colegios y universidades en donde se educan mas
pe trescientos mil jóvenes, y últimamente en llevar un registro de
—173—
todos los infortunios del pueblo y á cada uno aplicarle un leniti-
vo, y hasta un remedio.
P — ¿Y son Liberales los que hoy se llaman asi?
R. — No pueden ser Liberales los hombres que ignoran
hasta las primeras nociones de La Libertad.
P.— ¿Por qué ignoran hasta estas nociones?
R. — Porque persiguiendo á la Iglesia Católica, única depo-
sitaría de La Libertad, y á sus hijos, únicos propagadores de
ella, se hallan en contradicción con los elementos constitutivos
de La Libertad.
P.—¿Y cuáles son estos elementos?
R.— Los mismos promulgados por el Señor Nuestro Dios.
P. — ¿Que dice el Señor Nuestro Dios?
E.—Yo soy ¡oh Pueblo! el que te saqué de la tierra de la
Roma pagana, de la casa de la servidumbre de aquellos anti-
guos tus orgullosos señores.
«Yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visito la ini-
quidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta
generación de aquellos que me aborrecen.
«Y hago misericordia sobre millares de generaciones con
los que me aman y guardan mis preceptos.
«Solo á mi adorarás y darás eulto. Honra á tu padre y á
tu madre. No matarás. No fornicarás. No hurtarás. No dirás
contra tu prójimo falso testimonio, ni codiciarás nada de la
casa de él. Visita al enfermo. Dá de comer al hambriento.
Dá de beber al sediento. Viste al desnudo. Dá posada al pere-
grino. Redime al cautivo. Enseña al que no sabe. Dá buen
consejo al que lo ha de menester. Corrige al que yerra. Per-
dona al que te injuria. Consuela al triste. Sufre con paciencia
las flaquezas de todos, y ruégame por los vivos y encomiénda-
me á mí los muertos. Y para que veáis cuanto amo al pueblo,
esto os añado: que todo lo que hagáis con el enfermo, con el
hambriento, con el sediento, con el desnudo y demás, Yo, el
Señor del Cielo, y de la Tierra, y de los Mares y de todo lo
que en estas rosas hay, lo recibiré como hecho á Mí mismo, y
vendré á los que las hagan, y les bendeciré.»
—174—
P.—¿Y qué es pues la libertad de los llamados liberales?
R.—La esclavitud servida por esclavos.
P.— ¿Y qué son realmente esos liberales?
/i — Apóstatas que han abandonado á la Iglesia Católica y
se han afiliado á los herederos de Nerón. Hombres rudos, into-
lerantes, egoístas, esclusivos, capaces de todos los crímenes,
que han necesitado revelarse contra Dios, y sacrificar al ■pueblo
para encontrar los nombres y las riquezas que poseen!
P.— Pero, ¿por qué han tomado el nombre de obreros de la
Libertad?
R — Para con el nombre devorar al pueblo.
P. — ¿Y qué papel representa el pueblo entre los llamados
liberales?
7?. — El mismo que el pobre Sancho tras el loco D. Quijote.
P. — Pero, no es cierto que el pueblo es soberano, que
manda?
R. — Como Sancho mandó en la Insula Paralaría.
P.— Y ¿cómo sale el pueblo de sus gobiernos?
R. — Como salió Sancho de su Insula: despeñado.
P.—Y ¿cómo pueden remediarse tan ruines y destempla-
dos efectos?
Tí.— Quitando las causas que los producen.
P. — ¿Cómo se quitan?
R.—Con un acto de contrición, y haciéndose Católicos-
Apostólicos- Romanos.
P.--Y si esto no se hace, ¿qué sucederá?
R. — Que la Esclavitud se aprovechará del sueño deslizán-
dose nuevamente en el -Mundo, y el pueblo será su primera víc-
tima.
CAPITULO VIGESIMO PRIMERO.
Conclusión de esta obra.
Emplee el Pueblo cuantos elementos le proporcionen las
circunstancias, y recorra cuantos tonos le suministre la mortí-
fera maestría de los tribunos: jamás pasará de ser un sembra-
dor eternamente menesteroso que necesita un caudillo que le
facilite la simimiente. En su incapacidad para dirigirse necesita
de un Gefe. El gefe nato del Pueblo es la Iglesia Católica; ella
ha sido repudiada en nombre de la Independencia; pero la Inde-
pendencia no la ha encontrado el Pueblo. Antes el general se
apellidaba Papa, hoy se apellida sectas. Antes los oficiales se
llamaban Sacerdotes, hoy Tribunos: esto, pues, quiere decir que
en vez de una Milicia hay dos, y que el Pueblo no se ha sus-
traído del Padre, sino para caer en manos de miserables Pa-
drastros, que ha repudiado la razón, para desposarse con las
pasiones. Las pasiones, transfiguradas en métodos de enseñar y
en métodos de invención, se transfiguran en guerras, en ter-
remotos, en hambres y pestilencias que son los ministros sem-
piternos con que hiere, oprime y consume á los descreídos y
rebeldes la cólera de Dios. El mundo no tiene mas que dos
obreros: la verdad y el error. El término de cada uno de estos
obreros es siempre según sus obras. La verdad sirve al Pueblo
con celo de paz y de amor, el error con celo de guerra y de
ócRo. El alma no está jamás vrcía: ó mora en ella el espíritu
-176—
de la sabiduría divina, ó el espíritu de la sabiduría humana: el
que para servir á esta, despoja aquella, mas que de aquella
robe las asistencias, recibe en pago los castigos inexorables
de los que se confortan en el error y en el poder de su virtud-
La sociedad moderna comenzó por espíritu y acaba por carne:
por donde tenemos que vuelve á edificar aquello mismo,, que
Nuestro Señor Josucristo vino á destruir.
Según los rumores que turban el mundo para la Raza La-
Hna, ha llegado el tiempo señalado. Ni las sociedades antiguas
han sido libres, ni las modernas lo son, para borrar el conjun-
to de sus condiciones orgánicas sin que desaparezcan. Grecia ¡j
Roma fueron en alguna manera felices, mientras estuvo la san-
tificación de sus dioses en medio de ellas; mas tan luego como
el ateísmo extendió su corrompedora mano sobre aquellas na-
cionalidades, ni caballos ni caballeros, ni todos sus vestidos de
corazas, ni sus muchedumbres empuñando lanzas, escudos y
espadas pudieron cerrar el paso á los Filipos, Mételos, Mummios
y Atílas y Alarkos destruidores de ellas, ni estorbar que la
afrenta y el oprobio cubrieran sus, momentos antes, ínclitas
caras. Para el Liberalismo la Historia no es mas que memoria-
de lo pasado; pero para los filósofos y hombres de gobierno debe
ser también lección para el porvenir. Las cuerdas con que Pí-
sistrato, Símónides, Safo, Chares, los Focidios y los Calicalros
ataron á la Grecia, y aquellas otras con que los Nerones, los
Lucilos, los Lucrecios y los Pirrhones ataron á Roma les impu-
sieron un yugo que nunca mas les fué quitado.
El gorro de Voltaire puesto en las sienes de los gobiernos
actuales, podrá causar alguna distinta impresión comparado
con los de Grecia y Roma; pero está muy lejos de modificar la
terrible justicia que está incorporada á él. Dios es siempre el
mismo: llámense sociedades antiguas, llámense modernas, Dios
tanto mas se aleja de la presencia del hombre, cuantas mas
víctimas ofrece el hombre á Raal y hace sacrificios á los ídolos.
Hay hombres que son espresion de épocas, y épocas que son es-
presion de hombres. Voltaire fué espresion de su época, y lo
actuales gobiernos constituidos son espresion de Voltaire. La
— 177 —
hora de la caída de la Iglesia Católica que contó Voltaire, la
cuentan así mismo los gobiernos presentes; mas ni aquel la oyó
sonar, ni estos la oirán. El pecado de Voltaire y el pecado de la
Revolución francesa de 1789, son dos pecados, y por estos dos
pecados, ya son dos las veces que reúne Dios naciones extran-
jeras contra la Francia. Yaso inmundo es Varis en medio de la
tierra, y la tierra entera bebe de él; mas los que han hecho
regocijo sobre sus glorias, comiencen á hacer luto sobre sus
desventuras. Porque su destrucción es lo que ha mandado el
Señor que se haga. Los israelitas que moran en aquel Egipto
no se descuiden, porque á ellos también puede oprimir la Ca-
tástrofe.
Y así mismo acordtándose Dios de su Iglesia, y de todos los
fieles hijos de ella, en breve verá el Sol lo que no ha visto el Sol
mas de quince siglos há: verá menguar las aguas del presente
Diluvio, secarse repentinamente, y aparecer la Obra del Altísi-
mo fresca y rozagante entre los incontables cadáveres de los
que hoy la persiguen y murmuran contra ella. Comparará el
Sol este glorioso espectáculo con las matanzas próximas, y con
las tribulaciones presentes, y entonces se le presentarán al Sol
razones sublimes: el mucho sufrimiento del Señor, por su tar-
danza en visitar la iniquidad; su mucha fortaleza, por la im-
petuosidad con que la visita; y su mucha palabra, por la asis-
tencia que presta á su Iglesia. Esperad un poco, y se llenará
toda la tierra de la gloria del ScTior.
Y, ¡oh Católicosl entretanto llega la hora en que el ScTior
cfrezca delante de nosotros todos los prodigios que he dicho,
Ínterin extiende El su omnipotente mano y hace dar vueltas, y
pone freno en las quijadas de esos nuestros perseguidores, de
entre los cuales, el que mas encumbrado está es un cínico con
manto de púrpura, os lanzo un grito inmenso: ¡Clamad y no
ceseisV.! ¡Clamad contra esos impíos que reprimen la verdad de
Dios con el nombre de La Libertad! ¿Quién tiene derecho de
clamar á favor de la Ley de Dios mas que nosotros los deposi-
tarios y custodios! Alentaos, y no os fijéis en si el pueblo que es
habitador de la Babilonia es fuerte ó es flaco: en si son pocos ó
23
—178—
muchos en número. Yo embriagaré á sos príncipes, y á sus
sabios, y á sus capitanes, y á sus magistrados, y á sus valien-
tes: y dormirán sueño sempiterno, y no despertarán, dice
nuestro rey cuyo nombre es \ElSr. de los Ejércitos!]]... Pres-
to, presto se oirá la voz del clamor de la Revolución, y quebranto
grande de la tierra de Italia, y de la tierra de Francia, y de la
tierra de España, y de todas las tierras que imitan la maldad
de estas .
Ciertamente, ¡Hermanos] que nuestra llaga es pésima en
extremo; pero el juicio no saldrá trastornado: los carbonarios
y los masones no pueden mas que nosotros. Y este Nó que ar-
rojo sobre la Tierra es tan grande, que la O es la Galilea, en
donde está la Cuna de, mí adorable Jesús de Nazareth, y la N,
'os dos inmensos Continentes en medio de los cuales está asen-
tada aquella cuna memorabilísima.
Ultimamente, señores llamados Liberales: yo os ruego que
no os indignéis contra la austeridad de mis verdades; yo soy
hijo del Pueblo, y subyugado por los sentimientos de amor há-
cia el Pueblo, no puedo dirigiros á vosotros, nuestros enemigos
palabras de adhesión. Los hijos del Pueblo hemos nacido católi-
cos-Apostólicos -Romanos, y estas condiciones en que hemos na-
cido, son muy elevadas para que aceptemos humillaciones en
una condición inferior. Si nuestra suerte es tan desventurada
que hayamos de ser nuevamente vendidos en la puerta de al-
guna taberna, no serán seguramente las Armas de Pedro la
marca que envilecerá nuestras frentes, y el Catecismo Católico
el cartel quede nuestros cuellos colgará. Mas motivos de terror
son para los que pensamos un poco vuestros Catecismos y vues-
tras Armas, señores Liberales: peregrinos por el mundo, si por
casualidad oímos á alguna distancia el ruido de pasos ligeros y
furtivos, palidecemos y corremos temblando, porque se nos
figura que sois vosotros que venís á arrebatarnos para poner-
nos adscritos á alguna de vuestras porterías. Sin embargo yo os.
ruego, que si reputáis excesivos mis temores, me mandéis com-
parecer á vuestro Tribunal, porque yo soy enemigo de sustraer
las investigaciones dé la razón, déla Historia y de la Justiciat
—179—
por caminos tortuosos y pérfidamente sembrados de flore
¡Viva la Iglesia Católica-Apóstolica-Eomana! ¡Viva Pío IX!
t>a el Pueblo!
FIN.
MATERIAS
INDICE
DE LAS
CONTENIDAS EN ESTA OBRA.
CAPITULO I.
PAG.
Prefacio 1
Emilio Castelar. — Su Moral. — Valor de esta Moral. — Va-
lor de los Derechos Individuales y del Error 9
CAPITULO II.
Semillas y germinación de la Luminosa Revolución actual.
Sec. I. — El Filosofismo Incrédulo, El Protestantismo, las
Bellas Artes y la Literatura en consejo 19
II.— Continúa la Sesión: el Protestantismo 22
III. — Concluye la Sesiou: la Parte Baja de la Literatura
y la Parte Terrenal de las Bellas Artes 24
IV. — Epístola Evangélica 26
Y.— Del Plácito régio, de las Elecciones y de la Nomi-
nación régia, de las Regalías de la Corona y del Pa-
tronato 27
VI. — Exposición de los muy R. R. Arzobispos y R. R.
Obispos al Poder Político 29
VIL— Lógica y atenta respuesta de! Señor Ministro de
Negocios Eclesiásticos á la Exposición de los muy
R. R. Arzobispos y R. R. Obispos 31
YIII— Folleto 32
IX. — Folleto en respuesta al de «¡Escándalo!» 33
X.— Juicio Critico 35
XI. — El Sr. Yicb y Mallen y el Consejo de Guerra. . . 38
XII. — El Ministerio de Policía, las Libertades Individua-
les y el Poder Político 39
XIII —Qué tiene de particular que los amigos se junten? 42
XIY.-Circular 45
XY. — La Iglesia Intolerante 46
XVI.— ¡Quién sabe! 48
XYIL— CoDtinúa el mismo asunto: las Ordenes Religiosas
y los Poderes Constituidos.. . . , "56
XVIII.— Continúa el mismo asunto 51
XIX.— Término del asunto 61
XX.— Pablo, el Libertador 64
XXI. — Conclusión de este capitulo segundo: Anselmo, el
Libertador, y D. Pretendiente, compiador de los lla-
mados «Bienes Nacionales» 66
CAPITULO III.
Excelencias del Error 68
CAPITULO IV.
El qué consiste la Libertad de Pensar según el mismo se-
ñor Castelar 77
CAPITULO V.
El Si y el Nó 79
CAPITULO VI.
El Jabón y los Polvos 85
CAPITULO VII.
Continúa y concluye el asunto del Capítulo anterior. ... 90
CAPITULO VIH.
Contradicciones manifiestas. =Inutilidad de la Fuerza. . . 95
CAPITULO IX.
Niega el Sr. Castelar todo gobierno. — Utilidad y nece-
sidad de la Fuerza.— El Monstruo ... 99
CAPITULO X.
Pruebas históricas contra el Sr. Castelar.
Sec. I.— Origen y clasificación de las ideas 103
II. — Origen déla Iglesia-Católica-Apostólica Romana. 104
III. — Origen del hombre 105
IV. — Origen de las Ciencias y establecimiento de la
Religión sobre la tierra 106
V.— Cómo entra en el Mundo la Idea Tenebrosa. . . 107
VI.— Divina filiación de la Idea Luminosa. — Institu-
ción del Culto Público: iglesias, ornamentos, etc.. . 108
VII. — Satánica filiación de la Idea Tenebrosa 109
VIII. — Efectos sobre el mundo de los saltos de la Idea
Tenebrosa 110
IX.— Continúa el asunto del párrafo anterior: los fac-
ciosos excomulgados de Babel.. . . , 111
X. — Entre paréntesis. . . : 113
XI. — Consecuencia contra la Tesis del Sr. Castelar.
Se acaba de probar lo establecido en el principio del
párrafo octavo, con lo cual concluye este Capítulo
Diez , . 116
CAPITULO XI.
Es la Iglesia; no es la Iglesia: es regalo de un amigo. . . 121
CAPITULO XII.
Voz de la oscurantista, retrógrada é intolerante Iglesia
Católica á los muy ilustrados, progresistas y li-
bres pensadores del siglo XIX 125
CAPITULO XIII.
El Imperio Romano, los Bárbaros y la Iglesia Católica.. . 131
CAPITULO XIV.
Ya no es inútil la Fuerza. — Nerón y Víctor Manuel.— San
Pedro y Felipe II 139
CAPITULO XV.
Nadie tiene derecho de mandar , 14o
CAPITULO XVI.
Continúa el mismo asunto: causa de las catástrofes públi-
cas y privadas. . . . , 149
CAPITULO XVII.
Justificación de las pretensiones del Sr. Castelar sobre la
Internacional, de toda sociedad prevaricadora; de
toda injusticia y de todo crimen. Tiranía de todo
código civil y criminal: conclusión del asunto. . . 151
CAPITULO XVIII.
Escuela Teológica 155
CAPITULO XIX.
Continuación y conclusión del mismo asunto: el Sr. San-
tistéban y la 7-scuela Teológica 163
CAPITULO XX.
Preguntas y Respuestas , 169
CAPITULO XXI.
Conclusión de esta Obra 175