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Full text of "Emilio Castelar : Refutacion de las Teorias de este orador, y de los errores del credo democratico"

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BJ 

1255 
.B62 
1874 


EMILIO  CASTELAR. 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2014 


https://archive.org/details/emiliocastelarreOOboad 


EMILIO  CASTELAR 


REFUTACION  DE  LAp  TEORIAS  DE  ESTE  ORADOR,  Y  DE  LOS 
ERRORES  DEL  CREDO  DEMOCRÁTICO, 


MIGUEL  BOADA  Y  BALMES. 


DOCTOR  EN  CIENCIAS. 


-     ADICION.       ■  MAR  ■  1  f994 


VALENCIA: 
Librería  de  PASCUAL  AGOLAR .  Caballeros  1. 

1SÍ4. 


3GS  X»«OK»  X  )Glfl  .\)0. 


Iinp.  de  Ramón  Ortega,  Cocinas,  1. 


PREFACIO 


A  LA  EDICION  HECHA  EN  ESPAÑA. 


locos,  muy  pocos  libros  han  obtenido  al  tiempo  de 
publicarse  una  acogida  tan  favorable  como  el  que  ahora 
tenemos  el  honor  de  presentar  al  público.  Su  primera  edi- 
ción salida  en  1872  de  las  acreditadas  prensas  de  los  Esta- 
dos Unidos,  fué  agotada  instantáneamente  en  las  Repúblicas 
Americanas  donde  se  habla  nuestro  idioma,  sin  haberse  po- 
dido satisfacer  los  deseos  de  todas  las  personas  que  soli- 
citaban la  nueva  producción.  De  ella  no  se  han  recibido, 
por  consiguiente  ejemplares  en  España,  á  escepcion  de 
uno  solo  que  el  mismo  autor  tuvo  la  galanteria  ds  remitir 
al  Sr.  D.  Emilio  Castelar.  Posteriormente,  hemos  tenido  la 
buena  fortuna  de  que  el  Sr.  Boada  y  Balmes,  de  paso  en 
Cataluña,  su  país  natal,  nos  facilitase  también  otro  ejemplar 
que  nos  ha  servido  de  modelo  para  efectuar  esta  reim- 
presión de  su  libro. 

Hace  años  que  el  Sr.  D.  Miguel  Boada  y  Balmes  reside 
en  los  diversos  paises  del  Nuevo  Mundo,  habiéndose  esta- 
blecido definitivamente  en  Guatemala,  capital  de  la  repúbli- 
ca del  mismo  nombre  en  la  América  Central,  donde  por  sus 
vanados  conocimientos  y  bello  carácter  ha  merecido  el 


1 


aprecia  y  las  distinciones  de  todas  las  clases  de  aquella 
sociedad  hospitalaria.  Allí  escribió  nuestro  amigo,  en  los 
cortos  momentos  que  sus  ocupaciones  le  dejaban  libres,  las 
páginas  de  su  interesante  libro,  que  remitió  después  á  New- 
York  para  su  impresión.  Esta  se  verificó,  en  efecto,  sin  que 
el  Sr.  Boada  pudiera  revisar  su  escrito,  ni  ver  siquiera  las 
pruebas  para  hacer  las  correcciones  que  son  de  costumbre 
en  tales  casos.  Se  concibe,  pues,  que  los  operarios  en  el  arte 
de  Gutlemberg,  que  posean  el  conocimiento  de  la  lengua 
castellana,  no  deben  abundar  en  aquella  ciudad;  por  consi- 
guiente, la  impresión,  si  bien  elegante  y  en  magnífico  papel, 
debió  resultar,  como  en  efecto  resultó,  relativamente  cara. 
Pero  esta  circunstancia  que  en  otros  paises  habría  si- 
do un  inconveniente  para  su  venta,  pasó  allí  desaper- 
cibida, y  se  disputaron  á  porfía  aquellos  ciudadanos  la 
adquisición  de  la  obra  á  40  reales  ejemplar. 

Respecto  al  fondo  de!  presente  libro,  se  percibe  desde 
el  principio  que  el  Sr.  Boada,  sin  hacer  alarde  de  erudición 
ni  conducir  al  lector  por  las  sendas  de  una  oscura  metafísi- 
ca, se  interna  progresivamente  en  el  estudio  del  asunto  qi'e 
vá  examinando;  pone  los  errores  á  la  vista  del  lector;  re- 
sume en  breves  páginas  sus  irrecusables  argumentos;  refuta 
victoriosamente  las  arrogantes  teorías  y  utopias  del  Señor 
Castelar,  y  deja  sentados  en  su  obra  unos  principios  tan  be- 
llos que,  como  perlas  finas,  como  diamantes  preciosos,  bri- 
llaran siempre  en  nuestra  literatura  nacional.  La  rapidezcon 
que  se  ha  espendido  la  mencionada  producción  es  una  prue- 
ba de  que  ella  ha  alcanzado  las  alturas  de  la  popularidad; 
sin  embargo,  poseemos  otra  prueba  mas  concluycnle  toda- 
vía. Hemos  oido  decir  al  autor  que  en  algunas  de  las  repú- 
blicas de  la  América  del  Sur,  el  capítulo  vigésimo  de  esta 
obra  ha  sido  reimpreso  en  forma  de  cartilla,  por  orden  del 
Gobierno,  y  se  ha  mandado  estudiar  en  las  escuelas  mu- 


-3- 

nicipales.  ¡Tan  cierlo  es  que  la  verdadera  democracia 
y  los  principios  de  eterna  sabiduría  jamás  deben  ex- 
cluirse! 

Desde  1872  en  que  se  publicó  el  libro  del  Sr.  Boada  y 
Balmes,  han  ocurrido  sucesos  gravísimos  en  nuestra  infor- 
tunada patria;  sucesos  que  han  venido  á  refutar  en  el  terre- 
no do  la  practica  las  teorías  del  filosofismo  voltairiano.  En 
ménos  do  un  año  ha  recorrido  nuestra  nación  todo  el  círculo 
de  la  sociedad  humana.  A  una  monarquía  liberal,  debilitada 
por  las  intrigas  y  ambiciones  políticas,  ha  sucedido  inopina- 
damente una  anarquía  sangrienta,  que,  á  su  vez,  ha  dejado 
su  puesto  á  la  dictadura  encargada  de  restablecer  el  imperio 
de  la  ley.  Durante  algunos  meses,  la  pobre  España  ha  flo- 
tado en  plena  y  libre  democracia;  es  decir,  que  todos  los 
instintos,  todas  las  facultades,  se  han  desplegado  con  toda  la 
libertad,  con  lodo  el  ardor,  y  con  todas  las  contradicciones 
inherentes  a  las  pasiones  del  hombre.  Resístese  nuestra  plu- 
ma á  describir  los  acontecimientos  que  acabamos  de  pre- 
senciar; pero  la  historia  trasmitirá  á  las  generaciones  veni- 
deras la  suma  de  calamidades  horribles  de  que  ha  sido  lea- 
tro  nuestro  querido  país  en  eslos  últimos  años.  En  medio  de 
las  espansiones  de  la  libertad,  tuvo  Atenas  hombres  ilustres 
como  Pcricles,  Nicias,  Sócrates,  Demóstenes,  que,  aunque 
arrastrados  por  el  torbellino  de  un  ciego  populacho,  procu- 
raban someterle  á  ia  razón  y  al  deber;  hacían  entrar  en  sus 
grandes  y  patrióticas  miras  á  los  codiciosos  tenderos  de  la 
villa;  empleaban  su  talento,  su  elevada  inteligencia  luchando 
en  la  tribuna  con  los  políticos  de  taberna,  con  los  mercade- 
res de  sufragios,  y  con  los  demagogos,  cuya  grosera  polé- 
mica removía  el  fondo  de  aquella  inquieta  sociedad.  La 
voz  de  aquellos  patricios,  de  aquellos  oradores,  reprobaba 
los  vicios,  contenia  el  desenfreno  de  las  pasiones,  condenaba 
los  escesos  de  la  ignorancia,  censuraba  los  altos  poderes 


—4— 

envilecidos,  estigmatizaba  á  los  inlriganles  capaces  de  su- 
mergirse en  el  cieno  para  mejor  elevarse  después  á  los  pri- 
meros puestos  de  la  administración:  aquella  era  la  voz  de  la 
patria;  aquellos  los  hombres  que  inmortaliza  la  historia.  Pero 
en  España,  en  la  desventurada  España  del  siglo  XIX,  los  hu- 
manitarios filósofos  de  los  derechos  individuales,  de  la  igual- 
dad absoluta  y  de  la  fraternidad  universal;  los  poetas  lau- 
reados del  radicalismo  y  de  la  federación;  los  defensores  en 
las  Cortes  Españolas  de  los  criminales  de  la  comuna  de  Pa- 
rís, no  tuvieron  el  valor  cívico  de  abrir  sus  elocuentes  labios 
para  contener  el  desorden,  los  saqueos  y  las  piraterías,  los 
incendios,  los  crímenes  inauditos  que  harían  ruborizar  á  los 
cafres  antropófagos.  La  historia  dirá  en  su  dia  que  esos  dio- 
ses del  Olimpo  revolucionario  estaban  demasiado  ocupados 
en  las  satisfacciones  de  la  vanidad,  de  los  intereses  ma- 
teriales, de  la  mesa  del  presupuesto  y  de  la  conserva- 
ción del  Poder  Supremo,  para  ver  las  pavorosas  esce- 
nas de  los  motines,  de  la  guerra  cantonalista  y  de  la  guer- 
ra de  los  partidarios  de  Carlos  VII  que  todavía  está  devas- 
tando el  país.  Y  finalmente,  la  imparcial  historia  hará  cons- 
tar en  sus  verídicas  páginas  que  los  nuevos  filósofos  termi- 
naron la  Kyriela  (1)  de  sus  falaces  teorías  gubernativas  con 
una  sola  palabra  que  las  resume  y  completa:  el  caos! 

Y  no  podia  ser  de  otro  modo,  puesto  que  los  artículos 
de  la  letanía  filosófico-radicalesca-republicano-federal-po- 
trolera-comunista-democrática,  constituyen  todas  las  nega- 
ciones necesarias  pan  desgobernar  una  nación.  La  igualdad  es 
una  cosa  puramente  ideal  que  nunca  ha  existido  sobre  la  tierra 
en  ninguno  de  sus  momentos  históricos.  El  hombre  y  la  mujer, 
rudimentos  de  toda  sociedad,  han  sido  criados  con  poderes 
desiguales,  estando  la  esposa  sujeta  al  marido,  y  los  hijos 

(1)   En  vez  ele  série,  retahila,  lista. 


siguiéndola  condición  de  la  madre.  Cierto  es  que  no  fallan 
autores  que  suponen  que  la  mujer  tiene  tanta  autoridad  sobre 
el  marido  como  este  sobre  aquella;  pero  la  proposición  con- 
traria es  evidente  por  sí  misma,  y  no  exige  demostración.  Las 
máximas  relativas  á  la  igualdad  absoluta  entre  los  hombres, 
son  tan  equívocas  en  sí  mismas,  y  tan  peligrosas  para  go- 
bernar un  país,  que  solo  pueden  tratarlas  con  prudencia 
hombres  especiales;  porque  estas  máximas  en  último  resul- 
tado, no  pueden  espresar  mas  que  dos  cosas;  ó  el  lenguaje 
de  la  razón  y  de  la  naturaleza,  ó  los  gritos  de  la  rabia  y  de 
la  sedición  popular.  No  tenemos  el  designio  de  escribir  una 
sátira  contra  los  políticos  que  profesan  esos  principios,  por- 
que siempre  compadecemos  á  los  hombres  ofuscados  por  los 
errores;  pero  debemos  en  conciencia  representar  las  cosas 
tales  como  son,  sin  temer  á  los  unos  ni  esperar  favores  de 
los  otros.  La  fraternidad  ha  estado  también  en  práctica  du- 
rante los  meses  de  la  federal  república;  Alcoy,  Sevilla,  Va- 
lencia, Cádiz,  Almería,  Barcelona  y  otras  ciudades  princi- 
palmente Cartagena,  han  recibido  sus  inocentes  caricias- 
Ahora  todos  tenemos  la  esperiencia  y  las  pruebas  de  la  man- 
sedumbre de  los  amigos  de  los  modernos  Cincinatos. 

Las  contiendas  y  disensiones  entre  Roma  y  Aleñas,  nos 
ofrecen  ejemplos  de  lo  que  es  la  balanza  del  poder;  y 
de  ello  resulla  que  la  tiranía  y  el  despotismo  lo  mismo 
se  han  ejercido  por  muchas  personas  juntas  que  por  una 
sola;  que  los  oradores  mercenarios  inflaman  al  pueblo? 
cuyos  tumultos  conducen  naturalmente  al  poder  arbitra- 
rio que  causa  la  ruina  del  mismo  pueblo.— La  libertad 
de  cultos  que,  siguiendo  la  sabiduría  de  la  ley,  es  la  obli- 
gación de  respetarlos  todos,  ha  significad  >  solamente  en  al- 
gunos pueblos  la  libertad  de  atacar  y  destruir  los  templos, 
perseguir  á  personas  pacificas  y  á  la  religión  profesada  por 
la  totalidad  de  la  nación.  La  libertad  de  pensar  en  todas  ma- 


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terias,  no  ba  sido,  ni  es  por  lo  general,  olía  cosa  (hablando 
claramente  para  que  todos  lo  entiendan),  que  la  libertad 
de  insultar  á  la  sociedad  entera,  y  builarse  impunemente  de 
toda  religión;  de  propagar  con  escándalo  las  blasfemias  mas 
absurdas  para  corromper  los  buenos  sentimientos  y  sano  cri- 
terio de  las  personas  no  instruidas,  que  desgraciadamente 
hay  muchas  entre  nosotros.  Se  ha  sostenido  que  todo  hom- 
bre está  justificado  en  sus  sentimientos,  porque,  según  di- 
cen, son  hijos  de  su  conciencia,  no  estando  justificado  por  la 
bondad  de  la  materia  creída,  sino  por  la  sinceridad  con  que 
la  cree.  Por  este  principio,  las  falsedades  pueden  ser  tan 
buenas  como  las  verdades,  y  los  absurdos  mas  repugnantes 
pueden  responder  á  los  mas  sagrados  dogmas. 

Diremos  aun  dos  palabras  sobre  la  contienda  del  origen 
del  gobierno  civil,  que  los  novadores  declaran  ser  el  poder 
colectivo  de  todo  el  pueblo.  El  estudio  de  la  historia  desva- 
nece el  encanto  de  esta  ilusión,  demostrando  que  ese  poder 
de  la  multitud  es  un  absurdo  que,  á  causa  de  las  contradic- 
ciones que  implica,  jamás  se  ha  podido  reducir  á  la  práctica. 
Esta  teoría  supone  que  el  pueblo  entero  está  unido,  compac- 
to, unánime  en  la  proclamación  de  una  idea,  lo  cual  no  se 
ha  verificado  todavía  una  sola  vez  desde  el  principio  del 
mundo.  Ese  principio,  designado  con  el  pomposo  nombre  de 
sufragio  universal,  ha  tenido  por  contrario,  como  lo  demues- 
tra la  esperiencia,  á  otro  principio,  la  apatía  ó  el  indife- 
rentismo general.  En  vano  quiso  la  famosa  Atenas  destruir 
este  enemigo  de  la  célebre  teoría,  dictando  leyes  sabias  que 
imponían  penas  severas  á  los  ciudadanos  que  desatendían  el 
deber  de  tomar  parte  en  las  cuestiones  que  dividían  la  repú- 
blica; ven  vano  mandaba  que  el  voto  social  y  político  fuera 
obligatorio  para  lodos.  Siempre  resultaba  que  un  número, 
comparativamente  reducido,  el  de  los  ambiciosos,  adquiría 
la  dirección  de  la  cosa  pública;  porque  la  multitud  patriota  y 


desinteresada,  el  pueblo  entero,  no  si  levantaba  para  poner 
en  juego  el  esfuerzo  de  su  actividad,  de  su  inteligencia.  Los 
que  acechaban  las  elecciones  como  medio  de  satisfacer  su 
allá  ó  baja  ambición,  eran  el  germen  destinado  á  formar  los 
tumultos,  y  los  queso  entregaban  á  las  aventuras  desespe- 
radas, combinadas  siempre  con  sus  particulares  intereses. 
De  este  modo  los  intrigantes  de  profesión,  los  cazadores  de 
empleos  lucrativos,  hacian  las  elecciones  á  su  gusto,  y  en 
perjuicio  de  la  nación  y  de  las  clases  laboriosas.  Por  esto  de- 
cayeron las  antiguas  repúblicas,  tan  ardientes  en  defender  la 
libertad,  y  tan  fecundas  en  virtudes  de  toda  especie.  Sus 
agitaciones  continuas  las  entregaban  al  yugo  de  la  anarquía 
demagógica,  de  la  cual  pasaban  al  cruel  despotismo  del  tirano. 
Finalmente,  conquistada  por  los  Romanos  aquella  Atenas  que 
tan  brillantes  recuerda  literarios  y  artísticos  legó  al  mundo, 
y  destruida  mas  tarde  por  Sila,  desaparece  del  cuadro  de  la 
historia  antigua  juntamente  con  la  nacionalidad  griega  87 
años  antes  de  J.  C. 

En  fin,  los  editores  confian  en  que  la  nueva  obra  del 
Señor  Boada  y  Raimes,  dirigida  por  sus  principios  á  la  de- 
fensa de  las  instituciones  sociales,  merecerá  una  favorable 
acogida  entre  las  personas  que  buscan  en  la  lectura  las  frui- 
ciones austeras  de  la  ciencia  ó  un  instructivo  pasatiempo.  Su 
moderado  precio  la  hace  además,  asequible  á  toda  clase  de 
lectores:  y  su  buena  tipografía,  excelente  papel,  y  esmerada 
corrección,  ponen  esta  primera,  edición  hecha  en  España 
en  el  mismo  nivel  de  la  publicada  anteriormente  en  Nueva 
York. 


J.  R  Costa. 


EMILIO  CASTELAR. 


CAPITULO  PRIMERO. 

Emilio  Castelar,— Su  Moral.— Valor  de  esta  Moral.— Valor  de 
los  Derechos  Individuales  y  del  Error. 


Uno  de  los  designios  del  Hijo  de  Dios  haciéndose  hombre, 
ha  sido  el  levantar  entre  los  hombres,  concertadamente  y  por 
igual  el  nivel  de  la  paz,  de  la  concordia,  de  la  unión  y  de  la 
caridad.  Todas  estas  virtudes  juntas  que  en  la  venida  del  Cristo 
tienen  su  equilibrio,  ahora  principalmente  parece  que  el  mundo 
las  quiere  desquilibrar,  introduciendo  mudanzas  impías  en  su 
manera  de  estar  ordenadas.  El  jacobismo,  es  decir,  el  Sistema  de 
Perfección  délos  revolucionarios  franceses  de  1789,  toma  un 
cuerpo  y  una  voz,  que  á  causa  de  la  misma  impotencia  conque 
aparece  condenado  por  la  razón,  por  la  justicia  y  por  la  organi- 
zación misma  de  las  sociedades  modernas,  pueden  acarrear  con- 
llictos  no  comprendidos  hasta  hoy  en  los  dominios  de  la  historia 
de  ningún  tiempo  ni  país. 

De  entre  los  irrreverentes  apóstoles  que  ponen  la  mano 
sobre  el  arca  santa  para  sustraer  el  mundo  á  la  potestad  del 
Cristo,  y  á  la  jurisdicción  de  la  libertad  y  del  verdadero  progreso 
que  nos  trae  á  los  hombres  la  Iglesia  Católica,  me  ha  parecido 
muy  conveniente  tomar  al  Sr.  Castelar,  porque  por  mucha  que 


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sea  la  explosión  de  sus  disparos  contra  la  razón  y  la  historia, 
todavía  creo  que  quiere  la  justicia,  mas  que  la  quiera  sin  tribu- 
nales. 

Cediendo  al  impulso  de  dirijirme  al  orador  español,  no 
quiera  Dios  que  figure  yo  nunca  en  el  número  de  los  que  para 
envilecer  el  error,  atacan  á  los  depositarios  de  la  elocuencia. 
Yo  admiro  á  la  par  que  acato  las  escelentísimas  prendas  que 
embellecen  la  inteligencia  del  Sr.  Castelar,  yo  confieso  desde 
luego  que  si  ella  arrancara  del  sol,  nada  les  faltaría  á  sus  dis- 
cursos para  llamárseles  rayos.  La  sinceridad  de  esta  confesión 
probará  al  Sr.  Castelar  que  en  esta  refutación  de  sus  principios, 
no  debe  ver  mas  que  la  natural  consecuencia  de  los  errores  que 
difunde;  y  que  si  me  dirijo  á  el  con  preferencia  á  otros,  es  por 
que  de  entre  los  servidores  de  la  Gran  Revolución,  él  es  el  que 
exige  todos  los  sacrificios  posibles,  ya  porque  posee  esa  fuerza 
de  decir  que  todos  conocemos  ser  necesaria  para  escitar  las  pa- 
siones, ya  también  porque  levantando  mi  discusión  á  la  altura 
de  su  estirpe,  la  levantó  á  la  altura  de  todo  e\  sistema,  por  donde 
no  solo  pongo  mis  ojos  en  un  individuo,  sino  que  me  pongo  en 
comunicación  con  una  escuela  que  amaga  ejercer  sobre  todo  lo 
bueno  una  acción  dominadora  y  absorvente.  Esto  sentado,  entro 
de  lleno  en  la  cuestión. 

En  su  discurso  en  el  Congreso  Español  sobre  los  debates  de 
la  Internacional,  comienza  el  Sr.  Castelar  lamentándose  de  que 
las  alusiones  que  se  le  han  dirigido,  que  los  cargos  que  se  le 
han  hecho,  le  obliguen,  mal  de  su  grado,  á  faltar  á  su  anterior 
promesa  de  no  volver  á  tomar  participio  ninguno  en  los  predi- 
chos  debates;  y  luego  dice: 

«Preguntaba  con  su  natural  perspicacia  el  Sr.  Alonso  Mar- 
tínez á  los  que  sostenemos  la  incompetencia  del  Estado  para  en- 
tender en  la  moralidad  ó  inmoralidad  de  las  ideas:  «¿ya  no  se  sabe 
en  este  desquiciado  mundo  ni  siquiera  lo  que  es  moral?»  Y  yo 
respondo:  pues  por  lo  mismo  que  se  sabe  lo  que  es  moral,  se 
quiere  apartar  la  moral  de  toda  fuerza  coercitiva.» 

Aquí  hay  dos  cosas:  1.a,  afirmación  de  la  incompetencia 
del  Estado  para  entender  en  la  moralidad  ó  inmoralidad  de  las 


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¡deas,  y  2.a,  afirmación  de  quererse  apartar  la  moral  de  toda 
fuerza  coercitiva. 

La  moral  y  la  moralidad  de  las  ideas,  Sr.  Caslelar,  son  cosas 
distintas,  así  como  no  es  lo  mismo  decir  Episcopado  que  Dere- 
cho Público  Eclesiástico,  Comercio  Interior  que  Economía  Políti- 
ca, y  Pesca  que  Derecho  Administrativo,  por  cuanto  las  prime- 
ras voces  espresan  ideas  particulares  y  las  segundas  generales, 
estas  constituyen  la  ciencia,  al  pa-so  que  aquellas  no  constituyen 
sino  un  ramo  de  ella.  Por  donde  se  concluye  que  la  moral  es  la 
ciencia,  y  la  moralidad  de  las  ideas,  es  solamente  un  brazo  de 
esta  ciencia. 

En  sus  afirmaciones  el  Sr.  Castelar,  ¿de  qué  habla,  de  la 
ciencia  ó  del  brazo  de  ella?  Oigámosle: 

«La  moral  es  un  Código  de  conciencia;  un  Código  que  mira  á 
los  impulsos  generales  dé  las  acciones  ó  móviles,  i  [os  impulsos 
particulares  ó  motivos;  un  Código  que  juzga  la  vida  interior,  el  li- 
bre albedrío  » 

«La  moral  es  un  Código  de  Conciencia.»  Si  vos  decís,  Señor 
Castelar,  que  la  moral  es  El  Código  de  la  conciencia,  definiréis 
la  Filosofía  Moral  en  su  totalidad;  pero  si  decís  que  es  un  Có- 
digo de  conciencia,  suponéis  vos  que  á  mas  de  este  Código  exis- 
ten oíros,  los  cuales  no  siendo  conocidos  del  mundo,  indudable- 
mente prestaríais  un  gran  servicio  si  os  sirviereis  revelarles, 
puesto  que  el  encuentro  de  este  tesoro  enriquecería  el  cuerpo 
de  los  vínculos  que  sujetan  la  conciencia. 

La  moral  es  «Un  Código  que  mira  á  los  impulsos  generales 
de  las  acciones  ó  móviles,  álos  impulsos  particulares  ó  motivos. 

La  moral,  Sr.  Castelar,  es  El  Código  que  primero  mira  á  la 
posibilidad,  en  seguudo  lugar  á  la  existencia,  en  tercer  logar  á  la 
sucesión  de  los  impulsos  de  que  vos  habláis,  y  en  cuarto  y  últi- 
mo lugar  mira  también  la-  moral  á  las  relaciones  de  los  impul- 
sos con  los  objetos  y  sucesos  externos,  absorviendo  en  esta  última 
mirada  toda  la  gravedad  y  trascendencia  de  las  cuestiones  de 
posibilidad,  de  existencia,  y  de  sucesión. 

La  moral  comprende  al  hombre  entero,  porque  la  moral 
está  en  relación  con  todas  las  facultades  del  hombre.  La  moral 


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no  se  satisface  con  atacar  á  la  inmoralidad  solamente  en  las 
cuestiones  de  sucesión  como  enseña  el  Sr.  Castelar;  ella  sabe  bien 
por  la  esperiencia  que  este  es  ataque  harto  ineficaz:  ella  levan- 
ta su  acción  interventora  á  mas  encumbradas  alturas,  y  la  hace 
descender  á  mas  hondas  profundidades.  El  lenguaje  de  la  moral 
para  con  el  individuo,  para  con  la  familia  y  para  con  la  sociedad 
es  este: 

«Conozco  vuestros  instintos.  Sé  que  el  riesgo  puede  en- 
gendrar la  idea,  la  idea  el  pensamiento,  el  pensamiento  el  deseo, 
y  el  deseo  los  hechos.  Pues  bien!  yo  como  vuestro  custodio  que 
soy,  os  prohibo  de  la  idea  la  posibilidad,  huyendo  las  ocasiones, 
del  pensamiento  la  existencia,  no  deteniéndoos  en  la  percepción 
de  los  juicios  malos,  del  deseo  la  sucesión  de  los  impulsos  que  no 
tienen  en  su  apoyo  la  conformidad  de  las  reglas  que  yo  tengo 
trazadas  á  la  voluntad,  y  os  hago  cargos  mas  ó  menos  graves 
de  los  hechos,  según  que  sea  la  relación  de  los  daños  con  la  na- 
turaleza, relaciones  y  propiedades  de  los  objetos,  ó  sucesos  ex- 
ternos sobre  que  les  hagáis  recaer.» 

La  moral  es  «wíi  Código  que  juzga  la  vida  interior  » 

La  moral  es  «El  código  que  juzga  la  vida  interior,  y  exterior,» 
digo  yo,  Sr.  Castelar.  La.  moral  es  la  verdad  en  el  entendimien- 
to, en  la  voluntad,  y  en  la  conducta.  Por  la  moral  conocemos 
las  cosas  tales  como  son,  las  queremos  como  es  debido,  y  obra- 
mos por  impulso  de  esta  buena  voluntad.  ¿Si  juzgareis,  mi  buen 
amigo,  que  esta  reina  que  tenéis  en  cautiverio  puede  objetar 
sérios  inconvenientes  á  vuestros  discursos  en  el  congreso  espa- 
ñol, cuando  tenéis  tanto  empeño  en  desterrarla  de  la  vida  pú- 
blica? 

La  moral  es  «un  código  que  juzga  el  libre  albedrio.»  La  mo- 
ral no  juzga  el  libre  albedrio;  el  libre  albedrio  es  obra  maestra 
de  Dios,  y  las  obras  de  Dios  la  moral  no  las  juzga:  las  reveren- 
cia. El  Libre  Albedrio  es  el  entendimiento  y  la  voluntad  juntos 
en  uno,  y  la  bondad  y  escelencia  de  esta  producción  divina,  no 
reconoce  juez.  Lo  que  juzga  la  moral  son  los  actos  internos  y  ex- 
ternos del  Libre  Albedrio:  las  relaciones  de  la  moral  con  el  Li- 
bre Albedrio  son  objetivas,  no  subjetivas. 


-13— 

Reasumiendo  pues  los  códigos,  que  es  la  moral  del  seTior 
Castelar,  tenemos,  que  es:  1."  un  código  de  conciencia;  2.°  un 
código  que  mira  á  los  impulsos  generales  de  las  acciones  ó  mó- 
viles; 3.°  un  código  que  mira  á  los  impulsos  particulares  ó 
motivos;  í.°  un  código  que  juzga  la  vida  interior,  y  5."  un  có- 
digo que  juzga  el  libre  albedrío. 

De  donde  se  sigue  que  el  hombre  es  inmoral  cuando  es 
perfecto,  y  moral  cuando  es  imperfecto,  como  quiera  que  la  no- 
ción de  la  moral  que  el  Sr.  Castelar  ofrece  al  mundo  eñ  espec- 
táculo no  es  entera,  sino  que  ejerce  unas  funciones,  y  suspende 
otras.  Le  niega  la  forma  suave  y  apacible  de  la  vida  exterior, 
y  la  relega  al  ser  recóndito  de  unos  actos  meramente  internos. 
Siendo  de  notar  que  la  aceptación  común  de  la  Filosofía  Moral 
de  ser  «El  código  de  la  conciencia,»  pierde  su  exactitud  en  la 
singular  aceptación  que  se  da  el  Sr.  Castelar,  cuando  por  las 
cuatro  siguientes  nociones  que  viene  dando  de  los  códigos,  se 
demuestra  que  la  vtz  conciencia  no  es  en  su  juicio  «la  facultad 
que  7ios  dá  razón  de  nuestros  actos  internos  y  externos,»  sino  de 
unos  actos  internos  simplemente.  Todo  lo  cual  por  una  ilación 
forzosa  viene  á  demostrar  lo  que  llevo  dicho,  conviene  á  saber: 
que  la  perfección  de  la  moral  del  Sr.  Castelar  está  en  no  en- 
tender mas  que  en  los  actos  internos  del  hombre,  y  no  en  to- 
dos, sino  en  los  impulsos  generales  de  las  acciones  ó  móviles,  y 
en  los  impulsos  particulares  ó  motivos. 

Caida  la  moral  en  esta  mísera  condición,  despojada  del 
ejercicio  útil  de  sus  mayores  facultades,  oigamos  la  consecuen- 
cia lógica  puesaca  de  ella  el  Sr.  Castelar. 

«Y  no  tenéis  derecho  los  conservadores  á  parapetaros  tras 
■  se  Código,  preteslando  provocar  en  su  nombre  una  reacción 
religiosa  y  moral,  cuando  lo  que  en  realidad  procuráis  es  una 
reacción  política  que  ponga  vuestros  viejos  penates,  la  monar- 
quía hereditaria  y  la  Iglesia  intolerante,  fuera  del  alcance  del 
libre  é  indagador  pensamiento.» 

En  efecto,  Sr.  Castelar:  después  de  las  exóticas  devasta- 
ciones que  acabáis  de  hacer  en  los  campos  de  la  Filosofía  Mo- 
ral, ni  conservadores,  ni  nad'e  tienen,  no  digo  derecho,  pero  ni 


—Vi— 

posibilidad  siquiera  de  parapetarse  trás  ese  pedazo  estrecho,  y 
umbrío  que  pomposamente  llamáis  Código.  Ciertamente  que  el 
que  intente  regar  las  nacionalidades  de  la  tierra  con  una  re- 
acción de  esa  Religión  y  Moral  que  corre  por  el  mundo  desde 
lo  alto  de  las  montañas  de  Galilea,  ha  de  descubrir  otras  fuen- 
tes y  de  presentar  otros  lugares  de  los  que  vos  contempláis. 
Vuestros  lugares  ofrecen  una  sombra  tan  pequeña,  y  vuestras 
fuentes  están  tan  secas,  que  no  debéis  abrigar  recelos  que  la 
Iglesia  intolerante,  ni  nada  bueno,  queden  fuera  del  alcance  del 
Ubre  é  indagador  pensamiento,  con  el  insensible  terreno  y  la  gota 
de  agua  que  les  concedéis. 

«Si  no,  continua  elSr.  Castelar,  ¿porqué  tanto  empeño  en 
arrancarnos  la  confesión  de  que  los  derechos  individuales  son 
limitados'}  Pues  no  la  arrancareis.» 

Esta  decisión  doctrinal  de  ser  ilimitados  los  derechos  ¡n-  • 
dividuales,  si  es  inadmisible,  no  es  inesplicable  en  el  Sr.  Cas- 
telar.  Este  orador  es  el  órgano  de  una  facción  tempestuosa,  que 
se  ha  prefijado  un  blanco,  y  que  quien?  á  todo  trance  alcanzar. 
Flotando 'como  un  buque  sin  lastre  á  merced  de  sus  impetuosas 
pasiones  ¿qué  le  importa  caer  en  el  abismo,  si  sale  de  la  an- 
gostura y  sinuosidad  de  los  valles  y  recorre  mucho  terreno?.... 
Examinemos  la  nueva  filosofía. 

La  palabra  derecho  significa  aquí  la  facultad  de  hacer  ó 
poseer.  Individuo:  es  el  hombre  considerado  según  el  estado  que 
ocupa,  cuyo  estado  le  viste  de  ciertos  derechos.  Derechos  Indi- 
viduales en  consecuencia  son:  las  facultades  que  tiene  el  hombre 
de  hacer  ó  poseer  en  el  estado  que  ocupa.  Si,  pues,  los  Derechos 
Individuales  son  ilimitados,  el  hombre  no  tiene  deberes,  como 
quiera  que  el  deber  es  el  vínculo  que  limita  al  derecho.  Si  el 
hombre  no  tiene  deberes,  no  tiene  obligaciones  perfectas,  cuales 
son  aquellas  cuyo  cumplimiento  puede  exigirse  judicialmente, 
Y  si  el  hombre  no  tiene  obligaciones  perfectas,  leñemos  por 
ecuación  suprema  la  negación  de  la  libertad  civil,  del  gobier- 
no, puesto  que  no  pueden  existir  estas  cosas  sin  lo  que  los 
jurisconsultos  llaman  objetos  del  derecho,  como  son  la  propiedad 
la  justicia  convencional,  la  idea  de  fuerza  comparada  del  todo 


-Ib— 

con  la  parte,  todas  las  limitaciones  en  fin  que  sustraen  al  hom- 
bre del  estado  salvaje. 

Hecha  esta  proclamación,  oigamos  del  Sr.  Castelar  la  sin- 
gular manera  de  probarla: 

«Todos  creemos  que  el  hombre  es  una  personalidad  y  tie- 
»ne  en  sí  su  fin,  á  diferencia  de  las  cosás,  que  como  tienen  fue- 
»ra  de  sí  su  fin,  pueden  ser  y  son  espropiadas,  cambiadas, 
» transformadas  por  aquel  que  ofrece  sobre  ellas  el  dominio. 
«Todos  creemos  que  no  se  puede  atentar  ni  con  limitaciones,  á 
»esos  derechos  inherentes  á  la  personalidad,  sin  atentar  á  la  na- 
turaleza humana,  y  sin  herir,  por  consiguiente,  la  base  inconmo- 
vible de  toda  sociedad.» 

Esto  es  una  algarabía  ridicula:  tiene  verdades  palmarias 
y  errores  capitales.  Nadie  niega  que  sea  el  hombre  una  persona- 
lidad que  tiene  en  sí  su  fin,  y  por  lo  mismo  que  es  una  personali- 
dad j  que  tiene  como  á  tal  su  fin,  se  atenta  con  limitaciones  á  los 
derechos  inherentes  á  esta  personalidad,  para  «o  atentar  á  la  natu- 
raleza humana,  ya  hiriendo  la  base  inconmutable  de  toda  socie- 
dad, ya  también  espropiando,  cambiando  y  trasformando  al 
hombre  en  bruto  animal,  por  el  mismo  camino  porque  tan  erra- 
damente le  quiere  levantar  el  Sr..  Castelar. 

Bien  se  suponga  al  hombre  en  el  estado  de  libertad  natural, 
bien  se  le  suponga  en  el  estado  de  libertad  civil  el  hombre  por 
la  oscuridad  de  su  entendimiento  y  por  la  corrupción  de  su  vo- 
luntad tiene  viciadas  sus  inclinaciones  naturales,  y  sea  cual 
fuere  el  estado  en  que  se  encuentre,  tiene  la  necesidad  imperio- 
sa de  limitaciones,  de  leyes  que  gobernando  y  moderando  esas 
inclinaciones  naturales,  le  someten  á  la  verdad  y  le  sustraen  al 
error.  Si  el  hombre  se  encuentra  en  el  estado  salvaje.,  vive  bajo 
el  imperio  de  las  limitaciones  de  faLey  Natural;  y  si  se  encuen- 
tra en  el  estado  cii-ilizudo,  vive  bajo  la  salvaguardia  de  las  limi- 
taciones de  la  Ley  Natural  y  bajo  el  imperio  de  las  de  la  Ley 
Cml.  Y  sin  estas  limitaciones  perdería  el  hombre  su  perso- 
nalidad, toda  vez  que  perdería  su  fin.  El  hombre  se  dirige 
por  el  pensamiento  y  se  mueve  por  la  voluntad  y  las  pa- 
siones. El  fin  del  pensamiento  y  de  la  voluntad  es  la  verdad,  y 


-  10— 

el  fin  de  las  pasiones  es  dar  energía  al  pensamiento  y  firmeza  á 
la  voluntad.  En  virtud  de  los  límites  el  hombre  es  libre,  por 
cuanto  tiene  el  santo  privilegio  de  poder  discurrir  amplísima- 
mente  por  los  anchurosos  y  floridos  campos  de  las  discusiones 
fructuosas  y  fecundas.  Mas  horrados  los  límites,  el  hombre  cae 
bajo  el  imperio  de  la  servidumbre,  porque  entra  en  la  región  de 
las  sombras  adorando  soñados  errores  vestidos  vestiduras  de 
verdades  arbitrarias.  Esto,  no  obstante  dice  el  SeTior  Cas- 
telar: 

«Yo  no  conozco  utopía  mas  gr  ande  que  la  utopía  de  su- 
primir el  error.  No  se  ha  propuesto  ninguna  sociedad  supri- 
«mir  el  error  sin  haber  suprimido  al  mismo  tiempo  el  pensa- 
miento.» 

Por  donde  después  de  habernos  demostrado  el  Sr.  Cas- 
telar  la  eficacia  suprema  de  los  derechos  individuales,  nos  de- 
muestra aqui  la  altísima  conveniencia  del  error.  De  lo  cual  re- 
sulta, que  la  fuerza  del  pensamiento  se  quebranta  si  se  suprime 
el  error,  que  este  le  es  favorable,  que  la  verdad  le  es  contrario, 
y  que  siendo  la  religión,  la  moral,  las  ciencias,  las  artes  y  los 
oficios  cuerpos  de  doctrinas  y  de  reglas  que  procuran  suprimir 
el  error  dando  á  conocer  la  verdad,  son  Utopías  gigantes.  Con 
esto  ya  no  es  difícil  comprender  como  se  mata  cuerpo  y  alma 
el  Sr.  Castelar  por  entrar  en  posesión  de  las  tinieblas  y  dese- 
char por  oscura  la  luz.  Espartano,  mas  bien  que  español,  si  bien 
se  ocupa  en  distribuir  algunas  alabanzas  á  los  pasages  mas  so- 
bresalientes de  la  civilización  moderna,  nadie  debe  dudar  que 
daria  con  gusto  un  sallo  hacia  atrás,  y  que  en  un  pueblo  enve- 
j  ecido  en  el  Calolisismo,  estableceria  la  república  de  Licurgo, 
desterraría  al  Cristo  para  salir  del  embarazo,  y  destruyendo  el 
comercio  y  las  letras,  instituiría  las  fiestas  llamadas  Panateneas, 
los  gimnasios,  las  comidas  patrióticas  y  los  clubs.  El  Sr.  Cas- 
telar y  su  partido  se  mantienen  pegados  á  Atenas  como  su  som- 
bra, y  si  la  Espolia  no  se  decide  á  lomar  otra  actitud,  el  SeTior 
Castelar  y  su  partido  no  soltarán  el  brazo  de  Licurgo  hasta  haber 
multiplicado  los  asesinatos,  multiplicando  las  devastaciones,  y 
sacrificado  todo  lo  bueno  á  los  terribles  manes  de  Jlipias.  Las 


—  17— 

pasiones  no  se  satisfacen  con  honores  estériles.  Puede  suspender- 
se su  curso;  pero  si  no  se  ciega  su  origen,  reaparecen  siempre  con 
su  característica  inclinación.  Voy  á  arrancar  la  máscara  al 
Idolo. 


CAPÍTULO  SEGUNDO. 
Semillas  y  germinación  de  la  Luminosa  Revolución  actual. 
Sección  I. 

El  Filosofismo  Incrédulo,  el  Protestantismo:  las  Bellas  Arles  y  la  Literatura  en 
consejo. 


Suponed  reunida  en  un  vasto  laberinto  de  piedras ,  de  cuevas, 
de  restos  de  edificios,  de  archivos,  de  bibliotecas  y  de  museos, 
á  esta  gloriosa  familia  á  la  que  van  estar  en  breve  sometidos  los 
destinos  del  género  humano.  Reina  en  la  asamblea  un  profundo 
silencio,  cuando  se  levanta  de  en  medio  de  ella  esta  vo/.: 

— ¡Hermanos!  clama  el  Filosofiismo  Incrédulo  agitándose  en 
su  asiento,  y  dirigiendo  centelleante  mirada  al  circulo  de  los 
espectadores:  ¡Hermanos!  contamos  ya  con  la  decidida  protec- 
ción del  Poder  Político,  y  desde  hoy  en  nosotros  todo  puede  ser 
independencia,  con  tal  que  no  la  aventuremos  á  un  lance  formal. 
De  aquí  podéis  inferir  cuán  vano  y  ridículo  seria  el  que  de 
pronto  tratáramos  de  abarcar  la  Iglesia  con  nuestra  raquítica 
mano.  La  altura  del  cerro  del  Calvario  es  demasiada  para  que 
podamos  salvarla  de  un  solo  golpe. 

[Aquí  parte  de  las  Bellas  Artes  ij  de  la  Literatura  como  acome- 
tidas de  panteras  «¡ah!  ya  comprendo...»  dicen  unos;  «¡Favor!»" 
gritan  otros;  [Señor  Filosofismo!  claman  todos  en  tono  de  repren 
sion:  entre  el  bien  y  el  mal  no  hay  alianza  posible:  ¡nos  retira- 
mos...! No  podemos  permanecer  por  mas  tiempo  entre  unos 
hombres  que  confunden  sus  bastardas  pasiones  con  lo  que  tiene 


—20— 

de  mas  grandioso  y  solemne  la  sociedad.»  Y  terminadas  estas 
palabras  se  lanzan  fuera  del  Congreso  gran  multitud,  quedando 
solamente  dentó,  de  la  Literatura,  la  parle  Baja,  y  de  las  Bellas 
Artes,  la  parte  Terrenal.) 

— No  son  estos  fanáticos  que  acaban  de  salir,  grita  el  Filoso- 
fismo Incrédulo  como  atacado  de  convulsiones:  nó,  no  son  ellos 
los  que  componen  la  mayoría.  Ya  yo  sabia  que  en  el  Congreso 
había  muchos  que  no  gozaban  de  cabal  salud;  pero  ignoraba  la 
funesta  gravedad  de  su  dolencia.  Este  acontecimiento  es  tanto 
mas  de  apreciarse,  cuanto  quedamos  purificados,  y  constituidos 
en  un  cuerpo  homogéneo,  que  dentro  poco  podrá  jactarse  de 
haber  vencido  ásus  rivales  con  la  fuerza  de  su  talento. 

El  Consejo  elogia  los  sentimientos  de  su  Presidente,  y  entero 
se  declara  enérgicamente  á  favor  de  su  proyecto.  Cuando  cesan 
las  vivas  aclamaciones  y  los  reiterados  gritos  de  « ¡  Viva  la  in- 
dependencia}.» el  Filosofismo  Incrédulo  prosigue  de  nuevo: 

— Reanudando,  pues,  el  hilo  de  mi  discurso,  ¡señores!  digo 
que  para  que  la  victoria  se  decida  á  nuestro  favor  es  menester 
maniobrar  con  mucha  destreza.  ¡Dios  sabe  loque  resultaría  de 
una  sola  imprudencia  cometida  en  los  primeros  combates  sobre 
una  sociedad  tan  fecunda  en  recursos  y  en  sábios  como  en  co- 
sechas de  soldados!  Ella  es  una  idea  realizada  en  una  ¡numera- 
ble multiplicidad  de  hechos,  que  tienen  como  envueltos  al  indi- 
viduo y  á  la  sociedad  todos  enteros.  Hoy  por  hoy,  atacar  la  Idea, 
sería  querer  que  la,  violencia  fuese  coronada  por  la  ridiculez . 

Imposible  es  pues  ¡señores!  que  por  ahora  podamos  despojar- 
nos de  nuestros  trajes  católicos  sin  hacernos  sospechosos  y  odio- 
sos al  pueblo.  Mas  digo:  ni  creo  que  debamos  desearlo.  Estos 
hábitos  nos  van  á  servir  maravillosamente  para  encubrir  nues- 
tros designios,  que  seguramente  fueran  desconcertados  si  fuesen 
conocidos.  Por  loque  ¡señores!  el  primer  consejo  que  me  atrevo 
á  proponeros  es:  que  nuestra  obra  de  csterminio  de  la  Iglesia 
Católica  comience  por  limitar  su  influencia.  Para  clavarle  el  pu- 
ñal en  el  corazón,  principiemos  por  aparentar  úncelo  ardientisi- 
mo  por  ella,  y  por  cuanto  con  ella  tenga  relación.  Bajo  el  dis- 
raz  de  cristianos  piadosos  y  sinceros,  sin  resistencia  lo  pene- 


-21— 

trarémos  todo:  el  cláastro,  la  vivienda  del  labrador,  la  morada 
del  artesano,  el  palacio  del  opulento,  todo  en  fin  se  pondrá  por 
sí  mismo  en  nuestras  manos. 

Entre  tanto,  Yo  por  mi  parte  concreto  mi  acción  de  una  ma- 
nera esclusiva  á  atraer  sobre  toda  práctica  y  creencia  piadosa 
los  dardos  de  la  sátira  y  del  ridiculo.  Todo  hombre  está  muy 
lleno  de  sí  mismo,  y  pocos,  poquísimos  son  los  que  saben  sus- 
traerse al  influjo  del  desden  y  al  cáustico  de  las  burlonas  son- 
risitas. 

Para  esto  es  preciso  recojer  los  harapos,  que  aunque  la  Igle- 
sia Católica  no  les  reconoce  por  suyos,-hasta  el  punto  de  fulmi- 
nar anatemas  contra  ellos,  sin  distinciones  ni  reparos  de  ningún 
género,  sin  embargo  se  presentan  bajo  sus  hábitos,  y  Yo  se  los 
adjudicaré. 

Existen  en  las  Ordenes  Religiosas  unos  cuantos  espíritus  poco 
ajustados;  entre  los  clérigos  hay  unas  pocas  conciencias  que 
han  enmudecido;  como  la  virtud  que  grita,  importuna  siempre 
al  deber  que  se  revela,  ó  duerme,  no  me  es  difícil  encontrar  se- 
diciosos entre  el  Episcopado;  aunque  el  Papado  es  digno  verda- 
deramente del  honor  que  se  le  dispensa,  alguna  buena  acción 
he  de  encontrar  en  él,  para  pintarla  como  insolente  á  los  ojos 
de  los  que  no  tendrían  el  desprendimiento  ni  el  valor  de 
ejecutarla:  y  finalmente,  ¿qué  vasto  campo  no  me  ofrecen 
los  legos  en  su  calidad  de  fieles  de  la  Iglesia  Católica!  ¿qué  no 
tengo  que  decir  de  los  místicos?  ¿qué,  de  tantísimos  que  no 
ajustan  su  conducta  á  las  exigencias  de  los  libros  bíblicos? 

Todos  estos  esqueletos  ¡señores!  lo  les  recogeré  minuciosa- 
mente: les  cubriré  de  nérvios,  de  músculos  y  de  carne:  les  daré 
calor,  movimiento  y  vida. 

No  todos  los  hombres  son  sábios,  ni  menos  laboriosos  para 
dedicarse  á  una  detenida  lectura  de  los  concilios,  de  los  anales 
de  las  historias;  poquísimos  tienen  paciencia  para  acudir  en 
busca  de  datos  auténticos  á  las  bibliotecas,  á  los  archivos  de 
las  ciudades,  de  las  iglesias,  de  los  monasterios,  de  los  tribuna- 
les y  de  las  casas  de  los  grandes;  los  mas  de  los  hombres  igno- 
ran el  arte  de  verificar  las  fechas,  y  Yo  voy  á  aprovechar  todas 


estas  cosas  para  adquirir  entre  las  gentes  una  consistencia 
queme  harán  adquirir  celebridad.  Todo  lo  voy  a  presentar 
en  ediciones  cómodas,  emponzoñadas  con  un  gran  número  de  ar- 
tículos y  de  reflexiones  sobre  la  opresión  de  la  Iglesia,  la  igno- 
rancia crasa  de  los  frailes,  el  oscurantismo  de  los  siglos,  y  con 
cuanto  en  fin  puede  servirme  para  envolverlo  todo  en  la  des- 
trucción que  meditamos. 

Y  á  vosotros  ¡señores!  concluyo  rogándoos  que  seáis  imitado- 
res celosos  de  tan  hermosos  ejemplos,  y  que  como  Jo  lo  persi- 
gáis todo  hasta  en  los  depósitos  y  escondidos  rincones  que  sir- 
ven de  refugio  á  la  mas  acendrada  virtud  y  á  la  mas  incorrup- 
tible integridad.  ¡Gritemos,  si,  gritemos,  y  manchémoslo  todo: 
y  sea  nuestra  argumentación  sempiterna:  «tal  hombre  es  malo, 
luego  iodos  son  pcsimoslV.» 

Nuestras  controversias  agítenlo  todo:  pasen  los  mares,  desde 
liorna  hasta  Mégico,  desde  Paris  hasta  el  Perú,  desde  la  Europa 
á  la  America,  y  desde  la  América  á  la  Europa.  Declamemos 
contra  la  mala  fé  del  sacerdocio,  conmovamos  los  ánimos,  que 
por  un  efecto  natural  de  las  pasiones  humanas,  los  que  se  hallan 
unidos  á  la  causa  de  La  Iglesia  Católica,  no  hallarán  en  ella  sino 
su  ruina!!!... 

Sección  II. 

Continua  la  Sesión,  el  Protestantismo, 

Existe  en  el  Congreso  un  personaje  llamado  Protestantismo^ 
hijo  primogénito  del  Orgullo,  y  así  es  falso  el  rumor  que  al- 
gunos hacen  correr  de  que  sea  hijo  adoptivo  de  Jesús  de 
Nazarelh.  Nació  en  el  siglo  XVI  de  un  monge  alemán,  quince 
siglos  después  de  Jesús,  y  cinco  mil  quinientos  años  después  de 
nuestra  Religión;  y  así  es  que  el  Protestantismo  ha  solo  tres 
siglos  que  nació. 

Es  de  elevada  estatura:  su  constitución  fué  fuerte  en  un  prin- 
cipio, mas  hoy  es  sumamente  débil.  Las  fatigas  de  la  guerra 


-23— 

lian  encanecido  desde  mucho  tiempo  sus  cabellos  y  su  barba 
que  eran  como  atigrados.  Su  cara  es  redonda  y  picada  de  virue- 
las. Su  temperamento  es  sanguíneo  bilioso.  Es  constantemente 
sério.  Su  voz  es  fuerte.  Sus  modales  secos  y  lúgubres.  Se  acer- 
ca con  repugnancia  á  las  artes,  y  huye  de  los  objetos  católicos. 

Participa  de  la  razón,  pero  no  de  la  ternura.  Hace  la  limosna, 
pero  no  compadece  la  mano  que  la  recibe.  Gusta  de  acompañar 
al  Cristo  en  el  Tabór,  pero  le  inspiran  desprecio  las  ignominias 
de  la  Cruz.  Es  como  que  le  agrada  mas  repantigarse  en  un  co- 
che, que  andar  á  pié.  No  tiene  pasión  por  el  pueblo:  los  dias  de 
trueno  y  las  mocedades  de  éste  le  exasperan,  se  siente  mejor 
entre  personajes.  Sin  embargo  no  rehusa  la  fraternidad,  siem- 
pre que  sea  con  el  bien  entendido  de  que  se  le  declare  hermano 
mayor,  y  se  le  dé  ración  doble. 

Este  personaje,  pues,  sentado  en  un  soberbio  sillón  del  Con- 
greso, reconcentrado  en  sí  mismo,  habia  removido  todos  sus 
ocultos  designios,  y  los  razonamientos  del  Filosofismo  Incrédulo 
se  habían  presentado  alternativamente  á  sus  esperanzas  y  re- 
cuerdos. A  las  últimas  palabras  del  orador  eleva  su  corazón 
hacia  la  presa,  y  se  apresura  á  responder  al  Filosofismo  Incré- 
dulo:— 

—Sino  pudiéramos  contar  ¡señor  Filosofismo]  con  el  apoyo 
del  Poder  Político,  desde  luego  os  diría  que  os  ingeniarais, 
porque  ahí  está  una  víbora  de  pueblo  de  quien  me.he  propuesto, 
á  fuerza  de  los  buenos  dias  que  á  mi  costa  ha  tenido,  vivir  de- 
sembarazado en  favor  del  que  guste.  Mas  militando  la  circuns- 
tancia espresada,  acepto  el  formar  parte  de  vuestros  fieles  com- 
pañeros. 

La  Iglesia  Católica  ¡señores!  vive  paternalmente  en  medio  de 
sus  pueblos;  mi  Espíritu  Privado  en  breve  la  tendrá  encerrada 
en  las  torres  de  sus  templos  y  en  los  cláustros  de  sus  frailes.  No 
se  tardará  en  sentir  ¡os  lo  protesto!  cierta  especie  de  desvío  hácia 
el  espíritu  de  asociación  que  el  principio  de  autoridad  enjendra 
en  el  ejército  enemigo. 

Esa  especie  de  desfavorable  prevención  con  que  merced  á 
mi,  se  mira  al  poder,  hoy  la  haré  ostensiva  á  los  gremios,  congre- 


-24— 

gaciones,  cofradías,  hermandades,  y  en  generala  toda  institución 
piadosa. 

La  carga  que  hizo  el  Cristo  leve,  Yo  la  haré  pesadísima,  y  el 
yugo  que  labró  suave,  Yo  le  haré  durísimo.  Yo  conmoveré  en  la 
tímida  monja  la  idea  de  adhesión  al  cláustro;  Yo  ejercitaré  en 
el  fraile  el  pensamiento  de  secularización;  Yo  despertaré  en  el 
sacerdote  la  inteligencia  de  su  independencia  natural  y  sagrada; 
Yo  enseñaré  en  fin  á  todos:  que  el  que  nace  libre,  no  puede  atar- 
se con  vínculos,  y  que  tiene  el  constante  é  inconmutable  dere- 
cho be  hacer  elecciones. 

De  esta  manera  ¡señores!  el  espíritu  de  todosse  impregnará 
de  heregías,  y  las  consecuencias  serán  inmensas:  la  gran  fami- 
lia de  las  naciones  tomará  por  regla  el  averiguar  sin  registro  y 
el  obrar  sin  trabas,  y  esta  confusión  engendrará  un  ódio  gigan- 
tesco, colosal,  contra  la  Iglesia  Católica:  ódio  fecundísimo,  y 
tanto  mas  tenaz  y  ciego,  cuanto  será  la  personificación  del  con- 
junto de  odios,  compuesto  de  todas  las  escandalosas  infidelida- 
des!!!... 

Sección  III. 

Concluye  la  Sesión:  la  Parte  Baja  de  la  Literatura  y  la  Parle  Terrenal  de  las 
Bellas  Artes. 

Estos  dos  elegantes  de  levita  y  de  botas  de  charol,  sacándose 
el  cigarro  de  la  boca  á  guisa  de  saludo,  toman  á  la  vez  la  pala- 
bra, diciendo: 

—  Prontos  estamos,  señores,  á coger  la  ocasión  por  los  pelos. 
No  hay  que  olvidarse  que  somos  pobres,  y  que  la  primera  ley 
es  la  de  la  existencia.  ¿Podrán  las  exigencias  de  la  religión  y  de 
la  moral  igualar  á  las  del  estómago?....  Por  lo  que  no  lo  dudéis, 
el  mundo  es  un  corderillo,  y  fácilmente  le  arrancaremos  los 
ojos  con  nuestras  uñas.  En  folletos,  en  folletines,  en  romances, 
en  tomitos,  en  cajitas  de  rapé,  en  barajas,  en  caricaturas,  en 
puños  de  bastón,  en  llavecitas  de  reloj,  en  alfileres  de  pecho, 
en  figurines,  en  retratos,  en  dibujos,  en  láminas  y  pinturas  de 
todas  clases,  en  palabras  initiales,  en  dichos  picantes,  en  dis- 


cursos  retóricos,  y  con  las  liras  de  las  musas  y  el  rumor  de  las 
orgias,  vamos  á  cegar  de  tal  manera  la  razón  y  hacer  que  pro- 
ponderen  de  tal  suerte  las  pasiones,  que  embelesado  el  mundo 
con  nuestras  gracias  é  iluminado  por  nuestro  resplandor,  senti- 
rá insinuarse  por  todas  sus  venas  un  penetrante  fuego  que  abra- 
sando todo  su  ser,  confuso  y  turbado,  pálido  y  palpitante  se 
aproximará  á  nosotros  hasta  encadenarse  en  nuestros  brazos,  en 
donde  burlando  sus  deseos,  le  haremos  olvidar  su  honor,  sus 
bienes,  y  aun  su  vida  misma. 

Semejantes  á  los  vientos  que  agitan  las  profundidades  del 
abismo,  nos  remontaremos  también,  asolados  los  campos,  á  los 
mismos  cielos.  Sonreiremos  amorosamente  en  los  templos  y  en 
las  festividades  religiosas.  Sacerdotes  habrá  que  no  se  avergonza- 
rán de  juguetear  con  la  amorosa  Venus,  y  personas  piadosas  que 
repetirán  con  entusiasmo  copias  de  aquella  Safo  y  de  aquel  Vol- 
laire  tan  célebres  por  su  numen  como  por  sus  impiedades. 
Hasta  nuestras  músicas  gemirán  ante  el  Altísimo,  y  nuestras 
voces  pcuetrarán  hasta  el  incienso  que  humea  ante  el  altar  en 
donde  se  celebra  el  Augusto  Sacrificio.  Nuestros  cómicos,  des- 
pués de  sus  cantos  profanos,  saldrán  de  los  teatros  é  irán  á  can- 
tar himnos  irreverentes  á  los  piés  de  Jehová.  Mezclaremos  los 
crímenes  con  el  agua  expiatoria. 

Los  grémios,  las  congregaciones,  las  cofradías  y  las  herman  • 
dades  las  secularizaremos,  conviniéndolas  en  clubs,  juntas  pa- 
trióticas, comités,  cafés,  casinos,  etc.,  etc.  Sobre  los  terrenos 
que  ocupan  los  templos  y  casas  santas,  levantaremos  fábricas, 
teatros  y  jardines.  Desterraremos  el  signo  de  la  Cruz  de  todo 
paraje  público,  como  son  fachadas  de  casas,  esquinas,  calles, 
plazas,  carreteras,  y  caminos. 

Todo  loque  remonte  al  hombre  al  mundo  inaccesible,  todo 
lo  que  reproduzca  escenas  de  los  héroes  de  la  Iglesia  Católica, 
todo  lo  que  recuerde  al  Dios  católico  bajo  el  pincel  del  pintor,  ó 
bajo  el  buril  del  grabador,  ó  bajo  el  cincel  del  estatuario,  todo 
lo  levantaremos  del  individuo,  del  seno  de  la  familia  y  de  la 
sociedad,  y  llenaremos  las  paredes  y  las  mesas  de  los  dormito- 
rios, délos  cuartos,  salas  y  salones  de  grabados,  de  pinturas  y 

4 


-26— 

de  esculturas  que  hagan  perder  la  memoria  de  una  vida  ulterior, 
que  entren  á  fecundar  las  almas  inocentes  y  candorosas  con  una 
larga  séric  de  pensamientos  y  deseos  contrarios  á  las  costum- 
bres católicas,  y  que  en  fin  de  mil  modos  diferentes  esciten  el  en- 
tusiasmo por  todos  aquellos  dioses  de  la  tierra  que  viven  en  una 
armonía  discorde  con  la  Moral  y  con  la  Religión  Católica. 

Repetiremos  eternamente  al  pueblo  que  es  un  atajo  de  im- 
béciles que  jamás  se  despabila.  Le  observaremos  que  es  aun 
bastante  desgraciado  en  conservar  alguna  creencia  en  la  Misa, 
Confesión  y  Comunión,  y  que  librándose  de  las  rapiñas  de  los 
salteadores,  no  escapa  de  las  de  los  clérigos,  jesuítas  y  frailes. 

Por  último  ¡señores!  contad  que  combatiremos  en  todo  y  por 
todo  con  vosotros,  para  borrar  del  individuo  y  de  la  especie  la 
dignidad  con  que  les  decora  la  Iglesia  Católica. 

Con  estas  palabras  termina  la  discusión,  y  quedando  acorda- 
da nueva  convocatoria,  si  el  Presidente  la  juzga  necesaria,  cada 
miembro  del  Consejo  se  dá  prisa  á  salir  para  poner  en  práctica 
su  respectivo  cometido. 


Sección.  IV. 

Epístola  Evangélica. 


«Nos,  N.  N.,  siervo  de  los  siervos  de  Dios,  etc  .  etc. 

«A  nuestros  venerables  hermanos  los  obispos  del  orbe  católi  - 
co:  salud  y  bendición  apostólica. 

«Después  de  la  rebelión  del  Poder  Político,  nos  han  llegado 
noticias  ciertas  del  pacto  nefando  de  este  con  todas  las  sectas 
impías  para  conspirar  contraía  Iglesia  y  contra  la  sociedad. 

«Esta  conspiración,  venerables  hermanos,  es  tanto  mas  alar- 
mante, cuanto  se  viste  con  el  velo  de  la  libertad  y  del  celo  por 
la  religión.  Puestos  por  delante  estos  pretextos,  fácilmente  se 
puede  seducir  álos  buenos  y  apartarles  suavemente  de  las  ver- 
daderas doctrinas,  inclinándoles  hacia  errores,  que  lomando 


pronlo  desarrollo,  se  traduzcan  en  actos  que  trastornen  todo  el 
orden  ¡ocial  y  pierdan  las  naciones. 

«Nos,  llamados,  no  por  autoridad  de  los  príncipes,  sino  por 
la  misión  del  Espíritu  Santo  para  gobernar  la  Iglesia  de  Dios, 
transmitiéndooslas  facultades  que  hemos  recibido  de  nuestro 
divino  Maestro,  os  exhortamos  encarecidamente  á  que  os  arméis 
de  valor  para  sufrir  la  persecución,  y  á  que  os  regocijéis  en  ser 
maltrados  por  el  amor  á  Jesucristo. 

«Trabajad  con  toda  entereza  en  el  ejercicio  dtl  poder  de 
vuestra  misión.  Edificad  el  cuerpo  místico  de  Nuestro  Señor  Je- 
sucristo con  toda  suerte  de  buenos  ejemplos  y  de  sanas  doctrinas. 
Aprovechad  todas  las  ocasiones  que  se  os  presenten  para  ganar- 
losá  todos.  Enseñad  y  defended  los  puntos  de  doctrina,  decre- 
tad con  arreglo  á  los  cánones  sobre  todo  lo  que  concierne  á  Re- 
ligión, instituid  ministros,  y  castigad  á  los  pecadores  obstinados. 

«Dado en  Roma,  etc.,  etc.,  etc.» 


Sección  V. 

Del  Plácito  regio,  de  las  Elecciones  y  de  la  Nominación  regia,  de  las  Regalías  de 
la  Corona  y  del  Patronato. 

Envueltos  en  las  nubes  del  misterio  están  tres  personajes 
discutiendo  en  el  Gran  Palacio  del  Gobierno.  Las  preguntas  y 
respuestas  son  vivas  y  acalorada?,  uno  de  ellos  como  que  tiem- 
bla de  rábia,  al  paso  que  los  rostros  y  movimientos  de  los  dos 
restantes  revelan  inquietud,  perplejidad  y  vago  descontento. 

—Roma  ha  perdido  la  cabeza,  dice  el  primero  con  voz  fu- 
ribunda. Si  me  fuese  absolutamente  preciso  fijar  la  mano  que 
ha  trazado  tan  insolente  Epístola,  ta  colocaría  sin  vacilar  entre 
las  de  los  Torquemadas:  ¡qué  escándalo!....  Si  no  limitáis  pron- 
tamente ¡Poder  Político!  estos  abusos,  en  breve  la  Curia  Roma- 
na ¡no  lo  dudéis!  extenderá  sus  mandatos,  sus  prohibiciones  y 
sus  juicios  hasta  el  licénciamiento  de  la  guardia  nacional. 


-28— 

— ¡Señor  Don  Impío]  Todo  lo  ha  aprendido  el  Gobierno,  con- 
testa un  feote  de  modales  iscariotes  y  de  piernas  de  araña:  con 
toda  clase  de  conocimientos  está  preparado  el  Gobierno,  desde 
losprtmeros  rudimentos  del  manejo  de  la  política,  hasta  las  evo- 
luciones mas  complicadas  de  gabinete:  ¡lodo  lo  sabe!....  recal- 
ca con  voz  gangosa. 

—Vuestro  lenguaje,  señor  Ministro,  dice  el  Poder  Político, 
es  hermoso;  pero  esto  no  basta  para  la  seguridad  del  Gobierno. 
YA  Papa,  los  obispos,  los  sacerdotes  y  los  católicos  todos  son 
nuestros  enemigos.  No  os  engañéis,  señor  Ministro:  la  Epístola 
Evangélica  es  un  rompimiento  de  hostilidades;  demuestra  que  la 
Iglesia  Católica  comprende  perfectamente  todos  los  graves  incon- 
venientes de  nuestro  régimen,  y  esta  comprensión  puede  acar- 
rearnos nuestra  ruina. 

— ¡Vos  os  burláis!....  dice  vivamente  el  Ministro:  perte- 
nezco á  sociedades  secretas.  Y  por  otra  parte,  esos'son  negocios 
míos.  Con  unos  decretos  encierro  á  toda  la  Iglesia  en  mi  cartera, 
y  la  llevo  perpetuamente  en  el  bolsillo. 

Antes  de  nuestra  secularización,  antes  de  nuestras  turbu- 
lencias políticas,  nuestra  religiosidad  nos  adquirió  de  la  Santa 
Sede  una  gran  multitud  de  preeminencias  sobre  las  iglesias  de 
nuestro  territorio,  en  concepto  de  custodios,  y  de  guardadores 
de  la  Religión  y  de  defensores  de  la  Iglesia  en  los  dominios  de 
nuestros  estados,  que  como  no  han  sido  derogadas,  nos  van  á 
servir  hoy  para  convertirlas  en  ruinas. 

El  Plácito  Regio  nos  concede  el  precio  exáraen  de  todo  res- 
cripto pontificio.  Las  Elecciones  ó  Nominación  Regia  nos  ponen 
en  posesión  del  derecho  de  elevar  á  nuestras  hechuras  á  las  pri- 
meras dignidades  eclesiásticas:  y  finalmente  las  Regalías  de  la 
corona  y  el  Patronato  nos  invisten  de  la  prerogaliva  de  disfrutar 
varias  rentas  eclesiásticas,  de  disponer  de  cierta  clase  de  bene- 
ficios, de  publicar  leyes  ó  preceptos  relativos  á  la  policía  exter- 
na de  la  Iglesia,  de  usar  algunos  determinados  derechos  respec- 
to á  las  iglesias  de  nuestros  estados.  ¡Oh,  Roma,  Roma:  bien 
presto  vasa  sentir  cuán  caras  te  cuestan  estas  concesiones  he- 
chas por  tí!  Habiendo  sido  testigo  de  las  victorias  de  las  virtu- 


—29— 

des  sobre  los  vicios  las  eclebrastes  con  honores  triunfales  á  los 
Constantinos,  Alonsos  los  sabios  y  á  los  Fernandos,  y  aun  has  ce- 
lebrado á  nosotros  obligada  sin  duda  por  los  muchos  ultrajes  que 
de  nuestra  mano  has  recibido;  pero  hoy  vas  á  comprender  ter- 
riblemente que  tributas  demasiado  favores  á  tus  encarnizados 
enemigos.  La  Iglesia  Católica  debe  encontrar  mas  ingratitud  que 
el  resto  de  las  instituciones,  por  la  razón  de  ser  divina,  y  de 
como  á  tal,  hacer  mas  servicios. 

¿Que  nos  resta  pues  ¡señores!  sino  que  aparentando  no  sa- 
lirse e\ Gobierno  de  su  propia  naturaleza,  del  sendero  de  la  es- 
tricta legalidad,  trastornar  el  fondo  de  las  cosas,  quebrantar  las 
armonías  entre  el  Pontífice  y  el  Episcopado,  y  entre  el  sacerdo- 
cio y  los  legos?  lié  aqui,  mis  nobles  amigos,  que  como  si  Roma 
puede  resistir  algún  tiempo,  la  Iglesia  del  Estado  se  sentirá  con- 
movida prontamente.  £1  saber,  la  previsión,  la  caridad  y  la  vir- 
tud son  atributos  que  resplandecen  con  igual  majestad  en  la 
Santa  Sede;  pero  su  inmenso  amor  hacia  los  hombres,  le  hace 
suponer  aun,  que  los  mugidos  de  la  tempestad  son  los  acentos 
de  alguna  persona  amada;  podemos  pues  vivir  satisfechos  ron 
la  tranquilidad  deque  obtendremos  Concordatos,  porque  lo  re- 
pitó:  al  aspecto  de  un  mundo  que  se  arruina,  la  generr  sidad  y 
grandeza  romanas  toman  mayores  proporciones. 

Estas  palabras  son  seguidas  de  una  conversación  bastante 
larga,  y  sin  duda  muy  interesante,  cuando  en  el  momento  en 
que  se  hablado  separarse  los  interlocutores,  se  despide  el  Poder 
Político  contento  y  engreído,  bendiciendo  en  el  Ministro  á  un 
segundo  Talleijrand,  enviado  por  el  cielo. 

Sección  VI. 

Exposición  de  los  muy  fi,  R,  Arzobispos  y  R,  R,  Obispos  al  Poder  Político. 

«Señor: 

«Nuestro  Señor  Jesucristo  además  de  haber  hecho  indefec- 
tible é  infalible  á  la  cabeza  visible  de  su  Iglesia,  le  díó  autori- 


-30- 

dad  para  conducirnos  á  todos  por  el  camino  de  la  salvación.  Je- 
sucristo Nuestro  Señor  dió  pues  á  Pedro  el  Primado  de  honor  y 
de  jurisdicción. 

«Este  primado  de  honor  y  de  jurisdicción  conferido  por  Jesu- 
cristo á  Pedro,  ha  pasado,  señor,  por  una  sucesión  no  interrum- 
dida  al  que  está  sentado  hoy  en  la  Silla  Apostólica. 

«Los  Metropolitanos  y  Obispos  sufragáneos  que  suscribimos 
tenemos  actos  importantísimos  que  tratar  en  los  cuales  es  esen- 
cialmente necesario  el  consentimiento  de  la  Santa  Sede.  Y  ade- 
más en  calidad  de  Pastores  de  la  Iglesia,  tenemos  el  estrechísi- 
mo deber  de  hacer  observar  los  cánones  y  las  constituciones, 
sinodales,  y  de  cuidar  de  la  observancia  de  la  Fe  y  de  la  disci- 
plina en  las  diócesis  respectivas. 

«Con  arreglo  á  lo  dispuesto  en  el  Santo  Concilio  de  Trento, 
vuestros  decretos  del  dos,  tres  y  cuatro  del  que  rige,  restringen 
notablemente  nuestras  relaciones  con  nuestra  cabeza  que  vive 
en  Roma,  y  hasta  nos  quitan  el  conocimiento  de  todas  aquellas 
cosas  reservadas  á  nuestra  autoridad .  En  todos  tiempos  ha  sido 
necesario  el  conocimiento  de  los  ministros  de  la  Iglesia,  no  solo 
para  decidir  acerca  del  dogma,  sino  también  para  prescribir  la 
manera  de  inculcarle:  esta  es  la  manera  de  prevenir  las  altera- 
ciones, de  conservar  las  buenas  costumbres,  y  de  no  relajar  la 
disciplina. 

«En  fuerza  pues  de  estas,  y  de  otras  muchísimas  conside- 
raciones que  podríamos  alegar: 

«A  Vos,  Señor  Poder  Político,  los  infrascritos  Prelados  su- 
plicamos rendidamente  que  os  digneis  no  mezclaros  en  los  ne- 
gocios eclesiásticos,  ni  nos  mandéis  en  materias  que  están  fuera 
del  círculo  de  vuestras  atribuciones,  pues  Jesucristo  Nuestro  Se- 
ñor nos  prohibe  confundir  el  poder  de  los  Césares,  con  el  poder 
de  Dios.» 


-31— 


Socciori  'Vil. 

Lógica  y  atenía  respuesta  del  Señor  Ministro  de  Negocios  Eclesiásticos  á  la  Expo- 
sición de  los  muy  Ií,  R.  Arzobispos  y  R.  H,  Obispos, 

«Ministerio  de  Cultos  y  de  1 
Negocios  Eclesiásticos,  j 

«Sr.  Gefe  Político  de    .    .  . 

«Obran  en  este  Gobierno  documentos  auténticos  que  com 
prueban  plenamente  que  el  Obispo  N.  es  un  instrumento  de 
muerte  para  las  libertades  públicas.  Este  hombre  que  por  su 
sagrado  carácter  no  debía  arrojar  en  la  nación  sino  semillas  de 
paz  y  concordia,  procura  no  dar  á  sus  papeles  sino  el  acento  de 
las  divisiones  y  de  los  desórdenes. 

«Vos  comprendereis  Sr.  Gefe  Político,  cuán  sensible  debe  sér 
á  un  Gobierno  tan  buen  cristiano,  el  poner  el  índice  sobre  pas- 
tores de  La  Santa  Iglesia  Católica;  pero  el  Estado  tiene  el 
deber  de  no  dejar  perecer  la  pátria,  sea  cuál  fuere  la  categoría 
y  calidad  de  la  persona,  la  ley  no  puede  dejar  de  cumplir  con 
su  obligación.  Es  inadmisible  la  tolerancia  que  se  convierte  en 
daño  de  la  cosa  pública. 

«En  este  concepto,  se  os  previene,  Sr.  Gefe  Político,  bajo 
vuestra  mas  estrecha  responsabilidad,  que  á  las  oraciones  de  la 
noche  del  dia  que  recibáis  la  presente,  os  constituyáis  con  una 
escolta  bien  armada  en  el  Palacio  Episcopal,  y  reducido  á  pri- 
sión el  Obispo  N.,  con  el  mayor  silencio,  sin  cambiar  una  sola 
palabra  con  él,  y  conteniendo  el  aliento,  por  estrechas  y  oscuras 
callejuelas  le  conduzcáis  hasta  el  Puente  N.,  en  donde  tendréis 
preparado  un  mulo  sin  aliños,  sobre  el  cual  cabalgareis  al  reo,  y 
haréis  que  la  predicha  escolta,  capitaneada  por  un  oficial  de  toda 
confianza,  le  conduzca  por  cstravíos  fuera  de  las  fronteras  na- 
cionales. 

«Libertad  y -reforma. —Palacio  de  Gobierno,  etc.,  etcétera 
etc.   .   .  . 

«El  Ministro, 

«■ATEO.* 


-32- 


Seccion  VIII. 
FOLLETO- 

«¡ESCÁNDALO!» 

«Cada  dia  nos  dice  el  Boletín  Oficial  que  liemos  entrado 
en  el  camino  de  la  libertad,  de  la  justicia  de  la  moralidad,  de  la 
religión,  ¿cuándo?  Cuando  al  dia  siguiente  vemos  perpetrar  las 
mayores  impiedades,  las  mayores  injusticias,  las  mayores  arbi- 
trariedades. 

«Acaban  de  ser  expulsados  de  la  nación  los  venerables  Ar- 
zobispos N.  N.  y  los  señores  Obispos  de  N.  N.,  y  ¿de  qué  ma- 
nera? Entre  siete  y  ocbo  de  la  noche  del  dia  13  del  que  rige, 
unas  escoltas  capitaneadas  por  vándalos,  llenos  de  orgullo  por 
el  triunfo  alcanzado  sobre  la  sabiduría  y  la  virtud,  en  mulos  sin 
aliños  condujeron  á  la  frontera  N.  á  esos  venerables  ancianos, 
que  daban  al  país  un  honor  y  un  esplendor  que  seguramente  las 
pandillas  que  gobiernan  no  le  pueden  comunicar. 

«Y  ¿cuáles  son  las  causas  de  tamañas  violencias?  Sépanlas 
los  pueblos,  sépalas  la  nación  entera. 

«El  prurito  del  Gobierno  en  mezclarse  en  lo  concerniente  á 
la  Iglesia,  sus  constantes  invasiones  en  los  negocios  eclesiásti- 
cos, han  movido  el  ánimo  del  Santo  Padre  á  expedir  al  Episco- 
pado una  Epístola  Evangélica,  en  la  que  después  de  señalar  los 
males  que  amenazan  al  mundo  por  las  diversas  exageraciones  y 
discusiones  metafísicas  que  en  él  vienen  agitándose,  encarga  á 
estos  Pastores  de  la  Iglesia  la  vigilancia  y  el  ejercicio  de  un  po- 
der que  ninguna  potestad  temporal  puede  arrancarles  de  las 
manos. 

«Los  últimos  decretos  y  reales  órdenes  sobre  la  abolición 
de  Diezmos  y  de  Primicias,  sobre  Cofradías  y  Hermandades, 
sobre  extinción  de  Cabildos,  Catedrales,  sobre  31isas,  Casamientos, 
Funerales,  y  sobre  los  Obispos,  instrumentos,  y  sobre  el  Papado, 
piedra  sobre  que  se  edifica,  han  producido  una  alarma  en  toda  la 


-33— 

nación;  y  ciertamente  que  no  debia  el  Gobierno  contar  con  el 
voto  de  la  Iglesia,  cuando  se  le  deniegan  redondamente  hombres 
cuyos  discursos  no  se  extralimitan  en  la  discucion  de  otros 
puntos  de  los  principios  reinantes. 

«La  Exposición  pues  del  Episcopado  de  la  nación,  no  ha 
merecido  invocar  el  ostracismo,  cuando  su  objeto  no  carece  de 
entera  justicia,  y  sus  formas  vienen  exhaustas  de  insinuaciones 
y  reclamos  no  adheridos  inviolablemente  á  los  principios  de  la 
razonable  libertad. 

«No  deben,  pues,  los  pueblos  admirarse  que  procediendo 
de  buena  fé,  diga  yo  á  esos  nuevos  enemigos  del  país:  que  en 
nombre  de  la  Libertad,  conspiran  contra  su  causa,  puesto  que 
para  satisfacer  sus  pasiones,  eternizan  en  él  la  esclavitud. 

«Religión  y  Órden.— Calvario,  7  de  Enero  de  18  

«Yich  y  Mallen.» 

Sección  IX, 

Folleto  en  respuesta  al  de  «Escándalo,» 

«Por  mucho  que  vean  los  serviles  que  sacan  siempre  tan 
malas  veras  de  sus  artificios,  que  queriendo  dar  en  cabeza  aje- 
na, dan  en  espaldas  propias,  jamás  aprenden  á  poner  en  su 
punto  las  cosas.  Estos  fanáticos  para  hacer  triunfar  los  princi- 
pios oscurantistas,  no  vacilan  en  ponerles  aun  bajo  la  innoble 
protección  de  las  mas  atroces  calumnias.  No  me  es  posible  de- 
mostrar estas  verdades  sin  que  el  público  ilustrado  esté  al  cor- 
riente de  las  necedades  del  folleto  «¡Escándalo!» 

«Quién  le  ha  dicho  al  Sr.  Yich  y  Mallen  que  los  Arzobis- 
pos y  Obispos  han  sido  extrañados  de  la  manera  que  él  cuenta? 
El  Gobierno  se  les  ofreció  con  todo  lo  á  él  posible  para  servir- 
les, con  palabras  y  recomendaciones  tan  corteses  y  sinceras, 
que  sabemos  que  se  tienen  por  muy  satisfechos  de  sus  volunta- 
des. Seguramente  que  si  los  reaccionarios  hubiesen  empuñado 
las  riendas  del  gobierno,  el  Episcopado  nacional  hubiera  com- 
prado mas  cara  la  rebelión  de  formar  regimientos  de  lanceros, 

S 


-Vi— 

rifleros,  dragones  y  cazadores,  y  de  ondear  la  bandera  de  la  tira- 
nía sobre  todas  las  iglesias  de  la  nación.  La  religiosidad  del  actual 
gabinete  es  notoria,  y  el  extrañamiento  de  los  Arzobispos  y 
Obispos  no  se  hubiera  decretado,  si  hubiesen  sido  prudentes 
para  ejercer  su  ministerio  y  no  intervenir  en  los  asuntos  aje- 
nos á  su  carácter  sagrado.  Pasaron  los  tiempos  en  que  los  cléri- 
gos mandaban  como  déspotas,  y  eran  obedecidos  por  temor  de 
las  excomuniones.  Hoy  que  la  ilustración  y  la  libertad  han  cs- 
tendido  sus  sacrosantas  alas  por  el  ámbito  del  mundo  entero, 
comprendemos  que  estos  son  los  bienes  mas  preciosos  para  un 
pueblo,  y  desengáñense  los  serviles:  sin  dejar  de  ser  mas  reli- 
giosos que  ellos,  estamos  muy  dispuestos  á  defender  las  liberta- 
des que  nos  trajo  el  Ilombre  Dios,  y  á  limitar  los  caprichos  y 
ambiciosos  deseos  del  fanatismo.  Dad  al  César  lo  que  es  del  Cé- 
sar. Leed  el  capitulo  XIII  de  la  epístola  de  San  Pahlo  á  los  Ro- 
manos, y  allí  encontrareis  establecidas  cuales  son  las  armonías 
que  deben  reinar  entre  la  Iglesia  y  el  Estado. 
«Libertad  y  Reforma.» 

«Reos  Chinchóla.» 


Año  I. 


Sección  X. 

jurero  CRrrrco. 

Martes  18  de  Enero  de  18... 


N.  6. 


EL  PUEBLO. 

PERIÓDICO  ENCICLOPÉDICO. 

LIBERTAD  Y  REFORMA. 

Director  propietario:  D.  Impío.  Colaboradores:  D.  Pretendien- 
te, D.  Estudiante,  D.  Inexperto,  D.  Loco,  D.  Interés, 
D.  Candor,  D.  Pasión,  D.  Ruido,  D.  Elegante,  D.  Vanidad, 
D.  Orgullo  y  D.  Esceptico. 

Casa  de  locos,  II  de  Enero  de  18.,..  Desde  luego  que  comienzan  las 
■  distinciones,  desaparece  la  de- 

RE  VISTA  UNIVERSAL.  mocracia. 

Con  motivo  del  título  de  Du- 

Con  muchísima  justicia  me-  (¡ue  ¿e\  Vencimiento  con  que,  á 
rece  alabanzas  el  Ministerio  de,pr0pUesta  del  Ministerio  de  Fo- 
la  Guerra  por  su  actividad  en  mentó,  acaba  de  ser  condeco- 
la  organización  de  la  Guardia  ra(i0  el  sabio  jurista  Sr.  Reus 
Nacional.  \cinnchola,  creemos  deber  dar  á 

Parece  que  entre  el  clero  y  conocer  los  servicios  especiales 
la  clase  que  se  llama  decente  que  han  motivado  tan  digna 
existe  alguna  repugnancia  para  distinción, 
la  inscripción.  Estos  señores  Nadie  ignora  que  el  primer 
quisieron  que  solo  la  clase  que  deber  del  Poder  Político  es  con- 
llaman  baja  prestara  servicio  servar  la  paz.  Persuadido  que 
militar.  Mas  puesto  que  todos  esto  era  imposible  mientras 
son  ciudadanos,  no  es  justo  existiesen  Arzobispos  y  Obispos 
que  unos  presten  servicios  y  en  la  nación,  dispuso  su  extra- 
otros  nó;  de  aquí  el  deber  dcjñamienlo,  no  de  una  manera 
que  todos,  sin  escepciones,  seamviolenta,  sino  avisándoles  mu- 
soldados  en  paises  demócratas. ;chos  dias  antes  y  pagándoles 


—36— 


todo  gasto  de  transporte  hasta 
la  Frontera.  Con  este  motivo 
el  servilón  del  Señor  Vich  y 
Mallen  empezó  á  conspirar  di- 
rigiendo al  público  un  sedicioso 
libelo,  que  sin  la  bellísima  ré- 
plica del  Sr.  Duque,  indefecti- 
blemente hubiera  sucumbido  la 
dignidad  de  nuestra  indepen- 
dencia y  radiante  libertad.  Ho- 
nor y  loor,  pues,  eternos  al  sa- 
pientísimo patriota  Duque,  y  al 
ilustrado  gobierno  que  nos  rige 
por  unos  actos  que  patentizan  es- 
lar  prontos  á  comprar  por  cuan- 
tos sacrificios  les  son  posibles  la 
libertad  y  el  progreso,  y  la  fra- 
ternidad y  la  reforma  de  un  país 
que  pocohá  gimiera  servilmen- 
te á  los  pies  de  los  tiranos. 

Nadie  duda  que  los  ultramon- 
tanos desean  una  insurrección. 
Sabido  es  que  el  clero,  los  je- 
suítas y  los  frailes  la  atizan  des 
caradamente;  nada  tendrá  pues 
de  estraño  que  se  precipiten  los 
sucesos,  y  se  planteen  sérias 
reformas.  Si  estos  señores  guar- 
daran la  conducta  apostólica  de 
los  presbíteros  Pí  y  Savaná  y  la 
del  virtuoso  dominico  Abados 
cuya  protesta  leerán  nuestros 
lectores  en  otro  lugar  de  este 
número,  otro  fuera  el  aspecto 
de  la  nación,  como  quiera  que 
resplandecerían  con  mas  viveza 


los  heroicos  sentimientos  del 
Hijo  del  Hombre. 

Impío  y  Loco. 


El  documento  de  los  sacer- 
dotes y  religiosos  que  citamos  en 
nuestra  Revista,  dice: 

«Sí  es.  Redactores  de  El  Pue- 
blo: 

La  persecución  de  la  Iglesia 
Católica  contra  las  potestades 
del  siglo,  nos  tiene  en  la  ma- 
yor angustia.  Con  pesar  vemos 
cambiada  por  nuestros  expulsos 
prelados  la  antigua  doctrina  de 
la  Iglesia.  Su  herética  Exposi- 
ción el  Gobierno  está  en  abierta 
oposición  con  el  Santo  Concilio 
de  Trento  y  con  lo  que  enseña 
Slo.  Domingo.  Deseamos  que 
Dios  Nuestro  Señor  saque  á 
nuestro  paternal  gobierno  de 
todas  las  rebeliones  que  le  su- 
cedan, tan  sano  y  salvo  como 
le  lia  sacado  de  esta. 

«Dios  N.  S.  guarde  á  VV. 
muebos  años. 

—  «Abados,  hijo  de  Sto.  Do- 
mingo.— Pí,  presbítero.— Sava- 
ná, presbítero.» 

¿Podrán  creer  nuestros  lec- 
tores que  la  preinserta  nota  ha 
hecho  retumbar  la  campana 
mayor  de  la  Catedral?  Sabemos 


—37- 

¡u  LUK-t,  .  ilustra  I-,  -obierno  ^^^4^^^. 

£Z  ¿(foen  patrióla, 

D.  Esn  OIANTE. 


está  meditando  sobre  las  cir- 
cunstancias del  furor  de  esos 
fanáticos  curiales  y  satélites,  y 
es  probable  que  los  tan  injusta- 
mente perseguidos  sean  sacados 
de  entre  las  manos  de  los  re- 
trógrados nombrando  Arzobispo 
a  uno,  coadjutor  á  otro  y  vicario- 
general-provisor  al  que  aten- 
diendo solo  al  bien  de  la  Iglesia 
dice  chill....  á  todo  clérigo  que 
se  ocupa  de  otra  cosa  que  de 
predicar  la  ley  del  Cristo,  nues- 
tro Libertador. 

Leemos  en  el  Boletín  Oficial: 


MIRADA  DE  SIMPATIA. 

No  será  ingrato  para  nuestros 
habituales  lectores  el  saber  que 
los  patriotas  ciudadanos  Impío 
Interés,  Orgullo  y  el  orador  Ta  - 
rambana, de  acuerdo  con  el  Po- 
der Político  han  confeccionado 
la  Constitución  que  dá  por  re- 
sultado: 

1.  °  Abolición  del  celibato 
del  clero. 

2.  °   Abolición  de  toda  pom- 


«El  Poder  Político.— Para  P»  religiosa:  tal  que  no  podrá 
evitar  los  graves  perjuicios  queionc'ar  mas  fIue  1111  clérigo, 
resultan  en  las  actuales  sedes-\  E1  Estado  pondrá  en  la 

vacantes,  de  ordenar  sacerdotes  cárcel  al  que  reze  el  Rosario,  ó 


sin  aquellas  calidades  que  pre- 
vienen los  sagrados  cánones, 
he  resuelto,  á  consulta  de  mi 
Consejo  de  Estado:  Que  en  la 
concesión  de  dimisorias,  mien- 
tras duren  las  actuales  circuns. 
lancias,  actué  personalmente 
mi  Ministro  de  Cuites,  con  el 
notario  mayor  Pasión,  y  asis- 
tencia de  su  promotor  fiscal  In 
teres,  etc.  etc. 

LITERA  TIRA. 

AL  DUQUE  DEL  VENCIMIENTO. 
Monumento  que  á  España  eternizas, 
Baluarte  de  la  Libertad, 


cargue  Escapulario. 

4.  °  El  solo  conato  de  fiesta 
ó  procesión  religiosa  será  cas- 
tigado con  20  años  de  cadena. 

5.  "   Sueldo  fijo  del  clero. 

6.  "  Todo  clérigo  deberá 
predicar  las  escelencias  del  Go- 
bierno; y  la  infracción  de  este 
artículo  será  castigada  con  pér- 
dida de  honorarios  y  destierro. 

Y  7.°  Los  clérigos  saldrán  á 
relucir  su  mudanza  de  fortuna 
vestidos  de  levita  y  botas  de 
charol. 

EditorrésponsaMe:/?/  Gobierno. 


-38— 


Sección 

El  Sr.  Vich  y  Hallen  y  el  Consejo  de  guerra, 


El  Sr.  Vich. — He  estado  cinco  dias  en  la  cárcel  pública  car- 
gado de  cadenas,  y  hoy  se  me  ha  puesto  en  libertad,  ignorando 
las  causales  que  han  motivado  semejantes  procedimientos.  El 
estado  excepcional  que  desnaturaliza  la  Constitución,  puede  dar 
márgen  á  escenas  análogas  que  estoy  en  el  derecho  de  evitar: 
me  presento  pues  á  que  se  me  juzgue  por  este  tribunal. 

El  Presidente. — El  Consejo  cediendo  al  impulso  de  dictar 
vuestra  prisión  no  ha  hecho  mas  que  llegarse  al  terreno  de  la 
ley,  y  tampoco  se  ha  separado  de  ella  dictando  vuestra  libertad. 

El  Sr.  Vich.— Supuesto  que  la  ley  me  prende  es  porque 
parte  de  causa:  dígaseme  pues  esta,  para  que  yo  me  defienda. 

El  Presidente.  —  Injuriáis  á  los  depositarios  de  la  autoridad 
con  vuestra  interrogación,  pues  ó  les  suponéis  resentimientos 
particulares,  ó  miserable  espíritu  de  partido. 

El  Sr.  Vich.— Ninguna  de  estas  consecuencias  establezco  yo. 
Lo  único  que  establezco  es  que  sintiendo  mi  conciencia  tranqui- 
la, me  siento  en  la  capacidad  de  una  defensa  que  me  sirva  de 
asilo. 

El  Presidente. — Pues  la  prisión  de  que  os  quejáis,  no  es  mas 
que  el  derecho  que  tiene  la  autoridad  suprema  de  tomarse 
cuando  le  convenga  uno  de  los  poderes  de  que  la  Constitución 
le  despoja. 

EISr.  Vich. — Vuestro  modo  de  discurrir  será  aplicable  á  las 
formas;  puedo  hallarme  de  acuerdo  con  vos  respecto  á  la  cues- 
tión de  hecho:  mas  no  respecto  á  la  del  derecho,  pues  bien  sea 
la  dictadura,  bien  la  Constitución  la  que  decreta  arrestos  y  pri- 
siones,ni  una  ni  otra  están  en  la  facultad  de  suspender  el  dere- 
cho de  defensa. 

El  Presidente. —El  otorgaros  lo  que  pretendéis,  equivaldría 
á  arruinar  el  principio  orgánico  de  la  dictadura. 

EISr.  Vich.  —  Seria  darle  estabilidad.  La  dictadura  razona- 


-3  9- 

blc  es  el  atrincheramiento  del  derecho.  Cuando  las  tempestades 
mugen  con  feroz  bravura,  la  sociedad  encierra  en  esa  arca  sus 
sagrados  intereses;  el  derecho  es  uno  de  los  primeros,  mas  bien 
dicho,  el  primero  de  los  intereses  sociales:  luego,  pues,  al  pedir 
hoy  yo  el  derecho  de  defensa,  no  pido  una  cosa  que  esté  fuera 
de  la  dictadura,  sino  dentro.  La  dictadura  justa,  no  mata  las  li- 
bertades públicas,  al  contrario  !as  preserva  de  la  muerte. 

El  Presidente.— Pues  el  Consejo  os  declara  que  no  está  en 
el  caso  de  prestaros  los  auxilios  que  invocáis. 

El  Señor  Vich  y  Hallen  sale  lucido  del  Consejo  de  Guerra. 
Quiso  apuntar  á  un  gamo,  y  el  gamo  le  apunta  á  él.  '¿Quién  le 
hace  sufrir  el  estravío  de  querer  abrir  arcas  cuyas  llaves  jamás 
saca  á  la  luz  del  Cielo  el  Libre  é  Indagador  Pensamiento? 


Sección.  XII. 

El  Ministerio  de  Pulida,  las  Libertades  Individuales  y  c!  Poder  Político. 


Está  el  Poder  Político  en  uno  de  los  lujosos  salones  del  Pa 
lacio  del  Gobierno  repantingado  en  un  hermoso  sillón  de  tercio- 
pelo carmesí.  Entra  un  bulto  cuyo  centro  está  envuelto  en  una 
capa  que  no  deja  ver  mas  que  la  punta  de  la  vaina  de  la  espa- 
da, y  una  de  las  extremidades  sepultada  en  un  sombrero  redon- 
do, mientras  que  la  otra  se  presenta  forrada  de  unas  botas  tan 
pesadas  que  hacen  un  ruido  que  infunde  pavor. 
— ¡Seáis  bien  venido,  Señor  Ministrol  dice  el  Poder  Político. 

—  ¡Señor,  ¡vengo  desesperado!...— Es  el  caso  que  convencido 
yo  de  mi  inutilidad  para  conservar  el  orden  público,  he  resuel- 
lo hacer  dimisión  de  mi  cartera,  dice  el  recien  venido  echándo- 
se sohre  un  sillón  desembozada  la  capa,  quitado  el  sombrero 
y  enjugándose  con  el  pañuelo  copiosas  gotas  de  sudor  que  rue- 
dan por  su  rostro. 

—  Confieso  que  estáis  intratable  hoy,  mi  amigo. 


—Es  que  ya  se  me  ha  trocado  el  sufrimiento  en  desesperación, 
Señor  Poder  Político.  Antes  de  vuestra  secularización,  por  ejem- 
plo, el  Ministerio  de  Policía  era  un  ministerio  sin  segundo;  pero 
h»y  por  hoy,  por  inútil  le  contemplo,  habiendo  tanto  picaro  y 
desorden  en  la  nación.  Francamente  os  digo:  os  habéis  empe- 
ñado en  una  temeridad.  Aunque  uno  se  apure  y  se  desbarate 
por  contener  los  crímenes,  es  imposible  lograrlo. 

— Pero  recordad  que  mil  veces  habéis  alegado  mil  razones  en 
abono  del  acontecimiento  que  os  tiene  de  tan  mal  talante  hoy. 

—No  digo  yo  lo  contrario.  En  los  jóvenes  años  el  orgullo  pro- 
duce mil  errores.  Mas  hoy  estoy  convencido  de  que  buscando 
nuestra  gloria,  hemos  dado  en  la  desdicha  propia  al  par  que  en 
la  desdicha  ajena. 

Es  llano,  Señor.  Antes  los  pueblos  veían  en  vos  una  perso- 
na sagrada,  y  de  esta  veneración  que  inspirabais,  participaba 
tanto  yo,  que  con  un  solo  alguacil  contenia  en  su  deber  á  una 
población  de  diez,  y  hasta  de  quince  mil  habitantes.  Entonces 
mi  magisterio  no  necesitaba  ni  de  disfraces,  ni  de  andar,  coma 
ahora,  armado  como  castillo  de  fuego,  porque  ni  era  aborrecido, 
ni  reclamaba  mas  que  el  bastón  para  obrar  sobre  los  ánimos. 

Hoy  pues  á  estos  ánimos  se  les  ha  enseñado  que  son  sobera- 
nos, y  se  les  ha  despojado  además  del  sanio,  que  cada  uno  tenia 
en  su  conciencia.  Como  soberanos  hacen  mofa  de  mis  ochenta, 
como  de  un  triste  armazón  de  huesos  y  pellejo;  y  como  sin  reli- 
gión y  moral,  fuera  necesario  que  el  Ministerio  de  Policía  par- 
ticipara de  la  omnipotencia  de  Dios,  para  criar  un  gendarme 
para  custodio  de  cada  ciudadano. 

Hay  mas,  Señor.  Después  de  maduras  reflexiones,  digo 
con  todo  el  convencimiento  que  me  inspira  la  práctica,  que  no 
hemos  sabido  lo  que  nos  pescábamos  en  eso  de  introducir  las 
libertades  de  cultos,  de  enseñanza  y  de  imprenta.  Y  menos  aun, 
en  esa  guerra  en  que  nos  hemos  empeñado  contra  la  Iglesia  Ca- 
tólica. Aunque  todo  esto  no  lo  consideremos  mas  que  bajo  ct 
punto  de  vista  terrenal,  sostengo  que  obramos  muy  impolítica- 
mente, trabajando  en  contra  de  nuestros  propios  intereses. 

En  efecto:  sancionando  esas  libertades,  sancionamos  las  bor- 


— il- 

rascas,  en  un  mar  de  suyo  proceloso,  y  devastando  la  Iglesia, 
devastamos  nuestro  único  puerto  de  salvamento. 

Si  á  pesar  de  nuestra  unidad  de  creencias,  no  nos  faltaban 
en  el  Calvario  fiestecillas,  porque  sabido  es  que  ni  gobernantes 
ni  gobernados  somos  símbolos  de  todas  las  virtudes,  ¿qué  pode- 
mos prometernos  boy,  que  erigimos  en  ley  el  símbolo  perfecto 
de  todas  las  pasiones  posibles  en  lo  que  el  hombre  tiene  de 
mas  íntimo,  cual  es  el  sentimiento  religioso?...  Dígalo  yo  mismo, 
que  en  el  corto  tiempo  que  llevamos  de  esas  novedades,  ca- 
rezco de  tiempo  y  de  medios  para  degollar  con  mis  tijeras,  para 
reprimir  las  riñas  y  camorras  que  arman  los  folletistas  y  can- 
cioneros y  tanto  grotesco  literato  de  pluma  tan  corrompida  como 
sus  costumbres  soeces. 

Y  no  me  repliquéis,  Señor  Poder  Político,  que  el  tiempo,  la 
costumbre  y  el  hábito  de  esas  libertades  embotarán  la  sensibili- 
dad de  lospuehlos,  y  crearán  entre  las  diversas  creencias  pací- 
ficas armonías.  Nó!....  en  las  leyes  constantes  de  los  séres,  lo 
vario  se  hace  uno,  cuando  las  manifestaciones  de  lo  vário 
son  idénticas  á  lo  uno;  mas  cuando  son  contrarias ,  como  acon- 
tece entre  el  Catolicismo  y  el  Protestantismo,  el  Politeísmo, 
y  el  Filosofismo  Incrédulo,  la  suprema  armonía  se  restablece  en 
el  único  caso  de  la  suprema  destrucción  del  último  sóida  lo  del 
campo  enemigo.  Y  aunque  es  crecida  la  volubilidad  de  opiuion 
de  muchos  católicos,  oscurecer  las  brillantes  prendas,  corrom- 
per la  rectitud  del  juicio  de  todos,  es  empresa  estremadamenie 
loca,  es  ceder  á  impresiones  demasiado  delirantes,  pues  aun 
cuando  ta  novedad  d.3  la  empresa  vaya  acompañada  (le  alguna 
apariencia  de  grandor,  las  realidades  son  siempre  execrables. 
La  historia  de  los  rencores  del  populacho  de  Londres  en  1080, 
es  la  historia  de  todos  los  rencores  religiosos.  Afianzando  la  re- 
ligión, lo  afianzamos  todo:  quien  duda  en  materias  religiosas, 
duda  en  toda  clase  de  materias. 

Las  ideas  religiosas  y  los  sentimientos  morales  son  en  el  hom- 
bre un  poder  y  un  placer.  Las  ideas  y  los  sentimientos  sociales 
son  en  el  mismo  hombre  un  poder  y  un  placer  también;  pcropfo- 
cer  mas  muelle  v  poder  mas  débil.  Las  ideas  y  los  sentimientos 

6 


—  42— 

políticos  no  son  en  el  hombre  ni  poder  ni  placer:  son  la  ilumina- 
ción, son  los  medios  diferentes  con  que  aspira  llegar  á  la  posesión 
de  uno  de  los  poderes,  y  al  goce  de  uno  de  los  placeres  enume- 
rados. 

Los  poderes  y  placeres  sociales  y  políticos  los  ansia  el  hom- 
bre; pero  rara  vez  los  compra  con  su  cabeza,  como  quiera  que 
ja  conciencia  pública  le  impone  los  respetos  de  rehusar  el  dicta- 
do de  avaro,  ó  aquel  de  ambicioso;  mas  este  mismo  hombre  se 
siente  tan  heroicamente  otro  en  tratándose  de  la  idea  religiosa 
y  del  sentimiento  moral,  que  en  presencia  misma  de  la  espada 
desnuda,  alarga  impertérrito  el  cuello  á  los  asesinos,  y  «¡Herid, 
les  dice,  que  mi  muerte  es  útil!!!» 

Perdonad  mi  atrevimiento  ¡señor!....  el  ateísmo  del  estado 
es  imposible,  y  en  la  alternativa  de  aceptar  el  incienso  que  ondu- 
la la  Iglesia  Católica  en  torno  del  ejercicio  del  poder,  ó  de  acep- 
tar las  inmundicias  que  arrojan  las  sectas  separadas  de  ella, 
desechemos  las  inmundicias  y  aceptemos  el  incienso.  Quitemos 
del  banquete  político  y  social  á  tanto  pérfido  amigo,  que  acecha 
la  ocasión  de  cubrirnos  de  ultrajes  y  de  plantar  nuestras  cabezas 
en  las  puntas  de  sus  espadas!!! 

—  Dentro  de  poco  estaréis  satisfecho,  señor  Ministro,  dice  ej 
Poder  Político  con  aire  misterioso. 

Esta  lacónica  contestación  parece  tranquilizar  el  ánimo  dell 
$r.  Ministro  de  Policía,  el  cual  viendo  levantado  del  asiento  a 
Poder  Político,  le  pide  el  honor  de  acompañarle  hasta  su  régia 
morada,  en  cuyas  puertas  le  deja,  mi  miras  que  dos  vigorosos 
caballos  le  transportan  á  la  suya  en  un  lujoso  coche. 

Sección.  rx.HI. 

¿Qué  licnc  de  particular  que  los  amigos  se  junlcn? 

Una  gran  porción  de  personajes  están  reunidos  en  un  sun- 
tuoso salón. 

Vosotros  debéis  comprender,  dice  uno,  que  por  lo  que  hace 
á  nuestros  intereses  están  plenamente  asimilados;  pero  yo  como 


-i3- 

representante  de  la  Autoridad,  no  debo  aventurarme  á  una  em- 
presa atrevida,  sin  preveeruna  retirada  honrosa,  llegado  el  caso. 

Nó,  respoude  otro:  lo  único  que  se  os  pide,  es  que  por  me- 
dio de  una  organización  ordenada  y  libre,  prestéis  vuestros  gra- 
naderos, y  al  amparo  de  eslos  regimientos  la  destrucción  se  pue- 
da consumar. 

Y  contais  con  los  medios  necesarios?  pregunta  el  primero 
con  vivo  interés. 

—  ¡Señor  Poder  Político]  clama  una  voz  fuerte:  si  hasta  hoy 
no  nos  hemos  aventurado  á  dar  un  paso,  cualquiera  que  haya 
sido  su  importancia,  sin  haber  antes  asegurado  su  éxito,  ¿cuáles 
no  habrán  sido  nuestros  esfuerzos,  hoy  que  la  utilidad  es  inmen- 
sa, y  fecundísimos  los  resultados?  Hemos  dado  estímulos  de  toda 
especie  al  Hecho  de  que  se  trata,  y  no  lo  dudéis  \Poder  Político] 
La  iniquidad  y  la  contradicción  están  en  la  ciudad:  dia  y  noche 
la  iniquidad  la  rodea  y  traspasa  sus  murallas:  ¡el  dolor  pues  y  la 
injusticia  habitarán  en  su  seno!!!» 

— Y  el  clero  seglar? 

— Por  lo  que  hace  á  los  presbíteros  Abados,  Pi  y  Savaná  con- 
tamos con  ellos;  de  los  restantes:  unos  nos  han  dado  noticias 
útiles  y  la  inmensa  mayoría  será  burlada. 

— Y  la  nobleza? 

— En  general  se  niega  á  tomar  parte;  pero  la  sección  en  quie- 
bra, espera  que,  por  via  de  infiltración,  le  toque  algún  predio 
rústico,  alguna  casa,  algún  fruto  de  la  tierra,  y  en  el  último 
caso  se  contenta  con  sacudir  de  sí  á  acreedores,  que  aunque  no 
le  importunan,  siempre  son  acreedores,  y  los  acreedores  para 
los  deudores  no  son  bandas  de  música. 

—Y  la  inmensa  Mayoría  de  la  Nación! 

— Este  cuerpo  clásico  de  la  inmortalidad,  de  la  religión,  de  la 
moralidad,  de  los  grandes  recuerdos  en  fio,  diserla,  está  ocupa- 
da en  la  grande  y  apostólica  tarea  de  oponernos  textos  de  la  Bi- 
blia, de  los  Santos  Padres,  de  los  Concilios,  fulmina  excomunio- 
nes, censuras,  anatemas,  etc.;  pero  ¡ahí  para!...  no  pasa  de  esce- 
nas bíblicas.  Y  como  estas  escenas  no  han  de  escitar  jamás  en 
nuestros  ánimos  los  sentimientos  de  que  se  hallan  poseídos  los 


ánimos  de  los  contrarios,  nada  ha  de  obstar  para  que  al  través 
de  sus  oraciones,  les  conduzcamos  de  ruina  eu  ruina,  y  de  de- 
siertoen  desierto.  Y  qué  dianlre?  en  el  brazo  izquierdo  tenemos 
revueltos  los  harapos  de  los  gritos,  blasfemias,  carreras  y  ruidos 
de  la  calle  con  quien  tiene  ojeriza  la  Nación,  y  nuestras  elec- 
ciones, comités  y  asonadas  le  dicen  bien  el  por  qué,  y  en  la  de- 
recha desenvainada  la  espada,  con  la  cual  damos  cuchilladas á 
todas  partes.  Además  de  que  nos  honramos  con  la  amistad  de 
muchos  que,  si  no  están  con  nosotros,  -el  miedo  no  les  deja  de- 
clararse contra  nosotros. 
— Y  la  clase  obrera  está  lista? 

—La  parte  ocupada  eu  cofradías,  rezos  y  sacristías,  no;  pero 
la  restante,  brama.  ¡Infeliz!  con  prestarnos  el  brazo  Ejecutor 
cree  que  vá  a  cambiar  los  techos  de  sus  guardillas  por  los  artesones 
de  algún  palacio;  mas  la  Policía  tiene  instrucciones  de  que  des- 
pués de  la  Ejecución,  si  le  vé  eslender  la  mano  ifflts  allá  de  unas 
gafas  de  algún  dominico,  ó  de  un  breviario  de  algún  franciscano, 
ó  de  una  medalla  de  algún  jesuíta,  ó  recoleto,  le  ofrezco  pan  y 
abrigo  en  la  cárcel  pública,  eu  remuneración  de  sus  servi- 
cios. 

—Cómo,  qué  no  miro  al  Sr.  Buque  dd  Vencimiento  entre  el 
cuerpo  Diplomático,  dice  el  Poder  Político  eslendiendo  la  vista 
sobre  la  multitud. 

— £1  Sr.  Buque  no  no's  ha  negado  la  inteligencia  y  dirección 
tan  luego  como  se  la  hemos  reclamado,  dijo  una  voz;  pero  en 
el  momento  de  la  ejecución,  para  conservar  el  brillo  y  gracia  de 
su  nobleza,  piensa  lomar  uu  baño  aromático  en  su  aposento. 

— Y  la  Parle  Baja  de  la  Literatura,  y  la  Parte  Terrenal  de  las 
Bellas  Artes? 

— Yédnos  aquí,  señor  Poder  Político. 

—  Lo  celebro  inliuito, 'hermanos,  dice  el  Poder  Político  con 
galantería;  y  luego  añade:  ya  yo  sé  que  no  deben  parecer  aquí 
los  Sres.  1).  Filosofismo  Incrédulo  y  D.  Protestantismo:  pero  os 
ruego  que  al  verlos,  les  dirijáis  mis  cumplimientos  sobre  su 
buena  salud.— Por  loque  hace  á  la  pretensión,  retiraos  con  cer- 
teza de  que  el  Poder  Político  os  otorga  mas  de  lo  que  le  pedís.  Y 


les  despide  estrechando  sucesivamente  con  bondad  la  mano  de 
cada  uno  de  ellos. 


Sección  XI^'. 

Circular. 

Ministerio  de  la  ) 
Guerra.  j 

«Sr.  Gefe  Político  de.    .    .  . 

«El  dia  dos  de  Mayo  próximo,  á  las  tres  de  la  mañana,  las 
tuerzas  del  ejército  permanente  doblarán  las  guardias  de  las 
fortalezas  y  edificios  públicos;  dispondréis  que  los  cañones  sean 
cargados  de  metralla  hasta  las  bocas,  y  que  el  cuerpo  de  arti- 
lleros esté  al  pié  con  las  mechas  encendidas. 

«A  las  cinco  de  la  mañana  del  mismo  dia  mandareis  tocar 
generala,  y  reunida  la  Milicia  Nacional,  se  situará  en  secciones 
en  los  contornos  de  los  conventos  de  frailes,  previniendo  á  los 
gefes  que  impidan  toda  entrada  y  salida  en  la  linea  de  circun- 
valación. 

«A.  las  ocho  se  abrirán  estas  lineas,  y  darán  pase-franco  á 
grandes  masas  de  operarios  y  trabajadores  procedentes  de  las 
fábricas,  talleres  y  establecimientos  particulares. 

«No  cree  el  gobierno  deber  escitar  vuestro  patriotismo  para 
que  aparentando  querer  defender  á  los  frailes  y  sus  conventos, 
deis  toda  clase  de  estímulos  para  su  destrucción. 

«Libertad  y  Reforma,  etc.,  etc. 

«El  Min>stro, 


Gállis.» 


Sección  XV. 

La  Iglesia  Intolerante. 


Son  las  seis  de  la  mañana,  y  después  de  una  noche  sin 
sueño,  el  piadoso  tañido  de  una  campana  distrae  á  unos  reli- 
giosos de  las  meditaciones  de  duelo  en  que  están  embebidos. 
Revelan  su  voz,  su  fisonomía  y  su  traje  una  tristeza,  que  jamás 
ha  guardado  tan  armónica  consonancia  con  los  poéticos  acentos 
de  Jeremías  y  de  David,  á  cuya  repetición  los  llama  la  conmo- 
vedora voz  del  metal. 

Las  puertas  de  la  basílica  están  cerradas,  y  solo  una  maci- 
lenta lámpara,  que  desde  un  rincón  despide  sus  tembleteantes 
rayos  sobre  el  altar  Mayor,  deja  ver  entre  tinieblas,  proster- 
nados al  pié  de  la  Divina  Eucaristía  á  unos  hombres  de  cabeza 
rasurada  y  de  luenga  barba,  con  sus  piés  calzados  por  sanda- 
lias, y  su  vestidura  de  lana  áspera,  ceñida  con  cordón  blanco, 
que  cuelgan  en  sendos  nudos.  Oyese  salmodiar  el  Miserere  con 
voces  lamentables,  y  el  «ha  demolido  su  tabernáculo  y  entregado 
al  olvido  sus  fiestas  y  sus  dias  de  sábado,»  del  Poeta  de  Siloé,  se 
mezcla  al  canto  del  salmo  penitente,  y  retumba  por  el  recinto 
que  en  hreve  vá  á  verse  cercado  del  fuego  y  de  puñales  asesinos, 
y  bañado  en  la  sangre  de  la  inocencia  y  del  arrepentimiento. 

Dá  el  reloj  la  hora  fatídica,  y  la  hora  es  para  morirse  de  es- 
panto. No  puédela  imaginación  imaginar  cosa  mas  aterradora 
que  las  blasfemias,  y  las  reconvenciones,  y  las  amenazas,  y  los 
clamores,  y  los  gritos,  los  aullidos  que  por  todas  partes  se  es- 
tienden. 

— «¡No  nos  cobréis  desconfianza...!  ¡Vamos  á  asegurar  vues- 
tro pan....!  ¡Abrid,  cabezas  rasuradas....!»  gritan  unos  furiosos 
trabajando  terriblemente  con  trancas,  puños  y  piés  para  derri- 
bar las  puertas  de  la  Casa  del  SeTwrlW 

— «¡Quitad  allá!....»  dice  una  voz:  «mi  servicio  vá  á  asegu- 


rarme  el  derecho  de  propiedad.»  Y  las  puertas  ceden  á  un  fusi- 
lazo disparado  al  hueco  de  la  llave. 
¡Qué  horrorlW... 

Desde  este  momento  todo  se  cubre  de  una  nube  muy  densa. 
Confúndense  los  ayes  y  los  postrimeros  lamentos  de  los  moribun- 
dos con  el  chasquido  de  las  llamas  que  á  todas  partes  se  van 
estendiendo. 

—  «Xó,  ¡por  Dios!....  ¡no  me  matéis,  que  soy  novicio!....» 
clama  un  niño  con  brazos  tendidos  y  puesto  de  rodillas  sobre- 
cogido de  terror. 

«¡Yatya  con  el  perillán!....»  gruñe  una  pantera:  «vas  á  ver 
¡estoy  ocupado  en  hacer  tu  fortuna!....»  Y  el  puñal  infame  der- 
riba al  suelo  un  lirio  próximo  á  esparcir  sus  fragantes  aromas. 

— «¡Si  fray  Serafín  no  ha  muerto!....»  grita  una  voz:  «¡vamos 
averie!»  clama  una  turba;  y  precipitándose  en  una  celda:  «aquí 
está!....» añaden:  «¡védle  aquí!....»  «¡Oh, dice  un  furioso:  ¿ante 
el  Cristo,  la  cabeza  inclinada  en  el  seno,  y  de  rodillas,  en  acti- 
tud de  orar?....  ¡cscelente  postura  para  recibir  el  bautismo  de 
sangre!....»  Y  un  hacha  se  hunde  en  la  frente  de  un  venerable 
anciano,  que  la  virtud  llama  imágen  de  un  santo  y  la  reyla  obra 
maestra  del  arte!!! 

— «¡Dios  mió,  salvadme...  salvadme!»  clama  la  voz  convulsa 
de  un  enfermo  cubriéndose  con  la  ropa  de  su  cama,  y 'como  que- 
riendo entrarse  en  el  seno  de  ella,  erizado  de  espanto. 

— «¡Tranquilízate!....  vengo  á  protegerte!»  grita  una  voz 
estentórea.  Y  el  grito  que  exhala  la  muerte  aplaca  la  rabia  del 
monstruo,  pero  no  satisface  su  sed  de  sangre. 

— ¡Yeneno,  veneno,  veneno  para  envenenar  al  pueblo!....» 
clama  un  fogoso  y  astuto  tribuno  mostrando  en  la  mano  unas 
cenizas.  Y  «para  envenenar  al  pueblo  ¡veneno,  veneno,  vene- 
no!....» llama  el  pueblo  en  el  frenesí  de  su  furor  á  las  mismas 
cenizas  de  aquellos  Mártires,  ante  cuyos  altares  prosternado  ha 
encontrado  tantas  veces  los  consuelos  que  siempre  le  niegan 
los  mismos  que  hoy  le  instigan!!! 

Y  vosotros,  magníficos  espectáculos  de  los  siglos,  torres  en 
los  desiertos  sin  límites,  jardines  lloridos  entre  los  laberintos  que 


-.18— 

se  estienden  hasta  perderse  de  vista,  minaretes  de  todas  formas, 
surcados  por  los  cuatro  brazos  cardinales  del  rio  del  saber,  y  por 
sus  incontables  arroyos,  ¡sí!...  vosotros:  Miguel  Angelo,  Rafael, 
Alurillo,  Agustín,  Gerónimo,  Ambrosio,  Crisóstomo,  Bernardo, 
Tomás  de  Aqxdno,  Leibnitzi  Newton,  Linneo,  Pascal,  Fermat, 
Vieta,  Erasmo,  Mabilton,  Lope  de  Vega,  Moliere,  fíossuet,  Petic- 
ión, etc.,  etc.,  ¡vosotros  todos!...  gigantes  entre  pigmeos,  gran- 
des pirámides  entre  las  columnas  de  ladrillo  del  siglo  XIX... 
¡levantaos  de  vuestros  féretros,  que  mees  á  mi  imposible  trans- 
mitiros la  sensación  del  espectáculo:  Entre  este  templo  sin  mas 
obras  que  patios  y  paredones  desplomados,  y  este  otTo  de  acá 
cuyas  bóvedas  se  bailan  interrumpidas  por  baber  caído  muchas 
de  ellas,  y  aquel  de  allá  marcado  solo  por  los  destrozos  que  ya- 
cen tendidos  por  el  suelo,  y  aquel  de  mas  lejos  cuyo  artesonado 
forma  montones  de  ruinas  solemnes,  entre  tantas  y  tan  dcsola- 
doras  escenas:  ¡encontrad,  si  podéis,  vuestras  obras  y  vuestros 
libros!....  mas  ¡ay!...  ¡que  el  desbordamiento  de  crímenes  con- 
tra los  hombres  ha  sido  también  desbordamiento  de  injurias 
contra  las  artes  y  las  letras,  y  la  libertad,  reforma,  progreso,  ilus- 
tración y  cultura  de  los  vándalos  han  hecho  á  las  llamas  instru- 
mentos de  sus  odios  implacables!!! 


Sección  XVI. 

¡Quién  sabe!,.,. 


¡Quién  sabe,  repito  yo,  si  sea  la  Internacional  el  brazo  de 
la  cólera  de  Jehová  sobre  el  Egipto  que  acabo  de  pintar!  Ello  es 
que  la  Internacional  dá  mucho  golpe  en  la  tierra,  y  el  accidente 
fatídico  con  que  lo  dá,  es  el  mismo  de  que  os  sentís  acometidos 
contra  la  Iglesia  Católica:  el  furor  de  la  independencia  y  del  robo. 


— 19— 

Y  en  verdad  os  digo:  no  sé  yo  cómo  salgáis  de  la  congoja  en  que 
os  tiene  puestos  lo  robusto  de  la  argumentación  internacionalis- 
ta. Sean  cuales  fueren  vuestros  gestos  y  crispaturas,  ello  es  cier- 
tisimo  que  si  la  demanda  carece  de  justicia,  seguramente  no  ca- 
rece  de  lógica.  Si  no  debemos  negar  la  iniquidad  del  principio, 
tampoco  nos  es  licito  rechazar  la  legitimidad  de  las  consecuencias. 
La  Internacional  es  plebeya,  y  como  á  tal  ¿no  es  posible  que  se 
repita  para  si  aquel  adagio  plebeyo  del  que  el  ladrón  que  roba 
al  ladrón  gana  cien  dias  de  perdón?  Meditadlo,  poderes  consti- 
tuidos!.... 

En  efecto:  ¿queréis  ver  lo  inflexible  de  la  lógica  de  la  parte 
demandante? Yédla  aquí. 
— El  Estado  es  una  sociedad. 

—También  es  sociedad  la  Iglesia  Católica,  y  la  extermináis. 

— Debes  respetarme  como  á  Gefe  supremo  de  esa  sociedad. 

—Voy  á  ser  equitativa:  contad  con  los  mismos  respetos  que 
Vos  guardáis  al  Romano  Pontífice,  gefe  supremo  de  la  Sociedad 
Católica. 

—Tengo  mis  leyes  civiles  y  penales. 
— También  las  tiene  la  Iglesia  Católica;  y  os  burláis  de 
ellas. 

—La  ley  civil  te  manda  estar  obediente  al  régimen,  al  ma- 
gisterio, al  gobierno  y  á  la  administración  del  Estado. 

—La  ley  religiosa  os  manda  también  á  Tos  estar  obediente 
y  sumiso  al  régimen  especial,  al  magisterio,  al  gobierno  y  a  la 
administración  de  la  Iglesia  Católica,  y  sin  embargo  vivís  en 
perpétua  rebelión  con  todas  estas  cosas. 

—Debes  obedecer  á  mis  autoridades  inferiores  como  son  jue- 
ces, gefes  políticos,  alcaldes,  etc. 

— Todeis  de  mi  parte  significar  á  estas  personas,  que  cuen- 
ten con  los  mismos  respetos  que  ellas,  y  Vos  guardáis  á  los  ar- 
zobispos, obispos,  provisores,  párrocos,  etc. 

— No  te  es  licito  turbar  la  paz  de  mis  subditos. 

— Tampoco  os  lo  es  á  Vos  el  turbar  la  paz  de  los  legos  en  su 
calidad  de  fieles  de  la  Iglesia  Católica;  y  sin  embargo  los  po- 
néis en  tal  estrechez,  les  embarazáis  en  tal  estremo  el  libre 

7 


-50- 

ejercicio  de  sus  prácticas  religiosas,  que  os  lian  de  pedir  per- 
miso para  oir  misa  y  confesar. 


—Como  elegido  constitucionalmente,  soy  el  gobernador  de 
la  nación. 

—Como  elegido  canónicamente,  también  lo  es  Pió  IX  de  los 
Estados  Pontificios,  y  se  los  habéis  arrebatado. 

—Respeta  las  propiedades  de  mis  corporaciones,  como  son 
municipios,  juntas  de  comercio,  bancos,  sociedades  maríti- 
mas, etc.,  etc. 

— Les  tendré  los  mismos  miramientos  que  Vos  tenéis  á  las 
propiedades  de  la  Iglesia  Católica,  como  son  bienes  de  frailes,  y 
de  monjas,  capitales  y  fundaciones  de  cabildos,  catedrales, 
diezmos,  primicias,  ele,  etc. 

— Los  bienes  de  mis  subditos  son  sagrados,  y  respetables  sus 
intereses. 

—Sacratísimos  son  los  intereses  de  los  subditos  déla  Iglesia 
Católica,  por  cuanto  se  refieren  al  espíritu,  y  los  enlodáis;  y  res- 
petabilísimos son  sus  bienes,  y  os  los  sorbéis  agrandes  tragos 
con  impuestos  y  contribuciones  injustos. 

—Es  que  todas  estas  cosas  son,  en  el  estado,  antiguas. 

— Mas  antiguas  son  las  cosas  de  la  Iglesia  Católica,  y  jugáis 
con  ellas. 

—Es  que  la  sociedad  posee  por  todos  los  títulos  legítimos  de 
propiedad. 

—Es  que  deninguno  de  estos  títulos  carece  la  Iglesia  Católica. 
Ella  tiene  el  título  de  ocupación,  el  de  accesión,  el  de  prescripción, 
el  de  sucesión,  por  disposición  testamentaria,  y  el  de  entregad 
tradición  en  virtud  de  las  obligaciones  ó  contratos. 

En  fin,  señores  Poderes  Políticos,  ¿tenéis  alguna  otra  cosa 
que  decir  á  la  Internacional?  ¡Hablad! 


-ol  — 

— Os  declaramos,  señor  de  Internacional,  prosiguen  los  Pode- 
res Constituidos,  que  estamos  muy  resueltos  á  defendernos. 

—  ¡Bravo!  señores  Poderes  Constituidos.  ¡Eso  se  llama  tener 
carácter!  esclama  la  Internacional.  Pero  antes  -jue  esta  idea  se 
os  meta  en  los  cascos,  tened  presente  que  yo  no  tengo  necesi- 
dad de  vosotros  para  andar  mi  camino.  Si  en  las  tilas  de  la  igle- 
sia Católica,  á  pesar  de  no  seros  posible  pasar  de  soldados  rasos, 
mandáis  á  los  prelados,  y  ansiáis  subir  al  asalto  á  la  cabeza  de 
vuestros  granaderos  hasta  la  Corte  de  Roma;  no  os  pasméis:  la 
Internacional  se  siente  capaz  de  hacer  respetar  mejor  la  disci- 
plina. Le  habéis  enseñado  que  ella  es  ei  señor  del  carruaje,  y 
que  vosotros  los  conduc'orcs,  le  habéis  dicho  que  ella  es  sobera- 
na: pues  bien!  señores  conductores,  señores  oficiales,  su  Mageslad 
Soberana  rehusa  vuestros  servicios,  y  dispone  tomar  por  sí  el 
mando  de  sus  regimientos,  y  no  confiar  ya  mas  á  otros,  su  espa- 
da y  su  bandera. 

Tomad.  .  .  .  ahí  está  esta  pluma  con  que  escribo.  Pode- 
res Políticos:  contestad  á  lo  invencible  del  raciocinio  internacio- 
nal; yo,  en  el  campo  á  que  han  vuestras  pasiones  trasplantado  la 
ciencia  de  gobierno,  confieso  mi  insuficiencia,  no  encuentro  solu- 
ción al  embrollo. 


Sección  ^  VII. 

Continua  el  mismo  asunto :  las  Ordenes  Religiosas  y  los  Poderes  Constituidos, 


—¿Qué  sois  vosotras?  dice  el  Poder  Político  á  las  Ordenes  Re- 
ligiosas. 

— Somos  unas  corporaciones  de  regulares  que  hemos  hecho 
profesión  de  vivir  sujetas  á  una  regla  aprobada  por  la  Iglesia 
Católica. 

—  ¡Os  proscribo  de  mis  dominios  en  nombre  de  la  libertad1. 


—En  nombrede  la  misma  libertad  os  negamos  el  derecho  de 
podernos  hacer  abandonar  estos  dominios.  Si  la  libertad  cstien- 
de  su  tolerancia  hasta  aquellos  actos  de  unos  ciudadanos  que 
vulneran  en  poco,  y  en  mucho,  los  fueros  de  la  razón  y  de  la 
justicia,  no  tiene  derecho  de  recoger  esta  tolerancia,  en  tra- 
tándose de  los  actos  de  otros  ciudadanos  que  tienden  á  ha- 
cer inflexibles  los  dictámenes  de  esta  razón,  y  las  leyes  de 
esta  justicia.  La  libertad  no  cree  deber  tomar  en  conside- 
ración los  comités,  las  asociaciones  de  todas  clases,  inclusa 
la  disolución  mas  espantosa,  menos  pues  debe  ver  con  disgusto 
corporaciones  de  hombres  y  de  mujeres  que  le  pagan  mas  de  lo  - 
que  políticamente  le  suelen  deber. 

La  libertad  es  progresista. 

—Porque  el  progreso  posee  nuestro  afecto;  por  esto,  nos 
congregamos  en  el  cláustro.  La  Iglesia  Católica  dice  al  hombre: 
«Si  en  los  regimientos  de  mi  Milicia  Triunfante  quieres  ser  sol- 
dado raso,  guardamis  mandamientos;  mas  si  aspiras  á  grados  su- 
periores, guarda  no  solo  mis  mandamientos,  sino  también  los  con- 
sejos del  Evangelio. » 

Es  consejo  del  Redentor  la  oración,  en  común,  y  á  esta  oración 
para  hacer  concebir  al  hombre  vehementes  deseos  üe  ejercitar- 
la, ofrece  su  asistencia  de  una  manera  especial;  nosotras  pues 
constituyen .lonos  en  corporaciones,  empleamos  los  medios  para 
lograr  la  asistencia  prometida  por  Jesucristo. 

Y  notad,  señor  Poder  Político,  que  nosotras  éramos  antes 
que  vuestra  Sociedad,  y  aun  Vos  mismo  fueseis,  y  que  toda  esa 
armazón  de  sociedades  que  se  apellidan  con  varios  y  contrarios 
nombres,  por  mas  que  la  impiedad  haya  variado  el  objeto,  son 
plagios  sobre  nosotras;  han  tomado  la  idea  de  nuestra  conocida 
organización. 

—  ¡Eso  es  verdaderamente  muy  fuerte!  dice  el  Poder  Político; 
pero  ni  jesuítas,  ni  dominicos,  ni  franciscanos,  ni  ninguna  de 
vosotras,  junta  ó  separadamente,  sois  la  Iglesia  Católica.  La. 
Iglesia  existe  sin  vosotras  

— No  acabéis,  señor  Poder  Político...  también  las  ciencias  po- 
líticas existen  sin  Vos,  el  Austria  sin  Beusl,  la  Alemania  sin 


— o3- 

Bismarck,  la  Francia  sin  Tlüers,  la  sociedad  patriótica  de  Lon- 
dres sin  el  gabinete  Gladstone,  y  la  Italia  en  fin  sin  Víctor  Ma- 
nuel. Mas  asi  como  vuestros  amigos  políticos  os  juzgan  necesa- 
rio á  Vos,  el  partido  constitucional  de  Austria  al  barón  de  Beust, 
la  Alemania  á  Bimarck,  la  sociedad  patriótica  de  Londres  al 
gabinete  Gladstone,  y  los  atolondrados  de  Italia  al  rey  Manuel, 
asi  mismo  la  Iglesia  Católica  nos  juzga  necesarias  á  nosotras, 
ora  para  resistir  mas  cómodamente  á  las  frecuentes  coaliciones 
que  formáis  contra  ella,  ora  y  principalmente,  para  preservar 
de  los  escollos  á  aquellos  desgraciados  que  vuestra  perezosa 
virtud  destierra  de  vuestra  presencia,  cuando  intentan  contaros 
sus  penas;  y  también  para  manifestar  á  los  pontífices  del  progre- 
so, que  cuando  este  es  verdadero,  lejos  de  oponerse  á  él,  apre- 
cia la  utilidad  de  su  benéfica  acción,  y  le  ayuda  con  todo  linage 
de  ejemplos  heroicos. 

— Tengo  necesidad  de  que  me  aseguréis  de  dónde  emana  ese 
derecho  de  defensa. 

—Emana,  señor  Poder  Político,  del  derecbo  natural  que  tiene 
todo  católico  á  que  los  impíos  no  bagan  un  juego  de  los  debe- 
res de  la  criatura  para  con  el  Criador.  Emana  del  deber  de 
cooperar  á  la  unión  y  dependencia  de  la  Sociedad  Católica  con 
la  Santa  Sede.  Emana  de  la  necesidad  permanente  que  tenemos 
los  Institutos  Religiosos  de  estar  sujetos  á  una  autoridad  cons- 
tante, bajo  la  protección  del  Papa.  Emana  del  derecho  que  te- 
nemos de  repeler  á  aquellas  potestades  seglares,  que  nos  per- 
turban en  la  posesión  de  nuestras  propiedades,  y  en  el  ejercicio 
y  práctica  de  nuestras  Reglas.  Y  emana  por  acabar,  de  la  es- 
tricta obligación  que  tiene  todo  fiel  y  toda  Orden  Religiosa  de 
oponerse  á  las  pasadas  y  presentes  herejías. 

— Mucho  quisiera  saber  que  os  deben  á  vosotras  ni  el  indivi- 
duo ni  la  sociedad,  dice  el  Poder  Político  trémulo  de  cólera. 

—Vamos  á  llenar  hasta  tal  punto  vuestros  deseos,  responden 
las  Ordenes  Religiosas,  que  os  demosti aremos  basta  la  evidencia: 
que  si  las  riquezas  son  un  bien,  la  sociedad  y  el  individuo,  y 
los  mismo,  todos  nos  debéis  los  principales  bienes  de  cuya  po- 
sesión gozáis,  y  que  tan  pérfidamente  volvéis  boy  contra  noso- 


-oí- 
tras.  Si  robar,  es  tomar  prestado  sin  querer  restituir  ni  pagar, 
desde  que  Antonio  en  la  Tebaida  puso  la  primera  piedra  de 
nuestros  edificios,  hasta  la  hora  presente,  nada  bueno  existe  en 
la  sociedad  moderna,  que  no  tenga  de  nuestra  propiedad,  por- 
que ó  lo  hemos  criado,  ó  lo  hemos  mejorado  en  mucho. 

Cuando  después  de  la  irrupción  de  los  Bárbaros,  vuestro 
destino,  Sr.  Poder  Político,  hoy  tan  contento  de  vos  mismo,  era 
tal,  que  el  miedo  y  la  impotencia  no  os  dejaban  llenar  vuestros 
mas  precisos  deberes,  nuestra  capucha  monacal  os  dijo:  «ahí 
tienes  mis  Militares  y  mis  Hospitalarios  para  pelear  contra  tus 
enemigos,  y  aliviar  las  necesidades  de  tus  pueblos.» 

Viéndote  en  esta  época,  que  los  fondos  productivos  que  po- 
seías, no  te  alcanzaban  para  tus  gobernados,  la  caridad  y  el 
amor  que  te  tenemos,  nos  inspiró  la  económica  idea  de  criar 
los  Trinitarios,  que  comiendo  solo  legumbres  y  lacticinios, 
dieron  un  nuevo  incremento  á  tus  capitales  de  reses  y  ganados, 
prnándose  por  Jesucristo  de  la  parle  que  les  correspondía. 

Contemplando  en  la  misma  espresada  época,  que  no  siem- 
pre te  era  dable  el  sostener  el  honor  de  tus  armas  contra  tus 
enemigos,  y  observando  que  te  era  imposible  rescatar  tus  ban- 
dadas de  prisioneros,  instituimos  los  Mercedarios,  que  mas  in- 
trépidos que  tú,  ora  les  iban  á  arrancar  de  entre  las  filas  con- 
trarias, ora  pasaban  los  mares  á  exigírselos  al  mismo  orgulloso 
caudillo  de  tus  enemigos,  el  Bey  de  Argel  Y  nots  entre,  parén- 
tesis, que  sus  triunfos  les  conseguían  estos  pobres  páparos,  sin 
espadas,  sin  rifles,  sin  cañones  rayados,  sin  ninguno  de  estos 
instrumentos  de  que  tanto  te  envaneces;  llevaban  por  todo  per- 
trecho de  guerra,  esas  armas  de  fuerza  misteriosa,  y  de  que 
tanto  te  mofas:  el  báculo,  e\  rosario  y  el  breviario. 

Observando,  sin  ser  indulgentes,  que  las  inclinaciones  de 
la  naturaleza  exaltan  y  ciegan  á  algunas  de  tus  mujeres,  y  que 
llegado  este  caso  tú  para  dominar  el  corazón  no  presentas  mas 
que  discursos  inútiles  c  inmundos  rincones  de  cárceles,  noso- 
tras mas  patriotas  que  tú,  sin  hablar  de  patriotismo,  hemos  ins- 
tituido la  Orden  de  Beligiosas  Penitentes,  en  donde  el  peca- 
do, que  lú  apellidas  flaqueza,  encuentra  unas  considerado- 


ncs  y  miramientos  que  tu  filantropía  jamás  le  dispensa. 

Observando  que  la  libertad  dada  al  pueblo  por  Nuestro 
Señor  Jesucristo  es  la  «facultad  dada  por  el  mismo  Soberano  Se- 
ñor  á  cada  cual  de  poder  ser  todo  lo  que  pueda  ser,»  y  obser- 
vando así  mismo  que  esta  facultad  queda  amortiguada  sin  las 
luces  necesarias,  liemos  fundado  la  Orden  de  Escuelas  Pias,  en 
donde  se  enseñan  los  rudimentos  de  las  ciencias. 

Guiados  por  el  mismo  principio,  observando  que  algunas 
inteligencias  son  susceptibles  de  superior  desarrollo,  hemos 
criado  las  Ordenes  de  Jesuítas  y  de  San  Vicente  de  Paul. 

Viendo  que  las  riquezas  del  saber  se  encierran  casi  en  su  to- 
talidad en  archivos  y  en  bibliotecas  numerosísimas,  y  que  por 
otra  parte  están  escritas  en  el  papiro  y  el  pergamino,  y  en  len- 
guas y  dialectos  nada  comunes,  hemos  iustituido  la  Orden  de  Be- 
nedictinos. 

Viendo  que  la  riqueza  nacional  es  la  suma  de  todas  las  ri- 
quezas particulares,  hemos  desmontado  bosques,  cavado  desier- 
tos, abierto  caminos,  carreteras,  construido  puentes,  canalizado 
rios,  levantado  casas,  fabricado  templos,  y  hasta  para  que  os 
vistieseis  con  lujo,  hemos  ido  á  la  China,  y  dentro  un  báculo  de 
caña,  os  hemos  traído  el  gusano  que  produce  la  seda. 

Como  entre  los  romanos  el  nombre  de  eslranjero  equivalía 
a\  de  enemigo,  y  entre  nosotras  equivale  al  de  hermano,  y  ade- 
más antes  que  vosotros  entendimos,  que  el  comercio  es  uno  de  los 
agentes  naturales  en  las  obras  de  la  ilustración  y  del  bienestar  de 
'os  pueblos,  viendo  que  los  desiertos  y  los  ejércitos  de  salteado- 
res le  eran  en  su  niñez  un  obstáculo  insuperable,  salvamos  to- 
dos estos  inconvenientes,  fundando  la  Orden  de  los  Peregrinos', 
y  viendo  lo  pesado  de  la  tarea,  nos  desparramamos  todas  por 
los  caminos,  bosques  y  páramos,  y  trepamos  hasta  los  Alpes 
en  donde  hasta  á  los  perros  hicimos  servir  á  la  obra  de  la  Civi- 
lización Moderna. 

Mas  observando  al  hombre  con  todo  el  interés  que  su  estu- 
dio merece,  vemos  que  enferma  por  último,  que  agoniza  y  muere. 
Pues  para  que  le  cuide  en  su  enfermedad  tenemos  á  la  hermana 
de  la  Caridad,  para  cuando  agoniza  al  Hermano  Agonizante,  y 


-  56- 
para  que  después  de  muerto  no  quede  espuesto  á  las  injurias 
de  las  bestias,  tenemos  al  Hermano  Enterrador. 

Por  esta  reducida  pintura  de  nuestra  vida,  podéis  SeTwr  Po- 
der Político,  vislumbrar  por  lo  menos,  la  inmensa  responsabili- 
dad que  pesa  sobre  Vos  y  amigos,  por  esa  infinita  innumerable 
multitud  de  ideas  falsas,  que  hacéis  circular  en  el  vulgo,  con 
respecto  á  nuestro  oscurantismo,  senilismo  y  tiranía  sobre  los 
grandes  intereses  de  la  sociedad. 


Sección  XVIII. 

Continua  el  mismo  asunto. 


— Ciertamente  que  vuestro  afecto  parece  sincero,  responde  el 
Poder  Político;  pero  ¿cómo  queréis  que  acaricie  actualmente  Yo 
vuestros  deseos,  cuando  tengo  delante  de  los  ojos  una  realidad 
terrible,  inexorable  como  es  la  corrupción  de  la  Iglesia  Católica 
en  la  persona  de  sus  ministros? 

Aquí,  al  terminar  estas  palabras  el  Poder  Político,  suenan 
repentinamente  por  los  aires  músicas  augustas,  y  entre  himnos 
cuyas  melodías  deben  probarse  para  sentirse,  y  entre  ecos  ar- 
mónicos y  suavísimos  que  difunden  las  voces  de  ((¡Santa,  San- 
ta, Santa!....»  bañada  en  una  blanquísima  luz  suavizada  por 
una  especie  de  esplendor  celeste,  aparece  una  Mujer,  que  es  jo- 
ven, y  sin  embargo  deja  ver  que  su  nacimiento  ha  precedido  al 
de  muchísimas  generaciones  de  hombres.  Dá  esta  matrona  una 
tierna  mirada  á  las  Ordenes  Religiosas,  y  luego  tomando  una  ac- 
titud magestuosa,  dice  que  en  calidad  de  Iglesia  Católica  que 


— 57 — 

es,  á  ella  corresponde  la  solución  del  propuesto  reparo,  y  es- 
clama: 

—  ¡Insano!...  el  Templo  ácJcrusalcn  arde,  nó  antes,  sino  des- 
pués que  el  Capitolio  es  incendiado 

Yo  soy  inmaculada,  y  al  criarme  el  que  me  formó,  como  pa- 
ra que  en  ningún  tiempo  se  dudara  de  mi  integridad  y  pureza, 
egecuta  la  obra  con  tal  miramiento,  que  á  nadie  la  encomienda, 
sino  que  El  por  sí  mismo  la  levanta.  «Tú  eres  Pedro,  dice  y  so- 
bre esta  piedra  edificaré,  no  dice  edifica  tú,  ni  edificad  vosotros, 
sino  Edificaré,  es  decir:  Yo,  sin  intervención  estraña,  levanto 
Mi  Iglesia.»  Jesucristo  Nuestro  Señor,  mi  soberano  artífice,  está 
tan  plenamente  despojado  del  mal,  que  solo  él  ha  podido  pregun- 
tar, «¿qvién  me  argüirá  de  pecado?»  y  está  tan  apartado  en  la 
gobernación  de  las  cosas  y  en  todo  del  desorden,  de  todo  lo  que 
puede  constituir  preocupación,  engaño  y  equivocación,  que  so- 
lo él  ha  podido  decir,  «¿quién  me  argüirá  de  error?»  Yo  pues 
soy  Verdad  y  Bondad  sumas,  tanto  por  razón  de  origen,  como 
por  razón  de  vida.  «Mi  Iglesia»  me  llama  el  JJijo  del  Hombre, 
nó  Iglesia  de  este,  ni  de  aquel  sino  Suya.  La  que  es  pues  edifica- 
da por  Dios,  y  que  de  solo  Dios  es  patrimonio,  necesariamente 
afirma,  todo  lo  que  Dios  afirma,  que  es  la  verdad,  y  quiere, 
todo  lo  que  Dios  quiere,  que  es  el  bien,  y  condena,  todo  lo  que 
Dios  condena,  que  es  el  error,  como  quiera  que  vive  perpétua- 
mente  asociada  ála  Infabilidad,  y  gloriosamenteunida  á  la  Bon- 
dad. Yo  existo  independientemente  de  la  voluntad  humana,  y  nin- 
guno de  los  irsSTituHi-NTOS  deque  me  sirvo,  mas  que  se  llamara 
papa,  y  ninguno  de  los  furiosos  que  me  persiguen,  mas  que  se 
apellide  Víctor  Manuel,  me  quitarán  Jaméis  mis  escelencias,  ni 
las  soberanas  armonías  que  ha  puesto  en  mí  mi  Hacedor,  y  Na- 
die variará  Jamás  mis  afirmaciones,  y  Nadie  mudará  Jamás  mis 
negaciones;  y  el  término  de  mis  afirmaciones  será  perpéluamente 
el  bien,  y  el  término  de  mis  negaciones  será  perpéluamente  el 
mal.  Y  jamás  será,  lo  que  nunca  ha  sido:  que  mis  resplandores 
les  envuelva  el  mundo,  entrando  en  tratos  y  alianzas  con  sus 
absurdos  y  fines  infernales.  Esto  sentado,  voy  á  responder  al 
cargo. 


-58— 

Los  hombres  son  los  instrumentos  que  me  sirven  en  el  au- 
gusto ejercicio  de  mis  sagradas  funciones.  Estos  los  tomo  de  tu 
sociedad,  les  labro,  les  pulo,  les  sujeto  á  un  régimen  sistemáti- 
co, y  juntos,  constituyen  el  cuerpo  de  mis  Operarios.  Si  estos 
hombres,  estos  instrumentos  me  los  fabricas  tú,  mas  bien  para 
el  lujo  que  parala  producción,  mas  bien  para  el  vicio  que  para 
la  virtud,  y  el  ti  abajo  de  ellos  no  dá  derechos  mas  que 
para  el  menosprecio,  este  menosprecio  te  corresponde  á  tí, 
nó  á  Mí.  Al  conferir  mis  sagradas  órdenes  al  individuo,  no 
destruyo  el  hombre,  destruyo  en  él  la  utilidad  terrena  que  la  so- 
ciedad civil  ha  formado,  le  doy  una  utilidad  divina,  y  le  decoro 
con  un  valor  que  no  tenia,  en  honra  de  Dios  y  en  bien  de  los 
prójimos. 

Aunque  son  diferentes  las  situaciones  en  que  nos  encontra- 
mos en  la  conservación  del  individuo,  de  la  familia  y  de  la  so- 
ciedad, Dios  al  invocarme  á  Mí,  no  te  olvida  á  Ti.  Si  la  Pro- 
videncia me  ha  hecbo  á  mí  base  del  orden,  á  tí  le  ha  hecho 
auxiliar  Si  Jo  soy  cimiento,  tu  eres  pared.  Si  Tú,  pues,  pene- 
trado profundamente  de  estas  gracias  que  Dios  te  dispensa,  lé- 
jos  de  ensoberbecerte  y  de  sublevarte,  hubieses  conservádote 
adherido  á  Mí,  ya  reprimiendo  los  vicios,  ya  no  fomentando  las 
causas  que  conducen  á  la  pérdida  de  la  fé,  entre  las  cuales  de- 
bes contar  tus  duras  invectivas  contra  Mí  y  el  haberme  arreba- 
tado el  magisterio  de  la  enseñanza,  el  valor  de  mis  ministros  fue- 
ra tan  limpio,  que  seguramente  no  verías  en  él  mas  eclipses, 
que  las  inevitables  á  los  hijos  de  Adán,  confortados  por  el  Santo 
Espíritu.  El  hombre  es  un  compuesto  de  alma  y  de  cuerpo, 
el  cuerpo,  y  el  alma  necesitan  armonía,  esta  armonía  es  el  re- 
sultado de  dos  causas:  de  los  argumentos  al  alma  y  de  la  mo- 
ción al  cuerpo.  Lo  primero  me  esta  encomendado  á  Mí,  lo  se- 
gundo á  Tí.  Yo  y  Tú  juntos  en  uno  ocupamos  al  hombre  ente- 
ro, le  llenamos  todo.  Mas  separados,  el  hombre  llaquea,  porque 
mas  que  no  le  falte  Yo  que  soy  la  luz,  le  faltas  Tú  que  eres  el 
impulso,  el  freno- 

Y  á  pesar  de  tus  perdurables  imprudencias  y  de  tu  eterna 
poca  cautela,  debo  decirte:  que  los  hombres  malos  que  recibo 


-:;o~ 

de  Ti,  no  Ies  malogran  mis  sagradas  órdenes,  los  mejoran,  y  Ios- 
buenos  que  me  das,  los  levantan  hasta  la  grandiosidad  del  he- 
roísmo. Testigos  la  historia  y  la  experiencia  de  cada  dia. 

Ahora,  pues,  concedida  la  defectuosidad  en  algunos  de  mis 
operarios,  le  digo:  que  para  que  me  la  puedas  adjudicar  legíti- 
mamente, dehes  probar:  que  mi  religión  y  mi  moral,  ó  una  de  las 
dos,  es,  ó  son  las  causas  que  las  promueven,  lo  que  te  es,  y  eter- 
namente te  ha  sido  y  te  sera  Imposible!.  Cuya  imposibilidad .  en 
tratándose  de  Tí,  desaparece  hasta  el  punto  de  demostrarse  tan 
perfecta  como  matemáticamente  que  Tú  falseas  tus  deberes  has- 
ta el  estremo  de  ser  el  Espíritu  malo  que  atormenta  al  mundo 
actual. 

Tampoco  debemos  concluir  que  sea  defectuoso  lodo  opera- 
rio, que  Tú  apellidas  así,  pues  en  los  momentos  de  estremeci- 
miento y  en  los  accesos  de  frenesí  que  le  agitan,  suele  aconte- 
cer que  al  operario  que  Tú  levantas,  Tole  abato;  y  al  que  Tú 
abates,  Yo  le  levanto,  porque  en  31  i  no  varia  el  criterio  de  las 
acciones  ni  ningún  otro  de  mis  criterios. 

No  es  necesario  talento  ninguno  para  corromper  á  los  indi— 
divídaos  y  á  la  sociedad;  pero  es  menester  un  tacto  encumbra- 
do para  fecundarlos  de  un  modo  que  haga  renacer  el  valor  de 
que  los  despojó  el  pecado  de  Adán.  A  los  auxilios  de  la  gracia, 
es  preciso  juntar  el  apoyo  de  la  ra?on  para  domar  las  pasiones 
sublevadas.  Proclamando  la  omnipotencia  de  estas  pasiones,  me 
has  expulsado  de  los  colegios,  de  las  universidades,  en  las  es- 
cuelas me  concedes  mezquino  lugar,  y  tus  manejos  innobles,  tu 
conducta  pequeña  me  tiene  cautiva  hasta  en  mis  mismos  semi- 
narios. Esta  lucha  penosa,  esta  lucha  terrible,  esta  lucha  llena 
de  azares  me  ha  creado  una  vacilante  situación,  que  agravada 
por  mis  apremiantes  necesidades,  me  priva  del  reposo  del  tra- 
bajo, y  acaso  me  arraslran  al  impulso  del  momento,  y  de  ahí  na- 
ce que  esas  mis  órdenes  conferidas  como  avergonzadas  de  salir 
en  público,  burlan  una  que  otra  vez  mi  vigilancia,  y  presentan 
á  mí  misma,  á  la  familia  y  la  sociedad  unos  desagradables 
resarcimientos,  de  queso/o  á  tu  política  recelosa  y  opresiva  somos 
deudores.  Sobre  cuyos  gravísimos  daños,  estoy  muy  lejos  de 


-60- 

disputar.  supuesto  que  ellos  perpetúan  en  el  mundo  los  escán- 
dalos, y  contribuyen  á  su  disolución. 

Por  donde  resulla  que  los  operarios  de  quienes  te  quejas, 
son  hechuras  tuyas,  no  mias. 

Actualmente  estás  dando  ¡Poder  Político!  una  muestra  de 
estas  verdades  que  acabo  de  enunciar,  que  por  su  descomunal 
grandor,  á  la  vista  de  nadie  puedes  ocultar.  Ese  trastornador  de 
todas  las  cosas  y  de  todos  los  hombres,  á  quien  apellidas  Reí/  de 
Italia,  este  apóstata,  digo,  mas  quesea  solapadamente,  se  nie- 
ga á  la  libertad  de  la  elección  de  futuro  Pontífice,  y  quiere  que 
la  Iglesia  Católica  sea,  lo  que  él  dice  que  es,  y  nó  una  cosa  di  - 
ferente. 

Supóngase,  pues,  que  los  Cardenales,  sobrecogidos  de  la 
angustia  y  del  terror  en  que  los  ha  puesto,  eligen  un  Papa  que 
no  acepta  las  soluciones  puramente  católicas,  en  la  resolución 
de  los  pavorosos  problemas,  que  puede  dejar  pendientes  el  már- 
tir Pió  IX.,  ¿seré  Tola  responsable  de  los  cargos  que  resulten, 
cuando  estropeas  mi  oficio,  cuando  con  la  punta  de  tus  bayone- 
tas rasgas  mis  vestiduras  en  lo  que  tienen  de  mas  esencial,  de 
mas  íntimo,  de  mas  magnífico  el  conjunto  de  mis  magnificen- 
cias, cual  es  la  elección  del  sucesor  de  Pedro!.... 

Y  por  último,  ¿quién  sino  yo  puede  gloriarse  de  conocer  en 
toda  su  extensión  lo  que  prescribe  la  santidad  de  la  religión  y 
moral  evangélicas  en  contra  las  pasiones?  ¿Por  q.é  pues  con 
tus  malhadados  recursos  de  protección  y  de  fuerza  escapas  de 
mis  manos  á  culpables,  dejándoles  campear  libremente?  ¿Por 
qué  en  los  juicios  contra  mis  malos  obreros,  no  me  dejas  el  ter- 
reno sin  combatir?  Si  existen  ministros  mios  que  llevados  de  la 
liviandad  de  corazón,  perturban  al  individuo  y  á  la  familia, 
¿porqué  llevas  á  mal  que  me  declare  en  contra  de  los  actos  que 
inducen  á  estas  perturbaciones?  En  las  luchas  con  las  pasiones 
tu  impotencia  es  notoria,  y  yo  abundo  en  medios  eficacísimos 
para  obrar  sobre  el  hombre  entero,  y  señorearle. 

Me  llamáis  reina,  y  me  habéis  puesto  unos  grillos  y  espo- 
sas tan  pesados,  que  me  tienen  el  cuerpo  lleno  de  cicatrices!!! 


—61— 


Sección  X.IIXL. 


Término  del  asunto. 


— ¿Y  qué  utilidad  podría  sacar  yo  hoy  délas  Ordenes  Religio- 
sas'! dice  el  Poder  Político. 

— Yo  te  diré,  respóndela  Iglesia  Católica.  En  primer  lugar,  la 
utilidad  que  puedes  sacar  de  los  Institutos  Religiosos,  es  que  ta 
sociedad  que  te  está  encomendada  goce  de  mejor  salud.  Cada  una 
de  mis  comunidades  poséeun  Arte  de  Curar  ciertas  enfermedades 
del  ala  a,  y  el  curar  estas  enfermedades,  es  mejorar  notable- 
mente la  suerte  de  los  pueblos. 

Los  ejemplos  de  virtud,  producen  siempre  una  impresión 
favorable  aun  en  el  ánimo  de  la  corrupción  misma,  y  esta  im- 
presión adquiere  en  profundidad,  lo  que  los  ejemplos  adquie- 
ren en  duración:  la  vida  de  una  institución  religiosa  es  mas  lar- 
ga que  la  de  las  individualidades,  y  por  consiguiente  con  estas 
corporaciones  queda  la  sociedad  menos  espuesta  á  carecer  de 
modelos  que  la  esciten. 

Las  Ordenes  Religiosas  disminuyen  tus  desvelos.  Dos  naci- 
mientos son  dos  vidas  que  ocupan  dos  lugares  en  el  cuerpo  po- 
lítico, y  descartándote  de  una,  tus  atenciones  son  menores.  Es- 
ta sola  reflexión  hecha  en  Europa,  antes  de  la  destrucción  de 
los  conventos,  pudo  salvarla  de  la  terribilísima  crisis  porque 
atraviesa  actualmente. 

Las  revoluciones  son  menos  frecuentes.  Diversos  vínculos,  y 
mutuas  necesidades  relacionan  á  los  monasterios  y  conventos 
con  pueblos  y  ciudades  enteras:  vínculos  de  familia,  vínculos 


—62— 

de  amistad,  vínculos  de  madre,  vínculos  de  padre,  vínculos  de 
parentesco;  necesidades  de  luces,  necesidades  de  esperiencia, 
necesidades  de  capacidad,  necesidades  de  consuelos  y  necesida- 
des de  socorros,  y  todo  este  conjunto  de  correspondencias  dá  por 
resultado  la  moderación,  la  paciencia  en  soportar  penas  mora- 
les, igualmente  que  dolores  y  contratiempos  físicos.  Cuesta  me- 
nos sacrificios  á  los  afanes  de  la  autoridad  el  conservar  la  paz 
entre  las  muchedumbres  que  entran  y  salen  de  los  templos,  que 
entre  las  muchedumbres  que  entran  y  salen  de  los  clubs. 

Toda  idea  grande  tiende  á  realizarse  en  una  institución.  Los 
bienhechores  de  la  humanidad  son  los  que  han  revelado  al  mun. 
do  este  sólido  cimiento,  de  que  tanto  abusan  los  perturbadores 
del  dia.  Si  Pedro  de  Betancourt  no  hubiese  personificado  su  cari- 
dad en  la  Orden  de  Belhleemilas,  esta  caridad  nunca  hubiera  sa- 
lido de  Guatemala,  para  ir  á  buscar  á  los  desgraciados  en  el  fon- 
do de  las  minas  de  Me'gicoy  del  Perú.  Los  niños  expósitos  y  los 
enfermos  y  los  jóvenes  de  la  América,  de  la  Europa,  del  mundo 
entero,  ignorarían  boy  el  amor  que  les  tuvo  Vicente  de  Paul,  si 
este  amor  no  le  hubiese  vaciado  en  las  instituciones  que  Ucean  su 
nombre  y  apellido. 

Los  Institutos  Religiosos  además  de  ser  grandes  centros  de 
religión  y  de  moralidad,  son  también  grandes  centros  de  ilustra- 
ción y  de  civilización  y  de  cultura.  Los  grandes  cerebros  que  sur- 
jen  de  ellos,  son  medallas  acuñadas  en  memoria  de  esta  verdad. 
Como  que  las  ciencias  en  los  actos  de  sus  partos  solemnes  gus- 
tan del  retiro.  Los  bombres  mas  doctos,  visten  hábitos  religio- 
sos. Y  reina  en  ellos  tal  calidad,  que  envían  al  mundo  unas  ri- 
quezas de  que  no  gozan. 

Hoy  parece  que  no  le  gustan  mucho  al  mundo  los  jesuítas 
ni  frailes;  pero  ni  á  unos  ni  á  otros  les  quita  el  mundo  el  que 
queden  sus  doctores.  Los  revolucionarios  españoles  si  algo  quie- 
ren decir  de  su  historia,  tienen  que  consultar  con  el  valiente 
cuadro  que  de  ella  les  ha  trazado  el  pincel  del  Jesuíta  Mariana. 
La  Rusia  sin  la  cogulla  de  Néstor  ignoraría  de  dónde  salió.  Si  á 
los  moradores  de  los  continentes  americanos  los  frailes  no  les 
hubiesen  contado  su  historia,  los  países  en  donde  viven  les  fue- 


—63— 

ran  poco  meaos  que  tierra  incógnita,-^  si  no  les  hubiesen  enseña- 
do las  ciencias,  puede  ser  que  ni  supieran  leerrú  escribir.  La  Gran 
Bretaña  no  se  ha  eximido  de  un  viaje  á  Roma;  en  donde  ha  em- 
pleado al  sabio  Mar  ¡ni  para  que  le  diga  quién  es  ella.  Sin  los 
reverendos  frailes  Mabillon,  Marlene,  Labal,  Calmet,  Acltenji 
Bonquet  y  Monlfaucon,  no  creo  que  nadie  se  hubiese  atrevido  á 
escribir  de  historia.  Sin  Fray  Alcuino  no  se  hubieran  educado 
Abelardo,  Amoyol,  Boileau  y  otros  infinitos.  Y  ¡.qué  diré  de  esos 
picaros  jesuítas:  Bordaleau,  Gresset,  Parennin,  Noel,  Mcúns- 
bourg,  Larue,  Zech,  Sanadon,  Sirmod,  Mnriel,  etc.,  etc.,  á 
quienes  es  preciso  estudiar  para  saber  algo  bueno  de  política* 
de  administración,  de  teatro,  de  poesía,  de  periodismo,  de  ma- 
temáticas, de  mecánica,  de  jurisprudencia  americana,  de  todo 
en  fin?  Mas  siempre  tienen  los  oscurantistas  frailes  y  los  retró- 
grados jesuítas  motivos  de  estar  satisfechos  de  sus  progresistas  é 
ilustrados  enemigos;  su  libre  é  indagador  pensamiento,  aun  cuando 
detesta  sus  personas,  no  desdeña  escuchar  sus  conferencias  ni  ir 
á  beber  en  sus  libros. 

Esta  especie  de  elección,  Beverendos  Padres,  que  con  pre- 
ferencia á  otros,  hacen  los  serviles  esclavos  de  Juan  Jacobo,  de 
Diderot,  dl  Alemberi  y  de  Voltaire  de  vuestras  fatigas,  de  vues- 
tros trabajos  y  sudores,  os  dá  toda  especie  de  superioridad  so- 
bre el  patriotismo,  y  el  gusto,  y  la  ilustración  de  los  mismos. 

Tales,  pues,  son  las  riquezas,  Sr.  Poder  Político,  que  te 
ofrecen  mis  Ordenes  Beligiosas,  siempre  que  tú  mismo  no  en- 
tiendas la  política  y  la  religión  de  un  modo  incoherente.  Siempre 
que  no  abuses  de  tu  posición,  como  por  desgracia,  tienes  siem- 
pre demasiada  inclinación  á  hacerlo. 


-64— 


Sección  XX. 

Pablo,  el  Libertador. 


En  una  callejuela  sucia  y  sin  empedrar,  hay  una  casa  vieja 
y  dentro  de  una  oscura  pieza  de  esta  casa,  única  que  constitu- 
ye la  choza,  sobre  unos  trapos  tendidos  en  un  suelo  desigual, 
yace  una  muger  cuyas  facciones  revelan  una  grave  enfermedad. 
Cinco  hi  jos  macilentos,  descalzos,  y  apenas  cubiertos  de  andra- 
jos, rodean  á  la  enferma.  Pablo,  su  marido,  sentado  junto  á  ella 
cubierto  el  rostro  con  ambas  manos,  exhala  una  especie  de  mu- 
gido. 

— ¡Tenemos  hambre,  madre!....  claman  á  la  vez  las  cinco 
criaturas  con  un  acento  que  desgarra  el  corazón. 

— ¡Hoy  es  el  dia,  esclama  Pablo  con  desesperación,  y  levan- 
tándose súbitamente:  hoy  es  el  dia  en  que  esos  pérfidos  del 
Marqués  del  Vencimiento,  y  de  Ateo,  Impío,  Pretendiente  y  com- 
parsa obtendrán  lo  que  la  venganza  exige  de  mí!.... 

—¿Ya  ves,  Pablo?....  repone  la  enferma  con  voz  apagada:  Yo 
conocía  que  nos  amenazaba  una  gran  desgracia.  Tu  te  ponías 
furioso  cuando  te  contaba  los  rumores  poco  favorables  sobre 
esos  señores;  cuando  te  observaba  que  no  te  buscaban  por  moti- 
vos frivolos....  Recuerda  que  el  día  que  acarón  á  los  padres,  le 
lecia  yo  que  no  salieras  á  La  calle,  que  no  tomaras  participio.. . 
te  pregunté  cual  era  tu  proyecto,  y  me  disfrazaste  la  verdad.... 

—¿Cómo  te  la  pude  disfrazar,  ¡mujer!  cuando  yo  mismo  la  ig- 
noraba? interrumpe  Pablo  mohíno.  Además,  añade:  aunque  ten- 
go confianza  en  tí,  me  juramentaron,  y  nopodia  decírtelo  todo. 


— ¡Pues  bien!...  continúa  la  enferma  con  acento  de  amargura: 
esta  enfermedad  que  hoy  me  tiene  postrada,  Pablo,  me  ha  dado 
ya  muchas  veces,  y  tú  sabes  que  con  una  visita  á  San  Francis- 
co, volvíamos  siempre  á  esta  casa  con  algunos  pesos,  y  alguna 
recomendación  para  alguna  señora,  ó  señor,  que  nos  daba  p*or 
resultado  los  ausilios  necesarios  para  curarme,  para  comer  tú  y 
nuestras  criaturas,  y  para  vestirnos  todos.  Hoy...  hoy...  ¡pobres 
mis  criaturas!....  ¡Dios  mió,  Dios  mió,  por  piedad  no  las  maldi- 
gáis, ellas  son  inocentes....  á  nosotros  nos  toca  sufrir  el  casti- 
go!.... grita  la  enferma  volviendo  la  cabeza  y  levantando  los 
brazos  a/  cielo  en  actitud  de  plegaria. 

—Te  protesto,  mujer,  clama  Pablo  frenéticamente,  que  este 
ayuno  prolongado  tiene  por  término  un  patíbulo,  pero  no  será 
antes  de  que  acabe  con  tanto  picaro. 

— Ten  prudencia,  Pablo,  dice  la  mujer,  acaso  si  ocurres  á 
esos  señores.... 

—¿Qué?....  interrumpe  Pablo:  voy  á  contártelo,  porque,  al 
fin  y  al  cabo,  todo  el  mundo  lo  sabe.  Yo  y  Garrapa,  el  zapatero, 
somos  los  autores  quizás  de  todo  el  delito,  y....  ¡es  para  encen- 
derse en  cólera!  al  maestro  le  tienen  en  cadena  por  diez  años 
por  no  sé  qué  cuchara  de  plata,  que  me  cuenta  no  se  robó  él, 
sino  Don  Impío,  al  paso  que  ayer  por  poco  me  juntan  con  él, 
porque  al  salir  incurrí  en  el  crimen  de  ir  al  Gobierno  á  reclamar 
algo  de  las  ofertas.  Salí,  y  todavía  en  paz  y  cortesía  vi  al  Mar- 
qués, al  señor  Pretendiente,  al  señor  Pasión,  y  al  señor  Orgullo, 
y  olvidados  de  los  mil  mimos  que  me  hacían  cuando  me  habían 
menester,  el  que  mejor  respuesta  me  dá  es  la  de  «\consuelate 
con  otro!»— Con  qué....  ¡veremos!  


—66— 


Sección  XXI. 

Conclusión  de  esle  capítulo  segundo:  Anselmo,  el  Libertador,  y  Don  Pretendiente, 
comprador  de  los  llamados  «Bienes  Nacionales,)) 


—En  efecto,  Señor  Anselmo,  dice  D.  Pretendiente  á  un  labra- 
dor que  en  su  despacho  y  en  pié  le  escucha  con  sumisión  reve- 
rente; sois  del  estado  llano,  y  no  tenéis  como  yo  ejecutaría:  pero 
la  Constitución  lo  iguala  lodo.  Ella  dice:  «Art.  1.°  Los  ciudada- 
nos sonirjuales  ante  la  ley.»  Y  si  la  igualdad  la  gozamos  todos, 
¿con  cuanta  mayor  razón  la  debéis  gozar,  vos  que  hasta  de  lo 
mas  preciso  os  habéis  despojado  por  amor  á  la  Libertad  de 
que  disfrutamos? 

—Señor,  y  vaya  sin  jactancia,  á  lo  menos  en  el  degüello  de 
os  frailes  y  litigios  con  la  Iglesia,  be  dado  muestras  de  saber  mi 
obligación. 

— ¿Habéis  comprado  alguna  (inca? 

—¿Yo?....  sobre  que  no  tengo  para  sopas,  el  hilo  está  en  que 
no  entiendo  jola  de  treces  ni  catorces. — Mas  el  tiempo  corre:  us- 
ted sabe,  seTwr  Don  Pretendiente,  que  yo  aborrecía  á  los  frailes 


—07— 

y  á  los  cabildos  catedrales,  pero  que  esto  no  implica  el  que  me 
llevase  bien  con  todos.... 

— En  efecto....  (¿Qué  embajada  será  esta'?) 

— ¡Pues  bien!  estos  señores  hasta  la  fecha  me  han  suminis- 
trado fondos  para  fomentar  la  labranza,  unos  al  tres,  y  otros  al 
seis  por  ciento  anual;  mas  hoy,  como  veis,  unos  no  existen,  y 
otros  han  quedado  sin  un  centavo,  por  lo  cual  no  dudo  que  Vue- 
cencia, cuyo  patriotismo  es  notorio,  contribuirá  gustoso  á  la  pros- 
peridad de  mi  industria,  abonándole,  se  entiende,  el  mismo  in- 
terés. 

— Ni  aun  mayor  que  fuera,  señor  Anselmo,  responde  D.  Pre- 
tendiente, os  prestaría.  Llevo  tan  en  orden  mis  principios  de  Ii- 
beitad,  que  mi  bolsillo  jamás  lo  ligo  con  ningún  otro  bolsillo. 

— Pero....  señor,  yo  no  puedo  creer  que  Vuecencia  no  me  vea 
con  consideración,  á  mi  que  entre  otras  cosas,  tanto  le  hé  ayu- 
dado en  la  adquisición  de  esas  casas  y  haciendas  de  los  frailes,  que 
hoy  le  constituyen  uno  délos  hombres  mas  poderosos  de  la  Na- 
ción. 

—En  efecto,  señor  Anselmo,  tengo  motivos  para  estar  satisfe- 
cho de  mis  progresos;  pero  de  esto  uo  se  sigue  que  me  conside- 
re obligado  á  repartirles  con  vos.  Y  si  habéis  contribuido  en  la 
supresión  de  las  Ordenes  Religiosas,  tampoco  os  habéis  quedado 
sin  compensación,  supuesto  que  la  libertad  prolonga  la  duración 
de  la  vida. 

—  Yo  creo  que  me  la  va  á  quitar,  dice  el  señor  Anselmo  con 
humor  cetrino....  Válgame  Dios!....  yo  mismo  he  contribuido  á 
la  destrucción  y  ruina  de  mis  bienhechores,  y  me  he  quedado 
sin  medios  para  trabajar  mis  tierras.  .  Hágame  Usted  la  fineza!.. 

—  Señor  Anselmo,  dice  D.  Pretendiente,  levantándose  y  como 
despidiéndole:  mucho  interés  me  inspira  vuestra  situación;  pero 
desde  luego  os  repito  que  no  os  presto. 

—  ¡Me  suicido!.... 

—¡Señor  Anselmo]....  dice  D.  Pretendiente  en  tono  resuelto 
é  indicándole  la  puerta  del  despacho:  ¡salid!....  no  estoy  con 
humor  de  sufrirá  nadie! 

(Como  no  vuel  vas,  ¡mas  que  te  lleven  los  diablos!) 


-68— 

A  pocos  días  de  esta  escena,  se  lee  en  el  «Boletín  Oficial»  el 
siguiente  aviso:  «Se  saca  á  pública  subasta  la  heredad  del  señor 
Anselmo  Ford  por  falta  de  pago  á  sus  acreedores.» 


CAPITULO  TERCERO. 


Escelencias  del  Error. 


Descritas  en  el  Capítulo  anterior  los  miasmas  letales  que 
marchitan  la  Flor  de  la  elocuencia  española,  sigamos  oyendo  los 
estragos  que  causa  al  huir  de  las  luces  que  la  atraen  y  al  preci- 
pitarse en  las  tinieblas  que  la  envuelven. 

«Las  ideas  mas  necesarias  á  la  conciencia,»  dice  el  Sr.  Cas- 
telar,  «brotan  bajo  el  abono  del  error,  como  las  plantas  masnece- 
«sarias  á  la  vida  brotan  bajo  el  abono  del  estiércol.  La  filosofía 
«griega,  el  cristianismo,  el  renacimiento,  la  revolución  moderna 
»han  nacido,  siendo  las  revoluciones  mas  luminosas  de  la  huma- 
nidad, entre  espesas  sombras  de  errores.» 

De  este  razonamiento  saco  yo  en  nombre  del  Sr.  Castelar  las 
siguientes  consecuencias: 

1.  a  Que  el  conocimiento  de  Dios,  de  los  hechos  y  revelacio- 
nes del  orden  religioso,  de  los  hechos  y  acontecimientos  socia- 
les, de  las  leyes  que  obligan  la  razón  y  el  libre  albedrio,  y  el  de 
aquellas  otras  necesarias  que  rigen  el  universo,  es  decir  que  los 
conocimientos  religiosos,  sociales,  morales' y  naturales  nc  son 
contradictorios  con  el  error,  sino  que  se  suponen  mutuamente 
y  se  resuelven  los  primeros  en  el  segundo,  como  se  resuelve 
el  estiércol  en  las  plantas. 

2.  a  Que  del  mismo  modo  y  por  la  misma  razón  el  cristia- 
nismo y  el  renacimiento  y  el  error  no  viven  en  guerra  irre- 


-70- 

vocable,  sino  que  subsisten  en  armonía,  como  la  planta  y  el 
abono.  •  ' 

Y  3.a  Que  el  principio  constituí  'ro  del  bien,  depende  del 
principio  constitutivo  del  mal,  que  las  propiedades  y  relaciones 
de  amhos  seres  están  ligadas,  y  por  tanto  que  no  hay  masque  un 
ser  con  existencia  moral:  lo  que  despojado  de  las  formas  miste- 
riosas del  lenguaje  tiene  por  término  la  resureccion  gloriosa  de 
Spinosa,  el  Panteísmo. 

Vamos  á  ver  ahora  si  estos  delirios  tan  opuestos  á  la  razón 
quedan  realmente  probados  por  el  Sr.  Cas te lar  con  los  sucesos 
históricos  en  que  les  apoya.   .  i 

El  Cristianismo  aparece  en  tiempo  de  Augusto,  es  decir,  en 
el  principio  del  Imperio  romano  y  en  el  principio  de  la  irrup- 
ción de  los  Bárbaros.  Mas  de  que  el  Cristianismo  se  deje  ver 
entre  dos  razas  de  pueblos  que  son  las  manifestaciones  supre- 
mas de  todos  los  errores,  ¿será  lógica  la  consecuencia  de  que  la 
manera  de  ser  del  Cristianismo  dala  de  la  manera  de  ser  de 
Grecia  y  Roma,  y  que  la  manera  de  ser  con  que  quiso  Nuestro 
SeTwr  Jesucristo  que  fuera  el  Cristianismo  cuando  le  formó,  con- 
fúndese con  la  manera  de  ser  del  politeísmo,  y  del  paganismo 
centros  de  todos  los  absurdos?  De  la  existencia  ¿es  lícito  inferir 
la  dependencia!  Porque  los  señores  Alonso  Martínez,  Cánovas,  y 
Castelar  existen  simultáneamente  en  el  Congreso  español,  ¿pode- 
mos afirmar  que  el  uno  brota  del  otro  '! 

¿Qué  nos  dice  la  historia  acerca  de  la  actitud  del  Cristia- 
nismo entre  los  rugidos  del  pueblo  romano  y  las  tempestades 
del  pueblo  bárbaro?  Que  el  Cristianismo  se  declara  libre,  que  se 
niega  á  ser  materia  de  apropiación  para  unos  y  para  otros,  que 
á  ambos  Ies  declara  la  guerra,  y  que  después  de  descomunal 
batalla,  venciendo  á  paganos  y  venciendo  á  bárbaros,  los  sojuz 
ga  á  todos  y  los  transforma  en  el  ser  que  da  origen  á  las  nacio- 
nes modernas.  Por  donde  podéis  ver,  Sr.  Castelar,  como  vuestras 
espesas  sombras  de  errores  no  son  auxiliares,  y  menos  causas  del 
Cristianismo,  sino  enemigos  gloriosamente  uncidos  al  carro  de 
su  triunfo.  Las  falsas  religiones,  las  falsas  morales  y  las  falsas 
doctrinas  filosóficas  entre  quienes  vé  mi  compatriota  orador  on- 


dalarel  lábaro  del  Dios  vivo,  no  nos  las  presenta  la  Historia 
como  reliquias  al  lado  délas  de  San  Pedro  y  San  Pablm,  sino 
como  árboles  derribados  en  la  vasta  ostensión  de  los  desiertos, 
que  anuncian  los  prodigios  de  la  industria  divina,  como  ruinas 
caídas  á  sus  piés. 

Tampoco  vienen  caracterizadas  por  la  Historia  en  las  espe- 
sas sombras  de  errores  del  Sr.  Castelar  las  magni licencias  del 
Renacimiento.  Fijas  siempre  las  miradas  del  Anacarsis  español 
en  la  revolución  republicana  de  Grecia,  henchido  su  numen  del 
vano  saber  adquirido  en  aquellas  escuelas  y  en  la  de  les  huesos 
de  los  enciclopedistas  del  siglo  XVIII. ,  recubierlos  actualmente 
con  piel  blanda  y  colorada,  sigue  con  su  gravitación  el  movi- 
miento de  todos  aquellos  espíritus,  llevando  á  .España  opinio- 
nes é  instituciones  estranjeras,  de  cuyas  excelencias  da  testi- 
monio el  primer  acto  ensayado  en  los  incendios  y  víctimas  ha- 
cinadas nuevamente  en  París. 

El  Renacimiento  es  hijo  del  Cristianismo.  El  cuerpo  gra- 
vita siempre  hácia  donde  gravita  el  espíritu.  Si  el  espíritu  es 
griego,  el  cuerpo  es  griego;  si  el  espíritu  es  romano,  el 
cuerpo  es  romano,  y  si  el  espíritu  es  francés,  el  cuerpo  lo 
es  tamhien;  y  si  el  espíritu  es  un  monstruo  formado  de  lodos 
los  retazos,  el  cuerpo  es  este  mismo  monstruo:  testigo  la  época 
presente.  Esta  época  lo  transpira  lodo,  menos  verdad.  Esta  época 
hace  estudio  de  halagar  todos  los  errores  capitales  por  mas  que 
manifiestamente  se  desvien  del  camino  de  la  civilización.  Si  in- 
dividualidades de  esta  época  no  se  sintieran  vivísimamente  mo- 
vidas por  las  armónicas  y  eternas  leyes  católicas,  fuera  inferior  á 
la  Grecia  dePitágoras  y  á  la  Roma  de  Bruto:  fuera  la  Inglaterra 
de  Cromrvellyh  Francia  de  Robespierre.  Todos  los  gobiernos  s¿- 
cularizados  son  como  Menandro,  sus  generales  como  Pausanías, 
y  sus  tropas  como  las  persas,  que  pierden  en  la  historia  su 
nombre  propio,  y  loma  el  primero  el  de  monstruo,  el  segundo 
el  de  jactancioso  y  venctuor  de  su  patria,  y  los  últimos  el  de 
traficadores  con  sus  conciencias  vendiéndolas  al  mas  impío. 

Vencidos  los  dioses  paganos  por  el  Cristianismo,  son  á  la  vez 
vencidos  los  romanos  por  los  bárbaros,  y  los  bárbaros  vencedo- 


res,  son  poco  á  poco  desprendidos  por  el  Cristianismo  de  los 
errores*  de  Odin  y  de  Ilencerus,  hasta  ponerlos  en  definitiva  en 
el  camino  derecho,  y  bajo  sus  órdenes.  Convertidos  los  bárba- 
ros al  Cristianismo,  el  Cristianismo  hace  sentir  al  mundo  las 
manifestaciones  solemnes  de  la  razón  suprema  que  está  en  él. 
Estas  manifestaciones  son  la  condenación  radical  de  todas  las 
teorías  absurdas  y  la  condenación  completa  de  todas  las  ideas 
contradictorias  y  de  todos  los  usos  y  costumbres  corrompidas. 
Con  e6tas  consideraciones  queda  señalado  por  el  Cristianismo  en 
el  mundo,  á  cada  idea  su  palabra,  á  cada  palabra  su  nombre, 
y  cada  nombre  su  cosa,  y  á  cada  cosa  su  término.  Y  la 
única  cosa  que  no  entra  en  posesión  de  su  verdadero  vocablo, 
es  la  cosa  espresada  bajo  la  voz  de  Renacimiento.  Si  el  saber  es 
la  verdad,  y  la  verdad  está  en  huir  del  error  para  ir  á  dar  en 
Dios,  el  término  Renacimiento  es  liviano,  á  fuer  de  incompleto: 
en  la  edad  media  las  letras  no  renacieron,  sino  que  nacieron,  la 
verdadera  ciencia  ha  sido  creada  por  Dios  sobre  la  tierra,  y  lo 
que  se  apellida  Renacimiento,  viniendo  como  viene  á  ser  el  cen- 
tro de  la  verdadera  civilización  y  cultura,  debe  llamarse  Naci- 
miento. 

Ningún  inconveniente  veo  yo  en  afirmar  que  la  Iglesia  Ca- 
tólica, conociendo  como  conoce,  este  corazón  humano  de  suyo 
tan  bramador,  y  de  sí  tan  turbulentísimo,  debió  de  restringir  al- 
gún tanto  los  altos  dones  que  le  son  propios,  recogiendo  el  gran 
círculo  que  trazó  al  bárbaro  con  su  dedo,  y  dejando  á  cierlos  y 
ciertos  manuscritos  y  volúmenes  sometidos  al  destino  de  la  des- 
trucción, adherido  álos  instintos  de  los  soldados  de  Atila  y  de 
Alarico.  Yo  no  considero  á  los  revolucionarios  modernos  de 
cerebros  tan  completos,  de  tan  buenas  prendas,  que  sin  los  ori- 
ginales de  Grecia  y  Roma,  no  tuviesen  muchísimas  imperfec- 
ciones. Y  si  no  se  quiere  tanto  rigor,  bastaba  que  esos  monges 
benedictinos  y  esos  otros  frailes  tiranos  no  se  hubiesen  ocupado 
en  trasladar,  en  verter  en  los  idiomas  modernos  todas  aquellas 
riquezas  de  que  tanto  se  abusa.  A  pesar  de  nuestro  profundo  sa- 
ber actual,  no  vacilo  en  afirmar  que  nt  yo  católico,  y  ni  el  Se- 
ñor  Castclar,  y  ni  la  generalidad  de  revolucionarios,  sabemos 


—73— 

componer  un  miserable  retazo  en  hebreo,  en  griego  y  aun  en 
latín,  sin  amontonar  vocablos  cuyo  sentido  nadie  puede  desci- 
frar. Mas  como  quiera  que  la  metempsícosis  griega,  romana  y 
francesa  milita  en  favor  del  tiempo  presente,  parece  necesario, 
si  no  se  quiere  el  caos,  una  segunda  transmigración,  que  á  ma- 
nera del  círculo  de  Pitágoras,  se  recoja  el  estremo  prevarica- 
dor, y  mas  que  sea  baciendo  un  esfuerzo,  invoquemos  á  Dios, 
único  que  apareciendo,  hará  sin  obstáculos  el  milagro  de  arran- 
car de  los  pechos  el  ateísmo,  inundándoles  de  las  ondas  fortifi- 
cantes de  la  gracia. 

Entre  las  instituciones  contra  quienes  contiende  hoy  el 
Sr.  Castelar,  á  la  que  verdaderamente  corresponde  un  honor 
sempiterno  por  el  Nacimiento,  es  á  la  nobleza.  Este  honorable 
cuerpo  prestó  eminentísimos  servicios  al  desarrollo  de  los  dere- 
chos de  las  libertades  de  los  hombres,  bajo  la  subordinación  de 
la  Iglesia  Católica.  La  nobleza,  por  mas  que  se  venga  evange- 
lizando guerra  á  ella,  claman  las  elocuentísimas  páginas  déla 
Historia,  que  por  su  parte  en  las  glorias  pasadas,  merece  parte 
en  las  glorias  futuras  Ella  es  el  instrumento  de  que  la  Iglesia 
se  sirvió  para  mostrar  en  los  siglos  venideros  las  abundantísi- 
mas riquezas  de  los  méritos  de  Jesucristo  Nuestro  Señor  sobre 
nosotros.  Derogando  con  su  espíritu  de  caballería  la  ley  romana 
de  esclavos  y  señores,  derogada  por  los  preceptos  del  Evangelio, 
en  sí  misma  formó  esclavos  y  señores,  mató  enemistades,  y  des 
hizo  la  pared  intermedia  de  la  cerca,  convirtiendo  en  siervo  al 
esclavo  romano,  vistiéndole  de  soldado,  y  llevándole  á  sus  cam- 
pamentos, en  los  cuales  le  borró  gradualmente  las  señales  de 
sus  pasadas  cadenas,  según  su  destreza  é  iuslruccion,  en  los 
movimientos  del  manejo  del  arma  en  marchas,  encuentros,  ba- 
tallas y  evoluciones.  Por  donde  conforme  á  la  determinación 
de  Dios,  fueron  sucesivamente  notificadas  al  mundo  las  magni- 
ficencias del  hombre  en  el  orden  de  la  naturaleza  y  de  la  gracia. 

Fáciles  alucinar  á  los  incautos  declamando  enfáticamente 
contra  la  ambición  de  la  Iglesia,  la  tiranía  de  los  papas  y  la  per- 
versidad de  la  nobleza.  ¿Qué  cosa  mas  sencilla  que  presentarse 
al  pueblo  guiado  por  las  pasiones  que  son  el  símbolo  de  él,  y 

10 


-74- 

haciendo  resonar  en  su  oido  las  palabras  de  democracia,  de 
igualdad,  de  tiranía,  de  despotismo,  y  de  ricos  y  pobres,  apode- 
rarse de  Atenas  cual  otro  Pisistrato?  Gordos,  lloridos,  bizarros, 
elocuentes,  generosos,  de  aspecto  simpático,  de  imaginación 
culta,  nuestros  patriotas  del  día,  si  consienten  en  ser  exaltados  al 
poder  no  es  ambición  ninguna:  es  porque  se  hallan  embarazados 
en  su  obra  por  la  Iglesia  y  por  los  nobles,  que  los  quieren  ase- 
sinar; y  sino  ved  á  esas  ilustres  víctimas  de  la  democracia  .  .  . 
vedados  libertadores  jacobinos .. .  védles  presentarse,  cual  aquel 
engañador  de  Solón,  á  los  ojos  del  pueblo  en  las  plazas  públicas 
bañados  en  la  sangre  que  manan  las  heridas  que  ellos  astuta- 
mente se  han  abierto!....  ¡Cuándo  entenderemos  los  hombres 
que  esos  Prims,  esos  Castelares  y  esas  cohortes  todas  de  em- 
busteros que  atruenan  el  mundo  con  las  voces  de  democracia 
visten  el  traje  que  han  vestido  siempre  todos  los  enemigos  del 
género  humano:  que  buscan  pretesto  para  hacerse  de  honores  y 
de  doblonesV.l  Napoleón  I  de  oficial  se  firmaba  «ciudadano  sin  ca- 
misa:» sabido  es  de  que  clase  se  la  puso.  Prim  de  cadete,  decia 
en  Vich  «ó  faja,  ó  caja:»  esto  prueba  que  ya  de  muy  atrás  no 
opinaba  por  vivir  sometido  á  las  privaciones  de  la  democracia. 
El  valor  y  la  energía  patrióticas  de  nuestro  héroe,  el  Sr.  Caste- 
lar,  comenzaron  la  vida  pública  revelándonos  que  era  propieta- 
rio de  no  sé  cuantos  reales:  es  probable  que  después  de  esos  dias 
enteros  pasados  en  marchas  y  fatigas,  haya  mejorado  su  bolsi- 
llo y  se  presente  vestido  con  mas  gusto  en  el  Senado.  Y  ¿qué 
diré  del  Patriota  Espartero,  que  de  soldado  raso  hoy  al  salir  de 
su  casa,  se  saluda  con  descarga  de  cañonazos  de  príncipe!  Y 
¿qué  no  puedo  contar  de  todos  esos  escuadrones  de  hombres 
improvisados  que  ostentan  sus  armas  de  nobleza,  sin  deber  la 
introducción  al  goce  de  los  privilegios  mas  que  á  las  compras 
hechas  con  la  indigna  adquisición  de  los  capitales  robados  á  la, 
Iglesia?  Y  no  se  me  venga  provocando  pretextando  méritos,  por. 
que  si  la  refriega  se  traba,  el  que  mejor  librado  saldrá,  será  con 
el  escudo  en  blanco  y  sin  empresa  alguna.  Haced  la  prueba  ensa- 
yando inventarios  primero.  Y  entreteneos  cuanto  os  plazca  en 
criar  nuevos  duques,  marqueses  y  condes,  que  no  lograreis  la 


fusión  entre  dos  castas,  que  la  justicia  déla  Historia  mantendrá 
eternamente  separadas:  los  descendientes  de  los  Pnms  y  de  los 
Esparteros,  aunque  sobrepujen  á  los  Osunas  y  Vilumas  en  privi- 
legios, siempre  les  serán  inferiores  en  fuerzas;  la  simple  vista 
siempre  dirá  que  los  segundos  son  algo  mas  que  los  primeros. 

Tanto  la  Iglesia  como  la  nobleza  han  tenido  con  el  pueblo 
aquellos  miramientos  que  debían  tenerle  según  la  manera  de 
ser  en  que  le  dejó  la  sociedad  pagana.  La  razón  de  acuerdo  con 
la  experiencia  constante  nos  dice  que  para  ver  levantado  al 
pueblo  á  la  altura  debida,  eran  necesarias  las  monarquías  feu- 
dales, las  de  los  grandes  pares,  de  los  estados  generales,  y  las 
incursiones  do  la  parlamentaría  en  las  suspensiones  de  los  esta- 
dos y  de  la  monarquía  absoluta.  Si  sin  esos  incidentes  de  golpe 
hubieseis  constituido  al  antiguo  esclavo  en  municipios,  vecinos  y 
pueblo,  léjos  de  poderse  sustentar  en  este  estado,  hubiera  caido 
en  la  misma  pobreza  en  que  antes  estaba.  El  antiguo  esclava 
para  tomar  el  carácter  de  propietario,  debía  por  ley  auténtica 
de  los  séres  ir  por  viade  desarrollo  y  ser  antes  conquistador. 
Estas  razones  de  necesaria  continuidad  en  la  obra  de  la  civili- 
zación, dan  por  resultado  lógico  la  destrucción  de  los  cargos  que 
los  revolucionarios  actuales  fulminan  contra  la  Iglesia  y  contra 
la  Nobleza.  Si  estos  dos  grandes  vivientes  hubiesen  resignado 
cuando  se  pretende  la  tutela  del  pupilo,  el  pupilo  indefectible- 
mente hubiera  vuelto  á  entrar  en  las  vias  de  su  esclavitud  pri- 
mitiva. Si  al  operado  de  catarata  le  exponéis  súbitamente  á  la 
luz,  ciega. 

La  inenarrable  simetría  con  que  el  Sr.  Castelar  coloca  los 
nombres  de  filosofía  griega,  Cristianismo  y  Renacimiento,  y  de 
revolución  moderna,  indica  que  quiere  establecer  la  igualdad 
para  con  todos;  y  como  quiera  que  la  nativa  excelencia  del  Cris- 
tianismo y  del  Renacimiento  pudieran  revelarse  proclamando  la 
desigualdad  de  los  dones,  ha  imaginado  ponerles  en  su  perio- 
do, como  ahora  están  en  el  mundo,  en  medio  de  la  filosofía  grie- 
ga y  de  la  luminosa  revolución  moderna,  por  si  intentan  reacción^ 
caigan  en  manos  de  una  de  las  dos  demagogas,  y  su  esclavitud 
sea  sin  remedio,  y  su  castigo  instantáneo. 


—76— 

Yo  pido  á  la  ilustración  y  al  liberalismo  del  Sr.  Cas  telar  en 
nombre  de  esa  misma  Historia  en  que  se  inspira,  que  saque  á 
los  dos  mas  grandes  bienhechores  del  humano  Unage  de  entre  esas 
dos  impúdicas  rameras,  en  que  les  ha  puesto,  y  que  las  deje  á 
ellas  sentadas  en  el  mismo  lugar  en  que  tan  bien  asentadas  las 
ha  colocado.  Ellas,  como  nacidas  de  espesas  sombras  de  errores, 
se  alimentan  de  ellos,  y  abruman  con  su  peso  al  siglo  XIX. 
Sin  embargo,  para  formar  siquiera  á  los  revolucionarios  de  la 
época  algunos  elementos  de  sana  convicción,  no  rehuso  tomar 
de  la  Grecia  algunas  especies  de  bienes.  De  Simonídes  tomo  los 
cánticos  á  la  Divinidad;  de  Esopo  la  fábula  de  las  Ranas  pidiendo 
Rey,  de  los  Sábios  la  Moral,  y  para  todos  los  pueblos  que  toleran 
á  Castelares,  tomo  .aquel  dicho  de  Solón  á  Thespis:  «¿Toleramos 
las  mentiras?  No  tardaremos  en  verlas  mezcladas  con  nuestros  mas 
caros  intereses.» 


capítulo  cuarto. 


En  qué  consiste  la  Libertad  de  Pensar,  según  el  mismo  Señor 
Castelar. 


«Querer  la  libertad  de  pensar  sin  error,  continúa  elSr.  Cas. 
»telar,  es  como  querer  movimiento  de  la  tierra  sin  estaciones, 
«sol  sin  calor,  aire  sin  viento,  trabajo  sin  esfuerzo,  vida  sin  ma! 
»que  el  mal  está  unido  al  límite,  y  el  límite  pegado  como  ca- 
»dena  perpétua  á  nuestra  naturaleza.» 

Hemos  visto  al  Sr.  Castelar  aprostrofando  al  Sr.  Alonso 
Martínez  por  designios  de  querer  poner  á  la  monarquía  y  á  h 
Iglesia  que  apellida  intolerante  «fuera  del  alcance  del  libre  é  in- 
dagador pensamiento,»  y  aquí  definiéndole  nos  afirma  que  el  li- 
bre é  indagador  pensamiento  es  Error,  y  que  quererle  sin  error, 
es  tan  imposible  como  querer  sol  sin  calor  y  aire  sin  viento.  Y 
andando  hinchado  vanamente  en  el  sentido  de  su  carne,  como 
para  que  nadie  cstravíe  al  mundo  enseñando  lo  que  no  entiende 
sobre  la  naturaleza  del  ídolo,  y  cada  uno  le  use  según  sus 
preceptos  y  doctrinas,  triunfante  le  saca  confiadamente  en  pú- 
blico, comparándole  á  las  estaciones,  es  deeir,  á  la  variedad,  al 
calor,  esto  es,  á  las  pasiones,  al  viento,  al  esfuerzo,  al  mal,  y 
dogmatiza  que  el  mal  le  está  al  libre  pensamiento,  que  apellida 
límite  tan  pegado  como  cadena  perpétua. 

Por  donde  tenemos  que  el  lenguaje  del  Sr.  Castelar  para 
con  el  Sr.  Alonso  Martínez  es  este: 

«No  tenéis  derecho  á  provocar  una  reacción  política,  que 


-78— 

«provocando  una  reacción  religiosa  y  moral,  pondría  vuestros 
«viejos  penates,  la  monarquía  y  la  Iglesia  intolerante,  fuera  del 
^alcance  del  error,  de  las  variaciones,  de  las  pasiones,  de  los  vientos, 
y>del  mal,  y  de  la  cadena  perpetua. » 

Aquí  sí,  Sr.  Caslelar,  que  si  yo  fuera  vuestro  subalterno 
preguntaría,  ¿cuál  es  el  objeto  de  la  espedicion  del  general}  Por 
que  me  he  quedado  como  Jerjes  después  de  la  catástrofe  de  las 
Termopilas:  no  sé  que  pensar  de  la  serenidad  de  los  griegos.  Pos- 
cribirjla  monarquía  y  declarar  intolerante  á  la  Iglesia,  porque 
se  niegan  á  pactar  vida  común  con  el  error  y  con  las  pasiones,  y 
con  las  variaciones,  y  con  los  vientos,  y  con  lo  que  lo  corona  to- 
do, en  fin:  la  cidena  perpetua,  es  encerrar  el  liberalismo  bajo  el 
pecado. 

El  Sr.  Castelar,  pues,  al  pedir  al  Ubre  pensamiento  por  le- 
gislador, pide  la  esclavitud  por  concubina  de  las  naciones.  Si  yo 
me  hubiese  propuesto  escribir  la  apología  de  la  monarquía  y  de 
la  Iglesia,  muy  difícil  me  hubiera  sido  poner  en  campaña  una 
argumentación  mas  robusta  que  laque  pone  el  mismo  Sr.  Caste- 
lar. Instituciones  que  rehusan  tratados  en  fuerza  de  los  cuales 
deberían  el  error,  el  mal  y  la  cadena  perpetua  pisar  el  mundo, 
dan  en  sus  dominios  carta  de  naturalización  á  toda  categoría  de 
virtudes,  y  libelo  de  repudio  átoda  familia  de  vicios. 


CAPÍTULO  QUINTO. 


El  Si  y  el  Nó. 


Siguen  asaltando  la  imaginación  del  Sr.  Castelar  arrebatos, 
pensamientos  y  deseos  tan  contrarios  á  sus  enseñanzas  mismas, 
que  el  llamamiento  que  hace  á  las  pasiones  para  que  acudan  á 
su  auxilio,  léjos  de  velarles,  les  descubre  y  sirve  para  poner  de 
manifiesto  su  concentración.  Oigámosle,  y  sino,  apostrofar  al 
Sr.  Cánovas  sobre  el  problema  de  la  organización  del  trabajo. 

«Pero  ¿podéis  negar  la  existencia  de  ese  problema?  Y  si  no 
«podéis  negar  la  existencia  de  ese  problema,  ¿podéis  oponeros 
»á  su  resolución?  Mitad  la  triste  suerte  del  trabajador.  Nace,  y 
»en  el  nido  de  su  cuna  apenas  tiene  el  calor  maternal,  porque  su 
«madre  está  alejada  del  bogar  y  adherida  al  taller.  Crece  sin 
«instrucción  y  sin  escuela.  Apenas  salido  de  la  infancia,  cuando 
«necesita  aire,  luz,  movimiento;  ¡eterno  penado!  lo  entregan  al 
«trabajo  forzoso.  Funda  una  familia  tan  desgraciada  como  él. 
«Llega  á  la  vejez,  y  está  inválido,  no  cuenta  con  ahorros  y  la 
^implacable  sociedad  le  entrega,  como  los  antiguos  entregaban 
»al  esclavo  anciano,  al  hambre,  le  entrega  á  la  muerte  en  la 
«desesperación  y  en  la  miseria. 

[Aquí  pintados  los  cristianos,  se  aproxima  á  los  gentiles,  pa- 
»ra  que  suénela  trompeta  del  ángel  exter  minador.) 

«Mientras  tanto,  dama  el  tribuno,  en  el  mundo  de  la  pro- 
»ducc¡on,  tan  lleno  de  vida,  tan  superior  al  mundo  de  la  natu- 
«raleza,  ha  tenido  la  principal  parte  del  esfuerzo  sin  tener  parte 


-80- 

nninguna  de  goce.  ¿Seremos  tan  impíos  que  no  tengamos  entra- 
»3as  para  sentir  todos  estos  dolores,  ni  voluntad  para  remediar- 
ules  en  cuanto  de  nosotros  dependa?» 

Bien  se  conoce  que  el  Lameríais  español  quiere  hacer  pagar 
caras  á  los  capitalistas  las  simpatías  que  han  mostrado  en  favor 
de  su  liberalismo.  Mas  no  mira  el  orador  que  creyendo  habérse- 
las con  los  ricos,  injuria  á  su  Facción,  y  da  de  narices  sobre  toda 
su  cacareada  luminosa  revolución  moderna.  El  Liberalismo  no 
es  ciertamente  sino  un  solo  pecado;  pero  pecado  tan  colosal,  que 
es  la  semilla,  el  germen  y  desarrollo  de  Todos  los  Pecados.  Si 
entre  los  ricos  hay  manchas,  no  merecen  que  se  les  atribuyan 
como  propias,  cuando  les  son  comunes  con  el  ateísmo  de  los 
doctores  que  Ies  han  conducido  á  él.  Mis  huesos,  mi  carne  y  mi 
sangre  envuelven  un  alma  tan  ardiente,  que  me  siento  con  un 
solo  respeto:  El  de  Dios.  Quitadme  á  Dios,  y  levanto  templos 
á  todas  las  pasiones.  Pero  ¡ah!....  ¡señores  masones,  señores  car- 
bonarios!.... aunque  mísero  descendiente  del  rebelde  Adán,  re- 
siden en  mí  fuerzas  bastantes  para  lanzaros  un  grito,  grito  cuyo 
sonido  ansio  que  pase  los  mares,  que  penetre  las  casas,  que  se 
extienda  por  las  ciudades,  que  se  dilate  por  los  reinos,  y  que 
condensándose  por  la  tierra  cuán  ancha  es,  se  encumbre  hasta  los 
astros  mas  altísimos  y  de  ellos  ascienda  hasta  confundirse  en  el 
seno  de  la  misma  Trinidad  Santísima]  Es  este  ei  grito:  que  para 
mí  el  supremo  bien  es  Dios,  y  el  supremo  mal  Satanás,  y  que 
aun  cuando  suced;esc,  que  no  sucederá,  que  la  transfusión  de 
vuestra  sangre  impura  se  hiciese  en  el  mundo  entero,  mediante 
los  auxilios  de  la  gracia,  en  mino  se  efectuará  porque  sois  y  se- 
réis para  mí  eternamente  indignos  de  oponeros  á  mi  madre  la 
Iglesia-Gatólica-Apostólica-Roiíiana  cuyo  humilde  hijo  soy  y  en 
cuya  fé  quiero  vivir  y  morir.  Hecha  esla  protesta  entre  tanto 
impío,  voy  al  asunto. 

La  solución  del  famoso  problema  llamado  ('Organización 
del  Trabajo»,  se  ha  retirado  de  los  entendimientos  porque  no 
quiere  tener  relación  ninguna  coa  apóstatas  como  los  llamados 
/  f  erales.  ¿Qué es  este  Problema?  «El  deseo  que  se  ha  concebido  de 
dar  nucco  incremento  á  las  conveniencias,  ó  comodidades  del  traba- 


-81- 

jador,  para  contrapesar  las  sugestiones  del  desorden,  dando  una 
cierta  tasa,  que  dé  por  consecuencia,  cierta  armonía  entre  el  calor 
del  trabajo  y  el  calor  capital.»  Creo  no  desfigurar  la  cuestión. 
La  solución,  pues,  no  está  en  dónde  la  buscáis.  La  buscáis 
en  la  tierra  y  está  en  el  cielo.  La  buscáis  en  el  ateísmo  y 
está  junto  á  Dios.  La  buscáis  entre  las  potenteias  del  orden 
político,  y  existe  entre  las  potencias  subordinadas  al  orden 
religioso  y  moral.  La  buscáis  en  el  club  y  está  en  la  her- 
mandad. La  buscáis  en  los  cafés  y  está  en  los  templos.  La  bus- 
cáis en  la  sinagoga  y  está  en  la  Iglesia  Católica. 

Para  fijar  relaciones  determinadas  entre  el  valor  del  esfuer- 
zo y  el  valor  del  capital  os  falta  el  Dato  cierto  del  valor  del  pro- 
ducto que  el  consumo  consiente  dar  para  obtenerle.  Sin  este  Dato, 
sean  cuales  fueren  las  relaciones  que  se  tengan  presentes,'  es 
Imposible  imponer  la  Tasa  sin  desquiciar  los  fundamentos  de 
la  sociedad  y  despojar  á  la  industria  y  al  comercio  de  su  desar- 
rollo. La  naturaleza  de  es  e  Dalo  es  de  sí  tan  metafísica,  y  sus 
relaciones  y  propiedades  son  de  suyo  tan  conplexas,  que  es  im- 
posible obtenerle  de  otro  modo  que  colocando  un  santo  en  la 
conciencia  de  cada  capitalista  y  de  cada  trabajador.  Y  evocar  los 
auxílos  de  vuestras  doctrinas  ateístas  para  la  solución  de  este 
problema,  es  evocar  como  Plotinok  su  propio  demonio  con  la 
ayuda  de  un  egipcio. 

Dejaos  de  registrará  Smith,  Say,  Joffray,  Cousiny  demás. 
Los  niños  de  tres  años  saben  como  se  impone  silencio  á  las  exi- 
gencias injustas  del  rico,  y  como  se  remedian  los  sufrimientos 
del  pobre.  En  el  Catecismo  están  concentrados  los  derechos  y 
deberes  de  todo  el  mundo  sin  escepciones.  En  este  código  todo- 
es  sublime:  Dios  es  su  autor,  y  la  sanción,  sus  dos  brazos  omni- 
potentes extendidos  sobre  un  Cielo  y  un  Infierno  perdurables. 
Al  hombre  á  quien  este  Código  no  le  impone  ya  respeto,  no  hay 
decisión  humana  que  se  la  imponga,  y  si  el  mundo  no  se  hun- 
de I.oy,  es  porque  se  observan  en  él  sólidas  columnas  de  ésta 
divina  obra. 

Ciertamente  que  son  notables  las  inconsecuencias  y  contra- 
dicciones que  se  hallan  á  cada  paso  en  toda  la  vida  de  la  facción 

11 


-82— 

liberal.  No  hay  club,  no  hay  discurso,  ni  publicación  periódica 
de  estos  apóstatas  en  que  no  se  haga  aparecer  al  Salcador  y  á  su 
Evangelio  para  escusar  sus  errores  y  delirios.  Ellos  peroran 
sobre  el  Cristo  y  sobre  la  dulcedumbre  de  su  Ley  con  una 
vida,  con  un  calor,  con  un  entusiasmo,  y  condenan  con  tal 
inexorabilidad  aquellas  transgresiones  que  allá  en  su  desarre- 
glado cerebro  se  forjan,  que  yo  no  estraíio  que  actualmente 
tengan  preso  y  excomulgado  á  Pió  IX.,  porque  menester  es 
confesar  que  de  entre  todas  las  criaturas  hechas  á  imagen  y  se- 
mejanza de  Dios,  solo  los  liberales  son  bastante  puros  para  entrar 
en  la  mansión  de  los  justos.  Yo  no  juzgo  que  estos  señores  al  des- 
prenderse de  esta  tierra  de  injusticias  y  de  iniquidades,  después 
de  sus  descomunales  combates  contra  esa  Iglesia  intolerante, 
contra  esos  jesuítas,  contra  esos  frailes,  contra  esos  sacerdotes, 
contra  esos  párrocos,  contra  esos  provisores,  contra  esos  obis- 
pos, contra  esos  arzobispos,  contra  ese  papa,  y  contra  esos  ca- 
tólicos supersticiosos  y  fanáticos,  no  creo,  digo,  que  pasen  si- 
quiera por  el  purgatorio,  porque  no  veo  sujetos  á  esas  espiacio- 
nes,  personages  que  tan  duras  las  hacen  sufrir  en  la  vida  pre- 
sente. Pero  sigamos  al  Sr.  Castelar. 

Hemos  visto  al  Sr.  Castelar  lleno  de  golpes  sentimentales 
asistiendo  á  los  dolores  que  padece  el  pueblo,  le  hemos  visto 
agitado  llamarse  á  sí  propio  impío  si  le  fallara  la  voluntad  para 
remediarlos  dolores;  pero  el  Sr.  Castelar  ¿quiere  remediar  es- 
tos dolores? — No\ 

«Yo  no  pertenezco,  dice,  á  la  escuela  que  quiere  suprimir  el 
ndolor.  Yo  creo  que  si  se  quita  á  la  obra  humana  el  esfuerzo,  el 
«trabajo,  la  gota  de  sudor  que  la  esmalta,  se  le  quita  todo  mé- 
»rito.» 

Pero,  ¿quiere  el  Sr.  Castelar  suprimer  el  dolor,  vuelvo  á 
preguntar? — Sü 

«Pero,  señores,  continúa,  ¿no  tengo  el  deber  moral  de  evi- 
»tar  el  dolor?» 

¿Por  qué  no  quiere  el  5?'  Castelar  suprimir  los  dolores  del 
pueblo?  Porque 

«Sucede  con  el  dolor,  dice,  lo  mismo  que  sucede  con  la 


-83- 

«muerte;  lo  mejor  parece  á  primera  vista  suprimirla.  Pero  ve- 
nios lo  benéfico  déla  mueite  cuando  recordamos  que  la  vida 
»liumana  seria  un  lago  ponzoñoso,  un  lago  que  corrompería  el 
«universo  si  faltase  en  ella  la  renovación  de  las  generaciones. 
»Si  no  hubiera  dolor  en  el  mundo  seria  un  harem,  y  el  hombre 
»seria  un  sultán  crapuloso.» 

Pero,  ¿por  qué  quiere  el  Sr.  Castelar  suprimir  el  dolor'} 
«¿No  tenemos,  dice,  el  deber  moral  de  evitar  la  muerte? 
«Pues,  ¿por  qué  no  hemos  de  tener  el  deber  social,  el  gran  deber 
«social  de  resolver  todos  los  problemas  económicos,  para  estin- 
»guir,  en  cuanto  de  nuestras  fuerzas  dependa,  la  miseria?  ¡Por 
«cuántas  progresivas  revoluciones  ha  pasado  el  trabajador!» 


CAPITULO  SEXTO. 


El  Jabón  y  los  Polvos. 


¡«Por  cuántas  progresivas  evoluciones,  esclama  el  Sr.  Cas- 
telar,  ha  pasado  el  trabajador!» — Por  este  golpe  del  orador  es- 
pañol, dirán  mis  lectores  que  es  imposible  creer  desde  luego 
que  en  el  penetren  las  pasiones  que  en  otros  producen  los  cla- 
mores y  vilipendios  contra  los  autores  de  estas  evoluciones  pro- 
gresivas: pero  no  es  así;  esto  no  es  mas  que  un  desahogo:  el  Se- 
ñor Castelar,  como  todos  los  revolucionarios  de  la  época,  tiene 
la  complacencia  de  dar  al  rey,  á  la  nobleza  y  al  clero  lo  que  es 
de  ellos;  pero  la  urgente  necesidad  de  aprovecharse  de  las  co- 
sas de  estos  señores  le  impide  la  satisfacción  de  composiciones 
amistosas.  Apoderado  Aureliano  de  la  dignidad  suprema,  Lon  - 
gino,  bienhechor  de  Zenobia,  es  condenado  á  muerte,  y  Zenobia 
pasa  á  Roma  á  ser  la  delatora  de  los  senadores  Dada  por  el  Se- 
ñor Castelar  la  palabra  de  paso  á  todas  las  ciencias  políticas, 
sociales  y  religiosas  de  los  novadores  franceses  de  1789,  no  es 
estraño  que  como  ellos  trate  de  poner  en  las  cárceles  á  los  pro- 
pietarios de  la  nación,  y  resuelto  á  producir  como  ellos  un 
cambio  radical  en  la  sociedad,  afile  ol  cuchillo  de  la  guillotina 
y  derribe  cabezas  sin  descansar. 

Dije  que  el  Sr.  Castelar  tiene  la  complacencia  de  dar  al 
rey,  á  la  nobleza  y  al  clero  lo  que  es  de  ellos,  por  cuanto  al  no- 
tar en  el  Sr.  Cánovas  cierta  tristeza  de  ánimo  por  los  aparecidos 
problemas  sociales,  trata  de  tranquilizar  el  espíritu  del  diputado 


-86— 

adversario  evocando  la  memoria  del  «natural  desarrollo  del  es- 
píritu,» y  como  para  atraerle  al  convencimiento  de  lo  infunda- 
do de  sus  recelos,  le  manifiesta  que  «Las  primeras  facultades 
que  en  nosotros  se  desenvuelven  son  el  sentimiento  y  la  fanta- 
sía.» Cuyas  doctrinas  dan  por  consecuencia  lógica  el  que,  si  en 
tiempo  del  rey,  de  la  nobleza  y  del  clero  el  pueblo  no  era  todo 
lo  que  el  Sr.  Castelar  quiere  que  fuese,  por  su  espuesta  ense- 
ñanza del  «natural  desarrollo  del  espíritu,»  debemos  al  menos 
convenir  en  que  era  todo  lo  que  podia  ser. 

Dige  que  el  Sr.  Castelar  trata  de  ponernos  en  posesión  de 
todos  los  crímenes  de  1789,  porque  la  manera  de  probar  su 
Tesis  nos  váá  manifestar  loque  entiende  por  evoluciones  pro- 
gresivas. El  Sr.  Cánovas  ha  oido  perfectamente  la  promulgación 
de  la  nueva  ley  del  Calvario  Jacobino,  esta  es  su  tristeza;  pero 
conmovido  por  la  nebulosidad,  por  los  pliegues  en  que  la  pre- 
senta envuelta  el  augusto  pontífice  de  la  libertad,  no  queriendo 
ser  supuesto  demasiado  duro  y  contrario,  además,  á  las  consi- 
deraciones parlamentarias  y  á  los  miramientos  del  buen  tono, 
no  tiene  inconveniente  en  interrogarle,  «si  el  reconocimiento 
»del  problema  social  implica  el  abandono  de  su  antiguo  criterio 
«en  estas  cuestiones.»  A  lo  que  responde  el  orador: 

«Debo  decirle  francamente  que  nó.  Yo,  cuando  el  pueblo 
«estaba  fuera  de  los  comicios,  le  juré  en  conciencia  que  de  mis 
npobres  esfuerzos,  solo  podia  esperar  la  libertad,  pero  que  el 
» bienestar  social  debía  esperarlo  de  sus  propíos  esfuerzos  (La  gui- 
»llotina.)  Yo  me  sentiría  reconvenido  amargamente  por  mi  con- 
ciencia {impulsos  ó  móviles),  si  ahora  que  el  pueblo  es  Nuestro 
» Soberano  (¿tiene  acaso  carta  de  nobleza  para  desertar  diciendo 
»(Nuestro1,)  por  el  sufragio  universal,  yo  abandonara  mis  anti- 
»guas  ideas.  Nó:  yo  no  las  abandono.  Yo  creo  que  el  comunismo 
»es  lamas  absurda  de  las  reacciones.  Yo  creo  que  intentar  volver 
»una  sociedad  libre  como  la  nuestra  á  los  tiempos  comunistas,  es 
»tan  insensato  como  si  intentáramos  convertir  un  hombre  en  feto. 
»(¡Ya\....  ahora  comprendo  porque  pugnáis  por  arrebatar  las 
«propiedades  á  la  Iglesia;  para  convertirla  de  hombre  en  feto.) 
»Yo  creo  que  el  mundo  no  vá  hacia  el  comunismo,  por  igual  ra- 


-87- 

»zon  no  opino  yo  que  retroceda  la  Iglesia  á  su  pobreza  primitiva,) 
»sino  que  viene  del  comunismo,  y  vá  hacíala  libertad.  Yo  creo 
»que  la  propiedad  colectiva  no  está  en  el  ideal  del  porvenir, 
» fuera  cédulas  de  banco  y  todas  las  operaciones  que  le  dán  origen,) 
»sino  en  los  errores  de  lo  pasado;  {de  la  luminosa  revolución  mo- 
»derna,)  que  la  propiedad  colectiva  quita  estímulo  al  trabajo,  (no 
»os  juntéis,  ¡ó  hombres!  para  girar  por  valores  superiores  á  nues- 
»tra  individual  personalidad,)  fecuudidad  al  cultivo,  (dígalo  la 
^Compañía  de  Indias  desde  la  reforma  de  Pilt,  en  1783)  produc- 
ción á  la  tierra,  y  que  solo  puede  existir  en  esas  sociedades 
»primit¡vas.  (Aquí  ya  pasamos  del  orden  al  desorden:  de  la 
^propiedad  colectiva,  causa  de  muchas  riquezas,  al  errori  popu- 
» lar i  del  Comunismo  que  es  el  Ester  minado,*  de  todo)  donde  el 
«hombre  se  halla  sin  personalidad  y  sin  conciencia  encerrado 
»como  el  cadáver  en  las  entrañas  de  la  naturaleza.» 

Aquí  me  permite  el  Sr.  Castelar  interrumpir  el  hilo  de  su 
discurso  para  demostrarle  que  el  raciocinio  que  acaba  de  espo- 
ner carece  de  encadenamiento.  Comunismo  es:  La  proclamación 
de  ser  los  provechos  estensivos  igualmente  á  todos  los  hombres,  fun- 
dada en  la  negación  de  ser  privativamente  de  ninguno  los  valores 
productivos,  muebles  é  inmuebles.»  La  voz  hombre  es  diferente  de 
la  \ozpersona.  Hombre  es:  «el  ser  humano  considerado  sin  rela- 
ción alguna  á  la  ley  civil  y  á  la  ley  política.»  Persona  es;  «el 
hombre  considerado  según  el  estado  civilizado.»  Propiedades: 
«el  derecho  de  gozar  y  disponer  libremente  de  nuestras  cosas,  con 
arreglo  á  las  leyes.»  Propiedad  colectiva  es:  «una  reunión,  un 
conjunto  de  derechos  de  propiedad  organizado  para  este  ó  aquel  /m.» 

Por  donde  se  vé  que  el  Comunismo  abdica  la  civilización  en 
las  manos  del  estado  salvaje,  como  quiera  que  glorifica  al  hom- 
bre y  proscribe  á  la  persona,  proscribiendo  tanto  á  la  propiedad 
colectiva  como  á  la  individual.  Y  por  esto  es  que  los  comunistas 
viendo  que  la  ley  civil  es  una  institución  opuesta  á  su  teoría, 
dirigen  sus  esfuerzos  á  derribar  al  Estado.  Proudhon,  voto  su- 
premo en  la  materia,  cuando  dice  «la  propiedad  es  un  robo,»  no 
reconoce,  la  propiedad  en  esa  ni  otra  especie,  sino  que  la  desco- 
noce en  todas  sus  categorías.  El  nombre  es  el  signo  de  la  perso- 


—88- 

nalidad,  y  mientras  subsista  el  nombre  subsistirá  la  persona,  y 
por  consiguiente  el  Estado;  y  de  ahí  nace  la  lógica  infer- 
nal de  los  comunistas  de  querer  borrar  nuestros  nombres  im- 
poniéndonos cimeros  para  estinguir  en  nosotros  la  especie  que 
constituye  la  ley  civil,  el  estado  civilizado,  y  relegarnos  al  gé- 
nero que  constituye  el  estado  salvaje.  Si  interrogáis  al  Sr.  Cas- 
telar,  á  un  doctor  comunista  qué  clase  de  gobierno  quiere;  os 
responde  que  ninguno,  y  la  respuesta  es  lógica,  porque  go- 
bierno y  comunismo  implican  contradicción,  como  quiera  que 
el  comunismo  pide  hombre,  y  el  gobierno  dá  hombre  y  persona. 

No  todo  comunista  es  tan  esplicito  que  presente  al  ídolo 
con  todos  los  prediebos  atributos  que  constituyen  su  realidad: 
los  hay  de  vergonzantes,  que  ponen  detrás  el  mal  espíritu  que 
los  atormenta  y  enfrente  el  Santo  Cristo;  pero  con  esto  su  sis- 
tema se  hace  mas  irracional,  y  su  gran  prevaricación  mas  exe- 
crable. Pues  en  cuanto  á  Dios,  yo  no  se  lo  conozco  á  los  comu- 
nistas, y  el  dia  que  le  tengan,  dejarán  en  el  mismo  momento  de 
ser  lo  que  son. 

Muy  diversa  cosa  es  la  Propiedad  Colectiva,  porque  ni  des- 
truye la  personalidad,  ni  se  opone  á  Dios.  Ella  es  un  ájente 
de  cuya  utilidad  nada  es  posible  decir  en  sentido  absoluto;  mi 
opinión  económica  sobre  este  motor  es,  que  su  uso  es  ex- 
celente, y  su  abuso  pésimo.  No  creo  sabio  cargar  la  tierra 
con  el  peso  todo  entero  de  esta  clase  de  propiedad,  y  creo 
anti-económico  el  exhonerarla  totalmente  de  él.  Est  modus 
in  rebus. 

De  todo  lo  dicho,  pues,  saco  yo  la  conclusión  suprema, 
de  que  de  una  premisa  comunista  y  de  otra  premisa  antico- 
munista, cual  es  la  propiedad  colectiva,  no  se  deduce  la  conse- 
cuencia de  ser  inadmisible  el  comunismo  en  una  adelantada  so- 
ciedad. Y  supuesto  que  lo  absurdo  del  comunismo  halla  su 
cs|  licacion  en  sus  mismos  principios,  añado:  que  el  raciocinio 
del  Sr.  Castelar  sobre  ser  ilógico,  es  inmoral  y  nada  económico, 
porque  la  propiedad  colectiva  bien  entendida,  es  una  palanca  que 
dá  origen  á  la  formación  é  incremento  de  la  riqueza.  Esto  sen- 
tado, continuemos  oyendo  al  Sr.  Castelar: 


—89— 

«Pero  todas  estas  creencias  mias  «no  obstan  á  que  yo  crea 
»en  la  existencia  del  problema  social,  {Nadie  niega,)  y  en  la 
«necesidad  de  resolverlo  (Es  urgentísimo)  sin  desconocer  ni  la 
«propiedad  ni  la  libertad.  (Luego  veremos  si  las  desconoce  ó  nó.) 
«Creo,  pues,  en  la  emancipación  económica  y  social  de!  pueblo; 
«solo  que  las  escuelas  autoritaticias  sociales  (Proudhon,  Marat, 
«Jtobespierrc,  etc..)  quieren  hallar  el  bienestar  del  pueblo  en 
»u na  forma  prévia,  (En-la  guillotina,)  y  yo  (Lo  mismo,)  creo 
»que  el  bienestar  del  pueblo  es  y  será  siempre  un  resultado,  sí, 
»un  resultado  del  progreso  político,  del  progreso  científico  y 
»del  progreso  económico. 

[Aquí  ruego  encarecidamente  á  mis  lectores  que  se  sircan  ob- 
servar si  las  ideas  delSr.  Castelar  sobre  el  progreso  se  hallan  o  no 
sometidas  en  un  todo  á  la  fatalidad  deljacobismo:  fíjense  en  la 
demostración  de  su  Tesis.) 

«Y  para  mostrar  esperimcntalmente  mk  tesis,  no  hay  sino 
«comparar  en  nuestra  vecina  Francia  la  sociedad  que  cae  mas 
»acá  de  la  revolución  de  1789,  con  la  sociedad  que  cae  mas  allá  de 
«esa  revolución.  (Aquí  borra  el  Sr.  Castelar  de  su  vista  todo  espí- 
»ritu  de  verdad  y  de  justicia,  y  el  delirio  que  esto  le  produce  le  ha- 
»ce  ver  un  mundo  fantástico  poblado  de  victimas  y  de  verdugos.) 
«No  hay  vida  en  realidad  sino  para  el  rey,  la  nobleza  y  el  clero; 
»el  pueblo  trabaja  y  pecha,  mientras  que  el  clero  y  la  nobleza  es 
«exenta.  Así  el  vestido  del  pueblo  es  de  esparto,  (¡Mentís!  el 
«esparto  es  tan  inflexible  como  la  zuela,  y  un  hombre  vestido  de 
«zuela  \»  m.-üina  siquiera,)  su  pan  negro,  (como  el  color  de  su  es- 
aparto,)  su  vivienda  la  choxt  del  salvaje.  (Como  no  habéis  salido 
«de  nuestro  país,  es  escusable  el  despropósito.» 

Aquí  sigue  otro  trozo  de  elocuencia.) 

«Por  lósanos  anteriores á  la  revolución  gastaba  Francia  18 
«millones  en  jabón,  en  ese  ingrediente  tan -necesario  á  la  limpieza 
«universal,  mientras  que  gastaba  2í  millones  en  los  polvos  que 
«las  altas  clases  sociales  gastaban  en  sus  cabezas  y  en  sus  pelucas. 
«Este  dato  es  toda  una  revelación  para  conocer  el  estado  de  toda 
«una  sociedad.  Hoy  en  Francia  existen  cinco  millones  de  pro- 
pietarios.» 

12 


-90- 

Es  peligrosísimo  enseñar  á  los  hombres  á  curar  las  dolen- 
cias. El  espectáculo  de  la  descomunal  batalla  á  que  estamos  los 
hombres  de  orden  actualmente  condenados,  se  deriva  de  no 
haberse  tenido  presente  esta  verdad.  Buena,  bonísima  fuera  la 
libertad,  excelentes  las  reformas,  si  circularan  por  lo  que  valen; 
pero  frecuentemente  no  circulan  sino  por  el  valor  que  las  pasio- 
nes les  quieren  dar.  Alíalos  Armañacs,  los  Borgonones,  Saint 
Barthelemy  y  los  reinados  de  los  Enriques  III  y  IV  y  el  de 
Luis  XV  y  los  hechos  de  la  Regencia,  suministraron  algunas 
materias  que  el  siglo  XYIII  se  encargó  de  desenvolver.  El  cle- 
ro y  la  nobleza  de  Francia  supone,  lo  que  supuso  Pió  IX  en 
1848,  en  los  impíos  una  virtud  que  nunca  han  tenido,  y  que 
jamás  tendrán,  y  es  la  de  contentarse  con  lo  justo  y  gastarlo 
con  arreglo  á  la  religión  y  moral,  y  llevados  de  su  espíritu  ci- 
vilizador en  los  celebérrimos  Estados  Generales  de  1789,  dan 
pasos  gigantes  sobre  lodos  los  ramos  administrativos  y  también 
políticos,  de  cuya  noble  imprudencia  son  ellos  las  primeras  vic- 
timas, y  no  es  remoto  que  los  que  hoy  vivimos  seamos  las  se- 
gundas. Hé  aquí  los  polvos,  Sr.  Caslelar,  el  vestido  de  esparto, 
el  pan  negro  y  la  choza  del  salvaje.  Y  para  colmo  de  infortu- 
nio del  clero  y  de  la  nobleza,  la  gratitud  del  Pueblo  soberano  es 
tal,  que  quiere  acabar  de  poner  el  resto  de  sus  ensangrentados 
cuerpos  por  escabel  de  su  trono.  Sin  que  el  texto  que  tenéis  á 
la  vista  de  la  Gran  Grecia  deje  de  prestarse  á  comentarios  poco 
favorables  á  vuestra  persona  misma,  Sr.  Castelar,  pues  no  de- 
béis olvidar  que  Anacarsis,  vuestro  original,  sufre  la  muerte  de 
mano  del  mismo  cliente.  Los  instintos  de  este  cliente  son  siem- 
pre los  mismos:  una  vez  puesto  en  estado  de  cosechar  por  sí 
mismo,  gusta  de  soltar  el  brazo  del  tutor  y  de  quedar  libre 
para  andar  su  camino.  Por  todo  lo  cual  no  juzgo  por  demás  de- 
ciros que  en  el  Congreso,  dulzura  y  nó  violencia. 


CAPITULO  SEPTIMO. 


Continúa  y  concluye  el  asunto  del  Capítulo  anterior. 


En  tanto  que  se  esfuerza  el  Sr.  Castelar  en  presentar  al 
pueblo  el  cuadro  de  la  Revolución  de  Francia,  súbitamente  va- 
ria la  escena  de  suerte  que  se  queda  uno  preso  de  asombro . 
Nada  mas  natural  que  no  le  parezcan  al  Sr.  Cánovas  frivolas  las 
razones  que  el  Sr.  Castelar  emplea  en  el  diseño  para  creer  que 
quiere  poner  la  España  bajo  ei  reinado  de  aquel  populadlo,  de 
aquel  terror  y  de  aquella  guerra.  ¿Tendrá  uno  turbado  el  jui- 
cio? ¡esta  es  otra  que  bien  baila!....  Pero  oigámosle:  «Me  dirá 
»cl  Sr.  Canoras:  qué  tienes  tú  para  sustituir  á  la  gran  revolu- 
ción allí  consumada  en  la  propiedad?  Tengo  una  fuerza  poco 
«desarrollada,  que  todavía  no  lia  pasado  de  su  virtualidad 
«esencial,  pero  que  pasará  y  modificará  profundamente  todas 
»Ias  condiciones  económicas:  Tengo  la  asociación.» 

Para  que  aparezca  mas  claro  el  embrollo  de  la  enseñanza 
del  Sr.  Castelar,  supóngase  que  el  Pueblo  identificado  con  ella, 
resuelve  bacer  la  aplicación,  y  le  dice: 

El  Pueblo.— Tos  me  babeis  revelado  las  miserias  de  mi 
existencia:  siento  un  odio  implacable  bácia  mis  tiranos,  y  para 
desentenderme  de  ellos,  necesito  ternura,  un  corazón  simpáti- 
co con  el  mió.  Vos  habéis  jurado  no  abandonarme:  ¿con  qué 
auxilios  puedo  contar  de  vuestra  parte  para  obtener  mi  re- 
dención? 

Sr.  Castelar. —Con  ta  Libertad. 


—92— 

El  Puehlo. — ¡qué  corazón  tan  noble!  Es  ocioso  el  buscar 
nada;  con  la  Libertad  lo  tengo  todo;  el  bienestar  

Sr.  Castelar.— Nó,  no  te  engañes  á  tí  mismo:  yo  no  doy  el 
bienestar,  este  le  debes  buscar  tú  en  tus  propios  esfuerzos. 

El  Pueblo.— ¿Y  qué  vale  la  Libertad  sin  el  bienestar  del 
alma  y  del  cuerpo? 

Sr.  Castelar.— Ya.  Pero  yo  doy  lo  que  tengo. 

El  Pueblo.—  Entonces  voy  á  buscar  mi  bienestar  en  el 
Comunismo. 

Sr.  Castelar. — «Yo  creo  que  el  Comunismo  es  la  mas  ab- 
surda de  las  reacciones.» 

El  pueblo.—  Entiendo.  Pues  entonces  siendo  las  facultades 
personales  una  propiedad  incuestionable  y  la  asociación  de  esta 
propiedad  garantía  del  crédito,  medio  de  bailar  prestadores,  voy 
á  constituirme  en  empresario  y  en  productor  por  medio  de  la 
asociación,  que  produce  la  Propiedad  Colectiva. 

Sr.  Castelar. — Nó.  «La  Propiedad  Colectiva  está  en  los  er- 
rores del  pasado.  Quita  estímulo  al  trabajo,  fecundiza  al  culti- 
vo y  producción  á  la  tierra.»  Yo  pido  la  Asociación  y  recbazo 
la  Propiedad  Colectiva. 

El  Pueblo.— Pero  notad,  Sr.  Castelar,  que  pedir  la  Aso- 
ciación y  rechazar  la  Propiedad  Colectiva  es  pedir  la  causa  y  no 
querer  el  efecto,  pues  es  imposible  asociación  sin  propiedad  co- 
lectiva. No  existe  asociación  alguna  que  no  tenga  por  base  em- 
prender esta  ó  aquella  especie  de  producción,  y  los  instrumen- 
tos con  que  la  emprende  son  las  propiedades  que  ora  son  de 
facultades  personales,  ora  de  capitales,  ora  de  inmuebles  juntos 
en  uno  que  constituyen  el  ser  llamado  Propiedad  Colectiva  y  de 
cuya  capacidad  total  sacan  los  concurrentes  un  ínteres  en  pró 
de  si,  ó  del  fin  que  se  han  propuesto. 

Sr.  Castelar.  — Mas,  que  mi  modo  de  discurrir  parezca  con- 
tradictorio, no  lo  es  en  realidad,  pues  con  ello  pruebo  la  exten- 
sión de  las  obligaciones  que  he  contraído  hácia  la  luminosa  re- 
volución moderna.  Si  admito  la  Propiedad  Colectiva  se  me  vie- 
nen encima  la  Iglesia  y  la  nobleza  con  sus  manos  muertas,  y 
prefiero  sepultarme  en  el  infierno  para  siempre  á  dar  mi  mano 


—93- 

vica  á  manos  muertas.  Confirmándome  pues  en  mi  designio,  te 
diré  que  el  bienestar  lo  busques  «en  la  emancipación  económica 
y  social.», 

El  Pueblo.— ¡Viva!....  El  mundo  es  una  bomba,  yo  su 
mecha,  y  vos  me  prendéis  fuego:  ¡el  mundo  reventará  pues! 

Sr.  Castelar.—Eso  nó;  yo  no  admito  «las  fórmulas  precias 
de  las  escuelas  autoritaticias  sociales. »  «Yo  creo  que  tu  bienestar 
es  y  será  siempre  un  resultado,  si,  un  resultado  del  progreso 
político,  del  progreso  científico  y  del  progreso  económico.  Y 
para  demostrarle  csperimentalmente  esto  no  tienes  sino  com- 
parar en  nuestra  vecina  Francia  la  sociedad  que  cae  mas  acá 
de  la  revolución  de  1789,  con  laque  cae  mas  allá  de  esa  revo- 
lución. Antes  de  la  revolución  solo  babia  vida  para  el  rey,  la 
nobleza  y  el  clero;  tú  trabajabas  y  pecbabas,  mientras  que 
ellos  se  exentaban.  Así,  tu  pan  era  negro,  tu  vestido  de  espar- 
to y  tu  vivienda  la  choza  de  un  salvaje.  Los  nobles  gastaban  2i 
millones  en  los  polvos  de  sus  cabezas  y  pelucas,  mientras  que 
tusólo  podias  invertir  18  millones  en  un  ingrediente  tan  indis- 
pensable como  es  el  jabón  para  tu  limpieza.  Y  ¿sabes  cuáles  son 
los  resultados  de  aquella  revolución?  Te  lo  diré:  que  muchos 
que  no  tenían  para  sopas  hoy  son  propietarios:  basta  consignar- 
te que  hoy  existen  en  Francia  cinco  millones.» 

El  Pueblo.  —  Supuesto  que  en  esta  Revolución  me  fijan 
las  condiciones  de  mi  bienestar,  desde  luego  me  la  propongo 
por  modelo. 

Sr.  Castelar.—Eñ  ninguna  manera:  yo  he  dicho  al  Sr.  Cá- 
novas que  la  Revolución  de  Francia  la  sustituyo  en  España  con 
la  Asociación. 

El  Pueblo. — Entonces  ¿cuál  es  el  objeto  que  os  proponéis 
citándome  la  Revolución  de  la  vecina  Francia? 

Sr.  Castelar.—],o  ignoro  ..  será  para  convencerte  de  pre- 
vención contra  el  rey,  la  nobleza  y  el  clero.  Pero,  te  repito: 
ocurre  á  la  Asociación. 

El  Pueblo.— Vero  vos  no  admitís  la  Asociación  en  susefec- 
tos... 

Sr.  Castelar. — Eso,  nó! 


-94- 

El  Pueblo.— Y  en  este  caso,  ¿cómo  encuentro  mi  bien- 
estar? 

Sr.  Castelar. — No  sé! 

El  Pueblo. — ¡Ni  yo  tampoco! 


CAPITULO  OCTAVO. 
Contradicciones  manifiestas. — Inutilidad  de  la  Fuerza. 


¿Han  visto  mis  lectores  en  el  Capítulo  quinto  dibujada  por 
el  Sr.  Castelar  la  triste  condición  del  trabajador  en  el  siglo 
XIX?  Pues  oigan  ahora  del  mismo  labio  lo  que  era  este  mismo 
trabajador  antes  de  la  venida  de  Nuestro  Señor  Jesucristo: 

«¡Ah!  Si  el  Sr.  Cánovas  supiera  trasladarse  con  su  gran  ta- 
lento y  con  su  poderosa  imaginación  á  Roma;  si  se  acercara  al 
«esclavo  romano  y  le  dijera:  tú,  cazado  en  las  selvas  de  Pan- 
»nonia  ó  en  los  arenales  de  Africa;  tú,  vendido  á  las  puertas 
»de  la  taberna  con  un  cartel  al  cuello  y  una  marca  en  la  fren- 
»te,  ¡tú,  adscrito  á  la  portería  con  dos  argollas  y  dos  cadenas  en 
»ámbos  piés;  tú  alimentado  con  los  despojos  de  los  perros;  tú, 
»que  has  visto  á  muchos  de  tus  compañeros  caer  ilespedaza- 
»dos  para  servir  de  alimento  á  las  murenas  de  los  estanques 
«patricios;  tú,  que  has  visto  salir  á  otros  para  perecer  en  el 
«circo  divirtiendo  un  momento  los  ocios  y  el  hastío  de  los  se- 
ñores de  la  tierra  » 

¿Quieren  ahora  mis  lectores  ver  trocada  en  entusiasmo  la 
primitiva  narración  del  estado  actual  del  pueblo?  ¿Quieren 
ahora  librarse  de  la  tristeza  que  pudo  abrumarles  viéndole  sin 
calor  maternal  en  el  nido  de  su  cuna  y  adherido  al  taller ?  Yéanle, 
pues,  ya  fuera  de  aquel  nido  y  de  aquel  taller,  mas  libre  que 
los  romanos,  sentado  en  el  Senado  y  legislando  vestido  púrpu- 
ra de  rey: 


-96- 

«En  los  sucesivos  desarrollos  de  tu  sér,  en  la  ascensión 
«progresiva  de  tu  esencia,  en  la  persona  de  tus  descendientes  has 
«de  ser  llamado  á  legislar;  has  de  ser  mas  libre  que  los  romanos; 
«has  de  ingresar  en  los  comicios;  te  has  de  sentar  en  el  Senado; 
» todas  las  constituciones  te  han  de  llamar  Soberano  

¿Quieren  mis  lectores  saber  quién  es  el  Libertador  que  ha 
quitado  al  Pueblo  las  cadenas  y  las  argollas,  trasladándole  de  la 
taberna  al  Senado,  y  de  la  humilde  condición  de  portero,  le  ha 
levantado  al  esplendoroso  rango  de  Rey?  Pues  es  el  viejo  pénate, 
la  Iglesia  intolerante.  Oigan,  y  sino  al  Sr.  Castelar: 

«Y  esa  teología  (el  Paganismo]  que  ahora  pasa  indiferente 
adelante  de  tus  dolores,  tras  formada  por  nuevas  ideas,  (el  Cris- 
»tianismo)  te  ha  de  predicar  que  el  Dios  creador  de  los  cielos  y 
»la  tierra  abandonó  su  trono  de  estrellas  para  morir  por  tí, 
«(¡buena  está  la  intolerancia  de  la  Iglesia!)  para  redimirte  en  tu 
«mismo  patíbulo,  (que  entrañas  tan  darás  tiene  la  iglesia!),  en  la 
«cruz,  que  has  cubierto  de  lágrimas  y  de  sangre,  y  que  desde 
«los  abismos  de  la  ergástula  se  elevará  hasta  remalar  la  corona 
«de  los  reyes,  (ya  la  quitó  el  Liberalismo)  la  tiara  de  los  Pontí- 
« fices,  (de  aquí  no  la  quita  el  Sr.  Castelar,)  y  ser  lábaro,  y  luz 
«(que  no  alumbra  á  los  liberales)  y  consuelo  de  mil  generaciones 
»en  toda  la  redondez  de  la  tierra.» 

Y  digo  yo,  que  si  todo  un  Dios  criador  del  cielo  y  de  la 
/ierra  abandonó  su  trono  de  estrellas,  como  en  efecto  le  aban- 
donó, para  morir  por  el  Pueblo,  ¿no  infrinje  abiertamente  hoy 
este  Pueblo  el  principio  fundamental  de  la  justicia,  de  la  buena 
fé,  delaamistad,  de  la  gratitud,  de  la  generosidad,  de  todos  los 
mas  nobles  sentimientos,  en  fin,  atormentando,  insultando,  mo- 
fándose y  repudiando  con  el  mayor  escándalo  y  cinismo  á  este 
dulcísimo  y  amorosísimo  Cordero,  Hijo  único  del  Padre,  limpio 
de  toda  mancha  é  inocente,  juntamente  con  la  /glesia-Católica- 
Apostólica-Bomona  que  le  predica,  y  los  fieles  que  en  las  arpas 
de  oro  de  la  oración  y  de  las  lágrimas,  y  del  llanto,  le  elevan  y 
ponen  á  sus  sacratísimos  piés  unos  himnos  sin  los  cuales  hubié- 
rase  ya  quizás  hundido  el  mundo?  .  .  .  Si  el  Paganismo  es  un 
monstruo,  como  lo  es,  que  pone  al  Pueblo  un  cartel  al  cuello  y 


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una  marca  en  la  frente,  y  le  adscribe  á  la  portería  con  dos  argollas 
y  dos  cadenas  en  ambos  pies,  que  ciertamente  así  lo  hace:  ¿por 
qué  en  Roma  y  en  Madrid,  en  París  y  en  Londres,  en  Méjico  y 
en  las  demás  repúblicas  americanas,  esa  prevaricación,  ese  gran 
pecado,  esc  pecado  concentración  de  todos  los  pecados,  ese  fu- 
ror, ese  fuego  que  todo  lo  abrasa  para  despojar  las  conciencias 
de  los  acentos  y  armonías  del  Cristo  Nuestro  Salvador,  y  desnu- 
dadas de  las  magnificencias  de  los  rozagantes  ropajes  católicos, 
vestirlas  sucios  y  mezquinos  trajes  para  que  reanimen  la  exis- 
tencia del  Tirano  que  eternamente  pasa  indiferente  delante  de  tus 
dolores,  \ó  Pueblo!!!.  .  .  .  Sí,  ¡ó  Pueblo!!!  tus  mismos  pontífices 
te  predican  que  si  no  cargas  cadenas,  es  porque  el  Hijo  de  Ma- 
ría ha  descendido  á  quitártelas,  ofreciéndose  en  sacrificio  de 
cruz  por  Tí:  ¿puedes  esperar  tales  cosas  de  ellos?  ¿No  resuenan 
acaso  en  tu  memoria  y  en  tu  entendimiento  aquellos  grandes 
ecos  de  que  tus  aclamaciones  de  Libertad  y  Reforma,  son  siem- 
pre aclamaciones  de  rebaños  de  esclavos  que  se  apresuran  á  re- 
conocer la  servidumbre  y  tiranía  de  im  astuto  y  orgulloso  Señor? 
De  todo  esto  saca,  ¡ó  Pueblo!  la  consecuencia  que  urge  con  ne- 
cesidad urgentísima  que  le  ofrezcas  en  sacrificio  á  Dios  antes 
que  tus  delirios  acaben  de  hacerte  acreedor  á  ser  nuevamente 
vendido  á  las  puertas  de  la  taberna  con  una  marca  en  la  frente 
por  reprobo  y  con  un  cartel  al  cuello  que  diga:  No  por  el 
rigor  de  Dios ,  sino  por  influencia  de  mis  propios  conciuda- 
danos. 

Mas.  .  .  ¿quiérese  ver  al  pueblo  llegar  por  grados  á  edad 
mayor?  ¿Quiérese  verle  con  nuevos  acrecentamientos  y  nuevos 
tesoros? 

«Pues  qué,  señores  diputados,  continúa  el  Sr.  Castclar, 
»¿hq  han  venido  grandes,  sucesivas  evoluciones  del  estado 
«social  á  mejorar  la  condición  del  trabajador?  Y  el  Sr.  Cánovas, 
»¿quénos  oponia  á  todo  esto?  Laeternidad  en  la  miseria.  ¡De- 
asoladora  doctrina!» 

Mas,  ¿qué  idea  formaremos  de  esta  reconvención  al  .Se- 
ñor Cánovas,  cuando  el  mismo  Sr.  Castelar  acaba  de  de- 
cirle: 


13 


—98— 

»E1  dolor  es  un  incentivo,  es  la  sed  del  ideal  que  existirá 
^eternamente  en  el  mundo.» 

«Así  es,  continúa  el  Sr.  Castelar,  en  su  apostrofe  al  Sr.  Cá- 
»novas,  que  á  la  propaganda  de  la  Internacional  quiere  oponer 
»el  Sr.  Cánovas  la  fuerza  Pero  la  fuerza  es  completamente  ineficaz 
»¿  inútil.  Jamás  ha  ahogado  una  idea.  Filósofos  griegos,  filósofos 
«romanos,  sectarios  de  diversas  escuelas,  los  cristianos  de  la 
«primitiva  Iglesia  perseguida  por  los  Césares,  los  herejes  per- 
«seguidos  por  los  cristianos,  han  triunfado  de  todos  sus  per- 
«seguidores.» 


CAPITULO  NOVENO. 

Niega  el  Sr.  Cartelar  todo  gobierno. — Utilidad  y  necesidad  de 
la  fuerza. —  El  Monstruo. 


Aquí  la  pretensión  del  Sr.  Castelar,  que  hemos  visto  en  el 
capítulo  primero,  de  quererse  apartar  la  moral  de  toda  fuerza  coer- 
citiva, deja  de  ser  un  sonido  vago  y  confuso.  Condensada  laes- 
plicacion  de  la  voz  fuerza  por  la  réplica  del  Sr.  Castelar  al  Se- 
ñor Cánovas,  que  acabamos  de  ver  en  el  final  del  capítulo  ante- 
rior, está  dilatada  y  aclarada  la  negación  de  toda  sociedad  conte- 
nida virtualmente  en  la  citada  pretensión.  Los  vocablos  Fuerza 
coercitiva,  en  los  asuntos  que  vengo  dilucidando,  padecen  dos 
acepciones:  la  de  Gobierno  y  la  otra  de  Organización  Social.  No 
es  que  el  Gobierno  no  esté  contenido  en  la  Organización  Social; 
pero  no  encuentro  inconveniente  en  considerar  la  voz  Go- 
bierno distinta  de  la  voz  Organización  Social,  por  cuanto  es- 
ta puede  significar  intereses  sociales,  y  aquella  intereses  po- 
líticos. Digo  que  puede  significar,  porque  quiero  ser  cortés  en 
la  forma,  por  mas  que  en  la  sustancia  soy  muy  escéptico. 
Me  esplicaré. 

Guando  el  Gobierno  entre  pueblos  católicos,  reconoce  á  la 
Iglesia  Católica  como  una  sociedad  independiente,  visible  y  per- 
fecta, y  este  reconocimiento  vá  acompañado  de  los  respetos  de- 
bidos á  las  relaciones  establecidas  por  Dios  entre  la  Iglesia  y  el 
Estado,  entonces  la  voz  Gobierno  es  la  representación  de  los  in- 
tereses políticos  y  de  los  intereses  sociales,  porque  lo  es  de  los 


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derechos;  mas  secularizado  el  Gobierno,  la  voz  Gobierno  es  sito- 
bolo  político  y  rió  social  porque  deja  de  representarlos  derechos, 
habiendo  con  su  prevaricación  dejado  de  representar  los  intere- 
reses.  Yo,  pues,  mas  que  los  gobiernos  se  apelliden  católicos,  no 
les  veo  actualmente  puestos  bajo  las  condiciones  que  he  seña- 
lado. Y  estando,  como  están  sustraídos  de  estas  condiciones, 
no  creo  faltar  á  los  respetos  debidos  á  la  autoridad  pública  si 
borro  el  «puede  sigmficar,»  sustituyéndole  por  el  sigmmca, 
porque  los  católicos  si  toleramos,  nunca  jawts  reconoceremos  á 
gobiernos  que  creciendo  en  edad  y  sabiduria  delante  del  Princi- 
pe que  relampaguea  en  los  abismos,  destruirían  en  nosotros  si 
pudiesen,  la  filiación  divina  que  hemos  recibido  en  el  bautismo, 
convirtiéndonos  de  libres  que  somos,  en  iteróos  y  esclavos  suyos. 
Los  gobiernos  de  los  liberales  usan  gorro,  y  este  es  rojo,  porque 
es  de  sangre:  los  gobiernos  de  los  católicos  usan  corona,  y  esta 
es  amarilla,  porque  es  de  oro.  Estos  usan  cayado  porque  son 
pastores:  aquellos  empuñan  espada,  porque  son  tiranos.  Todo 
gobierno  liberal  se  llama  como  Ca¿n,  y  todo  gobierno  católico  se 
llama  como  Abel.  Porque  Abel  es  el  símbolo  del  Yaron.de  los  Do- 
lores, por  esto  es  que  el  llanto  escalda  sus  mejillas;  y  porque 
Cain  lo  es  del  fratricidio,  por  esto  es  que  trémulo,  triste  y  con- 
fuso anda  errando  sobre  la  tierra.  Esta  tierra,  aunque  había 
recibido  su  maldición  cuando  pecó  Adán,  hoy  la  recibe  nue- 
va y  mayor  por  lo  que  mira  á  Cain.  Mas  al  cabo  de  los  dias 
estas  cosas  contemporáneas  serán  separadas,  y  el  Señor  pondrá 
proporción  á  cada  una  de  ellas,  poniendo  castigos  perdurables 
en  el  lugar  de  los  culpables,  y  goces  inefables  en  el  lugar  délos 
inocentes. 

Por  donde  se  vé  que  al  pedir  el  Sr.  Caslelar  la  separación 
de  la  moral  de  toda  fuerza  coercitiva,  pudo  pedir  ta  separación 
de  la  moral  de  todo  gobierno  considerado  en  si  aisladamente; 
mas  por  la  argumentación  en  que  apoya  nuevamente  sus  exi- 
gencias se  palpa  y  toca  que  no  quiere  sociedad  ninguna.  En  efec- 
to, dice  que  la  fuerza,  el  gobierno,  jamás  ha  ahogado  una  idea,  y 
aduce  por  testimonios  hechos  filosóficos,  religiosos  y  políticos.  La 
idea  filosófica,  la  idea  religiosa,  y  la  idea  política  son  ta  base  de  la 


-101- 

Organizacion  Social:  si,  pues,  aduce  aquí  por  testimonio  á  esta 
base,  es  claro  que  es  poique  allá  la  voz  fuerza^  Gobierno,  es  no 
solo  símbolo  político  sino  también  símbolo  social;  y  apartada  ta 
moral  de  los  intereses  políticos  y  de  los  intereses  sociales ,  quedan 
todos  estos  intereses  sin  represión,  y  la  sociedad  sin  represión  ¿pa- 
ra qué  sirve? 

Yo  no  quisiera  que  el  Sr.  Castelar  se  trasladara  á  la  Améri- 
ca Española  con  su  gran  talento,  como  él  quiere  que  el  señor 
Canoras  se  traslade  á  Roma,  porque  en  los  asuntos  de  que  se 
trata,  por  mucha  quesea  la  penetración  del  gran  talento,  la  in- 
fidelidad de  los  cuadros  guarda  siempre  proporción  con  la  dis- 
tancia de  los  lugares  de  las  escenas;  sino  que  saliendo  del  tu- 
multo de  Madrid,  tomará  cuerpo  y  alma  el  derrotero,  y  velas  des- 
plegadas abórdase  á  uno  de  los  puertos.  Puesto  ya  en  el  Conti- 
nente, y  hecha  dejación  de  las  pasiones  que  ahora  le  impulsan  ó 
hablar  como  habla,  sin  penoso  trabajo  ni  dilatado  ejercicio  en 
breve  retornaría  á  nuestra  patria  común,  ricamente  provisto  de 
conocimientos  prácticos  para  resolver  por  si  la  cuestión  que  ven- 
go discutiendo.  Las  Repúblicas  Ilispano-Amcr ¡canas  desde  su 
independencia  han  sufrido  cambios  notables,  pero  ni  aun  el 
mismo  Méjico  ha  sufrido  una  revolución  completa.  Hay  en  ellas 
mucho  nuevo;  pero  ni  su  talento  tan  cultivado,  ni  su  voluntad  de 
si  recta,  ni  su  índole  de  sí  suave,  ni  su  corazón  de  suyo  genero- 
so, ni  su  trato  mas  dulce  que  el  europeo,  ni  su  presencia  mas 
afable  y  menos  altiva,  le  lian  inspirado  un  tan  alto  grado  de 
exaltación  por  la  luminosa  revolución  moderna,  que  prive  al  ob- 
servador del  estudio  de  las  semillas  y  germinación  de  ella.  La 
luz  de  lo  viejo  se  ha  amortiguado  aquí,  mas  no  se  ha  apagado. 
Si  un  moderno  Galiano  diese  á  un  Plolino  las  Repúblicas  His- 
pano-Americanas  para  que  estableciese  en  ellas  la  república  se- 
gún las  leyes  de  Platón,  no  le  daria  aun  todavía  una  ciudad  ar- 
ruinada de  la  Gampama.  Aqui,  pues,  está  uno  en  disposición 
mas  favorable  que  en  Europa  para  advertir  el  vivo  roce  que 
tiene  la  moral  con  la  sociedad,  palpándose  por  signos  exter- 
nos la  diferencia  inmensa  que  vá  del  honor  que  se.  tribu- 
ta á  Dios,  á  la  disolución  social  que  produce  el  gérmen  de 


-1 02- 
cada  semilla  revolucionaria  que  se  importa  del  viejo  mundo. 

De  la  luz  de  estas  razones  se  desprende  que  estando  la  mo- 
ral tan  trabada  como  está  con  la  Organización  Social,  es  contra- 
dictoria y  absurda  la  afirmación  de  ser  la  fuerza,  la  Sociedad 
completamente  ineficaz  é  inútil  para  ahogar  una  idea  sin  distinguir 
la  idea  falsadc  la  idea  verdadera.  Dios  es  el  autor  de  la  Sociedad, 
y  como  quiera  que  su  Providencia  la  conserva ,  la  Sociedad  no 
está  sometida  á  los  tormentos  de  Tántalo  para  estar  cercada  de 
aguas  frescas  y  cristalinas,  y  no  poderlas  probar.  El  dia  que  la 
sociedad  sea  ineficaz  é  inútil  para  levantar  la  mano  gloriosamen- 
te contra  la  idea  prevaricadora,  luego  al  punto  perderá  la  socie- 
dad los  castos  amores  del  orden  y  las  dulzuras  modestas  de  las 
virtudes  magníficas;  y  perdido  aquel  orden  y  alteradas  estas 
dulzuras  modestas,  el  caos  entrará  á  hacer  contraste  al  Estado, 
y  el  Estado  dejará  de  ser  sociedad. 

Solo  una  mente  incapaz  de  abarcar  el  mundo  que  tenemos 
delante  de  nuestros  ojos  puede  afirmar  que  la  fuerza  es  comple- 
tamente ineficaz  é  inútil  para  ahogar  una  idea,  y  solo  un  cere- 
bro turbado  por  la  especie  de  cnagenacion  mental  que  produce 
ia  exaltación  de  las  pasiones  puede  apoyar  esta  afirmación  en 
el  Monstruo  formado  de  clases  de  hechos  y  de  verdades,  y  de 
errores  tan  varios  y  diversos  como  son  los  filósofos  griegos,  los 
filósofos  romanos,  los  sectarios  de  diversas  escuelas,  los  cristia 
nos  de  la  primitiva  Iglesia  y  los  herejes  persesuidos  por  loscris- 
tianos.  Esta  es  una  confusión  inmensa  que  vá  á  perderse  en  la 
Babilonia,  y  como  quiera  que  la  lógica  del  Sr.  Cas(elar  y  la  Ba- 
bilonia son  una  misma  cosa,  esta  lógica  váá  perderse  en  el  des- 
orden, símbolo  del  mal  supremo.  Esto  merece  la  pena  de  ser 
examinado  en  capítulo  aparte. 


CAPITULO  DECIMO. 
Pruebas  históricas  contra  el  Sr.  Castelar. 

Seocion  I. 

Origen  y  clasificación  de  las  ideas. 


Dios  es.  Y  desde  que  Dios  es,  que  la  Idea  es  en  la  inefable 
y  sacratísima  esencia  divina.  En  el  primer  dia  de  la  creación 
quiso  Dios  hacer  la  Luz,  y  la  Luz  fué  hecha.  Y  juntamente  con 
la  Luz,  quiso  Dios  criarlos  Angeles,  y  los  Angeles  faeron  cria- 
dos. Y  juntamente  con  la  creación  de  los  Angeles,  la  Idea  fué 
puesta  en  los  Angeles.  Mas  el  mismo  dia  en  que  los  Angeles 
fueron  criados,  prevaricaron  unos  Angeles.  Y  entonces  Dios  se- 
paró los  Angeles  fieles  de  los  Angeles  apóstatas,  quedando  la 
Idea  en  los  Angeles  buenos,  y  la  privación  de  ella  en  los  Angeles 
malos.  Estos  Angeles  malos  en  su  rebeldía  dieron  á  la  Privación 
de  la  Idea  el  nombre  de  Idea,  y  aunque  el  nombre  es  vacío, 
desde  entonces  subsistieron  las  voces  Ideaé  Idea:  una  voz  Idea, 
cosa  real  y  ser  sensible,  quedó  en  el  Cielo  adherida  á  los  An- 
geles buenos,  y  la  otra  voz  Idea,  ausencia  de  cosa  y  sin  sér  nin- 
guno, quedó  en  los  Abismos  adherida  á  los  Angeles  malos:  es- 
tos, pues,  quedaron  con  el  nombre  simplemenle,  mientras  que 
aquellos  quedaron  con  el  nombre  y  con  la  cosa,  con  el  sér  re- 
presentado por  la  Idea. 


-104- 

Mientras  todas  estas  cosas  pasaban,  también  pasaba  quo 
vio  Dios  que  la  Luz  era  buena;  y  El  dijo  que  la  Luz  se  sepa- 
rara de  la  Privación  de  la  Luz,  y  así  fué  hecho  como  El  lo 
mandó. 

Y  porque  vio  Dios  que  la  Luz  era  buena,  mandó  Dios  que  la 
Luz  se  juntara  con  la  Idea  de  los  Angeles  buenos:  y  porque  vió 
que  la  Privación  de  la  Luz  era  mala,  dijo  Dios  que  la  Priva- 
ción de  la  Luz  se  juntara  con  la  Privación  de  la  Idea  de  los  An- 
geles malos. 

Y  la  Idea  Luminosa  de  los  Angeles  buenos,  es  la  sacratísima 
Presencia  de  Dios  que  sirve  de  pábulo  á  su  percepción  ó  facultad 
do  entender:  y  el  nombre  vacío  de  Idea  Tenebrosa  de  los  Añ- 
óreles malos,  es  el  fantasma  que  sirve  de  pábulo  á  la  misma 
percepción  ó  facultad. 

Y  Dividió  Dios  las  percepciones  de  los  Angeles  malos  que 
están  debajo  de  la  tierra,  de  las  percepciones  de  los  Angeles 
buenos  que  están  sobre  el  firmamento:  y  fueron  las  percepcio- 
nes de  estos  Bien,  y  las  percepciones  de  aquellos  Mal. 

Y  el  Bien  fué  Verdad:  y  el  Mal  fué  Error. 

Y  todo  esto  sucedió  durante  la  tarde  y  la  mañana  del  dia 
primero  del  Mundo. 


Sección  II. 


Origen  de  la  Iglesia  Calólica— Apostólica— Romana . 


Pasado  el  dia  primero,  dijo  Dios,  y  fueron  hechas  las  de- 
mas  cesas:  El  mandó,  y  el  dia  quinto  fueron  criadas  todas. 


—10o  — 

Las  estableció  para  siempre:  leyes  constantes  é  invaria- 
bles les  fijó,  y  todas  cumplen  en  sí  su  palabra. 

Mientras  todas  estas  cosas  se  hacen,  las  resplandecientes 
Milicias  de  Dios  acompañan  con  sus  aclamaciones  las  obras  de 
Dios:  y  en  arpas  de  oro  cantan  en  triunfo  himno  sin  fin,  viendo 
á  Dios  con  los  brazos  extendidos,  y  surgir  tanta  belleza  y  tanta 
bondad  del  seno  de  su  Omnipotencia  y  de  su  Sabiduría  sin  lí- 
mites. Desde  estos  tiempos  celebérrimos  ta  Religión  Verdadera 
es,  porque  himno  es  dicho  á  Dios  por  los  ejércitos  celestes. 
A  lleluya. 


lección  III. 


Origen  del  Hombre, 


Y  vió  Dios  en  el  sexto  dia  todas  estas  cosas  que  habia 
hecho,  y  dijo:  «Hagamos  al  Hombre  á  Nuestra  imágen  y  se- 
mejanza: y  tenga  dominio  sobre  los  peces  de  la  mar,  y  sobre 
las  aves  del  cielo,  y  sobre  las  bestias  sobre  toda  la  tierra,  y 
sobre  todo  reptil  que  se  mueve  en  la  tierra. » 

Y  crió  Dios  al  Hombre  á  su  imágen:  ¡á  imágen  de  Dios  le 
crió!....  repite  el  Santo  Espíritu;  macho  y  hembra  ¡los  crió!.... 
vuelve  á  decir.  Formó  pues  el  Señor  Dios  al  hombre  del  barro 
de  la  tierra,  é  inspiró  en  su  rostro  soplo  de  cida,  y  fué  hecho  el 
Hombre  en  ánima  viviente. 

Inmediatamente  de  haber  Dios  criado  al  Hombre,  plantó  un 
paraíso  de  deleite,  y  ¡e  puso  en  él  para  que  con  trabajo  sin  can- 
sancio le  labrase,  y  como  posesión  suya  propia  la  guardase. 

14 


— 106 — 

Puso  Dios  además  el  precepto  al  Hombre  de  que  de  los 
árboles  del  Paraíso  no  comiera  del  Arbol  de  Ciencia  de  Bien  y 
de  Mal,  porque  en  cualquier  dia  que  comiere  de  él,  moriría. 

Y  porque  quiso  Dios  que  las  cosas  que  había  criado  fuesen 
los  instrumentos  que  conducen  á  la  Ciencia  del  Bien,  él  mismo 
inspiró  al  Hombre  las  formas  de  los  nombres  de  ellas,  que  tan 
bien  explican  sus  sustancias. 


Sección  IV. 


Origen  de  las  Ciencias  y  establecimiento  de  la  Religión  sobre  la  tierra. 


Estos  son  los  orígenes  de  todas  las  cosas  del  cielo  y  de  la 
tierra.  El  Angel  ciudadano  del  cielo,  percibe,  entiende  la  Idea 
Luminosa,  el  Bien,  sin  discurrir,  porque  como  está  inmediato  á 
Dios,  no  necesita  de  gradas  para  llegarse  con  su  entendimiento 
á  El.  El  Hombre  es  un  poco  menor  que  el  Angel.  Menos  cerca- 
no á  Dios,  por  la  armónica  escala  de  las  obras  que  contempla 
sube  á  El  que  es  su  Soberano  Artífice,  y  por  esto  es  que  el 
nombre  discurre  para  entender .  Vimos  que  Dios  al  criar  las  Co- 
sas les  impuso  leyes  fijas  y  constantes,  y  que  al  formar  al  Hom- 
bre le  impuso  preceptos.  Del  estudio  del  concierto  y  trabazón 
que  reina  entre  Dios  y  las  leyes  y  preceptos  puestos  por  Dios 
en  el  Hombre  y  en  las  Cosas,  brotan  las  Ciencias.  Porque  Dios 
puso  precepto  á  las  Cosas,  por  esto  el  estudio  de  este  precepto  for- 
ma las  Ciencias  naturales.  La  condensación  de  la  Sociedad  con- 
yugal establecida  por  Dios  entre  el  Hombre  y  la  Muger,  ha  dado 
origen  á  las  Ciencias  Sociales.  Las  obligaciones  del  Hombre  de 


—  107 — 

no  perturbar  las  armonías  que  la  mano  de  Dios  ha  puesto  en  El 
y  en  las  Cosas,  han  criado  las  Ciencias  Morales;  y  la  inefable  y 
divina  intervención  de  la  Magestad  de  Dios  en  el  hombre  y  sus 
asuntos,  y  las  relaciones  complejas  que  quiso  nuestro  Criador, 
que  de  principio  y  origen  y  término  existieran  perpetuamente 
entre  El  y  nosotros,  forman  las  Ciencias  Religiosas.  Y  todas  estas 
cosas  son  buenas,  y  porque  son  buenas,  las  recoge  la  Idea  Lumi- 
nosa condensada  en  el  hombre  por  Dios  al  tiempo  de  inspirar 
en  su  rostro  soplo  de  vida,  y  le  suba  y  vuelve  á  Dios,  de  quien 
ha  nacido,  hasta  asociarle  perpétuamente  á  los  coros  de  los  án- 
geles, fin  único  para  que  es  criado .  Por  donde  tenemos  que  el 
Himno  dicho  á  Dios  por  el  Angel,  es  también  Himno  dicho  á 
Dios  por  el  Hombre,  y  que  la  Religión  descendida  del  cielo  es  el 
estrecho  vinculo  que  une  entre  sí  las  cosas  divinas  y  las  hu- 
manas. 

Así  acaba,  pues,  Dios  el  dia  sexto  todas  las  Obras  que  ha- 
bía dicho,  y  descansa  el  dia  séptimo  y  le  bendice  y  santifícale: 
porque  en  él  reposó  de  toda  su  Obra  que  crió  Dios  con  tanta 
perfección  y  alteza.  Allehtya. 


Sección  V. 


Cómo  entra  en  el  Mundo  la  Idea  Tenebrosa. 


En  estos  tiempos  como  no  está  el  mundo  en  posesión  sino 
de  afirmaciones,  el  mundo  es  limpio  porque  el  resplandor  de 
la  Idea  luminosa  es  soberano.  Mira  el  Demonio  la  cumbre  de 
la  perfección  á  que  le  ha  levantado  Dios,  y  padece  convulsio- 


— IOS— 

nesde  envidia.  Entra  en  el  cuerpo  de  la  serpiente,  mueve  la 
lengua  y  los  labios  de  este  animal,  habla  á  Eva,  y  oye  Eva  y 
cree.  Eva  habla  á  Adán,  y  Adán  cree,  y  entra  en  el  mundo  la 
Idea  Tenebrosa,  y  por  esta  entrada  pierde  el  mundo  sus  glorio- 
sos y  afamados  dias.  El  nombre  de  las  Negaciones  está  radical- 
mente asociado  á  esta  primera  voluntaria  desobediencia  del 
Hombre. 

Desde  esta  época  memorabilísima  penetran  en  el  alma  del 
Hombre  dos  manifestaciones  diversas  de  dos  Ideas  diversas: 
una  niega  lo  que  la  otra  afirma.  La  que  afirma  es  la  Conserva- 
dora de  las  Obras  de  la  Creación;  la  que  niega  la  Destructora;  si 
esta  venciera,  las  tinieblas  volverían  á  estar  sobre  la  luz  del 
abismo,  porque  su  batalla  es  deshacer  loque  Dios  hizo  en  el  prin- 
cipio, cuando  crió  Dios  el  cielo  y  la  Tierra. 


Sección  VI. 


Divina  filiación  de  la  Idea  Luminosa. — Instilación  del  Culto  Publico:  iglesias, 
ornamentos,  etc, 


1.  Libro  de  la  peregrinación  de  la  Idea  Luminosa  hija 
del  Padre,  y  del  Hijo,  y  del  Espíritu  Santo:  hija  de  Dios. 

2.  Dios  la  pone  en  el  Angel.  Hace  Dios  las  cosas  del  Mun- 
do y  la  pone  en  las  sustancias  de  estas  cosas  y  en  sus  formas. 
Y  cria  Dios  á  Adán,  y  la  pone  Dios  en  Adán  recogimiento  y 
centro  universal  de  ella. 

3.  Y  de  Adán  vá  á  Abel,  luego  á  Seth,  hijos  los  dos  de 


— 109  — 

Ada»,  y  después  á  Enós,  hijo  de  Selh.  En  esle  tiempo  ya  las 
gentes  son  muchas,  y  como  la  acción  de  la  Idea  Luminosa  no  se 
limita  á  producir  santos  aislados  y  familias  piadosas,  sino  que 
quiere  que  sea  santo  todo  el  género  humano,  inspira  á  Enós  el 
sentimiento  de  levantarle  Altares,  y  Enós  instituye  el  Culto 
Plblico.  Y  notad  aquí  novadores  de  ayer,  que  la  obra  que  in- 
tentáis derribar,  cuenta  ya  cinco  mil  seiscientos  treinta  y  seis  años 
de  existencia.  Cuan  grande  será  la  solidez  que  la  preside,  cuando 
las  ruinas  que  amontonan  los  tiempos  la  han  respetado,  y  las 
destrucciones  y  devastaciones  de  los  hombres  no  la  han  podido 
destruir!!!... . 

i.  Y  de  Enos  vá  á  Caimán,  de  este  á  Malalecl,  y  de  Ma- 
laleel  á  Jaréd,  de  este  á  Enóch,  y  de  Enóch  á  Malhusalem,  de 
este  á  Laméch,  y  detLaméch  á  Noé,  de  este  á  Arphaxád,  y  de 
Arphaxád  á  Salé,  de  este  á  ñeber  y  de  Jleber  á  Phalég. 

5.  Y  de  Phalég  va  á  Ren,  de  este  á  Sarúg ,  y  de  Sarúg  á 
Nácor,  de  este  á  Tharé  y  de  Tharé  á  Abrám,  Aquí  Dios  muda 
el  nombre  de  Abrám,  que  significa  padre  excelso,  en  el  de 
Abrahám,  que  quiere  decir  padre  de  muchas  gentes. 

6.  Y  de  Abrahám  va  á  Isaac,  de  este  á  Jacob,  y  de  Jacob 
á  Joseph,  y  de  este  ÁMoysés,  y  de  Moysés  á  la  Sinagoga,  y  de 
la  Sinagoga  á  la  Iglesia  Católica,  y  de  la  Iglesia  Católica  al  Cielo. 


Sección.  VII. 

Satánica  filiación  de  la  Idea  Tenebrosa. 


1.  Libro  de  los  saltos  de  1  •  Idea  Tenebrosa,  hija  de  las 
Pasiones  Malas,  y  de  los  Angeles  prevaricadores,  del  Demonio: 
hija  de  Satanás. 


— 110— 

2.  Del  Infierno  dá  sobre  el  Paraíso  aquel  Sallo  que  es  so- 
bre todo  salto,  y  de  cuyo  Salto  nacen  los  sentimientos  del  en- 
jambre de  todos  los  otros  saltos  que  sobre  la  tierra  dá. 

3.  Y  de  Adán  salta  sobre  Caín  130  años  después.  Y  de 
Cain  salta  sobre  todos  los  hombres,  menos  sobre  Noé  y  su  fa- 
milia. 

í.  Y  regenerados  los  hombres  por  Dios,  á  los  101  años 
torna  á  saltar  sobre  todos,  menos  sobre  el  pueblo  Hebreo.  Y  á 
los  4,000  años  del  mundo  hasta  sobre  el  pueblo  Judío  salta. 

5.  Y  regenerado  nuevamente  el  Hombre  por  Nuestro  Se- 
ñor Jesucristo,  dá  saltos  parciales,  hasta  dar  el  Sallo  Transcen- 
dental del  Siglo  XIX. 


Sección  VIII. 


Efecclos  sobre  el  Mundo  de  los  saltos  de  la  Idea  Tenebrosa. 


Los  grandes  efectos  causados  por  los  saltos  de  la  Idea  Te- 
nebrosa sobre  el  mundo  son  el  pecado  Aquel  del  cual  nacen  aun 
todos  los  pecados,  y  cuatro  pavorosísimos  Diluvios,  y  el  Deici- 
dio,  y  los  insólitos  huracanes  actuales,  y  los  rumores  inferna- 
les, y  los  ímpetus  desenfrenados,  y  las  pestilencias,  y  las  ham- 
bres, y  las  guerras  sangrientas  esparcidas  entre  todas  esas  co- 
sas. El  Diluvio  de  maldiciones  echadas  por  Dios  en  el  Paraíso 
comunica  al  hombre,  y  á  la  mujer,  y  á  la  tierra,  y  á  la  crea- 
ción, estragos  y  perturbaciones  que  nunca  han  tenido:  la  mujer 
es  condenada  á  que  padezca  intensos  y  acerbos  dolores  en  sus 
partos  y  á  estar  sujeta  á  su  marido;  pero  que  entre  estos  casti- 


—  Hi- 
gos pone  Dios  su  misericordia,  poniendo  á  la  penada  la  Prome~ 
sa  dequedc£7/«  había  de  nacer  una  Simiente  Bendita,  Nues- 
tro SeTwr  Jesucristo,  que  quebrantaría  la  cabeza  de  la  Serpiente 
maldita:  y  al  Hombre  á  que  cultive  una  tierra  rebelde,  y  á  que 
coma  él  mismo  y  alimente  á  su  mujer  y  familia  con  aquel  dolor 
que  las  escuelas  del  liberalismo  intentan  canamente  borrar  de  la 
memoria  y  del  entendimiento  de  los  hombres,  no  hallando  otro  tér- 
mino y  reposo  de  todas  sus  desventuras  y  trabajos  que  la  sus- 
titución de  la  muerte  inevitable.  La  maldición  ecbada  por  Dios 
á  la  tierra  se  condensa  y  se  hace  mayor  luego  que  traidora  abre 
la  boca  para  sorber  la  sangre  inocente  de  Abel,  y  ocultar  la 
atrocidad  del  delito  del  fratricida  Cain:  y  por  lo  que  mira  á  este 
apóstata  se  hacen  vanas  las  fatigas  que  emplée  en  labrarla. 
Llega  después  el  crimen  de  la  dilatación  del  pecado,  hasta  el 
punto  de  que  interviene  el  brazo  de  Dios,  y  las  aguas  sumen  á 
toda  carne  corrompida.  Vuelve  el  mundo  á  poblarse,  y  vuelve 
de  nuevo  á  perder  sus  consonancias,  y  vuelve  Dios  á  interve- 
nir convirtiendo  el  halla  común  en  sonidos  confusos,  distintos  y 
diversos,  quedando  solamente  entra  la  porción  posesora  de  la 
Idea  Luminosa  el  Ejemplar  del  Habla  Original. 


Sección  IX 


Continua  el  asunto  del  párrafo  anterior:  los  facciosos  excomulgados  de  Babel, 


En  los  facciosos  de  Babel  nos  demuestran  las  páginas  de  la 
Historia  vinculada  la  existencia  de  todo  el  enjambre  de  dioses 
fabricados  por  la  apostasía,  y  que  designa  el  Sr.  Castelar  con 


-lió- 
los nombres  de  filósofos  griegos,  filósofos  romanos,  y  de  secta- 
rios de  diversas  escuelas.  Al  pié  de  esta  Torre  de  ladrillo  es- 
tá la  solución  del  problema  que  propone  mi  compatriota 
orador. 

Confundido  el  SeTwr  el  Habla  común,  los  insurrectos  se  es- 
parcen por  la  tierra,  y  son  el  Proteo  que  se  nos  presenta  bajo 
distintas  formas  en  Egipto,  en  la  China,  en  la  India  en  la  Gre- 
cia encantadora,  en  Roma  y  hasta  en  los  salvajes  de  América. 
Por  mucha  que  fuera  la  corrupción  del  entendimiento  y  de  la 
voluntad  de  los  famosos  Prevaricadores  de  Babel,  que  sí  era,  no 
es  posible  dudar  que  llevaron  al  destierro  la  memoria  bien  pro- 
vista de  las  doctrinas  y  enseñanzas  bajo  cuya  jurisdicción  na- 
cieran. Entre  las  formas  gigantescas  del  error  encontramos 
pisadas  de  la  Idea  Luminosa  y  acontecimientos  que,  mas  que 
sean  vagos  y  confusos  en  el  modo,  están  enteramente  en  la 
sustancia  acordes  con  las  tradiciones  de  la  Porción  Fiel.  Las 
ideas  de  dioses,  de  espíritus  superiores  al  hombre  y  de  todas 
esas  cosas  del  orden  sobrenatural  que  hormiguean  entre  los 
indios,  chinos,  egipcios,  celtas,  negros  de  Africa  y  americanos 
son  fragmentos  importados  en  aquellas  regiones  por  los  Insur- 
rectos de  Babél.  Un  ejemplo  confirmará  estas  verdades.  Supón- 
gase que  una  familia  de  nuestra  sociedad  actual  se  trasplanta 
al  desierto  mas  remoto  y  que  pasados  miles  de  años  encontra- 
mos en  él  desarrollado  un  gran  pueblo;  por  mas  que  las  meta- 
físicas, las  ciencias  abstractas,  los  errores  y  todos  los  absurdos, 
en  fin,  lleguen  á  subir  á  su  mas  alta  categoría,  ¿creéis  posible 
ver  borradas  todas  las  condiciones  del  moderno  embrión?  En 
peores  condiciones  se  encuentra  el  conquistador  que  el  pobla- 
dor, porque  este  no  tiene  que  vencer  las  resistencias  que  aquel, 
y  sin  embargo  la  Historia  nos  presenta  siempre  estampada  su 
huella  por  todos  los  lugares  por  donde  ha  pasado.  Los  niños 
de  Egipto  imitan  actualmente  en  sus  juegos  las  evoluciones  del 
soldado  de  Napoleón  I.  Suponed  que  acontecieran  en  el  Nuevo 
Mundo  las  mudanzas  mas  colosales,  suponedle  preso  de  armas 
extranjeras,  suponedle  hundido  en  las  catástrofes  mas  imagi- 
nables, ¿creéis  que  todas  estas  cosas  extinguirían  enleramen- 


— 113— 

te  muchísimos  de  los  rasgos  transportados  por  los  europeos 
á  sus  playas?  Es  bien  seguro  que  nó. 

Por  donde  tenemos  que  el  fallo  inaplicable  que  alcanza  á 
todo  lo  mas  ó  menos  bueno  que  encontramos  en  las  nacionali- 
dades de  la  antigüedad,  son  efectos  y  no  causas,  consecuencias 
y  no  principios  déla  Religión  y  Moral  Católicas.  El  Sr.  Castelar 
y  amigos  creen  tropezar  con  griegos  y  romanos,  cuando  tropie- 
zan realmente  con  católicos  disfrazados.  Mas  como  quieran  que 
un  católico  disfrazado  es  un  cadáver,  el  Sr.  Castelar  y  su  escue- 
la debían  deducir  délos  fenómenos  que  admiran  consecuencias 
enteramente  contrarias  á  las  que  deducen.  Debían  ver  que  si 
los  fragmentos  del  Catolicismo,  aun  entre  tantos  lodos,  producen 
efectos  tan  sorprendentes  ¿qué  no  podía  esperarse  de  las  concep- 
ciones naturales  y  sobrenaturales  de  la  Iglesia  Católica  derrama- 
das sin  obstáculos  por  el  mundo?  El  dia  que  todas  las  escuelas 
separadas  de  la  Iglesia  Católica,  los  impíos,  los  escépticos,  los 
salvajes  y  todas  las  inmundicias  del  mundo  depusieran  las  afir- 
maciones, los  esqueletos,  las  cosas,  las  nociones  que  poseen  chu- 
padas de  las  Venas  de  la  Iglesia,  y  la  Iglesia  se  remontara  al 
cielo,  en  este  mismo  dia  el  caos  estaría  sobre  la  haz  de  la 
Tierra. 


Sección  X. 

Entre  paréntesis. 


Hay  muchas  gentes  que  porque  no  encuentran  los  nombres 
de  Iglesia-Católica-Apostólica-Romana  y  el  de  Jesucristo  en  Jos 

lo 


— 1 1 4 — 

tiempos  anteriores  al  de  la  Sacratísima  Encarnación  de  este 
Nuestro  Soberano  SeTior,  piensan  que  la  Iglesia  Católica  no  ha  si- 
do siempre,  y  que  el  Hijo  del  Padre,  no  ha  intervenido  perpé- 
fuamente  en  los  asuntos  del  Mundo.  Sepan,  pues,  estas  gentes, 
que  las  diferencias  que  notan  sonmodales,  y  no  sustanciales,  por 
cuanto  dentro  del  mismo  Paraíso  Terrenal,  luego  al  punto  de 
ser  criado  Adán,  nuestra  Religión  fué  Iglesia,  fué  Católica,  fué 
Apostólica,  y  fué  Romana,  por  lo  que  mira  á  la  Ley,  y  por  lo  que 
mira  á  los  Hechos,  lo  fué  en  el  momento  de  haber  el  Señor  ins- 
tituido la  sociedad  conyugal  con  la  entrega  de  Eva  á  Adán.  Fué 
Iglesia,  porque  Iglesia  es  una  sociedad  escelentísima  y  perfectí- 
sima,  sobrenatural,  fundada  por  Dios,  conservada  por  Dios  y 
asistida  por  Dios,  y  todo  esto  hubo  en  el  Paraíso.  Fué  Católica, 
porque  Dios  la  instituyó  para  todo  el  género  humuno.  Fué  Apos- 
tólica, porque  lodo  hombre,  en  la  condición  en  que  se  encuen- 
tra, debe  procurar  su  extensión  y  conservación..  Y  fué  Romana, 
por  el  mismo  hecho  de  ser  Católica,  pues  á  ninguno  se  eschiyó,  y 
solo  para  impíos  recoge  la  ¡glesia-Catblica  Apostólica-Romana\& 
intensidad  de  sus  términos  y  remates.  También  allí  está  en  el 
Paraíso  Jesucristo,  solo  que  después  de  su  venida  se  llamó  así, 
y  en  el  Paraíso  juntó  el  nombre  de  Verbo  con  el  de  Simiente 
Bendita,  sin  que  haya  hoy  mudado  el  oficio  de  Mediador  que  co- 
menzó allá.  Los  católicos  que  precedieron  á  su  Augustísima  En- 
carnación se  salvaron  como  nosotros:  por  la  Fé  en  su  Venida,  sin 
que  la  Vénula  dejase  de  ser  entonces,  ¡o  que  es  hoy:  La  Llave 
del  Cielo.  Solo  que  los  primeros  pusieron  su  YÉen  flue  vendría, 
y  los  que  combatimos  aquí  tenemos  puesta  la  Fe  en  queHÁ  Ve- 
nido. Mientras  que  los  hombres  que  tuvieron  la  Dicha,  cuya 
inefabilidad  y  grandeza  vá  á  perderse  en  que  no  sé  yo  ningún 
vocablo  que  las  esplique,  de  lerle  vestido  de  nuestra  qropia  carne, 
se  salvaron,  porgue  creyeron  que  es,  lo  que  realmente  es:  El  Rijo 
del  Padre  lleno  de  gracia  y  de  verdad. 

Por  donde  tenemos  que  los  modernos  nombres  de  üebreos, 
Judíos,  Sinagoga  y  Templo,  sobre  ser  símbolo  de  nuestra  Reli- 
gión, son  símbolo  de  las  aposlasías  de  los  hombres,  porque  Dios 
al  instituir  nuestra  Religión  en  el  Paraíso,  no  le  puso  ningún 


-lio— 

nombre  pequeño,  sino  que  quiso  que  Adán  y  todos  sus  descen- 
dientes, fuésemos  piedras  vh-as  del  Edificio  que  transplantaba  á 
-la  Tierra.  Dios  quiso  desde  el  Principio,  lo  que  hoy  quiere,  y  lo 
que  eternamente  querrá:  que  ningún  hombre  se  pierda,  sino  que 
Todo  el  Género  Humano  camine  en  su  presencia  con  santidad  y 
justicia  todos  los  dias  de  su  vida.  De  todo  lo  cual  deduzco  yo  por 
ecuación  suprema:  que  en  la  Tierra  solo  hay  dos  nombres:  el  de 
Católico  que  es  Luz,  y  aquel  otro  sucio  de  Hereje,  que  es  Ti- 
nieblas. 

Cuando  Xueslro  Señar  Jesucristo  pregunta,  ¿qué  mas  pude 
haber  hecho,  que  no  haya  hecho?...  ¿Sabéis  qué  pregunta? 
Pregunta  ¿qué  mas  pude  haber  hecho,  que  no  haya  hecho  para 
que  mi  religión  y  moral  sea  Iglesia  Calólica-Apostólica-Romana? 
En  efecto,  ¡mi  adorable  Salvador!...  nada  mas  podéis  haber  he- 
cho de  lo  que  habéis  hecho  para  borrar  de  la  haz  de  la  Tierra 
tanta  Herejía  para  que  todos  los  que  vivimos  aquí;  estemos 
en  comunión  con  los  que  gozan  de  Vos  allá,  para  que  el  Género 
Jlumano  sea  uno,  como  Vos  sois  Uno,  para  que  esta  Tierra  que 
Vos  criasteis  no  gima  con  el  peso  de  tanto  impio,  sino  que  como 
ella  es  una,  sea  asi  mismo  uno  el  Culto  que  los  hombres  os  ren- 
dimos! .  .  .  Y  ¿qué  más  podíais  haber  hecho,  que  viendo  los 
pecados  del  Mundo,  correr  como  habéis  corrido  desalado  á  qui- 
tarles, descendiendo  del  Cielo  al  seno  de  la  Virgen,  de  allí  al 
Pesebre,  del  Pesebre  á  la  Cruz,  de  la  Cruz  al  Sepulcro,  y  del  Se- 
pulcro al  Cielo?.  .  .  . 

En  virtud  de  todo  lo  dicho  resulta:  que  nuestra  Santísima 
Religión  siempre  ha  sido  lo  que  hoy  es :  Iglesia  Católica- 
Apostolica-Romana,  y  que  si  estos  nombres  no  aparecen  hasta 
después  de  la  venida  de  Nuestro  Señor  Jesucristo  es  por  la 
apostasia  cometida  por  los  hoabres  en  los  campos  de  Senaar. 
Por  esta  Apostasía  dejó  de  serlo  en  sus  efectos,  quedando 
solo  adherida  á  Beber  y  á  su  familia,  en  premio  á  la  ino- 
cencia y  firmeza  con  que  se  conservaron  fieles  á  las  ór- 
denes y  mandamientos  de  Dios.  Y  esta  excepción  fué  qui- 
tada á  los  descendientes  de  Hebér.  cuando  Dios  por  su  mi- 
sericordia condensó  en  Jerusalen  lo  que  por  su  justiciaba- 


—116— 

Lia  recogido  en  Babel  cuando  dijo  «7<i  y  ensenad  á  Todas 
las  Gentes. «  Los  nombres  de  la  Iglesia  Católica- Apostólica-Ro- 
mana  son  gerárquicos,  y  estos  nombres  no  se  toman  sin  nece- 
sidad. Nadie  dice  que  es  gente  entre  gentes;  pero  sí,  proclama 
terminantemente  que  es  gente  tan  luego  como  se  vé  en  pe- 
ligro de  ser  confundido  con  las  bestias.  Por  estas  razones 
nuestra  Religión,  antes  de  la  prevaricación  de  Babel  no  declaró 
que  fuera  Iglesia  Católica- Apostólica -Romana,  porque  nadie  se 
lo  disputaba;  pero  se  lia  llamado  así  después  de  la  venida  de 
Nuestro  Señor  Jesucristo  tanto  para  significarnos  el  misterio  de 
Nuestra  Redención,  como  para  que  no  se  la  comprenda  en  nin- 
guna de  las  categorías  de  hs  sectas,  que  la  combaten.  Para  que 
se  sepa  que  es  Original,  y  no  copia,  causa,  y  no  efecto,  ó  hija  de 
Dios,  y  nó  de  la  sabiduría  humana. 


Sección  XI. 


Consecuencia  contra  la  Tesis  del  Sr.  Castelar,  Se  acaba  de  probar  lo  estable- 
cido en  el  principio  del  Párrafo  octavo,  con  lo  cual  concluye  esle  Capí- 
tulo Diez, 


De  todo  lo  espuesto  resulta  que  la  Idea  Luminosa  es  de 
Dios,  y  que  siendo  la  Iglesia  Católica  la  única  depositaría  de 
esta  Idea,  emplear  la  fuerza  contra  la  Iglesia  es  completa- 
mente ineficaz  é  inútil:  y  no  solo  ineficaz  é  inútil,  sino  que 
como  quiera  que  siempre  sucede  que  lo  que  el  impío  teme, 
eso  viene,  las  persecuciones  que  se  emprenden  contra  la 


-117— 

Iglesia  Católica  para  encontrar  una  libertad  mentida,  dan  por 
consecuencia  una  esclavitud  real;  pero  que  emplear  la  fuer- 
za contra  la  Idea  Tenebrosa,  no  solo  no  es  ineficaz  é  inú- 
til sino  que  es  librar  á  la  sociedad  de  aquella  condenación 
que  sigue  al  crimen.  Proclamar  que  la  sociedad  es  ineficaz  é 
inútil  para  ahogar  la  Idea  Tenebrosa,  es  negar  el  cuidado  con 
que  la  Providencia  de  Dios  vela  sobre  los  bombres;  es  ser 
ateo;  es  negar  los  gobiernos.  Estos  están  instituidos  para 
combatir  el  desorden.  Si  en  el  mundo  todo  fuera  orden,  ca- 
da uno  cumpliría  con  su  deber.  Y  cumpliendo  cada  uno  con  su 
deber  ¿qué  necesidad  tendría  el  mundo  de  instituciones  que 
le  hicieran  cumplir?  En  los  derechos  y  deberes  de  la  patria 
potestad  mas  se  ocupan  los  legisladores  de  los  hijos  que  de 
los  padres,  porque  la  simple  luz  natural  les  enseña  que  mas  son 
los  hijos  que  se  portan  mal  con  los  padres,  que  los  padres  con 
los  hijos. 

La  Gran  Grecia,  Roma,  y  todas  las  sociedades  anteriores 
á  estos  dos  pueblos,  la  grandeza  que  les  concede  la  Histo- 
ria, la  deben  á  no  haber  participado  de  las  ideas  del  Señor 
Caslelar,  así  como  deben  su  sepulcro  á  su  participación.  Y  hé 
aquí  por  qué  he  dicho  en  el  capítulo  III  que  esta  época  que 
atravesamos,  sino  fuera  por  ciertas  individualidades  católicas, 
fuera  inferior  á  la  Grecia  de  Pilágoras  y  á  la  Roma  de  Rruto, 
porque  es  mejor  vivir  bajo  la  jurisdicción  de  una  religión  falsa, 
que  vivir  sin  freno  como  el  ateo. 

Las  propiedades  de  la  Iglesia  Católica  son  tan  escelentísi- 
mas,  que  sus  partecillas  por  diminutas  que  sean,  andan  en  con- 
sonancia perfecta  con  las  reliquias  de  la  Cruz  de  Nuestro  Señor 
Jesucristo,  que  donde  están,  levantan  muertos.  Ya  he  demos- 
trado en  el  -párrafo  IX  del  capítulo  anterior  el  origen  de  lo  bueno 
que  se  encuentra  en  Grecia,  en  Roma,  en  el  mundo  entero  de 
donde  arranca.  La  Iglesia  Católica  es  un  corpulentísimo  árbol 
que  desde  los  tiempos  ant;di!uvianos  hasta  la  fecha,  dá  mas  ó 
menos  sombra  al  mundo  entero:  el  centro  de  su  soberbia  copa 
abriga  ásus  hijos,  y  el  resto  de  los  hombres,  unos  viven  de  sus 
ramas  y  otros  de  sus  hojas;  pero  quitad  á  esos  desventurados 


-118— 

esas  ramas,  ó  esas  hojas,  y  quedan  sin  poderse  comparar  con 
aquellos  de  las  playas  del  Senegal.  Vendéis  á  los  incautos  los 
gobiernos  populares  como  invención  vuestra,  y  estos  gobiernos 
son  en  la  Iglesia  tan  antiguos  como  ella.  El  gobierno  de  los  fac  • 
ciosos  de  Babél  era  popular.  La  república  de  Tiro  de  la  Iglesia 
chupó  la  idea.  La  república  de  íos  Judíos  data  del  año  491  antes 
de  nuestra  era,  y  no  hay  república  que  no  posea  algo  de  aquel 
rayo  de  luz.  Los  estómagos  sanos  lo  digieren  todo.  Con  la  Igle- 
sia Católica  de  base  todo  sistema  político  es  bueno.  El  despotismo 
data  de  la  impiedad.  Donde  no  hay  Dios,  solo  el  sable  puede  go- 
bernar algunos  momentos. 

Los  que  quieran  saber  la  verdad  y  formarse  un  recto  cri- 
terio del  mundo  y  sus  cosas,  deben  buscar  los  datos  en  donde 
están.  En  tratándose  de  libros,  búsquese  el  primero  que  se  co- 
noce que  es  la  Biblia;  y  si  en  los  libros  posteriores  se  encuen- 
tran noticias  que  están  consignadas  préviamente  en  la  Biblia, 
dígase  que  la  Biblia  esorigínal,  y  aquellos  copias,  que  el  juicio 
es  recto.  Para  saber  de  Grecia,  de  Roma  y  de  la  Edad  Media,  no 
deben  los  hombres  estudiar  á  los  revolucionarios  modernos: 
Plutarco,  Homero,  Herodoto,  Ensebio,  Tertuliano,  y  todos  los 
Padres  de  la  Iglesia,  en  fin,  y  todos  los  Concilios,  saben  mejor 
las  cosas  que  todos  esos  que  escriben  en  los  cafés  y  en  los  lu- 
panares recostados  entre  mujeres.  Todos  estos  escritores  y  ora- 
dores son  hombres  que  descienden  de  la  Idea  Tenebrosa  por  sus 
padres,  y  que  sus  enlaces  les  autorizan  para  poder  decorar  sus 
lares  con  las  imágenes  de  los  pontífices  de  los  asesinos  de  Carlos  I 
de  Inglaterra,  y  de  la  del  infortunado  Luis  de  Francia.  Esta  es 
la  realidad.  Vivimos  en  una  época  en  que  es  preciso  ser  franco 
dando  á  cada  uno  \o  quecss?;yo. 

Esta  singular  época  que  atravesamos  forma  un  conjunto, 
que  la  hace  un  Monstruo  diverso  de  todos  los  que  nos  presenta 
la  Historia.  Las  devastaciones  de  Grecia  y  la  destrucción  de 
Roma  ocasionadas  por  el  ateísmo,  no  son  tan  estrañas,  si  se  con- 
sidera que  eran  monumentos  levántalos  sobre  cimientos  de  are- 
na, cuales  eran  las  religiones  falsas  sobre  que  reposaran;  pero  el  • 
ateísmo,  entre  gentes  que  á  las  esperiencias  del  pasado  juntan 


-  119 — 

las  luces  verdaderas,  es  acontecimiento  que  ha  de  suministrar 
por  sí  solo  una  historia  curiosa.  No  es  difícil  que  descienda  el 
Señor  de  un  dia  á  otro  para  ver  la  Torre  que  edifican  los  hijos  de 
Adán.  A  mi  no  me  ha  hablado  el  Seiior  particularmente  sobre  su 
modo  de  pensar  acerca  de  la  Ciudad  y  la  Torre;  pero  según  veo 
que  ya  ninguno  entiende  aquí  el  lenguaje  de  su  compañero, 
sospecho  que  quiere  confundir  la  lengua.  Por  lo  que  á  mí 
toca  no  tengo  cuidado,  porque  soy  de  la  familia  de  Iíebér. 
Yo  ruego  á  los  facciosos  que  mediten  el  asunto,  porque,  aun- 
que Jesucristo  viene,  ya  no  es  como  Redentor,  sino  como  Juez 
implacable. 

Por  lo  que  hace  á  la  suerte  que  puede  correr  la  Iglesia  Ca- 
tólica, supuesto  que  hablo  á  Gentiles,  les  comparo  la  cosa  al  tem- 
plo de  Efeso:  siete  veces  incendiado,  y  siele  veces  salido  de  las 
ruinas,  y  siete  veces  mas  magnifico. 

Yo  bien  conozco  que  al  ver  la  luz  pública  este  Opúsculo, 
querrán  los  Libres  Pensadores  poner  veneno  en  su  mirada 
para  estinguirle;  pero  es  de  mármol  y  nada  le  conmueve. 
He  levantado  mi  mano  implacable  contra  le  Herejía,  y  le 
preparo  martirios  mayores.  Si  el  mas  haraposo  de  los  llama- 
dos liberales  tiene  el  derecho  en  cualquier  lugar  de  befar  el 
orden,  el  mas  haraposo  de  los  católicos  tiene  el  derecho  de 
defenderle.  Y  os  protesto  á  la  faz  del  mundo  entero,  ¡ce- 
rebros hácia  abajo !  he  tomado  la  pluma  para  á  cada  mue- 
ca que  bagáis ,  responderos  con  un  balazo.  ¿Que"  importa 
que  habléis  mejor  que  yo,  si  yo  digo  la  verdad,  y  vosotros 
no  andáis  mas  que  cantando  mil  embrollos?  A.  mí  no  me  alar- 
mará la  critica  del  estilo,  la  que  pudiera  confundirme  seria 
la  crítica  de  la  lelra;  pero  esta  no  me  confunde;  nó,  por- 
que con  la  Historia  en  la  mano  os  pruebo,  siempre  que  gus- 
téis, que  ningún  buen  griego  ni  ningún  buen  romano  simpatizó 
jamás  con  vuestras  ideas. 

Por  ser  universalmente  conocida  de  todas  las  gentes  la  ac- 
ción sóbrelas  turbas  del  Calvario  de  la  Idea  Tenebrosa,  concluyo 
apuntando  su  participio  principal  en  la  condenación  solemne  que 
hizo  Dios  del  Imperio  Romano. 


-120— 

Temerosa  la  Filosofía  Griega  de  que  se  la  hiciera  marchar 
uncida  al  carro  de  las  tempestades,  deja  la  Grecia,  y  hácese  á  la 
vela  para  Roma,  después  de  haber  fijado  su  residencia  en  Ale- 
jandría, bajo  el  reinado  de  los  Ptolomeos,  Poseída  Roma  del  an- 
helo de  vivir,  cree  que  la  Extrangera  puede  hacerla  dichosa,  y 
la  recibe  y  hospeda  con  los  honores  de  una  reina.  Mas  no  tarda 
Roma  en  expiar  su  crimen  Roma  la  piadosa,  vé  brotar  impíos 
como  Lucilo  y  Lucrecio,  y,  ¡ó  eterno  ejemplar  délos  perniciosí- 
simos efectos  del  escándalo !  hasta  el  religioso  Marco  Tulio  sigue 
las  pisadas  de  la  bella  ática,  y  coloca  á  sus  piés  un  azafate  lleno 
de  monedas  falsas.  En  presencia  de  la  apostasía,  Roma  se  con- 
turba, y  rubrica  orden  de  espulsion.  Mas  la  pérfida  Griega  ha- 
bía ya  conmovido  el  fundamento  de  luz  romana,  y  Roma  no  pu- 
diendo  resistir  al  placer  de  oiría  hablar,  le  levanta  el  destierro. 
Torna  la  Expulsa  á  Roma,  se  insinúa  por  todas  las  venas  de 
aquellos  señores  de  la  tierra  y  les  conduce  de  laberinto  en  la- 
berinto, hasta  dar  con  ellos  en  manos  del  Cristianismo.  Como  con 
el  Cristianismo  marcha  siempre  Dios,  entonces  pone  un  Bár- 
baro  armado  en  las  puertas  de  cada  templo  romano,  y  manda 
al  Cristianismo  que  con  la  fuerza  de  su  razón  suprema  dé  testi- 
monios públicos  de  sus  virtudes:  y  ambos  á  dos,  no  paran  hasta 
romper  á  Roma  con  el  cambio  de  Raza  Humana.  Si  esto  es  un 
gran  bien  bajo  el  punto  de  vista  religioso,  es  una  expia- 
ción terrible  bajo  el  punto  de  vista  de  la  causa  que  es  el 
pecado. 


CAPÍTULO  UNDECIMO 


Es  la  Iglesia;  no  es  la  Iglesia:  es  regalo  de  un  amigo. 


«El  Sr.  Cánovas,  prosigue  el  Sr.  Castelar,  como  si  viera  la 
«inutilidad  de  su  remedio  (el  Gobierno),  vuelve  los  ojos  á  una 
«reacción  religiosa.  Pero  el  Sr.  Cánovas  olvida  que  mientras  la 
>>lglesia  se  alie  {¡ja  no  es  luz  y  consuelo  de  mil  generaciones:)  á 
«todos  los  opresores,  y  se  vuelva  (ya  la  Iglesia  se  ha  vuelto  pá- 
ngame,) contra  todos  los  oprimidos,  maldiga  nuestros  progresos. 
»(U«  juzga  menos  incómodo  aquel  desconsolador  nido  de  la  cuna 
» del  pueblo;)  escomul^ue  (ya  no  es  el  trabajador  '[eterno  pena- 
»doV)  nuestra  democracia,  cuente  (ya  no  muere  Cristo  por  el 
«pueblo;)  como  dias  de  luto  los  dias  de  triunfo  de  los  pueblos, 
«maldiga  (ya  lomó  el  pueblo  aire,  luz,  movimiento:  ya  es  Sobera- 
»no.)  los  progresos  políticos  modernos,  la  Iglesia  (¡á  Dios  ca- 
»ramba'.)  será  abandonada  hasta  de  aquellas  almas  que,  (¿son 
«como  I  oí?)  cristianas  por  su  naturaleza  y  por  su  educación , 
«no  quieren  (La  verdadera  Libertad;)  ni  pueden  abandonar  (el 
»curtcl  y  la  marca,  y  las  dos  argollas  y  las  dos  cadenas  en  ambos 
»piés;)  su  conciencia  que  las  separa  de  (todo  progreso)  todas  las 
«tiranías,  y  las  une  indisolublemente  (á  los  cazados  en  las 
»selvas  de  Pannonia,)  á  la  justicia  y  al  derecho.»  (Aquí  ya  laso- 
nciedad  no  es  implacable,  porque  ya  hay  justicia  y  derecho.) 

¿Acaban  de  oir  mis  lectores  los  furibundos  redobles  de 
tambores  y  de  trompetas  destempladas  contra  la  Iglesia  por  las 
excomuniones  que  lanza  contra  la  democracia  del  Sr.  Castelar? 

10 


—122 — 

Pues  no  forméis  mala  opinión  de  mi  compatriota  orador,  por  lo 
que  acabáis  de  oir:  ya  no  es  la  Iglesia  la  culpable,  es  su  misma 
democracia.  Ha  recorrido  esa  larga  fila  de  calles  sin  salida  de  la 
Luminosa  Revolución  Moderna,  y  al  través  de  las  rejas  de  sus 
encantadores  progresos  políticos,  si  no  fuera  pomo  faltar  al  de- 
ber que  se  ha  impuesto,  convendría  con  la  Iglesia  en  contar  por 
de  luto  sus  triunfes;  oigamos  y  sino  la  mirada  que  echa  en  torno 
suyo: 

«Preguntábame  el  Sr.  Cánovas:  ¿qué  trabas  halla  el  traba- 
jador en  las  sociedades  modernas?  Voy  á  decirlo.  Existen  mo- 
nopolios, privilegios,  títulos  profesionales,  servicio  militar  para 
«el  pobre  (en  los  tiempos  del  oscurantismo  era  este  servicio  pa- 
rirá los  de  las  pelucas  empolvadas;)  de  que  se  esceptua  el  rico; 
»ya  he  dicho  que  la  Luminosa  Revolución  les  ha  excluido;)  siervos 
»en  las  costas,  (¡ya  no  quiere  guarda-coslasl)  siervos  en  la  mar. 
»(¡Fuera  Marina!)  restos  de  señorío,  (¡y  dice  que  no  desconoce 
»la  propiedad!)  contribuciones  indirectas,  que  son  el  impuesto 
"progresivo  (evoluciones  progresivas,)  sohre  la  miseria  (ya  el  so- 
»berano  del  Sr.  Castelar  está  como  aquel  antiguo  nuestro  rey 
»que  no  tuvo  que  cenar;)  intentos  hay  de  suprimir  sociedades 
»(/t«//  razón:  quitan  estímu  lo  al  trabajo,)  que  procuran  mejorar 
»el  trabajo  (de  falsearlo  lodo  para  convertir  el  mundo  en  el  caos 
»para  consumo  particular;)  artículos  del  código  que  castigan 
«como  un  ciímen  (como  vosotros  castigáis  á  los  que  nos  juntamos 
»para  aumentar  el  precio  de  la  Religión)  la  coligación  para  au- 
mentar el  precio  del  trabajo.  Véase  si  se  puede  todavía  rom- 
»per  trabas  y  ligaduras  que  esclavizan  («  la  Iglesia)  al  tra- 
»bajo. » 

Yo  os  perdono  vuestros  arrebatos,  Sr.  Castelar;  las  pésimas 
nociones  que  os  habéis  formado  de  la  libertad  y  del  progreso  os 
incitan  á  comételos.  Vuestros  progresos  y  vuestra  democracia 
os  parecen  grandes  y  vuestros  días  os  parecen  de  triunfo,  por- 
que los  veis  encumbrados;  pero  no  habéis  reparado  que  lo  es- 
tán sobre  un  inmenso  volcan:  os  fijáis  en  los  torrentes  de  luz, 
y  perdéis  de  vista  las  grandes  masas  de  humo.  En  verdad  os 
digo:  os  habéis  apasionado  de  una  ramera  solo  por  su  rostro. 


-493- 

Esas  almas  cristianas  por  naturaleza  y  por  educación,  que 
son  los  vasos  de  oro  y  de  plata  con  que  bebe  la  Iglesia,  no 
piensan  en  abandonor  su  mesa,  como  vos  afirmáis  sin  vacilar, 
y  si  ellas  la  abandonaran,  Dios  sabe  fabricarle  otras.  El  sobera- 
no Artífice  de  estos  vasos  es  tan  previsor,  que  actualmente  está 
en  Rusia,  en  Ilannovcr,  en  Turquía  y  otras  partes  recogiendo 
tierra  y  coivirtiéndola  en  oro  y  plata,  y  acumulando  los  teso- 
ros que  demanden  las  circunstancias,  para  todo  el  buen  servi- 
cio del  altar.  Las  sustancias  délos  útiles  permanecerán  siempre 
las  mismas,  sin  mas  diferencia  que  en  vez  de  llamarse  españo- 
les, franceses,  italianos,  et  cestera,  pueden  tomar  el  nombre  de 
rusos,  turcos,  damasquinos  y  germanos.  El  mundo  no  está  aun 
tan  despoblado,  Sr.  Caslelar,  que  no  tenga  en  su  marina  un 
piloto  que  pregunte:  «¡SeTiorl  ¿,á  qué  pueblos  queréis  hacer  la 
guerra!  y  un  Gensaríco  que  responda:  «/A  aquellos  contra  quie- 
nes Dios  está  enojado'.»  Junio  Bruto  crée  habérselas  con  el  des- 
potismo, injuria  la  libertad,  y  dá  de  narices  sobre  el  cetro  de 
hierro  de  César.  La  Francia  no  advertia  que  á  la  espalda  de 
Luis  estaba  Napoleón  1. 

Esta  Iglesia  que,  según  vos  mismo,  tan  bien  supo  quitar 
las  marcas  y  los  carteles  del  pueblo,  jamás  renunciará  al  placer 
de  hacerse  participe  de  sus  sufrimientos;  pero  ella  sabe  per- 
f  eclamentc  bien  que  no  es  libertad  y  progreso  lo  que  hoy  bajo 
sus  velos  se  oculta.  El  liberalismo  se  desmaya  á  la  vista  de  un 
trabajador,  y  tiene  entrañas  bastante  duras  para  con  sus  moti- 
nes, asonadas  y  guerras,  sacrificar  \millones  de  hijos  del  pueblo! 
que  dejando  á  sus  consortes  y  á  sus  hijos  en  la  miseria,  perpe- 
túan en  el  mundo  los  infortunios  y  la  execrable  memoria  de  los 
desnaturalizados  corazones  de  unos  verdugos  que  insultan  con 
su  lujo  y  disipación  la  sangre  de  las  victimas  en  la  persona  del 
huérfano  hambriento  y  de  la  viuda  desamparada.  Y  la  Iglesia 
que  no  ignora  los  dañosos  resultados  del  patriotismo  de  los  es- 
posos y  de  los  padres,  no  castiga  en  los  inocentes  los  sufri- 
mientos que  los  tiranos  tienen  merecidos,  sino  que  con  bondad 
paternal  se  esfuerza  en  neutralizar  las'  desastrosas  consecuen- 
cias de  las  bastardas  pasiones  de  los  déspotas  infames. 


—124  — 

La  Iglesia,  Sr.  Castelar,  no  apoya,  como  vos  apoyáis,  en 
los  conceptos  de  masonisino,  carbonarismo,  internacionalismo, 
ni  en  los  de  las  otras  sectas  secretas  y  públicas,  el  criterio  del 
progreso  y  de  la  asociación.  El  progreso  y  la  asociación  son 
verdades  de  la  Iglesia  Católica,  y  el  masonismo,  carbonarismo 
é  internacionalismo  son  herejías  de  aquellas  verdades.  Son  vi- 
cios que  se  quieren  ingerir  en  aquellas  virtudes.  Bien  puede 
el  liberalismo  amasar  y  reamasar,  que  el  criterio  del  orden  re- 
chazará eternamente  las  ideas  especulativas,  los  delirios  y  los 
absurdos  con  que  se  alimenta. 

Recordad,  Sr.  Castelar,  que  vos  mismo,  después  de  haber 
dibujado  los  tormentos,  y  las  angustias,  y  los  oprobios  del  pue- 
blo durante  el  Sacro  Imperio,  llamáis  al  Cristo  libertador  de  ese 
pueblo,  y  hasta  «luz  y  consuelo  de  mil  generaciones  en  toda  la  re- 
dondez de  la  tierra.»  El  haberos  persuadido  de  que  el  Cristo  es 
luz  y  consuelo  hará  menos  difícil  el  que  os  persuadáis  de  los 
gravísimos  inconvenientes  que  resultarían  al  mundo,  si  se  efec- 
tuara la  Voz  que  lanza  la  Iglesia,  su  hija,  en  el  capítulo  que 
sigue. 


CAPÍTULO  DUODECIMO. 


Voz  de  la  oscurantista,  retrógrada  é  intolerante  Iglesia  Cató- 
lica á  los  muy  ilustrados,  progresistas  y  libres  pensadores 
del  siglo  XIX. 


«Señores: 

«Vais  á  salir  de  la  tiranía  de  un  tutor  poderoso.  Signifi- 
cad á  esc  soldado  que  me  hace  centinela  delante  del  calabozo 
del  Vaticano,  que  puede  quitar  la  guardia  de  la  cárcel,  porque 
Yo  me  retiro.  Mas  antes  que  me  retire  de  este  mundo  que  vá  á 
ser  consagrado  por  la  Columna  de  Junio  Bruto,  de  entre  los 
materiales  con  que  vais  á  levantar  un  monumento  al  Pueblo, 
levanto  lodo  lo  que  de  hecho  y  de  derecho  me  pertenece,  para 
que  desde  luego  cada  uno  se  escude  con  lo  suyo:  Yo  con  mi 
propia  virtud,  y  vosotros  con  la  vuestra. 

«Este  es  el  único  camino  para  que  vuestras  imputaciones 
se  destruyan  por  sí  mismas,  si  son  falsas;  y  si  por  desgracia 
fuesen  verdaderas,  no  debéis  veros  privados  de  vuestras  liberta- 
des, de  vuestra  ilustración,  de  vuestros  progresos,  de  vuestra 
moralidad  y  bienestar,  por  disimular  mis  errores  y  ocultar  mis 
crímenes. 

«Y  para  que  evidentemente  se  vea  que  hasta  á  la  hora  de 
partir  estoy  de  acuerdo  conmigo  misma,  y  nunca  jamás  se  pro- 
pale, que  al  emigrar,  por  una  parte  me  llevé  lo  bueno,  y  por  la 
otra  dejé  lo  que  juzgáis  malo  para  connaturalizar  entre  vosotros 
la  esclavitud,  el  despotismo  y  demás  males  de  que  me  hacéis 


—126 — 

cargo,  ¡lodo  me  lo  Uecarél  efectos  y  causas,  todo  'lo  voy  á  juntar 
debajo  de  mis  alas,  como  la  gallina  junta  á  sus  polluelos. 

«¡O  Tú,  luz  del  mundo,  libro  aislado  de  los  demás  libros, 
unidad  y  colección,  singular  y  plural:  ¡Biblia!...  cierno  ejem- 
plar de  las  ideas  de  Dios  y  de  los  hombres:  ¡Congrégate  á  Mí! 

«¡O  Tú,  Música,  y  tú,  Canto,  y  tú,  Poesía,  y  tú,  Pintura, 
y  tú,  Escultura,  y  tú,  ó  Arquitectura:  ¡quedaos  todos  en  la  tier- 
ra con  vuestros  pobres  mantos  terrenales,  y  devolvedme  mis 
sublimidades  y  misterios,  porque  yo  me  voy!!! 

«¡O  Vosotras,  Astronomía  y  Matemáticas,  Química  é  His- 
toria Natural  y  Filosofía  en  todos  los  ramos  del  saber:  ¡devol- 
vedme todo  lo  que  os  tengo  prestado  para  dirigir  el  entendi- 
miento por  el  camino  que  conduce  á  la  verdad,  y  quedaos  con 
todo  lo  que  induce  á  desconocerla,  que  es  vuestro  exclusivo  y 
único  patrimonio,  porque  Yo  me  retiro!!! 

«Pedro,  Fablo,  José:  hijos  é  hijas  mios  todos  que  triunfáis 
en  el  cielo  ¡descended  y  recoged  vuestros  apellidos,  porque  ya 
los  hombres  juzgan  mejor  decorarse  con  números  como  los  re- 
baños de  animales!!! 

«¡O  Vosotros,  hijos  mios:  Monge  de  Kioff,  obispo  de  Mer- 
semburbo,  Alonso  I,  Iiacon,  Newton,  Leibnitz,  Pascal,  Bossuet, 
Fénélon,  Balines,  Corles,  Chateaubriand,  Padres,  que  os  apelli- 
dáis mios:  hombres  lodos  que  me  sois  deudores  de  la  mas  in- 
signe celebridad  aun  en  los  idiomas  de  los  mismos  que  me  des- 
hechan:  ¡levan táos  unos  de  vuestros  sepulcros,  y  otros  suspen- 
ded vuestros  trabajos,  y  todos  recoged  vuestras  obras,  vuestras 
artes,  vuestras  ciencias,  vuestras  luces,  todas,  en  fin,  ...  y 
empaquetad,  encajonadlo  todo,  porque  yo  me  ausento!!! 

«Extirpadores  del  salvajismo,  hijos  queridos  que  tengo 
desparramados  por  toda  la  redondez  de  la  tierra:  ¡misioneros!... 
dejad  vuestras  penosísimas  tareas  á  esos  patriotas  de  la  vida 
regalada...  ya  no  Ies  sirvamos  con  esa  ánsia  y  exactitud,  ¿naci- 
mos, acaso,  para  ser  esclavos  suyos?...  huyamos  que  ya  no' 
hay  para  ellos  un  católico  honrado,  porque  sus  vicios  les  inspi- 
ran la  creencia  de  que  es  enteramente  imposible  el  ejercicio 
de  la  virtud!!! 


-127- 

« ¡Niños  Expósitos!...  ¡el  mundo  me  echa  de  entre  voso- 
tros!... AI  desprenderos  de  mis  brazos,  las  lágrimas  me  qui- 
tan la  palabra,  y  el  «/A  Dios!»  que  os  digo  me  cuesta  el  sacri- 
ficio del  mas  dulce  sentimiento  de  mi  vida!!! 

«Hospitales,  venid,  venid  vosotros,  porque  Yo  os  crié,  y 
venid  juntamente  con  mis  Hijas  las  Hermanas  de  la  Caridad: 
sonó  la  hora  de  partir,  y  de  dejar  á  la  filantropía  de  ¡os  felices 
del  siglo  el  cuidado  de  socorrer  á  los  desvalidos!...  ¡Pobres  en- 
fermos!... ¡También  brotan  á  torrentes  las  lágrimas  de  mis  ojos 
al  deciros  «¡A  Dios!»  Mas  ahí  estos  que  me  reemplazan  os 
vendarán  y  limpiarán,  ellos  arreglarán  vuestros  lechos,  ellos 
lavarán  vuestros  lienzos  llenos  de  asquerosidad  y  de  inmundi- 
cia!... No  dudéis  que  estas  víctimas  santas  por  un  exceso  de 
sentimentalismo  se  ofrecerán  espontáneamente  á  la  muerte.  Y 
lo  que  verdaderamente  será  de  un  precio  inestimable,  es  que 
en  la  hora  postrera,  haciendo  el  último  esfuerzo,  os  harán  el 
gran  servicio  de  quitaros  la  esperanza  poniéndoos  al  oido  el 
sepulcro  y  la  nada,  en  que  rebosa  la  dulzura  de  su  alma!!! 

«¡Supersticiosos  sacerdotes,  fanáticos  seculares  que  en  esas 
escuelas,  colegios  y  universidades  tenéis  á  los  hijos  de  los  be- 
neméritos patriotas  sumidos  en  el  polvo  de  la  bárbara  ignoran- 
cia!., ¡salid  luego  al  punto  de  esos  establecimientos  que  Yo 
fundé,  y  ellos  y  vosotros  venid  juntamente  á  Mi,  que  ha  lle- 
gado la  hora  de  ceder  el  puesto  á  otras  corporaciones  de  maes- 
tros, que  desembarazarán  el  embrollo  de  vuestros  raudales  de 
oscurantismo  y  retroceso!!! 

«Respeto  á  los  padres,  obediencia  á  las  leyes,  fidelidad 
con  los  amigos,  buena  fé  en  los  contratos;  devolvedme  las  de- 
cisiones de  mi  razón  suprema  y  de  mi  caridad  sin  límites,  por- 
que ya  han  encontrado  los  hombres  que  no  sois  vosotras  el  va- 
lor que  sobrepuja  mas  al  coste  de  la  producción. 

«Clases  menesterosas,  trabajadores  infelices,  hombres  opri- 
midos, «/A  Dios!»  os  digo:  ya  no  levanten  vuestras  calamida- 
des sus  clamores  hacia  Mí,  ya  no  me  pidáis  remordimientos  ni 
castigos;  ahí  os  darán  venganzas  contra  las  violencias,  las  in- 
justicias, el.destem piado  orgullo  de  vuestros  señores,  esas  le- 


—128— 

giones  de  folletistas,  periodistas,  y  escritores  de  obras  que  ha- 
cen crujir  contra  Mi  las  prensas  de  Madrid  y  de  Paris,  de  Roma 
y  de  Londres:  del  viejo  y  del  Nuevo  Mundo!!! 

«Organización  de  las  Sociedades  Modernas:  anatema  á  la 
corrupción,  vergüenza  á  los  excesos  de  los  sentidos,  freno  á  la 
licencia,  horror  á  la  crueldad,  amor  á  la  vida  agrícola,  respeto 
á  la  propiedad,  desarrollo  del  espíritu  de  familia,  conocimiento 
de  los  derechos  legítimos  áque  cada  uno  puede  aspirar,  justi- 
precio del  valor  de  los  servicios  de  los  hombres  y  de  las  cosas, 
reflejos,  luces,  eternos  ejemplares  incesantemente  á  la  vista 
para  rectificar  los  conocimientos  falsos  ó  imperfectos  que  pue- 
den formarse  sobre  los  hombres  y  sus  asuntos  los  políticos,  los 
filósofos,  los  publicistas,  los  legisladores,  los  gobernadores  y  los 
gobernados,  los  literatos,  los  artistas,  los  guerreros,  los  econo- 
mistas, los  comerciantes,  los  propietarios,  los  jornaleros,  los 
amos  y  los  criados,  los  ricos  y  los  pobres:  el  mundo  entero:  ¡Va- 
monos de  aquí,  que  ya  no  agradan  estos  mis  ejercicios  y  em- 
pleos tan  perfectos!!! 

«Sectas  contradictorias:  logias  francomasónicas,  Interna- 
cional, protestantismo,  carbonarismo  clubs,  juntas  patrióticas, 
todas  las  reuniones  que  combatís:  ¡cesen  vuestros  plagios  so- 
bre Mi!...  restituidme  esa  mi  teología  con  que  vestís  vuestras 
locuras  y  delirios,  y  con  que  habéis  labrado  los  escalones  que 
os  han  encumbrado  á  los  solios  de  España,  de  Italia,  del  mundo 
enterol!! 

«¡O  vosotros,  misteriosos  encantos  míos,  llenos  de  majes- 
tad y  de  divina  grandeza,  insignias  religiosas;  Templos  levan- 
tados en  honor  de  Dios  Omnipotente;  campanas  que  ora  con  vo- 
ces clamorosas,  ora  con  misteriosas  melodías,  sois  el  símbolo 
de  todas  las  afecciones,  y  que  no  bay  acontecimiento  en  donde 
no  deis  interés;  pastores  venerables,  retiraos  de  la  cabecera  del 
pobre  moribundo,  no  deis  ya  vuestics  consuelos  á  la  viuda  que 
llora;  cantos,  órganos,  músicas,  ornamentos,  oraciones,  festivi- 
dades, Misa,  Corpus,  Concepción,  Natividad,  Reyes,  Semana 
Santa,  imágenes  del  Redentor  y  de  la  Virgen  Madre,  de  los 
Confesores,  de  los  Mártires,  de  todos  los  bienhechores  de  estos 


-129- 

misnios  ejércitos  de  ingratos  que  hoy  me  excluyen  del  mundo: 
¡Vámonosl  que  ya  no  se  me  permite  espresar  sensiblemente  ni 
mis  ideas  ni  mis  mas  tiernos  sentimientos!...  ¡Sí!...  ¡vémonos 
luego,  imágenes  de  María  y  de  José,  ántes  que  el  mundo  amo- 
tinado os  acabe  de  prender  fuego!...  ¡vamonos,  repito!  porque 
ya  los  hombres  no  quieren  contaros  sus  penas,  ni  quieren  in- 
teresaros para  que  les  ayudéis  en  sus  infortunios!...  ¡Vamonos, 
y  llevémonos  las  Exequias  y  el  Respeto  hácia  la  morada  de 
los  muertos,  ántes  que  los  nuevos  Condes  de  Oriente  conciten  á 
los  pueblos  á  que  después  de  habernos  degollado  sobre  las  aras 
de  sus  dioses,  arrojen  á  los  cerdos  nuestras  entrañas  destro- 
zadas!!! 

«Y  por  último:  indigentes  que  en  las  puertas  de  mis  tem- 
plos interesáis  la  caridad  pública  con  el  nombre  de  Jesús,  ¡re- 
tiraos!... Y  vosotros  lodos  los  que  lloráis,  piadosos  ejércitos  de 
ciegos,  de  cojos,  de  mancos,  de  tullidos,  de  enfermos,  de  niños 
abandonados,  de  doncellas  desamparadas,  de  viudas  llorosas, 
de  hombres  arruinados...;.!  Dios!.  .  el  Cristo  se  vá  conmigo  y 
su  Evangelio  también!...  ya  vuestros  infortunios  dejan  de  ser 
objetos  sagrados  y  augustos,  ya  no  queda  en  la  tierra  quien 
clame:  que  sois  también  seres  rescatados  con  la  sangre  de  Je- 
sucristo, y  capaces  como  el  primer  magnate  de  subir  á  un  tro- 
no celestial!...  ¡A  Dios\ü... 

De  todo  este  razonamiento  de  la  Iglesia  Católica,  Sr.  Cas- 
telar,  se  desprende  el  imperioso  deber  que  tiene  todo  hombre 
de  no  hablar  con  lijereza  en  materias  cuyos  tesoros  son  inmen- 
sos, y  para  que  no  se  encuentre  motivo  de  negar  la  verdad  de 
mis  inducciones,  para  borrar  las  mas  leves  apariencias  de  con- 
tradecirme, no  tengo  la  menor  dificultad  de  probar  histórica- 
mente en  el  capítulo  que  sigue,  las  causas  de  los  efectos  se- 
ñalados. 


17 


CAPITULO  DECIMOTERCIO. 
El  Imperio  Romano,  los  Bárbaros  y  la  Iglesia  Católica, 


Aparecidos  en  Europa  los  Exterminadores  déla  Raza  Anti- 
gua (Cap.  X,  §  JT7),  la  Europa  es  un  pavoroso  cataclismo  que 
bajo  cada  punto  de  vista  presenta  una  nueva  catástrofe.  Solo 
respira  la  Europa  las  grandezas  de  Dios  y  los  terrores  de  la 
muerte.  Es  la-Europa  una  inmensa  tumba  rociada  con  torren- 
tes de  sangre  expiatoria.  El  Poder  Público,  el  Imperio,  las 
grandezas,  el  pueblo,  los  hombres  y  las  cosas  son  arrebatados 
lodos  por  tan  impetuosos  huracanes,  que  nada  es  mas  triste  de 
ver,  y  nada  es  mas  horrible  de  oir  que  la  pregunta  en  tono  de 
befa  de  Sahína  hecha  á  un  rebaño  de  desventurados  fugitivos 
[DeGubern,  Dei.  lib.  G),  que  se  jactan  en  una  solicitud  de  ciudad 
y  de  pueblo,  como  si  realmente  existiera  alguna  de  estas  cosas. 
«¿Quccso,  cui  stalui  cui,  populo,  cui  cicílatP.»  esto  es:  '(¿Dónde 
exisle  estado,  ni  pueblo,  ni  ciudad'h>  Y  tan  lejos  están  estas  re- 
ducidas reliquias  de  la  Antigua  Raza  de  tener  alguna  represen- 
tación en  el  nvevo  orden,  que  ni  gentes  les  consideran  los  con- 
quistadores. La  Ley  Sálica  (Tit.  XLI1I,  art.  ],)  impone  la  pe- 
nade  ocho  denariis,  al  que  asesine  á  un  Rárbaro  y  cuatro  dena- 
riis  (Tit.  XL1II,  art.  VIH,)  esto  es,  la  mitad  del  precio  al  que 
asesine  á  un  Romano.  ¡O  altas  consonancias  puestas  por  la  ma- 
no de  Dios  sobre  los  crímenes  de  los  hombres!  El  pueblo  judío 
vende  al  Cristo  por  treinta  dineros,  después  el  pueblo  romano 


-132- 

compra  en  sus  mercados  treinta  judíos  por  un  solo  dinero,  y  hoy 
á  su  vez  el  comprador  es  vendido  por  cuatro!!!...  Una  prueba 
de  la  extrema  indigencia  en  que  quedaron  los  señores  del  mun- 
do, nos  la  transmite  Zósimo,  en  una  pregunta  y  en  una  res- 
puesta que  se  conserva  en  su  Libro  quinto.  Viendo  que  Alad- 
co  les  despoja  de  todo,  le  preguntan  «qué  les  deja'?»  «¡Animas!» 
les  responde  el  soberbio  conquistador:  «¡La  vidal»  De  todo  lo 
cual  se  infiere  piadosamente  que  ni  el  Sr.  Castelar  ni  nadie 
tiene  derecho  de  enfadarse  contra  la  Iglesia  Católica  por  esa 
ambición  sobre  unos  esclavos  sin  Estado,  ni  pueblo,  ni  ciudad, 
reputados  por  la  Ley  por  la  mitad  del  valor  porque  se  compra 
un  hombre,  y  por  todo  haber,  propietarios  de  una  vida  que 
vale  cuatro  dineros. 

Mas,  saliendo  del  sepulcro  de  los  altivos  y  corrompidísimos 
culpables  que  la  justicia  de  Dios  ha  marcado  por  el  exterminio, 
pregunto  yo:  ¿se  apellidará  á  la  Iglesia  Católica  rotrógrada,  oscu- 
rantista, enemiga  de  la  civilización  y  del  saber  por  que  contuvo  el 
progreso  de  los  nuevos  señores  del  mundo?  Yeámos  quiénes  eran 
y  cómo  pensaban  nuestros  venerables  antepasados  sobre  todas 
estas  cosas. 

Aquellos  jefes  del  pueblo,  Sr.  Castelar:  Atíla  y  Alaríco, 
eran  hombres  que  no  opinaban  dignos  los  lechos  de  mesa  ni  las 
lluvias  de  flores  que  vertían  los  artesonados  de  los  lujuriosos 
vencidos;  el  oro,  la  plata,  las  lámparas  y  el  nardo  y  los  perfu- 
mes preciosos  que  las  alimentaban,  con  una  mano  lo  tomaban  y 
con  la  otra  lo  repartían  generosamente  entre  sus  compañeros 
de  armas  Como  sus  miras  se  levantaran  á  centros  mas  encum- 
brados, deshechaban  los  gustos  de  la  molicie,  y  vivian  en  el 
campo  en  un  cuarto  de  madera.  Mas  no  penséis  que  los  soldados 
hicieran  á  las  grandezas  romanas  mayores  reverencias  que  los 
gefes.  Su  traje  es  una  piel  revuelta  en  algún  pedazo  de  trapo,  y 
que  no  se  quitan  hasta  que  él  mismo  se  cae  de  maduro.  Su  me- 
sa es  frugal,  nada  de  los  pescados,  de  los  guisantes  revueltos 
con  granos  de  oro,  ni  de  esas  lenguas  de  pavos  reales  que  os- 
tentaran las  crapulosas  mesas  de  los  estragados  descendientes 
de  Numa:  yerbas  del  campo  y  podazos  de  carne  constituyen  su 


—133  — 

sustento.  Con  estos  pedazos  de  carne  que  devora,  hace  el  Bár- 
baro una  robusta  oposición  y  contraste  á  los  suntuosos  banque- 
tes de  los  E bogábalos.  Uno,  Dos,  Tres,  cantaban  estos  poniendo 
los  platos  en  la  mesa,  y  el  Hijo  del  Desierto  responde  Uno:  «el 
pedazo  de  carne  sobre  el  lomo  de  mí  yegua  ó  de  mí  caballo,»  Dos: 
«mi  silla  encima,»  y  Tres:  «mis  floridos  muslos  sobre  lodo.»  La. 
pátria  de  estos  hombres  tan  dignos  del  pavor  que  infunden,  es  el 
mundo.  Su  vida  andar  vagando  de  ruina  en  ruina,  y  de  desierto 
en  desierto,  bebiendo  el  vino  en  el  cráneo  de  los  romanos.  A  tra- 
vés de  aquel  inmenso  eclipse  de  bragas,  pieles,  mazas,  flechas, 
huesos  agudos,  macetas  y  martillos,  tiras  de  cuero  y  espadas, 
ningún  objeto  de  curiosidad  se  vé  que  atraiga  las  miradas  que 
atraen  los  elegantes  reformadores  del  dia.  Estaturas  bajas,  ca- 
bezas anchas,  ojos  verdes,  narices  chatas,  colores  atezados, 
figuras  cínicas,  ebrias  y  asquerosas  y  hediondas  todas,  dejan 
al  mundo  su  aspecto  de  desnudez,  de  soledad,  y  de  terror.  El 
baile,  el  canto  y  la  música  son  el  colmo  de  la  alegría  de  estos 
nuestros  progenitores,  S>\  Caslelar;  pero  no  con  esas  dignidades 
y  razones  del  dia:  al  son  del  pífano,  del  tambor  y  la  gaita,  brin- 
can y  galopan  por  esos  frescos  campos  con  la  desenvoltura  y 
desenfado  de  esas  jaurías  de  traviesos  muchachos  que  atruenan 
las  calles  de  nuestras  ciudades. 

Conforme  podéis  ver,  Sr.  Caslelar  en  Procopio  (De  Bell, 
Gothico,  lib.  I,  pág.  312),  y  en  Víctor  (De  Persecutione  Africa- 
na), no  eran  nuestros  padres  nada  aparentes  para  que  se  les  en 
cargaran  los  ministerios  de  Fomento  y  de  Instrucción  Pública. 
«El  niño  que  tiembla  á  la  vista  de  la  vara,  respondían  al  propo- 
nérseles abrir  escuelas,  no  podrá  mirar  la  espada  sin  temblar.» 
Sobre  agricultura  opinaban  ser  mejor  arrancar  las  viñas,  los 
árboles  frutales  y  los  olivos.  Y  si  los  testigos  citados  os  son  sos 
pechosos,  Sr.  Caslelar,  Lérida  y  Tarragona  pueden  informaros, 
y  supuesto  que  en  medio  de  ellas  vivís:  preguntádselo.  Los  li- 
beráis del  dia  en  un  extremo  se  parecen  á  unos  pocos  de  nues- 
tros antepasados,  á  los  Hunos,  en  religión:  ellos  opinaban  que 
es  mejor  no  tener  ninguna,  y  creia,  como  estos,  en  una  especie  de 
fatalidad.  Pudo  haber  tomado  casualmente  en  su  casa  el  Se- 


-134- 

Tior  Caslelar  este  date  de  Gregorio  Turonense,  cuando  trajo  al 
Congreso  la  imaginación  montada  al  gozo  de  que  la  fuerza  no 
ahoga  las  ideas. 

¡Aquí!...  ¡ó  Pontífices  de  la  impiedad!  ¡aquí!...  ¡sí!  ¡aquí, 
por  mas  que  sean  las  fuerzas  de  que  os  sintáis  dotados,  por 
mas  que  trémulos  y  sombríos  tratéis  de  recoger  con  la  vista 
el  horizonte,  ¡es  preciso  que  os  sujetéis  á  la  mortificación  de 
ver  á  la  Iglesia  Católica  aparecérscos  bajo  la  forma  de  un  in- 
menso Gigante,  y  de  oir  hasta  ensordecer  los  elamores  de  la  ci- 
vilización moderna  que  cantan  su  sempiterna  gloria!!! 

En  efecto:  hay  en  la  Organización  de  las  Sociedades  Moder- 
nas un  conjunto  de  trabajos,  de  fatigas  ajenas,  de  nociones  pri- 
mordiales, de  relaciones  á  lo  que  otros  han  dicho,  de  descrip- 
ciones de  cosas  y  de  hombres  y  de  pueblos  ignotos,  de  oportu- 
nidades, de  conocimientos  luminosísimos,  de  antecedentes,  de 
reglas,  de  fundamentos  de  vastos  edificios,  de  voces,  de  locu- 
ciones, y  de  prodigios  en  fin,  todos  diré  nacionalizados,  que  no 
son  invención  moderna  sino  que  suponen  predecesores,  guias,  y 
que  levantados  del  mundo  dejarían  lagunas  insalvables,  porque 
les  fuera  radicalmente  imposible  á  los  cerebros  mas  vigorosos 
mas  extraordinarios  el  criarlos  por  sí:  de  esos  numerosísimos 
materiales,  de  esos  incontestables  tesoros,  ¿quién  hadado  cuen- 
ta á  la  Nueva  Sociedad?  No  ha  podido  dar  cuenta  sino  la  que 
pudo  concentrarlos.  He  demostrado  que  los  vencidos  aun 
cuando  hubieran  tenido  mucho  placer  en  hacerlo,  sucumbieron 
bajo  las  armas  de  los  conquistadores  los  mas,  y  los  pocos  que 
sobrevivieron  quedaron  exhaustos  de  representación  y  de  me- 
dios con  que  hacer  frente  á  aquellas  discordias,  incendios  y  ru- 
mores de  batallas.  Así  mismo  he  patentizado  que  el  corazón  de 
los  Exlcrminadores  solo  en  presencia  de  la  guerra  latia  con  emo- 
ción, y  que  todo  progreso  y  cultura  para  aquellos  guerreros 
chispeaba  en  u^nas  de  lodo  llenas  del  mas  hondo  desprecio. 
Por  otro  lado,  Vencedores,  Vencidos  é  Iglesia  Católica  son  los 
tres  nombres  que  llenan  todo  el  cuadro  de  aquella  época:  Luego 
es  la  Iglesia  Católica  la  incógnita  del  Problema.  A  la  luz  del 
clarísimo  reverbero  de  la  Historia  leemos  dos  hechos,  que  ellos 


—135— 

sí,  Sr.  Ca&telarqae  son  una  mejor  revelación  que  aquella  de 
los  vuestros  polvos  y  jabón,  á  fuer  de  mas  oportunos  y  lumino- 
sos y  de  no  andar  yo  perdido  en  la  manera  de  aplicarlos.  Di- 
rigiéndose Alarico  contra  Roma,  Roma  poseída  de  espanto  rue- 
ga á  San  León,  que  corra  á  atajar  al  Conquistador,  mientras 
ella  poco  ántestan  altiva  corre  á  atrancar  las  puertas  y  se  ocul- 
ta bajo  el  manto  fantástico  del  Imperio.  Sale  intrépido  el  santo 
Apóstol,  y  lo  que  era  imposible  á  las  armas,  es  fácil  á  la  iglesia 
Católica.  Habla  León  k  Alarico  de\  dogma,  de  la  eternidad  de 
las  penas,  y  este  dogma  infundiendo  un  temor  en  el  Bárbaro, 
que  no  infunde  boy  á  los  bárbaros  modernos,  le  produce  el 
sentimiento  de  abandonar  su  empresa.  Tres  veces  se  vé  sitiada 
Soma,  y  como  Dios  es  el  que  estimula  á  Alarico  á  tomar  á  Ro- 
ma, liorna  cae  por  último  bajo  el  estrépito  de  sus  armas  ven- 
cedoras. Mas  como  estos  soldados  de  Dios  no  destruyen  las 
obras  de  Dios,  Alarico,  antes  de  estender  la  orden  déla  ma- 
tanza general,  estiende  la  orden  de  poderse  asilar  á  la  Iglesia 
de  S.  Pedro  y  S.  Pablo  todos  los  que  quieran  escapar  de  ella . 
Y  en  este  día  se  vé  cu  Roma  entre  soldados  Bárbaros  lo  que 
actualmente  no  se  vé  en  Roma  ni  en  ninguna  otra  parte  entre 
soldados  que  se  intitulan  civilizados.  Entre  los  borrares  del 
saqueo  protegieron  aquellos  idólatras  los  mismos  tesoros  de  la 
Iglesia  que  boy  roban  los  cristianos,  viéndoseles  conducirlos  á 
los  sepulcros  de  Pedro  y  Pablo  con  espada  en  mano,  y  cantando 
Himno  al  Cristo  Nuestro  Señor. 

De  todo  esto,  pues,  deduzco  yo,  señores  liberales,  que  ba- 
ceis  muy  mal  en  clamar  y  en  perseguir  á  un  Tutor  sin  cuya 
intervención  nos  encontraríamos  actualmente  sometidos  los 
bombres  en  las  mayores  desventuras  ó  ignorancia  por  la  noto- 
ria impotencia  de  remediarlas.  Si  la  Iglesia  Católica,  inspirada 
por  su  natural  caridad,  confortada  á  la  vez  por  el  respeto  que 
los  conquistadores  le  tenían,  no  se  bubiese  lanzado  intrépida 
entre  aquellos  ejércitos  de  devastadores  á  custodiar  archivos,  y 
bibliotecas,  y  objetos  artísticos,  y  á  sellar  bajo  sus  armas  todas 
las  riquezas  del  mundo  antiguo,  es  bien  seguro  que  el  siglo  XIX 


—136- 

no  estaría  á  cubierto  de  las  privaciones  de  los  salvajes  de 
América. 

Si  Ella  no  se  interpone  entre  aquellos  huracanes  que  vie- 
nen rebramando  con  feroz  bravura,  si  Ellano  se  acerca  á aque- 
llos Diezmadores  de  los  hombres,  si  Ella  con  anatemas,  y  con 
gritos,  y  con  amenazas  no  turba  sus  instintos  feroces,  si  Ella 
no  arrebata  á  sus  hijos  de  los  campamentos  para  ponerles  en 
las  escuelas,  si  Ella  no  se  desvive  para  hacer  adoptar  á  todas 
su  moral  y  su  religión,  nosotros  fuéramos  hoy  unos  hotentotes, 
porque  ya  hemos  visto  que  no  opinaban  por  las  luces,  y  noso- 
tros opinaríamos  lo  que  ellos  opinaban,  como  quiera  que  de 
ellos  decendemos. 

Y  concluyo  este  capítulo  haciendo  observará  mis  lectores: 
que  de  esta  memorabilísima  época  nacen  las  propiedades  de  la 
Iglesia,  los  mayorazgos  y  la  Nobleza,  contra  todo  lo  cual  los  tri- 
bunos y  botarates  del  dia  tanto  conmueven  la  imaginación  po- 
pular. Esta  imaginación  no  comprende  que  estos  nuestros  fac- 
ciosos camaradas  tiran  tan  bien  la  espada,  y  provocan  á  duelos , 
para  levantarse  al  rango  de  aquellos  seTwres  sin  sus  eminentí- 
simos servicios,  sin  sus  méritos  y  sin  su  educación  preparato- 
ria. Yo  soy  quizás  de  una  brusquedad  escesiva;  pero  es  que 
de  una  rápida  ojeada  abrazo  la  rápida  y  vergonzosa  existencia  de 
tantísima  ejecutoria  moderna,  fresca  y  reciente  que  afrenta,  en 
vez  de  enaltecer,  á  tantísimo  sallimbanco  hijo  de  la  Luminosa 
Revolución  del  dia. 

A  mí  me  sienta  perfectamente  bien  el  que  á  cada  uno  se 
le  dé  lo  suyo.  Así  es  que  jamás  he  visto  con  malos  ojos  á  las 
propiedades  de  la  Iglesia,  á  los  mayorazgos  ni  á  la  nobleza.  El 
Clero  prestando  los  servicios  que  he  enumerado,  y  desmontan- 
do desiertos,  y  erigiendo  lugares  y  aldeas,  y  hasta  levantando 
ciudades;  la  Nobleza,  cooperando  con  sus  esfuerzos  en  mi  re- 
dención, porque  yo  soy  del  pueblo,  vistiendo  á  mis  antepasa- 
dos, y  dándoles  víveres,  y  también  dinero,  merecen  todos  mis 
profundos  respetos,  por  que  soy  agradecido.  Si  en  el  año  mil 
ciento  cincuenta  y  cinco  hubiese  vivido  yo,  declaro  que  no 
acudo  como  Don  Diego  Velazquez  acudió  al  cerfámen  á  que 


—  137 — 

provoca  el  Rey  Don  Sancho,  cuando  abrumado  por  las  falanjes 
moriscas  que  le  cercan,  ofrece  conceder  la  Plaza  de  Calatrava 
al  que  guste  defenderla.  También  declaro:  que  no  descubro  eu 
mí  señales  de  descubridor  de  Mundos  como  Colon,  ni  de  hacer 
cien  mil  cosas  dignas  de  eterno  nombre  y  escritura,  como  Cor- 
tes: y  si  yode  ninguna  de  estas  cosas  soy  capaz,  ¿por  qué  ra- 
zón he  de  constituii  me  tributario  de  Satanás,  pagándole  odios 
indebidos  y  rencores  absurdos  como  pensión?  ¿Será  porque  que- 
réis rehusar  á  los  hijos  los  honores  de  los  padres?  Entonces 
os  respondo  que  no  sois  liberales,  porque  atacáis  las  libertades 
individuales  en  lo  que  tienen  de  mas  íntimo,  cual  es  el  ejercí 
ció  del  libre  é  indagador  pensamiento  en  disponer  cada  uno  de 
sus  cosas  como  mejor  le  plazca.  Y  sobre  no  ser  liberales,  sois  un 
engendro  de  esos  vándalos  de  Paris  destruyendo  monumentos 
nacionales,  pnes  cada  titulo  de  nobleza  está  vinculado  con  un 
Hecho,  y  sí  el  Hecho  es  limpio,  es  un  eterno  ejemplar  creado 
en  honor  del  mérito  y  puesto  de  estímulo  para  el  que  quiera  y 
pueda  seguir  las  mismas,  ó  análogas  pisadas.  Cuando  los  go- 
biernos son  justos,  la  nobleza  es  símbolo  del  heroísmo,  y  este 
linaje  de  símbolos,  no  está  de  sobra  en  el  mundo.  La  Iglesia 
tiene  imágenes,  el  Estado  debe  tener  bustos,  retratos  y  cuadros: 
ambas  cosas  escitan  y  se  confunden  en  el  centro:  «Honor  á  la 
virtud,  y  castigo  al  vicio.»  Los  sábios  del  dia,  á  fuerza  de  aná- 
lisis, nos  han  dejado  sin  síntesis. 


18 


i 


capítulo  décimo  cuarto. 


Ya  no  es  inútil  la  Fuerza, — Nerón  y  Victor  Manuel.  — San  Pe- 
dro y  Felipe  II, 


«En  último  resultado,  Sres.  diputados  de  la  mayoría, 
nclama  el  Sr.  Castelar,  la  fuerza  es  inútil,  la  reacción  impoten- 
te (ya  Satanás  puede  mas  que  Dios)  para  atraer  resistencia  á  las 
«asociaciones.  (Saleo  á  las  de  la  Iglesia,  quiere  decir.)  Los  ma- 
»sones  fueron  perseguidos,  (pero  con  flojedad,)  escomulgados, 
»(por  este  lado  no  han  mejorado  su  condición,)  y  el  masonismo  es 
»hoy  el  sentido  común  de  las  clases  medias.  (Esto  no  prueba 
»mas  que  tres  cosas:  1 Que  la  escomunion  se  ha  condensado; 
«2.a  que  lo  que  antes  se  llamó  sentido  común,  hoy  debe  apellidarse 
Sentido  fí aro:  y  3  a  que  los  de  arriba  han  pervertido  á  los  de 
»abajo.  Los  carbonarios  que  trabajaban  por  la  unidad  (esto  es 
»la  división)  y  la  independencia  (esto  es,  la  esclavitud)  italiana, 
«fueron  espulsados  de  Italia,  (y  la  misma  suerte  les  corriera  si  no 
»se  hubiesen  en  1818  quitado  las  trancas  de  las  puertas),  y  ellos 
«espulsaron  á  sus  perseguidores,  (por  esto  dice  Dios  que  no  se 
vechen  margar i  tas  á  los  puercos)  y  tomando  por  Instrumento 
»(Ah,  vaya:  ya  está  de  alza  la  fuerza)  á  un  Rey,  el  carbonaris- 
»mo  se  eleva  hoy  sobre  el  Vaticano  (¡eso,  nó,  Sr.  Castelar!....)  y 
»sobre  el  Palacio  de  Madrid;  (el  palacio  no  es  la  Nación)  reina 
«sobre  la  tumba  de  Pedro  (¡jamás!)  y  sobre  la  tumba  de  Feli- 
»pe  II.»  (El  violar  las  tumbas  no  es  reinar  sobre  ellas:  el  Sr.  Cas- 


—140— 

telar  no  reinará  nunca  sobre  Espronceda,  ni  sobre  Balmes  y 
Corles,  por  mas  que  se  sienta  sobre  los  sepulcros  de  estos  gran- 
des hombres. 

Por  donde  tenemos  que  la  fuerza  no  es  inútil,  y  que  la  fuer- 
za es  inútil.  Que  es  inútil  para  edificar,  y  que  es  útil  para  derri- 
bar. Conozco  algunas  cosas  de  la  fuerza,  pero  ignoraba  esas  sus 
propiedades  y  aplicaciones.  Mas  como  quiera  que  la  esencia  de 
esta  cuestión  la  he  desentrañado  ya  en  los  capítulos  IX  y  X,  rés- 
tame solamente  probar  que  el  Sr.  Castelar,  haciéndose  apóstol 
del  pasado,  se  hace  [sin  preveer  profeta  del  porvenir.  Supuesto 
que  el  recuerdo  de  las  tumbas  de  San  Pedro  y  de  Felipe  II  no 
dan  al  Sr.  Castelar  sino  una  refutación  mas  de  sus  doctrinas,  y 
una  esperanza  menos  de  sus  triunfos,  el  Sr.  Castelar  ha  derrama- 
do sobre  sus  llagas  un  licor  maléfico  en  vez  de  un  bálsamo  re- 
parador. Veámoslo,  sinó. 

Reinaba  en  tiempo  de  Pedro,  en  Roma,  un  emperador  lla- 
mado Nerón,  y  hoy  reina  en  la  misma  Roma  un  rey  llamado 
Víctor  Manuel.  Nerón  persiguió  á  Pedro,  y  Víctor  Manuel  per- 
sigue áPio  IX.  Nerón,  por  su  entusiasmo  por  las  artes,  impri- 
mió á  su  tiranía  una  forma  que  le  hizo  remarcable  y  Víctor  Mar 
nuel,  por  su  entusiasmo  por  la  libertad,  imprime  á  la  misma  ti- 
ranía un  carácter  que  le  hace  notable.  En  el  escepticismo  y  en 
la  disolución,  colocó  Nerón  sus  crímenes,  y  en  los  mismos  cen- 
tros coloca  Víctor  Manuel  los  suyos.  En  el  imperio  de  Nerón 
desembarcó  en  Roma  Apolonio  para  ver,  según  decía,  qué  clase 
de  animal  era  un  tirano,  y  fué  echado  de  ella  juntamente  con  los 
demás  filósofos,  y  en  el  reinado  de  Víctor  Manuel  es  lanzada  la 
filosofía  y  participa  de  la  suerte  de  Apolonio  todo  el  que  con 
el  mismo  fin  desembarque  en  la  misma  Roma.  Nerón  incendia 
á  Roma  y  acusa  á  la  Iglesia  de  su  crimen,  y  Víctor  Manuel  pro- 
duce incendios  peores,  y  acusa  también  de  ellos  á  la  misma 
Iglesia.  En  el  imperio  de  Nerón  el  Diácono  Nicolás  excitó  el  llan- 
to de  la  Iglesia  difundiendo  doctrinas  panteistas,  y  en  el  rei- 
nado de  Víctor  Manuel  el  Fraile  Jacinto  excita  el  mismo  llanto 
difundiendo  las  mismas  doctrinas;  mas  como  la  Iglesia  es  la 
misma,  sobre  ambos  pesa  el  mismo  anatema. 


—141 — 

Durante  el  imperio  de  Nerón  parte  del  Africa,  del  Asia  y 
la  mitad  de  la  Europa  fueron  destruidas  por  las  guerras,  las 
pestes  y  las  hambres,  y  durante  el  reinado  de  Víctor  Manuel  el 
mismo  espectáculo  presenta  el  mundo  entero.  En  el  imperio  de 
Nerón  hubo  rebeliones  en  Inglaterra,  y  en  el  reinado  de  Víctor 
Manuel  también  las  hay.  En  tiempo  de  Nerón  el  pueblo  francés 
se  mezcló  con  sangre  germana,  y  en  tiempo  de  Víctor  Manuel 
el  mismo  pueblo  se  mezcla  con  la  misma  sangre.  En  el  imperio 
de  Nerón  hubo  movimientos  siniestros  en  las  orillas  del  Rhin, 
y  en  el  reinado  de  Víctor  Manuel  hay  los  mismos  movimientos, 
y  de  la  misma  categoría.  En  tiempo  de  Nerón  desaparecieron 
las  familias  antiguas,  y  también  desaparecen  en  el  reinado  de 
Víctor  Manuel.  En  el  imperio  de  Nerón  desapareció  el  derecho 
de  sucesión,  y  en  el  reinado  de  Víctor  Manuel  también  ha  de- 
saparecido el  mismo  derecho.  En  tiempo  de  Nerón  las  eleccio- 
nes pasaron  al  populacho,  y  en  el  reinado  de  Víctor  31anuel  las 
mismas  elecciones  han  pasado  al  mismo  populacho.  En  el  im- 
perio de  Nerón  el  populacho  se  burló  de  los  senadores  y  de  los 
dioses,  y  en  el  reinado  de  Víctor  Manuel  el  mismo  populacho  se 
burla  de  Dios  y  de  los  mismos  senadores.  En  el  imperio  de  Ne- 
rón, Pedro  fué  crucificado  á  la  orilla  de  la  via  Aurelia,  lugar  en 
donde  actualmente  se  ostenta  el  Vaticano,  y  en  el  reinado  de 
Víctor  Manuel  anda  vacilando  la  vida  de  Pío  \X  en  el  mismo 
lugar.  En  el  imperio  de  Nerón  los  Cristianos  daban  al  Empera- 
dor el  nombre  de  Ante-Cristo  y  en  el  reinado  de  Víctor  Manuel 
los  mismos  Cristianos  dan  al  Rey  el  mismo  nombre.  El  imperio 
de  Nerón  fué  reputado  por  delicioso  por  los  impíos,  y  por  de 
prueba  por  los  Cristianos,  y  en  el  reinado  de  Víctor  Manuel  por 
delicioso  es  reputado  por  los  mismos  impíos  y  por  de  prueba 
por  los  mismos  Cristianos.  En  el  imperio  de  Nerón  encerró 
Roma  la  canalla  de  Africa,  de  Asia  y  de  Europa  y  de  todos 
los  climas,  y  en  el  reinado  de  Víctor  Manuel  encierra  Roma  la 
misma  canalla.  Nerón,  parodiando  las  formas  liberales,  invadió 
todos  los  poderes:  y  el  mismo  camino  sigue  Víctor  Manuel.  Ne- 
rón murió  asesinado,  y  Víctor  Manuell...  Y  en  aquellos  memo- 
rables tiempos,  dos  escritores  celebérrimos:  Tácito  y  Tito-Limo 


—Vil— 

esle  exhalando  cánticos  á  la  virtud,  y  aquel  modulando  lamen- 
tables acentos  al  vicio,  emplean  el  imán  de  su  talento  para  ha- 
cer prodigio?,  y  el  siglo  XIX  conserva  las  facciones  del  rostro 
magullado  del  imán  de  aquel  talento:  ¡Los  hombres  no  escar- 
mientan!!! . 

Mas  digo  yo:  Nerón  fué  el  ayo  que  condujo  el  Imperio  Ro- 
mano á  los  Bárbaros,  para  que  la  maldición  de  Dios  fuese  co- 
municada á  todas  las  nacionalidades  futuras,  por  sus  demás 
Nerones.  Aunque  esta  afirmación  sea  de  hombre,  siendo  confir- 
mada por  la  üisloria  y  por  la  esperiencia  constante,  ninguno 
la  repruebe  ni  la  ponga  demás.  Las  partes  del  Discurso  fueron 
estas: 

Hace  Nerón  en  el  Imperio  la  Disposición.  Los  Galbas,  Otho- 
nesY  Vüeli&s,  hacen  el  Exordio.  Los  Domicianos,  Trajanos  y  los 
Marco- Aurelios,  hacen  la  Proposición.  Los  Severos  y  los  Máxi- 
mos, hacen  la  Narración.  Siguen  Constancio  y  Juliano  y  hacen 
la  Confirmación. 

Cada  una  de  las  partes  de  esta  deliciosa  tragedia  las  lee 
Dios  desde  la  altura  de  los  cielos,  y  aunque  no  carece  cierta- 
mente de  energía,  tampoco  carece  de  corazón.  A  cada  una  de 
ellas  hace  grandes  oposiciones,  y  aun  con  Vespasianos  interrum- 
pe el  curso  de  la  palabra,  mientras  que  con  Tácitos,  Tertulianos, 
Hilarios,  Ambrosios,  Crísóstomos,  el  callera  se  esfuerza  en  cam- 
biar el  curso  de  la  educación.  Mas  échase  á  reir  el  mundo  alegre- 
mente y  toma  los  avisos  de  Dios  como  para  darse  ánimo.  En 
presencia  de  esto  vigila  Dios  el  mnndo  mas  de  cerca,  y  con  su- 
blevaciones, y  con  pestes,  y  con  hambres,  y  con  guerras  y  con 
terremotos  significa  que  tiene  el  derecho  de  mandar.  Pero  el 
mundo  se  echa  de  nuevo  á  reir,  y  manifiesta  que  se  convertirá 
á  El  gustoso  si  en  la  conversión  le  acompaña  la  impiedad.  El 
sarcasmo  irrita  la  cólera  de  Dios  con  un  furor  que  el  mundo  es 
incapaz  de  comprender.  Llama  Dios  en  su  justicia  á  millares  de 
millares  de  salvajes  quienes  entapizan  el  mundo  de  cadáveres 
haciendo  la  Refutación,  y  manda  Dios  á  Alarico  contra  Roma,  y 
en  Roma  queda  hecho  el  Epílogo  con  el  Cambio  de  Raza  Hu- 
mana. 


-H3— 

Entonces  manda  Dios  á  Pedro,  que  lia  muerto  y  vive  por 
metempsicosis,  que  eduque  al  nuevo  Pupilo  y  Pedro  asi  lo  hace 
como  Dios  lo  mandó.  Mas  crece  el  Pupilo  y  juzga  su  sujeción 
exorbitante  en  manos  de  Pedro;  comienza  el  Pupilo  en  conse- 
cuencia el  antiguo  impio  Discurso,  y  en  estos  momentos  tiene 
la  dicha  de  estar  en  la  Confirmación  :  ¿si  tendrá  Dios  de  reserva 
nuevos  bárbaros  para  la  segunda  Refutación,  y  un  nuevo 
Alar  ico  que  marche  á  Roma  á  hacer  el  Epílogo?  Así  lo 
creo  yo. 

Tambieu  las  cenizas  de  Felipe  II  protestan  elocuentemente 
contra  la  mano  que  mancha  el  féretro  que  las  encierra.  «Recor- 
dad, claman  estas  cenizas,  recordad  el  espectáculo  que  presen- 
taba la  Europa  en  la  aparición  del  protestantismo;  traed  á  la 
memoria  aquella  combinación  de  hombres  y  de  cosas  para  im- 
plantarle en  la  España  y  sus  dominios,  y  ved  como  con  ese  mi 
carácter  que  llamáis  sombrío,  y  con  esa  mi  firmeza  que  apelli- 
dáis accesos,  combatí  tan  sabiamente  contra  él,  que  cobró  tal 
miedo  al  poder  de  mi  espada,  que  aun  hoy  mismo  con  mil 
ruegos  y  mil  lágrimas  le  habéis  de  importunar,  para  que  os  im- 
porte sobre  sus  hombros  esos  sacos  de  inmundicias  que  vacia  á 
vuestros  pies.» 

Aqui  concluyen  mis  respuestas  á  las  premisas  del  Discurso 
del  Sr.  Caslelar;  mas  en  cuanto  á  este  raciocinio  con  que  le  re- 
mata: «Señores  diputados:  al  herirla  Internacional,  herís  ún 
«derecho;  al  herir  un  derecho,  herís  la  libertad:  al  herir  la  li- 
bertad, herís  la  revolución  de  setiembre,  y  os  suicidáis  insen- 
»satameute  para  recibir  el  anatema  de  todas  las  generaciones; 
»la  eterna  é  inapelable  reprobación  de  toda  la  historia.»  Eti 
cuanto  á  este  raciocinio,  prescindiendo  de  que  el  descuidar  algu- 
nas partes  en  el  caminó  del  error  es  siempre  un  bien,  y  que  por 
este  lado  la  historia  no  seria  tan  severa  ni  las  generaciones  tan 
¡mplacables  como  afirma  el  fogoso  orador,  aparte  pues  todas  es- 
tas consideraciones,  menester  es  confesar  que  habiendo  los  po- 
deres actuales  colocado,  como  le  tienen  colocado,  el  espinazo  del 
origen  del  poder  en  el  suelo,  no  son  bastante  buenos  amigos  los 
diputados  del  Congreso  Espatwl  para  abrirse  mutuamente  los 


—líí— 

brazos,  pues  en  los  capítulos  siguientes  voy  á  demostrar:  que 
en  el  orden  de  cosas  presente,  todo  el  mundo  es  libre  para  obrar 
orno  le  dé  la  gana  . 


CAPITULO  DECIMO  QUINTO 


Nadie  tiene  derecho  de  mandar. 


Secularizado  el  Poder  Político  hau  quedado  secularizada  la 
ley,  y  secularizado  el  Estado,  y  secularizados  la  ley  y  el  Estado, 
nadie  tiene  derecho  de  mandar.  Lo  voy  á  demostrar. 

¿Qué  es  el  derecho  de  mandar?  Es  la  Autoridad.  ¿Cuál  es  el 
ser  orgánico  de  ta  Autoridad?  La  facultad  legítima  de  decir  al 
hombre  «¡liarás!»  y  la  de  decirle  «¡No  harás!»  y  aquellas  otras 
dos  facultades  que  tiene  la  Autoridad  de  echar  bendiciones  y  de 
lanzar  anatemas,  según  que  los  hombres  nos  mantenemos  ó  nos 
apartamos  de  los  preceptos  de  hacer  y  no  hacer. 

¡Pues  bien!  dignaos  oírme. 

El  poder,  ó  derecho  de  mandar,  observo  que  no  es  una  idea 
abstracta,  sino  que  es  an  Hecho,  hecho  que  con  solo  abrir  los 
ojos  miro  personificado  en  individuos,  que  mas  que  se  apelliden 
presidentes,  reyes  ó  emperadores,  no  pasan  de  ser  hombres  iguales 
á.  mí,  no  solo  en  orden  á  la  naturaleza,  sino  en  lo  que  para  mí 
es  infinitamente  mas:  en  orden  al  esplendor  y  magnificencia  de 
la  reversibilidad  de  los  beneficios  todos  que  trajo  á  la  raza  hu- 
mana la  Redención  de  Xuestro  Señor  Jesucristo.  Y  no  observo  so- 
lamente esto,  sino  que  además  advierto  que  los  tenedores  de  este 
poder  no  se  limitan  simplemente  á  usar  de  él,  sino  que  le  tras- 
miten á  corporaciones  políticas,  judiciales,  administrativas,  al 
ejército,  á  los  empleados  de  su  casa,  y  en  resúmen:  á  favor  de 
la  tercera  persona  que  Ies  place. 

[Eb,  tanto  valor  me  admira!...,  ¡Olí  presidentes!  ¡oh  reyes! 

19 


— 146 — 

¡oh  emperadores!  hoy  mi  enojo  acusador  os  pregunta:  ¿de  dón- 
de sacáis,  poderosos  señores,  el  derecho  de  usar  del  poder,  y  ese 
otro  formidable  derecho  de  trasmitirle?  El  poder  me  limita,  me 
reprime,  me  coarta,  me  precisa  á  suscribir  á  dictámenes  ajenos: 
vosotros  sois  hombres  iguales  á  mí,  decidme  pues:  ¿vosotros 
mismos  os  tomáis  la  facultad  de  limitarme,  de  coartarme,  de 
obligarme  á  suscribir  á  vuestros  dictámenes,  ú  os  la  dán  otros 
hombres?....  ¡Pues  bien!  ahora  os  toméis  esta  facultad  por  vos- 
otros mismos,  ahora  os  la  den  otros  hombres,  sostengo  que  la 
pretensión  es  absurda,  y  sean  cuales  fueren  los  bienes  que  me 
vengan  simbolizados  con  ella,  la  rechazo  en  su  totalidad:  mepro- 
clamo  libre  é  independiente. 

Y  qué,  ¿que  apelareis  á  la  ley  de  prioridad,  decís?  ¡Niego 
que  la  conmemoración  del  hecho  de  haber  venido  al  mundo  an- 
tes que  yo  os  constituya  en  el  derecho  de  legislar  sobre  mí.  Por 
lo  demás:  voy  á  recapacitar  sobre  vuestra  propuesta,  puede 
convenirme,  siempre  que  sea  con  el  bien  entendido  que  seréis 
justos,  reconociendo  en  mí  el  derecho  de  mandar  á  los  que  han 
nacido  después  que  yo,  toda  vez  que  yo  acato  en  vosotros  el  mis- 
mo derecho  por  haber  tenido  la  fortuna  de  nacer  antes  que  yo. 

¿Qué  apelareis  al  derecho  de  la  fuerza,  me  replicáis?  ¡Ahora 
sí  que  es  preciso  tomar  alguna  resolución!....  me  someto,  por- 
que soy  débil,  y  la  tiranía  se  ha  puesto  de  acuerdo  con  las  ba- 
yonetas; pero  tened  entendido  ¡monstruos!  que  el  dia  que  me 
fortifique  para  batiros,  bien  sea  en  conjunto,  bien  en  detalle, 
en  esa  misma  hora  derramaré  sobre  vosotros  la  copa  de  mi  eno- 
jo, y  estos  mismos  tremendos  vocablos  vuestros  de'  «sujétate  á 
mi  porque  soy  fuerte!»  ásu  vez  serán  proclamados  por  mí  y  lan- 
zados sobre  vosotros  con  bramido  siniestro. 

Sin  embargo,  ¡oh  emperadores,  oh  reyes,  oh  presidentes!  á 
pesar  de  la  notoria  ficción  legal  que  sirve  de  base  á  vuestro  pre- 
tendido derecho  de  mandarme,  á  un  lado  el  origen  poco  persua- 
sivo de  vuestra  potestad  sobre  mí,  creo  deber  proceder  de  una 
manera  mas  metódica. 

Vuestro  absoluto  silencio  acerca  de  la  manera  con  que  me 
vais  á  tratar,  me  deja  entre  la  esperanza  y  el  temor  de  tener 


— 1  í7 — 

en  pro  ó  en  contra  de  mis  anteriores  protestas  algunas  razones 
de  utilidad  propia.  ¡Qué  diantre!  ¿habrá  encontrado  vuestra 
sabiduría  algún  sistema  tan  correcto  para  dirigirme,  que  ni  mis 
antojos,  ni  mis  caprichos,  ni  mis  intereses,  ni  niagnna  de  mis 
pasiones,  en  fin,  se  sientan  contrariados,  que  queden  tan  plena- 
mente satisfechos  que  no  les  parezca  posible  encontrar  alguna 
objeción  que  haceros?  Si  asi  fuere,  yo  me  impongo  gustoso  la 
garantía  de  obedeceros,  porque  procederé  con  ella  mas  libre- 
mente en  el  ejercicio  de  mi  voluntad;  pero  sino  me  pagáis  todo 
lo  que  mi  corazón  conozca  que  me  debéis,  aquí  concluye,  seño- 
res mios,  nuestro  convenio,  y  yo  me  vuelvo  á  la  salvaguardia 
de  nuestra  común  igualdad,  que  espero  respetareis,  y  si  no  la 
respetáreis,  de  aquí  podéis  inferir  lo  sensible  que  me  será  te- 
ner que  apelar  á  la  rebelión. 

Hé  aquí,  pues,  cómo  encerrada,  como  está  hoy,  la  idea 
del  origen  del  poder  en  el  círculo  de  los  hechos,  ha  desaparecido 
de  lodo  punto  el  derecho,  y  no  hay  quien  esplique  porqué  titu- 
lo, por  qué  causa,  cómo,  y  por  qué  razón  la  voluntad  individual 
es  violada,  confiscada  y  vendida. 


CAPITULO  DECIMO  SEXTO. 


Continúa  el  mismo  asunto:  causa  de  las  catástrofes  públicas  Y 
privadas. 


Adaptadas  por  casi  todos  los  gobiernos  actuales,  las  mu- 
danzas introducidas  por  el  ateísmo  en  las  doctrinas  sobre  el 
origen,  relaciones  y  propiedades  de  la  naturaleza  del  poder, 
como  quiera  que  son  á  las  pasiones  muy  agradables,  comenza- 
ron por  ser  aceptas  á  los  insensatos,  luego  fueron  tomando  in- 
cremento, y  boy  se  han  desenvuelto  basta  el  escándalo  que  de 
verse  que  los  mismos  sirvientes  de  las  casas  se  han  adherido  á 
los  principios  que  el  talento  de  nuestros  políticos  sabe  incul- 
carles. 

Determinada  ya  por  estos  doctores  ta  categoría  del  poder 
ha  desaparecido  el  derecho  de  mandar,  tanto  de  la  sociedad  civil 
como  de  la  sociedad  doméstica.  «Creo,  señores,  puede  decir 
«todo  bandido,  creo  que  mi  enlace  de  ¡deas  con  diestros  prínci- 
npios  no  pasará  desapercibido  para  vosotros.  Convencido  por  la 
«excelencia  de  vuestras  razones  me  creo  sin  freno  legítimo.  De 
«manera  que  mis  crimines  son  obra  vuestra,  y  si  por  casualidad 
»he  incurrido  en  algún  error,  me  complazco  en  confesaros  que 
»no  proviene  sino  de  razones  particulares  que  nuestra  común 
"igualdad  me  dá  el  derecho  de  involucrar  con  vuestra  razón.» 

El  bandido  maneja  maravillosamente  el  derecho  con  el  he- 
cho. Decidme,  pues,  apóstoles  del  desorden:  ¿os  atreveréis  á  de- 


— loO- 

cir  que  legítimamente  castigareis  áeste  criminal,  puesto  que  ha- 
béis proscrito  el  derecho  en  el  que  necesariamente  tendríais  que 
apoyaros?  No  hay  duda  que  por  una  manifiesta  contradicción 
así  lo  haréis;  pero  sucederá,  lo  que  cada  dia  sucede,  que  al  ver 
el  penado  que  vuestro  castigo  fundado  en  el  derecho  del  mas 
fuerte  está  privado  de  toda  principio  de  vida,  vendrá  por  último 
á  insultarle,  y  estando  de  derecho  por  vuestros  principios  asegu- 
rada la  impunidad  al  crimen,  acechará  el  reo  la  ocasión  favo- 
rable, y  os  clavará  el  puñal  en  vuestros  pechos,  por  esa  misma 
ley  del  mas  fuerte  con  que  os  proponías  reprimirle.  Hé  aquí, 
pues,  la  accesible  razón  de  esa  soltura  de  pasiones,  de  esas  sim- 
patías en  favor  de  toda  clase  de  crímenes,  de  ese  inmenso  tras- 
torno en  la  vida  pública  y  privada  de  los  pueblos,  y  de  ese 
escandalosísimo  desacuerdo  entre  el  delito  y  la  justicia,  entre  el 
reo  y  el  juez:  las  leyes  son  trabas,  y  los  acusados  se  juzgan 
exentos  de  ellas,  y  los  tribunales  no  se  creen  con  derecho  de 
aplicarlas,  y  aunque  el  estado  de  rusticidad  de  la  canalla  no 
lleva  consigo  el  acto  reflejo  de  ocuparse  de  sí  mismo,  lleva  no- 
toriamente el  acto  directo:  Testigo  la  esperiencia  de  cada  dia. 
Testigo  el  curso  de  las  ideas.  Testigo  la  profunda  mudanza  de 
los  hábitos  y  de  las  costumbres.  Testigo  esa  arrogancia,  ese 
engreimiento,  esa  altivez  en  el  mas  humilde  aprendiz  y  en  la 
mas  simple  fregona.  Las  gentes  sencillas  no  pueden  esplicarse 
estas  mudanzas,  creen  seriamente  que  el  desorden  ha  entrado 
de  súbito  y  sin  causa;  pero  la  causa  ahí  está:  en  la  secularización 
de  la  ley  y  del  Estado  redactada  de  antemano  por  los  gobiernos 
impíos. 


CAPITULO  DECIMO  SEPTIMO. 


Justificación  de  las  pretensiones  del  Sr.  Castelar  sobre  la  Inter- 
nacional, de  toda  sociedad  prevaricadora,  de  toda  injusti- 
cia y  de  todo  crimen.  Tiranía  de  todo  código  civil  y  cri- 
minal: conclusión  del  asunto. 


En  efecto  ¡Poderes  Constituidos!  una  vez  secularizados,  una 
vez  admitido  por  vosotros  el  ateísmo  de  la  ley  y  del  Estado,  no 
podéis,  sin  una  evidente  injusticia,  rechazar  el  principio  que 
sirve  de  base  á  todas  esas  turbas  de  trastornadores. 

Si  las  razones  en  que  se  fundan  todos  esos  ejércitos  de 
perversos,  que  están  próximos  á  señorearos,  no  os  parecen  per- 
suasivas, por  lo  menos  debéis  confesar  que  están  encerradas  en 
los  decorosos  límites  de  las  doctrinas  que  sobre  el  origen  del  po- 
der les  habéis  inculcado. 

Habéis  proclamado  que  el  hecho  constituye  el  derecho,  ha- 
béis batido  hasta  las  últimas  trincheras  á  los  hombres  que  se 
oponen  á  tan  desgarradora  enseñanza;  habéis  proscrito  á  Dios: 
¡sobre  todo  lo  bueno  habéis  triunfado!  y  ¡justo  castigo!  hoy  en 
la  gloria  de  vuestro  triunfo,  privados  délas  luces  que  sobre 
esta  materia  el  Catolicismo  pudiera  suministraros,  apartados  de 
las  frescas  y  cristalinas  aguas  que  el  escepticismo  no  os  permite 
probar,  os  atormentáis,  os  ahogáis  en  un  cerco  sin  salida, 


—152  — 

para  subir  á  otras  regiones  y  discurrir  por  otras  alturas. 

Con  vuestros  repetidos  robos  á  la  Iglesia  habéis  trastornado 
el  derecho  de  propiedad,  derecho  que  domina  el  derecho  co- 
mún del  mundo  entero,  y  que  es  la  base  de  las  leyes.  Hoy  la 
Internacional  (Cap.  11,  §  XVI)  ha  examinado  el  asunto,  y  vien- 
do que  los  títulos  con  que  poseéis  no  son  mejores,  os  pide  un 
vestido  para  aquellos  bizarros  hijos  del  pueblo  cuyos  servicios 
tan  útiles  os  son. 

Habéis  proclamado  ¡oh  esplendorosas  lámparas!  que  el  de- 
recho emana  del  hecho.  A  esta  siniestra  voz,  las  masas  que  ba- 
jarán al  sepulcro  dominadas  y  señoreadas  por  el  Catolicismo, 
sin  haberse  cuidado  siquiera  de  buscar  la  existencia  del  infer- 
nal tesoro,  sienten  surgir  de  ellas  raudales  de  fuego  y  torrentes 
de  sangre.  Densas  y  hediondas  nubes  de  humo  descienden  so- 
bre ellas,  y  la  luz  del  candor,  de  la  pureza,  de  la  inocencia,  de 
todas  las  virtudes,  en  fin,  que  momentos  antes  embellecían  los 
pueblos  de  las  naciones  de  la  tierra,  padece  tremebundo  eclip- 
se, y  se  trasforma  en  instrumento  de  perdición  umversañ 

Ved  aquí  vuestra  obra  de  desolación  ¡oh  príncipes,  y  sa- 
bios, y  magistrados,  y  capitanes,  y  valientes  de  la  tierra!.... 
Vuestra  satánica  palabra  ha  removido  el  fondo  de  las  almas  sen- 
cillas, arrebatándoles  la  tranquilidad  y  la  calma  que  lleva  con- 
sigo la  Religión  de  Jesucristo  Señor  Nuestro,  y  ha  hecho  brotar 
inspiraciones  siniestras  de  los  inmundos  rincones  de  las  cárce- 
les y  presidios. 

Y  merced  á  vuestra  política  previsora,  ¡oh  escelsos  legis- 
ladores! hoy  todas  esas  muchedumbres  se  han  contado,  han 
visto  que  son  mil  contra  uno,  y  por  tanto  que  su  flaqueza  no  es 
invencible.  Y  como  por  otro  lado,  merced  así  mismo  á  vuestra 
ilustración  y  progreso,  no  duermen  tranquilas  el  sueño  de  la 
Religión  y  Moral  Católicas,  la  opulencia,  el  esplendor,  las  mag- 
nificencias del  Inmenso  Bolin  presentan  á  la  masa  eléctrica  un 
punto  atrayente  que  fascina,  que  hechiza  su  desarreglada  fanta- 
sía: y  permitidme  ¡obreros  de  Babilonia!  ¿cuáles  son  los  recur- 
sos con  que  contais  para  hacer  frente  á  la  borrasca  que  amena- 
za sumergirnos  á  todos,  vencedores  y  vencidos?  ¿con  qué  os 


-153- 

proponeis  coartar,  neutralizar  siquiera  la  acción  del  fluido  ex-- 
terminador  que  se  comunica  por  la  Europa  y  por  la  América 
con  la  celeridad  del  pensamiento'?.... 


20 


CAPITULO  DECIMO  OCTAVO. 


Escuela  Teológica. 


El  Sr.  Don  José  Silva  Santistéban,  en  su  obra  de  «Derecho 
Natural  ó  Filosofía  del  Derecho,»  en  el  párrafo  0.°  del  capítulo 
II,  bajo  el  epígrafe  que  encabeza  este  mi  capítulo,  después  de 
la  usual  fórmula  oratoria  de  darnos  á  los  que  sostenemos  la  di- 
vinización del  poder  testimonio  de  su  afecto,  nos  conceptúa  in- 
capaces de  organizar  un  gobierno,  como  quiera  que  la  sentencia 
que  descarga  sobre  nuestra  cerviz  es  la  de  ser  incapaces  de  re- 
sistir un  serio  examen.  Decir  que  nuestra  doctrina  es  incapaz  de 
resistir  un  sério  examen,  es  afirmar  que  no  hay  gobierno  bue- 
no sino  los  que  en  poco  ó  mucho  sirven  á  la  Revolución,  y  como 
esta  máxima  ha  sido  cuidadosamente  propalada  de  cerebro  en 
cerebro,  y  es  hoy  reputada  por  artículo  de  fé,  supuesto  que  las 
objeciones  en  que  la  apoya  el  Sr.  Santistéban  no  pasan  de  ser 
un  sofisma,  creo  yo  poder  demostrar  que  ellas  en  vez  de  cer- 
rarnos las  puertas  del  Estado,  nos  las  abren  de  par  en  par,  y 
hacen  que  el  pueblo  presuroso  acuda  á  victorear  lo  sobresa- 
liente de  nuestras  razones. 

Antes  de  responder  á  los  reparos  que  se  nos  oponen  á  los 
que  sostenemos  la  doctrina  del  Derecho  Divino,  para  proceder 
con  orden  y  concierto,  voy  á  consignar  aquí  lo  que  decimos 
cuando  decimos  Derecho  Divino.  Con  esto  quedarán  allanadas 
las  aprensiones  de  mengua  que  sobre  él  la  malicia  y  la  igno- 
cia  hacen  caber. 


—156 — 

Nosotros  sostenemos  que  la  Potestad  cicil  es  un  ser  com- 
puesto de  dos  cosas:  1.a  déla  Institución;  2.a  de  la  Designación 
de  la  Persona.  Que  la  primera  cosa  es  de  derecho  divino,  y  que  la 
segunda  es  de  derecho  humano.  Pedro,  decimos  designado  para 
Emperador,  Rey,  ó  Presidente  por  la  nación,  es  instituido  Empe- 
rador, Rey,  ó  Presidente  por  Dios.  Pedro,  pues,  ya  Emperador, 
Rey,  ó  Presidente,  reúne  dos  sanciones;  la  de  Dios,  y  la  de  los 
hombres.  Por  la  sanción  de  Dios,  el  Emperador  ó  el  Rey,  ó  el  Pre- 
sidente Pedro,  es  inviolable  y  sagrado;  por  la  sanción  de  la  na- 
ción, es  popular,  Pedro,  así  nombrado  por  nosotros,  tiene  dos 
límites,  dos  frenos  que  coartan  el  libre  ejercicio  de  su  voluntad: 
uno  Divino  y  otro  humano.  Por  el  divino,  está  sugeto  á  la  Ley  . 
de  Dios,  por  el  humano,  álas  leyes  orgánicas  ó  Constitución  del 
Estado.  Por  donde  resulta  que  Pedro,  electo  por  nosotros  Rey, 
por  ejemplo,  queda  sujeto  á  la  majestad  de  la  eterna  justicia  de 
Dios  y  ála  transitoria  de  los  hombres;  al  paso  que  Pedro,  electo 
Rey  por  los  revolucionarios,  queda  simplemente  sugeto  ála  efí- 
mera justicia  de  los  hombres.  Las  transgresiones  ádRey  Pedro, 
según  nosotros,  padecen  unos  castigos  que  comienzan  ante  la 
faz  de  los  hombres  y  terminan  ante  la  faz  del  Señor;  mas,  según 
los  revolucionarios,  solamente  padecen  los  castigos  humanos 
porque  calla  el  Señor  de  los  ejércitos,  nuestro  Dios,  en  presen- 
cia de  ellas.  Nosotros  convocamos  y  llamamos  al  cielo  y  á  la 
tierra  para  que  se  levanten  y  afrenten  al  que  de  pío  se  hace 
impío.  Para  nosotros  el  abismo  dá  su  voz  contra  el  tirano,  y 
Dios  alza  sus  manos  contra  él.  La  tierra  despierta  su  arco,  y  el 
cielo  se  estremece  de  furor.  Mas  para  los  revolucionarios  todas 
las  cosas  se  paran  en  la  estancia  de  acá  sin  que  viva  mas  allá 
quien  maldiga  los  cetros  y  las  cabezas  de  los  prevaricadores; 
para  ellos  todo  déspota  es  en  salvación,  si  logra  escapar  del  fu- 
ror de  sus  motines  y  de  sus  guerras,  porque  no  hay  otros  rumo- 
res que  le  turben  que  las  masas  sublevadas  para  quebrantarle 
y  matarle.  Por  donde  tenemos  que  para  nosotros  los  católicos,  las 
justicias  de  los  hombres,  son  poca  cosa  para  enfrenar  las  pasio- 
nes de  Pedro:  ellas  solo  le  enfrenan  por  la  parle  de  fuera,  y  no- 
sotros le  queremos  enfrenado  por  la  parte  de  fuera  y  por  la 


—157— 

parte  de  dentro.  Queremos  que  el  que  nos  manda  se  acerque  á 
nosotros  y  á  nuestros  bienes  con  temor  al  Señor  hasta  el  fin  de 
sus  dias.  Porque  hemos  oído  la  palabra  del  Señor,  y  el  sermón 
que  él  dice  á  la  Iglesia  Católica,  y  ella  nos  predica  todos  los 
dias.  Por  cuanto  vuestra  gracia  iguala  á  la  gracia  del  que  man- 
da, no  por  ejército,  ni  por  fuerza  le  obedezcáis,  sino  por  mi  es- 
píritu obedecédle,  dice  el  Señor  de  los  cielos  y  de  la  tierra. 

Nosotros  al  elegir  á  Pedro  por  rey,  le  damos  un  bastón  y 
un  cetro;  los  revolucionarios  le  dan  una  espada,  simulando  darle 
el  mismo  cetro  y  el  mismo  bastón.  Nosotros,  al  dar  el  bastón  al 
rey  Pedro:  «Tomad,  le  decimos,  este  bastón  que  es  el  símbolo  de 
vuestro  poder  sagrado,  para  que  según  la  caridad  que  edifica, 
y  nó  la  ciencia  que  hincha,  nos  conduzcáis  á  todos  por  el  ca- 
mino pue  debe  llevarnos  á  la  consecución  del  fin  por  qué  hemos 
sido  criados.»  Y  al  entregarle  el  cetro:  «Tomad  este  cetro,  le 
añadimos,  como  regla  de  equidad  divina,  que  gobierna  al  bue- 
no y  castiga  al  malo:  por  donde  debéis  aprender  áamar  la  jus- 
ticia y  á  aborrecer  la  iniquidad.»  Y  una  vez  puesto  por  noso- 
tros el  rey  Pedro  en  posesión  del  bastón  y  del  cetro:  «Sabéis,  ó 
rey  Pedro,  le  observamos,  que  aquellos  que  se  ven  mandar  á 
los  que  no  son  católicos  se  enseñorean  de  ellos;  mas  entre  noso- 
tros no  es  así:  antes  el  que  es  mayor,  es  nuestro  criado.  Por  lo 
que.  ¡ó  rey  Pedro]  no  sois  rey  para  ser  servido,  sino  para  servir, 
y  dar  aun  vuestra  vida  misma  por  rescate  nuestro.  Y  por  cuanto 
la  potestad  de  que  os  halláis  investido  os  es  agena,  al  que  os  la 
ha  conferido  llamamos  Señor,  y  á  Vos  como  á  vicario  que  sois  de 
él,  os  apellidamos  gobernador;  y  como  á  tal,  las  relaciones  que 
entre  Vos  y  nosotros  quedan  establecidas  son  las  de  padre  é  hi- 
jos, nó  las  de  señor  y  esclavos.  Por  todo  lo  cual,  ó  rey  Pedro,  po- 
déis ver  que  vuestra  autoridad  por  lo  que  tiene  de  humano,  es 
igual  á  la  nuestra,  y  por  consiguiente  no  nos  merece  respetos; 
mas  por  lo  que  tiene  de  divino,  nos  es  incomparablemente  supe- 
rior, y  por  tanto  os  respetamos  profundamente.  Mas  si  Vos, 
olvidando  las  condiciones  de  vuestra  existencia,  ponéis  vuestro 
rostro  contra  Dios,  nosotros  pondremos  el  nuestro  contra  Vos, 
por  cuanto  renegando  de  lo  que  tenéis  de  divino,  renegáis  de 


— 158 — 

aquello  en  virtud  de  lo  cual  nos  sois  únicamente  superior,  y  des 
nudado  de  lo  divino,  os  quedáis  igual  á  nosotros,  y  por  tanto  sin 
potestad  sobre  nosotros.» 

Oigamos  ahora  el  lenguaje  de  la  Revolución  al  instituir  por 
rey,  á  Pedro.  «Tomad  este  bastón  y  este  cetro,  Rey  Pedro,  para 
que  nos  gobernéis  por  la  filantropía  y  la  ciencia.  Vuestra  auto- 
ridad nada  tiene  de  divino:  arranca  de  nosotros.  Si,  pues,  Vos 
no  nos  gobernáis  según  nuestras  ideas  y  sentimientos,  como  á 
señores  que  somos,  os  desconoceremos,  y  pondremos  á  otro  que 
mejor  les  satisfaga.» 

Del  cotejo  entre  el  lenguaje  de  nosotros  los  católicos  y  e\ 
de  los  revolucionarios,  hrotan  torrentes  de  luz. 

Desde  luego  se  vé  que  el  rey  Pedro  se  encuentra  en  situa- 
ciones diversas.  Ambas  escuelas  fijamos  una  pauta  y  un  límite 
al  soberano;  la  pauta  y  el  límite  fijados  por  los  católicos,  son  la 
ki  ley  y  la  voluntad  de  Dios,  y  la  pauta  y  el  límite  fijados  por  los 
revolucionarios,  son  la  ley  y  la  voluntad  humanas.  La  ley  y  volun- 
tad humanas  están  tan  corrompidas  por  el  pecado,  que  abando- 
nadas á  sí  mismas,  el  nivel  de  sus  absurdos  sobrepuja  al  nivel 
desús  razones.  Mas  la  ley  y  la  voluntad  de  Dios  son  inmobles, 
eternas,  permanentes,  constantes,  justísimas  y  razonables  como 
el  Ser  de  quien  emanan.  El  rigor  y  la  exactitud  de  los  criterios 
de  estas  son  perdurablemente  los  mismos,  los  de  aquellas,  nó. 
Dios  no  sustituye  á  la  verdad  las  combinaciones  del  error,  y  el 
hombre,  ora  por  mala  fé,  ora  por  falla  de  penetración  y  discer- 
nimiento, si. 

Estas  dos  situaciones  diversas  en  que  se  encuentra  el  rey 
Pedro  hacen  que  su  política  sea  diversa,  toda  vez  que  los  obje  • 
tos  se  le  ofrecen  á  su  espíritu  y  á  su  vista  misma  de  una  ma- 
nera diversa.  El  rey  Pedro  entre  católicos  sabe  que  no  tiene 
mas  límite  á  la  extensión  y  eficacia  del  mando  que  ejerce  que 
el  puesto  por  Dios;  mas  este  mismo  Rey  entre  revolucionarios 
sabe  que  tiene  el  límite  que  el  hombre  le  quiera  poner,  y  como 
quiera  que  el  sentido  común  le  dice  que  es  mejor  tratar  con 
Dios  que  con  el  hombre,  el  instinto  de  conservación  le  inspira 
el  tomar  parte  en  los  combates  de  sus  dueños,  aventurándose  á 


-159- 

actos  de  que  resultan  comprometidos  la  libertad,  independen- 
cia y  bienestar  de  los  mismos.  Y  la  razón  es  visible:  el  rey  Pe- 
dro entre  los  católicos  no  se  arma  para  conspirar  contra  ellos, 
porque  sabe  que  ellos  no  se  arman  para  conspirar  contra  él; 
mas  entre  los  revolucionarios  no  desprecia  las  lecciones  de  la 
experiencia;  reconociéndose  nacido  en  la  desgracia,  se  apoya 
en  el  despotismo  para  no  caer  en  ella.  El  ejercicio  del  poder  es 
en  el  hombre  una  pasión  fuerte.  Si  el  que  lo  empuña  vé  que 
los  gobernados  no  quieren  cambiar  de  amo,  naturalmente  se 
encariña  de  ellos,  y  salvo  un  monstruo,  se  cuida  de  tiranizarlos; 
pero  se  observa  en  ellos  pasión  por  cambiar  de  amo,  ¿qué 
sacaré,  se  dice,  cuando  me  haya  muerto  por  ellos?  y  procara 
obtener  por  el  sable  lo  que  tan  incierto  le  es  por  el  cariño. 

Por  esos  dias  en  estremo  oscuros  en  que  viven  los  actúale  s 
gobiernos,  se  patentizan  mis  verdades.  Bajo  el  manto  de  la  in- 
dependencia y  de  la  libertad  pueblan  la  tierra  de  catástrofes, 
vejan  al  mundo  entero,  y  como  el  tirano  Espartaco,  no  quieren 
mandar  sino  á  esclavos.  Ellos,  abrumados  de  la  desesperación 
que  el  discernimiento  natural  les  inspira,  conocen  perfecta" 
mente  que  con  el  ateísmo  por  base  su  vida  es  corta,  y  por  es- 
to, para  prolongarla,  no  hay  escándalo  con  quien  no  conserven 
í  ntimas  relaciones. 

De  ahí  nace  el  horrible  contraste  que  presenta  el  libera- 
lismo á  la  vista  del  mundo  entero.  Mientras  su  corazón  flota 
anegado  en  una  ternura  indecible  y  en  una  animosa  decisión, 
•as  facciones  de  los  pueblos  se  ofrecen  con  el  cartel  en  el  cuello 
y  las  cadenas  y  las  argollas  en  sus  manos  y  en  sus  piés.  En- 
greídos los  liberales  de  haber  desdeñado  en  su  elecicon  nues- 
tras doctrinas,  cubiertos  con  los  vanos  atractivos  de  los  nomhres 
de  reforma  libertad  y  progreso,  han  ido  á  buscar  á  la  Roma  pa- 
gana aquellos  antiguos  subterráneos  tan  desprovistos  de  encan- 
tos, y  hácia  adonde  nos  empujan  á  todos  para  volvernos  á  en- 
cadenar, y  distribuirnos  unos  mendrugos  de  pan  y  una  poca  de 
sal,  no  recibiendo  mas  aire  que  el  que  entre  por  las  reconstrui- 
das antiguas  ventanillas  estrechas.  Y  como  quiera  que  los  cató- 
licos rehusamos  los  servicios  porque  nuestros  ojos  há  mas  d 


— 160 — 

quince  siglos  que  se  han  hecho  á  la  claridad,  y  tenemos  la  abar- 
cadora  penetración  de  distinguir  la  esclavitud,  mas  que  se  nos 
presente  disfrazada  con  oropeles  y  encajes,  por  esto  es  qne  se 
enfadan  los  tiranos  y  nos  cubren  de  improperios.  Mas  nosotros, 
fuertes  con  nuestra  resolución,  sean  cuales  fueren  los  ruidos  y 
las  apariciones,  nos  negaremos  eternamente  á  la  irracionalidad 
de  exponeros  al  escarnio  de  repasar  los  antiguos  portalones  de 
aquellos  húmedos  y  lóbregos  calabozos  de  donde  nos  ha  sacado 
noblemente  el  Cristo  Nuestro  Señor. 

Por  todo  lo  cual  tenemos  que  aunque  el  examen  ha  sido 
breve,  es  serio,  y  siendo  serio,  desaparece  la  incapacidad  de  que 
el  Santtsléban  juzga  poseída  nuestra  doctrina.  La  argumentación 
éntrelos  liberales  y  los  católicos  es  esta: 

Liberales. — Sujetáos  al  rey  Pedro  por  lo  que  tiene  de  dele- 
gado déla  nación  soberana. 

Católicos. —  Nosotros  rehusamos  la  sujeción  á  hombres 
iguales  á  nosotros. 

Liberales.  -  Os  es  superior  el  rey  Pedro  por  cuanto  la  na- 
ción os  es  superior. 

Católicos.— -La  nación  nos  es  superior  en  número,  mas  no  en 
derecho,  y  como  quiera  que  el  número  no  constituye  derecho 
repetimos:  que  no  nos  sujetamos  á  él. 

Liberales. — Entóneos  apelamos  á  la  fuerza. 

Católicos.  —Entonces  sois  unos  Uranos. 

La  argumentación  entre  católicos  y  los  liberales  es  esta 

otra: 

Católicos. — Sujetáos  al  rey  Pedro,  no  por  lo  que  su  autori- 
dad tiene  de  humano,  sino  por  lo  que  tiene  de  divino. 

Liberales. — Nosotros  no  nos  sujetamos  á  hombres  inferio- 
res á  nosotros. 

Católicos.— El  rey  Pedro  os  es  superior  por  cuanto  es  vica- 
rio de  Dios. 

Liberales. — Dios  no  se  mezcla  en  los  asuntos  de  la  nación. 
La  soberanía  no  reside  en  Dios,  sino  en  el  pueblo,  y  siendo  el 
rey  Pedro  minoría,  no  puede  imponerse  al  pueblo,  que  es  ma- 
yoría. 


—161- 

Catolicos.— Entonces  sois  unos  impíos. 

liberales.— Entonces  sois  unos  fanáticos  oscurantistas. 

Por  lo  expuesto  queda  demostrado  cuál  de  las  dos  escue- 
las es  la  que  ennoblece  al  hombre  y  cuál  la  que  le  empequeñece 
y  cuál  es  la  servil  y  cuál  la  realmente  liberal.  Si  el  pueblo  con- 
tara bien,  veria  sin  esfuerzo  alguno  que  su  soberanía  es  un  so- 
lemne sarcasmo,  inventado  por  los  tiranos  para  subyugarle  y 
conservar  en  su  recinto  el  fruto  de  sus  pasiones  bastardas.  A 
través  de  las  tintas  fantásticas  de  reforma,  libertad  y  pueblo  so- 
berano, hacen  siempre  un  singular  contraste  los  harapos  y  las 
miserias  del  pueblo  con  las  reales  profesiones  que  ejerce.  Le 
cantan  que  desempeña  las  funciones  de  senador,  y  al  retirarse 
del  senado  se  acuesta  en  su  cama  sin  cenar.  Estas  solas  conside- 
raciones son  bastantes  para  que  el  pueblo  se  vuelva  á  Dios,  y 
deje  de  andar  corriendo  aventuras  con  ambiciosos  sin  entra- 
ñas. Los  bienes  que  nos  trae  sobre  nosotros  Dios,  ciertamente 
que  no  nos  los  han  de  traer  tantísimo  robador  nuestro.  Esto 
sentado,  contestaré  á  los  reparos  del  Sr.  Santistéban. 


21 


CAPITULO  DECIMONONO. 


Continuación  y  conclusión  del  mismo  asunto;  el  Sr.  Santisteban 
y  la  Escuela  Teológica. 


El  Sr.  Santisteban. — «Tú  te  presentas  en  efecto  rodeada  de 
«prestigio  y  autoridad,  y  llevas  al  alma  la  convicción  de  que 
«nunca  debe  apartar  su  vista  de  Dios;  pero  eres  incapaz  de  re- 
«sistir  un  serio  exámen.» 

La  Escuela  Teológica. — ¿Por  qué,  señor? 

El  Sr.  Santisteban.— «Porque  no  conoces  ni  puedes  cono- 
«cer  directamente  por  intuición  la  voluntad  divina,  pues  la 
«idea  que  tenemos  de  Dios  la  hemos  adquirido  indirectamente, 
«y  por  deducción,  examinando  el  mundo  creado.» 

La  Escuela  Teológica. — No  solo  por  deducción  conozco  yo 
á  Dios,  Sr.  Santisteban:  le  conozco  además  por  la  tradición  y 
por  la  revelación. 

El  Sr.  SaUstéban. — «Pero  la  tradición  y  la  escritura,  cuyo 
«estudio  recomiendas,  no  contienen  ningún  cuerpo  de  doctrina:  há- 
»Uanse  consignados  en  ellas  solamente  los  principios  de  libertad 
»?/  respeto  á  la  autoridad,  que  pueden  combinarse  de  diferentes  mo- 
ndos, y  conducir  á  resultados  contrarios:  partiendo  del  mismo 
«principio,  y  apoyándose  en  las  mismas  escrituras,  el  conde  de 
»Maislre  y  Bonald  han  marchado  á  la  monarquía  y  al  absolutis- 
»mo;  y  el  abate  Lamennais,  á  la  democria  y  al  comunismo.» 

La  Escuela  Teológica  —YA  admirable  aplomo  que  dan  á 


—164- 

vuestra  conciencia  las  imperfecciones  de  la  tradición  y  de  la 
escritura,  me  hace  creer  que  no  conocéis  lo  bastante  ni  una,  ni 
otra,  Sr.  Sanlistéban.  Ambas  á  dos  son  un  eterno  ejemplar  ae 
la  série  de  las  ideas  divinas  y  de  las  ideas  humanas.  Y  por  no 
ser  plolijo,  no  me  detengo  en  demostraros:  quee/i  este  ejemplar, 
encuéntrase  cuanto  se  puede  desear  para  la  atinada  solución  de 
cuantos  problemas  puedan  plantearse,  y  de  cuantas  institucio- 
nes quieran  establecerse.  Además,  Vos  mismo  Sr.  de  Santisté- 
ban,  convenís  en  que  se  hallan  consignados  en  ellas  los  princi  - 
pios  de  libertad  y  respeto  á  la  autoridad.  Con  estos  dos  princi- 
pios se  alianza  un  gobierno  que  no  se  ruboriza  en  presencia  del 
mejor  gobierno.  El  respeto  á  la  autoridad  es  la  base  del  gober- 
nante, y  el  principio  de  libertad  es  la  garantía  del  gobernado. 
El  gobernado  siendo  libre,  deja  de  sudar  sangre  bajo  la  presión 
del  despotismo,  y  sus  actos  no  sufren  mas  trabas  que  las  nece- 
sarias para  su  conservación  y  desarrollo  mismos;  al  paso  que  el 
gobernante  se  presenta  á  ios  ojos  de  los  pueblos  con  todo  el 
conjunto  de  majestad  y  belleza  que  Dios  puso  en  él  al  instituir  la 
sociedad  humana. 

Mas  si  es  cierto  que  nuestros  principios  de  libertad  y  res- 
peto á  la  autoridad  pueden  combinarse  de  diferentes  modos,  no 
lo  es  que  conduzcan  á  resultados  contrarios.  El  que  puedan 
combinarse  de  diferentes  modos,  son  resplandecientes  centellas 
de  la  hermosura  que  contengo,  prueba  que  soy  liberal,  y  no 
servil,  como  se  propala  falsamente,  pues  yo  me  avengo  con 
cualesquiera  formas  de  gobierno,  con  tal  que  se  salven  mis  doc- 
trinas. Me  hallo  bien  en  los  tronos,  y  no  rehuso  dejar  mi  puesto 
para  ir  con  los  demás  dioses  á  los  nuevos  templos,  siempre  que 
se  me  haga  saber  que  los  que  moran  en  ellos  no  hablan  men- 
tira, ni  doblan  su  rodilla  á  otro  sér  que  al  Dios  excelso.  Pero 
afirmar  que  mis  principios  conducen  á  resultados  contrarios,  es 
un  error,  y  apoyar  este  error  en  los  datos  en  que  Vos,  SeTwr 
Santistéban,  les  apoyáis,  es  caer  en  una  contradicción  patente. 

La  Monarquía  y  el  Absolutismo  son  una  misma  institución 
bajo  formas  distintas,  pero  no  contrarias,  supuesto  que  el  prin- 
cipio que  sirve  de  base  en  ambos  casos,  es  siempre  el  mismo . 


— 165— 

La  Democracia  también  es  distinta,  pero  no  diversa,  pues  que, 
científicamente  hablando,  ni  destruye  la  libertad,  ni  el  respeto  á 
la  autoridad:  testigo  la  República  Hebrea.  Mas  el  Comunismo  si 
que  es  contrario,  por  cuanto  niega  la  libertad,  negando  la  pro- 
piedad, y  niega  la  autoridad,  negando  la  propiedad  que  es  su 
base.  Por  donde  resulla  que  lo  que  condujo  á  Lamennais  al  Co- 
munismo no  fueron  los  principios  de  libertad  y  de  respeto  á  la 
autoridad,  consignadas  en  la  tradición  y  en  la  escritura,  porque 
los  contrarios  no  enjcndran  contrarios,  sino  su  espíritu  de  re- 
beldía contra  esta  misma  escritura  y  esta  misma  tradición.  Por 
todo  lo  cual  concluyo  ser  evidente,  Sr.  Santistéban,  que  Yos  os 
contradecís  afirmando  que  en  la  tradición  y  en  la  escritura  se 
hallan  consignados  los  principios  de  libertad  y  respeto  á  la  au- 
toridad, y  diciendo  que  conducen  al  Comunismo,  por  el  hecho 
de  ser  comunista  Lamennais,  pues  la  libertad,  el  respeto  á  la  au- 
toridad y  al  Comunismo  son  cosas  tan  diversas  de  suyo,  que  es 
imposible  reducirlas  á  aquella  amplísima  unidad  que  constitu- 
yen sustancias  idénticas.  Los  rayos  derramados  pueden  recoger- 
se en  la  luz,  pero  no  las  tinieblas,  porque  la  luz  no  es  su 
centro. 

EISr.  Santistéban. — «Dado  que  contengan  todos  los  prin- 
»cipios  del  derecho  esas  fuentes  divinas,  será  indispensable, 
«examinarlas,  interpretarlas,  para  apoderarse  de  sus  verdadesl 
"Ahora  bien,  este  exámen,  ó  lo  hace  cada  hombre  por  sí,  ó  lo 
«recibe  hecho  de  un  cuerpo  de  sábios  autorizados:  si  lo  prime- 
»ro,  es  proclamar  el  principio  de  libre  exámen  que  tan  funda- 
«damente  condenamos  en  el  protestantismo,  é  introducir  además 
»el  elemento  racional,  que  tú  rechazas;  si  lo  segundo,  corre- 
»inos  el  riesgo  de  que  se  nos  vendan  como  verdades  ciertas  las 
«opiniones  de  los  intérpretes  sin  tener  nosotros  ni  siquiera  el 
«derecho  de  censurarlas.» 

La  Escuela  Teológica.— -Todo  esto,  SV.  de  Santistéban,  no 
es  mas  que  besarme  las  manos  con  una  astucia  que  mas  partici- 
pa de  odio  que  de  amor.  Yo  no  tengo  esta  indocilidad  con  que 
la  calumnia  pretende  adornarme:  porque  juzgo  necesario  exa- 
minar, ó  mas  bien  dicho  interpretar  mis  fuentes  del  derecho, 


—166- 

por  esto  pido  cortes  en  donde  las  capacidades  de  la  nación  ejer- 
cen este  magisterio;  y  de  ahí  nace  la  falsedad  de  la  imputación 
de  que  yo  rechazo  el  elemento  racional,  pues  yo,  léjos  de  recha- 
zarle, pido  que  la  justicia  vuelva  á  dar  á  este  elemento  el  honor 
que  la  Revolución  le  ha  arrebatado  por  medio  de  la  violencia; 
pido  que  se  le  busque  en  su  categoría,  en  la  ilustración,  no 
en  las  masas  en  donde  no  reside,  y  en  donde  la  ambición 
simula  buscarle  para  derribar  el  orden  de  cosas  establecido, 
y  cambiar  de  principio  tan  luego  como  por  el  sufragio  de  las 
mismas  logra  cambiar  de  intereses,  habiendo  llenado  sus  aspi- 
raciones. ¿Quién  no  vé  que  la  colocación  del  elemento  racional 
en  las  masas  es  el  despotismo  puro  manifestado  en  la  plenitud 
de  todas  sus  relaciones?  ¿Quién  no  sabe  que  este  es  un  vano 
nombre  que  sirve  de  arma  á  facciones  esclusivas  y  rencorosas 
para  enseñorearse  del  mando  y  tiranizar  á  las  mismas  masas  que 
les  sirven  de  escalones?  si  sobre  toda  la  superficie  de  la  tierra 
se  mandara,  hacer  una  información  judicial  acerca  de  lo  que 
constantemente  ocurre  en  todo  gobierno  que  se  apellida  demó- 
crata, no  existe  Uno  Solo  de  quien  no  se  puedan  denunciar 
choques  perdurables  de  doctrinas  y  de  cosas,  y  en  donde  no 
resalte  despreciado  hoy  el  elemento  racional  que  se  proclamó 
ayer.  Esto  contra  la  voluntad  de  los  mismos  revolucionarios, 
prueba  que  mis  doctrinas  subsisten  á  despecho  de  cuanto  se 
haga  para  destruirlas;  si  ellos  por  sus  pasiones  no  están  acor- 
des conmigo  en  decir  la  verdad,  lo  están  en  la  uniformidad  del 
contexto  de  buscar  las  luces,  no  en  el  populacho,  sino  en  donde 
se  encuentran.  Seguramente  que  cuando  la  Internacional  ha 
pensado  fijar  su  residencia  en  España,  ha  creído  oportuno  en- 
cargar su  cometido  al  Sr.  Castelar,  con  preferencia  á  un  simple 
jornalero. 

Además,  parécemeá  mí,  Sr.  Santistéban,  y  en  el  asunto  de 
que  se  trata  principalmente,  que  es  preferible  lo  mucho  á  lo 
nada,  y  por  tanto  que  si  yo  que,  según  Vos  mismo,  estoy 
en  posesión  de  los  principios  de  libertad  y  respeto  á  la  autori- 
dad, corro  el  riesgo  de  venderos  como  verdades  ciertas  las 
opiniones  de  mis  intérpretes,  mas  lo  corren  fijamente  las  es- 


-167— 

cuelas  que  se  dicen  liberales,  que  carecen  de  la  posesión  de 
estos  luminosos  principios  de  que  me  hacéis  la  justicia  de  de- 
clararme posesora.  Y  siendo  yola  posesora  de  la  libertad  y  del 
respeto  á  la  autoridad,  se  iníiere  cuán  vanamente  los  busca  el 
pueblo  en  escuelas  estreñías,  que  por  mas  que  estén  llenas  de 
promesas,  siempre  son  sobre  estremadas,  falsas,  pues  solo  en 
mí  es  en  donde  se  verifican  todas  las  grandes  y  nobles  espre- 
siones de  unos  principios  de  que  yo  sola  soy  depositaría.  Nadie 
puede  dar  lo  que  no  tiene. 

Y  últimamente  os  observaré,  Sr.  Santistéban,  que  no  estoy 
habituada  al  despotismo;  y  por  consiguiente  que  jamás  he  ca- 
recido de  la  complacencia  razonable  de  oir  con  gusto  las  censu- 
ras justas  sobre  las  opiniones  de  mis  intérpretes.  Si  clamo  contra 
los  abusos  del  pensamiento,  quiero  el  uso  y  someto  á  debido  exa- 
men lodo  proyecto  de  ley  antes  de  elevarle  á  precepto.  Si  yo 
no  admito  el  libre  pensamiento,  es  porque  tras  la  libertad  de  pen- 
sar viene  la  destrucción  del  pensamiento,  y  los  males  que  esta 
destrucción  produce,  son  infinitamente  mayores  que  los  que  de 
mis  limites  pueden  provenir. 

El  Sr.  Santistéban.— ((Ultimamente,  aunque  todos  estos  in- 
convenientes se  allanaran,  las  verdades  que  obtuviéramos  se- 
»rian  nada  mas  que  verdades  reveladas;  y  las  verdades  reveladas 
»no  pueden  formar  un  sistema  filosófico  que  se  compone  de  prin- 
cipios y  de  verdades  deducidas  por  la  razón.» 

La  Escuela  Teológica.— Permitidme  que  os  responda,  señor 
de  Santistéban,  que  propaláis  absurdos,  y  que  me  hacéis  sospe- 
char si  sois  incapaz  de  fijar  el  sentido  verdadero  de  las  mismas 
palabras  que  empleáis. 

Los  sistemas  filosóficos  son  un  mal  absoluto,  y  un  bien  rela- 
tivo. Son  un  mal  absoluto,  porque  dejan  ver  las  imperfecciones 
del  hombre,  y  son  un  bien  relativo,  porque  rebajan  estas  im- 
perfecciones. Son  un  médico,  y  el  desterrar  la  medicina  fuera 
un  bien  si  se  pudieran  quitar  del  mundo  las  enfermedades  que 
forman  los  objetos  de  su  curación.  Cuanto  mas  sano  es  un  es- 
píritu mas  se  aleja  de  los  sistemas  filosóficos:  los  ángeles,  des- 
nudados de  las  flaquezas  humanas,  los  desconocen,  y  Dios 


—168 — 

Nuestro  Señor  los  rechaza,  porque  para  entender  no  tiene  para 
que  discurrir.  Si,  pues,  fuera  dado  al  hombre  el  organizar  un 
gobierno  con  solas  verdades  inmediatamente  receladas,  esto  no 
fuera  uñ  mal,  sino  un  inmenso  bien  que  levantaria  sus  esca- 
lentes prendas.  Por  donde  resulta  que  rechazar  las  verdades  re- 
veladas, porque  no  pudieran  formar  un  sistema  filosófico,  seria 
rechazar  la  salud  porque  no  necesita  los  auxilios  que  la  enfer- 
medad. 

Por  otro  lado  es  tan  cierto  que  las  verdades  reveladas  son 
los  elementos  orgánicos  de  todo  sistema  filosófico,  que  si  levan- 
tais  de  ellas  estas  verdades,  os  quedáis  con  formas  sin  sustan- 
cias. Los  sistemas  filosóficos  se  inspiran  ora  de  nociones  físicas, 
ora  de  nociones  ideológicas,  ora  de  nociones  metafísicas,  ora 
morales,  ora  religiosas,  ora  políticas,  ora  literarias  6  históricas. 
Los  ejemplares  de  estas  nociones  son  las  escuelas  teológicas.  Si 
estas  escuelas  están  desposadas  con  el  error,  desposados  con 
el  mismo  error  están  también  los  sistemas  filosóficos,  como  acon- 
tece en  lo  antiguo  con  las  escuelas  griega  y  romana,  y  con  las 
llamadas  liberales  en  lo  moderno;  pero  si  la  escuela  es  verda- 
dera, como  yo  lo  soy,  yo  soy  la  única  por  quien  todo  verda- 
dero sistema  filosófico  tiene  luz,  calor,  movimiento  y  vida.  De  lo 
cual  se  sigue  que  es  tan  evidente  que  puedo  formar  un  sistema 
filosófico,  que  los  formo  todos,  y  que  sin  mi  no  existe,  ni  puede 
existir  ninguno  propiamente  tal.  - 


CAPITULO  VIGESIMO. 


Preguntas  y  respuestas. 


P.—  ¿Qué  es  La  Libertad? 

R.—La  Ley  de  Dios  sobre  la  tierra. 

P. — Quién  la  promulgó? 

i?.— El  mismo  Dios  en  el  Paraíso. 

P. — ¿Quién  la  extendió  por  todo  el  mundo? 

R. — Nuestro  Señor  Jesucristo. 

P—  ¿Cuándo? 

R. — Cuando,  después  de  haber  derramado  su  sangre  en  el 
Calvario,  espiró  pronunciando  aquellas  memorabilísimas  pala- 
bras: «\Todo  se  ha  consumado!» 

P. — ¿A  qué  precio  compró  La  Libertad  Nuestro  Señor  Je- 
sucristo? 

R. — Al  de  privaciones  incontables,  al  de  befas,  escarnios  y 
de  maldiciones  de  un  pueblo  entero,  al  de  una  agonía  sin  igual, 
y  por  último  al  de  una  muerte  en  afrentosísimo  patíbulo. 

P.— Al  subir  Nuestro  Señor  Jesucristo  á  los  cielos ,  ¿dejó  La 
Libertad  en  la  tierra? 

JB. — ¡Sí! 

P. — ¿En  qué  manos? 

R.—  En  las  de  la  Iglesía-Católica-Apostólica-Romana. 
P.—  ¿Cómo  se  prueba? 

R.— Porque  es  la  Sociedad  que  fundó  y  á  la  que  prometió  su 
asistencia  hasta  la  consumación  de  los  siglos. 


—170- 

P.— Pero  ¿no  quedaría  La  Libertad  en  otras  manos,  ade- 
más de  las  de  la  Iglesia  Calólical 

R. — ¡No!  porque  no  existe  otra  sociedad  sobre  la  tierra 
fundada  por  El  y  á  la  que  haya  prometido  su  asistencia. 

P.— ¿Cómo  sabe  Yd.  que  no  existe  otra  sociedad  que  reúna 
las  condiciones  que  acaba  de  espresar? 

R. — Por  la  Historia  y  por  la  esperiencia.  Por  la  Historia: 
porque  la  mas  antigua  que  se  conoce  es  la  Biblia,  y  ella  narra 
que  solo  á  la  Iglesia  Católica  honró  Nuestro  Señor  Jesucristo  con 
el  depósito -espresado.  Y  Por  la  experiencia:  por  que  hasta  la  fe- 
cha no  se  conoce  en  el  mundo  otra  sociedad  que  reúna  los  títu- 
los que  la  misma  Iglesia. 

P.—Y  antes  de  Jesucristo  ¿era  conocida  La  Libertad! 

R.—Sí,  del  pueblo  hebréo,  único  posesor  de  nuestra  Reli- 
gión. 

P. — ¿Y  de  los  demás  pueblos? 
R.-\No! 

P.—  ¿Por  dónde  se  prueba? 

R.— Por  la  Historia,  la  cual  nos  presenta  al  pueblo  expues- 
to á  los  mayores  escarnios  y  á  las  injusticias  mas  inicuas.  Bas- 
ta decir  á  Yd.  que  el  destemple  del  Imperio  Romano,  á  la  ve- 
nida de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  es  tal  que  componiéndose  este 
Imperio  de  ciento  y  treinta  y  cinco  millones  de  hombres,  solamente 
diez  millones  son  Ubres,  y  el  resto  gime  bajo  la  esclavitud  que 
les  ha  cabido  al  nacer. 

P. — Pero  no  le  faltaría  al  pueblo  su  cubierto  en  el  banque- 
te de  la  vida. 

R.  —Bajo  la  mesa  de  los  animales.  El  respiro  que  dá  la  Ley 
al  pueblo  es  el  de  reputarle  igual  á  ellos;  mas  la  sociedad  le  con- 
ceptúa inferior.  El  edicto  Ediles  ensu  libro  veinte  y  uno  dice  «que 
los  vendedores  del  pueblo  deben  declarar  á  los  compradores  sus  en- 
fermedades y  defectos,»  y  añade  «que  los  vendedores  de  cab'ülos 
deben  declarar  sus  defectos  y  enfermedades:»  por  donde  se  vé  al 
pueblo  confundido  con  los  animales.  Si  del  texto  de  esta  Ley  pa- 
samos al  de  las  Pandectas  y  á  los  testigos  nada  sospechosos, 
'Cicerón,  Plinio  y  Séneca,  veremos  que  la  horrible  imágen  de  la 


— 171  — 

muerte  ignominiosa  que  el  señor  tenia  resérvada  al  hijo  del  pue- 
blo por  la  simple  falta  de  herir  aun  jabalí  con  un  venablo,  era 
el  potro,  especie  de  máquina  que  estiraba  sus  miembros  y  le 
descoyuntaba  basta  separar  los  huesos  de  su  cuerpo,  ó  la  de 
aplicarle  planchas  de  hierro  candente  y  espirar  arrastrado  y  des- 
pedazado con  garfios.  El  día  lo  pasaba  el  pueblo  sometido  á  los 
mas  penosísimos  é  innobles  trabajos,  y  de  noche  los  cambiaba 
por  el  encierro  en  unas  mazmorras,  en  donde  no  recibía  el  aire 
mas  que  por  una  angosta  ventanilla,  en  la  que  recibía  por  eter- 
na pitanza  una  poca  de  sal  y  unos  mendrugos  de  pan  que  el 
hambre  hacia  delicioso.  Y  después  de  una  vida  entera  aplicada 
á  estos  horrorosos  padecimientos,  la  muerte  violenta  era  el  Te- 
curso  que  los  señores  aplicaban  a  la  vejez,  ó  enfermedad  del 
pueblo.  Trajano,  á  su  regreso  de  cumplir  sus  votos  sobre  el 
Euphrates  y  el  Danubio,  inmoló  diez  mil  hijos  del  pueblo  en 
honor  de  sus  triunfos  sobre  el  rey  Decébalo.  Por  estos  datos  pue- 
de Vd.  calcular  la  porción  que  tenia  el  pueblo  en  la  vida  común 
de  las  nacionalidades  antiguas. 

P  —  ¿Y  quién  sacó  al  pueblo  de  este  abyecto  estado,  facili- 
tándole la  entrada  en  el  mundo  hasta  poderse  formar  por  si 
mismo  una  existencia  civil? 

11. — La  Iglesia  Católica  y  sus  hijos,  á  brazo  tendido  y  por  la 
sola  fuerza  de  sus  fatigas. 

P. — ¿En  qué  consisten  estas  fatigas? 

R.— En  la  predicación,  en  los  ejemplos  heroicos,  en  los 
anatemas  contra  la  dureza  de  corazón,  en  las  luchas  gigan- 
tescas y  en  las  batallas  descomunales  contra  los  llamados  sá- 
bios,  contra  los  potentados,  contra  las  pasiones,  contra  los  inte- 
reses, contrael  Infierno  entero,  en  fin. 

P. — ¿Qué  les  cuesta  á  la  Ir/lesia  Católica  y  á  sus  hijos  la  re- 
dención del  pueblo! 

i?. —El  sacrificio  entero  de  una  vida  de  mas  de  quince  si- 
glos, un  manantial  inagotable  de  cuidados  que  fatigan,  de 
inquietudes  que  desvelan,  de  torrentes  de  sangre.  Trece  per- 
secuciones formidables,  contando  con  la  actual.  Mas  de  dos- 
cientas heregias  contra  cuyos  caudillos  han  combatido  gloriosa- 


—172— 

mente  con  aquellas  heroicidades  que  forman  lo  maravilloso. 

P.— ¿Quién  es  el  pontífice  de  La  Libertad,  y  como  se  ape- 
llidan los  liberales! 

R  —  El  pontífice  es  Dios  Excelso,  y  los  liberales  se  apellidan 
Pedro,  Pablo,  los  Apbstolcs,  los  Confesores,  los  Mártires,  Santos, 
Católicos-  Apostólicos-Romanos. 

P. — ¿Cómo  entienden  La  Libertad  estos  liberales? 

R. — Como  es.— Pedro,  Pablo:  los  Apóstoles  la  entendieron 
ostentando  todas  las  virtudes  sobre  la  tierra,  comunicándolas  á 
todos  los  hombres  y  esforzándose  en  levantarles  consigo  al 
cielo.  Deogracias,  obispo  de  Cartago,  la  entendió  enajenando 
los  vasos  sagrados  y  dando  su  precio  á  Gensarko  por  el  rescate 
del  pueblo  cautivo,  convirtiendo  dos  iglesias  en  hospitales,  visi- 
tándoles noche  y  dia,  y  espirando  junto  el  lecho  de  los  des- 
graciados cargado  de  años  y  de  sufrimientos.  Pedro  Pascual, 
obispo  de  Jaén,  entendió  La  Libertad  en  ir  á  Turquía  á  sufrir 
el  martirio  para  socorrer  al  pueblo  y  sacarle  de  las  manos  de 
los  Rárbaros.  Yicente  de  Paul  la  entendió  en  recoger  al  Niño 
Expósito.  La  Hermana  de  la  Caridad  la  entiende  en  sepultar 
los  encantos  de  la  juventud  entre  las  tosquedades  de  los  en- 
fermos y  las  inmundicias  de  los  hospitales  y  en  sucumbir  á 
la  cabecera  del  moribundo.  Ignacio  de  Loijola  la  entendió  en 
renunciar  los  destinos  públicos,  vestirse  un  grosero  sayal  y 
fundar  colegios.  El  Capitán  Carrafa  en  arrojar  al  fuego  las  cer- 
tificaciones de  todos  sus  eminentes  servicios  militares,  cortar- 
se los  cabellos,  abrazar  la  vida  religiosa  y  fundar  una  verda- 
dera Internacional  con  su  orden  de  obreros  Piadosos,  cuyo  instituto 
es  socorrer  al  pueblo  en  sus  miserias.  Pedro  de  Rcntancourt  en- 
tendió La  Libertad,  juntando  á  la  escuela  que  tenia  para  los 
guatemaltecos,  pobres,  una  enfermería  en  donde  les  propor- 
cionaba asilo  cuando  se  enfermaban.  La  Iglesia  Católica  y  lodos 
sus  hijos,  en  fin,  han  entendido  y  entienden  La  Libertad  en 
instituir  cerca  de  cuatro  mil  hospitales  en  donde  se  enjugan  las 
lágrimas  de  mas  de  cuatrocientos  mil  hijos  del  pueblo,  en  fundar 
como  cuatro  mil  colegios  y  universidades  en  donde  se  educan  mas 
pe  trescientos  mil  jóvenes,  y  últimamente  en  llevar  un  registro  de 


—173— 

todos  los  infortunios  del  pueblo  y  á  cada  uno  aplicarle  un  leniti- 
vo, y  hasta  un  remedio. 

P  —  ¿Y  son  Liberales  los  que  hoy  se  llaman  asi? 

R. — No  pueden  ser  Liberales  los  hombres  que  ignoran 
hasta  las  primeras  nociones  de  La  Libertad. 

P.—  ¿Por  qué  ignoran  hasta  estas  nociones? 

R. — Porque  persiguiendo  á  la  Iglesia  Católica,  única  depo- 
sitaría de  La  Libertad,  y  á  sus  hijos,  únicos  propagadores  de 
ella,  se  hallan  en  contradicción  con  los  elementos  constitutivos 
de  La  Libertad. 

P.—¿Y  cuáles  son  estos  elementos? 

R.— Los  mismos  promulgados  por  el  Señor  Nuestro  Dios. 

P. — ¿Que  dice  el  Señor  Nuestro  Dios? 

E.—Yo  soy  ¡oh  Pueblo!  el  que  te  saqué  de  la  tierra  de  la 
Roma  pagana,  de  la  casa  de  la  servidumbre  de  aquellos  anti- 
guos tus  orgullosos  señores. 

«Yo  soy  el  Señor  tu  Dios,  fuerte,  celoso,  que  visito  la  ini- 
quidad de  los  padres  sobre  los  hijos  hasta  la  tercera  y  cuarta 
generación  de  aquellos  que  me  aborrecen. 

«Y  hago  misericordia  sobre  millares  de  generaciones  con 
los  que  me  aman  y  guardan  mis  preceptos. 

«Solo  á  mi  adorarás  y  darás  eulto.  Honra  á  tu  padre  y  á 
tu  madre.  No  matarás.  No  fornicarás.  No  hurtarás.  No  dirás 
contra  tu  prójimo  falso  testimonio,  ni  codiciarás  nada  de  la 
casa  de  él.  Visita  al  enfermo.  Dá  de  comer  al  hambriento. 
Dá  de  beber  al  sediento.  Viste  al  desnudo.  Dá  posada  al  pere- 
grino. Redime  al  cautivo.  Enseña  al  que  no  sabe.  Dá  buen 
consejo  al  que  lo  ha  de  menester.  Corrige  al  que  yerra.  Per- 
dona al  que  te  injuria.  Consuela  al  triste.  Sufre  con  paciencia 
las  flaquezas  de  todos,  y  ruégame  por  los  vivos  y  encomiénda- 
me á  mí  los  muertos.  Y  para  que  veáis  cuanto  amo  al  pueblo, 
esto  os  añado:  que  todo  lo  que  hagáis  con  el  enfermo,  con  el 
hambriento,  con  el  sediento,  con  el  desnudo  y  demás,  Yo,  el 
Señor  del  Cielo,  y  de  la  Tierra,  y  de  los  Mares  y  de  todo  lo 
que  en  estas  rosas  hay,  lo  recibiré  como  hecho  á  Mí  mismo,  y 
vendré  á  los  que  las  hagan,  y  les  bendeciré.» 


—174— 

P.—¿Y  qué  es  pues  la  libertad  de  los  llamados  liberales? 

R.—La  esclavitud  servida  por  esclavos. 

P.—  ¿Y  qué  son  realmente  esos  liberales? 

/i  — Apóstatas  que  han  abandonado  á  la  Iglesia  Católica  y 
se  han  afiliado  á  los  herederos  de  Nerón.  Hombres  rudos,  into- 
lerantes, egoístas,  esclusivos,  capaces  de  todos  los  crímenes, 
que  han  necesitado  revelarse  contra  Dios,  y  sacrificar  al  ■pueblo 
para  encontrar  los  nombres  y  las  riquezas  que  poseen! 

P.— Pero,  ¿por  qué  han  tomado  el  nombre  de  obreros  de  la 
Libertad? 

R  —  Para  con  el  nombre  devorar  al  pueblo. 
P. — ¿Y  qué  papel  representa  el  pueblo  entre  los  llamados 
liberales? 

7?. — El  mismo  que  el  pobre  Sancho  tras  el  loco  D.  Quijote. 
P. — Pero,  no  es  cierto  que  el  pueblo  es  soberano,  que 
manda? 

R. — Como  Sancho  mandó  en  la  Insula  Paralaría. 
P.— Y  ¿cómo  sale  el  pueblo  de  sus  gobiernos? 
R. — Como  salió  Sancho  de  su  Insula:  despeñado. 
P.—Y  ¿cómo  pueden  remediarse  tan  ruines  y  destempla- 
dos efectos? 

Tí.— Quitando  las  causas  que  los  producen. 
P. — ¿Cómo  se  quitan? 

R.—Con  un  acto  de  contrición,  y  haciéndose  Católicos- 
Apostólicos- Romanos. 

P.--Y  si  esto  no  se  hace,  ¿qué  sucederá? 

R. — Que  la  Esclavitud  se  aprovechará  del  sueño  deslizán- 
dose nuevamente  en  el  -Mundo,  y  el  pueblo  será  su  primera  víc- 
tima. 


CAPITULO  VIGESIMO  PRIMERO. 


Conclusión  de  esta  obra. 


Emplee  el  Pueblo  cuantos  elementos  le  proporcionen  las 
circunstancias,  y  recorra  cuantos  tonos  le  suministre  la  mortí- 
fera maestría  de  los  tribunos:  jamás  pasará  de  ser  un  sembra- 
dor eternamente  menesteroso  que  necesita  un  caudillo  que  le 
facilite  la  simimiente.  En  su  incapacidad  para  dirigirse  necesita 
de  un  Gefe.  El  gefe  nato  del  Pueblo  es  la  Iglesia  Católica;  ella 
ha  sido  repudiada  en  nombre  de  la  Independencia;  pero  la  Inde- 
pendencia no  la  ha  encontrado  el  Pueblo.  Antes  el  general  se 
apellidaba  Papa,  hoy  se  apellida  sectas.  Antes  los  oficiales  se 
llamaban  Sacerdotes,  hoy  Tribunos:  esto,  pues,  quiere  decir  que 
en  vez  de  una  Milicia  hay  dos,  y  que  el  Pueblo  no  se  ha  sus- 
traído del  Padre,  sino  para  caer  en  manos  de  miserables  Pa- 
drastros, que  ha  repudiado  la  razón,  para  desposarse  con  las 
pasiones.  Las  pasiones,  transfiguradas  en  métodos  de  enseñar  y 
en  métodos  de  invención,  se  transfiguran  en  guerras,  en  ter- 
remotos, en  hambres  y  pestilencias  que  son  los  ministros  sem- 
piternos con  que  hiere,  oprime  y  consume  á  los  descreídos  y 
rebeldes  la  cólera  de  Dios.  El  mundo  no  tiene  mas  que  dos 
obreros:  la  verdad  y  el  error.  El  término  de  cada  uno  de  estos 
obreros  es  siempre  según  sus  obras.  La  verdad  sirve  al  Pueblo 
con  celo  de  paz  y  de  amor,  el  error  con  celo  de  guerra  y  de 
ócRo.  El  alma  no  está  jamás  vrcía:  ó  mora  en  ella  el  espíritu 


-176— 

de  la  sabiduría  divina,  ó  el  espíritu  de  la  sabiduría  humana:  el 
que  para  servir  á  esta,  despoja  aquella,  mas  que  de  aquella 
robe  las  asistencias,  recibe  en  pago  los  castigos  inexorables 
de  los  que  se  confortan  en  el  error  y  en  el  poder  de  su  virtud- 
La  sociedad  moderna  comenzó  por  espíritu  y  acaba  por  carne: 
por  donde  tenemos  que  vuelve  á  edificar  aquello  mismo,,  que 
Nuestro  Señor  Josucristo  vino  á  destruir. 

Según  los  rumores  que  turban  el  mundo  para  la  Raza  La- 
Hna,  ha  llegado  el  tiempo  señalado.  Ni  las  sociedades  antiguas 
han  sido  libres,  ni  las  modernas  lo  son,  para  borrar  el  conjun- 
to de  sus  condiciones  orgánicas  sin  que  desaparezcan.  Grecia  ¡j 
Roma  fueron  en  alguna  manera  felices,  mientras  estuvo  la  san- 
tificación de  sus  dioses  en  medio  de  ellas;  mas  tan  luego  como 
el  ateísmo  extendió  su  corrompedora  mano  sobre  aquellas  na- 
cionalidades, ni  caballos  ni  caballeros,  ni  todos  sus  vestidos  de 
corazas,  ni  sus  muchedumbres  empuñando  lanzas,  escudos  y 
espadas  pudieron  cerrar  el  paso  á  los  Filipos,  Mételos,  Mummios 
y  Atílas  y  Alarkos  destruidores  de  ellas,  ni  estorbar  que  la 
afrenta  y  el  oprobio  cubrieran  sus,  momentos  antes,  ínclitas 
caras.  Para  el  Liberalismo  la  Historia  no  es  mas  que  memoria- 
de  lo  pasado;  pero  para  los  filósofos  y  hombres  de  gobierno  debe 
ser  también  lección  para  el  porvenir.  Las  cuerdas  con  que  Pí- 
sistrato,  Símónides,  Safo,  Chares,  los  Focidios  y  los  Calicalros 
ataron  á  la  Grecia,  y  aquellas  otras  con  que  los  Nerones,  los 
Lucilos,  los  Lucrecios  y  los  Pirrhones  ataron  á  Roma  les  impu- 
sieron un  yugo  que  nunca  mas  les  fué  quitado. 

El  gorro  de  Voltaire  puesto  en  las  sienes  de  los  gobiernos 
actuales,  podrá  causar  alguna  distinta  impresión  comparado 
con  los  de  Grecia  y  Roma;  pero  está  muy  lejos  de  modificar  la 
terrible  justicia  que  está  incorporada  á  él.  Dios  es  siempre  el 
mismo:  llámense  sociedades  antiguas,  llámense  modernas,  Dios 
tanto  mas  se  aleja  de  la  presencia  del  hombre,  cuantas  mas 
víctimas  ofrece  el  hombre  á  Raal  y  hace  sacrificios  á  los  ídolos. 
Hay  hombres  que  son  espresion  de  épocas,  y  épocas  que  son  es- 
presion  de  hombres.  Voltaire  fué  espresion  de  su  época,  y  lo 
actuales  gobiernos  constituidos  son  espresion  de  Voltaire.  La 


— 177 — 

hora  de  la  caída  de  la  Iglesia  Católica  que  contó  Voltaire,  la 
cuentan  así  mismo  los  gobiernos  presentes;  mas  ni  aquel  la  oyó 
sonar,  ni  estos  la  oirán.  El  pecado  de  Voltaire  y  el  pecado  de  la 
Revolución  francesa  de  1789,  son  dos  pecados,  y  por  estos  dos 
pecados,  ya  son  dos  las  veces  que  reúne  Dios  naciones  extran- 
jeras contra  la  Francia.  Yaso  inmundo  es  Varis  en  medio  de  la 
tierra,  y  la  tierra  entera  bebe  de  él;  mas  los  que  han  hecho 
regocijo  sobre  sus  glorias,  comiencen  á  hacer  luto  sobre  sus 
desventuras.  Porque  su  destrucción  es  lo  que  ha  mandado  el 
Señor  que  se  haga.  Los  israelitas  que  moran  en  aquel  Egipto 
no  se  descuiden,  porque  á  ellos  también  puede  oprimir  la  Ca- 
tástrofe. 

Y  así  mismo  acordtándose  Dios  de  su  Iglesia,  y  de  todos  los 
fieles  hijos  de  ella,  en  breve  verá  el  Sol  lo  que  no  ha  visto  el  Sol 
mas  de  quince  siglos  há:  verá  menguar  las  aguas  del  presente 
Diluvio,  secarse  repentinamente,  y  aparecer  la  Obra  del  Altísi- 
mo fresca  y  rozagante  entre  los  incontables  cadáveres  de  los 
que  hoy  la  persiguen  y  murmuran  contra  ella.  Comparará  el 
Sol  este  glorioso  espectáculo  con  las  matanzas  próximas,  y  con 
las  tribulaciones  presentes,  y  entonces  se  le  presentarán  al  Sol 
razones  sublimes:  el  mucho  sufrimiento  del  Señor,  por  su  tar- 
danza en  visitar  la  iniquidad;  su  mucha  fortaleza,  por  la  im- 
petuosidad con  que  la  visita;  y  su  mucha  palabra,  por  la  asis- 
tencia que  presta  á  su  Iglesia.  Esperad  un  poco,  y  se  llenará 
toda  la  tierra  de  la  gloria  del  ScTior. 

Y,  ¡oh  Católicosl  entretanto  llega  la  hora  en  que  el  ScTior 
cfrezca  delante  de  nosotros  todos  los  prodigios  que  he  dicho, 
Ínterin  extiende  El  su  omnipotente  mano  y  hace  dar  vueltas,  y 
pone  freno  en  las  quijadas  de  esos  nuestros  perseguidores,  de 
entre  los  cuales,  el  que  mas  encumbrado  está  es  un  cínico  con 
manto  de  púrpura,  os  lanzo  un  grito  inmenso:  ¡Clamad  y  no 
ceseisV.!  ¡Clamad  contra  esos  impíos  que  reprimen  la  verdad  de 
Dios  con  el  nombre  de  La  Libertad!  ¿Quién  tiene  derecho  de 
clamar  á  favor  de  la  Ley  de  Dios  mas  que  nosotros  los  deposi- 
tarios y  custodios!  Alentaos,  y  no  os  fijéis  en  si  el  pueblo  que  es 
habitador  de  la  Babilonia  es  fuerte  ó  es  flaco:  en  si  son  pocos  ó 

23 


—178— 

muchos  en  número.  Yo  embriagaré  á  sos  príncipes,  y  á  sus 
sabios,  y  á  sus  capitanes,  y  á  sus  magistrados,  y  á  sus  valien- 
tes: y  dormirán  sueño  sempiterno,  y  no  despertarán,  dice 
nuestro  rey  cuyo  nombre  es  \ElSr.  de  los  Ejércitos!]]...  Pres- 
to, presto  se  oirá  la  voz  del  clamor  de  la  Revolución,  y  quebranto 
grande  de  la  tierra  de  Italia,  y  de  la  tierra  de  Francia,  y  de  la 
tierra  de  España,  y  de  todas  las  tierras  que  imitan  la  maldad 
de  estas . 

Ciertamente,  ¡Hermanos]  que  nuestra  llaga  es  pésima  en 
extremo;  pero  el  juicio  no  saldrá  trastornado:  los  carbonarios 
y  los  masones  no  pueden  mas  que  nosotros.  Y  este  Nó  que  ar- 
rojo sobre  la  Tierra  es  tan  grande,  que  la  O  es  la  Galilea,  en 
donde  está  la  Cuna  de,  mí  adorable  Jesús  de  Nazareth,  y  la  N, 
'os  dos  inmensos  Continentes  en  medio  de  los  cuales  está  asen- 
tada aquella  cuna  memorabilísima. 

Ultimamente,  señores  llamados  Liberales:  yo  os  ruego  que 
no  os  indignéis  contra  la  austeridad  de  mis  verdades;  yo  soy 
hijo  del  Pueblo,  y  subyugado  por  los  sentimientos  de  amor  há- 
cia  el  Pueblo,  no  puedo  dirigiros  á  vosotros,  nuestros  enemigos 
palabras  de  adhesión.  Los  hijos  del  Pueblo  hemos  nacido  católi- 
cos-Apostólicos -Romanos,  y  estas  condiciones  en  que  hemos  na- 
cido, son  muy  elevadas  para  que  aceptemos  humillaciones  en 
una  condición  inferior.  Si  nuestra  suerte  es  tan  desventurada 
que  hayamos  de  ser  nuevamente  vendidos  en  la  puerta  de  al- 
guna taberna,  no  serán  seguramente  las  Armas  de  Pedro  la 
marca  que  envilecerá  nuestras  frentes,  y  el  Catecismo  Católico 
el  cartel  quede  nuestros  cuellos  colgará.  Mas  motivos  de  terror 
son  para  los  que  pensamos  un  poco  vuestros  Catecismos  y  vues- 
tras Armas,  señores  Liberales:  peregrinos  por  el  mundo,  si  por 
casualidad  oímos  á  alguna  distancia  el  ruido  de  pasos  ligeros  y 
furtivos,  palidecemos  y  corremos  temblando,  porque  se  nos 
figura  que  sois  vosotros  que  venís  á  arrebatarnos  para  poner- 
nos adscritos  á  alguna  de  vuestras  porterías.  Sin  embargo  yo  os. 
ruego,  que  si  reputáis  excesivos  mis  temores,  me  mandéis  com- 
parecer á  vuestro  Tribunal,  porque  yo  soy  enemigo  de  sustraer 
las  investigaciones  dé  la  razón,  déla  Historia  y  de  la  Justiciat 


—179— 

por  caminos  tortuosos  y  pérfidamente  sembrados  de  flore 
¡Viva  la  Iglesia  Católica-Apóstolica-Eomana!  ¡Viva  Pío  IX! 
t>a  el  Pueblo! 


FIN. 


MATERIAS 


INDICE 

DE  LAS 

CONTENIDAS  EN  ESTA  OBRA. 


CAPITULO  I. 

PAG. 


Prefacio   1 

Emilio  Castelar. — Su  Moral. — Valor  de  esta  Moral. — Va- 
lor de  los  Derechos  Individuales  y  del  Error   9 

CAPITULO  II. 

Semillas  y  germinación  de  la  Luminosa  Revolución  actual. 
Sec.  I. — El  Filosofismo  Incrédulo,  El  Protestantismo,  las 

Bellas  Artes  y  la  Literatura  en  consejo   19 

II.— Continúa  la  Sesión:  el  Protestantismo  22 

III.  — Concluye  la  Sesiou:  la  Parte  Baja  de  la  Literatura 

y  la  Parte  Terrenal  de  las  Bellas  Artes   24 

IV.  — Epístola  Evangélica   26 

Y.— Del  Plácito  régio,  de  las  Elecciones  y  de  la  Nomi- 
nación régia,  de  las  Regalías  de  la  Corona  y  del  Pa- 
tronato  27 

VI. — Exposición  de  los  muy  R.  R.  Arzobispos  y  R.  R. 

Obispos  al  Poder  Político   29 

VIL— Lógica  y  atenta  respuesta  de!  Señor  Ministro  de 
Negocios  Eclesiásticos  á  la  Exposición  de  los  muy 

R.  R.  Arzobispos  y  R.  R.  Obispos   31 

YIII— Folleto   32 

IX.  — Folleto  en  respuesta  al  de  «¡Escándalo!»   33 

X.— Juicio  Critico   35 

XI.  — El  Sr.  Yicb  y  Mallen  y  el  Consejo  de  Guerra.  .  .  38 

XII.  — El  Ministerio  de  Policía,  las  Libertades  Individua- 
les y  el  Poder  Político   39 

XIII  —Qué  tiene  de  particular  que  los  amigos  se  junten?  42 

XIY.-Circular   45 

XY. — La  Iglesia  Intolerante   46 

XVI.— ¡Quién  sabe!   48 

XYIL— CoDtinúa  el  mismo  asunto:  las  Ordenes  Religiosas 

y  los  Poderes  Constituidos..  .  .  ,   "56 

XVIII.— Continúa  el  mismo  asunto   51 

XIX.— Término  del  asunto   61 


XX.— Pablo,  el  Libertador   64 

XXI. — Conclusión  de  este  capitulo  segundo:  Anselmo,  el 
Libertador,  y  D.  Pretendiente,  compiador  de  los  lla- 
mados «Bienes  Nacionales»  66 

CAPITULO  III. 

Excelencias  del  Error   68 

CAPITULO  IV. 

El  qué  consiste  la  Libertad  de  Pensar  según  el  mismo  se- 
ñor Castelar   77 

CAPITULO  V. 
El  Si  y  el  Nó   79 

CAPITULO  VI. 
El  Jabón  y  los  Polvos   85 

CAPITULO  VII. 
Continúa  y  concluye  el  asunto  del  Capítulo  anterior.  ...  90 

CAPITULO  VIH. 
Contradicciones  manifiestas. =Inutilidad  de  la  Fuerza.  .  .  95 

CAPITULO  IX. 
Niega  el  Sr.  Castelar  todo  gobierno. — Utilidad  y  nece- 
sidad de  la  Fuerza.— El  Monstruo   ...  99 

CAPITULO  X. 
Pruebas  históricas  contra  el  Sr.  Castelar. 
Sec.  I.— Origen  y  clasificación  de  las  ideas  103 

II.  —  Origen  déla  Iglesia-Católica-Apostólica  Romana.  104 

III.  — Origen  del  hombre  105 

IV.  — Origen  de  las  Ciencias  y  establecimiento  de  la 
Religión  sobre  la  tierra  106 

V.— Cómo  entra  en  el  Mundo  la  Idea  Tenebrosa.  .  .  107 
VI.— Divina  filiación  de  la  Idea  Luminosa. — Institu- 
ción del  Culto  Público:  iglesias,  ornamentos,  etc..  .  108 

VII.  — Satánica  filiación  de  la  Idea  Tenebrosa  109 

VIII.  — Efectos  sobre  el  mundo  de  los  saltos  de  la  Idea 
Tenebrosa  110 

IX.— Continúa  el  asunto  del  párrafo  anterior:  los  fac- 
ciosos excomulgados  de  Babel..  .  .  ,  111 

X. — Entre  paréntesis.  .  .  :  113 

XI. — Consecuencia  contra  la  Tesis  del  Sr.  Castelar. 


Se  acaba  de  probar  lo  establecido  en  el  principio  del 
párrafo  octavo,  con  lo  cual  concluye  este  Capítulo 
Diez  ,  .  116 

CAPITULO  XI. 
Es  la  Iglesia;  no  es  la  Iglesia:  es  regalo  de  un  amigo.  .  .  121 

CAPITULO  XII. 

Voz  de  la  oscurantista,  retrógrada  é  intolerante  Iglesia 
Católica  á  los  muy  ilustrados,  progresistas  y  li- 
bres pensadores  del  siglo  XIX  125 

CAPITULO  XIII. 

El  Imperio  Romano,  los  Bárbaros  y  la  Iglesia  Católica..  .  131 

CAPITULO  XIV. 

Ya  no  es  inútil  la  Fuerza. — Nerón  y  Víctor  Manuel.— San 

Pedro  y  Felipe  II  139 

CAPITULO  XV. 
Nadie  tiene  derecho  de  mandar  ,  14o 

CAPITULO  XVI. 
Continúa  el  mismo  asunto:  causa  de  las  catástrofes  públi- 
cas y  privadas.  .  .  .  ,  149 

CAPITULO  XVII. 

Justificación  de  las  pretensiones  del  Sr.  Castelar  sobre  la 
Internacional,  de  toda  sociedad  prevaricadora;  de 
toda  injusticia  y  de  todo  crimen.  Tiranía  de  todo 
código  civil  y  criminal:  conclusión  del  asunto.  .  .  151 

CAPITULO  XVIII. 

Escuela  Teológica  155 

CAPITULO  XIX. 

Continuación  y  conclusión  del  mismo  asunto:  el  Sr.  San- 

tistéban  y  la  7-scuela  Teológica  163 

CAPITULO  XX. 
Preguntas  y  Respuestas  ,  169 

CAPITULO  XXI. 
Conclusión  de  esta  Obra  175