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HARVARD COLLEGE
LIBRARY
Jl^^Slt.
From the BrqucM oí
MARY P. C. NASH
IN MEMOHY OF HEB HUSBAND
BENNETT HUBBARD NASH
[nilcuctoT ind Profcuor of luliin ind Spinuh
Ie66-I^94
LITERARIOS Y CRÍTICOS
D. ALBERTO USTA Y ARAGÓN.
Eita obra es propiedad de los
Sres. (kdvo'Rubio y Compafüa^
quienes perseguirán ante la ley
al que la reimprima.
!SSI3ii'3a!>S
UTEBABIOS T CBtTIGOS
S. ALBEMTO USTA T AaAfiM»N,
POR
W* 3oBé Joaqnin it Mota.
TOHO PROEERO.
CALYO-RÜBIO Y COMPAÍtlA, EDITORES:
Moa «el SUeacio , a«a. U.
1944.
ít ifV
S^'/U/.??
HARVARD^
UNIVERSITY
LIBRARY
SEP 191958
A^d^ ^^ .
.A
\
AMé WéKCTWBÍ.
JuOS Editores de esla obra creea hacer un servicio importante á la Literatura espa-
ñola » reuniendo en ella los fragmentos con qqe ha fiívoreeido á un periódico de
Cádiz , uno de los mas distinguidos escritores de la época presente. Su nombre,
respetable por tantos títulos , no hubiera quizás bastado á preservar del olvido,
estas excelentes producciones , con6adas á las efimeras pajinas de un diario. Es«
taba pues indicada la necesidad de colectarlas, y de transmitirlas á la posteridad,
que tan eminente lugar reserva á cuanto ha salido de la misma pluma^
Esta pubUcacion es tanto mas oportuna y necesaria , cuanto que los artículos
reunidos en esta colección satisfacen dos imperiosas exijencias del tiempo en que
vivimos: las rej^as y la a4tica. La^ primeras \n cediendo poco á poco su puesto
á una soñada inspiración , con que S0 creen privilejiados casi todos los que se
dedican al cultivo de las letras , y á la composición litoraria. La segunda no existe
entre nosotros, y esto por dos razones muy poderosas. Una , ponine escaseando
el saber , debe necesariamente escasear su. ejercicio práctico y activo , que con^
siste prinópabnente en .el juicio meditado y erudito de las obras d^ ^ptendir
miento : otra , porque la indulgencia debe ser general cuando es general la in-
fracción, y 00 es de extrañar que los escritores se muestren entre sí tan benig-
nos, si se considem que lodos ellos iiec€|f itan de esta benignidad , y á todos se
aplica lo que en otrp sentido dyo Horacio;
En efecto,: las letras humanas han llegado á taltabatiiniénto en.: nuestro
malaventurado pais; tan estragado se halla el gusto .público; tan erriHiiias s^o
las ideas que dominan en materia de mérito Uterario, y en tanta dejenevadon ha
venido á parar. el arte de e$erilHr.en prosa y verso, gipief^o fs.daUe ¿dcular ad^Qr
de nos llevará esia dec;adencia , pi donde se detendrá leí influyo qipe. forzoMmente
ha dC; ejercer, en las otras partes de nuestra cávilisainon. Leogu^e. sin digiBdad,
sin propiedad ^.i^n pnr^cai^Km; ^stílpsin foi^aad^terminaidast w oolorido,
sin. esniero y ¡sut armenia; vulgaridad rastrera y huviHde en el, concepto, yien la
expresión ; metáforas extravagn^tes, é ineeberentest„s(ica4M por lo comtm 4e aso-
ciaciones ripientas, & de liposr exóticos á.qoe Ofij se .aeooaiodw. nuestros hábitos
ni tradiciones; dcjspreqo orgulloso de los. Mídelos coiisagiradoa ^.hi adnnraoion
de los siglos; hinchazón en.Jaa voces, bajo la cual sO: quiere ocultar' la pobveza
de las ideas: tales son las tendencias comunes de la prosa .cáme)|lana,.oomo la es-
VI
criben en el dia la mayor parle de los que lucen en la escena de la publicidad.
A estos mismos defectos se agi'egan en la Poesía , la introducción de ritmos in-
armónicos, extraños á la índole de nuestro oido poético; la pobreza de los asun-
tos y conceptos ; la alianza monstruosa y profana de ideas sacadas de las rejiones
mas altas en que puede penetrar el espíritu, y de pasiones desenfrenadas ó pue-
riles, y sentimientos culpables ó mezíjuinos; la pretendida aclimatación de las ideas
y propensiones , características wtwar é^^^ odlv4a que repugnan los progresos
del siglo , y el espíritu de los modelos de la antigüedad , verdadero fundamento
de nuestra cultura literaria; por último, la deificación de la pasión, que ya no se
considera en las ficciones poéticas como uno de los elementos destinados á provo-
car el interés, á revelar los secretos del corazón, á servir de vebículo á documen-
tos saludables y doctrinas consoladoras : sino como un poder irresistible ante d
cttii emntrdeceti los iftefeériéS; tnlas^ cortip^oirtisos' más ^oteinied;
él deátinb delá Iral^eídiá ^ga, reáoft6'iii\^il^;y fortntó^ qiié pl^éclpitíi al
hüij^^é á^sSf^ ístí^'fen el ttb^^ ^l#íett,-jr'qt<8'tó-<*egA'ihá^tft e\ éiWfemode
hiÉtíéAé AtsciftíúeetW Veátl^ ,í^y ' (te «t>ttsiderttkéi cbttio -irfia iítjtíwift^, cütii^ no es
mak tj*fe titi JíferV^rsoí/tídilior titt jti^et*í (M cfeiállhiy y t^úvidú fe' és de «tis tritoiria-
lés extráVíósL' '■ '''"••''••''«'■-*• *'•■ ^ .-'»:í''.i >* ■:-• '>!• i^'Á j>'- •• t;! !!•.• ;¡^'M vi'- i i
Gomo si tícyiAbfés^éiiio^^bdíátiiBflé eótt- ésrtá ihadá -dé nüKdadés jdéSdtímOd j)ara
ettTilecíer lá Htéftitórtí >í[íie jpr^éiseñtó' áhteí^ ál imiBfdS cóé orgullo^ M' mxArPék de
GérvíáíitiésiyLéon', dllrsi^dosí mantas tttJsíiqüéjatt^détitie á pf^op^sito» ¿Ofe %%ifídá abs-^
tfeiiidci dé haMaip étíh ártweWcftHi qüé^^=priécedi,'lf>o^ tnefixjed áía giBnért-
fidád coa \ne 'ddmiiiáh ,^ tiéüeii' áetkahól uú Itf^i- á^te 6tt' él téaitálog^ dé' íiuestras
Méüái3ih(\iÚ^éé ellas Íef*1á''¿3éítí^tíí)fflVphi^ tá Tfmlftié^
díel sígfó; la léüaVdbrá *il km Méá¿, ijngratídccíettdt) dtíáméaiftidartente éf rírtriW dé
iátó ínííoraciíoñteá con qiié; *eiíWá teem^httA(yh''c^(i(íÉMáMfk2L4í^^ la atítigua
Tíí<*íA^qüfaÍy teíi ^ honibiNeíái' áltoiiído «tf pütí^tóíá^^ de *di^-
fincibá^ife 'y ^mjíleodv á'foi^íjfb^^
dti^aVégéttt oscííiraihétíté'íftí él're]fiítt^ Atoé^iééf; ó^M^tiibdéi^
féraál' Diel mlsndo^Ytíél^^ %t^er«€Í<)í[i')itéf^á;'éón¥i^tlb trm^tidádériMs it^
sípidas, en conceptos grandiosos é inníéiiád^v'^ (HiiisfiMMi'ta hbidbrM'idé'prítMét'
orden, los prosistas mas ramplones, y los versificadores mas incorrectos y vulgares.
Se escribe 'y'«bMpdtíé>én'tfei á<iiia«()tdád>bá}d élyú^-^e un culteranismo de pésimo
gusto, que ni siquiera es ingenioso y erudito como el de Góngora: fraseologia que
nd'«S'baá(9nté'deMttt«r'()ai'*>q«íe «^'té ítuM^ Háflftt* fénrpidte^ Ai'' ba»tattl« iiH^lec-
Vá»>ifot«hKlolá
i«ilWietttes"^Me
1/áto'dáá(^^«'talWbgii«A$t6i(3ld»(|^«^^ y<4a6f é^t^kv^dfüfft Viti^idáeá' d«
^>h)}J¿o#>áidi(i'««8(l^,-<li»tl*^^(irádW,!^'«6 llkt<»dedHd^<'>áfis'«fcát»;é^y:»ti' pidét\
y^W'^m ^<i«std'^<UfiWii¥Íta«l«iíil^otéiri»i>^ to^KMié «iiiirttt';c6Mo(llMgai4&iy Wki
4t)db lá[ (fd^JM'U i^Tttíti^*f1^^tímti^jf)kéf»iVÍ\ Hb(]M«'<}U«^se'4i{ft^'^>fó'(jt<e
-íií^4ldifta(-déia%e4^d(4n«dt6^>Mtor«»i<Uaié((Ülá féctiflál^ (te'ifAp^tóá^iíi^ráUí^'y- áé
¡igUík (ifl<«1l8d«/>c««k^<)dsajl«difl«a '«Aisabéi^V'if ««ia«dqUcr4dAreiiMt^«|ilMe«''gy8M:
ip«li« !4«(|íj-eilialf«t|)idl]*'^á0>^élfR)é <t@il«^íÉléi^^(MM»e«tíMtei¡1(iegft'{|<i§¡^!(iii ^tlfitéíité des-
'Vái»(¿á9r •)[ ni&g{)8«,'pé'^éi^i¿i^(é'l4 tt«áo»,>^1ta(ilíllro»ais(>fo^(tliitti^ etf f e««ptdhilb
vil.
Lá otra maníai á c(ue hemos aludido, es la iiuiUicioQ, en la que pecamos do-
blementei^esoo^eDdo mabs modelos, y ^copiáodplos áa tino ni laboriosidad. Eu
'iodos tiempos ha sido el privilegio del genio dejar, á la : posteridcid U hereAciia de
sns prodócciones, no solo para serVir dé reciito y admiÁcion :á las generaciones
Alturas^ sino para trazar el sendero^ por donde transUeo loa que aspireft i -ñumos
triunfos. , .' » t
Mas no se alcanza aquel rango elevado .en las categorías de la humanidad, sino
por medio de una perüeccion acrisolatia por la opinión de los sabios y la veneración
de los pueblos; m> sino cuando llega á ser inequívoco^ uñánáme y desinteresado el
aplauso; cuando es irresistible la impresión, y cuando la crítica enmudece, cómo
desarmada por la feliz consumación det plan y el esmerado primor de la ejecución
que lo desempeña. ..•
En eldia, por el «ontrario, volviendo la eiBpalda á las produeeioaes que han
atravesado los sidosir y cuyo mérito lia sancionado la admiraóoa «deloSrj hombres
mas ilustres de ks gett^raciones pasada^i , se postra alucinada nuestra juventiiid
ante los ídolos quefaft fabricado Uimoda, .y que, peffeoederQs como ella, y firájiles
como sus caprichos, se hundirán mañana» sl^a^ no se han jmndido i algunos: de
ellos, en eloLvido, y en labefa de la sáiira. En JU na4on mi&tna en. que. estos
abortos han falido á luz.» no solo ^*acila.la opinión da- la. mayoría sobre. lajieaUfica*
€Íoa que merepen, sino que lareiNrobacion de.los hembreSí.seyejFo^, y juiciosos lesi
lia señalado el lugar poc4> bonorifico que iim die ocupar ««q. el. porvenir. Y noso*
tros deslumhrados por un falso brillos aüoixlidoa por, ql claifMir de la muetiedum'*
bre, tomamos por obras maestras las que alo son ma^.q^iej tentativas!. «v^niuradas;
y por frutos de una • inspiración ¡vertladerl^ las qu^ oi^Jo. don sino dje |il^ ^mhieion
ridicula y de una fantasía. desarreglada*; .. . ! • i .- <
¿ Y cómo se imita? Copiando: y copiando cofi todas las desventajas que na-
cen de la diferencia de idioma v costumbres y tra^Hciooes^ de 1^ pipecipkaGion de
un trabajo de jornalero, necesario quizás para salisiaoer bis eiijencias del.di^; con
todos los ioeonvcnientes de una educación literaria /defectuosa, incompleta; y su**
perficial; sin los auxiliosde lá compatrón entre lo$ modelos escojidos^ y los que
han producido oirás tna^ y otras r<^ione^« Cuadra . aJMStadamenta ¿estos prole*
tartos de la república Utertyrjtaikit descripción que hace nuestro gran .yives. de al-
gunos escritores doi su tiempo: ZkoerpiMM.^ sumpmM, únnd, j»a/jam coviptZanr;
et ut fmrii mmen mffugUmt^'mUari.vócaitUii tU fures /iirm ddcuiii amwetCAr toUere.
,1^ tal modo.nos;hemAsaeo^mbradoi0siehuoM^^ que tras*
curren lod anos y/ se multiplican )aSj puUicacioi^es^.sin que i^ d^ut]|ra«,4n.j|0 qu^
hemos qiMiiidd Uamarjno^imieajiQ. literario, «wt traza de originsdidadv.íq Vote esr
poQtán6o>4e ingirió, de imaginación,, iin resto de aquella .íecupdidQ4j<v!f>fÍ!ra|)Ie,^qMe
nesdté'lfihtáilefnhradía^ein otros tie#npo^ y qu0 «no. osab^/qQ^rpofl,l9ft; inaii <^tíf
camizados enemigos de nuestras glorias. Parece que estamos con la plitima:^^, la
mano agualdando ^ :? er ,por 4onde desfHí^tan |^fb «scritotcs,4el r.eÍQO . > f)cino%; para
apoderamos rinmedíatweii^a i d«il^uadráíqii^iitr^f^t.y;aGon)Dd^)« oi9|l. óbien.i
unesin^ 4ía^o^Q«e^i^\:tdanH>Sf;4M0 p^teiiral^ajo tnM^uko y. trivial do pprtenece á
í^ De causis carruptarum artium IV. 3. . ; '•. ^
vin,
ki literatura, y qae no tiene derechos al título de literato el que limita sus labores á
estas translaciones violentas y apresuradas; olvidamos que la nacionalidad es tan
esencial á la literatura como á la política, y que no se abdica en ninguna deaque»
lias dos regiones, sin deshonra y vilipendio; olvidamos, en fin, el sabio documento
de Quintiliano: nihil crescit sola mitatione (1) verificado al pié de la letra en el esp-
iado presente de las letras españolas, en que lejos de haber crecido ios rudimentos
de buen gusto v de sana critica que algunos españoles introdujeron bajo los reina-
dos de Carlos ÍII y sn succesor, los vemos en la actualidad desdeñados, y casi mit-
rados como restos de barbarie y síntomas de imbecilidad, por una generación ex«-
traviada y mestiza.
Estos males son de mas gravedad que la que quizás presentan á la vista de un
observador superficial é ignorante: no solo porque, como ha dicho una mujer céle-
bre, la liUr^Uura es la expresión de la sociedad^ por donde podemos calcular la idea
que tendrán las otras naciones del grado de nuestra civilización si la juzgan por las
obras que pone en ^rculacion nuestra imprenta: sino porque influyen de: un modo
eficaz y directo, y por medio de asociaciones intelectuales, constantes é irresistibles,
en muchas de las condiciones esenciales á la dignidad y á la ventura de los pueblos.
La literatura es la atmósfera en que se mueven y de qiie se alimentan todos los
actos exteriores de la inteligencia y de la razón. Vimda ú oscurecida por elementos
imparos> esta impureza se comunica necesariamente á todo lo que participa de su
acción ó recibe sus impulsos. Asi la vemos perfecciónala 6 corromperse, ampliarse
ó restrinjirse, convertirse en órgano ó vehículo de los sentimientos mas nobles y de
los pensamientos mas elevados, ó en intérprete de vicios y de sofismas, á medida
que los pueblos suben ó bajan en la escala de la riqaeza, de la mm*alidad, del buen
gobierno y del orden público. La historia filosófica y literaria del mundo, no es mas
que una perpetua confirmación de estas verdades. Juzguemos si quier de su solidez
por nuestra experiencia personal. ¿Qué concepto formaríamos de la ilustración de
un gobierno, cuyos documentos de oficio estubiesen impregnados de incorrección,
oscuridad, redundancia y barbarismo? ¿Sería ese concepto el mismo que aiTojan de
sí documentos firmados por un Campomanes, nn Canning 6 un Guizot? ¿Nos fi-
guraremos un sistema de administración de justicia tau perfecto y tan acorde con
ios preceptos de la rectitud y dé la filosofía, en tribunales aturdidos por alegatos
groseros, incultos, redundantes y pueriles, como en aquellos erí que resonaban las
frases armoniosas de Cicerón? Y aun elevándonos hasta la religión misma, que por
cierto no esquiva las flores délas letras humanas, los sermones de Juan de la Cruz
y Bossñel ¿no presentan á nuestra imajinacion la congregación de fieles en que se
pronunciaron, algo mas sincera en sus creencias* mas fiel observadora de los pre-
ceptos del Evanjelíó y mas fervorosa en las prácticas piadosas, que la que alimenta
su vida espiritual coii sermones, en que el desaliño del estilo rivaliza con b trivia-
lidad de laisdoctrinas y la torpeza de la dicción, con la insubstancialidad de los do-
cumenten? ;
Descendiendo ahora de la altura en que se colocan aquellos grandes departa-
mentos de la composición literaria, al género mas asiduamente frecuentado en nues-
tros dias por la mayoría de lectores, es decir, la literatura lijera y de pura imajina-
[1) fíe insUl. oral. X. 2.
IX.
cíon, doloroso es ciertamente observar el bondimieiilo ea que se ha sumido el in*
genio español, que tan esquisitoe goees de esta dase ha suministrado al mundo» j
qoe'boy se abuidona sin pudor ni remordimiento á un cinismo artístico y moral»
caja probable transcendencia es un asunto inagotable de qveja y lemor para todos
los que aman sinceramente á su patria. Y apartando la vista de una de las ddá
consideraciones qoe acabamos de indicar; dejando para trabajos mas séños y me-
ditados el eximen de las consecuencias de estos deplorables abusos con rei^)ecto
á los sentimientos religiosos y á las buenas costumbres, y fijándonos exdusivamenCe
en las cualidades exterioresv que comprenden el estilo, la dicción y el lenguaje ¿pue*
<len leerse sin rubor y sin lástima las producciones destinadas al recreo de la ju«
ventud y del bello sexo, y* que podrían también suministrar una distracción grata en
las amarguras de la vejez; y en las fatigas de ocupaciones serias y de funciones la*
boríosas? ¿Qné denuncian esas obras sino es la pobreza mental de los que \fLS fa-
brican, la ignorancia mas compleüi de la índole del idioma, de los elementos del
arte de decir, déla decencia y de la armonía? ¿Quéefeao producen las que logra»
excitar la atención, sino es consolidar las equivocadas nociones qoe prevalecen so-
bre k) bueno y lo bello en materia artística, alejar al público del sendero por donde
han caminado las artes desde que las purificó el genio de Grecia, habituar el corazón
y el atendimiento á vivir de alimentos que los estragan y pervierten, y proscribir^
nos de la sociedad intdectual que forman entre sí la» naciones aventajadas, de
cuyo comercio recíproco de producciones literarias y científicas nos vemos, liace
macbos anos^ completamente excluidos?
Las causas que nos ban conducido á este abajamiento, son notorias á todo el
que haya reflexionado sobre las vicisitudes por las que la nación ba -pasado desde
los primeros anos de este siglo. «La naturaleza, dice Cicerón, no obra por lo común
ostentando una profusión y una mudanaá repentina. Cuando obra con empeño, em-
pieza preparando lentamente lo qpe destina á una larga duración. » (1) Procediendo
en sentido contrario, nosotros hemos emprendido á la vez todas las ramificaciones
de la literatura, sin la ioiciacion previa de una enseSanza sólida, metódica, gradual,
y fundada en preceptos y en ejemplos. Es incomprensible que -en medio de tantos
adelantos, y en la fermentación de innovaciones y mejoras que por todas partes agita
la sociedad, hayamos retrocedido en esteratno, del término i que Hegaroñ nuestros
predecesores. La explicación de ios autores clásicos, sin la cual el estudio de las
humanidadeaao pu^ ser mas que una mera rutina, ha desaparecido; hace muchos
años de nuestros métodos de ensenanaa. Sin embargo, ya desde et siglo XV; esta
práctica, universalmente s^ida en las naciones extrañas, lo era también por los es-
pañoles, y en etla sobresalió, dentro y fuera del reino, el ilustre Antonio de Nebrija.
«Este gran humanista* dice uno de sus encomiadores, expHcó publicamente eu la
Uníverádad de Salamanca las obras de los autores de primer orden (oticfonim m^g-
morum libra$). No se rebajó á enseñar las reglas gramaticales, ni los rudimentos del
arte.» {%) Sus discípulos adoptaron este náufjto sistema, y muy particularmente los
que obtuoieron cátedras en Alcalá, donde escojian, con especial preferencia, para
sus lecciones y comentarios verbales, las obras de Valerio Flaco y Silio Itálico, las
(1) D9 OrMlore UL 78.
(2) FroHcUei MarUni IauHúíh, Oraíio fMica Salmañticm AuMlcfr» ÁnUmh^eM^itemi,
Filípicas de Cicc9ron> y la Eneida (1) ¿Góoio será posible adelantar un paso en las
pellas letras shk un oooociraiento profundo, de la antigüedad» sía la análisis íitoeótica
y meditada de la/» producciones que la representan » y nos la lian transtnitido? Mien-
tras nuestra calilira eoaiinée siendo^ como lo ha sido desde sp origen, y loes en los
tiempos presentes, un reflejo de Grecia y Aoma, ó retrocedensos hacia la liaiiiarie
de las naciones que éxtinguierMí aquellas dos grandes lumbreras, ó tenemos que
identificarnos en lo posible con el espiritu y la Índole de^ idioma, las léyes^las insti»
tocíones y la histana 'de los que nos abríeroa el mundo de la idtdyeneia»^ Asi es que
en todo tiempo» y eft toda jiacion cívilisada» se ha tiazado uiía.aocbaí línea divisoria
entre el hombre de ingenio y el literato; entre las dotes naturales^ por eminentes
queseao» abandonadas á s«i propio inipulso,:y,3Qóiifiadaf>4 su direoekii espontánea,
y las que han recibido el saludable freno de la disoiplina.yideláprendízage. «Los
mas espléndidos diamaoies, dice:Uii profrádo.e^ritor) inglés > no brtllan sino des-
pnes de pulidos: asi en el hombt^, qué sede kidckmto de.manos de la, naturaleza,
las cualidades mas felices y mas nobles se deCerióran y degeoerah^, si la mente no
llega á doUarse al molde ,de las reglas y de lasídoetjrinasw En las personas que han
libado á la-virilidády sin «aquel preparativo, todas las disposiciones^ que en otilas
circunstancias habrían llegado á ser dotes sobresalientes, se hallan oscurecidas y
.6Cli|>sadas. .Los relámpagos >que salen de sus pensamientos descubren una grandeza
irregular y. desproporcionada; los esfueczos de su razón, ana ehergta descarriada,
y ud poder viciado y itorcido^ Si algo noble y elevado sei/columhra.en su estructui*a
intelectual, pronto se echa de ver un no sé quedo incertidumbü^id^desigualdad^
de desentono^ que está muy lejos de ser lo. que !Bn< el idioma dé. l^s. artes se llama
natural, ingénut y oeucillo. La naturaleza es sin duda urníagían ONueslra; pero silo
que es Basural. nj>>seí!cukiva y lnodificasilece8ariamente^egenera;ea^^^
Abandonado á si mismo, el saelomas.fórtili ptodnce ptaotasmaléficaa.y* espinosas:
la mano inteligente y laboriosa del hombreas la* que sáJbie:aplícar aqjuellos jugos nu»
tritil^'os» al cceeimiealo de frutóos preciosos y saludables JT'.'..
Harta estra^e^ producirán estas, verdades en.los .queúestan Qa posesión del
puesto de escrMoriCs públíeos^ ^mípados :(||izás ellos mismos t de U facilidad con que
J^a aseendidoá unacaijegomapcá^Hodos Uttilos.,respetable;iqueha costado penosos
sudores y iargoQ pr^parátiiios á tablea hop^bres de Calentó real y de cobqiencia recta,
y que ^eUoBbancobseguidor.como dice el 'ya: citado Luis Vives^de eievtos escritores
.d.< .SR tiem|>P>. toniandode.Jos estudios lo estrictamente oeoesarip para llegar .en
..})revisiitio tien^M) ál ¿n que se pi^oponea; M odipUcendum frmiituUm íomtnú finem
mte^i^ id* idilutn d4 Mv4ü$ idesumwUf per qu0d^brm$9ime9 . quo -inlfindítmt, per^Sf
jMiart¿¿/(2Í). cMio.i^ laa lett*ds pudieran: pfestarseá«servir;purameate!4e labor mercef
ns^ria ¿de mediOa.de^^sfacer. uná.;vaiúdad pueril^ncomo sino-iipiudierit'refrenatfso
.e|i, pr^riu>\de escritbir á ^tad^ trance, eft toJo^ [tiempo, sin coaociioí^ntos «iiádAiradas
ipoiV^l .estadÍ6t,4p4r:Jb.e?^iencÁa .j^fior. j^iihediiaeioQ; como sí el/ai:(e' de , escribir
j)piii(sra'Mtia;de las (adquisiciones mas;:dirifáles.y respihoWid^ cabntus eáríqueeen
^et eq^ndimieoto,! bástanle: pior. si ^sota á> ^ocUpaif ímiiehos anos d«f:piv»clioaM ej^icicio
(1) Lóense estos pormenores y otros muy inlcrcsanles sobre csle mismo asunto, en la Epístola de-
dicatoria de la edición de los Argonautas de Valerio Flaco, por Lorenzo Bdbo\ltD. ¥úátó dc^Lerma.
XI.
y ensayo, aun en los que los emprenden ampliamente provistos de teoría y de
lectura.
Tiempo es ya de reparar el daño, quizás inevitable, que nos han hecho las re-
vueltas y trastornos de que tan fecundas han sido las eras que hemos alcanzado, y
de restituir á las obras del ingenio la nobleza y dignidad á que son tan acreedoras
por los resultados que están destinadas á producir, por el carácter que dan á la so-
ciedad en que se publican, y por las prerogativas singulares de las facultades y ap-
titudes que se emplean en su elaboración. Mas esta regeneración tan deseada por
los verdaderos amantes del saber, no puede ser obra de un esfuerzo repentino, ni
de una resolución enérjica y perentoria. El gobierno mismo, á quien toca promover
y conservar la ilustración pública, y entre cuyos deberes ocupa un lugar importante
la dirección y el arreglo de la enseñanza, solo tiene á sus alcances los medios de
disponer desde lejos los instrumentos con que se han de propagar algún dia ideas
mas acertadas y principios mas sanos que las pequeneces y fruslerías que hoy usur-
pan entre nosotros el nombre y las funciones de la Literatura. A quien correspon-
de repeler esta invasión corruptora, es á la opinión; y como quien la vicia es el ali-
mento que diariamente se le ofrece, el arbitrio mas eficaz para reformarla, debe sin
duda ser el suministrarle en su lugar, otro de mas sazonado condimento, y de cua-
lidades mas seguras y salutíferas. Muy apropósito vienen, para el logro de estos fines,
los Ensayos que se han reunido en los presentes volúmenes. Prescindiendo del estilo
en que están escritos, que por sí solo es una lección práctica de correcta elocución,
pureza, elegancia y armonía, sus asuntos abrazan muchas de las mas importantes
cuestiones de la Literatura didáctica y de la crítica. Fiel á las doctrinas mas sólidas
y á las nociones de buen gusto mas acrisoladas, el autor, representante de una épo-
ca que dejará trazas luminosas en la historia literaria de España, no ha doblado la
cabeza á los deleznables idtilos que ha entronizado la moda; y lejos de ceder al tor-
rente que nos arrebata, opone á sus estragos los principios eternos de lo bueno y
de lo bello, fortificados con el apoyo de la filosofía y con las lecciones de la expe-
riencia, y afianzados en sus propios aciertos como poeta, como maestro y como
escritor.
Estas son las consideraciones que han movido á los Editores, á emprender la
presente publicación: y si, como tales, abrigan el deseo y la esperanza de una aco-
jida correspondiente á su mérito, como españoles y como aficionados á todo lo que
eleva el espíritu, perfecciona el ingenio y rectifica el gusto, aconsejan á la juventud
estudiosa la frecuente lectura de unas pajinas, en que hallará, cuando menos, co-
piosos impulsos que la inciten á caminar por la senda en cuyo término ha conse-
*guido el autor su bien merecida fama, y el aprecio con que la opinión galardona
sus trabajos.
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DE MéJL IIHPORTAMCIJl
DEL
SSHDIO FILOSÓFICO DE US HUMAHIDADES.
Hl Gvadalhorce , periódico literario de Málaga , en un articulo escelente y escrito
con mucha filosofía , cuyo titulo es El Culteranismo , después de hacer el merecido
elogio del genio poético de Góngora en sus buenas composiciones, le proclama
por gefe de la secta de los culteranos , y ánade : c es difícil esplicar cómo un
poeta en cuyas primeras obras se admiran los rasgos de un genio superior , la belleza
en la espresion , la exactitud en las proporciones , y todas las cualidades necesarias
para ser colocado, si no en el primer lugar , á lo menos al nivel de los mas distingui-
dos nombres que han ennoblecido nuestro Parnaso , pudo caer en tales estravagan-
cias , y olvidar tan ingratamente aquellos mismos principios que le ofrecieron tantos
triunfos y tanta gloria. >
En efecto, tiene sobrada razón el periódico que citamos. No hay dos escritores mas
distantes entre si que el Góngora de las Soledades y el de algunos romances , sonetos
y letrillas. Son el mediodía en todo su esplendor , y la noche mas oscura* Sin em-
bargo , nosotros emprendemos buscar la esplicacion de este y otros fenómenos litera-
rios de la misma especie , problemas que el autor del articulo ha abandonado , por
no ser de propósito , á los que ((uieran resolverlo.
£1 siglo XVI produjo no solo grandes genios en todos los ramos de la literatura,
sino también grandes humanistas ; pero muy pocos filósofos. £1 Tostado , Nebrija,
Simón Abril , Arias Montano , y en general todos los que escribieron en aquella glo-
riosa época sobre gramática , retórica y poesia , lo hicieron copiando á Aristóteles,
Horacio , Cicerón y Quintiliano , sin elevarse al principio filosófico de donde se deri-
vaba la mayor parte de las reglas que promulgaron aquellos insignes lejísladores de
las bellas letras ; y no es estraño que pareciese incontestable en ellas el imperio de la
autoridad , cuando lo era en los mismos estudios filosóficos. Fue conocida , pues , la
belleza por instinto é inspiración , no por examen ni raciocinio. Se sabia el arte,
pero no la ciencia de la poesia.
1
L2]
Es verdad que al siglo del genio sucede comunmente el de la filosofía ; pero esto
era imposible en España. Nuestras instituciones severas se oponían á la propagación
del espíritu filosófico y de examen. Sacrificóse al deseo de conser\'ar la pureza de la
fe toda esperanza de progreso intelectual. Temit^ronse, y no sin razón, todos los
infortunios sociales que eran consecuencia en otros paises del desprecio de la auto-
ridad , y se dio á esta una grande fuerza legal hasta sobre el pensamiento. Esta fa-
cultad activa del alma quedó casi sin ejercicio , y no tuvimos después de la época del
genio sino los delirios del genio estraviado.
En cuanto á las bellas artes puede decirse que no han comenzado á estudiarse
filosóficamente sino á fines del reinado de Luis XIV. El examen y análisis de la be-
lleza , el instinto poético convertido en idea , las armonías del mundo físico é inte-
lectual con el corazón y la fantasía del hombre , la deducción , en fin , de las reglas
artísticas , de estas importantes discusiones , son cosas desconocidas hasta la época
que hemos señalado. Asi es que, mas ó menos, se observa estraviado ó debilitado
el genio después de los intervalos brillantes de su gloría. Las musas griegas casi en-
mudecieron después del reinado de Alejandro. La poesía y elocuencia latina se cor-
rompieron después de Augusto, y hasta el idioma perdió su majestad y gallardía.
Las novedades injeniosas de Marini sucedieron en Italia á los nobles acentos del
Tasso. Y nosotros ¿no vemos al lado de los grandes monumentos de nuestra arqui-
tectura, los ridículos delirios del churriguerismo con poca diferencia de tiempos? Xo
hay remedio : el genio se estravia, si no se ve auxiliado por el estudio filosófico de las
artes.
Y asi debe «uceder* El genio no se plega fácilmente á la autoridad ; solo reconoce
y recibe el yugo de la razón. Si este noHe es conocido , ni Aristóteles ni Horacio le
impedirán abrirse sendas inusitadas , aunque terminen en horrendos precipicios.
Quiere ser orijinal ; quiere alhagar con novedades ; quiere manifestar su indepen-
dencia y su atrevimiento , y nada respeta , sino á la razón cuando la puede conocer.
¿Por qué ha sido tan difícil en Francia sustituir á las ideas del buen gusto los de-
lirios de la escuela moderna? ¿Por qué el triunfo de esta ha sido tan efímero? Por los
gi'andes escritores que en aquella nación trataron filosóficamente la poesía: por los
Batteux, los André , los Marmontel , los Laharpe. Basta leerlos de nuevo para que la
razón recobre sus derechos , y para convencerse de que la belleza es independiente
de los caprichos de la moda y de la animosidad de los partidos políticos.
Lope de Vega fue la primera víctima de la falta de buenos estudios de humanida-
des en España. A haberlos conocido , jamás hubieran mirado ni él ni sus contempo-
ráneos como un gran mérito su inespUcable facilidad en hacer versos , ni el inmenso
número de los que publicó: jamás hubiera dado á luz sin corregirlas tantas com-
posiciones , plagadas frecuentemente de prosaísmo , de erudición indijesta y de pen-
samientos falsos ó pueriles.
£1 artículo que hemos citado cree que la costumbre de escribir prosa en verso,
introducida por Lope y aplaudida por sus contemporáneos , indignó el genio superior
de Góngora , y le movió á dirijirse al estremo opuesto. Nosotros somos de la misma
opinión. Huyendo de la trivialidad cayó en la afectación ; y fue por desconocer los
limites que el arte impone á la elocución poética ; por ignorar la diferencia que hay
de la nobleza á la oscuridad del estilo ; porque no se habia aun discutido ni dedu-
cido de sus verdaderos principios la unión de la sencillez con la sublimidad , de la
sobriedad en los adornos con la riqueza , del uso de los tropos con la claridad.
Lo mismo podemos decir de Quevedo , que aumentó los vicios de nuestra poesía,
{a suficientemente corrompida , con el gusto de los equívocos y de los juegos de pala-
ras que introdujo* Apoderóse de los genios españoles el furor de mostrar sutilezas;
y nada se dijo sino de una manera ingeniosa, desconociendo la máxima filosófica, tan
sabida ya , de que el mayor esfuerzo del arte es ocultar el arte mismo.
La poesía castellana , abrumada de tantos delirios , llegó casi moribunda hasta la
mitad del «iglo pasado ; el gongorismo, la cultalatiniparla, los equívocos y los eoti-
ceptillos fueron entregados al desprecio que merecían ; pero se verificó una reacción
lamentaUe- En odio de aquellos vicios se volvió á la trivialidad , que con el nombre
de sencillez resucitó é hizo de moda D. Tomás Iriarte. Cometióse ademas una injus-
[3]
ticía ; fueron mirados con ciesden v se condenaron casi todos los autores de nuestro
teatro , ¿por qué? porque se creyó que la esencia del drama consiste en la verosimi-
litud material ; error producido por la falta de buenos estudios ; error en sentido con-
trario , pero «que tiene el mismo orijen , del que ahora cometen muchos , adoptando
los aspavientos « y hasta la inmoralidad del drama de nuestros dias*
Tantos y tan lamentables errores se podrían evitar propagando los verdaderos
elementos de la ciencia poética* Fúndase, como todas las que pertenecen al hombre,
sobre un sentimiento universal. Consérvese puro este sentimiento, y no se pierda
nunca de vista en todos los preceptos y reglas , y no se escribirá el Arte de injeniot de
üracian, ni el Arle poética de Rengifo ; ni se buscará lo sublime en lo oscuro, ni en la
lengua francesa las inspiraciones de la poesía española.
DE LOS SENTIMIENTOS HUMANOS.
ARTÍCULO I,
üi
NA de las mas espléndidas demostraciones de la existencia de Dios es la admirable
correspondencia que se observa entre los sentimientos , deseos y necesidades del hom-
bre , y las leyes del mundo físico, moral é intelectual. £s imposible que hubiera esta
correspondencia, esta relación intima enlre necesidades y deseos poruña parte, y por
otra faut^tades y objetos estraordinaríos destinados á satisfacerlos , á no existir una
íoteülencia suprema que estableció aquellas relaciones y armonías. £1 que dotó al
hombre de la vista, le cercó también de una esfera de luz, sin la cual fueran inútiles
Ittr ojos. El que puso el oído en la cabeza humana, creó también el aire , vehículo de
4m sonidos. Un mismo entendimiento soberano fue el que escitó el hambre en el estó-
mago del niño reciennacido , y abrió las fuentes del primer alimento en los pechos
de sa madre. Este examen , que podríamos estender á todas las necesidades físicas y
materiales del hombre , prueba que sin una providencia que hubiese adaptado á cada
iaslínto los medios de satisfacerlo , seria imposible la existencia del universo.
£1 misma razonamiento puede hacerse con respecto á los sentimientos de una cla-
BC mas elevada. No hay ningún deseo moral de los que son innatos y generales y no
pertenecen á la clase de facticios y creados por ki sociedad, que no tenga facultad y
objeto que lo satisfaga. Digalo el sentimiento del amor , considerado asi física como
moralmente: dígalo el de la amistad, mas puro, mas desinteresado, mas noble: dígalo
el de la curiosidad , para cuya satisfacción se han concedido al hombre las facultades
de abstraer y analizar : dígalo en fin el sentimiento social , impreso igualmente en to-
dos loa hombres , y que «e satisface cercenando una parte de la libertad natural , para
bacer mas agradable y fructífera la que se conserva en el orden civil , bien como se
podan en un árbol algunas ramas y se asegura asi en las guias el firuto mas abundante
y saibonado.
De estas consideraciones se deduce por legítima analojia que el sentimiento reli-
fioao, tan innato y general como los otros ya citados , ha de corresponder como eHos
á un objeto fuera de nosotros que lo satisfaga; y pues los hombres sienten la necesi-
dad de que exista una divinidad , indudablemente existe Dios. Esta prueba , que
los moralistas y teólogos deberán desenvolver mas estensamente , pero que nosotros
no hacemos mas que indicar, por no ser ese nuestro propósito en este articulo, no ha
sido hasta ahora esplicada con el rigor demostrativo que merece. Tertuliano la indica,
pero con la concisión rígida y nerviosa de su estilo, y Lactancio Firmiano la amplifica
mas bien que la demuestra , porque era mas retórico que filósofo.
Pero ella misma nos servirá de ejemplo para conocer mejor la economía de los
sentimientos humanos, que es ahora nuestro principal objeto, y al mismo tiempo des-
vanecerá una objeción que puede hacérsele; objeción que ya satisfizo sin responderla
el elocuente Tulio, cuando dijo que no hay nación que no sepa que hay Dios, aunque
ignore cuál conviene adorar.
Es indudable la generalidad del sentimiento que eleva á Dios el corazón humano;
pues para aniquilar su influjo se necesita un gran trabajo intelectual, que pervierta el
entendimiento con sofisterías, ó una continua serie de malas acciones, que corrompan
el corazón , y á veces uno y otro ; y aun asi es corto, cortísimo, quizá cero el número
de los hombres íntimamente persuadidos xle la no existencia del Ser Supremo. Algu-
nos la niegan por orgullo ó despecho , mas no por eso dejan de creerla. Otros dudan,
y creen satisfacer á su conciencia , permaneciendo en esta duda, que no es tan fácil
como necesario deponer. Pero estas cscepciones y anomalías nada prueban contra la
universalidad del sentimiento. Lo que todos los hombres sienten, sin necesidad de es-
fuerzos de raciocinio , de estudios de conocimientos , de vicios ni de virtudes ; lo que
todos conocen y espresan naturalmente, ignorantes y sabios , desde el gañan hasta el
rey , en todos los países , en todas las regiones del universo y en todas las épocas de
la historia , sea cual fuere el grado de su civilización ó de su barbarie , eso es lo que
nosotros creemos sentimiento innato y general , y tan general é itinato es el sentimiento
religioso como el de la propia conservación. Si nada prueban contra este los suicidas,
menos probará contra aquel el corto número de los que son ó se llaman ateos.
Pues ¿cómo es, dirán algimos, que siendo universal el sentimiento religioso, no lo
es el conocimiento del verdadero Dios , á quien debe dirijirse? Ppr la misma razón que
un hombre ama muchas veces á una persona indigna de su carino ; por la misma ra-
zón que se equivoca frecuentemente- en los medios de su felicidad. £1 instinto es cierto
y seguro en el hombre, como en los demás animales; pero la razón que dirije al
primero, está sujeta al error; mucho mas cuando la ofuscan otras pasiones ú otros sen-
timientos del corazón humano. Asi dice muy bien Cicerón: que todas las naciones re-
conocen la divinidad por instinto , aunque su razón no alcance á distinguir cuál es el
verdadero Dios. Tratemos de esplicar este fenómeno de la certeza del sentimiento
reunida á la falibilidad del raciocinio.
Los instintos son anteriores en el hombre á las ideas ; para el ejercicio de los pri-
meros, basta sentir; para adquirir las segundas, es necesaria la análisis. Ahora bien, el
instinto guia con seguridad al objeto , y como inspirado por la naturaleza no puede
engañar ; pero la análisis puede hacerse bien ó mal : en el primer caso perfecciona el
sentimiento ; en el segundo lo falsea y desnaturaliza. Esto se ve claramente en el ejem-
plo que nos hemos propuesto. No se necesitan grandes esfuerzos de raciocinio para
ligar á la idea del ser independiente (que es la primera que tenemos de Dios) la de su
unidad , omnipotencia , libertad y bondad. Y sin embargo , ¡qué absurdos tan horren-
dos se han creído de la divinidad! Se la ha supuesto dividida en los grandes señores
del Olimpo como la soberanía en réjimen feudal : se la ha aplacado con víctimas hu-
manas : se han quemado en sus aras los niños por las manos mismas de sus padres:
se ha limitado su poder á determinadas partes del universo : se les ha sometido á la
ley del destino , que en esle caso venia á ser el verdadero Dios ; en fin , se les han
atribuido todos los vicios y maldades humanas. No hablemos de la apoteosis del cro-
codilo , del puerro , de la cebolla y de tantos otros dioses como criaba el Egipto en
.sus huertos. ¿ De dónde procedieron las estravagancias de la superstición ó los furores
del fanatismo ; de dónde en fin tantos errores , que hicieron dudar á Plutarco si eran
mas vilipendiosas para la deidad las falsas creencias que el ateísmo? No de otra causa
.sino de análisis mal hechas. £1 sentimiento era recto; pero fueron mal elegidos los
[51
objetos del culto, y Lucrecio se engañó mucho cuando atribuyó al primero lo que solo
fué efecto de los estravíos de la razón en el célebre impio verso :
cTantum relígio potuit suadere malorum.»
€ tamaños males persuadió á los hombres
la religión, >
c ¿Porqué, pues, se nos preguntará, ha auerido la naturaleza que ademas del
instinto seguro, tuviésemos por guia la razón falible?» Esto es lo mismo que pregun-
tarnos porqué el hombre es libre, £1 instinto ciego nos dirijiria bien , pero sin mérito
6 demérito de parte nuestra. La Providencia ha querido que nuestra felicidad depen-
diese de nosotros; y esto no podia ser sin libertad, deliberación é inteligencia* Noso-
tros no indagamos sus motivos: nos basta conocer el hecho, aunque no dejaremos de
decir de paso que toda la dignidad del hombre , toda su superioridad sobre los demás
seres que percibimos en el universo, está fundada en su razón y en su conciencia.
Siendo, pues, un hecho indudable la existencia de los sentimientos y la déla razón,
conWene ahora examinar la economía respectiva de estos dos poderosos agentes.
ARTICULO II.
E
NTRAMOS ahora en la cuestión mas difícil y espinosa de toda la Psicologia , cual
es la de la conversión de los sentimientos en ideas ; ó lo que es lo mismo , del empleo de
las operaciones de la análisis en el mecanismo del instinto.
Para darnos mejor á entender, usaremos de un ejemplo tomado de un sentimiento
natural y primitivo , cual es el del hambre. £1 niño reciennacido siente la necesidad
de alimentarse , y la siente enérgicamente; pero ni tiene idea de ella , ni del objeto,
ni de los medios de satisfacerla. £s claro que si no se le pusiese junto á los labios el
alimento, crecería á cada instante su suplicio ; pero sentiría solamente , no conocería.
¿Se satisface su necesidad ? Queda contento hasta que sienta de nuevo el mismo esti-
mulo. Cuando el hambre le aqueja, llora; cuando está harto, no piensa en el porvenir.
Sus lágrimas y quejidos en el primer caso, son el medio de que se vale la naturaleza
para espresar el dolor de una necesidad no satisfecha : su imprevisión en el segundo
roaniCesta que no tiene idea de cuanto pasa por él : no sabe qué es hambre , ni qué
es alimento , ni qué son lágrímas, ni qué es dolor. El instinto se desenvuelve , el en-
tendimiento yace todavía dormido.
¿Cuándo comienza á despertar? Cuando ya puede distinguir las diferentes partes
que le sirven para nutrirse , los labios, la lengua, el paladar, y las cualidades sen-
dMes del ama que le cria y del alimento que recibe. Entonces empieza á adquirir
ideas muy importantes para él , individuales, es verdad, pues aun no tiene voces con
qué ospresarlas; pero de las cuales se da cuenta á sí mismo. Entonces ya distingue
fj seno que lo nutre, de los demás objetos ; distingue al ama de las demás personas,
la mega con sus gritos; ama sus caricias como precursoras del alivio que va á tener
MI necesidad. La acción del instinto va cesando , y empieza la de la intelijencia ; ó
por mejor decir, la razón perfecciona el instinto.
Cuando se le desteta, y se le ofrecen nuevos alimentos, se estiende notablemente
la esfera de sus ideas , y á favor del lenguaje de acción y del oral, se generalizan sus
concepciones , y son mas complicadas las análisis. Si las hace bien , es premiado con
el placer de alimentarse sabrosamente ; si mal , castigado con el dolor de comer
ana cosa desagradable y desabrida, ó de quedarse con su hambre.
El momento preciso que separa las operaciones del instinto de las de la análisis
et a<|nc4 en que puede ya el niño darse cuenta á sí mismo de sus estudios y descu-
brímienlos; ó lo que es lo mismo, en que tiene eonciencia de su acción intelectual.
[61 .
Pero para tener conciencia os preciso que analice y distinga los ohjelos y las cuali-
dades de ellos qué han de saciar su necesidad.
Conforme va creciendo en edad , van tomando mas generalidad y fuerza las ideas
relativas á este instinto ; su previsión se ha ido aumentando por grados ; y ya hom-
bre, solicita satisfacer esta nueva necesidad con tal ahinco , que en algunos llega «1
convertirse su solicitud en el triste tormento de la avaricia ; aprende el dogma del
réjimen para que no se convierta en daño del cuerpo el alimento destinado á la re-
posición : sabe distinguir los que son sanos y nutritivos de los débiles ó perniciosos:
en fin , si adquiere principios de anatomía y medicina , conoce cuanto se sabe hasta
ahora en el adniirable fenómeno de la nutrición.
Establezcamos, pues, como un principio cierto que los instintos del hombre se lle-
gan d convertir en ideas en virtud de repetidas análisis hechas sobre los objetos á que
se dirijen, y que esta conversión comienza á verificarse cuando el hombre puede ya
darse cuenta á si mismo de sus meditaciones sobre la materia ; porque no hay idi.'a
sin análisis anterior , ni análisis sin atención.
Algunos podrán decir que describiendo el sentimiento que primeramente se des-
envuelve en el hombre, hemos descrito á nuestro placer la historia del alma en una
edad de la cual nadie se acuerda. Pero lo mismo acontece con otro instinto que es
desconocido hasta que comienza la juventud ; y si hemos citado con preferencia el
primero , es porque puede describirse con menos peligro.
Obsérvese que la atención que presta el alma á los objetos, y el estudio que hace de
ellos, se debe en la primera edad de la vida á los deseos escitados por la necesidad:
pero no tarda mucho en desenvolverse el sentimiento de la curiosidad, que es uno de
los mas activos , y que convierte en placeres los afanes del trabajo intelectual .
La misma análisis que hemos hecho acerca de un instinto material , puede estee-
derse á los morales ; bien que estos se desenvuelven mas tarde y con menos rapidez,
porque el primer cuidado de la naturaleza es desenvolver el hombre físico , que ha
de servir de instrumento al intelectual.
£i instinto de la amistad es innato en el hombre , y todos pueden acordarse de
aquella feliz época de la vida en que elijió entre sus compañeros de niñez á alguno
que fuese el confidente de sus breves penas , de sus bulliciosos placeres , de sus ideas
y sentimientos infantiles. Obsérvase que las amistades contraidas en la primera c^lad
son mas firmes y duraderas; señal de que la simpatía, sentimiento ciego, dirijc al
hombre con mas seguridad que el raciocinio en una edad mas avanzada. Pero el
niño tiene un amigo antes de que sepa lo que es amistad , antes de conocer las pren-
das que deben examinarse para elejirlo , antes de considerar las obligaciones que se
contraen por este vínculo sagrado. Todo esto se aprende después en virtud de aná-
lisis , raciocinios y esperiencias.
El hombre tiene el sentimiento innato de su independencia , al cual están unidos
los de amor , gratitud y veneración á las personas de quienes depende y que le hacen
bien. Este es el germen del sentimiento relijioso, que solo empieza á desenvolverse
cuando la dependencia sucesiva de su nodriza , de sus padres y de los demás hom-
bres le obliga á reconocer un Ser independiente , del cual dependen todos los demás,
Pero desde este punto hasta la idea de Dios y de sus atributos, hay una escala in-
mensa de raciocinios que recorrer; y esta escala se hace mucho mayor cuando ha de
elejirse entre todas las creencias la única que tiene los caracteres evidentes de la
verdad.
Se ve , pues , que los instintos materiales , y después los morales, son impulsos
innatos que nos guian á los objetos que han de satisfacerlos : que estos impulsos,
ciegos como los de los animales , hasta que el hombre adquiere la conciencia de sus
actos,, y unidos ron el dolor, con el placer y con la imprevisión , nos inclinan sin
embargo á estudiar nuestras facultades intelectuales y físicas , y á examinar los ob-
jetos de nuestras necesidades y el modo de satisfacerlas : que en virtud de repetidas
análisis logramos aplicar la razón al sentimiento , y á convertirlo en idea : y en fin,
que de estas ideas , diversamente combinadas , resultan las teorías y las ciencias. Asi
se han formado la Teolojía, la Moral , la Política , la Química , las Matemáticas etc.
Todas sin escepcion han nacido de una necesidad , de un impulso dado para satisfa-
cerla , y del trabajo de la intelijencia ejercido igualmente sobre los sentimientos , las
facultades y las ideas.
Lo que sucede al hombre individualmente , sucede también á las naciones. ¿Por
mié los ejipcios fueron los primeros entre todos los pueblos de la antigüedad en cul-
tivar la Geometría? Porque les era preciso restablecer anualmente los lindes de las
heredades , derribados por las inundaciones del Nilo. La corta estension de su terreno
obligó á los fenicios á adelantarse á las demás naciones en la navegación ; asi como
el cielo despejado de Caldca convidó á sus habitantes al estudio de la Astronomía.
¿ Por qué las naciones del norte son , generalmente hablando , mas hábiles que las
del mediodía en las artes mecánicas , y las meridionales las cscedeu en las que se re-
fieren á la poesia ? El primer fenómeno se esplica por la necesidad de suplir , bajo
un cielo nebuloso y oesapacible , con los placeres facticios de la sociedad , los que
niega ingrata la naturaleza ; y el segundo por el corto número de necesidades de los
habitantes de los paises cálidos, y aun por la misma neglijencia, hija del escesivo
calor y de la sobriedad que los inclina A buscar en su fantasía una nueva clase de
placeres.
Diremos también de paso que en nuestro entender la gran cuestión filosófica mo-
vida en el día entre los que se llaman impropiamente snisualislas y espiriíualisím^
pudiera recibir mucha luz de la teoría que acabamos de esponer. Locke, Condillac,
Destutt Tracy y I^romiguiére han esplicadocon mucha sagacidad, aunque con ui^
nomenclatura bastarda v espuesta al error , los fenómenos d^ la intelijencia , y han
formado la ciencia de la Ideoiojía. Pero ¿se conoce con ^lla todo el hombre? No..
Resta la esplicacion de los sentimientos innatos. Las facultades de atender ^ abstraer y
analizar bastan para conocer el orijen de las ideas; pero ¿por dónale conoceremos el
de los instintos que les son anteriores? ¿Pueden estos reducirse á un impulso ó poten-
cia primitiva como el sistema planetario? ¿Cómo obran? ¿Cu4l es la esfera de acción
de cada uno , y qué modificaciones reciben uqos de otros ? Cuestiones son estas que
no pertenecen á la Ideoiojía , y dejan un vastísimo campo abierto á las indagaciones
de los psicólogos.
AETICULO ni.
Vormat enkn natura prítu nos ioiiu ad otnoeBí
Foit|inarutn h^bituni....
Pcwt eflért anhni motus interprete ling:ua.
UotAC.
jLá) que dice el gran filósofo Horacio de los afectos humanos , sentidos primero y
después espresados , debe entenderse también de todos los sentimientos que obran
sobre el alma antes que el hombre pueda someterlos al raciocinio , que es el lenguaje
dd entendimiento; pues analiza como el oral, y frecuentemente hace uso de este para
dirfjir mejor su análisis.
HeaMM dado á esta teoría toda la estension y claridad de que es susceptible en los
dos artleulos anteriores. Ahora tratamos de aplicarla al $eniimienlo poético, esto es,
de lo bello y de lo sublime, tan innato en nuestra alma como los demás que hemos
esaatinado. Es claro que el hombre ha recibido numerosas impresiones cpie le agra-
das 6 euUan naicfao antes de ser capaz de espiicarlas; y enf algunos no llega nunca
este caso. Se contentan con gozar sin someter al raciocinio sus (daceres, ya porque no
I recibida la instrucción conveniente, ya por no haberse aprovechado de ella.
Mas no adnúte duda que este sentimiento es capaz de educación como todos los
demás; sufre la ley del análisis, puede ser bien ó mal dirijido; admite perfección ó
degradación. Se convierte^ pues^ en idea , y de ella resulta una ciencia y un arte.
Este sentimiento no comienza A desenvolverse hasta que el hombre toca ya los
confines de la adolescencia. A la verdad, ha recibido antes impresiones de los objetos
sublimes y bellos : su imajinacion ha creado fantasmas, semejantes á las cosas que
mas la han alhagado ; pero estas imájcnes y aquellas impresiones tienen todavía mu-
cho de setmtal: aun los afectos del corazón no han purificado la mezcla material de
las primeras sensaciones de la niñez; solo cuando el joven empieza á sentir un en-
canto indefinible, y que no puede referir á ninguno de sus sentidos, sino que pene-
tra toda su existencia y se fija en su fantasía , al contemplar las bellezas de la natu-
raleza y del arte ; solo entonces se despierta en él el instinto poético. Y observemos
que los objetos bellos hacen mas impresión á los principios que los sublimes : pare-
ce que el alma es mas sensible á la regularidad, á la variedad, al colorido , que á
los movimientos enérjicos y desordenados, que escitan ideas de sublimidad, las cuales
no consiguen dominar el alma hasta que la imajinacion es ya bastante fuerte para
sentirlas, comprenderlas y elevarse con ellas á las rejioncs celestiales. El sentimiento
de lo sublime es lo mas apartado que hay en el hombre de lo material y terrestre.
Es, por decirlo asi , el otro polo de su existencia.
El corazón y la fantasía , cuando han adquirido este nuevo elemento de vida , se
entregan casi esclusivamente al placer de disfrutarlo. ¿Quién podrá espresar las sen-
saciones vagas y misteriosas, que esperimenta el alma del joven al contemplar el es-
pectáculo variado del campo en una hermosa mañana de primavera ó en una tarde
apacible del otoño, al ver el curso eterno de los rios, los diversos juegos de las
fuentes y arroyuelos, los matices de las flores que entapizan el prado, ó bienios
corpulentos árboles, que descuellan cargadas sus ramas del sabroso fruto?
Mas si ostenta naturaleza sus escenas sublimes; si el rayo rompe el seno á la nube,
ó el mar embravecido pugna por superar el freno de blanda arena que el Hacedor le
impuso ; si el espectáculo magnífico y callado del firmamento brilla con sus innume-
rables estrellas , que son otras tantas columnas luminosas, que guian la vista en el
camino de la inmensidad; si desvanece toda esta pompa la luz del astro del dia, mil
veces mas hermoso y sublime que todo el firmamento, para dejar después un resplan-
dor templado y apacible en el disco arjentado de la luna, las emociones, sin dejar
de ser agradables , toman un carácter nuevo de dignidad. El alma se eleva sobre la
altura de esos cielos : el pensamiento vuela mas allá de esos astros y de esos espacios:
siente la dignidad de su ser, al cual no pueden encadenar ni la tierra, ni el giro del
sol , ni los límites impuestos por el Señor á la creación entera.
Las artes reproducen á su vista estas bellezas, y se goza en su representación. En
fin , el mundo moral se abre á su fantasía, y sus emociones son entonces mas severas,
pero mas agradables; porque siente su importancia; porque están en armonía con el
sentimiento de la virtud ya desenvuelto en su alma.
Si el hombre , al ver el espectáculo de la naturaleza física y moral , no hiciese
mas que sentir impresiones y gozarlas ó reproducirlas por instinto , no habría ciencia
que formase el gusto ; no habria arte que dirijiesc el genio ; y eso es cabalmente lo
que prelenden los caudillos de la actual escálela romántica, que lo dan todo á la sen-
sación ó al impulso , y nada á la razón.
Pero la naturaleza humana es constante siempre y conforme consigo misma. Asi
como el sentimiento moral desenvuelto y estudiado dio oríjen á la ciencia de las cos-
tumbres , asi el instinto poético , bien examinado , lo dio á la ciencia de las huma-
nidades. No creemos (jue el hombre sienta una emoción , sea la que fuere, por mu-
cho tiempo , sin pedirse cuenta á sí mismo de ella, de su causa, de sus modificacio-
nes , de la esencia y accidentes de los objetos que la causan : no creemos que nues-
tra alma se contente con gozar ; necesita ademas conocer.
Por esa razón no aceptamos las definiciones que Hugo Blair da d h bello y álom-
hlime : no hace mas (¡ue tomarlas de los efectos que causan en nosotros ; ó lo que es lo
mismo , asigna el hecho , y le da un nombre. Esto no basta para satisfacer la curio-
sidad. El hombre quiere siempre hallar la razón suficiente, que justifique los movi-
mientos de su corazón y de su fantasía. Decir que es bello lo gm agrada á nuestra ima-
[9]
jinacion , y que es sublime lo que eleva nuestra alma , es esponer á uno y otra á cor-
romper sus sensaciones, á complacerse con lo deforme como si fuera belfo , y á entu-
siasmarse con lo bajo y ridiculo como si fuera sublime.
£1 hombre empezó, pues, á examinar las formas de los objetos que producen en
él las dos impresiones de belleza y de sublimidad, y no le fue dificil hallar cuáles
eran estas formas esenciales ; porque ya lo hemos dicho , no hay en nosotros instinto
alguno que no halle su justiGcacion en las leyes del mundo físico y moral. ¿Cuál es
la que justifica el sentimiento poético? £1 principio del orden , sin el cual nada puede
haber bello, agradable y elevado.
Ya en otros artículos hemos probado que el orden , la unidad y la variedad son
las fuentes del placer que nos causa la belleza , y que. la presencia de un gran poder
puesto en ejercicio es la forma del sublime. No insistiremos, pues , sobre esta mate-
ria. Bástanos haber probado que el sentimiento poético, bien estudiado , se convierte
en la idea del orden.
Sobre ella se funda la ciencia de las humanidades ; á ella se reducen todos sus
Principios ; á ella todas las reglas de la Música , de la Pintura , de la Oratoria y de la
oesia. Aun la espresion de las pasiones vehementes, que por su naturaleza debe ser
desordenada, está sometida sin embargo á la misma idea. Nada es mas contrario al
orden que manifestar el delirio de la pasión con semblante tranquiló ó con frases
alambicadas.
Hé aqui por qué todos los incidentes de un drama deben dirigirse á un punto co-
mún que constituye la unidad de interés : por qué los caracteres deben conservarse
iguales á pesar de la diversidad de las circunstancias : por qué en el desorden mismo
de los i>ensamientos c^ue ajitan al poeta lirico, ha de haber una cadena oculta , pero
perceptible , que los ligue entre si : por qué el orador no ha de emplear los medios
de persuadir hasta estar seguro de haber logrado la convicción... Pero ¿por qué nos
cansamos? No hay regla alguna en las bellas artes, que no se deduzca mediata ó in-
mediatamente del principio de la unidad.
El sabio CoiidiUac se quejaba de que no era posible analizar la belleza. Esto es
verdad hasta cierto punto. Entregad una rosa al botanista para que la analice, y ve-
réis cuál queda. La análisis de un objeto bello no consiste en la separación material de
lius partes , sino en el examen de ki influencia que ejerce cada una en la belleza del
conjunto , de modo que quitada una de ellas , quedará menos bello el total. Por ejem-
plo , en este verso de Lope de Vega hablando de Dios :
El que freno dio al mar de blanda arena.
¿Quién nos quita observar el contraste entre la blandura de la arena y la dureza del
freno impuesto á un monstruo tan terrible como el marJ Estas análisis no deslustran
las bellezas artísticas , y son muy útiles para formar el gusto y dirijir el genio.
Concluyamos , pues, que en el hombre todo empieza por el instinto , y todo se
perfeccioDH por la razón.
[10]
DEL SENTIMIENTO DE LA BELLEZA.
ARTICULO I.
\JRANDES afanes y vijilias han consagrado los filósofos al estudio de las facultades
del alma, que tienen por ohjeto la generación, la espresion j la deducción de nuestras
ideas ; pero son pocos , muy pocos , los que se han dedicado al estudio de los sentí-
«lientos. Se han hecho progresos muy apreciablcs en Ideolojia , Gramática y Lógica:
Bo puede decirse otro tanto de la ciencia de las afecciones de nuestra alma : contentos
con reconocer y sentir su existencia , solo han buscado los medios de contenerlas den-
tro de los limites de la razón por medio de la filosofía moral.
Tanto empeño en un trabajo y tanta neglijencia en otro prueban evidentemente
que la primer ciencia es mucho mas fácil que la segunda , y que hay medios mas
espeditos para observar atentamente los fenómenos de la intelijencia cuando investi-
ga la verdad, que los de la voluntad cuando busca el bien ó huye del mal.
Añádase á esto que concurren frecuentemente de tal manera , que suelen confun-
dirse las ideas y los sentimientos. En los estudios mas abstractos , el de Matemáticas
por ejemplo , hay por lo menos un sentimiento que nos guia, y es <^ de la eurüm-
dad , que es innato en el hombre. La curiosidad satisfecha es la fuente del placer que
esperimentamos cuando homo» entendido y resuelto bien un problema de Geometría
ó de M^ánica. Pero otro placer de diferente especie es el que resulta de compren-
der bien una teoría entera , contemplando el enlace maravilloso , el encadenamiento
bien concertado de los diversos pensamientos que la componen. £1 sistema de la
atracción newtoniana que sometió á una sola y ünica ley todos los movimientos pla-
netarios , es el ejemplo mejor que puede presentarse de la belUza de la verdad; por-
que es imposible estudiarle y abrazar con el entendimiento todas sus partes sin
sentir una impresión de la misma especie que la que causa un hermoso edificio ó
una escelente composición poética.
Esto placer que sentimos al percibir muchas verdades enlazadas íntimamente en-
tre si procede del sentimiento de la belleza , innato como el de la curiosidad , como
el social , como el relijioso en el alma humana ; porque basta que un sentimiento,
que una facultad sea común á todos los hombre», y que en todos obre de una misma
manera , para inferir lejítimameilte que es cráiiátural en nosotros ; y pues no hay
ninguno insensible á la impresioff de liibekkidí^ debemos mirar el placer que de su
contemplación resulta como inher^lHtf á^ MMtM naturaleza.
Al sentimiento de la belleza designaron \úS latinos con la voz judicium , discerni-
miento : los pueblos modernos le llaman gusto. Ambas voces son defectuosas : la pri-
mera por ser harto vaga , y por denotar una operación puramente intelectual : la se-
gunda es trasladada y metafórica. Será preciso usarla para conformarnos al lenguaje
común.
La diferencia entre las ideas y los sentimientos es visible: las primeras son resul-
[11]
lados del trabajo del alma : las segundas afecciones y cualidades suyas. Por este mo-
tivo conocemos tan bien la generación , combinación y deducción de nuestras ideas,
j hemos hecho tan pocos progresos en la teoría de los sentimientos , que es, por de*
cirio de paso , la piedra de escándalo entre las dos sectas de filosofia racional que
dividen hoy la república de las ciencias. La análisis que tan felizmente se aplica al
estudio de las ideas : el lenguaje perfeccionado que tan metódicamente representa
aquella análisis no son fáciles de emplear en el estudio de las afecciones del alma.
£1 sentimiento es un gas que se evapora cuando queremos separarlo , ó un rayo que
recorre en un solo instante toda la estension del firmamento. ¿Quién podrá detenerlo
ú oprimirlo para someterlo á la lenta operación de nuestra intelijencia?
Y esta dificultad se hace mayor en el gusto , porque su objeto es la belleza, cua-
lidad aérea, impalpable, sensible solo al alma, pero que parece que huye de noso-
tros como la mariposa apenas queremos analizaría. ¡Cuántas veces la sentimos, sin
que nos sea posible definirla ! ¡ V cuántas ni aun podemos espresar el sentimiento
que nos ajita al contemplarla !
Sin embargo , en la ciencia de la poesía , asi como en todas , es menester partir
de un punto conocido , evidente , de un hecho atestiguado por nuestra misma cbn-
ciencia , y este lo tenemos. Existen en la naturaleza algunos seres , algunas combi-
naciones de seres capaces de cscitar en nuestra alma cierta sensación de placer,
que ni pertenece á los sentidos, ni á las demás pasiones conocidas del ánimo, sino
solo á la imajinacion alhagada. Llamamos belleza á la propiedad que tienen aquellos
seres de escitar en nuestra imajinacion , y solo en ella , un gozo tranquilo y agrada-
ble , ó bien una conmoción vehemente que nos eleva por medio de la admiración á
ana rejion intelectual ó moral mas noble y grande que la que comunmente habita-
mos. Las palabras de que nos hemos valido para esplicar el hecho fundamental de
la ciescia poética , si no son las mas propias , son en nuestro entender suficientes
para caracterizar las diversas impresiones que causan en nosotros los objetos bellos
y sublimes de la naturaleza.
El placer producido por la belleza pertenece esclusivamente á la imaginación ; y
de aqui resulta que solo las sensaciones de la vista y del oido son las que procedien-
do de los sentidos estemos, hacen en nosotros la impresión de la belleza. £1 olor de
una rosa é el sabor de un escelente manjar son placeres harto sensuales para que
merezcan ^ titulo de helloi. El alma los goza sin que se afecte la iTantasía , cuyas
firuiciones resultan siempre de las armonías que descubre entre las ideas que forma y
combina , y los objetos á que las refiere.
No negaremos que el placer que resulta de oir un buen trozo de música sea sen-
tmL\ pero este placer no pertenece á la imaginación, hasta que ella se apodera,
por decirlo asi , de los sonidos , y los obliga á decirle , á espresarle alguna cosa. Si
nada le dicen pronto se fastidiará de aquel placer meramente sensual , como sucede
con todos los de su especie ; pero si le espresan una serie de ideas ó de sentimientos
queda complacida ó elevada , percibiendo la correspondencia entre lo que oye y lo
que siente. Lo mismo puede decirse de los sonidos ya suaves, ya sublimes, de los
objetos de la naturaleza.
La vista , el mas espiritual , por decirlo asi , de nuestros sentidos , es el que nos
proporciona mayor número de bellezas , asi de la naturaleza , como del arte. En
efecto, solo hay una bella arte para el oido , que es la música; y para la vista hay
tres : pintura , arquitectura y escultura. El placer que resulta de ver un hermoso
jardin apenas es sensual ; casi todo es de la imajinacion , que observa complacida las
diversas relaciones de color , situación , mayor ó menor claridad y oscuridad en los
árboles, flores y plantas , fuentes y cenadores.
Vengamos ya á la belleza moral , á es^ impresión inefable y deliciosa oue nos
causa la contemplación de las acciones virtuosas , heroicas y sublimes. Aqui el senti-
miento de la belleza se liga y aun se confunde con el sentimiento social y con el
relijioso. A este placer se deben los prodyios mas grandes de las artes.
Concluiremos con la belleza por la cual empezamos , que es la de la verdad. Los
mismos geómetras distinguen entre varías soluciones de un problema , la que es mas
eUgants; esto es , la que enlaza los datos y las incógnitas con mas clarídad y al mis-
[12]
mo tiempo con mas generalidad. La bdleza intelectual (porque realmente existe) re-
sulta del enlace , de la armonía entre las diversas partes de un pensamiento ; armo-
nía y enlace que percibe la imajinacion, cuando ya el entendimiento le ha presentado
bien analizada toda la teoría.
Hemos recorrido las diferentes especies de bellezas, que la naturaleza nos ofrece,
ó puede crear el arte : hemos notado el carácter distintivo de la impresión que todas
ellas nos causan , y el del sentimiento que las goza. Hemos dado , pues, un gran paso
en la ciencia del gusto. Falta otro que dar , y es , examinar si hay en los seres mis-
mos alguna cualidad independiente del placer que producen en nosotros los obje-
tos bellos , por la cual se constituyan tales , esto es , dignos de cscitar en nosotros
aquella sensación agradable. Otro dia examinaremos esta importante cuestión.
ARTICULO n.
XjN muchos de nuestros artículos anteriores hemos procurado demostrar que la tmt-
dadj á que se someten las diferentes partes de un todo , es la esencia do la nelleza ; y
hemos también aplicado este principio al colorido, á la forma, al movimiento, al so-
nido , á la intelijeocia /á la virtud. En todas estas diferentes especies de bellezas he-
mos observado un carácter que les es común ; y es, que las diversas ideas que compo-
nen las del objeto bello, estén sometidas á una misma ley , siempre sentida por la
imajinacion, y algunas veces conocida y analizada por el entendimiento.
Este principio será mas perceptible, haciéndonos cargo de algunas objeciones que
han opuesto contra él personas muy instruidas , y á las cuales es obligación nuestra
satisfacer.
La primera de estas objeciones es la siguiente: cSi la unidad es la esencia de la
belleza, ¿cómo es que hallándose siempre esa cualidad en el cuerpo humano no son
bellos todos los hombres? » Nosotros negamos el supuesto. ¿ Podrá decirse que hay
unidad en el rostro al cual le falta un ojo , aunque bellísimo en las demás formas? Esto
nos recuerda los dos dísticos latinos , escritos, según se dice , por un jesuíta (porque
nunca los hemos visto impresos) , á una madre y á su hijo, entrambos tuertos, aun-
que hermosos en la forma y el color de su rostro :
Lumine Acón dextro, capta est Leonida sinistro,
£t poterat forma vincere uterque deas :
Parve puer , lumen quod habes concede parenti :
Sic tu caBCus Amor , sic erit illa Venus.
{Carece el niño Acón del diestro ojo :
Leonida del siniestro ; mas superan
En hermosura entrambos á las diosas.
Niño , el ojo que tienes^ da á tu madre;
Serás tú el ciego Amor^ será ella Venus.)
La injeniosa donación que aconseja el poeta, restablecería la unidad que faltaba en
entrambos rostros , y completaría la belleza.
Pero sin que haya deformidad por falta de órganos , puede haberla por defecto ú
esceso de colorído , por hundimiento de las formas redondas , como sucede en los an-
cianos , por falta de animación en los músculos ó en los ojos, como acontece en las
caras (|ue llamamos abobadas , aunque confesemos que son hermosas ; en fin , por
cualquiera de los defectos contrarios á la unidad que pone en armonía , no solo las di-
[131
ferentes partes del rostro ó del cuerpo , s»ído el color, los movimientos , la espresion.
Alabamos muchas veces la belleza del semblante , y reprendemos la poca proporción
de su loiyitud con el cuerpo : la bella estatura y formas de un hombre nos agrada ; pero
nos disgusta la torpeza y mal aire de sus movimientos. 4 Hermosos ojos, decimos, tiene
esa mujer ; pero ni el color ni la forma de su rostro son buenos. • En general , siem-
Sf 6 que aplaudimos, siempre que seíitimos lo bello, es porqué observamos cierta ley
e armonía, que reduce á la unidad nuestras sensaciones. Lo que censuramos es inar-
mónico : no está en la simetría correspondiente.
Otra de las objeciones es que c un cuadro compuesto de figuras humanas , bellísi-
mas si se quiere ; pero todas en la misma actitud, con el mismo vestido y espresando
el mismo sentimiento, no seria bello, aunque tuviese unidad. 1 Esta no debe llamarte
unidad y sino igualdad. No puede haber unidad sino en diferentes objetos sometidos á
una ley común ; pero en el caso citado no son diferentes los objetos ni las ideas que
escitan. El que pintase á las hijas de Danao, enteramente iguales, y dando muerte de
una misma manera á sus recien desposados, también iguales, haría un cuadro
muy ruin.
Es claro que la variedad es necesaria en las artes y en la naturaleza; pero esta
variedad ha de hallarse reducida á la unidad ; si no , desaparece la belleza. Pintemos
en un cuadro diferentes personajes sin relación alguna entre sí , sin un vínculo común
que justifique su coexistencia : el cuadro será tan defectuoso como el de las figuras se-
mejantes.
Coocluyamos, pues, que la armonía no Consiste en dar perpetuamente un mismo
sonido , sino en producir una serie de sonidos tales , que el oido los someta fácilmente
á las leyes de la música. Los intclijentes las conocen : los que no lo son las sienten.
Mas dificil es señalar los límites entre la belleza y la sublimidad , sobre los cuales
versa la tercera objeción. Parece imposible, en efecto, hallar la ley de la unidad en
objetos que superan la capacidad de nuestra alma , y no se someten , por decirlo así,
al compás mezquino de nuestra imajinacion. Dimensiones sin tiérmino, masas inmen-
sas , acciones y cualidades superiores á las de la humanidad , la oscuridad , el silencio,
la nada, las potestades invisibles, en fin, el Ser supremo, no presentan ciertamente
caracteres de variedad reducida á unidad.
Mas si ellos no los presentan, ¿será imposible hallarlos en las ideas que de estos
sublimes objetos nos formamos? San Agustín llama á Dios belleza antigua y siempre nue^
va. £1 Ser supremo es sencillísimo en su esencia : ¿ lo es la idea que de él forma nues-
tro entendimiento: lo es la imagen que se graba en nuestra fantasía ? £1 primero obra
por medio de la análisis , y la segunda dá cierto relieve sensible, aunque vago, á las
ideas que produce aquella análisis. La omnipotencia , la inmensidad , la misericordia,
la justicia y los demás atributos del Ser independiente, ¿no son las ideas componentes
de la que tenemos formada del objeto mas sublime de la naturaleza ? ¿Hay ó no unidad
que las enlace?
Los objetos bellos en moral son los que se conforman con las leyes establecidas por
el Criador en este orden ; y en esta conformidad consiste la unidad que los hace be-
llos. Si llegan á ser sublimes, no por eso falta esta unidad. Nuestra alma , elevándose
al contemplar las acciones heroicas , conoce mejor la ley moral á que están sometidas,
y se halla capaz de- imitar el sublime sacrificio de los Decios, ó la confianza no menos
sublime de Alejandro en su médico y amigo. La sublimidad (isica tiene también su
unidad en la correspondencia de los efectos con los poderes que los han producido.
La idea de la nada es sublime , porque nos muestra el Poder soberano que sacó de
ella todas las cosas. El silencio y la oscuridad no serian objetos capaces de sublimidad
Sara el sordo y el ciego de nacimiento : ¿ por qué? Porque el hombre privado de aque-
os dos sentidos no podría formar el contraste éntrela animación y hermosura visible
del mundo con la imájen de la nada que presentan los parajes oscuros y silenciosos.
«Pero ¿y el desorden?» Un montón inmenso de peñascos hacinados por un terre-
moto es ciertamente un objeto sublime : ¿dónde está su belleza? En las ideas de orden
fisico ffue asocia inmediatamente nuestra fantasía á aquel caos , á aquel montón de
partes incoherentes.
Para convencerse de esto, basta observar que si encontramos en una habitacian to-
dos los muebles acumulados sin orden ni concierto , este espectáculo no nos parecerá
iMims^ porque basta el poder y la travesura de un niño para producirlo; ni bdio^
porque no nos recordará ideas de orden. No sucede asi en los estragos de la natural»*
za : el poder que los produce es demasiado grande para que no procuremos ligarloa
con las ideas del orden físico á que está sometido el universo ; y aun casi siempre ha-
llamos en estas ideas la esplicacion de aquel aparente desorden , como por ejemplo,
cuando nos convencemos de que las tempestades purifioan la atmósfera;
Nos parece , pues , que todos los objetos bellos tienen por forma la unidad , y que
si no es fácil hallarla y delinearla en los objetos sublimes que tienen una belleza de
orden superior , no es difícil de encontrarla en las ideas que de estos objetos forma
nuestra alma, elevada por el sentimiento de la sublimidad.
ARTICULO III.
Omnis pukritudinis forma uniías est,
San Agustín.
L
LAMAMOS Mío á todo lo que escita eli nuestra imajinacion cierto placer con inde-
pendencia absoluta de los sentidos, que alhaga ó engrandece el alma, y en el cual
toman parte , no solo el entendimiento, sino también el corazón; de modo que esta
clase de impresiones son verdaderos sentimientos , si bien como las demás pasiones
humanas se hallan necesariamente mezcladas con ideas. AJiiora tratamos de averiguar
si en los objetos que producen esta especie de sensaciones existe alguna forma ó carác-
ter distintivo , que los haga esencialmente capaces de escitarlas: esto es, esencialmente
beüo$ ; ó bien si la belleza es meramente hija del hábito , del capricho ó de la moda,
sin que pueda asignarse ningún principio fijo, ningún criterio seguro para distinguirla
en los objetos mismos. En una palabra , si puede ó no racionalmente haber disputa
sobre los gustos, como puede y debe haberla sobre las verdades.
Empecemos por notar un hecho, y es que la naturaleza no nos ha impreso en vano
ningún sentimiento ni físico ni moral. A todos ellos corresponden objetos capaces de
satisfacerlos , esto es , que tengan condiciones de existencia tales que con ellas satisfii*
gan nuestros deseos. ¿El hombre (para no poner mas que un ejemplo) siente la necesi-
dad y el placer de comer? Pues existen en la naturaleza alimentos que la satis&gan y
lo esciten. Podrá equivocarse eo la elección de ellos , y decidirse por los mas endebles
ó menos sanos ; pero si los estudia mejor conocerá cuáles son los mas á propósito para
su nutrimento.
La comparación no puede ser mas exacta , y es fácil conocer que puede aplicarse á
todos los sentimientos innatos del hombre ; él de la belleza lo es : ha de existir, pues,
en los objetos que nos parecen bellos alguna condición que lo promueva; la dificultad
consiste en hallar esta condición , y en determinarla con exactitud.
Podemos vencer la dificultad examinando con atención cuál es la propiedad de los
objetos bellos que nos agrada ; esto es , cuál es la propiedad que , suprimida ó modifi-
cada, cesa ó se debilita la ilusión de la belleza. Esta propiedad será evidentemente su
carácter esencial.
Empecemos nuestro examen por el mas sencillo de todos los objetos bellos, que es
la verdad. Es cierto que la adquisición de una nueva idea agrada al alma, porque sa-
tisface el sentimiento innato de la curiosidad ; mas no toda verdad conocida escita el
sentimiento de la belleza en nuestro corazón. No basta para eso un conocimiento aislado;
[16]
es necesario un sistema de verdades enlazadas entre si con cierto vinculo común, como
por ejemplo , la teoria de la fórmula del binomio en el Algebra , ó de la atrac-
ción planetaria en la mecánica celeste. Cuando el alma percibo un gran número
de ideas encadenadas entre si por una ley general que las domina, entonces no
tolo se complace en ver saciada su curiosidad; se agrada ademas de esto en ver un
solo y único principio, dominando mucbos y variados fenómenos del mundo fisico
ó dd intelectual.
Pwece , pues , que la propiedad que eleva las verdades á la clase de bellezas es la
fiMilidad de reducirlas á cierta unidad^ esto es, de someterlas á un solo principio
común. G)mo el bombre no puede raciocinar sino por inducción y analojia, el des*
cubrimiento de una ley general, desconocida antes, que evita el trabajo de la pri-
mera, justifica la segunda y facilita la percepción de las relaciones mutuas entre un
todo y sus partes, debe ser muy agradable á la intdlijencia bumana.
No solo, pues, hemos visto que la unidad es el carácter de la belleza inteUclual,
sino también bemos adivinado el motivo por qué lo debe ser. Descúbrase, por ejem-
plo, en un sistema como el planetario de Ticho-Brahé, la falta de esta unidad:
obsérvense fenómenos que no puedan esplicarse por el principio establecido en él;
y el disgusto que al momento afectará al alma anunciará suficientemente la ausen-
cia de la belleza, que desaparece siempre de adonde falta la unidad.
Si de la belleza intelectual pasamos á la moral, encontraremos el mismo prin-
cipio, pero en una escala mas elevada: todas las acciones virtuosas nos agradan y
nos conmueven, porque todas están íntimamente enlazadas con el órdm^ que es,
según la sublime espresion de Milton, la eterna ley del cielo, £1 sentimiento relijioso
y el social, comunes á todos los hombres, han acostumbrado á las almas bien naci-
das, á referir sus acciones y las agenas, á aquella regla invariable del mundo mo-
ral. La conformidad de una acción con lo que debe ser es la única fuente de su
belleza ó de su sublimidad, y por tanto del placer y admiración que nos inspira.
No es difícil de observar la misma regla de la unidad en la belleza musical. Para
que una serie de sonidos sea agradable, es preciso que su sucesión esté sometida
á ciertas leyes invariables: esto es, evidente asi en la música como en la versifica-
ción. La lectura y la declamación obedecen también á reglas ciertas. Si muchas
voces ó instrumentos suenan á la par, ¿quién se atreverá á decir, sin el riesgo de
ser tenido por loco, que cada una de euas y de ellos pueden sonar arbitrariamen-
te y como se quiera? Ni baste decir que las disonancias agradan tal vez; porque
tainbíen se siguen en el uso de ellas reglas determinadas que no es licito traspa-
sar. Son como las sombras en la pintura, necesarias para el efecto general del cuadro,
y smetas por consiguiente á la ley común de su composición.
En cuanto á la belleza visible es mas difícil de encontrar en ella el principio de
la «nidad: tanta es la profusión con que la ha dispensado y esparcido el autor de la
nitnnileza. Sin embargo, lo simetría del cuerpo humano, la armonía de sus diferen-
tes miembros, su aptitud para las diversas funciones que tienen que ejercer, no
dija duda que asi en él, como respectivamente en los de los demás animales, está
observada ki ley de la unidad; porque no debemos engañarnos: el tipo de la belle-
za se encuentra en todos ellos; y si el sentimiento de ella es nulo en algunos, como
em las bestias feroces ó en los insectos dañinos ó inmundos, es porque el terror, el
miedo ó el asco son sentimientos mas enérjicos, y no nos permiten contemplar la
simetría de partes , y el conjunto bien ordenado de un tigre, de una hiena ó de
OMi araña venenosa, como hacemos con un caballo, un perro ó un gilguero.
Esta misma ley de simetría y de aptitud existe en los vejetales; y si no es tan be-
llo el reino mineral, escepto en sus variadas y hermosas cristalizaciones, es por(|ue
Güta en él el principio de la unidad con respecto al sentido de la vista, que correjido
L ensenado por el tacto, es el que juzga »d las dimensiones, de las distancias y de
\ figuras.
cPéro á lo menos, se dirá, la belleza del colorido no depende de ninguna ley.»
fiám» no? fines de dónde procede que ciertas mezclas de colores nos agraden mas
r( oCras? ^or qué en las mejillas de un joven nos complace mas el color sonrosa-
que el amarillento? ¿Por qué preferimos las gradaciones y rebajos de los coló-
[16] _
res á SU repentina oposición? Existen en los colores, asi como en los sonidos, cier-
tas armonías que sabe apreciar bien la vista ejercitada; y si los sabios ó los ar-
tistas no han hallado hasta ahora la ley fundamental de estas armonías del mundo
visible, también eran desconocidas antes de Pitágoras las del mundo acústico, y ao
por eso dejaban de existir. Prueba de que las hay es que el arle las produce por
mstinto.
Pero acaso se querrá saber cómo se veriGca en un solo color el principio de
la unidad. Nosotros negamos el hecho. No puede existir un solo color sino en un
punto indefinidamente pequeño de un objeto. -El de cada uno de los puntos in-
mediatos ha de ser precisamente diverso, porque presenta al rayo de luz que en él
se quiebra una superBcie diversamente inclinada. La diferencia será muy corta á
la verdad; pero existirá, y de ella nace que decimos de una tela, por ejemplo, que
tiene bnen encarnado; y de otra, que le es inferior en d colorido. ¿Porqué? Por-
que los diversos rayos colorantes que la primera envia á nuestra vista, aunque
diferentes, tienen entre sí cierta armonía que los mezcla agradablemente, y en la
segunda hay disonancias y oposiciones. Un ejemplo que puede aclarar esta idea, es
la tinta de China bien ó mal gastada en un dibujo.
Vemos, pues, que á la idea de la belleza, ya intelectual, ya moral, ya sensible,
están ligadas la de orden, unidad, armonía, simetría, palabras que todas se redu-
cen á la de unidad. El orden es la unidad de la belleza moral: la armonía de la
musical: la simetría de la que consiste en las figuras y en dimensiones.
Podemos, pues, deducir que la unidad es el principio fundamental de la belle-
za en las obras del Hacedor supremo; principio que desenvolvió y demostró el
primero de todos San Agustín. Falta que verifiquemos su exactitud en las obras
del arte.
ARTICl LO IV.
SláL hombre no se ha contentado con ver y gozar las bellezas que le presentan el mun-
do físico y moral : lia querido también multiplicar sus goces por la ambición. No le
fué difieii conocer (¡ue si existia en su alma un sentimiento innato de lo bello y de lo
sublime, existia también la facultad de reproducirlo bajo diferentes formas. £1 mismo
entusiasmo que le producían los objetos dotados de aquellas cualidades , conmovien-
do su fantasía é hiriendo su corazón , era por decirlo asi una fuerza creadora, que le
incitaba á repetir aquellas imágenes halagüeñas, aquellos afectos elevados, que tanto
placerle habían producido. Esta fuerza creadora, hija del entusiasmo propio, que
impele el alma á la representación ideal de la belleza, para escitar el entusiasmo age-
no, es lo que se llama inspiración poética ; y fué la madre de las bellas artes,
¿ De qué instrumento se valieron primero los hombres para reproducir los efectos
de la belleza? Del mas universal, del mas conocido , del mas espedito de todos , del
lenguaje. Asi es que encontramos la poesía, propiamente dicha, y la versificación en
todos los pueblos, aun desde los primeros rudimentos de su civilización. Mas diremos:
debieron á la poesía su civilización misma. Díganlo las fábulas ingeniosas de los grie-
gos, que atribuyeron á la lira de Anfión la construcción de un^ ciudad, y á la
voz de Orfco y de Arion, la potestad sobre los riscos, árboles y monstruos: esto es,
sobre los hombres feroces y bárbaros, mas duros que los peñascos y las alimañas.
Díganlo los bardos de los pueblos septentrionales , que suavizaron sus costum-
bres con sus cantos : díganlo los himnos religiosos de los hebreos : dígan-
lo , en fin , las naciones bárbaras , descubiertas y visitadas por Cook en las
islas de Occeanía y en las que yacen cercanas al estrecho de Aniau. En to-
das partes se han celebrado , se celebran y se celebrarán con versos la re*
[17]
, las TÍrtudcs, el valor y los sentimientos mas tiernos ó mas sublimes del/
on humano. Existe, pues, en el hombre la facultar de pof'tizar, y pues es ge-
, forzosamente ha de ser innata: su orijen es el instinto del placer, pero su
í en la sociedad tiene un alcance diflcií de medir á primera vista; pues á na*
enos se dirijo que á suavizar las costumbres sin enervar las almas, y á for*
;r el corazón quitándole la dureza de la barbarie.
I muy probable que la música y la poesía fueron hermanas gemelas. El idio-
le los pueblos primitivos era pobre, atendido el corto número de ideas de los
0 hablaban; pero enérjico, acentuado, armonioso; pues debia representar pa-
B fuertes y frecuentes conmociones de la fantasía, que se ajita mas en los
>res ignorantes para ouienes todo es nuevo, todo es digno de admiración. No
lificil adaptar á un lenguaje de esta especie los tonos musicales, que ñá-
mente produce la voz humana , acompañada de algunos instrumentos que los
sen.
II oratorio nació de la poesía misma, ó por mejor decir, se confundió con ella
ite el primer periodo de la civilización; pero no constituyó un arte sepa-
hasta que los pueblos tomaron por guia de sus acciones y de sus juicios á
2on con preferencia á la imajinacion y á los afectos. La introducción de este
9 elemento, el raciocinio separó las dos artes; pero no tanto que no admita
ocuencia, aunque con cierta sobriedad, los ornamentos de la poesía,
a arquitectura, como arte de necesidad, fue por lo menos coetánea; pero como
arte les fue posterior. Hay mucha diferencia de la cabana de los cazadores y
\ tiendas de una tribu nómada, al Partenon de Atenas ó al templo de Diana efesina.
a pintura fue muy posterior á la poesía , y la escultura en su estado de per-
>n, lo fue á la pintura. Los instrumentos de que se valen estas dos artes, suponen
1 grado bastante superior de prosperidad y de conocimientos en el pueblo que
iltiva.
a diferencia esencial entre las bellezas de la naturaleza y las del arte consiste
>s principios: uno, que las primeras se presentan por si mismas, y en las otras
»ible el designio del artista: la naturaleza nos ofrece el espectáculo de un her-
jardin, de la mar embravecida, del alma sublime (luchando con la fortuna. El
r nos dice: yo representaré esos cuadros por medio de colores^ sombras y luces: y el poe-
y pintaré con palabras todos esos objetos.
1 otro principio de diferencia es : que las bellezas de la naturaleza son orijin»-
las del arte solo son su iniitacion, su reflejo. Mas no se crea por eso que el
es un mero copiador, un mero retratista. Es obligación suya perfeccionar y
diecer la naturaleza. £1 poeta y el pintor deben reunir en el objeto que des-
D todos los rasgos de belleza, que pueden convenirle. Por eso Ju venal llama
xt á una tempestad muy horrorosa:
Si cuando poética surgit
tempestas.
^ todas maneras siempre es cierto que existe en el artista un cierto designio,
cierta idea que domina el plan de composición y los pormenores de ejecución
a obra. Este designio se nos revela apenas la vemos ó leemos su titulo, si
imposición literaria. Para su buen efecto se necesitan, pues, dos condiciones:
era; que el designio se dirija á un objeto bello, noble ó sublime: segimda;
ni el plan, ni los pormenores desmientan nunca ni contradigan el designio
autor.
^ara que el objeto sea interesante es necesario que tenga los caracteres de
za sensible, moral ó intelectual que ya hemos descrito en nuestros artícu«
mteriores; pero aquí añadiremos que los objetos terribles y horrorosos de la
raleza pueden ser agradables en la imitación, asi por el contraste que forman
otros, como por la habilidad del artista en describirlos; y como entonces no nos
Irán ni miedo ni horror aquellas copias, escitan el sentimiento del placer que
niimos objetos nos causarían si no nos atemorizasen.
3
[18]
¿Puede decirse lo mismo de los objetos asquerosos? No. Confesamos no tener d
estómago bastante fuerte para complacernos en la fccdissima proluties do las har-
Eias de Virgilio, ni en cierto pasaje de la noche de los batana del Quijote* Cele-
rarcraos cuanto se quiera la habilidad del pincel de Cervantes: pero no aplicare-
mos^ la vista ni la fantasía á aquella parte de su cuadro.
¿Por qué no nos gustan en la escena los caracteres enteramente viles? porque
son asquerosos y escitan la náusea moral. Y por el contrario, vemos el retrato
de un tirano, j aun sentimos el terror facticio que nos inspira, con cierto placer.
Pero un tirano es un monstruo y un hombre vil un escuerzo.
Veamos ahora en qué consiste la belleza del designio artista: esto es, de la com-
posición y ejecución. Siempre que una y otra sean conformes al objeto que se quie-
re describir : siempre que contribuyan á aumentar el interés que nos inspira» gra-
bándolo con mas fuerza en nuestra fantasía y promoviendo los sentimientos que el
artista solicita de sus lectores ó espectadores, se produce en los ánimos de estos la
impresión agradable que es el tributo exijido por la belleza.
Si el tono y el estilo de la obra no corresponden al objeto; si está sobrecarga-
da de adornos estrauos que no le pertenecen; si la multiplicidad de los incidentes
confunde y oscurece el interés principal; si cada parte del cuadro no contribuye á
aumentar gradualmente este interés, abandonamos disgustados el espectáculo ú la
lectura. Lo mismo nos sucede si notamos en el autor pobreza de invención, re-
peticiones, inverosimilitudes, indecencias, falta de adornos é innelegancia.
La perfección de una obra artística cor.siste, pues, asi como las bellezas na-
turales, en la correspondencia de las parles con el todo , de tal manera que el interés
se sostenga y se aumente en toda la composición. Pero esta correspondencia no es mas
que el orden, la armonía, en una palabra, la unidad. Y en efecto, ¿qué otra cosa es
el designio de una obra sino la subordinación de todas sus partes á una idea, á un
pensamiento, á un interés principal? Y ¿ no consiste en esta subordinación el mérito
de una pintura, de un edificio, de un drama, de una epopeya?
Conviene, pues, á las bellezas del arte el mismo principio que á las. de la na-
turaleza, el axioma de S. Agustín: Omnis pulcriludinis forma uniías estj es general á
todos los objetos bellos.
¿Pero podrán comprenderse también bajo esta forma los objetos sublimes? A la
verdad, ellos producen también placer, tanto en la naturaleza como en el arte;,
pero es de diferente especie; el de Ja belleza es tranquilo, suave, y deja al alma en
una serenidad gozosa: el de la sublimidad la ajita, la inquieta ai mismo tiempo que
la eleva. Horacio ha descrito muy bien esta situación cuando suponiéndose inspira-
do por Baco dice:
c.recenti mens trepidat metu
Plenoquc Bacchi pectore turbidum
IcBtatur >
En otro artículo réremos si es posible reducir esta clase de bellezas al principio
general que hemos espuesto.
DEL PBIRGIPIO DE IHITAGION.
Ut pktura poesis est,
JuN vano han querido negar algunos humanistas, entre ellos Hugo Blair, á quien de»
be tan escelentes observaciones la teoría de las bellas letras, el principio de la imiMi-
don insinuado por Aristóteles j Horacio» j desenvuelto j demostrado hasta la evid«ii*
cia por el abate Battcux. Todos, aun los mismos adversarios del principio, exijen co-
mo primera calidad del poeta, que sepa piniar; y ¿qué otra cosa es la pintura sino una
imitación?
Vuelva á leer cualquiera la descripción de las bodas de Camacho el rico, del apara-
to rústico, pero abundante y limpio de la comida, la hambre de Sancho, en la cual es-
tan ciertamente simbolizadas las que pasaria el inmortal Cervantes. Es menester (jue
no ten^a imajínacion ó que esté mas repleto que el autor del Quijote, aquel á quien
por lo menos no se le abra el apetito leyendo tan hermoso capitulo. ¿Porqué? Porque
(Cervantes era poeta; porque sabia pintar con palabras. La batalla del Vizcaíno, los
lances de la venta, la descripción de la edad de oro, la de los ejércitos ímajinarios,
¿por qué nos encantan sino porque parece que estamos viendo los objetos?
Lo mismo decimos de cualquier otro pasaje de buena poesia, esto es, de verdadera
descripción y pintura que encontremos en los buenos escritores de todas las naciones é
idiomas. Analícese el mérito de una composición literaria, esto es, destinada al placerde
la imaginación, y veremos que en último resultado viene á parar en la perfección de
la pintura que se ha hecho.
En efecto, por masque en la crítica literaria se use con preferencia de las voces
ambiciosas crear y creación, el genio nada crea, y tan nada, que le es imposible producir
una sola belleza, cuyo tipo no exista en el universo. Sus ficciones mismas, los mis-
mos dioses de la mitolojía, que fueron en gran parte obra de los poetas, son cam-
poncionesy no creaciones de la imajinacion, que como el químico puede descomponer
las cosas en sus elementos, y componerlas á su arbitrio bajo ciertas leyes; pero no
crear nuevos elementos.
I^s antiguos, mas modestos que nosotros, se contentaban con llamar invención á
las figuras y fábulas poéticas, igualmente que á los argumentos oratorios. La imaji-
nacion busca y halla en el basto espectácnlo del mundo físico y moral todos los ele-
mentos que convienen á su asunto: esc es el mérito de la invención. Coordinarlos des-
pués debidamente ese el mérito de la composición. En fin , los espresa de la manera
mas exacta y enérjica: ese es el mérito de la espresion y del estilo.
En todas estas tres partes es fácil reconocer el principio de imitación. Por me-
dio de la invención se toman de la naturaleza los rasgos que han de caracterizar la
belleza, la composición los reúne, el estilo los espresa.
No se pide mas al poeta. Tenemos modelos, disposición y espresion, y por con-
siguiente imiiacion. Esto mismo hacen la pintura y la escultura; y nadie les ha qui-
tado hasta ahora el titulo de artes imilativas.
Nadie pone en duda que la poesía dramática imita; pero algunos preguntarán:
¿qué es lo que imitan la oda, el epigrama, la elcjía y el poema didáctico? Resdoo-
derémos que todo.
¿Qué es la oda, désele la forma que se quiera, ó el nombre que se adopte? La
espresion de un sentimiento, ya vivo, impctuo.^io, y movido por un objeto como era
entre los antiguos, ya causado por reflexiones filosóficas y morales; ya ardiente y
desenfrenado; ya mas dulce y tranquilo. Pues ahora bien: si *el poeta quiere jus-
tificar el sentimiento de que hace confidencia al lector, mas decimos, si quiere que
el lector no se reconozca engañado, es menester que pinte con rasgos fogosos , ani-
mados y correspondientes á la pasión que lo ajita las cualidades del objeto que se
ha apoderado de su fantasía ó de su corazón, ó bien el orden de sensaciones y de ideas
qoe han producido la exaltación de su ánimo. Va describa, ya raciocine es menester
que trasmita á sus lectores las afecciones de su alma. Para eso hade presentar los ob-
jetos que las han causado como éilos ve, porque los hombres solo se mueven por sim-
patía: luego ha de pintarlo que tiene en su imajinacion, es decir, ha de imitar los mo-
delos que le ha presentado la naturaleza.
Lo mismo decimos del poema didáctico. ¿Quién lee á Columela, sino los que
qvieren estudiar la historia del arte precioso de la agricultura, y conocer el estado
en qnc se hallaba entre los romanos? Pero las Geórjicas de Virjilio serán elernamen-
le el encanto délos que se aplican á la literatura romana, por la perfecx^ion del
«tUo« esto es, por el arte de convertir en cuadros animados, y dar un colorido mo-
ral á los preceptos de la ciencia del labrador. Nos bace interesante y amable todo Jo
[20]
que trata, porque todo lo presenta á la vista como cq un lienzo. El lector de Lucre-
cío devora con fastidio la csplicacion del sistema de los átomos, de la panspermia da
la homcomeria^ del universo formado por el concurso fortuito. Pero sale de su letar-
go al ver la descripción de la peste de Atenas, ó de IGjenia degollada por órdeo de
iu padre ante los altares, ó del poder de Venus que vivifica el universo. ¿Por qué?
porque en estos pasajes se vuelve á encontrar con el escelen te poeta en lugar del per-
verso físico y peor ideologista.
La epístola no merecerá el trabajo de escribirse en verso, si no ban de decirse en
ella mas que los cumplimientos y vaciedades que por lo regular llenan las cartas co-
munes ; porque en cuanto á los negocios domésticos, ni aun los poetas de profesión
acostumbran á escribirlos sino en humilde y rastrera prosa. La epístola , ya moral,
ya satírica , si ha de interesar no puede hacerlo sino describiendo los hombres y los
caracteres con rasgos que los graben profundamente en los ánimos de los lectores, co-
mo Rioja á los hipócritas y Juvencil á Mesalina.
Hasta el humilde epigrama necesita de imitar, y de imitar bien, alguna ridiculez
humana, si es jocoso; ó si es serio, el objeto sobre que versa. En general nada nos in-
teresa en poesía, sino lo que afecta la ímajinacion; y nada puede afectarla imajínacion
sino lo que está descrito, pintado, imitado, en fin, con gracia, con soltura, con
exactitud.
No se crea inútil esta teoría en la práctica del arte; porque el principio de imitación
dá esta consecuencia útilísima. El raciocinio no es elemento de la poesía. Todas las ope-
raciones del alma deben revestirse en las bellas artes del colorido de la iroajinacion.
El que no acierte á darlo á los objetos que retrata, escriba en prosa.
DS LA SUBLIMIDAD.
fjNTRE las bellezas que adornan la naturaleza y que imita el arte , se distinguen al-
gunas por la impresión diferente que nos causan. La imajinacion siente placer al com-
templarlas; pero no aquel placer tranquilo y suave que sentimos á la vista de un her-
moso jardín, de un edificio bien proporcionado ó de una composición elegante. El
gozo que producen los objetos sublimes va acompañado de cierta ajitacion é inquietud.
Él alma no puede permanecer, por decirlo asi, en su situación habitual: busca una
esfera mas elevada , desde la cual pueda percibir un espectáculo demasiado grandioso
para sus fuerzas ordinarias; y al remontarse sobre ellas i esperimenta el terror propio
del que se entrega á un elemento desconocido. Por eso se llaman sublimes los objetos
que producen esta clase de sensación ; y sublimidad la cualidad en virtud de la cual
son capaces de producirla.
Esta sensación y el placer que de ella resulta , mayor ciertamente que el que pro-
ducen los objetos que no son mas que bellos , es esclusiva de la imajinacion , y no
pertene á los sentidos. Generalmente se contrapone la belleza á la sublimidad , y no
sin razón , atendidos los diferentes efectos que nos causan. Scipion , devolviendo la
hermosa esclava á su esposo, es un modelo de belleza moral : Codro, sacrificándose
por su patria, llega en la misma línea á lo sublime. La acción del romano es bdla: la del
rey ateniense heroica. Un arroyuelo que corre suavemente halagando las flores de sus
márgenes , es un objeto bello : un torrente impetuoso que desciende de las cumbres»
arrebatando en su carrera troncos , cabanas y ganados , es un objeto sublime.
Pero si se observan con raa» atención están diferencias, se verá que la sublimidad
es una contraposición de la belleza, sino una adición. £1 verdadero contrapuesto
de la belleza es la deformidad.
¿Qué es lo que se añade á las ideas de la Belleza para producir las impresiones pro-
pias de la sublimidad? La percepción de un gran poder puesto en ejercicio. Vemos
que mucbos objetos sensibles á la vista se elevan desde bellos á sublimes solo con el
aumento de las dimensiones ; y al contrario , reduciéndolas á módulo mas pequeño,
descienden do sublimes á bellos. El templo de S. Pedro en Roma , reducido á menor
tamaño, carecería de la sublimidad de masa, que es propia de su gigantesca mole;
Gro la belleza de sus proporciones subsistiría. Tna acción virtuosa no es mas que
lia , cuando no supone un grande sacriGcio , un grande esfueno del alma ; pero será
aablime, si para ejecutarla se necesita un corazón magnánimo y que sabe triunfar
de los afectos mas cnérjícos del corazón humano. ILl que socorre al indijente, y el que
perdona al homicida de su hijo, hacen dos acciones, ambas bellas^ porque ambas «s*
tan en armonía con los principios universales del orden social ; pero la acción del se*
gando, ademas de bella , es sublime, porque para ejecutarla se necesita un esfuerzo
muy estraordinario de virtud.
Esto es tan cierto , que los objetos mas sublimes de la naturaleza pueden perder
este carácter al describirlos , si el autor no sabe espresar la idea de un poder superior
puesto en ejercicio. Procuraremos darnos á entender con un ejemplo. Uno de los asun-
tos que escitan mas en nuestra imajinacion la impresión de la sublimidad , es el infinito
poder y al mismn tiempo invisible y misterioso para nosotios, aunque indudable, que
con un solo acto de su voluntad sacó todas las cosas de la nada. V sin embargo, esta
frase : d la voz del Criador se mMleció el orbe con los esplendores de la luz , por mas ele-
gante y magnífica que sea , no hace en la imajinacion un efecto sublime. Se espresa
á la verdad el poder de Dics, mas no lo hace sentir el escritor. Comparemos
esa frase con la espresion de Moisés : dijo Dios : hágase la Ivz , y la Ivz fue hecha, y se
verá que el testo sagrado , en su concisión , en su sencillez y en su forma dramática,
aos pone , por decirlo asi , de bulto el poder del Criador , y la prontitud con que su
voluntad es obedecida.
Igual mérito tiene esta otra espresion : tocas los montes y humean {tangís montes et
fumigant), para significar el poder de Dios sobre el corazón del hombre. Y obsérvese
que si hubiera dicho , tocas los montes y arden , no habria espresado tan enérjicamente
el pensamiento. La llama podria ser no mas que superficial , como la de un edificio
abrasado por las puertas. £1 humo supone que el centro de las montañas está ardiendo,
cuando Dios ha tocado su cima , y anuncia por consiguiente una acción mas intima,
mas pronta , mas poderosa. Igual reflexión nos sujieren las palabras de Jeremías ha-
Uando de las puertas de Jerusalen , derribadas por el Señor en su ira : Defixce sunt in
térra portee ejus : clavadas yacen sus puertas en el suelo. Cayeron con tal violencia , que
quedaron clavadas en la tierra, ¡t^on cuánta mas viveza pinta esta frase el poder, el
enojo del que las derribó, y la dificultad de restituirlas á su sitio, que si hubiera dicho
sencillamente , yacen sus puertas derritadasl Esta espresion sería bella , mas no sublime*
Nadie estrañará que hablando de la sublimidad se dé la preferencia á los ejemplos
tomados de la Biblia , que es el mas sublime de todos los libros, no por ser el mas
antiguo , no por ser de un pueblo nómada y sin civilización , como han querído decir
algunos, sino porque su autor y su objeto es el mas sublime de todos, esto es, el
verdadero Dios.
Todas las reglas que han dado los autores de poética para la espresion del subli-
ve, deducidas de la naturaleza y de la observación , confirman la doctrina que acába-
nos de dar; á saber: que todo lo sublime es bello ^ aunque no todo lo bello sea sublime.
La frase en que se quiere encerrar un pensamiento sublime ha de ser, dicen, sencilla,
concisa, ha de contener las circunstancias mas propias para que resalte la sublimidad,
esto es , para que se haga mas sensible la grandeza del poder que obra. Concluyen
observando que la impresión del sublime es demasiado violenta para que sea durade-
ra, y asi que no se debe prolongar escesivamente. Todas estas reglas, que son muy
ciertas, y que pueden aplicarse á lus ejemplos ya citados, y á otros innumerables
que pudiéramos presentar, prueban que los objetos sublimes tienen una clase particu-
[22]
lar de belleza, correspondiente á la idea asociada de un gran poder: idea que puede
desaparecer de la espresion , como ya hemos visto , sin que el objeto pierda por eso
su belleza.
De aqui se infiere que en las bellezas sublimes existe el mismo principio de uni-
dad que constituye las otras; pues la idea del poder , que es la que conmueve y eleva
nuestra alma, no despoja al objeto de sus relaciones armónicas con el orden fisico y
moral del universo. Se ha celebrado, y justamente, como sublime este verso d«
Racine:
Celui qui met un frein a la furettr des flott
pero ya antes habia dicho lo mismo nuestro Lope de Vega con mas sublimidad :
El que freno dio al mar de blanda arena,
•
£1 epiteto blanda hace resaltar mas el poder y sabiduría divina , que con una ca-
dena tan débil sujeta un elemento tan poderoso. Este verso eslá en la Corona Trájieoj
poema de cinco cantos y cerca de mil octavas , en las cuales quizá no se encontrará
otro verso bueno , sino el que hemos citado.
Uno y otro son sublimes sin dejar de ser bellos, porque el objeto que describen
esta enlazado con los principios del orden físico del universo. En cuanto á las bellezas
morales , por mas que se eleven al mas alto grado de sublimidad, ¿podrán sin dejar
de ser bellezas separarse del orden moral ? ó en otros términos , ¿podrán dejar de estar
en armonía con los sentimientos relíjíoso y social, innatos en el hombre?
Tiempo es ya de que hagamos una breve enumeración de los principios que he-
mos espuesto hasta ahora. El hombre tiene la facultad de percibir, de discernir y de
gozar los objetos bellos de la naturaleza , y de los imitados que le presenta el arte. A
esta facultad llamamos gmío. Los placeres que proporciona existen todos en la imajina-
cion , y nada tienen de sensuales. Las bellezas sublimes se caracterizan por la idea
asociada de un gran poder puesto en ejercicio, idea que comunica al placer del gusto
cierta conmoción inquieta que eleva el alma. .
£1 hombre tiene también la facultad de reproducir por la imitación los objetos be-
llos de la naturaleza. La poesía , tomada en su acepción mas general , comprende el
sentimiento del gusto y la actividad del genio que reproduce las bellezas escogiéndo-
las* La diversidad de las artes de imitación depende solo del instrumento que cada
una toma para imitar.
El orden físico , moral é intelectual del universo encierran el tipo de todas las be*
llezas posibles. Asi la forma característica de lo bello es la unijad , esto es , la reduc*
cion al orden. liemos demostrado este principio universal en todas las bellezas de la
naturaleza y del arte.
Hemos probado, pues, que la poesía, considerada general y especulativamente , es
la psicolojia de un sentimiento y de una facultad del hombre, diversa de las demás;
tiene un objeto determinado y fiji (la imitación de la belleza): tiene varios instrumen-
tos para lograr este objeto. Es^ pues, una ciencia, de que son auxiliares las que se
refieren á los instrumentos de In imitación, y cuyos principios esenciales deducidos
de la observación y del raciocinio han de referirse precisamente á la impresión qne
causan en nuestra fantasía los objetos bellos, y á las calidades mismas de estos
objetos.
[Mi
DE LA mCIA DEL CRISTLWHO
EM liA IiITF.RATURJL«
JLa enseñanza de la moral no pertenece á ninguna relijion sino á la cristiana. Todas
las creencias del gentilismo admitieron en el antiguo orbe griego y romano , y admiten
hoy en los pueblos idólatras del Asia , templos, solemnidades , sacrificios, procesiones
y un largo ritual de ceremonias ; pero ninguna tiene enseñanza moral ; en ninguna es
parte esencial del sacerdocio la misión de anunciar al pueblo las verdades morales,
como consecuencia de los principios relijíosos. La predicación es esclusivamente del
cristianismo.
No es dificil de advinar la razón de este privilegio. Las demás relijiones tie-
nen dogmas, pero sin coherencia alguna con la moral, cuando menos, y cuando mas,
contrarios á ellas. No son ciertamente muy edificantes las costumbres ni las acciones
que la mitolojfia atribuye á Júpiter, á Venus, á Marte y á los otros Dioses que adora*
ban Grecia y Roma, á los cuales se asociaban dignamente por medio de la apoteosis
los emperadores difuntos. Pero los dogmas del cristianismo tienen una alianza intima
con la moral universal del género humano: todos ellos nos prueban el amor de Dios
á los hombres, y el que los hombres deben á Dios, y por consiguiente á sus hermanos,
hijos del mismo padre celestial. £1 axioma luminoso de la caridad, convertido en un
sentimiento sagrado, dio base é impulso á la ciencia de las costumbres: la llevó de un
solo paso á su perfección, y la hizo popular; pues lo que antes ni podian obrar ni en*
tender los varones mas virtuosos ni los filósofos mas sagaces del gentilismo, lo supo
después y lo practicó el mas ignorante de los hijos de la iglesia*
La predicación de la divina palabra, ejercida y recomendada por el salvador, por
los Apóstoles y por la iglesia en todos los siglos es una parte esencial de la misión del
sacerdocio cristiano: porque si esta misión tiene por objeto la santificación de las al-
mas,-claro es que debe convencer el entendimiento de las verdades relijiosas y mora*
les que tan enlazadas están entre si, y persuadir la voluntad á la práctica de las virtu*
des. La relijion de la intelijencia debe dirijirse á aquellas dos facultades que son las
principales del hombre.
La elocuencia sagrada es, pues, un genero de literatura debido única y esclusiva-
mente al cristianismo. En nada se parece á los demás géneros oratorios, conocidos de
los antiguos. Los afectos que debe escitar, son de diferente especie: su objeto es per*
suadir la práctica de verdades, ciertamente conocidas de los oyentes, pero nutica sufi-
cientemente apreciadas; sus medios consisten en mostrar la armonía de la creencia con
los principios de la virtud; y su lenguage es superior al de los hombres.
Pues existe una elocuencia cristiana, claro es que hade existir también una poesía
Iue merezca el mismo nombre. No sabemos cuál genio maligno inspiró á Boileau cuaa-
0 ta su Ark poética escribió los siguientes versos:
De la fai d' un ehrétien le$ myiiéres íerribUs
D' omemenU egayé$ n« sont poinU iusceptibUt.
[24]
Cuyo sentido es que los tnisierios terribles de la fé no reciben adornos poéticos. Y sia
embargo Boilcau habia leído los cánticos é himnos de la Escritura santa, había leído
los profetas, y por consiguiente habia visto los misterios, no solo terribles^ sino tambíeD
consoladores de nuestra relijion , presentados con todos los adornos de la poesía mai
sublime.
Lo mas que puede decirse para disculpar á aquel insigne humanista es que no se de-
ben introducir en la Epopeya cristiana los objetos de nuestra relijion como Homero y
Virgilio introdujeron sus dioses; y que si Boileau quiso esciuir las creencias cristiaaas
del poema épico, no fue su intención destruir la poesia lírica sagrada, cuyos grandes
modelos presentábala Biblia. Pues entonces, ¿porqué en seguida de los dos versos ya ci-
tados añadió los siguientes?
L'emngile á Vesprilt n^offre de tous eótés
Que penitence áfaireet tourments meriíés.
El evangelio solo presenta la penitencia que es menester hacer y la pena debida á nuesirm
delitos. Estos dos versos escluyen toda esperanza de unir la poesía á la relijion.
Y sin embargo el evangelio conserva los cánticos de Zacarías y de Simeón, el himno
de la Virjen Madre , y nos dice que el mismo Jesús recitó un himno concluida la últi-
ma cena.
¿Qué cegedad, repetimos, fue la de Boilcau? La penitencia es necesaria , dice»
Pues bien ; una magníGca oda de David está consagrada á este sentimiento , asi
como otras lo están á la humildad, al temor santo, á la obediencia, á la resigna*
eion , á la esperanza , en fin , á todos los afectos cristianos. ¿ Quién veda que ins-
piren á un corazón poético cantos fervorosos á imitación de los del Rey de SionlCoii*
vengamos en que debemos llorar nuestros crímenes, y estremecemos á la consideracioo
de las penas merecidas por ellos; pero ¿nos está prohibido fijar la consideración en la
piedad divina, en el amor del Salvador, en el precio sagrado de la redención y en los
santos misterios que diariamente lo aplican? ¿No decía ese mismo David, pecador y ar-
repentido j yo cantaré en eterno las misericordias de Dios?
Y volviendo á la epopeya , tampoco nos parece justa la reQcxion de Boileai». Pocos
adosantes de que escribiese su arte poética, habia aparecido en Inglaterra d Paraiso
perdido de Milton , que no introduce la divinidad á guisa de máquina , sino como objeto
principal de la composición, y que verificó con suma dignidad lo que al humanista franj-
ees parecía indecoroso. Creemos que Boileau ni conocía este poema, ni aun el idioma
en que está escrito. A quien tuvo presente para criticarle, fue á Tasso ; pero sin rason
en nuestro entender : porque el asunto de la Jerusalen es altamente cristiano. Mas justa
nos parece la acusación que hace á Ariosto de haber mezclado las creencias cristianas
con las milolójicas. El poeta , que al descubrirlas hazañas de Pelayo ó de Fernando el
Santo, hiciese intervenir en su poema los seres sobrenaturales, seria muy digno de elo-
jio ; pues aquellas empresas deben parecemos aceptas á Dios , y aborrecidas de las po-
testades del infierno.
Boileau, maestro do la Europa literaria durante el siglo de Luis XIV, fue desobe-
decido en este precepto, por su amigo íntimo Hacine, que cantó en la Átalia y la Ester
al Dios de Abraham ; por Hacine el hijo , que compuso muchas odas sagradas y dos
poemas didácticos sobre asuntos relijiosos: por Juan Bautista Rousseau, que siguió y
escedió al hijo de Hacine ; en fin , por el mismo Voltaire, que por no dejar ningún gé*
ñero de poesia sin emprender, introdujo la relijion en la Henriada,
En nuestros dias ha aparecido Chateaubriand , que ha hecho un gran bien á la lite-
ratura y un gran servicio á la relijion, escribiendo su inmortal obra del Genio dd cris*
tianismo , consagrada á demostrarlos tesoros de poesía , encerrados en los misterios, en
las ceremonias, en las virtudes de nuestra creencia. ¿Y habremos de renunciar á estos
tesoros? ¿Qué cosa será capaz de inspirar la fantasía de un astista , si los objetos relijio-
sos no la elevan? Nada es mas prosaico que la incredulidad.
Acabamos de demostrar que el cristianismo introdujo en la literatura dos géneros
[«S]
ite iiuovos, á saber: la elocuencia del pulpito j la poesía sagrada: géneros
ente diversos de los demás conocidos hasta entonces , ya en su objeto , ya
dios artíscos. No seria difícil continuar esta investigación con respecto á las
lias artes, y averiguar los progresos que debieron á la relijion la arqui-
a pintura, la escultura y la música, aplicadas á los asuntos relijiosos, en los
laron un nuevo carácter un nuevo colorido, una manera desconocida de
iiora nos proponemos adelantar nuestras indagaciones, y considerar este
jo un punto de vista mas general. Queremos averiguar la influencia del
10 en toda la literatura; aun en aquellos ramos que no tienen conexión in-
3n la relijion , como son la elocuencia deliberativa, la del foro, la historia,
la novela y todas las clases de poemas comprendidos bajo el nombre de
ofanas.
:to, no es dudable que el cristianismo, produciendo como produjo en el mun-
s grande, la mas importante de las revoluciones intelectuales y sociales, de-
ir á los hombres á uiirar toda la naturaleza en general y cada objeto en
de una manera muy diversa. Las impresiones del alma fueron diferentes,
as precepc iones como en los afectos; porque se asociaban á un sistema de
iosas enteramente contrario al interior. £1 hombre lleva siempre consigo
irtes la imájen de los objetos que mas vivamente hieren su fantasía, y nada
las esta potencia del alma que la relijion. £1 cristiano no dejaba de serlo
o considerase objetos de otro orden, aun cuando estudiase la física ó la hÍ9-
M^ á S. Agustin, y se verá en cualquiera de sus obras que á los ojos deestees-
loctor, tan admirable por su saber como por el temple de su alma tierna y
, no hay objeto en el mundo físico, no hay hecho en él histórico que no
» de emblema para algunas de las verdades del cristianismo,
nómeno debe ser mas común en el poeta que en el filósofo, como quie-
lendcncia natural de la fantasía, á la cual obedece aquel esclusivamen-
mar el universo, y dar vida y acción á todos los seres. ¿Qué veia el poe-
ilismo en el plácido arrolluelo que serpenteaba por el valle? La morada de una
fica, que dispensaba frescura alas flores y plantas, y abrevadero al pastor y al
»nde mitigasen su sed. Pero esta halagüeña idea no es la del poeta cris-
a él aquel objeto tan gracioso, tan apacible no es mas que la imájen del
itivo que vá á perderse en el Occéano de la eternidad. La violeta pudo
t^irjilio adorno en un canastillo de flores; para nosotros es mucho mas:
olo di* l.'i humildad cristiana. Los jentiles animaron el universo físico , su-
> poblado d(* deidades subalternas: la poesía cristiana desterró estas falsas di-
y consideró la naturaleza bajo un aspecto mas severo, mas moral, mas filo«>
las las criaturas llevan en sí mismas el sello de la bondad del Hacedor, y ik
npo el de su propia caducidad , el de su propia nada. S. Juan de U Cruz,.
mejores poetas que honran nuestra literatura , espresó felicisimamente la
(a en los siguientes versos :
Mil gracias derramando
Pasó por estos sotos con presura:
Y yéndolos mirando ,
Con sola su figura,
Vestidos los dej&de su hermosura.
ble traducir mas poéticamente la espresion del Génesis: H vidit Deus quoí
: (y vio Dios que era bueno lo ciue habia creado). £1 Hacedor, comunicando sa
as criaturas con solo verlas, con solo su presencia, es una imájen de las mas
d mismo tiempo de las mas atrevidas que pueden presentarse. Pues en esta
tá encerrado el pensamiento cristiano acerca de la belleza física dd
Veamos á Calderón, cuyos pensamientos son siempre poéticos, aunque por la
eorrupcion del ^sto de su tiempo, no siempre lo sea la frase, espresando la ca-
ducidad de la hermosura corporal.
No se alabe la hermosura;
Pues de dos veces muriendo
Una con el dueño nace
Y otra yace sin el dueño»
Pensamiento orijinal feliz á estar menos sutilmente espresado. Nosotros hemos pro*
curado prerifrasearlo del modo siguiente:
Todo acaba: y dos muertes el destino
Reservó para íí, triste hermosura:
Una del tiempo al hierro diamantino^
Otra en la tumba oscura.
Se vé, pues, que el mundo físico es para el poeta cristiano símbolo perpetuo de
verdades morales. Así no solamente toma sus corporaciones para describrir al hom-
bre del universo material, como han hecho todos los poetas de todas las naciones,
sino también las toma del mundo intelectual para describrir el físico. Calderón lla-
ma al Sol eclipsado en medio del dia en la muerte de Jesús, joven infeliz: y com-
para el trastorno universal de la naturaleza en aquel momento, d la casa de un prin^
cipe difunto. Entrambos sistemas de seres , materiales j morales son constantemente
para la poesía cristiana metáforas reciprocas el uno del otro.
Si venimos ya al hombre, excelsa y principal obra de la creación, como no
puede dudarse de la gran modiGcacion que produjo el cristianismo en sus afectos y
en sus ideas, tampoco pueden ya cantarse estos por el poeta de la misma manera
que en los siglos de la gentilidad. Aclararemos nuestra idea con un solo ejemplo, y
este lo tomaremos de la pasión del amor, la mas universal en el género humano,
y al mismo tiempo la mas celebrada de todos los poetas en todos los siglos y na-
ciones.
£1 matrimonio se ha mirado siempre sea la que fuere la relijion del pais, co-
mo un vinculo sagrado á los ojos del cielo y de la tierra; pero solo el cristianis?
mo lo ha considerado como un contrato entre dos personas iguales. La mujer no era
para los jentiles sino un instrumento, poco mas estimado, poco mas estimable que
un esclavo. £1 amor, pues, que cantaron sus poetas, que representaron sus trájicoi
y cómicos, no era mas que una pasión Gsioiójica, y en vano buscaremos ni en Safo
ni en Horacio, ni en Ovidio algún pasaje que nos dé idea de este sentimiento mo*
ral, unido á la virtud, que han descrito Petrarca, Tasso, Lope, Racine v Calderón,
y que ha pintado tan admirablemente Chateaubriand en su poema de los Mdrtirei.
Pero desde que proclamó el Evanjelio la igualdad de la mujer al hombre; desde
que el hombre comprendió que era el compañero y el protector, no el amo, y mu-
cho menos el tirano de su consorte, el amor, objeto antes de mero placer sensual, se
convirtió en un sentimiento profundo y moral, ligado con el honor, enlazado con la
virtud; porque desde entonces la mujer virtuosa fue la gloria de su marido; porque
en la compañera de la vida se exijieron otras cualidades que en una esclava do-
méstica.
No nos detendremos, porque ya en muchos^e nuestros artículos lo hemos repe-
tido, en la diferente manera de espresar los afectos humanos, ya virtuosos, ya per-
versos, que introdujo el cristianismo. Obligando al hombre á leer con mas severidad
en su corazón, obligó también al poeta, ya elejíaco, ya dramático, á describrir las
lides interiores del ánimo entre la razón y las pasiones, entre la maldad y el temor
del remordimiento, entre el vicio y la virtud.
£1 cristianismo, pues, no solo sujirió nuevos géneros de literatura, sino amplió y
perfeccionó lo que existían en la descripción de todos los objetos así del mundo físi-
co como del moral.
[27]
BEL SEÑOR MARTÍNEZ DE LA ROSA,
JCiL autor comienza observando y caracterizando la gran revolución social que
produjo el cristianismo , y su influencia necesaria en el estudio de la filosofía j
de la oratoria, á la cual presentó una nueva y estendida escena en \a doeumcia
$agrada, hija primogénita del evangelio, como la llama el Sr. Martines de la
Rosa.
Esplica después el gran beneficio que hizo la relijion á la literatura, congo*-
vando en medio de la demolición sucesiva del imperio y á pesar de las invasio-
nes de los bárbaros , el depositó de la lengua latma , y los libros , monumentos
y artes de la antigua civilización.
Una sola frase del autor contiene materia para un gran volumen. cAl recor-
dar , dice , el cuadro que han bosquejado los historiadores y cronistas mas inmediatos
á aquellos rudos tiempos, asómbrase la imajinaríon y el corazón se estrecha al consi-
derar qué hubiera sido de la civilización del mundo , si no hubiera existido en el se-
no mismo de las sociedades un principio de vida tan fecundo como el que desarrolló
el cristianismo.! En efecto , nosotros eremos que á no haber existido entonces la doc-
trina evangélica, el occidente europeo, tratado como después lo fueron Rusia, Po-
lonia V Hungría por los mogoles , hubiera vuelto á la barbarie, cuando menos de los
tiempos primitivos de Grecia.
lioscribe después los efectos, útiles á la civilización, que produjeron las Cruzadas^
•empresa, dice, poco conforme con sus sanas doctrinas» (del cristianismo). Cuestión
es esta que se ha movido muchas veces y que otras tantas se ha decidido en sentidos
contradictorios. No dudaremos esponer nuestra opinión, aunque no sea enteramente
conforme la del ilustre escritor que analizamos.
En la época que comenzaron las Cruzadas, era la Europa una república confede-
rada, semejante al imperio germánico que ha fenecido en nuestros dias; su gefe era
el sumo Pontífice; su nombre, la Cristiandad; el título para pertenecer á ella, el bau«
tismo y la fé cristiana. Opuesta á tan grande y poderosa nación había otra, que aun-
que separada en diversos estados , tenia un vínculo común , que era la doctrina del
mentido profeta de la Meca. Los mahometanos se habían hecho grandes y poderosos
invadiendo países cristianos. Desde el istmo de Suez hasta el Atlántico, desde el mar
Negro hasta el de Arabia, desde el estrecho de Hércules hasta el Loira, y desde Malta
kasta cerca del Tiber había llegado victoriosa la media luna; y si la espada de Car-
los Martol , los esfuerzos de los cristianos de España y la energía de los papas, habían
libertado la cristiandad ya casi moribunda, el peligro podía renovarse. Todavía poseían
bs maihometanos gran parte de nuestra península, toda el África, el Egipto, la siria, la
Natolia, y podían fácilmenteserreforzados por las tribus numerosas y fanáticas de África
[28]
y de Arabia , como efectivamente lo fueron en España , con grave detrimento del rei«
no de Castilla, por los almorávides, almohades y benimerinos.
Ahora bien: ¿cómo puede creerse contraria á las doctrinas del evangelio la defen-
sa que hizo la cristiandad contra las invasiones del mahometanismo? ¿Puede la reli-
jion que profesamos, vedar la defensa de la libertad, de la independcndia , de los ho-
gares, de la familia y de los templos y demás objetos del culto público? No: noso-
tros no creemos como Rousseau que una sociedad de verdaderos cristianos haya de de-
jarse subyugar como un rebaño de corderos. Los fieles primitivos se dejaban degollar
por dar testimonio de su fé; pero también vertían su sangre por la patria en guer-
ras que no eran tan justas como la de la cristiandad, invadida por el islamismo
agresor.
Entre los efectos de las Cruzadas no fue el de menos importancia haber llamado
la atención de los musulmanes hacia la cuna y centro de su poder, y haber libertado
para siempre á la Italia de su continuo susto. Si Constanlinopla se hubiera vuelto á
unir al centro de la cristiandad, no hubiera caido en poder de los turcos.
Hemos hablado del espíritu de la prensa, no de su dirección y manera de ejecución;
en estas puede tener mas lugar la critica que en el primero. La guerra era justa: ¿se
dirijió é hizo como debia? Esta es una cuestión de numerosos pormenores que no es
posible ventilar aquí. Acaso los yerros que en esta parte se cometieron hayan dado
lugar á la opinión del Sr. Martínez de la llosa.
Esperamos que nuestros lectores nos perdonarán esta digresión puramente histé*
rica, y no creerán que por ella hemos faltado á nuestro instituto. £1 examen filoso-
fíco de un punto de historia pertenece también á la literatura.
Llegando el autor á los tiempos mas cercanos á la restauración de las letras, atri-
buye el renacimiento de la poesía dramática en Europa á los misterios , representacio-
nes relijiosas , que fueron y debieron ser el primer tipo en una sociedad senciUa,
poco instruida todavía, y adherida firmemente á su creencia.
Esplica después admirablemente la diferencia entre el drama griego y el moder-
no: el primero encerrado como envn carril y entre el dogma relijioso del fatalismo, y
el político del odio á la monarquía : el segundo, suelto y desembarazado por el prin-
cipio cristiano del Ubre advedrio, f profundiza mas hondo en los senos del corazón hu-
mano, sorprende hasta el menor impulso de las pasiones, y retrata luego á la vista
de los espectadores una lucha mas interesante (y mas verdadera) que ía del débil
mortal con el ignexorable destino: la lucha del hmnbre dentro del hombre mismo, ^
Aplica este mismo principio, en nuestro entender con suma verdad, al mundo
poético de los griegos, material, visible, palpable , animado y lleno de seres sobre-
naturales, comparado con el de los cristianos , que nada ó poco dice á los sentidas; pe-
ro dice mucho al corazón y á la inteligencia. Sus cuadros no son tan halagüeños y fes-
tivos como los de la mitolojía; pero son mas dignos del hombre que siente y que
medita.
El autor, á quien ocupaciones de otro genero no han permitido consagrarse al
examen de esta materia con mas detenimiento, confía sin embargo , y con razón , ha-
ber dado á- conocer el objeto con estas breves pinceladas. Nosotros nos complacemos
en ver comprobadas por un humanista tan justamente celebrado, las opiniones, que
aunque no con tanta elocuencia, hemos emitido en nuestros dos artículos anteriores
sobre esta misma materia.
[29]
DE LA INFLUENCIA DEL GOBIERNO
Hemos dicho en uno de nuestros artículos que el influjo del gobierno político
en los placeres de la imajinacion y de la intelijencia no puede ser sino indirecto;
Y lo hemos probado con la sencilla reflexión de que el poder público no puede tener
otro objeto que el bien material de la sociedad, llay sin embargo quien crea que las
recompensas concedidas al genio influyen en la perfección de la literatura.
Pero nosotros no miramos esas recompensas como estímulos, sino como una
maestra de aprecio de los trabajos del genio. El gobierno que las distribuye se hon-
ra á si mismo; pero ni paga al artista, harto premiado con el renombre que su glo-
ría le ha adquirido, ni lo estimula; porque el impulso para producir nace del poe-
ta mismo. Tan imposible lees al genio reprimirse para no presentar la belleza que
concibe, y reproducirla con los yersos ó los pinceles, como á la roca desgajada de
so asiento dejar de precipitarse al yaile.
Los premios. concedidos á las bellas artes son un elemento de civilización: prue-
ban el valor que los gobiernos y las naciones dan á las producciones que son su de-
licia y su gloria. Mas aunque falten no por eso deja el verdadero artista de prose*
guir su carrera. £1 Quijote se escribió en un estado de fortuna muy próximo á la mi-
sería; y el actor de los Lmiada» murió en un hospital, aunque después se le dio un
magníGco sepulcro, por lo cual dijo muy oportunamente nuestro f.ope de Vega.
Decid si algun filósofo lo advierte:
¡qué disparates son de la fortuna,
hambre en la vida y mármol en la muerte?
Al contrarío vemos la poesía, sumamente honrada en el reinado de Felipe IV,
que también hacia versos, si no nos engaña la tradición que le hace autor de las
comedias impresas en su tiempo con el anónimo un ingenio de esta corte; y sin embar-
go ni los premios generosos del rey, ni su favor, ni su protección pudieron pro-
ducir mas que las pobres comedias de Mendoza, los versos gongorinos de Villame-
diana, los prosaicos de Rebolledo y las rimas sutiles y descoloridas del príncipe de
Esquilache. Es verdad que Felipe IV y Mariana de Austria apreciaron y premia-
ron á Calderón ; pero este genio estaba ya formado cuando se presentó en la
corte.
Guando el gobierno premia las artes, sigue en la distribución de los beneficios
y «I la elección de los agraciados el gusto dominante de la época: así se vio per-
vertido el buen gusto en España, y perfeccionado en Francia casi al mismo tiem-
po bajo dos monarcas igualmente apreciadores del genio y de la poesía como fue-
[30]
ron Felipe IV y Luis XLV. Aun mas: en España en el mismo reinado se conser-
vó el buen gusto en pintura y arquitectura , que no decayeron hasta el fin del si-
glo; y la poesía se precipitó en los abismos que le habian abierto Góngora, Quevedo
y aun el mismo Lope. Mas influencia tuvieron Paravicino y Gracian para corrom-
per nuestra literatura, que auxilios pudo prestarles la liberalidad del gobierno; y no
es estraño , cuando los mismos distribuidores de los premios eran idólatras del len-
guaje culto, de los conceptos alambicados , de los equívocos y do las demás pestes
del gusto, que introdujeron aquellos hombres de gran talento, y de péximo juicio.
En la corte de Augusto fueron generosamente recompensados Virgilio , Horacio y
otros poetas que perfeccionaron el gusto y el idioma. Pero se habian formado en el
estudio de los modelos griegos, á los cuales debieron su delicadeza y aticismo. An-
tes de Augusto tenían ya los romamos á Tercncío, á Ennio, á Cátulo, á Lucrecio; tenían
á César , modelo de estilo histórico ; y en fin , á Cicerón , el hombre mas universal
de su época, y cuyas inspiraciones oratorias fueron quizá las que formaron el siglo
do Augusto; y bien conocido es el premio que recibió del colega de Marco Antonio.
Veamos , ya que las recompensas de los gobiernos no pueden tener ni han teni-
do una influencia directa en la perfección del gusto ni en las producciones del genio,
si por lo menos lá forma del gobierno puede tenerla en algunos ramos de la litera-
tura. Se cree con bastante generalidad que la oratoria necesita para su perfección de
un gobierno libre de los debates de la tribuna. Nosotros estamos persuadidos de que
esto es verdad, no en cuanto á la oratoria en general, sino en cuanto á los géneros
á que se dá mas importancia en los gobiernos populares, á saber: el deliberativo y
el forense; pero principalmente el primero.
En efecto, dónde no hay teatro es imposible que se perfeccione el arle de la de- ,
clamacion. Donde no hay tribuna pública es imposible que se formen oradores en
el género deliberativo. A la verdad , en los consejos de los príncipes mas absolutos
se delibera , se discute, se examinan contradictoriamente las opiniones, y no será raro
que la elocuencia asegure el triunfo. Pero aquellas oraciones tan desmayadas aun en
la pluma de Famiano Estrada , que quiso prestarles toda la elocuencia de que era ca-
paz , ¿qué son en comparación de los movimientos oratorios que inspira en la tribuna
el espectáculo de una nación representada por sus prohombres , la independencia del
orador, su importancia política, y hasta la oposición misma de sus adversarios? To-
das estas circunstancias son otros tantos aguijones del genio, y el que en aquella si-
tuación no produzca cosas escelentes, viva seguro de que no será nunca buen orador.
Por una razón semejante se cree justamente el gobierno libre como el mas á pro-
pósito para producir grandes oradores forenses. Se estudia en él mas el espíritu y la
letra de las leyes : se da mas importancia á la vida , al honor , á la propiedad del ciu-
dadano. Son mas comunes en él los peligros jurídicos por la enemistad de los partidos,
que hace que aun en causas meramente civiles se introduzcan consideraciones políti-
cas. Pero debe confesarse que en la Europa moderna se ha procurado desterrar la po-
lítica del santuario de la justicia, y las leyes dejan á los jueces mucha menos latitud
para dar su fallo que en Grecia y Roma , lo que con gran ventaja de la humanidad ha
cortado en gran parte el vuelo á la elocuencia del foro. Muy raros son los casos en que
un abogado ó un fiscal puedan emplear con oportunidad los movimientos oratorios que
admiramos en Cicerón defendiendo á Tito Ennio ó acusando á Verres. La lójica ha
jiido siempre el principal fundamento de la elocuencia; pero en el dia puede decirse
que es casi esclusivo.
Asi es que aun en monarquías absolutas han brillado grandes oradores forenses.
Rasta citar los nombres ilustres de Daguesseau , Cochin y Servan. Y aunque su elo«
cuencia sea mas templada que la de Cicerón , no por eso es menos brillante. A la ver-
dad , la forma de gobierno no permitía que Francia tuviese en tiempo de Luis XIV
oradores de tribuna ; pero no hay en todos los que han ennoblecido la de Inglaterra
nada que comparar en cuanto al nervio de la espresion y movimiento de los afectos
con Bosáuet ni con Massillon. Estos dos grandes hombres habian recibido de la natura-
leza el genio de la elocuencia ; y son tan grandes en el género que cultivaron como
Cicerón y Demóstenes en el suyo.
Concluyamos, pues, que no puede nunca ser grande ni directa la influencia M
[31]
gobierno ni en la perfección del gusto ni en las producciones del genio. Esto don de
la naturaleza se manifiesta espontáneamento en virtud de su carácter espansivo ; mas
no lo crean los premios , ni las calamidades y persecuciones lo oprimen ; y si la forma
del gobierno le cierra algunos caminos del templo de la gloria , él sabrá abrirse otros
nuevos y desconocidos.
El impulso indirecto mas útil que puede dar en esta materia la autoridad pública
es la multiplicación de los museos y bibliotecas, en que la juventud pueda estudiar
los grandes modelos de belleza. Ellos son los que despiertan y estimulan el genio.
En cuanto á las recompensas, son un deber de toda nación civilizada, y las creemos
mas gloriosas al gobierno que las dá , que al artista que las recibe.
oi^^ái^(S) ii(3^?\irii»>
DE LA
LITERATURA EUROPEA
■^ ^ €■■
ARTÍCULO I.
l^A litoratura actual es bajo tocios aspectos una consecuencia inmediata é inevitable
del espíritu que inspiró á los pueblos el filosofismo del siglo XVlli. El genio pereció
á manos del materialismo, porque no hay genio sin entusiasmo, y por consiguiente
sin convicciones y creencias. Por otra parle , desprovisto de todo principio moral y
relíjioso , no dejó á la sociedad mas vínculo que la política ; y nada es mas propio que
la política para adormecer la imajinacion y secar la fuente de los afectos. Y debe ser
asi. La ciencia del gobierno de los hombres tiene principios exactos y consecuencias ri-
gorosas confirmadas por la esperiencia histórica. Su estudio debe hacerse esclusiva-
mento con el raciocinio , y desgraciado de aquel que ya en la teórica , ya en la prác-
tica de esta ciencia dé lugar ó a las pasiones ó á los vuelos de la fantasía. No aprenderá
maa que desatinos; no hará mas que cometer errores funestísimos.
Ademas, la política que predicaba aquella secta filosófica era disolvente: con el tí-
tulo de reformadora aspiraba á destruir todo lo que existia, sin duda con el intento de
levantar sobre las ruinas del edificio social que habia entonces, otro , que á pesar de
haberse amasado sus materiales con tanta sangre y tantas lágrimas, aun no ha salido de
cimientos. ¿Cómo podrían los ánimos invitados á la reforma del mundo aplicarse al
iBeno y apacible estudio de las letras, á la contemplación pacífica de la belleza ideal?
La reforma halló, como era de esperar, oposiciones: la guerra civil y la estranjera con-
virtió la atoncion hacia los campos de batalla , á las fases políticas que la victoria y la
Ibrtana daban á los pueblos. ¿Era esta ocasión oportuna , ni teatro á propósito para los
mblimes arrebatos del genio?
Ya se quejaba Madama Stael á principios del presente siglo de la falta absoluta de
iiqpiracion qyLe se notaba en las producciones literarias de su época. Afectábase entón-
fH lo grandioso y lo sublime ; mas solo habia hinchazón y frases sonoras. Fue tal la
desventura de los tiempos , que el capitán mas ilustre de la historia , y quizá el genio
político mas grande no halló sin embargo quien le cantase dignamente, y de tal ma-
nera que sus versos igualasen la inmortalidad del héroe. Y no es estraño : para can-
tar es menester fé , y no la había en las obras de aquel hombre estraordinario. La es-
periencia justificó el cauto temor de las musas. Un momento desgraciado derribó aquel
poder colosal , del cual solo ha quedado un nombre. Pero esc nombre vivirá tanto
como el género humano.
Horacio miró como contrarios al genio los escesivos placeres de los sentidos, y los
cuidados esclusivamente consagrados al aumento ó conservación de los bienes de for-
tuna. Nadie negará que tuvo razón. Los placeres sensuales enervan el vigor de la ian-
tasía, y embotan la sensibilidad del corazón ; y el amor esclusivo del dinero destruye
sin esperanza todos los sentimientos generosos y sublimes. Un alma, corroida por cual-
quiera de estos dos vicios, la sensualidad ó la avaricia, ¿se halla en disposición de
entregarse á la contemplación de la bella naturaleza , y al estudio de sus relaciones y
armonías? Pues bien : la filosofía del siglo XVI H , demoliendo poco á poco todas las
ilusiones, todas las ideas, todos los sentimientos del corazón humano, y no dándole
al hombre otro destino que el de buscar sus bienes materiales , y por consiguie;nte el di-
nero , que los representa todos, dio necesariamente un golpe mortal al genio, y le hizo
incapaz de conocer y de reproducir la belleza.
La política tiene y debe tener por único objeto el bien estar material de los aso-
ciados. Asi lo ha dicho Hossuet , uno de los mas grandes geoios que han existido en
el mundo, y el gobierno debe dejar á cada uno los medios de procurarse la felicidad
moral , intelectual y poética , ya en el estudio ó práctica de la literatura y de las bellas
artes, ya en el conocimiento de las ciencias, ya en el ejercicio de la virtud. El go-
bierno no puede influir sino de una manera muy indirecta en las sensaciones interio-
res ó individuales de los ciudadanos. Su acción directa es puramente material. Pero
cuando todos los hombres son llamados al estudio de las combinaciones políticas; cuan-
do hasta convida á él la ambición honrada y el deseo de hacer bien á su patria , las
almas llenas de ideas de esta clase , que han de ser materiales por necesidad , mal po-
drán vivir habitualmente en el mundo de la imajinacion, que es el de los poetas.
El amor, pues, de la sensualidad, la codicia y la política han contribuido sobre
manera á apagar el fuego del injenio. Sin embargo , es menester confesar que á pesar
de todos estos principios contrarios á los progresos de la literatura, han existido y
existen todavía almas privilejiadas , sensibles á la voz del entusiasmo. Pero aun en es-
tas se deja sentir la funesta influencia del siglo , de este siglo de ambición tan presun-
tuosa como precipitada. Cuando se han destruido todos los móviles morales que influ-
yen en el corazón humano , no queda mas que uno, que es la ambición del mando ó
de la gloria , ó quizá de uno y otra. Las revoluciones han enseñado cómo se hace en
breve tiempo una gran fortuna; cómo se asciende á grandes dignidades; cómo se ad-
quiere mucha nombradía. El espectáculo de estas grandes mudanzas de la suerte, pre-
sente siempre á la vista de los hombres , exalta filcílmente la fantasía de los que sien-
ten en sí mismos la enerjía suficiente para entrar en esta carrera de anhelo y de pro-
greso. Aumentan este impulso las numerosas ocasiones que se ofrecen en tiempo de
calamidades públicas de hacer servicios á la patria en los diversos ramos de la admi-
nistración. Hablamos solo de la ambición honrada , porque esa es la única que en nues-
tro entender puede caber en almas generosas.
Pues ahora bien : esta ambición pasa como por contajio de las clases consagradas á
los empleos públicos á las de los artistas y literatos. El deseo de distinguirse y de so-
bresalir los devora ; y este deseo los aguija á presentarse á recibir aplausos antes de
que sus genios hayan llegado á su perfecta madurez. Felizmente para la pintura, es-
cultura y música no puede prescíndirse en estas artes de un aprendizaje necesario,
del estudio de las formas de los objetos, de los efectos déla perspectiva, de los colo-
res y de los sonidos ; estudio que exijiendo algún tiempo obliga al genio á enfrenar su
ardor prematuro de gloria, á replegarse isobre si mismo, á reconocer sus fuerzas, á
aprender el uso de ellas. ¡ Desgraciada poesía, para cuyo ejercicio no se necesita mas
que papel, tinta y pluma! La mas bella de las artes puede impunemente ser violada
por cualquier atrevido que lo emprenda.
[33]
triste facilidad hace que apenas se sabe componer un verso se espone en cual-
e las numerosas reuniones literarias un enjambre de jóvenes , capaces al-
ie honrar la patria con su genio bien dirijido ; pero que al escribir sus pri-
isayos , publicados con harta precipitación , no pueden tener ni el debido es-
I idioma que no han estudiado^ ni la corrección y lima [tan necesaria en las
injenio, ni el conocimiento práctico del hombre y desús afectos, ni en fin,
od de ideas filosóficas , que tan presentes tenia Horacio cuando llamaba á la
I cel principio y la fuente» de escribir bien , y remitia á sus alumnos á la lée-
los discípulos de Sócrates. Deja fray Gerundio los estudios y se mete á Predicador.
crean que un buen poeta necesita menos instrucción que un buen orador
ifiesto indicio de no conocer la elocución ni la poesia.
esta objeccion la salvan Cácil mente diciendo que el poeta no necesita de nin-
dio; que sale inspirado desde el seno de su madre; que la inspiración suple la
los conocimientos ; en fin, ^ue debe cumplir con la misión misteriosa que se le
, y que no debe dejar de cantar desde que se siente con disposición para ello,
se les replica con la autoridad de Aristóteles, Horacio , Boileau. ¿Qué es pa-
a autoridad? Este desprecio de todo lo que han dicho, de todo lo que han me-
uestros mayores es otro de los beneficios debidos á la secta filosófica del siglo
•
verdad , no seremos nosotros los que concedamos tanto al principio de la au-
que querríamos aplicarlo en toda su rijidez al estudio de las humanidades,
es de sacudir su yugo, es menester examinar los preceptos , ver si están ó no
es ron la razón filosófica propia de la ciencia , estudiar los modelos , conocer y
s bellezas y sus defectos. ¿Esto es lo que hace nuestra juventud actual, des-
ra de los idiomas subios y del patrio , y que va á buscar en los poetas france-
ia los giros de que usan en sus composiciones ?
ARTICULO n.
encia del genio poético , el fermento político introducido hasta en la literatura,
Qcion ambiciosa y el desprecio á los estudios y modelos literarios , consecuen-
isdel espíritu filosófico del siglo anterior, han introducido en la república de
\ una anarquía muy semejante á la de las ideas morales al fin de dicho siglo.
y ya cierto y seguro : todo es problemático : se han falseado hasta los sentí-
prímitivos é indelebles del corazón humano, y la mayor monstruosidad , asi
tura , como en moral y en política , encuentra quien la aplauda , quien la en-
[uien se desviva por imitarla. Tan cierto es que la poesía es el reflejo de la so-
y aue el giro de las ideas y de los sentimientos se ha de hallar necesariamente
itado en las composiciones que hablan al corazón y á la imajinacion.
has veces hemos repetido, en el examen que hemos hecho del carácter actual
*o , que nosotros no tanto atendemos á las formas dramáticas , como al resulla-
pieza ; esto es , á los sentimientos que deje en el corazón , y á los impulsos
k la fantasía leida ó representada. Lo mismo decimos de la lírica y de la epo-
í mismo de la sátira y de la elejia. Algunos han creído hacer un grande esfuer-
tnio renunciando á las formas clásicas del teatro francés. ¡ Qué pobreza ! ¿ Y eso
oríjinalidad? ¿Pues quién ignora que es un plagio de Shakespeare y de Calde-
ro lo que no han podido hacer es , renunciando á aquellas formas , hacernos
ir lágrimas por la suerte de un padre abandonado, como el rey Lear , por una
;rata ; presentarnos el grandioso carácter de un marido , como D. Gutierre
le Solís , que venga su honor ultrajado ; elevar nuestras almas á la altura de
5
[34]
un héroe como el Serlorio de Corneille, ó enternecerla con los gemidos de una madre
üílijida como la Andrómaca de Hacine. No nos cansemos: la variación de las formase
que dan tanta importancia nuestros dramáticos actuales, es una cosa indiferente. Gal-
<icron y Moreto hubieran hechizado también á su sij^lo , aunque la moda les hubiese
obligado á obedecer ostriclauícnte las unidades de Boileau ; y Corneille y Racine ha«
hieran sido también dos grandes poetas trájicos, aunque hubiesen adoptada las liceD-
cias de Lope. Tenian genio, y al genio no le asustan las dificultades , ni él abusa de
la facilidad.
Otro tanto diremos de las formas líricas. Algunos creen haber hecho una innovación,
variando de metros en la oda : cosa tan antigua por lo menos como Sófocles , Eurípi-
des y Píndaro , y que en Francia ni aun tiene el mérito de la novedad, pues la puso
en práctica Racine en los coros de la Alalia y de la Ester ^ y Juan Bautista Rousseau en
muchas de sus composiciones. Solo reparan en estas niñerías los injenios que no son
capaces de elevarse á otra rejion.
Vengamos ya al fondo de los pensamientos, en el cual hay una diferencia muy no-
table entre los poetas del día y sus antecesores. También se sentirá en esta parte la
funesta influencia de la época. Las revoluciones nos han dado el espectáculo triste, pero
muy á propósito para escarmentar á los pueblos de la inmoralidad atrevida, elevada
al poder, la cual en semejante caso no procura, como en otras ocasiones, encubrir
con ninguna especie de velo su nativa deformidad. Sí : la generación actual y la pasada
han sido testigos de lo que son capaces los hombres , cuando empeñados en hacer des-
preciables y en romper todos los vínculos sociales, no reparan en medio alguno para
conseguir su objeto.
£1 odio á todo lo que sea ó parezca reüjion , á las distinciones concedidas al méri-
to y á la virtud y perpetuadas á las familias, á los tronos, y en general, á toda espe-
cie de gobierno legal , ha sido por muchos años un sentimiento bastante común en
Francia, y en otros paises á imitación de la Francia. Su terrible violencia produjo la re-
volución y ensangrentó la Europa. Y ruando ya empieza á calmarse esta infernal pa-
sión; cuando los pueblos movidos por la espericncia, el desengaño, la razón moral y
la política han llegado á conocer la utilidad , la necesidad misma de aquellas institu-
ciones, y que su destrucción es mil veces mas funesta que los mismos abusos insepa-
rables de cuanto ha de pasar por manos de los hombres, una nueva escuela dramática,
siguiendo los pasos de Schillcr , Allicrí y Clienier , se empeña en desdorar, envilecer
y hacer aborrecibles nombres célebres en la historia, corporaciones respetables y co-
sas y personas por todos títulos venerables , sin atender á ningún freno de decen-
cia , exajerando los hechos, calumniando cuando no hallaban en la historia crímenes
bastante odiosos que atribuir á sus personajes , y á veces contra el testo mismo de la
historia , y en (in , ocultando cuidadosamente el bien que hicieron.
Pero aun cuando no calumnien, aunque sean hombres justamente execrados en la
memoria de los humanos, como los de Nerón ó de Alejandro VI, ¿qué placer ó qué
utilidad pueden recibir los espectadores de ver á semejantes monstruos pintados con la
mayor exajeracion posible? Porque esta no falta nunca ; y ningún tirano hay tan cruel
en los anales del mundo , ni ningún demagogo tan [ververso en sus revoluciones, como
los que describen nuestros nuevos poetas. Y si á esto se añade el furor de colocar casi
siempre al héroe entre el crimen y el suicidio , y la manía de someterle á las pasio-
nes , que siempre triunfan , y sin lucha , de la razón, no podrá desconocerse en la li-
teratura dramática actual la hija del materialismo de Diderot, educada entre los
monstruos de la revolución francesa , sin ideas morales, sin sentimientos de honor, sin
creencias relijiosas.
Dirán (|ue la descripción bien hecha de los hombres malvados es útil para conocer
y detestar la perversidad, y correjirsc. Nosotros lo negamos; primero, porque no
admite la naturaleza humana el grado de perversidad que atribuyen estos dramáticos
á sus héroes: segundo, porque nadie se corrijo de aquellos vicios de que no se crea
capaz. No hay ninguna mujer que se parezca á Lucrecia Borjia: no hay ningún hom-
bre que se crea capaz de la perversid¿»d de Antony. ¿Y cómo , aunque luera asi , se ha
de correjir el espectador de los vicios coronados con cierta aureola brillante y casi
disculpados? ¿No es este camino mas á propósito para hacer malvados á los hombres
[35]
Sor medio dei teatro, como ya hemos Visto desgraciadamente, que para correjirlosf
bsérvese que la mayor parte de los espectadores pertenecen á la clase media de la so-
ciedad ; es decir, no se hallan ni en la esfera del poder, en la cual tiene muy poca
influencia la moral de la escena , ni en la clase ínfima, donde la miseria y la <a de
educación suelen producir maldades y delitos. El auditorio generalmente se compone
de la clase mas culta é instruí Ja de la sociedad ; y va al teatro , no á estremecerse con
)as caricaturas de la perversidad , ni á asquear las horruras morales de la naturaleza
humana , sino á recibir las impresiones plácidas de la benevolencia y de la compasión,
á admirar los rasgos sublimes ó las escelentes máximas, á temer ios frutos infauston
de las pasiones exaltadas, ó bien á reírse de los vicios y locuras de la especio huma^^
na , y tal vez de los suyos propios. Los personajes que ahora se presentan horrorizan,
y el horror no es una pasión teatral , aunque el terror lo sea.
En nada se conoce mas la falta de genio que en la exajeracion , porque el princi-
pal carácter de lo bello y de lo sublime es la sencillez. Él verdadero genio da á sus
cuadros proporción , armonía, naturalidad: la presunción quiere siempre ocultar su
falta de oríjmalidad dando á todos los objetos dimensiones gigantescas. Se creen gran-
des, porque nada de lo que pintan tiene su modelo en ia naturaleza, y orijinales por-
que son absurdos.
Háse introducido en la nueva literatura la costumbre de despreciar los géneros bu-
cólico y épico, y aun el lírico lo han reducido á una esfei^a sumamente mezquina. Cual
£6 la de aglomerar cuadros y reflexiones sin orden ni trabazón , sin cadena oculta que
ligue los pensamientos de la oda , sin objeto final que sirva de móvil y de término á
los sentimientos ni á las ideas del poeta. Repiten el famoso soneto de Lope de Vega,
que después de haber descrito muy minuciosa y poéticamente un prado y una laguna,
roDduye asi ;
Y en este prado y liquida laguna^
Para decir ventad como hombre honrado^
Jamds me sucedió cosa ninguna.
El desprecio de los géneros de poesía, que arriba citamos, tiene su oHjen eti el
que se profesa generalmente á todo lo que no es de la época actual. Quieren elevarse
deprimiendo á sus antecesores. Basta que aquellas composiciones poéticas fuesen en-
salzadas en otro tiempo ; ó por mejor decir , basta que ellos no se sientan capaces de
bacerlai, ni aun de emprenderlas , para que las crean despojadas de mérito. Sin em-
bargo, la admiración de las acciones heroicas es natural al hombre, y le son tanto
roas agradables las descripciones de la vida campestre , cuanto le separa mas de ella la
escesiva civilización. Replican que los cuadros épicos y bucólicos , á fuerza de ser co-
munes están ya gastados. Lo mismo* podría decirse de las pinturas del Ticiano ó de
Morillo. En las bellas artes lo bello nunca se gasta\ ó habitemos de reducir las produc-
moes del genio á la ruin suerte que tienen los pasajeros caprichos de la moda.
ARTICULO in.
LjA prensa periódica , que tan grandes servicios hace á la humanidad bajo otros as-
pectos, es funestísima á la literatura, no solo por la precipitación con que es menester
Cferíbir para los diarios , y que no permite correjir , y á veces ni aun meditar lo que
le escribe , sino también por la facilidad que ofrece á los genios aun no formados y sin
iistmccioQ de presentar al público sus indijestas é incorrectas composiciones, de satis-
facer sa presunción Juvenil y de hacerse incorrejibles. Hemos sido testigos de un so-
[36]
ceso lamenlable, ocurrido por esta sed prematura de gloria que atormenta á los jóve~
nes. Uno de ellos, de muy corla edad, se suicidó en París porque le silvaron el pri*
uicr drama que había dado al teatro. Ejemplo terrible de los funestos efectos de la in-
credulidad unida al orgullo.
No ignoramos que la palabra corrección disgusta á los que creen que para ser poeta
bastan el genio y la inspiración. Vollaire, que fue desgraciadamente el maestro de su
siglo en muchas cosas que no sabía ; pero á quien nadie podrá negar el mérito de ha-
blar sido el primer literato de su tiempo , da en esta materia una máxima muy nota-
ble: debemos compotier con todo el estro de la inspiración ; mas debemos correjir con toda la
frialdad de la critica, £1 genio mas grande , los pensamientos mas felices no produciráo
sino mamarrachos insufribles , si no vuelven al yunque los versos inarmónicos , las
ideas mal esplicadas, las frases viciosas, las espresíones desmayadas, inoportunas ó
impropias. ¿Por qué nos desagrada tanto la lectura seguida de Lope de Vega, el poe-
ta que mas se ha entregado á su genio y que menos ha correjido? Porque sus versos
escelentes están mezclados con defectos insufribles , que llegan algunas veces hasta la
absurdidad.
Es un delirio creer que el periodo poético sale, como Minerva armada de la cabeza
de Júpiter, enteramente perfecto de la pluma del poeta. Tal vez sucede asi ; pero en
muy raras ocasiones. Lo mas común es ocurrir un escelenle pensamiento , y haber de
luchar largo tiempo para espresarle debidamente, ya con la díGcultad de la ríaiay
del metro, ya con el lenguaje mismo para arrancarle, digámoslo asi, las voces mas
gráficas ó las frases mas armoniosas. Añádase , que á pesar de toda esta contienda y
trabajos , es menester que aparezca el periodo poético tan fácil como si hubiera ocur-
rido repentinamente. La inspiración pues , es para el pensamiento : la perfección del
lenguaje es hija de la lima. Esta distinción importante no es conocida de los que afec-
tan creer que los versos mejores son los que primero ocurren. Para convencerlos de lo
contrarío basta observar que ninguna composición improvisada ha merecido todavía
pasar á la posteridad ; ni se conoce ningún poema digno de la atención del público , en-
tre los que componen los poetas llamados improvisadores. Volvamos á nuestro propósito
del cual nos ha separado la necesidad de probar la importancia de la corrección. .
La división en partidos de la actual república de las letras (si puede llamarse repá"
blica la que en realidad no es mas que anarquía) ha aumentado los males, no se trata
ya de ser buen poeta ó buen escritor , sino de ser clásico y romántico. La polémica de
los partidos, en política y en literatura , es la comidilla de los que no tienen genio ni
para gobernar ni para escribir. Se desciende muy pronto á personalidades en estas espe-
cies de contiendas ; y ya se sabe lo que sirven las personalidades para la perfección de
los estudios.
£1 desprecio que tan públicamente se hace por una de estas dos escuelas de las re-
glas y principios que forman el arte y la ciencia de las humanidades , y de los modelos
que nos han dejado los grandes hombres que nos antecedieron promueve la ignoran-
cia, y multiplícalos monstruos. Se quiere que la poesía sea entre todas las bellas artes
la única que no necesite de estudios, y la mas noble, la mas sublime de todas puede
ejercerse por cualquier ignorante , aun por el que no conoce el idioma en que versifica.
£s imposible decir un desatino mas solemne.
Algunos lo disculpan , observando que esta es una reacción propia de la época , en
venganza de la injusticia con que sus contrarios los clásicos desconocieron en el último
tercio del siglo pasado el mérito de nuestros escritores dramáticos del siglo XVU. No-
sotros somos los primeros en censurar esa injusticia ; pero ¿cuándo se ha visto que la
iniquidad de un partido santifique la reacción del opueSlo? Tú has despreciado d Calderón
y d Lope ; pues yo desprecio d Corneille xj d Racine. Esta es la lójica de las verduleras ¿Con-
viene á.los hombros que tratan de literatura y de crítica literaria? ¿No seria mucho
mejor que celebráramos en cada uno sus aciertos y censurásemos sus faltas?
A la verdad, causa enojo oir á Montiano y Luyando , autor de dos trajedias detes-
tables , decir en los prólogos , tan soporíferos como las trajedias , mil necedades con-
tra nuestro antiguo teatro. Nos fastidiamos al leer en el prólogo que puso Moratin el
padre á su triste comedia de La Petimetra , declamaciones contra las de Lope de Vega.
¿ Ni quién sufrirá á Velazquez , en el indijesto compendio que escribió de la historia de
a poesía castellana, lomar el lono luajistral y juzgar desatinadamente de lo que ni enc-
endió ni fue capaz de entender? Estas críticas eran injustas, porque eran estúpidas.
las no por eso bemos de tener por perfectos á los autores criticados. Son dignos de
iota el prosaismo tan común de Lope, la inmoralidad de Tirso , el gongorismo habi-
oal de Rojas , las simetrías de Calderón , las cbocarrerias , tal vez sustituidas por Mo-
eto á la verdadera sal cómica. £stos defectos notó nuestro Luzan con sumo talento é
mparcialidad, y estos defectos dieron lugar ú las críticas impertinentes de sus suceso-
es. En Corneille y Hacine se ban notado también defectos; pero ni de unos ni de otros
lemos de desconocer por estos lunares las escelentes prendas que poseyeron. La justi-
!Ía literaria consiste en decir la verdad toda entera cuando se juzga á an escritor. Nada
¡s roas mentiroso que una inedia verdad.
En cuanto á las regias, nuestra opinión es que las bay , como en la pintura y en
a música. Sin reglas no bay arte. Acaso tal vez se ban dictado algunas que no se de*
locen con todo rigor de los principios de la ciencia de la belleza. : tal vez los escfi-
ores ado<^nedos , que se ban dedicado á colectarlas sin talento ni principios, tan su-
lersticiosos adoradores de Aristóteles y Horacio, como incrédulos son sus adversarios,
layan promulgado como regla infalible lo que aquellos citaron solo como un uso ad-
DÍtido. Sirva de ejemplo la división del drama en cinco actos , que Horacio recuerda
•olo como una costumbre del teatro latino , aunque no faltan razones filosóficas para
ustiGcarla ; pero no para bacerla tan obligatoria que sin ella sea despreciable una tra-
edia ó una comedia bien escrita. Confesaremos , pues, sin dificultad que se ban dado
romo cánimes inviolables los que realmente no lo son; pero aseguramos al mismo tiem-
K> que es falso todo cuanto se ba dicbo de que ponen trabas al genio. Aseguramos
Das, y es que son favorables al poeta mucbo mas que esa ilimitada libertad que tao
gratuitamente les ba querido regalar la nueva escuela.
El verdadero genio triunfa de todas las dificultades , y producirá siempre grandes
(osas á pesar de los obstáculos que se le opongan. Hemos visto á los príncipes del tea-
ro francés superar cuantos obstáculos les opusieron las leyes severas que tenia en
iquella nación la poesía dramática , auo cuando todas esas leyes no fuesen , rigorosa-
Dente bablando, obligatorias. £1 teatro español del mismo tiempo, mas libre de ata-
luras literarias, no desconocía sin embargo las de la moral y de la política. Uno y otro
irodujeron composiciones escelentes. En el dia el drama ba roto todos los frenos , j
;qué es lo que produce? ¿Qué uso bace el genio de tanta libertad como ba adquirido/
lespeñarse.
Las reglas dan cierto estímulo para vencer los obstáculos que ellas mismas presen-
an ; el talento se replega sobre sí mismo ; adquiere nuevas fuerzas ; medita, combina
1 plan ; y porque trabaja mas y estudia mejor la materia , siente mas vcbementes ins-
liraciones , y asi llega á la perfección. El genio libre traslada al papel lo que primero
e ocurre ; no corríje ; no contempla su asunto ; marcba á su alvedrío vagamente y sin
lireccion , y siempre falta á sus producciones la consistencia que resulta de las dificul-
ades previstas y vencidas.
Hemos procurado esponer las diferentes causas que ban producido la anarquía que
e nota actualmente en la literatura , y que tienen suma conexión con la que se nota
tn el orden social. La principal de ellas, y que comprende á todas las demás, es la es-
asez del genio, la cual es producida por el carácter materialista que dieron á su época
M filósofos del siglo pasado. Felizmente la sociedad va , aunque paulatinamente , re-
obrando bajo formas políticas mas protectoras las ideas morales que antes la soste-
liao , y las creencias que se solicitó en vano destruir para siempre. Cuando se bayan
estaurado enteramente , volverá á brillar el genio poético con nuevo esplendor, y los
fíenos estudios restablecidos perfeccionarán el buen gusto casi desconocido en nues-
ros diaf .
lasi
DE LOS ARTÍCmOS GRAMTICALES.
JuOS nombres qac imponemos á las susUincias , ó son individuales « ó abstractos.
Los primeros desi$^nan suficientemente el objeto, y no tienen necesidad de ningún
aposito para espresarlo. Alejandro, César, Koma , Madrid no necesitan de articulo.
Lo mismo podemos decir de los nombres propios de provincias ó de partes del
mundo, como Europa , Alemania, Andalucía, Italia. Sin embargo, el uso que fre-
cuentemente se burla de las leyes de la lójica , permite que tal vez se les anteponga
el articulo la femenino; bien que debemos tener presente que nuestro idioma no gusta
de esta aposición. Rara vez la usaron los escritores de nuestro buen siglo. En francé*
es mas común.
¿ Procede el uso del artículo en este caso de suponer entendido el sustantivo mv-
vincia que se calla , diciendo , por ejemplo, la Andalucía , la Francia , en lugar de ia
provincia de Andaliicia , la corotia de Francia f ¿O bien de suponerse la palabra república^
en atención á que se usa con mas frecuencia de articulo, cuando la palabra se toma,
no por el territorio mismo, sino por el estado? Porque nadie dice: tx>y d la Franeia\
pero pocos dejan de decir : la Francia esta dispiiesla d sostener la causa de los griegos.
En los nombres propios de los rios es mas común el uso del artículo en las lenguas
modernas ; y aunque Argensola baya dicho poéticamente :
No sufre Ibero mdrjenes ni puente :
lo común es decir : el Ebro , el Tajo , el Tiber. Aqui se conoce claramente la elipsis do
la palabra rio, que se sobreentiende.
Finalmente, en algunas provincias suelen anteponer el artículo femenino á los
nombres de las mujeres , cuyo uso adoptó Fr. Luis de León en la traducción de las
églogas de Virjilio. Los nombres propios de mares casi se miran como adjetivos: el
Océano , el Bdltico , el Mediterrdneo son espresiones usuales , en las cuales se omite el
sustantivo mar, asi como en los de montes se suprime este.
Estos caprichos y anomalías del lenguaje nada prueban contra el principio lójico;'
á saber : que los nombres individuales no necesitan de artículo.
No asi los nombres abstractos de género , especie ó calidad , ó de los seres creados
por la imajinacion , como animal , hombre^ verdura , muerte. Cada uno de ellos repre-
senta, no un individuo existente en la naturaleza, sino una fórmula general, en la
cual se comprenden muchos individuos , ó una cualidad común á toda la especie. La
palabra vid es una especie de fórmula algebraica , en la cual están comprendidos to-
dos los arbustos que gozan de ciertas cualidades comunes y conocidas : cuando el vo-
cablo prudencia representa una sola calidad común á muchos individuos. Todo el sa-
ber bumano consiste en hacer bien estas clasificaciones , asi como todos los errores
proceden de falsear la significación que se haya dado á estas fórmulas.
ora bien : cuando sea necesrio reducirlas á quo signifiquen un solo indi^
ual no queremos , ó no podemos , ó no debemos representar por un nom-*
ual , es menester que espresemos esta reducción por un signo , que es el
rticuio , pues , es aquel signo por el cual limitamos á significar uno ó mu-
dúos , las fórmulas generales que representan una especie ó un género,
isidad de los artículos procede de lo imposible que es crear nombres indi-
1 todas las clases de objetos. Sí se dan nombres propios á los individuos de
humana ; si entre los árabes se dan á los caballos por el aprecio p^rticu-
e noble animal les merece , no es posible hacer lo mismo en las otras es-
cn las de áf boles, plantos, flores, etc.
I , aun en la misma csperie humana muchas Teces no conocemos d nom-
dei individuo : otras m> queremos por desprecio ó por ira pronunciarle,
p^nos reces no debemos^ como cuando queremos espresar un soto indi-
*o sin determinar cuál es , en cujo caso el articulo toma el nombre de
la bien la naturaleza del articulo, y su división en definido é indefinido»
esplicar cuáles son los que tenemos en castellano , que seguramente son
que se asignan en las gramáticas vulgares.
opresión apósita al nombre apelativo, que sirva para reducirlo á significar
uo fijo j determinado , es articxdo definido.
) que compré : voy á mi casa : estuve en tu campo : dame esa espada : aquH
c vino : esta fuente: su serenidad me admira , son frases en las cuales los
"scrilos en bastardilla, son verdaderos artículos; pues no tienen mas uso
ir á significación individual las voces genéricas que afectan. En vano se
*aen ademas consigo las ideas de posesión ó de situación relativa al que
ue así son adjetivos ; porque no son esas ideas las que se quieren espre^
es , sino valerse de ellas para coartar la significación del nombre. Cuando
le mí libro; si bien supongo que el libro me pertenece, no quiero hacer
opiedad, sino darle á la voz genérica libro nnn señal que distinga el indi-
ue hablo, (aiando quiero fijar la atención sobre la pertenencia , digo : dá-
>ro, que es mió, en cuyo caso mto no es artículo, sino adjetivo de po-
smo modo , cuando digo : mira esos campos , el aposito no hace mas que
s ; pero cuando Orosman , presentando el cadáver de Jaira á su hermano,
Mírala : ¿ no es esla ?
esía^ que encierra un terrible sarcasmo, no es ya artículo, sino un adjetivo
a.
imáticos lian llamado muy impropiamente pronombres posesivos y démos-
los que nosotros llamamos adjetivos de posesión y de situación, porque
na verdadera cualidad.
visto que en unos casos son meros artículos, r en otros adjetivos, y el
i bastado para que se distingan en la pronunciación ; porque en el primer
i llevan acento , y en el segundo si, como puede verse en los siguientes
Id y disfrutad nuestras heredades,
o ; porque nuestros es aqui artículo , y no tiene acento. Al contrario
Estos campos ton nuestros , disfrutadlos
ílabo y tiene acentuada la sesta , porque nuestros es adjetivo.
Del mismo modo
no es verso , y lo es :
[40J
Ven d disfi^tar estas diversum^t
Son lot alhagos estos , ó perjuro , etc.
Artículos indefinidos son los que desig:nan un solo individuo; pero sin determinar^
lo* Un príncipe ha venido : he visto algunos soldados : leí unos libros.
La supresión de todo artículo denota siempre una parto ó porción indeterminada;
de modo que equivale á un artículo indefinido ó partitivo. Como en estos ejemplos:
Ddmepan: (rdme libros: necesito dinero. Estos ejemplos son fáciles de comprender.
No lo es tanto el uso del artículo definido ó indefinido en algunas frases en que
no tiene los oficios que acahamos de espresar , por conservarse en el nombre toda
tu generalidad. De esta especie son las proposiciones en que se afirman propiedades
esenciales de los objetos , en las cuales se usan ó se suprimen á voluntad los ar*
ticulos.
Isla es un terreno cercado de agua : el circulo es el espacio encerrado dentro de la ctmm-
ferenciai un hombre es un animal dotado de razón»
Estas varías maneras de designar en estos casos el nombre con artículo definido 6
indefinido ó sin él . nos parece que son un medio mas de que se vale el lenguaje
para denotar lo esencial que es el atributo al sujeto ; pues en parte ó en todo , defi-
nida ó indefinidamente, siempre se corresponde é identifica con él.
Cuando dirijimos la palabra á un objeto cualquiera se suprime el artículo ; pues
entonces bastante individualizado está con hablarle. ^Vsí en castellano , siempre que
se usa de la interjecion o unida á un nombre no se pone el articulo. Al contrario
sucede muchas veces en francés : \0h le coqain I ¡O picaro !
Los nombres abstractos de cualidades llevan ante sí el artículo definido ó indefi-
nido , según las circunstancias. Dícese : la verdura del prado : una verdura muy agrada^
lile : campos de verdura. En este caso el uso ó la supresión del articulo produce efectos
análogos al de los nombres genéricos ó específicos.
En poesía debe usarse con mucha sobriedad del artículo indefinido, cuyo sonido
«*s desagradable en castellano , ademas de hacer la frase prosaica. Un , unos , algun^
algunos rara vez producen buen efecto en la versificación. Hacemos esta advertencia
porque los vemos prodigados por los poetas de nuestros dias, que tienen á gala no
l(»er á León , Herrera ni Ilioja , y se estasían ante Vjclor Hugo.
(t^ucáttoit c^eL oetív lí
ti I tico.
11 A\' entre los escritores de gramática general una disputa muy reñida acerva ái
la naturaleza del verbo , elemento esencial de la oración. Unos lo contemplan coma
[41]
espresion compuesta de otras dos, que son, el verbo ser llamado sustanitvOf y base
común de todos los verbos, y de un adjetivo que representa calidad, acción ó pasión.
Descomponen , por ejemplo , la espresion yo amo en estas dos : yo soy amante , ó mejor,
yo soy amando : esto es , yo existo amando. Si se les dice que ningún idioma admite
esta descomposición sino en muy raros casos , responden que no por eso deja de des-
componerse asi la idea, aunque el genio del lenguaje común no la admita. En el idio-
ma hablado no podrá hacerse esa descomposición ; pero sí en el idioma pensado.
Otros , atendiendo al oríjen del lenguaje y al modo probable y natural con que se
formó , atribuyen la invención de los verbos al deseo de suplir con la voz el gesto
con que antes se indicaba la acción ó la pasión. £1 verbo rogar, por ejemplo, fue
posterior al gesto de un suplicante que representaba su significado , y que lo repre-
senta todavía cuando el que oye no entiende el idioma del que habla. Bajo este pun-
to de vista es imposible dar un elemento común á todos los verbos , como quiera que
cada uno ha procedido de la diversidad de las acciones , situaciones y propiedades
que el hombre observa , y que quiere espresar , primero con el lenguaje de acción
y después con el oral. Aun hay mas. I^s verbos que representan ideas mas abstrac-
tas y generales han debido ser los últimos que se inventasen ; pues los objetos sensi-
bles é individuales han sido los primeros en llamar la atención asi de los individuos,
como de los pueblos. Es preciso que haya adelantado la civilización para inventar las
yocessabery ignorar ^ meditar ^ abstraer ^ opinar y otras que suponen el uso frecuente
del raciocinio y una intelijencia cultivada. Ahora bien : no hay ninguna idea mas
abstracta ni mas general que la de la existencia ; por tanto el verbo ser que la repre-
senta , fue uno de los últimos que se inventaron , y su uso no llegó á hacerse tan ge-
neral como ahora lo es , sino cuando el lenguaje empezó á pulirse y perfeccionarse.
Compruébase esta teoría con el estilo de la Sagrada Escritura en los libros del Anti-
guo Testamento , en los cuales no hay elipsis mas frecuente que la omisión del ver-
bo sustantivo. ¿Cómo, pues, ha de ser base de todos los verbos el que fue posterior
en su creación á la mayor parte de ellos , si no á todos ?
En nuestro entender esta disputa no procede sino del diverso aspecto, bajo el cual
ha considerado esta materia cada uno de los contendientes. Si atendemos al oríjen
y formación del lenguaje ; si estudiamos el genio de los diferentes idiomas , es claro
que ni existió al principio , ni es posible , generalmente hablando , la resolución de
los verbos en el sustantivo y un adjetivo , participio ó gerundio. Pero si atendemos
á la deducción filosófica de las ideas, es indudable y evidente aquella resolución.
Cuando dijésemos : el sol ilumina la tierra , no puede negarse que en la palabra
ilumina, ademas de los accidentes gramaticales de voz, modo, tiempo, número y
persona (que son indiferentes en esta cuestión] hay encerradas dos ideas : la primera
es la de la existencia del sol , y la otra la manera de existir el sol , que es iluminando
la tierra. Ambas las afirmamos del supuesto de la oración, y la afirmación de una y
otra está incluida en el verbo , ó absolutamente como en el ejemplo actual , que es
del modo indicativo, ó relativamente á otras circunstancias como en los demás modos-
Ambas, pues, son esenciales al verbo. Sin la segunda no hay acción, pasión ni pro-
piedad atribuida al sol : sin la primera no hay afirmación. Usemos si no del gerundio
ó del verbal que representan meramente la acción : digamos : el sol iluminador de la
Herraj ó el sol iluminándola tierra , y quedará el sentido incompleto, porque nada
hasta ahora se ha afirmado del sol.
Enhorabuena, pues, se nieguen los idiomas á admitir esta descomposición: en-
horabuena sea mal dicho el ¿al es iluminante la tierra ó de la tierra , ó el sol es iluminan»
do la tierra : enhorabuena las frases el sol es iluminador de la tierra^ el sol está iluminando
la tierra signifiquen en ciertos casos una cosa diferente de la que indica la oración que
nos ha servido de ejemplo. No por eso deja de ser cierta la existencia de las dos
ideas. Es, pues, cierta en filosofía la opinión del verbo único. Decimos en filosofía,
esto es ; en el análisis de las ideas que contiene todo verbo.
Toda oración es la espresion de un juicio, es decir ; de aquel acto del entendimien-
to por el cual concebimos que una idea está incluida en otra. En esta parte las ideas
de acción son lo mismo que las de pasión ó de propiedad ; de todas puede afirmarse
é negarse que estén incluidas en la de un sugeto. Una misma es la esencia de los
6
[42]
juicios espresados en estas dos proposiciones : el sol es centro de los movimientos planeta^
rios , el sol ilumina la tierra , aunque la primera sea , como dicen los gramáticos , ora-
ción de verbo sustantivo , y la segunda de verbo activo. ¿Por qué? porque el verbo
activo encierra necesariamente en su idea la del verbo sustantivo.
Lo mismo podemos decir del verbo pasivo. Aun en los idiomas que tienen voz
pasiva puede descomponerse el verbo en cuanto á las ideas ; y en los que no tienen
aquella voz se descompone también en cuanto á la espresion: Manlio fue precipitado
de la roca Tarpeya representa verdaderamente la pasión de Manlio. Los enemigos del
verbo único no lo quieren asi , y dicen que el participio prccipiíado no denota acción
ni pasión , sino el estado en que quedó aquel héroe después de su suplicio , y com-
prueban su dictamen en el nombre de participio de pretérito que se ha dado á ios pa-
sivos, por cuanto se reGeren siempre á una acción anterior. Sea así; pero tampoco
nos negarán que por la figura metonimia es fácil tomar el efecto por la causa, y
espresar con la voz que significa el estado , la misma acción que sufrió y que prodigo
aquel estado. Así vemos que la lengua latina , en la cual hay tiempos que tienen pa-
siva y tiempos que no , da á unos y á otros el mismo réjimen. Tan de pasiva es esta
oración , dux á militibus interfectus est , como esta , ditx á militibiis interficitur. Una mis-
ma es la construcción de una y otra , y en castellano son sinónimas estas dos frases;
el general fue muerto por los soldados: los soldados mataron al general. Si el participio
muerto solo representa un estado y no una acción sufrida , ¿cómo se le da el réjimen
por los soldados? Ix>s verbos que solo representan una situación , ^omo amanecer^ e»-
tar ^ crecer j vivir ^ morir y envejecer y otros muchos no admiten réjimen sino figura-
damente.
£s muy común en las lenguas hacerse propias por el uso las espresiones que se
introdujeron en virtud de alguna traslación ó de otra figura. Sirvan de ejemplo las
voces que representan operaciones del alma, introducidas primero metafóricamente,
y que después han llegado á ser tan propias , que el lenguaje no las admite ya en su
primitiva significación. ¿Quién llama en el dia discttrso al acto de correr de una parte
á otra, ni reflexión , como no sea en física , al rechazo de los cuerpos elásticos )f Los
participios pasivos que empezaron significando una situación, han llegado , pues, á
representar muy propiamente una pasión.
Es innegable , pues , que la idea de la existencia entra en la composición de to-
dos los verbos activos ó pasivos , y que ideolójicamente hablando , no hay mas que
un verbo , siendo los otros compuestos de este verbo y de un adjetivo , puédase ó no
hacer esta descomposición en los idiomas.
Mas no por eso se crea que adoptamos la idea de Destutt-Tracy , de que sería muy
conveniente la creación de un idioma filosófico; esto es, arreglado á las nociones de
la gramática general. Aquel profundo metafisico conocía muy bien la deducción y
espresion de las ideas ; pero ignoraba ó manifestó olvidar la ideolojía peculiar de la
imajinacion y de los afectos. £1 hombre necesita de estos, porque son sus fuerzas
.vitales; de aquella, porque es la fuente de sus placeres mas puros, inocentes y
agradables ; y Jas especulaciones de la filosofía áridas en comparación de los mo-
vimientos animados de la fantasía y del corazón, no le harán renunciar al idioma
ardiente , figurado , armonioso y arrebatador que les es propio. Asi se esplica por
qué todos los idiomas sin escepcion han conservado las interjeciones , voces las menoi
filosóficas posibles, pues por sí solas nada a/ia/úan.
Y asi se esplica también por qué es tan dificil reducir á un sistema ideolójico
los idiomas; porque si se esceptúan un corto número de reglas generales, todos
ellos han sido producto de la imajinacion , de las pasiones y de las necesidades hu-
manas , tan variadas en las diferentes naciones. El filósofo puede y debe analizar
las operaciones de la mente en la formación de las ideas , juicios y raciocinios; pero
los que crearon los idiomas ¿hablan hecho esta sabia y profunda análisis?
[43]
DNIVERSil ¥ CONSECUENTE!
COLECCIÓN DE VOCABLOS DE DUDOSA ORTOGRAFÍA.
c^of^ 2¿J, ^i^oUa ^aic€€e (/e/ ^om, ^grtWi . 1839.
U£ estos dos opúsculos sobre nuestra ortografía nos ha parecido mas interesante el
primero que trata de la acentuación. Como es sumamente breve , y solo presenta re-
bultados sin teoría ninguna anterior, ni pruebas de los principios que establece, es
fácil que al dar cuenta de estos opúsculos , caigamos en algunos errores que una mas
lata espiicacion pudiera habernos evitado.
Pondremos un ejemplo de esta diGcuItad. £1 autor dice que cno se usa ya del acento
^rave , ni de la sinéresis; pero que deberían usarse.» Nosotros no estamos convencidos
ni de la necesidad ni de la conveniencia de estos dos signos ; pero acaso si se hubieran
propuesto algunas |*azones, desistiriamos de nuestra opinión.
En cuanto al acento grave, al cual llama dominante grave ó deíofw bajo , no hace mas
fue poner este ejemplo : ¿Vendré ó qué haré! en el cual acentúa la última del primer fu-
turo con acento agudo , y la última del segundo con grave. No hallamos en la pronun-
riacion de estas dos palabras motivo alguno para la diferencia : tampoco la hallamos ni
en el uso común ni en el de las personas instruidas. Si los signos acentuales deben ser
imájenes de la pronunciación , donde esta no varía debe conservarse el mismo signo.
La sinéresis nos parece inútil : i .^ porque la te después de ^ lo es , y debería supri-
mirse. ¿De qué sirve un signo que nada representa en la pronunciación, y no hace mas
que aumentar esta regla en la ortografía : no suena la u después de q* ^.° porque des-
pués de g en las sílabas gue^ gui^ donde realmente es útil la u , basta dar por regla ge-
neral la pronunciación de estas sílabas, y señalar con la diéresis los casos de excepción.
Agrédanos todo lo que contribuya á homologar los signos con la pronunciación.
Nosotros quisiéramos que se adoptase generalmente el uso de escribir con i latina la
conjunción copulativa y, como lo hace nuestro autor ; pero no sabemos por qué ha de
escribirse diflongo , triftongo , cuando la pronunciación castellana es diptongo^ triptongo.
Es ya tarde para restituir la pronunciación griega ó latina de estas palabras.
El autor hace una escelente observación sobre la vocal dominante , que e$ la mas
Ikna , en los diptongos y triptongos. Esta observación es muy útil en la poesía en el
uso de los asonantes. Por ejemplo , no pueden ser asonantes albeitar y herida ; pero sí
aibeitar y perra, lina de las reglas que establece es, que entre la t y la ti es la mas llena
h que esté posterior : mas nos parece que esta regla sufre una escepcion en la voz des-
eifido , que es asonante de mudo y no de herido^ aunque algunos lo usan de esta última
manera.
£d cuanto á las palabras agudas , hace distinción el autor entre las agudas y las a^ti-
Otimas, Estas segundas parece que son las que acaban en vocal acentuada , y las prime-
ras las que acaban en consonantes ó en diptongo, cuya última vocal no es la llena, como
Sabau. En efecto Sabau es asonante de los agudísimos Alá , allá , Sabá, Conocemos el
prícipio filosófico de donde procede esta diferencia. Las consonantes y las segundas vo-
[U]
cales de los diptongos en fin de dicción han de quitar parte de su fuerza á la vocal sobre
que carga el acento. Pero si bien apreciamos en lo que merece esta observacioa , y
puede contribuir al estudio de los elementos del habla , no la creemos útil en la prác-
tica, ni mucho menos nos parece conveniente inventar un signo nuevo para consig-
narla. Nuestra razón es la siguiente :
Cuando pronunciamos estas dos palabras amar^ amarán nos basta saber por los signos
y reglas ortográficas que las últimas silabas son agudas para cargar sobre ellas el
acento , que es cuanto debe exijirse de la ortografía, aunque después al pronunciarlas
no sea posible que suene tan aguda la primera como la segunda. /Por qué , pues , he-
mos de emplear un signo nuevo para hacer una cosa que no es posible dejar de hacerla?
Simplifiquemos la enseñanza. Mas no por eso omitirá el buen profesor advertir esta di-
ferencia á sus alumnos.
£n la versificación, donde es mas necesario el conocimiento de los acentos, el mismo
efecto hacen las voces agudas que las agudísimas , en cuanto á la medida y á los he-
mistiquios : por tanto es también inútil para ella la duplicidad del signo.
No nos parece igualmente filosófica la división dé las voces graves ó llanas^ (como
las llama nuestro autor), en graves terminadas en vocal y en graves terminadas eo
consonante ; porque en unas y otras es siempre el mismo el valor de la sílaba acentua-
da , sin admitir menoscabo alguno por la consonante final , que está demasiado lejana
de ella para afectarla. Igualmente suenan las penúltimas de padre y de cárcel, Pero nos
agrada la distinción de los esdrújulos en los que tienen acentuada la antepenúltima , y
los que llevan el acento en una silaba anterior , como habiéndoselas^ quítaselos. £1 autor
llama á estas voces esdrtijulisimas ; pero como no conocemos ninguna en castellano, sino
las que llevan al fin los pronombres enclíticos tn«, nos etc., nos parece conveniente
que se advirtiese que no hay palabras de esta clase en nuestro idioma , sino por aquel
accidente gramatical. Trae un ejemplo, quilándosenoslo , que rara vez tendrá lugar en
el uso de nuestra lengua ; porque es raro que un verbo pueda rejir tres casos di-
ferentes.
£n cuanto á las voces que el autor llama rquivocas dominantes , están bien advertidas
en la ortografía para que se sepan distinguir los casos en que deben llevar acento ; mu-
cho mas, cuando varias de ellas son monosílabas. £s indispensable saber cuándo carga
el acento, y cuándo no , en las palabras se, «i, cotno^ donde^ y otras. Lo mismo decimos
de las que el autor llama equivocas antesumisas que son las mismas que las anteriores
cuando no llevan acento. £stas reglas y la de las pequeñas inequívocas pueden someterse
á una ley general, y es: que no se pronuncian acentuadas las voces que representan ar-
tículos , preposiciones ó conjunciones ; porque estas voces nada significan por si mis-
mas , y hacen esperar siempre un nombre ó un verbo , al ciial se incorpora su pro-
nunciación. £1 autor indica esta regla al fin de la pajina cuarta y principio de la quin-
ta. Somos de su opinión en cuanto á suprimir el acento en las vocales a , e , i , o , u,
cuando la primera es preposición, y las otras cuatro son conjunciones.
Hechas estas observaciones sobre la pronunciación de las palabras , pasa el autor á
esplicar las reglas ortográficas, que se reducen á las siguientes.
Acentuar las voces agudísimas , esto es, las agudas que acaban en vocal, las graves
que acaban en consonante , las equívocas y las esdrújulas. £sta es la regla general.
Las escepcione^^ se dirijen á evitar superfluidad ó ambigüedad. La primera es no
acentuar , por motivo de la consonante final , las palabras acabadas en s , como los
plurales de los nombres, ni los patronímicos ó nombres propios acabados en ez ó en «r,
como Ramírez , Benitez : ni los tiempos de los verbos acabados en n. £sta escepcion se
4|uebranta muchas veces, como la de la s en los plurales ; pues se escribe cafés^ meditm
del verbo medir. Mejor hubiera sido añadir á la regla general que los plurales llevan
acentuada la misma sílaba que lo está en el singular , á cuya regla no conocemos mas
«scepcion que la de carácter caracteres , y que en los verbos , cuando para evitar ambi-
güedad se acentué una sílaba , debe seguir acentuada en todas los personas del mis-
mo tiempo.
Otra escepcion es la de los pretéritos en la que , fuera del caso de ambigüedad j no
es menester acentuar.
Otra: la de los superlativos regulares , que es supérfluo acentuar.
[45]
Otra : la de los vocablos compuestos, como los advervios en mente ^ que tienen dos
acentos en la pronunciación, y conviene marcar el primero.
Hemos dejado para el fin las dos escepciones relativas á las vocales unidas por ser
las mas importantes , y no muy conocidas.
Las reglas son estas : i .* Cuando de dos vocales finales no dominantes la primera no
estniu, la palabra es esdrújula, y debe acentuarse la antepenúltima: como dreoy
héroe , etéreo. Si la primera es » ó u , la voz acaba en diptongo , y es grave , como gra-
cia j Virginia , mutua,
2.* La t y u dominantes , inmediatas á otra vocal , ó precediéndose una á otra,
deben a<;entuarse , como ganzúa alegría, ¿No pudiera omitirse el acento por eecepcion
en los desilabos graves , como púa , rio (nombre y verbo), Clio , en los cuales es su-
pérfluo, escepto el caso de ambigüedad , como creo^ creó.
Estas son las observaciones que nos ba sujerido la lectura^ estudio de este peque-
ño cuaderno , cuyo objeto es sumamente recomendable , pues se dirije á simplificar á
nuestra ortografía.
£1 segundo cuaderno muestra cómo deben pronunciarse muchas voces exóticas,
ya de nuestro idioma , ya de otras lenguas , muertas y vivas , introducidas en el cas*
teliano. Esta instrucción es muy útil , pues deben acentuarse de la manera que las
pronunciamos. Solo barémos aquí una reflexión que no dirije al autor de estos opús-
culos , sino á los escritores que miran como un sacrilejio escribir los nombres de otras
naciones, sino como en ellas se escriben , sin atender al uso de nuestros buenos hablis-
tas. No escribirán Renato por Rané , ni Burdeos por Bordenaux , ni Juan por John,
aunque les costara un ojo de la cara. Nosotros creemos, que si bien acomoda seguir la
escritora y pronunciación estranjera en las voces que aun no se han aclimatado en
nuestra lengua , no así en las que ya están consagradas por el uso. Seria una insensatez
escribir ó pronunciar en castellaao London , Bayone^ Rhone , Maint , WanauZy en lugar
de Landres , Bayona , Ródano , Maguncia , Varsovia.
DE LAS FIGURAS DE PALABRAS.
^E dá este nombre á las variaciones que se hacen en la fí*ase, sin producir alteración
alguna en los pensamientos. Cuando se comete un tropo hay variación no solo en las
voces, sino también en las ideas, pues estas se modifican espresadas por otras nuevas.
Las voces trasladadas recuerdan por lo menos objf^tos en que no pensábamos al conce-
bir el pensamiento principal, y recuerdan ademas la relación que tienen con él: así solo
por un estrado abuso del lenguaje han podido llamarse figuras de palabras. Pero las
gramaticales nada añaden ni quitan á las ideas; y solo mudan las voces.
Sio embargo, esta mutación, que parecerá insignificante al ideólogo, no lo esalhu-
numista, ni lo debe ser. La armonía de la sentencia depende en gran parte de las letras
yaoenipa que componen las palabras; el lenguaje propio y esclusivo de la poesía se
complace en las trasposiciones atrevidas, en la supresión ó repetición de voces, en
eonstnicciones desusadas que no se atrevería á emplear el prosista, en fin, en el uso de
palabras ya anticuadas, que dan á la fi'ase cierto sabor de venerable sensillez. Judicium
«Mrnim mperbum^ dice Quintiliano. £1 juicio del oido es muy delicado: y las voces, y no
los pensamientos, son las que hacen impresión sobre el oido. No hay, pues, una pedan-
Ittia mas insufrible que burlarse de la solicitud con que los buenos escritores han pro-
[46]
curado en todas las naciones sobornar al juez de primera instancia en todas las compo-
siciones literarias: cslo es, al oido. Quien desprecia ese cuidado no escribirá Dunca co-
mo Cicerón, Fenelon ó Hacine.
La teoría del Hipérbaton ó transposición, está muy ligada con los principios de la
ideolojía, aunque parezca contraria á ellos. Claro es que en toda oración, esto es^ en to-
do Quieto enunciado^ debe presentarse antes al entendimiento la idea, de la cual se afir-
ma alguna cosa, después sus accesorios y modificativos, y en último lugar aquella que
afirmamos de la idea. Las palabras naturalmente deben seguir este orden regularé ló-
jico, cuando solo se trate áe juzgar: así como cuando raciocinamos, colocamos el con-
secuente después del antecedente: esto es, primero enunciamos la proposición que con-
tiene á la otra, y después la que percibimos que está contenida en la primera. Asi se
procede en matemáticas, cuyo lenguaje es altamente lójico, no solo porque se versa
sobre objetos exactamente mensurables, sino también porque no pueden escitar pasio-
nes que conmoviendo el corazón, perturben por consecuencia el orden tranquilo con
que el entendimiento percibe y coloca las ideas. Rousseau ha dicho, y no fue esta una
de sus paradojas, que si hubiesen existido hombres interesados en negar la propiedad
del cuadrado de la hipotenusa, no hubieran faltado escritos y argumentos con-
tra ella.
Hemos csplicado el orden regular y lójico de la oración; pero este curso tranquilo,
monótono y constante desaparece apenas la fantasía ó el corazón se sienten conmovi-
dos. Entonces deja de ser natural la filiación de las ideas; y lo que verdaderamente exi-
jen la pasión ó la imajinacion, esto es, la naturaleza del hombre, es que se coloquen
los objetos y las voces que los representan, no según su dependencia ideolójica, sino
según el grado de interés que escitan en el que habla. Este nuevo órJen, dictado por
la pasión ó la fantasía, es el que se consigue espresar por medio de la trasposición.
No todas las lenguas tienen igual libertad é iguales recursos para trasponer las
palabras. Los humanistas han observado que las lenguas antiguas, formadas en épocas
en que los hombres raciocinaban menos y sentían mas, son las que avlmiten mejor el
hipérbaton, fenómeno que comprueba la teoría que hemos esplicado anteriormente.
También se ha observado, y la razón lo dicta, que los idiomas, mas libres de artículos,
preposiciones y verbos auxiliares, se prestan mejor á alterar el orden de la colocación;
y nuestro Luis de I^eon arrostró una empresa superior á las fuerzas de la lengua caste-
llana, cuando en los \omhres (le Cristo se empeñó en comunicarles el genio traspositivo
de la latina. En efecto, el castellano, aunque menos trabado que otros idiomas moder-
nos, sin pasiva, con verbos auxiliares, con artículos y sin declinaciones no podrá jamás
competir en esta parte con el bello lenguaje de los señores del mundo, libre y majes-
tuoso como ellos.
Pero un hecho, tan averiguado é indudable , como decisivo en la' materia, es que
no hay idioma alguno , por esclavo que sea de las leyes de su gramática, que no baya
ronccdiílo el pernuso mas ó menos lato de trasponer á sus poetas. Si nosotros no pode-
mos decir, como Tomé de Burguillos hablando de un gato enfurecido;
En una de fregar cayó caldera ,
podemos con León llamar á Dáfnis
De hermosa grey pastor muy mas hermoso.
¿Por qué se permite á los poetas la trasposición que en prosa sería justamente cen-
surada? Porque si esta figura se opone á la lójica de las ideas , es muy conforme á la
de las pasiones ; y el lenguaje poético es el idioma de la pasión , ó por lo menos de la
fantasía exaltada,
El Arcaísmo , ó el uso de voces anticuadas pertenece también al dominio de los
])oetas, aunque no esté prohibido á los oradores, ni á los escritores de otros géneros
('n prosa. El principio es que las palabras y locuciones antiguas dan dignidad al lengua-
je ; pero en esta parte, como en casi todas las demás de la literatura, la dificultad está
en la feliz aplicación , en el tino y acierto de la introducción.
[47]
rgo , puede asegurarse por regla general, que seráa felices los arcaísmos
representen con una voz ó frase do buena formación y sonido lo que se-
aclual de la lengua requeriría un giro ó Tulgar, ó prosaico, oque destru-
lia. No aconsejaría mos á nadie que dijese maguer en lugar de la espre*
i bien : pero ¿por qué no ha de decirse asaz en lugar de bastante 6 harto^
icos? ¿Ño es mejor el caeci en un prado de Berceo , que vine d parar d un
ienen de malo las flores bien olientes de aquel anliquisimo poela? Pero lo
)do depende del tino y del juicio. £1 estudio de nuestro idioma puede y
ionar á nuestros poetas el uso y rehabilitación de muchas voces y frases,
en el polvo de los arcaísmos, y que no debieron serlo nunca ; porque se
iin tener otra cosa que poner en su lugar. Dígalo si no la neglijencia con
erder en nuestro idioma el régimen de los participios activos,
supresión es una figura que no ha tenido su orijen en el deseo de la
10 en la propensión natural al hombre de evitar el trabajo inútil. Usamos
en los raciocinios mas abstractos, aun en el lenguaje de las ciencias.
Lucíamos cuatro frases seguidas , aun en el uso común de la vida , sin
is voces , que aunque necesarias para el completo sentido , las suple fácil-
nos oye.
5 , hablando á su hijo :
Disce puer , virtutem ex me, verumque , laborem
Fortunam ex alus.
La virtud y la gloria de mi aprende :
y de oíros la fortuna.
erbo aprende^ está suprimido en la segunda frase. Rioja dice, hablando
lOma:
Que no os perdonó el hado , no la suerte^
¡Ayl ni por sabia d ti , ni á ti por fuerte.
Ueza de una elipsis muy oportuna se añade la de la repetición que no lo
^uras de palabras tienen por único- objeto la armonía : tales son la sina-
•is, la sínco|)a y la apócope. En prosa solo pueden emplearse en los casos
itido el uso ; como del hombre en lugar de el hombre , norabuena^ por en-
idalgo en vez de hijodealgo , algún por alguno. Pero en verso se estiende
icia.
i no solo se comete , sino casi siempre es de rigoroso precepto en cuanto
mo silaba para el verso la de la vocal elidida.
Estos , Fdbio , ¡ay dolor! que ves ahora.
rso la última silaba de Fabio no se cuenta.
) se permite algunas veces ; pero solo en voces compuestas de preposi-
pio y cuando esta no es necesaria : como sangrentada por ensangrentada.
IS licencias y otras de la misma especie , se necesitan ejemplos ó modelos
<ío así para la sinalefa, cuyo objeto es evitar el hiato que producirían dos
las , si ambas tuviesen igual valor en el verso.
>s agregar á las ya mencionadas otras licencias , como la introducción de
s latinas ; tal es la de Luis de León :
Que tienen y los motiles sus oídos
ica también , como el et pospuesto d« los latinos ; la adición de letras
lio ó al principio de las palabras , y otras muchas de que se valen los
ur á su idioma un carácter particular, y dialioguirlo del de la prosa. Pero
i
I
[48]
aquí debemos hacer una advertencia muy importante, y es: que el dialecto poético de
la lengua castellana está ya fijado ; y que es imposible hacer en él innovaciones de que
no encontremos modelo ó ejemplo en los poetas del siglo XVI. Las lenguas no tieneo
una perfectibilidad indefinida. Cuando llegan á cierto punto no es lícito alterarlas.
DE LAS FIGDRAS DE RACIOCM.
■=SKi(2$»»:;5>
ARTICULO I.
JuLÁMAMSE asi aquellas formas particulares qne se dan al pensamiento , cuando
el ánimo , libre de pasiones , quiere demostrar una verdad , y esponerla con toda li
claridad y enerjia posibles. Tales son el símil , la antítesis , la interrogación en ma-
chos casos, la polisíndeton, la asíndeton, la suspensión , la gradación y algunas otras
de su clase, de que generalmente se usa para dar vigor y elegancia al razonamiento.
Esplicada la naturaleza y uso de estas figuras no será dificil conocer la de las otras
que pertenecen á la misma especie.
£1 símil ó la comparación puede tener dos objetos : el uno , ilustrar el pensa-
miento, el otro, embellecer el estilo. En el primer caso es figura de raciocinio: en
el segundo de fantasía , y pertenece á la segunda clase de las figuras.
Un célebre publicista lia dicho que la comparación no es razón; y es imposible negar
este axioma. Por consiguiente el símil no se emplea en demostrar, sino en dar luz j
esplendidez al pensamiento , haciendo que intervenga en él la imajinacion. El filósofo
que comparó el avaro á un cerdo, animal inmundo, ó incómodo durante su vida;
pero que con su muerte regocija á todos, nada pretendió demostrar; pero dio muy bien
á entender la bajeza, estupidez y resultados mas comunes de aquel vicio. ¿Deque ma-
nera? Llamando la fantasía en auxilio déla razón ^ y presentando bajo un símil , cuya
exactitud es imposible desconocer, toda la fealdad de pasión tan soez. El mismo efecto
produce la hermosa comparación de Kioja.
¡Que calladn que pasa las montañas
El aura respirando mansamente!
¡Qué garrida y sonante por las cañas!
w
i^ montaña es el varón verdaderamente bueno; la caña el hipócrita; y el aura
la virtud.
Para que en las obras de raciocinio sea admitida y valedera la comparación , es ne-
cesario , pues , que contribuya á ilustrar el pensamiento , y á darle el aspecto bajo el
cual quiere presentarle el escritor : que no se alargue demasiado ni se estienda á otras
circunstancias mas que las que quieren espresarse , (precepto á que se falta en poesia;
porque en ella la comparación es figura de adorno, y no de raciocinio): que no se re-
pitan demasiado , ni se hagan sin necesidad las comparaciones , porque cuando se ra-
ciocina no se trata de mostrar ingenio , sino de esclarecer el asunto : que no se
tomen los símiles de objetos mas elevados ó mas bajos que el que se compara, ni muy
semejantes y obvios, ni muy separados , y por tanto dificilesde entender, con respecto
al asunto , ni en fin de objetos obscenos ó nauseabundos que ofendan la decencia ó el
[M]
estómago. Los limites de la comparación , mirada como figura de. raciocinio , son pre-
cisamente los que indique la necesidad. No es licito pasar mas adelante.
Mucho mas hay que decir del símil , considerado como figura de imajinadon ; pero
lo resenramos para cuando se trate de esta clase.
La comparación se funda en la semejanza de dos objetos : la antitesis en su oposi-
ción. Pero esta sola no hasta para formar antitesis : ' se necesita ademas que las n^ases
en que se espresan las dos ideas contrapuestas , se pongan juntas, y sean iguales ó casi
iguales en tamaño. Puede haher contraste sin antitesis , como en la sublime espresion
de Séneca : cRes est sacra miser.» El infeliz e$ una coia sagrada. La oposición entre el
hombre infeliz y abatido por el infortunio , y la reverencia y veneración que exije
para él nuestro filósofo es evidente : mas no hay contraposición intentada y marca-
da, no hay antitesis. La habría si dijésemos : todos desprecian al infeliz ; pero todos (ie-
Ineran reverenciarle.
Este ejemplo basta para probar que puede existir el contraste de las ideas sin
haber figura : observación importante ; porque la antitesis es por sí misma una forma
escesivamente brillante y las mas veces afectada del discurso , y por tanto incompa-
tible con la pasión cuando los afectos, señaladamente los tiernos y melancólicos, nunca
se espresan mejor que por los contrastes. Chateaubriand, en su genio del cristianismo ha
caracterizado por ellos el estilo de Yirjilio , el mas sensible , el mas tierno , y al mis-
mo tiempo el mas profundo de los poetas de la antigüedad. Parece aue este digno
émulo de Homero , conociendo la nada de todas las cosas humanas se dedicó á espli-
car ^T negaciones y esto es, por lo que no son, los objetos de los sentimientos que
describe, y de aquí nace aquel colorido inesplicaible de profunda melancolía que toman
bajo su pincel las pasiones tiernas.
En dfecto , obsérvese que casi todas las frases de grande efecto en este poeta son
negativas» Tal es aquel verso de Dido, próxima á morir;
Dulces exutia , dutn fata Deusque sin^nt
y que tan bella y tiernamente tradujo nuestro Garcilaso
ó dulces prendas...,
\ Dulces y alegres cuando Dios querial
Evandro , viendo muerto á su hijo Palante, esclama:
Non haec , oh Palla , dederas promissa parenti
No prometiste asi , Pelante mió.
La madre de Eurialo , viendo la cabeza destroncada del hijo , dice :
cTunc illa senectae
sera me® requies?»
lEste descanso d mi vejez guardaban
Pero ¿qué nos cansamos en hacinar ejemplos? ¿No vale por todos la célebre espresion
Ei campos ubi Troja fuit? cLos campos donde Troya fué.» £1 artificio , si asi puede lla-
marse , del poeta de Mantua para describir las pasiones consiste casi siempre en ma-
nifestar el contraste entre lo que es , y lo que fué ó lo que debiera ser , ó en fin lo
que se esperaba ó se deseaba que fuese.
El contraste, pues, de las ideas, cuando no se las contrapone simétricamente , es
propio del lenguaje apasionado ; pero apenas aparece esta simetría : apenas se presen-
ta la antitesis dejamos de creer en la pasión ; porque ninguno que esté fuertemente
ooomovido se entretiene en simetrizar frases , ni en contraponer palabras á palabras.
Ni ano los vuelos de la imajinacion admiten ese estudio.
El radocÍQÍo si ; porque los pensamientos reciben á veces mucha luz de sus contra-
7
[50]
ríos , asi como también la reciben de sus semejantes; y nunca parecen mas contrartai
dos ideas que cuando se encierran en dos frases contrapuestas y de casi i^al estension;
porque juzgamos mejor de la oposición entre ellas cuando en todo aparecen iguales,
menos en aquello en que se oponen .
Los ejemplos de la antítesis son muy frecuentes en los buenos escritores. La mas
célebre es, sin disputa, la de Juliano. Diciéndole á este emperador uno de sus adula-
dores , si bastase negar el critnen , iiadie seria culpado : respondió ; si bastase acusar ^ nadk
sei'ia inocente.
Esta figura tiene el artificio muy á las claras ; y por tanto no conviene prodigarla.
Su regla esencial es que la oposición en que se funda ocurra naturalmente y no sea
buscada con afectación , como la del epigrama de Ausonio :
Infelix Dido , nuUi bene nupta marito; .
Hoc pereunte fugis , boc fugiente peris.
Dido infeliz en maridos ,
Pue.'i ninguno te conviene :
Al morir el uno , huyes ;
Al htiir el otro , mueres.
ARTICULO II.
JLa interrogación no es figura , sino modo común de bablar , cuando se pregunta lo
que se ignora ; pero lo es de raciocinio , y muy cnórjica , cuando se pregunta lo que
se sabe ; mucbo mas si la pregunta se bace al que es de contraria opinión. Adquiere
el argumento mayor fuerza , por dos razoces : la una , porque parece que se pone en
manos del adversario la decisión del asunto: la otra, porque supone en el que habla
una profunda convicción de la verdad ó de la justicia de su causa.
Cuando Priamo pregunta á Sinun
Quo moiem lianc inmanis equi statuere? quis auctor?
Quidve pctunt? qiia; religio? aut quas machina bclli? -
¿Para que levantaron esa mole
del inmenso caballo ? ¡/¡uién la hizo^
6 con que fin? ¿es mdquina de guerra
ó religioso ro/o?
pregunta sencillamente lo que ignora á quien cree capaz de responderle ; pero cuando
Lucrecia responde á Colatino que le preguntaba por su salud : tMinimé: quid enim
salvi esl mulirri amis.'ia pudicilia'h «qué salud puede haber en una mujer que ha perdido
la honestidad?» esta última pregunta es una verdadera figura de elocución , y la usa
para afirmar con mas ahinco lo que su esposo sabia tan bien como ella.
La interrogación es una figura común en las disputas , principalmente si son un
poco acaloradas como las del foro y de la tribuna. Para que esté bien introducida son
necesarias dos condiciones : la primera es que no se repita demasiado , porque no pa-
rezca amanerado el estilo, observación que debe tenerse presente en todos los giros y
formas de la sentencia : la segunda y mas principal es, que cuando se cometa la inter-
rogación sea con la certidumbre de dejar á su adversario sin respuesta. Tal fue la
magnífica interrogación de Cicerón , defendiendo á Quinto Ligarlo delante de César
contra el acusador Tuberon , que habiendo llevado las armas contra el dictador , no
tenia pudor , después de restituido á su gracia , de acusar á quien nunca fue tan ene-
migo suyo como el : Quid enim^ Tubei'o^dist rictus Ule tuusin acie pliarsalica gladius agdfotf
cuJHs latus Ule muero pefebat? qui sensns erat armonim tuorum'f qiue tua mens? ociiíi? manus?
[511
ardor animi? quid eupieba$? quid optabas? cPorque ¿qué solicitaba tu acero desnudo en la
iMtalla de Farsalia/ ¿á qué pecho dirijias su punta? ¿á qué fin manejabas las armas?
¿cuál era tu iotencioa? ¿qué buscaban tus ojos , tus manos , tu ánimo enardecido? ¿qué
querías? ¿qué deseabas?»
A veces la interrogación es figura vehementísima de pasión ; como la de Dido, figu-
rándose el peligro de acometer á Eneas enmedio de los troyanos.
¿Quem metui montura?
Si el morir era cierto ¿qué temiaf
En efecto, no es ajena la interrogación de la lójica délas pasiones; y en estos casos
obra por simpatía , cuando es bien introducida. Todas las almas responden á placer del
que las pregunta apasionado.
La Polisíndeton ó la Asindenton , esto es , la acumulación ó supresión de las con-
junciones son figuras de que se hace frecuente uso. Pero es menester discernir los
casos en que conviene una y otra. Cuando queremos espHcar la rapidez con que pasan
los objetos, ó se aglomeran los sucesos, la pluma del escritor, arrebatada por las ideasi
deja olvidadas las partículas , que por su naturaleza son menos esenciales en el len-
guaje j como se verifica en la espresion de César , al dar cuenta al senado de la guerra
del Ponto : veni^ tidij vid.* IJegué, vi^ vencí: O la estanza de fray Luis de León, in-
citando al rey Rodrigo á la defensa de su nación :
Acude , acorre , vuela ,
traspasa la alia sierra , ocupa el llano ,
no perdones la espíela ,
no des paz á la mano^
menea fulminando el hierro insano.
Pero cuando acomoda al escritor llamar la atención sobre cada uno de los obje-
tos que presenta, multiplica para separarlos las conjunciones ó bien alguna otra parte
de la oración que produzca el mismo efecto , por medio de la figura llamada Repe-
tición. Cicerón dice al sedicioso Catilina, que la patria le aborrece y le teme, y
aüade : iHujus tu ñeque auctoritatem verebere^ ñeque judicium sequere^ ñeque vim pertimis-
ces? ¿7m ni respetarás su autoridad, ni seguirás su dictamen , ni temerás su poder?
La gradación consiste en dar cada vez mayor vigor al pensamiento , y aun aco-
moda que las frases vayan también aumentando y se hagan cada vez mas llenas y
sonoras, para auxiliar con la armonía el aumento que toma la sentencia.
Virgilio dice:
Arma velit , poscatque simul , rapiatque juventus
Quiera las armas y las pida al punto
y la fogosa juventud las tome.
La suspensión consiste en recorrer las diferentes respuestas que pueden darse á
una cuestión , demostrando brevemente la insuficiencia de todas , escepto de la que
dá al fin el mismo escrítor. La Preterición en suponer que se omiten muchas ideiss,
cuando realmente se insiste en ellas , aunque vigorosa y concisamente. La Corrección,
eo enmendar artificiosamente lo que se ha dicho para buscar una palabra roas pro-
pia, ó una idea mas luminosa. La Concesión , en suponer verdaderas algunas propo-
rciones del adversario para confundirle mejor. Pero estas figuras y otras muchas
están sometidas á las reglas generales que ya hemos espuesto, á saber: i.' que no
sean estudiadas: 2.' que no se repita una sola con demasiada predilección : 5.' que
aazcan de la misma materia natural y oportunamente.
Estas reglas pudieran reducirse á una sola: solicitese la enerjia del pensamiento y d$
k fra$e antes que la elegancia. Esta vendrá después.
Podemos también contar entre las figuras del raciocinio las mismas formas que
lotlójico6 le han asignado, á saber: el En tí mema, el Sorites, el Dilema, y tal
vez el Silojismo. Pero son estas maneras de decir tan artificiosas , sedaladamenle la
[42]
juicios espresados en estas dos proposicioDes : el sol es centro de los movimientos pUmUor
rios , el sol ilumina la tierra , aunque la primera sea , como dicen los gramáticos , ora-
ción de verbo sustantivo , y la segunda de verbo activo. ¿Por qué? porque el verbo
activo encierra necesariamente en su idea la del verbo sustantivo.
Lo mismo podemos decir del verbo pasivo. Aun en los idiomas que tienen voz
pasiva puede descomponerse el verbo en cuanto á las ideas ; y en los que no tienen
aquella voz se descompone también en cuanto á la esprcsion: Manlio fue precipitado
de la roca Tarpeya representa verdaderamente la pasión de Manlio. Los enemigos del
verbo único no lo quieren asi , y dicen que el participio precipitado no denota acción
ni pasión , sino el estado en que quedó aquel héroe después de su suplicio , y com-
prueban su dictamen en el nombre de participio de pretérito que se ba dado áios pa-
sivos, por cuanto se reGeren siempre á una acción anterior. Sea así ; pero tampoco
nos negarán que por la figura metonimia es fácil tomar el efecto por la causa, y
espresar con la voz que significa el estado , la misma acción que sufrió y que prodigo
aquel estado, ¿isí vemos que la lengua latina , en la cual hay tiempos que tienen pa-
siva y tiempos que no , da á unos y á otros el mismo réjimen. Tan de pasiva es esta
oración , dux a militibus interfectas est , como esta , dux á militibiis interficitur. Una mis-
ma es la construcción de una y otra , y en castellano son sinónimas estas dos frases:
el general fue muerto por los soldados: los soldados mataron al general. Si el participio
muerto solo representa un estado y no una acción sufrida , ¿cómo se le da el réjimen
por los soldados? Los verbos que solo representan una situación, ^omo amanecérmeos
tar ^ crecer f vivir ^ morir j envejecer y otros muchos no admiten réjimen sino figura-
damente.
Es muy común en las lenguas hacerse propias por el uso las espresiones que se
introdujeron en virtud de alguna traslación ó de otra figura. Sirvan de ejemplo las
voces que representan operaciones del alma, introducidas primero metafóricamente,
y que después han llegado á ser tan propias , que el lenguaje no las admite ya en su
primitiva significación. ¿Quién llama en el dia discurso al acto de correr de una parla
á otra, ni reflexión, como no sea en física , al rechazo de los cuerpos elásticos )f Los
participios pasivos que empezaron significando una situación, han llegado, pues, á
representar muy propiamente una pasión.
Es innegable , pues , que la idea de la existencia entra en la composición de to-
dos los verbos activos ó pasivos, y que ideolójicamente hablando, no hay mas que
un verbo , siendo los otros compuestos de este verbo y de un adjetivo , puédase ó no
hacer esta descomposición en los idiomas.
Mas no por eso se crea que adoptamos la idea de Destutt-Tracy, de que seria muy
conveniente la creación de un idioma filosófico; esto es, arreglado á las nociones de
la gramática general. Aquel profundo metafisico conocía muy bien la deducción y
espresion de las ideas ; pero ignoraba ó manifestó olvidar la ideolojia peculiar de la
imajinacion y de los afectos. £1 hombre necesita de estos, porque son sus fuerzas
. vitales ; de aquella , porque es la fuente de sus placeres mas puros , inocentes y
agradables ; y las especulaciones de la filosofía áridas en comparación de los mo-
vimientos animados de la fantasía y del corazón, no le harán renunciar al idioma
ardiente , figurado , armonioso y arrebatador que les es propio. Asi se esplica por
qué todos los idiomas sin escepcion han conservado las inlerjeciones , voces las menos
filosóficas posibles, pues por sí solas nada a/ia/¿:;(zn.
Y asi se esplica también por qué es tan dificil reducir á un sistema ideolójico
los idiomas ; porque si se esceptúan un corto número de reglas generales , todos
ellos han sido producto de la imajinacion , de las pasiones y de las necesidades hu-
manas , tan variadas en las diferentes naciones. El filósofo puede y debe analizar
las operaciones de la mente en la formación de las ideas , juicios y raciocinios; pero
los que crearon los idiomas ¿hablan hecho esta sabia y profunda análisis?
[43]
DNIVERSil Y CONSECDENTEi
COLECCIÓN DE VOCABLOS DE DUDOSA ORTOGRAFÍA.
c^o^ ^, i^^oUh ^aiC€€e (/í/ ^ata, ^grtWi . 1839.
Di
'£ estos dos opúsculos sobre nuestra ortografía nos ha parecido mas interesante el
primero que trata de la acentuación. Como es sumamente breve \) y solo presenta re-
sultados sin teoría ninguna anterior , ni pruebas de los principios que establece , es
fácil que al dar cuenta de estos opúsculos , caigamos en algunos errores que una mas
lata espiicacion pudiera habernos evitado.
Pondremos un ejemplo de esta diGcultad. £1 autor dice que cno se usa ya del acento
grave , ni de la sinéresis; pero que deberían usarse.» Nosotros no estamos convencidos
ni de la necesidad ni de la conveniencia de estos dos signos ; pero acaso si se hubieran
propuesto algunas |*azones, dcsisliriamos de nuestra opinión.
En cuanto al acento grave, al cual llama dominante grave ó detono bajo , no hace mas
que poner este ejemplo : ¿Vendré ó qué haré! en el cual acentúa la última del primer fu-
turo con acento agudo , y la última del segundo con grave. No hallamos en la pronun-
ciación de estas dos palabras motivo alguno para la diferencia : tampoco la hallamos ni
en el uso común ni en el de las personas instruidas. Si los signos acentuales deben ser
imájenes de la pronunciación , donde esta no varía debe conservarse el mismo signo.
La sinéresis nos parece inútil : i .^ porque la u después de 7 lo es , y debería supri-
mirse. ¿I>e qué sirve un signo que nada representa en la pronunciación, y no hace mas
que aumentar esta regla en la ortografía : no suena la u después de qi ^.° porque des-
pués de g en las sílabas gue , gui , donde realmente es útil la u , basta dar por regla ge-
neral la pronunciación de estas sílabas, y señalar con la diéresis los casos de excepción.
Agrédanos todo lo que contribuya á homologar los signos con la pronunciación.
Nosotros quisiéramos que se adoptase generalmente el uso de escribir con i latina la
conjunción copulativa y, como lo hace nuestro autor ; pero no sabemos por qué ha de
escribirse diftongo , triftongo , cuando la pronunciación castellana es diptongo^ tríptongo.
Es ya tarde para restituir la pronunciación griega ó latina de estas palabras.
El autor hace una escelente observación sobre la vocal dominante , que es la mas
Urna , en los diptongos y triptongos. Esta observación es muy útil en la poesía en el
oso de los asonantes. Por ejemplo , no pueden ser asonantes albeitar y herida ; pero si
albeitar y perra, lina de las reglas que establece es, que entre la t y la u es la mas llena
la que esté posterior : mas nos parece que esta regla sufre una escepcion en la voz des-
ctddo , que es asonante de mudo y no de herido^ aunque algunos lo usan de esta última
manera.
£d cuanto á las palabras agudas , hace distinción el autor entre las agudas y las agu-
iiiimas. Estas segundas parece que son las que acaban en vocal ¿icentuada , y las prime-
ras las que acabañen consonantes ó en diptongo, cuya última vocal no es la llena, como
Sabau. En efecto Sabau es asonante de los agudísimos Aid , alid , Sabd. Conocemos el
prícipio filosófico de donde procede esta diferencia. Las consonantes y las segundas vo-
[44]
cales de los diplongos en fio de dicción han de quitar parte de su fuerza á la vocal sobre
que carga el acento. Pero si bien apreciamos en lo que merece esta observación , y
puede contribuir al estudio de los elementos del habla , no la creemos útil en la prác-
tica, ni mucho menos nos parece conveniente inventar un signo nuevo para coosig-
narla. Nuestra razón es la siguiente :
Cuando pronunciamos estas dos palabras amar^ amarán nos basta saber por los signos
y reglas ortográficas que las últimas silabas son agudas para cargar sobre ellas el
acento , que es cuanto debe exijirse de la ortografía, aunque después al pronunciarlas
no sea posible que suene tan aguda la primera como la segunda. /Por qué , pues , he-
mos de emplear un signo nuevo para hacer una cosa que no es posible dejar de hacerla?
Simplifiquemos la enseñanza. Mas nu por eso omitirá el buen profesor advertir esta di-
ferencia á sus alumnos.
£n la versificación, donde es mas necesario el conocimiento de los acentos, el mismo
efecto hacen las voces agudas que las agudísimas , en cuanto á la medida y á los he-
mistiquios : por tanto es también inútil para ella la duplicidad del signo.
No nos parece igualmente filosófica la división dé las voces graves ó llanas , (como
las llama nuestro autor), en graves terminadas en vocal y en graves terminadas en
consonante ; porque en unas y otras es siempre el mismo el valor de la sílaba acentua-
da, sin admitir menoscabo alguno por la consonante final, que está demasiado lejana
de ella para afectarla. Igualmente suenan las penúltimas de padre y de cárcel, Pero nos
agrada la distinción de los esdrújulos en los que tienen acentuada la antepenúltima , y
los que llevan el acento en una silaba anterior , como habiéndotelas^ quiíagelos. £1 autor
llama á estas voces esdrujulisimas ; pero como no conocemos ninguna en castellano, sino
las que llevan al fin los pronombres enclíticos tnf , nos etc. , nos parece conveniente
que se advirtiese que no hay palabras de esta clase en nuestro idioma , sino por aquel
accidente gramatical. Trae un ejemplo, quUdndosenoslo , que rara vez tendrá lugar en
el uso de nuestra lengua ; porque es raro que un verbo pueda rejir tres casos di-
ferentes.
£n cuanto á las voces que el autor llama equivocas dominantes^ están bien advertidas
en la ortografía para que se sepan distinguir los casos en que deben llevar acento ; mu-
cho mas, cuando varias de ellas son monosílabas. £s indispensable saber cuándo carga
el acento, y cuándo no , en las palabras se, si^ como^ donde^ y otras. Lo mismo decimos
de las que el autor llama equivocas antesumisas que son las mismas que las anteriores
cuando no llevan acento. £stas reglas y la de las pequeñas itiequivocas pueden someterse
á una ley general, y es: que no se pronuncian acentuadas las voces que representan ar-
tículos , preposiciones ó conjunciones ; porque estas voces nada significan por si mis-
mas , y hacen esperar siempre un nombre ó un verbo , al cual se incorpora su pro-
nunciación. £1 autor indica esta regla al fin de la pajina cuarta y principio de la quin-
ta. Somos de su opinión en cuanto á suprimir el acento en las vocales a , e , i , o, u,
cuando la primera es preposición, y las otras cuatro son conjunciones.
Hechas estas observaciones sobre la pronunciación de las palabras , pasa el autor á
esplicar las reglas ortográficas, que se reducen á las siguientes.
Acentuar las voces agudísimas , esto es, las agudas que acaban en vocal, las graves
que acaban en consonante , las equívocas y las esdrújulas. £sta es la regla general.
I^s escepcione^^ se dirijen á evitar superfluidad ó ambigüedad. La primera es no
acentuar , por motivo de la consonante final , las palabras acabadas en s , como los
plurales de los nombres, ni los patronímicos 6 nombres propios acabados en ez ó en «r,
como Ramírez , Benitez : ni los tiempos de los verbos acabados en n. £sta escepcion se
4|uebranta muchas veces, como la de la s en los plurales ; pues se escribe cafés^ median
del verbo medir. Mejor hubiera sido añadir á la regla general que los plurales llevan
acentuada la misma sílaba que lo está en el singular , á cuya regla no conocemos mas
«scepcion que la de carácter caracteres , y que en los verbos , cuando para evitar ambi-
güedad se acentué una silaba , debe seguir acentuada en todas los personas del mis-
mo tiempo.
Otra escepcion es la de los pretéritos en la que , fuera del caso de ambigüedad , no
es menester acentuar.
Otra; la de los superlativos regulares , que es supérfluo acentuar.
[45]
^Ira: la de los vocablos compuestos, como los advervios en mente, que lieoen dos
;os en la pronunciación, j conviene marcar el primero.
íemos dejado para el fín las dos escepciones relativas á las vocales unidas por ser
las importantes , y no muy conocidas.
as reglas son estas : i .* Cuando de dos vocales finales no dominantes la primera no
li 11 , la palabra es esdrújula, y debe acentuarse la antepenúltima: como área,
, etéreo. Si la primera es i ó u , la voz acaba en diptongo , y es grave , como gra-
Virginia, mutua,
.* La t y u dominantes , inmediatas á otra vocal , ó precediéndose una á otra,
Q acentuarse, como ganzúa alegría. ¿No pudiera omitirse el acento por escepcion
y» desílabos graves , como púa , rio (nombre y verbo), Clio , en los cuales es su-
uo , escepto el caso de ambigüedad , como creo, creó,
stas son las observaciones que nos ha sujerido la lectura^ estudio de este peqae-
laderno , cuyo objeto es sumamente recomendable , pues se dirije á simplificar á
Ira ortografía.
i segundo cuaderno muestra cómo deben pronunciarse muchas voces exóticas,
9 nuestro idioma , ya de otras lenguas , muertas y vivas , introducidas en el cas*
10. Esta instrucción es muy útil , pues deben acentuarse de la manera que las
unciamos. Solo haremos aqui una reflexión que no dirije al autor de estos opús-
i , sino á los escritores que miran como un sacrilejio escribir los nombres de otras
»nes , sino como en ellas se escriben , sin atender al uso de nuestros buenos hablis-
^o escribirán Renato por Rané, ni Burdeos por Bordenaux , ni Juan por John,
ue les costara un ojo de la cara. Nosotros creemos, que si bien acomoda seguir la
tara y pronunciación estranjera en las voces que aun no se han aclimatado en
tra lengua , no así en las que ya están consagradas por el uso. Seria una insensatez
bir ó pronunciar en castellaao London , Bayone, Rhone , Maint , Warsauz, en lugar
óndres , Bayona , Ródano , Maguncia , Varsovia,
DE LAS FIGURAS DE PALABRAS,
ste nombre á las variaciones que se hacen en la frase, sin producir alteración
\ los pensamientos. Cuando se comete un tropo hay variación no solo en las
o también en las ideas, pues estas se modifican espresadas por otras nuevas,
trasladadas recuerdan por lo menos objf^tos en que no pensábamos al conce-
amiento principal, y recuerdan ademas la relación que tienen con él: así solo
rano abuso del lenguaje han podido llamarse figuras de palabras. Pero las
?s nada añaden ni quitan á las ideas; y solo mudan las voces,
largo, esta mutación, que parecerá insignificante al ideólogo, no lo es albu-
lo debe ser. I^ armonía de la sentencia depende en gran parte de las letras
ue componen las palabras; el lenguaje propio y esclusivo de la poesía se
Q las trasposiciones atrevidas, en la supresión ó repetición de voces, en
es desusadas que no se atrevería á emplear el prosista, en fin, en el uso de
mlicuadas, que dan á la frase cierto sabor de venerable sensillez. Judicium
um, dice Quintiliano. El juicio del oido es muy delicado: y las voces, y no
tos, son las que hacen impresión sobre el oido. No hay, pues, una pedan-
fríble que burlarse de la solicitud con que los buenos escritores ban pro-
[46]
curado en lodas las naciones sobornar al juez de primera instancia en todas las compo-
siciones literarias: cslo es, al oido. Quien desprecia ese cuidado no escribirá nunca co-
mo Cicerón, Fenelon ó Racíne.
La teoría del Hipérbaton ó transposición, está muy ligada con los principios de la
ideolojía, aunque parezca contraria á ellos. Claro es que en toda oración, esto es, enlo-
do Juic/o enunciado^ debe presentarse antes al entendimiento la idea, de la cual se afir-
ma alguna cosa, después sus accesorios y modificativos, y en último lugar aquella que
aflrmamosde la idea. Las palabras naturalmente deben seguir este orden regular ó ló-
jico, cuando solo se trate de juzgar: así como cuando raciocinamos, colocamos el con-
secuente después del antecedente: esto es, primero enunciamos la proposición que con-
tiene á la otra, y después la que percibimos que está contenida en la primera. Así se
procede en matemáticas, cuyo lenguaje es altamente lójico, no solo porque se versa
sobre objetos exactamen^ mensurables, sino también porque no pueden escitar pasio-
nes que conmoviendo el corazón, perturben por consecuencia el orden tranquilo con
que el entendimiento percibe y coloca las ideas. Rousseau ba dicho, y no fue esta una
de sus paradojas, que si hubiesen existido hombres interesados en negar la propiedad
del cuadrado de la hipotenusa, no hubieran fallado escritos y argumentos con-
tra ella.
Hemos csplicado el orden regular y lójico de la oración; pero este curso tranquilo,
monótono y constante desaparece apenas la fantasía ó el corazón se sienten conmovi-
dos. Entonces deja de sernatnral la filiación de las ideas; y lo que verdaderamente exi-
jen la pasión ó la imajinacion, esto es, la naturaleza del hombre, es que se coloquen
los objetos y las voces que los representan, no según su dependencia ideolójica, sino
según el grado de interés que escitan en el que habla. Este nuevo órJen, dictado por
la pasión ó la fantasía, es el que se consigue espresar por medio de la trasposición.
No todas las lenguas tienen igual libertad é iguales recursos para trasponer las
palabras. Los humanistas han observado que las lenguas antiguas, formadas en épocas
en quo los hombres raciocinaban menos y sentian mas, son las que aJmiten mejor el
hipérbaton, fenómeno que comprueba la teoría que hemos esplicado anteriormente.
También se ha observado, y la razón lo dicta, que los idiomas, mas libres de artículos,
preposiciones y verbos auxiliares, se prestan mejor á alterar el orden de la colocación;
y nuestro Luis de León arrostró una empresa superior á las fuerzas de la lengua caste-
llana, cuando en los Nombres de Cristo se empeñó en comunicarles el genio traspositivo
de la latina. En efecto, el castellano, aunque menos trabado que otros idiomas moder-
nos, sin pasiva, con verbos auxiliares, con artículos y sin declinaciones no podrá jamás
competir en esta parte con el bello lenguaje de los señores del mundo, libre y majes-
tuoso como ellos.
Pero un hecho, tan averiguado é indudable, comq decisivo en la' materia, es que
no hay idioma alguno , por esclavo que sea de las leyes de su gramática, que no haya
concedido el permiso mas ó menos lato de trasponer á sus poetas. Si nosotros no pode-
mos decir, como Tomé de Burguillos hablando de un gato enfurecido;
En una de fregar cayó caldera ,
podemos con León llamar á Dáfnis
De hermosa grey pastor muy mas hermoso.
¿Por qué se permite á los poetas la trasposición que en prosa sería justamente cen-
surada? Porque si esta figura se opone á la lójica de las ideas , es muy conforme á la
de las pasiones ; y el lengu<ije poético es el idioma de la pasión , ó por lo menos de la
fantasía exaltada,
El Arcaismo , ó el uso de voces anticuadas pertenece también al dominio de los
poetas, aunque no esté prohibido á los oradores, ni á los escritores de otros géneros
en prosa. El principio es que las palabras y locuciones antiguas dan dignidad al lengua-
je ; pero en esta parte, como en casi todas his demás de la literatura, la dificultad está
en la feliz aplicación , en el tino y acierto de la introducción.
[47]
Síd embargo , puede asegurarse por regla general , que serán felices los arcaísmos
siempre que representen con una voz ó frase de buena formación y sonido lo que se-
gún el estado actual de la lengua requeriría un giro ó vulgar, ó prosaico, ó que destru-
yese la armonía. No aconsejaríamos á nadie que dijese maguer en lugar de la espre-
sion poética si bien : pero ¿por qué no ha de decirse asaz en lugar de bastante ó hartOy
que son prosaicos? ¿Ño es mejor el caed en un prado de Berceo , que vine á parar á un
pradol ¿Qué tienen de malo las flores bien olientes de aquel antiquísimo poeta? Pero lo
repetimos : todo depende del tino y del juicio. El estudio de nuestro idioma puede y
debe proporcionar á nuestros poetas el uso y rehabilitación de muchas voces y frases,
sepultadas ya en el polvo de los arcaísmos , y que no debieron serlo nunca ; porque se
han perdido sin tener otra cosa que poner en su lugar. Dígalo si no la neglíjencía con
que se dejó perder en nuestro idioma el régimen de los participios activos.
Elipsis ó supresión es una iigiira que no ha tenido su oríjen en el deseo de la
elegancia, sino en la propensión natural al hombre de evitar el trabajo inútil. Usamos
de ella aun en los raciocinios mas abstractos , aun en el lenguaje de las ciencias.
Apenas pronunciamos cuatro frases seguidas , aun en el uso común de la vida , sin
omitir algunas voces , que aunque necesarias para el completo sentido , las suple fácil-
mente el que nos oye.
Eneas dice , hablando á su hijo :
Disce puer , virtutem ex me, verumque, laborem
Fortunam ex alus.
La virtud y la gloria de mi aprende :
y de otros la fortuna.
en donde el verbo aprende ^ está suprimido en la segunda frase. Rioja dice, hablando
de Atenas y Roma:
Que no os perdonó el hado , no la suerte^
¡Ayl ni por sabia á ti , ni á ti por fuerte.
donde á la belleza de una elipsis muy oportuna se añade la de la repetición que no lo
es menos.
Muchas figuras de palabras tienen por único- objeto la armonía : tales son la sina-
lefa , la aféresis , la síncopa y la apócope. En prosa solo pueden emplearse en los casos
que ha permitido el uso ; como del hombre en lugar de el hombre , norabuena , por en-
horabuena , hidalgo en vez de hijodealgo , algún por alguno. Pero en verso se estiende
mas esta licencia.
La sinalefa no solo se comete, sino casi siempre es de rigoroso precepto en cuanto
á no contar como sílaba para el verso la de la vocal elidida.
Estos , Fdbio , ¡ay dolor! que ves ahora.
En este verso la última silaba de Fabio no se cuenta.
La aféresis se permite algunas veces ; pero solo en voces compuestas de preposi-
ción al principio y cuando esta no es necesaria : como sangrentada por ensangrentada.
Pero para estas licencias y otras de la misma especie , se necesitan ejemplos ó modelos
autorizados. No así para la sinalefa, cuyo objeto es evitar el hiato que producirían dos
vocales seguidas, si ambas tuviesen igual valor en el verso.
Pudiéramos agregar á las ya mencionadas otras licencias , como la introducción de
conslruccioaes latinas ; tal es la de Luis de León :
Que tienen y los montes sus oidot
donde y significa también , como el el pospuesto de los latinos ; la adición de letras
al fio , enmedio ó al principio de las palabras , y otras muchas de que se valen los
peetas para dar á su idioma un carácter particular, y distinguirlo del de la prosa. Pero
[48]
aquí debemos hacer una advertencia muy importante, y es: que el dialecto poético de
la lengua castellana está ya fijado ; y que es imposible hacer en él innovaciones de que
no encontremos modelo ó ejemplo en los poetas del siglo XVI. Las lenguas no tienen
una perfectibilidad indefinida. Cuando llegan á cierto punto no es licito alterarlas.
DE m FIGURAS DE MCIOCIO.
■=sK<2^ti»>:g>
ARTICULO I.
JuLÁMAMSE asi aquellas formas particulares qne se dan al pensamiento , cuándo
el ánimo, libre de pasiones , quiere demostrar una verdad, y esponerla con toda la
claridad y encrjia posibles. Tales son el símil, la antítesis , la interrogación en mu-
chos casos , la polisíndeton , la asindcton , la suspensión , la gradación y algunas otras
de su clase, de que generalmente se usa para dar vigor y elegancia al razonamiento.
Esplicada la naturaleza y uso de estas figuras no será difícil conocer la de las otras
que pertenecen á la misma especie.
Él símil ó la comparación puede tener dos objetos : el uno , ilustrar el pensa-
miento, el otro , embellecer el estilo. En el primer caso es figura de raciocinio : en
el segundo de fantasía , y pertenece á la segunda clase de las figuras.
Un célebre publicista ha dicho que la comparación no es razón; y es imposible negar
este axioma. Por consiguiente el símil no se emplea en demostrar , sino en dar luz j
esplendidez al pensamiento, haciendo que intervenga en él la imajinacion. El filósofo
que comparó el avaro á un cerdo, animal inmundo, é incómodo durante su vida;
pero que con su muerte regocija á todos, nada pretendió demostrar; pero dio muy bien
á entender la bajeza, estupidez y resultados mas comunes de aquel vicio. ¿De qué ma-
nera? Llamando la fantasía en auxilio déla razón, y presentando bajo un símil , cuya
exactitud es imposible desconocer, toda la fealdad de pasión tan soez. El mismo efecto
produce la hermosa comparación de Uioja.
¡Que callada que pasa las montañas
El aura respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!
IjSl montaña es el varón verdaderamente bueno; la caña el hipócrita; y el aura
la virtud.
Para que en las obras de raciocinio sea admitida y valedera la comparación , es ne-
cesario , pues , que contribuya á ilustrar el pensamiento , y á darle el aspecto bajo el
cual quiere presentarle el escritor : que no se alargue demasiado ni se estienda á otras
circunstancias mas que las que quieren espresarse , (precepto á que se falta en poesía;
porque en ella la comparación es figura de adorno, y no de raciocinio): que no se re-
pitan demasiado , ni se hagan sin necesidad las comparaciones , porque cuando se ra-
ciocina no se trata de mostrar ingenio , sino de esclarecer el asunto : que no se
tomen los símiles de objetos mas elevados ó mas bajos que el que se compara, ni muy
semejantes y obvios, ni muy separados , y por tanto difíciles de entender, con respecto
al asunto , ni en fin de objetos obscenos ó nauseabundos que ofendan la decencia ó el
[49]
estómago. Lo§ limites de la comparación , mirada como figura de. raciocinio , son pre*
cisamente los que indique la necesidad. No es licito pasar mas adelante.
Mucho mas hay que decir del simil , considerado como figura de imiyinadon ; pero
lo resenramos para cuando se trate de esta clase.
La comparación se funda en la semejanza de dos objetos : la antitesis en su oposi-
ción. Pero esta sola no basta para formar antitesis :*se necesita ademas q^ue las frases
en que se espresan las dos ideas contrapuestas , se pongan juntas, y sean iguales ó casi
igudes en tamaño. Puede haber contraste sin antítesis , como en la sublime espresion
de Séneca : cRes est sacra miser.» El infeliz es una casa sagrada. La oposición entre el
hombre infeliz y abatido por el infortunio , y la reverencia y veneración que exije
para él nuestro filósofo es evidente : mas no hay contraposición intentada y marca-
da , no hay antitesis. La habría si dijésemos : todos desprecian al infeliz ; pero todos de^
bitran reverenciarle.
Este ejemplo basta para probar que puede existir el contraste de las ideas sin
haber figura : observación importante ; porque la antitesis es por si misma una forma
escesivamente bríllante y las mas veces afectada del discurso , y por tanto incompa-
tible con la pasión cuando los afectos, señaladamente los tiernos y melancólicos, nunca
se espresan mejor que por los contrastes. Chateaubriand, en su genio del cristianismo ha
caracterizado por ellos el estilo de Yirjilio, el mas sensible , el mas tierno , y al mis-
mo tiempo el mas profundo de los poetas de la antigüedad. Parece aue este digno
émulo de Homero , conociendo la nada de todas las cosas humanas se aedicó á espli-
car for negaciones f esto es, por lo ^ue no son, los objetos de los sentimientos que
describe, y de aqui nace aquel colondo inesplicaible de profunda melancolía que toman
bajo su pincel las pasiones tiernas.
En efecto , obsérvese que casi todas las frases de grande efecto en este poeta son
negativas. Tal es aquel verso de Dido, próxima á morir;
Dulces exuvia , dum fata Deusque sinehant
j que tan bella y tiernamente tradujo nuestro Garcilaso
ó dulces prendas,,,,
\ Dulces y alegres cuando Dios querial
Evandro , viendo muerto á su hijo Palante , esclama :
Non h»c , oh Palla , dederas promissa parenti
No prometiste asi , Pelante mió.
La madre de Eurialo , viendo la cabeza destroncada del hijo , dice :
cTunc illa senectse
sera me» requies?»
lEste descanso d mi vejez guardabal
Pero ¿qué nos cansamos en hacinar ejemplos? ¿No vale por todos la célebre espresion
Ei campos uhi Troja /utí? cLos campos donde Tro^fa fué.» El artificio , si asi puede lla-
marse , del poeta de Mantua para describir las pasiones consiste casi siempre en ma-
nifestar el contraste entre lo que es , y lo que fué ó lo que debiera ser , ó en fin lo
que se esperaba ó se deseaba que fuese.
El contraste, pues, de las ideas, cuando no se las contrapone simétricamente , es
propio del lenguaje apasionado ; pero apenas aparece esta simetría : apenas se presen-
ta la antitesis dejamos de creer en la pasión ; porque ninguno que esté fuertemente
oomnovido se entretiene en simetrizar frases , ni en contraponer palabras á palabras.
Ni ano los vuelos de la im«Jinacion admiten ese estudio.
El raciocinio si ; porque los pensamientos reciben á veces mucha luz de sus contra-
7
[50]
ríos , asi como también la reciben de sus semejantes; y nunca parecen mas contrarías
dos ideas que cuando se encierran en dos frases contrapuestas y de casi igual estension;
porque juzgamos mejor de la oposición entre ellas cuando en todo aparecen iguales,
menos en aquello en que se oponen .
Los ejemplos de la antítesis son muy frecuentes en los buenos escritores. La mas
célebre es, sin disputa, la de Juliano. Diciéndole á este emperador uno de sus adula-
dores , 8i bastase negar el crimen , nadie seria culpado : respondió ; si bastase acusar ^ nadie
seria inocente.
Esta figura tiene el artificio muy á las claras ; y por tanto no conviene prodigarla.
Su regla esencial es que la oposición en que se funda ocurra naturalmente y no sea
buscada con afectación , como la del epigrama de Ausonio :
Infelix Dido , nulli bene nupta marito: .
Hoc pereunte fugis , boc fugiente peris,
Dido infeliz en maridos ,
Pues ninguno te conviene:
Al morir el uno , hnyes ;
Al huir el otro , mueres^
ARTICULO IL
JLiA interrogación no es figura , sino modo común de bablar , cuando se pregunta lo
que se ignora ; pero lo es de raciocinio , y uiuy cnérjica , cuando se pregunta lo que
se sabe ; mucho mas si la pregunta se hace al que es de contraria opinión. Adquiere
el argumento mayor fuerza , por dos razoces : la una , porque parece que se pone en
manos del adversario la decisión del asunto: la otra, porque supone en el que habla
una profunda convicción de la verdad ó de la justicia de su causa.
Cuando Priamo pregunta á Sinon
Quo molem hanc inmanis equi statuere? quis auctor?
Quidve petunt? qua? religio? aut quai machina bclli? -
¿Para que levantaron esa mole
del inmenso caballo ? iquie'n la hizo^
ó con qué fin? ¿es máquina de guerra
ó religioso votol
pregunta sencillamente lo que ignora á quien cree capaz de responderle ; pero cuando
Lucrecia responde á Colatino que le preguntaba por su salud : tMinimc: quid enim
salvi est mulirri nmissa pudiciíia?* <qué salud puede haber en una mujer que ha perdido
la honestidad?» esla última pregunta es una verdadera figura de elocución , y la usa
para afirmar con mas ahinco lo que su esposo sabia tan bien como ella.
La interrogación es una figura común en las disputas, principalmente si son un
poco acaloradas como las del foro y de la tribuna. Para que esté bien introducida seo
necesarias dos condiciones : la primera es que no se repita demasiado , porque no pa-
rezca amanerado el estilo, observación que debe tenerse presente en lodos los giros y
formas de la sentencia : la segunda y mas principal es, que cuando se cometa la inter-
rogación sea con la certidumbre de dejar á su adversario sin respuesta. Tal fue la
magnífica interrogación de Cicerón , defendiendo á Quinto Ligario delante de César
contra el acusador Tuberon , que habiendo llevado las armas contra el dictador , no
tenia pudor , después de restituido á su gracia , de acusar á quien nunca fue tan ene-
migo suyo como él : Quid enim^ Tubero^ districtus Ule tuus in acie pharsalicagladius agehatt
cuJHS latus Ule muero petebat? qui sensus erat armomm tuorum? quee tua mens? oculi? manus?
[511
ardor auimi? quid cupiebas? quid optábate? c Porque ¿qué golieitaba tu acero desnudo en la
batalla de Farsalia/ ¿á qué pecho dírijias su punta? ¿á qué fin manejabas las armas?
¿cuál era to intención? ¿qué buscaban tus ojos, tus manos , tu ánimo enardecido? ¿qué
querías? ¿qué deseabas?»
A veces la interrogación es figura vehementfsima de pasión ; como la de Dido, figu-
rándose el peligro de acometer á Eneas enmedio de los troyanos.
¿Quem metui montura?
Si el morir era cierto ¿qué temia?
En efecto, no es ajena la interrogación de la lójica délas pasiones; y en estos casos
obra por simpatía , cuando es bien introducida. Todas las almas responden á placer del
que las pregunta apasionado.
La Polisíndeton ó la Asindenton , esto es , la acumulación ó supresión de las con-
junciones son figuras de que se hace frecuente uso. Pero es menester discernir los
casos en que conviene una y otra. Cuando queremos esplicar la rapidez con que pasan
los objetos, ó se aglomeran los sucesos, la pluma del escritor, arrebatada por las ideas,
deja olvidadas las partículas , que por su naturaleza son menos esenciales en el len-
guaje , como se verifica en la espresion de César , al dar cuenta al senado de la guerra
del Ponto : veni^ vidi , vid,» Llegué, vi^ venci: O la estanza de fray Luis de León, in-
citando al rey Rodrigo á la defensa de su nación :
Acude , acorre , vuela ,
traspam la alta sierra , ocupa el llano ,
no perdones la espuela ,
no des paz á la mano ^
menea fulminando el hierro insano.
Pero cuando acomoda al escritor llamar la atención sobre cada uno de los obje-
tos que presenta, multiplica para separarlos las conjunciones ó bien alguna otra parte
de la oración que produzca el mismo efecto , por medio de la figura llamada Repe-
tición. Cicerón dice al sedicioso Catilina, que la patria le aborrece y le teme, y
añade : iHujus tu ñeque auctoritatem verebere^ ñeque judicium sequerCy ñeque vim pertimes'
res? iTú ni respetarás su autoridad, ni seguirás su dictamen, ni temerás su poder?
La gradación consiste en dar cada vez mayor vigor al pensamiento , y aun aco-
moda que las frases vayan también aumentando y se hagan cada vez mas llenas y
sonoras, para auxiliar con la armonía el aumento que toma la sentencia.
Virgilio dice:
Arma velit , posea tque simul , rapiatque juventus
Quiera las armas y las pida al punto
y la fogosa juventud las tome.
La suspensión consiste en recorrer las diferentes respuestas que pueden darse á
una cuestión , demostrando brevemente la insuficiencia de todas , escepto de la que
dá al fin el mismo escritor. La Preterición en suponer que se omiten muchas ideas,
cuando realmente se insiste en ellas , aunque vigorosa y concisamente. La Corrección,
en enmendar artificiosamente lo que se ha dicho para buscar una palabra mas pro-
|Ha, ó una idea mas luminosa. La Concesión , en suponer verdaderas algunas propo-
siciones del adversario para confundirle mejor. Pero estas figuras y otras muchas
están sometidas á las reglas generales que ya hemos espuesto, á saber: i* que no
sean e»tudiadas: 2." que no se repita una sola con demasiada predilección : 5." que
nazcan de la misma materia natural y oportunamente.
Estas reglas pudieran reducirse á una sola : solicitese la enerjia del pensamiento y de
Im frote antes que la elegancia. Esta vendrá después.
Podemos también contar entre las figuras del raciocinio las mismas formas que
loilójicos le han asignado, á saber: el Entimema, el Sorítes, el Dilema, y tal
vez el Silojismo. Pero son estas maneras de decir tan artificiosas , señaladamente la
[62]
DE LA ORATORIA SAGRADA.
AUTICULO I.
VjONSIDKKAKKMOS en eslc arliculo la elocuencia del pulpito bajo el aspecto litera-
rio solamente, sin hablar de sus relaciones con la relijion y la teolojía ; porque ei
cuanto á esta última baste decir que debe saberla muy á fondo el predicador; en cuanto
á ]» primera , nos contentaremos con observar que entre todas las creencias el cris-
tianismo es la única que haya exijido de sus sacerdotes la predicacious Y es predmqns
fuese así ; pues es la única que tiene un objeto moral , y se dirije esclusivameale á
perfeccionar el alma del hombre. Asi la elocuencia sagrada es un género de Hleratan
desconocido antes de la promulgación del evanjelio.
Pero este género ha sufrido varias alteraciones, como todos los demás, relativas
á las mudanzas de Ins tiempos y de las costumbres. En los primeros siglos del cristia-
nismo fue la elocuencia del pulpito muy sencilla : carecia de movimiento de los afeo-
tos; de los cuadros animados y vigorosos que exaltan la fantasia ; de la armonia estu-
diada de palabras y frases; de flores y adornos retóricos ; en fin , de todos los embelle-
cimientos que pudiera darle el talento de los hombres. Keduoiase á la esposicion dd
dogma y de la moral , hecha casi siempre con espresiones tomadas de la Escritora
Santa. Parece que los primeros Prelados de la iglesia temian añadir nada á la palabra
divina. Quedaremos admirados si comparamos los frutos abundantísimos de la predi*
cacion en aquellos tiempos con la tenuidad y sencillez de los medios oratorios que st
empleaban : y no es posible desconocer la mano de la providencia del Señor , que no
quiso que se debiese la conversión del mundo á la fuerza de la sabiduría ó de la elo-
cuencia humana , sino solo al vigor y santidad de la doctrina evanjélica.
Cuando la relijion cristiana, después de grandes y sangrientas persecuciones, hubo
triunfado del poder de los Césares, del orgullo filosófico y de todos los cálculos de la
prudencia del siglo ; cuando se contó en el número de los fieles á los emperadores , á
los cónsules , á los grandes, á los sabios y á los poderosos del mundo, cesó, por de-
cirlo asi , en el orbe romano el ministerio del api}$iolado ^ y comenzó el de la)pf«rfiAi-
rion. No se trataba de convertir á la fé, sino de fortalecer en ella á los oyente» , mas
cruel y peligrosamente acometidos de los vicios , hijos de la prosperidad , que antes
por la persecución, anunciadora de la palma del martirio. Fue preciso, pues, poniendo
siempre en el primer lugar que se le debe , la fuer/a inefable y misteriosa de la pa^
labra de Dios, base fnndamentaf de las doctrinas, desenvolverla y aplicarla en el len-
guaje que hiciese mas impresión en la masa de los oyentes. La iglesia honró con su
aprobación aquel enlace de la sencillez evanjélica con los movimientos varoniles y se-
veros de la verdadera elocuencia ; aquella espresion suave de la acción de la gracia;
aquella manera nueva de embellecer la virtud que admiramos en las homilías de los
Agustinos , Basilios y Crisóstomos.
Si las leemos con atención, observaremos que aquellos venerables Prelados, modelos
do la santidad y de la sabiduría cristiana, en nada se apartaron del candor evanjélico
primitivo. Generalmente hablando, se reducían á esplicar las divinas escrituras yá
deducir de ellas reglas y preceptos de moral ; y para hacerlas perceptibles y amables
[63]
e valían do todos los medios propios de la elocuencia humana. ¿Por qué Labia de
legái seles lo que fue concedido á Séneca , á Sócrates , á Cicerón? £1 lenguaje y la fia-
ibra eia común á estos filósofos paganos y á los oradores del cristianismo. Lo que era
peculiar á estos , y lo que caracteriza su ministerio no era el don del habla 9 común
I todos los hombres , sino las ideas y las doctrinas.
El predicador evanjélico debe enseñar al ignorante , fortalecer al débil , levantar
il caído , sostener al que está en pié : en una palabra, hacerse iodo para todoi, según la
«presión de S. Pablo. De aquí es la necesidad de presentar las verdades cristianas
Mjo diversos aspectos y formas , esplicarlas con claridad , mostrar con ardor su im-
KMTtancia , y no debilitar en ningún caso su alta dignidad. Cumplir estas varías oblig*-
iones de su ministerio, valiéndos del lenguaje y de los medios que la esperiencia de
odos los siglos ha designado como mas oportunos para convencer y persuadir , 00
» mas que poner el don de la palabra , recibido de la naturaleza , á disposición de
a gracia divina : de la cual , y de ella sola debe esperar el orador el fruto abundante
r saludable de sus tareas.
£q las Homilías ya citadas casi siempre era dado el asunto ó argumento de la ora-
joo por el pasiye de la escritura que se trataba de esplicar. Asi el plan era sencillísi*-
M y sin artificio. Si cabía algún embellecimiento , era en las figuras de elocución.
jm padres de aquellos siglos las usaron, con mucha sobriedad. £1 mayor adorno y
|ae mas frecuentemente se nota en sus oracianes es el de la introducción del estilo
^ aun de las palabras mismas del testo sagrado , muy oportunamente injeridas en
na exortaciones. Ya esplicarémos después la razón de esta costumbre que ba durado
lula boy y durará hasta la consumación de ios siglos.
Eolre las tinieblas de la edad media se conservó el cristianismo y con él la civiliza*
ion* Los oradores sagrados recordaron sin cesar á pueblos feroces é ignorantes lo
|«e debían á Dios y á sus prójimos. Esta voz no se cansó de clamar en el caos intelec-
nal, moral y político en que se hallaba la Europa, hasta que los elementos déla nueva
reaeion se desenvolvieron , la virtud recobró sus derechos , las ciencias brillaron y la
nafquia desapareció.
£oiónces la predicación de la divina palabra, aunque sin alterarse en el fondo, ad»
ailió formas diferentes. Tratábanse en el pulpito las materias políticas porque el cris-
ianismo había sido en los siglos anteriores un poder político. Pronunciábanse en aquel
afar sagrado elojios fúnebres , oraciones gratulatorias por los sucesos prósperos : di*
yiaose inyectivas contra los enemigos del eslado: en una palabra, era el pulpito, como
a había sido en los siglos bárbaros • la tribuna nacional ; y aun en el dia , aunque
iQB QMnos frecuencia y ciertamente con mas decoro y dignidad , se dicen oraciones
la esta especie en la cátedra del Espíritu Santo : bien que los buenos oradores dan
íempre á estas materias profanas el aspecto moral, bajo el cual debe contemplarlas el
Kunbre relíjioso.
Eo cuanto á los asuntos puramente cristianos , se dividieron los sermones en doc-
rinalesó catequísticos', morales y panejiricos. Los primeros tienen por único objeto
a eoseñanza de la doctrina cristiana : los segundos , la convicción de las verdades
vanjélicas, y sobre todo la persuacion á la* práctica de las virtudes. Los panejiricos,
specie de imitación del género , que los antiguos llamaron demostrativo , consistieron
a celebrar algunos de les misterios de nuestra relijion ó las virtudes de los héroes del
riatíanismo.
Esta misma división existe hoy. Pero sea el asunto el que se fuere , subsiste la cos-
ambre antigua de esplicar en el sermón un testo , el cual indica el aspecto bajo el
nal quiere el orador considerar la materia de que trata. Pero se ha introducido el uso
e dividir los sermones en partes ; y aun los oradores franceses han llevado hasta el
iceso con frecuentes subdivisiones esta costumbre. £1 exordio,- la proposición del ar-
:umento , la aplicación del testo y el plan de la oración separan ya mucho nuestra
ctoal forma da predicación de la que aa iiaó en la iglasia antas de la irrupción de
m bárbaros.
Pero el fondo es el mismo, y el mismo el carácter de esta nuevo género de elo-
fia»cía» £a divina ptUa^a , prtdicada y éi$fmmta 99n 4i§nidai y ftekemeneia constituye en
( dia la asaocia de I06 buenos sermaaaa , coopto eoArtiioia aotíguamanta la de laa bua«
ñas Homilías* No puede ser otra cosa la predicación cristiana : no puede haber doi
oratorias sagradas, una de los siglos primitivos y otra de los siglos modernos.
Si se nos preguntase cuál de las dos formas nos parece preferible, responderiamof ,
que si la primera, por la dignidad y santidad del predicador, cuya presencíasela en
un verdadero sermón , podia ser mas ventajosa en los siglos en que estuvo en práctica,
ahora , siendo el uso de la predicación mas frecuente , nos parece mejor la seganda
bajo el aspecto literario. No hay ya como entóneos un prelado en cada pueblo de
al¿una consideración. Los deberes del episcopado se han hecho mas ostensos , y ha sido
forzoso delegar el ministerio de la palabra. Pueden asi los oradores trabajar mejor sas
obras , y por consiguiente predicar con mas truto. Por otra parte , la unidad de arga*
mentó , que se exije con mas rigor en un sermón que en una Uomilía , da proporcioQ
al predicador á ceñir mas sus ideas , y limitándolas á un solo objeto , puede inosbir
mejoría conexión íntima que hay éntrelas doctrinas dogmáticas y las morales; co-
nexión que prueba á los ojos de la razón humana , tan descontenladiza en naestn»
días, la excelencia del cristianismo.
Considerada la oratoria sagrada como un ramo de literatura , es claro que los on*
dores franceses llevan en él la palma á los de otras naciones. Ni Italia, ni España, ni
Inglaterra tienen nada que oponer á la elevación de Bossuet, á la unción de Massillon,
á la elegancia de Flechier , á los movimientos atrevidos de Bribaine , ni á la l^jiei
de Bourdaloue. Los ingleses han renunciado á todo lo que sea movimiento de afectos;
y sus oraciones , que ademas se leen y no se pronuncian , son mas bien discursos doc-
trinales sobre algún punto relijioso , que espresiones vehementes de los sentimíenloi
del corazón. No sabemos decir si esto procede del carácter de controversia que impri*
mió la reforma á los predicadores, ó del deseo de imitar el método de los siglos anti-
guos , ó la índole misma de la nación , que no se presta fácilniente sino á aquéUai
ideas do que está íntimamente convencida , y que mira como inútiles los medios de
persuasión, cuando se han empleado con felicidad los del convencimiento.
£n España se observa en esta clase de literatura un fenómeno muy raro. Naeslros
escritores relijiosos son elocuentísimos en los libros que escribieron sobre la moral
cristiana. En las obras de Granada , León , Avila, Puente y Chaide hay un repertorio
admirable de pensamientos cristianos muy bien desenvueltos , con todos los adornos
que puede admitir la elocuencia del pulpito , y con toda la noción de que necesita.
Pero estos mismos que predicaban tan bien en sus libros, cuando hablaban al pue-
blo , olvidaban , por decirlo así , su elocuencia , y se reducían al ministerio de va
catequista. No podemos atribuir esta conducta sino al deseo de acomodarse á la capa-
cidad del vulgo , generalmente muy poco instruido en España. Bossuet y MassOloa,
predicando en la corte de Luis XIV , tenían por oyentes los hombres mas sabios de
su siglo. Nuestros Granadas y Chaides no tuvieron un teatro tan ventajoso; pero leían
fibras las personas mas instruidas de España. Por eso escribieron mejor que predicaron.
ARTÍCULO II
K
L sermón se distingue de los demás géneros de oratoria , en que generalmente
hablando se dirijo mas bien á la persuacíon que á la convicción. Pocos serán, entre
los que concurren á oír á un predicador, los que no estén convencidos de las ver-
dades y doctrinas que promulga; pero son muchos los que, creyéndolas y confesándolas
f-on su entendimiento y con su boca, no se resuelven á arreglar á ellas su conducta. Ni
(65 J
lasU conocer la verdad : es meDester amarb y hacerla iriuníar de las pasiones, fisla
s la condición del hombre , descrita aun en los tiempos de la filosofía pagana por
0 poeta:
Video meliora proboque,
Deteriora sequor.
(Conozco las virtudes , las apruebo^
y sigo la maldad.)
or consiguiente , el ministerio de la predicación que se dirije á la perfección moral
el bojBibre , no tanto debe versarse acerca de las máximas como de los sentimientos:
i fuena no está en la lójica que demuestra , sino en la persuaden que conmueve,
a elocuencia del pulpito , en la parte que es puramente humana y depende del talen-
» , del trabajo y del estudio del orador , debe dar al pensamiento cristiano los estí-
lulos necesarios para que no se quede en el entendimiento del oyente, sino conmueva
1 fantasía y penetre en su corazón.
Esto es sumamente dificil , y tanto mas, cuanto todos los sermones, señaladamente
m morales, ban de versar por necesidad sobre asuntos conocidos del auditorio,
íllados á fuerza de repetirse y por lo mismo casi incapaces de admitir , ni aun en la
irmat , el mérito de la orijinalidad ; cuando por otra parte carecen del interés mate-
al y sensible, que dá taa vasto campo á la elocuencia del foro y á la de la» tribuna:
lando no se puede ni se debe descender á descripciones particulares que parecerian
¡tratos dispuestos para satisfacer la malignidad de los oyentes mas bien que para cor-
jirlos y edificarles : en fin, cuando la generalidad misma de \ós asuntos parece que
! niega á admitir los embellecimientos que podrian tener cuadros particulares.
Necesario es , por ejemplo , predicar con frecuencia á los fieles el precepto de la
iriáiad. Así se ha hecho y se hará y se deberá hacer en la iglesia cristiana. Pero ¿dónde
tá el predicador , que pueda decir : Vo predicaré can tiovedad acerca de esta mrtud : yo
Qondré nueoas motivos : yo incitaré con nuevos motimientos el corazón de los oyentes? Todo
iá dicho ya , y no es posible ni aun inventar una frase nueva en materia tan deseo-
icida. Y sin embargo es menester no dejar de predicar acerca de esta primera virtud
ú cristianismo, opportuné : importune,
£s verdad que las máximas relijiosas y morales son del mayor interés para el hom-
'e: es verdad quede la obediencia á ellas depende su felicidad presente y futura:
mbien es cierto que á ninguna cosa se adhieren con mas firmeza los individuos y los
leblos como á su relijion ; pues á ella están ligados el consuelo en las adversidades y
fi esperanzas mas importantes. Estas son disposiciones felices que el orador cristiano
I debe olvidar para valerse de ellas en tiempo y ocasión oportuna. Pero las pasiones
imanas destruyen por otra parte la obra de la fé: se creen verdades y se obra contra
las* La importancia é interés de las máximas cristianas casi desaparecen en nuestro
^azon ante los prestigios de la vida. La creencia es un acero embotado : el miniate-
0 del predicador es afilarlo y hacer que hiera.
I.as reflexiones anteriores son suficientes para indicar las reglas que deben seguirse
1 ia práctica de la predicación, reducidas todas á este principio: penetrar losam-
os de los oyentes de la siiblimidad é importancia do las verdades relijiosas ; y evitar
lidadosamente al tratarlas la vaguedad y la generalidad. Para lo primero debe insis-
"se en cada virtud que sirva de asunto, en las miras del Señor, que nos han sido re-
Jadas acerca de ella, y en la perfección que adquiere con su práctica el alma del
imbre.
La vaguedad es un defecto bastante común en los que se dedican al ministerio del
ilpito. Es ya proverbial la censura que han merecido muchos sermones de comen-
r por la creación del mundo y acabar por el dia del juicio. Es necesario, si no se quie-
confundir las ideas ni perder el fruto de la oración , ceñirse estrictamente al asunto
! que se trata , desentrañarlo completamente , y atacar á un mismo tiempo el racio-
lio , la imajinacion y los afectos , que son las tres fortalezas que ha de rendir el (|ue
úera apoderarse de los ánimos. £1 que desee, por ejemplo, recomendar la virtii
la humildad , no ha de mezclar con ella ni el elojio ni la persuasión de otraa vir-
des , aunque pueda muy bien insistir en la necesidad de ser humilda para poseerlas
9
[66]
realmente. Al contrario , debe esplicar circunstanciadamente los frutos preciosos de
la humildad, las aberraciones y desventuras del orgullo su contrario : los conandos^la
tranquilidad, la sublime, verdadera grandeza que comunica al alma, y en fia , cmals
la acerca al divino modelo que quiso que de él la aprendiésemos. Emprendiendo arte
camino es seguro que no faltarán pensamientos al orador , aunque no salga del cir*
culo de su asunto : la sagrada Escritura, los Padres , los libros piadosos , y su tidento
se los sujerirán en abundancia.
Pero cacaso no será orijinal en sus ideas.» Esto bien puede suceder; porque an
moral y eii relijion es ya casi imposible encontrar un pensamiento que no dejando de
ser verdadero , sea nuevo. Las máximas universales se agotan pronto en cualquier aa*
teria que se trate. Asi el orador cristiano debe aspirar , si no á ser orijinal en elfiMldt,
porque casi siempre será imposible , á serlo por lo menos en la manera de tratar m
asunto , evitando hasta cierto punto el escollo de la generalidad^ que es otro de loe me
pueden oponerse al buen éxito. Decimos hasta cierto punto porque menester es que jm
máximas virtuosas se demuestren y se persuadan : pero ¿quién quita que se preseolMi
en cuadros animados que conmuevan la fantasía? ¿que se citen ejemplos oportunos lo-
mados ya de la Biblia , ya de la historia eclesiástica? ¿que se penetre en el coraioa del
hombre y desenvolviendo sus dobleces se patentice á cada uno de los oyentes cuál ei,
la verdadera causa que le retiene en los lazos del vicio y le impide seguir el camiao de
la virtud y de la perfección? ¿que se le indiquen los medios de vencerfeste obsláodo
que parece insuperable? ¿que se contraponga en fin , á la descripción horrible de h
maldad la hermosa perspectiva de un alma adornada y fortalecida por las virtudesf De
esta manera podrá ser orijinal el predicador; y para ello aun le restan otros mediei
que su talento le sujerirá , como por ejemplo , el del carácter de su auditorio. No se
debe predicar del mismo modo en una aldea que en una corte ; y un orador hábil
puede valerse , como hizo el P. Bridaine , de esta diferencia , para presentar bi^ aa
aspecto nuevo las verdades del cristianismo.
En los sermones panejíricos puede tener mas amplitud el orador ; pues en los de
los Santos ha de entrar como parle integrante de la oración, un resumen de su irida ; y
no es indiferente la manera de hacerlo , pues de él ha de depender el elojio de m
virtudes mas escelsas , y la revelación de los designios de la Providencia en la santa j
laboriosa carrera por la cual le condujo. En los sermones , cuyo asunto sea un mistorio
de la relijion, cabe, ademas de la esposicion, el pensamiento moral, encerrado ea d;
porque , como ya hemos dicho , no hay ningún dogma de cuantos se nos manda creer
que no tenga una conexión inmediata con la virtud.
Mas libre corre la elocuencia sagrada en los elojios fúnebres , en las oraciones gn*
tulatorías y en otros asuntos que no dicen tanta relación con la moral relijiosa. Pero ea
ellos deberá guardarse el orador de parecer un solo momento alejado de su ministarie
ú olvidado de las verdades eternas. Léase á Bossuet , y se verá de qué manera eolatt
la narración de los acontecimientos humanos con las ideas cristianas. c¡Oh reina! ¡oh
madre! ¡oh esposa , digna de mejor fortuna , si las fortunas de la tierra valieran algo!»
Asi dice después de haber enumerado los infortunios de María Enriqueta , esposa del
infeliz Carlos I de Inglaterra ; y esta sublime corrección indica de qué manera puedea
atreverse los oradores sagrados á describir los sucesos transitorios del mundo en la cá-
tedra de la eternidad.
ARTICULO Itl.
rlABIENDO yá esplicado con suficiente estension el espíritu y las ideas qué deben do> '
minar en este género de elocuencia pasemos á tratar de la distribución y del estilo.
No somos enemigos de la división del sermón en partes; pero tampoco la creemol;
i
[*'l ...
de obligación; y ademas juzgamos que las subdivisiones, tales coma las han usado al-
gunos predicadores franceses > lejos de dar reposo á la atención de los oyentes y poner
en orden sus ideas, cansan la memoria con la multiplicidad de los aspectos bajólos
cuales se considera el pensamiento principal, y lo confunden y oscurecen en vez de
ilustrarlo. Dan también á la oración el carácter de una discusión lójica y de mero ra-
ciocinio , carácter que solo podría sufirirse en los sermones catequísticos.
Bien parece una división cuando el asunto la ofrece por si mismo, aunque se es-
tienda á tres partes. Mil ejemplos tenemos de esto en los buenos predicadores ; pero
imponerle al orador sagrado la obligación de dividir precisamente el sermón , aun
cuando la materia ni el testo lo permitan, es obligarle á buscaren una sutileza los
medios, no de dividir^ sino de desquebrajar su oración con ofensa del buen gusto, y lo
que es mas , con grave perjuicio del buen éxito ; porque todo lo que huela á dialéc-
tica en un sermón está fuera de su lugar. Hay algunas divisiones , que aunque na-
turales son demasiado obvias , y están ya muy trilladas. ¿Quién no conoce, tratán-
dose de la muerte , la división de partes en la muerte del justo y la del pecador? Sin
embargo , por muy conocidas que sean nos parecen mejor , porque de ellas puede sa-
carse fruto , que las que se fundan en una distinción demasiado abstracta é inopor-
tuna que solo sirva para indicar las pausas del predicador.
Es loable y santa la costumbre de invocar al fin del exordio la intercesión de la
Vírjen madre de Dios. En nuestra opinión , cuando ninguna circunstancia accidental
dé materia al exordio será mejor el que se deduzca de la esplicacion dogmática del
asunto y de la esposicion del testo que sirve de tema. Esté es el medio mas oportu-
no para hacer propio el exordio. En él deberá hacerse la división cuando haya lu-
gar á ella.
En cuanto á la parte de las pruebas es menester que el predicador sepa distinguir
entre su ministerio y el del teólogo. A este toca esponer , demostrar , convencer : la
cátedra del doctor debe resonar con los argumentos que triunfiam del entendimiento : la
del orador sagrado con los motivos que subyugan el corazón. Deberá, pues , presen-
tar las pruebas de tal manera , que al mismo tiempo que convenza la razón gane los
afectos.
¿Ea lícito emplear en la oratoria sagrada los conocimientos filosóficos? Sí : porque
hay almas sobre las cuales produce mucho efecto el uso de la razón natural. Pero los
argumentos que se tomen de la moral filosófica deben ser siempre modificados y per-
feccionados por la evanjélica. Bueno es que los fieles sepan que la virtud es natural'
bínente amable ; poro es menester decirles al mismo tiempo que sin la luz de la relijion
no puede el hombre practicarla fácilmente, ni elevarse á su perfección. Es menester
distinguir lo que hacen los gentiles de lo que el Salvador mandaba á sus apóstoles. Un
orador cristiano puede tal vez hablar el lenguaje de Sócrates , Cicerón y Séneca ; pero
ha de ser para elevarse inmediatamente al del Evanjelio , y mostrar la superioridad
de sus preceptos sobre los de la razón humana , Única antorcha que guiaba á aquellos
filósofos.
I^as narraciones , cuando ocurren en el sermón , deben ser concisas , porque no se
crea que el orador se complace en desplegar su talento para narrar ; y veroHmiltSy con-
dición necesaria de toda narración. No le basta ser verdadera , es preciso ademas que
unos sucesos se espliquen por otros sí ha de producir el efecto que se desea.
La parte patética es la principal de la oratoria sagrada , cuyo objeto es como ya
hemos dicho , la conmoción. Nada diremos sobre ella porque todo sería inútil para el
predicador á quien su corazón no enseñase cuándo y en qué partes de su oración debe
conmover los afectos cristianos. Nadie ignora que el epílogo , donde se ha de asegurar
el triunfo exije mayor calor y movimiento.
Réstanos hablar del estilo. La predicación es la que necesita mas corrección y cui-
dado en esta parte ; porque si se escusan muchos defectos en el que nos habla de in-
tereses materiales ó litijiosos, nada se perdona al que viene á persuadirnos en nombre
del Señor , la práctica de las virtudes. Para ese son las censuras y los ludibrios de
los que poseen ó creen poseer la prudencia del siglo. '
Los sentimientos cristianos son de dos clases en cuanto al efecto que producen en
el alma : la elevan sin orgullo los unos ; los otros la enternecen y suavizan sin debi«^
lidad. Lo sublime de las ideas relijiosas carece necesariamente de soberbia ; pues por
mas que se remonte el pensamiento , ¿cómo puede contemplar el hombre la grandca
de Dios , sin sentir al mismo tiempo su propia misería y la nada de cuanto el mondo
llama grande? ¿ni cómo puede haber debilidad en los afectos tiernos de amor , gra-
titud , consuelo y esperanza , si ellos comunican al alma la firmeza necesaria para la
práctica de las grandes virtudes?
La naturaleza, pues, de estos sentimientos indican el carácter del estilo propio
de la oratoria sagrada , verdaderamente simbolizado en el pannl y el león de Sansón.
Sus dotes esenciales son la fuerza y la dulzura : comprendidas bajo el nombre de m-
cion con que se designa en los sermones buenos la calidad de atraer y fortíficar hs
almas.
Pero no nos engañamos. Ni la sabiduría ni la elocuencia del siglo pueden , Áwo
muy débilmente , comunicar ese carácter á las oraciones sagradas. Es menester formar
el estilo sobre el único modelo que puede haber en esta materia , que es la palabra de
Dios. Es menester que el orador sagrado se penetre del estilo de la Biblia : de aqnelli
sencillez sin la cual no hay sublimidad : de aquel candor , que inspira á uo mismo
tiempo cariño y confianza: de aquella fílosoña práctica que hac« fácil y amable el yv*
<>:o de la virtud : de aquellas máximas que sin necesidad de pruebas conTencen A
corazón antes que el entendimiento, y le hacen csclamar; Dioa entd aqtd, y yo nolo
sabia : en íin , de aquella elocuencia inanalizable y misteriosa 4]iie sin los adornos, la
pompa y los artificios de la del siglo , subyuga suavemente los ánimos y les da valor y
fortaleza para triunfar dé las pasiones de carne y sangre.
Lo repetimos : no creemos que la oratoria sagrada pueda tener otro estilo , sino el
uc esté calcado en el de la Santa Escritura. No por eso opinamos que un sermón haya
e ser un tejido de versículos tomados del antiguo y nuevo testamento. Algunos lo han
hecho así y no han producido buen efecto; porque se ha conocido el trabajo y la
afectación , enemigos mortales de la elocuencia. Lo que aconsejamos es que el pre-
dicador , sin atenerse precisamente á las palabras , conserve el espíritu de los libros
sagrados , que habrá bebido en su frecuente lectura , sin dejar por eso de citarioi
y esplanarlos cuando se presente la ocasión oportuna.
De aquí es que tanto en las homilías de los padres de la iglesia , como en loa ser-
mones de los predicadores modernos, se ha usado siempre el lenguaje de la Biblia, sin
que sea posible trocarle por otro , á no ser que se quiera cambiar el carácter dé la
oratoria sagrada. De aquí procede también que los idiomas de las naciones criitii-
nas se hayan enriquecido con un gran número de frases y modismos de la lengua hebrea.
Nosotros , para caracterizar el estilo de la oratoria sagrada , nos hemos valido so-
lamente de razones tomadas de la análisis literaria aplicada á la moral relijiosa* Pw
no hay predicador que pueda presumir de sí ser capaz de espresar las verdades evaa-
jélicas en mejor lenguaje que el mismo Evanjelio. Tampoco hay ninguno que ignore
(|ue las grandes promesas , hechas al ministerio de la predicación , son bajo la oon-
dicion de que se predique la palabra divina. Es imposible , pues, que se preariada
en la oratoria sagrada de la letra y del espíritu ; y por consiguiente del estilo de h
Escritura.
i
j
[69]
SERMÓN
QTTX PIUDDZOO SXT ZaA OATSSDS^AZa DS SSTZZaZiA
en acnon de gracias.
IKiiii niANiJEi. liOPEE CErcRo*— Cerilla ^ 1899.
A
L mismo timupo que publicábamos nuestras ideas y observaciones sobre la oratoria
sagrada , llegó á nuestras manos este sermón, en el cual dio el orador una prueba in-
signe de las doctrinas que espusimos. Cuanto recomendamos en aquellos artículos se
halla puesto en práctica en esta oración.
Peroantes de examinarla no podemos menos de observar que este sermón no solo
ea UD buen escrito, sino una buena acción. £1 nombre del Sr. Cepero es ya histórico;
y DO menos que su instrucción , su amor á la patria , su espíritu relijioso nunca des-
meotído, y su afecto á la verdadera libertad han contribuido á hacerlo célebre las
persecuciones de que ha sido victima. Pues bien; esc mismo hombre, calumniado,
preso por muchos años y segregado de la sociedad , es el que levanta su voz con una
enerjía verdaderamente apostólica , predicando la paz á favor de los mismos que le
pefsigoieron y aherrojaron ; y si no de las mismas personas , porque acaso ya no exis-
tirán , á favor por lo menos de los que pensando y obrando como ellas, hubieran he-
cho lo naismo en igualdad de circunstancias. E^te el caso de decir que la presencia sola
id frtdicador equivale á un sermón. Hemos querido anticipar esta observación , porque
para nosotros los intereses de la virtud son muy superiores á los de la literatura; y
también porque queremos dar al ilustre orador una prueba pública de que no fue po*
sible á sus oyentes, ni lo será á sus lectores , desconocer el único argumento que él
omitió eo su oración , y que generalmente es el mas fuerte de todos , á saber: H del
Imeneiemplo.
El asunto del sermón, reducido á la acción de gracias por un acontecimiento fausto
para la patria no pertenece en el fondo á la doctrina moral ni al dogma evanjélico. Es
de circunstancias puramente humanas y del orden político ; pero el orador ha sabido
convertirlo en un asunto esclusi va mente relijioso , apoderándose de la idea de la /mije, .
consecuencia del suceso que sirve de materia al discurso. Su división es natural : los
bienes déla paz y de la caridad forman un contraste de que debia aprovecharse aun
involuntariamente el que hubiese de tratar este asunto. Pero el mérito de la idea
está en su desempeño.
Agrádanos infinito ver en el principio de la primer parte muy bien desenvueltas las
ideas filosóficas de los estoicos acerca del orden moral y físico del universo, ilustradas
deanes y libres de la contradicción entre lo que es y lo que debieran ser , por las lu-
[70]
ees de la relijion, ante las cuales desaparece toda dificultad ; porque ella y sólo ella es-
plica por qué se introdujo en el mundo el pecado y con él todos los males. Esta con-
versión de los pensamientos filosóficos en cristianos es muy útil; porque eo electo,
¿qué otra cosa es el cristianismo sino una filosofía mas elevada, mas completa , mas
práctica?
La espresion seréis como dioses , que movió á la desobediencia á nuestros primeros
padres , la aplica el orador muy oportunamente á todos los que por diferentes medios
nan procurado introducir la discordia en nuestra patria , y por consiguiente trastor-
nar la paz política , imájen del orden moral del universo. El pensamiento del trastor-
no del orden físico, si hubieran trascendido á él los efectos funestos del pecado, es
magnífico ; y aunque no nuevo , está presentado con novedad , introdaciendo la voz
del Hacedor , que acusa al hombre de ser el único infractor del orden y unidad que
estableció en el mundo su mano omnipotente.
Se reconoce también el orador cristiano en la sublime idea de atribuir á la inocencia
de nuestra lejítima reina Isabel 11 las misericordias del Señor en haber concedido i
España la pacificación de las Provincias Vascongadas y la esperanza de una reconcilia-
ción universal. La razón humana busca los motivos de los fenómenos políticos en h
acción de las causas morales. Pero es superior á ellas la ley de la Providencia , que
todo lo ha hecho para el triunfo de la virtud; y solo el pensamiento cristiano pdede
elevarse á la contemplación de esta ley.
Aniquila también los argumentos de los que quieren llamar falsa aquella paz, por
la misma declaración del Señor que aprobó la hecha entre Simón Macabeoy Demetrio,
rey de Siria , y elijió para enviar á la tierra el Verbo rejenerador , la que piuo el
mundo c^n manos de Augusto : paz anunciada por todos los profetas. No debe aten-
der el que quiera estudiar los designios de la Providencia divina á los medios de que
se valen los hombres , cuya vista es tan corta como débil su brazo, sino á las miras
del Altísimo , reveladas por los sucesos. El delito mas grave que se ha cometido en el
mundo , el deicidio, produjo la salud del género humano.
No se ha desdeñado nuestro orador de anatematizar como un elemento de diacor-
dia la escisión literaria de nuestra época en la parte que tiene relación con lascostam-
bres. c También, dice, á favor de tantos disturbios, se disfrazó la discordia con el pom-
poso manto de la filosofía , de la civilización y del buen gusto; y trayendo de la otra
parte del Pirineo folletos y novelas inmundas, corrompió la moral y ha degradado
nuestra juventud incauta hasta el punto de trocar la gravedad que la distinguía en la
frivolidad mas ridicula y caricata....» ;Tan cierta es la unión que tienen entre sí la
verdad, la virtud y la belleza! El verdadero buen gusto es la virtud de la imajinacion.
Si esta se pervierte, no están muy seguros ni el corazón ni el entendimiento.
Hablando de nuestra amada Reina , dice : esta nos ha preservado de la usurpación,
que enmascarada con la hipocresía legal, relijiosa y política , ha trabajado de tantas ma-
neras para arrancarle la corona ; y si los nu^'.ve años que nuestra augusta Reina cumple
en este día, consagrado por la iglesia á la memoria del tan santo como ilustre y bizano
caballero español el cuarto duque de Gandía , no le permiten aun dirijir la nave del Es-
tado, su inocencia tan injustamente perseguida atraerá sobre su reino las bendiciones
del Cielo , de las cuales empezamos á participar en esta paz que celebramos hoy. Li
inocencia de Isabel nos la ha alcanzado del Omnipotente, Por muchos años nos hemos pre-
guntado llenos de amargura como en otro tiempo Jeremías : ¿quién nos traerá la paz?
¿Quién irá á rogar por ella? Quis ibit ad rogandum pro pace? ¿Quién? La inocente Isabel. >
El recuerdo del santo caballero español San Francisco de Borja es precioso en esta
ocasión ; porque la causa de la hija de cien reyes debe ser defendida por todos los que
conserven en su corazón alguna centella del antiguo honor castellano. Nos acordamos
de que hablando á fines de i 853 con una persona , á quien poco después persiguió in-
justamente como carlista la bárbara intolerancia de los partidos hasta obligarla á espa-
triarse , nos dijo : No sé si triunfará ó no Don Carlos ; solo seque la causa de Isabel II debe
»er la de todos los caballeros. Y en efecto, jcuán pocos son los que pertenezcan a esta
clase , que la hayan abandonado! ¡Honor á los dignos descendientes de los Córdobas y
los (ruzmanes!
El epílogo es una fervorosa apostrofe al santo rey y protector de España Fernán*
[71]
do III Y cuyas venerables ceoizas descansan á poca distancia de la tribuna evanjélica
donde se predicó el sermón. El Sr. Cepero ha llenado en él los deberes de buen ora-
dor, buen español y buen sacerdote cristiano.
ARTICULO
1»K dV §IJSCRITOR NSIi TIJEM^O. (1)
•^*
Señares Redactores del Tiempo :
Jl].CY Señores mios : Acabo de leer en su apreciable periódico de hoy 22 un artículo
qoeá mi corto entender abunda en equivocaciones, tanto históricas como teolójicas;
por lo cual les suplico á Yds. admitan las siguientes preguntas , que dirijo respetuo-
samente á su autor.
tConformándome enteramente con el dictamen del Sr. Martinez de la Rosa de que
la emprena de las Crusuidas fue poco conforme con las sanas doctrinas del cristianismo,
y. mirándola f cuando menos , como un delirio del fanatismo , desearía que el articu-
lista tuviese la bondad de aclarar los puntos siguientes :
i.* Que en el año de 1095, cuando se celebró el concilio de Clermont, las nacio-
nes europeas eran una sola república confederada^ semejante al imperio germánico. Yo
las había tenido por mucho mas distintas é independientes entonces que ahora.
2.* Que el gefe de esta república era el Papa , y por una consecuencia inevitable,
los reyes sus feudatarios. Deseo saber si esta confederación pontifical existe todavía.
3«* Que el Ututo para pertenecer á la confederación de naciones europeas era el
bautismo. Esta proposición parece incompatible con las palabras de nuestro Redentor:
Regnvm meum nonest de hoc mundo , y contradictoria $ los hechos de la historia.
4.* Que toda la Europa conocida se incluía en la cristiandad , y que esta guerra
sagrada era puramente defensiva. Si no me engaño, el Papa queria reclamar para st
DO solamente la Palestina , sino todos los varios territorios asiáticos y africanos, poseí-
dos entonces por los mahometanos. i,Fué justa esta ambicionl
5.* Que las guerras relijiosas de los siglos XI, XII y XIII fueron todas de^
femivas.
6** Que atacando á Jerusalem diferentes ejércitos y bandos de europeos , las mas
veces muy desconcertadamente , llamaron la atención de las potencias mahometanas
á la cuna y centro de sus dominios, esto es , á Arabia.
7/ Supuesto que Roma fuera centro de la cristiandad , ¿por qué no pudo prestar
á Sicilia y á España protección y defensa contra los mahometanos?
Confieso que los gobiernos europeos debian concertar medidas prudentes para la
defensa de sus estados ; mas no creo que una guerra fanática , cuyos objetos principales
eran tomar el sepulcro de nuestro Redentor, sin embargo de no saber nadie si se con-
servaba el mismo sepulcro en que habia yacido , y el de esterminar á los infieles en
logar de procurar su conversión por los mismos medios santos que usaron los primiti-
vos cristianos, cumpliendo el mandamiento del Salvador, Euntes in mundum universum^
prmdicaU Evangelium omni creaturas . no creo , digo , que semejante guerra pueda ser
justificada por las Sagradas Escrituras, que en esta ocasión el señor articulista no ha ci-
tado. Esperando que dicho señor nos complazca con otra instructiva digresión para re-
solver las espresadas dudas , tengo el honor de ser de Yds. S. S. S. Q. S. M. B.
(IJ En el TiSHPo , periódico que se publicaba en Cádi2 en el año de 1859 , se insertaron este y
Ws siguientes articnlos , que le sinren de contestación ; lo cual se advierte para la oportuna intelijencia.
[72]
naSPirSST^ AZa ▲ZlTZOTTZaO iJür?BHZO£U
ARTÍCULO I.
JuL Sr. Martínez de la Rosa, en un escrito recientemente publicado, dijo que
( la empresa de las Cruzadas era poco conforme á las sanas doctrinas del crii-
tianismo.» Nosotros aGrmamos que no podia calíGcarse como contraria á las má-
ximas del Evanjelio una guerra en que los cristianos defendian su independencia,
sus bienes , sus templos y sus familias contra un enemigo siempre invasor y mu-
chas veces victorioso, que se habia engrandecido conquistando provincias , estados t
naciones de la creemna evanjélica.
Un suscritor del Tiempo, cuyo articulo se insertó íntegro en el referido perió-
dico, maniGesta que se conforma enteramente, en la cuestión ya esplicada, otm
ol dictamen del Sr. Martínez ^e la Rosa. No tenemos motivo para quejarnos de
esta preferencia. Auade que en su opinión nuestro artículo abunda en equivocacionef
históricas. Podrá ser; porque no hemos recibido el don de la infalibilidad. Uero to
que no puede ser , y contra lo que protestamos con toda la enerjia de que somos ca-
paces es contra las e(¡ui vocaciones leolójicas que también pretende atribuirnos; por-
que siendo nuestra creencia la misma que la de la iglesia católica , no pueden caber
en ella errores ni equivocaciones.
Nosotros quisiéramos que el suscritor hubiese meditado mejor el valor de las pa-
labras de que usa. Una equivocación teolójka equivalía no há muchos anos á una pro-
posición delatable, y constituía un gran peligro. Aquellos tiempos han pasado; pero
siempre lo es para que los que han procurado como nosotros conservar ilesa la fé
de sus padres, rechacen con vigor una denunciación semejante. También lo es deque
nadie haga esas inculpaciones , tan comunes en otra época , sin tener de su parte un
motivo evidentemente justo.
Veamos, en tin, si lo tiene el suscritor. En primer lugar nuestro articulo no
contiene mas que una máxima teolójica, á saber: que la gmrrajmta no es contraría é
las doctrinas del Evanjelio, ¿Esta proposición es errónea ó equivocada? No : solo pue-
den impugnarla ; solóla han impugnado los cuákeros. Aun cuando el suscritor nos
demostrase hasta la evidencia que la guerra de las Cruzadas fiíe injusta , no podría
acusarnos de una equivocación teolójica , sino de un error histórico , ó cuando mas
político.
En segundo lugar , nosotros dijimos que el titulo para pertenecer á la cristiandad,
esto es , á la confederación de las naciones europeas era el bautismo yla fé cristiana.
Esto lo aGrmamos ánicaraente como un hecho histórico. (Ya examinaremos á su tiem-
po si lo sentamos con razón ó sin ella). ¿Qué tiene que ver este hecho con la teolojial
[731
Tampoco onlendomos que aplícncíon ton^^a aquí el irginn)) nwtm non r.it de hoc nunuh,
I^ Iglesia es una comunión espirihial , pero vwhle: ¿y no ha podido siicí*der , y no ha
sucfMÜdo efectivamente, que los gobiernos civiles no quieran admitir al goce de los
derechos de la ciudadanía sino á los que llevaban el signo esterior del cristianismo?
¥m este caso la Iglesia no dej('> nunca de ser una asociación espiritual; pero el Kstado
no quiso reconocer otros ciudadanos sino los que fuesen hijos de la Iglesia.
En tercer lugar, en un artículo puramente histórico habria sido necedad citar la
Sagrada Escritura, que en ningún pasaje habla de mahometanos ni de cruzados. Por
otra paf le , la predicación del Evanjelio pertenece al sacerdocio : la defensa de la na-
ción <i la república.
Nuestro razonamiento se redujo á este simple silojismo :
La guerra justa no se opone «'i las doctrinas del Evanjelio :
La guerra de los cruzados contra los m-ihometanos fue justa :
Luego la guerra de los cruzados contra los mahometanos no se opone á las doc-
trinas del Evanjelio.
En este silojismo solo la mayor pertenece á la moral cristiana. Si nos hemos
equivocado en ella , respf>ndan por nosotros todos los autores de teolojía que la admi-
ten V la aprueban.
fel testimonio regnum mnim twn cxf dt hoc mundo no puede ser contrariado porque
se siente y esplique un hecho que se verificó en la edad media.
Ven fin, en un articulo piira mente histórico, y cuyas pruebas delwn ser déla
misma especie no hemos debido apoyarnos en testimonios de bi Escritura. El sus-
critor no tienf» razím en echarnos en cara esa omisión.
liemos probado , pues , que de nuestra paile ni ha liobido eitiHvo<*aíMon teolójíca,
ni yerros de fé.
Desvanecida esa acusación, para nosotros la mas impoiiante de todas, y la únira
en que tenemos innieliato interés, examinaremos parte por parte y muy detenida-
mente el artículo de nuestro suscritor.
Llama á la empresa de las Cnizadna « el delirio del fanatismo cuando menos.* No
ignoramo.s que ese es el lenguaje de Vojlaire, i\e\ Citndor y aun de todo el filosofis-
mo ilel siglo XVIII. Pero creemos que nuestro suscritor no deberia imitarlo. Somos
españoles y no debeyíOA la existencia de nuestra nación sino ú un fanatismo de la
misma e^ecie, tí\ de Pelayo,. al de Garci-Gimeoez , al de Iñigo Arista; por(|ue no nos
equivoquemos, el pensamiento de \o» hc^roes que ñmdnron nuestra patria , era es-
rlu.sivamente retijio^n. \ no existir la diverjencia de ciilt<»s entre árabes v cristianos,
la suerte do España hubiera sido la misma que la del Oriente y la del África , en
flondr esta diverjencia cesó mas pronta que en nuestra península.
Pelayo creyó oponerse con un corto número de hombres A las falanjes que en
fres años arruinaran la poderosa monarquía de lo> vi.si gados. Su fanatistnoora, pues,
mas delímnte que el de los cruzados ; pue& estos acometan al .Vsia con todas la»
fuerzas de Europa.
Entre los mahometanos era un principio de relijlon conquistarlos pueblos, y
condenarlos al ilotismo rivil v político, si no admitían la ley del Pi'ofela. En todas
Jas empresas de alguna consideración promulgaban /(/ Gazla ó espedícion contra los
infieh^. en la cual no podia esceptiiarse de ser soldado ningún musulmán que pudie-
se. ¿Ern fanat'mno marchar contra una relijlon (|ue tenia semejante dogma , y que lo
practicaba con tanto peligro de la cristiandad? /, O debía la Europa dejarlos contH
miar en sus proyortos de invasión , sin oponerles mas que luisiímeros?
I^is cnizadas r^rntra los mahometanos no fueron, pues, el delirio del fanatismo.
/Oiipremos una prceba de ello? Los españoles no cedian á ninguna nación de Europa
en espíritu relijioso, en fanatismo si se quiere. Sin embargo, no tomaron la cruz
para las espediciones de l'ilramar. Fernando III el Santo , instado par su primo San
Luis d<* Francia á pasar á la Tierra Santa , respondió : en fíapaüa /i/^ij también mahn-
v^eíanm fjue combatir. Esta prudencia no se aviene bien con el delirio del fanatismo,
I^ cuestión de la edad media era política, á saber: si habían de dominar en
Europa los mahometanos, ó las naciones cristianas. Las cruzadas decidieron esta
cuestión.
10
[74]
ARTICI LO n.
LiL rosU» (1c osle artículo os una srric de pro{;un(as , inudias de ellas inútiles pan
la cuesliou de que f^a trata. Las exaiiiinaréinos una por una.
K^a primera es si en la época del concilio de (^Jeruiont las naciones europeas oran
una sola república confederada , semejante al imperio p^ermilnico. Yo ¡a* había Imidn,
afjaile , por muvho mas disiinlas e hulrpendinttcü entonce;^ i/ue ahora. Mucho se iHiuivuca
nuestro pre|;unlador. Ahora se unen \ se separan las naciones por sus intereses ins«
toriales, hien ó mal entendidos. Entonces se dividían <1 veces por la misnia rausa;
pero pronto las uuia el vínculo común del cristianismo, que era el espíritu general
de todas ellas.
Nosotros comparamos la confederación cristiana de la edad media ni imperio
germánico, y en efedo , tienen bastante semejanza, esc«5pto el poder del {[[efe. Nin»
|;un emperador de Alemanío ha sido tan poderoso como los Sumos Pontilices desde
Gre^rorio Vil hasta Bonifacio VIH. La misma espediciou de las cruzadas, fuese buena
6 mala, justa ó injusta, delirante ó jui(!¡osa , prueba el inmenso poder de liorna en
las naciones de la cristiandad. Pniébanlo ademas la libertad de las -repúblicas de Ita-
lia contra las pretensiones de los emperadores de las casas de Franconia y de Su'»via.
Pruébanlo tantas muestras de sumisión y de res|)et<» de los reyes y de las naciones á
la Santa ^aW; tantas órdenes como emanaron de esta á los gobiernos, y que los go-
biernos obedecian : pruébaiilo, en lin, los mismos abusos que hizo Uoma de su po*
der, y que no siempre se le han echado en cara con injusticia; porque el abuso su-
pone la fa(!ultad , por lo menos de hecho , (pie es la que aqui'dispulamos.
Ks imposible dar un paso en la historia de la edad media sin encoutrairnos con
este poder colo^^aí^ como le ha llanrido un <*élebre poeta de nuestros dias; con este po-
der, no solo espiritual, sino también p<dílico y civil ; con este poder, que intervenía
en todas las acciones, en todos los tratados, en todas las determinaciones de alguna
consideración, señaladamente si eran generales á toda la cristiandad.
£n el imperio gernuUiico no tenia <'l emperador tanta autoridad sobre sus podero-
sos asociados los elect(»res de llaaiiover , Hrandembur^ro v Haviera. Los revés de Bu»
ropa en la edad media estaban mucho mas sometidos al padre común de los fieles ; y
la obediencia al PajM no se limitaba entonces *á solo (*l respeto espiritual tributado al
Sumo Pontífice.
Evislia, pues, una autoridad que dominaba espiritual , civil y politicamente toiIo
el orbe cristiano, y que enlazaba entres! t<Klas las naciones. Kste es un hecho que á
cada paso confirma la hisl(»ria , \ (|ne confiesan todos los historiadores, asi los ami-
gos como los enemigos de limna. ¿ Ks culpa nuestra, si el hecho es cierto, haberlo
presentado bajo su verdadero punto de vista ?
¿Cuáles son las causas de este hecho? De la historia misma constan; pero si hu-
biéramos de espresarlas aqni nos se))arar¡amos de nuestro intento, y esiTibíriamos
un libro en lugar de responder li un articulo.
SECitNn.i i»HKiii:>T.4. Si el gefe de esta república era el Papa, y por conserucnría
inevitable los reyes sus feudatarios. Deseo saber , añade con irrisión que nos abstene-
mos de calificar , si esta cotí federación pontifical v.risie lodacia,
Claro es que el Papa era el gefe de la república cristiana; pero no' es constntencia
inevitable que los reyes fuesen feudal^irios suyos. Koma cristiana no ctmociú el rt^jinien
feuda! de los bárbaros. Su autori lad s(d)re los roes ora mas hivn /ribnnicia ú de velo,
que monárquica ó imperativa. Los gefV*i» de la^ naciones no estaban obligados con
rr.tprrlo «il P«i|)a á (ríbiilo ó vasnllnjo ; nitis ImciaD nuirlio caso de sus anioncstano-
ne« V amcn.r/as , j f;onera1 mente obeclerian.
Podíamos eMMisarnos de respomlcr .1 la segunda parte de la pre^riinta , que semeja
bastantemente A la» (pie suelen hacer de improviso los jueces, porque uo estamos
díspuertton A reconocer el tribunal de nuestro pre{2:unlador. Sin euibarj^o , portpie
esa misma pregunta pudiera hacerla algún lector no tan instruido como él , diremos
qUe el orgullo imprudente de Bonifacio VIII, la traslación déla Sede Pontificia Á Avi-
ilnn , el ciMua de Occidente, y mas que todo, los progresos délas naciones y de los
gobiernos en las artes y ciencias ( progresos debidos sin dispula á los Sumos Pontifi^
ees'; demolieron paulatinamente el poder político de Roma cristiana. Este poder nació
y creció entre las tinieblas de la ignorancia: las naciones se emanciparon cuan-
do aquellas tinieblas se desvanecieron. En la edad media fue necesaria la teocra-
cia ; porque los bárbaros no pueden recibir otro yu^o j!oH/íco que el de la relijion.
Cuando los pueblos llegaron á poderse gobernar por si mismos , volvió el principio
cristiano á ser lo que antes era , á saber: el ájente mas poderoso de moral y de ci-
vilización.
V después de todo, ¿quinos importan estis cuestiones subordinadas? ¿qué im-
porta saber cuándo acabó ó comenzó ese poder? Mientras nuestro adversario no nos
demuestre que Im Crnzarlai fueron una emprem injunla , nada ha hecho contra nuestra
aserción; porque tampoco versa la cuestión sobre la lejitimidad, carácter ó atribu-
ciones del poder político que ejerció Homa pontifical , sino sobre la posición mótua
on que se hallaban entonces las dos potencias que se disputaban el imperio, la cris-
tiandad y el mahometismo. Aqui , aqui está la dificultad : pruébesenos que el Sumo
Pontífice debió contentarse con enviar misioneros á lofi maíiometauos mientras ellos
enviaban ejércitos contra la cristiandad , y entonces daremos por perdi<la nuestra
causa. Pruébesenos qiu* debió dejarse á los mahometanos en pacifica posesión de la
mitad de España, de parte de Italia , de toda el .Vfrica , de todo vi Oriente que en-
tonces poseían. Pruébesenos que los Fernandos }' Alonsos de Castilla hicieron muy
nial en rei*on(|uistar la Península, y peor Isabel y Carlos V en haber perseguido á
los inahonuHanos en el África misma. Demuéstreseuos que la célebre victoria de
túpanlo que arruinó la supremacía marítima délos turcos, y la no menos famosa
jornada de Viena que quebrantó su potencia continental , fueron actos de fanatismo
y delirio, y entonces confesaremos que también lo fueron las Ouzadns. En efecto,
el mismo principio político, el mismo espíritu reüjioso dictó todas estas empresas,
A saber : refrenar unos hombres cuya relijion mandaba la invasión y la conquista.
V si las Ouzadas no fueron tan bien dirijidas como la armada de la Santal Liga ó los
puerrenis de Sobieski, la culpa es de los tiempos, pero no de la causa que se defen-
día. Leónidas pereció en las Termopilas, y Temístocles triunfó en Salamina : la
muerte del primero es tan gloriosa como el laurel del segundo, Anibos pelearon por
la independencia de su patria.
ARTICILO III.
TKRCKRA PRECINTA. Si el tílulo para pertenecer á la confederación de naciones eu-
ropeas era el bautismo.
No solo el bautismo , sino también la fé cristiana. Un gentil ó un mahometano no
eran considerados en ninguna parte como individuos de la asociación civiP, ó sino, dí-
ganlo los moros de paz que quedaron sometidos en España en muchas de las provincias
conquistadas por los reyes de (iaslilla y Aragón. ¿Qué esenciones, qué privilej ios tenían?
G«to en CManto á los que no habían nacido en el seno del cristianismo. En cuanto a
[76]
los apósta(ns, todas las nai'iones do Europa los condenaban á las ponas mas duras de
sus (*ódi((os criminales. £1 que estaba fuera de la i{(lesia estalla fuera de la ley. Re-
pelimos segunda vez que solo señalamos los hechos, sin calificarlos > sin deiii(fñar sui
causas.
>'iies(ro suscritor dice que eso era contraiio á las palabras del Salvador: mi rrim
no es dee:ftr mundo. Si el testo estuviera bien aplicado , querria decir que las naciones
europeas hicieron muy mal en escluir déla ciudadanía á los disidentes ; mas noque
el hecho es falso. Pero el testo está mal traido al caso presente como va henos
probado en otra parle. £1 reino de la iglesia no es de este mundo ; pero oí gobierno
político si : y ¿quién podrá quitar á las naciones el derecho de poner condiciones á
la ciudadanía ? V si entonces quisieron todas componerse esi*lusivainonlo de cristia-
nos, ¿se |Kjdrian alegar en contra las palabras de Jesucristo , las cuales se dirijená
solo caracterizar m reino , esto es, la Iglesia?
£1 dominio político de los Obispos y después de los Papas , fue una necesidad so-
cial de aquellos siglos bárbaros, (^esó la barbarie , v cesó el poder temporal de la Igle-
sia. Pero siempre se conservó el mismo el reino cíel Sahador, que es eterno.
Dice (|ue nuestra aserción es contraria d Im hecho* de la historia. Quisiéramos que hu-
biese citado alguno , desde unes del siglo XI hasta el XVI , que contrariase nuestro
principio. £n la primer época eran \ a cristianas, ademas de tlastilla, Navarra v
Aragón , Fraiuria , Inglaterra y Alemania, las tres monan|uías de Kscandinavia, á
saber: Dinamarca, Noruega } Suecia. Tugría \ Polonia lo eran también: llusia esta-
ba fuera del orbe europeo, pero también había recibido de t^onstantinopla la té del
Oucíficado. ¿£n cuál de estos pueblos fueron admitidos los mahometanos ó his ido-
latras á la participación de los derechos poiiiicos? ¿En cuál de ellos fue licita la a|His-
tasía? Que se nos diga.
cc.iRTA PoiiCiOTA. Si tofla la Europa conocida se incluia en la crisliandad. ,Si
escoplo algunos distritos (|ue carecían de los primeros elementos de la c¡\ilizacion,
como Prusia, Livonia, parle de Líluania } Laponia.) Añade: ^esia tjhvrra mtijruda fm
¡iuramcnle defensiva? A esto respondemos «pie xi.
£n el siglo Vil salieron de Arabía los tliscipulos de ^lahoma predicando su relijíoa
á fuego Y sangre , y en el espacio de poco mas de un siglo conquistaron y souietierou
desde eí Indo hasta el Loira. ¿Cómo deberá llamarse la guerra diríjida á desposchio-
narlos de sus conquistas? /Podrá caracterizarse con.o guerra de ayrcaioH y 6 c«>iuii
guerra de defcnaa í La justicia en casos semejantes está siempre á fa>or del injusta-
mente invadido , y la cristiandad lo fue.
Nuestro adversario equivoca la guerra ofvnfitn con la áce«¡)edÍcion: pero esta mu-
chas veces es solo defensiva. Agatocles, oprimido en Sicilia por los cartajinoses, sa-
lió con su armada de Siracusa , si» presentó sobre (tártago y aterró á los enemigos.
Las espediciones á la Tierra ríanla tenían por objeto acabar con la |)olencia mahome-
tana en el mismo centro de sus dominios , ó por lo menos , ponerla en catado de qua
no infundiese temores á la cristiandad. £1 primer objeto no pudo lograrse ; pero el
segundo se llent) completamente; pues Italia no volvió á ver los escuadrones de b
nKHÜa luna, y en £spaña fue decayendo de día en día la potencia musulmana.
Si las espediciones de las t'ruzadas hubieran sido mas felices , claro es que so hu-
biera ]M)dido T se hubiera debido acabar con un eiiemigí» irrectmciliable que tantos
males había causado á £uropa. ¿No acabaron con Napoleón en 181 i > 18l«'> las po-
tencias conjuradas contra él.'' V ¿a(|uella guerra » annc|ue de espedicion , no S4> carac^
terizó como dcfcnífical £1 mejor medio de defenderse es reducir á la nulidad el ¡loder
del enemigo.
£1 preguntador añade: csi no me engaño, el Papa quería reclamar para si no so-
lamente la Palestina , sino todos los varios territorios asiáticos } africanos poseídos
entonces por los mahometanos. ¿Fnejtuda ala ambición ?
Nuestro suscritor se engaña ciertamente , y aunque no se engañase , nada de eso
viene al caso en la cuestión presente. Pudieron los Pontífices manifestar una ambi-
ción desmesurada, y sin embargo ser jnmiisima la guerra contra los intieles. ¡Cuántas
>eces se ha sostenido con malos medios una escelente causa!
Pero se engaña , repetimos , como él luismo teme con razón. No qtjl Roma taa
Arria «|iic desease pana si territorios apartados sin tenor fuerzas ni ejérrilos jiropids
Con que S4>stenerse en ellos. Asi es que los eíiineros estados de Jerusalen , Antioquia,
l-jtesa V de otros territorios, fundados por las Cruzadas, se dieron á varios gefes, sin
que el Papa reclamase n«*ida del pais conquistado, antes bien procuró siempre con
tildas sus tuerzas enviar auxilios á los principes crí.st¡anos de lltramar.
I JO (|ue Roma rectlamó siempre en las conquistas hechas ó que se hiciesen en
África V en Asia fue la suprema inspección de que entonces gozaba en toda la cris-
tiandad sobre los negocios civiles y políticos de alguna ini|K)rtanc¡a. "Esta pretensión
no piNlia ser injasla , pues era conforme al derecho público de aquellos siglos. I)e esta
ventad tenemos un in.s¡gne ejemplo en el célebre meridiano de Alejaiulro VI , tiradi»
para seiiarar las posesiones españolas de las portuguesas en entrambas Indias. Esto
^e verihcó en uiui época en que ya el |)oder político de los Papas ni aun era sombra
de lo que había sido tres siglos antes. Sin embargo , dos podemsas naciones se some-
tieron á este arbitraje , que solo era un resto imperfecto de la anligira autoridad que
i*onc4Hli(i á la Santa Sede el derecho común de las naciones europeas,
Kn el dia panH*erian estrañiis \ aun risibles las pretensiones de esta espiH'ie. Kti<
iónei^ fue acatada y obedecida la determinación de liorna. Pero el m(*jor metlio de
no acertar nada en materias históricas ni ¡Militicas es juzy:ar una época ó una nación
por las ideas de otro pueblo ó de otro siglo.
ARTICULO IV.
mKi;i*?iT i SÉPTIMA. Supuesto que Roma fuera centro de la cristiandad, ¿por qué
DO pudo prestar á Sicilia y á hispana protección y defensa contra los nialnimetanos.''
El supuesto es falso y la pregunta estd hecha de una manera confusa , ipte hace
imposible responder á ella sin distinguir las épocas.
I .** 1^1 Sanüi Sede de Roma ha sido de.s4le el siglo de los Apóslides el rni-
fnt de la imidad de la Iglesia, y por consiguiente del crislianismo; pero hasta el si-
glo \f no tuvo otro carácter sino el del poder espiritual; y asi no pudo impedir ni auxi-
liar á España ni á los demás paises cristianos invadidos por los musulmanes mas que con
•US oraciones y con sus ruegos á los monarcas y á los pueblos poderosos. I^s ín\asiones
de los mahometanos eu Eunqia se \erilicaron en el siglo viii y el i\.
i.* tunando se reunió ¡I la Sede de Roma el poder político que ya hemos defínido, so-
bre la cristiandad (t\ ¿quién duda que auxilió poderosamente con su influencia la no-
ble empresa de los Reyes de España, empeñados en restaurar su patria y libertarla del
yugo sarraceno? El que negase este hecho incontestable mostraria en eso solo su igno-
rancia de nucM*'a lii«iloria. H.i<t:i hojear «-^ .Mariana para encontrar nunirrcisos t(*viiiiM).
aíos de los eticact^i auxilios que recibieron los Rejres cristianos en Espaiui dei poder
pontifical.
El mismo (¡regorio Víí, que creó este poder, y su sucesor l-rbano II , ^titnr de his
Cruzada:^, autorizaron á los Reyes de Aragón para liacer uso de lus bienes etle>iá>l¡(^-4)S
I Se excH'ptúu el imperio «ic Oricntr , quo colocado en iinn extremidad de Europa « y konielido ul
nsiii:t, fii rucofiucia vi poder «■spiritii.'il iii el t4;iii|K*ml d«% lloina. Pero aunque erísliaiiu , las lbnua% «if »u
irobieriio, s»is iostuiribres aP'niiiKidas , mi or^^ulloy %\i dt*bilidad Ic asvoujabau niasá uum uaiiouuiicuul,
%iin' á niugnaa de \m qui* entonóos !>>rinal>au «.I mundo europeo.
en sus g 1101 ras contra los moros. Iguales conrosionofi se hiñeron ilrspiios á una y otra
inonan|iiia en el curso de la reconquista; y nadie ignora que toda la parte que cobrall
del (lie/.nio la liacionda de Es|Kiiia, con lo» diferente» nonilirest de subsidio , csciisado,
tercias, novenas etc. ; y que la qne devengaban los partícipes legos á Ululo de servirim
iieclios al Estado, precedían de bolas pontificias, en qne se concedieron A los Re}es
auxilios para hacer la guerra i\ los inlieles, y iiiedicn* para premiar con el caudal de la
l(¡le>ia á los guerreros que en las lides se distinguían.
<luán ¡iup<irtantes fuesen estos socorros nadie puede dudarlo; como tampoco que
según las ideas de aquellos siglos solo residía en el Papa la autoridad de di»|ien»árfos*
Pero aun hubo mas.
En el ano de 1 1 IS habiendo puesto sitio Á Zaragoza Alonso el Batalhidor, Jlej ile
Aragón, el Papa (¡elasio 11 concedió indulgencia plenaria (esto es, una especie de cnf«
zada; á los que pilleasen en aquella guerra ; lo que aumentó considerablemente el pJit-
cito cristiano con un gran número de guerreros que acudieron de Francia, aseguró la
victoria, produjo la conquista de aquella importante plaza, y arrojó i\ los miisiilinancs
de la linca del Ebro. Igual indulgencia se publicó en favor de los que favoreciesen i Iim
templarios, cuando se establecieron en Aragón en la guerra contra los infieles, ritima-
mcnte se concedió por punto general á todos los tpic peleasen contra los malioniclanos
de España. Las tres órdenes militares de Santiago, AícAntara y (^alatrava, que tan po-
derosamente contribuyeron á la victoria de la causa nacional , fueron institutos relijio-
sos aprobados, y aun promovidos poi' Houia.
Ei mayor peligro (¡ue corrió Custilia después déla erección de la monarquía , fue in-
dudablemente ia espedicion délos aimoiíades i\ principios del siglo \IH. El celebre his-
toriador I). Kodrigo, arzobispo de Tolcilo, pasó entonces á Koma como embajador de
Alonso V|[[. y consiguió no solo indulgencia, sino también cruzada para aquella guer-
ra: li) que reforzó con gente muy eseojida de Erancia y de otras parles el ejército que
consigtiió la señalada victoria de las Navas. Semejantes auxilios recibió de Roma la cris-
tiandad do España, ya en las con!|u¡st;is de Valencia y Andalucía, ya en la guerra que
se terminó con la batalla del Salado. Sil ves y Lisboa fueron rendidas con el sf»corro de
los cruzados ingleses, flamencos y sajones, que pas<mdo ála Tierra Santa, y rogados por
los lieyes de Portugal creyeron, y con razón, que no faltaban á su instituto favorecien-
do á los cristianos de Lusítania.
Si á esta eflcaz cooperación con hombres y dinero se añade la intervención contfni»
y pacifica de la santa Sede por medio desús legados para terminar Lis guerras «pie so-
lian siiscilarsc entre los principes cristianos de Mspaña, se conocerá con cuánta lijere-
xa é ignorancia de la historia se ha querido suponer (pie Koma no auxilió á los españo-
les en su gnerra de ocbo si<;los contra los musulmanes.
En cnanto á Sicilia nada tenemos que decir , sino (¡ue cuando los moros se apode-
raron de ella en el siglo ÍX, los Papas no tenían aun poder político, y harto hacían en
excitar á los romanos á que defendiesen su territorio invadido por otros musuIíiKines.
Dos siglos después, cuando los n(»rmandos rec(»nqinsLaron la isla con poilcroso ejc^mto,
no necesitaban de otro auxilio de parle del Sumo Pontífice, sino la paz que les concedit»,
y sin la cual no hubieran podido hacer su espedicion.
Se ve, pues, por nuestras respuestas, que la mayor parte de las preguntas « que se
nos han hecho, ademas de suponer mucha ignorancia en la historia déla edad media,
no han tenido otro objeto que el de denigrar en cuanto ha sido posible la causa política
del cristianismo contra la media luna. El misino preguntador sin esperar las respuestas
(lo que prueba en él una opinión ya lija é inmudable; confiesa que <los (lobicrnos ea-
roporrs debieron concertar medidas prudentes para su defensa.! Luego la guerra era
justa por su misma confesión. Si lo ora , ¿cómo la llama faiuitical ¿cómo dice que no
puede justificarse por las escrituras, cuando en ninguna parte de ellas está condenada
la güera, hecha justamente y defendiéndose de un invasor , ó reclamando de él los ter-
ritorios que ha usurpado?
IHce qne no se sabia dónde esLnba el sepulcro úe\ Salvador, por cuya libertad pelea-
ban los cristianos, Nosotros no lo creemos. Desde la muerte de Jesús nunca han faltado
en aquella ciudad discípulos de la cruz, y por tanto no nos persuadirá nadie á que no
se hubiese conservado por tradición la noticia del sitio en que estuvo aquel sagrado y
[79]
precioso monumento. ^[Querrá liacer álos cristianos un nuevo cargo porque descasen te-
ner en su poder aquel territorio , honrado con los misterios de la vida , pasión y
muerte dt*l Redentor ^ y que los mahometanos no poseían sino con el título de la fuerza
brutal? ;Querrá que hubiesen renunciado ^ los sentimientos relijiosos que escitan ios
nombres de aquellos lug:ares? ¿No dijo Dios por Isaías que el sepulcro del Redentor seria
giorioitol
En 6n , es falso que el objeto de las cruzadas fuese exterminar lo$ wfUlegí porque el
objeto de una guerra nunca es csterminar al enemigo, sino someterlo y reducirlo d la
impotencia de que nos dañe. Causa hastío tener que rechazar acusaciones tan falsas co«
mo absurdas. El verdadero fanatismo fue el de ios árabes , que salieron de sus desier-
tos con el objeto de someter el mundo á la ley de su profeta, llevando por único argu-
mento la espada. Porque fanatmno es la pasión que nos lleva á matar, *Á esclavizar , ó
á reducir al ilotismo político y poner bajo tributo al hombre que no acepta nuestra
creencia. Los cruzado)^ no iban á cniímtir^ sinoá castigar á los que habían querido con-
vertir con el alfange á los pueblos cristianos; y á restaurar lo t|ue bajo tan fanático ^ve-
testo habían quitado á la cristiandad.
Rjsta ya : cree:nr)s que henos esplícaJo suíicientemente nuestras ideas acerca de las
célebres espedicíones conocidas con el nombre de cruzaJas. Si nos liemos estendido
tanto, no ha sido á la verdad por refutar á un adversario, sino porque creemos conve-
niente y aun necesario presenturlis baj«i su verdadero punto de vista ; y proh-ir que los
Sumos Pontífices, aconsejando á Europa que tomase las armas contra el mahometismo,
le aconsejaron una cosa justísima : (|tie pudo y deb¡6 dar este consejo, por la suprema
inspección que entonces le conipelia como gefe espiritual y temporal de la cristiandad:
que el éxito de una empresa no i*s el mejor argumento para condenarla ó aplaudirla:
que debieron haberse adoptado otros medios de ejecución, que la hubieran hecho me-
nos costosa y mas útil ; y cu fin, que t'> los los sarcas!nos de los escritores protestantes
contra Roma ni de los incrédulos del siglo XVIII contra el cristianismo, jauías pro-
barán que i^ fanal ira ú injnstfa la guerra c|ue se haceá un pueblo de ladrones para (|ue
restituya lo que ha roha^lo. Hueno es convertirlos por la persuasión, y en ningún siglo
ha dej.ido Rtuna de enviar misioneros á los países infieles, inclusos los mahomelanos;
pero también es bui*no que el tintnhrc dc/iiinda su casa.
DE LAS OBRAS HISTÓRICAS.
ARTICILO I.
L
A historia es, de totlos los géneros de literatura prosaica, el que mas se acerca ú
la oratoria , así como la novela i\ la poesía. Exíjese del historiador , aun mas que
del íil(>s«>fo , elegancia sostenida sin afectación , pureza y corrección de lenguaje , ar-
monía V rotundidad en la frase. Pero estas dotes deben estar unidas á la mucha so-
hr¡r.l;nl (mi H uso ác los aplomos , v jzran tino y oconoinici rn su distribución. Es muy
difíril ser elefante* sin dejar de sor senrillo, \ eslc es precisa mente cl problema qiie
debe ri'solver lodo escritor de obras Iiístóricas.
Nosotros no bablarémos aquí de las prendas que ñh'ilmente se conciben como
necesarias en toda historia : bi veracidad , la imparcialidad , }:rande instrucción en
ios liechos . muclio discernimiento crítico , sanos principios en moral, polttira \ lo-
jislacíon. Msias cualidades no pertenecen á la literatura propiamente dicha; {lerteiu*-
cen á la filosofía y Á la erudición , y deben suponerse en todo escritor liistfiric«>. Si
no las tiene , por mas cle(ranle <|ue sea su estilo, por csnu*rada que sea 8U plociicion,
podrá adquirir, como el abate Saint lleal , la reputación de un novelista agradable;
mas no podrá elevarse á la dignidad de historiador.
Pero no hay duda que, aunque el escritor posea los dotes filosóficos que arabaiims
de mencionar, no podrá dar á su libro la fama é interés que merecería por el fomlo
de las cosas , si el desaliño del estilo ó la incorrección del lenj^uaje lo hace no miIo
desagradable en la lectura, sino también confuso y difícil de entender; 6 bienafrC'
lando ornamentos ambiciosos, ajenos de la noble sencillez con que debe es|Kinersf> la
verdail. Ni un historiador debe ser tan descarnado como las antiguas crónica», ni
tan el<>\ado y pomposo como la Kneida ó la Jliada.
Tollos los escritos históricos de cualquier clase que sean constan de un elemen-
to común . hi ¡Hirrarion. Por consiguiente, las reglas literarias á que están somelido»
son tres: el integres, la verosimilitud y la unidad ; á las cuales debe satisfacer la nar-
ración d(* un hecho cualquiera , so pena de desagradar. Si el escritor no sabe inspi-
rar interés á lo que cuenta; si lo cuenta de tan mala traza, que aunque .sea veníail
nos parezca finjido ; en fin , si las diversas partes de la narración están dislocadas t
mal unidas entre si es imposible qiu' el libro nos inslniva ni nos deleite.
Kl inten's de la narraeion histórica no resulta solamente déla naturaleza de U
obra. Claro está que, siendo iguales todas las demás rosas se interesarla mas un lec-
tor con la historia de su naeion que con la de los pueblos eslranjeros. Pero aqui lia-
blauíos del interés que resulta de la manera de contar . del colorido casi dramáti<'0
que los grandes escritores saben dar á su narración . del arle de graduar la elocuen-
eia á la importancia de los sucesos. Parécenos qin» estanuis asistiendo á la represen-
la('i(Hi <le un drama cuando leemi)s en Tilo Livio la espulsion de los Tarquinios, la
retirada de la plebe al monte Síigrado, la raida de los denMuviros, las campanas do
Annibal en Italia , la derrota de los cartajincses en el Me(ánrf). Tiene este inimitahle
historiador el arte de inspirarnos por la sne»rte de Hoina en a(|iiellas <liversas rirciins-
tanrias el mismo interés (]ne tuvieron en las é{)0('as que ileserihe los ciudadanos déla
capital futura del niundo. Sentimos las misin:is congojas tpie ellos en el peligro, la
misma alegría en el triunfo, y durante la lectura somos romanos.
I'n historiador de nuestro siglo, Karamsiii . en la historia (l(* Husia , su patria.
se asinieja mucho á Tilo Livío en esla dolf», ¡inncijialuM^nte cuando describe á los
rusos \enidos y esclavizados por los nuigc>Ir>. y despu(*s >engando su humillarion
pasada en la batalla del Tañáis bajo el mando del vab-roso Uemelrio Donski.
Nuestro Mariana, desma\a(lo á veces cuando desrribe suresos de poca importan-
cia , recobra todo su vigor en la narración de» la reslauruMon de .Nslurias por Pela\e.
de las conquistas de Toledo, Zaragoza, Valencia, Sevilla \ (iranada. y de las batallas
de las Navas y del Salado. Kn estas circunstancias rrílicas es un gran pintor.
Lo> historiadores griegos y romanos, para dar á su narración un aspecto mas dra-
mático , solían poner razonamientos escritos por ellf)s mismos en boca de los per.**?»-
naj(*s históricos. Algunos críticos haii censin*ado esta costumbre como opuesta á la
\(*nlad.
Nosotros no opinamos del mismo modo. Knhorabuena que cuando conste de la his-
toria lo que dijeron no .se alteran sus |):ilabras; pero ctiaiuh» mi consta /qué incon-
veniente hay en hacerlos decir lo <|ue realmente dijenm , aun(|ue sea con diversas vo-
ces? Es claro que Lucrecia antes de darse la muerte dio <'uenta á su padre y mari-
do del atentado de Sexto Tarquinio. Ks claro que .lunio Rrulo descubru) en aquella
Cíicena lan cruel (¡ue su imbecilidad rvi\ finjida. ¿Oué crimen cometió Tilo lj\¡o con-
tra ia >erdad histórica, poniendo en boca de ambos personaje^^ palabras conforiui*s á
[81]
SU situación , á sus sentimientos y á su carácter? No hay, pues, infracción de verdad,
y se añaden á la narración bellezas que la hacen doblemente interesante.
Salustío , que puso en boca de Catón y de César dos oraciones en sentido opuesto
sobre el castigo de los cómplices de Caliliua , no faltó en nada á la verdad, aunque
fuesen ambas compuestas por él. Hubiera faltado al primer deber de un historiador,
si hubiese puesto en boca de Cicerón una oración diferente de la que arrancó á este
cónsul la indignación viendo entrar á Catilina en el Senado. Así es que ni la sosti-
tuyó por otra , ni la insertó en su historia , y se contentó con decir que Cicerón hizo
una oración escelente y útil á la república. Allí no le fue lícito inventar, porque
eran conocidas las palabras qiie el cónsul habia pronunciado.
La belleza no disculpa al historiador que falta á 4a verdad ; pero cuando esta
q[ueda ilesa no sabemos por qué ha de privarse al escritor , no ya de un artificio
inocente para hacer alarde de sus prendas oratorias, motivo que siempre nos pare-
cerá futiU sino de un medio muy oportuno para aumentar el interés de la narración,
dándole carácter dramático.
Mas para que esta licencia , que según nosotros debe permitirse á los historiado-
res , se use con derecho es menester : primero , que conste que el personaje históri-
co habló : segundo , que no se sepan literalmente las palabras que mjo : tercero , que
se pongan en su boca las que exija la situación, su carácter y la serie de los sucesos.
Sería una necedad que el historiador de las campañas de Bonapartc en Italia inven-
tase arengas á los soldados franceses para ponerlas en boca de aquel general ; pues
se sabe que no les arengó, sino les hizo proclamas. Pero Mariana no cometió ningu-
na falta poniendo oraciones en boca del rey D. Rodrigo y de Tarif antes de la bata-
lla del Guadaletc, y de D. Pelayo incitando á los asturianos á que restaurasen la mo-
narquía. Véase si les hizo decir lo que debían , atendidas las circunstancias en que
se hallaban; y estemos ciertos de que^ si no lo dijeron con las mismas palabras, lo
dirian con otras.
Cuando el pensamiento es el mismo la variación de las voces no es importante.
¿Se culparía de falta de veracidad á un español que, escribiendo la historia de Fran-
cia, tradujese en su lengua el célebre dicho de Enríque lY : mivez mon panache blancl
¿Se exijiria del escritor que dejase estas palabras en francés, porque el rey no las dijo
en castellano ? ¿ Pues qué mas tiene traducir el pensamiento de un idioma á otro, que
de una frase á. otra dentro de un mismo idioma?
ARTICI LO IL
JLA segunda cualidad necesaria á la narración , bien oratoria , bien histórica , es la
verosimilitud. Sin ella pierde su lustre la verdad misma.
La verosimilitud se conseguirá siempre que se cspliquen bien las causas de los
acontecimientos : estas consisten en los caracteres de los personajes , en el espíritu de
las naciones , en sus intereses políticos ó industriales, en la forma de su gobierno.
Suelen combinarse con estos elementos permanentes los juegos de la fortuna ; pero
femejante combinación contribuye más bien á acelerar el desenlace que á producirlo.
Sería muy poco instruido en la historía romana el que atribuyese la caida de su prí*
mer monarquía al despotismo de Tarquinio el Soberbio , ni al atentado de su hjjo
contra Lucrecia. El trono fue minado por sus cimientos desde la ley de Servio Tulio,
44
[82]
quo puso todo el poder lejislativo en manos de los patricios. Donde quiera que haya
una aristocracia poderosa y hereditaria junto á un trono electivo e» in^ponble que
no sucumba la autoridad real. Díg^anlo sino Roma, Venecia y Polonia.' Pero no pue*
de negarse que la maldad de Sexto Tarquinio aceleró el triunfo del patriciado.
£1 espíritu de los pueblos es una de las causas mas comunes de los sucesos. Lw
castellanos de Enrique IV el Impotente , (|ue peleaban con desventaja contra los
moros granadinos , treinta años después trmnfaban en Italia de los franceses y de
los suizos. ¿Por qué? IN)rque el espíritu belicoso de la nación , adquirido en orho si-
glos de perpetua lid ; pero dirijido sinicslramenle biicia las divisiones y guerras intes-
tinas , puesto en actividad y bien guindo por los Reyes católicos , debió naturalmente
dar la superioridad á los ejércitos españoles.
El carácter de los personajes es un elemento igualmente poderoso. Catilioay Ce-
sar aspiraron á tiranizar la república. El primero sucumbió ante el patriotismo y vi-
jilancia de un cónsul no militar. Cesar triunfó de Pompeyo. El espíritu del pueblo
romano en a([ue11a ('*poca era bastante favorable á una y otra empresa ; pero Catili-
na no era mas que un malvado , y Cesar , á pesar de sus vicios, un grande hombre.
Por esta razón miramos no solo como un adorno , sino como una necesidad de la
historia los retratos que suelen hacer los historiadores de los hombres ilustres.
Prescindiendo de las bellezas de elocución que caben en ellos, y del placer con qne
vemos descritas las virtudes y vicios de los personajes histr^ricos es casi imposible
comprender bien los sucesos sin conocimiento de los caracteres , señaladamente en
las épocas en que un hombre solo ha dominado todo un siglo. Y aunque estas no
son comunes en la historia universal lo son sin embargo en la particular de las na-
ciones.
Es imposible en ciertas épocas comprender cómo se han establecido en otros
tiempos ciertas instituciones repugnantes á la razón y que parecen absurdas. Con
nuestra civilización y nuestras ideas de justicia nos parece imposible que haya po-
dido e<?tablecerse y durante tantos años el sistema feudal. Obligación es del historia-
dor de la edad media esplicar cómo la situación en que se hallaron los pueblos bár^
baros del Norte, después de conquistadas las provincias del imperio de Occidente,
hizo no solamente verosímil , sino hasta cierto punto necesario aquel orden social
que ahora nos parece, y con razón , tan monstruoso , pues reunía en sí solo todos
l»s males del despotismo y de la ananiuía. Otros muchos fenómenos , igualmente
inverosímiles en apariencia, ocurren en la historia , que no pueden esplicarse sin
el examen filosófico de sus causas. Este examen es un deber moral y literario del
historiador.
La unidad hace mas enlazados y por consiguiente mas perceptibles y verosí-
miles los acontecimientos. E.vainiíunulo con cuidado la historia de una nación, se
verá que á lo menos en largos periodos se ha visto sometida á un principio general
(pie domina en todos ios sucesos. Este prin<'ipio general constituye la unidad históri-
ca. Todos los anales de Roma están comprendidos en estas dos palabras: república
roiiqnisíadora . Los progresos de sus con(|u¡stas «lesde que aseguró su libertad , la caída
de la república apenas tuvo á sus pies casi todo el mundo civilizado, el establecimien-
to del imperio militar, la mina de este imperio cuando las naciones bárbaras fueron
sus aliadas , las principales victorias, derrotas y revoluciones de los romanos están
contenidas, como en un germen, en el nomhre del jnwhlo rey (jueles dio Virjilio.
Ks fácil de hallar esta unidad indagando el espíritu que ha animado á las nacio-
nes; porque este espíritu , aunque tal vez se altere ó se dejenere, nunca llega á bor-
rarse enteramente , como se vé en la aversión de los españoles á la dominación es-
Iranjera. La España del siglo XIX es muy diversa de la de Viriato, Pelayo é Iñigo
Arista ; sin embargo , ha hecho tantos esfuerzos para sostener .su independencia, como
los héroes de la edad antigua y media.
Cuando el espíritu de una nación se corrompe , es muy difícil de encontrar la
unidad , porque entonces se establece la lid de los principios, y generalmente acaba
p<u' triunfar el último, ó á lo menos por modificar notablemenie al primero. ¿Quién
reconoce en los romanos degradados de Honorio el patriotismo, el valor, la alta po-
lítica , no ya de los Camilos y Escipiones ; pero ni aun de los Trajanos y Antoninos,
[83]
ni aun los vicios brillantes de los Césares y Antonios ? En lugar de las pasiones pú-
blicas dominaban los intereses y placeres privados. ¿En qué parte encontraríamos
entonces algún príncipio de unidad? Lo mismo puede decirse de los griegos bajo los
sucesos de Alejandro. El principio democrático , que fue el alma de las repúblicas
griegas , y que dio á su bistoria breves , pero gloriosas pajinas , existia solamente en
la Academia , en el Pórtico , en las escuelas nlo«ó6cas. Disputaban fervorosamente
sobre abstracciones ; pero ya se habia abandonado la escena pública.
Obsérvese que para que un principio pueda constituir unidad bistórica es me-
nester que sea moral , esto es , que se enlace con las ideas comunes y generales de la
nación, sea parte de su intelijencia y ájente babitual de sus acciones. No basta un
impulso accidental dado por un grande hombre ó por las circunstancias del momen-
to. Arato prolongó algún tiempo la vida de la libertad en los pueblos de Grecia , ó
mas bien operó gatbdnicameníe sobre la libertad que ya era cadáver. Adquirió gloria
para si; pero no resucitó el estinguido espíritu democrático.
Hemos manifestado los medios de dar interés , verosimilitud y unidad á las nar-
raciones históricas. No deben contarse ni todos los hechos, ni todas las circunstan-
cias. Es menester gran tino en la elección. Nosotros aconsejaríamos que se omitie-
sen los que no añadan interés ni contribuyan, aunque sean verdaderos , á hacer mas
verosímil la narración ó á justiGcar el principio de la unidad. Pero esta regla tiene
escepcion en las obras de erudición bistórica.
Késtanos que hablar de las sentencias morales y políticas. Es indudable que pro-
ducen mejor efecto las que van incorporadas en la narración misma del suceso que
las sujíere. Siempre desagrada que el historiador la interrumpa para afectar la pro-
fesión de predicador moral ó político. ía) mejor sería presentar con tal arte los
acontecimientos , que el lector por sí mismo dedujese la máxima sin que el escritor
se la advirtiera.
Se ha celebrado mucho, y con razón, el pasaje de Tácito [camsce odü eo acriores
fuia iniqufei el odio era tanto mayor cuanto era injusto] : sentencia que está embebi-
da en la misma narración , como esta otra de Salustio : [saltare magis quam neceste est
probw: bailaba mejor de lo que conviene á una mujer honesta.) ¡Qué bien pinta
nuestro Hurtado de Mendoza á ima coqueta cuando dice que eraamt^a de ganar to-
iHfff'tde* »/ dr con^rvaUas,
[841
LOS CONDES DE BARCELONA VINDICADOS,
Y CRONOLOGÍA Y GENEALOGÍA DE LOS REYES DE ESPAÑA,
CONSIDERADOS
COMO MRm MPEIIENTES DE SU UMi.
Dos tontos en %."" wnajor.^Barceiona. 194S<
ARTICULO I.
IfXliÉVEXOS á dar cuenta de esta obra no solo su mérito é importancia , sino tam*
bien el pesar que nos ha causado verla aparecer casi sin ser divisada entre los rápidos j
terribles sucesos de estos últimos años. Es verdad que ellos absorvian todavía atención
de nuestros compatriotas; pero también lo es que, si hay algún estudio intimamente U*
gado con el evánien ó dirección de los movimientos políticos de ios pueblos es el de
la historia , señaladamente el de la nacional ; porqué los documentos y máximas que
de ella se deducen, siendo osperiraentales y prácticos, son los mas á propósito para
conocer los medios verdaderos de gobierno y de libertad. Nos parece una contradiC'
cion que, cuando la escena política sufre tantas alteraciones, no fijen principalmente
la atención los escritos históricos.
La obra de que hablamos hoy tiene por objeto , según indica su mismo titulo»
ilustrar los principios de una de las soberanías mas ilustres de la España cristíaiía
en la época de la reconquista , y de un pueblo , que aunque unido primero con el
reino de Aragón, é incorporado después con este en la grande monarquía españda,
conservó sin embargo largo tiempo sus leyes , usos y fueros particulares , y aun no
ha renunciado todavía á su antiguo carácter y fisonomía especial. Pero con la nacioB
catalana ha sucedido lo mismo que con la navarra, asturiana y aragonesa : son poco
conocidas las fuentes de donde procedieron y se aumentaron estos raudales para for-
mar después el inmenso rio.
Es , pues,* altamente patriótico y digno de un español el fin que se ha.propuesto
el Sr. Rofarrnll. Aclarar las dudas y dificultades históricas con instrumentos verídicos»
[85] _
buscados y examiuados con la mayor laboriosidad ; condenar al olvido las consejas
populares ; proclamar la probabilidad donde no fuese posible la certeza , y poner en
evidencia la cronolojia y succesion de los condes de Barcelona, es haber hecho ala
historia nacional , á la patria y á todo el orbe literario un eminente servicio.
£1 autor por la naturaleza de sus estudios y por su posición social se ha hallado
en circunstancias muy á propósito para llenar dif^namentc la obligación que se habia
impuesto. Aficionado á los estudios históricos, ligado por el vinculo.de la amistad
literaria á todos los que en España siguen esta laboriosa y para ellos infructifera car-
rera , individuo de la Real Academia de la Historia , de la de Buenas Letras de Bar-
celona y de otras corporaciones sabias , y archivero mayor en el Real y general de
la Corona de Aragón , ha tenido gusto , instrucción y medios para consultar el gran
número de documentos que inserta en su obra , y en los cuales funda sus asercioaes.
Esta obra se presentó á S. M. en 1855 solicitando el permiso de la dedicación,
que fue concedido previa censura , tan favorable como justa , de la Academia de la
Historia ; mas no pudo ver la luz pública hasta tres años después.
Está dividida en cuatro períodos :
A .<* El de los condes de Barcelona desde Wifredo el Velloso , que nuestro autor
señala como el primer soberano independiente de la marca.
^.* De los condes de Barcelona reyes de Aragón.
5.® De los condes de Barcelona reyes de España de la dinastía de Austria.
4.* De ios condes de Barcelona reyes de España de la dinastía de Borbon.
Antecede una introducción en que espone brevemente el oríjen del condado de
Barcelona , conquista y gobierno en sus principios , después feudo de la corona de
Francia, y últimamente soberanía independiente de *el¡a.
Acompañan dos cuadros muy interesantes y bien hechos: uno contiene el árbol
genealójico de los condes , y otro el facsimile de sus firmas. Antecede á la obra el su-
mario cronolójico de Cataluña de D. J. M. Vaca de Guzman, escrito en verso , aun-
que rectificados algunos errores de hecho. Los amantes de los estudios históricos no
agradecerán mucho al Sr. Bofarrull que les haya regalado esta composición ajena,
que carece de todo interés historiográfico ; pero los amantes de la buena poesía le
hubieran agradecido en gran manera que les hubiese evitado leer versos, hijos de los
del P. Isla en el Compendio de la Historia de España, que felizmente nadie lee ya. To-
dos hubieran querido mas bien un sumario escrito por el mismo autor en su prosa
modesta, clara y corriente. Pero dejemos reposar las cenizas de los muertos.
Es claro que de los cuatro periodos en que se divide la obra , el primero, por ser
el mas antiguo y del cual hay menos documentos , es el mas abundante en dificulta-
des. £1 Sr. Bofarrull disuelve muchas, y esclarece con muy sana criti(?a la oscura his-
toria de aquellos tiempos , cotejando frecuentemente las aserciones de los cronistas
del principado de Cataluña con los instrumentos orijinales , y confirmándolas ó im-
pugnándolas. Es imposible seguirle en estas discusiones que constituyen el mérito
principal de la obra, sin copiar pliegos enteros. Contentarémonos , pues, con dar
una noticia de los principales descubrimientos debidos en esta parte tan interesante
de nuestra historia á su sagaz laboriosidad.
I .* La existencia ignorada hasta ahora de Senicfrcdo , conde de Urjel , hijo de
Wifredo I el Velloso , y deducida por el Sr. Bofarrull del cotejo de signos, firmas y
rúbricas.
2.® La de Mirón I , conde de Barcelona , hijo y succesor de Suiniario , y nieto de
Wiíiredo, que reinó juntamente con su hermano Borrell H , deducida del mismo co-
tejo. A este Mirón habian confundido los historiadores con otros príncipes del mismo
nombre y parientes suyos , condes de Cerdeña y Besalú.
5.® Las victorias del conde Wifredo el Velloso contra los moros arrojándolos del
Monserrate , del condado de Ausona y de gran parte de Cataluña , como también la
áacendencia. probable de dicho conde de Carlos Martel , tronco de la dinastía carlo-
ringia en Francia.
4.* La ei^istencia de un hermano suyo llamado Seniefredo.
5.* La falsedad de todos los heehos que se cuentan de Wifredo I, Felá
casamiento con una hija del Balduino, conde de Flandes. Wioidilda»
I
[76]
los api'istaías, todas las naciones de Europa los condenaban Á las penas mas duras t!e
Mih ródi(^os cri mínales. £1 que estaba fuera de la ¡{(lesia estalla luem de la le}'. Ke-
potínios sejrunda vez que solo señalamos los hechos, sin calificarlos} sin designarnii
cansas.
Nuestro suscritor dice que eso era contraiio á las palabras del Salvador: mi iWm
vo es dr csfr mutido. Si el testo estuviera bien aplicado , (pierria decir que las narioms
europeas hicieron muy mal en eschiir déla ciudadanía Á los disidentes ; inaa noque
el hecho es falso. Pero el testo está mal Iraido al caso pre.<iente como va hemn
prohado en otra parte. El reino de la iglesia no es de este nmndo ; pero oí ¡(obierao
uiljtico sí : V ¿quilín podrá quitará las naciones el derecho de pimer condiciones á
a ciudadanía? V si entonces quisieron to<tas (componerse esclusivainenle de erúuií-
nos, ¿se ¡Hidrian alegaren contra las palabras de Jesucristo, las cuales se diríjcná
holo caracterizar m reino , esto es, la Iglesia?
Kl dominio político de his Obispos v después de los Papas , fue una necesidad so-
cial de aquellos siglos bárbaros, (leso la barbarie , v ces(') el poder tempi>ral de la Igle-
sia. Pero siempre se conser>ó el mismo el reino cfel Sal>a(!or, que es eterno.
Dice que nursira aneiritm es contraria á (oh hrrhon de (a Imloria. Qwx^ievmwoii que hu-
biese citado alguno , desde fines del siglo \l hasta el WI , que contrariase nuosüv
principio. En la primer época eran \ a cristianas , ademas de ('iistilla, Navarra f
.\ragon , Fraiu;ia, Inglaterra v Alemania, las tres monanpiias de Esi*andína\ía, á
saber: Dinamarca, Noruega } Suecia. Tn^iria v Polonia lo eran también: Uusia esta-
ba fuera del orbe europeo, pero también habia rccihido de Conslantinopla la fé dH
tirucilicado. ¿En cuál de estos pueblos fueron admitidos los mahometanos ó his ¡dú-
latras á la participación de los derechos políticos? ¿En cuál de ellos fue licítala a|KLS-
lasía? Que se nos diga.
(CARTA PBKGCM'A. Si toda la Europa conocida se incluia en la crisliaudad. ^Si
escepto algunos distritos (|ue carecían de los primeros eienientos de la c¡\ ilizacion,
como Prusia, Lívonia , parte de l/ituania } Laponia.) .Vñade: ¿cx/ci ijuerra nwjrada fne
puramente defensiva? A esto resp4)ndemos que xt.
En el siglo VII salienm de Arabia los discípulos de Mahoma predicando su relijíoa
á fuego Y sangre , v en el espacio de poco uuis de un siglo con(|uistarou v soiuelieruu
desde el Indo liastíi el Loira, ¿ilómo deberá llamarse la guerra dirijida á desposc^ío-
narlos de sus conquistas? /Podrá caracterizarse ctui.o ;¡ucrra de ayrvsioM ^ 6 coiuv
guerra de defensa í La justicia en casos semejantes está siempre á fa\or del injusta-
nuMite invadido , } la cristiandad lo fue.
Nuestro adversario equivoca la guerra ofvnfirn con la dceít¡)edÍ€Íon: pero estaniiH
chas veces es solo defensiva. .Vgatocles . oprimido en Sicilia por los carlajineses, sa-
lió con su armada de Siracusa , se presentó sobre Cartago v aterró á los enemigos.
Las espediciones á la Tierra ^)anta tenian por objeto acabar con la potencia luuhume-
tana en el mismo centro de sus doutinios , ó por lo menos, ponerla en c>stadu i\^ qur
no infundiese temores á la cristiandad. El primer objeto no pudo higrarse; fiero el
segundo se llenó completamente; pues Italia no >ol\ió á \er los e.scuad roñes de la
nuMÜa luna , y en España fu<> deca vendo de dia en día la potencia musulmana.
Si las espediciones de las tlruzadas hubieran sido mas felices , claro es que S4* hu-
biera |H>dido Y se hubiera debido acabar con un enemigo írr€>c(mcíliable que lautos
males habia causado á Empopa. ¿No acabaron con Napcdeon en IKI i \ 181 Tí las po-
tencias conjuradas contra él.'' V ¿aquella guerra » aunque de espedicion , no si> carac-
terizó como defenaival El mejor medio de defenderse es reducir á la nulidad el |ioder
del enemigo.
El preguntador añade: csi no me engaño, el Pana queria n^clamar para sí no so-
lamente la Palestina , .sino todos los varios territorios asiáticos y africanos |iosoido«
entonces por los mahometanos. ¿Fne Justa esta ambición 1
Nuestro suscritor se engaña ciertamente, v aunque no se engañase, nada de eso
viene al caso en la cuestión presente. Pudieron los Pontífices manifestar una ambi-
ción desmesurada, y sin embargo ser jWiV/i/m la guerra contra los infieles. ;Cuáutas
veces se ha sostenido con malos niedius una esrelente causa !
Pero se engaña , repetimos , como él mismo teme con razón. No era Roma tan
Af^íii i[iie desease para sí territorios apartados sin tener fuerzas ni ejérrilos propios
con ([ue S4)stenerse en ellos. Asi es que los efímeros estados de Jerusalen , Antioquía,
lulesji V de otros territorios, fundados por las Cruzadas, se dieron á varios gefes, sin
que el Papa reclamase nada del pais conquistado , anles bien procuró siempre con
UMlas sus fuerzas enviar auxilios á los príncipes cristianos de Tltramar.
Ijo que Roma reclamó siempre en las conquistas liecli<is ó (|ue se hiciesen en
África V en Asía fue la suprema inspección de que entonces gozaba en toda la cris-
tiandad sobre los negocios civiles y políticos de alguna im¡H)r(ancia. Esta pretensión
no pcMÜa ser injusla , pues era conforme al derecho póblico 4le aquellos siglos. De esta
venlad tenemos un insigne ejemplo en el célebre meridiano de Alejandro VI , tirado
fiara seiiarar las posesiones españolas de las portuguesas en entrambas Indias. Esto
¡ac verificó en una época en que ya el poder político de los Papas ni aun era sombra
ele to que habia sido tres siglos antes. Sin embargo , dos poderosas naciones se some-
lieron á este arbitraje , que solo era un resto imperfecto de la anligira autoridad que
i*onr4Hlió ¡I la Santa Sede el derecho común de las naciones europeas,
Kn el dia parecerían estranas y aun risibles Lis pretensionin» de esta especie. Eti-
tóiiei^ fue acatada y obedecida la determinación de Roma. Pero el mejor medio de
no acertar nada en materias históricas ni políticas es juzgar una época ó una nación
|Nir láÁ ideas de otro pueblo ó de otro siglo.
ARTlCLf.O IV.
FiiKi;c?(TA SKPTiMA. Supuesto que Roma fuera centro de la cristiandad, ¿por qué
DO pudo prestar á Sicilia y ¿i España protección y defensa contra los malidmetanos.''
El supuesto es falso y la pregunta está hecha de una manera confusa , que hace
imposible responder á ella sin distinguir las épocas.
I .** I^'i Santa Sede de Roma ha sido desile el siglo de los Apóstides el raí-
'rtf de la unidad de la Iglesia, y por consiguiente del cristianismo; pero hasta el si-
clo \i no tuvo otro carácter sino el del poder espiritual; y asi no pudo impedir ni auxi-
liar á España ni á los demás paises cristianos invadidos por los musulmanes mas que con
iu« oraciones y con sus ruegos á los monarcas y á los pueblos poderosos, l^s invasiones
ie los mahometanos en Eunqia si; veriíicaron en el siglo vni y el ix.
i.* Cuando se reunió á la Sede de Roma el poder político que ya hemos definido, so-
tire la cristiandad (l\ ¿quién duda que auxilió poderosamente con su influencia la no-
t>le empresa de los Reyes de España, empeñados en restaurar su patria y libertarla del
fugo sarraceno? El cpie negase este hecho incontestable mostraría en eso solo su igno-
"Sincia de nuestcn lii«i|í>r¡a. R:i<ta liojis-ir :\ Mariana para encontrar nuni<*r(k>os te^linio-
líü» de los elicaces auxilios que recibieron los Re^es cristianos en España del poder
K>n tífica I .
El mismo Gregorio Vlí , que creó este poder, y su sucesor Irliano II , autnr di» |;i<
>uzadas, autorizaron á los Reyes de Aragón para liacer uso de los bienes etle>iá>l¡^(jS
'f Se exceptúa e\ imporío de Oricnti*, qiii* colocado en iinn extremidad d«* Europa, y M>fnelJi!o :il
ísuin, fii reconocí;! i*! poder t*spiniii:il iii el loiii|>or:il iht Uoiiia. IVro auiiqiio eriütiuno , las foniiUN lit* :»ii
obieriio, suii i a^tu>i4brer> ur<>i)iiir.i(lus. su or(;ullo5 s\i debilidad le aHcmejalMU uiasá kua uaiiouoiIcMi;.!,
lue á blu'^iiM de I.m qtfc; cutóaooN .'^nnaUtu A muudo europeo.
en sus giKM'ras contra los moros. Ignalrs cuncrsionos se Iiinoron «lespiies á una y oln
monariiuia on el i'iirho de la reconquisla; y nadie ignora qne toda la parle que Gobnilil
del diezmo la liarien<la de li<|»aña, con lo» diferente» nombres de subsidio, cscusado,
tercias, novenas etc.; y que la que devengaban los partícipes legos á titulo de servirioi
liedlos al Estado, precedian de bulas pontilirias, en que se ronredieron A los Rejes
auxilios para hacer la guerra A los iulieles, y medio» para premiar con el caudal deh
Iglesia á los guerrents que en las lides se distinguían.
i Alan importantes fuesen estos socorros nadie puede dudarlo; como lampoeoque
según las idnas de aquellos siglos solo residía en el Papa la autoridad de d¡!i{>enwrlos*
Pero aun hubo mas.
En el ano de 1118 habiendo puesto sitio á Zaragoza Alonso el BalalUidor , Itey it
Aragón, el Papa (¡elasio 11 concedió indulgencia plenaria {esto es, una especie de crd«
zada; á los ({uc peleasen en aquella guerra ; lo que aumentó considerablemente el pj(T-
cito cristiano con un gran número de guerreros <|ue acudieron de Francia , asegun) h
victoria, produjo la conquista de aquella imuorlante plaza, y arrojó ú los musulmanes
de la linea del Ebro. Igual indulgencia se publicó en favor de los que favoreciesen álm
templarios, cuando se esUiblecieron en Ar.igon en la guerra contra los infieles, ritinui-
mente se concedió por punto general ;\ todos los que peleasen contra los maliomelanos
de España. Las tres órdenes militares de Santiago, Alcántara y ('.alatrava, que lao po-
derosamente contribuyeron á la victoria de la causa nacional, fueron institutos relijio-
sos aprobados, y aun promovidos por Honia.
El mayor peligro que corrió Castilla después déla erección de la monarqufa, fue in-
dudablemente la espediciou délos almohades i\ principios del siglo Xllí. El célebre his-
toriador I). Rodrigo, arzobispo de Toledo, pasó enl(M)ees Á Koma como emb.ijadiir de
Alonso Vllt, y consiguió no solo indulgencia, sint» tainhion cruzada para aquella guer-
ra: lo que reforzó con gente muy eseojida de Francia y de otras parles el ejército que
consiguió la señalada victoria de las Navas. Semejantes auxilios recibió de Koma la cris*
tiandad de España, ya en las conipiisUis de Valencia y Andalucía, ya en la guerra qiic
se terminó con la batalla del Salado. Silves y Lisboa fiienuí rendidas con el sm^orro de
los cruzados ingleses, flamencos y sajones, que pas<mdo ala Tierra Santa, y rogados por
lo> lieyes de Portugal creyeron, y con razón, que no faltaban á su instituto favorecien-
do á los cristianos de Lusitania.
Si á esta eficaz cooperación con hon^bres y dinero se añade la intervención continua
y pacifica de la santa Sede por medio desús legados para terminar las guerras queso-
lian suscitarse entre los príncipes cristianos de E^ipaña , se conocerd con cuánta líjerc-
za é ignorancia de la historia se ha querido suponer (pie Koma no auxilió á los españo-
les en su guerra de ocho siglos contra los musulmanes.
En cuanto á Sicilia nada tenemos que decir, sino que cuando los moros se apode-
raron de ella en el siglo I\ , los Papas no tenían aun poder político, y harto hacían en
excitar á los ronianos á que defendiesen su territorio invadido por otros musulmunrs.
Dos siglos después, cuando los normandos reconquistaron la isla con poderoso ejército,
no neceMtaban de otro auxilio de parte del Sumo Pontííice, sino la paz que les concediót
y sin la cual no hubieran podido hacer su espediciou.
Se ve, pues, por nuestras respuestas, que la mayor parte de las preguntas, que se
nos han hecho, ademas de suponer murha ignorancia en la historia déla edad media,
no han tenido otro objeto que el de denigrar en cuanto ha sido posible la causa política
del cristianismo contra la media luna. El misiuo preguntador sin esperar las respuestas
(lo (]iie prueba en él una opinión ya fija é inmudable; confiesa (pie «los (lobieruos en-
ropoos debieron concertar medidas prudentes para su defensa.» Luego la guerra era
justa por su misma conf(;sion. Si lo era , ¿cómo la Wawa fandtical ¿cómo dice que no
pu(*de justificarse por las escrituras , cuando en ninguna parte de ellas estsí condenada
la güera , hecha jiistamente y defendiéndose de un invasor , ó reclamando de él los ter-
ritorios que ha usurpado?
líice qne no se sabia dónde ostaba el .<rpulrro {\e\ Salvador, por cuya libertad pelea*
han los cristianos. Nosotros no lo creemos. Desde la muerte de Jesús nunca han faltado
en a(|uella ciudad discípulos de la cruz , y por tanto no nos persuadirá nadie á que no
se hubiese conservado por tradición la noticia del sitio en que estuvo aquel sagrado y
[79]
redoso monumento. ;^uerrá liacer álos cristianos un nuevo cargo porque de>oasen te-
PT en su poder aquel territorio , honrado con los misterios de la vida , pasión y
inerte df>l Redentor, y que los mahometanos no poseían sino con el título de la fuerza
rnlal? /Querrá aue hubiesen renunciado i los sentimientos relijiosos que escitan los
cimbres de aquellos lugares? ¿No dijo Dios por Isafas que el sepulcro del Redentor wria
'orííMo?
En 6n , es falso que el objeto de las cnizadas fuese esferminar lo$ infídein porque el
bjeto de una guerra nunca es csterminar al enemigo, sino someterlo y reducirlo á la
npolenria de que nos dañe. Causa hastio tener que rechazar acusaciones tan falsas co-
to absurdas. El verdadero fanatismo fue el de los árabes , que salieron de sus desier*
rs con el objeto de someter el mundo á la ley de su profeta, llevando por único argu-
lento la espada. Porque fanatismo es la pasión que nos lleva á matar, á esclavizar, ó
reducir al ilotismo político y poner bajo tributo al hombre que no acepta nuestra
rerncia. Los cruzados no iban á conm'tir^ sinoá castigar á los que habían querido con-
t*rlir con el alfange á los pueblos cristianos; y á restaurar lo t{ue bajo tan fanático ^ve-
íslo habian quitado á la cristiandad.
Rista ya : cree:nos qne he.nris esplícaJo suficientemente nuestras ideas acerca de las
¿lebres espediciones conocidas con el nombre de cruzadas. Si nos hemos ostcndido
into, no ha sido á la verdad por refutar á un adversario, sino porque creemos con ve-
ente y aun necesario presentirlas bajo su verdadero punto de vista ; y proh-ir que los
imos Pontífices, aconsejando á Europa que tomase las armas contra el mahometismo,
aconsejaron una cosa justísima : qui* piído y debió dar este consejo, por la suprema
ispeccion que entonces le coiiipetia cnuio gefe espiritiial y temporal de la cristiandad:
ue el <W¡to de una cniprosa no es el mrjor argumento para condenarla ó aplniídirla:
lie debieron haberse adoptado otros medios de ejecución , que la hubieran hecho me-
9S costosa y mas útil ; y en ^\n , que Ií los los sarcas'.nos de los escritores protestantes
>ntra Roma ni de los incrédulos del siglo XVIIi contra el crístianisiuo , jauías pro-
anin que i^s fanática ó injusta la guerra que se haceá un pueblo de ladrones para(|iie
fstituva lo que ha robadlo. Hueno es convertirlos por la persuasión, y en ningún siglo
a dejado Roma de enviar misioneros á los países infieles, inclusos los mahometanos;
ero también es bueno (¡iic rl hombre defitnda m cam*
DE LAS OBRAS HISTÓRICAS.
ARTlClLtJ I
.^A historia es, de todos los géneros de literatura prostiica, el que mas se acerca á
I oratoria , así eonu» la novela Á la poesía. Exíjese del historiador , aun mas que
1*1 filtisiifo , elegancia sostenida sin afectación , pureza y correcci^m de lenguaje , ar-
lonía V rotundidad en la frase. Pero estas dotes deben estar unidas á la mucha so-
tuvo edad para ello: cu (in, paüó á la Tierra Santa, donde murió peleando por la causl
de la criftliandad , dejando á h. Uauíon , que fue después apellidado el tirande , la pa-
cifica posesión de su condado.
1^ dicho hasta aquí son hechos indudables, fundados en documentos irrecunbleí
que cita el Sr. Bofarriili. La cuestión es esta : ¡fué culpable D» Bereiujud en H a$e$inato ét
su hermano i). Hainont
Si hubiésemos de estar á la máxima mi bono fueril ; si debiésemos atribuir todo de-
lito, cuyo autor se ignora , al que tuviese ínteres en cometerlo, no hay duda qiw
debieron suscitarse contra H. Berenguel lejítimas sospechas, lauto mas fundada» euanlo
eran públicas las desavenencias y aun el rencor y niala vttluntad ^como dice una de las
escrituras de conciliación) que habia entre los dos hermanos. Estas sospechas se snici*
laron efectivamente , y aun hubo confederación de algunos magnates de (üntalunapara
tomar á su cargo la tutela del huérfano y perseguir y castigar á lt>s asesinos. Pero este
proyecto, di riji Jo principalmente contra Berenguel, á quien localm impedir las con-
federaciones de esta especie no tuvo consecuencias: aun(|ue la animosidad de loseoii^
federados era tal , que desciinfiando en sus pruínas fuerzas , querían llevar la causa
á un tribunal eslranjero , cual era el de Alonso \ 1 de Castilla , tribunal tan poco cono-
cido de ellos, que á este rey le dan en el acta el título de Conde.
IVro la veraz é inflexible historia no juzga |M>r sos{ieclias ni por resentimienloi
hijos de las pasiones momenl.lneas de los hombn!s. Sus sentencias producen dema-
siado honor ó infamia á los nombres sobre (|ue recaen, para que puedan nunca fun-
darse en argumentos tan falibles. Asi el Sr. Bofarrull, en cuya opinión fue h. 'Reren*
guel culpable en el asesinald Je su hermano, cita testimonios mas decisivos cuya fuera
DOS proponemos examinar.
Estos iustruuicnlos son: 1.**. el acta de incorporación del monasterio de S. Lorenzo
del Monte al de ó. Cucufate del Valle , hecha por el conde I). Bamon Berenguel 111,
hijo del conde asesinado, y sobrino y pupilo de B(M-enguel , en \i)\)H, épfK*a muy re-
ciente , y en la cual vivia aun y estaba en Palestina su tio y tutor. En ella llaumá
Berenguel fraíricida , y le atribuye con el nombre de parricidio el as(*sinato de su her-
mano. Debe' observarse que por el tenor de la cláusula parece que se quiere inferir de
este delit(» ser nula y de ningún valor una donación que Berenguel hizo poél parríri'
dium al abad Tomeriense : tiKuo esta consecuencia v,s ilejilima , pues Berenguel nunca
dejó de ser conde de Barcelona hasta (pie partió á la Tierra Santa , estamos autoriza-
dos para creer que las sospechas de que ya hemos hciblado se miraron como certeiss
para irriüir la citada donación. Lo mas que prueba este documento es la opinión que
el hijo del conde, iu(u*rto alevosamente, y sus cortesanos y amigos tenían acerca del
porpretaJor del honiioiJío ; y no es estrauo que la tuviese tocándole de tan cerca y
estando roJeado de l-)S eneuii;:os de su tio.
Ei :2.° es uuasenleacia dada en 1 157 por los jueces de corte de l^rida en un pleito
feudal, en la cual se dice por incidencia que < Berenguel mató á su hermano y por
eso fué convencido y comprobado como homicida y traidor en la corte de AlfonsOí
rey de los castellanos» ; «como saben, añade, muchos hombres de esta tierra.i El
claro que esta opinión histórica , después de mas de (><) años del suceso, esto es, da
la convicción de Berenguel en la corte de Castilla , no procedió sino de haber supuesto
realizado el proyecto de la confederación, que se formó después del asesinato |iara lle-
var la causa al tribunal de Alonso VI. ¿Cómo un hecho üm notable y ruidoso, y al
mismo tiempo tan glorioso para la corona de Castilla, como reconocerla por jiíez de ua
príncipe soberano acusado de parricidio por sus vasallos, no dejó vestijío alguno ni
en la historia ni en losmonumentcK» c^tstellanos? ¿Pues ipié, semejante acusación y con-
vicción pudo verificarse sin obligar á ello á B<>renguel por la fuerza de las armas, sia
ima gran conmoción de toda f^taluña/ Berenguel, político, vigoroso, valiente, ¿se
babria entregado como un cordero á discreción de sus acusadores, habria aceptado el
juez que le quisieron dar , estranjero, y qiie ademas ningún interés tenia en juaegarlo?
;.Y porqué los c^italanes no se aprovecharon para acusarlo y juzgarlo de la época en
que fue prisionero del Cid Cauipea<lor? /.Porqué el autor de la historia latina y coetá-
nea del Cid , y por consiguiente nada amigo de Berenguel , antagonista del Campeador,
nu da eu ninguna parte el nombre de fraíricida al soberano de Barcelona? ¿Por qué en
r9i]
fin, los que IraUíron de confHdorarse , mii«»rlo el conde D. Rnmon y para perseguir á
»u» asesinos no designaron á lieren^cuel? ¿Pudo hacerse después de un reinado glorioso
de catorce años lo (pie no liabia poditlo lograrse recien cometido el crimen , caliente
aun la sangre del desgraciado principo , llena de sospechas no infundadas la nobleza
de Calaluna , é iucierlas todavía las riendas del gobierno en las manos del supues-
to asesino?
3.® El roartirolojio de Gerona , que señalando el dia en que murió D. Ramón,
afiade ; que «fue asesinado en el collado de Astor por su heimano con sus traidores. >
Esita espresion tiada prueba , mientras no se sepa la época en que se escribió; solo in-
flara una opinión que era común entre los enemigos de Ik^renguel , y que se embelle-
ció con el cuento del capiscol de Gerona , que en las exequias del desgraciado principe
iiitDfa pudo entonar la antífona tuboeniie taiuti Iki , y cantó sin poderse reprimir : Ubi
mt AbH fruter tma?
Por otra parte la conducta de Rerenguel parece irreprehensible durante su gobierno
j tutela de su sobrino. Nunca se casó, ó al menos careció de succesion. Tuvo en su po-
der á su pupilo , al que trató como á su futuro snccesor, como si fuera su hijo , y le
abandonó sus estados cuando pasó á la Tierra Santa ; porque nosotros no creemos,
mientras no se nos presenten documentos mas decisivos , su absurdo viaje á Toledo
para ser juigado * convencido y depuesto.
Sin embargo, hay en la conducta de Berengnel una mancha conocida y cierta que
no es fácil de disipar, y fue: no siendo él el asesino, el poco cuidado que tuvo en des-
nibrir y perseguir á los que lo habían sido ; neglijencia que dio motivo á los amigos
de l>. Kamon para confederarse contra los alevosos, y justa causa para que sospecha.sen
de él mismo. Esta neglijencia pudo tener su oríjen en la mala voluntad que se tenian
his dos hermanos y no en la complicidad del homicidio.
Nosotros no nos atrevemos , pues, á absolver á Berenguel , ni á libertar la memo-
ria de este principe ilustre de un titulo tan odioso como el de fratricida ; pero nos
parece que hasta ahora no hay documentos históricos bastante ciertos y convincentes
para condenarlo. Tuvo desde el principio de su reinado en compañía de 1). Ramón un
|iartido poderoso contra si : este partido halló campo abierto para desencadenarse con-
tra él después que pasó á la Tierra Santa : á pesar de sus enemigos, la nobleza catala-
na le reconoció como tutor del hijo de su hermano y como soberano suyo : reinó ca-
torce anos con gloria, acrecentando sus dominios á costa de los sarracenos, mante-
niendo el pais en paz y justicia , y cuidando de sn pupilo como si fuese hijo suyo. No
rreenios que los catalanes hubieran sufrido su dominación por tanto tiempo á estar
cierto y averiguado el delito.
Rojas , que de todos nuestros autores cómicos es el que manifestó mayor talento
Cara los asuntos trájicos , escribió una comedia con el título del Cain de Cataluña , en
I cual iiay algunas escenas verdaderamente terribles y dignas de Melpomene. D^fi-
garó, según la libertad propia de los poetas, la historia cierta ó supuesta del fratrici-
dio, suponiéndolo cometido en vida del oonde i>r Hamon el Viejo, padre de- los dos
feuMios.
[92]
COBIERNO
DEL SESOR rey don CARLOS III,
Ó IIV(9TR1I€€10IV KESEKTAOA
PARA DIRECCIÓN DE LA JUNTA DE ESTADO
QUE CREÓ ESTE MONARCA :
{Daba á in} i^ox ül* Slnbics iltttticL
TOMO EH OCMTAVO FRA?VCK!$«— JP#fW«^ JSS8*
^i.-^fa
ARTICULO I.
J^L nombre del Sr. Miiriel os batíanle conocido en la Europa culta por su eirdente
obra L.Es¡)agne jíov4 le$ roii d^la mai:ton (k fíourbim, V no m\ razón la llaiDamoa «wjftf;
piieá aunque en ella se encuentre la Iradnccion de la obra inglesa, que lleva el niMino
título de (luillermo <'oxe « las numerosas notas y capítulos adicionales con que la ha
enriquecido , señaladamente en la historia de (^Arlos III , le dan una parte no pei|iieña
en la gloria de esta producción literaria. Ahora completa con la presente obra el cua-
dro de aquel reinado , iiiagnííico y precioso para los españoles.
El objeto principal de este libro es la publicación de la uiftruvcion trM'rvada^ escrita
por el conde de Florida Rlanca , primer ministro de aipiel sabio monarca , y aprobada
por el rey , en la cual se comunicaron á la Junta de estado todas lasnocion<>s pertene-
cientes á la administración pública. La Junta fue creada el año de 1787. Con razón,
pues , la intitula el Sr. Aluríel Gobierno de Cdtio.< ///, siendo como es el resultado de
todas las idt*as adquiridas durante el periodo en que reinó , y la espresion , dlgámnaio
asi, de cuanto habia hecho antes y niedit¿iba hacer en lo succesivo para la pro.speríd«d
de la monarquía. Nada manifiesta mejor que esta instrucción los sentimienloa patrió-
ticos de aquel buen rey. cLa circunstancia de rescirvada, dice con mucha razón *el
Sr, Muriel, que tiene la ímirviccioa trasmitida á la Junta de estado, la realza en grai
manera 4 porque no puede caber en ella la sospecha de que haya sido disfrazada la
[M]
vrrtLid por torcidos finos, como sucede á veros con otros documentos (i mnnifíostos,
publicackis {lOT: los.gpbjcrnoi^ para consolar á contonlar <*V los, pueblos , cncnbi-í(*nfif» las
desgricm qtKi padecen ií pciiilándóles los desaciertos úi\ los. que los ríjen. Bn la íh»-
trwscioa no bay ní> puede' babér sino verdad espuesta ron candor y bucMiafi^ Allí el
Miborano, como cabi^za (|ue es de la gran familia que se llama oslado, presenta «1 su
consejo la verdadera situación en que se bailan los negocios , y le Irasuiite sus mas
irilímos pensamientos acerca do ellos , sin atlornos estiuiiados y sin mas artificios re-
tóricos que el deseo del acierto, quo es de suyo tan elocuente.... l>e todo habla la
iitKfntcciwi llanamente y sin disfraces.»
Ilemfis copiado estas palabras de la tN/rWiMriVwi que antecede «i la obra , y que
nos ha jKirecído uno de los mi^jores troxos que se lia van escrito de filosofía liist()rica.
Kl autor describe con facilidad , pero reducido el cuadro del reinado de («arlos III , y
Iribnta á las virtudes de esle principe y al talento de su primer uiiriislro los elojíos
meriN-idos , sin olvidar no obstante sus defectos y los yerros que se rometieron.
lie aquí la descripción que bace del cankcler de l;i loolucicm de Francia, t Desde
el punto (|ue comc*iix6 la reforma frantr^'sa se vi'Uó ya de ver el alan con que ios enemi-
gos de la monarquía y de la relijion trabajaban por (Irslniirlas : ;,cómn, pues, la tcni-
¡leslad que se i Imi formando allende de los monlrs Pirínros, dojiíría de causar sohn*-
«ialtos á uiinistr4'»s , á quienes estas dos instituciones b.'ibian parcrido con razón basta
entonces los uniros «ijentcs de la felicidad del pucbb» <^paa<d.... con i)aso lento, pero
M*giiro , habrían adelantado los ministros en el camino de las relbrnias, á no haberles
asustado la revolución de Francia. Para lograr la prosperidad del país no habría sidi»
necf*sario entonces atravesar por un horroroso caos.... Kiitrr los gra\('s eri<)r(\s á que
suele s(T arrastrado el enlendimiento del homhre no se seriabn^í nin<;uno mas funesto
que el |Niralelismo de la libertad civil y de la relíjion; puesto que no ba podido hahcr
nunca, ni es posible que haya jamas, no diré libertad , (kto ni orden , ni felici<lail , ni
justicia en los est^ulos de gobierno , ya absoluto , ya representativo, en dondr faltan
bis creencias relijiosas: verdad que se halla estampada en los añales de todas las na-
ciones.... 1^ revolución francesa lomó des.lc su orijen el cariicler de reforma radical,
y á inuy pm*o tiempo se alxó ya descaradamente contra lis ideas rel¡jiosa«.*
¡Gstraña incons4*cueiicia por cierto! querer plantear relornias para mejorarla suerte
<le los pueblos, y destruir al mismo tiempo la base mas sólida en (|iie estriba no solo
el orden público, sino hasta la ¡miz y bienestar pers^mal dt> cada uno de los individuos
que componen la repúblíra. N(» puede gloriarse hi generación presente de (jue esii»
rouipb*taiiK'nte de4»vam*cido este error , si bien la verthhl va reeobra.alo algniia |.art4;
de su inifierio; pero basta tanto que aquel no sea eslir|)a lo 4lel to(h» , claro e>ia <pie
ilevjín los <*stadosensu seno un cánrer venenosoy uiortífero que los (raerá infatibh'menle
é su jierdicion. ¿lie qué sirven los adelantamientos y mejoras materiales de que somos
deuibircs á los conocimientos cientirR-os, si carecemos de la ¡lerfercion moral? V ¿cómo
podremos llegar á conseguirla dejando sin resolurion las cuestiones importantes que
ño puede resolver la raxon sin el auxilio del rristianismo.^ >'o es p'>sible re<'ono/ca
ni ubligacioniw, ni >iuculos sociales sobre la tierra el que no sabe por qué fines ha
\enídfi á ella; el que ignora la nobleza de su s^r , los designios de su creaeÍ4in.... §
El autor atribuye justamente el espíritu antirelijioso de la revolución fraiu'esa al
lilosotíMno que la habia prec^etlido; el cual, queriendo dar alguna basa ^ la moral
pública, la bascó > la propuso en el ínteres individual, con tan buen éxito, f|ue no
nubo ninguno de los dis<ripulos de Diderot. Voltaire, IÍelv<v*io y liolbnrli , que no
intÍMíjinr en Ja revolución jmr x«r cuenta , si*gun la enérjíea espresion de Pi^ault l.ehriin.
El fi#/cirK «s «ua voz que Codos entienden en un sentido muy diverso del de llolliaeh,
a^í como la p ilabra dMie tiene generalmente una signitiracion dLslitifa de la que te díií
E|>icuro. No pueden sit basas de la moral e>as frases á las cuales es fácil de acomodar
el sumido que quieran darles las pasiones. Ese es el grave daúo que resulta de tomar
un corolario pur un principio* 1^ >irlud es níU y agnuialtlr Mdire bi tierra ; pero no
firtiriHlc ni de la utilidad ai del deleite, ponpie su orijen está en el rielo. El mora-
li«Ca no conoció sn ciencia basta que se le revelaron mis fundamentos cel<*stfalcs, asi
MNno el cosmógrafo nosupo medir el globo que habitamos ni surf*ar los piélagos, basta
qn-.' aprendió el secreto de los movimientos siderales y planetarios.
En las p.V|¡nas i^ y sig^iiionlos ile 1n inirodiicrion ejerce ci Sr. Mnriel la il«»bi<1a te*
vrriitad coiilra el modo eoii que se ejecutó la espiilsion de los jeMiilas. ConGeM i|iie
(lárlos 111 , aterrado por las snjeslioiies del p^irlido filoíu'iiico de Francia, cuyo óryami
era el diiipie de ('Jioíseiil, no mostró en eslaiM'Hsion su reclilud fienional, y S4)loaleD-
dio al rios;;o ¡uiajinario que se^nn le dijeron corría su corona. Impugna víciorioM*
mente las calumnias que entonces se propai{an>n , y que en iiuetitro» día» lia |ini|9U«
rado renovar una novela del frénero de las históricas; tales ihiuio la infliieoru da h
compañía en las sediciones de Madrid contra el ministro Squilace, ¡«m I^vaptUiniaB*
t(»s (|ue se supusi(*ron en América , el pmyeclo de fundar allí una uioiian|iifai etc. Y
no poripie el aul4>r deje de conocer que exislian motivos fundadiM» para la abulicion da
aquel instituto , sino porque d(Mde estingiiir una orden relijiosa liasta la crueldad da
conducir á todos sus indivifluos como reos de estado desde sus conventos A loa puertai
Y desde estos á Italia, i&in meilios ni socorros por mucho tiemof) hasta que te ie« bisa
una mezquina asi(;nacion, hay enorme distancia , y im rey hábil y ami^ de lajua^
ticia , como era Carlos lil , no debió haberla recorrido.
ARTICULO 11.
f JtUA de las acusaciones mas severas que hace el autor al (i;obiernno de CárloalUf
es haber auxiliado la causa de los anglo-americanos contra su metrópoli , y por consi*
guicnte haber tremolado en el nuevo mundo la bandera de la inde|iendencia para «lU
propias colonias. Esta acusación es justa ; porque el suicidio no es permitido ni á loa
estados ni á los particulares; y fue uu verdadeio suicidio haber fundado lio antece-
dente como aquel para la emancipación de la América española ; y tanto mas decisivo
cuanto se ofendía con él á una nación como la inglesa ^ poderosísima en la inar y que
lio olvida filcilmente sus injurias.
No ignoramos que está en la esencia de toda colonia emanciparse á su tiempo. Im
pueblos de la autigüedad conocieron esta verdad mejor que los modernos ; y asi laa
metrópolis dejaban independientes á sus hijas a|>enas podian estas sostenerse sin se
auxilio, siguiendo la ley de la naturaleza que reclama la independencia de loa bijoa
cuando ya no necesitan de los padres. -Esta conducta fue premiada con el respeto y
amor que las colonias griegas y romanas profesaron á la patria de donde habían pro-
cedido. La auxiliaban en sus calamidades; eran sus aliadas en la guerra y en la pas;.
tenian sus mismos dioses y sacrificios , y nunca olvidaban las obligaciones filiales. Se-
rán muy raras las escepciones c|ue se encuentren en la historia antigua á este becbo;
general.
Mas no podia aplicarse este sistema á los pueblos modernos sin algunas reslriccio-
ncs . y menos á la España que nunca consideró sus posesiones en América como
ionüiítj sino como proviiteh» de la metrópoli , sometidas al mismo réjimen bajo ley
riviles/cuya justicia es ya generalmente reconocida. La emancipación era un
mal para la misma América , cuyos habitantes aun no habian aprendido á ser iodepen-
dientes, y para la nación española, cuyos intereses estiban entonces laa ligados á k
conservación de las colonias. Pero aun cuando no existiesen estos dos motivos , lo cier«
to es que el gobierno de Carlos IH quería ciertamente conservarlas; y no es sabio ni
previsor el gobernante que da un paso tan funesto como el de auxiliar á loa Estados
Unidos de América contra los mismos intereses que él cree que debe sostener. Así es
que el conde de Aranda , por mas afecto que fuese á las ideas lilosófít'as de su si{;lu,
miró como una grave imprudencia que nos costaría la Amér¡c4i hacer causa coiiin»
con la nuera república. No es buen modo de conservar ilesa la casa propia aumentar el
fuego que abrasa la del vecino.
Este yerro político sube mas de punto, ti se consideran los principios en que se fun-
daba la emancipación de los angloamericanos ; poniue se trataba uaila menos que de
consolidar una república conforme á las ideas (ilosóbcas del siglo, que si en el Norte-
América, por raiones fáciles de conocer, no produjeron sus terribles efectos, cobrando
con aquel ejemplo nuevas fuerzas, causaron en Francia la mas terrible esplosion. Y sin
embaído , Luis XVI y Carlos III favorecieron un uioviuiienlo tan peligroso. El pri-
mero pagó con su cabeza, el segundo en sus descendientes y su nación aquel yerro
irravisimo. Engañólos el odio, péximo consejero: ü trueque de ver descaecida á
Inglaterra, se espusieron á tantos riesg(»s; bien que debe decirse (|ue el gobierno
francés , mas espuesto á la iníluencia de los principios revolucionarios , fue uiuclio
mas imprudente que el es|ianol en haber avivado el incendio que amenazaft>a devo-
rar ú Europa.
Tales si>n las ideas políticas que desenvuelve el señor Miiriel en la censura de aque-
lla o|M9racion. No es enemigo de las reformas en a.lininistraciun y en política ; pero sí
lo es del gobierno de la multitud , esto es, de la anarquía que destruye y no edifica;
y cree que las mejores reformas son aquellas en (|ue la sabiduría del hombre loma por
auxiliar la acción lenta, pero segura del tiempo.
A dos causas atribuye en el epilogo de su introducción la decadencia de Espafia
después del reina4lo de («Arlos Ili: la pn>ic¡pal y mas inmediata, según él, fue el
advenimiento de Carlos IV, y la privanza del princi|)e de la Paz: la segunda, la re\o-
lucion francesa. Sin la primera, <un pueblo olM'dieote , dice, fiel , amante de sus re-
yes, lleno de celo por la conservación de Ins instituciones nacionales, seuNiítoy since-
ramente relijioso ofrecía , puesto en man<is de ministros instruidos y esperinienlados,
medios preciosos de defensa contra el huracán que amenazaba á la nación, t En cuanto á
la influencia de la segunda dice de esta suerte : «la revolución francesa, á la ¡«ar de al-
gunas ideas provechosas para el bienestar material de los honibris, propagó errores
perniciosos en gran manera, alz«1ndose descaradauu^nte contra las instigaciones nioucir-
[uiras no menos que contra la creencia relijiosa. Fue este aconlei*inru*nto funesto para
i|)ana; porque sin él habría seguidf»-caininando gradualmente por la senda de las re-
formas útiles, y habría mejorado su estalo social, (^uanüís ideas pn»vechosas lian sido
proclamadas y difundidas en los tiempos modernos , fitras tantas habrían sido también
Ehmteadas en el suelo español por nuestros sabios ministros , sin temor de los venda-
ales y furiosos movimientos de la turbulenta democracia , ni del soplo helado y mor-
tífero del escepticismo filosófico. Pero la vecindad de las dos naciones y la frecuente
ooniunicaciou entre ellas que el sistema político , seguido largo tiempo por el gobier-
no, habla hf*cho m:K íntima y amistosa, no podían menos de traer, y trajeron con
efecto á Espaila, el conlajio de las ideas de los novadores, es decir, los principios
subversivos de toda sociedad. Cuando la república frnnresa venció con las armas ú los
que querían detenerla en el movimiento de su revolución, ató al rey de Espafia á su
carro de triunfo , y con el mentido nombre de aliado hi/o de él un verdadero esdnvo.
l^ssJe entonces Esi^ana no fué ya masque uno de los sa(eiile.'<i del nuevo pl.'irieta. Kn tal
dependencia claro está que el torrente de las malasideas había de destruir tarde ó
temprano entre nos tiros los diques qn<* le conlei*inn.i
Tales son los pensamientos que sujíere al autor la comparación entre el estado de
fuerza y prosperidad á que llegó la inoiiarquíaen*el reinado de Carlos III y el inmenso
cúmulo de males que siguieron después y cuyas tristes conse<*uencias sentimos todavía.
Rii todas las pajinas de la //i/rw/fimon brilla el amor de la patria y de la humanidad,
como también el estudio profundo de la historia y de la política , las ideas mas ¡lustra-
das y los scntimifíiilos mas nobles. Este trozo deiie ser leído y estudiado por todos los
que quieran conocer bien el pt*riodo á que se n'fiere y aun el que le siguió ; pues
contiene en germen toda la clave de la historia contemporánea.
El Sr. Muriel ha puesto á la Jnsiruccion varias notas, sumamente curiosas, por
qu
[961
conlcMior sucesos no conocidos hasta ahora , para aclarar ó conGrraar aIgmuK pualM
l.islóricus ó polilicos.
iMilro «*llu*( merocon particular atención la de la pajina 135 sobre TofS iBédtns de
asegurar con iiidependencia la subsistencia del rlert) « y la de la p^ina 'S^S , relativa
á la ad(|uisiriou eventual de Por(u$ral por uuhIío de una succesion, <1ji reunión, din^
de las do!» coronas do lis|)aña y Portugal fue uno de los fines que el gobierno de Cir-
ios l\' tuvo para determinar Á las cortes de Madrid á que esnusiesen foriualiuento al
rey la ne'^esidad de abolir la Icff ndlíra 6 el auto acordado de I7I5..,. Desuleetaoo
de ITHi. en (|ue se celebraron los matrimonios de la infanta Ihiña Carlota con I), Juan,
priuri[M« del lirasil , y <lel infante I). (¡abriel con Doña Mariana de Portugal « tuvo ya
liarlos III pensamiento de que se reuniesen un dia los dos reinos en alguno de loapria-
cipes que naciesen de estos enlaces; pensamiento patriótico en verdad , y hounwci en
gran manera para este soberano....!
1^ causa <Íel secreto que se observó acerca de la abo1i(>ion del auto acordado, fiíe,
sfgun el autor, la ninguna necesidad que habia, teniendo Carlos IV succcsion irarfinil,
de arrostrar las ccrntestaciones con los gabinetes de París y de Ñápeles. Kn efecto, d
señor .Muriel ims da la noticia , hasta ahora no publicada y de que Luis XVI, habien-
do traslucido la deliberación de las cortes de.l7K9« envió ór^len al duque de la Vau-
guyon , su embajador en Madrid , para que protestase contra la abolición de la ley
sálica. Kl rey de las Dos Sicilias , i\ quien llegó también la noticia délas intenrloan
del gobierno español, envió con el mismo objeto al principe de Castelcicala. Peroestai
protestas y redaniariiuies no se verilicaron , á lo menos de oUcio, por cuanto qq k
promulgó la Profjmddca sanción^
E PADRE JUAR DE HABIARA.
I^CIEN sepa qne este insigne literato español emprendió y llevó á cabo en el siglo XVI
ia historia general de España , no podrá menos de admirarse, atendida la época en que
escribió, de su inmensa erudición, de su incansable laboriosidad , de la corrección y
austeridad de su lenguaje , y aun de la crítica y filosofía con que desempeñó au obra,
muy superiores á lo que podia esperarse en su tiempo y en sus circunstancias indi-
viduales.
Tal ha sido el juicio que de él y su obra han formado todos los que han escrito de
uno y otra, no solo nacionales, sino también estranjeros. V muy justamente. No debe*
mos olvidar que su hhíon'a general de España fue la primer obra de esta clase qué apa»
recio en la Europa moderna después de la restauración de las letras : que es una de lai
obras clásicas de la lengua y de la literatura española, y por ella si' aclimató entre nosotras
el pincel de Tito Livio : que en la gravedad de las sentencias y en la descripción de
los caracteres compite á veces con Tácito; en tin, que Mariana no perdonó ni á tra-
[97]
bajo ni á investigaciones para dar á su libro toda la perfección que podía tener en
su siglo.
& verdad que han escrito después de él acerca de la historia de nuestra nación
muchos insignes historiógrafos que le han impugnado. El marques de Mondejar,
Perreras y otros han notado diferentes yerros de sucesos , de fechas y de orden en nues-
tro insigne historiador, líasele acusado también de haber dado demasiado lugar en su
historia á los sucesos eclesiáslicos y á consejas tradicionales. También se le ha defen-
dido de estas dos inculpaciones. La primera es inju.sta ; pues nadie ignora que en la
edad media el clero se hallaba en el primer grado de la escala política , y los aconte-
cimientos que le pertenecían eran de suma importancia para el resto de la nación.
f^ segunda se ha hecho también á Tito Livio , y quizá con razón á uno y otro ; pues
aunque las fábulas históricas sean muy á propósito para conocer el espíritu de la época
eo que se inventaron y creyeron , no es licito á un historiador juicioso presentar como
acontecimientos reales los cuentos inventados á placer por sus abuelos. Sin embargo,
aun en esta parte pudo Mariana presentar dos razones que lo disculparan, f^ primera
es haber repetido no una sola vez en su obra: mas cosas escribo que creo. La segunda ha-
ber algunas cosas de las que copiaba de otros autores que hubiera sido peligroso en su
siglo no solo negarlas, pero aun omitirlas. ¿Qué historiador se hubiera atrevido, por
ejemplo , en el siglo XVI á pasar en silencio las fábulas en que se fundaba entonces y
se continuó fundando- mucho después la costumbre del voto de Santiago?
Asi es que los mismos historiógrafos que han impugnado á Mariana, no han deja-
do de reconocer por eso el mérito que adquirió en un siglo de poca crítica y filosofía
en haber formado una historia de la nación, despojada de gran parte de las fábulas
antiguas, aunque no pudiese de todas. La obra de nuestro historiador ha sido y es to-
davía el único libro clásico de historia general de nuestra nación , que poseemos ; y
á pesar de sus defectos de crítica , como tal lo esliman los literatos nacionales y es-
tranjeros.
Estaba reservado á la época actual el singular fenómeno de un historiador no es-
pañol , que emprendiendo escribir la historia de nuestra nación , comienza por vili-*
pendiar el nombre respetable de Mariana, y por insultar á un varón tan benemérito
de nuestra literatura , y cuya reputación es de tres siglos á esta parte verdaderamente
europea. En el Prospecto de la traducción de la Historia de España del Sr. Carlos Ro-
mey , impreso en Barcelona , se inserta traducido el prólogo del autor, y hemos leído
con indignación las siguientes espresiones : cLo que ha desconceptuado y casi envile-
cido á los escritores de la escuela de Mariana es la desfachatez increíble con que están
afirmando hechos de su invención , poniendo en boca de los personajes sus propias
aprensiones ó las de su tiempo y falsificándolo y estragándolo todo sin autoridad y sin
primor. Por tanto el primer paso fundamental.... es en algún modo.... no hacer caso,
por ejemplo , refiriéndose á España , de Mariana ni de Ferreras>.... Es imposible, de-
cimos nosotros , llevar la desfachatez á un grado mas alto en un estranjero que se pro-
pone escribir la historia de nuestra nación. ¿Si creerá el Sr. Romey ensalzar el mérito
de su historia deprimiendo el de nuestro historiador? ¿Ignora por ventura que escri-
biendo en la época actual con tantos y tan grandes auxilios, se le agradecerá poco
el hacerlo bien, y no se le perdonará ningún defecto cuando á Mariana debieron
perdonársele todos los suyos en atención al siglo en que escribió , y apreciarse mucho
las cosas buenas que en gran número contiene su obra?
¿Podría el novel historiador indicar los hechos de propia invención que Mariana in-
sertó en su historia? ¿Quién hasta ahora le ha injuriado con el epíteto de falsificador?
Purgó la historia patria de un gran número de patrañas , como puede conocerse cote-
jando su libro con las crónicas anteriores. Si dejó todavía algunas consejas , mas bien
copiadas que creídas como él mismo dice, ¿son de invención suya, ó tomadas de escri-
tores antiguos? Harto hizo para su tiempo : si en el nuestro puede hacerse mas , ¿es
este motivo para calumniarle é insultarle?
Mariana imitó á Tito Libio poniendo en boca de los personajes razonamientos con-
formes á sus ideas é intereses. No entramos en la cuestión de si esto es licito ó no á
un hislorindor. Solo queremos que el Sr. Romey nos cite un solo razonamiento de estos
en que se hallen las ideas de Mariana ó de su siglo en lugarde las del interiooiloff»
[98]
Pero estamos seguros de que no lo hará. Mariana era harto buen huinainista , y conocii
harto bien la historia para atribuir á Pelayo las ideas de Felipe II , ni ¿ Abeo Tarif Im
de un relijioso del siglo XVI. Hizo lo mismo que Tito Livio : estudió los caracteres y
los espresó por medio de discursos. Lo mismo pudiera censurarse á Solis eo su hii*
toria de la Conquista de Nueva España , y sin embargo Solis , no se sabe por qué, me-
rece el aprecio del Sr. Romey ; pues mas abajo llama á España, como por elojio. Patria
de los Cervantes , Herreras y Solises.
Lo que prueba hasta que punto ignora el Sr. Romey nuestra literatura es ver
juntos é incluidos en una misma proscripción los nombres de Mariana y de Ferrvtvf,
cuando son bajo todos aspectos enteramente opuestos. Si se consideran en cuanto al
estilo y lenguaje, Mariana es uno de los padres do la lengua, cuando es dificil bailar
cosa peor escrita en castellano que los anales de Ferreras. Pero si alcndemoa esclusi-
vamente á la exactitud histórica , como proclama el Sr. Romey , hay mucha mas crí-
tica , muchas mas fábulas exterminadas, muchos menos errores cronolójicos en la obra
de Ferreras que en la de Mariana. No es esto decir que estimemos al primero ni aun
como historiador mas que al segundo , sino que Ferreras escribió mas de un siglo des-
pués , con mas auxilios, con el arle critica mas adelantada , y aun puede decirse, eon
mas libertad : asi tenia mas medios de hacer bien lo que es mas fácil de hacer en la
historia , á lo menos en nuestros dias , que es el examen y el criterio do los hecboi.
Ferreras no es, pues, ni escritor de la escuela de Mariana, ni se le parece en nada, ni le
es igual en las dotes ó los defectos de un historiador; ¿por qué, pues, se le pone Janlo
á él sino porque se desconoce el carácter y el mérito de estos dos escritores?
Hemos observado en el PróUtgo de la nueva Historia de España lo que hemos nota-
do casi siempre en todos los ¡escritos estranjeros, cuando hablan de nuestras cosas,
sumo desden , suma ignorancia y suma osadía en las decisiones. ¡Plegué á Dios que d
defecto del Prólogo no se le pegue á la obra!
Nosotros hemos llevado muy á mal que se haya procurado aprender nuestra elo-
cución poética en las composiciones de los actuales poetas franceses , introduciendo en
la lengua de Rioja frases y giros propios enteramenle de aquel idioma. Lo único que
nos quedaba que ver es que se estudiase la historia de España, no en Mariana ni en
ninguno de nuestros historiadores, sino en una obra escrita en Paris.
mmm A m editores
DE LA
^S% ^S^'^'V
E
L Sr. Romey en el Prólogo de su Historia de España insultó á Mariana. Nosotros k
defendimos , .y los editores de Romey en español han llevado á mal nuestra defensa.
Hicimos un examen bastante detenido de las prendas y de los defectos del padre de
la historia española. Admiramos , como todos los hombres algo versados en la litera-
tura histórica , el grande mérito de su obra , comparado con el siglo en que se escri-
bió : notamos sus errores , y los disculpamos como era justo hacerlo , con la falta
de crítica , de filosofía, de recursos históricos y libertad que habia en su época. ¿Quién
se atrevería á exijir de Arquimedes lo que hoy debe ex^jirse de un mediano profesor
de matemáticas?
(991
' ' ''''i^i^Vih^Wíái^ de la nottf (Te fá¡MJ^mn^^ú»m'mU'málñ^
.i afirmamos que en los raa^onamientos. que pone en boca def'stts personajes, jamas faltó
al'éS^^^^^^ nuestra his-
Í!^BlÍleh4^^^ lado dtí ItfádtfMi^j ^>oM«i4ii' celebraba á
SolW Íiiit|ii^a()or roas raod^YMÍi'i!'i^éiN3'^l'cual se pueden haeerloát mtítflM' cargos que
él hace al'óbjeto de su averáótt. ' "' ."' »'í oI»íimi.> n.
Estas reflexiones no admitían r'es(^aesta alguna; así es ({tté'llM-edíloreg del Romey
DO la dan en su remitido insertó en el Tiempo del H de Enenol. 'Ni s6' hacen cargo de
la diferencia que nosotros establecimos entre el principio del sífk> XVII y el del XIX,
dí responden al desafío que hicimos al Sr. Romey de señalar un solo hecho falsificado
á Mobiendas por Mariana , ni un solo razonamiento en que no estén bien conservadas las
ideas y el carácter del que habla. En está parle se contentan con repetir las acusacio-
nes del Prólogo , como si á ellos ó á Romey se les hubiese de creer sobre su palabra.
A falta de razones traen en su artículo muchas lindezas que no vienen al caso. Nos
dicen que c hemos dado muestras de sobrada precipitación arrojándonos á tildar la obra
de Romey antes de haberla leido.» Esto es falso. Nada dijimos en nuestra defensa con-
tra la nueva historia de España , ni una palabra , ni una coma, ni un tilde. Lo que
censuramos fue el Prólogo , la petulancia con que está escrito y el espíritu ridículo
de presunción con que se quiere el Sr. Romey engrandecer á costa de un nombre res-
petable y de una obra que en su tiempo fue un verdadero progreso. Que nos citen los
editores una sola espresion nuestra contra la obra : todas fueron contra el autor. Antes
bien, dijimos que no seria de estrañar que ahora se escribiese mejor la historia de Es-
paña que en tiempo de Mariana. Así esa acusación de los editores contra nuestro artí-
culo es infundada , y no sabemos de dónde proceda ; porque nosotros nos espresamos
con bastante claridad.
Dicen que cignoramos los adelantos que ha hecho la escuela histórica en estos
tiempos, y los principios que ha sentado diamelralmente opuestos á los de Mariana.... >
¿Qné principios históricos son esos , señores editores? ¿Pueden ser otros que los de la
veracidad , la verosimilitud , la unidad y la dignidad y corrección del estilo? Pues es-
tas máximas son conocidas desde el tiempo de Cicerón. Lo que se ha perfeccionado
mucho es el arte crítico y la filosofía política. No se debe culpar á Mariana de que en
su tiempo estuviesen ambas ciencias en la infancia. El fue uno de los que mas contri-
buyeron entonces á que adelantasen ; y asi su obra fue recibida con universel aplauso
de toda Europa.
Dicen que Mariana embrolló á sabiendas las relaciones de la iglesia visigoda con
el obispo de Roma (I) y otros puntos importantísimos. Nosotros negamos redondamente
esta aserción. A Romey ó á sus editores toca prob9r no solo que Mariana fue un mal
historiador , sino también un mal hombre.
Nos causa á un mismo tiempo lástima y risa el que para denigrar á Mariana le
llamen teólogo j jestiita. No faltan, á la verdad, algunos pedantes para quienes el nom-
bre de teólogo es un titulo de pro^^cripcion no mas de porque asi lo declaró la escuela
del siglo XYIIÍ. Pero es muy difícil de probar que la instrucción en la filosofía cris-
tiana pueda ser un obstáculo para escribir bien la historia , y mucho mas la de una
nación como la espjñola , que ha debido su existencia y su engrandecimiento al cris-
tianismo. Mariana fue jesuíta. ¡Terrible delito! pero para expiarlo citaremos la per-
secución que sufrió en que estuvo á pique de perecer: los honores de la prohibición
que obtuvo su obra De re je ei regís insliíutione^ y la nota general en que incurrió su his-
toria de Elspaña por la escesiva acritud y entereza con que habló de ciertos hombres y
de ciertas cosas , muy delicadas de tocar en su tiempo. Era imposible entonces ser mas
lü^eral é independiente , y dudamos mucho que Romey haya hecho tantos sacrificios per-
sonales á la verdad y á la justicia.
Lo mas ridículo de todo es la gran prueba de los tres mil suscritores que dicen que
tiene la traducción. Eso se dice á los niños , no á quien sabe que el Zurriago tuvo mas
(I) Asi llaman los escrítoret protestantes ¿los succesores de S. Pedro.
[lOOJ
de seis mil. Esta comparación no es nuestra : la sujiere naturalmente el argumento dp
que se valen los editores. "•' *' ''*' ''• ■' ' '
Hablando con formalidad : será , si se quiere , muy buena y rccomelidflblélfl-iffñi-
loriade Bfparia de Romcy. Nada dijimos contra ella en nuestro articulo t, <(ki0' aparea-
tan responder y no responden. Nada decimos tampoco contra ella en la presente con-
testación. Cuando la hayamos leído, podramos hacer juicio de su mérito. Pero desde
ahora podemos suponer , sin contradecir lo que antes dijimos, que es superior á la de
Mariana : que es la mejor , la mas perfecta posible : que no es dado á las fuerzas de
la intelijencia humana producir sobre la materia un libro mas escelente. Después de
estas concesiones , después de otras muchas mas que acerca del mérito de la susodicha
historia haremos , si es menester clamaremos todavía y levantaremos un grito de in-
dignación contra los que digan , sean franceses ó españoles , que Mariana falsificó á
sabiendas la historia y atribuyó sus propias ideas , ó las de su estado, ó las de su siglo,
á los personajes históricos que introduce hablando ; y estén seguros los editores que
este grito no se acallará hasta que se nos citen los pasajes de que constan la falsifica-
ción á sabiendas y la impropiedad de los razonamientos.
Defender un nombre respetable y celebrado en toda Europa contra los insultos de
un rival poco generoso no es preocupación , ni añeja ni reciente , señores editores. La
verdadera preocupación es creer que en llamando á un sabio teólogo y jemita , se le ka
condenado ya al desprecio.
El articulo á que respondemos acaba por uno de aquellos truenos, tan comunes en
la literatura actual. Díccseque da historia de Uomey representa una idea grande, filo-
sófica , humana, que andando el tiempo producirá su efecto.» xlJiui hiMoria que repre^
senta una ideal ¡qué castellano , Dios mió! No parece sino que la idea es un dratna , y la
historia el actor. Querrá decir que de la obra se deduce una idea etc.; á que en toda
la obra domina una idea etc. Pero nos quedamos sin saber qué idea es esa. Mas al fin,
andando el tiempo producirá su efecto. Esperemos, pues > y entre tanto conténteme*
nos con el sublime pensamiento que resulta del libro de Mariana, á saber: que um
nación , atando defiende *u independencia y su cuito, es invencible»
COLECCIÓN DE CORTES
POR LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA.
ClJADEItNO 9».
Corles de Patencia de ÉSSS.
ARTÍCULO 1.
£¿S superfino hablar de la utilidad de esta publicación, tan necesaria para conocer
la historia de nuestras leyes y costumbres políticas , civiles y administrativas. Es im-
posible resolver, sin el auxilio de las actas de Cortes , un gran número de cuestionesi
relativas á nuestra antigua constitución ; y es de grande importancia para un pueblo
libre conocer los limites que sus mayores pusieron á la autoridad pública y á la misma
libertad , esto es , de qué manera dieron solución al gran problema de la libertad y
del orden , aun no bien resuelto todavia. Cuantos mas datos se reúnan acerca de esta
[101]
importante materia, tantas mas luces se adquirirán para la decisión. En nuestro en-
tender deben darse gracias al sabio cuerpo que publica las actas de nuestras antiguas
Cortes Y por haber proporcionado á todos los bombres que gustan de instruirse , un
gran número de materiales históricos , no asequibles hasta ahora sino á costa de mu-
cho dispendio y solicitud ; asi como es digna del mayor elojio la constancia con que
prosigue esta empresa» á pesar de las dificultades que ofrece en la época actual la falta
de recursos.
£1 cuaderno 28 que acaba de llegar á nuestras manos contiene los ordenamientos
hechos por el rey D. Juan I de Castilla en las Corles de Palencia de 1388. Concurrieron
á ella los tres Estamentos del reino ; pues aunque en el preámbulo no se enumera el
clero , en una de las peticiones se habla del Obispo de Calahorra y de los Arzobispos de
aquel, como uno de los comisionados por las Corles para tomar cuentas á los recauda-
dores de la real hacienda , y de estos como jueces en caso de ocurrir dificultades en
la operación , lo cual parece indicar que el clero fue también convocado á dichas
Cortes, üel Arzobispo de Santiago y del Obispo de Calahorra se dice espresamente
que se hallaban en el Congreso.
Las peticiones procedieron solamente del cuerpo de procuradores del reino , pues
se dice en el titulo : Capítulos qve los procuradores de las villas é lugares de los regtws de
nuestro Segnar el Rey presentaron d la su merced é en su presencia , é dé los procuradores^ é
condes^ ericas homes, etc. Y en el preámbulo del segundo ordenamiento dice el mismo
rey : Facemos vos saber ^ que estando Nos en estas Cortes j que agora fesiemos aqui en Palen^
eia nos fueron presentcúdas por los procuradores de las dichas cibdades é villas ciertas peti^
dones generales etc, Apesar de esto, no dejaron de pedir los procuradores del reino algu-
nas ventajas á £aivor de la grandeza , lo que no es de estrañar en una época en que las
autoridades populares estaban casi todas en poder de los nobles.
Las formas , pues , de estas Corles fueron sumamente respetuosas y monárquicas,
como en todas las del siglo XiV, en el cual se reconocia al rey como única fuente de
lejislacion, y se le pedian las leyes como una merced ; pero no nos acordamos de haber
visto las actas de otras en que los procuradores del reino conociesen mejor su misión
y la desempeñasen con mas entereza.
Todos saben que el único fecho legal que reconocia en aquella época la autoridad
del rey, eran los subsidios que las Corles podian negar ó conceder. D. Juan I, que se
vio un momento dueño de casi todo Portugal , deshecho su poderoso ejército en la ba-
talla de Aijubarrota, y obligado á volver fujitivo á Castilla tuvo que sostener una
guerra larga , desventajosa y sin termino contra su rival el Maestre de Avis , á quien
los portugueses elijieron rey. Esle, arrogante con la victoria, pero temeroso siempre de
los derechos de su hermana Doña Beatriz , mujer de su competidor, suscitó contra Cas-
tilla al duque de Lancaster , príncipe de la sangre real de Inglaterra, que en defensa de
los derechos de su esposa , hija de 1). Pedro el Cruel , tomó las armas contra la dinastía
de Trastamara , reinante en Castilla y auxiliado por los portugueses penetró en Ga-
licia. Esta guerra se hizo con poca ventaja del duque, y no fue difícil persuadirle á que
transijiese por una suma de dinero y por el casamiento de su hija Doña Catalina de
Lancaster con el príncipe 1). Enrique, hijo y heredero de D. Juan. El matrimonio se
celebró en Palencia el mismo año de i 588 , y el rey habia reunido las Cortes para pe-
dirles la cantidad que debia darse al duque.
Mas parece que antes, sin autorización alguna, habia exijido algunas cantidades
para el mismo objeto: asi á lo menos se infiere de la respuesta de los procuradores á
la petición de subsidios. Su tenor es el siguiente : c primeramente, segnor, la cuantía
de los francos que demandastes para pagar la deuda del duque de Alencastre , en esto
vos ftuen conciencia que si los avedes demandado , é non son pedidos , que sea vuestra
merced de los non demandar otra vez ; é si los demapdastes é cobrados son é despen-
didos, dánvoslos é otorganvoslos en ésta manera.»
El sentido natural de estas palabras es, que el rey sin haber pedido aquel dinero
á las Cortes le habia sacado ó demandado por contribuciones , aunque los procura-
dores , en señal de respeto , usan de la frase condicional : mas no por eso dejan de
facer conciencia al rey , esto es , de darle un voto de censura , como se dice ahora , y de
suplicarle que no lo vuelva á hacer otra vez. Sin embargo, le conceden la suma, si
e«tá ya cobrada y esjwndida ; pero bajo condiciones bastante severas. Su primera e$^ que
no vuelvan á pasar por dicha suma los pueblos que ya han pagado en esta razón. Sañu-
da , que los recaudadores y tesoreros del rey den cuentas de las cantidades redbidaí
por ellos desde las Corles de Se^rovía, celebradas alj^unos anos antes. Tercera, que la
comisión creada para tomar las cuentas se componga de seis individuos que los mii-
mos procuradores indicaren al rey. Cuarta, que si se ofrecian diíicuUadcs ó dispulas
fuesen decididas por los arzobispos : parece (]ue por esta frase se indica á los prela-
dos de Toledo y de Santiago , muy poderosos en estos tiempos. Quinta, que la con-
tribución fuese percibida en la ciase de moneda (|ue los mismos procuradores desig-
naren. Sesta , que el rey prometiese bajo su palabra no distraer á otros objetos d
producto de aquella drerama , y que nombrase seis hombres buenos para que le die-
sen el debido destino. Séptima, que si sobrase algo de las contribuciones, se aliyiase
en la misma cantidad al reino de sus gravámenes , faciéndole conciencia de cumplirlo
asi, y protestándole que en lo succesivo llamase á Cortes según la costumbre de sis
reinos. Octava , que sirviesen también para aliviar á los pueblos las ganancias de
las casas de moneda. Novena, que se designasen sueldos á los comisionados para to-
mar las cuentas.
Tantas y tan severas precauciones, tomadas contra la propensión natural de los
gobiernos á aumentar en cuanto les sea posible los ingresos en el erario, prueban
dos cosas: la primera, que nuestra antigua Constitución, aunque altamente monáF*
Juica , pues los castellanos llamaban al rey su Señor natural, poseia sin embargo me-
ios hábiles para enfrenar las demasías del poder , cortar los abusos y exijir la res-
ponsabilidad á los ajentes del gobierno. Los procuradores hablaban con respeto; pero
sin ocultar nada de lo que sentían. En la monarquía mas libre de las que hoy existen
en Europa se miraria como un lenguaje grosero é intolerable el de imponer coiidi-
ciones al rey para darle subsidios. Pero en el sistema moderno no se hallan los mo-
narcas en contacto inmediato con los cuer(ios deliberantes como en nuestras CdrtCf
antiguas. Esto era consecuencia necesaria de no conocerse todavía el poder minisiarM,.
La segunda consecuencia es que se habrían cometido en el siglo Xlü grandes
abusos sobre la imposición, cobranza y destino de las contribuciones. El cetro de Pe*
dro el Cruel fue de hierro para todas las clases del Estado, (^ayendo en manos de
Enrique, su hermano y asesino, pero mas hábil que él, no ofendió á la nobleía
que habia quitado la corona á Pedro ; pero veja las clases inferiores del pueblo, tanto
por los privilejios onerosos que concedió el nuevo rey á sus amigos, como por los
impuestos que eran necesarios para pagar las sumas debidas á sus aliados y sostener
la guerra contra Portugal. La n<ic¡on lo toleraba todo acostumbrada al despotismo
del reinado anterior. Juanl, hijo y succesor de Enrique, principe bueno y generalmente
amado , pero poco instruido en el arte de gobernar, permitió abusos y demasías con
tal que le diesen dinero para levantar el grande ejército que llevó al degolladero de
'\ljubarrota. En las Corles de Pahmcia de 158S se restableció el orden y se censura-
ron y corrijieron las vejaciones de los reinados anteriores.
ARTICLLO 11
JLi<!)S procuradores de estas Corles dieron pruebas de patriotismo y de valor civioOy
censurando el cobro, de subsidios no pedidos, exijiendo la aplicación esclusiva de
un impuesto estraordinario al objeto de su destino , provocando el examen de las
mentas atrasadas y protestando contra la omisión de la corona en convocar las
Cortes.
Las demás peticiones de aquel Congreso no hacen mucho honor ni á sus sentí*
mientes de justicia ni á sus conocimientos administrativos ; bien que en lo segundo
fue mas disculpable que en lo primero. La economía era una ciencia desconocida en
aquel siglo: la justicia es un sentimiento de todas las épocas y naciones.
Una de las peticiones es que se mande reducir al principal el pago de las deudas
contraidas por los cristianos que hablan tomado dinero á iogro de los judíos. Funda*
[103J
se la petición en que los deudores , tanto por los daños sufridos, como por los tribu*
tos que tenian que pagar, hallándose en grande necesidad de dinero, recibian la
ley de sus acreedores , y se veían obligados á otorgar carias de debdo ó pagarés , por
el dos tanto ó tres tanto que el principal.
Obsérvese que esta petición solo se hace contra los acreedores judíos, y no con-
tra los acreedores cristianos , de cuya clase debería entonces haber muchos en las
ciudades ricas y mercantiles de los reinos de Castilla. No puede menos de confesarse
que los judíos , muy propensos á los contratos usurarios , aumentarían en gran can-
tidad la usura de los préstamos por la dificultad de la cobranzli. Esta misma peti-
ción prueba cuan espuestos estaban sus capitales y sus bcneíicios lícitos en manos
dejos cristianos.
La respuesta del rey , aunque no tan injusta como la petición , es también con-
traría á los principios de equidad , y prueba que entonces se miraba como usura toda
ganancia producida por el alquicer ó arrendamiento del dinero. Dice en su respues-
ta á las Cortes que siempre que fuese probado , como se acostumbra probar legal-
meote entre cristianos y judíos, que el contrato fue usurario^ que se pague solo el
principal y no las usuras (aquí por usura se entiende cualquier interés del dinero aun-
ase no sea exorbitante) ; que si se probase que el contrato fue de verdadera deuda
sin usura, que se pague toda la cantidad contenida en la carta de deuda , y que si
no se pudiese probar ni lo uno ni lo otro, se paguen solo las dos terceras partes de
loque diga la carta, pero con Ja obligación de pagar dentro de cierto término;
pasado el cual, no gozarán los deudores de esta merced que les ues facemos á costa de los
acreedores. El rey la limita á las deudas contraidas en el año de I088 hasta el día de
la fecha y en el anterior, guiándose en esto por un instinto ciego de justicia. Los
deudores antiguos y morosos, retardando la paga por mucho tiempo, habrían causado
á los acreedores incomodidades que era justo que satisficiesen, y después de conce-
dido el privilejio (porque no se le puede dar otro nombre) no debían gozar de él los
que contrajesen nuevas deudas.
Es indudable que tanto en la petición como en la respuesta influían el odio y la
aversión general contra los judíos, uniros acreedores cu} os títulos de deuda se in-
validaban en parte. Pero se nota mucho mas el espíritu de fanati.^nio en los que pi-
dieron , que en el que concedió con tales restricciones y formalidades que dan á en-
tender haber concedido á disgusto suyo y violado la justiria por no luchar de frente
contra la intolerancia. Sirva este ejemplo de advertencia á los que quieren acusar A
los gobiernos de haber inoculado á los pueblos el odio fanático contra los de diversa
relijion .
Mas justas son las mismas C^értes pidiendo que los jueces del rey no pudiesen
citar á sus tribunales á los vecinos de otros pueblos sin ser antes demandados ante
su propio juez ; que no se observen los privilejios concedidos por el rey y por su pa-
dre D. Enrique á algunas personas para que no pagasen pechos , y que se confirma-
se la rebaja concedida por el rey á los vasallos de la corona de cuatro doblas en el
servicio de aquel año. El rey n^spondió evasivamente á la primera de estas peticio-
nes diciendo que lo consultaría ron í^u consejo. £n aquella época quería la corona
avocar á la corte casi todos los negocios contenciosos del reino para dar mas es-
plendor y autoridad al consejo de Castilla , que tardó poco en nacer. El privilejio
de que se quejaban en !a segunda petición, fue reducido á la contribución de las mo-
nedas , y la rebaja de que habla la tercera fue confirmada.
Se reconocen las preocupaciones económicas de aquel siglo en la petición aue se
hiio al rey para que no concediese las cartas y alvaláes , en virtud de las cuales es-
traian del reino los agraciados con ellas oro , plata , cabalgaduras é ganados (en lo cual
tenian razón por ser un privilejio abusivo) , y para que nombrase alcaldes y guardas
de sacas.
Quejáronse también los procuradores de que en clos regnos era gran fallecimien-
to de oro é de plata por los beneficios é dignidades que las personas estranjeras han
en las eglesias de nuestros regnos, de lo cual viene á Nos grant deservicio ; é otro-
sí que las eglesias no sont servidas según deven , é los estudiantes nuestros natura-
les non podian ser proveídos de los beneficios que vacan por razón de las gracias
En las p.ijinas ÜS y signlonfos de 1n ínlnuliicrion ejorce ol Sr. Mnriel la iMñila ite*
verídnil riinlra el iihkIo con qn» se ejecutó I» espiilsion de los jesiiiüift. ConGesa que
liarlos III , alerraiio por las siijeslioneft del parlídii Hlosi^lieo de Franeia, cuyo ArnaiHi
era el dii(|ije de (llioíseul, no iiiastró en esUiiM*Hsion su rt^clilnd perKonal, y sciloalMH
«lió al nes*;o iniajinario que segiin le dijeron corría su corona, liHpU|:na vivloriiMih
mente las calumnias que entonces 8e propaj^aron « y que en iiuentro» días lia |ifni«u*
j'ado renovar una novela del frénero de las históricas ; tale» como la iiiflu«^iicia da b
coinjiañía en las sediciones de Madrid contra el ministro S(|u¡lnce « loft h^vapUmiiaa*
t(»s que se su|)usi(íron en Amerita , el pmyecto de fundar allí una iiioiiarc|iiia ele. V
no porque el autor deje de conocer que existían motivos funitados para la abuíkion da
aquel instituto , sino porque desde estinguir una orden relijiasa liasta la crueblail de
conducir á todos sus mdividuos como reos de estado desile sus convenios A loa piiarlm
y desde estos á ft^itia, i\n roe<lios ni socorros por mucho tiempo hasta que ae lex híse
una mezquina así^rnacion, hay enorme distancia , y un rey háhil y amigo de laja»?
ticia , como era Carlos UI , no debió haberla recorrido*
ARTÍCULO II.
o
TKA de las acusaciones mas severas que hace el autor al gobiernno de CárloiIUf
es haber auxiliado la causa de los an^lo-americanos contra su metrópoli , y por consi*
{;uiente haber tremolado en el nuevo mundo la bandera de la indefiendencia para mm
propias colonias. Esta acusación es justa ; porque el suicidio no es permitido ni A loa
estados ni d los particulares; y fue un verdadeio suicidio haber fundado lin antera*
dente como aquel para la emancipación de la Anaárica española ; y tanto mas decLuvo
cuanto se ofendia con él á una nación como la inglesa 9 poderosísima en la mar y qua
110 olvida bcilmente sus injurias.
No ignoramos que está en la esencia do toda colonia emanciparse á su tiempo. Loe
])ueblos de la autigüedad conocieron esta verdad mejor que los modernos ; y asi las
metrópolis dejaban independientes á sus hijas apenas podian estas sostenerse sin
auxilio , siguiendo la ley de la naturaleza que reclama la independencia de los h^
cuando ya no necesitan de los padres. -Esta conducta fue premiada con el respeto y
amor que las colonias griegas y romanas profesaron á la patria de d«»nde habían pro-
cedido. La auxiliaban en sus calamidades; eran sus aliadas en la guerra y en la pai;.
tenian sus mismos dioses y sacrificios , y nunca olvidaban las obligaciones filiales. Se-
rán muy raras las escepciones que se encuentren en la historia antigua ¿ este hecho-
general.
Mas no podia aplicarse este sistema á los pueblos modernos sin algunas restriccio-
nes , y menos á la España que nuqoa consideró sus posesiones en América como csa-
lonia», sino como provincioi de la metrópoli , sometidas al mismo réjimen bajo leyes
civiles , cuya justicia es ya generalmente reconocida. La emancipación era un gra%a
mal para la misma América , cuyos habitantes aun no hablan aprendido A ser iodepea-
dientes, y para la nación española, cuyos intereses estiban entonces tan ligados A la
conservación de las colonias. Pero aun cuando no existiesen estos dos motivos , lo cier-
to es que el gobierno de Carlos lU queria ciertamente conservarlas ; y no es sabio ni
previsor el gobernante que da un paso tan funesto como el de auxiliar A loa Estados
J95]
Unidos de América contra los mismos intereses que él cree que debe sostener. Así es
que ei conde de Aranda , por mas afecto que fuese á las ideas iilosófícas de; su sijrlo,
miró como unagrave imprudencia que nos costaría la América hacer causa coniiiii
eon la nueva república. Ño es buen modo de conservar ilesa la casa )»roi)ia aumentar el
fuego que abrasa la del vecino.
Este yerro político sube mas de punto, si se consi«leran los princi|>io8 en que se fun-
daba la emancipación de los anglo-americanus ; porque se trataba uada menos que de
consolidar una repáblica conforme á las ideas íibMólicas tiel siglo, que si en el Norte-
América, por razones fáciles de conocer, no produjeron sus terribles efectos, cobrando
eon aquel ejemplo nuevas fuerzas, causaron en Francia la mas terrible explosión. V sin
embargo , Luis XVI y Carlos III favorecieron un inovímíenlo tan peligroso. El pri-
mero pag«> con su cabeza, el segundo en sus descendientes y su nación aquel yerro
fFavfsinio. Engaitólos el odio, pé\iiuo consejero: á trueque de \er descaecida á
Inglaterra, se espusieron á tantos riesgos; bien que detie decirse que el gobierno
francés , mas espuesto á la influencia de los principios revolucionarios , fue uniclio
mas imprudente que el esfiariol en haber avivado el incendio que amenazaba de\o-
rar á Eiiro|Ki.
Tales sf>n las ideas políticas que desenvuelve el señor Miiriel en la censura de aque-
lla operación* No es enemigo de las reformas en a.lniiiiislracion y en política ; pero sí
lo es del gobierno de la multitud , esto es, de la anarv|uía que destruye y no edifica;
y cree que las mejores reformas son a(|uellas en que la sabiduría del hombre loma por
auxiliar la acción lenta , pi^ro segura del (¡enipo.
A dos causas atribuye en el e|iilogo (!e su introducción la decadencia de España
después del reinado de (birlos 111: la priücipai y mas inmediata, según él, fue el
advenimiento de Carlos IV, y la privanza del principe de la Paz: la segunda, Ja reso-
lución francesa. Sin la primera, «un pueblo obedieüte , dice, fiel , amunle de sus re-
yes, lleno de celo por la conservación de las instituciones nacionales, sensito v since-
ramente relijioso ofrecía , puesto en inan(»s de ministros instruidos > esperinientados,
medios preciosos de defensa contra el huracán (pie amenazaba ala nación.» En cuanto á
la influenciado la segunda dice de esta suerte: «la revolución frauccsa, á la («ar de al-
gunas ¡deas provechos«is para el bienestar material de los hombres, propagó errores
perniciosos en gran manera, tilr^indose descaradamente ccmtra las instigaciones nionár-
Íuiras no menos que contra lacn*encia relijiosa. Fue este aconte<*iniienlo funesto para
•iliana; porque sin él habría seguido-caminando $?radualmenle |H)r la senda de las re-
formas útiles, y liabria mejorado su esta lo social. (Cuantas ideas prnvechosjis lian sido
proclamadas y difundidas en los tiempos uiodern(»s , otras tantas habrían sido también
t tanteadas en el suelo español por nuestros sabios ministros , sin temor de los venda-
ales y furiosos movimientos de la turbulenta democracia , ni del soplo helado y mor-
tífero del (sceplicismo filosófico. Pero la ve<*indad de las dos naciones y la frecuente
comunicación entre ellas que el sistema político , seguido largo tiempo por el gobier-
no, babia hfM*ho m'i< íntima y amistosa, no podían menos de traer, y trajeron con
efecto á España, el contajio de las ideas de los novadores, es decir, los principios
subversivos de toda sociedad. Cuando la república franresa venció con las armas ú los
que querían detenerla en el movimiento de su revolución, ató al rey de España á su
carro de triunfo, y con el mentido noud)re de aliado hi/o de él un verdadero escla\o.
Ilesde entóiires Es|»aMa no fué ya mas que uno de los sa((*iites fiel nuevo planeta. Kn tal
dependencia claro está que el torrente de las malas ideas había de destruir tarde ó
temprano entre nos itros los diques qm* le conterian.i
Tales son los pensamientos que sujiere al autor la comparación entre el estado de
fuerza y prosperidad á que llegó la monarquía en*el reinado de Cirios 111 y el inmenso
cúmulo de males que siguieron después y cuyas tristes consecuencias sentimos todavía.
En todas las pajinas de la íntrofhtrrion brilla el amor de la patria y de la humanidad,
como también el estudio profundo de la historia y déla |»olítica, las ideas mas ilustra-
das y los sentimientos mas nobles. Este trozo debe ser leído y estudiado por todos los
que quieran conocer bien el pt'ríodo á que se n*fíere y aun el que le siguió; pues
contiene en germen toda la clave de la bistoría contemporánea.
El Sr. Muriel ha puesto á la Inilrnccion varias notas , sumameate curiosas , por
rocí
i.
contfMM'r siiceüos no conocidos hasta ahora , para aclarar ó confirinar algiUMS pnUí
l.Ulfirícu> ó |Hilítí('<»s.
Kiilre f*lla*( iiien*cpn (vartinilar atención la dt* la p^ína 135 sobre Tos lücdim ib
aM*»(irar limi ínili»pendi*neia la subsistencia del clero « y la delap^ina 243 « relatiTa
a la ait(|ii¡Mrion cveuliial de IVirtiifral ptir mintió «le una Miccesion, tlji reiinion« dkf^
dr !;!*• tUts nironas de tis|iaíi» y IWliigal fue uno de lf>s fine» que el gobierno lie Glr«
lo> l\' tuvo ¡Kira determinar Á las cortes de Madrid á que esnusiesen fornuilinMite al
re> l.-i nc.'tsídad de abolir la Irtj Miltra 6 el auto acor Jado de I713..*« l)ctfdeel«io
de ITHf . en que se celebraron los matrimonios de la infanta Doña Carlota con l)« Jmn,
prínrípe del lirasil , y del infante I). (labriel con IK>ria Mariana de Portugal « tuvQ ja
liarlos III peiisiimiento de que se reuniesen un día l(»sdns reinos en alguno de loaprla*
ri(H*> que nariesen de estos enlaces; pensamiento patriótico en verdad , y hoonfete ca
gran manera para este soberano.... •
1^ «-suisa del secreto que se otxservó acerca de la abolición del auto acordado^ fiW|
i^guu el autor, la ninguna necesidad que liabia, teniendo Carlos IV sucHrcsion Yanmil,
lie arrostrar las contestaciones con los gabinetes de Paris y de Ñapóles. Kn cfei'to, el
M'iMir Muriel n<is da la noticia , hasta ahora no publicada , de que i^uísXVI, habien-
do traslucido la deliberación de las Cfirtes de.l7K9, envió órflen al duoue de la Vau-
gu>on, su embajador en Madrid, para que protestase contra la abolición de la Iry
sálica. \i\ rey de las tíos Sicilias , á quien llegó también la noticia de las intencioafi
dfl {¡obierno español, envió con el mismo objeto al prínci|ie de i^stelcicala. Pero estai
protestas Y recia mariones no se \ criticaron, á lo menos de oficio, por cuanto QQ se
promulgó la Progmádca sanción.
EL PADRE JUAR DE HAfilARA.
IjClEN sepa qne este insigne literato español emprendió y llevó á cabo en el siglo XVI
la historia general de España, no podrá menos de admirarse, atendida la época en que
escribió, de su inmensa erudición, de su incansable laboriosidad , de la corrección y
austeridad de su lenguaje , y aun de la crítica y filosofía con que desempeñó au obray
muy superiores á lo que podia esperarse en su tiempo y en sus circunstancias indi-
v¡duaU>s.
Tai ha sido el juicio que de él y su obra han formado todos los qne han escrito de
uno y otra, no solo nacionales, sino también estranjeros. V muy justamente. No debe-
mos olvidar que su hhtoria general de Empatia fue la primer obra de esta clase que ana*
recio en la Europa moderna después de la restauración de las letras : que es una de las
obra^ clásicas de la lengua y de la literatura española, y por ella sé aclimató entre nosotreí
el pincel de Tito Livio : que en la gravedad de las sentencias y en la descripción dé
los caracteres compite á veces con Tácito; en tin, que Mariana no perdonó ni á lra«
[97]
lajo n¡ á investigaciones para dar á su libro toda la perfección que podia tener en
u siglo.
Bs verdad que han escrito después de él acerca de la historia de nuestra nación
luchos insignes historiógrafos que le han impugnado. El marques de Mondejar,
'erreras y otros han notado diferentes yerros de sucesos , de fechas y de orden en nues-
ro insigne historiador, líasele acusado también de haber dado demasiado lugar en su
listona á los sucesos eclesiásticos y á consejas tradicionales. También se le ha defen-
ido de estas dos inculpaciones. La primera es injusta ; pues nadie ignora que en la
dad media el clero se hallaba en el primer grado de la escala política , y los aconte-
imientos que le pertenecian eran de suma importancia para el resto de la nación.
A segunda se ha hecho también á Tito Livio , y quizá con razón á uno y otro ; pues
unque las fábulas históricas sean muy á propósito para conocer el espíritu de la época
D que se inventaron y creyeron , no es lícito á un historiador juicioso presentar como
eontecimientos reales los cuentos inventados á placer por sus abuelos. Sin embargo,
un en esta parte pudo Mariana presentar dos razones que lo disculparan. La primera
s haber repetido no una sola vez en su obra : mas cosas escribo que creo. La segunda ha-
«r algunas cosas de las que copiaba de otros autores que hubiera sido peligroso en su
íglo no solo negarlas, pero aun omitirlas. ¿Qué historiador se hubiera atrevido, por
]emplo , en el siglo XVI á pasar en silencio las fábulas en que se fundaba entonces y
e continuó fundando -mucho después la costumbre del voto de Santiago?
Asi es qué los mismos historiógrafos que han impugnado á Mariana, no han deja-
o de reconocer por eso el mérito que adquirió en un siglo de poca crítica y filosofía
n haber formado una historia de la nación, despojada de gran parte de las fábulas
ntíguas, aunque no pudiese de todas. La ubra de nuestro historiador ha sido y es to-
avfa el único libro clásico de historia general de nuestra nación , que poseemos ; y
pesar de sus defectos de crítica, como tal lo estiman los literatos nacionales y es-
ranjeros.
Estaba reservado á la época actual el singular fenómeno de un historiador no es-
pañol , que emprendiendo escribir la historia de nuestra nación , comienza por vili-
lendiar el nombre respetable de Mariana, y por insultar á un varón tan benemérito
e nuestra literatura, y cuya reputación es de tres siglos á esta parte verdaderamente
uropea. En el Prospecto de la traducción de la Historia de España del Sr. Carlos Ro-
ney , impreso en Barcelona , se inserta traducido el prólogo del autor, y hemos leido
on indignación las siguientes espresiones : «Lo que ha desconceptuado y casi envite-
ido á los escritores de la escuela de Mariana es la desfachatez increíble con que están
{firmando hechos de su invención , poniendo on boca de los personajes sus propias
¡prensiones ó las de su tiempo y falsificándolo y estragándolo todo sin autoridad y sin
irímor. Por tanto el primer paso fundamental.... es en algún modo.... no hacer caso,
»or ejemplo, refiriéndose á España, de Mariana ni de Perreras».... Es imposible, de-
rimes nosotros , llevar la desfachatez á un grado mas alto en un eslranjero que se pro-
K>De escribir la historia de nuestra nación. ¿Si creerá el Sr. Komey ensalzar el mérito
le su historia deprimiendo el de nuestro historiador? ¿Ignora por ventura que escri-
nendo en la época actual con tantos y tan grandes auxilios, se le agradecerá poco
^1 hacerlo bien , y no se le perdonará ningún defecto cuando á Mariana debieron
lerdonársele todos los suyos en atención al siglo en que escribió , y apreciarse mucho
as cosas buenas que en gran número contiene su obra?
¿Podría el novel historiador indicar los hechos da propia invención que Mariana ín-
ertócn su historia? ¿Quién Ihista ahora le ha injuriado con el epíteto de falsificador?
Nirgó la historia patria de un gran número de patrañas , como puede conocerse cote-
ando su libro con las crónicas anteriores. Si dejó todavía algunas conseja , mas bien
tifiadas que creídas como él mismo dice , ¿son de invención suya , ó tomadas de escri-
ores antiguos? ilarto hizo para su tiempo : si en el nuestro puede hacerse mas , ¿es
«te motivo para calumniarle é insultarle?
Mariana imitó á Tito Libio poniendo en boca de los personajes razonamientos con-
brmes á sus ideas é intereses. No entramos en la cuestión de si esto es licito ó no á
ID historiador. Solo queremos que el Sr. Romey nos cite un solo razonamiento de estot
« que se hallen las ideas de Mariana ó de su siglo en lugarde las del ioterloeutor.
1?
[98]
Pero estamos seguros de que do lo hará. Mariana era harto buen humanista , y conodi
harto bien la historia para atribuir á Pelayo las ideas de Felipe II , ni á Aben Tarif lai
de un relijioso del siglo XVL Hizo lo mismo que Tito Livio: estudió los caracteres y
los espresó por medio de discursos. Lo mismo pudiera censurarse á Solis en su h¡^
toria de la Conquista de yueva España , y sin embargo Solis , no se sabe por qué, me-
rece el aprecio del Sr. Romey : pues mas abajo llama á España, como porelojio, Áfria
de los Cervantes , Herreras y Solises.
Lo que prueba hasta qué punto ignora el Sr. Homey nuestra literatura es ver
juntóse incluidos en una misma proscripción los nombres de Jl/ariatia y de Femnt,
cuando son bajo todos aspectos enteramente opuestos. Si se consideran en cuanto al
estilo y lenguaje, Mariana es uno de los padres de la lengua , cuando es diGcil hallar
cosa peor escrita en castellano que los anales de Perreras. Pero si atendemos esclufi-
vamente á la exactitud histórica , como proclama el Sr. Romoy , hay mucha mas cri-
tica , muchas mas fábulas exterminadas, muchos menos errores cronolójicos en la obn
de Perreras que en la de Mariana. No es esto decir que eslimemos al primero ni aun
como historiador mas que al segundo , sino que Perreras escribió mas de un siglo des-
pués , con mas auxilios, con el arte crítica mas adelantada , y aun puede decirse, coa
mas libertad : asi tenia mas medios de hacer bien lo que es mas fácil de hacer en la
historia , á lo menos en nuestros días , que es el examen y el criterio de los hechos.
[*\>rreras no es, pues, ni escritor de la escuela de Mariana, ni se lo parece en nada, ni le
es igual en las dotes ó los defectos de un historiador; ¿por qué, pues, se le pone Junto
á él sino porque se desconoce el carácter y el mérito de estos dos escritores?
Hemos observado en el Prólogo do la nueva iJisloria de España lo que hemos nota-
do casi siempre en todos los ¡escritos cstranjeros, cuando hablan de nuestras cosas,
sumo desden , suma ignorancia y suma osadía en las decisiones. ¡Plegué á IMos que el
defecto del Prólogo no se le pegue á la obra!
Nosotros hemos llevado muy á mal que se baya procurado aprender nuestra elo-
cución poética en las composiciones de los actuales poetas franceses , introduciendo en
la lengua de Rioja frases y giros propios enteramente de aquel idioma. Lo único que
nos quedaba que ver es que se estudiase la historia de España, no en Mariana nica
ninguno de nuestros historiadores, sino en una obra escrita en Paris.
RESPUESTA A IOS EDITORES
DE X.A
^%^ '^'ft^^'V,
E
L Sr. Romey en el Prólogo de su Historia de España insultó á Mariana. Nosotros le
defendimos , y los editores de Romey en español han llevado á mal nuestra defensa.
Ilicimos un examen bastante detenido de las prendas y de los defectos del padre de
la historia española. Admiramos , como todos los hombres algo versados en la litera-
tura histórica , el grande mérito de su obra , comparado con el siglo en que se escri-
bió : notamos sus errores , y los disculpamos como era justo hacerlo , con la fidta
de crítica , de fllosofia, de recursos históricos y libertad que habia en su época. ¿Quién
•e atreverla á exijir de Arquimedes lo que hoy debe exijirse de un mediano profesor
temáticas?
'^''ViSÍf\e'\i1SkWrA^^ dé la nota de ftíjñj^dat^iiS&élki&úU' osadía le impone Romey:
Soits hiitfiriadbr roas modéfrt'é'í'/pé'i^o ül'cual se pueden haeef'toáf mi^os' cargos que
él hace al'objeto de su aversión.' ' '-^ o|.jj:..« » «\
Estas reflexiones no admitían respuesta alguna; asi es qné' ItM editores del Komej
no la dan en su remitido inserto en el Tiempo del I i de Enero. Ni se hacen cargo de
la diferencia que nosotros establecimos entre el principio del siglo XVII y el del XIX,
ni responden al desafío que hicimos ai Sr. Romey de señalar un solo hecho faUificado
á Éolnendeu por Mariana , ni un solo razonamiento en que no estén bien conservadas las
ideas y el carácter del que habla. En esta parte se contentan con repetir las acusacio-
nes del Prólogo , como si á ellos ó á Romey se les hubiese de creer sobre su palabra.
A bita de razones traen en su articulo muchas lindezas que no vienen al caso. Nos
dicen que c hemos dado muestras de sobrada precipitación arrojándonos á tildar la obra
de Romey antes de haberla leido.» Esto es falso. Nada dijimos en nuestra defensa con-
tra la nueva historia de España , ni una palabra , ni una coma , ni un tilde. Lo que
censuramos fue el Prólogo , la petulancia con que está escrito y el espíritu ridiculo
de presunción con que se quiere el Sr. Romey engrandecer á costa de un nombre res-
petable y do una obra que en su tiempo fue un verdadero progreso. Que nos citen los
editores una sola espresion nuestra contra la obra : todas fueron contra el autor. Antes
bien, dijimos que no seria de estrañar que ahora se escribiese mejor la historia de Es-
paña que en tiempo de Mariana. Asi esa acusación de los editores contra nuestro arti-
culo es infundada , y no sabemos de dónde proceda ; porque nosotros nos espresamos
con bastante claridad.
Dicen que f ignoramos los adelantos que ha hecho la escuela histórica en estos
tiempos, y los principios que ha sentado diamelralmente opuestos á los de Mariana.... >
^né principios históricos son esos , señores editores? ¿Pueden ser otros que los de la
veracidad , la verosiuiilitud , la unidad y la dignidad y corrección del estilo? Pues es-
tas máximas son conocidas desde el tiempo de Cicerón. Lo que se ha perfeccionado
mucho es el arte critico y la filosofía política. No se debe culpar á Mariana de que en
su tiempo estuviesen ambas ciencias en la infancia. El fue uno de los que mas contri-
buyeron entonces á que adelantasen ; y asi su obra fue recibida con universel aplauso
de toda Europa.
Dicen que Mariana embrolló á sabiendas las relaciones de la iglesia visigoda con
el obispo de Roma (I } y otros puntos importantísimos. Nosotros negamos redondamente
esta aserción. A llomey ó á sus editores toca probar no solo que Mariana fue un mal
historiador , sino también un mal hombre.
Nos causa á un mismo tiempo lástima y risa el que para denigrar á Mariana le
llamen teólogo j jemita. No faltan, á la verdad, algunos pedantes para quienes el nom-
bre de teólogo es un título de proscripción no mas de porque asi lo declaró la escuela
del siglo XVÜI. Pero es muy difícil de probar que la instrucción en la filosofía cris-
tiana pueda ser un obstáculo para escribir bien la historia , y mucho mas la de una
nación como la española , que ha debido su existencia y su engrandecimiento al cris-
tianismo. Mariana fue jesuíta. ¡Terrible delito! pero para expiarlo citaremos la per-
secución que sufrió en que estuvo á pique de perecer: los honores de la prohibición
que obtuvo su obra De rege et regis inalitutioney y la nota general en que incurrió su his-
toria de España por la escesiva acritud y entereza con que habló de ciertos hombres y
de ciertas cosas , muy delicadas de tocar en su tiempo. Era imposible entonces ser mas
liberal é independiente , y dudamos mucho que Romey haya hecho tantos sacrificios per-
sonales á la verdad y á la justicia.
Lo mas ridiculo de todo es la gran prueba de los tres mil suscritores que dicen que
tiene la traducción. Eso se dice á los niños , no á quien sabe que el Zurriago tuvo mas
iV. kú llanuin los escritores prolesUDles álos succesores de S. Pedro.
[lOOJ
de seis mil. Esta comparacioo no es nuestra: la sujiere naturalmente el argumeptodp
que se valen los editores. wu-iu^iií -ji oi..
Hablando con formalidad : será , sí se quiere v nioy buena y recoiikdiidMl6l«*2liÉ-
toriade España de Romey. Nada dijimos contra ella en nuestro artículo ti ^é* apim-
tan responder y no responden. Nada decimos tampoco contra ella en la presente coa^
testación. Cuando la hayamos leido, podremos hacer juicio de su mérito. Pero desde
ahora podemos suponer , sin contradecir lo que antes dijimos , que es superior á la de
Mariana : que es la mejor , la mas perfecta posible : que no es dado á las fuerzas de
la intelijencia humana producir sobre la materia un libro mas escelente. Después de
estas concesiones , después de otras muchas mas que acerca del mérito de la susodicha
historia haremos , si es menester clamaremos todavía y levantaremos un grito de in-
dignación contra los que digan , sean franceses ó españoles , que Mariana falsificó á
sabiendas la historia y atribuyó sus propias ideas , ó las de su estado, ó las de su siglo,
á los personajes históricos que introduce hablando ; y estén seguros los editores que
este grito no se acallará hasta que se nos citen los pasajes de que constan la &lsifica-
cion á sabiendas y la impropiedad de los razonamientos.
Defender un nombre respetable y celebrado en toda Europa contra los insultos de
un rival poco generoso no es preocupación , ni añeja ni reciente , señores editores^ La
verdadera preocupación es creer que en llamando á un sabio teólogo yjemila , se leba
condenado ya al desprecio.
El artículo á que respondemos acaba por uno de aquellos truenos, tan comunes en
la literatura actual. Dicese que tía historia de Uomey representa una idea grande, filo-
sófica , humana, que andando el tiempo producirá su efecto.» ilJna historia que repre*
senía tuia ideal ¡qué castellano , Dios mió! No parece sino que la idea es un drama , y la
historia el actor. Querrá decir que de la obra se deduce una idea etc.; á que en toda
la obra domina una idea etc. Pero nos quedamos sin saber qué idea es esa. Mas al fin,
andando el tiempo producirá su efecto. Esperemos, pues , y entre tanto contentemos
nos con el sublime pensamiento que resulta del libro de Mariana , á saber : que kimi
nación , cuando defieíide su independencia y su culto, es invencible.
COLECCIÓN DE CORTES
POR LA REAL ACADEHIA DE LA HISTORIA.
cva»e;rivo «s.
Cortes de JPatencia de 1399.
ARTICULO I.
JuS superfino hablar de la utilidad de esta publicación, tan necesaria para conocer
la historia de nuestras leyes y costumbres políticas , civiles y administrativas. Es im-
posible resolver, sin el auxilio de las actas de Cortes , un gran número de cuestiones,
relativas á nuestra antigua constitución ; y es de grande importancia para un pueblo
libre conocer los límites que sus mayores pusieron á la autoridad pública y á la misma
libertad , esto es , de qué manera dieron solución al gran problema de la libertad y
del orden , aun no bien resuelto todavia. Cuantos mas datos se reúnan acerca de esta
[101]
orlante materia , tantas mas luces se adquirirán para la decisión. En nuestro en-
hr deben darse gracias al sabio cuerpo que publica las actas de nuestras antiguas
tes , por haber proporcionado á todos los hombres que gustan de instruirse , un
1 número de materiales históricos , no asequibles hasta ahora sino á costa de mu-
dispendio y solicitud ; asi como es digna del mayor elojio la constancia con que
ñfae esta empresa» á pesar de las dificultades que ofrece en la época actual la falta
leeorsos.
El cuaderno 28 que acaba de llegar á nuestras manos contiene los ordenamientos
hos por el rey D. Juan I de Castilla en las Cortes de Falencia de 1388. Concurrieron
Ja los tres Estamentos del reino ; pues aunque en el preámbulo no se enumera el
o , en una de las peticiones se habla del Obispo de Calahorra y de los Arzobispos de
d* como uno de los comisionados por las Cortes para tomar cuentas á los recauda-
es de la real hacienda , y de estos como jueces en caso de ocurrir dificultades en
operación , lo cual parece indicar que el clero fue también convocado á dichas
tes. üel Arzobispo de Santiago y del Obispo de Calahorra se dice espresamente
t se hallaban en el Congreso.
Las peticiones procedieron solamente del cuerpo de procuradores del reino , pues
liee en el título : Capiíulos qve los procuradores de las villas é lugares de los regnos de
firo Segnor d Rey presentaron d la su merced é en su presencia , é dé los procuradores^ é
ie$9 é ricos homes, ele, Y en el preámbulo del segundo ordenamiento dice el mismo
: Facemos vos saber ^ que estando Nos eti estas Cortes j que agora fesiemos aqui en Palen^
... nos fueron presentadas por los procuradores de las dichas cibdades é villas ciertas peti^
«t generales etc. Apesar de esto, no dejaron de pedir los procuradores del reino algu-
ventajas á £aivor de la grandeza , lo que no es de estrañar en una época en que las
mdades populares estaban casi todas en poder de los nobles.
Las formas , pues , de estas Cortes fueron sumamente respetuosas y monárquicas,
lo en todas las del siglo XIV, en el cual se reconocia al rey como única fuente de
dación, y se le pedian las leyes como una merced ; pero no nos acordamos de haber
0 las actas de otras en que los procuradores del reino conociesen mejor su misión
> desempeñasen con mas entereza.
Todos saben que el único fecho legal que reconocia en aquella época la autoridad
rey, eran los subsidios que las Corles podian negar ó conceder. D. Juan I, que se
un momento dueño de casi todo Portugal , deshecho su poderoso ejército en la ba-
1 de Aljubarrota, y obligado á volver fujitivo á Castilla tuvo que sostener una
rra larga , desventajosa y sin término contra su rival el Maestre de Avis , á quien
portugueses elijieron rey. Este, arrogante con la victoria, pero temeroso siempre de
derechos de su hermana Doña Beatriz , mujer de su competidor, suscitó contra Cas-
; al duque de Lancaster , príncipe de la sangre real de Inglaterra, que en defensa de
derechos de su esposa , hija de 1). Pedro el Cruel , tomó las armas contra la dinastía
Prastamara , reinante en Castilla y auxiliado por los portugueses penetró en Ga-
\. Esta guerra se hizo con poca ventaja del duque, y no fue difícil persuadirle á que
isíjiese por una suma de dinero y por el casamiento de su hija Doña Catalina de
caster con el príncipe D. Enrique , hijo y heredero de D. Juan. El matrimonio se
bró en Patencia el mismo año de i 588 , y el rey había reunido las Corles para pe-
es la cantidad que debia darse al duque.
Mas parece que antes , sin autorización alguna , había exijido algunas cantidades
i el mismo objeto: asi á lo menos se infiere de la respuesta de los procuradores á
sticion de subsidios. Su tenor es el siguiente : c primeramente, segnor, la cuantía
9s francos que demandastes para pagar la deuda del duque de Alencastre , en esto
fosen coticiencia que si los avedes demandado , é non son pedidos , que sea vuestra
ced de los non demandar otra vez ; é sí los demapdastes é cobrados son é despen-
f, dánvoslos é otorgan voslos en ésta manera.»
SI sentido natural de estas palabras es, que el rey sin haber pedido aquel dinero
B Cortes le había sacado ó demandado por contribuciones, aunque los procura-
8, en señal de respeto, usan de la frase condicional : mas no por eso dejan de
conciencia al rey , esto es , de darle un voto de censura , como se dice ahora , y de
icarle que no lo vuelva á hacer otra vez. Sin embargo, le conceden la suma, si
e«tá ya cobrada y espendida ; pero bajo condiciones bastante severas. Su primera esi, qie
no vuelvan á pasar por dicha suma los pueblos que ya han pagado en esta razón. Segui-
da , que los recaudadores y tesoreros del rey den cuentas de las cantidades recibidas
por ellos desde las Cortos de Segfovia, celebradas algunos anos antes. Tercera, que la
comisión creada para tomar las cuentas se componga de seis individuos -que los mis-
mos procuradores indicaren al rey. Cuarta, que si seofrecian diticultudos ó dispalas
fuesen decididas por los arzobispos : parece que por esta frase se indica á los prela-
dos de Toledo y de Santiago , muy poderosos en estos tiempos. Quinta, que la con-
tribución fuese percibida en la clase de moneda que los mismos procuradores deaíf-
naren. Sesta , que el rey prometiese bajo su palabra no distraer á otros objetos el
producto de aquella drcrama , y que nombrase seis hombres buenos para que le die-
sen el debido deslino. Séptima, que si sobrase algo de las contribuciones, se aliviase
en la misma cantidad al reino de sus gravámenes , faciéndole conciencia de cumplirlo
asi, y protestándole que en lo succesivo llamase á Cortes según la costumbre de sis
reinos. Octava , que sirviesen también para aliviar á los pueblos las ganancias de
las casas de moneda. Novena , que se designasen sueldos á ios comisionados para to-
mar las cuentas.
Tantas y tan severas precauciones, tomadas contra la propensión natural de los
gobiernos á aumentar en cuanto les sea posible los ingresos en el erario, pruehai
dos cosas: la primera, que nuestra antigua Constitución, aunque altamente monár-
Juica , pues los castellanos llamaban al rey su Señor natural , poseia sin embargo nie-
ios hábiles para enfrenar las demasías del poder , cortar los abusos y exijir la res*
ponsabilidad á los ajenies del gobierno. Los procuradores hablaban con respeto; dno
sin ocultar nada de lo que sentían. En la monarquía mas libre de las que hoy existes
en Europa se miraría como un lenguaje grosero é intolerable el de imponer condi-
ciones al rey para darle subsidios. Pero en el sistema moderno no se bailan los mo-
narcas en contacto inmediato con los cuerpos deliberantes como en nuestras Cortes
antiguas. Esto era consecuencia necesaria de no conocerse todavía el poder minisiarid.
La segunda consecuencia es (]ue se habrían cometido en el siglo XLtl grandes
abusos sobre la imposición, cobranza y destino de las contribuciones. El cetro de Pe-
dro el Cruel fue de hierro para todas las clases del Estado. Cayendo en manos de
Enrique, su hermano y asesino, pero mas hábil que él, no ofendió á la noble»
que había quitado la corona á Pedro; pero veja las ciases inferiores del pueblo^ tanto
por los privílejios onerosos que concedió el nuevo rey á sus amigos, como por lof
impuestos que eran necesarios para pagar las sumas debidas á sus aliados y sostener
la guerra contra Portugal. La nación lo toleraba todo acostumbrada al despotismo
del reinado anterior. Juan I, hijo y succesor de Enrique, príncipe bueno y generalmente
amado , pero poco instruido en el arle de gobernar, permitió abusos y demasías con
tal que le diesen dinero para levantar el grande ejército que llevó al degolladero de
Aljubarrota. En las Corles de Patencia de 1588 se restableció el orden y se censura-
ron y corrijieron las vejaciones de los reinados anteriores.
ARTICULO 11.
JLOS procuradores de estas Cortes dieron pruebas de patriotismo y de valor cívicOi
censurando el cobro. de subsidios no pedidos, exijiendo la aplicación esclusiva de
un impuesto estraordinario al objeto de su destino , provocando el examen dé las
cuentas atrasadas y protestando contra la omisión de la corona en convocar las
Cortes.
Las demás peticiones de aquel Congreso no bacen mucho honor ni á sus senti-
mientos de justicia ni á sus conocimientos administrativos ; bien que en lo segundo
fue mas disculpable que en lo primero. La economía era una ciencia desconocida eo
aquel siglo: la justicia es un sentimiento de todas las épocas y naciones.
Una de las peticiones es que se mande reducir al principal el pago de las deudas
contraidas por los cristianos que habian tomado dinero á logro de los judíos. Funda-
[103J
petición en que los deudores, tanto por los daños sufridos, como por los tribu»
le tenia n que pagar, hallándose en grande necesidad de dinero, recibian la
e sus acreedores , y se veían obligados á otorgar cartas de debdo ó pagarés , por
8 tanto ó tres tanto que el principal.
isérvcse que esta petición solo se hace contra los acreedores judíos, y no con-
« acreedores cristianos , de cuya clase debería entonces haber muchos en las
les ricas y mercantiles de los reinos de Castilla. No puede menos de confesarse
t>8 judíos , muy propensos á los contratos usurarios , aumentarían en gran can-
la usura de los préstamos por la díGcultad de la cobranza. Esta misma peti-
»nieba cuan espuestos estaban sus capitales y sus beneficios lícitos en manos
cristianos.
I respuesta del rey , aunque no (an injusta como la petición , es también con-
á los principios de equidad , y prueba que entonces se miraba como usura toda
cía producida por el alquicer ó arrendamiento del dinero. Dice en su respues-
ift Cortes que siempre que fuese probado , como se acostumbra probar legal-
' entre cristianos y judíos, que el contrato íne usurario ^ que se pague solo el
pal y no las usuras (aqui por usura se entiende cualquier interés del dinero aun-
> sea exorbitante) ; que si se probase que el contrato fue de verdadera deuda
ara, que se pague toda la cantidad contenida en la carta de deuda , y que si
pudiese probar ni lo uno ni lo otro, se paguen solo las dos terceras partes de
diga la carta, pero con la obligación de pagar dentro de cierto término;
í el cual, no gozarán los deudores de esta merced que les nes facemos á costa de los
ores. El rey la limita á las deudas contraidas en el año de Jo88 hasta el dia de
la y en el anterior, guiándose en esto por un instinto ciego de justicia. Los
res antiguos y morosos, retardando la paga por mucho tiempo, habrían causado
icrecdores incomodidades que era justo que satisficiesen , y después de conce-
I prívilejio (porque no se le puede dar otro nombre) no debían gozar de él los
»ntrajesen nuevas deudas.
indudable que tanto en la petición como en la respuesta inQuian el odio y la
>n general contra los judíos, únicos acreedores cu} os títulos de deuda se in-
ban en parte. Pero se nota mucho mas el espíritu de fanatifrmo en los que pi-
, que en el que concedió con tales restricciones y formalidades que dan á en-
haber concedido á disgusto suyo y violado la justicia por no luchar de frente
la intolerancia. Sirva este ejemplo de advertencia á los que quieren acusar á
biernos de haber inoculado á los pueblos el odio fanático contra los de diversa
1.
8 justas son las mismas Cortes pidiendo que los jueces del rey no pudiesen
i sus tribunales á los vecinos de otros pueblos sin ser antes demandados ante
pió juez ; que no se observen los privilejios concedidos por el rey y por su pa-
Enrique á algunas personas para que no pagasen pechos , y que se confirma-
ebaja concedida por el rey á los vasallos de la corona de cuatro doblas en el
o de aquel año. £1 rev respondió evasivamente á la primera de estas peticio-
ciendo que lo consultaría con su consejo. En aquella época quería la corona
á la corte casi todos los negocios contenciosos del reino para dar mas es-
r y autoridad al consejo de Castilla , que tardó poco en nacer. El prívilejio
se quejaban en !a segunda petición, fue reducido á la contribución delasmo-
V la rebaja de que habla la tercera fue confirmada,
reconocen las preocupaciones económicas de aquel siglo en la petición que se
rey para que no concediese las cartas y alvaláes , en virtud de las cuales es-
del reino los agraciados con ellas oro , plata , cabalgaduras é ganados (en lo cual
razón por ser un prívilejio abusivo) , y para que nombrase alcaldes y guardas
la.
ijáronse también los procuradores de que en dos regnos era gran fallecimien-
ro é de plata por los beneficios é dignidades que las personas eslranjeras han
.iglesias de nuestros regnos, de lo cual viene á Nos grant deservicio ; é otro-
las eglesiasno sont servidas según deven, é los estudiantes nuestros natura-
podían ser proveídos de los beneficios que vacan por razoa de las gracias
[104]
que nuestro sennor el Papa fase á los cardenales é á los otros eslranjeroft, por lo
cual nos pedien por merced (]ue quisiésemos tener en esto tales maneras como tie*
nen los Reys de Francia c de Araron é de Navarra que non consienten que otros setn
beneGciados en susre$2:nos salvos los sus naturales.»
Esta queja prueba hasta qué punto se estendia entonces la autoridad de la corte
de Roma para el nombramiento de benefícios en el reino de Castilla , sumamente ra-
trinjida después por los concordatos. La queja era tanto mas justa , cuanto ya esta-
ban en honor los estudios eclesiásticos en £spaaa , y podia haber hombres aptos para
desempeñar el ministerio sacerdotal , como muy oportunamente advierten los pro-
curadores; cuando en los tiempos anteriores á la fundación de la universidad de St-
lamanca el clero castellano era muy if^norante, y ofrecía á la c6rte de Roma uapre*
testo el mas especioso para apoderarse de los nombramientos y agraciar -con los be-
neficios de Castilla á los estranjeros.
. El rey D. Juan I respondió á esta petición cque nos plassc ver sobre esto é orde-
nar é tener todas las mejores maneras que Nos podiéremos , porque los nuestros na-
turales ayan las dinidades é beneficios de nuestros regnos, é non otros eslrannoi
algunos.»
Los reyes de Castilla hubieran de muy buena gana abolido la costumbre introda-
cida de los nombramientos á dignidades y beneficios hechos en Roma. £1 aboso de
nombrar casi siempre á estranjeros, y la decadencia del poder temporal del troao
pontifí(!Ío causada por los desórdenes del cisma de Occidente , proporcionaban oca-
sión favorable para adquirir en esta y otras materias una justa y debida independea*
cia que al fin se consiguió ; pero entonces de todos los estados que componían laPi^
iiínsula española solo el reino de Castilla tenia los moros por fronterizos y peleaba
ron ellos ; y como en esta guerra que se miraba como santa , y con motivo de ella,
ó tomándola por preteslo pedian bulas á Roma para recibir subsidios de los ecle-
siásticos , no se atrevian á disgustar aquella corte , de la cual mas tarde ó mas tem-
j)rano habian de tener necesidad. Este temor dictó la respuesta del rey á la petidoa
de las Cortes : respuesta que nos parecería evasiva á no ser tan conforme lo qne ea
ella se prometía á los intereses de la nación y de la corona , y si no viésemos que
desde aquella época empezaron á emanciparse nuestros reyes de la sujeción á R«m
en materia de nombramientos á beneficios eclesiásticos-
CUADERNO 29.
CORTES DE TORO DE 1369
JCiL ordenamiento publicado en estas Cortes tiene la particularidad de que una parte
de él consta, como en otros Congresos, de peticiones délos procuradores y de respues-
tas del rey, y otra de decretos y leyes del monarca dados por sí y ante si ^ sin otra re-
serva que la de haberse querellado las (fortes de que non se cumplía la justicia camodibia,
y que los precios, trabajos y jornales estaban muy caros. Merecen evaminarse con de-
tención entrambas partes, porque dan mucha luz acerca de las costumbres y lejislacioa
de aquella época. No se debe olvidar (¡ue entonces se estaba reponiendo Castilla* de
la horrenda guerra civil entre D. Pedro el Cruel y su hermano D. Enrique de Tras-
tamara. Este fratricida subió al trono, j con su firmeza y cordura calmó los áni-
mos , restituyó la paz al estado , y al reino la superioridad que antes tenia sobre las
demás potencias de España.
Pero aun no se habia restablecido el desorden interior orijinado del gobierno
tiránico y desconcertado de D. Pedro, y de la anarquía que produjo la guerra. Buen
[i031
Silgo son de ello lait continuns y rcpetidnfl roríamacionoA de las Cortes contra la
ala administración de justicia , y la rep<*ticion de las' mismas' leyes dadas con frc-
lencia , mas no bien obe<1ecidas, por el mismo Enrique II.
Exi las Cortes de Toro de 1500 concnrrieron , sepin se dice en el preámbulo, la
lina doña Juana, el principe heredero I). Juan, I). Tello y l>. 8anclio, hermanos
j rey , y bastardos como él de I). Alonso el XI, el arzbbispo de Tole<lo, al cnal
• da el titulo de Primado tU (an HUpanias , otros prelados , ricos-hombres é hijos-
ligo, y los procuradores de rr/^inaü de las ciudades, villas y lugares; lo que indi-
i que no se convocó á todos los procuradores de todas las ciudades de voto en
tries : nueva prueba de que los Congresos solo se componían , y esto á arbitrio del
y, de los que é! convocaba.
1^ primer ley 6 reglamento qne se publicó en estas Cortes fue la del arreglo de
latida de la casa real , y su severidad maniliesta la grandeza de los crímenes que
I cometían. Se impone la pena de muerte al qne matare ó hiriere en la corte ó
1 BU jurisdicción , igualmente que al que hurtare , robare ó violare. Los que saca-
»n espada ó cuchillo para pelear tendrán pena de mano cortada.
- Ix> absurdo de estas penas aplicadas á delitos tan diferentes en gravedad y sin
(pecific^r los grados de malignidad que pudiera haber en el delincuente, prueba
in evidencia que se castigaba con ellas , no tanto el crimen, como la osadia de tro-
eterlo á la vista del rey. Queríase infundir un gran respeto á la primera majis-
atura del estado , fuente de toda justicia, y no sabia hacerse sino agravando in-
istamente las penas. Acaso no había entóneos otro medio moral de obrar (*on vio-
ncía sobre ánimos acostumbrados á las atrocidades pasadas; pero la humanidad
(pugna que se refrenen los delitos con atrocidades nuevas.
Basta para conocer la perversidad de costumbres en aquella ¿poca saber que ba«
¡a caballeros y hombres poderosos, los cuales cometían robos y violencias , y se re-
raban para sustraerse á la justicia v gozar tranquilamente el fruto de sus malda-
M á los castillos y fortalezas, ya (fel rev, ya de los señores; y que era tanto el
rror de los majistrados que fue necesario en este reglamento imponer penas á los
caldea que no hiciesen pesquisas de estos crímenes ni persiguiesen á los malhe-
Bores. \ no solo en estas Cortes de Toro so tomaron disposiciones contra estas vio-
nrias ; fueron delatadas en otros muchos Congresos de aquel siglo , y promulgadas
yes contra esta clase de crímenes. ÍJi repetición de la ley prueba siempre su inefi-
iría y la continuación de los actos criminales que reprime. Renuévase también en
ite reirianiento la disposición de que los alcaldes del tribunal del rey pertenezcan
las diferentes provincias del reino , y que los de cada u.ia entiendan en los pleí-
w V causas que provengan de ella.
t'arece que se habia introducido la costumbre de que los alguaciles del rey co-
rasen diezmo de los embargos, testamentos y asientos; pues se prohibe espresa-
lente en este reglamento. También se prohibe á los mismos alguaciles prender ni
loiar prenda á los que trajesen á la corte cosas que vender., á no ser en virtud de
•ntencia del alcalde. Este fue un privílejio concedido al mercado del pueblo donde
itaba el rey, y en favor de Icm( que a.sistían cerca de su persona.
Uno de los artículos mas importantes es prohibir que se sellasen con el sello de
I ]nfrH/a(¿ (esto es, por la vía reservada) las cartas de perdón, justicias, mercedes
í foreras, sino con el sello mayor ó del reino. I^s que llevasen el primer sello so
edaran por nulas , y al que las sellase se le priva del empleo. El sello de la purí-i
ad con los abusos que se hacían de él convertía al gobierno monárquico en des-?
ótico. Parece que era costumbre firmar el rey v la reina las cartas de justicia ó
ireras; pues Enrique II manda: dos alvaláes díe justicia ó foreras que Nos é la
cioa libráremos , que sean obedecidas é non cumplidas (fWise que gustaba mucho á
ite monarca y que repitió en varias de sus leyes) mas que vayan al nuestro chancellér
á los nuestros oydores , é que les don sobre ello aqqellas cartas que entendiereis
Qe son derechas. >
Pero lo que nos parece mas estraordinarlo es que la reina por si sola podía dar
Ivaláei de mercedes y de perdones; pues hablando de esta especie de cartas, man-
ando qne refrende las qnas el tesorero y las otras el canciller , usa de estas espresÍQ«
U
rio6i
ncs disyiinlivas : Ofmsí , la* alviildr$ de merrrdü* que Xw ó la Reina diéremoi efe.; j des-
pués: ()tro$ij laa alcaldes de ¡terdon que \ü*diistTm(U ó la Reitia ele.
Parece , pues , que la reina Ihifia Juana , mujer tie KInríque II espedia CMrlttde
mercedes y de perdón. ¿Fue esto peculiar á la cilada reina por el amorqiio omw*
ianlenienle le profesó su marido , aunque no fue muv distint^nido por 5U fidcKdad
rou\ugal, 6 bien hubo oirás reinas que tuvieron ifrnal autoridad? i>. Enrique liaUi
deello romo de una cosa usada en su si|rlo. V sí fue uso, ¿euAnto tiempo duróeila
costumbre/ No sabemos. Sea como fuen' , vemos el ejemplo de la mujer de un rff
que ejerce las dos alribucÍ4>nes mas bellas de la corona ; el derecho de hacer mercedñ
y el de. usar de clemencia. Es verdad que no podria lia(*erlo sino con beneplácito del
luarido ; mas no consta en ningún documento este benephk'íto.
Concluido el re^^lauíenlo sobre la justicia , sijruc otro cu>o objeto ea nada menos
que poner prmo á todos los géneros que se vendian y compraban en España. El
una verdadera tarifa de posturas muy útil |iara hact^r conocer la supina ignorancti
iiel siglo XIV en la ciencia et'onómica y administrativa , y también para adquirir no-
ticias estadísticas y eruditas sobre los princi|)ales artículos del consumo del reino y
sobre sus precios, listablece posturas para los lacréales y el vino asi en la nlrte como
en las provincias , haciendo escepciones en algunos puntos, sin duda por la mayor
facilidad ó dificultad del transporte.
Pasa después á poner ¡irccio á las telas para vestidos : notamos ron adiniracioa
qut; .todas eran importadas del estranjero, la mayor parte de ellas de Flaudes« ma-
chas de Francia, algunas de Inglaterra, tronío seria alMurdo decir que ent^Vnoes no
existían fabricas de [lafios \ lienzos en Ks¡»:iñ;i , podemos inferir (pie solo se puso
precio «i las telas de que usaban los cortesanos , ó que se reservaron los frénerotf
del pais para la desatina I a resolución de que habla reinos después. Pero siempre et
cierto que la corle se vestía de lelas estranjeras y trai las con un sobrecargo consi-
derable por el ))re<*io del tr.'uisporte de los (merlos de Fiaiides.
A los regatones conocidos \ a |M>r esle nombre en aquella época v perspirnidos le
les prodigaban con toda liberaliilad los veinte y los cincuenta azotes |H»r las infrac-
ciones a la tarifa.
Eslabi<*cese tlespues la del jornal de los braceros , la de los precios de los zapalof
y de los «Micros ^ la del trabajo de los alfajfaiex ó sastres, herreros, armeros, silleros^
pellejeros, plateros, tejeros, ¡u'íK'Ío de los bue\es, etc. Cuando se acab > la paríemria
al reda<;lor de la ie\ y vio el cúmulo inmenso de cosas que aun faltalian por valuar,
se le ocurrió el iua\or dislate legislativo que |>udiera caber en una imajinacion de-
lirante, y fue dar po:l(>r > facultad á los comisarios (|ue nombrase el rey para úeM^
nar el valor ({ue debian tener legalmeiite los objetos venales que no ne eniinriassa
en el reglaiiienlo. Fácil es de ver (pie no habría entfuices en España un oficio uiai
lucrativo ni mas solicitado que senii^jantes comi.síones. ¡V castas leyes S4* hacina áM*
licitud y con aprobación, ó á lo nuMtos con el consentimiento de las Cr^rtcs! ¡ Y á sa
vista se vulneraban legalmentolos derechos mas sagrados déla propiedad del trabajOv
tan sagrada por lo menos como la quemas!
¿Qué decimos : los derechos de la propiedad y del trabajo? I^ seguridad pentf-
nal y la libertad de industria fueron violadas para sostener tan desatinado regla-
mento. G>nvencido el lejislador de que sus artículos, chocando con uumerosoii inte-
reses individuales , siistraerian á- muchos del ejercicio (le sus profesiones, mandó por
un oíriMfi que los que «ovieron é usaron fasta af|ui de los oíicios é mesterea aobre»
dichos (') de otros cualesquier (|ue usen de ellos : é si por ventura no lo quiaicren
facer, que los nuestros oüciales los apremien |ior pena arbitraria.» Todo corre pa-
rejas en el reglamento: la ignorancia econc^mica; la violación de toda justicia, la
destrucción de toda libertad. Tan cierto es (pie los |)ueblos ignorantes jamas se apro-
vCc^harán ni harán buen uso de las garantías |>olitica» por estensas que sean. Porque
solo de ignoraiu'ia acusamos á nile^t^» legisiatlor. Seria una calumnia atribuir ma-
las intenciones Á aquel rey ni á aquellas Córt(\s.
Felizuienle el reglamento no debia durar mas que un ano: creemos que se puso
en práctica, porque han quedado tristes vestijiosde él en las posturas de aüeslras
mercados que hau llegado hasta nuestros dia:^ sin mas utilidad que la de dar de oo-
[107J
I los rojidorcs Iiambricnlos y desmoralizados á cosía de vendedores j com-
iros.
US peticiones de las Oírles que están al fin del ordenamiento, son mas jiiicios.is.
lanto á las deii<las de los jiidios contra los cristianos se pidió próro^i^a ú favor
(deudores y el rey la concedió. Oira de las peticiones demuestra un metlio de
«lóncTes se usaba para sustraerse al servicio de los {gravámenes públicos, y era
r el titulo de moHethnp del rey. I). Enrique mandó liuccr pesquisa de los mone*
supuestos, esto es , que no trabajaban ó trabajaban muy poco en sus casas de
Kla.
a mejor de estas peticiones es cque los pesos <^ las medi.las de todos los nnes-
rognos fuesen todos unos.» \i\ rev mandó que se restableciese el re^rlainento de
\o el Onceno sobre esta materia. Si* ve, pues, que nuestros antepasados fijaron[su
ion en esta parte importante de la e<ronomía pública; pero las costumbres y
jeranza del fraude pudieron mas que las lejres, y loiavía es descada la rc-
■•
ARTICULO I.
rE cuaderno contiene dos documentos interesantes. El primero es el ordéna-
lo de prelados hecbo en las t cortes de Toro de -1571 , y las Cortes de Burfifos
Tadas en Burgos dos años después. Entrambos documentos pertenecen al reina-
e Enrique 11.
íl ordenamiento de preladon se llama asi porque se compone de las peticiones de
ibis[ios y monasterios , resp^mdidas y otorgadas por el rey. I^i introducción es
» sigue: c Sepan cuantos este cuaderno vieren como Nos I). Enrique , por la gra-
le Dios , Key de Castilla , de León , etc. , |>or razón que en las Cortes que Nos
IOS en Toro , los arzobispos f^ obispos é procuradores de las iglesias é monaste-
de nuestros regnos nos fesieron sus potisiones , á las cuales Nos respondimos
«la manera.»
II tenor de esta frase da oríjcn á una cuestión de liistoria constitucional. /Asis-
n á estas (>)rtes los ricos hombres y los pnK*uradores de las ciuilades ó no? Si
ieron, es evidente que no tomamn parte en la discusión ; pues solo se mencionan
leticiones de los prelados y las respuestas del monarca. Si no asistieron, es prue-
i> que el rey componía A su placer el i>)ngreso de todos tres brazos, de dos ó de
solo. Es fuera de toda duda qne á estas Cortes de Toro asistieron procuradores de
^l€»iai y íle loa moiinsteriotí , cosa inusitada en los Congresos ordinarios,
bi cuanto al hecho de la asistencia |K>día sostenerse que la frase <*n /a« Cortes
iosfnimoMeii Toro indica un tx>ngreso plenario con asistencia de los tres esta*
ton. Mas razón nos parece qne tendría el que dedujese de la introdm*cion que
asistieron los eclesiásticos por la costumbre observada en los preámbulos de
nerar todas las clases que concurrian á las Cortes. Peni si concurrieron los otros
brazos, su presencia fue completamente inútil para este ordenamiento, y esta
(O hizo como si no existiesen.
i cada nuevo cuaderno de Cortes que da á luz la Academia de la Historia, se forlifi-
mas y mas los siguientes hechos de nuestra historia política: primero , que la
lárquía de León y Castilla fue en sus principios rigorosamente aristocrática hasta
gio XI por lo menos : segundo , que desde el siglo XIU lo mas tarde gozaba el
de la potestad lejislativa en toda su plenitud : tercero , que la liln^rlad consistía
ledir leyes que los monareas daban á trueque do subsidios; cuarto, que jamas
o ley formal acerca de las personas ó clases de que había de componerse el
preso. La costumbre era qoe el rey convocase arbitrariamente. Es verdad que
[108]
las circunslancias le obligaban á convocar los que sí no eran llamados podrían ha^
corlo oposición oii las cuestiones de subsidios.
No traía el ordenamiento que analizamos de ninguna de estas cuestiones # j csls
no¿ |M>rsuade mas do que solo asistieron eclesiilsticos á estas Corles de Toro de 1371.
Esta ley es relativa á las franquicias, libertades v fueros de las iglesias que solisi
violar los hombros poderosos en aquel tiem|>o. Iguales quejas é iguales onienainiea-
tos hemos visto en otros cuadernos desde el reinado de Alonso \l ; lo que prneiía
que los ricos hombres de fiastilla no em|H3zaron á afei^tar las costumbres tiránicsi
del feudalismo sino desde la sublevación de Sancho el Bravo contra su padre. Pan
tenerlos á su devoción les concedió una prepotencia que costó mucho trabajo repri-
mir á Alonso XI. Aumentada después con la guerra civil entre I). Pedro el Cruel y
su hermano Enrique U , se renovaron los mismos des;ifiioros y las mismas leves re*
presivas hasta el reinado de Isabel la Católica, que abriendo á la nobleza dcCasCüla
un nuevo sendero de gloria, tuvo el arte de someterlo al yugo de las leyes y dein-
Ecdir que buscase medios de adquirir poder en las turbulencias y calamidades pá-
licas.
La primer queja que dieron los prelados fue por la usurpación de la jur&sdiorioB
eclesiüstica que hacian no solo los sefiores, sino también los oidores de las audiencias
reales, avocando á sus respectivos tribunales pleitos y cuestiones que perlenecian á la
jurisdicción espiritual y temparal do los obispos, y también citando Á los clérigos anís
dichos tribunales y separándolos de sus jueces propios. El rey mandó que el derecho
de la iglesia sea guardado ; pero c les rogamos , añade , quol nuestro derecho é la
nuestra jurisdicción la quieran ellos g.iardur.» No ponéosla cortapisa con respecto i
las jurisdicciones señoriales.
La queja y la respuesta del rey manifiestan no solo el respeto con qne se trataba
entóneos á los obispos {Ica rvfjamfut, dice el lejislador], sino que eran freciienlcs las
usurpaciones recíprocas de jurisdicción entro las autoridades civil y eclesiástica.
Este conflicto, que en el dia nos parecerá ostravaganle después de los conconiaios
celebrados entro los gobiernos y la <;órte de Koma para deslindar una y otra Jarif-
diccion, y do los nrogresos que ha hecho la ciencia del derecho , debia ser uiuy co-
mún en el siglo \1V^, en el cual conien/ó la reacción contra el poder polilico dd
clero , tan grande en los siglos de la edad media. Pero la ignorancia subsistía auSv
y el ataque y la defensa hubieron de traspasar con frecuencia sus justos limites»
como sucede en todas las reyertas de jurisdicción.
Quéjanse también ios prelados do que los señores impcdian que se ejecutasen las
sent4!ncias do los tribunales eclesiásticos , tomaban y embargaban las tierras y rentas
de las iglesias y monasterios, v echaban tributos á los clérigos contra derecho « f
para que los pagasen los prendian , insultaban y aun atormentaban. El rey uianA
cenar tales injusticias.
l^s clérigos por privilejios antiguos oslaban libres del servicio de aposentamiento»
cscepto en los casos do viajo del rey , reina ó infante. El rey mandV guardarles este
privilegio frecuentemente vulnerado. En cuanto á la queja de que los merinos en-
traban en los lugares de señorío eclesiástico , y de que los concejos ejercian la Ju-
risdicción i'h'ú en dichos lugares contra los privilejios del clero, el rey mandó qoe
presentasen dichos privilejios, y quejas audiencias diesen órdenes couiornic al tenor
de ellos*
Otra petición manifiesta las costumbres del tiempo. Los hombres poderosos solian
ir á las iglesias y uionasterios con grande acom|>añauiiento , y comer y beber lo que
hallaban y robar hasta los ornamentos.
En la respuesta á la petición undécima está rec<mfK*ído el principio de la propoi^
eionalidad en el reparto do las contribuciones. Pero éstrañamos enconlrar esta peti^
cion entre las del cloro, porque estando entonces exentos de pechos» mas bieneoí^
venia á los pueblos y ayuntamientos quejarse de la desigualdad.
La última petición contieno una noticia muy curiosa, cual es la del arriendado
la pena pecuniaria debida por permanecer escomulgado. Por una ley de Alonso XI
incurria en ella aquel sobro quien había caido sentencia de escomunion, si en el téi^
mino de treinta días no daba satisfacción para que se levantase la censura. La multa
[1091
umenUba á proporción del lidro|K> tpie duraba el estado de esconiiinion. T^s
idos dicen c que algunos arriendan las dichas penas • é confeclian así los deseo-
:ados por poco precio , é les quitan las dicbas p mas por ruoj^o de algunos ornes,
alcalles ó justicias que han á faser csecusion de las dichas penas, son remisos.»
iqui una institución moral convertida en especulacícm rentística. Es verdad que
Ijen del abuso se derivaba del derecho público do la edad medía , según el cual
«o ftNtneeia d la iglesia , ulaba fuera de la ley ciciL
ARTÍCULO II.
las Cortea de R:)rgos de 1573, celebradas bajo el rey Enrique TI , que forman el
documento del cuaderno 50 , se llama al Congri*so en el preámbulo aytuUaiHienío.
\ procuralon^s , continúa , de las ciudades é villas é lugares de nuestros regnos
se ayuntaron coiintisco en el dicho ayuntamiento nos fesieron sus peticiones.» Pa-
» piies, que solo asistió á estas Curtes el estamento popular.
A la primera petición se incluye la promesa general de guardar fueros y privi-
I que no tuvo dificultad en hacer el rey; mas no a<xciió á la consecuencia que
lia deducían los procuradores : c é otrosí, que no pagasen empréstitos nin en
• pechos algimos los lijosdalgo , é caballeros , é escuderos , é duennns é doncellas
s nuestros regnos, porque non fuesen quebrantados los sus privillejos en el núes-
iempo.» Enri(|ue 11 habla establecido para subvenir á las necesidades del erario
npráiiiio forzoso , y mandado que todos lo pagasen sin escepcion de privilejio ó
a jurisprudencia de los procuradores á Curtes era muy natural y de buena lójica;
ue si los privilejios estaban exentos de los gravámenes públicos, siéndolo el
ibitito, no estaban obligados á pagarlo. Los principios del gobierno eran otros,
el monarca respondió: cé á lo que dicen que los lijosdalgo, é caballeros, é es-
ros, é duennas é doncellas que les fuesen guardados sus privillejos que non em-
üico, á esto res|N>ndemos que el cmpréMilo nones pecho ^ ca todo orne es tenudo
mprestar , é demás que ge lo han de pagar , é por esto non se quebrantan sus
llejos. »
e ve, pues, primero, que los empréstitos forzosos, tan célebres en los úllimos
d«l l>¡n*ctorio de la república francesa , son mas antiguos de lo que algunos
i: segundo, que diciendo que no es pecho el empréstito, creyó el re^' con esta mu-
n de nombre tener derecho para restrinjir el de los príviíejiados: tercero, que
á todos sus subditos obligados á pagar el empréstito : cuarto , que la considera-
[leí reembolso le parecía suGciente prueba de que, pidiendo prestado por fuerza,
ifrínjia ningún privilejio.
odo esto era absurdo en justicia y en administración. Pudo ser engañada la
lleí de aquellos tiem|M)s con la variación de nombre y con la promesa de pagar
que se persuadiesen á que el empréstito no era una contribución, y á que po^
I rey pedirla cuando quisiese y de quien quisiese sin autorización de las (borles.
km prf)gresos de la ciencia e<*.onómica y la csperiencia han herbó ver que todo
éslito \a forzoso , ya voluntario , es un verdadero gravamen para el pueblo.
» que los gobiernos parlamentarios de nuestros dias no reconocen en el trono la
irativa de hac*er empréstitos sin anuencia y autorización del poder lejislaiivo.
kf de dónde se deduce la máxim.i de que todo orne es lewido de emprestar f El rey,
I parece , quería estable«rer como principio que, si bien no estaban obligados
leolos á pagar pechos y tributos sino cuando ios votahan las C'Vrtes, esta res«
on no debía entenderse con los empréstitos. Este era un motlo inilirecrto de ha-
ueüo al gobierno del haber de los ciudadanos y de barrenar la única garantía
»ertad que ex istia entonces.
I promesa de pagar, que podía muy bien ser ilusoria, es la máscara con que
bre aquella violencia. Pero aunque fuesen reembolsados los acreedores, ¿en
principio de justicia cabe privarlos del uso de los capitales prestados y del
hon^ndo qiio con ellos podrían «idfftiirir li:ist<i In ópora del reoinholM>? ObiH^rvefe
qiu* nadn so habla del interés del empn*slilo, y es muy veroitiiníl que no se le MÍ{^
im) : primero, porque en aquellos tiempos se hubiera tenido por nsiim: ürfrnniio,
porque Á haberlo asi^rnado no desaprovecharía el rey esta razón plausible para dis*
nilfiar su conducta cuando eeh6 mano de otras visiblemente desatinadas.
I.a verdad es que Enrique II se hallaba escasísimo de dinero después da la
cruel guerra ci\il que puso en su frente la corona, después do las merretleí
onerosas al puebh» y al estado que hubo de hacer Á los nobles que hnbian se-
guido su causa , después, en fin, de las cuantiosas sumas que pagó al cuerpo auxi-
liar francés qiu; mandaba el célebre I)ugues4^|in. Ademas de las ncf*esídadcs corrien-
tes del erario se vio en la necesidad de emprender una guerra dispendiosa, aanqne
feliz, contra Portugal. No podían auuumtarse los tributos A los pueblos abruniadüs
de las cargas ordinarias v enflaqui^cidos por la guerra. Kecurríó, pues « al emprés-
tito como un medio de salir del apuro. Sus razones eran malas; pero la necesidad
del dinero era urjente v reconocida. Por eso se sufrió no solo el gravamen, sino
también la pésima jurisprudencia con (¡iie se quiso justificar.
La petición XHl y su respuesta prueban la siuiacion triste de la corona en aqne*
lia época, l/os |>rocuradores se (piejan de hal)erse enajenado del señorío del rey mu-
chos lugares, villas y ciudades, y pasa<lo al dominio de los ricos hombres, caballeros,
escuderos y ricas fembras, y piden que vuelvan A la corona , ó lo que era lo mismo
en aquellos tiempos en toda Eun)pa, al imperio déla ley y del derecho comaa.
El rey les responde : < fasta aqui non podímos excusar de faser meree<l á los qne
nos servieron (en la guerra civil contra su hermano l>. Pedro). Promete para losii^
eesivo observar el principio tutelar de la conserva(*ion de los bienes de la corona.
En otras peticiones se conoce el abuso (pie hacían de su poder los ricos hombm
T demás privilejiados; echaban tributos arbitrariantente en las aldeas y arrabales
(le los pueblos realengos ; pretendían que se esteiidiesen las franquicias y privílcjioi
que gozaban d sus paniaguados (comensales); cxijian el derecho de yantar y oíros
tributos de los ve<*inos de algunos pueblos realengos so color de que eran vasallos
suyos , aunque domiciliados en sitios sometidos ú la jurisiliccion real ; impedían ea
estos .sitios el ejercicio de la justicia del rey , y procuraban introducir su dominio
particular; en íin , se apoderaban de parte del territorio de las |K)blac¡ones perte-
necientes al rey, fimdahan en ellas fortalezas y exijian tributos, señaladamente do
portazgos. El rey respondió lomas favorablemente que podia á estas peticiones, T
se conoce en las respuestas el temor que tenia , cuaiulo aun no estaba bien consoli-
dada su autoridad, de chocar de frente con las pretensiones y demasías de los rióos
hombres.
La petición IV se repitió en otras Cortes del mismo siglo y del anterior; porqne
los reyes solían enviar cartas y órdenes para que las mujeres se casasen con los boiih
Lres designados en dichas cartas. I). Enrique dijo en la n»spuesta que, sefrun eramh
torio el todos , jamas habia dado en esta materia cartas de orden , sino solo de reeo-
mcndacion. En Inglaterra en los mismos tiempos era lA rey arbitro de las herederas
nobles y ricas, huérfanas de padre, en cuanto á los enlaces. Era imposible queea
aquella época de predominio feudal dejase de tener la corona alguna intervencioa
en esta clase de contratos , que podia aumentar el poder y riquezas de los vasallos
que se manifestaban hostiles al rey , ó de los que eran sus servidores. En el día U
ley ó la costumbre de España es que los grandes casen en virtud de permiso real.
Coucluirénms nuestras observaciones con la partición relativa al voto de Santia-
go. Los procuradores dicen cque en todos los tionipos pasados nunca le pagaron eo
algún lugar de nuestros regnos, salva en algunos lugares del regno de Ijooñ que pa-
gaban cada pechero que labrase con bues, seis celemines de pan é non otra -cosa*... é
Sueños pedían por mercet que pues en algunos de los tiempos pasados non sedeoMa*
ara , nin cojiera , nin pagara el dieho trebuio^ que agora denuindaliaa wnetameMt d- éldm
procurador del arzobispo de Santiago^ édean é cabillo , que lo non o viesen.... que Díoanoa
quería que ninguno diese limosna contra su voluntad. >
Estas palabras son terminantes, y sí les hemos de dar entero crédito, detienÉ Qam
en el siglo XIV la iutrodqccioo y geqeralízacion del voto de Santiago b^jo la forma qao
iiió (Icspiics. El rey respondió ácsta |ielícion iquc pues el pleito ostalia pendiente en
ludienria re^il, que lo lihrent segtiii que fallaren por de recluí • » En eíeclo los procu-
íiirets de Avila i»e habían provisloanle dicho tribunal contra las preten»ioiies de la
[•sia y arzobispo de S.inlia^o. Esta petición es u.i q:ii*vo dato pie debe añadirse á
\Ut» romo 86 han reunido para resolver la célebre cueitiou histérica del voto de
ntiugo.
^ ^
ARTICULO L
lOS iloctiinento» que contieno este cuaderno son el ordenamiento de Chatieillrria , h«H;ho
las Oírles de Ui'irjros ile t~>7i, y otro hecho en las (birles de li'irgos de L>7i) acerca
íiM deudas de los judíos. Ainb«)s pertenecen al reinado de Enri(|uc H.
£1 preánib'ilo del príuiero tiene la <¡n<;(i1ari(lad de no citar las Cortes, ni enumerar
I f|tie asistieron á ellas , ni sejruir (*n la redacción de las leyes la forma ordinaria de
liciones y respufvstas ; de ni«')do (|ue á no decirse en el (Micahezamienlo que esta ley
chaiici Hería fue lie('ha en las C('Mies de i^úrgos, se tendría mas bien por un decreto
il, que por unxcglameuto hecho en tVirtes.
El rey dice en el preámbulo : fst'pades que por razón que no fue dicho que algu-
s de los nuestros oficiales de la nuestra corte, é de las dichas cibdades é villas é íu-
rv» de los nuestros r<*gnos, que usaban de sus oficios como non debien.... de lo cuál
quejaron de ello al}|^unos nuestros vas«illos é (»lras perdonas, es la nuestra merceletc.»
! iiiihIo que no se hace mención de ({nejas ni de pciiciones de los procuradores de
rtrs, como en otros ordenamientos. Solo se enuncia v\ abuso, sin nombrar ni ca-
lcar á los (lenunciad(»res. Después del preámbulo comienzan las leyes.
Esiií onlenamicnloes muy á |)ropósito para dará ron h'vv las costumbres diplomá-
as df* aquella é{NM*a , y los medi>>s de obviar los abusos (pie se habian introducido
r ei desórdtüi de los lienip<}s anttMÍores. Lr>s oficiales iW ('háncilleria, notarios y
rrihanos liabian aumentado las tarifas de las cartas y alvaláes sobre lo que se pagaba
rüu expedición en tiempo de Alonso el Onceno, que di6 también reglas en esta ma*
ia, y á cuyas resoliicionej« procunV D. Enrique arreglar las su}as.
f>>nsta dcesle orJenamiento , (|ue exisáó en (bastilla la digaiilad de Canciller « ó
frdaMHiogí pero nunca tuvo ni el prestijio ni la celebridad qikc en Francia , Ingla-
■ni y Alemania, donde fueron siempre, y aun lo son en el día, grandes dignatarios
Ia corona. Consta también de la ley tercera que estaban arrendados los derechos <le
mcillería ; pues sfí manda ((ue .solo el arrendador Ueüe caria$ scliadas , excepto en el
lo ñ^ deber alguna cantidad al (ianciller á á sus oficiales ; en cuyo caso podrán osl(ts
:jir curtan cuyos derechos asciendan ñ la cantidad de la deuda , e'iwti ma.*.
Ikwpiies de algunas disposicionei» iimiv minuciosas acerca del lu;:ar donde había de
larse y el sitio donJe debia colocarse el porten» ib» la caiicilleria , pasa el lejisla lor
eiialar la tarifa de los derechos de sello , correspondientes á cada especie de alvaláes:
n cuyo motivo enumera estas diferentes especies ; lo que hace este documento muy
ricMO para los que quieran estudiar la antigua forma de nuestra adininistrncion. En-
! m^M clases de cartas se refieren las de iweldo concedido por el rey , los atvalsles <le
rrg§ de caballeros , de merced otorgada 6 de quitación (esto es , de darse el rey por
|9kIo de un servicio ú obligación cuiiiplida) de tos priviU^jíos y ccmcesiones de \tlla;
lea 6 lugar á alguna persona i^a estos alvaláes se exime de pagar derecho^) : de so-
srarCaii , que según creemos , eran las órdenes de repi»sicion de alguna provi<Iencia
leriur reconocida después por injusta ; de tenencias ouceJídas por el re) ; de rentas
M<21
reales, de perdón , de moneda, esto es, de servicio pecuniario [Hlgsda^ SeOaUi des-
pués los derechos que han de devengar los alguaciles y ballesteros del rey f de lá» can-
tidades que entregaren, ya de las rentas reales cobradas, ya á los acreedores manda-
dos pagar por sentencia judicial.
lia ley vijésinia de este ordenamiento prueba que desde el tiempo de Alomo el On-
ceno por lo menos , rejin ya el derecho pagado por el carcelaje á los carceleros: exa^
cion que nos pnrece injustísima.
1^ cárcel se h;i (establecido para que la sociedad estuviese segura de que el pre-
sunto reo no se libraría de la pena que la ley ha señalado á su delito, si efertivamenle
es declarado culp.-ihle por la sentencia del tribunal. Pero hasta la sentencia do es de-
lincuente, ni acreedor á ningún castigo. Sufre, es cierto, la perdióla de su libertad:
mas n(» como una pena, sino como una precaución. Todo lo que agrave esto sufií-
miento, ya por sí bast^mte grave, es un acto de injusticia.
Supongamos que el preso resullasc inocente en la discusión judicial , y que la sen-
tencia lo declanise así, ¿(juic^n poilr«1 resarcirle el carcelaje, las esposas, los gríilos, los
cepos , la mansión en calabozos húmedos y fétidos y tantos otros medios que se han
inventado para atormentar al que la ley aun no ha declarado digno de pena? Consta de
una comedia de tamizares (El faho Nimno de PortugaC) que en su tiempo por lo menos
se daban ntairu cuartón por quitar los grillos al que salía de la corcel. No sabemo«li
costumbre actual sobre esta materia, ni sobre otras relativas á las prisiones. Pero
creemos que aun no ha hecho entre nosotros muchos progresos la ciencia adminis-
trativa en el capitulo de las cárceles.
Nosotros reconocemos el derecho de la sociedad á asegurarla persona del presnnln;
pero al mismo tiempo reconocemos y n'clamamos del gobierno, representante de la lo-
ciedad la estricta obligación de no adijir mas al preso de lo que exija aquel derecho.»
£1 gobierno debe pagar los ministros de la cárcel , sus gastos de construcción y renn-
racion, y en fin, cuanto conduzca para lograr la seguridad. ¿Por qué se ba de exijir
del preso el derecho de carcelaje? por ventura , ¿se ha aposentado por su voluntad ea
aquella mansión? IHrán que las cadenas , grillos, calabozos, etc. son necesarios pan
asegurarlo: pero /por qué? Porque no se ha tenido cuidado de construir las cárceles de
manera, que sin dañar en nada á la salubridad de los tristes que han de habitarlas,
fuese imposible de combinar y de ejecutar todo proyecto de evasión ó de comunicar
con los de fuera en los casos que la ley exije la incomunicación.
Bástale al encarcelado la pérdida de su libertad, la separación de so familia y de
sus amigos, la ansiedad por el resultado del juicio, el enorme precio á que se le ven-
den los menores servicios que se le hacen ; mas no se aumente su aflicción. Sean á
rosta del gobierno , no á la suya , todos los medios de precaución que se tomen. Es
un principio bárbaro, (|ue si bien se ha borrado de los códigos, subsiste aúnenla
práctica, empezar á castigar al que aun no ba sido declarado culpable, desde el me-
mento que entra cu la prisión.
La ley X VIH de este ordenamiento trac la tarifa de los derechos que debían llevar
los escribanos de las ciudades, villas y lugares por los documentos y escritos de dif^
rentes especies. Se restablece el mismo arancel que había mandado observar el rey
1). Alonso el Onceno , cuyo ordenamiento se inserta á la letra en dicha ley. Ya en
aquel tiempo habia escribanías y notarías arrendadas , y los arrendadores habían an-
mentado arbitrariamente los precios de las escrituras. Este abuso dí6 orijen al oid^
namiento del rey D. Alonso.
ARTÍCULO II.
XjL segundo documento , publicado en este cuaderno , contiene las peticiones y lei'OS
de las Cortes de Burgos de 1577 , celebradas por el rey I). Enrique II. E^te Congreso
fue plenario; pues según el preámbulo, concurrieron á él coudcs, prelados, ricos
hombres, hijosdalgo , y procuradores de las ciudades. De las personas de alta gerar^
quía , solo $e citan el infante ü. Juan, hijo primojénito del rey, y el marques de
Villena.
[113]
Esto documenlo ofrece la particularidad que de las leyes que so hicierou entonces
r se comprenden en él , unas fueron á petición de las Cortes , oirás se derivaron de la
«ponlánea voluntad del rey sin excitación alguna. Las materias á que se reGeren son
as deudas de los cristianos á los judíos y moros, asunto que volvia muchas veces á las
}órtcs, como al Senado de Roma la abolición de las deudas de los plebeyos; la venta
lelos bienes de los merinos y de los ricos hombres; extracción de oro y de otros ob-
elos fuera del reino ; alcaldías de rentas ; apelaciones á la justicia real. En muy pocas
le eslas leyes están observados los principios eternos y universales de justicia.
En la primer petición expusieron las Cortes que por la miseria de los tiempos an*
eriores muchos cristianos, deudores de los judíos, habian firmado en la obligación
leí pago cantidades mucho mayores que las recibidas ; y que si se les constriñese á
lagarlas quedaría la tierra yerma y miserable. El rey mandó que se rebajase la ter-
cera parte de las deudas, y que las otras dos se pagasen á plazos bastante largos; que
lo gozasen de este beneficio los que no pagasen á los plazos concedidos; pero que en
lingun caso fuesen valederas las penas contenidas en las cartas de obligación para los
asos de insolvencia. En la segunda ley , á petición de las Cortes , se prohibió toda
isura á los judíos y moros. Establecióse también que si el acreedor aseguraba que
oda la cantidad contenida en la escritura de obligación habia sido entregada al deu-
lor, se ex ijiese juramento á este, y en caso de jurar ser cierto lo que el acreedor
bcia , estuviese obligado á pagarlo todo sin quita alguna: ley absurda , como todas las
{ue colocan al hombre entre su interés y la relijion del juramento; y ademas inútil,
orque el hombre , incapaz de jurar en falso , es también incapaz de defraudar á su
creedor. Por la petición XU se restableció la proscripción de seis años para las deudas
e los cristianos á los judíos. Por la X , que no pudiesen los judíos ser mayordomos
e ningún, rico hombre , caballero , ni escudero. Por la XI, se relevó á los ayunta-
lieolosde los pueblos 'de la pena de seis mil maravedís de omenY/o, que pagaban antes,
i DO hallaban al asesino de un judio que se encontrase muerto en su jurisdicción.
El rey , de motu propio suyo, prohibió en las leyes 2.' y 5.' que ni los judíos ni los
loros pudiesen hacer cartas de obligación por deudas contra cristianos ; que ningún
icribano pudiese dar fe de ellas; y en una nota, puesta al fin de este cuaderno de
érles, añadió que no pudiesen hacerse dichos contratos ni aun con testigos: bien
ue en la misma nota se revocan eslas leyes con respecto á los moros , menos odiosos
DtÓDces que los judíos.
Las leyes y peticiones anteriores muestran el estado social de aquella época. La
lasa de la riqueza territorial estaba , aunque muy mal repartida , en manos de los
rislianos : la industria agrícola en las de los moros que vivían sometidos , y la co-
lercial en las de los judíos. Estos eran necesariamente mas ricos, por lo menos en me-
dico 9 y se hallaban mas que los otros en estado de prestar á los cristianos , que ge-
eralmente tenían necesidad de numerarios: los propietarios, porque apenas alcanzaban
18 rentas para el lujo de vanidad que tenían que sostener en la corte ; los pobres, por
is necesidades continuas que les acarreaba su situación , aumentadas con el estado de
uerca perpetua contra los moros, y no pocas veces de guerra civil ; y losayuntamien-
My órdenes militares, por los gastos continuos de armamento. La exactitud de losju-
loa eo sus cuentas, que en ellos era una virtud necesaria, y mas que lodo, la facili-
ad con que anticipaban capitales al gobierno y á los señores, hizo que casi todos los
mpleos de hacienda pública y las tesorerías y mayordomías de los ricos hombres caye-
ín en sus manos. Reunieron, pues, por el comercio, por la administración de rentas
por sus préstamos grandes caudales. Eran despreciados : estaban condenados al ilo-
smo político y civil ; pero poseían casi lodo el comercio del reino.
£sle estado de cosas duró hasta el siglo XIV. Entonces empezó á no ser profesión
iclusiva de los castellanos la de las armas. Algunos se dedicaron á las arles : otros
¡ eomercto , aunque sin el conocimiento y la economía propios de los israelitas. Las
Midaa se aumentaron en las turbulentas minorías de Fernando IV y Alonso XI: em-
BzaroQ á ser primero envidiados y poco después odiados los acreedores. Pidiéronse en
a Cortes oo una sola vez , rebajas de deudas. Alonso XI las concedió : los judíos , por
inseguridad del pago, aumentaron el ínteres del dinero prestado, y por tanto, la
iflcultad del pagamento , y el odio y la aversión universal contra ellos. Enrique II en
15
[114]
las (fortes de que damos cuenta en este articulo , privó de fuerza legal á los contratos
de deudas de los judíos contra los cristianos. Nosotros consideramos como efecto de
esta ley absurda la efervescencia del odio contra aquella infeliz nación , que se mani*
festó en los siglos XIV y W en sediciones , tumultos y matanzas.
£n efecto , aquella ley no impidió que los judíos fuesen ricos ; pues el mismo En-
rique que les prohibió ser mayordomos de los grandes señores, los conservó en la ad-
ministración de las rentas reales , y ademas no podian quitárseles los beneficios que
reportaban del comercio. Nada, pues, perdieron de su opulencia; pero no fueron ja
prestamistas, porque mal se atreverían á prestar sin la garantía del pago, que la ley
les habla quitado. £1 pueblo miserable , fanático , y que hasta entonces los había to*
lerado , porque encontraba en ellos auxilio para sus necesidades , comparaba so pro-
pia miseria con la riqueza que suponia , y no sin razón, en una raza contraria ademas
por su creencia relijiosa. Empezó á escandecerse contra ella. A los homicidios parti-
culares , que debieron hacerse mas comunes después de suprimida en estas Cortes la
garantía del omesillo^ succedieron los degüellos en masa y los saqueos de las juderías eo
las grandes ciudades, y llegó el furor á tal estremo, que los reyes católicos D. Fernando
y Doña Isabel , monarcas iirmes , pero prudentes, no hallaron otro remedio al espíritu
de sedición que tomaba por motivo ó por pretesto á los judíos, que espelerlos del reino.
Nosotros observamos que en los tiempos anteriores á la ley de Enrique II , los cas-
tellanos,- sin ser menos fanáticos, sin despreciar ni odiar menos á los judíos como
enemigos de la relijion, nunca sin embargo los persiguieron ni les hicieron mal: aniM
bien vivian con ellos en buena armonía. Deben, pues, atribuirse el furor y los desór^
denes posteriores á la ley que rompió el único vinculo social entre cristianos é israe-
litas, á saber : el auxilio que recibían los primeros de los segundos por medio de loi
préstamos.
La petición III de estas Cortes revela una costumbre tan estraordinaria como in-
justa. Los bienes de los deudores de la corona, después de apreciados , se \endian á
las personas pudientes que el rey nombraba , y que no podian escusarse de comprar-
los. Las Cortes piden que cese esta arbitrariedad y que se vendan á pública subasta.
D. Enrique accedió á esto , pero añadió que en caso de no hallarse comprador volun-
tario que diese el precio conveniente, se obligase; á comprarlos á los mas ríeos éaboñaio&
del pueblo.
llízo.se también rebaja á las deudas del pan del año anterior que habia sido escaú-
simo, tanto que en él se había obligado al deudor de una carga de pan á pagar por
ella seis cargas. El rey mandó que estas deudas se pagasen en dinero al precio que te-
nia el pan cuando se contrajeron.
Las leyes de la petición V y VI son mas justas. La primera manda que los merinos
no persigan sino en virtud de querella ó en los casos infragranii, Por la VI prometed
rey solicitar del Papa que no nombre para los beneGcios del reino eclesiásticos estran-
jeros. La ley de sacas de la petición VH adolece de los vicios comunes á todas las de
su especie. La mas importante y justa de cuantas se hiciron en estas Cortes es la de la
petición XIII. El rey toma bajo su protección á todos los vasallos de los señores qM
apelen á su tribunal. Este derecho de apelación ha existido siempre en España, y que-
rían barrenarle los nuevos agraciados por las célebres mercedes enriqueuas, maltraUín-
do á los apelantes.
[i 15]
COMPENDIO
DE LA
£I^^^S^9^8m^m
MAgTÁ L@@ TD¡II¡«1!?>@@ ©i Ay@(y)ST@
por ím. íHanuel Sitoela. — .^.^ /^^.
ARTÍCULO I.
STA obra fue escrita por un español iastruido, á quien las tempestades políticas de
istra patria arrojaron á paises estranjeros, y fue escrita en una época en. que ya po-
juzgarse con imparcialidad el pueblo y la república de Roma. En el primer tercio
siglo XIX no eran ya de moda ni las ridiculas declamaciones de Mercier contra el
íriUi dominador de la ciudad del Tiber , ni la manía de tomarla asi á ella como á
lu» por modelos de los gobiernos libres ; manía que produjo el hermoso verso de
poeta francés del tiempo de la revolución:
¿Qui me delivrera des grecs et des romains?
Salgamos ya de griegos y romanos.
Los progresos del espíritu filosófico y el estudio de la historia, emprendido en núes-
» días sin pasiones, han enseñado que no era muy de envidiar, y sobre todo, que no
iplicáble en nuestras sociedades modernas la libertad de que se gozaba en las anti-
18 repiiblicas , y que si Roma conquistó el mundo, este resultado fue producido por
lecesidad y no por la elección.
Bi Sr. Sil vela se hallaba, pues, en situación de juzgar mejor que los compendiadores
la historia romana que le habían antecedido; y asi, su obra es mejor en nuestro en-
der que las que hasta ahora poseíamos de la misma clase; y creemos que tiene mucha
on cuando dice en el prólogo : « me queda la convicción íntima de que son peores
lOtos (libros) conozco en su género.»
Es obra orijinal de un español , aunque impresa en país estr^njero , y asi debe reda-
rla nuestra literatura. Es dasi desconocida en nuestra patria : por eso nos creemos en
lUigacion de dar cuenta de ella y del resultado de nuestro examen y estudio» No es
compendio como el de Goldsmilh : tampoco es una historia : es mas bien un tratado
ire la historia romana , y estamos seguros que después de leido y estudiado se leerán
iitodiarán con mucho fruto los historiadores romanos.
Empecemos por un punto que el Sr. Silvela examina con suma sagacidad, y es el
la potencia lejislativa del pueblo romano. Todos convienen en que la ciudad, reuní-
en comicios, ejercía el poder lejislativo ; pero el autor cree con la autoridad de Dio-
io de Ualicaroaso y de Livio que su facultad en esta parte no fue omnímoda y abso*
K basta la ley del dictador Publilio Filón , por la cual se hicieron los plebiscitos obli-
orios para todas las clases del estado. Dice, pues, que antes de esta ley los plebisci-
DO obligaron á los senadores, y que en los primeros tiempos de la monarquía* y de
república el Senado sancionaba y convertía en ley las detennioaciones del pueblo: lo
3 es muy conforme tanto á las espresiones de los bistoriadoros ya citados, como á la
«Nrídad oue Rómillo quiso depositar en el Senado, y á la que esta corporación aristo-
tica se abrogó cuando, espelidos los Tarquinos, cayó en su mano todo el gobierno de
la república. No somos de su misma opinión en cuanto á que se decidiesen en el Senado
todos los negocios judiciales ; pues en la célebre causa de Horacio el hijo , no se reco-
noció mas autoridad que la del tribunal del rey y la del pueblo, al cual apeló aquel ilus-
tre delincuente. Parece cierto que por la constitución de Rómulo, el supremo poder ju-
dicial , en los casos de apelación, residia en los comicios. Después los tribunos de la ple-
be lograron que se estendiese á los casos de primera instancia.
£1 Sr. Silvela toca, aunque levemente, uno de Ins puntos mas importantes y menos
conocidos de la constitución de Roma, cual es el de la cotnposicion del Senado. Sabido es
que durante muchos años, este cuerpo, que era como el cimiento de la república, se
componía de individuos de las familias patricias, y que su dignidad era hereditaria , vi-
talicia y esclusiva. Mas aim asi faltan muchas cosas por saber acerca de la manera de
ser recibidos en el Senado los que tenian derecho para ello.
Parece, y el mismo autor lo cree cierto, que la constitución reservaba á los reyes el
derecho de dar á las familias la dignidad senatorial, y de convertir los plebeyos en pa-
tricios. Rómulo nombró los cien primeros senadores; él ó Tacio . rey de Cures, oíos
dos de común acuerdo elijieron los otros ciento de la nación sabina que se agregaron
después de hecha la paz entre los dos pueblos; y Tarquino el antiguo el tercer ciento,
que se llamó de las familias menores. El número de senadores quedó fijado á trescientos
durante muchos años. Pero después de abolido el trono, ¿quién tuvo el derecho de nom-
brar para las plazas de senadores que vacasen por la estincion de alguna familia patrida?
¿fueron los cónsules, el Senado mismo, ó el pueblo? ¿Y en este caso era preciso nombrar
el nuevo senador de los colaterales de otra rama patricia, ó era lícito elejirle de noa
familia plebeya? ¿Qué se hacia , ^n fin, cuando el censor degradaba á alguno de la clase
de senador? ¿Se dejaba su plaza vacante hasta que se restableciese en otro censo, cuando
ya hubiese correjido su conducta , ó bien no era permitido dejar va<:as las plazas de do-
tación del Senado.
Otra dificultad ocurre combinando la teoría delasucccsion éntrelos romanosconlos
principios de la institución senatorial. Se sabe cuan sagrado era en aquella república el
derecho de adopción. ¿Se estcndia también á la dignidad de senador, de modo que on
patricio adoptando á nn plebeyo, le hacia heredero de su dignidad ? ¿Quedaba privado
de ella el hijo de un senador, si era desheredado ó adoptado en una familia plebeya? Na-
da sabemos sobre estas cuestiones; la única noticia que se nos ha conservado es que los
hijos de los senadores, antes de sor recibidos en el Senado, asistían á sus sesiones en ca-
lidad de oyentes y se les encar^^aba el mas inviolable secreto.
Pero llegó en fin un tiempo en que la composición del Senado sufrió modificacio-
nes mas notables. En la larga lid que sostuvo la plebe contra el cuerpo patricial para qoe
se la hiciese participe de las majistraluras de la república, hubo una especie de transac-
ción en que los plebeyos cedieron el nombre y los patricios el poder. Establecióse «rae
no se nombrasen cónsules^ dignidad que los nobles querían esclusivamento para si, sino
tribunos militares con poteslad consular^ que fuesen en mayor número que dos (y tal vez
llegaron hasta ocho) y que pudiesen ser nombrados los plebeyos para este destino. Al
pricipio no lo consiguieron : el pueblo no se atrevia á nombrar personas no acostumbra-
das al mando, hasta que las sujcstiones de los tribunos de la plebe y el mérito recoDOci-
do de algunos plebeyos consiguieron que se les pusiese al frente de la república*
Ahora bien , el nombre no hace al caso: los tribunos militares eran entonces la ma-
jistratura superior; pues ejercian la potestad consular; por tanto convocaban y presidian
el Senado. Viéronso, pues , por necesidad al frente de esta corporación hombres plebe-
yos. ¿Eran tenidos por senadores? ¿Ejercian esta autoridad durante toda su vida? ¿La
dejaban en herencia d sus hijos? Parece que sí, al menos si hemos de juzgar por lo que
sucedió después cuando se abrieron á la plebe las puertas de todas las majistratnras en
la última dictadura de Camilo.
Pero aun todovia quedan otras cuestiones no resueltas. Claro es que las dignidades
de pretor urbano, de cónsul y de dictador traían consigo como un resultado necesario
la entrada en el Senado, Pero ¿sucedía lo mismo con las preturas de provincia , la coa^
tura y la edilidad urbana? Tampoco lo sabemos.
Cuando después de los tribunados de ios Gracos cesó el imperio de la ley, y empeló
el de los procónsules ; cuando los senadores dejaron de ser notados por la censura , y
[ií7]
«mpezaron á ser degollados y proscritos por los ^efes de los partidos, no es tan impor*
iDte ni tan dificil saber lo que sucedió. Mario , Sila, César y Augusto , después de mu-
ilada aquella ínclita corporación por medio de las proscripciones , la restableeian con
US amigos y allegados. Esto se concibe fácilmente. Lo arduo es dar una bistoria com-
pleta y exacta de la ley política de Roma , relativa á la composición del Senado. No be-
nos querido omitir estas dudas, porque nada es sin interés de cuanto pertenece á una
ofititucion , desconocida en los pueblos de oríjen griego , y á la cual debió el romano
a fisonomía peculiar, que ya en mal ó ^a en bien , le distinguió entre los pueblos de la
loligüedad.
ARTICULO n.
V
ENGAMOS ya á una de las materias mejor tratadas en este libro , á saber : el orijen
le la lejislacion política de los romanos, tan alabada por Dionisio de Halicarnaso, á
:uyos ojos Rómulo no fue solamente un béroe , sino un sabio y casi un dios. £1 señor
le Sílvela cree que la mayor parte de estos elojios y de esta admiración es debida á los
foscos, pueblo de civilización mas antigua que los romanos. cComunicando, dice, los
tMCoa y tirrenos en los siglos que precedieron á la fundación de Roma con los pue-
Uos mas sabios del Asia , el África y la Europa , el estado de su civilización no era in-
biior al que presentan estos diferentes pueblos en aquella época : si los romanos acu*
lieroD á los etruscos para las principales construcciones , con que adornaron la na-
neóte capital del mundo : si de ellos tomaron , según Floro , las fasces y las enrules,
• pretesta y losánulos, es decir, el orden gerárquico de la majistratura y susinsig-
lias : si de ellos recibieron los auspicios y agüeros , es decir, casi todo el fondo de su
rclijion.... ¿por qué no nos será permitido , como conforme á todas las reglas de buena
critica , suponer que de los mismos etruscos recibieron los romanos una buena parte de
manto en su organización social, su lejislacion y su política admiramos con razón en
la historia de los primeros tiempos de esta ciudad famosa?....»
Esta reflexión tiene para nosotros mucba fuerza , y no podemos dejar de mirar á
loa romanos como los alumnos de los etruscos que les fueron anteriores en civilización.
Bo cuanto á la organización política, la naturaleza ba impreso un mismo tipo para
todos los pueblos que empiezan. Rey , Magnates y Pueblo: be aquí los tres elementos
generales del poder en todas las naciones al empezar su carrera política ; bien sea en
los bosques de Germania , bien en los lagos del Norte-América , bien en los pensiles
M Asia , ó en los arenales de la Arabia. Esta es la forma de gobierno que sucede siem-
bre á la primitiva y patriarcal , por la razón incontestable de ser la que mas se le acerca.
Esplica después el autor con mucha sagacidad el oríjen del espíriiu belicoso de los
*OBUinos. cTan difícil ere que Rómulo hiciese admitir á los hombres de quienes se ro-
teó un despotismo sin freno , como imposible el que de repente estableciese entre
dios todas las instituciones y artes pacíficas de los etruscos , y con ellas el principio de
MPOtperídad de su colonia naciente.... Hombres cuyo título de adquisición era la fuer-
ai, y que con ella debían procurarse mujeres , terreno, producciones del suelo y de la
odostría : hombres que por consiguiente no podían menos de ser un motivo de inquie-
nd continua para sus vecinos , estaban reducidos por la necesidad de su situación á no
Ifjar las armas de la mano , y á formar una asociación guerrera que debía ser entera-
Dente exterminada , ó acabar al fin por dominarlo todo.»
Hablando del reinado de Numa , dice : «el sabio autor del Espíritu de las leyes no
ee ha parecido ni tan justo ni|tan profundo, como lo es ordinariamente, cuando habían-
lo de este príncipe se contenta con presentarle como muy á propósito para haber dejado
i Roma reducida á una oscura mediocridad. En mi entender, el reinado largo y paci-
loede Numa fue hasta necesario para que Roma dejase de ser y parecer un campo de
Mitalla , una asociación pura de guerreros condenada por necesidad á perecer ; y para
[ve en las dulzuras déla paz se formase una generación nueva, que mas accesible y
DÉoeJable se prestase á la feliz transición qne debia convertir el salteador en propie-
ario , el bandido en soldado , el hombre violento y brutal en subdito de la ley , en ciu-^
[118J
dadano.... Sin el dios Término y la Buena fé, Júpiter Estator no habría bastado á de-
fender el capitolio....» Estas reflexiones nos parecen muy exactas : la filena sola no
crea naciones, ni puede existir orden social sin creencias.
Son también muy atinadas las observaciones del autor acerca de la dictadura: cno
vio el pueblo , dice, que el nombramiento de un majístrado revestido de todos los po-
deres era conm la elección de un rey absoluto.... Xo obstante, aunque el pueblo toe
en el principio atraído artificiosamente á lo que no conocia , como el éxito justificó las
ventajas de la institución , puede con razón decirse que la sostuvo la esperiencia de so
propia utilidad ; y si bien por un lado esta utilidad, nunca desmentida bástalos úlkiiiios
y mas corrompidos tiempos de la república , es por decirlo asi , una confesión , un ciato
testimonio de la insuiiciencia , del peligro de los gobiernos populares, también por otn
parte la bistoria de los dictadores, que reprimidos por la corta duración de su majistra-
turn , jamas abusaron de su ilimiUido poder , prueba la necesidad de que instituciones j
leyes sabias refrenen la facilidad de abusar que lleva consigo un poder sin límites.» Ea
efecto la dicludura fue siempre saludable en Uoma : dejó de estar en práctica cuando
cesaron los peligros , ya de los enemigos esteriores , ya de las discordias intestinas ; y
cuando estas volvieron en los tribunados de los Gracos, no se pensó en recurrirá aqudla
antigua institución , que ya hubiera agravado el mal en vez de correjirlo. Habiánse per-
vertido las costumbres ; y si se presentaban algunos varones, muy raros á la verdad, á
los cuales pudiera haberse coniiado sin peligro el poder absoluto, ¿qué podían em-
prender contra la dictadura de ¡techo que minaba los cimientos de la libertad romana, á
saber ; contra el proconsulado? Los hombres mas virtuosos de los últimos tiempos de la
república, los Mételos , los Catones , los Cicerones nada podian contra la prepotencia
do los Marios , Silas, Pompeyos y Césares, elevados succesivamente al poder por una
clientela numerosa , ávida de dinero y turbulenta. Ya no quedaba ningún lugar pan
la virtud.
No hubo, pues, en aquellos aciagos días dictadura legal : el poder giraba de mas
manos á otras á merced de la violencia y de la astucia , dejando en todo el imperio
sangrientos vestijios de su ira. Es verdad que Lucio Cornelio Sila tomó el titulo de dic-
tador ; pero esta palabra nada añadió al poder de aquel hombre que había diezmado
impunemente la república con sus tablas de proscripción. César tomó dos veces el mis-
mo título , y le gozaba cuando fue asesinado ; pero la primera había ya arrojado á
Pompeyo de Italia, y la segunda cenia los tristes laureles de Farsalia, de Tapso y de
Munda. Estos dos hombres estraordinarios adoptaron un nombre que se liallaba consa-
grado en los fastos de su nación; pero no debieron á él , como los Camilos y los Fa'.
bios , ni su poder ni su autoridad.
Augusto, mas cobarde y mas precavido , aparentó respetar el ridículo decreto que
dio el Senado después de la muerte de César, aboliendo la dictadura, y creyendo necia-,
mente que se destruía la tiranía destruyendo las letras con que se escribe una palabra.
£1 hijo adoptivo de este grande hombre quería mandar, bajo un título desconocido, á
los antiguos romanos para que se ignorasen los límites de su poder; y asi insistió en
los dos nombres de príncipe y de emperador , que hasta él no fueron mas que honorí-
ficos, y que él convirtió en majistratura suprema. El de emperador ó general victorio-
so era conocido de las tropas: el de príncipe, en el Senado. Asi reunió la fuersa poli-
tica y la militar , sin que ni él ni sus succesores echasen nunca menos el t-itulo de
dictador.
El Sr. Silvela parece creer (|ue el Senado nombraba este majístrado y el pueblo
conGrmaba el nombramiento. Pero en los tiempos de Lucio Papirio Cursor no sucedía
asi. Según la narración de Tito Livio el Senado daba un decreto ó senatus-consulto ,
por el cual declaraba que se debia nombrar dictador : mas quien había de nombrarle
era uno de los cónsules , bien que el Senado le indicaba oticiosamente á quién gustaría
que se elíjiese. La ceremonia se hacia de noche y en silencio , como para indicar el
de las leyes al crear un poder tan estraordínario , y el cónsul pronunciaba el nombre
del elejido con la mayor solemnidad.
Es verdad que el célebre Quinto Fabio Máximo, cuya prudente circunspección salvó
á Roma después de la rota del Trasímeno , recibió del pueblo la dignidad dictatoria};
pero no en propiedad. Tito Livio dice que, muerto uno de los cónsules en la batallat
[119]
liando ausente el otro, y no pudiendo enviársele mensajero ni carta por hallarse Italia
cupada por los ^ércitos carlajineses, y no jmdiendo el pueblo crear dictador , se recurrió
uo arbitrio no usado hasta entonces , y fue que el pueblo creó por dictador á Quinto
abio Máximo , y general de la caballería á Quinto Minucio Rufo. Los dictadores or->
inarios creaban este lugarteniente: mas no se permitió su nombramiento á un dicta-*
or en comisión; y aun mas adelante repartió el pueblo toda la autoridad entre el gefe
el subalterno: lo que no podría haber hecho con la dictadura en propiedad.
Parece, pues, que al Senado tocaba mandar por un decreto que se nombrase dictador;
á uno de los cónsules, el que designase el Senado, clejirle y crearle, sin mas limita*-
íon que la de que hubiese de ser varón constdart ó que hubiese ejercido el consulado:
ae el dictador asi creado nombraba su lugarteniente con el titulo de general de ia
iballeria; y que su autoridad no reconocía otros límites sino el de no poder salir de
talia y no tener mas que seis meses de duración.
ARTICULO lU.
E
L Sr. Silvela cita la tercer dictadura de Mamerco el ano de 5*29 de Roma, como he-
ha por el pueblo, en satisfacción de la injuria que había sufrido de los censores, de-
[rodándole poco antes hasta la clase de erario. Es verdad que en aquella ocasión elpue-
ilo pidió á gritos la dictadura indignado contra los tribunos militares con potestad
«insular, derrotados por los veyentinos á causa de la desunión que había entre ellos.
Sa muy verosímil que los romanos designasen por dictador á Mamerco , el mas escla-
ecido guerrero que tenía entonces la república ; pero era tan grande en Roma el res-
leto á la parte ceremaníal'de las leyes, que no se atrevieron á nombrarle por no haber
dmtules aquel año , hasta que los augures decidieron que podía ser nombrado el dicta-
[or por tribuno militar. Aulo Cornelío Coso , tribuno á quien había tocado el gobierno
le la ciudad , fue quien nombró á Mamerco.
Reiiríendo la muerte de Tiberio (jraco, primer triunfo sangriento, primer víctima
le la violencia brutal en las disensiones civiles de que fue teatro Roma , espone los pa-
os por donde esta república , corrompida por la victoria y la opulencia , pasó de la
»rimera aristocracia esclusiva á la del mérito y de los servicios, y malogró esta reforma
on la perversidad délas costumbres. Comparando una nobleza con otra dice: cá una
lobleza virtuosa succedió una nobleza ríca que empezó á defenderse de diferente modo.
41 primera oponía sus virtudes y se defendía por el respeto : la segunda corrompió con
n oro , armó el pueblo contra el pueblo y comenzó á querer suplir con el terror aque-
ta augusta consideración que poco á poco iba dejando de inspirar. »
Tiene mucha razón el Sr. Silvela en mirar la guerra social como una <a de poli-
Ica y de justicia en el Senado de Roma. Los campanos, samnítes , marsos« daunos y
pillos peleaban al lado de las lej iones romanas en todos los campos de batalla adonde
M llevaba la política y la ambición de los dominadores del Tiber. ¿Con qué apariencia
e justicia se negaba el derecho de ciudadanía en Roma á los que contribuían tanto
orno los romanos mismos, ó quizá mas, al engrandecimiento del imperio? Y ¿podia
BT conveniente á los intereses del Senado una guerra en que toda la sangre que se der-
unase había de pertenecer á la república? ¿Y cuál era el deiíLo de aquellos pueblos
ino el deseo de ligar su suerte á la de Roma con mas intimidad? ¿Qué daño podían
acer desterrados , por decirlo asi , á las últimas tribus de ciudadanos? Roma les con-
edería muy poca intervención política en su gobierno ; y sin detrimento del imperio
inaban ellos mucho con las prerogativas y los derechos civiles inherentes al titulo de
íudadano romano.
Acaso no ha habido en los anales sangrientos de la historia ejemplo de guerra seme-
laU}, emprendida no con el objeto de conquistar ó de defenderse, sino de perder la
idependencia propia por pertenecer á una nación estrafia. Esta reflexión daba nuevas
lenas á la solicitud de los aliados , y parecia justificarla aun á los ojos de los mismos
únanos. Asi es que fue emprendida con disgusto del pueblo , continuada sin tesón y
incluida apenas se hallaron medios decorosos para hacer la paz con cada uno de los
filOl
bonpfirio qiio con ellos podri.in ndqtiirir liast.i la espora dol rfH^mbolM»? Ob!U.'rvi>M
tpic niuhi so hnbln del interés df>l empnmilo , y es muy verosimíl que no se le asif^
u6: primero, ponpie en a((nellos t¡einpf)s se hubiera tenido por iisiim: RPfnimIo,
porque ú haberlo asijrnado no desaproverharia el rey esta raxon plausible para dís*
culpar su eondiicta cuando ecli6 mano de otras visiblemente desatinadas.
La verdad es que Enrique II se hallaba esrasisimo de dinero despneii de b
cruel (Tuerra (*¡\¡] (pie puso en su frt^nte la corona, después de las morceJei
onerosas al pueblo y al estado que hubo de hacer A los nobles que habían se-
{;uido su causa , después, en fin, de las cuantiosas sumas que pa^^ó al cuerpo aii\i-
¡iar francés que mandaba el célebre l)u^uese|in. Ademas de las necesidades irorrien-
tes del erario se vio en la n(M?esidad de emprender una fcuerra dispcMidiosa , aanqae
feliz, contra Portugal. >'o podian aumentárselos tributos á los pueblos abnimailos
de las carjrns onlínarias v enflacimTidos por la {ruerra. Uecurrió, pues, al empré^
tito como un medio de salir del apuro. Sus razones eran malas; pero la necesidad
del dinero era urjente y reconocida. Por eso .se sufrió no solo el gravamen, sino
también la pésima jurispnidencia con que se quiso justifu^ar.
La pelicitm XHl y su respuesta prueban la situación triste de la corona en nqne*
lia época. Los procuradores se quejan de liabcrse enajenado del señorío del rey mu-
chos lujrares, villas y ciudades, y pasado al dominio de los ricos hombres, caballeros,
escuderos y ricas fembras, y piden que \uelvan A la corona , ó lo que era lo mismo
en aquellos tiempos en toda Kuro|>a , al imperio de la ley y del derecho coman.
El rey les responde : c fasta aqui non pod irnos e.scusar de faser merced á los qne
nos servieron (en la (ruerra ci\íl contra su bermano l>. Pedro). Promete paralosne-
cesivo observar el principio tutelar de la conserva(^ion de h>s bienes de la comna.
En otras peticiones se conoce el abuso (pie haciaii de su poder los ricos hombres
y demás privilejiados; echaban tributos arbitrariamente en las aldeas y arrabala
ele los pueblos realengos ; pretendían que su estendiesen las franquicias y priTÍlcjkM
(pie {rozaban d sus paniaguados (comensales]; cxijian el derecho de yantar y otros
tributos de los vecinos de algunos pueblos nsilengos so ndor de que eran vasalhn
suyos , aunque domiciliados en sitios sometidos á la jurisdicción real ; inipcdian en
estos sitios el ejercicio de la justicia del rey , y procuraban introducir su dominio
particular ; en fin , se apoderaban de parte del territorio de las poblaciones perte-
necientes al rey, fundaban en (^llas fortalezas y evijian tributos, siM'iahidamente fie
portazgos. El rey respondió lo mas favorablemente que podia á estas peticiones, T
se conoce en las respuestas el temor (pie tenia , cuando aun no estaba bien consoli-
dada su aiitoridad, de chocar de frente con las pretensiones y demasías de los ricos
hombres.
La petición IV se repitió en otras Cortes del mismo siglo y del anterior ; porqae
los revés solían enviar coartas y (ordenes para que las mujeres se casasen con los hoah
hres designados en dichas cartas, i). Enri((ue dijo en la respuesta que, segun
torio á todos , jamas había dado cu esta materia cartas de órilen , sino solo de
mendacion. En Inglaterra en los mismos tiempos era iú rey arbitro de las beredens
nobles y ricas, huérfanas de padre, en cuanto á los enlac(>s. Era imposible qneet
aquella época de predominio feudal dejase de tener la corona alguna intcrveacioa
en esta clase de contratos , que podia aumentar el poder y riquezas de los vasallos
que se manifestaban hostiles al rey , 6 de los que eran sus servidores. En el dia h
ley ó la costumbre de España es que los grandes casen en virtud de permiso real.
Concluiremos nuestras observaciones con ]a partición relativa al voto de Santit"
go. Los procuradores dicen cque en todos los tionipos pasados nunca le pagaron ea
algún lugar de nuestros regn(»s , salva en algunos lugares del regno de l..eon quepa*
gabán cada pechero que labrase con bues, seis (celemines da pan ^ non otra'oofla«...4
Sueños pedían por mercet que pues en algunos de los tiempos pasados non sedemaa
ara , nin cojiera , nin pagara el dieho irebiUo ^ que agora demamlnhan mtevatñenuiéékkB
proairador del arzobispo de Santiago^ édean éoabillo , que lo non o viesen.... que Dioanoa
quBria (pie ninguno diese limosna contra su voluntad.»
Estas palabras son terminantes, y sí les hemos de dar entero crédito, deberá QaiflB
en el siglo XIV la introducción y geqerali^Kicion del voto de Santiago b^o la fonaut qae
¡ó después. El rey refspnniUó áoftta |>elíc¡on «que pues el pleito oslaba peiidioiüe eii
idíenría real, <|ue lo lihrent se|[;iiii que fallaren por derecho. » En efeclo los procu«
re« de Avila i»e habían provisto ante dicho Iríbunal c<Mitra las prelcn^iones de la
ia y arzobispo du Saniia^^o. Esta petición es u.i niu^vo dato pie debe añadirse á
iH eoino se han reunido para reiolver la célebre cuesilíou histórica del voto de
iogo.
ARTICULO I.
ÍS doeuinenti>» que contiene este cuaderno son el ordmamlnUo de ChanriUrria , hecho
as Corles de Urir<;os de 157 i, y otro hecho en las (Vjrles de B'írg.is de 1370 acerca
M deudas de los judíos. Ambos pertenecen al reinado de Enr¡(|Uc lí.
El preáuib'ilo del priint^ro tirne la ^ingnlaridad de no citar las Cortes, ni enumerar
i|iie asistieron á ellas , ni sejruir en la redacción de las leyes la forma ordinaria de
eiones y respuestas ; de modo que á no decirse en el iMicabezamiento que esta ley
iiancilleria fue hecha en las Corles de üúrg^os, se tendría mas bien por un decreto
, que por un xi*^lameuto hecho en (V>rles.
El rey dice en el preiimbulo : cs(*|)ades que por razón que no fue dicho que al^u«
de los nuestros oficiales de la nuestra corle, é de las dichas cibdades é \ illas é íu-
<8 de los nuestros r4*f|:nos, que usaban de sus oficios como non <leb¡en.... de lo cuál
nejaron de ello al}^u nos nuestros vas^illos é otras personas, es la nuestra mércetele.»
luiifhi que no si* hace mencitm de quejas ni de pelici(mes de los procuru<lores de
leii, como en otros ordenamientos. Solo se ennnci-j v\ abuso, sin nombrar ni ca*
ar á los (fenunciadoivs. Después del pre«imbuh) comion/..in las leyí»s.
Este ordenamíenloes muy á propósito para dará con ic(*r las costumbres diplomá-
s de aquella épora , y los medios de obviar los abusos (]ue se liahian introducido
el desorden de los tiempos anleriores. Los oficiales t!e cháncillería , notarios y
¡baños ludiian aumentado las tarifas de las cartas y alvaláes sobre lo que se pagaba
su expedición en tiempo de Alonso el Onceno, que dio también reglas en esta ma*
I , y á cuyas resoluciones procuró D. Enrique arreglar las suyas.
l^nsta de este ordenamiento , (|ue e\isíió en ('astilla la dignidad de Canciller , ó
"éaMoBx pero nunca tuvo ni el prestijio ni la celebridad que en Francia , Ingla-
■ j Alemania, donde fueron siempre, y aun lo son en el dia, grandes dignatarios
hi corona. Const;i también de la ley tercera que estaban arrendados los derechos de
ncillería : pues se manda que solo el arrendador Uevie caria$ lidiadas , excepto en el
> He deb<*r alguna rantitlad al (Canciller ó ñ sus oficiales ; en cuyo caso podr.in estos
if curtas» en vos derechos asciendan ñ la cantidad de la druda , f'iwii mm.
IKwpues de algunas disposiciones muy minuciosas acerca del lugar donde liabia de
irse y el silio iloiide debia ctdocarse el portero de la cancillería , pasa el Icjisla lor
íialar la tarifa de los derechos de sello , correspondienles á cada especie de alvaláes:
eiiyo motivo enumera estas diferentes especies; lo que hace este documento muy
oso para los que quieran estudiar la antigua forma de nuestra adminislrncion. En»
putas clases de cartas se refieren las de wfldo concedifln por el rey , los alvaláes de
nei de caballeros , de merced otorgada ó de qitiiachn ;eslo t*s , de darsi* el rey por
ido de un servicio ú obligación cumplí<la) de los privilejios y c<mcesiones de \itla;
m ó lugar á alguna persona ^á estos alvaláes se exime de |>agar derechos) : de so*
srlM , que según creemos , eran las órdenes de rep<»sicion de alguna procidencia
iriur reconocida después por injusta ; de tenencias ouceJidas por el re) ; de reutas
rH2i
reñios, de penion , de moneda, esto es, de servicio pecuniario pagftflo^ Seilala des-
pués los derechos que lian de devengar los alguaciles y ballesteros del rey ^ de Im cíb-
tidades que entregaren , ya <le las rentas reales cobradas , ya á ios acreedores maodt*
dos pagar por si^ntcncia judírial.
La ley víjésima de este ordenamiento prnolia que desde el tiempo de Alomo el Oo*
ceno por lo menos , rejia ya el dci'echo pagado por el carcelaje á los carceleros ; exa^
cion que nos parche injuslísima.
\^ cárcel se ha t^stablecido para que la sociedad estuviese segura de que el pre-
sunto reo no se libraría de la pena que la ley ha señalado á su delito, si efertívarornle
es declarado culpable por la sentencia del tribunal. Pero hasta la sentencia no es de-
lincuente, ni acreedor ¿ ningún castigo. Sufre, es cierto, la pérdida de su líberlad:
mas no como una pena , sino como una precaución. Todo lo que agrave este sufri-
miento, yn por sí bast^rnte grave, es un acto de iojustiria.
Supongamos que el preso resultase ¡nocente en la discusión judicial , y qne la sen-
tencia lo declarase así, ¿quién podrá resarcirle el carcelaje , las esposas, los grillos, los
cepos , la mansión en calabozos húmedos y fétidos y tantos otros medios que se haa
inventado para atormentar al que la ley aun no ha declarado digno de penat Consto de
una comedia de (^.añi/ares (El falso JVanrin de PoríugaC) que en su tiempo por lo menoi
se daban cualm cuartos por quitar los grillos al que salía de la corcel. No sabérnosla
costumbre actual sobre esta materia, ni sobre otras relativas á las prisiones. Ptoni
creemos que aun no ha hecho entre nosotros muchos progresos la ciencia adminis-
trativa en el capitulo de las cárceles.
Nosotros reconocemos el derecho de la sociedad á asegurar la persona del presonlo;
pero al mismo tiempo reconocemos y reclamamos del gobierno, representante de la so-
ciedad la estricta obligación de no allijir mas al preso de lo que exija aquel dereelio.»
El gobierno debe pagar los ministros de la cárcel , sus gastos de construcción y reps-
racion, y en iin, cuanto conduzca para lograr la seguridad. ¿Por qué se ha de exijir
del preso el derecho de carcelaje? por ventura , ¿se ha aposentado por su voluntad ea
aquella mansión? Dirán que las cadenas , grillos , calabozos, etc. son necesarios pan
asegurarlo: pero /por qué? Porque no se ha tenido cuidado de construir las cárceh» de
manera, que sin dañar en nada á la salubridad de los tristes que han de habiUrlas,
fuese impo.sible de combinar y de ejecutar todo proyecto de evasión ó de comunicsr
con los de fuera en los casos que la ley exije la incomunicación.
Bástale al encarcelado la pérdida de su libertad, la separación de so fannilia y da
sus amigos, la ansiedad por el resultado del juicio, el enorme precio á que selevea-
den los menores servicios que se le hacen ; mas no se aumente su aflicción. Seaa á
costa del gobierno , no á la suya , todos los medios de precaución que se tomen. El
un principio bárbaro, que si bien se ha borrado de los códigos, subsiste aun eala
práctica, empezar á castigar al que aun no ha sido declarado culpable, desde el omh
mento que entra cu la prisión.
La ley XV'ilI de este ordenamiento trac la tarifa de los derechos que debian llefsr
los escribanos de las ciudades, villas y lugares por los documentos y escritos de difc*
rentes especies. Se restablece el mismo arancel que habia mandado observar el rey
1). Alonso el Onceno , cuyo ordenamiento se inserta á la letra en dicha ley. Ya ea
aquel tiempo habia escribanías y notarías arrendadas , y los arrendadores hablan ao-
mentado arbitrariamente los precios de las escrituras. Este abuso dió oryen ai orde*
namiento del rey I). Alonso.
ARTÍCULO n.
XjL segundo documento , publicado en este cuaderno , contiene las peticiones y bm
de las Cortes de Burgos de 1577 , celebradas por el rey l>. Enrique II. E^le CongrM
fue plenario ; pue^ según el preámbulo, concurrieron á él condes, prelados, ricoi
hombres, hijosdalgo , y procuradores de las ciudades. I)e las personas de alta gerai^
quía , solo $e citan el infante D. Juan , hijo primojénito del rey, y el marqaesdi
Villena.
Esle documenlo ofrece la particularidad que de las leyes que se hicieron entonces
y se comprenden en él , unas fueron á petición de las Cortes , otras se derivaron de la
espontánea voluntad del rey sin excitación alguna. Las materias á que se refieren son
las deudas de los cristianos á los judíos y moros, asunto que volvia muchas veces á las
Cortes, como al Senado de Roma la abolición de las deudas de los plebeyos; la venta
délos bienes de los merinos y de los ricos hombres; e\tracci(m de oro y de otros ob-
jetos fuera del reino ; alcaldías de rentas ; apelaciones á la justicia real. £n muy pocas
Je estas leyes están observados los principios eternos y universales de justicia.
£n la primer petición expusieron las Cortes que por la miseria de los tiempos an-
teriores muchos cristianos, deudores de los judíos, habían firmado en la obligación
del pago cantidades mucho mayores que las recibidas ; y que si se les constriñese á
pagarlas quedaría la tierra yerma y miserable. El rey mandó que se rebajase la ter-
cera parte de las deudas , y que las otras dos se pagasen á plazos bastante largos; que
DO gozasen de este beneficio los que no pagasen á los plazos concedidos; pero que en
ningún caso fuesen valederas las penas contenidas en las cartas de obligación para los
casos de insolvencia. £n la segunda ley , á petición de las Cortes , se prohibió toda
usura Á los judíos y moros. Establecióse también que si el acreedor aseguraba que
toda la cantidad contenida en la escritura de obligación habia sido entregada al deu-
lor, se exijiese juramento á este., y en caso de jurar ser cierto lo que el acreedor
leeia , estuviese obligado á pagarlo todo sin quita alguna: ley absurda , como todas las
|ue colocan al hombre entre su interés y la relijion del juramento; y ademas inútil,
)orque el hombre , incapaz de jurar en falso , es también incapaz de defraudar á su
icreedor. Por la petición XII se restableció la proscripción de seis años para las deudas
le los cristianos á los judíos. Por la X , que no pudiesen los judíos ser mayordomos
le ningún. rico hombre, caballero, ni escudero. Por la XI, se relevó á los ayunta-
BÍeotos de los pueblos 'de la pena de seis mil maravedís de omesiiloj que pagaban antes,
i oo hallaban al asesino de un judío que se encontrase muerto en su jurisdicción.
El rey , de molu propio suyo, prohibió en las leyes 2." y 3." que ni los judíos ni los
Boros pudiesen hacer cartas de obligación por deudas contra cristianos ; que ningún
«cribano pudiese dar fé de ellas; y en una nota, puesta al fin de este cuaderno de
¡arles, añadió que no pudiesen hacerse dichos contratos ni aun con testigos: bien
|ue en la misma nota se revocan estas leyes con respecto á los moros , menos odiosos
(otóoces que los judíos.
Las leyes y peticiones anteriores muestran el estado social de aquella época. La
nasa de la riqueza territorial estaba, aunque muy mal repartida , en manos de los
ristianos : la industria agrícola en las de los moros que vivían sometidos , y la co-
nercial en las de los judíos. Estos eran necesariamente mas ricos, por lo menos en me-
Uíco , y se hallaban mas que los otros en estado de prestar á los cristianos , que ge-
lanlmente tenían necesidad de numerarios: los propietarios, porque apenas alcanzaban
08 rentas para el lujo de vanidad que tenían que sostener en la corte ; los pobres, por
is necesidades continuas que les acarreaba su situación , aumentadas con el estado de
aerea perpetua contra los moros, y no pocas veces de guerra civil ; y losayuntamien-
ocy órdenes militares, por los gastos continuos de armamento. La exactitud de los ju-
los en sus cuentas, que en ellos era una virtud necesaria, y mas que todo, la facili-
ad con que anticipaban capitales al gobierno y á los señores, hizo que casi todos los
oipleos de hacienda pública y las tesorerías y inayordomías de los ricos hombres caye-
en en sus manos. Reunieron, pues, por el comercio, por la administración de rentas
por sus préstamos grandes caudales. Eran despreciados : estaban condenados al ilo-
ismo político y civil ; pero poseían casi todo el comercio del reino.
Este estado de cosas duró hasta el siglo XIV. Entonces empezó á no ser profesión
alusiva de los castellanos la de las armas. Algunos se dedicaron á las artes : otros
1 comercio , aunque sin el conocimiento y la economía propios de los israelitas. Las
eodas se aumentaron en las turbulentas minorías de Fernando IV y Alonso XI: em-
eiaroo á ser primero envidiados y poco después odiados los acreedores. Pidiéronse en
is Cortes no una sola vez , rebajas de deudas. Alonso XI las concedió : los judíos , por
lioseguridad del pago, aumentaron el interés del dinero prestado, y por tanto, la
ificultad del pagamento , y el odio y la aversión universal contra ellos. Enrique II en
15
las (fortes de que damos cuenta en este artículo , privó do fuerza legal á los contratos
de deudas de los judíos contra los cristianos. Nosotros consideramos como efecto de
esta ley absurda la efervescencia del odio contra aquella infeliz nación , que se roani»
festó en los siglos WV y XV en sediciones, tumultos y matanzas.
£n efecto , aquella ley no impidió que los judíos fuesen ricos ; pues el mismo En-
rique que les prohibió ser mayordomos de los grandes señores, los conservó en laad*
ministracion délas rentas reales , y ademas no podían quililrselcs los beneficios que
reportaban del comercio. Nada, pues, perdieron de su opulencia; pero no fueron ya
prestamistas, porque mal se atreverían á prestar sin la garantía del- pago, que la ley
les babia quitado. £1 pueblo miserable , fanático , y que hasta entonces los habla to-
lerado , porque encontraba en ellos auxilio para sus necesidades , comparaba so pro-
pia miseria con la riqueza que suponía , y no sin razón, en una raza contraria ademas
por su creencia relijiosa. Empezó á escandecerse contra ella. A los homicidios parti-
culares , que debieron hacerse mas comunes después de suprimida en estas Cortes la
garantía del omesillo^ succedieron los degüellos en masa y los saqueos de las juderías ea
las grandes ciudades, y llegó el furor á tal estremo, que los reyes católicos D. Fernando
y Doña Isabel , monarcas firmes , pero prudentes, no hallaron otro remedio al espíritu
de sedición que tomaba por motivo ó por pretesto á los judíos, que espelerlos del reino.
Nosotros observamos que en los tiempos anteriores á la ley de Enrique 11 , los cas-
tellanos, sin ser menos fanáticos, sin despreciar ni odiar menos á los Judíos como
enemigos de la relijion, nunca sin embargo los persiguieron ni les hicieron mal : antas
bien vivían con ellos en buena armonía. Deben, pues, atribuirse el furor y los desór-
denes posteriores á la ley que rompió el único vinculo social entre cristianos ó israe-
litas, á saber : el auxilio que recibían los primeros de los segundos por medio de los
préstamos.
La petición lU de estas Cortes revela una costumbre tan estraordinaria como in-
justa. Los bienes de los deudores de la corona, después de apreciados , so vendían á
las personas pudientes que el rey nombraba , y que no podían escusarse de comprar-
los. Las Cortes piden que cese esta arbitrariedad y que se vendan á pública subasta.
D. Enrique accedió á esto , pero añadió que en caso de no hallarse comprador voluo-
tario que diese el precio conveniente, se obligase á comprarlos á los mas t*ico$ éabonaé»
del pueblo.
Iltzose también rebaja á las deudas del pan del año anterior que había sido escasí-
simo, tanto que en él se había obligado al deudor de una carga de pan á pagar por
ella seis cargas. El rey mandó que estas deudas so pagasen en dinero al precio que te-
nia el pan cuando se contrajeron.
I^s leyes de la petición V y Vi son mas justas. La primera manda que los merinos
no persigan sino en virtud de querella ó eu los casos infragranii. Por la VI promete el
rey solicitar del Papa que no nombre para lus beneficios del reino eclesiásticos estran-
jeros. La ley de sacas de In petición Vil adolece de los vicios comunes á todas las de
su especie. La mas importante y justa de cuantas se hiciron en estas Corles es la de la
petición XIII. £1 rey toma bajo su protección á todos los vasallos de los señorea que
apelen á su tribunal. Este derecho de apelación ha existido siempre en España, y que-
rían barrenarle los nuevos agraciados por las célebres mercedes enriqueñas, maltratan-
do á los apelantes.
[115]
COMPENDIO
DE LA
IHIASTA L@® TDI[^Jaí>@@ ©H Ay@(y)§T@
por W. iHanuel Sitoela^ — ^.^^ /éjj,.
ARTÍCULO I.
CáSTA obra fue escrita por un español íastruido, á quien las tempestades políticas de
nuestra patria arrojaron á paises eslranjeros, y fue escrita en una época en. que ya po-
día juzgarse con imparcialidad el pueblo y la república de Roma. En el primer tercio
del siglo XIX no eran ya de moda ni las ridiculas declamaciones de Mercier contra el
espirita dominador de la ciudad del Tiber , ni la manía de tomarla asi á ella como á
Atenas por modelos de los gobiernos libres ; manía que produjo el hermoso verso de
un poeta francés del tiempo de la revolución:
¿Qui me delivrera des grecs et des romains?
Salgamos ya de griegos y romanos.
Los progresos del espíritu filosófico y el estudio de la historia, emprendido en nues-
tros días sin pasiones, han enseñado que no era muy de envidiar, y sobretodo, que no
es aplicable en nuestras sociedades modernas la libertad de que se gozaba en las anti-
guas repúblicas, y que si Roma conquistó el mundo, este resultado fue producido por
la necesidad y no por la elección.
El Sr. Sil vela se hallaba, pues, en situación de juzgar mejor que los compendiadores
de la historia romana que le habían antecedido; y asi, su obra es mejor en nuestro en-
tender que las que hasta ahora poseíamos de la misma clase; y creemos que tiene mucha
razón cuando dice en el prólogo : « me queda la convicción intima de que son peores
cuantos (libros) conozco en su género.»
Es obra orijinal de un español , aunque impresa en pais estr^njero , y así debe recla-
marla nuestra literatura. Es Casi desconocida en nuestra patria : por eso nos creemos en
la obligación de dar cuenta de ella y del resultado de nuestro examen y estudio. No es
un compendio como el de Goldsmilh : tampoco es una historia : es mas bien un tratado
sobre la historia romana , y estamos seguros que después de leido y estudiado se leerán
y estudiarán con mucho fruto los historiadores romanos.
Empecemos por un punto que el Sr. Silvela examina con suma sagacidad, y es el
de la potencia lejislatíva del pueblo romano. Todos convienen en que la ciudad, reuni-
da en comicios, ^ercia el poder lejislativo; pero el autor cree con la autoridad de Dio-
nisio de Ualícaroaso y de Lívio que su facultad en esta parte no fue omnímoda y abso-
luta hasta la ley del dictador Publilio Filón , por la cual se hicieron los plebiscitos obli-
gatorios para todas las clases del estado. Dice, pues, que antes de esta ley los plebisci-
tos no obligaron á los senadores, y que en los primeros tiempos de la monarquía>y de
la repikbliea el Senado sancionaba y convertía en ley las determinaciones del pueblo: lo
que es muy conforme tanto á las espresiones de los historiadoros ya citados, como á la
autoridad que Rómillo quiso depositar en el Senado, y á la que esta corporación aristo-
crática se abrogó cuando, espelídos los Tarquinos, cayó en su mano todo el gobierno de
la república. No somos de su misma opinión en cuanto á que se decidiesen en el Senado
todos los negocios jndicíales ; pues en la célebre causa de Horacio el hijo , no se reco-
noció mas autoridad que la del tribunal del rey y la del pueblo, al cual apeló aquel ilai-
tre delincuente. Parece cierto que por la constitución de Rómulo, el supremo poder ju-
dicial , en los casos de apelación, residía en los comicios. Después los tribunos de la ple-
be lograron que se estendieso á los casos de primera instancia.
El Sr. Silvela toca , aunque levemente, uno de los puntos mas importantes y menoi
conocidos de la constitución de Roma, cual es el de la composición del Senado. Sabido es
que durante muchos años, este cuerpo, que era como el cimiento de la república, se
componia de individuos de las familias patricias, y que su dignidad era hereditaria , vi-
talicia y esclusiva. Mas aun asi faltan muchas cosas por saber acerca de la manera de
ser recibidos en el Senado los que tenian derecho para ello.
Parece, y el mismo autor lo cree cierto, que la constitución reservaba á los reyes el
derecho de dar á las familias la dignidad senatorial, y de convertir los plebeyos en pa-
tricios. Rómulo nombró los cien primeros senadores; él ó Tacio , rey de Cures, ó los
dos de común acuerdo elijieron los otros ciento de la nación sabina que se agregaron
después de hecha la paz entre los dos pueblos; y Tarquino el antiguo el tercer ciento,
que se llamó de las familias menores, £1 número de senadores quedó fijado á trescientos
durante muchos años. Pero después de abolido el trono, /quién tuvo el derecho de nom-
brar para las plazas de senadores que vacasen por la estincion de alguna familia patricia?
¿fueron los cónsules, el Senado mismo, ó el pueblo? ¿Y en este caso era preciso nombrar
el nuevo senador de los colaterales de otra rama patricia , ó era licito elejirle de una
familia plebeya? ¿Qué se hacia , -en fin, cuando el censor degradaba á alguno de la dase
de senador? ¿Se dejaba su plaza vacante hasta que se restableciese en otro censo, cuando
ya hubiese correjido su conducta , ó bien no era permitido dejar vacas las plazas de do-
tación del Senado.
Otra dificultad ocurre combinando la teoría déla succesion éntrelos romanos con los
principios de la institución senatorial. Se sabe cuan sagrado era en aquella república el
derecho de adopción. ¿Se estendia también á la dignidad de senador, de modo que un
patricio adoptando á un plebeyo, le hacia heredero de su dignidad ? ¿Quedaba privado
de ella el hijo de un senador, si era desheredado ó adoptado en una familia plebc^ra? Na-
da sabemos sobre estas cuestiones: la única noticia que se nos ha conservado es que los
hijos de los senadores, antes de sor recibidos en el Senado, asistían & sus sesiones en ca-
lidad de oyentes y se les encar^raba el mas inviolable secreto.
Pero llegó en fin un tiempo en que la composición del Senado sufrió modificacio-
nes mas notables. En la larga li<l que sostuvo la plebe contra el cuerpo patricial para qae
se la hiciese partícipe de las majislraluras de la república, hubo una especie de transac-
ción en que los plebeyos cedieron el nombre y los patricios el poder. Establecióse que
no se nombrasen cónsules^ dignidad que los nobles querianesclusivamento para sí, sino
tribunos militares con potestad constdar^ que fuesen en mayor número que dos (y tal vez
llegaron hasta ocho) y que pudiesen ser nombrados los plebeyos para este destino. Al
pricipio no lo consiguieron : el pueblo no se atrevía ú nombrar personas no acostumbra-
das al mando, hasta que las sujesliones de los tribunos de la plebe y el mérito reconoci-
do de algunos plebeyos consiguieron que se les pusiese al frente de la república.
Ahora bien , el nombre no hace al caso: los tribunos militares eran entonces la ma-
jistratura superior; pues ejercían la potestad consular; por tanto convocaban y presidian
el Senado. Viéronse, pues , por necesidad al frente de esta corporación hombres plebe-
yos. ¿Eran tenidos por senadores? ¿Ejercían esta autoridad durante toda su vida? ¿La
dejaban en herencia á sus hijos? Parece que sí, al menos si hemos de juzgar por lo que
sucedió después cuando se abrieron ú la plebe las puertas de todas las majistraturas en
la última dictadura de Camilo.
Pero aun todovia quedan otras cuestiones no resueltas. Claro es que las dignidades
de pretor urbano, de cónsul y de dictador traían consigo como un resultado necesario
la entrada en el Senado, Pero ¿sucedía lo mismo con las preturas de provincia , la coes>
tura y la edilidad urbana? Tampoco lo sabemos.
Cuando después de los tribunados de los Gracos cesó el imperio de la ley, y empezó
el de los procónsules; cuando los senadores dejaron de ser notados por la censura, y
[Í17]
empelaron á ser degollados y proscritos por los ^efes de los partidos, do es tan impor"
aote ni tan dificil saber lo que sucedió. Mario , Sila , César y Augusto , después de mu-
ilada aquella indita corporación por medio de las proscripciones, la restabiecian con
(US amigos y allegados. Esto se concibe fácilmente. Lo arduo es dar una historia com-
pleja y exacta de la ley política de Roma , relativa á la composición del Senado. No he-
mos querido omitir estas dudas , porque nada es sin interés de cuanto pertenece á una
insütucion , desconocida en los pueblos de oríjen griego , y á la cual debió el romano
la fisonomía peculiar, que ya en mal ó ya en bien , le distinguió entre los pueblos de la
lolígüedad.
ARTICULO n.
V
ENGAMOS ya á una de las materias mejor tratadas en este libro , á saber : el oríjen
de la lejislacion política de los romanos , tan alabada por Dionisio de Halicarnaso , á
cuyos ojos Rómulo no fue solamente un héroe , sino un sabio y casi un dios. £1 señor
de SiWela cree que la mayor parte de estos elojios y de esta admiración es debida á los
etniS(H>s, pueblo de civilización mas antigua que los romanos. cComunicando, dice« los
tascos y tirrenos en los siglos que precedieron á la fundación de Roma con los pue-
blos mas sabios del Asia , el África y la Europa , el estado de su civilización no era in-
ferior al que presentan estos diferentes pueblos en aquella época : si los romanos acu-
dieroD á los etruscos para las principales construcciones , con que adornaron la na-
dante capital del mundo : si de ellos tomaron , según Floro , las fasces y las cúrales,
h pretesta y los^ánulos, es decir, el orden gerárquico de la majistratura y sus insig-
nias : si de ellos recibieron los auspicios y agüeros , es decir, casi todo el fondo de su
relijíon.... ¿por qué no nos será permitido , como conforme á todas las reglas de buena
critica , suponer que de los mismos etruscos recibieron los romanos una buena parte de
cuanto en su organización social , su lejislacion y su política admiramos con razón en
la historia de los primeros tiempos de esta ciudad famosa?....»
Esta reflexión tiene para nosotros mucha fuerza , y no podemos dejar de mirar á
ios romanos como los alumnos de los etruscos que les fueron anteriores en civilización.
Eo cuanto á la organización política, la naturaleza ha impreso un mismo tipo para
todos los pueblos que empiezan. Rty , Magnates y Pueblo: he aquí los tres elementos
gaoerales del poder en todas las naciones al empezar su carrera política ; bien sea en
los bosques de Germania , bien en los lagos del Mor te- América , bien en los pensiles
liei Asia , ó en los arenales de la Arabia. Esta es la forma de gobierno que sucede siem-
pre á la primitiva y patriarcal , por la razón incontestable de ser la que mas se le acerca.
Esplica después el autor con mucha sagacidad el oríjen del espíritu belicoso de los
romanos. cTan difícil ere que Rómulo hiciese admitir á los hombres de quienes se ro-
deó un despotismo sin freno , como imposible el que de repente estableciese entre
ellos todas las instituciones y artes pacifícas de los etruscos , y con ellas el principio de
prasperídad de su colonia naciente.... Hombres cuyo título de adquisición era la fuer-
la , y que con ella debían procurarse mujeres , terreno , producciones del suelo y de la
industria : hombres que por consiguiente no podían menos de ser un motivo de inquie-
tad continua para sus vecinos, estaban reducidos por la necesidad de su situación ano
lejar las armas de la mano , y á formar una asociación guerrera que debia ser entera-
nente exterminada , ó acabar al fín por dominarlo todo.»
Hablando del reinado de Numa , dice : cet sabio autor del Espíritu de las leyes no
BM ha parecido ni tan justo ni|tan profundo, como lo es ordinariamente, cuando habían-
lo de este príncipe se contenta con presentarle como muy á propósito para haber dejado
I Roma reducida á una oscura mediocridad. En mi entender, el reinado largo y pací-
loo de Numa fue hasta necesario para que Roma dejase de ser y parecer un campo de
batalla , una asociación pura de guerreros condenada por necesidad á perecer ; y para
foe en las dulzuras déla paz se formase una generación nueva, que mas accesible y
iiaoejaUe se prestase á la feliz transición qne debia convertir el salteador en propie-
arío , el bandido en soldado , el hombre violento y brutal en subdito de la ley , en ciu»
[118J
dadano.... Sin el dios Término y la Buena íé, Júpiter Estator no habría bastado i de-
fender el capitolio....» Estas reflexiones nos parecen muy exactas: la fuerza aola no
crea naciones, ni puede existir orden social sin creencias.
Son también muy atinadas las observaciones del autor acerca de la dictadura: cno
vio el pueblo , dice, que el nombramiento de un majistrado revestido de todos loa po-
deres era como la elección de un rey absoluto.... ^'o obstante, aunque el pueblo loe
en el principio atraído artificiosamente á lo que no conocia, como el éxito justificó lu
ventajas de la institución , puede con razón decirse que la sostuvo la esperiencia de su
propia utilidad; y si bien por un lado esta utilidad, nunca desmentida bástalos últimos
y mas corrompidos tiempos de la república , es por decirlo asi, una confesión , un dato
testimonio de la insuíiciencia , del peligro de los gobiernos populares, también por otn
parte la historia de los dictadores, que reprimidos por la corta duración de su majistra-
tura , jamas abusaron de su ilimitado poder , prueba la necesidad deque inslituciooes y
leyes sabias refrenen la facilidad de abusar que lleva consigo un poder sin límites.» El
efecto la dictudura fue siempre saludable en liorna : dejó de estar en práctica cuando
cesaron los peligros , ya de los enemigos estcriores , ya de las discordias intestinas ; y
cuando estas volvieron en los tribunados de los (iracos, no se pensó en recurrir á aquella
antigua institución , que ya hubiera agravado el mal en vez de correjírio. Habíanse per-
vertido las costumbres ; y si se presentaban algunos varones, muy raros á la verdad, á
los cuales pudiera haberse confiado sin peligro el poder absoluto, ¿qué podiao ean-
prender contra la dictadura de hecho que minaba los cimientos de la libertad ronuma, á
saber ; contra el proconsulado? Los hombres mas virtuosos de los últimos tiempos de k
república, los Mételos , los Catones , los Cicerones nada podian contra la prepoteack
de los Marios , Silas, Pompeyos y Césares, elevados succesivamente al poder por un
clientela numerosa , ávida de dinero y turbulenta. Va no quedaba ningún lugar pan
la virtud.
No hubo, pues, en aciuellos aciagos dias dictadura legal : el poder giraba de unas
manos á otras á merced de la violencia y de la astucia , dejando en todo el imperio
sangrientos vestijios de su ira. Es verdad que Lucio Cornelio Sila tomó el titulo de dic-
tador ; pero esta palabra nada anadió al poder de a(|uel hombre que habia diezmado
impunemente la república con sus tablas de proscripción. César tomó dos veces el mis-
mo título , y le gozaba cuando fue asesinado ; pero la primera habia ya arrojado á
Pompeyo do Italia, y la segunda ceñía los tristes laureles de Farsalia, de Tapso y de
Munda. Estos dos hombres estraordinarios adoptaron un nombre que se hallaba consa-
grado en los fastos de su nación ; pero no debieron á él , como los Camilos y ios Fa-
bios , ni su poder ni su autoridad.
Augusto, mas cobarde y mas precavido , aparentó respetar el ridículo decreto que
dio el Senado después de la muerte de César, aboliendo la dictadura, y creyendo necia-
mente que se destruía la tiranía destruyendo las letras con que se escribe una palabra.
El hijo adoptivo de este grande hombre quería mandar, bajo un título desconocido, á
los antiguos romanos para que se ignorasen los límites de su poder; y asi insistió ea
los dos nombres de principe y de emperador , que hasta él no fueron mas que honorí-
ficos, y que él convirtió en rnajistratura suprema. El de emperador ó general victorio*
so era conocido de las tropas: el de príncipe, en el Senado. Asi reunió la fueraa poli-
tica y la militar, sin que ni él ni sus succesores echasen nunca menos el titulo de
dictador.
El Sr. Silvela parece creer que el Senado nombraba este majistrado y el pueblo
confirmaba el nombramiento. Pero en los tiempos de Lucio Papirio Cursor oo siicedk
asi. Según la narración de Tito Livio el Senado daba un decreto ó senatus-consolto ,
por el cual declaraba que se debía nombrar dictador : mas quien habia de nombrarle
era uno de los cónsules , bien (|ue el Senado le indicaba oficiosamente á quién gustaría
que se eliji&se. La ceremonia se hacia de noche y en silencio , como para indicar el
de las leyes al crear un poder tan estraordinario , y el cónsul pronunciaba el nombra
del elejido con la mayor solemnidad.
Es verdad que el célebre Quinto Fabio Máximo, cuya prudente circunspección salvó
á Roma después de la rota del Trasimeno , recibió del pueblo la dignidad dictatorial;
pero no en propiedad. Tito Livio dice que, muerto uno de los cónsules en la batalla^
[119]
estando ausente el otro, y no pudiendo enviársele mensajero ni carta por bailarse Italia
ocupada por los ^ércitos cartajineses , y no pudiendo el pueblo crear dictador , se recurrió
á UQ arbitrio no usado basta entonces , y fue que el pueblo creó por dictador á Quinto
Fabio Máximo , y general de la caballería á Quinto Minucio Rufo. Los dictadores or*
dinarios creaban eslc lugarteniente: was no se permitió su nombramiento á un dicta*
dor en comisión; y aun mas adelante repartió el pueblo toda la autoridad entre el gefe
y el subalterno: lo que no podria haber hecho con la dictadura cu propiedad.
Parece» pues, que al Senado tocaba mandar por un decreto que se nombrase dictador;
y á uno de los cónsules, el que designase el Senado, clejirle y crearle, sin mas limita*
cíoo que la de que hubiese de ser varón consular, ó que hubiese ejercido el consulado:
que el dictador asi creado nombraba su lugarteniente con el titulo de general de la
caballería; y que su autoridad no reconocia otros limites sino el de no poder salir de
Italia y no tener mas que seis meses de duración.
ARTICULO IIL
El
iL Sr. Silvela cita la tercer dictadura de Mamerco el año de 529 de Roma, como he-
cha por el pueblo, en satisfacción de la injuria que habia sufrido de los censores, de-
gradándole poco antes hasta la clase de erario. Es verdad que en aquella ocasión el pue-
blo pidió á gritos la dictadura indignado contra los tribunos militares con potestad
consular, derrotados por los veyentinos á causade la desunión que habia entre ellos.
Es muy verosímil que los romanos designasen por dictador á Mamerco , el mas escla-
recido guerrero que tenia entonces la república ; pero era tan grande en Roma el res-
peto á la parte ceremanial' de las leyes, que no se atrevieron á nombrarle por no haber
cdmules aquel año , basta que los augures decidieron que podia ser nombrado el dicta-
dor por tribuno militar. Aulo Cornelio Coso , tribuno á quien habia tocado el gobierno
de la ciudad, fue quien nombró á Mamerco.
Refiriendo la muerte de Tiberio Graco, primer triunfo sangriento, primer victima
de la violencia brutal en las disensiones civiles de que fue teatro Roma , espone los pa-
sos por donde esta repoblica , corrompida por la victoria y la opulencia , pasó de la
primera aristocracia esclusiva á la del mérito y de los servicios, y malogró esta reforma
con la perversidad de las costumbres. Comparando una nobleza con otra dice : cá una
nobleza virtuosa succedió una nobleza rica que empezó á defenderse de diferente modo.
La primera oponía sus virtudes y se defendía por el respeto : la segunda corrompió con
su oro , armó el pueblo contra el pueblo y comenzó á querer suplir con el terror aque-
lla augusta consideración que poco á poco iba dejando de inspirar. »
Tiene mucha razón el Sr. Silvela en mirar la guerra social como una Calta de polí-
tica y de justicia en el Senado de Roma. Los campanos, samnites , marsos, daunos y
ápulos peleaban al lado de las lejioncs romanas en todos los campos de batalla adonde
los llevaba la política y la ambición de los dominadores del Tiber. ¿Con qué apariencia
de justicia se negaba el derecho de ciudadanía en Roma á los que contribuían tanto
como los romanos mismos , ó quizá mas , al engrandecimiento del imperio? Y ¿podia
ser conveniente á los intereses del Senado una guerra en que toda la sangre que se der-
ramase habia de pertenecer á la república ? ¿ Y cuál era el delito de aquellos pueblos
sino el deseo de ligar su suerte á la de Roma con mas intimidad? ¿Qué daño podían
hacer desterrados , por decirlo asi , á las últimas tribus de ciudadanos? Roma les con-
cedería muy poca intervención política en su gobierno ; y sin detrimento del imperio
ganaban ellos mucho con las prerogativas y los derechos civiles inherentes al título de
ciudadano romano.
Acaso no ha habido en los anales sangrientos de la historia ejemplo de guerra seme-
jante, emprendida no con el objeto de conquistar ó de defenderse, sino de perder la
independencia propia por pertenecer á una nación estraña. £sta reflexión daba nuevas
líiarzas á la solicitud de los aliados , y parecía justificarla aun á los ojos de los mismos
romanos* Asi es que fue emprendida con disgusto del pueblo , continuada sin tesón y
concluida apenas se hallaron medios decorosos para hacer la paz con cada uno de los
[1 20J
pueblos, á quienes se concedió separadamente el derecho por que auhelabao. Esta fue
la primer guerra en que el Senado romano cedió en la realidad, aunque dictó al pare-
cer las condiciones del tratado. Fue también muy infausta porque en ella se ensayaros
los guerreros de Italia á verter sangre de sus amigos y allegados en los campos de ba-
talla. No tardaron en derramar la de sus conciudadanos y parientes.
Acomoda examinar si el Senado se dejó guiar por algún principio político para ne-
garse á la ostensión del derecho de ciudadanía , ó solo por una oposicioa ciega y de
instinto á las pretcnsiones de los tribunos déla plebe, que desde Cayo Sempronio Graco
no habian cesado de prometer aquel derecho á los pueblos de Italia , y aun de conce-
derlo á los que podian. El objeto de los tribunos era evidentemente aumentar en los co-
micios las masas populares sometidas á su influencia. Pero los senadores mas perspica-
ces que ellos, mas desapasionados y sobre todo mas prudentes, pudieron conocer que
estendiendo el territorio de la república, y aumentando con tanta amplitud el número
de ciudadanos, era imposible conservar el réjimen republicano.
La constitución del mundo civilizado era antónces como sigue. El imperio romano,
esto es , el mando y dominio de los romanos se estendia desde la embocadura del Tajo
hasta el Tauro , y desde los Alpes hasta el desierto de Libia; pero la república romana,
esto es, la congregación de los señores del orbe estaba limitada con pocas escepciooes
al territorio de Roma. Asi es que las formas de su gobierno podian conservarse repu-
blicanas mientras durase este orden de cosas. J^os demás pueblos sometidos con el títu-
lo de aliados eran independientes en cuanto á su ri\jimen interior. Pero estendiendo á
Italia el derecho de ciudadanía (el cual , según era fácil de prever y según sucedió, no
tardaría en propagarse á toda la ostensión del imperio), ya era imposible , alteradas las
relaciones del mundo con su capital , gobernarlo desde ella sin concentrar el poder ea
una sola mano. La república podia con sus ejércitos contener en la dependencia A los
pueblos inferiores en fuerzas y en derechos; mas no podia gobernar á sus iguales. Ahora
bien, el Senado romano no quería que la república se convirtiese en monarquía, pri-
mero; porque él mismo con esta mutación se convertiría de cuerpo soberano que era
en un simple consejo de estado : segundo, porque las aristocracias conservan con mai
firmeza que las democracias el principio de libertad , que para ellas lo es también, do
dignidad, de poder y de gloria.
No creemos tampoco que los Gracos , los Saturninos y demás tribunos que lanzaron
la tea incendiaria en los pueblos aliados de la república, quisiesen el gobierno militart
único concentrado que era posible en Roma. Solo decimos que estos tribunos acalora-
dos, deseosos de adquirir prosélitos, no previeron que solicitaban adquirirlos á cosía
de la libertad de su patria ; pues nadie ignora (|ue la ostensión del derecho de ciudada-
nía fue una de las causas que aceleraron la época de la esclavitud. El Senado vio mai
lejos que los majistrados populares ; mas no le valió, porque ya estaba escrito en el li-
bro del destino y en el de la razón que era imposible que permaneciese libre una na-
ción conquistadora y corrompida. La di'predacion del mundo debia ser espiada coala
sangre y por la mani> de los mismos depredadores.
Concluiremos nuestras observaciones acerca de esta obra, llamando la atención so-
bre el juicio que forma el Sr. Silvela del sanguinario Sila , juicio exactísimo y digno
de un alma poseída de la mas justa indignación al contemplar las atrocidades de aquel
monstruo. Sin embargo , no nos parece igualmente justa su opinión acerca del autor
del Espirita délas (eijrs^ que atribuyó á aquel celebre dictador miras políticas* En nues-
tro entender las tuvo, y no podia dejar de tenerlas un hombre de su temple y de su ca-
pacidad militar y política, bien que erróneas , como son todas las de todos los que on-
plean la proscripción como medio de gobierno. Mas diremos en favor de nuestro autor:
nosotros creemos que Sila se ocultaba á sí mismo la atrocidad de su instinto sanguina»
rio , que era el verdadero móvil de sus acciones , con la idea , falsa sin duda, de que
hacia un bien á la república. Mas no puede negarso que su objeto constante fue acabar
con el espíritu sedicioso de los tribunos de la plebe, miserables ajentes en aquella época
de cuantos aspiraban al poder por medio de los trastornos, y concentrar toda la auto*
ridad pública en e! Senado. El mas cruel de los tiranos abdicó la tiranía cuando ereué
haber conseguido su fin. Décimos creyó porque no lo consiguió en la realidad, por la
razón sencillísima de que eran ya incompatibles en Roma el orden y la república.
[121]
La obra qiio hemos an.ilizado nos parece muy recomendable , tanto por ser orijinal
«española y estar bien escrita, como porque es en la que á nuestro parecer se desen-
vuelven con mas Gii>so(ía las diferentes frases de la república dominadora del mundo.
T!M[E)l!)©©[l@I^J
DE LA
BZS70RIA. BS ZaA HSTOZaTTOZOXr 7HiLXr0333A,
l)e(i)a por El* Sebastian illiñano.
l^A revolución francesa es uno de aquellos sucesos que bacen vivir á las naciones mu-
chos siglos en pocos años. La velocidad con que se succedieron las fases y escenas de es-
te gran drama : el movimiento perpetuo de las pasiones políticas que ajitaron el mundo
desde el foco de la civilización: las situaciones estraordinarias é imprevistas: poderes
colosales, levantados y caídos en breve tiempo t ejemplos de magnanimidad , de peque-
nez y bajeza, de sublimes virtudes, de horrendas liíaldades: la mas completa versatili-r
dad en las ideas : la mas terrible división en los ánimos y en los intereses: el caos en el
mundo intelectual, en el moral y en el político : en fin, cuanto apenas se podria ver en
los anales sangrientos de la historia anticua y moderna se halla reunido en la de algu-
nos años que duró la revolución.
La historia de M. Thíers tiene ya una celebridad europea bien merecida. Ademas
del estilo animado y nervioso con que está escrita , manifiesta en su autor el estadista
]irofundo que sabe reconocer la causa y filiación de los sucesos, los intereses, aciertos
y errores de los partidos, y el carácter |K)IíIíco que cada época grabó en los hombres que
dominaron en ella; porque aun el mismo Bonaparte fue esclavo de los acontecimientos
mismos que parecía dirijir. En la revolución francesa los hombres fueron muy pocos:
las cosas lo hicieron todo. Era imposible en 1792 que el poder dejase de caer en un de-
mócrata exajerado y sanguinario, asi como en 1799 nadie podia mandar sino un guer-
rero hábil y afortunado.
Decir que el magnífico cuadro formado por M. Thíers es de grande utilidad á las
naciones y á los gobiernos seria decir una cosa harto trivial. Los documentos que pre-
senta son admirables para conocer el manejo de los partidos, el efecto de las pasiones
políticas: la hipocresía con que se afectan doctrinas para conseguir intereses: la facili-
dad en exajerar las ideas mas útiles y justas; y el poder májicodeias palabras que sir-
ven de bandera á la multitud, aunque cada uno de los que las proclaman las entienda
de diferente modo.
Pero no es tan trivial decir auo el cuadro de la revolución se ha presentado mas
bieo para escarmiento que para imitación, mucho mas cuando creemos haber reconoci-
do en algunos hombres influyentes de las revoluciones de otros países cierta tendencia
que tenemos por ridicula , á parodiar cuanto se hizo en la francesa. Cualquiera que lea
con atención la obra de M. Thíers reconocerá fácilmente que la revolución se estravió
rati desde sus mismos principios. Sea la culpa de quien fueie, esto no debe ser imitado^
Todo el que evoca las pasiones populares sera víctima de ellas, y no solo él sino tam-
bién la patria. Pero hay otra razón mas para que no se admita en revoluciones el
príóeipi«) de imitación. Cada pueblo tiene diferente espíritu , diferentes ideas , diversa
IG
posición. V asi, aun cuando nada hubiese reprensible en la revolución francesa^ no pii«
dieran ser aplicables sus pasos á los que diese en otra nación. Por ejemplo , la aristo-
cracia de aquel pais en el anticuo réjitnen tenia poder político sin prendas para go*
bernar; tenia orgullo sin las cualidades que pudieran disculparlo. La revolución la echó
por tierra. ¿ Deberá hacerse lo mismo en otro pais donde la aristocracia, sin alríbiirio-
nes políticas, sin derechos feudales, sin ofender ü nadie con su altivez ha sido la pri-
mera en saludar el estandarte de la libertad? No lo creemos.
Apenas comenzó la revolución de Francia comenzaron también las empresas para
escribir su historia. Los mas conocidos de estos frutos verdaderamente prenialuros son
la obra de Fantin (fes Odoavdn y la de Los dos amujos de la librrlnd, Pero era necesaria
una previsiof. , superior d la humana para dar á los sucesos coetáneos su verdadero
valor y alcance , y mas cuando en aquellos tiempos de tiranía democrática se gnanla-
ria bien un escritor pi'iblico de no manifestarse succesi va mente poseído de las pa-
siones que dominaban en las diferentes épocas. M. Thiers describió la revolución cuan-
do ya estaba concluida, á lo menos en su efecto mas notable, que fue la efervescencia
de las pasiones populares. La revolución francesa terminó en Honaparte, asi como la
de Inglaterra en Oomwell. 1^ describió sin pasión de ningima especie, con la impar-
cialidad propia de un filósofo , y con la s«in:acidad de un hombre de c&tado que sabe
mirar los sucesos desde un punto de vista írencral.
Poco tenemos que decir acerca cíela Traduecion anunciada en el Tiempo del 5 de Mayo
de I8i0. El Sr. Miuano ha dado ya prm*bas en varios de sus escritos, de estilo fácil, cor-
recto y puro ; sus relaciones con el ilustre autor de la obra orijinal le permitirán ea-'
riquecerla con notas, asi biográficas como políticas, (|ue suban de punto el interés de
la traducción , mucho mas cuando á ella se añadan las de las Historias del consulado y
del imperio del mismo autor, que no tardarán en ver la luz pública.
Las noUis políticas han de recaer sobre el espíritu mismo de la obra ; y con ellas
puede el traductor ser muy ii(il á sus conciudadanos, mostrándoles \os* verdaderos prin-
cipios de la liberta 1 política, compatible con el orden, cuya ignorancia dio uiolivu á la
tendencia lamentable y anárquica que tomó la revolución francesa , y que lomarán to-
das las rev(duciones poliliva$ cuando se conviertan en socialfs.
Las notas biográíicas tienen üiuibien un interés de primer orden bajo el aspecto
moral. En ellas podrá verse de qué manera las pasiones políticas alteran el carácter de
los hombres. /Quién , por ejemplo, podría adivinar antes del hecho que Danton, ins-
truido, de condición suave, amable, y bien admitido en la sociedad culta , sería el au-
t:)r de los horribles asesinatos, conocidos con el nombre áe seplembrizacioneil ¿Oque
r:)naparte, exaltado patriota y mal visto después del Termidor, por sus relaciones
con el hermano de Kobespierre, hubiese de ser algún dia el restaurador de las insli*
tuciones monán|uicas en Francia ?
Xoses permitido, pues, (|(ie esperemos en la traducción anunciada una obra útil
é interesante ^n todos tiempos ; pero mucho mas en las circunstancias actuales de
nuestra patria y cuando tanüi necesida 1 tenemos de las lecciones de la historia. Noso-
tros nos proponemos estudiarla tomo á lomo, y dar cuenta á nuestros lectores de las
ideas que nos sujiera su estudio.
TRATADO DEL DERECHO PENAL,
por jfM. HosHÍ f iradiiciflo ni castelíiuio ¡H^r n. Caye^
iano Coriesm Tomo. M.—JMadriit^ ÉSaO.
AUTÍCLXO L
[123]
análisis. Una cadena de verdades, en las cuales no se equivocan los colóranos como
Erincípíos, ni las aplicaciones accidentales como objeto primario de los sentimientos,
aren de este precioso libro una de las producciones mas importantes de la t^poca
actual.
Antecédele una introducción en que se refiere el oríjen y las diversas vicisitudes
del derecho penal: describe el estado en que se halla en el dia, lo que le falta para
su perfección, los obstáculos que se oponen á ella y los medios de removerlos.
Después de describir rápidamente la influencia política y moral que ejerce en los
pueblos la administración de justicia, esta}>le(^e como primer principio que todo sis-
U*ma penal debe tener por objeto la conservación del orden mct^al entre los hombres;
¡Mirque este orden es el primero y lUtimo fín de todas'las instituciones políticas y so-
ciales; está grabado en los sentimientos universales de la humanidad , y es conforme
á las nociones que tenemos de la Providencia divina , ya por la razón natural, ya por
la revelación. Por consiguiente, toda teoría penal que sé funde sobre la xüilidad pública
ó privada, sobre el cálculo mal ó bien he<'ho de intereses , de placeres y de dolores, es
necesariamente manca é imperfecta, v puede conducir, y ha conducido efectivamente
á errores lamentables. A la \erdad , fa justicia es útil á los hombres ; pero no es jus-
ticia jiorque es útil, sino es útil porque conserva el orden moral, porque obedece A
las relaciones inmutables del mundo intelectual. No tomemos como principio lo que
solo es* consecuencia. La' civilización material con sus intereses y comodidades no es
un fin ; es solamente un medio para perfeccionar la existencia moral del hombre.
liescribe después las relaciones del sistema penal con la civilización de los pue-
blos, y bosqueja filosóficamente los diferentes caracteres que ha tenido en las dife-
rentes (apocas v diversos grados de cultura. En la infancia de las sociedades , dice,
casi se confun(fc el derecho de castigar con el derecho de defen$a personal , que es
esencialmente individual, transitorio y bestial en su acción. La venganza se mezcla
también con la penalidad en estas épocas
Pero en el segundo grado de la civilización cuando empiezan á desvanecerse los
sentimientos y pasiones personales y á establecerse ideas de orden público^ el carác-
ter dominante de la justicia fue la reparación , no la espiacion : tratóse prin(ipaU
mente de satisfacer á la parte agraviada. De aquí el sistema de las composiciones por
dinero , según el cual se valúan aritméticamente las ofensas hechas á los sentimien-
tos mas dulces ó la satisfacción de los mas enérjicos y peligrosos del corazón huma-
no. Pero á lo menos era conocido el gran principio de (pie la adminislracion de la
justicia pertenece al poder social.
Ix»s progresos de la civilización hi<*ieron conocer la necesidad de conservar la
tranquilidad pública, que es la condición necesaria de todos los bienes que goza la
sociedad. Entonces se miraron los delitos, y señaladamente los políticos, como otros
tantos atentados mas ó menos graves del individuo contra la comunidad. Esta idea
rompió necesariamente la relación natural entre ( 1 delito y la pena ; porque el de-
lincuente, considerado como enemigo de todos, oprimido |)or la ira universal , por
el temor de que uuedasen impunes los alentados contra la seguridad común , por la
necesidad del sosiego y por el espíritu de venganza, no fue á los ojos del lejislador
un hombre aue debia espiar su maldad, .sino una víctima que habia de -sacrificarse
para escarmiento de los demás. Era preciso defender la sociedad , y no se creyó in-
útil ninguna precaución que contribuyese á hacer mas segura la defensa. En esta
época fue, pues, la ley pena cruel y caprichosa; confundió el delito con el pecado;
anadió á la crueldad de los castigos formas ridiculas; creó delitos imajinarios; so
complació en los suplicios ; atormentada con la insuficiencia de los medios que tienen
los hombres para descubrir el delito, llamó al cielo en su socorro, é inventó el duelo»
Im juicios de JJíom y el tormento.
«A nosotros, dice Mr. Uossi , que vivimos en el seno de una civilización mas
adelantada y profundamente progresiva, nos es fácil condenar desdeñosamente estos
actos de una justicia penal inculta v semibárbara todavía.» Pero al mismo tiempo
añade que en vez de hacer la crílfca del derecho penal de la edad media, debería-
mos aplicarnos á correjir el de nuestros días, en el cual hay muchas cosas que las
luces uel siglo no pueden tolerar. Con este motivo entra en el examen de la lejislacion
[114J
las Corles de que damos cuenta en este articulo , privó de fuerza legal á los contratos
de deudas de los judíos contra los cristianos. Nosotros consideramos como efecto de
esta ley absurda la efervescencia del odio contra aquella infeliz nación , que se mani-
festó en los siglos XIV y XV en sediciones, tumultos y matanzas.
£n efecto , aquella ley no impidió que los judíos fuesen ricos ; pues el mismo £o*
rique que les prohibió ser mayordomos de los grandes señores, los conservó en la ad-
ministración de las rentas reales , y ademas no podían quitárseles los beneficios que
reportaban del comercio. Nada, pues, perdieron de su opulencia; pero no fueron ya
prestamistas, porque mal se atreverían á prestar sin la garantía del- pago, que la lej
les había quitado. £1 pueblo miserable , fanático , y que hasta entonces los habia to-
lerado , porque encontraba en ellos auxilio para sus necesidades , comparaba sa pro-
pia miseria con la riqueza que suponía , y no sin razón, en una raza C(»ntraria ademas
por su creencia relijiosa. Empezó á escandecerse contra ella. A los homicidios parti-
culares , que debieron hacerse mas comunes después de suprimida en estas Cortes la
garantía del omesUlo^ succcdieron los degüellos en masa y los saqueos de las juderías eo
las grandes ciudades, y llegó el furor á tal estremo, que los reyes católicos D. Fernando
y Dona Isabel , monarcas iirmes , pero prudentes, no hallaron otro remedio al espíritu
de sedición que tomaba por motivo ó por pretesto á los judíos, que cspelerlos del reino.
Nosotros observamos que en los tiempos anteriores á la ley de Enrique II , los cas*
tellanos , • sin ser menos fanáticos, sin despreciar ni odiar menos á los judíos como
enemigos de la relijion, nunca sin embargo los persiguieron ni les hicieron mal: anlei
hien vivían con ellos en buena armonía. Deben, pues, atribuirse el furor y los desór-
denes posteriores á la ley que rompió el único vinculo social entre cristianos ó israe-
litas, á saber : el auxilio que recibían los primeros de los segundos por medio de los
préstamos.
La petición III do estas Cortes revela una costumbre tan eslraordinarla como in-
justa. Los bienes de los deudores de la corona, después de apreciados , so vendían á
las personas pudientes que el rey nombraba , y que no podían cscusarse de comprar-
los. Las Cortes piden que cese esta arbitrariedad y que se vendan á pública subasta.
D. Enríque accedió á esto , pero añadió que en caso de no hallarse comprador voluo-
tarío que diese el precio conveniente, se obligase á comprarlos á los mas ricos éaboñoé»
del pueblo.
Ilízo.se también rebaja á las deudas del pan del año anterior que habia sido escasi*
simo, tanto que en él se habia obligado al deudor de una carga de pan á pagar por
ella seis cargas. £1 rey mandó que estas deudas se pagasen en dinero al precio que Ke^
nía el pan cuando se contrajeron.
Las leyes de la petición V y VI son mas justas. La primera manda que los merinos
no persigan sino en virtud de querella ó en los casos infragranti. Por la VI prometed
rey solicitar del Papa que no nombre para los beneficios del reino eclesiásticos estraa-
jeros. La ley de sacas de In petición \ll adolece de los vicios comunes á todas las de
su especie. La mas importante y justa de cuantas se hiciron en estas Cortes es la de la
petición XIII. £1 rey toma bajo su protección á todos los vasallos de los señorea que
apelen á su tribunal. Este derecho de apelación ha existido siempre en España , y que-
rían barrenarle los nuevos agraciados por las célebres mercedes enríqueñas, maliraUm-
do á los apelantes.
[115]
COMPENDIO
DE LA
IHIASTA L@a TDEff^JO!F>@@ ©H A(i!)@iy)§T@
por W. iHanuel Sitoela^ — £ír^ ^éj^.
ARTÍCULO I.
Bsi
»TA obra fue escrita por un español iastruido, á quien las tempestades políticas de
loestra patria arrojaron á países estranjeros, y fue escrita en una época en. que ya po-
lia juzgarse con imparcialidad el pueblo y la república de Roma. En el primer tercio
leí siglo XIX no eran ya de moda ni las ridiculas declamaciones de Mercier contra el
tspirita dominador de la ciudad del Tiber , ni la manía de tomarla asi á ella como á
Atenas por modelos de los gobiernos libres ; manía que produjo el bermoso verso de
in poeta francés del tiempo de la revolución:
*
¿Qui me delivrera des grecs et des romains?
Salgamos ya de griegos y romanos.
Los progresos del espíritu filosófico y el estudio de la historia, emprendido en nues-
ro6 días sin pasiones, han enseñado que no era muy de envidiar, y sobretodo, que no
s aplicable en nuestras sociedades modernas la libertad de que se gozaba en las anti-
:üas repúblicas , y que si Roma conquistó el mundo, este resultado fue producido por
a necesidad y no por la elección.
El Sr. Sil vela se bailaba, pues, en situación de juzgar mejor que los compendiadores
le la historia romana que le babian antecedida; y asi, su obra es mejor en nuestro en-
ender que las que hasta ahora poseíamos de la misma clase; y creemos que tiene mucha
azon cuando dice en el prólogo : « me queda la convicción íntima de que son peores
mantos (libros) conozco en su género.»
Es obra orijinal de un español , aunque impresa en pais estr^njero , y asi debe recia-
narla nuestra literatura. Es Casi desconocida en nuestra patria : por eso nos creemos en
a obligación de dar cuenta de ella y del resultado de nuestro examen y estudio. No es
in compendio como el de Goldsmith : tampoco es una historia : es mas bien un tratado
obre la historia romana , y estamos seguros que después de leido y estudiado se leerán
r estudiarán con mucho fruto los historiadores romanos.
Empecemos por un punto que el Sr. Siivela examina con suma sagacidad, y es el
le la potencia lejislativa del pueblo romano. Todos c(»nvienen en que la ciudad, reuní-
la en comicios, ejercía el poder lejislatívo ; pero el autor cree con la autoridad de Dio-
liaio de Uaiicaroaso y de Livio que su facultad en esta parte no fue omnímoda y abso-
uta basta la ley del dictador Publilio Filón , por la cual se hicieron los plebiscitos obli-
pitorios para todas las clases del estado. Dice, pues, que antes de esta ley los plebisci-
oft no obligaron á los senadores, y que en los primeros tiempos de la monarquía>y de
a república el Senado sancionaba y convertía en ley las determinaciones del pueblo: lo
|ue es muy conforme tanto á las espresiones de los bistoriadoros ya citados, como á la
lutoridad aue Rómülo quiso depositar en el Senado, y á la que esta corporación aristo-
crática se abrogó cuando, espelidos los Tarquinos, cayó en su mano todo el gobierno de
la república. No somos de su misma opinión en cuanto á que se decidiesen en el Senado
lodos los negocios jndiciales ; pues en la célebre causa de Horacio el hijo , no se reco-
noció mas autoridad que la del tribunal del rey y la del pueblo, al cual apeló aquel ilus-
tre delincuente. Parece cierto que por la constitución de Rómulo, el supremo poder ju-
dicial , en los casos de apelación, residia en los comicios. Después los tribunos de la j^e-
be lograron que se estendiese á los casos de primera instancia.
El Sr. Silvela toca , aunque levemente, uno de los puntos mas importantes y meaos
conocidos de la constitución de Roma, cual es el de la composición del Senado, Sabido ei
que durante muchos años, este cuerpo, que era como el cimiento de la república, se
componia de individuos de las familias patricias, y que su dignidad era hereditaria, vi-
talicia y esclusiva. Mas aun asi faltan muchas cosas por saber acerca de la manera de
ser recibidos en el Senado los que tenian derecho para ello.
Parece, y el mismo autor lo cree cierto, que la constitución reservaba á los reyes el
derecho de dar á las familias la dignidad senatorial , y de convertir los plebeyos en pa-
tricios. Rómulo nombró los cien primeros sen<idores; él ó Tacio , rey de Cures, ó los
dos de común acuerdo clijieron los otros ciento de la nación sabina que se agregaroo
después de hecha la paz entre los dos pueblos; y Tarquino el antiguo el tercer ciento,
que se llamó de las familias menores, £1 número de senadores quedó fijado á trescientos
durante muchos años. Pero después de abolido el trono, ¿quién tuvo el derecho de nom-
brar para las plazas de senadores que vacasen por la estincion de alguua familia patricia?
¿fueron los cónsules, el Senado mismo, ó el pueblo? ¿Y en este caso era preciso nombrar
el nuevo senador de los colaterales de otra rama patricia, ó era lícito elejirle de nna
familia plebeya? ¿Qué se hacia , -en fm, cuando el censor degradaba á alguno de la clase
de senador? ¿Se dejaba su plaza vacante hasta que se restableciese en otro censo, cuando
ya hubiese correjido su conducta , ó bien no era permitido dejar vacas las plazas de do-
tación del Senado.
Otra dificultad ocurre combinando la teoría déla succesion éntrelos romanos con los
principios de la institución senatorial. Se sabe cuan sagrado era en aquella república el
derecho de adopción. ¿Se estendia también á la dignidad de senador, de modo que un
patricio adoptando á un plebeyo, le hacia heredero de su dignidad ? ¿Quedaba privado
de ella el hijo de un senador, si era desheredado ó adoptado en una familia p1eb<^T Na-
da sabemos sobre estas cuestiones; la única noticia queseóos ha conservado es que los
hijos de los senadores, antes de ser recibidos en el Senado, asistían á sus sesiones en ca-
lidad de oyentes y se les encardaba el mas inviolable secreto.
Pero llegó en fin un tiempo en que la composición del Senado sufrió modificacio-
nes mas notables. En la larga lid que sostuvo la plebe contra el cuerpo patricial para que
se la hiciese partícipe de las majistraturas de la república, hubo una especie de transac-
ción en que los plebeyos cedieron el nombre y los patricios el poder. Establecióse qae
no se nombrasen cónsules^ dignidad que los nobles querian esclusivaraenlo para si, sino
tribunos militares con potestad considar^ que fuesen en mayor número quedos (y tal vez
llegaron hasta ocho) y que pudiesen ser nombrados los plebeyos para este destino. Al
pricipio no lo consiguieron : el pueblo no se atrevía á nombrar personas no acostumbra-
das al mando, hasta que las sujestiones de los tribunos de la plebe y el mérito reconoci-
do de algunos plebeyos consiguieron que se les pusiese al frente de la república.
Ahora bien , el nombre no hace al caso: los tribunos militares eran entonces la ma-
jistratura superior; pues ejercían la potestad consular; por tanto convocaban y presidian
el Senado. Viéronse, pues , por necesidad al frente de esta corporación hombres plebe-
yos. ¿Eran tenidos por senadores? ¿Ejercían esta autoridad durante toda su vida? ¿La
dejaban en herencia á sus hijos? Parece que si, al menos si hemos de juzgar por lo que
sucedió después cuando se abrieron á la plebe las puertas de todas las majistraturas en
la última dictadura de Camilo.
Pero aun todovía quedan otras cuestiones no resueltas. Claro es que las dignidades
de pretor urbano, de cónsul y de dictador traían consigo como un resultado necesario
la entrada en el Senado, Pero ¿sucedía lo mismo con laspreturas de provincia, la coas*
tura y la edílidad urbana? Tampoco lo sabemos.
Cuando después de los tribunados do los Gracos cesó el imperio de la ley, y empezó
el de los procónsules; cuando los senadores dejaron de ser notados por la censura, y
[117]
empelaron á ser degollados y proscritos por los ^efes de los partidos, no es tan impor"
Mñie oi tan dificil saber lo que sucedió. Mario , Sila, César y Augusto , después de mu-
ilada aquella indita corporación por medio de las proscripciones , la restablecían con
ras amigos y allegados. Esto se concibe fácilmente. Lo arduo es dar una historia com-
pleta y exacta de la ley política de Roma , relativa á la composición del Senado. No he-
DOS querido omitir estas dudas, porque nada es sin interés de cuanto pertenece á una
institución « desconocida en los pueblos de orijen griego , y á la cual debió el romano
la fisonomía peculiar, que ya en mal ó ya en bien , le distinguió entre los pueblos de la
iotigüedad.
ARTICULO n.
V
ENGAMOS ya á una de las materias mejor tratadas en este libro , á saber : el orijen
de la lejíslacion política de los romanos , tan alabada por Dionisio de Halicarnaso , á
cuyos ojos Rómulo no fue solamente un héroe , sino un sabio y casi un dios. £1 seííor
de Silvela cree que la mayor parte de estos elojios y de esta admiración es debida á los
elmscos, pueblo de civilización mas antigua que los romanos, t Comunicando, dice, los
tMCOs y tirrenos en los siglos que precedieron á la fundación de Roma con los pue-
Mos mas sabios del Asia , el África y la Europa , el estado de su civilización no era in-
iMÍor al que presentan estos diferentes pueblos en aquella época : si los romanos acu-
dieron á los etruscos para las principales construcciones , con que adornaron la na-
ciente capital del mundo : si de ellos tomaron , según Floro , las fasces y las cumies,
la pretesta y losánulos, es decir, el orden gerárquico de la majistratura y sus insig-
nias : si de ellos recibieron los auspicios y agüeros , es decir, casi todo el fondo de su
relijion.... ¿por qué no nos será permitido , como conforme á todas las reglas de buena
critica , suponer que de los mismos etruscos recibieron los romanos una buena parte de
cuanto en su organización social , su lejislacion y su política admiramos con razón en
la historia de los primeros tiempos de esta ciudad famosa?....»
Esta reflexión tiene para nosotros mucha fuerza , y no podemos dejar de mirar á
loa romanos como los alumnos de los etruscos que les fueron anteriores en civilización.
En cuanto á la organización política, la naturaleza ha impreso un mismo tipo para
todos los pueblos que empiezan. Rey , Magnates y Pueblo : he aquí los tres elementos
generales del poder en todas las naciones al empezar su carrera política ; bien sea en
los bosques de Germania , bien en los lagos del Norte-América , bien en los pensiles
del Asia , ó en los arenales de la Arabia, l^ta es la forma de gobier&o que sucede siem-
pre á la primitiva y patriarcal , por la razón incontestable de ser la que mas se le acerca.
Esplica después el autor con mucha sagacidad el orijen del espíritu belicoso de los
romanos. tTan diGcil ere que Rómulo hiciese admitir á los hombres de quienes se ro-
deó un despotismo sin freno , como imposible el que de repente estableciese entre
ellos todas las instituciones y artes padGcas de los etruscos , y con ellas el principio de
prosperidad de su colonia naciente.... Hombres cuyo título de adquisición era la fuer-
za, y que con ella debían procurarse mujeres, terreno, producciones del suelo y déla
industria : hombres que por consiguiente no podían menos de ser un motivo de inquie-
tad continua para sus vecinos, estaban reducidos por la necesidad de su situación ano
dejar las armas de la mano , y á formar una asociación guerrera que debia ser entera-
mente exterminada , ó acabar al fin por dominarlo todo.»
Hablando del reinado de Numa , dice : tel sabio autor del Espíritu de las leyes no
me ha parecido ni tan justo ni|tan profundo, como lo es ordinariamente, cuando hablan-
do de este príncipe se contenta con presentarle como muy á propósito para haber dejado
i Roma reducida á una oscura mediocridad. En mi entender, el reinado largo y paci-
fico de Numa fue hasta necesario para que Roma dejase de ser y parecer un campo de
batalla , una asociación pura de guerreros condenada por necesidad á perecer ; y para
que en las dulzuras déla paz se formase una generación nueva, que mas accesible y
nanejable se prestase á la feliz transición qne debia convertir el salteador en propie-
iario , el bandido en soldado , el hombre violento y brutal en subdito de la ley , en ciu«>
[118J
dadano.... Sin el dios Término y la Buena fé, Júpiter Estatorno babria bastado á de-
fender el capitolio....» £stas reflexiones nos parecen muy exactas : la fuera sola no
croa naciones, ni puede existir orden social sin creencias.
Son también muy atinadas las observaciones del autor acerca de la dictadura: ino
vio el pueblo , dice , que el nombramiento de un majistrado revestido de todos los po-
deres era como la elección de un rey absoluto.... Xo obstante, aunque el pueblo toe
en el principio atraído artificiosamente á lo que no conocia, como el éxito justificólas
ventajas de la institución , puede con razón decirse que la sostuvo la esperiencia de so
propia utilidad ; y si bien por un lado esta utilidad, nunca desmentida bástalos últimos
y mas corrompidos tiempos de la república , es por decirlo así , una confesión , un ciato
testimonio de la insuticiencia , del peligro de tos gobiernos populares, también por otn
parte la bistoria de los dictadores, que reprimidos por la corta duración de su majístra-
tura , jamas abusaron de su ilimitado poder , prueba la necesidad de que instituciones y
leyes sabias refrenen la facilidad de abusar que lleva consigo un poder sin límites.» Ea
efecto la dictudura fue siempre saludable en Roma : dejó de estar en práctica cuando
cesaron los peligros , ya de los enemigos esteriores , ya de las discordias intestinas ; y
cuando estas volvieron en los tribunados de los Gracos, no se pensó en recurrir á aqadla
antigua institución , que ya hubiera agravado el mal en vez de correjirlo. llabiánse per-
vertido las costumbres ; y si se presentaban algunos varones, muy raros á la verdad* á
los cuales pudiera haberse confiado sin peligro el poder absoluto , ¿qué podian en-
prender contra la dictadura de hecho que minaba los cimientos de la libertad romana, á
saber ; contra el proconsulado? Los hombres mas virtuosos de los últimos tiempos déla
república, los Mételos , los Catones , los Cicerones nada podian contra la prepotenck
de los Marios , Silas, Pompeyos y Césares, elevados succesivaniente al poder por uat
clientela numerosa , ávida de dinero y turbulenta. Ya no quedaba ningún lugar pan
la virtud.
No hubo, pues, en aquellos aciagos dias dictadura legal : el poder giraba de uaas
manos á otras á merced de la violencia y de la astucia , dejando en todo el imperio
sangrientos vcstijios de su ira. Es verdad que Lucio Cornelio Sila tomó el titulo de dic-
tador ; pero esta palabra nada añadió al poder de aquel hombre que habia diezmado
impunemente la república con sus tablas de proscripción. César tomó dos veces el mis-
mo titulo , y le gozaba cuando fue asesinado ; pero la primera habia ya arrojado á
Pompeyo de Italia, y la segunda cenia los tristes laureles de Farsalia, de Tapao y de
Munda. Estos dos hombres estraordinarios adoptaron un nombre que se hallaba consfr*
grado en los fastos de su nación ; pero no debieron á él , como los Camilos y los Fa^
bios , ni su poder ni su autoridad.
Augusto, mas cobarde y mas precavido , aparentó respetar el ridículo decreto que
dio el Senado después de la muerte de César, aboliendo la dictadura, y creyendo necia-
mente que se dcstruia la tiranía destruyendo las letras con que se escribe una palabra.
El hijo adoptivo de este grande hombre quería mandar, bajo un titulo desconocido, á
los antiguos romanos para que se ignorasen los límites de su poder; y asi insistió ea
los dos nombres de príncipe y de emperador , que hasta él no fueron mas que faonorf-
ñcos, y (|ue él convirtió en majistratura suprema. El de emperador ó general victorio-
so era conocido de las tropas: el de príncipe, en el Senado. Asi reunió la fuerna poli-
tica y la militar , sin que ni él ni sus succesores echasen nunca menos el título de
dictador.
El Sr. Silvela parece creer que el Senado nombraba este majistrado y el pueblo
confirmaba el nombramiento. Pero en los tiempos de Lucio Papirio Cursor no sucedía
asi. Según la narración de Tito Livio el Senado daba un decreto ó senatus-consulto ,
por el cual declaraba que se debia nombrar dictador : mas quien habia de nombrarie
era uno de los cónsules , bien que el Senado le indicaba oficiosamente á quién gustarii
que se elijiase. La ceremonia se hacia de noche y en silencio , como para indicar d
de las leyes al crear un poder tan estraordinario , y el cónsul pronunciaba el nombre
del elejido con la mayor solemnidad.
Es verdad que el célebre Quinto Fabio Máximo, cuya prudente circunspección salvó
á Roma después de la rota del Trasimeno , recibió del pueblo la dignidad dictatoria;
pero no en propiedad. Tito Livio dice que, muerto uno de los cónsules en la batalia.
[119]
indo ausente el otro, y do pudiendo enviársele mensajero ni carta por hallarse Italia
peda por los qjércitos carlajineses , y no pudiendo el pueblo crear dictador , se recurrió
D arbitrio no usado hasta entonces , y fue que el pueblo creó por dictador á Quinto
>io Máximo , y general de la caballería á Quinto Minucio Rufo. Los dictadores or-
arios creaban este lugarteniente: mas no se permitió su nombramiento á un dicta-
en comisión; y aun mas adelante repartió el pueblo toda la autoridad entre el gefe
I subalterno: lo que no podría haber hecho con la dictadura en propiedad.
Parece» pues, que al Senado tocaba mandar por un decreto que se nombrase dictador;
uno de los cónsules, el que designase el Senado, clejirle y crearle, sin mas limita*-
II que la de que hubiese de ser varón conmiar, 6 que hubiese ejercido el consulado:
i el dictador asi creado nombraba su lugarteniente con el título de general de la
«lleria; y que su autoridad no reconocía otros límites sino el de no poder salir de
ia y no tener mas que seis meses de duración.
ARTICULO III.
L Sr. Silvela cita la tercer dictadura de Mamerco el año de 529 de Roma , como he-
I por el pueblo, en satisfacción de la injuria que habia sufrido de los censores, de-
idíándole poco antes basta la clase de erario. Es verdad que en aquella ocasión elpue-
> pidió á gritos la dictadura indignado contra los tribunos militares con potestad
liuhir, derrotados por los veyentiuos á causade la desunión que habia entre ellos,
muy verosímil que los romanos designasen por dictador á Mamerco , el mas escla-
;ido guerrero que tenia entonces la república ; pero era tan grande en Roma el res-
to á la parte ceremanial'de las leyes, que no se atrevieron á nombrarle por no haber
\$ules aquel aüo , hasta que los augures decidieron que podía ser nombrado el dicta-
r por tribuno militar. Aulo Cornelio Coso , tribuno á quien habia tocado el gobierno
la ciudad , fue quien nombró á Mamerco.
Refiriendo la muerte de Tiberio Graco, primer triunfo sangriento, primer victima
la violencia brutal en las disensiones civiles de que fue teatro Roma , espone los pa-
por donde esta república , corrompida por la victoria y la opulencia , pasó de la
mera aristocracia esclusiva á la del mérito y de los servicios, y malogró esta reforma
I la perversidad de las costumbres. Comparando una nobleza con otra dice : cá una
bleza virtuosa succedió una nobleza rica que empezó á defenderse de diferente modo,
primera oponía sus virtudes y se defendía por el respeto : la segunda corrompió con
oro , armó el pueblo contra el pueblo y comenzó á querer suplir con el terror aque-
augusta consideración que poco á poco iba dejando de inspirar.»
Tiene mucha razón el Sr. Silvela en mirar la guerra social como una falta de poli-
I y de justicia en el Senado de Roma. Los campanos, samnites, marsos, daunos y
líos peleaban al lado de las lej iones romanas en todos los campos de batalla adonde
llevaba la política y la ambición de los dominadores del Tiber. ¿Con qué apariencia
justicia se negaba el derecho de ciudadanía en Roma á los que contribuían tanto
no los romanos mismos , ó quizá mas , al engrandecimiento del imperio? Y ¿podia
eonveniente á los intereses del Senado una guerra en que toda la sangre que se der-
lase habia de pertenecer á la república? ¿Y cuál era el delito de aquellos pueblos
9 el deseo de ligar su suerte á la de Roma con mas intimidad? ¿Qué daño podían
«r desterrados , por decirlo asi , á las últimas tribus de ciudadanos? Roma les con-
ería muy poca intervención política en su gobierno ; y sin detrimento del imperio
laban ellos mucho con las prerogativas y los derechos civiles inherentes al titulo de
dadano romano.
A<:aso no ha habido en los anales sangrientos de la historia ejemplo de guerra seme-
t4iy emprendida no con el objeto de conquistar ó de defenderse, sino de perder la
ependencia propia por pertenecer á una nación estraña. Esta reflexión daba nuevas
ñas á la solicitud de los aliados , y parecía justificarla aun á los ojos de los mismos
lanos. Asi es que fue emprendida con disgusto del pueblo , continuada sin tesón y
cluida apenas se hallaron medios decorosos para hacer la paz con cada uno de los
[120J
pueblos , á quienes se concedió separadamente el derecho por que anhelabao. Está fiíe
la primer guerra en que el Senado romano cedió en la realidad , aunque dictó al pare-
cer las condiciones del tratado. Fue también muy infausta porque en ella se ensayaroa
los guerreros de Italia á verter sangre de sus amigos y allegados en los campos de ba*
talla. No tardaron en derramar la de sus conciudadanos y parientes.
Acomoda examinar si el Senado se dejó guiar por algún principio político para ne-
garse á la ostensión del derecho de ciudadanía, ó solo por una oposición ciega y de
instinto á las pretensiones de los tribunos de la plebe, que desde Gayo Sempronio Graco
no habian cesado de prometer aquel derecho i\ los pueblos de Italia , y aun de conce-
derlo á los que podían. El objeto de los tribunos era evidentemente aumentar en los co-
micios las masas populares sometidas á su iuQuencia. Pero los senadores mas perspica-
ces que ellos, mas desapasionados y sobre todo mas prudentes, pudieron cooocer que
estendiendo el territorio de la república, y aumentando con tanta amplitud el número
de ciudadanos, era imposible conservar el réjimen republicano.
La constitución del mundo civilizado era antónces como sigue. El imperio romano,
esto es , el mando y dominio de los romanos se estendia desde la embocadura del Tajo
hasta el Tauro , y desde los Alpes hasta el desierto de IJbia; pero la república romana,
esto es , la congregación de los scfiores del orbe estaba limitada con pocas escepciones
al territorio de lloma. Asi es que las formas de su gobierno podian conservarse repu-
blicanas mientras durase este orden de cosas. Los demás pueblos sometidos con el titu-
lo de aliados eran independientes en cuanto á su réjimen interior. Pero estendiendo á
Italia el derecho de ciudadanía (el cual, según era fácil de prever y según sucedió, no
tardaría en propagarse á toda la estension del imperio), ya era imposible , alterifdaslai
relaciones del mundo con su capital , gobernarlo desde ella sin concentrar el poder ea
una sola mano. La república podia con sus ejércitos contener en la dependencia á los
pueblos inferiores en fuerzas y en derechos; mas no podia gobernar á sus iguales. Ahora
bien, el Senado romano no queria que la república se convirtiese en monarquía, pri-
mero ; porque él mismo con esta mutación se convertiría de cuerpo soberano que
en un simple consejo de estado : segundo, porque las aristocracias conservan con
firmeza que las democracias el principio de libertad , que para ellas lo es también, do
dignidad , de poder y de gloría.
No creemos tampoco que los Gracos , los Saturninos y demás tribunos que lanzaron
la tea incendiaria en los pueblos aliados de la república, quisiesen el gobierno militar,
único concentrado que era posible en Roma. Solo decimos que estos tribunos acalora-
dos, deseosos de adquirir prosélitos, no previeron que solicitaban adquirirlos á coala
de la libertad de su patria ; pues nadie ignora que la ostensión del derecho de ciudada-
nía fue una de las causas que aceleraron la época de la esclavitud. El Senado \íó mas
lejos que los majistrados populares ; mas no le valió , porque ya estaba escrito en d li-
bro del destino y en el de la razón que era imposible que permaneciese libre una na-
ción conquistadora y corrompida. La depredación del mundo debia ser c*piada coala
sangre y por la man:) de los mismos depredadores.
Concluiremos nuestras observaciones acerca de esta obra, llamando la atención so-
bre el juicio que forma el Sr. Silvela del sanguinario Sila , juicio exactísimo y digno
de un alma poseída de la mas justa indignación al contemplar las atrocidades de aquel
monstruo. Sin embargo , no nos parece igualmente justa su opinión acerca del autor
del Espirita de las feíjrs^ que atribuyó á aquel célebre dictador miras políticas. En nues-
tro entender las tuvo, y no podia dejar de tenerlas un hombre de su temple y de su ca-
pacidad militar y política, bien que erróneas , como son todas las de todos los que em-
plean la proscripción como medio de gobierno. Mas diremos en favor de nuestro autor:
nosotros creemos que Sila se ocultaba á sí mismo la atrocidad de su instinto sanguina-
rio , que era el verdadero móvil de sus acciones, con la idea, falsa sin duda, de que
hacia un bien á la república. Mas no puede negarse que su objeto constante fue acanar
con el espíritu sedicioso de los tribunos de la plebe, miserables ajenies en aquella época
de cuantos aspiraban al poder por medio de los trastornos, y concentrar toda la auto-
ridad pública en el Senado. El mas cruel de los tiranos abdicó la tiranía cuando ereyá
haber conseguido su fin. Décimos creyó porque no lo consiguió en la realidad, por la
razón sencillísima de que eran ya inconipatibles en Roma el orden y la república.
[121]
La obra que hemos analizado nos parcrc muy reconiendabir , tanto por ser oríjinal
española y estar bien escrita, romo porque es en la que Á nuestro parecer se destín-
vuelven con mas ülosofia las diferentes frases de la república dominadora del mundo.
Tns/a[6)3J)©©o@[Ki
I)E LA
SZ3T0RZA Ca LA HSTOZaTTOZOXr FHA1T9S3A,
l)ecl)a por ÍD» Sebastian íttiitano.
JLjA revolución francesa es uno de aquellos sucesos que liacen vivir á las naciones mu-
chos sighis en pocos años. La velocidad con que se succedieron las fases y escenas de es-
te gran drama : el movimiento perpetuo de las pasiones políticas que ajitaron el mundo
desde el foco de la civilización: las situaciones estraordinarias é imprevistas: poderes
colosales, levantados y caidos en breve tiempo: ejemplos de magnanimidad , de peque-
nez y bajeza, de sublimes virtudes, de horrendas maldades: la mas completa versatili-^
dad en las ideas : la mas terrible división en los ánimos» y en los intereses: el caos en el
mundo intelectual, en el moral y en el político : en fin, cuanto apenas se podría ver en
los anales sangrientos de la historia antigua y moderna se halla reunido en la de algu-
nos años que duró la revolución.
La historia de M. Thíers tiene ya una celebridad europea bien merecida. Ademas
del estilo animado y nervioso con que está escrita , manifiesta en su autor el estadista
profundo que sabe reconocer la causa y filiación de los sucesos, los intereses, aciertos
y errores de los partidos, y el carácter |>olítico que cada época grabó en los hombres que
tlominarcm en ella; porque aun el mismo Ronaparte fue esclavo de los acontecimientos
mL<mos que parecia dirijír. En la revolución francesa los hombres fueron muy pucos:
las cosas lo hicieron todo. Era imposible en 1792 que el poder dejase de caer en un de-
mócrata exajerado y sanguinario, asi como en 171)9 nadie podia mandar sino un guer-
rero hábil y afortunado.
Ilecir que el magnífico cuadro formado por M. Thiers es de grande utilidad á las
naciones y á los gobiernos seria decir una cosa harto trivial. Los documentos que pre-
senta son admirables para conocer el manejo de los partidos, el efecto de las pasiones
polilicas: la hipocresía con que se afectan doctrinas para conseguir intereses: la facili-
dad en exajerar las ideas mas útiles y justas; y el poder májicodelas palabras que sir-
ven de bandera á la multitud, aunque cada uno de los que las proclaman las entienda
de diferente modo.
Pero no es tan trivial decir que el cuadro de la revolución se ha presentado mas
bien para escarmiento que para imitación, mucho mas cuando creemos haber reconoci-
do en algunos hombres influyentes de las revoluciones de otros paises cierta tendencia
que tenemos por ridicula, á parodiar cuanto se hizo en la francesa. Cualquiera que lea
con atención la obra de M. Thiers reconocerá fácilmente que la revolución se estravió
casi desde sus mismos pnncipios. Sea la culpa de quien fueie, esto no debe ser imitado*.
Todo el que evoca las pasiones populares sera victima de ellas, y no solo él sino tam-
bién ki patria. Pero hay otra razón mas para que no se admita en revoluciones el
principio de imitación. Cada pueblo tiene diferente espíritu , diferentes ¡deas , diversa
ÍG
posición. V asi, aun cuantío nada hubiese reprensible en la revolución francesa, no pu-
dieran ser aplicables sus p.isos á los que diese en otra nación. Por ejemplo , la aristo-
cracia de aquel pais en el ant¡<;uo redimen tenia poder político sin prendas para go-
bernar; tenia orgullo sin las cualidades que pudieran disculparlo. La rcvolticion la echó
por tierra. ¿Deberá hacerse lo mismo en otro pais donde la aristocracia, sin alribucio-
nes políticas, sin dereclios feudales, sin ofender á nadie con su altivez ha sido ia pri-
mera en saludar el estandarte de la libertad? No lo creemos.
Apenas comenzó la revolución de Francia cou)enzaron también las empresas para
escribir su historia. Los mas conocidos de estos frutos verdaderamente premaluros son
la obra de Fnntin dcx Oiloards y la de Los dos amhjos de la Ubcrtnd. Pero era necesaria
una previsiof. , superior A la humana para dar á los sucesos coetáneos su verdadero
valor y alcance , y mas cuamlo en aquellos tiempos de tiranía democrática se guanla-
ria bien un escritor piiblico de no manifestarse succesivamente poseído de las pa-
siones que dominaban en las diferentes épocas. M. Thiers describió la revolución cuan-
do ya estaba concluida, á lo menos en su efecto mas notable, que fue la efervescencia
de las pasiones populares. La revolución francesa terminó en Honaparte, asi como la
de Inglaterra en Oomweil. 1^ describió sin pasión de ninguna especie, con la impar-
cialidad propia de un fdósofo, y con la sagacidad de un hombre de estado que sabe
mirar los sucesos desde un punto de vista general.
Poco tenemos que decir acerca déla Traducción anunciada en el Tiempo del 5 de Mayo
de I8i0. El Sr. Mifiano ha dado ya pruebas en varios de sus escritos, de estilo fácil, cor-
recto y puro ; sus relaciones con el ilustre autor de la obra orijinal le permitirán ea-'
riquecerla con notas, asi biográíicas como políticas, (|ue suban de punto el intercede
la traducción , mucho mas cuando á ella se añadan las de las Historias del consulado y
del imperio del mismo aut(»r, que no tardarán en ver la luz pública.
Las notas políticas han de recaer sobre el espíritu mismo de la obra; y ron ellai
puede el traductor ser muy úíil á sus conciudadanos, mostrándoles lo» verdaderos prin-
ripios de la liberta 1 política, compatible con el orden, cuya ignorancia dio motivo á la
tendencia lamentable y anárquica que tomó la revolucicm francesa , y que lomarán to-
das las revoluciones ¡mi ii iras cuando .se conviertan en st>cialfs.
Las notas biográficas tienen también un interés de primer orden bajo el aspecto
moral. En ellas podrá verse de (jiié manera las pasiones políticas alteran el carácter de
los hombres. /Quién , por ejemplo, podria adi\inar antes del hecho que Danton, ins-
truido, de condición suave, amable, y bien admitido en la sociedad culta , seria el ao-
t:)r de los horribles asesinatos, conocidos con el nombre ác sepiembrizaciotienJ ¿O que
K;>naparte, exaltado patriota y mal visto después del Termidor, por sus relaciones
con el hermano de Hobespíerre, hubiese de ser algún dia el restaurador de las insti-
tuciones mona n| nicas en Francia ?
Nos es permitido, pues, (|iie esperemos en la traducción anunciada una obra útil
é interesante en todos tiempos ; pero mucho mas en las circunstancias actuales de
nuestra patria y cuando tanta necesida 1 tenemos de las lecciones de la historia. Noso-
tros nos prop.)nemos estudiarla tomo á tomo, y dar cuenta á nuestros lectores de las
ideas que nos sujiera su estudio.
TRATADO DEL DERECHO PENAL,
por JM. ttossi 9 tradHckdo al cíMtelfnno por n. CVfffe-
iano VorléB. Tomüíp. M.—JMadrM^ ÉSao.
<o»90H<
AUTÍCLLO L
XjSTA obra es una demostración práctica del íriro grave y verdaderamente filosófico
que toman los estudios en nuestro siglo, m:iy diferente del que seguian en el pasado,
cuando la sutileza de injenio era tenida por filosofía y el sofisma sentimental por
[123]
málisis. Una cadena de verdades, en las cuales no se equivocan los colorarios como
iríncipíos, ni las aplicac'unies accidentales como objeto primario de los sentimientos,
lacen de este precioso libro una de las producciones mas impoi-tantes de la c^poca
ictual.
Antecédele una introducción en que se refiere el oríjen y las diversas vicisitudes
leí derecho penal: describe el estado en que se halla en el dia, lo que le falta para
u perfetrion, los obstilculos que se oponen á ella y los medios de removerlos.
Ik^pnes de describir rápidamente la influencia política y moral que ejerce en los
meblos la administración de justicia, est¿i})lece como primer principio que todo sis-
ema penal debe tener por objeto la conservación del orden mcral entre los hombres;
M>rque este orden es el primero y i^ltimo fm de (odaslas instituciones políticas y so^.
iales; está grabado en los sentimientos universales de la humanidad , y es conforme
I las nociones que tenemos de la Providencia divina , ya por la razón natural, ya por
a revelación. Por consiguiente, toda teoría penal que se funde sobre la utilidad pública
i privada, sobre el cálculo mal (V bien hecho de intereses , de pLiceres y de dolores, es
lecesar lamente manca é imperfecta, y puede conducir, y ha conducido efectivamente
I errores lamentables. A la \erdad , la justicia es lUil á los hombres ; pero no es jus-
icía ¡)orque es útil, sino es útil porque conserva el urden moral, porque obedece á
as relaciones inmutables del mundo intelectual. No tomemos como principio lo qiie
olo es* consecuencia. I^' civilización material con sus interi^ses y comodidades no es
m fin ; es solamente un medio para perfeccionar la existencia moral del hombre.
Describe después las relaciones del sistema penal con la civilización de los pue-
des, y bosqueja filosóficamente los diferentes caracteres que ha tenido en las dife-
entes épocas y diversos grados de cultura. En la infancia de las sociedades , dice,
asi se confunde el derecho de castigar con el derecho de dcfniM personal , que es
esencialmente individual, transitorio y bestial en su acción. La venganza se mezcla
ambien con la ])rnatidad en estas épocas
Pero en el segundo grado de la civilización cuando empiezan á desvanecerse los
entimientosy pasiones personales y á establecerse ideas de urden público, el carác-
er dominante de la justicia fue la reparación , no la espiacion : tr-atóse prindpaU
aente de satisfacer á la parte agraviada. De aqui el sistema de las composiciones por
linero , según el cual se valúan aritmélicamente las ofensas hechas á los sentimien-
os mas dulces ó la satisfacción de los mas enérjicos y peligrosos del corazón húma-
lo. Pero Á lo menos era conocido el gran principio de ([uc la administración de la
usticia pertenece al poder social.
IxíS progresos de la civilización hicieron conocer la necesidad de conservar la
mnquilidad pública, que es la condición necesaria de todos los bienes que goza la
ociedad. Entonces se miraron los delitos, y señaladamente los políticos, como otros
antos atentados mas 6 mem»s graves del individuo contra la comunidad. Esta idea
ODipió necesariamente la relación natural entre ( 1 delito y la pena ; porque el de-
incuente, considerado como enemigo de todos, oprimido por la ira universal , por
4 temor de que quedasen impunes los alentados contra la seguridad común , por la
lecesidad del sosiego y por el espíritu de venganza, no fue á los ojos del lejislador
m hombre (lue debia espiar su maldad , sino una víctima que habia de -sacrificarse
Kira escarmiento de los demás. Era preciso defender la sociedad , y no se creyó in-
itil ninguna precaución que contribuyese á hacer mas segura la defensa. En esta
fpoca fue, pues, la ley pena cruel y caprichosa; confundió el delito con el pecado;
iñadió á la crueldad de los castigos formas ridiculas; creó delitos imajinarios; se
t>mplació en los suplicios ; atormentada con la insuficiencia de los medios que tienen
os hombres para descubrir el delito, llamó al cielo en su socorro, é inventó el duelo»
0$ juicios de I)ioM y el tormento.
cA nosotros, dice Mr. Uossi , que vivimos en el seno de una civilización mas
idelantada y profundamente progresiva, nos es fácil condenar desdeño'samente estos
ictos de una justicia penal inculta v semibárbara todavía.» Pero al mismo tiempo
iñadc que en vez de hacer la crítica del derecho penal de la edad ipedia, debería-
nos aplicarnos á correjir el de nuestros días, en el cual hay muchas cosas que las
UCC8 uel siglo no pueden tolerar. Con este motivo entra en el examen de la lejislacion
criminal do los ingleses; critica la profiisiun con que en ella se prodigran la pena ue
muerto, la de azotes, la do oonfiscacion , la atrocidad del suplicio de los traidores
V otros vestijios de la rusticidad ai)ti{i[ua.' t Sin embarco, dice nuestro aiiCor . cuan-
do Samuel Romilly propuso sustituir una forma de ejecución capital menos atroi,
su |)ropos¡cion fue desodiada por setenta y tros votos de ciento y trece. El pueblo in-
fries no es por eso menos del parecer de Komilly, y on I.S^Olo probó cuando el supli-
cio do Tbisllewood (1). Ahora todos saben que la ley no será cumplida y que no po-
dría serlo; poro los sabios del parlamento, esos boudiros (i^raves que creen forniAl-
mcnte haber dado una escelente razón cuando han diclu»: cnolumus le^cs An|[(li«
mu tari » {no queremos que se tnmlen las leyen de Lifflaierra), prcíieren dejar al verdugo el
cuidado de mirar en su pais por la humanidad.»
Examina después el derecho penal que actuahrtente rije en Francia, mas huma-
no y racional que el del antijruo réjimen , pero que se resiente <lel carácter violento
<lel poder imperial que creó nuevas bastillas y restauró la confiscación : censura la
división de los actos punibles en crímenes, delitos y contravenciones , porque el c<»-
digo la deriva , no de la culpabilidad de la a<M;ion, sino de la pena que se le impone:
critica la dureza de las ponas contra los cómplices , contra los destruct<ires de la pro-
piedad del estado , y la teoría do la muerlo civil, «principio tan razonablo, dice,
como puede serlo la idea de suponer quo lo que existo no existe, que un vivo es un
muerto.» l|;ualmonto nota los dof(^ctos de los códipos de Suiza y de Prusia. Pasa des-
pués al examen de los cóili^os de procodimiontos de estos diversos p^iises , y observa
con un tino semejante al de Montesquieu his ventajas ó inconvenientes de sus dispo-
siciones. Kl resultado de osla digresión es la necesidad absoluta de poner en armonii
el derecho penal con la actual civilización de ios pueblos.
No croe sin embar<;o que puedan hacerse nola!)!os mejoras de este derecho en los
estados sometidos al p[obiorno absoluto, poniuo bajo osle réjimen han de i*cder al
recelo y A las sos|)oclias iM poder todas las consideraciones de la justicia. Su estn*Ua
polares su segurida<l individual, y se cura poco de las relaciones eternas del mundo
moral, f.o mismo <lice do los (robiornos deman:ójicos y revolucionarios, en donde no
hay mas princi|)io de conducta cu lojislacion, en diplomacia, en administración que
el interós del partido douiiiiaiile.
AUTÍCl LO n.
LIlMOS cuenta de la introducción de este libro en el artículo nnterif»r : pasemos ya
al examen del cuerpo do la obra. El aulor empieza por buscar el oríjon M tUrrrht de
msfigtir, qut* es la cuestión fundamental do la ciencia. Sin ella su trabajo solo perte-
neceria al arto ó la profesión del jurisconsulto.
Las condiciones esenciales que la conciencia y la razón univers.il de los Iiombrei
exijen del castigo para tenerlo por justo son dos: primera , que sea merecido: segun-
da , que sea im¡Miesto \h}V el «tr/xTior. E\ mal que se causa al delincuente debe ser ei-
[í] Artun» Tisilfwood proros:»l>:i los |M-íiuifMos do l:i di'nia;;o¡ia mas dt»sí»nrn*n:ida , y proclaniú sus
opinioiit's cou suma (>.>a(lía coa iiiolivo (!•• lus IiiiimiUos ocurridos en MaiH'li(\st4T vn la r|HH*:i dt* la crisis
roiiu it-ial qu<' sufrió Inglaterra dt'spiios do la pax de 1815. Fue |)n\so. acusado do hahor escilado al
puoiilo á la rolu'lion y doclarado no criminaL Alj^uno!» uioscs dospuos dosafíó al lonl Sidiiioulh que en
iitinistro , y á quioii (ivia cau^a iU* sn priMOii. Fuo |)ros<» secunda vox , y á |hm*o tioiufio puesto en li-
iHM'iad. Kl ¿lí d(* foltron» do 1820 a*} puso al froiito (\i* una (-oii>|»ir:i(-MMi , oa\o ohjcto (Tsi :i.sesiiiar é los
fiiiiiistros quo <lot»iaii r(*unirsi> ou casa ik* uuo do olios. La poiida luvo uolicia del oroyi^oio • se antiH|)«
á ól . y d(ís¡iuo!» do uu oouihalo n^ñidísiuio on quo Tliistlowood niritó á uno do los (^uartlias de lnraiiü*iiii
fuorou prosos nu4*vo de los conjurados. Tlli^ll(r^vood, quo soo.scajM') dol co'.id>al<*. fuo porsogiiidu y pn*M
tiiuhion. C(Midonós4'le á la ¡lona do los traid(»n>s cimi cualit» do sus cóinplicos ; poro, cuando despiifst d¿
aliorcíidos, les cortó ol \orduj;o las calH'/^is, ol horror y la iiidíj^nacitMi del puoblo que usistia al triste
o.>|x^rtácuIu llo;;ó á tal cstaMuo , quo uo se «'jecuto la divisiou vn cuartos de los cadáveres que está
picsaita por la ley.
[125]
piarioH del mal que cl dclinciienlc niísmo causó. Todos creen justo volver pena por
maldad. Pero nadie puede imponer pena sino pov c\ superior. Nadie censura al padre
que corrije con el casli^o Lis travesuras de su hijo: seria mirado con horror el hijo
que hiciese mal á su padre, aunque este fuese delincuente.
Sí h:iscamos, pues., el o/-í/>m del derecho de castiij^ar, no cTcamos haberlo encon-
trado, si es incompatible con estas dos condiciones : mal merecido éimjmesto por la aulO'
ridad Ifjiíima^ ó no está inliinamenle enlazado con ellas.
Pasa después Mr. Uossi al examen de los sistemas inventados para estaltlerer
aquel oríjen, y los divide en dos clases : primera, de ¡os que lo hu.scan en la idea de
la jusficia: segunda, de los que lo deducen de la idea de la utilidad .
A esta segunda clase períenecen, se^run él, los (|uc infieren el derecho de castijiar
}'a del de la propia di*fensa que el individuo ha cedí(!o al cuerpo social, }a del que
cada ciudadano tiene sobre sí mismo y que en caso .le ser delincuente enlre(ra ú la
comunidad en consideración de las (rrandisimas ventajas que lo^rra perteneciendo A
ella, \a del derecho de defensa que el poder social iejitimamenle constituido ad-
quiere como cu rpo moral, ya del derecho á la reparación del mal causado por el
agresor, ya en fin , de los resultados útiles y aun necesarios á la sociedad que produ-
ce cl ejcH-cicio de la justicia.
Todos ejitos sistemas prescinden altamente del sentimiento y de la idea de lo
ju$ío: MI basa es la utili<lad: el hienestar, cl interés, el placer. «Al ver, dice, un
jiaríidario del principio del interés caininar al cadalso á uno de sus semejantes , su
idea dominante es \s^ necesidad del suplicio de aquel infeliz, para que los (|ue lo
im|)i>nen puedan trabajar, dormir, andar, en una palabra, gozar sosegadamente y
sin temor alguno. •
l>csput^ de destruir con sólidas y victoriojSiis razones, tomadas de lo mas seguro
que ha\ en el hombre, á sainar, sus sentimientos, divide la cuestión en dos parles:
^1 interés individual y la utilidad general.
En i!í\ sistema del interés indivi'lual no puede defínirse de qué parte está la aupe'
rioridad^ si de la del reo ó la del poder. Claro es que el interés del primero es mucho
ma\or que el del segundo. Al majislrado y á la sociedad no importa mucho que el
dclüicuente se escape del suplicio: para el delincuente el derecho <le escaparre es el
mas sagrado, si el derecho estriva en el interés. Ademas en este sistema el hombre
no conuMe maldades sino errores de cálcilo, v se le castiga por haber omIti<Io en su
es¡HN*ulacion algunos elementos netv.'iarios. Kn el suplicio ej'¡ia su falta de ha!)ilídad
ó de previsión, no su infrarcion contra el «irden moral. No se supone /ítívt//V/o su
ciH'azun y sino eífuintcadon sus juicios, tls cieno que en toila mala acción hay un tjtrro;
¡MTii /de dónde procede este yerro? ¿De ina<iverlencia? ¿de ignorancia? No: procede
del perverso hábito de considerar todas las cuestiones bajo el aspecto que halaga
mas nuestras pasiones desenfrenadas, y de prescindir altamente de todo motivo vir-
tuoso. Se comete el delito porque el hombre arroja de sí, ct)mo moscas iniportunas,
t<NÍas las in;ipi raciones de la virtud. Pero si la virtud no es mas que un cálculo bien
hecho de interés, ^ por que es general en los hombres la noción del deb4*r y del rc-
monlimiento / ¿Es un crimen tan grande equivocarle? ¿Siente remonlimientos el
comerciante (|ue, por haber errado un guarismo en el presupuesto de una especula-
cion« pierde en ella en lugar de ganar?
Tauípoco puede sostencTse el principio de la utilidad general, esto es, del mayor
bieti |»osible del ma^or número de ciudadanos, .si [wr bien solo se enlien.len los in-
teres<*s y placeres materiales. Ksle principio escliiye, como el del interés indi\idual,
todo sentimiento de justicia, toda noción de orden moral, toda máxima superior á
la exíslencia física del hombre. No hay entre ambos sistemas otra diferencia sino que
en el primero la unidad, esto es, el indiv .iuo es todo, y en el segumlo es na\la,
V solo se atiende al númerq. Pero el número crea fuerza , no drrerlu). I>e U teoría de
la ma}or utilidad del mayor número, cuyo reprc^sentante es siempre el gobierno,
han nacido las jimias de seguridad pública, los juzgados escepcionales, las coinisio-
ne» estraordinarias y los tribunales revolucionarios. ¿Cuál ha sido el motivo ó el pre-
testo de esas creaciones monstruosas erijidas por la injimticia para oprobio é ignomi-
nia de la especie humana? £1 bien público , la salud de! estado, la seguridad. Salus
[1261
popili mprcma Icx esio. No : primero debo perecer todo ol jc^nero humano antes que
un inocente suba al cadalso. Un juez inicuo condenó á muerte al santo de los sanloi
proclamando la atroz máxima : ctmvinie qve muera vno por lodo rl jweldo. Esta proposi-
ción fue verdadera en otro sentido mas «alto , pero no en el que él la pronunció. Ro-
bespierre , el mismo que después proclamó la existencia de Dios y la inniortaiidad
deJ alma , cuando se trató de asesinar á Luis XVI prescindió de todas las máximai
de justicia universal ,} se contrajo á este horrible entimema : m muerte e$ úlH d h
rí'voli.rion: muera pacn.
Hay alguna cosa. superior á todos los intereses materiales de los hombres , y esta
cosa es la justicia, que no puede estar fundada sobre el bienestar del mayor número.
Aun(|ue la esclavitud doméstica sea utiüsiina á la airricultura , á las artes, Á Iu«
placeres , al bienestar del ina>or número, /dejará por eso de ser la ignominia délos
pueblos donde está vijcnte? ¿Ijejará de clamar nuestro sentimiento interior, noefjnt'
lo tratar d mi hermano eomo uua bestia t
El número no es mas que una fi'irmula , dice el Sr. Rossi , inventada para editar
la repetición de la unidad , y nada puede añadir al derecho de un individno ; por
tanto el sistema de la utilidad del mayor número viene á reducirse siempre al sísl^
ma del interés individual. Pueden resultar de uno v otro combinaciones mas ó menos
bien entendidas de intereses coincidentes, opuestos ó diversos; pero nunca obliga-
ciones ni derechos : estos han de derivarse de un principio mas alto que el bienestar
material. La utilidad general piiede y debe poner limites ai derecho penal; pero
nunca servirle de principio.
En efecto , no todas las infracciones del orden moral , aunque diurnas de espiacion,
pueden ni deben ser castigadas por el lejislador. La justicia eterna se estiende ¿ to-
dos, pero la humana no : su jurisdicción es mas corta y se limita al dif/rtí jtocicr/de
un estado. Por consiguiente la sanción legal solo debe recaer sobre los actos que son
contrarios á este orden. £n este sentido v solo en él puede decirse que la vtiiulad ti^
nvral sirve de límite á la autoridad del lejislador y del majistrado; mas nunca puiide
ser>¡rle de base.
Toda acción pecaminosa ataca el orden moral ; ni todas pueden ser averignadas
} descubiertas sino solo aquellas (¡ue dejan vestijios del tránsito de la maldad, ni
todas tampoco ofenden el orden de la sociedad , cuya con.^ervacion estil á cargo del
poder lejítimo. Pero ahora no se indagan los límites del derecho de castigar, sino su
fundamento.
Pa.sa después á probar que este fundamento no puede ser el derecho de defensa,
ni individual , ni colectiva. La defensa individual cesa por su misma naturaleza cnan-
do cesa la agresión ó su peligro, y entonces es precisamente cuando comienza la
acción fe la j'isticia. La defensa ctdectiva no puede ser sino contra los agresores
futuros, y en este caso la justicia no miraría el castigo del delincuente sino como un
simple medio de aterrar á ios que propendiesen á imitarle: asi la justicia carecería
de moralidad ; y como los crímenes mas atroces son los que se cometen con me-
nos frecuencia aun en el estado eslralegal, debería imponerse menos pena al parri-
cida que al asesino. Este segundo delito es mas temible para la sociedad que el pri-
mero , porque hay mas asesinos (|ue parricidas.
Todos estos sistemas, que convierten la justicia en un mero instrumento polilico,
la falsean y degradan.
I>espues de refutar el sistema que supone al hombre en el estado natural con d(^
recho á castigar á otro hombre que cometa una maldad , y el del convenio ó pacto
en virtud del cual den los individuos al poder social aquel derecho, deduce el derecho
de castigar de la existencia del orden moral que nos revelan á un mismo tiempo
nuestros sentimientos , nuestra razón y nuestra conciencia , combincido con la líber*
tad , y por consiguiente la re^poumbitidad del hombre. Si podemos ser inocentes d
criminales, ha de haber una justicia que premie nuestras buenas acciones y castigue
las malas.
Pero el hombrees soeiable por su naturaleza. El estado social es una obligación j
im derecho para él. Pero la sociedad se comjmne <le tres elementos: cimíadanos.
leyes, poder; ó en otros términos, ív/ítí/o, órdm , autoridad eonservadora : tres cosas
fl27]
todas justa», porque todas se derivan del sentimiento social innato en el Iioiubre.
Akora bien, las relaciones que crea el orden social ó son entre un estado y otro,
ú entre un estado y los individuos que le componen, ó entre los individuos mismos,
y estas rclacioniis ó son de hostilidad, ó deauxiliu, 6 de indiferencia. De aqui na-
ce» el ttrrrcho de la guerra entre los estados, derivado del derecho de defensa ; el derecho
dr castigar de un estado ó del poder que lo conserva sobre sus individuos que le hos-
tilicen; y el derecho de decidir entre sus individuos cuando no esleu acordes unos
con otros.
VX derecho de castigar %Q ÚQtw di ^ pues, de la justicia eterna que premia la virtud
y rasti^ra la maldad, aplicada con las restricciones coavenientes al orden social , cuya
existencia y conservación son necesarias para la perfección del hombre.
ARTICULO III.
T
0])f)S los pueblos y naciones , sea cual fuere su creencia y su forma de urobierno,
han admitido sin discusión el principio de que el mal hecho d la sociedad debe ser caiti"
gado por el poder cotvmrcador de la misma sociedad. Ksta uiáxiuia ha sitio reconocida |)or
la razón universal del género humano, con anterioridad á toda teoría, á todo sis-
tema rdos<)lico, político ó administrativo, señal cier{.a deque está irrabada en los
ánimos de todos los hombres. Mr. Hossi ha tenido el mérito de buscar su orijen
donde realmente está, que es en los sentimientos innatos del cerrazón, descartando
los erróneos y débiles fundamentos (|ue quiso darle la falsa filosofía del si^^lo XVIII.
Ue|>etiréinos en compendio los raciocinios de nuestro autor para dejar bien fijas las
ideas en esta importante materia.
El hombre tiene el sentimiento innato de lo justo y de lo injusto: luego existe un
orden moral.
£1 hombre es intelijente y libre : luego conoce cuando se conforma y cuando se
aparta de las leyes del orden moral.
l'na de estas leyes es que el mal delns ser expiado. £1 hombre la siente y la recono-
ce; sin ella no heririnn los puTiales del remordimiento.
£1 hombre es sociable: luego reconócela existencia de la r/>/>tí/y/iVYi. aunque solo
S4»a patriarcal á de familia; reconoce la existencia de las leyes, es decir, el orden
sitcial, y reconoce la existencia de la autoridad pública encargada de conservar
el orden.
£1 orden social no es, pues, otra cosa que el orden moral aplicado á la república:
toda infracción del orden social debe ser castigada: ¿por quién? por la autoridad
encargada de sostenerlo. £xiste, pues, en el poder social derecho de caniiyar á los de-
lincuentes sin que sea necesario buscar el oríjea d:* este derecho ni en la utilidad
pública , ni en el estado anterior á la sociedad , esta<lo <|ue nunca ha existido, ni
en ninguna convención humana. £ste derecho se deriva inmediata^nenle <le esta ley
del mundo moral: el mal deb.' ser expiado. Tal es la teoría (|ue desenvuelve el autor
en el primer libro de su obra.
En el segundo comienza, digámoslo asi, la ciencia cuyos cimientos ha echado en
el anterior, y trata del (hálito. I)a este nombre á la infracción imjn:íahle, rapaz de str
estitnada ¡H>r lajattticia humana é i nerita ble ¡sin la sanción jtenal , de un deber útil para la
cfMsrrrarion del orden público , y cuyo cumplimiento tienen derecho de exijir la stH:iedad ó sus
indieidyos.
En esta definición la infracción de un deber es el género, y las demás circunstancias
son la diferencia que caracteriza la cosa definida.
Toda acción contraria al orden moral es infracción de un deber para con Dios,
p ira con nosotros mismos ó para con nuestros semejantes. Todas estas infracciones
M>n pecados^ pero no todas son delitos, £1 hombre es res¡K>asable de to.las ante la jus-
ticia divina ; pero la jurisdicción de la humana tiene limites m:is estrechos , designa •
dos por las demás [partes de la definición, escepto la imputabilidad , que también es
necesaria para constituir el pecado.
Despiios osplica cada una do oslas oirninstanoias. La priir.rra osqifc la infractioo
dol dohor punía ftr e*(m(ula por la jvftiría twmatta ; esto os : qiio el lojísladof anlOF de
rolooar una amen inmoral en ol oatAlopo do lo» dolilos ha do formar idoa <*\afll
dol mal qiio so liaco con olla ü la sociedad, v compararle con los iDconvotiiehten que
ptiode producir su casl¡{;o. t Si los lojisladtuVs, dice Kossi , lnibi(*sen tenido sieniprf
prosonlt* esta... condición dol dolilosocial, no oxislirian muchas leyes en los aiiah*s del
derecho criminal; entre oirás no se encontrarían cíorlas leyes relativas al desafío.i Se
ve, |)Uos, que se adopta el principio do la necesidad y de la coticrnietina\ mas no p¿Ri
dar un fundamento, sino para señalar un limito al (Itrerho de ra^titjar. 1^ jiislieia drl
hombre no pucMlo tenor tanta est€*nsion como la dol cielo, y dehe terminarse donde
cose la atilidad. Mas nunca pmulo recaer sino sobro acciones ccmlrarias al orden nw»-
ral: orden cuva existencia se nio{ra en el sistema de los intercs<'s materiales.
\o ha dr haber otnt medio para erilar la infrmcrion t^ino la Miieioñ penal. Deberán,
pues , oscluirse <lol código penal las acciones reprensibles sometidas á la sanción na-
tural como la intemperancia , ó á la sanción ri^lijiosa como los malos pensamientos
consentidos; las qne ol irobierno puede impedir por medidas (rubornativas, eonio la
mondi;ruez v^dunlaria; las que pu(M¡e reparar la justicia civil, como la dcnegarion
de una deuda.
Kl drlnr iiifrinjido ha de iter útil para la rotaterrarion del orden púhlieo ; pues esla nlí-
Hilad designa el límite donde se separa el delito propiamenle dicho de la inmorali-
dad. Aunque to<lo acto iliciCo no deja (W producir siempre al^run dano á la sociedad,
á voces es oslo <laño tan corto que seria mayor el que produciría la aplicación de la
pona. El lojisla lor criminal no defiendo ol orden moni/ dol universo, sino el Arden
público do la societlad : es menester no olvidar en nin(;un caso esta distíneion.
El del/er vitdado ha de ner exijible ó retpterihle, es decir; su \iolacíon ha de scrtetm
de un derecho. Asi la infraociou de los <loboros para con Dios (V para eonsi^ro mi«mu
no pertenece Á la jurisdicción de la justicia humana. Los «loberos rolijiosos infrínji-
dos no se cídocan en la clase do los dtditos, sino cu;mdo comprometen el orden so-
cial ; en este caso tiene derecho la sociedad «Ji exijir el cumplimiento de aquellos
deberos.
E » fm , ol derecho vi lado lia de pertenecer al cuerpo norial ó d «m indirUíuw. íte
a(|ui nace la distinción de los delitos públiros y privados, (¡ue se deriva de la misma
naturale/a de las cosas.
Nos hemos detenido tanto en las dos cuestiones del oríjon del derecho de c<i8li(nir
y <lo la esencia del delitOy pon|ue son capitales en la ciencia do la lejislaoion crimi-
nal. La prinu'ra nos hace conocer la Ivjilinúdad de la justicia humana: la segunda los
limites <lo su acción.
El rosto de este primer tomo, aunque de suma utilidad para ol lejislador v juris-
consulto , no presenta un campo tan vasto al tilnsofo, aunque siempre llama ía aten-
ción la saj^acidad con que analiza nuestro sabio escritor todas las materias que trata.
En l(vs capítulos si^Miiontos de este se|;undo libro trata del mal pn>dueido por el
delito y déla impulabilidad.
Mr. Kossi divide el mal en físico, moral y mi.«(to. El primero no constitujo delito.
El hijo, que mala á su padre por casualidad y sin tpierer, no es parricida. Tampoco
puede la justicia humana conocer do los actos que producen solo un mal moral; }'
ol autor reserva para cuando trate de los actos internos y ptrparatof ios la cuestión dfl
(]ue ha tomado una resolución criminal , persiste en ella y está próximo á poneria
en ejecución.
El mal misto de moral y físico que el hombre se haga i\ si mismo , como el sni-
cidio y la mutilación, no portonoco tampoco ú la jurisdiocion hiimana^sino en el caso
do que le haya hecho con intención de no$;arso á un servicio que la sfH'iedad tie-
ne (lorecho d exijir de él , como el soldado (|ue se mutila por inutilizarse para la
milicia.
Cuando el mal físico de la acción inmoral recae sobre otro individuo, es menester
valuarle. Aqiii entra el autor en una análi.sis lar<;a \ difícil on que nos es imposible
sopiirlo , y de la cual resulta la división que hace de los delitos on cuatro clases, á
saber: contra las personas, contra el cuerpo social, contra la propiedad privada,
[129]
contra la propiedad pública , y sa subdivisión según la naturaleza de los bienes que
atacan.
£n los últimos capítulos trata de la imputabilidad , la cual se deriva de la mora-
lidad del ajenie, esto es, de su intélijcncia y de su libertad, y se agrava según el
conocimiento que tenga de la ley moral, de la ley positiva, y según las circunstan-
cias del hecho anuncien menos provocación y mas reflexión para cometer el crimen-
ARTICULO I.
JLiSTE segundo tomo contiene la conclusión del libro 11 en que se trata del ddiio;
el libro III que habla de las penas , y el IV y último donde se examina la naturaleza
y caracteres de la ley penal.
En el tomo anterior se esplicó la definición del delito por sus cualidades esenciales,
su división en clases y su imputabilidad. Este comienza esplicando los medios de justifi-
cación y disculpa la varía naturaleza de los actos que constituyen el delito, y de la par-
ticipación en él: grandes y diftcíles cuestiones, tanto en la teoría como en la práctica
del derecho penal ; pero que nosotros no podemos hacer mas que indicar, dando , aun-
que imperfectamente, á conocerá nuestros lectores una obra tan importante.
Se justifica un acto, criminal en la apariencia cuando el ájente al tiempo de
cometerlo se halla en un estado tal que destruye toda su moralidad. Se disculpa
cuando el estado en que se halla el ájente le hace acreedora la mitigación ó á la esen-
cion absoluta de la pena legal. La justificación declara inocente al que obró el acto,
como sucede al que mata á otro en defensa justa de su propia vida. La disculpa dis-
minuye ó aniquila la pena ; mas no establece la inocencia moral del reo.
Las causas que justifican ó disculpan el acto dañoso son: primera, la lejitimidad
del hecho: segunda, la ignorancia: tercera, el error: cuarta , la violencia. La causa
de lejitimidad justifica los actos del soldado, del ájente de policía, del ministro de
justicia que cumplen las órdenes legales de sus superiores y llenan un deber.
Pero idd)en ohedecene sin excepción alguna todas las órdenes del superior 1 Esta es la
gran cuestión de la obediencia pasiva ^ de que tanto se han valido las pasiones políticas
en un estremo para afirmar el despotismo del poder, en otro para debilitar los vín-
culos del orden público.
M. Rossi demuestra que un inferior, por serlo no renuncia al sentido común,
y que hay casos en que obedecer la orden del gefe sería renegar la intelijencia, como
por ejemplo, si el coronel mandase al soldado matar á un niño de pecho que está dur-
miendo. 1^ doctrina de la obediencia pasiva es, pues, incomprensible en moral. Es
también absurda en la práctica ; pues de ella se inferiría que el soldado puede ase-
sinar al rev, si se lo manda su cabo de escuadra.
Distingue el autor tres órdenes de hechos: primero, los mandados por la lev
aunque sea inicua ; el ciudadano que la cumple no queda espuesto á responsabi-
lidad penal : segundo, las formas que la ley establece para su cumplimiento; el infe-
rior no es responsable cuando se le manda según dichas formas: tercero, los actos
que la ley ha dejado á la libre voluntad del superior. Si este en casos de esta especie
manda una cosa evidentemente criminal, el inferior que le obedezca tiene par-
ticipación en el delito.
M. Rossi no se hace cargo de un argumento acaso el mas fuerte que pueden ob-
jetar los defensores de la obediencia pasiva , y es : que c si el inferior se constituye
juez de la lejitimidad del acto que se le ha mandado, podrá á veces, por error ó
malicia, suponer ilejítimo lo que no lo es. » Este argumento que milita con mucha
razón en todas las ocasiones en que el ciudadano quiere constituirse á si mismo acu-
17
[130]
sador , juez y verdugo , no tiene fuerza alguna en el raso presente. Su obediencia
ó desobediencia han de ser juzgadas primero en el tribunal de su conciencia, j
después en el de la justicia humana. Ni ante el uno ni ante el otro podrá discaipar
su inobediencia con el pretesto de que la órdeh fue inmoral;, ¡ci efectivamente no
lo fue.
Oespues de examinar } distinguir los efectos de la ignorancia, del error y de la
violencia en la juslifícacion ó disculpa de las acciones humanas, pasaá analizarlos
diferentes actos que constituyen el delito. Su principio fundamental es este: ia jutíiek
humana no puede castigar itino cuando infiera ron ccrlidumbrc moral de log actos etíerio-
res la resolución interior de cometer el crimen. Solo entonces puede imputar el hecho
criminal.
Empieza por distinguir los actos internos de los estemos, y entre los estemos los
actos preparatorios de los de ejecución. En fin, la ejecución puede ser suspendida A
frustrada.
En cuanto á los actos internos no pueden estar sometidos i\ la ley penal por la
imposibilidad de conocerlos, mientras no los revele algún acto esterior. Por mas pro-
bable que parezca, en cin^unstancias dadas, que se ha tomado la resolución de co-
meter el crimen , no puede existir ni la certidumbre moral ni la legal, porque no
existe ningún acto esterno de donde pueda inferirse.
Llámanse actos prejmratorios del delito aquellos cim los cuales el delincuente f«
pone en estado de hacer su obra de iniquidad ; pero sin haberla comenzado todavía.
Estos actos pueden ser 6 inocentes en sí mismos, ó constituir otro nuevo delito ; pero
de ningún modo revelan la resolución de cometer el que con ellos se prepara, be ha
comprado el veneno : se ha echado en el vaso. Hasta ahora no te ha infrinjide nwpm
derecho : hasta ahora no se ha empezado la acción de envenenar. Luego ios actos
preparatorios no pueden ser castigados por la ley penal , y solo tiene la sociedad el
derecho de aplicar las medidas preventivas de policía , si las encuentra capaces de
prevenir el delito que los actos preparatorios pueden hacer que se tema ó se sospe-
che. Solo pueden someterse algunos de estos actos que tienen una relación mas inti-
ma con el delito ala justicia criminal, imponiendo al acusador la obligación de
probar por otros medios que ex istia la resolución de cometerlo. Las propuestas acep-
tadas ó no aceptadas de cometer un crimen , las tramas culpables conocidas por pala-
bras ó por escritos están en este caso ; pues por mas relación que tengan con el acto
criminal, no lo comienzan, sino lo preparan.
Actos de ejecución son aquellos en que empieza ya á atacarse un derecho. El vaso
de veneno se presenta á la víctima: bébalo, ó no hay tentativa de delito : ha comenza-
do el acto criminal y revela la intención del ájente. Bébese el veneno y produce so
efecto : hé aqui el crimen conmmado. El veneno no produce su efecto ó no es bebido:
lié aqui el vrinwn fnislrado. El envenenador antes de que se beba, movido de la pie-
dad ó del remordimiento ó del temor , declara la traición é impide que se consomé
la catástrofe : lié aqui el delito suspefidido.
M. Hossi opina que la pena correspondiente á los actos succesivos de cjecudon
debe ser correspondiente á la gravedad de ellos, esto es, tanto mayor cuanto mas
.se acerquen á la consumación ; poro siempre menor que la del delito consumado.
El delito su.spendido por la acción voluntaria del actor no es > a delito, y no debe
castigarse, l^s actos ya ejecutados podrán ser delitos de otra clase y merecer cas-
tigo ; pero no el que corresponde al delito que se quería cometer : en fío , el deli-
to frustrado parece que merecería la misma pena que el consumado ; pero c vál-
gale también, dice el autor, al delincnente la buena fortuna de su víctima.» Fúndase
en que el reo en este caso no tiene que expiar los goces criminales que esperaba de
su delito, y en que los hombres son muy induljentes con el que no logró el radique
deseaba hacer.
Ninguna de estas razones nos parecen fuertes. Esa induljencia no es moral; solo
es producida por la alegría de que la víctima se hubiese salvado; y cuando los hom-
bres están alegres no son muy severos. La expiación no recae ni debe recaer sobre
los goces criminales mezclados siempre de angustias , que son su expiación en esta vida*
sino sobre la infracción del orden moral que debe ser restablecido por la pena. Dis-
[13Í]
paré mi escopeta contra otro hombre á quien deseaba matar; el tiro no salió ó se
erró : tan homicida soy como si hubiera atravesado el corazón á mi enemigo .
Concluye este capítulo con la pariieipaeion en el delito , la cual divide en coddin-
cuencia (voz que será necesario admitir en nuestra lejislacion criminal) y camj^ieidad,
y censura los códigos que han confundido en una sola estas dos especies de parti-
cipación.
Llama codelincueníes á todos los que han sido autores de la resolucUm criminal ó de
su ejecución. Establece , pues , tres clases de codelincuencia : los provocadores direc-
tos del delito que han sido autores de la resolución sin tomar parle en la ejecución;
los que sin haber cooperado á la resolución han tomado voluntariamente parte en la
ejecución , y los que han cooperado á la resolución y á la ejecución , llamados co-
munmente autores principales. Cómplices son los que, sin ser autores de la resolución
ni de la ejecución, han ayudado á una ó á otra , ó á ambas, física y moralmente. El
autor señala con mucha exactitud el grado de responsabilidad que compete á cada
clase de delincuencia ó de complicidad.
Es escusado decir que nuestro autor reGere las muchas y variadas cuestiones que
presenta su obra á los principios jenerales que sentó en el tomo I y que ya hemos
espuesto. De ellos deduce todas sus conclusiones ; y solo por haberlos visto mal apli-
cados, á ntiestro parecer, nos hemos separado de la opinión de M. Rossi en la cues-
tión del delito frustrado.
ARTÍCULO II.
E
L libro III de esta obra esplica la naturaleza, efectos y cualidades de la pena.
Después de su definición , el mal causado por el poder social al perpetrador de un delito^
pasa el autor á esplicar su fin. Este es el cumplimiento de la justicia social , la con-
servación del orden público. Cualquiera otro fin que se atribuya á la justicia huma-
na en la imposición de la pena es secundario. Las tres condiciones esenciales de la
pena legal son: primera, que castigue el mal con el mal: segunda, que castigue
solamente al autor del delito : tercera , que lo castigue en proporción del derecho
violado.
Son efectos de la pena la instrucción y el temor. Instruye á toda la sociedad, por-
que manifiesta inmediata é imperativamente las leyes del orden moral relativamente
á sos aplicaciones al orden público. Aterra, ya al mismo delincuente, ya á los que
se hallasen inclinados á imitarle. Previene , pues, los delitos^ porque obliga á los hom-
bres á estudiar y respetar el orden moral, y porque aterra á los que no quieren ins-
truirse ó tienen una perversidad superior á la instrucción.
Se ve, pues, que la utilidad de la pena es un corolario, no un principio de su
esencia. El autor cita la enmienda del delincuente como un efecto mas deseable que
seguro del castigo. Con este motivo se estiende acerca del sistema penitencial de las
cárceles, que hasta ahora, según M. Rossi, no ha producido resultados satis-
factorios.
Otros efectos de lá pena son : el sentimiento de seguridad que da al cuei^po so-
cial, y la satisfacción de la conciencia pública ofendida por el delito. Esta satisfac-
ción procede del deseo del bien y de la conservación del orden que es general á to-
dos los individuos de la sociedad.
Pasa después á la gran cuestión de la proporción entre la pena y el delito. Reco-
ooce lá imposibilidad de resolverla por el simple raciocinio , porque en las ciencias
morales no hay un tipo, no hay una unidad como en las Matemáticas. Serian necesa-
rios tres datos que no existen: primero, la ecuación entre un delito dado y su pena:
segundo , la escala de relación de los delitos : tercero , la de las penas.
Recurre , pues , á la conciencia del género humano para aproximarse en cuanto
sea posible á la verdad. cLa relación, dice, que percibimos entre el mal moral y el
padecimiento de su autor. ... en cada caso particular son hechos de conciencia , ver-
dados sentidas é irrecusables» de intuición , como las llama mas arriba. Por consi-
guiente aconseja al lejislador que en esta parte procure estudiar el espíritu de la na-
[132]
cioD , la hisloria del país , la estadística de las causas criminales para no contrariar
la conciencia pública que siempre es el resultado de estos principios : primero , la
ma vor ó menor enerjía del impulso criminal que varia sej^un el grado de civilización:
segundo, la mayor ó menor probabilidad de que se cometa el delito: tercero, la
gravedad del mal producido por éi : cuarto , el ¡leligro en que pone á la sociedad j
el temor que inspira.
J.as cualidades de la pena deben ser las siguientes :
Personales^ esto es, deben recaer solamente sobre el autor del delito. Es verdad
que toda pena produce efectos perniciosos á victimas inocentes. Un reo condenado
al último suplicio puede dejar en el desamparo á su mujer v á sus hijos. Pero no es
la ley la que quiere este mal indirecto, sino el delincuente cuando se arrojó acome-
ter un crimen merecedor de aquella pena.
Motriles y es decir, aquellas que no despierten pasiones en otros hombres, como la
conGscacion ; ni se opongan á la enmienda posible del delincuente , como las infa-
mantes.
Divisibles en cuanto sea posibh^ para poder atender á las circunstancias atenuantes
y agravantes , y al mayor ó menor grado de la sensibilidad del reo.
Reparables o remisibles para el caso de la reposición de la sentencia ó del uso dá
der(*cho de clemencia.
Insínicíivas y satisfactorias , esto es, deben tener analojía con la naturaleza del de-
lito. Mas esta relación ha de ser intrínseca como la privación de derechos politicof
al ({ue lia usurpado cargos públicos , ó la mulla al reo de estafas ; mas no material
como seria quemar al incendiario , ó dar veneno al emponzoñador.
Ejemplares ^ esto os j públicas, solenmcs y que produzcan en el delincuente on
mal que aterre á los que quisieran imitarle.
En íin , correctivas ó capaces de producir la enmienda dc*l reo ó por temor ó por
convicción.
De estas cualidades las mas esenciales á la pena son que sea personal, monU y ■
ejemplar; porque por ellas se restablete el orden moral (|ue violó el delito. I^s oirás
condiciones son propias para correjir en muchos casos la falibilidad de la justicia
humana , ó para otros fines útiles Á la sociedad.
Ks llegado ya el <mso de examinar las diferentes especies de penas contenidas en
los códigos, y empieza M. Rossi por el examen de la pena capital.
Ante todas cosas debe averiguarse si es lejitima , esto es , si el poder social tiene
derecho de imponerla. El argumento de M. Rossi ú favor de este derecho no tiene
réplica. Esta pena ha sido impuesta por todos los lejisladores ; está escrita en Codos
los códigos, y se ha aplicado en todas las naciones. Ahora bien : todo el género hu-
mano puede íiaber estado equivocado y estarlo aun sobre una cuestión de física y de
astronomía, no sobre un hecho de conciencia. El sentimiento universal de los hom-
bres en sociedad da A esta el derecho de esterminar al parricida, al asesino, al en-
venenador. Nada puede oponerse contra este hecho (|ue prueba el derecho por ser
producto de la conciencia humana.
Vengamos al raciocinio. La vida , como lodos los «lemas bienes del hombre, pue-
de ser objeto de \a ¡)enali(lad, siempre que ofrezca materia á la expiación, es decir,
siem|»re <|ue c(mserve analojía y proporción con el delito. El padre de familias^qne
mata á un hombre por <lrfender la vida de su hijo 6 el honor de su mujer, cumple
una obligación. La justicia social cumple la suya, cuando impone la pena merecida foír
el delincuente , y no tiene otro medio de defender la sociedad.
.\o por eso niega el autor cuan grande abuso se ha hecho y cuánto se ahiísa aun
<le la pena capital. Desea como nadie que se Ixu're de los códigos; pero antes se ne-
cesita que los progresos de la civiliza<rion moral de los pueblos hagan muy raros loi
crímenes que está destinada á «-astigar y prevenir.
Viniendo á las cualidades de esta pena se ve que i^s jfcrsonal y ejemplar por el ter-
ror <|ue inspira. En cuanto á su moralidad puede escitar pasiones muy funestas cuan-
do se aplica mal. 1^ pena capital im|uie$ta al robo sin asesinato multiplica los asesi-
natos y disminuye los [procesos de robo. El salteador, á quien la ley avisa que nada
gana con respetar la vida del robado, tiene un fuerte incentivo para esterminar el
[133]
estígo de su crimen. Impuesta la misma pena á los delitos puramente políticos , da
in grande impulso á la calumnia, á los furores de los partidos, á los aduladores del
»oder. M. Rossi cree que cuando un delito político no se complica con el asesinato,
1 robo y el incendio ó algún otro crimen de una categoría diferente , no debe impo-^
lérsele el último suplicio. Esta opinión , contraria á la de Beccaria, que solo admite
a pena capital en los delitos de estado , pueba la diversidad de principios de ambos
»obHcistas. £1 primero se funda en la conciencia pública menos vulnerada por los
lúmenes políticos que por el asesinato, el incendio y el veneno. £1 segundo en la
itílidad del orden político establecido. La pena capital es el máúnmo de las penas , y
ole debe aplicarse á los mas graves atentados contra la moral , y en los casos en que
B sociedad exije la mayor represión posible.
I^ pena de muerte demasiado prodigada, mucbo mas si la precedo mutilación ú
itro tormento , ó si es lenta y terriblemente dolOTOsa ^ bace las naciones bárbaras y
anguinarias porque se acostumbran al espectáculo de ver sufrir al hombre. También
MHoducen otro efecto moral sumamente pernicioso, y es la impunidad de los delitos.
iadie «e atreve á declarar , ni á acusar , ni á condenar cuando el resultado ba de ser
levar al delincuente al -cadalso por un delito que la conciencia pública no cree me-
«cedor de tanta pena.
No sucede lo mismo cuando la pena capital se impone por grandes atentados
lontra la humanidad. En estos casos es menester reprimir mas bien que escitar la
ndignacion del público , de los testigos y de los jueces. Entonces es la pena eminen-
emente ejemplar , y no pocas veces reconoce su justicia el mismo infeliz que ha de
iufirirla. Cuando el delito está bien probado , el suplicio es merecido, y si se impone
a pena de muerte pronto y sin crueldad , la sensación de terror saludable que espe-
íroentan todos es solemne y útilísima.
No siendo reparable ni remisible la pena de muerte, opina el autor que ninguna
¡enlencia capital debería ejecutarse sin la previa revisión del poder que tenga la pre-
figattva del derecho de clemencia.
f^s demás penas corporales inferiores á la de muerte son inmomles» La intensidad
le muchas depilas depende del verdugo. Y en general imposibilitan en una nación
)ien moríjerada, ó cuando menos instruida y dotada del sentimiento del honor, la
¡nmienda del delincuente, que ya estigmatizado por la ley, no podrá encontrar ni
iMvío ni trabajo , ni amor-, ni amistad sino en hombres tan inmorales como éL La
niama observación hace M. llossi sobre las penas infamantes.
Pero contra estas hace otra objeccion todavía mas fuerte. £1 poder social no poe-
te disponer del espíritu público para infrínjirlo como pena. I^ opinión que de un
lombre formen .sus conciudadanos no depende ni de la ley ni de la sentencia del juez;
bepeade solo del juicio que formen de sus acciones y costumbres. La pena infamante
!Stá de mas cuando -el delito es de aquellos que suponen un alma bajamente inmoral,
iomo el hurto , el daño hecho alevosamente^ el falso testimonio , la calumnia. I^
tena infamante no produce su efecto cuando el delito inspira mas horror « indigna-
;ion que desprecio, ó es producido por la exaltación de pasiones no reprimidas.
Trata después del encarcelamiento , que es la pena por cscelcncia en las naciones
ivilizadas; pues priva del bien de la libertad que es el mayor de los sociales. £1
lator entra en este capítulo en una larga discusión acerca del sistema penitencial de
•a cárceles , y espone esc(*lentes ideas sobre esta materia , que actualmente llama la
itencion de todos los publicistas y filósofos.
Restan la multa y el destierro en sus diferentes especies. Proscribe muy justa-
Dente la confiscación y las multas exorbitantes que se acerquen á ella. Censura las
Quitas que son parte alicuola del capital ^ poco onerosas para los muy ricos , y gra-
es para los que son menos; y concluye á favor del establecimiento de un máximo y
le un minimo , y de la disminución de las multas por infracciones pequeñas, c Estas
nnUas , dice , no deben ser penas, sino avisos, i
La locomoción ó la translación obligada del delincuente de un punto á otro la cree
noy oportuna para los delitos puramente políticos, porque esta pena tiene analojía
on el impulso criminal , esto es, con la ambición , y asegura la sociedad contra la
urbulencia ulterior del delincuente.
[134]
ARTICULO IIL
JuL cuarto y últiino libro de este tratado habla de la ley penal^ su necesidad, foriuaciott
y composición. *
La justicia humana no castiga todos los actos inmorales, sino solo aquellos quek-
frinjen derechos exijiblcs y que no pueden sostenerse de otra manera sino por la ley
penal. £1 derecho de castigar se funda en dos elementos, el detito y la necesidad de cas-
tigarlo. El primer elemento es conocido, lijo é invariable: el segundo puede admitir mo-
dificaciones. La ley penal es, pues, variable por su esencia misma; pues depende de la
situación moral y de las circustancias en que se halla la sociedad.
No hay cosa mas inocente que pasearse do noche; pero el que prevea que por las cir*
cunstancias particulares de la ciudad su salida á aquellas horas ha de producir desórdenes,
cometerá un acto inmoral, siá pesar de su convicción se pasea. Pero ¿podrá castigarle
el poder social por aquella inmoralidad? No, si no existe una ley que lo prohiba; por-
que podrá responder, con verdad ó sin ella: yo creía hacer una acción inocente. Y ¿quién
le probará lo contrario no existiendo otro testigo que su conciencia individual?
.Mas: aun cuando la inmoralidad del acto sea notoria y no pueda terjiversarse podrá
decir el delincuente, si no hay ley: es verdad que he obrado mal; pero no crei hacer wn greaí
daño á la sociedad^ pites no ha prohibido esta acción. Y ¿quién le probará que miente? M. Rottí
añade á estos argumentos, que no tienen réplica, el del carácter/;rfVf nliw> que tiene la ley
penal, para probar la necesidad de comprender en ella todos los delitos, especiBcando ras
penas; y deduce el principio (conservador á un mismo tiempo déla moral, del orden y déla
libertad; d nadie debe castigarse sino por actos previstos en la ley. La equidad natural de los jue-
ces y majistados era buena para los tiempos primitivos de la civilización, en los ciulet
la única garantía era la probidad personal del que juzgaba y sentenciaba. Entonces no ha-
bia leyes^ sino usos: entonces se seguia en las sentencias el impulso de la conciencia púb)ka,
bien ó mal interpretada. Ya hemos salido de aquellos rudimentos: ya es necesario que
los oráculos de la conciencia los dé el Icjislador , y que sean esplícitos , claros y termi-
nantes.
Mas no por eso se crea que si es necesaria la promulgación de la ley que declara el ie^
lito^ lo es igualmente la determinación de la cantidad fija de pena que debe imponérsde.
cLos que asi piensan , dice el autor, han hecho de cada ley un lecho de Procusto, donde
tiene que acomodarse de grado ó por fuerza cada caso particular.» Es necesario que
el lejislador deje al juez la latitud competente, dentro de ciertos límites, en la especie de
pena que corresponda á cada delito. Esta debe á la verdad designarse en la ley : porqoe
;,quién sin estremecerse dejaría al juez la facultad de elejir entre la pena de muerte j
la de encarcelamiento, entre la deportación y la multa? Pero en las penas dicisiltlei^ se-
ñalados el mdximo y el mínimo de ollas, puede y debe dejarse al majistrado la eleccioo
de la cantidad para ocurrir á los diversos casos y circunstacias que la ley no ha podido
prever.
Examina después quién debe ser el lejislador penal, y no duda en decidirse por \m
congresos represen la ti vos. En cierto grado de civilización podría un hombre instruido»
independiente y de probidad formar buenas leyes civiles. La teoría de las obligaciones
y derechos se funda en principios fijos é invariables, fáciles de aplicar alas nuevas com-
binaciones de intereses que sean creados por la sociedad. No asi la ley penal , fundada en
dos hechos, la conciencia y las necesidades sociales.
En cuanto al principio moral, atacado por el delito, corre tanto mas riesgo de ser
adulterado por las pasiones humanas, cuanto mas se separe su examen de la conciencia
pública y se reduzca á la indicídnal. Pero prescí ndase del peligro de las pasiones: sup^yogaso
al individuo, á quien se dácl cargo de lejislador, inaccesible á todo afecto que no sea
el de la justicia: se caerá siempre en el inconveniente de introducir en la lejislacioo penal
del espíritu de sistema que pondrá sus conclusiones facticias en lugar de inspiraciones
comunes de lo bueno y do lo justo. (In sectario del sistema de la ulilideui solo calculará
<*1 mal material de las acciones. El que esté persuadido de la gran importancia del comer-
[I35J
cío y de la industria para los progresos físicos y morales del hombre, dará «na gravedad
moral ei^ajeradaá los cif'imenes de falsificación, piratería y fabricación de falsa mo&eda.
Eiqae es muy relijioso, traspasará probablemente los límites de la sociedad para invadir
el territorio de las conciencias, y castigará los actos inmorales aunque no tenga el orden
público necesidad de castigarlos, c Escójase, añade, al contrario un hombre de la escuela
del siglo XyiII,ymuy probablemente la relijion se arrastrará cautiva á los pies de una
política invasora , ó á lo menos el culto esterior y sus ministros estarán fallos de protec-
ción. § Esto en cuanto á la moralidad de la ley penal.
Y en cuanto á su neeendad ¿dónde está el hombre de estado, el filósofo profundo, el
erudito laborioso que pueda jactarse de conocer todas las exijencias sociales, todos los he-
hos que las revelan, todos los sucesos que las demuestran, mucho mas cuando eslas exi-
jencias son por su naturaleza variables? Para conocer el verdadero estado moral de la so-
ciedad , que es uno de los doa elementos esenciales de la ley penal , es necesario el
examen y la confrontación de muchos testimonios diferentes; y ni uno ni otro puede
conseguirse sino en una asamblea lejislativa suficientemente numerosa.
Dnpnes de esplicar quién debe ser el lejislador, pasa á espUcar cómo debe hacerse la
ley, y examina en primer lugar la cuestión de la codificación , esto es, si conviene para
reformar la lejislacion penal formar un código completo de juna vez, anulando todas las
leyes anteriores, ó bien hacer la reforma por niedio de leyes parciales y succesivas. £1
autor se decide por este segundo método, y solo cree aplicable el primero en un pais falto
de leyes penales, ó cuya lejislacion criminal se creyese muy mala.
Pero si parte de la lejislacion es buena, seria un desatino derribar lo que existe, lo
que ya está identificado con las ideas y costumbres del pueblo, solo por el gusto de for^
Mnar un edificio de nueva planta, cuya base sea un sistema^ y por consiguiente dé ocasión
agraves errores, aun prescindiendo del notable daño de obligar á los jueces y abogados
á estudiar una jurisprudencia nueva. Cuando se corrije una mala ley se alteran respecto
á los casos que á ella he refieren, las doctrinas de los letrados : eslo es fácil, y ningún
jurisperito se quejará de ello. Pero altérese toda la lejislacion, aun en la pa^te que tie-
ne buena, y habrán de aprender de nuevo su oficio.
Añádase á esto la dificultad, ó por mejor decir, imposibilidad de que un Congreso
lejislativo concurra verdaderamente á formar un código entero. Una ley pucd(> ser discu-
tida , examinada bajo todos sus aspectos y votada en conciencia con conocimiento de
causa. Un código no se adoptará nunca sino por un voto de confianza concedido al redactor
7 á la comisión.
Ademas, si el código civil puede hasta cierto punto ser eterno é inmutable, no asi el
código penal, sometido á las exijencias y necesidades sociales, esencialmente variables.
Eo el concepto de hacer inmutable la obra , cson , dice , dos absurdos del mismo género
iiD código y un diccionario de la academia.» Confesamos que no hemos entendido bien
eata comparación de M. Rossi. Es posible que el redactor de un código piense en hacer
una obra muy duradera. Es una autoridad lejitima; y sus decisiones tienen fuerza de ley,
mientras no haya otra autoridad semejante que las derogue. No tienen ese carácter los
diccionarios de las lenguas. Los cuerpos sabios que los publican consignan en ellos las
decisiones del uso actual: cQuem penes arbitrium est , et jus et norma loquendi» y por
consiguiente reconocen la autoridad superior del uso, la proclaman y son , por decirlo
asi , su poder ejecutivo. ¿Llega á desusarse ó perderse una voz, corriente antes y admi-
tida en el lenguaje? El diccionario advierte á los que quieran hablar bien el idioma, que
aquella voz es desuñada ya, ó está anticuada. ¿Introdúcese en el lenguaje y en el uso de los es-
critores instruidos alguna palabra nueva? El diccionario la inserta, y esplica su valor. ¿Se
muda la significación de un vocablo? El diccionario lo avisa. Parécenosquc es imposible
á los diccionarios aspirar á la inmortalidad. No conocemos, pues, qué relación ó se-
mejanza tiene un libro sometido esencialmente al uso , la cosa mas variable y caprichosa
que hay entre los hombres, con un código cuya anulación no puede ser efecto sino del
efercicio posterior de la autoridad lejislativa. Tampoco entendemos cómo puede ser
ridiatlo el diccionario de un idioma. Por mal hecho que esté, siempre será necesario
Cra los que quieran aprender aquella lengua , y útilísimo cuando menos para los que
sepan. Es verdad que solo dice que es ridículo en cuanto aspire á la inmutabilidad.
Pero ¿cuál es el diccionario que tiene esa pretensión?
[136]
Los (los últimos capitules de la obra esplicaa lo que debe contener la ley penal * y
cómo debe redactarse y componerse; cuál debe ser la latitud concedida al juei; cuándo
conviene definir los delitos; cuándo no, y cómo deben redactarse los artículos relativos
á la participación en el delito, á las circunstancias atenuantes y agravantes, justifica-
ción y disculpa.
No nos atrevemos á decir que bemos dado una completa descripción de esta esceleotc
obra ; pero sí que lo hemos procurado. Nuestra costumbre, cuando tenemos que dar
cuenta délos libros de esta clase, es estudiarlos, meditarlos y escribir los pensamientos
que ha dejado en nuestra alma. Otros seguramente harán mejor este estudio; pero alo
menos no será inútil indicarles nuestras ideas, que podrán después comparar con las
suyas.
pon D. 71^0191390 ICASí^lOmZ DS LA ROSA.
E
7/1 tenui labor ; ai icnuis non gloría.
L cantor , dotado de una voz de grande alcance, hace mayor esfuerzo cuando tiene
que reprimirla que cuando la desplega en toda su estension. El insigne poeta, que supo
conmover los mas íntimos senos del corazón con los acentos lamentables de Edipo y oon-
las heroicas calamidades de Zaragoza : el ilustre orador que ha ennoblecido la tribuna es-
pañola con su varonil é independii^nte elocuencia: el sabio publicista, que ha examina*
do y espuesto las necesidades y tendencia de la é|)oca actual, abandona ahora el puñal
de Melpom'ene, la lira de Píndaro, el punzón de Tulio y la pluma de Montesquieu , y
reduce las dimensiones de su intelijencia á la estrecha capacidad de los niños, á quie-
nes habla y á quines hace hablar, y la reduce con la envidiable facilidad que es d ca-
rácter distintivo de sus obras. Estamos persuadidos á que ninguna le habrá costado tan-
to trabajo como esta. Es fácil al que está dotado de genio poético elevar el tono á la
altura de su imajinacion: es fácil al hombre instruido y versado en las discusiones pot^
ticas y filosóficas, adoptar el giro, ya lójico, ya oratorio, que corresponda á la sítnaeioa
y al pensamiento. Sabe que habla á hombres, y que le lian de entender. Pero espraiar
ideas morales y relijiosas, es decir, de un orden altísimo, de manera |que se bagan inte-
lijibles á la tierna razón de los niños, y que estos puedan percibirlas por sentimieBiD,
mas bien que por raciocinio, es obra harto difícil, y que supone en el que la emprende
y la desempeña debidamente un grande conocimiento del instinto moral del hombre,
única facultad desenvuelta en la edad para la cual escribe.
La prosa y los jversos contenidos en este librito, sin dejar de tenerla dignidad cor-
respondiente á sus argumentos, están dotados de la sencilla injenuidad que es propia
de la infancia. Pero dentro de este círculo tan estrecho , se descubren bellezas, capaees
de ser sentidas por los mismos niños y de indicarles las ideas del buen gusto al mismo
tiempo que las de la virtud ; ideas que están mas enlazadas entre sí de lo que gene*
raímente se cree. Pueden servirnos de ejemplo algunos de sus proverbios , como este:
Dios al bravo mar enfrena
Cotí muro de leve arena.
Los epítetos bravo y leve forman un contraste que será fácil hacer conocer al nifio de
menor capacidad. Lo mismo podemos decir de otros proverbios en que la intencioB
poética está tan bien espresada, que no es posible desconocerla. Tales son:
ÍM gloría que el malo ostenta^
No es corona , sino afrenta.
ri37]
Quien su cpiera no enfrena^
Lleta en la culpa la pena.
Lo mismo hemos advertido en las demás composiciones poéticas. Véase sino está es-
tarna en el Himno d la Virgen Santisima:
Cándido como la nieve
Conserta mi corazón^
Y el alma sencilla y pura
' Libre de vicio y de error.
Como del cielo el rodo
Caiga en mi tu bendición ,
Y nacerán las virtudes
Como en el campo la flor.
Esta es la poesía del sentimiento candoroso: esta es la única de que es capaz la in-
iaocia.
En las redondillas, donde se describen las estaciones del año, hay mas movimiento
y adornos poéticos; pero el autor ha tenido buen cuidado de anteponer á cada roman-
cito una breve esposicion en prosa, con la cual el niño podrá muy bien comprender
el sentido de los versos. Si en los del invierno dice:
Ye te descubro , Señor ^
Cuando al son del roneo trueno
Abre la nube su seno
Y arde en vivo resplandor,
m
Ya antes ha leido en el discurso que antecede : las tormentas limpian la atmósfera
de vapores pestilenciales , y á veces producen la benéfica lluvia , con que se refresca
el ambiente y se fertiliza la tierra.
Las narraciones del nacimiento de Moy^es y del sacrificio de Isaac están muy bien
cacrítas, y sus asuntos bien elejidos; pero el Sr. Martinezde la Rosa conocerá fácilmen-
te que faltan otras para completar el libro de los niños; y no estrañará que se espere de él
la oescripcion del gran sacrificio, figurado en el de Abrahara,y del nacimiento del gran
Libertador, figurado en Moyses; y todo para el uso de la infancia.
Los últimos romances en que se da una descripción sucinta de Espada , cual pue-
deo comprenderla los niños , son dignos del escritor patriota que quiere gravar en los
tierBOft ánimos de sus lectores el conocimiento y el amor de la patria.
Pero basta ya de análisis cuando se trata de una obra cuyo principal mérito no es
Uteraríe, sino moral; y no consiste tanto en el acierto de la ejecución como en el ob-
jeto que se ha propuesto su autor. £1 Sr.- Martinez de la Rosa proclama este gran prin-
cipio social : el sentimiento relijioso es la basa de la moral; y en su libro se descubre en to-
dais partes la intención de ligar á este sentimiento las máximas mas importantes y las
virtudes mas útiles al género humano. Ante este gran proyecto desaparecen , y
deben desaparecer todas las pretensiones al mérito literario.
Nosotros nos atreveremos á dar algún desenvolvimiento á la idea que el autor no hi-
zo mas qne indicar, porque no escribía un tratado de psicolojia , sino un prólogo para
los niftos.
Eo la tierna edad se desenvuelven y fortalecen casi simultáneamente tres instintos
connaturales al hombre: el de su conservación y felicidad , el de la sociedad, y el de su depen-
dencia del Ser Supremo é independiente. La generalidad de estos tres instintos, de estos tres
leotioiientos en todos los hombres de todas las épocas y pueblos, prueba que son titna-
losj €9 decir , que no los deben ni á la educación , ni á las preocupaciones, sino á su
misma naturaleza.
Pero es muy diversa la enerjia de estos sentimientos en razón de la mayor ó menor
cercania de sus objetos al hombre mismo. £1 de la felicidad es vivísimo: no lo es tanto
18
[138]
el (le la sociabilidad: el rrlijiom es mas débil porque su objeto es invisible. Sin embargo,
la razón nos dicta, cuando somos capaces de escucharla , que del tercer sentimiento
penden los otros dos; porque él nos revela las leyes del mundo social , y lo que debe-
mos bacer para ser felices nosotros mismos.
Siendo esto asi , es necesario que la educación se anticipe , aun antes que la rana
pueda estraviarse , á colocar el sentimiento relijioso en el lugar que le corresponde,
esto es , en el primero , y á bacer ver la dependencia que de él tienen tudas las virtu-
des sociales, todos los medios de felicidad (|ue se ban concedido á la naturaleza huma-
na. Es menester derivar de la relijion y ligar con ella todos los afectos benévolos y e^
pansivos, la detestación de todas las pasiones ruines y rencorosas, todos nuestros de-
seos justos, todas nuestras esperanzas lejítimas.
V esto es lo que á cada paso se nota en el libro de los niños. 1^ idea de Dios domi-
na en todas sus pajinas ; el amor del prójimo y los afectos dulces y sociales están unidoi
á ella, y la felicidad prometida á la virtud. E^te orden de ideas bonra al mismo tiem-
po el discernimiento y el cora zondel Sr. Martínez déla Rosa; y coloca su libro en la
clase de los que deben servir para la educación moral de la niñez.
DICTÁMENES Y LEYES ORGÁNICAS»
Ó ESTUDIOS PRÁCTICOS DE ADMINISTRACIÓN.
POR D» FRANCISCO ACCSTiN MLTEi^A* Madrid, 1839.
XjL autor , diputado á Cortes en varias lejislaturas, ha satisfecho en esta obra una de
las mas urgentes necesidades do la época presente, á saber: la de crear el gobierno , que
puede decirse no existe en Espada. Tenemos á la verdad una Constitución, que ha or-
ganizado el poder, designado su centro, sus atribuciones, sus límites; pero ¿tiene el poder
los medios y la fuerza necesaria para moverse dentro de esos límites y cumplir esas atri*
buciones? No: porque no existen leyes orgánicas que le pongan en contacto con las ma-
sas, y bagan su acción segura é indefectible. Tenemos á la verdad generales para el ejér-
cito; pero faltan oficiales y los cuadros están vacíos. Nuestra Icjislacion municipal y pro-
vincial es un anacronismo : pertenece á otra época , á otras ideas • á otro sistema » en
pugna con el de la Constitución do 1857 : pugna que conocieron muy bien lasCórtH
constituyentes , y la consignaron en los artículos 70 y 71 del código fundamental.
Estas razones, tomadas de laescelente introducción de este libro, y que le sirve de
alma , y la consideración de lo poco estudiada y conocida que es entre nosotros la ciea-
cia de la administración , ban movido al Sr. Silvela á presentar de una manera práctica
las cuestiones que faltan aun por resolver en nuestra patria , y los principios sobre que
debe girar su resolución.
Las cuestiones son cuatro , todas capitales para la existencia del gobierno , y asi la
obra está naturalmente dividida en cuatro parles. 1^ primera es la de la adminiMtniekm
municipal: cita la ley do 18 de Julio do 1857 sobre atribuciones municipales en Francia^
á la cual antecede la ley de 21 de Marzo de 1855 sobre organización municipal en d
mismo reino , y el dictamen de la comisión sobre la primera de estas dos leyes.
La segunda es la de las Diputaciones provinciales: contiene el dictamen de la comi-
sión especial sobre el proyecto de ley de organización y atribuciones de las di-
putaciones provinciales, leido en la sesión de 12 de Mayo de 1858 del Coogre-
so de diputados de España, con el articulado de dicho proyecto de ley; las leyes
de 10 de Mayo de 1858 sobre atribuciones, y de 22 de Junio de 1859 sobre organiza-
[139] ...
don de los concejos de departamento en Francia, y el dictamen de la comisión sobre la
primera de estas dos leyes.
La tercera es sobre tribunales adminUtraíivos ó con$*jo8 de provincia» Trac el proyecto
de ley presentado por cl autor al Congreso de diputados de España ep i2 de Noviembre
de 1858 con la esposicion de los motivos.
En fin , la cuarta contiene el proyecto de ley sobre gobiernos políticos , presentado en
la misma fecha al Congreso de diputados de España, con la esposicion de los motivos,
uo articulo de un periódico de Madrid sobre la necesidad de suprimir las intendencias,
la noticia de la visita del gefe político do Avila á su provincia, y la instrucción á los sub-
delegados de fomento , del SO de Noviembre de 1835.
Sigue después un apéndice con el proyecto de ley, presentado al Senado en 29 de Ene-
ro de i839, sobre la creación de un consejo de Estado; al cual proyecto antecede el dic-
tamen déla comisión sobre él, con cl decreto de 18 de Setiembre del mismo año, reorga-
nizando el consejo de Estado en Francia , y con un articulo sobre los ministerios y otro
sobre las direcciones generales.
Tales son las materias que abraza este tratado práctico de administración. Las notas
y esplicaciones del autor contienen las doctrinas y principios pertenecientes á esta cien-
cia tan vasta é importante , como poco conocida entre nosotros. A mayor abundamiento
trae al fin un prontuario de la lejislacfoñ administrativa vijente , y una nota de los li-
bros y autores que debe leer , estudiar ó consultar el que quiera dar su voto con cono-
cimiento de causa en las cuestiones gubernativas que aun están por decidir en España.
El Sr. Silvela reconoce la falta que liay en nuestra nación de buenos estudios admi-
nistrativos, c A haberlo permitido nuestras fuerzas , dice en la introducción, hubiéra-
mos emprendido escribir unos elementos de administración ; pero desconfiando por una
parte , y con sobrada razón , de nosotros mismos ; y por otra persuadidos de que enme-
dio de la ajilacion de los ánimos los estudios puramente teóricos ó especulativos consi-
guen rara vez fijar la atención , al paso que la captan no poco los do aplicación , hemos
preferido formar una colección de proyectos y leyes espíicadas por sus motivos.» Esta
segunda razón nos convence mas que la primera; porque contra la modestia , aunque
laudable, del autor militan las sabias y profundas observaciones diseminadas en toda
la obra.
En la Introducción ventila la célebre cuestión de derecho público acerca de la elec-
ción de los majistrados presidentes de las municipalidades, concede influencia en ellas á
los ajentes responsables del gobierno , y disipa las objecciones de la opinión contraria.
Su principal razón es que si el rey es el gefe del poder ejecutivo , no puede admitirse
la existencia de una majistratura que tenga atribuciones ejecutivas y que sea al mismo
tieinpo independiente de la corona.
En el dictamen de la comisión francesa sobre la ley de atribuciones municipales^ mani-
fiesta el Sr. Silvela en una nota (pág. 46) no ser de la opinión del relator cuando atri-
buye á la municipalidad decidir sobre los gastos de reparo ó construcción de las Casas
Consistoriales. A nosotros nos parece, aunque el autor no da allí razón alguna, que est04
gastos deben incluirse en la clase de obligatorios. No es decencia que una municipalidad
carezca de domicilio: ni debe permitirse la ruina ó el deterioro de los edificios públicos. Ijí
Cámara francesa opinó del mismo modo.
En el mismo dictamen ( pág. 57) se opone 'en la nota segunda á la disposición de la
ley francesa que atribuye á los consejos de prefectura el derecho de autorizar á los pue-
blos para intentar acciones en justicia. El Sr. Silvela manifiesta su opinión mas adelante
eo la pág. 216 y siguientes, y es: que este derecho no perteneciendo al orden judicial,
poes no hay actor ni reo en el caso de pedir licencia para pleitear, sino al principio de
tutela j protección que debe el gobierno á todos los particulares y á todas las corpora-
dones, debe residir mas bien en el gefe político, oido el tribunal administrativo, que en
este mismo tribunal.
En la nota de la pág. 2S9, tratándose de la ley de ¡gobiernos políticos manifiesta el
Sr. Silvela preferir el título de Gobernador de provincia al de gefe político y al de gober»
núdoreitü. En efecto, el epíteto del primero estrecha mucho las atribuciones del gefe,
qne comprenden cuantas relaciones tiene el ciudadano con la sociedad, no solo en el
orden político , sino en el económico militar y civil. El de gobemadot ettÜM refiere por el
[130]
sador, juez y verdugo , no tiene fuerza alguna en el caso presente. Su obediencia
ó desobediencia han de ser juzgadas primero en el tribunal de su conciencia, s
después en el de la justicia humana. Ni ante el uno ni ante el otro podrá discalpaV
su inobediencia con el pretesto de que la órdeh fue inmoral;', td efectivaiucnte no
lo fue.
Después de examinar y distinguir los efectos de la ignorancia, del error y de h
violencia en la jusüíicacion ó disculpa de las acciones humanas, pasaá analizarlos
diferentes actos que constituyen el delito. Su principio fundamental es este: ia jvtíiek
humana }w puede castigar sino cuando infiera con certidumbre moral de los actos e>fmo-
res la resolución interior de cometer el crimen. Solo entonces puede imputar el hecho
criminal.
Empieza por distinguir los actos internos de los estemos, y entre los estemos los
actos preparatorios de los de ejecución. En íin^la ejecución puede ser suspendida ó
frustrada.
En cuanto á los actos internos no pueden estar sometidos á la ley penal por la
imposibilidad de conocerlos, mientras no los revele algún acto csterior. Por mas pro-
bable que parezca , en circunstancias dadas, que se ha tomado la resolución de co-
meter el crímen , no puede existir ni la certidumbre moral ni la legal, porque no
existe ningún acto esterno de donde pueda inferirse.
Llámanse actos preparatorios del delito aquellos con los cuales el delincuente se
pone en estado de hacer su obra de iniquidad ; pero sin haberla comenzado todavía.
Estos actos pueden ser ó inocentes en si mismos, ó constituir otro nuevo delito ; pero
de ningún modo revelan la resolución de cometer el que con ellos se prepara. Se ha
comprado el veneno : se ha echado en el vaso. Hasta ahora tío se ha infrinjide ni»pm
derecho : hasta ahora no se ha empezado la acción de envenenar. Luego los actos
preparatorios no pueden ser castigados por la ley penal , y solo tiene la sociedad el
derecho de aplicar las medidas preventivas de policía , si las encuentra capaces de
prevenir el delito que los actos preparatorios pueden hacer que se tema ó se sospe-
che. Solo pueden someterse algunos de estos actos que tienen una relación mas inti-
ma con el delito á la justicia criminal , imponiendo al acusador la obligación de
probar por otros medios que existia la resolución de cometerlo. Las propuestas acep-
tadas ó no aceptadas de cometer un crímen , las tramas culpables conocidas por pala-
bras 6 por escritos están en este caso ; pues por mas relación que tengan con el acto
criminal , no lo comienzan, sino lo preparan.
Actos de ejecución son aquellos en que empieza ya á atacarse un derecho. El vaso
de veneno se presenta á la victima: bébalo, ó no hay tentativa de delito : ha comenza-
do el acto criminal y revela la intención del ájente. Bébese el veneno y prodoce su
efecto : hé aqui el crímen consumado. El veneno no produce su efecto ó no es bebido:
hé aqui el crimen ftvsírado. El envenenador antes de que se beba, movido de la pie-
dad 6 del remordimiento ó del temor , declara la traición é impide que se consume
la catástrofe : hé aqui el delito suspefidido.
M. Kossi opina que la pena correspondiente á los actos succesivos de ejecución
debe ser correspondiente á la gravedad de ellos, esto es, tanto mayor cuanto mas
se acerquen á la consumación ; pero siempre menor que la del delito consumado.
El delito suspendido por la acción voluntaria del actor no es ya delito , y no debe
castigarse. lx)s actos ya ejecutados podrán ser delitos de otra clase y merecer cas-
tigo ; pero no el que corresponde al delito que se quería cometer : en fin , el deli-
to frustrado parece que merecería la misma pena que el consumado ; pero c vál-
gale también, dice el autor, al delincuente la buena fortuna de su victima.» Fúndase
en que el reo en este caso no tiene que expiar los goces criminales que esperaba de
su delito, y en que los hombres son muy induljenles con el que no logró el mal que
deseaba hacer.
Ninguna de estas razones nos parecen fuertes. Esa induljencia no es mora/; solo
es producida por la alegría de que la victima se hubiese salvado ; y cuando los hom-
bres están alegres no son muy severos. La expiación no recae ni debe recaer sobre
los goces criminales mezclados siempre de angustias , que son su expiación en esta vida*
sino sobre la infracción del orden moral que debe ser restablecido por la pena. Uii-
[13Í]
paré mi escopeta contra otro hombre á quien deseaba matar; el tiro no salió ó se
erró : tan homicida soy como si hubiera atravesado el corazón á mi enemigo .
Concluye este capítulo con la participación en el delito , la cual divide en coddin^
atencim (voz que será necesario admitir en nuestra lejislacion criminal) y complicidad^
y censura los códigos que han confundido en una sola estas dos especies de parti-
cipación.
Llama codelincuentes á todos los que han sido autores de la resolución criminal ó de
su ejectícioH. Establece , pues , tres clases de codelincuencia : los provocadores direc-
tos áA delito que han sido autores de la resolución sin tomar parle en la ejecución;
los que sin haber cooperado á la resolución han tomado voluntariamente parte en la
ejecución , y los que han cooperado á la resolución y á la ejecución , llamados co-
munmente autores principales. Cómplices son los que, sin ser autores de la resolución
ni de la ejecución, han ayudado á una ó á otra , ó á ambas, física y moralmente. El
autor señala con mucha exactitud el grado de responsabilidad que compete á cada
clase de delincuencia ó de complicidad.
Es escusado decir que nuestro autor reGere las muchas y variadas cuestiones que
presenta su obra á los principios jenerales que sentó en el tomo I y que ya hemos
espuesto. De ellos deduce todas sus conclusiones ; y solo por haberlos visto mal apli-
cados, á nuestro parecer, nos hemos separado de la opinión de M. Rossi en la cues-
tión del delito frustrado.
ARTÍCULO II.
J2iL libro III de esta obra esplica la naturaleza, efectos y cualidades de la pena.
Después de su definición , el mal causado por el poder social al perpetrador de un delito^
pasa el autor á esplicar su fin. Este es el cumplimiento de la justicia social , la con-
servación del orden público. Cualquiera otro fin que se atribuya á la justicia huma-
na en la imposición de la pena es secundario. Las tres condiciones esenciales de la
pena legal son : primera , que castigue el mal con el mal : segunda , que castigue
solamente al autor del delito : tercera , que lo castigue en proporción del derecho
violado.
Son efectos de la pena la instrucción y el temor. Instruye á toda la sociedad, por-
que manifiesta inmediata é imperativamente las leyes del orden moral relativamente
á sos aplicaciones al orden público. Aterra, ya al mismo delincuente, ya á los que
se hallasen inclinados á imitarle. Previene , pues, los delitos^ porque obliga á los hom-
bres á estudiar y respetar el orden moral , y porque aterra á los que no quieren ins-
truirse ó tienen una perversidad superior á la instrucción.
Se ye, pues, que la utilidad de la pena es un corolario y no un principio de su
esencia. El autor cita la enmienda del delincuente como un efecto mas deseable que
seguro del castigo. Con este motivo se estiende acerca del sistema penitencial de las
cárceles, que hasta ahora, según M. Rossi, no ha producido resultados satis-
factorios.
Otros efectos de la pena son : el sentimiento de seguridad que da al cuei^po so-
cial , y la satisfacción de la conciencia pública ofendida por el delito. Esta satisfac-
ción procede del deseo del bien y de la conservación del orden que es general á to-
das los individuos de la sociedad.
Pasa después á la gran cuestión de la proporción entre la pena y el delito. Reco-
noce lá imposibilidad de resolverla por el simple raciocinio , porque en las ciencias
morales no hay un tipo, no hay una unidad como en las Matemáticas. Serian necesa-
rios tres datos que no existen : primero , la ecuación entre un delito dado y su pena:
segundo , la escala de relación de ios delitos : tercero , la de las penas.
Recurre, pues, á la conciencia del género humano para aproximarse en cuanto
sea ¡losíble á la verdad. « La relación , dice , que percibimos entre el mal moral y el
padecimiento de su autor. ... en cada caso particular son hechos de conciencia , ver-
dades sentidas é irrecusables» de intuición , como las llama mas arriba. Por consi-
guiente aconseja al lejislador que en esta parte procure estudiar el espíritu de la na-
cion , la hisloria del pais , la estadística de las causas criminales para no contrariar
la conciencia pública que siempre es el resultado de estos principios: primero, la
mayor ó menor enerjia del impulso criminal que varia según el girado de civilización:
segundo , la mayor ó menor probabilidad de que se cometa el delito : tercero , la
gravedad del mal producido por él : cuarto , el peligro en que pone á la sociedad t
el temor que inspira.
Las cualidades de la pena deben ser las siguientes :
Personales^ esto es, deben recaer solamente sobre el autor del delito. Es verdad
que toda pena produce efectos perniciosos á víctimas inocentes. Un reo condenado
al último suplicio puede dejar en el desamparo á su mujer y á sus hijos. Pero no es
la ley la que quiere este mal indirecto , sino el delincuente cuando se arrojó á oome-
ter un crimen merecedor de aquella pena.
Motriles, es decir, aquellas que no despierten pasiones en otros hombres, como la
confiscación ; ni se opongan á la enmienda posible del delincuente , como las inft-
mantés.
Dimibles en cuanto sea posible para poder atender á las circunstancias atenuantes
y agravantes , y al mayor ó menor grado de la sensibilidad del reo.
Reparables o remisibles para el caso de la reposición de la sentencia ó del uso dd
derecho de clemencia.
Lisínicíivas y satisfactorias , esto es, deben tener analojia con la naturaleaa del de-
lito. Mas esta relación ha de ser intrínseca como la privación de derechos políticos
al ({lie ha usurpado cargos públicos, ó la multa al reo de estafas; mas no material
como seria quemar al incendiario , ó dar veneno al emponzoñador.
Ejemplares ^ esto cu y públicas, solemnes y que produzcan en el delincuente un
mal que aterre á los que quisieran imitarle.
En fin , correctivas ó capaces de producir la enmienda del reo ó por temor ó por
convicción.
De estas cualidades las mas esenciales á la pena son que sea personal, mortU y
ejemplar; porque por ellas se restablece el orden moral que violó el delito. Las otras
condiciones son propias para correjir en muchos casos la falibilidad de la justicia
humana , ó para otros fines útiles á la sociedad.
Es llegado ya el caso de examinar las diferentes especies de penas contenidas en
los códigos, y empieza M. Kossi por el examen de la pena capital.
Ante todas cosas debe averiguarse si es lejitima , esto es , si el poder social tiene
derecho de imponerla. £1 argumento de M. Aossi á favor de este derecho no tiene
réplica. Esta pena ha sido impuesta por todos los lejisladores ; está escrita en todos
los códigos, y se ha aplicado en todas las naciones. Ahora bien : todo el género hu-
mano puede haber estado equivocado y estarlo aun sobre una cuestión de física y de
astronomía, no sobre un hecho de conciencia. El sentimiento universal de los hom-
bres en sociedad da A esta el derecho de esterminar al parricida, al asesino, al en-
venenador. Nada puede oponerse contra este hecho que prueba el derecho por s«r
producto de la conciencia humana.
Vengamos al raciocinio. La vida , como todos los demás bienes del hombre, pue-
de ser objeto de la penalidad^ siempre que ofrezca materia á la expiación , es decir,
siempre que conserve analojia y proporción con el delito. El padre de familias, que
mata á un hombre por defender la vida de su Jiijo ó el honor de su mujer, cumple
una obligación. La justicia social cumple la suya, cuando impone la pena merecida pw
el delincuente > y no tiene otro medio de defender la sociedad.
.No por eso niega el autor cuan grande abuso se ha hecho y cuánto se abusa aun
de la pena capital. Desea como nadie que se borre de los códigos ; pero antes se ne-
cesita que los progresos de la civilización moral de los pueblos hagan muy raros los
crímenes que está destinada á castigar y prevenir.
Viniendo á las cualidades de esta pena se ve que es personal y ejemplar por el ter-
ror que inspira. En cuanto á su moralidad puede escitar pasiones muy funestas cuan-
do se aplica mal. La pena capital impuesta al robo sin asesinato multiplica los asesi-
natos y disminuye los procesos de robo. El salteador, á quien la ley avisa que nada
gana con respetar la vida del robado, tiene un fuerte incentivo para esterminar el
[133]
testigo de su crimen. Impuesta la misma pena á los delitos puramente políticos , da
un grande impulso á la calumnia, á los furores de los partidos, á los aduladores del
poder. M. Rossi cree que cuando un delito político no se complica con el asesinato,
el robo y el incendio ó algún otro crimen de una categoría diferente , no debe impo-»
nérsele el último suplicio. Esta opinión , contraría á la de Beccaria, que solo admite
la pena capital en los delitos de estado, pueba la diversidad de principios de ambos
publicistas. £1 primero se funda en la conciencia pública menos vulnerada por los
erimenes polilicos que por el asesinato, el incendio y el veneno. £1 segundeen la
utilidad del orden politice establecido. La pena capital es el máximo de las penas , y
solo debe aplicarse á los mas graves atentados contra la moral , y en los casos en que
la sociedad exije la mayor represión posible.
La pena de muerte demasiado prodigada, mucho mas si la precede mutilación ú
otro tormento , ó si es lenta y terriblemente dolorosa ^ hace las naciones bárbaras y
sanguinarias porque se acostumbran al espectáculo de ver sufrir al hombre. También
producen otro efecto moral sumamente pernicioso, y es la impunidad de los delitos.
Nadie *e atreve á declarar , ni á acusar , ni á condenar cuando el resultado ha de ser
llevar al delincuente al -cadalso por un delito que la conciencia pública no cree me-
recedor de tanta pena,
No sucede lo mismo cuando la pena capital se impone por grandes atentados
eontra la humanidad. £n estos casos es menester reprimir mas bien que escitar la
indignación del público , de los testigos y de los jueces. Entonces es la pena eminen-
temente ejemplar , y no pocas veces reconoce su justicia el mismo infeliz que ha de
sufrirla. Cuando el delito está bien probado , el suplicio es merecido, y si se impone
la pena de muerte pronto y sin crueldad , la sensación de terror saludable que espe-
rimentan todos es solemne y útilísima.
No siendo reparable ni remisible la pena de muerte , opina el autor que ninguna
senlencia capital debería ejecutarse sin la previa revisión del poder que tenga la pre-
rogatíva del derecho de clemencia.
Las demás penas corporales inferiores á la de muerte son inmorales. La intensidad
de muchas de ellas depende del verdugo. Y en general imposibilitan en una nación
bien moríjerada, ó cuando menos instruida y dotada del sentimiento del honor, la
enmienda del delincuente , que ya estigmatizado por la ley , no podrá encontrar ni
alivio ni trabajo , ni amor^ ni amistad sino en hombres tan inmorales como éh La
misma observación hace M. llossi sobre las penas infamantes,
Pero contra estas hace otra objeccion todavía mas fuerte. £1 poder social no pue-
de disponer del espíritu público para infrinjirlo como pena. La opinión que de un
hombre formen sus conciudadanos no depende ni de la ley ni de la sentencia del juez;
depende solo del juicio que formen de sus acciones y costumbres. 1^ pena infamante
está de mas cuando el delito es de aquellos que suponen un alma bajamente inmoral,
como el hurto , el daño hecho alevosamente^ el falso testimonio , la calumnia. 1^
pena infamante no produce su efecto cuando el delito inspira mas horror é indigna*
cion que desprecio , ó es producido por la exaltación de pasiones no reprimidas.
Trata después del encarcelamiento , que es la pena por escelencia en las naciones
civilizadas; pues priva del bien de la libertad que es el mayor de los sociales. El
autor entra en este capitulo en una larga discusión acerca del sistema penitencial de
iaa cárceles , y espone escelen les ideas sobre esta materia , que actualmente llama la
atención de todos los publicistas y filósofos.
Restan la multa y el destierro en sus diferentes especies. Proscribe muy justa-
mente la confiscación y las multas exorbitantes que se acerquen á ella. Censura las
multas que son parte alienóla del capital^ poco onerosas para los muy ricos, y gra-
ves para los que son menos; y concluye á favor del establecimiento de un máximo y
de un mínimo , y de la disminución de las multas por infracciones pequeñas, c Estas
multas , dice , no deben ser penas^ sino avisos. >
La locomoción ó la translación obligada del delincuente de un punto á otro la cree
muy oportuna para los delitos puramente políticos, porque esta pena tiene analojía
con el impulso criminal , esto es, con la ambición , y asegura la sociedad contra la
turbulencia ulterior del delincuente.
[134]
ARTICULO IH.
JLjL cuarto v úlüino libro de esle Iratado habla de la ley pénala su necesidad, formaciott
y composición.
La justicia humana no castiga todos los actos inmorales^ sino solo aquellos quek-
frinjen derechos cxijibles y que no pueden sostenerse de otra manera sino por la ley
penal. £1 derecho de castigar se funda en dos elementos, el delito y la necesidad de cas-
tigarlo. El primer elemento es conocido, íijo é invariable: el segundo puede admitir mo-
dificaciones. La ley penal es^ pues, variable por su esencia mUma; pues depende de la
situación moral y de las circustancias en que se halla la sociedad.
No hay cosa mas inocente que pasearse do noche; pero el (|ue prevea que por las cir-
cunstancias particulares de la ciudad su salida á aquellas horas hade producir desórdenes,
cometerá un acto inmoral, siá pesar de su convicción se pasea. Pero ¿podrá castigarle
el poder social por aquella inmoralidad!'^ No, si no existe una ley que lo prohiba; por-
que podrá responder, con verdad ó sin ella: yo creía hacer uiuí acción inocente, Y ¿quién
le probará lo contrario no existiendo otro testigo que su conciencia individual?
Mas: aun cuando la inmoralidad del acto sea notoria y no pueda terjiversarse podrá
decir el delincuente, si no hay ley: es verdad que he obrado mal; yero no crei hacer wn graií
daño á la sociedad^ pues no ha prolUbido esta acción. V ¿(¡uién le probará que miente? M. Roisi
añade á estos argumentos, que no tienen réplica, el del carácter pret^/i/tm> que tiene la ley
penal, para probar la necesidad de comprender en ella todos los delitos, especificando sus
penas; y deduce el principio conservador á un mismo tiempo déla moral, del orden y déla
libertad; d nndie debe castigarse sino por actos previstos en la ley. I^ equidad natural de los jue-
ces y majistados era buena para los tiempos primitivos de la civilización, en los cuales
la única garantía era la probidad personal del que juzgaba y sentenciaba. Entonces no ha*
bía leyes^ sino usos: entonces se seguia en las sentencias el impulso de la conciencia púbVcSt
bien ó mal interpretada. Ya hemos salido de aquellos rudimentos: ya es necesario que
los oráculos de la conciencia los dé el lejislador , y que sean esplicitos , claros y termi-
nantes.
Mas no por eso se crea que si es necesaria la promulgación de la ley que declara el Í9^
litn^ lo es igualmente la determinación de la cantidad tija de pena que debe imponérsele.
cLos que asi piensan , dice el autor, han hecho de cada ley un lecho de Procusto , donde
tiene que acomodarse de grado ó por fuerza cada caso particular.» Es necesario qus
el lejislador deje al juez la latitud competente, dentro de ciertos limites, en la especie de
pena que corresponda á cada delito. Esta debe á la verdad designarse en la ley : porque
;.quién sin estremecerse dejaría al juez la facultad de elejir entre la pena de muerte y
la de encarcelamiento, entre la deportación y la multa'/ Pero en las penas divisibles^ se-
ñalados el máximo y el mínimo de ellas, puede y debe dejarse al majistrado la elección
de la cantidad para ocurrir á los diversos casos y circunstacias que la ley no lia podido
prever.
Examina después quién debe ser el lejislador penal , y no duda en decidirse por les
congresos represeniativos. En cierto grado de civilización podría un hombre instruido»
independiente y de probidad formar buenas leyes civiles. La teoria de las obligaciones
y derechos se funda en principios fijos é invariables, fáciles de aplicar á las nuevas com-
binaciones de intereses que sean creados por la sociedad. No asi la ley penal , fundada en
dos hechos, la conciencia y las necesidades sociales.
En cuanto al principio moral, atacado por el delito, corre tanto mas riesgo de ser
adulterado por las pasiones humanas, cuanto mas se separe su examen de la conciencia
piiblica y se reduzca á la individual. Pero prescíndase del peligro de las pasiones: supóngase
al individuo, á quien se dáel cargo de lejislador, inaccesible á todo afecto que no sea
el de la justicia: se caerá siempre en el inconveniente de introducir en la lejislacion penal
del espíritu de sistema que pondrá sus conclusiones facticias en lugar de inspiraciones
comunes de lo bueno y de lo justo. Un sectario del sistema de la utilidad solo calculará
el mal material de las acciones. El que esté persuadido de la gran importancia del comer-
[I35J
CÍO y de la industria para los progresos físicos y morales del hombre , dará una gravedad
moral ei^ajeradaá los crimenes de falsificación, piratería y fabricación de falsa moneda.
£1 que es muy relijioso, traspasará probablemente los limites de la sociedad para in\'adir
el territorio de las conciencias, y castigará los actos inmorales aunque no tenga el orden
público necesidad de castigarlos, c Escójase, añade, al contrario un hombre de la escuela
del siglo XyiU[,ymuy probablemente la relijion se arrastrará cautiva á los pies de una
política invasora , ó á lo menos el culto esterior y sns ministros estarán fallos de protec-
ción. § Esto en cuanto á la moralidad de la ley penal.
Y en cuanto á su necetidad ¿dónde está el hombre de estado, el filósofo profundo, el
erudito laborioso que pueda jactarse de conocer todas las exijencias sociales, todos los he-
hos que las revelan, todos los sucesos que las demuestran, mucho mas cuando eslas exi-
jencias son por su naturaleza variables? Para conocer el verdadero estado moral de la so-
ciedad , que es uno de los doa elementos esenciales de la ley penal , es necesario el
examen y la confrontación de muchos testimonios diferentes ; y ni uno ni otro puede
conseguirse sino en una asamblea lejislativa suficientemente numerosa.
Dnipnes de esplicar quién debe ser el lejislador, pasa á espHrar cómo debe hacerse la
ley, y examina en primer lugar la cuestión de la codificación , esto es, si conviene para
reformar la lejislacion penal formar un código completo de jiina vez, anulando todas las
leyes anteriores, ó bien hacer la reforma por niiedio de leyes parciales y succesivas. £1
autor se decide por este segundo método, y solo cree aplicable el primero en un pais falto
de leyes penales, ó cuya lejislacion criminal se creyese muy mala.
Pero si parte de la lejislacion es buena, seria un desatino derribar lo que existe, lo
que ya esiá identificado con las ideas y costumbres del pueblo, solo por el gusto de for^
mar un edificio de nueva planta, cuya base sea un mlema^ y por consiguiente dé ocasión
á graves errores, aun prescindiendo del notable daño de obligar á los jueces y abogados
á estudiar una jurisprudencia nueva. Cuando se corrijo una mala ley se alteran respecto
á los casos que á ella í^e refieren, las doctrinas de los letrados : esto es fácil, y ningún
jurisperito se quejará de ello. Pero altérese toda la lejislacion, aun en la pa^te que tie-
ne buena, y habrán de aprender de nuevo su oficio.
Añádase á esto la dificultad, ó por mejor decir, imposibilidad de que un Congreso
lejislativo concurra verdaderamente á formar un código entero. Una ley puedo ser discu-
tida, examinada bajo todos sus aspectos y votada en conciencia con conocimiento de
causa. Un código no se adoptará nunca sino por un voto de confianza concedido al redactor
y á la comisión.
Ademas, si el código civil puede hasta cierto punto ser eterno é inmutable, no asi el
código penal, sometido alas exijencias y necesidades sociales, esencialmente variables.
En el concepto de hacer inmutable la obra , cson , dice , dos absurdos del mismo género
uo código y un diccionario de la academia.» Confesamos que no hemos entendido bien
esta comparación de M. Rossi. Es posible que el redactor de un código piense en hacer
una obra muy duradera. Es una autoridad lejitima; y sus decisiones tienen fuerza de ley,
mientras no haya otra autoridad semejante que las derogue. No tienen ese carácter los
diccionarios de las lenguas. Los cuerpos sabios que los publican consignan en ellos las
decisiones del uso actual: cQuem penes arbitrium est , et jus et norma loquendi» y por
consiguiente reconocen la autoridad superior del uso, la proclaman y son , por decirlo
asi , su poder ejecutivo. ¿Llega á desusarse ó perderse una voz, corriente antes y admi-
tida en el lenguaje? El diccionario advierte á los que quieran hablar bien el idioma, que
aquella voz es desusada ya, ó está anticuada. ¿Introdúcese en el lenguaje y en el uso de los es-
cntores instruidos alguna palabra nueva? El diccionario la inserta, y esplica su valor. /Se
muda la significación de un vocablo? £1 diccionario lo avisa. Parécenos que es imposible
á los diccionarios aspirar á la inmortalidad. No conocemos, pues, qué relación ó se-
mejanza tiene un libro sometido esencialmente al uso , la cosa mas variable y caprichosa
que hay éntrelos hombres, con un código cuya anulación no puede ser efecto sino del
ejercicio posterior de la autoridad lejislativa. Tampoco entendemos cómo puede ser
ridiculo el diccionario de un idioma. Por mal hecho que esté, siempre será necesario
Cra loa que quieran aprender aquella lengua , y útilísimo cuando menos para los que
sepan. Es verdad que solo dice que es ridículo en cuanto aspire á la inmutabilidad.
Pero ¿cuál es el diccionario que tiene esa pretensión?
[136]
Los dos últimos capitules de la obra esplican lo que debe coDlener la ley pcDal^i
cómo debe redactarse y componerse; cuál debe ser la latitud concedida al juez; cuándo
conviene definir los delitos; cuándo no, y cómo deben redactarse los artículos relativoi
á la participación en el delito, á las circunstancias atenuantes y agravantes , juslifica-
cion y disculpa.
Xo nos atrevemos á decir que hemos dado una completa descripción de esta esceleote
obra ; pero sí que lo hemos procurado. Nuestra costumbre, cuando teneanos que dar
cuenta délos libros de esta clase, es estudiarlos, meditarlos y escribir los peosamienlM
que ha dejado en nuestra alma. Otros seguramente harán mejor este estudio; pero alo
menos no será inútil indicarles nuestras ideas, que podrán después comparar con las
suyas.
POH D. FRAUOZSOO XAAHTZUBZ DS ZaA ROSA.
In ienxii labor ; ai tennis íwn gloria.
ÍljL cantor, dotado de una voz de grande alcance, hace mayor esfuerzo cuando tiene
que reprimirla que cuando la desplega en toda su ostensión. El insigne poeta, que supo
conmover los mas íntimos senos del corazón con los acentos lamentables de Edipo y coih
las heroicas calamidades de Zaragoza: el ilustre orador que ha ennoblecido la tribuna es-
pañola con su varonil é independit^nte elocuencia: el sabio publicista, que ha examina*
do y espuesto las necesidades y tendencia de la época actual, abandona ahora el puñal
de Melponoiene, la lira de Píndaro, el punzón de Tulio y la pluma de Montesquieu , y
reduce las dimensiones de su intelijencia á la estrecha capacidad de los niños, á qoie«
nes habla y á quines hace hablar, y la reduce con la envidiable facilidad qu« es el ca-
rácter distintivo de sus obras. Estamos persuadidos á que ninguna le habrá costado lau-
to trabajo como esta. Es fácil al que está dotado de genio poético elevar el tono i la
altura de su imajinacion: es fácil al hombre instruido y versado en las discusiones poli-
ticas y filosóficas, adoptar el giro, ya lójico, ya oratorio, que corresponda á la sitaaeioa
y al pensamiento. Sabe que habla á hombres, y que le han de entender. Pero esprenr
ideas morales y relijiosas, es decir, de un orden altísimo, de manera |que se hagan int»*
lijibles á la tierna razón de los niños, y que estos puedan percibirlas por sentimienlo,
mas bien que por raciocinio, es obra harto díficíl, y que supone en el que la emprende
y la desempeña debidamente un grande conocimiento del instinto moral del hombre,
única facultad desenvuelta en la edad para la cual escribe.
La prosa y los ¡versos contenidos en este librito, sin dejar de tenerla dignidad eor»
respondiente á sus argumentos, están dotados de la sencilla injenuidad que es propia
de la infancia. Pero dentro de este circulo tan estrecho, se descubren bellezas, capaees
de ser sentidas por los mismos niños y de indicarles las ideas del buen gusto al mismo
tiempo que las de la virtud ; ideas que están mas enlazadas entre si de lo que gene-
ralmente se cree. Pueden servirnos de ejemplo algunos de sus proverbios , como este:
Dios al bravo mar enfrena
Con muro de leve arena.
Los epítetos bravo y Uve forman un contraste que será fácil hacer conocer al niño de
menor capacidad. Lo mismo podemos decir de otros proverbios en que la inteDCión
poética está tan bien espresada, que no es posible desconocerla. Tales son:
ím gloria que el malo ostenta^
No es corona , sino afrenta.
[137]
Quien su cplera no enfrena^
Lleva en la culpa la pena.
Lo mbino hemos advertido en las demás composiciones poéticas. Véase sino esta es-
tarna en el Himno d la Virgen Santisima:
•
Cándido como la nieve
Conserta mi corazón^
Y el alma sencilla y pura
' Libre de vicio y de error.
Como del cielo el rodo
Caiga en mi tu bendición ,
Y nacerán las virtudes
Como en el campo la flor.
Esta es la poesía del sentimiento candoroso: esta es la única de que es capaz la in-
fancia.
En las redondillas, donde se describen las estaciones del ano, hay mas movimiento
y adornos poéticos; pero el autor ha tenido buen cuidado de anteponer á cada roman-
cito una breve esposicion en prosa, con la cual el niño podrá muy bien comprender
el sentido de los versos. Si en los del invierno dice:
Ye te descubro , Señor ^
Cuando al son del ronco trueno
Abre la nube su seno
Y arde en vivo resplandor,
•
Ya antes ha leido en el discurso que antecede : las tormentas limpian la atmósfera
de vapores pestilenciales , y á veces producen la benéfica lluvia , con que se refresca
el ambiente y se fertiliza la tierra.
Las narraciones del nacimiento de Moyses y del sacrificio de Isaac están muy bien
eierítas, y sus asuntos bien elejidos; pero el Sr. Martinezde la Rosa conocerá fácilmen-
te que futan otras para completar el libro de los niños; y no estrafiará que se espere de él
la oeacrípcion del gran sacrificio, figurado en el de Abrahara,y del nacimiento del gran
Libertador, figurado en Moyses; y todo para el uso de la infancia.
Loa últimos romances en que se da una descripción sucinta de España , cual pue-
deo comprenderla los niños , son dignos del escritor patriota que quiere gravar en los
tieriioa ánimos de sus lectores el conocimiento y el amor de la patria.
Pero basta ya de análisis cuando se trata de una obra cuyo principal mérito no es
literario y sino moral ; y no consiste tanto en el acierto de la ejecución como en el ob-
jeto que se ba propuesto su autor. El Sr. Martinez de la Rosa proclama este grao prín-
cifno social : d sentimiento relijioso es la basa de la moral; y en su libro se descubre en to-
das partes la intención de ligar á este sentimiento las máximas mas importantes y las
virtodetBias útiles al género humano. Ante este gran proyecto desaparecen, y
debea desaparecer todas las pretensiones al mérito literario.
Nosotros nos atreveremos á dar algún desenvolvimiento á la idea que el autor no hi-
zo mas qae indicar, porque no escribía un tratado de psicolojia , sino un prólogo para
los nifios.
En la ttema edad se desenvuelven y fortalecen casi simultáneamente tres instintos
conoatorales al hombre: el de su consercacion y felicidad , el de la sociedad , y el de su depen-
dencia del Ser Supremo é independiente. La generalidad de estos tres instintos, de estos tres
sentimientOB en todos los hombres de todas las épocas y pueblos, prueba que son tnna-
tos^ es decir, que no ios deben ni á la educación , ni á las preocupaciones, sino á su
misma oaturaleza.
Pero es muy diversa la enerjía de estos sentimientos en razón de la mayor ó menor
cercasia de sos obfetos al hombre mismo. 11 de la felicidad es vivísimo: no lo es tanto
18
el (le la sociabilidad: el rdijioso es roas débil porque su objeto es invisible. Sin embargo,
la razón nos dicta, cuando somos capaces de oscucbarla , que del tercer sentimiento
penden los otros dos; porque él nos revela las leyes del mundo social , y lo que debe-
mos hacer para ser felices nosotros mismos.
Siendo esto asi, es necesario que la educación se anticipe, aun antes que la razoa
pueda estraviarse , á colocar el sentimiento relijioso en el lugar que le corresponde,
esto es , en el primero , y á bacer ver la dependencia que de él tienen tudas las virtu-
des sociales, todos los medios de felicidad que se han concedido á la naturaleía huma-
na. Es menester derivar de la relijion y ligar con ella todos los afectos benévolos y ci-
pansivos, la detestación de todas las pasiones ruines y rencorosas, todos nuestros de-
seos justos, todas nuestras esperanzas lejí timas.
V esto es lo que á cada paso se nota en el libro de los niños. La idea de Dios domi-
na en todas sus pajinas ; el amor del prójimo y los afectos dulces y sociales están unidof
á ella, y la felicidad prometida á la virtud. Este orden de ideas honra al mismo tiem-
po el discernimiento y el cora zon del Sr. Martinez de la Rosa ; y coloca su libro en la
clase de los que deben servir para la educación moral de la niñez.
DICTÁMENES Y LEYES ORGÁNICAS,
Ó ESTUDIOS PRÁCTICOS DE ADMINISTRACIÓN,
POR D» FRANCISCO ACCSTiiv ML^Ei^A* Madrid, 1839.
fiL autor , diputado á Cortes en varias lejislaturas, ha satisfecho en esta obra una de
las mas urgentes necesidades de la época presente, ü saber: la de rmir el gobierno , que
puede decirse no existe en España. Tenemos á la verdad una Constitución , que ha or-
ganizado el poder, designado su centro , sus atribuciones, sus limites; pero ¿tiene el poder
los medios y la fuerza necesaria para moverse dentro de esos limites y cumplir esas atri-
buciones? >io: porque no existen leyes orgánicas que le pongan en contacto con las ma»
sas, y hagan su acción segura é indefectible. Tenemos á la verdad generales para el eJéT'
cito; pero faltan oficiales y los cuadros están vacíos. Nuestra I ejislacion municipal y pro-
vincial es un anacronismo: pertenece á otra época , á otras ideas, á otro sistenM» en
pugna con el de la Constitución de 1857 : pugna que conocieron muy bien las Cortes
constituyentes , y la consignaron en los artículos 70 y 7i del código fundamental.
Estas razones, tomadas de la cscelente introducción de este libro, y que le sirve de
alma , y la consideración de lo poco estudiada y conocida que es entre nosotros la cien-
cia de la administración , han movido al Sr. Sil vela á presentar de una manera práctica
las cuestiones que faltan aun por resolver en nuestra patria , y los principios sobre que
debe girar su resolución.
Las cuestiones son cuatro , todas capitales para la existencia del gobierno , y asi la
obra está naturalmente dividida en cuatro partes. I^ primera es la de la admiMstraekm
municipal: cita la ley do 18 de Julio de 1857 sobre atribuciones municipales en Francia,
á la cual antecede la ley de 21 de Marzo de 1855 sobre organización municipal en el
mismo reino , y el dictamen de la comisión sobre la primera de estas dos leyes.
La segunda es la de las Diputaciones provinciales: contiene el dictamen de la C(Mni-
sion especial sobre el proyecto de ley de organización y atribuciones de laa di-
putaciones provinciales, leido en la sesión de 12 de Mayo de 1858 del Congre-
so de diputados de España, con el articulado de dicho proyecto de ley; las leyes
de 10 de Mayo de 1858 sobre atribuciones, y de 22 de Junio de 1859 sobre organiza-
[Í39] ...
cion de los concejos de departamento en Francia, y el dictamen de la comisión sobre la
primera de estas dos leyes.
La tercera es sobre iribunaUs administrativos ó consejos de provincia. Trae el proyecto
de ley presentado por cl autor al Congreso de diputados de I&paña en i 2 de Noviembre
de 1838 con la esposicion de los motivos.
En fin , la cuarta contiene el proyecto de ley sobre gobiernos políticos , presentado en
la misma fecha al Congreso de diputados de España, con la esposicion de los motivos,
UD articulo de un periódico de Madrid sobre la necesidad de suprimir las intendencias,
la noticia de la visita del gefe político de Avila á su provincia, y la instrucción á lossub*
delegados de fomento , del 20 de Noviembre de i 835.
Sigue después un apéndice con cl proyecto de ley, presentado al Senado en 29 de Ene-
ro de 1839, sobre la creación de un consejo de Estado; al cual proyecto antecede el dic-
tamen déla comisión sobre él, con el decreto de 18 de Setiembre del mismo año, reorga-
nizando el consejo de Estado en Francia , y con un artículo sobre los ministerios y otro
sobre las direcciones generales.
Tales son las materias que abraza este tratado práctico de administración. Las notas
y esplicaciones del autor contienen las doctrinas y principios pertenecientes á esta cien-
cia tan vasta é importante , como poco conocida entre nosotros. A mayor abundamiento
trae al fin un prontuario de la lejislacíoñ administrativa vijente , y una nota de los li-
bros y autores que debe leer , estudiar ó consultar el que quiera dar su voto con cono-
cimiento de causa en las cuestiones gubernativas que aun están por decidir en España.
El Sr. Silvela reconoce la falta que hay en nuestra nación de buenos estudios admi-
nistrativos, c A haberlo permitido nuestras fuerzas , dice en la introducción, hubiéra-
mos emprendido escribir unos elementos de administración ; pero desconfiando por una
parte , y con sobrada razón , de nosotros mismos ; y por otra persuadidos de que enme-
dio de la ajitacion de los ánimos los estudios puramente teóricos ó especulativos consi-
guen rara vez fijar la atención , al paso que la captan no poco los do aplicación , hemos
preferido formar una colección de proyectos y leyes esplicadas por sus motivos, t Esta
segunda razón nos convence mas que la primera ; porque contra la modestia , aunque
laudable, del autor militan las sabias y profundas observaciones diseminadas en toda
la obra.
En la Introducción ventila la célebre cuestión de derecho público acerca de la elec-
ción de los majistrados presidentes de las municipalidades, concede influencia en ellas á
los ajentes responsables del gobierno , y disipa las objecciones de la opinión contraria.
Su principal razón es que si el rey es el gefe del poder ejecutivo , no puede admitirse
la existencia de una majistratura que tenga atribuciones ejecutivas y que sea al mismo
tiempo independiente de la corona.
En el dictamen de la comisión francesa sobre la ley de atribuciones municipales^ mani-
fiesta el Sr. Silvela en una nota (pág. 46) no ser de la opinión del relator cuando atri-
buye á la municipalidad decidir sobre los gastos de reparo ó construcción de las Casas
Consistoriales. A nosotros nos parece, aunque el autor no da allí razón alguna, que estos
gastos deben incluirse en la clase de obligatorios. No es decencia que una municipalidad
carezca de domicilio: ni debe permitirse la ruina ó el deterioro de los edificios públicos. I^
Cámara francesa opinó del mismo modo.
En el mismo dictamen ( pág. 57) se opone 'en la nota segunda á la disposición de la
ley francesa que atribuye á los consejos de prefectura el derecho de autorizar á los pue-
blos para intentar acciones en justicia. El Sr. Silvela manifiesta su opinión masadelante
en la pág. 216 y siguientes, y es: que este derecho no perteneciendo al orden judicial,
pues no hay actor ni reo en el caso de pedir licencia para pleitear, sino al principio de
tutela j protección que debe el gobierno á todos los particulares y á todas las corpora-
cianes, debe residir mas bien en el gefe político, oido el tribunal administrativo, que en
este mismo tribunal.
En la nota de la pág. 259 , tratándose de la ley de jgbbiernos políticos manifiesta el
Sr. Silvela preferir el título de Gobernador de provincia al de gefe político y al de gober»
nadereivii. En efecto, el epíteto del primero estrecha mucho las atribuciones del gefe,
qoe comprenden cuantas relaciones tiene el ciudadano con la sociedad , no solo en el
orden político , sino en el económico militar y civil. El da gobernador ettilse refiere porel
[140]
contrario á esta última clase de relaciones y parece cscluirlaspolíticas,
y económicas. El título de gobernador de provincia comprende todas sus atribuciones sia
olvidar ninguna , y al mismo tiempo su jurisdicción , sin que puedan confundirse con la
de los gobernadores militares , á quienes siempre se añade ademas de su epitclo pro-
pio el nombre de la pinza, distrito ó territorio á que se estiende su gobierno.
Por una consideración semejante, esto es , por la exactitud de la nomenclatura qui-
siéramos nosotros que se suprimiese el epíteto constitucional que en nuestro lenguaje
oficial tienen algunas autoridades como los alcaldes y ayuntamientos. ¿Puede existir ¿d-
guna autoridad pública que no sea constitucional, esto es, que no deba su or^eny
sus atribuciones á la ley fundamental? No. Luego aquel adjetivo es una verdadera redun-
dancia. Y ¿por qué se aplica á unas autoridades y á otras no? ¿Por qué no se dice minis-
tro con^/Z/uciona/ de la gobernación ó director consiihmonul de caminos y canales, cuan-
do estas autoridades se derivan de la misma fuente que todas, á saber: de nuestro có-
digo constitucional; sin ser posible que se deriven de otra parte? ¿Se teiue que supri-
miendo el epíteto sean menos respetadas las majistraturas municipales, peor obedeadas
sus órdenes? Nosotros creemos que no liay razón fundada para semejante temor*
.\os parece que no puede existir otro motivo justo de conservar aquel epíteto, sino
el de distinguir los majislrados á que se aplica de lo que eran antes de las épocas cons-
titucionales. Pero la misma razón babria para las demás autoridades del estado, y ade-
mas seria insuficiente, líarto distinguirá la historia unas épocas de otras: los nombres
no se imponen, por otra parte, para que sirvan de aviso A los historiógrafos , sino para
caracterizar las cosas. Cuando se pronuncia la palabra alcalde^ nadie ignora el oríjen y
atribuciones de esta autoridad : ninguna nueva idea añade, ningún aumento da á su
jurisdicción el adjetivo comtidtcwnaL
En la última nota de la pág. 515 establece el autor el orden en que deben discutir^
se y votarse las leyes orgánicas que nos hacen falta, y que son el objeto de estos estu-
dios. 1^ primera de todas es la ley de ayuntamientos , por constituir ellos la unidad
primitiva del cuerpo social. A esta debe seguir la de diputaciones provinciales , múlti-
plo-facticio, pero necesario para la división del trabajo administrativo, acompañada
de la de gefes políticos ó gobernadores de provincia que le está íntimamente ligada.
Debería seguir á estas la del consejo de estado, si fuera cierta la opinión de los qne
(juieren atribuir á los tribunales de justicia todas las materias contenciosas. Pero ya se
ha demostrado antes con muchas y convincentes razones, que los negocios adminislra-
tivos, sujetos á dudas y contestaciones, necesitan de tribunales especiales para su solu-
ción ; y debiendo ser el consejo de estado el que juzgue en última instancia, es preci-
so constituir antes de él los consejos ó tribunales administrativos de provincia. Por-
que «¿qué se diría , añade, de un lejislador que empezase por crear un tribunal supre-
mo de justicia , sin cuidarse , sin anunciar siquiera , sin pensar en la creación de juiga-
dos de primera instancia nide audiencias?»
El capitulo intitulado de los mini^ierios comprende no pocas páginas (desde la 324)
todo lo que importa saber en esta parle, según el sistema que nos rije. Manifiesta el ca-
rácter ejemiivo de la autoridad real; de qué manera se ejerce este poder por medio de
los ministros y cómo la responsabilidad de estos permite que permanezca ilesa é invio-
lable, material y moralmente, la persona del rev. Estas ideas , aunque comunes y faasla
triviales para los hombres instruidos, deben sin embargo inculcarse y repetirse en (a-
vor de los que no tienen la competente ilustración.
Mas no son tan vulgares las observaciones del autor acerca de la importancia de la
firma del ministro en los reales decretos; de los actos ministeriales, que se ejecutan por
delegación, y que entre nosotros se caracterizan por la inútil frase: de real arden ed.
de la iniciativa apárenle y visible^ que nunca es del rey: de la formación del consejo de
ministros para los asuntos graves y de ínteres transcendental, y mas que todo, déla im-
portancia del consejo de estado, al cual puede apelarse, como sucede en Francia, de
las determinaciones ministeriales. cEn otra ocasión, dice, nos hemos lamentado deque
las diputaciones provinciales resuelvan , sin nllerior trcurso^ asuntos que merecen ó mas
bien que exijen una segunda instancia; y de que, abusando de esta inicua Acuitad,,
ejerzan un despotismo tanto mas insoportable cuanto es menos ilustrado. Ahora en csle
lugar clamamos contra la tiranía ministerial que ni aun tiene, como ha tenido sien-
[141]
VK España « el freno de cuerpos consultivos numerosos y respetables que ilustra-
la razón del ministro ó la conciencia del monarca.' En este particular todo lo hemos
nido sin haber fundado nada. Cita en la nota, como ejemplo digno de imitación,
il marqués de Vallgornera, que suplió esta falta , siendo ministro de la gobernación,
nedio de una junta consultiva que creó para aquel ministerio.
?rata después con la misma concisión de las direcciones generales de los ramos
ida ministerio , y refuta la opinión de los que las tienen por inútiles* Al contrarío,
el Sr. Silvela que siendo imposible reunir en un solo hombre los conocimientos es-
líes de todos los ramos de un ministerio ; no siendo tampoco fácil aplicar la dc|^ida
ñon á los multiplicados espedientes de tan diverso orijen y carácter, es conveniente
cada ramo de suficiente eslension é importancia tenga un director que despache
el ministro los asuntos de importancia; pero solo sea arbitro en aquellas materias
{ocios que la ley le hubiese terminantemente confiado. El dogma de la responsabi-
I ministerial lo exije asi.
U autor concluye su obra, aconsejando el establecimiento de un código administra-
que esté en armonía con las luces del siglo y con los principios de libertad procla-
06 en nuestra ley fundamental y de una jurisprudencia administrativa , de que ca re-
ía; pues las decisiones del antiguo Consejo de Castilla sobre estas materias, ni es-
in los motivos , ni son siempre las mismas en casos idénticos.
lemos estudiado esta obra, y nos ha parecido escelen te y útilísima; y deseamos,
[ue no lo esperamos, que su publicación inspire en todos los ánimos el amor al es-
I de la ciencia administrativa, que en nuestro entender es la verdadera ciencia po-
u En efecto, si el objeto de esta es distribuir los poderes de tal manera que sean
isibles el despotismo y la anarquía , el de aquella es preparar al hombre por medio
i independencia doméstica , á gozar los frutos del orden y de la libertad; y cuando
wabre carece de esta independencia, cuando su industria y sus bienes están ataca-
dor una viciosa administración, en vano se dirá que es Ubre en los códigos ni en los
Micos. Pero aun hay mas.
^ ciencia política tiene que considerar como un elemento necesario el espíritu, las
(9 las preocupaciones mismas, y en fin, los intereses de los ciudadanos. Lo que pien-
V desean ó necesitan muchos hombres debe ser estudiado, advertido y respetado
ú lejislador político, lie ahí procede que acaso no hay cuestión alguna pertenecien-
la iK>lítica que no se haya hecho célebre en los anales del mundo por escisiones pe-
ana, dejeneradas frecuentemente en horrendas guerras civiles,
aa materias adipinistrativas son de muy diferente índole. Su ciencia participa mas
arácter délas ciencias exactas; sus raciocinios, versándose sobre objetos masmate-
I y sensibles que las teorías del poder, llevan consigo la convicción. Quitar trabas
1¿ á la industria, facilitar los medios de comunicacion,establecer reglas justas para
ontribuciones de dinero y de sangre , dejar á la municipalidad y á la provincia el
5jo de sus intereses locales bajo la vijilancia y protección del gobierno central , son
tiones que todos entienden, que todos resuelven de una misma manera, escepto
ue tienen interesen que se oscurezca la verdad. ¿Puede decirse otro tanto de las
iones políticas? No. Este aúo cumple medio siglo que la Europa se afana en sacar
rdad política del pozo de Demócrito. ¿Ha salido todavía?
*ero en compensación vemos que los dogmas de la ciencia administrativa son ya teni-
omo ciertos é inconcusos, y aplicándose con felicidad al gobierno de los pueblos, han
iO¥Ído los adelantamientos de la libertad política y civil , promoviendo la indepen-
ín individual f sin la cual son aquellos imposibles. Decimos individual^ poraue el
lo de la administración es establecer sobre sus verdaderas bases las mutuas oblíga-
», los mutuos derechos del ciudadano y de la sociedad; y estas bases no pueden
iras sino la igualdad de protección , la libertad de persona y bienes basta donde lo
lile la protección que debe el ciudadano á la sociedad , y la instrttccion que debe
» á cada uno según sus necesidades. Sin estos principios no hay administración , no
gobierno, no hay comunidad , propiamente dichas. Tan protejido debe estar eljor-
el bracero como la heredad del propietario, como la caja del comerciante. ¿Cómo,
, no es el principal objeto del estudio de la juventud 7 de los hombres de estado la
ia que produce bienestar , libertad y orden?
[142J
Porque para nosolros son mas interesantes las pasiones (^ue lamon: pon|ii0 dmí
agradan mas las ronmociones violentas que el tranquilo ejercicio delaínCdíjmcnitfi^
que en las cuestiones administrativas nada hay personal , nada que halafue nocslnn
aversiones ó simpatías, en fin, porque no se prestan ni á la bárbara intolerancia, ai i
la nomenclatura , mas bárbara todavía de los partidos.
Nosotros no esperamos felicidad para nuestra patria mientras no reamos que d
objeto principal de las discusiones públicas y particulares ^ empleadas hoy esclusÍTaiAeii*
te en las cuestiones políticas, llega á ser el examen de las verdades relativas á la ciea*
cia d.e la administración. En ellas y solo en ellas está nuestro verdadero progreso.
LEGCIOIS ELEMENTALES DE AmOlllA,
por M. ^rago,
V t^%v
/^cr £¿). iSa^/a^io (Soi/oí. <9?Cai)wí). 4 83o. (O-
11 L autor de estas lecciones , esplicadas en el Real Observatorio de París, es uno
de los hombres mas merecidamente celebres en Francia por sus conocimientos en las
ciencias naturales y exactas; pero este Tratado Elemental de Astronomía no tiene
por objeto ensenar (xmipieiamenie la ciencia de los astros , sino aficionar á su estudio
las personas que componen la sociedad culta, haciéndoles ver su alcance y dominio*
V el estado de perfección á que ha llegado en el dia. Asi que no hay que esperar en
este libro el aparato de cálculos , ya aljebráicos , ya numéricos , que son necesarios
para resolver el gran problema que el cielo presenta á la tierra , á saber : dada k
jfosicion del observad4)r , detenninar el anpecto qve ofrecerdn d m rixta los astros , y al con-
(rario. El objeto del autor de estas lecciones no ha sido formar un astrónomo, sino
indicar 4a importancia y los recursos de esta ciencia á los que no lo son. Esta obra
elemental se asemeja á la de la pluralidad de losmund(>s de Fontenelle en el fin que se
propone ; pero es mas metódica , mas estensa y sobre todo mas sabia. No se hallarán
en olla tantas bellezas de estilo ; pero se aprenderán mas cosas y mejor.
Cuando la materia es fácil de entender y demostrar emplea M. Arago razona-
mientos rigorosos, como en la demostración del método que ha usado para determi-
nar la magnitud de la tierra, las latitudes y lonjitudes geográficas , la aberración de
las fijas y otros muchos elementos astronóniíicos ; pero cuando el objeto de la leodon
es uno de aquellos que necesitan cálculos largos y dificiles, ó combinaciones geomé-
tricas muy complicadas , como la demostración do las leyes de Keplero supuesto d
principio de la atracción , ó la teoría de los eclipses, ó la de las órbitas planeturiai
ó cometarias, entonces se contenta con enunciar los resultados , no sin indicar, aun-
que brevemente, el camino por donde han podido obtenerse. El mérito principal de
estas lecciones consiste en presentar la ciencia en el estado en qne ahora se halla á
(1) Vó.idesr fii Cúdi/. en lu libreiiu de llorlal t compañía.
[143]
iin lector medianamente instruido en geometría , é incitar á los ánimos capaces del
cniuaiíamo que inspiró á Ovidio cuando dijo
Felices anim» quibus hasc cognoscere primum
Et domos superas scandere cura fait.
Feliz la mmU$ qw é la cumbre etérea
Otó eubir:
m
«
á que emprendan el estudio de la Astronomía , que es entre todos el que mas prueba'
la superioridad y la noble osadía de la intelijcncia bumana.
Empiezan estos elementos por una breve csplicacion de los instrumentos astro-
nómioos, para la cual espone como preliminar necesario las leyes de la reflexión y
refracción de la luz. Da después una idea del oríjen y progresos de la astronomía y
de su aplicación á la náutica. Pasa á las voces y denniciones principales de la cien-
dsL , examina los fenómenos del movimiento diurno y del propio de los planetas , y
la manera de referir los astros á puntos y circuios de la esfera, como también la
variación de los fenómenos celestes con respecto á la posición del observador en la
tierra.
Trata particularmente de las estrellas fijas , de los planetas , de los cometas ; de
qué manera se Lan podido calcular las distancias de los planetas y cometas al sol y
á la tierra ; espone el verdadero sistema del mundo , y demuestra el movimiento
diurno de la tierra por tres argumentos tomados, el primero de la naturaleza de la
fuerza centrifuga , el segundo de la propagación succesiva de la luz , y el tercero de
la aberración de las fijas. Concluye con las relaciones que hay entre la atmósfera y las
apariencias celestes , y la csplicacion de las correcciones del Calendario.
£1 traductor ha añadido notas físicas y astronómicas en varias parles de la obra,
5 rué nos han parecido muy sabias y oportunas, señaladamente la 7.* en que esplica el
enóroeno de las inttrferenetas en la luz.
M. Arago parece creer (páj. i 7) la vuelta que los fenicios daban al África nave-
gando desde el mar llojo por el cabo de Buena Esperanza y por el estrecho de Gi-
braltar hasta la embocadura del Nilo , en cuyo viaje , dice , gastaban tres años. Esta
es una cuestión de historia y de geografía antigua , que ha sido muy debatida en*
tre los eruditos y los espositorcs de la Sagrada Escritura. Nosotros no creemos que
pudieran hacer esta navegación en el corto término de tres años , cuando sabemos
por .Vrriano que nos ha conservado el Periplo de Nearco, cuánto tardó este general
de la armada de Alejandro el Grande en un viaje mucho mas corto y en época en
que la navegación estaba mas adelantada. Para pasar desde la embocadura del Indo
á la del Eufrates empicó la armada macedónica mas de seis meses. Ademas el Peri-
plo de llannon, cartajinés, solo llega, según la versión mas seguida, hasta lo que
hoy es Sierra l..eona ; por tanto se ha de hacer probable la circunnavegación de los
fenicios, se ha de demostrar antes, como han asegurado algunos escritores sin pro-
barlo • que la mitad meridional del África estaba entonces sumerjida en el mar.
£1 traductor, al esplicar en su nota (4) (pág. 248) la diferencia entre la latitud y
lonjitud geográficas y las de los astros, parece atribuirla á que el Ecuador celeste
no ett un círculo fijo en el cielo éiitrellado , como lo es la eclíptica , y por eso, dice»
«e ha elejido esta para ^ hiciese el oficio del Ecuador. Pero debemos considerar que an-
tes que se hubiese conocido el fenómeno de la mutación ni adoptado el movimiento
de traslación de la tierra era practicado de los astrónomos el método de las lonjitu-
des y latitudes de los astros. Sujiriólo en nuestro entender; primero , la utilidad de
marcar el movimiento del sol en el mismo circulo que describe aparentemente; se-
gando, la de conocer las alturas de la luna sobre el plano de dicho circulo ; pues es-
tando en él ó muy próximo á él es cuando se verincan los eclipses; tercero , la de
«eguir el movimiento de los demás planetas en la eclíptica , de la cual se separan
poco • para señalarle después con mas facilidad en sus órbitas respectivas. Asi vemos
que los planetas se refiieren ordinariamente á la elíptica cuando las estrellas fijas
«e refieren casi esclusivamente al Ecuador por medio de su declinación v ascensión
recta » sin que obste para eso ni la mutación ni el movimiento annuo de la tierra;
[lU]
pues es fáril corregir estos dos elementos astronómicos de mutación v aberracRM.
Por lo demás , la trigonouiclria esférica siiniiikistra medios para halísir la lo^jitiid
y latitud de un astro , dadas su declinación y ascensión recta ó al contrario : probie-
inas que se reducen á una simple permutación de coordenadas circulares.
La definieron de la Elipse (pág. 27) no nos parece exacta. Todo plano oblicuo áli
bas<* del cono se ha de cortar con ella si se prolonga. Si se quiso decir que no »t eork
con rifa dentro dd cono , tampoco es exacto. Tii plano oblicuo á la base que tuviese eos
su circunÍQrem'ia un punto común , baria también en el cono una sección eliplica.
La mejor definición es : una sección del cono becha por un plano oblicuo ¿ la base,
y que corte todas las generatrices.
Kntre todas las lecciones nos ban parecido mas interesantes por las observaciones
curiosas que contienen , la 9." en que trata de la tierra, y la 11.* en que habla muy
detenidamente de los cometas , y de la influencia que puedan tener ó bajan tenido
estos cuerpi>s celestes de nuestro globo.
Concluiremos haciendo una reflexión que nos ba sujerido el estado actual de la
civilización. Hay profesiones en las cuales es indispensable el estudio profundo de li
astronomía ; \Híro no hay ninguna persona culta á la cual sea licito ignorar en el día '
basta qué punto han llegado los descubrimientos de los sabios en una ciencia taa
importante como encantadora , y mucho menos incurrir en los errores y preocupa-
ciones vulgares acerca del movimiento é influencia de los astros. Para evitar aque-
lla ignorancia vergonzosa y estos errores no menos ridículos , apenas conocemos oa
libro mas á propósito que el del Sr. Arago ; pues solo requiere algunos conocimientos,
y aun esos no muy abstrusos, de aritmética y de geometría.
A LAS SLVOl'INAS OPERANDO,
Ó TRATADO TEÓMCO Y ESPERIMENTAL
sobre et trabado de ia» fuerza»,
pot cL cotoiicL Oj. jote í)c>> Odtwic^cO.
Madrid, 1839.
JuL Sr. (Jdriozola couipleta con esta obra , fruto de sus viajes en los países estran-
jeros , las teorías estsUicas que espuso en su Tratado de Mecánica impreso en Madrid
cu 18^:2. l>ec;imos que el nuevo libro es complemento del anterior, porque en valde
serian las doctrinas científicas si no hubiesen de ponerse en práctica , ó si al poner-
las quedasen desmentidas; y nadie ignora ya que en las ciencias físico-matemáticas
.s<; presi'inde en teoría de muchos elementos imposibles de apreciar por solas las com-
binaciones aljebráicas, y que es preciso determinar valiéndose de la esperiencia.
Va\ la mecánica sobre todo hay muy pocas fórmulas , ó quizá ninguna, en las cuales
no sea necesaria la introducción de un coeficiente numérico , cuyo valor no se baila
sino en virtud de muchos y repetidos esperimentos. Por eso la mecánica aplicada ci
una ciencia ya tan vasta y voluminosa, que uno solo de sus ramos, el del trabajo
de las fuerzas en las máquinas, objeto de la obra que anunciamos, llena un tomo
en i.° de 400 pajinas de letra no muy gruesa.
El autor presenta con mucha razón este libro como la ciencia dinámica de la ma-'
[1*5]
quinaria. En efecto, la estátira se contenta con el examen de las condiciones de
equilibrio en las máauinas , tanto simples como compuestas. Pero raro es el caso de
aplicación en que solo se quiera producir equilibrio: toda máquina tiene por objeto
la producción de un movimiento en detcrmmada cantidad y (fircccion. Por tanto las
eruaciones estáticas designan , cuando mas , el limite del cual no pueden bajar las
fuerzas qae deben emplearse ; pero si se ha de producir cierta cantidad de movi-
miento, son necesarias condiciones y ecuaciones dinámicas, es decir, que determi-
nan el valor de las fuerzas que ha de ser superior á aquel límite, capaz del efecto
deseado , y propio para consultar á un mismo tiempo á la utilidad y á la economía,
ya del trabajo .» ya del agua, vapor ú otro ajenie cualquiera que se emplee en lugar
de la fuerza humana.
El Sr. Odríozola , para hacer estensa la utilidad de su libro á los que se dedican
á la práctica de la maquinaria sin haber penetrado los misterios de la análisis iníi-
nitesinial , espone primero las doctrinas de una manera clara , intelijible , pero sin
demostraciones rigorosas, y probándolas- solo por analojía, y después las reproduce
bajo formas mas sabias, pero solo accesibles á los que poseen aquella preciosa cla-
ve de los conocimientos matemáticos. Nosotros no podemos negar nuestro elojio á
este doble trabajo. Bueno es, y aun de absoluta obligación en una obra de matemá-
ticas, la demostración rigorosa de los teoraroas; mas ¿debe privarse de los conoci-
mientos tcóri(*os al maquinista aplicado , al fabricante hábil, al práctico laborioso,
solo porque le falten alas parn elevarse á toda la altura de un geómetra consumado?
No. Seria desconocer el interés mismo de las artes, en cuya aplicación y ejercicio
interviene siempre un gran número de personas , á las cuales conviene instruir,
si no es posible en los principios mas abstractos, por lo menos en sus consecuencias
inme«liatas, y iwbre tolo en sus resulta ios. Para que un an|!iitecto describa una
elipse no es de absoluta necesidad que sepa demostrar la igualdad del eje mayor con
la suma de los radios vectores en esta cnrva ; y para que un marino haga uso de las
tablas de la ecuación del tiempo , tampoco es necesario que sepa construirlas.
El autor comienza su obra por la defínicion esencial de toda ella , que es la del
trabajo de una fuerza. Llámase así el protlucto de la fuerza por el espacio que hace
correr en su dirección al punto sobre el cual se aplica. Ksla cimtidad de trabajo es
por consiguiente pro|)orcional al cuadrado de la velocidcid , lo que dirime de una
manera clara y luminosa la célebre y antigua cuestión sobre la valuación de las
fuerzan, como demuestra el Sr. Odriozota en la nota de la pág. G7. Esta disputa da
lugar á la absurda nomenclatura de fuerzan titas y fuerzan mtierlas; sin embargo , los
matemáticos han conservado la primera de estas dos denominaciones para denotar
la cantidad de trabajo de una fuerza puesta en actividad y que produce un movi-
miento.
Apenas nos es l-'cilo ya seguir al autor en sus especulaciones, de las cuales seria
impo.sible que diésemos idea en un breve articulo ni aun á los lectores mas instruidos
en estas materias ó mas alicionados á ellas. Nos reduciremos, pues, á presentar la
nota de los asuntos de que trata en las dos secciones de que consta la obra.
En la primera esplica la ecuación que existe entre los trabajos de todas las fuer-
zas que obran simultáneamente sobre una má([uina, y los medios de valuar el tra-
bajo empleado , el perdido y el utilizado en cada caso , como también las fuerzas,
las velocidades y los espacios : demuestra después rigorosamente por medio del cál-
culo integral la ecuación de las cantidades de trabajo , y las moditicaciones que su-
fren f^tas cantidades en los cuerpos cuyas partículas están sometidas á reacciones
miiluas, como sucede en los cu'Tpos elásticos, ya sólidos, ya fluidos. Concluye con
la esplicacion de niuchas voces relativas á las máquinas , y de los efectos de su di-
ferente organización.
En la segunda sección aplica estos principios á la cantidad de trabajo de las dife-
rentes potencias que se usan en la práctica, á saber: la fuerza del hombre; la do
las bestias; la del agua , aplicada á las ruedas hidráulicas, ya verticales, ya horizon-
tales, bien obre como motor, bien como resi.<stente ; la elástica del aire; la del vien-
to ; la del va|M)r del agua. Concluye examinando el trabajo de las fuerzas resistentes
de las máquinas, como son la del rozamiento y la de la rijidez de las cuerdas.
fO
[146]
Es ocioso advertir que cada ano de los arUculos, qae hemos citado, está escrita
majistralmcnte y con Inda estcnsion, no solo en ia parte de las demostraciones tnali-
tícas, sino tan)l)ien en la de los espcrimenlos prflcticos, que sirven para delenninar
los coeficientes numéricos. Hay copiosas aplicacionesy muy importantes á todo genera
de máquinas y motores.
Esta obra* es una prueba evidente contra los que creen inútiles para las artes j
para la industria humana las sublimes especalaciones de las matemáticas. El racioo*
uio de los que asi juzgan, (que no son pocos, ni hombres ignorantes, aunque si Ci
esta clase de estudios) se reduce á creer que en sabiendo los resultados de la teoría,
poco importa que esta no se conozca. Eso podrá ser cierto tratándose de un mero ma-
nipulador. Pero si no hubiese sabios que perfeccionasen las doctrinas físicas y mate-
máticas, ;qué adelantamientos podrian hacer las artes en la práctica? Este argumes*
to es irresistible, porque lo confirma la esperiencia. ¿Cuáles son los paises en qae la
industria hace mas pro^rresos? Aquellos en que las ciencias exactas están en mas esti-
mación, y forman una parte esencial de la educación literaria.
Otros creen útil á la verdad el estudio de las matemáticas sublimes, pero asegnraa
que la mayor parle de sus teorías carecen de aplicación. Cuando vean en esta obra lle-
na de intpjrracioues, (operación la mas difícil de la análisis) sus aplicaciones inmedia*
tas á la valuación del trabajo perdido: cuando consideren que de una combinación al-
gebraica depende el modo de hacer mas ó menos útil el trabajo de una máquina y de
economizar tiempo y dinero, cosjis tan aprecíables en nuestro siglo positivo, conoceráa
con cuánta razón se dedican los geómetras á perfeccionar los métodos analíticos» y le
convencerán de este gran principio* ninguna verdad hay que ademas del placer talslecliNrf f
tublime que produce m conocimiento, no sea úlil prácticamente al género humanom
La materia de este libro es poco sabida en España, donde, que nosotros sepamos.
no se ha publicado hasta la presente ninguna obra que trate de las máquina» en mo-
vimiento. Este es un justo motivo mas para recomendarla, no solo á los que pnedaa
tener necesidad de sus principios en la fabricación y uso de las máquinas, sino tam-
bién á los sabios que hayan estudiado estas doctrinas en libros estranjeros, y qoo se-
guramente se alegrarán de verlas aclimatadas en nuestra patria.
TRATADO ELEMEIITAL DE FlSIGA
TRADUCIDO AL CASTELLANO, DE LA CUARTA EDiaON,
y eonsiderabtemente aumentado
POR D. FRANCISCO ALVAREZ. PROFESOR DE MEDICINA Y CIRÜ.'IA.
Madrid, 1839.
U NO de los grandes inconvenientes de los tratados de flsica es la necesidad de ao-
mentarlos continuamente en razón de los progresos rápidos y diarios que hace la cien-
cia de la naturaleza. Hemos visto succederse con prontitud unas á otras á muy peque-
ños intervalos las obras de Munschenbroek, Nollet, Sigaud de la Fond, Brisson y Li-
bes. Todos fueron muy célebres cada uno en su época: apenas son leidos ni aun consal-
tados en el dia. La física es una monarquía que hace grandes conquistas; pero los re-
yes duran poco. A cada nueva adquisición se hace preciso elejir nuevo monarca.
[Ii7]
El Sr. Alvares ha procurado, en cuanto le ha sido posible, prolongar la vida del
tratado que da ahora á luz, traducido del francés. En primer lugar ba elejido por tes-
to las lecciones dadas en el colejio Real de Enrique IV, por M. Despretz, uno de lus
profesores mas estimables que florece en la actualidad, y físico de gran reputación: ha
elejido ademas, romo debia hacerlo, la edición mas moderna de su curso, con las adi-
cionesy rectificaciones que el autor ha tenido que hacera las anteriores, en vista de los
nuevos adelantos de la ciencia. En segundo lugar, al fin de la obia, ha añadido muchas
observaciones y noticias físicas, sacadas de otros tratados, y que contribuyen á presentar
la ciencia en su estado actual y cual puede presentarse en un tratado elemental.
Ninguna de las materias que componen en el dia esta vasta enseñanza deja de es-
tar esplicada en este tratado ; pues las que pertenecen á las ciencias astronómicas , hace
ya mucho tiempo que no se incluyen en las obras de física. Es ya la astronomía una fa-
cultad demasiaJo estensa por si , y se halla en un estado harto grande de perfección
para subordinarla á otra. Üebennis, pues, agradecer al Sr. Alvarez que en un cua-
dro de regular ostensión nos haya presentado la masa actual de conocimientos que po-
itee la intelijeucia humana acerca de los cuerpos.
La obra empieza por la enumeración y distinción de las propiedades generales de la
materia: continúa con la Mecánica, esto es , con la ciencia del'mo\imienlo en los cuer-
pos asi sólidos como fluidos , y en cada articulo demuestra las leyes generales de la na-
faraleza, deducidas como corrmiponde á un físico, de los esperimenlos ilustrados con
el auxilio del cálculo. Las máquinas y apiiratos para hacerlos están descritos con suma
claridad. Entre los fenómenos capilares el que mas nos ha llamado la atención es el de
h forma de hi|)érbola equilátera que toma el agua entre dos láminas de vidrio vertica-
les que formen un ángulo muy agudo. Ks muy notable que hallándose tan prodigadas,
Eor decirlo asi , en la naturaleza las demás curvas de segundo grado, sea tan rara la
ipérbola que solo la hemos notado en este caso , y en la curva que describe el es-
tremo de la sombra de un estilo durante el dia.
Á la Mecánica ó Hidráulica sigue la teórica del calor, que por sf sola es ya una vas-
ta ciencia con inmensas aplicaciones prácticas, señaladamente á la dilatación de los só-
lidos y rarefacción de los fluidos, tan necesarias de valuar en los instrumentos geodé-
sicos y astronómicos y en los aparatos de la física. Se esplican ademas con suma eslen-
sion lo fenómenos del enfriamiento , de la conversión de los sólidus en fluidos y de los
fluidos en vapores. Con esta leoria están ligadas las de la bumedad del aire, y las del
vapor, ya se le considere como un cuerpo sometido á las esperiencias físicas, ya co-
mo un ájente mecánico, llállanse naturalmente eñ estos capítulos las descripciones y
usos de las diferentes especies do termómetros, higrómetros, barómetros, máquiíia
pneumática, bombas y máquinas de vapor.
Sigúese el tratado de la electricidad en que concluye el primer tomo. Comienza el
segundo con el del magnetismo , esplicando las semejanzas de estas dos fuerzas mis-
teriosas.
Sigue después la Acústica, ó ciencia de los sonidos. Se demuestran las leyes ge-
nerales de su velocidad , de su propagación y de su representación por números, de la
cual dependen los elementos de la música. Concluye esta materia con la esplicacion de
los órganos de la voz y del oído.
El tratado de Óptica comprende, ademas de las doctrinas ya conocidas hace tiempo,
los fenómenos de la luz últiuiamente observados. Tales son, la determinación de las
potencias refractivas de los gases, y de los índices de refracción de un gran número
de sustancias sólidas : la esplicacion del fenómeno del espejeo , frecuente en Kjipto , y
que se ha observado algunas veces en el mar y aun en los lagos de grande estension, la
invención de los gariómetros y de las cámaras claras^ el principio de las interferencias ^ ó
la oscuridad producida por la reunión de dos rayos luminosos en determinadas circuns-
tancias , que es la mas fíierte objeccion contra el sistema de la emisión de la luz : las
adiciones hechas en nuestros días á la teórica de la doble refracción, fenómeno ob-
servado por Bartholin y esplicado por Huyghens ; la invención de los mirómetros de
doble imájen: la polarización de la luz y su aplicación al método de comparar las in-
tensidades de las luces. Este ramo concluye por un tratado completo de la difracción.
El último de los ramos de física de este tratado es !a Meteorolojia, que algucos
[148]
autores lian omitido, con muy poca razón, en sus obras elementales. Los fenómenos
(juti en él se obstírvan y se esphcan , no solo se presentan á la vista de todos , sino io-
íiiiyendo mas ó menos en la abundancia ó esterilidad de las cosechas y en la salubri-
dad pública, son también objeto del interés, del terror, de la esperanza « y aun to-
davía de la superstición. Conviene, pues, enunciar sus causas; lo que basta para disi-
par los errores, y preocupaciones vulgares. Entre estos ft^nómenos es notable el de li
«aida de los aeroliían 6 piedras llovidas, asi por la identidad de su composición con las
masas de hierro aisladas, como por los sistemas inventados para esphcar su existen-
cia. ¿Son lanzadas por los volcanes de la luna 6 de la tierra ; ó bien proceden de algu-
nos pequeños planetas, que hallándose en la atmósfera terrestre y girando con increí-
ble celeridad, debida á su aproximación á la tierra , se inflaman rozando con el aire
y caen por su pesantez? Tal es la cuestión que M. Despretz entrega á las esneculario-
nes de los físicos. Mas importante es, y no menos curiosa « la investigación de la tem-
peratura media en los diversos paises del globo , y su comparación con las líneas de
latitud y de las nieves eternas.
Concluye la obra con algunas addiciones, en las cuales el traductor ha procurado
reunir las observaciones mas recientes sobre las materias físicas, aun las que ya faaa
sido conocidas y ventiladas por los autores antiguos. Por ejemplo , cita en cuanto i li
divisibilidad de la materia, un artículo de Peclet, en que este autor concluye que la
materia no ca* dicisiblc ha:t(a el infiíiiln^ esto es, no i*si i ndrfinúiamenie ditmble^ pues rfi-
viiiion infinila es una contradicción en los términos. Donde hay sucresion no hay, pro-
piamente hablando , infinidad y sino i ndr fin icion, Peclet trae como prueba la solución
de la sal en agua en partículas tan pe<|uerns, que no las puede distinguir la vista,
ni aun con el auxilio del microscopio mas graduado. Ni» sabemos por qué duda Pe-
clet si entonces ha llegado ó no la materia á su divisicm infinitesimal , cuando esta ei
imposible. Pruébase muy bien la asombrosa divisivilidad de la materia : demuéstra-
se también que después de haber llegado á las partes mas pequeñas, tienen estas to-
davía capacidad de ser divididas; pero el término de la divisibilidad está en la fuerza
dicidenít de la naturaleza, que ha de reconocer forzosanienle un líniile del cual no |)0-
drá pasar. Es útil conocer este límite 6 aproximarse á él en las diferentes divisiones
que producen en los cuerpos las fuerzas físicas ó quiuiicas.
Los conocimientos matemáticos necesarios para estudiar con utilidad esta obra so
pasan de las nociont^s de aritmétira , álgebra y geometría elementales; pues aunque
trae fórmulas y cálculos diferenciales, es solo en las notas para demostrar los resul-
tados del testo. Asi se ha procurado eslender la utilidad de este tratado al mayor
número posible de personas.
lEVA mma m las obras festivas,
EN PROSA Y VERSO,
ARTJCILO I.
X ENEMOS á la vista la primer entrega de esta edición, que será preciosa, no solo
porque estará adornada c(m 2,000 láminas , sino también porque ha de contener mu-
chas piezas inéditas del autor, y ha de ser ilustrada con notas. Estas serán de 1). Ra*
silio Sebastian Castellanos; los grabados de I). Vicente Castello, y la edición dirijida
por el artista í). Antonio Uotondo. La publicación de las obras festivas de Quevedo ha
comenzado por el Sneíw de las calaviras. El papel es escelente, la ejecución tipográ'
íicii csiiicfadisiiía, y las láminas representan muy bien aquellas imájenes ideales que
circulaban por la cabesa del autor cuando escribiai j¡ fijan la \;agiiedad de sus rasgos
morales ó saUricos.
Debemos esperar que las notas serán importantes y curiosas para nuestra bístoria
lilarariat si hemos de Juzgar por la noticia nada vulgar, que los editores nos dan en
<el prólogo sobre k Perinola^ obra inédita de Quevedo, y de la respuesta publicada en
^'alencia en 4'()55, que dio Juan Pérez de Montaiban A la crítica que hizo el autor, de
su Para todos.
Sillo nos resta, pues, demostrar la importancia de esta edición y la oportunidad de
su lujo, por el mérito del autor, que estudiado literariamente, es uno de los fenóme-
iios mas estraordinarios de nuestro rarnaso.
lk>n Francisco Quevedo fue uno de los literatos mas instruidos do su siglo, y ha
dojado en sus obras vestijios de sus estensos cunocimientos asi en las ciencias ci>mo en
Las lenguas sabías y en todo género de literatura. Esto en cuanto á sus estudios* Pero
ftu condición le llevaba irresistiblemente al género satírico , único eu que se distin-
fliiió: pues sus composiciones serias ^ ya en verso, ya en prosa, aunque muchas de
ollas no carezcan de mérito , mal pueden compararse con las de los poetas y escri-
tores del siglo anterior , ni aun con las mejores de su propio siglo. La celebridad de
Quevedo es enteramente debida á sus escritos festivos.
Pero el talento de la sátira era el menos á propósito fiara la sociedad espadóla dé
su tiempo, pundonorosa , incapaz de sufrir injurias , dispuesta siempre á vengarlas.
Queve<lo era mordaz ; no podia refrenarse , cuando se le presentaba la necedad ó
el vicio, en describirlo con las armas del ridículo, iiubo, pues, de contentarse con
exhalar su bilis contra las clases inferiores de la sociedad. í>e a(iui tantos romances
contra los valentones, rufianes, rameras y terceras: de aqui la descripción de sus rui-
nes hazañas y de sus infortunios, que pinta constantemente risibles. Mas no siempre
se contuvo en les términos de la prudencia : no siempre dirijió su ballesta satírica
contra personas yetases, que no leian, ó aunque leyesen, no inspiraban el temor
de la venganza. Tal vez se atrevió á los jueces, á los ministros, á personas constitui-
das en dignidad ; y su pi*ligro en estos ataques era tanto mayor cuanto la convic-
ción ó la gratitud le habían hecho defensor aci'rrimo del celebro duque de Osuna,
virey que fué de N'ápolcs, y que después murió preso y desgraciado en su castillo
de la Alameda. Puede decirse que sus elojios de aquel magnate contribuyeron tanto
como sus sátiras á las calamidades y prisiones que sufrió.
Entre sus composiciones satíricas hay algunas en que imitó muy bien á Juvenal , á
ffuien parecía estudiar con mas gusto que Horacio, y enri.,ueció nuestro idioma con
frases tomadas de aquel gran maestro. Pero no tardó en volar por sí mismo, y en
formarse una elocución propia suya y esclusiva, tanto, que cuantos han querido ¡mi-
larlo se se han despeñado miserablemente. Dígalo I). Diego de Turres y Villarocl,
que fue el que mas se empeñó en asemejar su estilo al de aquel modelo, y solo
consiguió fastidiar á cuantos le han Icido ó tengan paciencia para leerle en lo veni-
dero. Quevedo tiene este punto de contacto con C<Tvantes : no puede ser imitado.
Su estilo es indefinible. Por una parte parece que se presta á la crítica por sus
equivocos, por sus alusiones frecuentemente oscuras , por sus hipérboles descabella-
das, por sus pensamientos sucios ú obscenos; pero cuando queremos examinar sus
composiciones á la luz severa de la razón , entra la risa que excitan sus versos ó su
¡irosa , y el juez queda desarmado. Así tal vez el padre que quiere castigar una tra-
vesura de su hijo , convierte el enojo en risa , si la ha hecho el niño con chiste y
donaire.
¿Quién puede analizar, ni por consiguiente definir su estilo? En cuanto al len-
guaje, es puro , correcto , rigorosamente castellano; su versificación, fácil; su pro-
sa, mas cuidadosa del pensamiento que de la armonía. Pero la espresion es siempre
oríjinal, inesfierada , y no pocas veces profundamente moral, sin perder por eso nada
de su facilidad. Nos hace reír mas y de mas buena gana que otros escritores; pero la
risa que excita no es de benobolencia , sino caustica y mordaz , como las frases
qie la excitan.
Esto es cuanto podemos decir del género de Quevedo. Solo falta que justifique*
coo citas nuestro juicio , resultado del estudio que hemos hecho de sus obras.
[tSOl
Un amigo nuestro , excelente literato , y que ha estudiado también cuidadosamente
á este autor, da á su estilo el epíteto de grotesco^ que nos parece bastante propio; por^
que asi como á los adornos de esta clase en las bellas artes sería una neceoad apli-
carles los principios severos de las reglas, asi es imposible también, cuando se lee*á
Quevedo, medirle por las reglas eomunes de la literatura. cPues dígase que es nia«
lo , como hizo el padre Bouhours con la canción:
Al infierno el tracio Orfeo etc. >
Pero ¿cómo hemos de decir qne es malo lo que nos hace reir, mal qué nos pese, j
¿ despecho de todas las reglas y preceptos? Solo podremos decir que puc» nos agrá*
da , algo hay en ello de bueno; y en efecto no es dificil encontrarlo y aun analizar-
lo según el principio común de aquellos preceptos y reglas, contra los cuales parece
que peca el escritor.
Y en primer lugar diremos , que entre todos los géneros de obras literarias, la
sátira es el que admite mejor la oscuridad y la sutileza. Pasujes hay en iuvenal que
no es posible entender á la primera ó segunda lectura, y no por alusiones á osos j
costumbres de su siglo, ignorados de nosotros, sino por la concisión nerviosa de sv
estilo, y por el velo, á veces demasiado tupido, con que cubre sus pensamientos.
Persio es un verdadero enigma qne es necesario estar continuamente adivinando.
Hay dos razones filosóficas para que la sátira sea mas sutil y epigramática que los
demás géneros: la complacencia del lector cuando le cuesta trabajo comprender el
rasgo maligno y al fin lo penetra , y la especie de pudor con que es necesario cnbrir
ciertos vicios , aun cuando se proponen como víctimas al escarnio público. Bsto ea
cuanto á las alusiones oscuras de que hace frecuente uso nuestro Que vedo.
En segundo lugar, no podia prescindir este insigne escritor del tuno de la so-
ciedad culta en su siglo. Sea que los escritores la corrompieron, ó que ella corrom-
piese el gusto de los escritores, es indudable que el equivoco era uno de los recur-
sos de la discreción. Quevedo, pues, usó de él, algunas veces con prudencia y felici-
dad : otras, no tanto. Pero ¿quién le culpará de haber hablado el idioma de su tiem-
po y de la sociedad que frecuentaba , mucho mas cuando sacó de él tanto partido?
Estas dotes de su estilo, ó buenas ó disculpables en el género satírico, ni pue-
den ni deben tener lugar en el género serio. Mucho nos reimos cuando para dar á en-
tender la nariz desmesurada de un hombre, dice:
t Erase un hombre á una nariz pegado
Las doce tribus de narices era »
aludiendo á la opinión vulgar de que los judíos son todos narilargos. Pero nos dis-
gusta cuando en un soneto, para mostrar que las horas que pa^an nos quitan parle de
la vida , exajera la espresion hasta decir:
c Sepultureras son las horas.
ARTICULO 11.
JjASTA leer algunas de las letrillas ó romances satíricos de Quevedo, para conocer fl
modo injenioso y orijinalcon que espresaba los pensamientos. ¿Quiere hacor burla de
las exajeraciones de los amantes cuando ponderan su pasión? Bástale una sola frase:
c Desde que os vi en la ventana
ó dando ó tomando el sol ,
descabalé la asadura
por daros el corazón. »
[151]
lé aqoi de qué manera describe )a coadicioo avara y rapiñadora de uoa tía, y ade*
tercera :
cDame naeyat de lo tia^
aquella águila imperial
que asida de los escudos
en todas partes está.»
^a metáfora consiste en el doble sentido de la palabra aeudo , que puede ser de ar«
» ó una moneda.
Trata de pintar la codicia de una mujer 1 Dice asi :
cLa morena que yo adoro
y mas que á mi vida quiero ,
eo verano toma acero
y en todos tiempos el oro.
li eitá resuelto á guardar su dinero de las manos de las barpias, y á no comprar con
I arrepeotímiento :
c Vuela , pensamiento , y diles
á los ojos que mas quiero ,
que bay dinero.
Del dinero que pidió
á la que adorando estás,
las nuevas le llevarás ,
pero los talegos no.
A los ojos que en aairallos
la libertad perderás,
que b^y dineros les dirás;
pero no gana de dallos.
Si con agrado te oyere
esa esponja de la villa ,
que hay dinero bas de decilla ,
y que \ay de quien le diere!»
¡o esta última redondilla juega con el doble sentido de la voz ay. Esponja dé ¡a tiüa
célente perífrasis de una cortesana codiciosa y de nombradla.
^s tribulaciones que le causa la rivalidad de un ginovés» que entonces eran los co-
piantes mas ricos, las espresa asi:
fA la que causó la llaga
que en mi corazón renuevo ,
yo la quiero como debo
y un gi noves como paga.
Ved en qué vendré á parar
compitiendo su poder,
bacíendo yo mi deber ,
y él haciendo su pagar.
Mal en oponerme bago ,
siendo de bolsa tan leve,
á quien ni teme ni debe ,
yo míe ni temo ni pago.
¿Óuál tendrá mas opinión
con ella en la poesia
yo con una letra mia,
ó él con dos de Besanzon?
Mirad, pues, á quien oirá,
si en el reloj que rc^ak ,
[I52Í
mi roano es la que señala «
y la suya la que da.
¿Cómo la podré agradar
los deseos avarientos ,
si voy á contarla cuentos
y él da cuentos á contar?
El da joyas yo billetes,
y andamos por los lugares >
él con dares y tomares,
yo con dimes y diretes.»
No hay locución familiar en el idion»a de qiie no se valga á favor del equivoco é
de la alusión. En una de sus jácaras un condenado á galeras, dice :
«En víanme por diezaAo»
( sabe Dios quién los verá)
á que dándola de palos
agravie toda la mar.» '
Otro niCan preso, exajera asi lo que ha dado qire trabcijar á lajusticiat
< Los diez años de mi vida
los he vivido hacia atrás,
con mas grillos que el verano,
cadenas que el Escorial.
Mas alcaydes he tenido
que el castillo de Milán ,
ma» guardas que el monumento ,
mas hierros que el Aleoraa,
mas sentencias que el derecho ,.
mas causas que el no pagar, ^
mas autos que el día del Corpus >
mas njistros que el Misal , '
mas enemigos que el agua ,
mas corchetes que un gabán ,
mas soplos que lo caliente ,
mas plumas que el turnear.»
Esta abundancia picaresca , que á los severos censores de las obras de injenio p9*
drá parecer escesiva, es el carácter especial de Qucvedo en sus composiciones festival'
No la reprenderemos nosotros; porque ademas de manifestaHr la fecundidad de su io«
jenio, la clase de obras en que la emplea no merece la austeridad de la crHici.
Todo el que hace reir, tiene razón.
Pero á lo menos , esta misma injeniosidad de Quevedo nos manifiesta la difereacia
entre su género y el de Cervantes. El autor del Quijote presenta á la imajinacion los
personajes y sucesos risibles , y los grava en ella , es un gran pintor y todo lo descri-
be. No así Quevedo : sus chistes y sales escitan nuestra risa; pero nada se queda eo la
fantasía, ni es posible que se quede, porque su ridículo consiste en alusiones y equivo*
COS. Esta es , si no nos engañamos , la causa de la justa preferencia que ha dado la repú*
blica de las lelrtis al manco de Lepanto. Eu cuanto á genio y talento no podremos de*
cidir cuál es mayor, el del que nos agrada sin ofendícr la razón y el buen gusto, ó el
del que nos agrada las mas veces á despecho de entrambos.
(«itarémos en otro género su imitación del célebre pasaje deJuvenal contra Mesalioa*
¿Cuándo insolencia tal hubo en Sodoma?
que en viendo al claro emperador dormido»
cuyo poder el mando rije y doma.
[153]
La emperatriz tomando otro vestido,
se fuese á la caliente mancebía
con el nombre y ei liábito finjido?.
Y en entrando / los pechos descubria
y al deleite lascivo se guisaba
ansí., que á las demás empobrecía.
£1 precio infame y vil regateaba ,
hasta que el tayta de las hienas brutas
á rccojer el címbalo tocaba
Todas las celdas y asquerosas grutas
cerraban antes que ella su aposento,
siempre con apariencias disolutas.
Hecho liabia arrepentir á mas de ciento
cuando cansada se il>a, mas no harta, ii
El testo de Ju venal es aun mas obsceno ; pero de aquella obscenidad que hace odio-
so y detestable el' vicio, aunque la castidad délas \eoguas modernas no la permitan.
Estos versos y otros muchos prueban cuan grande era el talento deQuevedo parala
sátira clásica , sin necesidad de equívocos, ni juegos de palabras.
ARTÍCULO IIL
LáS las composiciones festivas de Qiievedo en prosa se nota el mismo carácter que en
las de verso, aunaue usa con mas sobriedad de los equívocos. Sit estilo es nervioso y su
sátira amarga. Tal vez en medio de la obra, que parece mas jocosa, mezcla reflexiones
morales ó políticas, perfectamente desenvueltas, y muy orijinales. ¿Quién creyera , por
ejemplo, encontrar en una obra satírica, cuyo título están bajo y trivial como clEnírc
metido^ la Dueña yei Soplón, observaciones nuevas y muy juiciosas sobre el gobierno de
Roma en los últimos dias de la república, puestas en boica de Cesar, quejándose deque
le hubiesen asesinado?! Yo soy, dice, el gran Julio César. Bruto y Casio me mataron á
puñaladas con pretesto de la libertad, siendo persuasión de la envidia y codicia de estos
perros, ej uno hijo y el otro confidente. No aoorrecieron estos infames el imperio, sino
al emperador. Matáronme porque fundé la monarquía, no la derribaron, antes apresura-
damente ellos mismos instituyeron la succesion. Mayor delito fue quitarme á mi la vi-
da, que quitar yo el dominio á los senadores, pues yo quedé emperador, y ellos traido-
res: yo fui adorado del pueblo en muriendo, y ellos fueron justiciados en matándome...
¿Estaba mejor el gobierno en muchos senadores que le supieron perder que en un capi-
tán que lo mereció ganar? ;£s mas digno de corona quien preside en la calumnia y es
docto en la acusación que el soldado, gloria de su patria y miedo de los enemigos? ¿Es
mas digno del imperio el que sabe leyes que el que las defiende? Este merece hacerlas,
y los otros estudiarlas. ¿Libertad es obedecer á la discordia de muchos, y servidumbre
atender al dominio de uno? ¿A muchas codicias y ambiciones juntas llamáis padres, y
al valor de uno, tiranía? ¿Cuánta mas gloría será al pueblo romano haber tenido un hijo
qne hizo á Roma Señora del mundo, que unos padres que la hicieron con guerras civí-
iifs madrasta de sus hijos? Malditos, mirad cual era el gobierno de los senadores, que
habiendo gustado el pueblo de la monarquía, quisieron antes Nerones, Tiberios, Calí-
gulas ó Eliogábalos que Senadores. >
Esta última reflexión prueba cuan bien estudió Quevedo la historia de Roma en los
Hltimos sollozos de su libertad. Solo puede culparse la censura de Bruto, qne no fue
envidioso ni ambicioso, sino necio. Pero César, si se había de sostener el carácter que
W da el autor , no podia hablar de otra manera.
En la composición intitulada la Fortuna con sao hay un gran número de reflexiones
morales y políticas, en las cuales campea el buen juicio y la severidad de Quevedo. Tal
vez están revestidas las sentencias graves y serias con el traje grotesco que solia dar á
sus pensamientos satíricos. Hablando de los tiranos, cita la definición de Aristóteles. Es
tirano quien mira mas d m provecho particular que al común» Y continúa Quevedo : c quien
20
[151]
5;np¡ore do algunos que no se comprendan en esta defínicion, lo venga diciendo y le
darán su hallazgo.»
De Luis XIII , rey de Francia , dice que 710 ^ limpiaba de privados. En efecto los tuvo
toda su vida y no reinó un solo momento. Para burlarse do los títulos nominales del
duque do Saboya se espresa asi: c padece achaques de rey de Chipre, es molestado de
recuerdos de Señor de Ginebra , y adolece de soberanía desigual éntrelos demás poten-
tados. > De un ministro recién elevado dice que antes de presentarse á recibir pretCD-
dientes se da un baño de cara de mánnol. Moteja enérjicamente uno de los mas grandes
abusos que ha habido en la administración de la justicia criminal , Á saber: la larga du-
ración de los procesos si el reo tiene dinero, diciendo: donde d dinero acaba ^ el verdugo
empieza. Concluiremos estas citas con una muy notable de la Fortuna con seno. Supone
un potentado hablando con sus aduladores, «i quienes dice: ^Aflijido me tiene Iq pérdida
de las dos naves mias. En oyéndole se aOlaron los aduladores de embeleco, y revistién-
doseles la misma mentira, dijeron unos, que antes la pérdida le habia sido de autori-
dad y á pedir de boca, y que pí)r útil debiera haber deseádola; pues le ocasionaba cao-
sa justa para romper con los amigos y vecinos que le habian robado , y que por dos \»
tomaría doscientas.» ¿Quién no ve en este diálogo una trova mal disimulada de la mane»
racon que el conde duque de Olivares anunció á Felipe IV la rebelión deí duque deBn-
ganza y la pérdida de Portugal, pidiéndole albricias por la ocasión que se le ofrecía de
confiscar los estados del duque?
A mas llegó aun la osadía deQuevedo en este pasaje. Prosigue así: «otros (lisonjeros)
dijeron que ha sido en la pérdida glorioso su celo y lleno de majestad, porque aquel
era gran príncipe que tenia mas que perder.» Sabido es que el sobrenombre de Granie
que díó la adulación á Felipe IV, lo convirtió la sátira , justa en aquella ocasión, en lu-
dibrio, diciendo que fue grande como un hoyo, por la mucha tierra que le quitan. ¡Ah
Qtievedo! si te hubieras contentado con tus jácaras y lelrillns contra taberneros, escri-
banos, rameras y ruQunes no hubieras pasado parte de tu vida en las prisiones ó en el
destierro.
En la primer entrega de la edición que hemos anunciado de las obras festivas de
este escritor, empieza el Surño de fas Calaveroít^ visión fantástica, en que se supone que
todos los muertos son llamados por orden de Júpiter al juicio de Kádamanto. Está llena
de la sal característica de Que vedo. Pondremos algunos ejemplos de ella.
< Lo que mas me espantó fué ver los cuerpos de dos ó tres mercaderes que se habían
vestido las almas del revés, y tenian todos los cincos sentidos en las uñas de la mano
derecha.»
ct'na dama, que habia sido casada siete veces, iba trazando disculpas para todos loi
maridos.»
cTn juez, que lo habia sido, estaba enmedio de un arroyo lavándose las manos, y
esto hacia muchas veces. Llegúeme á preguntarle por qué se lavaba tanto, ydíjomeqne
en vida, sobre ciertos negocios, se las hablan imtado, y que estaba porfiando alli por
no parecer con ellas de aquella manera delante de la universal residencia.!
«Iba sudando un tabernero de congoja , y á mí me pareció que le dijo un verdugo:
harto es que sudéis ajua , 1/ no nos la vendtis pttr vino. Uno de los sastres, pequeño de cuerpOi
redondo de cara, malas barbas y peores hechos, no hacia sino decir: ^f¡ué pude hurtar
yo^ si andaba siempre nvtrie'ndome de hambre.^ V los otros le decían (viendo que negaba ser
ladrón) qué cosa era despreciarse de su oficio.»
tTras ellos venia la locura con sus cuatro costados, poetas, músicos, enamorados
y valientes»
< Pilatos se andaba lavando las manos muy aprisa para irse con sus manos lavadas
al brasero.»
ct'ayéronsele (á un maestro de esgrima) en el suelo por descuido los testimonios, J
fueron á un tiempo á levantarlos dos Furias y un alguacil, y él los levantó primero que
las Furias.» En este pasaje hay dos rasgos satíricos : uno el de la lijereza délos alguaciles
en recojer todo lo que contribuye á acriminar: otro fundado en el equivoco de la pala-
bra tesfimonio.
cPues enseno á matar, bien puedo pretender que me llamen Galeno, que si mis be*
ridas andubieran en muía, pasaran por médicos.»
[1551
t Enfadóse el avarieDlo, y dijo: ii no lie de enirat\ no gastemos tiempo (que hasta aquc<
lio rehusó de gastar). >
Bastan estos ejemplos para conocer el carácter de la elocución deQuevedo. Hahién-
dose impuesto la obligación de ser siempre chistoso, sutil y mordaz, fue imposible que
lüvif^sen igual mérito todas sus sales satíricas; pero es preciso confesar que casi siempre
agrada aun á los lectores de gusto mas severo. Sus espresiones gráticas, como azuzar
íefiigos^ despreciarse de su oficio^ vestirse kts almas al retci, y otras muchas que él inventó,
fioo al mismo tiempo que cstraordinarias, iujeuiosasy propias.
DE LA NOVEXiA.
E
^L Semanario Pintoresco español (que por decirlo de paso, es en nuestra opinión uno
de los mejores periódicos literarios de España) inserta en su número G.** del afio de 1840
la sesión de la seccioa literaria del Ateneo español, celebrada el *25 de Enero del mismo
año, y en la cual se ventiló la cuestión siguiente: Paralelo entre las modernas nótelas Imtó^
ricas y ías antiguas caballerescas. Los discursos de los señores que opinaron sobre esta in-
teresante ciiestion están llenos de buena y profunda lilosofia literaria é histórica, y da-
mos gracias al editor del Semanario por haberlas dado á la luz pública, suplicándole que
no deje de hacer lo mismo, siempre que le sea posible, con las sesiones que celebre
eo lo succesivo la clase de literatura del Ateneo.
£1 objeto de la cuestión no era tanto examinar el mérito comparativo de los libros
de caballería y de las novelas de Walter Scott como indagar las causas que dieron naci-
miento y celebridad á estos jéneros y á otros, como también las que han influido en la
decadencia de unos y el triunfo efímero de sus succesores.
Los señores que opinaron primero procuraron desenvolver estas causas, y lo hi-
cieron con suma sagacidad. Opúsoseles que un escritor de novela no tiene otro objeto
que el de diieitar^ y no miras políticas, rélijiosas ni morales. Esto es verdad; pero como
no es posible deleitar á una nación, sin presentarle los objetos bellos bajo el punto de
vista que ella los concibe, deaqui nace que es necesario examinar para juzgar del mé-
rito de una composición ó de un jénero, el espíritu del siglo en que fue célebre aquel Je-
naro ó aquella composición. Las escepciones de esta regla son nniy raras, porque sen
muy pocos los hombres como Homero, Virjilio y Cervantes, que saben escribir para
toda la humanidad.
Nosotros consideraremos la cuestión literariamente , y procuraremos explicar la
esencia de la novela , ya sea la de Waltet Scott, ya la de los siglos feudales.
Dos son ios elementos esenciales de la novela , sea cual fuere su clase , el interés y
lo maratilloso. Entendemos por maravilloso no solo la intervención de los seres sobreña*
tunales, como los dioses de la antigua mitolojia, ó los magos y hechiceros de la edad
media, sino también las coincidencias estraordinarias, las aventuras no comunes, los
lances apurados, los grandes peligros evitados por felices circunstancias , en fin , todos
Jos incidentes que sin necesidad de recurrir á la acción del cielo, son aunque naturales,
muv raros.
Sin interés y sin maravilloso no hay novela; y esto es tan cierto que los griegos, los
mas sencillos de todos los escritores, aspiraron á interesar en las suyas por medio de
sucesos ya sobrenaturales, }a inesperados. Dígalo sino el Tedjenes y Cariclea de Helio-
doro, obispo de Trica, ciudad de Tesalia , que tenemos muy bien traducido en nuestro
idioma por Castillejo.
Los libros de caballería debían agradar á una sociedad que tenia todas las virtudes
y vicios de la niñez, como fue la de la edad media, candida , crédula y valiente. En di-
chos libros está prodigado lo maravilloso á manos llenas ; pero el interés es muy corto,
casi nulo, menor aun que el de los cuentos de encantamiento con que se aduerme á los
aiños. El tejido de dichos libros es uno mismo : aventuras y combates perpetuos , en
Hue tríunla el héroe, ó por el valor de su brazo ó con el auxilio de algún májico. Noto-
«a en estos libros el interés de humanidad, pero ni aun el qae pudiera inqii-
jinbres del tiempo en que se publicaron. La repetición de iiecbos semejanto
Jiosa y moniUona su lectura para nosotros: nadie puede leerlos sino con el ob-
•cojor notas eruditas ó gramaticales. Pues lo mismo sucedería á nuestros anl^
, y si los leyeron y los celebraron, no fue por lo bien. coordinado de la fábula,
r el aliciente de lo maravilloso.
^'f^aron las naciones europeas á la edad de la adolescencia intelertuat; despreciaroa
iif^^ /uctes de su niñez, y buscaron entretenimientos mas dignus de su capacidad. Ei^
lónces comenzaron la novela satírica y la de costumbres, siendo en nuestro entenderlos
españoles los primeros que las escribieron con perfección, porque no creemos que haya
quienquiera comparar á Habelais con Cervantes, que le fue [wsterior, ni aua-cOn el
Conde Luranor que le antecedió un siglo.
Cuando la falsa política y la mentida filosofía .se apoderaron de la sociedad , precisa
fue que la novela siguiese el mismo giro. Se pusieron, pues, en estos libros de éntrete»
nimicnto, para recreo de una sociedad pervertida, todos los venenos de la irrelijíon^de
la inmoralidad y de la anarquía de las ideas: llegóse al último grado de cinismo y deli-
bricidad , basta qnc al (in se consiguió realizar las infernales crfaciones del filosofismo.
Tras de la locura vino el escarmiento, y la novela varió de forma como la sociedad.
Pero la política hizo á los hombres mas austeros y descontentadizos aun en la elecrioa
de sus placeres. Algunos escritores, principalmente mujeres, emprendieron resucitar
el sentimentalismo de Rousseau ; pero ya no se creia en él, porque nadie sentía. \ fuer-
za de haber agotado en valde toda especie de .sensaciones fuertes, habían perdido las al-
mas su elasticidad. Era ya pcisada la hora en que toda Europa se interesó por Ciam
Jíarlotcc hasta tal punto, que su autor recibió muchas cartas en que le pedían que ñola
asesinafe 'd\ fín de la novela.
£n estas circunstancias s^ presentó Walter S<*ott y dijo: cUmgo recojidas observacio-
nes exactas y numerosas .sobre las costumbres de la edad media. ()s las daré en novelas.
;,Quercis? > <5i, respondió la sociedad fastidiada de inmoralidad y de exajeracion de sea-
timientos. A lo menoa sabrc'moa algo de nuratron aiite¡Himdo«. » Y en efecto, eso es lo que com*
tituye el mérito de las obras de eslc escritor; pues ni es muy feliz en los desenlacen,
ni es grande el interés de sus fikbulas. Pero sus escenas y diálogos s<m magníficos; y de^
pues de Orvantes es el primero de los escritores no\elescos.
Antes deWaIter Scott se escribió la historia en novelas, desíigurándola como mada-
ma Scudery, ó embelleciéndola como nuestro Montengon, á quien solo faltó escribir
mejor el castellano para ser un novelista estimable. Pero el autor escocés tiene un né»
rito que sobrevivirá á sus novelas, yes la descripción de costumbres históricas. El géne-
ro que ha descubierto es muy diíicil; pon|ue evijc de los que hayan de cultivarlo,
ademas de las dotes de imajinacion, un estudio muy profundo de las antigüedades de
su patria, y del espíritu y de las costumbres de la edad media.
;,<Jué género succederá á este que se va agotando no por faltado mies,sinode buenas
operarios? No sabemos: en el dia queremos mas bien ver las costumbres de otros siglo*
que las del nuestro; tales .son ellas, sin poesia, sin fé, sin ccmvicciones. Pero como d
actual estado de la sociedad no puede .ser duradero, vendremos últimaroento á parar
en la novela satírica y en la de costumbres, únicos géneros que pueden ya agradar-
nos: y si no hay quien las escriba bien, las leeremos mal escrit<is .porque no se c*scBsa
l(>er novelas mientras haya Jóvenes de ambos sexos, felices, cuando á lo menos vea
respetada en ella la moral.
l¡)3 2iai a^D y^iü a2¿i'5Í>ii32il,
ARTICILO I.
C
ON esta espresion compuesta, cuyas voces parece que so escluyen una y otra, sesig*
niíican aquellas fábulas, en las que, atmipie haya aventuras é incidentes finjidos, per-
tenece sin embargo á la verdad histórica el cuadro en que se ajustan.
[157]
E\ orijcn de estos libros de entreteniniienCo pertrncce á la edad media ; pi:es aun-
el Tedgenes y Carklea de lleliodoro, obispo de Trica, ciudad de Teitalia, es la mas
iriia de las novelas heroicas, todo allí es fiiijtdo. Se habla , es verdad, en ella de
reina de Ejipto y otra de Etiopia; pero ninguna de las dos existió en la Lisloria.
eoece, pues, dejando aparte la superioridad del inlerés y de la elocución, aKutisnio
>ro que Amadis de Gaitla^ Armidisde Grecia, Etjdandian^ Tirante el Blanco ^ Palmer in
tglalerra, y otros héroes fabulosos áe ios luiros de caballrría.
So puede decirse otro lauto de la histoiia fabulosa de<l¿irlo Md|rno y sus doce pares,
rey Artus de Inglaterra, de Bernardo del Girpio y del i^d Gunpeador. Aunque los
IOS y las aventuras sean por la mayor parte flnjidas, n*<*aeniiin enibargosobr4*rinni«-
históricos, sobre épocas que han existido, sobre sucesos verdaderos. Estos libn^s
ponen la «popeya de la edad media. En los que todo es falso, y nada auxilia la
¡inacion para sufionerse en €l mundo de la realidad, no sirvieron ni aun para con-
ar las tradiciones populares, sino solo para alhagar la grosera y dócil fantasía de
(tros antepasados.
Ilestniídos estos monstruos, y sepultados en el olvido por la pluma de Cervantes,
■sorilores de novelas se dedicaron al género moral ó satírico: tal vez al género he-
»ea que se ejercitó también el autor del Quijote, como lo prueba su Pérsiles y St*-
iinda. Aparecieron entonces \a^.noceia« de Dona María de Zayas, el e*aidero Marca*
Ibregon^ el IHaJbío Cojuelo^ la picara Juntiña^ Guzwan de Alfarache, y otras muchas:
oo nos acordamos de ningvna novela histórica, escrita en español en Jos siglos
'. y Wli. Si hubo alguna, debió ser su mérito tan tenue que no dejó vestijio de
xislencia en la literatura nacional; sin mas esce|»4'ion acaso (|ue las guerras civiles de
Htda, de Hita.
Las primeras novelas de esta clase que tuvieron celebridad en la Europa moderna
ie la restauración de las letras, fueron las que escribieron en la época brillante de
• XIV, Madama ^cuderi y otros muchos autores novelistas. Este género fue muy
i vado durante la S4*gunda mitad del si^k) XVII en Francia y en otras partes de Eu-
I adonde se estendió entonces r«ipidam<^to el gusto de la literatura francesa.
ÍQ estas composiciones había siempre un fondo de verdad histórica, en cnanto á los
sos; carecían de magos, nigromantes, encantamentos, mónstrtios y vestiglos, cu\a
a había pasado ya; pero los caracteres de los persoucijes estaban horriblemenle
jurados. 1^ moda era tomar los héroes de los nombres mas celébreos de la historia
;« y romana; pero ni Ciro, ni Alejandro, ni tllelia, ni Horacio eran otra cosa mas
caballeros de la corle de Luis XIV. Cusí t^^das las fábulas versaban sobre intrigas
ros«is: pa^Miies, versos, citas, disfraces, celos, dosaíios eran las principales octipa-
eai de los Brutos, Sostenes y Escévolas. V aun esto no era orijinal. Va Calderón en
romedias había convertido toda la antigüedad griega y romana, y aun los mismos
» del Olimpo, en damas y galanes de la corte y de la villa de Madrid. Esta preo-
icion por lo presente, este deseo de reducir «1 su módulo todo lo pasado, influyó aun
I mismo Hacine; y fue necesaria toda la perfección de su estilo para que los críticos
:eses h* perdonasen algunos rasgos de la galantería de su siglo puestos en boca de
léroes de la antigrie<lad.
lambí^fn cayeron los monstruos de Scudery á la voz del terrible Boitoau: y mucho
aun .li desenfreno de las costumbres que se introdnjo en Francia en la primer
d del >íl:ío Wlll, desenfreno que convirtió la galantería decente en inmunda diso-
in. Los que ((iiieran conocer el carácter de estas novelas históricas, puedi'u cor.sul-
Ui Camudra^ la única de ellas que en nuestro entender se ha traducido al cas-
no.
Lpareció Telemaco^ y se dudó por mucho tiempo si debía colocarse entre las nove-
1 entre las epopeyas. Su objeto conocido, muy distante de la futilidad del género
rtidery, ora nada menos que enseñar .1 reinar. Notóse en él ademas de la escelen -
variada elocución, la verdad con que estaban pintadas las costumbres, usos y ca-
ires de ia época que desiTÍbía. Entonces se puede <lecir que nació la verdadera no-
histórica. Fenelon tuvo imitadores mas ó menos felÍ4'es. El Seikon es una rapsodia
rible: \ts viajes de Aiilenor y el Filarle* pintan con mucha naturalidad las c<»stum-
griegas; señaladamente el primero es muy feliz cu describir la insustancialidad in-
[148]
autores han omitido, con muy poca razón, en sus obras elementales. Los fenómenof
nue en él se observan y se esplican , no solo se presentan á la vista de todos , sino in-
íiuyendo mas ó men(»s en la abundancia ó esterilidad de las cosechas y en la salubri-
dad pública, son también objeto del interés, del terror, de la esperanza, y aun to«
d'avia de la superstición. (Conviene, pues, enunciar sus causas; lo que basta para disi-
par los errores, y preocupaciones vulgares. Entre estos H^nómenos es notable el de la
«aida de los aerolilt)» ó piedras llovidas, asi por la identidad de su composición con las
masas de hierro aisladas, como por los sistemas inventados para esplicar su existen-
cia. ¿Son lanzadas por los volcanes de la luna 6 de la tierra ; ó bien proceden de algu-
nos pequeños planetas, que hallándose en la atmósfera terrestre y girando con increí-
ble celeridad, debida á su aproximación á la tierra , se inflaman rozando con el aire
y caen por su pesantez? Tal es la cuestión que M. Despretz entrega á las especulario-
nes de los físicos. Mas importante es, y no menos curiosa, la investigación de la teni-
1)eratura media en los diversos paises del globo, y su comparación con las líneas de
atitud y de las nieves eternas.
Concluye la obra con algimas addiciones, en las cuales el traductor ba procurado
reunir las observaciones mas recientes sobre las materias físicas , aun las que ya bao
sido conocidas y ventiladas por los autores antiguos. Por ejemplo , cita en cuanto i b
divisibilidad de la materia, un articulo de Peclel, en que este autor concluye que la
materia no es dichlhU' haMa el infinito^ esto es, no es i ndr/iit idamente dicmble^ pues 0-
vUion infiniía es una contradicción en los términos. Donde hay succesion no hay, pro-
piamente hablando , infinidad, sino i nde fin irion, Pedet trae como prueba la solucioa
de la sal en agua en partículas tan pequeñis, que no las puede distinguir la \isla,
ni aun con el auxilio del microscopio mas graduado. No sabemos por qué duda Pe-
clet si entonces ha llegado 6 no la materia Á su división infinitesimal , ruando esta es
imposible. Pruébase muy bien la asombrosa divisivilidad de la materia : demuéstra-
se también que después de haber llegado ¿k las partes mas pequeñas, tienen estas to-
davía capacidad de ser divididas; pero el término de la divisibilidad está en la fuera
divideute de la naturaleza, que ha de reconocer forzosamente un liuiile del cual no po-
drá pasar. Es útil conocer esle límile ó aproximarse á él en las diferentes divisiooes
que producen en los cuerpos las fuerzas físicas ó químicas.
Los conocimientos matemáticos necesarios para estudiar con utilidad esta obra no
pasan de las nociones de aritmética , álgebra y geometría elementales; pues aunque
trae fórmulas y cálculos diferenciales, es solo en las notas para demostrar los resul-
tados del testo. Asi se lia procurado estender la utilidad de este tratado al mayor
número posible de personas.
lEVA EOn DE LAS OBRAS FESTIVAS,
EN PROSA Y VERSO,
DB D. FHUSaiaOO QTTBTBDO ? TZZaZaB9A&k
ARTICI'LO I.
X ENEMOS á la vista la primer entrega de esta edición, que será preciosa, no solo
porque estará adornada con 2,000 láminas, sino también porque hade contener mii'
chas piezas inéditas del autor, y ha de ser ilustrada con notas. Estas serán de I). Ba*
siliu Sebastian Castellanos; los grabados de I). Vicente Caslello, y la edición dirijitla
por el artista 1). .Vntonio Kolondo. La publicación de las obras festivas de Quevedo ba
comenzado por el Sueño de las calavera*. El papel es escelente, la ejecución tipogri-
fu-a csniíMadis'iMa, y las láminas representan muy bien aquellas imájenes ideales qut
flW] _ ^
circulaban por la cabea del autor cuando escríbia, y iijan la \;aguedad de sus rasgos
inórales ó salirícos.
Debemos esperar que tas notas serán importantes y curiosas para nuestra historia
literaria, si hemos de juzgar por la noticia nada vulgar, que los editores nos dan en
<*i prólogo sob^e k Perinola, obra inédita de Queveejo, y de la respuesta publicada en
Valencia en i<)35, que dio Juan Pérez de Montalba» A la crítica que hizo el autor, de
su Para iodos*
S«»lo nos resta, pues, demostrar la importancia de esta edición y la oportunidad de
sn lujo, por el mérito del autor, que estudiado literariamente, es uno de los fenóme-
nos mas estraordinarios de nuestro rarnaso*
Jkín Francisco Quevedo fue uno do los literatos mas instruidos de su siglo, y ha
dejado en sus obras vestijios de sus extensos conocimientos asi en las ciencias ci»mo en
las lenguas sabias y en todo genero de literatura. Esto en cuanto á sus estudios. Pero
»u condición le llevaba irresistiblemente al género satírico, único en que se distin-
guió: pues sus composiciones serias^ ya en verso, ya en prosa, aunque muchas de
ellas no carezcan de mérito , mal pueden compararse con las de los poetas y escri-
lores del siglo anterior , ni aun con las mejores de su propio siglo. La celebridad de
(Juevedo es enteramente debida á sus escritos festivos.
Pero el talento de la sátira era el menos á propósito |>ara la sociedad española dé
5U tiempo, pundonorosa , incapaz de sufrir injurias , dispuesta siempre á vengarlas.
Quevedo era mordaz ; no podia refrenarse, cuando se le presentaba la necedad ó
el vicio, en describirlo con las armas del ridículo. Hubo, pues, de contentarse con
exhalar su bilis contra las clases inferiores de la sociedad. Í)e a(|ui tantos romances
contra los valentones, rufianes, rameras y terceras: de aqui la descripción de sus rui-
nes hazañas y de sus infortunios, que pinta constantemente risibles. Mas no siempre
se contuvo en les términos de la prudencia : no siempre dirijió su ballesta satírica
contra personas y clases, que no Ician, ó aunque leyesen, no inspiraban el temor
de la venganza. Tal vez se alrevió á los jueces, á los ministros, á personas constitui-
das en dignidad ; y su peligro en estos ataques era tanto mayor cuanto la convic-
ción ó la gratitud le habían hecho defensor acérrimo del célebre duque de Osuna,
\irey que fué de Nápolcs, y que después murió preso y desgraciado en su castillo
de la Alameda. Puede decirse (|ue sus elojios de aquel magnate contribuyeron tanto
como sus sátiras á las calamidades y prisiones que sufrió.
Entre sus composiciones satíricas hay algunas en que imitó muy bien á Jn venal-, á
quien parecía estudiar con mas gusto que lluracio, y enri,,ueció nuestro idioma con
frases tomadcis de aquel gran maestro. Pero no tardó en volar por si mismo , y en
formarse una elocución propia suya y esclusiva, tanto, que cuantos hun querido imi-
larlo se se han despeñado miserablemente. Dígalo 1). Diego de Turres y Villaroel,
que fue el que mas se empeñó en asemejar su estilo al de aquel modelo , y solo
consiguió fastidiar á cuantos le han Icido ó tengan paciencia para leerle en lo veni-
óero. Quevedo tiene este punto de contacto con CaTvantes : no puede ser imitado.
Su estilo es indefinible. Por una parte parece que se presta ú la crítica por sus
equívocos, por sus alusiones frecuentemente oscuras , por sus hipérboles descabella-
das, por sus pensamientos sucios ú olíscenos; pero cuando queremos examinar sus
composiciones á la luz severa de la razón , entra la risa que excitan sus versos ó su
I»rosa, y el juez queda desarmado. Así tal vez el padre que quiere castigar una tra-
vesura de su hijo , convierte el enojo en risa , si la ha hecho el niño con chiste y
donaire.
¿Quién puede ana1¡z«ir, ni por consiguiente definir su estilo? En cuanto al len-
guaje, es puro , correcto , rigorosamente castellano; su versificación, fácil; su pro-
sa, mas cuidadosa del pensamiento que de la armonía. Pero la espresion es siempre
oríjinal, inesperada , y no pocas veces profundamente moral, sin perder por eso nada
de su facilidad. Nos hace reir mas y de mas buena gana que otros escritores; pero la
risa que excita no es de beneholencia , sino caustica y mordaz , como las frases
que la excitan.
Esto es cuanto podemos decir del género de Quevedo. Solo falta que justifique*
moscón citas nuestro juicio, resultado del estudio que hemos hecho de sus obras.
[1501
Un amig;o nuestro , excelente literato , y que ha estudiado también eoidadoaamente
á este autor , da á su estilo el epíteto de grotesco^ que nos parece bastante propio; por*
que asi como á los adornos de esta clase en las bellas artes sería una necedad aplí*
caries los principios severos de las reglas, asi es imposible también, cuando se lee'á
Quevedo, medirle por las reglas oomunes de la literatura. cPues digase qae es ma*
lo 9 como hizo el padre Bouhours con la canción:
Al infierno el trado Orfeo etc. >
Pero ^cómo hemos de decir que es malo loque nos hace reir, mal que nos peae, y
á despecho de todas las reglas y preceptos? Solo podremos decir aue pues nos agra-
da , algo hay en ello de bueno; y en efecto no es difícil encontrarlo y aun analiar-
lo según el principio común de aquellos preceptos y reglas, contra los cuales parece
que peca el escritor.
Y en primer lugar diremos , que entre todos los géneros de obras literaríaSf la
sátira es el que admite mejor la oscuridad y la sutileza. Pasajes hay en Juvenal qae
no es posible entender á la primera ó segunda lectura, y no por alusiones á usos y
costumbres de su siglo, ignorados de nosotros, sino por la concisión nerviosa de sv
estilo, y por el velo, á veces demasiado tupido, con que cubre sus pensamientoi.
Persio es un verdadero enigma qne es necesario estar continuamente adivinando.
Hay dos razones filosóficas para que la sátira sea mas sutil y epigramática qne los
demás géneros: la complacencia oel lector cuando le cuesta trabajo comprender el
rasgo maligno y al fin lo penetra , y la especie de pudor con que es necesario cobrir
ciertos vicios , aun cuando se proponen como victimas al escarnio público. Bsto en
cuanto á las alusiones oscuras de que hace frecuente uso nuestro Quevedo.
En segundo lugar, no podia prescindir este insigne escritor del tono de la so«
ciedad culta en su siglo. Sea que los escritores la corrompieron , ó que ella corrom-
piese el gusto de los escritores, es indudable que el equivoco era uno de los recur-
sos de la discreción. Quevedo, pues, usó de él, algunas veces con prudencia y felici-
dad : otras , no tanto. Pero ¿quién le culpará do haber hablado el idioma de su tiem-
po y de la sociedad que frecuentaba , mucho mas cuando sacó de él tanto partido?
Estas dotes de su estilo, ó buenas ó disculpables en el género satírico, ni pue-
den ni deben tener lugar en el género serio. Mucho nos reimos cuando para dar á en-
tender la nariz desmesurada de un hombre, dice:
c Erase un hombre á una nariz pegado
Las doce tribus de narices era»
aludiendo á la opinión vulgar de que los judíos son todos narilargos. Pero nos dis-
gusta cuando en un soneto, para mostrar que las horas que pa>an oos quitan pane de
la vida , exajera la espresion hasta decir:
f Sepultureras ion las horas.»
ARTICULO IL
JjASTA leer algunas de las letrillas ó romances satíricos de Quevedo, para conocer el
modo injeniuso y orijinaicon que espresaba los pensamientos. ¿Quiere hacer burla de
las exajeraciones de los amantes cuando ponderan su pasión? Bástale una sola frase:
«Desde que os vi en la ventana
ó dando ó tomando el sol ,
descabalé la atadura
por daros el corazón.»
[1511
lé aqui de qué rnaaera describe )a coadicioo avara y rapiñadora de uoa tía, y ade*
tercera:
cDame naeyat de lo tía «
aquella águila imperial
que asida de los escudos
en todas partes está.»
jB metáfora consiste en el doble sentido de la palabra neudo , que puede ser de ar«
, ó una moneda.
Trata de pintar la codicia de una mujer 1 Dice asi :
cLa morena que yo adoro
y mas que á mi vida quiero ,
eo verano toma acero
y en todos tiempos el oro.
Si eitá resuelto á guardar su dinero de las manos de las barpias , y á no comprar con
1 arrepeotímienlo :
c Vuela , pensamiento , y diles
á los ojos que mas quiero ,
que bay dinero.
Del dinero que pidió
á la que adorando estás»
las nuevas le llevarás ,
pero los talegos no.
A los ojos que en mirallos
la libertad perderás ,
que b^y dineros les dirás;
pero no gana de dallos.
Si con agrado te oyere
esa esponja de la villa «
que hay dinero bas de decilla ,
y que ¡ay de quien le diere!»
Sn esta última redondilla juega con el doble sentido déla voz ay. Esponja dé ¡a tilia
tcelentc perífrasis de una cortesana codiciosa y de nombradla.
!^s Iríbülacioncs que le causa la rivalidad de un ginovés» que entonces eran los co-
cianícs mas ricos, las espresa asi:
€ A la que causó la llaga
que en mi corazón renuevo ,
yo la (|uiero como debo
y un gi noves como paga.
Ved en qué vendré á parar
compitiendo su poder,
baciendo yo mi deber ,
y él baciendo su pagar.
Mal en oponerme bago ,
siendo de bolsa tan leye,
á quien ni teme ni debe ,
yo aue ni temo ni pago.
¿¿uál tendrá mas opinión
con ella en la poesia
yo con una letra mia,
ó él con dos de Besanzon?
Mirad, pues, á quien oirá,
si en el reloj que rq^ala ^
[152Í
mi mano es la qiie señala «
y la suya la que da.
¿Cómo la podré agradar
los deseos avarientos ,
si voy á contarla cuentos
y él da cuentos á contar?
El da joyas yo billetes,
y andamos por los lugares >
él con daros y tomares,
yo con dimes y diretes.»
No hay locución familiar en el idion»a de qiie no se valga á favor del equivoco é
de la alusión. £n una de sus jácaras un condenado á galeras, dice :
«Envianme por diez aAo»
( sabe Dios quién los verá)
á que dándola de palos
agravie toda la mar.» "
Otro ruCan preso, exajera asi lo que ha dado qire trabajar á lajusticiat
f Los diez años de mi vida
los he vivido hacia atrás,
con mas grillos que el verano,
cadenas que el Escorial.
Mas alcaydes he tenido
que el castillo de Milán ,
mas guardas que el monumento ,
mas hierros que el Aleoraa,
mas sentencias que el derecho ,.
mas causas que el no pagar, ' ~1
mas autos que el dia del (^rpus>
mas njistros que el Misal , '
mas enemigos que el agua ,
mas corchetes que un gabán ,
mas soplos que lo caliente,
mas plumas que ol turucar.»
Esta abundancia picaresca , que á los severos censores de las obras de injenio p9*
drá parecer escesiva, es el carácter especial de Qucvedo (»n sus composiciones festival'
!Vo la reprenderemos nosotros; porque ademas de nianifestaHr la fecundidad de su ÍD«
jenio, la clase de obras en que la emplea no merece la austeridad de la crHicf.
Todo el que hace reir, tiene razón.
Pero á lo menos , esta misma injeoiosidad de Quevedo nos manifiesta la difereaeiB
entre su género y el de (Cervantes. El autor del Quijote presenta á la imajinacion los
personajes y sucesos risibles , y los grava en ella , es un gran pintor y todo lo descri-
be. i\o así Quevedo : sus chistes y sales escitan nuestra risa; pero nada se queda eo la
fantasía , ni es posible que se quede, porque su ridícuk) consiste en alusiones y equívo-
cos. Esta es , si no nos engañamos , la causa de la justa preferencia que ha dado la repá*
blica de las lelnis al manco de l^epanto. En cuanto á genio y talento no podremos de*
cidir cuál es mayor, el del (|ue nos agrada sin ofeniler la razón y el buen gusto, ó el
del que nos agrada las mas \eces á despecho de entrambos.
(«itarémos en otro género su imitación del célebre pasaje deJuvenal contra Mesaliot-
¿Cuándo insolencia tal hubo en Sodoma?
que en viendo al claro emperador dormido,
cuyo poder el mando rije y doma.
[153]
La emperatriz tomando otro \estido,
se fuese á la caliente inancebia
con el nombre y el hábito finjido?.
Y en entrando ,* los pechos descubría
y al deleite lascivo se guisaba
ansi., que á las demás empobrecía.
£1 precio infame y vil regateaba ,
hasta que el taytade las hienas brutas
á rccojer el címbalo tocaba •.••
Todas las celdas y asquerosas grutas
cerraban antes que ella su aposento ,
siempre con apariencias disolutas.
Hecho liabia arrepenlir á mas de ciento
cuando cansada se iba, mas no harta. ^i
El testo de Juvenal es aun mas obsceno ; pero de aquella obscenidad que hace odio-
so y detestable el' vicio, aunque la castidad délas \eoguas modernas no la permitan.
Estos versos y otros muchos prueban cuan grande era el talento deQuevedo parala
sátira clásica^ sin necesidad de equívocos, ni juegos de palabras.
ARTÍCULO m.
Un las composiciones festivas de Qiievedo en prosa se nota el mismo carácter que en
las de verso, aunaue usa con mas sobriedad de los equívocos. Su estilo es nervioso y su
sátira amarga. Tal vez en medio de la obra, que parece mas jocosa, mezcla reflexiones
morales ó políticas, perfectamente desenvueltas, y muy orijinales. ¿Quién creyera , por
ejemplo, encontrar en una obra satírica, cuyo título están bajo y trivial como elEntre^
welido^ ¡a Dueña y d Soplón^ observaciones nuevas y muy juiciosas sobre el gobierno de
Roma en los últimos dias de la república, puestas en bcHca de César, quejándose deque
le hubiesen asesinado?cYo soy, dice, el gran Julio César. Bruto y Casio me mataron á
puñaladas con pretesto de la libertad, siendo persuasión de la envidia y codicia de estos
perros, e.l uno hijo y el otro confidente. No aborrecieron estos infames el imperio, sino
al emperador. Matáronme porque fundé la monarquía, no la derribaron, antes apresura-
damente ellos mismos instituyeron la succesion. Mayor delito fue quitarme á mi la vi-
da, que quitar yo el dominio á los senadores, pues yo quedé emperador, y ellos traido-
res: yo fui adorado del pueblo en muriendo, y ellos fueron justicicidos en matándome...
¿Estaba mejor el gobierno en muchos senadores que le supieron perder que en un capi-
tán que lo mereció ganar? ¿Es mas digno de corona quien preside en la calumnia y es
docto en la acusación que el soldado, gloria de su patria y miedo de los enemigos? ¿Es
mas digno del imperio el que sabe leyes que el que las defiende? Este merece hacerlas,
y los otros estudiarlas. ¿Libertad es obedecer á la discordia de muchos, y servidumbre
atender al dominio de uno? ¿A muchas codicias y ambiciones juntas llamáis padres, y
al valor de uno, tiranía? ^Cuánta mas gloría será al pueblo romano haber tenido un hijo
que hizo á Roma Señora del mundo, que unos padres que la hicieron con guerrascivi-
iifs madrasta de sus hijos? Malditos, mirad cual era el gobierno de los senadores, que
habiendo gustado el pueblo de la monarquía, quisieron antes Nerones, Tiberios, Calí-
gulas ó Eliogábalos que Senadores.»
Esta última reflexión prueba cuan bien estudió Quevedo la historia de Roma en los
últimos sollozos de su libertad. Solo puede culparse la censura de Bruto, qne no fue
envidioso ni ambicioso, sino necio. Pero César, si se había de sostener el carácter que
1^ da el autor , no podia hablar de otra manera.
En la composición intitulada la Fortuna con se$o hay un gran número de reflexiones
morales y políticas, en las cuales campea el buen juicio y la severídad de Quevedo. Tal
vez están revestidas las sentencias graves y serias con el traje grotesco que solía dar á
sus pensamientos satíricos. Hablando de los tiranos, cita la definición de Aristóteles. Es
tirano quien mira mat d m prottcko particular que al común, Y continúa Quevedo : c quien
20
5;iip¡erc de algunos que no se comprendan en esta definición, lo venga diciendo y le
darán su hallazgo.»
De Luis XIII, rey do Francia, dice que no fe limpiaba de privados, T,n etecio\os tuvo
toda su vida y no reinó un solo momento. Para burlarse do los títulos nominales del
duque de Sabova se espresa asi: c padece achaques de rey de Chipre, es molestado de
recuerdos de Señor de Ginebra, y adolece de soberanía desigual éntrelos demás poten-
tados. > De un ministro recien elevado dice que antes de presentarse á recibir preten-
dientes ^ da un baño di' cara de mdnnoL Moteja enc^rjicamente uno de los mas grandes
abusos que ba babido en la administración de la justicia criminal , á saber: la larga do-
racion de los procesos si el reo tiene dinero, diciendo: donde el dinero acaba j el rrrdugo
empieza. Concluiremos estas citas con una muy notable de la Fortuna con seito. Supone
un potentado bablando con sus aduladores, á quienes dice: tAflijido me tiene Iq pérdida
de las dos naves mías. Kn oyéndole se aOlaron los aduladores de embeleco, y revistién-
doseles la misma mentira, dijeron unos, que antes la pérdida le babia sido de autori-
dad y á pedir de boca, y que por útil debiera haber deseádula; pues le ocasionaba cau-
sa justa para romper con los amigos y vecinos que le babian robado , y que por dos les
tomaría doscientas.» ¿Quién no ve en este dialogo una trova mal disimulada de la mane-
ra con que el conde duque de Olivares anunció á Felipe IV la rebelión deí duque deBrí*
ganza y la pérdida de Portugal, pidiéndole albricias por la ocasión que se le ofrecía de
conCjscar los estados del duque?
Á mas llegó aun la osadía deQuevedo en este pasaje. Prosigue así: «otros (lisonjeros)
dijeron que ba sido en la pérdida glorioso su celo y lleno de majestad, porque aquel
era oran principe que tenía mas que perder.» Sabido es que el sobrenombre de Grande
que dio la adulación á Felipe IV, lo convirtió la sátira , jnsta en aquella ocasión, en lu-
dibrio, diciendo que fue grande como un boyo, por la mucha tierra que le quitan. ¡Ah
(Juevedo! si te hubieras contentado con tus jácaras y lelrillns contra taberneros, escrí-
banos, rameras y rufianes no hubieras pasado parte de tu vida en las prisiones ó en el
destierro.
£n la primer entrega de la edición que hemos anunciado de has obras festivas de
este escritor, empieza el Swño de las Calaveras^ visitm fantástica, en que se supone que
todos los muertos son Ilauíados por orden de Júpiter al juicio de Kádamanto. Está llena
de la sal característica de Quevedo. Pondremos algunos ejemplos de ella.
< Lo que mas me espantó fué ver los cuerpos de dos ó tres mercaderes que se habiao
vestido las almas del revés, y tenían todos los cincos sentidos en las uñas de la mano
derecha.»
cl'na dama, que babia sido casada siete veces, ¡ba trazando disculpas para todos loi
maridos.»
cl'n juez, que lo babia sido, estaba enmedio de un arroyo lavándose las manos, y
esto hacia muchas veces. Llegúeme á preguntarle por qué se lavaba tanto, y dijome que
en vida, sobre ciertos negocios, se las liabian untado, y que estaba porfiando alli por
no parecer con ellas de aquella manera delante de la universal residencia.»
<lba sudando un tabernero de congoja , y á mí me pareció que le dijo un verdugo:
harto es que sudri:t a>jnn , 1/ no non la vendáis por vino, L'no de los sastres, pequeño de cuerpo,
redondo de cara , malas barbas y peores hechos , no hacia sino decir: ¡qué pude hurtar
yo^ si andaba siempre mnrimdoine de hambre f V los otros le decían (viendo que negaba ser
ladrón) qué cosa era despreciarse de su oficio.»
cTras ellos venia la locura con sus cuatro costados, poetcis, músicos, enamorados
y valieiites»
tPilatos se andaba lavando las manos muy aprisa para irse con sus manos lavadas
al brasero.»
cl^ayéronsele (á un maestro de esgrima) en el suelo por descuido los testimonios, y
fueron á un tiempo á levantarlos dos Furias y un alguacil, y él los levantó primero que
las Furias.» En este pasaje hay dos rasgos satíricos : uno el de la lijereza délos alguacdef
en recojer todo lo que contribuye á acriminar: otro fundado en el equivoco de la pala-
bra testimonio.
cPues enseño á matar, bien puedo pretender que me llamen Galeno, que si mu he-
ridas andubieran en muía, pasaran por médicos.»
■n
[155]
t Enfadóse el avaricDlo, y dijo: ti no fie de entrar^ no gastemos tiempo (que hasta aquc^
lio rehusó de gastar). >
Bastan estos ejemplos para conocer el carácter de la elocución deQuevedo. Ilahién-
dose impuesto la obligación de ser siempre chistoso, sutil y mordaz, fue imposible que
tuviesen igual mérito todas sus sales satíricas; pero es preciso confesar que casi siempre
agrada aun á los lectores de gusto mas severo. Sus espresiones gráticas, como azuzar
ie$ligo$^ despreciarse de su oficio^ vestirseías almas al revéi, y otras muchas que él inventó,
son al mismo tiempo que cstraordinarias, iujeuiosasy propias.
DE LA NOVXXA.
E
liL Semanario Pintoresco español (que por decirlo de paso, es en nuestra opinión uno
de los mejores periódicos literarios de España) inserta en su número 6.*" del ano de 1840
la sesión déla seccioa literaria del Ateneo español, celebrada el 'So de Enero del mismo
año, y en la cual se ventiló la cuestión siguiente: Paralelo éntrelas modernas novelas hiM^
ricas y ías antiguas caballerescas. Los discursos de los señores que opinaron sobre esta in-
teresante cqestion están llenos de buena y profunda iilosofía literaria é histórica, y da-
mos gracias al editor del Semanario por haberlas dado á la luz pública, suplicándole que
DO deje de hacer lo mismo, siempre que le sea posible, con las sesiones que celebre
eo lo succesivo la clase de literatura del Ateneo.
£1 objeto de la cuestión no era tanto examinar el mérito comparativo de los libros
de caballería y de las novelas de Walter Scott como indagar las causas que dieron naci-
miento y celebridad á estos jéneros y á otros, como también las que han influido en la
decadencia de unos y el triunfo efímero de sus succesores.
Los señores que opinaron primero procuraron desenvolver estas causas, y lo hi-
cieron con suma sagacidad. Opúsoseies que un escritor de novela no tiene otro objeto
que el de ddeitar^ y no miras políticas, rélijiosas ni morales. Esto es verdad; pero como
no es posible f/^/fiV(ir á una nación, sin presentarle los objetos bellos bajo el punto de
vista que ella los concibe, de aqui nace que es necesario examinar para juzgar del mé-
rito de una composición ó de un jénero, el espíritu del siglo en que fue célebre aquel jé-
cieroó aquella composición. Las escepciones de esta regla son muy raras, porque s^n
muy pocos los hombres como Homero , Virjilio y Cervantes , que saben escribir para
toda la humanidad. •
Nosotros consideraremos la cuestión literariamente, y procuraremos explicar la
esencia de la novela , ya sea la de Waltet Scott, ya la de los siglos feudales.
Dos son ios elementos esenciales de la novela , sea cual fuere su clase , el interés y
lo maravilloso. Entendemos por maravilloso no solo la intervención de los seres sobreña*
iurales, como los dioses de la antigua mitolojia, ó los magos y hechiceros de la edad
media., sino también las coincidencias cstraordinarias, las aventuras no comunes, los
lances apurados, los grandes peligros evitados por felices circunstancias , en fin , todos
Jos incidentes que sin necesidad de recurrir á la acción del cielo, son aunque naturales,
muy raros.
Sin interés y sin maravilloso no hay novela; y esto es tan cierto que los griegos, los
mas sencillos de todos los escritores, aspiraron á interesar en las suyas por medio de
sucesos ya sobrenaturales, >a inesperados. Dígalo sino el Teájenes y Cariclea de Helio-
doro, obispo de Trica, ciudad de Tesalia , que tenemos muy bien traducido en nuestro
idioma por Castillejo.
Los libros de caballería debian agradar á una sociedad que tenia todas las virtudes
y vicios de la niñez, como fue la de la edad media, candida , crédula y valiente. En di-
chos libros está prodigado lo maravilloso á manos llenas ; pero el interés es muy corto,
casi nulo, menor aun que el de los cuentos de encantamiento con que se aduerme á los
BÍños. El tejido de dichos libros es imo mismo: aventuras y combates perpetuos, en
iiue triunfa el héroe, ó por el valor de su brazo ó con el auxilio de algún májico. Noto*
[J56]
ia en estos libros el interés de humanidad, pero ni aun el que pudiera iuffí'
.)mbres del tiempo en que se publicaron. La repetición de bechos semejantes
Jiosa y niontUona su lectura para nosotros: nadie puede leerlos sino eco el ob-
^■cojer notas eruditas ó gramaticales. Pues lo mismo sucedería á mieslros anl»-
, y silos leyeron y los celebraron, no fue por lo bien, coordinado de la fábula,
r el aliciente de lo maravilloso.
.'garon las naciones europeas á la edad de la adolescencia intelectual; despreciaron
^y•.^ /uctes de su niñez, y buscaron entretenimientos mas digmis de su capacidad. En-
tonces comenzaron la novela satírica y la de costumbres, siendo en nuestro entenderlo»
españoles los primeros que las escribieron con perfección , porque no creemos que haya
quien quiera comparar á Rabelais con Cervantei», que le fue posterior, ni aun-cOn el
Conde Lucanor que le antecedió un siglo.
Cuando la falsa política y la mentida filosofía se apoderaron de la sociedad , precito
fue que la novela siguiese el mismo giro. Se pusieron, pues, en estos libros de entrete-
nimiento, para recreo de una sociedad pervertida, todos los venenos déla irrel¡jion,de
la inmoralidad y de la anarquía de las ideas: llegóse al último grado de cinismo y de la-
bricidad , hasta qnc al fin se consiguió realizar las infernales cr^acioiie^ del filosofismo.
Tras de la locura vino el escarmiento, y la novela varió de forma como la sociedad.
Pero la política hizo á los hombres mas austeros y descontentadizos aun en la elección
de sus placeres. Algunos escritores, principalmente mujeres, emprendieron resucitar
el sentimentalismo de Rousseau ; pero ya no se creía en él , porque nadie sentia. Á fuer^
za de haber agotado en valde toda especie de sensaciones fuertes, hablan perdido las aj-
inas su elasticidad. Era ya ¡Kisada la hora en que toda Europa se interesó por 67aint
Harlotce hasta tal punto , que su autor recibió muchas cariasen que le pedian que ñola
asesinase 'd\ fin de la novela.
£n estas circunstancias se presentó Walter Scott y dijo: c tengo recojidas observacio-
nes exactas y numerosas sobre las costumbres de la edad medía, ih las daré en novelas.
/Qiiereis? > <5i, respondió la sociedad fastidiada de inmoralidad y de exajeracion de sen-
timientos. A lo menos sabremos algo de miestros ante¡)asados, » V en efecto , eso es lo que cons-
tituye el mérito de las obras d«! este escritor; pues ni es muy feliz en los desenlaces,
ni es grande el interés de sus fclbulas. Pero sus escenas y diálogos son magníficos ; y de^
pues de Cervantes es el primero de los escritores novelescos.
Antes deWaIter Scott se escribió la historia en novelas, desfigurándola como mada-
ma Scudery, ó embelleciéndola como nuestro Montengon, á quien solo faltó escribir
mejor el castellano para ser un novelista estimable. Pero el autor escocés tiene un mé*
rito que sobrevivirá á sus novelas, y es la descripción de costumbres históricas. El géne-
ro que ha descubierto es muy diücil ; porcpie exije de los que hayan de cultivarlo,
ademas de las dotes de imajinacion, un estudio muy profundo de las antigüedades de
su patria, y del espíritu y de las costumbres de la edad media.
/Qué género succederá á este que se va agotando no por faltado mies, si no de bnenm
operarios? No sabemos: en el día queremos mas bien ver las costumbres de otros siglos
qne las del nuestro ; tales .son ellas, sin poesía, sin fé, sin convicciones. Pero como d
actual estado de la sociedad no puedo ser duradero, vendremos últimamente á parir
en la novela satírica y en la de costumbres, únicos géneros (jue pueden ya agradar-
nos: y si no hay quien las escriba bien, las leeremos mal escritas .porque no se escasa
](MT novelas mientrcis haya jóvenes de ambos sexos, felices, cuando á lo menos vea
re.<ipetada en ella la moral.
l¡)2 2iil Síí)y'23.ii S13¿J:S¿a23il,
ARTICILO r.
c
OX esta espresion compuesta, cuyas voces parece que se cscluycn una y otra, se«g-
nifican at|ueilas fábulas, en las (¡iie, aun(|ue haya aventuras é incidentes finjidos^ per^
tencce sin embargo á la verdad histórica el cuadro en que se ajustan.
[157]
El orijcn de cs(os libros de entretenimiento pertenece á la edad media ; pi:es aun-
que el Tedgmes y Cariclea de lleliodoro, obispo de Trica, ciudad de Te»alia, es la mas
anlifTiía de las novelas heroicas, todo allí es finjido. Se habla, es verdad, en ella de
una reina de Ejipto y otra de Etiopia; pero ninguna de las dos existió en la historia.
Pertenece, pues, dejando aparte la superioridad del interés y de la elocución, aKmisnio
irénero que Amadit de Garda ^ Amad is de Grecia, Es¡dandian^ Tirante el Blanco^ Palmer iii
de inglftlerra, y otros héroes fabulosos de los liltros de cabal liTía.
N<i puede decirse otro tanto de la historia fabulosa de(];irlo Magno y sus doce pares,
del rey Arius de Inglaterra, de Bernardo del Carpió y del íaú (Campeador. Aunque los
hechos y las aventuras sean por la mayor parte Gnjidas, re<*aen<iín enitiai-gosobrr noni*
bre^ históricos, sobre épocas que han existido, sobre sucesos verdaderos. Kstos líbn^s
componen la «popeya de la edad media. En los que todo es falso, y nada auxilia la
imajinacíon para su|>onerse en €l mundo de la realidad, no sirvieron ni aun para con-
senar las tradiciones populares, sino solo para alhagar la grosera y dócil fantasía de
nuestros antepasados.
Destruidos estos monstruos, y sepultados en el olvido por la pluma de Cervantes,
los esorílores de novelas se dedicaron ai género moral ó satírico: tal vez al género he-
roico eo que se ejercitó también el autor del Quijote^ como lo prueba su Pérsiles y Se-
jísmnnda. Aparecieron entonces las.nocela* de Doña María de Zayas, el emcudero Marmn
de ObreQon^ el Diablo Copíelo^ la picara Juftina^ Guzwan de Aifarache, y otras muchas:
mas no nos acordamos de ningana novela histórica, escrita en &spañol en Jos siglos
XV^I y KVII. Si hubo alguna, debió ser su mérito tan tenue que no dejó vestijio de
«u existencia en la literatura nacional; sin roas esce^ion acaso que las yuerrws civiles de
Crattada, de Hila.
Las primeras novelas de esta clase que tuvieron celebridad en la Europa moderna
desde la restauración de las letras, fueron las que escribieron en la época brillanie de
l^iis \i\\ Madama ^cuderi y otros muchos autores novelistas. Este género fue muy
«oltivado durante la s(>gunda mitad del siglo Wll en Francia y en otras partes de Eu-
ropa adonde se estendió entonces r«1pidamiHite el gusto de la literatura francesa.
En estas composiciones había siempre un fondo de verdad histórica, en cnanto á los
sucesos; carecían de magos, nigromantes, encantamentos, nión.«itr<ios y vestiglos, cu\a
inihia había pasado ya; pero los caracteres de los person«iJ4*s estaban horrihieniente
dt^ligurados. La moda era tomar los héroes de los nombres mas célebn*s de la historia
fíriega y romana; pero ni Ciro, ni Alejandro, ni (^lelia, ni Horacio eran otra cosa nías
que caballeros de la corte de Luis \IV« Gisi todas las fábulas versaban sobre intrigas
auiorosjis: papeles, versos, citas^ disfraces, celos, desalios eran las |)riiicipales ocupa-
ciones de ios lirutos. Sostenes y Escévolas. V aun esto no era orijinal. Va Calderón en
sus comedias había convertido toda la antigüedad griega y romana, y aun los mismos
dioses del Olimpo, en damas y galanes de la corte y de la villa de Madrid. E*;ta preo-
cupación por lo presente, este deseo de reducir á su módulo todo lo pasado, influyó aun
«n el mismo Hacine; y fue necesaria toda la perfección de su estilo para que los críticos
franceses li* perdonasen algunos rasgos de la galantería de su siglo puestos en boca de
Jos héroes de la antigüe<lad. *
También cayeron los monstruos de Scudery á la voz del terrible Boileau: y mucho
mas aun .1) desenfreno de las costumbres que se introdujo en Francia en la prim«*r
fuiljid del M<^ XVtil, desenfreno que convirtió la galantería decente en inmunda diso-
lución. Los que quieran conocer el carácter de estas novelas históricas, pued«*n cor.siil-
4ar la Camadra^ la tínica de ellas que en nuestro entender se ha traducido al cas-
tellano.
Apreció Telemaco^ y se dudó por mucho tiempo si dehia colocarse entre las nove-
las ó entre las epopeyas. Su objeto conocido, muy distante de la futilidad del género
de Scudery, {?ra nada menos que enseñar .1 reinar. .Notóse en él adenuH» de la escelen-
ie y \ariada elocución, la verdad con que estaban pintcidas las costumbres, usos y ca-
racteres de ia época que describía. Entonces se puede decir que nació la verdadera no-
vela histórica. Fenelon tuvo imitador«'s mas ó menos felices. El Sethon es una rapsodia
insufrible: %n tiages de Anienor y el Filíele* pintan con mucha naturalidad las costum-
bres griegas; scfuiladamente el primero es muy feliz en describir la insustancialidad ín-
jcniosa i!e hs atcniersrs del siglo do Pénelos. Pero nin^mn d» estas obra» puede
(-()in pararse ni en el estilo, ni en la verdad, ni en la erndieion al Viaje drijóce» Anear*
j(is á (i recia; por(pie bajo las formas novelescas es nn libro destinado no Utiilo al placer
como á In instrucción.
Kntrclanlo los in(rlescs cnUivabnn con felicidad la novela de costnmbr««. Fieldin;
\ Uirhnrdson dieron á los usos v caracteres británicos una celebridad europea. Wallfr
Scotl, dotado de una erudiccion inmesa y capaz del trabajo nece.*ia rio para adquirirá;
aí'oclo á las antijzuas tradiciones de Escocia su patria; entusiasta del heroísmo coa que
sus paisanos se babian consa^rrado d la causa perdida de los Estiiardos; atento obser>
vador de las tenaces resistencias que opiisieion por mucho tiempo las costumbres feo-
dales y las preocupaciones locales de Kscocia á los progresos de la civilización; y en
íin, hábil é injenioso escritor, halló en la novela histórica el modo mas sencillo y a|:ra-
dable de dar interés á sus noticias eruditas, y de trasmitir á la posteridad sus ídieas .
sentimientos y juicios acerca de las diferentes épocas de la historia déla Gran Bretaña* .
y de los personajes célebres que las ilustraron. Pintó los tiempos de Ricardo I, de Isabel*
de Maria lilstuarda, de los puritanos, de los jacobitas, descendió hasta la descrípcioB
de los usos y costumbres de las clases inferiores de la nación con tanta escrapulosidad*
que no parece posible negarle el mérito de la exactitud, mucho mas cuando todos sos
compatriolas, jueces los mas competentes en esta materia , han convenido en reco*
nocerlo.
Waller Scott es, pues, el padre verdadero de la novela histórica tal como debe ser.
En manos de Fenehuí y de Jiarihelemy no fue mas que un instrumento para otros Gnes
que arriba indicamos. Kn el novelista escoceses i'lla el objeto principal* y scbaabier^
to un campo inmenso, muchomas vasto que el de la historia, para alha^^ar la imaji-
nación de los lectores. Este escritor nos hace viajar, di<;ámoslo asi , por las edades pa-
sadas. Nos describe costumbres, usos y caracteres de otros siglos, de la misma manera
que un viajero hábil y concienzudo pinta los de las naciones que ha visitado, y ana-
(íiendo á la verdad de las descripciones el interés y afrrado do las aventuras j aun del
iTiaravilJoso, cumple la [rrando obligación de todo escritor, deseoso de vivir en la pos*
t(*rida(U (|U(? es ilririiar aprovechando.
El único defecto (|ue se nota en este insigne novelista es la frialdad de las catástrofes:
pocas veces están bien preparadas. Kl interés novelesco (|ue pocos han sabido manejar
como él, llega siempre á su ma\or grado comedio ó á los tercios de la novela: hacía
vi íin descaece, ó porque el autor se cansa , ó porque cuando ya descrito lo que que*
ria, abandona la fábula y el ínt<*rés de ella á su suerte.
En la reseña que hemos hecho, aunque sumariamente, de los escritores que se
han dedicado á la novela histórica, no hemos incluido á Madama (lonlis, ni á Madama
r.ottin, aunque escelentes novelistas, porque ni en una ni en otra.se reconócela inten-
ción de describir los usos, costumbres é ideas de las épocas á que pertenecen sus hé-
roes. Lo< caballeros ikl Cime »/ Uia Cruzadas tienen un interés novelesco, superior qniíá
al que inspiran los héroes de Walter Sc<itt; pero mas bien se describen en ambas los
afectos generales de la humanidad, que los sentimientos propios y peculiares de utt
período. Fáltales el colorido del siglo: nos interesamos por los personajes; pero no
venios, como en el novelista escoces, la escena donde se hallaban en toda su verdad»
])orque no era ese el objeto de las autoras.
Walter Scott ha impuesto una obligación muy dura á todos los que pretendan imi-
tarle. Es impo.sible ser novelista en su género sin llenar las condiciones siguientes:
\ .% un profundo conocimiento de la historia del periodo que se describe: i2.% una ve-
racidad indeclinable en cuanto á los caracteres de los personajes históricos: 3.*, igual
escrupulosidad en la descri|icion de los usos, costumbres, ideas, sentimientos, y hasU
en las armaduras, trajes y estilo v giro de las cantigas. Es necesario colocar al lector
en medio <le la sociedad que se pinta: es necesario que la vea, que la oiga, que la
ame ó la tema, como ella fue con todas sus virtudes > defectos. Los sucesos y aven-
turas pueden ser linjidos, pero el espíritu <le la época y sus formas esteriores deben
describirse con suma exactitud. En este sentido no hay escritor wa» clcuico que Walter
Scolt, porque no perdonará ni una pluma en la garzota del yelmo de un guerrero»
ni una cinta en el >estido de una hermosa, y a^i debe ser, si se quiere coiioccr cnme-
[1591
dio del interés novelesco las sociedades que ya lian pasado: si se quiere dar al lector
el placer y la utilidad de hallarse. enmedio de los hombres qtie le lian precedido.
Estas son las condiciones esenciales de la novela histórica. Es necesario, i>ucs, para
llenarlas, hacer antes un estudio profundo de la época que ha de describirse. ¿Em-
prenden este trabajo tos actuales escritores de este género de novelas?
ARTÍCULO II.
Sucedió con este p<^nero lo que sucede generalmente con todas las obras de entre^
tenimiento. El verdadero genio las crea, y la mediania ó la ineptitud las desacredita.
Eülo ha sucedido en todos tiem|>os; pero debe ser mascomtm en nuestro siglo, porque
«hora en todo se especula; y apenas una cosa es de moda llueven empresarios que
por interés ó por ambición la bcnefirian ó por mejor decir la exajeran y ridiculizan.
Walter Scott esrrttiió novelas históricas, cuyo mérito es reconocido. Eslo basta para
que no haya hijo de buen padre que no se crea llauíado á fastidiar la edad presente
(porque á la futura no llegarán sus producciones) con los delirios de su fantasía. En
Taño se les dirá que si Fenelon, fiartelemy y el novelista escocés han con.seguido tan
jnsta celebridad, la deben á sus vastos conocimientos en la erudición y en la historia.
£1 genio, responden, no necesita de enseñanza ni de trabajo: bástale su misión de en-
señar al género humano. Con ella se forman los poetas, los novelistas, los escritores
que son la delicia de la humanidad. Este lenguaje, mezcla ridicula de fatuidad y de
nipocresia, es muy diverso del tono modesto, noble y no pocas veces chistoso de los
prólogos de Walter Scott; el cual proclamó, no una sola vez, como al mejor escritor
en su género, al inmortal Cervantes.
Para dar un ejemplo de la manera con que en el dia se escriben las novelas histó-
ricas, citaremos una que se inserta en el folletín de la Prefije, perifklico de Paris, de
los días 36 de Mayo último y siguientes. Su título es el ¡lijo de la vntdednra df barqtiillnit:
su autor^ S. Enrique Berthoud. ¿Quien creeria que en un asunto tan tenue se ocultara
nada menos que la terrible sombra de Felipe liY Pero esa es otra moda d<>l dia, amino-
rar y envilecer todo lo que ha habido grande en las edades que nos han precedido.
l>f*sfle el principio ya da muy fundadas sospechas de inexactitud el autor de una
novela histórica, cuando toma los personajes de una nación que no es la siiva; porque
no puede suponerse en él un conocimiento profundo del periódico «jue va á dchcribir.
Eslo es cierto hablando en general; y mucho mas cierto hablándose de un escritor
francés con respecto á la historia de España ; porque no conocemos un solo autor de
aquella nación que haya comprendido bien la nuestra. Sabemos que Walter Scott
describió en una desús novelas le corte de Luis Xt; y á nuestro entender la desiTi-
bié muy bien, aunque en esta materia estamos dispuestos á someter nuestro juicio
ai de los franceses instruidos. Pero Walter Scott escríbia concienzudamente, v habia
estudiado con cuidado el periodo de que hablaba. Veamos si el autor del Hijo de /arrii-
Mura de biirqitiUos ha hecho lo mismo con respecto á los reinados de Felipe H y Fe-
lipe III.
Fácilmente le perdonamos que suponga á Felipe II homicida de su hijo el prín-
cipe 1). Oírlos; pu(*s aun(|ue el hecho es falso, se ha re[)eIido tantas veces por los
historiadores que eran enemigos personales suyos v de nuestra nación, que no pue-
de culparse de esta suposición á un novelista del siglo XIX; {Hinpie la misma gene-
ralidad del error sirve de escusa á los pintores y á los poolas. Mas digno de censura
es que suponga al mismo rey culpable en la muerte de su espo.sa Isabel de la Paz;
porque hay un argumento muy fuerte contra esta calumnia, y es la predilección co-
nocida de Felipe á tsabel Clara Eugenia, hija <le entrambos , y todos los que conoz-
4tan el carácler de aquel monarca, y aun el que han qiuTÍdo atribuirle sus enemigos,
hallarán muy improbable su amor decidido á una hija, cuya madre pereció, según
dicen, victima de sus celos. No está en la naturaleza que se ame con tanto estremo
el fruto de una mujer que ha dado lugar á tan crueles sospechas.
Fero lo que no puede disimularse es que le atribuya también la muerte de su
[ICO]
murta esposa Dona Ana de Austria. Esta imputación infame es enteramente gratuita.
Ana , educada con )a sevaridad propia de í^u familia y de su pais, no presentó dI
pudo presentar uin^run motivo á la suspicacia de su marido. Hermosa, fecunda, do-
tada de dignidad y de virtudes cristianas, no cuenta la historia que le diese otro pe>
sar sino el de su temprana muerte, quescesplica con bastante probabilidad por su
i-oHiplexion delicada, sus frecuentes partos, y sobre todo la cruel enfermedad qse
tu\o después de uno de ellos, déla cual estuvo deshauciada, y convaleció casimí-
la(;rosamenle. (lastaba casi todo el tiempo en bordar con sus damas, y aun quizá
se conserve la coljradura que se ponia en la capilla real en los dias de mayor lu*
cimiento y que del nombre de su artífícese llamaba colgadura de Doña Ana, Acom-
pañó al rey en 15^0 á Badajoz, <;uando la espcdiciou de Portugal. Felipe cayó enfer*
iiio, y su esposa manifestó el deseo de que el cielo tomase su vida, dejando' salva la
del rey. Asi se veriiicó. El rey convaleció, y Ana contrajo la enfermedad que la lle^'ó
al sepulcro. Su esposo no pasó después de su muerte á otras nupcias, apesar de ha-
berla sobrevivido 18 anos.
Imputar, pues, á Felipe II la muerte de esta esposa, á todas luces tan amable, »
suponerle no solo despojado de todo sentimiento de humanidad, sino tanibieu deseo-
tiüo comim; lo que nadie ha creido jamas de este monarca. Los hombres como él do
cometen atrocidades iniíliles.
Pero esto es nada. La osadía de nuestro novelista llega hasta suponer que el casa-
miento de Felipe III, hijo y h<Tedero del 11, con Margarita, archiduquesa de Aus-
tria, fue clandestino, se hizo en Madrid viviendo Felipe 11 y sin su noticia, en vir^
tud del amor que esta princesa había ins|)irado al joven principe cuando este viajó
por Austria; en fm, que Felipe 11, en su lecho de muerte, aprobó aquella unión, no
por complacer á su hijo, sino por castipir á su nuera, permitiendo que fuese la mujer
del mas bajo y despreciable de los hombres ; porque tal pinta al virtuoso é inocente
Felipe 111.
En todo esto no hay una sola palabra de verdad , todo es fínjido; y aquí la ficción
no sirve para producir bellezas, sino para presentar monstruosidades murales, que
ni aun tienen el mérito de la enerjia que suele ennoblecer aun á los crímenes. Feli-
pe 111 jamas salió déla península, ni siendo príncipe, ni siendo rey. Su casamiento con
Margarita de Austria fue tratado por su padre Felipe II de la manera que se tra-
tan los de ios principias. El re\ de España pidió para su hijo una de las dos archidu-
quesas Leonor ó Margarita. Maria de Haviera, madre de ambas, elijió á la menor,
que era Margarita, porque su complexión, mas fuerte, daba esperanzas de mas se-
guridad en la siiccesion. Y Margarita, á quien el novelista francés pinta como UM
iiiiijer liviana, ambiciosa é intrigante, quedó tan sobrecojida de la elección que la
ele>aba al trono mas poderoso entonces de la tierra , que suplicó á su madre que en-
riase en su lugar <1 su hermana mayor. Felipe 11 falleció cuando ya Margarita se
liabia |)uesto en camino para pasar á España en compañía del archiduque Alberto,
(sposo de la infanta dona Isabel Ciara Eugenia. El Papa Clemente VIII salió á ciim-
I linientarla á su paso por Ferrara, y la casó por poderes. Pasó después á Genova
lionde se embarc('>, tomó tierra en Vinaroz y se ceh^braron en Valencia las bodas de
Felipe III y las de su hermana la infanta fsabel Clara. Margarita hizo á su marido
|)adn* de numerosa y florida succesion ; pero falleció después de doce años de matri-
monio, á los :27 de su edad , llorada de su esposo que no volvió á casarse, y de todo
(1 reino (|ue la adoraba por sus prendas, por su amabilidad y por su inexausta b^
neíicencia.
Y ¿es esta la primera aiistriaca que tendió lazos al príncipe de España para co-
jerle en sus redes, y satisfacer así su ambición: que no desdeñó la galantería de un
grande de España que podia serle útil; que casó clandestinamente con Felipe III «vi*
viendo todavía su padre, y en Madrid, donde habia vivido para atraerle á tan ridi-
cula unión? ¿Y á este cúmulo de delirios se atreve á llamar ai/er(/o/a el novelista de
nuevo cuño? ¿Cuól ha podido ser su intención al escribir tan infames patrañas? ¿Cuál?
La de contribuir con su óUolo á la buena obra de deshonrar los reyes y las familias
reales; y realzar las virtudes del hijo de la que vende barquillos con el contraste de
los vicios y maldades de los grandes del siglo. Para un objeto tan edificante todo es
licito /todo es honrado; hasta el oprobio moral de la calumnia : hasta el oprobio lite-
rario de la ignorancia en la historia.
ARTÍCULO 111.
JjASTAN los absurdos históricos ya notados para convencernos déla snpina ignorancia
del autor déla novela citada. Mas si á lo menos hubiese tenido mas felicidad en la
descripción de los caracteres j de las costil mlires: si hubiese siquiera consultado á
los novelistas y dramáticos españoles, fíeles ecos de las ideas y sentimientos de aqnet
s¡|;lo , se le hubieran podido perdonar á favor de la fidelidad de las descripciones , los
disparates de la romposirion de la fübula. Pero nada hay de eso. Los caballeros de
la corte en aquella época eran modelos de lealtad, de valor, de respeto á las damas,
de honor y de generosidad; y los dos que introduce el novelista pueden aprender del
hijo de la barquillera le<TÍones de todas aquellas virtudes: tan tiraidos son, tan bajos,
pérfidos y despreciables. ¿Quién es un conde de Fuentes, á quien pinta viejo y ridi-
culamente enamorado de .Margarita, cuando nadie ignora que se veneraba entonces
la sangre de nuestros reyes con un respeto relijioso? Y ¿cuál era el gran preboste de
la corte de Felipe 11? ¿Cree el autor, ó ha querido hacer creer á sus lectores que
el empleo de verdugo era una dignidad en el palacio de España como lo fue en el
de Luis XI? Y /(juién le ha dicho que el duque de Lerma no fue mas que un intri*
gante subalterno , un caballero indigno, capaz de favorecer el matrimonio clandes-
tino del heredero de la corona para granjearse su gracia, y de malquistar después á
Margarita para quitarle toda participación en el gobierno, participación que ninguna
reina de España solicitó ni obtuvo desde Isabel la Católica hasta Mariana de Austria*
segunda esposa de Felipe IV?
Estamos lejos de mirar al célebre valido de Felipe III como un modelo de mi»
nistros; pero si no tuvo ideas exat^tas, muy poco generalizadas entonces en materia
de administración interior : si dejó cundir el cáncer del lujo y de la ociosidad que
empezaba ya á devorar á España: si aumentó con la espulsion de los moriscos el atraso
de la agricultura; en fin , si se valió de esta medida política {y esta es la principal
acusación que puede hacérsele) para enriquecer á sus amigos y criaturas , la historia
imparciai no pueble negarle el mérito de haber sabido poner límites á las adquisicio-
nes de la monarquía, y de haberla conservado en el puesto que la dejó Feli|)e II, es
decir, en el principal de Europa. El que terminó sin menoscabo del honor nacional,
la guerra de Flandes ([uc devoraha nuestra población y nuestros tesoros : el que sos-
tuvo nuestra supremacía política en Francia, ílalia y .Vlemania : el que se opuso cons-
tantemente á los esfuerzos del duque de Osuna , del marqués de VÜlafranca y de
otros guerreros ilustres que deseaban dar nuevos aumentos á la monarquía, ya de-
masiado grande, por el espíritu que aun conservaban de la escuela política y mili-
tarde Carlos V, no era cierlamimle un intrigante subalterno. Su divisa lue conservar lo
adquirido y esa era la máxiuia mas saludable para España en aquella época. Ojala la
hubiese adoptado su succesor el conde duque de Olivares, cuyo furor belicoso fue la
causa de i\ue decayese el poder Español.
Pero á ninguno trata con mas injusticia el novelista francés que á Felipe III. Sa-
bemos que educado en la ríjida corle de su padre, profesaba el mayor respeto y ve-
neración á este monarca. Pero ¿qué hecho, ó qué esprcsion suya puede justihcar el ca-
rácter, bajamente tímido, <pie se le atribuye en la anécdota*Í Ninguno, absolutamente
ninguno. Cuando ascendió al trono gobernó su inmensa monarquía con apacibilidad
y justicia. Poseía en alto grado las virtudes cristianas; era sevcrísimo para sí mismo;
pero manso y benigno para los demás. Ningún acto de rigor que pudiera parecer
cruel; ninguna sedición qne perturbase la tranquilidad pública; ningún desorden ó
desgracia notable mancilló su reinado, sino la espulsion de los moriscos , cuyas causas
políticas mejor apreciadas en aquel siglo que en el nuestro, no es necesario referir
aquí.
Felipe III no poseia, es verdad, de las calidades propias de un rey, mas que el
[162]
«mor de la jn^lírin. Pero esta era nafíciente entonces en unanacion quieta, leal 7 fa-
lerosa, t con un minislro que coincidia con »u monarca en el sistema político cim res-
pecto á*^ las demás poloncias de Europa. El defecto principal de uno y otro fue la falta
de ideas en niateria de administración; pero esta ignorancia era entonces común. Sa
reinado no fue tan brillante como el de su padre y abuelo: mas tampoco fue tan infe-
liz como el de su hijo y el de su nieto. Ni puede culparse enteramente á Felipe III de
falta de enrrjia: la tuvo y muy señalada, cuando apartó de su gracia al privado, que
recelando ser derribado, aceleró su ruina por la precaución que tomó de envolverse ea
la púrpura cardonali<!Ía. Felipe se ofendió de esta desc^onfianza, v de la independencia
personal que con el nuevo título adquirió el duque de Lerma. fa espresion pues del
de Osuna, que llamaba á este rey el tambor mayor de la monarquía, no era exacta. Era
solo un despique de que no se le permitiese encender nuevas guerr;i8 en Italia.
Mejor descrito, bajo cierto punto de vista, se halla en la novela el carácter de Fe-
lipe II; no porque creamos las atrocidades ni la malignidad que se le atribuyen, pero
suyo era el espíritu de dominación y la enerjia do un alma nacida en el mando 7 acos-
tumbrada á el, que el autor pinta en su lecho de muerte. Felipe tuvo la desgracia de
que se creyesen todas las maldades que sus enemigos le acumularon, porque colo-
cado perpetua ni on le en el poder, nunca se olvidó de que era rey para descenderá
ser hombre. Poseía grandes prendas y virtudes de monarca; mas no cultivó las de la
humanidad. Asi fue mas respetado que querido.
Dudamos mucho que hubiese asistido á un auto de fe\ que es el primer episodio da
la novela. Seguramente no honran á nuestra nación aquellas tristes escenas ; pero la
que no tenga manchados sus anales con el fanatismo y la intolerancia, que nos tire la
primer piedra. Los furores de los anabaptistas de Alemania, de los puritanos de Ingla-
terra y de los católicos y hugonotes en Francia derramaron mucha mas sangre y causa-
ron mayores estragos en estos países que la inquisición en España. El mal peculiar y
esclusivo de la inlolcrancia española fue el obstáculo <iuc aquel tribunal opuso i los
progresos del entendimiento humano. Asi las otras naciones, apenas el cansancio délas
calamidades, y el escarmiento les quitaron las armas de la mano, caminaron con pasos
rápidos en gobierno, arles, ciencias y civilización; y España , que había sido la prime-
ra en casi todos los ramos del saber, se quedó atrás á luuy larga distancia , apesarde la
profundidad en eltalentoyde la lozanía en la imajinacion quecaraclerizaá sus habitantes.
Pero volvamos á nuestro propósito, ha novela de que hablamos es falsa entera-
mente en los hechos de la historia, falsa en la descripción de los caracteres, falsa en la
de los usos y costumbres. Y sin embargo su autor tiene pretensiones de novelista históri-
co; pues la Wama a nerdnia^ y cita en su apoyo un cronista desconocido, llamado Derhampt^
de cuya existencia, á vista de tantas falsedades , se nos permitirá que dudemos. No doi
parece que es esta la manera de iuiilar á Walter ScoU.
Acaso se responderá á nuestra censura que es lícito al poeta y al novelista dettfigwrer
los hechos. Nosotros no les concedemos uias licencia que la de rnibelteccHos , añadiendo
episodios probables que se liguen é incorporen con ellos. Todavía es menos licito det-
ligumr los caracteres: nos reiríamos d<'l (|ue nos pintase á César cruel ó á Nerón clemente.
Hay dos razones muy podero.sas para no conceder semejante licencia.
La primera es, ([ue lc»s nombres de los personajes históricos se han llegado ya h
identificaren el leiiguiije común con las cualidades dominant«^s en su carácter, de mo-
do qiu)se usa frecuentemente por antonomasia de los primeros para denotar las segun-
das. Ahora bien, ni al poeta ni al novelista es licito alterar el valor recibido de las vo-
ces. Jamas se podrá pintar á Aquíles cobarde, por la misma razón que no se puede decir
de un cobarde á no ser irónicamente, <>« \m if¡iiilrs,
Ijk segunda razón es todavía de mas importancia si comparamos el inmenso número
dolos lectores de novelas con el c Ttisimode los ()ue estudian la historia. Los primeros
no ven en las obras, enteramente finjidas, como Tomás Jones, Pérsiles, (irandisson, mas
()ue libros de entretenimiento; pero si la novela es histórica no tienen medios de evitarlos
eiTores en que los hagan caer sucesos desíigiirados ó caracteres mal descritos, y asi una
gran parle de la sociedad culti se imbuirá de preocupaciones ridiculas ó perniciosas eo
laatcria de historia ó de moral ; porque, generalmente hablando , no se falsifican los lie-
dlos ni ios caracteres históricos, sin» pira pervertir las ideas ó lus sentimientos mora-
[1 68]
les. Pero «un caando Mmejante falsificación no prodajeae otro mal qoe d de prooa*
far errores históricos , ya este es por si bastante considerable. ¿Cuántas lectoras na*
brá en Francia (▼ por desgracia aun en Es|>aña) que fiadas en el folletín de la PreM^
7 eo el historiador Dechamps , creerán liviana y perversa mujer á la esposa de Fe*
Kpe III, euyas virtudes inmortalizó nuestro Jáuregui en una escelentc canelo»!
LEYEIAS ¥ NOVELAS JEREZANAS.
E
SJE libro contiene tres novelas, cuyos titules son: El Pendón y hnGitamm^ El
€rUtiano y la Mora.
EX objeto dd autor ba sido sin duda dar noticia, con el prelesto de escribir no-
velas, de varios hechos históricos interesantes , y describir las costumbres de las ^m>-
ras á que se rePiercn sus fábulas ; en tina palabra , introducir en nuestra literatura
el f enero de Walter Scott. In magnis voluUsesat est.
Este género tiene dos condiciones esenciales : la verdad en los hechos histiórícos
y en la descri|)cion de las costumbres , y el interés en la fábula. Nosotros somos mas
capaces de juzgar este libro bajo el segundo aspecto que bajo el primero, porque
la erudición es riqueza de muy pocos , y los sentimientos de la humanidad son co-
munes á todos los hombres.
Todas tres novelas nos han inspirado interés ; pero mas que todas la última, en
la cual lidia el valor y el mérito contra el fanatismo relijioso , exaltado por la des-
gracia. £1 amor del cristiano y la mora interesa por las circunstancias estraordina-
rias en que nació , por su pureza y verdad , y por los peligros y obstáculos que se
opusieron á él ; mas no por eso deja de conmover el corazón el carácter indomable
de Abenjuc , qne ahoga todos los sentimientos de la naturaleza por obedecer á otros
mas imperiosos en una alma sincera y bárbara como la suya : el fanatismo y la
venganza.
I^ acción de los Gitanos viene á ser en el fondo la de la Gitanilla de Cervantes.
La del Pendón está bien dirijida ; pero los episodios son demasiado largos, y muv
innoble el rival de Fernandez. Tiene mucho mérito el artificio de ^fartin para haceV
que su amo fuese al castillo de Gigouza, donde debia perder la libertad de sn co-
razón.
Los diálogos son vivos , los caracteres bien sostenidos , la elocución fácil , gracio-
sa , y generalmente hablando , correcta , mas correcta que la que suele usarse en las
obras españolas de esta clase. Son muy raras las espresiones que indican en el autor
la costumbre de leer novelas francesas ó traducidas del francés.
Está bien pintado el orgullo y pundonor de los caballeros de aquella época; pero
ron licencia del autor nos parece que la gente ordinaria del siglo á que se refiere
en el Pendón no tenia las pésimas costumbres ni la abyección que se le atribuye.
Este abatimiento é inmoralidad, e^iai pillería , que nos parece la voz propia, no es
de aquel siglo : pertenece á épocas posteriores , y corresponderia mejor á vasallos y
Tíllanos de algún Señor feudal de Francia ó de Italia en la edad media , que á los
■vecinos de Jerez , cuando esta dudad era frontera de los moros.
Es menester no equivocarse. Nada de cuanto digan ó finjan las historias y nove-
las francesas ó inglesas sobre el feudalismo de la edad media puede aplicarse á los
ricos hombres y caballeros castellanos. Jerez , ciudad realenga, con su réjimen mu-
nicipal , con su milicia concejil , acostumbrada á pelear diariamente con los moros,
debía contener en su seno una población valiente, laboriosa , morijerada y poco de-
[tU]
pendiente do la nobleza. Es pintura miij fiel de la época la parte que lomó el pneUo
en la reyerfn de los rnballoros que disputaban sobre cuál habia de llevar el pendón
en la procesión , mas no lo es la bistoria de los tornilleros que vuelven fujitivos éá
campo á robar j emborracharse. No basta que un suceso sea probable para que 911
inserte en esta clase de novelas : es menester que sea <;onformc á las costumbres del
tiempo ; j dificilmento se probará que en el si);lo XIV habia esa especie de pillos en
Jerez.
Mejor y con mas verdad están descritas en la segunda novela las costumbres de
los gitanos , que desde que aparecieron en el occidente europeo no han variado de
carácter ni de hábitos; y en la tercera el odio y la intolerancia del vulgo cristiano á
los sectarios de Mahoma.
í^a principal enhorabuena que podemos dar al autor es la de haber inspirado el
principal interés á favor de las personas virtuosas, y no haber presentado á sus lec-
tores cuadros de atrocidades gratuitas; pues las de Abenjuc están suficientcmeati
fundadas en la venganza del honor y ea la barbarie del fanatismo. Tampoco aoslit
aflijido con el espectáculo degradante del hombre moral , vencido si€*mpre en la la-
cha de la pasión con el deber: espectáculo tan común en las novelas y dramas que
ahora se llaman romdnticat. Ia>s af(H;tos que intervienen en las novelas de este to-
mito son el amor verdadero, el valor generoso, el patriotismo; y el resultado y la
<'atástrofe , asi como las reftexioncs , son siempre favorables á los seatimieotos vir-
tuosos.
Insistimos tanto en la necesidad de respetar y favorecer en esta clase de compo-
siciones populares la virtud y las buenas costumbres, porque estamos persuadidos de
que son los libros que mas frecuentemente lee la juventud. V en vano se dirá que
para ella solo son objeto de un entretenimiento sin consecuencia. No puede carecer
nunca de importancia moral la descripción del hombre, de sus sentimientos , de sos
prendas y de sus debilidades. Está en manos del escritor de una novela , si tiene d
tálenlo de su profesión , dirijir, aunque solo sea por algunos momentos, el instinto
moral de sus lectores , que son casi todo el bello sexo y casi todos los jóvenes del
varonil. Esta dirección puede ser buena ó mala; puede influir en el giro que tornea
las máximas y sentimientos individuales; puede en ciertas circunstancias decidir de
la suerte futura del lector. No nos es desconocido el carácter que imprimió á la Jp-
ventud española la le<*tura de los libros de caballerías. Tampoco ignora nadie el f^
simo efecto de ciertas novelas que bajo el prelesto de inocular el sentinumtali$mo^ pre-
sentan á la iniajinacion exaltada del joven un mundo ideal , cuyo menor inconve-
niente es hacerle desconocer la sociedad verdadera en que se vea obligado á vivir.
Seria necesario el genio de Cervantes para presentar bajo el aspecto ridiculo que tie-
nen los Quijotes de uno y otro sexo , que ha vuelto locos el furor de la tensibUidad*
£1 autor en el prólogo que antecede á sus novelas inserta dos diálogos entre él
y dos literatos, uno clásico y otro romántico , á los que supone infatuados y locoi
por sus respectivos sistemas. Sucedió lo que sucede en casos de la misma especie, J
siempre que hay pugna de partidos. El primero condenó sus novelas por clásicas y el
segundo por románticas. La verdad es que una y otra espresion es impropia. Aooete
rmndntica es un pleonasmo; porque ¿á qué ha de parecerse una novela mas bien qae
á una novela/ \rmnah). El epíteto dánico m\ ha aplicado á muy pocas composiciones
de este género , como son las nomla$ de Ccnmiites , el Telénaco de Fenelon y algunas
otras que son modelos de lenguaje, y que no pueden dejar de estudiar los qué quie-
ran aprender el idioma del pais en que se escribieron. Toman el nombre de cldsicat
de las clases de lenguas y de literatura en las cuales se estudian. Y esto bastará para
convencerse del poco conocimiento y la ninguna oportunidad con que han aplicado
sus denominaciones nuestros modernos humanistas. Es verdad que si examinamos sa
manera de escribir no parece que han saludado los escritores clásicos del idioma cas*
tollano.
No contaremos en el número de estos al autor de las presentes novelas ; pero di-
remos en obsequio de la verdad y de la justicia, que esceptuadas algunas frases et-
cesivamente triviales y alguna otra que nos parece galicismo , su dicción es bastante
correcta , mérito muy raro en el día y de primera necesidad en libros de entreten!-
ri65i
¡enCo ; lo que unido al interés de las fábulas, áJa Tiveza de los diálogos y á la ver-
d j nobleza de los sentimientos , bace su lectura agradable»
OE u poesía considerada como ciencia.
...Vrqne enim eoacluikre Trrtooi
BOftAT.
I ASTA ahora los quemas honor han hecho á la poesía la han considerado como
: arte; y todos conocen la secta nueva de |>octas, que ñi aun romo arte quiere con-
lerarla ; pues nie^i^a la existencia de las regias , y no reconoce mas principio de
7ríbir en verso que lo que sus adeptos llaman inspiración, genio^ entima«mo , y algu-
«ffitwion, no sabemos de quién. Dejémosles, pues, la libertad de delirar á todo su
bor; y convencidos nosotros de que nada bueno pueden hacer los hombres en nin-
ina línea sino sometiéndose á ciertos y determinados métodos , examinemos si las
^as del arte de la poesia pueden deducirse de algún principio general que la eleve
la dignidad de ciencia.
Mas para emprender esta investigación se necesita subir á un punto de vista mas
neral y elevado , y dar á la palabra poeHa una significación mas lata f{\\o. la que
neralmente se le atribuye. Es necesario prescindir del instrumento de que se vale
poeta propiamente dicho, que es el lenguaje, y considerar su profesión como el
te en general de describir lo bello y lo sublime , y de halagar y elevar el alma con
B descripciones , ya sean hechas con la voz hablada y escrita, ya con los sonidos
la música , ya con el buril , ya con los pinceles , ya en fin , con las simetrías geo-
Hricas.
Consideradas las bellas artes bajo este aspecto, y no reconociendo entre ellas mas
ferencia que la del instrumento con que describen, es claro que para profesar digna-
snte cada una ha de combinarse el conocimiento del objeto que se proponen todas,
laber: la belleza y la sublimidad con el conocimiento de ios medios peculiares de
scripcion propios de aquella arte.
Y existiendo reglas y principios ciertos para la construcción de las frases en el
kgnaje , para la cortibi nación de los sonidos en la música , para las proporciones de
geometría , para la mezcla de los colores y para la representación de las perspec-
aa en la pintura , nadie podrá negar que el instrumento de cada arte supone una
íncía particular para su conocimiento, y un arte respectivo y reglas competentes
ra la prácti<*a.
Acaso no tendrán dificultad en confesar esto los que quieren introducir la anar*
la en la república de las bellas artos : acaso concederán que el pintor necesita de
geometría descriptiva , el poeta de la gramática , y el músico de la acústica , esto
, que tienen necesidad de conocer , no estas ciencias en toda su profundidad y es-
ision , sino los principios generales que suministran á las artes. Pero lo que ellos
ieren que sea mirado como un dogma inconcuso es que el sentimiento y espresion
lo bello y de lo sublime en cualquier arte es obra esclusiva del genio y de la ins-
racion ; en una palabra , que la belleza no está sometida á reglas , y que no hay
>ncia de la belleza.
Ambas aserciones son inexactas : la primera , porque si bien las reglas no pueden
servir p^ra crear los pensamientos de una ooDtposicion , ajadan infinito é
los debidamente, mostrando los escollos que deben evitarse: y la segunda, poraneM
hay sentimiento alguno del corazón humano que no pueda y deba ser objeto de las
investigaciones de la filosofía racional , j por consiguiente que no produzca un rama
de esta vastísima ciencia.
¿Existe en el hombre el sentimiento de la belleza y de la sublimidad? 4 Hay ea
los objetos de la naturaleza sometidos á nuestra contemplación cualidades en virtud
de las cuales existen en nosotros las impresiones de lo bello y de lo sublime/ ¿Posee
el hombre la facultad de trasmitir á sus semejantes por diversos medios y con dis-
tintos instrumentos las impresiones que los objetos de la naturaleza han producida
en él? ¿Puede su imajinacion, elijiendo diversos rasgos y cualidades del variado es-
pectáculo del universo , crear seres ideales que produzcan en el ánimo impresiones
de la misma especie (|ue los objetos bellos y sublimes de la naturaleza? Pues si as
puede negarse que existe este sentimiento y estas facultades, forzoso será también
confesar que debe ser estudiado y reducido á principios el sistema de hechos y fenó-
menos psicolójicos á que da motivo la propiedad que tiene nuestra alma de sentir y
reproducir la belleza y la sublimidad. Este sistema constituye la ciencia de la poesía
considerada en su generalidad : ciencia que se semeja mucho á la ideolojia , con h
diferencia de que esta se versa acerca de ideas, y aquella acerca de sentimientos é
imájenes: ciencia mas dificil, porque el criterio de la belleza no se fija por racioci-
nio como el de la verdad , y es mas delicado y fujitivo ; pero ciencia no menos cierta
,^ exacta , pon|ue se funda en hechos que pasan en nuestro interior , y de los cualer
todos tenemos conciencia.
Todos, sí: porque ¿dónde está el hombre tan semejante á la fiera, que 00 se haja
complacido algunas veces en observar la beldad que el Hacedor ha prodigado tái
generosamente en los divfrsos seres de la creación? /Qué alma que no se eleve ten-
diendo la vista á la inmensidad del firmamento? Aun mas diremos : ese genio poé-
tico , esa facultad de reproducir las impresiones agradables ó enérjicas , ese enlusiai-
mo , esa inspiración á la cual quieren algunos atribuir esclusivamente todo lo bueos
que se haga en las artes , eso don del ciclo , en fin , es mas común y general de lo
que se cree. Existen muy pocos hombres que no hayan sentido nunca hervir en si
pecho el fuego de la inspiración. Cuando algún afecto poderoso se apodera del alma,
se espresan los labios (^on lodo el calor de la elocuencia, y tal vez con todo el estro
de la poesía. Y ademas, ¿no sabemos que el lenguaje délos pueblos en su infandi
es mas animado, es mas figurado, es mas poético, precisamente porque siendo es
aquel periodo mas ignorantes, tiene mas acción sobre ellos el sentimiento y la
fantasía?
Existe, pues, la ciencia poética; pues es universal en el género humano el sen-
timiento de lo India y de lo sublime y la factiltad de reproducir sus impresione».
Responder que .sin esta ciencia ha habido grandes poetas es no decir nada. También
se ha raciocinado en el mundo , y .se ha raciocinado bien , antes de que fuese co-
nocido ni aun el nombre de la lójica. También .se han medido terrenos y levantado
edificios antes de (jue s<' escrihie.sen elementos de geometría. ¿'Diremos por eso que
la geoinelria y la lójica son ciencias inútiles? ¿No es este el caso de clamar coa el
anciano de Trreiu'io : homo mim; fuimatñ nihU a me aUenum ¡ttUot ¿(^ómo puede dcjarito
.ser importante para el hombre nada de lo que pasa en el interior del hombre?
Si existe una ciencia de la poesía , existe también un arte de ella y las corres-
pondientes reglas, porque es imposible quédelos principios de una ciencia no w
deduzcan métodos prácticos v lejítimos para hacer bien lo que puede hacerse bien
ó mal. Estas reglas son las mismas (|uese deducen de la naturaleza de los sentimieo"
tos humanos y de la del instrumento c(m que se espresan: estas reglas son las quo
siguieron por instinto, aua(|ue todavía no existie.se el arte, los llomeros, los Pílpaf,
y los Vates v J^ardos primitivos de los pueblos. P(^ro el instinto es una norma muv
poro segura en las naciones cultas que están ya escesivamente lejanas del candor é
injcnuidad de la naturaleza. Ademas, los pueblos civilizados quieren filosofarlo lodo.
¿ |)or qué, pues, se les ha de impedir el derecho de raciocinar acerca de las fuentes
de sus placeres intelectuales?
[ivn
ero que' no* ereia safidentopara la bovdM de una compo8Í«*ioo alfuiios
deacrípcioneg. felices , reasumió toda esU doctrina cuando dijo c
■
Rtm libi toeratiem poierufU otündert charla.
recto, el eistüdio del hombre, objeto principal de la filosofla de Sdcrate»,
sde auxiliar del genio poético. Sin aquel estudio la inspiración tvda , como
el mismo Horacio , no podrá dar á luz bellezas del prirocr orden.
\ tiempo , pues, de que cese esa nueva preocupación nacida en nuestros dias,
*ne inútil el estudio y las reglas para sobresalir en la poesía ; y sí semejante
I podria ni aun decirse de un pintor, de un músico , de un arquitecto , ¿cómo
que se diga de los que se ejercitan en pintar ven describir por mediodel len-
orqne el objeto de todas las bellas artes os el mismo : y ¿por qué no ha da
ario para la mas noble de todas el estudio que lo es para las demás?
DE U SUPUESTA MISIÓN DE LOS POETAS.
. .•.tAnimU naíum inveniumque poema jutandU. >
Horacio.
de ser bastante ridicula la pretensión de algunos de los corifeos del nuevo
ismo, atribuyendo la facultad de poetizar á una misión recibida no se sabe de
aes aunque ritan la naturaleza ^ el genio y la inspiración , no por eso es mejor
la autoridad que llama y elijc al poeta. Nosotros sabemos que el genio,
por la instrucción , enardece la fantasia , la presenta cuadros orijinales y
, la enseña á vencer los obst<1cu1os y á ospresar dignamente lo que ha con-
.a inspirarion en las bellas arles no es otra cosa sino el calor y la osadía de
iientos que elevan el alma del artista <1 una esfera nueva , desde la cual des-
objetos qiio en ima situación tranquila ni aun podria descubrir. También
({úe la naturaleza escita al verdadero poeta á cantar lo que siente y lo que
no solo para su complacencia propia , sino también para la de la sociedad
ive.
teoría es clara y nada misteriosa cuando se definen ron exactitud las voces,
ibemos cómo pueda llamarse misión el impulso natural á describir las belle-
naturnlezn, á presentarlas bajo el aspecto mas ventajoso, á concebir y es-
ías orijinales , vigorosas y sublimes. La misión supone una autoridad que
{uc encarga la ejecución de una cosa. /Cuál es esta autoridad? ¿La natura-
o la naturaleza movió igualmente á hacer versos á Homero y á Querilo , á
á Ravío, á Boileau y á Cotin, á Calderón y al maestro Cabezas, el mas
o de nuestros poetas cómicos, ¿Por qué la naturaleza imprimió tan fuerle-
el ánimo del gran Cervantes el deseo de versificar , aun después de desen-
le solicitaba
la gracia qw no quiso darle el ciclo?
tenia mas derecho de creerse enriado para ser poeta que el autor del Qui-
do de la imajinacion mas vehemente, mas rica , mas variada que ha visto
ca de las letras.
'legos y los romanos que tenian un dios de la poesía, nueve musas, una
as ciencias, un Parnaso y una fuente Castalia , podían creer en esa misión.
fl6S]
I)c aquilas espresiones e»/Z>fti4tn nobU,invifd Minerva, eütpirate etmenit, mumrum atteirdoi;
y otras semejantes que se bailan á cada paso en los poetas latinos. Ovidio , Virgilio
y Horacio podían creerse enviados de Apolo, sacerdotes de las musas, inspirados por
un Dios , asi como César creía en su fortuna j Bruto en su mal genio. Pero nuestras
creencias no permiten semejante suposición ; y cuando nuestros poetas , tratando de
asuntos relijiosos, invocan la asistencia de los seres sobrenaturales, como los Aoje*
les , los Santos ó la Divinidad misma , no es para conseguir una inspiracioii egpuM
del cielo, sino para espresar dignamente las que ya hemos recibido de la fé.
Se ha querido comparar la inspiración poética á la que recibieron del mismo
Dios los profetas y autores inspirados de los himnos y cánticos de la Escritura. Esta
pretensión , que si se manifestase seriamente podría llamarse blasfema y sacrilega,
es por lo menos soberanamente necia. Los escritores sagrados recibieron verdadera-
mente una misión ; mas no porque sus composiciones sean ftoétuxa , se ha de inferir
(|ue todo poeta es también enviado. Esto merece alguna esplicacion.
El tono de la Biblia es generalmente sencillo en las narraciones, nervioso y ss*
vero en los consejos morales, enardecido, vehemente y sublime en los cánticos y
])rofecias. La inspiración divina era en cada uno de estos caso« lo que dehitf ser
atendido al objeto de la obra , á saber: dar noticia de los hechos pasados, ó instruir
al hombre en sns deberes, ó ajustar á la música las alabanzas del Altísimo, ó des>
correr al génefo humano el velo de lo futuro. Asi ni el Génesis , ni él Levitico, oí
los libros de los Beyes, ni los Sapienciales son poéticos. Toda la pompa de la poesía
se reservó para los cánticos, lo que á nadie causará estrañeza, y para las profecías
que i)or sii carácter particular e\ijen también el lenguaje de la imajinacion y de lof
sentimientos.
En efecto , un hombre que descubre en la edad venidera sucesos que interés»
á su nación , 6 llenos de maravillas y de místenos , no puede espresarsc en el idioma
tranquilo y sosegado del raciocinio. Era imposible que Jeremías vaticinase sin lágri-
masía próxima ruina de Jerusalen, ni que entreviese sin grave conmoción de so
fantasía el gran misterio de la pasión , simbolizado también en aquel suceso. Isaías
ccaiiji'liza mas bien que profetiza los sufrimientos del hombre Dios; pero so estilo,
muy diferente del de Juan , participa del pasmo y del dolor que la contemplacios
del gran sacrificio debió causarle.
Asi fue como la misión divina y la poesía se hallaron reunidas. Pero qnerer apli-
car aquella voz sagrada al impulso que incita á cualquier versificador á cantar bies
ó mal asuntos ó relijiosos ó profanos es un abuso de las palabras que debe repri-
mirse , y que solo ha podido tener su oríjen en el carácter ambicioso del siglo. Se-
mejantes locuciones corresponden muy bien á la presuntuosa osadía que se va ha-
ciendo de moda en todas Lis clases y profesiones.
La verdadera misión del poeta es la que le designó Horacio: animis jufcandU^' f^
crear el ánimo: y todo el que la cumpla dignamente tendrá por bien empleado el tra-
bajo y el tiempo que le hayan costado sus composiciones. Es'te objeto es muy noUe,
pues aumenta, sin menoscabo de la virtud, la corta masa de placeres que es dado
al hombre gozar sobre la tierra.
Pero algunos nos opondrán una objeccion que no carece de fuerza, c El objeto,
nos dirán, que habéis atribuido á la poesía es harto frivolo y mezquino. Esta divina
arle con el hechizo de sus formas, con la májia de la versificación, con la sublimi-
dad de las ideas da , por decirlo asi , una nueva vida á la verdad , y la hace accesi*
ble, no solo al entendimiento, sino á la fantasía y al corazón. Hay verdades, como
son las morales relijiosas, que en vano serán conocidas del hombre sino se le hacen
amables, y este debe ser el objeto , la verdadera misión del poeta, obligar á la so-
ciedad á (|ue ame la virtud y le rinda sus homenajes. Un verso feliz grava mejor
una máxima importante de moral ó de política que un tratado científico de cual-
(|uiera de estas ciencias.»
No quiera Dios (|i]e nosotros desterremos la virtud de la poesía , ó que aplauda-
mos á los que abusan de este arte para hacer descripciones inmundas ó para incul-
car máximas inmorales y pernicio.sas. Mas diremos: no puede haber belleza en una
composición contraria á las buenas costumbres; porque la deformidad moral os
[1691
la mayor de todas, y basta á destruir todos los ras^s bellos del cuadro mejor acabado.
Mas DO por eso bemos de trastornar los priAeipios, ni colocar los que solo son coro-
larios, al frente del sistema de doctrinas. El objeto primario de las bellas artes es agra^
dar; es halagar la imajinacion del hombre con la descripción de la belleza: para conse-
guir este objeto, en la pintura de las acciones, costumbres y sentimientos humanos, no
puede prescindirse de la virtud: asi es una consecuencia necesaria, |»ero no un principio,
en las composiciones poéticas el respeto á la moral, la espresion enérjica de los afectos
virtuosos, el embellecimiento de las máximas nobles y generosas, en una palabra, el
triunfo de la bondad y la detestación del vicio.
CSL USO DS LiS ?Á33LiS ICITCLÚJICiS E» Li FOSSU ÍC73ÍL.
R
lASTA ahora no se habia creido que fuese un acto de profesión de paganismo intro-
ducir en la poesía los nombre* armoniosos de las deidades griegas y romanas. Asi el ro-
mántico Lope como el clásico Corneille hicieron uso de las fábulas mitolf^jicas. Calde-
rón se atrevió á mas; pues afianzado en la autoridad de los escritores que han conside-
rado los dioses y héroes del gentilismo como deríraciones corrompidas de la historia
hebrea, en muchos de sus autos sacramentales, como el verdadero JHon Pan^ Andrómeda
y Peneo^ lo$ Encantos de la cidpa, presentó la fábula como símbolo de la verdad.
Las descripciones de los poetas líricos ó épicos de la moderna edad desde Tasso
basta Melendez en todas las naciones europeas están llenas de los nombres do Marte,
Júpiter, Venus, Cupido, Minerva, de sus atribuciones respectivas. Je alusiones á las
pasiones humanas que representan. Todos han embellecido sus composiciones con las
consejas injeniosas y brillantes de la civilización griega y romana. No sabemos que á
ninguno haya reprendido la iglesia ni castigado la inquisición por haber usado esta cla-
se de adornos en sas poemas.
Pero el moderno romanticismo, que tan poco mirado y escrupuloso es en materias
de moral, relijion y política, ha querido, no sabemos por qué, lanzar un terrible ana-
lema contra las fábulas mitolójicas y desterrarlas de la poesía. Las razones en que se
funda, son dos:l.*, que nadie cree en aquellos dioses: 2.V que ya fiístidian, por haber-
se agotado los pensamientos y descripciones que podrían sujerir. Ambas razones nos
parecen insuficientes.
Nadie cree en éUoi, Esto es verdad, considerados como dioses: esto es, como partíci-
pes en mayor ó en menor grado de la naturaleza divina que los gentiles juzgaron erra-
damente divisible; pero si solo se les considera como lo que realmente fueron, á saber:
principes y princesas de diferentes puntos de Grecia, ó personificaciones de los grandes
fenómenos de la naturaleza, ó símbolos ingeniosos de las pasiones humanas, tuvieron
para el historiador una existencia verdadera, y la tienen ideal para el poela y para el
moralista. ¿Porqué se habia de prohibir á León, hablando de Saturno, civilizador de
la Italia primitiva,
Rodéase en la cumbre
Saturno, padre de lo* siglos de orol
¿Por qué á Balbuena la bellísima descripción que hace del Sol cayendo en el mar Atlán-
tico, 7 que comienza
Ya Febo sobre el mar del pardo moro
Templaba el rojo carro las centellast
¿Por qué á Calderón, suponer que Prometeo, hurtando on rayo al Sol y animando coa
él su estatua, mostró á los hombres
Que quien da las ciencias^ da
Yida al barro y luz al almaJ
09
[1G0]
marta esposa Dona Ana de Austria. Esta imputación infame es enteramente gratuita.
Ana , educada eon la sevarídad propia de su familia y de su pais, no presentó dí
pudo presentar ningún motivo á la suspicacia de su marido. Hermosa, recnnda, do-
tada de di{;nidad y de virtudes cristianas, no cuenta la hfsloria que le diese otro pe-
sar sino el de su temprana muerte, queseesplica con bastante probabilidad persa
coniplexíon delicada, sus frecuentes partos, y sobre todo la cruel enfermedad qae
tu\o después de uno de ellos, déla cual estuvo deshauciada, y convaleció casi mi-
lagrosamente. (i<istaba casi todo el tiempo en bordar con sus damas, y aun qniíl
se <'onserve la colgadura que se ponía en la capilla real en los días de mayor lii*
cimiento y que del nombre de su artiíice se llamaba colgadura de Doña Ana, Acom-
pauó al rey en 15N0 á Badajoz, cuando la expedición de Portugal. Felipe cayó enfer*
iiio, y su esposa manifestó el deseo de que el cielo tomase su vida, diñando salva la
del rey. Así se verificó. El rey convalecu^, y Ana contrajo la enfermedad que la llevó
al sepulcro. Su esposo no pasó después de su muerte á otras nupcias» apesar de ha-
berla sobrevivido 18 anos.
Imputar, pues, á Felipe 11 la muerte de esta esposa, á todas luces tan amable, n
suponerle no solo despojado de todo sentimiento de humanidad, sino también deseiH
tido común; lo que nadie lia creido jamas de este monarca. Los bombres como él do
cometen atrocidades inútiles.
Pero esto es nada. La osadia de nuestro novelista llega basta suponer que el cau-
miento de Felipe III, hijo v heredero del II, con Margarita, archiduquesa de Aus-
tria, fue clandestino, se hizo en Madrid viviendo F*eli|»e U y sin su noticia, en vir^
tud del amor que esta princesa habia inspirado al joven príncipe cuando este vii^ó
por Austria; en fín, que Felipe II, en su lecho de muerte, aprobó aquella unión, no
por complacer á su hijo, sino por castigar á su nuera, permitiendo que fuese la mujer
del mas bajo y despreciable de los hombres; porque tal pinta al virtuoso é inocente
Felipe IIL
En todo esto no hay una sola palabra de verdad , todo es fínjido; y aqni la GccioD
no sirve para producir bellezas, sino para |)resentar monstruosidades murales , que
ni aun tienen el mérito de la enerjia que suele ennoblecer aun á los crímenes. Feli*
pe 111 jamas salió déla península, ni siendo principe, ni siendo rey. Su casamiento coa
Margarita de Austria fue tratado por su padre Felipe II de la manera que se tra*
tan los de los principias. El re\ de España pidió para su hijo una de las dos archído-
quesas Leonor ó Margarita. Maria de Iki viera, madre de ambas, elijió ú la menor,
que era Margarita, ponjue su complexión, mas fuerte, daba esperanzas de mas siy
guridad en la succesion. V Margarita, <i «¡uien el novelista francés pinta como uní
mujer liviana, ambiciosa é intrigante, quedó tan sohrecojida de la elección qucla
ele>aba al trono mas poderoso entonces de la tierra , que sufdicó á su madre que co-
piase en su lugar A su hermana ma>or. Felipe if falleció cuando ya Margarita le
liahia puesto en camino para pasar á España en compañía del archiduque Alberto,
( sposo de la infanta doña Isabel (^lara Eugenia. El Papa Clemente VIII salió á cum-
lamentarla Á su ¡laso por Ferrara, y la casó por poderes. Pasó después A (lénova
donde se embarc('), tomó tierra en Vinaroz y ¿^e celebraron en Valencia las bodas de
Felipe III y las de su hermana la infanta ísabel Clara. Margarita hizo á su marido
pa<lre de nimierosa y florida succesion ; pero falleció después de doce años de matri-
monio, á los :27 <lesu edad, llorada de su esposo que no volvió á casarse, y de todo
i\ reino que la adoraba por sus prendas, por su amabilidad y por su inexausta be-
neficencia.
V ¿es esta la primera austríaca que tendió lazos al príncipe de España paraco-
jerle en sus redes, y satisfacer así su ambición: que no desdeñó la galantería de uo
grande de España que podia s<'rle útil; que casó clandestinamente con Felijie III, vi-
viendo todavía su padre, y en Madrid, donde habia vivido para atraerle á tan ridi-
cula unión? ¿V á este cúmulo de delirios se atreve á Wanvdr anecdola el novelista de
nuevo cuño? ¿Cuál ha podido ser su intención al escribir Um infames patrañas? ¿Cuál?
La de contribuir con su óMo á la buena obra de deshonrar los reyes y las familias
reales; y realzar las virtudes del hijo de la que vende barquillos con el contraste de
los vicios y maldades de los grandes del siglo. Para un objeto tan edificante todo es
ito.Hodo es honrado; hasta el oprobio moral de la calumnia : hasta el oprobio lite<
ío de la ignorancia en la historia.
ARTÍCULO III.
ASTAN los absurdos históricos ya notados para convencernos déla supina if^norancia
I autor de la novela citada. Mas sí á lo menos hubiese tenido mas felicidad en la
scripcion de los caracteres j de las costumbres: si hubiese siquiera consultada á.
i novelistas y dramáticos españoles, fieles ecos de las ideas y sentimientos de aqaeí
:1o , se le hubieran podido perdonar á favor de la fidelidad de las descripciones , los
«paratcs de la composición de la fábula. Pero nada hay de eso. Los caballeros de
corte en aquella época eran modelos de lealtad, de valor, de respeto á las damas,
honor y de ^generosidad; y los dos que introduce el novelista pueden aprender del
¡o de la barquillera lecciones de todas aquellas virtudes: tan tímidos son, tan bajos,
rfidos y despreciables. ¿Quién es un conde de Fuentes, á quien pinta viejo y ridi-
lamente enamorado de Margarita , cuando nadie ignora que se veneraba entonces
sangre de nuestros reyes con un respeto relijioso? Y ¿cuál era el gran preboiie de
corte de Felipe II? ¿Cree el autor, ó ha querido hacer creer á sus lectores que
empleo de verdugo era una dignidad en el palacio de España como lo fue en el
Luis XI? Y /quién le ha dicho que el duque de Lerma no fue mas que un intri*
nte subalterno , un caballero indigno, capaz de favorecer el matrimonio clandes-
lo del heredero de la corona para granjearsesu gracia, y de malquistar después á
irgarita para quitarle toda participación en el gobierno, participación que ninguna
ína de España solicitó ni obtuvo desde Isabel la Católica hasta Mariana de Austria,
gunda esposa de Felipe IV?
Estamos lejos de mirar al célebre valido de Felipe III como un modelo de mi»
stros; pero si no tuvo ideas exactas, muy poco generalizadas entonces en materia
! administración interior : si dejó cundir el cáncer del lujo y de la ociosidad que
opezaba ya á devorar á España: si aumentó con la espulsion de los moriscos el atraso
I la agricultura; en fin , si se valió de esta medida política {j esta es la principal
usacion que pumle hacérsele) para enriquecer á sus amigos y criaturas, la historia
iparcial no puede negarle el mérito de haber sabido poner límites á las adquisicio-
fs de la monarquía, y de haberla conservado en el puesto que la dejó Felipe II, es
•cir, en el principal de Europa. El que terminó sin menoscabo del honor nacional,
guerra de Fiandes ([uc devoraba nuestra población y nuestros tesoros : el que sos-
vo nuestra supremacía política en Francia, Italia y Alemania : el que se opuso cons-
ntemente á los esfuerzos del du([ue de Osuna , del marqués de Vülafranca y de
ros guerreros ilustres que deseaban dar nuevos aumentos á la monarquía, ya de*
asiado grande, por el espíritu que aun conservaban de la escuela política y mili-
r de Carlos V , no era ciertamente un intrigaiUe subalterno. Su divisa fue conservar lo
\qu¡rido y esa era la máxima roas saludable para España en aquella época. Ojala la
ibiese adoptado su succesor el conde duque de Olivares , cuyo furor belicoso fue la
lUsa de que decayese el poder Español.
Pero á ninguno trata con mas injusticia el novelista francés que á Felipe III. Sa-
lmos que educado en la ríjida corte de su padre, profesaba el mayor respeto y ve-
*racion á este monarca. Pero ¿qué hecho, ó qué espresion suya puede justiücar el ca-
téter, bajamente tímido, que se le atribuye en la anécdota**. Ninguno, absolutamente
nguno. Cuando ascendió ai trono gobernó su inmensa monarquía con apacibilidad
justicia. Poseía en alto grado las virtudes cristianas; era severísimo para sí mismo;
*ro manso y benigno para los demás. Ningún acto de rigor que pudiera parecer
uel; ninguna sedición qne perturbase la tranquilidad pública; ningún desorden ó
agracia notable mancilló su reinado, sino la espulsion délos moriscos, cuyas causas
>líticas mejor apreciadas en aquel siglo que en el nuestro, no es necesario referir
]UÍ.
Felipe III no poseia, es verdad, de las calidades propias de un rey, roas que el
21
[162]
amor de la jn.^líHA. Pero esta era naiiiáente enlónreí en imanación quieta, leal y va-
lerosa, T con tin niiníslro que coincidia con su monarca en el sistema poliliro eom reip
pecto á las lienias potencias de Europa. £1 defecto principal de uno y otro fue la falta
de ideas en materia de administración; pero esta ignorancia era entonces común. Sv
reinado no fue tan brillante como el de su padre y abuelo: mas tampoco fue tan infe-
liz como el de su hijo y el de su nieto. Ni puede culparse enteramente á Felipe III de
falta de encrjia: la tuvo y muy sefialcida, cuando apartó de su gracia al .privado, que
recelando ser derribado, aceleró su ruina por la precaución que tomó de envolvenw en
la púrpura cardenalicia. Felipe se ofendió de esta desconfianza, y de la índependeDcia
personal que con el nuevo titulo adquirió el duque de Lerma. La esprcsion pues del
de Osuna, que llamaba á este rey el tambor mayor de la monarquia^ no era exacta. Era
solo un despique de que no se le permitiese en<'endcr nuevas guerras en Italia.
Mejor descrito, bajo cierto punto de vista, se halla en la novela el carácter de Fe-
lipe II; no porqne creamos las atrocidades ni la malignidad que se le atribuyen, pero
suyo era el espíritu de dominación v la enerjía do un alma nacida en el mando y acos-
tumbrada á el, que el autor pinta en su lecho de muerte. Felipe tuvo la desgracia de
que se creyesen todas las maldades que sus enemigos le acumularon, porque colo-
cado perpetuamente en el poder, nunca se olvidó de (|ue era rey para descenderá
ser hombre. Poseía gi'andes prendas y virtudes de monarca; mas no cultivó las de la
humanidad. Asi fue mas respetado que querido.
Dudamos mucho que hubiese asistido á un auto de fé^ que es el primer episodio de
la novela. Seguramente no lu>nrnn á nuestra nación aquellas tristes escenas ; pero la
que no tenga manchados sus anales con el fanatismo y la ¡ntolcrancia> que nos tire la
primer piedra. Los furores de los anabaptistas de Alemania , de los puritanos de Ingla-
terra y de los católicos y hugonotes en Francia derramaron mucha mas .^ngre y causa-
ron mayores esUfigos en estos |)aises que la inquisición en España. El mal peculiar y
esclusivo de la intolfraucia española fue el obstáculo que aquel tribunal opuso á los
progresos del entendimiento humano. Asi las otras naciones, apenas el cansancio délas
calamidades , y el escarmiento les quitaron las armas de la mano, caminaron con pasos
rápidos en gobierno, artes, ciencias y civilización; y España , que habia sido la prime-
ra en casi todos los ramos del saber, se quedó atrás á muy larga distancia , apesarde la
profundidaden eltalentoyde la lozanía en la imajinacionqueairacterizaá sus habitantes.
Pero volvamos á nuestro propósito. La novela de que hablamos es falsa entera-
mente en los hechos de la historia, falsa en la descripción de los caracteres, falsa en h
de los usos y costumbres. Vsin embargo su autor tiene pretensiones de novelista históri-
co; pues la llama í//i(Yv/o/a, y cita en su apoyo un cronista desconocido, llamado Derhnmp$^
de cuya existencia, á vista de ii\n\iiü falsedades , se nos permitirá que dudemos. No aof
parece que es esta la manera de imitar á Waller Scott.
Acaso se responderá á nuestra censura que es lícito al poeta y al novelista denfigvrar
los hechos. Nosotros no les conce<lenios mas licencia que la de embellecerlos, añadiendo
episodios probables que se liguen é incorporen con ellos. Todavía es menos lícito dei'
figutvr los caracteres: nos reiríamos del <|ue nos pintase á César cruel ó á Nerón clemente.
Hay dos razones muy poderosas para no conceder semejante licencia.
La primera es, (¡ue los nombres de los personajes históricos se han llegado ya A
identificaren el lengUcije común ctm las cualidades dominant<\s en su carácter, de mo-
do que se usa frecuenlcaiente por antonomasia de los primeros para denotar las segun-
das. Ahora bien , ni al poeta ni al novelista es licito alterar el valor recibido de las vo-
ces. Jamas se podrá pintar á.V<|uiles cobarde, por la misma razón que no se puede decir
de un cobarde á no ser irónicamente, r« mi iquilen,
ÍJk segimda razón es todavía de mas ímporLincia si comparamos el inmenso número
de los lectores de novelas con el c ;rtísimode los que estudian la historia. Los primeros
no ven en las obras, enteramente íinjidas, como Tomás Jones, Pérsíles, tirandisson, mas
<|ue libros de entretenimiento; pero si la novela es histórica no tienen medios de evitarlos
errores en que los hagan caer sucesos desfigurados ó caracteres mal descritos, y asi uoa
gran parte de la sociedad culta se imbuirá de preocupaciones ridiculas ó perniciosas en
materia de historia ó de moral ; porque, ü^eneralmcnte hablando , no se falsifican los he-
(líos ni los caracteres históricos, sin.) pira pervertir las ideas ó lus sentimientos mora-
[168]
M. Faro aan cuando semejante falrificacion no prodojese otro mal qne el de prona-
ar errores históricos , ya este es por si iiastaate considerable. ¿Cuántas lectoras ha*
ffA en Francia (y por desgracia aun en España) que fiadas en el folletin de la Pretse
en el historiador Dechamps , creerán liviana y perversa mujer á la esposa de Fe*
ipe UI, euyos virtudes inmortalizó nuestro Jáuregui en una escelentc cancioal
LEYENDAS ¥ NOVELAS JEREZANAS.
MADRID, t«S«.
E
SJE libro contiene tres novelas, cuyos títulos son: El Pendón, Lm Gitana, El
"Jnsiiano y la Mora.
El objeto del autor ha sido sin duda dar noticia , con el pretesto de escribir no»
alas, de varios hechos hislóricos interesantes, y describir las coslumbrcs de las épo-
as á que se refieren sus fábulas ; en tina palabra , introducir en nuestra literatura
i género de Walter Scott. In magnis toluissesat est.
Este género tiene dos condiciones esenciales : la verdad en los hechos hisCórkos
' en la dcscriiicioii de las costumbres , y el interés en la fábula. Nosotros somos mas
apaces de juzgar este libro bajo el segundo aspecto que bajo el primero, porque
B erudición es riqueza de muy pocos , y los sentimientos de la humanidad son co-
Dones á todos los hombres.
Todas tres novelas nos han inspirado interés ; pero mas que todas la última, en
I cual lidia el valor y el mérito contra el fanatismo relijioso , exaltado por la des-
racia. El amor del cristiano y la mora interesa por las circunstancias estraordina-
ias en que nació , por su pureza y verdad , y por los peligros y obstáculos que se
pusieron á él ; mas no por eso deja de conmover el corazón el carácter indomable
le Abenjuc , qne ahoga todos los sentimientos de la naturaleza por obedecer á otros
aaa imperiosos en una alma sincera y bárbara como la suya : el fanatismo y la
enganza.
La acción de los Gitanos viene á ser en el fondo la de la Gitanilla de Cervantes,
«a del Pendón está bien dirijida ; pero los episodios son demasiado largos , y muv
nnoble el rival de Fernandez. Tiene mucho mérito el artificio de Martin para' haceV
|ue su amo fuese al castillo do Gigonza, donde debia perder la libertad de sn co-
aion.
Los diálogos son vivos , los caracteres bien sostenidos , la elocución fácil , gracio-
a , y gencrahncntc hablando , correcta , mas correcta que la que suele usarse en las
>bras españolas de esta clase. Son muy raras las espresiones que indican en el autor
a costumbre de leer novelas francesas ó traducidas del francés.
Está bien pintado el orgullo y pundonor de los caballeros de aquella época ; pero
on licencia del autor nos parece que la gente ordinaria del siglo á que se refiere
'n el Pendan no tenia las pésimas costumbres ni la abyección que se le atribuye.
!ste abatimiento é inmoralidad, esta ;>i//frúi, que nos parece la voz propia, no es
le aquel siglo : pertenece á épocas posteriores , y correspondería mejor á vasallos y
villanos de algún Señor feudal de Francia ó de Italia en la edad media , que á los
recinos de Jerez , cuando esta ciudad era frontera de los moros.
Es menester no equivocarse. Nada de cuanto digan ó finjan las historias y nove»
as francesas ó inglesas sobre el feudalismo de la edad media puede aplicarse á los
icos hombres y caballeros castellanos. Jerez , ciudad realenga, con su réjimen mu-
licipal , con su milicia concejil , acostumbrada á pelear diariamente con los moros,
lebia contener en su seno una población vaiionte, laboriosa , moríjerada y poco de-
poD(Hente do la nobleza. Es pintura miij fiel de la época la parle que tomó el pnelib
on la reverla do los caballeros que disputaban sobre cuál había de llevar el pemlon
en la ¡irocesíon , mas no lo es la historia de loi tornilleros que vuelven fujitivos del
campo á robar j emborracharse. No basta que un suceso sea probable para qoeie
inserte en esta clase de novelas: es menester que sea conforme á las costumbres dd
tiempo ; j díGcilmente se probará que en el siglo XIV habia esa especie de pillos ta
Jerez.
Mejor }' con mas verdad están descritas en la segunda novela las costumbres de
los gitanos , que desde que aparecieron en el occidente europeo no han variado de
carácter ni de hábitos; y en la tercera el odio j la intolerancia del vulgo cristiano á
los sectarios de Mahoma.
La principa] enhorabuena <fue podemos dar al autor es la de haber inspirado el
principal interés á favor de las personas virtuosas , y no h«iber presentado ú. sus lec-
tores cuadros de atrocidades gratuitas; pues las de Abenjuc están suficienlcmeste
fundadas en la venganza del honor y en la barbarie del fanatismo. Tampoco noshi
aflijido con el espectáculo degradante del hombre moral , vencido siempre en la lu-
cha de la pasión con el deber: espectiiculo tan común en las novelas v dramas que
ahora se llaman romdntirat. Los afectos que intervienen en las novelas de este U>-
mito son el amor verdadero , el valor generoso , el patriotismo ; y el resultado j U
<*atástrofe, asi como las refiexiunes, son siempre favorables á los senlimienlos vir-
tuosos.
Insistimos tanto en la necesidad de respetar v favorecer en esta clase de compo-
siciones populares la virtud y las buenas costumbres, porque estamos persuadidos de
que son los libros que mas frecuentemente lee la juventud. Y en vano se dirá que
para ella solo son objeto de un entretenimiento sin consecuencia. No puede carecer
nunca de importancia moral la descripción del hombre, de sus sentimientos, de siu
prendas v de sus debilidades. Está en manos del escritor de una novela , si tiene d
talento Je su profesión , dirijir, aunque solo sea por algunos momentos, el instinto
moral de sus lectores , que son casi todo el bello sexo y casi todos los jóvenes del
varonil. Esta dirección puede ser buena ó mala; puede influir en el giro que tornea
las máximas y sentimientos individuales; puede en ciertas circunstancias decidir de
la suerte futura del lector. No nos es desconocido el carácter que imprimió á la j|i-
ventud española la lectura de los libros de caballerías. Tampoco ignora nadie el pé-
simo efecto de ciertas novelas que bajo el pretesto de inocular el teniimenialUmo^ pre-
sentan á la imajinacion exaltada del joven un mundo ideal, cuyo menor inconve-
niente es hacerle desconocer la sociedad verdadera en que se vea obligado á vivir.
Seria necesario el genio de Cervantes para presentar bajo el aspecto ridiculo que tie-
nen los Quijotes de uno y otro sexo , que ha vuelto locos el furor de la $enítilnlidad»
El autor en el pnUogo que antecede á sus novelas inserta dos diálogos entre él
y dos literatos, uno clásico y otro romántico , á los que supone infatuados y locos
por sus respectivos sistemas. Sucedió lo que sucede en casos de la misma especie, J
siempre que hay [)ugna de partidos. El primero condenó sus novelas por clásicas y el
segundo por románticas. La verdad es que una y otra espresion es impropia. Aom/a
rimuintica es un pleonasmo; porque ¿á qué ha de parecerse una novela mas bien que
á una novela '( joman). El epíteto dásko se ha aplicado á muy pocas composicionei
de este género , como son las novdas de Cervantes , el Teiémaco de Fenelon y algunas
otras que son modelos de lenguaje, y que no pueden dejar de estudiar los qué quie-
ran aprender el idioma del pais en que se escribieron. Toman el nombre de cidticai
de las clases de lenguas y de literatura en las cuales se estudian. Y esto bastará pan
convencerse del poco conocimiento y la ninguna oportunidad con que han aplicado
sus denominaciones nuestros modernos humanistas. Es verdad que si examinamos sn
manera de escribir no parece que han saludado los escritores clásicos del idioma cas-
tellano.
No contaremos en el numero de estos al autor de las presentes novelas ; pero di«
remos en obsequio de la verdad y de la justicia, que esceptuadas algunas frases es-
cosivamente triviales y alguna otra que nos parece galicismo , su dicción es bastante
correcta , mérito muy raro en el día y de primera necesidad en libros de entreten!-
[1651
«lieiito ; lo que anido al interés de las fábulas, á Ja Tiveza de los diálogos j á la ver
ÚMÚ 7 jioblcza de los sentimientos , hace su lectura agradable»
DE LA POESÍA CONSIDERADA GOMO CIENCIA.
...Fequc enim oondudere Tcrsam
BOMT.
El ASTA adóralos quemas honor han hecbo á la poesfa la han considerado como
on arte; y todos conocen la secta nueva de poetas, que ñi aun como arle quiere con-
siderarla ; pues niega la existencia de las reglas , y no reconoce mas principio de
«scribir en verso que lo que sus adeptos llaman iMpiracion, genio^ eniuina¡mo, y algu-
nos ntMion, no sabemos de quién. Dejémosles, pues, la libertad de delirar á todo su
Mbor; y convencidos nosotros de que nada bueno pueden hacer los hombres en nin-
guna linea sino sometiéndose á ciertos y determinados métodos , examinemos si las
reglas del arte de la poesía pueden deducirse de algnn principio general que la eleve
á íi dignidad de ciencia.
Mas para emprender esta investigación se necesita subir á un punto de vista mas
general y elevado , y dar á la palabra poesia una significación mas lata que la que
generalmente se le atribuye. Es necesario prescindir del instrumento de que .se vale
él poeta propiamente dicho, que es el lenguaje, y considerar su profesión como el
arte en general de describir lo bello y lo sublime, y de halagar y elevar el alma con
sus descripciones , ya sean hechas con la voz hablada y escrita , ya con los sonidos
de la música, ya con el buril , ya con los pinceles , ya en fin , con las simetrías geo-
métricas.
Consideradas las bellas artes bajo este aspecto, y no reconociendo entro, ellas mas
diferencia que la del instrumento con que describen, es claro que para profesar digna-
mente cada una ha de combinarse el conocimiento del objeto que se proponen todas,
á saber: la belleza y la sublimidad con el conocimiento de los medios peculiares de
descripción propios de aquella arte.
Y existiendo reglas y principios ciertos para la construcción de las frases en el
leftguaje , para la coúibmacion de los sonidos en la música , para las proporciones de
la geometría , para la mezcla de los colores y para la representación de las perspec-
tivas en la pintura , nadie podrá negar que el instrumento de cada arte supone una
ciencia particular para su conocimiento , y un arte respectivo y reglas competentes
para la práctica.
Acaso no tendrán dificultad en confesar esto los que quieren introducir la anar-
qnfa en la república de las bellas artes: acaso concederán que el pintor necesita de
la geometría descriptiva, el poeta de la gramática, y el mú.sico de la acústica, esto
es , que tienen ne<*esidnd de conocer , no estas ciencias en toda su profundidad y es-
lension, sino los principios generales que suministran á las arles. Pero lo que ellos
Juieren que sea mirado como un dogma inconcuso es que el sentimiento y esprcsion
e lo bello y de lo sublime en cualquier arte es obra esclusiva del genio y de la ins-
piración ; en una palabra , que la belleza no está sometida á reglas , y que no hay
ciencia de la belleza.
Ambas aserciones son inexactas : la primera , porque si bien las reglas no pueden
i4»rvir para crear los penMunientoa de ana composición , ajudan infinito é
los debidamente, mostrando los escollos que deben evitarse: y la segonda, poraQeai
haj sentimiento alguno del corazón humano que no pueda j deba ser objeto de las
iüvcsligacioncs de la filosofía racional , j por consiguiente que no produzca anrams
de esta vastísima ciencia.
¿Existe en el hombre el sentimiento de la belleza y de la sublimidad? ¿Hay (■
los objetos de la naturaleza sometidos á nuestra contemplación cualidades en virtnd
de I<is cuales existen en nosotros las impresiones de lo bello y de lo sublioief ¿PMet
el hombre la facultad de trasmitir á sus semejantes por diversos medios y con dis-
tintos instrumentos las impresiones que los objetos de la naturaleza han producid»
en é\1 ¿Puede su imajinacion, elijiendo diversos rasgos y cualidades del variado es-
pectáculo del universo , crear seres ideales que produzcan en el ánimo impresioaei
de la misma especie que los objetos helios y sublimes de la naturaleza? Pues sí os
puede negarse que existe este sentimiento y estas facultades , forzoso será tambici
confesar que debe ser estudiado y reducido á principios el sistema de hechos y fenó-
menos psicolójicos á (|ue da motivo la propiedad que tiene nuestra alma de sentir y
reproducir la belleza y la sublimidad. Este sistema constituye la ciencia de la poeiia
considerada en su generalidad : ciencia que se semeja mucho á la ideolojía» coaU
diferencia de que esla se versa acerca de ideas, y aquella acerca de sentimientos^
imájenes : ciencia mas dificil , porque el criterio do la belleza no se fija por racioci-
nio como el de la verdad , y es mas delicado y fujitivo ; pero ciencia no menos cierta
y evacta , por4|tio se funda en hechos que pasan en nuestro interior , y de los cualeí
todos tenemos conciencia.
Todos, sí: porque ¿dónde está el hombre tan semejante á la fiera, que uosc haya
complacido algunas veces en observar la beldad que el Hacedor ha prodigado tía
generosamente en los diversos seres de la creación? ¿Qué alma que no se eleve tea*
dicndo la visLi á la inmonsidad del firmamento? Aun mas diremos: ese genio poé-
tico , esa facultad de reproducir las impresiones agradables ó enérjicas , ese entusias-
mo , esa inspiración á la cual quieren algunos atribuir esclusivamcnte todo lo boeoo
que se haga en las artes , ese don del cielo , en fin , es mas común y general de fe
que se cree. Existen muy pocos hombres que no hayan sentido nunca hervir en n
pecho el fuego de la inspiración. Cuando algún afecto poderoso se apodera del alma,
se espresan los labios con todo el calor de la elocuencia, y tal vez con todo el estro
de la poesía. V ademas, ¿no sabemos que el lenguaje de los pueblos en su infiíncia
es mas animado, es mas figurado, es mas poético, precisamente porque siendo en
aquel periodo mas ignorantes, tiene mas acción sobre ellos el sentimiento yh
fantasía?
Existe, pues, la ciencia poética; pues es universal en el género humano d sea-
timiento de lo bollo, y de lo sublime y la facultad de reproducir sus impresiones.
Responder que sin esla ciencia ha habido grandes poetas es no decir nada. Tamhieii
se lia raciocinado en el mundo , y se ha raciocinado bien , antes de que fuese co-
nocido ni aun el nombre de la lójica. También se ban medido terrenos y levantado
ediíiríos antes de que se escribiesen elementos de geometría. ¿'Diremos por eso que
la geoinotria y la lójica son ciencias inútiles? ¿iNo es este el caso de clamar coa el
anciano de Terencio : linmo sinn; hutnaid níhil á me alieiunn puio'i ¿Cómo puede dejarde
ser importante para el hombre nada de lo que pasa en el interior del hombre?
Si existe una ciencia de la poesía , existe también un arte de ella y las corres^
pendientes rehilas , porí}ue es imposible quede los principios de una ciencia uo w
deduzcan métodos prácticos y lejítimos para hacer bien lo que puede hacerse bies
ó mal. Estas reglas son las mismas ([uese deducen de la naturaleza de los seutimiea-'
to.*$ humanos y de la del instnimenlo con que se espresan : estas reglas son las que
si^ruicron por instinto, anii(|ue todavía no existiese el arte, los Uomeros, los Pilpay,
y los Vates y Bardos primitivos de los pueblos. IVro el instinto es una norma muy
poro segura en las naciones cultas que están ya escesivamente lejanas del candor é
iiijcnuidad de la naturaleza. Ademas, los pueblos civilizados quieren filosofarlo todo.
¿ jior (|ué, pues, se les ha de impedir el derecho de raciocinar acerca de las fuentes
de sus placeres intelectuales ?
Herarñi que* no' ereia suficiente para la boidád de una composíHon algunos
«no» 6 deacripcionea. felices , reasumió toda esta doctrina cuando dijoc
Rem tibí ioerúiiem poieruni otUndere charla.
Ea efecto « el estudio del hombre, objeto principal de la filosofía de Sócrates,
i el grande auxiliar del genio poético. Sin aquel estudio la inspiración rvda , como
la llama el misaio Horacio « no podrá dar á luz bellezas del primer orden.
Ya ea tiempo , pues, de que cese esa nueva preocupación nacida en nuestros dias,
4f0B supone inútil el estudio y las reglas para sobresalir en la poesía ; y si semejante
«lelirio no podría ni aun decirse de un pintor, de un músico , áv un arquitecto , ¿cómo
ae tolera que se diga de los que se ejercitan en pintar ven describir por medio del len-
iniajcf Porque el objeto de todas las bellas artes os el mismo: y ¿por qué no ha da
necesario para la mas noble de todas el estudio que lo es para las demás?
DE LA SUPUESTA MISIÓN DE LOS POETAS.
. .• . « Animis natum inveniumque poema jutandis, >
UOAACIO.
lio deja de ser bastante ridicula la pretensión de algunos de los corifeos del nuevo
romanticismo, atribuyendo la facultad de poetizar á una mmon recibida no se sabe de
quién ; pues aunque ritan la naturaleza , el genio y la inspiración , no por eso es mejor
rono<*ida la autoridad que llama y clijc al poeta. Nosotros sabemos que el genio,
auxiliado por la instrucción , enardece la fantasía, la presenta cuadros orijinales y
animados, la enseña á vencer los obstáculos y á espresar dignamente lo que ha con-
cebido. 1^ inspiración en las l>eI1as arles no es otra cosa sino el calor y la osadia de
los .sentiiuientos que elevan el alma del artista <1 una esfera nueva , desde la cual des-
cribe los objetos que en una siluacion tranquila ni aun podría descubrir. También
sabemos que la naturaleza escita al verdadero poeta á cantar lo que siente y lo que
iroajina , no solo para su complacencia propia, sino también para la de la sociedad
en que vive.
E^ta teoría es clara y nada misteriosa cuando se definen con exactitud las voces.
Mas no sabemos cómo pueda llamarse misión el impulso natural á describir las belle-
zas de la naturaleza, «1 presentarlas bajo el aspecto mas ventctjoso, á concebir y es-
presar ideas orijinales , vigorosas y sublimes. La misión supone una autoridad que
nieta , J que encarga la ejecución de una cosa. /Cuál es esta autoridad? ¿La natura-
leza? Pero la naturaleza movió igualmente á hacer versos á Homero y á Querilo , á
Virjilio y Á Bavio, á Boileau y á Cotin, á Calderón y al maestro Cabezas, el mas
desatinado de nuestros poetas cómicos. ¿Por qué la naturaleza imprimió tan fuerte-
mente en el ánimo del gran Cervantes el deseo de versificar , aun después de desen-
gañado que solicitaba
la gracia qve no quiso darle el ciclo?
¿y quién tenia mas derecho de creerse enriado para ser [)oeta que el autor del Qui-
jote, dotado de la imajinacion mas vehemente, mas rica , mas variada que ha visto
la república de las letr.is.
I^>s griegos y los romanos que tenian un dios de la poesía, nueve musas, una
diosa de las cieiicias, un Parnaso y una fuente Castalia , podían creer ea esa misión.
mt
^sta obra es propiedad délos
Sres. Calvo'-Rubio y CJon^mOj
quienes perseguirán ante la ley
al que la reimprima.
IBStSÜ^(D0
LITERABIOS T GBlTIGOS
POB
D. ALBERTO LISTA T ARAGÓN,
©©N ^M ^ñéL©®@
POR
{H. Jo0e Jaaqmn ¡re Mox^.
TOMO SECilJIínDO.
CALVO-RUBIO Y COMPAÑU, EDITORES:
Plaai átl Silencio» ■*!■. SS.
1844.
.í ).i
Diiuwimcioi
a^ixs^iasiiiiüsiü^
ARTICULO I.
X RES son los metros mas comunes en nuestra poesía: el verso de once sílabas, el de
riele y el de ocho. El primero se cree mas propio páralos asuntos serios y sublimes, ya
esté solo, ya mezclado con el de siel«. Esté acomoda mas á la poesía lijera, graciosa y
festiva. El de ocho, aunque muy perfeccionado por nuestros antiguos cómicos, tiene
rin embargo demasiada facilidad, ocurre con demasiada frecuencia en la prosa española,
para que se le juzgue propio de los asuntos graves. Generalmente se aplica á la sátira,
á la burla, á los géneros familiares.
Esta diferencia no es absoluta ni exacta, como no lo son las que hacen los hombres
en el estudio de la naturaleza y de las artes. IXuestros buenos poetas han escrito fami-
liarmente en endecasílabos, y sublimemente en versos de siete y de ocho silabas; mas
no podrá negarse que apesar de estos esfuerzos del genio, cada uno de los metros cita-
dos tiene el carácter que le hemos atribuido; asi como el hexámetro, el dístico y el yam-
bo latino tienen los que le atribuye Horacio en su epístola á los Pisones, apesar de que
él mismo estaba escribiendo aquella carta familiar en el verso heroico del idioma de la
capital del mundo.
En castellano la multiplicidad de cesuras y variación de acentos del endecasílabo se
proporciona mejor á los diversos movimientos de las grandes pasiones, desordenados
por su naturaleza, que la monótona armonía de los versos cortos casi imposible de variar.
Al contrario, la lijereza del eptasilabo se presta mejor á los asuntos festivos, y la marcha
igual y pausada del metro de ocho sílabas á los sentimientos tranquilos y á la espresion
familiar de las ideas y sentimientos. Se ve, pues, que la distinción que hemos hecho no
es arbitraria, pues nace de la misma construcción de los metros.
[6]
Y para que se entieuda mejor lo que hemos dicho del endecasílabo, distingoirémoi
dos clases de versos de esta especie: el mdeccuUabo propio y el sdfico. La marcha de uno
y otro es muy diferente; porque el sáfico tiene acentuadas las silabas cuarta y octava, y
el endecasílabo propio la sesta.
cUuesped eterno del abril florido»
es un sáfico.
cEl dulce lamentar de dos pastores»
es endecasílabo propio.
De lo dicho se infiere que este verso tiene una sola cesura, la que puede estar en U
sílaba misma acentuada, si es la última de una palabra a(?uda, como sucede en el infini^
tivo lamentar del verso anterior, ó bien en la séptima, si la acentuada es la penúltim
de una palabra grave, como en el aiá\eThio juntament$ áe este otro:
cSalicio juntamffi/e y Nemoroso^»
Infiérese también que el verso de siete sílabas entra en la composición del endecaá-
labo, como parte alicuanta, ó como quebrado, como le llama con mucha razón el Sr. lllt^ \
tinez de la Kosa> y esto, sea el hemistiquio de final grave (V agudo. Tan eptasilabo es
cEl dulce lamentar»
como
tSalicio juntamente: »
porque la sílaba aguda en final de verso equivale á dos.
Por la misma razón el verso sáfico debe tenor dos partes alicuantas: una es el veno
de cinco sílabas y el de nueve. •
f Dulce vecino de la verde selva»
tiene los dos quebrados
c Dulce vecino»
y
c Dulce vecino de la verde»
Cuando la octava acentuada en el sáfico es final de palabra aguda, el quebrado da
nueve sílabas queda en ocho con la última aguda, como en
f Huésped eterno del abril florido»
É
cuyo quebrado de nueve sílabas, es
fl Huésped eterno del abril»
Del mismo modo el pentasílabo se reduce á cuatro silabas con la final aguda^ cuando
es final la cuarta acentuada del sáfico.
El pentasílabo de
c Verde laurea que coronando á Febo»
es
€ Verde laurel.»
El pentasílabo, que tiene la última palabra grave, y acento en la primer silaba, le
llama adónico^ á imitación del verso griego y latino que constaba de un dáctilo y un es-
pondeo; porque al oido italiano y el español lo misipo suena
c Céfiro blando»
m
Dile que moerot
fNobilélethum»
cTemplaque Yestse.»
DOS hecho esta advertencia porque hemos vislo varias odas sáficas, esto es, com-
( de tres sáficos y un adónico, en las cuales este último no lo es, porque la prí-
ílaba no está acentuada:
«Pesares tristes»
«Amof es tiernos»
«pío» son Tersos de cinco silabas; pero no son adonices por faltarles la medida
i castellano se asimila al dáctilo.
)imos qne se aáimilay porque en vano se han querido introducir en nuestra pro*
os pies latinos. La lengua española desconoce los espondeos, pirriquios y ana-
solo el número de silabas y la colocación de los acentos deciden de su versifica-
fas diremos: cuando recita un español versos latinos, se guia por los acentos y
ibas, de tal modo que á nuestro oido tan hexámetro es este verso
cTitire, tu patula^ recubans sub tegminefagi»
este:
cTitirus, tu patula recubans sub tegmine fagi»
^escindiendo de los solecismos, baria rechinar la oreja de un romano. La razón
toda la prosodia latina se funda en la cantidad de las sílabas que ellos conocian
ociaban. Nosotros tenemos también largas y breves: mas no las distinguimos ni
uamos en la pronunciación sino por los acentos. Pueden hacer mas sonoro ó mas
)1 versos por lo cual miramos la prosodia del Sr. Sicilia como una obra muy apre-
; pero no pueden influir en que conste ó no conste.
)mos visto, pues, que en el verso endecasílabo castellano ó ha de estar acentuada
a silaba, ó la cuarta y la octava. Con ninguna otra combinación consta el verso,
le permitirse á no ser que quiera imitarse con él algún sonido ó movimiento, como
3 en esie de Uernandez de Velasco:
c Consigo raudos arrebatarían»
olo tiene acentuada la cuarta, y con el cual se ha significado la velocidad de los
»s desenfrenados cuando ajitan los mares, las tierras y los cielos.
ARTÍCULO IL
'ES de pasar adelante, conviene fijar la atención en otra tercera especie deendeca-
,ya desusado y desterrado de nuestra poesía, aunque no nos parece que lo está de
iana, y que era común entre nuestros poetas del siglo XVL Tal es el verso de
silabas, que tiene acentuada la cuarta y la séptima^ como el siguiente de Garcilaso:
¿Tus claros ojosa ^i^n los volviste?»
ite tiene por quebrados el pentasílabo, y el verso de ocho sílabas, que es entre
el que se aviene peor con el endecasílabo.
I cuarta y la séptima acentuadas forman una armonía semejante al sonido vulgar
gaita gallega, y está muy distante de la marcha llena y grave del endecasílabo y
ifico. El mismo defecto hallaba Huerta en el célebre verso de Iríarte;
cLas maravillas de aquel arte canto»
España , consulerados como soberanos ¡ndepenJientes de su marca. Por
D. Pr(')S|>ero de BofarrulI v Mascaro. Dos tomos en 8.° mayor. — Barce-
lona 1843. Art. I. . . ' 81
Alt. II 87
Ari. Ilí 89
(fol>iei'no del Señor Rey D. Carlos III, ó instrucción reservada para direccioa
de la Junta de Estado que creó este Monarca: dada á luz por D. Andrés
Muriel. Un tomo en 8." francés. — Paris, 1838. Art. 1 92
Art. 11; 91
El Pailre íuan de Mariana 96
Respuesta á los editores de la Historia de España, por Romey. .... 98
Colección de Cortes, publicada por la Real Academia de la Historia. Cuaderno
28. Cortes de Falencia de 1388. Art. 1 100
Art. II. . 102
Cuaderno 29. Cortes de Toro de 1369. 101
Cuaderno 30. Art. 1 107
Art. II 109
Cuaderno 31. Art. I. 111
Art.n i«
Com|)ondio de la Historia Romana hasta los tiempos de Augusto: por D.
ManuelSilvela.— Paris, 1839. Art. 1 115
Art. II 117
Art. III 119
Traducción de la Historia de la revolución francesa, de M. Tliiers, hecha por
D. Sebastian Miñano 121
Tralado del derecho penal, por M. Rossi, traducido al castellano por D. Ca-
yetano Cortes. Tomo I. — Madrid, 1839. Art. I. . . . ... 122
Art. II 12*
Art. III • 127
Tomo 11. Art. 1 129
Art. II. . 131
Art. III 13*
Libro de los niños, por D. Francisco Martínez de la Rosa.- — Madrid, 1839. 136
Colección de proyectos, dictámenes y leyes orgánicas, ó estudios prácticos de
Administración, por D. Francisco Agustin Silvela. — -Madrid, 1839.. . . 138
Lecciones elementales de Astronomía, j)or M. Arago, traducidas por D. Ca-
yetano Cortés— Madrid, 1839 142
Mecánica aplicada á las máquinas operando, ó tratado teórico y esperimeotal
sobre el trabajo de las fuerzas, por él coronel D. José de Odriozola. —
Madrid, 1839 14*
Tratado elemental de física, por M. Despretz. Traducido al castellano, de la
cuarla edición y considerablemente aumentado por D. Francisco Alvarez,
profesor de medicina y cirujía. — Madrid, 1839. 146
Nueva edición de las obras festivas de D. Francisco Quevedo y Ville-
gas. Art. 1 148
Art. II ; . . 150
Art. IH 153
De la Novela • . 155
De la amela iMSttfñea. Art. 1 156
Arl. II 159
Alt. 111 • 161
Le)eBdas y novelas jerezanas. — Madrid, 1838 163
De la poesía considerada como ciencia. 165
De la supuesta misión de los poetas 1 67
Del uso de las fábulas mitoiójicas en la poesía actual 169
De las costumbres en la |K)esia« • *...i71
.^.^^K -5.
"-i^
LITERARIOS Y CRÍTICOS
D. ALBERTO LISTA Y ARAGÓN.
[12]
RESPUESTA Á UN ARTÍCULO
DE LA REVISTA DE MADRID,
ÍjN los números del Tiempo del 10, 13 y iO de Agosto de ^840, insertamoi tra
artículos sobre la versificación castellana. Eq el primero de ellos distinguimos dos dases
de versos endecasílabos, el endecasílabo propio y el sáfico, dando el primer nombre
al que tiene acentuada la scsta sílaba , y el segundo al que tiene acentuada la cuarta y
octava. I^ Revista de Madrid del raes de Octubre, en un artículo sobre el verso mánot
silabo castellano, llama á nuestra distinción descabellada^ incongruente y absurda. La cen-
sura no puede ser mas agria: falta saber si es justa.
Nosotros no tratamos entonces de demostrar nuestra distinción ; la propusimos como
im ¡Mstulado ,digÁmos\o así, necesario para esplicar la diferencia de movimiento arnióni-
co que admite nuestro verso endecasílabo ; pero esta misma necesidad es una demostra*
cion. Impórtanos muy poco que haya cincuenta años ó un siglo, que se conoció la dis-
tinción que establecimos ; pero la fecha que se asigna en la invista es favorable á
nuestra causa; pues solo de cincuenta anos á esta pártese han estudiado entre nosotros
las humanidades con alguna filosofía.
La cuestión se reduce á lo siguiente : estos dos versos endecasílabos
cEI dulce lamen/arde dos pastores»
«Uuéspedf/frno del \bril florido»
;, tienen igual armonía ó no? Los acentos esenciales , esto es , los que caracteriían las ce-
suras, y por consiguiente los quebrados de estos versos ¿están colocados igualmente ó not
Basta cou el oidoy con la vista para responder.
Preguntamos mas: ¿hay otra combinación posible de acentos esenciales en el ende-
casílabo? No. Los acentos en las tres primeras sílabas ni forman cesura ni quebrado. La
combinación de la cuarta y séptima acentuadas no se admite ya en nuestra poesía. La
de la cuarta y sesta acentuadas sin estarlo la octava, forman un endecasílabo malo, co-
mo este, citado en el artículo á que respondemos:
tGala de Mayo, rosa purpurina. »
Ks malo, porque engaña al oido, acostumbrado á un acento en la octava después deotro
en la cuarta; porque el acento que cae en la sesta obliga á hacerla cesura en la séptima,
cuando el sentido y el acento en la cuarta han hecho ya otra. El acento mas natural
del endecasílabo es el de la sesta, que divide el verso con la posible igualdad. Cuando
existe ' es 9I dominante : si forma esdrújulo, estará mas lejana su cesura dein qÜAta y
será el verso mejor,
c Dióles Mengibar ínclita corona >
i *
Luego si no hay mas que estas dos diferencias en el endecasílabo, menestar ea
distinga dos especie.^^ de versos endecasílabos el que escriba sobre la versificacioa mili
na: uno acentuado en la scsüi : otro en la cuarta y en la octava.^ Parécenoa qnjakMla
aquí hemos observado las condiciones lójicas de una buena división.
\\¿^^..t
LITERABIOS T GBÍTIGOS
D. ALBERTO LISTA T ARAOON,
©©Sü WM lp|gS[L©@©
W. losé Joaquín üt Mota.
L
Tomo sEemrDO.
CALVO-RUBIO Y COMPAÑU, EDITORES:
Vl«n «el 8IMMI*, mtm. II.
ailiKtUlo niieslra vcrsifícatiorr. Xo nos era posible seguirlo en las victsiCudes qneMilrió
al formarse la lengua y poesía ilaliana ; pero podíamos reconocer la difereocM de bio«
\imirnto en este metro, según la diferente colocación de los acentos; y esa fue la que
noá dedicamos á examinar; porque esta era la única investigación útil é importante
que cabía en la materia.
En el articulo de la liceísta se esplica una nueva distinción del endecasílabo, al cual,
en>irtudde su orijen, Wsima fdfiroi fundada no en la diversa armonía que resulta de
la varia colocación del acento, sino en la construcion primitiva del slifico griego y latino.
Examinemos, pues, esta división.
La distinción que en dicho artículo se señala á los versos endecasílabos ó sáGcos
(pnes lodo es uno en aquel sistema fundado en el oríjeo de nuestro verso heroico; es la
sij^uieute:
Sáficos verdaderos ó propios :
Sáfícos inq)ropios.
Llama sáfícos verdaderos ó propios á los que empiecen por un adónico español ^ esla
rs , qiio tengan acentuada la primera y la cuarta con el hemistiquio en la quintil.
Sáficos impropios son todos los demás endecasílabos.
Ejemplos de sálicos verdaderos :
i Huésped eterno del Abril florido»
con la octava acentuada .
c Diales Menguar ínclita corona »
con la sesta acentuada.
Ejemplos de sáficos impropios :
c Vital aliento de la madre Venus »
con la cuarta y la octava acentuada.
c El dulce lamentar de dos pastores : »
con la se.Ma sola acentuada.
Dos son los inconvenientes de e<ta división: l.% confundir en una sola dase verMi
de muy diferente armonía, como son los dos últimos que hemos citado, cuyos hemisti-
quios son muy diversos En la clase de sáficos propios sucede lo mismo: ¿quién do co-
noce la diferencia del movimiento en estos dos versos:
c Gala del Maya , rosa purpurina ,
cuando el orgullo de Dupont rindieron. »
¿Ouién ño siente el diverso efecto de la sesta y do la octava acentuada?
:2." La necesidad de que el sáfico verdadero comience por un adónico español: nece*
sidad , que según hemos probado, no conoció Villegas, el primero que seguo nuestras
noticias dio el nombre de sá/ico á cierta clase de versos endecasílabos. En sus sáGcosee
>en constantemente acentuadas la cuarta y la octava, pero no la primera : asi no eiguié
la ley de comenzar por un adónico.
V en nuestro entender hizo muy bien. Ni los griegos ni los latinos comenauíron iut
sáficos por un adónico: solo emplearon este metro en el cuarto verso de la estrofa sáfica.
¿ Por qué, pues, se han de someter á esta ley los sáficos españoles para merecer el titula
degenuinos?
Se dirá que nosotros leemos el principio de un sáfico latino como un adóñko espa-
ñol, por cuanto la primer sílaba de aquel metro es larga, por ser la |priuiera de un tro-
queo: y nosotros confesaremos que esto es cierto: mas lo mismo nos sonaría el veno.
sáfico, aunque la primera fuera breve , porque las primeras sílabas del endeGasfilalNi
español no mfluyen en su armonía, por cuanto las cesuras na se forman aUi» Lo
suena para nosotros.
ri5]
* € Dentera sacras jacultus arces»
it
< Grávida sacras jaculatus arces. >
< Pues y ¿por qaé, se nos objetará , exíjimos que el cuarto verso de la estrofa sáfíca,
a «<M#iico español?» Porque en las latinas era adónico latino: porque es verso mas
Tto j el acento de la primera silaba influye en su armoní»; porque acomoda, ha*
endo de estar acentuada la cuarta, penúltima del adónico, ahajar lo mas posible el otro
ento, y en fin, porque asi lo hizo Villegas^ que fué el que primero acostumbró los
dos españoles á esta clase de estanzas.
No hay, pues, contradicción ninguna en la distinción que hicimos del adónico y el
^ntasilabo: porque en nuestro mentir basta el pentasílabo |)ara formar el sáfíco, con tal
le también esté acentuada la octava, aunque exíjimos el adónico para concluir la es-
ofa. VilU*gas, imitando á los antiguos, no exijíó el adóniro para comenzar el sáfico:
morqué lo hemos deexijir nosotros, mnclio mas cuando el acento es insignificante en
primer sílaba de nuestro verso heroico?
1^ diferencia, pu(*s,qKe hay éntrelos dos sistemas de distinguir los versos endecasí-
bos, espücados en el artículo de la fíechfa^ y el nuestro, consiste en que el primero se
nda en semejanzas accidentales del sáfíco español con el latino, y el segundo en la po-
!Íon de los acentos dominantes, y por consiguiente en la diversa armonía del metro,
ink^enos este fundamento mas importante que el primero.
liablando del verso de ocho silabas, espusimos dos opiniones acerca de su orijen,
16 unos señalan en el hemistiquio árabe, otros en el segundo hemistiquio de los e\á-
etros groseros de la edad media ; y manifestamos que nos parecía mas probable esta
gunda opiuion. Kn el artículo de la RecÍHía se dice: cEl octosílabo castellano procede
iduda del coriámbico trímetro latino, etc.» Mas que dudoso nos parece esto; porque
t la época en que comenzaron á hacerse versos castellanos de ocho sílabas, ¿quién co-
ncia, quién leia los vei^sosdc Horacio del mismo número de sílabas? Obsérvese ademas
e el coriámbico trímetro aparece siempre acompañado y mezclado con otros metros;
iodo el octosílabo español es casi el elemento único de nuestros antiguos romances
antigás. Parécenos, p*jes, probable que el vulgo, cuyo metro favorito es, lo forjase
los finales de exámetros, ya latinos, }a castellanos, muy comunes en aquella época :
te ortjen, á lo menos de los exámetros escritos en latín bárbaro y corrompido, pudo
bien ser general á los octosílabos franceses é italianos: así como debe referirse á este
'O y no al coriánibiro de Horacio, con el cual no tiene relación alguna, sino el nú-
I de silabas, el célebre himno dé la Secuencia del oficio de difuntos. Los himnos
iásticos en sálicos y adónicos del breviario conservaron este metro en la edad de la
iric: pero ¿dónde se conservó el coriámbico trímetro?
ntos de dar fín á este articulo debemos hacer una protesta. No nos ha movido á es-
to ni á insertarlo el deseo de entablar una polémica , aunque fuese solo literaria ,
Reri.<ta de Madrid. El (|ue ha escrito esta Respursta^ ha sido redactor de aquel perió-
K)r tantos títulos aprecíable, y ha profesado y profesa verdadera amistad y sumo
I á los (|«ie lo fueron después. Pero viéndose censurado con tanta severidad como
la, y designado por su nombre mismo, le ha sido forzoso manifestar que su sis-
1 la cuestión presente , no carece de sólidos fundaiuentos, y que si ha errado ha
lor lo menos razones que disculpen su error.
DEL LENGUAJE POÉTICO.
ARTICUIX) I.
se apodera del poeta la inspiración, se presentan á su fantasía los objetos
describir bajo un aspecto nuevo y antes desconocido; porque no descubre
y«n reluciónos somctid.'is al análisis y á la combinación del ontendimienlo , sino ifhá*
jciK's (¡lio pintan, rasaos y lincamientos que entretallan. Siente en su iiiiajiíif'icíün
cierta efervescencia que quiere trasmitir á sus lectores , y para conseguirlo no halla
medio mas oportuno, ni lo bav , que espresar bien lo que siente. No trata, pues,
de coordinar las ideas según el orden lójico de su deducción ; no trata dc^ buiíear los
pensamientos que prueben una verdad : lo que se siente está suficientemente pnn
Lado; sino los que mejor contribuyan á gravarla en el ánimo, á escitar conuiociooes
y sentimientos.
Cuéntase que un geómetra , asistiendo á la representación de una escclente tra-
jedia al concluirse dijo : y ¡qué prucha esto? Para él nada á la verdad ; pero ú los que
le overon demostn^ su pregunta , que á fuerza de cultivar esclusívamente 8n facul-
tad analítica babia perdido los sentimientos comunes de la bumanidad.asi como otnM
sabios, por entregarse demasiado al estudio han perdido la vista.
La iniajinacion y el corazón tienen , pues , su particular idioma : el que sabe ha-
blarlo es poeta, 'tienen también su lójica y análisis particular; pero no osla del
raciocinio. Descríbase inoportunamente el arco Iris , como dice Horacio , y se notará
al instante la incongruencia. )*lsnrese el actor Irájico su desesperación en antitesis si-
inetrizadas, y se adormecerán los espectadores.
El estilo poético, destinado á espresar imájenes y sentimientos, debe ser esencial-
mente distinto del oratorio , del histórico, del tilosóíico , que demuestran , rac'ioeinau
\ analizan. Mu él la elección y disposición de los pensamientos debe ser adaptada al
íin i\\w se propone el poeta , que es (tí/radar conínovipndo.
Pero pasando ya de los pensamientos á las palabras, esto es, del f9lUo propia-
mente dicho al kutjuajr , ¿ha do distinguirse el dialecto de la poesía del do los otro»
géneros'/ esta es cuestión importante , y que nos proponemos examinar.
Si atendemos á los hechos, es indudable que. la respuesta debe ser afirmativa. No
hay ninguna de las lenguas conocidas, en que el lenguaje poético no se diferencie,,^»
mas, \ a menos, del de la prosa. No hablaremos del idioma griego, que nos es mnv p<N*o
conocido, auu(|ue sepamos por los informes de los mejores helenistas, y por el mis-
mo testimonio de Aristóteles, cuan comunes eran en su poesía lo.s arcaísmos en
^üces \ constrnc(*iones, el uso dolos diferentes dialectos, la transposición , las eon-
tiaccionos , los nmdismos, en fin , que podían usarse en verso y no en pro.<a ; asi
corno ciertas esprosiones de esta no podían emplearse en la poesía. Si de la lengua de
Atonas pasamos á la de los latinos que nos es mas bien conocida , vemos los mismos
caracteres en el lenguaje de ^'irjijio y Horacio, aumentados con muchas conslniceio-
nos tomadas del idioma griego , como nmlus mnnbra , y ([uc no eran permitidas en
prosa.
Vengamos ya á las lenguas modernas. La poesía italiana admite contracciones
que no son permitidas sino on la poesía : la inglesa tiene muchas palabras que no se
usan en prosa, y que en los diccionarios mismos so potan como poéfiras: la francesa,
quizá la mas pobre do todas en esta parte, tiene por lo menos cierta facilidtid de in-
vertir y de cometer elipsis en el verso, que parecerían violentasen el lenguaje des-
atado. La española, en fin, usa en su poesía de mayor libertad en las transposirío-
uos y arcaísmos, asi como en las figuras de dicción, que consisten en quitar, aña-
dir ó transponer silabas ó letras á las palabras. Tiene también voces que no son per-
mitidas en la prosa ; asi como igualmente uspresioncs y modismos familiares que son
mirados como indignos del verso.
Parece, pues, que la misma naturaleza inspira nuevo lenguaje , asi como nuevos
pensamientos á los poetas; pues vemos en todos los idiomas una diferencia tan no-
InbiO en el dialecto de la poesía con respecto al de la prosa. Veamos, pues, si pó-
denlos hallar algún principio filosófico que esplique este fenómeno general.
\'M cuanto á la ira nf posición, que es una dclascualidades principales del lenguaje poé-
tico, no es dificil conocer de dónde procede. En poesía no se observa el orden lójico ni
gramatical délas ideas, sino el del interés que inspiran. De a([ui es que cada palabra de-
bo colocarse donde produzca el mejor efecto posible, ya por las ideas que se le asocien.
\a por su mi.sma armonía. Asi seda por regla general de buena versificación que
so procure concluir los versos con una ' voz principal , como verbo ó sustantivo, y
no con iin adjetivo ó un adverbio. Ademas todos los buenos poetas ban atendido cui-
dadosamente á la armonía, ya en cuanto al sonido general, ya en cuanto ala imitación
tlel objeto que se describe con los sonidos mismos, siempre que sea posible: ya en fin á
la conveniencia de los tonos con el pensamiento. Ideas placenteras y balagüeñas deben
espresarse con sonidos suaves, fáciles y tranquilos: pasiones vehementes y sentimien-
tos impetuosos con cortes violentos y rápidos. Mas para que el poeta pueda hacer esto,
necesita de cierta libertad en las construcciones , de cierta facilidad para trasladar las
palabras de un sitio á otro. Hé aqui el orijen del hipérbaton, que en todos los idiomas
es mas atrevido en el verso que en la prosa. La naturaleza que inspira al cantor colocar
las voces según el orden de interés que tienen los objetos que representan , le ins-
pira también colocarlas donde formen una armonía mas agradable ó mas signifi-
cativa.
El arcaísmo , ó la introducción de voces ya desusadas en prosa, dá al lenguaje
cierto sabor de antigüedad venerable y de candor, que lo hace muy á propósito
para la poesía , porque recuerda los tiempos primitivos en que se raciocinaba menos
que se scntia. Al mismo tiempo son voces , generalmente hablando, mas pintorescas
y que hablan con mas viveza á la fantasía, que las que ha introducido en su lugar
un lenguaje mas culto y modesto. También por mas inusitadas llaman mas la aten-
ción y graban mas profundamente la idea. Por todas estas razones se ha mirado el
arcaismo en todas las naciones como una licencia concedida á los poetas.
Los griegos y latinos la tenian también de componer voces nuevas con elementos
ya conocidos , aunque los primeros con mas latitud que los segundos. Esta libertad
no se ha conservado en las lenguas modernas que proceden de la latina , aunque la
tienen las de orijen teutónico como la inglesa. En la poesía castellana no se usan mas
voces compuestas no admitidas en prosa , sino las que proceden del latin , como armt-
poienítj bdigero^ ignífero y otras semejantes. Las que son de composición castellana,
como biennacido , recienvenido , son comunes al verso y á la prosa .
Las figuras que consisten en la alteración , supresiva ó aumento de letras y síla-
bas pueden haber tenido su orijen en la licencia que se ha concedido á los poetas
para que conste el verso ó para que sea mas armonioso sin alterar el sentido. Es na-
tural que haya sido esta licencia mas lata en la época en que empezaba á perfeccio-
narse el lenguaje , que después cuando ya estaba fijado. Entonces, por ejemplo, pudo
haberse introducido fácilmente decir felice por feliz. Ahora no se permitiría ya escri«
bir udgare ftor vulgar.
Los giros V voces reservados para la poesía forman la mayor y mas escogida parte
del tesoro de la dicción (loética. Cuando Luis de León dijo
«Que tienen y los montes sus oidos»»
y Góngora
«Desnuda el pecho anda ella,»
enriquecieron el lenguaje poético con dos giros hermosísimos. Las voces crinado^ rie^
lar y otras muchas que no se emplean en prosa, forman el diccionarío de la poesía.
Debemos advertir que hay muchas palabras descríptivas, que aunque propias, de
buena formación y sonido y de muy buen efecto en la poesía , no pertenecen sin
embargo al lenguaje poético, porque pueden también emplearse en la prosa. Sírva-
nos de ejemplo la octava siguiente de Balbuena , en que imita un pasaje de Yirjilio:
«Es fama que de un rayo poderoso
En aquellas cavernas soterrado
Está el gigante Encelado espantoso
De todo el monte altísimo cargado:
Del pecho resoplando pavoroso
Humo , fuego y azufre requemado;
Y al anhelar del pecho que rehierve.
La tierra tiembla en torno, y el mar hierve.»
3
[18]
Toda la octava es poética en cuanto á su esülo ; pero las palabras aUi$imo , cargado^
pavoroso , requemado , tiembla , /uVrr^; , aunque gráficas y perfectamente colocadas , no
pertenecen al lenguaje poético , porque pueden usarse en prosa y en la misma acep-
ción. Lo que hay de dicción poética en esta octava son : el participio soterrado : el
réjimen de un rayo poderoso : las transposiciones del segundo , cuarto y quinto verso:
resoplando y al anhelar , no usados en prosa en esa acepción : el anticuado rehiervf ; j
en ún , la espresion adverbial en torno , reservada para la poesía.
Parece, pues, que el principio general que justiGca el uso del dialecto poético,
es la novedad y enerjia que comunica al estilo, sin faltar por eso á los limites que
ha puesto el uso á la infracción de las reglas de la gramática ; y esta habrá sido li
razón por que todas las lenguas , ya con mas , ya con menos latitud , han permitido
ciertas licencias al lenguaje de la imajinacion y de las pasiones.
ARTÍCULO IL
XjNTRE los antiguos poetas castellanos fiolo hay dos que se hayan dedicado á for-
mar el dialecto poético de la lengua , que son Juan de Mena y Fernando de Herrera.
Los poetas castellanos anteriores al siglo XV en que floreció el Ennio español, ni
podian perfeccionar el lenguaje de la poesía , ni aun formar el proyecto de darle un
(xirácter distinto del de la prosa. La razón es evidente. Ni aun el mismo idioma esta-
ba todavía formado. Es cierto que aparece ya en el libro de las Partidas con dotes
muy estimables : dignidad « precisión , número y aun adorno. Pero aquel libro fué
un fenómeno estraordinario. ^Vsi como se adelantó en gran manera á todos los escri-
tos anteriores, asi también fué muy superior á los que se le siguieron en el si-
XIV, y solo en el XY empieza á notarse una dicción que iguale ó aventaje á la suya
en soltura y gallardía.
Podemos, pues, asegurar que el idioma castellano no empezó á fijar su construc-
ción , y por consiguiente á ser un idioma formado, hasta el reinado de Juan U.
Ahora bien , cuando la dicción prosaica era aun grosera é indijesta , no era posible
dar á la poética un carácter fijo y definitivo. Prescindamos ya de los primeros rodos
ensayos de nuestra poesía, de los poemas del Cid y del conde Fernán González: aun-
(|uc hablemos de Bcrceo y del arcipreste de Hita , ¿quién negará que sus versos , tal
vez muy poéticos en cuanto al pensamiento, están escritos en un lengUcijc mas tosco
y dipsaliñado que la prosa del marqués de Santillana y del bachiller de Cibdad Real?
Pero esta prosa tiene ya la misma construcción que la que se habló en el si-
glo XVI , aunque conserva en los accidentes muchos vestijios de rusticidad, que fae-
ron ¡)oco á poco desapareciendo. Entonces fué la ocasión oportuna de darle también
su verdadera construcción al lenguaje poético castellano : y eso fué lo que solicitó
Juan de Mena. Cotéjense sus composiciones con las de los poetas coetáneos suyos , J
so conocerá fácilmente esta intención. Las estanzas de Jorjc Manrique, tan elegan-
tes , tan melancólicas , no presentan el menor vestíjio de semejante proyecto. Los
pensamientos son nobles y dignos de la poesía; las voces pertenecen todas al lengua-
je común , y no hay ninguna que no se pudiera hallar en los escritores prosistas de
aquella época. No asi las poesías de Juan de Mena, donde se hallan muchas voces,
la mayor parte tomadas del latín , que ni entonces ni después se usaron en prosa.
Basta para convencerse de ello leer las muestras que do este poeta presenta el señor
Quintana en su colección , y se verán las siguientes espresiones, inventadas de pro-
pósito por él para hacer poético su lenguaje :
«nuevos yerros»
«la noche pasada hacer los planetas»
«con crinen tendidos arder los cometas»
«las aves nocturnas y las funéreas. *
Las voces cdrbasos, el Birseo muro , abusioties , la menstrua luna , tientan por procQ**
[19]
rar, pruitia^ semilunio, y otras muchas aglomeradas en pocos versos, no usadas nunca
en la prosa castellana , anuncian muy á las claras en el poeta cordobés la intención
de crear un dialecto poético , aunque todavía tenia que luchar su grande genio con-
tra la rusticidad del lenguaje.
Pero en ninguno de sus coetáneos, ni en Juan de la Encina, ni en Boscan, ni en
Garcilaso que aclimató en España el metro y carácter de la poesía italiana , se des-
cubren señales de semejante idea. El primero, y acaso el único del siglo XYI, que]tomó
á su cargo continuar el proyecto de Juan de Mena, fué Fernando de Herrera, el mas
esmerado sin disputa en cuanto al lenguaje de todos los poetas de aquel tiempo.
Herrera emprendió su obra con mas tino , con mas conocimiento del arte y con
mas caudal de erudición que su antecesor, el cual apenas había hecho otra cosa
que introducir voces latinas no usadas antes. El poeta sevillano tomó de esta lengua
menos palabras y mas giros y modismos; aumentó la libertad de las transposiciones,
de las JBguras de dicción y de los arcaísmos ; y puso sumo cuidado en el escojimíento
de las palabras, especialmente las gráficas y descriptivas, y creó nuestro lenguaje
poético tal como existe en el día. No dudamos asegurarlo asi , porque no hay ninguna
licencia délas que usa Herrera que no sea permitida en la actualidad: mas no se
«uele usar de ellas con tanta frecuencia como él lo hizo.
En efecto., su frase , siempre engalanada y artificiosa , aunque siempre bella,
f presenta vestijios del trabajo ; y los versos buenos han do tener la apariencia de
a inspiración espontánea. Esto no es de estrañar. La lengua , aunque ya formada,
no tenia aun aquella flexibilidad que adquirió después en las plumas de Rioja , Ar-
gnijo , Cervantes , (considerado como prosista) y Lope de Vega , que prefiriendo la
facilidad á todas las dotes poéticas , díó el pernicioso ejemplo de hacer versos sin
poesía. Si Garcilaso tuvo también que hacer esfuerzos , muchas veces inútiles , para
doblegar el idioma á los sentimientos de ternura candida y sencilla que respiran
sus églogas , ¿ cuánta mayor dificultad debió encontrar Herrera que solicitaba no
solo domarlo sino formarlo de nuevo ?
Rioja disminuyó algún tanto la ostentación del lenguaje poético , y se aplicó mas
cuidadosamente á la armonía , al escojimiento de palabras pintorescas y al arte de es-
presar poéticamente pensamientos filosóficos. Mas no por eso despreció el dialecto de la
poesia ; antes lo empleó con tanta felicidad, que en sus versos vienen como nacidas
aquellas espresiones, que aunque hermosas y oportunas, parecen buscadas en Herrera:
< ¡ Cuan callada que pasa las montañas
El aura respirando mansamente!
¡ Qué gárrula y sonante por las cañas ! »
¿Quién fija la atención en las tres voces poéticas que contienen estos versos , ni en
la elipsis del tercero? Pero cuando Herrera comienza su hermosa oda á D. Juan de
Austria :
«Cuando con resonante
rayo y furor del brazo impetuoso
á Encelado arrogante
Júpiter poderoso
despeñó airado en Etna cavernoso:^
Todo el artificio de la frase poética se deja sentir : los epítetos resonante y eaxiernoso,
la supresión del artículo antes de Etna, y el hipérbaton del objeto del verbo colo-
rado primero que el sugeto. \
I^ manera de Rioja fué mas imitada de Arguijo , Jáureguí y Góngora cuando son
bnenos, del bachiller Francisco de la Torre y Balbuena, que enriquecieron el idio-
ma poético con un gran número de espresiones descriptivas : en fin , por todos los
poetas á quienes no arrastró la contajiosa facilidad de Lope de Vega. Usaron de
las licencias adquiridas por el gefe de la escuela sevillana , mas ninguno se atrevió
á prodigarlas; porque no se debe llamar lenguaje poético la oscuridad afectada ni
\
\
.f20]
las metáforas atrevidas de Góngora , ni la introducción sin tino ni medida de voces
latinas, que adoptaron los sectarios de la latiniparla.
I.a poesía, la elocuencia y el idioma se corrompieron en el siglo XYII. En el XVIII
se introdujo entre nosotros la literatura francesa ; y no puede negarse que en com-
pensación de otros inconvenientes debimos á ella el conocimiento de los verdaderos
principios de la elocución poética , y el estudio , tantos años interrumpido , de nues-
tros buenos poetas del siglo XVI. Lu/an , hombre de mas gusto que genio , enseñó ¿
estudiarlos de nuevo y á imitarlos no sin felicidad. Siguiéronle el P. González, Mo-
ratín el padre é Iglesias desprovistos también de genio (este último robó sin piedad
al bachiller de la Torre y á iialbuena]. Al fin apareció Melendez, y las musas caste-
llanas volvieron á repetir los sones de sus antiguos vates.
Melendez no puso grande atención al dialecto poético en sus primeras compo-
siciones , consagradas casi todas al amor. Después fué mas atrevido , pero sin desfi-
gurar el idioma. No asi Cienfuegos, ante cuyos pensamientos colosales desaparecía
liasta la gramática. Sus imitadores no han contribuido á justificar su manera.
Se ve , pues , que en el dia nuestro lenguaje poético está reducido al que nos legó
Herrera , pero usado con la prudente frugalidad de Rioja. En lo que hay mas li-
hertad es en los arcaismos: no tanta en el uso de las figuras de dicción, y menos
aun en las transposiciones después que Tomé de Burguillos ó Lo\}C de Vega escribió
rstos versos en la. Gatomaquia :
«En una de fregar cayó caldera,
(trasposición se llama esta figura).»
poético tan abundante y vanado como el de Jos griegos:
pero el que basta para no envidiar á ninguna de las lenguas modernas, inclusa b
inglesa, siempre que se maneje con talento y prudencia.
DE LA ELOCUCIÓN POÉTICA.
ARTICULO I.
Lista es una de las malerías mas difíciles de tratar en literatura. Horacio, que es
sin disputa el mejor maestro de poética conocido en el siglo brillante de los latinoSf
cuando llega á tocarla, so contenta con espresar sus ideas por medio de metáforas, y
iKj la desentraña íilosóiicamente, cosa que por decirlo de paso, no .se exijia ea su
l*en)po.
< Pnnnun egn me illorum^ quibua dederim esse portas^
Eacerpam numero : ñeque enim coucludere verstmi
Direris esse satia ; ñeque si qitis scribat tiíi nos
Serinoni propriora , pufes kunc esse poefxtm.
Ingenium rni .<?í7, aii mens divinior , aique os
Magna sonatunim, des nominis hujus honorem,*
((Vo me borro del número de aquellos
A los cuales confieso por poetas,
Xo Tjasta componer versos que consten;
[21]
Y si alguien, como yo, los escribiere
En estilo á la prosa semejante,
No pienses que es poeta. De este nombre
Solo darás la gloria al que posea
(jcnio , mentó divina y voz sublime). »
Entra después en la cuestión de si la comedia es poema ó no , y parece inclinarse
á la negativa : pues aunque tal vez se eleva un poco el lenguaje en los trozos en que
habla la pasión , como cuando un padre reprende los vicios de «u hijo , sin embar-
go , nunca sale del tono ni de las ideas de un padre verdadero en la misma situación:
lo que puede conocerse, añade, en que destruyendo el artifício y el hipérbaton de
los versos cómicos , lo que resulta es prosa pura ; cosa que no sucede on im pasaje
venladeramente poético de la epopeya ó de la oda.
Estas reflexiones de Horacio son preciosas, y nos obligan á admirar «1 instinto
admirable de su gusto , que le dictó por sentimiento la diferencia esencial entre la
elocución poética y la prosaica. Si es posible deducirla á priori de principios filosó-
ficos, es imposible describirla con mas claridad ni exactitud. Aspiremos,. pues, á la
gloria de interpretarle^ ya que él mismo nos ha impedido la de sentar las reglas;
porque lo hemos dicho, y lo volvemos á repetir, en materia de buen gusto será
siempre necesario recurrir á las máximas del poeta de Venusa.
Tres cosas son las que requiere Horacio en el verdadero poeta para que se dis-
tinga de un prosista:
cGenio^ mente divina, voz sublime:»
pslo^s, disposición para sentir y ser inspirado por la belleza ó la sublimidad; enten-
dimiento capaz de contemplarla y de hallar las relaciones que la forman ; lenguaje y
ai-mooia á propósito para espresarla. De estcrs tves elementos se compone la elocu-
ción poética.
.No basta sentir y gozar la belleza ideal : es necesario hallarse inspirado por ella,
competido á reproducirla; es preciso verla en nuestra fantasía, al mismo tiempo que
oiwa sobre el corazón, pintándose en aquella y dominando en este, y pugnando por
lanzarse de nuestros labios bajo las formas nuevas que le hemos prestado. La opera-
ción del genio es misteriosa , como todas las de la naturaleza cuando transmite la
vida. Nadie la ha espresado mejor que el poeta de Sion cuando dice; escápase de mi
rurazon el oanto de la felicidad : eruetnail cor meiim verbttm bonum.
La inspiración produce nccesíniam en te las ideas y pensamientos que nuestro au-
tor llama divinos, porque se apartan de la combinación sabida y usual de las refle-
xiones humanas. Las ideas poéticas, generalmente hablando, no se presentan bajo
formas analilicas, ni se deducen del raciocinio : son verdaderos cuadros, verdaderas
im.ijenes que el poeta percibe por intuición , ó bien que conmueven sus afectos, y le
inspiran el idioma propio de cada uno de ellos. La mente </tvtna del poeta es el alma
de su elocución : es la quería á su estilo el carácter verdaderamente poético: porque
es la que diferencia los pensamientos en su esencia y en su giro de lo que deben ser
en Jos escritos prosaicos.
En ^u esencia. Los otiadros , las imájenes y los sentimientos pertenecen á un mun-
do ideal, muy diferente del común, sobre que se versan ordinariamente nuestras fa-
cultades intelectuales. En este nuevo universo, creado por la poesía, todo es vida,
iodo es acción. Los montes se conmueven , los elementos tienen sensibilidad , ^os ani-
males raciocinan^ y hasta las ideas generales formadas por nuestra facultad de abs-
traer, tienen propiedades humanas : nos oyen , nos hablan , nos consuelan , nos re-
prenden. Es \\!rdad que el buen poeta sabe conservar relijiosamente la verdad intrín-
Keca 6 ideal de las cosas : sabe espresar , pero sin descubrir su artificio , las relaciones
i'onstantes que existen entre esc mundo fantástico y el verdadero : mas no ])or eso
dejan de pertenecer á él los pensamientos con que esplica la idea principal ; pensa-
tuienUis que son los que en cualquier género caracterizan el estilo.
no serían estos versos do una sílaba, sioo de dos; porque en nuestra versificación, toda
silaba final de verso en palabra aguda, equivale, como ya hemos dicho, á dos sílabas,
l^os de dos sílabas apenas pudieran seguirse unos á oíros sin que pareciesen de cuatro,
como estos:
c Penas
graves
sufres,
hombre:
penas
graves
sufra
yo»
l>;is palabras de una ó de dos sílabas no han figurado en la versificación castellana,
sino en los ecos^ especie de juego de mal gusto, del cual vemos ejemplos en Calderón,
en Lope y hasta en Haltasar de Alcázar. £1 poeta pregunta, el eco responde, yá veces
las respuestas de este reunidas forman sentido completo.
Tampoco conocemos, sino en este caso, versos de tres sílabas, que nos parcceriaa
hemistiquios de uno de seis, como estos:
i Alabas
alegre ,
jilguero
veíoz,
al alba
que nace
primicia
del sol.»
Estos ocho versos de tros silabas son visiblemente cuatro de seis.
Lo mismo podríamos <lerir del verso de cuatro sílabas con respecto al de ocho; pero
aquel ya e\istc por sí solo eii las coplas de pie quebrado, ya grave, ya agudo.
cCóino se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,*
«Cualquiera tiempo pasado
ei mejor. »
Produce buen efecto después del octosílabo por sor su parte alícuota. Podemos dedr,
pues, (|ue el trlrasiilalH) es el metro castellano de menor número de filabas,
llay versos de 5, <», 7, 8, 9, 10 y 11- sílabas. Mas allá no hay metros; pues el de \i
se compone necesariamente de dos de O, y el de 14 de dos de 7. Nadie, que nosotrosse-
pamos, ha usado ni aun examinado el de la. Parece que este es el término desde el cual
en adelante no puede ya el oído percibir la medición del verso. No ignoramos que el
«irabe tiene versos de 10 sílabas y el francés de 1 i: pero estos suenan como dos de 7 y
aquellos como dos de 8. Los latinos los tenían de mas silabas, pues el hexámetro podía
llegar hasta 17, y este de Horacio
Solciíur acris hijems grata vice veris et Favoni
tiene también 17. Pero los latinos no valuaban sus versos por sílabas, sino por pies.
El verso de cinco sílabas y el de seis son por su brevedad, propios para la endecha
ó canto dolorido y triste. Sienta muy bien el pentasílabo después del endecasílabo td/ko*
cuyo quebrado es: pero ¿porqué en este caso ha de ser adónico^ esto es, ha de tener acen-
túa Ja la primera? Bus:¡uen los intelijentes en música la razón filosófica de esta anomalía:
[II].
mientras nosolró» la alribuimos á la costumbre introducida por los que están habituados
á las estrofas sáficas de los latinos. Porque este es un principio que debe tenerse siem-
pre presente en materia de versificación. No hay que engañar al oido cuando se le ha acos-
tunibrado d una tensacion. Todo lo que la desmienta ó la varié, le desagrada. Pondremos
por ejemplo los pies quebrados de cinco silabas en las coplas de ocho, que desagradan,
porcjue el oido espera uno de cuatro: bien que en este casv> se puede asignar una razón
musical, y es que el de cinco no es quebrado del de ocho*
Los de 7 y 8 silabas son en los que mas brilla la gentiléxa y gallardía de las musas
castellanas. El de 7 , compañero frecuentemente del endecasílabo cuyo quebrado es,
le auxilia notablemente en la espresion de los sentimientos enérjicos y elevados, sirvo
para templar su tono» dar pausa á su armonía, y ó bien' terminar la eslanza con un pen-
samiento concisamente espresado, ó bien proporcionar desde él un nuevo vuelo de la
imaji nación.
Generalmente se cree que el verso de 8 sílabas es el hemistiquio del árabe de l(r,
que los conquistadores de España nos dejaron. Esta opinión es muy probable; pero no
esplíca por qué este metro es común á la poesía francesa y á la italiana. Los que han
olMervado ]que los hexámetros latinos acaban casi todos en versos de 8 silabas, han
dicho que este procedió de los leoninos de la edad media, imitados, aunque con suma
rudexa, en las primeras poesías de nuestro idioma. En el poema del Cid se encuentran
estos versos:
€l)e los sos oíos lan fuerte mienlre lorando
£ sin (aleones é stit adtores mudado»»
\ otros muchos de esta medida.
Entre estas dos opiniones puede adoptarse la que mas acomode á cada lector: noso-
tros nos inclinamos mas á la segunda, porque esplíca mejor la generalidad de este me-
tro en la Europa. No puede el verso de 8 sílabas traer su oríjen del griego , donde se
encuentran algunos de esta medida, porque los latinos, que son los que debieran habér-
noslo transmitido, no lo adoptaron.
£1 verso de 9 sílabas es rarísimo en espafíol , y muy dificil de construir. En la
poesía francesa es por el contrario muy común: mas no conocemos ninguna composición
castellana hecha en él; sino tal cual verso intercalado con otros metros. Sin embargo,
como quebrado del sálico pudiera reunirsele , asi como el de 7 sílabas al endecasí-
labo propio. Los siguientes versos , traducidos de iguales metros franceses,
• c Verde enramada, tu frondoso abrigo
oculte al prado mi dolor:
sé de mi llanto eterno y fiel testigo:
pues que lo fuiste de mi amor.t
no suenan tan mal que deba desesperarse de hacer uso de los versos de 9 silabas
en combinación con los sáficos.
Los versos de 10 sílabas, como estos,
«
cA mi dueño le be dado la mano
Parte, pues, dulce bien de>mi vida»
liento la particularidad de oo hacer el hemistiquio en el medio, á pesar de que es par
el número de silabas. Los italianos lo usan mucho en los compases rápidos de las ca*
batinas.
Nada diremos del endecasílabo, porque hemos hablado largamente de él en los dos
artículos anteriores.
[12]
RESPUESTA Á UN ARTICULO
DE LA REVISTA DE MADRID,
1!jN los números del Tiempo del 10, 13 y iO de Agosto de 1840, insertamos treí
artículos sobre la ver$ificacion castdlatm. En el primero de ellos distinguimos dos cbseí
de versos endecasílabos , el endecasílabo propio y el sáfico, dando el primer nombre
al que tiene acentuada la sesta sílaba, y el segundo al que tiene acentuada la cuarta y
octava. I^ Revista de Madrid del raes de Octubre, en un artículo sobre el verso etuketf^
filaba castellano, llama á nuestra distinción descabellada^ incongruente y abswáa. La eeo-
sura no puede ser mas agria: falta saber si es justa.
Nosotros no tratamos entonces de demostrar nuestra distinción ; la propusimos como
iin /lo^/f/ Wo,dig<1moslo así, necesario para esplicar la diferencia de movimiento armóni-
co que admite nuestro verso endecasílabo ; pero esta misma necesidad es una demostra*
cion. Impórtanos muy poco que haya cincuenta años ó un siglo, que se conoció la dis-
tinción que establecimos ; pero la fecha que se asigna en la ñemsla es favorable á
nuestra causa; pues solo de cincuenta años á esta pártese han estudiado entre nosotros
las humanidades con alguna filosofía.
La cuestión se reduce á lo siguiente : estos dos versos endecasílabos
cEl dulce lamen/arde dos pastores»
< 11 uésped eterno del A6r(7 florido »
¿tienen igual armonía ó no? Los acentos esenciales , esto es , los que caracteriían las ce-
suras, y por consiguiente los quebrados de estos versos ¿están colocados igaalmenCe ó Dot
Basta con el oidoy con la vista para responder.
Preguntamos mas: ¿hay otra combinación posible de acentos esenciales en el ende-
casílabo? No. Los acentos en las tres primeras silabas ni forman cesura ni quebrado. La
combinación de la cuarta y sc^ptima acentuadas no se admite ya en nuestra poesía. La
de la cuarta y sesta acentuadas sin estarlo la octava, forman un endecasílabo malo, co-
mo este, citado en el artículo á que respondemos:
tGala de Mayo, rosa purpurina. >
Es malo, porque engaña al oido, acostumbrado á un acento en la octava después deotio
en la cuarta; por(|ue el acento que cae en la sesta obliga á hacer la cesura en laséptímaf
cuando el sentido y el acento en la cuarta han hecho ya otra. El acento mas oatunl
del endecasílabo es el de la sesta, que divide el verso con la posible igualdad. Cuando
existe ' es el dominante: si forma esdrújulo, estará mas lejana su cesura déla qóiala y
será el verso mejor,
c Dióles Mcngibar ínclita corona >
Luego si no hay mas que estas dos diferencias en el endecasílabo, menester et Ota
distinga dos especies de versos endecasílabos el que escriba sobre la versificación caftalla-
na: uno acentuado en la sesta : otro en la cuarta y en la octava.^ Pereceóos que bails
aquí hemos observado las condiciones lójicas de una buena división
[13]
En cuanto á los nombres que les hemos impuesto, esa es cuestión meramente de px-
hibra$^ como nos parece que lo es toda la impug^nacien que se nos hace en la Recisia,
Sin embargo , daremos razón de la nomenclatura que hemos adoptado.
irOs primeros versos que hemos hallado en nuestros poetas con el nombre de gáficosy
siendo endecasilabos, son ios célebresy bien conocidos de 1). Esteban Manuel de Villegas;
pues los que con el titulo de sd/ioosadónicoB puso Lope de V^ega al fin del primer acto de la
Üoi'otéa^ son deli silabas, sin que se alcance el motivo de aquella singular denominación.
Ahora bien, estudiando el artificio de los versos de Villegas, hemos observado que
su ley constante es tener acentuadas la cuarta y la octava. El articulo de la Revhta, que
exíie la acentuación de la primer silaba para que un verso castellano sea propiamcnie
Báfico, dice que á Villegas iscle fué el mMo ql cielo cuando escribió
c Vital aliento de la madre Venus. »
Pero la verdad es que Villegas no tuvo por necesaria la acentuación de la primera:
pues en aquella composición hay muchos versos donde falta, y no es solo el que se cita
en la Rc^oUía, Ninguno de estos,
t Si de mis ansias el ardor supiste, •
c Asi los dioses con amor paterno, t
cAsí los cielos con amor benigno,»
c Jamas el peso de la nube parda , »
c Entre tus plumas de color nevado, >
«Y entre tus uñas de granates llevas.»
ni de otros 16 que no citamos por evitar prolijidad, en dos composiciones no muy lar-
gas, tienen acento en la primera. Villegas, pues, no lo creyó necesario. Mas nunca falta
en la cuarta ni en la octava.
Estos versos de Villegas se han llamado siempre 9áf.c6% por todos los humanistas es-
pañoles. Xo créimos, pues , cometer un yerro, llamando %áfico al endf^casílabo de cuar-
ta y octava acentuadas. Ni nosotros , ni los que antes de noj^otros han usado de esta de-
nominación , ni el mismo Villegas que según parece, la introdujo, han querido dar á
esta palabra otro valor que el de la semejanza que tiene el verso así acentuado con el
sonido del metro latino del mismo nombre, pronunciado á la española. Usamos, pues,
de esta voz en el sentido que siempre se ha usado entre los que hablan y escriben de
estas materias.
Al endecasílabo acentuado en la sesta le llamamos endecasílabo propio^ porque
tratándose de una versificación que consiste en el número de sílabas y en la colocación
de los acentos, es el que lo tiene en el sitio mas natural que es enmedio del verso. Asi
es que el quebrado mas propio del endecasílabo es el eptasílabo formado por el acento
en la sesta. El verso sáfico, aunque endecasílabo también, ni tiene la misma armonía, ni
los mismos espacios musicales, ni el hemistiquio natural del otro.
Esto hemos dicho en defensa de nuestra nomenclatura ; pero lo repetimos , esa es
cuestión muy subalterna y de ninguna ó poca importancia. Llámeseles como se quiera,
con tal que se reconozca la diferencia esencial que hay entre ambas especies de verso.
En el artículo de la Recisia seestraña que confesando nosotros que el endecasílabo
tuvo su orijen en el sáfico griego , no reconozcamos como sdficos , todos los endecasí-
labos italianos , franceses y españoles.
Pero la culpa no es nuestra , sino del uso común que solo llama sáficos á los cons-
truidos de cierto modo , y á los demás los llama simplemente endecasílabos. Ademas,
los primeros poetas italianos tomaron de los latinos el número de sílabas; mas no toma-
roa su cantidad , elemento prosódico que perdieron al formarse las lenguas modernas.
Es oatural que en los primeros endecasílabos procurarían imitar el sonido de los latinos;
pero en breve conocieron que variando la colocación de los acentos sallan nuevos rit-
mos dependientes de ella y no despreciables para la armonía. Todavia conservan los
italianos la combinación de lacoarta y séptima acentuadas que nosotros hemos abandonado.
Distinguimos, pues j los endecasílabos no tomando por base su orijen^ sino el estado
adiial (lo nllo^(^a vcrMricarion. Xo dos era posible seguirlo en las vicisiludes qnera&rió
al formarse la lengua y poesía ilaliana ; pero podíamos reconocer la difereDCMi de mo-
\imirn(o en este metro, segiin la diferente colocación de los aceolos; y esa fue la que
ííon dedicamos á examinar; porque esta era la única investigación lUU é iniporUiDte
que cnhia en la materia.
lln el articulo de la Kcvisia se esplica una nueva distinción del endecasílabo, al cual,
en^irtudde su orijen, llama .<a/7ro: fundada no en la diversa armonía que resulla de
lu varia colocación del acento, sino en la construcion primitiva del sAlico griego y latino.
Kxaminemos, pues, esta división.
La distinción que en dicho artículo se señala á los versos endecasílabos ó sáGcos
(pnes todo es uno en aquel sistema fundado en el orijen de nuestro verso heroico) es U
sii^uieute:
Sáfícos verdaderos ó propios :
Sáfícos impropios.
Llama sáfícos verdaderos ó propios á los que empiecen por un adonico español , esla
rs , que tengan acentuada la primera y la cuarta con el hemistiquio en la quintil.
Sálicos impropios son todos li>s demás endecasílabos.
I^emplos de sálicos verdaderos :
c Huésped eterno del Abril florido »
con la octava acentuada.
c Diüleí Memjihar ínclita corona »
con la sesta acentuada.
Ejemplos de sáfícos impropios :
c Vital aliento de la madre Venus »
con la cuarta y la octava acentuada.
c £1 dulce lamentar de dos pastores : >
con la sesta sola acentuada.
Dos son los inconvenientes de esta divitüion: 1.°, confundir en una sola elase verM»
de muy diferente armonía, como son los dos últimos que hemos citado, cuyos bemisli"
quios i^oii muy diversos En la clase de sáfícos propios sucede lo mismo: ¿quién noca-
noce la diferencia del movimiento en estos dos versos:
c Gala del Mayn, rosa purpurina,
cuando el orgullo de Dupont lindieron. >
¿Ouién no siente el diverso efecto de la sesta y de In octava acentuada?
^." 1^ necesidad de que el sáfico verdadero comience por un a(/ó/iicr> e.spañol : nece-
sidad, que según hemos probado, no conoció Villegas, el primero que según nneslrat
noticias dio el nombre de íáfico á cierta clase de versos endecasílabos. En sus sáGcos tt-
Acn constantemente acentuadas la cuarta y la octava « pero no la primera : asi no siguió
la ley de comenzar por un adonice.
V en nuestro entender hizo muy bien. Ni los griegos ni los latinos comensearon sos
sáfícos por un adónico: soloemplearon este metro en el cuarto verso de la estrofa sálica.
¿ Por qu<'\ pues, se han de someter á esta ley los sáfícos españoles para merecer el titula
degenuinos?
Se dirá (|ue nosotros leemos el principio de un sáfíco latino como un adánieo espa-
ñol, por cuanto la primer silaba de aquel metro es larga, por ser la |príuiera de un tro-
queo ; y nosotros confesaremos que esto es cierto: mas lo mismo nos sonaría el veno.
sáfíco, aunque la primera fuera breve , porque las primeras sílabas del endecasílaba
español no influyen en su armonía, por cuanto las cesuras no se forman allí» Lo
suena para nosotros.
c De&tera sacras jacultus arces»
que
€ Grávida sacras jaculatus arces. >
< Piios y ¿por qué, se nos objetará , exijimos que el cuarto verso de la estrofa sáíica,
sea «f/óiiico español?* Porque en las latinas era adónico latino: porque es verso mas
rorto y el acento de la primera sílaba influye en su armonín; porque acomoda, ha-
biendo de eslar acentuada la cuarta, penúltima del adónico, alejar lo mas posible el otro
acento, y en fin, porque asi lo hizo Villegas, que fué el que primero acostumbró los
oidos españoles á esta clnse de estanzas.
No hay, pues, contradicción ninguna en la distinción qué hicimos del adónico y el
pentasílabo: porque en nuestro sentir basta el pentasílabo t)ara formar el sáíico, con tal
que también esté acentuada la octava, aunque oxijimos el adónico para concluir la es-
trofa. Villt^gas, imitando á los antiguos, no exijió el adónico para comenzar el Scáfíco:
¿porqué lohemr>s deexijir nosotros, mucho mas cuando el acento es insignificante en
la primer silaba de nuestro verso heroico?
1^ diferencia, pues, que hay éntrelos dos sistemas de distinguir los versos endecasí-
labos, espiicados en el artículo de la Hechfa^ y el nuestro, consiste en que el primero se
funda en semejanzas accidentales del sáfico español con el latino, y el segundo en la po-
sición de los acentos dominantes, y por consiguiente en la diversa armonía del metro.
Pari'^eenos este fundamento mas importante que el primero.
Hablando del verso de ocho silabas, espusimos dos opiniones acerca de su oríjen,
que unos señalan en el hemistiquio árabe, otros en el segundo hemistiquio de los exá-
metros groseros de la edad media ; y manifestamos que nos parecía mas probable esta
segunda opíuion. En el artículo de la Rccisla se dice: cEl octosílabo castellano procede
fin duda del coriámbico trímetro latino, etc.» Mas que dudoso nos parece esto; porque
en la época en que comenzaron á hacerse versos castellanos de ocho sílabas, ¿quién co-
nocía, quién leia los vei*sosde Horacio del mismo número de silabas? Obsérvese ademas
<|uc el coriámbico trímetro aparece siempre acompañado y mezclado con otros metros;
ruando el octosílabo español es casi el elemento único de nuestros antiguos romances
y cantigas. Parécenos, p*ies, probable que el vulgo, cuyo metro favorito es, lo forjase
de los finales de exámetros, ya latinos, ya castellanos, muy comunes en aquella época :
y este ortjen, á lo menos de los exámetros escritos en latin bárbaro y corrompido, pudo
también ser general á los octosílabos franceses é italianos: así como debe referirse á este
metro y no al coriámbico de Horacio, con el cual no tiene relación alguna, sino el nú-
mero de sílabas, el célebre himno de la Secuencia del oficio de difuntos. Los himnos
(M'iesiásticos en sálicos y adónicos del breviario conservaron este metro en la edad de la
barbarie: pero ¿dónde se conservó el coriámbico trímetro?
Antes de dar fin á este artículo debemos hacer una protesta. No nos ha movido á es-
cribirlo ni á insertarlo el deseo de entablar una polémica , atmque fuese solo literaria ,
con (a Rertítta de Madrid, El que ha escrito esta Rexpuesta^ ha sido redactor de aquel perió-
dico, por tantos títulos apreciable, y ha profesado y profesa verdadera amistad y sumo
aprecio á los que lo fueron después. Pero viéndose censurado con tanta severidad como
injusticia, y designado por su nombre mismo, leba sido forzoso manifestar que su sis-
tema en la cuestión presente, no carece de sólidos fundaiuentos, y que si ha errado ha
tenido por lo menos razones que disculpen su error.
DEL LENGUAJE POÉTICO.
ARTÍCULO h
A.PENAS se apodera del poeta la inspiración, se presentan á su fantasía los objetos
que ha de describir bajo un aspecto nuevo y ánies desconocido; porque no descubre
(
[-28] _
iifeclacion de elegancia, y que nada calla ni dico por respeto A conveniencias sociales,
^o^ las prendas características de los libros poéticos <le la escritnra:']o son lambien de
vran parte de las poesías árabes^ persas é índicas, qne benios leidoen traducciones htj-
rlias en las lenguas modernas de Europa. Tales son también los dotes ilatiirales de la
poesía priiriiliva de las naciones; como liemos visto en las traducciones de algunos píMV
mas de los pueblos bárbaros del Océano pacílico y de la América septentrional.
Solo en la poesía di abe de la edad media encontramos el cuidado de la espresion,
el de la clefxancia, las pretensiones en ün que son propias de Un poeta en una nación
'ivilizada. Pero entonces lo eran los mabometanosv á lo menos cuanto podían permitír-
selo sus creencias relijiosas y políticas, y su moral doméstica; porque es indudable qcie
la poligamia y la esclavitud, el despotismo y el fatalismo son muy poco á propósito para
c¡\ilizar las naciones. Sin embargo los árabes ¿le llaround Alrascbid subian mucho nías
que los paladines de Carlomagno, por mas que Europa contuviese entonces el gran
principio civilizador; pero oprimido por costumbres é instituciones bárbaras. Léanse
Jas traducciones de nuestro insigne orientalista Conde, insertas en su llUíoria de Int
ára¡fe.< dv España^ y se verá que si bien so conserxan en aquellas poesías las dotes prin-
cipales de la oriental primitiva, se vislumbra sin embargo en ellas la delicadeza dW
trato cortesano^ el lujo y pompa de las cortes mahometanas, y aun tal ve/ la galantería
que suele servir de velo y de sepulcro al auu>r en los pueblos harto cixilizados.
Pero á pesar de esUi pe([ueña anomalía, el tipo prímiti\o peruKinece. La poesía
árabe, aunque u)as culta dopues de los Iriunros del i.slamismo, se acercó masque otra
alguna al lenguaje del antiguo testamento, porque el Coran, libro sagrado de los maho-
metanos^ imitó el estilo do la Biblia. Maboma afectó el tono inspirado de los Isaías y
Ágeos: en la parle moral de su libro tomó por modelos á los libros .<apivncía{e.<; y mis
canl(»s á la di\iniilad están Iknos del fuego y aun de los pensamientos <|ue brillan en
las composiciones líricas de la es<rritura. Por esta razón se ha dicho que el poeta de la
Meca formó su relijion de tro/os del judaismo y del cristianismo.
Observamos que de todos los géneros <le poesía conocidos entre los griegos, los ro-
manos y las naciones modernas de Europa, no hallamos mas que cuatro en los pueblos
orientales: rl apoiofjo <» la parábola^ la xnla^ la einjia, y la cyloga: mas no sabemos que se
hayan ejercitado en el drama, en el |M)ema épico, en el didáctico^ tal como lo concebi-
mos nosotros, ni en la sátira. Paiecn; que la oda, el mas sencillo de todos^ pues solo con-
siste en la espresion de un afecto, es el mas adaptable al carácter peculiar de su genio.
Hemos leído que los chinos tienen dramas, y tan largos ({ue suele durar un día entero
su representación; pero no creemos que los tengan los indios. Es cierto que los árabes
no los tienen, y que no los tuvieron los hebreos. (Juizá entre los mahometanos estéo
prohibidas por un principio de su relijion las representaciones escénicas.
S¿ vf's pues, que la poesía oriental es primitiva hasta en la particularidad de ser toda
lírica. Algunos cantos que pudieran graduarse de epkos^ no lo son: están escritos como
los asiáticos, con demasiada exaltación, para que puedan asimilarse á las narraciones df
lloinero y de Virjilio%
ARTÍCULO lU
Ué las literaturas modernas ningunas conócen^ós qne háyánton>iado tanto de la poesía
oriental como la inglesa y la española. Los franceses han tenido excelentes poetas sa-
grados: basta nombrar á Juan Bautista Hónsseau y á los dos Hacines padre é hijo para
convencerse de ello. Pero en ninguno de estos aparece el estilo dramático y sencillo de
los cánticos del antigno testamento, sino acaso en algnnos pasajes de la Alalia de Racioe*
Siempre conservaron el carácter urbano y elegante, pero sin movimiento ni libertada
de la focsía franceM.
El idioma inglés, mas atrevido y mas poético, tomó fácilmente las formas bíblicas*
apenas apareció el sublime >rilton, inspirado por el ángel de Sion. Este insigne génio^
después de haber empapado, por decirlo así, sus alas en las aguas del Jordán, corou"
nicó á su poema las dos prendas mas notables del orientalismo, el atrevimiento y la sen-'
Ae entonces se llenó la poesía inglesa de frases y giros hebraicos, que lienen
imacion aun en las comfyosiciones proGinas^
ñero de nuestros pootas que ennquedó el Parnaso español con csprcsionos
fué el divino lleiTera; pero soVo «n t;om posiciones sagradas ó á las cuales
IOS se pudiese dar un colorido relijioso. £n las demás siguió la manera de Pe-
a cual fué adicto mas de lo qoe convenia á la elevación de su genio. Los poe-
consultarse á si mismos antes de emprender y decidirse mas por el senti-
e por la costumbre de admirar é imitar , que puede ser laudable en los es-
'o perniciosa cuando se quiere remontar el vuelo. Herrera, que cuando cantó
dora> no hizo mas que seguir desmayadamente al amador de l^ura^ se so-
él tanto como el vuelo del águila al de la tímida paloma, cuando aplaude la
e Lepanto ó lamenta la derrota de los portugueses en las orillas del Luco.
10 escribió mas que dos composiciones de esta clase, y en casi toda su carrera
ligó su genio gigantesco á encerrarse en las reducidas dimensiones del plato-
.i agotado ya por'el cantor de Vauclus¿i?
stas dos composiciones son de las mas clásicas de nuestra poesía y de las mas
estudiarse. No es nuestro ánimo analizarlas; sino solo mostrar cuáles son las
ros hebraicos, con que enriqueció nuestro dialecto poético: parale» cual, 4ierá
señalai'los con bastardilla,
'ancion á la Victoria de Lepanio se bailan las siguientes:
€ Cantemos al Seüor^ que en la llanura
venció del ancho mar al trace iiero:
Tíí, Dios de las batallas^ tú eres diesira^
4aíud y gloria nuestra. •
€Sus escogidos príncipes cubrieron
los abismos del mar, y descendieron^
ata I piedra en el profimdox y tu ira luego
los tragó, como ansia seca el fuego» ,
«Derribó con los brazos suyos graves
los cedros mas escelsos de la cima. »
« livbiendo age ñas aguas, i
« Temblaron los pequeiíos, confundidos
del impío furor suyo: <üz'j la frente
contra ti^ Seíior Dios
y los armados brazos estendidos,
moció el airado cuello aquel potente:
cercó su corazón de ardiente saiia.»
« Y de armas de tu fe y amor se visten:
Dijo aquel insolente y desdeñoso:
¿:Vo conocen mis iras estas tierras?
;,o valieron sus pechosl
¿Ouién las pudo librar?... •
iPodrdsu Dios^ podrá por suerte ahora
guardallas de mi diestra vencedora?
Su Homa, temerosa y humillada,
los cánticos en Idgrímas convierte»
£lla y sus hijos tristes mt ira esperan.»
«£1 cuello con su daño al yugo inclinan,
y me dan, por salvarse, ya la mano^
y su valor es vano;
que sus luces cayendo se oscurecen. .
Sus fuertes á la muerte ya caminan,
sus virjenes están en cautiverio. »
« Jú, Señor, que no sufres que tu gloría
usurpe quien su fuerza osado estima
fSO]
precalrriendo en vanidad y en i/yt,
rfiír siiberbio mira:
no dejes que los tuyos así oprima,
y rn $h8 cuerpo* cruel las fieras cebe:
que hecho ya su oprobio y dice: ¿Dónde
el Dios (le estos está? ¿De quién se esconde?»-'
t Vuelve el brazo Imdidoj
contra este, que aborrece ya ser hombre,
y hs honrasy que celas tü^ consiente.»
« Ijeranió la cabezaje! poderoso^
que tanto odio te tiene: en nuestro e*trag^
jutffó el consejo y contra nos pensaron.
Venid y dijeron ^ y en el mar undoso
hayamos de $u sangre un grande lago:
desliagamos d estos de la gente
y el nombre de su Crií/o juntamente.
Hártenle en muerte suya nuestros ojos.
Vinieron de Asia y portentosa Egilo
f /»/* los erguidos cuellos^
y prometer osaron con sus manos
ffíreuder nuestros fines ,
nuestros niños prender y las doncellas. »
€ Puesta en silencio y en temor la tierra,
y cesaron los nuestros valeroi>os
y callaron »
t Cual león d la presa apercibida
»in recelo los impios esperaban
á los que /m, Señor ^ eres escudo.
\ Sus manos á la guerra compfisisíe
y s^ts brazos fortisimos pusiste
como el arco acerado: »
^Turbáronse lo.* grandes y
riudiéron.H temblando;
que mil huyendo de uno se pasmaron.
Tal en tu ira y tempestad seguiste^
y su faz de ignominia convertiste.
Quebrantaste al cntel dragón
Itciio de miedo torpe en sus entrañas, ^
«Hoy se vieron los ojos humillador
drl sublime txtron y su (;raude/a;
que tú solo. Señor, fuiste exaltado;
que tu dia es llegado.»
»Mas, tú, Grecia
Porque ingrata tus hijas adornaste
en adulterio infame á una impia gente,
llega á tu cerviz con diestra fuerte
la aguda espada suya >
< Llorad , naves del mar, que es destruida
vuestra vana soberbia »
«¿Quién contra la espantosa tanto pudott
Se YO, pues, que la canción está como empedrada de hebraísmos. No dejar^tnol
notar que fray Luis de León aunque trató asuntos relijiosos, aunque tan sabio ^
lengua hebrea, aunque tradujo el libro de Job y muchos salmos, tiene menos raff^s
poesía oriental en todas sus obras que esta sola canción de Herrera.
[31]
ARTÍCULO III.
XCEPTO Herrera , ninj^nnodelospoelas de nuestro buen siglo se ^/ropusoenriqucror
loe.sin cistellana con jiros lomados de la oriental. Va liemos visto que no lo Lizo León,
esar de que su estado, sus conoi^imientos en la lengua hebrea }* el tono candoroso
su elocución le convidaban ¿I ello. Calderón tiene algunos pasajes de la Escritura birn
lucidos en sus autos sacramentales: mas no por eso lii/.o alarde dol estilo oriental:
frase, su. estilo son siempre tomados del idioma poético de los españoles.
Después de la restauración del buen gusto en España en el siglo XVllI, poros, muy
os han cultivado la poesía oriental. Entre ellos merecen citarse como modelos la oda
Melendez, intitulada El irwnfo'aparcnie (le los ñutios^ y las dos del sabio y modesto
II José Híddan Á la Venida del Eapirilu Sanio y á la Besuireccion de Jcsiurisío^ inserías
el cuarto tomo de la segunda edición de la colección de poetas castellanos del Sr. ijuiíi-
a. Las citas son inútiles después de las que hemos hecho de la canción de U<*rn>ra.
Aa leerlas para conocer en ellas el tono desusado de la poesia hebrea, tan diíérente
la nuestra.
Mas útil nos parece detenernos á examinar qué asuntos son los que en nue.stras ten-
is modernas pueden tratarse en estilo oriental, y de qué manera puede aclimatarse
re nosotros. Estamos persuadidos de que en los asuntos relijiosos puede y aun debe
optarse el tono de la poesía hebrea, que consagrada esclusivamente á Dios, conserva
*andor genial de los sentimientos, tales como los inspiró la ley natural á los primeros
riarcas. Es imposible espresar la admiración, la gratitud, la esperanza, el amor, el
4ir y demás afectos relijiosos con mas vehemencia, con roas verdad que en los libros
Hicos de la Biblia. La literatura moderna, procurando adornar los pensamientos, los
•virtúa: se complace en ampliar los cuadros y debilita su efecto: evita cuidado.sa-
nte la incorrección y la grosería, y presenta la idea desmayada y sin vigor. No así
poetas hebreos: no se aterraban con las palabras bajas, si eran propias: formaban
ajenes que con un solo rasgo pintaban el objeto :.no embellecimientos buscaban pres-
tos <í traídos lejos. Por eso su espiesion era tierna, vehemente, sublime: porque era
Jftdera.
Siendo Dios el objeto mas sublime de la naturaleza , basta para dar á entender los
itimientos (pie escita la contemplación relijiosa, presentarlos como existen, sin adorpi^s
baja<los, sin escoji miento de frases. Esta es una de las leyes de la sublimidad en el
'rito. Puede decirse que ni las lenguas griega y romana , ni los idiomas modernos
non espresiones hechas para pintar esta sencillez sublime, sino las que han tomado
la hebrea.
No en vano, pues, la presentamos como el tipo de la poesía oriental, que debe em«.
>arse en los asuntos pertenecientes á la relijion. Pero aun hay mas.
La lengua hebrea, superior en esta parte á las demás del mundo, tiene dos clases
lírica relijiosa; la del poeta propiamente dicho y la del profeta. El primero se supone
(pirado por sus sentimientos, que le escilan á cantar: su pensamiento y sus voces son
a verdad dictados por el mismo Dios, pero siempre en armonía con el sentimiento ins-
tado también del cielo. La situación del profeta es diversa : sus voces tienen un objeto
terminado, cual es el anuncio de lo futuro. Su lenguaje no siempre está sujeto como
del pnela , á las le}es de la versificación; pero su estilo es poético, porque es inspirado.
Los Salmos y los diversos cánticos de la Escritura son poesías, rigorosamente ha-
indo, hechas para cantar, como el célebre himno de Moyses después del paso del mar
o, que es la composición lírica mas antigua que conocemos: tienen todas las prendas,
>e someten á todas las leyes de la versiticacion hebraica. El habla de Jacob .1 sus hijos
tiempo de morir y las obras de Isaías y demás profetas, pertenecen á la segunda clase
lírica. Algunas veces se mezclan ambas, como es fácil de reconocer en el cántico de
bacue en los trenos de Jeremías, y sobre todo en el sublime Salmo 21; profecía tan
ra y evidente de los padecimientos del Salvador, como la de Isaías que se ha compa*
lf> con razón á la narración evangélica.
M se crea que la sublime poesia de los hebreos peque por monotonía , como quiso
^' á entender Vollaire, á quien no bastaron sus profundos conocimientos como huma-
32]
i)>\ii |;;n.'t(i(>lriiii ó por lo monos acallar sus preocupaciones anlirelijiosas. Hay entir
I(» pDrla^liebriros <;raniJe diversidad de estilo y tono. De la ternura melaDcólica de
Ji^i eiiKíis ;i la manera osada y caustica de Kzequiel hay inmensa distancia. Los SalniM
(!i* David se distinguen fácilmente délos de Asaf; los primeros son roas »navesy patéticos
f oiuo del hombre hecho sfjun el corazón de Dios; los so^^undos mas magníficos. El senti-
miento domina en los primeros: en Asaf las imájenes. Los cánticos de Moyses respinn
la dignidad de un.lejislador: los escritos de Isaías parecen narraciones históricas.
Solo ha> una particularidad en la poesía hebrea que no puede ser imitada por lus
modernos. ^lada verso se divide en dos ¡Kirtes de las cuales la primera espresa el pensa-
miento, y la se<;unda lo confirma ó modifica. Pongamos algunos ejemplos de esta forma
c.ira< tcrislira de la- versificación hebrea.
í Cfjpfi cnairatU fjlorUnn De i
rf ojíera man^m ejii.< nnuníiaf firmamenívm . »
(l.a gloria del Señor cuentan los cielos,
> el firmamento, su creadora mano.)
« /// e,v¡tu Jsvael de Eaijjfo,
dnnwsi Jacob de populo bárbaro.^
(Cuando salió Israel del fit-ro Egipto,
> del bárbaro pueblo su familia.]
füair diré que esta forma de la poesía hebrea tuvo su orí jen en la manera de cantar
los tersos á do^ coros, ó á una vox y un coro, alternados: de modo que era necesario
suponer que el sí'gnndo con\enia en algún modo con la idea del primero. Pero en nui?*-
tías composiciones, que ó no se cantan ó se cantan de otro modo, no hay necesidad de
obser\ar la lev de la repetición del pensamiento que era esencial |»ara los israelitas.
Pasemos ya de los asuntos relijiosos á los profanos. No creemos que sea oportuna la
ifuitacion del estilo oriental, sino cuando se trate de materias en que intervengan de al-
gjina manera personajes de aquella rejion. Víctor Hugo en su oriental de un árabe Iw-
hlando á su caballo, tiene razón en imitar los jiros de la poesía de aquel pueblo: pen>
liaría muy mal el poeta andaluz que comparase los ojos de una hermosa gaditana á lo.«de
la línrela, ó su ruello á la Torre «iel oro de Sevilla, como el pastor de los cantares com-
paró el de su amada á una torre de marfil.
Oueda la parte mas difícil, que es la buena imitación del estilo oriental en nuestra
poesía. IVro desgraciadamente no hay reglas para esto. Es de aquellas cosas que están
reservadas esclusivainente al genio. Si hay algún consejo posible, es el estudio profundo
de nuestra lengua poética, y desús inmensos recursos. Solo así podrán acomodarse bien
en ella los jiros y espre>iones de la oriental. Así lo hizo Herrera: así Melendez; y si lo hi-
< icron con felit idad, debido fué á su grande tino y maestría en el manejo de la lengitf-
DE LA POESÍA PASTORAL.
^1 es moda en el dia hablar contra el uso de las ficciones milolójicas en poesía, no lo
es mrnos burlarse de líis composiciones pastorales. Pero debemos ser justos: nocsri
romanticismo quien ha proscrito á estas: ya eran mal vistas desde que comenzó U
rexolucion francesa, y se apoderó de los ánimos el genio de la política, qtie es el enemigo
natural de la poesía. I^os románticos actuales no desdeñan la égloga, sino porque Teó-
ciito } Virjilio escribieron algunas. Si no fuera por esta razón, la apreciarían mucho;
pues nadie ignora que la ganadería y pastoreo estuvieron en honor durante la edad
media, así entre bn castellanos como entre los árabes. Pero Virjilio r Teócrilo so*
poetas cldsivof, y es cosa ya decidida que nada bueno pudieron hacer, y que es mcnea-
li»r huir como de una serpiente de todos los géneros en que se ejercitaron.
[33]
Mas lójíca es la oposición contraía poesía pastoral de los que entregados á las pasio-
nes esclusivamente sensuales y al bullicio de los placeres de la sociedad, ridiculizan la
descripción de los sentimientos puros y candorosos de la naturaleza, que son el tesoro
de la poesía bucólica. Estos hombres por lo menos desprecian lo que no sienten, ni
pueden sentir; y su desprecio no procede de una preocupación injusta, sino de su in-
capacidad de percibir las bellezas de la vida campestre. No es culpa de un sordo el
que no haga caso de la música.
No obstante es un fenómeno bastante singular que en ninguna nación haya comen-
zado la poesía bucólica sino en la ópoca de su mayor opulencia y engrandecimiento.
I'n solo poema de esta espe(*íe se halla en los libros sagrados de los hebreos, y es el
Cántico de lo* Cánticos, al cual consideramos ahora no mas que como una composición
poética: sabemos que fué escrita en la época mas brillante de aquella monarquía, y por
nn rey, cuando era ya pasado d ti(*mpo de la vida patriarcal. No se encuentran poesías
de este jénero entre los griegos hasta los tiempos del mayor esplendor de Siracusa.
Viijilio escribió sus églogas en la corte de Augusto: y la Italia era centro de la civili-
zación europea, de las artes y do la opulencia, cuando Tasso y Guarini la encantaron
con el Áminía y con el Pastor Fido, ilasta el reinado voluptuoso de Carlos II no se
conoció la poesía pastoral en Inglaterra, ni en Francia tuvo el tono de decencia conve-
niente hasta el siglo de Luis XIV.
En nuestra España apenas se encuentran una ü otra cantilena en el género pas-
toril, ya en las obras del arcipreste de Hita, ya en las poesías del siglo XV. En esta
época llamaban esclusivamente la atención los conceptos de la gaya ciencia. Pero re-
pentinamente Juan de la Encina introdujo los pastores en los palacios de los príncipes
y señores, con tal fortuna, que á fínes del reinado de Fernando el Católico casi toda
nuestra literatura vistió pellico y tomó cayado. Garcilaso, príncipe de la poesía cas-
tellana, se ejercitó casi esclusivamente en la égloga, y no porque le faltase genio para
la lírica, como lo prueba su oda á la Flor de Gnido, Disfrazábanse los amores pala-
ciegos en traje pastoril, como se ve en el mismo Garcilaso, y es mas que probable
((ue las novelas bucólicas del fMstor de Filida, de la Constante Amarilis, las tres de la
Diana enamorada y otras muchas de menos nombrcidía, tuvieron su fundamento en la
verdad. Obsérvese que en el siglo XVI era España la nación mas poderosa de Europa.
Envista, pues, de un fenómeno tan constante, cual es la aparición de la égloga pre-
cisamente en el tiempo en que las naciones, habiendo llegado á un alto punto de engran-
decimiento, y si se quiere de corrupción, han perdido de vista la naturaleza y suspla-
L*eres candorosos y sencillos, podremos inferir que esta coincidencia no es casual, y que
tiene un motivo digno de ser indagado.
A nosotros nos parece que no puede asignarse otro sino la naturaleza misma de la
poesía, la cual se complace en describir, no las escenas, las acciones y los sentimientos
fí que estamos acostumbrados, sino un mundo ideal, en el cual se perfeccione y se em-
bellezca todo. Ahora bien, la vida pastoril era en la aurora de la civilización la pro-
fesión casi general de los hombres, y no podia tener poetas bucólicos, porque nunca
^ describe lo que se está viendo. Pero cuando en virtud de los progresos de la civili-
zación, que trajo nuevos gocesy nuevas pasiones, se adoptó un modo facticio de vivir,
mas separado, mas lejano del espectáculo continuo de la naturaleza y de Igs afectos
!|ue inspiraba, la existencia campestre dejó de ser prosaica, se convirtió en un mundo
ideal, y entró en el dominio de la poesía.
I^ civilización, como todas las mejoras humanas, produjo bienes inmensos: mas
no puede negarse que el mismo aumento de la industria y de las riquezas, la misma
perfeixion de las leyes y de la policía y aun los mismos progresos de las ciencias, pro-
[X>rcionando mayores comodidades, mayores y mas vivas fruiciones, privaron al hom-
bre de aquel placer puro, tranquilo y exento de cuidados, que es el carácter distintivo
lie la vida pastoral. Pues el hombre, celoso siempre de conservar sus goces, qui.so con-
servar este aunque solo fuese en pintura, por la misma razón que se llenan de paisajes
las paredes de nuestras habitaciones. De aqui nace en nuestro entender el placer que
aos priMluce la poesía bucólica. Nos es útil, porque sin obligarnos á perder los bienes
;le la civilización, nos halaga con la pintura agradable de otro estado de cosas mas
lonforine á los afectos primitivos de la naturaleza, y hasta cierto punto produce el
5
[34]
"buen cfeclo moral de tem|[>lar las pasiones facticias que suelen ser nuestro tormento.
y algunas veces nuestra ruma, en el estado social.
De aqui nace también el principio adoptado como regla en todas las composiciones
bucólicas, á saber, que no se han de describir los pastores como son en el cUa los qnp
guardan ganados, smo como nos figuramos que serían los de las épocas patriarcales,
esto es, con <;ierto grado de cultura, pero sin las pasiones facticias que ha inspirado
el estado de sociedad. Queremos ver reunidos en los interlocutores de la égloga li
sencillez de los sentimientos primitivos, el injénio natural y la elegancia dala espresion,
rosas no fáciles de combinar, y acaso esta dificultad y los defectos de ejecución en mu-
chos poetas bucólicos, han contribuido en este siglo, de mas critica que genio, al des-
crédito de la musa pastoral.
Tcócrito, en efecto, es demasiado grosero, de cuyo defecto le corrijió su imitador
Virjilio. La época de Luis \IV apenas tiene nada apreciable en este jénero, sino al-
gunas composiciones de Madama DeshouHeres; y es fuerza confesar que los pastores
espai^olcs son harto ingeniosos, si se esceptúan los de Garcilaso. No puede decirse otro
tanto de los deTasso, que atinó con el verdadero carácter de esta clase de poesia.
Llevóla al mas alto grado Gesner, abriendo una mina inagotable de riqueza, y con-
sagrando la musa bucólica á la descripción de la virtud. l<no de los grandes titules do
gloria de nuestro Meicndez es haber imitado dignamente al Tcócrito de Helvecia.
No disminuvamos el número de nuestros placeres: no renunciemos Á un género,
que nos pinta al hombre considerado en una posición interesante,y en la cual realmentr
ha existido. No despreciemos una clase de poesia que refresca nuestra imajinacioo,
acalorada por el movimiento tumultuoso de la sociedad, y nos traslada á las escenas
apacibles y tranquilas déla naturaleza. Si vamos al campo á recrearnos, ¿con qué jus-
licia so quiere proscribir la égloga que nos lo representa?.
DBZa HOIAAITVZOZSIAO.
ARTÍCrLO 1.
1 ARECEque en un siglo tan ilustradocomo el nuestro, precedido de otros enquebn-
;con y las ciencias han hecho notables adelantos, no debieran por lo menos pronuncíanr
palabras, á las cuales no correspondiese una idea fija, un valor determinado y conocido.
Sin embargo de esto, y á posar do tantos buenos libros como hay de gramática general
y deidcolojia, se ha hecho de moda la voz romanticiínno y el adjetivo romcíftlico de dondr
<e deriva, sin que hasta ahora se hayan dado sus definiciones ni fijado las ideas qn« If»
íorro.<iponden .
V á la verdad no es empresa fácil. La palabra ?*oma/i/iro no pertenece á nuestro idioma
ni al francés. Es propia del ingles de donde ha .sido importada á otras lenguas. itoaMR-
líe en el idioma británico quiere decir lo ¡tertetiecieníe d fwvda^ significación derivada de
sil priniiti va rai?m?i. Los franceses, que tienen también esta palabra primitiva, que es mov
probable pasase con otras muchas de su idioma al ingles, lian admitido sin dificultad el
.idjetivo romanfií^iie. Mayor oposición debió haber para qne adquiriese la ciudadanía en
Kspafja, donde son tan antiguas las voces novela y tioof/rwv) que significan lo mismo* l'eru
»*n fin, ya está admitido el adjetivo, y limitándonos á su etimolojía parece que no puedr
<*stender.se su significación á mas que á las cosas rclativaf^ pertenecientes ó semejantes
á la novela.
Antes do que hubiese una escuela de literatura llamada romaníicíMno vemos nsad<»
vn los escritores ingleses de mas nota el epíteto romantic en sentido metafórico y aplí'
f-ado á aquellos .sitios campestres en que la naturaleza desplega loda la variedad de sos
formas con el aparente desorden qne la caracteriza, entre los contrastes de hennoiai»
campiñas y collados amenos con raentos escarpados, precipicios horribles, y pénaseos
ostt^rihs é incultos. La pnipiedad de la metáfora es visible: esos paisajes se llaman ro-
i:i¡ínli(os, por su sernojnnzn con !*><: quo so doscribon on las novelas, y que los aiil"*^
[35]
píoUn adornados de todos aquellos contrastes y bellezas. Por la misma razón llamaba
Juvenal poética á una tempestad muy horrorosa.
Hé aquí cuanto hemos podido averiguar acerca del orijen de la voz romanticiámo.
Según él, solo puede significar una clase de literatura, cuyas producciones se semejen
eo plan« estilo y adornos al género novelesco. Por tanto podría decirse que pertenecen
al romanticismo las novelas de Longo, la célebre de Ueliodoro, obispo de Trica; el
AȖo de oro de Apuleyo, y algunos otros escritos de la literatura griega y latina.
Pero como en esta acepción puramente etimolójica no hay nada que se oponga al ca-
rácter y á las reglas de la literatura que so cultivó en los siglos de Ptricles y de Augusto,
Á las cuales ha declarado guerra cruel el romaniicismo actual, iueria es confesar que sus
secuaces comprenden bajo esta voz algo mas que la simple imitación del género nove-
lesco; y pues la oponen á la literatura clásica, es evidente que para ellos tiene mas al-
cance, y que significa alguna coi^a que sea contraría á las ideas literarias de los griegos
y de ios romanos. Veamos, pues, si podemos comprender lo que es.
Si observamos el espíritu y plan de la mayor parte de las producciones que hoy se
llaman románticas^ parece que el carácter de esta nueva especie de literatura es la com-
pleta infracción de todas las reglas poéticas dictadas por Aristóteles y Horacio. Esta creen-
cia se fortifica observando que se contrapone la palabra romann'ctimo al cía^toimo, esto es, á
la literatura que ha permanecido siempre, y aun permanece, sometida á aquellas reglas.
Por mas probable que parezca esta interpretación; por mas que esté justificada por
la práctica de los escritores románticos del dia, aun no podemos persuadirnos de (|ue en
hombres de talento é instrucción, en injénios esclak'ecidos quepa la idea de destruir toda
la lejislacion literaria de Grecia y Homa: y no precisamente por ser Aristóteles y Horacio
sus redactores, sino porque esta lejislacion se funda por la mayor parte en la naturaleza
misma de la poesía. Decimos ;M>r la miiyor/Nir/e,porqueno ignoramos que algunas de las
reglas son meramente de circunstancias, convencionales y peculiares de las formas que
tenia la literatura antigua. La unidad de lugar y de tiempo en el dranoui (para dar á en-
tender nuestro pensamiento con un ejemplo) eran consecuencias de la escena fija é in-
mudable délos teatros griego y romano. Representábase en ellos con lienzos pintados
un grande espacio de terreno: y no había, como entre nosotros, bastidores, telones ni
mutaciones. Era preciso, pues, que el lugar fuese uno solo: y el autor de dramas mas
romántico de nuestros dias, si hubiese de escribir una pieza para que se representase en
un teatro así construido, tendría que conservar la unidad de lugar, mal que le pesase.
I>e la unidad de lugar se deduce inmediatamente la del tiempo; poraueenun mismo
sitio los incidentes deben seguirse con inmediación: mucho mas, cuando no habia ver-
daderos intermedios^ pues á lo menos el coro nunca abandonaba la escena.
Nosotros leemos en Horacio las reglas que dicta á los sátiros, especie de composición
desconocida en la literatura moderna; pues solo nuestros entremeses y saínetes, y mas
aun las parodias y comedias burlescas se les semejan aunque no mucho.
Contaremos, pues, sin dificultad, que entre las reglas de Aristóteles y Horacio hay
algunas que si bien hubo razón para dictarlas y obedecerlas, esta razón no se deduce
de la esencia misma de la poesía, sino de las formas peculiares que tuvoi entonces la li-
teratura. Pero tampoco podrá negársenos que la mayor parte de ellas son inmediata-
mente deducidas déla naturaleza misma. Podríamos citar muchísimas cuya ^'.lactitud
no podrá poner en duda el romántico mas audaz. Pero entre todas recordaremos la de
la unidad.
ii/enique sit qíiodvis si/nplex dumtaxat et unum,» ¿Hay alguna composición litera-
ria, sea drauía, novela, ó diálogo, que pueda agradarnos sin inspirarnos interés? Y este
interés ¿no hade tener por objeto una persona, una empresa ó una acción determinada?
Si el interés principal se pierde de vista en la multitud y complicación de incidentes y
episodios ¿no sentimos disgusto? Pues ese disgusto procede de ver quebrantada la ley de
la unidad. Es imposible que nos interesemos á un mismo tiempo y en igual grado por
muchas cosas ó personas. Héaqui, pues, una ley horaciana, que tienen que observar todos
los poetas: y lo mismo podemos decir de las que son relativas al estilo y lenguaje poé-
tico, al tono de la composición, y á la construcción del plan de la obra, que son las par-
tes mas esenciales en las producciones literarias.
I41S reglas de los antiguos fueron deducidas del estudio y observación de los modelos
[36]
comparados con los efectos que debían naturalmente producir en la fantasía y el corazón:
porque Á esto hemos de venir siempre á parar. £1 ^fViio que describe está obligado a
satisfacer é[gu$lo que goza y siente. La facultad de crear en las artes tiene por objeto
complacer el sentimiento innato de la belleza que reside en el hombre. Este es el prin-
cipio fundamental de la ciencia poética, y estaos la primera ley dolarte: de ella se de-
ducen las demás.
No creemos, pues, que el romanticismo^ si es algo, sea una cosa tan frivola y tenue
como lo sería la mera imitación de las novelas, ni tan anárquica y disparatada, como
una declaración de guerra á las leyes del buen gusto, dictadas por la naturaleza, dedu-
cidas de la observación y consagradas por grandes maestros y grandes modelos. Pues
si no es esto ¿qué podrá ser? ¿qué valor podremos dará esta palabra?
ARTÍCULO 11.
í\.L(jU\OS han creido que el romanticisíno actual es la literatura propia de la edad
media, en que la epopeya se convirtió en novela, la historia en crónicas, y la mitolojia
en narraciones de milagros finjidos. Esta opinión aislada y sin apoyarla en otras coosi-
deraciones, viene á identilicarse con la pnmera que reduce el oríjen de la literatura
romántica á lo que indica su etimolojía; esto es, á la novela, cultivada en los últinH»
tiempos de (irccia, pero no con tanta celebridad como en los siglos de la caballería.
Si esta opinión fuese cierta, el proyecto de resucitar en nuestros dias la literatun
de la edad media, seria tan descabellado como el de D. Quijote. ¿Cómo en una época
de ñlosofla pueden agradar las mismas cosas que entusiasmaban á nuestros cródnlosá
ignorantes antepasados? ¿Cómo una sociedad culta ha de complacerse en las consejas
que inventó el carácter guerrero y supersticioso de aquellos tiempos? La Europa se ha
convertido en una escena política: ¿quien será tan necio que vaya á divertir á los hom-
bres que leen periódicos y discursos de tribuna, con batallas de jigantes y aparicionf*
<le brujas y de nigrománticos? No podemos entender á Calderón que describe las cos-
tumbres caballerescas de su siglo: no sufrimos á Tirso sino á favor de su licenciosa ma-
lignidad; ¿y toleraríamos las hazañas de Amadisy de£splandian,ó los cantos de fiercéof
No queda, pues, otro oríjen probable para el romanticismo, puesto en contraposi-
ción con la literatura clásica de los antiguos, sino la grande revolución social que pro-
dujo en e) mundo la ruina de la rclijion gentílica y la abolición del gobierno republi-
cano. Estudiemos con atención estos dos hechos, y se verá como de ellos ha debido re-
sultar una poesía nueva para los pueblos de Europa.
La relíjion de la antigua Grecia y de la antigua Roma afectaba muy poco el corazón
\ la intelijencia. Sus dogmas solo hablaban á la imajinacion, y sus pompas y festivida-
des á los sentidos. Tenían dioses, que habían sido hombros: tenían creencias, entera-
mente poéticas, que solo fueron en sus principios alegorías injeniosas de los fenómenos
del mundo físico ó intelectual. Estaban tan poco de acuerdo su relijion y su moral, que
como ha observado muy bien Rousseau, la casta romana ofrecia sacrificios á Vénni,y
ol intrépido Espartano, al miedo.
Fl gobierno republicano, que sobrevivió algunos siglos á la libertad de (ireciayá
la república romana bajólas formas municipales, obligaba á los ciudadanos á vivir ene)
foro, donde desaparecían las ideas, los intereses y los sentimientos' individuales, donde
t-l hombre se escondía, por decirlo asi, y solo se presentaba el patriota, el estadista, el
amante verdadero ó íinjido del procomunal.
La sociedad, donde reinaban esta creencia y esta clase do gobierno, debía entre-
j:arse mas bien al estudio de la política que de la moral. Pocas veces reflexinnaría ^
hombre sobre sí mismo, porque toda su atención absorverian la ambición ó el bien de
la patria. El gobierno republicano exije ademas como condición indispensable de su
(*\istencia, la esclavitud doméstica; porque sin esclavos que cuiden de los negocios de
lu rasa, mal podria el ciudadano acudir á los públicos en el foro. El amor era desco-
nocido en las épocas de buenas costumbres: entonces cada joven recibía su esposa de
nanos de sus padres. Lo mismo succdin- en los tiempos de corrupción; pero esto «^r*
glo de oro de las mujeres prostituidas. El divorcio llegaba á ser un adulterio legal;
raccion de los sexos solo era una potencia meramente física. Quien no lo crea, lea
ioy á Petrarca.
amos ya qué especie deliteratura convenia á esta sociedad. Solamente podia can-
n ella el patriotismo y el amor físico, embellecidos con ficciones y' alegorías mi-
is: mas no los sentimientos interiores del hombre, que ó no existían ó para nada
sideraban: no la lucha de los afectos y de las pasiones con el deber: no el deseo
ó inmenso, pero vago, de felicidad, ^ue reside en el alma humana. Como la re-
^tflica no revelaba al hombre el misterio de su existencia: como la forma de
no no le dejaba tiempo ni atención para estudiarse á sí mismo, los poetas mas
i8 de (jrecia y Roma solo pintaron lo que veían en la sociedad: pasiones, vicios y
es; pero consideradas en general, y no modificadas según las circunstancias par-
es de cada individuo, costumbres mas ó menos feroces según la cultura de las
, caracteres dotados de cualidades universales, y en las cuales nada vemos del
T del individuo, solo vemos las formas generales del ciudadano,
a relijion de la imajinacion succedió la de la intelijencia. £1 hombre reconoció
A un deber suyo, estudiarse á sí mismo, luchar contra sus propias pasiones y so-
as al yugo de la razón. El hombre reconoció en todos los demás á hermanos suyos
nes tenia obligación de amar, y cesó por consiguiente la esclavitud doméstica,
obre, en fin, reconoció en su esposa un ser iuteliente que debia acompañarle en
rera de la vida, y que debia gozar de su libertad al mismo tiempo que le obede-
el bello sexo quedó emancipado, y el amor moral, fundado en la estimación y en
»non miUua, nació entonces.
gobierno republicano succedió el monárquico bsyo diferentes formas; pero todas
idas por el principio del cristianismo, enemigo de la Urania al mismo tiempo
el desorden. Los ciudadanos tuvieron á la verdad una patria que defender y que
er: mas no era necesario que viviesen en la plaza pública, merced al sistema re-
itativo, imitado de los concilios del cristianismo, que les permitía vacar á sus ne-
domésticos, ejercer sus profesiones y atender sin necesidad de esclavos, á los
ses de su casa y familia.
iro es que una sociedad asi constituida, necesita de una literatura muy diferente
de Feríeles y de Augusto. Su poesía cantará la patria y los héroes; pero al des-
08 no omitirá las luchas interiores que sufrieron para hacer triunfar la virtud
pasiones. Cantará el amor: porque ¿cvi non dictus Hylas? pero lo ennoblecerá,
dolo como una especie de culto, como un tributo debido no solo á la hermosura
mbien á las prendas del alma. Presentará en el teatro esta y las demás pasiones;
empre con un fin favorable á la buena moral. Escribirá novelas en las cuales, en
de episodios interesantes, no se olvidará de penetrar en los mas íntimos senos del
n humano y de arrancarlo á la naturaleza sus secretos. Hará descripciones de las
5 mas bellas del universo; pero siempre las enlazará con una verdad de sentimiento
Mtumbrcs. Pintará los deseos del hombre; pero de modo que se conozca la insu-
ia de los placeres de la vida para colmar su felicidad. Y en fin, cuando cante la
I, se elevará su alma á las rejiones desconocidas que nos ha revelado el sacro poeta
1, y su fantasía, embellecida con las luces de la intelijencia, formará cuadros muy
)rcsálos de Homero y Pindaro: porque cada imájen será un sentimiento y cada
na virtud.
a es la diferencia que encontramos entre la literatura antigua y la que conviene
ueblos monárquicos y cristianos que habitan la Europa de nuestros dias. Si el
licismo ha de ser algo contrapuesto al clasicismo, no puede ser otra cosa sino lo
abamos de describir. En el punto de vista en que hemos colocado la cuestión,
ibido todo el alcance que puede tener, y que efectivamente le han dado ya al-
génios del primer orden. Es verdad que en los siglos bárbaros, sin luces, sin
I, con idiomas informes, poco mérito pudieron tener las primeras produciriones
ueva literatura. Pero vinieron los tiempas de Petrarca, Tasso, Shakespeare, Mil-
entre nosotros, de Herrera, Rioja, Lope y Calderón, y se conoció entonces cuáles
»s medios de interesará la sociedad europea.
'O /cumple el romanticismo aciiiái las condiciones necesarias de la literatura cris*
[ 38J
tiana y monárquica, cual la etije, cual la quiere el espíritu social de nuestros áml
Examinaremos esta cuestión en otro artículo.
DE LO QUE HOY
il ADA es niasopuesto al espíritu, á los sentimientos y á las costumbres de una sociedad
monárquica y cristiana, que lo que ahora se llama romanticismo, á lo menos en la parte
dramática. Él drama moderno es digno de los siglos de la Grecia primitiva y bárbara:
solo describe el hombre fiiiolójico; esto es, el hombre entregado á la eaerjia de sus pa-
siones, sin freno alguno de razón, de justicia, de relijion. ¿Sacia su amor, su TeDgaiiia,
>u ambición, su enojo? Es feliz. ¿Halla obstáculos invencibles que destruyen sus crin-
nales esperanzas? Busca un asilo en el suicidio.
Los dramáticos del dia hacen consistir todo su genio, todo el mérito de su InTenrios
en acumular monstruosidades morales. Los hombres son en sus dramas mucho mas per-
versos que en la escena del mundo. Sus maldades son poética» como la tempestad de que
habla Ju venal. ¿Qué utilidad resulta de esta exajeracion? Se ha dicho, y no sin funda-
mento, que la lectura de las novelas estragaba en otro tiempo el entendimiento de loi
jóvenes, haciéndoles creer que los hombres eran mejores délo que son. Pero mas daté-
sos nos parecen los dramas modernos que pintan la naturaleza humana peor de lo qie
es. Error por error preferimos la noble confianza de creer á todos los nombres seme-
jantes á Grandison, y á todas las mujeres tan virtuosas como Clara, á la triste cmato
infame sospecha de tropezar á cada paso con Antony ó con Lucrecia Borjia. Los prime-
ros pueden ser útiles en calidad de modelos, aunque no sea posible llegar á su perfe^
cion ideal. Y ¿no es de temer que la juventud , tan simpática con todo lo que es faem
y movimiento, aunque se dirija al mal, quiera imitar los monstruos que se le presentas
en la escena, no mas que por el infeltz orgullo do aparecer dotada de pasiones fuerte^
Tanto es de temer, cuanto no faltan ejemplares de tan infausta imitación.
No podemos pasar de aquí sin hacer una advertencia útil á nuestra juventud. La
verdadera fuerza y enerjia de alma, no está en las pasiones, sino en la razón. Las pa-
siones fuertes anuncian por lo común un ánimo débil, si son desenfrenadas. Mas fuerza
<ie alma hay en el padre de familias oscuro que llena la larga carrera de su vida esn
virtudes poco celebradas, cumpliendo con exactitud sus deberes de hombre y de cioda-
dano, que en Alejandro el (irande, victima de su ambición y de su inquietud. Aqod
mostrará menos pavor que el héroe de Macedonia en las cercaAfas del sepulcro.
No sabemos por qué asquean tanto nuestros dramaturgos de hoy la lilérafara de
los griegos. ¿Por ventura, la Glitomnestra, el Orestes, la Electra, el Egisto de Sdtbdm
no se parecen mas á los modelos de maldad que presenta actualmente la eseenSt q»
la Desdemona de Shakespeare, las amantes de Lope de Vega, el Horacio de ComeílKJ
la Andrómaca de Hacine? Pero los poetas trájicos de Atenas tenian disculpa eo su crees-
ría. Su relijion nada influía en la moral: para ellos el hombre era un ser purasaesl^
lisíolójico, dirijido invenciblemente por el destino.
*Fata vcktttem ducunt, nolentem trtihunt»
•Conduce el hado al que le sigue: arrastra al que resiste.»
¿Pueden tener esta disculpa nuestros dramaturgos? Y si acaso creen en lií ciegs ^
«!esidad del destino, ¿creen también en ella los pueblos que asisten á sus especláco1oi<
Pero dirán que el fin de sus dramas es moral < por cuanto los perversos acaban |j^
cidándose.» Y ¿qué es el suicidio para hombres que nada creen sino sus pasiones? l'^
[Nies que se han hartado de maldades; después de haber servido á los espectadores lo*
[39]
todos los delitos, se les iá por postre el mayor de todos ellos á los ojos de la
a y de la relíjion. ¡Bella moral por cierto!
lede haber verdadero efecto moral ni dramático sin interés. ¿Por quién se
i interesarse ningún corazón honrado y sensible ni en Anítmy^ ni en Angelo de
i en Lucrecia Borgia ni en otros mil dramas, donde el hombre que tenga alguna
a se halla como en medio de un albañal? Comparemos con los horrores que se
an en esas composiciones infernales nuestros sentimientos dulces, nuestra ci-
intclijente, nuestras creencias relijiosas, nuestra filantropía y hasta nuestras
itenuadas y reducidas á su justa medida por la amenidad de las costumbres,
demos sufrir los hombres del siglo XIX la barbarie de los tiempos de Cadmo
pe?
é dirémes de ese furor de desfigurar la historia para hacer ridículos ú odiosos
ia jes mas célebres de ella? Nosotros no tenemos ¿ Felipe II por un hombre
»ero no somos tan necios que le creamos tal como le han pintado Schiller y
optando los retratos infieles que de él hi(»eron los historiadores de Francia,
(ncia humilló, y los del protestantismo cuyos progresos contuvo. No creemos
»s V careciese de defectos; pero ¿quién le reconocerá en el badulaque del Er-
emos también que habrán existido antiguamente en la corte de Francia algu-
esas livianas, |)cro eso de arrojar sus aiijantes al rio desde la Torre de Aeslevn
de los espectadores. Calderón desfiguró la historia ; pero fué para asimilar los
s griegos y romanos á los caballeros españoles, que por cierto valían tanto
héroes de cualquier nación,
mpeño en deslustrar y envilecer en el teatro el csplendordel trono: esamania
0 de presentar á los ojos de los espectadores los vicios y los delitos, verdade-
idos, de que se lian hecho reos algunos ministros de la relijion: ese cuidado en
stmir todas las ideas de orden social y de moralidad anuncia un plan harto
ya por fortuna, yes; de resucitar en la Europa actual el odio contra los reyes,
lotes y las virtudes; y aquella demencia que produjo todos los desastres de la
»n francesa. El siglo no puede sufrir ya la anarquía ni en los escritos ni en las
nones: la anarquía vencida se ha refujiado á la escena. ¿Por qué se la sufre
Porque los hombres son inconsecuentes, y porque la moda es la reina del
a moda pasará, y entonces será muy fácil conocer qneel romanticismo actual,
rquico, antirelijioso y antimoral, no puede ser la literatura propia de los pue-
Irados por la luz del cristianismo, intelijentes, civilizados, y que están acos-
» á colocar sus intereses y sus libertades bajo, la salvaguardia de los tronos*
ticifimo del día, considerado en sus efectos morales, en nada se pareoe ni al
ti á los sentimientos comunes de la época. Mas romántico es, en este sentido,
de Corneille y de Racinc, que el de Dumas y de Víctor Hugo.
irnos visto que el empeño de describir el hombre fisiolójico, entregado á sus
única intelijencia, única moral, única relijion que«e suponeen él, es caracte-
1 romanticismo actual dramático. Si se comparan sus producciones con las del
ego y romano, se verá que son esencialmente las mismas. El modelo de An*
Egislo, el de Lucrecia Borgia CKtemnestra.
aremos ahora el teatro ckuieo de Corneille y Uaoine y el verdaderamente ro-
c Sliakespearc y deC^dlderon, y se conocerán em uno y otro los caracteres pro-
! literatura acomodada á los pueblos monárquicos y cristianos,
es el nudo, el alma, por decirlo así, de casi todas las trajcdiasdel teatro fcan-
el Cid hasta la Jairal La lucha entre las pasiones y el deber, entre el hombre
> y el moral, entre el hombre de las pasiones y el de la intelijencia. Esto es
), que aun en los asuntos que tomaron del teatro de Atenas los dramáticos
introdujeron el principio del remordimiento, desconocido en las trajedias
(}ué tiene que ver la Clitemnestra de Sófocles cuando después de haber come-
rroroso parricidio, se jacta de él y esclama que volvería á hacer lo que había
n la Clitemnestra de Voltaire, siempre luchando consigo misma, siempre des-
por los remordimientos, siempre infeliz, hasta que el acero de su hijo puso
lisernhle existencia? La Fedra de Hacine no es por cierto la de Séneca ni la de
. f.*0]
Eurípides. Su lucha es prolongada, terrible; conoce toda la enormidad del crimen que
le aconseja su pasión, y ya en el márjen del precipicio hace esfaerzos, aunque insuii-
cientcs, para no caer en él. Estos dos caracteres, los de Rodrigo, Horacio y Cinna en
Corneillc, los de Agamenón, Rojana y Andrómaca en Racine, y el de Jaira en Yoltaire,
son enteramente romdníicos, en el sentido que hemos dado á esta palabra.
Poco nos costará probar lo mismo de los de Hamlet, Lear, Macbeth y otros mudu»
de Shakespeare. Este dramático, quizá el mas profundo que ha existido Jamas, no han
mas que reproducir en todos sus dramas la lucha entre la virtud y el vicio; y á pesar
de sus numerosos y grandes defectos de ejecución: á pesar de las burlerías de Yoltaire,
á pesar de la crítica de Moralin que no comprendió bien el espíritu de aquel hombre
estraordinario, siempre será cierto que el padre del teatro ingles cscede á todos los
que han cultivado el mismo genero, en la pintura del corazón humano, porque ningu-
no ha descrito como él los contrastes entre el sentimiento moral y las pasiones.
Nuestro Calderón, en una rejion no tan elevada como la de Shakespeare, con me-
nos profundidad pero con mas arte, amenidad y corrección que el bardo británico, ka
pintado lo mismo. Sus esposos ofendidos no son tan feroces como Ótelo; pero acaio
sienten mejor, porque perteneciendo á una sociedad mas culta, son mas capacei de
valuar la felicidad del amor virtuoso, la desventura do los celos y el oprobio dd hfíf-
ñor ultrajado.
A muchos de nuestros lectores parecerá estraño que hayamos reunido en una mis-
ma categoría autores tan diversos en las formas de estilo y de composición» como Coí-
neille y Shakespeare, Racine y Calderón. Pero ¿qué son las formas del drama, ó de la
elocución, cuando se trata del fondo de las cosas? Nuestra crítica del romanticismo ac-
tual no versa sobre las formas, y cuando hablemos de ellas, quizá no serán laa sevor»
nuestros juicios como lo han sido y lo han debido ser hablando de los efectos mordes»
No puede haber belleza sin virivd. Toda obra que produce resultados perniciosos á li
moral, es mala en literatura: y no la salvarán de esta justa sentencia ni la elegancia del
estilo, ni la verdad do las deicripciones, ni aun la misma perfección de las combinadla
nes dramáticas.
Volviendo á nuestro propósito, no debe estrañarse que hayamos reunido en uoawda *
clase á autores, que la moda del (lia coloca en dos muy diferentes. Corneille tomó de
Guillen de Castro, de Calderón y de Ruiz de Alarcon los argumentos de tres de sui me-
jores dramas. Moliere pugnó por imitar á Moreto, y lo hi/o infelizmente. Mas ventu-
roso fué luchando con Tirso de Molina. No sabemos que Racine imitase á ningún poeta
<.'ómico español; aunque si no se hubiera perdido el Sacrificio de Ifigenia de CalderoB,
quizá hallaríamos en esta comedia algunos rasgos del hermoso carácter de Aqoiles.
Estas imitaciones hechas por un teatro que empezaba á formarse, de otro que ya estaba
perfeccionado en su género, prueban que el fondo de las ideas dramáticas era el mis-
mo, aunque la manera de presentarlas en la escena fuese diversa. Cuando el teatro oi-
cional decaeció en Espa/ia é imitamos á nuestra vez las formas del teatro francés, no
por eso se abandonó el principio de los contrastes y oposiciones, que es el caracterMico
y fundamental del verdadero romanticismo. Moralin tiene escenas y pasajes, queleidoi
aisladamente, podrían parecer de Calderón cuando era bueno. I^s diálogos entre Leo-
nardo é Isabel en el liaron y el carácter de 1). Carlos un el Si de las niiiat pertenecen á
la comedia urbana del mismo género que cultivó el gran rival de Lope de Vega. Nif
hay que hablar de las pocas trajedias que merecen y han obtenido aceptación endp^
riodo desde Carlos 1 11 hasta nuestros dias; pues no hay ninguna de ellas donde nose n*
presente la lid, tantas veces citadas, entre las pasiones y el deber.
I^s ejemplos que hemos mencionado del teatro francrs que ahora se llama cUiú^tJ
<lel teatro ingles y del español del siglo XYII, que se estiman como romdfUícos, prM-
ban hasta la evidencia que las formas dramáticas son indiferentes para los resultsdoi
morales, y que estos pueden ser buenos y útiles á la moral pública, ya se someta elg^]
nio á obedecer las fórmulas estrechas de Roileau, ya quiera entregarse al vuelo atrevió*
(le Sliakespeare y de Calderón. La coincidencia que hemos demostrado entre el lealfo
romántico actual y el antiguo de Atenas, prueba lo mismo en cuanto álos efectos ^
niciososen moral, con esta diferencia sin embargo, que es favorable á Sófocles y ^
ripides. Los griegos creían el fatalismo, amaban el gobierno republicano y aborreciiB
[41]
. monárquico. No es de estrafiar, pues, que sus poetas inculcasen aquel funesto prin-
pió y pintasen odiosos á los reyes. Esta disculpa no alcanza á los nuevos dramatur-
m; porque la sociedad actual no tiene ni las creencias ni los sentimientos que ellos
(piran á inculcarle en sus dramas.
Podriamos añadir á los ejemplos ya citados el del teatro alemán, cuyas formas son
imánticas. Bajo ellas ha escrito Kotzebuc la Müantropia y el Arrepentimiento, y Schiller
i Ladrones; el primero no puede ser llamado un drama inmoral, aunque sea contrarío
iinestras ideas sobre el honor. El segundo es esencialmente anti-social. ¿Qué mas? Al-
en, uno de los mas estrechos observadores de las reglas clásicas, ¿no encontróla pesar
a Unta sujeción, los medios de derramar en sus trajedias toda su hiél republicana?
G>ncluirémos este articulo con una observación muy importante. Nosotros ni crée-
los dí hemos creido nunca que el teatro tíene por objeto primario la corrección de las
Mlumbres: solo creemos que debe ter una diversión inocente. Pero en ella se describe al
ombre; y esta descripción ha de producir necesariamente efectos morales sobre los
ipectadores. Decir lo contrario seria negar el poder del ejemplo, la májia del estilo,
I seducción de las situaciones, la influencia del interés dramático. Ahora bien: si los
GBCtos morales que naturalmente debe producir un drama determinado, ó un sistensa
e dramatizar son perniciosos ¿deberá ser permitida su representación? Resuelvan los
obiemos este problema. Nosotros nos contentamos con repetir á los hombres que apre-
¡en todavía el sentimiento moral y que tengan buen gusto, que nada es tan deforme,
m asqueroso como la inmoralidad; pues se opone á la primera de todas las bellezas
;ue es la virtud. Los que se complacen en ver horrores, costumbres patibularias, cri-
iieaes y suicidios; los que se estasíán al oir invectivas contra los reyes y los sacerdotes;
M que se creen jueces por el precio del billete, de las generaciones pasadas, presentes
orno reos en el tribunal de la escena, cometen un anacronismo. Debieron haber nacido
n la época de Robespierre y de Marat.
RESUiMEN DE LOS ARTÍCULOS ANTERIORES
SOBRE EL ROMANTICISMO.
.IOS ha parecido conveniente reducir á un corto número de reflexiones todo lo que
lemos dicho acerca de la célebre cuestión que se ha promovido en nuestros dias entre
íl romanticismo y el clasicismo.
i •* £1 teatro griego solo presentaba él hombre de las pasiones y del <iestino„ y el
lombre fisiolójico; y cuando mas el hombre público ó el ciudadano. Los teatros de la
¡uropa moderna deben representar el hombre moral, el hombre de la virtud, y lo deben
ireseotar individualmente^ esto es, los sentimientos que se le atribuyen, aunque perte-
leicao á la especie humana, han de tener el carácter particular del personaje.
i.* Las formas del drama griego, que debieron su orijen á la naturaleza del espec-
táculo, que era un acto relijioso en su principio, y á la construcción material del teatro,
eran suficientes para una acción sencilla en la cual se representaba el hombre tal como
le concebia entonces la sociedad; pero es preciso darles mas amplitud en la Europa ac-
tual, que ha renunciado á la vida del foro, y cuyarelíjion define al hombre de una ma-
nera menos sencilla y mas complicada.
5.* I>ebe usarse de esta amplitud con sobriedad; pues no puede dudarse que
auaque la unidad de interés sea la principal en el drama, y la verosimilitud moral la
||rinera de todas, se reconocen sin embargo en las unidades de acción, de lugar y de
tiempo medios de verosimilitud material que no son despreciables. No es licito en nues-
tro entender quebrantarlas sin justos motivos.
4/ Los teatros de España, Inglaterra, y Alemania renunciaron á las formas griegas;
^1 teatro francés del siglo de Luis XIV las adoptó; pero abandonando la sencillez déla
6
[42]
trajedia ateniense. Corneillef Racine y Voltaire no degcribicron el hombre fisiolójico
fie la antigüedad, sino el hombre cristiano y monárquico de su época. Los deftcioi é
inconvenientes de sus dramas consisten en haberlos hecho en un espacio muy redoddOf
y su mérito como poetas dramáticos, en haber hecho obras tan excelentes á pesar de
la rijidez de las reglas á que se sometieron.
5.' £1 actual drama (Vanees, llamado vulgarmente romántico, pinta el hombre Uo-
lójico como el de Atenas, sin someterse á sus reglas: falsea la moral universal civil y po-
litica del género humano, supone que el hombre no puede lidiar contra sus pasioMi,
y no le deja mas opción cpie satisfacer sus deseos á cualquier costa ó suicidarse. Es, raes,
contrario á los sentimientos de la civilización actuak, no cumple con sus esijeoeiafl, y
caerá apenas dejen de sostenerlo el capricho y la moda.
A esto se reduce la gran cuestión del Romanticifíno,
Tanto esta voz como su opuesta Cleuicismo como el adjetivo romántico^ son bárbara»
y aun ridiculas en nuestro idioma. Son ademas inútiles; porque jamas podrán contri-
buir á caracterizar el mérito de una composición dramática. Para nosotros es ditM
todo lo que está bien escrito, y se puede proponer como modelo de estilo y de lenguaje
en las clases ó aulas de humanidades. Asi con tanto placer leemos el l^rí/cíftioo de Bacioe
como el Lindo D. Diego de Morete. Y no hay aue hablar de reglas de unidades, de for-
mas. ¿Queréis someteros á ellas? No escribáis la Petimetra de Moratin el padre, siso el
Si de las NiiUtJt de su hijo. ¿Queréis libertaros de esa sujeción? No manchéis el papel ni
las costumbres públicas con el Antony^ sino componed algo semejante á DudoiiBwmr
y lealtad de Calderón.
Escribid dramas que interesen á los hombres de cultura y honradez, como son caá
todo» los que asisten al espectáculo: respetadla moral, la relijion y los principios poli-
tícos que rijen en vuestra patria: respetad vuestro idioma: observad rigorosamente b
verosimilitud moral, y en cuanto sea posible la material. Si esto hiciereis, nadie vendía
á pediros cuenta del quebrantamiento ú observancia de las unidades, como neciaawnle
se le pidió al gran Corneille. Os sucederá lo que á él; los aplausos del público acallaráa
los gritos de la crítica.
En cuanto á los autores dramáticos españoles que hay en la actualidad, acons^tf^
mos ademas que huyan á toda carrera del drama de Dumas y de Victor Hugo, y cpe
no busquen para recalentar su fantasía las novelas que tan á manos llenas pródiga
aquella nación. Noea conveniente pintar al hombre ma$m<üo de lo que es. Si es licito al poKa
crear un mundo ideal^ no se le permite esta licencia para degradar la especie humasat
sino para perfeccionarla. Renuncióse enhorabuena á las formas aristotélicas: pero poe»
tenemos en Lope, Calderón, Rojas y Morete tan escelentes modelos de esa luMeartad li-
teraria, ¿por qué hemos de buscarlos en dramas infórmese inmorales, y decuyahníla-
cion el menor inconveniente seria la corrupción del habla castellana?
Lo mismo podemos decir á los poetas Ifricos de nuestros dias, emjpeñados por h
mayor parte en embutir en la versificación de Herrera y Rioja pensamientos, fiases;
modismos, que trascienden á francés desde media legua. También se ha querido estea-
der á este género el principio romántico, no sabemos por qué: pues la poesia liriaa.
siendo como es la espresion de un sentimiento, no tiene ni puede tañer formas divenai-
La diferencia está en lo que se diga, bien ó mal, con oportunidad ó sin ella: peroaosi
la división ó variación de las estanzas. La moda actual de escribir las oomposieiaMi
líricas en diversas especies de metros, aunque contraria á la de nuestros poetas del aigia
XVI y aun á la de los líricos latinos, es muy conforme á la práctica de los giúp^
¿Diremos por eso que la poesía del sentimiento ha mudado de esencia?
Todo lo que el romanticismo puede reclamar como suyo es la variaGÍon delasinr-
mas; pero para designarla no es menester introducir una voz nueva en el idioMi: ^
diversidad existia ya en tiempo de Luis XIV entre el teatro español y el francés, y loí-
leau la esplica con tanta claridad como injusticia; ¿se creó por eso una nueva pabM
No falta quien quiera dar ála.literatura romántica un carácter mas elevado, yasooiarii
en cierto modo á las ideas políticas de la época. Se dice que el romanticismo es el aia-
tema de la libertad literaria. Si esto es así, precise será confesar que el rosMnikismo si
mas antiguo de lo que todos creen, y coronar á Horacio como al primer prodamador
conocido de este sistema con su célebre quidlibef enidendi.
[43]
Libertad literaria es una frase ambiciosa como otras muchas, que desj[)ues de ana-
lizadas, nada dan. En efecto, asi como la libertad en el orden civil y político es la obe-
diencia á las leyes, asi en el orden literario es la sumisión á las reglas: y asi como en el
Crimer caso para que el ciudadano modere sus acciones, tiene que estudiar y conocer
I lejislacion y su espíritu, asi el poeta en el segundo ba de examinar ]as reglas que la
naturaleza ba impuesto al género en que quiera escribir, sin estar obligado á seguir
formas puramente convencionales. Pues bien: esto ya lo sabíamos; porque antes de
ahora se ha practicado y puesto en ejercicio esa libertad.
Nosotros designaremos las composiciones con los títulos de buenas ó malas, sin curar-
nos mucho de si son ddsicas ó románticai^ y este es en nuestro entender el mejor partido
que pueden tomar los hombres de juicio, naturalmente poco aficionados á dejarse alu»
cinar por palabras ni frases.
SOBRE VN ARTICUIiO DEL LICEO.
E
N el Liceo español de Abril del presente año hay un artículo, intitulado, Poesía cas-
íMina del siglo XVI ^ en el cual, después de varias incursiones en la poesía hebrea y
griega, seacusaá Virjilio de no ser orijinal, á los poetas de nuestro siglo de oro, de ser
meros copistas, y concluye con el decantado axioma de nuestros dias, de que en lapoe^
ría como en las demás bellas artes^ hay un solo libro, que es la naturaleza. Este artículo nos
ba dado motivo para hacer algunas reflexiones, que sentimos no estén conformes con
las ideas del autor.
Dice que cía poesía de la Grecia..., á pesar de ser indíjena..., no es ya tan sencilla
:omo la délos pueblos nómadas... Por eso Homero no es ni tan sublime como David,
ii tan melancólico como Job, ni tan sencillo en sus descripciones como Moyses.» Aquí
lay muchas equivocaciones que es preciso deshacer.
En primer lugar nunca han sido mirados los libros de Moyses como obras poé-
.icas, sino como colecciones históricas y lejislalivas. Grande diferencia hay en tono y
*n estilo de sus narraciones y códigos al libro de los salmos y á los de los profetas. Es
verdad que algunas veces copia profecías y cánticos como la de Jacob y los de Moyses,
lero no habrá dificultad en conceder que el tono general de su estilo no es poético. Un
listoriador no debe admitir como el poeta, adornos en sus descripciones: por eso lio-
nero ni fué ni debió ser tan sencillo como el autor del Génesis.
En segundo lugar la causa que el autor atribuye á la superioridad de David sobre
iomero en cuanto á los pensamientos sublimes, no es verdadera; pues en el tiempo
M profeta rey y guerrero no era ya Israel un pueblo errante, sino una monarquía po-
lerosa, estendida por la victoria desde el torrente de Ejipto basta el Eufrates y desde
(1 Líbano hasta el mar Rojo, cuando Homero nació en una colonia griega del Asia me-
lor, recien fundada por colonos fujitivos del Peloponeso, y por consiguiente pobre y
^in cultura.
¿Porqué no se atribuye la mayor sublimidad de David á su verdadera causa, que
!8 la naturaleza del Dios que celebraba? Por mas ardiente y elevado que fuese el cantor
le Aquiles, ¿pudiera haber formado con su Júpiter, su Venus y su Marte los cuadros
idmirableB que cantaban los adoradores del único y verdadero Dios y los que de órdea
oya revelaban á su pueblo los sucesos futuros? David es mas sublime que Humero, por*
|ne Jehová es el criador y dominador del mundo; y los dioses griegos, Louibivs que
labian recibido la apoteosis de los pueblos ó de los poetas. Job es mas melancólico que
Iomero, porque jamas á este insigne poeta pudo ocurrirle la idea del justo luchando
00 la adversidad, y recibiéndola como un beneficio de la mano divina. La lucha entre
1 hombre sensible que sufre y el hombre espiritual que busca el consuelo de sus males
tt Dios, lucha que hace tan interesante el libro del principe árabe, pugnaba esencial-
aeote con los principios de la relijion gentílica. Así Homero no pudo ni comprenderla
ti describirla.
[i4]
¿Y cómo se dice qae Uoracio es el tínico poeta orijinal qne poseyó Romaf quitándole
>;Bte Ululo de honor á Yirjilio, el poeta del corazón humano, como Homero lo es de la
imajinacion; á Ovidio, el mas rico y fluido de los vates latinos, y áTibulo, elmassoave
y melancólico? Pero cVirjilio, dice, siguió las huellas de Homero y se quedó á larp
distancia.! ¿Cómo asi? /Hay por ventura en la Diada ni en la Odisea alguna cosa con-
parable al cuarto libro de la Eneida? ¿Imitó Virjilio á Homero en la descripción de li
terrible noche en que fué arruinada Troya? ¿No le es muy superior en la reseña de bi
pueblos aue concurrieron ala guerra? Evandro, sus quejas y presentioiientos al enviar
su hijo á tos combates, sus gemidos al verle muerto á manos de Turno, ¿tienen so ]in>-
delo en la Iliada? ¿Lo tiene el inimitable episodio de Enríalo y Niso? ¿Qué tiene que w
con este trozo, en aue está llevado al mas alto punto el heroísmo de la amistad, la ei-
pedicion nocturna de Ulises y Diomedes? En fin, ¿ha escrito Homero algo que se semeje
al fin del sesto libro de la Eneida, donde Anquises revela á su hijo la gloría futura dése
descendencia? Parece imposible que un escritor que debe haber leido ambos poetai,
pues los compara, haya olvidado tan completamente las citas que acabamos de hacer.
Es cierto, certísimo, que Virjilio tradujo de Homero un gran número de descrip-
ciones y comparaciones. Pope en su poema sobre la critica esplica este fenómeno lite-
rario. <E1 poeta latino, queriendo imitar la naturaleza, halló ^ue la naturaleza y Ho-
mero eran una misma cosa.» Este es el caso de decir con Voltaire que solo á los ricof
es lícito robar«
¡ Virjilio se quedó d larga distancia de Homerol Ese fiíUo se dá con mucha prontitad:
mas no sería tan fácil justificarlo* Nosotros procuraremos ser mas justos entre esos des
grandes colosos que en todos tiempos se han disputado^ y se disputarán ann por na-
chos siglos el imperio de la literatura.
Homero es incomparablemente superior al poeta latino en todo lo relativo á la eos-
posición del poema y á los adornos que hacen su efecto sobre la imaginación. Viijilio ei*
ton la misma superioridad , mas grande ^ue su adversario en la corrección del estilo,
la delicadeza de la espresion y el conocimiento profundo y filosófico de las paaiones* Ne
hay en los dos poemas de Homero un pasaje comparable á esta espresion de ViijiKo,
c Non ignara malí , miseris sucurrere disco. »
ó á esta,
<Quem metui moritura?»
ó á aquel verso inimitable en que Dido*, después de jurar que no cedería al amor i da i
entender que no tardará en infrinjir su juramento:
<Sic effecta sinum lacrymis implevit obortis.>
Todo Virjilio está , por decirlo asi , empedrado de versos de esta espede, que denocs-
tran la sublime ternura de su corazón y la valentía de su genio para espreiar loe senti-
mientos delicados. Y en vano se buscará en Homero , poeta de tiempos mas rudos, d
modelo de las descripciones de esta especie.
Debiera también tenerse presente, cuando se trate de dar una sentencia jaita en-
tre estos dos insignes poetas que Homero llegó hasta una edad avanzada, y qae
su poema tuvo toda la perfección que su portentoso genio era capaz de darie. Viqi-
lio falleció joven, dejó incompleto su poema, y no debia de estar muy satisfecho dedi
pues mandó quemarlo. Si á tanta distancia de su época es licito aventurar algau
•conjetura, nosotros creemos que el disgusto de Yirjilio con su obra, procedía de los
numerosos defectos del plan de composición, y no de haber imitado á Homero en
muchas descripciones. Esa imitación, en vez de ser un defecto, deberá ser un méri-
to para cualquiera <jue conozca cuan rodo, cuan inarmónico era todavía el len|
je poético de los latinos en el poema de Lucrecio. Yirjilio tuvo la gloria de darla
sus traducciones de Homero, jiarte de la soltura y íkxilñlidad , parte de fai anm
del admirable idioma de Grecia.
Es un fenómeno observado por un literato español de mucha nota, que Horado,
tan escelen te juez en materias de buen gusto, tan admirador de Homero, tan amigo
[45]
t Viijilio, á quien nunca pudo mirar con emulación, pues los géneros en que am-
« trabajaron eran tan diversos ^ no habla de la Eneida en ninguna de sus obras di-
ícticas , siendo asi que celebró ía suavidad y gracia del estilo de su amigo en las
;logas y geórjicas. Nosotros no podemos esplicar este silencio, sino diciendo aue Ho-
icio, muy capaz de conocer los defectos de plan y ejecución en el poema de Virjilio,
> era muy á propósito para sentir y analizar sus bellezas superiores , hijas por la
ayor parte de la sensibilidad de su corazón. Horacio era poeta , y gran poeta; pero
■a cortesano y ademas epicúreo. Puede desafiarse á cualquiera á que cite del vate
snosino un solo verso , un solo rasgo en que brille aquella ternura exaltada que re-
Ma á cada paso del pecho de Virjilio.
Concluye el artículo la parte de la poesia romana , quejándose de que los cantos
e loa poetas latinos no fueron eco de la» últimas palabras dk fijida Catón. Este aserto
I contrario á lo que nos dice la historia. Ahí están Lucano y Juvenal que no
Oi dejarán mentir: uno y otro llenos de fuego y de enerjía , y el segundo tan in-
ignado por lo menos como pudiera estarlo la sombra del célebre suicida de Utica. Ni
no ni otro imitaron á los griegos: ambos son originales. ¿Leeremos por eso la Far-
ilia con mas placer que la Eneida? Si el autor del artículo fuese capaz de darnos
ste consejo soltaríamos la pluma y no volveríamos á discutir sobre esta materia.
. El genio no basta: es necesario ademas el gusto ejercitado y perfeccionado. Esta
f una verdad, que se trata de oscurecer en el dia, y es menester repetirla é inculcar-
I si queremos tener literatura.
Dejando, pues, á un lado la poesía de los hebreos, griegos y romanos , vengamos
a á la castellana que nos importa mas. Hablando de la poesía española del siglo
CVl, dice que tes un reflejo de la poesia italiana... Tiene, añade, la regularidad de
a poesía romana y la puerilidad sutil de la provenzat.i Después de estos fallos acusa
i los Garcilasos, Herreras, Leones y Argensolas de falta de orijinalidad, del uso que
lacen de las fábulas mitolójicas, de la regularidad hasta en el número de versos de
dgonas composiciones. Lo mas gracioso de todo es que conclusa esta larga serie de
icusaciones, celebrando en los mas insignes poetas de aquel siglo las prendas que
os han hecho inmortales, prendas que se avienen muy mal con la falta de orijinali-
lad; porque es imposible que carezca de ella el que las posea.
En primer lugar es falso que la poesía castellana del siglo XVI sea un reílejo de
a italiana. Si se adoptaron sus metros y la disposición de sus estanzas, eso no es co-
)iar. ¿Quién llamaría copista á Murillo, porque hubiese pintado uno de sus cuadros
m el lienzo que le hubiese prestado un amigo? Lo que caracteriza á un poeta no son
os metros, sino los pensamientos, el tono, el colorido; y todo esto fué original en
luestros poetas del siglo XVL
¿Por qué, pues, imitaron á los poetas latinos y griegos? Porque si no lo hubieran
techo, no tendríamos ni lenguaje poético, ni poesía castellana. Garcilaso es tan pro-
lindamente tierno, tan altamente orijinat en el canto de Nemoroso, porque en el de
ialicio imitó con tanta perfección á Virjilio. En este aprendió á dominar la ruda
Espereza en que habia dejado el lenguaje poético castellano el Ennio español Juan de
Mena: en este adquirió la flexibilidad y soltura necesarias para componer la admira-
Me estanza que comienza
cPor ti el silencio de la selva umbrosa»
S aquella, llena de ternura y melancolía;
c¿Quién me dijera, Elisa, vida mia, etc.i
No hay ninguno de los poetas de nuestro buen siglo, en el cual no haya imitacio-
oai de los antiguos y cantos orijinales: las primeras les sirvieron para pulir y enri-
ipiecer el lenguaje; en los segundos desplegaron toda la fuerza de su genio. No los
censuremos por las riquezas que robaron de otros Parnasos, para hacer mas copioso
el tesoro del nuestro. ¡Cuántas locuciones, cuántos giros poéticos poseemos en nuestra
lengua, que no existirian si no se hubiesen hecho esos hurtos gloriosos de que se que-
ja nuestro autor!
[46]
Si examinamos atentamente las composiciones en que se funda la gloría poética
(ie nuestro siglo de oro, se verá que ninguna de ellas debe nada ni á Italia ni á Ronia.
Las canciones sublimes de Herrera: la célebre de Rodrigo Caro, refundida por Rioja,
d las ruinas de Itálica: la epístola moral de este: los versos buenos de Góngora: loi de
Lope, que son inimitables cuando son buenos: los sonetos j canciones de los Argn-
solas; y las odas orijínales de León, nada deben ni á la poesía italiana ni á la lati-
na. Hasta la profecía del Tajo es enteramente española, aunque el autor imitase la for-
ma del Vaticinio de Nereo de Horacio. ¿Qué importa la forma donde el trabajo es tas
superior?
No es cierto, pues, que nuestros poetas del siglo XVI fuesen meros copistas, y as-
cho menos que cuando sentían no necesitaban copiar.
En cuanto á la puerilidad sutil, que atribuye el artículo á la poesía proveual, y
que según él mismo, copiaron nuestros poetas, de donde deduce el oríjen de taatoi
conceptos amorosos, solo diremos que la actual generación no es capas de jmgar el
mérito ó demérito ni de estos conceptos ni de su oportunidad para describir la pam
del amor. Á nosotros deben parecemos ridiculos y frios: ¿debia suceder lo mismo á
los españoles de los siglos XV, XVI, XVIl, para los cuales el amor no era un afecto
fujitivo, un placer momentáneo, sino una especie de culto, y la mas sería ocapaeisa
de la vida? Parécenos que no. Por eso no se contentaban con el delirío y abandoao de
los poetas griegos y romanos. Tenían un medio mejor de describir el delirio, pan
eWos permanentCy de la pasión, que era raciocinar sobre ella. Nunca un loco se mnei-
tra mas loco que cuando bace discursos sobre el objeto de su manía. Gomo ahorne
trata el amor á la manera de los antiguos, esío es, como un mero placer finco, no «
estrano que nos fastidie la importancia que le daban los poetas del siglo XVI y i»
succesores.
A la verdad sentimos leer en Herrera tantos versos amorosos; tan superiores »s
ios pocos que compuso en otra linea. Pero nunca son ridiculo»^ pues á lo Hiénos sm
pre hay que aprender en ellos la pureza y corrección del estilo, y el uso de las
y giros poéticos. Ademas, tiene muchos trosos en los cuales nada puede encontrar qse
reprender ni aun el autor del artículo que impugnamos. Tal es la elejla á la moer
te de Heliodora, ó estos versos que cita Lope como modelos de elegancia y teman.
«Breve será la venturosa historia
de mi favor, que es breve la alegría
que tiene algún logar en mi memoria.
Cuando del claro cielo se desvia
del sol ardiente el alto carro apena
y con igual espacio muestra el dia.
Con blanda voz que entre las perlas suena,
lefiido el rostro del color de rosa,
de honesto miedo y de amor tierno llena.
Me dijo asi la bella desdeñosa.»
£i articulo acusa á nuestros poetas de ser copistas de los romanos. Nosotros pregus-
taremos ahora: ¿porqué eu la descripción de la pasión amorosa tomaron un giro tas
diferente del que siguieron Safo, Anacrconte, Ovidio, Tibulo y Horacio? ¿Dirán qae
por imitar á los italianos y provenzales? No; sino porque pugnaban los cantos deHH
poetas antiguos con las ideas y sentimientos do su época. Asi en esta parte importan-
te do la poesía no se apartaron tanto como dice el articulo del mundo y de la socie-
dad que tenían á la vista.
Es verdad que se quiso introducir entonces en España el teatro greco-latino. H
proyecto no tuvo efecto, no porque imitar las formas de aquel teatro fuese mal te-
cho, sino porque las mismas causas que impedían tratar el amor á la manera de Ofi-
dio, se oponían también á que se admitiesen por el público aquellas formas. Asi 0>
que Lope de Vega fundó la verdadera escuela dramática española: esto es, la quecit
A erdaderamente acomodada al gusto nacional.
Ni faltó entre nosotros en el siglo XVI la poesía popular. Tenemos roouincerof J
[*7]
iDcioneros de aquella época, en \oé cuales no hay seguramente imitaciones de nin*
in Parnaso estranjero. Tampoco faltaron cantos relijiosos, y algunos de ellos de gran-
s mérito» Hubo también quien empuñase la trompa épica, y emprendiese cantar las
izañas contemporáneas; pero para sacar falso á nuestro artículo en todas sus par-
a, ninguna de nuestras epopeyas es digna de pasar á la post^eridad. No se nos diga,
íes, que enpoetia hay battanie con el libro de la naturaleza.
La acusación de haber hecho uso de la nomenclatura y de las fábulas mitolójicas,
16 parece la mas fundada contra poetas que profesaban el cristianismo, es sin em-
irgola mas injusta de todas. La mitolojía no es otra cosa que la descripción poéti-
idel mundo físico y moral: sus consejos son, generalmente hablando, alusiones y
eforiaa injeoiosas, creadas por el talento de los griegos* Forman, pues, el tesoro
I la poesía de todas las naciones procedentes déla civilización griega y romana. JM-
irlas de él es quitarles los medios de personificar las pasiones, y de elevar el len-
iige poético sobre el común y vulgar de los hombres, y por consiguiente es qui-
rle á la imajinacion sus derechos y obligarla á contentarse con prosa rimada y íi-
aófica. Solo deberemos advertir que la nomenclatura mitolójica no puede tener lu>
ir en las poesías cristianas; y la misma escepcion pruébala regla: porque en este
(ñero de composiciones deben ser otros los medios de conmover la imajinacion y de
citar los sentimientos.
Si nosotros hubiéramos de censurar alguna cosa en los padres de la poesía cas*
llana, no seria ni la imitación de los poetas antiguos, porque los buenos modelos de*-
m ser imitados, y por imitar han comenzado todos los grandes artistas; ni las rique-
za de otros Parnasos que importaron en el español; ni el gran número de voces y giros
héticos, de frases desconocidas que hicieron propias de nuestro lenguaje : ni las for-
ja latinas ó italianas que dieron á la poesía, cuando no tenia ningunas ó las tenia su-
amente mezquinas. Tampoco les haríamos guerra ni por hi nomenclatura mitolójica,
1 por su manera de cantar el amor, ni por los asuntos que elijieron para sus compo-
dones. Todos estos cargos se ha visto ya que son falsos ó exajerados. Lo único que
M disgusta en la literatura del siglo XVl, es la falta absoluta de conocimientos en la
encía filosófica de las humanidades; la cual, á haber sido conocida, hubiera puesto
I grande obstáculo á las innovaciones funestas de Góngora y Quevedo, y al torrente
) mal gusto que abismó en el siglo XYIl la poesía y la elocución castellana.
Pero ¿pudieron los poetas y escritores del siglo XYI haber creado y perfeccionado
ím ciencia? No: aquella fué la época del genio, anterior siempre á la déla filosofía, y
idie ignora las dificultades invencibles que se oponían entonces á los progresos del
pfrítu filosófico.
En cnanto á la frase, presentada bajo la forma de axioma, en 4^ue concluye el arti-
llo, solo-haremos una reflexión. ¿Se formará un pintor sin ver ni estudiar mas cua*
XM <|ae los que él componga? ¿ó un gran músico sin haber oido otras armonías que
sonido de las fuentes ó el canto de los pájaros? ¿Por qué, pues, se ha de negar en el
leta la necesidad de un estudio indispensable para las otras bellas artes, á saber: el
ludio de los modelos? No aconsejamos la imitación servil, como la que hacen algunos
) la moderna escuela francesa de poesía, que por cierto no merece ser imitada. No se
lite, pues: pero estúdiese á lo menos; apréndase en el ejemplo de otros cómo se ven-
II las dificultades: examínense los escollos en que se han estrellado. El estudio es al
ismo tiempo la espuela y el freno del injenio.
DEL POEMA DESCRIPTIVO.
I
«STE género fué desconocido en la antigüedad griega y romana. Ni á Aristóteles ni á
iracio ocurrió que el pincel poético pudiese emplearse en formar cuadros sin mas ob-
lo que el de formarlos. Ya es sabido que la poesía, siendo el idioma de la imajinacion
[38J
tiaoa y monárquica, cual la exije, cual la quiere el espíritu social de nuestros díoit
Examinaremos esta cuestión en otro artículo.
DE LO QUE HOY
s^ivi o
^(4
1. 1 ADA es masopuesto al espíritu, á los sentimientos y á las costumbres de una sociedad
monárquica y cristiana, que lo que ahora se llama romanticismo, ¿ lo menos en k parte
dramática. Él drama moderno es digno de los siglos de la Grecia primitiva y bárlnn:
solo describe el hombre figiolójico; esto es, el hombre entregado á la eaerjfa de sos pa*
siones, sin freno alguno de razón, de justicia, de relijion. ¿Sacia su amor« »a yengua,
üU ambición, su enojo? Es feliz. ¿Halla obstáculos invencibles que destroyen sua criai-
nales esperanzas? Busca un asilo en el suicidio.
Los dramáticos del dia hacen consistir todo so genio, todo el mérito de su inTettdmi
en acumular monstruosidades morales. Los hombres son en sus dramas mucho mas per-
versos que en la escena del mundo. Sus maldades son poética' como la tempestad de qiie
habla Juvenal. ¿Qué utilidad resulta de esta exajeracion? Se ha dicho, y no sin fonda*
mentó, que la lectura de las novelas estragaba en otro tiempo el entendimiento de loi
jóvenes, haciéndoles creer que los hombres eran mejores de lo que son. Pero mas dalo-
sos nos parecen los dramas modernos que pintan la naturaleza humana peor de lo qae
es. Error por error preferimos la noble confianza de creer á todos los hombres sene*
jantes á Grandison, y á todas las mujeres tan virtuosas como Clara, á la triste cnanto
infame sospecha de tropezar á cada paso con Antony ó con Lucrecia Bor)ia. Los pria^
ros pueden ser útiles en calidad de modelos, aunque no sea posible llegar á sa perfec-
ción ideal. Y ¿no es de temer que la juventud, tan simpática con todo lo que es fuera
y movimiento, aunque se dirija al mal, quiera imitar los monstruos que se lepresenlSB
en la escena, no mas que por el infeliz orgullo do aparecer dotada de pasiones faertes?
Tanto es de temer, cuanto no faltan ejemplares de tan infausta imitación.
No podemos pasar de aquí sin hacer una advertencia útil á nuestra juventud. La
verdadera fuerza yenerjiade alma, no está en las pasiones, sino en la ratón. Las pa-
siones fuertes anuncian por lo común un ánimo débil, si son desenfrenadas. Mas faena
de alma hay en el padre de familias oscuro que llena la larga carrera de su vida ctm
virtudes poco celebradcis, cumpliendo con exactitud sus deberes de hombre y de eiidi-
dano, que en Alejandro el (rraode, víctima de su ambición y de su inquietad. Aqnd
mostrará menos pavor que el héroe de Maoedonia en las cercanías del sepulcro.
No sabemos por qué asquean tanto nuestros dramaturgos de boy la Ulerafara de
los griegos. ¿Por ventura, la Clitomnestra, el Orestes, la Electra, elEgisto de Sólbcks
no se parecen mas á los modelos de maldad que presenta actualmente la esoenai qas
la Desdemona de Shakespeare, las amantes de Lope de Vega , el Horacio de GoméiuBy
la Andrómaca de Racinc? Pero los poetas trájicos de Atenas tenian disculpa en su cresa
ría. Su relijion nada influía en la moral: para ellos el hombre era un ser puraflMats
lisiolójico, dirijido invenciblemente por el destino.
tFata vdentem ducunt, noleníem Irahtmt»
cConduce el hado al que le sigue: arrastra al que resiste.!
¿Pueden tener esta disculpa nuestros dramaturgos? Y si acaso creen en li ciega ne-
cesidad del destino, ¿creen también en ella los pueblos que asisten á sus espectácnlosf '
Pero dirán que el fin de sus dramas es moral < por cuanto los perversos acaban sai-
cidándose.> Y ¿qué es el suicidio para hombres que nada creen sino sus pasiones? Des-
|Kies que se han hartado de maldades; después de haber servido á los espectadores los
[39]
e todos los delitos, se les dá por postre el mayor de todos ellos á los ojos delü
eza y de la relijion. ¡Bella moral por cierto!
puede haber verdadero efecto moral ni dramático sin interés. ¿Por quién se
k á interesarse ningún corazón lionrado y sensible ni en Anttmy^ ni en Angelo de
ni en Lucrecia Borgia ni en otros mil dramas, donde el hombre que tenga alguna
eza se halla como en medio de un albadal? Comparemos con los horrores que se
ntan en esas composiciones infernales nuestros sentimientos dulces, nuestra ci-
)n inlclijente, nuestras creencias relijiosa!*, nuestra lilantropfa y hasta nuestras
$ atenuadas y reducidati á su justa medida por la amenidad de las costumbres,
[lodemos sufrir los hombres del siglo XIX la barbarie de los tiempos de Cadmo
lope?
|ué diremos de ese furor de desfigurar la historia para hacer ridículos ú odiosos
;onajes mas célebres de ella? Nosotros no tenemos Á Felipe H por un hombre
pero no somos tan necios que le creamos tal como le han pintado Schiller y
copiando los retratos infieles que de él hicieron los historiadores de Francia^
»tencia humilló, y los del protestantismo cuyos progresos contuvo. No creemos
'los V careciese de defectos; pero ¿quién le reconocerá en el badulaque del ¿V-
r-eemos también que habrán esustido antiguamente en la corte de Francia algu-
icesas livianíis, ]>ero eso de arrojar sus amantes al rio desde la Torre de Xei>leef'
p de los espectadores. Calderón desfiguró la historia ; pero fué para asimilar los
ijes griegos y romanos á los caballeros españoles, que por cierto valian tanto
)s héroes de cualquier nación.
empeño en deslustrar y envilecer en el teatro el ef^lendordel trono: esa manía
)do de presentar á los ojos de los espectadores los vicios y los delitos, verdade-
njidos, de que se han hecho reos algunos ministros de la relijion: ese cuidado en
lestruir todas las ideas de orden social y de moralidad anuncia un plan harto
lo ya por fortuna, yes; do resucitar en la Europa actual el odio contra los reyes,
srdotes y las virtudes; y aquella demencia que produjo todos los desastres de la
;ion francesa. El siglo no puede sufrir ya la anarquía ni en los escritos ni en la^
liciones: la anarquía vencida se ha refujiado á la escena. ¿Por qué se la sufre
f Porque los hombres son inconsecuentes, y porque la moda es la reina del
•
0 la moda pasará, y entonces será muy fácil conocer qneel romanticismo actual,
lárquico, antirelijioso y antimoral, no puede ser la literatura propia de los pue-
jstrados por la luz del cristianismo, intelijentes, civilizados, y que están acos-
dos á colocar sus intereses y sus libertades bajo, la salvaguardia de los tronos«
intícismo del día, considerado en sus efectos morales, en nada se parece ni al
1 ni á los sentimientos comunes de la época. Mas romántico es, en este sentido,
o de Corneille y de Racine, que el de Dumas y de A'ictor Hugo.
hemos visto que el «mpeño de describir el hombre fisiológico^ entregado á su>
s, única intelijencia, única moral, única relijion que se supone-en él, es caracte-
dlel romanticismo actual dramático. Si se comparan sus producciones con las del
friego y romano, se verá que son esencialmente las noismas. El modelo de An*
é Egislo, el de Lucrecia Borgia CKtemnestra.
ipan'^mos ahora el teatro clásico de Corneille y lladne y el verdaderamente ro-
dé Sliakespearc y de Calderón, y se conocerán «n uno y otro los caracteres pro-
la literatura acomodada á los pueblos monárquicos y cristianos.
\\ es el nudo, el alma, por decirlo así, de casi todas las trajediasdel teatro fmn-
le el Cid hasta la Jairal Ijí lucha entre las pasiones y el deber, entre el hombre
co y el moral, entre el hombre de las pasiones y el de la intelijencia. Esto es
rto, que aun en los asuntos que lomaron del teatro de Atenas los dramáticos
;s, introdujeron el principio del remordimiento, desconocido en las trajedias
¿Qué tiene que ver la Clitemnestra de Sófocles cuando después de haber come-
Ijorroroso parricidio, se jacta de él y esclama que volvería á hacer lo que habia
con la Clitemnestra de Voltaire, siempre luchando consigo misma, siempre des-
la por los remordimientos, siempre infeliz, hasta que el acero de su hijo puso
miserable existencia? í.a Fedrn de Racine no es por cierto la deSi^neea ni la de
Eurípides. Su lucha es prolongada, terrible; conoce toda It enormidad del crimen que
le aconseja su pasión, y ya en el márjen del precipicio hace esfuerzos, aanqne iosofi-
cientcs, para no caer en él. Estos dos caracteres, los de Rodrigo, Horacio y Cinna n
Corneillc, los de Agamenón, Rojana y Andrómaca en Racine, y el de Jaira en Voltairef
son enteramente románticos, en el sentido que hemos dado á esta palabra.
Poco nos costará probar lo mismo de los de Uamlet, Lear, MacbeLh y otros madmi
de Shakespeare. Este dramático, quizá el mas profundo que ha existido jamas, no hace
mas que reproducir en todos sus dramas la lucha entre la virtud y el vicio; y á pov
de sus numerosos y grandes defectos de ejecución: á pesar de las burlerías de Voltaire,
á pesar de la critica de Aloratin que no comprendió bien el espíritu de aquel hombR
estraordinario, siempre será cierto que el padre del teatro ingles escede á todos lof
que han cultivado el mismo género, en la pintura del corazón humano, porque ningu-
no ha descrito como él los contrastes entre el sentimiento moral y las pasiones.
Nuestro Calderón, en una rejion no tan elevada como la de Shakespeare, con me-
nos profundidad pero con mas arte, amenidad y corrección que el bardo británico, ha
pintado lo mismo. Sus esposos ofendidos no son tan feroces como Ótelo; pero acsM
sienten mejor, porque perteneciendo á una sociedad mas culta, son mas capaces de
valuar la felicidad del amor virtuoso, la desventura de los celos y el oprobio dd hcK
ñor ultrajado.
A muchos de nuestros lectores parecerá estraño que hayamos reunido en una mif-
ma categoría autores tan diversos en las formas de estilo y de composición, como Cor
neille y Shakespeare, Racine y Calderón. Pero ¿qué son las formas del drama, ó de h
elocución, cuando so trata del fondo de las cosas? Nucsira crítica del romanticismo ar
tual no versa sobre las formas, y cuando hablemos do ellas, quizá no serán tan setor»
nuestros juicios como lo han sido y lo han debido ser hablando de los efectos mordes.
No puedo haber belleza sin virtud. Toda obra quo produce resultados pemiciosoiá la
moral, es mala en literatura: y no la salvarán de esta justa sentencia ni la elegancia del
estilo, ni la verdad do las descripciones, ni aun la misma perfección de las combinacio-
nes dramáticas.
Volviendo á nuestro propósito, no debe estrañarse que hayamos reunido en unasoh
clase á autores, que la moda del dia coloca en dos muy diferentes. Corneille tomó de
<¡uillen de Castro, de Calderón y de Uuiz de Alarcon los argumentos de tres de sus me-
jores dramas. Moliere pugnó por imitar á Moreto, y lo hi/o infelizmente. Mas ^"eotu-
roso fué luchando con Tirso de Molina. No sabemos que Racine imítase á ningún poeta
cómico español; aunque si no se hubiera perdido el Sacrificio de Ifigenia de Calderón,
quizá hallaríamos en esta comedia algunos rasgos del hermoso carácter de Aqnücs.
Estas imitaciones hechas por un teatro que empezaba á formarse, de otro que yaeslaba
perfeccionado en su género, prueban que el fondo de las ideas dramáticas era el mis-
mo, aunque la manera de presentarlas en la escena fuese diversa. Cuando el teatro ns-
cional decaeció en £spa/ia é imitamos á nuestra vez las formas del teatro francés, no
por eso se abandonó el principio de los contrastes y pposiciones, que es el caraderistico
y fundamental del verdadero romanticismo. Moratin tiene escenas y pasajes, queleidoi
aisladamente, podrían parecer de Calderón cuando era bueno. Los diálogos entre Leo-
nardo é Isabel en el liaron y el carácter de i). Carlos en el Si de las niñas perteneces i
la comedia urbana del mismo género que cultivó el gran rival de Lope de Vega. N(f
hay que hablar de las pocas trajedias que merecen y han obtenido aceptación en elpo
riodo desde Carlos 111 hasta nuestros días; pues no hay ninguna de ellas donde nose re-
presento la lid, tantas veces citadas, entre las pasiones y el deber.
Los ejemplos que hemos mencionado del teatro francfs que ahora sel1amaciUfi0it7
tlcl teatro ingles y del español del siglo XYII, que se estiman como románticos^ prue-
ban hasta la evidencia que las formas dramáticas son indiferentes para los resulta^
morales, y que estos pueden ser buenos y útiles á la moral pública, ya se someta dg^;
nio á obedecer las fórmulas estrechas de Boileau, ya quiera entregarse al vuelo atrevido
de Shakespeare y de Calderón. La coincidencia que hemos demostrado entre él teatro
romántico actual y el antiguo de Atenas, prueba lo mismo en cuanto álos efectos pei^
niciososen moral, con esta diferencia sin embargo, que es favorable á Sófocles y £u^
ripides. lx)S griegos creian el fatalismo, amaban el gobierno republicano y aborreciaa
[41]
lárquico. No es de estrafiar, pues, que sus poetas inculcasen aquel funesto prin-
f pintasen odiosos á los reyes. Esta disculpa no alcanza á los nuevos dramatur-
i>rque la sociedad actual no tiene ni las creencias ni los sentimientos que ellos
1 á inculcarle en sus dramas.
Iríamos añadir á los ejemplos ya citados el del teatro alemán, cuyas formas son
ticas. Bajo ellas ha escrito Kotzebuc la Misantropía y el Arrepentimiento^ y Schiller
Irones; el primero no puede ser llamado un drama inmoral, aunque sea contrario
tras ideas sobre el honor. El segundo es esencialmente anti-social. ¿Qué mas? Al-
mo de los mas estrechos observadores de las reglas clásicas, ¿no encontróla pesar
la sujeción, los medios de derramar en sus trajedias toda su hiél republicana?
ncluirémos este articulo con una observación muy importante. Nosotros ni cree-
í hemos creido nunca que el teatro tiene por objeto primario la corrección de las
ibres: solo creemos que debe ser una diversión inocente. Pero en ella se describe al
*e; y esta descripción ha de producir necesariamente efectos morales sobre los
adores. Decir lo contrario seria negar el poder del ejemplo, la májia del estilo,
acción de las situaciones, la influencia del interés dramático. Ahora bien: si los
I morales que naturalmente debe producir un drama determinado, ó un sistema
imatízar son perniciosos ¿deberá ser permitida su representación? Resuelvan los
nos este problema. Nosotros nos contentamos con repetir á los hombres que apre-
»davia el sentimiento moral y que tengan buen gusto, que nada es tan deforme,
|uero0o como la inmoralidad; pues se opone á la primera de todas las beuezas
\ la virtud. Los que se complacen en ver horrores, costumbres patibularias, cri-
i y suicidios; los que se estasíán al oir invectivas contra los reyes y los sacerdotes;
e se creen jueces por el precio del billete, de las generaciones pasadas, presentes
reos en el tribunal de la escena, cometen un anacronismo. Debieron haber nacido
§poca de Robespierre y de Marat.
RESUMEN DE LOS ARTÍCULOS ANTERIORES
SmRE EL ROMANTICISMO.
ha parecido conveniente reducir á un corto número de reflexiones todo lo que
\ dicho acerca de la célebre cuestión que se ha promovido en nuestros días entre
lanticismo y el clasicismo.
' £1 teatro griego solo presentaba él hombre de las pasiones y del destino^ y el
pe fisiolójico; y cuando mas el hombre público ó el ciudadano. Los teatros de la
a moderna deben representar el hombre moral, el hombre de la virtud, y lo deben
itar individualmente^ esto es, los sentimientos que se le atribuyen, aunque perte-
I ala especie humana, han de tener el carácter particular del personaje.
' Las formas del drama griego, que debieron su oríjen á la naturaleza del espec-
, que era un acto relijioso en su principio, y á la construcción material del teatro,
aficientes para una acción sencilla en la cual se representaba el hombre tal como
cebia entonces la sociedad; pero es preciso darles mas amplitud en la Europa ac-
|ue ha renunciado á la vida del foro, y cuyarelijion define al hombre de una má-
senos sencilla y mas complicada.
Debe usarse do esta amplitud con sobriedad; pues no puede dudarse que
e la unidad de interés sea la principal en el drama, y la verosimilitud moral la
ra de todas, se reconocen sin embargo en las unidades de acción, de lugar y de
> medios de verosimilitud material que no son despreciables. No es licito en nues-
tender quebrantarlas sin justos motivos.
Los teatros de España, Inglaterra, y Alemania renunciaron á las formas griegas;
ro francés del siglo de Luis XIV las adoptó; pero abandonando la sencillez déla
6
[42]
trajedia ateniense. Corneillef Racine y Voltaire no degcríbicron el hombre fiñolójico
fie la antigüedad, sino el hombre cristiano y monárquico de su época. Los defecloi é
inconvenientes de sus dramas consisten en haberlos hecho en un espacio muy redoddo,
y su mérito como poetas dramáticos, en haber hecho obras tan excelentes á penr ét
la rijidez de las reglas á que se sometieron.
o.** £1 actual drama francés, llamado vulgarmente romántico, pinta el hombte Sm-
lójico como el de Atonas, sin someterse á sus reglas: falsea la moral universal civil y po-
lítica del género humano, supone que el hombre no puede lidiar contra sus paiioau,
y no le deja mas opción (¡ue satisfacer sus deseos á cualquier costa ó suicidarse. Es, rao,
contrario á los scntimiontos de la civilización actuak, no cumple con sus exijeeciaf, y
caerá apenas dejen de sostenerlo el capricho y la moda.
A eslo se reduce la gran cuestión del Romaniicwno»
Tanto esta voz como su opuesta Ckuicismo como el adjetivo romántico^ son bárinr»
y aun ridiculas en nuestro idioma. Son ademas inútiles; porque jamas podrán ooDlri-
buir á caracterizar el mérito de una composición dramática. Para nosotros es din»
todo lo que está bien escrito, y se puede proponer como modelo de estiloy delengnije
en las clases ó aulas de humanidades. Así con tanto placer leemos el Britdmeo de Baóie
como el Lindo D, Diego de Moreto. Y no hay uue hablar de reglas de unidades, de for-
mas. ¿Queréis someteros á ellas? No escribáis la Peiimeíra de Moratin el padre» aiao d
Si de las Niñas de su hijo. ¿Queréis libertaros de esa sijgecion? No manchéis el papd u
las costumbres públicas con el Antony^ sino componed algo semejante á Diwloi Aomt
y lealtad de Calderón.
Escribid dramas que interesen á los hombres de cultura y honradez, como son cmí
todos los que asisten al espectáculo: respetadla moral, la relijion y los principios polí-
ticos (¡00 rijen en vuestra patria: respetad vuestro idioma: observad rígorosameafali
verosimilitud moral, y en cuanto sea posible la material. Si esto hiciereis, nadie venU
á pediros cuenta del quebrantamiento ú observancia de las unidades, como nedaoMirte
se le pidió al gran Corneille. Os sucederá lo que á él; los aplausos del público acaUaiis
los gritos de la crítica.
En cuanto á los autores dramáticos esjpañoles que hay en la actualidad, aconsijvé-
mos adomas que huyan á toda carrera del drama de Dumas y de Victor Hago, y ffnt
no busquen para recalentar su fantasía las novelas que tan á manos llenas prodift
aquella nación. Noes conveniente pintar al hombre masmaílo de lo que ef« Si es licito al poeta
crear un mufido ideal^ no se le permite esta licencia para degradar la especie hunaaif
sino para perfeccionarla. Renuncíese enhorabuena á las formas aristotélicas: pero pon'
tenemos en Lope, Calderón, Rojas y Moreto tan cscelentes modelos de esa libertad li-
teraria, ¿por qué hemos de buscarlos en dramas infórmese inmorales, y decuyaimili-
cion el menor inconveniente seria la corrupción del habla castellana?
Lo mismo podemos decir á los poetas Ifrícos de nuestros dias, empellados por U
mayor parte en embutir en la versificación de Herrera y Rioja pensamientos, fréfei y
modismos, que trascienden á francés desde media legua. También se ha querido eotaa*
der á este género el principio romántico, no sabemos por qué: pues la poesia liridf
siendo como es la espresion de un sentimiento, no tiene ni puede tener formas divenn.
La diferencia está en lo que se diga, bien ó mal, con oportunidad ó sin ella: peroeoos
la división ó variación de las estanzas. La moda actual de escribir las composicioiBf
líricas en diversas especies de metros, aunque contraria á la de nuestros poetas dd ii|i*
Xyi y aun á la de los líricos latinos, es muy conforme á la práctica de los giisgoi»
¿Diremos por eso que la poesia del sentimiento ha mudado de esencia?
Todo lo que el romanticismo puede reclamar como suyo es la variación delasfor»
mas; pero para designarla no es menester introducir una voz nueva en el idiomt: M
diversidad existia ya en tiempo de Luis XIV entre el teatro español y el francés, y M-
leau la esplica con tanta claridad como injusticia; ¿se creó por eso una nueva púaM
No falta quien quiera dará la.literatora romántica un carácter mas elevado, y asodarii
en cierto modo á las ideas políticas de la época. Se dice que el rc^^nticismo es el M-
tema de la libertad literaria. Si esto es así, precise será confesar < el romcnloMM ei
mas antiguo de lo que todos creen, y coronar á Horacio como ak imer prodamador
conocido de este sistema con su célebre quiilibet audendi.
[43]
Libertad literaria es una frase ambiciosa como otras muchas, que después de ana-
lixadas, nada dau. Ed efecto^ asi como la libertad en el orden civil y político es la obe-
diencia á las leyes, asi en el orden literario es la sumisión á las reglas: y asi como en el
Erímer caso para que el ciudadano modere sus acciones, tiene que estudiar y conocer
I lejislacion y su espíritu, asi el poeta en el segundo ba de examinar ]as reglas que la
naturaleza ba impuesto al género en que quiera escribir, sin estar obligado á seguir
formas puramente convencionales. Pues bien*, esto ya lo sabíamos; porque antes de
ahora se ba practicado y puesto en ejercicio esa libertad.
Nosotros designaremos las composiciones con los títulos de buenas ó malas, sin curar-
nos mucho de si son ddsicas ó románticas^ y este es en nuestro entender el mejor partido
que pueden tomar los hombres de juicio, naturalmente poco aficionados á dejarse alu*
cinar por palabras ni frases.
80BRE UN ARTICULO DEL LICEO,
Un el Liceo español de Abril del presente año hay un articulo, intitulado, Poesía cas"
ídUma dd siglo XVIy en el cual, después de varias incursiones en la poesía hebrea y
griega, seacusaá Virjilio de no ser orijinal, á los poetas de nuestro siglo de oro, de ser
meros copistas, y concluye con el decantado axioma de nuestros dias, de que en la poe-
sía como en las demás bellas aríes^ hay un solo libro, que es la naturaleza. Este articulo nos
ha dado motivo para hacer algunas reflexiones, que sentimos no estén conformes con
las ideas del autor.
Dice que cía poesía de la Grecia..., á pesar de ser indíjena..., no es ya tan sencilla
como la délos pueblos nómadas... Por eso Homero no es ni tan sublime como David,
ni tan melancólico como Job, ni tan sencillo en sus descripciones como Moyses.» Aquí
hay muchas equivocaciones que es preciso deshacer.
Kn primer lugar nunca han sido mirados los libros de Moyscs como obras poé-
ticas, sino como colecciones históricas y lejislativas. Grande diferencia hay en tono y
en estilo de sus narraciones y códigos al libro de los salmos y á los de los profetas. Es
verdad que algunas veces copia profecías y cánticos como la de Jacob y los de Moysrs,
Sero no habrá dificultad en conceder que el tono general de su estilo no es poético. Un
istoriador no debe admitir como el poeta, adornos en sus descripciones: por eso Ho-
mero ni fué ni debió ser tan sencillo como el autor del Génesis.
En segundo tugarla causa que el autor atribuye á la superioridad de David sobre
Homero en cuanto á los pensamientos sublimes, no es verdadera; pues en el tiempo
id profeta rey y guerrero no era ya Israel un pueblo errante, sino una monarquía po-
derosa, estendida por la victoria desde el torrente de Ejiplo basta el Eufrates y desde
el Líbano hasta el mar Rojo, cuando Homero nació en una colonia griega del Asia me-
nor, recien fundada por colonos fujitivos del Peloponeso, y por consiguiente pobre y
un cultura.
¿Porqué no se atribuye la mayor sublimidad do David á su verdadera causa, quo
es la naturaleza del Dios que celebraba? Por mas ardiente y elevado que fuese el cantor
le Aquiles, ¿pudiera haber formado con su Júpiter, su Venus y su Marte los cuadros
idmirableB que cantaban los adoradores del iinico y verdadero Dios y los que de orden
Hiya revelaban á su pueblo los sucesos futuros? David es mas sti¿/imf que Uuniero, por*
|ne Jehová es el criador y dominador del mundo; y los dioses griegos, Louibn^s que
Rabian recibido la apoteosis de los pueblos ó de los poetas. Job es mas melancólico que
Homero, porque jamas á este insigne poeta pudo ocurrirle la idea del justo luchando
»n la adversidad, y recibiéndola como un beneficio de la mano divina. La lucha entre
¿hombre sensible que sufre y el hombre espiritual que busca el consuelo de sus males
m Dios, lucha que hace tan interesante el libro del príncipe árabe, pugnaba csencial-
nente con los principios de la relijion gentílica. Asi Homero no pudo ni comprenderla
li describirla.
[44]
¿Y cómo ie dice qae Uoracio es el único poeta orijinal qne poseyó Roma, qiñtándole
tsste titulo de honor á Virjilio^ el poeta del corazón humano, como Homero lo es de k
imajinacion; á Ovidio, cl mas rico y fluido de los vates latinos, y á Tibalo, el mas sinve
y melancólico? Pero cYirjilio, dice, siguió las huellas de Homero y se quedó á larga
distancia, c ¿Cómo asi? /Hay por ventura en la Iliada ni en la Odisea alguna cosa ood-
parable al cuarto libro de la Eneida? ¿Imitó Viijilio á Homero en la descripcioB de li
terrible noche en qne fué arruinada Troya? ¿No le es muy superior en la rñeña de kM
pueblos aue concurrieron á la guerra? Evandro, sus quejas y presentioiieiitoeal enviar
su hijo á tos combates, sus gemidos al verle muerto á manos de Turno, ¿Üenen su ibo>
délo en la Iliada? ¿Lo tiene el inimitable episodio de Eurialo y Niso? ¿Qué tiesa qae ver
con este trozo, en aue eslá llevado al mas alto punto el heroísmo de la amiatad, la ei-
pedicion nocturna do Ulises y Díomedes? En fin, ¿ha escrito Homero algo qne sesenqe
al fin del sesto libro de la Eneida, donde Anquises revela á su hijo ía gloría futura deio
descendencia? Parece imposible que un escritor que debe haber leido ambos poetai,
pues los compara, baya olvidado tan completamente las citas que acabamos de haeer.
Es cierto, certísimo, que Virjilio tradujo de Homero un gran número da descrip-
ciones y comparaciones. Pope en su poema sobre la critica esplica este fenómeno lite-
rano. cEl poeta latino, queriendo imitar la naturaleza, halló que la naturclaia j Ho-
mero eran una misma cosa.» Este es el caso de decir con Yoltaire que solo á los rieof
es licito robar.
¡ Virjilio se quedó d larga distancia de Homerol Ese fiíUo se dá eon mucha prontitad:
mas no sería tan £&cil justificarlo. Nosotros procuraremos ser mas justos entre esos doi
grandes colosos que en todos tiempos se han disputado, y se disputarán aun por an-
chos siglos el imperio de la literatura.
Homero es incomparablemente superior al poeta latino en todo lo relativo á kce«-
posicion del poema y á los adornos que hacen su efecto sobre la im^i^inacion. Viijilio «,
ton la misma superioridad , mas grande ^ue su adversario en la correodoB del estilo,
la delicadeza de la espresion y el conocimiento profundo y filosófico de las pañoaes. No
hay en los dos poemas de Homero un pasaje comparable á esta espresion de ViijiKo,
t Non ignara malí , miseris sucurrere disco. »
ó á esta,
«Quem metui moritura?i
ó á aquel verso inimitable en que Dido*, después de jurar que no cedería al amor i da i
entender que no tardará en infrinjir su juramento:
<Sic effecta sinum lacrymis implevit obortis.»
Todo Virjilio está, por decirlo asi , empedrado de versos de esta especie, qua demwH
tran la sublime ternura de su corazón y la valentía de su genio para espresar los seati-
mientos delicados. Y en vano se buscará en Homero , poeta de tiempos mas rudos, A
modelo de las descripdones de esta especie.
Debiera también tenerse presente, cuando se trate de dar una sentencia juila en-
tre estos dos insignes poetas, que Homero llegó hasta una edad avaniada, JVf
su poema tuvo toda la perfección que su portentoso genio era capaz de darla, vijii-
lio falleció joven, dejó incompleto su poema, y no debia de estar muy satisfocdio dad,
pues mandó quemarlo. Si á tanta distancia de su época es licito aventurar algnaa
•conjetura, nosotros creemos que el disgusto de Virjilio con su obra, procadia de los
numerosos defectos del plan de composición, y no de haber imitado á Homero m
muchas descripciones. Esa imitación, en vez de ser un defecto, deberá aer un méri-
to para cualquiera que conozca cuan rodo, cuan inarmónico era todavía al kagua-
je poético de los latinos en el poema de Lucrecio. Virjilio tuvo la gloria de dula coa
sus traducciones de Homero, parte de la soltura y ilegibilidad , parte da la aimoait
del admirable idioma de Grecia.
Es un fenómeno observado por un literato español de mucha nota, qua Horado,
tan escelente juez en materias de buen gusto, tan admirador de Homero, tan amigo
[45]
5 Viijilio, á quien nunca pudo mirar con emulación, pues los géneros en que am-
ig trabajaron eran tan diversos ^ no habla de la Eneida en ninguna de sus obras di-
Ictícas , siendo asi que celebró ía suavidad y gracia del estilo de su amigo en las
flogas y geóijicas. Nosotros no podemos esplicar este silencio, sino diciendo aue Ho-
kcio, muy capaz de conocer los defectos de plan y ejecución en el poema de viijilio,
0 ara muy á propósito para sentir y analizar sus bellezas superiores , hijas por la
layor parte de la sensibilidad de su corazón. Horacio era poeta , y gran poeta; pero
ra cortesano y ademas epicúreo. Puede desafiarse ¿ cualquiera ¿ que cite del vate
enusino un solo verso, un solo rasgo en que brille aquella ternura exaltada que re-
ota á cada paso del pecho de Virjilio.
Concluye el articulo la parte de la poesía romana , quejándose de que los cantos
e los poetas latinos no fueron ecodela$ últimas palabras del tijida Catón. Este aserto
s contrario á lo que nos dice la historia. Ahí están Lucano y Juvenal que no
01 dejarán mentir: uno y otro Henos de fuego y de enerjía , y el segundo tan in-
ignado por lo menos como pudiera estarlo la sombra del célebre suicida de Utica. Ni
IDO ni otro imitaron á los griegos: ambos son originales. ¿Leeremos por eso la Far-
alia con mas placer que la Eneida? Si el autor del articulo fuese capaz de darnos
•te consejo soltaríamos la pluma y no volveríamos á discutir sobre esta materia.
. El genio no basta: es necesario ademas el gusto ejercitado y perfeccionado. Esta
« una verdad, que se trata de oscurecer en el dia, y es menester repetirla é inculcar-
a si queremos tener literatura.
Dejando, pues, á un lado la poesía de los hebreos, griegos y romanos , vengamos
ra á la castellana que nos importa mas. Hablando de la poesía española del siglo
ICVl, dice que ees un reflejo de la poesía italiana... Tiene, añade, la regularidad de
a poesía romana y la puerilidad sutil de la provenzal.» Después de estos fallos acusa
I los Garcilasos, Herreras, Leones y Argensolas de falta de orijinalidad, del uso que
tiacen de las fábulas milolójicas, de la regularidad hasta en el número de versos de
liguoas composiciones. Lo mas gracioso de todo es que conclu;^a esta larga serie de
icusaciones, celebrando en los mas insignes poetas de aquel siglo las prendas que
os han hecho inmortales, prendas que se avienen muy mal con la falta de orijinali-
lad; porque es imposible que carezca de ella el aue las posea.
En primer lugar es falso que la poesía castellana del siglo XVI sea un reflejo de
ia italiana. Si se adoptaron sus metros y la disposición de sus estanzas, eso no es co-
piar. ¿Quién llamaría copi$ta á Muríllo, porque hubiese pintado uno de sus cuadros
;d el lienzo que le hubiese prestado un amigo? Lo que caracteriza á un poeta no son
los metros, sino los pensamientos, el tono, el colorido; y todo esto fué original en
nuestros poetas del siglo XYL
¿Por qué, pues, imitaron á los poetas latinos y griegos? Porque si no lo hubieran
hecho, DO tendríamos ni lenguaje poético,' ni poesía castdlana. Garcilaso es tan pro-
fundamente tierno, tan altamente orijinat en el canto de Nemoroso, porque en el de
Salido imitó con tanta perfección á Viijilio. En este aprendió á dominar la ruda
ispereza en que habia dejado el lenguaje poético castellano el Ennio español Juan de
llena: eo este adquirió la flexibilidad y soltura necesarias para componer la admira-
ble esCanza que comienza
cPor ti el silencio de la selva umbrosa»
6 aquella, llena de ternura y melancolía;
c ¿Quién me dijera, Elisa, vida mia, etc.i
No hay ninguno de los poetas de nuestro buen siglo, en el cual no haya imitacio-
nes de los antiguos y cantos orijinales: las primeras les sirvieron para pulir y enri-
]vecer el lenguaje; en los segundos desplegaron toda la fuerza de su genio. No los
censaremos por las riquezas que robaron de otros Parnasos, para hacer mas copioso
el tesoro del nuestro. '^Cuántas locuciones, cuántos giros poéticos poseemos en nuestra
lengua, que no existinan si no se hubiesen hecho esos hurtos gloriosos de que se que-
ía nuestro autor!
[46]
Si examioamos atenta meóte las composiciones en que se fanda U gloria poética
de nuestro siglo de oro, se verá que ninguna de ellas debe nada ni á Italia ni á Roña.
J^as canciones sublimes de Herrera: la célebre de Rodrigo Caro, rrfandida por Rioja,
d las ruinas de Ifdlica: la epístola moral de este: los versos buenos de Góngora: los de
Lope, que son inimitables cuando son buenos: los sonetos y canciones de loa Argea-
solas; y las odas orijínales de León, nada deben ni á la poesía italiana ni á la lati-
na. Hasta la profecía del Tajo es enteramente española, aunque el autor imitaae la fÍM>
ma del Vaticinio de Nereo de Horacio. ¿Qué importa la fornuí donde el trabajo es tía
superior?
No es cierto, pues, que nuestros poetas del siglo XYI fuesen meros copiataa, y mu-
cho menos que cuando sentían no necesitaban copiar.
En cuanto á la puerilidad sutil, que atribuye el articulo á la poesía provenial, y
que según él mismo, copiaron nuestros poetas, de donde deduce el orijen de laaU»
conceptos amorosos, solo diremos que la actual generación no es capas de josgard
mérito ó demérito ni de estos conceptos ni de su oportunidad para desoribir la pasioa
del amor. Á nosotros deben parecemos ridiculos y frios: ¿debia suceder lo ñusno á
los españoles de los siglos XV, XVI, XVII, para los cuales el amor no era un afiseto
fujitivo, un placer momentáneo, sino una especie de culto, y la mas seria ocapacioB
de la vida? Parécenos que no. Por eso no se contentaban con el delirio y abandono de
los poetas griegos y romanos. Tenían un medio mejor de describir el delirio, pan
qWos permanente^ de la pasión, que era raciocinar sobre ella. Nunca un loco se man-
tra mas loco que cuando hace discursos sobre el objeto de su mania. Como ahonie
trata el amor á la manera de los antiguos, esto es, como un mero placer fisico, no «
estraño que nos fastidie la importancia que le daban los poetas del siglo XVI y iv
succesores.
A la verdad sentimos leer en Herrera tantos versos amorosos; tan superiores na
los pocos que compuso en otra linea. Pero nunca son ridfcuias^ pues á lo menos sien-
pre hay que aprender en ellos la pureza y corrección del estilo, y el uso de las veon
y giros poéticos. Ademas, tiene muchos trotos en los cuales nada puede encontrarqse
reprender ni aun el autor del articulo que impugnamos. Tal es la elejla á la mncr-
tede Heliodora, ó estos versos que cita Lope como modelos de elegancia y teman.
«Breve será la venturosa historia
de mi favor, que es breve la alegría
que tiene algún logar en mi memoria.
Cuando del claro cielo se desvia
del sol ardiente el alto carro apena
y con igual espacio muestra el dia.
Con blanda voz que entre las perlas suena,
teñido el rostro del color de rosa,
de honesto miedo y de amor tierno llena,
Me dijo asi la bella desdeñosa. >
Bi articulo acusa á nuestros poetas de ser copistas de los romanos. Nosotros prsgos-
taremos ahora: ¿porqué en la descripción de la pasión amorosa tomaron un giro tas
diferente del que siguieron Safo, Anacrconte, Ovidio, Tibulo y Horacio? ¿Dirán qoe
por imitar á los italianos y provenzales? No; sino porque pugnaban los cantos de Mf
poetas antiguos con las ideas y sentimientos de su época. Asi en esta parte importsa-
te de la poesía no se apartaron tanto como dice el articulo del mundo y de la socie-
dad que tcnianá la vista.
Es verdad que se quiso introducir entonces en España el teatro greco-latíao. H
proyecto no tuvo efecto, no porque imitar las formas de aquel teatro fuese mal he-
cho, sino porque las mismas causas que impedían tratar el amor á la manera de Ovi-
dio, se oponían también á que se admitiesen por el público aquellas formas. Asi ei
que Lope de Vega fundó la verdadera escuela dramática española: esto es, la qneen
\ erdaderamente acomodada al gusto nacional .
Ni faltó entre nosotros en el siglo XVI la poesia popular. Tenemos romanceros y
[47]
ranciooeros de aquella época, en l08 cuales no hay seguramente imitaciones de nin*
gun Parnaso estranjero. Tampoco faltaron cantos relijiosos, y algunos de ellos de gran-
de mérito. Hubo también quien empuñase la trompa épica, y emprendiese cantar las
hazañas contemporáneas; pero para sacar falso á nuestro articulo en todas sus par-
tes, ninguna de nuestras epopeyas es digna de pasar á la posteridad. No se nos diga,
pues, que en poesía hay bástanle con el libro de la naturaleza.
La acusación de haber hecho uso de la nomenclatura y de las fábulas mitolójicas,
que parece la mas fundada contra poetas que profesaban el cristianismo, es sin em-
bargo la mas injusta de todas. La mitolojía no es otra cosa que la descripción poéti-
ca del mundo físico y moral: sus consejos son, generalmente hablando, alusiones y
aleforias injeniosas, creadas por el talento de ios griegos. Forman, pues, el tesoro
de la poesía de todas las naciones procedentes déla civilización griega y romana. Pri-
varlas de él es quitarles los medios de personificar las pasiones, y de elevar el len-
gui(je poético sobre el común y vulgar de los hombres, y por consiguiente es qui-
tarle á la imajinacion sus derechos y obligarla á contentarse con prosa rimada y fi*
losófica. Solo deberemos advertir que la nomenclatura mitolójica no puede tener lu-
gar en las poesías cristianas; y la misma escepcion pruébala regla: porque en este
género de composiciones deben ser otros los medios de conmover la imajinacion y de
escitar los sentimientos.
Si nosotros hubiéramos de censurar alguna cosa en los padres de la poesía cas-
tellana, no seria ni la imitación de los poetas antiguos, porque los buenos modelos de*
ben ser imitados, y por imitar han comenzado todos los grandes artistas; ni las rique-
zas de otros Parnasos que importaron en el español; ni el gran número de voces y giros
poéticos, de frases desconocidas que hicieron propias de nuestro lenguaje : ni las for-
mas latinas ó italianas que dieron á la poesía, cuando no tenia ningunas ó las tenia su-
mamente mezquinas. Tampoco les haríamos guerra ni por hi nomenclatura mitolójica^
ni por su manera de cantar el amor, ni p<»r los asuntos que elijieron para sus compo-
siciones. Todos estos cargos se ha visto ya que son falsos ó ezajeradós. Lo único que
nos disgusta en la literatura del siglo XYI, es la falta absoluta de conocimientos en la
ciencia filosófica de las humanidades; la cual, á haber sido conocida, hubiera puesto
un grande obstáculo á ¡as innovaciones funestas de Góngora y Qoevedo, y al torrente
de mal gusto que abismó en el siglo XYI! la poesía y la elocución castellana.
Pero ¿pudieron los poetas y escritores del siglo XVI haber creado y perfeccionado
esta ciencia? No: aquella fué la época del genio, anterior siempre á la déla filosofía, y
nadie ignora las dificultades invencibles que se oponían entonces á los progresos del
espíritu filosófico.
En cnanto á la frase, presentada bajo la forma de axioma, en que concluye el artí-
culo, solO' haremos ung reflexión. ¿Se formará un pintor sin ver ni estudiar mas cua*^
dros ijne los que él componga? ¿ó un gran músico sin haber oido otras armonías que
el somdo de las fuentes ó el canto de los pájaros? ¿Por qué, pues, se ha de negar en el
poeta la necesidad de un estudio indispensable para las otras bellas artes, á saber: el
estudio de los modelos? No aconsejamos la imitación servil, como la que hacen algunos
de la moderna escuela francesa de poesía, que por cierto no merece ser imitada. No se
imite, pues: pero estudíese á lo menos; apréndase en el ejemplo de otros cómo se ven-
cen las dificultades: examínense los escollos en que se han estrellado. El estudio es al
mismo tiempo la espuela y el freno del injenio.
DEL POEMA DESCRIPTIVO.
IjSTE género fué desconocido en la antigüedad griega y romana. Ni á Aristóteles ni á
Horacio ocurrió que el pincel poético pu£ese emplearse en formar cuadros sin mas ob-
jeto que el de formarlos. Ya es sabido que la poesía, siendo el idioma de la imajinacion
L*8|
y de los afectos, debe convertir las ideas en iniájenes, y acercarlas cuanto sea posible
á los sentidos.
Pero siempre ba de baber iin fin determinado para el cual sean útiles las descrip-
(■iones. £1 poema descriptivo solo fué cultivado bácia mediados del siglo último; pan
aunque se encuentran algunas composiciones de esta especie en nuestros poetas del si-
glo XVI, como la descripción de Aranjuez por Argensola, y la del incendio de Granada
por Espinel: la primera puede considerarse como un elojio del rey que hiio formar
aquel sitio, y la segunda como un trozo de narración épica.
En la pintura es conocido el género de los paisajes, puramente descriptivo; pero
esta divina arte, que babla inmediatamente á los ojos, llena su objeto aunque no £i^
mas que presentar la naturaleza visible, si la presenta con verdad y escojimieato. Fih
rece que de la poesía se e»je algo mas. El lenguaje no puede llegar nunca á la exacti-
tud del pincel; pero puede pintar mas cosas que él: puede describir con masperfeaciiM
las ideas y los sentimientos: sentimientos é ideas se piden al poeta, al mismo tiempo
que imájenes. Aun entre los paisajes se ven con mas placer en igualdad de mérito artís-
tico, aquellos en que las figuras humanas sirven de centro ál cuadro, y como que ma-
nifiestan que toda la naturaleza ba sido criada para servir de adorno ó de pábulo al
sentimiento y á la intelijencia.
Sin embargo, no se crea por lo que bemos dicbo que despreciamos el género des-
criptivo. Las estaciones de Tbompson y las de Saint Lambert vivirán tanto como U»
idiomas en que se ban escrito. Solo bemos querido notar el inconveniente de esta elaie
de poesía. Por bellos que sean los cuadros, causan al fin tedio y disgusto, si sonma<to
y de objetos muy minuciosos, como sucede tal vez á Tbompson, y no se procara que
intervenga en ellos el bombre, y que se muestren las armenias misteriosas entreoí wr
intelectual y sensible, y los demás seres que pueblan el mundo: en una palabra, es me-
nester que el poema descriptivo sea ai mismo tiempo didádieo.
En efecto, ¿cuál es el fin que puede proponerse el poeta en sus descripciones? fin-
sentar los objetos á la fantasía del lector? ¿Lucir la gala de su elocución, la armonía de
sus versos, la buena elección de las circunstancias y de los adornos? Todo esto afiNta
agradablemente la Gintasia; pero el corazón y el entendimiento quedan tranquilos. Apa-
rezca en el cuadro el bombre, ó gozando, ó sufriendo ó meditapdo: se aninaará é int^
resará la descripción. Llámase poema didáctico el que tiene por objeto presentar eo
una succesioa de cuadros los preceptos de algún arte ó ciencia, ó por lo menos cierto
orden de ideas ligadas entre sí por algún principio filosófico. El poema descriptÍTO será
tanto mas perfecto cuanto con mas exactitud enseñe las relaciones de la naturalea coa
el bombre.
Este género admite mucba variedad; porque es increíble la fecundidad prodQiosa
(le la imajinacion humana cuando se emplea en la contemplaciop del universo. Las ar-
tnonias relijiosas de Lamartine, la utopia del optimismo de Pope, las profundas y an-
lancólicas reflexiones de Young, muchos de los cánticos celestiales del profeta de Sioa,
y otra gran multitud de composiciones poéticas puede reducirse á la descripción cobm
nosotros la concebimos, y la bemos esplicado.
I^s reglas peculiares de esta clase de poemas no son muy numerosas» La principal
de todas, y (¡ue nunca debe olvidarse, es no cebarse tanto en el placer de describir mi
objetos sensibles, que falte á los cuadros la vida y la animación. Para eritar esto doipf
to basta á un poeta hábil introducir en sus cuadros al hombre, ó como parte integran*
le de ellos, ó cuando no sea posible, como observador. Viijilio anima asi á unadestt
mas hermosas comparaciones.
In se^etem veluti cum flamma furentibus austris
Incidit, aut rápido montano Oumine tórreos
Sternit agros, sternit sata laeta boumque labores
Pnccipitesque trahit silvas: stupet inscius alto
Accipiens sonitum saxi de vértice pastor.
(Así tal vez por el furioso Noto,
arrebatado el fuego cae en las miases:
6 el arroyo crepido con las aguas
[*9]
del monte, tala campos y sembrados,
y arrastra entero el bosque. Del destroio
sobrecojido, en la elevada peña
oye el pastor el horroroso estruendo.)
leí espectador puesta al fiin del cuadro, lo anima y embellece. Otras ve-
I la piíilura del furor encadenado, se presentan los seres abstractos bajo
anos. Nada hay tan interesante para el hombre como el hombre mismo.
Iros suiHe tal vez pecarse por escesiva minuciosidad. Mnratori, en la ex-
)n que publicó con el titulo Drlla perfecta poe^t7a/tana, distingue dos es-
¡ncs, con los nombres de generalizadas y particularizadas.
T nombre á aquellas descripciones en las cuales se pinta el objeto con un
[> de tal naturaleza, que él solo basta para grabarlo en la fantasía. Cuan-
I que Polifemo llevaba por bastón un pino:
cTrunca manum pinus regit et vestigia firmal,»
irio que se detenga á describir las dimensiones de su cuerpo: bastante*
idemKs su desmesurada estatura. Cuando Horacio dice á Augusto que lo^
)an impunemente,
cNeu sí ñas Medos equitare inultos,
Tcduce, Caesar,»
* que ha^^a una larga descripción de los estragos que causaban en las
mpcrio cnrcanas al Eufrates, ni de la ignominia que por eso sufría el
). Uno y otro se perciben bien con solo la espresion pintoresca equitare
itori imájcnes particularizadas ¿ aquellas en que se describen menuda»
anstancias del objeto: de estas so encuentran A cada paso en todos los
is son mas felices: anuncian una inspiración mas profunda, y dejan al
de formar él niisnio todo el cuadro para el cual solo se le habia dado
) entrences participar del genio del poeta.
is, si han de ser buenas, necesitan de mucho talento; porque es menes-
igar, no describir todas las circunstancias, ni imitar á Ovidio, que como
ntilianc», nunca Mbc acabar, y describiendo por ejemplo, el incendio cau-
pcricij de Faetón, oo nos perdona ninguna de las constelaciones que
el fue<^o de su carro. En segundo lugar, deben elejirse los rasgos que
tar el objeto bajo el aspecto que acomode mas al carácter de Ja com-
itento del poeta. Esta elección no es filcil, y es hija de un gusto ejerci-
*es modelos qiKM-onocemos de esta especie de ímájenes son Virjilío y
lio nunca se desmiente, pero el segundo tal vez describe circunstancias
menos que nos lo parecen á nosotros, quizá por no conocer las cos-
)ersonajosá que alude. En la Oda en que describe el rapto de Europa,
bien por qué osla princesa, quejándose de verse enmedio de Jos mares
at del toro robador, desea perecer entre las garras de las fieras antes
!8u hermosura, y quiere alimentar á los tigres cuando todavia es beJJa:
c S peciosa qusre
pascere tigres.»
entiende por qué on la Oda á Druso advierte que no ha querido averi»
de la costumbre que tenían los retos y los vindélicos, vencidos por
armar sus diestras con segures semejantes á las de las amazonas. Siem-
cido esta advertencia inútil un rasgo satírico contra algún poeta 6 autor
upo, que al celebrar la victoria de Druso, se habia estendido mucho
7
[50]
»obre el orijen de aquellas armas. Pero la Oda, y madio mas la patriótica y easi
rámbica, no es terreno á propósito para la sátira^
DE LA EPOPEYA.
K
¿LjS estegénero tan contrario al espíritu y al gusto del siglo actual como alactaa
algunos? Tal es la cuestión que nos proponemos examinar.
La lUada de Homero apareció en Grecia cuando la civiliíadon no habia hedió toda-
vía grandes progresos: coando los ánimos aun no Toncidoa da loa placerea ficCieioi de
la sociedad eran todavía capaces de sentimientos elevados y grandes, y de pmiUr lai
nobles descripciones del ciego de Smimat y de complacerse en ellas. El espfritn y ca-
rácter délos griegos se pervirtió; pero aun quedaron bastantes centellaa del fuego pri-
mitivo para entusiasmarse con la lectura de aquel divino poeta. INgalo, si no, AkjaiMii
el Grande, ardiendo en el amor de la gloria á solo el nombre de Aquilea.
Muchos siglos, diversas creencias, revoluciones muy importantes ha eaperinenlaA)
la sociedad desde el siglo de Homero; pero su obra ha sido constantemente la admiii-
cion j embeleso de los que han sido capaces de entenderla, sin embargo deooeya na-
die cree en sus dioses, nadie se interesa por sus héroes, y á nadie importa el hado ét
Troya ni la venganza árjiva. Para producir este efecto tan universal, tan grande, tii
constante, no bastó que Homero hubiese descrito cosas oue fuesen agradable» á subí*
cion. Su genio dominó toda la ostensión de la tierra, toda lasuccesion de los si^os* Pialé
fielmente la humanidad; hé aquí su mérito; hé aquí el orijen de su gloria imnarresiMs
Vírjilio, al contrario, escribió su Eneida en el siglo mas corrompido de Ronaa, éuaado
ya ni habia creencias ni costumbres. Sin embargo, agradó y mereció también laimMM^
talidad por la pureza de la elocución: por la pintura de hombres no tan sencillos y fe-
roces como los de Homero, sino mas conformes á los romanos de su tiempo;' y es fls,
or los cuadros inimitables que presenta de las pasiones humanas. El amor de Kdo,
os lamentos de Evandro, el episodio de Eurialo y Niso serán laidos con entusiasmo y
enternecimiento, mientras los afectos del amor, de la amistad y de la paternidad bd
nombres vanos entre los mortales. La obra del poeta latino es mas rica en los
ñores; pero no forma el admirable conjunto de la lUaáa.
Estos dos ejemplos demuestran de unamataeramas evidenteqtte una buena S|^opujs
podría ser leida con aplauso y placer en una sociedad como la del si^o netoal^peraHí
dejenerada j pervertida qué se la quiera suponer. Los ingleses estiman todÉviaá ss
Hilton, los Italianos á su Tasso. Y si los franceses no aprecian la JSbnrJsda de YoMn^
no es culpa de ellos, sino de la obra misma, en la cual se quedó muy inferior i sa to*
lento el célebre autor de la Jaira.
Los portugueses no abandonarán fácilmente la causa de GamoenSt i pesar de ka d^
fectos de su noema; y nosotros mismos nos gloriaríamos de nuestros Lbpea. Bnfllss,
Balbuenas y Ojedas» si sus poemas estuvieran escritos en su totalidad con la valaiilia y
perfección que en algunos pasajes.
En una palabra, si no se aplauden los poemas épicos, es porque son auiloa los ns
tenemos, y porque no hay nadie que se dedique á escribir nao bueno. Esta es dfiía
sumamente difícil en su ejecución : nadie la emprende, no porque no gustaría, sino poi^
que todos se aterran de consagrar su vida entera á un trabi^o de éxito dudoso y coya
gloria no podria quizá gozar el autor. Hay en el dia demasiada prisa en darse i eonih
cer y en gozar el incienso de la alabanza para arrostrar una empresa que neeesaria»
mente ha de durar muchos afios.
La falta de creencias que se nota en la sociedad es un inoonveoiente que se abnili
mas de lo que debiera. En primer lugar, es fidso ipie exista esa bita en la parte adterd^
la sociedad; y aunque, en segundo lugar, la hubiese, como efisctivamenle la faabia sn
Roma cuando escribió Virjilio, al po^ pertenece halagar la imsjinadon oob 1a nii|^
[51J
>« y obligarla á aceptar, aanqae solo tea momentáneamenteylos cuadros que
) presentarle. ¿No leemos novelas? ¿No admitimos en ellas, si están bien es-
is las fábulas, aunque sean de hechicerías y de m^icatiY qué es una novela
x^pnfa escrita enprota, con sa protagonista, sus descripciones, su moral y sus
' El Orlando de Ariosto es al mismo tiempo novela de costumbres y satírica,
pico; y nadie lo ha esduido todavía de la literatura»
9mo8, pues, imposible que exista un genio capaz de describir en un cuadro
Bnte estension una acción grande, interesante, maravillosa, caracteres bien
M, costumbres y usos de ana época determinada, y que haga todo esto f^n
I y correcta versificación. Lo que creemos muy dificil es, que aunque exista
apaz de emprender y de llevar á cabo esta obra, tenga sin embargo la con-
lus fuerzas, la constancia en el trabajo, y el tesón de ánimo necesario para
xla su vida en manos de la posteridad. Estamos en un siglo positivo, y el alma
ia calcula, á pesar de toda su poesía, la ventaja de los aplausos actuales sobre
za de los que puede merecer á los siglos futuros. Somos mas ambiciosos que
e la gloria, y decimos con el Diógenes de Calderón:
¿qué me importa
q^ne fama ó no fama tenga,
SI un aliento de la vida
hoy calladamente suena
mas que después todo el ruido
de sus trompas y sus lenguas?
* eso deja de ser cierto:
le el laurel literario mas importante para la gloria de una nación es el de la
a; porgue en un cuadro estenso y dilatado puede el poeta hacer insigne mués-
conocimientos de toda especie, y describir un siglo, una época entera de la
esu nación.
le este laurel falta todavía en el Parnaso español. Tenemos muchos poemas ú
pero plagados de defectos capitales en el plan, en la dirección de la fiibula y
o.
aso ninguna nación posea una historia mas épica que la española, sus principa-
s desde los principios de la fundación del reino de Asturias, están llenos de
No creeremos en el genio poético del que pueda leer las nobles pajinas en
ina describe el levantamiento de Pelayo, la conquiste de Toledo, la natella de
, en que se jugó á un trance la suerte de la cristiandad de España, los cercos
y de Granada, la conquiste de Ñapóles y el descubrimiento del nuevo Mundo,
le inspirado y dispuesto á embellecer con los adornos de la poesía aquellos
gloriosos sucesos.
•: LAS FORMAS DRAMÁTICAS.
la de los griegos, que en sus principios fué un acto relijioso, conservó cuan-
ser espectáculo, su carácter primitivo; y este fué, por decirlo de paso, el
ito de las invectivas de los santos padres contra este diversión. Prescindien-
imoralidad constente de la comedia griega y romana: de la desvergüenza y
de los Sátiros y de la inmundicia de los Pantomimos ten cnéijicamente des-
lu venal, la asistencia á este clase de especteculos, que comenzaba siempre por
no á Baco, como en los tiempos primitivos, era una verdadera profesión de
incompatible con la creencia y los deberes del cristiano,
ma comenzó, pues, por himnos y cantos relijiosos, interrumpido después con
ó rcciteciones sueltas de Homero ó de otros poetas, y últimamente con una
[52]
accioD mas ó menos regular, representada también en verso. Esta pnrta qoñ loé la ac-
cesoria llegó á ser la principal; mas no desterró á la otra eolerameotei eino laa»-
metió. El coro siguió cantando en el teatro, y aun sus cantos eran relgiosoa ó 8101118^
pero subordinados al argumento y á la acción principal del drama.
G>mo nunca faltaba del teatro, y su gefe, llamado también cono , era nao de bs in-
terlocutores do la pieza, era necesario que la escena fuese ^a* El espectáculo tMftni
de los antiguos en su mayor perfección, esto es, en los tiempos de Sófocles y de Eatím-
des era, pues, una ópera, mezclada de representación y de canto, en la ciyd Cfdaí Iü
artes, la poesía, la mi'isica, la danza, la arquitectura, la pintura y la eacuUaia de^it-
gában el tesoro de sus riquezas.
De esta situación de cosas se deducen fácilmente las reglas de la dramálkafria-
ga. La escena era necesariamente fija; pues el coro no debia bltar de ella. He afák
unidad de lugar. Es verdad que este inconveniente estaba compensado con le gienie
ostensión do terreno que ocupaba el teatro, ostensión que permitía representar ala vis-
ta de los ei^pectadores muchos sitios diversos, aunque cercanos entre sí, como sere«
la primera escena de la Eleeíra de Sófocles.
No variando la escena, no faltando nunca de ella algunos actores, era necesario
que los sucesos que se representasen fuesen seguidos: de aqpi la unidiad de lieafC.
Si los sucesos eran inmediatos en tiempo entre sí, era también necesario io ftm
de destruir el interés, que estos sucesos compusiesen una cuestión única: deeqñ h
unidad de acción.
No bastaba que la acción fuese una: fué necesario que fuese muy sencilla para de-
jar al coro la parte que le correspondía tener en el espectáculo. Y asi es qoe cnanáo
los romanos escribieron comedias de acción complicada; pues una de Terendo se cobh
ponía de dos de Menandro, suprimieron el coro. Pero en la trajedia roaieoe ae coa-
servó; y por lo mismo no se renunció en ella á la sencillez de Sófticleey de Ea-
rípídes. Esta sencillez es la causa de no introducir en la escena maa de tres ielv-
locutores.
*Nec quarta loqui persona laboréis»
como dice Horacio : con tres personas y con el coro estaba auficientemeple Ibeo
el teatro.
En fin , el coro llenaba los intermedios. Por eso Horacio no permite á los dramá-
ticos latinos piezas tan largas que pasen de cinco actos, ni tan cortas que do llegMO á
este número, sin que conozcamos la razón filosófica de haberse ^ado en él el de hs
pausas de representación.
Hemos examinado el orijen de las reglas de composición, dadas pera el leelee air
tiguo. Ninguna de ellas está tomada de la naturaleza de las cosas, aino de lae^A^ei^
cías materiales de la escena y del espectáculo. Sin embargo fuerza es confeanr-fMeip
tas reglas bastaban para la verosimilitud, tal como la concibieron los griegoi;. pees
no los hemos de tener por tan necios que creyesen causar ilusión con su coro aieoipre
en escena y testigo de cuanto se meditaba ó se hacia, ni con sus canciones j movir
mientes periódicos y regulares. En el teatro no hay ilusión: ningún espectador Me ver-
dadero lo que pasa en la escena: sin embargo, después C|ue ha Imcho oonceaidnsUae-
tor y á los actores, no quiere que la licencia de estos ni de aquel llegue á tal pulOt
que destruyan el placer y el ínteres que él siente ya por los sucesos, ya por los perKMHh
jes representados. El placer de la representación es semejante al que nos prodaee a^
novela leída. Nace de la simpatía que ejercen en nosotros las ideas ó sentimientos l|||ft-
nos. Cuando asistimos á la representación de Edipo, no solo no creemos -que elüoMr
es ol desgraciado rey de Tebas; pero ni aun creemos que haya existido esta TirfiiMí dri
fatalismo. Con todo nos ponemos en su lugar, para lo cual hacemos todas Is» ieperf
cienes necesarias por imposibles que sean. ¿No temblamos mochas iriffis rnn mkiil
jinar que estamos al márjen de un precipicio?
El interés, pues, que escita el drama, nace de que nos sustitnimos al actafs eñ
como el de una novela tiene el mismo orijen» Cualquier cosa que destruya éste ii
so simpático, nos disgusta, nos incomoda. La verosimilitud teatral no se diij¡jei
á hacer creibla las cosas que se representan, sino á hacerlas interetankiM Por
[53J
M dan al autor dramático mucbas concesiones contrarias á la verosímilitad: por ejem-
plo, que César ó Alejandro hablen en verso castellano 6 francés: que una perspectiva
que se nos presenta sea el foro de Roma, la plaxa de Atenas ó los pensiles de Babilo-
nia: que un actor ¿quien conocemos de vista ó de trato sea Sócrates ó Nerón, etc. etc.
Bo la ópera se aumenta mas el número de concesiones. Iníeresadnos y haced lo que queráis
es la divisa del espectador.
¿Destruyen este interés las concesiones que so oponen á la verosimilitud material
de la escena? No. Cuando no eran conocidas las decoraciones teatrales: cuando una
miserable cortina era el único medio de separación entre el proscenio y el vestuario,
los pasajes verdaderamente buenos interesaban á los espectadores. ¿Y no nos arrancan
lágrimas las quejas de Andrómaca ó de Lear? ¿No nos estremecemos al verso de Don
Meado en Garda del Caelañar^
Aqueles el Bey, Cardan
solo á la simple lectura, y sin ninguno de los medios de ilusión ó verosimilitud
dramática?
Pero lo que verdaderamente destruye el interés es la falta de verosimilitud maralx
esto es, que los personajes hagan lo que no deben hacer, atendido el carácter que se les
ha atribuido, ó no hagan lo que deben hacer bajo la misma hipótesis; ó en fin que
el hombre se represente en la escena diverso del que concebimos , del que somos;
porque entonces se falsifica el principio de Terencio, en el cual se funda todo el interés
teatral.
cHomo sum; humani nihil á me alienum puto. *
c Hombre sov: nada del hombre
puede serme indiferente»
Pero ú el personaje que nos presentan no tiene punto alguno de contacto con la huma-
nidad tal como la concebimos, en vano se cansará el actor: no nos interesará, porque
nada de hombre (nihil humani) veremos en él.
Asentados estos principios, veamos si Sófocles y Eurípides tuvieron bastante con
las formas del teatro griego y con las concesiones que les hacia el auditorio de Atenas,
para representar fielmente el hombre tal como era conocido en el siglo de Aristides y
de Péneles.
£1 hombre que conocian los griegos era puramente fisiolójico en cuanto á la mo-
ral. Como aquella nación injeniosa había convertido todas las pasiones en divinidades,
mal podría exíjir de los hombres que fuesen mejores que sus dioses: mal podría con-
denar en la humanidad que cediese al poder del destino, ni al fatalismo que la reli-
jion pagana preconizaba. Asi es que en el teatro griego las pasiones caminan siem-
pre en /íHca reela^ por decirlo asi, sin que detengan ó tuerzan el paso por el remordi-
miento ni por la advertencia de ningún freno interíor.
Casi no habia en Grecia vida doméstica, que tanto contribuye á imprímir carac-
teres individuales á las pasiones y á las costumbres. Los ciudadanos vivían en el fo-
ro ; las ideas y sentimientos, y hasta los sucesos y los afectos eran comunes.
El poeta dramático, que debía describir una sociedad de esta especie, no podía
S litarle á las pasiones humanas el carácter de generalidad que tenían. £1 ambicioso,
amante, el vengativo, el iracundo, el virtuoso, el patríota, el héroe debían necesa-
riamente ser pintados con los rolores propíos de su vicio ó de su virtud: mas no era
Siible introducir en el cuadro circunstancias ó diferencias individuales; porque esas
érencias no existían en la realidad, viviendo todos los ciudadanos de una misma
De aqui se infiere que las reglas del teatro griego, por mas estrechas que fuesen^
eran suficientes para las exijcncias del auditorio y para las necesidades del poeta. No
olvidemos que la mayor parte del tiempo del espectáculo se empleaba en los movi-
mientos y cantos del coro; pero aun le quedaba hueco al autor para desplegar su-
ficientemente cuatro ó cinco caracteres , entre los cuales sobresalía uno ó dos; para
formar el nudo de una acción sencilla, y para conducirla con un corto número dein-
desenlace. Lo oías dificil en toda composición dramática, que es la descríp-
[54]
eion y unidad de las caracteres, podía hacerse con comoi ¡uel enadns por
mas reducido que fuese; pues bastaba presentarlos en dos o t i uiomm pan fas
fuesen conocidos. Todo lo que había que pintar era el Aoi v , ña IvAm fas
despedazasen su corazón, sin particularidades ni circunstai s caracCaffiíMn é
individuo; en fin, sin esa infinidad de matices diversos que han introdoeido as loa «t
cios y virtudes de la sociedad humana el uso de la vida doméstica por ana parlOt yfv
otra la creencia de una relijion que influye inmediatamente en las cosCumbrea*
El Edipo rvy, de Sófocles es Justamente tenido por el drama mas rompKiiadn dd
teatro de Atenas; y esadmirablela sagacidad con que el autor deseavnelva aoccaaitaMB»
te todas las partes del terrible misterio encerrado en la existencia de aoad héroe» vfe-
tíma del fatalismo. Pero obsérvese que si la intriga de la filbnla costó algu
tr^ico griego, no puede decirse otro tanto de la invención de los caracSérea.
rey, y buen rey; pero no olvida el orgullo de su dignidad, ni la irascibilidad deaBcaa-
dicion en sus contestaciones con Tiresías y Créente; en esta parte es idéolioo aa caii»
ter al de Agamenón disputando con Pirro en las IW^ofuu de SéncM»» y al del ref éaO^
rinto en la Medea del mismo, mandando salir de su estado á la esposa ahandoaaáa ds
iason. Medea y Clitemnestra adoran un mismo dios, que es el de la vénganla; aula si
diferencian en los medios de conseguirla. Hércules atormentado por el veneiM MGsih
tauro Neso, Ayax por el oprobio de su locura, y Filoctétes , llagado y abandonada «a
Lemnos, se quejan de la misma manera. En fin, Electra, vengativa como ñ andn, j
Orestes, incitado por los mismos dioses al parricidio, tienen igual impetuosidad, ■oda*
tenida por ningún freno, para lograr su infausto proyecto.
Había otro motivo mas para que fuese menos dificíl la descripción de loa ean^
teres, y es; que no era licito á los poetas alterar en la escena la idea qne los griegoi
tenían formada de sus antiguos héroes y monarcas, idea conservada por la tn^kioB,
idimentada por la creencia gentílica, que reconocía como deidades á muchos de aqaa-
llos héhies, y ligada con las pasiones políticas de las repúblicas griegas, que aeooosals-
cian en no ver mas que crímenes é infortunios en los palacios y en las familias nam.
Así el único trabajo del poeta era conducir la acción, escribir buenos veraca y coa-
poner diálogos naturales é interesantes.
Vemos, pues, que el teatro de la antigüedad satbfacia completameale laa eE^js^
cías del auditorio que asistía al espectáculo; pues le presentaba personi^M eoaosriss
de su historia bajo el aspecto que mejor satisfacía sus pasiones, y en ellos wa^ j vas
con placer, al hombre, tal como era entonces, tal como le importaba estndiaila y
conocerlo, esto es, esterior y entregado al ímpetu de sus pasiones y al imperio ciigo
del destino. Así no debemos estraúar que Aristóteles, dictando reglas de poeaia dal-
mática á su nación y á su siglo, insertase como cánones del buen gusto, al lado dahs
principios que tienen su or&jen en la naturaleza, las prácticas y costnmbrea dalisBlm
de Atenas; ni que Horacio reprodii^ese una parttf de ellas en su epístola á loa Fk
pues nadie ignora aue la literatura romana fué imitación ó copia de la griega; y
por otra parte la relijion y la vida civil eran las mismas eo ambas nacionea, debaui
lo también los espectáculos dramáticos.
Hemos dicho y probado que la escuela actual del romanticismo dramátio6tlaMpsr
objeto describir el hombre fisiolójico de Sófocles y de Eurípides. Si su objeto eaa| ~
que el del teatro griego, no sabemos que pueda haber razón para abjurar
antiguas, sino la Gilta absoluta de genio en los dramaturgos actuales.
En efecto, estos tienen sobre los poetas griegos una ventaja preciosa, y
desterrado el coro de la trajedia moderna. Pueden, pues, desenvolver con maanaidilBd
la acción, describir con mas exactitud los caracteres. ¿Qué necesidad tienen. daqMMiÉ»
tar las tres unidades? ¿No basta una sola fábula, un solo lugar, un tiempo no InlanHfr*
pido para desenvolver un carácter de los que ahora se presentan en escena? BarA des-
cribir un adúltero, una prostituida, un ministro infamoi una princesa digna dftlaila^
ca; para pintar esos monstruos, esas pasiones desenfrenadas, esa inmoralidad riavc
traposo alguno ¿se necesitan tantas licencias? Cuanto mas pronto se llegue d aidñ
catástrofe obligada de todos esos dramas, como en otro tiempo lo era el caaaDñaBlá,
será mejor. ¿Por qué no hacen lo que hacían los Sófocles y Sénecas deacribieade lo
isismo? ¿Será por ejercer actos positivos de independencia y de desprecio al eóAgo de
[55]
Aristóteles? No: ya dieran ellos algo por ser capaces de escribir la Jaira ó la Ákira.
No observan las reglas, porque carecen de talento dramático. Si lo tuviesen, no se ar-
redrarian de la estrechez de los preceptos: al contrario, ios mismos preceptos, la mis-
nui dificultad de observarlos les servirían de estímulo y de alas para volar. Ninguno de
ios dramas de que hablamoSf encierra tantos incidentes como una comedia de Calderón;
y Temos que este poeta, cuando quiso someterse á las reglas, compuso con la misma
facilidad que en sus demás comedias. Díganlo sino, el maenro de danzar^ y mas aun los
empeñat de sei$ horae^ que aunque colocada eh todas las listas entre las apócrifas suyas, es
en nuestra opinión auténtica: á lo menos de Calderón es el estilo y el juego dra-
mático.
Nosotros estamos muy lejos de creer que las tres célebres unidades sean reglas dic-
tadla al drama por la misma naturaleza.. No tardaremos en manifestar los fundamentos
en que nos apoyamos para creerlas reglas de mera canvencián. Mas no hay duda que per-
tenecen ala verosimilitud material; y por tanto son de tanto valor en la dramática, por
lo menos como la propiedad de las decoraciones y de los trajes. Deben observarse hasta
donde §eñ posible, sin minuciosa superstición. Todo hombre de buen gusto tolerará
pacientemente su quebrantamiento, siempre ^ue sea necesario para producir grandes
electos teatrales; pero no permitirá esa licenaa al autor que abuse de ella para presen-
tar monstruosidades en moral y en literatura.
DE LA OPERA,
CONSroERADA COMO DRAMA,
jLáL abate fiatteux, en su excelente obra de las hdlas artes reducidas aun mismo pri$ic¿piOy
considera el espectáculo de la ópera como el teatro de los triunfos de la imajinacion.
En él se reúnen, dice, los encantos de la música, de la poesía, de la declamación, del
baile, de la pintura, en fin, de todas las artes imitativas. Pero es forzoso confesar que
esta reunión solo se gozó en Italia por algunos años, esto es, mientras se representaron
en ella las óperas de Metastasio. Después se ha introducido la costumbre de sacrificar
la poesía á la música; y el drama, es decir, la parte principal del espectáculo no es mas
que un Itdrvlo, escrito por un poeta alquilado y sometido á las e\ijenciasy aun precep-
tos del compositor.
Esto quiere decir en otros términos, que á la ópera solo se va á oir música, como
si se fuera á un concierto, y que es muy lójica la nueva denominación de Academia de
mtmea que se ha dado en Pans al teatro de la ópera francesa.
No sucedia así en Atenas, donde bajo el nombre de tnyedias se representaban ver-
daderas óperas, con declamación notada, aunque mas sencilla que nuestros modernos
recitados, y con frecuentes coros líricos en los intermedios. Los pensamientos varoniles
de Sóibcles no se modificaban á voluntad del compositor musical; ni se exijia de Eurí-
pides que refundiese sus versos para introducir en ellos palabras de cierto y determi-
nado número de sílabas, y con acentos y desinencias f^. El poeta escribía su obra y
el músico la notaba.
No tenemos ideas bien exactas de la música de los antiguos: solo sabemos, de una
manera vaga, qu6 era sencilla y espresiva; pero no tan rica y variada como la actual,
perfeccionada por tantos y tan grandes maestros. No es estraño, pues, que hallándose
capaz de espresar cuanto quiera, se le dé la primacía sobre el pensamiento poético; por-
que eDa también lo tiene, como todas las bellas artes, y su efecto es mas profundo,
aunque no tan exacto, como el del lengunje.
Establecida, pues, la competencia entre d poeta y el músico, fué necesario separar-
los. Ni Hacine quiso escribir versos para la ópera, ni Rossini querrá emplear sus no-
[56]
tas sino eo versos hechos á su gusto, j á propósito paradeseayolrer al peoflamieDlOBB-
sical que tenga en la imajinacion.
Esto es conforme ¿ la naturaleza de hs cosas. Parece imposible hacer oOiaddir i
entrambos artistas en un mismo orden de ideas: y mucho mas dificil espretarlis Usa
con dos instrumentos tan diversos y sometidos ¿ reglas tan diferentes, oamo aon al ka-
guaje y el sonido. El entusiasmo y la inspiración dictarán al poeta palabras y finMi,
indóciles á la armonía musical; y al músico, combinaciones de sonidos que no pnete
concertarse bien con el desenvolvimiento del periodo poético. Era, paes, mmj di-
ficil que se conviniesen. El poeta se retiró al teatro dramático, y el compositor qatlé
dueño absoluto de la ópera.
Pero los placeres del auditorio se han reducido á la mitad. Son muy rÉmi !■
ocasiones en que se reúnan buenos versos con la música encantadora de^BelIU é
Donizzetti. Por lo general la versificación está bien acentuada, como debe cst|ili
para aplicarle la música; pero es menester apartar la imijinacion délos Teram pa-
ra no esponerse á perder el entusiasmo que inspira el trabajo del ooonpoailor. S
este ha querido brillar solo, lo consigue; pero entiende muy mal saa iniBBeaai f
los del auditorio; porque nunca se siente mas el hechizo de la música qve '
se aplica á escelentes versos , y unen entrambas artes sos esfuerzos para ~
sola ó idéntica impresión en nuestros corazones. Entonces el delirio dd
llega á su colmo.
En efecto, la impresión de la música es , como ya hemos dicho, mas
y profunda. Afectando á un mismo tiempo la imajinacion y el oido, se apoden éi
alma y del cuerpo: logra enternecer, irritaré elevar el corazón. Habla al alma; pen
lo que le dice es vago y general. Escita la benevolencia, el enojo, las demás pasioao;
Iiero oculta el objetoá que se dirijcn; porque su instrumento no alcanza á tantoi Eioei
o que sucede en los conciertos instrumentales. El placer del oidp es complele: ^ tt
la imajinacion se pierde en la vaguedad de las sensaciones. Es esto tan cierto, qne é
que asiste á estas academias no puede gozar por no ser intelijente, el placer de
las dificultades vencidas, de la onjinalidad de las combinaciones ni del mérito a^
. quitectónico de la composición : si tiene iantasfa viva ó un corazón sensible» inujiai
en su interior un drama improvisado, á cuyas diversas situaciones pueda aeoaaedarii
la succesion de sonidos que está escuchando. Si la música es sencilla 6 |NMlDidl m
traslada á los prados de Arcadia ó á los collados de Sicilia: si es guerrera á los caaM
de batalla ó á una plaza en el momento de asaltarla. Procura, en fin, jMrsont/Saaraap»
cer para que sea mas completo.
Pues eso es precisamente lo que hace, ó por lo menos debe hac«r la peesia ea h
iMalli
ópera, dar alma y existencia fija y determinada á los objetos, especificar
nes, quitarle á la música su vaguedad sin quitarle nada de su hechizo, y baear lá fu*
presión tan cierta como es profunda. Unida la buena poesía á la música a^apeiiMCl
arte no solo del oido, sino también de la intelíjencia: presenta mas exactas bm ¡tf^hei
á la ñintasia; y ofrece al corazón un alimento mas seguro y abundantt?. • r «^ :
Hemos dicho que es menester para producir este efecto baena ponía; peaa.k -^
ha de ser cantada tiene caracteres muy diferentes de la que se consagra eidarivaiMB-
té á la lectura. En esta la riqueza y escojimiento del lenguaje poético, la «mlUMi^éi
adornos y de imájenes oportunas, y el corte artificioso y variado dé la veraidMÜls
constituyen gran parte de su mérito. En los versos cantados ha fie haber maail
dad en cuanto á los ornamentos, mas sencillez en la frase, mas fluidez en la'
Es menester que los versos se canten por si mismos. . m r,f
Acaso lo que ha disgustado á los compositores de música, del auxilio de aa'
mana, ha sido encontrar con poetas, no solo sin ninguna intelijencia en la mAaieÉf b-
no también ignorantes de las modificaciones que deben hacerse á la espresloa iMMlIki
en este caso. Los versos deben tener colocados los acentos con igualdad: nóee síiidiMí
las transposiciones muy atrevidas, ni los arcaísmos que no sean muy usadoaen^eeilk
Es menester evitar las voces duras y de áspera pronunciación: las fílnslnfas itaiiintM.
los cortes que interrumpan la armonía, y las contracciones desacostumbradas de*'
les. Se ve, pues, que es mas dificil escribir buenos versos para ser pneslúa
tjue escribir nna escelente oda. Dénsele á un compositor para qne los note, ñnoi vsr»
[57]
SOS en el guslo de los de Herrera, y por mas bellos que sean, por mas semejantes á su in-
signe modelo, será la empresa imposible.
Nadie ba conocido esta especie de versiGcacion mejor que Melastasio. Es indefini-
ble el becbizo de sus versos. Su frase siempre sencilla, siempre pura, nada deja que
desear ni al ánimo ni al oído. Goza de la facilidad dificulíosa que tanto y tan justa-
mente elojió Argcnsola. Era tan nimio en la elección de las palabras, que según se di-
ce, tenía formado un diccionario délas voces, que habia de emplear en sus composicio-
nes, y jamas le fué infiel. V no por eso descuidó los adornos poéticos que su género per-
mitía. Sus poesías están enriquecidas de imájenes, ya risueñas, ya terribles, ya melancó-
licas: pinta como nadie el derretimiento de un corazón enamorado, el fervor de los ce-
los, lassospecbas de la ambición y de la tiranía, la serenidad del corazón virtuoso que
locha con el infortunio. Si á esto se agrega que jamas Calta á sus óperas el interés dra-
mático de la acción y de las situaciones, no será mucho decir que es entre todos los
poetas el único que ha sabido versificar para la música.
Creemos ^ue no es posible la reconciliación entre las dos artes, sin que cada uno
de los dos artistas conozca hasta cierto punto la profesión del otro; porque solo asi se
conseguirá que no se opongan mutuamente dificultades y tropiezos. El poeta, cono-
ciendo el carácter particular del músico, escribirá dramas que se adapten á él y ver-
sos que se acomoden bien á la frase.«iilsica, y el músico sabrá exijir de su compa-
ñero los sacrificios que permita la poesía. Si se preguntase de quién debia ser el pen-
samiento principal y dominante del drama, responderíamos que del músico. Este dic-
taría las pasiones que deben dominar en la composición: un buen poeta no tendría di-
ficultad en crear las situaciones y los versos. Solamente da este modo podría llegar la
ópera al mayor grado de perfección.
DE LA MORAL DRAMÁTICA.
artículo i.
fjS una idea harto vulgarizada la de oueel teatro es la escuela de las costumbres; .que
la comedia, jugando y riendo, corríje los defectos morales; que la representación de
los sentimientos humanos purifica los de los espectadores. Pero no es menos común en-
tre las personas de moral mas severa, considerar la escena como corruptora de las cos-
tumbres, como una diversión cuando menos peligrosísima, inventada por la ociosidad
para tender lazos á la inesporiencia. Y no se crea que esta opinión es esclusiva de los
que profesan el ascetismo cristiano: el célebre Juan Jacobo Rousseau la sostuvo con su-
ma habilidad, y aun con cierta apariencia de victoria, contra un hombre tau sabio \
elocuente como Dalembcrt .
Dictámenes tan encontrados y con tan buena fé defendidos por varones insignes en
literatura y en filosofia, merecen ser examinados detenidamente. Si es posible, procu-
raremos esplicar el principio vital de cada uno de los dos sistemas.
¿Qué fué el drama en su oríjen; qué es en su esencia? La representación de accio-
nes y sentimientos humanos: la imitación de nuestras pasiones, ideas y costumbres. Esto
es y nada mas. Ni entre los griegos y romanos, ni en la edad media, ni en ninguna
nación de la Europa moderna se ha creido que se asistiese al teatro para recibir una
instrucción moral, sino para complacer la fantasía con aquella imitación. ¿Está bien
hecha? salimos complacidos. ¿No lo está? Sentimos un disgusto semejante al que espe-
rimentamos al oir una música discordante ó al ver un cuadro mal pintado. En una pa-
labra, buscamos en la escena, como en todas las composiciones de las bellas artes, ori-
jinalidad, belleza, gracias de estilo y de espresion.
Ninguno de los antiguos preceptores de poética ba mirado el teatro como censor de
8
148]
y de los afectos, debe convertir las ideas en iniájenes, y acercarlas cuanto sea posible
H los sentidos.
Pero siempre ha de haber un fin determinado para el cual sean útiles las descríp-
riones. £1 poema descriptivo solo fué cultivado hacia mediados del siglo último; pues
aunque se encuentran algunas composiciones de esta especie en nnestros poetas del si-
glo XVI, como la descripción de Aranjuez por Argensola, y la del incendio de Granada
por Espinel: la primera puede considerarse como un elojio del rey que hito formar
aquel sitio, y la segunda como un trozo de narración épica.
En la pintura es conocido el género de los paisajes, puramente descriptivo; pero
esta divina arte, que habla inmediatamente á los ojos, llena su objeto aunque no haga
nuis que presentar la naturaleza visible, si la presenta con verdad y esooJimienlD. Fi-
rece que de la poesía se exije algo mas. £1 lenguaje oo puede llegar nunca i la exacti-
tud del pincel; pero puede pintar mas cosas que él: puede describir con masperfemN
las ideas y los sentimientos: sentimientos é ideas se piden al poeta, al mismo tieo^M
que imájenes. Aun entre los paisajes se ven con mas placer en igualdad de mérito artíi*
tico, aquellos en que las figuras humanas sirven de centro ál cuadro, y como qne ma-
nifiestan que toda la naturaleza ha sido criada para servir de adorno ó de pábulo al
sentimiento y á la intelijencia.
Sin embargo, no se crea por lo que hemos dicho que despredamos el género dei-
criptívo. Las e$iacione$ de Thompson y las de Saint Lambert vivirán tanto como kv
idiomas en que se han escrito. Solo hemos querido notar el inconveniente de esta dasp
de poesía. Por bellos que sean los cuadros, causan al fin tedio y disgusto, si sonmadMi
y de objetos muy minuciosos, como sucedo tal vez á Thompson, y no se procara que
intervenga en ellos el hombre, y que se muestren las armonías misteriosas entre el ser
intelectual y sensible» y los demás seres que pueblan el mundo: en una palabra, es me-
nester que el poema descriptivo sea al mismo tiempo diddeiieo»
En efecto, ¿cuál es el fin que puede proponerse el poeta en sus descripciones? ¿Pre-
sentar los objetos á la fantasía del lector? ¿Lucir la gala de su elocuciont la armonía de
sus versos, la buena elección de las circunstancias y de los adornos? Todo esto afecta
agradablemente la Gintasía; pero el corazón y el entendimiento quedan tranquiloe. Apa-
rezca en el cuadro el hombre, ó gozando, ó sufriendo ó meditapdo: se animará é inte-
resará la descripción. Llámase poema didáctico el que tiene por objeto preaenlar eo
una succesioa de cuadros los preceptos de algún arte ó cienda, ó por lo menos cierta
orden de ideas ligadas entre si por algún principio filosófico. £1 poema descriplÍTo serÉ
tanto mas perfecto cuanto con mas exactitud enseñe las relaciones de la naturalea coa
f;l hombre.
Este género admite mucha variedad; porque es increible la fecundidad prod^iosa
de la imajinacion humana cuando se emplea en la contemplaciop del universo. Las mr-
monias relijiosas de Lamartine, la utopia del optimismo de Pope, las profundas y me-
lancólicas reflexiones de Young, muchos de los cánticos celestiales del profeta de Sica,
y otra gran multitud de composiciones poéticas puede reducirse á la descripdoa eoms
nosotros la concebimos, y la hemos esplícado.
Las reglas peculiares de esta clase de poemas no son muy numerosas. La prineipal
de todas, y que nunca debe olvidarse, es no cebarse tanto en el placer de deaeriUr mi
objetos sensibles, que falte á los cuadros la vida y la animación. Para evitar esta jhfcc
to basta á un poeta hábil introducir en sus cuadn»s al hombre, ó como parte integraa-
ic de ellos, ó cuando no sea posible, como observador. Virjilio anima asi á unadestt
mas hermosas comparaciones.
In se^etem veluti cum flamma furentibus austris
Incidit, aut rápido montano Oumine torrens
Sternit agros, sternit sata laeta boumque labores
Pnccipitesque trahit silvas: stupet inscius alto
Accipiens sonitum saxi de vértice pastor.
(Asi tal vez por el furioso Noto,
arrebatado el fuego cae en las mieses:
ó el arroyo crecido con las aguas
[*9]
del monte, tala campos y sembrados,
y arrastra entero el bosque. Del deslroio
sobrecojido, en la elevada peña
oye el pastor el horroroso estruendo.)
«
ajen del espectador puesta al fin del cuadro, lo anima y «robellcce. Otras ve-
no en la pinliira del furor encadenado, se presentan los seres abstractos bajo
i humanos. Nada hay tan interesante para el hombre como el hombre mismo.
; cuadros suele tal vez pecarse por cscesiva minuciosidad. Muratori, en la ex-
deccion que publicó con el titulo iMla perfecta paeHa italiana^ distingue doses-
imájencs, ctm los nombres de generalizadas y particularizadas,
primer nombre á aquellas descripciones en Jas cuales se pinta el objeto con un
i; pero de tal naturaleza, que él solo basta para grabarlo en la fantasía. Cuan-
0 dice que Polifemo llevaba por bastón un pino:
c Trunca manum pinus regit et vestigia firmat,»
necesario que se detenga á describir las dimensiones de su cuerpo: bastante*
nprendem'Ts su desmesurada estatura. Cuando Horacio dice á Augusto que lo^
Salgaban impunemente,
cNeu sinas Medos equitare inultos,
Tdduce, Caesar,»
Aester que haga una larga descripción de los estragos que causaban en las
1 del imperio cercanas al Eufrates, ni de la ignominia que por eso sufría el
3mano. Uno y otro se perciben bien con solo la espresion pintoresca equitare
i Muratori im.ijcnes particularizadas á aquellas en que se describen menuda-
i circunstancias del objeto: de estas so encuentran A cada paso en todos los
ímeras son mas felices: anuncian una inspiración roas profunda, y dejan al
»lacer de formar él mismo todo el cuadro para el cual solo se le había dado
: cree ent<^nces participar del genio del poeta.
Inundas, si han de ser buenas, necesitan de mucho talento; porque es mcnes-
ner lugar, no describir todas las circunstancias, ni imitar á Ovidio, que como
I Quintilianc», nunca mltc acabar^ y describiendo por ejemplo, el incendio cau-
a impericia de Faetón, no nos perdona ninguna do las constelaciones que
con el fuego de su carro. En segundo lugar, deben elejirse los rasgos que
resentar el objeto bajo el aspecto que acomode mas al carácter de Ja com-
' al intento del poeta. Esta elección no es fácil, y es hija de un gusto ejercí-
mejores modelos que conocemos de esta especie de imájenes son Virjilío y
iVirjilio nunca se desmiente, pero el segundo tal vez describe circunstancias
á lo menos que nos lo parecen á nosotros, quizá por no conocer las cos-
• los personajes á que alude. En la Oda en que describe el rapto de Europa,
sude bien por qué esta princesa, quejándose de verse enmedio do Jos mares
spalda del toro robador, desea perecer entre las garras de las fieras antes
lustre BU hermosura, y quiere alimentar á los tigres cuando todavia es beJJa:
c Speciosa qusre
pasccre tigres. >
co se entiende por qué en la Oda á Druso advierte que no ha querido averí-
*ijcn de la costumbre que tenian los retos y los vindélicos, vencidos por
e, de armar sus diestras con segures semejantes á las de las amazonas. Siem-
parecido esta advertencia inútil un rasgo satírico contra algún poeta ó autor
u tiempo, que al celebrar la victoria de Druso, se habia estendido mucho
7
[60}
»obre el orfijea de aquellas armas. Pero la Oda, y mudio mas h patriótica j casi diti-
rámbica, no es terreno á propósito para la sátira.
DE LA EPOPEYA.
¿EiS este género tan contrario al espirita y al gusto del siglo actual como
alganos? Tal es la cuestión que nos proponemos examinar*
La litada de Homero apareció en Grecia cuando la ciTiliíadon no habia hedió tais*
Via grandes progresos: cuando los ánimos aun no Tencidos de los placeres ficticios is
la sociedad eran todavia capaces de sentimientos elerados y grandes^ y de peneiMr lai
nobles descripciones del ciego de Smirna» y de complacerse en ellas. El eapf rito y ea-
rácter délos griegos se pervirtió; pero aun quedaron bastantes centellas del fuego pri-
mitivo para entusiasmarse con la lectura de aquel divino poeta* Digalo, si no, Amawbo
el Grande, ardiendo en el amor de la gloria á solo el nombre de Aquilea.
Muchos siglos, diversas creencias» revoluciones muy importantes ha esperimmtads
la sociedad desde el siglo de Homero; pero su obra ha sido constantemente la admira-
ción y embeleso de los que han sido capaces de entenderla, sin embargo deoneya na-
die cree en sus dioses, nadie se interesa por sus héroes, y á nadie importa el hado de
Troya ni la venganza árjivai Para producir este efecto tan universal, tan grande, ta
constante, no bastó que Homero hubiese descrito cosas oue fuesen agradables á sala-
ción. Su genio dominó toda la ostensión déla tierra, toda lasnccesiondelos rifloB.PblÉ
fielmente la humanidad; hé aqiif su mérito; hé af|ui el orijende su gloria iamareasiUB.
Vírjilio, al contrarío, escribió su Eneida en el siglo mas corrompido de Roma, €mtmh
ya ni habia creencias ni costumbres. Sin embargo, agradó y mereció también laioMir"
talidad por la pureza de la elocución: por la pintura de hombres no tan saocilloB y i^
roces como los de* Homero, sino mas conformes á los romanos de su tiempo;' y en fa,
Iior los cuadros inimitables que presenta de las pasiones humanas. El anuir de Dids,
os lamentos de Evandro, el episodio de Enríalo y Niso serán leidoa coa entnsiaassn y
enternecimiento, mientras los afectos del amor, de la amistad y de la paternidad aossaa
nombres vanos entre los mortales. 1^ obra del poeta latino es mas rica ea loa pamte-
nores; pero no forma el admirable conjunto de la litada.
Estos dos ejemplos demuestran de una manera mas evidente que una buena apopeys
podría ser leida con aplauso y placer en una sociedad como la del si^ actnalvparmai
dejenerada j pervertida que se la <}uiera suponer. Los ingleses estínum todavlaá ss
Hilton, los Italianos á su Tasso. Y si los franceses no aprecian la übnriada de YolMm
no es culpa de ellos, sino de la obra misma, en la cual se quedó iray inferior á aa la-
lento el célebre autor de la Jaira.
Los portugueses no abandonarán fácilmente la cansa de Gamoens» á pesar de ka d^
fectos de su noema; y nosotros mismos nos gloríariamos de nuestros Lopes» EnillBSi
Balbuenas y Ojedas, si sus poemas estuvieran escritos en su totalidad con la valasütaj
perfección qae en algunos pasajes.
En una palabra, si no se aplauden los poemas épicos, es porqoeaoA maloi loa ns
tenemos, y porcjue no hay nadie que se dedique á escribir nao bueno. Esta ea dha
sumamente dificil en su ejecución : nadie la emprende, no porque no gustarla, aiao poi^
que todos se aterran de consagrar su rída entera á un trauM^Jo de éxito dudoso y cqya
gloría no podria quizá gozar el autor. Hay en el dia demasiada prisa en darse á eoaih
cer y en gozar el incienso de la alabanza para arrostrar una empresa que necenuilh
mente ha de durar muchos años.
La falta de creencias que se nota en la sociedad es un inoonvenieale qoe m abaüi
mas de lo que debiera. En primer lugar, es fidso ^ue exista esa bita en la parto caHaida
la sociedad; y aunque, en segundo lugar, la hubiese, como efisctivaiaento la Im*^*
Roma cuando escribió Viijilio, al poeta pertenece halagar la imi^inacioB con la
[51J
f j obligarla á aceptar, annqae solo sea momentáneamente, los cuadros que
presentarle. ¿No leemos novelas? ¿No admitimos en ellas, si están bien es*
i las fábulas, aunque sean de hechicerías y de májíca?iY qué es una novela
meya escrita enproM^ con so protagonista* sus descripciones, su moral j sus
Él Orlando de Ariosto es al mismo tiempo novela de costumbres y satírica,
ico; y nadie lo ha esdnido todavía de la literatura,
mos, pues, imposible que exista un genio capaz de describir en un cuadro
nte estension una acción grande» interesante, maravillosa, caracteres bien
s, costumbres y usos de una época determinada, y que haga todo esto ^n
y correcta versi&cacion. Lo que creemos muy dificil es, que aunque exista
ipaz de emprender y de llevar á cabo esta obra, tenga sin embargo la con-
os fuerzas, la constancia en el trabajo, y el tesón de ánimo necesario para
la su vida en manos de la posteridad. Estamos en un siglo positivo, y el alma
i calcula, á pesar de toda su poesía, la ventaja de los aplausos actuales sobre
a de los que puede merecer á los siglos futuros. Somos mas ambiciosos que
la gloria, y decimos con el Diógenes de Calderón:
¿qué me importa
qne fama ó no lama tenga,
SI un aliento de la vida
hoy calladamente suena
mas que después todo el mido
de sus trompas y sus lenguas?
eso deja de ser cierto:
» el laurel literario mas importante para la gloria de una nación es el de la
; porgue en un cuadro estenso y dilatado puede el poeta hacer insigne mués-
x>nocimieDtos de toda especie, y describir un siglo, una época entera de la
i su nación.
B este laurel falta todavía en elParnaso español. Tenemos muchos poemas á
pero plagados de defectos capitales en el plan, en la dirección de la iabula y
>»
ISO ninguna nación posea una historia mas «jicaque la española, sus principa-
desde los principios de la fundación del reino de Asturias, están llenos de
No creeremos en el genio poético del que pueda leer las nobles pajinas en
la describa el levantamiento de Pelayo, la conquista de Toledo, la natalla de
en que se jugó á un trance la suerte de la cristiandad de España, los cercos
Y de Granada, la conquista de Ñapóles y el descubrimiento del nuevo Mundo,
) inspirado y dispuesto á embellecer con los adornos de la poesía aquellos
[gloriosos sucesos.
: LAS FORMAS DRAMÁTICAS.
I de los griegos, que en sus principios fué un acto relijioso, conservó cuan-
ser espectáculo, su carácter primitivo; y este fué, por decirlo de paso, el
Lo de las invectivas de los santos padres contra esta diversión. Prescindien-
oDoralidad constante de la comedia griega y romana: de la desvergüenza y
e los Sátiros y de la inmundicia de los Pantomimos tan encijicamente des-
uvenal, la asistencia á esta clase de espectáculos, que comenzaba siempre por
¡o á Baco, como en los tiempos primitivos, era una verdadera profesión de
ncoropatible con la creencia y los deberes del cristiano,
aa comenzó, pues, por himnos y cantos relijiosos, interrumpido después con
^ rccilacionos sueltas de Homero ó de otros poetáis, y últimamente con una
[52]
acción mas ó menos regular, representada también en verso. Esta parto qoe loé la ac-
cesoria llegó á ser la principal; mas no desterró á la otra enterameoteii «no laa^
metió. El coro siguió cantando en el teatro, y aun sus cantos eran reiyiosos ó monlii;
pero subordinados al argumento y á la acción principal del drama.
Como nunca faltaba del teatro, y su gefe, llamado también coro , era nao da las»
terlocutores de la pieza, era necesario que la escena fuese Qla. El espeotácula teilnl
de ios antiguos en su mayor perfección, esto es, en los tiempos de Sófocles j de EaHpi-
des era, pues, una ópera, mezclada de representación y decanto, en la (»ud Ifdü hi
artes, la poesía, la música, la danza, la arquitectura, la pintura y la esciüUm desple-
gaban el tesoro de sus riquezas.
De esta situación de cosas se deducen fácilmente las reglas de U draaiá|ieaf»
ga. La escena era necesariamente fija; pues el coro no debia (altar de ella, lie ■)■ k
unidad de lugar. Es verdad que este inconveniente estaba compensado con la graade
ostensión de terreno que ocupaba el teatro, ostensión que permitía represenlar áiavih
ta de los ei^pectadores muchos sitios diversos, aunque cercanos entre si, cono foyéoi
la primera escena de la Electra de Sófocles.
No variando la escena, no foltando nunca de ella algunos actores, era
que los sucesos que se representasen fuesen seguidos: de aqpi la unidad de
Si los sucesos eran inmediatos en tiempo entre si, era también necesario so _
de destruir ci interés, que estos sucesos compusiesen una cuestión única: de aqu k
unidad de acción.
No bastaba que la acción fuese una: fuá necesario que fuese muy sencilla para de>
jar al coro la parle que le correspondía tener en el espectáculo. Y asi es que coaaéo
los romanos escribieron comedias de acción complicada; pues una de Tereodo se coa-
ponía de dos de Menaodro, suprimieron el coro. Pero en la trajedia romana le coa-
servó; y por lo mismo no se renunció en ella á Ja sencillez de Sófiíclea y de Ea-
rípides. Esta sencillez es la causa de no introducir en la escena maa do trae ialv-
locutores.
tfífec quarta hqui persona labórete»
como dice Horacio : con tres personas y con el coro estaba aaficieotanMiila Uaao
el teatro.
En fin , el coro llenaba los intermedios. Por eso Horacio no permite á loü driBá-
ticos latinos piezas tan largas que pasen de cinco actos, ni tan cortas que no llqgnaa i
este número, sin que conozcamos la razón filosófica de beberse ^ado en A al 'do ks
pausas de representación.
Hemos examinado el orijen de las reglas de composición, dadas para d lentm en*
tiguo. Ninguna de ellas está tomada de la naturaleza de las cosas, amo do laa:OkQiÉ-
cias materiales de la escena y áA espectáculo. Sin embargo fuerza es oonfiMari|ne es-
tas reglas bastaban para la verosimilitud, tal como la concibieron loa gríegoa» faei
no los hemos de tener por tan necios que creyesen causar ilusión con su coro alMifn
en escena y testigo de cuanto se meditaba ó se hacia, ni con sus candonea y mofi-
mientos periódicos y regulares. En el teatro no hay ilusión: ningún ^pectadorMo ver-
dadero lo que pasa en la escena: sin embargo, después que' ha hecho oonceaioiMd al-
tor y á los actores, no quiere que la licencia de estos ni de aquel llegue á tal puto,
que destruyan el placer y el interés que él siente ya por los sucesos, ya por los penóos
jes representados. El placer de la representación es semejante al que nos prodnoe OM
novela leída. Nace de la simpatía que ejercen en nosotros las ideas ó sentimienloiaíí^
nos. Cuando asistimos á la representación de Edipo, no solo no creemos qno (d i|OM
es el desgraciado rey de Tebas; pero ni aun creemos que haya existido esta TictipH'dBl
fatalismo. Ckín todo nos ponemos en su lugar, para lo cual hacemos todas laa taMdr
dones necesarias por imposibles que sean. ¿No temblamos muchas veceaconi * — ^
jinar que estamos al márjen de un precipicio?
El interés, pues, que escita el drama, nace de que nos sustituimos al
como el de una novela tiene el mismo orijen. Cualquier cosa que destruya oato impol
so simpático, nos disgusta, nos incomoda. La verosimilitud teatral no se dic^o»
á hacer creibU$ las cosas que se representan, sino á hacerlas tn/ersiafilsf. Por
6 dan al autor dramático mucbas concesiones contrarias á la verosimilitud: por ejem-
plo, que César ó Alejandro hablen en verso castellano ó francés: que una perspectiva
[ue se nos presenta sea el foro de Roma, la plaza de Atenas ó los pensiles de Babilo-
lia: que un actor á quien conocemos de vista ó de trato sea Sócrates ó Nerón, etc. etc.
Sn la ópera so aumenta mas el número de concesiones. Iníeretadnos y haced lo que queraix
• la divisa del espectador.
¿Destruyen este interés las concesiones que so oponen á la verosimilitud material
le la escena? No. Cuando no eran conocidas las decoraciones teatrales: cuando una
aiserable cortina era el único medio de separación entre el proscenio y el vestuario,
M pasajes verdaderamente buenos interesaban á los espectadores. ¿Y no nos arrancan
igrímas las quejas de Andrómaca ó de Lear? ¿No nos estremecemos al verso de Don
feudo en García del Castañar ,
Aquel et el Rey^ Garda n
ole á la simple lectura, y sin ninguno de los medios de ilusión ó verosimilitud
Iramática?
Pero lo que verdaderamente destruye el interés es la falta de verosimilitud moral\
islo es, que los personajes hagan lo que no deben bacer, atendido el carácter que se les
la atribuido, ó no hagan lo que deben hacer bajo la misma hipótesis; ó en fin que
d hombre se represente en la escena diverso del que concebimos , del que somos;
lorque entonces se falsifica el principio de Terencio, en el cual se funda todo el interés
eatral.
«Homo sum; humani nihil á me alíenum puto. >
«Hombre so^: nada del bombre
puede serme mdiferente»
'ero si el personaje que nos presentan no tiene punto alguno de contacto con la huma-
lidad tal como la concebimos, en vano se cansará el actor: no nos interesará, porque
lada de hombre (^/itTit/ humani) veremos en él.
Asentados estos principios, veamos si Sófocles y Eurípides tuvieron bastante con
as formas del teatro griego y con las concesiones que les hacia el auditorio de Atenas,
lara representar fielmente el hombre tal como era conocido en el siglo de Aristides y
le Périclcs.
El hombre que conocian los griegos era puramente fisíolójico en cuanto á la mo-
al. Como aquella nación injeniosa habia convertido todas las pasiones en divinidades,
nal podria exijir de los hombres que fuesen mejores que sus dioses: mal podría con»
lañaren la humanidad que cediese al poder del destino, ni al fatalismo que la reli-
ion pagana preconizaba. Asi es que en el teatro griego las pasiones caminan siem-
bre en linea recia^ por decirlo asi, sin que detengan ó tuerzan el paso por el remordi*
niento ni por la advertencia de ningún freno interior.
Casi no habia en Grecia vida doméstica, que tanto contribuye á imprimir carac»
eres individuales á las pasiones y á las costumbres. Los ciudadanos vivían en el fo-
o ; las ideas y sentimientos, y hasta los sucesos y los afectos eran comunes.
El poeta dramático, que debía describir una sociedad de esta especie, no podía
luiUrle á las pasiones humanas el carácter de generalidad que tenían. £1 ambicioso,
i amante, el vengativo, el iracundo, el virtuoso, el patriota, el héroe debian necesa-
iameoto ser pintados con los r olores propios de su vicio ó de su virtud: mas no era
KMtbIe introducir en el cuadro circunstancias ó diferencias individuales; porque esas
iferencias no existían en la realidad, viviendo todos ios ciudadanos de una misma
Dañera.
De aqui se infiere que las reglas del teatro griego, por mas estrechas que fuesen,
ran suficientes para las exijcncias del auditorio y para las necesidades del poeta. No
Ividemos que la mayor parte del tiempo del espectáculo se empleaba en los movi-
lientos y cantos del coro; pero aun le quedaba hueco al autor para desplegar su-
cientemente cuatro ó cinco caracteres , entre los cuales sobresalía uno ó dos; para
)raiar el nudo de una acción sencilla, y para conducirla con un corto número dein-
identes al desenlace. Lo mas dificil en (oda composición dramática, que es la descriy-
[54]
cioD y unidad de los caracteres, pedia hacerse con comodidad en aqnd onadra, por
mas reducido que fuese; pues bastaba presentarlos en dos ó treí oeasioaae para fM
fuesen conocidos. Todo lo que había que pintar era el hombre uUrior^ ún hauAm ^m
despedazasen su corazón, sin particularidades ni circunstancias que caraetariiMen «I
individuo; en fin, sin esa infinidad de matices diversos que han introducido ea loa «t
cios y virtudes de la sociedad humana el uso de la vida doméstica por una partei ypsr
otra la creencia de una relijion que influye inmediatamente en laa costanbna.
El Eéifo rvy, de Sófocles es justamente tenido por el drama mas oonqklioado dri
teatro de Atonas; y esadmirable la sagacidad con que el autor desenvuelve iwrrnaiTa—
te todas las partes del terrible misterio encerrado en la existencia de aooel hdroo^ vfe-
tima del fatalismo. Pero obsérvese que si la intriga de la filbnla costó algún danvab/sl
tr^ico griego, no puede decirse otro tanto de la invención de los carwidrea. Edl|pali
rey, y buen rey; pero no olvida el orgullo de su dignidad, ni la irascibilidad deanesa-
dicion en sus contestaciones con Tiresias y Créente; en esta parte es idéntico su aaiá»'
ter al de Agamenón disputando con Pirro en Uu Th^onof de Séneca, y al del ref da&
rinto en la Medea del mismo, mandando salir de su estado á la esposa abandoaada li
Jasen. Medea y Clitemnestra adoran un mismo dios, que es el de la TengaBia; aolasi
diferencian en los medios de conseguirla. Hércules atormentado por el Teoeiio delGs»
tauro Neso, Ayax por el oprobio de su locura, y Filoctétes, llagado y abandonada m
Lemnos, se quejan de la misma manera. En fin, Electra, vengativa como an OMdre,;
Orestes» incitado por los mismos dioses al parricidio, tienen igual impetuosidad, no di'
tenida por ningún freno, para lograr su infausto proyecto.
Habia otro motivo mas para que fuese menos dificU la descripción de loa canc-
téres, y es; fiue no era lícito á los poetas alterar en la escena la idea que los griegoi
tenian formada de sus antiguos héroes y monarcas, idea conservada por la tradieioi,
alimentada por la creencia gentílica, que reconocia como deidades á muchos de aqae-
Uos héroes, y ligada con las pasiones políticas de las repúblicas griegas, qne secoooli-
cian en no ver mas que crímenes é infortunios en los palacios y en las familias rsalss.
Asi el único trabajo del poeta era conducir la acción, escribir buenos Tersos y coan
poner diálogos naturales é interesantes.
Vemos, pues, que el teatro de la antigüedad satisfacía completamente las estah
cias del auditorio que asistía al espectáculo; pues le presentaba personijea ronocilü
de su historia bajo el aspecto que mejor satisfacía sus pasiones, y en dios Toía, y vria
con placer, al hombre, tal como era entonces, tal como le importaba estodiario y
conocerlo, esto es, esterior y entregado al ímpetu de sus pasiones y al imperio ciags
del destino. Asi no debemos estraúar que Aristóteles, dictando reglas de poeaia dn*
mática á su nación y á su siglo, insertase como cánones del buen gusto, al lado dnhi
principios que tienen su oríjen en la naturaleza, las prácticas y costumbres détieriio
de Atenas; ni que Horacio reprodi^ese una partff de ellas en su epístola á loa Fi
pues nadie ignora que la literatura romana fué imitación ó copia de la griega; y
por otra parte la relijion y la vida civil eran las mismas en amm naciones, debían
lo también los espectáculos dramáticos.
Hemos dicho v probado que la escuela actual del romanticismo dramátioO liana psr
objeto describir el hombre fiiiolójico de Sófocles y de Eurípides. Si so objeto es d
que el del teatro griego, no sabemos que pueda haber razón para abjurar las
antiguas, sino la falta absoluta de genio en los dramaturgos actuales.
En efecto, estos tienen sobre los poetas griegos una ventaja preciosa, y es lijíiiain
desterrado el coro de la trajedia moderna. Pueden, pues, desenvolver coa masaaiJilBi
la acción, describir con mas exactitud los caracteres. ¿Qué necesidad tienen doqnanrai
tar las tres unidades? ¿No basta una sola fábula, un solo lugar, un tiempo no intamni*
pido para desenvolver un carácter délos que ahora se presentan en escenaT PM des-
cribir un adúltero, una prostituida, un ministro infomoi una princesa digna dolaJMP-
ca; para pintar esos monstruos, esas pasiones desenfrenadas, esa inmoralidad sin-íxÉh
traposo alguno ¿se necesitan tantas licencias? Cuanto mas pronto se llegue d sokifia,
catástrofe obligada de todos esos dramas, como en otro tiempo lo era d caiamiaatá,
será mejor. ¿Por qué no hacen lo que hacían los Sófocles y Sénecas describíeado lo
mismo? ¿Será por ejercer actos positivos de independencia y de despredo d eódUgo ds
[55]
.ristóteles? No: ya dieran ellos algo por ser capaces de escribir la Jaira ó la Áleira.
\o observan las reglas, porque carecen de talento dramático. Si lo tuviesen, no se ar-
edrarían de la estrechez de los preceptos: al contrarío, los mismos preceptos» la mis-
iia dificaltad de observarlos les servirían de estimulo j de alas para volar. Ninguno de
M dramas de que hablamos, encierra tantos incidentes como una comedia de Calderón;
' Temos que este poeta, cuando quiso someterse á las reglas, compuso con la misma
ÉMálidad que en sus demás comedias. Díganlo sino, el maestro de danzar^ y mas aun lo$
mpeñoideieii hora$j que aunque colocada eA todas las Ibtas entre las apócrífas suyas, es
« nuestra opinión auténtica: á lo menos de Calderón es el estilo y el juego dra-
nático.
Nosotros estamos muy lejos de creer que las tres célebres unidades sean reglas dic-
tadas 4d drama por la misma naturaleza.. No tardaremos en manifestar los fundamentos
sn qoenos apoyamos para creerlas reglas de mera convencum. Mas no hay duda que per*
teneoenála verosimilitud materíal; y por tanto son de tanto valor en la dramática, por
lo menos como la propiedad de las decoraciones y de los trajes. Deben observarse hasta
donde sea posible, sin minuciosa superstición. Todo hombre de buen gusto tolerará
pacientemente su quebrantamiento, siempre ^ue sea necesarío para producir grandes
^Bctoa teatrales; pero no permitirá esa licencia al autor que abuse de ella para presen-
tar monstruosidades en moral y en literatura.
DE LA OPERA,
CONSIDERADA COMO DRAMA
CiL abate fiatteux, en su excelente obra de las bellas artes reducidas aun mismo priticipioy
considera el espectáculo de la ópera como el teatro de los triunfos de la imajinacion.
En él se reúnen, dice, los encantos de la música, de la poesía, de la declamación, del
baile, de la pintura, en fin, de todas las artes imitativas. Pero es forzoso confesar que
esta reunión solo se gozó en Italia por algunos años, esto es, mientras se representaron
en ella las óperas de Metastasio. Después se ha introducido la costumbre de sacríScar
la poesía á la música: y el drama, es decir, la parte príncipal del espectáculo no es mas
que un lU^reto^ escrito por un poeta alquilado y sometido á las exijenciasy aun precep-
tos del compositor.
Esto quiere decir en otros términos, que á la ópera solo se va á oir música, como
si se fuera á un concierto, y que es muy lójica la nueva denominación de Academia de
música que se ha dado en París al teatro de la ópera francesa.
No sucedía así en Atenas, donde bajo el nombre de trajedias se representaban ver-
daderas óperas, con declamación notada, aunq^ue mas sencilla que nuestros modernos
recitados, y con frecuentes coros líricos en los intermedios. Los pensamientos varoniles
de Sófiocles no se modificaban á voluntad del compositor musical; ni se exijia de Eurí-
pides que refundiese sus versos para introducir en ellos palabras de cierto y determi-
nado número de sílabas, y con acentos y desinencias fijas. El poeta escríbia su obra y
d múaico la notaba.
No tenemos ideas bien exactas de la música de los antiguos: solo sabemos, de una
manera vaga, que era sencilla y espresiva; pero no tan ríca y variada como la actual,
perfeccionada por tantos y tan grandes maestros. Ño es estraño, pues, que hallándose
capaz de espresar cuanto quiera, se le dé la prímacía sobre el pensamiento poético; por-
que ella también lo tiene, como todas las bellas artes, y su efecto es mas profundo,
aunque no tan exacto, como el del lenguaje.
Eatablecida, pues, la competencia entre el poeta y el músico, fué necesarío separar-
los. Ni Racine quiso escribir versos para la ópera, ni Rossini querrá emplear sus no*
[56]
tas sino en versos hechos á su gusto, y á propósito para desenvolver d poniamifiDtOBii-
sical que tenga en la imajinacion.
Esto es conforme á la naturaleza de las cosas. Parece imposible hace^ o6ÍMÍdir á
entrambos artistas en un mbmo orden de ideas: y mucho mas dificil espretarlM Usa
con dos instrumentos tan diversos y sometidos á reglas tan diferentes, cmtáo aoa alka-
guaje y el sonido. El entusiasmo y la inspiración dictarán al poeta palabraa y fraifli,
indóciles á la armonía musical; y al músico, combinaciones de sonidos que ao pafldaa
concertarse bien con el desenvolvimiento del período poético. Era, poea, nuiyA-
ficil que se conviniesen. El poeta se retiró al teatro dramático, y el compositor qnaáé
dueño absoluto de la ópera.
Pero los placeres del auditorio se han reducido á la mitad. Son muy nras b
ocasiones en que se reúnan buenos versos con la música encantadora de'BeiHiá é
Donizzetti. Por lo general la versificación está bien acentuada, como debe
para aplicarle la música; pero es menester apartar la im^tnacion de los
ra no esponerse á perder el entusiasmo que inspira el trabajo del oomposilor/81
este ha querido l^rillar solo, lo consigue; pero entiende muy mal sos intn
los del auditorio; porque nunca se siente mas el hechizo de la música qne
se aplica á escelentes versos, y unen entrambas artes sus esfuerzos para hi
sola ó idéntica impresión en nuestros corazones. Entonces el delirio od edl
llega á su colmo.
En efecto, la impresión de la música es , como ya hemos dicho» mas
y profunda. Afectando á un mismo tiempo la imajinacion y el oido, se apodera dd
alma y del cuerpo: logra enternecer, irritaré elevar el corazón. Habla al alma; pero
lo que le dice es vago y general. Escita la benevolencia, el enojo, las demás pasioMi;
Íiero ocultad objeto á que se dirijen; porque su instrumento no alcanza á tantOt Esoei
o que sucede en los conciertos instrumentales. El placer dol oidp es eompleto: ^ de
la imajinacion se pierde en la vaguedad de las sensaciones. Es esto' tan cierto, que d
que asiste á eslas academias no puede gozar por no ser intelijente, el placer de
las dificultades vencidas, do la orijinalidad de las combinaciones ni del mérito ar-
. quitectónico de la composición : si tiene fantasía viva ó un corazón sensible, iaii|jÍM
en su interior un drama improvisado, á cuyas diversas situaciones pueda aooniodans
la succesion de sonidos que está escuchando. Si la música es sencilla ó |MMloiri se
traslada á los prados de Arcadia ó á los collados de Sicilia: si es guerrera á los eanDOS
de batalla ó á una plaza ene! momento de asaltarla. Procura, en fin^ jMnoN^/faorsn pb-
cer para que sea roas coropleto.
Pues eso es precisamente lo qne hace, ó por lo menos debe hacer la poesfa-sÉ h
^ las sita
ópera, dar alma y existencia fija y determinada á los objetos, especificar
nes, quitarle á la música su vaguedad sin quitarle nada de su hechizo, y hioér !■
presión tan cierta como es profunda. Unida la buena poesía á la música s^ttpdáMsl
arte no solo del oido, sino también de la intelijencia: presenta mas exactas la^ i '"''^~
á la fantasía; y ofrece al corazón un alimento mas seguro y abundantt?. * >
Hemos dicho que es menester para producir este efecto biwna poeikí; peM..]i
ha de ser cantada tiene caracteres muy diferentes de la que se consagra nsrlnairaifcnn
té á la lectura. En esta la riqueza y escojímiento del lenguaje poético, la nipIt&M^ da
adornos y de imájenes oportunas, y el corte artificioso y variado dé la ytrútmkkm
constituyen gran parle de su mérito. En los versos cantados ha de haber mas íUtris^
dad en cuanto á los ornamentos, mas sencillez en la frase, mas fluider en la acmisdá;
Es menester que los versos se canten por si mismos. . m f,: -
Acaso lo que ha disgustado á los compositores de mímica, del auxilia de im^herí»
mana, ha sido encontrar con poetas, no solo sin ninguna intelijencia on Ut méáut^ ñ-
no también ignorantes de las modificaciones que deben hacerse á la esprasiott MMlci
en este caso. I^os versos deben tener colocados los acentos con igualdad: no sé an^SÉ
las transposiciones muy atrevidas, ni los arcaísmos que no sean muy usados M'VMÜa.
Es menester evitar las voces duras y de áspera pronunciación: las ninnlnfin 'lítaninlB^
los cortes que interrumpan la armonía, y las contracciones desacostumbradas ú^
les. Se ve, pues, que es mas dificil escribir buenos versos para ser puestos en'
-que escribir una escelente oda. Dénsele á un compositor para que los note, unes
[57]
sojs OD el gusto (le los de Herrera, y por mas bellos que sean, por mas semejantes á su in-
signe modelo, será la empresa imposible.
Nadie ha conocido esta especie de versificación mejor que Melastasio. Es indefini-
ble el hechizo de sus versos. Su frase siempre sencilla, siempre pura, nada deja que
desear ni al ánimo ni al oido. Goza de la facilidad dificultosa que tanto y tan justa-
mente elojió Argensola. Era tan nimio en la elección de las palabras, que según se di-
ce, tenia formado un diccionario délas voces, que habia de emplear en sus composicio-
nes, y jamas le fué infiel. Y no poroso descuidó los adornos poéticos que su género per-
mitía. Sus poesías están enriquecidas de im^jenes, ya risueñas, ya terribles, ya melancó-
licas: pinta como nadie el derretimiento de un corazón enamorado, el fervor de los ce-
los, las sospechas de la ambición y de la tiranía, la serenidad del corazón virtuoso que
lacha con el infortunio. Si á esto se agrega que jamas falta á sus óperas el interés dra-
mático de la acción y de las situaciones, no será mucho decir que es entre todos los
poetas el único que ha sabido versificar para la música.
Creemos que no es posible la reconciliación entre las dos artes, sin que cada uno
de los dos artistas conozca hasta cierto punto la profesión del otro; porque solo asi se
conseguirá que no se opongan mutuamente diucultades y tropiezos. El poeta, cono-
dendo el carácter particular del músico, escribirá dramas que se adapten á él y ver-
sos que se acomoden bien á la frase .«iilsica, y el músico sabrá exijir de su compa-
ñero los sacrificios que permita la poesia. Si se preguntase de quién debia ser el pen-
samiento principal y dominante del drama, responderíamos que del músico. Este dic-
taría las pasiones que deben dominar en la composición: un buen poeta no tendría di-
ficultad en crear las situaciones y los versos. Solamente de este modo podría llegar la
ópera al mayor grado de perfección.
DE LA MORAL DRAMÁTICA.
ARTÍCULO I.
JuiS una idea harto vulgarizada la de aue el teatro es la escuela de las costumbres;. que
la comedia, jugando y ríendo, corrijo los defectos morales; que la representación de
los sentimientos humanos purifica los de los espectadores. Pero no es menos común en-
tre las personas de moral mas severa, considerar la escena como corruptora de las cos-
tumbres, como una diversión cuando menos peligrosísima, inventada por la ociosidad
para tender lazos á la inesporíencia. Y no se crea que esta opinión es csclusiva de los
que profesan el ascetismo cristiano: el célebre Juan Jacobo Rousseau la sostuvo con su-
ma habilidad, y aun con cierta apariencia de victoria, contra un hombre tan sabio y
elocuente como Dalembcrt.
Dictámenes tan encontrados y con tan buena fé defendidos por varones insignes en
literatura y enfilosofia, merecen ser examinados detenidamente. Si es posible, procu-
raremos esplicar el principio vital de cada uno de los dos sistemas.
¿Qué fué el drama en su oríjen; qué es en su esencia? La representación de accio-
nes y sentimientos humanos: la imitación de nuestras pifiones, ideas y costumbres. Esto
es y nada mas. Ni entre los griegos y romanos, ni en la edad media, ni en ninguna
nación de la Europa moderna se ha crcido que se asistiese al teatro para recibir una
instrucción moral, sino para complacer la fantasía con aquella imitación. ¿Está bien
hecha? salimos complacidos. ¿No lo está? Sentimos un disgusto semejante al que espe-
rimentamos al oir una música discordante ó al ver un cuadro mal pintado. En una pa-
labra, buscamos en la escena, como en todas las composiciones de las bellas artes, ori-
jinalidad, belleza, gracias de estilo y de espresion.
xNinguno de los antiguos preceptores de poética ha mirado el teatro como censor de
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laft costatnbres. Horacio no nabla de él sino como de una divemon digna de hombiff
sensatos, y todas las reglas dramáticas que contiena su admirable epístola á loa Pisones,
las dednce de este principio: la renretmtaeum debe producir ptaeer. Es Tardad que al mis-
mo Horado debemos el axioma ae mexdar lo úíü ron lo agradare. Después daréOMM sa
esplicacion, perqae esta mezcla no se opone á lo que hemos dicho acerca de la oabua-
leza del drama«
Es rerdad también que Aristóteles atribuyó á la trajedia el aÜBdo moral de fwi^
car la$ pa9ume$ dd terror y te «ompofton, pasaje c|ue ha atormentado mucho á ana éomcB"
tadores; pero de cualquier manera que lo espliqoen siempre será al ijfSwlo, no A oéjm
déla representación dramátioa entre los gríi^s; pues se sabe iine este género, de po^
sia luyo su orljen en las fiestas de Baco, y que de los diálogos ínfiMrmes y lai rapaodisi
cea que empezó, sa elevó á la altura que le dieron Sófoclesly Eurípides. Y ea tan cíartai
que aquella purifieaeioñ no es esencial á la tragedia, que en nuestros diaa su eiscto aw-
nd BMs notorio ó inmediato no es purgar nuestros afectos, sino inspiramoa uá salwfc-
fcle teirer á las pasiones ezaltadas.
También es cierto que los trl^icos griegos procuraron inocular en el pneblo él adía
á la monarquía y el dogma del fatalismo. Pero estos senlimientost poUtieo el ■■Ot y d
otro reUjioso, estaban en el espíritu de los espectadores, y el poeta dramátioe
£uede sustraerse al influjo de las ideas dondnantes. Por la misma raioa ae
an en la edad media los mükrios^ en tiempo de la casa da Austria los eufos
y Calderón, Rojas y Alarcon poblaron la escena española de caballerea y dansaa» y h
eonyirtieron en templo del valor, de la honra y de la hermosura. Á cada nanea « á
cada época se presentan en los espectáculos los oléelos que mas le agradan.
En fin, no puede negarse que la comedia primitiva de los griegos tomó ve-
tar mas que democrático, y presentó de una manera ridicula y con una censan
ga y mordaz en el teatro de Atenas sus sabios, sus poetas, sus [generales y sea nuijíi-
toldos. Parece, pues, oue tuve una tendencia política. Mas no era asi, Ariüóbnm j
sus imitadores, poseeoores del talento de la sátira^ la emplearon de la manan aui
agradable á aauel pudlo soberano; porque si á los reyes ¡se les lisonjea con sus pr»-
Eios elojios, el modo mas seguro de agndar á las democracias es degndar á los boa-
res que sobresalen.
Las escuelas de moral eran en la antigüedad griega y romana los eseriloa de las i-
lósofos, el Pórtico, la Academia. La política se aprendía en el nuncjo de loa eafO-
cios y en la historia. El teatro estaba esclusivamente dedicado á la diversión. Asi as ^
cuando la comedia tuvo que renunciar á la sátira personal porque las leyes reprimsi
ron su licencia, apareció el dnma de Menandro, escrito, si bmes de Juagar am M
imitaciones que de él hizo Terendo, meramente para halagar la imanación de lap m
pectadores con las pinturas bien hechas de los amoríos y locuras de loa JévenVt db hi
astucias y supercherías de los esclavos para arrancar á los padres avaros algiin 4in#'
ro' que sirviese á los vicios de sus hijos^ y de las costumbres innobles de laa eaato»
ñas, terceros, parásitos y desvergonados. Tal vez se mezclaba á la descripeii»da>las
caracteres alguna intriga novelesca, 4;uyo objeto era solo divertir é interesar * lea «^
pectadores. Los romanos, que nada aftadieroa al teatro griego sino la eompliaaflMín ét
la fábula cómica, jamas consideraban la escena sino como una diversis«. Aai-ea.^
la dejaban por ir á los espectáculos sangrientos del circo, que los divertiáB rnaa^ -
Entre las naciones modernas es todavía mas visible la separación entre el iankei
la moral. Esta se ensaña en los palpitos y en los escritos reujioses y filoaófieeat «r-ea
la escena. El cristianismo dedaró la guerra desde su nacimiento á los aspealteehM
trates; hubo para ello dos razones muy Justas:
1 .* Que dichas representaciones comenzaban y conduian con sacrifidoa á Baao,
yo altar estaba á un lado del teatro. >
3.* Que la mayor parte de las piezas que se representaban eran inmundaa y
ñas, como puede verse en las comedias que nos quedan, y se infiere de lo qae
do y Juvenal dicen de los sátiros y las pantomimas. El teatro moderno aa wmAomm
casto; pero ¡cuánto hay todavía que reformar en él para que pueda ser tolandde á-las
ojos de la virtud!
El teatro, pues» considerado en su esencia y su objete, no se dirijo á enaefiar lamo-
[59]
il ni á rectiGcar las coslumbres, sino á proporcionar á los ánimos un placer seme-
nté, aunque mas vivo, al que producen las demás bellas artes.
Sin embargo, hay alguna verdad en la opinión contraria á la que hemos adoptado,
n elevar el teatro ú la altura de una cátedra de moral, sostenemos no solo que de-
s respetar la virtud, sino también inclinar y disponer los ánimos á ella. No tardaré-
.08 ,en disolver esta aparente contradicción.
ARTÍCULO H.
jS un yerro muy notable, en cualquier teorfav tomar por principio los corolarios, por
las intimamente unidos que estén los unos con los otros. En materia de poesía, el prin-
pio es la belleza: la virtud es una consecuencia, aunque imprescindible y necesaria,
n el teatro la moral es un corolario; el elemento principal la diversión y el placer. En
. siglo pasado se le llamó la escuela de las costumbres, quizá para impedir que los hom-
res concurriesen á la que lo es verdaderamente.
Mas no por eso deja de ser la poesia dramática ütil á la virtud. Si su objeto es in te-
nar, eft imposible aue esto se logre, sin aue el resultado del drama sea favorable á los
itereses de la moral. La mayor parte de los individuos que concurren al teatro, perte-
scen á la sociedad culta. ¿Cómo pueden recibir placer en las representaciones inmorales?
aunque quisiésemos calumniarlos basta suponerlos bastante corrompidos para com-
íacerseen la imitaeioñ de la maldad, concurren al espectáculo en compañía de sus mu-
»res y de sus hijos: ¿cómo es posible que gusten de hacerlos testigos de escenas abomi-
ibles, ni que se imbuyan en máximas contrarías ala virtud? Porque, no nos engáñe-
los: hay mucha perversidad en el mundo; pero serán contados los padres y maridos
ue no procuren separar á sus hijofi y consortes del camino de la corrupción, aunque tal
» se hallen ellos mismos encenagado! en sus lodazales.
Por otra parte, es imposible que haya belleza moral sin virtud, y la belleza es el alma
el teatro, asi como lo es de los demás géneros de poesia, y en cierto modo, aun mas:
orque en el drama se describen esclusivameate acciones y caracteres humanos; y es
DDOsible presentar el hombre á los espectadores, sin producir en ellos efecto moral,
al es la simpatía que escita en nosotros todo lo que pertenece á nuestra naturaleza,
hora bien, este efecto moral puede ser bueno, esto es, movern«is á la prá<^tica de las
irtodes dulces ó sublimes; ó malo, inclinándonos á las debilidades vergonzosas, á las
trocidades violentas. Fácil es de conocer el camino que en esta parte señalan al autor
ramático las leyes y preceptos de su arte. La virtud, pues, principal objeto de la mo-
lí, es necesaria también en literatura, señaladamente en la dramática.
Como ningún medio de favorecer las rectas inclinaciones y de reprimir las malas,
sbe parecer despreciable, ni ser despreciado, creemos que debe incitarse á los poetas
ramáticos á escribir con tal cuidado sus composiciones, que resulte del placer mismo
1 utilidad moral. Para esto no necesitan mas que observar bien las reglas de su ar-
!. Asi deben entenderse las reglas de Horacio sobre la reunión de lo provechoso con
i agradable. Este insigne lejislador del buen gusto conocía muy bien que no bastan
8 nbulas novelescas, ni el buen estilo ó la versificación esmerada para interesar vi-
imente á los espectadores: apesar de estas dotes, si no hay resultados morales en los
ramas {expertia fug\%\ disgustarán á los hombres sensatos que gustan de estudiar el
oinbre en las representaciones teatrales.
Un personaje de una trajedia de Eurípides pronunció en la representación algunos
snos de su papel impíos y blasfesmos. El pueblo de Atenas se indignó contra el poe»
, que se disculpó suplicando que se esperase al fin del drama y se vería castigada de-
damente la inmoralidad sacrilega del interlocutor. Este hecho prueba la necesidad de
moral para causar placer en el teatro.
San Agustín refiere que representándose en Roma el Átormenlador de $í mimno co-
edia de Terencio, al pronunciar uno de los actores el célebre verso *' homo sum, bu-
aoi nihil á me alienum puto" (<oy hombre y me intereia iodo lo que pertenece d la kurnani"
(cf) se levantaron á aplaudirle todos los espectadores, por mas que fuesen diferentes
en patria y en creencias. ¿Se quieren producir grandes efectos teatrales/ Háblese al
corazón de los iiunibres: despiértense los sentimientos de la naturaleza, siempre mora-
les, siempre Justos, siempre infalibles.
Obsérvese que nuestro insigne Moratin, en las pocas, pero preciosas composicio-
nes que nos ba dejado, ha procurado siempre terminarlas con una situación moral,
que excita el enternecimiento propio de los afectos benévolos. Ya es una madre que
renuncia entre los brazos de sus hijos á la ridicula vanidad por la cual iban á ser io-
felices: ya un censor literario que socorre la indijencia de quien para cumplir sus
obligaciones domésticas no tenia otro recurso que escribir mamarrachadas: ya un tío
que cede gimiendo á su sobrino joven y amador la hermosura que habia conseguido
volverle á la edad de las ilusiones. ¡Cuan amables son estas situaciones á lasalmassen-
sible^s y virtuosas! Tenga en hora buena Moliere la primacía de la fuerza cómica; pero
los resultados morales del Terencio español son muy útiles y mas agradables que
Jorge Dandia queriéndose tirar al rio, ó el Misántropo, confirmándose con sobrada n-
zon en su aborrecimiento al género humano.
Es tan esencial al drama la espresion de los buenos sentimientos moralea^ que Plan-
to en el prólogo de su comedia los Cautitos^ en la cual campean la bondad y la terau*
ra de dos amigos, dice: ^ Pocas comedias se ve/i, en ios cuales se haganmejores los que ¿tm ¿N^
nos. » En efecto, pocas hubo de esta calaña en el teatro de Uoma; y si se ha dededrtodo,
el mismo Planto no escribió otra cosa que se le parezca.
De cuanto hemos dicho hasta aqui, resultan estas dos verdades: I ." que el objetodel
teatro es agradar é interesar con la imitación de las acciones y costumbres humantf:
¿.' que este agrado y este interés no pueden ser completos, si no se escitan en la re*
presentación sentimientos virtuosos, ya benévolos, ya sublimes.
£1 teatro no es escuela de moral; pero contribuye (ó á lo menos debe contribuir)
á inspirarnos amor á la virtud. Asi solo, y solo asi, se pueden combinar las dos opinio-
n'>s opuestas»
.No es inútil, como podria parecer á algunos esta discusión; porque supongamos
(fue un autor dramático preocupado de que en el teatro debe enseñarse la moral^ se pro-
pusiese escribir dramas con este objeto esclusivo. Es imposible que produjese nada
bueno. Sentencias, máximas, filosofía, r^lijion, si se quiere, llenarían todas sus esce-
nas; y no habria ni situaciones, ni fábula, ni aun verosimilitud. Escribiría un poeoia
s,*vero como aquellos, que según dice Horacio, eran mirados con desprecio por la ju-
ventud romana. Esta no es una hipótesis finjida á placer. Tres insignes dramáticos bao
incurrido* en semejante error, y han merecido ser notados por él: Voltaire, pugnao^
do por introducir en la escena la filosofía del XVIII; Schillersu escepticismo filoisáfico
y relijioso, y Alfieri su aborrecimiento á la monarciuía y á los monarcas. Siempre »
cometen defectos, por grande que sea el talento del escrítor, cuando se desconoce H
objeto primario y esencial de la composición.
.VRTÍCrLOÍII.
ijON vencí DOS ya de que la moral es un elemento necesarío , aunque no el objeto
esencial de la poesía dramática, es tiempo de examinar de qué manera deberá intnK
(lucirse en las diferentes clases de dramas para que produzca el mayor efecto pasible.
Dos son los medios de que se puede hacer uso para inspirar el amor á la Tirtnd^
las máximas y los sentimientos. £1 primero se diríje á convencer el entendimiento,
y es mas propio de los escritos filosóficos y ascéticos: el segundo que domina princi-
palmente en la oratoria sagrada y en la poesía, es mas seguro, porque inclina inme^
diainmente la voluntad.
No es esto decir ((ue no se admitían las máximas y sentencias morales en el dra<'
ma; pero debe cuidarse mucho de que el interlocutor no abandoné su carácter peen-
liar, por revestirse del cargo de censor ó predicador. Esto se evitará si en lugar de es*
presar el pensamiento moral de una manera genérica y propia de la filosofia, se in-
dividfinlizn y contrae ni mismo que hable ó á otro personaje. Sírvanos de ejemplo la
seulencia ya ciUda de lerencio: Soy hombre y me interesa iodo lo que pertenece á la hu-
manidad. El filósofo hubiera dicho generalmente: al hombre debe interesar todo lo que per--
tencve d otro hombre; pero el personaje dramático debió hacer mas individual la idea, y
así consiguió, ademas de hacerla mas accesible á la imajinacion, convertirla en un sen-
timiento virtuoso.
Pero los efectos morales del teatro, que resultan de los caracteres y de las situacio-
nes, son los mas comunes y decisivos.
Eá menester mucho cuidado en la introducción de los caracteres. Es una regla que
DO se debe traspasar, evitarlos caracteres bajos. I^ vileza; la traición, ia perfidia, los
sentimientos innobles no son dramáticos. El pueblo mismo, guiado por el instinto mo-
ral de la naturaleza, los recibe con un murmullo de indignación. Nada hay bello en la
alevosía: nada ridiculo. No escita risa lo que se aborrece: no escita interés de ninguna
especie lo que se desprecia. Todos los efectos dramáticos que pueden producirse por
estos medios odiosos, hubieran resultado de otra combinación mejor meditada y mas
análoga á los sentimientos comunes dé la humanidad. ¿De qué sirve el detestable Va-
go en el Otflo de Shakespeare? ¿Necesitó de las infernales sujestiones de un malvado de
la misma especie el engañado Orosman para atravesar el seno de su amante?
A la verdad pueden y aun deben presentarse en la escena vicios, crímenes y aun
atrocidades; pero no los que nacen de pasiones viles y patibularias , sino de las que
son nobles, por lo menos en su oríjen, aunque se hagan culpables en su exaltación.
Pinte el poeta trájico con caracteres de fuego las consecuencias infaustas del amor, de
ia ambición, del orgullo, de la venganza; afectos todos que suponen cierta elevación de
alma; pues aun la venganza, reprobada con razón por la buena moral, tiene su principio
en el instinto natural de la justicia. Castigue el poeta cómico con el azote de Talía la
avaricia, el pedantismo, la coquetería en cualquiera de los dos sexos, al murmura-
dor, al mentiroso, al vano petimetre, al locuaz insufrible, al fanfarrón cobarde. Estos
cuadros» aunque tan diversos, pueden bien descritos mejorar la moral pública: los de
las grandes pasiones, aterrando al espectador con la descripción enérjica de sus tris-
tes efectos: los de los vicios ridículos, mostrando su deformidad á los que no quieren
ser el ludibrio de sus semejantes. Pero ¿que utilidad moral puede producir un carác-
ter diabólico ó un alma vil? ¿Qué interés puede escitar? ¿Se ha inventado el teatro para
los demonios ó los cortabolsas?
De aquí se infiere con cuan poca razón se han querido introducir en el teatro esos
caracteres de perversidad exajerada que hacen el mal solo porque es mal; esos hom-
bres sometidos ciegamente á una pasión que los arrastra sin sentir remordimientos y
sin que so razón reclame; esas almas ajiladas siempre entre el crimen y el suicidio. Los
espectadores han asistido con admiración de la novedad, pero sin interés, á esos cua-
dros infernales, por fortuna muy poco variados. El adulterio, el incesto, el suicidio, el
envenenamiento y la horca se agotan pronto; y el género mas atroz es el menos fecun-
do. ¿Qué simpatía puede haber entre los esfiectadores habituales de los teatros y seme-
jantes monstruosidades?
Réstanos que tocar otra cuestión sumamente delicada, y es la de la pasión amoro-
Mi en el teatro. 1^ galantería de la edad media tomó posesión de la escena cuando re-
nacieron las letras, y aun todavía no ha sido posible arrojarla de ella. ¿Seria conve-
niente su espulsion?
Algunos dicen que sí, fundados en que es la que mas se inspira cuando se descri-
be. Esta razón nos haría mucha fuerza, si supiésemos que basta no asistir al teatro pa-
ra no sentirla, ó á lo menos que viven mas olvidados de ella los que no la ven re-
presentar.
Sin embargo, el principio es cierto; pero debe servir al escritor dramático para ale-
jar de la escena todas las afecciones físicas del amor, y describir solo sus sensaciones
morales. Nosotros diremos atrevidamente que en la trajedia no es perniciosa su imi-
tacioa si va acompañada de los terribles infortunios que produce el amor cuando es
ixallado. En la comedia, propiamente dicha, no es mas que un episodio, y puede y
lun debe describirse templado y sometido á la razón y á las conveniencias sociales.
Mas no será asi como lo describieron Lope, Calderón y Moreto: por lo tanto, sus
Iramas no oran verdaderas comedias. Servían para describir las costumbres de su si-
[62]
glo y de 8U Bacion, y en ellas entraban el honor y el amor como dementoa eseneiain.
Se ha censurado mucho á Calderón por haber descrito las arterfu de lot ansanteipan
verse y hablarse. Nosotros hemos leído á Calderón y hemos observado laa ooaUírams
actuales, y quisiéramos en el interés de la moral qne los sentimientos que aiHmaai
los jóvenes de ambos sexos, se pareciesen ¿ los que describió aqod inafmé poMi.
El drama ha de reflejar necesariamente lascostumbns de la iociedad; y ooma ■
hay, ni ha habido, ni habrá ningún pueblo en el cual no tenga el amor «aégurido si
dominio, tampoco podrá nipgun poeta dramático escnsarse de describirlo. TMó b
que puede exijirse es que se describa con decencia, acompaftado de laa virtiidet qae
lo embellecen cuando es lejftimo y guiado por la razón, y sometido á la défcgraBii
cuando es exaltado y delirante.
DE LAS FORMAS DEL TEATRO INGLES
Y DEL ESPAÑOL.
CiXABlIN AREMOS á un mismo tiempo la forma de estos dos teatros, porqna
ron en la misma época. Shakespeare imponía el sello de su fjenio á la escena tirilJÉhl
al mismo tiempo que Lope de Vega encantaba al pueblo español con sot -pródiMtfilNl
dramáticas, que en el fondo eran novelas puestas en acción. Pero antes daménsb «al
idea general del estado de la literatura dramática en Europa á fines dd s|glb XTI.
Los principios de la literatura griega y romana dominaron, como éndto üspiMPiM
las academias y universidades en la época del renacimiento de las letras; pMñairilSi-
tro, el mas popular y por consiguiente el mas indócil al raciocinio 6 al niaUmoá^ dsli-
dos los ramos de la literatura, fiíé el que tardó mas en recibir la ley Mdem-, Tt
en cada nación cierto carácter, acomodado al espíritu de los espectadores j
guíente á su orijen en la Europa bárbara. Desde los siglos medios comemarúa lia i^
presentaciones relíjiosas con el nombre de mti/mM, y las brsas bofeneseas,
Eor los juglares. Los sitios en que se representaba, eran mas redocidos qae
ios proscenios de Atenas y Roma. Un tablado y una cortina foeron al priaeipii
el aparato de la escena. Suplía esta pobreza la imajinacion del vidgo, qae ai
siosamente á los espectáculos. Cuando las artes del diseño se perfeoeionaron*
ron y se multiplicaron las decoraciones, con las cnales se biso que aa aaismo li|IM^M>
presentase á la vista diferentes puntos.
En Italia compusieron los hombres instruidos triy^^ observando las 'faMü^lirb*
totélícas. Pero estas composiciones eran no mas que para los intelijentes: al ^aiMacsa*
curria con preferencia á las composiciones en que se mezclaba la represeal>shByii
música, á que tan aficionada ha sido en todos tiempos aquella nación. •Ea*'~" k.;...^»*^.
ron raices mas hondas las formas clásicas, adoptadas por la corte, cojo
minado siempre á toda la pociedadde París.
En Inglaterra fueron conocidas estas formas, como lo praelmB alf miOs
Shakespeare: mas no sabemos que antes de este poeta se hobiese preseatadb'rt
co ningún drama modulado por ellas.. El hecho es que Shakespeare, creanda
ingles, prescindió altamente de dichas formas como si no laf aubiese üommIUmé
Este hombre extraordinario conoció las exijencias de su nación y de m "^^^T
consagró todo so genio á satisfocerlas. La guerra de las rosas que habla
tado d suelo de su patria en el siglo W, y las disputas reliyiosas qoa-
otra nueva revolución, acostumbraron los ánimos de los in^^sses á las
políticas y á las pasiones v pensamientos enéijicos. Shakespeare, colocada
mas Moro v Cromwell, mé digno intéiprete de las virtudes de un earanm lasliy db
los delitos de la ambición, de las lides interiores del alma, despedaada á «a
[63]
^mpo por las pasiones, por los remordimientos, por la versatilidad de lafortona. Na-
e ha pintado como él la incertidumbre de un pecho noble y honrado, cono el de
amlet, fluctuando entre el deseo de una venganza justa y el temor de una acción
roz y criminal: la lucha de un alma que aun no ha perdido su inocencia, como la de
acbeth, contra la ambición y el amor reunidos: las interiores congojas de un padre
imo Lear, obligado á aborrecer los seres mas caros á su corazón: en fin, la máscara
»n que un malvado como Ricardo III se vé precisado á cubrir el desorden interior de
I conciencia, ajitada por la necesidad de añadir á un abismo de crímenes otros nue-
M abismos.
Es evidente que por grande que fiíese su genio, nada de esto hubiera podido des-
ribir, á haber adoptado en sus dramas las formas del teatro griego. ¿Cómo sometido
ellas, hubiera puesto á sus personajes en tantas y tan distintas situaciones, dando en
ida una un nuevo retoque ú sus caracteres que los hacen cada vez mas conocidos del
ipectador? Poraue no solo pinta Shakespeare una pasión , pinta un hombre, en el
nal la pasión dominante tiene un sello individual, que solo pertenece á aquel hom-
re, y no es común á los demás, aunque se hallen poseídos del mismo afecto. Ótelo es
bIoso; pero «us celos son de Ótelo, y ningún hombre los siente como él; asi como nin-
nn hombre se le parece en la tranquilidad irónica y terrible con que reconoce que
a dado moerte á un inocente.
Nada de esto puede hacerse con las formas clásicas. Ducis, dotado de talento dra-
lático y de instrucción, lo emprendió; mas nada pudo conseguir sino echar á perder el
•telo, el Macbelh y el liamlet de Shakespeare. En su trajedia del moro de Veneeia na-
ie entiende por qué motivo Ótelo sepulta el puñal en el seno de su esposa. Taima y
íaiquez, á fuerza de talento, llenaron hasta cierto punto en la representación los hue-
M de la-trfljedia francesa, que sacrificó á la verosimilitud material del teatro; y .á las
nidadea de lugar y tiempo, la. verosimilitud moral, que es la primera de todas. Es
nposible describir los gigantes de Shakespeare sino en cuadros amplios como los que
»te poeta elijió.
Nosotros no le creemos exento de defectos; pero ahora no tratamos de criticar sus
bras; sino de demostrar que habiéndose propuesto describir al hombre que lucha
insigo mismo, con los demás y con la fortuna, y no al hombre del destino ó de una
■non como los trájicos griegos, se vio obligado á renunciar á las formas estrechas
el teatro de Atenas, y á adoptar otras mas amplias. Su auditorio se las concedió;
Bor quéY porque no queria sacrificar un espectáculo (jue le agradaba á las unidades de
onvencíon, cuando Shakespeare no faltaba á la principal, á la sola que exije la natu-
ileza del drama, que es la unidad de interés.
Shakespeare es, entre los poetas dramáticos, el primero que ha descrito al hombre
ODIO le concibe la civilización cristiana y monárquica, en lucha con sus pasiones, des-
lef ando todas sus congojas, todos sus placeres interiores, aplicando su intelijencia á
itadiarsey conocerse asi mismo: ha sido el primero que ha representado no al hom-
re de ona pasión, sino el do la conciencia entera. Las circunstancias individuales en
ue lo ha pintado, son tomadas del genio de su nación: profundidad de juicio, ener-
« frenética de pasiones, enerjía noble de la razón, la mas completa apariencia de tran-
oilidad en medio de las mas terribles tempestades del alma, y firmeza incontrastable
B las resoluciones ya para el mal, ya para el bien.
Adoptó formas desconocidas de los antiguos. Acaso tal vez las estendió mas de lo
«casano, y cuando lo hizo cometió un defecto. Pero no hay duda que le era nece-
via mas amplitud de cuadro para pintar objetos mas grandes.
Shakespeare nada tiene de común con la nueva secta de dranuturgos que hemos
aatematizado en nuestros artículos anteriores, sino acaso las Armas dramáticas. El
Multado moral de sus composiciones es siempre bueno: porque siempre resulta onui-
Ss l8 oirlud y aborrmbU d vicio y el deliio. No vemos en él calumniados ni envilecidos
» reyes ni los sacerdotes, sino pintados con los negros colores que les corresponden,
» tifanos y los malvados.
Si á las formas, mas amplias que las del teatro griego, qoe necesitaba Shakespea-
% para conservar la verosimilitud moral en sus descripciones, se quiere dar «n nom-
re., desconocido al bardo británico, y al padre del teatro español Lope de Vega, no
[6*]
tenemos ninguna dificultad en que se les llame formas romániieas^ toaiada esta palabrj
no en el sentido ridiculo que se le da eo el dia, sino en el ümeo soportaUe que puede
tener, y que ya hemos esplicado, esto es, entendiendo por romániieo lo pertenedeiita i
la literatura cristiana y monárouica, propia de nuestra civiliíacion actual.
Casi al mismo tiempo que Shakespeare daba al teatro de lu nación las formaB que á
pesar de Addison y de otros partidarios de las unidades griegas, ha oonaervado haili
ahora, resolvía Lope de Vega en Empana una cuestión que había durado lodo el aiglo XVI.
La cuna de nuestro teatro fué, como en los demás pueblos de Europa, la rd^fioa y
la alegoría. Misterios y ficciones alegóricas fueron las primeras rrprrffnntaritmoi- Jaai
de la Encina, dando el nombre de églogas á sus dramas, introdujo loa paatóraa-ea d
teatro; y uno de ellos hacia el papel de Bobo^ que después, con el nombre da p adosan
fué en la escena española un personaje tan esencial como el del coro en el dranu de Alé*
ñas. Tal era nuestra poesía dramáúca á principios del siglo XVL
Torres Naharro introdujo poco después fábulas y personajes noveleaopat iai .oa
Juan de la Encina habia introducido pastores. Lope de Rueda, con nua tino teatnl, i
fuerza cómica, mejor déscripcibn de los caracteres, y sobre todo, man rfinrrla riafurlna,
siguió el mismo rumbo que adoptaron su amigo Timoneda, Virues y otroa ^«ríoa, eaira
ellos, el inmortal Cervantes, que ciertamente no ha debido su celdbridadá ana
clones dramáticas. En este género de obras no se liacia caso de las reglas avial
sin embargo, el público las veia representar con sumo placer, y satisfiíciaeii ellaala
cesidad de lances novelescos y de sucesos maravillosos, que le ajitaba ea aqoeHa
de engrandecimiento para la nación.
Mas no por eso dejaba entonces de cultivarse el drama clásico. Los hombraa u
dos leian y estudiaban con mucho ahinco la literatura griega y romana. Dnoa sedafr
carón á traducir los mejores dramas da Roma y Atenas: otros se propnaienMi iaiitaílii
hasta en sus formas; y citaremos entre estos últimos al P. Bermudeit no poiqw s»
Niie$ sean dos trajedias buenas, sino porque son las menos malas qno prodqfo afwd
siglo. El pueblo no gustaba de estos espectáculos: los largos razonamientoa le ad«rw*
cian: los coros no eran conformes á sus costumbres: quena movimiento, aedoaf sace-
sos; mientras mas imprevistos y portentosos, mejor.
Tal era el estado del teatro español, cuando apareció Lope de Vega, dotada da h
'^gran talento poético, y ^ue habia adouirida un inmenso caudal de eradicion. Ceas
hombre instruido, conocía las reglas nadas por los antiguos para la oonpoñcioKda ■
drama; pero como autor, se veia obligado á complacer al público. Enccrrd, p«es, Imfft'
eepioi con seis llave$t como él mismo dice en su ÁrUnuBvo de haeer comediáis yedoptéan
las suyas las formas mas amplias que sus antecesores habían ya puesto ea nao. aUii
formas le eran tan necesarias áél comoá Shakespeare.
La sociedad, para la cual escribía Lope, era muy diferente déla queaaistia'á losdn-
mas del poeta británico. A fines del siglo XVI, en que ambos florecieron, eziatiaBCBl»
gla térra las memorias de una guerra civil larga y sangrienta, una revolncioa raiyiM
que estaba consumándose, y los gérmenes de otra revolución civil: cuando Espala, hi-
hiendo llegado al apojeo de su poder con la adquisición del Portugal, tranquila ea ii
interior, y respetada en el mundo político como la primer potencia, nada toiia, y M
puede decirse que nada deseaba, aunque realmente le &1taban muchascoaaayla
han no pocas. Eran, pues, diferentes el espíritu, las ideas, los sentimientoa deaa
ciedades, y por consiguiente sus exijencias en el teatro; porque el eapect'^'
siempre ver representados en el drama los pensamientos que dominan en ao i
por eso se ha dicho, y con mucha razón, que la literatura, princípalmenlela
Site es la mas popular, debe ser el reflejo de la sociedad; y ningún poetn Anmáin i^
gun genio se ha olvRlado de llenar esta condición, necesaria para el bnen dslladaM
composiciones.
\ a hemos visto que Shakespeare dio á su auditorio el pábulo que
do en acción los afectos mas terribles del coraion humano y las tempesladaB
Lope de Vega hizo todo lo contrario, y describió el amor, el valor, ai honor, k
{' la constancia mujeril ¿n una infinidad de combinaciones vm Shahospearr p^
a historia de su país con un pincel teñido en sangre : L n > ei cuadra da inaa-
clones novelescas, dándole el ambiente puro y suave de su di . Las flgnrai dilpM^
i
[65]
ingles escitan el terror; las de Lope, señaladamente las mujeres, inspiran agrado y amor
Cada uno escribió para su patria; y gu patria idió á cada uno el laurel que merecía.
Pero aunque los caracteres pintados en el drama ingles y en el español sean tan di-
ferentes, las formas son las mismas; porque tan imposible era á Lope describir en el es-
trecho círculo de las formas clásicas sus amantes novelescos, sus miyeres capaces de
sacrificios, sus hombres valientes é id(^latras del honor, como á Shakespeare sus ambi-
ciosos, sus conspiradores, sus ingratos y sus malvados. Lope, aunque en menor escala,
pintó también las luchas de las pasiones con el deber, las circunstancias individuales de
8US personajes: también tuvo que ponerlos en varias y diferentes situaciones para darlos
mejor á conocer; en fin, representó el hombre interior. Hubo, pues, de adoptar también
las formas románticas.
La comedia española del siglo XYII pertenece, pues, al género romántico, como el
drama de Shakespeare. Si hay alguna aiferencia es que la primera, á pesar de su es-
tremada licencia, es mas regular v'correcta que el segundo en el movimiento progresivo
de la acción, en la combinación de las escenas y en la elocución, generalmente buena
en Lope, é insufrible en Shakespeare cuando no es perfecta; porque en este hombre
extraordinario no hay medio; ó llega al ápice de la elocuencia poética, ó cae en defectos
y bajezas intolerables.
El drama de Lope era incomparablemente superior al de todos sus antecesores por
las situaciones, por los caracteres, por el estilo, por la versificación, por los efectos teatra-
les. No esestraño, pues, que quedasen olvidados, y que se reconociese á este poeta como
el padre y monarca de la escena. El mismo Lope, escribiendo su arte de hacer comedias
para una academia de hombres instruidos, parece como avergonzado de su mismo triun-
fo. Greia de buena fé en las reglas de la antigüedad; porque no se hacian entonces los
estudios de humanidades con la suficiente filosofía para distinguir entre las reglas de
Imra convención, y las que no es lícito traspasar, porque las ha dictado la misma natura-
eza. Asi que en dicho Arte se llama á sí mismo bárbaro, y Wanaa bárbaro, ignorante y ne-
cio al vulgo que le aplaudia: ¿por qué? Solamente porque había tenido el talento de in-
teresar á su nación sin las reglas, con las cuales se interesaba 19 siglos antes á los habi-
tantes de una ciudad de (irecia llamada Atenas.
Verdaderamente seria digna de risa la inocencia de Lope de Vega, sí él mismo no
la hubiese correjido. Es verdad que nunca creyó haber hecho bien en abandonar los
preceptos, como él los llamaba; pero también lo es que no dejó de conocer el grande im-
pulso que habia dado al teatro. En su composición á Claudio, que llamó Égloga no se
sabe por qué, confiesa su gran pecado de haber faltado á las reglas:
«Del vulgo vil solicité la risa
Siempre ocupado en fábulas de amores:
Asi grandes pintores
Manchan la tabla aprisa:
Que quien el buen juicio deja aparte.
Paga el estudio como entiende el arte.*
Mas no por eso deja de alabar la pureza y armonía de su lenguaje, los caracteres del
guerrero, del anciano, del amante, del pastor, del villano, la alteza y elegancia del es-
tilo, y en fin la forma que dio al teatro, y que imitaban los mismos que decían mal de
él. Nótese que esta composición es muy posterior al Arte de hacer comedias; pues á
Qaudio dice llevar ya hechas 4,500 comedias, cuando en el citado Arte confiesa sola-
mente 485.
Las formas que adoptó Lope fueron imitadas por sus succesores hasta mediados del
siglo XVIII, en que feneció por inanición el teatro español; pero entre estos succesores
se cuenta á Tirso, á Calderón, á Morete, á Rojas y á Luis de Alarcon, que llevaron la
comedia nacional al grado de perfección de que era capaz.
El teatro español adquirió tanta celebridad en el siglo XMI, que las comedias de
Lope, Calderón, Rojas y Morete se representaban traducidas, aunque bajo las formas
clásicas, en la corte de Faris. Diremos mas: los grandes genios que ilustraron la escena
francesa no se desenvolvieron sino después de haber recibido las inspiraciones de nues-
[66J
tra musa dramática. El Cid, que fué la primer trajedia buena del fran GomeOle,
una iraitacioD, y en los mejores pasajes, una traducción de las Moeedaáei del mismo h^
roe, comedia española de Guillen de Castro. Le MeMenr^ primera comedia baena dd
teatro francés, compuesta por el mismo Corneille, es La verdad eogpeehoea de nnestro
Ruiz de Alarcon. Asi la chispa eléctrica, que despertó el genio francés, aletargado en el
lecho que le hablan mullido las formas clásicas de Aristóteles, salió de la esceai
española.
En efecto, esta habia llegado en el siglo XVII á un grado altísimo de perÜBeeíoa.
£1 mismo Lope, fundador de nuestro teatro, habia mejorado mucho la trabaxoo de las
escenas y de los incidentes, como se echa de ver en su Noche toleda»a y en la Ikma di^
creta^ que mereció de parte de Moliere los honores de la imitación en la escelaole co-
media que intituló L ecoU des marM, y que tenemos superiormente tradacida por ane^
tro Moratin.
Pero después de Lope, dejando á un lado á Montalban que todo lo ez4}eró, á Mi-
ra de Mescua, notable solo por su elocución, y á Tirso de Molina, superior en la poesli
de lenguaje y célebre por haber pintado la vanidad mujeril aun mejor que Loped»
cribió la ternura, empuñó Calderón el cetro de la escena, y la refundió enterameBte, no
en sus formas, pues conservó las mismas de Lope, sino en la conducta ymoviBÚaalods
la fábula. Nadie ha sabido mejor que él deducir de un incidente dado todaa sai
cuencias naturales, y llevarlas hasta el desenlace, sin desmentir la verosimilibid
ral:' ninguno ha sabido imprimir mayor interés á las situaciones ni conservarlo daraato
toda la acción, apesar déla multiplicidad de los lances: nadie ha caraeteriado nM||ar
en diálogos siempre animados, en lenguaje siempre caballeroso, aunque alganas vaca
incorrecto, las ideas que queria imprimir en los ánimos de los espectadoras: en fiíf
escede á todos en la descripción del mundo, que se propuso presentar al auditorio »
pañol: el mundo del amor, del honor, de la valentía, f dolos de los castéllanoaeo aqoíl
siglo y en el anterior.
Pueden contarse entre sus discípulos mas sobresalientes Alarcon, Morete, y Rflfw
el primero notable por su elocución, mas correcta que la de su maestro, y por liabei^
se acercado mas que ninguno otro de nuestros dramáticos al género de Tereedo: Mo-
rete, dotado de una gran fuerza cómica y rival de Planto: Rojas, el autor de Stmk
del Castañar, y apesar de su estilo, frecuentemente gongorino, el mejor de nuestroo poe-
tas trájicos después de Calderón.
Decimos despuM de Calderón^ porque este insigne poeta, tan noUe* tan caballflraoo
en la comedia urbana, no tuvo quien se le igualase en las situaciones troicas. Digab
sino la terrible escena entre Focas y Astolfo en la comedia En esta tnda iodo es wM
y todo es mentira^ que imitó con tanta maestría el fundador del teatro francos: dlfpdo d
esposo de Mariene en El tnayor monstruo los edos^ condenado A muerte por el amanto
de su mujer: dígalo Don Lope de Almeyála, sepultando en el fuego * y en el agua li
venganza que tomó de su adúltera esposa y del fementido mancebo. Dígalo en fin Se-
míramis, pereciendo herida en una batalla, y esclamando:
¿Qué quieres, Menon, de mí,
de sangre el rostro cubierto?
¿qué quieres. Niño, el senüilante
tan pálido y macilento?
¿qué quieres, Ninias, que vienes
á aílijirme triste y preso?
Yo no te saqué los ojos:
yo no te di aquel veneno:
yo, si el reino te quité ,
ya te restituyo el reino.
Dejadme, no me aflijáis :
Vengados estáis; pues muero,
pedazos del corazón
arrancándome del pecho.
[67]
^míramis, rodeada ai morir de caantos habiao sido victimas de sas crímenes , nos
tiliga á acordarnos del Ricardo III de Shakespeare en la noche que antecedió á la ba-
ila de Bosworth» y si faera posible creer de Calderón qoe hubiese imitado á nadie ó
or lo menos leido ó conocido al poeta británico, se podria decir que le habia robado
ita escena. La verdad es que el genio se la sujirió, como el suyo á Shakespeare, y la
teralura está llena de estas coincidencias, que solo prueban la igualdad de la inspi*
idon en dos poetas de igual temple.
Debe observarse que nuestros autores cómicos se acercaron mucho en la cóme-
la urbana á las formas clásicas; pero sin que se reconozca en ellos ni violencia ni afec-
idon, V esto sin renunciar tampoco á la multiplicidad de los incidentes; que era tan
gnidable al auditorio español. Al verdadero genio no le asusta ninguna traba. Ya he-
los citado algunas comedias de Calderón sometidas á las unidades. Ahora citaremos
íl desden can d desden de Moreto, que en nuestro juicio es la mejor composición que
usté en el género urbano y que tan infelizmente imitó Moliere en su Princesa de Elide.
!n ella no se reconoce quebrantamiento de ninguna de las tres unidades. ¿Y no las
emos observadas rigorosamente en el 5í de las Hifla$ de Moratin, pieza llena de mo-
imiento, de situaciones y de interés dramático? Que vengan luego á decirnos que
í$ reglas ahogan el genio*
Pero en los dramas heroicos ó trájicosrara vez se sometieron á estas reglas , y la
aion la hemos dado muchas veces. El carácter de Sejismundo en la Vida es sueño de
lalderon, el de Garda del Castañar de Rojas , y otros semejantes no pueden desple-
ane como se debe ni darse á conocer como quiere verlos la sociedad de la Eu-
opa moderna, si no seda mas amplitud al poeta. En la trajedia francesa se puede pin-
ir una pasión; pero cuando se quiere describir una figura como en la Fedra de Raci-
le* es menester renunciar á la fábula y reducirla toda á un solo retrato.
El carácter del teatro español es la riqueza y la orijinalidad. ¿Quiere Hoz y Mota
escribir un avaro? no busca su tipo, como Moliere, en el teatro latino ó griego, sino
ande un nuevo modelo en su Don Marcos Gil de Almodóvar,
c que inventó agttar el agua.»
El teatro español descaeció como los demás ramos de nuestra literatura, como el
loder, como la nación, á flnes del siglo XVIL En el XVIII tuvimos las caricaturas de
Zamora y de Cañizares, y nada mas. No volvieron á parecer dignos imitadores de Lope
li de Calderón. El torrente dramático se perdió, como el Rin entre arenas. Luzan con
u poética nos inspiró cl gusto de las formas clásicas, importado de Francia, que pro-
lujo algunos dramas buenos entre muchos malísimos, hasta que ha invadido nuestra
«cena el Romanticismo actual. Este chubasco pasará pronto: asi á lo menos debe es-
terarse so pena de ver sumeijirseen una misma tumba la moral y cl buen gusto.
Concluiremos este artículo observando que el romanticismo de Shakespeare y de
^Ideron nada tiene de común con el de Dumas y de Victor Hugo.
DEL TEATRO ESPAÑOL.
)E ha dicho que el teatro de Lope, de Calderón , de Rojas y Moreto no representó
a sociedad española del siglo XVII, sino un mundo ideal que aquellos genios crearon,
' que á fuerza de talento hicieron agradable á sus lectores. Debe observarse que esta
ensura está consignada en un periódico del romanticismo moderno, escuela que cen-
ara también en Moratin haber descrito con harta fidelidad las costumbres de la época
n que vivió. Parece, pues, que es imposible agradar á sus prosélitos; pues ni les
lista la verdad ni la eiajeracion. Y sin embargo nada es mas ideal, nada mas exaje-
ado que los monstruos de iniquidad que presentan en sus dramas, en los cuales el hom-
[58]
laft eostatniíres. Horacio no liabla de él gino como de una diversión digtt de hombreí
sensatos, y todas las reglas dramáticas que contiene su admirable epislola áloe Pisonei,
las deduce de este principio: la revretmíaeUm debe producir placar. Es verdad que aloiis-
mo Horado debemos el axioma de mexdar lo úíü ron lo agradable. Deanes darámot m
esplícacion, perqee esta meicla no se opone á lo que hemos dicho acerca de la naUm-
leza del drama'.
Es Tcrdad también que Aristóteles atribuyó á la trajedia el efecto moral de parifi'
car las pashnéi dd terror y la oompoiton^ pasaje que ha atormentado mucho á ■■smnMii
tadores; pero de cualquier manera que lo espliquen siempre será el ij^iiefO^ no d éi/m
déla representación dramátíoa entre los griegos; pues se sabe (|ue este géiiero,de pa^
sia turo su orfjen en las fiestas de Baco, y que de los diálogos infiMrmes y laa ripeailiw
cea que empeió, se elevó á la altura que le dieron Sófoclefl|y Eurípides» Y ea tan cisilst
que aquella pi$rifieacUm no es esencial á la trajedia, ene en nuestros diaa so efacte m»>
ral BUS notorio é inmediato no es purgar nuestros afectos, sino iaspiraroea va aúákh
fck teirer á las pasiones exaltadas.
También es cierto que los trájicos griegos procuraron inocular ea elpaeUa el adii
á la monarquía y el dogma del fiítalismo. Pero estos sentimientos, pdlilieo él «Mt 7^
otro rdi|iosOt estaban en el espirita de los espectadores, y el poeta dransátioe
£uede sustraerse al inflijo de las ideas dominantes. Por la misnuí ravMi se
an en la edad media los mufvFUM, en tiempo de la casa de Austria los oafos
y Calderón, Rojas y Alarcon poblaron la escena española de caballeroa y danaa^^^y k
convirtieron en templo del valor, de la honra y de la hermosura. Á eada qaaioa*, i
cada época se presentan en los espectáculos los objetos que mas le agradan.
fin fin, no puede negarse que la comedia primitiva de los griegos tomó «a>
ter mas que democrático, y presentó de una manera ridicula y con una censara
ga y mordaz ea el teatro de Atenas sus sabios, sus poetas, sus {generales y aas
t^dos. Parece, pues, aue tuve una tendencia p^olitica. Mas no era asá, Ariatóbaei j
sus imitadores, pdseeoores diel talento de la sátira, U emplearon de la rnaaen bms
agradable á aauel pudilo soberano; porque si á los reyes |se les lisonjea con sus pro-
£ios elojios, el modo mas seguro de agradar á las democracias es degradar á los boa-
res que sobresalen.
LaiB escuelas de moral eran en la antigüedad griega y romana los eacritoa de las fi-
lósofos, el Pórtico, la Academia. La política se aprendía en el manejo de los aso-
cios y en la historia. El teatro estaba esclasivamente dedicado á la diversión. Asi as M
cuando la comedia tuvo que renunciar á la sátira personal porque las leyes repriami
ron su licencia, apareció el drama de Meoandro, escrito, si hemos de Juagar aatjÉi
imitaciones que de él biso Terendo, meramente para halagar la imájinaoioa áaJif m
pectadores con las pinturas bien hechas de los amoríos y locuras de los Jd^uB^^AlM
astucias y supercherías de los esclavos para arrancar á los padres avaros algqtt4)iaa
roque sirviese á los vicios de sus hijos; y de las eostambres innobles da las eoÉan^
ñas, terceros, parásitos y desvergoniados. Tal vei se meiclaba á la dascripoMMSida.lii
caracteres alguna intriga novelesca, cuyo ol^eto era solo divertir é interesar él(iaa^
pectadores. Los romanos, que nada aiadieroa d teatro griego sino la coai|UÉatiaB* ds
la fábula cómica, jamas consideraban la escena sino como una diversim. Aaitaa.
la dejaban por ir á los espectáculos sangrientos del circo, que los divartiáB aaai
Entre las naciones modernas es todavía mas visible la separacioB entre al
la moral. Esta se ensefia en les pulpitos y en los escritos reu|}ioaos y filoi4fiea%
la escena. El cristianismo declaró la guerra desde su nacimiento á los aspectiealM
trales; hubo para ello dos razones muy justas:
1 .* Que (fichas representaciones comenzaban y concíuian con sacrificios á
yo altar estaba á un lado del teatro.
2.* Que la OAyor parte de las piezas que se representaban eran inmveidaa y
fias, como puede verse en las comedias que nos quedan, y se infiere de lo ^e
ció y luvenal dicen de los sátiros y las pantomimas. H teatro moderao i
casto; pero ¡cuánto hay todavía que reformar en él para que pueda ser foieraMe 4ifla
ojos de la viríudt
El teatro, pues, considerado ea su esencia y su objete, «o se dirijo á enseiar la mo-
[59J
ral ni á rectificar las costumbres, sino á proporcionar á los ánimos un placer seme-
jante, aunque mas >ivo, al que producen las demás bellas artes.
Sin embargo, hay alguna verdad enla opinión contraria á la que hemos adoptado.
Sin elevar el teatro á la altura de una cátedra de moral, sostenemos no solo que de-
be respetar la virtud, sino también inclinar y disponer los ánimos á ella. No tardare-
mos ,en disolver esta aparente contradicción.
ARTÍCULO II.
fjS un yerro muy notable» en cualquier teoría, tomar por principio los corolarios, por
raas intimamente unidos que estén los unos con los otros. En materia de poesía, el prin-
cipio es la belleza: la virtud es una consecuencia, aunque imprescindible y necesaria.
En el teatro la moral es un corolario; el elemento principal la diversión y el placer. En
el siglo pasado se le llamó la escuela de las costumbres, quizá para impedir que los hom-
bres concurriesen á la que lo es verdaderamente.
Mas no por eso deja de ser la poesía dramática útil á la virtud. Si su objeto es inte-
resar, e% imposible oue esto se logre, sin une el resultado del drama sea favorable á los
intereses de la moral. La mayor parte de los individuos que concurren al teatro, perte-
necen á la sociedad culta. ¿Cómo pueden recibir placer en las representaciones inmorales?
Y aunque quisiésemos calumniarlos hasta suponerlos bastante corrompidos para com-
placerse en la imitación de la maldad* concurren al espectáculo en compíañía de sus mu-
jeres y de sus hijos: ¿cómo es posible que gusten de hacerlos testigos de escenas abomi-
nables, ni que se imbuyan en máximas contrarias ala virtnd? Porque, no nos engañe-
mos: hay mucha perversidad en el mundo; pero serán contados los padres y maridos
que no procuren separar á sus hijof> y consortes del camino de la corrupción, aunque tal
vez se hallen ellos mismos encenagados en sos lodazales.
Por otra parte, es imposible que haya belleza moral sin virtud^ y la belleza es el alma
del teatro, asf como lo es de los demás géneros de poesía, y en cierto modO;, aun mas:
porque en el drama se describen esclusivameate acciones y caracteres humanos; y es
imposible presentar el hombre á los espectadores, sin producir en ellos efecto moral.
Tal es la simpatía que escita en nosotros todo lo que pertenece á nuestra naturaleza.
Ahora bien, este efecto moral puede ser bueno, esto es, movernos á la práqtica de las
virtudes dulces ó sublimes; ó malo, inclinándonos á las debilidades vergonzosas, á las
atrocidades violentas. Fácil es de conocer el camino que en esta parte señalan al autor
dramático las leyes y preceptos de su arte. La virtud, pues, principal objeto de la mo-
ral, es necesaria también en literatura, señaladamente en la dramática.
Como ningún medio de favorecer las rectas inclinaciones y de reprimir las malas,
debe parecer despreciable, ni ser despreciado, creemos que debe incitarse á los poetas
dramáticos á escribir con tal cuidado sus composiciones, que resulte del placer mismo
la utilidad moral. Para esto no necesitan mas que observar bien las reglas de su ar-
te. Asi deben entenderse las reglas de Horacio sobre la reunión de lo provechoso con
lo agradable. Este insigne lejislador del buen gusto conocía muy bien que no bastan
las ftbulas novelescas, ni el buen estilo ó la versificación esmerada para interesar vi-
vamente á los espectadores: apesar de estas dotes, si no hay resultados morales en los
dramas (ea;penia /tigtv), disgustarán á los hombres sensatos que gustan de estudiar el
honabre en las representaciones teatrales.
Un personaje de una trajedia de Eurípides pronunció en la representación algunos
versos de su papel impíos y blasfesmos. El pueblo de Atenas se indignó contra el poe-
ta, que se disculpó suplicando oue se esperase al fin del drama y se vería castigada de-
bidamente la inmoralidad sacrilega del interlocutor. Este hecho prueba la necesidad de
la moral para causar placer en el teatro.
San Agustin refiere que representándose en Roma el Atormenlador de d miaño co-
media de Terencio, al pronunciar uno de los actores el célebre verso " homo sum, hu-
mani nibil á me alienum puto" («oy hombre y me inlereea iodo ¡o que perUnece á la Atimam-
daeT) se levantaron á aplaudirle todos los espectadores, por mas que fuesen diferentes
en patria y en creencias. ¿Se quieren producir grandes efectos teatrales/ Háblese al
corazón de los hombres: despiértense los sentimientos de la naturaleza, siempre mora*
les, siempre Justos, siempre infalibles.
Obsérvese que nuestro insigne Moratin, en las pocas, pero preciosas composádo-
nes que nos ba dejado, lia procurado siempre terminarlas con una situación moral,
que excita el enternecimiento propio de los afectos benévolos. Ya es una madre que
renuncia entre los brazos de sus bijos á la ridicula vanidad por la cual iban á ser in*
felices: ya un censor literario que socorro la indijencia de quien para cumplir sus
obligaciones domesticas no tenia otro recurso que escribir mamarrachadas: ya un tío
que cede gimiendo á su sobrino joven y amador la hermosura que había conseguido
volverle á la edad de las ilusiones. ¡Cuan amables son estas situaciones A las almas sen-
sibles y virtuosas! Tenga en hora buena Moliere la primacía de la fuerza ccímica; pero
los resultados morales del Terencio español son muy útiles y mas agradables que
Jorge Dandia queriéndose tirar al rio, ó el Misántropo, confirmándose con sobrada rs-
zon en su aborrecimiento al género humano.
Es tan esencial al drama la espresion de los buenos sentimientos morales, que Plan-
to en el prólogo de su comedia los Cautiton^ en la cual campean la bondad y la terau*
ra de dos amigos, dice: t Pocas coinedlcu ne ven, enia» cuales se hagan mejores los qite stm bm-
nos. » En efecto, pocas hubo de esta calaña en el teatro de Roma; y si se hadedccirtodot
el mismo Planto no escribió otra cosa que se le parezca.
lie cuanto hemos dicho hasta aquí, resultan estas dos verdades: I .* que el objetodel
teatro es agradar é interesar con la imitación de las acciones y costumbres humanas:
¿.* que este agrado y este interés no pueden ser completos, si no se escitan en la re-
presentación sentimientos virtuosos, ya benévolos, ya sublimes.
El teatro no es escuela de moral; pero contribuye (ó á lo menos debe contribuir)
á inspirarnos amor á la virtud. Así solo, y solo asi, se pueden combinar las dos opinio*
n?s opuestas.
No es inútil, como podría parecer á cilgunos esta discusión; porque supongamos
que un autor dramático preocupado de que m el teatro debe ensebarse la mora/, se pro-
pusiese escribir dramas con este objeto esclusivo. Es imposible que produjese nada
bueno. Sentencias, máximas, filosofía, velijion, si se quiere, llenarían todas sus esce-
nas; y no habría ni situaciones, ni fábula, ni aun verosimilitud. Escribiría un poenu
:t**vero como aquellos, que según dice Horacio, eran mirados con desprecio por la ju-
ventud romana. Esta no es una hipótesis finjida á placer. Tres insignes dramáticos baa
incurrid(7 en semejante error, y han merecido ser notados por él: Vol taire, pogaas-
do por introducir en la escena la filosofía del XVIII; Schillersu escepticismo filosófico
y relijioso, y Alfieri su aborrecimiento á la monarquía y á los monarcas. Siempre se
i'ometen defectos, por grande que sea el talento del escritor, cuando se desconoce el
objeto primario y esencial de la composición.
ARTlCrLOlH.
c.
lON VENCIDOS ya de que la moral es un elemento necesario, aunque no el objeto
esencial de la poesía dramática, es tiempo de examinar de qué manera deberá intnH
ducirsc en las diferentes clases de dramas para que produzca el mayor efecto posible.
Dos son los medios de que se puede hacer uso para inspirar el amor á la virtud^
las máximas y los sentimientos. El primero se dirijo á convencer el entendimiento,
y es mas propio de los escritos filosóficos y ascéticos: el segundo que domina princi-
])almcnte en la oratoria sagrada y en la poesía, es mas seguro, porque inclina inme-
tliatamente la voluntad.
No es esto decir que no se admitdn las máximas y sentencias morales en el dne»
ma; pero debe cuidarse mucho de que el interlocutor no abandone su carácter peen-
liar, por revestirse del cargo de censor ó predicador. Esto se evitará si en lugar de es*
presar el pensamiento moral de una manera genérica y propia de la filosofia, se in-
dividualiza y contrae al mismo que hable ó á otro personaje. Sírvanos de ejemplo la
«ilj
ya citada de ierencio: Soy hombre y me interesa todo lo que ptrlenecc á la hu'
El filósofo hubiera dicho generalmente: al hombfe debe interesar todo lo que per'
ro hombre; pero el personsye dramático debió hacer mas individual la idea, y
;uió, ademas de hacerla mas accesible á la im^inacíon, convertirla en un sen-
virtuoso.
ios efcHitos morales del teatro, que resultan de los caracteres y de las situacio-
los mas comunes y decisivos.
mester mucho cuidado en la introducción de los caracteres. Es una rejilla que
16 traspasar, evitar los caracteres bajos. La vileza; la traición, la perfidia, los
itos innobles no son dramáticos. El pueblo mismo, guiado por el instinto mo-
naturaleza, los recibe con un murmullo de indignación. Nada hay bello en la
nada ridículo. No escita risa lo que se aborrece: no escita interés de ninguna
> que se desprecia. Todos los efectos dramáticos que pueden producirse por
lios odiosos, hubieran resultado de otra combinación mejor meditada y mas
i los sentimientos comunes dé la humanidad. ¿De qné sirve el detestable Va-
Jielo de Shakespeare? ¿Necesitó de las infernales sujestiones de un malvado de
especie el engañado Orosman para atravesar el seno de su amante?
irerdad pueden y aun deben presentarse en la escena vicios, crímenes y aun
es; pero no los que nacen de pasiones viles y patibularias , sino de las que
», por lo menos en su orijen, aunque se hagan culpables en su exaltación,
poeta trájico con caracteres de fuego las consecuencias infaustas del amor, de
on, del orgullo, de la venganza; afectos todos que suponen cierta elevación de
es aun la venganza, reprobada con razón por la buena moral, tiene su principio
tinto natural de la justicia. Castigue el poeta cómico con el azote de Talía la
el pedantismo, la coquetería en cualquiera de los dos sexos, al murmura-
lentiroso, al vano petimetre, al locuaz insufrible, al fanfarrón cobarde. Estos
aunque tan diversos, pueden bien descritos mejorar la moral pública: los de
es pasiones, aterrando al espectador con la descripción enérjica de sus tris-
«: los de los vicios ridículos, mostrando su deformidad á los que no quieren
libriode sus semejantes. Pero ¿que utilidad moral puede producir un carac-
lico ó un alma vil? ¿Qué interés puede escitar? ¿Se ha inventado el teatro para
nios ó los cortabolsas?
[uí se infiere con cuan poca razón se han querido introducir en el teatro esos
B de perversidad exajerada que hacen el mal solo porque es mal; esos hora-
etidos ciegamente á una pasión que los arrastra sin sentir remordimientos y
1 razón reclame; esas almas ajitadas siempre entre el crimen y el suicidio. Los
ires han asiiütido con admiración de la novedad, pero sin interés, á esos Guá-
rnales, por fortuna muy poco variados. El adulterio, el incesto, el suicidio, el
miento y la horca se agotan pronto; y el género mas atroz es el menos fecun-
simpatía puede haber éntrelos espectadores habituales de los teatros y seme-
ostruosidades?
IOS que tocar otra cuestión sumamente delicada, y es la de la pasión amoro-
;eatro. La galantería de la edad media tomó posesión de la escena cuando re-
las letras, y aun todavía no ha sido posible arrojarla de ella. ¿Sería conve-
espulsion?
os dicen que sí, fundados en que os la que mas se inspira cuando se descri-
azon nos haría mucha fuerza, si supiésemos que basta no asistir al teatro pa-
rtirla, ó á lo menos que viven mas olvidados de ella los que no la veo re-
•
ibargo, el principio es cierto; pero debe servir al escritor dramático para ale-
scena todas las afecciones físicas del amor, y describir solo sus sensaciones
Vosotros diremos atrevidamente que en la trajedia no es perniciosa su imi-
ira acompañada de los terribles infortunios que produce el amor cuando es
En la comedia, propiamente dicha, no es mas que un episodio, y puede y
describirse templado y sometido á la razón y á las conveniencias sociales.
> será así como lo describieron Lope, Calderón y Moreto: por lo tanto, sus
» eran verdaderas comedias. Servían para describir las costumbres de su sí-
[62]
fflo y de su nación, y en ellas entraban el honor y el amor como elementos esendaief .
Se ha censurado mucho á Calderón por haber descrito las arterias de lói amanteipan
verse y hablarse. Nosotros hemos leído á Calderón y hemos observado las coaturaim
actuales, y quisiéramos en el interés de la moral que loa sentimientoe qae náfanani
los jóvenes de ambos sexos, se pareciesen á los que describió aquel iñsfnié poéla.
El drama ha de reflejar necesariamente lascostombra de la sociedad; j cohM ai
hay, ni ha habido, ni habrá ningún pueblo en el cual no tenga el aiñor aoégiwÉdo si
dominio, tampoco podrá nijigun poeta dramático escnsarse de deserilñrlo. IMá b
que puede exijirse es que se descnba con decencia, acompafiado de laa virtÉdfes qae
lo embellecen cuando es lejftimo y guiado por la raxoQ, y sometido á la da^tioi
cuando es exaltado y delirante.
DE US FORMAS DEL TEATRO INGLES
Y DEL ESPAÑOL.
£jX ABAN AREMOS á un mismo tiempo la forma de estos dos teatros, por^M
ron en la misma época. Shakespeare impónia el sello de su ||enioá la eaoekia brMáttUlr
al mismo tiempo que Lope de Vega encantaba al pueblo espaftcd con aol prodttMlMHli
dramáticas, que en el fondo eran novelas puestas en acción. Pero antea daiánrtll «M
idea general del estado de la literatura dramática en Europa á fines del ai|^ X?I.
I^ principios de la literatura griega y romana dominaron, como érate étfltttf^^
las academias y universidades en la época del renacimiento de las ketraa; peMldÜi-
tro, el mas popular y por consiguiente el mas indóeil al raciocinio ó al aiatedia, data-
dos los ramos de la literatura, fué el que tardó mas en recibir la ley éUUk». Ta
en cada nación cierto carácter, acomodado al espíritu de los espeetadorefe j
guíente á su orijen en la Europa bárbara. Desde los siglos medios coraemartta U* va*
presentaciones rel^jiosas con el nombre de miiteríoi, y las &rsas bnfoneaeai,
Eor los juglares. Los sitios en que se representaba, eran mas redooidoa qne
ios proscenios de Atenas y Roma. Un tablado y una cortina fueron al piíiiilyü'
el aparato de la escena. Suplia esta pobreía la imajinacion del vidgo, qae
siosamente á los espectáculos. Cuando las artes del diseño se perfiMxáonaM
ron y se multiplicaron las decoraciones, con las cnales se hiio qne un taianié ]i|||iflNí»
presentase á la vista diferentes puntos.
En Italia compusieron los hombres instruidos tnyedias observando laa Kitfia>iHilfÍt
totélicas. Pero estas composiciones eran no mas qne para los intelijentea; al fiaaHa^aaa*
curria con preferencia á las composiciones en que se mezclaba la repreÉgaltJaByli
música, á que tan aficionada ha sido en todos tiempos aquella nación. Ba '
ron raices mas hondas las formas clásicas, adoptadas por la corte, enje
minado siempre á toda la podedad de
En Inglaterra fueron conocidas estas formas, como lo pmébaa alfaiiaa^MiÉí|lllÍ
Shakespeare: mas no sabemos que antes de este poeta se hubiese preaealada-al #É
co ningún drama modulado por ellas.. El hecho es que Shakespeare, creandaí
ingles, prescindió altamente de dichas formas como si no las hubiaBe
Este hombre extraordinario conoció las exijeneias de tu nación y da an li|lwy
consagró todo su genio á satisfacerlas. La guerra de las rosas que habla
tado d suelo de su patria en el siglo XY, y las disputas rel^iosaa qoa i
otra nueva revolución, acostumbraron loa ánimos ele los ingleaes á laa<
politices y á las pasiones y pensamientos enérjicos. Shakespeare, cdocada- eitaa Vih
mas Moro v Cromwell, rae digno intérprete de las virtudes de na earaaon-^iaili^ da
los delitos de la ambición, de las lides interiores del alma, despadaada á aa
[63J
empo por las pasiones, por los remordimientos, por la versatilidad de la fortuna. .Na-
íe ha pintado como él la incertidumbre de un pecho noble y honrado, como el de
amlet, fluctuando entre el deseo de una venganza justa y el temor de una acción
Toz y criminal: la lucha de un alma que aun no ha perdido su inocencia, como la de
[acbeth, contra la ambición y el amor reunidos: las interiores congojas de un padre
!>mo Lear, obligado á aborrecer los seres mas caros á su corazón: en fin, la máscara
90 que un malvado como Ricardo III se vé precisado á cubrir el desorden interior de
j conciencia, ajitada por la necesidad de añadir á un abismo de crímenes otros nue-
08 abismos.
£s evidente que por grande que fuese su genio, nada de esto hubiera podido dcs-
ribir, á haber adoptado en sus dramas las formas del teatro griego. ¿Cómo sometido
ellas, hubiera puesto á sus personajes en lautas y tan distintas situaciones, dando en
ada una un nuevo retoque ú sus caracteres que los hacen cada vez mas conocidos del
spectador? Porque no solo pinta Shakespeare una pasión , pinta un hombre, en el
ual la pasión dominante tiene un sello individual, que solo pertenece á aquel hom-
ire, y no es común á los demás, aunque se hallen poseídos del mismo afecto. Ótelo es
eloso; pero suscelos son de Ótelo, y ningún hombre los siente como él; asi como nin-
un hombre se le parece en la tranquilidad irónica y terrible con que reconoce que
la dado muerte á un inocente.
Nada de esto puede hacerse con las formas clásicas. Ducis, dotado de talento dra-
nático y de instrucción, lo emprendió; mas nada pudo conseguir sino echar á perder el
)telo, el Macbelh y el Ilamlet de Shakespeare. En su trajedia del moro de Yeneda na-
lie entiende por qué motivo Ótelo sepulta el puñal en el seno de su esposa. Taima y
f aiquez, á fuerza de talento, llenaron hasta cierto punto en la representación los hue-
os de I» trajedia francesa, que sacrificó á la verosimilitud material del teatro; y á las
inidadea de lugar y tiempo, la verosimilitud moral, que es la primera de todas. Es
mposible describir los gigantes de Shakespeare sino en cuadros amplios como los que
sle poeta elijió.
Nosotros no le creemos exento de defectos; pero ahora no tratamos de criticar sus
ibras; sino de demostrar que habiéndose propuesto describir al hombre que lucha
onsigo mismo, con los demás y con la fortuna, y no al hombre del destino ó de una
lasion como los trájicos griegos, se vio obligado á renunciar á las formas estrechas
leí teatro de Atenas, y á adoptar otras mas amplias. Su auditorio se las concedió;
por qué? porque no queria sacrificar un espectáculo que le agradaba á las unidades de
ionvencion, cuando Shakespeare no faltaba á la principal, á la sola que exije la natu-
aleza del drama, que es la unidad de interés.
Shakespeare es, entre los poetas dramáticos, el primero que ha descrito al hombre
¡orno le concibe la civilización cristiana y monárquica, en lucha con sus pasiones, des-
negando todas sus congojas, todos sus placeres interiores, aplicando su intelijencia á
estudiarse y conocerse asi mismo: ha sido el primero que ha representado no al hom-
ire de una pasión, sino el de la conciencia entera. Las circunstancias individuales en
|ue lo ha pintado, son tomadas del genio de su nación: profundidad de juicio, ener-
ia frenética de pa&iones, enerjia noble de la razón, la mas completa apariencia de tran-
juilidad en medio de las mas terribles tempestades del alma, y firmeza incontrastable
rn las resoluciones ya para el mal, ya para el bien.
Adoptó formas desconocidas de los antiguos. Acaso tal vez las estendió mas de lo
tecesano, y cuando lo hizo cometió un defecto. Pero no hay duda que le era nece-
aría mas amplitud de cuadro para pintar objetos mas grandes.
Shakespeare nada tiene de común con la nueva secta de dramaturgos que hemos
naCematiíado en nuestros artículos anteriores, sino acaso las Armas dramáticas. El
esultado moral de sus composiciones es siempre bueno: porque siempre resalta ama-
Es la viriud y aborrecible el vicio y e¿ Mito, No vemos en él calumniados ni envilecidos
» reyes ni los sacerdotes, sino pintados con los negros colores que les corresponden,
w tiranos y los malvados.
Si á las formas, mas amplias que las del teatro griego, que necesitaba Shakespea-
s para conservar la verosimilitud moral en sus descripciones, se quiere dar un nom-
re « desconocido al bardo británico, y al padre del teatro español Lope de Vega, no
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tenemos ninguna dificultad en que se les llame formas rümmticaSf tomada eala palabn
no en el sentido ridículo que se le da en el dia, sino en el único soportable qm puede
tener, y que ya hemos esplicado, esto es, entendiendo por roméuieo lo pertenecienCe i
la literatura cristiana y monárouica, propia de nuestra civiliíadon actual.
Casi al mismo tiempo que Shakespeare daba al teatro de su naeioo las fomuM om i
pesar de Addison y de otros partidarios de las unidades griegas, ha oonaerTido basta
ahora, resol via Lope de Vega en España una cuestión que había durado lodo el aiglo XVI.
La cuna de nuestro teatro fué, como en los demás pueblos de Earopa, la rel^fiaé y
la alegoría. Misterios y ficciones alegóricas fueron las primeras rrprrfnnlarionoB, lau
de la Encina, dando el nombre de églogas á sus dramas, introdujo loa paatoraaeo d
teatro; y uno de ellos hacia el papel de Boboj que después, con el nombre de piriiisi.
fué en la escena española un personaje tan esencial como el dd coro en él dreraa de Ate-
nas. Tal era nuestra poesía dramática á principios del siglo X VL
Torres Nabarro introdujo poco después fábulas y persomúei noYeleaoQa, tai eaee
luán de la Encina habia introducido pastores. Lope de Rueda, con asaa tieo teatnL ■«
fuerza cómica, mejor déscripdDn de los caracteres, y sobre todo, mas cometa elecedea,
siguió el mismo rumbo que adoptaron su amigo Timoneda, Yirues y otroa Terioai eatie
ellos, el inmortal Cervantes, que ciertamente no ha debido su celebridad á
cienes dramáticas. En este género de obras no se liacia caso de las reglas
sin embargo, el público las veía representar con sumo placer, y satisfiíaaeii ellvla ae-
cesidad de lances novelescos y de sucesos maravillosos, que le ajitaba en aqneHa tfpaai
de engrandecimiento para la nación.
Mas no por eso dejaba entonces de cultivarse el drama clásico. Los hombrea iMlnn-
dos leian y estudiaban con mucho ahinco la literatura griega y romana. Unos aa daü-
caron á traducir los mucres dramas de Roma y Atenas: otros se propusieron imitarH
hasta en sus formas; y citaremos entre estos últimos al P. Bermodeiv no poique su
Nises sean dos trajedias buenas, sino porque son las menos malas que p^Ml^)o aqaii
siglo. El pueblo no gustaba de estos espectáculos: los largos razonamientoe le adoim-
cian: los coros no eran conformes á sus costumbres: qneria movimiento, acdoBf suce-
sos; mientras mas imprevistos y portentosos, mejor.
Tal era el estado del teatro español, cuando apareció Lope de Vega, dotado da na
gran talento poético, y qne hahia adauirido un inmenso caudal de eradioiom Gomo
hombre instruido, conocía las reglas dadas por los antiguos para la compoaicbMi de ua
drama; pero como autor, se veia obligado á complacer al público. Encerró, fes, Imfn-
etptoé con seis llaves, como él mismo dice en su ArUnmevo de hacer eomedm$j y adeptépan
las suyas las formas mas amplias que sus antecesores habían ya puesto en uso. ÉrtM
formas le eran tan necesarias áél como á Shakespeare.
La sociedad, parala cual escribia Lope, era muy diferente deU ^ueaeialieá ki dra-
mas del poeta británico. A fines del siglo XVI, en que ambos florecieron^ eualiaecaliK
glaterra fas memorias de una guerra civil larga y sangrienta, una revolueioe relUiíMi
que estaba consumándose, y los gérmenes de otra revolución civil: cuando España, ht-
biendo llegado al apojeo de su poder con la adquisición del Portugal, tranqetta ea is
interior, y respetada en el mundo político como la primer potencia, nada teaiia, y aii
puede decirse que nada deseaba, aunque realmente le fritaban mucbaseoaaayleaohs-
ban no pocas. Eran, pues, diferentes el espirito, las ideas, los sentimientoe deaaihas iS-
ciedades, y por consiguiente sus exijencias en el teatro; porque el espectador qnere
siempre ver representados en el drama los pensamientos que dominan en «o im^nasiss'
por eso se ha dicho, y con mucha razón, que la literatura, principalmente la dneaMiciv
alie es la mas popular, debe ser el reflejo de la sociedad; y ningún poeta dramidw '^
gun genio se ha olvRlado de llenar esta condición, necesaria para el buen dsto daae
composiciones.
\a hemos visto que Shakespeare dio á su auditorio el pábulo que neeeaitabe.
do en acción los afectos mas terribles del coraion humano y ks tempeatades dál ai*^
Lope de Vega hizo todo lo contrario, y describió el amor, el valor, ai honor, la tannn
Í^ la constancia mujeril én una infinidad de combinaciones dr . Shakespeare iiil^
a historia de su pais con un pincel teñido en sangre : Ix>pe for d enadra de liCni'
ciones novelescas, dándole el ambiente puro y suave de su dii . Las flgnraa dsl poela
[65]
ingles esdtaa el terror; las de Lope, señaladamente las mujeres, inspiraa agrado y amor
Cada uno escribió para su patria; y su patria idió á cada uno el laurel que merecia.
Pero aunque los caracteres pintados en el drama ingles y en el español sean tan di-
ferentes, las formas son las mismas; porque tan imposible era á Lope describir en el es-
trecho círculo de las formas clásicas sus amantes novelescos, sus mujeres capaces de
sacrificios, sus hombres valientes é idólatras del honor, como á Shakespeare sus ambi-
ciosos, sus conspiradores, sus ingratos y sus malvados. Lope, aunque en menor escala,
pintó también las luchas de las pasiones con el deber, las circunstancias individuales de
sos persodsjes: también tuvo que ponerlos en varías y diferentes situaciones para darlos
mejor á conocer; en fin, representó el hombre interior. Hubo, pues, de adoptar también
las formas ronUbuticas.
La comedia española del siglo XYII pertenece, pues, al género romántico, como el
drama de Shakespeare. Si hay alguna diferencia es que la primera, á pesar de su es-
tremada licencia, es mas regular v'correcta que el segundo en el movimiento progresivo
de la acción, en la combinación de las escenas y en la elocución, generalmente buena
en Lope, é insufrible en Shakespeare cuando no es perfecta; porque en este hombre
extraordinario no hay medio; ó llega al ápice de la elocuencia poética, ó cae en defectos
y bajeias intolerables.
El drama de Lope era incomparablemente superior al de todos sus antecesores por
las situaciones, por los caracteres, por el estilo, por la versificación, por los efectos teatra-
les. No es estraño, pues, que quedasen olvidados, y que se reconociese á este poeta como
el padre y monarca de la escena. El mismo Lope, escribiendo su arte de hacer comedias
para una academia de hombres instruidos, parece como avergonzado de su mismo triun-
fo. Creia de buena fé en las reglas de la antigüedad; porque no se hacían entonces los
estudios de humanidades con la suficiente filosofía para distinguir entre las reglas de
Iiura convención, y las que no es lícito traspasar, porque las ha dictado la misma natura-
eza. Asi que en dicho Arte se llama á sí mismo bárbaro, y Wama bárbaro, ignorante y ne-
cio al vulgo que le aplaudia: ¿por qué? Solamente porque habia tenido el talento de in-
teresar á su nación sin las reglas, con las cuales se interesaba 19 siglos antes á los habi-
tantes de una ciudad de Grecia llamada Atenas.
^'erdaderamentc seria digna de risa la inocencia de Lope de Vega, si él mismo no
Ja hubiese correjido. Es verdad que nunca creyó haber hecho bien en abandonar los
prereploB, como él los llamaba; pero también lo es que no dejó de conocer ol grande im-
pulso que habia dado al teatro. En su composición á ClaudiOy que llamó Égloga no se
sabe por qué, confiesa su gran pecado de haber faltado á las reglas:
cDel vulgo vil solicité la risa
Siempre ocupado en fábulas de amores:
Asi grandes pintores
Manchan la tabla aprisa:
Que quien el buen juicio deja aparte.
Paga el estudio como entiende el arte.»
Mas no por eso deja de alabar la pureza y armonía de su lenguaje, los caracteres del
guerrero, del anciano, del amante, del pastor, del villano, la alteza y elegancia del es-
tilo, y en fin la forma que dio al teatro, y que imitaban los mismos que decian mal do
él. Nótese que esta composición es muy posterior al Arte de hacer comedias; pues á
Claudio dice llevar ya hechas 4 ,500 comedias, cuando en el citado Arte confiesa sola-
mente 4^.
1^8 formas que adoptó Lope fueron imitadas por sus suceesores hasta mediados del
siglo XVIIL en que feneció por inanición el teatro español; pero entre estos suceesores
se cuenta á Tirso, á Calderón, á Morete, á Rojas y á Luis de Alarcon, que llevaron la
comedia nacional al grado de perfección de que era capaz.
El teatro español adquirió tanta celebridad en el siglo XVII, que las comedias de
I^pc, Calderón, Rojas y Morete se representaban traducidas, aunque bajo las formas
clásicas, en la corte de Paris. Diremos mas: los grandes genios que ilustraron la escena
francesa no se desenvolvieron sino después de haber recibido las inspiraciones de nues-
9
[66J
tra musa dramática. El Cid, que fué la primer trajedia buena del gran Gomeille,
una imitación, y en los mejores pasajes, una traducción de las Moeedaáei del míimó h^
roe, comedia española de Guillen de Castro. L$ Memenr, primera comedia baena dd
teatro francés, compuesta por el mismo Corneille, es La verdad mmpedioM de nuestro
Ruiz de Alarcon. Así la chispa eléctrica, que despertó el genio francés, aletargado en d
lecho que le hablan mullido las formas clásicas de Aristóteles, salió de la esceaa
española.
En efecto, esta habla llegado en el siglo XVII á un grado altísimo de pofBecinB.
£1 mismo Lope, fundador de nuestro teatro, habia mejorado mucho la trabanm de las
escenas y de los incidentes, como se echa de ver en su Nothe ioUéana y en la Auna d^
creta^ que mereció de parte de Moliere los honores de la Imitación en la escelente üih
media que Intituló L ecoU dei maris, y que tenemos superiormente traducida por naes-
tro Moratln.
Pero después de Lope, dejando á un lado á Hontalban que todo lo ezi|)eró, á Mi-
ra de Mescua, notable solo por su elocución, y á Tirso de Molina, superior en la poesli
de lenguaje y célebre por haber pintado la vanidad mujeril aun mejor que Loped»
cribió la ternura, empuñó Calderón el cetro déla escena, y la refundió enterameDle, no
en susformas, pues conservó las mismas de Lope, sino en la conducta ymimsBiealodB
la fábula. Nadie ha sabido mejor que él deducir de un incidente dado todaa sus
cuendas naturales, y llevarlas hasta el desenlace, sin desmentir la Terosimilitnd
ral '.'ninguno ha sabido imprimir mayor ínteres á las situaciones ni conserwlodanBlB
toda la acción, apesar de la multiplicidad de los lances: nadie ha caractmiado nM||or
en diálogos siempre animados, en lenguaje siempre caballeroso, aunque algunas ireea
incorrecto, las Ideas que queria Imprimir en los ánimos de los espectadores: eo fiít
escede á todos en la descripción del mundo, que se propuso presentar al auditorio »
pañol: el mundo del amor, del honor, de la valentía, ídolos de los castellanoeeo aqnsl
siglo y en el anterior.
Pueden contarse entre sus discípulos mas sobresalientes Alarcon, Morete, y RajM:
el primero notable por su elocución, mas correcta que la de su maestro, y por ludíer-
se acercado mas que ninguno otro de nuestros dramáticos al género de TerendozHo-
reto, dotado de una gran fuerza cómica y rival de Planto: Rojas, el autor de Gmtk
del Castañar, y apesar de su estilo, frecuentemente gongorino, el mejor de nuestros poe-
tas trá jicos después de Calderón.
Dedmos después de Calderón^ porque este Insigne poeta, tan noUe, tan eaballsraso
en la comedia urbana, no tuvo quien se le igualase en las situaciones troicas. Diíab
sino la terrible escena entre Focas y Astolfo en la comedia En esta vida iodo es mrdH
y todo es mentira^ que imitó con tanta maestría el fundador del teatro francés: dlpdo d
esposo de Mariene en El tnayor monstruo los edo$, condenado á muerte por d amante
do su mujer: dígalo Don Lope de Almeyála, sepultando en el fuego * y en ri agoali
venganza que tomó de su adúltera esposa y del fementido mancebo. Dígalo en fin Se-
míramis, pereciendo herida en una batalla, y esclamando:
¿Qué quieres, Menon, de mí,
de sangre el rostro cubierto?
¿qué quieres, Niño, el semblante
tan pálido y macilento?
¿qué quieres, Nlnias, que vienes
á áílijirme triste y preso?
Yo no te saqué los ojos:
yo no te di aquel veneno:
yo, si el reino te quité ,
ya te restituyo el reino.
Dejadme, no me aflijáis :
Vengados estáis; pues muero,
pedazos del corazón
arrancándome del pecho.
I
m
tiis, rodeada al morir de cuantos habiaa sido victimas de sus crímenes , nos
acordarnos del Ricardo III de Shakespeare en la noche que antecedió á la ba-
Bosworth, j á fuera posible creer de Calderón que hubiese imitado á nadie ó
lénos leido ó conocido al poeta británico, se podria decir que le habia robado
)na. La verdad es que el genio se la sujirió, como el suyo á Shakespeare, y la
ra está llena de estas coincidencias, que solo prueban la igualdad de la inspi-
\n dos poetas de igual temple.
9 observarse que nuestros autores cómicos se acercaron mucho en la come-
ma á las formas clásicas; pero sin que se reconozca en ellos ni violencia ni afec-
esto sin renunciar tampoco á la. multiplicidad de los incidentes; que era tan
le al auditorio español. Al verdadero genio no le asusta ninguna traba. Ya be-
ldó algunas comedias de Calderón sometidas á las unidades. Ahora citaremos
*n eofi el desden de Morete, que en nuestro juicio es la mejor composición que
Q el género urbano y que tan infelizmente imitó Moliere en su Princesa de Elide,
BO se reconoce quebrantamiento de ninguna de las tres unidades. ¿Y no las
observadas rigorosamente en el Si de las niña» de Moratín, pieza llena de mo-
Ot de situaciones y de ínteres dramático? Que vengan luego á decirnos que
sf ahogan el genio.
> en los dramas heroicos ó trájicosrara vez se sometieron á estas reglas , y la
i hemos dado muchas veces. El carácter de Sejismuado en la Vida es sueño de
D, el de Garda del Castañar de Rojas , y otros semejantes no pueden desple-
imo se debe ni darse á conocer como quiere verlos la sociedad de la Eu-
)dema, si no se da mas amplitud al poeta. En la trajedia francesa se puede pin-
pasión; pero cuando se quiere describir una figura como en la Fedra de Raci-
nenester renunciar á la fábula y reducirla toda á un solo retrato,
arácter del teatro español es la riqueza y la orijinalidad. ¿Quiere Hoz y Mota
ir un avaro? no bubca su tipo, como Moliere, en el teatro latino ó griego, sino
in nuevo modelo en su Don Marcos Gil de Almodóvar,
c que inventó affuar el agua. »
eatro español descaeció como los deroas ramos de nuestra literatura, como el
como la nación, á flnes del siglo XYIL En el XYIII tuvimos las caricaturas de
\ y de Cañizares, y nada mas. No volvieron á parecer dignos imitadores de Lope
alderon. El torrente dramático se perdió, como el Rin entre arenas. Luzan con
tea nos inspiró el gusto de las formas clásicas, importado de Francia, que pro-
pinos dramas buenos entre muchos malísimos, hasta que ha invadido nuestra
el Romanticismo actual. Este chubasco pasará pronto: asi á lo menos debe es-
so pena de ver sumeijirseen una misma tumba la moral y el buen gusto,
cluirémos este articulo observando que el romanticismo de Shakespeare y de
»n nada tiene de eomun con el de Dumas y do Víctor Hugo.
DEL TEATRO ESPAÑOL.
I dicho que el teatro de Lope, de Calderón , de Rojas y Moreto no representó
dad española del siglo XVII, sino un mundo ideal que aquellos genios crearon,
I fuerza de talento hicieron agradable á sus lectores. Debe observarse que esta
i está consignada en un periódico del romanticismo moderno, escuela que cen-
mbien en Moratin haber descrito con harta fidelidad las costumbres de la época
vivió. Parece, pues, que es imposible agradar á sus prosélitos; pues ni les
I verdad ni la exajeracion. Y sin embargo nada es mas ideal, nada mas exaje-
le los monstruos de iniquidad que presentan en sus dramas, en los cuales el hom-
[68]
bre ni se describe como es, ni como ba sido, ni como debien ser, bídooooio qoisienB
que fuera los sectarios del fisiolojismo.
Pero en nuestra opinión la censura que bacen de nuestro antiguo teatro se fbndi
sobre una üalsa suposición. Cualquiera que lea y estudie la historia española deide
Isabel la Católica hasta el fin de la dinastía austriaca, y examine el espinUí de h al-
ción en este periodo, conocerá que los sentimientos tiernos de Lope y los cabaUensM
de Calderón constituían el carácter general de la sociedad culta. Nuestro misoio idio-
ma está manifestando cuáles eran las costumbres de aquel tiempo; pues en él ena des-
conocidas de los escritores dramáticos y novelistas voces equivalentes A los eoilelsi
galante^ coqueíte^ prude, que los franceses aplicaban entonces con soma prodigalidad i
las mujeres: señal cierta de que las costumbres representadas por aquellos vocaUosas
existían. Nuestra lengua daba el nombre de litianas á las galantes y coauetas, tan
fectamento definidas por nuestro Hurtado de Mendoza, cuando dijo de ana de a!l
que era amiga de ganar whmiades y de comertaUas. Lasque los franceses llaman ^mdn,
se han llamado siempre en castellano kipócriias^mojigatas, hazañeroi. Donde no exisleB
palabras para denotar ciertas gradaciones de ideas, es porque no se ha conocido h
necesidad de espresarlas, esto es, porque no las hay en la sociedad. Por desgracia es 51
española la palabra coqueta: el idioma ha ganado una voz, y la moral ha perdido oai
virtud, que es la sinceridad y la constancia en el amor.
No es esto decir que nuestros antepasados fueron todos modelos de ternnmy,de
honor. Pero cada siglo tiene su espíritu particular. No faltaron en él siglo XYII anqe-
res prostituidas, interesadas y engañosas; mas procuraban tener esos vicios muy ocal-
tos, y así no se hallaba inficionada de ellos la parte culta de la sociedad. Nadie podii
negar que la moda era tratar el amor como un negocio el mas serio de todos ydegna
consecuencia: velar el amante la conducta de la que había de ser su esposa y poseer d
depósito de su honor: buscar ocasiones de verse y hablarse, que no proporciiuiaba fr
cilmente la severidad de los padres: tener celos por la mas leve ocasión: vengarioi é
reñirlos hasta lograr el competente desengaño; en fin, no fidtar en un Ápice á las lefü
del pundonor, ó renunciar á la estimación délos hombres de bien. No es nuestro AouM
comparar este orden de cosas con el actual, ni dar la preferencia á ninguno délos dok
Nos basta probar que realmente existia, y por consiguiente que nuestros poetas eóair
eos del siglo XVII pintaron al hombre tal como se le conocía- entonces»
Lope describió las mujeres tiernas y constantes: y ¿cómo podrían dijar de ser ari
las de su siglo, cuando en el nuestro, A pesar de la gran revolución que ha habido a
las costumbres, son todavía proverbio en las naciones estrelleras la pasiony la sineeri-
dad y la constancia de las españolas? Calderón las pintó altivas, porque yivia en la n-
jion de la clase mas elevada de la sociedad. Pintó A los hombres viuientes, milanos j
celosos; y ¿no lo eran nuestros caballeros de aquel período?.
Cualquiera que lea con atención nuestro teatro antiguo, observarA con fariüdai
ue así Lope y Calderón como Alarcon, Moreto y Rojas describieron la masa enlsn
e la sociedad, poniendo los sentimientos nobles y generosos en boca de sos damas J
caballeros, y las pasiones bajas y soeces, la cobardía, la falta de atención al bello sexOi
la gula, la embriaguez, la codicia, la rapiña, la mentira y la liviandad, en los caradé*
res de los criados y criadas, designados en la escena con el título de graciosos. Eili
dbtincion estaba también en la sociedad de aquel siglo.
¿Quién se atreverá á negar las venganzas terribles que el honor sujeria al marida
engañado, cuando hemos visto prolongarse hasta nuestros dias estos funestos cdemala-
res en todas las clases de la sociedad española? ¿Y podrá ponerse en duda la lealbiiB ds
nuestros antepasados á sus reyes, acatados como imájenes de Dios en la tierraT X, arto
es así. Garda del Castañar no pertenece á un mundo ideal creado por Rojas. Sofreía in-
juria de Don Mcndo, porgue cree que es el Rey: apenas sabe que no lo es, le ninviasa
el corazón. Lo mismo hubiera hecho en iguales circunstancias cualquier cabalieio 4e la
corte de Felipe IV.
Calderón describió en cinco dramas diferentes los furores de un marido eelaao y ans
horribles venganzas. ¿Hubiera presentado tantas veces en la escena una misma acción,
si no hubiera estado seguro de la aprobación pública? ¿Y habría obtenido esta aproba-
ción, á no ser conformes aquellas venganzas y aqudlos furores con di espirito y las
i
[69]
deas generales de su siglo? ¿Se hubiera ademas sufrido la monotonía de sus caracteres en
as comedias que llamaban de capa y espada, y aun en algunas de las heroicas, si
satos caracteres no perteneciesen á la sociedad? Porque lo repetiremos mil veces: á
ladie le gusta el hombre, que se representa en el teatro, si sus ideas y sentimientos no
ion confórmeselos que estamos acostumbrados á ver en la sociedad. Por esa razón no
)iieden representarse en el dia las comedias de Calderón, señaladamente las urbanas;
Mrque no es posible entenderlas, lian variado, no solo los usos y maneras, sino hasta
00 pensamientos y las gradaciones de la pasión. Otros podrán decidir si esta revolu-
don moral ha sido ventajosa ó funesta.
No negaremos que éntrelas comedias del citado siglo hay algunas que pertenecen
1 un género particular, diverso del de las demás, y que pueden llamarse úfeoies, porque
itt objeto no se dirijo tanto á describir un hecho histórico, ó las costumbres del tiempo,
Domo á convertir una máxima moral ó política en una acción humana. En esta clase de
Iramas todo es íinjido, nombres, sucesos, incidentes. A ella pertenece, y quizá es la
Simera en su línea, la Vida t$ Sueño de Calderón, donde todos los personajes son ver-
deras alegorías.. Sejismundo representa al género humano, al hombre en general,
Mitregado á la impetuosidad de sus pasiones, hasta que le corrijo el escarmiento, y co-
noce cuan fugaces son los bienes de la vida: Basilio, el orgullo de la ciencia, que quie-
re preveery someter los sucesos futuros: Clotaldo, la prudencia práctica, que enseña á
moderar las pasiones y sacar documentos útiles hasta de nuestros mismos desaciertos.
A la misma clase pertenece la comedia del mismo autor: En esta vida todo t$ verdad y
odoes mentira, en la cual luchan el orgullo del poder, que quiere averiguar lo escondi-
lo, y la firmeza de la virtud, que segura de si misma, desprecia los peligros. Yoltaire
mee burla de este drama, que sujirió á Corneille una de sus mas bellas trajedias: lo
cierto es que será muy dificil hallar en todo el teatro francés una escena comparable con
a de Focas y Astolfo alíin de la primer jornada.
Pero este género no crea un mundo ideal; no hace mas que poner en escena las
náximas, y para eso no es menester salir del mundo existente, á no ser que se diga que
a moral no pertenece á él.
Concluiremos diciendo, que aunque Calderón hubiese exajerado los sentimientos
generales de su siglo: aunque sus caballeros sean mejores amantes, mas idólatras del
lonor y mas esforzados de lo que se usaba en tiempo de Felipe lY , no por eso sería
ligno de censura. Al -poeta le basta tener fundamento para sus composiciones en la na-
ondeza: si la embellece y perfecciona no hace mas que usar de su derecho.
DEL TEATRO CLÁSICO FRANCÉS.
ARTÍCULO I.
Lope de Vega dice en su Arte nuevo de hacer comedias^ que Italia y Francia le lia-
Darían ignorante porque no observaba en sus dramas las reglas clásicas. Esto prueba
jue á fines del siglo XVI ó principios del XVII eran conocidos y observados los pre-
leptos de Aristóteles en la escena francesa; y como hasta el Cid de Corneille, no apa-
eeió en ella un solo drama tolerable, podemos inferir con razón que los franceses tu-
ieron reglas antes de tener teatro.
Este fenómeno no es difícil de esplicar. La cuna de este teatro fué la corte de
rancia: fué París, modelo en todos tiempos y en todas materías de las demás provin-
iaa del reino; y al mismo tiempo centro de lo que se sabia en las artes , en las cien-
iaa y en la literatura. Por consiguiente la escena no fué en sus principios una diver-
ÍOQ popular, sino de la corte y de la gente instruida de la capital , mmiliarízada ya
o aquella época con los dramas gríegos y latinos y con las obras de Aristóteles y de
loracio. No es de estrañar pues, que la capital, adoptando las formas del drama ate-
ienie, las designara al genio como una condición esencial. Lo contrarío sucedió en
[TTO]
Espafia, donde la corte no tuvo teatro nacional hasta los tiemposde Felipe IVrponm
el emperador Carlos V solo gustaba de las óperas italianas: Feupe O siguió sa cjiemplo,
y ademas creia indecoroso para la majestad real, que un cómico la obtaTiese man ea
representación; y Felipe III, entregado esclusivamente á la deyodon, desterró de pdi-
cio las diversiones escénicas. Asi que nuestro teatro tuvo su or^en, no en la oorteviiai
en corrales, como se han llamado casi hasta nuestros días, por compañías anubolaBtai,
por injenios que carecían en la mayor parte de conocimientos de emdicion y for
pectadores sin instrucción ninguna, y que no creian que una comedia pudiese U
otro objeto ni otras miras que la de divertirlos. No es estraña, pues, la oomideta S-
bertad de la escena española, ni la grande sujeción de la francesa.
Hemos leido algunas composiciones del primitivo teatro francés: hemos
do con suma atención las primeras comedias y trgjedias de Gorneille anteriores al
y al EnUmstero^ y todas nos han parecido detestables, esccpto acaso el Fsnceilao deBo-
tron, que tiene algunos trozos buenos, imitados quizá del Cam de Cataluña de aMSbt
Rojas. El mismo cardenal de Richelieu, ministro y tiranp de Luis XIII, eaeriMi
una tnjedia muy arreglada, que sus aduladores ensalzaron hasta las nobee, y que ao
por eso es mejor que las demás de aquel tiempo. Es muy digno de observar qoeks
primeros dramas del gran Gorneille son los peores de la época. Sin embargo^ nali
faltaba en estas composiciones. Observábanse rigorosamente las unidades: la fábnlaes*
minaba, ó por mejor decir, se arrastraba de acto en acto y de escena en esoenaf sia qai
se le pudiese poner mas tacha que la de fastidiar y adormecer á los espectadores, eoBO
sucede en el dia á los que se propongan leerlas.
En fin, el genio fecundó aquel terreno árido. Ya hemos visto que la centella eUe-
trica salió del teatro español. En su imitación aprendió Gorneille el secreto de su ci-
pacidad dramática. Dedicáronse los franceses á traducir los dramas castellanos, pao
refundiéndolos bajo las formas clásicas de su escena. Aparecieron sucoesiyamente CA
la brillante corte de Luis XIV lo» Horacios^ Cinna^ la muerte de Pompeifo^ IWairtii
Rodogtma^ y las demás sublimes producciones de aquel gran poeta, casi d
tiempo que Moliere hacia suceder á las farsas insípidas de Scarron sus Mvgerm eá
$u Miedniropo y su Tartufo. Estos dos genios insignes tuvieron snccesores: Radie, Grs*
billón, Voltaire en la trajedia, Regnard y Destouches en la comedia Henaroo ^ori^
sámente el intervalo que media entre los dias brillantes de Gorneille y la époea de la
revolución.
El teatro francés fué en este intervalo un modelo que se procuró imitar ea leda
partes, y que se imitó con masó menos felicidad. Goldoni y Metastasio introdi^enM
sus formas en Italia, en cuanto se lo permitían al primero los caracteres obligados de
Pantalón, Lelio y Arlequín, y al segundo las exijencias del canto en las operase I'
retrató en su Merope toda la sencillez y el candor de la escena griega; y Alfierif
en nuestros dias, sometió á las formas del teatro parisiense sus vehementes diatrihM
contra el trono que él amaba, y sus declamaciones en favor de la democracia que
aborrecía.
Addison hizo lo m¡¿imo en su Caton^ pero sin éxito. El pueblo ingles, ó por patrio*
tismo, ó por odio á los franceses, no quiso renunciar al drama de su ShakespearBk
Alemania tampoco renunció á sus formas románticas. Sin embargo las clásieas piM^
traron hasta Petersburgo.
En España empezaron estas á ser conocidas á mediados del siglo XVIÜ^ y proda^
jeron algunos dramas de mediano mérito, entre muchos muy malos, hasta qne eicrim
Moratin, émulo de Moliere, superior como poeta y como hablista, dolado de oMNka
fuerza cómica; pero inferior en ella y en la filosofía del corazón humano ial aator éá
Tartufo, Su primer ensayo fué el Viejo y la Niña^ que agradó por el estilo y el ka-
guaje, á pesar de la falta dé acción: defecto que el autor procuró correjir en el
número de composiciones que siguieron á su primer comedia. No bablamoa de
tra trajedia clásica; porque viven todavía los autores de las que hay buenas, y ne
remos que se atribuya á anaistad lo que solo sería justicia. La Raqud de Hnerlai
tanta celebridad tuvo en su tiempo, y que llegó con la misma hasta fines del tÍBl»íia-
sado, apesar de sus versos sonoros, es una rapsodia horrible, y que solo la igneraacia
ba podido aplaudir.
[71]
Contribuyó en gran manera á acreditar en toda Europa las formas clásicas del
Btro de Corneille, Moliere y Racine, d Arte poética ¿e Boileau, obra escrita en ver-
s^ y en buenos versos, por un autor que fué el aiote de los pedantes en el siglo de
lis XIV, un gran poder en la república de las letras, y un ejemplo vivo de cuan
rcBoa está al poder la injusticia. Este critico, al mismo tiempo que hace grande elo*
» del Cid de Corneille, guarda un alto silencio (que por cierto no guardó aquel
an poeta) , acerca de la fuente de donde habia sacado las mejores escenas de su
ijaaia; j cuando habla del teatro español, es solo para calumniarlo y envilecerlo.
lama ^nMfro el teatro para el ctaal escribían á la sazón Calderón, Moreto y Rojas:
tolo recuerda el abuso de encerrar muchos años enla escena deundia: abuso, que no
I tan común en nuestros dramáticos del siglo XVII, principalmente en la comedia
rbena.
Pero no es esta la cuestión del dia. Rastante hemos hablado acerca de las formas
ramátieas y de su historia en los pueblos de la Europa moderna. Ya es tiempo de
reriguar si el teatro clásico francés, el mas célebre indudablemente de cuantos han
rittido desde la restauración de las letras, adoptó las formas que le caracterizan por
reoeopacion ó complacencia á las opiniones dominantes entre los literatos y en la
irte de Luis XIII y Luis XIV, ó bien en virtud de conocimiento de causa y de exá-
len previo acerca de los sentimientos y exijencias de la sociedad, para la cual se for-
i6. Tiritaremos esta cuestión en el siguiente articulo.
ARTÍCULO II.
ijAIOcuál punto de vista se consideraba el hombre en el siglo de Luis XIV y en la
ación francesa, que llegó entonces á un alto grado de civilización cristiana y monár^
nica? ¿Se le miraba únicamente como un juguete de las pasiones, como una victima
e los sentidos? No. Jamas se ha escrito ni se ha hablado mas acerca de los deberes, de
M sentimientos comunes déla humanidad, de los varios y multiplicados movimientos
el corazón y de la intelijencia humana, modificados por el espíritu social. Aquel fué
1 siglo del amor, del honor, de la valentía, do la lealtad, de la gloria, de la relijion.
U libro de la Rruyere, <}ue nos lo ha descifrado, no se limita á pintar los efectos fisio-
iQicos, producto esclusivo de la organización. Pone en acción todas las (acuitados de
I intelijencia, todas las propensiones morales del hombre. Compárense sus earaeíáres
on los de Teofrasco, y se conocerá la diferencia entre la antigua civilización de Atenas
' la nnoderna de Paris.
Los grandes poetas dramáticos del reinado de Luis XIV hicieron conocer en el
eatro la misma difisrencia. Sus figuras representan, no el hombre de Grecia y Roma,
íbo tal como le hablan formado el cristianismo y la monarquía. La Fedra de Hacine,
a Clitemnestra de Voltaire, el Orestes de Crebillon, sienten remordimientos, lid conti-
ma é interior éntrelo que sus pasiones les sujerian y lo que la virtud les aconsejaba.
io pintó en el teatro de Paris, lo mismo que en el de Londres y en el de Espafia, no el
liaaibre arrastrado invenciblemente por sus afectos ó por el destino; sino el hombre
Biofal,que resiste al mal, que conoce y desea el bien, y que lucha contra la maldad y
mrtra la fixrtuna. Las formas no eran románticas; pero si los caracteres, en cuanto po-
iian serlo con las formas clásicas.
Decimos en cuanto podian scrlo^ porque en nuestra opinión, es imposible, observan-
do laa unidades aristotélicas, desenvolver convenientemente un carácter individual y
colocarlo en todos los aspectos posibles para que el espectador lo conozca bien. Puede
Im||o las reglas clásicas, oesplegarse uiu pasión dominante; pero nada mas. Paede pin*
lana la venganza, los celos, la ambición, el amor; pero no las modificaciones particu-
laree que estas pasiones reciben en un >arsona|e dado. El amante de Jtmra es celoso;
poro coiDolo seria cna^'-***''r lumibre: Ótelo siente los celos y los venga úe una manera
propia y eaclusiva del moro de Veñeda,
Asi es que cuando los grandes dramáticos firanceses han querido pintar una figura
iodividnal, como GomeiDe en el Cid^ y Racine en la Feira^ no han hecho trajedias^ sino
t72]
retratas; porque no admitía mas el marco en el que se veían obligados á encerrar sos
composiciones. £1 área que necesitaban para describir el personige, se le quitaba i k
acción; y en vez de obrar, no se hacía mas que hablar en la escena.
Esta reflexión esplica el fenómeno, que ya hemos notado, de no haber aparecido el
genio dramático en el teatro francés hasta que Corneille empezó á imitar los dramas ei-
Eañoles. Este poeta, asi como Rotrou y los demás contemporáneos suyos, oonodan mnj
ien la literatura griega y latina: pero si se creyeron obligados á someterse ¿ sos Ar-
mas, no imitaron ni podían imitar sus caracteres; porque el hombre, deacripCo ea lü
dramas antiguos, no es el que deseaba y necesitaba ver la sociedad noodema. Mu no
pudieron dar con el verdadero modo de retratarlo, hasta que vieron y estudiaron sa ná-
delo en el teatro de una nación, que no estrechada por preceptos puramente convei-
cíonales, dabaá la descripción de sus personajes la conveniente amplitud para que fue-
sen bien conocidos. El Rodrigo de Guillen de Castro, hijo del genio y no del aiiet en-
señó á Corneille, enredado en las formas del arte, á dibujar las grandes figuras de Obia-
cio, Emilia y Augusto.
Parécenos, pues, queBoileau, ven general, todos los que se empeñaron en oonier-
var como dogmas fundamentales de la dramática las formas, del teatro griego, hicianM
un verdadero daño á la literatura; porque dieron motivo á una contradicdoa manifish
ta entre el interés y la construcción de la escena moderna. La acción no podin ser Im
sencilla, ni los caracteres tan fisiolójicos como en el drama de Atenas: era neoesarie
pintar mas y obrar mas; y no se permitió á los autores terreno suficiente para ello. ¿Qié
resultó? Una multitud de inconvenientes, que notamos aun en los mejores poetas del
teatro francés.
Nadie ignora cuan nulos é insufribles son los confidentes de la trajedia francesa. Así
el lector como el espectador saben que no se introducen en ella como verdaderas figa-
ras, sino como simples medios dramáticos de hacer la esposicion de la fábula, y de tner
la por medio de narraciones al punto en que empieza la acción. Asi es que el primer aelo
se emplea casi siempre en informes. Aun hay mas: cada nuevo personaje que se presea-
ta en la escena tiene que manifestar la impresión que los sucesos anteriores haa cáni-
do en él. ¿Y por qué toda esta pérdida de tiempo y de movimiento? Solo por la necaiiilad
de encerrar en el drama no mas que la acción de un día. Nuestros cómicos, que leaiía
mas amplitud, ponían el prólogo en acción, y pasaban inmediatamente al nudo de la pie-
za. Es verdad que Alfieri desterró los confidentes de sus trajedias, y no permitió la ea-
trada á e$os personajes parásitos y ridículos; pero también lo es, que por no quebraoltr
la unidad de tiempo, se vio obligado á corlar el tamaño material del drama y á simpli-
ficar la acción, reduciéndola casi á lo que era en el teatro griego.
En la trajedia francesa no es lícito mudar el lugar de la escena; y asi vemos ácada
paso celebrarse en un mismo sitio un consejo de ministrosy una junta de conjurados; le
trania una traición donde poco antes habían espresado dos amantes su reciproco afecto,
y los furores de un celoso se exhalan en el mismo gabinete donde reside el poder que
le suplanta. ¿Y por que todas estas consecuencias? por conservar la unidad de lugar. Mo*
chos trájicos franceses lian tomado la libertad de trasmutar la escena, con tal que do
sea á lugares muy lejanos. No nos parece racional esta condición; porque ai el leatn
representa en el primer acto la plaza de San An/onto por ejemplo, tan contrarióos á la vi^
rosimilitud material que se represente en el segundóla Puerta de Jterracomo el harem de
Constantinopla. Siempre se verificará que dos lugares muy diversos se han represenlado
en un mismo sitio.
Hay muchas trajedias, como el Heraclio de Corneille, el Atreo de Crebillpn y te ií^
cira de Voltaire, cuya acción es complicada, y necesita para desplegarse debidamenle
de un gran número de incidentes subalternos. Pues la regla manda que todos se a^o-
meren en un solo día. ¿No es esto mas inverosímil que estender la unidad de ticmptf
Nosotros no podemos creer que haya ninguna unidad esencial a] drama 8Ím> Inda m-
,tere$. Mientras este no descaezca, viva el autor seguro de su obra y de los espectadoras.
Siempre nos hemos reído de los críticos que han reprehendido como un defecto la dupli-
cidad de acción en los Horacios de Corneille. ¿Qué importaá los espectadores que triunfe
Alba ó Roma? Lo c{ue tiene ajitados los ánimos, es la suerte del feroz patriota Horacio,
de la amante Camila, del amable y valiente Curiacio; y hubiera sido muy mal poeta
[73]
dramático el que hubiera terminado la pieza siní haber satisfecho el ínteres que habia
excitado á íavor de estos grandes y nobles personajes.
¿Desecháis, puesy lasunidadesaristatélicasf Senos preguntará. Nuestra respuesta es: No.
Las apreciamos, no solo como medios de yerosimilitud material, sino también como
obstáculos, ^ue irritando al genio aumentan su eneijfa. Jamas abdiarémos ¿i oue las
quebrante sin necesidad; pero si al que se tome la ampKtod que le baste para aesple-
far convenientemente los caracteres y la acción; porque creemos que la trajedia mo-
derna necesita muchas veces de esta amplitud.
Nuestra opinión en esta partees desinteresada: jamas hemos compuesto, ni aun em-
~ ~ S obras para el teatro.
RESPUESTA A UN AFiaONADO.
CjN el número de nuestro periódico del 26 de Junio se insertaron algunas observaciones
sobre el canto I de la Resurreeekm de un hombre^ en artículo remitido. Es de nuestra obli-
gación hacernos cargo de ellas.
Su autor comienza censurando algunos que Juzga defectos, sóbrelos cuales nada di-
jimos nosotros en el juicio que formamos de dicho canto, y estraña que los hayamos
omitido. Nosotros no creemos que en la censura de una obra se imponga al critico la
obligación de notar todos los defectos; ^rque en ese caso la justicia exijiria notar tam-
bién todas las bellezas, lo que produciría una obra mucho mas voluminosa. Basta ^ue
se adviertan algunos defectos notables ó algunas bellezas de primer orden: lo que mi*
porta mas ei designar lo que sobresale en la obra; y esto ya lo indicamos. Nuestro aficio-
nado conviene con nuestra opinión; pues dice que la versificación del canto es armoniosa
y el estilo poético. Él mismo hace lo que hicimos nosotros; pues deja de señalar lospen»
samienioi osemvs, las galicismas y las folias de gramática, de que» según él, hay algunos
ejemplos en el poema.
Vengamos ya á los defectos de estilo aue ha notado. El primero es en el quinto ver-
so de una octava en que se describe el ecupse de las estrellas. El verso es:
cY cuando pierdan sus reflejos ellas.»
Nuestro critico cree que el pronombre dios es inútil, y quó solo está puesto por el
consonante.
Nos parece que si fuese el verso
cY cuando pierdan ellas sus reflejos,»
■adié censuraria el uso del pronombre; porque no se echarla de verla necesidad que el
autorteniadeél.
Decimos que no se le censuraria; porque siempre es licito el uso de los pronombres
personales y demostrativos, cuando están interpuestas otras ideas, como en el caso pre-
sente la del 4.* verso
cal son horrible del clarin sonoro.»
Tenemos muchos ejemplos de esto enVirJilio, el mas elegante de los poetas, en el cual
los pronombres tpie, iUe, el mismo, él, están usados firecuentemente para llamar la aten-
ción, á veces sobre un hombre muy cercano, como en este pasaje:
c venienti Ebuso plagamque ferenti
occupat os flammis: iUi ingens barba reluxit.... »
cA Ebuso que llegaba amenazante,
10
[74]
hiere con el tizón el rostro, y arde
8u luenga barba.» «
Pero en el caso presente el pronombre dios, tiene otra importancia, á saber; la de se-
parar mas enérjicamente la idea delasestrellas que pierden su luz, de la del uniTeno,
victima también de la muerte.
«Y cuando pierdan sus reflejos ellas,
bañado el universo en sangre y lloro
por la muerte también será arrastrado» >
1^1 pronombre da á entender que la frase siguiente espresará otra catástrofe: qoeao
serán solo las estrellas las que sientan el imperio de la muerte.
áin embargo, no por eso dejamos de conocer que los asonantes pierdan y eOcu j ki i
aglomeradas al fin del verso, contribuyen á que parezca inarmónico y duro: mudo
mejor estarla
*y cuando iu esplendor apaguen días. 9
La segunda observación es relativa al tercer verso de la tercer octava que copiamof,
en la cual, se dice, falta una silaba. Este verso es como sigue:
<y al astro de la luz verd asond)rado^9
y así está en el poema. La falta de la silaba la que se nota en nuestro periódico, proce-
dió de un yerro de imprenta, semejante al que nota y corrije oportunamente nuestro
aficionado, sustituyendo sonrioÁ roció enél verso,
c y mintiendo placer falso sonrio, »
que es como se lee en el orijinal.
Se censura la esprcsion helado lecho como una cacofonía; pero no vemos en qaéie
funda esta crítica; porque estas dos palabras no tienen mas consonante común que la/,
y las silabas en que entra están separadas: no hay en las vocales asonancia ni conso-
nancia: ambas voces son de buen sonido y formación. No tiene, pues, su unión ningaoo
do los defectos que son contrarios á la armonía.
Mas estensa discusión merece el examen del sfmil que hace el poeta entre la emo-
ción que produce la ira en el cabello del héroe, y el movimiento de el Etna cuando re-
tiembla por la violencia del volcan. Nuestro crítico cree impropia esta comparación, j
le parecería mejor la de una hoja pendiente de la rama, ó la de una flor en su taUo.
¡Vosotros no opi namos asi .
En todo símil debe procurarse que la semejanza recaiga en aquella circunstandi
del objeto, que llama mas la atención del poeta, y que por tanto quiere describir mas
particularmente. En la comparación de que hablamos, esta circunstancia ese! efecto ei*
terior que produjo la ira en el soberbio joven; echar mano á la daga, retemblar Ijjerür
uirnte su ccihelleraj indican el enojo que le causaron los denuestos del alquimista: enojo
violento, aunque prontamente reprimido por la consideración á la vejez del que le in-
juriaba. Este movimiento está, pues, bien comparado al temblor del Etna, lijero y casi
imperceptible en su inmensa mole; pero producido por una causa muy violenta. Una
hoja ó una flor se parecen mas al cabello que un monte: pero no tiemblan uno cuando
el \ienio es suaí>e. Si es muy fuerte, caen; y así no serian símiles propios en ésta ocasión,
en <¡ue rl intento del poeta es pintaren un joven magnánimo el efecto, poco notable al
4*sterior, de una pasión vehemente.
Ademas los símiles deben ser correspondientes en dignidad al objeto asimilado. Una
hoja ó una flor no tienen en el raso pre.<!cnte Kr misma dignidad que un monte ijitado
;go quü corroe sus enlrañas. Por esa razón nos pareció oportuna y bella la
ion:
c Y el blondo pelo de su sien pendiente
lijero retembló, cual tiembla tiuano
el Etna giganteo, conmovido
del fuego en sus entrañas comprimido. >
os giganteo^ y comprimido son excelentes y contribuyen al símil. Giganteo re-
la magnanimidad del Joven: comprimido su cuidado en reprimir la ira. ¡Asi
os quitar el epíteto insanoj impropio, y que ó no significa nada, ó destruye el
la comparación! Los montes no son insanoi^j ni tampoco lo fué el Joven; pues
11 enojo.
lio de cuento no puede convenir á ana composición, que sea como se fuere, tie-
enta tener un objeto moral. La historia del mendigo embriagado que despertó
ario, tenido y acatado como príncipe, para volver después de otra borrachera
ÍOT infelicidad, es un cuento: la Vula e$ sueño de Calderón, es un poema. Qja-
t poeta saque de la patraña del marques de Villena tanto partido como elpoe-
pe IV supo sacar de la novela de Bocacio!
tenemos mas placer en aplaudir que en criticar, quisiéramos impugnar á
Sdonado en lo aue dice del prólogo; pero por desgracia tiene sobradísima ra-
prueba que los nombres de mas injenio se quedan muy inferiores cuando ar-
ia empresa poco meditada. Tal fué en nuestro entender la de querer esplicar
I del romanticismo que no la tiene; porque es una moda pasajera y nada mas.
LEYENDAS ESPAÑOLAS
POR D. JOSÉ JOAQON DE MORA.
ARTÍCULO 1.
ase de composiciones han sido desconocidas hasta ahora enr nuestra literatura
lues no puede darse este nombre al pequeño número de omances heroicos,
eño todavia si solo se han de contar los ouenos y cortos por necesidad, que
Parnaso castellano. La leyenda es un poema de alguna magnitud, aunque
rgo como la epopeya; y está consagrado á celebrar algunos hechos verdade-
dosos de la historia nacional. Tanto puede ser objeto de una leyenda alguna
Ulnas verdaderas del Cid, como de las <}ue ha atribuido una ÜBdsa tradición á
del Carpió, personaje de cuya existencia hay grandes motivos de dudar.
B, pues, que el fin de esta clase de poemas es halagar la imajinacion del Jec-
pintura de otros usos y costumbres, de otra clase de sociedad, de otro espí-
otras ideas, que las del siglo en que vivimos. Nadie duda que sí á este tra-
desempeñado se añade el interés de la acción, y sobre todo una elocución
imente poética y versos variados, llenos y armoniosos, se habrá conseguido
|ue los escritos, en los cuales sobresalgan estas prendas, constituirán un ge-
no de pasar á la posteridad y de aumentar nuestro tesoro poético.
ie vé que para esto no es necesaria la verdad efectiva de los hechos: basta que
or la tradición, porque todas las fábulas, inventadas en la infoncia de las na-
intan su espíritu, sus ideas y su carácter. Tan propias eran de los romanos las
leí dios Término j que no quiso moverse, y de la nabaga que partió el pedernaU
los españoles la de la Judia de Toledo, y del banquete espléndido de los Ri-
[76]
cos-hombres de Castilla, cuando el rey Enrique el enfermo se veia obligado á empeñar
su gabán só pena de acostarse sin cenar.
Es deber del historiador desterrar semejantes consejas de los anales. El poeta no
está obligado á ello; y tiene libertad de describirlas siempre que coa ellas consiga di-
vertir á los lectores, é instruirlos en el espirita y en la moral de los siglos en que le
suponen ó se inventaron.
Las leyendas del Sr. Mora satisfacen á las condiciones que hemos asignado ¿ eiti
ciase de composiciones. El lenguaje, por lo general, es j^uro t correcto: la ▼ersific^
cion fluida y sonora; aunque tal vez peca por la multiplicidad de versos pareados,
que no hacen buen efecto demaúado repetidos, á no ser en el género festivo: ki
adornos acomodados sin afectación y distribuidos con sobriedad: el tono pasa con fre-
cuencia, á imitación del Ariosto, de lo grave á lo tierno ó á lo jocoso.
Muchas de las leyendas son interesantes, no solo por la accion« sino lambien por
el modo de contarlas. Á veces el poeta se presenta al lector, entra en di^sreiioneB y se
toma todas las licencias posibles; tanto mas agradable, cuanto mejor pintan el aban-
dono del genio á sus propios caprichos. Esto en cuanto á ia elocución, en la cual no
ha desmentido este poeta la idea que se habia formado de él en vista de bos compon*
nes líricas que han visto ya la luz pública. Reservamos para otro artículo haUar del
fondo mismo y de los pensamientos é intenciones fundamentales de las mencionadaí
leyendas.
En este nos contentaremos con enriquecer nuestras columnas con algunas maes-
tras del estilo. La siguiente comparación se refiere á una joven atormentada por ana
pasión amorosa y secreta.
c Empero cual arbusto,
que lozano y robusto
vigor, salud, perfume, altivo brota;
y leiitaaiei)te la alta rama ipclina
desfallecida y rota ,
y lentameqte «1 fuerte tronco mina
secreta destraocien^ y amarillea
la pompa del follaje, y no lo orea
benigna el iuirf< Y ^ daftino abrojo
lo cubre, y sin el lustre fresco y verde,
los leves jugos déla vida pierde: t
Casi todas las espresiones son gráficas: lozaho^ robusta, hrtítar vigor j dañüiQ úknf^
Uve jugo pintan á la fantasia el objeto. Solo nos hfL desagradado ]^ palalpra dmlrmm^
que «n este lugar nada Rescribe. Qi|isiér£^mos que en su lugar se sHsti^uyese alguwi di
las voces cpn que se design^q l^s ea^inedades da las plantas.
Otra comparación sobre el uh^QO objeto.
f Como en el limbo oloroso
de tierna flor el gusano
labra el nido silencioso,
y el jugo puro y liviano
consume voraz y ansioso;
hasta que el color lozano
se borra, y el taHp erguido
queda flojo y dbaitdo: >
El siguiente diálogo entre una bienhechora que no exye en premio de su ínvor la
revelación de un secreto, y el favorecido, que le ofrece revelarlo después, es vivo, ani-
mado y pinta bien, aunque en estilo festivo, la situación de los interlocutores.
tNomede^ dice, retdarqwmwg,
Y elb responde: yo no lojpregtinío.
Mahana, é\ sigue, lo sabrás^ no hoy.
— No fijó mi atención en uU asunto.
— Dome tm vaso de agua. — Por él voy.
— Quiero una cama, — La tendrás al punto.
— ^.4 Dios^ y toma ese bolsón de cuero.
— Quédaied JKos y yuarda tu dinero, i
lié aquí un ejemplo de la manera coa <}ae «1 poeta se introduce en la escena^ j
leierta á piular su carácter amante de la virtud.
cPodria ser lacónico, y acaso,
lo desea el lector; pero confieso
^ue voy en esta historia paso á paso,
^ aunque rara vez caigo en este exceso.
Nunca las Mías flores del Parnaso
•exhalan tanto aroma y embeleso
como cuando se ciñen á una fnente^
en excelsas virtudes cefíiljente.
De pocos años á •esta parte he visto
tanta perversidad^ que cuando encuentro
inocencia* virtud, bondad, existo
por algunos instantes «n mi centro*
Al placer que ahora goao no xesisto:
i»u deliciosa inspiración adentra
del alma se insinúa y la recrea»
como el auca Lenigna que me Qrea.«
kak desoribe una joven desgraciada:
«HaófiMa^ ún amigos, sin apoyo»
sola OH el universo» Cual arroyo ,
aue lejano del prado y seo^entera,
lleva inútil s« lin& placentera
|K>r 8ofedadestásperas¥«mibriaSt^
talea oe pierden -sus kermosos dias
^n silencioso ol^rido y abandono.»
Ha héroe castellano Ilanuí así á la batalla á un moro que le ha ofendiAo.
•Muerte traiyo^ ó mí /tirio
se eoitisiguirá en la muerte»
Sanyre pide mi injuria :
Derrámela d mas fuerte.
sal^ forzador injusto,
sal f cobarde maldikk,
si no lo impide d suOo
gue aoompaáa al dáiio.*
s
XRTf CZILO IL
N «alas composiciones heoMs notado oienla inleiiqoB á zaherir úloo reyes, á loe sa-
erdotes y á los nobles. No -en esepor cierto el es|>iríttt de la edad media, á que se refie-
eii lae lindas; y ni aun lo^s de las actuales sociedades, escarmentadas por los tristes
kciof de la revolución de Francia y convencidas de la necesidad de las instituciones
lonárqnicas paralas naciones de extenso territorio, y de las relfjiosas para todas.
[68]
bre ni se describe como es, ni como ha sido, ni como debiera ser, sino como qnisieni
que fuera los sectarios del fisiolpjismo.
Pero en nuestra opinión la censura que hacen de nuestro antiguo teatro le fnaái
sobre una falsa suposición. Cualquiera que lea y estudie la historia eapañola daiit
Isabel la Católica hasta el fin de la dinastía austríaca, y examine el espíritu de la li-
ción en este periodo, conocerá que los sentimientos tiernos de Lope y los cabaOOTam
de Calderón constituian el carácter general de la sociedad culta. Nuestro mismo idit*
ma está manifestando cuáles eran las costumbres de aquel tiempo; pues en él eran des-
conocidas de los escritores dramáticos y novelbtas voces equivalentes á loa ^iUbIoí
galante^ eoquette^ prude, que los franceses aplicaban entonces con suma prodigalidad á
Jas mujeres: señal cierta de que las costumbres representadas por aquellos vocabloaas
existian. Nuestra lengua daba el nombre de litnanai á las galantes y coquetas, lan per-
fectamente definidas por nuestro Hurtado de Mendoza, cuando dijo de ana de aun
que era amiga de ganar vohintades y de contervaUai. Las que los franceses llaman fnÉM,
se han llamado siempre en castellano hipócritas^mojigatas, hazañeras. Donde no exislHi
palabras para denotar ciertas gradaciones de ideas, es porque no se ha conoeido h
necesidad de espresarlas, esto es, porque no las hay en la sociedad. Por deagracjaesfi
española la palabra coqueta: el idioma na ganado una voz, y la moral ha perdido ui
virtud, que es la sinceridad y la constancia en el amor.
No es esto decir que nuestros antepasados fueron todos modelos de temara j^ét
honor. Pero cada siglo tiene su espíritu particular. No faltaron en el siglo XVII flMJ|s-
res prostituidas, interesadas y engañosas; mas procuraban tener esos vides moy ocu-
tos, y así no se hallaba inficionada de ellos la parte culta de la sociedad. Nadie poiii
negar que la moda ena tratar el amor como un negocio el mas serio de todoa y degna
consecuencia: velar el amante la conducta de la que había de ser su esposa y poseer d
depósito de su honor: buscar ocasiones de verse y hablarse, que no propordonaha ft-
cilmente la severidad de los padres: tener celos por la mas leve ocasión: veDgarios 6
reñirlos hasta lograr el competente desengaño; en fin, no £ritar en an ápice ¿ laa kyti
del pundonor, ó renunciar á la estimación de los hombres de bien. No es nuestro áow
comparar este orden de cosas con el actuaU ni dar la preferenda á ninguno délos do-
Nos basta probar que realmente existia, y por consiguiente que nuestros poetas té»
eos del siglo XVII pintaron al hombre tal c^mo se le conocía- entonces*
Lope describió las mujeres tiernas y constantes: y ¿cómo podrían dejar de ser iri
las de su siglo, cuando en el nuestro, á pesar de la gran revolución que ha hakido tf
las costumbres, son todavía proverbio en las naciones estram'eras la pasión i la aineeii-
dad y la constancia de las españolas? Calderón las pintó altivas, poraue vivía en la re-
jion de la clase mas elevada de la sociedad. Pintó á los hombres vaJíentei, arbanos j
celosos; y ¿no lo eran nuestros caballeros de aquel período?.
Cualquiera que lea con atención nuestro teatro antiguo, observará con fiMilidal
3ue así Lope y Calderón como Alarcon, Morete y Rojas describieron la masa enten
e la sociedad, poniendo los sentimientos nobles y generosos en boca de sos damas y
caballeros, y las pasiones bajas y soeces, la cobardía, la fiílta de atención al bello seio,
la gula, la embriaguez, la codicia, la rapiña, la mentira y la liviandad, en losearadé-
res de los criados y criadas, designados en la escena con el título de gndoMi. EiU
distinción estaba también en la sociedad de aquel siglo.
¿Quién se atreverá á negar las venganzas terribles que el honor sujeria al marido
engañado, cuando hemos visto prolongarse hasta nuestros dias estos funestos ^lemalt*
res en todas las clases de la sociedad española? ¿Y podrá ponerse en duda la lealM ds
nuestros antepasados á sus reyes, acatados como imájenes de Dios en la tierra? K oto
es así. Garda del Castañar no pertenece á un mundo ideal creado por Rojas. Snfralaü-
juria de Don Mendo, porque cree que es el Rey: apenas sabe que no lo es, le atraviasi
el corazón. Lo mismo hubiera hecho en iguales circunstancias cualquier caballefo de b
corte de Felipe iV.
Calderón describió en cinco dramas diferentes los furores de un marido eékwo ym
horribles venganzas. ¿Hubiera presentado tantas veces en la escena nna misma eedont
si no hubiera estado seguro de la aprobadon pública? ¿Y habría obtenido esta aprofca
don, á no ser conformes aquellas venganzas y aquellos furores con el espirita y lai
[69]
ideas generales de su siglo? ¿Se hubiera ademas sufrido la monotonía de sus caracteres en
las comedias que llamaban de capa y espada, y aun en algunas de las heroicas, si
ealos caracteres no perteneciesen á la sociedad? Porque lo repetiremos mil veces: á
nadie le gusta el hombre que se representa en el teatro, si sus ideas y sentimientos no
aoD confórmeselos que estamos acostumbrados á ver en la sociedad. Por esa razón no
pneden representarse en el dia las comedias de Calderón, señaladamente las urbanas;
porque no es posible entenderlas, lian variado, no solo los usos y maneras, sino hasta
HM pensamientos y las gradaciones de la pasión. Otros podrán decidir si esta revolu-
don moral ha sido ventajosa ó funesta.
No negaremos que entre las comedias del citado siglo hay algunas que pertenecen
á on género particular, diverso del de las demás, y que pueden llamarse úí«ales, porque
m objeto no se dirije tanto á describir un hecho histórico, ó las costumbres del tiempo,
como á convertir una máxima moral ó política en una acción humana. En esta clase de
dramas todo es íinjido, nombres, sucesos, incidentes. A ella pertenece, y quizá es la
Eimera en su linea, la Vida t$ Sueño de Calderón, donde todos los personajes son ver-
deras alegorías.. Sejismundo representa al género humano, al hombre en general,
entregado á la impetuosidad de sus pasiones, hasta que le corrijo el escarmiento, y co-
noce cuan fugaces son los bienes de la vida: Basilio, el orgullo de la ciencia, que quie-
re preveer y someter los sucesos futuros: Clotaldo, la prudencia práctica, que enseña á
moderar las pasiones y sacar documentos útiles hasta de nuestros mismos desaciertos.
A la misma clase pertenece la comedia del mismo autor: En esta vida lado es verdad y
iodo es mentira^ en la cual luchan el orgullo del poder, que quiere averiguar lo escondi-
do, y la firmeza de la virtud, que segura de si misma, desprecia los peligros. Voltaire
hace burla de este drama, que sujirió á Corneille una desús mas bellas trajedias: lo
cierto es que será muy dificil hallar en todo el teatro francés una escena comparable con
la de Focas y Astolfo al fin de la primer jornada.
Pero este género no crea un mundo ideal; no hace mas que poner en escena las
máximas, y para eso no es menester salir del mundo existente, á no ser que se diga que
la moral no pertenece á él.
Concluiremos diciendo, que aunque Calderón hubiese exajerado los sentimientos
generales de sa siglo: aunque sus caballeros sean mejores amantes, mas idólatras del
honor y mas esforzados de lo que se usaba en tiempo de Felipe IV , no por eso sería
digno de censura. Al poeta le basta tener fundamento para sus composiciones en la na-
turaleza: si la embellece y perfecciona no hace mas que usar de su derecho.
DEL TEATRO CLÁSICO FRANCÉS.
ARTICULO I.
JLOPE de Vega dice en su Arte nuevo de hacer comedias^ que Italia y Francia le lla-
marían ignorante porque no observaba en sus dramas las reglas clásicas. Esto prueba
que á fines del siglo aVI ó príncipios del XVII eran conocidos y observados los pre-
ceptos de Aristóteles en la escena francesa; y como basta el Cid de Corneille, no apa-
reció en ella un solo drama tolerable, podemos inferir con razón que los franceses tu-
vieron reglas antes de tener teatro.
Este fenómeno no es difícil de esplicar. La cnna de este teatro fué la corte de
Francia: fué Paris, modelo en todos tiempos y en todas materias de las demás provin-
cias del reino; y al mismo tiempo centro de lo que se sabia en las artes , en las cien-
das y en la literatura. Por consiguiente la escena no fué en sus j^rincipios una diver-
lion popular, sino de la corte y de la gente instruida de la capital, familiarizada ya
fíu aquella época con los dramas griegos y latinos y con las obras de Aristóteles y de
Horacio. No es de estrañar pues, que la capital, adoptando las formas del drama ate*
niense, las designara al genio como una condición esencial. Lo contrarío sucedió en
[70]
Espafia, donde la corte no tuvo teatro nacional hasta los tiempos de Felipe IVrpormie
el emperador Carlos V solo gustaba de las óperas italianas: Feupe II sigaió su ejempko,
y ademas creia indecoroso para la majestad real, que un cómico la obtuvieae aon ea
representación; y Felipe III, entregado esclusivamente á la deyodon, desterró de pria-
do las diversiones escénicas. Asi que nuestro teatro tuvo su or^en, no en la oortevsiaD
en corrales, como se han llamado casi hasta nuestros dias, por compañías ambolaalMt
por injenios que carecían en la mayor parte de conocimientos de erudición y por 0h
pectadores sin instrucción ninguna, y que no creian que una comedia pudiese tenar
otro objeto ni otras miras que la de divertirlos. No es estraña, pues, la oomideta li-
bertad de la escena española, ni la grande sujeríon de la francesa.
Hemos leido algunas composiciones del primitivo teatro francas: hemos fiTamiaa
do con suma atención las primeras comedias y trajedias de Gorneille anteriores ai Gi
y al Embustero^ y todas nos han parecido detestables, escepto acaso el Veneetlaú deBo-
tron, que tiene algunos trozos buenos, imitados quizá del Cam de CattUmUm de
Rojas. El mismo cardenal de Richelieu, ministro y tirano de Luis XIII,
una trajedia muy arreglada, que sus aduladores ensalzaron hasta las nubes, y que as
por eso es mejor que las demás de aquel tiempo. Es muy digno de obserrar qnelsi
primeros dramas del gran Gorneille son los peores de la época. Sin embargo, naás
faltaba en estas composiciones. Observábanse rigorosamente las unidades: la Clbnla es-
minaba, ó por mejor decir, se arrastraba de acto en acto y de escena en escena, sin qw
se le pudiese poner mas tacha que la de fastidiar y adormecer á los espectadores, eoma
sucede en el dia á los que se propongan leerlas.
En fin, el genio fecundó aquel terreno árido. Ya hemos visto que la centella eléc-
trica salió del teatro español. En su imitación aprendió Gorneille el secreto de su cs-
pacidad dramática. Dedicáronse los franceses á traducir los dramas eastellanoSv pao
refundiéndolos bajo las formas clásicas de su escena. Aparederon suooesivamenta es
la brillante corte de Luis XIV lo» Horacios, Cinna^ la muerte de Pompeifo^ fW<airi>i
Rodoguna^ y las demás sublimes producciones de aquel gran poeta, casi ri nims,
tiempo que Moliere hacia suceder á las farsas insípidas de Scarron sus Mugerm eábimt
su Inisdniropo y su Tartufo. Estos dos genios insignes tuvieron succesores: Raone,Gr»*
billón, Voltaire en la trajedia, Regnard y Destouches en la comedia llenaron glori»*
sámente el intervalo que media entre los dias brillantes de Gorndlle y la época de la
revolución.
El teatro francés fué en este intervalo un modelo que se procuró imitar ee leda
partes, y que se imitó con mas ó menos felicidad. Goldoni y Metastasio introdi^)efW
sus formas en Italia, en cuanto se lo permitían al primero los caracteres obligados de
Pantalón, Lelio y Arlequín, y al segundo las exijencias del canto en las operas: HriK
retrató en su Merope toda la sencillez y el candor de la escena griega; y Alfierit ttá
en nuestros días, sometió á las formas del teatro parisiense sus vehementes diatribii
contra el trono que él amaba, y sus declamaciones en favor de la democracia qw
aborrecía.
Addíson hizo lo mi^mo en su Cattm^ pero sin éxito. El pueblo ingles, ó por patrio-
tismo, ó por odio á los franceses, no quiso renunciar al drama de su ShakespearOk
Alemania tampoco renunció á sus formas románticas. Sin embargo las clásieas pto^
traron hasta Petersburgo.
En España empezaron estas á ser conoddas á mediados del siglo XVIII, y pieda-
jeron algunos dramas de mediano mérito, entre muchos muy malos, hasta que ossriW
Moratin, émulo de Moliere, superior como poeta y como hablista, dotado de BMchi
fuerza cómica; pero inferior en ella y en la filosofía del corazón humano si autar dd
Tartufo. Su prímer ensayo fué el Viejo y la Niña^ que agradó por él estilo y el len-
guaje, á pesar de la falta dé acción: defecto que el autor procuró correjir en denito
número de composiciones que siguieron á su prímer comedia. No bablamoa' de auss*
tra trajedia clásica; porque viven todavía los autores de las auehay buenas, y ne qas*
remos que se atribuya á amistad loque solo sería justicia. La Raqud de Huerta, qvs
tanta celebridad tuvo en su tiempo, y que llegó con la misma hasta fines del sigla fa*
sado, apesar de sus versos sonoros, es una rapsodia horrible, y que solo la ignaOMÍi
ha podido aplaudir.
[TI]
uyó en gran manera á acreditar en toda Europa las formas clásicas del
lorneille. Moliere y Racine, d Arte poética de Boileau, obra escrita en vér-
menos versos, por un autor que fué el aiote de los pedantes en el siglo de
un' gran poder en la república de las letras, y un ejemplo vivo de cuan
á al poder la injusticia. Este critico, al mismo tiempo que hace grande elo-
de Corneille, guarda un alto silencio (que por cierto no guardó aquel
I y acerca de la fuente de donde habia sacado las mepres escenas de su
cuando habla del teatro español, es solo para calumniarlo y envilecerlo.
lero el teatro para el cual escríbian á la sazón Calderón, Moreto y Rojas:
lerda el abuso de encerrar muchos años enla escena deundia: abuso, que no
un en nuestros dramáticos del siglo XYII, principalmente en la comedia
•
0 es esta la cuestión del dia. Bastante hemos hablado acerca de las formas
1 y de su historia en los pueblos de la Europa moderna. Ya es tiempo de
si el teatro clásico francés, el mas célebre indudablemente de cuantos han
esde la restauración de las letras, adoptó las formas que le caracterizan por
ion ó complacencia á las opiniones dominantes entre los literatos y en la
ruis Xlll y Luis XIV, ó bien en virtud de conocimiento de causa y de exá-
0 acerca de los sentimientos y exijencias de la sociedad, para la cual se for-
remos esta cuestión en el siguiente articulo.
ARTÍCULO n
ál punto de vista se consideraba el hombre en el siglo de Luis XIV y en la
ncesa, que llegó entonces á un alto grado de civilización cristiana y monár-
\ le miraba únicamente como un juguete de las pasiones, como una victima
idos? No. Jamas se ha escrito ni se ha hablado mas acerca de los deberes, de
ieotos comunes déla hnraauidad, de los varios y multiplicados movimientos
m y de la intelijencia humana, modificados por el espiritu social. Aquel fué
ú amor, del honor, de la valentía, de la lealtad, de la gloria, de la relijion.
9 la Bruy ere, c|ue nos lo ha descifrado, no se limita á pintar los efectos fisio-
rodocto esclusivo de la organización. Pone en acción todas las (acuitados de
ncia, todas las propensiones morales del hombre. Compárense sus caracteres
Teofrasco, y se conocerá la diferencia entre la antigua civilización de Atenas
roa de Paris.
raudos poetas dramáticos del reinado de Luis XIV hicieron conocer en el
misma diferencia. Sus figuras representan, no el hombre de Grecia y Roma,
)mo le habian formado el cristianismo y la monarquía. La Fedra de Hacine,
lestra de Voltaire, el Orestes de Crebillon, sienten remordimientos, lid conti-
erior éntrelo que sus pasiones les sujerian y lo que la virtud les aconsejaba.
m el teatro de Paris, lo mismo que en el de Londres y en el de Espafia, no el
irraitrado invenciblemente por sus afectos ó por el destino; sino el hombre
e resiste al mal, que conoce y desea el bien, y que lucha contra la maldad y
GMtuna. Las formas no eran romdnt\cas\ pero si los caracteres, en cuanto po-
>con las formas clásicas.
108 en cuanto podían serlo^ porque en nuestra opinión, es imposible, observan-
lidades aristotélicas, desenvolver convenientemente un carácter individual y
en todos los aspectos posibles para que el espectador lo conozca bien. Puede
eglas clásicas, desplegarse una pasión dominante; pero nada mas. Puede pin*
enganza, los celos, la ambición, el amor; pero no las modificaciones parücu-
r estas pasiones reciben en unpersonale dado. El amante de Jayra es celoso;
010 seria cualquier hombre: Ótelo siente los celos y los venga de una manera
Mclusiva del mero de Venmia.
\ que cuando los grandes dramáticos franceses han querido pintar una figura
il, como GorneiUe en el Cteí, y Racine en la Fséra^ no han heebo trajedm^ sino
[72]
retratos] porque no adrailia mas el marco en el que se veian obligados ¿ enceirar sos
composiciones. El área que necesitaban para describir el personaje, se le quitaba i k
acción; y en vez de obrar, no se hacia mas que bablar en la escena.
Esta reflexión esplica el fenómeno, que ya hemos notado, de no haber aparecido d
genio dramático en el teatro francés hasta que Corneille empezó á imitar los dramasei-
Eañoles. Este poeta, asi como Rotrou y los demás contemporáneos suyos, oonodan irn^
ien la literatura griega y latina: pero si se creyeron obligados á someterse á sus Ar-
mas, no imitaron ni podian imitar sus caracteres; porque el hombre, deacripto em loi
dramas antiguos, no es el que deseaba y necesitaba ver la sociedad moderna. Mas os
pudieron dar con el verdadero modo de retratarlo, hasta que vieron y estudiaron sa ná-
delo en el teatro de una nación, que no estrechada por preceptos puramente coovei-
cionales, dabaá la descripción de sus personajes la conveniente amplitud para queÍM-
sen bien conocidos. £1 Rodrigo de Guillen de Castro, hijo del genio y no del arte, en*
señó á Corneille, enredado en las formas del arte, á dibujarlas grandes figóras de Obia-
cio, Emilia y Augusto.
Parécenos, pues, queBoileau, y en general, todos los que se empeñaron en conser-
var como dogmas fundamentales de la dramática las formas. del teatro griegOibidem
un verdadero daño á la literatura; porque dieron motivo á una contradicción manifi»-
ta entre el interés y la construcción de la escena moderna. La acción no podía serta
sencilla, ni los caracteres tan fisiolójicos como en el drama de Atenas: era neoesaris
pintar mas y obrar mas; y no se permitió á los autores terreno suficiente para ello. ¿Qié
resultó? Una multitud de inconvenientes, que notamos aun en los mejores poetasdd
teatro francés.
Nadie ignora cuan nulos é insufribles son los confidentes de la trajedia francesa, ia
el lector como el espectador saben que no se introducen en ella como verdaderas fi|a-
ras, sino como simples medios dramáticos de hacerlaesposiciondela fábula, y de tnn>-
la por medio de narraciones al punto en que empieza la acción. Asi es que el primer ado
se emplea casi siempre en informes. Aun hay mas: cada nuevo personaje que se presn-
ta en la escena tiene que manifestar la impresión que los sucesos anteriores haacauí-
do en él. ¿Y por qué toda esta pérdida de tiempo y de movimiento? Solo por la necasidal
de encerrar en el drama no mas que la acción de un dia. Nuestros cómicos, qnateana
mas amplitud, ponian el prólogo en acción, y pasaban inmediatamente al nudo de la pie-
za. Es verdad que Alfieri desterró los confidentes de sus trajedias, y no permitió la ea-
trada á e$os personajes parásitos y ridículos; pero también lo es, que por no quebraatir
la unidad de tiempo, se vio obligado á corlar el tamaño material del drama y á aiin|ili-
ficar la acción, reduciéndola casi á lo que era en el teatro griego.
En la trajedia francesa no es lícito mudar el lugar de la escena; y asi veinos ácaii
paso celebrarse en un mismo sitio un consejo de ministros y una junta de coi^orados;!^
trama una traición donde poco antes habían espresado dos amantes su reciproco afecte,
y los furores de un celoso se exhalan en el mismo gabinete donde reside el poder ow
le suplanta. ¿Y por qué todas estas consecuencias? por conservar la unidad de fugar. Ho-
chos trájicos franceses han lomado la libertad de trasmutar la escena, con tal qoe lo
sea á lugares muy lejanos. No nos parece racional esta condición; porque ai d teabt
representa en el primer acto la plaza de San yln/onto por ejemplo, tan con trarioet ala fs-
rosimilitud material que se represente en el segundóla Puerta de Tterracomo el harem de
Constantinopla. Siempre se verificará que dos lugares muy diversos se han repieseniriff
en un mismo sitio.
Hay muchas trajedias, como el Heraclio de Corneille, el Atreo de Crebilloa j kálr
cira de Voltaire, cuya acciones-complicada, y necesita para desplegarse ddñdaoMBte
de un gran número de incidentes subalternos. Pues la regla manda que todos se aglo-
meren en un solo dia. ¿No es esto mas inverosímil que estender la unidad de ÚBmftf-
Nosotros no podemos creer que haya ninguna unidad esencial al drama sino la di ia-
jeres. Mientras este no descaezca, viva el autor seguro de su obra y de los espeetadem.
Siempre nos hemos reído de los críticos que han reprehendido como un defecto la da^
cidad de acción en los Horacios de Corneille. ¿Qué importaá los espectadores que trioob
Alba ó Roma? Lo que tiene ajilados los ánimos, es la suerte del rerox patriota Horacio,
de la amante Camila, del amable y valiente Curíacio; y hubiera sido muy mal poeta
[73]
dramático el que hubiera terminado la pieza ñu haber satisfecho el ínteres que había
excitado á íavor de estos grandes y nobles personajes.
¿Deiechais^pueij lasunidadesarittatélicasl Senos preguntará. Nuestra respuesta es: No.
Las apreciamos, no solo como medios de Yerosimilitud material, sino también como
obstáculos, ^ue irritando al genio aumentan su eneijfa. Jamas abd>arémos ál oue las
quebrante sin necesidad; pero si al que se tome la amplitud que le baste para desple-
gar convenientemente los caracteres y la acción; porque creemos que la trajedia mo-
derna necesita muchas veces de esta amplitud.
Nuestra opinión en esta partees desinteresada: jamas hemos compuesto, ni aun em-
~ ~ S obras para el teatro.
RESPUESTA A UN AFiaONADO.
CjN el número de nuestro periódico del 26 de Junio se insertaron algunas observaciones
sobre el canto I de la Returreeekm de un hombre^ en artículo remitido. Es de nuestra obU-
gadon hacemos cargo de ellas.
Su autor comienza censurando algunos que Juzga defectos, sóbrelos cuales nada di-
jimos nosotros en el juicio que formamos de dicho canto, y estraña que los hayamos
omitido. Nosotros no creemos que en la censura de una obra se imponga al critico la
obligadoD de notar todos los defectos; porque en ese caso la Justicia exijiría notar tam-
bién todas las bellezas, lo que produciria una obra mucho mas voluminosa. Basta ^ue
se adviertan algunos defectos notables ó algunas bellezas de primer orden: lo que im*
porta mas ei designar lo que sobresale en la obra; y esto ya lo indicamos. Nuestro aficio-
nado conviene con nuestra opinión; pues dice que la versificación del cantóos armoniosa
y el estilo poético. Él mismo hace lo que hicimos nosotros; pues deja de señalar hspm'
mnnietiicé aemvi, h$ galiciima$ y la$ folias de gramática^ de que, según él, hay algunos
ejemplos en el poema.
Vengamos ya á los defectos de estilo aue ha notado. El primero es en el quinto ver-
so de una octava en que se describe el eclipse de las estrellas. El verso es:
cY cuando pierdan sus reflejos ellas.»
Nuestro critieo cree que el pronombre Mas es inútil, y quó solo está puesto por el
consonante.
Nos parece que si fuese el verso
tY cuando pierdan ellas sus reflejos,»
■adíe censuraria el uso del pronombre; porque no se echaría de verla necesidad que el
autor tenia de él.
Decimos que no se le censuraria; porque siempre es licito el uso de los pronombres
personales y demostrativos, cuando están interpuestas otras ideas, como en el caso pre-
sente la del 4.* verso
cal son horrible del clarin sonoro.»
Tenemos muchos ejemplos de esto enVirJilio, el mas elegante de los poetas, en el cual
loe pronombres tpie, üle^ el mismo, él, están usados frecuentemente para llamar la aten-
ción, á veces sobre un hombre muy cercano, como en este pasaje:
c yenienti Ebuso plagamque ferenti
occupat os flammis: UH ingens barba reluxit.... ]
cA Ebuso que llegaba amenazante,
10
[74]
hiere con el tizón el rostro, y arde
8u luenga barba. > •
Pero en el caso presente el pronombre días, tiene otra importancia, á saber; la de le-
parar mas enérjicamente la idea de lasestrellas que pierden su luz, de la del anifeno,
víctima también de la muerte.
«Y cuando pierdan sus reflejos ellas,
bañado el universo en sangre y lloro
por la muerte también será arrastrado. >
£l pronombre da á entender que la frase siguiente espresará otra catástrofe: que m
serán solo las estrellas las que sientan el imperio de la muerte.
din embargo, no por eso dejamos de conocer que los asonantes pierdan y «Dof j bsi
aglomeradas al fin del verso, contribuyen á que parezca inarmónico y duro: mucho
mejor estaría
*y cuando su esplendor apaguen ellas.*
La segunda observación es relativa al tercer verso de la tercer octava que copUmof,
en la cual, se dice, falta una sílaba. Este verso es como sigue:
cy al astro de la luz verd asombrado^*
y así está en el poema. La falta de la silaba la que se nota en nuestro periódico, proce-
dió de un yerro de imprenta, semejante al que nota y corrijo oportunamente nuestro
aficionado, sustituyendo sonrioá rocío en el verso,
€ y mintiendo placer falso sonrio, »
que es cofno se lee en el orijinal.
Se censura la esprcsion helado lecho como una cacofonía; pero no vemos en quéie
funda esta crítica; porque estas dos palabras no tienen mas consonante común que U(,
y las sílabas en que entra están separadas: no hay en las vocales asonancia ni como-
nancia: ambas voces son de buen sonido y formación. No tiene, pues, suunion ningono
de los defectos que son contrarios á la armonía.
>fas estensa discusión merece el examen del símil que hace el poeta entre k emo-
rion que produce la ira en el cabello del héroe, y el movimiento de el Etna coando re-
tiembla por la violencia del volcan. Nuestro crítico cree impropia esta comparadoo, y
le parecería mejor la de una hoja pendiente de la rama, ó la de una flor en su laDo.
Nosotros no opinamos así .
En todo símil debe procurarse que la semejanza recaiga en aquella circunstancia
del objeto, que llama mas la atención del poeta, y que portante quiere describir mai
particularmente. En la comparación de que hablamos, esta circunstancia esel efiwtoei-
teriorque produjo la ira en el soberbio joven; echar mano á la daga, ref emUar /yms-
tnente su cabellera^ indican el enojo que le causaron los denuestos del alquimista: aoiqo
violento, aunque prontamente reprimido por la consideración á la vejez del que le »
juriaba. Este movimiento está, pues, bien comparado al temblor del Etna, l^ero y em
imperceptible en su inmensa mole; pero producido por una causa muy violenta* Coa
hoja ó una flor se parecen mas al cabello que un monte: pero no tiemblan sino cuando
1^1 viento es suave. Si es muy fuerte, caen; y así no serian símiles propios en esta ocasioiit
en que vi intento del poeta es pintaren un joven magnánimo el efecto, poco notable al
4'sterior, de una pasión vehemente.
Ademas los símiles deben ser correspondientes en dignidad al objeto asimilado. Una
hoja ó una flor no tienen en el raso presento la* misma dignidad que un monte ijilado
[75]
liego que corroe sus enlrañas. Por esa razón nos pareció oportuna y bella la
icioo:
c Y el blondo pelo de su sien pendiente
líjero retembló, cual tiembla tn^ino
el Etna giganteo, conmovido
del fuego en sus entrañas comprimido. >
etos giganteoy y comprimido son excelentes y contribuyen al sfmil. Giganteo re-
{ la magnanimidad del joven: comprimido su cuidado en reprimir la ira. ¡Asi
mos quitar el epíteto insano^ impropio, y que ó no significa nada, ó destruye el
e la comparación! Los montes no spn tiwanof, y ni tampoco lo fué el joven; pues
su enojo.
tnlo de cuento no puede convenir á una composición, que sea como se fuere, tie-
irenta tener un objeto moral. La historia del mendigo embriagado que despertó
alacio, tenido y acatado como principe, para volver después de otra borrachera
erior infelicidad, es un cuento: la V%dae$ tueño de Calderón, es un poema. Qja-
ro poeta saque de la patraña del marques de Yillena tanto partido como el poe-
lipe IV supo sacar de la novela de Bocacio!
10 tenemos mas placer en aplaudir que en criticar, quisiéramos impugnar á
aficionado en lo aue dice del prólogo; ^ro por desgracia tiene sobradísima ra-
o prueba que los nombres de mas injenio se quedan muy inferiores cuando ar-
ana empresa poco meditada. Tal fué en nuestro entender la de querer esplicar
fia del romanticismo que no la tiene; porque es una moda pasajera y nada mas.
LEYENDAS ESPAÑOLAS
POR D. JOSÉ JOAQON DE MORA.
ARTÍCULO I.
clase de composiciones han sido desconocidas hasta ahora enr nuestra literatura
pues no puede darse este nombre ad peqrueño número de omances heroicos,
|uefio todavía si solo se han de contar los buenos y cortos por necesidad, que
ú Parnaso castellano. La leyenda es un poema de alguna magnitud, aunque
largo como la epopeya; y está consagrado á celebrar algunos hechos verdade-
bulosos de la historia nacional. Tanto puede ser objeto de una leyenda alguna
Azafias verdaderas del Cid, como de las (fae ha atribuido una falsa tradición á
lo del Carpió, personaje de cuya existencia hay grandes motivos de dudar.
3ce, pues, que el fin de esta clase de poemas es halagar la imajinacion del Jec-
la pintura de otros usos y costumbres, de otra clase de sociedad, de otro espí-
le otras ideas, que las del siglo en que vivimos. Nadie duda que si á este tra-
)n desempeñado se añade el interés de la acción, y sobre todo una elocución
trámente poética y versos variados, llenos y armoniosos, se habrá conseguido
r que los escritos, en los cuales sobresalgan estas prendas, constituirán un gé-
igno de pasar á la posteridad y de aumentar nuestro tesoro poético.
1 se vé que para esto no es necesaria la verdad efectiva de los hechos: basta que
por la tradición, porque todas las fábulas, inventadas en la infancia de las na-
pintan su espíritu, sus ideas y su carácter. Tan propias eran de los romanos las
is del dios Términoy que no quiso moverse, y de la nabsja que partió el pedernal,
e los españoles la de la Judia de Toledo, y del banquete espléndido de los Rí-
[76]
eos-hombres de Castilla, cuando el rey Enrique el enfermo se veia obligado á empeñar
su (raban só pena de acostarse sin cenar.
Es deber del historiador desterrar semejantes consejas de los anales. El poeta no
está obligado á ello; y tiene libertad de describirlas siempre que con ellas consiga di-
vertir á los lectores^ d instruirlos en el espíritu y en la moral de los siglos en que le
suponen ó se inventaron.
Las leyendas del Sr. Mora satisfacen á las condiciones que hemos asignado á etía
clase de composiciones. El lenguaje, por lo general, es paro v correcto: la Tersifio-
cion fluida y sonora; aunque tal vez peca por la multiplicidad de versos pareados,
que no hacen buen efecto demasiado repetidos, á do ser en el género festivo: loi
adornos acomodados sin afectación y distribuidos con sobriedad: el tono pasa con b^
cuencia, á imitación del Ariosto, de lo grave á lo tierno ó á lo jocoso.
Muchas de las leyendas son interesantes, no solo por la aocion« sino también por
el modo de contarlas. Á veces el poeta se presenta al iector^i entra en digreñones y le
toma todas las licencias posibles; tanto mas agradable, cuanto mejor pintan el aban-
dono del genio á sus propios caprichos. Esto en cuanto á la elocución, en la cual no
ha desmentido este poeta la idea que se habia formado de él en vista de sos compoñ-
nes líricas que han visto ya la luz pública. Reservamos para otro articulo hablar id
fondo mismo y de los pensamientos é intenciones fundamentales de las mendonadn
leyendas.
En este nos contentaremos con enriquecer nuestras columnas con algunas man-
tras del estilo. La siguiente comparación se refiere á una joven atormentada por una
pasión amorosa y secreta.
«Empero cual arbusto,
que lozano y robusto
vigor, salud, perfume, altivo brota;
y Teiitaqiento la alU rama ipclina
desfallecida y rota ,
y lentameote al Caerte troqco mina
secreta destraocion, y amarillea
la pompa del follaje, y no lo orea
benigna al Mf%, f d dañino abrojo
lo cubre, y sin él lustre fresco y verde,
los leves jugos déla vida pierde: t
Casi todas las espresiones son gráficas: lozano^ robusto^ brotar i^ar, 4aAtiia akríiji^
tetejuso pintan á la umtasia el objeto. Solo nos hfL desagradado |fi palákra <f^i|n^^^^gl^
que -en este Ipgar na^^Si ^tscfibe* Quisiéramos que en su lugar se sifsti^yese alguwi 4i
las voces pon que se desiffnan 1^ ef|(ertíieda4es da las plantas*
Otra cooijiaracion sobre el míspo objeto.
t Como en el limbo oloroso
de tierna flor «1 gusano
labra el nido silencioso,
y el jugo puro y liviano
consume voraz y ansioso;
hasta que el color lozano
se borra, y el tallo erguido
queda flojo y abatido: »
El siguiente diálogo entre una bienhechora que no ex\je en premio de su lavor k
revelación de un secreto, y el favorecido, que le ofrece revelarlo después, es vivo, ani-
mado y pinta bien, aunque en estilo festivo, la situación de los interiocutorea.
< Nomiede^ dice, retebur quien soy.
Y ella responde: yo iwiojpregHnío,
177]
Maíkma^ é\ sigue, lo tabrás, no /toy.
— No fijo mi ateneUmen eUe anaUo»
— Dame un v(uo de agua» — Por él voy»
— Quiero una cama. — La tendrde al punto.
— ^.4 Dioi^ y toma e$e boUon de cuero»
— Quédaieá Dím y fuarda tu dinero»»
lié aquí UQ ejemplo de la macera coo (|ae «1 ^eU se introduce en la escena^ y
ierta á pintar su carácter amante de la virtud.
c Podría ser lacónico, y acaso,
lo desea el lector; pero confieso
^ue voy en. esta historia paso á paso,
^ aunque rara vez caigo en este exceso.
Nunca las Mías flores 4Íel Parnaso
«xhalan tanto aroma ytmbdeeo
como cuaado se ciñen á una írent/c^
en excelsas virtudes «eftil jen te.
De pocos aáos á -esia parte lie visto
tanta perversidad, qiie cuando encuentro
inocencia, virtud, bondad, existo
por algunos instantes «n mi centro.
Al placer que ahora goao no resisto:
«u deliciosa inspiración adentro
del alma se insinúa y la recrea^
como el auca Lenigna que me orea.*
Aai desaribe una joven desgraciada:
«Huéilafia, ñn amigos, sin apoyo^
solaba el universo. Cual arroyo ,
que lejano del prado y seoaentera,
lleva ioátU s« lin& plaoeniera
|K>r sokdadesásperas y ¡umbrías,^
tales oe ^ierdea -sus tyennosos diae
'On silencioso olvido y abaodono.»
Uñ héroe castellano llama así á la batalla á un moro que le ha ofendido.
•Muerte traigo^ v mi furia
ee eatinguird en la muerte.
Sangre pide. nu injuria:
Derrámela d mae fuerte.
«o/, forzador injueto,
so/, cobarde maUikkf
ei no lo impide d tueto
gue aeompaáa al dMto.9
iüIllfaJLO IL
•
iK «ilas composicioBes heoMs notado oíevta ialeiicíon á zaherir ¿ios reyes, á loe sa-
"dotes y á los nobles. No -ova ese ñor cierto el esfíirítu de la edad inedia, i que se refie-
1 las l^iendas; y ni aunlo^s de lasaotoales sociedades, escarmentadas por los tristes
€is» de la revolución de Fraacia y conveocidaa de |a necesidad de las instituciones
anárquicas paralas naciones de extenso territorio, y de las relijiosas para todas.
[78]
Esta disposición al sarcasmo no es {j^eneral; pues en las leyendas de D. Pedro ffiüo,
de D. Lope y en alguna otra, están perfcctamenle descritas la valentía, la nobleza de sen-
timientos y la generosidad que caracterizaron á los caballeros y Ricos-hombres deCas-
tilla. Estas son verdaderas leyendas de la edad media, y en ellas se conoce el espíritu de
la época I
Pero en la de las dos cenas son inútiles, y aun contradictorias, todas las observa-
ciones filosóficas sobre el gran poder de la noÉIeza castellana, porque nunca lo tuvo, ai
el réjimen feudal se arraigó en Castilla como en otros paises. El becho es una fábula in-
troducida en nuestra historia; pero aunque fuese cierto, probaría el gran poder dennei-
tros monarcas sobre los grandes. Ningún rey de Francia ó de Inglaterra, y mucho méfloi
un emperador de iVlemania, se hubiera atrevido á fines del siglo XIV á obligar á sus ha*
roñes, amenazándolos con el verdugo, á que le entregasen sus tierras y sus dominios.
Alonso el Batallador, rey de Aragón, el onceno del mismo nombre de Gaarilla, Fer-
nando y y Felipe II se tratan en estas leyendas mas mal de lo que merecieron; y aoi
tal vez se censura su deseo de reconquistar la península y de crear la poderosa nadoa
española, á la cual se ha debido la conservación del catolicismo en Europa y la cítíIí»-
cion del Nuevo mundo. Tal vez parece que se contrapone la rusticidad íeroi de los cai^
tellanos y aragoneses, que reconquistaban el suelo de su patria con las artes, la indoi-
tria y la civilización de los musulmanes. Es menester detenernos un poco en elexáOM
de esta diferencia.
Nadie puede dudar, considerando las dos relijiones que peleaban, la del prot^ de
Arabia y la de Jesucristo, cuál es la mas favorable á la civilización de los pueblos; por-
que es claro que la favorecen muy poco el dogma del fatalismo y el principio de la mo-
narquía despótica, y al contrario le son muy convenientes las máximas de la caridad y
de la discusión. Estos elementos, trasladados á las masas, han de producir infaliblenwale
sus efectos mas tarde ó mas temprano. Compárense sino, la Europa cristiana actual oon
el África y el Oriente musulmanes. .
Pero las potencias del mundo moral, así como las del fisico, se modifican segua la
naturaleza y posición de las masas sobre que obran. Las rápidas conquistas de los ala-
bes, y la opulencia que era consiguiente, debilitaron el principio de acción de sos creen-
cias, que los dirijia esclusivamente á la pelea y á la subyugación de las naciones, y w
dedicaron en virtud de esta dejeneracion de su espíritu relijioso, á las artes y á las
ciencias; cuando los cristianos de España, obligados á reconquistar palmo á palmo sa
territorio, y á defender y conservar lo adquirido, apenas podian tener otra profesión OM
la de las armas. Así se esplica, porque en tiempo dé Alonso el Batallador y de Alonso vil
de Castilla eran mas civilizados los moros que los cristianos. Pero cuando las victorias
de este último rey y de su nieto Alonso VIH el de las Navas hubieron dado al poeUo
castellano mas quietud y seguridad, el principio de la intelijencia se desenvolvió tan
rápidamente entre nosotros, que seria una necedad decir que en tiempo de Akaao
el X se sabia mas en Granada ó Marruecos, que en Sevilla ó Toledo.
Esto en cuanto á la civilización material; pues en cuanto ala moral y política baita
leer la histoina de los árabes de España y escrita por Conde, para conocer que las revoli-
cienes de los muzlimes en nuestra península fueron mas frecuentes, mas atroces»
fecundasen horrendos crímenes que las de los castellanos y aragoneses, aunque por
tónces mas bárbaros; y esto debia ser así. £1 cristianismo produce naturalmente la
narquía templada: el mahometismo la despótica; y las revoluciones son mas viólenlas
en esta que en aquella.
En cuanto á Alonso el XI, no seremos nosotros los que hagamos la apolojiaf ai
aun la disculpa de su desenfrenada liviandad, que produjo á Castilla todos los maba
de que tan justamente se queja el Sr. de Mora; y aun pudiera añadirse á la acQsadon de
su adulterio la nota de crueldad con respecto á muchos de los Ricos hombres y digna-
tarios de la corona; pero ¿qué juicio exacto formaríamos de los hombres, si solo Ilbs
considerásemos bajo un aspecto? Dígase en hora buena que Alonso XI fué esposo infidí
y que su justicia, casi siempre ejercida arbitrariamente, rayaba en la crueldad; mas no
se calle que fué hábil capitán é infatigable guerrero: que su espada libertó á E^allade
una de las mas terribles invasiones de los moros de Arrica, al mismo tiempo que la ma-
rina , creada por él , aniquiló la de los enemigos : que sostuvo con mano firme las
[79]
'iendas del estado, y restituyó á Castilla la traoquilidad, ^rdida por la turbulencia de
los graodes desde el reinado de Sancho el IV, que favoreció sus pretensiones para que
le auiLiliasen contra su padre Alonso X: en fin, que reunia grandes dotes políticas y
^alor personal á los vicios y defectos ya mencionados. £1 hecho es, que dejó á Castilla
[uas poderosa y mejor administrada que lo habia sido antes de él. No justifica ni escusa
lo malo quien refiere con verdad lo que tuvo de bueno.
En cuanto á su hijo D. Pedro el Cruel la cuestión es muy diferente. Cuando se
Qja la atención en el carácter, altamente dramático de este principe, en su corazón ca-
paz de amor y de amistad, en la vehemencia é impetuosidad de sus deseos, en su intre-
pidez heroica y en la firmeza de su voluntad, la imajinacion, subyugada por tan grandes
cualidades, desea poder desmentir solemnemente á los historiadores que tanto le han
maltratado; mucho mas cuando los de su tiempo , escribiendo bajo la influencia del
Gratricida que le succcdió, era preciso que se mostrasen enemigos suyos. Pero esta ilu-
sión cesa apenas se desciende de las altas rejioncs de la fantasía al terreno verdadero
de la historia. Esta puede haber exajerado: mas no es posible desconocer que las pasio-
nes desenfrenadas de D. Pedro le acarrearon todos los enemigos que tuvo, y de cuyo
odio justo pereció víctima: que fué un monstruo de lascivia, de crueldad y de perfidia;
y en fin, que cometió toda especie de maldades sin estar compensadas por ninguna ac-
ción virtuosa, por ninguna providencia útil á los pueblos, ni aun por algunos de aque-
llos golpes de estado, que siendo esencialmente inmorales, pueden sin embargo atribuirse
á pasiones generosas, como la ambición, el amor de la gloria ó del interés del estado.
La parte mas brillante de su crónica, aue es la guerra contra Aragón, en la cual peleó
con valor y habilidad, produjo á Castilla calamidades incalculables. La emprendió solo
Eor espíritu de venganza, y la dejó por temor de que sus soldados le abandonasen. Don
edro fué el oprobio de la dinasUa de Borgoña, la mas fecunda en grandes monarcas de
cuantas ha tenido España. Nosotros creeiiius que los elojios que algunos escritores le
han tributado, entre ellos nuestros poetas dramáticos, no han procedido de espíritu de
servilismo, sino de que realmente aquel rey es un personaje verdaderamente teatral y
terrible. Ba&isk para convencerse de ello el contraste, á la verdad muy notable, entre las
excelsas dotes que habia recibido de la naturaleza , y el uso funesto que hizo de ellas.
Fernando el Católico fué un grande rey, y á él debió nuestra monarquía su grandeza
Y elevación. Tuvo también defectos, y no es el único que se le puede echar en cara su
perpetua suspicacia, la cual con respecto al gran Gonzalo de Córdoba no era sin embargo
mas que un pretesto para encubrirla envidia que su gloria le causaba. Esta envidia era
insensata en el que habia dado tantas pruebas de valor y de pericia militar en los diez
iños que duró la guerra de Granada.
Nada diremos de Felipe ü. Los historiadores franceses y protestantes han dado en
lecir que fué muy malo, y parece que aunque no sea mas que por moda es menester
:reerlos, aunque sean falsas ó no estén probadas las maldades que se le atribuyen. Es
íerdad que aumentó en gran manera el poderío de la Inquisición, la cual opuso un muro
le bronce á los progresos de la intelijencia. Pero este efecto no fué previsto por él, que
:onoc¡a y amaba las ciencias y las letras, ni por sus consejeros. El fin inmediato que se
iropusieron, cuando ensalzaron el poder inquisitorial, fué cerrar la península á las
luevas doctrinas relijiosas y políticas, y á las guerras civiles que á causa de ellas produ-
cía la intolerancia del siglo, y que abrasaron el resto de la Europa.
En cuanto á los sacerdotes» están llenas las historias castellanas y aragonesas de los
excelentes efectos sociales y políticos que produjo su influencia en la edad media. La
nstitucion de las órdenes militares, sobre todo la de la orden de la Merced, podrían dar
irgumento á leyendas muy interesantes.
Nosotros observamos que cuando el célebre novelista Walter Scot deseiibe costnin*
ires de aquellos siglos, se guarda muy bien de juzgarlas por las ideas de la actnal civi-
ízacion, y mucho menos por los sistemas filosóficos ó políticos de nuestros dias. Esta
onducta es, en nuestro entender, muy laudable, y merece ser imitada por los qué <
ríben novelas históricas, ya en prosa, ya en verso.
[80]
ARTÍCULO in.
Hemos espuesto algunas observaciones históricas, que nos ha sujeridola lectaiaáe
estas composiciones. Pero aun cuando nuestras ideas no coincidan con las dd autor es
esta parte, no por eso se altera nuestra opinión acerca del mérito literario del libro. Ya
es sanido que la obligación del poeta es agradar con sus descripciones, j que sus náxt
mas políticas ó sus ideas sobre los sucesos de la historia ni quitan ni añaden mérito
poético. Los cuadros hechos para halagar la fSs^ntasla no son argumentos para conven-
cer la razón. Pasemos á las ideas literarias del autor, que merecen examen particnlar.
En un prólogo muy bien escrito, que antecede á las leyendas, esplica por mié bi
escrito en versos rimados; habla del orfjen del asonante, propiedad escliiaiva de apiw-
sfa castellana, y prueba oue nació de haberse contentado los oidos del vulgo coa m
consonancia imperfecta. Dice, y á nuestro entender con mucha razón, que la difiad*
tad misma de la rima obliga al genio á buscar nuevos recursos en el idioma parae^tre-
sar sus conceptos, y que en este trabajo halla entre todos los mo^os de decir ana C08a,el
mas conveniente y el mas poético.
Pero nunca convendremos con él en que el romance asonantado de ocho aüabas let
una especie de versificación sendlla y trivial, acusación que estiende en una de las le-
yendas á los versos libres. A la verdad nada hay mas fácu que .hacer versos de edw ri*
labas asonantados, ó endecasílabos libres; pero nada hay mas dificil que hacorlot ba^
nos y dignos de ser leidos. La misma abundancia de frases y voces que esta e^ecie ét
versificación proporciona, añade trabajo al genio; porque en loa versos acooaonaaH-
dos tiene que buscar la espresion: en estos tiene que elejir entre lasque le ocnrrea. T^
dos los que se hallan ejercitados en el endecasílabo suelto ó en el romance conSasarin
que tenemos razón* Los hombres de gusto en poesía no toleran ni en uno ni en otro d
menor defecto de armonía ó de propiedad. Se le exije al poeta mucho en proporcioo de
la mucha libertad que se ha tomado. Por las mismas razones aue espone también dft.
Moreno se perdona nada que huela á trivialidad, ripio ó mal sonido.
El romance, pues, composición llena de gracia, facilidad y gallardía; el endecasílabo
libre, grave y austero por [su misma esencia, se han hecho muy difieiles, ai ae hade
halagar con ellos á los oidos ejercitados. No despreciemos ninguna de las riquezas da
nuestro Parnaso: no cerremos á los poetas ninguno de los senderos que Gondaoen ák
inmortalidad.
Estrañamos que al esplicar en el prólogo las razones que ha tenido para no esoi*
bir en romance octosílabo sus leyendas, haya insistido sobre la facilidad ae este métNk
(que en realidad no es cierta) y haya omitido otras dos que son perentorias. La primen
se funda en el tamaño mismo del verso, poco variado en sus cortes; pues no adanlo
mas que un hemistiquio, y por le tanto poco á propósito para espresar movimientos y
pasiones de diversa clase. La segunda es tomada de la ostensión mbma de las Iqen-
das; porque la repetición del asonante, aunque no tan fastidiosa como la del consoan*
te, cansaría en una composición larga. Pudiéramos añadir á estas dos razones otra ñas
fuerte que todas, y es; que no se exije del poeta que escriba eneste ó aquel métrOyiiio
que escriba bien.
Somos déla misma opinión en cuanto á la célebre disputa de clásicos y romántieos.
Los que desprecien á Racine y áComeille, y los que desprecien á Shakespeare y áCaM»*
ron, son igualmente necios; porque sus Juicios están igualmente dictados por el espirita
de partido. El genio no reconoce mas escuela que la inspiración, ni haymas qae dosfé-
neros en literatura, elbuenojelnuUo* Las artes tienen reglase la verdad; pero estas n«
glas sirven al genio de freno, no de espuela. Los preceptos sirven para comfir, no
para crear*
En una digresión de la leyenda intitulada Don Opas, hay una especie de censura de
los poetas españoles que han escrito á fines del siglo pasado y en lo que va de este. Co*
mo esta censura pertenece mas bien al dominio de la crítica literaria que al de la
poesia, merece un examen particular.
Se censuran los arcaúmo^, usados por todos los poetas de todas las naciones (indoso
el Sr. Mora, que hace uso de empero, siquier, felice, y otros que forma á semejanza de
[81]
este último). LasYocesanticiiadaf dan gravedad y novedad á la firasapoética, y ademas
cierlo sabor de antigüedad, que recuerda tiempos poéticos para nosotros. AÍax, mti fue*
ron usados por los buenos poetas castellanos del siglo XVL ¿Por qué no lo han de ser
por los del siglo XIX?
Se censura la manera de escribir de estos, para lo cual forma la siguiente octava,
compuesta de sus verses, que nosotros escribiremos de bastardilla.
tTrcnó la ahaéa twHihrt de Pirene.
Tronar el verbo activo y muy en cumbre.
El galo tembló un nombre; porque tiene
de temblar nombres pésima costumbre.
ChiUanie rueda arruüa al juez, — Perene
Cruje el Atiaeeuwulapeeadumbre.
Fragoroeo rumor gira tremendo
¿Entiendes, Fabio« lo que voy didoido?»
En la nota á esta octava (que es la 18) Uanuí disparatadas á estas locuciones, y añade que
pertenecen á los maf acreditados restauradores de la poesía castdlana. uno y otro es falso.
Si á Viijilio fué licito decir InUmuere poli (tronaron los polos) y intonuit Icerum (la
pnrte iiquierda tronó), ¿por <|^ué se ha de prohibir á un poeta castellano (cuya lengua
es Uja y muy castiza de la latina) que adopte esta locución, y que diga tronó la eunUnt?
Tronar no es aquí activo.
CkükmteruedaarruHaaljuez, Es imposible que Fabio, ni otros mas hábiles que Pa-
blo entiendan esto, si no se lee el pasaje que es el siguiente;
c Soñando el juez, por la chillante rueda
de una elocuencia bárbara arrullado,
duerme en el tribunaL»
Estos versos son traducción de un pasaje de DeliUe, en el cual hay tres rasgos satíri-
cos: el primero, contra el sueño de los jueces en el tribunal, tan fuerte que no los des-
pierta el chillido de una rueda: el segundo, contra el tono de falsete de que parece que
usaban los abogados en Francia, y que no desterró enteramente la comcÑdia de Racine,
intitulada Los pleiteantes; y el tercero, contra las'espresiones bárbaras del foro. Parece,
pues, ^ne la censura no podrá ya recaer sino sobre el verbal chillante. Pero el Sr. Mora
usa , SI no este^ otros de su misma especie, como llameante; y aunque no los usase, no
por eso perderían los poetas el derecho de formarlos, empleado con la sobriedad que
aconseja Horacio.
No tenemos presente las composiciones en que se hallan las dos frases: el galo tem-
bló un nombre^ cruje el Atlas su vasta pesadumbre; porque si están truncadas como la ante-
rior, no es fácil juzgarlas. En cuanto al verso ^tijforoto rumor gira tremendo, no puede
censurarlo quien ha hecho este otro
« Fulgores resplandecientes» ,
qne está en la pajina 52 de las Leyendas. En efecto el epíteto resplandeciente nada añade
á la idea del sustantivo. Fragoroso allade á la de rumor la de ser fuerte el sonido y como
de cosas que se rompen ó caen unas sobre otras.
Es de observar que á ninguno de los pasajes censurados le puede convenir el céle-
bre verso de Lope de Vega contra los cultos; porque en todos ellos está claro él pensa-
miento, aun cuando quisiéramos conceder que las locuciones son viciosas.
El verdadero restaurador de la poesía castellana en el siglo XVIII fué Melendez
Yaldes; y los demás á quienes parece que alude el Sr. llora, si se han aprovechado del
sendero que les abrió el inmortal Batilo, ni se han tenido á sf mismos, ni ban sido te-
nidos por sus compatriotas, como restauradores de nuestro Parnaso.
Censura también el uso de los consonantes en ido ida y y otros fiiciles. Pero él mís-
11
[82]
mo los emplea; y ademas cuando los versos son buenos» ¿quién repara en los finales eo-
mo no ofendan el oído con su demasiada repetición?
En fin, lleva su mal humor hasta el exceso de reprender que se llamen éfi^rmim
á las seguidillas. Pues ¿cómo se han de llamar epopeya»? ¿Qué mas derecho tienen h
cuarteta, la quintilla, los pareados, ni aun la décima, que aquella combinación? Ea ella
solo cabe un pensamiento, y si se espresa con facilidad (que alli es muy difieuUo§a)éÍM'
jcnio, forma lo que siempre se ha llamado un epigrama. No despreciemos los metros
porque los maneja el vulgo. También los copleros hacen décimas y cuartetas, y no-
sotros los hemos visto elevarse á la dignidad de la octava.
•
POESÍAS DE D. JOSÉ DE ESPRONCEDA.
MaOria. MSSO.
M
UCHO tiempo hace que no se presentan al público en las colecciones de _
ideas mas osadas, elocución mas esmerada, armonía mas robusta, ni intenciones
poéticas. A pesar de las muchas razones que personalmente nos asisten para no itt
elojios á estas poesías, cuyo autor y cuyo editor han querido que las miremos es
cierto modo como nuestras, ha sido preciso ceder á la impresión que nos cansa sah^
tura; impresión que no dudamos será la misma en todos los lectores instruidos» aunes
aquellos que no juzguen dignos del pincel poético algunos de los argumentos.
Al dar cuenta, pues, do esta publicación, extraordinaria bajo tcáos aspectos, deb^
mos limitarnos á justificar con citas la sensación que nos ha causado ver sometidos loe
pensamientos, por mas atrevidos que sean, al yugo de la lengua y de la versificadofl
castellana, cosa sumamente rara en el dia.
La primer obra es la colección de fragmentos del poema épico el PeUxfOt que das-
tor se propone concluir y dar á luz. Estos fragmentos desmienten de la manera ma
solemne á los que creen, ó afectan creer que la epopeya es un género incapai de int^
resar la sociedad actual. Háganse versos como los siguientes para demostrar la oMen
de] cielo contra Rodrigo:
c Envuelto en noche tenebrosa el mundo,
las densas nubes ajitando, ondean
con sus alas los genios del profundo
que con cárdeno surco centellean:
y al ronco trueno, al eco tremebundo
de los opuestos vientos que pelean,
se oye la voz de la celeste saña:
\Ay Rodrigo infeliz! \ay triste España!*
O como los de esta magnifica comparación :
cTal otro tiempo en la soberbia cena,
donde mofaba de Jehová el impío,
ya la medida al sufrimiento llena,
rebosó de ira caudaloso rio;
y el rey asirío con amarga pena
vio en el muro de mármol con sombrío
fuego animarse escrito sobrehumano,
trazado allí por invisible mano.»
O en fin (por no repetir citas de igual mérito, en que abundan estos fragmentos) como
m
líente ocUra en que no se sabe eoal e§ mayor, la dificultad de etpresar poética-
! el pensamiento, ó la riqneía 7 exactitnd de dicción con que está descrito.
«Alli cercado del amable coro,
que el de las Houris célicas no iguala,
quemada en pipa de ám|iar y de oro
planta aromosa el gusto le regala:
y mientra en hombro de su amada el moro
la sien reclina, de so labio exhala
humo suave, que en fragante nube
con leves ondas á perderse sube*»
0 se hacen, repetimos, versos como estos, no se debe desesperar de imprimir
B á una acción grande, y que se presta admirablemente á todos los adornos de la
1 y de la epopeya.
píen dos composiciones amatorias, de las cuales la primera nos parece muy su-
* á la segunda, que es de carácler satírico, y que por tanto requiere un genio de
ole clase que el del señor Espironceda. El romance á la noche, por el contrario.
I de los mas bellos que hay en nuestra lengua. Enerjia y fluidez en la versifica-
f el sabor melancólico de la frase y basta del asonante, le coloca en nuestro en-
*, entre las obras perfectas.
^en algunas canciones, cuyos titules son: el Peteador, la Cautiva, d Pirata, que
toda la libertad y enerjia que anuncia su titulo, el Cosaco^ el Mendigo^ singular
giro y los pensamientos, aunque bastante incorrecta. En estas composiciones
gunas sobre los asuntos de las de Osian y en el mismo estilo, y un himno al Sol,
le fuego y de poesía. Solo citaremos la última estarna, en que el vate inspirado
é la ruina del monarca del día.
c ¿Quién sabe si tal vez pebre destello
eres tú de otro sol que otro universo
mayor que el nuestro un dia
con doble resplandor esclareciat
(joza tu juventud y tu hermosura,
¡oh sol! que cuando el pavoroso dia
llegue que el orbe estalle, y se desprenda
de la potente mano
del Padre soberano,
y allá á la eternidad también descienda
deshecho en mil pedazos, destrozado
y en piélagos de fuego
envuelto para siempre y sepultado
de cien tormentas al horrible estruendo,
en tinieblas sin fin tu llama pura
entonces morirá: noche sombría
cubrirá eterna la celeste cumbk'e;
ni aun quedará reliquia de tu lumbre.»
I composiciones intituladas el R» de mverte y d Verdugo nos parecen muy débiles
locución, y en los pensamientos. Las ideas patibularias no pueden ser ennoble-
ino por un sentimiento moral, grande y dominante, y aquí no lo hay. Todo el
» del autor no persuadirá á nadie que es ni igual el hombre cuyo oficio es matar
aero. El sentimiento de horror que inspira, es general y fundado; ¿por qué no
in con este sentimiento los soldados que fusilan á su camarada delincuente? por-
hacen por obligación forzosa, y no por profesión elejida voluntariamente. La
que es el idioma del sentimiento, se prestó siempre de mala gana á los pensa^
« que lo desvirtúan.
*o de nuevo se ciñe el genio sus alas y vuela atrevido* y triunfiaunte cuando se res-
[84]
lituye á sa verdadero país, cuando se siente animado por el valor y d palriotismo. Las
composiciones de esta clase que comprende la presMite colección pueden ponerse ti
lado de las mejores que hay en castellano. No ceden en mérito las que el autor ha con-
sagrado á lamentar la pérdida de las ilusiones juveniles» señaladamente la de la orji§j
en que está muy bien retratada la degradación moral del hombre que ha trocado h
nobleza del sentimiento por la inmundicia de^la crápula y del sensualismo.
Concluye el libro con un cuento en que hay dos retratos inimitables: d de
y el de Montemar* Hé aqui el del hombre desalmado:
c Segunde den Juan Tenorio,
alma ftera é insolentCt
irrelijioso y valiente,
altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos»
en los labios la ironía^
nada teme y todo fia
de su espada y su valor,
Girazon gastado, mofa
de la mujer que corteja
y hoy despreciándola deja,
la que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca,
ni recuerdaen lo pasado 't. :
la miyer que ha abandonado
ni el dinero que perdió.
Ni vio el Eantasma entre sueño»
'del que mató en desafio,
ni turbó jamas su brío
recelosa previsión..
Siempre en lances y en ameres,
siempre en báouicas or|ias,
mezcla en piaras implas
un chiste á una maldición.
Sigúese el de su antagonista y victima.
c Bella y mas pura <(ue el azul del cielo,
con dulces ojos lánguidos y hermosos
donde acaso el amor brUló entre el velo
del pudor, que los cubre candorosos;
tímida estrella, que refleja al suelo
rayos de luz briluuites y dudosos^ ^
ánjel puro de amor que amor inspira»
fué la inocente y desdichada Elvira.
Elvira, amor del estudiante un dia,
tierna y feliz y de su amante u&na,
cuando al placer su corazón se abría
como al rayo del sol rosa temprana.
Del finjido amador que la mentia
la miel falaz que de sus labios mana
bebe en su ardiente sed, el pecho ajeno
de que oculto en la miel hierve el veneno.
Que al alma virjen»que halagó un encanta
con nacarado sueño en su pureza,
lodo lo juzga verdadero y santo,
presta á todo virtud, presta belleza.
[86]
Del cielo aiul al lachoaado maofo,
del sol ardieale á la iomortal riqueza,
al aire» al campo, á las fragantes flores,
ella añade espteodor, vida y colores, etc. »
ío hemos visto, despaes de la Eva del Ifilton, una descripción mas bien hecha del
er amor en un corazón inocente.
lemos copiado muchos versos de este lihro; mas si hubiésemos de copiar todos los
bav tan buenos como los ya citados, ó quizas mejores, dejaríamos muy pocos para
lele lea.
POESÍAS DE DON JOSÉ ZORRILLA,
TOMOS í.» T 5.»— MADRID 1839.
imposible leer este poeta sin sentirse arrebatado á un mismo tiempo de
y de dolor. Pensamientos nobles, atrevidos; sentimientos sublimes ó tiernos; ver-
icion armoniosa igualmente que fácil escitan naturalmente la admiración; pero es^*
I puede llegar nunca hasta el entusiasmo , porque cuando en alas de la idea
re volar nuestra fantasía hasta el Empíreo, una espresion incorrecta, una voz im-
ia , un sonido duro , ó bien un galicismo ó un neolojismo insufrible nos advierte
estamos pegados al Eango de la tierra, como ahora se dice. En calidad de espafto^
os causa sumo sentimiento ver deslustrado el esi^endor de uno de los mas emi-
es genios de nuestra época , por no auerer someterse á una de las condiciones ne-
rias del poeta que es la buena elocución. Nos parece un Apeles ó un Ticiano des-
ando el colorido ó las leyes del claro oscuro.
Cuál puede ser el orí jen de esta neglijencia? Es imposible que eñ la actual anar-
de las ideas literarias no haya alguna que (asonando la mente del autor, le obli»
á seguir un sistema tan funesto, como seria el de pintar con una caña rajada en
r de pincel. ¿Ha querido imitar lá manera de Lope, manchar la tabla aprisa^ y de-
il }ado de rasgos sublimes ó admirables por su ternura borrones indignos del ge-
¿O bien ha creído que las sombras incorrectas darian mayor realce á las figuras
acabadas? ¿Ha pensado quizá que el cuidado de la gramática y d estudio de la
ua eran trabas de que el poeta debe desembarazarse: ó bien que de^gurar el
na puede ser un medio de enriquecerlo?
ifo podemos atribuir este defecto á la escuela del romanticismo actual, tanto por»
sus caudillos en Francia no se han libertado nunca del yugo de la gramática, mas
da mil veces en la lengua francesa que en la castellana, como porque existen en-
losotros muchos poetas pertenecientes á la misma escuela, y ^ue no obstante la
tad oue se toman en sus raptoa de imajinacion, no se atreven sm embargo á tras-
r los límites que el lengui^ poético ya formado, ha impuesto á las licencias del
o. Pues á ignorancia no puede achacarse; porque muchos pasajes prueban que el
Sorrilla conoce como el que mas los recursos del estilo y del lenguaje de nuestra
ia. No queda, pues, otro arbitrio que el de atribuir las frecuentes incorrecciones
afean sus mejores versos á alguno de los falsos sistemas que arriba indicamos ó
ra idea , que no conocemos, tan falsa como ellas.
Ib cualquier parte donde se abra se encuentran vest^ioa de incorrección y de ta»
>. En la composición de las ho^ ieca$ se eneuentran estos versos hermosísimos.
Mas oye. Es el otoño: rebramando
el ábrego los árbdes saende:
de roncos cuervoi el siaiestro bando
á loa peAasGos cóncavos omie.
[86J
Brilla rin foena el sol eo occideate;
7 allá en la ialda de eijpinoto riico
f uia el pastor con paso indiferente
las humildes ovejas al aprisco.
Seco el follaje de la selva ombría
de sus verdes doseles se despoja;
y al empuje de ráfaga brama
el bosque se desnuda boja por hoja.»
Acudir no es la voz propia^ sino guartcerse, que bubiera sido fácil al autor sostitiir
diciendo antes que el ábrego los troncos estremece* Risco espinoso^ esto es, lleno de pantai
numerosas y agudas como espinas. La traslación es oscura y algo forzada. El foUajens
se despoja de los doseles: al contrario, los verdes doseles pierden su follaje. Bravio no es bms
ni fuerte^ sino silvestre^ montaraz^ sin cultivo: las ráfagas del viento no son braoias^mao
violentcu, .
Ni se crea que siempre bay que notar estas incorrecciones. Tal vez se observa ti
lado de una admirable facilidad un lenguaje dotado de precisión y de pureza* Tal ei
el del romance en que describe la pelea de los dos rivales en la composición íntitali-
da Recuerdos de Valladolid (tom. IV .) Al contrario, el trozo que sigue á este romance ei
un modelo de oscuridad, de incorrección y de neolojismo.
Unas veces comete transposiciones violentas tomadas del latín ó del italiano dh
mo esta.
c Murmura alia abajo el río
la orílla al acaríciar.»
Otras admite galicismos» como desposar d una dama en vez de desposarse con. OCias M
de espresiones las mas familiares en medio de un trozo poético, como
cSe tiene, calla, suspira,
viene y va, y conetante asi, »
Otras usa de construcciones enteramente desconocidas á nuestros verbos, como
€ Déjese sin fuerza, bidalgo,
y bácia la cárcel se apronte.»
Vén fin, seriamos fastidiosos si bubiésemos de notar todos los ejemplos de
elocución castellana.
En estos dos tomos hay dos comedias, escritas conla intención de imitar las de
y espada de nuestro teatro del siglo XVIL Sus argumentos son excelentes. En la del to-
mo IV, cuyo título es Mas vale llegar d tiempo que rondar un aáOy un duque y wa h^s
primojéníto son rivales en la pretensión de una joven, sin saber el uno del anor dsl
otro, £1 hijo hiere al padre sin conocerlo á las puertas de la dama, y se ausenta á Za-
ragoza. Vuelve en el momento que su padre iba á casarse, con el objeto del amordeea^
trambos; pero apenas sabe que su hijo es su ríval, no solo le cede la que haUa di^di
E ara esposa, sino sepulta en el mas profundo silencio la noticia de haber sido elqas
iríó. La combinación de la del tomo V, cuyo título es Ganar perdkndo^ oonsisla et
los socorros que un amante da escondidamente á su dama, que á pesar de ser rica, st
ve arruinada por las locuras de un hermano disoluto, crapuloso, jugador y pendencie*
ro. Apesar de ser entrambos pensamientos muy propios para la escena, estos dramis
presentan poco interés, porque á escepcion de algunos rasgos felices, están mal condu-
cidos y peor dialogados. Los defectos de elocución forzada, de escenas episódicaa, da
confusión en los incidentes, y de desproporción entre los medios y los fines, son barto
notables en una y otra.
Concluiremos, pues, esta censura, oue desearíamos convertir en elojio, con un con-
sejo dirijido á todos los que cultivan el hermoso arte de la poesía. Sin la msjia de li
elocución y de la armonía se deslucen y degradan los pensamientos mas poéticos; por-
[871
qae el lenguaje es el instromento de las bellas letras, como el colorido lo es de la pin-'
tora. Las ideas son el alma de la poesía; pero el estilo es so cuerpo^ y sin formas cor-
póreas no es posible grabarse los pensamientos en la fantasía. Grandes injenios, de los
eoales nuestra nadon espera su gloria literaria en la época presente, enriqueced en-
horabuena el idioma, pero respetadlo: entregaos al Tuelo de la fantasía, pero no des-
caideis la elocución: escribid con toda la osadía de la inspiración, pero correjid con
toda la seyeridad de la lójica.
LA VIDA ES SUEÑO , DE CALDERÓN ;
Y LA VIE EST UN SONGE, DE BOYSSY.
JLa vida es sueño, que es indisputablemente la mejor de las comedias ideales de
Calderón, no tuvo sin embargo el bonorde la traducción ni de la imitación en los pri-
meree tiempos del teatro clásico francés. Tomas Corneille, que tradujo £( Alcaide de H
miimo^ El Aiirálogo finjido y Los empeña de un acaeo de nuestro poeta. El contidado de
Piedra de Tirso de Molina ^j Logue puede la aprensión de Moreto., no se atrevió sin em-
bargo á arrostrar la grande idea del carácter de Segismundo: y este príncipe misterioso ,
eo el cual está simbolizada la vida humana, no apareció en la escena de Paris, hasta
que en i 732 la presentó Boissy con grande aplauso del publico.
Boissy babia comenzado su carrera escribiendo versos satiricós contra los hombres
mas sabios de su tiempo ; pero el peligro y la infamia de esta profesión le obligó á cor-
rejirse , y á dedicarse al teatro. En él ocupó un lugar distinguido después de los gran-
des maestros , por su comedia Las esterioridades engañosas j una de las mejores que tienen
los franceses en el género urbano* Escribió otras de mérito inferior, pero llenas de sal
y de facilidad. Otras en fin, en que introdujo personajes alegóricos, prueban que babia
leído mucho á Calderón; pero nada lo demuestra como su comedia La vie est «ti songe^
en la cual los principales personajes tienen hasta los nombres de la comedia española.
La francesa llamó la atención de los literatos y aun de los filósofos, y Rousseau dijo
re d héroe de esta pieza era H verdadero misántropo. Este juicio prueba que el ciudadano
Ginebra no comprendió el objeto moral de aquel carácter* £1 autor de la noticia bio-
gráfica de Boissy puesta al frente de la última edición de sus obras escojidas en la biblio-
teca de los clásicos franceses, dice que da idea déla comedia e^ extraordinaria y que su
ejecución no carece de noblezanideeneijfa.i Perocalla quien fuésu primer propietario;
segaa todas las apariencias, porque no lo sabia. Boissv pudo callarlo, porque ya en su
tiempo casi nadie estudiaba en Páris el idioma espallol , ni menos leia nuestras come-
dias, desde queBoileau llamó grosero á nuestro teatro. Asi juzga la mayor parte de los
^hombres, por una frase. Pero semejantes hurtos no nos admiran, cuando somos testigos
de los que ahora se hacen en España, de autores franceses bien conocidos en toda la re-
pública literaria. Y sin embargo los traductores se llaman onjinales: también es verdad
que no dejan de ser onjinales estas traducciones; pues dejan el testo tan en francés como
so estaba.
No nos acordamos si es en Bocado ó en las Milyunanochedonde hemos leido el cuento
de un principe que por entretenimiento hizo que embriagasen á un mendigo , que cuando
despertase se le hiciese creer que era monarca durante un dia; y que vuelto á embriagar
se le restituyese á su primer miseria. En esta conseja trivial descubrió el genio de GbiI-
deron bastante campo para representar las dos situaciones mas importantes de la vida
humana: á saber, la ilusión y el escarmiento. Ete la primera Segismundo no es mas que
el hombre fisiolójico. Tiene poder, y quiere emplearlo en la venganza: insulta á su pa-
dre : se enamora succesivamente de dos mujeres que vé, resiste al consejo, arroja al mar
[88]
desde un balcón uno de los consejeros y quiere dar muerte al otro: no hmj raion, no
hay honor, no hay respeto que le atajen: solo la adulación, solo lo qneliaon|}ea sospt-
siones le es bueno y agradable.
Segismundo vuelve á dormir , y vuelve á despertar en su prisioa con la cadena li
pie y el carcelero al lado. Aqui empiesm una nueva existencia, la existencia del hombR
moral, ilustrado por el escarmiento y la razón. DesconCa de los bienes de la vida que le
buscan de nuevo: gózalos, pero con timidez: reprime sus pasiones, que quieren saids-
varse otra vez, y luice buen uso de la felicidad, porque sabe que hade perderla, y qw
ha de despertar en otra rejion, con respecto á la cual la vida actual no es mas qu
un fueño.
Tal es el magnífico plan que desenvolvió Calderón con todo el genio de un gran poelí
y con toda la profundidad de un gran filósofo. ¿Qué son después de esto, alganoaoBi»
tos de espresion , hijos del mal gusto de su siglo, y muy fáciles de correjir, como rfbdlh
vamente lo ha hecho el imitador francés? ¿Quién se para en ellos, cuando se jé deatrili
con tanta perfección la historia del hombre?
Boissy , mas correcto en cuanto al estilo, destruye casi el pensamiento del cómifls
español. Segismundo, al despertar la primera vez, no es el hombre de las pasiones s»
suales. Vé á la princesa Sofronía y se enamora de ella; pero este amor es un aentinñeiio
puro y virtuoso, que le mueve hasta á perdonar la sinrazón de su padre en haberie te-
nido tanto tiempo preso y aherrojado ; y solo vuelve á sus furores cuando aabe qw el
Rey ha prometido á otro la mana de su sobrina.
¡Cuanto mas profunda es la idea de Calderón! En él, apenas manifiesta el principe
otro amor que el sensual: vé á su prima, y quiere tomarla la mano: vé después á b-
saura, y quiere forzarla. En una palabra, todas sus pasiones son brutales,^ é hyu dé ll
ilusión de los sentidos, sin freno alguno, ni aun el que unos afectas suelm impontr á
otros. La vida es sueño de Calderón en sus dos primeros actos, es un drama romiatio» és
nuestros días. ¡Qué lástima aue Segismundo, cuando despierta en la prisión, no sesM-
cide! En ese caso nada le tallaría para ser el modelo del romanticismo actaal. Ven
Calderón no quería someter el hombre al ímpetu ciego de las pasiones: creía en la n-
zon y en la moral: y ese es su defecto á los ojos de los modernos dramaturgos.
Boissy falseó pues, el pensamiento de Calderón, inspirando á su héroe ideas gna*
des y generosas, sujeridas por el amor, y atribuyendo á los celos sus nuevos fanres»
Así queda desvirtuada en su fábula la grande lección del escarmiento, que ea la eoBS-
dia española es completa, terrible y eficaz. Suprime también gran parte de las lelaps»
nes de Segismundo en uno y otro estado. El drama francés es una copia déUl de bb
excelente cuadro, hecha por un profesor dotado de mas finura que genio. ObaeneMoe
que lo mismo sucedió á Moliere imitando d Desden con el desden de Moreto. A la vwdiá
Moliere tenia mucho genio: pero no de la especie que era necesaria para escribir la oh
media del Planto español.
Boissy dejó subsistir en su drama un gracioso llamado ^Wegutii, personi^je
en el teatro italiano donde se representó, porque el de la comedia francesa,
tónces de las formas de Boileau, no lo hubiera admitido. También en la comedia de
Calderón, hay un gracioso, á quien el pueblo quiere libertar, teniéndole por Segis-
mundo: y aclarado el yerro, responde á los que le acusaban de haberse fi^fido si
principe,
vosotros fuisteis los que
me sejismundasteis.
Este verbo grotesco, inventado por Calderón, le pareció á Boissy un diminativo casta*
llano, y su Arlequín, convencido del error, dice que es el príncipe Segismundinet, J
hermano menor de Segismundo.
Concluiremos este artículo diciendo que Calderón manejó esta misma filbala eaaao
de sus autos sacramentales, intitulado también la Vida es sueño. En él, el carácter de
Segismundo es el del hombreen general: prueba evidente de que su plan ea la oomedia
era el de describir la naturaleza humana, entregada primero á s! misma, y amaestrada
después por el desengaño. »
!«»]
TIRSO DE MOUNA.
ARTÍCULO I.
ijeoioso poeta, tan ameno como fecundo, floreció en el primer tercio del si-
; y considerado como autor cómico, sirve de tránsito desde el drama de Lope
todavia desordenado en cnanto á la dirección de la fábula y de los inciden-
omedia mas bien conducida y mas artificiosa de Calderón. En efecto, es dificil
* en el padre y fundador del teatro español una sola pieza cuya acción esté
ida. El dijo que babia becho seis; y los aficionados al arte dramático se dan
US para averiguar cuales son. A la verdad, Lope agotó las combinaciones tea-
m esta parte casi no dejó á sns succesores mas que el mérito de imitar; pero
iuidó de que sus incidentes fuesen bijos naturales déla £lbula; solo se a&naba
icir efecto; y no conoció el principio dramático de que los medios deben estar
rcion con los fines.
de Molina, aunaue en mucbas de sus comedias, señaladamente en las histórí-
h fábula tan mal, y á veces peor que Lope de Vega, tiene sin embargo no po-
lie se reconoce mas artificio y corrección. Celos con cdos se curan. Pruebas de
muiad^ Por d sótano y el tomo^ Amar por señas^ La celosa de si misma ^ Los baleo»
drid. El celoso prudente y algunas otras, tienen ya un verdadero plan dramáti-
a acción bien concebida y distribuida, sino con la perfección á que llegó
^Ideron, á lo menos con la suficiente verosimilitud moral para que se fije la
M>n placer en la descripción festiva y maligna de los caracteres, y en las gracias
mcion, que son las dotes quemas se distinguen en este poeta,
iseto, colocado Tirso entre los dos grandes colosos de nuestra escena, apenas
emoria de él, si no se hubiese distinguido por su dicción, indefinible y esclusi-
myei, y por la descripción del amor bajo un aspecto, hasta cierto punto ideal,
oeta ba tenido tanto empeño en describir los lazos amorosos que el sexo dé*
tender al fuerte para cojerle en sus redes y esclavizarle; pero ese empeño lo
uentemente traspasar los límites del pudor y de la decencia, convertir los sen-
morales de la ternura en un mero comercio de vanidad y disolución, quitarle
(O venda, y esponerle desnudo, pero sin vergüenza, al ludribio del vulgo ma-
poco delicado.
especie de sociedad babia frecuentado Tirso de Molina? porque la de su tiem-
I ciertamente la que él describió. A la verdad no creemos que fuesen purisi-
ostumbres de la corte en los reinados de Felipe III y de Felipe IV; pero á lo
abia pudor y altivez en el bello sexo; y no era el uso general aue los matrí-
sconsumasen antes de su celebración, como sucede en muchos ae los dramas
»eta. Si los amantes no eran mas fieles, constantes y decididos que ahora, por
i la fidelidad era mirada como una virtud, y no como una preocupación; y la
a como un mérito, y no como una ridiculez.
MI incontestable de que nuestro autor exajei'ó los retratos que le plugo hacer
indad mujeril, y de que no describió el espíritu de la sociedad culta de sutiem-
r que apenas se presentó Calderón en la escena con sus damas, tan amantes co-
Lope, pero mas altivas y pundonorosas, avasalló al teatro y al auditorio, y coa-
Ivido, apesar de su elegancia, las malignas comedias de Tirso; señal cierta de
tira de este no estaba en armonía con las necesidades morales de la época. Mo-
nascómica; Rojas, el mejor trájico de nuestros escritores dramáticos, se vieron
\ á adoptar el lenguaje caballeroso de su maestro, j á abandonar las injeniosas
nesdel discípulo de Lope, cuyas comedias no volvieron á representarse al pA-
ta nuestros dias, en que las costumbres (lo decimos con pesar) se asemi^an
12
[90]
algo mas á las que él describió. Sea cual fuere el mérito de Tirso de Molina en cuanto
á elocución, no hace honor á nuestra moralidad ni á nuestro gusto el que se hayan TÍf-
to representadas con aplauso el Vergonzoso en Palacio y Marta la Piadosa.
Pero si hemos censurado, con justa severidad, pero que á algunos parecerá denu-
siada, lo que nos ha parecido inmoral en las comedias de este autor, exije la misaa
justicia que no le defraudemos de la alabanza á que es acreedor como hablista y como
poeta. Su estilo es tan fácil como el de Lope; pero mucho mas correcto. El uso de las
voces gráficas, las espresiones felices con que enriqueció la frase poética, la noTedad
de introducir sin violencia los sustantivos como epítetos, dan á su estilo concisión y
nervio, de que carece la dicción siempre fluida, pero pocas veces correcta, de Lope
de Vega.
Pues considerado como poeta cómico y satirice, con dificultad se hallará un eieri-
tor mas fecundo en chistes y donaires, ni que describa mejor las rídiculeoea que se pnn
pone revelar. Aun cuando es poco limpio; aun cuando los pensamientos que presenta
sean bastante libres, su lenguaje sin embargo es casto y urbano; y ni se roza oon las
espresiones sobejanas é inmundas de Horacio, Marcial ó Juvenal, mi con las imájsaes
delicadas y voluptuosas, y por esa razón mas nocivas, de Ovidio.
Debemos también observar que Tirso sabia describir tan bien como Lope el verda-
dero amor fiel, constante, entrañado independiente de la vanidad, del interés 7 de
la desenvoltura. Dígalo sino el hermoso carácter de Estela en la comedia de iVwhn
de amor y amistad^ carácter noble é ideal, que resiste á las solicitaciones de un princi-
pe, y lo que es mas, á las injusticias de un amante celoso, que sabe sufrir con digni-
dad y hacer sacrificios que no esperaba ver premiados: en fin, que es el bello ideal de
la ternura mujeril. Pero aun en esta comedia se conoce el genio maligno del autor. Par
una mujer que nos pinta excelente, amable y heroica, nos regala dos necias* inlarasa-
sadas y despreciables.
Naturam espeUas furca^ lamen usque recurret*
Al leer las comedias de Tirso hemos hecho una observación que no non parece
inútil para los progresos del arte. Entre todas ellas ningunas sostienen mejor la iedn-
ra y la representación, que aquellas en que el poeta es menos satírico y bms jastn
con el bello sexo. Tales son la que acabamos de citar, y otras que enumeramos al prin-
cipio de este artículo. Tan cierto es que nada es mas favorable al artista que pnqm-
nerse en su composición un objeto verdaderamente moral.
De sus comedias históricas solo hay una que merezca elojio, yes Laprudmeia m
la mujer, en lá cual teje la historia de la primer rejencia de la célebre María de Moli-
na. La versificación es robusta y digna del asunto. Pinta á la verdad muy odiosos los
caracteres de los ínCantes Don Enrique y Don Juan; pero no los calumnia^ oomose osa
en el dia; pues nuestros historiadores nos los han descrito aun mas aborredUes. Laa
comedias sobre asuntos relijiososque nos han quedado de este autor son goDeralmen-
te informes, aunque el estilo y la versificación sean siempre dignos de alabanza.
No escribió dramas ni en el género pastoril ni en el caballeresco, tan eultivado por
nuestros poetas cómicos de aquel siglo. Su natural inclinación le arrastraba á la sáti-
ra, en la cual hubiera sido muy superior á Góngora y á Quevedo, porque sabia ma-
tar mejor que ellos esta clase de cuadros; y no á la poesía sencilla ni á la heroica. Mo-
rete le escedió en lo cómico de las situaciones y en la conducta de la fábula; mas no
en los chistes de la elocución, mas urbanos y orijinales en Tirso, y que en su suoce-
sor se deslizan tal vez á truhanadas y chocarrerías. No es esto decir que los donai-
res de Tirso sean siempre de buena ley; pero se nota con frecuencia en ellos mas pro-
fundidad.
Por estas razones se ha colocado á Tirso de MoUna entre los seis principales poe-
tas del teatro español del siglo XVII, que son Lope, Tirso, Calderón, Moreto, Rojas y
Ruiz de Alarcon. Hemos procurado juzgarle desapasionadamente, y señalar coa justi-
cia imparcial sus defectos y sus bellezas. Solo nos falta justificar con ejemplos la idea
que hemos dado de él.
191]
ARTCÜLO II.
AREMOS ejemplos de las difereotes dotes que hemos atribuido al estilo de
do la pi incipal en un poeta el talento de pintar, empezaremos por dos des-
lyas. La primera es de un mal. cirujano^ sangrador, barbero y sacamuelas,
pieza :
«Suele andar en un machuelo
que en vez de caminar vuela:
sin parar saca una muela:
mas almas tiene en el cielo
que un Herodes ni un Nerón:
conócenle en cada casa,
por donde quiera que pasa
le llaman la Estrema unción. >
(Por el sótano y el tomo.)
do es de un hipocriton avaro , pero amigo de regalarse, hecho por su
«y hombre en fin que nos mandaba
á pan y agua ayunar
los Viernes por ahorrar
la pitanza que nos daba .*
y él comiéndose un capón ,
alzadas sus mangas anchas
quedándose con los dos
alones cabeceando,
decia al cielo mirando :
joy amal ¡qué bueno es Diael
Déjele en fin por no ver
santo que tan gordo y lleno ,
nunca á Dios llamaba bueno
hasta después de comer.»
(D. Gil de las calxas verdes)
itar infinitos pasajes en que abundan las espresiones gráficas. Al señor de
ice un rival:
«Vos, caballero pobre, cuyo estado
cuatro silvestres son, toscos y mudos,
montes de hierro para el vil arado,
hidalgos por Adán, como él desnudos,
adonde en ves de Baco sazonado ,
manzanos llenos de groseros nudos
dan mosto insulso, siendo silla rica
en vez de trono, el árbol de Gámica,
¿intentáis de la reina ser consorte?»
{La prudencia en la mujer.)
es de la misma especie abundan los siguientes cuartetos:
«Del castizo caballo descuidado
el hambriento apetito satisface
la verde yerba que en el campo pace.
[92]
al freno tosco del arzón colgado.
Mas luego que el jaez de oro esmaltado
le pone el dueño, mil corbetas hace,
argenta riendas, céspedes deshace,
con el pretal sonoro alborozado.
{El verganxoÉO en palacio»)
El enano Manzanares^ malicias viejas^ imscona gente^ un Adán mantenedor^ el alma nal
j otras espresiones semejantes, en que los sustantivos hacen veces de epitetos* son co-
munes en nuestro poeta, y al mismo tiempo que caracterizan su estilo y no pemita
confundirlo con el de ningún otro poeta castellano, le dan notable concisión y iwbi
gracia por la oportunidad con que los usa.
Pondríamos también ejemplos de sus diálogos; pero son demasiado largos, y por
otra parte basta remitir nuestros lectores á los de cualquiera de sus comedias, sendi-
damente Por el sótano y el iomo^ El vergons^oso 'en palacio y Pruebas de amor y flmíifrf
En algunos de los pasajes ya citados se podrá haber notado la misma facilidad que «
Lope, pero mas corrección en el lenguaje, mas enerjia en el pensamiento, y una graa
dosis de fuerza cómica. Solo añadiremos en prueba de esto lo que pone en boca de h
mujer de un módico exortándole á su marido á que no estudie.
«Dejad aquesos Galenos
si os han de hacer tanto daño,
¿quó importa al cabo del año
veinte muertos mas ó menos?»
(Don Gil de las ceUzae «erév.)
Nadie ignora que nuestro poeta disfrazó con el nombre del maestro Tirso de Ibli-
na el suyo verdadero. Llamábase Gabriel Tellez, y fué relijioso de la Merced, maestro»
presentado, y comendador en su orden. Parece que sus comedias fueron fruto de sos
años juveniles. Montalban dice en el Para todos que estaba el padre Tellez pronto á
dar á la prensa un tomo de Novelas ejemplares^ que no hemos visto. Biyo su verdade-
ro nombre no conocemos nada publicado sino las dos composiciones que hizo á la Jas-
ta poética, celebrada con motivo de la canonización de S. Isidro, inserta en el to-
mo X.1I de las obras de Lope de Vega, edición de Sancha; y por cierto que para ser
el asunto sagrado no dejó de vislumbrarse en la primera de ellas el genio satírico
del autor. El asunto que le hablan dado eran los celos de S. Isidro en cuatro odaviSi
y la primera acaba por estos dos versos:
c ¡qué bravos deben ser para quien ama
celos que se apacientan en Jarama!»
Escepto esta alusión, que por lo menos es ridicula, no hay nada digno de nota eo
aquellas dos poesías, sino la dicción propia de Tirso y que siempre se distingue de las
de los demás poetas de su siglo. El gusto estaba entonóos tan pervertido, como lo mnestia
el mismo titulo de Justa poética, que se dio á la colección de composicionefl hechas
en olojio del nuevo santo. I^s jueces señalábanlos asuntos en esta clase de certáioe-
-nes, y aun hasta el número y la forma de las estanzas. De este modo no solo era impo*
sible elevarse á la dignidad del objeto; pero ni aun escribir nada que mereciese ttf
leido. Todos son conceptillos y bagatelas sonoras. Nugw canora,
ARTICULO lll.
VjONSlDERAlX) Tirso de Molina como escritor dramático, esto es, como ail^fic^ ^
fábulas que han de representarse en el teatro, debemos examinar si contribuyó poco
ó mucho á mejorar el estado en que le dejó Lope de Vega. Ya hemos dicho que esloW'
jenio, dolado de inconcebible fecundidad, casi agotó las situaciones escénicas que po-
193]
dian presentarse en aquella época sobre el teatro español; pero rara vez obedeció á la
ley de la yerosímilitud, y con tal que produjese efecto, poco le importaban los medios
de que se valia.
No puede negarse que Tirso en la mayor parte de sus fábulas siguió la marcha ir-
regular de su maestro, y aun la exajeró, como puede verse en Dan Gil de Uu calzoi ter-
ácf , M PreiendienU al revés, la República al revü^ JM mal el ménos^ y otras muchas; pero
también debe confesarse que tiene algunas, meditadas con cuidado y construidas con
sumo arte. Estas son pocas á la verdad: mas bastan para hacernos conocer que ya el
público no se pagaba de escenas sueltas y sin conexión; y que exijia de los autores no
solo que le representasen cosas agradables, sino que hubiese orden y verosimilitud en
los lances é incidentes, üabia pasado la época de Juan de la Cueva y de Virues, y se
acercaba la de Calderón y Moreto.
El drama de Tirso en que mostró mas talento eacénico, fué Pruebas de amor y amis-
tada jes eatretoáeLsleíSsuydiAlB que presenta mas interés moral. D. Guillen de Mon-
eada, sospechoso de su amante Estela y de su amigo D. Grao, era al mismo tiempo ami-
Cy privado de su soberano, y se veía perseguido de las damas de la corte que aspira-
a á su mano, y de los cortesanos que le atormentaban con muestras de amistad. De-
seoso de conocer hasta qué panto podia fiarse de ellas y de ellos, y mas aun de desmen-
tir ó confirmar las sospechas aue tenia de los objetos mas amados de su corazón, pide á
sa principe que finja derribarle de su gracia, ponerle preso y perseguirle en juicio por
causa de traición. El principe condesciende en ello, j de esta prueba, tan terrible
como segara, resultaron ilesos solamente Estela, 1). Grao y -Gilote, un criado de cam-
po de D. Guillen. Las damas de palacio y los cortesanos le abandonaron, y aun le ul-
trajaron, apenas le vieron en el iniortunio; pero su verdadero amigo incurrió en la in-
dignación finjida del principe por defender al perseguido con demasiado calor, y su
amante ofreció ai erario sus estados en salisfaccion de las cantidades en aue se supo-
nía alcanzada al privado caido, y desecha la mano de esposo que para probarla le pre-
senta el mismo principe.
Tal es la acción de esta pieza, no menos moral qae interesante. Los caracteres
principales son altamente teatrales y modelos de nobleza y de sentimientos generosos;
señaladamente el de Estela, prueba que Tirso era capaz de pintar el amor tierno y vir-
tuoso tan bien como Lope; pues con dificultad se hallará entre las mujeres que este des-
cribid, una c|[ue pueda igualarse en el heroísmo de la pasión ala marquesa deMirabal.
Pero su malignidad satírica no le permitió hacer muchos retratos semejantes al que tan
perÜDCto le habia salido.
Sirva de ejemplo la comedia Celos con celos se curan, que es una délas fábulas de Tir-
so mejor conducidas. César, duqae de Milán, ama á Sirena; pero esta mujer vana y
dominante, no pudícndo sufrir que su amado tuviese un amigo en Carlos su privado,
después de haber solidtade inútilmente su separación, finje estar inclinada á Marco An-
tonio, cortesano necio, para enardecer con estos celos la pasión del duque y obligarle
asi «I que cumpla su voluntad. César, en vez de someterse, la hiere por los mismos fi-
los, fiojiéndose enamorado de otra. Los lances á queda lugar esta combinación dramá-
tica, son variados y están muy bien descritos hasta el desenlace, en qne el primero, el
^terdadero amor recobra sus derechos.
Los caracteres de César y de Carlos sen nobles y teatrales; pero el de Sirena es odio*
so, y apenas puede el espectador interesarse por una mujer que no solo quiere dirijir
á su arbitrio lodos los sentimientos de su amado, y hacerle que renuncie á un amigo
fiel, sino que para conseguirlo se envilece hasta el punto de mostrar inclinación á un
kombre despreciable, y después á otro caballero de la corte. Asi en una escena de la
segunda jornada en que Sirena se queja á César de que hubiese puesto los ojos en otra,
tiene este mucha razón en decirle, comparando ios celos en el amor ú la .sal en la
c*omida,
ci^n la punta del cuchillo
toma sal el cortesano;
porque con toda la mano
no es teniplaHo, es desabrillo. >
I
[84]
títnye á su verdadero país, cuando se siente animado por el valor y él patriotismo. Lis
composiciones de esta clase que comprende la presente colección pueden ponerse il
lado de las mejores que hay en castellano. No ceden en mérito las que el autor ha coa-
sagrado á lamentar la pérdida de las ilusiones Juveniles, señaladamente la de la arjm^
en que está muy bien retratada la degradación moral del hombre que ha trocado h
nobleza del sentimiento por la inmundicia déla crápula y del sensualismo.
Concluye el libro con un cuento en que hay dos retratos inimitaUes: d de Hm,
y el de Montemar. Hé aqui el del hombre desalmado:
t Segunde don Juan Tenorio,
alma fiBra é insolente,
irrelijioso y valiente,
altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
en los labios la ironía»
nada teme y todo fia
de su espada y su valor.
Corazón gastado, mofa
de la mujer que corteja
y hoy despreciándcriadeja,
la que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca r
ni recuerda en lo pasado ' { . :
la mujer que ha abandonado
ni el dinero que perdió.
Ni vio el iantasnuí entre sueño»
del que mató en desafio,
ni turbó jamas su brio
recelosa previsión*
Siempre en lances y en ameres,
siempre en báquicas or|ias,
mezcla en palabras implas
an chiste á una maldición.
Sigúese el de su antagonista y víctima.
c Bella y mas pura (|ue el azul del cielo,
con dulces ojos lánguidos y hermosos
donde acaso el amor brilló entre el velo
del pudor, que los cubre candorosos;
tímida estrella, que refleja al suelo
rayos de luz brilüantes y dudoso», ^
ánjel puro de amor que amor inspira,
filé la inocente y desdichada Elvira.
Elvira, amor del estudiante un dia,
tierna y feliz y de su amante ufieina,
cuando al placer su corazón se abria
como al rayo del sol rosa temprana.
Del finjido amador que la mentía
la miel falaz que de sus labios mana
bebe en su ardiente sed, el pecho ajeno
de que oculto en la miel hierve el veneno.
..,.
Que al alma viíjen, que halagó un encanta
con nacarado sueño en su pureza,
todo lo juzga verdadero y santo,
presta á todo virtud, presta belleza.
C«6J
Del cielo azul al tachonado manto,
del sol ardiente á la inmortal riquezat
al aire» al campo, á las fragantes flores,
ella añade espkndor, vida y colores, etc. »
io hemos visto, después de la Eva del Ifilton, una descripción mas bien hecha del
ler amor en un corazón inocente.
lemos copiado muchos versos de este libro; mas si hubiésemos de copiar todos los
hav tan buenos como los ya citados, ó quizas mejores, dejaríamos muy pocos para
lo lea.
poesías de don JOSÉ ZORRILLA,
TOMOS *.» Y 5.«— MADRID 1839.
imposible leer este poeta sin sentirse arrebatado á un mismo tiempo de admira-
y de dolor. Pensamientos nobles, atrevidos; sentimientos sublimes ó tiernos; ver-
icion armoniosa igualmente que fiicil escitan naturalmente la admiración; pero es-*
D puede llegar nunca basta el entusiasmo , porque cuando en alas de la idea
!re volar nuestra fantasía hasta el Empíreo, una espresion incorrecta, una voz im-
Ma , un sonido duro , ó bien un galicismo ó un neolojismo insufrible nos advierte
estamos pegados al &ngo de la tierra , como ahora se dice. En calidad de español
IOS causa sumo sentimiento ver deslustrado el esplendor de uno de los mas emi*
;es genios de nuestra época , por no querer someterse á una de las condiciones no-
rias del poeta que es la buena elocución. Nos parece un Apeles ó un Ticiano des-
lindo el colorido ó las leyes del claro oscuro.
;Cuál puede ser el orijen de esta neglijencia? Es imposible que eñ la actual anar-
t de las ideas literarias no haya alguna que fascinando la mente del autor, le obli*
á seguir un sistema tan funesto, como seria el de pintar con una caña rajada en
ir de pincel. ¿Ha querido imitar lá manera de Lope, manchar la tabla apriia^ y de-
al Jado de rasgos sublimes ó admirables por su ternura borrones indignos del ge-
4O bien ha creido que las sombras incorrectas darian mayor realce á las figuras
I acabadas? ;Ha pensado quizá que el cuidado de la gramática y el estudio de la
lia eran trabas de que el poeta debe desembarazarse: ó bien que desfigurar el
ma puede ser un medio de enriquecerlo?
>io podemos atribuir este dtíEecto á la escuela del romanticismo actual, tanto por-
sus caudillos en Francia no se han libertado nunca del yugo de la gramática, mas
ida mil veces en la lengua francesa que en la castellana, como porque existen en-
Msotros muchos poetas pertenecientes á la misma escuela, y ^ue no obstante la
rtad aue se toman en sus raptos de imajinacion, no se atreven sm embargo á tras-
irlos limites que el lengui^ poético ya formado, ha impuesto alas licencias del
10. Pues á ignorancia no puede achacarse; porque muchos pasajes prueban que el
Zorrilla conoce como el que mas los recursos del estilo y del lenguaje de nuestra
da. No queda, pues, otro arbitrio que el de atribuir las frecuentes incorreccioiies
afean sus mejores versos á alguno de los fidsos sistemas que ariiba indicamos ó
ra idea , que no conocemos, tan falsa como ellas.
Bd cualquier parte donde se abra se encuentran vest^ioa de incorrección y de ta-
0. En la composición de las hofoi iec&t se eneoentran estos versos hermosfiimos.
Mas oye. Es el otoño: rebramando
el ábrego los árboles sacado;
de roncos cuervos el siniestro bando
á los pefiasGos cóndivos amde.
[86J
Brilla 8ÍD fuena el sol en
7 allá en la fiílda de tijpinoio riaoo
guia el pastor con paso indiferente
las humildes ovejas al aprisco.
Seco ol follaje de la selva umbría
de sus verdes doseles se dsspo/ei;
y al empuje de ráfaga hraxia
el bosque se desnuda hoja por hoja, i
Aeaiir no es la voz propia, sino guarecerse^ que hubiera sido fácil al autor sostitiir
diciendo antes que el ábrego los troncos estremece. Risco espinoso^ esto es, lleno de ponías
numerosas y agudas como espinas. La traslación es oscura y algo forzada. El foUajem
se despoja de los doseles: al contrarío, hs verdes doseles pierden su follaje. Bravio no es hms
ni fuer te j Ano silvestre^ montaraz^ sin cultivo: las rá&gas del viento no sen brapioiy sino
violentas. .
Ni se crea que siempre hay que notar estas incorrecciones. Tal vez se observa al
lado de una admirable facilidad un lenguaje dotado de precisión y de pureza. Tal ei
el del romance en c[ue describe la pelea de los dos rivales en la composición intítola-
da Recuerdos de Valladolid (tom. IV.) Al contrario, el trozo que sigue á este romance a
un modelo de oscuridad, de incorrección y de neolojismo.
Unas veces comete transposiciones violentas tomadas del latín ó del itaKano co<
mo esta.
c Murmura alia abajo el rio
la orilla al acariciar. »
Otras admite galicismos, como desposar á una dama en vez de desposarte con. Otras apa
de espresiones las mas familiares en medio de un trozo poético, como
«Se tiene, calla, suspira,
viene y va, y constante aH, >
Otras usa de construcciones enteramente desconocidas á nuestros verbos, como
t Déjese sin fuerza, hidalgo,
y hacia la cárcel se apronte. >
Véü fin, seriamos fastidiosos si hubiésemos de notar todos los ejemplos de
elocución castellana.
En estos dos tomos hay dos comedias, escritas con la intención de imitarlas de
y espada de nuestro teatro del siglo XVII. Sus argumentos son excelentes. En la del to«
mo IV, cuyo título os Mas vale llegar á tiempo que rondar un año, un duque y m Inj/b
primojénito son rivales en la pretensión de una joven, sin saber el uno del enor del
otro. £1 hijo hiere al padre sin conocerlo á las puertas de la dama, y se anaenta á Za»
ragoza. Vuelve en el momento que su padre iba á casarse, con el objeto del amordeee*
trambos; pero apenas sabe que su hijo es su rival, no solo le cede la que habia dqide
Eara esposa, sino sepulta en el mas profundo silencio la noticia de haber sido el qee
irió. La combinación de la del tomo V, cuyo titulo es Ganar perdiendo^ consiale en
los socorros que un amante da escondidamente ásu dama, queá pesar de ser rieat se
ve arruinada por las locuras de un hermano disoluto, crapuloso, jugador y peodenóe-
ro. Apesar de ser entrambos pensamientos muy propios para la escena, estoa dieinis
presentan poco interés, porque á escepcion de algunos rasgos felices, están mal ooiMla-
cidos y peor dialogados. Los defectos de elocución forzada, de escenas episódicaaf de
confusión en los incidentes, y de desproporción entre los medios y los fines, son bario
notables en una y otra.
Concluiremos, pues, esta censura, que desearíamos convertir en elojio, con un con-
sejo dirijido á todos los que cultivan el hermoso arte de la poesía. Sin la majia de la
elocución y de la armonía se deslucen y degradan los pensamientos mas poéticos; por-
m
Be el lenguaje es el iostnimento de las bellas letras, como el colorido lo es de la pin-
ira. Las ideas son el alma de la poesía; pero el estilo es su cuerpo, y sin formas cor-
áreas no es posible grabarse los pensamientos en la &ntasia. Grandes injenios, de los
Bales nuestra nación espera su ^oria literaria en la época presente, enriqueced en-
onabuena el idioma, pero respetadlo: entregaos al Tuefo de la fantasía, pero no des-
nideis la elocución: escribid con toda la osadía de la inspiración, pero correjid con
ida la soTerídad de la lójica.
U VIDA ES SUEÑO , DE CALDERÓN ;
Y LA VIE EST UN SONGE, DE BOYSSY.
L
A VIDA ES SUENO, que es indisputablemente la mejor de las comedias ideales de
laideron, no tuvo sin embargo el bonorde la traducción ni de la imitación en los pri-
oeroa tiempos del teatro clásico francés. Tomas Comeille, que tradujo £í Alcaide de H
ttimo. El Astrólogo finjido y Los empeños de un acaso de nuestro poeta, El contidado de
Piedra de Tirso de Molina , y Lo que puede la aprensión de Morete., no se atrevió sin em-
bargo á arrostrar la grande idea del carácter de Segismundo: y este príncipe misterioso,
m el cual está simbolizada la vida humana, no apareció en la escena de Paris, hasta
[ue en J732 la presentó Boissy con grande aplauso del público.
Boissy había comenzado su carrera escribiendo versos satíricos contra los hombres
Das sabios de su tiempo; pero el peligro y la infamia de esta profesión le obligó á cor-
ejirse , y á dedicarse al teatro. En él ocupó un lugar distinguido después de los gran-
les maestros , por su comedia Lasesterioridades engañosas^ una de las mejores que tienen
os francesea en el género urbano. Escribía otras de mérito inferior, pero llenas de sal
^ de facilidad. Otras en fin , en que introdujo personajes alegóricos, prueban que había
eido mucho á Calderón; pero nada lo demuestra como su comedia La vie est «n songe^
)n la cual los principales personajes tienen hasta los nombres de la comedía española.
La francesa llamó la atención de los literatos y aun de los filósofos, y Rousseau dijo
Ce W héroe de esta pieza era el verdadero misántropo. Este juicio prueba que el ciudadano
Ginebra no comprendió el objeto moral de aquel carácter. £1 autor de la noticia bio-
gráfica de Boissy puesta al frente de la última edición de sus obras escojidas en la biblio-
eca de los clásicos franceses, dice que fia idea déla comedia e^ extraordinaria y que su
ifecacion no carece de nobleza ni de eneijía.i Perocalla quien fué su primer propietario;
egna todas las apariencias, porque no lo sabia. Boissy pudo callarlo, porque ya en su
lempo casi nadie estudiaba en Paris el idioma espafiol , ni menos leía nuestras come-
üas, desde queBoileau llamó grosero á nuestro teatro. Asi juzga la mayor parte de los
KHnbres, por una frase. Pero semejantes hurtos no nos admiran, cuando somos testigos
le loa que ahora se hacen en España, de autores franceses bien conocidos en toda la re-
>úbHca literaria. Y sin embargo los traductores se Uaman orijinales: también es verdad
|ue no dejan de ser orijinales estas traducciones; pues dejan el testo tan en francés como
a estaba.
No nos acordamos si es en Bocado ó en las Muy una noche donde hemos leído el cuento
le un principe que por entretenimiento hizo que embriagasen á un mendigo , que cuando
{espertase se le hiciese creer que era monarca durante un día ; y que vuelto á embriagar
• le restituyese á su primer miseria. En esta conseja trivial descubrió el genio de Cal-
leron bastante campo para representar las dos situaciones mas importantes de la vida
lomana: á saber, la ilusión y el escarmiento. En la primera Segismundo no es mas que
il hombre fisiolójico. Tiene poder, y quiere emplearlo en la venganza: insulta á su pa-
ire : se enamora succesivamente de dos mujeres que vé, resiste al consejo, arroja al mar
[88]
desde un balcón uno de los consejeros y quiere dar muerte al oiro: no hay raion, no
hay honor, no hay respeto que le atajen: solo la adulación, solo lo queliaoiúea sos pa-
siones le es bueno y agradable.
Segismundo vuelve á dormir, y vuelve á despertar en su prisión con la cadena al
pie y el carcelero al lado. Aqui empieza una nueva existencia, la existencia del homhv
moral, ilustrado por el escarmiento y la razón* Desconfia de los bienes de la vidaqwk
buscan de nuevo: gózalos, pero con timidez: reprime sus pasiones, que quieren soU^
varse otra vez, y luice buen uso de la felicidad, porque sane que ha de perderla * y qae
ha de despertar en otra rejion, con respecto á la cual la vida actual no es mas qw
un tueño.
Tal es el magnifico plan que desenvolvió Calderón con todo el genio de un gran poeta
y con toda la profundidad de un gran filósofo. ¿Qué son después de esto, alganoioefiíe-
tos de espresion , hijos del mal gusto de su siglo , y muy fáciles de correjir , como ebeli-
vamente lo ha hecho el imitador francés? ¿Quién se para en ellos, cuando se té doicrila
con tanta perfección la historia del hombre?
Boissy , mas correcto en cuanto al estilo , destruye casi el pensamiento del eóiaam
español. Segismundo, al despertar la primera vez, no es el hombre de las pasiones sea-
suales. Vé á la princesa Sofronia y se enamora de ella; pero este amor es un gcntimioilp
puro y virtuoso, que le mueve hasta á perdonar la sinrazón de su padre en liabeile to*
nido tanto tiempo preso y aherrojado ; y solo vuelve á sus furores cuando aabe que ai
Rey ha prometido á otro la mana de su sobrina.
¡Cuanto mas profunda es la idea de Calderón! En él, apenas manifiesta el prfM^a
otro amor que el sensual: vé á su prima, y quiere tomarla la mano: vé despoet á b-
saura, y quiere forzarla. En una palabra, todas sus pasiones son brutales,^é h^ai déh
ilusión de los sentidos, sin freno alguno, ni aun el que unos afectos suelea imponer i
otros. La vida eg sueño de Calderón en sus dos primeros actos, es un drama romániioo 4a
nuestros dias. ¡Qué lástima oue Segismundo, cuando despierta en la prisión, no aa aai-
cide! En ese caso nada le ialtaria para ser el modelo del romanticismo actoal. Plan.
Calderón no queria someter el hombre al ímpetu ciego de las pasiones: creía en la ra-
zón y en la moral: y ese es su defecto á los ojos de los modernos dramaturgos.
Boissy falseó pues, el pensamiento de Calderón, inspirando á su héroe ideas pan-
des y generosas, sujerídas por el amor, y atribuyendo á los celos sus naema friona.
Así queda desvirtuada en su fi&bula la grande lección del escarmiento, que ea la
dia española es completa, terrible y eficaz. Suprime también gran parte de las re
nes de Segismundo en uno y otro estado. El drama francés es una copia ddUl da aa
excelente cuadro, hecha por un profesor dotado de mas finura que genio. (NMarfemoa
que lo mismo sucedió á Moliere imitando el Desden con el desden de Moreto. A la TBtdtá
Moliere tenia mucho genio: pero no de la especie que era necesario para escribir la co-
media del Plauto español.
Boissy dejó subsistir en su drama un gracioso llamado Arlequín, penoaij® pneiao
en el teatro italiano donde se representó, porque el de la comedia francesa, eadaToea»
tónces de las formas de Boileau, no lo hubiera admitido. También en la eooMdiada
Calderón, hay un gracioso, á quien el pueblo quiere libertar, teniéndole por Segis-
mundo: y aclarado el yerro, responde á los que le acusaban de habene ñafiio ei
principe,
vosotros fuisteis los que
me sejümundaiteis.
Este verbo grotesco, inventado por Calderón, le pareció á Boissy un diminutÍTO caste-
llano, y su Arlequín, convencido áéí error, dice que es el principe Segismondiaet, y
hermano menor de Segismundo.
Concluiremos este articulo diciendo que Calderón manejó esta misma fábala en -ano
de sus autos sacramentales, intitulado también la Vida es sueño. En él, el earáder de
Segismundo es el del hombreen general: prueba evidente de que su plan en la eonaadia
era el de describir la naturaleza humana, entregada primero á si misma, y anuiestrada
después por el desengaño. >
m
TIRSO DE MOUNA
ARTÍCULO I.
uSTC injeDÍoso poeta, tan ameno como fecundo, floreció en el primer tercio del si-
lo XVII; y considerado como autor cómico, sirve de tránsito desde el drama de Lope
le Vega, todavía desordenado en cuanto á la dirección de la fábula y de los inciden-
B0, á la comedia mas bien conducida y mas artificiosa de Calderón. En efecto, es dificil
ocoDlrar en el padre y fundador de! teatro español una sola pieza cuya acción esté
Mo seguida. El dijo que habia hecho $eis; y los aficionados al arte dramático se dan
le calabazas para averiguar cuales son. A la verdad, Lope agotó las combinaciones tea-
rales, y en esta parte casi no dejó á sus succesores mas que el mérito de imitar; pero
era vez cuidó de que sus incidentes fuesen hijos naturales déla £lbnla; solo se a&naba
lor producir efecto; y no conoció el principio dramático de que los medios deben estar
» proporción con los fines.
Tino de Molina, aunuue en muchas de sus comedias, señaladamente en las históri-
«e, guia la ftbula tan mal, y á veces peor que Lope de Vega, tiene sin embargo no po*
«s, en que se reconoce mas artificio y corrección. Celos con cdos te curan j Pruebas de
(Mar y mmulad^ Pordeóiano y el torno^ Amar por eeñas^ La celosa de si mismas Los balco-
nes de Madrid, El celoso prudente j algunas otras, tienen ya un verdadero plan dramáti-
o, y una acción bien concebida y distribuida, sino con la perfección á que llegó
tespues Calderón, á lo menos con la suficiente verosimilitud moral para que se fije la
itencion con placer en la descripción festiva y maligna de los caracteres, y en las gracias
le la elocución, que son las dotes quemas se distinguen en este poeta.
Bb efiseto, colocado Tirso entre los dos grandes colosos de nuestra escena, apenas
labria memoria de él, si no se hubiese distinguido por su dicción, indefinibley esclusi-
«nentesMjfo, y por la descripción del amor bajo un aspecto, hasta cierto punto ideal.
ÜDgua poeta ha tenido tanto empeño en describir los lazos amorosos que el sexo dé-
ál saele tender al fuerte para cojerle en sus redes y esclavizarle; pero ese empeño le
lace firecuentemente traspasar los limites del pudor y de la decencia, convertir los sen-
ímientos morales de la ternura en un mero comercio de vanidad y disolución, quitarle
il amor so venda, yesponerie desnudo, pero sin vergüenza, al ludribio del vulgo ma-
icioso y poco delicado.
¿Qué especie de sociedad habia frecuentado Tirso de Molina? porque la de su tiem-
lo no era ciertamente la que él describió. A la verdad no creemos que fuesen purísi-
naa las costumbres de la corte en los reinados de Felipe III y de Felipe IV; pero á lo
Dénos, habia pudor y altivez en el bello sexo; y no era el uso general aue los matri-
■onios se consumasen antes de su celebración, como sucede en muchos de los dramas
ieeste poeta. Si los amantes no eran roas fieles, constantes y decididos que ahora, por
o menos la fidelidad era mirada como una virtud, y no como una preocupación; y la
XHistancia como un mérito, y no como una ridiculez.
Prueba incontestable de que nuestro autor exajei^ó los retratos que le plugo hacer
le la liviandad mujeril, y de que no describió el espíritu de la sociedad culta de sutiem-
^, es ver que apenas se presentó Calderón en la escena con sus damas, tan amantes co-
no las de Lope, pero masaltivas y pundonorosas, avasalló al teatro y al auditorio, y coa-
leñó al olvido, apesar de su elegancia, las malignas comedias de Tirso; señal cierta de
pie la sátira de este no estaba en armonia con las necesidades morales de la época. Mo-
rete, el mascómico; Rojas, el mejor trájico de nuestros escritores dramáticos, se vieron
lUifados á adoptar el lenguaje caballeroso de su maestro, j á abandonar lasinjeniosas
lelnociones del discípulo de Lope, cuyas comedias no volvieron á representarse al pú-
blico hasta nuestros dias, en que las costumbres (lo decimos con pesar) se asemejan
12
[90]
algo mas á las que él describió. Sea cual fuero el mérito de Tirso de Molina en cuanto
á elocución, no hace honor á nuestra moralidad ni á nuestro gusto el que se hayan vi^
to representadas con aplauso el Vergonzoso en Palacio y Marta la Piadosa.
Pero si bemos censurado, con justa severidad, pero que á algunos parecerá dema-
siada, lo que nos ha parecido inmoral en las comedias de este autor, exije la misiu
justicia que no le defraudemos de la alabanza á que es acreedor como hablista y como
poeta. Su estilo es tan fácil como el de Lope; pero mucho mas correcto. £1 uso de las
voces gráficas, las espresiones felices con que enriqueció la frase poética, la noTedad
de introducir sin violencia los sustantivos como epítetos, dan á su estilo concisión y
nervio, de que carece la dicción siempre fluida, pero pocas veces correcta, de Lope
de Vega.
Pues considerado como poeta cómico y satírico, con dificultad se halUrá un escri-
tor mas fecundo en chistes y donaires, ni que describa mejor las ridiculeces que se pro-
pone revelar. Aun cuando es poco limpio; aun cuando los pensamientos que presenta
sean bastante libres, su lenguaje sin embargo es casto y urbano; y ni se roza ooo las
espresiones sobejanas é inmundas de Horacio, Marcial ó Juvenal, ni con las imájeBaí
delicadas y voluptuosas, y por esa razón mas nocivas, de Ovidio.
Debemos también observar que Tirso sabia describir tan bien como Lope el verda-
dero amor fiel, constante, entrañado independiente de la vanidad, del interés j de
la desenvoltura. Dígalo sino el hermoso carácter de Estela en la comedia de Priébu
de amor y amistad^ carácter noble é ideal, que resiste á las solicitaciones de un princi-
pe, y lo que es mas, á las injusticias de un amante celoso, que sabe sufrir con digni-
dad y hacer sacrificios que no esperaba ver premiados: en fin, que es el bello ideal de
la ternura mujeril. Pero aun en esta comedia se conoce el genio maligno del autor. Pte
una mujer que nos pinta excelente, amable y heroica, nos regala dos nedas, inleresa-
sadas y despreciables.
Naturam espellas furca^ lamen usque recurret*
Al leer las comedias de Tirso hemos hecho una observación que no nos perece
inútil para los progresos del arte. Entre todas ellas ningunas sostienen mejor la teda-
ra y la representación, que aquellas en que el poeta es menos satírico y mas jesto
con el bello sexo. Tales son la que acabamos de citar, y otras que enumeramos al prin-
cipio de este artículo. Tan cierto es que nada es mas favorable al artista qoe propo-
nerse en su composición un objeto verdaderamente moraL
De sus com^ías históricas solo hay una que merezca elojio, y es LapruimÓA m
la mujer, en lá cual teje la historia de la primer rejencia de la célebre María de Moli-
na. La versificación es robusta y digna del asunto. Pinta á la verdad muy odiosos loi
caracteres de los infantes Don Enrique y Don Juan: pero no los calumnia, como aa ott
en el dia; pues nuestros historiadores nos los han descrito aun mas aborrecibles. Las
comedias sobre asuntos relijiososque nos han quedado de este autor son generalmen-
te informes, aunque el estilo y la versificación sean siempre dignos de alabanza.
No escribió dramas ni en el género pastoril ni en el caballeresco, tan cultivado per
nuestros poetas cómicos de aquel siglo. Su natural inclinación le arrastraba ¿ la sáti-
ra, en la cual hubiera sido muy superior á Góngora y á Quovedo, porque sabia un-
tar mejor que ellos esta clase de cuadros; y no á la poesía sencilla ni á la heroica. Mi^
reto le escedió en lo cómico de las situaciones y en la conducta de la fábula; mas no
en los chistes de la elocución, mas urbanos y orijinalcs en Tirso, y que en su succe-
sor se deslizan tal vez á truhanadas y chocarrerías. No es esto decir que ios donai-
res de Tirso sean siempre de buena ley; pero se nota con frecuencia en ellos mas pro-
fundidad.
Por estas razones se ha colocado á Tirso de Molina entre los seis principales poe-
tas del teatro español del siglo XVII, que son Lope, Tirso, Calderón, Morete, Rqjas^y
Ruiz de Alarcon. Hemos procurado juzgarle desapasionadamente, y señalar con justi-
cia imparcial sus defectos y sus bellezas. Solo nos falta justificar con ejemplos la idea
que hemos dado de él.
191]
ARTCULO 11.
fRESENT AREMOS ejemplos de las difereotes dotes (j[ae hemos atribuido al estilo de
Tirso; y siendo la principal en un poeta el talento de pintar, empezaremos por dos des-
cripciones suyas. La primera es de un mal. cirujano^ sangrador, barbero y sacamuelas,
todo en una pieza :
•Suele andar en un machuelo
que en vez de caminar vuela:
sin parar saca una muela:
mas almas tiene en el cielo
que un Herodes ni un Nerón:
conócenle en cada casa:
por donde quiera que pasa
le llaman la Estrema unción. >
(Por el sótano y el tomo.)
El segundo es de un hipocriton avaro , pero amigo de regalarse, hecho por su
criado:
«y hombre en fin que nos mandaba
á pan y agua ayunar
los Viernes por ahorrar
la pitanza que nos daba :
y á comiéndose un capón ,
alzadas sus mangas anchas
quedándose con los dos
alones cabeceando,
decía al cielo mirando :
|ay ama\ ¡qué bueno es Dios!
Déjele en fin por no ver
santo que tan gordo y lleno ,
nunca á Dios llamaba bueno
hasta después de comer.»
{D. Gil de las calzas verdes)
Podríamos citar infinitos pasajes en que abundan las espresiones gráficas. Al señor de
Vizcaya le dice un rival:
«Vos, caballero pobre, cuyo estado
cuatro silvestres son, toscos y mudos,
montes de hierro para el vil arado,
hidalgos por Adán, como él desnudos,
adonde en ves de Baco sazonado ,
manzanos llenos de groseros nudos
dan mosto insulso, siendo silla rica
en vez de trono, el árbol de Gámica,
¿intentáis de la reina ser consorte?»
{La prudencia en la mujer.)
En espresiones de la misma especie abundan los siguientes cuartetos:
«Del castizo caballo descuidado
el hambriento apetito satisfiíce
la verde yerba que eael campo pace.
[92T
al freno tosco del arzón colgado.
Mas luego que el jaez de oro esmaltado
le pone el dueño, mil corbetas hace,
argenta riendas, céspedes deshace,
con el pretal sonoro alborozado.
{El verganzMO en palaeióm)
El enano Manzanares^ malicias viejas^ buscona gente^ un Adán maiUenedor^ el edma nal
y otras espresiones semejantes, en que los sustantivos hacen veces de epitetos* son co-
munes en nuestro poeta, y al mismo tiempo que caracterizan su estilo y no pemilM
confundirlo con el de ningún otro poeta castellano, le dan notable conciaian y soott
gracia por la oportunidad con que los usa.
Pondríamos también ejemplos de sus diálogos; pero son demasiado largos, y por
otra parte basta remitir nuestros lectores á los de cualquiera de sus comedias, teñda-
damente Por el sótano y d tomOj El vergonzoso en palaeio y Prwhas de amor y flmíifrf
En algunos de los pasajes ya citados se podrá haber notado la misma facilidad que «
Lope, pero mas corrección en el lenguaje, mas enerjia en el pensamiento, y una graa
dosis de fuerza cómica. Solo añadiremos en prueba de esto lo que pone en boca de h
mujer de un módico exortándole á su marido á que no estudie.
«Dejad aqucsos Galenos
si os han de hacer tanto daño,
¿quó importa al cabo del año
veinte muertos mas ó menos?»
{Don Gil de las calzas terdts,)
Nadie ignora que nuestro poeta disfrazó con el nombre del maestro Tirso de Mofi-
na el suyo verdadero. LlamálMise Gabriel Tellez, y fuó relijioso de la Merced, maestro,
presentado, y comendador en su orden. Parece que sus comedias fueron firuto de sai
años juveniles. Montalban dice en el Para todos que estaba el padre Tellez pronto á
dar á la prensa un tomo de Novelas ejemplaresj que no hemos visto. Biyo su verdad»-.
ro nombre no conocemos nada publicado sino las dos composiciones que hizo á la Jas-
ta poótica, celebrada con motivo de la canonización de S. Isidro, insería en el to-
mo XII de las obras de Lope de Vega, edición de Sancha; y por cierto que para ser
el asunto sagrado no dejó de vislumbrarse en la primera de ellas el genio satírico
del autor. El asunto que le hablan dado eran los celos de S. Isidro en matro odavasi
y la primera acaba por estos dos versos:
c ¡qué bravos deben ser para quien ama
celos que se apacientan en Jarama!»
Escepto esta alusión, que por lo menos es ridicula, no hay nada £gno de nota en
aquellas dos poesías, sino la dicción propia de Tirso y que siempre se distingue de las
de los demás poetas de su siglo. El gusto estaba entonóos tan pervertido, como lo maestn
el mismo titulo de Justa poética, que se dio á la colección de composidones hechu
en olojio del nuevo santo. Los jueces señalábanlos asuntos en esta clase de certiioe-
ties, y aun hasta el número y la forma de las estanzas. De este modo no solo era inpo*
sible elevarse á la dignidad del objeto; pero ni aun escribir nada que mereciese stt
leido. Todos son conccptillos y bagatelas sonoras. Nuga canora*
ARTICULO 111.
VjONSlDERAIX) Tirso de Molina como escritor dramático, esto es, como afISfice de
fábulas que han de representarse en el teatro, debemos ejuiminar si contribuyó poco
ó mucho á mejorar el estado en que le dejó Lope de Vega. Ya hemos dicho que esteio-
jenio, dolado de «nconcebihle fecundidad, casi agotó las situacione.<« escénicas que po-
L93]
dian presentarse en aquella época sobre el teatro español; pero rara vez obedeció á la
ley de la verosimilitud, y con tal que produjese efecto, poco le importaban los medios
de que se valia.
No puede negarse que Tirso en la mayor parte de sus fábulas siguió la marcha ir-
regular de su maestro, y aun la exajeró, como puede verse en Don Gil de las calzat ver"
i$i^ M Pretendiente al retes, la República al revés^ Del mal el ménos^ y otras muchas; pero
también debe confesarse que tiene algunas, meditadas con cuidado y construidas con
sumo arte. Estas son pocas á la verdad: mas bastan para hacernos conocer que ya el
público no se pagaba de escenas sueltas y sin conexión; y que exijia de los autores no
solo que le representasen cosas agradables, sino que hubiese orden y verosimilitud en
los lances é incidentes. Habia pasado la época de Juan de la Cueva y de Virues, y se
acercaba la de Calderón y Moreto.
El drama de Tirso en que mostró mas talento escénico, fué Pruebas de amor y amis-
faif« y es entre todas las suyas la que presenta mas interés moral. D. Guillen de Mon-
eada, sospechoso de su amante Estela y de su amigo D. Grao, era al mismo tiempo ami-
go y privado de su soberano, y se veia perseguido de las damas de la corte que aspira-
ban á su mano, y de los cortesanos que le atormentaban con muestras de amistad. De-
seoso de conocer hasta qué panto podia fiarse de ellas y de ellos, y mas aun de desmen-
tir ó confirmar las sospechas aue tenia de los objetos mas amados de su corazón, pide á
su principe que finja derribarle de su gracia, ponerle preso y perseguirle en juicio por
causa de traición. El principe condesciende en ello, j de esta prueba, tan terrible
como segara, resultaron ilesos solamente Estela, i). Grao y Ijilote, un criado de cam-
po de D. Guillen. Las damas de palacio y los cortesanos le abandonaron, y aun le ul-
trajaron, apenas le vieron en el iniortunío; pero su verdadero amigo incurrió en la in-
dignación finjida del príncipe por defender al perseguido con demasiado calor, y su
amante ofireció ai erario sus estados en salisfaccion de las cantidades en aue se supo-
nía alcanzado al privado caido, y desecha la mano de esposo que para preñarla le pre-
senta el mismo príncipe.
Tal es la acción de esta pieza, no menos moral qae interesante. Los caracteres
principales son altamente teatrales y modelos de nobleza y de sentimientos generosos;
señaladamente el de Estela, prueba que Tirso era capaz de pintar el amor tierno y vir-
tuoso tan bien como Lope; pues con dificultad se hallará entre las mujeres que este des-
cribió, una c|[ue pueda igualarse en el heroísmo de la pasión ala marquesa deMirabal.
Pero su malignidad satírica no le permitió hacer muchos retratos semejantes al que tan
perfecto le habia salido.
Sirva de ejemplo la comedia Ceíos con celas se curan, qne es una délas fábulas de Tir-
so mejor conducidas. César, duqae de Milán, ama á Sirena; pero esta mujer vana y
dominante, no pudicndo sufrir que su amado tuviese un amigo en Carlos su privado,
después de haber solídtade inútilmente su separación, finje estar inclinada á Marco An-
lomo, cortesano necio, para enardecer con estos celos la pasión del duque y obligarle
asi ú que cumpla su voluntad. César, en vez de someterse, la hiere por los mismos fi-
los, fiojiéndose enamorado de otra. Los lances á queda lugar esta combinación dramá-
tica, son variados y están muy bien descritos hasta el desenlace, en qne el primero, el
verdadero amor recobra sus derechos.
Los caracteres de César y de Cários sen nobles y teatrales; pero el de Sirena es odio-
so, y apenas puede el espectador interesarse por una mujer que no solo quiere dirijir
á su arbitrio lodos los sentimientos de su amado, y hacerle que renuncie .á un amigo
fiel, sino que para conseguirlo se envilece hasta el punto de mostrar inclinación á un
hombre despreciable, y después á otro caballero de la corte. Asi en una escena de la
segunda jornada en que Sirena se queja á César de que hubiese puesto los ojos en otra,
tiene este muclia razón en diH:irle, comparando los celos en o] amor ú la sal en la
comida,
c(k>n la punta del cuchillo
toma sal el cortesano;
porque con toda la mano
no es teniplaUo, es desabrillo.»
[94]
V diciéndole Sirena:
Responde:
c Solía yo ser
dueño vuestro.
Pasó ya
ese tiem[K).
Sirena.
Pena os da
perderme.
Céiar.
Todo se olvida»
Sirena.
¿Y si me costáis la vida?
César,
Marco Antonio os llorará.»
Este sarcasmo es excelente y pinta muy bien la índole de las vénganlas amorosas.
Aunque el enlace de esta acción está motivado y las escenas bien combinadas,
creemos sin embargo que Tirso cometió un grave yerro en haber supuesto que César y
su nueva amante llegaron hasta el punto de creer verdadero el amor que solo hdáa
comenzado por despique y fínjimiento. Semejantes amoríos, hijos del capricho y de la
inconstancia, son de baja ley y no se admiten en el drama del género noole y caballa
roso. ¡Cuánto mejor lo hace Calderón en su comedia Para vencer damor quirer omcvrii,
y Moreto en El desden con ei desden! En los protagonistas de una y otra hay á la verdad
finjimiento, ardid que permite el teatro; pero el verdadero amor triunfa siempre. Una
pasión que se destruye con facilidad para dar lugar á otra, no es objeto digno de oca-
par la atención del auditorio. Probablemente Tirso no conocía el amor, considerBdD
como una pasión moral, y por eso lo falseó con tanta frecuencia.
¿Por qué nos representa en muchas de sus comedias á las hermanas cdosas
de otras, y tratándose con tan poca generosidad como pudieran dos enemigaat
tramos esta lucha doméstica y poco decente en Marta la Piadosa^ en Amar por
en No hay peor sordo que el que no quiere oir y en otras. Parece que la rivalidad de la
hermosura y del amor no debería tener lugar entre personas ligadas con un víbcoIo
tan sagrado; y por tanto aunque sea posible y probable^ no debería describine en d
teatro; porque no puede interesar una mujer que solicita labrar su felicidad á
de la de su hermana.
Pero lo mas insufrible en Tirso son los finales de muchas de sus piezas. Ea El
qonzoso en Palacio^ en El castigo dd Pensé que^ en María la Piadosa^ en Dd fiud d
y creemos que en algunas mas se consuman los matrimonios entre bastidores. Esto no
es tan atroz como La Torre de Nesle^ en que las princesas echan encubados al fio los
amantes con quienes habían pasado la noche; pero no por eso deja de ser inmundo y
contrario á las costumbres.
Nadie nos podrá acusar de haber juzgado á Tirso con demasiada rijidez ni con de-
masiada admiración y entusiasmo. Es un hablista apreciable: es un poeta satírico en
que hay mucho que estudiar: es un autor cómico que hizo dar algunos pasos al arte;
pero los amores que describe carecen casi siempre del prcstijio moral y decencia:
pinta una sociedad ideal que no era la de su siglo; y son muy pocas las comedias suyas
en que merezca elojios por la regularidad de la acción.
Al concluir nuestros estudios acerca de Tirso de Molina, no deberemos omitir qne
él fué el autor de El convidado de piedra; asunto que imitaron Tomas Corneille y Ho-
liere, y que siempre es representado con interesen los teatros de Francia.
195]
GALERÍA DRAMÁTICA.
SATRO ESCOJIDO DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA.
Tomo !•— Hadrld, 1989.
ARTÍCULO I.
Krcsuramos á dar cuenta al público de esta importante edición, hasta ahora
da en vano, ya por falta de recursos materiales* ya por la sobra deneglijencia
Bcucion. Esperamos que la actual empresa no desfallecerá por una ni por otra
jdi belleza tipográfica del primer tomo que tenemos á la vista, y en el que se
i cuidado de la economía en el precio con el esmero y corrección en papel y le-
líGesta que no se omitirá nada para que la edición sea perfecta al mismo tiem-
aldl de adquirir: y el escelente prólogo aue le antecede^ y el nombre d^ Sr.
ibuscb, autor de los Amantes de Ttrtiel,, ofnecen garantías de que se correjirán
ilijencia y cuidado las comedias de nuestro teatro del siglo XvII que hayan de
en esta galería; pues aunque por ahora solo se trata de publicar las obras esco*
Tirso , es indudable que si la emi^esa prospera como es de esperar, su editor
"á defraudadas las esperanzas de continuar la edición de nuestros mejores dra-
•
primera dificultad que ofrece esta empresa es la de la corrección ; porque las
!S antiguas de nuestras comedias, c^ue es necesario consultar, están plagadas de
unos de imprenta, y otros producidos por la inepcia de los editores furtivos,
uales se quejaba ya Calderón en los últimos versos de la comedia El mayor
» los eeíos^ donde asegura el editor, que la publicaba
«como la escribió su autor,
no como la imprimió el hurto,
de quien es estudio echar
á perder otros estudios. »
bosde estos yerros procedieron de la precipitación con que escribieron los au-
smos y daban sus comedias, ya al teatro, ya á la imprenta. Estos son los mas
de correjir, porque generalmente hablando, consisten en fritas de versos, dis-
de rimas y asonantes, y* principalmente errores de construcción. A ninguna
poetas puede aplicarse mejor que á los comióos españoles la espresion de
»
< si non oíTenderet unum —
quemque poetarum limae labor et mora...»
< no pudieron de la lima
el trabajo sufrir ni la tardanza.»
;e, pues, que ha caido una maldición sobre las ediciones de nuestras antiguas
(. Esperamos que el Sr« Hartzembusch sabrá conjurarla; y que al ocurrirle yer-
•nstruccíon ó de rima, los correjirá, si es posible, ó si no, los anotará, como ya
;ho en algunos pasajes de este primer tomo.
ebemos pasar adelante sin tributar, con el autor del FrólagOy el debido home-
:ratilud á nuestro distinguido literato D. Agustin Duran, que amante siempre
ria de su patria, franquea generosamente su preciosa ycasi completa colección
[96]
de comedias antiguas al editor, para qae pueda comparando ediciones, elejir b mejor
versión en los pasajes dificiles.
Esta obra se publica por suscricion. Las librerías en que se suscribe en las ciudades
de Andalucía, son: Hortal y compañía, Cádix: Sanz, Granada: Caro Carlaya, Sevilla:
Carrera, Málaga: Berard, Córdoba. El precio de suscricion para cada tomo es de
1 irs. vn.en Madrid, y 16 en las provincias. Este primer tomo contiene tres comedias de
Tirso, y 544 pajinas. Las comedias son: la Villana de la Sagra^ Marialapiádo9aj Am&t
y cehs hacen discretos: todas raras y difíciles de encontrar sueltas; pero mucho mas Jai
do» últimas, de las cuales no hemos visto ejemplares.
Con este motivo suplicaríamos al editor, que en obsequio de los que forman colec-
ciones do las comedias de nuestro antiguo teatro, procure incluir en cada uno de ki
tomos siguientes una por lo menos de las mas raras del poeta, con tal que haya me-
recido su elección. Quisiéramos también que se notase entre las de cada lomo la nis-
ma variedad que tienen las tres del primero; pues aunque todas versan sobre d amor
y los celos, la Villana de la Sagra abunda en pinturas campestres y agradables. MarlM
la piadosa se acerca al género terenciano ó de costumbres, y Amor y ceht hacen iuatlm^
es urbana y palaciega. Esta variedad acomoda al lector; porque si por ejemplo le pi-
sieran juntas esta última y la de Amar por seiUu^ parecería una mbma acción coa leí
mismos caracteres, aunque los nombres fuesen diferentes.
Sigue después del prólogo una noticia biográfica del Maestro Tirso de Molina^ ff-
crita por D. Agustin Duran, y que antecedía á la Taita española^ comenzada á impciwr
por este literato, y desgraciadamente no continuada. No sabemos si el Sr. Hartzembosch
habrá tenido presentes loa apuntes que leyó en el Ateneo español en 1836 aobre eilB
insigne poeta el Sr. Mesonero Romanos, y en los cuales, si no nos engaña la meBOria,
hay noticias mas circunstanciadas del P. Fray Gabriel Tellez, que era el Terdadeía
nombre, profesión de nuestro autor cómico. Pero lo mas esencial, que es el Jaido de
sus obras, de su espíritu y de su mérito poético, se halla muy bien tratado en el eMrit»
del Sr. Duran. Allí se verá cuanto después hemos dicho nosotros en varios arUcaki
de este periódico, acerca de los defectos de las fóbulas de Tirso, la urbana maligaUad
de su sátira, la orijinal estructura de su frase, la riqueza y variedad de su estilo poé-
tico, y la clase de pasiones y costumbres que se dedicó á pintar. El Sr. Duran atrilniye,
quizá no sin razón, á la sociedad que Tirso conocia la liga de capricho, vanidad, ia*
constancia, ú otras pasiones mas bajas, con las cuales va mezclado siempre en sos co-
medias el afecto del amor; mas que no eran estas las costumbres por lo menos osteaá-
bles de la sociedad culta en su época, lo prueba el gran aplauso con que fueron red-
bidas las comedias de Lope antes de las suyas, y las de Calderón después. Estos dos
poetas pintaron el amor como un culto y no como un entretenimiento.
En lo que no convenimos con el Sr. Duran, ni convendremos con nadie, osenloqoe
dice contra los preceptistas, esto es, contra los que escríben acerca de la ciencia y el ai^
te de la poesía. No puede haber arte sin preceptos^ ni ciencia sin pnnctpidi. Tampoco eras-
mos que las reglas para producir la belleza sean arbitrarían, ni que los humamslas hs-
yan estudiado la poesía d posteriori; antes bien han ascendido á su verdadero principio,
que es el sentimiento poético, y lo han convertido en idea. Impondremos, si se qoisn,
ei nombre de preceptistas (que siempre se toma en malam partem) , á los que ei
sin filosofía, y por consiguiente, sin verdadero gusto, dictan como leyes poéticas las que
no le son: á esta especie pertenecen la mayor parte de las reglas que dicta Lope «a m
arte iweto de hacer comedias; pero daremos la denominación de verdadero maestro alqae
nos haga observar los medios de conmover el corazón y la fantasía, y nos indique los
escollos en que puede naufragar el genio. El mismo Sr. Duran nos ofrece un excdenleidfla-
plo de crítica juiciosa y filosófica, cuando censura con la debida severidad el mal mé-
todo de Tirso endirijir la fábula y las inverosimilitudes de toda especie que con laati
frecuencia comete. Las reglas no dan genio; pero el genio puede despeñarse sin las ro-
lólas. Asi como el sentimiento moral necesita de la razón, que lo dirija en la prádieadi.
la virtud, asi el sentimiento poético necesita de la critica para no producir deUiiosdi
enfermo, sino cuadros hermosos y regulares. Ya esto lo habia dicho Horacio, é^^fñnn^
no se puede tachar de preceptista en el sentido que hemos dado nosotros á esta pib*
bra, y á quien es menester recurrir siempre que se trate de las leyes del bnen gusto:
[97]
)e el estudio sin un injenio copioso y rieo^ ni el injenio sin la instrucción'
anistas no creen en la iluñon teatral; pero exijen la verosimilitud material
fiunto, y la moral rigorosamente. Un drama sin verosimilitud de ninguna
e tener otras dotes muy apreciables. ¿Qué deberá hacer en este caso el crí-
0? Notar al mismo tiempo que los defectos de la fábula y de la manera de
ncidentes, las bellezas de lengusge, de estilo, de caracteres ó de costumbres
el drama. Asi como es una prueba de espíritu de partido notar los defectos
tas, asi lo es también notar y aplaudir solamente lo bueno sin advertir lo ma-
e. Uno y otro ha evitado el Sr. Duran en su juicio sobre el mérito de Tirso;
) con mucha cordura; poraué generalmente se imitan en un gran escritor
con mas frecuencia que las belleías. Asi en crítica como en moral, la media
leor que la mentira.
e hablamos de Tirso, nos atrevemos á suplicar tanto al editor de la Galería
omo al Sr. Duran, (jue tan generosamente se ha interesado en el buen éxi-
mpresa , que pues tienen á la mano mas medios que nosotros, averigüen
mte y con detenimiento si la comedia intitulada En Madrid y en una casa
aquel autor cómico. El ejemplar que poseemos de esta pieza, y que parece
e un tomo antiguo de comedias, la atribuye á D. Francisco de Rojas. Una
crita, puesta, según parece,. antes de ser arrancada de su sitio, dice: es la
rta diferencia que la que se haUa en este tomo, con el tituló de Le que fiace un man-
U de Calderón. El anotador continua: yo creo que es de Rojas. A mí no me lo
]ue Rojas no podia escribir dos pajinas sin algunos rasgos gongorinos; y es-
no los tiene. Su estilo es de Tirso: de Tirso son las incertidumbres del ga-
lgas y travesuras de la dama para traerle desvelado: hasta los chistes del
I suyos. Si las investigaciones eruditas que pueden hacerse en la escojida co-
Sr. Duran justifican esta opinión nuestra, creemos muy justo restituirle á
M> una composición algo mas regular, aunque del mismo género que otras
B 00 cede á ninguna de ellas en la sal cómica y en la gracia del estilp.
ARTICULO II.
»da comedia hay un examen déella, perfectamente escrito, y digno delilus-
to que es editor de la obra. No es el menor mérito de estos exámenes haber
os lectores el análisis de las piezas, completamente inútil cuando se acaban
aas imitil todavia si no se han leído. St>lo es oportuno cuando se quieren notar
ó defectos del plan. Pero ya se sabe que rara vez las fábulas de Tirso pueden
¡os de la crítica mas común. Siempre hay en la conducta de la acción, aun
resante, estravagancia y anomalías que la desfiguran,
iremos de la Villana de la Sagra, ni de María la Piadosa^ comedias que se
miado con aceptación V que son conocidas ya del público; "pero senos permi-
• detengamos algo en la de Amor y celos hacen discretos, que aun no ha apare*
eatro, y que hemos leido ahora por la primera vez; por tanto nos ha obli^do
re ella un estudio particular.
r tiene mucha razón en decir que el carácter de Margarita, duquesa de Amal-
Djadocon suma maestría. Se parece á Diana, la protagonista del Desden con
1 ser enemiga del amor hasta tal punto, que por no casarse piensa ceder sn
hermana Vitoria; y en haber contraído este odio bastante extraordinario en
e los libros que pintan los estragos harto verdaderos de aquella pasión; pero
don filosófica se va desvaneciendo poco á poco, primero por la secreta envi-
»iisa ver á su hermana, objeto déla adoración de los jóvenes mas ilustres y
e Italia; lo que la obliga á decir:
cSi yo á Vitoria quisiera
menos, ya pudiera ser
que como iiermana y mujer
[98]
envidia á su amor (i) tuviera.
¡Hay tal instancia de amantes! t
y poco dcspucs í
«No se afirme que tengo
envidia.... i
£1 conde Carlos, Uno délos amantes de Vitoria, le envia un billete, cayo estilo por
ser sencillo, desagrada á la duquesa, lo que proporciona á Tirso una sátira contra d
culteranismo que pone en boca de Vitoria.
c ¿Quisieras tu que empezara
como otro que me escribió:
H cielo hiperbolizó
amagos de tu luz dará
en vuestros de mi amor ojos,
animado mI el tino,
iwrte el otro, á guien Neptuno
zafíreos rindió despojos?
Rasgúelo en llegando aqui ,
viendo tan desatinados
atributos estudiados,
y airada le respondí ;
la metáfora que arroja
causa d mis ojos guei^la;
pues si uno es sol, otro estrella;
yo, señor, seré bisoja. 9
Pero cuando sabe la duquesa que aquel papel fué enviado por. no neda, le pweee
demasiado bueno comparado con su autor: duda que sea de Carlos, y. averígna qae n
sospecha es verdadera por Romero, criado de D. Pedro de Castilla, que fujitÍTO de Ef-
paña , servia de secretario al potentado estúpido.
El español se presenta á la duquesa. Es admirable la discreta malignidad de esta
para arrancarle el secreto de ser autor de los papeles que el necio escnbia á Vitoria.
Mas ella misma se prende en sus mismos lazos : ignorante, como la Diana de llórala,
del peligro que corre el corazón mujeril, tratando con un joven discreto y galanmal^
rías de amoríos, oye á D. Pedro hablar de su infiel Leonor, una dama qneidoliM aa
Castilla, ya le contesta, ya le interrumpe, ya se burla de él en una escena que aa ds
las mejores que Tirso ha hecho (la 9.*,) primer acto, y ya al principio delaegudo t^
cuentra amenazada la libertad de su alma.
Desde aqui hasta el fin de la pieza se sostiene muy bien este carácter. La intaieap-
tacion de la carta y retrato de Leonor para que no U^^en á manos de D. Pedro; al so-
borno del criado; el consejo que le dá de que aspire á el amor de su hennanm; aa lalii
al ver que la obedece; su finjida inclinación á Carlos, á quien los celos haa hacha dii^
creto con harta prontitud, y solo por la gracia del poeta; el melindre con que aa d^tlM**
sar la mano en nombre del que afecta amar; el papel con doble sentido que dio á Dan
Pedro para que le entregase al discreto de novísima creación ; todas sus astaciaa aa fa,
todas sus aparentes contradicciones no son mas que las formas diÜBrentea qnatoaain
pasión, hasta que al fin vencida la declara, y la declara con buen éxito; pero aa'aai
la indecencia que en el Vergonzoso en palacio y en otras conoedias del nuamo anlOF*
El carácter de Margarita es, en nuestro entender, una de las mejores crcacioaaa di
Tirso. En él se pinta la mi^er como es^ impelida al amor por la rívididad, Aor§Jhj
la inesperíencia; pero ya amante, recatada, ardiendo por ser solicitada, poaiando ladai
(1)
•^ *tt amor; esto es, al amor qne ella inspin, /> que le consagna á ella.
TT
[99]
los mediofl para serlo; mas escondiendo la mano de que se vale para tirar la piedra. El
editor no habla del desenlace, y ha tenido razón. Un soneto en octosílabos, embutido
en otro de endecasílabos, y entrambos á cual peor, como debían serlo, es el medio mas
ridiculo que puede inventarse para desenlazar una intriga dramática*
El carácter del castellano es pobre:
c Ya quiero Inés, ya Jamón,
ya berenjenas con queso, >
como decía nuestro Alcázar. Pasa rápidamente desde el amor de su castellana ausente
al de la dama del señor á quien sirve, no sin veleidades tributadas á la duquesa, en la
cual se fija últimamente. Este papel es el tipo de todos los galanes de Tirso, sacrificados
constantemente y sin piedad á los caracteres mujeriles.
Pero ¿por qué hace ten despreciable á Vitoria? ¿Por qué cede á la primera insinuación
del traidor secreterio, que vende á su seftor? Es verdad que disculpa su ruindad diciendo:
c Admití á Carlos por él:
que pu^to que sangre real
le hizo gran mariscal
de Ñapóles, d le iqweroj
mas es por él mensajero
que no por el principal.»
Este carácter vil ni aun tiene la venteja de escitar la risa. Solo inspira indignación
y desprecio.
La acción marcha con bastante regularidad. Su principal mérito consiste en los in-
cidentes que desenvuelven el carácter y la pasión de Margarita. Este carácter, dos ó tres
escenas perfectamente escrites, y la sal urbana derramada con profusión en casi toda la
pieza le aseguran un lugar distinguido en nuestra galería dramática.
TOMO II.
ARTÍCULO I.
JuSTE segundo tomo, que ha sucedido al primero con una prontitud que debe ser de
buen agftero para los suscritores y para el publico, contiene tres comedias de Tirso.
I .* Paiatrai y pluihas. 2.* La celosa de si misma. 3.* Privar contra su gusto.
La primera, conocida con el título del Pretendiente con palabras y plumas^ que los ig-
norantes editores del siglo pasado cambiaron en el Petimetre con palabras ect. , como
si la yozpetímttrey enteramente francesa, fuera ni pudiera ser conocida en los tiempos
de Tirso, es imitecion de un cuento de Bocado, de donde tomó también Lope de Ve-
ga su comedia El hatean de Federico, hti acción se reduce á una dama, rebelde á todos
loe servicios y sacrificios de su amante, baste que él reducido á la miseria, le sacrifica
también el último bien que le quedaba y que aseguraba su subsistencia, un halcón
amaestrado á cazar. Este oesenlace, bueno para un cuento que divertía á los niños, no
lo perdonó Lope. Tirso, felizmente, fué mas infiel, y no menos generoso su amante;
pues en albricias de haberse reconocido la inocencia de su princesa falsamente acusada,
regaló su escopete, que para él valia tentó como él halcón para Federico.
Es verdad que el plan de estos dos insignes poetes dramáticos era diferente. Lope
secontento con esponer el triunfo delamor y déla constencia contra la rebeldía de la es-
quifes. El plan de Tirso era mas vasto y filosófico. Se propuso esponer la diferencia,
enlreél amor desinteresado de D. Iñigo, y el egoísmo ruin de Próspero su competi-
dor, que solo ama á Matilde cuando la vé feliz, y la desprecia cuando fué calumniada
[90]
algo mas á las que él describió. Sea cual fuere el mérito de Tirso de Molina en cuanto
á elocución, no hace honor á nuestra moralidad ni á nuestro gusto el que se hayan w
to representadas con aplauso el Vergonzoso en Palacio y Marta la Piado$a.
Pero si hemos censurado, con justa severidad, pero que á algunos parecerá demi-
siada, lo que nos ha parecido inmoral en las comedias de este autor, exije la misma
justicia que no le defraudemos de la alabanza á que es acreedor como hablista y como
poeta. Su estilo es tan fácil como el de Lope; pero mucho mas correcto. El uso de las
voces gráficas, las espresiones felices con que enriqueció la frase poética, la novedad
de introducir sin violencia los sustantivos como epítetos, dan á su estilo condsion y
nervio, de que carece la dicción siempre ñuida, pero pocas veces correcta, de Lope
de Vega-
Pues considerado como poeta ci^mico y satírico, con dificultad se hallará un exn»
tor mas fecundo en chistes y donaires, ni que describa mejor las ridiculeces que se pro-
pone revelar. Aun cuando es poco limpio; aun cuando los pensamientos que preseotí
sean bastante libres, su lenguaje sin embargo es casto y urbano; y ni se roza ooo lai
espresiones sobejanas é inmundas de Horacio, Marcial ó Juvenal, ni con las imáitmi
delicadas y Yoluptuosas, y por esa razón mas nocivas, de Ovidio.
Debemos también observar que Tirso sabia describir tan bien como Lope el verda-
dero amor fiel, constante, entrañado independiente de la vanidad, del interés y d0
la desenvoltura. Dígalo sino el hermoso carácter de Estela en la comedia de Friebm
de amor y amUtad^ carácter noble é ideal, que resiste á las solicitaciones de un princi-
pe, y lo que es mas, á las injusticias de un amante celoso, que sabe sufrir con digni-
dad y hacer sacrificios que no esperaba ver premiados: en fin, que es el bello ideal de
la ternura mujeril. Pero aun en esta comedia se conoce el genio maligno del autor. Par
una mujer que nos pinta excelente, amable y heroica, nos regala dos nedas, inlereía-
sadas y despreciables.
Naturam espellas furca^ lamen mque recurret,
Al leer las comedias de Tirso hemos hecho una observación que no dos parece
inútil para los progresos del arte. Entre todas ellas ningunas sostienen mejor la lacla-
ra y la representación, que aquellas en que el poeta es menos satírico y mas jaato
con el belfo sexo. Tales son la que acabamos de citar, y otras que enumeramos al prin-
cipio de este artículo. Tan cierto es que nada es mas favorable al artista que propo-
nerse en su composición un objeto verdaderamente moral.
De sus comedias históricas solo hay una que merezca ekjio, yes Lapnué&MÁa m
la mujer, en lá cual teje la historia de la primer rejencia de la célebre María de Moli-
na. La versificación es robusta y digna del asunto. Pinta á la verdad muy odiosos loa
caracteres de los infantes Don Enrique y Don Juan: pero no los calumnia, cómese ua
en el dia; pues nuestros historiadores nos los han descrito aun mas aborrecibles, las
comedias sobre asuntos relijiososque nos han quedado de este autor son generalmen-
te informes, aunque el estilo y la versificación sean siempre dignos de alabanza.
No escribió dramas ni en el género pastoril ni en el caballeresco, tan cultivado per
nuestros poetas cómicos de aquel siglo. Su natural inclinación le arrastraba á la sáti-
ra, en la cual hubiera sido muy superior á Góngora y á Quovedo, porque sabia pin-
tar mejor que ellos esta clase de cuadros; y no á la poesía sencilla ni á la heroica. Uo-
relo le escedió en lo cómico de las situaciones y en la conducta de la Cábula; mas no
en los chistes de la elocución, mas urbanos y orijinales en Tirso, y que en su suoce-
sor se deslizan tal vez á truhanadas y chocarrerías. No es esto decir que los donai-
res de Tirso sean siempre de buena ley; pero se nota con frecuencia en ellos mas pro-
fundidad.
Por estas razones se ha colocado á Tirso de Molina entre los seis principales poe-
tas del teatro español del siglo XVII, que son Lope, Tirso, Calderón, Moreto, Rojas y
Ruiz de Alarcon. Hemos procurado juzgarle desapasionadamente, y señalar con justi-
cia imparcial sus defectos y sus bellezas. Solo nos falta justificar con ejemplos la idea
que hemos dado de él.
191]
ARTCULO H.
AR£MOS ejemplos de las diferentes dotes que hemos atribuido al estilo de
ndo la pi incipal en un poeta el talento de pintar, empezaremos por dos des-
•uyas. La primera es de un mal.cirujano> sangrador, barbero y sacamuelas,
1 pieza:
• Suele andar en un machuelo
que en vez de caminar vuela:
sin parar saca una muela:
mas almas tiene en el cielo
que un Herodes ni un Nerón:
conócenle en cada casa:
por donde quiera que pasa
le llaman la Estrema unción, t
(Por el sótano y el tomo.J
ndo es de un hipocriton avaro , pero amigo de regalarse, hecho por su
cy hombre en fin que nos mandaba
á pan y agua ayunar
los Viernes por ahorrar
la pitanza que nos daba :
y él comiéndose un capón ,
alzadas sus mangas anchas
quedándose con los dos
alones cabeceando,
deciaal cielo mirando :
|ay ama\ ¡qué bueno e$ IHoel
bejéle en fin por no ver
santo que tan gordo y lleno ,
nunca á Dios llamaba bueno
hasta después de comer.»
(D. Gil d$ las calxas verdai)
útar infinitos pasajes en que abundan las espresiones gráficas. Al señor de
iicc un rival:
cVos, caballero pobre, cuyo estado
cuatro silvestres son, toscos y mudos,
montes de hierro para el vil arado,
hidalgos por Adán, como él desnudos,
adonde en vez de Baco sazonado ,
manzanos Uenos de groseros nudos
dan mosto insulso, siendo silla rica
en vez de trono, el árbol de Gámica,
¿intentáis de la reina ser consorte?»
{La prudencia en la mujer,)
íes de la misma especie abundan los siguientes cuartetos:
iDel castizo caballo descuidado
el hambriento apetito satisface
la verde yerba que en el campo pace ,
[921
al freno tosco del arzoo colgado.
Mas luego que el jaez de oro esmaltado
le pone el dueño, mil corbetas hace,
argenta riendas, céspedes deshace,
con el pretal sonoro alborozado.
(El vergonzoio en palaeie»)
El enano Manzanares^ malicias viejas^ buscona geníe^ un AJan fiunUettevíor, W alma nM
j otras espresiones semejantes, en que los sustantivos hacen veces de epitetos» loo ca-
munes en nuestro poeta, y al mismo tiempo que caracterizan su estilo y no permita
confundirlo con el de ningún otro poeta castellano, le dan notable concisión y sana
gracia por la oportunidad con que los usa.
Pondríamos también ejemplos de sus diálogos; pero son demasiado larg«M» y por
otra parte basta remitir nuestros lectores á los de cualquiera de sos comediaa, seíialt-
damente Por el sótano y el tomo^ El vergonzoso en palacio y Pruebas de asnor y amitlat»
£n algunos de los pasajes ya citados se podrá haber notado la misma facilidad que m
Lope, pero mas corrección aa el lenguaje, mas enerjfa en el pensamiento, y una graa
dosis de fuerza cómica. Solo añadiremos en prueba de esto lo que pone en boca de h
mujer de un médico exortándole á su marido á que no estudie.
«Dejad aquesos Galenos
si os han de hacer tanto daño,
¿qué importa al cabo del año
veinte muertos mas ó menos?»
(Don Gil de las calzas eerées.)
Nadie ignora que nuestro poeta disfrazó con el nombre del maestro Tirso de Ibli-
na el suyo verdadero. Llamábase Gabriel Tellez, y fué rolijioso de la Merced, maestra,
presentado, y comendador en su orden. Parece que sos comedias fueron {¡ruto de su
años juveniles. Montalban dice en el Para lodos que estaba el padre Tellez pronlo á
dar á la prensa un tomo de Novelas tjemplaresj que no hemos visto. Bigo su verdades
ro nombre no conocemos nada publicado sino ks dos composiciones que hizo á la ioi*
ta poética, celebrada con motivo de la canonización de S« Isidro, inserta en el to-
mo Kll de las obras de Lope de Vega, edición de Sancha; y por cierto que para ser
el asunto sagrado no dejó de vislumbrarse en la primera de ellas el genio satirio»
del autor. El asunto que le hablan dado eran los celos de S. Isidro en cuatro octafaii
y la primera acaba por estos dos versos:
« ¡qué bravos deben ser para quien ama
celos que se apacientan en Jarama! »
Escepto esta alusión, que por lo menos es ridicula, no hay nada digno de ñola ea
aquellas dos poesías, sino la dicción propia de Tirso y que siempre se distingue de las
de los demás poetas de su siglo. El gusto estaba entonces tan pervertido^ como lo maestn
el mismo título de Justa poética, que se dio á la colección de composiciones hechas
en elojio del nuevo santo. Los jueces señalábanlos asuntos en esta clase de certinM-
-oes, y aun hasta el número y la forma de las estanzas. De este modo no solo era impo-
sible elevarse á la dignidad del objeto; pero ni aun escribir nada que mereciese ser
leido. Todos son conceptillos y bagatelas sonoras. Nuga canora.
artículo 111.
ijONSlDERADO Tirso de Molina como escritor dramático, esto es, como aittf ce de
fábulas que han de representarse en el teatro, debemos examinar si contribuyó poco
ó mucho á mejorar el estado en que le dejó Lope de Vega. Ya hemos dicho que esteia*
jenio, dotado de inconcebible fecundidad, casi agotó las situaciones escénicas que po-
193]
atarse cq aquella época sobre el teatro español; pero rara vez obedeció á la
srosimilitud, y con tal que produjese efecto, poco le importaban los medios
ralia.
de negarse que Tirso en la mayor parte de sus fábulas siguió la marcha ir-
su maestro, y aun la exajeró, como puede verse en Don Gil délas calzas ver*
ndiente al revés, la República al revéSj Dd mal el menos, y otras muchas; pero
ebe confesarse que tiene algunas, meditadas con cuidado y construidas con
Estas son pocas á la verdad: mas bastan para hacernos conocer que ya el
se pagaba de escenas sueltas y sin conexión; y que exijia de los autores no
) representasen cosas agradables, sino que hubiese orden y verosimilitud en
é incidentes. Habia pasado la época de Juan de la Cueva y de Virues, y se
1 de Calderón y Moreto.
na de Tirso en que mostró mas talento escénieo, fué Pruebas de amor y amis-
itre todas las suyas la que presenta mas ínteres moral. D. Guillen de Mon-
choso de su amante Estela y de su amigo D. Grao, era al mismo tiempo ami-
lo de su soberano, y se veia perseguido de las damas de la corte que aspira-
Ano, y de los cortesanos que le atormentaban con muestras de amistad. De-
»nocer hasta qué punto podía fiarse de ellas y de ellos, y mas aun de desmen-
mar las sospechas auc tenía de los objetos mas amados de su corazón, pide á
\ que finja derribarle de su gracia, ponerle preso y perseguirle en juicio por
raicion. El príncipe condesciende en ello, j de esta prueba, tan terrible
ra, resultaron ilesos solamente Estela, D. Grao y -Gilote, un criado de cam-
juillen. Las damas de palacio y los cortesanos le abandonaron, y aun le ul-
penas le vieron en el infortunio; pero su verdadero amigo incurrió en la in-
finjida del príncipe por defender al ^rscgnido con demasiado calor, y su
eció al erario sus estados en satisfacción de las cantidades en que se supo-
ido al privado caído, y desecha la mano de esposo que para probarla le pre-
MBO príncipe.
la acción de esta pieza, no menos moral que interesante. Los caracteres
son altamente teatrales y modelos de nobleza y de sentimientos generosos;
mte el de Estela, prueba que Tirso era capaz de pintar el amor tierno y vir-
ien como Lope; pues con dificultad se hallará entre las mujeres que este des-
que pueda igualarse en el heroísmo de la pasión ala marquesa deMirabal.
dignidad satírica no le permitió hacer muchos retratos semejantes al que tan
había salido.
e ejemplo la comedia Cdos cmi celos se curan, que es una de las fábulas de Tír-
inducidas. César, duque de Milán, ama á Sirena; pero esta mujer vana y
no pudicndo sufrir que su amado tuviese un amigo en Carlos su privado,
haber solicitado inútilmente su separación, finje estar inclinada á Marco An-
ssano necio, para enardecer con estos celos la pasión del duque y obligarle
ampia su voluntad. César, en vez de someterse, la hiere por los mismos fi-
lóse enamorado de otra. Los lances á queda lugar esta combinación dramá-
iríados y están muy bien descritos hasta el desenlace, en que el primero, el
imor recobra sus derechos.
actores de César y de Cários sen nobles y teatrales; pero el de Sirena es odié-
is puede el espectador interesarse por una mujer que no solo quiere dirijir
o todos los sentimientos de su amado, y hacerle que renuncie á un amigo
[ue para conseguirlo se envilece hasta el punto de mostrar inclinación á un
{preciable, y después á otro caballero de la corte. Asi en una escena de la
nada en que Sirena se queja á César de que hubiese puesto los ojos en otra,
ancha rozou en decirle, comparando los celos en el amor ú la sal en la
<(>)n la punta del cochillo
loma sal el cortesano;
porque con toda la mano
no es templaHo, es desabrillo. »
[104]
pero no se me lograba
el salario que me daba,
porque con poea conciencia
lo ganaba su mercé.
Juana, ¿Mal lo ganaba? ¿por qué?
Caramanchel. Por mil causas: la primera
porque con cuatro aforismos,
dos testos, tres silojismos
curaba una calle entera.
No hay facultad que mas pida
estudios, libros galenos,
ni gente que estudie menos
con importarnos la vida*
y cuando á casa llegaba
ya era de noche: acudía
al estudio, deseoso
(aunque no era escrupulosa)
de ocupar algo del dia
en ver los espositores
de sus Rasis y Avioenas
cuando Doña Estefanfia
gritaba: ola /ties, Leonor,
id á llamar al doior^
que la cazuela se enfria,
kcspondia él: en un hora
no luiy que llamarme d cenar:
déjenme un rulo eüudiar.
Enfadábase la dama,
y entrando á ver su doctor
decia, acabad^ señor^
Cifrado habéis hasta fama,,
y demasiado sabéis
para lo que aqui ganáis:
adtertid^ si asi os cansáis,
que presto os consumiréis.
Dad al diablo los galenos
ni os han de hacer tanto daño;
iquéimporta al cabo del año
veinte muertos mas ó meiuw?
m
La pintura del clerizonte es digna de la brocha de Goya.
« Su bonetazo calado,
lucio, grave, carilleno,
mulco de veintidoceno,
el cuello torcido á un lado;
y hombre en fin que nos mandaba
á pan y agua ayunar
los viernes por ahorrar
la pitanza que nos daba:
y él comiéndose un capón.
[105]
• 'quedándose con loi do0
dones cabeceando,
decía al cielo mirando:
¡ay ama! ¡qué ¡nutM es Diot!
Déjele en no^ por no yer
amo que tan gordo y lleno,
nunca á Dios llamaba buene
hasta despoes de comer. »
El editor en el examen de esta pieza hace guerra á los rígidas preceptistas del siglo
pasado, perpetuos defensores de la senciilex ea les argumentos dramáticos, porque en
sa sistema no se puede esplicar como dramas, semejantes al D. Cnl en la complica-
eioa de la acción, agradan tanto ó mas que los sencillos.
Nosotros oreemos en primer higar que Luzan y Moratin no merecen el nombre de
preeepiistasy tomado siempre en mato parte por los que quisieran que no hubiera reglas,
y por consiguiente, ni principios en la práctica de la poesía dramática.
En segundo lugar que la senciUe» de la fábula, recomendada por los maestros del
arte, no es la desnudez^ pobreza y frialdad: sino la unidad de acción y de interés. Dígalo
8ÍDO la distinción bien conocida de los literatos, entre las comedias de costumbres y
las de intriga: entre las fábulas simples y las implexas. Es contra el arte destruir el in-
terés truncándolo y complicando acciones que nada tengan de común entre si, aun en
las ttbulas mas pobres de incidentes; pero nadie ha prohibido todavía aumentar el
■iKmmiento de la acción, siempre que se haga sin destruir la claridad y la unidad de
objeto* Los Meneemos y el Persa de Planto están tan llenas de lances como una comedia
de Calderón.
En tercer lugar, que no admiten comparación los dos géneros, el de costumbres y
el de intriga. Su monto es de diferente clase. Acaso nos riamos mas con D. Gil que
con el Miidniropo; pero la risa que este excita es de mejor tono, y sobre todo mas
«til. Si los franceses gozan masen la representación del Maligno de Gresset que en la del
Tartufo de Moliere, nos compadecemos de su gusto y de su moralidad; de su gusto,
porque hay en Moliere mas fuerza cómica y mas conocimiento del corazón que en Gres-
aiet: de su moralidad, porque aquella preferencia mostraría que es mas común entre
ellos el vicio de la malignidad que el de la hipocresía. En efecto el primero supone una
sociedad muy corrompida y sin principio alguno de vida moral: el segundo que aun
ste aprecia la virtud, pues hay quien aspire á engañar con sus apariencias.
Él verdadero principio en las composiciones dramáticas es que los efectos ó tráji-
cos ó- visibles queden justificados á los ojos del espectador, ó en otros términos, que
los medios sean proporcionados á los fines. Tirso no se fatigó mucho por buscar esta
jiropordon, y en D, Gil menos aun que en otras comedias suyas; su excelente elo-
cución, su gracioso diálogo arrastran al auditorio, y le impiden ver este defecto. Agra-
da, no por á, sino apaar de él.
En nuestro enuñider no hay mas que ana fuente del placer en las arles, y es la ¿e-
iUza ideal de los cuadros, sean de la especie que fueren. Nos reimos con las truhane-
rías de Scapin, como pudiera un níAo con una carátula: la risa que excitan las Manía-
hidillas de Moliere, ó el Lindo D. Diego de Morete, es ya digna del hombre.
ARTÍCULO 11.
-La comedía intitulada el Celoso prudente ^ que es la segunda de este tomo, es, entre las
tres, la que merece un examen mas atento. No se trata ya en ella de los artificios de
*ina amante que procura recobrar su honor» sino de las agonías de un marido pundo-
sioTOso que se cree ofendido.
Esta comedia, mucho menos complicada que el D. Gil, peca sin embargo masno-
^blemente contra la unidad. Un principe, á quien su padre el rey quiere casar con una
princesa estranjera, enamorado m Usena, dama particular, consigue su amor con dos
li
[106]
ficciones: una , haciendo creer á su padre y al de su amada qua su pasión no tíene i
ella por objeto, sino á su hermana Diana : otra, persuadiendo á todos, que la prínoeía,
su prometida esposa, es un vivo retrato de Lisena; y asi dá la mano á esta con bene|dá-
cito de su padre. Esta es la verdadera acción del drama. La que indica el titulo es ido
un episodio, y episodio de la clase de aquellos que no deben permitirse en la dramitici,
que siempre camina al desenlace:
tSemper ad evmUtm festinat. i
Esta se^runda acción son los celos de D. Sancho de Urrea, maridode Diana, cayahonn
se baila comprometida con el amor finjido del principe. Sufre, pero es prudente: ima
la venganza en secreto: se prepara á ejecutarla ; pero antes de consumarla se hace pA»
blico el artificio de Segismundo y su casamiento con Lisena; y el marido,, feliimeote
desengaflado á tiempo, se dá á si mismo la enhorabuena de haber sabido diaimalar la
pena que lo devoraba»
Este episodio, por mas desaciertos que haya cometido Tirso en la condaeta déla &-
bula, es sin embargo para todo espectador que tenga sentimientos, la parta prindpsl
de la acción; porque ¿qué importan los amorfos y artificios de Segismunda y lancaa, éá
inlante Alberto y de la princesa Leonora? ¿Qué es la credulidad tan risible como iai»
rosimil de los dos viejos y de un joven conde de Overisel, amante antígno-da Umif
¿Qué valen las truhanerías y alcahuetazgos del portero Gascón , cuando se pieieaU oa
la escena el terrible é interesante personaje de un esposo agraviado en sn bonraT Aato
él desaparece todo lo demás; y esto es tan evidente, que el carácter mas perfiscto y m^'
jor delineado de esta comedia es el de D. Sancho: los versos mejores y mas aaiilUii
son los suyos. Señal cierta de que Tirso conoció su importancia. ¿Por qué,, pues, ao i^
metió las demás figuras á esta? ¿Por qué se complació en amontonar lances é ineidailBi
en aquellas intrigas insustanciales, robando el interés al sentimiento principalfyPoif ,
como ya hemos dicho otras veces, lo que menos conocia Tirso del arte dramálieo ei h
disposición de la fábula. Por esta parte flaquean casi todas sus comedias.
El editor en el examen de esta pieza, lleno de excelentes observaciones, sosperlii
que está en ella el germen del terrible carácter que dibujó Rojas en Crareia dd CmMm.
Nosotros no sospechamos, sino decimos decididamente que el D. Sancho de Urrüde
Tirso es el orijinal del D. Lope de Almeida de Calderón en su excelente comedia iati-
fculada,i4 secreto agravio secreta venganza. Calderón, pues, imitó y mejoró á Tieso, laqif
no es poca gloria para este autor.
La fábula de Calderón es sencilla como debe serlo aquella en que hay que des*
críbir un gran carácter y las luchas interiores del alma combatida de amor, de calas, y
de venganza. £1 autor mas fecundo y hábil en aglomerar incidentes y en desenredarioi,
renunció á mostrar su talento en el asunto de esta comedia, lo (|^ne prueba su tinodn-
málico. Su celoso está realmente ofendido, lo sabe y quiere fulminar como D. Saaoho;
pero un incidente mal preparado en Tirso y perfectamente traido en Calderón, haosqoe
ambos se decidan por la prudencia y la reserva.
En el Celoso prudente un criado cuenta á I). Sancho que habia visto pasar por li
calle gente do justicia, publicando la inocencia de un sastre á quien habian atetado ia-
justamente, y el criado se burla de esta satisfacción, que hizo mas pública laafirenta, j
que apesar de la honra que le hacían los jueces, los que le conocen en adelante
cno le llamarán d sastre^
sino solo el azotado, i
Renuncia, pues, D. Sancho á la venganza pública y resuelve la secreta.
Á D. Juan, amigo de D. Lope de Almeida, le habian ofendido con nn mmUkf 7 d ■*
vengó dando la muerte al ofensor. Calderón tuvo buen cuidado en adelantar eila moA^
cia en el acto primero. Cuando ya D. Lope estaba casi cierto de su agravio y grilahs
venganza, encuentra á su amigo que acuchillaba á unos hombros y le ayuda á lasuur-
[107]
enUrlos. Preguntado de la causa de la pendencia, le cuenta D. Juan aue leí
d pasar él, que había tido el denneniido^ y entonces los acometió gritando:
c Yo soy el desagraviado,
que no soy el desmentido.!
[ue no ignoraba la ofensa de D* Lope, continúa doliéndose de yer ouán poco
provechado la venganza para salvar su buen nombre, y concluye con esta
cy mil veces
por vengarse uno atrevido,
por satisfacerse honrado,
publicó su agravio mismo;
porque dijo la venganza
lo que la ofensa no dijo. »
■e esta combinación es mas noble y dramática que la del sastre azotado. Don
Imeida imitó á D* Sancho de Urrea, y puso en ejecución lo aue el celoso de
finó. Dio la muerte al adúltero en el rio, y abrasóla casa de campo en^que
•oulpable esposa.
into á la elocución, es mas noble y poética en Calderón. Allí no se encuentra
fue latM la honra, ni el honor ofüado que necesita tomar el acero*
que Tirso tuvo en esta comedia la felicidad de sujerir ideas á Calderón. Li-
na fueron imitadas en la comedia Con quien vengoy vengo» Lisarda es tan de-
oomo Diana, y Leonor que como Lisena tiene un amante, quiere ocultar Á
la mayor un papel que de él habia recibido* Lisarda, conocida la pasión de
). resuelve á favorecerla. Las dos escenas primeras de ambos dramas son casi
guíenles versos de Tirso en el Celoso prudente merecen, ser citados por su cpr#"
poesía.
€ Y no reinos ni riqueza
creáis que son el tesoro,
Diana, de mas grandeza.
Los diamantes, plata y oro
se crían ten la aspereza
de una infructífera sierra :
las perlas que el mundo eslima
una concha las encierra:
la púrpura que sublima
la vamdad de laUerra
es sangre de un vil pescado:
las piedras que el sol coléela,
un monte las ha criado:
ias sedas de tanta tt^la
que dan soberbia al brocado,
un gusanillo pequeño
hfi hila de sus entcañas;
sacad su valor del dueño.»
be omitirse una espresion singular en la escena IV del 2.^ acto^ donde Gascón
c Y si es que habéis menesterme. i
ordamos de haber visto semejante enclítica. Los acusativos ó dativos m«, /f ,
lacen enclíticos con los verbos principales ó auxiliares, y tal vez con los partí*
ivos, como en este ejemplo; habiendo eaeado la daga^ y heridome: pero solo en el
iprimir por elipsis e! verbo auxiliar. En el dia se dicei me habeie menetter, y
[108]
rara vez habeUme menester. Es verdad que pudo haber puesto esta estravagancia grtma-
Ucal en boca del gracioso, en la q«o no tiene el valof necesario para aenrirdeqeflh
pío del lenguaje. El mismo Gascón dice al principe Segismundo, que de noche ei lu
linterno.
ARTICULO Iir.
«
JLa comedia Ventura te de Dioi^ hijo no tiene mas que dos caracteres estimables é inte-
resantes, que son el de Otón, obligado á seguir contra su inclinación la carrera de las
letras por un padre necio, y el de su madre, que solo le desea ventura. Túvola tan
(avorable apenas se vio en el element» donde ella domuia,. esto es, en la guerra y enh
corte, c|ue prendiendo al enemigo del duque de Mantua su señor, llegó á casar con m
hija única, apesar de sus enemigos, contra la voluntad de su soberano, y aun contra h
de la misma princesa. La mejor combinación que hay en este drama, observada por d
hábil editor en el Examen de esta pieza, es que los mismos pasos que dieron aus eavi-
diosos para arruinarle, le sirvieron de escalones para engrandecerse.
Por lo demás, se nota en esta comedia lo mismo que en las denuis de Tino: Clbiih
interesante, pero mal fraguada y llena de incidentes no justificados; mujeres iacoat-
tantas y veleidosas, y hombres de carácter débil: aun el mismo Otón lo es, y ido me-
reció su fortuna por su escalente corazón. El diálogo, la versificación y el lengo^^ soa
de Tirso, esto es, dignos de estudio- y de imitación. Quien desee ver una aodiiisinai
circunstanciada de esta pieza debe leer el Examen ya citado, donde las obaenraeioBV
dramáticas son muchas y muy atinadas. Nosotros nos contentaremos con copiar algoDQi
de los mejores trozos de versificación.
Véase cómo describe con sus mismas palabras el carácter de una mujer da laci-
miento humilde, pero vana, y que espera lograr un casamiento ventajoso por el' mérito
de su hermano:
c ¡Qué donoso impertinente!
Otón, pobreza y valor
no son dote competente,
ni anda ya desnudo amor
en la opinión de la gente.
Si ya que eres ignorante
tuvieras hacienda, Otón,
estimárate constante;
que el tener es discreción
y el oro se ha vuelto amante, (i)
El Gelo á mi hermano ha dado
tantas letras, que le ven
por ellas entronizado,
y siendo sabio, no eabien
darle á un necio por cufiado.»
Esta misma Rósela que tan indignamente desprecia á Otón, su antiguo amaiUia, co^
mete todo género de bajezas para recobrar su afecto cuando le vé en alto paeslD.
Los versos siguientes, en que se prefiere la dicha al saber, tienen la mahgmdad
característica de Tirso.
«No en las letras solamente
consiste, Otón, ni se alcanza
(i) Estos dos últimos yenos son hermosos porla finmv de la sidra.
[109]
Boettra bieiuiTeiiUiraDia:
ser dichoso el hombre intente:
poco le importa ser sabio
si DO faere yenturoso:
rinde el necio al injenioao,
y aunque conoce su agravio,
el cobarde se asegura
con didia y yenoe al valiente:
' no hay desdichado prudente:
nunca es necia la ventura»
Ya el saber macho es odioso:
la ignorancia subió el precio,,
tanto que importa ser necia
para ser uno dichoso.»
Ek romance en que finje Clemencia que Enrique ouiso deshonrarla y que la de-
idió Otour está superiormente versificado apesar del asonante dificil. véase una
iiestra:
ilH voces pidiendo al cielo
rayoe, que siendoverdogoa-
contra tiranas ofensa»,
mi honor dejasen seguro.
Oyólas un labrador
en cuerpo y traje robusto, (i)
puesto que noble en loa hechos,
á quien mi vida atribuyo:-
3,ue con un tosco bastón^
espejos de un roble duro,
contra ci bárbaro atrevido
sirvió á mia- quejas. de escudov
y sin temer lostraidiürea
cobardes, puesto que muchosy
testigos de sus haaañas
hizo los montes incultos»
I •-• «^ ••• ••••^«•» •■•••• trm ««•«••••<
desde hoy mas,
y de enemigos peijuros
no te fies otra vez
cuando aborrecen por uso:
que ni al rio has de pedir
re retroceda su curso,
sol que enjendre tinieblas,
ni que discursan loa bratos.i
poético
c Al que sin didia se em^ea,
ni el Coselete gravado,
ni el puesto mas retirado,
ni la militar trinchera
darán defensa segura,
si una bala se abalanza,
qfie á todas partes alcanza,*
smo es solo á la veoatura.f
1) Aquí robusto esU por la#co, gritMir»;cQi|ialipipfaelwb ildfersatÍTa qoé s^
[98]
envidia á su amor (i) tuviera.
¡Hay tal instancia de amantes! t
y poco después i
«No se aCrme que tengo
envidia....»
El conde Carlos, lino délos amantes de Vitoria, le envía un billete, cuyo estilo por
ser sencillo, desagrada á la duquesa, lo que proporciona á Tirso una sátira contra A
culteranismo que pone en boca de Vitoria.
c ¿Quisieras tu que empezara
como otro que me escribió:
el cielo hiperbolizó
amagos de m luz dará
en vuestros de mi amor ojos,
animado wl el tmo,
norte el oíroj d quien Neptuno
zafireos rindió despojos?
Rasgúelo en llegando aqui ,
viendo tan desatinados
atributos estudiados,
7 airada le respondí ;
la metáfora que arroja
causa d mis ojos querella;
pues si uno es sol, otro estrella;
yOj señor j seré bisoja. »
Pero cuando sabe la duquesa que aquel papel fué enviado por. un neda, le parsee
demasiado bueno comparado con su autor: duda que sea de Carlos, y. averigua qneii
sospecha es verdadera por Romero, criado de D. Pedro de Castilla, que fiíjitivo de Eh
paña, servia de secretario al potentado estúpido.
£1 español se presenta á la duquesa. Es admirable la discreta malignidad de esta
para arrancarle el secreto de ser autor de los papeles que el necio escnbia á Vitoria.
Mas ella misma se prende en sus mismos lazos : ignorante, como la Diana de liorelai
del peligro que corre el corazón mujeril, tratando con un joven discreto y falan mate-
rias de amoríos, oye á D. Pedro hablar de su infiel Leonor, una dama que idolatré aa
Castilla, ya le contesta, ya le interrumpe, ya se burla de él en una escena que m de
las mejores que Tirso ha hecho (la 9.%) primer acto, y ya al principio delaeguiiD ear
cuentra amenazada la libertad de su alma.
Desde aqui hasta el fin de la pieza se sostiene muy bien este carácter. La iBlenep*
tacion de la carta y retrato de Leonor para que no lleguen á manos de D. Pedro; el al-
borno del criado; el consejo que le dá de que aspire á el amor de su hermana; sv lalia
al ver que la obedece; su finjida inclinación á Carlos, á ouien los celoa han hecba dis-
creto con harta prontitud, y solo por la gracia del poeta; el melindre con que ae di|j|i ta-
sar la mano en nombre del que afecta amar; el papel con doble sentido que dio á Don
Pedro para que le entregase al discreto de novísima creación ; todas sus astaciaa en fa,
todas sus aparentes contradicciones no son mas que las formas difinrentea quetOBaa aa
pasión, hasta que al fin vencida la declara, y la declara con buen éxito; pero ao'cae
la indecencia que en el Vergonzoso en palacio y en otras comedias del mianio anlor*
El carácter de Margarita es , en nuestro entender, una de las mejores rreaicioaaa éa
Tirso. En él se pinta la miyer como es, impelida al amor por la rivadidad, él oigaffley
la inesperíencia; pero ya amante, recatada, ardiendo por ser solicitada, ponjendo t|4ii
(i) A 8u amor; esto es, a! amor que ella inspira, ó que le consagran á eHa.
[«9]
los medios para serlo; mas escondieodo la maoo de que se vale para tirar la piedra. El
editor no habla del desenlace, y ha tenido razón. Un soneto en octosílabos, embutido
en otro de endecasílabos, y entrambos á cual peor, como debían serlo, es el medio mas
ridículo que puede inventarse para desenlazar una intriga dramática.
El carácter del castellano es pobre:
c Ya quiero Inés, ya Jamón,
ya berenjenas con queso, >
como decia nuestro Alcázar. Pasa rápidamente desde el amor de su castellana ausente
al de la dama del señor á quien sirve, no sin veleidades tributadas á la duquesa, en la
cual se fija últimamente. Este papel és el tipo de todos los galanes de Tirso, sacrificados
constantemente y sin piedad á los caracteres mujeriles.
Pero ¿por qué hace tan despreciable á Vitoria? ¿Por qué cede á la primera insinuación
del traidor secretario, que vende á su sefior? Es verdad que disculpa su ruindad diciendo:
c Admití á Carlos por él:
que puesto que sangre real
le hizo gran mariscal
de Ñápeles, H le quiero^
mas es por él mensajero
que no por el principal.»
Este carácter vil ni aun tiene la ventaja de escitar la risa. Solo inspira indignación
y desprecio.
La acción marcha con bastante regularidad. Su principal mérito consiste en los in-
cidentes que desenvuelven el carácter y la pasión de Margarita. Este carácter, dos ó tres
escenas perfectamente escritas, y la sal urbana derramada con profusión en casi toda la
pieza le aseguran un lugar distinguido en nuestra galeria dramática.
TOMO II.
ARTÍCULO I.
£áSTE segundo tomo, que ha sucedido al primero con una prontitud que debe ser de
buen agüero para los suscrítores y para el publico, contiene tres comedias de Tirso.
i •* Paübrai y pluñuu. 2.* La celaa de ti misma, 3.* Privar contra su gusto.
La primera, conocida con el título del Pretendiente con palabras y plumas^ que los ig-
norantes editores del siglo pasado cambiaron en d Petimetre con palabras ect. , como
si la voz petimetre, enteramente francesa, fuera ni pudiera ser conocida en los tiempos
de Tirso, es imitación de un cuento de Bocacio, de donde tomó también Lope de Ve-
ga su comedia El halcón de Fedfneo. La acción se reduce á una dama, rebelde á todos
los servicios y sacrificios de su amante, hasta que él reducido á la miseria, le sacrifica
también el último bien oue le quedaba y que aseguraba su subsistencia, un halcón
amaestrado á cazar. Este oesenlace, bueno para un cuento que divertía á los niños, no
lo perdonó Lope. Tirso, felizmente, fué mas infiel, y no menos generoso su amante;
pues en albricias de haberse reconocido la inocencia de su princesa falsamente acusada,
reg^ó su escopeta, que para él valia tanto como el halcón para Federico.
Es verdad que el plan de estos dos insignes poetas dramáticos era diferente. Lope
se contentó con esponer el triunfo delamor y déla constancia contraía rebeldía de laes-
quivei. El plan de Tirso era mas vasto y filosófico. Se propuso esponer la diferencia,
entre el amor desinteresado de D. Ifiiga, y el egoísmo ruin de Próspero su competi-
dor, que solo ama á Matilde cuando la vé feliz, y la desprecia cuando fué calumniada
[100]
y perseguida. En el carácter de esta dama, infatuada á favor del indigno pretendiente, j
que, aun conociendo la superioridad del méritode D. Iñigo, le desprecia y trata mal
por complacer á un rival preferido, hay un rasgo satírico contra el bello sexo, el cud
supone Tirso mas dispuesto á pagarte de las esteríoridades que de las prendas y cuali-
dades generosas. Él sabrá mejor que nosotros si tuvo ó no razón. Lo que sabemos es
que en el desenlace de la pieza retractó su sátira. Matilde, instruida en la escuela de
la adversidad, la mas dura, pero la mejor de todas, restituyó á Próspero una pluma,
que era el único sacrificio que le babia merecido, y coronó con su mano la constancia
(leí verdadero amante.
Los caracteres están bien descritos, y la fábula mal tramada, como sucede en casi
todas las comedias de Tirso, mas profundo conocedor del corazón humano, que hábilcn
el arte dramático. Pero de esto nos abstenemos de hablar mas, porque nada pudiárt-
mos añadir al excelente examen de esta pieza, hecho por el editor, y que recomendamos
á nuestros lectores. Mas no podemos resistir al placer de citar algunos versos de este
poeta tan maligno como gracioso. Diciendo D. Iñigo que se alimenta de su amor, le re-
plica su criado Gallardo:
«Que ya eres dichoso digo:
pues cuando á mi parecer
no esperábamos comer
traes la despensa contigo.
¡Pobre de aquel <|ue sin llamas
no gasta esa provisión!
Trocara yo á un bodegón
toda una flota de damas. >
■
IHciéndole su amo que venderá la caza que el mate, para comer, dice
€¡Ay Dios! ¿quién hubiera sido
mes y medio en MoUorido (1 )
pupilo de su ventero!
Mas no comerán sin pebre
lo que cazare tu mano:
Cázame tú un escribano,
venderé el gato por liebre.»
Yendo á buscar arbitrios para que cenen su amo y Matilde, enfadado D. Iñigo con
una espresion malsonante, le amenaza diciendo:
c ¡Vive el cielo, descortes,
que estoy
GaUardo. Ea, ¿ya empezamos?
dame la muerte y veamos .
cómo cenareis después.»
En otra parte dice:
c Ya se me olvida el mentir:
no soy yo quien ser solia.»
Iñigo creyendo no tener que dar de cenar á Matilde, dice á Gallardo:
<Si quieres que me dé muerte,
di mas disparates.
(i) Despoblado á 7 leguas de Salamanca, en cuya venta se acostumbraba probablemenle
los estudiantes que iban á la universidad.
[101]
Gallardo. Mata
el hambre, y harás mejor.»
Cuando vao á cenar, dice:
D. Iñigo. € Cierra esas puertas.
Gallardo. Bien dices:
cenar á puerta cerrada
es cordura.»
En un soliloquio se queja así:
c Estrellas, planetas, signos,
¿qué diablos os hemos hecho
para influir en nosotros
amores y no dineros?»
Privar contra su gusto es de un género diferente de cuantas escribió Tirso. El amor
tiene en ella poca parte. D. Juan de Cardona es idólatra del honor y de la lealtad, y
aunque desempeña perfectamente el cargo de ministro, desengañado por una parte
con el ejemplo de su padre de lo poco que hay que fiar del cariño de los reyes, y* con-
movido por otra del peligro que corre el honor de su hermana, á quien ama el monar-
ca, se vale de medios es^uisitos para conseguir que el rey le liberte del peso de la pri-
vanza. Es, pues, comedia de costumbres y del género moral, y délas pocas de Tirso en
que la fábula está dispuesta con regularidad y corrección. El desenlace de la escena úl-
tima en que todos se quejan del privado á él mismo, creyendo que es un santo ó un
ánjel, está bien preparado, y es sumamente injenioso, admitida la convención teatral
de que pueda hablar de noche sin ser conocido.
Estas dos comedias , Palabras y plumas^ y Privar contra su gusto^ no son raras: mas
lo es la Celosa de si misma, de la cual solo hemos visto un ejemplar del siglo XVII.
ARTÍCULO II.
l^A Celosa de si misma, es una de las mejores comedias de intriga de este autor. Ella
basta para probar que los defectos, tan comunes en las fábulas dramáticas de Tirso,
procedian mas bien de inatención que de falta de habilidad; pues esta pieza, cuyo mé-
rito consiste esclusivamente en la conducta de la acción, no presenta objecciones con-
siderables á la crítica mas severa.
Un caballero leonés viene á Madrid á efectuar -un casamiento de conveniencia, que
le ha tratado su familia, con una dama parienta suya y rica, pero á la cual no conoce.
Antes de llegar á su casa, se enamora de una tapada desconocida, de la cual solo ha
visto una mano y gozado la buena conversación; pero esta tapada es su misma prome-
tida esposa. Cuando la vé en su propia casa la tiene en menos y la aborrece como un
estorbo para el amor de su incógnita: cuando la vé encubierta, la rinde el corazón. Así
Doña Magdalena, que este es el nombre de la dama, está cdosa de si misma. La vanidad
de su hermosura sufre al considerar el triunfo de su discreción y buen talle; no se fia
de un esposo tan fácil de enamorar, y continuando con él encubierta la corresponden-
cia que comenzó al principio de la comedia, le vuelve loco, le espone al ludibno de su
familia y de sus amigos, le torna á dar esperanzas, le reprende su volubilidad, y al fin
se la perdona.
Esta fábula, bien seguida en fodo el drama, adolece sin embargo dé un defecto con-
tra la verosimilitud moral, mil veces mas importante en la poesía dramática, que en la
material. No está en la naturaleza del hombre ni en la del amor que una hermosura
Ao vista, aunque sospechada, enamore hasta tal punto, que se abandone por ella un
caaamiento ventajoso y una esposa dotada de belleza, honestidad y discreción; produzca
tanta ceguera en el amante» que desprecie en una dama descubierta la misma manp, el
[102]
mismo talle, la misma discredon y los mismos ojos qae le traen perdido bijo dhechiio
del manto. A la verdad esta ceguera, que describe muy bien nuestro autor, es piopii
de la pasión amorosa. Las mismas prendas, ó acaso mas realza'das, que tanto nos «(pi-
dan en el objeto amado, suelen disgustar y aun ser aborrecidas en el que nos es indi-
ferente. V en esta parte no podemos monos de elojiar la profunda filosofía de Tirso.
D. Melchor, entrando á ver á su futura esposa, dice á su lacayo Ventura:
Ventura,
Melchor»
Ventura.
Melchor.
VefUura.
Melchor.
Ventura.
Melchor,
Ventura,
c Fea mujer.
; ¿Qué hermosura
se igualará á la presente?
Pero dejando la cara,
en la candidez repara
de aquella mano esplendente,
que es la misma, vive Dios
que melindrizó el bolsillo.
Anda, borracho: aun decillo
es blasfemia.
No eslais yos«
señor, con juicio cabal.
Esta es asco, es un carbón,
es en su comparación
el yeso junto al cristal.
A sus divinos despojos
no hay igualdad.
Yo la vi,
cuando me llevó tras sí
con el bolsillo los ojos,
y juro á Dios que es la propia.
Enviaréte noramala
si no callas, necio: iguala
la Scitia con la Etiopia.
La mano que á mi me ha muerto
de una vuelta se adornaba
de red.
Bolsillos pescaba.
Y esta trae el puño abierto.
No estaba el otro cerrado
para agarrar los doscientos.»
Esta y otras extravagancias, ya ridiculas, ya funestas, son propias del amor. Pero
es menester para justificarlas en el teatro, que la pasión se haya posesionado del ánioio,
y los fundamentos que Tirso dá á la de 1). Melchor no nos parecen suficientes.
Después de esta comedia sigue un examen de ella escrito por él editor y Beño de
escelentes observaciones. En él dice que c(a celoéa de ti miima compite con las nnjoras
comedias de Calderón, decapa y espada.» No tanto, según nuestra opinión, AlooiéDM
en cuanto á la disposición de la fábula. Calderón, si hubiera tenido á su cargo el argn-
mentó de Tirso, se hubiera desembarazado cuando menos de dos de los tres persona-
jes parásitos, D. Gerónimo, D. Sebastian y D. Luis. Uno de ellos le hubiera bastado
para la acción. También hubiera seguido mejor el carácter de Doña Ángela, tan justa-
mente censurado por nuestro editor, ó le hubiera dado mas nobleza. En fin, no hubie-
ra necesitado de la traición, mas odiosa que ridicula, de la dueña Quiñones, para las
escenas en que se presentan á D. Melchor dos damas encubiertas en lugar de una. En-
tre todos los poetas dramáticos del siglo XYII ninguno puede competir con CalderoB
en el arte de conducir la fiibula.
El editor ha censurado algunas faltas estilo y de lenguaje en esta pieza, y oonmndM
razón. Ap^r de ellas siempre Tirso es el mismo: siempre abunda en espresiones gn-
ciosas, malignas y urbanas, tanto como propias y castizas. Puede servir de cgemplo d
[163]
diálogo que hemos coj^adp entre D* Melchor y én lacayo. Citaremos algunas otras
firases:
c Picar» enüra aqpaf ma9 rolo
que tostador do castaías. »
c ¡Brava callel
Es la majFor,
donde se vende el ai&or»
á varaa^ medid» y peso. #
Notaremos de paso que espolín en on género de tela de seda, y gcrgoran otro. £<-
poim era lo que después se llamó tká^ aunqne ei primer nombre es todavía conocido
en Sevilla. Con esta observación se entieadeD híen ealoa versos de Ventura:
cTodos son galanes^
espolines, gorforanes,»
en los cuales los denota con las telas de quvflMra véatidoa.
c ¡M primer tapón arorrafast
¡Perdido á la ^mer treta!
¡En tierra ai prioiero gotee,
y al priflMf lance babmn
¡ay! ¡québolstIlo|»f«^o^,
si el SeAor no lo remedial
TOMO ni.
ARTÍCULO 1.
c
ONTIENE tres comedias: Don Güdelas edsm fmndaí, El eeloio prudente, Ventura te de
Diosj hijo. Estas dos últimas son mas rara» y menos conocidas que la primera, repre-
sentada y aplaudida muchas veces en nuestros teatros desde 1814.
Nada diremos de ella; porque iqiúén no la ha visto? iquién no ha reido de buena
Boa con los artificios del nnjido D. Gil, con loa remormmientos cómicos de su per-
o amante, con las locuras de dos mujeres, enamoradas de otra disfrazada de hom-
bre? Solo recordaremos algunos pasijea de la rdadoii de Caramanchel, criado de mu-
dios amoa, que se omite en las repreaentndones por ser inoportuna para la acdon co-
mo se observa muy bien en el examen de esta pieza :
tUtt iHes serví no cumplido
á un médico muy barbado , .
belfo sin ser aleanm ,
guantes de áadiar, gorgoran,
muía de felpsy engomado ;
muehoa libros, poea ciencia: (i)
i<i*.M»a^<éli Klill IllUimill fMX
(1) Rasffo saUríco de mucho mérito: la dipoi le di nv figof^ y recnerda el mega &iM(m, mega
taeom (un libfo grande, grande mal) de los griegos, que acaso toro presente Tirso.
[104]
pero no se me lograba
el salario que me daba,
porque con poca conciencia
lo ganaba su mercé.
Juana, ¿Mal lo ganaba? ¿por qué?
Caramanchel . Por mil causas: la primera
porque con cuatro aforismos»
dos testos, tres silojismos
curaba una calle entera.
No hay facultad que mas pida
estudios, libros galenos,
ni gente que estudie menos
con importamos la vida*
y cuando á casa llegaba
ya era de noche: acudia
al estudio, deseoso
(aunque no era escrupulosa)
de ocupar algo del dia
en ver los espositores
de sus Rasis y Avicenas
cuando Doña Estefanía
gritaba: ola Ines^ Leotior,
id á llamar al dolor ^
que la cazuda se enfria.
Respondía él: en vn hora
no fiay que llamarme d cenar:
déjenme un rato estudiar»
Enfadábase la dama,
y entrando á ver su doctor
decia, acabad^ señor ^
cobrado habéis hasta fama^
y demasiado sabéis
para lo que aqfui ganáis:
advertid^ si asi os cansáis,
que presto os consumiréis.
Dad al diablo los galenos
si os lian de hacer tanto daño:
¿qué importa al cabo del año
veinte muertos mas ó ménost
1^1 pintura del clerizonte es digna de la brocha de Goya.
■
cSu bonetazo calado,
lucio, grave, carilleno,
mulco de veintidoceno,
el cuello torcido á un lado;
y hombre en fin que nos mandaba
á pan y agua ayunar
los viernes por ahorrar
la pitanza que nos daba:
y él comiéndose un capón,
[105]
• 'qoedándoee cod los dos
alones cabeceando,
decía al cielo mirando:
¡ay ama! ¡qué Imeno es Diot!
Déjele en fin, por no ver
amo que tan gordo y lleno*,
nunca á Dios llamaba bueno
hasta después de comer. »
r en el examen de esta pieza hace guerra á los rígidos preceptistas del siglo
pétttos defensores de la smciUez en los argumentos dramáticos, porque en
lo se puede esplicar como dramas, aemcjiantes al D. Gil en la complica-
ccion, agradan tanto ó mas que los sencillos.
B oreemos en primer kigar que Luzan y Moratin no merecen el nombre de
tomado siempre en mala parte por los que quisieran que no hubiera regku,
^uiente, ni principios en la práctica de la poesía dramática,
ndo lugar que la seneiUex de la &bula, recomendada por los maestros del
[a desnudez^ pobreza y frialdad: sino la unidad de acción y de interés. Digalo
incion bien conocida de los literatos, entre las comedías de costumbres y
ga: entre las fábulas simjdes y las implexas. Es contra el arte destruir el in-
indolo y complicando acciones que nada tengan de común entre si, aun en
mas pobres de incidentes; pero nadie ha prohibido todavía aumentar el
» de la acción, siempre que se haga sin destruir la claridad y la unidad de
Meneemos y el Persa de Planto están tan llenas de lances como una comedia
1.
sr lugar, ({ue no admiten comparación los dos géneros, el de costumbres y
a. Su ménto es de diferente clase. Acaso nos riamos mas con D. Gil que
\níropo\ pero la risa que este excita es de mejor tono, y sobre todo mas
francese.s gozan mas en Ja representación del JRfa%no de Gresset que en la del
Moliere, nos compadecemos de su gusto y de su moralidad; de su gusto,
en Moliere mas fuerza cómica y mas conocimiento del corazón que en Gres-
moralidad, porque aquella preferencia mostraría que es mas común entre
o de la malignidad que el de la hipocresía. En efecto el primero supone una
uy corrompida y sin principio alguno de vida moral: el segundo que aun
la virtud, pues hay quien aspire á engañar con sus apariencias,
idero principio en las composiciones dramáticas es que los efectos ó tráji-
es queden justificados á los ojos del espectador, ó en otros términos , que
sean proporcionadas á los fines. Tirso no se fatigó mucho por buscar esta
» y en D. Gil menos aun que en otras comedias suyas; su excelente elo-
l^acioso diálogo arrastran al auditorio, y le impiden ver este defecto. Agra-
'ií, sino apesar de él.
Ato entender no hay mas que ana fuente del placer en las artes, y es la 6e-
e los cuadros, sean de la especie que fueren. Nos reimos con las truhane-
Ein, como pudiera «n niño con una carátula: la risa que excitan las Marisa*
oliere, ó el Lindo D, Diego de Morete, es ya digna del hombre.
ARTÍCULO II.
ia intitulada el Celoso prudente <t que es la segunda de este tomo, es, entre las
i merece un examen mas atento. No se trata ya en ella de los artificios de
) que procura recobrar su honor, sino de las agonias de un marido pundo-
se cree ofendido.
nedia, mucho menos complicada que el D. Gil, peca sin embargo mas no-
contra la unidad. Un principe, á quien sti padre el rey quiere casar con una
ranjera, enamorado de Usena, dama particular, consigue su amor con dos
14
[106]
ficciones: una , haciendo creer á su padre y al de su amada que su pasión no tiene á
ella por objeto, sino á su hermana Diana: otra, persuadiendo á todos, que la princesa,
sn prometida esposa, es un vivo retrato de Lisena ; y asi dá la mano á esta con beneplá-
cito de su padre. Esta es la verdadera acción del drama. La que indica el titulo es 10b
un episodio, y episodio de la clase de aquellos que no deben permitirse enladramátiet,
que siempre camina al desenlace :
tSemper ad evetitum festinat, >
Esta se^funda acción son los celos de D. Sancho de Urrea, marido de Diana, caya hoan
se halla comprometida con el amor finjido del principe. Sufre, pero es prudente: bma
la venganza en secreto: se prepara á ejecutarla; pero antes de consumarla se hace pú-
blico el artificio de Segismundo y su casamiento con Lisena; y el marido,, feliimeote
desengañado á tiempo, se dá á si mismo la enhorabuena de haber sabido disímolarla
pena quo lo devoraba.
Este episodio, por mas desaciertos que haya cometido Tirso en la condacta de k II-
bula, es sin embargo para todo espectador que tenga sentimientos, la parte principal
de la acción; porque ¿qué importan los amorfos y artificios de Segismunoo y LKeaa, M
infante Alberto y de la princesa Leonora? ¿Qué es la credulidad tan risible como iafe*
rosimil de los dos viejos y de un joven conde de Overísel, amante antiguo- de liitMif
¿Qué valen las truhanerías y alcahuetazgos del portero Gascón , cuando se presceto «
la escena el terrible é interesante personaje de un esposo agraviado en su honnl áHe
él desaparece todo lo demás; y esto es tan evidente, que el carácter mas perfeeto y w^
jor delineado de csla comedia es el de 1). Sancho: los versos mejores y mas aealMai
son los suyos. Señal cierta de que Tirso conoció su importancia. ¿Por qué,.pnes, ao 10-
metió las demás figuras á esta? ¿Por qué se complació en amontonar lances é ineidfliiB
en aquellas intrigas insustanciales, robando el interés al sentimiento principal^PWfM.
como ya hemos dicho otras veces, lo que menos conocía Tirso del arte dnumátioo m h
disposición de la fábula. Por esta parte flaquean casi todas sus comedias.
El editor en el eocdmm de esta pieza, lleno de excelentes observaciones, seqiada
que está en ella el germen del terrible carácter que dibujó Rojas en Gareia dd Cñáum,
Nosotros no sospechamos, sino decimos decididamente que el D. Sancho de Uiraade
Tirso es el orijinal del D. Lope de Almeida de Calderón en su excelente comedia: iali-
tulada^il secreto agravio tecreta venganza. Calderón, pucs^ imitó y mejoró á Tino, leqvf
no es poca gloria para este autor.
La Cábula de Calderón es sencilla como debe serlo aquella en que hay que dei-
cribir un gran carácter y las luchas interiores del alma combatida de amor, de odas, y
de venganza. El autor mas fecundo y hábil en aglomerar incidentes y en desenredados,
renunció á mostrar su talento en el asunto de esta comedia, lo q^ue prueba su tinodia-
mático. Su celoso está realmente ofendido, lo sabe y quiere fulminar como D. Saasko;
pero un incidente mal preparado en Tirso y perfectamente traido en Calderón* haoaqne
ambos se decidan por la prudencia y la reserva.
En el Celoso prudente un criado cuenta- á D. Sancho que habia visto pasar per h
calle gente de justicia, publicando la inocencia de un sastre á quien hablan aaotMO in-
justamente, y el criado se burla de esta satisfacción, que hizo mas pública laaíSrenta, 7
que apesar de la honra que le hacian los jueces, los que le conocen en adelante
cno le llamarán el sastrey
sino solo el azotado.»
Renuncia, pues, D. Sancho á la venganza pública y resuelve la secreta.
Á D. Juan, amigo de D. Lope de Almeida, le habian ofendido con un mmUkt jAm
vengó dando la muerte al ofensor. Calderón tuvo buen cuidado en adelantar esta BOli^
cia en el acto primero. Cuando ya D. Lope estaba oasi cierto de su agravio y gritaba
venganza, encuentra á su amigo que acuchillaba á unos hombres y le ayuda á lailiflMr'
[107]
huyentorlos. Preguntado de la causa de la pendencia, le coenta D. Joan que les
cir al pasar él, que había sido d detmmaido^ y entonces los acometió gritando:
c Yo soy el desagraviado,
que no soy el desmentido.»
n, que no ignoraba la ofensa de D. Lope, continúa doliéndose de ver <;uán poco
ía aprovechado la venganza para salvar su buen nombre, y concluye con esta
on:
cy mil veces
por religarse uno atrevido,
por satirfacerse honrado,
publicó su agravio mismo;
porque dijo la venganza
10 que la ofensa no dijo. »
is q«e esta combinación es mas noble y dramática que la del sastre azotado. Don
le AJmeida imitó á D. Sancho de Urrea, y puso en ejecución lo que el celoso de
imi(finó. Dio la muerte al adúltero en el rio, y abrasó la casa de campo en^e
i su culpable esposa.
cuanto á la elocución, es mas noble y poética en Calderón. Allí no se encuentra
¡km que lava la honra, ni el honor opilado que necesita tomar el acero*
race que Tirso tuvo en esta comedia la felicidad de sujerir ideas á Calderón. Li-
Diana fueron imitadas en la comedia Con quien vengo ^ vengo. Lisarda es tan de-
sda como Diana, y Leonor que como Lisena tiene un amante, quiere ocultar á
mana mayor un papel que de él habia recibido. Lisarda, conocida la pasión de
r, se resuelve á &vorecerla. Las dos escenas primeras de ambos dramas son casi
s.
6 siguientes versos de Tirso en el Celoio prudente ísiet^cen ser citados por su cpr^
9 y poesía.
€ Y no reinos ni riqueza
creáis que son el tesoro,
Diana, de mas grandeza*
Los diamantes, plata y oro
se crian ten la asper^eza
de una infructífera sierra :
las perlas que el mundo estima
una concha las encierra:
la púrpura que sublima
la vamdad de la tierra
es sangre de un vil pescado:
las piaras que el sol coléela,
un monte las ha criado:
ias sedas de tanta tt^la
que dan soberbia al brocado,
un gusanillo pequeño
la^ hila de sus enicanas;
sacad su valor del dueño. »
> debe omitirse una espresion singular en la escena IV del 2.<^ acto^ donde Gascón
c Y si es que habéis menesterme. >
s acordamos de haber visto semejante enclítica. Los acusativos ó dativos me^ te y
so hacen enclíticos con los verbos principales ó auxiliares, y tal vez con los partí*
pasivos, como en este ejemplo; habiendo eaeado la daga^ y heridome: pero solo en el
e suprimir por elipsis el verbo ausiliar. Eo el dia se dice: me habéis meneiter, y
[108]
rara vez habeUme menater. Es verdad que pudo haber pueglo esta eatravagaocia grama-
tical en boca del gracioso ^ en la q«e no tiene el valoi neceiario para servir de q^oh
pío del lenguaje. El mismo Gascón dice al principe Segismundo que de noche es su
1 interno.
ARTÍCULO nr.
L
A comedia Ventura te de Dios^ hijo no tiene mas que dos caracteres estimables é inte-
resantes, que son el de Otón, obligado á seguir contra su inclinación la carrera de lis
letras por un padre necio, y el de su madre, que solo le desea ventura. Túvola tas
favorable apenas se vio en el elemente* donde ella domina,, esto es, en la guerra y eah
corte, que prendiendo al enemigo del duque de Mantua su señor, llegó á casar coa m
hija única, apesar de sus enemigos, contra la voluntad de su soberano, y aun contra b
de la misma princesa. La mejor combinación que hay en este drama, observada for d
hábil editor en el Exdmm de esta pieza, es que los mismas pasos que dieron sus envi-
diosos para* arruinarle, le sirvieron de escalones para engrandecerse.
Por lo demás, se nota en esta comedia lo mismo que en las demás de Tirio: fiMh
interesante, pero mal fraguada y llena de incidentes no justifieados; mujeres iacoas-
tantes y veleidosas, y hombres de carácter débil: aun el mismo Otón lo es, y solo me-
reció su fortuna por su escalente corazón. £1 diálogo, la versificación y él lengo^osoa
de Tirso, esto es, dignos de estudio y de imitación. Quien desee ver una análisb ñas
circunstanciada de esta pieza debe leer el Examen ya citado, donde las obscrvaeioaei
dramáticas son muchas y muy atinadas. Nosotros nos contentaremos con copiar algmoi
de los mejores trozos de versificación.
Véase cómo describe con sus mismas palabras el carácter de una mi^er de aad-
miento humilde, pero vana, y que espera lograr un casamiento venUijoso por el> masito
de su hermano:
c ¡Qué donoso impertinente!
Otón, pobreza y valor
no son dote competente,
ni anda ya desnudo amor
en la opinión de la gente.
Si ya que eres ignorante
tuvieras hacienda, Otón,.
estimárate constante;
que el tener es discreción
y el oro se ha vuelto amante, (i)
El Cielo á mí hermano ba dado
tantas letras, que le ven
por ellas entronizado,
y siendo sabio, no e»bien
darle á un necio por cufiado. •
Esta misma Rósela que tan indignamente desprecia á Otón, su antiguo arnaaté, eo^
mete todo género de bajezas para recobrar su afecto cuando le vé en alto puesto.
Los versos siguientes, en que se prefiere la dicha al saber, tienen la malignidad
característica de Tirso.
cNo en las letras solamente
consiste, Otón, ni se alcanza
rfk«*>MM»i
(1) Estos dos últimos jtm» son hermosos porla finura de la sátira.
[109]
nnettra bieiuiTeiitaraiiia:
ser dichoso el hombre iotente:
poco le importa ser sabio
si no fuere venturoso:
rinde el necio al injenioeo,
y aunque conoce su agravio,
el cobarde se asegura
con dicha y vence al valiente:
no hay desdichado prudente:
nunca es neda la ventura»
Ya el saber mucho es odioso:
la ignorancia subió el predo,.
tanto que importa ser necia
para ser uno dichoso. »
El romance en que finje Qemenda que Enrique nuiiso deshonrarla y que la de-
Midió Otón,, está superiormente versificado apesar del asonante dificil. véase una
luestra:
cDi vocee pidiendo al cielo
rayo», que siendo- verdugos-
contra tiranas ofensatr
mi honor dejasen seguro.
Oyólas un labrador
en cuerpo y traje robusto, (i)
puesto que noble en los hechos,
á quien mi vida atribuyo:.
3ue con un tosco bastón,,
espejos de un roble duro,
contra el bárbaro atrevido
sirvió á mis- quejas de escudo,
y sin temer lostraidbres
cobardes, puesto que muchos^
testigos de ana haiaftas
hizo los montes incultos»
«-••.•••-• •"» ••• ••••*>••••*•>•>««*>•«*■••.
Escarmienta desde hoy mas,
y de enemigos peijuros
no te fies otra vez
cuando aborrecen por uso:
que ni al rio has de pedir
ye retroceda su curso,,
sol que ei^endre tinieblas,,
ni que diseursan loa brutos^
Lo9 siguientes versos tienen el movimiento poótioo de algunos pasajes de Horacie^
c Al que sin didia se em^ea,
ni el Coselete gravado,
ni d puesto mas retirado,
ni la militar trinchera
darán defensa segura,
si una bala se abalanza,
qjae á todas partes aleanzay
smo es solo á la veatura.?
(i) Aqoi robttfltoesiá por tacOf frostr»; oonoUn psoebfíii idfertstrra qué tígiie.
Ué aquí el mismo pensamiento presentado bajo otro aspecto:
cDi tú que no bastan ciencias,
que peine el consejo canas,
que asalte el esfuerzo muros,
que arroje el enojo balaa,
si no asiste la ventura;
porqve la vez que esta falta,
ai Pompeyo entre lejiones,
oi Marco Antonio entre armadas
Á la fortuna de César *
se opondrán, que en una barca
del miedo asegura á Amiclas
y atrevido él mar contrasta. >
Otón, que se ereia amado de Clemencia por algunas espresiones equivocas de fliU,
desengañado de su error, dice:
cCayó la máquina agora,
locura, que en viento labras.
Sobre arena edifiqué
y aun ménes, pues levanté
quimeras sobre palabras.!
En el examen se celebran muy justamente las octavas del primero y del
acto. Nada hemos copiado de ellas por ser muchas y casi todas excelentes.
TOMO IV.
ARTÍCULO I.
ÍVnTECEDE á las comedias'de este tomo una carta del apreciable literato D. JuanColoB,
residente en Sevilla , dirijida al Sr. Hartzembusch, editor de esta colección, en la cual
inserta una nota biográfica sobre Fr. Gabriel Tellet , sacada de un libro coetáneo y es>
críto por un mercenario, que conocia de vista y trato al célebre poeta. Son tan pocas
las noticias que de él quedan , que debe agradecerse cualquiera que se halle y se dé al
público. El autor de la nota dice: ir. Gabriel Teliez, natural (según entiendo) de Tbli-
doetc. El editor pone á esta espresion una advertencia muy oportuna, diciendo (jne fué
natural de Madrid , como se lee en la portada de la obra del mismo Tirso , intitulada
Ddeitar aprovechando. Nosotros añadiremos, en confirmación de esto, que Montalvaa,
coetáneo suyo , le coloca entre los varones ilustres ^ue ha tenido la insigne viüa 4$ Jfc-
drid^ reconocidos por hijos verdaderamente suyos.
En este tomo IV se contienen las tres comedias siguientes: elAmorylaAmistadj Ijl Gmt
llega Mari Hernández^ y No hay peor sordo que el que no quiere oir. Las dos primeras flon
mas raras que la tercera.
El Amor y la Amistad es admirable , ya se considere la idea fundamental de la Cíbo-
la , ya el enlace y rconducta de la acción , quizá la mejor seguida y distribuida de todas
las de Tirso, como también la mas interesante. Quisiéramos dar una idea del uUn y
de su ejecución ; pero nos lo impide el examen , perfectamente escrito, que ha pediD
el Sr. Hartzembusch de «ata comedia, y al cual nada importante podríamoa aiadir.Not
[11 1 J
iremos, pue« , con algunas obsenracMmei generales y con copiar algunos de los
Tersos.
[>, naturalmente maligno y satírico , ó porque no creyese en el amor considera-
> una pasión moral , ó porque sus relaciones en el mundo no fiíesen las mas de-
pintó siempre las mujeres livianas , inconstantes, traviesas, vanas y caprí-
separándose del ejemplo que le dio su maestro Lope de Vega, que atribuyó
al bello sexo las prendas de la ternura y de la constancia; y quiza debió á esta
Ion, bija de su bella alma, gran parte de la celebridad ^ue tuvieron sus come-
1 como el descrédito en que cayeron las de Tirso en el siglo XYII y aun hasta
I dias, procedió de haber dibujado las mujeres con cierto colorido, que no po-
parse en una época caballerosa.
s un dia se levantó de mejor humor nuestro satírico mercenario , y tirando el
le Juvenal, quiso dar satisfacción al bello sexo, y mostrar á sus coetáneos que
escribir el verdadero amor en las mujeres tan bien como Lope de Vega, ¿on
lenas disposiciones produjo el carácter de Estela, uno de los mejores que po-
stro teatro , modelo de amor , de nobleza , de constancia , de tolerancia contra
as viles y contra celos infundados. £1 solo prueba que Tirso era capaz de com-
* el carácter de la mujer en toda su perfección, y de describirlo con el mayor
y que si no lo hizo con mas frecuencia, fué por dejarse llevar de sa genio sa-
& quizá por abrir una nueva senda, aunque resbaladiza, abandonando la que
ra tan trillada por Lope.
i misma comedia es una prueba del genio maligno de Tirso. Es verdad que nos
1 Estela lo mas perfecto, lo mas ideal de la ternura mujeril; pero en cambio, ó
ara satisfacerse á sí mismo, pintó en el mismo drama dos mujeres necias, vanas,
disputan el corazón de un privado, y que cuando Juzgan que ha perdido el &-
lu soberano, le desprecian y aborrecen.
da, como todas las almas tiernas y enamoradas, halla emblemas y símbolos del
sla naturaleza^ y asi dice á D..Grao:
ff Mirad ese arroyo frió
que ronda- estas flores bellas,
cuyas aguas lenguas se hacen,
y solo se satisbcen
en que se miran en ellas.
Estos olmos, siempre presos
de esas parras que los miden,
¿qué premios de su amor piden
sino es abrazos y besost
Estas aves,, que acrecientan*
su amorosa ostentación,
en fé que amor es unión,
con unirse se contoitan..
Entre aquestas soledades
los brutos que amar pretenden*,
voluntades solas venden
á precio de voluntades.j
)» versos, propios del romance lírico, no están mal en boca de una amante, ha-
en el campo con el amigo de su amado. No es estraño, pues, que D. Grao
I la suerte de D.. Guillen:
<y su ventura celebre
quien vuestra firmeza amó:
pues en vos mi amigo halló
un vidrio oue no se quiebre,
una caña nrme al viento,
un mar sin tener mudaníea,
[112]
lina segura esperanza
á pruebas del sufrimiento,
una belleza invencible
á la riqueza y poder,
y una constante mujer
que es el mayor imposible. »
m
Cuando su amigo D. Ramón, por ouien D. Guillen babia becbo grandes sacrifidoi,
sube al trono de Barcelona, aconseja D. Grao á su amigo que vaya á dar el panabieaal
nuevo conde; pero D. Guillen lo rebusa diciendo:
Parabienes de acreedores
llamaba un deudor lanzadas.
No ignorará mi contento
el conde; pues cuando estaba
perseguido, en su favor
aventuré bacienda y £ima.
Sá se acuerda que me debe
y de pagar tiene gana ,
llámeme, que el buen deudor,
(i) le lleva el dinero á casa:
y sino, no quiero aguar
con mi vista dicbas tantas ,
3ue los martes y las deudas
icen que son aciagas.»
£s imposible copiar entera la escena Y del acto 2.<^, acaso la mejor que ha emito
Tirso en el género noble. En ella se desenvuelven con una delicadeza, de que no se cftt-
ría capaz al autor del Vergonzoio en Palacio^ el amor entrañable de Estela, sus celos
tímidos, su dolor por verse sospechada, en fin, todos los sentimientos de un alma que
se halla en su acerba situación. El estilo corresponde, apesar de algunas incorreccio-
nes, á la nobleza del diálogo.
Los versos que dice Estela al salir vencedora de la última prueba, deben citano
por la bella poesía, aunque no muy oportuna, que los anima.
¿Pierde, por ser combatida
de los cañones la fuerza (2)
que desanimando escalas
queda inmóvil, rotas ellas?
¿Pierde la encina constante
porque á los vientes opuesta,
no solo el tronco , las hojas
victoriosas permanezcan?
¿Oro que apuran crísolest
¿Nave que vence tormentas?
¿Valor que gana blasones?
¿Sol que desvanece nieblas? etc.
Moreto, según su oostumbre* imitó la acción de esta comedia en la suya dd Jüyír
amigo el rey; pero es muy inferior en todo á la de Tirso. No es el privado quien deíoa
.hacer la prueba, sino el soberano que quería averiguar, finjiendo la caída de su
[1¡ ¿A miién? FalU d antecedente de este refatiro.
(2) La fopuleza , el castillo.
[113]
amigO) quiénes eran los que conspiraban contra él. En Tirso es D. Guillen quien se eno-
ja contra el conde; porque según cree quiere quitarle á Estela. EnMoreto el rey, alu-
cinado por las apariencias, cree traidor á Enrique, aunque no tarda en desengañar-
se. El desenlace de Tirso es mas natural y fácil que el de Morete. Sin embargo hay
otro ínteres nuevo en la comedia de este. Enrique duda cuál de las dos damas It;
quiere mejor, Porcia á quien él está algo inclinado, ó Laura ; y se vale de la prueba
para averiguarlo. Laura triunfa á los ojos de los 'espectadores; pero los lances se pre-
paran de tal manera, que á Enrique le parece mujer inconstante, y Porcia firme y
fiel. No es mala ni carece de interés la fábula de Morete; pero debemos decir que si
en otras comedias luchó felizmente con Lope de Vega y aun con Calderón, se quedó
en esta muy inferior á su rival.
ARTICULO 11.
L
I A comedia intitulada Mari'Hemandez la Gallega tiene el mérito de algunos diá-
logos pastoriles, en cuyo género eran muy Cíciles y lindos los versos de Tirso de Moli-
na, y de la descripción festiva de muchos usos y costumbres de los habitantes del cam-
po en Galicia. Por lo demás la fábula está llena de incidentes inverosímiles, tanto ma-
terial como moralmente, y tan mal conducida, como suelen estarlo casi siempre las
de Tirso.
Hay una escena en que María, encontrando á D. Alvaro dormido, y teniéndolo por
judío quiere matarle. £1 editor censura muy justamente este espíritu de intolerancia
relijiosa, común en la época de la acción y aun en la de Tirso, á todos los habitantes
de España; pero se equivoca á nuestro entender en el orí jen de aquel fiainatismo. No
fué cun error de la polít¡ca> ni procedió de «miras pérfidas ó interesadas,» aunque tal
vez el interés ó la perGdia se valiesen de él como instrumento. £1 fanatismo relijioso
fué el espíritu general de la edad media, y se halló naturalmente establecido, sin
necesidad de sujestiones políticas, por el mero hecho de haberse convertido la rel\jion
en poder político, hecho que se derivó también naturalmente de las violencias y
atrocidades que acompañaron á la conquista del occidente europeo por los pueblos
bárbaros del Norte. 1*1 fanatismo, pues, no descendió de los gobiernos á los pueblos,
sino subió desde los pueblos hasta el trono.
En España es evidente esta dirección. Antes de que los reyes católicos espeliesen
los judíos habian sido estos perseguidos y degollados en muchas ciudades durante los
reinados de Enrique III , Juan II , y Enrique IV. El poder real , lejos de favorecer este
espíritu fanático , protejia á los perseguidos , enfrenaba á sus perseguidores ; tal vez
los castigaba. Pero ningún pueblo puede ser gobernado contra el torrente de sus ideas;
y los reyes católicos no hallaron otro medio de mantener en paz la nación sino quitarlo
de delante de los ojos objetos tan aborrecidos. La política, en vez de inocular el
error, se vio obligada á seguirle.
Por lo demás , el fanatismo de Mari-Hernández es ridículo y está traido por los ca-
bellos; pues para nada sirve en la pieza, como tampoco la espulsion de los judíos de
España, de la cual se habla en una escena anterior. ¿Cuál sería el objeto de Tirso, que
no era necio, en recordar estos actos? ¿Fué acaso manifestar el carácter relijioso de los
gallegos, ó bien aprobar de esta manera indirecta otra espulsion hecha en su tiempo,
(de los moriscos) por causas mas plausibles, aunque ejecutada quizá con mas injusticia?
Esto segundo nos parece muy probable; pues la época en que él escribía era igualmen*
te fanática; y el odio á los disidentes en materia de relijion concentrado en todos los
ániuAos, se exaltaba frecuentemente en representaciones teatrales. Porque los poetas
cómicos son como los gobiernos hábiles, siempre acarician los sentimientos que domi-
nan en las masas.
Ao hay peor sordo que el que no quiere oír, es de las pocas comedias de capa y espada
que escribió Tirso. Su mérito principal consiste en la elocución; pues en cuanto á la
fábula, aun no habia enseñado Calderón aligar los incidentes de un drama de intriga,
de modo que el espectador estuviere preparado á ellos, de dejar por eso de parecerle
15
[114]
exlraordinarios. La acción de esta comedia está llena de lances, que producea situado*
nes muy cómicas; mas son inesperados é inconexos. Se notan en ella todos los defee*
tos do las fábulas de este autor; pero hay escenas deliciosas, que el editor ha señalado
con mucho tino en el examen, señaladamente en la que cree descubrir el buen vt^
D. Garcia que sus futuros yernos aspiraban á ser casados dos veces, y las de la Moréañ
de Doña Lucia, que están al fin de la pieza, esperadas por el auditorio en virtud dd
título del drama.
También están muy bien escritos los diálogos entre la^ dos hermanas, celosas isa
de otra. Tirso se complacía en repetir, esta misma situación en sus comedias. H^ll^f
también en la de Atnar por seAos^ en la de Marta la piadosa y en algunas otras» Pero
nosotros creemos que semejante competencia entre dos hermanas y los celos del aiiior,
de la vanidad y de la hermosura que con ella se suscitan, no son favorables á las cos-
tumbres domésticas. El cariño fraternal, que es uno de los elementos sociales mas po-
derosos, no debe ser violado, ni menos ha de ser su violación objeto de risa. Calderón,
que tenia mas cuidado con la moral que lo que se ha dicho, siempre que introdu-
ce hermanas las supone amigas y capaces de ahogar su pasión por no ofender los de-
rechos de la sangre. Véase en prueba su comedia Con quien vengo^ vengo. Solo en la tra-
Jedia pueden presentarse hermanos enemigos y describirse los funestos efectos de esti
enemistad.
El editor nota como defecto, y con sobrada razón, no solo la descripción de la cate-
dral de Toledo en una comedia de capa y espada, sino también las noticias politicaf
del tiempo que se introducen en dos escenas; mucho mas no siendo la pieza de cir-
cunstancias. Pero en disculpa de Tirso, citaremos la costumbre que se observó dona-
te aquel siglo por los actores cómicos* de injerir en los dramas, con mas ó menos de^
treza y oportunidad, la narración de los sucesos prósperos para la monarquía. Esto lo
hicieron también Calderón, Morete y otros poetas, quizá por advertencia del gobier-
no. Las comedias servian de gaceta; porque según tenemos entendido, no hubo perió-
dicos en España hasta el último tercio de dicho siglo.
Veamos algunas muestras del estilo de Tirso en esta comedia. D. Diego llega á
decir galanterías á una dama toledana, y esta le responde:
< V^os lo habláis de ostentación
tan bien, que por lo discreto ,
señor, mi voto os prometo,
en habiendo oposición.»
Principios de amor turbado
conforme me lo han contado
son versos en borrador.
Trasladadlos; que por vuestros,
yo aseguraré su audiencia;
y dadme agora licencia,
que hay ojos aquí muy diestros
en juzgar desaires nuestros.
Diego. Quedaré yo si os partís
como el fuego sin la llamii.
¡Aicia. Abrasaréisos á escuras,
que es propiedad del infierno.
Yo estoy de priesa, y vos tierno.
Para andantes aventuras
baste esta.»
Esta manera maligna de admitir los obsequios de los galanes tratándolos Gono de
burla, era la cartilla de las mujeres en aquel siglo. Es graciosa la descripción que hace
Cristal, criado de 1>. Diego, del perrero de la Catedral.
Como nunca estuve aquí,
[115]
cuaado de grana le vi,
dije: Sr. D. Tamate^
por Dios que está autorizado
con H purpúreo ornamento;
mas no es bueno para cuento,
porque todjo es colorado.
Díganos tu oficio ya,
fin juzgarme por prolifo.
Acareóse un perro^ y d^o:
espérese y lo terd»
• Sacó delMjo del brazo
un añodado cordel,
y al inocente lebrel
embistió tal latigazo,
que según el al^roto
coa que la puerta tomó
abultando, bien pienso yo
?ue no será mas devoto»
o entonces le dije: pesia
á lal^ no es d perro mto;
pero no siendo judio
entrar pudo en esta iglesia»
Y respondió el carmesí:
Conózcole ha muchos dias\
desciende del de Tobías
y no puede entrar aquí.»
a festiva, y que se hizo solo para hacer reir: prueba del buen humor que
ualmente nuestros antepasados.
TOMO V.
ARTÍCULO I.
ontiene las tres siguientes comedias: la Huerta de Juan Fernandez^ y la pri-
ia parte del Castigo del pensé que. Ambas tienen otros títulos: la primera,
a, no camine. La segunda, Quien caUa^ otorga. La Huerta de Juan Fernandez
intes de la colección de comedias escojidas ^ue se publicaba en Madrid
e 1827 y 28. Las otras dos solo las hemos visto en los tomos de Tirso, y
Sin embargo, la primera ha debido de imprimirse aparte; pues Villar«r
[116]
roel , cu el prólogo á la adición que hizo de Calderón , la coloca entre las apócrifas; esto
es, enlrc las atribuidas falsamente á este autor.
La Huerta de Juan Fernatidez , una de las mas defectuosas de Tirso en cuanto á h
fábula y á los caracteres, está llena sin embargo de poesía, de chistes, de malignidad,
y aim de aquella licencia, que solo se le conche á Tirso por la gracia y urbanidad oos
que la cubre. Esta es la opinión del editor en su examen: la nuestra aun es mas seven.
La facilidad de Laura, después de un amor tan íntimo con D. Hernando Cortés, en ena-
morarse del finjido D. Gómez: la del conde en recibir por esposa ala que no puede ig^
norar haber correspondido á otros dos: las cartas de D. Hernando á su prima de Seri-
lla prometiéndole casarse, en pago del hospedaje, con su hija, á la cual no habia visto,
son indecencias y absurdos intolerables. En el drama no pueden perdonarse las invero-
similitudes morales. ¿Qué clase de señoras y caballeros habia tratado Tirso de Holiai!
Esto en cuanto á los caracteres. En cuanto á la acción basta decir, que jamas los medios
y recursos dramáticos son suGcientes para justificar las situaciones; y en fin, qne deqMMs
de describir en tan bellos versos el amor de Laura y Hernando, y de habernos inter^
sado á favor de él, no es posible que miremos en Doña Petronila sino el diablo deliil-
ton cuando intenta destruir la felicidad de nuestros, primeros padres en el'paraiso.
No queda, pues, áesta pieza mas mérito ^ueel déla elocución; pero en ella hay mo-
cho que admirar y aun que aprender. Es graciosa la aprensión de Tomasa, que no quiere
que den á su burro tanta cebada como á un caballo, y que establece ciwta gerarqoía
aristocrática entre estas bestias. De aquí toma motivo para censurar d lujo délas daseí
inferiores de la sociedad, y concluye:
cEl caballo traiga silla,
el jumento vista albarda:
coma aquel un celemín,
y un cuartillo á esotro den ,
porque el jumento no esbien
que le igualen al rocin.
Petnmila, No os han de faltar molestias
si no templáis ese humor,
y os pudris reformador
comenzando por las bestias, i
Tomasa insiste, y sostiene que la naturaleza hizo
cel racimo moscatel
y alvillo que al noble pinta ;
la cepa jaén y tinta
para el que rompe buriel.
En el campo y el verjel
la primavera arrebola
para el pastor la amapola ,
para la dama el clavel.
El jazmín que al muro sobre, (1)
al rico aromas derrama ,
al oficial la retama ,
tomillo y romero al pobre.»
Si hemos de creer á Tomasa, la naturaleza era mas aristocrática en tiempo de
que ahora, si bien es cierto que para el rico lo es y lo será siempre igualmente.
(I) MtirD está por far^tf, y boy se tendría por galicismo, y iobrar por iuperar , ptü&r wuu anibtu
[117]
^ura, satisfaciendo los recelos de D* Hernando , dice que su tio, competidor á su
lo, le ha escrito
«sobre conciertos, que paran
en que dé la mano á un bijo ,
que afirma llegará presto
á esta corte: mas jo digo,
puesto que no le conozco,
aue si pleitos dan maridos ,
e tan mal casamentero,
poca paz me pronostico. »
toña Petronila, describiendo una inundación del Guadalquivir, que destruyó mu-
casas en Sevilla, dice:
«Al mar restituye el Béfm
los bienes y haciendas mismas
que en veces por tantos años
nos feriaba de las Indias:
y ya enemigo, y amante,
severos reyes imita,
que lo que dan poco á poco
por junto al privado quitan.»
asa, después de oir el amor y las aventuras de Petronila, dice:
< Yo le prometo, señora ,
que no ne llorado en mi vida
otro tanto, aunque he escuchado
sermones de disciplina. »
Temiendo un pasajero estranjero rico que llega á una posada, que estén los mozos
nidos, replica uno de ellos^
«No hav sueño, donde hay dinero
advenedizo. >
ipre Tirso; siempre satírico y urbano.
Petronila se queja á Tomasa por haber visto á su amante en casa de Laura.
« ...••«.....•. vi noy
otra segunda tormenta
mayor que la de Sevilla.
Tomasa. ¿Mayor?
Petronila. Para mis desvelos,
porque es tormenta de celos:
Tomasa, No se usan en esta villa;
todo lo que no es dinero
^n la corte no es amor. »
inila añade que el conde amante de Laura
«Juzgó en ella de los délos
un sol que le deslumhró*
[118]
¿qué juzgara, (i) Vargas, yo
que la miraba con celos?
Volvímonos, él perdido
de amor, y yo rematada:
él con alma allá usurpada,
yo allá y aqui sin sentido.
Amamos en un lugar, .
y una misma competencia
nos iguala en la esperiencia
del querer y de envidiar. »
Mansilla describe asi la credulidad de la gente de aldea:
c porque chanzas de habladores,
comedias de tramoyen
ensalmos y coplas son
AvanSAlína loKrafInrAa. »
evanjelios labradores.»
Hablando de una aldeana , á quien enamoraba, dice: ^
f Y ella entonces, no peñasco
sino algo requesón ya,
respondióme, arre alld^
en un espejo, ya casco,
se fué á mirar al candil.»
D. Hernando, admirado de la intriga que le descompone cofa Laura, dice:
c ¿V en casa del conde? ¡cielos!
iTan presto se han conocido?
Pero si el conde ha sabido
mi disfraz y tiene celos,
no es mucho , amor, que procures
que mi esperanza destrocen:
que en viéndose se conocen
los celosos y tahúres.»
Sabiendo Tomasa que Mansilla, aunque se finjió capitán para seducirla, no en
que lacayo, le dice:
c¿Pues qué quería?
que la gineta aguardara
que en almohaza ha trocado?»
Celoso Mansilla de su coyma, le advierte.
cNifia, en un lugar estás
donde por todo se pasa:
no pase todo por ti.»
Para manisfestar de qué modo la riqueza dá brillo al nacimiento, dice Betron
D. Hernando:
(i) ¿Qué juzgaria? debe decir, refiriéndose á lo pasado : /tifiara no puede pennitirse
licencia poétíca.
[119J
«Tío, mi padre me
que coD mas de dea mil pesos
viene á cubrir de diamantes
la cruz que os adorna el pecho.
ARTICULO II.
i penseque es una de las fábulas mas defectuosas que escribió Tirso. Un
ñol, muy semejante en el rostro y ademan al hijo de un señor de Overi-
le Holanda, se ve obligado por las instancias de su engañado padre, á vi-
donde se enamora de su supuesta hermana. Tiene ocasión de hacer un
Diana, condesa de Overisel, que le recibe en su palacio y le ama , le dá
clararse, y le burla cuando se ha declarado. Al fin, por su necedad pierde
ma, se disculpa diciendo: penseque no era ornado^ y recibe el castigo de no
m adivino.
ibles ni dramáticos los caracteres de esta pieza. Diana fluctúa entre el es-
de palatino que solícita su mano: el mismo D. Rodrigo, entre Diana y
rmana Clávela, y esla ama y cela al que cree su hermano, mas de lo que
lecencia teatral. Las damas son livianas, envidiosas é inconstantes, y los
n engañar por ellas con suma&cilidad: tipo y defecto común de todas las
t en que el amor es la pasión principal.
IOS del Parecido en la córte^ de Morete, que imitó y mejoró la parte de in-
) de la semejanza de los rostros; porque el editor en el examen de es-
iompára con la de Morete, y bace ver la ventsga de esta última, aue de-
aquella semejanza, cuando de nada sirve y dañamuchpenla fábula de
mo fuere la acción, la riqueza y salud del lenguaje es siempre la misma
ñas dramas de nuestro poeta. Estamos reducidos, pues, á presentar algu-
le él: y sea la primera un cuento, aunque en la comedia está introducido
)casion :
«Llegó una noche á una venta
un licenciado sin cuarto,
ni blanca: estaba de parto
la ventera, y no había cuenta
de dalle por ningún precio
un bocado de cenar,
ni cama en que se acostar,
porque era el parto muy recio,
y traia alborotada
la venta. Llegóse y dijo
el estudiante: de un hijo
la ventera estd preñada.
Si quieren que luegopara^
tráiganme tinta y papd
y pondréun ensalmo en él
de virtud notable y rara*
Escribió solo dos versos:
cosiólo en un tafetán:
sacáronle vino y pan
y otros manjares diversos:
diéronle paja y cebada
á la bestia. Parió Juego
la ventera; mas no á ruego
de la oración celebrada.
[120]
Partióse sin pagar cosa>
el estudiante, estimada
de todos y regalado:
la huéspeda codiciosa
de ver lo <|ue contenia
la tal nómina ó papel
tan dichoso, que con él
cualquier preñada paria,
abriólo y vió en él escrito:
cene mi muía y cene yo
si quiera para j si quiera no. >
Admirase D. Rodrigo de sus aventuras y le responde su criado Chinchilla.
«Cuando los llegue á saber
Madrid, los ha de poner
en sus novelas Cervantes.
Aunque en el tomo segundo
de su manchego Quijote
no estarán mal, como al trote
las lleven por ese mundo
las ancas de Rocinante,
ó el burro de Sancho Panza.»
Esta alusión indica la época en que se escribió esta comedia, que podrá fijarse e
la publicación de la primera parte del Quijote, y la de la segunda. Mas dudoso es s
tos versos de Tirso son una crítica de las novelas que entretejió Cervantes en la pri
ra parte, tan largas como inoportunas. Parece que nuestro cómico indica que no se
tolerables si no las sostuviesen los cuatro personajes principales, á saber, D. QniJ
su escudero y sus dos cabalgaduras. Lo cierto es que el mismo Cervantes conoció el
fecto de los episodios tan inconexos y dilatados; pues locorrijió en la segunda pi
haciéndolas novelas injeridas mas pequeñas y mas ligadas con la acción principal.
Sabiendo D. Rodrigo que Pinaba! estaba enamorado de Clávela, dicc:
«Por la puerta de los celos
entré en vuestra casa, amor:
no saldré de ella tan presto. >
A] principio del 2.* acto se leen los siguientes versos:
«Quien promete no amar toda la vida
y en la ocasión la voluntad refrena,
seque el agua del mar, sume su arena,
los vientos pare, lo infinito mida.»
Clávela, condenada á amar y á callar, dice:
«Quejándose, el fuego apoca
de la ardiente calentura
el enfermo que procura
sanar; roas ¡ay suerte avara!
que mal que no se declara
dificilmente se cura!
Decidle vosotros, ojos,
la causa de mis enojos:
que la lengua, no es razón •>
lipsis atrevida y poética.
Don Rodrigo dice á Clávela, cs^yieado %aeeñ Diana (porque le haUa de noche pw
la ventana):
.«tYo no ^iero
la ocasión avenguar»
Pero á veceg el león
huye coando no le ven«
y la condesa también.
conservará su opinión
en püUico; pero asólas
¿qué jperderá porque aqui
se divierta? .
Ciawla, ¿Hácenlo asL
las viudas e^iAolaaf
RodrigiK
....Españolas y alemanas.»
íempre maligno y chistoso. La fiqjida condesa -celebra él mérito del palatino:
c¿]Say principe mas gallardo
Se el conde en el mundo hoy?
1 imperio es elector
y pretendGiente también.
Rodrigo. .. .£n fin, vos le queréis bien«
que es la ventura mayor. >
T admirable de carácter,
ultima escena en que D. Rodrigo no entiende ala condesa , aunque ella se es<
lica bastante bien, eslá superiormente dialogada.
Condem,
Rodrigo,
dmdeia.
Rodrigo.
Condesa.
Rodrigo,
Condesa.
Rodrigo.
Condesa.
Rodrigo.
Condesa.
Rodrigo.
Condesa.
Rodrigo.
Condesa.
iln papel escribir quiero
por vos á auien quiero bien.
...¿No es al conde?
Es, y no es.
lEs y no es, gran señora^
Si, porque no es conde ahora;
pero serálo después.
. . .No entiendo esa enigma yo.
#e#ooott*oo»«tftftftf* #• #oetf«#e#«e*#etfe#ttO*
}Oueaun no me entienda con esto!
¿JSay desventura mayor!
..•¿Es y noel? ]qué contrario
modo de hablar!
Secretario,
no es para bobos amor.
Poco despuntáis d^ agudo.
...Indignos merecimientos
accAai^bnpensamientoB.
iDiehoso él conde que pudo
llamarse desde que vino,
esposo vuestro!
¿Eslo ya?
.. J^oco menos.
De aquf allá
hi^ mil leguas de camino.
...iLuego no le amáis?
10». n.
16
Rodrigo. ...¿Pues qué leguas puede haber?
Condesa. . . .¿Qoé queréis?* ¿no puede ser
que Dios lo estorbe?
Rodrigo. Es así.
Condesa* . . .Pues no pierda la esperanza
el que lapnede tener.»
Don Rodrigo se declara^ la condesa se enoja, y él dáee:
«Suplicóos me perdonéis.
Condesa. .. .Escribid, que bien sabas
lo que ha que estáis perdonado.»
Lo que dice la condesa al dictar ti. papel, y el mandarle que lo entregue á quien
él sabe
« que la quiere mas que á si. »
no bastan á asegurar al bnen caballero de que es querido. Esle drama debnia intílt-
krse el Castigo de la modestia.
artcülO iir.
JLa segunda parte del Castigo del Prntéque^ 6 quim etUiaotúrgay es casi la misma acdon
que la de la primera; pero con desenlace contrario. D. Rodrigo de Girón se manifiesta
mas hábil y atrevido con la marquesa de Saluzo que con la condesa de Overiad,f no
necesita de que se lo digan cantado para conocer que le aman» Pero por lo dwiiii hay
los mismos defectos morales en los caracteres. D. Rodrigo fluctúa entra la marqnen
Aurora y su hermana Narcisa; y si tiene mas interés con la primera, es porque es se»
ñora de un grande Estado. Para Narcisa es baeno cualquiera de los dos amantes que
le deje su hermana; pero esta no quiere dejar á ninguno^ llevada del sentimiento de Ii
envidia, que siempre se complacia Tirso en suponer dominando á peraonaa- tan ligadas
por el vínculo de la sangre. Asi la pieza tiene muy poco interés moraU eseepto en el
tercer acto donde se quiere ver si D. Rodrigo sabe ó no aprovecharse de la ocasión que
se le presenta. El editor en el examen hace ver la completa semejanza hIo- esta iilbiils
con la del Vergonzoso en palacio.
En cuasto á la elocución, solo diremos que basta á compensar cuantos defectos he-
mos notado en la acción y en los caracteres. Hé aquí oómo manifiesta Aurora lo peco
que hay que fiar en los retratos que envían los navios á sus futuras:
ePintoras encarecidas
y verdades, imj^ino
que vienen á ser oidas,
como -nuevas de camino,
mentirosas ó afiadidat.
Pintar T escribir es ciencia
de aduhr oan elocuencia;
porque en matari» de amores
los poetas y pintores
tienen de mentir lieeneia.
¡Rueño es q.ue al pintor pagase
retrato el conde,. q«e faese
bastante á que me obligase,
y que^d pincel permitiese
fie sus mitas retratase!
o ¿ lo menos no lo creo,-
Iii3]
ni iñeiifo dur ft al tnialade
m el orUinal no veo:
^ue es felfalo este |«g«do
j no foede Teñir feo.»
aurora, admitiendo á D. Rodiigo jpor maeatre-sela, como la de Overisel le había ad-
do por secretario, le advierte:
c El oficio de triocbar
consiste en saber bnscar,
* espafiol, la coyuntura.
Curioso es, aunque ordinario;
veré si en proyecho voestro
•sois maestre-sala mas diestro
<que entendido secretario, t
iq«í la descripción que baee Quncbilla de un mayoraigo en la corte:
cTan oercado de mcbatras,
cargado de pretensiones
y enmarafiado de trampas,
que no le dieron lng«r
para hablarme dos palabras. >
aurora, viendo que su hermana Narcisa estaba inclinada al español, examina en
monólogo Jo que pasa en su propia alma:
«Narcisa ama á D. Rodrigo.
¡Ob rigoroso poder
de la envidia en la mi^er^
?ue de ello puedes conmigo!
uando yo fe aborreciera,
para adoralle bastara
que mi hermana le alabara
y conmigo compitiera.
Al conde empeié.á querer
ú pesar de mi rigor,
siendo éfiínero su amor;
pues qae se muere al nacer:
y este eqMiftol que ha venido
* á despertar mi cuidado,
ausente tan alabado,
y ya presente querido,
dá materia ¿ mis 'desvelos
y los del conde deshace;
que amor de la envidia nace
cuando es h^ de los celos.
Mas, pues, despierta á quien duerme,
y descuidada, me avisa
de aquesta suerte Narcisa,
á su amor be de oponerme,
poniendo en sa curso freno,
que sus principios reprimaf
porque en fin en mas se estima
lo que está en poder igeno.»
[124]
Lástima es que se hayan gastado en espresar tan raines sentimientos, Tersos tan po*
ros y fáciles y una elocución tan correeta. Le repetimos: quitarle si amor la t^nun y
la firmeza, y darle por oríjen la vanidad y la envidia, es no solo desencantar, sino tam-
bién envilecer el afecto mas misterioso de la naturaleía humana» Despaes dice h
marquesa:
cYa sea amor, ya frenesí,
ya condición de mujer,
ó á ninguna ha de querer,
ó me ha de querer á mi. >
Desde entonces comienza Aurora á perseguir á D. Rodrigo, ya tirándole una peUt
de nieve dentro de la cual iba un billete amoroso , y rifiéndole después porque k vio
leyéndolo ; ya finjiéndole que habia cojido otro á su encubierta dama y volviéndole i
reñir, ya hablándole por el terrero desconocida , ya en fin declarándose con él ^r enif'
mas. E¿ta última escena, superiormente dialogada, aunque de la misma espede qneh
de la primera parte, tiene un jiro muy diferente, lo que manifiesta la rica imjinacifli
de Tirso.
Aurora pide que le traigan agua, y riñe á su maestre-sala porque, según ella, estabí
salada: D. Rodrigo se disculpa (Uciendo:
Aurora,
Rodrigo.
Aurora»
Rodrigo.
Aurora,
Rodrigo,
Aurora,
Rodrigo»
Aurora.
Rodrigo.
cantes la probé
y no me pareció mal.
¿No? pues probadla, tened:
probadla otra vez.
No es justo
queaquir......
Veré, si en mi gusto-
ó en el vuestro vá. Bebed.
¿Por qué en la salva la echáis?
¿Habia de beber, yo
por el vaso?
¿Por qué no?
¡Qué escrupuloso que estáis!
A los señores la salva
se les hace de este modow
Hoy sois ceremoniaj> todo.
¿No está salada?
En la salva
no sabe, señora, á sd:
buen sabor tiene por Dios.
Siempre os sabe bien á vos
lo que á: mí me-sdto mal.
Vos que á Diana servistes,
y en Momblanc su amante fubtes,.
podéis enseñarme ahora,
primero que el conde venga>
qué es amar, qué es tener celos,
porque en aquestos desvelos
esperiencia mi amor tenga.
Yo deseo estar celosa. '
Vos deseáis una cosa
harto terrible, os prometer
pero ¿cómo, gran señor»,.
125
qoereis que os ensefte yo
k> que no sé?
Aurora. Quien am6,
jamas los celos ignora.
Tracémoslo asi Tos dos:
vos el conde os finjiréis
que me amáis y pretendéis»
y yo celosa de vos
porque hablar de noche os vi
con derla dama, á refiiros
vengo: por ver si á pediros
celos acierto.
Acertó en efecto, y tan bien, aue reveló á D. Rodrigo cuanto ella habia hecho para
lerle á su amor, y le riñe su Cuta de cuidado y su amor áNarcisa. Equivoca adrede
nombre con el del conde Carlos dos veces, y á la segunda, añade:
tDe or£narío me equivoco
cuando trato de los dos:
mas yo, cuando estoy con vosr
del conde me acnerdoi poco.
Rodrigo. Antes que pasé ese cuento
adelante, sqpa yo
si habláis con ^1 conde ó no;
que aunque á Garlos represento,
parece que habláis conmigo,
relatando mi suceso.»
Esta observación es exacta, y podria desconcertar á otra menos fina que Aurora,
imos como la elude:
Aurora. Mis celos ensayo en eso :
que ignorando, D. Rodrigo,
los que Carlos no me ha dado,
quiero en los vuestros probar
SI los sé pedir y dar.
Rodrigo. ¡Hay amor mas enredado!
¿Yo en fin la materia doy
á vuestros celos agora,
verdadera gran señora,
y un conde de burlas soyt
Aurora. Tomad en aqueste paso,
I mes representáis á dos,
o que veis que os toca á vos^
y de esotro no hagm caso.
D. Rodrigo satisface bastanlfe Uen los celos de la marquesa, yunque no tuvo osadía
« besarle una manorpor lo cual se le riñe también. Aurora coMduye asi:
cHirad que otra vei os*digo
que de aqueste finjimiento
mentiroso y verdadero
lo que os está bien toméis.
Rodrigo. *¿Cómo si al conde querebt
Aurora. Quiero; pero no le quierov
D. Rodrigo aprovechó el consigo. Mandándole Aurora que le dictase un papel amo-
o á Carlos, dictó dos: uno en nombre de la marquesa al conde, despidiéndole, y
[126]
otro en nombre suyo á la marquesa, declarándole su amor; y añade á eata dedaraeíoa,
que si ella se obstina en callar si le quiere ó no, él interpretará eate silencio á bTor
s uyo. Aurora vencida, solo le dice:
c Buenos están los papeles:
mucho sabéis, Don Rodrigo.»
Estas palabras son el desenlace de la pieza.
TOMO VI.
artículo i.
c
OMPRENDE este tomo tres comedias: La prudencia en la mujer;la Villana de BaUee»^
y Amar por razón de Estado. De la primera y tercera se encuentran sin mucha dificultad
ejemplares de ediciones antiguas. La Villana de Balleeae es rara.
El editor ha insertado al fin de la comedia La prudencia en la mujer las observacio-
nes que sobre ella publicó D. Agustin Dur^ en su TaUa española^ y después algunas no-
tas suyas. Poco dejan unas y otras que desear. Asi hablaremos aun mas que de la piea,
del género á que pertenece. *
Después de los informes principios que tuvo nuestra poesía dramática en las repre-
sentaciones sagradas y alegóricas, y en los coloquios pastoriles de Juan de la Encina,
introdujeron el gusto novelesco Nidiarro, Lope de Rueda y Juan de Timoneda: otros,
ya mas entrado el siglo XVI, como Juan de la Cueva, Virues y Cervantes» pusieron en
la escena sucesos y personajes verdaderos, aunque mezclados con incidentes de la in-
vención del poeta. Lope de Vega y sus succesores cultivaron, cual mas« cual menos,
este género. El fundador de nuestro teatro ni fué en él muy feliz, ni le debió su celebri-
dad. Lo mismo podemos decir de Tirso de Molina, de Guevara, de Mirademescua. Cal-
derón supo interesar mejor, convirtiendo los héroes de todos los paises en caballeros
españoles de su tiempo; y Rojas pintó con valentía, aunque incorrectamente, las situa-
ciones trájicas de la historia.
Este género, que podríamos llamar heráico ó kistárico^ no fué desdeñado de los poe-
tas dramáticos franceses, aunque tan estrictamente ceñidos á la división aristotélica del
drama en trajcdia y comedia. Corneille y Moliere tienen comedias heráicas^ y hasta el
terrible Crebillon cultivó esta clase de drama en el Ptrro, que aunq^ue lleva el nombre
de trajedia no lo es; á lo menos, si se considera la catástrofe desgraciada como elemento
esencial de la trajedia.
Hemos dicho que no es este el género mejor cultivado por nuestros dramáticos, y
aun hemos incluido en esta censura á Tirso de Molina. En efecto, su fíepMica alretés,
sus Lagos de &&» Vicente^ su Aníona García son rapsodias que no podrían leerse ñn d en-
canto de su estilo, última dote que pierde un buen escritor. Pero apresurémooos á de-
cir que la Prudencia en la mujer es escepcion de esta regla, y una de las pocas comedias
heroicas que poseemos dignas de alabanza.
Su mérito principal consiste, como dice con mucha razón el Sr. Duran, en haber
descrito dignamente el gran carácter de Doña Maria de Molina, mujer esclarecida tanto
por sus cualidades heroicas, como por los tiempos dificiles y peligrosos en c|ue tuvo que
manifestarlas. El poeta describe muy bien las pretensiones atrevidas y ambiciosas de los
príncipes de la sangre real, á quienes sometió: las disensiones y bandos de los vasallos
que reconcilió; los festejos inocentes, aunque rústicos, de sus labradores, á los cuales
admitió con bondad, y las calumnias de sus enemigos, que desbarató cuando. el rey su
hijo fué mayor. Tirso la presenta en todas las situaciones, denostando á los grandes su
icioD, reprimiendo las írai de hm basdts, tajeado de sus enemigos, y tríunEsuido
nos después, cuidando de la aalod deM bijo enfenno, descubriendo y castigando
'aicion del que lo quena enveseMur; núínák al descanso de su aldea, en fin. con-
liendo á sus acusadores, y siempre grande» MoqNW noble, siempre beróica. No es
iño, pues, que nos interese este dNoia, avaqan tan mal arreglado como casi todos
le Tirso; pues la acción dura nada rntén^áme «atoree años, y el lugar de la escena
rre casi todos los pueblos que hay dasda Tikdo basla Becenril. Pero aunque en él
ean holladas las unidades, queda la del interés^ que es la mas importante para el
ctador y para el poeta. Este inlefeeae aoitiatte por la pintura de aquella admirable
er en todas las situaciones de sirvídA.
Isi habla á los grandes, que mB rilan en ninor no tanto por amor, como por am-
>n.
•¿Qué es aqnesln» eAdtoPOiy
defensa j irnfer delapafia,
mptfm de lealtad^ (I)
gloria y kn de las faazañatf
Cnanda faaerte dcny D« Sancho^
mi espose y aeñar, las galas
j rastili
riaeoe pendenea sáea
coatca ri laíno rfn nabesa
y las fcanteinaasalta;
¿con ««es eampeteaciaa,
KteaaioMs aud fimdadaa ,:
doi qóe la paiAcateayan,
ambimioaai amganaias.
cubrís de temor los reinos;
tíraabadi westea paÉria, .
dmdo en yaestra ofensa lenguas
á las aaeieneaeoatiariait
y y¡^HB9 BiVpVr ^^IBMtNI
en baeaa guenav al dereebo
me reducía de Jas «nnaa?
tQné feÍ8«B mi. Rióos bombres?
>»«••••••.• ••'••••«a* ••••••••••••
iTanpoeoaaMTtnve al r^*
¿Viví ean ü bmI <HMdaT
¿QaiaehianéotrOrdanasiIaT
¿A qaíéa nndadi palabiaT^tc.»
Ha titubeamos en preguntar al nugner 4 e castellano, si ecba mé-
fa este trozo de elocuencia poética al s.
4 los iniantes, después de veoddos».'a e, les bace mercedes, y les
M«>
) En el día ya no es permitido tfiraiiasr ea agado ks^mrsos ubres d»l romaace: á Jo meaos es un
to, sin que haya necesidad qae eMigoe á aélciiali. iadnrababerse dSchó: de aoMe MUad eipt^jot.
[128]
« La reina Doña María
castiga de aquesta suerte
delitos dignos de muerte
contra vuestra alevosía.
En armas y en cortesía
os ha venido á vencer ,
siendo hombres» una mujer,
á daros vida resuelta,
como quien la caza suelta
para volverla á cojer.
Si pensáis que por temor
que á los que os amparan tengo,
á daros libertad vengo ,
ofenderéis mi valor.
Para confusión mayor
vuestra he querido premiaros;
porque si acaso á inquietaros
vuestra ambición os moviere ,
cuanto agora mas os diere,
tendré después que quitaros.
Poco estima á su enemigo
quien le vence y vuelve á armar;
que en el noble es premio el dar,
como el recibir, castigo.
Si dándoos vida os obligo,
por vuestra opinión volved:
y sino, guerra me haced;
veamos quién es mas firme ,
vosotros en deservirme,
ó yo en haceros merced.
Al despedirse de su hijo, mayor ya de edad, le dá los siguientes consejos
cEl culto de vuestra ley,
Fernando, encargaros quiero ,
que este es el móvil primero
que ha de llevar tras si al rey:
y guiándoos por él vos,
vivid, hijo, sm cuidado,
porque no hay razón de estado
como es el servir á Dios.
' Nunca os dejéis gobernar
de privados, de manera
que salgáis de vuestra esfera ;
ni les lleguéis tanto á dar ,
que se arrojen de tal modo
al cebo del interés,
que os fuercen, hijo, después
á que se lo quitéis todo.
Con todos los grandes sed
tan igual y generoso,
que nadie quede quejoso
de que á otro hacéis mas merced:
tan apacible y discreto ,
que t todos seáis amable;
mas no tan comunicable ,
que os pierdan, hijo, el respeto.
[129]
Alegrad voeatrofi vasallos
saliendo en público á TeUos;
que no os estimarán ellos,
si no os preciáis de estimallos:
cobrareis de amable fama
con quien vuestra vista goce:
que lo que no se conoce,
aunque se teme, no se ama.
De juglares lisonjeros,
si no podéis escusaros,
no uséis para aconsejaros,
sino para entreteneros.
Sea por vos estimada
la milicia en vuestra tierra;
porque mas venoe en la guerra
el amor que no la espada.»
rada de la corte, manifiesta asi el placer con que vive en la soledad de Becerríl:
Ya gozaré con descanso
lo que mi quietud desea,
el sosiego de la aldea;
su trato sencillo y manso;
las verdades que en palacio
por tanto precio se venden;
fas palabras que no ofenden;
la vida que aqui despacio
con tiempo á la muerte avisa;
el quieto y seguro sueño,
que en la corte es tan pequeño,
como su vida de prisa.
No sé cómo encareceros
el contento que recibo
de ver que ya libre vivo
de engañosos lisonjeros;
de aquel encantado infierno,
adonde la confusión
entretiene la ambición
con el disfraz del gobierno.
¡Gracias á Dios, que be salido
oe aquel laberinto estraño,
donde la traición y engaño
trocando el trije y vestido
con la verdad desterrada,
vende el vidrio por cristal!
¡Oh carga del trono real,
del ignorante adorada!
la alegre vida confieso
que sin ti segura gozoi
. Fernando, que es hombre y mozo,
podrá sustentar tu peso;
que no poca hazaña ha sido,
siendo yo flaca y mujer,
el no haberme hecho caer
diez años que te he traído.»
lemos citado estos trozos de Tirso para que se vea que este insigne escritor era ca-
17
[130]
paz do algo mas que de espresar eo versos fáciles las malignas niñerías del amor. Ea
sus demás comedias es chistoso y satírico: en esta grave y severo como el asunto lo
exijia; pero nunca le abandona el talento ni la elocución poética.
ARtíCÜLO lí.
l^A comedia de La Villana de Balleca$ es de intriga y de las mas complicadas^ Moreto,
que la refundió en la suya de La ocoiion kaee 9l labran, aunque la redujo^ quitándok
todas las escenas villanescas, dojó todavía la acción muy llena de incidentes. Es de ob-
servar que las escenas suprimidas, aunque episódicas si se c|uiere, son las que dun
agradan en la representación. Pero la sai cómica de Moreto no olia á lomillo como Ii
de Tirso: asi según dice muy bien el editor en su e&ámen, no fué muy feliz la elecdoa
del refundidor. La ocasión hace al ladroñi aunque desterró del teatro la de Tirso, no
tuvo nunca la celebridad que otras de Moreto, y cuando ha vuelto á él el drama orí-
jinal, refundido con talento y acierto por D. Dionisio Solis^ ha sido acojido del públieo
con grandes aplausos.
La fábula es una de las pocas que Tirso condujo con verosimilitud; aunque suplaa
no carece de defectos, adelanta siempre bien sostenida, y entretiene é interesa al es-
pectador hasta el desenlace. Apesar de la multiplicidad de incidentes, se unen todos
bien á la acción principal.
D. Pedro de Mendoza y l).,Gabriel de Herrera cenaron Juntos en una posada de
Arganda sin haberse conocido antes, y debiendo salir D, Pedro poco después para Ma-
drid, su criado trocó las maletas, no conoció el trueque hasta que era de día , y filé
imposible correjir la equivocación, porque Herrera, enterado de que D. Pedh) ^'enia I
casarse con una señora rica y hermosa, se determinó á favor délos papeles, cartas yjc^
yas que halló en la maleta á hurtarle la bendición, y se presentó en casa de Serafina; U
cual, su padre y su hermano D. Juan, le recibieron como ahijo.
D. Pedro solo halló en la maleta, que le destinó la suerte, noticias de que Herrén
dejaba en Flandes muerto á estocadas á un capitán^ y en Valencia burlada á una dama,
llamada Doña Violante que es la protagonista. Sin embargo se presenta en casa de Se-
rafina; pero es despedido como falsario y loco. Acaso se hubiera justificado, á no ha-
bérsele preso por el homicidio hecho en Flandes, y á petición de un hermano de Vio-
lante que había venido á Madrid en busca de su hermana y con el objeto de desagra-
viar ó resarcir su perdido honor.
Violante había entrado á servir, disfrazada de vUlana, en casa de un panadero de
Ballecas. Sabedora por casualidad del Imeque de las maletas y de la nueva pretensión
de su perjuro amante, viene á Madrid de orden de su amo, á vender ya paa, ya esco-
bas, y enamora á D. Juan, hermano de Serafina: indispone á esta con D. Gabriel, fin-
jiendo que vivía mal y en compañía de una manceba: finje también que va á casarse
Con el hijo del panadero, y convida á su boda como padrinos á Serafina y áD. Juan; se
ya\e de un primo de D. Gabriel, que solo leconecia por el nombre, para hacer salir á
D. Pedro de la cárcel bajo fianza. Legra, en fin, per. medio de sus artificios, reunir á
todos, y á su hermano también, en casa del panadero de Ballecas. Allí les descubre
quién es, y las extraordinarias equivecacienes que hablan producido su disfraz y el
trueque de las maletas: recobra su amante y su honor, y dá á Serafina su verdadero
esposo.
La rica imajinacion de Tirso aftatfió á esta fábula, ya bastante complicada por si
misma, muchos incidentes y circunstancias, que evidentemente no son necesarias. Mo-
reto se contentó con .describir las consecuencias natnralesdel trueque. Violante no apa-
rece como villana, sino unas veces oomo estudiante rico y noble, otras como una dama
del finjido Mendoza, otras como quien era. Ea au casa se reúnen sin violencia para A
desenlace todas las personas inteiesadas. El plan de Morete es mas regular; pero sacri-
ficó las escenas mas lindas del drama.
El Sr. de Solis no se resolvió á este sacrificio, y conservó el plan de Tirso, escepto
^n la primer escena del primer acto, que tanto en Tirso como en Moreto pasa en Ya-
:ia. } rompe inútilmente te ünidMi de lagttr, pilM solo sirve de exposieion de los
)res de Violante con D. Gabriel, exposicioD qae puede hacerse, y en efecto se hace
la nueva refundición, cerca de ífadrid; pero conservó, como MoreCOr el incidente
til de haber tomado 1). Gabriel, Cttando aeduio á Violante en Valencia^ el nombre
0. Pedro de Mendoza. Decimos iñfúM, porqae de nada sirve; pues ninguno de los
rosados deja de conocer, casi desde los principios del drama, el verdadera nombre
seductor. En fin, dividió el drama enemeo actos, lo que le proporcionó aftadir al
icipio del último otra escena- vHIanesoa^ el carácter del novio aldeano que queri»
irse con Violante, y un esceleote monólogo en etaeto cuarto, que eoplti éiuos aqoi.
lante se queja de sus infortunio», dMéttdo: *
«Cielo, qae siempre tirano
contra mi tu nianífiestas,
y en misdesdiettarftmestas
parece- que estás ufimo,
¿por qué contra mi ta turnio,
pródiga* para ^ dolor
y escasa para el bTor,
cmel se muestra é impla?
¿Tanta- fué la culpa mía?
¿Tanto delito es amor?
Si el yerro mió consiste
en ser fieil eor creer,
¿quién es, cielos, la mujer
que enamorada resiste^
SI tu piedad no la asiste?
¿Quién la iquo siempre constante,
y con la ocasión delante,
resistir al llanto puede?
¿Quién en fin la que no cede
á los ruegos de un amante?
Quien tus enojos merece
es el une con doble trato
se burla de mi recato, •
Ípor quien mi honor padece,
n él tu cólera empieise;
no en mi, que m oonocerie
pude entonces ni temerle;
no en mi, aunque inilado estás,
cuyo delito no es mas,
que amar á un hombre y ouererle.
¡Oh! mal hayu hi que na
en lo que un traidor promete,
y crédula se somete
á su infame tiranfat*
Pero ¡ay Dios! la suerte mia
es á todas en amor
tan común como- en error,
é inútil la queja creo;
pues nuestro mismo deseo
aboga por el trftidor.»
Ss menester versificar así, cuando se quiere imitar la fiícilidad y dulzura de Lope,
r. Solis es en esta parte digno rival de-Castailloa y» de Arellano.
Todas las escenas de este drama, en queViolimte adopta el carácter y el lenguaje
illana, son escelentes; pero la mejor, en nuestro entenoer, es en la que, vendiendo
bas, habla con su perjuro rebozada para que ett« no la conozca.
Serafina»
Violatiie^
Gabriel*
Violante*
GabrieL
Violante.
Gabrid.
Violante.
Crabriel,
Violante,
Gabriel.
Violante,
Serafina.
Vioiantr.
Serafina.
Gabriel.
Violante,
Gabriel,
Violanie,
Gabriel.
Violante*
Gabrid.
Violante.
[132]
«..Pues, Teresa, ¿qué mudanza
de oficio es esa?
Señora,
todos son de labradora,
y aun con lodo el pan no alcanza.
Ya vendo trigo, ya escobas*
y enojos también vendiera,
si hallara quien los quisiera.
¿Vos enojos?
Por arrobas.
...¿Quien os los da?
¡Qué se yo!
Bellacos que andan de noche
y engañan á troche y moche
á quien de ellos se fió.
Si no hubiera tantas bobas,
no hubiera embeleco tanto«
...No os entiendo.
No me espanto.
¿Han menester acá escobas?
. ..Por ser vos quien las vendéis,
gana de compradlas dais.
...Por ser vos quien las compráis,
gana de irme me ponéis.
... Pues ¿tan mal estáis conmigo?
...No son buenos barrenderos
hombres.
Y mas caballeros
amantes.
También lo digo;
aunque vos tenéis figura,
cuando barrer os agrada,
á la primer escobada,
como si fuera basura
echar honras al rincón
barriendo la voluntad.
A la máijen apuntad,
D. Pedro, aqueste renglón.
¿Conoceisme vos?
Sois mozo
y todos pecáis en esto.
...Colorada os habéis puesto,
quitaos un poco el rebozo.
.■«.••«.••.•*. .•.••.•..«..•■••..•••
Celos de algún labrador
tenéis: ¿quebróos la palabra?
...Si: mas la tierra que labra
á otro dará fruto y flor.
. . . Entretengamos un rato (á Serafina)
con ella el tiempo.
Si hará:
mas presto se cansará,
que es gitano; y muda el hato.
•••Picada venís á fé.
•.•Kcóroe un bellaco el alma.
t>38]
CtAriel, w.4Trfteis escobas de palma?
Violttnit. Pues con él ¿haj palma ea pié! •
Pardiei, si fé al talle damos,
que en su modo de mirar,
4ien talle de despalmar
iodo íin domingo de llamos.
Ño busque entre cortesanos
ni vino, ni palmas puras,
que.no eslAn de ellos seguras
ni aún las pdmas de las manos.
Gabriel. . ..Sátira sois vos con alma.
Violante. . .. Ya los moriscos se fueron
que por las calles vendieron,
señor, esteras de palma.»
D. Gabriel, disculpa el enojo que habia manifestado contra él, contándole á Se-
)ue la ofendía aun otra dama.
ARtíCüLO iÜ.
\por razón de estado presenta una combinación singular é interesante. Enrique,
I correspondido de Leonora, hermana del dnqae de Gleves, su soberano, se vé
[o á ocultar este amor, y á finjír que ama é tatra por consejo mismo de su ama-
f en esta fábula cierta especie de ridiculo^ que consiste en el despecho con que
eonora que su galán la obedezca con demasiada docilidad según ella piensa. Pe-
ridiculo pertenece á la comedia urbana y de costumbres. Asi ni la acción es muy
cada, ni abundan en ella las sales satíricas tan comunes en los dramas de Tirso.
ipensacíoB> ^ lenguaje es sumamente castigado y correcto, como observa muy
editor.
ique subía de noche por una«scala de cuerda al balcón de Leonora en la casa
er de Belpais: y una noche se ^e -olvidó traérsela y la dejó en poder del duque,
I babia resistido que le reoonbciese. Esta idea le atormentaba; y asi cuando al
B le mandó su padre repetir la lección anterior de fisica, distraído con el pesar
ocupi^a, después de otras cosas, dice:
1 Influjos que se derivao
desde los cuerpos celestes
y en la tierra predominan
«on como escalas, aeáor,»
Ricardo^ %..No, Enrique, tú desatinl».
no estás hoy para cuestiones
sutiles, ven á la esgrima.
distracción de Enrique continua, y creyendo que rifle todavía con el duque, da
dre una cuchillada en la cabeza, y le derriba el sombrero. Estos rasgos de ca-
f de situación son comunes en Tirso.
luque. que ademas de la escala habla bailado papeles rotos de letra de Loo*
ue sin duda habría perdido Enrique) reprende á su hermana, y ella no pu-
Bcgar, finjequcsu amante es el marques Ludovico, primo de entrambos, el cual
enamorado de Isabela, hermana menor de ¡..eonora. Esta no se atrevió á declarar
bre de su verdadero amante, porque era Enrique hijo de «n caballero particular,
consiguiente no podía esperar que el duque llevase á bien un amor tan
J.
luque aprueba el enlace de Leonora con Ludovico: Enrique para esforzar el en-
f su dama y ocultar su amor, usa do un medio ni decente ni seguro, y que es
X
[134]
un gran defecto en este drama, aunque de él resulten situaciones in erasaates. Vmí
Ludovico la falsa confidencia de que amaba á Isabela, y era correspondido de eUa, n-
leza imperdonable en un caballero, y mentira, que si era creida del duque» le espooia
al mismo riesgo que la verdad. Ludovico le cree, y se decide por Leonora, que nli^
facia mejor su ambición, porque era la heredera presuntiva de Qeves á causa de que
el duque, aunque casado, no tenia succesion. Isabela imita á su amante, y por conejo
de Leonora, pone su afición en Enrique, aunque al principio lo resistia, diciendo:
c¿Habia yo de querer
aun burlando á quien alcania
fama solo por letrado?
En vez de darle cuidado,
le diera al marqués venganza,
Leonora. No consentiré tampoco
que trates á Enrique mal:
amor que mira en caudal,
ó peca de necio ó loco,
Enrique merece tanto
por su mucha discreción,
talle, gracia y opinión,
Iue no sin causa me espanto
e que anisi le menoscabes.
¿Tan divino entendimiento
desprecias? y ¿lo consiento?
Lo poco muestras que sabes;
mas no son dignos tus ojos
de que se logren en él. •
¡Rasgo admirable de pasión! Leonora, que tanto interés tiene en ocultar la raya, la
descubre en el despecho que no puede retener cuando vé al que ama despreciado por
Isabela. No la descubre menos cuando Isabela, convencida de sus razones, se resnáve
á amarle, y Leonora dice de él tantos ó mayores defectos, como cualidades habla eza*
jerado antes. Isabela le hace presente esta contradicción, y su hermana no puede vas»
ponderle sino contradiciéndose de nuevo. Mucho se complace el espectador, oonfidents
del amor de Leonora, en verlo manifiesto, tanto en las alabanzas como en las injurias.
Pero Isabela queda sin saber qué pensar, aunque últimamente se decide á amar á En-
rique. La fiícilidad con que ella y Ludovico cambian de amantes, es otro defecto del
drama, aunque no es de estrafiar en los de Tirso.
Establecida bien ó mal la situación, siguen las escenas en «pie los amantes troca-
dos se enamoran; los celos y la envidia enardecen la* pasión disimulada en Enrique y
Leonora, ó mal estinguida en Isabela y Ludovico: escenas donde campea el talento dra-
mático y la malignidad del amor, tanto mas vehemente cuanto mas se quiere reprimir
y que se hace traición y se manifiesta por sus imprudencias. Isabela conoce que su her-
mana ama á Enrique , y se lo dice á su hermano. Leonora por disculparse, aumenta
las sospechas que ya el duque tenia, aunque infundadas, de (|ue su m^Jer y Enrique
se querian: acción infame y vil, que no puede disculparse ni aun por el grande inte-
rés que Leonora tenia en encubrir su correspondencia.
Leonora aconseja á Enrique que escriba á Isabela un papel amoroso para tempbr-
la y templar por su medio la indignacionde su hermano. Asi le persuade á que escrait:
c Engañemos á Isabela.
Finje, pues te adora, amarla:
satisface á sus sospechas:
dila mU males de mi:
escríbele mil ternezas.
Anda y trae el papel luego,
Enrique. Mi bien, ¿por qué me encomiendas
Leonora,
Enrique.
Leonora.
Enrique.
Leonora.
Enrique.
Leonora.
Enrique.
Leonora,
Enrique.
Leonora.
Enrique.
Leonora.
Enrique.
Leonora.
Enrique.
Leonora,
Ennqut
Leonora.
[135]
cosas de que ba de pesarte
si me has de reñir por ellast
No hayas miedo*, date prisa:
yo gusto de ello: ¿^ué esperas?
I)e mi le escribe mil males:
Mira bien, esposa beU&,
le que me mandas.
Acaba.
Ya voy: yiero si te pesa,
y lo que dije de burlas
me lo atribuyes á veras?
No tengas temor.
Voy, pnes.
Oye: ¿es posible que Hevas
ánimo de decir mal
de mí?
¿No me lo aconsejas?
Pues ^bráslo trt decir?
No sé: estraña estás.
Ve y deja
para necioir mis leroeres;
que toda celoaa es necia.
Mira que te espero aquf.
Luego vuelvo.
Oye, neceas
orimiaal (i) cobira tu esposa;
cuando digas faltas de ella,
blanda la mano, mi Enrique.
Ya no quiero escribir letra.
Si, si, escribe, que es forzoso:
pero, Enrique, no quisiera
que te saborearas tanto
escribiéndola fineías,
que las quc^al papel hurtares
guardes á la cabecera.
¡Oh, qué estraña que^estás hoy!
Son dulces palabras tiernas:
y á <^uien anda entre lo dulce,
mi bien, algo ee le pega.
Pues dejémoslo.
Eso no,
ya te digo que estoy necia. >
£sta escena es toda de costumbres, y están muyhien deserites el amor y el temor.
Enrique vuelve con el papel, encuentra al duque, que se lo quita y lo lee, y cre-
ando que es para la duquesa, quiere matarle* El amante de Leonor, puesto á sus pies,
declara la verdad de todo el suceso. La aristocracia del soberano cede á la alegría
A marido por ver ileso su honor, y no tiene dificultad -en concederle la mano de Leo-
ira: do modo, que como observa el editor, es muy iuÉtil que Enrique, creido hasta
itónces hijo de un caballero particular, sea-dttfu^ hiarinjio yhermano déla mujer del
i eleves.
El interés de esta pieza está todo en4as situaciones; pero junguno de los personajes
:cita simpatía. Leonora se bace muy odiosa en el tercer ade, calumniando á la duque-
MUM
(I) Acusador, injoriador.
[136]
«a, V Eariqíic en el segundo, atribuyendo á Isabela laa liviandades desa hermana: Lo-
dovico y su amante fallan al primeF precepto de la moral amorosa» que es lacoaitiB*
cía. La duquesa, por favorecer el nuevo amor de Isabela á Enrique, hace queledcatt»
tulos y empleos, con tan imprudente importunidad, que escita las sospechas del dsfH.
Este en iin, orgulloso y suspicaz, es engañado succesivamente por todos.
No hemos visto representar esta comedia; pero creemos que á escepcion de osa é
dos escenas, no podrá ser agradable al auditorio, que siempre quiere ver alguna per*
sona por quien se interese.
ROJAS.
ARTÍCULO I.
ÍVpENAS son conocidas de este poeta otras composiciones trájicas que Garda éd Cn-
lañar y los Áspides de Cleopatra. Nuestro insigne actor Isidoro Maiquez dio á la primera
su merecida celebridad, creando- el carácter, eminentemente dramático» de GarcU.
La segunda, representada con mucha frecuencia hasta fines del siglo pasado, cayó es
el mismo olvido que el resto del teatro español antiguo, y no se ha vuelto á levantar.
Hay sin embargo otros dramas trájicos de D. Francisco de Rojas, que merecen ler
conocidos y estudiados, tales son; el Cain de Caíalyña^ Progne y Filomena^ y sobre todos
H ma$ impropio Verdugo, en el cual trató el asunto masdificil que puede presentarse en
la trajedia: tal es el espectáculo de un padre, que con sus propias manos dá la muerte
á su hijo.
Rojas sobresale en las escenas terribles y sabe prepararlas con arte; pero á veeef
mezcla con ellas incidentes novelescos que divierten la atención del espectador y debi-
litan el efecto dramático de las mejores escenas. Calderón no es tan tr^ioo cono ék
pero cuando pinta sucesos lastimosos, tiene el buen sentido de no complicar laialriga,
ni apartar los ánimos del interés principal. Asi es ^ue en sus composiciones tr^icasla
fábula es sencilla, cuando en las cómicas la complica mas que otro ningún poeta ds
su siglo y con mas felicidad. Poro el instinto dramático de Calderón era impoóUe de
imitar.
En cuanto á la elocución de Rojas, causa lástima ver que un poeta bastante sea-
sato para decir de una noche muy oscura
c Hecho un Góngora está el cielo»
cávese con tanta frecuencia, por condescender con el bellaco gusto de su sigloi aa el
mismo defecto que tan finamente satirizó en este verso. Solo pondremos un c^fenpb
para justificar nuestra opinión; pero se hallan con harta frecuencia en las comediasde
este poeta otros veslijios semejantes del pésimo gusto de la sociedad para la caaleecri-
bia. En la comedia de Los ire$ blasones de España^ describiendo un crucMÜOvdieeaei:
cUna diadema en su cabeza hermosa,
siendo de espinas se trocó de rosa,
cuyas puntas á trechos desiguales
sacaban perlas fondas en corales,
y no es nuevo trasunto
ser perla y ser coral á un tiempo junto;
pues la sangre animosa que exhalaba
en sagrado coral se derramaba,
!r al querer anudarla ó resolverla,
o quelángmdo sale, aquello es perla.»
[137J
I desafiarse al docto comentador tfa leu mkdaiei de Gdngora á que descifre c«(e
iractéres están bastante bien descritos, aunque al^ exajerados en las tra-
Rojas: defecto que le es coraun con Montalban, si bien en los caracteres mn-
mas decente que el discípulo predilecto de Lope de Vega. Las pinta dotadas
s, poro al mismo tiempo de pudor, y «in la petulancia de las del Doctor Juan
I cuales creen siempre que es lfci4o decir todo lo que se siente,
rdad que la exajeracion de Rojas procede casi siempre de su estilo fogosa-
ético, y que rara vez sabe templar. Hé aqui el soliloquio de un amante que
otar la y^emencia de su pasión:
cUna escala previne con intento,
Blanca, de penetrar tu firmamento:
y lo mismo emprendiera
si fueras diosa en la tenante esfera.
que en este loco abismo
emprendiera lo mismo
si fueras, Blanca bella,
como naciste humana, pura estrella;
bien que á la tierra, bien que al cielo sumo
bajara en polvo j ascendiera en humo.i
isamiento de estos dos últimos versos que quitada la simetrfa do bajara y at*
10 estaria mal en una oda, es inoportuno y exajcrado, y por lo mismo frío y
al efecto que se quiere producir.
sr de estos defectos que nemes debido notar, y los generales deelocucion en
no puede negársele á Rojas ni talento poético, que se percibe aun en los dis^
ue hemos citado, ni genio verdaderamente trájico; porque en todas sus com*
\ de esta especie hay escenas que podrían , como las de las Mocedades del Cid
1 de Castro, figurar, entresacadas por Corneille, en una trajedia perfecta, si
len de los incidentes novelescos, y sobre todo, de las escenas cómicas, con
nplace Rojas en enervar el efecto de las trájicas«
t>emos que el gracioso era un personaje obligado en nuestro antiguo teatro;
tro Rojas satisfizo á esta exijencía con tal prodigalidad, que en muchas de
, aun las mas terribles, como el Cain de Cataluña y el mas impropio verdago^ in-
»s bobos en logar de uno. Estos tienen entre si diálogos y escenas que nada
! ver con la acción principal; pues son do burlas que se hacen el uno al otro.
Te introduce con mucha frecuencia en sus dramas personajes dd vulgo, que
> necesaríos, hablan sin embargo del interés principal de la pieza, y sir*
aostrar de qué manera llegan las ideas de la alta politica á las intelijencias
9 y qué modificaciones reciben en ellas; cusa mas interesante en Inglaterra
os paiscs, donde el gobierno no ha sido nunca tan popular. Pero las escenas
diosos de Rojas nunca son de esta espeiñe: podrian figurar en una farsa ó en*
>drían suprímirse sin menoscabo de la acción ; y en nada contribuyen ni á
»rla ni á demostrar sus efectos. No se puede conocer en ellas, como en las de
re, la verdad del célebre dicho de Horacio:
c Quidquid ddirani reges, pUctuntur ackiti. »
>cas noticias tenemos acerca de la vida y escritos de D. Francisco de Rojas.
i era de Madríd, por hallarse incluido en el Indico de los hombres ilustres
villa, que insertó Montalban, en su Para iodos, y que floreció por los tiempos
or, es decir, en el primer tercio del siglo XVII. Pudiera fijarse mejor su época,
fSí la comedia, poco conocida, cuyo titulo es En Madrid y en una casa^ en la
bla de los Reyes y su hijo hermoso j que cada año iban á la Capilla de San Blas
üte santo, lo que conviene perfectamanlo á los reyes Felipe IV é Isabel de
18
[138]
Borbon, y á su primer hijo Taron el príncipe Baltasar hacia el afio 1640» Faro é
ten todas las nociones del estilo, lenguaje y conducta de las fábulas dramáticaa» á am-
Ua comedia de diferente dicción y jiro que las demás de Rojas es de Tirao d^Maiaa;
porque está vaciada en el mismo molde de las de este autor. La intriga, la ditaJMW
el fondo y en los accidentes, y la malignidad urbana que en ella se oota^ bob las
mas que en Amar por seña$, ti Vergonzow $n palaeioj d Amor médkoy D. Gü ᧠k
verdes.
ARTICULO II.
XjA comedia famosa, intitulada Garda M Castañarr que es la mas eonocidade las com-
posiciones trájicas de Rojas, tiene también este otro titulo: JM ReyabajOj nui^tiiiar verso
en que está cifrado todo el pensamiento del drama*
El Ro.y D. Alonso el Onceno, juntando dinero y gente en Castilla para partir á laem-
presa de Aljcciras, recibe un donativo cuantioso de un labrador rico llamada Gardi
del Castañar, señor del valle de este nombre, sito en el reino de Toledo. El poeta eoa-
mera los artículos del donativo, sin omitir cien qunUalei 4$ eeemar y otros tantos de Kh
cilio, y el donador añade al fin de su papel:
cY doy esta poquedad
porque el año ha sido corto:
mas ofrézcole, si importOt
también á su nujestad
un rústico corazón
de un hombre de buena ley,
que aunque no conoce al Rey,
conoce su obligación.»
Alfonso, movido á curiosidad, quiere ir á ver á este labrador, pero desconocü».
Acompañado de otros tres cortesanos y finjiendo serlo también, llega al Gaatafiar j m
hospeda en casa de García, el cual, avisado del conde de Orgaz su proteetOTr saha fss
tiene al Rey en su casa, pero engañado por las señas cree que es el Rey uno da laaeDa*
tésanos, llamado D. Mendo. Esta equivocación es el verdadero nudadál drama;^ pafqi
O. Mendo se enamora perdidamente de Rianca. esposa de García.
La fábula está bien espuesta eq la primera jornada, la acción entablada oon nflnr
ralidad y verosimilitud, y los caracteres descritos con verdad, señaladamente los da
Garcia y Blanca, esposos, amantes^ ricos, felices en la suerte oscura,^ pero agradjUt,
que el cielo les ha concedido. La pintura de esta felicidad era necesaria, eomo
de la manera patriarcal con que vivían entre sus criados, para hacer aoBlv al
tador cuan grande tesoro de ventura les quitó el amor adúltero de Mendar
la segunda jornada le halla Garcia en su casa. Respétale porque le oree sa ley, j It
permite volverse por el balcón por donde había entrado; pero aunque s^gava da laím^
eeneiade su esposa, se propone darle la muerte por salvar su honor. HnyelainMir |
busca asilo en casa del conde de Orgaz: al mismo tiempo que el rey, prendado dalv»>
lor y honradez del labrador, le manda venir á Toledo para ponerle al firanta Í0 na
cuerpo de milicias en aquella guerra.
£1 labrador se presenta en la corte, y se humilla ante D. Mendo; pero esla
cAquelesel rey. García. >
Estas palabras sumamente sencillas, pero las mas terribles que pudieran . ^
ciarse en aquel caso, son su sentencia de muerte. García le Uama á la sala iMsaJSatoiy
y le atraviesa á puñaladas: probando así, que ddreyab^Or ntn^imo había da.perHÍIir
que se atreviese á su honor.
La acción^ reducida á los términos que la hemos espaesla, es inlevesulai flana 4a
[139]
movimiento, de contraste, de pasiones. Ningún hombre es mas feliz que García antes
del atentado de D. Mendo: ninguno es mas desgraciado que él cuando se cree ofendido
por sa rey: asi ninguno se halla ayí^do de un furor mas violento, cuando sabe que le
•epemltida la vengania. Estaoonrbinarion bastaba para formar un drama excelente,
y ■•ora aecesario añadir la novela, á la verdad maj impertinente, de ser Blanca hija
im la Cimilia de los Cerdas desposeída de la corona, y García de una de las primeras
eaaaa de Gaetüla, viviendo ocidtos por temor á la indignación del rey« Semejante hi»-
loria, por cierto muy mal hilada, se ^eqpone en una larga relación ^ne hace García, des-
Ces de muerto Mendo, delante deloda la corte, y aparta la atención del auditorio, de
terriUe catástrofe que acaba de ver« Pero los últimos versos de esta relación vnel*-
vwi á esditar el mas vivo interés.
«Yivia, sin^nvidiar
entre el arado y el yugo,
las cortes, j de tus iras
encubierto me asegmro;
hasta que anoche en mi casa
vi aqueste huésped perjuro,
• que en Blanca atrevidamente
íes lascivos ojos puso.
Hago alarde de mi sagre:
venzo al temopcon quien lacho:
pfdeme el honor venganza:
el puñal luciente empuño,
•sn corazón atravieso.
Mírale muerto, que juzgo
me tuvieras por infame,
si á quien de este agravio culpo
le señalara á tus ojos
menos, señor, que difunto.»
Mir&ie mmria: es tina de aquellas Mices espresiones que pintan un carácter con solo
no rasgo. EHa basta para que conozcamos á García del Castañar.
R^jas ha querido dar cierta tinta de sencillez campestre al carácter de García en
sus primeras conversaciones oon los cortesanos cuando los recibe por huéspedes les dice.-
• Caballeros de alta guisa.
Dios os dé bienes y honores;:
¿qué mandáis?
Jfsndft. ¿Quién es aquá
García del Castañar?
Gunku Yo soy á vuestro mandar»
Mmio. Galán sois.
Gartia. Dies me hizo así^
La pintura que hace deqmes de la caza de perdices, su guiso, y el placer de co-
ilas oon BUmoa:
cUna JO y otra mi esposa
nos oomemos, que no hay cosa
como á dos peraces, dos:»
•
«8 «n modeb en so género, con tal qoe no hagamos caso de la semijama que tienen
las perdices guisadas con la emñda id Bratü, metálbra muy buena en tiempo de Feli-
pe IV, pero que ao se usaba en el de Alonso Onceno.
Íi40]
ARTÍCULO III.
JuL drama ¡Dtitiilado los Atpide$ de Qeopaíra tiene per objeta la hisloriei
de los amores de Marco Antonio con la última de los Ptolomeos. Pero pcur bus Mfm
que sea esta acción; por mas que intervengan en ella nombres tan célebres abImíü^
les del mundo, nuestro autor no supo darj^ interés al drama ni conserTv la ügaüá
de los interlocutores. Antonio y Cleopatra no son mas que dos amantes de la cdrlsde
Felipe IV , j aun despojados de ki nobleza de sentimientos con qoe sabia pinlBilii
Calderón. La espresion del amor es tan exajerada en ambos, que solé podieroe inp-
rar interés á espectadores del tiempo del mal gusto. Por otrapartOr la fábula está nuf
débilmente conducida. Apenas bay dos versos dignos de citarse, sino estos dos de As*
tonio, que lamentándose en la playa encuentra el puñal con qve se dá la nouerle:
c Lágrimas sembré en la arena
y ella produjo un acero.»
El mas impropio Verdugo es composición mas meditada y mejor sostenida. César
Salviali, de una familia esclarecida de Florencia, enemiga de los Hédicis que domina-
ban eu esta ciudad, tiene dos hijos varones, Alejandro y Carlos, y una bija llamada
Casandra. Alejandro tiene todos los vicios, el orgullo, la crueldad, la turbuledcís, d
saerilejio, unidos á un valor á toda prueba: Carlos, no menos valiente, es amaUe, dó-
cil, obediente y sumiso á su padre, que por mejorar al bijo malo aparenta bácia A
una predilección no merecida.
Entre el padre y los dos bijosdan muerte dentro de su misma casa á Federieo de
Médicis, pariente del duque de Florencia, que babia entrado en ella ooo el intento
que consiguió de burlar á Casandra. Presos los asesinos y condenados á mnerte, no
babiendo verdugo en la ciudad para ejecutar la sentencia, se propone por la autori-
dad el perdón de sus crímenes al reo que quiera ejercer aquel oncio infame. Alejandro
sé dispone á aceptar la condición, á pesar do los ruegos v exortaciones de su padre y
hermano. No pudiendo ser vencida su pertinacia^ su padre se presenta también oomo
aspirante al mismo destino: consigue la horrible preferencia, sube al cadalso» mega
de nuevo á su mcolvado hija que desista de su propósito. Alejandro desesperade no es-
de, y el padre le separa la cabeza de los hombros.
Baja inmediatamente del patíbulo, se presenta al duque, se niega á dar la naerte
á su bijo Carlos, y se entrega con él á la justicia del soberano. Les megos de Juana»
hermana del difunto Federico y amante de Carlos, consiguen el perdón de los dos de-
lincuentes.
La combinación dramática de este horrible drama está dispuesta con tanta
tría, que César Salviali, á pesar de ser el verdugo de su propio byo, no aparece
como el instrumento de que se valió la justicia divina para castigar los crímenes de
Alejandro, é impedirle que cometiese el mavor de todos, dando la muerte á snpedie
y á su hermano. Los caracteres de los tres Salviatis están superiormente dibejadeSr
señaladamente el de Alejandro. Este monstruo que nada respeta, que dispnái á sn
hermano con las armas el amor de Diana de Médicis, que es capaz de oenoebir d
proyecto del parricidio, posee sin embargo en grado eminente la cualidaj^ ▼atosseí
Su alma, aunque perversa, es atrevida y grande. Rojas, para bacerie interesante^ le
atribuye los vicios que nacen del abuso de la enerjia de ánimo, quepor si sola BenuL
la atención y el afecto del espectador hacia el que la poseer y ba aleado rnidedosa
mente de él todos los defectos que nacen de la bajeza y déla perfidia.
Dos dramas compuso Rojas eon un mismo asunto, á saber: la venganza de onnuh
rido ofendido, de su esposa adúltera. Estos son las dos comedias intituladas* Ctmarm
por vengarse^ y los celos de Rodamonie. En una y otra quedó muy inferior á Calderón, me
trató mas veces que él, y siempre con felicidad, la misma materia. Íjo$ edoe 4$ Bmm^
monte está llena de lances y aventuras eaballerescas, ealas que el marido, annqpe se
cree injuriado, se deja engañar repetidas veces por su mujer, basta qne id fin lomisn
venganza. La de Casarte por vengarse^ es una novela puesta en drama, j no tiene de ae-
1141]
{ana otra cosa «ioo haber sido 8U Cftbula uno de los robos que hizo M. Lesa^
Ira litcralura para embellecer su Gil BUu.
Bt son en nuestro entender los dos dramas del Caüt áe Cataluña y No hay ser
fa ny» en que describe el odio homicida de un hermano perverso contra
lente. En la primera Berenguel aborrece á su hermano mayor RamoUt á pe-
igoddad con que ama y trata á los dos el conde de Barcelona su padre» y
lencia con que corrije los estravíos del mal hijo. Volviendo el bueno trian-
ina espedicion contra los mahometanos de las islas Baleares, le dá muerte
1 en el momento de desembarcar, instigado de celos. Pero apenas acaba
ir el fratricidio, siente el peso del remordimiento, y esclama:
cTodo el cielo me parece
que me amenaza: trasuda
el corazón, y sus alas
las abate, no las junta.
Esa montaña pareee
que cae sobre mí: esas ^n^itas
á mi horror servirle quieren,
de silvestre sepultura.
¡Quién de si mismo pudiera
nuir!
¿Qué me quieren cielo y tierra
para que uno v otro encubran
sendas á mi planta? El aire
¿por qué de horrores se enluta?
••«•••.. •••.•...«••••••.•••.••••..
Asústame la tiniebla,
aquella luz me deslumhra:
lodo á un tiempo me amenaza^
y todo á un tiempo me turba.
'fih quién en esta ocasión,
porque el sol no le descubra,
sobre el cadáver pusiera
todo ese monte por urnaí»^
ion vulgar de la antífona Ubieit Abd frater rini«?, que cantó el capiscol de Co-
is exequias de Ramón, se reproduce en este drama. Berenguel convencido del
condenado á muerte, al tiempo de escaparse de la prisión es muerto por los
8u padre habia favorecido su evasión.
Dtrarío sucede en la comedia No hay $er padre tiendo rey. En esta el padre,
I hijo Alejandro á manos de su hermano mayor el principe Rugero, condena
■i fratricida; pero el pueblo, que le amaba y que veia destruida eon su sapK«
tilia y succesion real, se amotina á favor suyo. El rey dice entóncea al pHn-
palabras, muy notables para aquel siglo:
•Yo la sentencia te di:
no revoco la sentencia:-
el vulgo €$ mi juez mayar.
Tome, Viva el principe.
^- Asi sea.
mas ya para mi no vives.
•«.
El valgo es tu rey y padre:
mas teme que otra vez sea
mas tu rey* aue padre abonrr
y diga, cuando le ofendas,
uolmff9$rfainmm4»nif.
[140]
ARTÍCULO III.
JuL drama intitulado los Aipidei de Cieopatra tiene per olleta U Meloiki
de los amores de Marco Antonio con la última de los Ptolomeos. Pero poriBisli^ii
que sea esta acción; por mas que intervengan eo ella nombres tan cálMras wImíh^
les del mundo, nuestro autor no supo darle ínteres al drama ni conserrar la digaJU
de los interlocutores. Antonio y Cieopatra no son mas que dos amantea déla cdrleds
Felipe IV , j aun despojados de ki nobleza de sentimiento» con qoe sabia pinlailii
Calderón. La espresion del amor es tan exajerada en ambo», que solé padiofiNi iaip-
rar interés á espectadores del tiempo del mal gusto. Por otrapartOr ht nbulaeitá nuf
débilmente conducida. Apenas bay dos versos dignos de citarse, sino estos dos da Aa*
tonio, que lamentándose en la playa encuentra el puñal con qve seda la nraerta:
cLágrima» sembré en la arena
y ella produjo un acero.»
El mas impropio Verdugo es composición ma» meditada y Hicdor sostenida. César
Salviati, de una familia esclarecida de Florencia» enemiga de los Mediéis que doaúna-
ban en esta ciudad, tiene dos bijos varones, Alejandro y Carlos, y una bija llanada
Casandra. Alejandro tiene todos los vicios, el orgullo, la crueldad, la turbulencia» d
saerilejio, unidos á un valor á toda prueba: Carlos, no menos valiente, es amable, dó-
cil, obediente y sumiso á su padre, que por mejorar al bijo malo aparenta bácia A
una predilección no merecida.
Entre el padre y los dos bijos dan muerte dentro de su misma casa á Federico de
Médicis, pariente del duque de Florencia, que babia entrado en ella con el iataats
que consiguió de burlar á Casandra. Presos los asesinos y condenados á muerte, no
habiendo verdugo en la ciudad para ejecutar la sentencia, se propone por la anUNV
dad el perdón de sus crímenes al reo que quiera ejercer aquel oncio infame. Alejandro
sé dispone á aceptar la condición, á pesar de los ruegos v exortaciones de su padre y
hermano. No pudiendo ser vencida su pertinacia^ su padre se presenta también cobm
aspirante al mismo destino: consigue la horrible preferencia, sube al cadalsov maga
de nuevo á su malvado bija que desista de su propósito. Alejandfo desesperada no es-
de, y el padre le separa la cabeza de los bomlwo».
Baja inmediatamente del patíbulo, se presenta al duque, se niega á dar la ainarts
á su bijo Carlos, y se entrega cpn él á la justicia del soberano. Le» ruegos da Uanai
hermana del difunto Federico y amante de Carlos, consiguen el perdón de loadosde-
lincuentcs.
La combinación dramática de este horrible drama está dispuesta con tanta
tria, que César Salviati, á pesar de ser el verdnga de su propio b^Or no aparece
como el instrumento de que se valió la justicia divina para castigar los almenes da
Alejandro, ó impedirle que cometiese el mavor de toaos, dando la muerte á snnaiit
y á su hermano. Los caracteres de los tres Salviatis están superiormente diboJiMlBSr
señaladamente el de Alejandro. Este monstruo que nada respeta, que diapntisá sa
hermano con las armas el amor de iUana de Mediéis, que es capaz de ooncabir el
proyecto del parricidio, posee sin embargo en grado eminente la cualidad^ valeres».
Su alma, aunque perversa, es atrevida y grande. Rojas, para hacerle interesante^ It
atribuye los vicios que nacen del abuso de la enerjia de ánimo, quepor si aoln Dsms
la atención y el afpclo del espectador hacia el que la posee; y ha aleado enidadosa
mente de él todos los defectos que nacen de la bajeza y de la perfidia.
Dos dramas compuso Rojas eon un mismo asunto, á saber: la venganza de on mar
rido ofendido, de su esposa adúltera. Estos son las dos comedias intituladas» Csssm
por vengarse j y los celos de Rodamonie. En una y otra quedó muy inferior á Calderón, ms
trató mas veces que él, y siempre con felicidad, la misma materia. Íjo$ edoe 4$ JMs
monte está llena de lances y aventuras caballerescas, ealas que el maridOt annqpe i»
cree injuriado» se deja engañar repetidas vece» por su mujer» basta qne alfin Mensa
venganza. La de Catarse por vengarse^ es una noYola puesta en drama» y no tina de no-
[141]
A niogmia otra cosa sino haber sido su CAbula uno de los robos que biio M. Lesa^
1 noetlra lücralurj l para embellecer su Gil BUu.
Mejores soa en nu Iro entender los dos dramas del Cain de Cataluña y No hay ser
m fMMb ny» en q je describe el odio homicida de un hermano perverso contra
» asédente. En la primera Berenguei aborrece á su hermano mayor Ramón, á pe-
da la iguddad con que ama y trata á los dos el conde de Barcelona su padre» y
m prudencia con cjue corrije los estravíos del mal hijo. Volviendo el bueno trian-
a de una espedicion contra los mahometanos de las islas Baleares, le dá muerte
BSfuel en el momento de desembarcar, instigado de celos. Pero apenas acaba
mnater el fratricidio, siente el peso del remordimiento, y esclama:
cTodo el cielo me parece
que me amenaza: trasuda
el corazón, y sus alas
las abate, no las junta.
Esa montaña pareee
que cae sobre mí: esas grutas
A mi horror servirle quieren-
de silvestre sepultura.
¡Quién de si mismo pudiera
luir!
¿Qué me quieren cielo y tierra
para que uno y otro encubran
sendas á mi planta? El aire
¿por qué de horrores se enluta?
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Asústame la tiniebla,
aquella luz me deslumhra:
todo á un tiempo me amenaza,-
y todo á un tiempo me turba.
íOh quién en esta ocasión,
porque el sol no le descubra,
sobre el cadáver pusiera
todo ese monte por uma!»-
tradición vulgar de la antífona Ubiest Abel frater ftftit?, que cantó el capiscol de Ga-
a en las exequias de Ramón, se reproduce en este drama. Berenguel convencido dd
Dan y condenado á muerte, al tiempo de escaparse de la prisión es muerto por los
rdias. Su padre habia favorecido su evasión.
Lo contrarío sucede en la comedia No hay ser padre tiendo rey. En esta el padre,
Hto su hijo Alejandro A manos de su hermano mayor el principe Rugero, condena
oarteal fratricida; pero el pueblo, ^oele amaba y que veia destruida con su supu-
ta familia y succesion real, se amotina á favor suyo. El rey dice entóncea al priii-
I aetas palabras, muy notables para aquel siglo:
t Yo la sentencia te di:
no revoco la sentencia:
el vulgo e$ mi juez mayor.
Voeee, Viva el principe.
Bey. Asi sea.
mas ya para mi no vives.
>•'.
El vulgo as tu rey y padre:
mas teme que otra vez saa
mas tu rey, oue padre ahonrr
y diga* cuando la ofendaat
[142]
'En las Tabulas j pasajes que hemos citado, podrá conoi i ti Mm IhflaiAr
be estudiarse en el manejo y descripción de las íábulas j de i nn téM M((itat, n*
ra vez su elocución es feliz. Tiene á la verdad algunas r r slíeM» kffM le h
situación, como este grito que hemos copiado del remora : /QnMl át 9é
pudiera hH%r! pero rara vez se eleva su dicción á la altura del fPttiiÉtnieilliK y Á
conceptuoso y góngorino de su época echa A perder á V0oei las eaéeaü f |MM|t0i
interesantes.
ARTICULO IV.
Hasta aquí solo hemos considerado A Rojas como poeta trt^ico , j vsIimmIo legu
nuestro juicio su mérito en este género. Ahora examinaremos el carácter de sos com-
posiciones cómicas y su capacidad para describir las costumbres sociales, ya serias ji
ridiculas. En cuanto á las primeras es un discípulo de la escuela de Calderón, hartu
te exajerado y muy inferior á él. Los vicios comnne»de su elocución le penignen t^
davia en este género, aunque se presta á ellos menos que el trájico y el herdíeo. Im
vez hablan sus damas y galanes otro idioma que el del culteranismo. Por oooaigneBte
nada particular se halla en sus comedias urbanas que no esté mejor en las de Gdd^
ron« Moreto y Ruiz de Alarcon. Amores, celos, desafíos, fi&bulas rara vai inlanmtai
y por lo común no bien desenlazadas.
En cuanto á las costumbre ridiculas, dejando aparte los dichos y diálogos de ki
graciosos, de los ^ue hablaremos después, solo conocemos tres comedias de este salir
en que haya manifestado el deseo de describir caracteres rigorosamente cóoiicos, tíos
Abre el ojo. Lo que son mujeree y D. Lueae del CigamU. Ls primera refundida eos filestii
por el Sr. Castrillon, es muy semejante al Amor alueodéSoMs; porque tiene tres gslssii
que cada uno enamora tres damas, y son todos aparentemente correspondidos da esái
una de ellas. La intriga, aunque lisoy complicada, está seguida con bastéate
militud. Los diálogos son vivos y llenos de sal cómica, y están bien descritos los
ños V artificios con que los seis amantes infieles procuran encubrir sus béllaqaeriai.
La elocución carece de los vicios del gongorismo; mas como no hemos visto anaca k
comedia orijinal, y solo tenemos á la vista la refundida, atribuimos esta especie de pu-
rificación al refundidor.
Lo que ton Mujeres carece de intriga: no es mas que uaa galería de cuadros; pero ha
retratos están bien hechos. Serafina, soberbia y melindrosa, desarecia á loa fcambrsi
hasta que se ve abandonada de sus amantes: Matea, para la cual no hajaingoa gshi
de desecho, viendo á sus pies los que antes enamoraluin á su hennana* se envaaeoa y
comienza á melindrear: el casamentero Gil^ja, alcahuete d lo dmao, cooio la DaaML Se-
rafina, describe muy bien las costumbres de su profesión , y pregontáadola k vimü
dama si mentirá en la descripción y le engaitará, responde:
tNo os caso ahora, €
rasgo feliz y que basta por si solo para pintar su oficio. Los cuatro novios qaeprésaata
á las deshermanas son orijinales; un hombre que se enCida de todo, otro á qoieatado
le gusta, otro que habla la culta latini-parla, y en fin, ua petimetre ms\}adaro.
El casamentero, viendo que no puede hacer los matrimonios de los otros, fi^is qae
se dispone él mismo á casarse, y como Rafkela, criada de Serafina, la^^^' ~^
rio, dice:
« Cásate coanúgo.
Bofada. ¿Juegas?
Gibaja. Sí, gracias á Dioe .
Raf. ¿GastaiíT
Gib. A todo rozar.
Jfbsfs ¿Viéneste tarde á acostar?
Cib. Ala!aDa4:álasdai.
[143]
Raf. íCallaráftT
Gib. ¿Pues qué he de hacer/
Raf. ¿Verá»?
Gib. No veré á fe mía.
Raf. ¿Y en casa estarás de día?
Gib. A las horas de comer.
Raf. ¿Vivirás muy confiado?
Gib. Y desconfiado también.
^af. ¿Y á mi me tratarás bieof
Gib. Como ande yo bien tratado.
Raf. ¿No me dejarás mandarf
Gib. Mucho puede la razón.
Raf. ¿Irás á una comisión?
Gib. Si tú me la hicieres dar.
Bá»f. iSabrásme amar y querer?
Gib* Cuando cuides bien de mi.<
. Raf. ¿Estás firme en eso?
Gt»* Si
Raf^ No te faltará mujer.
e diálogo satírico, lleno de viveza y de sal, pinta las costumbres del tiempo , pero
personas de escalera abajo, únicas que generalmente hablando, ponian en ridicu-
itros poetas cómicos del siglo XVll.
Luca$ del Cigarral es un personaje estravagante é ideal, que reúne la grosería
aldeano y la impartinantia de un hidalgo de aldea, con la pratensioa á la supe-
id en todo género. Es rieo y por consecuencia todos deben somelarie á sus es-
tneias oríjinales. La que termina la comedia lo es inas que todas. Sabiendo que
á quien habia elejido por esposa, es amante correspondida de un primo suyo á
mantenia, se venga en cedérsela, diciendo:
c De mí os vengáis esta noche:
y mañana á mas tardar,
cuando almuercen un requiebro,
y en la mesa en vez de pan^
pongan una fé al comer
y una constancia id cenar;
y en vez de galas sé pongan
un buen amor de Hilan, (i)
ana tela de mí oúb,
aforrada en me querrdir
echarán de ver los doa
cuál se ha vengado de cuál.
Y sabrán presto lo que es
sin olla una voluntad.»
ta comedia es una de las que tradujo y acomodó al teatro francés Tomas Corneille,
no del gran trájico.
en ella supo Rojas desenvolver con felicidad un carácter cómico, no es menos
10 en los graciosos de sus comedias. Uno de ellos, viendo á su amo envuelto en
M y enemistades por vengar su honor ofendido, esclama:
c Bendito seáis vos, señor,
que no me habéis dado honrat»
Etptfii
RefleiioDa sobre la veotaja del estado humildef pnes
cá ningún hombre se vfó
darle veneno en mondongo. >
Riéndose después délas leyes del duelo bace esta reflexión, snnuinMiitoJriclosi:
¿Que aquestos duelos prosigan?
¿que sea el mentir afrenta,
y no importa que yo mienta
é importa que me lo digan?»
(Amocriaiú^
En general deben leerse los papeles de los graciosos de nuestras comedias deafÉl
siglo, porque libres de los vicios de elocución, propios entonces del estilo rumoataii.
abundan en las sales y chistes del lenguaje, son modelos de facilidad y floidei m li
versiGcacion, y sobre todo excitan el buen humor y la risa en los lectores y 0a d aafr
torio. Tal vez, como en los pasajes anteriormente citados, se encuentran fn#n'*f k
buena filosofía, adaptadas por el tono placentero y sencillo de la dicdoa á la ialaiysa'
d^ del vulgo.
LUIS YELEZ DE GUEVARA.
ARTICULO I.
xVpÉNAS podemos dar á nuestros lectores otra noticia biográfica de este aator draaii-
tico español, sino la de haber escrito mas de cuatrocientas comedias, que elojia mocho
el doctor Juan Pérez de Montalban en su Para iodo». De este número solo hemoa lák
algunas, y si las demás se les parecen, exajerados son los elojíos del discípulo predi-
lecto de Lope de Vega. Su manera de dírijir la fábula y su versificación ananeian qai
aun no había dominado la escena española el genio de Calderón, «uando Velex de Gas-
vara escribía. Parece, pues, qne debe colocársele entre Lope de Vega y cl primer poe*
ta dramático del siglo XVII, contemporáneo de Tirso, de Mirademescua y de MonUl-
ban« Es muy inferior al primero en la sal cómica y en la descripción de caraetéreí;
al segundo en la versificación y al tercero en el arte de dlrijir la acción, aunque acíi*
80 se le iguala en lo hinchado de la frase y en la exajeracion de los afectos.
Pocos vestij ios se ven en Guevara de las mejoras qiic hizo Lope en el arte druiÉ-
tico. Mas bien parece imitador de las comedias do Virues, Cervantesy otros aatseeso-
res del padre de nuestro teatro, que déla gracia y fiel representación de las pasioasi
humanas, que á pesar de sus defectos admiramos en los dramas de este. Casi todas sai
fábulas son ó se finjen tomadas de la historia. Figuran en ellas Tamorlan, Kscanjsi.lisqft
el rey Desiderio, Atila, Roldan, Bernardo del Carpió, cuyos caracteres desfiganipjlaii-
do á estos héroes el lenguaje de los rufianes y baladrones. Gusta mucho de labnls-
11a y del aparato teatral, como Virues, é introduce, como él, personajes alegdrisos.
Su versificación, generalmente hablando, ó es rastrera ó gongorina: su estilo débD y
desmayado, excepto cuando quiere poner en boca de sus personajes alguna espresioa
desatinada y altisonante. Rara vez se notan en él intenciones poéticas, y meaos aas
combinaciones profundas. Sus recursos dramáticos son por lo coman muy limi-
tados.
Sin embargo, debe confesarse que tiene cierta especie de mérito, y consiste an no
despojar á Ja acción, cuando ella por si excita los sentimientos comones de la hanuai-
ú interés que la pertenece. A este mérito, y á él solo, debió Velez la celebrí-
e sos comedias tuvieron, y que ha conservado hasta nuestros dias la de Reinar
de morir ^ repetidisima en nuestros teatros. Era menester carecer absolutamente
o, para que el carácter de la desgraciada Inés de Castro dejase de conmover do-
lente, y Velez, si bien su gusto era pésimo, no estaba desprovisto de talento,
plan de esta comedia, ó por mejor decir, de esta trajedia, es mas sencillo que
iomunmente los de los dramas españoles de aquel siglo. El rey D; Alonso de
ú quiere casar á su hijo el principe D. Pedro con Doña Blanca, infanta de Na-
que á este efecto había llegado ya á Coimbra; pero D. Pedro estaba ya casado
mente con Doña Inés de Castro y tenia de ella dos hijos. El anciano rey insti-
>r dos consejeros, que creian ó aparentaban creer comprometido el bien del es-
t d casamiento de Navarra, y por las quejas celosas de Blanca, manda dar muer-
», V la sigue poco después al sepulcro. D. Pedro venga cruelmente su difunta
en los desapiadados estadistas, y la corona después de muerta. Se vé, pues, que
poeta encerró en un solo drama las acciones de las dos trajedias de Bermudez.
ovechó muy cuerdamente las noticias y tradiciones populares de aquel celebro
aciado amor. Tal es la siguiente, que pone en boca del). Pedro:
cQuerémonos tan conformes,
son tan unas nuestras almas,
que á un arroyo ó ñientecilla,
á donde algunas mañanas
sale á recibirme Inés,
todos los de la comarca
llaman por lisonjeamos,
el Penedo de las ansioi. »
ndo después de muerta Inés, el principe ignorante de la catástrofe, va á verla,
voz de un jardinero que cantaba asi:
c ¿Donde vas el caballero?
¿donde vas? ¡triste de tí!
que la tu querida esposa
muerta es, que yo la vi.
Las señas que ella tenia
bien te las sabré decir:
su garganta es de alabastro
y sus manos de marfil.»
s versos son de un antiguo romance, que lamentaba la suerte de los dos aman-
raciados. Los sueños aterradores de Inés, sus agüeros de la tórtola viuda, de la
ue pereció desenlazada del olmo, del león coronado (|ue le quitaba los dos hi-
entregaba á dos monstruos, favorecen extraordinariamente el sentimiento de
d que excita esta pieza.
urácter del rey está bien ideado. Ya en los años de la caducidad, fluctuando
justicia y el enojo, arrebatado del cariño al ver sus nietos y su hermosa é
! madre; pero sin fuerzas para resistir á las quejas de Blanca m á las sujestio-
sus consejeros, cede á pesar suyo y permite el asesinato que ha de acabar
sus dias. loes, viendo acercarse á la quinta donde mqra la comitiva del rey,
nado ya á matarla, -dice estos versos, que son de otro romance antiguo al mis-
ilo:
cPor los campos del Mpndego
caballeros vi asomar,
y según he reparado,
se van acercando acá.
Armada gente los sigue:
19
[136]
sa, V EQri<{ue en el segundo, atríbnyendo á babela las liviandadM deao herauma: Lo-
dovico y su amante fallan al primeF precepto de la moral amorosa, que es la ooistui-
cia. La duquesa, por favorecer el nuevo amor de Isabela á Enrique, nace qaeledenli>
lulos y empleos, con tan imprudente importunidad, (j^ue escita las sospechas del doqw.
Este en fin, orgulloso j suspicaz, es engañado succesivamente por todos.
No hemos visto representar esta comedia; pero creemos que á escepdon de bds 6
dos escenas, no podrá ser agradable al auditorio, que siempre quiere ver alfana per*
sona por quien se interese.
ROJAS.
ARTÍCULO L
íVpENAS son conocidas de este poeta otras composiciones trájicas que Gareia éd Oth
lañar y los Áspides de Cleopalra. Nuestro insigne actor Isidoro Maíquez dio ala primen
su merecida celebridad, creando* el carácter, eminentemente dramático» de Garda.
La segunda, representada con mucha frecuencia hasta fines del siglo pasado, cayó en
el mismo olvido que el resto del teatro español antiguo, y no se ha vuelto á levantar.
Hay sin (embargo otros dramas trájicos de D. Francisco de Rojas, que merecen ser
conocidos y estudiados, lales son; el Caín de Cataluña^ Progne y Filomena^ y sobre todof
d mas impropio Verdugo, en el cual trató el asunto masdificil que puede presentarse ea
la trajedia: tal es el espectáculo de un padre, que con sus propias manos dá la moerte
á su hijo.
Rojas sobresale en las escenas terribles y sabe prepararlas con arte; pero á veeei
mezcla con ellas incidentes novelescos que divierten la atención del espectador y dda-
litan el efecto dramático de las mejores escenas. Calderón no es tan troica como ék
pero cuando pinta sucesos lastimosos, tiene el buen sentido de no complicar la intriga,
ni apartar los ánimos del interés principal. Asi es que en sus composiciones tr^jicasla
fábula es sencilla, cuando en las cómicas la complica mas que otro ningún poela de
su siglo y con mas felicidad. Pero el instinto dramático de Calderón era impodUe de
imitar.
En cuanto á la elocución de Rojas,, causa lástima ver que un poeta bastante soá-
salo para decir de una noche muy oscura
c Hecho un Góngora está el cielo»
rayese con tanta frecuencia, por condescender con el bellaco gusto de sa aiglo^ en d
mismo defecto que tan finamente satirizó en este verso. Solo pondremos un ^enqpk
para justificar nuestra opinión; pero se hallan ron harta frecuencia en las comediasde
este poeta otros vestijios semejantes del pésimo gusto de la sociedad para la culescri-
bia. En la comedia de Los ire$ blasones de España, describiendo un crncilljo, dice «i:
cUna diadema en su cabeza hermosa,
siendo de espinas se trocó de rosa,
cuyas puntas á trechos desiguales
sacaban perlas fondas en corales,
y no es nuevo trasunto
ser perla y ser coral á un tiempo junto;
pues la sangre animosa que exhalaba
en sagrado coral se derramaba,
Í^ al querer ayudarla ó resolverla,
o que lánguido sale, aquello es perla. >
[137J
6 desafiarse al docto comentador d$ Un soUdaiei de Gdngora á que descifre cáte
caracteres están bastante bien descritos, aunque algo exajerados en las tra-
> Rojas: defecto que le es común con Montalban, si bien en los caracteres mu-
( mas decente que el discípulo predilecto de Lope de Vega. Las pinta dotadas
ra, poro al misoM tiempo de pudor, y sin la petulancia de las del Doctor Juan
is cuales creen siempre que es licíio decir todo lo que se siente,
srdad que la exajeracion de Kojas procede casi siempre de su estilo fogosa-
i>ético, y que rara vez sabe templar. Hé aqui el soliloquio de un amante que
intar la vdiemencia de su pasión:
ffUna escala previne con intento,
Blanca, de penetrar tu firmamerUo:
y lo mismo emprendiera
ri fueras diosa en la tenante esfera.
que en este loco abismo
emprendiera lo mismo
si fueras, Blanca bella,
como naciste bumana, pura estrella;
bien que á la tierra, bien que al cielo sumo
bajara en poWo y ascendiera en humo.»
msamiento de estos dos últimos versos que quitada la simetría do bajara y 0$^
no estaria mal en una oda, es inoportuno y exajerado, y por lo mismo frío y
í al efecto que se quiere producir.
lar de estos defectos que hemos debido notar, y los generales deelocucion en
, no puede negársele á Rojas ni talento poético, que se percibe aun en los dis^
[uc hemos citado, ni genio verdaderamente trájico; porque en todas sus com*
ís de esta especie hay escenas que podrían, como las de las Mocedades del Cid
n de Castro, figurar, entresacadas por Corneille, en una trajedia perfecta, si
isen de los incidentes novelescos, y sobre todo, de las escenas cómicas, con
emplace Rojas en enervar el efecto de las trájicas*
ibemos que el gracioso era un personaje obligado en nuestro antiguo teatro;
stro Rojas satisfizo á esta exijencia con tal prodigalidad, que en muchas de
I, aun las mas terribles, como el Cain de Cataluña y el mas impropio verdugo, in-
os bobos en lugar de uno. Estos tienen entre sf diálogos y escenas que nada
e ver con la acción principal; pues son de burlas que se hacen el uno al otro,
are introduce con mucha rrecuencia en sus dramas personajes áá vulgo, que
0 necesaríos, hablan sin embargo del interés principal de la pieza, y sir-
raostrar de aué manera llegan las ideas de la alta politica á las intelijencias
»e y qué moaificaciones reciben en ellas; cosa mas interesanto en Inglaterra
ros paises, donde el gobierno no ha sido nunca tan popular. Pero las escenas
iciosos de Rojas nunca son deestaespeide: podrian fagurar en una farsa ó en-
(odrian suprímirse sin menoscabo de la acción ; y en nada contribuyen ni á
erla ni á demostrar sus efectos. No se puede conocer en ellas, como en las de
ire, la verdad del célebre dicho de Horacio:
c Qmdqvñd ddirani reges, pleciuntur achivi, »
tocas noticias tenemos acerca de la vida y escritos de D. Francisco de Rojas,
e era de Madríd, por hallarse incluido en el índice de los hombres ilustres
1 villa, que insertó Montalban, en su Para todas, y que floreció por los tiempos
tor, es decir, en el prímer tercio del siglo XVII. Pudiera fijarse mejor su época,
Ía la comedia, poco conocida, cuyo titulo es En Madrid y en una easa^ en la
la de Uis Reyes y tu hijo hermoso^ que cada año iban á la Capilla de San Blas
Sute santOi lo que conviene perfectamwile á los reyes Felipe IV é Isabel de
18
[138]
Borbon« y á su primer hijo yaron el principe Baltasar hada el ado 1640» Favo é añea-
ten todas las nociones del estilo, lenguaje y conducta de las fábulas dramáticaa^ d ^m^
lia comedia de diferente dicción y jiro que las demás de Rojas es de Tirso daMaua;
porque está vaciada en el mismo molde de las de este autor. La intriga» la dUmiaBaB
el fondo y en los accidentes, y la malignidad urbana que en ella se nota,, aoa laa
mas que en Amar par seAas, el Vergonzoio «n palatio^ el Amor máUcoy D. Gü i$
verdes.
ARTICULO II.
JLjA comedía famosa, intitulada Garda M Castaáorf que es la mas conoeidade lascom-
posiciones trájicas deRojas, tiene también este otro titulo: Del Reyabajo^ nüi^tina,. verso
en que está cifrado todo el pensamiento del drama*
El Rey D. Alonso el Onceno, juntando dinero y gente en Castilla para partir á la em-
presa de Aljeciras, recibe un donativo cuantioso de un labrador rico llamado Garda
del Castañar, señor del valle de este nombre, sito en el reino de Toledo, El poeta enu-
mera los artículos del donativo, sin omitir den quintaUi de cedíta^ y otros tantoa de Uh
ctno, y el donador añade al fin de su papel:
cY doy esta poquedad
porque el año ha sido corto:
mas ofrézcole, si importo,
también á su mi^^^d
un rústico corazón
de un hombre de buena ley,
que aunque no conoce al Rey,
conoce su obligación.»
Alfonso, movido á curiosidad, quiere ir á ver á este labrador, pero deaoonoeU».
Acompañado de otros tres cortesanos y finjiendo serlo tambieUr llega al Caatolliif y •»
hospeda en casa de García, el cual, avisado del conde de Orgai au proteetorr aoba qm
tiene al Rey en su casa, pero engañado por las señas cree que es elRey uno de laaeop»
tésanos, llamado D. Mondo. Esta equivocación es el verdadero nudodal drama; ¡loryM-
D. Mendo se enamora perdidamente de Rlanca. esposa de García.
La fábula está bien espuesta eq la primera jornada, la acción entablada ooo nalor
ralidad y verosimilitud, y los caracteres descritos con verdad, señaladamente loa da
García y Rlanca, esposos, amantes^ ricos, felices en la suerte oscura, pero agradaMa,
que el ciclo les ha concedido. La pintura de esta felicidad era necesaria, como fambisa
de la manera patriarcal con que vivian entre sus criados, para hacer aeatv d
tador cuan grande tesoro de ventura les quitó el amor adúltero de MeodOr oiiaiida*
la segunda jornada le halla García en su casa. Respétale porque le cree au rey« j \m
permite volverse por el balcón por donde habia entrado; pero aunque aegoveda lam^
eeneia de su esposa, se propone darle la muerte por salvar su honor. Hnye ia inféfa y
busca asilo en casa del conde de Orgaz: al mismo tiempo que el rey, prendado dalv^
lor y honradez del labrador, le manda venir á Toledo para ponerle al fireale da w
cuerpo de milicias en aquella guerra.
£1 labrador se presenta en la corte, y se humilla ante D. Mendo; pero eate
cAquelesel rey, García.»
Estas palabras sumamente sencillas, pero laa mas terribles que pudierao
ciarse en aquel caso, son su sentencia de muerte. García le llama á La sala inmeJKatat
y le atraviesa á puñaladas: probando así, que del rey ab^Ot ningimo había da penailk
que se atreviese á su honor.
La acción, reducida á los términoa que la hemos espaealoy ei ialeieiaBiai flena da
[139]
moyimienlo, de contraste, de pasiones. Ningún hombre es mas feliz que García antes
del atentado de D. Mendo: ninguno es mas desgraciado que él cuando se cree ofendido
por sa rer: asi ninguno se halla imitado de un furor mas violento, cuando sabe que le
— yfritida la tengania. Esta coníbinaeion bastaba para formar un drama excelente,
y a»«ra aeoeiario añadir la novela, á la verdad muy impertinente, de ser Blanca hija
de la fiuBÜla de los Cerdas desposeída de la corona, y García de una de las primeras
casas de Castilla, viviendo ocultes por temor á la indignación del rey« Semejante his-
toria, jpor cierto mvy mal hilada, se ^espone en ona larga relación ^ue hace García, des-
Ces de muerto Mendo, delante de toda la corte, y aparta la atención del auditorio, de
terrlMe catástrofe que acaba de ver« Pero los últimos versos de esta relación vud«'
vwi á esollar.el mas vivo interés*
c Vivía, 8in«nvidiar
entre el arado y el yuga,
las cortes, y de tus iras
encubierto me aseguro;
hasta que anoche en mi casa
"wi aqueste huésped perjuro,
> que ea Blanca atrevidamente
jes lascivos ojos puso.
Hago alarde de mi sagre:
venio al temopcon quien lucho:
pídeme el honor venganza:
el puftaíl luciente empuña,
«u corazón atravieso.
Mírale muerto, que juzgo
me tuvieras por inbme,
si á quien de este agravio culpo
le señalara á tus ojos
menos, señor, que difunto.»
MirmU mmvta: es tina de aquellas Mices espresiones que pintan un carácter con solo
no raago. EHa basta para que conozcamos á García del Castañar.
fte|as ha querido dar cierta tinta de sencillez campestre al carácter de García en
ana priflMras conversaciones con los cortesanos cuando los recibe por huéspedes les dice:
cCaballeros de alta guisa.
Dios os dé bienes y honores;:
¿qué mandáis?
JÍMida. ¿Quién «s aquí
García del Castañar!
Gmnia. Yo soy á vuestro mandar^
Mmlo. Galán sois.
Garda. Dies me hizo asf^
La piatura que hace deqpues de la caza de perdices, su guise, y el placer de co-
ilMoen Blaoea:
cUna ye y otra mi esposa
nos comemos, que no hay cosa
como á dos perdices, dos: >
«
«■ «ft «odelo en au género, con tal que no hagamos caso de la semejanza que tienen
las Mffdiees-gvisadas con la em^da id Bratü, metáibra muy buena en tiempo de Feli-
pe tV, pero que ao se usaba en el de Alonso Oaceao.
[140]
ARTia^LO III.
JuL drama intitulado los Aipide9 de Cleopaíra tiene per olijeto la historki
de los amores de Marco Antonio con la última de los Ptolomeos. Pero por iBtt Mfm
que sea esta acción; por mas que intervengan en ella nombres tan célebrieseBlia üt-
les del mundo, nuestro autor no supo dar& interés al drama ni conservar la di|BÍiii
de los interlocutores. Antonio y Cleopatra no son mas que dos amantes déla eóírisde
Felipe IV , y aun despojados de ki nobleza de sentimientos con qne sabia pintailsi
Calderón. La esprcsion del amor es tan exajerada en ambos, que solo padieron iaiph
rar interés á espectadores del tiempo del mal gusto. Por otraparte, la tabula está auf
dcbílmcnlc conducida. Apenas kay dos versos dignos de citarse, sino estos dos de An-
tonio, que lamentándose en la playa encuentra el puñal con q«e seda la muerte:
c Lágrimas sembré en la arena
y ella produjo un acero.»
El mas impropio Verdugo es eomnosieion mas meditada y mejor sostenida. Céur
Salviali, de una familia esclarecida ac Florencia, enemiga de los Mediéis que domina-
ban en esta ciudad, tiene dos hijos varones, Alejandro y Carlos, y una h^a Uaauria
Casandra. Alejandro tiene todos los vicios, el orguHo, la crueldad, la turbulencia, é
saerilejio, unidos á un valor á toda prueba: Carlos, no monos valiente, es aDiaUe, dó-
cil, obediente y sumiso á su padre, que por mejorar al hijo malo aparenta hacia A
una predilección no merecida.
Entre el padre y los dos hijos dan muerte dentro de su misma casa á Federico de
Médicis, pariente del duque de Florencia, que habia entrado en ella con el intsnto
que consiguió de burlar á Casandra. Presos los asesinos y condenados á muerte, no
habiendo verdugo en la ciudad para ejecutar la sentencia, se propone por la anlori-
dad el perdón de sus crímenes al reo que quiera ejercer aquel oncio infame. Alejandro
sé dispone á aceptar la condición, á pesar de los ruegos v exortaciones de su padre y
hermano. No pudiendo ser vencida su pertinacia, su padre se presenta también oomo
aspirante al mismo destino: consigue la horrible preferencia, sube al cadalso, ruega
de nuevo á su malvado hijo que desista de su propósito. Alejandro desesperad* no ca-
de, y el padre le separa la cabeza de los hombro».
Baja inmediatamente del patíbulo, se presenta al duque, se niega á dar la marte
á su hijo Carlos, y se entrega con él á la justicia del soberano. Los megos de JXajsa,
hermana del difunto Federico y amante de Carlos, consiguen el perdón de loa dosde-
lincuentcs.
La combinación dramática de este horrible drama está dispuesta con tanta
tria, que Cesar Salviati, á pesar de ser el verdugo de su propio h^o, no aparoea
como el instrumento de que se valió la justicia divina para castigar los crlmenei dt
Alejandro, é impedirle que cometiese el mavor de tocios, dando la muerte á sapalit
y á su hermano, l^s caraetéres de los tres Salviatis están superiormente dibcijaiDS,
señaladamente el de Alejandro. Este monstruo que nada respeta, que dispoúlá sa
hermano con las armas el amor de IHana de Mediéis, que es capas de ooncebir at
proyecto del parricidio, posee sin embargo en grado eminente la cualida j^ie ▼aleraaOL
Su alma, aunque perversa, es atrevida y grande. Rojas, para hacerlo interoaaate, la
atribuye los vicios que nacen del abuso déla eneijia de ánimor quopor si sola Hnüna
la atención y el afecto del espectador hacia el que la posee; y ha aleado cnidadoi
mente do él todos los defectos que nacen de la bajeza y de la perfidia.
Dos dramas compuso Rojas eon un mismo asunto» á saber: la venganxade un ma-
rido ofendido, de su esposa adúltera. Estos son las dos comedias intituladas, (kmarm
por vengarse^ y los celos de Rodamonte. En una j otra quedó muy inferior á Calderoo, qua
trató mas veces que él, y siempre con felicidad, la misma materia. Lt^ eefof 4$ JWa
moníe está llena de lances y aventuras caballerescas, en las que el marido, aoaqvo aa
cree injuriado, se deja engañar repetidas vecet por su mujer, hasta que al fin lopaM
venganza. La de Casarse por vengarse^ es una novela puesta en drama, j iiolieBaaoao-
[141]
Biagmia otra cosa sino haber sido su CAboIa uno de los robos que biio M. Lesa^
netlra Uteralura para embellecer su Gil BUu,
^ores soa en noeslro entender los dos dramas del Cain de Cataluña y No hay ter
MMb ny» en que describe el odio homicida de un hermano perverso contra
sedente. En la primera Berenguel aborrece á su hermano mayor Ramón, á pe-
I la iguddad con que ama y trata á los dos el conde de Barcelona su padre» y
[inidencia con aue corrijelos estravíos del mal hijo. Volviendo el bueno trían-
le una espedicion contra los mahometanos de las islas Baleares, le dá muerte
goéi en e\ momento de desembarcar, instigado de celos. Pero apenas acaba
neter el fratricidio, siente el peso del remordimiento, y esclama:
cTodo el cielo me parece
que me amenaza: trasuda
el corazón, y sus alas
las abate, no las junta.
Esa montaña pareee
que cae sobre mí: esas grutas
A mi horror servirle quieren-
de silvestre sepultura.
¡Quién de si mismo pudiera
luir!
¿Qué me quieren cielo y tierra
para que uno v otro encubran
sendas á mi planta? El aire
¿por qué de horrores se enluta?
«.•••■•..>>••••••....•••••••••.••••••..
Asústame la tiniebla,
aquella luz me deslumhra:
todo á un tiempo me amenaza,^
y todo A un tiempo me turba.
íOh quién en esta ocasión,
porque el sol no le descubra,
sobre el cadáver pusiera
todo ese monte por urna!»^
idicibn vulgar de la antífona Ubiesi Abd frater tuutt^ que cantó el capiscol de Ge-
9B las exequias de Ramón, se reproduce en este drama. Berenguel convencido dd
n y condenado á muerte, al tiempo de escaparse de la prisión es muerto por los
iai. Su padre habia favorecido su evasión.
I contrario sucede en la comedia No hay ser padre siendb rey. En esta el padre,
o su hijo Alejandro á manos de su hermano mayor el prf ndpe Rugero, condena
■leal fratricida; pero el pueblo, ^uele amaba y que veia destruida con su snpK-
fiuniliay snccesion real, se amotina á favor suyo. El rey dice entóncea al prin-
ilat palabras, muy notables para aquel siglo:
t Yo la sentencia te di:
no revoco la sentencia:
el vulgo e$ mi juez mayar»
Voeee. Viva el prindpe.
Bey. Asi sea.
mas ya para mi no vives.
•«.
El vulgo es tu rey y padre:
mas teme que otra vez sea
mas tu rey, aue padre ahorVr
y diga, cuando la ofendAe*
[142]
'En las Tabulas y pasajes que hemos citado, podrá cono* i t ti Mm I^m Ji-
be estudiarse en el manejo y descripción de las fábulas j de MnM MJtoos, it>
ra vez -su elocución es feliz. Tiene á la verdad algunas e sIíeM« hQtt ie It
situación, como este grito que hemos copiado del rem< i /QmMi á$ 9^ «tai
pudiera Atitr/ pero rara vez se eleva su dicción á la altura del peniáttieiiliK y Á gM»
conceptuoso y gongorino de su época echa A perder á veoei las eaeettlM jfíia^Jni
interesantes.
ARTICULO IV.
Hasta aquí solo hemos considerado á Rojas como poeta trájico , j TaiiNMlo segva
nuestro juicio su mérito en este género. Ahora examinaremos el carácter de sos com-
posiciones cómicas y su capacidad para describir las costumbres sociales, jn serias ji
ridiculas. En cuanto á las primeras es un discfpnlo de la escuela de Calderón, hartu
te exagerado y muy inferior á él. Los vicios comnne»de su elocución le penignen lo-
davia en este género, aunque se presta á ellos menos que el tr^ico y el herdieo. lan
vez hablan sus damas y galanes otro idioma que el del culteranismo. Por oonslguartí
nada particular se halla en sus comedias urbanas que no esté mejor en laA de Cdde-
ron« Morete y Ruiz de Alarcon. Amores, celos, desafíos, fi&bulas rara vei intensaatti
y por lo común no bien desenlazadas.
En cuanto á las costumb^ ridiculas, dejando aparte los dichos y diálogos da loi
graciosos, de los ^ue hablaremos después, solo conocemos tres comedias de este anlir
en que haya manifestado el deseo de describir caracteres rigorosamente comióos, v sos
Abre el ojo. Lo que son mujere$ y D. Lueae del Cigarral, La primera refundida eos tamo
por el Sr. Castrillon, es muy semejante al ilmoro/ uso de Solis; porque tiene tres
que cada uno enamora tres damas, y son todos aparentemente correspondidos de
una de ellas. La intriga, aunque lisoy complicada, está seguida con bastante
militud. Los diálogos son vivos y llenos de sal cómica, y están bien descritos los
ños V artificios con que los seis amantes infieles procuran encubrir sus bellaqneriai.
La elocución carece de los vicios del gongorismo; mas como no hemos visto nunca It
comedia orijinal, y solo tenemos á la vista la refundida, atribuimos esta especie de pu-
rificación al refundidor.
Lo queion Mujeres carece de intriga: no es mas que una galería de cuadros; peroh»
retratos están bien hechos. Serafina, soberbia y melindrosa, deanrecia á los tanbrsi
hasta que se ve abandonada de sus amantes: Matea, para la cual no hajnuigiiii galn
de desecho, viendo á sus pies los que antes enamorauín á su hermana* se enTioeee y
comienza á melindrear: el casamentero Gil^ja, alcahuete d lo dtmno, como I0 IJMsa ¡Se*
rafina, describe muy bien las costumbres úe su profesión , y preguntándole lá násBii
dama si mentirá en la descripción y le engañará, responde:
ttfo os caso ahora. €
rasgo feliz y que basta por si solo para pintar su oficio. Los cuatro novios que yisseata
á las dos hermanas son orijinales; un hombre que se enCida de todo, otro á quien lodo
le gusta, otro que habla la culta latini«parla, y en fin, un petimetre majadero.
El casamentero, viendo que no puede hacer los matrimonios de los otros, ñtjjB qus
se dispone él mismo á casarse, y como Rafliela, criada de Serafina, le fMhse n ns-
rio, dice:
«Cásate connigo.
Rafada, ¿Juegas?
Gibaja. Si, gracias á Dios.
Raf. iGnstaiíT
Irtft. k todo rozar.
JlUif. ¿Viéneste tarde á acostar?
e%b. A launa 4 a las dos.
Raf,
Gib
^
Gib
Raf.
Gib
^
Gib
4hf.
Gib
Raf.
Gib
Rüf
Gib.
Baf,
Gib.
Raf.
Gib.
Raf.
[143]
¿Callará»!
¿Pues qué be de bacer/
iVeráa?
No veré á fe mia.
¿Y eu caaa estarás de dia?
A las boras de comer.
¿Vivirás miij confiado?
Y desconfiado lambiea.
¿Y á mi me tratarás bienf
Como ande yo bien tratado.
¿No me dejarás mandarf
Hucbo puede la razón.
¿Irás á una comisión?
Si tú me la bioieres dar.
¿Sabrásme amar y querer?
Cuando cuides bien de mi.<
¿Estás firme en eso?
Si
No te faltará mujer.
un primo suyo á
Este diálogo satírico, lleno de viveza y de sal, pinta las costumbres del tiempo , pero
entre personas de escalera abajo, únicas que generalmente bablando, ponian en riaicu-
lo nuestros poetas cómicos del siglo XVll.
D. Imcoí dd Cigarral es un personaje estravagante é ideal, que reúne la grosería
de un aideaao y la impertínentia de un hidalgo de aldea, con la pretensión á la supe-
rioridad en todo género. Es rieo y por consecuencia todos deben someterse á sus es-
travagancias orijinales. La que termina la comedia lo es mas ^ue todas. Sabiendo que
Isabel á quien babia elejido por esposa, es amante correspondida de
quien mantenia, se venga en cedérsela, diciendo:
c De mí os vengáis esta nocbe:
y mañana á mas tardar,
cuando almuercen un requiebro,
y en la mesa en vez de pan,
pongan una fé al comer
y una constancia al cenar;
y en vez de galas sé pongan
un buen amor de Hilan, (i)
ana tela de mi oúb,
aforrada en me merrátr
cebarán de ver los dos*
cuál se ba vengado de cuál.
Y sabrán presto lo que es
sin olla una voluntad.»
Esta comedia es una de las que tradujo y acomodó al teatro francés Tomas Corneílle,
hermaiio del gran trájico.
Si en día supo Rojas desenvolver con felicidad un carácter cómico, no es menos
drietoeo en los graciosos de sus comedias. Uno de ellos, viendo á so amo envuelto ea
desnÍBoa y enemistades por vengar su bonor ofendido, esdama:
c Bendito seáis vos, señor,
que no me babeis dado honral»
Esptfii
[i**)
Refleiiona sobre la veotaja del estado humilde, pnes
cá ningún hombre se vfó
darle veneno en mondongo. >
Riéndose después délas leyes del duelo hace esta reflexiout tamaoieBtoJviclosft:
¿Que aquestos duelos prosigan?
¿que sea el mentir afrenta,
y no importa que yo mienta
é importa que me lo digan?»
(Amocnai»^
En general deben leerse los papeles de los graciosos de nuestras comediai deafnl
siglo, porque libres de los vicios de elocución, propios entonces del estilo remoatadi,
abundan en las sales y chistes del lenguaje, son modelos de facilidad j floidei m U
versificación, y sobre todo excitan el buen humor y la risa en los lectores y en d anfl-
torío. Tal vez, como en los pasajes anteriormente citados, se encuentran máximas di
buena filosofía, adaptadas por el tono placentero y sencillo de la dicción á la intiiyw
á^ del vulgo.
LUIS VELEZ DE GUEVARA.
ARTICULO I.
xVpÉNAS podemos dar á nuestros lectores otra noticia biográfica de este antordraBá-
tico español, sino la de haber escrito mas de cuatrocientas comedias, que elojia macho
el doctor Juan Pérez de Montalban en su Para iodos. I)c este número solo hemoa ki^
algunas, y si las demás se les parecen, exajerados son los elojíos del discipnlo fnHr
lecto de Lope de Vega. Su manera de dirijir la fábula y sii versificación anaaciaa qai
aun no había dominado la escena española el genio de Calderón, «uando Velex de Gte-
vara escribía. Parece, pues, que debe colocársele entre Lope de Vega y cl primer po»
ta dramático del siglo XVII, contemporáneo de Tirso, de Mirademescoa y de lloetil-
ban. Es muy inferior al primero en la sal cómica y en la descripción de caracténü
al segundo en la versificación y al tercero en el arte de dirijir la acción, aanqoe aei-
80 se le iguala en lo hinchado de la frase y en la exajeracion de los afectos.
Pocos vestijios se ven en Guevara de las mejoras qne hizo Lope en el arte draal*
tico. Mas bien parece imitador de las comedias de Virues, Cervantes y otrot antecass
res del padre de nuestro teatro, que déla gracia y fiel representación de las pasioasi
humanas, que á pesar desús defectos admiramos en los dramas de este. Gaii todas sai
fábulas son ó se finjen tomadas de la historia. Figuran en ellas Tamorlan, Fin ■nd^lluyii
el rey Desiderio, Atila, Roldan, Bernardo del Carpió, cuyos caractére»desfigiira,j|aii-
do á estos héroes el lenguaje de los rufianes y baladrones. Gusta mucho delabaiall'
lia y del aparato teatral, como Virues, é introduce, como él, personaje! alafériaps.
Su versificación, generalmente hablando, ó es rastrera ó gongorina: su estilo dábO y
desmayado, excepto cuando quiere poner en boca de sus personajes alguna espresioa
desatinada y altisonante. Rara vez se notan en él intenciones poéticas, y meaos aaa
combinaciones profundas. Sus recursos dramáticos son por lo coman muy limi-
tados.
Sin embargo, debe confesarse que tiene cierta especie de mérito, y ooniistaaa ao
despojar á Ja acción, cuando ella por sf excita los sentimientos comoaet de la hanaaM-
[i*5]
res que la pertenece. A este mérito, y á él solo, debió Velez la celebrí-
comedias tuvieron, y que ha conservado hasta nuestros dias la de Reinar
tr, repetidísima en nuestros teatros. Era menester carecer absolutamente
ra que el carácter de la desgraciada Inés de Castro dejase de conmover do-
y Velez, si bien su gusto era pésimo, no estaba desprovisto de talento*
le esta comedia, ó por mejor decir, de esta trajedia, es mas sencillo que
mente los de los dramas españoles de aquel siglo. El rey D; Alonso de
ere casar á su hijo el principe D. Pedro con Doña Blanca, infanta de Na-
este efecto habia llegado ya A Coimbra; pero D. Pedro estaba ya casado
I con Doña Inés de Castro y tenia de ella dos hijos. El anciano rey insti-
consejeros, que creian ó aparentaban creer comprometido el bien del es-
amiento de Navarra, y por las quejas celosas de Blanca, manda dar muer-
I sigue poco después al sepulcro. D. Pedro venga cruelmente su difunta
desapiadados estadistas, y la corona después de muerta. Se vé, pues, que
I encerró en un solo drama las acciones de las dos trajedias de Bermudez.
ó muy cuerdamente las noticias y tradiciones populares de aquel célebre
o amor. Tal es la siguiente, que pone en boca de D. Pedro:
cQuerémonos tan conformes,
son tan unas nuestras almas,
que á un arroyo ó ñientecilla,
á donde algunas mañanas
sale á recibirme Inés,
todos los de la comarca
llaman por lisonjeamos,
el Penedo de Un anHoi. »
espues de muerta Inés, el principe ignorante de la catástrofe, va á verla,
3 un jardinero que cantaba asi:
c ¿Donde vas el caballero?
¿donde vas? ¡triste de ti!
que la tu querida esposa
muerta es, que yo la vi.
Las señas que ella tenia
bien te las sabré decir:
su garganta es de alabastro
y sus manos de marfil.»
os son de un antiguo romance, que lamentaba la suerte de los dos amañ-
os. Los sueños aterradores de Inés, sos agüeros de la tórtola viuda, de la
-eció desenlazada del olmo, del león coronado (|ue le quitaba los dos hi-
gaba á dos monstruos, favorecen extraordinariamente el sentimiento de
excita esta pieza.
r del rey está bien ideado. Ya en los años de la caducidad, fluctuando
ia y el enojo, arrebatado del cariño al ver sus nietos y su hermosa é
re; pero sin fuerzas para resistir á las quejas de Blanca m á las sujestio-
msejeros, cede á pesar suyo y permite el asesinato que ha de acabar
ias. Inés, viendo acercarse ala quinta donde mqra la comitiva del rey,
ya á matarla, -dice estos versos, que son de otro romance antiguo al mis-
cPor los campos del Mpndego
caballeros vi asomar,
y según he reparado,
se van acercando acá.
Armada gente los sigue:
19
[146]
¡válgame Dios! ¿quesera?
¿á quién irán á prender? ect.»
La escena en que Incs pide al Rey que no la mate, sin hallar piedad, y queda eal»'
f^ada en manos de los asesinos después de arrancarle sus hijos, es una de las m^oni
de nuestro teatro. La elocución es, generalmente hablando, sencilla y natural cual cor-
responde á la situación; y siempre ha producido y producirá grande efecto.
£1 célebre poeta dramático M. Lamothe escnbió sobre el mismo asanto una In-
jedia, que reducida á las formas del teatro francés, hacia mas visible el defecto de Ii
fábula, que consiste en que D. Pedro, perdidamente enamorado de Doña loes, oída
hace sin embargo para impedir la desgracia que la amenazaba. Yelez por lo mteoi
supone al príncipe desvelado continuamente por su amada; y cuando sucedió la catás-
trofe, estaba esperando noticia de Inés para entrar en la quinta sin que le^vieaesapaír
dre, que se aposentaba en otra délas ccrcanias.
Lamothe concluyó su trajedia en la muerte de Doña Inés. M. Didot, qoe ha escri-
to otra sobre la misma acción, en el prólogo que la antecede, manifiesta creer qoe h
fábula no debió terminar allí; y que era menester pintar el delirio amoroso de D« Ilo-
dro , y presentar á los ojos del espectador la Nise laureada, la coronación de la esposi,
muerta por manos aleves y villanas. Como este hecho singular es histórico, y preslt
un carácter orí j i nal al amor del principe, nos parece que tiene razón. Didot acabó iq
trajedia de la misma manera que Luis Velcz su drama.
ARTICULO II.
XjL drama de Yelez de Guevara, en que sintió mejor la inspiración trájfca, es la come-
dia intitulada Los celos hasta los cielos y desdichada Estefanía, Las dos primeras jornadaí
son endebles; pero la tercera es verdaderamente terrible, y digna del furor de un cas-
tellano celoso, que después de matar á su mujer, reconoce la inocencia de la victima.
Es la misma situación de Ótelo.
Fernán Ruiz de Castro, esposo de Estefanía, hija natural de Alonso Vn el empera-
dor, volviendo á Toledo vencedor de los moros, halla tristes á dos escuderos dé su caía.
Pregúntales si ha muerto alguien de la familia :
cTu honor ha muerto,»
le responde uno de ellos, y le cuenta como un hombre desconocido entra todas las no-
ches en el jardin de su casa, donde le espera Estefanía. Seria necesario copiar toda h
escena para mostrar cuan bien descritos están los furores, las angustias, las dudas, los
proyectos del marido ofendido; los esfuerzos mal disimulados que hace cuando sale á
recibirle su esposa, para ocultar su resentimiento, y en fio, la determinación de ser
testigo de su afrenta y de vengarla. Apóstase en el jardin: vé venir á éláunam^jerooa
los mismos vestidos que acababa de ver en su esposa; vé entrar el galán y ser rrabMo
como temia. Arrójase á él y le mata: la mujer huye. Fernán Ruiz busca á la cónpliee,
halla á Estefanía durmiendo tranquilamente en su lecho, cree que lo finje,. mas se de-
tiene á mirarla y esclama:
coh engaño hermoso dormido!
oh veneno lisonjero!
mas ¿á qué aguardo? ¿á qué espero,
que estoy, estando agraviado,
con luz tan desalumbrado
y ocioso el desnudo acero?
Estefanía despierta, y atraviesa su pecho el puñal del marido. Un ruido suenadelMJo
de la cama. Fernán saca de allí una criada que so habia escondido, y que vestida con
las ropas de su ama, engañaba en la oscuridad de la noche á un antiguo y dcodoftado
[147]
amante de Estefania. La infiel sinriente dedara su maldad y se arroja por una ventana
al Tajo. Este incidente es tomado del Aríosto.
Esteíania muere con el consuelo de ver reconocida su inocencia. Sus últimas pala-
bras son:
c esposo» á Dios;
que la voi de Dios me llama. >
Fernán Ruiz, loco de sentimiento, como antes de furor, invoca contra si la justicia
del cielo y la de los hombres.
En la comedia Obligación d las mujeres hay otro marido, duque de Sajonia, que
dando crédito á siniestros y alevosos informesi tiene por adúltera á su inocente mujer;
pero se venga de una manera mas romántica; pues la obliga á vivir encerrada con el
cadáver de su supuesto cómplice, á dormir con él, á comer sobre su atahud, y á beber
en sn cráneo. Un caballero español, que viajaba por Alemania, supo el hecho, desafió
y venció al delator, y restituyó el honor y. la felicidad á la oprimida esposa.
Filiberto (que así se llamaba el duque) habia renunciado sus estados, y retirádose á
vivir como labrador en uno de sus castillos. Velez pone en su boca un soneto, que es
muy notable* porque espresa seriamente ideas que solo se dicen en burlas.
cCuanto miro son somliras de mi afrenta,
luego que vengo á ver la luz del dia:
que apenas salgo, v la deshonra mia
con corva frente el buey me representa,
La esquila luego despertarme intenta
del manso allí que las ovejas guia;
y el gamo que los vientos desafia,
en el bosque frondoso me amedrenta.
El mas pequeño caracol me agravia,
y anuncia la corneja mi fortuna,
que por el nombre solo es mal agüero.
Hasta el cielo me ofende con la luna:
sin diida espero el deshonor con rabia,
que en todo lo que miro, verle espero.»
Otra comedia hay, cuya acción es la misma que la déla Obligación á lasmujem^ con
el titulo de Cumplir dos obligaciones y la Duquesa de Sajonia, algo mejor ordenado que la
primera, y cuyo autor es D. Luis VeUz de GuetMtra, que creemos ^ue es el mismo que
con el mismo nombre sin don aparece en las demás, porque el estilo y la versificación
•on parecidos.
La comedia del Valiente toledano está consagrada á celebrar las hazafias de D. Fran*
cisco de Ribera, valiente marino del tiempo de Felipe 11!. Por tanto puede inferirse
Ee Luis de Guevara escribió comedias hasta los principios del reinado de Felipe IV.
i la citada, alaba mucho al duaue de Osuna, lo que prueba que la compuso antes de
la caída de este célebre virey de Ñápeles.
El nombre poético que tomó Luis Velez es Lauro; asi consta del final de la comedia
el Amor en Vizcaino. En esto imitó á Lope de Vega, que habia tomado el de Relardo.
Tiene muchas comedias en que remeda bastante bien el castellano antiguo, como Los
kijosde la Barbuda^ Si el caballo vos han muerto^ y otras.En ladeMmor en Vizcaino^ el per-
sonaje principal es una señora de Vizcaya, que habla el lenguaje misto de castellano y
bascuence, y que persigue y mata en un torneo al delfin de Francia que le habia roba-
do el honor.
Gustaba mucho de tomar por asunto de sus comedias fábulas creídas del vulgo, que
él llama á boca llena sucesos verdaderos. El verdugo de Málaga^ por ejemplo, esplica el
orijen de una familia noble del apellido de Verdugo, El primero que lo llevó, por haber
sido terror de los moros, debió su engrandecimiento á naber desencantado á una mora
y descubierto el tesoro que ella guardaba. En la del Marques de Basto^ un soldado,
criado de este general, después de ahorcado por sus delitos, defendió á su amo contra
[148]
unos asesinos. Los argumentos de sus dramas son consejas de esta espade, ó suoeíof
históricos no bien manejados.
£1 mejor de estos es el de los amotinados de Flandes. Un tercio español me se rebfr
ió por falta de pagas, dio sin embargo una gran yictoria á las armas dd Rey. Bita
es la acción. En la primer jornada los amotinados exijen de su nuiese de campo qne
firme tomar parte con ellos en la sedición, ó si no lo hace le amenazan con la muerte.
El valiente audillo escribe en el papel todo lo contrario. Quieren matarle; mas él solo
pide que le permitan morir como noble con la espada en la mano, y aSade:
cQue quiero, si habéis dudado
en estas letras mi intento,
firmarlo hecho pedazos
con la sangre que os ofrezco.»
Los amotinados, capaces de apreciar el verdadero valor, le dejan ir libre. Esta es
una de las mas interesantes escenas de nuestro teatro.
En el segundo acto el general conde de Fuentes, que vé al maese D. Diego de Silva,
tratando d amores con una aldeana, le reprende asi:
cSi aqui, donde estáis temblando
la vista del general,
estáis procediendo mal,
¿qué será ausente y temblando?
Vos estáis amotinando
los soldados: ya he sabido
que por no veros ha sido;
y ahora por ser honrados
se retiran afrentados
de haberos obedecido.»
Al fin de este acto dá el conde de Fuentes á los amotinados su bigilla en calidad de
socorro mientras llegaq las pagas: los soldados la rehusan, porque
cLos soldados españoles
de su rey solo reciben
honras, dineros, favores:
de su general, peligros;
y de su honor, ocasiones.»
En la tercer jornada se describe en los versos siguientes el valor propio de un buen
general:
¿qué heroico brio,
qué osado disponer en graves casos,
qué rostro sin mudanza en los fracasos,
qué desden de la muerte,
en el caso mas fuerte
le falta al general?....»
ARTÍCULO III.
(jlTEMOS ya, para conocer su elocución, algunos de sus mejores nasajes en todos gé-
neros. Pero antes copiaremos un romance antiguo aue inserta en la comedia Si det^-
hallo voshan muerto, cuya acción es la batalla de Aljubarrota, de la cual escapó D. Jan
el I, rey de Castilla, en un caballo que le dio Pedro Hurtado de Mendoza, ascendiente de
• [149]
eaga del Infantado. Creemos que Lais Vdez interpoló versos suyos entre los de la
icion vulgar.
cNon es tiempo en el peligro
de facer discursos largos:
vamos al vueso remedio,
que ílncais, rey, mal parado,
di el caballo vos han muerto,
subid, Rey, en mi caballo:
si en pié no podéis tenervos,
llegad, sobireos en brazos.
Poned un pié en el estrivo
y el otro sobre mis manos:
catad que crece el gentiOi
maguer fine yo, salvaos.
Un tanto es blando de boca,
bien como tal sofrenaldo:
non vos empache el pavor,
dalde rienda y picad largo.
Lo que sembrasteis en mi, (I)
vos lo torno mejorado;
que nunca la buena tierra
negó el fruto nengun año.
Non vos obligo en tal fecho,
nin me fincáis adeudado:
. que tal escatima (2) deben
á los reyes sus vasallos.
Y si es verdad lo que os digo,
non dirán los castellanos
en oprobio de mis canas
que vos debo é non vos pago:
ni las dueñas de Castilla,
2ue á sus maridos fidalgos
eje en el campo defuntos,
é salvo vivo del campo.
Menos causa tuvo Eneas;
pues cuando fizo otro tanto,
tan solo salvó á su padre;
yo al jiadre de todos salvo.
Pero si en la lid sangrienta
por la dicha del contrario,
en vueso servicio, Rey,
yo finque fecho pedazos: i
á Diagote os encomiendo,
catad por aquel mochacho;
sed padre y amparo suyo,
y Dios sea en vueso amparo.
Esto dijo el montañés ,
señor de Hita y Buytrago,
al Rey Don Juan el primero,
y entróse á morir lidiando. >
) Aquel caballo se lo había regalado el Rey.
j Tríboto.
[150]
En la misma comedia, reprendiendo la infanta Doña Blanca al rey por mu
res con una judia, le dice:
cPara mientes en tus daños,
7 torna al tu honor las mientes:
que con decir que son homes
non se disculpan los rejres. >
Sentencia admirable y profunda; pero no son comunes las de esta clase en el aotorque
examinamos. Mas lo son los rasgos de carácter, como el siguiente de la Montañesa de
Asturias: Pelaya, que escucha con secreto placer los requiebros que le dice D. Ramiro,
Ilakna sin embargo á su hermano . Este, que estaba mas cerca de lo que ella creía, llefa,
y la serrana pesarosa csclama:
< ¡O qué presto que ha venido! •
Mengo su novio, desea hablarla, hace esfuerios para encontrar qué decirla, al fin
se resuelve, y solo acierta á preguntarle:
m
c ¿Dónde los gansos están?»
En la comedia del Caballero del Sol, única de Velez de Guevara en que la fábula eité
tomada de libros de caballerias, se insertan algunas composiciones Úricas del géMn
amatorio. Una de ellas es la siguiente:
c Dando luz Jacinta al dia,
preso con su mano hermosa
en una costa curiosa
un pajarillo traía.
Reja de cristal hacia
con la mano á la prisión.
yo llegué en esta ocasión
y dije: hermoga Jacinta^
tan venturoso me jñnta
mi loca imajinacion.
No sé si escuchallo pudo;
porque el amor mas perfecto,
cuando es hijo del respecto
es menos ciego ^ue mudo:
mas como en mi fé no dudo,
loco á Jacinta seguí,
y escrito en sus ojos vi ,
con letras de estrellas puras:
las ñws no estdn seguras^
CeliOf en el mentó de mi.
Apartó en esto la mano,
y el pájaro sin razón
quiso dejar la prisión;
pero fué su intento en vano.
Irracional y villano,
dije, con bien tan subido
entenderte no has sabido:
trocar conmigo procura-,
ó dame tú tu ventura
ó toma tú mi sentido.»
Bastan los ejemplos ya citados para conocer la elocución de este autor ea difbMi*
[15IJ
géneros. Sus comedias no pueden en nuestros dias sufrir la iHroe6áaún de ía crití-
nas moderada; pero hay en ellas.un gran repertorio de arguoMUtos, que animados
el genio pueden convertirse en dramas excelentes. Muchas de las ya. citadas, La
lera de Santiago, el Diablo está en Cantiüana y el Espejo del mvndo^ aunque ninguna se
ipe de la censura Infelix operis summa^ tienen algunas situaciones y escenas muy
edables, que conviene estudiar al hombre de gusto^ y aun imitar al poeta dra-
tico.
MORETO.
M¡l MMeBden ean el desden.
ARTÍCULO I.
ON Agu¿:tin Morete es indudablemente el poeta dramático de mas sal y fuerza cómi-
le nuestro teatro del siglo XVII. Infefíor á Calderón en la elocucioo poética y en la
eccion de las fábulas complicadas, es sin embargo el ^ue mas se acerca á él en la no«
za del estilo y en la elección de los incidentes, y ciertamente le sobrepuja en la
indancia de los chistes y en la variedad de caracteres.
Muy cortas son las noticias que tenemos de este insigne varón. Parece que tenia
' segundo apellido Cabana^ como se vé cu ediciones de algunas de sus comedias. Flo-
ió por lo menos desde 4640 hasta 1676; pues en la comedia Trampa adelante hace
ncion de los tumultos de Cataluña, y en la intitulada Be fuera tendrd quien de casa
echará, refiere el sitio de Gerona, puesto por los franceses al principio del reinado de
'los II, y que se levantó por el socorro aue D. Juan de Austria el menor dio áaque-
plaza. Fué, pues, contemporáneo de Calderón, á quien ensalza en la comedia JLa oco-
^ hace al ladrón,
M. Lesage en su novela satírica de Gil Blas describe su fisonomía y modales, y pudo
»er]e visto y conocido en Madrid, donde residió tantos años. D. Gerónimo de Cáncer
el vejamen que escribió para una Academia de poesfa, y que tenemos inserto en la
sccion de sus obras poéticas, pinta á Morete buscando papelee y comedias viejas para
erlas nuevas. En efecto, es de observar que Morete se valió mucho de los dramas
Lope y Tirso, ya anticgados en su tiempo, para componer los suyos. Pero debe de-
le también que mejoró siempre sus modelos, haciendo la £&bula mas verosímil, y
lando los caracteres con mas profundidad.
Hemos esplicado las dotes de este autor: mas en nuestro entender no basta esa no-
a para conocerle bien. Es necesario ver de qué manera dispone y desenlaza la acción
resenta los caracteres, y esto no puede hacerse sin examinar sus principales compo-
ones, que realmente son clásicas en nuestro teatro: examen que solo merecen Lope,
leroo, Alarcon, Morete y alguna* otra comedia suelta de Hoz y Mota, Guillen de
tro y Rojas.
Nosotros comenzamos nuestros estudios acerca de este autor por la mejor de sus
ledias; la mejor quizá de todo el teatro español: El Desden con d desden.
Carlos, conde de Urjel, atraido á la corte de Cataluña, por la fama de la hermosura
ssden de Diana, hija y heredera del conde de Barcelona, y que desprecia á todos
príncipes que aspiran á su mano, llegó á aquella ciudad, vio á Diana, y le pareció
cuna hermosura modesta
con muchas señas de tibia.»
Asi su corazón quedó tranquilo, hasta que notando la esquivez de la dama se empeñó
i en obsequiarla. Diana, habiendo aprendido en los libros y en la historia los desai-
[152]
tres que suele producir el amor, habia rei>uelto no enamorarse nunca; jsu reaotadoi
había influido hasta en los cuadros y pinturas de su habitación.
cSolo adornan sus paredes
de las ninfas fujitivas
pinturas, que persuaden
al desden: alli se mira
Á Dafne huyendo de Apolo;
á Anajarte convertida
en piedra por no querer;
á Aretasa en fuentecilla,
que el tierno llanto de Alfeo
paga en lágrimas esquivas. •
Carlos en fin, se enamora perdidamente de Diana, á quien al principio habia mirado
con indiferencia, solo por triunfar de su esquivez: pero determinado á usar de cautela,
oculta su pasión, hace que su criado Polilla se introduzca como bufón en el cuarto de
la princesa, y finje ser como ella, inaccesible á las pasiones amorosas. Véase el diálogo
entre él y INana:
Carlos. Yo sigo
la opinión de vuestro injenio:
mas aunque es vuestra opinión,
la mia es con mas estremo.
Diana, ¿De qué suerte?
Carlos. Yo, señora,
no solo querer no quiero,
mas ni quiero ser querido.
Diana. Pues en ser querido ¿hay riesgo?
Carlos. No hay riesgo: pero hay delito.
No hay riesgo, porque mi pecho
tiene tan establecido
el no amar en ningún tiempo,
que si el cielo compusiera
una hermosura de estremos,
y esta me amase, no hallara
correspondencia en mi afecto.
Hay delito, porque cuando
sé yo que querer no puedo,
amarme, y no amar, sería
faltar mi agradecimiento.
Y asi yo ni ser querido,
ni querer, señora, quiero:
porque temo ser ingrato,
cuando sé yo que he de serlo.»
Diana habia tomado precauciones contra clamor; mas no contraía vanidad. Ailie
empeña en rendir á Carlos, y esta determinación constituye el enlace de la píeía.
Es imposible haber preparado los medios dramáticos mas en proporción con loi fi-
nes. Carlos ha hecho cómplice de su amor la vanidad de la desdeñosa, y á mayor aboiH
damiento, tiene en su criado un espía que le dé cuenta hasta de los pensamientos de la
princesa; sin lo cual la pasión que lo ajita no podría ocultarse á los ojos perspicacef
de Diana.
El proyecto de esta es el mas peligroso y al mismo tiempo el mas propio para enga-
ñar su incsperiencia. No ama, y sin embargo quiere enamorar. Semejantes ficcionei
acaban siempre por fa realidad. Moreto modifica succesivamente esta situación con tinto
artificio como verdad. En un baile de máscaras, Carlos dice galanterías á Diana, por
fl53]
ler Goslambre en aquella clase de diversiones. Ella, creyendo verdaderas sos espresio-
aes, y deseando humillarle, le trata con toda la esquivez que le es natural. Garlos vuel-
ve en si, y con suma frialdad le dice:
c ¿Luego de veras habláis?
Diana. Pues vos ¿no queréis de veras?
Carlos. ¿Yo, señora? ¿t^ues se pudo
trocar mi naturaleza?
¿Yo querer de veras? ¿Yo?
Diana oculta su confusión al ver burlada su ira, y le dice:
c Venid, pues; y aupque yo sepa
que es finjido, proseguid:
que eso á estimaros me empeña
con mas veras.
Cárloi. ¿De qué suerte?
Diana. Hace á mi desden mas fuerza
la discreción que el amor,
y me obligáis mas con ella.
¿No proseguis?
Carlos. No señora.
Diana. ¿Por qué?
Carlos. Me ha dado tal pena
el decirme que os obligo,
que me ha hecho perder la senda
de finjirme enamorado.
Diana. ¿Pues vos qué perder pudierais
en tenerme á mi obligada
con vuestra atención discreta?
Carlos, Arriesgarme á ser querido.
Diana. ¿Pues tan mal os estuviera?
Carlos. Señora, no está en mi mano,
y si yo en eso me viera,
fuera cosa de úiorírme. >
La indignación de la desdeñosa desdeñada no puede contenerse. Ya su empeño se
hace pasión, aunque ella no conoce de qué especie es. Preséntase á Carlos en todo el
brillo de su hermosura realzada por la sencillez del adorno en el jardín del palacio: todo
en vano. Ocurre al fin al último artificio, que es finjirse enamorada del principe de
Beame, uno de sus pretendientes; Carlos le vuelve la flecha de celos, finjiéndose á su
vez prendado de Cintia, prima de la princesa: elojia en presencia de esta á su finjida
dama, vá á solicitar su mano del conde de Barcelona, y pide al de Bearne las albricias
de haber triunfado de la esquivez de Diana. Todo esto lo hace Carlos, poroue conocía
los verdaderos sentimientos de su dama, avisado de Polilla que es un papel de primer
orden en esta pieza. Diana, ardiendo en celos, conoce que su vanidad se ha convertido
en verdadero amor: sus sentimientos son ya tiernos, su lenguaje dulce y apasionado.
Carlos, cierto de su victoria, usa de ella con generosidad, haciendo arbitra de su suer-
te á la ya amorosa Diana.
Esta comedia no ha podido escribirse ni representarse sino en un pais donde se
sepa distinguir y sentir todas las gradaciones del amor considerado como una pasión
moral. En la corte de Luis XIV, donde si hemos de creer á Saint-Evremont, Bussy y
otros autores de memorias contemporáneas, el amor era mas bien galantería que pasión,
no produjo este hermoso drama mas que la Princesa de Elide ^ imitación descolorida y
pobre, aunque hecha por el insigne MoUére, de la comedia española. Pero en nuestros
f*?t tros se ha representado siempre con igual aplauso y aceptación, prueba cierta de
20
[154]
Jue nuestras costumbres y sentimientos no están corrompidos huta el ponto de eoná
erar el amor como una mera afección fisiolójica.
MORETO.
Mil poder de Mu amksUtd—lto par roB y roBpmrmlrm.
ARTÍCULO n.
íVlGUNOS han creido encontrar el germen del Ihtden con ü dndm en los MOagroi ád
deéprecio ó la Hermosa fea de Lope, ó en Para vencer á amor^ querer vencerle de Calderón.
Nosotros creemos que si bien se rozan entre si los argumentos de todas estas piezas, nn
embargo la de Moreto es oríjinal, asi en su fundamento como en los pormenores.
La Doña Juana de los Milagros del desprecio es una melindrosa, y nada mas. El pri-
mer desprecio que sufre la hace conocer que toda su fuerza consiste en la debilidad de
sus amantes. La Hermosa se ofende del que la ha llamado fea, y procura vengarse de
él rindiéndole á su amor; mas al tiempo de lograr su venganza, nalla que el ofensor
es el mismo de quien está enamorada bajo otro nombre finjido. La Margarita de Ca-
derón es altiva, se ve humillada y próxima á perder su amante j su estado, y no tan-
to el amor como la vanidad j la ambición ofendida la hacen sohcitar la misma mano
que en otro tiempo despreciara. La Diana da Moreto esotra cosa. Ha renunciado al
amor sistemáticamente y por filosofia, y la vanidad de la hermosura la conduce por
grados á enamorarse realmente. Este es el verdadero fundamento moral de la comedia
de Moreto, y al cual están ligados esclusivamente todos los lances déla acción. En las
otras, el movimiento de la fábula tiene otros objetos, interesantes á la verdad; pero
muy diferentes del que se propuso nuestro autor.
El desden con el desden produjo tanto efecto en el teatro español, que Moreto, aficio-
nado á su argumento, lo reprodujo, á lo menos en parte, enlas dos comedias suyasque
hemos citado en el título.
El Poder de la amistad tiene por objeto probar que no hay riqueza ni poderío, com-
parable al de poseer buenos amigos. La ingratitud déla princesa Margarita á Akjan-
dro, á quien debia la vida y el amor mas ardiente, es solo un episodio del asunto prin-
cipal; pero muy bien enlazado con éL El carácter de Margarita está perfectamente
concebido; no es esquiva, ni melindrosa, es ingrata. Sin embargo no se oculta que
hay en su corazón amor á Alejandro, j que ella misma no lo siente; porque A exceso
de la pasión de su amante le proporciona á su amor propio triunfos tanto mas apre-
ciables, cuanto cree que son debidos á su mérito y no á su correspondencia. Goan-
do la pregunta Matilde, su prima, qué razón tiene para ser ingrata á Alejandro,
responde:
c Saber que me quiere bien
y no tener que buscarle.»
Pero cuando Alejandro le pregunta lo mismo, se guarda muy bien de dar eata ra«
zon que es la verdadera, y c^ue le daría á el luz para seguir una conducta mas pmden-
te, y así se contenta con decirle hablando de su amor:
cLo que yo sé es que me cansa,
mas no sé por qué me canse, »
Las sofisterías de la vanidad y del amor propio mujeril desaparecen ante la tas dd
[155]
éflsengafio. Uno de los amigos de Alejandro y la aparente mudanza de este, uegan á
penuadir á Margarita que la pasión que le habia manifestado era fiíyida, j verdadera
h q«e profesa á MatUde. Entóneos empieza á preguntar qué mérito tiene su prima pa-
ra ser amada; entonces dice:
f Sin pasión mirado ahora,
Alejandro es muy galán,
mas mi prima no es hermosa. >
Entonces se acostumbra á acechar y celar á Alejandro, á aflijirse del peligro que
corre cuando el rey, padre de la princesa, quiere prenderle: entonces lee en su propio
eormzon, y conoce el amor que en él se anidaba.
cjQuées esto, amor? ó yo no he aborrecido,
ó no quiero: ó si quiero, antes (jueria.
Pues si al tenerte yo, no te sentía,
¿donde en mi pecho estabas escondido?
Si no estabas en él, ¿de qué has nacido?
Cuando mi amante fino me asistía,
¿no ora mas digno de la pena mia,
que hoy que trueca finezas por olvido?
¿En tu mano no estaba el bien que aprecias?
¿Pues por qué le dejaste? y si lo ignoras,
¿de qué se quejan tus mudanzas necias?
Mas eres niño, y como niño adoras;
que si una cosa tienes, la desprecias,
y si la ves en otra mano, lloras.»
EUa misma, en cuanto lo permite su decoro, ofrece esperanzas á Alejandro: ella
misma declara su pasión á Matilde, y la suplica que le deje á su amante, arrepin-
tiéndose de su ingratitud pasada, en los siguientes versos:
cNo siento el ver que yo ame,
donde tantas han querido:
sino el haberkne rendido
á una pasión tan infame,
de estilo tan torpe v necio,
que á su vil naturaleza
no la obliga una fineza
y se arrastra de un desprecie;
pues de que villana ha sido
es argumento forzoso
que se humilla al victorioso,
y da golpe en el rendido.
Al que quiere, despreciamos,
al que nos deja, queremos:
nuestro bien aborrecemos,
nuestra misma ofensa amamos.
Ya tú sabrás inferir
en que puedes aliviarme:
sé quien eres, en quitarme
la vergttenza dd pedir.»
Matilde renuncia á su finjido amante. Al^andro, habiendo debido á uno de^ sus
anigM el eorazon de su amada, debió al otro la victoria contra sus enemigos,
[156]
USÓ generosamente de ^mbos triunfos, y qu^a justificado el titolo dd dnm
Yo por vos y vos por otro es un verso de una acción antigua española. Dos hennmas
tratadas de casar con dos caballeros, por el trueque de los retratos se enamora cada
una del esposo destinado á la otra, cuando ellos conservan firmes el amor á sos es-
posas. He aquí de qué manera logran desimpresionarlas de sus pasiones, concdMdas
p or su error.
Saben que una de ellas es celosa en estremo, y la otra alegre y amante de la so-
ciedad. Ambos finjcn estar enamorado cada uno de la que le quiere; pero el amado de
1 a primera pone como razón justa para no casarse con ella el ser estraordÍDariamente
distraído, infiel en el amor, ya que no inconstante, y capaz de seguir muchas intrigas i
un mismo tiempo. El amante de la segunda, al contrario, alega por su parte ser maj
celoso y expuesto á cometer cualquier violencia en un arrebato de esta paaion. Las her-
manas, que estaban muy enamoradas, se resignan á estos defectos, y creen que con su
amor podrán correj irlos ó por lo menos tolerarlos; pero llegando á la prueba, finjen tu
bien, el uno su infidelidad y el otro sus celos infernales, que consiguen hacerse respec-
tivamente odiosos, y respectivamente amables cada uno á la que quería. La catástrofe
no es tan brillante como en el Desden con el desden. Las damas llegan á saber la ficcioa;
pero se resuelven á casarse con los que las amaban; porque como dice Margarita,
c Mejor está á las mujeres
por lustre de su decoro
ser queridas: que en los hombres
está el amor mas airoso. >
Esto pudo haberse dicho al principio del drama; pero siempre es agradable ver el
empeño con que cada galán hace mas esfuerzo por ser aborrecido que otros para ser
amados. Esta combinación da orijen á excelentes escenas y á un Juego dramático muy
interesante. Este drama es el opuesto de los otros citados; porque en él se finje A
amor, cuando en aqueUosel desden ó el olvido.
En esta comedia hay una escena glkciosa, aunque episódica, en que uno de los
criados finje querer matar al otro para enseñarle á ser valiente.
Marcelo. cNo quiero satisfacción,
sino matarle; ea, pues.
Motril, Hombre, aguarda, y dame audiencia.
Marcelo, No hay que oir.
Motril. ¿Pues de repente
he de reñir? Hombre, tente:
¿es quínola esta pendencia?
Marcelo. Yo tengo para esta acción
razón y harta.
Motril. Bien se vé;
[ue es fuerza que esto te dé
le haber hecho la razón.
Marcelo. Acabe.
Motril, ¿No me has de dar
causa?
Marcelo. Es traidor á su amigo.
Motril. Pues tráigame usted un testigo,
y me dejaré matar.
Marcelo. Yo le he de tirar de veras,
ó saque la espada ó no.
Motril. Pues, hombre, si riño yo,
¿no es posible que tu mueras?
Marcelo. §i yo de matarle trato,
solo eso le ha de valer.
Motril. ¿No hay mas medio?
t
Maredo.
MahU.
Marcelo.
Motril.
Marcelo,
Motril.
Marcdo.
Motrü.
[157]
Esto ha de ser.
Pues apelo' ala del gato. (Riáen)
Vive IHps que se defiende.
Por Dios, que el miedo esguerrero.
Tente, aguarda.
Ya no quiero.
Esto mi yalor pretende ;
Menguado, para el denuedo,
no es menester mas primor
que atreYerse de valor
á esto que has hecho de miedo.
• • . . • •••<
Vive Dios qoe el ser Taliente
no es mas que no ser gallina. >
MORETO.
jBt lAndo n. JtMego.
ARTÍCiüLO m.
JliSTA es comedia de carácter, y en la que se acercó Morete mas al género terencia-
no. El objeto moral de ella es burlarse oe los jóvenes, que enamorados de su talle y
gala, se creen nacidos para subyugar el bello sexo. Como semejante vanidad está nece-
sariamente reñida con el talento, hi discreción y la urbanidad, fué exacta tanto como
feliz la combinacioQ del autor que pinta á su D« Diego, necio, capaz de caer en cuantos
lazos se le tiendan, poco urbano y no muy bien hablado.
La acción es sencilla si se compara con las fábulas de aqueUa época, llenas desde
el principio al fin de lances é incidentes. D. Diego viene á la corte á casarse con una
pnma suya, que tenia otro amante. Los criados de su prometida esposa, que faverecian
este amor, persuaden al lindo que está prendada de su hermosura nada ménes que
una señora condesa. Desprecia por Unto á su prima Inés, que se tasa con su amante
D. Juan, y queda engañado como d perro de la £ftbula* La supuesta condesa era una
criaduela, que al descubrirse el enredo se burla de él.
La esposicion es un modelo en su clase. D. Juan, amante de Inés, se despide de
D. Tello, su amigo y padre de la dama.
TeUo.
Juan.
Tello.
Quiera Dios, señor D. Juan,
Jue volváis muy felizmente,
revés los dias de ausente,
señor D. Tdlo, serán:
£ues llegar de aquí á Granada
a de ser mí detención.
La precisa obligación
de ser hora señalada
esta, de estar esperando
dos sobrinos que han venido
de Burgos, la causaba sido *
de no iros acompañando
hasta salir de Madrid.
[158]
Y pues ha de ser tan breve
Tuestra ausenciat hasta Tolver
las bodas no se han de hacer.
Juan. iQué bodas?
Tello. De todo debe
daros cnenta mi atención.
Los dos sobrinos que espero,
con mis hijas casar quiero.
Juan. ¡Gdos, qné escucho f
Mosquito, criado de D. Tello, y tercero de D. Juan y Dofia Inés, haee ari la de
cripcion del lindo, que acababa de Uegar á Madrid:
•Es lindo el D. Diego, y tiene
mas que de Diego, de undo.
Él es tan rara persona,
que según andi vestido
puede en una mojiganga
ser figura de capridio.
Tan gustado se viste,
que al andar sale de quicio;
Jorque anda descoyuntado
el tormento del vestido.
A dos palabras que hable
le entenderás todo el hilo
del talento; que él es necio;
pero muy bien entendido. i
Yo entré alláy le vi en la cama,
de la firente al colodrillo,
ceñido de un tocador
Se pensé que era judío. I
n su bigotera puesta
estaba el mozo jarifo,
como mulo de arriero i
con jáquima de camino. ^
Las manos en unos guantes ]
de perro, oue por aviso |
del uso de ios que da, (I)
las aforró de su oficio.
De este modo déla cama
salió á vestirse alas cinco,
Íen ajustarse las ligas
egó á las ocho de un giro.
Tomó el peine y el esjM^o,
Ír en memoria de Narciso
e dio las once en la luna;
y en daga y espada y tiros,
capa, vueltas y valona,
dio las dos, y después dijo,
mozoj idánde habrá (diera
Y el moso humilde le dijo
(1) Dar un perro: frase qae «gniíkabs, loqns boy se ttamt entre los píflos der «n «<c#.
[159]
•10 Aoy mÍMT tmo m e{ (tftro.
Este es él hotío, señora,
que de Burgos te lia Tenido,
tal qae primero que el novio,
\ esperara yo an novillo.
El mismo Mosquito dá á conocer á Beatriz la criada, que después hace el papel de
idesa. Habíanla despedido de casa de D. Tello por sos malas mafias; y Mosquito
le á Doña Inés que la vuelva á recibir. Inés dice que tenia apalabrada otra.
Moiqmio. cNo la llegará al tobiUo
ninguna de cuantas vengan.
Inét. ¿Por qué no?
Mosquito. ¿Pues no está vistof
BjÍ9L es golosa, chismosa,
respondona y alza el grito:
¿pues dónde ñas de hdlar criada
que cumpla mas con su oficio?»
éa se resuelve á recibirla, por haberse criado en su casa, y Mosquito esdama:
cYictoria por mis camisas.
¡Ah Beatncillaf
Beatriz ioU. ¿Qué ha habido?
Moiqmto. Que estás recibida ya,
Beatriz. ¿Qué dices?
Moeqmto* Que Tito Livio
no pudo hablar en tu abono
como yo de tu servicio.
Ponderé aqui tus labores^
tu cuidado y tu buen pico^
y hace tanto un buen tercero,
aue te recibió al proviso.
Beatriz. Siempre conocí vo en tí
tu buena intención, Mosquito.
Mosquito. Mira, vo naturalmente
hablo bien de mis amigos, »
Esto basta nara conocer bien los dos personajes, á cuyo brazo seglar vá á ser en-
vegado el lindo D. Diego. ,
En la escena entre D. Diego y su primo D. Mendo se desenvuelve mas el carácter
d protagonista, que se cree amado de todas las que le ven:
cpues al pasar por las rejas
donde voy logrando tiros,
sordo estoy de los suspiros,
que me dan por las orejas. »
iespues dice á Mosquito, viéndose tan galán:
c ipues ves? solo me lastima
Mosquito. ¿Qué, Señor?
Diego. Mi estrella mala:
¡qué venga toda esta gala
á parar en una prima!
Mosquito. Cierto que tienes razón,
».
160
y á mi también me lastima.
Diego. ¿So me malogro en mi primaT
Mosquito. Merecías un Ixirdon,
mas de eso no te proToqoes.
IHego. El ser tan rica me anima. . . «
Mosquito. Y yo pienso que la prima ^
saltará antes que la toques. > V
En la escena en que se visitan los novios, están en boca de D. Diego estof dos venor
<Yo, prima, no sede cultos,
porque á Góngora no entiendo,
ni le be entendido en mi vida.
Moreto podia censurar á Góngora con mas razón que Rojas, que le imitó muAii
veces. En erecto, la elocución de Moreto, aunque injenipsa, y á veces empedrada de
equívocos, no abunda en las metáforas y espresiones forzadas, que según el gusto de
aquella época, convertían los pensamientos en enigmas.
ARTÍCULO IV.
Un el segundo acto prepara Mosquito á D. Juan para el engaño que intenta contra el
lindo; y solo le pide que permita á Reatriz hacer el papel de la condesa, prima de
D. Juan, que estaba á la sazón ausente de la corte; y añaue:
cSin costarte mas trabajo
que permitirme la empresa,
le baré tragar la condesa,
envuelta en el estropajo.
Juan. ¿So es fuerza que eso se ajuste
con las criadas?
Mosquito. Mejor;
¿pues qué criadas, señor,
se niegan para un embuste?
Jtmn. Sin que me des por autor,
hazlo tü.
Mosquito. Pues, caballero,
¿soy yo tan pobre embustero,
que haya menester fiador?
1). Tcllo reprende á su sobrino D. Diego porque se alaba. El lindo le responde :
cTio, eso es mucho apretar:
yo me tengo de alabar
en cuanto fuere razón.
Tello, No puede serlo alabaros
neciamente de galán:
y donde damas están,
no es luciros, sino ajaros.
* Diego. ¿Eso, señor, se usa aqui?
Tello . Y en todo el mundo .
Diego. Eso no:
que sería mentir yo
SI dijera mal de mi.
Tello. Tampoco os digo eso yo.
.i
- [161]
Diego. Paet ai yo tengo baen talle,
¿tengo de echar en la calle
la gala que Dios'me di6?
THlo. ¿Perderéü vos lo galán
K^r no alabaros modesto?
o os desairáis vos en esto,*
que otros os alabarán.
Jhego. Peor es eso que esotro.
TeUo. 4N0 es mejor que aplauso os den?
Di^o. Pues lo que á mi me está bien,
¿para qué lo ha de hacer otro?
Doña Inés suplica á D. Diego que renuncie á su mano, en versos cuyo tono per-
teiiece al de la comedia urbana como la concibieron Lope y Calderón: Hé aquí aJgUT
loa de ellos: -
c Casarme con vos, D. Diego,
si lo queréis, será fuerza:
pero, sabed, que mi mano,
si os la doy, ha de ser muerta.
Aborrecedme, injuriadme,
que yo os doy toda licencia
para tratar mi hermosura
desde desgraciada (i) á necia.
Mas si deseáis mi mano,
desde luego será vuestra:
pero mirad que os casáis
con quien, cuando la violentan,
solo se casa con vos
por no tener resistencia,
V ahora vuestra hidalguia,
ó el capricho ó la fineza
corte por donde quisiere:
que cuando pare en violencia,
muriendo yo acaba todo:
pero no vuestra indecencia;
pues donde acabe mi vida,
vuestro desdoro comienza. •
D. Diego atribuye este razonamiento de Doña Inés á los celos que supone en ella
le él 7 de Doña Leonor, la prometida esposa de su primo. Su respuesta es bestial
orno debia esperarse:
cSi teméis que yo os ofenda,
os engañáis, juro á Dios,
que por vida de mi abuela,
y asi Dios me deje ver
con firuto unas viñas nuevas,
que plantó mi padre en Burgos,
y es lo mejor de mi hacienda,
como yo nunca la he dicho
de amor palabra, ni media;
que día es la que á mi me quiere:
ó si no, digalo ella. *
(i) Sin gracia.
21
[162]
Mosquito adiestra á Beatriz cómo ha de hacer el papel de condesa.
c Cuanto hablares, sea oscuro j sea confuso;
habla critico ahora, aunque no es uso:
porque si tú el lenguaje fe revesas,
pensará que es estilo de condesas:
que los tontos que traen imajinado
un gran sugeto, en viéndole ajustado
á hablar claro, aunque sea con oonceto,
al instante le pierden el respeto;
y en viendo que habla voces desusadas,
frases cultas, palabras intrincadas,
para dar á entender que lo comprenden,
fe dicen, que es gran cosa, y no lo entienden.
.*
Beatriz,
Mosquito,
Beatriz,
Mosquito,
Pero si él me pregunta algo corriente,
forzoso es responderle vulgarmente.
De ningún modo, que ese no es su paso
¿Y si él pregunta ¿cómo estáis? acaso,
qué le he de responder?
En garatusa:
libidinosa^ crédula y obtusa, >
Veamos de qué manera toma Beatriz la lección. D. Diego se presenta, y la supues-
ta condesa le dice:
Beatriz^ ¿«Qué intento os Deva neutral
d mis coturnos cohorte^.
En fin ¿venis rutilante
á mi esplendor fujitivo;
para ver si no os esquivo
á mi consorcio anhelante?»
D, Diego declara á su manera la pretensión de casarse con ella.
Beatriz,
c Súbito, no meditado,
que es vuestro intento colijo.
>•,.«.
Diego*
Algo de bobera en vos
presume el candido pecho.
¡Jesús! ¡qué favor me ha hecho!
¡buena pascua te dé Dios! »
Después encuentra el lindo con D. Juan, y usando de aquella especie de viveza es-
túpida, que suelen tener los necios, le dice:
Juan.
Diego.
«Entended que en mi caricia
tenis el lugar de un primo. (I)
Deuda es de mí agradecida.
No es nada el equivoquillo: (aparte.)
mi injenio es todo una chispa. >
KtftaHteh^^AMaMMAMMÉaa
(i) La verdadera condesa es prima de D. Juan.
[1«3J
ARTÍCULO V.
Pon Diego encuentra á Beatriz en la calle; D. Tello que lo ve, le riñe; el necio
)ne la malicia suficiente para finjir que es dama de D. Juan, y asi escapa: pero quie-
acompañar hasta su casa á la condesa finjida, lo que no acomodaba ni á ella ni á
osquito; mucho mas cuando él dice:
cque he de acompañaros hasta
el postrer maravc^f.»
oiquito para libertarla de tanta importunidad, dice á parte á Don Diego:
Diego.
Motquiito.
Diego.
Moiquito.
Diego.
lo.
Diego.
Moiquito.
Diego.
Moeqmto.
Diego.
Moeqmto.
Beatriz,
Diego.
Mosquito.
Diego.
Mosquito.
cSefior, adyierte una cosa,
que esta condesa es golosa,
y esto lo hace por entrar
sola en ese coimtero,
á comwar dulces sin susto.
Tiene lindísimo gusto;
á eso entraré yo el primero.
¿Llevas dinero?
Ni blanca.
¿Pues á qué has de entrar allá?
iPues qué riesgo en eso habrá?
Dónde está tu mano franca,
¿has de consentirla que
pague lo que á comprar va?
¿Eso dudasf claro está
qnue se lo consentiré.
¿A la condesa?
¿Pues no?
¿Eso quieres que la arguyaf
Ni aun á una criada suya
no se lo estorbara yo.
¿Qué dices? que eso es quedar
en una acción afrentosa.
Hermano, si ella es golosa,
¿téngolo yo de pagar?
Aquesta es cosa perdida.
jAy desdichada de mi!
Voñ Juan viene por alH.
Pues ahora ¿qué hemos de hacer?
Irnos, y tu defender (i)
que no nos pueda alcanzar.
T si no puedo atibarle,
si acaso viene muy fuerte,
¿qué he de hacer?
Darle la muerte.
(i) Impedir.
íf'icgu.
.ifonquilo.
Divijü .
Mo$qidío,
Diego.
Beatriz,
Diego.
Mosquito.
Beatriz.
Motquito.
[164]
¿Darle la muerte?
O matarle.
¿Y si no trae mal humor,
y detenerle pot bien
puedo?
Matarle también.
Pues manos á la labor.
'•• •• ••
üctcnedle sin reñir.
Sin reñir le mataré.
Arranquemos á correr
mientras él queda en arrobo.
¡Jesús! harta voy de bobo.
Ño es [ oco siendo mujer. »
I). Tello examina á Mosquito sobre el suceso de D. Diego, la condesa j Dos
Jiiun; ) Mosquito, no queriéndole declarar el enredo, sale del lance coafuadiéndolo to-
do á sabiendas.
Telio.
Mosquito.
Tello.
Mosquito,
Tello.
Mosquito.
Tello.
Mosquito.
Tello,
Mosquito.
cYo, señor, al conocerla,
la vi que al zaguán entró,
y un pobre entonces llegó,
gue no dio limosna ella, (i)
i pobre pasó adelante,
Don Diego vino tras él,
y repitiendo el papel
vino el pobre vergonzante. .
Traia un veslido escaso
de color; Dios me lo acuerde,
que no era tal, sino verde.
¿Pues el vestido es del caso?
Habiendo el pobre salido,
vino la condesa luego,
y cuando vino Don Diego,
vino porque habia venido....
¿Quién habia venido?
El. (S)
¿Luego ella le fué á buscaí^
No señor; porque al entrar
ella entraba con aquel:
y el pobre que entraba, cuando
entraba él, no llegó.
Pues ¿quién era aquel que entró?
Eso es lo que voy contando.
Entró ella, y cuando entraba,
entró erpoore, fué Don Diego.
y como entró con sosiego,
después de entrado alli estaba:
y de esto se auedó loco
porque entraba muy esquivo.
No lo entiendo por Dios vivo :
Pues eso ni yo tampoco.
^1) Palla (le; construcción, que acomoda en este pasaje.
[t) Es admirable esle pronombre, cuando hay tres personas ¿ que pue de referirse, d pobtt, Día
I>¡i>go y D. Jü'in.
Teüo.
Mosquito.
Tdlo.
MosqfUto,
Tello.
Mosquito.
Tdlo.
Mosquito.
TeOo,
Mosquito.
Tello.
Mosquito.
Tello.
Mosquito.
Tello,
Mosquito.
[166]
^uiéo á qaién Tino á bascar?
¿Luego no lo has entendido?
No, ni espUcarte has sabido.
Poes Tudvdtelo á contar.
El buscó á qaien le buscaba;
porque ella bascando vino,
y. buscando de camino,
éi buscó lo que alli estaba;
y el pobre que los bascó,
no buscó duelos ajenos.
Ahora lo entiendo menos.
¿Pues qué culpa ten^o yo?
Tú has de apurar mis enojos;
¿qué dices?
¡Hay tal rigor!
Yiyen los cielos, señor,
que lo Yí por estos ojos.
¿Qué es lo qae viste?
Esta historia.
Qué historia? que en tu torpeía
ni tiene pies ni cabeza.
Pues no será pepitoria.
¿Sabes tú si el de ella es dueño,
ó tiene empeño?
¡Hay tal como! (i)
Yo no soy su mayordomo;
¿qué sé yo si tiene empeño?
Anda yete, mentecato,
que eres un simple.
Eso quiero.»
Es imposible imitar mejor el lenguaje de un criado lerdo, que no sabe dar cuenta
ai aun de lo mismo que ha visto. Es muy gracioso el contraste entre la curiosidad de
D. Tello , y la confusión afectada de Mosquito.
Toda la comedia está superiormente dialogada. La elocución varía de tono segnn
el carácter de los personajes. Inés, celosa de D. Juan por el embuste de D. Diego,
despide á su amante, y después se queja de haber sido obedecida, y dice á so her-
mana:
csi por eso no vuelve, Leonor mia,
ó no sabe de amor, ó está culpado:
que en celos aue despiden al amante
nunca habla el corazón, sino el semblante.»
En la escena siguiente, oyendo la satisfacion de D. Juan, esclama:
cOh amor, tirano cobarde,
á la ofensa tan lijero,
como al rendimiento fácil. >
(1) Como: sosuntito, que hemos visto en algunos poetas dramáticos del siglo XVII, prinópebneate
en lloreco, en ftgnificadon de eoitW^Oy bmrlm, imgaksmUMp cáema «ocarrona.
[166]
MORETO.
JSi parecido en ta Cárte. ]¥o pueéte ser guardmr wm
nw^er.
ARTÍCULO VI.
•
ÍTXORETO quiso enriquecer nuestro teatro coa la fábula de los Jfeneemoi.ó de hi
j^recidos^ conocida ya en la escena de España, desde la traducción, ó por mejor decir,
imitación que Juan de Tímoneda hizo de la comedia latina. Pero el plan de oueilio
autor en nada se roza con el del antiguo drama. Es una comedía en el género de lai de
capa y espada do Calderón, en la cual está como engastada la historia del parecido.
Justifica muy bien su ficción por la necesidad y por el amor, la continúa por los irtifi-
cips de su criado, y cuando incitado de la honra quiere romperla, no lo. conñgae úo
V4}ñ mucha dificultad: tan creida estaba ya.
D. Fernando de Ribera, caballero noble de Sevilla, reducido á pobreza por m
devaneos juveniles, pasa á la corte, huyendo de la justicia que le perseguía, por haber
dejado mal herido á un amante de su hermana que encontró de noche y á osearas ea
su casa. Apenas llegó á Madrid con muy pocos medios, se enamoró de una daoia qie
vio y habló en la calle. Un caballero que le encontró le saludó con el titulo de aoiigo,
otro con el de hijo, y ambos con el nombre de D. Lope Lujan, que habiendo pasado
á Indias muchos años antes, era esperado por momentos en casa de su padre D. Pe-
dro. La semejanza extraordinaria de entrambos produjo la equivocación. D. Feraan-
do quiere escusarse; pero su criado, impelido de su necesidad vía de su amo, finjeqoa
es 1). Lope, y para disculpar su estrañeza con su padrey amigo supone que porh^
chizos que le dio una criolla, estaba á veces desmemoriado, señaladamente á la entra-
da de las lunas. D. Fernando es admitido como hijo en casa de D. Pedro, con tanto
mas gusto cuanto la dama que le ha prendado, se le presenta como hermana.
Llega el hijo verdadero, y no le reconocen. Pero 1). Lope es el mismo á craien
D. Fernando hirió en Sevilla, y á quien viene siguiendo su hermana Doña Ana Ribe*
ra. D. Fernando, por recobrar ó vengar su honor, descubre la ficción; pero el su-
puesto dcsmemoriamiento impide que se le dé crédito, mucho mas cuando los viajei
y la herida han desfigurado las facciones del verdadero hijo. Esta combinación proloa-
ga la fábula hasta donde le era posible llegar. Los lances de amor, de celos, de valor j
de honor, de que está llena la comedia, se enlazan muy bien con la ficción principal;
el estilo, urbano, como es generalmente el de Moreto, está lleno de chiste y sal en bo-
ca de Tacón. Viendo á su amo pobre, sin haber comido, y sin saber todavía qnA oomo-
rá, decir requiebros á una dama, dice:
c¡Que haya hombre que tenga aliento
de enamorar en ayunas!
Yo DO he acertado requiebro
en mi vida hasta tomar
aguardiente por lo menos. *
Como la mayor necesidad de él y su amo era la de comer, dice al padre, bnbiáBdole
de la enfermedad de su supuesto hijo:
iEl mas eficaz remedio
[WT]
es dirte á comer mo j bíea
y muchot porque el ¿erebro
con vapores regalados '
se le ya ja honaededendD» t
1 hijo verdadero pugna por ser reconocido y D. Pedro airado le dice
€ Hombre» yo no soy tu padre.
Tacón, Señor, que te llame lio,
pártase la diferenda
y hazle siquiera sobrino. >
parte
«Sí: que ahora os sale este hijo
como* cebollón de invierno. > «
ataríamos si no fuesen pasajes mas alegres de lo que permite la decencia. El
le este drama es la situación de D. Fernando y de Doña Inés. Esta se cree de
hermana suya; pero como se habia prendado de él la primera vez que le vio
le, y D. Fernando, con el pretesto del olvido, no deja de enamorarla, hay en
>n una lid nada favorable á las costumbres. Mejor combinación hubiera sido
becho sabedora y cómplice del finjimiento.
mde itr guardar una mujer es una imitación del mayar impoiible de Lope. En ella
oreto con mas inmediación la fitímla que le sirve de moddo; pero la mejoró
uprimíendo las escenas episódicas y los papeles de rey, reina y almirante de
» mtroducidos por Lope, á la verdad muy inútilmente. La comedia de Morete
;on mas velocidad al desenlace» según el precepto de Horacio, y distrae menos
on del asunto principal. Es una mujer enamorada, á quien cela su hermano; y
precauciones toma este para guardarla, se inutilizan por la astucia de Tarugo,
el amante. Este criado es el personaje principal de la comedia. Su carácter chis-
irlon se conoce desde la primera escena. Acompaña á su amo á la casa de Doña
heco, donde hay una academia depoesia: pregunta Tarugo si la señora, á quien
habia celebrado de rica ybonñosa, es poeta: y respondiéndole que si, dice:
c Señor, cosa es muy posible,
ser rica, bella y discreta:
pero ser rica y poeta,
vive Dios que es imposible.
Felia;. ¿Porquéf
Tarugo. ¿Éso dudas?
Fdix. 81 dudo.
Tarugo. ¿Pues hay hombre á quien dé el déla
con grada aqueste dlsmfo (I)
que no esté riempre desnúdoT
y esto es forzoso, señor;
porque la poesfa es cosa,
que aunque es virtud, y gustosa,
nunca ha tenido valor.
Es flor de la humanidad;
y como una flor en fin
sirve de adorno al jardin,
mas no á la necesidad.
Adornan las flores bellas,
y el que en un jardín las miraf
, ocupación.
[168J
como hermosas las admira;
pero no cena con ellas.
V el qoe un jardín entra á yer,
mas presto se irá á buscar
espárragos que cenar,
que las flores para oler.
Poesía y riqueza ingrata
siempre trocaron los firenos,
Íno hallarás versos buenos
echos con bujías de plata:
con candil sí
Por el candil de Epíteto
¿no dieron tres mil ducados?
Félix. Ese es filósofo.
Tarugo. Cesa:
pues toda la poesía
¿qué es sino filosofía?
Asi fuera genovesa. (i)
Su amo cita los hombres ricos é ilustres que hablan poetizado en otroa tiempos y sa
aquel, entre ellos al conde de Yillamediana, y aunque no le nombra, señala al prfadps
de Esquilache, lo que puede servir para conocer la época en que Moreto floncié. U«
timamento le hace notar el rico adorno de la casa de Doña Ana. Tarugo responde-.
Lo estoy viendo, y no lo creo:
mas vive Dios, que como eres
tú D. Felii de Toledo,
si es poeta ha de ser pobre.
Félix. ¿Cómo puede ser,, temendo
en su casa tal riqueza?
Tarugo. Una noche haciendo versos
se le ha de quemar la casa
y ha de amanecer en Cueros, t
Dice á su amo que se vá á jugar y concluye:
¿Yo academia? no haré luego
cinco pintas en diez años,
si estoy un hora entre versos. •
Esta es una de las comedias mas graciosas, mejor conducidas y dialogadas de Mo-
reto. No pueden presentarse estractos de ellat porque es j^reciso leerla toda, y si hemos
citado los versos anteriores es para que se juzgue de la idea que este autor tonia fil-
mada de su arte, y del tiempo en que escribió.
(i) Entonces eran geno^eses los asentistas y airendadores de ventas.
fW9]
MORETO.
fuera renOtm 9%Hen ^Ke ea&m mi&m eehmrA. Trmmpm
ARTICULO VII.
•
i es el drama en que Moreto se atrevió mas abiertamente ¿.describir las ridica-
le sos contemporáneos. El militar embastero y Jugador, pero valiente: el menti-
« las gradas de San Felipe, que también estuvo algún tiempo en la calle de las
18: el caballero de ciudad, enamorado y pendenciero: el licenciado cobarde y pe-
la yiuda verde que predica el recojimiento á las doncellas: el criado necio, ma-
y mogigato, están descritos con felicidad en esta comedia, en cuya representa-
»mo se haga con mediana habilidad, es inextinguible la risa,
alferez Aguirre comienza la pieza rompiendo una baraja: dice que ha perdido
choy doscientos escudos con un paje,
que no los tuvo todo su lim^e.
Ííue no teman las pintas un coleto?
as vienen juntas quince ó diez y siete»
que perderán el miedo á un coselete. >
para desenfadarse, del mentidero:
cPor la mañana yo al irme vistiendo
pienso una mentirilla de mi mano:
vengo luego y aqui la siembro en grano;
y crece tanto que de alU á dos horas
hallo quien con tal fuerza la prosiga,
que á contármela vuelve con espiga,
B, el mogigato, escudero de la viuda, dice saliendo de la iglesia:
c Ya oi misa á buena cuenta:
¡que sea yo tan perdulario
que nunca acabe un rosario!
porque en llegando á esta cuenta,
Jue es la del alma, es notorio,
e aqui no puedo pasar:
todo se me vá en sacar
ánimas del purgatorio.
¡Cómo almorzariades vos,
Chichón! ¡qué bien sabe, pues,
un torreznito después
de encomendarse .uno á Dios!
■liiires, 5 su amigo el capitán Lisardo, que se ha prendado de Doña Francisca»
22
sobrina de la viuda, llegan á informarle da él. Después de decirles que no íu de don
murar, porque ex muy virtuono, comienza asi:
cMire usté, lo que es la viuda,
es hija de los demonios.
Los mismos ojos la saca
ala pobre Francisquita:
¿vela usté? es una santica«
mas grandísima bellaca:
por casarse anda perdida.
La tiaeslibidinoa,
y á la niña de envidiosa
no deja galán á vida«
Lisardo. ¿Y entra alguno á ser diclioso?*
Chichón, ; Jesús! ni imajínacion,
que eso era murmuración
y yo soy muy virtuoso-
Mas ¿ve usté la tia? se indilga,
y por marido rebienta:
se alaba (tenga usté cuenta)
y se alaba y se remilga:
se hace niña de faicion.
Pues ¿ve usté? aunque mas los borre,
treinta tiene, y lo que corre
desdo el Señor San Simón.
Lisardo por medio de una cariase introduce en casa de la viuda. Esta y su sobríoi
se enamoran de él, los lances de amor y de celos, las respuestas del Alférez á la solici-
tud de Lisardo, que le suplicaba enamorase á la tia para verse libre de sus persecucio-
nes, las necedades do Chichón y las malicias de la criada Margarita, ocupan agradable*
mente las dos jornadas últimas, hasta que se descúbrela ficción con la llegada del her-
mano de la viuda. £1 diálogo es siempre vivo y lleno de sal, y los caracteres están muy
bien conservados.
Trampa adelante es en nuestro entender la fábula mas dificil y mas bien conducida
do Moreto. D. Juan de Lara, tan caballero por su sangre y sus sentimientos, como po-
bre, está enamorado de Doña Leonor de Toledo. Millan su criado, para mejorar la suer-
te de su amo, se aprovecha del amor de Doña Ana de Vargas, señora muy rica, y que
está prendada de D. Juan. El infeliz sirviente, por el cual nos interesamos, pues aun-
que miente y enreda mucho, es solo por socorrer su hambre y la de su señor, tieoe
que formar dos intrigas á la par, y llevarlas adelante. Una, cuyo objeto es persuadirá
Doña Ana, que D. Juan está enamorado de ella, y sacarle letras de cambio con que vel*
tir, engalanar y dar de comer á su amo ; y otra, ocultar á este la anterior ininga, ea
que nunca consentiría la nobleza de su alma, y finjir que el dinero con que mejoran
su suerte, es prestado á crédito por un mercader amigo suyo. ¿Qué de artnicios ha te-
nido que inventar la imajinacion fecundísima de Moreto para hacer que ambas ficcionei
fuesen creidas por algún tiempo, á pesar de ia solicitud do Doña Ana por ver y hablar
á su supuesto amante, de los celos de Doña Leonor, do la delicadeza de D. Juan, y de
la intervención celosa de los hermanos de ambas, que habian estipulado casar cada uno
con la hermana del otro? El espectador, divertido con las continuas tribulaciones da
Millan, no se complace menos con su actividad, con los chistesde su buen humor y coa
los nuevos enredos que pone en planta para salir de sus apuros. Es una verdadera co-
media do Tercncio, con mas interés, con mas nobleza que la de los personajes del tea-
tro laíino.
En la primera escena hace D. Juan paces con Doña Leonor que estaba cdosa: y Mi-
llan, que bahía procurado sacar algún interés de la reconciliación, amenazadf^^ por aa
ümo, dice:
Después dioeD. Juan
[171]
c¿Hay infamia como aquesta?
¡Que haga las paces de valde
quien há ya un mes que no cena,
y la noche que hay guisado»
se hace de carne de huerta!
c ¡Gran gusto son unos celos,
si un diilce fin los concierta!
MiUan. Y principalmente cuando
la hora de cenar se llega,
Y solo ese plato dulce
hay que poner en la mesa. »
Describe la estrechez á que se hallan reducidos: entre otras cosas hahla de las pren-
das fiadas:
•Las pistolas la tendera
tiene ya de lo fiado
tan cargadas que rebientan.
El broquel há ya tres meses
que tiene la pastelera;
y aun el broquel empefiado
antes dá alivio que pena:
porque con eso tenemos
empeñadas las pendencias.
De ir y venir cada dia
al secretario de guerra,
solo traemos mas hambre;
por que dá á las dos audiencia.
Y tras toda esta desdicha
solo es lo que me consuela
que en la corte pretensiones
aunque largas, son inciertas. «
No pueden justificarse mejor las astucias y trampas de Millan nara socorrer á su
amo, mientras se le daba el premio por los servicios que habia hecno en Flandes.
MORETO.
EL VALIENTE JUSTICIERO
ABTÍCLLO VIU.
JX&CHiETO escribió varías comedias de intriga^ imitando el género de Calderón. En
ellas, como en las de su modelo, describe las costumbres caballerosas de la época con
facilidad y destreza, formando con naturalidad el enlace, y deshaciéndolo felizmente.
Superior en esta parte á Tirso de Molina y á Lope, qupdó sin embargo muy nferíor al
insigne poeta, que entonces procuraban todos imitar; y asi, bastará citar losi títulos de
los dramas mejores que compuso en este género. Estos son la ocation hace al hdrtm^ ep
[172]
3ue imitó y mejoró la Villana de Ballecas de Tirso de Molina, d Cabaüero^ la Fmpk
rcadia, en la cual quiso ejercitarse en la poesía bucólica, y la Ctmfiuúm de wü Juim.
En estas, aunque el lenguaje de los graciosos está siempre lleno sales y dooairH,
no aparece la intención de describir caracteres ni de emplear el a e cómico. Todo d
mérito consiste en el movimiento é interés de una Cábula complicada.
Mayor talento, aunque siempre inferior al de Calderón, desplegó en !a exposfeioa
de una máxima moral ó filosófica. En esta clase de comedias, á Jas que pudiera dane
el título de ideales^ los interlocutores no son los que inspiran el interés ni aun la Glbali
misma. Todo el conato del autor es probar una máxima ó una sentencia ütilá la ha-
manidad» ó que él crea serlo: y son indiferentes los nombres, las dignidades j las pren-
das de los personajes* De esta clase son La fuerza de la ley^ la fuerza del naiwral^ ¿ fte
puede la apretision^ máxima ya tratada por Calderón en su comedia de Gu$to$ y düfU'
tos son no mas que imajinacion^ la mi9ma conciencia acusa, y el licenciado Yidrieraf que noi
parece la mejor de Morete en este género. Carlos, dotado de valor é instrucción, pero
pobre, después de haber hecho grandes servicios con la espada y la pluma asa sobéiaiio,
se vé olvidado con ingratitud, tratado con desprecio, vendido por su amigo, pospoeiti
por su dama y reducido á la última indijencia. Vengóse de la injusticia de los hombm
y de 1» fortuna finjiéndose loco, y tomando por manfa decir que era de vidrio y qns
podría romperse al mas pequeño golpe. l..as puertas de palacio que se habian cerrado
al hábil jurisconsulto y al valiente guerrero, se abrieron al licenciado Vidriera, que
divertia con su aprehensión á los grandes y á las damas, que antes no habían hecho
caso de su mérito. Fácil es de discurrir cuan interesantes sabria hacer las escenas que
resultan de esta combinación la diestra pluma de Morete.
Concluiremos con sus comedias y caracteres históricos. Entre estos el mejor sacsde
es sin disputa eA del rey D. Pedro de Castilla en el drama del Valieníe jusíiciero que ha
quedado en el Repertorio de nuestro teatro, á pesar de la última invasión roroántÍGa*
Merece, pues, un examen mas detenido.
D. Tello, Rico hombre de Alcalá, orgulloso por su nacimiento, poderlo y ríqaesai«
y también por su valor personal, desatiende las quejas de una dama noble, aunque de
inferior calidad, á quien habia «quitado el honor á fiívor de la palabra de esposo, y robs
á D. Rodrigo, hidalgo de su jurisdicción, la novia con quien iba á casarse. Acababa de
cometer esta última tropelía, cuando el rey I). Pedro, persiguiendo á su hermano En-
rique, llegó separado de su gente, adonde oyó las quejas de los agraviados. Para oer^
ciorarse del motivo de ellas, finjiendo ser un caballero del servicio del rey, llega á can
(le I). Tello que le recibió con altanería, negándole la silla y dándole un taburet6« no
permitiendo que se sentase á su mesa aunque estaba comiendo, y manifestando el ma-
yor desprecio del rey y de sus órdenes. D. Pedro, aunque bramando de cólen^ disimah
por la certidumbre de la venganza.
Apenas vuelve á Madrid, manda llamar al Rico hombre; pero antes de que este lle-
gase, los agraviados siguiendo el consejo que él les habia dado cuando ao oonocido ds
pUos, los encontró en el campo, le presentaron su querella. Es admirable el diálofS
entre D. Rodrigo y I). Pedro , y característico de las costumbres espaftolas tasto ea el
iiiglo de aquel rey como en el de Morete.
Rodrigo. « A mi esposa me robó
del modo que ya supisteis.
Pedro. Si vos se lo consentisteis.
también lo consiento yo.
Rodrigo. Quitóme la espada y ciego •
me atajó acción tan honrada.
Pedro. ;V os quitó también la espada
que pudisteis tomar luego?
Rodrigo. Yo de su poder no puedo,
señor, mi agravio vengar.
Pedro. ;:LuQgo se viene á quejar
no la injuria, sino ei miedof
Rodrigo. Esto, señor, no es temer
Pedro.
Rodrigo.
Pedro.
Rodrigo,
Pedro. •
ihdrigo.
Pedro,
Rodrigo.
Pedro.
Pedro»
Rodrigo,
[173]
ri no el poder de su nombre.
Y cuando está solo ese hombre,
¿riñe con él el poder?
Pues cuando justicia os pido,
¿qué riña con él mandáis?
Yo no quiero que riñáis,
sino que hubierais reñido.
No qiiise> aunque fuera airosa
la acción, darla esa malicia.
No va contra la justicia
el que defiende á su esposa:
y habiéndolo ya intentado,
de no haberlo conseguido
quedabais mas ofendido,
mas veniais mas honrado:
que yo, atento á la razón;
podré mandarle volver
á ese hombre vuestra mujer,
pero no á vos la opinión.
Pues cobrarála mi pecho.
Ya os costará mi castigo^
si lo hacéis, aunque ahora os digo
que no estuviera mal hecho.
Andad, que su sinrazón
castigaré.
¿Y no podré,
pues sin ella quedaré,
cobrar yo ant^ mi opinión?
Si y no.
¿Pues cuál hafé yo
entre un si y un no que oif
D. Pedro dice que si^
y el rey os dice que no.
Pues ya qué en mi honor infiero
lal mancha, lavarla es ley;
que aunque me amenaza rey,
me aconseja caballero, i
£1 rico hombre llega, el rey le r^ibe con sumo desprecio, le reprende sus dema-
sías, la dá de cabezadas contra un poste, manda llevarlo á una prisión y le condena á
muerte. D, Tello cede al poder; pero no por eso deja de decir que no cedería al valor,
si el rey se despojase de su autoridad. D. Pedro se disfraza, le saca una noche de la prí-
fioB j separándose de él vuelve á encontrarle, escita una pendencia, pelea, le vence
y se le dá á conocer. Después le perdona por intercesión de su hermano B. Enrique con
quien sehabia reconciliado.
La acción, sumamente grata á un auditorio idólatra del valor y de la honra, lo es
mucho mas por los chistes del criado de B. Tello,' que es el gracioso: personaje episó-
dico, pero que sirve en este drama eomo en casi toóos los de aquella época, para mani-
festar las impresiones que dejan en el vulgo los intereses, las ideas y las pasiones de los
gfiodes.
La acción pertenece al siglo XIV, en el cual, como consta de las querellas dadas á los
reyes en las cortes, no eran raros los desafueros y tropeüas de los señores feudales con-
tra las clases inferiores. Pero también eran frecuentes los actos de la justicia real con-
tra k» delincuentes: actos que prueban cuan débil fué el imperio del feudalismo en Es-
psúla. Lo que se finje que hizo el rey D. Pedro con el rico hombre de Alcalá, y que
realmente hicieron muchos de nuestros rey«s en casos semejantes, no se hubiera atre-
vido á hacerlo ningún rey de Francia con los duques de Normandia y de Borgoña^ ó
[174]
<on los condes de Flandes y de Tolosa, taa poderosos, y á veces mas, en crmrio y a
tropas como los mismos monarcas.
MORETO.
COMEDIAS DE SANTOS.
ARTÍCULO IX.
USTA clase de dramas, semejantes á los antiguos misterios en que tuyo tu cuna d
teatro francés, fueron muy comunes en el nuestro; pero como ya estalla introducida h
costumbre de que el gracioso^ figura indispensable de nuestra comedia, fuese criado ó
pedisecuo del galán, en la que este era santo era menester que el bufón fuese un apren-
diz de santidad, y que al mismo tiempo no perdiese el derecho de hacer reir al audito-
rio. Calderón, en sus autos sacramentales y en sus comedias do santos, tomó otro nim-
bo: su genio inagotable le sujirió medios para esLcitar la risa, sin que esta recayese
sobre la santidad misma que se presentaba, ni se espusiesen al ludibrio las ooos
sagradas.
Moreto, dotado de mas fuerza cómica que Calderón, y mas rico en la descripcioi
de los caracteres ridiculos, conservó en los graciosos el aire de santidad aparente, y se
valió de él para describir los hipócritas y mojigatos, y para hacer ver el semblante que
toman las ideas relijiosas en aquellas almas, que no queriendo renunciar á sus vides,
se ven obligadas por su posición á adoptar las apariencias de la vida devota. En Espa*
ña no era posible entonces poner en el teatro á Tartufo^ y nadie ignora que fué necesa-
rio nada menos que la autoridad de Luis XIY para que se representase en Francia. la
comedia de Moliere en el teatro de Madrid habria sublevado todos los mojigatos, tan po*
derosos en aquella época, como lo son ahora los hipócritas de impiedad; pero no tnvo
inconveniente que se representasen bajo la figura, siempre vulgar y grosera del gradiH
so, las costumbres y ademanes de la hipocresía: asi como en aquella figura, que parecía
ser el hirco expiatorio de nuestro teatro, se ridiculizaba con frecuencia laembriagnei*
la gula, la cobardía y los demás vicios que proceden de bajeza de alma.
Es verdad que el cómico de Moreto y de sus imitadores en esta clase de comedias
llegó algunas veces hasta la profanación; pero todo se toleraba á favor de la gracia y
los chistes en un siglo que conservaba aun con vigor sus creencias. Solo cuai^o estas
se debilitaron, juzgó oportuno la autoridad quitar aquellos espectáculos escandaloiOB
de la presencia del público. La variación del espíritu de las gentes en esta parte balido
tan grande, que la comedia del Diablo predicador se representó muchas veces, y con
buen éxito, á petición de los interesados en que fuesen mas abundantes las limosnas,
y después se ha pedido, á pesar de estar prohibida por la autoridad, solo para tener el
gusto de ver y oir las profanaciones en que abunda.
Citemos algunos pasajes de Moreto que nos hagan conocer cómo describe aras bn-
fones cuando están barnizados de santidad. En la comediado la Vida de San Al^^ ind*
tando ol santo á su criado Pasquin á que sirva á Dios, replica Pasquín.
c¿V da bien do comer Dios?
Alejo. ¿Puede faltarle si es dueño
de todo lo que hay criado?
El dá á todos el sustento, r
las dulzuras, los regalos.
Píuquin. ¿Dulces? no diga mas de eso,
que el corazón me han torcido
esos dulces que dá el cielo. >
[175]
Empieza á tirar espada, capa, sombrero todo muy roto, como en sefial de renunciar
«1 mundo, y al tirar la calabaza, esclama:
cfuera, mentido veneno;
* porque ahora vas llena de a|^a. »
Llegan á una hermita, cuyas campanas se tocan por si mismas, anunciando la santi-
dad de ^ejo que llegaba, y Pasquín dice:
ffSefior, iqué presto pagáis
la hacienda que por vos dejo!
Iho. ¿Cuál es de vosotros dos?
ÁUjo. Yo, amigos, no lo merezco.
Poiquin. Aqui está, señores: yo
soy, aunque no lo parezco,
el santo por mis pecados.
¿Hay que comer allá dentro?
C/ho. Aunque no es mucho, si hay.
Püiquin. Pues déjenme á mi con ello:
que yo con mi bendición,
queriendo Dios, lo haré menos.
Uno, ¿Quién toca aquestas campanas?
Pasquín. Dos anjelitos traviesos:
no os dé cuidado; que yo
les haré que se estén quietos. *
No se le borra la idea de ser santo, se dá á si mismo el nombre de San Pasquín y
Pasquiniano. Le preguntan qué milagro ha hecho, y responde que no haberse muerto de
hamlnre^ y añade que no está en la letaniaj por no haber muerto aun. En un solilo-
quio dice:
c Santo me llaman, y pienso
que lo soy, aunque es espanto
subir de lacayo á santo:
mas debe de ser ascenso, i
En otra ocasión viendo luces en la humilde habitación de Alejo debajo de la esca*
lera esclama:
« ...mi virtud
es tabardillo del cielo:
vive Cristo, que soy santo
y no acabo de creerlo. •
Antes habia dicho que se iba á echar en oración para que tuviese buen éxito una
aerion infame, cual era el robo de la esposa de Alejo por un amante suyo: después dice
Se aunque es santo, se enmendará de serlo con el tiempo. Nosotros hemos llamado pro-
raciones á esta mezcla de las truhanadas con el lenguaje de la devoción, y á la ver-
dad no se les puede dar otro nombre á los pasajes citados, que sin embargo no son de
los mas fuertes que se encuentran en Moreto^ y por eso nos hemos atrevido á co-
piarlos.
En las comedias de Santa Rosa dd Perú, Nuestra Señora de la Aurora y otras seme«>
jantes, se hallarán innumerables pasajes del mismo género, one no citaremos, por<|ue
nos parece mas importante examinar una cuestión moral y literaria, que nos sujiere
este asunto, á saber:» ¿es capaz la hipocresía de prestarse al ridiculo teatral?»
Observemos que Tartufo habla cuando aparenta virtud, como un hombre verdade-
ramente virtuoso. En este es realidad lo que en el hipócrita es apariencia, la ridiculez
[176]
<ie la hipocresía coosiste, puesi ea la contradicción entre lo que es, y lo que el hipócrita
quiere aparentar. Pero ;no es fácil que el ridículo recaiga sobre las aparieocias, esdi-
cir, sobre el mismo lenguaje relijioso, moral ó patriótico? (porque nay hipócrilis i$
todas clases.) Y en ese caso ¿no seria una inmoralidad y una verdadera proboacumsi-
poner á la risa pública la esterioridad de la virtud^ que es lo único que vemos enks
hombres; pues el interior de su alma solo pertenece á la jurisdicción divina? Siesta
reflexión, que para nosotros tiene mucho valor, está comprobada por una triste esp^
ríencia, inferiremos que no era necesario que fuese hipócrita el presidente Heaáidt p^
ra prohibir se representase la comedia de Moliere.
Observemos ademas que la hipocresía es un vicio demasiado aborrecible paraqae
excite la risa en el teatro. Si nos rfeimos en la representación del Tarivfo, no es de eito
personaje; porque no nos reimos de aquel á quien detestamos; sino por la necedad de
Orgon, por la prueba tan ridicula como indecente á que se espuso, y por la nada d^
vocion de Madama Pernette, igual por lo menos á su irascibilidad.
Es menester en materias morales atenerse siempre á los resultados prácticos. H
pueblo que ve en la escena el personsge de un hipócrita, señala después como taks á
ios que vea en la sociedad tener el mismo lenguaje y continente. Los resultados de esta
disposición son harto funestos y conocidos, para que no concluyamos qued vicio ds
la hipocresía no es á propósito para ser descrito en el drama cómico.
No diremos otro tanto de la gazmoñería ó mojigatería; porque en esta las ezteriori*
dades mismas son necias y ridiculas. El hipócrita es un malvado que oculta los vicios
mas infames bajólas apariencias de virtud. El mojigato es un necio que cree espiar b^
das sus debilidades con ciertas apariencias muy propias para descubrirle á los ojospen*
picaces, y que solo pueden engañar á otros necios como el que las usa.
RUIZ DE ALARCON.
JImPRENDEIVIOS el examen y estudio de uno de nuestros mejores poetas dramáticsi
del siglo XVil» superior á todos en la corrección del estilo, é inferior á muy pocos ca
la orijinalidad de los pensamientos y en el artificio dramático. Muy cortas noticias hi^
gráficas tenemos acerca de D. Juan Ruiz de Alarcon y Mendoza. Solo sabemos qae faé
contemporáneo de M(»ntalban, que le cita en el Para iodos. Sus apellidos anuDciaa h
nobleza de su cuna, y mas aun, la urbanidad caballentsa y siempre sostenida de sa
lenguaje, y los sentimientos generosos que atribuyó á sus personajes. Es el que bus se
acercó á Calderón en estas dos calidade<i.
Las comedias que conocemos de él, son de varias especies. Entre ellas merecen d
primer lugar las de costumbres, y mas que todas, La tserdad uMtpechom^ que sirvió ds
tipo al gran Curneille para escribir su Meníeur; primer drama cómico del teatro fraar
ees que tuviese mérito, llay otras comedias de Alarcon que pertenecen al género trt-
jico, como La crueldad por el honor ^ El dueño de Uu etíreUas^ Lo que mucho oofe, nuiefet
cuesta: las hay en fin de capa y espada, y heroicas. Las dos partes del Tejedor ás Se/Mk
pueden colocarse en la clase de románticas ó novelescas.
En todas ollas se reconocen como las principales dotes de Alarcon el arte de iotan*
sar. que es el alma de la poesía dramática, y la gracia, facilidad y valentiade la esprs-
üion con lenguaje esmerado y correcto; esta última prenda es muy poco comna ca
nuestros escritores dramáticos, ya pervertidos por los vicios del gongorismo, de la sa-
tileza, y de los conceptos de su siglo, ó ya obligados por la precipitación á dfjar malK-
inadas sus obras. Podrán tal vez notarse algunos trozos demasiado poéticos: mas as
aquellos otros defectos. Tiene nobleza y sencillez, versificación pura y sostenida: adap-
ta el lenguaje al carácter del personaje; en fin, puede mirarse como uno de los padns
del idioma en una época en que va comenzaba á pervertirse.
I^ dirección de la fábula es (a misma que lade Calderón, á quien tomó por modaU
[1771
te; pero le excede en la descripción de los caracléres, muy poco variada en
le la escena. Alarcon los supo variar y contrastar, y tres de sus comedias, üi
whoia. Las pafedes oyeti^ y La prueba de las prvmeian^ pueden sufrir la compara-
1 de Tercncio, á quien se parece mucho nuestro autor en la elegancia do la
n las intenciones morales de la fábula.
»n le excedió en la fuerza poética y en el arte de anudar y desenlazar la ac-
en la tcrnuní; Tirso en la malignidad, Morete en la sal cómica; Rojas en lafi
trájicas. A todos los demás es superior en estas dotes; y A los coloi^os que
ados, en la corrección sostenida de la frase. El gusto de Alarcon estaba liías
b'icios, aunque su genio no fuese tan fecundo %iv bellezas*
nedias que hemos Icido de él, son todas orijinales, ya en cuanto á los ar^^u-
en cuanto á las situaciones, leyendo á Moreto, nos acordamos de Lope y
unque mejorados. Calderón se copió muchas veces á sí mismo. Alarcon no
lie, ni se repito. Sus situ<idones son siempre nuevas: lo que parecia impo>i«
i de las mil y ochocientas comedias de Lope de Vega. Sus recursos draiuñ-
bien graduados y on proporción con las situaciones. Su diálogo es vivo, iri-
lleno de gracias y de respuesta» inesiKTadas en las situaciones cómicas, v de
terribles en las t ni jiras.
lé un poda de tanto mérito, no solo como autor dramático, sino también
sta, ha sido tan olvidado de nuestros literatos, que apenas eran conocidas
f de nuestros adores que no las representaban? j<^osa eslraña! El mérito de
2 reconocido en toda Europa, que aplaudía el Enthusfero de Corneille: y en su
'ía era tan ij;norado, que un mal poeta del tiempo y de la escuela de Come-
dos malos actos una mala imitación de la pieza francesa, sin que el público,
íá el mismo zu reidor, supiesen á quién se le debia el pensamiento orijina).
lio de los frutos de la reacción de Montiano y de Moratin el padre. Este
y otros uHichos de nuestra gloria fueron condenados al olvido por la injusta
n de inieslro antiguo teatro; tan injusta por lo ménoF, como la quema abtio-
breria de 1). Quijote, beelia porel ama y la sobrina. Pero los partidos litera-
uio los políticos y los relijiosos oo atienden nunca á la gloria nacional. El
3s su niMca <*iiia.
> <*l te.itio e^pañol, abrumado con las producciones ridiculas del último ter-
o pasado, volvió á dar permiso para iepn*s«^niar algunas de nuestras cóme-
las* una sola se representó de Ruiz de Alarcon, y aun esa, no como suya, sino
ope de Ve<;a, á quien se atribuyó en ediciones falsílieadas. Seria muy difuil
razf^n iU* e>le oKidoen la misma época que resucitaba Tirso de Blolina des-
tea de dos siglos que desapareció de la escena: porque basta las preocupa-
tiempo oran favorables á Alarcon, el ma^ regular, el mas clásico, por decirlo
:is los autores cómicos que fueron contemporáneos suyos.
j.<^ entendido que en estos últimos años se le ha hecho la justicia que merece,
m repreMMiiadt» ctm aplauso sus dos mejores comedias de costumbres, La
*phoMt V Lts liarediui oi/fn. En Francia, donde ya era conocido su nombre, por
ad noide ile t'.onieille que siempre citó las fuentes de dondesacaba b»s argu-
sus dramas, so conocen también las comedias de nuestro poeta; y en una de
rabies colecciones literarias i|ucse publican eni*aris, hemos visto el análi-
nas de ellas. Nada falta ya á la gloria de esto ilustro escritor, tan inenui^ca-
Iras vivió por los envidiosos y los ladrones literarios, que imprimieron sus
otros nombres, según consta de las quejas del mismo Alarcon ea el prólogo
na que publicó.
»eta no es de qnellos que para conocerlos debidamente basta examinar una
US piezas* y presentar muestras de su estilo. Siendo como esorijinal^n todas
ciones, es preciso examinar las comedias de mérito que escribió, y bolo de*
ptuarse las que, ó por haber sido compuestas en su primera juventud ó en
ea que la inspiración dormía, carecen de los rasgos y silUiicíones dramáticas
s, que tanto abundan en sus piexas efcojidas* Estas pertenecen á diferentes
debemos mostrar la habilidad del escritor en cada uno do ellos. Empezaré-
por las de costumbres, que á pe^ar de cuanto digao los sectarios de la escue •
23
In <Io \ íctor 1Tng:o, sonln siempre las inns nprecindas de la porción instmida dd pdMi-
((>: porque son las que cumplen mas dirertanienle la condicioD impuesUi por Horacio i
los poelns (Irainálicos, de mezclar lo útil ron lo agradable. Lope de Vega eo m im
í^e hacer cnmedlii dice que las escribía i^l mismo ú despecbode Terencio* AlarcOD, aloal-
Icrar las formas dram.lliras, introducidas por el fundador de nuestro teatro, eatudié á
iiii¡l«'» porfiieiumenle al cómico latino; cuyo mérilo consiste no tanto on la dísposícioa di
lu fiíbuia, como cu la instrucción moral que resulta de ella.
RUIZ DE ALARCON.
Mja rerdadl so^echosa.
.\UTicrí-o I.
JLSTA pieza es eminentemente moral, \ su acción la mi^ma que la de la fábnladd
zagal que entrañaba los pastores gritando que venia el lobo. Kl resultado es H miiunn.
No se creyó al mentiroso cuando dijo la verdad, y se halló cojido en su mismo la». la
máxima que Esopo encerró en un pequeño apólogo la ampliticó Alarcon en nna ro-
inedia en tres jornadas. El embustero es castigado, no solo porque pierde sn cródilo, ni-
ño también la mujer que amaba, j la pierdo de resultas de sus mentiras. Es iuipoiible
ejercer mejor la justicia dramática.
Veamos cómo distribuye y conduce su acción niioslro poeta. P. Reltran, caballrrt
de la primera nobleza de Madrid, orgulloso por su cuna y sus ritpiezas, |M$ro licl wctf-
rio de lo<las las tradicciones generosas que pueden disculpar el orgullo aristocrático,
recibe á su hijo I). (jarcia que venia de Salamanca, donde liabia concluido sus estudioi
en compañía de im letrado que se le babia dado por ayo. y que recibe por premio ¿9
su trabajo una majislratura, alcanzada por el influjo del padre de su alumno. Eslepf^
gunta al ayo cucando se ven solos, si su hijo tiene alpun virio ó defecto: y ol ayo, por
mas que quiera atenuarlo, no puede dejar de decirle que entre la gente o«tudiaD¿M
alegre y de poco meollo, babia adquirido J). <jarciael hábito de
■
«no decir siempre verdad,»
noticia qt:edi'|:us(a en gran manera al piindonomso I), ftellran.
El informe d(l btten licenciado era por desgracia muy exacto. í). Garda sale á pa-
searse con Trir-tan, criado de confianza de su padre, y que íonocia bien la rórtc: fé i
hoña Jacinta que venia con snamiga Dona Lucrecia, se enamora de ello, llega á babtar-
la, y en la convervarion le dice qiu» es un caballero indiano, libre y raiiy rico; perorf
mismo queda engañado; porque por el informe quo Trislan tomó del lacajo qoelai
acompañaba, cree que el nombro de la que amaba, es Doña Lucrecia de Luua.
Encuentra después á dos amigos antiguos, que venian hablando do una cena y M-
sica dadas á una dama en el rio, y D. (¡arcia se dá por el héroo de aquella fiesta, do*
cribiendo en una pomposa relación la magnificencia del aparat'j y de la ilumÜMcioOi
el mérita de los manjares y la dulzura de las sinfonías. Pero esto nJ es mas que el pie*
ludio de su carácter.
D. Heltran, que trataba de casar su hijo con Doña Jacinta, teniéndola ya amadla
pasa con él, entrambos á caballo, por la calle de esta dama para que le copociese. Ja^
cinta le conoce en efecto; y aunque desde la primera vez que le vio, se agradó de él lo
b islante para balancear su antiguo cariño á D. Juan de Sosa, uno de los dos amigos do
l>. Garda, la disgustó ra:icho saber que había mentido en decir que era ¡Adiano y qM
aba un año había; pues de D. Deliran supo qiie acababa de llegar de Salaraaora.
npíeía el mentiroso á recibir el digno castigo con las sospechas que inspira
nía.
ilretanto D/ Bellran lleva á su hijo á un pasco solitarioi le afea su vicio de nien-
ue por Tristan sabia que continuaba, y conduje diciéndolecl nialrimonio con l>o-
;inta Pacheco. Engañado por el trueque del nombre, para escusarse con su padre,
]ue está casado en Salamanca, cuenta cómo la familia de su mujer supuesta lesor-
lió una noche, y le puso en la alternativa de morir ó satisfacer su honor. Tan bien
su peligro, y la furia de su suegro y cuñado, que el buen i). Ueltran le cro>ó:
jarcia quedó muy persuadido á que por lo menos en aquella ocasión el sabrr mrn-
habia sido útil para libertarse de un matrimonio á disgusto. U. Juan le desafia
ndole amante de Jacinta; porque estaba persuadido á que había sido á ella á quien
» la tiesta en el rio: D. (jarcia le miente diciendo que aquel obsequio se hizo á una
a casada; pero aunque mentiroso, es caballero y riñe con 1>. Juan. Lle^ra el olro
> y los pone en }>az con la noticia do las verdaderas festejadas, que para ir al rio
ieron del cochero y coche de Duna Jacinta y causaron lus celos de J). Juan. El
cesó; pero los dos amigos quedaron convencidos de que 1). (Jarcia los había eti-
lo cuando dijo que é\ babia hecho el convite. £n íin en una conversariuu que
con Jacinta en casa de Lnicrecia por la reja y de nuche, es cojido en las mentiras
a dicho, responde con la \erdad, no se le cree, y se admira de que no le crean
lo e^ \erdadero.
I la tercer jornada I). Beltran insta á su hijo que vara A Salamanca á traer su mu-
. <¡arcia respondo que seria inútil la jornada, p<ir(|ue su esposa eslá en < inla y
aperas departo. El viejo se alborota con la idea de ser abuelo; pero pone al em-
roen grande aprieto preguntándole el nombre de su suegro para escribirle; por-
B sehabia olvidado del que le dijo, aunque ío reiHirdó después. xVlíiu sale del pa-
ciendo que tenia dos nombres, uno propio, y otroqu»^ tomó al heredar un mavo-
que exijia el nombre de D, Dv'go en el poseedor. Úe^pues esUi»do solo con 'Iri^-
e pinta el desatio que tuvo coii l>. Juan de Sosa, y concluye con decir que le mató,
imo tiempo que llega D. Juan, adornado de un hábito de Calatrava con que el go-
j habia premiado sus servicios. L>. (jarcia dice á Tristan que le habian curado
nsalmo, y que él mismo habia visto semejantes curas, y aun sabia las paLbrasdel
ro que eran hebraicas.
6n J). Beltranse informa deque no existia en Salamanca la familia de su imaji-
cónsuegro y sabe que su hijf» le bn mentido en cuanto contó desde el amorío has-
lieto. Su indignación llega á Insumo; reprende «nsperísi mamen tea J). García. Es-
por disculpa su amor á Doña Lucrecia de Luna: mas el padre no lo cree basta que
m, engañado también en cuanto al nombre de la dama, confirma su dicho. Entón-
. Beltran pide la mano de Lucrecia para su hijo, se le concede, y García no se de-
ña de su error hasta que vea las dos amigas juntas y descubiertas á la luz del día.
stigo es que Jacinta da la mano a D.Juan, que solq aguardaba para pedirla á su
', mejorar de suerte.
ite castigo, ademas de merecido, es el resultado de su vicio de mentir; pues si
0 D. Beltran le habló la vez primera del casamiento contratado, le hubiese ma-
ído su pasión y no le hubíose engaitado con la conseja de Salamanca; aunque bu-
errado inculpablemente el nombre de la que amaba, habría tenido mas medios* de
le este error. El único defecto de esta comedia, cuya acción está perfectamente
ínada y desenvuelta, consiste en los recursos dramáticos, poco verosímiles y á ve-
intelijibles, de que se vale Alarcon para perpetuar Ja equivocación de D. (jarcia
1 del nombre de su amada. Pero nos parece imposible presentar en la escena un
ler mas bien descrito que el del embustero. Su propensión á mentir, la facilidad
lía con que lo hace, los incidentes y circunstancias con que adorna sus narraciones
Mas, los medios de evasión que tiene cuando ó la memoria le flaquea, ó le cojeu
la contradicción, forman el tipo ideal de un mentiroso, á quien no refrena ni el
loor, ni el respeto debido á la sociedad, ni la veneración con que debe acatar á
dre. El carácter de l>. Beltran, después del ¿e D. Garcin, es el mejor desempeña-
Ittáii bien descritos ef tan en él los senümienlos poodooorosos de un caballeru cas-
[1801
Irlliint»! ¡qné buen padre os! ¡cómo le lisonjea la eapcrafiaatleleDfr an nielo! 8a en-
(hilidad, aiiu después de los informes del ayo de su Lijo y de Trislao, ^\clüi la ría y
lásiiina á nn mismo tiempo, y hace resallar mas la habilidad para mentir de IK tsaiCN,
<;Heronsifriie entrañar tantas veres A quien tan prevenido instaba contra él. Pero m
rredulidad es otro rasffo profundo de costumbres. Ea muy díGcíl á quien no Mho adiar
;'i la verdad, persuadirse de que otro le miente.
Kl <'arácler de Doña Jacinta es poco amable y nada dramático. Ama á D. loan par
rostiinibre, y á Garcia por sorpresa. T^orazones tan vulgares no son para la comñlía,
iinirho mas si no se inln»ducen para rar^rarlos de ridículo. Creemos que la pieía fiMfi
mejor, si Alarcon hubiese descrito en f^ma Jacinta nna dama altiva, incapaz de Irana-
Jir ron el vicio ver$;ouzoso de la mentira, y que casti<rase á iKtiarcia negándote á red-
birle por esposo. Mejor seria eáta caídslrofe. E» verdad que la había pnHentado Calde-
rón (MI su comedia Ei hombre pobre todo es trazoi.
ARTÍCULO II.
m1í\. célebre Pedro Corneille presentó al teatro francés esta comedia castellana, con el
titulo del Aímíiroto. ivsta pieza íiié muy aplaudida en la representación, y losiilen-
tos franceses la aprecian como el primer drama cómico, diurno de esto nombre, qae
apareció en el teatro de Paris; asi llama A'oitaire á aquel ilustre poeta el fundador
de la trajedia francesa por el Cid, de la comedia por el Menteur, y de la ópera por
Ja iVr/Ktjf, que escribió en compañía de Moliere.
Iji comedia francesa co|úa todas las fábulas é invenciones de D. Garcia en la Cf
fiañola; pero (U)n nmcho discernimiento. Se conoce el tino dramático de Corneille ea
<]ne el embustero, en vez de finjirse indiano, cuando habla ásu amada* lieeíoo dciiie-
^nna ¡m{M)rtancia en París, se ünje o6cial, cuyo valor y hazañas habia citado latía*
ceta: lo i;ue era muy oportuno para ser bien visto de his damas en ol reinado belicaio
de Luis IV.
I. as mentiras de la cena y musical dada en el rio, de su casamiento, de su fiajida
espo!«;i en cinta, de la muerte de su rival, las salidas que da cuando se olvida del
nombre de su consnetrro, cuando su dnma le estrecha, cuando su criado vé vivo al
que creia muerto, y ei descrédito que sufre por ua \icÍ4> tan- indecoroso, están ea hi
comedia francesa enteramente copiadas de la española, ii^ualmente que las sales vfr^
cías; y aun (.kirneille añade de su cosecha u-ua que ha quedado en proverbio en rraa-
cia contra los fanfarrones. Cuando el criado ve vivo y cop salud al rival de su amo, dica:
«Les gens que vors tuez, se ]M>r(cnt assez bien.»
«Los homhres que vos matáis
;;ozau de buena salud.»
Dos son las dlf(>rencias (}ue notamos entre nna y otra composición: una, relativa al
carácter del padre del embustero: otra, á la catástrofe del drama: y en una y otra aoi
parece snperior Alarcon á Corneiiie.
El padre en la comedia francesa no es mas que un viejo de Tercncio ó do Plaola
que se deja en^^añar por su hijo: no es asi el D. Belíran de Alarcon: no es un carác-
ter vuig:ar: es un caballero que mira como un {rran infortunio el defecto de su here-
dero, defecto que conoce por los informes de su ayo y del criado Tristan: deCBCto
que reprende agriamente. Si a|»esarde sus ooliciüs y de sus cansnjoa, el hyo le cnga*
ña ¿quién no ve que este rasgo sirve para dar mejor á conocer el carácter del meotir
roso? So» parece, pues, que Corneille su^irimió con muy mal consejo las primerai
escenas de la pieza española, en las cuales se desplega el carácter del). BelU*ao. thú^
zá lo haría por observar mus estrictamente las leyes severas del teatro franceaque na
permitían mudar el lugar déla escena en un misum acto, ni introducir uo personáj*
co;uo el ayo, que no debía volverá parecer. Pei'o no faltaban recursos dnuuáticos a
[18IJ
Corneille para pnxlncir el mismo «fledd con oíros medioi, y ádemfts ¿qué son las leyes
cenvenciooales comparadas con la pérdida de uu carácter tan noMe j tan bien descri-
to romo el del padre de l>. (larcfa?
En la catástrofe de Alarcon no sale el embiislero de su equivocación acerca del
nombre de la que ama, sino en el momento en que la ve casar con D. Juan, y asirnís-
mo precisado á casar con Lucrecia. En la catástrofe deOomoille conoce su error an-
tea de la última escena: se baila pn>parado á sufrir las consecuencias sin gran pesa-
dumbre, porque Lurreeia le ba parecido miij bcruiosa; míente de nuevo finjióndole
que siempre ha sido el objeto de so amor; en vez de ser hamillado, qneda düs;i¡rada
J««€:inLa, porque siempre humilla auna mujer hallarse «Afrafiada cuando cree haber
hecho una conquista. Asi queda el drama sin efecto moral; y el vicio que se ha des-
crito tan bien no recibe mas castigo que el de haberse visto el vicioso espucsto á ai-
Iconos peligros. La ley de la espiaciotí está violad^i.
Es verdad que el desenlace de Corneille es mas natural; pues .\1arcon, para per-
petuar el error de I). (jarcia recurre á medios que casi no se entienden, defecto prin-
cipal de la comedia española. Mas no es este el motivo que tuvo Corneille para va-
riar la catástrofe, lié aqui lo que dice ea el examen de su obra sobre esta materia:
i El autor español hace que el mentiroso se c<|uivoqoc en castigo desús embustes y
le obliga á dar la mano á Lucrecia á 4|uicn no ama: como siempre yerra su nom-
bre y cree que es el de Jacinta, presenta á esta la mana cuando se le concede por es"
|iosa la otra; y dice con vehemencia al advertirle su error, que si se ha engañado en
cuanto al nombre no en cuanto á la persona. Entonces el padre de Lucrecia le ame-
naza con la muerte si no casa con su hija después de haberla pedido; y su mismo pa-
dre repite la amenaza. \ mi me ha parecido algo dura esta manera de concluir la
pieza, y he creído (|ue un casamiento menos forzado seria mas del gusto de nuestro
auditorio. Por esto le he atribuido en el quinto acto cierta inclinación á Lucrecia,
para que cuando cono/cala equivocación délos nombres, haga de la necesidad virtud
con menos violencia.»
EsLis razones no nos convencen. El embustero merece sor humillado, y no lo es
en el (inal de (Corneille: falta, pues, la conseituenciu natural é indeclinable del vicio,
en la cual consiste la justicia dramática. El castigo de I). (larcía no es casar «xin Lu-
crecia, hermosa, rica y que le ama; sino perder a Jacinta á quien él se inclinaba, y
este castigo lo reduce casi á nada la combinación de (x^roeille. En la de Alarcon se ve?-
ritica con toda la severidad correspondiente á lo mucho que se ha afeado en toda la
pieza el \icio de la mentira.
t^rneille puedt*! tener razón en recurrir al sentimiento del auditorio francés; por-
que la galantería de esta nación era muy diferente de la nuestra en aquel siglo. Ob-
sérvese que ninguna de las mentiras que atribujen uno y otro a::tor al protagonis-
ta, son de aquellas que hacen infame y detestable al que las dice. Casi todas son in-
ventadas Á favor délos intereses del amor, y esto merecía tanta induljencia en Fran-
cia, que casi podian pasar entonces por ardides y aun por gracias. Después se ha vis-
to que acciones mucho mas negras no kan deshonrado á los que las han cometido, y
en el siglo WIII el nombre de roué (como quien dijera ahoroido) que se daba á los
que engañaban ó se portaban mal con las mujeres, lejos de ser un titulo de ignomi-
nia lo era casi de gloria, porque uiponia el mérito necesario para hacerse amable al
bello se\o. A tal punto llegó la degradación de las costumbres. Pero la gravedad es-
pañola miró siempre con odio y desprecio, y nos lisonjeamos de que aun dura este
justo scutimiento, el hábito de mentir atm en las guerras amorosaiu
Esto quiere decir que cada uno de estos insignes poetas gradué la expiación dra-
mática sc*{:un las id<*as y sentimientos de su nación, y según la importancia que en
una y otra sl» daba á las culpas del uieiUin^Mo. Alavcon ha sido fiel intérprete de las
máximas (jue profesaban los caballeros de su tieiu|H». No tenemos tantos datos para
jaz^ar si t^rneiile se ha acomodado cim igual fidelidad á las de los ceitesanos do
Luis XIV. Solo diremos <{ueeutóuces el amor co Espaáa era un culto, en Francia una
l^alanteria.
.No concluiremos este articulo sin citar el dictamen de Corneille, Juez tan decisi-
vo en nuilerias dramáticas, sobre la comedia de Kuiz de .Vlarcou. cEl argumento de
[182]
osta pieza me parece lan injenioso y tan bien manejado, que aegan he dicho na-
chas veces y ahora lo repilo, daría dos do mis mejores composicionet , porque Amw
invención mia. Se ha atribuido al famoso Lope de Vega; pero hace poco que lle|6á
mis manos un tomo de D. Juan de Alarcon, en el cual la redama este autor * j te
queja de los impresores que la han dado á luz bajo otro nombre.... Sea de qoiea
fuere, es injeniosisima, y nada he leido en os|>añol que me haya gustado mas.!
Corneille puso en la escena francesa la segunda parle del Meniiroto , que no
gustó , sacada de olra comedia española que asegura ser de Lope de Vega. Codio
este no pudo darle el mismo título que Corneille, hemos procurado averiguar cuál
por el argumento; pero hasta ahora han sido inútiles nuestras indagacionea.
ARTÍCULO III.
1 KESENTEMOS algunos pasajes de esta comedia, por los cuales se justificará cuán-
to hemos dicho acerca de la elocución de Alarcon.
Viendo el ayo de Don Garcia lo mal que había sentado á su padre el informe que
le dio de su vicio, trata do suavizarlo diciendo:
cEn Salamanca, señor,
son mozos, gastan humor,
sigue cada cual sn gusto.
Hacen donaire del %icio,
gala de la travesura,
grandeza de la locura;
hace en fin la edad su oGcio.
Mas en la corte mejor
su enmienda esperar podemos,
donde tan validas vemos
las escuelas del honor»
Bfltran . Casi me miu»ve á reir
ver cuan ignorante está
de la corte: ¿luego acá
no hay quien le ensene á mentir?
En la corte, aunque haya sido
un cstremo Dontiarcía,
hay quien le dé cada dia
mil meoliras de partido.»
Obsérvese el rosentimíenlo con que habla el padre contra el ayo, aunque solo le
díó el informe á instancia suya: resentimiento injusto, pero natural en un viejo ape-
sadumbrado. Obsérvese también el tratamiento impersonal, sin llamarle ni de tk ni
de vo$. Asi trataban entonces las personas de distinción á lo*» que dependían de ellos,
sin estar precisamente empleados en su servicio pi>rsonal.
El mismo desabrimiento conserva II. Beltran en toda la escena. Diciéndole el ayo
que no puede detenerse en la corte, porque le espera el empico de raajislratura que
le han dado, replica el viejo:
cYa entiendo: volar quisiera
porque va á mandar: á Dios
Letrado. («uardeos Dios: dolor estraño
le di6 al buen viejo la nueva.
Al fm el mas sabio lleva
agriamente un desengaño.»
[1«8]
En el primer diálogo que tienen D. Garcia y Trislan, describe este muy bien las
érencias de mujeres poco iionestas que había en Madrid, comparándolas con las d¡-
rsaa clases de astros. Bs un trozo bien escrito y versificado, aunque algo picaresco
£!._. concluye esta injeniosa astrolojia» diciendo:
cY asi, sin fiar en ellas,
lleva un presupuesto solo ,
y es que el dinero es el polo
de todas estas estrellas.»
ciendo D. Garcia á Jacinta ijue es indiano, y muy rico, replica:
Jacinta» ¿Y sois tan guardoso
como la fama los liare? .
Garcia, Al que mas avaro nace
Hace el amor dadivoso. »
La descripción de la cena y mtUica está bccba en un tono poco diferente del épi-
: es un pasaje de poesía descriptiva, en que el autor se permite hipérboles atrevi-
s. que allí están bien colocados para mostrar la audacia y la facilidad en mentir,
ira manifestar el estilo de esta relaciooi citaremos los siguientes versos:
< Apenas el pie que adoro
hizo esfiieraldas la yerba,
hizo cristal la corriente ,
las arenas hizo perlas:
cuando en copia disparados
cohetes, bombas y ruedas,
toda la rejion del fuego
bajó en un punto á la tierra.
cinta intentando satisfacer á D. Juan celoso, dice:
Juan. t¿Tú eres cuerdo?
¿Cómo cuerdo ,
amante y desesperado?
Jacinta, VueWe, escucha, que si vale
la verdad, presto verás
cuan mal informado estás..
Jvan. Yoime que tu tio sale.
Jaeinia. No sale: escucha que fio
satisGaicerte.
Jvian. Es en vano,
si aqui no roe das la mano.
Jadñta ¿La mano? Sale mitio. »
VMm vivacidad y gracia en el diálogo es muy freenenln en Alarcon.
lié ñqyÁ los consejos de 1). Beltran á su hyo« q«e le avisó que iba á k» trucos á
«erlÍMe oa rato:
I No aprutebo qtie tM arrojéis,
siemlo venidt» dt) ayer
á daros á conocer
á mil quv no conocéis:
sitio f!% que dos condtcioner
guardéis con mucho cnidado.
y son« ijue Juguéis contado,
y bableía contadas razones.
[18*]
Paesto qrae mi fNirecer
eft eale, baced vuestro gutto.»
Cuando después sabe por Tristan que
en término de un hora
e€hócnKC0ó<sew mentiras.»
So queja asi:
c¡Santo DiofI
pues eslo permilia vos,
esto debe de importar.
¿A uo hijo soW, ¿ mi consuelo
que en la tierra le quedó
á mi vrjei triste » díé
tnn gran contrapeso el cielo?
Ahora bien, siempre tuvieron
los padres disgustos tales:
siempre vieron muchos males
los que mucha edad vivieron.
Vm la repreasio» qHe da á su hijo hay muy excelentes versos:
¿Posible es que tenga un noble
tan humildes pensamientos,
que viva sujeto al virio,
mas sin gusto y sin provecho?
£1 deleite natural
tiene á los lascivos presos:
obliga á los codiciosos
el poder que da el dinero:
el gusto de los manjares
al glotón: el pasatiempo
y el cebo de la ganancia
á los que cursan el juego:
su venganza al homicida,
al roliador su remedio:
la fama y la presunción
al que es por la es|>ada inquieto:
mas de mentir ;qué se soca
sino infamia y menosprecio?»
Tri«ian echa en cara á García que le lia>a mentido la uiuerte de D. JuaQ» y él
n*¡íii<;i:
cSin duda que le ban curado
por ensalmo.
Ttitiatt. Cuchillada
que rompió los mismos sesos,
/en tan breve tiempo sana?
(Jafña. ¿Ea mucho? ensalmo sé yo
con que un hombre en Salamanca,
á quien corlaron á cercen
un brazo con media espalda,
volviéndosele Á pegar,
en monos de una semana,
quedó tan sano y tan bueno
como primero.
TrhMn. Ya escampa.
(¿arcvj. F^lo no me lo coutaruu.
lo Ti JO mbmo.
Triiian. ^ Ego básU.
Careta De la verdad por la vida
no quitaré una palabra.
JHtían, ^ué ninguno se conozca!
Señor, mis servicios paga
cpn enseñarme ese ensalmo.
GareiOn Está en dicciones hebraicas,
j si no sabes la lengua,
00 has de poder pronunciarlas.
Trinan ¿Y tú sábesla?
Garcin. ¡Qué bueno!
mejor ^ue la castellana:
hablo diez lenguas.
Triiian. Y todas
para mentir no te bastan,
RUIZ DE AlARCON,
JLms paredes oyen.
ARTICULO I.
UoÑA Ana de Contreras, viuda noble, rica y hermosa, es amada de dos caballeros,
que si bien iguales en sangre, son muy diferentes en las dotes de naturaleza, fortuna y
moralidad. D. Mcndo es galán, hacendado y correspondido de Doña Ana, pero murmu-
rador y maldiciente: D. Juan, desairado en el rostro y talle, pobre de bienes, y desde-
ñado de la que ama, es sin embargo un modelo do sentimientos generosos, de verdadero
amor, de cortesia y afabilidad.
D. Mendo, antes de enamorar á Doña Ana, habia querido á Lucrecia, y aun le con-
servaba algún cariño. Hablaba mal de ella en su ausencia; -pero le escribía papeles en
2ue no trataba muy bien á su actual querida. Se vé, pues, que no era un galán de Gal-
erón, ni podia serlo. Un hombre maldiciente no puede eslimar d nadie; y el amor sin
estimación, ha de carecer de delicadeza y de constancia.
Doña Ana que estaba muy prendada de él, le oye desde su reja una noche de San
iuan, decir al duque de Urbino, mil defectos ^de ella, impugnando á D. Juan que ensal-
zaba con el entusiasmo del amor, sus prendas y virtudes. También cae en sus manos
una de las cartas que D. Mendo escribia á Lucrecia. Su indignación llega á lo sumo y
le despide. D. Mendo quiere robarla de un coche en que pasaba de Alcalá ¿ Madrid, y
es herido por el duque, enamorado también de Doña Ana, y por D. Juan, que disfra-
zados de cocheros la iban sirviendo en aquel viaje.
La maledicencia > este último atentado del galán querido, y la excelente conducta
Líos nobles sentimientos de D. Juan, que se consuela de la pérdida de su amada, con
idea de que seria esposa del duque, producen en el corazón de la dama, aborreci-
miento declarado á D. Mendo, y amor verdadero á Ü. Juan, con el cual se casa al fin.
D. Mendo aspira como en despique á la mano de Lucrecia; mas esta la dá á un conde,
primo y amigo del maldiciente, que le vende porque ama á Lucrecia; y que justifica
con su conducta la imposibilidad de que encuentre quien le amo verdaderamente un
hombre mal hablado.
Este es el argumento del drama. Se vé, pues, que hay en él una intención moral. El
castigo de la maledicencia es mucho mayor que el de la costumbre de mentir en la Fr. «
24
[186]
dad sospechosa^ porque también lo es. el delito. Cl mentiroso en efecto, cuando sos inen-
tiras no hacen daño á otro, es ridiculo: el maldiciente excita el odio y la esecracion.
En toda la comedia se procura hacer aborrecible este vicio; j í). Mendo recibe por pena
el desprecio de sus amadas, una herida y las amenazas que se le hacen eo la catástrofe,
si no corrijo su perversa inclinación.
En este drama hay una de aquellas situaciones difíciles que suelen ser el examen
de los poetas cómicos. Doña Ana pasa desde ser amante de 1). Mendo, despreciando á
D. Juan, á amar á este y aborrecer al que quería y con el cual iba á casarse. Estas mu-
taciones son cl escollo mas funesto de los poetas noveles: porque es menester hacer*
las sin alterar el carácter del personaje, justificar ademas la alteración, y veríGcarli
por grados. En semejantes ocasiones es mas necesaria que nunca la regla de propor-
cionar los medios á los fines; porque la mudanza parecerá absurda y gratuita, si no
se atribuye á motivos muy poderosos. Alarcon ha tenido cuidado de esponerlos con
mucha habilidad.
1.° Doña Ana es viuda y rccojida: ignoraba el defecto de D. Mendo; enamoróse de
^\ por su buen talle, gala y discreción, asi como la enfadaba I). Juan por su maU
cara y vestido. La suya era de estas pasiones tranquilas, que sin ser delirantes, bastan
á hacer feliz un matrimonio entre personas virtuosas y de razón. Pero toda su ilusión
debió desaparecer cuando le oyó ofenderla en su hermosura, en su edad» que son las
cosas que mas sienjLen las mujeres, y por añadidura en su entendimiento.
2." Añádese á esto el aprecio que vá cobrando á D Juan por la nobleza con que
siendo desdeñado, vuelve por ella: la carta de 1). Mendo á Lucrecia, que revela á Uoiia
Ana toda la perversidad de su amante; y en fin, las continuas advertencias y sujestio-
nes de su criada y confidcnta Celia, favorable á I). Juan por lo bien que estela trataba,
> enrabiada contra I). Mendo desde que una noche la llamó vieja: ofensa tanto mas sen-
sible, cuanto debia ya de ser algo entrada en años, según la libertad con que habla á
su señora.
^.^ Últimamente el lance del coche acabó de mostrar lo que podia esperar de sn
amante: y viendo al mismo tiempo el amor generoso de 1). Juan que se sacrificaba por
v\ bien de ella, rindió su corazón, no á exteríoridades que suelen ser engañosas, sino á
Ins prendas del alma y á la noble pasión de aquel caballeío. Todo esto cabe muy bien
en cl carácter virtuoso v delicado de la dama.
En cuanto á los de l>. Mendo y D. Juan, están perfectamente dibujados, lié aqai
cómo habla el maldiciente de las damas que habia querido antes que á Dona Ana.
Conde»
cA mi señora Lucrecia
dad, Ortiz, ese papel.
Ortiz.
Guárdeos Dios.
Maído.
Cosa cruel.
conde, es una mujer necia.
Conde.
¿Cómo/
Mendo*
Con celos y amor
sale Lucrecia de sí.
Conde.
¿Con causa, D. Mondo?
Mendo,
Sí:
mas tanto el yerro es mayor.
Conde,
¿Qué hay de Teodora?
Mendo.
Quería
que yo fuese su mando,
como si hubiesen nacido
mis abuelos en Turquía.»
Paseándose la noche de San Juan con el duque y el amante desfavorecido, dá libre
curso á su lengua satírica.
Mendo. i Esta es la calle Mayor.
Jvan.
Siendo.
Juan,
Meñdo,
Juan.
Mendo.
Duque,
Juan.
Mendo»
Duque.
Juan.
Mendo.
Duque.
Juan.
Mendo.
Juan.
Mendo.
Juan.
Mendo.
[187]
Las Indias de nuestro polo. •
Si hay Indias de empobrecer
yo también Indias la nombro.
Es gran tercera de gustos.
Y gran corsaria de tontos»
Aquí compran las mujeres.
Y nos venden á nosotros.
¿Quién habjta en estas casas?
1). Lope de Lara, un moio
muy rico, pero mas noble.
Y menos noble que tonto.
Tened, que bailan allí»
San Juan es fiesta de todos.
Yo aseguro que van estos
roas alegres que devotos.
¿Quién vive aquí?
Una viuda
muy honrada y de buen rostro.
Casta es la que no es rogada;
alegres tiene los ojos.
Esta imájen puso aquí
un estranjero devoto.
Y entre aquestas devociones
no le sabe mal un logro.
Un rejidor de esta villa
hizo este hospital famoso.
Y también hizo los pobres. >
Cuando llegan los tres paseantes á casa do Doña Ana, celebrando D. Juan la hermo-
sura de esta dama, dice D. Mendo, temiendo que aquel elojio inspirase al duque deseos
de verla:
Duque.
Mendo.
Ana.
Mendo.
Duque d Mendo.
Mendo al Duque.
c Ciego sois ó yo soy ciego, >
ó la viuda no es tan bella.
Ella tiene el cerca feo,
si el lejos os ba agradado,
que yo estoy desensañado
por(|ue en su casa la veo.
¿Visitáisla?
Por pariente
alguna vez la visito:
que si no, fuera delito
según es de impertinente.
¡Ah traidor!
Si el labio mueve
su mediano entendimiento, .
helado queda su aliento
entre palabras de nieve.
Pues la edad no sufre engaños
aunque la tez resplandece.
Mil botes son el jordan
con que se remoza y lava:
¿Pues cómo D. Juan la alaba?
Para entre los dos, D. Juan
es un bien hombre, y si digo
•
[1881
que tiene poco de sabio,^
puedo sio hacerle agravio. »
^lientras están paseándose, suenan cerca de allí cuchilladas; mas el duqoe exortí
á sus amigos á seguir á unas damas que te han gustado, y Mendo dice á O. Juan mote-
jando al duque:
% ees mas devoto
de mujeres que de espadas.»
No puede describirse mejor el carácter del mal hablado. Pero este eapfritii de sátira
y murmuración se desenvuelve mas en los dos actos siguientes, y se maDÍfiesta toda b
vileza y ruindad de un alma, poseída del vicio de la maledicencia.
ARTÍCULO II.
JuA bajeza del alma de D. Mendo ¿e conoce no tanto en los rasgos de maledioeocia que
notamos en nuestro artículo anterior, come en los ruines pensamientos que leBujiered
mal éxito de sus empresas amorosas. Cuando conoce que Doúa Ana sabe que habló mal
de ella, cree que D. Juan la llevó el chisme, y dice:
cYo colijo que D. Juan
de Mendoza, mal mirado,
la contienda te ha contado
de la noche de S. Juan:
que conozco esas razones
que el necio dijo de ti,
poraue yo le defendí
tus uivioas perfecciones*
Mas ya que estás de esa suerte
de mf, señora, ofendida,
porque le dejé la vida
á quien se atrevió á ofenderte,
no me culpes: que el estar
el duque Ürbino presente
pudo de mi furia ardiente
el ímpetu refrenar.»
Aquí es D. Mendo no solo maldiciente, sino mentiroso también. Prosigue asi:
cSi por eso me privabas
de ver ese cielo hermoso,
vuelve: que presto por mi
cortada verás la lengua
Íue en tus gracias puso mengua*
ues guárdate tú de ti.
Mendo. ¿Yo de mi? ¿Luego yo he sido
quien te ofendió?
Ana. Claro está:
¿quién sino tú?
Mtndo. ¿Cuánto vá
que ese falso fementido,
lisonjero universal
con capa de bien haoiadoy
im]
por «dolarte ha ecmtado
qae éH dyo bien y yo mal?
Ana. Para mtn fot doi^ ])• Juan
e$ un Imeñ hombre^ y n digo
que tieM podo de tabio,
puedo tin hacerle agravio,
Vuetiro deudo e$ y mi amigo:
$na$ etto no et murmurar.
Mendo. Eso dije á solas, yo
al duque ^ue se admiró
de verle vituperar.
lo que yo tanto alabé.
Ana. DUo al revés.
Mendo. Según esto
quien contigo mal me ha puesto
el duque sin duda fué.
¿Aun no ha llegado á la corte
y ya en enredos se emplea?»
Esta escena es de grande efecto. El espectador, ya interesado á favor de D. Juan, y
contrario á D. Mendo, se complace en ver que el maldiciente, incapaz de adivinar cómo
aupo Doña Ana aquella conversación, hace peor su causa, á cada palabra que dice: y
mucho mas, cuando le escuchaban retirados el duque y D. Juan disfrazados de cocheros.
Mendo después de ser herido por los cocheros -supuestos, habla del lance al conde
au primo, y le dice:
«Yo tengo una sospecha;
que siempre estas viudas mozas,
hipócritas y santeras
tienen galanes humildes
Íara que nadie lo entienda^,
al valor en un cochero
los celos no mas lo enjendran,
que nunca asi por leales
los hombres bajos se arriesgan.
Esto se viene rodado,
que sino, no lo dijera:
que ya sabéis que no suelo
meterme en vidas i^jenas.
Coñie {aparte,) Aai tengas la salud. >
No disgustará á nuestros lectores ver el contraste con este carácter, á la par odioso
y ridiculo, del de 1). Juan, modelo de amantes y de caballeros. Declara su amor á Doña
Ami con toda la ternura y la desconfianza propias de su situación, y después de haber
coaclttido> dice Doña Ana :
cPueS) aefeor D. Juan, á Dios.
Jtian% Tened; ¿no me respondéis?
¿De esa suerte me df*jaís?
Ana. ¿No habéis dicho que me amáis?
Juan> Yo lo he dicho, y vos lo veis.
Ana. ¿No dects que vuestro intento
no es pedirme q«e yo es quiera
poroue atrevimienlo fueraf
Juan. Asi lo he dicho, y io síeola^
*' Ana, ¿No decís q«e no tenéis
esperann de ablanianncl?
[190J
Juan. Ya lo be dicho,
iliui. ^ Y qae igualarme
en méritos no podéis
¿vuestra lengua no afirmó?
Juan. Yo lo he dicho de este modo.
Ana. Pues si vos lo decíj todo,
¿qué quereb que os diga yo?>
Esta manera picante de despedir á un desdeñado, exaspera á D. Juan, y esclama:
c¡Oh, venga la muerte, acabe
con Vida tan desdichada;
que solo puede su espada
remediar pena tan grave!
¿Qué delito cometí
en quererte, ingrata fiera?
Quiera Dios.... pero no quiera,
que te quiero mas que á mi. »
Cuando el duque, viendo á Doña Ana, se enamoró de ella, le dice á D* Juan mi criado:
cEl duque es muy poderoso.
He várala.
Juan. Por lo menos,
si vence, alivio será
que por un duque la pierdo;
y si no consolaráme
ver que lo que yo no puedo,
tampoco ha podido uñ duque.
Cuando ha triunfado en fin de sus dos rivales, pide con entereza celos á Doña Ana
de haber ^isto en sus manos un papel de D. Mendo.
Doña Ana, ¿qué te ha obligado
á pretenderme engañar?
¿qué te puedo yo importar
no querido y engañado?
Mejor modo de obligar
fuera no haberlo leído;
que quien escucha ofendido,
cerca está de perdonar.
¿Ajeno papel recibes
cuando mia te has nombrado?
ó poco me has estimado,
ó livianamente vives.
De donde he ya conocido
2ue vivir me está mas bien
esdichado en tu desden
que en tu favor ofendido.
No citamos ejemplos de elocución, porque los ya presentados á otro propósito baf«
tan para manifestar la corrección y pureza de lenguaje de este poeta exceleote.
(191)
RlUZ DE ALARCON
JEi eüDÓtnen de mmrMoa»
ARTÍCULO I.
Al
UNQrE las comedías Lauparedesoyeny Laverdad go$pechosa pertenecen, y quizá dema-
hiaóo á la clase de las de intriga, es tan patente en una y otra la intención moral del poeta,
que se ha debido separarlas de las demás de este autor, cuyo mérito principal consiste
€Mi la complicación y feliz desenlace de la fábula. Tales son El semejante dsi mismo. Quién
tntjnna mas d quién ^ Los empeños de un engaño^ etc. Oeesta clase solo clej iremos para ana-
lizarla el Examen de maridos ó Antes que te cases mira lo que haces; que es la única de este
(género, representada en nuestros dias; es también una de las que Alarcon reclamó co-
uio suyas, habiéndose atribuido á Lope en ediciones furtivas.
Una huérfana, jó\cn, noble, hermosa y rica, habiendo recibido de su padre mori-
bundo el consejo tan proverbial como mal seguido. Antes que te cases mira lo que haces^
obliga á todos los aspirantes á su mano á hacer información de sus méritos y á sufrir
que se examinen en juicio contradictorio sus buenas y malas cualidades. Doña Inés
ama al marques Fadriquc; y el enlace de la pieza consiste en que su pasión es con-
trariada por el evámen; porque otra mujer que también le amaba y está interesada en
desconceptuarle con Inés, le da informes aunque falsos, verosímiles, de defectos ocul-
tos y no tolerables. Vacila, pues, entre el amor y la razón la aílijida dama. Una casuali-
dad presenta el remedio á este inconveniente y prepara el desenlace de la comedia.
Ochavo, crisrdo del marques, se esconde en casa de Doña Inés en una chimenea,
engañado por una criada, y óyela conversación de la dama con su mayordomo, y los
su|>uesto$ defectos de su amo, á quien declara cuando lo encuentra, todo lo que ha
oiiJo. El conde I). Carlos, amigo y competidor del marques, que continúa en la oposi-
ción por solo lucir su gala é injenio, porque estaba ya tratado de casar con otra dama,
desengaña á Doña Inés, y cede el premio que habia ganado á su amigo.
Los caracteres son excelentes, llenos dé nobleza y de generosidad, escepto el de Do-
ña Blanca, cuyas imposturas contra D. Fadrique no tienen mas disculpa que el amor.
l^ elocucicm es tan pura y correcta como en las demás comedias de Alarcon, y los diá-
logos están llenos de gracia y vivacidad. El interés de la acción es siempre sostenido
y crece succesivamenle hasta el fin.
El marques D. Fadrique se despide del amor de Doña Blanca de esta manera ur-
liana y picante:
c Cuando empezó mi deseo
á mostrar que en ti vivía,
ni aun la esperanza tenja
del estado que hoy poseo. ^
Entonces tú, como á pobre,
te mostraste siempre dura,
que el oro de tu hermosura
no se dignaba del cobre.
Heredé por suerte; y luego,
ó fuese ambición ó amor,
mostraste á mi ciego ardor
correspondencias de fuego:
mas la herencia que la gloria
[192]
me dio de tu yenci mientOt
fué también impedí mentó
para gozar la victoria;
pues estoy, Blanca, obligado
á dar la mano á mujer
de mi linaje» 6 perder
la posesión del estado.
Esta ocasión me desvía
de ti; pues según argujo,
ni rico puedo ser tuyo,
m pobre cjuieres ser mia.
Perdida, pues» tu esperanza^
si otra doy en celebrar,
es divertirme, no amar;
es remedio, no mudanza.
Así que A no poder mas
mudo intento: si pudieres
baz lo mismo, que si quiérete,
mujer eresik J podrás. >
La escena mejor escrita de todas es la de Doña tnes con su mayordomo Bellnm, q«e
le informa de las calidades de sus pretendientes^
fieltran.
Inés*
Beliran.
Ine$.
Beltran,
Jues,
Jues {leyendo )
Bvifran.
Inés.
D. Juan de Vivero,
mozo galán, gentil hombre,
galiciano caballero:
es modesto de costumbres,
aunque dicen aue fué un tiempo
A jugar tan inclinado«
que perdió basta los arreos
de su casa y su persona;
pero ya vive muy quieto.
fcl que jugó, jugará.
Borradle.
.••t •*«'•...••.......•
Este es D. Juan
de Guzman, noble mancebo.
¿No es este el que ayer traía
una banda verde al cuello?
Ese mismo.
Pues yo dudo
que escape de loco ó necio,
que preciarse de dichoso
nunca ha sido acción de cuerdo.
En tanto que el máximo planeta en su gira
veloz ilustre el orbe, y sus piramidales
rayos iluminen mis vitreos ojos...
¡Oh qué Gno mentecato!
¡Y (|ué puro majadero!
¿quieres oír su consulta?
No Beltran, borradle presto.
y al márjen poner asi:
esie se borra por neciOy
no se consulte otra tez^
porque es falta sin remedia.
Bellran,
1). GuUlen
Inés.
Beliran.
Ine$.
Bdtran.
Ina.
Beitran,
Inés.
Beltran.
Inés.
BeUran.
Inesi
Beltran,
Inés.
BeiUran.
Inés,
BeiUran.
Inés.
BeUran.
Inés.
BeUran.
Inés.
BéUran,
Ihes.
BeUran.
Inés.
[193]
de Aragón se ñgue laego,
de buen tatte y gentil brio:
sobre na condado trae pleito.
¿Pleito tiene el desdichado?
Y dicen que con derecho;
Sie sus letrados lo afirman*
los ¿cuándo dicen menos?
¡Gran ppeta!
Buena prenda,
cuando no se toma el serlo
por oficio.
Consulta
del conde D. Juan.
Ya entiendo.
Es andaluz, y su estado
es muy rico y sin empeño,
y crece mas cada dia
que trata y contrata.
. Eso
en un caballero es fidta:
que ha de ser el caballero
ni pródigo de perdido,
ni de guardoso atariento.
Dicen que es dado á mineros.
Condición que muda el tiempo:
casará y amansará
al yugo del casamiento.
No es puntual.
Esseilor.
Mal pagador.
Caballero.
Avalentado.
Andalui.
Es yiudo.
Borradle presto:
que quien dos yeces se casa,
ó sabe enviudar ó es necio.
Solo el marques D* Fadrique
resta ya; sus prendas leo.
Decidme ¿qué^informaeion
hallasteis de los defectos
ue aquella mujer me d^o?
ue son todos verdaderos.
¿Qué? ¿son ciertos?
Ciertos son.
Pues borradle: mas teneos,
no le borréis, que es en vano,
entretanto que no puedo,
como su nombre en él libro,
borrar su amor en mi pecho.t
s
liemioM rasgo de pasión j de carácter/
25
[1941
ARTÍCULO n.
ijOMO el asunto de este drain<i es una competencia entre rivales, proporcionó nataraU
mente á su autor desplegar las ideas y sentimientos caballerosos de su siglo. En ellos
se distinguían sobre todos 1). Fadrique j D. Carlos.
Estos caballeros eran amigos; pero D. Fernando de Herrera, padre de Doña Blanca,
pide á Carlos que se interese con Ü. Fadrique para que deje el obsequio de su hija que
daba escándalo, j concluye diciendo:
«pues lo ha de hacer el acero,
si vos. Conde, no lo hacéis.»
£1 conde D. Carlos le responde:
ccl intentarlo os prometo,
pero el conseguirlo no:
mas esto solo fiad,
pues de mi os queréis valer:
que el marques ha de perder
ó su amor ó mi amistad. »
En cumplimiento de su promesa habla á D. Fadrique sobre esta materia, y eonclaye así:
cUna de tres cscojed,
ó no amar á Blanca, ó darle
la mano, ó dejar de ser
mi amigo por ser su amante.
Primero que me resuelva
on un negocio tan grave,
los celos de mi amistad,
que al encuentro. Conde, salen,
me obligan á que averigüe
mis quejas y sus verdades.
¿Cómo si de ajena boca
supisteis que soy amante
de Blanca, no tenéis celos
de que de vos lo ocultase?
Porque los cuerdos amigos
tienen razón de quejarse
de que la verdad les nieguen,
mas no de que se la callen:
y asi de vuestro silencio
no be formado celos; antes
os estoy agradecido:
que presumo que el callarme
vuestra afición, fué recelo
de que yo la reprobase,
porque no consienten culpas
las honradas amistades.»
Fadrique condesciende con la solicitud de Carlos, se presenta como pretendiieiite de
Doña Inés, su prima, y le manifiesta sus prendas y gracias. Doña Inés le repone:
< ¡Qué altivo y presuntuoso;
Fadrique,
Carlos
[195]
<fiié confiado y lozano
os mostráis t marques! no en, vano
dicen que sois jactancioso.
Bien fundan sus esperanzas
vuestros nobles pensamientos
en tantos merecimientos:
mas á vuestras alabanzas
y á las prendas que alegáis,
bailo una &Ita« marques,
que no negareis.
Fadrique. ¿Cuál es?
¡nes. Ser vos quien lo publicáis.
Fadrique. Re^la es quo en la propia boca
la alabanza se envilece;
mas aquí excepción padece,
pues á quien se opone toca
sus méritos publicar:
decirlos yo es proponer,
es relación, no alabanza,
alegación, no probanza,
que esa vos la nabeis de hacer. >
Ninguno de los dos amigos sabia que el otro era su rival en la pretensión de Dofia
Inés. Cuando llegan á saberlo queman dejar la empresa, mas ya les era imposible
por haberse presentado á ella públicamente. Kesuélvense eñ competir con nobleza sin
ofender las leyes de la amistad, y así lo cumplen. En un torneo celebrado en obsequio
de Doña Inés, llevan iguales premios los dos amigos, y se dan mutuamente la enhora-
buena. Carlos hace mas: sabiendo de su amigo que está enamorado do Doña Inés, y
viendo en ella indicios de que le correspondía, se resuelve á enamorar á Blanca para
dejar libre á su amigo la que amaba.
Fadrique sabe por la revelación de su criado, que Blanca le indispuso con Doña
ines, atribuyéndole defectos falsos. Cuéntale este hecho á Carlos, do quien ya sabia que
amaba á la calumniadora; pero siempre noble, siempre caballero, le oculta su nombre,
y solo dice:
cUna mujer me ha querido
con las faltas que escucháis
desacreditar.
Cdrloi. Marques,
daros pienso á Doña Inés,
pues vos A Blanca, me dais. >
Y en efecto, habla á la engañada dama, le enumera los defectos de que habian acu*
aado á D. Fadrique, le asegura aue son falsos, y lo dice en prueba que él mismo fué el
que los inventó para libertarse de un competidor tan peligroso, y añade que lo hizo
< por vencerle y por vengarme
de vos; y ya que mi intento
conseguí, pues que la mano
que me ofrecéis, no la quiero,
como noble restituyo
al marques lo que le debo. >
Esta mentira en aquellas circunstancias puede llamarse oficiosa; pues no Cenia Cár^
[196]
los otro medio de convencer á Doña Inés de la falsedad, que acusarse á si mismo de ella.
Concluiremos este examen con el siguiente diálogo-entre Ochavo y Mencia.
Ochavo. Y tú, enemiga, haz también
un examen, y si acaso
te merezco, pues me abraso ,
trueca en amor el desden.
Mencia. ¿Bebe?
Ochavo, Bebo.
Mencia, ¿Vino?
Ochavo, Puro.
Mencia. Pues ya queda reprobado,
que yo quiero esposo aguado.
Ochavo. Si mi culpaba sido
beberlo puro, bien puedo
no quedar desesperado.
Aguado soy: que aunque puro
siempre beberlo procuro,
siempre al fin lo bebo aguado ;
pues todo, por nuestro mal,
antes de salir del cuero,
en el Adán tabernero
peca en agua orijinal.
RUIZ DE ILARCON.
€UMHmr anUffBBm
E
iSTE poeta se ejercitó también en la comedia heroica, tan del gusto de sa siglo. En-
tre las que escribió en este género sobresalen Ganar amigos ó la que muteko vak mudbo
cuesta^ Los pechos privilejiados ó nunca mucho costó poco^ y la amistad castigada. Comenxa-
remos por la primera, que es la mejor de las tres> aunque todas tienen el defecto gene-
ral de demasiada complicación en la fábula.
La acción de ganar amigos se reduce al peligro de que*escapa el privado de un rey,
acusado calumniosamente de un delito atroz, por haber procurado hacer bien y ad*
quírir amigos en todo el tiempo que gozó de su privanza. £1 marques D. Fadrique,
valido de I). Pedro el Cruel, perdona y salva á D. Fernando de Godoy, que había muer-
to á su hermano en un desafío: impide la muerte que el rey quería dar á D. Pedro de
Luna por haber violado el decoro de su palacio: gana á D. Diego de Padilla, prome-
tiéndole no volver á hablar á su hermana Flor, causa de la muerte de su hermano, y
haciendo que el rey le favorezca.
Yióse después calumniado y preso por un delito, cuyo verdadero perpetrador era
D. Diego; y tanto este caballero como los otros dos favorecidos por el marques, se pre»
sentan á padecer por él: Padilla, como verdadero delincuente; Godoy, como autor de
la muerte del' hermano que la envidia achacó á D. Fadrique cuando le vio caido; y
Luna, ofreciéndose á sacarle de la prisión y á quedarse en ella. El rey que escuchaba
escondido la generosa lucha de los cuatro, perdona á los delincuentes y vuelve á fu
gracia al marques.
Esta es quizá la comedia mejor escríta y dialogada de Alarcon. La elocución es
siempre correspondiente á la nobleza de los sentimientos que en ella se describen. La
escena en que el marques quiere averiguar del matador de su hermano quiénes j cuár
les eran sus relaciones con Flor, es admirable. Godoy hace alguna resistencia á decla-
rarse, y el marques le dice:
Fenuindo.
Fadrique.
Femando.
Fadrique,
[197]
fl Ved que me habéis agraviado :
pues dais en eso á entender
que (M enjendra ífA poder,
y no mi yalor cuidado.
¿Cómo?
Clara es la raion
en que este argumento fundo:
que si las leyes del mundo
piden la satis&ccion
eomo fué la ofensa, es llano
3ue cuerpo á cuerpo los dos
ebo yengarme» pues vos
matasteis asi á mi hermano.
Es asi.
Pues si es asi,
y que estamos hombre á hombre,
querer ocultarme el nombre
cuando os tengo á vos aquí ,
y decir que de esa suerte»
si no 08 quiero perdonar
mi ofensa, pensáis librar
vuestra vida de la muerte,
¿no es evidente probania
de que pensáis, que pretendo
saber quién sois, remitiendo
á otra ocasión mi venganza?
Pues si teniéndoos presente,
pensáis que no quiero aquí
vengarme de vos por mi ,
dais A entender claramente
que os pretendo conocer,
porque pueda en mi ofensor
lo que ahora no el valor,
hac^r después el poder. »
D. Fernando, convencido por las razones del marques, le confiesa su nombre; pero
m cuanto á Flor, dice:
lo primero,
pensad que jamas su honor
sufrió la duda menor:
luego, como caballero
y galán, me decid vos,
si dado caso que fuera
yó tan dichoso que hubiera
secretos entre los dos,
¿diera el descubrirlos fama
á mi honor, si es, según siento,
inviolable sacramento
el secreto de la dama?
Pues si callar os prometo,
el ser quien soy ¿no me abona?
No hay excepción de persona
en descubrir un secreto.
En vano estáis porfiando.
Advertid que con callar
me dais mas que sospechar
que podéis dafiar hablando.
Fadrigue,
Femando,
FadriqHf,
[198]
si al constante desvario
en que dais, de Doña Flor
os ha obligado el honor.
Fernando. No me obliga sino el mío:
ni teino que sospechéis
de su honor por eso mal,
que sois noble, y como tal
la sospecha enjendraréis. »
Irritado el marques del silencio de Godoj, se resuelve á arrancarle el secreto ác»*
tocadas. Sacan las espadas, riñen, y el marques triunfa, y le pregúntalo que le ha pi-
sado con Flor.
Fernando, Resuelto á callar estoy.
Fadrigue. ¿Qué os resolvéis en efecto,
si con la muerte os obligo
á no decirlo?
Fernando. Conmigo
ha de morir mi secreto.
El marques elojiaesta noble determinación, le concede la vida y aftade:
c Guardaos si viene á saberse
que fuisteis vos mi ofensor:
porque en tal caso mi honor
habrá de satisfacerse:
mientras no, para conmigo
no solo estáis perdonado,
pero os quedaré obligado,
si me queréis por amigo. >
Tales eran los sentimientos caballerosos de la época: y si la venganza se miraba
como permitida, era solo por no sufrir el desdoro de que se dudase de la valentia. La
ilustración de nuestro siglo no ha podido acabar con esta preocupación ni con el desa-
fio, que es su consecuencia inmcdiafa; pero nuestra perversidad ha destruido el respeto
al honor de las damas, el sacriGcio de la vida á fivor de la amistad y de la repataaon:
en fin, casi todos los afectos generosos propios de aquel tiempo. Sabemos mas sí sa
quiere: tenemos menos preocupaciones; pero nos conducimos peor en las relaciones so*
ciales. ¿Qué se ha sustituido al culto que se tributaba entonces al valor, al honor y al
amor? El anhelo de la codicia y los tormentos de la ambición.
RUIZ DE ALARCON.
Jt^STE es el drama en que Ruiz de Alarcon desplegó mas conocimientos morales y po-
líticos. Abunda en excelentes principios, espresados con toda la dignidad de la trsje-
dla. ^^ menester leerlo todo para conocer el mérito de la elocución, aunque no da-
remos de citar algunos de los trozos que nos han parecido mejores.
t^o merece tal elojio ni el plan ni la disposición de la fábula. El interés que excita
el primer acto se debilita notablemente en los otros dos. 1). Melendo, conde de Gali-
cia, tiene dos hijas, Leonor y Elvira. Rodrigo de ViUagomez, infanzón de León* ama
ÍI99]
oorrespondido á la primera j ha tratado con el conde qtfe es su amigo, casar con ella.
Alonso V. rey de León, ama á Elvira^ mas no para hacerla su esposa. Quiere que su pri-
▼ado Villagomez le sirva de tercero en su amorfo, j el noble infanzón se resiste: pierde
asi su gracia y valimiento.
Pero desde el principio del segando acto hasta el fin, apenas da un paso la acción,
^ pesar de los muchos lances y episodios, y de so huen estilo. Los sucesos posterio-
res hasta el desenlace han de estar contenidos en los anteriores y en el carácter cono-
cido de los personajes, y de tal manera enlazados que crezca á cada momento la curio-
sidad del espectador. Al fin, Alonso casa con Elvira por no sufrir que diese su mano á
QD D. Sancho, rey de Navarra, que la amaba, y vuelve á su gracia á Villagomez; por-
que el pueblo y los grandes de León mormuraban de su caida.
Es natural que se pregunte la raion dd titulo. Desde la segunda jornada, sin ser
anunciada ni esperada, se presenta Jimena, montañesa de León, nodriza de Villago-
mez, que adora á su alumno, y que siendo valiente y de muchas fuerzas, le salva de
un lance en que el rey queria matarle. Cuando llegó el momento de la reconciliación,
Alonso V. concedió á la casa de Villagomez el privilejio de que gozasen nobleza las
amas que diesen el pecho á sus hijos. Alarcon en los últimos versos de la pieza asegu-
ra que en su tiempo se conservaba este raro privilejio en aquella familia.
La mejor escena es sin disputa la segunda del prípier acto, en que el rey declara á
Villagomez su amor, y le pide que sea su tercero. D. Rodrigo le responde que Melen-
do no le negará su hija si se la pide por esposa.
AUnuo. ¿En tan poco habéis creído
(j^ue me estimo, que os pidiera,
SI ser su esposo quisiera,
el favor que os he pedido?
Rodrigo. ¿Y en tan poca estimación
os tengo yo, que debia
presumir que en vos cabia
mjusta imajinacion?
¿Y en tan poco me estimáis
y me estimo yo, que crea
que para una cosa fea
valeres de mi queraisf >
El rey se disculpa con la violencia de su pasión. Villagomez le replica que si puede
vencerla para no casarse con Elvira, ¿por qué no la ha de vencer para no ofenderla?
El re j le responde:
«Porque lo primero fondo
en buena razón de estado;
y en estar enamorado,
que es sin razón, lo segundo.»
Villagomez hace presente al rey que en nada le manifiesta mas su amistad que en
oponerse á su intento.
i
Alomo, Yo me doy por advertido
y del consejo obligado:
mas pues habiéndole dado
con quien sois habéis cumplido,
determinándome vo
á no tomarle, Rowrigo,
debe ayudarme mi amigo
á lo mismo que culpó.
SeiW>r, la misma raion
[200]
porque á mi me lo encargab
hace, 8Í bien lo miráis,
la major contradicción:
que 81 á Elvira puedo hablar
por ser amigo del conde,
con eso mismo responde
mi fé, fue me ha de escusar:
pues ni yo fuera Rodrigo
de Yillagoraez, ni fuera
digno de que en mi cupiera
el nombre de vuestro amigo»
si solo por daros gusto
en un caso tan mal hecho,
hiciera á un amigo estrecho
un agravio tan injusto, i
El rey continua instándole, añadiendo:
c y para que os reduzcáis,
advertid que es necedad
perder de un rey la amistad
por lo que no remediáis:
que para este fin, Rodrigo,
mil vasallos tendré yo
sin dificultad: vos no
fácilmente un rey amigo. >
Rodrigo permanece firme, el rey lo despide indignado, y él esclama:
ff^Esto es servir? ¿estos son
¿los premios de la finezaf
¿los fines de la grandeza?
¿los frutos de la ambición?
¿de modo que la razón
no ha de ser ley, sino el gustof
¿y que cuando el rey no es Justo,
quien conserva su privanza
viene á dar cierta probanza
de que también es injusto?
Pues no, no perdáis, honor,
la alabanza mas segura:
que ser privado es ventura,
no quererlo ser, valor.
El privar es resplandor
de igenos rayos prestado,
y es luz propia haber mostrado
que quiso mas ser Rodrigo
buen amigo de su amigo
que de su rey mal privado. >
Semejantes á estas sentencias, hay otras muchas en el drama, como llamar al aiaisli
del peso del gobierno
un lustroso ganapán. »
O esta:
cEl vulgo mal inclinado
siempre condena al privado,
[MI]
siempre duculpa al caído. »
O bien:
«No se merece sirviendo,
agradando se merece* >
Estos versos los dice Villagomez al conde, pero sin decirle por qaé habia caido de
la gracia del rey, y al despedirse añade:
flPnes sois mi mayor amigo,
y callo, debe de ser
imposible declararme;
mas si sabéis discurrir,
barto os digo con partir,
con callar y no casarme. >
Diciéndole el conde que le volverá á la gracia y á la privanza del rey, le responde:
c Lo que pedis os permito;
si bien, Melendo, os limito
el volverme ala privanza:
la gracia sí me alcanzad:
que esta es forzoso que precie,
Sues no bacerlo foera especie
e locura ó deslealtad:
pero el asistirle no:
porque si Faeton viviera,
fuera necio si volviera
al carro que lo abrasó*»
Cuaresma dice que el hombre ruin, elevado á alto puesto
ees un giganton del Corpus
que lleva un picaro dentro. >
Ramiro, succesor de Villagomez en la privanza, no tiene sus nobles sentimientos;
dice que
fl las leyes
en las manos de los reyes
que las bacen, son de cera:
y que puede un rey qne intenta
Iue valga por ley su gusto,
acer licito lo injusto
y bacer bonrada la afirenta*»
El rey aplaude á estas máximas implas en moral y en política, como joven y ena-
morado.
La situación del fin del primer acto es sumamente teatral. El conde encuentra en
m casa al rey y á Ramiro, sin conocer al primero, y los acomete al frente de su '
Ccndé*
Muera el aleve Ramiro.
Romiro,
Perdidos somos, señor.
Bermudo.
Mueran.
Elvira.
¡Ay de mi!
Atfaiuo.
Teneos
al rey.
Cande.
lAlrqr?
Aifoñ».
Si.
26
[202]
Conde. £1 rey sois,
aunque no lo parecéis.»
Rasgo sublime, y que como todos los de su especie encierra muchos pensamientos,
y anuncia gran vigor de ánimo en el infanzón lea), y pundonoroso, que al pronunciar es-
las palabras, deja caer la espada.
RUIZ DE ALARCON.
JLa a§nistmi easUgada.
UlONISIO el menor, rey de Sicilia, debia la corona á su primo Dion; pero enamorado
de Aurora, bija de este béroe, y no pudiendo refrenar su pasión , determina satisfacerla
á toda costa, y clije por tercero de su amorío, á Filipo, que desterrado antes, se pre-
sentaba entonces en la corte por vez primera. Filipo visita á la dama de parte de so
tio, y aunque ciego de amor cuando vé su hermosura, cumple su comisión y es des-
pedido con enojo. Habia ademas otros dos principales señores que la amaban. Poli-
ciano y Ricardo (nombres, por decirlo de paso muy poco griegos). El primero estaba
tratado de casar con ella , y Dion habia dado su consentimiento : el rey impidió este
casamiento con varios pretestos. Ricardo, sumamente leal á Dionisio, se aparta de su
pretcnsión, apenas sabe que el rey ama á Aurora.
Esta prefiere entre sus cuatro amantes á Filipo: en una segunda conversación con
él (que forma la mejor escena de este drama) le obliga á declararse. Filipo, traidor á
la confianza del rey, descubre á Dion la pasión criminal de su primo, pidiendo en pre-
mio de su delación la mano de Aurora. Dion con este aviso sorprende al rey que se ha-
bia introducido en su casa : hace ver á los principales de Siracusa, que habia citado al
efecto, la maldad de Dionisio, le quitan la corona y la dan á Dion, el cual premia eon
la mano de Aurora á Ricardo, el único entre todos sus amantes que se habia conservado
leal al rey depuesto. Verificase el titulo de la Amistad castigada en Filipo, á quien Dion
envia desterrado por haber preferido la amistad á él, y el amor á su hija, á la fideli-
dad que debia á su rey.
£1 interés de este drama en la lectura no es muy grande. Varias raionea hay para
ello. i. o £1 protagonista que indudablemente es Filipo, es un carácter nada noble.
Antes de ver y amar á Aurora, sujiere y aconseja á Dionisio todos los medios posibles
para lograr su pasión, mas después que se ha enamorado de la hija de Dion, no difi-
culta en hacer traición á la confianza que el re^ habia depositado en él. 2.* Tampoco
es generoso en Aurora, á la cual se pinta tan altiva como hermosa y discreta, deddine
á favor de un corazón tan vil como el de Filipo, que pasa del papel despreciable de
tercero al odioso de traidor. 5.<^ La contradicción que hay en la moral politica de Dios
al fin del drama; pues censura y castiga la traición de Filipo á su rey, cuando él no
duda quitarlo al mismo rey la corona, y desterrarle, y si no le quit4> la vida, filé por
intercesión de Aurora.
Resulta, pues, que en la comedia de la Amistad castigada no es posible interesarse
por ninguno de los personajes principales, que es el mayor defecto que puede tener
una composición dramática. Solo hay una escena, que es la última del acto segundo,
que interese y excite la atención^ no tanto por el mérito moral de los caractérea, como
por el arte con que está construida, y la vivacidad del diálogo.
Filipo, destacado por Dionisio como tercero, vuelve á hablar á Aurore -para ver ú
se templaba su rigor contra el rey; pero como ya estaba enamorado de elle, tiembla de
hallarla menos dura. Aurora, que desea verle amante y no tercero, fii\}e elgane incli-
nación á Dionisio.
caunque al lance primero
respondí con pecho airado,
PQifB.
ÁMFOfM
ÁMFOfM
FUipo.
Amtctíí»
fílipo.
Aurora.
y
y seditadpm al
W^wwiiitá
■•hf BÍÉBCl
Al Wfr¡ W V0QQ..«.
Qwlepifo.
iQüé
Parece ^wWsmk.
No seoorm (¡Maerto soy!)
aalei al fvrto de T«r
al que al rey ka da tasar,
ti tales avefas le dey.
¿De gusto mvdab coloi?
••••••••• ••••••• ••••••••••••••••••
poes porque le deis cnupüdo
d eoateoto y le teagais,
pues lo que el suyo estiflsais
tanto habéis eacmddo,
deddle DO sobuneate
que le estoy afradecidaY
pero tan dega y rendida
d amoroso acckieate,
que esta nodie ha de lograr
la lioenda
¿Qttédeds!
Parece qne lo sentís. >
FiUpo se retira despechado, no podiendo tderar d tormentp qne Aarora le daba
lara que conÜBsase. Aurora le llama.
c¿Sin hablar os deqiedis!
¿Qué es estof Volved, mirad,
Filipo, que no es verdad
lo qne he dicho.
FUipo. ¿Qaé deds?
ÁMnTü, Qne nada d rey le digáis
de lo que me habéis oido:
que fué finjido.
FUifo, ¿Finjidor
iüirora. Parece que os degrds.
FWpo. Parece que no os efende
d ver que me degro yo.
iiiirsra. A ninguno le pesó
de dcaniar lo que pretende^
JVtpo. ¿Pues qué intento conseguisteis,
oeUa Aurora, en este efiwto!
Aurora.
Füipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
[204]
Ver declarado un secreto
que encubrirme pretendisteu.
¿Qué secretos he negado,
cuando seryiros me toca!
El que á pesar de la boca
los ojos han confesado. .
¿Pues qué disteis en mis ojos
?ue á mis labios contradiga?
ena de que el rey consiga
remedio de sus enojos.
Notorio agravio me has hecho
en responder falsamente
á lo que la boca miente
y no á lo que siente el pecho.
¿Luego es cierto lo que yo
de tu aspecto colejif
¿Quieres que diga que si?
¿Y podrás decir que no?
Diré lo que tu gustares.
¿Es bien que yo aunque te amara»
primero me declarara?
¿Digo yo que te declares?
¿ó pudo mi desvario
prometerse por ventura
que ocultase tu hermosura
pensamiento en favor mió?
¿Tan poco fias de ti
teniendo tanto valor?
¿Luego estimarás mi amor?
[^Quieres que diga que si?
i nadie te mereció,
¿quién será tan atrevido?
Quien tan venturoso ha sido
que se lo pregunto yo.
Según eso, Aurora, hablar
podemos claro los dos:
Yo te adoro.
Gloria á Dios»
que llegamos al lugar. >
I'
Este arte de preparar una declaración amorosa contra la cual pugnan la timidet por
una parte y la altivez mujeril por otra, constituye casi todo el mérito de liarivanx en*
tre los dramáticos franceses ; pero se vé que un siglo antes lo ejercitó muy pcrfaeli-
mente nuestro Alarcon. £1 manejo de Aurora para arrancar á FUipo sa secreto M su-
friría objeccion, si el carácter del amante no le hiciese indigno de la prefinenda.
Citaremos otros versos del primer acto, escritos contra h$ ajenies frocoeedem de li
policía, que parece eran ya conocidos aunque no con este nombre. Dioniiio, viéndow
rodeado de enemigos, encarga á Dion que se finja agraviado y malcontento pan qm
los desleales no tengan dificultad en descubrirse con él; y le aftade:
cSolo me resta advertiros,
Dion, que el fin á que mira
este engaño es conocer
la traición, no persuadilla:
porque si es cautela justa
la que el delito averigua •
[«05]
no es justa la que ocasiona
á emprendello á la malicia.
Y asi habéis de procurar
descubrir la-alevosia
con medios tan atentados
y razones tan medidas,
que sin irritar sepáis
quién es el que ya conspira;
mas no el que conspirará,
si vuestro favor le anima.»
RUIZ DE ALARCON
Mja prueba Oe Uu pr#ifteMW«
ON escribió dos comedias de májia: .La prueba de las promeeae y La Manganilla
3. Esta última, á pesar de su mérito en cuanto al estilo, es tan desatinada en
la dirección de la fábula, que no merece en nuestro entender un examen par-
9ay en ella tramoyas, vuelos, escotillones y demás aparatos de esta clase de co-
inventadas mas bien para deleite de los ojos que del entendimiento,
diferente es La prueba de las promesas. Nada hay en ella de juego m^ico. No es
un excelente apólogo, dirijido á presentar una verdad muy triste, pero muy
es lo poco que bay que fiar en las promesas de los hombres ni en su gratitud
beneficios recibidos, principalmente si varia su situación y la fortuna los
lan de Toledo es poseedor de la ciencia nigromántica. I). Juan de Ribera, aue
instruirse en ella y tener ademas un protesto para introducirse en casa de don
irque amaba correspondido á su hija Blanca, le visita y le suplica que le admi-
iscipulo; pues en cuanto ásus pretensiones amorosas, no se atrevía á hablarle
por ser pobre. Como D. Ulan se resistiese á enseñarle, le instó, protestando á
s.
<(|ue siempre vuestra ha de ser
mi hacienda, vida y. poder,
cuanto valgo y cuanto soy. »
lan, resuelto á probar la verdad de estas promesas se manifiesta convencido,
le darle la primer lección. En tanto se presenta el criado de D. Ulan á decirle
[legado un caballo nuevo que su hermano le enviaba. Bajan á verle, y D, Illan
mjaezarle para que D. Juan le pruebe, y entran en el estudio á esperar que esté
puesto para el paseo.
le este punto empieza la operación mi^ica. Un correo trae á D. Juan la noticia
r muerto su hermano mayor el marques de Tarifa, un hijo de este, y otro her-
3gundo: de modo aue D. Juan, que era el tercero, venia á heredar aquel titulo,
atiesas riquezas y la grandeza de España aneja á él. D. Ulan finjiéndose admira-
mplacido de esta mutación de fortuna , le pide para un hijo suyo letrado el
Diento de Tarifa. D. Juan no sale bien de esta primera prueba, y se disculpa con
tinaba aquel empleo al ayo que le habia educado; pero añade que habiéndose
irtif á Madrid á besar la mano al rey, D. Ulan debía seguirle con su hija y fií-
j que allí emplearía todo su valimiento en procurar los aumentos de
a segunda jornada «s la eacena eo la corte* D. Juan no cumple oí las antiguas
[206]
ni las nuevas promesas, y ademas ingrato al amor de Doña Blanca, la solicila ya, oo
para esposa, sino como manceba, lo que irrita á la noble hija de D. Ulan, y pasa su aÍEK-
to, aunque gradualmente, á D. Enrique de Vargas, á quien su padre la destinaba. Ea
tanto, D. Juan granjeaba mucho lugar en el afecto del rey, y entre los favores qae re-
cibió, uno fué el de dos hábitos de órdenes militares para que los diese á quien gasta-
se. D. Ulan le pidió uno para su hijo. D. Juan se disculpó con que siempre se saponia
que esos hábitos se daban para los parientes. El maestro de nigromancia calla, y ^ra
quitarle todo protesto, leda un libro de conjuros, bien que falsos, lo que podía eqain-
ler á muchas lecciones.
El rey, cada dia mas prendado de D. Juan, le hace presidente del consejo de Casti-
lla. D. Ulan solicita por memorial para su hijo una de tres plazas vacantes de judicatu-
ra. No obtiene ninguna.Viene, pues, en casa deD. Juan con su hija á despedirse deél.
Juejándose de la falsedad de sus promesas: D. Juan le responde con insolencia, y afta«
e que harto hace en no delatarle como májico. D. Ulan deshace el conjuro, y al mo-
mento se hallan todos en el estudio de D. Ulan en Toledo; el mozo de caballeriza en-
tra á avisar ^ue ya estaba el caballo pronto. El marquesado de Tarifa, el favor del rey,
la presidencia del consejo de Castilla, todo habia sido ilusión májica, que pasó cofmoea
un sueño, en el espacio de una hora. Nada habia sido cierto, sípo el descabriniiento
de la ingratitud y falsedad del prometedor, que perdió asi su amada y su re-
putación.
Alarcon dice que tomó el argumento de este drama dd conde Lmeanor; cita que do
hemos podido verificar por la rareza de este libro. Su mérito está reclamando la reim-
presión, así como otros muchos del siglo XV y XVI, desconocidos aun de nues-
tros literatos, y que yacen como tesoros sepultados en el polvo de las biblio-
tecas.
D. José Cañizares imitó la comedia de Alarcon en la suya intitulada JD. Atan de &-
pina en Milán. En ella es mas notoria la ingratitud del discípulo; pues en la ilusión
májica, Espina, aunque no lo enseña, le auxilia para cortejar y hacerse querer de la
duquesa de Milán, vencer á sus rivales y enemigos, y ceñirse la corona ducal dando la
mano á la duquesa. La pieza de Cañizares tiene el mérito de reunir al interés moni
déla de Alarcon el aparato teatral propio de las comedias de m^ia.
Tristan, criado de D. Juan, elevado á la clase de secretario suyo, imita sa soberbia
y su entonamiento, aunque de una manera ridicula. Pertenece al género satírico
su escena con tres pretendientes, que vienen á entregarle memoriales.
1 .'^ Merezca en esta ocasión,
que usasted como quien es,
me ayude con el marques.
Tristan . ¿Qué pide?
i.® Una comisión.
Triitan. ¿Qué?
4.® Comisión.
Triitcm» Bien está:
¿fuera de aquí?
i •'' En Zaragoza.
T)ri9tan. ¿Casado?
i.® Con mujer moza
y hermosa.
Tristan, Negociará,
%9* Para que una plaza alcance,
ó el uno de estos oficios,
me dad fiívor.
Tristan. ¿Que servicios?
2.<* He escrito un libro en romance. *
Triitan. ¿Qué?
2.« En romance.
Trinan. Bioi está.
[207]
2.*
Y taiubien fui tíradnctor
de uno italiano, señor.
Tristan,
Señor^ no pegociará.
3.»
¿Que hay de mi negocio?
Trinan.
Ayer
dijo el marques mi señor,
que mostréis vuestro valor,
si capitán queréis ser.
5.«
¿Pues no ha bastado mostralle
este talle, esta presencia?
Tristan.
Acá tiene Su Excelencia
rocines de mejor talle.
3.»
Sedor, si favor me dá
y negocio, le daré
de albricias mil doblas.
Tratan.
¿Qué?
3.«
Mil doblas.
Jrú/afi.
Negociará!!
RUIZ DE ALARGOV.
r
JLa Cruetékul por et honor. JEt MHteño de tas eBireUaSi
CiSTOS dos son los únicos dramas que escribió Alarcbn en el género y colorido tráji-
co. Son muy inferiores á los que en el mismo género escribieron Calderón y Rojas,
aunque siempre su elocución es elegante y correcta, y se encuentran versos felicísimos.
Su talento principal fué para las comedias de costumbres, en las cuales sobrepujó á
todos los poetas dramáticos de su tiempo.
La crueldad por el honor tiene por argumento un hecho que cita Mariana en el li-
broXI, capítulo IX de su historia. Alonso I el batallador, rey de Aragón, pereció á ma-
nos de los moros en la batalla deSariñena; pero no habiéndose encontrado sü cadáver
después de la refriega, esta circunstancia dio orijen á la voz que corrió en el vulgo, de
que no habia fallecido de sus heridas, sino que curado de ellas, y avergonzado de ha-
ber perdido aquella batalla después de tantas y tan señaladas victorias, no quiso volver
al trono, y pasó á la Tierra santa á pelear contra los mahometanos, olvidado de su rei-
no y de su gloria.
Valióse de esta hablilla, veinte años después, y en la menor edad de Alonso II, rey
de Aragón, durante las turbulencias que se movieron por el faUecimiento de su padre
D. Ramón, cun cierto embaydor (son palabras de Mañana) que se hizo caudillo de los
que mal pensaban, con afirmar públicamente era el rey D. Alonso.... Decia que can-
sado de las cosas humanas estuvo por tanto tiempo disfrazado en Asia. Su larga edad
hacia que muchos le creyesen, las facciones del rostro no de todo punto desemejables.
Grandes males se aparejaban por esta causa, si el embaydor no fuera preso en Zaragaza
y no le dieran la muerte en los mismos principios del alboroto: este fué el pago de la
invención y fin de toda esta trajedia mal trazada.» La de Alarcon, fundada sobre ella,
no tiene mejor traza.
Para ennoblecer al embaydor, á quien da el nombre de Ñuño Aulaga, le supone de
una familia ilustre, aunque pobre, y que siendo escudero de Alonso el batallador, se
bailó á su lado cuando pereció en Sarifiena, se apoderó de su anillo y sello real, y es-
capando de la acción, visgó por países extranjeros, hasta que los tumultos de Aragón
le dieron ocasión para volver á su patria^ no tanto á usurpar el reino á (avor de su se-
[208]
mejanza con el rey difunto, como á vengar la ofensa qne creia haber recibido en d bo-
ñor, de un caballero poderoso del reino, á quien pensaba matar Talido de la aaloridiÑi
suprema que efectivamente usurpó.
El mayor enemigo que tuvo en su empresa fué su hijo Sancho Aulaga, qae fiel áh
reina viuda Petronila, no se rindió á las caricias, á las promesas ni á lot oonsejoi da
su padre. Este por su parte preparó la venganza de su agravio; pero ya tenia la tícIíbi
entre sus manos, ya le habia manifestado quién era, para que no ignoraie al norir
quién le mataba, cuando fué impedido y descubierto por otros personajes que lehaliiu
escuchado. Preso y convencido de su delito, fué condenado á muerte de horca. San^
Aulaga, para evitar el deshonor del suplicio, se introduce en la prisión, le da anpiifial
para que se mate y le promete consumar la venganza de su injuria; pero Ñoño Aulaga
se empeña en no morir sino á manos de su hijo, para que tenga parte en ana aecioa
hecha por evitar la deshonra pública, y su hijo le complace, justificando asi el títab
de la comedia: La crueldad por el honor.
En la última escena se descubre de la manera menos sucia que pudo el autor, que
Sancho no es hijo de Ñuño, sino del enemigo de este. Su madre estaba prefiadade qoi
meses cuando casó con Aulaga. Estas revelaciones tardías no disminuyen el Josto bw^
ror de la atrocidad, y solo sirven para dar un barniz cómico de la peor especie á U
acción trájica, patibularia y desatinada que sirve de argumento al drama. El único ca-
rácter interesante es el de Sancho Aulaga, que colocado entre la lealtad por ana parta
y el honor y la piedad filial por otra, cumple con valor tan difíciles obligaciones; pan
el parricidio, aunque solicitado del mismo padre, no admite disculpa alguna.
Hay en este drama unos versos muy notables, censurando la antigua é impla má-
xima: H ^ ha de delinquir^ ha de ser por reinar.
cSi ser por reinar traidor
dijo que es lícito alguno,
fué cuando la tiranía
daba los cetros del mundo;
fué cuando idólatras pechos
no temieron ser perjuros:
fué cuando el vasallo al rey
natural amor no tuvo:
mas hoy que la succesion
les da derecho tan justo;
hoy que el amor se deriva,
por Icjílimo transcurso,
de los padres á los hijos,
boy que del cristiano yugo
á cumplir los juramentos
obligan los estatutos,
¿cómo por reinar podrá
decir que es lícito alguno
ser traidor?»
Dificil seria á un publicista fundar mejor la diferencia entre las modemai ^ aM»ar-
quías hereditarias, hijas de la ley, y los antiguos imperios del mundo, adqairidoe por
la perfidia, la violencia ó la sedición.
No hiciéramos mención de la comedia intitulada el dueño de' las Mreüoij A BofiMia
por lo extraordinario de la invención, en la cual se mezclan con recuerdos de la Uitoria
de Esparta y con el célebre nombre de su lejislador, los sentimientos pandonoroioe y
las costumbres y galanterías de la corte de Felipe IV.
Se sabe que Licurgo se desterró voluntariamente de su patria, con intención de no
volver á ella, cuando hubo conseguido que los espartanos jurasen observar ios byes
hasta que él volviese. Alarcon añade, que aterrado por la predicción de nn aatrólogo,
huyó ae las cortes y de los palacios: pues según su horóscopo, habia de haUane M tal
aprieto con un rey, que ó le habia de dar la muerte ó había de perecer á fos
[209]
liüi invención no se conforma mucho con el nombre de sabio que tuvo Licurgo entre
«Mgríegos; pero el autor la necesitaba para justificar el titulo del drama.
Disfrazóse^ pues, de villano, compró una casa de posadas en una población corta
de la isla de Creta, en donde permaneció desconocido, basta que el rey de aquel {mís,
Movido por un oráculo de Apolo, hizo buscarle para confiarle el gobierno de su reino.
Dncubierto por la industria de Severo, privado del rey, y conducido á la corte, donde
d Hionarca le puso al frente del gobierno, se enamoró de Diana, hija de Severo, á la
eoal quería también el rey, y casó con ella con beneplácilo del padre y la licencia del
soberano, que tuvo aquel matrimonio por favorable á los intereses de su amor. Una no-
dhe en que se creia á Licurgo ausente de la corte, se introduce el rey en su casa; en-
eoéntrale el marido sin conocerle, riñen, traen los criados luces, y Licurgo ve cumpli-
do el horóscopo; mas para manifebiar que él, como sabio, era dueño de las estrellas^ se
dala muerte á si mismo.
La elocución y el diálogo dan interés á las diferentes escenas del drama; pero lo
desatinado de la catástrofe destruye todo buen efecto: Infelix operis summa. Está llena
la fábula de incidentes, qiie cada uno de por si llama la atención del espectador, pero
ifiie carecen de un vínculo común que los una. El bofetón que da Teon á Licurgo, cre-
féodole un villano, y que venga al ofendido por los mismos medios que pudiera un
cortesano de Felipe Iv, es un episodio completamente inútil. Primero excita interés la
determinación que toma el rey do asociar á Licurgo al manejo: después la resistencia
heroica de Diana á los deseos de un monarca poderoso y ademas amado de ella misma.
La pasión de Licurgo á Diana, por mas desatinada y aun ridicula que parezca, si aten-
demos á los recuerdos históricos, no deja de interesar: pero nada produce, sino un ca-
imiento no esperado de nadie. Alarcon en esta comedia se asemejó á Lope de Vega,
aeostumbrado en casi todas las suyas á zurcir escenas con situaciones interesantes pero
mal ligadas entre sí. No es asi como están escritas la Verdad sospechosa^ Las paredes oyen^
j Lapnidn de las promesas»
RIJIZ DE ALARCON.
JEI T^eékHT de Segarim^ prhnera y segunda parte^
JCiSTAS dos comedias, con las cuates concluiremos nuestros estudios acerca de este in-
signe poeta, componen un verdadero drama romántico, que podría dividirse en cua-
dros, según la moda del dia. Mas no es conforme á ella en el desarreglo de las ideas
morales. Su argumento es la venganza que un caballero castellano toma de los calum-
niadores y asesinos jurídicos de su padre, perseguidores suyos, y uno de ellos seductor
de su hermana.
Cuadro L — La traición. — Dos moros, disfrazados de cristianos, emprenden asesinar
al rey Alonso Vi de Castilla. La guardia acude á tiempo, huyen dejando caer unas car-
tas, y son perseguidos y despedazados por los soldados. Pero el anciano Beltran Ramí-
rez, que no podía seguirlos con tanta celeridad, encuentra las cartas, las lee, y ve que
ion diel rey moro de Toledo al marques Suero Pelaez y á su hijo el conde D. Julián,
que se habían comprometido á favorecer la empresa de los asesinos. El honrado Ra-
mírez, hallándose á solas con el marques, le afea su delito^ mas le promete ocultarlo
li se enmienda: se queda con las cartas, y le dá los sobrescritos. El marques, dueño
de ellos, se los come para destruir este vestijio de su crimen: y acusa á Beltran ante el
rey de la traición. Sirve para dar viso de verdad á la calumnia hallarle las cartas. El
rey manda prenderle, confiscar sus bienes, recluir á sn hija, y cuando vuelve D. Fer-
nando Ramírez, hijo de Beltran, y protagonista del drama, victorioso de los moros, el
premio que encuentra de su victoria, es ver á su padre degollado.
Cuadro ii. — La torre de San Jtfiar/tit.— -Los dos traidores, padre é hijo, fueron desde
27
[210]
entonces las personas mas favorecidas del rey, y se encargaron de perseguir á Vi
do« el cual se hizo fuerte en la torre de San Martin de Madrid, con un amigo y un crit*
do, demoliendo una parte de ella, ó impidiendo á cantazos que nadie se aoercaie ák
iglesia. Doña María de Lujan, doncella noble, huérfana y rica, que vivía cerca» OM-
morada dol indomable valor con que se defendía Ramírez contra la multitud de sv
enemigos, se abrió paso por la nocne hasta él, acompañada de un criado de su oonfin-
za, por medio de un subterráneo de su casa que comunicaba con las bóvedas de h
iglesia; le manifestó quién era, su amor y su proyecto de libertarle, y le Uevó los vi-
veres que necesitaba; porque sus perseguidores habian resuelto hacerle morir de ham-
bre como á Pausanias.
Cuadro Itl. — El Tejedor, — El criado de Doña Maria habia sido tejedor de lana en
Segovia. Marchó á esta ciudad con su ama, vestida humildemente como nuera saji.
D. Fernando, después de haber despedido con varios protestos á su amigo y á su cria-
do, trocó sus vestidos con un cadáver reciente y de su misma estatura, le desfiguró d
rostro á puñaladas, lo dejó donde pudiese ser reconocido, huyó á Guadarrama cuyo
cura le proporcionó otro traje aunque humilde, y se presentó en Segovia como esposo
de la finjida Teodora, é hijo del cnado Pedro Alonso, que ya tenia establecida su ft-
hrica de telares. Tomó el nombre y la profesión del supuesto padre, y fué recibido coa
aplauso de todos los de la carda, porque se aseguró que era muy valiente y que veiit
de la guerra.
Cuadro IV. — El bofetón y la cdrceL — La corte residía á la sazón en Segovia. El conde
Julián Pelaez á quien estaba conflada la reclusión de Ana Ramírez, la habia sednddo,
la tenia en una casa de campo, entreteniéndola con varios protestos para no dailek
mano; y entretanto, enamorado de la supuesta Teodora, la requirió de amores. So
marido se opuso á que entrase en su casa, el conde le dio un bofetón, y él sacó la es-
pada y le hirió. Fué preso y cargado de grillos y cadenas. En la cárcel halló mndMi
valentones que le respetaban y querían por su intrepidez. Pidió á uno de ellos oueb
diese una herida en la cabeza, nnjió que se la habia hecho tropezando y cayendo es
una escalera, se le puso en la enfermeria, aunque con esposas, se mordió el artejo de
un dedo para sacarlas, y haciendo escalas de las sabanas de los enfermos, huyó de la
cárcel con todos los reos que quisieron seguirle, y llevándose á su Teodora, se r^-
jió á la sierra de Guadarrama.
Cuadro V, — Los bandoleros. — ^Vivió en ella tomando lo necesario para si y los sayos,
cuyo número se aumentó hasta tal punto que pudieron encastillarse en aquellas non-
tanas. Un criado antiguo suyo, sobornado para venderle, vino con otros asociados i
su intento, á unirse á su compañía, aprovechó una ocasión en que estaba descuidado j
solo con Teodora, los maniataron y caminaron á Segovia. Llegaron de noche á una ven-
ta, donde mientras los apresadores comian, el Tejeidor puso las manos en la Im dil
candil, quemó las cuerdas que las ataban, quitó la espada á uno de ellos, los acuchilló,
desató á Teodora, y huyó con ella; pero cargando gente, se le quebró la espada, 70
separaron en la fuga, bien que no mucho, pues llegaron con poco intervalo de tiénpo
á la quinta del conde, á cuya puerta se hallaba este, ya convalecido de su herida. Tee-
dora, viendo el peligro, finje cariño al alevoso perseguidor, que queria matar á Fe^
nando, y le pide la espada para hacerlo ella misma. Tómala, se la entrega á su esposo
para que se deCenda, y huye. Fernando obliga al conde á encerrarse en su casa, des-
pués de lo cual se reúne con Teodora y con sus companeros.
Cuadro VI. — La vetiganza. — El Tejedor saca su hermana de la quinta donde eildis,
vuela á la del conde, se hace dueño de su persona y délas de sus criados, le oUigaáttf
sarcon Doña Ana, á quien debia el honor, se qu^a solo conél, ledeclaraque es diaii-
mo Fernando Ramírez, á quien todos creían muerto, le enumera los agravios reeili-
dos, y los venga peleando con él cuerpo á cuerpo y dándole la muerte. Marcha despaei
con sus bandoleros, convertidos ya en soldados, en defensa del rey que llevaba lo pM
en una batalla contra los moros; restablece el combate, y dá la victoria á su patria;
pero encontrándose con el marques, le acomete, le rinde, le hiere mortalmenle, y h
obliga á confesar delante de todos la calumnia de que fué víctima su honrado padre.
Kl re^ le restituye á su gracia.
Si hay alguna composición verdaderamente romántica , esto es, notélesca, tfl*
[211]
filbula del Tejedor de Segovia. Está llena de acción, de movimiento y de interés. El len-
{oaje, aunque no tan esmerado como en otras comedias de Alarcon, es aniniado, ve*
emente, sobre todo en ^1 papel de Fernando, cuyo carácter emprendedor é impetuo-
so no se desmiente nunca. Sirva de ejemplo este monólogo que dice cuando pone las
nanos en las llamas del candil de la venta.
«Dadme favor, santos cielos:
que mientras hablan, dispongo
que el fuego de este candil
me dé remedio piadoso,
aunque me abrase las manos.
Elemento poderoso ,
esfuerza la acción voraz ,
tú, que los húmedos troncos,
los aceros, los diamantes
sueles convertir en polvo.
¡Ah, pese á tu. actividad! ^
Todo me abraso, y no rompo
los lazos: fuego enemigo
¿dánte pasto mas sabroso
mis manos, que estas estojMis
que te suelen ser tan propio
alimento?. • .Ya estoy libre:
ahora si cuantos monstruos
de Egipto beben las aguas,
pacen de Hircania los sotos ,
se oponen á mi furor,
los haré pedazos todos. >
D. JOSÉ CAÑIZARES.
ARTÍCULO I.
Usté autor dramático, que se considera como el último de nuestro antiguo teatro, flo-
reció á principios del siglo XVIII, sin que hayamos podido deducir ni de sus comedias,
ni de alguna otra noticia histórica, la época fija en que empezó y acabó de escribir.
Solo sabemos que pertenece á aquel periodo por la mención que hace de las tra-
jedias.
«según d francés estilot
esto es, en cinco actos, en su comedia del Sacrificio de Ifijenia^ y por algunas voces fa-
miliares, como agury petimetre y otras, introducidas en el lenguaje común después del
advenimiento de la casa de Borbon al trono de Espafia. El mismo hace alusión ala mo-
da introducida de apladir á los autores con las voces 6raoo, famasoy bueno: pues habien-
do dicho al auditorio, en el fin de la comedia El moi bobo iobe mat,
c Y con dos palmadas solas,
quedan premiados y alegres
nosotros, injenio y obra,f
ja al acabar la segunda parte del AniUo de Gijee, pone en boca del coro estos versos:
[202]
Conde. El rey sois,
aunque no lo parecéis.»
Rasgo sublime, y que como todos los de su especie encierra muchos pensamieotosi
y anuncia gran vigor de ánimo en el infanzón lea\ y pundonoroso, que al pronunciar es-
tas palabras, deja caer la espada.
RUIZ DE ALARCON.
JLa amtetecf easUffaOa.
JL/IONISIO el menor, rey de Sicilia, debia la corona á su primo Dion; pero enamorado
de Aurora, hija de este héroe, y no pudiendo refrenar su pasión, determina satiafiM^erla
á toda costa, y clije por tercero de su amorío, á Filipo, que desterrado antes, se pre-
sentaba entonces en la corle por vez primera. Filipo visita á la dama de parte de so
tio, y aunque ciego de amor cuando vé su hermosura, cumple su comisión y es des-
pedido con enojo. Ilabia ademas otros dos principales señores que la amaban, Poli-
ciano y Ricardo (nombres, por decirlo de paso muy poco griegos). El primero estaba
tratado de casar con ella, y Dion habia dado su consentimiento: el rey impidió este
casamiento con varios pretestos. Ricardo, sumamente leal á Dionisio, se aparta de su
pretcnsión, apenas sabe que el rey ama á Aurora.
Esta preGere entre sus cuatro amantes á Filipo: en una segunda conversación con
él (que forma la mejor escena de este drama) le obliga á declararse. Filipo, traidora
la confianza del rey, descubre á Dion la pasión criminal de su primo, pidiendo en pre-
mio de su delación la mano de Aurora. Dion con este aviso sorprende al rey que se ha-
bia introducido en su casa: hace ver á los principales de Siracusa, que habia citado al
efecto, la maldad de Dionisio, le quitan la corona y la dan á Dion, el cual premia eon
la mano de Aurora á Ricardo, el único entre todos sus amantes que se habia conservado
leal al rey depuesto. Verificase el título de la Amistad castigada en Filipo, á quien Dion
envia desterrado por haber preferido la amistad á él, y el amor á su hija, á la fideli-
dad que debia á su rey.
£1 interés de este drama en la lectura no es muy grande. Varias razones hay pan
ello. i. o £1 protagonista que indudablemente es Filipo, es un carácter nada noble.
Antes de ver y amar á Aurora, sujiere y aconseja á Dionisio todos los medios posiUei
para lograr su pasión, mas después que se ha enamorado de la hija de Dion, no difi-
culta en hacer traición á la confianza que el rey habia depositado en él. 2.® Tampoco
es generoso en Aurora, á la cual se pinta tan altiva como hermosa y discreta, deddirse
á favor de un corazón tan vil como el de Filipo, que pasa del papel despreciable de
tercero al odioso de traidor. 5.^ La contradicción que hay en la moral política de Dion
al fin del drama; pues censura y castiga la traición de Filipo á su rey, cuando Ano
duda quitarle al mismo rey la corona, y desterrarle, y si no le quitó la vida, fioié por
intercesión de Aurora.
Resulta, pues, que en la comedia de la Amistad castigada no es posible interesarle
por ninguno de los personajes principales, que es el mayor defecto que pueda tener
una composición dramática. Solo hay una escena, que es la última del acto segando,
que interese y excite la atención, no tanto por el mérito moral de los caraclérea, conra
por el arte con que está construida , y la vivacidad del diálogo.
Filipo, destacado por Dionisio como tercero, vuelve á hablar á Aurore para ver si
se templaba su rigor contra el rey; pero como ya estaba enamorado de elle, tiemUa de
hallarla menos dura. Aurora, que desea verle amante y no tercero, finja alfana indi*
nación á Dionisio.
f aunque al lance primero
respondí con pecho airado,
FUipo.
Autora.
FUifo.
Aurora.
FUipo»
Aurora.
FUipo.
Aurora.
[M3]
no ot esptnte que haya obrado
d dddaao Uapnjero
mndaiiia en mi, eonodendo
qoenoea ofender amar,
y que no es josCo pagar
á qaien ama» aborreciendo.
9 •##• •e#tf#e«9a*aw*#e9*#tt*###**ee*#9*
Mas, 4por qué bnsoo raiones,
FOipot 7 satísftcciones
Un dilatadas os doy
y me discolpo, al hacer
lo qne venfs á rogar
disculpas pide el negar,
no las pide el conceder?
Al rey le decid....
¡Ay délos!
Que le pago.
¿Qué deds?
Parece qne lo sentis.
No señora (¡muerto soy!)
antes el gasto de ver
el qae el rey ha de tener,
si tales nneiras le doy.
¿De gasto mudáis color?
pues porque le deis camplidp
el contento y le tengáis,
pues lo que el suyo estimáis
tanto habéis encarecido,
decidle no solamente
que le estoy agradecida,
pero tan ciega y rendida
al amoroso accidente,
que esta noche ha de lograr
la licencia
¿Qué deds?
Parece que lo sentís. >
Filipo se retira despechado, no pudiendo tolerar el tormento que Aurora le daba
mm que confesase. Aurora le llama.
c¿Sin hablar os despedís?
¿Qué es esto? Voked, mirad,
Filipo, que no es verdad
lo que he dicho.
Filipo. ¿Qué decis?
Aurora. Que nada al rey le digáis
de lo que me habéis oido :
quefuéfinjido.
FUipo. ¿Finjido?
Aurora. Parece que os alegráis.
FUipo. Parece que no os ofende
el ver que me alegro yo*
Aurora^ A ninguno le pesó
de alcanzar lo que pretender
FUipo. ^Q<^ qué intento conseguisteis,
bella Anroia, en esteefiMto?
[202]
Cande, El rey sois,
aunque no lo parecéis.!
Rasgo sublime, y que como todos los de su especie encierra muchos pensamientos,
y anuncia gran vigor de ánimo en el infanzón lei^l y pundonoroso, que al pronunciar es-
tas palabras, deja caer la espada.
RUIZ DE ALARCON.
JLa amtetecf easttffoda.
UlONISIO el menor, rey de Sicilia, debia la corona á su primo Dion; poro enamorado
de Aurora, bija de este héroe, y no pudiendo refrenar su pasión, determina satisfiu^erla
á toda costa, y clije por tercero de su amorío, á Filipo, que desterrado antea, se pre-
senlaba entonces en la corte por vez primera. Filipo visita á la dama de parte de su
tio, y aunque ciego de amor cuando vé su hermosura, cumple su comisión y es des-
pedido con enojo. Habia ademas otros dos principales señores que la amaban. Poli-
ciano y Ricardo (nombres, por decirlo de paso muy poco griegos). El primero estibi
tratado de casar con ella, y Dion habia dado su consentimiento: el rey impidió este
casamiento con varios pretcstos. Ricardo, sumamente leal á Dionisio, se aparta de so
pretcnsión, apenas sabe que el rey ama á Aurora.
Esta prefiere entre sus cuatro amantes á Filipo: en una segunda conversación con
él (que forma la mejor escena do este drama) le obliga á declararse. Filipo, traidora
la confianza del rey, descubre á Dion la pasión criminal de su primo, pidiendo en pre-
mio de su delación la mano de Aurora. Dion con este aviso sorprende al rey que seb-
bia introducido en su casa: hace ver á los principales de Siracusa, que habia citado al
efecto, la maldad de Dionisio, le quitan la corona y la dan á Dion, el cual premia oca
la mano de Aurora á Ricardo, el único entre todos sus amantes que se habia conservado
leal al rey depuesto. Ycrífícase el título de la Amistad castigada en Filipo, á quien Dioo
envia desterrado por haber preferido la amistad á él, y el amor á su bija, á la fideli-
dad que debia á su rey.
El interés de este drama en la lectura no es muy grande. Varias razones hay pan
ello. i.<» El protagonista que indudablemente es Filipo, es un carácter nada noble.
Antes de ver y amar á Aurora, sujiere y aconseja á Dionisio todos los medios posiUei
para lograr su pasión, mas después que se ha enamorado de la hija de Dion, no dili>
culta en hacer traición á la confianza que el rey bahía depositado en él. 2.® Tampoeo
es generoso en Aurora, á la cual se pinta Uin altiva como hermosa y discreta, dedoine
á favor de un corazón tan vil como el de Filipo, que pasa del papel despreciable de
tercero al odioso de traidor. 5.° La contradicción que hay en la moral politica de Dios
al fin del drama; pues censura y castiga la traición de Filipo á su rey, cuando élao
duda quitarlo al mismo rey la corona, y desterrarle, y si no le quitó la vidat fioié por
intercesión de Aurora.
Resulta, pues, que en la comedia de la Amistad castigada no es posible intereaane
por ninguno de los personajes principales, que es el mayor defecto que pueda tener
una composición dramática. Solo hay una escena, que es la última del acto segando,
que interese y excite la atención, no tanto por el mérito moral de los caracteres, cobo
por el arte con que está construida , y la vivacidad del diálogo.
Filipo, destacado por Dionisio como tercero, vuelve á hablar á Aurora para ver ú
se templaba su rigor contra el rey; pero como ya estaba enamorado de ella, tiembla de
hallarla menos dura. Aurora, que desea verle amante y no tercero, fiqje alfana indi-
nacion á Dionisio.
caunque al lance primero
respondí con pecho airado,
Füipo.
Aurora.
Füipo.
Aurora.
Füipo.
Aurora.
Füipo.
Aurora.
[803]
no o§ espante que haya obrado
el cuidado lisonjero
mudanza en mf , conociendo
que no es ofender amar,
y que no es justo pagar
á quien ama» aborreciendo.
Mas, ¿por qué busco razones,
Filipo, y satisfiícciones
tan dilatadas os doy
y me disculpo, al hacer
lo que Tenis á rogar
disculpas pide el negar,
no las pide el conceder?
Al rey le decid....
¡Ay cielos!
Que le pago.
¿Qué decis?
Parece que lo sentis.
No señora (¡muerto soy!)
antes el gusto de ver
el que el rey ha de tener,
si tales nuevas le doy.
¿De gusto mudáis color?
pues porque le deis cumplido
el contento y le tengáis,
pues lo que el suyo estimáis
tonto habéis encarecido,
decidle no solamente
que le estoy agradecida,
pero tan ciega y rendida
al amoroso accidente,
que esto noche ha de lograr
la licencia
¿Qué deds?
Parece que lo sentís. >
Filipo se retira despechado, no pudiendo tolerar el tormento que Aurora le daba
ira que confesase. Aurora le llama.
c¿Sin hablar os despedís?
¿Qué es estof Volved, mirad,
Filipo, que no es verdad
lo que he dicho.
Füipo. ¿Qué decis?
Aurora. Que nada al rey le digáis
de lo que me habéis oido :
que fué fi^jido.
Füipo. ¿Finjido?
Aurora. Parece que os alegráis.
FUipo. Parece que no os ofende
el ver que me alegro yo*
Aurora. A ninguno le pesó
de alcanzar lo que pretender
Füipo. ¿Pu<^ qué intento conseguisteis,
bella AoroM, en esteeCscto?
Aurora.
Filipo.
Aurora.
FUipo.
Aurora.
Filipo.
Aurora,
Füipo.
Aurora.
Filipo.
Aurora.
Filipo.
Aurora.
Füipo.
Aurora.
Filipo.
Aurora.
Filipo.
Aurora.
[204]
Ver declarado ua secreto
que encubrirme pretendtotds.
¿Qué secretos he negado,
cuando serviros me toca?
El que á pesar de la boca
los ojos han confesado. .
¿Pues qué "visteis en mis ojos
que á mis labios contradiga?
Pena de que el rey consiga
remedio de sus enojos.
Notorio agravio me has hecho
en responder falsamente
á lo que la boca miente
y no á lo que siente el pecho.
¿Luego es cierto lo que yo
de tu aspecto colejíf
¿Quieres que diga que si?
¿Y podrás decir que no?
Diré lo que tu gustares.
¿Es bien que yo aunque te amara ,
primero me declarara?
¿Digo yo que te declares?
¿ó pudo mi desvarío
prometerse por ventura
que ocultase tu hermosura
pensamiento en favor mió?
¿Tan poco fias de ti
teniendo tanto valor?
¿Luego estimarás mi amor?
¿Quieres que diga que si?
Si nadie te mereció,
¿quién será tan atrevido?
Quien tan venturoso ha sido
que se lo pregunto yo.
según eso, Aurora, hablar
podemos claro los dos*.
Yo te adoro.
Gloria á Dios,
que llegamos al lugar. >
Este arte de preparar una declaración amorosa contra la cual pugnan la ümidei por
una parte y la altivez mujeril por otra, constituye casi todo el mérito de Marivau en-
tre los dramáticos franceses; pero se vé que un siglo antes lo ejercitó muy perfecta-
mente nuestro Aiarcon. £1 manejo de Aurora para arrancar á FiJipo su secreto po w-
friria objeccion, si el carácter del amante no le hiciese indigno de la preferencia.
Citaremos otros versos del primer acto, escritos contra hs ajenUi jproeoeaAmt de h
policía, que parece eran ya conocidos aunque no con este nombre. Dioniño, viéadoii
rodeado de enemigos, encarga á Dion que se finja agraviado y malcontento para qai
los desleales no tengan dificultad en descubrirse con él; y le afiade:
cSolo me resta advertiros,
Dion, que el fin á que mira
este engaño es conocer
la traición, no persuadilla:
porque si es cautela justa
la que el delito averigua ,
[205]
no es justa la que ocasiona
áemprendello ¿ la malicia.
Y asi habéis de procurar
descubrir la^levosia
con medios tan atentados
y razones tan medidas,
que sin irritar sepáis
quién es el que ya conspira;
mas no el que conspirará,
si vuestro favor le anima. •
RUIZ DE AIARCON
Mm prueba de tas protnesas.
ÍVlARCON escribió dos comedias de májia: .La prudKi de las prame$as y La Manganilla
da MeUUa. Esta última, á pesar de su mérito en cuanto al estilo, es tan desatinada en
cuanto á la dirección de la fábula, que no merece en nuestro entender un examen par-
ticular. Hay en ella tramoyas, vuelos, escotillones y demás aparatos de esta clase de co-
medias, inventadas mas bien para deleite do los ojos que del entendimiento.
Muy diferente es La prueba de las prometas. Nada bay en ella de juego májico. No es
mas que un excelente apólogo^ dirijido á presentar una verdad muy triste, pero muy
cierta: y es lo poco que hay que fiar en las promesas de los hombres ni en su gratitud
Er los beneficios recibidos, principalmente si varia su situación y la fortuna los
onjea.
D. Ulan de Toledo es poseedor de la ciencia nigromántica. I). Juan de Ribera, aue
deseaba instruirse en ella y tener ademas un protesto para introducirse en casa de don
nian, porque amaba correspondido á su bija Blanca, fe visita y le suplica que te admi-
ta por discípulo; pues en cuanto á sus pretensiones amorosas, no se atrevía á hablarle
de ellas por ser pobre. Como I). Ulan se resistiese á enseñarle, le instó, protestando á
los cielos.
cque siempre vuestra ha de ser
mi hacienda, vida y.poder,
cuanto valgo y cuanto soy. •
D. Ulan, resuelto á probar la verdad de estas promesas se manifiesta convencido,
y propone darle la primer lección. En tanto se presenta el criado de D. Ulan á decirle
que ha llegado un caballo nuevo que su hermano le enviaba. Bajan á verle, y D. Ulan
manda enjaezarle para que D. Juan le pruebe, y entran en el estudio á esperar que esté
todo dispuesto para el paseo.
Desde este punto empieza la operación májica. Un correo trae á D. Juan la noticia
de haber muerto su hermano mayor el marques de Tarifa, un hijo de este, y otro her-
mano segundo: de modo aue D. Juan, que era el tercero, venia á heredar aquel titulo,
sus cuantiosas riquezas y la grandeza de España aneja á él. D. Ulan finjiéndose admira-
do y complacido de esta mutación de fortuna, le pide para un hijo suyo letrado el
corregimiento de Tarifa. D. Juan no sale bien de esta primera prueba, y se disculpa con
qne destinaba aquel empleo al ayo que le habia educado; pero añade que habiéndose
él de partif á Madrid á besar la mano al rey, D. Ulan debía seguirle con su hija y fa-
milia, y que aUi emplearla todo su valimiento en procurar los aumentos de
su hijo.
En la segunda Jomada lei la eaeena en la corte. D. Juan no cumple ni las antiguas
[206]
ni las nuevas promesas, y ademas ingrato al amor de Doña Blanca, la aoliciU ya, no
para esposa, sino como manceba, lo que irrita á la noble bija do D. Ulan, y pasa su afec-
to, aunque gradualmente, á D. Enrique de Vargas, á quien su padre la destinaba. Ea
tanto, D. Juan granjeaba mucho lugar en el afecto del rey, y entre los favores que re-
cibió, uno fué el de dos hábitos de órdenes militares para que los diese á quien gasta-
se. D. Ulan le pidió uno para su hijo. D. Juan se disculpó con que siempre se suponía
que esos hábitos se daban para los parientes. El maestro de nigromancia calla, y ^ra
quitarle todo protesto, le día un libro de conjuros, bien que falsos, lo que pedia eqain-
1er á muchas lecciones.
El rey, cada dia mas prendado de D. Juan, le hace presidente del consejo de Casti-
lla. D. Ulan solicita por memorial para su hijo una de tres plazas vacantes de judicato-
ra. No obtiene ninguna.Viene, pues, en casa deD. Juan con su hija á despedirse deél,
3 nejándose de la falsedad de sus promesas: D. Juan le responde con insolencia, y aña-
e que harto hace en no delatarle como m^ico. D. Ulan deshace el conjuro, y al mo-
mento se hallan todos en el estudio de D. Ulan en Toledo; el mozo de caballeriza en-
tra á avisar ^ue ya estaba el caballo pronto. El marquesado de Tarifa, el favor del rey,
la presidencia del consejo de Castilla, todo habia sido ilusión májica, que pasó comeen
un sueño, en el espacio de una hora. Nada habia sido cierto, sípo el descabrimiento
de la ingratitud y falsedad del prometedor, que perdió así su amada y su re-
putación.
Alarcon dice que tomó el argumento de este drama dd conde Lmeanor; cita qae no
hemos podido verificar por la rareza de este libro. Su mérito está reclamando la reim-
presión, así como otros muchos del siglo XV y XVI, desconocidos aun de noen
tros literatos, y que yacen como tesoros sepultados en el polvo de las bibUo-
tecas.
D. José Cañizares imitó la comedia de Alarcon en la suya intitulada D. Aum de &-
pina en Miian, En ella es mas notoria la ingratitud del discípulo; pues en la ilosioa
m^ica. Espina, aunque no le enseña, le auxilia para cortejar y hacerse querer de la
duquesa de Milán, vencer á sus rivales y enemigos, y ceñirse la corona ducal dando la
mano á la duquesa. La pieza de Cañizares tiene el mérito de reunir al interés moni
de la de Alarcon el aparato teatral propio de las comedias de májia.
Tristan, criado de D. Juan, elevado á la clase de secretario suyo, imita sa soberbia
y su entonamiento, aunque de una manera ridicula. Pertenece al género ntlriso
su escena con tres pretendientes, que vienen á entregarle memoriales.
1 .'^ Merezca en esta ocasión,
que usasted como quien es,
me ayude con el marques.
Triitau . ¿Qué pide?
i.® Una comisión.
Tristan. ¿Qué?
4.® Comisión.
Tristan. Bien está:
¿fuera de aquí?
i"" En Zaragoza.
Tristan. ¿Casado?
i .® Con mujer moza
y hermosa.
Tristan. Negociará,
2.^ Para que una plaza alcance,
ó el uno de estos oficios,
me dad fiívor.
Dristan, ¿Que servicios?
2.® He escrito un libro en romance. *
Triitan. ¿Qué?
2.® En romance.
Distan. Km está.
[207]
2.*
Y también fui tradnctor
de uno italiano, señor.
Tristan.
Señor, no negociará.
3.»
¿Que hay de mi negocio?
Trinan.
Ayer
dijo el marques mi señor,
que mostréis vuestro valor.
si capitán queréis ser.
5.^
¿Pues no ha bastado mostralle
este talle, esta presencia?
Trúían.
Acá tiene Su Excelencia
rocines de mejor talle.
5.»
Señor, si favor me dá
y negocio, le daré
de albricias mil doblas.
Tnnan.
¿Qué?
3.«
Mil doblas.
Jn^rafi.
Negociará!!
RUIZ DE ALARGCm.
r
m Crueldad p€Hr et honor. JEt MHteño de tas estrenaSi
STOS dos son los únicos dramas que escribió Alarcbn en el género y colorido tráji-
. Son muy inferiores á los que en el mismo género escribieron Calderón y Rojas,
nque siempre su elocución es elegante y correcta, y se encuentran versos felicísimos.
talento principal fué para las comedias de costumbres, en las cuales sobrepujó á
los los poetas dramáticos de su tiempo.
La crueldad por el honor tiene por argumento un hecho que cita Mariana en el li-
>X1, capítulo IX de su historia. Alonso I el batallador, rey de Aragón, pereció á ma-
s de los moros vn la batalla deSaríñena; pero no habiéndose encontrado sii cadáver
spues de la refriega, esta circunstancia dio oríjen á la voz que corrió en el vulgo, de
e no habia fallecido de sus heridas, sino que curado de ellas, y avergonzado de ha-
r perdido aquella batalla después de tantas y tan señaladas victorias, no quiso volver
trono, y pasó á la Tierra santa á pelear contra los mahometanos, olvidado de su rei-
y de su gloría.
Valióse de esta hablilla, veinte años después, y en la menor edad de Alonso II, rey
Aragón, durante las turbulencias que se movieron por el faUecimiento de su padre
Ramón, cun cierto embaydor (son palabras de Mariana) que se hizo caudillo de los
e mal pensaban, con afirmar públicamente era el rey D. Alonso.... Decia que can-
lo de las cosas humanas estuvo por tanto tiempo disfrazado en Asia. Su larga edad
cia que muchos le creyesen, las facciones del rostro no de todo punto desemejabies.
andes males se aparejaban por esta causa, si el embaydor no fuera preso en Zaragaza
10 le dieran la muerte en los mismos principios del alboroto: este fué el pago de la
irencion y fin de toda esta trajedia mal trazada.» La de Alarcon, fundada sobre ella,
tiene mejor traza.
Para ennoblecer al embaydor, á quien da el nombre de Ñuño Aulaga, le supone de
a familia ilustre, aunque pobre, y que siendo escudero de Alonso el batallador, se
lió á su lado cuando pereció en Sariñena, se apoderó de su anillo y sello real, y es-
pando de la acción, viajó por países extranjeros, hasta que los tumultos de Aragón
dieron ocasión para volver á su patria, no tanto á usurpar el reino á (avor de su se-
[208]
mejanza con el rey difunto, como á vengar la ofensa que creia haber recibido en d k*
ñor, de un caballero poderoso del reino, á quien pensaba matar Talido de la aatoridal
suprema que efectivamente usurpó.
El mayor enemigo que tuvo en su empresa fué su hijo Sancho Aulaga* qne fiel áh
reina viuda Petronila, no se rindió á las caricias, á las promesas ni á lo« cons^foi de
su padre. Este por su parte preparó la venganza de su agravio; pero ya tenia la victÍBi
entre sus manos, ya le habia manifestado quién era, para que no ignoraie al morir
quién le mataba, cuando fué impedido y descubierto por otros personajes que lehaliiía
escuchado. Preso y convencido de su delito, fué condenado á muerte de horca^ Saneho
Aulaga, para evitar el deshonor del suplicio, se introduce en la prisión, le da anpnial
para que se mate y le promete consumar la venganza de su injuria; pero Ñaño Aolagí
se empeña en no morir sino á manos de su hijo, para que tenga parte en ana aecioa
hecha por evitar la deshonra pública, y su hijo le complace, justificando asi el tltob
de la comedia: La crueldad por el hotior»
En la última escena se descubre de la manera menos sucia que pado el aalor, que
Sancho no es hijo de Nuiío, sino del enemigo de este. Su madre estaba prefiadade m
meses cuando casó con Aulaga. Estas revelaciones tardías no disminuyen el Justo hor-
ror de la atrocidad, v solo sirven para dar un barniz cómico de la peor especie á It
acción trájica, patibularia y desatinada que sirve de argumento al drama. El único et-
rácter interesante es el de Sancho Aulaga, que colocado entre la lealtad por ana pinta
y el honor y la piedad filial por otra, cumple con valor tan difíciles obligadonet; pm
el parricidio, aunque solicitado del mismo padre, no admite disculpa alguna.
Ilay en esto drama unos versos muy notables, censurando la antigua é impia má-
xima: si se ha de delinquir^ ha de ser por reinar,
cSi ser por reinar traidor
dijo que es licito alguno,
fué cuando la tiranía
daba los cetros del mundo ;
fué cuando idólatras pechos
no temieron ser perjuros:
fué cuando el vasallo al rey
natural amor no tuvo:
mas hoy que la succesion
les da derecho tan justo;
hoy que el amor se deriva.
Sor lejftimo transcurso,
e los padres á los hijos,
boy que del cristiano yugo
á cumplir los juramentos
obligan los estatutos,
¿cómo por reinar podrá
decir que es lidto alguno
ser traidor?»
Dificil seria á un publicista fundar mejor la diferenda entre las modemai nOMf
qnías hereditarias^ hijas de la ley, y los antiguos imperios del mando, adquirido! por
la perfidia, la violencia ó la sedición.
No hiciéramos mención de la comedia intitulada el dueño de'ku MreUoi^ ú m^ttM
por lo extraordinario de la invención, en la cual se mezclan con recuerdos da la Usloria
de Esparta y con el célebre nombre de su lejislador, los sentimientos pandoMMiOiy
las costumbres y galanterías de la corte de Felipe IV.
Se sabe que Licurgo se desterró voluntariamente de su patria, con intención de no
volver á ella, cuando hubo conseguido que los espartanos jorasen observar ios iBfU
hasta qae él volviese. Alarcon añade, que aterrado por la predicdon de an aitrdlo|0f
huyó ae las cortes y de los palacios: pues según su horóscopo, habia de hallane M td
aprieto con un rey, que ó le habia de dar la muerte ó había de perecer á fos *^
[209]
Bata invención no se conforma mucho con el nombre de sdbio que tuvo Licurgo entre
¡00 griegos; pero el autor la necesitaba para justificar el titulo del drama.
Disfrazóse, pues, de villano, compró una casa de posadas en una población corta
de la Isla de Creta, en donde permaneció desconocido, basta que el rey de aquel país»
■wvido por un oráculo de Apolo, hizo buscarle para confiarlo el gobierno de su reino*
Descubierto por la industria de Severo, privado del rey, y conducido á la corte, donde
el monarca le puso al frente del gobierno, se enamoró de Diana, hija de Severo, á la
cual quería también el rey, y casó con ella con beneplácilo del padre y la licencia del
soberano, que tuvo aquel matrimonio por favorable á los intereses de su amor* Una no-
che en que se creía á Licurgo ausente de la corte, se introduce el rey en su casa; en-
enénlrale el marido sin conocerle, riñen, traen los criados luces, y Licurgo ve cumpli-
do el horóscopo; mas para manife^lar que él« como sabio, era dueño de las estrellas^ se
da la muerte á sí mismo*
La elocución y el diálogo dan ínteres á las diferentes escenas del drama; pero lo
desatinado de la catástrofe destruye todo buen efecto: Infelix operis summa. Está llena
la fábula de incidentes, qiie cada uno de por si llama la atención del espectador, pero
que carecen de un vinculo común que los una. El bofetón que da Teon á Licurgo, cre-
yéndole un villano, y que venga al ofendido por los mismos medios que pudiera un
cortesano de Felipe IV, es un episodio completamente inútil. Primero excita ínteres la
determinación que toma el rey do asociar á Licurgo al manejo: después la resistencia
keróíca de Diana á los deseos de un monarca poderoso y ademas amado de ella misma.
La pasión de Licurgo á Diana, por mas desatinada y aun ridicula que parezca, si aten-
demos á los recuerdos históricos, no deja de interesar: pero nada produce, sino unca-
nmiento no esperado de nadie. Alarcon en esta comedia se asemejó á Lope de Vega,
•eostumbrado en casi todas las suyas á zurcir escenas con situaciones interesantes pero
mal ligadas entre si. No es asi como están escritas la Verdad ioipechasa^ Las paredes oyen^
j La prueba de las promesas^
RtlZ DE ALARCON.
MEt Tf^edar de Seg&rim^ primera y segunda parte^
CiSTAS dos comedias, con las cuales concluiremos nuestros estudios acerca de este in-
ñgoe poeta, componen un verdadero drama romántico, que podría dividirse en cua-
dros, según la moda del dia. Mas no es conforme á ella en el desarreglo de las ideas
morales. Su argumento es la venganza que un caballero castellano toma de los calum-
niadores y asesinos jurídicos de su padre, perseguidores suyos, y uno de ellos seductor
de su hermana.
Cuadro L — La traición. — Dos moros, disfrazados de cristianos, emprenden asesinar
al rey Alonso VI de Castilla. La guardia acude á tiempo, huyen dejando caer unas car-
tas, y son perseguidos y despedazados por los soldados. Pero el anciano Beltran Rami-
rei, que no podia seguirlos con tanta celeridad, encuentra las cartas, las lee, y ve que
son del rey moro de Toledo al marques Suero Pelaez y á su hijo el conde D. Julián,
qoe se habían comprometido á favorecer la empresa de los asesinos. El honrado Ra-
mírez, hallándose á solas con el marques, le afea su delito, mas le promete ocultarlo
si se enmienda: se queda con las cartas, y le dá los sobrescritos. El marques, dueño
de ellos, se los, come para destruir este vestijio de su crimen: y acusa á Beltran ante el
rey de la traición. Sirve para dar viso de verdad á la calumnia hallarle las cartas. El
rey manda prenderle, confiscar sus bienes, recluir á su hija, y cuando vuelve D. Fer-
nando Ramírez, hijo de Beltran, y protagonista del drama, victorioso de los moros, el
premio que encuentra de su victoria, es ver á su padre degollado.
Cuadro li.^^La torre de San Martin. — Los dos traidores, padre é hijo, fueron desdo
27
[210]
entonces las personas mas favorecidas del rev, y se encargaron de perseguir á Femu-
do, el cual se hizo fuerte en la torre de San Martin de Madrid, con anaoiigo y un cria*
do, demoliendo una parte de ella, é impidiendo á cantazos que nadie se acercase á h
iglesia. Doña María de Lujan, doncella noble, huérfana y rica, que vivía cerca, em-
morada del indomable valor con que se defendía Ramírez contra la multitud de sv
enemigos, se abrió paso por la nocne hasta él, acompañada de un criado de au oonfiu-
za, por medio de un subterráneo de su casa que comunicaba con las bóvedas de h
iglesia; le manifestó quién era, su amor y su proyecto de libertarle, y le llevó los vi-
veres que necesitaba; porque sus perseguidores hablan resuelto hacerle morir de ham-
bre como á Pausanias.
Cuadro IIL — El Tejedor, — El criado de Doña María habla sido tejedor de lana cd
Segovia. Marchó á esta ciudad con su ama, vestida humildemente como nuera soja.
D. Fernando, después de haber despedido con varíes pretestos á su amigo y á lu cria-
do, trocó sus vestidos con un cadáver reciente y de su misma estatura, le desfiguró d
rostro á puñaladas, lo dejó donde pudiese ser reconocido, huyó á Guadarrama cap
cura le proporcionó otro traje aunc^ue humilde, y se presentó en Segovia como e^oso
de la finjida Teodora, é hijo del cnado Pedro Alonso, que ya tenia establecida sa ft-
brica de telares. Tomó el nombre y la profesión del supuesto padre, y fué recibido eoa
aplauso de todos los de la carda, porque se aseguró que era muy valiente y que venia
de la guerra.
Cuadro IV. — El bofetón y la cárcel, — La corte residía á la sazón en Segovia. El conde
Julián Pelaez á quien estaba confiada la reclusión de Ana Ramírez, la habia seducido,
la tenia en una casa de campo, entreteniéndola con varios pretestos para no daileli
mano; y entretanto, enamorado de la supuesta Teodora, la requirió de amores. So
marido se opuso á que entrase en su casa, el conde le dio un bofetón, y él sacó la es-
pada y le hirió* Fué preso y cargado de grillos y cadenas. En la cárcel halló mudm
valentones que le respetaban y querian por su intrepidez. Pidió á uno de ellos miela
diese una herida en la cabeza, nnjió que se la habia hecho tropezando j cayendo en
una escalera, se le puso en la enfermería, aunque con esposas, se mordió el artejo de
un dedo para sacarlas, y haciendo escalas de las sabanas de los enfermos, huyó de li
cárcel con todos los reos que quisieron seguirlo, y llevándose á su Teodora, se refa-
jió á la sierra de Guadarrama.
Cuadro V. — Los bandoleros. — ^Yivió en ella tomando lo necesario para si y los sayos,
cuyo número se aumentó hasta tal punto que pudieron encastillarse en aquellas mon-
tañas. Un criado antiguo suyo, sobornado para venderle, vino con otros asociados i
su intento, á unirse á su compañía, aprovechó una ocasión en que. estaba descuidado y
solo con Teodora, los maniataron y caminaron á Segovia. Llegaron de noche auna ven-
ta, donde mientras los apresadores comian, el Tejedor puso las manos en la loz del
candil, quemó las cuerdas que las ataban, quitó la espada á uno de ellos, los acuchilló,
desató á Teodora, y huyó con ella; pero cargando gente, se le quebró la espada, y se
separaron en la fuga, bien que no mucho, pues llegaron con poco intervalo de tiempo
á la quinta del conde, á cuya puerta se hallaba este, ya convalecido de su herida. Tes-
dora, viendo el peligro, finjo cariño al alevoso perseguidor, que quería matar á Fer-
nando, y le pide la espada para hacerlo ella misma. Tómala, se la entrega á su esposo
para que se defienda, y huye. Fernando obliga al conde á encerrarse en su casa» des*
pues de lo cual se reúne con Teodora y con sus compañeros.
Cuadro VI, — La venganza, — £1 Tejedor saca su hermana de la quinta donde eslaha,
yuela á la del conde, se hace dueño desu persona y délas de sus criados, le obliga ali-
sar con Doña Ana, á quien debia el honor, se queda solo conél, ledeclaraque es elnÍB-
ino Femando Ramírez, á quien todos creian muerto , le enumera los agravios recili-
dos, y los venga peleando con él cuerpo á cuerpo y dándole la muerte. Marcha despaes
con sus bandoleros, convertidos ya en soldados, en defensa del rey que llevaba lo peor
en una batalla contra los moros; restablece el combate, y dá la victoria á su patria;
pero encontrándose con el marques, le acomete, le rinde, le hiere mortalmente, y le
obliga á confesar delante de todos la calumnia de que fué víctima su honrado padre.
El re^ le restituye á su gracia.
Si hay alguna composición verdaderamente romántica , esto es, novéleseB, esU
[2U]
Cábula del Tejedor de Segotia. Está llena de acción, de movimiento y de interés. £1 len-
guaje, aunque no tan esmerado como en otras comedias de Alarcon, es animado, ve*
hemente, sobre todo en ^1 papel de Fernando, cuyo carácter emprendedor ó impetuo-
so no se desmiente nunca. Sirva de ejemplo este monólogo que dice cuando pone las
nanos en las llamas del candil de la venta.
«Dadme favor, santos cielos:
que mientras hablan, dispongo
que el fuego de este candii
me dé remedio piadoso,
aunque me abrase las manos.
Elemento poderoso ,
esfuerza la acción voraz ,
tú, que los húmedos troncos,
los aceros, los diamantes
sueles con vertir en polvo.
¡Ah, pese á tu. actividad! ^
Todo me abraso, y no rompo
los lazos: fuego enemigo
¿dánte pasto mas sabroso
mis manos, que estas estojpas
que te suelen ser tan propio
alimento?... Ya estoy libre:
ahora si cuantos monstruos
de Egipto beben las aguas,
pacen de Hircania los sotos ,
se oponen á mi furor,
los haré pedazos todos, t
D. JOSÉ CAÑIZARES.
ARTÍCULO I.
Solo sabemos que pertenece á aquel periodo por la mención que hace de las tra*
jodias.
«según )el francés estilo»
esto es, en cinco actos, en su comedia del Saerificio de Ifijema^ y por algunas voces fa-
miliares, como agur^ petimetre y otras, introducidas en el lenguaje común después del
advenimiento de la casa de Borbon al trono de Espafia. El mismo hace alusión ala mo-
da introducida de apladir á los autores con las voces 6raeo, famoiOy bueno: pues habien-
do dicho al auditorio, en el fin de la comedia El mas bobo sabe mas,
€ Y con dos palmadas solas,
quedan premiados y alegres
nosotros, injenio y obra,»
ya al acabar la segunda parte dd AniUo de (hjesj pone en boca del coro estos versos:
[212]
c Pidiendo con voces
deliras y trompas,
en vez de palmadas
que espliquen el vitoff
perdones y aplausos
con frases modernas
del buenoj famoso,
del bravo y el lindo.f
Todos estos indicios demuestran que floreció en la época que hemos dicho. Sin
bargo sus frecuentes alusiones á Calderón y á los lances de las comedias de este iniif*
ne poeta, muestran que no se cometería gran yerro en suponer que comenzó su carren
á fines del siglo anterior. £s muy de notar que ninguno de sus dramas recuerda dr-
cunstancias políticas de su tiempo, ni aun por alusiones remotas: excepto quizá la co-
media Yo me entiendo y Dios me entiende^ en la cual parece que se quiere elojiar la coa-
ducta de los que habiendo servido con honor al archiduque Carlos, pagaron despoei de
la ruina de su partido al de Felipe V; representando esta grande disputa en la ds
Pedro el cruel y de su hermano Enrique de Trastamara, que sirve de acdon á
aquel drama.
Después de Cañizares se escribieron algunas comedias en el género de Calderón; mas
ninguna de ellas ha tenido aceptación ni fama en el teatro. Empezaron por una parte
los partidarios de Hacine y Moliere á desacreditar el género: por otra á corromper h
escena con sus composiciones estrambóticas los Zavalas, Cornelias y Trigueros, mien-
tras adormecian el auditorio Luyando y Moratin el padre: por otra, la alteración com-
pleta de las costumbres inutilizaba los medios y recursos dramáticos del siglo anterior,
y eran mas análogas á los nuevos usos é ideas las comedias y trajedias francesas, po-
cas veces bien traducidas. Por todas estas razones debe mirarse á Cañizares como el úl-
timo poeta cómico del teatro español que empezó en Lope de Vega.
Algunos quieren que se le considere como eslabón intermedio que sirvió parauoir
el género de Calderón con el que después se adoptó imitado del teatro francés; y le
fundan en el conato que puso eu describir caracteres, que mejor pudieran llamane
caricaturas. Nosotros no lo creemos así, y tenemos á Cañizares por calderoniano paro.
Su Dómine Lucas, su I). I^in do los Hechizos de amor, su i). Lorenzo del Mas bobo sabí
mas no tienen sus tipos en el teatro francés, sino en el I). Toribio Quadrilieros de Guár-
date del agua mansa de Calderón, en D, Lucas del Cigarral do Uojas, y otros caracléreí
grotescos do nuestros antiguos dramáticos, que no derramaban la sátira cómica en ana
nación pundonorosa y colérica, sobre personajes que pudieran tener retratos en la so-
ciedad, sino sobre mamarrachos tínjidos á placer.
Cañizares no es solo calderoniano, sino acaso el que imitó mejor la elocución, el
arte de versificar, y la disposición de la fábula, que son propias del maestro. Es máifr
cil y menos artificioso en los versos, menos decoroso en tas sales, pero mas abondanle.
Sus comedias siempre interesan, siempre agradan por el continuo y no inverosímil mo-
vimiento de los personajes. Posee en sumo grado el arle de hacer reir, aun con deaa-
tinos y necedades, y no perdona ni á equívocos ni á conceptillos; jpero injeridos de tal
manera, que parecen el modo natural de habiar^del interlocutor. &u diálogo es frecuen-
temente VIVO y animado como el de Morcto. Ni tiendas intenciones dramáticas de es-
te, oi la sal picante de Tirso, ni las combinaciones injeniosas de Calderón, ni las gradaí
naturales de Lope. Pero su objeto es hacer reír, y lo logra como ninguno. ¿Quién Mede
refrenar la risa cuando vé á D. Lucas llevar por peto á un desafio el árbol geneal^M*
de su familia: al mayorazgo de Granada deletrear mascullando el billete c[ue ha 8or|im-
dído á su mujer, ó á i). Policarpo de Lara espresar su necia pasión á la iloa-
tro fregona?
Sus comedias de figurón, que son las que mas fama lo han granjeado, son por lo re-
gular de capa y espada, como las do Calderón y Morete; pero hay en ellas un persona-
je ideal, necio, malicioso, estrafalario y botarate, destinado á hacer reir al auditorio, á
ser el juguete y la burla de los demás, y á tener sin embargo una parte activa en el en-
lace y desenlace de la fábula. Calderón, Rojas y Moreto presentaron cada uno un carao-
[213]
r de esta especie; pero Cañizares snpo diversificar esta figura, y conservando el fonda
I sos cualidades aparentes, á saber, la estra vagancia (leí lenguaje y de las ideas, variar
8 sentimientos morales y su capacidad intelectual.
El Dómine Lucas es un estudiantón ridículo y pedante, infatuado de su nobleza; pero
. Cosme de Anzures de Yo me entiendo y Dios me entiende^ encierra bajo espresiones y
odales estrafalario)^, valor , sentimientos* nobles , muy buen juicio y no poca
tocia.
D. Policarpo de Lara es un joven mal educado, incapaz de honor, de valor, ni de
dicadeza en el amor; pero el I). Lorenzo del Mat bobo $abe man^ mayorazgo travieso y
itarate, despierta de su larga infancia, apenas siente el aguijón de la injuria y teme
ifáev el amor de su esposa.
El I). Lain del Músico por amor; es un animal avaro, glotón y descortés: el D. Geró-
mo Retuerta de una comedia, cuyo título es Allá vd ese disparate^ pertenece á la mis-
a especie, y solo se diferencia en los incidentes de la fábula. El barón del Pinel solo se
ferencia de los dos en su ridículo orgullo aristocrático, y en su desatinado amor á ufia
ujer casada, con el que estuvo á pique de arruinarse á si mismo y á una familia dis-
Qguida.
Al lado de los caracteres de figurón se ven otros no tan recargados, aunque tam-
ien ridículos, dibujados con felicidad. En la ilustre Fregona introduce una dama pe-
lote y culta, imitada visiblemente de la Doña Beatriz de Calderón en No hay burlas
n el amor. También es pedante, y ademas poeta, el D. Periquito de Alldva ese dispa-
lie. £1 tio del Dómine Lucas es un abogado que apenas sabe hablar otro idioma que el
5 la curia y enamora en términos de proceso. Es ademas fanático por la nobleza; y
ly en Madrid una tradiccion de que fué personaje verdadero, y que Cañizares lo sa-
í al teatro por complacer á amigos poderosos, alegres y mal intencionados. En la
tisma comedia hay una Doña Melchora, tonta, mas tan aficionada al matrimonio, que
mducc á la par dos intrigas amorosas para hacerse poderosa^ según ella dice, logrando
3S casamientos. En el Músico por amor se introduce una santurrona, capaz de amor, de
dos y de ira.
Otras comedias tiene Cañizares que sin ser de figurón, describen un carácter. En Las
lentas del gran Capitán este héroe y su amigo Diego de Paredes hablan como dos espa-
cies militares del siglo XVI, llenos de bizarría, de valor y de gracia. El guapo Julián
omero y su dama imitan el lenguaje y el arrojo de los valentones. No hablamos de la
róica Antonia Garcia^ que no es mas que un robo hecho al insigne Tirso de Molina.
Pero el carácter que Cañizares no robóá nadie, y que está perfectamente descrito,
ieláe El Picarilíoen E^ipaña, Federico Bracamoníe, proscrito por el rey D. Juan II,
) introduce en su corle como un soldado de fortuna, se hace amigo del condestable
• Alvaro, imita con sal y sin afectación los modales de palacio, enamora y cela sin re-
[inciar al título de picaro que se habia dado á si mismo, hasta que en fin, libertando
rey de una violencia, se descubre y obtiene su perdón. No dudamos en designar esta
imedia como una de las mejores de Cañizares,
ARllcULO ÍI.
CONCLUIREMOS la eiyimeracion de los dramas de carácter de Cañizares con la Vida
I gran Tacaño^ llena de movimiento y de intriga: los diálogos son graciosísimos, y las
tocias para robar bien urdidas y ejecutadas. Muchos de los incidentes son tomados
) la novela satírica de Quevedo que tiene el mismo titulo. Las dos damas burladas
irlos rateros no pertenecen ya á la escuela de Calderón: son codiciosas é incapaces
i amor; porque la una es imbécil, y la otra no ama en el mundo masque á su perrita
abe, cuyo robo es uno de los incidentes mas cómicos do la pieza.
£o cuanto á las comedias heroicas, en que procura imitar el sistema de Calderón,
i mas dignas de aprecio por el buen estilo, la versificación y la gravedad de la sen-
acia, son También por la voz hay dicha^ en que imitó el Alcaide de si mismo de su modelo,
Por acrisolar su honor^ competidor hijo y padre. Esta última puede considerarse como
[2Í4]
la segunda parte de la desdichada Estefanía de Velez de Guevara. Un hijo de Fernaa
Ruiz de Castro y de esta infeliz victima de los celos, se presenta á soatener contra so
padre en desafío público la inocencia de su madre.
Cañizares no era aficionado al género trájico. Sin emlMirgo en el SaerijÑeio de Ifigenia
tiene buenos versos y situaciones interesantes: mas ninguna tomada de la Ifigenia de
Hacine, Mientras no parezca la que con ef mismo título escribió Calderón, no se podrá
decir si Cañizares le robó mucho ó poco. Nosotros nos inclinamos á lo primero, por-
que muchos de los versos nos han parecido del mismo Calderón, como estos de Aquiles,
3ue resuelto á defender á Ifigenia contra Agamenón, contra Grecia y contra los dioses»
ice á sus soldados:
cQue á mi real tienda llevéis,
banderas tendidas, armas
en mano, tambor batiente,
formados como en batalla,
á la reina mi señora,
y á la que ya coronada
Sor esposa de su rey,
esará los pies Tesalia:
mientras el resto de toda
esa femenil bastarda
multitud, pues muda sufre
como relijion la infamia,
yo solo defiendo el paso.»
ó estos de Agamenón:
cEl orbe que oyó el estruendo
de las trompas y las cajas,
ya de aquel susto primero
convalece en la tardanza;
juzgando, ó que es guerra ii^usta
la c[ue tierra, viento y agua
resisten, ó que el temor
de no conseguir la hazaña
es remora á nuestro impulso,
es remo á nuestra venganza. »
Si estos versos son verdaderamente de Cañizares, debe confesarse que ninguno ha
•ido tan feliz como él en imitar á Calderón.
Citemos algunos pasiges del género propiamente suyo, que era el grotesco. El Dó-
mine Lucas en la esposicion de la comedia de su nombre, dice á D. Enrique, au amigo
y conocido antiguo:
cYo en la montaña
tengo una bonita hacienda,
á Dios gracias, que un abuelo,
mi deudo por línea recta, *
fundó ciento y dos mil años ^
antes que Cristo naciera.
. .••...•••••.Liejóme
con calidad esa renta
de que entre á gozarla yo
desde el día en que me muera.
Z>. Enrique. ¿Desde que os muráis? pues muerto
de qué os sirve?
D. Lúeas. Tengan cu enta .
pues ¿cómo queréis que mande
que viva un hombre con ella,
D, Enrique.
D, Lucas.
[215]
8i es hacienda de montaña
oue hincha, pero no sustenta?
¿Pues cuanto es?
Doce ducados.
y tiene un censo de treinta.
£1 caso es que mi nobleza
tan antigua que á diez millas,
huele á lo rancio que apesta,
no permite que me entregue
todo entero á quien no sepa
que es mujer tan recatada,
tan mirada, tan atenta,
tan noble y tan tarantan....
¿Qué es tarantan?
Es discreta
frase con que yo me esplico
dando á entender que quisiera
mujer que no se asustara
de cajas ni de trompetas etc.
1 el Músico ¡yor amor D. Lain, yiendo á D. Carlos, hijo de su amigo, dice:
D. Garlitos mió,
abrazadme, apretujadme,
oprimidme, deshacedme,
ue sois una yiva imájen
o vuestro padre: no he visto
semejanza semejante.»
después
D, Enrique,
D. Lucas.
i
c¿A qué pensáis que he venido
con todos mis alifafes
y esta cara de mastín?
Carlos, ¿A qué es?
Lain. A medio casarme.
Carlos. Estraña función será
boda tratada á mitades.
Lain. Tengo aquí un correspondiente,
^ne giramos los caudales
igualmente: y entre algunos
cambios que iiay de parte á parle,
á letra sin ver, quería
una hija suya encajarme.
Yo, que para aceptar una
de ciento y cincuenta reales,
la doy ochocientas vueltas
y pillo la «mosca antes,
vengo á ver el dote, que es
en lo que habrá que repase:
que no hay rostro que sea feo,
como un talego le lave. >
En Va me entiendo y Dios me eníteñde entran de noche el rey D. Pedro y su confiden-
D. Alvaro en casa de D. Cosme, á enamorar á su futura esposa. D. Cosme encuentra
n ellos á oscuras, y les oye hablar, sin conocerlos, do un risco y de un mármol que no
leden ablandar ni contrastar y él díco para si:
[216]
«¿Qué cosa en mi casa hay tinra^
que estos quieren madurarme?
j después, conociendo al rey.
c Honras me trae
el rey que á vencer durezas
viene á mi casa?»
ARTÍCULO III.
V EAMOS de qué manera forma los diálogos Cañizares en materias algo mas elefala
Una mujer dá la siguiente queja al gran Capitán:
«Señor, aqui hay un soldado
3ue la palabra me ha dado
e casamiento.
Pasad
adelante.
En fuerza de esto
á mi obsequio le admití.
Y ¿es español?
Señor, sf .
Y ¿08 engañó? Acabad presto»
Tarda en casarse, y apura
mi tolerancia.
Señora,
¿con eso venís ahora?
Sues acaso ¿soy yo el cora?
oís el virey, y él está
ea vuestra guardia..
¿Si á féf
Pues yo le arcabucearé
y después se casará.
¿Matarle? ¿por qué, señor?
¿No decis que os ha engañado?
No señor; que él no ha tocado
al sagrado de mi honor:
solo el casarse ha ofrecido..
Hablarais para mañana;
pues pasósele la gana
de ser ya vuestro marido.
¿Qué le he de hacer en rigorT
pues yo bien le puedo dar
orden para pelear,,
no para tener amor.»
El mismo Gonzalo de Córdoba dice á su sobrino, que andaba entretenido en
y con rivales:
Gonzalo.
Mujer.
Gonzalo.
Mujer.
Gonzalo.
Mujer,
Gonzalo.
Mujer,
Gonzalo.
MujeTk
Gonzalo.
Mujer.
Gonzalo.
Juan,
Qonsuilo.
cPues D. Juan,
¿vos aqui?
Señor, estaba...
Divirtiéndoos, ¿no es verdad?
aunque yo sienta la falta.
Juan.
Gonzalo.
Juan*
Gonzalo^
Pelón,
Juan.
Garda de
Juan,
García.
»I7]
Señor«f«
Ved en lo que andaU,
quo iob mí sangre.
¿Yo?eftDada.
Cuidado con la cabeza,
Íue ot enterraráo gi os matan. (Vase.)
*$oyome lo dijirm^
Hoy, por lo que ahora os contaba,
he tenido una pendencia*
Paredes. ¿Y estabais sololf
Llevaba
á Pelen.
¡Buenas pechugas
de gallinast si le asaran!
i el Picarillo en Espafkt hay el diálogo siguiente imitando el estilo de los amoríos
acio:
honor.
Frderico,
íjvnor.
Federico,
¡jfonor.
Federico.
Ijronor.
Frderico.
I^onor,
Federico,
ijconor.
lio oido vuestra manfa,
y mi condición me llama
á gustar mucho*. •.
¿De qué?
í)e gentes extraordinarias.
Pues ninguno le es, señora,
mas que yo,
¡Qué libre que habla!
¿y tenéis muchas
habilidades/
No faltan.
¿Cantar, danzar y tañer?
ÍAk voz boy, señora, es mala:
pero muchas malas voces ,
andando el tiempo, se aclaran*
¿Va empezáis como en misterio
a esplicaros?
Linda gracia:
pues si entro desde hoy á andar
en terreros y antesalas ,
¿no queréis gaste conceptos,
preludio» y estra vagancias'/
¡Jesús! gustaré de vos
muchisimo yo.**>
I arto segundo volviendo á encontrarse, dice:
ÍJ'onov,
Federico,
Ijeonor.
Federico.
Leonor.
«Ruido sintió la reina
en esta cuadra, y á efecto
de saber lo que es me envía*
Yo bien decíroslo ^uedo;
Í)ero no puedo decirli^,^
*2sa implicación no entiendo*
• • 9V#999* • 999*ttV« • •##*#* •e*vVV«
¿qué he de decir A la reina?
Que aqui ha pasado un suceso,
y á un picaro se ha fiado
que sabe g«ardar secreto.
¿En todo?
28
Fcderuv.
Jjeonor,
Federico,
JLeotwr,
FedaHco.
I^eonor.
Federico^
Leonor,
Federico.
Leonor»
Federico*
Leonor,
Federico,
Ijfonor,
Federico.
Leonor,
Federico,
Leonor,
Federico.
[Slt]
Eq lodo, sefiorac
% ano hasta en eaiar sirviendo»
£' ues sirvo sinetpenauí.
lucho estar de prisa siento.
¿Por quá^
Porque os respondiera,
re si sois picaro^ eso
servir por servir solo
sin que lo sepa ul deseo,
lo dejéis para quieasea
picaro mas. caballero.
Mirad que me habéis picado^
que JO. también puedo serlo.
Picaro sois^ bien decis.
Pues ya me iwis conociendo,
y veréis que es mas en mi
que lo picaro, lo necio.
Picaro sois* pero sois
muy cortés y muy discreto.
Agradetco la ironía,
perdonad si la penelro%
Ya hablaremos.
¿Por qué oót
Soiegrac¡oso«
Yo lo creo.
A Dios.
El vaj^a con vos.
;Qué hay en este hombre encubierto
que diet la que él recata?
Mas yo<¿para qué deseo
iaquirirlo? — A Dios.
¿Dos veces
os despedís?
Es que quiero
me sintáis el que me vaya.
¿Pues para quedar morieodo
una vea no basta?»
[Aparte.)
Este
empezado
(le Austria, ^ __^ ^ ,
Zumora. El rendimiento en los caballeros, y el desden y la altivea en las-damas, q«a^
ocultaban á veces bajo aquellas apariencias sentimientos mas tiernos, eran el alna d«
la conversación fina en el siglo de Calderón.
ZAMORA.
ARtíCBtOí.
U« Antonio Zamora, gentil hombre de la oisa de S» &t» y oBctal de la secretaria de
Indias, fué uno de los últimos poetas cómicos de l*«iwiela de Lepe y Cahiarolii , que la
npañaron, por decirlo asi, i *ú foneral á príacipioa del siglo pasado. En el prólogo
escribió para el primer tomo de sus eomediaa, dejó consignada su tídelidad á las
iciones de aquellos maestros, vsedaladamente del último: mas aunque él no lo bu-
a espresanienle dicho, se reconoce bastantemente tanto en la conducta de sus fábu*
:omo en su elocución, que para él no babia otro modelo que mereciese ser imitado
< el poeta favorecido de Felipe IV. No carece á la Terdad de mérito en la disposición
teres del plan ni en la viveía del diálogo, mas correcto en lo primero que Tirso y
e, muy inferior á ambos en lo segundo, aunque no despireciable; pero su estilo es
re, sin calor, amanerado, cuajado de metáforas gongorijias; en una palabra, no imi«
n esta parte sino los defectos de Calderón ó de su siglo.
La dinastía austríaca habia caido del trono, desnoea de una guerra cruel, con su
I la de Burbon; pero la variación de fiírailia real no causó mudania alguna en las
umbres ni en las ideas ni en lossentimíentoi nacionales. £1 valor, el bonor, el amor
inuaban siendo las creencias y los sentimientot haUtnales de la nación: y por con*
iente tanto en palacio como en la capital eran agradables todavía y se representa-
con aplauso las comedias del siglo pasado. Zamora que puso en el teatro la bistn-
le la sorpresa deCremona, comedia «visiblemenle de circunstancias, la revislió con
•s los lances de amor, celos y desafies que podieran haberlo becbo Lope y CaldeíoD:
mismo bizo en la Poucella de OrUmu, lomada de la historia francesa, y que escri-
probablemente por complacer á susgefes. Lo mismo se nota en Cañizares, su coe*
o, uins independiente y que nunca trabajó piezas sobre los asuntos corrientes,
mas genio cómico y mejor estilo conservó cuidadosamente en sus dramas el inuo-
nballeroso del siglo anterior.
i'ero después de estos dos injenios no volvió por mucbo tiempo á aparecer en mies-
escena nada aue anunciase el talento y b animación de los tiémp6»de Lope, Molí-
Calderón, AÍarcon y Moreto, El teatro antiguo blleció: el nuevo aun no había nu-
; y si la memoria no nos es infiel, la Talla castellana yació en continuo letargo desde
zares hasta Moratin. Solo el Maréoqmo de Cllmaeo Salazar y la Atimaiicta degtrui'
le Avala interrumpieron con algunas escenas tolerables y muchos buenos versos
largo sueño de la musa dramática. Solo puede atribuirse á la ausencia absoluU
genio: pues el pueblo no dejaba de concurrir con ansia á las monstruosidades es-
las de Martínez y Camacbo» de BioBcio v de Rey, de Comella, Valladares y Zabala.
lias, nuestros sentimientos é ideas no babian sufrido alteración; porque aun no
amos probado del árbol de la ciencia del bien y del mal, que nos mostró mas tar-
I filosofía material del siglo XVIIL
intre las composiciones de Zamora, las mas conocidas y populares son dos: el he»
ido por fuerza y el Convidado de piedra. La primera es una imitación ó un modelo,
[ue no sabemos lo que efectivamente fué, de aquellos caracteres grotescos, de aque-
caricaturas, á que acostumbró Cañizares á nuestro auditorio, y que no tenian otro
to moral, ni aun dramático, que el de hacer reir con los dislates y eslravagancias
>s protagonistas ridículos. El ü. Claudio de Zamora es un clerizonte necio, igno-
e, tacaño, apenas capaz de la primer tonsura que solicita, y que por no renunciar
la capellanía miserable, deja de cumplir una promesa de casamiento que babia
}. Persuádenle á que en venganza In novia le ha hechizado, y que morirá sin reme-
Á no se casa. Todos los incicíraCes d^ Ifí pieza están ligados á esta idea, que el autor
nvuelve con chiste y facilidad. £s unt do las comedias españolas que hacen reir
en la ejecución. El fispectádor se presta á todo lo que se le dice por no perder la
a de D. Claudio que se introduce á escondidas en el cuarto de la hechicera, con
alcu/a en la mano, para echar aeatte en una lámpara, á cuya luz estaba ligada su
según las condiciones del encaiilo» ¿Qaiéa ignora los célebres versos
Lámpara doaeoaiiioal,
cuyo reflejo eivU (I)
1!jjo, i n filme, perverso: ults b üifaüoMa ^pic Itm* CMlHMct oiadjclUo civil.
[220]
me ra á moco de candil
chupando el óleo TÍlal,
en que he de vencer me fundo
tu traidor influjo avieso
rdii^ nolii: que para efo
hay alcuus en el mundo, t
que pronunciaba siempre el actor temblándole la mano, de miedo de apagar la luz, t
oyéndose los golpecitos que daba la alcuia contra la lámpara?
ff.a.««««*csta es
de LucigOela sin fé,
J). Claudio, la habitación.
Claudio, ¡Válgame IKos! que mansión
tan como (jué so yo qué! (i)
Lmdo retablo *
el de esta figura es:
yo conozco un ginovcs (?)
que se parece á este diablo.
Una daczA aquf se alcanza
á ver, aunque no muy bien,
de borricos: yo sé quien
pudiera entrar en la danza. •
El carácter miserable de D. Claudio se pinta al tiempo de tomar la cuenta al vejete
que tiene por criado.
Pinchauha$. Cuatro cuartos de una carta.
Claudio. No entiendo de esaiv; /pues tengo
yo de poner de mi casa
el que al oiro se le antoje
darme desde allá las pascuas!» .
Kofadado después con el criado le insulta;
Claudio. Es un sisón;
y á no tener esas canas
hiciera que le bajasen
al calabozo del agua.
Pinchatibag. Nadie de los que he servido
roe ha dicho tales palabras.
Claudio* Pues yo soy uno, y las digo.
PinrhaubaSé Usté, si de mi se enfada
me ajuste la cuenta.
Claudio, Nolo.
Pinchaubas. Y en pagándome. ..
(laudio* No hay blanca •
Pinchntthas. Me iré con Dios.
Claudio. ¿Quién le ha dicho
que gusta Dios de fantasmas?
Va puede conocerse por estas muestras la especie de ridículo que empleó ZaiflO^^'
(1) Vrfrso de rarisima construcdon: pero muy propio dd personaje en cuya boca s»c pose.
(¿j Parece que continuabao los giaoTe&es siendo asonlisl&Si
p»il
rijido á entretener con bufoMidas que á nüriiar. El criado^ cooGdente de Don
u pidiéndole este que le dieta entrada en al apowolo de la hechicera, le dice:
c.«* Cuaolo puedo
hacer si á tanto te arrojas,
en darte la llave y una
reliquia niaravilloM.
Clmidio. ¿Qué reliquia ea?
Picatoste. Vn hscao
del catalán Serrallonga.
Claudio, ¡Santo mió!
ido cuenta de su enfermedad á un doctor, dice que siente tun laptu» Hngítif en el
espresion que ha quedado como proverbial entre los graciosos 7 decidores: Quie-
er contra el orden del médico.
Doclor.
Sosegaos:
y pues el hambre os irrita
concertémonos.
Claudio.
Ihcior,
•
Claudio,
¿En cuánto?
• En alguna conseí villa,
agua y chocolate.
¡Corcho!
Ihclor,
Claudio.
Pues sean dos higadillas
de pollo,
¡Poca manteca!
Doctor.
Claudio.
Pues ¿qué queréis?
Carne frita,
y alborotaré la casa
8Í me bajan de dos libras. »
raniio después con la supuesta hechicera la coja del brazo. Ella grita:
c ¡Que me mata!
Claudio, No haré mas
que romperte una costilla, t
ARTÍCULO n.
wridado de piedra es la misma fábula que croó Tirso de Molina, que arreglaron
rmas del teatro francos Tomas Comei lie y Moliere, y que reproducida en todas
x)mo drama, como ópera ó como baile pantomímico, na probado á la Europa,
^enio e.spanol, incorrecto si se quiere y poco dócil alas leyes del buen gusto, po-
el si{;lo XVII el instinto teatral, es decir, los medios de interesar vivamente y
'cr los ánimos con c^r^ctéres y cuadros oríjinales. Voltaire no sabia esplicarsif
^mo por qué motivo interesaba la acción de esta pieza, y lo atribula al movimien-
liro fau fracas de iheaire) que reina en toda la fábula. Es muy cstraño que aquel
» tan liábil en literatura atribuyese auna causa tan pequeña, y que se halla en
¡ coitiposiciuncs sin celebridad, un efecto tan grande. £1 autor de Orentet no ad-
no en d drama de Tirso de Molina se representaba nada menos qneel principio
•piacioíi, iiin urnv(>rf(al al género humano, tan simpático con todos los sentimien*
cora/on, tan útil para amedrentar al malvado, tan necesario para reteaer
ihí naco todo oí efecto dramático de esta pieza. Satisface la primera necesidad de
alma* porque nos muestra un orden de cosas eo qae la maldad recibirá su «as-
[222]
tijEo, j lo recibirá de una manera análoga á la €ulpa. ¿Cóaio no ha de ¡nlereiar al
hombro ver á un poder invisible y niisteríoao empleado en reitablecer por medio de
la pena el desorden que causó el deÜlo? 1). Juan Tenorio muriendo á manos de la es-
tatua, erijida á la memoria del que quiso deshonrar, y del que injurió después de ka-
borle dado la muerte, es la iroájen del malvado, endurecido en el crimen j en los li-
rios, que habiendo burlado la justicia humana, no se escapará de la divina.
La comedia de Tirso de Molina, aunque fué el orijinal de que defines se sacaron
tantas copias, no podia ya representarse en nuestro teatro. Aunque se tMtMctBdies^ de
la irre^fularidad de la acción, y de la falta absoluta de unidad en el plan, no podia va
toierarite, en tiempo de Zamora, la excesiva licencia en los lances y en la elocución que
afeaba el drama de Tirso. Nuestro autor se propuso reducirlo á f«>rmas mas decente^ v
á una acción mejor conducida, y felizmente lo consiguió sin debilitar la uerversidail
ideal del protagonista ni disminuir el interés del último acto. Kn logar de las eaceou
resvaladÍ3!as de la pescadora y de la aldeana que burló 1^ Juan, introduce otroaanoríos
vuya inmoralidad m menos culpable, y aAade al carácter de burlador los rasgos de pen-
denrion» y amigo de buscar los peligros, llablando con su criado de Üoiia Beatriz, i
quien ha hurlado, dice asi:
c Y en cuanto á que salga
el hermano á la defensa
de su honor, si aca^o alcanza •
á saber, que como á todas
di dado falso á su hermana,
/qué negocióla P<tes acaso,
f)orque es de los que recalcan
as jotas, y i«vo en Cádiz
el barco ¿e la aduana.»
¿no sabré yo, sin traer
estuque de mas de marca,
la valona de museta
y el sombrero de antipara,
darle con mis manos limpias
muchísimas cuchilladas/»
En J'irso de Molina la eataHia no pronuncia mas p<ilahras que Ijü neresam» pira,
cumplir el orden de la providencia. £n Zamora éá consejes ti 1). Juan: y la esreaa es
que le mata, es mas animada, mas terrible que en el orijinal. También es mas íntef^
sante el protagonista por el valor á toda prueba que puso on rl el nuevo autor. Ar-
rómete á los peligros, sale al desafio con su contrario, ní> obedeire la voz del rey
que manda cesar el combate, y se niega á dejarse prender aun del mismo rey. Ea eiw
situación Jico:
cDe espada y rodela armado
de vos me hallo perseguido:
y si una esgrimo atrevido
de oirá me valgo templado.
^•i al que pretendiere o^do
prenderme, con una ofendo,
con otra de vos pretendo
Ifbrarme; pnes en mi brazo,
cuando con este amenazo,
con estotra me defiendo.
A otros amaga, no á vos,
arma que ofensiva es:
v ron vos habla después
la que cabe entre los tíos.
l>etras de ella, vive Uivs,
tfti! péÚÉM tte htft dé hüwr,
ttous que eomrigiw Tcr
|tt« atabando de r«ftir,
;ind« rin anuas ülif
Je doade vím á xtuen^ •
ni la v«ntiflcAcléit de caUí U'tftfo son detpreriablcHi. Si á «ttó »e jun*
ooar la acd<Mt coa bastanM inieirdi, S6 verá qiie Zamora, auoque no
e con nucstroa pHnet|faiiia p#<UUi odaaiooa, merett río auíargo un. la»
ilre ioi del a^irwofdo órdtif .
HMedian, D. Doéniá¡n deD. BhM^ perlMfce á la miaflu date de carica-
izmdo por (tuerza; pero este papel da figuro» es de oira especie, ysepa-
tsuie de la comedia Yo me eatía^oy Dkm nm muimkle de Caftixares. I>.
ro, valiente, leal y capaz de arrosUrar una injusta persecocion, por no
be á BU rey, es sin embargo ^iMvaganle en su lenguaje y en sus
íu uiania principal bascar ed lodai las eoaassu comodidad. Va á dar
lama en litera: qairc reair un desafio^ sentado en una silla: trata con
su barbcroy ¡lorque no so vengue
«Con la navi(ja en la inaao.i
I cuerpo de su criado i todas parles loa utensilios necesarios para im-
!• Esta figura está bien descrita, y no dudamos que produciría efecto
eatro.
no ha tenido esta felicidad la comedia de Zamora, y lo atribuimos A
le cometió el autor, imperdonable toda? ia en su tiempo: y fué (altar al
eas caballerescas. Ilay en su drama un personaje, llamado l>. Beltran
sro distinguido de León, escaso de bienes de fortuna, pero que sabia
con travesuras no tolerables ni aun en un caballero de industria;
cün valerse de artificios para apoderarse de una sortija que pertene-
le su dama, y de su reiox de I). Üomiago^ forma el proyecto de robar
tejantes gracias se alejan ya del género cómico y se aproximan al pa-
r es que en el drama pasan por gracias: y el su<(odiclio I). Beltran,
valiente, y mitad bufon y rufián, es ana especie de medio gracioso, lo
casar con la hija de un señor muy ilustre, la cual á pesar de que no
ifectos y juegos de manos, no por eso deja de amarle: lo que es otra
coro teatral. No lo es meaos el amor de Doña Constanza á Ü. Ilumin-
por el interés, y acabó poruña verdadera afición,
aciones dramáticas debieron escandalizar á un auditorio acostumbra-
alarse en los caracteres de los caballeros y damas ninguna pasión baja
creemos que hacian muy bien los espectadores en tener esa delicade-
e perdería en que ahora se imitase su ejemplo. Pueden pintarse los
i, orijinados de grandes pasiones; sirven para aterrar y es<*arinentar.
I produce mas efecto que asco y desprecio. I^ vista de un !eon UdS
ios agrada; y apartamos de un escuerzo los ojos.
ARTÍCULO ni.
iltTV4í la rotnedio de intriga ó de capa y espada. liOS sentimientos amo-
a su toatro puestos en tioca de principes de Epiro^ Acaya, Clripre y
i(0N; rn una sola. Siempre k&f fus emoidmr ñmando^ introdujo los pasto*
I. Poro bajo todos estos disfraces siempre se encubren los galanes y da-
, aunque mas exajerudoa y alambicados que en este insigne poeta: y
\ algnnus úrt estas pieaas é dar ínteres á su fábula, insisten siempre
09 tan débiles, que el ledoraa iudígut al llegar á la catástrofe de lia-
r224]
ber tenido por tinto tiempo suspensa la imajioacioo. ¿Qoiéo ha de sufrir, por ejemplo,
que en la comedia de Castigando premia amor se le presenten mil lances de amor j de
celos, nacidos de eaui vocaciones, y fundados todos en un oráculo de Minerva, qoe do
es conocido hasta el fín de la pieza? En la de Amar e$ Miber vencer^ el pintor ProtAgen»,
para triunfar del rey Nicanor y defender contra él á Tebas, pinta el retrato de ladam
del rev en una pared que era necesario derribar para invadir la plaza; y la ciudad de
(ladmo se salvó porque no quiso romper un amante el retrato de una hermosura.
Concluiremos el examen do Zamora con el de su elocución* ya gongorína cundo
quiere elevarse, ya cuajada de equívocos y de pensamientos afectados cuando quiere
mostrar injenio. Por mas sencillo que «ea un concepto* como él no lo diga de una ma-
nera algo oscura, no está contento. Pueden servir de tipo de su estilo estos cuatro ver*
sos, que canta el coro celebrando las bodas de Deiíobo y Doriada en la pastoral Sim'
pre hay que envidiar amando,
f Pues ya diste la herida, hijo de Venus»
rompa la cuerda tu apacible estrago;
y sirva de coyunda en la guirnalda
el que sirvió de víbora en el arco. »
El pensamiento os claro: roas está espresado de tal manera que se necesita un ro*
montador para entenderlo. ¿Quién sirvió de víbora en el ar^o, la flecha ó la cuerda?
I'aiece que esta segunda, pues es la única que puede servir de coyunda en la guirnalda
nupcial. V si la rompe el amor, ¿cómo ha de servir de coyunda? Y ¿cómo uu estrafro,
apacible ó no apacible, rompe una cuerda? No c^irecia Zamora de facilidad para vennfi-
<'ai : pero el furor de parecer profundo le hace ser triviairaente confuso. ¿Cuánto mejor
hubiera sido decir sencillamente, conviene la cuerda deiu arco en guimaidas para adornar
lañ víctimas que has herido?
Ln pastor, que se habia guardado mucho tiempo de los peligros del amor, se halla
en un jnslaote enamorado y celoso, y esclama:
cNo, amor, no ha de ser: y pues
á los muros que al labrarse
Eastó mi razón nn siglo
a abierto brecha un instante,
por la boca de la herida
respiraré los volcanes
del pecho, en cuyo alquitrán
aun se hará pólvora el aire.
Muerte ó favor pido á amor,
(|ue estoy celoso^ y no cabe
mas bien que favor ó muerte:
pues si con celos no saben
morir los hombres, ¿de qué
les sirve el nacer mortales/»
^f) tuy< diüi^usla osla última hipérbole para ponderar la fuerza de los celos; pues aunque
(*) ¡lenáauíieuto está expresado de una manera injeniosa, ya hemos dicho otras ven'!i
(]iie nuiK-a el delirio es mayor qu*) cuando raciocina; pero la brecha^ practicada en lo»
muro» que tardó la razón un siglo en labrar, transformada en herida |>or donde res-
j)ira el alffuitran del pecho que convierte el aire en pólvora, ni es hipérbole, ni es ra-
riiic-iuio, ni es delirio de la pasión, sinc» del talento sin gusto ni freno.
'i «ilento, b¡: Zamora lo tenia, como lo maniflesta algunas veces cuando quiere ser
natural »ia dejar de ser poético. Una dama, animando á un amante tímido, le dice:
f No tanto desconfies
de amor, que tal vez herido
de los embales del golfia
[2*5]
se deja mellar on riseo.»
Vn cdebre pintor, contra quieo está airado so rey, le suplica asi:
f Mira
qae es de príncipes invictos
alentar, no destruir
los genios, que de sú siglo
pueden ser vanidad. >
Una princesa habla asi al héroe que ama, al volver de un combate:
c Mirándoos teñido en sangre
de enemigos, y que adorne
la frente bruñido el yelmo,
la mano airado el estoque, etc.
Ea una canción pinta así al amor:
¡Ay amado dolor! :ay dulce hechizo!
• ¿Cómo pareces dicna, si eres peligro?
Y en otra parte,
cDescuidado pescador,
dá al piélago tu barquilla;
que anda el amor en la orilla,
y menos peligro es el mar que el amor. >
Lm siguientes versos tienen el verdadero tono de la poesía lírica.
cYa sacudiendo baja
la noche perezosa
de su n^o cabello
las encrespadas ondas.
Del silencioso sueño
en la apacible copa
brinda al orbe el halago
de su letal ponzoña. ,
Concluiremos estas muestras del estilo de Zamora, cuando abandona el picaro gusto
áe so tiempo, con el siguiente himno de la comedía Caitígando premia amor, dedicado ét,
hermosora, que veneraban los pastores como simulacro de Venus.
«Nueva Venus hermosa,
que hoy nos amanecute,
con dos soles, que flechan
ardores apacibles:
De estos campos alegres
- * los tributos recibe,
V entre llamas de rosas*
incienso de jazmines,
las perlas y corales
de los mares admite,
que el alba en conchas pala,
y el sol en luces tiñe.
Halagüeñas las niniai
la corona te dñea
€011 al mivla qw enea
29
[Z26J
junto al árbol de Aleíde».
De verdores y acentos
el maridaje escriben
las aves con sus plumaS'
las ramas con matice».
Parece que le veo,
madre de amor, en Chipre,
envidiando la copia
BU orijinal felice. >
LA ESCUELA DE COMELLA.
OABIIK) es que cuando l.uzan escrih\6'sa PoéHea^ ó 'por mejor decir, tradujo en caf-
tcllano la de Aríslóleles, había ya 'pefMido ertentro del siglo XVil que creó Lope de
Ve^a y perfeccionó Calderón. Por consi^énte'sus doetrína» no hallaron opeñcien al-
guna ni en teoría ni en prádtíéa. -Las costiftiifores déla inacion no eran ya las rainBM.
El amor no era tan exaltado, ni los celos tan furiosos, ni el respeto al bello sexo tai
de obligación. Ya no e^istian los mantos, ¿ eoyo favor se éiafraabao lia daom-aí
las conversaciones nocturnas por las rejas de las casas y de los- jardinesr ni las múM»
y cuchilladas en la calle, ni las tercerías *de los lacayos; ni los demás uso» en fiur qnt
fueron para nuestros antiguos dramáticos'ftienles -fecundas de incidentes y sitnacionet.
l<na nueva sociedad nacía, semejante á la de París, con todas las ventajas é inesav»'
nientcs de una comunicación mas libre, sita diejar de ser decentOr entre los dos seXMr
idólatra siempre del valor y del honor, pero que no creta ya ofendidos ni une-ní olit
por las vicisitudes de las pasiones amorosas.
Hemos dicho esto, porque no se crea que Lu3t&n destruyó con su libro naestroso'
tígno teatro. Al contrario, lo escribió porque ya'AO'eKistia. Cañizaresr el mciier mnift
de los imitadores de Calderón, le sepultó en su tumba á principios del siglo XTlD»
Los principios del hamanista fueron adoptados; porque eran eeofomei al gira qar
tomaban las costumbres. Es verdad* que cuando *se trató de ponerlos en prAdíoa^ Iba-
tiano en la irajedia y Morstin el padreen la comedia hicieron ensayos muy wW«—^
Iríarttí y Forner compusieron después algunas piezas, no mas qne tolerables, hasta
que apareció en la escena Moratin el hijo, que llevó á su mayor perfección anolrt
roniedia cldaica; pero antes do él solo vivia el teatro ' español de traduccioaes dd liaa-
4'cs, entre las cuales hay muy pocas buenas, j de eomposiciones de una nueva c^ecisr
que trataremos de caracterizar si es posible.
Tales son los dramas de Cornelia qtto' llegó ¿fundar una especie de escocia ea si
último tercio del siglo pasado y de todes-sQs úaitadores, estigmatizado» en la eáhbce
pieza satírica del Caféáe Moratin.
Las obras maestras de este género son: «¿afMftfea M Negroponto, La MimamUatt^
iMe^ María Teresa de Austria, Federico il; CdrtosiXíI , ^e volvieron loco al pAblieo,
cuando se representaron por la primera •^ez.'^fitofbre'toao, el héroe de Pmsia eoa sa
sombrero sobre las cejas, su caJaHié^tabaoor y sosochanzas á Quintas, era la ddieia da
los espectadores.
Estas composiciones tenían muy-jpocaoHjinalidad. El tipo de ellas era él melodrar
ma francés. Habia siempre una familia^Tirtoosa-perseguida por la desgracia, la trai-
ción y el hambre: hombres alevosos, de pasiones siniestras, y de coraioii perreno y
reocoToso» apuestos á haoer nal; y priocipe», que punqae se dejan engañar al prin-
dmo coa artincios, generako^eftCe mal t^idoi, al fin conocen la maldad cuando el
Áablo tira de la míanta, y la caatigaQ aeveiriiment^.
Ea las comedias de costumbres y de iojlríga (porque también las produjo esta es-
<€oela) «e nota la imitación de nuestro teatro antiguo eo cuanto á la aglomeración de
los incidentes, y la del teatro francés, por la observancia de las tres unidades. Pero ni
consiguieron enlazar y desenlaiar como Calderón, ni describir caractéresi con la verdad
j profundidad de Moliere*
No es menos de notar la estravagancia de tomar casi siempre los argumentos do
tas novelas ó de las historias estranjeras* Acaso muchas veces no hicieron mas que
traducir dramas del teatro francés, ingles, italiano y al/eman, callando el hurto y ven-
diéndose por orijinales. Lo cierto es que los personajes que se presentaban en la es-
cena, eran Sinham, Fronnot//, Mechial^ Wolf, TremuU^ Obstembergy y otros nombres es-
tranjeros de la misma calaña, que atormentaban las orejas españolas, y de los cuales
no perdonaban los actores ni aun la maa despreciable consonante.
Este género hibrida, nacido de la pobreza ignorante que se dedicaba á surtir los
teatros, es el peor de cuantos ha tolerado y aplaudido nuestro paciente pueblo, si se
esceptúan los dramas románticos de la época actual. Comella, Zavala, Yaíladares, Rey,
Martinez y consortes, sin instrucción, sin educación literaria > y lo que es peor, sin ge-
nio, ni disposición natural, nada podian hacer sino poner novelas ó gacetas en diálogos^
frios y sin animación : ó cuando mas, zurcir perversamente lances de comedias espa-
dólas ó estranjeras. No hay que esperar en ellos sino caracteres atroces ó necios pinta-
dos con almagre, situaciones de ind^jencia, sentimientos vulgares y falta absoluta de
invención*
Al menos el buen lenguaje ó los buenos versos pudieran disiuMilar tantas faltas.
Mas no hay nada de eso. Lo que mas desconocían aquellos hombres era el idioma cas-
tellano: y los versos que cita Moratin en el Café, de la comedia supuesta del Cerco de
Ftíma, están mejor construidos que cuantos ha producido la escuela de Comella. El
autor del Viejo y la niña no pudo imitar, por mas aue lo solicitó, la frase llena de ri-
tio, de bajeza, de impropiedad y de cacofonía de los dramaturgos que condenaba á
I risa pública.
Y en cuanto á la versificación, es siempre prima hermana de la frase. En mal hora
D, Tomas Iriarte quiso, con la autoridad de Argensola, hacer de moda el estilo rastre-
ro y copleril de versificar, oue era el suyo, y sobre el cual rara vez acertó á elevarse.
Al punto esta turba de reptiles del teatro, escudados con el dictamen de aquel huma,
aista célebre y que merecia serlo, quemaron á Garcilaso, á Lope y á Calderón, é hi.
cíeron hablar á sus personajes el idioma de la conversación mas iamiliar. A la verdad
no fueron cultos, comoGóngora ni equivoquistas, como Quevedo, ni disparatadamente
Uperbólicos, como Montalvan y Mooroy. Fueron cosa mucho peor; porque renun.
ciaron no solo al injenio que brilla entre aquellos defectos, sino también al sentido
eomun, á la nobleza, á la animación, á todas las dotes en fin que deben caracterizar
al lenguaje de las musas.
Solo presentaremos una muestra de la manera de hablar y versificar de aquellot
dramatui^os. En 4790 se representó en Madrid una comedia de intriga, intitulada lo$
trm Meüi20i, imitación exajerada de los Menechmat de Planto; pero no orijinal españo-
la, sino traducción de algún teatro estranjero, que no te dijo al público cual era, aun-
que sospechamos que fuese el italiano. El traductor^ que quiso guardar el anónimo con
las siglas D. A. R. I., en una prevención o/ omi^o ládor, que antecede á la pieza, nos
4á este hermoso trozo de elocuencia:
cSolo pretendo enterarte de que este rato divertido de dos horas ha conseguido
dos cosas particulares: la primera es haber entretenido al espectador sin una voz que
le dañe ni al alma ai al cuerpo, que en acciones de esta dase se encuentran ñocos; y
la seguada un desengaño para qae reoonozca todo iajenio que el que escribe hace lo
menos y el actor hace lo mas.» No sabemos aue campea mas en este pasaje, ola estu-
£idez de los pensamientos, ó la bettialidad de la espresion, ó la Calta de gramática, ó
I TÜeza con que el autor mendicante adula A los cómicos (|ue le daban de comer. Por
sí nada de esto se mostraba aa proaa baalanla daro, lo repite en los versos signieatei:
[228J
< A pesar de las criticas rajantes,
á pesar de escritores gali-hispanos,
y á pesar de malévolos pedantes «
y de otros enemigos inhumanos,
en tres mellizos tan estrayagantes
han dado los actores (sin ser vanos)
á conocer que solo sa destreza
dará acción ó interés á cualquier piezn.»
Los enemigo» inhumanos y el paréntesis sin ser vanos no se pagan con cnantos tron-
chazos se han tirado desde Adán acá. Obsérvese el talento con que se hace úitervmdr
el honor nacional en la causa del autor, llamando gali-hispanos A los que le diriju
rriíicas rajantes.
Pues no son estos versos los peores que salieron de aquellas plumas de avestnn.
Lo repetimos. Nada es peor «jue la escuela de Cometía, á no ser la que eb el día
pugna por corromper los sentimientos humanos y la moral universal. Loa intereiei
que esta ataca son aun mas importantes que los del buen gusto literario.
DE MORATIN.
ÍVlGUNOS han censurado al padre de nuestra comedia clásica, deque toda su faem
cómica está en el lenguaje y no en los pensamientos: todas sus gracias, dicen, eonsistfla
en los oiga! pues ya, y... y otras espresiones familiares, de que están llenas sus come-
dias. Hemos oído esta acusación á personas muy ihslruidas, y que por otra parto do
podian tener ningún motivo de odio ó de emulación para formar un Juicio tan sevoro.
Hay efectivamente, no un motivo, sino un pretesto para semejante acusación; y ei
la superioridad de Moratin en el manejo del idioma. Lo menos que podemos decir de
él es que nadie le aventaja en las dotes del lenguaje, en la pureza, en la elegancia, oa
la corrección de la frase, en la sobriedad de los adornos. Asi no es mucho que ae haya
fijado la atención sobre el excelente uso que supo hacer de las espresiones lamiliañi
del habla castellana, y desconocido la fuerza de sus combinaciones cómicas, oue osla
prenda principal en el género que escribió: mucho mas, cuando en ella es TiaibleoMalc
inferior á Moliere, y por consiguiente á nuestro Morete, el mas vigoroso de coanftii
poetas cómicos han escrito.
Pero la perfección con que Moratin escribía el castellano, no es motivo paradeno-
nocer en él cualidades mas elevadas que las de un mero hablista. El juego dramálioode
sus comedias está Heno de vigor: y basta para demostrarlo la inevitable risa que bioa re-
presentadas arrancan al espectador, el cual no se rie seguramente por loa monooilalN»
arriba citados, n^ por los demás donaires del lenguaje. Estos pueden contribuir á kñ*
veza de la cspresion; pero si el pensamiento no es cómico, todos los chistes del idioflBa
no lo harán capaz de excitar la risa.
Hemos meditado muchas veces sobre lo que César llamóm comtM, j cuya fiíllaeoB-
suró en Terencio llamándole medio Menandro, Nosotros traducimos aquella eoproñoa
latina por la de fuerza ó vigor cómico; pero se ha definido muy poco so naturaleía. Nos
tomamos, pues, la libertad de exponer nuestras reflexiones en esta materia.
Como la poesia cómica tiene por objeto presentar los defectos y vicios de los hom-
bres bajo el aspecto mas propio para que exciten nuestra risa, y nos corrijamos de ellos
por el temor de excitar la ajena, parece que la fuerza cómica debe consistir
[S29]
meóte en el arte de tniacar el punto de vista mas ridiculo de las acciones y de Jos perso-
Bi^ yiciosos. Ahora biep; si examinamos en general cuales son las cosas que excitan
nuestra risa, veremos que en todas ellas entra como elemento esencial é imprescindible
üícontrMdiccwn, Por ejemplo: nadie se rie del jornalero que va.á su trabajo con un tos^
lidillo pobre» mal calzado y la capa rota ó desmelenada; pero todos se reirán del Joven
rico que se presente en el paseo ó en el baile con desaliño y sin la elegancia propia de
sv clase. La mesa humilde del artesano que reparte á sus hijos el mezquino sustento,
adquirido con el sudor de su frente, lejos de ser ridicula, es respetable; pero ¿qué di-
riamos de un banquete, á que se hubiesen convidado nersonas de alta gerarquia, y que
adoleciese de escasez, de malos manjares, de pérndos vinos, ó de desabridos con-
dimentos?
Y ¿cuál es la causa de la ridiculez en los dos casos que hemos citado? No otra sino
la contradicción entre la acción y el principio social que ha debido dirijirla. Donde no
hay esta contradicción, cesa la ridiculez.
Examínense una por una todas las comedias de Moliere, que es mirado con razón
como el poeta cómico que ha desentrañado mas filosóficamente el ridículo de las accio-
nes viciosas, y se verá que toda la ridiculez de- sus personajes consiste en la contradic-
ción que hay entre lo que hacen, y lo que debian nacer, ó el fin que se proponen, ó lo
que se debia esperar de ellos. El celoso, que á fuerza de precauciones y sospechas ace-
lera el mismo mal que quiere evitar: el avaroque envia á la cocina á beber un vasode
agua á su hijo, acometido de un accidente: el cortesano que persigue al que ha censu-
rado sus versos, después de haberle pedido que los censure en toda libertad; en fin,
las mujeres que renuncian á los hábitos y amabilidad de su sexo por merecer la ridi-
cula fama de sabiendas, ¿qué son sino seres» contradictorios? Y ¿existe una fuente naas
copiosa de ridiculez que la inconsecuencia? Y ¿qué es la inconsecuencia sino una con-
tradicción?
El poeta, pues, que sepa describir las inconsecuencias de los vicios y defectos huma-
nos, será verdaderamente cómico, y su vigor será tanto mayor, cuanto con masclaridad
y enerjia presente estas contradicciones.
Admitido este principio, nos parece que seria injusto negarle á Moratin una gran
dosis de fuerza cómica, ó un conocimiento bastante profundo del corazón y de la nece-
dad de los hombres. ¿Quién no se rie de la sandez de D. Eleuterio en la comedia nueva ^
3ue busca como un medio de subsistencia lo que solo debe hacerse por los estímulos
e la gloria, que carece de todo lo que es necesario para ser buen poeta dramático,
que tiene para escribir sus composiciones el auxilio de su mujer, y que fia en las pala-
bras y en el reloj de un pedante famélico y petardista? ¿Se podrá decir que solo los
chistes del lenguaje son los que nos hacen reir en la representación de esta pieza? No.
La recta combinación de los caracteres y de la fábula, dispuesta perfectamente para
3ue resalte la necedad del protagonista y sea castigada, es lo que excita la risa del au-
itorio. Otro tanto podremos decir de la Mojigaiay en la cualademashay una intención
profunda, y tal, que (no tememos decirlo) no se hallará otra semejante en todo el tea-
tro de Moliere. La virtuosa Inés queda por casar al fin de la comedia, y la hipócrita re--
cibe la mano del esposo destinado á su prima. Pero este esposo es D. Claudio, hidal-
gote necio y contaminado con toda especie de vicios; asi la justicia dramática exije
que se le entregue la culpable, y que la inocente quede libre de su vínculo tan
odioso.
E\ Si de las Niñas, aunque tiene caracteres y costumbres muy bien retratados, no
se presta tanto al ridículo. Las figuras de la niña y de su amante excitan interés y no
risa. D. Diego resarce con su noble y pronta resolución y con la dignidad de su estado
3ue sabe sostener, la inconsecuencia de creer posible ser amado á su edad y de persua-
irse á que el corazón de una joven bella pudiera estar vacío y reservado para él. El
único carácter ridículo de esta comedía es Doña Irene con sus tres maridosi con su pa-
rentela y con el furor de dominar las inclinaciones de su hija.
E\ Si de las Niñas es mas Jl)íen una comedia de intriga que de carácter. D. Garios es
an amanto de Calderón, tal como lo puede sufrir el siglo presente. Al mismo tipo per-
tenece el Leonardo del Barón,
Una cosa muy notable en todas las producciones de Moratin, excepto la primera, es
[SSO]
q«e conelnyea aa mu iMonia de tm-aura, mu propia del dnuiw -mitiMfliital que d* li
comsdiB; pero tnida con tanto arte, y taa bien preparada, que no w tiente el tráMto
del ridiculo d serio, ni de la ríaaálü lagrimal. La razón j^lañrtndcorriiea sienpri
en los dramaa de este insigne poeta lo qne han pecado el viáo j la locnra. Asi nmU'
oMi dos efecto* morales: el de ndiculizat á los míalos j necios, jd de hacer amabln á
los settselos7TÍrtnosos.
tas comedias de Moratin no se represeolaoya... lanío mif|or: con Mo 1m tif^
mas á deseo la generaóon que empieía.
mmti
Pág*
tersificacion castellana. Artículo 1 3
a 7
aesta á un artículo de la Refoista de Madrid f de Octubre de 1839. . 12
enguaje poético. Art. I 15
n 18
I elocución poética. Art. I SO
n 32
ni 24
ster de la poesía oriental. Art. I. . . • • 27
n 28
lU. . . 31
i poesía pastoral 32
omaoticismo. Art. 1 34
n 36
í qne boy se llama romanticismo. 36
men de los artículos anteriores sobre el romaitiniumo 41
s un artícnlo del Liceo 43
poema descriptivo. . 47
epopeya. M
las formas dramáticas. 51
i ópera considerada como drama 5S
i moral dramática. Art. I 57
n 50
ni 60
18 formas del teatro ingles y del español 62
teatro español 67
¿atro clásico francés. Art. 1 69
n 71
uesta á un aficionado • . . 73
ndas españolas. Por D. José Joaquin de Mora. — ^Londres 1840. Arl. L 76
II 77
ni 80
ías de D.JoséEspronceda.— Madrid, 1840 8SI
fas de D. José Zorrilla, tomos IV j V^-^Bbdrid, 1830 85
ida e^ sueño, de Calderón; y la ?ie estiua aooge» 4e Bojtqf. • • .• 87
» de Molina Art. I 89
n .91
*
[222]
tigot T lo recibirá de una manera análoga á la culpa. ¿Cóaso no ha de inlereiar al
hombre ver á un poder invisible y miaterioio empleado en restablecer por medio de
la pena el desorden que causó el deülo? D. Juan Tenorio muriendo á manos de la n-
taina, crijida á la memoria del que quiso deshonrar, y del que injurió después deba*
borle (lado la muerte, es la imájeo del malvado, endurecido en el crimen y en los li-
ciosi que habiendo burlado la justicia humana, no se escapará de la divina»
La comedia de Tirso de Molina, aunque fué el orijinal de que después se sacaros
lanías copias, no podia ya representarse en nuestro teatro. Aunque se Í>res«Bdiesf de
la irre^rularidad de la acción, y de la (alta absoluta de unidad en el plan, no podia }a
tolerarle, en tiempo de Zamora, la excesiva licencia en lus lances y en la elocución qus
afeaba el drama de Tirso. Nuestro autor se propuso reducirlo á formas mas decenl^ v
á una acción mejor conducida, y felizmente lo consiguió sin debilitar la perversidaii
ideal del protagonista ni disminuir el interés del último acto. Kn lugar de las escenas
resvaladixas de la pescadora y de la aldeana que burló t>. Juan, introduce otros anorm
vuysí inmoralidad es menos culpable, y aAade al carácter de buHador los rasgos de pea-
diMirioro y auiigo de buscar los peligros. Hablando con su criado de Doña Beatriz, á
quien lia burlado, dice asi:
c Y en cuanto á que salga
el hermano á la defensa
de su honor, si acai»o alcanza •
á saber, que como á todas
di dado falso á s*! hermana,
/qué negocie? Pues acaso,
porque es de los que recalcan
las jotas, y tuvo en Cádiz
el barco de la ad uana>
¿no sabré yo, sin traer
estoque de mas de marca,
la valona de muzeta
y el sombrero de antipara,
darle con mis manos limpias
muchísimas cuchilladas?*»
Kn li/HO dr Molina la estatua no pronuncia mas palabras qun ha necesarias para,
cumplir el orden de la providencia. £n Zamora 4á €onsej0s A I). Juan: y la escena en
(jue le mata, es mas animada, mas terrible que en el orijinal. También es mas intir'!'
santo ol protagonista por el valor á tod¿| prueba que puso on él el nuevo autor. Ar-
r(*nieto á ios peligros, sale al desafio con su contrario, ni> obedece la voz del rey
(|ue m.inda cesar el combate, y se piega á dejarse prender aun del mismo rey. En esui
situación üice:
cDe espada y rodela armado
de vos me hallo perseguido:
y si una esgrimo atrevido
de otra me valgo templado.
^i a) que pretendiera o -ado
prenderme, con una ofendo^
con oh a de vos pretendo
librarme; pnes en mí brazOi
cuando con este amenazo,
con estotra me üelkeodo.
A otros auiaga^ no á vos,
arma que ofensiva es:
v con vos habla después
ia que cabe entre ios dos.
Uetras de ella, vive Uius,
»olM qoe eoMgiit rcr
|M «ftabaiido (k r«fiir,
tiude fin irnuw siiir
ie doftde víb« á veootn >
Ni el leng«a}e ni la vcrriAcActéO de ctie Itútú %úü ie%preei'Mo%. Si á «ttó s« jim-
ias «1-jcto de disponer le ecmen con besIMie inierds, m verá qtie Zamora, aunque no
imecia ccimpararae eon nuesUroe jirinclfiBlito peecea eóeiicea, mereee «in enkergo un la»
isar iliülíogtttdo entre los del aegviMkl érdeif •
tJira áe mu ronediaii, D. Ihkki^n áBD. JMtéi pertenece é la mitma date de carica-
liiraa que él ihekizméo for ftiersa; pero esle popel de figurón es de olra especie, y se pa-
rece uias al I). Cosme de la comedía Yo me enUendoy IHo$ me mtimde de Cañizares. I>.
ikMuíogo, caballero, valiente, leal y capaz de arrostrar una injusta persecución, por no
faltar á lo que debe á su rey, es sin embargo esti^vaganle en su lenguaje y en sus
modales siendo su uiania principal bnscar ed todaa las cosas su comodidad. Ya á dar
una uiúMca á su dama en litera: qnire reAir un desafio, sentado en una silla: trata con
MI nui cortesía á su barbero,- porque no ae vengue
«Con h navi^a en I* inano. í
•
en fin, llev'a en el cuerpo de su criado á todas partes los utensilios necesarios para im-
]irf>visar una cena. Bsta figura está bien descrita, y no dudamos que produciría efecto
agradable en el teatro.
Sin embargo, no ha tenido esta felicidad la comedia de Zamora, y lo atribuimos á
una gran £iUa que cevaetió el autor, imperdonable lodavia en su tiempo: y fué (altar al
decoro y á las ideas caballerescas. Hay en su drama un personaje, llamado l>. Beltran
de Alfaro, caballero distinguido de León, escaso de bienes de fortuna, pero que sabia
suplir esta falta con travesuras no tolerables ni aun en un caballero de industria;
pues no contento con valerse de artificios para apoderarse de una sortija que pertene-
cia á una prima de su dama, y de su relox de I). HomiagOv forma el proyecto de robar
á su suegro. Semejantes gracias se alejan ya del género cénnico yse aproximan al pa-
tibnlario. Lo peor es que en el drama pasan por gracias: y el susodicho I). Bcltran,
mitad caballero y valiente, y mitad bufon y rufián, es ana especie de medio gracioso, lo
que no le impide casar con la hija de un señor muy ilustre, la cual á pesar de que no
desconoce sus defectos y juegos de manos, no por eso deja de amarle: lo que es otra
falta contra el decoro teatral. No lo es meaos el amor de DoAa Constanza á ü. domin-
go, que empezó por el interés, y acabó poruña verdadera afición.
Estas combinaciones dramáticas debieron escandalizar á un auditorio acostumbra-
do á no ver mezclarse en los caracteres de ios caballeros y damas ninguna pasión baja
y ruin. Nosotros creemos que hacian muy bien los espectadores en tener esa delicade-
za, y que nada se perdería en que ahora se imitase su ejemplo. Pueden pintarse los
grandes crimines, orijinados de grandes pasiones; sirven para aterrar y escarmentar.
El hombre vil no produce maa efecto que asco y desprecio. La vista de un león uus
atemoriza, mas nos agrada; y apartamos de un escuerzo los ojos.
artículo ni.
Al AMOR A no ciiltiwi la comedia de i«lriga 6 de capa y espada. I^os sentimientos amo-
rosos se hallan en su teatro puestos eo boca de principes de Epiro. Acaya, Chipre y
.tros paisos griei^e»»; eo una sola, Smmpiñ$ Aay fur emoidimr amaiMÍo, introdujo los pastó-
os de la Arcadia . Pero l^go todos estos disfraces siempre se encubren los galanes y da-
jias de Calderón, aunque mas exajenMioa y alambicados que en este insigne poeta: y
%i bien acertó en alg*inas de oslas pieíaa é dar ínteres á su fábula, insisten siempre
sobre fundamento:» tan débiles, que el ledorae iadigaa al llegar á la catástrofe de lia-
I.
n ^..
I-PM^
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V"'^0. I OCTi