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Full text of "Ensayos literarios y críticos"

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HARVARD  COLLEGE 
LIBRARY 


Jl^^Slt. 


From  the  BrqucM  oí 

MARY  P.  C.  NASH 

IN  MEMOHY  OF  HEB  HUSBAND 

BENNETT  HUBBARD  NASH 

[nilcuctoT  ind  Profcuor  of  luliin  ind  Spinuh 
Ie66-I^94 


LITERARIOS  Y  CRÍTICOS 


D.  ALBERTO  USTA  Y  ARAGÓN. 


Eita  obra  es  propiedad  de  los 
Sres.  (kdvo'Rubio  y  Compafüa^ 
quienes  perseguirán  ante  la  ley 
al  que  la  reimprima. 


!SSI3ii'3a!>S 


UTEBABIOS  T  CBtTIGOS 


S.  ALBEMTO  USTA  T  AaAfiM»N, 


POR 


W*  3oBé  Joaqnin  it  Mota. 


TOHO  PROEERO. 


CALYO-RÜBIO  Y  COMPAÍtlA,  EDITORES: 

Moa  «el  SUeacio ,  a«a.  U. 

1944. 


ít  ifV 


S^'/U/.?? 


HARVARD^ 
UNIVERSITY 
LIBRARY 
SEP  191958 


A^d^    ^^  . 


.A 


\ 


AMé  WéKCTWBÍ. 


JuOS  Editores  de  esla  obra  creea  hacer  un  servicio  importante  á  la  Literatura  espa- 
ñola »  reuniendo  en  ella  los  fragmentos  con  qqe  ha  fiívoreeido  á  un  periódico  de 
Cádiz ,  uno  de  los  mas  distinguidos  escritores  de  la  época  presente.  Su  nombre, 
respetable  por  tantos  títulos ,  no  hubiera  quizás  bastado  á  preservar  del  olvido, 
estas  excelentes  producciones ,  con6adas  á  las  efimeras  pajinas  de  un  diario.  Es« 
taba  pues  indicada  la  necesidad  de  colectarlas,  y  de  transmitirlas  á  la  posteridad, 
que  tan  eminente  lugar  reserva  á  cuanto  ha  salido  de  la  misma  pluma^ 

Esta  pubUcacion  es  tanto  mas  oportuna  y  necesaria ,  cuanto  que  los  artículos 
reunidos  en  esta  colección  satisfacen  dos  imperiosas  exijencias  del  tiempo  en  que 
vivimos:  las  rej^as  y  la  a4tica.  La^  primeras  \n  cediendo  poco  á  poco  su  puesto 
á  una  soñada  inspiración ,  con  que  S0  creen  privilejiados  casi  todos  los  que  se 
dedican  al  cultivo  de  las  letras ,  y  á  la  composición  litoraria.  La  segunda  no  existe 
entre  nosotros,  y  esto  por  dos  razones  muy  poderosas.  Una ,  ponine  escaseando 
el  saber ,  debe  necesariamente  escasear  su.  ejercicio  práctico  y  activo ,  que  con^ 
siste  prinópabnente  en  .el  juicio  meditado  y  erudito  de  las  obras  d^  ^ptendir 
miento :  otra ,  porque  la  indulgencia  debe  ser  general  cuando  es  general  la  in- 
fracción, y  00  es  de  extrañar  que  los  escritores  se  muestren  entre  sí  tan  benig- 
nos, si  se  considem  que  lodos  ellos  iiec€|f  itan  de  esta  benignidad ,  y  á  todos  se 
aplica  lo  que  en  otrp  sentido  dyo  Horacio; 

En  efecto,:  las  letras  humanas  han  llegado  á  taltabatiiniénto  en.: nuestro 
malaventurado  pais;  tan  estragado  se  halla  el  gusto  .público;  tan  erriHiiias  s^o 
las  ideas  que  dominan  en  materia  de  mérito  Uterario,  y  en  tanta  dejenevadon  ha 
venido  á  parar. el  arte  de  e$erilHr.en  prosa  y  verso,  gipief^o  fs.daUe  ¿dcular  ad^Qr 
de  nos  llevará  esia  dec;adencia ,  pi  donde  se  detendrá  leí  influyo  qipe.  forzoMmente 
ha  dC;  ejercer,  en  las  otras  partes  de  nuestra cávilisainon.  Leogu^e.  sin  digiBdad, 
sin  propiedad ^.i^n  pnr^cai^Km;  ^stílpsin  foi^aad^terminaidast  w  oolorido, 
sin. esniero  y  ¡sut armenia;  vulgaridad  rastrera  y  huviHde  en  el,  concepto,  yien  la 
expresión ;  metáforas  extravagn^tes,  é  ineeberentest„s(ica4M  por  lo  comtm  4e  aso- 
ciaciones ripientas,  &  de  liposr  exóticos  á.qoe  Ofij  se .aeooaiodw. nuestros  hábitos 
ni  tradiciones;  dcjspreqo  orgulloso  de  los. Mídelos  coiisagiradoa  ^.hi  adnnraoion 
de  los  siglos;  hinchazón  en.Jaa  voces,  bajo  la  cual  sO: quiere  ocultar' la  pobveza 
de  las  ideas:  tales  son  las  tendencias  comunes  de  la  prosa  .cáme)|lana,.oomo  la  es- 


VI 

criben  en  el  dia  la  mayor  parle  de  los  que  lucen  en  la  escena  de  la  publicidad. 
A  estos  mismos  defectos  se  agi'egan  en  la  Poesía ,  la  introducción  de  ritmos  in- 
armónicos, extraños  á  la  índole  de  nuestro  oido  poético;  la  pobreza  de  los  asun- 
tos y  conceptos ;  la  alianza  monstruosa  y  profana  de  ideas  sacadas  de  las  rejiones 
mas  altas  en  que  puede  penetrar  el  espíritu,  y  de  pasiones  desenfrenadas  ó  pue- 
riles, y  sentimientos  culpables  ó  mezíjuinos;  la  pretendida  aclimatación  de  las  ideas 
y  propensiones ,  características  wtwar  é^^^  odlv4a  que  repugnan  los  progresos 
del  siglo ,  y  el  espíritu  de  los  modelos  de  la  antigüedad ,  verdadero  fundamento 
de  nuestra  cultura  literaria;  por  último,  la  deificación  de  la  pasión,  que  ya  no  se 
considera  en  las  ficciones  poéticas  como  uno  de  los  elementos  destinados  á  provo- 
car el  interés,  á  revelar  los  secretos  del  corazón,  á  servir  de  vebículo  á  documen- 
tos saludables  y  doctrinas  consoladoras :  sino  como  un  poder  irresistible  ante  d 
cttii  emntrdeceti  los  iftefeériéS;  tnlas^  cortip^oirtisos' más  ^oteinied; 

él  deátinb  delá  Iral^eídiá  ^ga,  reáoft6'iii\^il^;y  fortntó^  qiié  pl^éclpitíi  al 
hüij^^é  á^sSf^  ístí^'fen  el  ttb^^  ^l#íett,-jr'qt<8'tó-<*egA'ihá^tft  e\  éiWfemode 
hiÉtíéAé  AtsciftíúeetW  Veátl^  ,í^y ' (te  «t>ttsiderttkéi  cbttio  -irfia  iítjtíwift^,  cütii^  no  es 
mak  tj*fe  titi  JíferV^rsoí/tídilior  titt  jti^et*í  (M  cfeiállhiy  y  t^úvidú  fe'  és  de  «tis  tritoiria- 
lés  extráVíósL'  '■  '''"••''••''«'■-*•  *'•■  ^  .-'»:í''.i  >*  ■:-•    '>!•  i^'Á  j>'-    ••  t;!  !!•.•  ;¡^'M  vi'-  i  i 

Gomo  si  tícyiAbfés^éiiio^^bdíátiiBflé  eótt- ésrtá  ihadá -dé  nüKdadés  jdéSdtímOd  j)ara 
ettTilecíer  lá  Htéftitórtí  >í[íie  jpr^éiseñtó'  áhteí^  ál  imiBfdS  cóé  orgullo^  M'  mxArPék  de 
GérvíáíitiésiyLéon',  dllrsi^dosí mantas tttJsíiqüéjatt^détitie á pf^op^sito» ¿Ofe %%ifídá abs-^ 
tfeiiidci  dé  haMaip  étíh  ártweWcftHi  qüé^^=priécedi,'lf>o^  tnefixjed  áía  giBnért- 
fidád  coa  \ne  'ddmiiiáh  ,^  tiéüeii'  áetkahól  uú  Itf^i-  á^te  6tt'  él  téaitálog^  dé'  íiuestras 
Méüái3ih(\iÚ^éé  ellas  Íef*1á''¿3éítí^tíí)fflVphi^  tá  Tfmlftié^ 

díel  sígfó;  la  léüaVdbrá  *il  km  Méá¿,  ijngratídccíettdt)  dtíáméaiftidartente  éf  rírtriW  dé 
iátó  ínííoraciíoñteá  con  qiié;  *eiíWá  teem^httA(yh''c^(i(íÉMáMfk2L4í^^  la  atítigua 
Tíí<*íA^qüfaÍy  teíi  ^  honibiNeíái'  áltoiiído  «tf  pütí^tóíá^^  de  *di^- 

fincibá^ife 'y  ^mjíleodv  á'foi^íjfb^^ 

dti^aVégéttt  oscííiraihétíté'íftí  él're]fiítt^  Atoé^iééf;  ó^M^tiibdéi^ 
féraál' Diel  mlsndo^Ytíél^^  %t^er«€Í<)í[i')itéf^á;'éón¥i^tlb  trm^tidádériMs it^ 
sípidas,  en  conceptos  grandiosos  é  inníéiiád^v'^  (HiiisfiMMi'ta  hbidbrM'idé'prítMét' 
orden,  los  prosistas  mas  ramplones,  y  los  versificadores  mas  incorrectos  y  vulgares. 
Se  escribe 'y'«bMpdtíé>én'tfei  á<iiia«()tdád>bá}d  élyú^-^e  un  culteranismo  de  pésimo 
gusto,  que  ni  siquiera  es  ingenioso  y  erudito  como  el  de  Góngora:  fraseologia  que 
nd'«S'baá(9nté'deMttt«r'()ai'*>q«íe  «^'té  ítuM^  Háflftt* fénrpidte^  Ai''  ba»tattl«  iiH^lec- 

Vá»>ifot«hKlolá 
i«ilWietttes"^Me 

1/áto'dáá(^^«'talWbgii«A$t6i(3ld»(|^«^^  y<4a6f  é^t^kv^dfüfft  Viti^idáeá'  d« 

^>h)}J¿o#>áidi(i'««8(l^,-<li»tl*^^(irádW,!^'«6  llkt<»dedHd^<'>áfis'«fcát»;é^y:»ti'  pidét\ 
y^W'^m  ^<i«std'^<UfiWii¥Íta«l«iíil^otéiri»i>^  to^KMié  «iiiirttt';c6Mo(llMgai4&iy  Wki 
4t)db  lá[  (fd^JM'U  i^Tttíti^*f1^^tímti^jf)kéf»iVÍ\  Hb(]M«'<}U«^se'4i{ft^'^>fó'(jt<e 
-íií^4ldifta(-déia%e4^d(4n«dt6^>Mtor«»i<Uaié((Ülá  féctiflál^ (te'ifAp^tóá^iíi^ráUí^'y-  áé 
¡igUík  (ifl<«1l8d«/>c««k^<)dsajl«difl«a  '«Aisabéi^V'if  ««ia«dqUcr4dAreiiMt^«|ilMe«''gy8M: 
ip«li«  !4«(|íj-eilialf«t|)idl]*'^á0>^élfR)é  <t@il«^íÉléi^^(MM»e«tíMtei¡1(iegft'{|<i§¡^!(iii  ^tlfitéíité  des- 
'Vái»(¿á9r  •)[  ni&g{)8«,'pé'^éi^i¿i^(é'l4  tt«áo»,>^1ta(ilíllro»ais(>fo^(tliitti^  etf  f e««ptdhilb 


vil. 

Lá  otra  maníai  á  c(ue  hemos  aludido,  es  la  iiuiUicioQ,  en  la  que  pecamos  do- 
blementei^esoo^eDdo  mabs  modelos,  y  ^copiáodplos  áa  tino  ni  laboriosidad.  Eu 
'iodos  tiempos  ha  sido  el  privilegio  del  genio  dejar,  á  la :  posteridcid  U  hereAciia  de 
sns  prodócciones,  no  solo  para  serVir  dé  reciito  y  admiÁcion  :á  las  generaciones 
Alturas^  sino  para  trazar  el  sendero^ por  donde  transUeo  loa  que  aspireft  i  -ñumos 
triunfos.  ,   .'  »        t 

Mas  no  se  alcanza  aquel  rango  elevado  .en  las  categorías  de  la  humanidad,  sino 
por  medio  de  una  perüeccion  acrisolatia  por  la  opinión  de  los  sabios  y  la  veneración 
de  los  pueblos;  m>  sino  cuando  llega  á  ser  inequívoco^  uñánáme  y  desinteresado  el 
aplauso;  cuando  es  irresistible  la  impresión,  y  cuando  la  crítica  enmudece,  cómo 
desarmada  por  la  feliz  consumación  det  plan  y  el  esmerado  primor  de  la  ejecución 
que  lo  desempeña.  ..• 

En  eldia,  por  el  «ontrario,  volviendo  la  eiBpalda  á  las  produeeioaes  que  han 
atravesado  los  sidosir  y  cuyo  mérito  lia  sancionado  la  admiraóoa  «deloSrj hombres 
mas  ilustres  de  ks  gett^raciones  pasada^i ,  se  postra  alucinada  nuestra  juventiiid 
ante  los  ídolos  quefaft  fabricado  Uimoda,  .y  que,  peffeoederQs  como  ella,  y  firájiles 
como  sus  caprichos,  se  hundirán  mañana»  sl^a^  no  se  han  jmndido i  algunos:  de 
ellos,  en  eloLvido,  y  en  labefa  de  la  sáiira.  En  JU  na4on  mi&tna  en.  que. estos 
abortos  han  falido  á  luz.»  no  solo  ^*acila.la  opinión  da- la. mayoría  sobre. lajieaUfica* 
€Íoa  que  merepen,  sino  que  lareiNrobacion  de.los  hembreSí.seyejFo^,  y  juiciosos  lesi 
lia  señalado  el  lugar  poc4>  bonorifico  que  iim  die  ocupar  ««q.  el.  porvenir.  Y  noso* 
tros  deslumhrados  por  un  falso  brillos  aüoixlidoa  por,  ql  claifMir  de  la  muetiedum'* 
bre,  tomamos  por  obras  maestras  las  que  alo  son  ma^.q^iej  tentativas!. «v^niuradas; 
y  por  frutos  de  una  •  inspiración  ¡vertladerl^  las  qu^  oi^Jo.  don  sino  dje  |il^  ^mhieion 
ridicula  y  de  una  fantasía. desarreglada*;  ..       .   !  •  i  .-  < 

¿  Y  cómo  se  imita?  Copiando:  y  copiando  cofi  todas  las  desventajas  que  na- 
cen de  la  diferencia  de  idioma  v  costumbres  y  tra^Hciooes^  de  1^  pipecipkaGion  de 
un  trabajo  de  jornalero,  necesario  quizás  para  salisiaoer  bis  eiijencias  del.di^;  con 
todos  los  ioeonvcnientes  de  una  educación  literaria /defectuosa,  incompleta;  y  su** 
perficial;  sin  los  auxiliosde  lá  compatrón  entre  lo$  modelos  escojidos^  y  los  que 
han  producido  oirás  tna^  y  otras  r<^ione^«  Cuadra .  aJMStadamenta  ¿estos  prole* 
tartos  de  la  república  Utertyrjtaikit  descripción  que  hace  nuestro  gran  .yives.  de  al- 
gunos escritores  doi  su  tiempo:  ZkoerpiMM.^  sumpmM,  únnd,  j»a/jam  coviptZanr; 
et  ut  fmrii mmen  mffugUmt^'mUari.vócaitUii  tU  fures  /iirm  ddcuiii  amwetCAr  toUere. 

,1^  tal  modo.nos;hemAsaeo^mbradoi0siehuoM^^  que  tras* 

curren  lod  anos  y/  se  multiplican  )aSj  puUicacioi^es^.sin  que  i^  d^ut]|ra«,4n.j|0  qu^ 
hemos  qiMiiidd  Uamarjno^imieajiQ. literario,  «wt  traza  de  originsdidadv.íq  Vote  esr 
poQtán6o>4e  ingirió,  de  imaginación,,  iin  resto  de  aquella  .íecupdidQ4j<v!f>fÍ!ra|)Ie,^qMe 
nesdté'lfihtáilefnhradía^ein  otros  tie#npo^  y  qu0  «no.  osab^/qQ^rpofl,l9ft;  inaii  <^tíf 
camizados  enemigos  de  nuestras  glorias.  Parece  que  estamos  con  la  plitima:^^,  la 
mano  agualdando  ^ :? er  ,por  4onde  desfHí^tan  |^fb  «scritotcs,4el  r.eÍQO . > f)cino%;  para 
apoderamos  rinmedíatweii^a  i  d«il^uadráíqii^iitr^f^t.y;aGon)Dd^)«  oi9|l.  óbien.i 
unesin^ 4ía^o^Q«e^i^\:tdanH>Sf;4M0  p^teiiral^ajo tnM^uko y. trivial  do pprtenece  á 


í^     De  causis  carruptarum  artium  IV.  3.  .    ;     '•.  ^ 


vin, 
ki  literatura,  y  qae  no  tiene  derechos  al  título  de  literato  el  que  limita  sus  labores  á 
estas  translaciones  violentas  y  apresuradas;  olvidamos  que  la  nacionalidad  es  tan 
esencial  á  la  literatura  como  á  la  política,  y  que  no  se  abdica  en  ninguna  deaque» 
lias  dos  regiones,  sin  deshonra  y  vilipendio;  olvidamos,  en  fin,  el  sabio  documento 
de  Quintiliano:  nihil  crescit  sola  mitatione  (1)  verificado  al  pié  de  la  letra  en  el  esp- 
iado presente  de  las  letras  españolas,  en  que  lejos  de  haber  crecido  ios  rudimentos 
de  buen  gusto  v  de  sana  critica  que  algunos  españoles  introdujeron  bajo  los  reina- 
dos de  Carlos  ÍII  y  sn  succesor,  los  vemos  en  la  actualidad  desdeñados,  y  casi  mit- 
rados como  restos  de  barbarie  y  síntomas  de  imbecilidad,  por  una  generación  ex«- 
traviada  y  mestiza. 

Estos  males  son  de  mas  gravedad  que  la  que  quizás  presentan  á  la  vista  de  un 
observador  superficial  é  ignorante:  no  solo  porque,  como  ha  dicho  una  mujer  céle- 
bre, la  liUr^Uura  es  la  expresión  de  la  sociedad^  por  donde  podemos  calcular  la  idea 
que  tendrán  las  otras  naciones  del  grado  de  nuestra  civilización  si  la  juzgan  por  las 
obras  que  pone  en  ^rculacion  nuestra  imprenta:  sino  porque  influyen  de:  un  modo 
eficaz  y  directo,  y  por  medio  de  asociaciones  intelectuales,  constantes  é  irresistibles, 
en  muchas  de  las  condiciones  esenciales  á  la  dignidad  y  á  la  ventura  de  los  pueblos. 
La  literatura  es  la  atmósfera  en  que  se  mueven  y  de  qiie  se  alimentan  todos  los 
actos  exteriores  de  la  inteligencia  y  de  la  razón.  Vimda  ú  oscurecida  por  elementos 
imparos>  esta  impureza  se  comunica  necesariamente  á  todo  lo  que  participa  de  su 
acción  ó  recibe  sus  impulsos.  Asi  la  vemos  perfecciónala  6  corromperse,  ampliarse 
ó  restrinjirse,  convertirse  en  órgano  ó  vehículo  de  los  sentimientos  mas  nobles  y  de 
los  pensamientos  mas  elevados,  ó  en  intérprete  de  vicios  y  de  sofismas,  á  medida 
que  los  pueblos  suben  ó  bajan  en  la  escala  de  la  riqaeza,  de  la  mm*alidad,  del  buen 
gobierno  y  del  orden  público.  La  historia  filosófica  y  literaria  del  mundo,  no  es  mas 
que  una  perpetua  confirmación  de  estas  verdades.  Juzguemos  si  quier  de  su  solidez 
por  nuestra  experiencia  personal.  ¿Qué  concepto  formaríamos  de  la  ilustración  de 
un  gobierno,  cuyos  documentos  de  oficio  estubiesen  impregnados  de  incorrección, 
oscuridad,  redundancia  y  barbarismo?  ¿Sería  ese  concepto  el  mismo  que  aiTojan  de 
sí  documentos  firmados  por  un  Campomanes,  nn  Canning  6  un  Guizot?  ¿Nos  fi- 
guraremos un  sistema  de  administración  de  justicia  tau  perfecto  y  tan  acorde  con 
ios  preceptos  de  la  rectitud  y  dé  la  filosofía,  en  tribunales  aturdidos  por  alegatos 
groseros,  incultos,  redundantes  y  pueriles,  como  en  aquellos  erí  que  resonaban  las 
frases  armoniosas  de  Cicerón?  Y  aun  elevándonos  hasta  la  religión  misma,  que  por 
cierto  no  esquiva  las  flores  délas  letras  humanas,  los  sermones  de  Juan  de  la  Cruz 
y  Bossñel  ¿no  presentan  á  nuestra  imajinacion  la  congregación  de  fieles  en  que  se 
pronunciaron,  algo  mas  sincera  en  sus  creencias*  mas  fiel  observadora  de  los  pre- 
ceptos del  Evanjelíó  y  mas  fervorosa  en  las  prácticas  piadosas,  que  la  que  alimenta 
su  vida  espiritual  coii  sermones,  en  que  el  desaliño  del  estilo  rivaliza  con  b  trivia- 
lidad de  laisdoctrinas  y  la  torpeza  de  la  dicción,  con  la  insubstancialidad  de  los  do- 
cumenten? ; 

Descendiendo  ahora  de  la  altura  en  que  se  colocan  aquellos  grandes  departa- 
mentos de  la  composición  literaria,  al  género  mas  asiduamente  frecuentado  en  nues- 
tros dias  por  la  mayoría  de  lectores,  es  decir,  la  literatura  lijera  y  de  pura  imajina- 


[1)    fíe  insUl.  oral.  X.  2. 


IX. 

cíon,  doloroso  es  ciertamente  observar  el  bondimieiilo  ea  que  se  ha  sumido  el  in* 
genio  español,  que  tan  esquisitoe  goees  de  esta  dase  ha  suministrado  al  mundo»  j 
qoe'boy  se  abuidona  sin  pudor  ni  remordimiento  á  un  cinismo  artístico  y  moral» 
caja  probable  transcendencia  es  un  asunto  inagotable  de  qveja  y  lemor  para  todos 
los  que  aman  sinceramente  á  su  patria.  Y  apartando  la  vista  de  una  de  las  ddá 
consideraciones  qoe  acabamos  de  indicar;  dejando  para  trabajos  mas  séños  y  me- 
ditados el  eximen  de  las  consecuencias  de  estos  deplorables  abusos  con  rei^)ecto 
á  los  sentimientos  religiosos  y  á  las  buenas  costumbres,  y  fijándonos  exdusivamenCe 
en  las  cualidades  exterioresv  que  comprenden  el  estilo,  la  dicción  y  el  lenguaje  ¿pue* 
<len  leerse  sin  rubor  y  sin  lástima  las  producciones  destinadas  al  recreo  de  la  ju« 
ventud  y  del  bello  sexo,  y*  que  podrían  también  suministrar  una  distracción  grata  en 
las  amarguras  de  la  vejez;  y  en  las  fatigas  de  ocupaciones  serias  y  de  funciones  la* 
boríosas?  ¿Qné  denuncian  esas  obras  sino  es  la  pobreza  mental  de  los  que  \fLS  fa- 
brican, la  ignorancia  mas  compleüi  de  la  índole  del  idioma,  de  los  elementos  del 
arte  de  decir,  déla  decencia  y  de  la  armonía?  ¿Quéefeao  producen  las  que  logra» 
excitar  la  atención,  sino  es  consolidar  las  equivocadas  nociones  qoe  prevalecen  so- 
bre k)  bueno  y  lo  bello  en  materia  artística,  alejar  al  público  del  sendero  por  donde 
han  caminado  las  artes  desde  que  las  purificó  el  genio  de  Grecia,  habituar  el  corazón 
y  el  atendimiento  á  vivir  de  alimentos  que  los  estragan  y  pervierten,  y  proscribir^ 
nos  de  la  sociedad  intdectual  que  forman  entre  sí  la»  naciones  aventajadas,  de 
cuyo  comercio  recíproco  de  producciones  literarias  y  científicas  nos  vemos,  liace 
macbos  anos^  completamente  excluidos? 

Las  causas  que  nos  ban  conducido  á  este  abajamiento,  son  notorias  á  todo  el 
que  haya  reflexionado  sobre  las  vicisitudes  por  las  que  la  nación  ba -pasado  desde 
los  primeros  anos  de  este  siglo.  «La  naturaleza,  dice  Cicerón,  no  obra  por  lo  común 
ostentando  una  profusión  y  una  mudanaá  repentina.  Cuando  obra  con  empeño,  em- 
pieza preparando  lentamente  lo  qpe  destina  á  una  larga  duración. »  (1)  Procediendo 
en  sentido  contrario,  nosotros  hemos  emprendido  á  la  vez  todas  las  ramificaciones 
de  la  literatura,  sin  la  ioiciacion  previa  de  una enseSanza  sólida,  metódica,  gradual, 
y  fundada  en  preceptos  y  en  ejemplos.  Es  incomprensible  que  -en  medio  de  tantos 
adelantos,  y  en  la  fermentación  de  innovaciones  y  mejoras  que  por  todas  partes  agita 
la  sociedad,  hayamos  retrocedido  en  esteratno,  del  término  i  que  Hegaroñ  nuestros 
predecesores.  La  explicación  de  ios  autores  clásicos,  sin  la  cual  el  estudio  de  las 
humanidadeaao  pu^  ser  mas  que  una  mera  rutina,  ha  desaparecido;  hace  muchos 
años  de  nuestros  métodos  de  ensenanaa.  Sin  embargo,  ya  desde  et  siglo  XV;  esta 
práctica,  universalmente  s^ida  en  las  naciones  extrañas,  lo  era  también  por  los  es- 
pañoles, y  en  etla  sobresalió,  dentro  y  fuera  del  reino,  el  ilustre  Antonio  de  Nebrija. 
«Este  gran  humanista*  dice  uno  de  sus  encomiadores,  expHcó  publicamente  eu  la 
Uníverádad  de  Salamanca  las  obras  de  los  autores  de  primer  orden  (oticfonim  m^g- 
morum  libra$).  No  se  rebajó  á  enseñar  las  reglas  gramaticales,  ni  los  rudimentos  del 
arte.»  {%)  Sus  discípulos  adoptaron  este  náufjto  sistema,  y  muy  particularmente  los 
que  obtuoieron  cátedras  en  Alcalá,  donde  escojian,  con  especial  preferencia,  para 
sus  lecciones  y  comentarios  verbales,  las  obras  de  Valerio  Flaco  y  Silio  Itálico,  las 


(1)  D9  OrMlore  UL  78. 

(2)  FroHcUei  MarUni  IauHúíh,  Oraíio  fMica  Salmañticm  AuMlcfr»  ÁnUmh^eM^itemi, 


Filípicas  de  Cicc9ron>  y  la  Eneida  (1)  ¿Góoio  será  posible  adelantar  un  paso  en  las 
pellas  letras  shk  un  oooociraiento  profundo,  de  la  antigüedad»  sía  la  análisis  íitoeótica 
y  meditada  de  la/»  producciones  que  la  representan » y  nos  la  lian  transtnitido?  Mien- 
tras nuestra  calilira  eoaiinée  siendo^  como  lo  ha  sido  desde  sp  origen,  y  loes  en  los 
tiempos  presentes,  un  reflejo  de  Grecia  y  Aoma,  ó  retrocedensos  hacia  la  liaiiiarie 
de  las  naciones  que  éxtinguierMí  aquellas  dos  grandes  lumbreras,  ó  tenemos  que 
identificarnos  en  lo  posible  con  el  espiritu  y  la  Índole  de^  idioma,  las  léyes^las  insti» 
tocíones  y  la  histana 'de  los  que  nos  abríeroa  el  mundo  de  la  idtdyeneia»^  Asi  es  que 
en  todo  tiempo»  y  eft  toda  jiacion  cívilisada»  se  ha  tiazado  uiía.aocbaí  línea  divisoria 
entre  el  hombre  de  ingenio  y  el  literato;  entre  las  dotes  naturales^  por  eminentes 
queseao»  abandonadas  á  s«i  propio  inipulso,:y,3Qóiifiadaf>4  su direoekii  espontánea, 
y  las  que  han  recibido  el  saludable  freno  de  la  disoiplina.yideláprendízage.  «Los 
mas  espléndidos  diamaoies,  dice:Uii  profrádo.e^ritor)  inglés >  no  brtllan  sino  des- 
pnes  de  pulidos:  asi  en  el  hombt^,  qué  sede  kidckmto  de.manos  de  la,  naturaleza, 
las  cualidades  mas  felices  y  mas  nobles  se  deCerióran  y  degeoerah^,  si  la  mente  no 
llega  á  doUarse  al  molde  ,de  las  reglas  y  de  lasídoetjrinasw  En  las  personas  que  han 
libado  á  la-virilidády  sin  «aquel  preparativo,  todas  las  disposiciones^  que  en  otilas 
circunstancias  habrían  llegado  á  ser  dotes  sobresalientes,  se  hallan  oscurecidas  y 
.6Cli|>sadas.  .Los  relámpagos >que  salen  de  sus  pensamientos  descubren  una  grandeza 
irregular  y. desproporcionada;  los  esfueczos  de  su  razón,  ana  ehergta  descarriada, 
y  ud  poder  viciado  y  itorcido^  Si  algo  noble  y  elevado  sei/columhra.en  su  estructui*a 
intelectual,  pronto  se  echa  de  ver  un  no  sé  quedo incertidumbü^id^desigualdad^ 
de  desentono^  que  está  muy  lejos  de  ser  lo.  que  !Bn<  el  idioma  dé.  l^s.  artes  se  llama 
natural,  ingénut  y  oeucillo.  La  naturaleza  es  sin  duda  urníagían  ONueslra;  pero  silo 
que  es  Basural.  nj>>seí!cukiva  y  lnodificasilece8ariamente^egenera;ea^^^ 
Abandonado  á  si  mismo,  el  saelomas.fórtili  ptodnce  ptaotasmaléficaa.y*  espinosas: 
la  mano  inteligente  y  laboriosa  del  hombreas  la*  que  sáJbie:aplícar  aqjuellos  jugos  nu» 
tritil^'os»  al  cceeimiealo  de  frutóos  preciosos  y  saludables  JT'.'.. 

Harta  estra^e^  producirán  estas,  verdades  en.los  .queúestan  Qa  posesión  del 

puesto  de  escrMoriCs  públíeos^  ^mípados  :(||izás  ellos  mismos t de  U  facilidad  con  que 

J^a  aseendidoá  unacaijegomapcá^Hodos  Uttilos.,respetable;iqueha  costado  penosos 

sudores  y  iargoQ  pr^parátiiios  á  tablea  hop^bres  de  Calentó  real  y  de  cobqiencia  recta, 

y  que  ^eUoBbancobseguidor.como  dice  el 'ya:  citado  Luis  Vives^de  eievtos  escritores 

.d.<  .SR  tiem|>P>.  toniandode.Jos  estudios  lo  estrictamente  oeoesarip  para  llegar  .en 

..})revisiitio  tien^M)  ál  ¿n  que  se  pi^oponea;  M  odipUcendum  frmiituUm  íomtnú  finem 

mte^i^  id*  idilutn  d4  Mv4ü$ idesumwUf  per  qu0d^brm$9ime9 .  quo -inlfindítmt,  per^Sf 

jMiart¿¿/(2Í).  cMio.i^  laa  lett*ds  pudieran:  pfestarseá«servir;purameate!4e labor  mercef 

ns^ria  ¿de  mediOa.de^^sfacer.  uná.;vaiúdad  pueril^ncomo  sino-iipiudierit'refrenatfso 

.e|i,  pr^riu>\de  escritbir  á  ^tad^  trance,  eft  toJo^  [tiempo,  sin  coaociioí^ntos  «iiádAiradas 

ipoiV^l  .estadÍ6t,4p4r:Jb.e?^iencÁa  .j^fior.  j^iihediiaeioQ;  como  sí  el/ai:(e' de , escribir 

j)piii(sra'Mtia;de  las  (adquisiciones  mas;:dirifáles.y  respihoWid^  cabntus  eáríqueeen 

^et  eq^ndimieoto,!  bástanle:  pior.  si  ^sota  á>  ^ocUpaif  ímiiehos  anos  d«f:piv»clioaM  ej^icicio 


(1)     Lóense  estos  pormenores  y  otros  muy  inlcrcsanles  sobre  csle  mismo  asunto,  en  la  Epístola  de- 
dicatoria de  la  edición  de  los  Argonautas  de  Valerio  Flaco,  por  Lorenzo  Bdbo\ltD.  ¥úátó  dc^Lerma. 


XI. 

y  ensayo,  aun  en  los  que  los  emprenden  ampliamente  provistos  de  teoría  y  de 
lectura. 

Tiempo  es  ya  de  reparar  el  daño,  quizás  inevitable,  que  nos  han  hecho  las  re- 
vueltas y  trastornos  de  que  tan  fecundas  han  sido  las  eras  que  hemos  alcanzado,  y 
de  restituir  á  las  obras  del  ingenio  la  nobleza  y  dignidad  á  que  son  tan  acreedoras 
por  los  resultados  que  están  destinadas  á  producir,  por  el  carácter  que  dan  á  la  so- 
ciedad en  que  se  publican,  y  por  las  prerogativas  singulares  de  las  facultades  y  ap- 
titudes que  se  emplean  en  su  elaboración.  Mas  esta  regeneración  tan  deseada  por 
los  verdaderos  amantes  del  saber,  no  puede  ser  obra  de  un  esfuerzo  repentino,  ni 
de  una  resolución  enérjica  y  perentoria.  El  gobierno  mismo,  á  quien  toca  promover 
y  conservar  la  ilustración  pública,  y  entre  cuyos  deberes  ocupa  un  lugar  importante 
la  dirección  y  el  arreglo  de  la  enseñanza,  solo  tiene  á  sus  alcances  los  medios  de 
disponer  desde  lejos  los  instrumentos  con  que  se  han  de  propagar  algún  dia  ideas 
mas  acertadas  y  principios  mas  sanos  que  las  pequeneces  y  fruslerías  que  hoy  usur- 
pan entre  nosotros  el  nombre  y  las  funciones  de  la  Literatura.  A  quien  correspon- 
de repeler  esta  invasión  corruptora,  es  á  la  opinión;  y  como  quien  la  vicia  es  el  ali- 
mento que  diariamente  se  le  ofrece,  el  arbitrio  mas  eficaz  para  reformarla,  debe  sin 
duda  ser  el  suministrarle  en  su  lugar,  otro  de  mas  sazonado  condimento,  y  de  cua- 
lidades mas  seguras  y  salutíferas.  Muy  apropósito  vienen,  para  el  logro  de  estos  fines, 
los  Ensayos  que  se  han  reunido  en  los  presentes  volúmenes.  Prescindiendo  del  estilo 
en  que  están  escritos,  que  por  sí  solo  es  una  lección  práctica  de  correcta  elocución, 
pureza,  elegancia  y  armonía,  sus  asuntos  abrazan  muchas  de  las  mas  importantes 
cuestiones  de  la  Literatura  didáctica  y  de  la  crítica.  Fiel  á  las  doctrinas  mas  sólidas 
y  á  las  nociones  de  buen  gusto  mas  acrisoladas,  el  autor,  representante  de  una  épo- 
ca que  dejará  trazas  luminosas  en  la  historia  literaria  de  España,  no  ha  doblado  la 
cabeza  á  los  deleznables  idtilos  que  ha  entronizado  la  moda;  y  lejos  de  ceder  al  tor- 
rente que  nos  arrebata,  opone  á  sus  estragos  los  principios  eternos  de  lo  bueno  y 
de  lo  bello,  fortificados  con  el  apoyo  de  la  filosofía  y  con  las  lecciones  de  la  expe- 
riencia, y  afianzados  en  sus  propios  aciertos  como  poeta,  como  maestro  y  como 
escritor. 

Estas  son  las  consideraciones  que  han  movido  á  los  Editores,  á  emprender  la 
presente  publicación:  y  si,  como  tales,  abrigan  el  deseo  y  la  esperanza  de  una  aco- 
jida  correspondiente  á  su  mérito,  como  españoles  y  como  aficionados  á  todo  lo  que 
eleva  el  espíritu,  perfecciona  el  ingenio  y  rectifica  el  gusto,  aconsejan  á  la  juventud 
estudiosa  la  frecuente  lectura  de  unas  pajinas,  en  que  hallará,  cuando  menos,  co- 
piosos impulsos  que  la  inciten  á  caminar  por  la  senda  en  cuyo  término  ha  conse- 
*guido  el  autor  su  bien  merecida  fama,  y  el  aprecio  con  que  la  opinión  galardona 
sus  trabajos. 


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DE  MéJL  IIHPORTAMCIJl 


DEL 


SSHDIO  FILOSÓFICO  DE  US  HUMAHIDADES. 


Hl  Gvadalhorce ,  periódico  literario  de  Málaga ,  en  un  articulo  escelente  y  escrito 
con  mucha  filosofía ,  cuyo  titulo  es  El  Culteranismo ,  después  de  hacer  el  merecido 
elogio  del  genio  poético  de  Góngora  en  sus  buenas  composiciones,  le  proclama 
por  gefe  de  la  secta  de  los  culteranos ,  y  ánade :  c  es  difícil  esplicar  cómo  un 
poeta  en  cuyas  primeras  obras  se  admiran  los  rasgos  de  un  genio  superior  ,  la  belleza 
en  la  espresion ,  la  exactitud  en  las  proporciones ,  y  todas  las  cualidades  necesarias 
para  ser  colocado,  si  no  en  el  primer  lugar ,  á  lo  menos  al  nivel  de  los  mas  distingui- 
dos nombres  que  han  ennoblecido  nuestro  Parnaso  ,  pudo  caer  en  tales  estravagan- 
cias ,  y  olvidar  tan  ingratamente  aquellos  mismos  principios  que  le  ofrecieron  tantos 
triunfos  y  tanta  gloria.  > 

En  efecto,  tiene  sobrada  razón  el  periódico  que  citamos.  No  hay  dos  escritores  mas 
distantes  entre  si  que  el  Góngora  de  las  Soledades  y  el  de  algunos  romances ,  sonetos 
y  letrillas.  Son  el  mediodía  en  todo  su  esplendor ,  y  la  noche  mas  oscura*  Sin  em- 
bargo ,  nosotros  emprendemos  buscar  la  esplicacion  de  este  y  otros  fenómenos  litera- 
rios de  la  misma  especie ,  problemas  que  el  autor  del  articulo  ha  abandonado ,  por 
no  ser  de  propósito ,  á  los  que  ((uieran  resolverlo. 

£1  siglo  XVI  produjo  no  solo  grandes  genios  en  todos  los  ramos  de  la  literatura, 
sino  también  grandes  humanistas ;  pero  muy  pocos  filósofos.  £1  Tostado ,  Nebrija, 
Simón  Abril ,  Arias  Montano ,  y  en  general  todos  los  que  escribieron  en  aquella  glo- 
riosa época  sobre  gramática ,  retórica  y  poesia ,  lo  hicieron  copiando  á  Aristóteles, 
Horacio  ,  Cicerón  y  Quintiliano ,  sin  elevarse  al  principio  filosófico  de  donde  se  deri- 
vaba la  mayor  parte  de  las  reglas  que  promulgaron  aquellos  insignes  lejísladores  de 
las  bellas  letras ;  y  no  es  estraño  que  pareciese  incontestable  en  ellas  el  imperio  de  la 
autoridad ,  cuando  lo  era  en  los  mismos  estudios  filosóficos.  Fue  conocida ,  pues ,  la 
belleza  por  instinto  é  inspiración ,  no  por  examen  ni  raciocinio.  Se  sabia  el  arte, 
pero  no  la  ciencia  de  la  poesia. 

1 


L2] 

Es  verdad  que  al  siglo  del  genio  sucede  comunmente  el  de  la  filosofía ;  pero  esto 
era  imposible  en  España.  Nuestras  instituciones  severas  se  oponían  á  la  propagación 
del  espíritu  filosófico  y  de  examen.  Sacrificóse  al  deseo  de  conser\'ar  la  pureza  de  la 
fe  toda  esperanza  de  progreso  intelectual.  Temit^ronse,  y  no  sin  razón,  todos  los 
infortunios  sociales  que  eran  consecuencia  en  otros  paises  del  desprecio  de  la  auto- 
ridad ,  y  se  dio  á  esta  una  grande  fuerza  legal  hasta  sobre  el  pensamiento.  Esta  fa- 
cultad activa  del  alma  quedó  casi  sin  ejercicio ,  y  no  tuvimos  después  de  la  época  del 
genio  sino  los  delirios  del  genio  estraviado. 

En  cuanto  á  las  bellas  artes  puede  decirse  que  no  han  comenzado  á  estudiarse 
filosóficamente  sino  á  fines  del  reinado  de  Luis  XIV.  El  examen  y  análisis  de  la  be- 
lleza ,  el  instinto  poético  convertido  en  idea  ,  las  armonías  del  mundo  físico  é  inte- 
lectual con  el  corazón  y  la  fantasía  del  hombre ,  la  deducción ,  en  fin  ,  de  las  reglas 
artísticas ,  de  estas  importantes  discusiones ,  son  cosas  desconocidas  hasta  la  época 
que  hemos  señalado.  Asi  es  que,  mas  ó  menos,  se  observa  estraviado  ó  debilitado 
el  genio  después  de  los  intervalos  brillantes  de  su  gloría.  Las  musas  griegas  casi  en- 
mudecieron después  del  reinado  de  Alejandro.  La  poesía  y  elocuencia  latina  se  cor- 
rompieron después  de  Augusto,  y  hasta  el  idioma  perdió  su  majestad  y  gallardía. 
Las  novedades  injeniosas  de  Marini  sucedieron  en  Italia  á  los  nobles  acentos  del 
Tasso.  Y  nosotros  ¿no  vemos  al  lado  de  los  grandes  monumentos  de  nuestra  arqui- 
tectura, los  ridículos  delirios  del  churriguerismo  con  poca  diferencia  de  tiempos?  Xo 
hay  remedio  :  el  genio  se  estravia,  si  no  se  ve  auxiliado  por  el  estudio  filosófico  de  las 
artes. 

Y  asi  debe  «uceder*  El  genio  no  se  plega  fácilmente  á  la  autoridad ;  solo  reconoce 
y  recibe  el  yugo  de  la  razón.  Si  este  noHe  es  conocido  ,  ni  Aristóteles  ni  Horacio  le 
impedirán  abrirse  sendas  inusitadas ,  aunque  terminen  en  horrendos  precipicios. 
Quiere  ser  orijinal ;  quiere  alhagar  con  novedades ;  quiere  manifestar  su  indepen- 
dencia y  su  atrevimiento ,  y  nada  respeta ,  sino  á  la  razón  cuando  la  puede  conocer. 
¿Por  qué  ha  sido  tan  difícil  en  Francia  sustituir  á  las  ideas  del  buen  gusto  los  de- 
lirios de  la  escuela  moderna?  ¿Por  qué  el  triunfo  de  esta  ha  sido  tan  efímero?  Por  los 
gi'andes  escritores  que  en  aquella  nación  trataron  filosóficamente  la  poesía:  por  los 
Batteux,  los  André ,  los  Marmontel ,  los  Laharpe.  Basta  leerlos  de  nuevo  para  que  la 
razón  recobre  sus  derechos ,  y  para  convencerse  de  que  la  belleza  es  independiente 
de  los  caprichos  de  la  moda  y  de  la  animosidad  de  los  partidos  políticos. 

Lope  de  Vega  fue  la  primera  víctima  de  la  falta  de  buenos  estudios  de  humanida- 
des en  España.  A  haberlos  conocido  ,  jamás  hubieran  mirado  ni  él  ni  sus  contempo- 
ráneos como  un  gran  mérito  su  inespUcable  facilidad  en  hacer  versos ,  ni  el  inmenso 
número  de  los  que  publicó:  jamás  hubiera  dado  á  luz  sin  corregirlas  tantas  com- 
posiciones ,  plagadas  frecuentemente  de  prosaísmo ,  de  erudición  indijesta  y  de  pen- 
samientos falsos  ó  pueriles. 

£1  artículo  que  hemos  citado  cree  que  la  costumbre  de  escribir  prosa  en  verso, 
introducida  por  Lope  y  aplaudida  por  sus  contemporáneos ,  indignó  el  genio  superior 
de  Góngora  ,  y  le  movió  á  dirijirse  al  estremo  opuesto.  Nosotros  somos  de  la  misma 
opinión.  Huyendo  de  la  trivialidad  cayó  en  la  afectación ;  y  fue  por  desconocer  los 
limites  que  el  arte  impone  á  la  elocución  poética ;  por  ignorar  la  diferencia  que  hay 
de  la  nobleza  á  la  oscuridad  del  estilo ;  porque  no  se  habia  aun  discutido  ni  dedu- 
cido de  sus  verdaderos  principios  la  unión  de  la  sencillez  con  la  sublimidad ,  de  la 
sobriedad  en  los  adornos  con  la  riqueza ,  del  uso  de  los  tropos  con  la  claridad. 

Lo  mismo  podemos  decir  de  Quevedo ,  que  aumentó  los  vicios  de  nuestra  poesía, 

{a  suficientemente  corrompida ,  con  el  gusto  de  los  equívocos  y  de  los  juegos  de  pala- 
ras  que  introdujo*  Apoderóse  de  los  genios  españoles  el  furor  de  mostrar  sutilezas; 
y  nada  se  dijo  sino  de  una  manera  ingeniosa,  desconociendo  la  máxima  filosófica,  tan 
sabida  ya ,  de  que  el  mayor  esfuerzo  del  arte  es  ocultar  el  arte  mismo. 

La  poesía  castellana ,  abrumada  de  tantos  delirios ,  llegó  casi  moribunda  hasta  la 
mitad  del  «iglo  pasado ;  el  gongorismo,  la  cultalatiniparla,  los  equívocos  y  los  eoti- 
ceptillos  fueron  entregados  al  desprecio  que  merecían ;  pero  se  verificó  una  reacción 
lamentaUe-  En  odio  de  aquellos  vicios  se  volvió  á  la  trivialidad  ,  que  con  el  nombre 
de  sencillez  resucitó  é  hizo  de  moda  D.  Tomás  Iriarte.  Cometióse  ademas  una  injus- 


[3] 

ticía ;  fueron  mirados  con  ciesden  v  se  condenaron  casi  todos  los  autores  de  nuestro 
teatro ,  ¿por  qué?  porque  se  creyó  que  la  esencia  del  drama  consiste  en  la  verosimi- 
litud material ;  error  producido  por  la  falta  de  buenos  estudios ;  error  en  sentido  con- 
trario ,  pero  «que  tiene  el  mismo  orijen ,  del  que  ahora  cometen  muchos ,  adoptando 
los  aspavientos «  y  hasta  la  inmoralidad  del  drama  de  nuestros  dias* 

Tantos  y  tan  lamentables  errores  se  podrían  evitar  propagando  los  verdaderos 
elementos  de  la  ciencia  poética*  Fúndase,  como  todas  las  que  pertenecen  al  hombre, 
sobre  un  sentimiento  universal.  Consérvese  puro  este  sentimiento,  y  no  se  pierda 
nunca  de  vista  en  todos  los  preceptos  y  reglas ,  y  no  se  escribirá  el  Arte  de  injeniot  de 
üracian,  ni  el  Arle  poética  de  Rengifo ;  ni  se  buscará  lo  sublime  en  lo  oscuro,  ni  en  la 
lengua  francesa  las  inspiraciones  de  la  poesía  española. 


DE  LOS  SENTIMIENTOS  HUMANOS. 


ARTÍCULO  I, 


üi 


NA  de  las  mas  espléndidas  demostraciones  de  la  existencia  de  Dios  es  la  admirable 
correspondencia  que  se  observa  entre  los  sentimientos ,  deseos  y  necesidades  del  hom- 
bre ,  y  las  leyes  del  mundo  físico,  moral  é  intelectual.  £s  imposible  que  hubiera  esta 
correspondencia,  esta  relación  intima  enlre  necesidades  y  deseos  poruña  parte,  y  por 
otra  faut^tades  y  objetos  estraordinaríos  destinados  á  satisfacerlos ,  á  no  existir  una 
íoteülencia  suprema  que  estableció  aquellas  relaciones  y  armonías.  £1  que  dotó  al 
hombre  de  la  vista,  le  cercó  también  de  una  esfera  de  luz,  sin  la  cual  fueran  inútiles 
Ittr  ojos.  El  que  puso  el  oído  en  la  cabeza  humana,  creó  también  el  aire ,  vehículo  de 
4m  sonidos.  Un  mismo  entendimiento  soberano  fue  el  que  escitó  el  hambre  en  el  estó- 
mago del  niño  reciennacido ,  y  abrió  las  fuentes  del  primer  alimento  en  los  pechos 
de  sa  madre.  Este  examen ,  que  podríamos  estender  á  todas  las  necesidades  físicas  y 
materiales  del  hombre ,  prueba  que  sin  una  providencia  que  hubiese  adaptado  á  cada 
iaslínto  los  medios  de  satisfacerlo  ,  seria  imposible  la  existencia  del  universo. 

£1  misma  razonamiento  puede  hacerse  con  respecto  á  los  sentimientos  de  una  cla- 
BC  mas  elevada.  No  hay  ningún  deseo  moral  de  los  que  son  innatos  y  generales  y  no 
pertenecen  á  la  clase  de  facticios  y  creados  por  ki  sociedad,  que  no  tenga  facultad  y 
objeto  que  lo  satisfaga.  Digalo  el  sentimiento  del  amor ,  considerado  asi  física  como 
moralmente:  dígalo  el  de  la  amistad,  mas  puro,  mas  desinteresado,  mas  noble:  dígalo 
el  de  la  curiosidad ,  para  cuya  satisfacción  se  han  concedido  al  hombre  las  facultades 
de  abstraer  y  analizar :  dígalo  en  fin  el  sentimiento  social ,  impreso  igualmente  en  to- 
dos loa  hombres ,  y  que  «e  satisface  cercenando  una  parte  de  la  libertad  natural ,  para 
bacer  mas  agradable  y  fructífera  la  que  se  conserva  en  el  orden  civil ,  bien  como  se 
podan  en  un  árbol  algunas  ramas  y  se  asegura  asi  en  las  guias  el  firuto  mas  abundante 
y  saibonado. 

De  estas  consideraciones  se  deduce  por  legítima  analojia  que  el  sentimiento  reli- 
fioao,  tan  innato  y  general  como  los  otros  ya  citados ,  ha  de  corresponder  como  eHos 


á  un  objeto  fuera  de  nosotros  que  lo  satisfaga;  y  pues  los  hombres  sienten  la  necesi- 
dad de  que  exista  una  divinidad ,  indudablemente  existe  Dios.  Esta  prueba ,  que 
los  moralistas  y  teólogos  deberán  desenvolver  mas  estensamente ,  pero  que  nosotros 
no  hacemos  mas  que  indicar,  por  no  ser  ese  nuestro  propósito  en  este  articulo,  no  ha 
sido  hasta  ahora  esplicada  con  el  rigor  demostrativo  que  merece.  Tertuliano  la  indica, 
pero  con  la  concisión  rígida  y  nerviosa  de  su  estilo,  y  Lactancio  Firmiano  la  amplifica 
mas  bien  que  la  demuestra ,  porque  era  mas  retórico  que  filósofo. 

Pero  ella  misma  nos  servirá  de  ejemplo  para  conocer  mejor  la  economía  de  los 
sentimientos  humanos,  que  es  ahora  nuestro  principal  objeto,  y  al  mismo  tiempo  des- 
vanecerá una  objeción  que  puede  hacérsele;  objeción  que  ya  satisfizo  sin  responderla 
el  elocuente  Tulio,  cuando  dijo  que  no  hay  nación  que  no  sepa  que  hay  Dios,  aunque 
ignore  cuál  conviene  adorar. 

Es  indudable  la  generalidad  del  sentimiento  que  eleva  á  Dios  el  corazón  humano; 
pues  para  aniquilar  su  influjo  se  necesita  un  gran  trabajo  intelectual,  que  pervierta  el 
entendimiento  con  sofisterías,  ó  una  continua  serie  de  malas  acciones,  que  corrompan 
el  corazón  ,  y  á  veces  uno  y  otro ;  y  aun  asi  es  corto,  cortísimo,  quizá  cero  el  número 
de  los  hombres  íntimamente  persuadidos  xle  la  no  existencia  del  Ser  Supremo.  Algu- 
nos la  niegan  por  orgullo  ó  despecho  ,  mas  no  por  eso  dejan  de  creerla.  Otros  dudan, 
y  creen  satisfacer  á  su  conciencia  ,  permaneciendo  en  esta  duda,  que  no  es  tan  fácil 
como  necesario  deponer.  Pero  estas  cscepciones  y  anomalías  nada  prueban  contra  la 
universalidad  del  sentimiento.  Lo  que  todos  los  hombres  sienten,  sin  necesidad  de  es- 
fuerzos de  raciocinio ,  de  estudios  de  conocimientos ,  de  vicios  ni  de  virtudes ;  lo  que 
todos  conocen  y  espresan  naturalmente,  ignorantes  y  sabios ,  desde  el  gañan  hasta  el 
rey  ,  en  todos  los  países ,  en  todas  las  regiones  del  universo  y  en  todas  las  épocas  de 
la  historia ,  sea  cual  fuere  el  grado  de  su  civilización  ó  de  su  barbarie ,  eso  es  lo  que 
nosotros  creemos  sentimiento  innato  y  general ,  y  tan  general  é  itinato  es  el  sentimiento 
religioso  como  el  de  la  propia  conservación.  Si  nada  prueban  contra  este  los  suicidas, 
menos  probará  contra  aquel  el  corto  número  de  los  que  son  ó  se  llaman  ateos. 

Pues  ¿cómo  es,  dirán  algimos,  que  siendo  universal  el  sentimiento  religioso,  no  lo 
es  el  conocimiento  del  verdadero  Dios ,  á  quien  debe  dirijirse?  Ppr  la  misma  razón  que 
un  hombre  ama  muchas  veces  á  una  persona  indigna  de  su  carino ;  por  la  misma  ra- 
zón que  se  equivoca  frecuentemente- en  los  medios  de  su  felicidad.  £1  instinto  es  cierto 
y  seguro  en  el  hombre,  como  en  los  demás  animales;  pero  la  razón  que  dirije  al 
primero,  está  sujeta  al  error;  mucho  mas  cuando  la  ofuscan  otras  pasiones  ú  otros  sen- 
timientos del  corazón  humano.  Asi  dice  muy  bien  Cicerón:  que  todas  las  naciones  re- 
conocen la  divinidad  por  instinto ,  aunque  su  razón  no  alcance  á  distinguir  cuál  es  el 
verdadero  Dios.  Tratemos  de  esplicar  este  fenómeno  de  la  certeza  del  sentimiento 
reunida  á  la  falibilidad  del  raciocinio. 

Los  instintos  son  anteriores  en  el  hombre  á  las  ideas  ;  para  el  ejercicio  de  los  pri- 
meros, basta  sentir;  para  adquirir  las  segundas,  es  necesaria  la  análisis.  Ahora  bien,  el 
instinto  guia  con  seguridad  al  objeto ,  y  como  inspirado  por  la  naturaleza  no  puede 
engañar ;  pero  la  análisis  puede  hacerse  bien  ó  mal :  en  el  primer  caso  perfecciona  el 
sentimiento ;  en  el  segundo  lo  falsea  y  desnaturaliza.  Esto  se  ve  claramente  en  el  ejem- 
plo que  nos  hemos  propuesto.  No  se  necesitan  grandes  esfuerzos  de  raciocinio  para 
ligar  á  la  idea  del  ser  independiente  (que  es  la  primera  que  tenemos  de  Dios)  la  de  su 
unidad ,  omnipotencia  ,  libertad  y  bondad.  Y  sin  embargo ,  ¡qué  absurdos  tan  horren- 
dos se  han  creído  de  la  divinidad!  Se  la  ha  supuesto  dividida  en  los  grandes  señores 
del  Olimpo  como  la  soberanía  en  réjimen  feudal :  se  la  ha  aplacado  con  víctimas  hu- 
manas :  se  han  quemado  en  sus  aras  los  niños  por  las  manos  mismas  de  sus  padres: 
se  ha  limitado  su  poder  á  determinadas  partes  del  universo  :  se  les  ha  sometido  á  la 
ley  del  destino ,  que  en  esle  caso  venia  á  ser  el  verdadero  Dios ;  en  fin ,  se  les  han 
atribuido  todos  los  vicios  y  maldades  humanas.  No  hablemos  de  la  apoteosis  del  cro- 
codilo ,  del  puerro  ,  de  la  cebolla  y  de  tantos  otros  dioses  como  criaba  el  Egipto  en 
.sus  huertos.  ¿  De  dónde  procedieron  las  estravagancias  de  la  superstición  ó  los  furores 
del  fanatismo  ;  de  dónde  en  fin  tantos  errores ,  que  hicieron  dudar  á  Plutarco  si  eran 
mas  vilipendiosas  para  la  deidad  las  falsas  creencias  que  el  ateísmo?  No  de  otra  causa 
.sino  de  análisis  mal  hechas.  £1  sentimiento  era  recto;  pero  fueron  mal  elegidos  los 


[51 

objetos  del  culto,  y  Lucrecio  se  engañó  mucho  cuando  atribuyó  al  primero  lo  que  solo 
fué  efecto  de  los  estravíos  de  la  razón  en  el  célebre  impio  verso  : 

cTantum  relígio  potuit  suadere  malorum.» 
€  tamaños  males  persuadió  á  los  hombres 
la  religión,  > 

c  ¿Porqué,  pues,  se  nos  preguntará,  ha  auerido  la  naturaleza  que  ademas  del 
instinto  seguro,  tuviésemos  por  guia  la  razón  falible?»  Esto  es  lo  mismo  que  pregun- 
tarnos porqué  el  hombre  es  libre,  £1  instinto  ciego  nos  dirijiria  bien ,  pero  sin  mérito 
6  demérito  de  parte  nuestra.  La  Providencia  ha  querido  que  nuestra  felicidad  depen- 
diese de  nosotros;  y  esto  no  podia  ser  sin  libertad,  deliberación  é  inteligencia*  Noso- 
tros no  indagamos  sus  motivos:  nos  basta  conocer  el  hecho,  aunque  no  dejaremos  de 
decir  de  paso  que  toda  la  dignidad  del  hombre ,  toda  su  superioridad  sobre  los  demás 
seres  que  percibimos  en  el  universo,  está  fundada  en  su  razón  y  en  su  conciencia. 

Siendo,  pues,  un  hecho  indudable  la  existencia  de  los  sentimientos  y  la  déla  razón, 
conWene  ahora  examinar  la  economía  respectiva  de  estos  dos  poderosos  agentes. 


ARTICULO  II. 


E 


NTRAMOS  ahora  en  la  cuestión  mas  difícil  y  espinosa  de  toda  la  Psicologia ,  cual 
es  la  de  la  conversión  de  los  sentimientos  en  ideas ;  ó  lo  que  es  lo  mismo ,  del  empleo  de 
las  operaciones  de  la  análisis  en  el  mecanismo  del  instinto. 

Para  darnos  mejor  á  entender,  usaremos  de  un  ejemplo  tomado  de  un  sentimiento 
natural  y  primitivo  ,  cual  es  el  del  hambre.  £1  niño  reciennacido  siente  la  necesidad 
de  alimentarse ,  y  la  siente  enérgicamente;  pero  ni  tiene  idea  de  ella ,  ni  del  objeto, 
ni  de  los  medios  de  satisfacerla.  £s  claro  que  si  no  se  le  pusiese  junto  á  los  labios  el 
alimento,  crecería  á  cada  instante  su  suplicio  ;  pero  sentiría  solamente  ,  no  conocería. 
¿Se  satisface  su  necesidad  ?  Queda  contento  hasta  que  sienta  de  nuevo  el  mismo  esti- 
mulo. Cuando  el  hambre  le  aqueja,  llora;  cuando  está  harto,  no  piensa  en  el  porvenir. 
Sus  lágrimas  y  quejidos  en  el  primer  caso,  son  el  medio  de  que  se  vale  la  naturaleza 
para  espresar  el  dolor  de  una  necesidad  no  satisfecha :  su  imprevisión  en  el  segundo 
roaniCesta  que  no  tiene  idea  de  cuanto  pasa  por  él :  no  sabe  qué  es  hambre ,  ni  qué 
es  alimento  ,  ni  qué  son  lágrímas,  ni  qué  es  dolor.  El  instinto  se  desenvuelve ,  el  en- 
tendimiento yace  todavía  dormido. 

¿Cuándo  comienza  á  despertar?  Cuando  ya  puede  distinguir  las  diferentes  partes 
que  le  sirven  para  nutrirse  ,  los  labios,  la  lengua,  el  paladar,  y  las  cualidades  sen- 
dMes  del  ama  que  le  cria  y  del  alimento  que  recibe.  Entonces  empieza  á  adquirir 
ideas  muy  importantes  para  él ,  individuales,  es  verdad,  pues  aun  no  tiene  voces  con 
qué  ospresarlas;  pero  de  las  cuales  se  da  cuenta  á  sí  mismo.  Entonces  ya  distingue 
fj  seno  que  lo  nutre,  de  los  demás  objetos ;  distingue  al  ama  de  las  demás  personas, 
la  mega  con  sus  gritos;  ama  sus  caricias  como  precursoras  del  alivio  que  va  á  tener 
MI  necesidad.  La  acción  del  instinto  va  cesando  ,  y  empieza  la  de  la  intelijencia ;  ó 
por  mejor  decir,  la  razón  perfecciona  el  instinto. 

Cuando  se  le  desteta,  y  se  le  ofrecen  nuevos  alimentos,  se  estiende  notablemente 
la  esfera  de  sus  ideas ,  y  á  favor  del  lenguaje  de  acción  y  del  oral,  se  generalizan  sus 
concepciones ,  y  son  mas  complicadas  las  análisis.  Si  las  hace  bien ,  es  premiado  con 
el  placer  de  alimentarse  sabrosamente ;  si  mal ,  castigado  con  el  dolor  de  comer 
ana  cosa  desagradable  y  desabrida,  ó  de  quedarse  con  su  hambre. 

El  momento  preciso  que  separa  las  operaciones  del  instinto  de  las  de  la  análisis 
et  a<|nc4  en  que  puede  ya  el  niño  darse  cuenta  á  sí  mismo  de  sus  estudios  y  descu- 
brímienlos;  ó  lo  que  es  lo  mismo,  en  que  tiene  eonciencia  de  su  acción  intelectual. 


[61  . 

Pero  para  tener  conciencia  os  preciso  que  analice  y  distinga  los  ohjelos  y  las  cuali- 
dades de  ellos  qué  han  de  saciar  su  necesidad. 

Conforme  va  creciendo  en  edad  ,  van  tomando  mas  generalidad  y  fuerza  las  ideas 
relativas  á  este  instinto ;  su  previsión  se  ha  ido  aumentando  por  grados ;  y  ya  hom- 
bre, solicita  satisfacer  esta  nueva  necesidad  con  tal  ahinco ,  que  en  algunos  llega  «1 
convertirse  su  solicitud  en  el  triste  tormento  de  la  avaricia ;  aprende  el  dogma  del 
réjimen  para  que  no  se  convierta  en  daño  del  cuerpo  el  alimento  destinado  á  la  re- 
posición :  sabe  distinguir  los  que  son  sanos  y  nutritivos  de  los  débiles  ó  perniciosos: 
en  fin ,  si  adquiere  principios  de  anatomía  y  medicina ,  conoce  cuanto  se  sabe  hasta 
ahora  en  el  adniirable  fenómeno  de  la  nutrición. 

Establezcamos,  pues,  como  un  principio  cierto  que  los  instintos  del  hombre  se  lle- 
gan d  convertir  en  ideas  en  virtud  de  repetidas  análisis  hechas  sobre  los  objetos  á  que 
se  dirijen,  y  que  esta  conversión  comienza  á  verificarse  cuando  el  hombre  puede  ya 
darse  cuenta  á  si  mismo  de  sus  meditaciones  sobre  la  materia ;  porque  no  hay  idi.'a 
sin  análisis  anterior ,  ni  análisis  sin  atención. 

Algunos  podrán  decir  que  describiendo  el  sentimiento  que  primeramente  se  des- 
envuelve en  el  hombre,  hemos  descrito  á  nuestro  placer  la  historia  del  alma  en  una 
edad  de  la  cual  nadie  se  acuerda.  Pero  lo  mismo  acontece  con  otro  instinto  que  es 
desconocido  hasta  que  comienza  la  juventud  ;  y  si  hemos  citado  con  preferencia  el 
primero  ,  es  porque  puede  describirse  con  menos  peligro. 

Obsérvese  que  la  atención  que  presta  el  alma  á  los  objetos,  y  el  estudio  que  hace  de 
ellos,  se  debe  en  la  primera  edad  de  la  vida  á  los  deseos  escitados  por  la  necesidad: 
pero  no  tarda  mucho  en  desenvolverse  el  sentimiento  de  la  curiosidad,  que  es  uno  de 
los  mas  activos ,  y  que  convierte  en  placeres  los  afanes  del  trabajo  intelectual . 

La  misma  análisis  que  hemos  hecho  acerca  de  un  instinto  material ,  puede  estee- 
derse  á  los  morales ;  bien  que  estos  se  desenvuelven  mas  tarde  y  con  menos  rapidez, 
porque  el  primer  cuidado  de  la  naturaleza  es  desenvolver  el  hombre  físico ,  que  ha 
de  servir  de  instrumento  al  intelectual. 

£i  instinto  de  la  amistad  es  innato  en  el  hombre ,  y  todos  pueden  acordarse  de 
aquella  feliz  época  de  la  vida  en  que  elijió  entre  sus  compañeros  de  niñez  á  alguno 
que  fuese  el  confidente  de  sus  breves  penas ,  de  sus  bulliciosos  placeres ,  de  sus  ideas 
y  sentimientos  infantiles.  Obsérvase  que  las  amistades  contraidas  en  la  primera  c^lad 
son  mas  firmes  y  duraderas;  señal  de  que  la  simpatía,  sentimiento  ciego,  dirijc  al 
hombre  con  mas  seguridad  que  el  raciocinio  en  una  edad  mas  avanzada.  Pero  el 
niño  tiene  un  amigo  antes  de  que  sepa  lo  que  es  amistad ,  antes  de  conocer  las  pren- 
das que  deben  examinarse  para  elejirlo  ,  antes  de  considerar  las  obligaciones  que  se 
contraen  por  este  vínculo  sagrado.  Todo  esto  se  aprende  después  en  virtud  de  aná- 
lisis ,  raciocinios  y  esperiencias. 

El  hombre  tiene  el  sentimiento  innato  de  su  independencia ,  al  cual  están  unidos 
los  de  amor ,  gratitud  y  veneración  á  las  personas  de  quienes  depende  y  que  le  hacen 
bien.  Este  es  el  germen  del  sentimiento  relijioso,  que  solo  empieza  á  desenvolverse 
cuando  la  dependencia  sucesiva  de  su  nodriza ,  de  sus  padres  y  de  los  demás  hom- 
bres le  obliga  á  reconocer  un  Ser  independiente ,  del  cual  dependen  todos  los  demás, 
Pero  desde  este  punto  hasta  la  idea  de  Dios  y  de  sus  atributos,  hay  una  escala  in- 
mensa de  raciocinios  que  recorrer;  y  esta  escala  se  hace  mucho  mayor  cuando  ha  de 
elejirse  entre  todas  las  creencias  la  única  que  tiene  los  caracteres  evidentes  de  la 
verdad. 

Se  ve  ,  pues ,  que  los  instintos  materiales  ,  y  después  los  morales,  son  impulsos 
innatos  que  nos  guian  á  los  objetos  que  han  de  satisfacerlos :  que  estos  impulsos, 
ciegos  como  los  de  los  animales ,  hasta  que  el  hombre  adquiere  la  conciencia  de  sus 
actos,,  y  unidos  ron  el  dolor,  con  el  placer  y  con  la  imprevisión ,  nos  inclinan  sin 
embargo  á  estudiar  nuestras  facultades  intelectuales  y  físicas ,  y  á  examinar  los  ob- 
jetos de  nuestras  necesidades  y  el  modo  de  satisfacerlas :  que  en  virtud  de  repetidas 
análisis  logramos  aplicar  la  razón  al  sentimiento ,  y  á  convertirlo  en  idea :  y  en  fin, 
que  de  estas  ideas ,  diversamente  combinadas ,  resultan  las  teorías  y  las  ciencias.  Asi 
se  han  formado  la  Teolojía,  la  Moral ,  la  Política ,  la  Química ,  las  Matemáticas  etc. 
Todas  sin  escepcion  han  nacido  de  una  necesidad  ,  de  un  impulso  dado  para  satisfa- 


cerla ,  y  del  trabajo  de  la  intelijencia  ejercido  igualmente  sobre  los  sentimientos ,  las 
facultades  y  las  ideas. 

Lo  que  sucede  al  hombre  individualmente ,  sucede  también  á  las  naciones.  ¿Por 
mié  los  ejipcios  fueron  los  primeros  entre  todos  los  pueblos  de  la  antigüedad  en  cul- 
tivar la  Geometría?  Porque  les  era  preciso  restablecer  anualmente  los  lindes  de  las 
heredades ,  derribados  por  las  inundaciones  del  Nilo.  La  corta  estension  de  su  terreno 
obligó  á  los  fenicios  á  adelantarse  á  las  demás  naciones  en  la  navegación ;  asi  como 
el  cielo  despejado  de  Caldca  convidó  á  sus  habitantes  al  estudio  de  la  Astronomía. 
¿  Por  qué  las  naciones  del  norte  son ,  generalmente  hablando ,  mas  hábiles  que  las 
del  mediodía  en  las  artes  mecánicas ,  y  las  meridionales  las  cscedeu  en  las  que  se  re- 
fieren á  la  poesia  ?  El  primer  fenómeno  se  esplica  por  la  necesidad  de  suplir ,  bajo 
un  cielo  nebuloso  y  oesapacible ,  con  los  placeres  facticios  de  la  sociedad ,  los  que 
niega  ingrata  la  naturaleza ;  y  el  segundo  por  el  corto  número  de  necesidades  de  los 
habitantes  de  los  paises  cálidos,  y  aun  por  la  misma  neglijencia,  hija  del  escesivo 
calor  y  de  la  sobriedad  que  los  inclina  A  buscar  en  su  fantasía  una  nueva  clase  de 
placeres. 

Diremos  también  de  paso  que  en  nuestro  entender  la  gran  cuestión  filosófica  mo- 
vida en  el  día  entre  los  que  se  llaman  impropiamente  snisualislas  y  espiriíualisím^ 
pudiera  recibir  mucha  luz  de  la  teoría  que  acabamos  de  esponer.  Locke,  Condillac, 
Destutt  Tracy  y  I^romiguiére  han  esplicadocon  mucha  sagacidad,  aunque  con  ui^ 
nomenclatura  bastarda  v  espuesta  al  error ,  los  fenómenos  d^  la  intelijencia ,  y  han 
formado  la  ciencia  de  la  Ideoiojía.  Pero  ¿se  conoce  con  ^lla  todo  el  hombre?  No.. 
Resta  la  esplicacion  de  los  sentimientos  innatos.  Las  facultades  de  atender  ^  abstraer  y 
analizar  bastan  para  conocer  el  orijen  de  las  ideas;  pero  ¿por  dónale  conoceremos  el 
de  los  instintos  que  les  son  anteriores?  ¿Pueden  estos  reducirse  á  un  impulso  ó  poten- 
cia primitiva  como  el  sistema  planetario?  ¿Cómo  obran?  ¿Cu4l  es  la  esfera  de  acción 
de  cada  uno ,  y  qué  modificaciones  reciben  uqos  de  otros  ?  Cuestiones  son  estas  que 
no  pertenecen  á  la  Ideoiojía ,  y  dejan  un  vastísimo  campo  abierto  á  las  indagaciones 
de  los  psicólogos. 


AETICULO  ni. 


Vormat  enkn  natura  prítu  nos  ioiiu  ad  otnoeBí 

Foit|inarutn  h^bituni.... 

Pcwt  eflért  anhni  motus  interprete  ling:ua. 

UotAC. 


jLá)  que  dice  el  gran  filósofo  Horacio  de  los  afectos  humanos ,  sentidos  primero  y 
después  espresados ,  debe  entenderse  también  de  todos  los  sentimientos  que  obran 
sobre  el  alma  antes  que  el  hombre  pueda  someterlos  al  raciocinio ,  que  es  el  lenguaje 
dd  entendimiento;  pues  analiza  como  el  oral,  y  frecuentemente  hace  uso  de  este  para 
dirfjir  mejor  su  análisis. 

HeaMM  dado  á  esta  teoría  toda  la  estension  y  claridad  de  que  es  susceptible  en  los 
dos  artleulos  anteriores.  Ahora  tratamos  de  aplicarla  al  $eniimienlo  poético,  esto  es, 
de  lo  bello  y  de  lo  sublime,  tan  innato  en  nuestra  alma  como  los  demás  que  hemos 
esaatinado.  Es  claro  que  el  hombre  ha  recibido  numerosas  impresiones  cpie  le  agra- 
das 6  euUan  naicfao  antes  de  ser  capaz  de  espiicarlas;  y  enf  algunos  no  llega  nunca 
este  caso.  Se  contentan  con  gozar  sin  someter  al  raciocinio  sus  (daceres,  ya  porque  no 

I  recibida  la  instrucción  conveniente,  ya  por  no  haberse  aprovechado  de  ella. 

Mas  no  adnúte  duda  que  este  sentimiento  es  capaz  de  educación  como  todos  los 


demás;  sufre  la  ley  del  análisis,  puede  ser  bien  ó  mal  dirijido;  admite  perfección  ó 
degradación.  Se  convierte^  pues^  en  idea  ,  y  de  ella  resulta  una  ciencia  y  un  arte. 

Este  sentimiento  no  comienza  A  desenvolverse  hasta  que  el  hombre  toca  ya  los 
confines  de  la  adolescencia.  A  la  verdad,  ha  recibido  antes  impresiones  de  los  objetos 
sublimes  y  bellos  :  su  imajinacion  ha  creado  fantasmas,  semejantes  á  las  cosas  que 
mas  la  han  alhagado ;  pero  estas  imájcnes  y  aquellas  impresiones  tienen  todavía  mu- 
cho de  setmtal:  aun  los  afectos  del  corazón  no  han  purificado  la  mezcla  material  de 
las  primeras  sensaciones  de  la  niñez;  solo  cuando  el  joven  empieza  á  sentir  un  en- 
canto indefinible,  y  que  no  puede  referir  á  ninguno  de  sus  sentidos,  sino  que  pene- 
tra toda  su  existencia  y  se  fija  en  su  fantasía ,  al  contemplar  las  bellezas  de  la  natu- 
raleza y  del  arte ;  solo  entonces  se  despierta  en  él  el  instinto  poético.  Y  observemos 
que  los  objetos  bellos  hacen  mas  impresión  á  los  principios  que  los  sublimes :  pare- 
ce que  el  alma  es  mas  sensible  á  la  regularidad,  á  la  variedad,  al  colorido ,  que  á 
los  movimientos  enérjicos  y  desordenados,  que  escitan  ideas  de  sublimidad,  las  cuales 
no  consiguen  dominar  el  alma  hasta  que  la  imajinacion  es  ya  bastante  fuerte  para 
sentirlas,  comprenderlas  y  elevarse  con  ellas  á  las  rejioncs  celestiales.  El  sentimiento 
de  lo  sublime  es  lo  mas  apartado  que  hay  en  el  hombre  de  lo  material  y  terrestre. 
Es,  por  decirlo  asi ,  el  otro  polo  de  su  existencia. 

El  corazón  y  la  fantasía  ,  cuando  han  adquirido  este  nuevo  elemento  de  vida  ,  se 
entregan  casi  esclusivamente  al  placer  de  disfrutarlo.  ¿Quién  podrá  espresar  las  sen- 
saciones vagas  y  misteriosas,  que  esperimenta  el  alma  del  joven  al  contemplar  el  es- 
pectáculo variado  del  campo  en  una  hermosa  mañana  de  primavera  ó  en  una  tarde 
apacible  del  otoño,  al  ver  el  curso  eterno  de  los  rios,  los  diversos  juegos  de  las 
fuentes  y  arroyuelos,  los  matices  de  las  flores  que  entapizan  el  prado,  ó  bienios 
corpulentos  árboles,  que  descuellan  cargadas  sus  ramas  del  sabroso  fruto? 

Mas  si  ostenta  naturaleza  sus  escenas  sublimes;  si  el  rayo  rompe  el  seno  á  la  nube, 
ó  el  mar  embravecido  pugna  por  superar  el  freno  de  blanda  arena  que  el  Hacedor  le 
impuso  ;  si  el  espectáculo  magnífico  y  callado  del  firmamento  brilla  con  sus  innume- 
rables estrellas ,  que  son  otras  tantas  columnas  luminosas,  que  guian  la  vista  en  el 
camino  de  la  inmensidad;  si  desvanece  toda  esta  pompa  la  luz  del  astro  del  dia,  mil 
veces  mas  hermoso  y  sublime  que  todo  el  firmamento,  para  dejar  después  un  resplan- 
dor templado  y  apacible  en  el  disco  arjentado  de  la  luna,  las  emociones,  sin  dejar 
de  ser  agradables ,  toman  un  carácter  nuevo  de  dignidad.  El  alma  se  eleva  sobre  la 
altura  de  esos  cielos :  el  pensamiento  vuela  mas  allá  de  esos  astros  y  de  esos  espacios: 
siente  la  dignidad  de  su  ser,  al  cual  no  pueden  encadenar  ni  la  tierra,  ni  el  giro  del 
sol ,  ni  los  límites  impuestos  por  el  Señor  á  la  creación  entera. 

Las  artes  reproducen  á  su  vista  estas  bellezas,  y  se  goza  en  su  representación.  En 
fin  ,  el  mundo  moral  se  abre  á  su  fantasía,  y  sus  emociones  son  entonces  mas  severas, 
pero  mas  agradables;  porque  siente  su  importancia;  porque  están  en  armonía  con  el 
sentimiento  de  la  virtud  ya  desenvuelto  en  su  alma. 

Si  el  hombre ,  al  ver  el  espectáculo  de  la  naturaleza  física  y  moral ,  no  hiciese 
mas  que  sentir  impresiones  y  gozarlas  ó  reproducirlas  por  instinto  ,  no  habría  ciencia 
que  formase  el  gusto ;  no  habria  arte  que  dirijiesc  el  genio ;  y  eso  es  cabalmente  lo 
que  prelenden  los  caudillos  de  la  actual  escálela  romántica,  que  lo  dan  todo  á  la  sen- 
sación ó  al  impulso  ,  y  nada  á  la  razón. 

Pero  la  naturaleza  humana  es  constante  siempre  y  conforme  consigo  misma.  Asi 
como  el  sentimiento  moral  desenvuelto  y  estudiado  dio  oríjen  á  la  ciencia  de  las  cos- 
tumbres ,  asi  el  instinto  poético  ,  bien  examinado ,  lo  dio  á  la  ciencia  de  las  huma- 
nidades. No  creemos  (jue  el  hombre  sienta  una  emoción  ,  sea  la  que  fuere,  por  mu- 
cho tiempo ,  sin  pedirse  cuenta  á  sí  mismo  de  ella,  de  su  causa,  de  sus  modificacio- 
nes ,  de  la  esencia  y  accidentes  de  los  objetos  que  la  causan  :  no  creemos  que  nues- 
tra alma  se  contente  con  gozar  ;  necesita  ademas  conocer. 

Por  esa  razón  no  aceptamos  las  definiciones  que  Hugo  Blair  da  d  h  bello  y  álom- 
hlime :  no  hace  mas  (¡ue  tomarlas  de  los  efectos  que  causan  en  nosotros  ;  ó  lo  que  es  lo 
mismo ,  asigna  el  hecho ,  y  le  da  un  nombre.  Esto  no  basta  para  satisfacer  la  curio- 
sidad. El  hombre  quiere  siempre  hallar  la  razón  suficiente,  que  justifique  los  movi- 
mientos de  su  corazón  y  de  su  fantasía.  Decir  que  es  bello  lo  gm  agrada  á  nuestra  ima- 


[9] 

jinacion ,  y  que  es  sublime  lo  que  eleva  nuestra  alma  ,  es  esponer  á  uno  y  otra  á  cor- 
romper sus  sensaciones,  á  complacerse  con  lo  deforme  como  si  fuera  belfo ,  y  á  entu- 
siasmarse con  lo  bajo  y  ridiculo  como  si  fuera  sublime. 

£1  hombre  empezó,  pues,  á  examinar  las  formas  de  los  objetos  que  producen  en 
él  las  dos  impresiones  de  belleza  y  de  sublimidad,  y  no  le  fue  dificil  hallar  cuáles 
eran  estas  formas  esenciales ;  porque  ya  lo  hemos  dicho  ,  no  hay  en  nosotros  instinto 
alguno  que  no  halle  su  justiGcacion  en  las  leyes  del  mundo  físico  y  moral.  ¿Cuál  es 
la  que  justifica  el  sentimiento  poético?  £1  principio  del  orden ,  sin  el  cual  nada  puede 
haber  bello,  agradable  y  elevado. 

Ya  en  otros  artículos  hemos  probado  que  el  orden ,  la  unidad  y  la  variedad  son 
las  fuentes  del  placer  que  nos  causa  la  belleza ,  y  que.  la  presencia  de  un  gran  poder 
puesto  en  ejercicio  es  la  forma  del  sublime.  No  insistiremos,  pues ,  sobre  esta  mate- 
ria. Bástanos  haber  probado  que  el  sentimiento  poético,  bien  estudiado ,  se  convierte 
en  la  idea  del  orden. 

Sobre  ella  se  funda  la  ciencia  de  las  humanidades  ;  á  ella  se  reducen  todos  sus 

Principios ;  á  ella  todas  las  reglas  de  la  Música ,  de  la  Pintura ,  de  la  Oratoria  y  de  la 
oesia.  Aun  la  espresion  de  las  pasiones  vehementes,  que  por  su  naturaleza  debe  ser 
desordenada,  está  sometida  sin  embargo  á  la  misma  idea.  Nada  es  mas  contrario  al 
orden  que  manifestar  el  delirio  de  la  pasión  con  semblante  tranquiló  ó  con  frases 
alambicadas. 

Hé  aqui  por  qué  todos  los  incidentes  de  un  drama  deben  dirigirse  á  un  punto  co- 
mún que  constituye  la  unidad  de  interés :  por  qué  los  caracteres  deben  conservarse 
iguales  á  pesar  de  la  diversidad  de  las  circunstancias :  por  qué  en  el  desorden  mismo 
de  los  i>ensamientos  c^ue  ajitan  al  poeta  lirico,  ha  de  haber  una  cadena  oculta ,  pero 
perceptible ,  que  los  ligue  entre  si :  por  qué  el  orador  no  ha  de  emplear  los  medios 
de  persuadir  hasta  estar  seguro  de  haber  logrado  la  convicción...  Pero  ¿por  qué  nos 
cansamos?  No  hay  regla  alguna  en  las  bellas  artes,  que  no  se  deduzca  mediata  ó  in- 
mediatamente del  principio  de  la  unidad. 

El  sabio  CoiidiUac  se  quejaba  de  que  no  era  posible  analizar  la  belleza.  Esto  es 
verdad  hasta  cierto  punto.  Entregad  una  rosa  al  botanista  para  que  la  analice,  y  ve- 
réis cuál  queda.  La  análisis  de  un  objeto  bello  no  consiste  en  la  separación  material  de 
lius  partes ,  sino  en  el  examen  de  ki  influencia  que  ejerce  cada  una  en  la  belleza  del 
conjunto ,  de  modo  que  quitada  una  de  ellas ,  quedará  menos  bello  el  total.  Por  ejem- 
plo ,  en  este  verso  de  Lope  de  Vega  hablando  de  Dios : 

El  que  freno  dio  al  mar  de  blanda  arena. 

¿Quién  nos  quita  observar  el  contraste  entre  la  blandura  de  la  arena  y  la  dureza  del 
freno  impuesto  á  un  monstruo  tan  terrible  como  el  marJ  Estas  análisis  no  deslustran 
las  bellezas  artísticas ,  y  son  muy  útiles  para  formar  el  gusto  y  dirijir  el  genio. 

Concluyamos ,  pues,  que  en  el  hombre  todo  empieza  por  el  instinto ,  y  todo  se 
perfeccioDH  por  la  razón. 


[10] 


DEL  SENTIMIENTO  DE  LA  BELLEZA. 


ARTICULO  I. 


\JRANDES  afanes  y  vijilias  han  consagrado  los  filósofos  al  estudio  de  las  facultades 
del  alma,  que  tienen  por  ohjeto  la  generación,  la  espresion  j  la  deducción  de  nuestras 
ideas ;  pero  son  pocos ,  muy  pocos ,  los  que  se  han  dedicado  al  estudio  de  los  sentí- 
«lientos.  Se  han  hecho  progresos  muy  apreciablcs  en  Ideolojia ,  Gramática  y  Lógica: 
Bo  puede  decirse  otro  tanto  de  la  ciencia  de  las  afecciones  de  nuestra  alma  :  contentos 
con  reconocer  y  sentir  su  existencia ,  solo  han  buscado  los  medios  de  contenerlas  den- 
tro de  los  limites  de  la  razón  por  medio  de  la  filosofía  moral. 

Tanto  empeño  en  un  trabajo  y  tanta  neglijencia  en  otro  prueban  evidentemente 
que  la  primer  ciencia  es  mucho  mas  fácil  que  la  segunda ,  y  que  hay  medios  mas 
espeditos  para  observar  atentamente  los  fenómenos  de  la  intelijencia  cuando  investi- 
ga la  verdad,  que  los  de  la  voluntad  cuando  busca  el  bien  ó  huye  del  mal. 

Añádase  á  esto  que  concurren  frecuentemente  de  tal  manera ,  que  suelen  confun- 
dirse las  ideas  y  los  sentimientos.  En  los  estudios  mas  abstractos  ,  el  de  Matemáticas 
por  ejemplo ,  hay  por  lo  menos  un  sentimiento  que  nos  guia,  y  es  <^  de  la  eurüm- 
dad ,  que  es  innato  en  el  hombre.  La  curiosidad  satisfecha  es  la  fuente  del  placer  que 
esperimentamos  cuando  homo»  entendido  y  resuelto  bien  un  problema  de  Geometría 
ó  de  M^ánica.  Pero  otro  placer  de  diferente  especie  es  el  que  resulta  de  compren- 
der bien  una  teoría  entera ,  contemplando  el  enlace  maravilloso ,  el  encadenamiento 
bien  concertado  de  los  diversos  pensamientos  que  la  componen.  £1  sistema  de  la 
atracción  newtoniana  que  sometió  á  una  sola  y  ünica  ley  todos  los  movimientos  pla- 
netarios ,  es  el  ejemplo  mejor  que  puede  presentarse  de  la  belUza  de  la  verdad;  por- 
que es  imposible  estudiarle  y  abrazar  con  el  entendimiento  todas  sus  partes  sin 
sentir  una  impresión  de  la  misma  especie  que  la  que  causa  un  hermoso  edificio  ó 
una  escelente  composición  poética. 

Esto  placer  que  sentimos  al  percibir  muchas  verdades  enlazadas  íntimamente  en- 
tre si  procede  del  sentimiento  de  la  belleza ,  innato  como  el  de  la  curiosidad ,  como 
el  social ,  como  el  relijioso  en  el  alma  humana ;  porque  basta  que  un  sentimiento, 
que  una  facultad  sea  común  á  todos  los  hombre»,  y  que  en  todos  obre  de  una  misma 
manera ,  para  inferir  lejítimameilte  que  es  cráiiátural  en  nosotros ;  y  pues  no  hay 
ninguno  insensible  á  la  impresioff  de  liibekkidí^  debemos  mirar  el  placer  que  de  su 
contemplación  resulta  como  inher^lHtf  á^  MMtM  naturaleza. 

Al  sentimiento  de  la  belleza  designaron  \úS  latinos  con  la  voz  judicium ,  discerni- 
miento :  los  pueblos  modernos  le  llaman  gusto.  Ambas  voces  son  defectuosas  :  la  pri- 
mera por  ser  harto  vaga ,  y  por  denotar  una  operación  puramente  intelectual :  la  se- 
gunda es  trasladada  y  metafórica.  Será  preciso  usarla  para  conformarnos  al  lenguaje 
común. 

La  diferencia  entre  las  ideas  y  los  sentimientos  es  visible:  las  primeras  son  resul- 


[11] 

lados  del  trabajo  del  alma  :  las  segundas  afecciones  y  cualidades  suyas.  Por  este  mo- 
tivo conocemos  tan  bien  la  generación ,  combinación  y  deducción  de  nuestras  ideas, 
j  hemos  hecho  tan  pocos  progresos  en  la  teoría  de  los  sentimientos ,  que  es,  por  de* 
cirio  de  paso ,  la  piedra  de  escándalo  entre  las  dos  sectas  de  filosofia  racional  que 
dividen  hoy  la  república  de  las  ciencias.  La  análisis  que  tan  felizmente  se  aplica  al 
estudio  de  las  ideas :  el  lenguaje  perfeccionado  que  tan  metódicamente  representa 
aquella  análisis  no  son  fáciles  de  emplear  en  el  estudio  de  las  afecciones  del  alma. 
£1  sentimiento  es  un  gas  que  se  evapora  cuando  queremos  separarlo ,  ó  un  rayo  que 
recorre  en  un  solo  instante  toda  la  estension  del  firmamento.  ¿Quién  podrá  detenerlo 
ú  oprimirlo  para  someterlo  á  la  lenta  operación  de  nuestra  intelijencia? 

Y  esta  dificultad  se  hace  mayor  en  el  gusto  ,  porque  su  objeto  es  la  belleza,  cua- 
lidad aérea,  impalpable,  sensible  solo  al  alma,  pero  que  parece  que  huye  de  noso- 
tros como  la  mariposa  apenas  queremos  analizaría.  ¡Cuántas  veces  la  sentimos,  sin 
que  nos  sea  posible  definirla !  ¡  V  cuántas  ni  aun  podemos  espresar  el  sentimiento 
que  nos  ajita  al  contemplarla ! 

Sin  embargo ,  en  la  ciencia  de  la  poesía ,  asi  como  en  todas ,  es  menester  partir 
de  un  punto  conocido ,  evidente ,  de  un  hecho  atestiguado  por  nuestra  misma  cbn- 
ciencia ,  y  este  lo  tenemos.  Existen  en  la  naturaleza  algunos  seres ,  algunas  combi- 
naciones de  seres  capaces  de  cscitar  en  nuestra  alma  cierta  sensación  de  placer, 
que  ni  pertenece  á  los  sentidos,  ni  á  las  demás  pasiones  conocidas  del  ánimo,  sino 
solo  á  la  imajinacion  alhagada.  Llamamos  belleza  á  la  propiedad  que  tienen  aquellos 
seres  de  escitar  en  nuestra  imajinacion ,  y  solo  en  ella ,  un  gozo  tranquilo  y  agrada- 
ble ,  ó  bien  una  conmoción  vehemente  que  nos  eleva  por  medio  de  la  admiración  á 
ana  rejion  intelectual  ó  moral  mas  noble  y  grande  que  la  que  comunmente  habita- 
mos. Las  palabras  de  que  nos  hemos  valido  para  esplicar  el  hecho  fundamental  de 
la  ciescia  poética ,  si  no  son  las  mas  propias ,  son  en  nuestro  entender  suficientes 
para  caracterizar  las  diversas  impresiones  que  causan  en  nosotros  los  objetos  bellos 
y  sublimes  de  la  naturaleza. 

El  placer  producido  por  la  belleza  pertenece  esclusivamente  á  la  imaginación ;  y 
de  aqui  resulta  que  solo  las  sensaciones  de  la  vista  y  del  oido  son  las  que  procedien- 
do de  los  sentidos  estemos,  hacen  en  nosotros  la  impresión  de  la  belleza.  £1  olor  de 
una  rosa  é  el  sabor  de  un  escelente  manjar  son  placeres  harto  sensuales  para  que 
merezcan  ^  titulo  de  helloi.  El  alma  los  goza  sin  que  se  afecte  la  iTantasía ,  cuyas 
firuiciones  resultan  siempre  de  las  armonías  que  descubre  entre  las  ideas  que  forma  y 
combina  ,  y  los  objetos  á  que  las  refiere. 

No  negaremos  que  el  placer  que  resulta  de  oir  un  buen  trozo  de  música  sea  sen- 
tmL\  pero  este  placer  no  pertenece  á  la  imaginación,  hasta  que  ella  se  apodera, 
por  decirlo  asi ,  de  los  sonidos ,  y  los  obliga  á  decirle ,  á  espresarle  alguna  cosa.  Si 
nada  le  dicen  pronto  se  fastidiará  de  aquel  placer  meramente  sensual ,  como  sucede 
con  todos  los  de  su  especie ;  pero  si  le  espresan  una  serie  de  ideas  ó  de  sentimientos 
queda  complacida  ó  elevada ,  percibiendo  la  correspondencia  entre  lo  que  oye  y  lo 
que  siente.  Lo  mismo  puede  decirse  de  los  sonidos  ya  suaves,  ya  sublimes,  de  los 
objetos  de  la  naturaleza. 

La  vista ,  el  mas  espiritual ,  por  decirlo  asi ,  de  nuestros  sentidos ,  es  el  que  nos 
proporciona  mayor  número  de  bellezas ,  asi  de  la  naturaleza ,  como  del  arte.  En 
efecto,  solo  hay  una  bella  arte  para  el  oido  ,  que  es  la  música;  y  para  la  vista  hay 
tres :  pintura ,  arquitectura  y  escultura.  El  placer  que  resulta  de  ver  un  hermoso 
jardin  apenas  es  sensual ;  casi  todo  es  de  la  imajinacion ,  que  observa  complacida  las 
diversas  relaciones  de  color ,  situación ,  mayor  ó  menor  claridad  y  oscuridad  en  los 
árboles,  flores  y  plantas ,  fuentes  y  cenadores. 

Vengamos  ya  á  la  belleza  moral ,  á  es^  impresión  inefable  y  deliciosa  oue  nos 
causa  la  contemplación  de  las  acciones  virtuosas ,  heroicas  y  sublimes.  Aqui  el  senti- 
miento de  la  belleza  se  liga  y  aun  se  confunde  con  el  sentimiento  social  y  con  el 
relijioso.  A  este  placer  se  deben  los  prodyios  mas  grandes  de  las  artes. 

Concluiremos  con  la  belleza  por  la  cual  empezamos ,  que  es  la  de  la  verdad.  Los 
mismos  geómetras  distinguen  entre  varías  soluciones  de  un  problema ,  la  que  es  mas 
eUgants;  esto  es ,  la  que  enlaza  los  datos  y  las  incógnitas  con  mas  clarídad  y  al  mis- 


[12] 
mo  tiempo  con  mas  generalidad.  La  bdleza  intelectual  (porque  realmente  existe)  re- 
sulta del  enlace ,  de  la  armonía  entre  las  diversas  partes  de  un  pensamiento ;  armo- 
nía y  enlace  que  percibe  la  imajinacion,  cuando  ya  el  entendimiento  le  ha  presentado 
bien  analizada  toda  la  teoría. 

Hemos  recorrido  las  diferentes  especies  de  bellezas,  que  la  naturaleza  nos  ofrece, 
ó  puede  crear  el  arte  :  hemos  notado  el  carácter  distintivo  de  la  impresión  que  todas 
ellas  nos  causan ,  y  el  del  sentimiento  que  las  goza.  Hemos  dado ,  pues,  un  gran  paso 
en  la  ciencia  del  gusto.  Falta  otro  que  dar ,  y  es ,  examinar  si  hay  en  los  seres  mis- 
mos alguna  cualidad  independiente  del  placer  que  producen  en  nosotros  los  obje- 
tos bellos ,  por  la  cual  se  constituyan  tales ,  esto  es ,  dignos  de  cscitar  en  nosotros 
aquella  sensación  agradable.  Otro  dia  examinaremos  esta  importante  cuestión. 


ARTICULO  n. 


XjN  muchos  de  nuestros  artículos  anteriores  hemos  procurado  demostrar  que  la  tmt- 
dadj  á  que  se  someten  las  diferentes  partes  de  un  todo ,  es  la  esencia  do  la  nelleza ;  y 
hemos  también  aplicado  este  principio  al  colorido,  á  la  forma,  al  movimiento,  al  so- 
nido ,  á  la  intelijeocia  /á  la  virtud.  En  todas  estas  diferentes  especies  de  bellezas  he- 
mos observado  un  carácter  que  les  es  común ;  y  es,  que  las  diversas  ideas  que  compo- 
nen las  del  objeto  bello,  estén  sometidas  á  una  misma  ley ,  siempre  sentida  por  la 
imajinacion,  y  algunas  veces  conocida  y  analizada  por  el  entendimiento. 

Este  principio  será  mas  perceptible,  haciéndonos  cargo  de  algunas  objeciones  que 
han  opuesto  contra  él  personas  muy  instruidas ,  y  á  las  cuales  es  obligación  nuestra 
satisfacer. 

La  primera  de  estas  objeciones  es  la  siguiente:  cSi  la  unidad  es  la  esencia  de  la 
belleza,  ¿cómo  es  que  hallándose  siempre  esa  cualidad  en  el  cuerpo  humano  no  son 
bellos  todos  los  hombres? »  Nosotros  negamos  el  supuesto.  ¿  Podrá  decirse  que  hay 
unidad  en  el  rostro  al  cual  le  falta  un  ojo ,  aunque  bellísimo  en  las  demás  formas?  Esto 
nos  recuerda  los  dos  dísticos  latinos ,  escritos,  según  se  dice ,  por  un  jesuíta  (porque 
nunca  los  hemos  visto  impresos) ,  á  una  madre  y  á  su  hijo,  entrambos  tuertos,  aun- 
que hermosos  en  la  forma  y  el  color  de  su  rostro : 

Lumine  Acón  dextro,  capta  est  Leonida  sinistro, 

£t  poterat  forma  vincere  uterque  deas  : 
Parve  puer ,  lumen  quod  habes  concede  parenti : 

Sic  tu  caBCus  Amor ,  sic  erit  illa  Venus. 

{Carece  el  niño  Acón  del  diestro  ojo : 
Leonida  del  siniestro  ;  mas  superan 
En  hermosura  entrambos  á  las  diosas. 
Niño ,  el  ojo  que  tienes^  da  á  tu  madre; 
Serás  tú  el  ciego  Amor^  será  ella  Venus.) 

La  injeniosa  donación  que  aconseja  el  poeta,  restablecería  la  unidad  que  faltaba  en 
entrambos  rostros ,  y  completaría  la  belleza. 

Pero  sin  que  haya  deformidad  por  falta  de  órganos ,  puede  haberla  por  defecto  ú 
esceso  de  colorído ,  por  hundimiento  de  las  formas  redondas ,  como  sucede  en  los  an- 
cianos ,  por  falta  de  animación  en  los  músculos  ó  en  los  ojos,  como  acontece  en  las 
caras  (|ue  llamamos  abobadas ,  aunque  confesemos  que  son  hermosas ;  en  fin ,  por 
cualquiera  de  los  defectos  contrarios  á  la  unidad  que  pone  en  armonía ,  no  solo  las  di- 


[131 
ferentes  partes  del  rostro  ó  del  cuerpo ,  s»ído  el  color,  los  movimientos ,  la  espresion. 
Alabamos  muchas  veces  la  belleza  del  semblante ,  y  reprendemos  la  poca  proporción 
de  su  loiyitud  con  el  cuerpo :  la  bella  estatura  y  formas  de  un  hombre  nos  agrada ;  pero 
nos  disgusta  la  torpeza  y  mal  aire  de  sus  movimientos.  4 Hermosos  ojos,  decimos,  tiene 
esa  mujer ;  pero  ni  el  color  ni  la  forma  de  su  rostro  son  buenos.  •  En  general ,  siem- 

Sf 6  que  aplaudimos,  siempre  que  seíitimos  lo  bello,  es  porqué  observamos  cierta  ley 
e  armonía,  que  reduce  á  la  unidad  nuestras  sensaciones.  Lo  que  censuramos  es  inar- 
mónico :  no  está  en  la  simetría  correspondiente. 

Otra  de  las  objeciones  es  que  c  un  cuadro  compuesto  de  figuras  humanas ,  bellísi- 
mas si  se  quiere  ;  pero  todas  en  la  misma  actitud,  con  el  mismo  vestido  y  espresando 
el  mismo  sentimiento,  no  seria  bello,  aunque  tuviese  unidad.  1  Esta  no  debe  llamarte 
unidad  y  sino  igualdad.  No  puede  haber  unidad  sino  en  diferentes  objetos  sometidos  á 
una  ley  común ;  pero  en  el  caso  citado  no  son  diferentes  los  objetos  ni  las  ideas  que 
escitan.  El  que  pintase  á  las  hijas  de  Danao,  enteramente  iguales,  y  dando  muerte  de 
una  misma  manera  á  sus  recien  desposados,  también  iguales,  haría  un  cuadro 
muy  ruin. 

Es  claro  que  la  variedad  es  necesaria  en  las  artes  y  en  la  naturaleza;  pero  esta 
variedad  ha  de  hallarse  reducida  á  la  unidad ;  si  no ,  desaparece  la  belleza.  Pintemos 
en  un  cuadro  diferentes  personajes  sin  relación  alguna  entre  sí ,  sin  un  vínculo  común 
que  justifique  su  coexistencia :  el  cuadro  será  tan  defectuoso  como  el  de  las  figuras  se- 
mejantes. 

Coocluyamos,  pues,  que  la  armonía  no  Consiste  en  dar  perpetuamente  un  mismo 
sonido ,  sino  en  producir  una  serie  de  sonidos  tales ,  que  el  oido  los  someta  fácilmente 
á  las  leyes  de  la  música.  Los  intclijentes  las  conocen :  los  que  no  lo  son  las  sienten. 

Mas  dificil  es  señalar  los  límites  entre  la  belleza  y  la  sublimidad ,  sobre  los  cuales 
versa  la  tercera  objeción.  Parece  imposible,  en  efecto,  hallar  la  ley  de  la  unidad  en 
objetos  que  superan  la  capacidad  de  nuestra  alma ,  y  no  se  someten ,  por  decirlo  así, 
al  compás  mezquino  de  nuestra  imajinacion.  Dimensiones  sin  tiérmino,  masas  inmen- 
sas ,  acciones  y  cualidades  superiores  á  las  de  la  humanidad  ,  la  oscuridad ,  el  silencio, 
la  nada,  las  potestades  invisibles,  en  fin,  el  Ser  supremo,  no  presentan  ciertamente 
caracteres  de  variedad  reducida  á  unidad. 

Mas  si  ellos  no  los  presentan,  ¿será  imposible  hallarlos  en  las  ideas  que  de  estos 
sublimes  objetos  nos  formamos?  San  Agustín  llama  á  Dios  belleza  antigua  y  siempre  nue^ 
va.  £1  Ser  supremo  es  sencillísimo  en  su  esencia :  ¿  lo  es  la  idea  que  de  él  forma  nues- 
tro entendimiento:  lo  es  la  imagen  que  se  graba  en  nuestra  fantasía  ?  £1  primero  obra 
por  medio  de  la  análisis ,  y  la  segunda  dá  cierto  relieve  sensible,  aunque  vago,  á  las 
ideas  que  produce  aquella  análisis.  La  omnipotencia  ,  la  inmensidad ,  la  misericordia, 
la  justicia  y  los  demás  atributos  del  Ser  independiente,  ¿no  son  las  ideas  componentes 
de  la  que  tenemos  formada  del  objeto  mas  sublime  de  la  naturaleza  ?  ¿Hay  ó  no  unidad 
que  las  enlace? 

Los  objetos  bellos  en  moral  son  los  que  se  conforman  con  las  leyes  establecidas  por 
el  Criador  en  este  orden  ;  y  en  esta  conformidad  consiste  la  unidad  que  los  hace  be- 
llos. Si  llegan  á  ser  sublimes,  no  por  eso  falta  esta  unidad.  Nuestra  alma ,  elevándose 
al  contemplar  las  acciones  heroicas ,  conoce  mejor  la  ley  moral  á  que  están  sometidas, 
y  se  halla  capaz  de-  imitar  el  sublime  sacrificio  de  los  Decios,  ó  la  confianza  no  menos 
sublime  de  Alejandro  en  su  médico  y  amigo.  La  sublimidad  (isica  tiene  también  su 
unidad  en  la  correspondencia  de  los  efectos  con  los  poderes  que  los  han  producido. 
La  idea  de  la  nada  es  sublime  ,  porque  nos  muestra  el  Poder  soberano  que  sacó  de 
ella  todas  las  cosas.  El  silencio  y  la  oscuridad  no  serian  objetos  capaces  de  sublimidad 

Sara  el  sordo  y  el  ciego  de  nacimiento :  ¿  por  qué?  Porque  el  hombre  privado  de  aque- 
os  dos  sentidos  no  podría  formar  el  contraste  éntrela  animación  y  hermosura  visible 
del  mundo  con  la  imájen  de  la  nada  que  presentan  los  parajes  oscuros  y  silenciosos. 
«Pero  ¿y  el  desorden?»  Un  montón  inmenso  de  peñascos  hacinados  por  un  terre- 
moto es  ciertamente  un  objeto  sublime :  ¿dónde  está  su  belleza?  En  las  ideas  de  orden 
fisico  ffue  asocia  inmediatamente  nuestra  fantasía  á  aquel  caos ,  á  aquel  montón  de 
partes  incoherentes. 

Para  convencerse  de  esto,  basta  observar  que  si  encontramos  en  una  habitacian  to- 


dos  los  muebles  acumulados  sin  orden  ni  concierto ,  este  espectáculo  no  nos  parecerá 
iMims^  porque  basta  el  poder  y  la  travesura  de  un  niño  para  producirlo;  ni  bdio^ 
porque  no  nos  recordará  ideas  de  orden.  No  sucede  asi  en  los  estragos  de  la  natural»* 
za  :  el  poder  que  los  produce  es  demasiado  grande  para  que  no  procuremos  ligarloa 
con  las  ideas  del  orden  físico  á  que  está  sometido  el  universo ;  y  aun  casi  siempre  ha- 
llamos en  estas  ideas  la  esplicacion  de  aquel  aparente  desorden ,  como  por  ejemplo, 
cuando  nos  convencemos  de  que  las  tempestades  purifioan  la  atmósfera; 

Nos  parece ,  pues ,  que  todos  los  objetos  bellos  tienen  por  forma  la  unidad  ,  y  que 
si  no  es  fácil  hallarla  y  delinearla  en  los  objetos  sublimes  que  tienen  una  belleza  de 
orden  superior ,  no  es  difícil  de  encontrarla  en  las  ideas  que  de  estos  objetos  forma 
nuestra  alma,  elevada  por  el  sentimiento  de  la  sublimidad. 


ARTICULO  III. 


Omnis  pukritudinis  forma  uniías  est, 

San  Agustín. 


L 


LAMAMOS  Mío  á  todo  lo  que  escita  eli  nuestra  imajinacion  cierto  placer  con  inde- 
pendencia absoluta  de  los  sentidos,  que  alhaga  ó  engrandece  el  alma,  y  en  el  cual 
toman  parte  ,  no  solo  el  entendimiento,  sino  también  el  corazón;  de  modo  que  esta 
clase  de  impresiones  son  verdaderos  sentimientos ,  si  bien  como  las  demás  pasiones 
humanas  se  hallan  necesariamente  mezcladas  con  ideas.  AJiiora  tratamos  de  averiguar 
si  en  los  objetos  que  producen  esta  especie  de  sensaciones  existe  alguna  forma  ó  carác- 
ter distintivo ,  que  los  haga  esencialmente  capaces  de  escitarlas:  esto  es,  esencialmente 
beüo$  ;  ó  bien  si  la  belleza  es  meramente  hija  del  hábito ,  del  capricho  ó  de  la  moda, 
sin  que  pueda  asignarse  ningún  principio  fijo,  ningún  criterio  seguro  para  distinguirla 
en  los  objetos  mismos.  En  una  palabra ,  si  puede  ó  no  racionalmente  haber  disputa 
sobre  los  gustos,  como  puede  y  debe  haberla  sobre  las  verdades. 

Empecemos  por  notar  un  hecho,  y  es  que  la  naturaleza  no  nos  ha  impreso  en  vano 
ningún  sentimiento  ni  físico  ni  moral.  A  todos  ellos  corresponden  objetos  capaces  de 
satisfacerlos ,  esto  es ,  que  tengan  condiciones  de  existencia  tales  que  con  ellas  satisfii* 
gan  nuestros  deseos.  ¿El  hombre  (para  no  poner  mas  que  un  ejemplo)  siente  la  necesi- 
dad y  el  placer  de  comer?  Pues  existen  en  la  naturaleza  alimentos  que  la  satis&gan  y 
lo  esciten.  Podrá  equivocarse  eo  la  elección  de  ellos ,  y  decidirse  por  los  mas  endebles 
ó  menos  sanos ;  pero  si  los  estudia  mejor  conocerá  cuáles  son  los  mas  á  propósito  para 
su  nutrimento. 

La  comparación  no  puede  ser  mas  exacta ,  y  es  fácil  conocer  que  puede  aplicarse  á 
todos  los  sentimientos  innatos  del  hombre ;  él  de  la  belleza  lo  es :  ha  de  existir,  pues, 
en  los  objetos  que  nos  parecen  bellos  alguna  condición  que  lo  promueva;  la  dificultad 
consiste  en  hallar  esta  condición ,  y  en  determinarla  con  exactitud. 

Podemos  vencer  la  dificultad  examinando  con  atención  cuál  es  la  propiedad  de  los 
objetos  bellos  que  nos  agrada  ;  esto  es ,  cuál  es  la  propiedad  que ,  suprimida  ó  modifi- 
cada, cesa  ó  se  debilita  la  ilusión  de  la  belleza.  Esta  propiedad  será  evidentemente  su 
carácter  esencial. 

Empecemos  nuestro  examen  por  el  mas  sencillo  de  todos  los  objetos  bellos,  que  es 
la  verdad.  Es  cierto  que  la  adquisición  de  una  nueva  idea  agrada  al  alma,  porque  sa- 
tisface el  sentimiento  innato  de  la  curiosidad ;  mas  no  toda  verdad  conocida  escita  el 
sentimiento  de  la  belleza  en  nuestro  corazón.  No  basta  para  eso  un  conocimiento  aislado; 


[16] 
es  necesario  un  sistema  de  verdades  enlazadas  entre  si  con  cierto  vinculo  común,  como 
por  ejemplo ,  la  teoria  de  la  fórmula  del  binomio  en  el  Algebra ,  ó  de  la  atrac- 
ción planetaria  en  la  mecánica  celeste.  Cuando  el  alma  percibo  un  gran  número 
de  ideas  encadenadas  entre  si  por  una  ley  general  que  las  domina,  entonces  no 
tolo  se  complace  en  ver  saciada  su  curiosidad;  se  agrada  ademas  de  esto  en  ver  un 
solo  y  único  principio,  dominando  mucbos  y  variados  fenómenos  del  mundo  fisico 
ó  dd  intelectual. 

Pwece ,  pues ,  que  la  propiedad  que  eleva  las  verdades  á  la  clase  de  bellezas  es  la 
fiMilidad  de  reducirlas  á  cierta  unidad^  esto  es,  de  someterlas  á  un  solo  principio 
común.  G)mo  el  bombre  no  puede  raciocinar  sino  por  inducción  y  analojia,  el  des* 
cubrimiento  de  una  ley  general,  desconocida  antes,  que  evita  el  trabajo  de  la  pri- 
mera, justifica  la  segunda  y  facilita  la  percepción  de  las  relaciones  mutuas  entre  un 
todo  y  sus  partes,  debe  ser  muy  agradable  á  la  intdlijencia  bumana. 

No  solo,  pues,  hemos  visto  que  la  unidad  es  el  carácter  de  la  belleza  inteUclual, 
sino  también  bemos  adivinado  el  motivo  por  qué  lo  debe  ser.  Descúbrase,  por  ejem- 
plo, en  un  sistema  como  el  planetario  de  Ticho-Brahé,  la  falta  de  esta  unidad: 
obsérvense  fenómenos  que  no  puedan  esplicarse  por  el  principio  establecido  en  él; 
y  el  disgusto  que  al  momento  afectará  al  alma  anunciará  suficientemente  la  ausen- 
cia de  la  belleza,  que  desaparece  siempre  de  adonde  falta  la  unidad. 

Si  de  la  belleza  intelectual  pasamos  á  la  moral,  encontraremos  el  mismo  prin- 
cipio, pero  en  una  escala  mas  elevada:  todas  las  acciones  virtuosas  nos  agradan  y 
nos  conmueven,  porque  todas  están  íntimamente  enlazadas  con  el  órdm^  que  es, 
según  la  sublime  espresion  de  Milton,  la  eterna  ley  del  cielo,  £1  sentimiento  relijioso 
y  el  social,  comunes  á  todos  los  hombres,  han  acostumbrado  á  las  almas  bien  naci- 
das, á  referir  sus  acciones  y  las  agenas,  á  aquella  regla  invariable  del  mundo  mo- 
ral. La  conformidad  de  una  acción  con  lo  que  debe  ser  es  la  única  fuente  de  su 
belleza  ó  de  su  sublimidad,  y  por  tanto  del  placer  y  admiración  que  nos  inspira. 

No  es  difícil  de  observar  la  misma  regla  de  la  unidad  en  la  belleza  musical.  Para 
que  una  serie  de  sonidos  sea  agradable,  es  preciso  que  su  sucesión  esté  sometida 
á  ciertas  leyes  invariables:  esto  es,  evidente  asi  en  la  música  como  en  la  versifica- 
ción. La  lectura  y  la  declamación  obedecen  también  á  reglas  ciertas.  Si  muchas 
voces  ó  instrumentos  suenan  á  la  par,  ¿quién  se  atreverá  á  decir,  sin  el  riesgo  de 
ser  tenido  por  loco,  que  cada  una  de  euas  y  de  ellos  pueden  sonar  arbitrariamen- 
te y  como  se  quiera?  Ni  baste  decir  que  las  disonancias  agradan  tal  vez;  porque 
tainbíen  se  siguen  en  el  uso  de  ellas  reglas  determinadas  que  no  es  licito  traspa- 
sar. Son  como  las  sombras  en  la  pintura,  necesarias  para  el  efecto  general  del  cuadro, 
y  smetas  por  consiguiente  á  la  ley  común  de  su  composición. 

En  cuanto  á  la  belleza  visible  es  mas  difícil  de  encontrar  en  ella  el  principio  de 
la  «nidad:  tanta  es  la  profusión  con  que  la  ha  dispensado  y  esparcido  el  autor  de  la 
nitnnileza.  Sin  embargo,  lo  simetría  del  cuerpo  humano,  la  armonía  de  sus  diferen- 
tes miembros,  su  aptitud  para  las  diversas  funciones  que  tienen  que  ejercer,  no 
dija  duda  que  asi  en  él,  como  respectivamente  en  los  de  los  demás  animales,  está 
observada  ki  ley  de  la  unidad;  porque  no  debemos  engañarnos:  el  tipo  de  la  belle- 
za se  encuentra  en  todos  ellos;  y  si  el  sentimiento  de  ella  es  nulo  en  algunos,  como 
em  las  bestias  feroces  ó  en  los  insectos  dañinos  ó  inmundos,  es  porque  el  terror,  el 
miedo  ó  el  asco  son  sentimientos  mas  enérjicos,  y  no  nos  permiten  contemplar  la 
simetría  de  partes ,  y  el  conjunto  bien  ordenado  de  un  tigre,  de  una  hiena  ó  de 
OMi  araña  venenosa,  como  hacemos  con  un  caballo,  un  perro  ó  un  gilguero. 

Esta  misma  ley  de  simetría  y  de  aptitud  existe  en  los  vejetales;  y  si  no  es  tan  be- 
llo el  reino  mineral,  escepto  en  sus  variadas  y  hermosas  cristalizaciones,  es  por(|ue 
Güta  en  él  el  principio  de  la  unidad  con  respecto  al  sentido  de  la  vista,  que  correjido 

L ensenado  por  el  tacto,  es  el  que  juzga  »d  las  dimensiones,  de  las  distancias  y  de 
\  figuras. 
cPéro  á  lo  menos,  se  dirá,  la  belleza  del  colorido  no  depende  de  ninguna  ley.» 
fiám»  no?  fines  de  dónde  procede  que  ciertas  mezclas  de  colores  nos  agraden  mas 

r(  oCras?  ^or  qué  en  las  mejillas  de  un  joven  nos  complace  mas  el  color  sonrosa- 
que  el  amarillento?  ¿Por  qué  preferimos  las  gradaciones  y  rebajos  de  los  coló- 


[16]  _ 

res  á  SU  repentina  oposición?  Existen  en  los  colores,  asi  como  en  los  sonidos,  cier- 
tas armonías  que  sabe  apreciar  bien  la  vista  ejercitada;  y  si  los  sabios  ó  los  ar- 
tistas no  han  hallado  hasta  ahora  la  ley  fundamental  de  estas  armonías  del  mundo 
visible,  también  eran  desconocidas  antes  de  Pitágoras  las  del  mundo  acústico,  y  ao 
por  eso  dejaban  de  existir.  Prueba  de  que  las  hay  es  que  el  arle  las  produce  por 
mstinto. 

Pero  acaso  se  querrá  saber  cómo  se  veriGca  en  un  solo  color  el  principio  de 
la  unidad.  Nosotros  negamos  el  hecho.  No  puede  existir  un  solo  color  sino  en  un 
punto  indefinidamente  pequeño  de  un  objeto. -El  de  cada  uno  de  los  puntos  in- 
mediatos ha  de  ser  precisamente  diverso,  porque  presenta  al  rayo  de  luz  que  en  él 
se  quiebra  una  superBcie  diversamente  inclinada.  La  diferencia  será  muy  corta  á 
la  verdad;  pero  existirá,  y  de  ella  nace  que  decimos  de  una  tela,  por  ejemplo,  que 
tiene  bnen  encarnado;  y  de  otra,  que  le  es  inferior  en  d colorido.  ¿Porqué?  Por- 
que los  diversos  rayos  colorantes  que  la  primera  envia  á  nuestra  vista,  aunque 
diferentes,  tienen  entre  sí  cierta  armonía  que  los  mezcla  agradablemente,  y  en  la 
segunda  hay  disonancias  y  oposiciones.  Un  ejemplo  que  puede  aclarar  esta  idea,  es 
la  tinta  de  China  bien  ó  mal  gastada  en  un  dibujo. 

Vemos,  pues,  que  á  la  idea  de  la  belleza,  ya  intelectual,  ya  moral,  ya  sensible, 
están  ligadas  la  de  orden,  unidad,  armonía,  simetría,  palabras  que  todas  se  redu- 
cen á  la  de  unidad.  El  orden  es  la  unidad  de  la  belleza  moral:  la  armonía  de  la 
musical:  la  simetría  de   la  que  consiste  en  las  figuras  y  en  dimensiones. 

Podemos,  pues,  deducir  que  la  unidad  es  el  principio  fundamental  de  la  belle- 
za en  las  obras  del  Hacedor  supremo;  principio  que  desenvolvió  y  demostró  el 
primero  de  todos  San  Agustín.  Falta  que  verifiquemos  su  exactitud  en  las  obras 
del  arte. 


ARTICl  LO  IV. 


SláL  hombre  no  se  ha  contentado  con  ver  y  gozar  las  bellezas  que  le  presentan  el  mun- 
do físico  y  moral :  lia  querido  también  multiplicar  sus  goces  por  la  ambición.  No  le 
fué  difieii  conocer  (¡ue  si  existia  en  su  alma  un  sentimiento  innato  de  lo  bello  y  de  lo 
sublime,  existia  también  la  facultad  de  reproducirlo  bajo  diferentes  formas.  £1  mismo 
entusiasmo  que  le  producían  los  objetos  dotados  de  aquellas  cualidades ,  conmovien- 
do su  fantasía  é  hiriendo  su  corazón ,  era  por  decirlo  asi  una  fuerza  creadora,  que  le 
incitaba  á  repetir  aquellas  imágenes  halagüeñas,  aquellos  afectos  elevados,  que  tanto 
placerle  habían  producido.  Esta  fuerza  creadora,  hija  del  entusiasmo  propio,  que 
impele  el  alma  á  la  representación  ideal  de  la  belleza,  para  escitar  el  entusiasmo  age- 
no,  es  lo  que  se  llama  inspiración  poética ;  y  fué  la  madre  de  las  bellas  artes, 

¿  De  qué  instrumento  se  valieron  primero  los  hombres  para  reproducir  los  efectos 
de  la  belleza?  Del  mas  universal,  del  mas  conocido ,  del  mas  espedito  de  todos ,  del 
lenguaje.  Asi  es  que  encontramos  la  poesía,  propiamente  dicha,  y  la  versificación  en 
todos  los  pueblos,  aun  desde  los  primeros  rudimentos  de  su  civilización.  Mas  diremos: 
debieron  á  la  poesía  su  civilización  misma.  Díganlo  las  fábulas  ingeniosas  de  los  grie- 
gos, que  atribuyeron  á  la  lira  de  Anfión  la  construcción  de  un^  ciudad,  y  á  la 
voz  de  Orfco  y  de  Arion,  la  potestad  sobre  los  riscos,  árboles  y  monstruos:  esto  es, 
sobre  los  hombres  feroces  y  bárbaros,  mas  duros  que  los  peñascos  y  las  alimañas. 
Díganlo  los  bardos  de  los  pueblos  septentrionales ,  que  suavizaron  sus  costum- 
bres con  sus  cantos :  díganlo  los  himnos  religiosos  de  los  hebreos :  dígan- 
lo ,  en  fin  ,  las  naciones  bárbaras ,  descubiertas  y  visitadas  por  Cook  en  las 
islas  de  Occeanía  y  en  las  que  yacen  cercanas  al  estrecho  de  Aniau.  En  to- 
das   partes    se  han   celebrado  ,    se   celebran  y  se  celebrarán   con  versos   la   re* 


[17] 
,  las  TÍrtudcs,  el  valor  y  los  sentimientos  mas  tiernos  ó  mas  sublimes  del/ 
on  humano.  Existe,  pues,  en  el  hombre  la  facultar  de  pof'tizar,  y  pues  es  ge- 
,  forzosamente  ha  de  ser  innata:  su  orijen  es  el  instinto  del  placer,  pero  su 
í  en  la  sociedad  tiene  un  alcance  diflcií  de  medir  á  primera  vista;  pues  á  na* 
enos  se  dirijo  que  á  suavizar  las  costumbres  sin  enervar  las  almas,  y  á  for* 
;r  el  corazón  quitándole  la  dureza  de  la  barbarie. 

I  muy  probable  que  la  música  y  la  poesía  fueron  hermanas  gemelas.  El  idio- 
le  los  pueblos  primitivos  era  pobre,  atendido  el  corto  número  de  ideas   de  los 

0  hablaban;  pero  enérjico,  acentuado,  armonioso;  pues  debia  representar  pa- 
B  fuertes  y  frecuentes  conmociones  de  la  fantasía,  que  se  ajita  mas  en  los 
>res  ignorantes  para  ouienes  todo  es  nuevo,  todo  es  digno  de  admiración.  No 
lificil  adaptar  á  un  lenguaje  de  esta  especie  los  tonos  musicales,  que  ñá- 
mente produce  la  voz  humana ,  acompañada  de  algunos  instrumentos  que  los 
sen. 

II  oratorio  nació  de  la  poesía  misma,  ó  por  mejor  decir,  se  confundió  con  ella 
ite  el  primer  periodo  de  la  civilización;  pero  no   constituyó   un  arte  sepa- 

hasta  que  los  pueblos  tomaron   por  guia  de  sus  acciones  y  de  sus  juicios  á 
2on  con  preferencia  á  la  imajinacion  y  á  los  afectos.  La  introducción  de  este 
9  elemento,  el  raciocinio  separó  las  dos  artes;  pero  no  tanto  que  no  admita 
ocuencia,  aunque  con  cierta  sobriedad,  los  ornamentos  de  la  poesía, 
a  arquitectura,  como  arte  de  necesidad,  fue  por  lo  menos  coetánea;  pero  como 

arte  les  fue  posterior.  Hay  mucha  diferencia  de  la  cabana  de  los  cazadores  y 
\  tiendas  de  una  tribu  nómada,  al  Partenon  de  Atenas  ó  al  templo  de  Diana  efesina. 
a  pintura  fue  muy  posterior  á  la  poesía ,  y  la  escultura  en  su  estado  de  per- 
>n,  lo  fue  á  la  pintura.  Los  instrumentos  de  que  se  valen  estas  dos  artes,  suponen 

1  grado  bastante  superior  de  prosperidad  y  de  conocimientos  en  el  pueblo  que 
iltiva. 

a  diferencia  esencial  entre  las  bellezas  de  la  naturaleza  y  las  del  arte  consiste 
>s  principios:  uno,  que  las  primeras  se  presentan  por  si  mismas,  y  en  las  otras 
»ible  el  designio  del  artista:  la  naturaleza  nos  ofrece  el  espectáculo  de  un  her- 

jardin,  de  la  mar  embravecida,  del  alma  sublime  (luchando  con  la  fortuna.  El 
r  nos  dice:  yo  representaré  esos  cuadros  por  medio  de  colores^  sombras  y  luces:  y  el  poe- 
y  pintaré  con  palabras  todos  esos  objetos. 
1  otro  principio  de  diferencia  es :  que  las  bellezas  de  la  naturaleza  son  orijin»- 

las  del  arte  solo  son  su  iniitacion,  su  reflejo.  Mas  no  se  crea  por  eso  que  el 
es  un  mero  copiador,  un  mero  retratista.  Es  obligación  suya  perfeccionar  y 
diecer  la  naturaleza.  £1  poeta  y  el  pintor  deben  reunir  en  el  objeto  que  des- 
D  todos  los  rasgos  de  belleza,  que  pueden  convenirle.  Por  eso  Ju venal  llama 
xt  á  una  tempestad  muy  horrorosa: 

Si  cuando  poética  surgit 

tempestas. 

^  todas  maneras  siempre  es  cierto  que  existe  en  el  artista  un  cierto  designio, 
cierta  idea  que  domina  el  plan  de  composición  y  los  pormenores  de  ejecución 
a  obra.  Este  designio  se  nos  revela  apenas  la  vemos  ó  leemos  su  titulo,  si 
imposición  literaria.  Para  su  buen  efecto  se  necesitan,  pues,  dos  condiciones: 
era;  que  el  designio  se  dirija  á  un  objeto  bello,  noble  ó  sublime:  segimda; 
ni  el  plan,  ni  los  pormenores  desmientan  nunca  ni  contradigan  el  designio 
autor. 

^ara  que  el  objeto  sea  interesante  es  necesario  que  tenga  los  caracteres  de 
za  sensible,  moral  ó  intelectual  que  ya  hemos  descrito  en  nuestros  artícu« 
mteriores;  pero  aquí  añadiremos  que  los  objetos  terribles  y  horrorosos  de  la 
raleza  pueden  ser  agradables  en  la  imitación,  asi  por  el  contraste  que  forman 
otros,  como  por  la  habilidad  del  artista  en  describirlos;  y  como  entonces  no  nos 
Irán  ni  miedo  ni  horror  aquellas  copias,  escitan  el  sentimiento  del  placer  que 
niimos  objetos  nos  causarían  si  no  nos  atemorizasen. 

3 


[18] 

¿Puede  decirse  lo  mismo  de  los  objetos  asquerosos?  No.  Confesamos  no  tener  d 
estómago  bastante  fuerte  para  complacernos  en  la  fccdissima  proluties  do  las  har- 

Eias  de  Virgilio,  ni  en  cierto  pasaje  de  la  noche  de  los  batana  del  Quijote*   Cele- 
rarcraos  cuanto  se  quiera  la  habilidad  del  pincel  de  Cervantes:  pero  no  aplicare- 
mos^ la  vista  ni  la  fantasía  á  aquella  parte  de  su  cuadro. 

¿Por  qué  no  nos  gustan  en  la  escena  los  caracteres  enteramente  viles?  porque 
son  asquerosos  y  escitan  la  náusea  moral.  Y  por  el  contrario,  vemos  el  retrato 
de  un  tirano,  j  aun  sentimos  el  terror  facticio  que  nos  inspira,  con  cierto  placer. 
Pero  un  tirano  es  un  monstruo  y  un  hombre  vil  un  escuerzo. 

Veamos  ahora  en  qué  consiste  la  belleza  del  designio  artista:  esto  es,  de  la  com- 
posición y  ejecución.  Siempre  que  una  y  otra  sean  conformes  al  objeto  que  se  quie- 
re describir :  siempre  que  contribuyan  á  aumentar  el  interés  que  nos  inspira»  gra- 
bándolo con  mas  fuerza  en  nuestra  fantasía  y  promoviendo  los  sentimientos  que  el 
artista  solicita  de  sus  lectores  ó  espectadores,  se  produce  en  los  ánimos  de  estos  la 
impresión  agradable  que  es  el  tributo  exijido  por  la  belleza. 

Si  el  tono  y  el  estilo  de  la  obra  no  corresponden  al  objeto;  si  está  sobrecarga- 
da de  adornos  estrauos  que  no  le  pertenecen;  si  la  multiplicidad  de  los  incidentes 
confunde  y  oscurece  el  interés  principal;  si  cada  parte  del  cuadro  no  contribuye  á 
aumentar  gradualmente  este  interés,  abandonamos  disgustados  el  espectáculo  ú  la 
lectura.  Lo  mismo  nos  sucede  si  notamos  en  el  autor  pobreza  de  invención,  re- 
peticiones, inverosimilitudes,  indecencias,  falta  de  adornos  é  innelegancia. 

La  perfección  de  una  obra  artística  cor.siste,  pues,  asi  como  las  bellezas  na- 
turales, en  la  correspondencia  de  las  parles  con  el  todo  ,  de  tal  manera  que  el  interés 
se  sostenga  y  se  aumente  en  toda  la  composición.  Pero  esta  correspondencia  no  es  mas 
que  el  orden,  la  armonía,  en  una  palabra,  la  unidad.  Y  en  efecto,  ¿qué  otra  cosa  es 
el  designio  de  una  obra  sino  la  subordinación  de  todas  sus  partes  á  una  idea,  á  un 
pensamiento,  á  un  interés  principal?  Y  ¿  no  consiste  en  esta  subordinación  el  mérito 
de  una  pintura,  de  un  edificio,  de  un  drama,  de  una  epopeya? 

Conviene,  pues,  á  las  bellezas  del  arte  el  mismo  principio  que  á  las.  de  la  na- 
turaleza, el  axioma  de  S.  Agustín:  Omnis  pulcriludinis  forma  uniías  estj  es  general  á 
todos  los  objetos  bellos. 

¿Pero  podrán  comprenderse  también  bajo  esta  forma  los  objetos  sublimes?  A  la 
verdad,  ellos  producen  también  placer,  tanto  en  la  naturaleza  como  en  el  arte;, 
pero  es  de  diferente  especie;  el  de  Ja  belleza  es  tranquilo,  suave,  y  deja  al  alma  en 
una  serenidad  gozosa:  el  de  la  sublimidad  la  ajita,  la  inquieta  ai  mismo  tiempo  que 
la  eleva.  Horacio  ha  descrito  muy  bien  esta  situación  cuando  suponiéndose  inspira- 
do por  Baco  dice: 

c.recenti  mens  trepidat  metu 
Plenoquc  Bacchi  pectore  turbidum 
IcBtatur > 

En  otro  artículo  réremos  si  es  posible  reducir  esta  clase  de  bellezas  al  principio 
general  que  hemos  espuesto. 


DEL  PBIRGIPIO  DE  IHITAGION. 


Ut  pktura  poesis  est, 

JuN  vano  han  querido  negar  algunos  humanistas,  entre  ellos  Hugo  Blair,  á  quien  de» 
be  tan  escelentes  observaciones  la  teoría  de  las  bellas  letras,  el  principio  de  la  imiMi- 
don  insinuado  por  Aristóteles  j  Horacio»  j  desenvuelto  j  demostrado  hasta  la  evid«ii* 


cia  por  el  abate  Battcux.  Todos,  aun  los  mismos  adversarios  del  principio,  exijen  co- 
mo primera  calidad  del  poeta,  que  sepa  piniar;  y  ¿qué  otra  cosa  es  la  pintura  sino  una 
imitación? 

Vuelva  á  leer  cualquiera  la  descripción  de  las  bodas  de  Camacho  el  rico,  del  apara- 
to rústico,  pero  abundante  y  limpio  de  la  comida,  la  hambre  de  Sancho,  en  la  cual  es- 
tan  ciertamente  simbolizadas  las  que  pasaria  el  inmortal  Cervantes.  Es  menester  (jue 
no  ten^a  imajínacion  ó  que  esté  mas  repleto  que  el  autor  del  Quijote,  aquel  á  quien 
por  lo  menos  no  se  le  abra  el  apetito  leyendo  tan  hermoso  capitulo.  ¿Porqué?  Porque 
(Cervantes  era  poeta;  porque  sabia  pintar  con  palabras.  La  batalla  del  Vizcaíno,  los 
lances  de  la  venta,  la  descripción  de  la  edad  de  oro,  la  de  los  ejércitos  ímajinarios, 
¿por  qué  nos  encantan  sino  porque  parece  que  estamos  viendo  los  objetos? 

Lo  mismo  decimos  de  cualquier  otro  pasaje  de  buena  poesia,  esto  es,  de  verdadera 
descripción  y  pintura  que  encontremos  en  los  buenos  escritores  de  todas  las  naciones  é 
idiomas.  Analícese  el  mérito  de  una  composición  literaria,  esto  es,  destinada  al  placerde 
la  imaginación,  y  veremos  que  en  último  resultado  viene  á  parar  en  la  perfección  de 
la  pintura  que  se  ha  hecho. 

En  efecto,  por  masque  en  la  crítica  literaria  se  use  con  preferencia  de  las  voces 
ambiciosas  crear  y  creación,  el  genio  nada  crea,  y  tan  nada,  que  le  es  imposible  producir 
una  sola  belleza,  cuyo  tipo  no  exista  en  el  universo.  Sus  ficciones  mismas,  los  mis- 
mos dioses  de  la  mitolojía,  que  fueron  en  gran  parte  obra  de  los  poetas,  son  cam- 
poncionesy  no  creaciones  de  la  imajinacion,  que  como  el  químico  puede  descomponer 
las  cosas  en  sus  elementos,  y  componerlas  á  su  arbitrio  bajo  ciertas  leyes;  pero  no 
crear  nuevos  elementos. 

I^s  antiguos,  mas  modestos  que  nosotros,  se  contentaban  con  llamar  invención  á 
las  figuras  y  fábulas  poéticas,  igualmente  que  á  los  argumentos  oratorios.  La  imaji- 
nacion busca  y  halla  en  el  basto  espectácnlo  del  mundo  físico  y  moral  todos  los  ele- 
mentos que  convienen  á  su  asunto:  esc  es  el  mérito  de  la  invención.  Coordinarlos  des- 
pués debidamente  ese  el  mérito  de  la  composición.  En  fin ,  los  espresa  de  la  manera 
mas  exacta  y  enérjica:  ese  es  el  mérito  de  la  espresion  y  del  estilo. 

En  todas  estas  tres  partes  es  fácil  reconocer  el  principio  de  imitación.  Por  me- 
dio de  la  invención  se  toman  de  la  naturaleza  los  rasgos  que  han  de  caracterizar  la 
belleza,  la  composición  los  reúne,  el  estilo  los  espresa. 

No  se  pide  mas  al  poeta.  Tenemos  modelos,  disposición  y  espresion,  y  por  con- 
siguiente imiiacion.  Esto  mismo  hacen  la  pintura  y  la  escultura;  y  nadie  les  ha  qui- 
tado hasta  ahora  el  titulo  de  artes  imilativas. 

Nadie  pone  en  duda  que  la  poesía  dramática  imita;  pero  algunos  preguntarán: 
¿qué  es  lo  que  imitan  la  oda,  el  epigrama,  la  elcjía  y  el  poema  didáctico?  Resdoo- 
derémos  que  todo. 

¿Qué  es  la  oda,  désele  la  forma  que  se  quiera,  ó  el  nombre  que  se  adopte?  La 
espresion  de  un  sentimiento,  ya  vivo,  impctuo.^io,  y  movido  por  un  objeto  como  era 
entre  los  antiguos,  ya  causado  por  reflexiones  filosóficas  y  morales;  ya  ardiente  y 
desenfrenado;  ya  mas  dulce  y  tranquilo.  Pues  ahora  bien:  si  *el  poeta  quiere  jus- 
tificar el  sentimiento  de  que  hace  confidencia  al  lector,  mas  decimos,  si  quiere  que 
el  lector  no  se  reconozca  engañado,  es  menester  que  pinte  con  rasgos  fogosos ,  ani- 
mados y  correspondientes  á  la  pasión  que  lo  ajita  las  cualidades  del  objeto  que  se 
ha  apoderado  de  su  fantasía  ó  de  su  corazón,  ó  bien  el  orden  de  sensaciones  y  de  ideas 
qoe  han  producido  la  exaltación  de  su  ánimo.  Va  describa,  ya  raciocine  es  menester 
que  trasmita  á  sus  lectores  las  afecciones  de  su  alma.  Para  eso  hade  presentar  los  ob- 
jetos que  las  han  causado  como  éilos  ve,  porque  los  hombres  solo  se  mueven  por  sim- 
patía: luego  ha  de  pintarlo  que  tiene  en  su  imajinacion,  es  decir,  ha  de  imitar  los  mo- 
delos que  le  ha  presentado  la  naturaleza. 

Lo  mismo  decimos  del  poema  didáctico.  ¿Quién  lee  á  Columela,  sino  los  que 
qvieren  estudiar  la  historia  del  arte  precioso  de  la  agricultura,  y  conocer  el  estado 
en  qnc  se  hallaba  entre  los  romanos?  Pero  las  Geórjicas  de  Virjilio  serán  elernamen- 
le  el  encanto  délos  que  se  aplican  á  la  literatura  romana,  por  la  perfecx^ion  del 
«tUo«  esto  es,  por  el  arte  de  convertir  en  cuadros  animados,  y  dar  un  colorido  mo- 
ral á  los  preceptos  de  la  ciencia  del  labrador.  Nos  bace  interesante  y  amable  todo  Jo 


[20] 
que  trata,  porque  todo  lo  presenta  á  la  vista  como  cq  un  lienzo.  El  lector  de  Lucre- 
cío  devora  con  fastidio  la  csplicacion  del  sistema  de  los  átomos,  de  la  panspermia  da 
la  homcomeria^  del  universo  formado  por  el  concurso  fortuito.  Pero  sale  de  su  letar- 
go al  ver  la  descripción  de  la  peste  de  Atenas,  ó  de  IGjenia  degollada  por  órdeo  de 
iu  padre  ante  los  altares,  ó  del  poder  de  Venus  que  vivifica  el  universo.  ¿Por  qué? 
porque  en  estos  pasajes  se  vuelve  á  encontrar  con  el  escelen  te  poeta  en  lugar  del  per- 
verso  físico  y  peor  ideologista. 

La  epístola  no  merecerá  el  trabajo  de  escribirse  en  verso,  si  no  ban  de  decirse  en 
ella  mas  que  los  cumplimientos  y  vaciedades  que  por  lo  regular  llenan  las  cartas  co- 
munes ;  porque  en  cuanto  á  los  negocios  domésticos,  ni  aun  los  poetas  de  profesión 
acostumbran  á  escribirlos  sino  en  humilde  y  rastrera  prosa.  La  epístola ,  ya  moral, 
ya  satírica ,  si  ha  de  interesar  no  puede  hacerlo  sino  describiendo  los  hombres  y  los 
caracteres  con  rasgos  que  los  graben  profundamente  en  los  ánimos  de  los  lectores,  co- 
mo Rioja  á  los  hipócritas  y  Juvencil  á  Mesalina. 

Hasta  el  humilde  epigrama  necesita  de  imitar,  y  de  imitar  bien,  alguna  ridiculez 
humana,  si  es  jocoso;  ó  si  es  serio,  el  objeto  sobre  que  versa.  En  general  nada  nos  in- 
teresa en  poesía,  sino  lo  que  afecta  la  ímajinacion;  y  nada  puede  afectarla  imajínacion 
sino  lo  que  está  descrito,  pintado,  imitado,  en  fin,  con  gracia,  con  soltura,  con 
exactitud. 

No  se  crea  inútil  esta  teoría  en  la  práctica  del  arte;  porque  el  principio  de  imitación 
dá  esta  consecuencia  útilísima.  El  raciocinio  no  es  elemento  de  la  poesía.  Todas  las  ope- 
raciones del  alma  deben  revestirse  en  las  bellas  artes  del  colorido  de  la  iroajinacion. 
El  que  no  acierte  á  darlo  á  los  objetos  que  retrata,  escriba  en  prosa. 


DS  LA  SUBLIMIDAD. 


fjNTRE  las  bellezas  que  adornan  la  naturaleza  y  que  imita  el  arte ,  se  distinguen  al- 
gunas por  la  impresión  diferente  que  nos  causan.  La  imajinacion  siente  placer  al  com- 
templarlas;  pero  no  aquel  placer  tranquilo  y  suave  que  sentimos  á  la  vista  de  un  her- 
moso jardín,  de  un  edificio  bien  proporcionado  ó  de  una  composición  elegante.  El 
gozo  que  producen  los  objetos  sublimes  va  acompañado  de  cierta  ajitacion  é  inquietud. 
Él  alma  no  puede  permanecer,  por  decirlo  asi,  en  su  situación  habitual:  busca  una 
esfera  mas  elevada  ,  desde  la  cual  pueda  percibir  un  espectáculo  demasiado  grandioso 
para  sus  fuerzas  ordinarias;  y  al  remontarse  sobre  ellas i  esperimenta  el  terror  propio 
del  que  se  entrega  á  un  elemento  desconocido.  Por  eso  se  llaman  sublimes  los  objetos 
que  producen  esta  clase  de  sensación ;  y  sublimidad  la  cualidad  en  virtud  de  la  cual 
son  capaces  de  producirla. 

Esta  sensación  y  el  placer  que  de  ella  resulta  ,  mayor  ciertamente  que  el  que  pro- 
ducen los  objetos  que  no  son  mas  que  bellos ,  es  esclusiva  de  la  imajinacion ,  y  no 
pertene  á  los  sentidos.  Generalmente  se  contrapone  la  belleza  á  la  sublimidad ,  y  no 
sin  razón ,  atendidos  los  diferentes  efectos  que  nos  causan.  Scipion ,  devolviendo  la 
hermosa  esclava á  su  esposo,  es  un  modelo  de  belleza  moral :  Codro,  sacrificándose 
por  su  patria,  llega  en  la  misma  línea  á  lo  sublime.  La  acción  del  romano  es  bdla:  la  del 
rey  ateniense  heroica.  Un  arroyuelo  que  corre  suavemente  halagando  las  flores  de  sus 
márgenes ,  es  un  objeto  bello  :  un  torrente  impetuoso  que  desciende  de  las  cumbres» 
arrebatando  en  su  carrera  troncos ,  cabanas  y  ganados ,  es  un  objeto  sublime. 


Pero  si  se  observan  con  raa»  atención  están  diferencias,  se  verá  que  la  sublimidad 
es  una  contraposición  de  la  belleza,  sino  una  adición.  £1  verdadero  contrapuesto 
de  la  belleza  es  la  deformidad. 

¿Qué  es  lo  que  se  añade  á  las  ideas  de  la  Belleza  para  producir  las  impresiones  pro- 
pias de  la  sublimidad?  La  percepción  de  un  gran  poder  puesto  en  ejercicio.  Vemos 
que  mucbos  objetos  sensibles  á  la  vista  se  elevan  desde  bellos  á  sublimes  solo  con  el 
aumento  de  las  dimensiones ;  y  al  contrario ,  reduciéndolas  á  módulo  mas  pequeño, 
descienden  do  sublimes  á  bellos.  El  templo  de  S.  Pedro  en  Roma ,  reducido  á  menor 
tamaño,  carecería  de  la  sublimidad  de  masa,  que  es  propia  de  su  gigantesca  mole; 

Gro  la  belleza  de  sus  proporciones  subsistiría.  Tna  acción  virtuosa  no  es  mas  que 
lia ,  cuando  no  supone  un  grande  sacriGcio ,  un  grande  esfueno  del  alma  ;  pero  será 
aablime,  si  para  ejecutarla  se  necesita  un  corazón  magnánimo  y  que  sabe  triunfar 
de  los  afectos  mas  cnérjícos  del  corazón  humano.  ILl  que  socorre  al  indijente,  y  el  que 
perdona  al  homicida  de  su  hijo,  hacen  dos  acciones,  ambas  bellas^  porque  ambas  «s* 
tan  en  armonía  con  los  principios  universales  del  orden  social ;  pero  la  acción  del  se* 
gando,  ademas  de  bella  ,  es  sublime,  porque  para  ejecutarla  se  necesita  un  esfuerzo 
muy  estraordinario  de  virtud. 

Esto  es  tan  cierto ,  que  los  objetos  mas  sublimes  de  la  naturaleza  pueden  perder 
este  carácter  al  describirlos ,  si  el  autor  no  sabe  espresar  la  idea  de  un  poder  superior 
puesto  en  ejercicio.  Procuraremos  darnos  á  entender  con  un  ejemplo.  Uno  de  los  asun- 
tos que  escitan  mas  en  nuestra  imajinacion  la  impresión  de  la  sublimidad ,  es  el  infinito 
poder  y  al  mismn  tiempo  invisible  y  misterioso  para  nosotios,  aunque  indudable,  que 
con  un  solo  acto  de  su  voluntad  sacó  todas  las  cosas  de  la  nada.  V  sin  embargo,  esta 
frase :  d  la  voz  del  Criador  se  mMleció  el  orbe  con  los  esplendores  de  la  luz ,  por  mas  ele- 
gante y  magnífica  que  sea ,  no  hace  en  la  imajinacion  un  efecto  sublime.  Se  espresa 
á  la  verdad  el  poder  de  Dics,  mas  no  lo  hace  sentir  el  escritor.  Comparemos 
esa  frase  con  la  espresion  de  Moisés  :  dijo  Dios  :  hágase  la  Ivz ,  y  la  Ivz  fue  hecha,  y  se 
verá  que  el  testo  sagrado ,  en  su  concisión  ,  en  su  sencillez  y  en  su  forma  dramática, 
aos  pone  ,  por  decirlo  asi ,  de  bulto  el  poder  del  Criador ,  y  la  prontitud  con  que  su 
voluntad  es  obedecida. 

Igual  mérito  tiene  esta  otra  espresion :  tocas  los  montes  y  humean  {tangís  montes  et 
fumigant),  para  significar  el  poder  de  Dios  sobre  el  corazón  del  hombre.  Y  obsérvese 
que  si  hubiera  dicho ,  tocas  los  montes  y  arden ,  no  habria  espresado  tan  enérjicamente 
el  pensamiento.  La  llama  podria  ser  no  mas  que  superficial ,  como  la  de  un  edificio 
abrasado  por  las  puertas.  £1  humo  supone  que  el  centro  de  las  montañas  está  ardiendo, 
cuando  Dios  ha  tocado  su  cima ,  y  anuncia  por  consiguiente  una  acción  mas  intima, 
mas  pronta ,  mas  poderosa.  Igual  reflexión  nos  sujieren  las  palabras  de  Jeremías  ha- 
Uando  de  las  puertas  de  Jerusalen  ,  derribadas  por  el  Señor  en  su  ira  :  Defixce  sunt  in 
térra  portee  ejus :  clavadas  yacen  sus  puertas  en  el  suelo.  Cayeron  con  tal  violencia  ,  que 
quedaron  clavadas  en  la  tierra,  ¡t^on  cuánta  mas  viveza  pinta  esta  frase  el  poder,  el 
enojo  del  que  las  derribó,  y  la  dificultad  de  restituirlas  á  su  sitio,  que  si  hubiera  dicho 
sencillamente ,  yacen  sus  puertas  derritadasl  Esta  espresion  sería  bella  ,  mas  no  sublime* 

Nadie  estrañará  que  hablando  de  la  sublimidad  se  dé  la  preferencia  á  los  ejemplos 
tomados  de  la  Biblia ,  que  es  el  mas  sublime  de  todos  los  libros,  no  por  ser  el  mas 
antiguo ,  no  por  ser  de  un  pueblo  nómada  y  sin  civilización  ,  como  han  querído  decir 
algunos,  sino  porque  su  autor  y  su  objeto  es  el  mas  sublime  de  todos,  esto  es,  el 
verdadero  Dios. 

Todas  las  reglas  que  han  dado  los  autores  de  poética  para  la  espresion  del  subli- 
ve,  deducidas  de  la  naturaleza  y  de  la  observación  ,  confirman  la  doctrina  que  acába- 
nos de  dar;  á  saber:  que  todo  lo  sublime  es  bello  ^  aunque  no  todo  lo  bello  sea  sublime. 
La  frase  en  que  se  quiere  encerrar  un  pensamiento  sublime  ha  de  ser,  dicen,  sencilla, 
concisa,  ha  de  contener  las  circunstancias  mas  propias  para  que  resalte  la  sublimidad, 
esto  es ,  para  que  se  haga  mas  sensible  la  grandeza  del  poder  que  obra.  Concluyen 
observando  que  la  impresión  del  sublime  es  demasiado  violenta  para  que  sea  durade- 
ra, y  asi  que  no  se  debe  prolongar  escesivamente.  Todas  estas  reglas,  que  son  muy 
ciertas,  y  que  pueden  aplicarse  á  lus  ejemplos  ya  citados,  y  á  otros  innumerables 
que  pudiéramos  presentar,  prueban  que  los  objetos  sublimes  tienen  una  clase  particu- 


[22] 
lar  de  belleza,  correspondiente  á  la  idea  asociada  de  un  gran  poder:  idea  que  puede 
desaparecer  de  la  espresion ,  como  ya  hemos  visto ,  sin  que  el  objeto  pierda  por  eso 
su  belleza. 

De  aqui  se  infiere  que  en  las  bellezas  sublimes  existe  el  mismo  principio  de  uni- 
dad que  constituye  las  otras;  pues  la  idea  del  poder ,  que  es  la  que  conmueve  y  eleva 
nuestra  alma,  no  despoja  al  objeto  de  sus  relaciones  armónicas  con  el  orden  fisico  y 
moral  del  universo.  Se  ha  celebrado,  y  justamente,  como  sublime  este  verso  d« 
Racine: 

Celui  qui  met  un  frein  a  la  furettr  des  flott 

pero  ya  antes  habia  dicho  lo  mismo  nuestro  Lope  de  Vega  con  mas  sublimidad : 

El  que  freno  dio  al  mar  de  blanda  arena, 

• 

£1  epiteto  blanda  hace  resaltar  mas  el  poder  y  sabiduría  divina ,  que  con  una  ca- 
dena tan  débil  sujeta  un  elemento  tan  poderoso.  Este  verso  eslá  en  la  Corona  Trájieoj 
poema  de  cinco  cantos  y  cerca  de  mil  octavas ,  en  las  cuales  quizá  no  se  encontrará 
otro  verso  bueno ,  sino  el  que  hemos  citado. 

Uno  y  otro  son  sublimes  sin  dejar  de  ser  bellos,  porque  el  objeto  que  describen 
esta  enlazado  con  los  principios  del  orden  físico  del  universo.  En  cuanto  á  las  bellezas 
morales  ,  por  mas  que  se  eleven  al  mas  alto  grado  de  sublimidad,  ¿podrán  sin  dejar 
de  ser  bellezas  separarse  del  orden  moral  ?  ó  en  otros  términos ,  ¿podrán  dejar  de  estar 
en  armonía  con  los  sentimientos  relíjíoso  y  social,  innatos  en  el  hombre? 

Tiempo  es  ya  de  que  hagamos  una  breve  enumeración  de  los  principios  que  he- 
mos espuesto  hasta  ahora.  El  hombre  tiene  la  facultad  de  percibir,  de  discernir  y  de 
gozar  los  objetos  bellos  de  la  naturaleza  ,  y  de  los  imitados  que  le  presenta  el  arte.  A 
esta  facultad  llamamos  gmío.  Los  placeres  que  proporciona  existen  todos  en  la  imajina- 
cion  ,  y  nada  tienen  de  sensuales.  Las  bellezas  sublimes  se  caracterizan  por  la  idea 
asociada  de  un  gran  poder  puesto  en  ejercicio,  idea  que  comunica  al  placer  del  gusto 
cierta  conmoción  inquieta  que  eleva  el  alma.  . 

£1  hombre  tiene  también  la  facultad  de  reproducir  por  la  imitación  los  objetos  be- 
llos de  la  naturaleza.  La  poesía ,  tomada  en  su  acepción  mas  general ,  comprende  el 
sentimiento  del  gusto  y  la  actividad  del  genio  que  reproduce  las  bellezas  escogiéndo- 
las* La  diversidad  de  las  artes  de  imitación  depende  solo  del  instrumento  que  cada 
una  toma  para  imitar. 

El  orden  físico  ,  moral  é  intelectual  del  universo  encierran  el  tipo  de  todas  las  be* 
llezas  posibles.  Asi  la  forma  característica  de  lo  bello  es  la  unijad ,  esto  es ,  la  reduc* 
cion  al  orden.  liemos  demostrado  este  principio  universal  en  todas  las  bellezas  de  la 
naturaleza  y  del  arte. 

Hemos  probado,  pues,  que  la  poesía,  considerada  general  y  especulativamente ,  es 
la  psicolojia  de  un  sentimiento  y  de  una  facultad  del  hombre,  diversa  de  las  demás; 
tiene  un  objeto  determinado  y  fiji  (la  imitación  de  la  belleza):  tiene  varios  instrumen- 
tos para  lograr  este  objeto.  Es^  pues,  una  ciencia,  de  que  son  auxiliares  las  que  se 
refieren  á  los  instrumentos  de  In  imitación,  y  cuyos  principios  esenciales  deducidos 
de  la  observación  y  del  raciocinio  han  de  referirse  precisamente  á  la  impresión  qne 
causan  en  nuestra  fantasía  los  objetos  bellos,  y  á  las  calidades  mismas  de  estos 
objetos. 


[Mi 


DE  LA  mCIA  DEL  CRISTLWHO 

EM  liA  IiITF.RATURJL« 


JLa  enseñanza  de  la  moral  no  pertenece  á  ninguna  relijion  sino  á  la  cristiana.  Todas 
las  creencias  del  gentilismo  admitieron  en  el  antiguo  orbe  griego  y  romano ,  y  admiten 
hoy  en  los  pueblos  idólatras  del  Asia ,  templos,  solemnidades ,  sacrificios,  procesiones 
y  un  largo  ritual  de  ceremonias ;  pero  ninguna  tiene  enseñanza  moral ;  en  ninguna  es 
parte  esencial  del  sacerdocio  la  misión  de  anunciar  al  pueblo  las  verdades  morales, 
como  consecuencia  de  los  principios  relijíosos.  La  predicación  es  esclusivamente  del 
cristianismo. 

No  es  dificil  de  advinar  la  razón  de  este  privilegio.  Las  demás  relijiones  tie- 
nen dogmas,  pero  sin  coherencia  alguna  con  la  moral,  cuando  menos,  y  cuando  mas, 
contrarios  á  ellas.  No  son  ciertamente  muy  edificantes  las  costumbres  ni  las  acciones 
que  la  mitolojfia  atribuye  á  Júpiter,  á  Venus,  á  Marte  y  á  los  otros  Dioses  que  adora* 
ban  Grecia  y  Roma,  á  los  cuales  se  asociaban  dignamente  por  medio  de  la  apoteosis 
los  emperadores  difuntos.  Pero  los  dogmas  del  cristianismo  tienen  una  alianza  intima 
con  la  moral  universal  del  género  humano:  todos  ellos  nos  prueban  el  amor  de  Dios 
á  los  hombres,  y  el  que  los  hombres  deben  á  Dios,  y  por  consiguiente  á  sus  hermanos, 
hijos  del  mismo  padre  celestial.  £1  axioma  luminoso  de  la  caridad,  convertido  en  un 
sentimiento  sagrado,  dio  base  é  impulso  á  la  ciencia  de  las  costumbres:  la  llevó  de  un 
solo  paso  á  su  perfección,  y  la  hizo  popular;  pues  lo  que  antes  ni  podian  obrar  ni  en* 
tender  los  varones  mas  virtuosos  ni  los  filósofos  mas  sagaces  del  gentilismo,  lo  supo 
después  y  lo  practicó  el  mas  ignorante  de  los  hijos  de  la  iglesia* 

La  predicación  de  la  divina  palabra,  ejercida  y  recomendada  por  el  salvador,  por 
los  Apóstoles  y  por  la  iglesia  en  todos  los  siglos  es  una  parte  esencial  de  la  misión  del 
sacerdocio  cristiano:  porque  si  esta  misión  tiene  por  objeto  la  santificación  de  las  al- 
mas,-claro  es  que  debe  convencer  el  entendimiento  de  las  verdades  relijiosas  y  mora* 
les  que  tan  enlazadas  están  entre  si,  y  persuadir  la  voluntad  á  la  práctica  de  las  virtu* 
des.  La  relijion  de  la  intelijencia  debe  dirijirse  á  aquellas  dos  facultades  que  son  las 
principales  del  hombre. 

La  elocuencia  sagrada  es,  pues,  un  genero  de  literatura  debido  única  y  esclusiva- 
mente al  cristianismo.  En  nada  se  parece  á  los  demás  géneros  oratorios,  conocidos  de 
los  antiguos.  Los  afectos  que  debe  escitar,  son  de  diferente  especie:  su  objeto  es  per* 
suadir  la  práctica  de  verdades,  ciertamente  conocidas  de  los  oyentes,  pero  nutica  sufi- 
cientemente apreciadas;  sus  medios  consisten  en  mostrar  la  armonía  de  la  creencia  con 
los  principios  de  la  virtud;  y  su  lenguage  es  superior  al  de  los  hombres. 

Pues  existe  una  elocuencia  cristiana,  claro  es  que  hade  existir  también  una  poesía 

Iue  merezca  el  mismo  nombre.  No  sabemos  cuál  genio  maligno  inspiró  á  Boileau  cuaa- 
0  ta  su  Ark  poética  escribió  los  siguientes  versos: 

De  la  fai  d'  un  ehrétien  le$  myiiéres  íerribUs 
D'  omemenU  egayé$  n«  sont  poinU  iusceptibUt. 


[24] 

Cuyo  sentido  es  que  los  tnisierios  terribles  de  la  fé  no  reciben  adornos  poéticos.  Y  sia 
embargo  Boilcau  habia  leído  los  cánticos  é  himnos  de  la  Escritura  santa,  había  leído 
los  profetas,  y  por  consiguiente  habia  visto  los  misterios,  no  solo  terribles^  sino  tambíeD 
consoladores  de  nuestra  relijion ,  presentados  con  todos  los  adornos  de  la  poesía  mai 
sublime. 

Lo  mas  que  puede  decirse  para  disculpar  á  aquel  insigne  humanista  es  que  no  se  de- 
ben introducir  en  la  Epopeya  cristiana  los  objetos  de  nuestra  relijion  como  Homero  y 
Virgilio  introdujeron  sus  dioses;  y  que  si  Boileau  quiso  esciuir  las  creencias  cristiaaas 
del  poema  épico,  no  fue  su  intención  destruir  la  poesia  lírica  sagrada,  cuyos  grandes 
modelos  presentábala  Biblia.  Pues  entonces,  ¿porqué  en  seguida  de  los  dos  versos  ya  ci- 
tados añadió  los  siguientes? 

L'emngile  á  Vesprilt  n^offre  de  tous  eótés 
Que  penitence  áfaireet  tourments  meriíés. 

El  evangelio  solo  presenta  la  penitencia  que  es  menester  hacer  y  la  pena  debida  á  nuesirm 
delitos.  Estos  dos  versos  escluyen  toda  esperanza  de  unir  la  poesía  á  la  relijion. 

Y  sin  embargo  el  evangelio  conserva  los  cánticos  de  Zacarías  y  de  Simeón,  el  himno 
de  la  Virjen  Madre ,  y  nos  dice  que  el  mismo  Jesús  recitó  un  himno  concluida  la  últi- 
ma cena. 

¿Qué  cegedad,  repetimos,  fue  la  de  Boilcau?  La  penitencia  es  necesaria  ,  dice» 
Pues  bien ;  una  magníGca  oda  de  David  está  consagrada  á  este  sentimiento ,  asi 
como  otras  lo  están  á  la  humildad,  al  temor  santo,  á  la  obediencia,  á  la  resigna* 
eion ,  á  la  esperanza ,  en  fin ,  á  todos  los  afectos  cristianos.  ¿  Quién  veda  que  ins- 
piren á  un  corazón  poético  cantos  fervorosos  á  imitación  de  los  del  Rey  de  SionlCoii* 
vengamos  en  que  debemos  llorar  nuestros  crímenes,  y  estremecemos  á  la  consideracioo 
de  las  penas  merecidas  por  ellos;  pero  ¿nos  está  prohibido  fijar  la  consideración  en  la 
piedad  divina,  en  el  amor  del  Salvador,  en  el  precio  sagrado  de  la  redención  y  en  los 
santos  misterios  que  diariamente  lo  aplican?  ¿No  decía  ese  mismo  David,  pecador  y  ar- 
repentido j  yo  cantaré  en  eterno  las  misericordias  de  Dios? 

Y  volviendo  á  la  epopeya ,  tampoco  nos  parece  justa  la  reQcxion  de  Boileai».  Pocos 
adosantes  de  que  escribiese  su  arte  poética,  habia  aparecido  en  Inglaterra  d  Paraiso 
perdido  de  Milton ,  que  no  introduce  la  divinidad  á  guisa  de  máquina ,  sino  como  objeto 
principal  de  la  composición,  y  que  verificó  con  suma  dignidad  lo  que  al  humanista  franj- 
ees parecía  indecoroso.  Creemos  que  Boileau  ni  conocía  este  poema,  ni  aun  el  idioma 
en  que  está  escrito.  A  quien  tuvo  presente  para  criticarle,  fue  á  Tasso ;  pero  sin  rason 
en  nuestro  entender :  porque  el  asunto  de  la  Jerusalen  es  altamente  cristiano.  Mas  justa 
nos  parece  la  acusación  que  hace  á  Ariosto  de  haber  mezclado  las  creencias  cristianas 
con  las  milolójicas.  El  poeta  ,  que  al  descubrirlas  hazañas  de  Pelayo  ó  de  Fernando  el 
Santo,  hiciese  intervenir  en  su  poema  los  seres  sobrenaturales, seria  muy  digno  de  elo- 
jio ;  pues  aquellas  empresas  deben  parecemos  aceptas  á  Dios ,  y  aborrecidas  de  las  po- 
testades del  infierno. 

Boileau,  maestro  do  la  Europa  literaria  durante  el  siglo  de  Luis  XIV,  fue  desobe- 
decido en  este  precepto,  por  su  amigo  íntimo  Hacine,  que  cantó  en  la  Átalia  y  la  Ester 
al  Dios  de  Abraham  ;  por  Hacine  el  hijo  ,  que  compuso  muchas  odas  sagradas  y  dos 
poemas  didácticos  sobre  asuntos  relijiosos:  por  Juan  Bautista  Rousseau,  que  siguió  y 
escedió  al  hijo  de  Hacine ;  en  fin ,  por  el  mismo  Voltaire,  que  por  no  dejar  ningún  gé* 
ñero  de  poesia  sin  emprender,  introdujo  la  relijion  en  la  Henriada, 

En  nuestros  dias  ha  aparecido  Chateaubriand  ,  que  ha  hecho  un  gran  bien  á  la  lite- 
ratura y  un  gran  servicio  á  la  relijion,  escribiendo  su  inmortal  obra  del  Genio  dd  cris* 
tianismo ,  consagrada  á  demostrarlos  tesoros  de  poesía ,  encerrados  en  los  misterios,  en 
las  ceremonias,  en  las  virtudes  de  nuestra  creencia.  ¿Y  habremos  de  renunciar  á  estos 
tesoros?  ¿Qué  cosa  será  capaz  de  inspirar  la  fantasía  de  un  astista ,  si  los  objetos  relijio- 
sos no  la  elevan?  Nada  es  mas  prosaico  que  la  incredulidad. 

Acabamos  de  demostrar  que  el  cristianismo  introdujo  en  la  literatura  dos  géneros 


[«S] 

ite  iiuovos,  á  saber:  la  elocuencia  del  pulpito  j  la  poesía  sagrada:  géneros 
ente  diversos  de  los  demás  conocidos  hasta  entonces ,  ya  en  su  objeto ,  ya 
dios  artíscos.  No  seria  difícil  continuar  esta  investigación  con  respecto  á  las 
lias  artes,  y  averiguar  los  progresos  que  debieron  á  la  relijion  la  arqui- 
a  pintura,  la  escultura  y  la  música,  aplicadas  á  los  asuntos  relijiosos,  en  los 
laron  un  nuevo  carácter  un  nuevo  colorido,  una  manera  desconocida  de 

iiora  nos  proponemos  adelantar  nuestras  indagaciones,  y  considerar  este 
jo  un  punto  de  vista  mas  general.  Queremos  averiguar  la  influencia  del 
10  en  toda  la  literatura;  aun  en  aquellos  ramos  que  no  tienen  conexión  in- 
3n  la  relijion ,  como  son  la  elocuencia  deliberativa,  la  del  foro,  la  historia, 
la  novela  y  todas  las  clases  de  poemas  comprendidos  bajo  el  nombre  de 
ofanas. 

:to,  no  es  dudable  que  el  cristianismo,  produciendo  como  produjo  en  el  mun- 
s  grande,  la  mas  importante  de  las  revoluciones  intelectuales  y  sociales,  de- 
ir  á  los  hombres  á  uiirar  toda  la  naturaleza  en  general  y  cada  objeto  en 

de  una  manera  muy  diversa.  Las  impresiones  del  alma  fueron  diferentes, 
as  precepc iones  como  en  los  afectos;  porque  se  asociaban  á  un  sistema  de 
iosas  enteramente  contrario  al  interior.  £1  hombre  lleva  siempre  consigo 
irtes  la  imájen  de  los  objetos  que  mas  vivamente  hieren  su  fantasía,  y  nada 
las  esta  potencia  del  alma  que  la  relijion.  £1  cristiano  no  dejaba  de  serlo 
o  considerase  objetos  de  otro  orden,  aun  cuando  estudiase  la  física  ó  la  hÍ9- 
M^  á  S.  Agustin,  y  se  verá  en  cualquiera  de  sus  obras  que  á  los  ojos  deestees- 
loctor,  tan  admirable  por  su  saber  como  por  el  temple  de  su  alma  tierna  y 
,  no  hay  objeto  en  el  mundo  físico,  no  hay  hecho  en  él  histórico  que  no 
»  de  emblema  para  algunas  de  las  verdades  del  cristianismo, 
nómeno  debe  ser  mas  común  en  el  poeta  que  en  el  filósofo,  como  quie- 
lendcncia  natural  de  la  fantasía,  á  la  cual  obedece  aquel  esclusivamen- 
mar  el  universo,  y  dar  vida  y  acción  á  todos  los  seres.  ¿Qué  veia  el  poe- 
ilismo  en  el  plácido  arrolluelo  que  serpenteaba  por  el  valle?  La  morada  de  una 
fica,  que  dispensaba  frescura  alas  flores  y  plantas,  y  abrevadero  al  pastor  y  al 
»nde  mitigasen  su  sed.  Pero  esta  halagüeña  idea  no  es  la  del  poeta  cris- 
a  él  aquel  objeto  tan  gracioso,  tan  apacible  no  es  mas  que  la  imájen  del 
itivo  que  vá  á  perderse  en  el  Occéano  de  la  eternidad.  La  violeta  pudo 
t^irjilio  adorno  en  un  canastillo  de  flores;  para  nosotros  es  mucho  mas: 
olo  di*  l.'i  humildad  cristiana.  Los  jentiles  animaron  el  universo  físico ,  su- 
>  poblado  d(*  deidades  subalternas:  la  poesía  cristiana  desterró  estas  falsas  di- 
y  consideró  la  naturaleza  bajo  un  aspecto  mas  severo,  mas  moral,  mas  filo«> 
las  las  criaturas  llevan  en  sí  mismas  el  sello  de  la  bondad  del  Hacedor,  y  ik 
npo  el  de  su  propia  caducidad ,  el  de  su  propia  nada.  S.  Juan  de  U  Cruz,. 

mejores  poetas  que  honran  nuestra  literatura ,  espresó  felicisimamente  la 
(a  en  los  siguientes  versos : 


Mil  gracias  derramando 

Pasó  por  estos  sotos  con  presura: 

Y  yéndolos  mirando , 

Con  sola  su  figura, 

Vestidos  los  dej&de  su  hermosura. 


ble  traducir  mas  poéticamente  la  espresion  del  Génesis:  H  vidit  Deus  quoí 
:  (y  vio  Dios  que  era  bueno  lo  ciue  habia  creado).  £1  Hacedor,  comunicando  sa 
as  criaturas  con  solo  verlas,  con  solo  su  presencia,  es  una  imájen  de  las  mas 
d  mismo  tiempo  de  las  mas  atrevidas  que  pueden  presentarse.  Pues  en  esta 
tá  encerrado   el   pensamiento  cristiano  acerca  de  la  belleza  física  dd 


Veamos  á  Calderón,  cuyos  pensamientos  son  siempre  poéticos,  aunque  por  la 
eorrupcion  del  ^sto  de  su  tiempo,  no  siempre  lo  sea  la  frase,  espresando  la  ca- 
ducidad de  la  hermosura  corporal. 

No  se  alabe  la  hermosura; 
Pues  de  dos  veces  muriendo 

Una  con  el  dueño  nace 

Y  otra  yace  sin  el  dueño» 

Pensamiento  orijinal  feliz  á  estar  menos  sutilmente  espresado.  Nosotros  hemos  pro* 
curado  prerifrasearlo  del  modo  siguiente: 

Todo  acaba:  y  dos  muertes  el  destino 
Reservó  para  íí,  triste  hermosura: 
Una  del  tiempo  al  hierro  diamantino^ 
Otra  en  la  tumba  oscura. 

Se  vé,  pues,  que  el  mundo  físico  es  para  el  poeta  cristiano  símbolo  perpetuo  de 
verdades  morales.  Así  no  solamente  toma  sus  corporaciones  para  describrir  al  hom- 
bre del  universo  material,  como  han  hecho  todos  los  poetas  de  todas  las  naciones, 
sino  también  las  toma  del  mundo  intelectual  para  describrir  el  físico.  Calderón  lla- 
ma al  Sol  eclipsado  en  medio  del  dia  en  la  muerte  de  Jesús,  joven  infeliz:  y  com- 
para el  trastorno  universal  de  la  naturaleza  en  aquel  momento,  d  la  casa  de  un  prin^ 
cipe  difunto.  Entrambos  sistemas  de  seres ,  materiales  j  morales  son  constantemente 
para  la  poesía  cristiana  metáforas  reciprocas  el  uno  del  otro. 

Si  venimos  ya  al  hombre,  excelsa  y  principal  obra  de  la  creación,  como  no 
puede  dudarse  de  la  gran  modiGcacion  que  produjo  el  cristianismo  en  sus  afectos  y 
en  sus  ideas,  tampoco  pueden  ya  cantarse  estos  por  el  poeta  de  la  misma  manera 
que  en  los  siglos  de  la  gentilidad.  Aclararemos  nuestra  idea  con  un  solo  ejemplo,  y 
este  lo  tomaremos  de  la  pasión  del  amor,  la  mas  universal  en  el  género  humano, 
y  al  mismo  tiempo  la  mas  celebrada  de  todos  los  poetas  en  todos  los  siglos  y  na- 
ciones. 

£1  matrimonio  se  ha  mirado  siempre  sea  la  que  fuere  la  relijion  del  pais,  co- 
mo un  vinculo  sagrado  á  los  ojos  del  cielo  y  de  la  tierra;  pero  solo  el  cristianis? 
mo  lo  ha  considerado  como  un  contrato  entre  dos  personas  iguales.  La  mujer  no  era 
para  los  jentiles  sino  un  instrumento,  poco  mas  estimado,  poco  mas  estimable  que 
un  esclavo.  £1  amor,  pues,  que  cantaron  sus  poetas,  que  representaron  sus  trájicoi 
y  cómicos,  no  era  mas  que  una  pasión  Gsioiójica,  y  en  vano  buscaremos  ni  en  Safo 
ni  en  Horacio,  ni  en  Ovidio  algún  pasaje  que  nos  dé  idea  de  este  sentimiento  mo* 
ral,  unido  á  la  virtud,  que  han  descrito  Petrarca,  Tasso,  Lope,  Racine  v  Calderón, 
y  que  ha  pintado  tan  admirablemente  Chateaubriand  en  su  poema  de  los  Mdrtirei. 

Pero  desde  que  proclamó  el  Evanjelio  la  igualdad  de  la  mujer  al  hombre;  desde 
que  el  hombre  comprendió  que  era  el  compañero  y  el  protector,  no  el  amo,  y  mu- 
cho menos  el  tirano  de  su  consorte,  el  amor,  objeto  antes  de  mero  placer  sensual,  se 
convirtió  en  un  sentimiento  profundo  y  moral,  ligado  con  el  honor,  enlazado  con  la 
virtud;  porque  desde  entonces  la  mujer  virtuosa  fue  la  gloria  de  su  marido;  porque 
en  la  compañera  de  la  vida  se  exijieron  otras  cualidades  que  en  una  esclava  do- 
méstica. 

No  nos  detendremos,  porque  ya  en  muchos^e  nuestros  artículos  lo  hemos  repe- 
tido, en  la  diferente  manera  de  espresar  los  afectos  humanos,  ya  virtuosos,  ya  per- 
versos, que  introdujo  el  cristianismo.  Obligando  al  hombre  á  leer  con  mas  severidad 
en  su  corazón,  obligó  también  al  poeta,  ya  elejíaco,  ya  dramático,  á  describrir  las 
lides  interiores  del  ánimo  entre  la  razón  y  las  pasiones,  entre  la  maldad  y  el  temor 
del  remordimiento,  entre  el  vicio  y  la  virtud. 

£1  cristianismo,  pues,  no  solo  sujirió  nuevos  géneros  de  literatura,  sino  amplió  y 
perfeccionó  lo  que  existían  en  la  descripción  de  todos  los  objetos  así  del  mundo  físi- 
co como  del  moral. 


[27] 


BEL  SEÑOR  MARTÍNEZ  DE  LA  ROSA, 


JCiL  autor  comienza  observando  y  caracterizando  la  gran  revolución  social  que 
produjo  el  cristianismo ,  y  su  influencia  necesaria  en  el  estudio  de  la  filosofía  j 
de  la  oratoria,  á  la  cual  presentó  una  nueva  y  estendida  escena  en  \a  doeumcia 
$agrada,  hija  primogénita  del  evangelio,  como  la  llama  el  Sr.  Martines  de  la 
Rosa. 

Esplica  después  el  gran  beneficio  que  hizo  la  relijion  á  la  literatura,  congo*- 
vando  en  medio  de  la  demolición  sucesiva  del  imperio  y  á  pesar  de  las  invasio- 
nes de  los  bárbaros ,  el  depositó  de  la  lengua  latma ,  y  los  libros ,  monumentos 
y  artes  de  la  antigua  civilización. 

Una  sola  frase  del  autor  contiene  materia  para  un  gran  volumen.  cAl  recor- 
dar ,  dice ,  el  cuadro  que  han  bosquejado  los  historiadores  y  cronistas  mas  inmediatos 
á  aquellos  rudos  tiempos,  asómbrase  la  imajinaríon  y  el  corazón  se  estrecha  al  consi- 
derar qué  hubiera  sido  de  la  civilización  del  mundo ,  si  no  hubiera  existido  en  el  se- 
no mismo  de  las  sociedades  un  principio  de  vida  tan  fecundo  como  el  que  desarrolló 
el  cristianismo.!  En  efecto ,  nosotros  eremos  que  á  no  haber  existido  entonces  la  doc- 
trina evangélica,  el  occidente  europeo,  tratado  como  después  lo  fueron  Rusia,  Po- 
lonia V  Hungría  por  los  mogoles ,  hubiera  vuelto  á  la  barbarie,  cuando  menos  de  los 
tiempos  primitivos  de  Grecia. 

lioscribe  después  los  efectos,  útiles  á  la  civilización,  que  produjeron  las  Cruzadas^ 
•empresa,  dice,  poco  conforme  con  sus  sanas  doctrinas»  (del  cristianismo).  Cuestión 
es  esta  que  se  ha  movido  muchas  veces  y  que  otras  tantas  se  ha  decidido  en  sentidos 
contradictorios.  No  dudaremos  esponer  nuestra  opinión,  aunque  no  sea  enteramente 
conforme  la  del  ilustre  escritor  que  analizamos. 

En  la  época  que  comenzaron  las  Cruzadas,  era  la  Europa  una  república  confede- 
rada, semejante  al  imperio  germánico  que  ha  fenecido  en  nuestros  dias;  su  gefe  era 
el  sumo  Pontífice;  su  nombre,  la  Cristiandad;  el  título  para  pertenecer  á  ella,  el  bau« 
tismo  y  la  fé  cristiana.  Opuesta  á  tan  grande  y  poderosa  nación  había  otra,  que  aun- 
que separada  en  diversos  estados ,  tenia  un  vínculo  común ,  que  era  la  doctrina  del 
mentido  profeta  de  la  Meca.  Los  mahometanos  se  habían  hecho  grandes  y  poderosos 
invadiendo  países  cristianos.  Desde  el  istmo  de  Suez  hasta  el  Atlántico,  desde  el  mar 
Negro  hasta  el  de  Arabia,  desde  el  estrecho  de  Hércules  hasta  el  Loira,  y  desde  Malta 
kasta  cerca  del  Tiber  había  llegado  victoriosa  la  media  luna;  y  si  la  espada  de  Car- 
los Martol ,  los  esfuerzos  de  los  cristianos  de  España  y  la  energía  de  los  papas,  habían 
libertado  la  cristiandad  ya  casi  moribunda,  el  peligro  podía  renovarse.  Todavía  poseían 
bs  maihometanos  gran  parte  de  nuestra  península,  toda  el  África,  el  Egipto,  la  siria,  la 
Natolia,  y  podían  fácilmenteserreforzados  por  las  tribus  numerosas  y  fanáticas  de  África 


[28] 

y  de  Arabia ,  como  efectivamente  lo  fueron  en  España ,  con  grave  detrimento  del  rei« 
no  de  Castilla,  por  los  almorávides,  almohades  y  benimerinos. 

Ahora  bien:  ¿cómo  puede  creerse  contraria  á  las  doctrinas  del  evangelio  la  defen- 
sa que  hizo  la  cristiandad  contra  las  invasiones  del  mahometanismo?  ¿Puede  la  reli- 
jion  que  profesamos,  vedar  la  defensa  de  la  libertad,  de  la  independcndia ,  de  los  ho- 
gares, de  la  familia  y  de  los  templos  y  demás  objetos  del  culto  público?  No:  noso- 
tros no  creemos  como  Rousseau  que  una  sociedad  de  verdaderos  cristianos  haya  de  de- 
jarse subyugar  como  un  rebaño  de  corderos.  Los  fieles  primitivos  se  dejaban  degollar 
por  dar  testimonio  de  su  fé;  pero  también  vertían  su  sangre  por  la  patria  en  guer- 
ras que  no  eran  tan  justas  como  la  de  la  cristiandad,  invadida  por  el  islamismo 
agresor. 

Entre  los  efectos  de  las  Cruzadas  no  fue  el  de  menos  importancia  haber  llamado 
la  atención  de  los  musulmanes  hacia  la  cuna  y  centro  de  su  poder,  y  haber  libertado 
para  siempre  á  la  Italia  de  su  continuo  susto.  Si  Constanlinopla  se  hubiera  vuelto  á 
unir  al  centro  de  la  cristiandad,  no  hubiera  caido  en  poder  de  los  turcos. 

Hemos  hablado  del  espíritu  de  la  prensa,  no  de  su  dirección  y  manera  de  ejecución; 
en  estas  puede  tener  mas  lugar  la  critica  que  en  el  primero.  La  guerra  era  justa:  ¿se 
dirijió  é  hizo  como  debia?  Esta  es  una  cuestión  de  numerosos  pormenores  que  no  es 
posible  ventilar  aquí.  Acaso  los  yerros  que  en  esta  parte  se  cometieron  hayan  dado 
lugar  á  la  opinión  del  Sr.  Martínez  de  la  llosa. 

Esperamos  que  nuestros  lectores  nos  perdonarán  esta  digresión  puramente  histé* 
rica,  y  no  creerán  que  por  ella  hemos  faltado  á  nuestro  instituto.  £1  examen  filoso- 
fíco  de  un  punto  de  historia  pertenece  también  á  la  literatura. 

Llegando  el  autor  á  los  tiempos  mas  cercanos  á  la  restauración  de  las  letras,  atri- 
buye el  renacimiento  de  la  poesía  dramática  en  Europa  á  los  misterios ,  representacio- 
nes relijiosas ,  que  fueron  y  debieron  ser  el  primer  tipo  en  una  sociedad  senciUa, 
poco  instruida  todavía,  y  adherida  firmemente  á  su  creencia. 

Esplica  después  admirablemente  la  diferencia  entre  el  drama  griego  y  el  moder- 
no: el  primero  encerrado  como  envn  carril  y  entre  el  dogma  relijioso  del  fatalismo,  y 
el  político  del  odio  á  la  monarquía  :  el  segundo,  suelto  y  desembarazado  por  el  prin- 
cipio cristiano  del  Ubre  advedrio,  f  profundiza  mas  hondo  en  los  senos  del  corazón  hu- 
mano, sorprende  hasta  el  menor  impulso  de  las  pasiones,  y  retrata  luego  á  la  vista 
de  los  espectadores  una  lucha  mas  interesante  (y  mas  verdadera)  que  ía  del  débil 
mortal  con  el  ignexorable  destino:  la  lucha  del  hmnbre  dentro  del  hombre  mismo,  ^ 

Aplica  este  mismo  principio,  en  nuestro  entender  con  suma  verdad,  al  mundo 
poético  de  los  griegos,  material,  visible,  palpable  ,  animado  y  lleno  de  seres  sobre- 
naturales, comparado  con  el  de  los  cristianos ,  que  nada  ó  poco  dice  á  los  sentidas;  pe- 
ro dice  mucho  al  corazón  y  á  la  inteligencia.  Sus  cuadros  no  son  tan  halagüeños  y  fes- 
tivos como  los  de  la  mitolojía;  pero  son  mas  dignos  del  hombre  que  siente  y  que 
medita. 

El  autor,  á  quien  ocupaciones  de  otro  genero  no  han  permitido  consagrarse  al 
examen  de  esta  materia  con  mas  detenimiento,  confía  sin  embargo ,  y  con  razón ,  ha- 
ber dado  á- conocer  el  objeto  con  estas  breves  pinceladas.  Nosotros  nos  complacemos 
en  ver  comprobadas  por  un  humanista  tan  justamente  celebrado,  las  opiniones,  que 
aunque  no  con  tanta  elocuencia,  hemos  emitido  en  nuestros  dos  artículos  anteriores 
sobre  esta  misma  materia. 


[29] 


DE  LA  INFLUENCIA  DEL  GOBIERNO 


Hemos  dicho  en  uno  de  nuestros  artículos  que  el  influjo  del  gobierno  político 
en  los  placeres  de  la  imajinacion  y  de  la  intelijencia  no  puede  ser  sino  indirecto; 
Y  lo  hemos  probado  con  la  sencilla  reflexión  de  que  el  poder  público  no  puede  tener 
otro  objeto  que  el  bien  material  de  la  sociedad,  llay  sin  embargo  quien  crea  que  las 
recompensas  concedidas  al  genio  influyen  en  la  perfección  de  la  literatura. 

Pero  nosotros  no  miramos  esas  recompensas  como  estímulos,  sino  como  una 
maestra  de  aprecio  de  los  trabajos  del  genio.  El  gobierno  que  las  distribuye  se  hon- 
ra á  si  mismo;  pero  ni  paga  al  artista,  harto  premiado  con  el  renombre  que  su  glo- 
ría le  ha  adquirido,  ni  lo  estimula;  porque  el  impulso  para  producir  nace  del  poe- 
ta mismo.  Tan  imposible  lees  al  genio  reprimirse  para  no  presentar  la  belleza  que 
concibe,  y  reproducirla  con  los  yersos  ó  los  pinceles,  como  á  la  roca  desgajada  de 
so  asiento  dejar  de  precipitarse  al  yaile. 

Los  premios. concedidos  á  las  bellas  artes  son  un  elemento  de  civilización:  prue- 
ban el  valor  que  los  gobiernos  y  las  naciones  dan  á  las  producciones  que  son  su  de- 
licia y  su  gloria.  Mas  aunque  falten  no  por  eso  deja  el  verdadero  artista  de  prose* 
guir  su  carrera.  £1  Quijote  se  escribió  en  un  estado  de  fortuna  muy  próximo  á  la  mi- 
sería;  y  el  actor  de  los  Lmiada»  murió  en  un  hospital,  aunque  después  se  le  dio  un 
magníGco  sepulcro,  por  lo  cual  dijo  muy  oportunamente  nuestro  f.ope  de  Vega. 

Decid  si  algun  filósofo  lo  advierte: 
¡qué  disparates  son  de  la  fortuna, 
hambre  en  la  vida  y  mármol  en  la  muerte? 

Al  contrarío  vemos  la  poesía,  sumamente  honrada  en  el  reinado  de  Felipe  IV, 
que  también  hacia  versos,  si  no  nos  engaña  la  tradición  que  le  hace  autor  de  las 
comedias  impresas  en  su  tiempo  con  el  anónimo  un  ingenio  de  esta  corte;  y  sin  embar- 
go ni  los  premios  generosos  del  rey,  ni  su  favor,  ni  su  protección  pudieron  pro- 
ducir mas  que  las  pobres  comedias  de  Mendoza,  los  versos  gongorinos  de  Villame- 
diana,  los  prosaicos  de  Rebolledo  y  las  rimas  sutiles  y  descoloridas  del  príncipe  de 
Esquilache.  Es  verdad  que  Felipe  IV  y  Mariana  de  Austria  apreciaron  y  premia- 
ron á  Calderón ;  pero  este  genio  estaba  ya  formado  cuando  se  presentó  en  la 
corte. 

Guando  el  gobierno  premia  las  artes,  sigue  en  la  distribución  de  los  beneficios 
y  «I  la  elección  de  los  agraciados  el  gusto  dominante  de  la  época:  así  se  vio  per- 
vertido el  buen  gusto  en  España,  y  perfeccionado  en  Francia  casi  al  mismo  tiem- 
po bajo  dos  monarcas  igualmente  apreciadores  del  genio  y  de  la  poesía  como  fue- 


[30] 

ron  Felipe  IV  y  Luis  XLV.  Aun  mas:  en  España  en  el  mismo  reinado  se  conser- 
vó el  buen  gusto  en  pintura  y  arquitectura ,  que  no  decayeron  hasta  el  fin  del  si- 
glo; y  la  poesía  se  precipitó  en  los  abismos  que  le  habian  abierto  Góngora,  Quevedo 
y  aun  el  mismo  Lope.  Mas  influencia  tuvieron  Paravicino  y  Gracian  para  corrom- 
per nuestra  literatura,  que  auxilios  pudo  prestarles  la  liberalidad  del  gobierno;  y  no 
es  estraño ,  cuando  los  mismos  distribuidores  de  los  premios  eran  idólatras  del  len- 
guaje culto,  de  los  conceptos  alambicados ,  de  los  equívocos  y  do  las  demás  pestes 
del  gusto,  que  introdujeron  aquellos  hombres  de  gran  talento,  y  de  péximo  juicio. 

En  la  corte  de  Augusto  fueron  generosamente  recompensados  Virgilio ,  Horacio  y 
otros  poetas  que  perfeccionaron  el  gusto  y  el  idioma.  Pero  se  habian  formado  en  el 
estudio  de  los  modelos  griegos,  á  los  cuales  debieron  su  delicadeza  y  aticismo.  An- 
tes de  Augusto  tenían  ya  los  romamos  á  Tercncío,  á  Ennio,  á  Cátulo,  á  Lucrecio;  tenían 
á  César ,  modelo  de  estilo  histórico ;  y  en  fin ,  á  Cicerón ,  el  hombre  mas  universal 
de  su  época,  y  cuyas  inspiraciones  oratorias  fueron  quizá  las  que  formaron  el  siglo 
do  Augusto;  y  bien  conocido  es  el  premio  que  recibió  del  colega  de  Marco  Antonio. 

Veamos ,  ya  que  las  recompensas  de  los  gobiernos  no  pueden  tener  ni  han  teni- 
do una  influencia  directa  en  la  perfección  del  gusto  ni  en  las  producciones  del  genio, 
si  por  lo  menos  lá  forma  del  gobierno  puede  tenerla  en  algunos  ramos  de  la  litera- 
tura. Se  cree  con  bastante  generalidad  que  la  oratoria  necesita  para  su  perfección  de 
un  gobierno  libre  de  los  debates  de  la  tribuna.  Nosotros  estamos  persuadidos  de  que 
esto  es  verdad,  no  en  cuanto  á  la  oratoria  en  general,  sino  en  cuanto  á  los  géneros 
á  que  se  dá  mas  importancia  en  los  gobiernos  populares,  á  saber:  el  deliberativo  y 
el  forense;  pero  principalmente  el  primero. 

En  efecto,  dónde  no  hay  teatro  es  imposible  que  se  perfeccione  el  arle  de  la  de-  , 
clamacion.  Donde  no  hay  tribuna  pública  es  imposible  que  se  formen  oradores  en 
el  género  deliberativo.  A  la  verdad ,  en  los  consejos  de  los  príncipes  mas  absolutos 
se  delibera ,  se  discute,  se  examinan  contradictoriamente  las  opiniones,  y  no  será  raro 
que  la  elocuencia  asegure  el  triunfo.  Pero  aquellas  oraciones  tan  desmayadas  aun  en 
la  pluma  de  Famiano  Estrada ,  que  quiso  prestarles  toda  la  elocuencia  de  que  era  ca- 
paz ,  ¿qué  son  en  comparación  de  los  movimientos  oratorios  que  inspira  en  la  tribuna 
el  espectáculo  de  una  nación  representada  por  sus  prohombres ,  la  independencia  del 
orador,  su  importancia  política,  y  hasta  la  oposición  misma  de  sus  adversarios?  To- 
das estas  circunstancias  son  otros  tantos  aguijones  del  genio,  y  el  que  en  aquella  si- 
tuación no  produzca  cosas  escelentes,  viva  seguro  de  que  no  será  nunca  buen  orador. 

Por  una  razón  semejante  se  cree  justamente  el  gobierno  libre  como  el  mas  á  pro- 
pósito  para  producir  grandes  oradores  forenses.  Se  estudia  en  él  mas  el  espíritu  y  la 
letra  de  las  leyes :  se  da  mas  importancia  á  la  vida ,  al  honor ,  á  la  propiedad  del  ciu- 
dadano. Son  mas  comunes  en  él  los  peligros  jurídicos  por  la  enemistad  de  los  partidos, 
que  hace  que  aun  en  causas  meramente  civiles  se  introduzcan  consideraciones  políti- 
cas. Pero  debe  confesarse  que  en  la  Europa  moderna  se  ha  procurado  desterrar  la  po- 
lítica del  santuario  de  la  justicia,  y  las  leyes  dejan  á  los  jueces  mucha  menos  latitud 
para  dar  su  fallo  que  en  Grecia  y  Roma ,  lo  que  con  gran  ventaja  de  la  humanidad  ha 
cortado  en  gran  parte  el  vuelo  á  la  elocuencia  del  foro.  Muy  raros  son  los  casos  en  que 
un  abogado  ó  un  fiscal  puedan  emplear  con  oportunidad  los  movimientos  oratorios  que 
admiramos  en  Cicerón  defendiendo  á  Tito  Ennio  ó  acusando  á  Verres.  La  lójica  ha 
jiido  siempre  el  principal  fundamento  de  la  elocuencia;  pero  en  el  dia  puede  decirse 
que  es  casi  esclusivo. 

Asi  es  que  aun  en  monarquías  absolutas  han  brillado  grandes  oradores  forenses. 
Rasta  citar  los  nombres  ilustres  de  Daguesseau ,  Cochin  y  Servan.  Y  aunque  su  elo« 
cuencia  sea  mas  templada  que  la  de  Cicerón ,  no  por  eso  es  menos  brillante.  A  la  ver- 
dad ,  la  forma  de  gobierno  no  permitía  que  Francia  tuviese  en  tiempo  de  Luis  XIV 
oradores  de  tribuna  ;  pero  no  hay  en  todos  los  que  han  ennoblecido  la  de  Inglaterra 
nada  que  comparar  en  cuanto  al  nervio  de  la  espresion  y  movimiento  de  los  afectos 
con  Bosáuet  ni  con  Massillon.  Estos  dos  grandes  hombres  habian  recibido  de  la  natura- 
leza el  genio  de  la  elocuencia  ;  y  son  tan  grandes  en  el  género  que  cultivaron  como 
Cicerón  y  Demóstenes  en  el  suyo. 

Concluyamos,  pues,  que  no  puede  nunca  ser  grande  ni  directa  la  influencia  M 


[31] 

gobierno  ni  en  la  perfección  del  gusto  ni  en  las  producciones  del  genio.  Esto  don  de 
la  naturaleza  se  manifiesta  espontáneamento  en  virtud  de  su  carácter  espansivo ;  mas 
no  lo  crean  los  premios ,  ni  las  calamidades  y  persecuciones  lo  oprimen  ;  y  si  la  forma 
del  gobierno  le  cierra  algunos  caminos  del  templo  de  la  gloria ,  él  sabrá  abrirse  otros 
nuevos  y  desconocidos. 

El  impulso  indirecto  mas  útil  que  puede  dar  en  esta  materia  la  autoridad  pública 
es  la  multiplicación  de  los  museos  y  bibliotecas,  en  que  la  juventud  pueda  estudiar 
los  grandes  modelos  de  belleza.  Ellos  son  los  que  despiertan  y  estimulan  el  genio. 

En  cuanto  á  las  recompensas,  son  un  deber  de  toda  nación  civilizada,  y  las  creemos 
mas  gloriosas  al  gobierno  que  las  dá ,  que  al  artista  que  las  recibe. 


oi^^ái^(S)  ii(3^?\irii»> 


DE   LA 


LITERATURA    EUROPEA 


■^  ^  €■■ 


ARTÍCULO  I. 


l^A  litoratura  actual  es  bajo  tocios  aspectos  una  consecuencia  inmediata  é  inevitable 
del  espíritu  que  inspiró  á  los  pueblos  el  filosofismo  del  siglo  XVlli.  El  genio  pereció 
á  manos  del  materialismo,  porque  no  hay  genio  sin  entusiasmo,  y  por  consiguiente 
sin  convicciones  y  creencias.  Por  otra  parle ,  desprovisto  de  todo  principio  moral  y 
relíjioso ,  no  dejó  á  la  sociedad  mas  vínculo  que  la  política ;  y  nada  es  mas  propio  que 
la  política  para  adormecer  la  imajinacion  y  secar  la  fuente  de  los  afectos.  Y  debe  ser 
asi.  La  ciencia  del  gobierno  de  los  hombres  tiene  principios  exactos  y  consecuencias  ri- 
gorosas confirmadas  por  la  esperiencia  histórica.  Su  estudio  debe  hacerse  esclusiva- 
mento  con  el  raciocinio ,  y  desgraciado  de  aquel  que  ya  en  la  teórica  ,  ya  en  la  prác- 
tica de  esta  ciencia  dé  lugar  ó  a  las  pasiones  ó  á  los  vuelos  de  la  fantasía.  No  aprenderá 
maa  que  desatinos;  no  hará  mas  que  cometer  errores  funestísimos. 

Ademas,  la  política  que  predicaba  aquella  secta  filosófica  era  disolvente:  con  el  tí- 
tulo de  reformadora  aspiraba  á  destruir  todo  lo  que  existia,  sin  duda  con  el  intento  de 
levantar  sobre  las  ruinas  del  edificio  social  que  habia  entonces,  otro  ,  que  á  pesar  de 
haberse  amasado  sus  materiales  con  tanta  sangre  y  tantas  lágrimas,  aun  no  ha  salido  de 
cimientos.  ¿Cómo  podrían  los  ánimos  invitados  á  la  reforma  del  mundo  aplicarse  al 
iBeno  y  apacible  estudio  de  las  letras,  á  la  contemplación  pacífica  de  la  belleza  ideal? 
La  reforma  halló,  como  era  de  esperar,  oposiciones:  la  guerra  civil  y  la  estranjera  con- 
virtió la  atoncion  hacia  los  campos  de  batalla ,  á  las  fases  políticas  que  la  victoria  y  la 
Ibrtana  daban  á  los  pueblos.  ¿Era  esta  ocasión  oportuna ,  ni  teatro  á  propósito  para  los 
mblimes  arrebatos  del  genio? 

Ya  se  quejaba  Madama  Stael  á  principios  del  presente  siglo  de  la  falta  absoluta  de 
iiqpiracion  qyLe  se  notaba  en  las  producciones  literarias  de  su  época.  Afectábase  entón- 
fH  lo  grandioso  y  lo  sublime  ;  mas  solo  habia  hinchazón  y  frases  sonoras.  Fue  tal  la 


desventura  de  los  tiempos ,  que  el  capitán  mas  ilustre  de  la  historia ,  y  quizá  el  genio 
político  mas  grande  no  halló  sin  embargo  quien  le  cantase  dignamente,  y  de  tal  ma- 
nera que  sus  versos  igualasen  la  inmortalidad  del  héroe.  Y  no  es  estraño :  para  can- 
tar es  menester  fé ,  y  no  la  había  en  las  obras  de  aquel  hombre  estraordinario.  La  es- 
periencia  justificó  el  cauto  temor  de  las  musas.  Un  momento  desgraciado  derribó  aquel 
poder  colosal ,  del  cual  solo  ha  quedado  un  nombre.  Pero  esc  nombre  vivirá  tanto 
como  el  género  humano. 

Horacio  miró  como  contrarios  al  genio  los  escesivos  placeres  de  los  sentidos,  y  los 
cuidados  esclusivamente  consagrados  al  aumento  ó  conservación  de  los  bienes  de  for- 
tuna. Nadie  negará  que  tuvo  razón.  Los  placeres  sensuales  enervan  el  vigor  de  la  ian- 
tasía,  y  embotan  la  sensibilidad  del  corazón ;  y  el  amor  esclusivo  del  dinero  destruye 
sin  esperanza  todos  los  sentimientos  generosos  y  sublimes.  Un  alma,  corroida  por  cual- 
quiera de  estos  dos  vicios,  la  sensualidad  ó  la  avaricia,  ¿se  halla  en  disposición  de 
entregarse  á  la  contemplación  de  la  bella  naturaleza  ,  y  al  estudio  de  sus  relaciones  y 
armonías?  Pues  bien  :  la  filosofía  del  siglo  XVI H  ,  demoliendo  poco  á  poco  todas  las 
ilusiones,  todas  las  ideas,  todos  los  sentimientos  del  corazón  humano,  y  no  dándole 
al  hombre  otro  destino  que  el  de  buscar  sus  bienes  materiales ,  y  por  consiguie;nte  el  di- 
nero ,  que  los  representa  todos,  dio  necesariamente  un  golpe  mortal  al  genio,  y  le  hizo 
incapaz  de  conocer  y  de  reproducir  la  belleza. 

La  política  tiene  y  debe  tener  por  único  objeto  el  bien  estar  material  de  los  aso- 
ciados. Asi  lo  ha  dicho  Hossuet ,  uno  de  los  mas  grandes  geoios  que  han  existido  en 
el  mundo,  y  el  gobierno  debe  dejar  á  cada  uno  los  medios  de  procurarse  la  felicidad 
moral ,  intelectual  y  poética ,  ya  en  el  estudio  ó  práctica  de  la  literatura  y  de  las  bellas 
artes,  ya  en  el  conocimiento  de  las  ciencias,  ya  en  el  ejercicio  de  la  virtud.  El  go- 
bierno no  puede  influir  sino  de  una  manera  muy  indirecta  en  las  sensaciones  interio- 
res ó  individuales  de  los  ciudadanos.  Su  acción  directa  es  puramente  material.  Pero 
cuando  todos  los  hombres  son  llamados  al  estudio  de  las  combinaciones  políticas;  cuan- 
do hasta  convida  á  él  la  ambición  honrada  y  el  deseo  de  hacer  bien  á  su  patria ,  las 
almas  llenas  de  ideas  de  esta  clase ,  que  han  de  ser  materiales  por  necesidad ,  mal  po- 
drán vivir  habitualmente  en  el  mundo  de  la  imajinacion,  que  es  el  de  los  poetas. 

El  amor,  pues,  de  la  sensualidad,  la  codicia  y  la  política  han  contribuido  sobre 
manera  á  apagar  el  fuego  del  injenio.  Sin  embargo  ,  es  menester  confesar  que  á  pesar 
de  todos  estos  principios  contrarios  á  los  progresos  de  la  literatura,  han  existido  y 
existen  todavía  almas  privilejiadas ,  sensibles  á  la  voz  del  entusiasmo.  Pero  aun  en  es- 
tas se  deja  sentir  la  funesta  influencia  del  siglo  ,  de  este  siglo  de  ambición  tan  presun- 
tuosa como  precipitada.  Cuando  se  han  destruido  todos  los  móviles  morales  que  influ- 
yen en  el  corazón  humano ,  no  queda  mas  que  uno,  que  es  la  ambición  del  mando  ó 
de  la  gloria ,  ó  quizá  de  uno  y  otra.  Las  revoluciones  han  enseñado  cómo  se  hace  en 
breve  tiempo  una  gran  fortuna;  cómo  se  asciende  á  grandes  dignidades;  cómo  se  ad- 
quiere mucha  nombradía.  El  espectáculo  de  estas  grandes  mudanzas  de  la  suerte,  pre- 
sente siempre  á  la  vista  de  los  hombres ,  exalta  filcílmente  la  fantasía  de  los  que  sien- 
ten en  sí  mismos  la  enerjía  suficiente  para  entrar  en  esta  carrera  de  anhelo  y  de  pro- 
greso. Aumentan  este  impulso  las  numerosas  ocasiones  que  se  ofrecen  en  tiempo  de 
calamidades  públicas  de  hacer  servicios  á  la  patria  en  los  diversos  ramos  de  la  admi- 
nistración. Hablamos  solo  de  la  ambición  honrada  ,  porque  esa  es  la  única  que  en  nues- 
tro entender  puede  caber  en  almas  generosas. 

Pues  ahora  bien :  esta  ambición  pasa  como  por  contajio  de  las  clases  consagradas  á 
los  empleos  públicos  á  las  de  los  artistas  y  literatos.  El  deseo  de  distinguirse  y  de  so- 
bresalir los  devora  ;  y  este  deseo  los  aguija  á  presentarse  á  recibir  aplausos  antes  de 
que  sus  genios  hayan  llegado  á  su  perfecta  madurez.  Felizmente  para  la  pintura,  es- 
cultura y  música  no  puede  prescíndirse  en  estas  artes  de  un  aprendizaje  necesario, 
del  estudio  de  las  formas  de  los  objetos,  de  los  efectos  déla  perspectiva,  de  los  colo- 
res y  de  los  sonidos ;  estudio  que  exijiendo  algún  tiempo  obliga  al  genio  á  enfrenar  su 
ardor  prematuro  de  gloria,  á  replegarse  isobre  si  mismo,  á  reconocer  sus  fuerzas,  á 
aprender  el  uso  de  ellas.  ¡  Desgraciada  poesía,  para  cuyo  ejercicio  no  se  necesita  mas 
que  papel,  tinta  y  pluma!  La  mas  bella  de  las  artes  puede  impunemente  ser  violada 
por  cualquier  atrevido  que  lo  emprenda. 


[33] 

triste  facilidad  hace  que  apenas  se  sabe  componer  un  verso  se  espone  en  cual- 
e  las  numerosas  reuniones  literarias  un  enjambre  de  jóvenes ,  capaces  al- 
ie honrar  la  patria  con  su  genio  bien  dirijido ;  pero  que  al  escribir  sus  pri- 
isayos ,  publicados  con  harta  precipitación ,  no  pueden  tener  ni  el  debido  es- 
I  idioma  que  no  han  estudiado^  ni  la  corrección  y  lima  [tan  necesaria  en  las 
injenio,  ni  el  conocimiento  práctico  del  hombre  y  desús  afectos,  ni  en  fin, 
od  de  ideas  filosóficas ,  que  tan  presentes  tenia  Horacio  cuando  llamaba  á  la 
I  cel  principio  y  la  fuente»  de  escribir  bien ,  y  remitia  á  sus  alumnos  á  la  lée- 
los discípulos  de  Sócrates.  Deja  fray  Gerundio  los  estudios  y  se  mete  á  Predicador. 
crean  que  un  buen  poeta  necesita  menos  instrucción  que  un  buen  orador 
ifiesto  indicio  de  no  conocer  la  elocución  ni  la  poesia. 
esta  objeccion  la  salvan  Cácil mente  diciendo  que  el  poeta  no  necesita  de  nin- 
dio;  que  sale  inspirado  desde  el  seno  de  su  madre;  que  la  inspiración  suple  la 
los  conocimientos  ;  en  fin,  ^ue  debe  cumplir  con  la  misión  misteriosa  que  se  le 
,  y  que  no  debe  dejar  de  cantar  desde  que  se  siente  con  disposición  para  ello, 
se  les  replica  con  la  autoridad  de  Aristóteles,  Horacio  ,  Boileau.  ¿Qué  es  pa- 
a  autoridad?  Este  desprecio  de  todo  lo  que  han  dicho,  de  todo  lo  que  han  me- 
uestros  mayores  es  otro  de  los  beneficios  debidos  á  la  secta  filosófica  del  siglo 

• 

verdad ,  no  seremos  nosotros  los  que  concedamos  tanto  al  principio  de  la  au- 
que  querríamos  aplicarlo  en  toda  su  rijidez  al  estudio  de  las  humanidades, 
es  de  sacudir  su  yugo,  es  menester  examinar  los  preceptos  ,  ver  si  están  ó  no 
es  ron  la  razón  filosófica  propia  de  la  ciencia ,  estudiar  los  modelos ,  conocer  y 
s  bellezas  y  sus  defectos.  ¿Esto  es  lo  que  hace  nuestra  juventud  actual,  des- 
ra  de  los  idiomas  subios  y  del  patrio ,  y  que  va  á  buscar  en  los  poetas  france- 
ia  los  giros  de  que  usan  en  sus  composiciones  ? 


ARTICULO  n. 


encia  del  genio  poético ,  el  fermento  político  introducido  hasta  en  la  literatura, 
Qcion  ambiciosa  y  el  desprecio  á  los  estudios  y  modelos  literarios ,  consecuen- 
isdel  espíritu  filosófico  del  siglo  anterior,  han  introducido  en  la  república  de 
\  una  anarquía  muy  semejante  á  la  de  las  ideas  morales  al  fin  de  dicho  siglo. 
y  ya  cierto  y  seguro :  todo  es  problemático  :  se  han  falseado  hasta  los  sentí- 
prímitivos  é  indelebles  del  corazón  humano,  y  la  mayor  monstruosidad  ,  asi 
tura ,  como  en  moral  y  en  política ,  encuentra  quien  la  aplauda ,  quien  la  en- 
[uien  se  desviva  por  imitarla.  Tan  cierto  es  que  la  poesía  es  el  reflejo  de  la  so- 
y  aue  el  giro  de  las  ideas  y  de  los  sentimientos  se  ha  de  hallar  necesariamente 
itado  en  las  composiciones  que  hablan  al  corazón  y  á  la  imajinacion. 
has  veces  hemos  repetido,  en  el  examen  que  hemos  hecho  del  carácter  actual 
*o ,  que  nosotros  no  tanto  atendemos  á  las  formas  dramáticas ,  como  al  resulla- 
pieza  ;  esto  es ,  á  los  sentimientos  que  deje  en  el  corazón ,  y  á  los  impulsos 
k  la  fantasía  leida  ó  representada.  Lo  mismo  decimos  de  la  lírica  y  de  la  epo- 
í  mismo  de  la  sátira  y  de  la  elejia.  Algunos  han  creído  hacer  un  grande  esfuer- 
tnio  renunciando  á  las  formas  clásicas  del  teatro  francés.  ¡  Qué  pobreza  !  ¿  Y  eso 
oríjinalidad?  ¿Pues  quién  ignora  que  es  un  plagio  de  Shakespeare  y  de  Calde- 
ro lo  que  no  han  podido  hacer  es ,  renunciando  á  aquellas  formas ,  hacernos 
ir  lágrimas  por  la  suerte  de  un  padre  abandonado,  como  el  rey  Lear ,  por  una 
;rata ;  presentarnos  el  grandioso  carácter  de  un  marido ,  como  D.  Gutierre 
le  Solís  ,  que  venga  su  honor  ultrajado ;  elevar  nuestras  almas  á  la  altura  de 

5 


[34] 

un  héroe  como  el  Serlorio  de  Corneille,  ó  enternecerla  con  los  gemidos  de  una  madre 
üílijida  como  la  Andrómaca  de  Hacine.  No  nos  cansemos:  la  variación  de  las  formase 
que  dan  tanta  importancia  nuestros  dramáticos  actuales,  es  una  cosa  indiferente.  Gal- 
<icron  y  Moreto  hubieran  hechizado  también  á  su  sij^lo  ,  aunque  la  moda  les  hubiese 
obligado  á  obedecer  ostriclauícnte  las  unidades  de  Boileau ;  y  Corneille  y  Racine  ha« 
hieran  sido  también  dos  grandes  poetas  trájicos,  aunque  hubiesen  adoptada  las  liceD- 
cias  de  Lope.  Tenian  genio,  y  al  genio  no  le  asustan  las  dificultades ,  ni  él  abusa  de 
la  facilidad. 

Otro  tanto  diremos  de  las  formas  líricas.  Algunos  creen  haber  hecho  una  innovación, 
variando  de  metros  en  la  oda  :  cosa  tan  antigua  por  lo  menos  como  Sófocles  ,  Eurípi- 
des y  Píndaro ,  y  que  en  Francia  ni  aun  tiene  el  mérito  de  la  novedad,  pues  la  puso 
en  práctica  Racine  en  los  coros  de  la  Alalia  y  de  la  Ester ^  y  Juan  Bautista  Rousseau  en 
muchas  de  sus  composiciones.  Solo  reparan  en  estas  niñerías  los  injenios  que  no  son 
capaces  de  elevarse  á  otra  rejion. 

Vengamos  ya  al  fondo  de  los  pensamientos,  en  el  cual  hay  una  diferencia  muy  no- 
table entre  los  poetas  del  día  y  sus  antecesores.  También  se  sentirá  en  esta  parte  la 
funesta  influencia  de  la  época.  Las  revoluciones  nos  han  dado  el  espectáculo  triste,  pero 
muy  á  propósito  para  escarmentar  á  los  pueblos  de  la  inmoralidad  atrevida,  elevada 
al  poder,  la  cual  en  semejante  caso  no  procura,  como  en  otras  ocasiones,  encubrir 
con  ninguna  especie  de  velo  su  nativa  deformidad.  Sí :  la  generación  actual  y  la  pasada 
han  sido  testigos  de  lo  que  son  capaces  los  hombres ,  cuando  empeñados  en  hacer  des- 
preciables y  en  romper  todos  los  vínculos  sociales,  no  reparan  en  medio  alguno  para 
conseguir  su  objeto. 

£1  odio  á  todo  lo  que  sea  ó  parezca  reüjion ,  á  las  distinciones  concedidas  al  méri- 
to y  á  la  virtud  y  perpetuadas  á  las  familias,  á  los  tronos,  y  en  general,  á  toda  espe- 
cie de  gobierno  legal ,  ha  sido  por  muchos  años  un  sentimiento  bastante  común  en 
Francia,  y  en  otros  paises  á  imitación  de  la  Francia.  Su  terrible  violencia  produjo  la  re- 
volución y  ensangrentó  la  Europa.  Y  ruando  ya  empieza  á  calmarse  esta  infernal  pa- 
sión; cuando  los  pueblos  movidos  por  la  espericncia,  el  desengaño,  la  razón  moral  y 
la  política  han  llegado  á  conocer  la  utilidad  ,  la  necesidad  misma  de  aquellas  institu- 
ciones, y  que  su  destrucción  es  mil  veces  mas  funesta  que  los  mismos  abusos  insepa- 
rables de  cuanto  ha  de  pasar  por  manos  de  los  hombres,  una  nueva  escuela  dramática, 
siguiendo  los  pasos  de  Schillcr ,  Allicrí  y  Clienier ,  se  empeña  en  desdorar,  envilecer 
y  hacer  aborrecibles  nombres  célebres  en  la  historia,  corporaciones  respetables  y  co- 
sas y  personas  por  todos  títulos  venerables  ,  sin  atender  á  ningún  freno  de  decen- 
cia ,  exajerando  los  hechos,  calumniando  cuando  no  hallaban  en  la  historia  crímenes 
bastante  odiosos  que  atribuir  á  sus  personajes ,  y  á  veces  contra  el  testo  mismo  de  la 
historia  ,  y  en  (in ,  ocultando  cuidadosamente  el  bien  que  hicieron. 

Pero  aun  cuando  no  calumnien,  aunque  sean  hombres  justamente  execrados  en  la 
memoria  de  los  humanos,  como  los  de  Nerón  ó  de  Alejandro  VI,  ¿qué  placer  ó  qué 
utilidad  pueden  recibir  los  espectadores  de  ver  á  semejantes  monstruos  pintados  con  la 
mayor  exajeracion  posible?  Porque  esta  no  falta  nunca  ;  y  ningún  tirano  hay  tan  cruel 
en  los  anales  del  mundo ,  ni  ningún  demagogo  tan  [ververso  en  sus  revoluciones,  como 
los  que  describen  nuestros  nuevos  poetas.  Y  si  á  esto  se  añade  el  furor  de  colocar  casi 
siempre  al  héroe  entre  el  crimen  y  el  suicidio ,  y  la  manía  de  someterle  á  las  pasio- 
nes ,  que  siempre  triunfan  ,  y  sin  lucha  ,  de  la  razón,  no  podrá  desconocerse  en  la  li- 
teratura dramática  actual  la  hija  del  materialismo  de  Diderot,  educada  entre  los 
monstruos  de  la  revolución  francesa  ,  sin  ideas  morales,  sin  sentimientos  de  honor,  sin 
creencias  relijiosas. 

Dirán  (|ue  la  descripción  bien  hecha  de  los  hombres  malvados  es  útil  para  conocer 
y  detestar  la  perversidad,  y  correjirsc.  Nosotros  lo  negamos;  primero,  porque  no 
admite  la  naturaleza  humana  el  grado  de  perversidad  que  atribuyen  estos  dramáticos 
á  sus  héroes:  segundo,  porque  nadie  se  corrijo  de  aquellos  vicios  de  que  no  se  crea 
capaz.  No  hay  ninguna  mujer  que  se  parezca  á  Lucrecia  Borjia:  no  hay  ningún  hom- 
bre que  se  crea  capaz  de  la  perversid¿»d  de  Antony.  ¿Y  cómo ,  aunque  luera  asi ,  se  ha 
de  correjir  el  espectador  de  los  vicios  coronados  con  cierta  aureola  brillante  y  casi 
disculpados?  ¿No  es  este  camino  mas  á  propósito  para  hacer  malvados  á  los  hombres 


[35] 

Sor  medio  dei  teatro,  como  ya  hemos  Visto  desgraciadamente,  que  para  correjirlosf 
bsérvese  que  la  mayor  parte  de  los  espectadores  pertenecen  á  la  clase  media  de  la  so- 
ciedad ;  es  decir,  no  se  hallan  ni  en  la  esfera  del  poder,  en  la  cual  tiene  muy  poca 
influencia  la  moral  de  la  escena ,  ni  en  la  clase  ínfima,  donde  la  miseria  y  la  &lta  de 
educación  suelen  producir  maldades  y  delitos.  El  auditorio  generalmente  se  compone 
de  la  clase  mas  culta  é  instruí  Ja  de  la  sociedad  ;  y  va  al  teatro ,  no  á  estremecerse  con 
)as  caricaturas  de  la  perversidad  ,  ni  á  asquear  las  horruras  morales  de  la  naturaleza 
humana ,  sino  á  recibir  las  impresiones  plácidas  de  la  benevolencia  y  de  la  compasión, 
á  admirar  los  rasgos  sublimes  ó  las  escelentes  máximas,  á  temer  ios  frutos  infauston 
de  las  pasiones  exaltadas,  ó  bien  á  reírse  de  los  vicios  y  locuras  de  la  especio  huma^^ 
na ,  y  tal  vez  de  los  suyos  propios.  Los  personajes  que  ahora  se  presentan  horrorizan, 
y  el  horror  no  es  una  pasión  teatral ,  aunque  el  terror  lo  sea. 

En  nada  se  conoce  mas  la  falta  de  genio  que  en  la  exajeracion  ,  porque  el  princi- 
pal carácter  de  lo  bello  y  de  lo  sublime  es  la  sencillez.  Él  verdadero  genio  da  á  sus 
cuadros  proporción ,  armonía,  naturalidad:  la  presunción  quiere  siempre  ocultar  su 
falta  de  oríjmalidad  dando  á  todos  los  objetos  dimensiones  gigantescas.  Se  creen  gran- 
des, porque  nada  de  lo  que  pintan  tiene  su  modelo  en  ia  naturaleza,  y  orijinales  por- 
que son  absurdos. 

Háse  introducido  en  la  nueva  literatura  la  costumbre  de  despreciar  los  géneros  bu- 
cólico y  épico,  y  aun  el  lírico  lo  han  reducido  á  una  esfei^a  sumamente  mezquina.  Cual 
£6  la  de  aglomerar  cuadros  y  reflexiones  sin  orden  ni  trabazón ,  sin  cadena  oculta  que 
ligue  los  pensamientos  de  la  oda  ,  sin  objeto  final  que  sirva  de  móvil  y  de  término  á 
los  sentimientos  ni  á  las  ideas  del  poeta.  Repiten  el  famoso  soneto  de  Lope  de  Vega, 
que  después  de  haber  descrito  muy  minuciosa  y  poéticamente  un  prado  y  una  laguna, 
roDduye  asi ; 

Y  en  este  prado  y  liquida  laguna^ 
Para  decir  ventad  como  hombre  honrado^ 
Jamds  me  sucedió  cosa  ninguna. 

El  desprecio  de  los  géneros  de  poesía,  que  arriba  citamos,  tiene  su  oHjen  eti  el 
que  se  profesa  generalmente  á  todo  lo  que  no  es  de  la  época  actual.  Quieren  elevarse 
deprimiendo  á  sus  antecesores.  Basta  que  aquellas  composiciones  poéticas  fuesen  en- 
salzadas en  otro  tiempo ;  ó  por  mejor  decir ,  basta  que  ellos  no  se  sientan  capaces  de 
bacerlai,  ni  aun  de  emprenderlas  ,  para  que  las  crean  despojadas  de  mérito.  Sin  em- 
bargo,  la  admiración  de  las  acciones  heroicas  es  natural  al  hombre,  y  le  son  tanto 
roas  agradables  las  descripciones  de  la  vida  campestre  ,  cuanto  le  separa  mas  de  ella  la 
escesiva  civilización.  Replican  que  los  cuadros  épicos  y  bucólicos  ,  á  fuerza  de  ser  co- 
munes están  ya  gastados.  Lo  mismo*  podría  decirse  de  las  pinturas  del  Ticiano  ó  de 
Morillo.  En  las  bellas  artes  lo  bello  nunca  se  gasta\  ó  habitemos  de  reducir  las  produc- 
moes  del  genio  á  la  ruin  suerte  que  tienen  los  pasajeros  caprichos  de  la  moda. 


ARTICULO  in. 


LjA  prensa  periódica ,  que  tan  grandes  servicios  hace  á  la  humanidad  bajo  otros  as- 
pectos, es  funestísima  á  la  literatura,  no  solo  por  la  precipitación  con  que  es  menester 
Cferíbir  para  los  diarios ,  y  que  no  permite  correjir  ,  y  á  veces  ni  aun  meditar  lo  que 
le  escribe ,  sino  también  por  la  facilidad  que  ofrece  á  los  genios  aun  no  formados  y  sin 
iistmccioQ  de  presentar  al  público  sus  indijestas  é  incorrectas  composiciones,  de  satis- 
facer sa  presunción  Juvenil  y  de  hacerse  incorrejibles.  Hemos  sido  testigos  de  un  so- 


[36] 

ceso  lamenlable,  ocurrido  por  esta  sed  prematura  de  gloria  que  atormenta  á  los  jóve~ 
nes.  Uno  de  ellos,  de  muy  corla  edad,  se  suicidó  en  París  porque  le  silvaron  el  pri* 
uicr  drama  que  había  dado  al  teatro.  Ejemplo  terrible  de  los  funestos  efectos  de  la  in- 
credulidad unida  al  orgullo. 

No  ignoramos  que  la  palabra  corrección  disgusta  á  los  que  creen  que  para  ser  poeta 
bastan  el  genio  y  la  inspiración.  Vollaire,  que  fue  desgraciadamente  el  maestro  de  su 
siglo  en  muchas  cosas  que  no  sabía  ;  pero  á  quien  nadie  podrá  negar  el  mérito  de  ha- 
blar sido  el  primer  literato  de  su  tiempo ,  da  en  esta  materia  una  máxima  muy  nota- 
ble:  debemos  compotier  con  todo  el  estro  de  la  inspiración ;  mas  debemos  correjir  con  toda  la 
frialdad  de  la  critica,  £1  genio  mas  grande ,  los  pensamientos  mas  felices  no  produciráo 
sino  mamarrachos  insufribles  ,  si  no  vuelven  al  yunque  los  versos  inarmónicos ,  las 
ideas  mal  esplicadas,  las  frases  viciosas,  las  espresíones  desmayadas,  inoportunas  ó 
impropias.  ¿Por  qué  nos  desagrada  tanto  la  lectura  seguida  de  Lope  de  Vega,  el  poe- 
ta que  mas  se  ha  entregado  á  su  genio  y  que  menos  ha  correjido?  Porque  sus  versos 
escelentes  están  mezclados  con  defectos  insufribles  ,  que  llegan  algunas  veces  hasta  la 
absurdidad. 

Es  un  delirio  creer  que  el  periodo  poético  sale,  como  Minerva  armada  de  la  cabeza 
de  Júpiter,  enteramente  perfecto  de  la  pluma  del  poeta.  Tal  vez  sucede  asi ;  pero  en 
muy  raras  ocasiones.  Lo  mas  común  es  ocurrir  un  escelenle  pensamiento ,  y  haber  de 
luchar  largo  tiempo  para  espresarle  debidamente,  ya  con  la  díGcultad  de  la  ríaiay 
del  metro,  ya  con  el  lenguaje  mismo  para  arrancarle,  digámoslo  asi,  las  voces  mas 
gráficas  ó  las  frases  mas  armoniosas.  Añádase ,  que  á  pesar  de  toda  esta  contienda  y 
trabajos ,  es  menester  que  aparezca  el  periodo  poético  tan  fácil  como  si  hubiera  ocur- 
rido repentinamente.  La  inspiración  pues ,  es  para  el  pensamiento :  la  perfección  del 
lenguaje  es  hija  de  la  lima.  Esta  distinción  importante  no  es  conocida  de  los  que  afec- 
tan creer  que  los  versos  mejores  son  los  que  primero  ocurren.  Para  convencerlos  de  lo 
contrarío  basta  observar  que  ninguna  composición  improvisada  ha  merecido  todavía 
pasar  á  la  posteridad ;  ni  se  conoce  ningún  poema  digno  de  la  atención  del  público ,  en- 
tre  los  que  componen  los  poetas  llamados  improvisadores.  Volvamos  á  nuestro  propósito 
del  cual  nos  ha  separado  la  necesidad  de  probar  la  importancia  de  la  corrección.    . 

La  división  en  partidos  de  la  actual  república  de  las  letras  (si  puede  llamarse  repá" 
blica  la  que  en  realidad  no  es  mas  que  anarquía)  ha  aumentado  los  males,  no  se  trata 
ya  de  ser  buen  poeta  ó  buen  escritor ,  sino  de  ser  clásico  y  romántico.  La  polémica  de 
los  partidos,  en  política  y  en  literatura  ,  es  la  comidilla  de  los  que  no  tienen  genio  ni 
para  gobernar  ni  para  escribir.  Se  desciende  muy  pronto  á  personalidades  en  estas  espe- 
cies de  contiendas ;  y  ya  se  sabe  lo  que  sirven  las  personalidades  para  la  perfección  de 
los  estudios. 

£1  desprecio  que  tan  públicamente  se  hace  por  una  de  estas  dos  escuelas  de  las  re- 
glas y  principios  que  forman  el  arte  y  la  ciencia  de  las  humanidades ,  y  de  los  modelos 
que  nos  han  dejado  los  grandes  hombres  que  nos  antecedieron  promueve  la  ignoran- 
cia, y  multiplícalos  monstruos.  Se  quiere  que  la  poesía  sea  entre  todas  las  bellas  artes 
la  única  que  no  necesite  de  estudios,  y  la  mas  noble,  la  mas  sublime  de  todas  puede 
ejercerse  por  cualquier  ignorante ,  aun  por  el  que  no  conoce  el  idioma  en  que  versifica. 
£s  imposible  decir  un  desatino  mas  solemne. 

Algunos  lo  disculpan ,  observando  que  esta  es  una  reacción  propia  de  la  época ,  en 
venganza  de  la  injusticia  con  que  sus  contrarios  los  clásicos  desconocieron  en  el  último 
tercio  del  siglo  pasado  el  mérito  de  nuestros  escritores  dramáticos  del  siglo  XVU.  No- 
sotros somos  los  primeros  en  censurar  esa  injusticia  ;  pero  ¿cuándo  se  ha  visto  que  la 
iniquidad  de  un  partido  santifique  la  reacción  del  opueSlo?  Tú  has  despreciado  d  Calderón 
y  d  Lope  ;  pues  yo  desprecio  d  Corneille  xj  d  Racine.  Esta  es  la  lójica  de  las  verduleras  ¿Con- 
viene á.los  hombros  que  tratan  de  literatura  y  de  crítica  literaria?  ¿No  seria  mucho 
mejor  que  celebráramos  en  cada  uno  sus  aciertos  y  censurásemos  sus  faltas? 

A  la  verdad,  causa  enojo  oir  á  Montiano  y  Luyando  ,  autor  de  dos  trajedias  detes- 
tables ,  decir  en  los  prólogos ,  tan  soporíferos  como  las  trajedias ,  mil  necedades  con- 
tra nuestro  antiguo  teatro.  Nos  fastidiamos  al  leer  en  el  prólogo  que  puso  Moratin  el 
padre  á  su  triste  comedia  de  La  Petimetra ,  declamaciones  contra  las  de  Lope  de  Vega. 
¿  Ni  quién  sufrirá  á  Velazquez ,  en  el  indijesto  compendio  que  escribió  de  la  historia  de 


a  poesía  castellana,  lomar  el  lono  luajistral  y  juzgar  desatinadamente  de  lo  que  ni  enc- 
endió ni  fue  capaz  de  entender?  Estas  críticas  eran  injustas,  porque  eran  estúpidas. 
las  no  por  eso  bemos  de  tener  por  perfectos  á  los  autores  criticados.  Son  dignos  de 
iota  el  prosaismo  tan  común  de  Lope,  la  inmoralidad  de  Tirso  ,  el  gongorismo  habi- 
oal  de  Rojas ,  las  simetrías  de  Calderón  ,  las  cbocarrerias ,  tal  vez  sustituidas  por  Mo- 
eto  á  la  verdadera  sal  cómica.  £stos  defectos  notó  nuestro  Luzan  con  sumo  talento  é 
mparcialidad,  y  estos  defectos  dieron  lugar  ú  las  críticas  impertinentes  de  sus  suceso- 
es.  En  Corneille  y  Hacine  se  ban  notado  también  defectos;  pero  ni  de  unos  ni  de  otros 
lemos  de  desconocer  por  estos  lunares  las  escelentes  prendas  que  poseyeron.  La  justi- 
!Ía  literaria  consiste  en  decir  la  verdad  toda  entera  cuando  se  juzga  á  an  escritor.  Nada 
¡s  roas  mentiroso  que  una  inedia  verdad. 

En  cuanto  á  las  regias,  nuestra  opinión  es  que  las  bay ,  como  en  la  pintura  y  en 
a  música.  Sin  reglas  no  bay  arte.  Acaso  tal  vez  se  ban  dictado  algunas  que  no  se  de* 
locen  con  todo  rigor  de  los  principios  de  la  ciencia  de  la  belleza. :  tal  vez  los  escfi- 
ores  ado<^nedos ,  que  se  ban  dedicado  á  colectarlas  sin  talento  ni  principios,  tan  su- 
lersticiosos  adoradores  de  Aristóteles  y  Horacio,  como  incrédulos  son  sus  adversarios, 
layan  promulgado  como  regla  infalible  lo  que  aquellos  citaron  solo  como  un  uso  ad- 
DÍtido.  Sirva  de  ejemplo  la  división  del  drama  en  cinco  actos ,  que  Horacio  recuerda 
•olo  como  una  costumbre  del  teatro  latino ,  aunque  no  faltan  razones  filosóficas  para 
ustiGcarla ;  pero  no  para  bacerla  tan  obligatoria  que  sin  ella  sea  despreciable  una  tra- 
edia  ó  una  comedia  bien  escrita.  Confesaremos  ,  pues,  sin  dificultad  que  se  ban  dado 
romo  cánimes  inviolables  los  que  realmente  no  lo  son;  pero  aseguramos  al  mismo  tiem- 
K>  que  es  falso  todo  cuanto  se  ba  dicbo  de  que  ponen  trabas  al  genio.  Aseguramos 
Das,  y  es  que  son  favorables  al  poeta  mucbo  mas  que  esa  ilimitada  libertad  que  tao 
gratuitamente  les  ba  querido  regalar  la  nueva  escuela. 

El  verdadero  genio  triunfa  de  todas  las  dificultades ,  y  producirá  siempre  grandes 
(osas  á  pesar  de  los  obstáculos  que  se  le  opongan.  Hemos  visto  á  los  príncipes  del  tea- 
ro  francés  superar  cuantos  obstáculos  les  opusieron  las  leyes  severas  que  tenia  en 
iquella  nación  la  poesía  dramática ,  auo  cuando  todas  esas  leyes  no  fuesen ,  rigorosa- 
Dente  bablando,  obligatorias.  £1  teatro  español  del  mismo  tiempo,  mas  libre  de  ata- 
luras  literarias,  no  desconocía  sin  embargo  las  de  la  moral  y  de  la  política. Uno  y  otro 
irodujeron  composiciones  escelentes.  En  el  dia  el  drama  ba  roto  todos  los  frenos ,  j 
;qué  es  lo  que  produce?  ¿Qué  uso  bace  el  genio  de  tanta  libertad  como  ba  adquirido/ 
lespeñarse. 

Las  reglas  dan  cierto  estímulo  para  vencer  los  obstáculos  que  ellas  mismas  presen- 
an  ;  el  talento  se  replega  sobre  sí  mismo  ;  adquiere  nuevas  fuerzas  ;  medita,  combina 
1  plan ;  y  porque  trabaja  mas  y  estudia  mejor  la  materia  ,  siente  mas  vcbementes  ins- 
liraciones ,  y  asi  llega  á  la  perfección.  El  genio  libre  traslada  al  papel  lo  que  primero 
e  ocurre  ;  no  corríje  ;  no  contempla  su  asunto ;  marcba  á  su  alvedrío  vagamente  y  sin 
lireccion  ,  y  siempre  falta  á  sus  producciones  la  consistencia  que  resulta  de  las  dificul- 
ades  previstas  y  vencidas. 

Hemos  procurado  esponer  las  diferentes  causas  que  ban  producido  la  anarquía  que 
e  nota  actualmente  en  la  literatura ,  y  que  tienen  suma  conexión  con  la  que  se  nota 
tn  el  orden  social.  La  principal  de  ellas,  y  que  comprende  á  todas  las  demás,  es  la  es- 
asez  del  genio,  la  cual  es  producida  por  el  carácter  materialista  que  dieron  á  su  época 
M  filósofos  del  siglo  pasado.  Felizmente  la  sociedad  va  ,  aunque  paulatinamente ,  re- 
obrando  bajo  formas  políticas  mas  protectoras  las  ideas  morales  que  antes  la  soste- 
liao  ,  y  las  creencias  que  se  solicitó  en  vano  destruir  para  siempre.  Cuando  se  bayan 
estaurado  enteramente ,  volverá  á  brillar  el  genio  poético  con  nuevo  esplendor,  y  los 
fíenos  estudios  restablecidos  perfeccionarán  el  buen  gusto  casi  desconocido  en  nues- 
ros  diaf . 


lasi 


DE  LOS  ARTÍCmOS  GRAMTICALES. 


JuOS  nombres  qac  imponemos  á  las  susUincias ,  ó  son  individuales «  ó  abstractos. 
Los  primeros  desi$^nan  suficientemente  el  objeto,  y  no  tienen  necesidad  de  ningún 
aposito  para  espresarlo.  Alejandro,  César,  Koma  ,  Madrid  no  necesitan  de  articulo. 

Lo  mismo  podemos  decir  de  los  nombres  propios  de  provincias  ó  de  partes  del 
mundo,  como  Europa ,  Alemania,  Andalucía,  Italia.  Sin  embargo,  el  uso  que  fre- 
cuentemente se  burla  de  las  leyes  de  la  lójica ,  permite  que  tal  vez  se  les  anteponga 
el  articulo  la  femenino;  bien  que  debemos  tener  presente  que  nuestro  idioma  no  gusta 
de  esta  aposición.  Rara  vez  la  usaron  los  escritores  de  nuestro  buen  siglo.  En  francé* 
es  mas  común. 

¿  Procede  el  uso  del  artículo  en  este  caso  de  suponer  entendido  el  sustantivo  mv- 
vincia  que  se  calla ,  diciendo ,  por  ejemplo,  la  Andalucía  ,  la  Francia ,  en  lugar  de  ia 
provincia  de  Andaliicia ,  la  corotia  de  Francia  f  ¿O  bien  de  suponerse  la  palabra  república^ 
en  atención  á  que  se  usa  con  mas  frecuencia  de  articulo,  cuando  la  palabra  se  toma, 
no  por  el  territorio  mismo,  sino  por  el  estado?  Porque  nadie  dice:  tx>y  d  la  Franeia\ 
pero  pocos  dejan  de  decir :  la  Francia  esta  dispiiesla  d  sostener  la  causa  de  los  griegos. 

En  los  nombres  propios  de  los  rios  es  mas  común  el  uso  del  artículo  en  las  lenguas 
modernas ;  y  aunque  Argensola  baya  dicho  poéticamente : 

No  sufre  Ibero  mdrjenes  ni  puente : 

lo  común  es  decir :  el  Ebro ,  el  Tajo ,  el  Tiber.  Aqui  se  conoce  claramente  la  elipsis  do 
la  palabra  rio,  que  se  sobreentiende. 

Finalmente,  en  algunas  provincias  suelen  anteponer  el  artículo  femenino  á  los 
nombres  de  las  mujeres ,  cuyo  uso  adoptó  Fr.  Luis  de  León  en  la  traducción  de  las 
églogas  de  Virjilio.  Los  nombres  propios  de  mares  casi  se  miran  como  adjetivos:  el 
Océano ,  el  Bdltico ,  el  Mediterrdneo  son  espresiones  usuales  ,  en  las  cuales  se  omite  el 
sustantivo  mar,  asi  como  en  los  de  montes  se  suprime  este. 

Estos  caprichos  y  anomalías  del  lenguaje  nada  prueban  contra  el  principio  lójico;' 
á  saber  :  que  los  nombres  individuales  no  necesitan  de  artículo. 

No  asi  los  nombres  abstractos  de  género ,  especie  ó  calidad ,  ó  de  los  seres  creados 
por  la  imajinacion  ,  como  animal ,  hombre^  verdura  ,  muerte.  Cada  uno  de  ellos  repre- 
senta, no  un  individuo  existente  en  la  naturaleza,  sino  una  fórmula  general,  en  la 
cual  se  comprenden  muchos  individuos ,  ó  una  cualidad  común  á  toda  la  especie.  La 
palabra  vid  es  una  especie  de  fórmula  algebraica ,  en  la  cual  están  comprendidos  to- 
dos los  arbustos  que  gozan  de  ciertas  cualidades  comunes  y  conocidas :  cuando  el  vo- 
cablo prudencia  representa  una  sola  calidad  común  á  muchos  individuos.  Todo  el  sa- 
ber bumano  consiste  en  hacer  bien  estas  clasificaciones ,  asi  como  todos  los  errores 
proceden  de  falsear  la  significación  que  se  haya  dado  á  estas  fórmulas. 


ora  bien  :  cuando  sea  necesrio  reducirlas  á  quo  signifiquen  un  solo  indi^ 
ual  no  queremos ,  ó  no  podemos ,  ó  no  debemos  representar  por  un  nom-* 
ual ,  es  menester  que  espresemos  esta  reducción  por  un  signo ,  que  es  el 
rticuio ,  pues ,  es  aquel  signo  por  el  cual  limitamos  á  significar  uno  ó  mu- 
dúos ,  las  fórmulas  generales  que  representan  una  especie  ó  un  género, 
isidad  de  los  artículos  procede  de  lo  imposible  que  es  crear  nombres  indi- 
1  todas  las  clases  de  objetos.  Sí  se  dan  nombres  propios  á  los  individuos  de 
humana ;  si  entre  los  árabes  se  dan  á  los  caballos  por  el  aprecio  p^rticu- 
e  noble  animal  les  merece ,  no  es  posible  hacer  lo  mismo  en  las  otras  es- 
cn  las  de  áf boles,  plantos,  flores,  etc. 

I ,  aun  en  la  misma  csperie  humana  muchas  Teces  no  conocemos  d  nom- 
dei  individuo :  otras  m>  queremos  por  desprecio  ó  por  ira  pronunciarle, 
p^nos  reces  no  debemos^  como  cuando  queremos  espresar  un  soto  indi- 
*o  sin  determinar  cuál  es ,  en  cujo  caso  el  articulo  toma  el  nombre  de 

la  bien  la  naturaleza  del  articulo,  y  su  división  en  definido  é  indefinido» 
esplicar  cuáles  son  los  que  tenemos  en  castellano ,  que  seguramente  son 
que  se  asignan  en  las  gramáticas  vulgares. 

opresión  apósita  al  nombre  apelativo,  que  sirva  para  reducirlo  á  significar 
uo  fijo  j  determinado  ,  es  articxdo  definido. 

)  que  compré :  voy  á  mi  casa  :  estuve  en  tu  campo :  dame  esa  espada  :  aquH 
c  vino  :  esta  fuente:  su  serenidad  me  admira  ,  son  frases  en  las  cuales  los 
"scrilos  en  bastardilla,  son  verdaderos  artículos;  pues  no  tienen  mas  uso 
ir  á  significación  individual  las  voces  genéricas  que  afectan.  En  vano  se 
*aen  ademas  consigo  las  ideas  de  posesión  ó  de  situación  relativa  al  que 
ue  así  son  adjetivos  ;  porque  no  son  esas  ideas  las  que  se  quieren  espre^ 
es  ,  sino  valerse  de  ellas  para  coartar  la  significación  del  nombre.  Cuando 
le  mí  libro;  si  bien  supongo  que  el  libro  me  pertenece,  no  quiero  hacer 
opiedad,  sino  darle  á  la  voz  genérica  libro  nnn  señal  que  distinga  el  indi- 
ue  hablo,  (aiando  quiero  fijar  la  atención  sobre  la  pertenencia  ,  digo  :  dá- 
>ro,  que  es  mió,  en  cuyo  caso  mto  no  es  artículo,  sino  adjetivo  de  po- 

smo  modo ,  cuando  digo  :  mira  esos  campos ,  el  aposito  no  hace  mas  que 
s ;  pero  cuando  Orosman ,  presentando  el  cadáver  de  Jaira  á  su  hermano, 


Mírala :  ¿  no  es  esla  ? 


esía^  que  encierra  un  terrible  sarcasmo,  no  es  ya  artículo,  sino  un  adjetivo 
a. 

imáticos  lian  llamado  muy  impropiamente  pronombres  posesivos  y  démos- 
los que  nosotros  llamamos  adjetivos  de  posesión  y  de  situación,  porque 
na  verdadera  cualidad. 

visto  que  en  unos  casos  son  meros  artículos,  r  en  otros  adjetivos,  y  el 
i  bastado  para  que  se  distingan  en  la  pronunciación ;  porque  en  el  primer 
i  llevan  acento ,  y  en  el  segundo  si,  como  puede  verse  en  los  siguientes 


Id  y  disfrutad  nuestras  heredades, 

o ;  porque  nuestros  es  aqui  artículo ,  y  no  tiene  acento.  Al  contrario 

Estos  campos  ton  nuestros  ,  disfrutadlos 
ílabo  y  tiene  acentuada  la  sesta  ,  porque  nuestros  es  adjetivo. 


Del  mismo  modo 


no  es  verso ,  y  lo  es  : 


[40J 


Ven  d  disfi^tar  estas  diversum^t 


Son  lot  alhagos  estos  ,   ó  perjuro  ,  etc. 


Artículos  indefinidos  son  los  que  desig:nan  un  solo  individuo;  pero  sin  determinar^ 
lo*  Un  príncipe  ha  venido :  he  visto  algunos  soldados  :  leí  unos  libros. 

La  supresión  de  todo  artículo  denota  siempre  una  parto  ó  porción  indeterminada; 
de  modo  que  equivale  á  un  artículo  indefinido  ó  partitivo.  Como  en  estos  ejemplos: 
Ddmepan:  (rdme  libros:  necesito  dinero.  Estos  ejemplos  son  fáciles  de  comprender. 

No  lo  es  tanto  el  uso  del  artículo  definido  ó  indefinido  en  algunas  frases  en  que 
no  tiene  los  oficios  que  acahamos  de  espresar ,  por  conservarse  en  el  nombre  toda 
tu  generalidad.  De  esta  especie  son  las  proposiciones  en  que  se  afirman  propiedades 
esenciales  de  los  objetos ,  en  las  cuales  se  usan  ó  se  suprimen  á  voluntad  los  ar* 
ticulos. 

Isla  es  un  terreno  cercado  de  agua :  el  circulo  es  el  espacio  encerrado  dentro  de  la  ctmm- 
ferenciai  un  hombre  es  un  animal  dotado  de  razón» 

Estas  varías  maneras  de  designar  en  estos  casos  el  nombre  con  artículo  definido  6 
indefinido  ó  sin  él .  nos  parece  que  son  un  medio  mas  de  que  se  vale  el  lenguaje 
para  denotar  lo  esencial  que  es  el  atributo  al  sujeto ;  pues  en  parte  ó  en  todo ,  defi- 
nida ó  indefinidamente,  siempre  se  corresponde  é  identifica  con  él. 

Cuando  dirijimos  la  palabra  á  un  objeto  cualquiera  se  suprime  el  artículo ;  pues 
entonces  bastante  individualizado  está  con  hablarle.  ^Vsí  en  castellano  ,  siempre  que 
se  usa  de  la  interjecion  o  unida  á  un  nombre  no  se  pone  el  articulo.  Al  contrario 
sucede  muchas  veces  en  francés :  \0h  le  coqain  I  ¡O  picaro ! 

Los  nombres  abstractos  de  cualidades  llevan  ante  sí  el  artículo  definido  ó  indefi- 
nido ,  según  las  circunstancias.  Dícese :  la  verdura  del  prado :  una  verdura  muy  agrada^ 
lile :  campos  de  verdura.  En  este  caso  el  uso  ó  la  supresión  del  articulo  produce  efectos 
análogos  al  de  los  nombres  genéricos  ó  específicos. 

En  poesía  debe  usarse  con  mucha  sobriedad  del  artículo  indefinido,  cuyo  sonido 
«*s  desagradable  en  castellano ,  ademas  de  hacer  la  frase  prosaica.  Un ,  unos ,  algun^ 
algunos  rara  vez  producen  buen  efecto  en  la  versificación.  Hacemos  esta  advertencia 
porque  los  vemos  prodigados  por  los  poetas  de  nuestros  dias,  que  tienen  á  gala  no 
l(»er  á  León ,  Herrera  ni  Ilioja ,  y  se  estasían  ante  Vjclor  Hugo. 


(t^ucáttoit    c^eL     oetív   lí 


ti  I  tico. 


11  A\'  entre  los  escritores  de  gramática  general  una  disputa  muy  reñida  acerva  ái 
la  naturaleza  del  verbo ,  elemento  esencial  de  la  oración.  Unos  lo  contemplan  coma 


[41] 

espresion  compuesta  de  otras  dos,  que  son,  el  verbo  ser  llamado  sustanitvOf  y  base 
común  de  todos  los  verbos,  y  de  un  adjetivo  que  representa  calidad,  acción  ó  pasión. 
Descomponen ,  por  ejemplo ,  la  espresion  yo  amo  en  estas  dos :  yo  soy  amante ,  ó  mejor, 
yo  soy  amando  :  esto  es ,  yo  existo  amando.  Si  se  les  dice  que  ningún  idioma  admite 
esta  descomposición  sino  en  muy  raros  casos ,  responden  que  no  por  eso  deja  de  des- 
componerse asi  la  idea,  aunque  el  genio  del  lenguaje  común  no  la  admita.  En  el  idio- 
ma hablado  no  podrá  hacerse  esa  descomposición ;  pero  sí  en  el  idioma  pensado. 

Otros ,  atendiendo  al  oríjen  del  lenguaje  y  al  modo  probable  y  natural  con  que  se 
formó ,  atribuyen  la  invención  de  los  verbos  al  deseo  de  suplir  con  la  voz  el  gesto 
con  que  antes  se  indicaba  la  acción  ó  la  pasión.  £1  verbo  rogar,  por  ejemplo,  fue 
posterior  al  gesto  de  un  suplicante  que  representaba  su  significado ,  y  que  lo  repre- 
senta todavía  cuando  el  que  oye  no  entiende  el  idioma  del  que  habla.  Bajo  este  pun- 
to de  vista  es  imposible  dar  un  elemento  común  á  todos  los  verbos ,  como  quiera  que 
cada  uno  ha  procedido  de  la  diversidad  de  las  acciones ,  situaciones  y  propiedades 
que  el  hombre  observa ,  y  que  quiere  espresar ,  primero  con  el  lenguaje  de  acción 
y  después  con  el  oral.  Aun  hay  mas.  I^s  verbos  que  representan  ideas  mas  abstrac- 
tas y  generales  han  debido  ser  los  últimos  que  se  inventasen ;  pues  los  objetos  sensi- 
bles é  individuales  han  sido  los  primeros  en  llamar  la  atención  asi  de  los  individuos, 
como  de  los  pueblos.  Es  preciso  que  haya  adelantado  la  civilización  para  inventar  las 
yocessabery  ignorar  ^  meditar  ^  abstraer ^  opinar  y  otras  que  suponen  el  uso  frecuente 
del  raciocinio  y  una  intelijencia  cultivada.  Ahora  bien :  no  hay  ninguna  idea  mas 
abstracta  ni  mas  general  que  la  de  la  existencia  ;  por  tanto  el  verbo  ser  que  la  repre- 
senta ,  fue  uno  de  los  últimos  que  se  inventaron ,  y  su  uso  no  llegó  á  hacerse  tan  ge- 
neral como  ahora  lo  es ,  sino  cuando  el  lenguaje  empezó  á  pulirse  y  perfeccionarse. 
Compruébase  esta  teoría  con  el  estilo  de  la  Sagrada  Escritura  en  los  libros  del  Anti- 
guo Testamento  ,  en  los  cuales  no  hay  elipsis  mas  frecuente  que  la  omisión  del  ver- 
bo sustantivo.  ¿Cómo,  pues,  ha  de  ser  base  de  todos  los  verbos  el  que  fue  posterior 
en  su  creación  á  la  mayor  parte  de  ellos  ,  si  no  á  todos  ? 

En  nuestro  entender  esta  disputa  no  procede  sino  del  diverso  aspecto,  bajo  el  cual 
ha  considerado  esta  materia  cada  uno  de  los  contendientes.  Si  atendemos  al  oríjen 
y  formación  del  lenguaje ;  si  estudiamos  el  genio  de  los  diferentes  idiomas ,  es  claro 
que  ni  existió  al  principio  ,  ni  es  posible  ,  generalmente  hablando  ,  la  resolución  de 
los  verbos  en  el  sustantivo  y  un  adjetivo  ,  participio  ó  gerundio.  Pero  si  atendemos 
á  la  deducción  filosófica  de  las  ideas,  es  indudable  y  evidente  aquella  resolución. 

Cuando  dijésemos :  el  sol  ilumina  la  tierra ,  no  puede  negarse  que  en  la  palabra 
ilumina,  ademas  de  los  accidentes  gramaticales  de  voz,  modo,  tiempo,  número  y 
persona  (que  son  indiferentes  en  esta  cuestión]  hay  encerradas  dos  ideas :  la  primera 
es  la  de  la  existencia  del  sol ,  y  la  otra  la  manera  de  existir  el  sol ,  que  es  iluminando 
la  tierra.  Ambas  las  afirmamos  del  supuesto  de  la  oración,  y  la  afirmación  de  una  y 
otra  está  incluida  en  el  verbo  ,  ó  absolutamente  como  en  el  ejemplo  actual ,  que  es 
del  modo  indicativo,  ó  relativamente  á  otras  circunstancias  como  en  los  demás  modos- 
Ambas,  pues,  son  esenciales  al  verbo.  Sin  la  segunda  no  hay  acción,  pasión  ni  pro- 
piedad atribuida  al  sol :  sin  la  primera  no  hay  afirmación.  Usemos  si  no  del  gerundio 
ó  del  verbal  que  representan  meramente  la  acción  :  digamos :  el  sol  iluminador  de  la 
Herraj  ó  el  sol  iluminándola  tierra ,  y  quedará  el  sentido  incompleto,  porque  nada 
hasta  ahora  se  ha  afirmado  del  sol. 

Enhorabuena,  pues,  se  nieguen  los  idiomas  á  admitir  esta  descomposición:  en- 
horabuena sea  mal  dicho  el  ¿al  es  iluminante  la  tierra  ó  de  la  tierra  ,  ó  el  sol  es  iluminan» 
do  la  tierra  :  enhorabuena  las  frases  el  sol  es  iluminador  de  la  tierra^  el  sol  está  iluminando 
la  tierra  signifiquen  en  ciertos  casos  una  cosa  diferente  de  la  que  indica  la  oración  que 
nos  ha  servido  de  ejemplo.  No  por  eso  deja  de  ser  cierta  la  existencia  de  las  dos 
ideas.  Es,  pues,  cierta  en  filosofía  la  opinión  del  verbo  único.  Decimos  en  filosofía, 
esto  es ;  en  el  análisis  de  las  ideas  que  contiene  todo  verbo. 

Toda  oración  es  la  espresion  de  un  juicio,  es  decir ;  de  aquel  acto  del  entendimien- 
to por  el  cual  concebimos  que  una  idea  está  incluida  en  otra.  En  esta  parte  las  ideas 
de  acción  son  lo  mismo  que  las  de  pasión  ó  de  propiedad ;  de  todas  puede  afirmarse 
é  negarse  que  estén  incluidas  en  la  de  un  sugeto.  Una  misma  es  la  esencia  de  los 

6 


[42] 
juicios  espresados  en  estas  dos  proposiciones  :  el  sol  es  centro  de  los  movimientos  planeta^ 
rios ,  el  sol  ilumina  la  tierra  ,  aunque  la  primera  sea ,  como  dicen  los  gramáticos  ,  ora- 
ción de  verbo  sustantivo  ,  y  la  segunda  de  verbo  activo.  ¿Por  qué?  porque  el  verbo 
activo  encierra  necesariamente  en  su  idea  la  del  verbo  sustantivo. 

Lo  mismo  podemos  decir  del  verbo  pasivo.  Aun  en  los  idiomas  que  tienen  voz 
pasiva  puede  descomponerse  el  verbo  en  cuanto  á  las  ideas ;  y  en  los  que  no  tienen 
aquella  voz  se  descompone  también  en  cuanto  á  la  espresion:  Manlio  fue  precipitado 
de  la  roca  Tarpeya  representa  verdaderamente  la  pasión  de  Manlio.  Los  enemigos  del 
verbo  único  no  lo  quieren  asi ,  y  dicen  que  el  participio  prccipiíado  no  denota  acción 
ni  pasión ,  sino  el  estado  en  que  quedó  aquel  héroe  después  de  su  suplicio  ,  y  com- 
prueban su  dictamen  en  el  nombre  de  participio  de  pretérito  que  se  ha  dado  á  ios  pa- 
sivos, por  cuanto  se  reGeren  siempre  á  una  acción  anterior.  Sea  así;  pero  tampoco 
nos  negarán  que  por  la  figura  metonimia  es  fácil  tomar  el  efecto  por  la  causa,  y 
espresar  con  la  voz  que  significa  el  estado ,  la  misma  acción  que  sufrió  y  que  prodigo 
aquel  estado.  Así  vemos  que  la  lengua  latina ,  en  la  cual  hay  tiempos  que  tienen  pa- 
siva y  tiempos  que  no  ,  da  á  unos  y  á  otros  el  mismo  réjimen.  Tan  de  pasiva  es  esta 
oración  ,  dux  á  militibus  interfectus  est ,  como  esta  ,  ditx  á  militibiis  interficitur.  Una  mis- 
ma es  la  construcción  de  una  y  otra ,  y  en  castellano  son  sinónimas  estas  dos  frases; 
el  general  fue  muerto  por  los  soldados:  los  soldados  mataron  al  general.  Si  el  participio 
muerto  solo  representa  un  estado  y  no  una  acción  sufrida  ,  ¿cómo  se  le  da  el  réjimen 
por  los  soldados?  Ix>s  verbos  que  solo  representan  una  situación  ,  ^omo  amanecer^  e»- 
tar  ^  crecer  j  vivir  ^  morir  y  envejecer  y  otros  muchos  no  admiten  réjimen  sino  figura- 
damente. 

£s  muy  común  en  las  lenguas  hacerse  propias  por  el  uso  las  espresiones  que  se 
introdujeron  en  virtud  de  alguna  traslación  ó  de  otra  figura.  Sirvan  de  ejemplo  las 
voces  que  representan  operaciones  del  alma,  introducidas  primero  metafóricamente, 
y  que  después  han  llegado  á  ser  tan  propias ,  que  el  lenguaje  no  las  admite  ya  en  su 
primitiva  significación.  ¿Quién  llama  en  el  dia  discttrso  al  acto  de  correr  de  una  parte 
á  otra,  ni  reflexión ,  como  no  sea  en  física  ,  al  rechazo  de  los  cuerpos  elásticos )f  Los 
participios  pasivos  que  empezaron  significando  una  situación,  han  llegado  ,  pues,  á 
representar  muy  propiamente  una  pasión. 

Es  innegable ,  pues ,  que  la  idea  de  la  existencia  entra  en  la  composición  de  to- 
dos los  verbos  activos  ó  pasivos ,  y  que  ideolójicamente  hablando ,  no  hay  mas  que 
un  verbo ,  siendo  los  otros  compuestos  de  este  verbo  y  de  un  adjetivo  ,  puédase  ó  no 
hacer  esta  descomposición  en  los  idiomas. 

Mas  no  por  eso  se  crea  que  adoptamos  la  idea  de  Destutt-Tracy ,  de  que  sería  muy 
conveniente  la  creación  de  un  idioma  filosófico;  esto  es,  arreglado  á  las  nociones  de 
la  gramática  general.  Aquel  profundo  metafisico  conocía  muy  bien  la  deducción  y 
espresion  de  las  ideas ;  pero  ignoraba  ó  manifestó  olvidar  la  ideolojía  peculiar  de  la 
imajinacion  y  de  los  afectos.  £1  hombre  necesita  de  estos,  porque  son  sus  fuerzas 
.vitales;  de  aquella,  porque  es  la  fuente  de  sus  placeres  mas  puros,  inocentes  y 
agradables ;  y  Jas  especulaciones  de  la  filosofía  áridas  en  comparación  de  los  mo- 
vimientos animados  de  la  fantasía  y  del  corazón,  no  le  harán  renunciar  al  idioma 
ardiente ,  figurado ,  armonioso  y  arrebatador  que  les  es  propio.  Asi  se  esplica  por 
qué  todos  los  idiomas  sin  escepcion  han  conservado  las  interjeciones ,  voces  las  menoi 
filosóficas  posibles,  pues  por  sí  solas  nada  a/ia/úan. 

Y  asi  se  esplica  también  por  qué  es  tan  dificil  reducir  á  un  sistema  ideolójico 
los  idiomas;  porque  si  se  esceptúan  un  corto  número  de  reglas  generales,  todos 
ellos  han  sido  producto  de  la  imajinacion ,  de  las  pasiones  y  de  las  necesidades  hu- 
manas ,  tan  variadas  en  las  diferentes  naciones.  El  filósofo  puede  y  debe  analizar 
las  operaciones  de  la  mente  en  la  formación  de  las  ideas ,  juicios  y  raciocinios;  pero 
los  que  crearon  los  idiomas  ¿hablan  hecho  esta  sabia  y  profunda  análisis? 


[43] 


DNIVERSil  ¥  CONSECUENTE! 

COLECCIÓN  DE  VOCABLOS  DE  DUDOSA  ORTOGRAFÍA. 


c^of^  2¿J,  ^i^oUa    ^aic€€e  (/e/ ^om, ^grtWi  .   1839. 


U£  estos  dos  opúsculos  sobre  nuestra  ortografía  nos  ha  parecido  mas  interesante  el 
primero  que  trata  de  la  acentuación.  Como  es  sumamente  breve ,  y  solo  presenta  re- 
bultados sin  teoría  ninguna  anterior,  ni  pruebas  de  los  principios  que  establece,  es 
fácil  que  al  dar  cuenta  de  estos  opúsculos ,  caigamos  en  algunos  errores  que  una  mas 
lata  espiicacion  pudiera  habernos  evitado. 

Pondremos  un  ejemplo  de  esta  diGcuItad.  £1  autor  dice  que  cno  se  usa  ya  del  acento 
^rave  ,  ni  de  la  sinéresis;  pero  que  deberían  usarse.»  Nosotros  no  estamos  convencidos 
ni  de  la  necesidad  ni  de  la  conveniencia  de  estos  dos  signos ;  pero  acaso  si  se  hubieran 
propuesto  algunas  |*azones,  desistiriamos  de  nuestra  opinión. 

En  cuanto  al  acento  grave,  al  cual  llama  dominante  grave  ó  deíofw  bajo ,  no  hace  mas 
fue  poner  este  ejemplo  :  ¿Vendré  ó  qué  haré!  en  el  cual  acentúa  la  última  del  primer  fu- 
turo con  acento  agudo ,  y  la  última  del  segundo  con  grave.  No  hallamos  en  la  pronun- 
riacion  de  estas  dos  palabras  motivo  alguno  para  la  diferencia  :  tampoco  la  hallamos  ni 
en  el  uso  común  ni  en  el  de  las  personas  instruidas.  Si  los  signos  acentuales  deben  ser 
imájenes  de  la  pronunciación  ,  donde  esta  no  varía  debe  conservarse  el  mismo  signo. 

La  sinéresis  nos  parece  inútil :  i  .^  porque  la  te  después  de  ^  lo  es  ,  y  debería  supri- 
mirse. ¿De  qué  sirve  un  signo  que  nada  representa  en  la  pronunciación,  y  no  hace  mas 
que  aumentar  esta  regla  en  la  ortografía  :  no  suena  la  u  después  de  q*  ^.°  porque  des- 
pués de  g  en  las  sílabas  gue^  gui^  donde  realmente  es  útil  la  u  ,  basta  dar  por  regla  ge- 
neral la  pronunciación  de  estas  sílabas,  y  señalar  con  la  diéresis  los  casos  de  excepción. 

Agrédanos  todo  lo  que  contribuya  á  homologar  los  signos  con  la  pronunciación. 
Nosotros  quisiéramos  que  se  adoptase  generalmente  el  uso  de  escribir  con  i  latina  la 
conjunción  copulativa  y,  como  lo  hace  nuestro  autor  ;  pero  no  sabemos  por  qué  ha  de 
escribirse  diflongo ,  triftongo  ,  cuando  la  pronunciación  castellana  es  diptongo^  triptongo. 
Es  ya  tarde  para  restituir  la  pronunciación  griega  ó  latina  de  estas  palabras. 

El  autor  hace  una  escelente  observación  sobre  la  vocal  dominante ,  que  e$  la  mas 
Ikna ,  en  los  diptongos  y  triptongos.  Esta  observación  es  muy  útil  en  la  poesía  en  el 
uso  de  los  asonantes.  Por  ejemplo  ,  no  pueden  ser  asonantes  albeitar  y  herida  ;  pero  sí 
aibeitar  y  perra,  lina  de  las  reglas  que  establece  es,  que  entre  la  t  y  la  ti  es  la  mas  llena 
h  que  esté  posterior  :  mas  nos  parece  que  esta  regla  sufre  una  escepcion  en  la  voz  des- 
eifido ,  que  es  asonante  de  mudo  y  no  de  herido^  aunque  algunos  lo  usan  de  esta  última 
manera. 

£d  cuanto  á  las  palabras  agudas ,  hace  distinción  el  autor  entre  las  agudas  y  las  a^ti- 
Otimas,  Estas  segundas  parece  que  son  las  que  acaban  en  vocal  acentuada  ,  y  las  prime- 
ras las  que  acaban  en  consonantes  ó  en  diptongo,  cuya  última  vocal  no  es  la  llena,  como 
Sabau.  En  efecto  Sabau  es  asonante  de  los  agudísimos  Alá  ,  allá  ,  Sabá,  Conocemos  el 
prícipio  filosófico  de  donde  procede  esta  diferencia.  Las  consonantes  y  las  segundas  vo- 


[U] 

cales  de  los  diptongos  en  fin  de  dicción  han  de  quitar  parte  de  su  fuerza  á  la  vocal  sobre 
que  carga  el  acento.  Pero  si  bien  apreciamos  en  lo  que  merece  esta  observacioa ,  y 
puede  contribuir  al  estudio  de  los  elementos  del  habla ,  no  la  creemos  útil  en  la  prác- 
tica, ni  mucho  menos  nos  parece  conveniente  inventar  un  signo  nuevo  para  consig- 
narla. Nuestra  razón  es  la  siguiente  : 

Cuando  pronunciamos  estas  dos  palabras  amar^  amarán  nos  basta  saber  por  los  signos 
y  reglas  ortográficas  que  las  últimas  silabas  son  agudas  para  cargar  sobre  ellas  el 
acento  ,  que  es  cuanto  debe  exijirse  de  la  ortografía,  aunque  después  al  pronunciarlas 
no  sea  posible  que  suene  tan  aguda  la  primera  como  la  segunda.  /Por  qué  ,  pues  ,  he- 
mos de  emplear  un  signo  nuevo  para  hacer  una  cosa  que  no  es  posible  dejar  de  hacerla? 
Simplifiquemos  la  enseñanza.  Mas  no  por  eso  omitirá  el  buen  profesor  advertir  esta  di- 
ferencia á  sus  alumnos. 

£n  la  versificación,  donde  es  mas  necesario  el  conocimiento  de  los  acentos,  el  mismo 
efecto  hacen  las  voces  agudas  que  las  agudísimas  ,  en  cuanto  á  la  medida  y  á  los  he- 
mistiquios :  por  tanto  es  también  inútil  para  ella  la  duplicidad  del  signo. 

No  nos  parece  igualmente  filosófica  la  división  dé  las  voces  graves  ó  llanas^  (como 
las  llama  nuestro  autor),  en  graves  terminadas  en  vocal  y  en  graves  terminadas  eo 
consonante  ;  porque  en  unas  y  otras  es  siempre  el  mismo  el  valor  de  la  sílaba  acentua- 
da ,  sin  admitir  menoscabo  alguno  por  la  consonante  final ,  que  está  demasiado  lejana 
de  ella  para  afectarla.  Igualmente  suenan  las  penúltimas  de  padre  y  de  cárcel,  Pero  nos 
agrada  la  distinción  de  los  esdrújulos  en  los  que  tienen  acentuada  la  antepenúltima ,  y 
los  que  llevan  el  acento  en  una  silaba  anterior  ,  como  habiéndoselas^  quítaselos.  £1  autor 
llama  á  estas  voces  esdrtijulisimas  ;  pero  como  no  conocemos  ninguna  en  castellano,  sino 
las  que  llevan  al  fin  los  pronombres  enclíticos  tn«,  nos  etc.,  nos  parece  conveniente 
que  se  advirtiese  que  no  hay  palabras  de  esta  clase  en  nuestro  idioma ,  sino  por  aquel 
accidente  gramatical.  Trae  un  ejemplo,  quilándosenoslo  ,  que  rara  vez  tendrá  lugar  en 
el  uso  de  nuestra  lengua ;  porque  es  raro  que  un  verbo  pueda  rejir  tres  casos  di- 
ferentes. 

£n  cuanto  á  las  voces  que  el  autor  llama  rquivocas  dominantes ,  están  bien  advertidas 
en  la  ortografía  para  que  se  sepan  distinguir  los  casos  en  que  deben  llevar  acento ;  mu- 
cho mas,  cuando  varias  de  ellas  son  monosílabas.  £s  indispensable  saber  cuándo  carga 
el  acento,  y  cuándo  no  ,  en  las  palabras  se,  «i,  cotno^  donde^  y  otras.  Lo  mismo  decimos 
de  las  que  el  autor  llama  equivocas  antesumisas  que  son  las  mismas  que  las  anteriores 
cuando  no  llevan  acento.  £stas  reglas  y  la  de  las  pequeñas  inequívocas  pueden  someterse 
á  una  ley  general,  y  es:  que  no  se  pronuncian  acentuadas  las  voces  que  representan  ar- 
tículos ,  preposiciones  ó  conjunciones  ;  porque  estas  voces  nada  significan  por  si  mis- 
mas ,  y  hacen  esperar  siempre  un  nombre  ó  un  verbo ,  al  ciial  se  incorpora  su  pro- 
nunciación. £1  autor  indica  esta  regla  al  fin  de  la  pajina  cuarta  y  principio  de  la  quin- 
ta. Somos  de  su  opinión  en  cuanto  á  suprimir  el  acento  en  las  vocales  a ,  e  ,  i ,  o ,  u, 
cuando  la  primera  es  preposición,  y  las  otras  cuatro  son  conjunciones. 

Hechas  estas  observaciones  sobre  la  pronunciación  de  las  palabras  ,  pasa  el  autor  á 
esplicar  las  reglas  ortográficas,  que  se  reducen  á  las  siguientes. 

Acentuar  las  voces  agudísimas  ,  esto  es,  las  agudas  que  acaban  en  vocal,  las  graves 
que  acaban  en  consonante ,  las  equívocas  y  las  esdrújulas.  £sta  es  la  regla  general. 

Las  escepcione^^  se  dirijen  á  evitar  superfluidad  ó  ambigüedad.  La  primera  es  no 
acentuar ,  por  motivo  de  la  consonante  final  ,  las  palabras  acabadas  en  s  ,  como  los 
plurales  de  los  nombres,  ni  los  patronímicos  ó  nombres  propios  acabados  en  ez  ó  en  «r, 
como  Ramírez ,  Benitez :  ni  los  tiempos  de  los  verbos  acabados  en  n.  £sta  escepcion  se 
4|uebranta  muchas  veces,  como  la  de  la  s  en  los  plurales ;  pues  se  escribe  cafés^  meditm 
del  verbo  medir.  Mejor  hubiera  sido  añadir  á  la  regla  general  que  los  plurales  llevan 
acentuada  la  misma  sílaba  que  lo  está  en  el  singular ,  á  cuya  regla  no  conocemos  mas 
«scepcion  que  la  de  carácter  caracteres ,  y  que  en  los  verbos  ,  cuando  para  evitar  ambi- 
güedad se  acentué  una  sílaba  ,  debe  seguir  acentuada  en  todas  los  personas  del  mis- 
mo tiempo. 

Otra  escepcion  es  la  de  los  pretéritos  en  la  que ,  fuera  del  caso  de  ambigüedad  j  no 
es  menester  acentuar. 

Otra:  la  de  los  superlativos  regulares ,  que  es  supérfluo  acentuar. 


[45] 

Otra :  la  de  los  vocablos  compuestos,  como  los  advervios  en  mente  ^  que  tienen  dos 
acentos  en  la  pronunciación,  y  conviene  marcar  el  primero. 

Hemos  dejado  para  el  fin  las  dos  escepciones  relativas  á  las  vocales  unidas  por  ser 
las  mas  importantes ,  y  no  muy  conocidas. 

Las  reglas  son  estas :  i  .*  Cuando  de  dos  vocales  finales  no  dominantes  la  primera  no 
estniu,  la  palabra  es  esdrújula,  y  debe  acentuarse  la  antepenúltima:  como  dreoy 
héroe  ,  etéreo.  Si  la  primera  es  »  ó  u  ,  la  voz  acaba  en  diptongo  ,  y  es  grave ,  como  gra- 
cia j  Virginia ,  mutua, 

2.*  La  t  y  u  dominantes ,  inmediatas  á  otra  vocal ,  ó  precediéndose  una  á  otra, 
deben  a<;entuarse ,  como  ganzúa  alegría,  ¿No  pudiera  omitirse  el  acento  por  eecepcion 
en  los  desilabos  graves ,  como  púa ,  rio  (nombre  y  verbo),  Clio ,  en  los  cuales  es  su- 
pérfluo,  escepto  el  caso  de  ambigüedad  ,  como  creo^  creó. 

Estas  son  las  observaciones  que  nos  ba  sujerido  la  lectura^  estudio  de  este  peque- 
ño cuaderno ,  cuyo  objeto  es  sumamente  recomendable ,  pues  se  dirije  á  simplificar  á 
nuestra  ortografía. 

£1  segundo  cuaderno  muestra  cómo  deben  pronunciarse  muchas  voces  exóticas, 
ya  de  nuestro  idioma  ,  ya  de  otras  lenguas ,  muertas  y  vivas  ,  introducidas  en  el  cas* 
teliano.  Esta  instrucción  es  muy  útil ,  pues  deben  acentuarse  de  la  manera  que  las 
pronunciamos.  Solo  barémos  aquí  una  reflexión  que  no  dirije  al  autor  de  estos  opús- 
culos ,  sino  á  los  escritores  que  miran  como  un  sacrilejio  escribir  los  nombres  de  otras 
naciones,  sino  como  en  ellas  se  escriben ,  sin  atender  al  uso  de  nuestros  buenos  hablis- 
tas. No  escribirán  Renato  por  Rané ,  ni  Burdeos  por  Bordenaux  ,  ni  Juan  por  John, 
aunque  les  costara  un  ojo  de  la  cara.  Nosotros  creemos,  que  si  bien  acomoda  seguir  la 
escritora  y  pronunciación  estranjera  en  las  voces  que  aun  no  se  han  aclimatado  en 
nuestra  lengua  ,  no  así  en  las  que  ya  están  consagradas  por  el  uso.  Seria  una  insensatez 
escribir  ó  pronunciar  en  castellaao  London ,  Bayone^  Rhone ,  Maint ,  WanauZy  en  lugar 
de  Landres  ,  Bayona ,  Ródano ,  Maguncia ,  Varsovia. 


DE  LAS  FIGURAS  DE  PALABRAS. 


^E  dá  este  nombre  á  las  variaciones  que  se  hacen  en  la  fí*ase,  sin  producir  alteración 
alguna  en  los  pensamientos.  Cuando  se  comete  un  tropo  hay  variación  no  solo  en  las 
voces,  sino  también  en  las  ideas,  pues  estas  se  modifican  espresadas  por  otras  nuevas. 
Las  voces  trasladadas  recuerdan  por  lo  menos  objf^tos  en  que  no  pensábamos  al  conce- 
bir el  pensamiento  principal,  y  recuerdan  ademas  la  relación  que  tienen  con  él:  así  solo 
por  un  estrado  abuso  del  lenguaje  han  podido  llamarse  figuras  de  palabras.  Pero  las 
gramaticales  nada  añaden  ni  quitan  á  las  ideas;  y  solo  mudan  las  voces. 

Sio  embargo,  esta  mutación,  que  parecerá  insignificante  al  ideólogo,  no  lo  esalhu- 
numista,  ni  lo  debe  ser.  La  armonía  de  la  sentencia  depende  en  gran  parte  de  las  letras 
yaoenipa  que  componen  las  palabras;  el  lenguaje  propio  y  esclusivo  de  la  poesía  se 
complace  en  las  trasposiciones  atrevidas,  en  la  supresión  ó  repetición  de  voces,  en 
eonstnicciones  desusadas  que  no  se  atrevería  á  emplear  el  prosista,  en  fin,  en  el  uso  de 
palabras  ya  anticuadas,  que  dan  á  la  fi'ase  cierto  sabor  de  venerable  sensillez.  Judicium 
«Mrnim  mperbum^  dice  Quintiliano.  £1  juicio  del  oido  es  muy  delicado:  y  las  voces,  y  no 
los  pensamientos,  son  las  que  hacen  impresión  sobre  el  oido.  No  hay,  pues,  una  pedan- 
Ittia  mas  insufrible  que  burlarse  de  la  solicitud  con  que  los  buenos  escritores  han  pro- 


[46] 
curado  en  todas  las  naciones  sobornar  al  juez  de  primera  instancia  en  todas  las  compo- 
siciones literarias:  cslo  es,  al  oido.  Quien  desprecia  ese  cuidado  no  escribirá  Dunca  co- 
mo Cicerón,  Fenelon  ó  Hacine. 

La  teoría  del  Hipérbaton  ó  transposición,  está  muy  ligada  con  los  principios  de  la 
ideolojía,  aunque  parezca  contraria  á  ellos.  Claro  es  que  en  toda  oración,  esto  es^  en  to- 
do Quieto  enunciado^  debe  presentarse  antes  al  entendimiento  la  idea,  de  la  cual  se  afir- 
ma alguna  cosa,  después  sus  accesorios  y  modificativos,  y  en  último  lugar  aquella  que 
afirmamos  de  la  idea.  Las  palabras  naturalmente  deben  seguir  este  orden  regularé  ló- 
jico,  cuando  solo  se  trate  áe  juzgar:  así  como  cuando  raciocinamos,  colocamos  el  con- 
secuente después  del  antecedente:  esto  es,  primero  enunciamos  la  proposición  que  con- 
tiene á  la  otra,  y  después  la  que  percibimos  que  está  contenida  en  la  primera.  Asi  se 
procede  en  matemáticas,  cuyo  lenguaje  es  altamente  lójico,  no  solo  porque  se  versa 
sobre  objetos  exactamente  mensurables,  sino  también  porque  no  pueden  escitar  pasio- 
nes que  conmoviendo  el  corazón,  perturben  por  consecuencia  el  orden  tranquilo  con 
que  el  entendimiento  percibe  y  coloca  las  ideas.  Rousseau  ha  dicho,  y  no  fue  esta  una 
de  sus  paradojas,  que  si  hubiesen  existido  hombres  interesados  en  negar  la  propiedad 
del  cuadrado  de  la  hipotenusa,  no  hubieran  faltado  escritos  y  argumentos  con- 
tra ella. 

Hemos  csplicado  el  orden  regular  y  lójico  de  la  oración;  pero  este  curso  tranquilo, 
monótono  y  constante  desaparece  apenas  la  fantasía  ó  el  corazón  se  sienten  conmovi- 
dos. Entonces  deja  de  ser  natural  la  filiación  de  las  ideas;  y  lo  que  verdaderamente  exi- 
jen  la  pasión  ó  la  imajinacion,  esto  es,  la  naturaleza  del  hombre,  es  que  se  coloquen 
los  objetos  y  las  voces  que  los  representan,  no  según  su  dependencia  ideolójica,  sino 
según  el  grado  de  interés  que  escitan  en  el  que  habla.  Este  nuevo  órJen,  dictado  por 
la  pasión  ó  la  fantasía,  es  el  que  se  consigue  espresar  por  medio  de  la  trasposición. 

No  todas  las  lenguas  tienen  igual  libertad  é  iguales  recursos  para  trasponer  las 
palabras.  Los  humanistas  han  observado  que  las  lenguas  antiguas,  formadas  en  épocas 
en  que  los  hombres  raciocinaban  menos  y  sentían  mas,  son  las  que  avlmiten  mejor  el 
hipérbaton,  fenómeno  que  comprueba  la  teoría  que  hemos  esplicado  anteriormente. 
También  se  ha  observado,  y  la  razón  lo  dicta,  que  los  idiomas,  mas  libres  de  artículos, 
preposiciones  y  verbos  auxiliares,  se  prestan  mejor  á  alterar  el  orden  de  la  colocación; 
y  nuestro  Luis  de  I^eon  arrostró  una  empresa  superior  á  las  fuerzas  de  la  lengua  caste- 
llana, cuando  en  los  \omhres  (le  Cristo  se  empeñó  en  comunicarles  el  genio  traspositivo 
de  la  latina.  En  efecto,  el  castellano,  aunque  menos  trabado  que  otros  idiomas  moder- 
nos, sin  pasiva,  con  verbos  auxiliares,  con  artículos  y  sin  declinaciones  no  podrá  jamás 
competir  en  esta  parte  con  el  bello  lenguaje  de  los  señores  del  mundo,  libre  y  majes- 
tuoso como  ellos. 

Pero  un  hecho,  tan  averiguado  é  indudable  ,  como  decisivo  en  la'  materia,  es  que 
no  hay  idioma  alguno  ,  por  esclavo  que  sea  de  las  leyes  de  su  gramática,  que  no  baya 
ronccdiílo  el  pernuso  mas  ó  menos  lato  de  trasponer  á  sus  poetas.  Si  nosotros  no  pode- 
mos decir,  como  Tomé  de  Burguillos  hablando  de  un  gato  enfurecido; 

En  una  de  fregar  cayó  caldera , 

podemos  con  León  llamar  á  Dáfnis 

De  hermosa  grey  pastor  muy  mas  hermoso. 

¿Por  qué  se  permite  á  los  poetas  la  trasposición  que  en  prosa  sería  justamente  cen- 
surada? Porque  si  esta  figura  se  opone  á  la  lójica  de  las  ideas  ,  es  muy  conforme  á  la 
de  las  pasiones ;  y  el  lenguaje  poético  es  el  idioma  de  la  pasión  ,  ó  por  lo  menos  de  la 
fantasía  exaltada, 

El  Arcaísmo ,  ó  el  uso  de  voces  anticuadas  pertenece  también  al  dominio  de  los 
])oetas,  aunque  no  esté  prohibido  á  los  oradores,  ni  á  los  escritores  de  otros  géneros 
('n  prosa.  El  principio  es  que  las  palabras  y  locuciones  antiguas  dan  dignidad  al  lengua- 
je ;  pero  en  esta  parte,  como  en  casi  todas  las  demás  de  la  literatura,  la  dificultad  está 
en  la  feliz  aplicación  ,  en  el  tino  y  acierto  de  la  introducción. 


[47] 
rgo ,  puede  asegurarse  por  regla  general,  que  seráa  felices  los  arcaísmos 
representen  con  una  voz  ó  frase  do  buena  formación  y  sonido  lo  que  se- 
aclual  de  la  lengua  requeriría  un  giro  ó  Tulgar,  ó  prosaico,  oque  destru- 
lia.  No  aconsejaría mos  á  nadie  que  dijese  maguer  en  lugar  de  la  espre* 
i  bien  :  pero  ¿por  qué  no  ha  de  decirse  asaz  en  lugar  de  bastante  6  harto^ 
icos?  ¿Ño  es  mejor  el  caeci  en  un  prado  de  Berceo  ,  que  vine  d  parar  d  un 
ienen  de  malo  las  flores  bien  olientes  de  aquel  anliquisimo  poela?  Pero  lo 
)do  depende  del  tino  y  del  juicio.  £1  estudio  de  nuestro  idioma  puede  y 
ionar  á  nuestros  poetas  el  uso  y  rehabilitación  de  muchas  voces  y  frases, 
en  el  polvo  de  los  arcaísmos,  y  que  no  debieron  serlo  nunca  ;  porque  se 
iin  tener  otra  cosa  que  poner  en  su  lugar.  Dígalo  si  no  la  neglijencia  con 
erder  en  nuestro  idioma  el  régimen  de  los  participios  activos, 
supresión  es  una  figura  que  no  ha  tenido  su  orijen  en  el  deseo  de  la 
10  en  la  propensión  natural  al  hombre  de  evitar  el  trabajo  inútil.  Usamos 
en  los  raciocinios  mas  abstractos,  aun  en  el  lenguaje  de  las  ciencias. 
Lucíamos  cuatro  frases  seguidas ,  aun  en  el  uso  común  de  la  vida ,  sin 
is  voces  ,  que  aunque  necesarias  para  el  completo  sentido ,  las  suple  fácil- 
nos  oye. 
5 ,  hablando  á  su  hijo  : 

Disce  puer  ,  virtutem  ex  me,  verumque ,  laborem 
Fortunam  ex  alus. 

La  virtud  y  la  gloria  de  mi  aprende : 

y  de  oíros  la  fortuna. 

erbo  aprende^  está  suprimido  en  la  segunda  frase.  Rioja  dice,  hablando 
lOma: 

Que  no  os  perdonó  el  hado  ,  no  la  suerte^ 
¡Ayl  ni  por  sabia  d  ti ,  ni  á  ti  por  fuerte. 

Ueza  de  una  elipsis  muy  oportuna  se  añade  la  de  la  repetición  que  no  lo 

^uras  de  palabras  tienen  por  único-  objeto  la  armonía :  tales  son  la  sina- 

•is,  la  sínco|)a  y  la  apócope.  En  prosa  solo  pueden  emplearse  en  los  casos 

itido  el  uso  ;  como  del  hombre  en  lugar  de  el  hombre ,  norabuena^  por  en- 

idalgo  en  vez  de  hijodealgo ,  algún  por  alguno.  Pero  en  verso  se  estiende 

icia. 

i  no  solo  se  comete ,  sino  casi  siempre  es  de  rigoroso  precepto  en  cuanto 

mo  silaba  para  el  verso  la  de  la  vocal  elidida. 

Estos  ,  Fdbio  ,  ¡ay  dolor!  que  ves  ahora. 

rso  la  última  silaba  de  Fabio  no  se  cuenta. 

)  se  permite  algunas  veces  ;  pero  solo  en  voces  compuestas  de  preposi- 

pio  y  cuando  esta  no  es  necesaria  :  como  sangrentada  por  ensangrentada. 

IS  licencias  y  otras  de  la  misma  especie ,  se  necesitan  ejemplos  ó  modelos 

<ío  así  para  la  sinalefa,  cuyo  objeto  es  evitar  el  hiato  que  producirían  dos 

las ,  si  ambas  tuviesen  igual  valor  en  el  verso. 

>s  agregar  á  las  ya  mencionadas  otras  licencias ,  como  la  introducción  de 

s  latinas  ;   tal  es  la  de  Luis  de  León  : 

Que  tienen  y  los  motiles  sus  oídos 

ica  también ,  como  el  et  pospuesto  d«  los  latinos ;  la  adición  de  letras 
lio  ó  al  principio  de  las  palabras ,  y  otras  muchas  de  que  se  valen  los 
ur  á  su  idioma  un  carácter  particular,  y  dialioguirlo  del  de  la  prosa.  Pero 


i 

I 


[48] 
aquí  debemos  hacer  una  advertencia  muy  importante,  y  es:  que  el  dialecto  poético  de 
la  lengua  castellana  está  ya  fijado ;  y  que  es  imposible  hacer  en  él  innovaciones  de  que 
no  encontremos  modelo  ó  ejemplo  en  los  poetas  del  siglo  XVI.  Las  lenguas  no  tieneo 
una  perfectibilidad  indefinida.  Cuando  llegan  á  cierto  punto  no  es  lícito  alterarlas. 


DE  LAS  FIGDRAS  DE  RACIOCM. 


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ARTICULO  I. 


JuLÁMAMSE  asi  aquellas  formas  particulares  qne  se  dan  al  pensamiento ,  cuando 
el  ánimo ,  libre  de  pasiones ,  quiere  demostrar  una  verdad ,  y  esponerla  con  toda  li 
claridad  y  enerjia  posibles.  Tales  son  el  símil ,  la  antítesis  ,  la  interrogación  en  ma- 
chos casos,  la  polisíndeton,  la  asíndeton,  la  suspensión ,  la  gradación  y  algunas  otras 
de  su  clase,  de  que  generalmente  se  usa  para  dar  vigor  y  elegancia  al  razonamiento. 
Esplicada  la  naturaleza  y  uso  de  estas  figuras  no  será  dificil  conocer  la  de  las  otras 
que  pertenecen  á  la  misma  especie. 

£1  símil  ó  la  comparación  puede  tener  dos  objetos :  el  uno ,  ilustrar  el  pensa- 
miento, el  otro,  embellecer  el  estilo.  En  el  primer  caso  es  figura  de  raciocinio:  en 
el  segundo  de  fantasía  ,  y  pertenece  á  la  segunda  clase  de  las  figuras. 

Un  célebre  publicista  lia  dicho  que  la  comparación  no  es  razón;  y  es  imposible  negar 
este  axioma.  Por  consiguiente  el  símil  no  se  emplea  en  demostrar,  sino  en  dar  luz  j 
esplendidez  al  pensamiento ,  haciendo  que  intervenga  en  él  la  imajinacion.  El  filósofo 
que  comparó  el  avaro  á  un  cerdo,  animal  inmundo,  ó  incómodo  durante  su  vida; 
pero  que  con  su  muerte  regocija  á  todos,  nada  pretendió  demostrar;  pero  dio  muy  bien 
á  entender  la  bajeza,  estupidez  y  resultados  mas  comunes  de  aquel  vicio.  ¿Deque  ma- 
nera? Llamando  la  fantasía  en  auxilio  déla  razón ^  y  presentando  bajo  un  símil ,  cuya 
exactitud  es  imposible  desconocer,  toda  la  fealdad  de  pasión  tan  soez.  El  mismo  efecto 
produce  la  hermosa  comparación  de  Kioja. 

¡Que  calladn  que  pasa  las  montañas 
El  aura  respirando  mansamente! 
¡Qué garrida  y  sonante  por  las  cañas! 

w 

i^  montaña  es  el  varón  verdaderamente  bueno;  la  caña  el  hipócrita;  y  el  aura 
la  virtud. 

Para  que  en  las  obras  de  raciocinio  sea  admitida  y  valedera  la  comparación  ,  es  ne- 
cesario ,  pues  ,  que  contribuya  á  ilustrar  el  pensamiento ,  y  á  darle  el  aspecto  bajo  el 
cual  quiere  presentarle  el  escritor :  que  no  se  alargue  demasiado  ni  se  estienda  á  otras 
circunstancias  mas  que  las  que  quieren  espresarse ,  (precepto  á  que  se  falta  en  poesia; 
porque  en  ella  la  comparación  es  figura  de  adorno,  y  no  de  raciocinio):  que  no  se  re- 
pitan demasiado  ,  ni  se  hagan  sin  necesidad  las  comparaciones ,  porque  cuando  se  ra- 
ciocina no  se  trata  de  mostrar  ingenio ,  sino  de  esclarecer  el  asunto :  que  no  se 
tomen  los  símiles  de  objetos  mas  elevados  ó  mas  bajos  que  el  que  se  compara,  ni  muy 
semejantes  y  obvios,  ni  muy  separados  ,  y  por  tanto  dificilesde  entender,  con  respecto 
al  asunto ,  ni  en  fin  de  objetos  obscenos  ó  nauseabundos  que  ofendan  la  decencia  ó  el 


[M] 

estómago.  Los  limites  de  la  comparación ,  mirada  como  figura  de.  raciocinio ,  son  pre- 
cisamente los  que  indique  la  necesidad.  No  es  licito  pasar  mas  adelante. 

Mucho  mas  hay  que  decir  del  símil ,  considerado  como  figura  de  imajinadon ;  pero 
lo  resenramos  para  cuando  se  trate  de  esta  clase. 

La  comparación  se  funda  en  la  semejanza  de  dos  objetos :  la  antitesis  en  su  oposi- 
ción. Pero  esta  sola  no  hasta  para  formar  antitesis : '  se  necesita  ademas  que  las  n^ases 
en  que  se  espresan  las  dos  ideas  contrapuestas ,  se  pongan  juntas,  y  sean  iguales  ó  casi 
iguales  en  tamaño.  Puede  haher  contraste  sin  antitesis ,  como  en  la  sublime  espresion 
de  Séneca :  cRes  est  sacra  miser.»  El  infeliz  e$  una  coia  sagrada.  La  oposición  entre  el 
hombre  infeliz  y  abatido  por  el  infortunio ,  y  la  reverencia  y  veneración  que  exije 
para  él  nuestro  filósofo  es  evidente :  mas  no  hay  contraposición  intentada  y  marca- 
da,  no  hay  antitesis.  La  habría  si  dijésemos :  todos  desprecian  al  infeliz  ;  pero  todos  (ie- 
Ineran  reverenciarle. 

Este  ejemplo  basta  para  probar  que  puede  existir  el  contraste  de  las  ideas  sin 
haber  figura  :  observación  importante  ;  porque  la  antitesis  es  por  sí  misma  una  forma 
escesivamente  brillante  y  las  mas  veces  afectada  del  discurso  ,  y  por  tanto  incompa- 
tible con  la  pasión  cuando  los  afectos,  señaladamente  los  tiernos  y  melancólicos,  nunca 
se  espresan  mejor  que  por  los  contrastes.  Chateaubriand,  en  su  genio  del  cristianismo  ha 
caracterizado  por  ellos  el  estilo  de  Yirjilio ,  el  mas  sensible ,  el  mas  tierno ,  y  al  mis- 
mo tiempo  el  mas  profundo  de  los  poetas  de  la  antigüedad.  Parece  aue  este  digno 
émulo  de  Homero ,  conociendo  la  nada  de  todas  las  cosas  humanas  se  dedicó  á  espli- 
car  ^T  negaciones  y  esto  es,  por  lo  que  no  son,  los  objetos  de  los  sentimientos  que 
describe,  y  de  aquí  nace  aquel  colorido  inesplicaible  de  profunda  melancolía  que  toman 
bajo  su  pincel  las  pasiones  tiernas. 

En  dfecto ,  obsérvese  que  casi  todas  las  frases  de  grande  efecto  en  este  poeta  son 
negativas»  Tal  es  aquel  verso  de  Dido,  próxima  á  morir; 

Dulces  exutia ,  dutn  fata  Deusque  sin^nt 

y  que  tan  bella  y  tiernamente  tradujo  nuestro  Garcilaso 

ó  dulces  prendas..., 

\  Dulces  y  alegres  cuando  Dios  querial 

Evandro ,  viendo  muerto  á  su  hijo  Palante,  esclama: 

Non  haec ,  oh  Palla ,  dederas  promissa  parenti 
No  prometiste  asi ,  Pelante  mió. 

La  madre  de  Eurialo ,   viendo  la  cabeza  destroncada  del  hijo ,  dice : 

cTunc  illa  senectae 

sera  me®  requies?» 

lEste  descanso  d  mi  vejez  guardaban 

Pero  ¿qué  nos  cansamos  en  hacinar  ejemplos?  ¿No  vale  por  todos  la  célebre  espresion 
Ei  campos  ubi  Troja  fuit?  cLos  campos  donde  Troya  fué.»  £1  artificio  ,  si  asi  puede  lla- 
marse ,  del  poeta  de  Mantua  para  describir  las  pasiones  consiste  casi  siempre  en  ma- 
nifestar el  contraste  entre  lo  que  es ,  y  lo  que  fué  ó  lo  que  debiera  ser ,  ó  en  fin  lo 
que  se  esperaba  ó  se  deseaba  que  fuese. 

El  contraste,  pues,  de  las  ideas,  cuando  no  se  las  contrapone  simétricamente  ,  es 
propio  del  lenguaje  apasionado ;  pero  apenas  aparece  esta  simetría :  apenas  se  presen- 
ta la  antitesis  dejamos  de  creer  en  la  pasión ;  porque  ninguno  que  esté  fuertemente 
ooomovido  se  entretiene  en  simetrizar  frases ,  ni  en  contraponer  palabras  á  palabras. 
Ni  ano  los  vuelos  de  la  imajinacion  admiten  ese  estudio. 

El  radocÍQÍo  si ;  porque  los  pensamientos  reciben  á  veces  mucha  luz  de  sus  contra- 

7 


[50] 
ríos ,  asi  como  también  la  reciben  de  sus  semejantes;  y  nunca  parecen  mas  contrartai 
dos  ideas  que  cuando  se  encierran  en  dos  frases  contrapuestas  y  de  casi  i^al  estension; 
porque  juzgamos  mejor  de  la  oposición  entre  ellas  cuando  en  todo  aparecen  iguales, 
menos  en  aquello  en  que  se  oponen . 

Los  ejemplos  de  la  antítesis  son  muy  frecuentes  en  los  buenos  escritores.  La  mas 
célebre  es,  sin  disputa,  la  de  Juliano.  Diciéndole  á  este  emperador  uno  de  sus  adula- 
dores ,  si  bastase  negar  el  critnen ,  iiadie  seria  culpado :  respondió ;  si  bastase  acusar  ^  nadk 
sei'ia  inocente. 

Esta  figura  tiene  el  artificio  muy  á  las  claras  ;  y  por  tanto  no  conviene  prodigarla. 
Su  regla  esencial  es  que  la  oposición  en  que  se  funda  ocurra  naturalmente  y  no  sea 
buscada  con  afectación  ,  como  la  del  epigrama  de  Ausonio  : 

Infelix  Dido  ,  nuUi  bene  nupta  marito;  . 
Hoc  pereunte  fugis ,  boc  fugiente  peris. 

Dido  infeliz  en  maridos , 

Pue.'i  ninguno  te  conviene : 

Al  morir  el  uno  ,  huyes  ; 

Al  htiir  el  otro ,  mueres. 


ARTICULO  II. 

JLa  interrogación  no  es  figura  ,  sino  modo  común  de  bablar ,  cuando  se  pregunta  lo 
que  se  ignora  ;  pero  lo  es  de  raciocinio  ,  y  muy  cnórjica  ,  cuando  se  pregunta  lo  que 
se  sabe  ;  mucbo  mas  si  la  pregunta  se  bace  al  que  es  de  contraria  opinión.  Adquiere 
el  argumento  mayor  fuerza ,  por  dos  razoces :  la  una  ,  porque  parece  que  se  pone  en 
manos  del  adversario  la  decisión  del  asunto:  la  otra,  porque  supone  en  el  que  habla 
una  profunda  convicción  de  la  verdad  ó  de  la  justicia  de  su  causa. 
Cuando  Priamo  pregunta  á  Sinun 

Quo  moiem  lianc  inmanis  equi  statuere?  quis  auctor? 
Quidve  pctunt?  qiia;  religio?  aut  quas  machina  bclli?  - 

¿Para  que  levantaron  esa  mole 

del  inmenso  caballo  ?  ¡/¡uién  la  hizo^ 

6  con  que  fin?  ¿es  mdquina  de  guerra 

ó  religioso  ro/o? 

pregunta  sencillamente  lo  que  ignora  á  quien  cree  capaz  de  responderle  ;  pero  cuando 
Lucrecia  responde  á  Colatino  que  le  preguntaba  por  su  salud  :  tMinimé:  quid  enim 
salvi  esl  mulirri  amis.'ia  pudicilia'h  «qué  salud  puede  haber  en  una  mujer  que  ha  perdido 
la  honestidad?»  esta  última  pregunta  es  una  verdadera  figura  de  elocución ,  y  la  usa 
para  afirmar  con  mas  ahinco  lo  que  su  esposo  sabia  tan  bien  como  ella. 

La  interrogación  es  una  figura  común  en  las  disputas ,  principalmente  si  son  un 
poco  acaloradas  como  las  del  foro  y  de  la  tribuna.  Para  que  esté  bien  introducida  son 
necesarias  dos  condiciones  :  la  primera  es  que  no  se  repita  demasiado  ,  porque  no  pa- 
rezca amanerado  el  estilo,  observación  que  debe  tenerse  presente  en  todos  los  giros  y 
formas  de  la  sentencia  :  la  segunda  y  mas  principal  es,  que  cuando  se  cometa  la  inter- 
rogación sea  con  la  certidumbre  de  dejar  á  su  adversario  sin  respuesta.  Tal  fue  la 
magnífica  interrogación  de  Cicerón ,  defendiendo  á  Quinto  Ligarlo  delante  de  César 
contra  el  acusador  Tuberon ,  que  habiendo  llevado  las  armas  contra  el  dictador ,  no 
tenia  pudor  ,  después  de  restituido  á  su  gracia ,  de  acusar  á  quien  nunca  fue  tan  ene- 
migo suyo  como  el :  Quid  enim^  Tubei'o^dist rictus  Ule  tuusin  acie  pliarsalica  gladius  agdfotf 
cuJHs  latus  Ule  muero  pefebat?  qui  sensns  erat  armonim  tuorum'f  qiue  tua  mens?  ociiíi?  manus? 


[511 

ardor  animi?  quid  eupieba$?  quid  optabas?  cPorque  ¿qué  solicitaba  tu  acero  desnudo  en  la 
iMtalla  de  Farsalia/  ¿á  qué  pecho  dirijias  su  punta?  ¿á  qué  fin  manejabas  las  armas? 
¿cuál  era  tu  iotencioa?  ¿qué  buscaban  tus  ojos ,  tus  manos  ,  tu  ánimo  enardecido?  ¿qué 
querías?  ¿qué  deseabas?» 

A  veces  la  interrogación  es  figura  vehementísima  de  pasión  ;  como  la  de  Dido,  figu- 
rándose el  peligro  de  acometer  á  Eneas  enmedio  de  los  troyanos. 

¿Quem  metui  montura? 

Si  el  morir  era  cierto  ¿qué  temiaf 

En  efecto,  no  es  ajena  la  interrogación  de  la  lójica  délas  pasiones;  y  en  estos  casos 
obra  por  simpatía ,  cuando  es  bien  introducida.  Todas  las  almas  responden  á  placer  del 
que  las  pregunta  apasionado. 

La  Polisíndeton  ó  la  Asindenton  ,  esto  es ,  la  acumulación  ó  supresión  de  las  con- 
junciones son  figuras  de  que  se  hace  frecuente  uso.  Pero  es  menester  discernir  los 
casos  en  que  conviene  una  y  otra.  Cuando  queremos  espHcar  la  rapidez  con  que  pasan 
los  objetos,  ó  se  aglomeran  los  sucesos,  la  pluma  del  escritor,  arrebatada  por  las  ideasi 
deja  olvidadas  las  partículas  ,  que  por  su  naturaleza  son  menos  esenciales  en  el  len- 
guaje j  como  se  verifica  en  la  espresion  de  César ,  al  dar  cuenta  al  senado  de  la  guerra 
del  Ponto  :  veni^  tidij  vid.*  IJegué,  vi^  vencí:  O  la  estanza  de  fray  Luis  de  León,  in- 
citando al  rey  Rodrigo  á  la  defensa  de  su  nación  : 

Acude ,  acorre  ,   vuela , 

traspasa  la  alia  sierra ,  ocupa  el  llano , 

no  perdones  la  espíela , 

no  des  paz  á  la  mano^ 

menea  fulminando  el  hierro  insano. 

Pero  cuando  acomoda  al  escritor  llamar  la  atención  sobre  cada  uno  de  los  obje- 
tos que  presenta,  multiplica  para  separarlos  las  conjunciones  ó  bien  alguna  otra  parte 
de  la  oración  que  produzca  el  mismo  efecto ,  por  medio  de  la  figura  llamada  Repe- 
tición. Cicerón  dice  al  sedicioso  Catilina,  que  la  patria  le  aborrece  y  le  teme,  y 
aüade  :  iHujus  tu  ñeque  auctoritatem  verebere^  ñeque  judicium  sequere^  ñeque  vim  pertimis- 
ces?  ¿7m  ni  respetarás  su  autoridad,  ni  seguirás  su  dictamen ,  ni  temerás  su  poder? 

La  gradación  consiste  en  dar  cada  vez  mayor   vigor  al  pensamiento ,  y  aun  aco- 
moda que  las  frases  vayan  también  aumentando  y  se  hagan  cada  vez  mas  llenas  y 
sonoras,  para  auxiliar  con  la  armonía  el  aumento  que  toma  la  sentencia. 
Virgilio  dice: 

Arma  velit ,  poscatque  simul ,  rapiatque  juventus 
Quiera  las  armas  y  las  pida  al  punto 
y  la  fogosa  juventud  las  tome. 

La  suspensión  consiste  en  recorrer  las  diferentes  respuestas  que  pueden  darse  á 
una  cuestión ,  demostrando  brevemente  la  insuficiencia  de  todas ,  escepto  de  la  que 
dá  al  fin  el  mismo  escrítor.  La  Preterición  en  suponer  que  se  omiten  muchas  ideiss, 
cuando  realmente  se  insiste  en  ellas  ,  aunque  vigorosa  y  concisamente.  La  Corrección, 
eo  enmendar  artificiosamente  lo  que  se  ha  dicho  para  buscar  una  palabra  roas  pro- 
pia,  ó  una  idea  mas  luminosa.  La  Concesión ,  en  suponer  verdaderas  algunas  propo- 
rciones del  adversario  para  confundirle  mejor.  Pero  estas  figuras  y  otras  muchas 
están  sometidas  á  las  reglas  generales  que  ya  hemos  espuesto,  á  saber:  i.'  que  no 
sean  estudiadas:  2.'  que  no  se  repita  una  sola  con  demasiada  predilección  :  5.'  que 
aazcan  de  la  misma  materia  natural  y  oportunamente. 

Estas  reglas  pudieran  reducirse  á  una  sola:  solicitese  la  enerjia  del  pensamiento  y  d$ 
k  fra$e  antes  que  la  elegancia.  Esta  vendrá  después. 

Podemos  también  contar  entre  las  figuras  del  raciocinio  las  mismas  formas  que 
lotlójico6  le  han  asignado,  á  saber:  el  En  tí  mema,  el  Sorites,  el  Dilema,  y  tal 
vez  el  Silojismo.  Pero  son  estas  maneras  de  decir  tan  artificiosas ,  sedaladamenle  la 


[42] 

juicios  espresados  en  estas  dos  proposicioDes  :  el  sol  es  centro  de  los  movimientos  pUmUor 
rios ,  el  sol  ilumina  la  tierra  ,  aunque  la  primera  sea ,  como  dicen  los  gramáticos  ,  ora- 
ción de  verbo  sustantivo  ,  y  la  segunda  de  verbo  activo.  ¿Por  qué?  porque  el  verbo 
activo  encierra  necesariamente  en  su  idea  la  del  verbo  sustantivo. 

Lo  mismo  podemos  decir  del  verbo  pasivo.  Aun  en  los  idiomas  que  tienen  voz 
pasiva  puede  descomponerse  el  verbo  en  cuanto  á  las  ideas ;  y  en  los  que  no  tienen 
aquella  voz  se  descompone  también  en  cuanto  á  la  esprcsion:  Manlio  fue  precipitado 
de  la  roca  Tarpeya  representa  verdaderamente  la  pasión  de  Manlio.  Los  enemigos  del 
verbo  único  no  lo  quieren  asi ,  y  dicen  que  el  participio  precipitado  no  denota  acción 
ni  pasión ,  sino  el  estado  en  que  quedó  aquel  héroe  después  de  su  suplicio ,  y  com- 
prueban su  dictamen  en  el  nombre  de  participio  de  pretérito  que  se  ba  dado  áios  pa- 
sivos, por  cuanto  se  reGeren  siempre  á  una  acción  anterior.  Sea  así ;  pero  tampoco 
nos  negarán  que  por  la  figura  metonimia  es  fácil  tomar  el  efecto  por  la  causa,  y 
espresar  con  la  voz  que  significa  el  estado ,  la  misma  acción  que  sufrió  y  que  prodigo 
aquel  estado,  ¿isí  vemos  que  la  lengua  latina ,  en  la  cual  hay  tiempos  que  tienen  pa- 
siva y  tiempos  que  no  ,  da  á  unos  y  á  otros  el  mismo  réjimen.  Tan  de  pasiva  es  esta 
oración  ,  dux  a  militibus  interfectas  est ,  como  esta  ,  dux  á  militibiis  interficitur.  Una  mis- 
ma es  la  construcción  de  una  y  otra ,  y  en  castellano  son  sinónimas  estas  dos  frases: 
el  general  fue  muerto  por  los  soldados:  los  soldados  mataron  al  general.  Si  el  participio 
muerto  solo  representa  un  estado  y  no  una  acción  sufrida  ,  ¿cómo  se  le  da  el  réjimen 
por  los  soldados?  Los  verbos  que  solo  representan  una  situación,  ^omo  amanecérmeos 
tar  ^  crecer  f  vivir  ^  morir  j  envejecer  y  otros  muchos  no  admiten  réjimen  sino  figura- 
damente. 

Es  muy  común  en  las  lenguas  hacerse  propias  por  el  uso  las  espresiones  que  se 
introdujeron  en  virtud  de  alguna  traslación  ó  de  otra  figura.  Sirvan  de  ejemplo  las 
voces  que  representan  operaciones  del  alma,  introducidas  primero  metafóricamente, 
y  que  después  han  llegado  á  ser  tan  propias ,  que  el  lenguaje  no  las  admite  ya  en  su 
primitiva  significación.  ¿Quién  llama  en  el  dia  discurso  al  acto  de  correr  de  una  parla 
á  otra,  ni  reflexión,  como  no  sea  en  física  ,  al  rechazo  de  los  cuerpos  elásticos )f  Los 
participios  pasivos  que  empezaron  significando  una  situación,  han  llegado,  pues,  á 
representar  muy  propiamente  una  pasión. 

Es  innegable  ,  pues ,  que  la  idea  de  la  existencia  entra  en  la  composición  de  to- 
dos los  verbos  activos  ó  pasivos,  y  que  ideolójicamente  hablando,  no  hay  mas  que 
un  verbo ,  siendo  los  otros  compuestos  de  este  verbo  y  de  un  adjetivo  ,  puédase  ó  no 
hacer  esta  descomposición  en  los  idiomas. 

Mas  no  por  eso  se  crea  que  adoptamos  la  idea  de  Destutt-Tracy,  de  que  seria  muy 
conveniente  la  creación  de  un  idioma  filosófico;  esto  es,  arreglado  á  las  nociones  de 
la  gramática  general.  Aquel  profundo  metafisico  conocía  muy  bien  la  deducción  y 
espresion  de  las  ideas ;  pero  ignoraba  ó  manifestó  olvidar  la  ideolojia  peculiar  de  la 
imajinacion  y  de  los  afectos.  £1  hombre  necesita  de  estos,  porque  son  sus  fuerzas 
.  vitales ;  de  aquella ,  porque  es  la  fuente  de  sus  placeres  mas  puros ,  inocentes  y 
agradables ;  y  las  especulaciones  de  la  filosofía  áridas  en  comparación  de  los  mo- 
vimientos animados  de  la  fantasía  y  del  corazón,  no  le  harán  renunciar  al  idioma 
ardiente ,  figurado ,  armonioso  y  arrebatador  que  les  es  propio.  Asi  se  esplica  por 
qué  todos  los  idiomas  sin  escepcion  han  conservado  las  inlerjeciones ,  voces  las  menos 
filosóficas  posibles,  pues  por  sí  solas  nada  a/ia/¿:;(zn. 

Y  asi  se  esplica  también  por  qué  es  tan  dificil  reducir  á  un  sistema  ideolójico 
los  idiomas ;  porque  si  se  esceptúan  un  corto  número  de  reglas  generales ,  todos 
ellos  han  sido  producto  de  la  imajinacion  ,  de  las  pasiones  y  de  las  necesidades  hu- 
manas ,  tan  variadas  en  las  diferentes  naciones.  El  filósofo  puede  y  debe  analizar 
las  operaciones  de  la  mente  en  la  formación  de  las  ideas ,  juicios  y  raciocinios;  pero 
los  que  crearon  los  idiomas  ¿hablan  hecho  esta  sabia  y  profunda  análisis? 


[43] 


DNIVERSil  Y  CONSECDENTEi 

COLECCIÓN  DE  VOCABLOS  DE  DUDOSA  ORTOGRAFÍA. 


c^o^  ^,  i^^oUh    ^aiC€€e  (/í/ ^ata, ^grtWi  .   1839. 


Di 


'£  estos  dos  opúsculos  sobre  nuestra  ortografía  nos  ha  parecido  mas  interesante  el 
primero  que  trata  de  la  acentuación.  Como  es  sumamente  breve \)  y  solo  presenta  re- 
sultados sin  teoría  ninguna  anterior ,  ni  pruebas  de  los  principios  que  establece ,  es 
fácil  que  al  dar  cuenta  de  estos  opúsculos ,  caigamos  en  algunos  errores  que  una  mas 
lata  espiicacion  pudiera  habernos  evitado. 

Pondremos  un  ejemplo  de  esta  diGcultad.  £1  autor  dice  que  cno  se  usa  ya  del  acento 
grave ,  ni  de  la  sinéresis;  pero  que  deberían  usarse.»  Nosotros  no  estamos  convencidos 
ni  de  la  necesidad  ni  de  la  conveniencia  de  estos  dos  signos ;  pero  acaso  si  se  hubieran 
propuesto  algunas  |*azones,  dcsisliriamos  de  nuestra  opinión. 

En  cuanto  al  acento  grave,  al  cual  llama  dominante  grave  ó  detono  bajo ,  no  hace  mas 
que  poner  este  ejemplo  :  ¿Vendré  ó  qué  haré!  en  el  cual  acentúa  la  última  del  primer  fu- 
turo con  acento  agudo ,  y  la  última  del  segundo  con  grave.  No  hallamos  en  la  pronun- 
ciación de  estas  dos  palabras  motivo  alguno  para  la  diferencia  :  tampoco  la  hallamos  ni 
en  el  uso  común  ni  en  el  de  las  personas  instruidas.  Si  los  signos  acentuales  deben  ser 
imájenes  de  la  pronunciación  ,  donde  esta  no  varía  debe  conservarse  el  mismo  signo. 

La  sinéresis  nos  parece  inútil :  i  .^  porque  la  u  después  de  7  lo  es  ,  y  debería  supri- 
mirse. ¿I>e  qué  sirve  un  signo  que  nada  representa  en  la  pronunciación,  y  no  hace  mas 
que  aumentar  esta  regla  en  la  ortografía  :  no  suena  la  u  después  de  qi  ^.°  porque  des- 
pués de  g  en  las  sílabas  gue ,  gui ,  donde  realmente  es  útil  la  u  ,  basta  dar  por  regla  ge- 
neral la  pronunciación  de  estas  sílabas,  y  señalar  con  la  diéresis  los  casos  de  excepción. 

Agrédanos  todo  lo  que  contribuya  á  homologar  los  signos  con  la  pronunciación. 
Nosotros  quisiéramos  que  se  adoptase  generalmente  el  uso  de  escribir  con  i  latina  la 
conjunción  copulativa  y,  como  lo  hace  nuestro  autor  ;  pero  no  sabemos  por  qué  ha  de 
escribirse  diftongo ,  triftongo  ,  cuando  la  pronunciación  castellana  es  diptongo^  tríptongo. 
Es  ya  tarde  para  restituir  la  pronunciación  griega  ó  latina  de  estas  palabras. 

El  autor  hace  una  escelente  observación  sobre  la  vocal  dominante ,  que  es  la  mas 
Urna ,  en  los  diptongos  y  triptongos.  Esta  observación  es  muy  útil  en  la  poesía  en  el 
oso  de  los  asonantes.  Por  ejemplo  ,  no  pueden  ser  asonantes  albeitar  y  herida  ;  pero  si 
albeitar  y  perra,  lina  de  las  reglas  que  establece  es,  que  entre  la  t  y  la  u  es  la  mas  llena 
la  que  esté  posterior  :  mas  nos  parece  que  esta  regla  sufre  una  escepcion  en  la  voz  des- 
ctddo ,  que  es  asonante  de  mudo  y  no  de  herido^  aunque  algunos  lo  usan  de  esta  última 
manera. 

£d  cuanto  á  las  palabras  agudas ,  hace  distinción  el  autor  entre  las  agudas  y  las  agu- 
iiiimas.  Estas  segundas  parece  que  son  las  que  acaban  en  vocal  ¿icentuada  ,  y  las  prime- 
ras las  que  acabañen  consonantes  ó  en  diptongo,  cuya  última  vocal  no  es  la  llena,  como 
Sabau.  En  efecto  Sabau  es  asonante  de  los  agudísimos  Aid  ,  alid  ,  Sabd.  Conocemos  el 
prícipio  filosófico  de  donde  procede  esta  diferencia.  Las  consonantes  y  las  segundas  vo- 


[44] 

cales  de  los  diplongos  en  fio  de  dicción  han  de  quitar  parte  de  su  fuerza  á  la  vocal  sobre 
que  carga  el  acento.  Pero  si  bien  apreciamos  en  lo  que  merece  esta  observación ,  y 
puede  contribuir  al  estudio  de  los  elementos  del  habla ,  no  la  creemos  útil  en  la  prác- 
tica, ni  mucho  menos  nos  parece  conveniente  inventar  un  signo  nuevo  para  coosig- 
narla.  Nuestra  razón  es  la  siguiente  : 

Cuando  pronunciamos  estas  dos  palabras  amar^  amarán  nos  basta  saber  por  los  signos 
y  reglas  ortográficas  que  las  últimas  silabas  son  agudas  para  cargar  sobre  ellas  el 
acento  ,  que  es  cuanto  debe  exijirse  de  la  ortografía,  aunque  después  al  pronunciarlas 
no  sea  posible  que  suene  tan  aguda  la  primera  como  la  segunda.  /Por  qué  ,  pues  ,  he- 
mos de  emplear  un  signo  nuevo  para  hacer  una  cosa  que  no  es  posible  dejar  de  hacerla? 
Simplifiquemos  la  enseñanza.  Mas  nu  por  eso  omitirá  el  buen  profesor  advertir  esta  di- 
ferencia á  sus  alumnos. 

£n  la  versificación,  donde  es  mas  necesario  el  conocimiento  de  los  acentos,  el  mismo 
efecto  hacen  las  voces  agudas  que  las  agudísimas ,  en  cuanto  á  la  medida  y  á  los  he- 
mistiquios :  por  tanto  es  también  inútil  para  ella  la  duplicidad  del  signo. 

No  nos  parece  igualmente  filosófica  la  división  dé  las  voces  graves  ó  llanas ,  (como 
las  llama  nuestro  autor),  en  graves  terminadas  en  vocal  y  en  graves  terminadas  en 
consonante  ;  porque  en  unas  y  otras  es  siempre  el  mismo  el  valor  de  la  sílaba  acentua- 
da, sin  admitir  menoscabo  alguno  por  la  consonante  final,  que  está  demasiado  lejana 
de  ella  para  afectarla.  Igualmente  suenan  las  penúltimas  de  padre  y  de  cárcel,  Pero  nos 
agrada  la  distinción  de  los  esdrújulos  en  los  que  tienen  acentuada  la  antepenúltima ,  y 
los  que  llevan  el  acento  en  una  silaba  anterior  ,  como  habiéndotelas^  quiíagelos.  £1  autor 
llama  á  estas  voces  esdrujulisimas  ;  pero  como  no  conocemos  ninguna  en  castellano,  sino 
las  que  llevan  al  fin  los  pronombres  enclíticos  tnf ,  nos  etc. ,  nos  parece  conveniente 
que  se  advirtiese  que  no  hay  palabras  de  esta  clase  en  nuestro  idioma ,  sino  por  aquel 
accidente  gramatical.  Trae  un  ejemplo,  quUdndosenoslo  ,  que  rara  vez  tendrá  lugar  en 
el  uso  de  nuestra  lengua ;  porque  es  raro  que  un  verbo  pueda  rejir  tres  casos  di- 
ferentes. 

£n  cuanto  á  las  voces  que  el  autor  llama  equivocas  dominantes^  están  bien  advertidas 
en  la  ortografía  para  que  se  sepan  distinguir  los  casos  en  que  deben  llevar  acento ;  mu- 
cho mas,  cuando  varias  de  ellas  son  monosílabas.  £s  indispensable  saber  cuándo  carga 
el  acento,  y  cuándo  no  ,  en  las  palabras  se,  si^  como^  donde^  y  otras.  Lo  mismo  decimos 
de  las  que  el  autor  llama  equivocas  antesumisas  que  son  las  mismas  que  las  anteriores 
cuando  no  llevan  acento.  £stas  reglas  y  la  de  las  pequeñas  itiequivocas  pueden  someterse 
á  una  ley  general,  y  es:  que  no  se  pronuncian  acentuadas  las  voces  que  representan  ar- 
tículos ,  preposiciones  ó  conjunciones  ;  porque  estas  voces  nada  significan  por  si  mis- 
mas ,  y  hacen  esperar  siempre  un  nombre  ó  un  verbo ,  al  cual  se  incorpora  su  pro- 
nunciación. £1  autor  indica  esta  regla  al  fin  de  la  pajina  cuarta  y  principio  de  la  quin- 
ta. Somos  de  su  opinión  en  cuanto  á  suprimir  el  acento  en  las  vocales  a ,  e  ,  i ,  o,  u, 
cuando  la  primera  es  preposición,  y  las  otras  cuatro  son  conjunciones. 

Hechas  estas  observaciones  sobre  la  pronunciación  de  las  palabras ,  pasa  el  autor  á 
esplicar  las  reglas  ortográficas,  que  se  reducen  á  las  siguientes. 

Acentuar  las  voces  agudísimas ,  esto  es,  las  agudas  que  acaban  en  vocal,  las  graves 
que  acaban  en  consonante ,  las  equívocas  y  las  esdrújulas.  £sta  es  la  regla  general. 

I^s  escepcione^^  se  dirijen  á  evitar  superfluidad  ó  ambigüedad.  La  primera  es  no 
acentuar ,  por  motivo  de  la  consonante  final  ,  las  palabras  acabadas  en  s ,  como  los 
plurales  de  los  nombres,  ni  los  patronímicos  6  nombres  propios  acabados  en  ez  ó  en  «r, 
como  Ramírez ,  Benitez :  ni  los  tiempos  de  los  verbos  acabados  en  n.  £sta  escepcion  se 
4|uebranta  muchas  veces,  como  la  de  la  s  en  los  plurales ;  pues  se  escribe  cafés^  median 
del  verbo  medir.  Mejor  hubiera  sido  añadir  á  la  regla  general  que  los  plurales  llevan 
acentuada  la  misma  sílaba  que  lo  está  en  el  singular ,  á  cuya  regla  no  conocemos  mas 
«scepcion  que  la  de  carácter  caracteres ,  y  que  en  los  verbos  ,  cuando  para  evitar  ambi- 
güedad se  acentué  una  silaba  ,  debe  seguir  acentuada  en  todas  los  personas  del  mis- 
mo tiempo. 

Otra  escepcion  es  la  de  los  pretéritos  en  la  que ,  fuera  del  caso  de  ambigüedad  ,  no 
es  menester  acentuar. 

Otra;  la  de  los  superlativos  regulares ,  que  es  supérfluo  acentuar. 


[45] 
^Ira:  la  de  los  vocablos  compuestos,  como  los  advervios  en  mente,  que  lieoen  dos 
;os  en  la  pronunciación,  j  conviene  marcar  el  primero. 

íemos  dejado  para  el  fín  las  dos  escepciones  relativas  á  las  vocales  unidas  por  ser 
las  importantes ,  y  no  muy  conocidas. 

as  reglas  son  estas :  i  .*  Cuando  de  dos  vocales  finales  no  dominantes  la  primera  no 
li  11 ,  la  palabra  es  esdrújula,  y  debe  acentuarse  la  antepenúltima:  como  área, 
,  etéreo.  Si  la  primera  es  i  ó  u  ,  la  voz  acaba  en  diptongo  ,  y  es  grave ,  como  gra- 
Virginia,  mutua, 

.*  La  t  y  u  dominantes ,  inmediatas  á  otra  vocal ,  ó  precediéndose  una  á  otra, 
Q  acentuarse,  como  ganzúa  alegría.  ¿No  pudiera  omitirse  el  acento  por  escepcion 
y»  desílabos  graves ,  como  púa ,  rio  (nombre  y  verbo),  Clio ,  en  los  cuales  es  su- 
uo ,  escepto  el  caso  de  ambigüedad  ,  como  creo,  creó, 

stas  son  las  observaciones  que  nos  ha  sujerido  la  lectura^  estudio  de  este  peqae- 
laderno ,  cuyo  objeto  es  sumamente  recomendable ,  pues  se  dirije  á  simplificar  á 
Ira  ortografía. 

i  segundo  cuaderno  muestra  cómo  deben  pronunciarse  muchas  voces  exóticas, 
9  nuestro  idioma ,  ya  de  otras  lenguas ,  muertas  y  vivas  ,  introducidas  en  el  cas* 
10.  Esta  instrucción  es  muy  útil ,  pues  deben  acentuarse  de  la  manera  que  las 
unciamos.  Solo  haremos  aqui  una  reflexión  que  no  dirije  al  autor  de  estos  opús- 
i ,  sino  á  los  escritores  que  miran  como  un  sacrilejio  escribir  los  nombres  de  otras 
»nes ,  sino  como  en  ellas  se  escriben ,  sin  atender  al  uso  de  nuestros  buenos  hablis- 
^o  escribirán  Renato  por  Rané,  ni  Burdeos  por  Bordenaux ,  ni  Juan  por  John, 
ue  les  costara  un  ojo  de  la  cara.  Nosotros  creemos,  que  si  bien  acomoda  seguir  la 
tara  y  pronunciación  estranjera  en  las  voces  que  aun  no  se  han  aclimatado  en 
tra  lengua  ,  no  así  en  las  que  ya  están  consagradas  por  el  uso.  Seria  una  insensatez 
bir  ó  pronunciar  en  castellaao  London ,  Bayone,  Rhone ,  Maint ,  Warsauz,  en  lugar 
óndres  ,  Bayona ,  Ródano ,  Maguncia ,  Varsovia, 


DE  LAS  FIGURAS  DE  PALABRAS, 


ste  nombre  á  las  variaciones  que  se  hacen  en  la  frase,  sin  producir  alteración 
\  los  pensamientos.  Cuando  se  comete  un  tropo  hay  variación  no  solo  en  las 
o  también  en  las  ideas,  pues  estas  se  modifican  espresadas  por  otras  nuevas, 
trasladadas  recuerdan  por  lo  menos  objf^tos  en  que  no  pensábamos  al  conce- 
amiento  principal,  y  recuerdan  ademas  la  relación  que  tienen  con  él:  así  solo 
rano  abuso  del  lenguaje  han  podido  llamarse  figuras  de  palabras.  Pero  las 
?s  nada  añaden  ni  quitan  á  las  ideas;  y  solo  mudan  las  voces, 
largo,  esta  mutación,  que  parecerá  insignificante  al  ideólogo,  no  lo  es  albu- 
lo debe  ser.  I^  armonía  de  la  sentencia  depende  en  gran  parte  de  las  letras 
ue  componen  las  palabras;  el  lenguaje  propio  y  esclusivo  de  la  poesía  se 
Q  las   trasposiciones  atrevidas,  en  la  supresión  ó  repetición  de  voces,  en 
es  desusadas  que  no  se  atrevería  á  emplear  el  prosista,  en  fin,  en  el  uso  de 
mlicuadas,  que  dan  á  la  frase  cierto  sabor  de  venerable  sensillez.  Judicium 
um,  dice  Quintiliano.  El  juicio  del  oido  es  muy  delicado:  y  las  voces,  y  no 
tos,  son  las  que  hacen  impresión  sobre  el  oido.  No  hay,  pues,  una  pedan- 
fríble  que  burlarse  de  la  solicitud  con  que  los  buenos  escritores  ban  pro- 


[46] 
curado  en  lodas  las  naciones  sobornar  al  juez  de  primera  instancia  en  todas  las  compo- 
siciones literarias:  cslo  es,  al  oido.  Quien  desprecia  ese  cuidado  no  escribirá  nunca  co- 
mo Cicerón,  Fenelon  ó  Racíne. 

La  teoría  del  Hipérbaton  ó  transposición,  está  muy  ligada  con  los  principios  de  la 
ideolojía,  aunque  parezca  contraria  á  ellos.  Claro  es  que  en  toda  oración,  esto  es,  enlo- 
do Juic/o  enunciado^  debe  presentarse  antes  al  entendimiento  la  idea,  de  la  cual  se  afir- 
ma alguna  cosa,  después  sus  accesorios  y  modificativos,  y  en  último  lugar  aquella  que 
aflrmamosde  la  idea.  Las  palabras  naturalmente  deben  seguir  este  orden  regular  ó  ló- 
jico,  cuando  solo  se  trate  de  juzgar:  así  como  cuando  raciocinamos,  colocamos  el  con- 
secuente después  del  antecedente:  esto  es,  primero  enunciamos  la  proposición  que  con- 
tiene á  la  otra,  y  después  la  que  percibimos  que  está  contenida  en  la  primera.  Así  se 
procede  en  matemáticas,  cuyo  lenguaje  es  altamente  lójico,  no  solo  porque  se  versa 
sobre  objetos  exactamen^  mensurables,  sino  también  porque  no  pueden  escitar  pasio- 
nes que  conmoviendo  el  corazón,  perturben  por  consecuencia  el  orden  tranquilo  con 
que  el  entendimiento  percibe  y  coloca  las  ideas.  Rousseau  ba  dicho,  y  no  fue  esta  una 
de  sus  paradojas,  que  si  hubiesen  existido  hombres  interesados  en  negar  la  propiedad 
del  cuadrado  de  la  hipotenusa,  no  hubieran  fallado  escritos  y  argumentos  con- 
tra ella. 

Hemos  csplicado  el  orden  regular  y  lójico  de  la  oración;  pero  este  curso  tranquilo, 
monótono  y  constante  desaparece  apenas  la  fantasía  ó  el  corazón  se  sienten  conmovi- 
dos. Entonces  deja  de  sernatnral  la  filiación  de  las  ideas;  y  lo  que  verdaderamente  exi- 
jen  la  pasión  ó  la  imajinacion,  esto  es,  la  naturaleza  del  hombre,  es  que  se  coloquen 
los  objetos  y  las  voces  que  los  representan,  no  según  su  dependencia  ideolójica,  sino 
según  el  grado  de  interés  que  escitan  en  el  que  habla.  Este  nuevo  órJen,  dictado  por 
la  pasión  ó  la  fantasía,  es  el  que  se  consigue  espresar  por  medio  de  la  trasposición. 

No  todas  las  lenguas  tienen  igual  libertad  é  iguales  recursos  para  trasponer  las 
palabras.  Los  humanistas  han  observado  que  las  lenguas  antiguas,  formadas  en  épocas 
en  quo  los  hombres  raciocinaban  menos  y  sentian  mas,  son  las  que  aJmiten  mejor  el 
hipérbaton,  fenómeno  que  comprueba  la  teoría  que  hemos  esplicado  anteriormente. 
También  se  ha  observado,  y  la  razón  lo  dicta,  que  los  idiomas,  mas  libres  de  artículos, 
preposiciones  y  verbos  auxiliares,  se  prestan  mejor  á  alterar  el  orden  de  la  colocación; 
y  nuestro  Luis  de  León  arrostró  una  empresa  superior  á  las  fuerzas  de  la  lengua  caste- 
llana, cuando  en  los  Nombres  de  Cristo  se  empeñó  en  comunicarles  el  genio  traspositivo 
de  la  latina.  En  efecto,  el  castellano,  aunque  menos  trabado  que  otros  idiomas  moder- 
nos, sin  pasiva,  con  verbos  auxiliares,  con  artículos  y  sin  declinaciones  no  podrá  jamás 
competir  en  esta  parte  con  el  bello  lenguaje  de  los  señores  del  mundo,  libre  y  majes- 
tuoso como  ellos. 

Pero  un  hecho,  tan  averiguado  é  indudable,  comq  decisivo  en  la'  materia,  es  que 
no  hay  idioma  alguno  ,  por  esclavo  que  sea  de  las  leyes  de  su  gramática,  que  no  haya 
concedido  el  permiso  mas  ó  menos  lato  de  trasponer  á  sus  poetas.  Si  nosotros  no  pode- 
mos decir,  como  Tomé  de  Burguillos  hablando  de  un  gato  enfurecido; 

En  una  de  fregar  cayó  caldera , 

podemos  con  León  llamar  á  Dáfnis 

De  hermosa  grey  pastor  muy  mas  hermoso. 

¿Por  qué  se  permite  á  los  poetas  la  trasposición  que  en  prosa  sería  justamente  cen- 
surada? Porque  si  esta  figura  se  opone  á  la  lójica  de  las  ideas  ,  es  muy  conforme  á  la 
de  las  pasiones ;  y  el  lengu<ije  poético  es  el  idioma  de  la  pasión  ,  ó  por  lo  menos  de  la 
fantasía  exaltada, 

El  Arcaismo ,  ó  el  uso  de  voces  anticuadas  pertenece  también  al  dominio  de  los 
poetas,  aunque  no  esté  prohibido  á  los  oradores,  ni  á  los  escritores  de  otros  géneros 
en  prosa.  El  principio  es  que  las  palabras  y  locuciones  antiguas  dan  dignidad  al  lengua- 
je ;  pero  en  esta  parte,  como  en  casi  todas  his  demás  de  la  literatura,  la  dificultad  está 
en  la  feliz  aplicación  ,  en  el  tino  y  acierto  de  la  introducción. 


[47] 

Síd  embargo ,  puede  asegurarse  por  regla  general ,  que  serán  felices  los  arcaísmos 
siempre  que  representen  con  una  voz  ó  frase  de  buena  formación  y  sonido  lo  que  se- 
gún el  estado  actual  de  la  lengua  requeriría  un  giro  ó  vulgar,  ó  prosaico,  ó  que  destru- 
yese la  armonía.  No  aconsejaríamos  á  nadie  que  dijese  maguer  en  lugar  de  la  espre- 
sion  poética  si  bien  :  pero  ¿por  qué  no  ha  de  decirse  asaz  en  lugar  de  bastante  ó  hartOy 
que  son  prosaicos?  ¿Ño  es  mejor  el  caed  en  un  prado  de  Berceo  ,  que  vine  á  parar  á  un 
pradol  ¿Qué  tienen  de  malo  las  flores  bien  olientes  de  aquel  antiquísimo  poeta?  Pero  lo 
repetimos :  todo  depende  del  tino  y  del  juicio.  El  estudio  de  nuestro  idioma  puede  y 
debe  proporcionar  á  nuestros  poetas  el  uso  y  rehabilitación  de  muchas  voces  y  frases, 
sepultadas  ya  en  el  polvo  de  los  arcaísmos ,  y  que  no  debieron  serlo  nunca  ;  porque  se 
han  perdido  sin  tener  otra  cosa  que  poner  en  su  lugar.  Dígalo  si  no  la  neglíjencía  con 
que  se  dejó  perder  en  nuestro  idioma  el  régimen  de  los  participios  activos. 

Elipsis  ó  supresión  es  una  iigiira  que  no  ha  tenido  su  oríjen  en  el  deseo  de  la 
elegancia,  sino  en  la  propensión  natural  al  hombre  de  evitar  el  trabajo  inútil.  Usamos 
de  ella  aun  en  los  raciocinios  mas  abstractos ,  aun  en  el  lenguaje  de  las  ciencias. 
Apenas  pronunciamos  cuatro  frases  seguidas ,  aun  en  el  uso  común  de  la  vida ,  sin 
omitir  algunas  voces ,  que  aunque  necesarias  para  el  completo  sentido ,  las  suple  fácil- 
mente el  que  nos  oye. 

Eneas  dice ,  hablando  á  su  hijo  : 

Disce  puer  ,  virtutem  ex  me,  verumque,  laborem 
Fortunam  ex  alus. 

La  virtud  y  la  gloria  de  mi  aprende : 

y  de  otros  la  fortuna. 

en  donde  el  verbo  aprende ^  está  suprimido  en  la  segunda  frase.  Rioja  dice,  hablando 
de  Atenas  y  Roma: 

Que  no  os  perdonó  el  hado  ,  no  la  suerte^ 
¡Ayl  ni  por  sabia  á  ti ,  ni  á  ti  por  fuerte. 

donde  á  la  belleza  de  una  elipsis  muy  oportuna  se  añade  la  de  la  repetición  que  no  lo 
es  menos. 

Muchas  figuras  de  palabras  tienen  por  único-  objeto  la  armonía :  tales  son  la  sina- 
lefa ,  la  aféresis ,  la  síncopa  y  la  apócope.  En  prosa  solo  pueden  emplearse  en  los  casos 
que  ha  permitido  el  uso  ;  como  del  hombre  en  lugar  de  el  hombre ,  norabuena ,  por  en- 
horabuena ,  hidalgo  en  vez  de  hijodealgo ,  algún  por  alguno.  Pero  en  verso  se  estiende 
mas  esta  licencia. 

La  sinalefa  no  solo  se  comete,  sino  casi  siempre  es  de  rigoroso  precepto  en  cuanto 
á  no  contar  como  sílaba  para  el  verso  la  de  la  vocal  elidida. 

Estos ,  Fdbio  ,  ¡ay  dolor!  que  ves  ahora. 

En  este  verso  la  última  silaba  de  Fabio  no  se  cuenta. 

La  aféresis  se  permite  algunas  veces  ;  pero  solo  en  voces  compuestas  de  preposi- 
ción al  principio  y  cuando  esta  no  es  necesaria  :  como  sangrentada  por  ensangrentada. 
Pero  para  estas  licencias  y  otras  de  la  misma  especie ,  se  necesitan  ejemplos  ó  modelos 
autorizados.  No  así  para  la  sinalefa,  cuyo  objeto  es  evitar  el  hiato  que  producirían  dos 
vocales  seguidas,  si  ambas  tuviesen  igual  valor  en  el  verso. 

Pudiéramos  agregar  á  las  ya  mencionadas  otras  licencias ,  como  la  introducción  de 
conslruccioaes  latinas ;  tal  es  la  de  Luis  de  León : 

Que  tienen  y  los  montes  sus  oidot 

donde  y  significa  también ,  como  el  el  pospuesto  de  los  latinos ;  la  adición  de  letras 
al  fio  ,  enmedio  ó  al  principio  de  las  palabras  ,  y  otras  muchas  de  que  se  valen  los 
peetas  para  dar  á  su  idioma  un  carácter  particular,  y  distinguirlo  del  de  la  prosa.  Pero 


[48] 
aquí  debemos  hacer  una  advertencia  muy  importante,  y  es:  que  el  dialecto  poético  de 
la  lengua  castellana  está  ya  fijado ;  y  que  es  imposible  hacer  en  él  innovaciones  de  que 
no  encontremos  modelo  ó  ejemplo  en  los  poetas  del  siglo  XVI.  Las  lenguas  no  tienen 
una  perfectibilidad  indefinida.  Cuando  llegan  á  cierto  punto  no  es  licito  alterarlas. 


DE  m  FIGURAS  DE  MCIOCIO. 


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ARTICULO  I. 


JuLÁMAMSE  asi  aquellas  formas  particulares  qne  se  dan  al  pensamiento ,  cuándo 
el  ánimo,  libre  de  pasiones ,  quiere  demostrar  una  verdad,  y  esponerla  con  toda  la 
claridad  y  encrjia  posibles.  Tales  son  el  símil,  la  antítesis  ,  la  interrogación  en  mu- 
chos casos ,  la  polisíndeton ,  la  asindcton ,  la  suspensión ,  la  gradación  y  algunas  otras 
de  su  clase,  de  que  generalmente  se  usa  para  dar  vigor  y  elegancia  al  razonamiento. 
Esplicada  la  naturaleza  y  uso  de  estas  figuras  no  será  difícil  conocer  la  de  las  otras 
que  pertenecen  á  la  misma  especie. 

Él  símil  ó  la  comparación  puede  tener  dos  objetos :  el  uno ,  ilustrar  el  pensa- 
miento, el  otro ,  embellecer  el  estilo.  En  el  primer  caso  es  figura  de  raciocinio :  en 
el  segundo  de  fantasía ,  y  pertenece  á  la  segunda  clase  de  las  figuras. 

Un  célebre  publicista  ha  dicho  que  la  comparación  no  es  razón;  y  es  imposible  negar 
este  axioma.  Por  consiguiente  el  símil  no  se  emplea  en  demostrar ,  sino  en  dar  luz  j 
esplendidez  al  pensamiento,  haciendo  que  intervenga  en  él  la  imajinacion.  El  filósofo 
que  comparó  el  avaro  á  un  cerdo,  animal  inmundo,  é  incómodo  durante  su  vida; 
pero  que  con  su  muerte  regocija  á  todos,  nada  pretendió  demostrar;  pero  dio  muy  bien 
á  entender  la  bajeza,  estupidez  y  resultados  mas  comunes  de  aquel  vicio.  ¿De  qué  ma- 
nera? Llamando  la  fantasía  en  auxilio  déla  razón,  y  presentando  bajo  un  símil ,  cuya 
exactitud  es  imposible  desconocer,  toda  la  fealdad  de  pasión  tan  soez.  El  mismo  efecto 
produce  la  hermosa  comparación  de  Uioja. 

¡Que  callada  que  pasa  las  montañas 
El  aura  respirando  mansamente! 
¡Qué gárrula  y  sonante  por  las  cañas! 

IjSl  montaña  es  el  varón  verdaderamente  bueno;  la  caña  el  hipócrita;  y  el  aura 
la  virtud. 

Para  que  en  las  obras  de  raciocinio  sea  admitida  y  valedera  la  comparación  ,  es  ne- 
cesario ,  pues  ,  que  contribuya  á  ilustrar  el  pensamiento ,  y  á  darle  el  aspecto  bajo  el 
cual  quiere  presentarle  el  escritor :  que  no  se  alargue  demasiado  ni  se  estienda  á  otras 
circunstancias  mas  que  las  que  quieren  espresarse ,  (precepto  á  que  se  falta  en  poesía; 
porque  en  ella  la  comparación  es  figura  de  adorno,  y  no  de  raciocinio):  que  no  se  re- 
pitan demasiado ,  ni  se  hagan  sin  necesidad  las  comparaciones ,  porque  cuando  se  ra- 
ciocina no  se  trata  de  mostrar  ingenio ,  sino  de  esclarecer  el  asunto :  que  no  se 
tomen  los  símiles  de  objetos  mas  elevados  ó  mas  bajos  que  el  que  se  compara,  ni  muy 
semejantes  y  obvios,  ni  muy  separados  ,  y  por  tanto  difíciles  de  entender,  con  respecto 
al  asunto ,  ni  en  fin  de  objetos  obscenos  ó  nauseabundos  que  ofendan  la  decencia  ó  el 


[49] 
estómago.  Lo§  limites  de  la  comparación ,  mirada  como  figura  de.  raciocinio ,  son  pre* 
cisamente  los  que  indique  la  necesidad.  No  es  licito  pasar  mas  adelante. 

Mucho  mas  hay  que  decir  del  simil ,  considerado  como  figura  de  imiyinadon ;  pero 
lo  resenramos  para  cuando  se  trate  de  esta  clase. 

La  comparación  se  funda  en  la  semejanza  de  dos  objetos :  la  antitesis  en  su  oposi- 
ción. Pero  esta  sola  no  basta  para  formar  antitesis  :*se  necesita  ademas  q^ue  las  frases 
en  que  se  espresan  las  dos  ideas  contrapuestas ,  se  pongan  juntas,  y  sean  iguales  ó  casi 
igudes  en  tamaño.  Puede  haber  contraste  sin  antítesis ,  como  en  la  sublime  espresion 
de  Séneca  :  cRes  est  sacra  miser.»  El  infeliz  es  una  casa  sagrada.  La  oposición  entre  el 
hombre  infeliz  y  abatido  por  el  infortunio ,  y  la  reverencia  y  veneración  que  exije 
para  él  nuestro  filósofo  es  evidente :  mas  no  hay  contraposición  intentada  y  marca- 
da ,  no  hay  antitesis.  La  habría  si  dijésemos :  todos  desprecian  al  infeliz  ;  pero  todos  de^ 
bitran  reverenciarle. 

Este  ejemplo  basta  para  probar  que  puede  existir  el  contraste  de  las  ideas  sin 
haber  figura :  observación  importante  ;  porque  la  antitesis  es  por  si  misma  una  forma 
escesivamente  bríllante  y  las  mas  veces  afectada  del  discurso  ,  y  por  tanto  incompa- 
tible con  la  pasión  cuando  los  afectos,  señaladamente  los  tiernos  y  melancólicos,  nunca 
se  espresan  mejor  que  por  los  contrastes.  Chateaubriand,  en  su  genio  del  cristianismo  ha 
caracterizado  por  ellos  el  estilo  de  Yirjilio,  el  mas  sensible ,  el  mas  tierno ,  y  al  mis- 
mo tiempo  el  mas  profundo  de  los  poetas  de  la  antigüedad.  Parece  aue  este  digno 
émulo  de  Homero ,  conociendo  la  nada  de  todas  las  cosas  humanas  se  aedicó  á  espli- 
car  for  negaciones  f  esto  es,  por  lo  ^ue  no  son,  los  objetos  de  los  sentimientos  que 
describe,  y  de  aqui  nace  aquel  colondo  inesplicaible  de  profunda  melancolía  que  toman 
bajo  su  pincel  las  pasiones  tiernas. 

En  efecto ,  obsérvese  que  casi  todas  las  frases  de  grande  efecto  en  este  poeta  son 
negativas.  Tal  es  aquel  verso  de  Dido,  próxima  á  morir; 

Dulces  exuvia ,  dum  fata  Deusque  sinehant 

j  que  tan  bella  y  tiernamente  tradujo  nuestro  Garcilaso 

ó  dulces  prendas,,,, 

\  Dulces  y  alegres  cuando  Dios  querial 

Evandro ,  viendo  muerto  á  su  hijo  Palante ,  esclama : 

Non  h»c ,  oh  Palla ,  dederas  promissa  parenti 
No  prometiste  asi ,  Pelante  mió. 

La  madre  de  Eurialo ,   viendo  la  cabeza  destroncada  del  hijo ,  dice : 

cTunc  illa  senectse 

sera  me»  requies?» 

lEste  descanso  d  mi  vejez  guardabal 

Pero  ¿qué  nos  cansamos  en  hacinar  ejemplos?  ¿No  vale  por  todos  la  célebre  espresion 
Ei  campos  uhi  Troja  /utí?  cLos  campos  donde  Tro^fa  fué.»  El  artificio  ,  si  asi  puede  lla- 
marse ,  del  poeta  de  Mantua  para  describir  las  pasiones  consiste  casi  siempre  en  ma- 
nifestar el  contraste  entre  lo  que  es ,  y  lo  que  fué  ó  lo  que  debiera  ser ,  ó  en  fin  lo 
que  se  esperaba  ó  se  deseaba  que  fuese. 

El  contraste,  pues,  de  las  ideas,  cuando  no  se  las  contrapone  simétricamente  ,  es 
propio  del  lenguaje  apasionado ;  pero  apenas  aparece  esta  simetría :  apenas  se  presen- 
ta la  antitesis  dejamos  de  creer  en  la  pasión ;  porque  ninguno  que  esté  fuertemente 
oomnovido  se  entretiene  en  simetrizar  frases ,  ni  en  contraponer  palabras  á  palabras. 
Ni  ano  los  vuelos  de  la  im«Jinacion  admiten  ese  estudio. 

El  raciocinio  si ;  porque  los  pensamientos  reciben  á  veces  mucha  luz  de  sus  contra- 

7 


[50] 
ríos ,  asi  como  también  la  reciben  de  sus  semejantes;  y  nunca  parecen  mas  contrarías 
dos  ideas  que  cuando  se  encierran  en  dos  frases  contrapuestas  y  de  casi  igual  estension; 
porque  juzgamos  mejor  de  la  oposición  entre  ellas  cuando  en  todo  aparecen  iguales, 
menos  en  aquello  en  que  se  oponen . 

Los  ejemplos  de  la  antítesis  son  muy  frecuentes  en  los  buenos  escritores.  La  mas 
célebre  es,  sin  disputa,  la  de  Juliano.  Diciéndole  á  este  emperador  uno  de  sus  adula- 
dores ,  8i  bastase  negar  el  crimen  ,  nadie  seria  culpado :  respondió ;  si  bastase  acusar  ^  nadie 
seria  inocente. 

Esta  figura  tiene  el  artificio  muy  á  las  claras  ;  y  por  tanto  no  conviene  prodigarla. 
Su  regla  esencial  es  que  la  oposición  en  que  se  funda  ocurra  naturalmente  y  no  sea 
buscada  con  afectación  ,  como  la  del  epigrama  de  Ausonio  : 

Infelix  Dido  ,  nulli  bene  nupta  marito:  . 
Hoc  pereunte  fugis ,  boc  fugiente  peris, 

Dido  infeliz  en  maridos , 

Pues  ninguno  te  conviene: 

Al  morir  el  uno  ,  hnyes  ; 

Al  huir  el  otro ,  mueres^ 


ARTICULO  IL 

JLiA  interrogación  no  es  figura  ,  sino  modo  común  de  bablar ,  cuando  se  pregunta  lo 
que  se  ignora  ;  pero  lo  es  de  raciocinio  ,  y  uiuy  cnérjica  ,  cuando  se  pregunta  lo  que 
se  sabe  ;  mucho  mas  si  la  pregunta  se  hace  al  que  es  de  contraria  opinión.  Adquiere 
el  argumento  mayor  fuerza  ,  por  dos  razoces :  la  una  ,  porque  parece  que  se  pone  en 
manos  del  adversario  la  decisión  del  asunto:  la  otra,  porque  supone  en  el  que  habla 
una  profunda  convicción  de  la  verdad  ó  de  la  justicia  de  su  causa. 
Cuando  Priamo  pregunta  á  Sinon 

Quo  molem  hanc  inmanis  equi  statuere?  quis  auctor? 
Quidve  petunt?  qua?  religio?  aut  quai  machina  bclli?  - 

¿Para  que  levantaron  esa  mole 
del  inmenso  caballo  ?  iquie'n  la  hizo^ 
ó  con  qué  fin?  ¿es  máquina  de  guerra 
ó  religioso  votol 

pregunta  sencillamente  lo  que  ignora  á  quien  cree  capaz  de  responderle  ;  pero  cuando 
Lucrecia  responde  á  Colatino  que  le  preguntaba  por  su  salud  :  tMinimc:  quid  enim 
salvi  est  mulirri  nmissa  pudiciíia?*  <qué  salud  puede  haber  en  una  mujer  que  ha  perdido 
la  honestidad?»  esla  última  pregunta  es  una  verdadera  figura  de  elocución ,  y  la  usa 
para  afirmar  con  mas  ahinco  lo  que  su  esposo  sabia  tan  bien  como  ella. 

La  interrogación  es  una  figura  común  en  las  disputas,  principalmente  si  son  un 
poco  acaloradas  como  las  del  foro  y  de  la  tribuna.  Para  que  esté  bien  introducida  seo 
necesarias  dos  condiciones  :  la  primera  es  que  no  se  repita  demasiado  ,  porque  no  pa- 
rezca amanerado  el  estilo,  observación  que  debe  tenerse  presente  en  lodos  los  giros  y 
formas  de  la  sentencia  :  la  segunda  y  mas  principal  es,  que  cuando  se  cometa  la  inter- 
rogación sea  con  la  certidumbre  de  dejar  á  su  adversario  sin  respuesta.  Tal  fue  la 
magnífica  interrogación  de  Cicerón ,  defendiendo  á  Quinto  Ligario  delante  de  César 
contra  el  acusador  Tuberon  ,  que  habiendo  llevado  las  armas  contra  el  dictador ,  no 
tenia  pudor  ,  después  de  restituido  á  su  gracia ,  de  acusar  á  quien  nunca  fue  tan  ene- 
migo suyo  como  él :  Quid  enim^  Tubero^  districtus  Ule  tuus  in  acie  pharsalicagladius  agehatt 
cuJHS  latus  Ule  muero  petebat?  qui  sensus  erat  armomm  tuorum?  quee  tua  mens?  oculi?  manus? 


[511 
ardor  auimi?  quid  cupiebas?  quid  optábate?  c  Porque  ¿qué  golieitaba  tu  acero  desnudo  en  la 
batalla  de  Farsalia/  ¿á  qué  pecho  dírijias  su  punta?  ¿á  qué  fin  manejabas  las  armas? 
¿cuál  era  to  intención?  ¿qué  buscaban  tus  ojos,  tus  manos  ,  tu  ánimo  enardecido?  ¿qué 
querías?  ¿qué  deseabas?» 

A  veces  la  interrogación  es  figura  vehementfsima  de  pasión  ;  como  la  de  Dido,  figu- 
rándose el  peligro  de  acometer  á  Eneas  enmedio  de  los  troyanos. 

¿Quem  metui  montura? 

Si  el  morir  era  cierto  ¿qué  temia? 

En  efecto,  no  es  ajena  la  interrogación  de  la  lójica  délas  pasiones;  y  en  estos  casos 
obra  por  simpatía ,  cuando  es  bien  introducida.  Todas  las  almas  responden  á  placer  del 
que  las  pregunta  apasionado. 

La  Polisíndeton  ó  la  Asindenton  ,  esto  es ,  la  acumulación  ó  supresión  de  las  con- 
junciones son  figuras  de  que  se  hace  frecuente  uso.  Pero  es  menester  discernir  los 
casos  en  que  conviene  una  y  otra.  Cuando  queremos  esplicar  la  rapidez  con  que  pasan 
los  objetos,  ó  se  aglomeran  los  sucesos,  la  pluma  del  escritor,  arrebatada  por  las  ideas, 
deja  olvidadas  las  partículas ,  que  por  su  naturaleza  son  menos  esenciales  en  el  len- 
guaje ,  como  se  verifica  en  la  espresion  de  César ,  al  dar  cuenta  al  senado  de  la  guerra 
del  Ponto  :  veni^  vidi ,  vid,»  Llegué,  vi^  venci:  O  la  estanza  de  fray  Luis  de  León,  in- 
citando al  rey  Rodrigo  á  la  defensa  de  su  nación  : 

Acude ,  acorre  ,   vuela , 

traspam  la  alta  sierra ,  ocupa  el  llano , 

no  perdones  la  espuela , 

no  des  paz  á  la  mano  ^ 

menea  fulminando  el  hierro  insano. 

Pero  cuando  acomoda  al  escritor  llamar  la  atención  sobre  cada  uno  de  los  obje- 
tos que  presenta,  multiplica  para  separarlos  las  conjunciones  ó  bien  alguna  otra  parte 
de  la  oración  que  produzca  el  mismo  efecto ,  por  medio  de  la  figura  llamada  Repe- 
tición. Cicerón  dice  al  sedicioso  Catilina,  que  la  patria  le  aborrece  y  le  teme,  y 
añade  :  iHujus  tu  ñeque  auctoritatem  verebere^  ñeque  judicium  sequerCy  ñeque  vim  pertimes' 
res?  iTú  ni  respetarás  su  autoridad,  ni  seguirás  su  dictamen,  ni  temerás  su  poder? 

La  gradación  consiste  en  dar  cada  vez  mayor   vigor  al  pensamiento ,  y  aun  aco- 
moda que  las  frases  vayan  también  aumentando  y  se  hagan  cada  vez  mas  llenas  y 
sonoras,  para  auxiliar  con  la  armonía  el  aumento  que  toma  la  sentencia. 
Virgilio  dice: 

Arma  velit ,  posea tque  simul ,   rapiatque  juventus 
Quiera  las  armas  y  las  pida  al  punto 
y  la  fogosa  juventud  las  tome. 

La  suspensión  consiste  en  recorrer  las  diferentes  respuestas  que  pueden  darse  á 
una  cuestión ,  demostrando  brevemente  la  insuficiencia  de  todas ,  escepto  de  la  que 
dá  al  fin  el  mismo  escritor.  La  Preterición  en  suponer  que  se  omiten  muchas  ideas, 
cuando  realmente  se  insiste  en  ellas  ,  aunque  vigorosa  y  concisamente.  La  Corrección, 
en  enmendar  artificiosamente  lo  que  se  ha  dicho  para  buscar  una  palabra  mas  pro- 
|Ha,  ó  una  idea  mas  luminosa.  La  Concesión ,  en  suponer  verdaderas  algunas  propo- 
siciones del  adversario  para  confundirle  mejor.  Pero  estas  figuras  y  otras  muchas 
están  sometidas  á  las  reglas  generales  que  ya  hemos  espuesto,  á  saber:  i*  que  no 
sean  e»tudiadas:  2."  que  no  se  repita  una  sola  con  demasiada  predilección  :  5."  que 
nazcan  de  la  misma  materia  natural  y  oportunamente. 

Estas  reglas  pudieran  reducirse  á  una  sola :  solicitese  la  enerjia  del  pensamiento  y  de 
Im  frote  antes  que  la  elegancia.  Esta  vendrá  después. 

Podemos  también  contar  entre  las  figuras  del  raciocinio  las  mismas  formas  que 
loilójicos  le  han  asignado,  á  saber:  el  Entimema,  el  Sorítes,  el  Dilema,  y  tal 
vez  el  Silojismo.  Pero  son  estas  maneras  de  decir  tan  artificiosas ,  señaladamente  la 


[62] 


DE  LA  ORATORIA  SAGRADA. 


AUTICULO  I. 

VjONSIDKKAKKMOS  en  eslc  arliculo  la  elocuencia  del  pulpito  bajo  el  aspecto  litera- 
rio solamente,  sin  hablar  de  sus  relaciones  con  la  relijion  y  la  teolojía ;  porque  ei 
cuanto  á  esta  última  baste  decir  que  debe  saberla  muy  á  fondo  el  predicador;  en  cuanto 
á  ]»  primera  ,  nos  contentaremos  con  observar  que  entre  todas  las  creencias  el  cris- 
tianismo es  la  única  que  haya  exijido  de  sus  sacerdotes  la  predicacious  Y  es  predmqns 
fuese  así ;  pues  es  la  única  que  tiene  un  objeto  moral ,  y  se  dirije  esclusivameale  á 
perfeccionar  el  alma  del  hombre.  Asi  la  elocuencia  sagrada  es  un  género  de  Hleratan 
desconocido  antes  de  la  promulgación  del  evanjelio. 

Pero  este  género  ha  sufrido  varias  alteraciones,  como  todos  los  demás,  relativas 
á  las  mudanzas  de  Ins  tiempos  y  de  las  costumbres.  En  los  primeros  siglos  del  cristia- 
nismo fue  la  elocuencia  del  pulpito  muy  sencilla  :  carecia  de  movimiento  de  los  afeo- 
tos;  de  los  cuadros  animados  y  vigorosos  que  exaltan  la  fantasia  ;  de  la  armonia  estu- 
diada de  palabras  y  frases;  de  flores  y  adornos  retóricos ;  en  fin ,  de  todos  los  embelle- 
cimientos que  pudiera  darle  el  talento  de  los  hombres.  Keduoiase  á  la  esposicion  dd 
dogma  y  de  la  moral ,  hecha  casi  siempre  con  espresiones  tomadas  de  la  Escritora 
Santa.  Parece  que  los  primeros  Prelados  de  la  iglesia  temian  añadir  nada  á  la  palabra 
divina.  Quedaremos  admirados  si  comparamos  los  frutos  abundantísimos  de  la  predi* 
cacion  en  aquellos  tiempos  con  la  tenuidad  y  sencillez  de  los  medios  oratorios  que  st 
empleaban :  y  no  es  posible  desconocer  la  mano  de  la  providencia  del  Señor  ,  que  no 
quiso  que  se  debiese  la  conversión  del  mundo  á  la  fuerza  de  la  sabiduría  ó  de  la  elo- 
cuencia humana  ,  sino  solo  al  vigor  y  santidad  de  la  doctrina  evanjélica. 

Cuando  la  relijion  cristiana,  después  de  grandes  y  sangrientas  persecuciones,  hubo 
triunfado  del  poder  de  los  Césares,  del  orgullo  filosófico  y  de  todos  los  cálculos  de  la 
prudencia  del  siglo  ;  cuando  se  contó  en  el  número  de  los  fieles  á  los  emperadores ,  á 
los  cónsules  ,  á  los  grandes,  á  los  sabios  y  á  los  poderosos  del  mundo,  cesó,  por  de- 
cirlo asi  ,  en  el  orbe  romano  el  ministerio  del  api}$iolado  ^  y  comenzó  el  de  la)pf«rfiAi- 
rion.  No  se  trataba  de  convertir  á  la  fé,  sino  de  fortalecer  en  ella  á  los  oyente» ,  mas 
cruel  y  peligrosamente  acometidos  de  los  vicios  ,  hijos  de  la  prosperidad  ,  que  antes 
por  la  persecución,  anunciadora  de  la  palma  del  martirio.  Fue  preciso,  pues,  poniendo 
siempre  en  el  primer  lugar  que  se  le  debe ,  la  fuer/a  inefable  y  misteriosa  de  la  pa^ 
labra  de  Dios,  base  fnndamentaf  de  las  doctrinas,  desenvolverla  y  aplicarla  en  el  len- 
guaje que  hiciese  mas  impresión  en  la  masa  de  los  oyentes.  La  iglesia  honró  con  su 
aprobación  aquel  enlace  de  la  sencillez  evanjélica  con  los  movimientos  varoniles  y  se- 
veros de  la  verdadera  elocuencia ;  aquella  espresion  suave  de  la  acción  de  la  gracia; 
aquella  manera  nueva  de  embellecer  la  virtud  que  admiramos  en  las  homilías  de  los 
Agustinos  ,  Basilios  y  Crisóstomos. 

Si  las  leemos  con  atención,  observaremos  que  aquellos  venerables  Prelados,  modelos 
do  la  santidad  y  de  la  sabiduría  cristiana,  en  nada  se  apartaron  del  candor  evanjélico 
primitivo.  Generalmente  hablando,  se  reducían  á  esplicar  las  divinas  escrituras  yá 
deducir  de  ellas  reglas  y  preceptos  de  moral ;  y  para  hacerlas  perceptibles  y  amables 


[63] 

e  valían  do  todos  los  medios  propios  de  la  elocuencia  humana.  ¿Por  qué  Labia  de 
legái  seles  lo  que  fue  concedido  á  Séneca  ,  á  Sócrates ,  á  Cicerón?  £1  lenguaje  y  la  fia- 
ibra  eia  común  á  estos  filósofos  paganos  y  á  los  oradores  del  cristianismo.  Lo  que  era 
peculiar  á  estos ,  y  lo  que  caracteriza  su  ministerio  no  era  el  don  del  habla  9  común 
I  todos  los  hombres ,  sino  las  ideas  y  las  doctrinas. 

El  predicador  evanjélico  debe  enseñar  al  ignorante  ,  fortalecer  al  débil ,  levantar 
il  caído  ,  sostener  al  que  está  en  pié  :  en  una  palabra,  hacerse  iodo  para  todoi,  según  la 
«presión  de  S.  Pablo.  De  aquí  es  la  necesidad  de  presentar  las  verdades  cristianas 
Mjo  diversos  aspectos  y  formas ,  esplicarlas  con  claridad ,  mostrar  con  ardor  su  im- 
KMTtancia ,  y  no  debilitar  en  ningún  caso  su  alta  dignidad.  Cumplir  estas  varías  oblig*- 
iones  de  su  ministerio,  valiéndos  del  lenguaje  y  de  los  medios  que  la  esperiencia  de 
odos  los  siglos  ha  designado  como  mas  oportunos  para  convencer  y  persuadir  ,  00 
»  mas  que  poner  el  don  de  la  palabra  ,  recibido  de  la  naturaleza ,  á  disposición  de 
a  gracia  divina :  de  la  cual ,  y  de  ella  sola  debe  esperar  el  orador  el  fruto  abundante 
r  saludable  de  sus  tareas. 

£q  las  Homilías  ya  citadas  casi  siempre  era  dado  el  asunto  ó  argumento  de  la  ora- 
joo  por  el  pasiye  de  la  escritura  que  se  trataba  de  esplicar.  Asi  el  plan  era  sencillísi*- 
M  y  sin  artificio.  Si  cabía  algún  embellecimiento  ,  era  en  las  figuras  de  elocución. 
jm  padres  de  aquellos  siglos  las  usaron,  con  mucha  sobriedad.  £1  mayor  adorno  y 
|ae  mas  frecuentemente  se  nota  en  sus  oracianes  es  el  de  la  introducción  del  estilo 
^  aun  de  las  palabras  mismas  del  testo  sagrado ,  muy  oportunamente  injeridas  en 
na  exortaciones.  Ya  esplicarémos  después  la  razón  de  esta  costumbre  que  ba  durado 
lula  boy  y  durará  hasta  la  consumación  de  ios  siglos. 

Eolre  las  tinieblas  de  la  edad  media  se  conservó  el  cristianismo  y  con  él  la  civiliza* 
ion*  Los  oradores  sagrados  recordaron  sin  cesar  á  pueblos  feroces  é  ignorantes  lo 
|«e  debían  á  Dios  y  á  sus  prójimos.  Esta  voz  no  se  cansó  de  clamar  en  el  caos  intelec- 
nal,  moral  y  político  en  que  se  hallaba  la  Europa,  hasta  que  los  elementos  déla  nueva 
reaeion  se  desenvolvieron  ,  la  virtud  recobró  sus  derechos  ,  las  ciencias  brillaron  y  la 
nafquia  desapareció. 

£oiónces  la  predicación  de  la  divina  palabra,  aunque  sin  alterarse  en  el  fondo,  ad» 
ailió  formas  diferentes.  Tratábanse  en  el  pulpito  las  materias  políticas  porque  el  cris- 
ianismo  había  sido  en  los  siglos  anteriores  un  poder  político.  Pronunciábanse  en  aquel 
afar  sagrado  elojios  fúnebres ,  oraciones  gratulatorias  por  los  sucesos  prósperos :  di* 
yiaose  inyectivas  contra  los  enemigos  del  eslado:  en  una  palabra,  era  el  pulpito,  como 
a  había  sido  en  los  siglos  bárbaros  •  la  tribuna  nacional ;  y  aun  en  el  dia ,  aunque 
iQB  QMnos  frecuencia  y  ciertamente  con  mas  decoro  y  dignidad  ,  se  dicen  oraciones 
la  esta  especie  en  la  cátedra  del  Espíritu  Santo  :  bien  que  los  buenos  oradores  dan 
íempre  á  estas  materias  profanas  el  aspecto  moral,  bajo  el  cual  debe  contemplarlas  el 
Kunbre  relíjioso. 

Eo  cuanto  á  los  asuntos  puramente  cristianos  ,  se  dividieron  los  sermones  en  doc- 
rinalesó  catequísticos',  morales  y  panejiricos.  Los  primeros  tienen  por  único  objeto 
a  eoseñanza  de  la  doctrina  cristiana  :  los  segundos ,  la  convicción  de  las  verdades 
vanjélicas,  y  sobre  todo  la  persuacion  á  la*  práctica  de  las  virtudes.  Los  panejiricos, 
specie  de  imitación  del  género  ,  que  los  antiguos  llamaron  demostrativo  ,  consistieron 
a  celebrar  algunos  de  les  misterios  de  nuestra  relijion  ó  las  virtudes  de  los  héroes  del 
riatíanismo. 

Esta  misma  división  existe  hoy.  Pero  sea  el  asunto  el  que  se  fuere ,  subsiste  la  cos- 
ambre  antigua  de  esplicar  en  el  sermón  un  testo ,  el  cual  indica  el  aspecto  bajo  el 
nal  quiere  el  orador  considerar  la  materia  de  que  trata.  Pero  se  ha  introducido  el  uso 
e  dividir  los  sermones  en  partes  ;  y  aun  los  oradores  franceses  han  llevado  hasta  el 
iceso  con  frecuentes  subdivisiones  esta  costumbre.  £1  exordio,-  la  proposición  del  ar- 
:umento ,  la  aplicación  del  testo  y  el  plan  de  la  oración  separan  ya  mucho  nuestra 
ctoal  forma  da  predicación  de  la  que  aa  iiaó  en  la  iglasia  antas  de  la  irrupción  de 
m  bárbaros. 

Pero  el  fondo  es  el  mismo,  y  el  mismo  el  carácter  de  esta  nuevo  género  de  elo- 
fia»cía»  £a  divina ptUa^a ,  prtdicada  y  éi$fmmta  99n  4i§nidai  y  ftekemeneia  constituye  en 
(  dia  la  asaocia  de  I06  buenos  sermaaaa ,  coopto  eoArtiioia  aotíguamanta  la  de  laa  bua« 


ñas  Homilías*  No  puede  ser  otra  cosa  la  predicación  cristiana :   no  puede  haber  doi 
oratorias  sagradas,  una  de  los  siglos  primitivos  y  otra  de  los  siglos  modernos. 

Si  se  nos  preguntase  cuál  de  las  dos  formas  nos  parece  preferible,  responderiamof , 
que  si  la  primera,  por  la  dignidad  y  santidad  del  predicador,  cuya  presencíasela  en 
un  verdadero  sermón ,  podia  ser  mas  ventajosa  en  los  siglos  en  que  estuvo  en  práctica, 
ahora  ,  siendo  el  uso  de  la  predicación  mas  frecuente ,  nos  parece  mejor  la  seganda 
bajo  el  aspecto  literario.  No  hay  ya  como  entóneos  un  prelado  en  cada  pueblo  de 
al¿una  consideración.  Los  deberes  del  episcopado  se  han  hecho  mas  ostensos ,  y  ha  sido 
forzoso  delegar  el  ministerio  de  la  palabra.  Pueden  asi  los  oradores  trabajar  mejor  sas 
obras  ,  y  por  consiguiente  predicar  con  mas  truto.  Por  otra  parte ,  la  unidad  de  arga* 
mentó ,  que  se  exije  con  mas  rigor  en  un  sermón  que  en  una  Uomilía ,  da  proporcioQ 
al  predicador  á  ceñir  mas  sus  ideas ,  y  limitándolas  á  un  solo  objeto ,  puede  inosbir 
mejoría  conexión  íntima  que  hay  éntrelas  doctrinas  dogmáticas  y  las  morales;  co- 
nexión que  prueba  á  los  ojos  de  la  razón  humana  ,  tan  descontenladiza  en  naestn» 
días,  la  excelencia  del  cristianismo. 

Considerada  la  oratoria  sagrada  como  un  ramo  de  literatura  ,  es  claro  que  los  on* 
dores  franceses  llevan  en  él  la  palma  á  los  de  otras  naciones.  Ni  Italia,  ni  España,  ni 
Inglaterra  tienen  nada  que  oponer  á  la  elevación  de  Bossuet,  á  la  unción  de  Massillon, 
á  la  elegancia  de  Flechier ,  á  los  movimientos  atrevidos  de  Bribaine ,  ni  á  la  l^jiei 
de  Bourdaloue.  Los  ingleses  han  renunciado  á  todo  lo  que  sea  movimiento  de  afectos; 
y  sus  oraciones ,  que  ademas  se  leen  y  no  se  pronuncian  ,  son  mas  bien  discursos  doc- 
trinales sobre  algún  punto  relijioso ,  que  espresiones  vehementes  de  los  sentimíenloi 
del  corazón.  No  sabemos  decir  si  esto  procede  del  carácter  de  controversia  que  impri* 
mió  la  reforma  á  los  predicadores,  ó  del  deseo  de  imitar  el  método  de  los  siglos  anti- 
guos ,  ó  la  índole  misma  de  la  nación ,  que  no  se  presta  fácilniente  sino  á  aquéUai 
ideas  do  que  está  íntimamente  convencida  ,  y  que  mira  como  inútiles  los  medios  de 
persuasión,  cuando  se  han  empleado  con  felicidad  los  del  convencimiento. 

£n  España  se  observa  en  esta  clase  de  literatura  un  fenómeno  muy  raro.  Naeslros 
escritores  relijiosos  son  elocuentísimos  en  los  libros  que  escribieron  sobre  la  moral 
cristiana.  En  las  obras  de  Granada  ,  León  ,  Avila,  Puente  y  Chaide  hay  un  repertorio 
admirable  de  pensamientos  cristianos  muy  bien  desenvueltos ,  con  todos  los  adornos 
que  puede  admitir  la  elocuencia  del  pulpito  ,  y  con  toda  la  noción  de  que  necesita. 
Pero  estos  mismos  que  predicaban  tan  bien  en  sus  libros,  cuando  hablaban  al  pue- 
blo ,  olvidaban  ,  por  decirlo  así ,  su  elocuencia ,  y  se  reducían  al  ministerio  de  va 
catequista.  No  podemos  atribuir  esta  conducta  sino  al  deseo  de  acomodarse  á  la  capa- 
cidad del  vulgo ,  generalmente  muy  poco  instruido  en  España.  Bossuet  y  MassOloa, 
predicando  en  la  corte  de  Luis  XIV ,  tenían  por  oyentes  los  hombres  mas  sabios  de 
su  siglo.  Nuestros  Granadas  y  Chaides  no  tuvieron  un  teatro  tan  ventajoso;  pero  leían 
fibras  las  personas  mas  instruidas  de  España.  Por  eso  escribieron  mejor  que  predicaron. 


ARTÍCULO  II 


K 


L  sermón  se  distingue  de  los  demás  géneros  de  oratoria ,  en  que  generalmente 
hablando  se  dirijo  mas  bien  á  la  persuacíon  que  á  la  convicción.  Pocos  serán,  entre 
los  que  concurren  á  oír  á  un  predicador,  los  que  no  estén  convencidos  de  las  ver- 
dades y  doctrinas  que  promulga;  pero  son  muchos  los  que,  creyéndolas  y  confesándolas 
f-on  su  entendimiento  y  con  su  boca,  no  se  resuelven  á  arreglar  á  ellas  su  conducta.  Ni 


(65  J 
lasU  conocer  la  verdad  :  es  meDester  amarb  y  hacerla  iriuníar  de  las  pasiones,  fisla 
s  la  condición  del  hombre  ,  descrita  aun  en  los  tiempos  de  la  filosofía  pagana  por 

0  poeta: 

Video  meliora  proboque, 

Deteriora  sequor. 

(Conozco  las  virtudes ,  las  apruebo^ 

y  sigo  la  maldad.) 

or  consiguiente ,  el  ministerio  de  la  predicación  que  se  dirije  á  la  perfección  moral 
el  bojBibre  ,  no  tanto  debe  versarse  acerca  de  las  máximas  como  de  los  sentimientos: 
i  fuena  no  está  en  la  lójica  que  demuestra ,  sino  en  la  persuaden  que  conmueve, 
a  elocuencia  del  pulpito ,  en  la  parte  que  es  puramente  humana  y  depende  del  talen- 
» ,  del  trabajo  y  del  estudio  del  orador ,  debe  dar  al  pensamiento  cristiano  los  estí- 
lulos  necesarios  para  que  no  se  quede  en  el  entendimiento  del  oyente,  sino  conmueva 

1  fantasía  y  penetre  en  su  corazón. 

Esto  es  sumamente  dificil ,  y  tanto  mas,  cuanto  todos  los  sermones,  señaladamente 
m  morales,  ban  de  versar  por  necesidad  sobre  asuntos  conocidos  del  auditorio, 
íllados  á  fuerza  de  repetirse  y  por  lo  mismo  casi  incapaces  de  admitir ,  ni  aun  en  la 
irmat ,  el  mérito  de  la  orijinalidad  ;  cuando  por  otra  parte  carecen  del  interés  mate- 
al  y  sensible,  que  dá  taa  vasto  campo  á  la  elocuencia  del  foro  y  á  la  de  la»  tribuna: 
lando  no  se  puede  ni  se  debe  descender  á  descripciones  particulares  que  parecerian 
¡tratos  dispuestos  para  satisfacer  la  malignidad  de  los  oyentes  mas  bien  que  para  cor- 
jirlos  y  edificarles  :  en  fin,  cuando  la  generalidad  misma  de  \ós  asuntos  parece  que 
!  niega  á  admitir  los  embellecimientos  que  podrian  tener  cuadros  particulares. 

Necesario  es ,  por  ejemplo ,  predicar  con  frecuencia  á  los  fieles  el  precepto  de  la 
iriáiad.  Así  se  ha  hecho  y  se  hará  y  se  deberá  hacer  en  la  iglesia  cristiana.  Pero  ¿dónde 
tá  el  predicador ,  que  pueda  decir  :  Vo  predicaré  can  tiovedad  acerca  de  esta  mrtud :  yo 
Qondré  nueoas  motivos  :  yo  incitaré  con  nuevos  motimientos  el  corazón  de  los  oyentes?  Todo 
iá  dicho  ya  ,  y  no  es  posible  ni  aun  inventar  una  frase  nueva  en  materia  tan  deseo- 
icida.  Y  sin  embargo  es  menester  no  dejar  de  predicar  acerca  de  esta  primera  virtud 
ú  cristianismo,  opportuné  :  importune, 

£s  verdad  que  las  máximas  relijiosas  y  morales  son  del  mayor  interés  para  el  hom- 
'e:  es  verdad  quede  la  obediencia  á  ellas  depende  su  felicidad  presente  y  futura: 
mbien  es  cierto  que  á  ninguna  cosa  se  adhieren  con  mas  firmeza  los  individuos  y  los 
leblos  como  á  su  relijion ;  pues  á  ella  están  ligados  el  consuelo  en  las  adversidades  y 
fi  esperanzas  mas  importantes.  Estas  son  disposiciones  felices  que  el  orador  cristiano 
I  debe  olvidar  para  valerse  de  ellas  en  tiempo  y  ocasión  oportuna.  Pero  las  pasiones 
imanas  destruyen  por  otra  parte  la  obra  de  la  fé:  se  creen  verdades  y  se  obra  contra 
las*  La  importancia  é  interés  de  las  máximas  cristianas  casi  desaparecen  en  nuestro 
^azon  ante  los  prestigios  de  la  vida.  La  creencia  es  un  acero  embotado  :  el  miniate- 

0  del  predicador  es  afilarlo  y  hacer  que  hiera. 

I.as  reflexiones  anteriores  son  suficientes  para  indicar  las  reglas  que  deben  seguirse 

1  ia  práctica  de  la  predicación,  reducidas  todas  á  este  principio:  penetrar  losam- 
os de  los  oyentes  de  la  siiblimidad  é  importancia  do  las  verdades  relijiosas  ;  y  evitar 
lidadosamente  al  tratarlas  la  vaguedad  y  la  generalidad.  Para  lo  primero  debe  insis- 
"se  en  cada  virtud  que  sirva  de  asunto,  en  las  miras  del  Señor,  que  nos  han  sido  re- 
Jadas  acerca  de  ella,  y  en  la  perfección  que  adquiere  con  su  práctica  el  alma  del 
imbre. 

La  vaguedad  es  un  defecto  bastante  común  en  los  que  se  dedican  al  ministerio  del 
ilpito.  Es  ya  proverbial  la  censura  que  han  merecido  muchos  sermones  de  comen- 
r  por  la  creación  del  mundo  y  acabar  por  el  dia  del  juicio.  Es  necesario,  si  no  se  quie- 
confundir  las  ideas  ni  perder  el  fruto  de  la  oración  ,  ceñirse  estrictamente  al  asunto 
!  que  se  trata  ,  desentrañarlo  completamente ,  y  atacar  á  un  mismo  tiempo  el  racio- 
lio  ,  la  imajinacion  y  los  afectos ,  que  son  las  tres  fortalezas  que  ha  de  rendir  el  (|ue 
úera  apoderarse  de  los  ánimos.   £1  que  desee,  por  ejemplo,  recomendar  la  virtii 

la  humildad ,  no  ha  de  mezclar  con  ella  ni  el  elojio  ni  la  persuasión  de  otraa  vir- 
des  ,  aunque  pueda  muy  bien  insistir  en  la  necesidad  de  ser  humilda  para  poseerlas 

9 


[66] 
realmente.  Al  contrario ,  debe  esplicar  circunstanciadamente  los  frutos  preciosos  de 
la  humildad,  las  aberraciones  y  desventuras  del  orgullo  su  contrario :  los  conandos^la 
tranquilidad,  la  sublime,  verdadera  grandeza  que  comunica  al  alma,  y  en  fia ,  cmals 
la  acerca  al  divino  modelo  que  quiso  que  de  él  la  aprendiésemos.  Emprendiendo  arte 
camino  es  seguro  que  no  faltarán  pensamientos  al  orador ,  aunque  no  salga  del  cir* 
culo  de  su  asunto :  la  sagrada  Escritura,  los  Padres  ,  los  libros  piadosos ,  y  su  tidento 
se  los  sujerirán  en  abundancia. 

Pero  cacaso  no  será  orijinal  en  sus  ideas.»  Esto  bien  puede  suceder;  porque  an 
moral  y  eii  relijion  es  ya  casi  imposible  encontrar  un  pensamiento  que  no  dejando  de 
ser  verdadero ,  sea  nuevo.  Las  máximas  universales  se  agotan  pronto  en  cualquier  aa* 
teria  que  se  trate.  Asi  el  orador  cristiano  debe  aspirar ,  si  no  á  ser  orijinal  en  elfiMldt, 
porque  casi  siempre  será  imposible ,  á  serlo  por  lo  menos  en  la  manera  de  tratar  m 
asunto ,  evitando  hasta  cierto  punto  el  escollo  de  la  generalidad^  que  es  otro  de  loe  me 
pueden  oponerse  al  buen  éxito.  Decimos  hasta  cierto  punto  porque  menester  es  que  jm 
máximas  virtuosas  se  demuestren  y  se  persuadan  :  pero  ¿quién  quita  que  se  preseolMi 
en  cuadros  animados  que  conmuevan  la  fantasía?  ¿que  se  citen  ejemplos  oportunos  lo- 
mados ya  de  la  Biblia ,  ya  de  la  historia  eclesiástica?  ¿que  se  penetre  en  el  coraioa  del 
hombre  y  desenvolviendo  sus  dobleces  se  patentice  á  cada  uno  de  los  oyentes  cuál  ei, 
la  verdadera  causa  que  le  retiene  en  los  lazos  del  vicio  y  le  impide  seguir  el  camiao  de 
la  virtud  y  de  la  perfección?  ¿que  se  le  indiquen  los  medios  de  vencerfeste  obsláodo 
que  parece  insuperable?  ¿que  se  contraponga  en  fin  ,  á  la  descripción  horrible  de  h 
maldad  la  hermosa  perspectiva  de  un  alma  adornada  y  fortalecida  por  las  virtudesf  De 
esta  manera  podrá  ser  orijinal  el  predicador;  y  para  ello  aun  le  restan  otros  mediei 
que  su  talento  le  sujerirá ,  como  por  ejemplo  ,  el  del  carácter  de  su  auditorio.  No  se 
debe  predicar  del  mismo  modo  en  una  aldea  que  en  una  corte ;  y  un  orador  hábil 
puede  valerse ,  como  hizo  el  P.  Bridaine ,  de  esta  diferencia ,  para  presentar  bi^  aa 
aspecto  nuevo  las  verdades  del  cristianismo. 

En  los  sermones  panejíricos  puede  tener  mas  amplitud  el  orador ;  pues  en  los  de 
los  Santos  ha  de  entrar  como  parle  integrante  de  la  oración,  un  resumen  de  su  irida ;  y 
no  es  indiferente  la  manera  de  hacerlo ,  pues  de  él  ha  de  depender  el  elojio  de  m 
virtudes  mas  escelsas ,  y  la  revelación  de  los  designios  de  la  Providencia  en  la  santa  j 
laboriosa  carrera  por  la  cual  le  condujo.  En  los  sermones ,  cuyo  asunto  sea  un  mistorio 
de  la  relijion,  cabe,  ademas  de  la  esposicion,  el  pensamiento  moral,  encerrado  ea  d; 
porque ,  como  ya  hemos  dicho ,  no  hay  ningún  dogma  de  cuantos  se  nos  manda  creer 
que  no  tenga  una  conexión  inmediata  con  la  virtud. 

Mas  libre  corre  la  elocuencia  sagrada  en  los  elojios  fúnebres ,  en  las  oraciones  gn* 
tulatorías  y  en  otros  asuntos  que  no  dicen  tanta  relación  con  la  moral  relijiosa.  Pero  ea 
ellos  deberá  guardarse  el  orador  de  parecer  un  solo  momento  alejado  de  su  ministarie 
ú  olvidado  de  las  verdades  eternas.  Léase  á  Bossuet ,  y  se  verá  de  qué  manera  eolatt 
la  narración  de  los  acontecimientos  humanos  con  las  ideas  cristianas.  c¡Oh  reina!  ¡oh 
madre!  ¡oh  esposa ,  digna  de  mejor  fortuna ,  si  las  fortunas  de  la  tierra  valieran  algo!» 
Asi  dice  después  de  haber  enumerado  los  infortunios  de  María  Enriqueta ,  esposa  del 
infeliz  Carlos  I  de  Inglaterra ;  y  esta  sublime  corrección  indica  de  qué  manera  puedea 
atreverse  los  oradores  sagrados  á  describir  los  sucesos  transitorios  del  mundo  en  la  cá- 
tedra de  la  eternidad. 


ARTICULO  Itl. 


rlABIENDO  yá  esplicado  con  suficiente  estension  el  espíritu  y  las  ideas  qué  deben  do>  ' 
minar  en  este  género  de  elocuencia  pasemos  á  tratar  de  la  distribución  y  del  estilo. 
No  somos  enemigos  de  la  división  del  sermón  en  partes;  pero  tampoco  la  creemol; 


i 


[*'l  ... 

de  obligación;  y  ademas  juzgamos  que  las  subdivisiones,  tales  coma  las  han  usado  al- 
gunos predicadores  franceses  >  lejos  de  dar  reposo  á  la  atención  de  los  oyentes  y  poner 
en  orden  sus  ideas,  cansan  la  memoria  con  la  multiplicidad  de  los  aspectos  bajólos 
cuales  se  considera  el  pensamiento  principal,  y  lo  confunden  y  oscurecen  en  vez  de 
ilustrarlo.  Dan  también  á  la  oración  el  carácter  de  una  discusión  lójica  y  de  mero  ra- 
ciocinio ,  carácter  que  solo  podría  sufirirse  en  los  sermones  catequísticos. 

Bien  parece  una  división  cuando  el  asunto  la  ofrece  por  si  mismo,  aunque  se  es- 
tienda á  tres  partes.  Mil  ejemplos  tenemos  de  esto  en  los  buenos  predicadores ;  pero 
imponerle  al  orador  sagrado  la  obligación  de  dividir  precisamente  el  sermón ,  aun 
cuando  la  materia  ni  el  testo  lo  permitan,  es  obligarle  á  buscaren  una  sutileza  los 
medios,  no  de  dividir^  sino  de  desquebrajar  su  oración  con  ofensa  del  buen  gusto,  y  lo 
que  es  mas  ,  con  grave  perjuicio  del  buen  éxito ;  porque  todo  lo  que  huela  á  dialéc- 
tica en  un  sermón  está  fuera  de  su  lugar.  Hay  algunas  divisiones ,  que  aunque  na- 
turales son  demasiado  obvias  ,  y  están  ya  muy  trilladas.  ¿Quién  no  conoce,  tratán- 
dose de  la  muerte ,  la  división  de  partes  en  la  muerte  del  justo  y  la  del  pecador?  Sin 
embargo  ,  por  muy  conocidas  que  sean  nos  parecen  mejor ,  porque  de  ellas  puede  sa- 
carse fruto ,  que  las  que  se  fundan  en  una  distinción  demasiado  abstracta  é  inopor- 
tuna que  solo  sirva  para  indicar  las  pausas  del  predicador. 

Es  loable  y  santa  la  costumbre  de  invocar  al  fin  del  exordio  la  intercesión  de  la 
Vírjen  madre  de  Dios.  En  nuestra  opinión  ,  cuando  ninguna  circunstancia  accidental 
dé  materia  al  exordio  será  mejor  el  que  se  deduzca  de  la  esplicacion  dogmática  del 
asunto  y  de  la  esposicion  del  testo  que  sirve  de  tema.  Esté  es  el  medio  mas  oportu- 
no para  hacer  propio  el  exordio.  En  él  deberá  hacerse  la  división  cuando  haya  lu- 
gar á  ella. 

En  cuanto  á  la  parte  de  las  pruebas  es  menester  que  el  predicador  sepa  distinguir 
entre  su  ministerio  y  el  del  teólogo.  A  este  toca  esponer ,  demostrar ,  convencer :  la 
cátedra  del  doctor  debe  resonar  con  los  argumentos  que  triunfiam  del  entendimiento :  la 
del  orador  sagrado  con  los  motivos  que  subyugan  el  corazón.  Deberá,  pues ,  presen- 
tar las  pruebas  de  tal  manera  ,  que  al  mismo  tiempo  que  convenza  la  razón  gane  los 
afectos. 

¿Ea  lícito  emplear  en  la  oratoria  sagrada  los  conocimientos  filosóficos?  Sí :  porque 
hay  almas  sobre  las  cuales  produce  mucho  efecto  el  uso  de  la  razón  natural.  Pero  los 
argumentos  que  se  tomen  de  la  moral  filosófica  deben  ser  siempre  modificados  y  per- 
feccionados por  la  evanjélica.  Bueno  es  que  los  fieles  sepan  que  la  virtud  es  natural' 
bínente  amable ;  poro  es  menester  decirles  al  mismo  tiempo  que  sin  la  luz  de  la  relijion 
no  puede  el  hombre  practicarla  fácilmente,  ni  elevarse  á  su  perfección.  Es  menester 
distinguir  lo  que  hacen  los  gentiles  de  lo  que  el  Salvador  mandaba  á  sus  apóstoles.  Un 
orador  cristiano  puede  tal  vez  hablar  el  lenguaje  de  Sócrates ,  Cicerón  y  Séneca  ;  pero 
ha  de  ser  para  elevarse  inmediatamente  al  del  Evanjelio  ,  y  mostrar  la  superioridad 
de  sus  preceptos  sobre  los  de  la  razón  humana  ,  Única  antorcha  que  guiaba  á  aquellos 
filósofos. 

I^as  narraciones  ,  cuando  ocurren  en  el  sermón ,  deben  ser  concisas  ,  porque  no  se 
crea  que  el  orador  se  complace  en  desplegar  su  talento  para  narrar ;  y  veroHmiltSy  con- 
dición necesaria  de  toda  narración.  No  le  basta  ser  verdadera  ,  es  preciso  ademas  que 
unos  sucesos  se  espliquen  por  otros    sí   ha  de  producir  el  efecto  que  se  desea. 

La  parte  patética  es  la  principal  de  la  oratoria  sagrada ,  cuyo  objeto  es  como  ya 
hemos  dicho  ,  la  conmoción.  Nada  diremos  sobre  ella  porque  todo  sería  inútil  para  el 
predicador  á  quien  su  corazón  no  enseñase  cuándo  y  en  qué  partes  de  su  oración  debe 
conmover  los  afectos  cristianos.  Nadie  ignora  que  el  epílogo  ,  donde  se  ha  de  asegurar 
el  triunfo  exije  mayor  calor  y  movimiento. 

Réstanos  hablar  del  estilo.  La  predicación  es  la  que  necesita  mas  corrección  y  cui- 
dado en  esta  parte  ;  porque  si  se  escusan  muchos  defectos  en  el  que  nos  habla  de  in- 
tereses materiales  ó  litijiosos,  nada  se  perdona  al  que  viene  á  persuadirnos  en  nombre 
del  Señor ,  la  práctica  de  las  virtudes.  Para  ese  son  las  censuras  y  los  ludibrios  de 
los  que  poseen  ó  creen  poseer  la  prudencia  del  siglo. ' 

Los  sentimientos  cristianos  son  de  dos  clases  en  cuanto  al  efecto  que  producen  en 
el  alma :  la  elevan  sin  orgullo  los  unos ;  los  otros  la  enternecen  y  suavizan  sin  debi«^ 


lidad.  Lo  sublime  de  las  ideas  relijiosas  carece  necesariamente  de  soberbia ;  pues  por 
mas  que  se  remonte  el  pensamiento  ,  ¿cómo  puede  contemplar  el  hombre  la  grandca 
de  Dios ,  sin  sentir  al  mismo  tiempo  su  propia  misería  y  la  nada  de  cuanto  el  mondo 
llama  grande?  ¿ni  cómo  puede  haber  debilidad  en  los  afectos  tiernos  de  amor ,  gra- 
titud ,  consuelo  y  esperanza ,  si  ellos  comunican  al  alma  la  firmeza  necesaria  para  la 
práctica  de  las  grandes  virtudes? 

La  naturaleza,  pues,  de  estos  sentimientos  indican  el  carácter  del  estilo  propio 
de  la  oratoria  sagrada ,  verdaderamente  simbolizado  en  el  pannl  y  el  león  de  Sansón. 
Sus  dotes  esenciales  son  la  fuerza  y  la  dulzura  :  comprendidas  bajo  el  nombre  de  m- 
cion  con  que  se  designa  en  los  sermones  buenos  la  calidad  de  atraer  y  fortíficar  hs 
almas. 

Pero  no  nos  engañamos.  Ni  la  sabiduría  ni  la  elocuencia  del  siglo  pueden ,  Áwo 
muy  débilmente  ,  comunicar  ese  carácter  á  las  oraciones  sagradas.  Es  menester  formar 
el  estilo  sobre  el  único  modelo  que  puede  haber  en  esta  materia ,  que  es  la  palabra  de 
Dios.  Es  menester  que  el  orador  sagrado  se  penetre  del  estilo  de  la  Biblia :  de  aqnelli 
sencillez  sin  la  cual  no  hay  sublimidad  :  de  aquel  candor  ,  que  inspira  á  uo  mismo 
tiempo  cariño  y  confianza:  de  aquella  fílosoña  práctica  que  hac«  fácil  y  amable  el  yv* 
<>:o  de  la  virtud :  de  aquellas  máximas  que  sin  necesidad  de  pruebas  conTencen  A 
corazón  antes  que  el  entendimiento,  y  le  hacen  csclamar;  Dioa  entd  aqtd,  y  yo  nolo 
sabia  :  en  íin  ,  de  aquella  elocuencia  inanalizable  y  misteriosa  4]iie  sin  los  adornos,  la 
pompa  y  los  artificios  de  la  del  siglo  ,  subyuga  suavemente  los  ánimos  y  les  da  valor  y 
fortaleza  para  triunfar  dé  las  pasiones  de  carne  y  sangre. 

Lo  repetimos  :  no  creemos  que  la  oratoria  sagrada  pueda  tener  otro  estilo  ,  sino  el 
uc  esté  calcado  en  el  de  la  Santa  Escritura.  No  por  eso  opinamos  que  un  sermón  haya 
e  ser  un  tejido  de  versículos  tomados  del  antiguo  y  nuevo  testamento.  Algunos  lo  han 
hecho  así  y  no  han  producido  buen  efecto;  porque  se  ha  conocido  el  trabajo  y  la 
afectación  ,  enemigos  mortales  de  la  elocuencia.  Lo  que  aconsejamos  es  que  el  pre- 
dicador ,  sin  atenerse  precisamente  á  las  palabras ,  conserve  el  espíritu  de  los  libros 
sagrados ,  que  habrá  bebido  en  su  frecuente  lectura ,  sin  dejar  por  eso  de  citarioi 
y  esplanarlos  cuando  se  presente  la  ocasión  oportuna. 

De  aquí  es  que  tanto  en  las  homilías  de  los  padres  de  la  iglesia  ,  como  en  loa  ser- 
mones de  los  predicadores  modernos,  se  ha  usado  siempre  el  lenguaje  de  la  Biblia,  sin 
que  sea  posible  trocarle  por  otro ,  á  no  ser  que  se  quiera  cambiar  el  carácter  dé  la 
oratoria  sagrada.  De  aquí  procede  también  que  los  idiomas  de  las  naciones  criitii- 
nas  se  hayan  enriquecido  con  un  gran  número  de  frases  y  modismos  de  la  lengua  hebrea. 

Nosotros ,  para  caracterizar  el  estilo  de  la  oratoria  sagrada ,  nos  hemos  valido  so- 
lamente de  razones  tomadas  de  la  análisis  literaria  aplicada  á  la  moral  relijiosa*  Pw 
no  hay  predicador  que  pueda  presumir  de  sí  ser  capaz  de  espresar  las  verdades  evaa- 
jélicas  en  mejor  lenguaje  que  el  mismo  Evanjelio.  Tampoco  hay  ninguno  que  ignore 
(|ue  las  grandes  promesas ,  hechas  al  ministerio  de  la  predicación ,  son  bajo  la  oon- 
dicion  de  que  se  predique  la  palabra  divina.  Es  imposible ,  pues,  que  se  preariada 
en  la  oratoria  sagrada  de  la  letra  y  del  espíritu ;  y  por  consiguiente  del  estilo  de  h 
Escritura. 


i 


j 


[69] 


SERMÓN 

QTTX  PIUDDZOO  SXT  ZaA  OATSSDS^AZa  DS  SSTZZaZiA 

en  acnon  de  gracias. 


IKiiii  niANiJEi.  liOPEE  CErcRo*— Cerilla  ^  1899. 


A 


L  mismo  timupo  que  publicábamos  nuestras  ideas  y  observaciones  sobre  la  oratoria 
sagrada  ,  llegó  á  nuestras  manos  este  sermón,  en  el  cual  dio  el  orador  una  prueba  in- 
signe de  las  doctrinas  que  espusimos.  Cuanto  recomendamos  en  aquellos  artículos  se 
halla  puesto  en  práctica  en  esta  oración. 

Peroantes  de  examinarla  no  podemos  menos  de  observar  que  este  sermón  no  solo 
ea  UD  buen  escrito,  sino  una  buena  acción.  £1  nombre  del  Sr.  Cepero  es  ya  histórico; 
y  DO  menos  que  su  instrucción  ,  su  amor  á  la  patria  ,  su  espíritu  relijioso  nunca  des- 
meotído,  y  su  afecto  á  la  verdadera  libertad  han  contribuido  á  hacerlo  célebre  las 
persecuciones  de  que  ha  sido  victima.  Pues  bien;  esc  mismo  hombre,  calumniado, 
preso  por  muchos  años  y  segregado  de  la  sociedad  ,  es  el  que  levanta  su  voz  con  una 
enerjía  verdaderamente  apostólica  ,  predicando  la  paz  á  favor  de  los  mismos  que  le 
pefsigoieron  y  aherrojaron  ;  y  si  no  de  las  mismas  personas ,  porque  acaso  ya  no  exis- 
tirán ,  á  favor  por  lo  menos  de  los  que  pensando  y  obrando  como  ellas,  hubieran  he- 
cho lo  naismo  en  igualdad  de  circunstancias.  E^te  el  caso  de  decir  que  la  presencia  sola 
id  frtdicador  equivale  á  un  sermón.  Hemos  querido  anticipar  esta  observación ,  porque 
para  nosotros  los  intereses  de  la  virtud  son  muy  superiores  á  los  de  la  literatura;  y 
también  porque  queremos  dar  al  ilustre  orador  una  prueba  pública  de  que  no  fue  po* 
sible  á  sus  oyentes,  ni  lo  será  á  sus  lectores ,  desconocer  el  único  argumento  que  él 
omitió  eo  su  oración  ,  y  que  generalmente  es  el  mas  fuerte  de  todos  ,  á  saber:  H  del 
Imeneiemplo. 

El  asunto  del  sermón,  reducido  á  la  acción  de  gracias  por  un  acontecimiento  fausto 
para  la  patria  no  pertenece  en  el  fondo  á  la  doctrina  moral  ni  al  dogma  evanjélico.  Es 
de  circunstancias  puramente  humanas  y  del  orden  político  ;  pero  el  orador  ha  sabido 
convertirlo  en  un  asunto  esclusi  va  mente  relijioso ,  apoderándose  de  la  idea  de  la  /mije,  . 
consecuencia  del  suceso  que  sirve  de  materia  al  discurso.  Su  división  es  natural :  los 
bienes  déla  paz  y  de  la  caridad  forman  un  contraste  de  que  debia  aprovecharse  aun 
involuntariamente  el  que  hubiese  de  tratar  este  asunto.  Pero  el  mérito  de  la  idea 
está  en  su  desempeño. 

Agrádanos  infinito  ver  en  el  principio  de  la  primer  parte  muy  bien  desenvueltas  las 
ideas  filosóficas  de  los  estoicos  acerca  del  orden  moral  y  físico  del  universo,  ilustradas 
deanes  y  libres  de  la  contradicción  entre  lo  que  es  y  lo  que  debieran  ser ,  por  las  lu- 


[70] 
ees  de  la  relijion,  ante  las  cuales  desaparece  toda  dificultad  ;  porque  ella  y  sólo  ella  es- 
plica  por  qué  se  introdujo  en  el  mundo  el  pecado  y  con  él  todos  los  males.  Esta  con- 
versión de  los  pensamientos  filosóficos  en  cristianos  es  muy  útil;  porque  eo  electo, 
¿qué  otra  cosa  es  el  cristianismo  sino  una  filosofía  mas  elevada,  mas  completa  ,  mas 
práctica? 

La  espresion  seréis  como  dioses ,  que  movió  á  la  desobediencia  á  nuestros  primeros 
padres ,  la  aplica  el  orador  muy  oportunamente  á  todos  los  que  por  diferentes  medios 
nan  procurado  introducir  la  discordia  en  nuestra  patria ,  y  por  consiguiente  trastor- 
nar la  paz  política ,  imájen  del  orden  moral  del  universo.  El  pensamiento  del  trastor- 
no del  orden  físico,  si  hubieran  trascendido  á  él  los  efectos  funestos  del  pecado,  es 
magnífico  ;  y  aunque  no  nuevo  ,  está  presentado  con  novedad  ,  introdaciendo  la  voz 
del  Hacedor ,  que  acusa  al  hombre  de  ser  el  único  infractor  del  orden  y  unidad  que 
estableció  en  el  mundo  su  mano  omnipotente. 

Se  reconoce  también  el  orador  cristiano  en  la  sublime  idea  de  atribuir  á  la  inocencia 
de  nuestra  lejítima  reina  Isabel  11  las  misericordias  del  Señor  en  haber  concedido  i 
España  la  pacificación  de  las  Provincias  Vascongadas  y  la  esperanza  de  una  reconcilia- 
ción universal.  La  razón  humana  busca  los  motivos  de  los  fenómenos  políticos  en  h 
acción  de  las  causas  morales.  Pero  es  superior  á  ellas  la  ley  de  la  Providencia  ,  que 
todo  lo  ha  hecho  para  el  triunfo  de  la  virtud;  y  solo  el  pensamiento  cristiano  pdede 
elevarse  á  la  contemplación  de  esta  ley. 

Aniquila  también  los  argumentos  de  los  que  quieren  llamar  falsa  aquella  paz,  por 
la  misma  declaración  del  Señor  que  aprobó  la  hecha  entre  Simón  Macabeoy  Demetrio, 
rey  de  Siria ,  y  elijió  para  enviar  á  la  tierra  el  Verbo  rejenerador ,  la  que  piuo  el 
mundo  c^n  manos  de  Augusto  :  paz  anunciada  por  todos  los  profetas.  No  debe  aten- 
der el  que  quiera  estudiar  los  designios  de  la  Providencia  divina  á  los  medios  de  que 
se  valen  los  hombres ,  cuya  vista  es  tan  corta  como  débil  su  brazo,  sino  á  las  miras 
del  Altísimo ,  reveladas  por  los  sucesos.  El  delito  mas  grave  que  se  ha  cometido  en  el 
mundo  ,  el  deicidio,  produjo  la  salud  del  género  humano. 

No  se  ha  desdeñado  nuestro  orador  de  anatematizar  como  un  elemento  de  diacor- 
dia  la  escisión  literaria  de  nuestra  época  en  la  parte  que  tiene  relación  con  lascostam- 
bres.  c También,  dice,  á  favor  de  tantos  disturbios,  se  disfrazó  la  discordia  con  el  pom- 
poso manto  de  la  filosofía ,  de  la  civilización  y  del  buen  gusto;  y  trayendo  de  la  otra 
parte  del  Pirineo  folletos  y  novelas  inmundas,  corrompió  la  moral  y  ha  degradado 
nuestra  juventud  incauta  hasta  el  punto  de  trocar  la  gravedad  que  la  distinguía  en  la 
frivolidad  mas  ridicula  y  caricata....»  ;Tan  cierta  es  la  unión  que  tienen  entre  sí  la 
verdad,  la  virtud  y  la  belleza!  El  verdadero  buen  gusto  es  la  virtud  de  la  imajinacion. 
Si  esta  se  pervierte,  no  están  muy  seguros  ni  el  corazón  ni  el  entendimiento. 

Hablando  de  nuestra  amada  Reina ,  dice :  esta  nos  ha  preservado  de  la  usurpación, 
que  enmascarada  con  la  hipocresía  legal,  relijiosa  y  política ,  ha  trabajado  de  tantas  ma- 
neras para  arrancarle  la  corona  ;  y  si  los  nu^'.ve  años  que  nuestra  augusta  Reina  cumple 
en  este  día,  consagrado  por  la  iglesia  á  la  memoria  del  tan  santo  como  ilustre  y  bizano 
caballero  español  el  cuarto  duque  de  Gandía ,  no  le  permiten  aun  dirijir  la  nave  del  Es- 
tado, su  inocencia  tan  injustamente  perseguida  atraerá  sobre  su  reino  las  bendiciones 
del  Cielo ,  de  las  cuales  empezamos  á  participar  en  esta  paz  que  celebramos  hoy.  Li 
inocencia  de  Isabel  nos  la  ha  alcanzado  del  Omnipotente,  Por  muchos  años  nos  hemos  pre- 
guntado llenos  de  amargura  como  en  otro  tiempo  Jeremías  :  ¿quién  nos  traerá  la  paz? 
¿Quién  irá  á  rogar  por  ella?  Quis  ibit  ad  rogandum  pro  pace?  ¿Quién?  La  inocente  Isabel.  > 
El  recuerdo  del  santo  caballero  español  San  Francisco  de  Borja  es  precioso  en  esta 
ocasión  ;  porque  la  causa  de  la  hija  de  cien  reyes  debe  ser  defendida  por  todos  los  que 
conserven  en  su  corazón  alguna  centella  del  antiguo  honor  castellano.  Nos  acordamos 
de  que  hablando  á  fines  de  i  853  con  una  persona ,  á  quien  poco  después  persiguió  in- 
justamente como  carlista  la  bárbara  intolerancia  de  los  partidos  hasta  obligarla  á  espa- 
triarse ,  nos  dijo  :  No  sé  si  triunfará  ó  no  Don  Carlos  ;  solo  seque  la  causa  de  Isabel  II  debe 
»er  la  de  todos  los  caballeros.  Y  en  efecto,  jcuán  pocos  son  los  que  pertenezcan  a  esta 
clase  ,  que  la  hayan  abandonado!  ¡Honor  á  los  dignos  descendientes  de  los  Córdobas  y 
los  (ruzmanes! 

El  epílogo  es  una  fervorosa  apostrofe  al  santo  rey  y  protector  de  España  Fernán* 


[71] 
do  III Y  cuyas  venerables  ceoizas  descansan  á  poca  distancia  de  la  tribuna  evanjélica 
donde  se  predicó  el  sermón.  El  Sr.  Cepero  ha  llenado  en  él  los  deberes  de  buen  ora- 
dor, buen  español  y  buen  sacerdote  cristiano. 


ARTICULO 


1»K  dV  §IJSCRITOR  NSIi  TIJEM^O.  (1) 


•^* 


Señares  Redactores  del  Tiempo  : 

Jl].CY  Señores  mios :  Acabo  de  leer  en  su  apreciable  periódico  de  hoy  22  un  artículo 
qoeá  mi  corto  entender  abunda  en  equivocaciones,  tanto  históricas  como  teolójicas; 
por  lo  cual  les  suplico  á  Yds.  admitan  las  siguientes  preguntas  ,  que  dirijo  respetuo- 
samente á  su  autor. 

tConformándome  enteramente  con  el  dictamen  del  Sr.  Martinez  de  la  Rosa  de  que 
la  emprena  de  las  Crusuidas  fue  poco  conforme  con  las  sanas  doctrinas  del  cristianismo, 
y. mirándola  f  cuando  menos ,  como  un  delirio  del  fanatismo  ,  desearía  que  el  articu- 
lista tuviese  la  bondad  de  aclarar  los  puntos  siguientes  : 

i.*  Que  en  el  año  de  1095,  cuando  se  celebró  el  concilio  de  Clermont,  las  nacio- 
nes europeas  eran  una  sola  república  confederada^  semejante  al  imperio  germánico.  Yo 
las  había  tenido  por  mucho  mas  distintas  é  independientes  entonces  que  ahora. 

2.*  Que  el  gefe  de  esta  república  era  el  Papa  ,  y  por  una  consecuencia  inevitable, 
los  reyes  sus  feudatarios.  Deseo  saber  si  esta  confederación  pontifical  existe  todavía. 

3«*  Que  el  Ututo  para  pertenecer  á  la  confederación  de  naciones  europeas  era  el 
bautismo.  Esta  proposición  parece  incompatible  con  las  palabras  de  nuestro  Redentor: 
Regnvm  meum  nonest  de  hoc  mundo ,  y  contradictoria  $  los  hechos  de  la  historia. 

4.*  Que  toda  la  Europa  conocida  se  incluía  en  la  cristiandad  ,  y  que  esta  guerra 
sagrada  era  puramente  defensiva.  Si  no  me  engaño,  el  Papa  queria  reclamar  para  st 
DO  solamente  la  Palestina ,  sino  todos  los  varios  territorios  asiáticos  y  africanos,  poseí- 
dos entonces  por  los  mahometanos.  i,Fué  justa  esta  ambicionl 

5.*  Que  las  guerras  relijiosas  de  los  siglos  XI,  XII  y  XIII  fueron  todas  de^ 
femivas. 

6**  Que  atacando  á  Jerusalem  diferentes  ejércitos  y  bandos  de  europeos ,  las  mas 
veces  muy  desconcertadamente ,  llamaron  la  atención  de  las  potencias  mahometanas 
á  la  cuna  y  centro  de  sus  dominios,  esto  es  ,  á  Arabia. 

7/  Supuesto  que  Roma  fuera  centro  de  la  cristiandad ,  ¿por  qué  no  pudo  prestar 
á  Sicilia  y  á  España  protección  y  defensa  contra  los  mahometanos? 

Confieso  que  los  gobiernos  europeos  debian  concertar  medidas  prudentes  para  la 
defensa  de  sus  estados ;  mas  no  creo  que  una  guerra  fanática ,  cuyos  objetos  principales 
eran  tomar  el  sepulcro  de  nuestro  Redentor,  sin  embargo  de  no  saber  nadie  si  se  con- 
servaba el  mismo  sepulcro  en  que  habia  yacido ,  y  el  de  esterminar  á  los  infieles  en 
logar  de  procurar  su  conversión  por  los  mismos  medios  santos  que  usaron  los  primiti- 
vos cristianos,  cumpliendo  el  mandamiento  del  Salvador,  Euntes  in  mundum  universum^ 
prmdicaU  Evangelium  omni  creaturas .  no  creo  ,  digo ,  que  semejante  guerra  pueda  ser 
justificada  por  las  Sagradas  Escrituras,  que  en  esta  ocasión  el  señor  articulista  no  ha  ci- 
tado. Esperando  que  dicho  señor  nos  complazca  con  otra  instructiva  digresión  para  re- 
solver las  espresadas  dudas  ,   tengo  el  honor  de  ser  de  Yds.  S.  S.  S.  Q.  S.  M.  B. 

(IJ  En  el  TiSHPo ,  periódico  que  se  publicaba  en  Cádi2  en  el  año  de  1859  ,  se  insertaron  este  y 
Ws  siguientes  articnlos ,  que  le  sinren  de  contestación ;  lo  cual  se  advierte  para  la  oportuna  intelijencia. 


[72] 


naSPirSST^  AZa  ▲ZlTZOTTZaO  iJür?BHZO£U 


ARTÍCULO  I. 


JuL  Sr.  Martínez  de  la  Rosa,  en  un  escrito  recientemente  publicado,  dijo  que 
( la  empresa  de  las  Cruzadas  era  poco  conforme  á  las  sanas  doctrinas  del  crii- 
tianismo.»  Nosotros  aGrmamos  que  no  podia  calíGcarse  como  contraria  á  las  má- 
ximas del  Evanjelio  una  guerra  en  que  los  cristianos  defendian  su  independencia, 
sus  bienes ,  sus  templos  y  sus  familias  contra  un  enemigo  siempre  invasor  y  mu- 
chas veces  victorioso,  que  se  habia  engrandecido  conquistando  provincias  ,  estados  t 
naciones  de  la  creemna  evanjélica. 

Un  suscritor  del  Tiempo,  cuyo  articulo  se  insertó  íntegro  en  el  referido  perió- 
dico, maniGesta  que  se  conforma  enteramente,  en  la  cuestión  ya  esplicada,  otm 
ol  dictamen  del  Sr.  Martínez  ^e  la  Rosa.  No  tenemos  motivo  para  quejarnos  de 
esta  preferencia.  Auade  que  en  su  opinión  nuestro  artículo  abunda  en  equivocacionef 
históricas.  Podrá  ser;  porque  no  hemos  recibido  el  don  de  la  infalibilidad.  Uero  to 
que  no  puede  ser ,  y  contra  lo  que  protestamos  con  toda  la  enerjia  de  que  somos  ca- 
paces es  contra  las  e(¡ui vocaciones  leolójicas  que  también  pretende  atribuirnos;  por- 
que siendo  nuestra  creencia  la  misma  que  la  de  la  iglesia  católica ,  no  pueden  caber 
en  ella  errores  ni  equivocaciones. 

Nosotros  quisiéramos  que  el  suscritor  hubiese  meditado  mejor  el  valor  de  las  pa- 
labras de  que  usa.  Una  equivocación  teolójka  equivalía  no  há  muchos  anos  á  una  pro- 
posición delatable,  y  constituía  un  gran  peligro.  Aquellos  tiempos  han  pasado;  pero 
siempre  lo  es  para  que  los  que  han  procurado  como  nosotros  conservar  ilesa  la  fé 
de  sus  padres,  rechacen  con  vigor  una  denunciación  semejante.  También  lo  es  deque 
nadie  haga  esas  inculpaciones ,  tan  comunes  en  otra  época  ,  sin  tener  de  su  parte  un 
motivo  evidentemente  justo. 

Veamos,  en  tin,  si  lo  tiene  el  suscritor.  En  primer  lugar  nuestro  articulo  no 
contiene  mas  que  una  máxima  teolójica,  á  saber:  que  la  gmrrajmta  no  es  contraría  é 
las  doctrinas  del  Evanjelio,  ¿Esta  proposición  es  errónea  ó  equivocada?  No  :  solo  pue- 
den impugnarla ;  solóla  han  impugnado  los  cuákeros.  Aun  cuando  el  suscritor  nos 
demostrase  hasta  la  evidencia  que  la  guerra  de  las  Cruzadas  fiíe  injusta ,  no  podría 
acusarnos  de  una  equivocación  teolójica ,  sino  de  un  error  histórico ,  ó  cuando  mas 
político. 

En  segundo  lugar ,  nosotros  dijimos  que  el  titulo  para  pertenecer  á  la  cristiandad, 
esto  es ,  á  la  confederación  de  las  naciones  europeas  era  el  bautismo  yla  fé  cristiana. 
Esto  lo  aGrmamos  ánicaraente  como  un  hecho  histórico.  (Ya  examinaremos  á  su  tiem- 
po si  lo  sentamos  con  razón  ó  sin  ella).  ¿Qué  tiene  que  ver  este  hecho  con  la  teolojial 


[731 

Tampoco  onlendomos  que  aplícncíon  ton^^a  aquí  el  irginn))  nwtm  non  r.it  de  hoc  nunuh, 
I^  Iglesia  es  una  comunión  espirihial ,  pero  vwhle:  ¿y  no  ha  podido  siicí*der ,  y  no  ha 
sucfMÜdo  efectivamente,  que  los  gobiernos  civiles  no  quieran  admitir  al  goce  de  los 
derechos  de  la  ciudadanía  sino  á  los  que  llevaban  el  signo  esterior  del  cristianismo? 
¥m  este  caso  la  Iglesia  no  dej('>  nunca  de  ser  una  asociación  espiritual;  pero  el  Kstado 
no  quiso  reconocer  otros  ciudadanos  sino  los  que  fuesen  hijos  de  la  Iglesia. 

En  tercer  lugar,  en  un  artículo  puramente  histórico  habria  sido  necedad  citar  la 
Sagrada  Escritura,  que  en  ningún  pasaje  habla  de  mahometanos  ni  de  cruzados.  Por 
otra  paf  le ,  la  predicación  del  Evanjelio  pertenece  al  sacerdocio :  la  defensa  de  la  na- 
ción <i  la  república. 

Nuestro  razonamiento  se  redujo  á  este  simple  silojismo  : 

La  guerra  justa  no  se  opone  «'i  las  doctrinas  del  Evanjelio : 

La  guerra  de  los  cruzados  contra  los  m-ihometanos  fue  justa  : 

Luego  la  guerra  de  los  cruzados  contra  los  mahometanos  no  se  opone  á  las  doc- 
trinas del  Evanjelio. 

En  este  silojismo  solo  la  mayor  pertenece  á  la  moral  cristiana.  Si  nos  hemos 
equivocado  en  ella  ,  respf>ndan  por  nosotros  todos  los  autores  de  teolojía  que  la  admi- 
ten V  la  aprueban. 

fel  testimonio  regnum  mnim  twn  cxf  dt  hoc  mundo  no  puede  ser  contrariado  porque 
se  siente  y  esplique  un  hecho  que  se  verificó  en  la  edad  media. 

Ven  fin,  en  un  articulo  piira  mente  histórico,  y  cuyas  pruebas  delwn  ser  déla 
misma  especie  no  hemos  debido  apoyarnos  en  testimonios  de  bi  Escritura.  El  sus- 
critor  no  tienf»  razím  en  echarnos  en  cara  esa  omisión. 

liemos  probado  ,  pues ,  que  de  nuestra  paile  ni  ha  liobido  eitiHvo<*aíMon  teolójíca, 
ni  yerros  de  fé. 

Desvanecida  esa  acusación,  para  nosotros  la  mas  impoiiante  de  todas,  y  la  únira 
en  que  tenemos  innieliato  interés,  examinaremos  parte  por  parte  y  muy  detenida- 
mente el  artículo  de  nuestro   suscritor. 

Llama  á  la  empresa  de  las  Cnizadna  «  el  delirio  del  fanatismo  cuando  menos.*  No 
ignoramo.s  que  ese  es  el  lenguaje  de  Vojlaire,  i\e\  Citndor  y  aun  de  todo  el  filosofis- 
mo ilel  siglo  XVIII.  Pero  creemos  que  nuestro  suscritor  no  deberia  imitarlo.  Somos 
españoles  y  no  debeyíOA  la  existencia  de  nuestra  nación  sino  ú  un  fanatismo  de  la 
misma  e^ecie,  tí\  de  Pelayo,.  al  de  Garci-Gimeoez ,  al  de  Iñigo  Arista;  por(|ue  no  nos 
equivoquemos,  el  pensamiento  de  \o»  hc^roes  que  ñmdnron  nuestra  patria  ,  era  es- 
rlu.sivamente  retijio^n.  \  no  existir  la  diverjencia  de  ciilt<»s  entre  árabes  v  cristianos, 
la  suerte  do  España  hubiera  sido  la  misma  que  la  del  Oriente  y  la  del  África  ,  en 
flondr  esta  diverjencia  cesó  mas  pronta  que  en  nuestra  península. 

Pelayo  creyó  oponerse  con  un  corto  número  de  hombres  A  las  falanjes  que  en 
fres  años  arruinaran  la  poderosa  monarquía  de  lo>  vi.si gados.  Su  fanatistnoora,  pues, 
mas  delímnte  que  el  de  los  cruzados ;  pue&  estos  acometan  al  .Vsia  con  todas  la» 
fuerzas  de  Europa. 

Entre  los  mahometanos  era  un  principio  de  relijlon  conquistarlos  pueblos,  y 
condenarlos  al  ilotismo  rivil  v  político,  si  no  admitían  la  ley  del  Pi'ofela.  En  todas 
Jas  empresas  de  alguna  consideración  promulgaban  /(/  Gazla  ó  espedícion  contra  los 
infieh^.  en  la  cual  no  podia  esceptiiarse  de  ser  soldado  ningún  musulmán  que  pudie- 
se. ¿Ern  fanat'mno  marchar  contra  una  relijlon  (|ue  tenia  semejante  dogma ,  y  que  lo 
practicaba  con  tanto  peligro  de  la  cristiandad?  /, O  debía  la  Europa  dejarlos  contH 
miar  en  sus  proyortos  de  invasión  ,   sin  oponerles  mas  que  luisiímeros? 

I^is  cnizadas  r^rntra  los  mahometanos  no  fueron,  pues,  el  delirio  del  fanatismo. 
/Oiipremos  una  prceba  de  ello?  Los  españoles  no  cedian  á  ninguna  nación  de  Europa 
en  espíritu  relijioso,  en  fanatismo  si  se  quiere.  Sin  embargo,  no  tomaron  la  cruz 
para  las  espediciones  de  l'ilramar.  Fernando  III  el  Santo  ,  instado  par  su  primo  San 
Luis  d<*  Francia  á  pasar  á  la  Tierra  Santa ,  respondió :  en  fíapaüa  /i/^ij  también  mahn- 
v^eíanm  fjue  combatir.  Esta  prudencia  no  se  aviene  bien  con  el  delirio  del  fanatismo, 

I^  cuestión  de  la  edad  media  era  política,  á  saber:  si  habían  de  dominar  en 
Europa  los  mahometanos,  ó  las  naciones  cristianas.  Las  cruzadas  decidieron  esta 
cuestión. 

10 


[74] 


ARTICI  LO  n. 


LiL  rosU»  (1c  osle  artículo  os  una  srric  de  pro{;un(as  ,  inudias  de  ellas  inútiles  pan 
la  cuesliou  de  que  f^a  trata.  Las  exaiiiinaréinos  una  por  una. 

K^a  primera  es  si  en  la  época  del  concilio  de  (^Jeruiont  las  naciones  europeas  oran 
una  sola  república  confederada  ,  semejante  al  imperio  p^ermilnico.  Yo  ¡a*  había  Imidn, 
afjaile ,  por  muvho  mas  disiinlas  e  hulrpendinttcü  entonce;^  i/ue  ahora.  Mucho  se  iHiuivuca 
nuestro  pre|;unlador.  Ahora  se  unen  \  se  separan  las  naciones  por  sus  intereses  ins« 
toriales,  hien  ó  mal  entendidos.  Entonces  se  dividían  <1  veces  por  la  misnia  rausa; 
pero  pronto  las  uuia  el  vínculo  común  del  cristianismo,  que  era  el  espíritu  general 
de  todas  ellas. 

Nosotros  comparamos  la  confederación  cristiana  de  la  edad  media  ni  imperio 
germánico,  y  en  efedo ,  tienen  bastante  semejanza,  esc«5pto  el  poder  del  {[[efe.  Nin» 
|;un  emperador  de  Alemanío  ha  sido  tan  poderoso  como  los  Sumos  Pontilices  desde 
Gre^rorio  Vil  hasta  Bonifacio  VIH.  La  misma  espediciou  de  las  cruzadas,  fuese  buena 
6  mala,  justa  ó  injusta,  delirante  ó  jui(!¡osa  ,  prueba  el  inmenso  poder  de  liorna  en 
las  naciones  de  la  cristiandad.  Pniébanlo  ademas  la  libertad  de  las -repúblicas  de  Ita- 
lia contra  las  pretensiones  de  los  emperadores  de  las  casas  de  Franconia  y  de  Su'»via. 
Pruébanlo  tantas  muestras  de  sumisión  y  de  res|)et<»  de  los  reyes  y  de  las  naciones  á 
la  Santa  ^aW;  tantas  órdenes  como  emanaron  de  esta  á  los  gobiernos,  y  que  los  go- 
biernos obedecian :  pruébaiilo,  en  lin,  los  mismos  abusos  que  hizo  Uoma  de  su  po* 
der,  y  que  no  siempre  se  le  han  echado  en  cara  con  injusticia;  porque  el  abuso  su- 
pone la  fa(!ultad ,  por  lo  menos  de  hecho  ,  (pie  es  la  que  aqui'dispulamos. 

Ks  imposible  dar  un  paso  en  la  historia  de  la  edad  media  sin  encoutrairnos  con 
este  poder  colo^^aí^  como  le  ha  llanrido  un  <*élebre  poeta  de  nuestros  dias;  con  este  po- 
der,  no  solo  espiritual,  sino  también  p<dílico  y  civil ;  con  este  poder,  que  intervenía 
en  todas  las  acciones,  en  todos  los  tratados,  en  todas  las  determinaciones  de  alguna 
consideración,  señaladamente  si  eran  generales  á  toda  la  cristiandad. 

£n  el  imperio  gernuUiico  no  tenia  <'l  emperador  tanta  autoridad  sobre  sus  podero- 
sos asociados  los  elect(»res  de  llaaiiover ,  Hrandembur^ro  v  Haviera.  Los  revés  de  Bu» 
ropa  en  la  edad  media  estaban  mucho  mas  sometidos  al  padre  común  de  los  fieles ;  y 
la  obediencia  al  PajM  no  se  limitaba  entonces  *á  solo  (*l  respeto  espiritual  tributado  al 
Sumo  Pontífice. 

Evislia,  pues,  una  autoridad  que  dominaba  espiritual ,  civil  y  politicamente  toiIo 
el  orbe  cristiano,  y  que  enlazaba  entres!  t<Klas  las  naciones.  Kste  es  un  hecho  que  á 
cada  paso  confirma  la  hisl(»ria ,  \  (|ne  confiesan  todos  los  historiadores,  asi  los  ami- 
gos como  los  enemigos  de  limna.  ¿  Ks  culpa  nuestra,  si  el  hecho  es  cierto,  haberlo 
presentado  bajo  su  verdadero  punto  de  vista  ? 

¿Cuáles  son  las  causas  de  este  hecho?  De  la  historia  misma  constan;  pero  si  hu- 
biéramos de  espresarlas  aqni  nos  se))arar¡amos  de  nuestro  intento,  y  esiTibíriamos 
un  libro  en  lugar  de  responder  li  un  articulo. 

SECitNn.i  i»HKiii:>T.4.  Si  el  gefe  de  esta  república  era  el  Papa,  y  por  conserucnría 
inevitable  los  reyes  sus  feudatarios.  Deseo  saber ,  añade  con  irrisión  que  nos  abstene- 
mos de  calificar ,  si  esta  cotí  federación  pontifical  v.risie  lodacia, 

Claro  es  que  el  Papa  era  el  gefe  de  la  república  cristiana;  pero  no'  es  constntencia 
inevitable  que  los  reyes  fuesen  feudal^irios  suyos.  Koma  cristiana  no  ctmociú  el  rt^jinien 
feuda!  de  los  bárbaros.  Su  autori  lad  s(d)re  los  roes  ora  mas  hivn /ribnnicia  ú  de  velo, 
que  monárquica  ó  imperativa.  Los  gefV*i»  de  la^  naciones  no  estaban  obligados  con 


rr.tprrlo  «il  P«i|)a  á  (ríbiilo  ó  vasnllnjo ;  nitis  ImciaD  nuirlio  caso  de  sus  anioncstano- 
ne«  V  amcn.r/as  ,  j  f;onera1  mente  obeclerian. 

Podíamos  eMMisarnos  de  respomlcr  .1  la  segunda  parte  de  la  pre^riinta  ,  que  semeja 
bastantemente  A  la»  (pie  suelen  hacer  de  improviso  los  jueces,  porque  uo  estamos 
díspuertton  A  reconocer  el  tribunal  de  nuestro  pre{2:unlador.  Sin  euibarj^o ,  portpie 
esa  misma  pregunta  pudiera  hacerla  algún  lector  no  tan  instruido  como  él ,  diremos 
qUe  el  orgullo  imprudente  de  Bonifacio  VIII,  la  traslación  déla  Sede  Pontificia  Á  Avi- 
ilnn  ,  el  ciMua  de  Occidente,  y  mas  que  todo,  los  progresos  délas  naciones  y  de  los 
gobiernos  en  las  artes  y  ciencias  ( progresos  debidos  sin  dispula  á  los  Sumos  Pontifi^ 
ees';  demolieron  paulatinamente  el  poder  político  de  Roma  cristiana.  Este  poder  nació 
y  creció  entre  las  tinieblas  de  la  ignorancia:  las  naciones  se  emanciparon  cuan- 
do aquellas  tinieblas  se  desvanecieron.  En  la  edad  media  fue  necesaria  la  teocra- 
cia ;  porque  los  bárbaros  no  pueden  recibir  otro  yu^o  j!oH/íco  que  el  de  la  relijion. 
Cuando  los  pueblos  llegaron  á  poderse  gobernar  por  si  mismos  ,  volvió  el  principio 
cristiano  á  ser  lo  que  antes  era  ,  á  saber:  el  ájente  mas  poderoso  de  moral  y  de  ci- 
vilización. 

V  después  de  todo,  ¿quinos  importan  estis  cuestiones  subordinadas?  ¿qué  im- 
porta saber  cuándo  acabó  ó  comenzó  ese  poder?  Mientras  nuestro  adversario  no  nos 
demuestre  que  Im  Crnzarlai  fueron  una  emprem  injunla  ,  nada  ha  hecho  contra  nuestra 
aserción;  porque  tampoco  versa  la  cuestión  sobre  la  lejitimidad,  carácter  ó  atribu- 
ciones del  poder  político  que  ejerció  Homa  pontifical ,  sino  sobre  la  posición  mótua 
on  que  se  hallaban  entonces  las  dos  potencias  que  se  disputaban  el  imperio,  la  cris- 
tiandad y  el  mahometismo.  Aqui ,  aqui  está  la  dificultad  :  pruébesenos  que  el  Sumo 
Pontífice  debió  contentarse  con  enviar  misioneros  á  lofi  maíiometauos  mientras  ellos 
enviaban  ejércitos  contra  la  cristiandad ,  y  entonces  daremos  por  perdi<la  nuestra 
causa.  Pruébesenos  qiu*  debió  dejarse  á  los  mahometanos  en  pacifica  posesión  de  la 
mitad  de  España,  de  parte  de  Italia  ,  de  toda  el  .Vfrica ,  de  todo  vi  Oriente  que  en- 
tonces poseían.  Pruébesenos  que  los  Fernandos  }'  Alonsos  de  Castilla  hicieron  muy 
nial  en  rei*on(|uistar  la  Península,  y  peor  Isabel  y  Carlos  V  en  haber  perseguido  á 
los  inahonuHanos  en  el  África  misma.  Demuéstreseuos  que  la  célebre  victoria  de 
túpanlo  que  arruinó  la  supremacía  marítima  délos  turcos,  y  la  no  menos  famosa 
jornada  de  Viena  que  quebrantó  su  potencia  continental ,  fueron  actos  de  fanatismo 
y  delirio,  y  entonces  confesaremos  que  también  lo  fueron  las  Ouzadns.  En  efecto, 
el  mismo  principio  político,  el  mismo  espíritu  reüjioso  dictó  todas  estas  empresas, 
A  saber :  refrenar  unos  hombres  cuya  relijion  mandaba  la  invasión  y  la  conquista. 
V  si  las  Ouzadas  no  fueron  tan  bien  dirijidas  como  la  armada  de  la  Santal  Liga  ó  los 
puerrenis  de  Sobieski,  la  culpa  es  de  los  tiempos,  pero  no  de  la  causa  que  se  defen- 
día. Leónidas  pereció  en  las  Termopilas,  y  Temístocles  triunfó  en  Salamina  :  la 
muerte  del  primero  es  tan  gloriosa  como  el  laurel  del  segundo,  Anibos  pelearon  por 
la  independencia  de  su  patria. 


ARTICILO  III. 

TKRCKRA  PRECINTA.     Si  el  tílulo  para  pertenecer  á  la  confederación  de  naciones  eu- 
ropeas era  el  bautismo. 

No  solo  el  bautismo  ,  sino  también  la  fé  cristiana.  Un  gentil  ó  un  mahometano  no 
eran  considerados  en  ninguna  parte  como  individuos  de  la  asociación  civiP,  ó  sino,  dí- 
ganlo los  moros  de  paz  que  quedaron  sometidos  en  España  en  muchas  de  las  provincias 
conquistadas  por  los  reyes  de  (iaslilla  y  Aragón.  ¿Qué  esenciones,  qué  privilej ios  tenían? 
G«to  en  CManto  á  los  que  no  habían  nacido  en  el  seno  del  cristianismo.  En  cuanto  a 


[76] 

los  apósta(ns,  todas  las  nai'iones  do  Europa  los  condenaban  á  las  ponas  mas  duras  de 
sus  (*ódi((os  criminales.  £1  que  estaba  fuera  de  la  i{(lesia  estalla  fuera  de  la  ley.  Re- 
pelimos segunda  vez  que  solo  señalamos  los  hechos,  sin  calificarlos  >  sin  deiii(fñar  sui 
causas. 

>'iies(ro  suscritor  dice  que  eso  era  contraiio  á  las  palabras  del  Salvador:  mi rrim 
no  es  dee:ftr  mundo.  Si  el  testo  estuviera  bien  aplicado  ,  querria  decir  que  las  naciones 
europeas  hicieron  muy  mal  en  escluir  déla  ciudadanía  á  los  disidentes  ;  mas  noque 
el  hecho  es  falso.  Pero  el  testo  está  mal  traido  al  caso  presente  como  va  henos 
probado  en  otra  parle.  £1  reino  de  la  iglesia  no  es  de  este  mundo ;  pero  oí  gobierno 
político  si :  y  ¿quién  podrá  quitar  á  las  naciones  el  derecho  de  poner  condiciones  á 
la  ciudadanía  ?  V  si  entonces  quisieron  todas  componerse  esi*lusivainonlo  de  cristia- 
nos, ¿se  |Kjdrian  alegar  en  contra  las  palabras  de  Jesucristo ,  las  cuales  se  dirijená 
solo  caracterizar  m  reino ,  esto  es,   la  Iglesia? 

£1  dominio  político  de  los  Obispos  y  después  de  los  Papas ,  fue  una  necesidad  so- 
cial de  aquellos  siglos  bárbaros,  (^esó  la  barbarie ,  v  cesó  el  poder  temporal  de  la  Igle- 
sia. Pero  siempre  se  conservó  el  mismo  el  reino  cíel  Sahador,  que  es  eterno. 

Dice  (|ue  nuestra  aserción  es  contraria  d  Im  hecho*  de  la  historia.  Quisiéramos  que  hu- 
biese citado  alguno ,  desde  unes  del  siglo  XI  hasta  el  XVI ,  que  contrariase  nuestro 
principio.  £n  la  primer  época  eran  \ a  cristianas,  ademas  de  tlastilla,  Navarra  v 
Aragón ,  Fraiuria ,  Inglaterra  y  Alemania,  las  tres  monan|uías  de  Kscandinavia,  á 
saber:  Dinamarca,  Noruega  }  Suecia.  Tugría  \  Polonia  lo  eran  también:  llusia  esta- 
ba fuera  del  orbe  europeo,  pero  también  había  recibido  de  t^onstantinopla  la  té  del 
Oucíficado.  ¿£n  cuál  de  estos  pueblos  fueron  admitidos  los  mahometanos  ó  his  ido- 
latras á  la  participación  de  los  derechos  poiiiicos?  ¿En  cuál  de  ellos  fue  licita  la  a|His- 
tasía?  Que  se  nos  diga. 

cc.iRTA  PoiiCiOTA.  Si  tofla  la  Europa  conocida  se  incluia  en  la  crisliandad.  ,Si 
escoplo  algunos  distritos  (|ue  carecían  de  los  primeros  elementos  de  la  c¡\ilizacion, 
como  Prusia,  Livonia,  parle  de  Líluania  }  Laponia.)  Añade:  ^esia  tjhvrra  mtijruda  fm 
¡iuramcnle  defensiva?  A  esto  respondemos  «pie  xi. 

£n  el  siglo  Vil  salieron  de  Arabía  los  tliscipulos  de  ^lahoma  predicando  su  relijíoa 
á  fuego  Y  sangre ,  y  en  el  espacio  de  poco  mas  de  un  siglo  conquistaron  y  souietierou 
desde  eí  Indo  hasta  el  Loira.  ¿Cómo  deberá  llamarse  la  guerra  diríjida  á  desposchio- 
narlos  de  sus  conquistas?  /Podrá  caracterizarse  con.o  guerra  de  ayrcaioH  y  6  c«>iuii 
guerra  de  defcnaa  í  La  justicia  en  casos  semejantes  está  siempre  á  fa>or  del  injusta- 
mente invadido ,  y  la  cristiandad  lo  fue. 

Nuestro  adversario  equivoca  la  guerra  ofvnfitn  con  la  áce«¡)edÍcion:  pero  esta  mu- 
chas veces  es  solo  defensiva.  Agatocles,  oprimido  en  Sicilia  por  los  cartajinoses,  sa- 
lió con  su  armada  de  Siracusa ,  si»  presentó  sobre  (tártago  y  aterró  á  los  enemigos. 
Las  espediciones  á  la  Tierra  ríanla  tenían  por  objeto  acabar  con  la  |)olencia  mahome- 
tana en  el  mismo  centro  de  sus  dominios  ,  ó  por  lo  menos ,  ponerla  en  catado  de  qua 
no  infundiese  temores  á  la  cristiandad.  £1  primer  objeto  no  pudo  lograrse ;  pero  el 
segundo  se  llent)  completamente;  pues  Italia  no  volvió  á  ver  los  escuadrones  de  b 
nKHÜa  luna,  y  en  £spaña  fue  decayendo  de  día  en  día  la  potencia  musulmana. 

Si  las  espediciones  de  las  t'ruzadas  hubieran  sido  mas  felices ,  claro  es  que  so  hu- 
biera ]M)dido  T  se  hubiera  debido  acabar  con  un  eiiemigí»  irrectmciliable  que  tantos 
males  había  causado  á  £uropa.  ¿No  acabaron  con  Napoleón  en  181  i  >  18l«'>  las  po- 
tencias conjuradas  contra  él.''  V  ¿a(|uella  guerra  »  annc|ue  de  espedicion  ,  no  S4>  carac^ 
terizó  como  dcfcnífical  £1  mejor  medio  de  defenderse  es  reducir  á  la  nulidad  el  ¡loder 
del  enemigo. 

£1  preguntador  añade:  csi  no  me  engaño,  el  Papa  quería  reclamar  para  si  no  so- 
lamente la  Palestina ,  sino  todos  los  varios  territorios  asiáticos  }  africanos  poseídos 
entonces  por  los  mahometanos.  ¿Fnejtuda  ala  ambición  ? 

Nuestro  suscritor  se  engaña  ciertamente ,  y  aunque  no  se  engañase  ,  nada  de  eso 
viene  al  caso  en  la  cuestión  presente.  Pudieron  los  Pontífices  manifestar  una  ambi- 
ción desmesurada,  y  sin  embargo  ser  jnmiisima  la  guerra  contra  los  intieles.  ¡Cuántas 
>eces  se  ha  sostenido  con  malos  medios  una  escelente  causa! 

Pero  se  engaña ,  repetimos ,  como  él  luismo  teme  con  razón.  No  qtjl  Roma  taa 


Arria  «|iic  desease  pana  si  territorios  apartados  sin  tenor  fuerzas  ni  ejérrilos  jiropids 
Con  que  S4>stenerse  en  ellos.  Asi  es  que  los  eíiineros  estados  de  Jerusalen  ,  Antioquia, 
l-jtesa  V  de  otros  territorios,  fundados  por  las  Cruzadas,  se  dieron  á  varios  gefes,  sin 
que  el  Papa  reclamase  n«*ida  del  pais  conquistado,  antes  bien  procuró  siempre  con 
tildas  sus  tuerzas  enviar  auxilios  á  los  principes  crí.st¡anos  de  lltramar. 

I  JO  (|ue  Roma  rectlamó  siempre  en  las  conquistas  hechas  ó  que  se  hiciesen  en 
África  V  en  Asia  fue  la  suprema  inspección  de  que  entonces  gozaba  en  toda  la  cris- 
tiandad sobre  los  negocios  civiles  y  políticos  de  alguna  ini|K)rtanc¡a.  "Esta  pretensión 
no  piNlia  ser  injasla ,  pues  era  conforme  al  derecho  público  de  aquellos  siglos.  I)e  esta 
ventad  tenemos  un  in.s¡gne  ejemplo  en  el  célebre  meridiano  de  Alejaiulro  VI ,  tiradi» 
para  seiiarar  las  posesiones  españolas  de  las  portuguesas  en  entrambas  Indias.  Esto 
^e  verihcó  en  uiui  época  en  que  ya  el  |)oder  político  de  los  Papas  ni  aun  era  sombra 
de  lo  que  había  sido  tres  siglos  antes.  Sin  embargo ,  dos  podemsas  naciones  se  some- 
tieron á  este  arbitraje ,  que  solo  era  un  resto  imperfecto  de  la  anligira  autoridad  que 
i*onc4Hli(i  á  la  Santa  Sede  el  derecho  común  de  las  naciones  europeas, 

Kn  el  dia  panH*erian  estrañiis  \  aun  risibles  las  pretensiones  de  esta  espiH'ie.  Kti< 
iónei^  fue  acatada  y  obedecida  la  determinación  de  liorna.  Pero  el  m(*jor  metlio  de 
no  acertar  nada  en  materias  históricas  ni  ¡Militicas  es  juzy:ar  una  época  ó  una  nación 
por  las  ideas  de  otro  pueblo  ó  de  otro  siglo. 


ARTICULO  IV. 


mKi;i*?iT i  SÉPTIMA.  Supuesto  que  Roma  fuera  centro  de  la  cristiandad,  ¿por  qué 
DO  pudo  prestar  á  Sicilia  y  á  hispana  protección  y  defensa  contra  los  nialnimetanos.'' 

El  supuesto  es  falso  y  la  pregunta  estd  hecha  de  una  manera  confusa  ,  ipte  hace 
imposible  responder  á  ella  sin  distinguir  las  épocas. 

I  .**  1^1  Sanüi  Sede  de  Roma  ha  sido  de.s4le  el  siglo  de  los  Apóslides  el  rni- 
fnt  de  la  imidad  de  la  Iglesia,  y  por  consiguiente  del  crislianismo;  pero  hasta  el  si- 
glo \f  no  tuvo  otro  carácter  sino  el  del  poder  espiritual;  y  asi  no  pudo  impedir  ni  auxi- 
liar á  España  ni  á  los  demás  paises  cristianos  invadidos  por  los  musulmanes  mas  que  con 
•US  oraciones  y  con  sus  ruegos  á  los  monarcas  y  á  los  pueblos  poderosos.  I^s  ín\asiones 
de  los  mahometanos  eu  Eunqia  se  \erilicaron  en  el  siglo  viii  y  el  i\. 

i.*  tunando  se  reunió  ¡I  la  Sede  de  Roma  el  poder  político  que  ya  hemos  defínido,  so- 
bre la  cristiandad  (t\  ¿quién  duda  que  auxilió  poderosamente  con  su  influencia  la  no- 
ble empresa  de  los  Reyes  de  España,  empeñados  en  restaurar  su  patria  y  libertarla  del 
yugo  sarraceno?  El  que  negase  este  hecho  incontestable  mostraria  en  eso  solo  su  igno- 
rancia de  nucM*'a  lii«iloria.  H.i<t:i  hojear  «-^  .Mariana  para  encontrar  nunirrcisos  t(*viiiiM). 
aíos  de  los  eticact^i  auxilios  que  recibieron  los  Rejres  cristianos  en  Espaiui  dei  poder 
pontifical. 

El  mismo  (¡regorio  Víí,  que  creó  este  poder,  y  su  sucesor  l-rbano  II ,  ^titnr  de  his 
Cruzada:^,  autorizaron  á  los  Reyes  de  Aragón  para  liacer  uso  de  lus  bienes  etle>iá>l¡(^-4)S 


I  Se  excH'ptúu  el  imperio  «ic  Oricntr ,  quo  colocado  en  iinn  extremidad  de  Europa «  y  konielido  ul 
nsiii:t,  fii  rucofiucia  vi  poder  «■spiritii.'il  iii  el  t4;iii|K*ml  d«%  lloina.  Pero  aunque  erísliaiiu ,  las  lbnua%  «if  »u 
irobieriio,  s»is  iostuiribres  aP'niiiKidas ,  mi  or^^ulloy  %\i  dt*bilidad  Ic  asvoujabau  niasá  uum  uaiiouuiicuul, 
%iin'  á  niugnaa  de  \m  qui*  entonóos  !>>rinal>au  «.I  mundo  europeo. 


en  sus  g  1101  ras  contra  los  moros.  Iguales  conrosionofi  se  hiñeron  ilrspiios  á  una  y  otra 
inonan|iiia  en  el  curso  de  la  reconquista;  y  nadie  ignora  que  toda  la  parte  que  cobrall 
del  (lie/.nio  la  liacionda  de  Es|Kiiia,  con  lo»  diferente»  nonilirest  de  subsidio ,  csciisado, 
tercias,  novenas  etc. ;  y  que  la  qne  devengaban  los  partícipes  legos  á  Ululo  de  servirim 
iieclios  al  Estado,  precedían  de  bolas  pontificias,  en  qne  se  concedieron  A  los  Re}es 
auxilios  para  hacer  la  guerra  i\  los  inlieles,  y  iiiedicn*  para  premiar  con  el  caudal  de  la 
l(¡le>ia  á  los  guerreros  que  en  las  lides  se  distinguían. 

<luán  ¡iup<irtantes  fuesen  estos  socorros  nadie  puede  dudarlo;  como  tampoco  que 
según  las  ideas  de  aquellos  siglos  solo  residía  en  el  Papa  la  autoridad  de  di»|ien»árfos* 
Pero  aun  hubo  mas. 

En  el  ano  de  1 1 IS  habiendo  puesto  sitio  Á  Zaragoza  Alonso  el  Batalhidor,  Jlej  ile 
Aragón,  el  Papa  (¡elasio  11  concedió  indulgencia  plenaria  (esto  es,  una  especie  de  cnf« 
zada;  á  los  que  pilleasen  en  aquella  guerra ;  lo  que  aumentó  considerablemente  el  pJit- 
cito  cristiano  con  un  gran  número  de  guerreros  que  acudieron  de  Francia,  aseguró  la 
victoria,  produjo  la  conquista  de  aquella  importante  plaza,  y  arrojó  i\  los  miisiilinancs 
de  la  linca  del  Ebro.  Igual  indulgencia  se  publicó  en  favor  de  los  que  favoreciesen  i  Iim 
templarios,  cuando  se  establecieron  en  Aragón  en  la  guerra  contra  los  infieles,  ritima- 
mcnte  se  concedió  por  punto  general  á  todos  los  tpic  peleasen  contra  los  malioniclanos 
de  España.  Las  tres  órdenes  militares  de  Santiago,  AícAntara  y  (^alatrava,  que  tan  po- 
derosamente contribuyeron  á  la  victoria  de  la  causa  nacional ,  fueron  institutos  relijio- 
sos  aprobados,  y  aun  promovidos  poi'  Houia. 

Ei  mayor  peligro  (¡ue  corrió  Custilia  después  déla  erección  de  la  monarquía ,  fue  in- 
dudablemente ia  espedicion  délos  aimoiíades  i\  principios  del  siglo  \IH.  El  celebre  his- 
toriador I).  Kodrigo,  arzobispo  de  Tolcilo,  pasó  entonces  á  Koma  como  embajador  de 
Alonso  V|[[.  y  consiguió  no  solo  indulgencia,  sino  también  cruzada  para  aquella  guer- 
ra: li)  que  reforzó  con  gente  muy  eseojida  de  Erancia  y  de  otras  parles  el  ejército  que 
consigtiió  la  señalada  victoria  de  las  Navas.  Semejantes  auxilios  recibió  de  Roma  la  cris- 
tiandad do  España,  ya  en  las  con!|u¡st;is  de  Valencia  y  Andalucía,  ya  en  la  guerra  que 
se  terminó  con  la  batalla  del  Salado.  Sil  ves  y  Lisboa  fueron  rendidas  con  el  sf»corro  de 
los  cruzados  ingleses, flamencos  y  sajones,  que  pas<mdo  ála  Tierra  Santa,  y  rogados  por 
los  lieyes  de  Portugal  creyeron,  y  con  razón,  que  no  faltaban  á  su  instituto  favorecien- 
do á  los  cristianos  de  Lusítania. 

Si  á  esta  eflcaz  cooperación  con  hombres  y  dinero  se  añade  la  intervención  contfni» 
y  pacifica  de  la  santa  Sede  por  medio  desús  legados  para  terminar  Lis  guerras  «pie  so- 
lian  siiscilarsc  entre  los  principes  cristianos  de  Mspaña,  se  conocerá  con  cuánta  lijere- 
xa  é  ignorancia  de  la  historia  se  ha  querido  suponer  (pie  Koma  no  auxilió  á  los  españo- 
les en  su  gnerra  de  ocbo  si<;los  contra  los  musulmanes. 

En  cnanto  á  Sicilia  nada  tenemos  que  decir ,  sino  (¡ue  cuando  los  moros  se  apode- 
raron de  ella  en  el  siglo  ÍX,  los  Papas  no  tenían  aun  poder  político,  y  harto  hacían  en 
excitar  á  los  romanos  á  que  defendiesen  su  territorio  invadido  por  otros  musuIíiKines. 
Dos  siglos  después,  cuando  los  n(»rmandos  rec(»nqinsLaron  la  isla  con  poilcroso  ejc^mto, 
no  necesitaban  de  otro  auxilio  de  parle  del  Sumo  Pontífice,  sino  la  paz  que  les  concedit», 
y  sin  la  cual  no  hubieran  podido  hacer  su  espedicion. 

Se  ve,  pues,  por  nuestras  respuestas,  que  la  mayor  parte  de  las  preguntas «  que  se 
nos  han  hecho,  ademas  de  suponer  mucha  ignorancia  en  la  historia  déla  edad  media, 
no  han  tenido  otro  objeto  que  el  de  denigrar  en  cuanto  ha  sido  posible  la  causa  política 
del  cristianismo  contra  la  media  luna.  El  misino  preguntador  sin  esperar  las  respuestas 
(lo  que  prueba  en  él  una  opinión  ya  lija  é  inmudable;  confiesa  que  <los  (lobicrnos  ea- 
roporrs  debieron  concertar  medidas  prudentes  para  su  defensa.!  Luego  la  guerra  era 
justa  por  su  misma  confesión.  Si  lo  ora  ,  ¿cómo  la  llama  faiuitical  ¿cómo  dice  que  no 
puede  justificarse  por  las  escrituras,  cuando  en  ninguna  parte  de  ellas  está  condenada 
la  güera,  hecha  justamente  y  defendiéndose  de  un  invasor  ,  ó  reclamando  de  él  los  ter- 
ritorios que  ha  usurpado? 

IHce  qne  no  se  sabia  dónde  esLnba  el  sepulcro  úe\  Salvador,  por  cuya  libertad  pelea- 
ban los  cristianos,  Nosotros  no  lo  creemos.  Desde  la  muerte  de  Jesús  nunca  han  faltado 
en  aquella  ciudad  discípulos  de  la  cruz,  y  por  tanto  no  nos  persuadirá  nadie  á  que  no 
se  hubiese  conservado  por  tradición  la  noticia  del  sitio  en  que  estuvo  aquel  sagrado  y 


[79] 
precioso  monumento.  ^[Querrá  liacer  álos  cristianos  un  nuevo  cargo  porque  descasen  te- 
ner en  su  poder  aquel  territorio ,  honrado  con  los  misterios  de  la  vida ,  pasión  y 
muerte  dt*l  Redentor  ^  y  que  los  mahometanos  no  poseían  sino  con  el  título  de  la  fuerza 
brutal?  ;Querrá  que  hubiesen  renunciado  ^  los  sentimientos  relijiosos  que  escitan  ios 
nombres  de  aquellos  lug:ares?  ¿No  dijo  Dios  por  Isaías  que  el  sepulcro  del  Redentor  seria 
giorioitol 

En  6n ,  es  falso  que  el  objeto  de  las  cruzadas  fuese  exterminar  lo$  wfUlegí  porque  el 
objeto  de  una  guerra  nunca  es  csterminar  al  enemigo,  sino  someterlo  y  reducirlo  d  la 
impotencia  de  que  nos  dañe.  Causa  hastío  tener  que  rechazar  acusaciones  tan  falsas  co« 
mo  absurdas.  El  verdadero  fanatismo  fue  el  de  ios  árabes ,  que  salieron  de  sus  desier- 
tos con  el  objeto  de  someter  el  mundo  á  la  ley  de  su  profeta,  llevando  por  único  argu- 
mento la  espada.  Porque  fanatmno  es  la  pasión  que  nos  lleva  á  matar,  *Á  esclavizar ,  ó 
á  reducir  al  ilotismo  político  y  poner  bajo  tributo  al  hombre  que  no  acepta  nuestra 
creencia.  Los  cruzado)^  no  iban  á  cniímtir^  sinoá  castigar  á  los  que  habían  querido  con- 
vertir con  el  alfange  á  los  pueblos  cristianos;  y  á  restaurar  lo  t|ue  bajo  tan  fanático  ^ve- 
testo  habían  quitado  á  la  cristiandad. 

Rjsta  ya :  cree:nr)s  que  henos  esplícaJo  suíicientemente  nuestras  ideas  acerca  de  las 
célebres  espedicíones  conocidas  con  el  nombre  de  cruzaJas.  Si  nos  liemos  estendido 
tanto,  no  ha  sido  á  la  verdad  por  refutar  á  un  adversario,  sino  porque  creemos  conve- 
niente y  aun  necesario  presenturlis  baj«i  su  verdadero  punto  de  vista ;  y  proh-ir  que  los 
Sumos  Pontífices,  aconsejando  á  Europa  que  tomase  las  armas  contra  el  mahometismo, 
le  aconsejaron  una  cosa  justísima  :  (|tie  pudo  y  deb¡6  dar  este  consejo,  por  la  suprema 
inspección  que  entonces  le  conipelia  como  gefe  espiritual  y  temporal  de  la  cristiandad: 
que  el  éxito  de  una  empresa  no  i*s  el  mejor  argumento  para  condenarla  ó  aplaudirla: 
que  debieron  haberse  adoptado  otros  medios  de  ejecución,  que  la  hubieran  hecho  me- 
nos costosa  y  mas  útil ;  y  cu  fin,  que  t'>  los  los  sarcas!nos  de  los  escritores  protestantes 
contra  Roma  ni  de  los  incrédulos  del  siglo  XVIII  contra  el  cristianismo,  jauías  pro- 
barán que  i^  fanal  ira  ú  injnstfa  la  guerra  c|ue  se  haceá  un  pueblo  de  ladrones  para  (|ue 
restituya  lo  que  ha  roha^lo.  Hueno  es  convertirlos  por  la  persuasión,  y  en  ningún  siglo 
ha  dej.ido  Rtuna  de  enviar  misioneros  á  los  países  infieles,  inclusos  los  mahomelanos; 
pero  también  es  bui*no  que  el  tintnhrc  dc/iiinda  su  casa. 


DE  LAS  OBRAS  HISTÓRICAS. 


ARTICILO    I. 


L 


A  historia  es,  de  totlos  los  géneros  de  literatura  prosaica,  el  que  mas  se  acerca  ú 
la  oratoria ,  así  como  la  novela  i\  la  poesía.  Exíjese  del  historiador ,  aun  mas  que 
del  íil(>s«>fo  ,  elegancia  sostenida  sin  afectación  ,  pureza  y  corrección  de  lenguaje ,  ar- 
monía V  rotundidad  en  la  frase.  Pero  estas  dotes  deben  estar  unidas   á  la  mucha  so- 


hr¡r.l;nl  (mi  H  uso  ác  los  aplomos ,  v  jzran  tino  y  oconoinici  rn  su  distribución.  Es  muy 
difíril  ser  elefante*  sin  dejar  de  sor  senrillo,  \  eslc  es  precisa  mente  cl  problema  qiie 
debe  ri'solver  lodo  escritor  de  obras  Iiístóricas. 

Nosotros  no  bablarémos  aquí  de  las  prendas  que  ñh'ilmente  se  conciben  como 
necesarias  en  toda  historia  :  bi  veracidad ,  la  imparcialidad ,  }:rande  instrucción  en 
ios  liechos .  muclio  discernimiento  crítico ,  sanos  principios  en  moral,  polttira  \  lo- 
jislacíon.  Msias  cualidades  no  pertenecen  á  la  literatura  propiamente  dicha;  {lerteiu*- 
cen  á  la  filosofía  y  Á  la  erudición ,  y  deben  suponerse  en  todo  escritor  liistfiric«>.  Si 
no  las  tiene  ,  por  mas  cle(ranle  <|ue  sea  su  estilo,  por  csnu*rada  que  sea  8U  plociicion, 
podrá  adquirir,  como  el  abate  Saint  lleal ,  la  reputación  de  un  novelista  agradable; 
mas  no  podrá  elevarse  á  la  dignidad  de  historiador. 

Pero  no  hay  duda  que,  aunque  el  escritor  posea  los  dotes  filosóficos  que  arabaiims 
de  mencionar,  no  podrá  dar  á  su  libro  la  fama  é  interés  que  merecería  por  el  fomlo 
de  las  cosas  ,  si  el  desaliño  del  estilo  ó  la  incorrección  del  lenj^uaje  lo  hace  no  miIo 
desagradable  en  la  lectura,  sino  también  confuso  y  difícil  de  entender;  6  bienafrC' 
lando  ornamentos  ambiciosos,  ajenos  de  la  noble  sencillez  con  que  debe  es|Kinersf>  la 
verdail.  Ni  un  historiador  debe  ser  tan  descarnado  como  las  antiguas  crónica»,  ni 
tan  el<>\ado  y  pomposo  como  la  Kneida  ó   la  Jliada. 

Tollos  los  escritos  históricos  de  cualquier  clase  que  sean  constan  de  un  elemen- 
to común  .  hi  ¡Hirrarion.  Por  consiguiente,  las  reglas  literarias  á  que  están  somelido» 
son  tres:  el  integres,  la  verosimilitud  y  la  unidad  ;  á  las  cuales  debe  satisfacer  la  nar- 
ración d(*  un  hecho  cualquiera ,  so  pena  de  desagradar.  Si  el  escritor  no  sabe  inspi- 
rar interés  á  lo  que  cuenta;  si  lo  cuenta  de  tan  mala  traza,  que  aunque  .sea  veníail 
nos  parezca  finjido  ;  en  fin  ,  si  las  diversas  partes  de  la  narración  están  dislocadas  t 
mal  unidas  entre  si  es  imposible  qiu'  el  libro  nos  inslniva  ni  nos  deleite. 

Kl  inten's  de  la  narraeion  histórica  no  resulta  solamente  déla  naturaleza  de  U 
obra.  Claro  está  que,  siendo  iguales  todas  las  demás  rosas  se  interesarla  mas  un  lec- 
tor con  la  historia  de  su  naeion  que  con  la  de  los  pueblos  eslranjeros.  Pero  aqui  lia- 
blauíos  del  interés  que  resulta  de  la  manera  de  contar  .  del  colorido  casi  dramáti<'0 
que  los  grandes  escritores  saben  dar  á  su  narración  .  del  arle  de  graduar  la  elocuen- 
eia  á  la  importancia  de  los  sucesos.  Parécenos  qin»  estanuis  asistiendo  á  la  represen- 
la('i(Hi  <le  un  drama  cuando  leemi)s  en  Tilo  Livio  la  espulsion  de  los  Tarquinios,  la 
retirada  de  la  plebe  al  monte  Síigrado,  la  raida  de  los  denMuviros,  las  campanas  do 
Annibal  en  Italia  ,  la  derrota  de  los  cartajincses  en  el  Me(ánrf).  Tiene  este  inimitahle 
historiador  el  arte  de  inspirarnos  por  la  sne»rte  de  Hoina  en  a(|iiellas  <liversas  rirciins- 
tanrias  el  mismo  interés  (]ne  tuvieron  en  las  é{)0('as  que  ileserihe  los  ciudadanos  déla 
capital  futura  del  niundo.  Sentimos  las  misin:is  congojas  tpie  ellos  en  el  peligro,  la 
misma  alegría  en  el  triunfo,  y  durante  la  lectura  somos  romanos. 

I'n  historiador  de  nuestro  siglo,  Karamsiii  .  en  la  historia  (l(*  Husia  ,  su  patria. 
se  asinieja  mucho  á  Tilo  Livío  en  esla  dolf»,  ¡inncijialuM^nte  cuando  describe  á  los 
rusos  \enidos  y  esclavizados  por  los  nuigc>Ir>.  y  despu(*s  >engando  su  humillarion 
pasada  en  la  batalla  del  Tañáis  bajo  el  mando  del  vab-roso  Uemelrio  Donski. 

Nuestro  Mariana,  desma\a(lo  á  veces  cuando  desrribe  suresos  de  poca  importan- 
cia ,  recobra  todo  su  vigor  en  la  narración  de»  la  reslauruMon  de  .Nslurias  por  Pela\e. 
de  las  conquistas  de  Toledo,  Zaragoza,  Valencia,  Sevilla  \  (iranada.  y  de  las  batallas 
de  las  Navas  y  del  Salado.  Kn  estas  circunstancias  rrílicas  es  un  gran  pintor. 

Lo>  historiadores  griegos  y  romanos,  para  dar  á  su  narración  un  aspecto  mas  dra- 
mático ,  solían  poner  razonamientos  escritos  por  ellf)s  mismos  en  boca  de  los  per.**?»- 
naj(*s  históricos.  Algunos  críticos  haii  censin*ado  esta  costumbre  como  opuesta  á  la 
\(*nlad. 

Nosotros  no  opinamos  del  mismo  modo.  Knhorabuena  que  cuando  conste  de  la  his- 
toria lo  que  dijeron  no  .se  alteran  sus  |):ilabras;  pero  ctiaiuh»  mi  consta  /qué  incon- 
veniente hay  en  hacerlos  decir  lo  <|ue  realmente  dijenm  ,  aun(|ue  sea  con  diversas  vo- 
ces? Es  claro  que  Lucrecia  antes  de  darse  la  muerte  dio  <'uenta  á  su  padre  y  mari- 
do del  atentado  de  Sexto  Tarquinio.  Ks  claro  que  .lunio  Rrulo  descubru)  en  aquella 
Cíicena  lan  cruel  (¡ue  su  imbecilidad  rvi\  finjida.  ¿Oué  crimen  cometió  Tilo  lj\¡o  con- 
tra ia  >erdad  histórica,  poniendo  en  boca  de  ambos  personaje^^  palabras  conforiui*s  á 


[81] 

SU  situación ,  á  sus  sentimientos  y  á  su  carácter?  No  hay,  pues,  infracción  de  verdad, 
y  se  añaden  á  la  narración  bellezas  que  la  hacen  doblemente  interesante. 

Salustío ,  que  puso  en  boca  de  Catón  y  de  César  dos  oraciones  en  sentido  opuesto 
sobre  el  castigo  de  los  cómplices  de  Caliliua  ,  no  faltó  en  nada  á  la  verdad,  aunque 
fuesen  ambas  compuestas  por  él.  Hubiera  faltado  al  primer  deber  de  un  historiador, 
si  hubiese  puesto  en  boca  de  Cicerón  una  oración  diferente  de  la  que  arrancó  á  este 
cónsul  la  indignación  viendo  entrar  á  Catilina  en  el  Senado.  Así  es  que  ni  la  sosti- 
tuyó  por  otra ,  ni  la  insertó  en  su  historia ,  y  se  contentó  con  decir  que  Cicerón  hizo 
una  oración  escelente  y  útil  á  la  república.  Allí  no  le  fue  lícito  inventar,  porque 
eran  conocidas  las  palabras  qiie  el  cónsul  habia  pronunciado. 

La  belleza  no  disculpa  al  historiador  que  falta  á  4a  verdad ;  pero  cuando  esta 
q[ueda  ilesa  no  sabemos  por  qué  ha  de  privarse  al  escritor ,  no  ya  de  un  artificio 
inocente  para  hacer  alarde  de  sus  prendas  oratorias,  motivo  que  siempre  nos  pare- 
cerá futiU  sino  de  un  medio  muy  oportuno  para  aumentar  el  interés  de  la  narración, 
dándole  carácter  dramático. 

Mas  para  que  esta  licencia ,  que  según  nosotros  debe  permitirse  á  los  historiado- 
res ,  se  use  con  derecho  es  menester :  primero ,  que  conste  que  el  personaje  históri- 
co habló :  segundo ,  que  no  se  sepan  literalmente  las  palabras  que  mjo :  tercero ,  que 
se  pongan  en  su  boca  las  que  exija  la  situación,  su  carácter  y  la  serie  de  los  sucesos. 
Sería  una  necedad  que  el  historiador  de  las  campañas  de  Bonapartc  en  Italia  inven- 
tase arengas  á  los  soldados  franceses  para  ponerlas  en  boca  de  aquel  general ;  pues 
se  sabe  que  no  les  arengó,  sino  les  hizo  proclamas.  Pero  Mariana  no  cometió  ningu- 
na falta  poniendo  oraciones  en  boca  del  rey  D.  Rodrigo  y  de  Tarif  antes  de  la  bata- 
lla del  Guadaletc,  y  de  D.  Pelayo  incitando  á  los  asturianos  á  que  restaurasen  la  mo- 
narquía. Véase  si  les  hizo  decir  lo  que  debían ,  atendidas  las  circunstancias  en  que 
se  hallaban;  y  estemos  ciertos  de  que^  si  no  lo  dijeron  con  las  mismas  palabras,  lo 
dirian  con  otras. 

Cuando  el  pensamiento  es  el  mismo  la  variación  de  las  voces  no  es  importante. 
¿Se  culparía  de  falta  de  veracidad  á  un  español  que,  escribiendo  la  historia  de  Fran- 
cia, tradujese  en  su  lengua  el  célebre  dicho  de  Enríque  lY  :  mivez  mon  panache  blancl 
¿Se  exijiria  del  escritor  que  dejase  estas  palabras  en  francés,  porque  el  rey  no  las  dijo 
en  castellano  ?  ¿  Pues  qué  mas  tiene  traducir  el  pensamiento  de  un  idioma  á  otro,  que 
de  una  frase  á.  otra  dentro  de  un  mismo  idioma? 


ARTICI  LO  IL 


JLA  segunda  cualidad  necesaria  á  la  narración ,  bien  oratoria ,  bien  histórica ,  es  la 
verosimilitud.  Sin  ella  pierde  su  lustre  la  verdad  misma. 

La  verosimilitud  se  conseguirá  siempre  que  se  cspliquen  bien  las  causas  de  los 
acontecimientos :  estas  consisten  en  los  caracteres  de  los  personajes ,  en  el  espíritu  de 
las  naciones  ,  en  sus  intereses  políticos  ó  industriales,  en  la  forma  de  su  gobierno. 
Suelen  combinarse  con  estos  elementos  permanentes  los  juegos  de  la  fortuna  ;  pero 
femejante  combinación  contribuye  más  bien  á  acelerar  el  desenlace  que  á  producirlo. 
Sería  muy  poco  instruido  en  la  historía  romana  el  que  atribuyese  la  caida  de  su  prí* 
mer  monarquía  al  despotismo  de  Tarquinio  el  Soberbio ,  ni  al  atentado  de  su  hjjo 
contra  Lucrecia.  El  trono  fue  minado  por  sus  cimientos  desde  la  ley  de  Servio  Tulio, 

44 


[82] 

quo  puso  todo  el  poder  lejislativo  en  manos  de  los  patricios.  Donde  quiera  que  haya 
una  aristocracia  poderosa  y  hereditaria  junto  á  un  trono  electivo  e»  in^ponble  que 
no  sucumba  la  autoridad  real.  Díg^anlo  sino  Roma,  Venecia  y  Polonia.'  Pero  no  pue* 
de  negarse  que  la  maldad  de  Sexto  Tarquinio  aceleró  el  triunfo  del  patriciado. 

£1  espíritu  de  los  pueblos  es  una  de  las  causas  mas  comunes  de  los  sucesos.  Lw 
castellanos  de  Enrique  IV  el  Impotente ,  (|ue  peleaban  con  desventaja  contra  los 
moros  granadinos ,  treinta  años  después  trmnfaban  en  Italia  de  los  franceses  y  de 
los  suizos.  ¿Por  qué?  IN)rque  el  espíritu  belicoso  de  la  nación  ,  adquirido  en  orho  si- 
glos de  perpetua  lid  ;  pero  dirijido  sinicslramenle  biicia  las  divisiones  y  guerras  intes- 
tinas ,  puesto  en  actividad  y  bien  guindo  por  los  Reyes  católicos ,  debió  naturalmente 
dar  la  superioridad  á  los  ejércitos  españoles. 

El  carácter  de  los  personajes  es  un  elemento  igualmente  poderoso.  Catilioay  Ce- 
sar aspiraron  á  tiranizar  la  república.  El  primero  sucumbió  ante  el  patriotismo  y  vi- 
jilancia  de  un  cónsul  no  militar.  Cesar  triunfó  de  Pompeyo.  El  espíritu  del  pueblo 
romano  en  a([ue11a  ('*poca  era  bastante  favorable  á  una  y  otra  empresa ;  pero  Catili- 
na  no  era  mas  que  un  malvado  ,  y  Cesar ,  á  pesar  de  sus  vicios,  un  grande  hombre. 

Por  esta  razón  miramos  no  solo  como  un  adorno ,  sino  como  una  necesidad  de  la 
historia  los  retratos  que  suelen  hacer  los  historiadores  de  los  hombres  ilustres. 
Prescindiendo  de  las  bellezas  de  elocución  que  caben  en  ellos,  y  del  placer  con  qne 
vemos  descritas  las  virtudes  y  vicios  de  los  personajes  histr^ricos  es  casi  imposible 
comprender  bien  los  sucesos  sin  conocimiento  de  los  caracteres ,  señaladamente  en 
las  épocas  en  que  un  hombre  solo  ha  dominado  todo  un  siglo.  Y  aunque  estas  no 
son  comunes  en  la  historia  universal  lo  son  sin  embargo  en  la  particular  de  las  na- 
ciones. 

Es  imposible  en  ciertas  épocas  comprender  cómo  se  han  establecido  en  otros 
tiempos  ciertas  instituciones  repugnantes  á  la  razón  y  que  parecen  absurdas.  Con 
nuestra  civilización  y  nuestras  ideas  de  justicia  nos  parece  imposible  que  haya  po- 
dido e<?tablecerse  y  durante  tantos  años  el  sistema  feudal.  Obligación  es  del  historia- 
dor de  la  edad  media  esplicar  cómo  la  situación  en  que  se  hallaron  los  pueblos  bár^ 
baros  del  Norte,  después  de  conquistadas  las  provincias  del  imperio  de  Occidente, 
hizo  no  solamente  verosímil ,  sino  hasta  cierto  punto  necesario  aquel  orden  social 
que  ahora  nos  parece,  y  con  razón  ,  tan  monstruoso  ,  pues  reunía  en  sí  solo  todos 
l»s  males  del  despotismo  y  de  la  ananiuía.  Otros  muchos  fenómenos ,  igualmente 
inverosímiles  en  apariencia,  ocurren  en  la  historia  ,  que  no  pueden  esplicarse  sin 
el  examen  filosófico  de  sus  causas.  Este  examen  es  un  deber  moral  y  literario  del 
historiador. 

La  unidad  hace  mas  enlazados  y  por  consiguiente  mas  perceptibles  y  verosí- 
miles los  acontecimientos.  E.vainiíunulo  con  cuidado  la  historia  de  una  nación,  se 
verá  que  á  lo  menos  en  largos  periodos  se  ha  visto  sometida  á  un  principio  general 
(pie  domina  en  todos  ios  sucesos.  Este  prin<'ipio  general  constituye  la  unidad  históri- 
ca. Todos  los  anales  de  Roma  están  comprendidos  en  estas  dos  palabras:  república 
roiiqnisíadora .  Los  progresos  de  sus  con(|u¡stas  «lesde  que  aseguró  su  libertad  ,  la  caída 
de  la  república  apenas  tuvo  á  sus  pies  casi  todo  el  mundo  civilizado,  el  establecimien- 
to del  imperio  militar,  la  mina  de  este  imperio  cuando  las  naciones  bárbaras  fueron 
sus  aliadas  ,  las  principales  victorias,  derrotas  y  revoluciones  de  los  romanos  están 
contenidas,  como  en  un  germen,  en  el  nomhre  del  jnwhlo  rey  (jueles  dio  Virjilio. 

Ks  fácil  de  hallar  esta  unidad  indagando  el  espíritu  que  ha  animado  á  las  nacio- 
nes; porque  este  espíritu  ,  aunque  tal  vez  se  altere  ó  se  dejenere,  nunca  llega  á  bor- 
rarse enteramente ,  como  se  vé  en  la  aversión  de  los  españoles  á  la  dominación  es- 
Iranjera.  La  España  del  siglo  XIX  es  muy  diversa  de  la  de  Viriato,  Pelayo  é  Iñigo 
Arista  ;  sin  embargo  ,  ha  hecho  tantos  esfuerzos  para  sostener  .su  independencia,  como 
los  héroes  de  la  edad  antigua  y  media. 

Cuando  el  espíritu  de  una  nación  se  corrompe ,  es  muy  difícil  de  encontrar  la 
unidad  ,  porque  entonces  se  establece  la  lid  de  los  principios,  y  generalmente  acaba 
p<u'  triunfar  el  último,  ó  á  lo  menos  por  modificar  notablemenie  al  primero.  ¿Quién 
reconoce  en  los  romanos  degradados  de  Honorio  el  patriotismo,  el  valor,  la  alta  po- 
lítica ,  no  ya  de  los  Camilos  y  Escipiones  ;  pero  ni  aun  de  los  Trajanos  y  Antoninos, 


[83] 

ni  aun  los  vicios  brillantes  de  los  Césares  y  Antonios  ?  En  lugar  de  las  pasiones  pú- 
blicas dominaban  los  intereses  y  placeres  privados.  ¿En  qué  parte  encontraríamos 
entonces  algún  príncipio  de  unidad?  Lo  mismo  puede  decirse  de  los  griegos  bajo  los 
sucesos  de  Alejandro.  El  principio  democrático ,  que  fue  el  alma  de  las  repúblicas 
griegas ,  y  que  dio  á  su  bistoria  breves ,  pero  gloriosas  pajinas ,  existia  solamente  en 
la  Academia ,  en  el  Pórtico ,  en  las  escuelas  nlo«ó6cas.  Disputaban  fervorosamente 
sobre  abstracciones ;  pero  ya  se  habia  abandonado  la  escena  pública. 

Obsérvese  que  para  que  un  principio  pueda  constituir  unidad  bistórica  es  me- 
nester que  sea  moral ,  esto  es ,  que  se  enlace  con  las  ideas  comunes  y  generales  de  la 
nación,  sea  parte  de  su  intelijencia  y  ájente  babitual  de  sus  acciones.  No  basta  un 
impulso  accidental  dado  por  un  grande  hombre  ó  por  las  circunstancias  del  momen- 
to. Arato  prolongó  algún  tiempo  la  vida  de  la  libertad  en  los  pueblos  de  Grecia ,  ó 
mas  bien  operó  gatbdnicameníe  sobre  la  libertad  que  ya  era  cadáver.  Adquirió  gloria 
para  si;  pero  no  resucitó  el  estinguido  espíritu  democrático. 

Hemos  manifestado  los  medios  de  dar  interés  ,  verosimilitud  y  unidad  á  las  nar- 
raciones históricas.  No  deben  contarse  ni  todos  los  hechos,  ni  todas  las  circunstan- 
cias. Es  menester  gran  tino  en  la  elección.  Nosotros  aconsejaríamos  que  se  omitie- 
sen los  que  no  añadan  interés  ni  contribuyan,  aunque  sean  verdaderos ,  á  hacer  mas 
verosímil  la  narración  ó  á  justiGcar  el  principio  de  la  unidad.  Pero  esta  regla  tiene 
escepcion  en  las  obras  de  erudición  bistórica. 

Késtanos  que  hablar  de  las  sentencias  morales  y  políticas.  Es  indudable  que  pro- 
ducen mejor  efecto  las  que  van  incorporadas  en  la  narración  misma  del  suceso  que 
las  sujíere.  Siempre  desagrada  que  el  historiador  la  interrumpa  para  afectar  la  pro- 
fesión de  predicador  moral  ó  político.  ía)  mejor  sería  presentar  con  tal  arte  los 
acontecimientos ,  que  el  lector  por  sí  mismo  dedujese  la  máxima  sin  que  el  escritor 
se  la  advirtiera. 

Se  ha  celebrado  mucho,  y  con  razón,  el  pasaje  de  Tácito  [camsce  odü  eo  acriores 
fuia  iniqufei  el  odio  era  tanto  mayor  cuanto  era  injusto] :  sentencia  que  está  embebi- 
da en  la  misma  narración  ,  como  esta  otra  de  Salustio  :  [saltare  magis  quam  neceste  est 
probw:  bailaba  mejor  de  lo  que  conviene  á  una  mujer  honesta.)  ¡Qué  bien  pinta 
nuestro  Hurtado  de  Mendoza  á  ima  coqueta  cuando  dice  que  eraamt^a  de  ganar  to- 
iHfff'tde* »/  dr  con^rvaUas, 


[841 


LOS  CONDES  DE  BARCELONA  VINDICADOS, 

Y    CRONOLOGÍA    Y   GENEALOGÍA    DE   LOS   REYES    DE    ESPAÑA, 

CONSIDERADOS 

COMO  MRm  MPEIIENTES  DE  SU  UMi. 


Dos  tontos  en  %.""  wnajor.^Barceiona.  194S< 


ARTICULO  I. 


IfXliÉVEXOS  á  dar  cuenta  de  esta  obra  no  solo  su  mérito  é  importancia ,  sino  tam* 
bien  el  pesar  que  nos  ha  causado  verla  aparecer  casi  sin  ser  divisada  entre  los  rápidos  j 
terribles  sucesos  de  estos  últimos  años.  Es  verdad  que  ellos  absorvian  todavía  atención 
de  nuestros  compatriotas;  pero  también  lo  es  que,  si  hay  algún  estudio  intimamente  U* 
gado  con  el  evánien  ó  dirección  de  los  movimientos  políticos  de  ios  pueblos  es  el  de 
la  historia  ,  señaladamente  el  de  la  nacional ;  porqué  los  documentos  y  máximas  que 
de  ella  se  deducen,  siendo  osperiraentales y  prácticos,  son  los  mas  á  propósito  para 
conocer  los  medios  verdaderos  de  gobierno  y  de  libertad.  Nos  parece  una  contradiC' 
cion  que,  cuando  la  escena  política  sufre  tantas  alteraciones,  no  fijen  principalmente 
la  atención  los  escritos  históricos. 

La  obra  de  que  hablamos  hoy  tiene  por  objeto ,  según  indica  su  mismo  titulo» 
ilustrar  los  principios  de  una  de  las  soberanías  mas  ilustres  de  la  España  cristíaiía 
en  la  época  de  la  reconquista ,  y  de  un  pueblo ,  que  aunque  unido  primero  con  el 
reino  de  Aragón,  é  incorporado  después  con  este  en  la  grande  monarquía  españda, 
conservó  sin  embargo  largo  tiempo  sus  leyes ,  usos  y  fueros  particulares  ,  y  aun  no 
ha  renunciado  todavía  á  su  antiguo  carácter  y  fisonomía  especial.  Pero  con  la  nacioB 
catalana  ha  sucedido  lo  mismo  que  con  la  navarra,  asturiana  y  aragonesa  :  son  poco 
conocidas  las  fuentes  de  donde  procedieron  y  se  aumentaron  estos  raudales  para  for- 
mar después  el  inmenso  rio. 

Es  ,  pues,* altamente  patriótico  y  digno  de  un  español  el  fin  que  se  ha.propuesto 
el  Sr.  Rofarrnll.  Aclarar  las  dudas  y  dificultades  históricas  con  instrumentos  verídicos» 


[85]    _ 

buscados  y  examiuados  con  la  mayor  laboriosidad  ;  condenar  al  olvido  las  consejas 
populares  ;  proclamar  la  probabilidad  donde  no  fuese  posible  la  certeza  ,  y  poner  en 
evidencia  la  cronolojia  y  succesion  de  los  condes  de  Barcelona,  es  haber  hecho  ala 
historia  nacional ,  á  la  patria  y  á  todo  el  orbe  literario  un  eminente  servicio. 

£1  autor  por  la  naturaleza  de  sus  estudios  y  por  su  posición  social  se  ha  hallado 
en  circunstancias  muy  á  propósito  para  llenar  dif^namentc  la  obligación  que  se  habia 
impuesto.  Aficionado  á  los  estudios  históricos,  ligado  por  el  vinculo.de  la  amistad 
literaria  á  todos  los  que  en  España  siguen  esta  laboriosa  y  para  ellos  infructifera  car- 
rera ,  individuo  de  la  Real  Academia  de  la  Historia ,  de  la  de  Buenas  Letras  de  Bar- 
celona y  de  otras  corporaciones  sabias ,  y  archivero  mayor  en  el  Real  y  general  de 
la  Corona  de  Aragón  ,  ha  tenido  gusto ,  instrucción  y  medios  para  consultar  el  gran 
número  de  documentos  que  inserta  en  su  obra  ,  y  en  los  cuales  funda  sus  asercioaes. 

Esta  obra  se  presentó  á  S.  M.  en  1855  solicitando  el  permiso  de  la  dedicación, 
que  fue  concedido  previa  censura ,  tan  favorable  como  justa ,  de  la  Academia  de  la 
Historia ;  mas  no  pudo  ver  la  luz  pública  hasta  tres  años  después. 

Está  dividida  en  cuatro  períodos : 
A  .<*    El  de  los  condes  de  Barcelona  desde  Wifredo  el  Velloso  ,  que  nuestro  autor 
señala  como  el  primer  soberano  independiente  de  la  marca. 
^.*     De  los  condes  de  Barcelona  reyes  de  Aragón. 

5.®     De  los  condes  de  Barcelona  reyes  de  España  de  la  dinastía  de  Austria. 
4.*    De  ios  condes  de  Barcelona  reyes  de  España  de  la  dinastía  de  Borbon. 

Antecede  una  introducción  en  que  espone  brevemente  el  oríjen  del  condado  de 
Barcelona ,  conquista  y  gobierno  en  sus  principios ,  después  feudo  de  la  corona  de 
Francia,  y  últimamente  soberanía  independiente  de  *el¡a. 

Acompañan  dos  cuadros  muy  interesantes  y  bien  hechos:  uno  contiene  el  árbol 
genealójico  de  los  condes ,  y  otro  el  facsimile  de  sus  firmas.  Antecede  á  la  obra  el  su- 
mario cronolójico  de  Cataluña  de  D.  J.  M.  Vaca  de  Guzman,  escrito  en  verso  ,  aun- 
que rectificados  algunos  errores  de  hecho.  Los  amantes  de  los  estudios  históricos  no 
agradecerán  mucho  al  Sr.  Bofarrull  que  les  haya  regalado  esta  composición  ajena, 
que  carece  de  todo  interés  historiográfico ;  pero  los  amantes  de  la  buena  poesía  le 
hubieran  agradecido  en  gran  manera  que  les  hubiese  evitado  leer  versos,  hijos  de  los 
del  P.  Isla  en  el  Compendio  de  la  Historia  de  España,  que  felizmente  nadie  lee  ya.  To- 
dos hubieran  querido  mas  bien  un  sumario  escrito  por  el  mismo  autor  en  su  prosa 
modesta,  clara  y  corriente.  Pero  dejemos  reposar  las  cenizas  de  los  muertos. 

Es  claro  que  de  los  cuatro  periodos  en  que  se  divide  la  obra  ,  el  primero,  por  ser 
el  mas  antiguo  y  del  cual  hay  menos  documentos ,  es  el  mas  abundante  en  dificulta- 
des. £1  Sr.  Bofarrull  disuelve  muchas,  y  esclarece  con  muy  sana  criti(?a  la  oscura  his- 
toria de  aquellos  tiempos  ,  cotejando  frecuentemente  las  aserciones  de  los  cronistas 
del  principado  de  Cataluña  con  los  instrumentos  orijinales ,  y  confirmándolas  ó  im- 
pugnándolas. Es  imposible  seguirle  en  estas  discusiones  que  constituyen  el  mérito 
principal  de  la  obra,  sin  copiar  pliegos  enteros.  Contentarémonos ,  pues,  con  dar 
una  noticia  de  los  principales  descubrimientos  debidos  en  esta  parte  tan  interesante 
de  nuestra  historia  á  su  sagaz  laboriosidad. 

I  .*  La  existencia  ignorada  hasta  ahora  de  Senicfrcdo  ,  conde  de  Urjel ,  hijo  de 
Wifredo  I  el  Velloso  ,  y  deducida  por  el  Sr.  Bofarrull  del  cotejo  de  signos,  firmas  y 
rúbricas. 

2.®  La  de  Mirón  I ,  conde  de  Barcelona ,  hijo  y  succesor  de  Suiniario ,  y  nieto  de 
Wiíiredo,  que  reinó  juntamente  con  su  hermano  Borrell  H ,  deducida  del  mismo  co- 
tejo. A  este  Mirón  habian  confundido  los  historiadores  con  otros  príncipes  del  mismo 
nombre  y  parientes  suyos ,  condes  de  Cerdeña  y  Besalú. 

5.®     Las  victorias  del  conde  Wifredo  el  Velloso  contra  los  moros  arrojándolos  del 
Monserrate ,  del  condado  de  Ausona  y  de  gran  parte  de  Cataluña ,  como  también  la 
áacendencia.  probable  de  dicho  conde  de  Carlos  Martel ,  tronco  de  la  dinastía  carlo- 
ringia  en  Francia. 
4.*     La  ei^istencia  de  un  hermano  suyo  llamado  Seniefredo. 
5.*    La  falsedad  de  todos  los  heehos  que  se  cuentan  de  Wifredo  I,  Felá 
casamiento  con  una  hija  del  Balduino,  conde  de  Flandes.  Wioidilda» 


I 


[76] 

los  api'istaías,  todas  las  naciones  de  Europa  los  condenaban  Á  las  penas  mas  duras  t!e 
Mih  ródi(^os  cri mínales.  £1  que  estaba  fuera  de  la  ¡{(lesia  estalla  luem  de  la  le}'.  Ke- 
potínios  sejrunda  vez  que  solo  señalamos  los  hechos,  sin  calificarlos}  sin  designarnii 
cansas. 

Nuestro  suscritor  dice  que  eso  era  contraiio  á  las  palabras  del  Salvador:  mi  iWm 
vo  es  dr  csfr  mutido.  Si  el  testo  estuviera  bien  aplicado  ,  (pierria  decir  que  las  narioms 
europeas  hicieron  muy  mal  en  eschiir  déla  ciudadanía  Á  los  disidentes  ;  inaa  noque 
el  hecho  es  falso.  Pero  el  testo  está  mal  Iraido  al  caso  pre.<iente  como  va  hemn 
prohado  en  otra  parte.  El  reino  de  la  iglesia  no  es  de  este  nmndo ;  pero  oí  ¡(obierao 
uiljtico  sí :  V  ¿quilín  podrá  quitará  las  naciones  el  derecho  de  pimer  condiciones  á 
a  ciudadanía?  V  si  entonces  quisieron  to<tas  (componerse  esclusivainenle  de  erúuií- 
nos,  ¿se  ¡Hidrian  alegaren  contra  las  palabras  de  Jesucristo,  las  cuales  se  diríjcná 
holo  caracterizar  m  reino ,  esto  es,   la  Iglesia? 

Kl  dominio  político  de  his  Obispos  v  después  de  los  Papas ,  fue  una  necesidad  so- 
cial de  aquellos  siglos  bárbaros,  (leso  la  barbarie ,  v  ces(')  el  poder  tempi>ral  de  la  Igle- 
sia. Pero  siempre  se  conser>ó  el  mismo  el  reino  cfel  Sal>a(!or,  que  es  eterno. 

Dice  que  nursira  aneiritm  es  contraria  á  (oh  hrrhon  de  (a  Imloria.  Qwx^ievmwoii  que  hu- 
biese citado  alguno ,  desde  fines  del  siglo  \l  hasta  el  WI ,  que  contrariase  nuosüv 
principio.  En  la  primer  época  eran  \  a  cristianas ,  ademas  de  ('iistilla,  Navarra  f 
.\ragon ,  Fraiu;ia,  Inglaterra  v  Alemania,  las  tres  monanpiias  de  Esi*andína\ía,  á 
saber:  Dinamarca,  Noruega  }  Suecia.  Tn^iria  v  Polonia  lo  eran  también:  Uusia  esta- 
ba fuera  del  orbe  europeo,  pero  también  habia  rccihido  de  Conslantinopla  la  fé  dH 
tirucilicado.  ¿En  cuál  de  estos  pueblos  fueron  admitidos  los  mahometanos  ó  his  ¡dú- 
latras  á  la  participación  de  los  derechos  políticos?  ¿En  cuál  de  ellos  fue  licítala  a|KLS- 
lasía?  Que  se  nos  diga. 

(CARTA  PBKGCM'A.  Si  toda  la  Europa  conocida  se  incluia  en  la  crisliaudad.  ^Si 
escepto  algunos  distritos  (|ue  carecían  de  los  primeros  eienientos  de  la  c¡\  ilizacion, 
como  Prusia,  Lívonia ,  parte  de  l/ituania  }  Laponia.)  .Vñade:  ¿cx/ci  ijuerra  nwjrada  fne 
puramente  defensiva?  A  esto  resp4)ndemos  que  xt. 

En  el  siglo  VII  salienm  de  Arabia  los  discípulos  de  Mahoma  predicando  su  relijíoa 
á  fuego  Y  sangre ,  v  en  el  espacio  de  poco  uuis  de  un  siglo  con(|uistarou  v  soiuelieruu 
desde  el  Indo  liastíi  el  Loira,  ¿ilómo  deberá  llamarse  la  guerra  dirijida  á  desposc^ío- 
narlos  de  sus  conquistas?  /Podrá  caracterizarse  ctui.o  ;¡ucrra  de  ayrvsioM  ^  6  coiuv 
guerra  de  defensa  í  La  justicia  en  casos  semejantes  está  siempre  á  fa\or  del  injusta- 
nuMite  invadido ,  }  la  cristiandad  lo  fue. 

Nuestro  adversario  equivoca  la  guerra  ofvnfirn  con  la  dceít¡)edÍ€Íon:  pero  estaniiH 
chas  veces  es  solo  defensiva.  .Vgatocles  .  oprimido  en  Sicilia  por  los  carlajineses,  sa- 
lió con  su  armada  de  Siracusa ,  se  presentó  sobre  Cartago  v  aterró  á  los  enemigos. 
Las  espediciones  á  la  Tierra  ^)anta  tenian  por  objeto  acabar  con  la  potencia  luuhume- 
tana  en  el  mismo  centro  de  sus  doutinios ,  ó  por  lo  menos,  ponerla  en  c>stadu  i\^  qur 
no  infundiese  temores  á  la  cristiandad.  El  primer  objeto  no  pudo  higrarse;  fiero  el 
segundo  se  llenó  completamente;  pues  Italia  no  >ol\ió  á  \er  los  e.scuad roñes  de  la 
nuMÜa  luna ,  y  en  España  fu<>  deca vendo  de  dia  en  día  la  potencia  musulmana. 

Si  las  espediciones  de  las  tlruzadas  hubieran  sido  mas  felices ,  claro  es  que  S4*  hu- 
biera |H>dido  Y  se  hubiera  debido  acabar  con  un  enemigo  írr€>c(mcíliable  que  lautos 
males  habia  causado  á  Empopa.  ¿No  acabaron  con  Napcdeon  en  IKI  i  \  181  Tí  las  po- 
tencias conjuradas  contra  él.''  V  ¿aquella  guerra  »  aunque  de  espedicion  ,  no  si>  carac- 
terizó como  defenaival  El  mejor  medio  de  defenderse  es  reducir  á  la  nulidad  el  |ioder 
del  enemigo. 

El  preguntador  añade:  csi  no  me  engaño,  el  Pana  queria  n^clamar  para  sí  no  so- 
lamente la  Palestina ,  .sino  todos  los  varios  territorios  asiáticos  y  africanos  |iosoido« 
entonces  por  los  mahometanos.  ¿Fne  Justa  esta  ambición  1 

Nuestro  suscritor  se  engaña  ciertamente,  v  aunque  no  se  engañase,  nada  de  eso 
viene  al  caso  en  la  cuestión  presente.  Pudieron  los  Pontífices  manifestar  una  ambi- 
ción desmesurada,  y  sin  embargo  ser  jWiV/i/m  la  guerra  contra  los  infieles.  ;Cuáutas 
veces  se  ha  sostenido  con  malos  niedius  una  esrelente  causa ! 

Pero  se  engaña ,  repetimos ,  como  él  mismo  teme  con  razón.  No  era  Roma  tan 


Af^íii  i[iie  desease  para  sí  territorios  apartados  sin  tener  fuerzas  ni  ejérrilos  propios 
con  ([ue  S4)stenerse  en  ellos.  Asi  es  que  los  efímeros  estados  de  Jerusalen  ,  Antioquía, 
lulesji  V  de  otros  territorios,  fundados  por  las  Cruzadas,  se  dieron  á  varios  gefes,  sin 
que  el  Papa  reclamase  nada  del  pais  conquistado ,  anles  bien  procuró  siempre  con 
UMlas  sus  fuerzas  enviar  auxilios  á  los  príncipes  cristianos  de  Tltramar. 

Ijo  que  Roma  reclamó  siempre  en  las  conquistas  liecli<is  ó  (|ue  se  hiciesen  en 
África  V  en  Asía  fue  la  suprema  inspección  de  que  entonces  gozaba  en  toda  la  cris- 
tiandad sobre  los  negocios  civiles  y  políticos  de  alguna  im¡H)r(ancia.  Esta  pretensión 
no  pcMÜa  ser  injusla ,  pues  era  conforme  al  derecho  póblico  4le  aquellos  siglos.  De  esta 
venlad  tenemos  un  insigne  ejemplo  en  el  célebre  meridiano  de  Alejandro  VI ,  tirado 
fiara  seiiarar  las  posesiones  españolas  de  las  portuguesas  en  entrambas  Indias.  Esto 
¡ac  verificó  en  una  época  en  que  ya  el  poder  político  de  los  Papas  ni  aun  era  sombra 
ele  to  que  habia  sido  tres  siglos  antes.  Sin  embargo  ,  dos  poderosas  naciones  se  some- 
lieron  á  este  arbitraje ,  que  solo  era  un  resto  imperfecto  de  la  anligira  autoridad  que 
i*onr4Hlió  ¡I  la  Santa  Sede  el  derecho  común  de  las  naciones  europeas, 

Kn  el  dia  parecerían  estranas  y  aun  risibles  Lis  pretensionin»  de  esta  especie.  Eti- 
tóiiei^  fue  acatada  y  obedecida  la  determinación  de  Roma.  Pero  el  mejor  medio  de 
no  acertar  nada  en  materias  históricas  ni  políticas  es  juzgar  una  época  ó  una  nación 
|Nir  láÁ  ideas  de  otro  pueblo  ó  de  otro  siglo. 


ARTlCLf.O  IV. 


FiiKi;c?(TA  SKPTiMA.  Supuesto  que  Roma  fuera  centro  de  la  cristiandad,  ¿por  qué 
DO  pudo  prestar  á  Sicilia  y  ¿i  España  protección  y  defensa  contra  los  malidmetanos.'' 

El  supuesto  es  falso  y  la  pregunta  está  hecha  de  una  manera  confusa  ,  que  hace 
imposible  responder  á  ella  sin  distinguir  las  épocas. 

I  .**  I^'i  Santa  Sede  de  Roma  ha  sido  desile  el  siglo  de  los  Apóstides  el  raí- 
'rtf  de  la  unidad  de  la  Iglesia,  y  por  consiguiente  del  cristianismo;  pero  hasta  el  si- 
clo  \i  no  tuvo  otro  carácter  sino  el  del  poder  espiritual;  y  asi  no  pudo  impedir  ni  auxi- 
liar á  España  ni  á  los  demás  paises  cristianos  invadidos  por  los  musulmanes  mas  que  con 
iu«  oraciones  y  con  sus  ruegos  á  los  monarcas  y  á  los  pueblos  poderosos,  l^s  invasiones 
ie  los  mahometanos  en  Eunqia  si;  veriíicaron  en  el  siglo  vni  y  el  ix. 

i.*  Cuando  se  reunió  á  la  Sede  de  Roma  el  poder  político  que  ya  hemos  definido,  so- 
tire  la  cristiandad  (l\  ¿quién  duda  que  auxilió  poderosamente  con  su  influencia  la  no- 
t>le  empresa  de  los  Reyes  de  España,  empeñados  en  restaurar  su  patria  y  libertarla  del 
fugo  sarraceno?  El  cpie  negase  este  hecho  incontestable  mostraría  en  eso  solo  su  igno- 
"Sincia  de  nuestcn  lii«i|í>r¡a.  R:i<ta  liojis-ir  :\  Mariana  para  encontrar  nuni<*r(k>os  te^linio- 
líü»  de  los  elicaces  auxilios  que  recibieron  los  Re^es  cristianos  en  España  del  poder 
K>n  tífica  I . 

El  mismo  Gregorio  Vlí ,  que  creó  este  poder,  y  su  sucesor  Irliano  II ,  autnr  di»  |;i< 
>uzadas,  autorizaron  á  los  Reyes  de  Aragón  para  liacer  uso  de  los  bienes  etle>iá>l¡^(jS 


'f  Se  exceptúa  e\  imporío  de  Oricnti*,  qiii*  colocado  en  iinn  extremidad  d«*  Europa,  y  M>fnelJi!o  :il 
ísuin,  fii  reconocí;!  i*!  poder  t*spiniii:il  iii  el  loiii|>or:il  iht  Uoiiia.  IVro  auiiqiio  eriütiuno ,  las  foniiUN  lit*  :»ii 
obieriio,  suii  i  a^tu>i4brer>  ur<>i)iiir.i(lus.  su  or(;ullo5  s\i  debilidad  le  aHcmejalMU  uiasá  kua  uaiiouoiIcMi;.!, 
lue  á  blu'^iiM  de  I.m  qtfc;  cutóaooN  .'^nnaUtu  A  muudo  europeo. 


en  sus  giKM'ras  contra  los  moros.  Ignalrs  cuncrsionos  se  Iiinoron  «lespiies  á  una  y  oln 
monariiuia  on  el  i'iirho  de  la  reconquisla;  y  nadie  ignora  qne  toda  la  parle  que  Gobnilil 
del  diezmo  la  liarien<la  de  li<|»aña,  con  lo»  diferente»  nombres  de  subsidio,  cscusado, 
tercias,  novenas  etc.;  y  que  la  que  devengaban  los  partícipes  legos  á  titulo  de  servirioi 
liedlos  al  Estado,  precedian  de  bulas  pontilirias,  en  que  se  ronredieron  A  los  Rejes 
auxilios  para  hacer  la  guerra  A  los  iulieles,  y  medio»  para  premiar  con  el  caudal  deh 
Iglesia  á  los  guerrents  que  en  las  lides  se  distinguían. 

i  Alan  importantes  fuesen  estos  socorros  nadie  puede  dudarlo;  como  lampoeoque 
según  las  idnas  de  aquellos  siglos  solo  residía  en  el  Papa  la  autoridad  de  d¡!i{>enwrlos* 
Pero  aun  hubo  mas. 

En  el  ano  de  1118  habiendo  puesto  sitio  á  Zaragoza  Alonso  el  BalalUidor ,  Itey  it 
Aragón,  el  Papa  (¡elasio  11  concedió  indulgencia  plenaria  {esto  es,  una  especie  de  crd« 
zada;  á  los  ({uc  peleasen  en  aquella  guerra ;  lo  que  aumentó  considerablemente  el  pj(T- 
cito  cristiano  con  un  gran  número  de  guerreros  <|ue  acudieron  de  Francia ,  asegun)  h 
victoria,  produjo  la  conquista  de  aquella  imuorlante  plaza,  y  arrojó  ú  los  musulmanes 
de  la  linea  del  Ebro.  Igual  indulgencia  se  publicó  en  favor  de  los  que  favoreciesen  álm 
templarios,  cuando  se  esUiblecieron  en  Ar.igon  en  la  guerra  contra  los  infieles,  ritinui- 
mente  se  concedió  por  punto  general  ;\  todos  los  que  peleasen  contra  los  maliomelanos 
de  España.  Las  tres  órdenes  militares  de  Santiago,  Alcántara  y  ('.alatrava,  que  lao  po- 
derosamente contribuyeron  á  la  victoria  de  la  causa  nacional,  fueron  institutos  relijio- 
sos  aprobados,  y  aun  promovidos  por  Honia. 

El  mayor  peligro  que  corrió  Castilla  después  déla  erección  de  la  monarqufa,  fue  in- 
dudablemente la  espediciou  délos  almohades  i\  principios  del  siglo  Xllí.  El  célebre  his- 
toriador I).  Rodrigo,  arzobispo  de  Toledo,  pasó  enl(M)ees  Á  Koma  como  emb.ijadiir  de 
Alonso  Vllt,  y  consiguió  no  solo  indulgencia,  sint»  tainhion  cruzada  para  aquella  guer- 
ra: lo  que  reforzó  con  gente  muy  eseojida  de  Francia  y  de  otras  parles  el  ejército  que 
consiguió  la  señalada  victoria  de  las  Navas.  Semejantes  auxilios  recibió  de  Koma  la  cris* 
tiandad  de  España,  ya  en  las  conipiisUis  de  Valencia  y  Andalucía,  ya  en  la  guerra  qiic 
se  terminó  con  la  batalla  del  Salado.  Silves  y  Lisboa  fiienuí  rendidas  con  el  sm^orro  de 
los  cruzados  ingleses, flamencos  y  sajones,  que  pas<mdo  ala  Tierra  Santa,  y  rogados  por 
lo>  lieyes  de  Portugal  creyeron,  y  con  razón,  que  no  faltaban  á  su  instituto  favorecien- 
do á  los  cristianos  de  Lusitania. 

Si  á  esta  eficaz  cooperación  con  hon^bres  y  dinero  se  añade  la  intervención  continua 
y  pacifica  de  la  santa  Sede  por  medio  desús  legados  para  terminar  las  guerras  queso- 
lian  suscitarse  entre  los  príncipes  cristianos  de  E^ipaña ,  se  conocerd  con  cuánta  líjerc- 
za  é  ignorancia  de  la  historia  se  ha  querido  suponer  (pie  Koma  no  auxilió  á  los  españo- 
les en  su  guerra  de  ocho  siglos  contra  los  musulmanes. 

En  cuanto  á  Sicilia  nada  tenemos  que  decir,  sino  que  cuando  los  moros  se  apode- 
raron de  ella  en  el  siglo  I\ ,  los  Papas  no  tenían  aun  poder  político,  y  harto  hacían  en 
excitar  á  los  ronianos  á  que  defendiesen  su  territorio  invadido  por  otros  musulmunrs. 
Dos  siglos  después,  cuando  los  normandos  reconquistaron  la  isla  con  poderoso  ejército, 
no  neceMtaban  de  otro  auxilio  de  parte  del  Sumo  Pontííice,  sino  la  paz  que  les  concediót 
y  sin  la  cual  no  hubieran  podido  hacer  su  espediciou. 

Se  ve,  pues,  por  nuestras  respuestas,  que  la  mayor  parte  de  las  preguntas,  que  se 
nos  han  hecho,  ademas  de  suponer  murha  ignorancia  en  la  historia  déla  edad  media, 
no  han  tenido  otro  objeto  que  el  de  denigrar  en  cuanto  ha  sido  posible  la  causa  política 
del  cristianismo  contra  la  media  luna.  El  misiuo  preguntador  sin  esperar  las  respuestas 
(lo  (]iie  prueba  en  él  una  opinión  ya  fija  é  inmudable;  confiesa  (pie  «los  (lobieruos  en- 
ropoos  debieron  concertar  medidas  prudentes  para  su  defensa.»  Luego  la  guerra  era 
justa  por  su  misma  conf(;sion.  Si  lo  era  ,  ¿cómo  la  Wawa  fandtical  ¿cómo  dice  que  no 
pu(*de  justificarse  por  las  escrituras ,  cuando  en  ninguna  parte  de  ellas  estsí  condenada 
la  güera ,  hecha  jiistamente  y  defendiéndose  de  un  invasor  ,  ó  reclamando  de  él  los  ter- 
ritorios que  ha  usurpado? 

líice  qne  no  se  sabia  dónde  ostaba  el  .<rpulrro  {\e\  Salvador,  por  cuya  libertad  pelea* 
han  los  cristianos.  Nosotros  no  lo  creemos.  Desde  la  muerte  de  Jesús  nunca  han  faltado 
en  a(|uella  ciudad  discípulos  de  la  cruz ,  y  por  tanto  no  nos  persuadirá  nadie  á  que  no 
se  hubiese  conservado  por  tradición  la  noticia  del  sitio  en  que  estuvo  aquel  sagrado  y 


[79] 
redoso  monumento.  ;^uerrá  liacer  álos  cristianos  un  nuevo  cargo  porque  de>oasen  te- 
PT  en  su  poder  aquel  territorio ,  honrado  con  los  misterios  de  la  vida ,  pasión  y 
inerte  df>l  Redentor,  y  que  los  mahometanos  no  poseían  sino  con  el  título  de  la  fuerza 
rnlal?  /Querrá  aue  hubiesen  renunciado  i  los  sentimientos  relijiosos  que  escitan  los 
cimbres  de  aquellos  lugares?  ¿No  dijo  Dios  por  Isafas  que  el  sepulcro  del  Redentor  wria 
'orííMo? 

En  6n ,  es  falso  que  el  objeto  de  las  cnizadas  fuese  esferminar  lo$  infídein  porque  el 
bjeto  de  una  guerra  nunca  es  csterminar  al  enemigo,  sino  someterlo  y  reducirlo  á  la 
npolenria  de  que  nos  dañe.  Causa  hastio  tener  que  rechazar  acusaciones  tan  falsas  co- 
to absurdas.  El  verdadero  fanatismo  fue  el  de  los  árabes ,  que  salieron  de  sus  desier* 
rs  con  el  objeto  de  someter  el  mundo  á  la  ley  de  su  profeta,  llevando  por  único  argu- 
lento  la  espada.  Porque  fanatismo  es  la  pasión  que  nos  lleva  á  matar,  á  esclavizar,  ó 
reducir  al  ilotismo  político  y  poner  bajo  tributo  al  hombre  que  no  acepta  nuestra 
rerncia.  Los  cruzados  no  iban  á  conm'tir^  sinoá  castigar  á  los  que  habían  querido  con- 
t*rlir  con  el  alfange  á  los  pueblos  cristianos;  y  á  restaurar  lo  t{ue  bajo  tan  fanático ^ve- 
íslo  habian  quitado  á  la  cristiandad. 

Rista  ya :  cree:nos  qne  he.nris  esplícaJo  suficientemente  nuestras  ideas  acerca  de  las 
¿lebres  espediciones  conocidas  con  el  nombre  de  cruzadas.  Si  nos  hemos  ostcndido 
into,  no  ha  sido  á  la  verdad  por  refutar  á  un  adversario,  sino  porque  creemos  con  ve- 
ente  y  aun  necesario  presentirlas  bajo  su  verdadero  punto  de  vista ;  y  proh-ir  que  los 
imos  Pontífices,  aconsejando  á  Europa  que  tomase  las  armas  contra  el  mahometismo, 
aconsejaron  una  cosa  justísima  :  qui*  piído  y  debió  dar  este  consejo,  por  la  suprema 
ispeccion  que  entonces  le  coiiipetia  cnuio  gefe  espiritiial  y  temporal  de  la  cristiandad: 
ue  el  <W¡to  de  una  cniprosa  no  es  el  mrjor  argumento  para  condenarla  ó  aplniídirla: 
lie  debieron  haberse  adoptado  otros  medios  de  ejecución ,  que  la  hubieran  hecho  me- 
9S  costosa  y  mas  útil ;  y  en  ^\n ,  que  Ií  los  los  sarcas'.nos  de  los  escritores  protestantes 
>ntra  Roma  ni  de  los  incrédulos  del  siglo  XVIIi  contra  el  crístianisiuo ,  jauías  pro- 
anin  que  i^s  fanática  ó  injusta  la  guerra  que  se  haceá  un  pueblo  de  ladrones  para(|iie 
fstituva  lo  que  ha  robadlo.  Hueno  es  convertirlos  por  la  persuasión,  y  en  ningún  siglo 
a  dejado  Roma  de  enviar  misioneros  á  los  países  infieles,  inclusos  los  mahometanos; 
ero  también  es  bueno  (¡iic  rl  hombre  defitnda  m  cam* 


DE  LAS  OBRAS  HISTÓRICAS. 


ARTlClLtJ    I 


.^A  historia  es,  de  todos  los  géneros  de  literatura  prostiica,  el  que  mas  se  acerca  á 
I  oratoria ,  así  eonu»  la  novela  Á  la  poesía.  Exíjese  del  historiador ,  aun  mas  que 
1*1  filtisiifo  ,  elegancia  sostenida  sin  afectación  ,  pureza  y  correcci^m  de  lenguaje ,  ar- 
lonía  V  rotundidad  en  la  frase.  Pero  estas  dotes  deben  estar  unidas   á  la  mucha  so- 


tuvo  edad  para  ello:  cu  (in,  paüó  á  la  Tierra  Santa,  donde  murió  peleando  por  la  causl 
de  la  criftliandad  ,  dejando  á  h.  Uauíon ,  que  fue  después  apellidado  el  tirande ,  la  pa- 
cifica posesión  de  su  condado. 

1^  dicho  hasta  aquí  son  hechos  indudables,  fundados  en  documentos  irrecunbleí 
que  cita  el  Sr.  Bofarriili.  La  cuestión  es  esta :  ¡fué  culpable  D»  Bereiujud  en  H  a$e$inato  ét 
su  hermano  i).  Hainont 

Si  hubiésemos  de  estar  á  la  máxima  mi  bono  fueril ;  si  debiésemos  atribuir  todo  de- 
lito, cuyo  autor  se  ignora ,  al  que  tuviese  ínteres  en  cometerlo,  no  hay  duda  qiw 
debieron  suscitarse  contra  H.  Berenguel  lejítimas  sospechas,  lauto  mas  fundada»  euanlo 
eran  públicas  las  desavenencias  y  aun  el  rencor  y  niala  vttluntad  ^como  dice  una  de  las 
escrituras  de  conciliación)  que  habia  entre  los  dos  hermanos.  Estas  sospechas  se  snici* 
laron  efectivamente ,  y  aun  hubo  confederación  de  algunos  magnates  de  (üntalunapara 
tomar  á  su  cargo  la  tutela  del  huérfano  y  perseguir  y  castigar  á  lt>s  asesinos.  Pero  este 
proyecto,  di riji Jo  principalmente  contra  Berenguel,  á  quien  localm  impedir  las  con- 
federaciones de  esta  especie  no  tuvo  consecuencias:  aun(|ue  la  animosidad  de  loseoii^ 
federados  era  tal ,  que  desciinfiando  en  sus  pruínas  fuerzas ,  querían  llevar  la  causa 
á  un  tribunal  eslranjero  ,  cual  era  el  de  Alonso  \  1  de  Castilla  ,  tribunal  tan  poco  cono- 
cido de  ellos,   que  á  este  rey  le  dan  en  el  acta  el  título  de  Conde. 

IVro  la  veraz  é  inflexible  historia  no  juzga  |M>r  sos{ieclias  ni  por  resentimienloi 
hijos  de  las  pasiones  momenl.lneas  de  los  hombn!s.  Sus  sentencias  producen  dema- 
siado honor  ó  infamia  á  los  nombres  sobre  (|ue  recaen,  para  que  puedan  nunca  fun- 
darse en  argumentos  tan  falibles.  Asi  el  Sr.  Bofarrull,  en  cuya  opinión  fue  h. 'Reren* 
guel  culpable  en  el  asesinald  Je  su  hermano,  cita  testimonios  mas  decisivos  cuya  fuera 
DOS  proponemos  examinar. 

Estos  iustruuicnlos  son:  1.**.  el  acta  de  incorporación  del  monasterio  de  S.  Lorenzo 
del  Monte  al  de  ó.  Cucufate  del  Valle  ,  hecha  por  el  conde  I).  Bamon  Berenguel  111, 
hijo  del  conde  asesinado,  y  sobrino  y  pupilo  de  B(M-enguel ,  en  \i)\)H,  épfK*a  muy  re- 
ciente ,  y  en  la  cual  vivia  aun  y  estaba  en  Palestina  su  tio  y  tutor.  En  ella  llaumá 
Berenguel  fraíricida  ,  y  le  atribuye  con  el  nombre  de  parricidio  el  as(*sinato  de  su  her- 
mano. Debe'  observarse  que  por  el  tenor  de  la  cláusula  parece  que  se  quiere  inferir  de 
este  delit(»  ser  nula  y  de  ningún  valor  una  donación  que  Berenguel  hizo  poél  parríri' 
dium  al  abad  Tomeriense :  tiKuo  esta  consecuencia  v,s  ilejilima  ,  pues  Berenguel  nunca 
dejó  de  ser  conde  de  Barcelona  hasta  (pie  partió  á  la  Tierra  Santa  ,  estamos  autoriza- 
dos para  creer  que  las  sospechas  de  que  ya  hemos  hciblado  se  miraron  como  certeiss 
para  irriüir  la  citada  donación.  Lo  mas  que  prueba  este  documento  es  la  opinión  que 
el  hijo  del  conde,  iu(u*rto  alevosamente,  y  sus  cortesanos  y  amigos  tenían  acerca  del 
porpretaJor  del  honiioiJío  ;  y  no  es  estrauo  que  la  tuviese  tocándole  de  tan  cerca  y 
estando  roJeado  de  l-)S  eneuii;:os  de  su  tio. 

Ei  :2.°  es  uuasenleacia  dada  en  1 157  por  los  jueces  de  corte  de  l^rida  en  un  pleito 
feudal,  en  la  cual  se  dice  por  incidencia  que    <  Berenguel  mató  á  su  hermano   y   por 
eso  fué  convencido  y  comprobado  como  homicida  y  traidor  en  la  corte  de  AlfonsOí 
rey  de  los  castellanos»  ;   «como   saben,  añade,  muchos  hombres  de  esta  tierra.i  El 
claro  que  esta  opinión  histórica  ,  después  de  mas  de  (><)  años  del  suceso,  esto  es,  da 
la  convicción  de  Berenguel  en  la  corte  de  Castilla  ,  no  procedió  sino  de  haber  supuesto 
realizado  el  proyecto  de  la  confederación,  que  se  formó  después  del  asesinato  |iara  lle- 
var la  causa  al  tribunal  de  Alonso  VI.  ¿Cómo  un  hecho  üm  notable  y  ruidoso,  y  al 
mismo  tiempo  tan  glorioso  para  la  corona  de  Castilla,  como  reconocerla  por  jiíez  de  ua 
príncipe  soberano  acusado  de  parricidio  por  sus  vasallos,  no  dejó  vestijío  alguno  ni 
en  la  historia  ni  en  losmonumentcK»  c^tstellanos?  ¿Pues  ipié,  semejante  acusación  y  con- 
vicción pudo  verificarse  sin  obligar  á  ello  á  B<>renguel  por  la  fuerza  de  las  armas,  sia 
ima  gran  conmoción  de  toda  f^taluña/  Berenguel,  político,   vigoroso,  valiente,  ¿se 
babria  entregado  como  un  cordero  á  discreción  de  sus  acusadores,  habria  aceptado  el 
juez  que  le  quisieron  dar ,  estranjero,  y  qiie  ademas  ningún  interés  tenia  en  juaegarlo? 
;.Y  porqué  los  c^italanes  no  se  aprovecharon  para  acusarlo  y  juzgarlo  de  la  época  en 
que  fue  prisionero  del  Cid  Cauipea<lor?  /.Porqué  el  autor  de  la  historia  latina  y  coetá- 
nea del  Cid  ,  y  por  consiguiente  nada  amigo  de  Berenguel ,  antagonista  del  Campeador, 
nu  da  eu  ninguna  parte  el  nombre  de  fraíricida  al  soberano  de  Barcelona?  ¿Por  qué  en 


r9i] 

fin,  los  que  IraUíron  de  confHdorarse ,  mii«»rlo  el  conde  D.  Rnmon  y  para  perseguir  á 
»u»  asesinos  no  designaron  á  lieren^cuel?  ¿Pudo  hacerse  después  de  un  reinado  glorioso 
de  catorce  años  lo  (pie  no  liabia  poditlo  lograrse  recien  cometido  el  crimen ,  caliente 
aun  la  sangre  del  desgraciado  principo ,  llena  de  sospechas  no  infundadas  la  nobleza 
de  Calaluna ,  é  iucierlas  todavía  las  riendas  del  gobierno  en  las  manos  del  supues- 
to asesino? 

3.®  El  roartirolojio  de  Gerona ,  que  señalando  el  dia  en  que  murió  D.  Ramón, 
afiade  ;  que  «fue  asesinado  en  el  collado  de  Astor  por  su  heimano  con  sus  traidores. > 
Esita  espresion  tiada  prueba ,  mientras  no  se  sepa  la  época  en  que  se  escribió;  solo  in- 
flara una  opinión  que  era  común  entre  los  enemigos  de  Ik^renguel ,  y  que  se  embelle- 
ció con  el  cuento  del  capiscol  de  Gerona ,  que  en  las  exequias  del  desgraciado  principe 
iiitDfa  pudo  entonar  la  antífona  tuboeniie  taiuti  Iki ,  y  cantó  sin  poderse  reprimir :  Ubi 
mt  AbH  fruter  tma? 

Por  otra  parte  la  conducta  de  Rerenguel  parece  irreprehensible  durante  su  gobierno 
j  tutela  de  su  sobrino.  Nunca  se  casó,  ó  al  menos  careció  de  succesion.  Tuvo  en  su  po- 
der á  su  pupilo  ,  al  que  trató  como  á  su  futuro  snccesor,  como  si  fuera  su  hijo ,  y  le 
abandonó  sus  estados  cuando  pasó  á  la  Tierra  Santa ;  porque  nosotros  no  creemos, 
mientras  no  se  nos  presenten  documentos  mas  decisivos ,  su  absurdo  viaje  á  Toledo 
para  ser  juigado  *  convencido  y  depuesto. 

Sin  embargo,  hay  en  la  conducta  de  Berengnel  una  mancha  conocida  y  cierta  que 
no  es  fácil  de  disipar,  y  fue:  no  siendo  él  el  asesino,  el  poco  cuidado  que  tuvo  en  des- 
nibrir  y  perseguir  á  los  que  lo  habían  sido ;  neglijencia  que  dio  motivo  á  los  amigos 
de  l>.  Kamon  para  confederarse  contra  los  alevosos,  y  justa  causa  para  que  sospecha.sen 
de  él  mismo.  Esta  neglijencia  pudo  tener  su  oríjen  en  la  mala  voluntad  que  se  tenian 
his  dos  hermanos   y  no  en  la  complicidad  del  homicidio. 

Nosotros  no  nos  atrevemos ,  pues,  á  absolver  á  Berenguel ,  ni  á  libertar  la  memo- 
ria de  este  principe  ilustre  de  un  titulo  tan  odioso  como  el  de  fratricida  ;  pero  nos 
parece  que  hasta  ahora  no  hay  documentos  históricos  bastante  ciertos  y  convincentes 
para  condenarlo.  Tuvo  desde  el  principio  de  su  reinado  en  compañía  de  1).  Ramón  un 
|iartido  poderoso  contra  si :  este  partido  halló  campo  abierto  para  desencadenarse  con- 
tra él  después  que  pasó  á  la  Tierra  Santa  :  á  pesar  de  sus  enemigos,  la  nobleza  catala- 
na le  reconoció  como  tutor  del  hijo  de  su  hermano  y  como  soberano  suyo  :  reinó  ca- 
torce anos  con  gloria,  acrecentando  sus  dominios  á  costa  de  los  sarracenos,  mante- 
niendo el  pais  en  paz  y  justicia ,  y  cuidando  de  sn  pupilo  como  si  fuese  hijo  suyo.  No 
rreenios  que  los  catalanes  hubieran  sufrido  su  dominación  por  tanto  tiempo  á  estar 
cierto  y  averiguado  el  delito. 

Rojas ,  que  de  todos  nuestros  autores  cómicos  es  el  que  manifestó  mayor  talento 

Cara  los  asuntos  trájicos ,  escribió  una  comedia  con  el  título  del  Cain  de  Cataluña ,  en 
I  cual  iiay  algunas  escenas  verdaderamente  terribles  y  dignas  de  Melpomene.  D^fi- 
garó,  según  la  libertad  propia  de  los  poetas,  la  historia  cierta  ó  supuesta  del  fratrici- 
dio, suponiéndolo  cometido  en  vida  del  oonde  i>r  Hamon  el  Viejo,  padre  de-  los  dos 
feuMios. 


[92] 


COBIERNO 

DEL  SESOR  rey  don  CARLOS  III, 

Ó  IIV(9TR1I€€10IV  KESEKTAOA 


PARA  DIRECCIÓN  DE  LA  JUNTA  DE  ESTADO 


QUE  CREÓ  ESTE  MONARCA : 

{Daba  á  in}  i^ox  ül*  Slnbics  iltttticL 

TOMO  EH  OCMTAVO  FRA?VCK!$«— JP#fW«^  JSS8* 


^i.-^fa 


ARTICULO  I. 

J^L  nombre  del  Sr.  Miiriel  os  batíanle  conocido  en  la  Europa  culta  por  su  eirdente 
obra  L.Es¡)agne  jíov4  le$  roii  d^la  mai:ton  (k  fíourbim,  V  no  m\  razón  la  llaiDamoa  «wjftf; 
piieá aunque  en  ella  se  encuentre  la  Iradnccion  de  la  obra  inglesa,  que  lleva  el  niMino 
título  de  (luillermo  <'oxe  «  las  numerosas  notas  y  capítulos  adicionales  con  que  la  ha 
enriquecido  ,  señaladamente  en  la  historia  de  (^Arlos  III ,  le  dan  una  parte  no  pei|iieña 
en  la  gloria  de  esta  producción  literaria.  Ahora  completa  con  la  presente  obra  el  cua- 
dro de  aquel  reinado  ,   iiiagnííico  y  precioso  para  los  españoles. 

El  objeto  principal  de  este  libro  es  la  publicación  de  la  uiftruvcion  trM'rvada^  escrita 
por  el  conde  de  Florida  Rlanca  ,  primer  ministro  de  aipiel  sabio  monarca ,  y  aprobada 
por  el  rey  ,  en  la  cual  se  comunicaron  á  la  Junta  de  estado  todas  lasnocion<>s  pertene- 
cientes á  la  administración  pública.  La  Junta  fue  creada  el  año  de  1787.  Con  razón, 
pues ,  la  intitula  el  Sr.  Aluríel  Gobierno  de  Cdtio.<  ///,  siendo  como  es  el  resultado  de 
todas  las  idt*as  adquiridas  durante  el  periodo  en  que  reinó ,  y  la  espresion  ,  dlgámnaio 
asi,  de  cuanto  habia  hecho  antes  y  niedit¿iba  hacer  en  lo  succesivo  para  la  pro.speríd«d 
de  la  monarquía.  Nada  manifiesta  mejor  que  esta  instrucción  los  sentimienloa  patrió- 
ticos de  aquel  buen  rey.  cLa  circunstancia  de  rescirvada,  dice  con  mucha  razón  *el 
Sr,  Muriel,  que  tiene  la  ímirviccioa  trasmitida  á  la  Junta  de  estado,  la  realza  en  grai 
manera  4  porque  no  puede  caber  en  ella  la  sospecha  de  que  haya  sido  disfrazada  la 


[M] 

vrrtLid  por  torcidos  finos,  como  sucede  á  veros  con  otros  documentos  (i  mnnifíostos, 
publicackis  {lOT:  los.gpbjcrnoi^  para  consolar  á  contonlar  <*V  los,  pueblos ,  cncnbi-í(*nfif»  las 
desgricm  qtKi  padecen  ií  pciiilándóles  los  desaciertos  úi\  los. que  los  ríjen.  Bn  la  íh»- 
trwscioa  no  bay  ní>  puede'  babér  sino  verdad  espuesta  ron  candor  y  bucMiafi^  Allí  el 
Miborano,  como  cabi^za  (|ue  es  de  la  gran  familia  que  se  llama  oslado,  presenta  «1  su 
consejo  la  verdadera  situación  en  que  se  bailan  los  negocios  ,  y  le  Irasuiite  sus  mas 
irilímos  pensamientos  acerca  do  ellos ,  sin  atlornos  estiuiiados  y  sin  mas  artificios  re- 
tóricos que  el  deseo  del  acierto,  quo  es  de  suyo  tan  elocuente....  l>e  todo  habla  la 
iitKfntcciwi  llanamente  y  sin  disfraces.» 

Ilemfis  copiado  estas  palabras  de  la  tN/rWiMriVwi  que  antecede  «i  la  obra ,  y  que 
nos  ha  jKirecído  uno  de  los  mi^jores  troxos  que  se  lia  van  escrito  de  filosofía  liist()rica. 
Kl autor  describe  con  facilidad  ,  pero  reducido  el  cuadro  del  reinado  de  («arlos  III ,  y 
Iribnta  á  las  virtudes  de  esle  principe  y  al  talento  de  su  primer  uiiriislro  los  elojíos 
meriN-idos ,  sin  olvidar  no  obstante  sus  defectos  y  los  yerros  que  se  rometieron. 

lie  aquí  la  descripción  que  bace  del  cankcler  de  l;i  loolucicm  de  Francia,  t  Desde 
el  punto  (|ue  comc*iix6  la  reforma  frantr^'sa  se  vi'Uó  ya  de  ver  el  alan  con  que  ios  enemi- 
gos de  la  monarquía  y  de  la  relijion  trabajaban  por  (Irslniirlas :  ;,cómn,  pues,  la  tcni- 
¡leslad  que  se  i Imi  formando  allende  de  los  monlrs  Pirínros,  dojiíría  de  causar  sohn*- 
«ialtos  á  uiinistr4'»s ,  á  quienes  estas  dos  instituciones  b.'ibian  parcrido  con  razón  basta 
entonces  los  uniros  «ijentcs  de  la  felicidad  del  pucbb»  <^paa<d....  con  i)aso  lento,  pero 
M*giiro  ,  habrían  adelantado  los  ministros  en  el  camino  de  las  relbrnias,  á  no  haberles 
asustado  la  revolución  de  Francia.  Para  lograr  la  prosperidad  del  país  no  habría  sidi» 
necf*sario  entonces  atravesar  por  un  horroroso  caos....  Kiitrr  los  gra\('s  eri<)r(\s  á  que 
suele  s(T  arrastrado  el  enlendimiento  del  homhre  no  se  seriabn^í  nin<;uno  mas  funesto 
que  el  |Niralelismo  de  la  libertad  civil  y  de  la  relíjion;  puesto  que  no  ba  podido  hahcr 
nunca,  ni  es  posible  que  haya  jamas,  no  diré  libertad  ,  (kto  ni  orden ,  ni  felici<lail ,  ni 
justicia  en  los  est^ulos  de  gobierno ,  ya  absoluto ,  ya  representativo,  en  dondr  faltan 
bis  creencias  relijiosas:  verdad  que  se  halla  estampada  en  los  añales  de  todas  las  na- 
ciones.... 1^  revolución  francesa  lomó  des.lc  su  orijen  el  cariicler  de  reforma  radical, 
y  á  inuy  pm*o  tiempo  se  alxó  ya  descaradamente  contra  lis  ideas  rel¡jiosa«.* 

¡Gstraña  incons4*cueiicia  por  cierto!  querer  plantear  relornias  para  mejorarla  suerte 
<le  los  pueblos,  y  destruir  al  mismo  tiempo  la  base  mas  sólida  en  (|iie  estriba  no  solo 
el  orden  público,  sino  hasta  la  ¡miz  y  bienestar  pers^mal  dt>  cada  uno  de  los  individuos 
que  componen  la  repúblíra.  N(»  puede  gloriarse  hi  generación  presente  de  (jue  esii» 
rouipb*taiiK'nte  de4»vam*cido  este  error ,  si  bien  la  verthhl  va  reeobra.alo  algniia  |.art4; 
de  su  inifierio;  pero  basta  tanto  que  aquel  no  sea  eslir|)a  lo  4lel  to(h» ,  claro  e>ia  <pie 
ilevjín  los  <*stadosensu  seno  un  cánrer  venenosoy  uiortífero  que  los  (raerá  infatibh'menle 
é  su  jierdicion.  ¿lie  qué  sirven  los  adelantamientos  y  mejoras  materiales  de  que  somos 
deuibircs  á  los  conocimientos  cientirR-os,  si  carecemos  de  la  ¡lerfercion  moral?  V  ¿cómo 
podremos  llegar  á  conseguirla  dejando  sin  resolurion  las  cuestiones  importantes  que 
ño  puede  resolver  la  raxon  sin  el  auxilio  del  rristianismo.^  >'o  es  p'>sible  re<'ono/ca 
ni  ubligacioniw,  ni  >iuculos  sociales  sobre  la  tierra  el  que  no  sabe  por  qué  fines  ha 
\enídfi  á  ella;  el  que  ignora  la   nobleza  de  su  s^r  ,  los  designios  de  su  creaeÍ4in....  § 

El  autor  atribuye  justamente  el  espíritu  antirelijioso  de  la  revolución  fraiu'esa  al 
lilosotíMno  que  la  habia  prec^etlido;  el  cual,  queriendo  dar  alguna  basa  ^  la  moral 
pública,  la  bascó  >  la  propuso  en  el  ínteres  individual,  con  tan  buen  éxito,  f|ue  no 
nubo  ninguno  de  los  dis<ripulos  de  Diderot.  Voltaire,  IÍelv<v*io  y  liolbnrli ,  que  no 
intÍMíjinr  en  Ja  revolución  jmr  x«r  cuenta  ,  si*gun  la  enérjíea  espresion  de  Pi^ault  l.ehriin. 
El  fi#/cirK  «s  «ua  voz  que  Codos  entienden  en  un  sentido  muy  diverso  del  de  llolliaeh, 
a^í  como  la  p  ilabra  dMie  tiene  generalmente  una  signitiracion  dLslitifa  de  la  que  te  díií 
E|>icuro.  No  pueden  sit  basas  de  la  moral  e>as  frases  á  las  cuales  es  fácil  de  acomodar 
el  sumido  que  quieran  darles  las  pasiones.  Ese  es  el  grave  daúo  que  resulta  de  tomar 
un  corolario  pur  un  principio*  1^  >irlud  es  níU  y  agnuialtlr  Mdire  bi  tierra  ;  pero  no 
firtiriHlc  ni  de  la  utilidad  ai  del  deleite,  ponpie  su  orijen  está  en  el  rielo.  El  mora- 
li«Ca  no  conoció  sn  ciencia  basta  que  se  le  revelaron  mis  fundamentos  cel<*stfalcs,  asi 
MNno  el  cosmógrafo  nosupo  medir  el  globo  que  habitamos  ni  surf*ar  los  piélagos,  basta 
qn-.'  aprendió  el  secreto  de  los  movimientos  siderales  y  planetarios. 


En  las  p.V|¡nas  i^  y  sig^iiionlos  ile  1n  inirodiicrion  ejerce  ci  Sr.  Mnriel  la  il«»bi<1a  te* 
vrriitad  coiilra  el  modo  eoii  que  se  ejecutó  la  espiilsion  de  los  jeMiilas.  ConGeM  i|iie 
(lárlos  111 ,  aterrado  por  las  snjeslioiies  del  p^irlido  filoíu'iiico  de  Francia,  cuyo  óryami 
era  el  diiipie  de  ('Jioíseiil,  no  mostró  en  eslaiM'Hsion  su  reclilud  fienional,  y  S4)loaleD- 
dio  al  rios;;o  ¡uiajinario  que  se^nn  le  dijeron  corría  su  corona.  Impugna  víciorioM* 
mente  las  calumnias  que  entonces  se  propai{an>n  ,  y  que  en  iiuetitro»  día»  lia  |ini|9U« 
rado  renovar  una  novela  del  frénero  de  las  históricas;  tales  ihiuio  la  infliieoru  da  h 
compañía  en  las  sediciones  de  Madrid  contra  el  ministro  Squilace,  ¡«m  I^vaptUiniaB* 
t(»s  (|ue  se  supusi(*ron  en  América  ,  el  pmyeclo  de  fundar  allí  una  uioiian|iifai  etc.  Y 
no  poripie  el  aul4>r  deje  de  conocer  que  exislian  motivos  fundadiM»  para  la  abulicion  da 
aquel  instituto  ,  sino  porque  d(Mde  estingiiir  una  orden  relijiosa  liasta  la  crueldad  da 
conducir  á  todos  sus  indivifluos  como  reos  de  estado  desde  sus  conventos  A  loa  puertai 
Y  desde  estos  á  Italia,  i&in  meilios  ni  socorros  por  mucho  tiemof)  hasta  que  te  ie«  bisa 
una  mezquina  asi(;nacion,  hay  enorme  distancia  ,  y  im  rey  hábil  y  ami^  de  lajua^ 
ticia ,  como  era  Carlos  lil ,  no  debió  haberla  recorrido. 


ARTICULO  11. 


f  JtUA  de  las  acusaciones  mas  severas  que  hace  el  autor  al  (i;obiernno  de  CárloalUf 
es  haber  auxiliado  la  causa  de  los  anglo-americanos  contra  su  metrópoli ,  y  por  consi* 
guicnte  haber  tremolado  en  el  nuevo  mundo  la  bandera  de  la  inde|iendencia  para  «lU 
propias  colonias.  Esta  acusación  es  justa ;  porque  el  suicidio  no  es  permitido  ni  á  loa 
estados  ni  á  los  particulares;  y  fue  uu  verdadeio  suicidio  haber  fundado  lio  antece- 
dente como  aquel  para  la  emancipación  de  la  América  española  ;  y  tanto  mas  decisivo 
cuanto  se  ofendía  con  él  á  una  nación  como  la  inglesa  ^  poderosísima  en  la  inar  y  que 
lio  olvida  filcilmente  sus  injurias. 

No  ignoramos  que  está  en  la  esencia  de  toda  colonia  emanciparse  á  su  tiempo.  Im 
pueblos  de  la  autigüedad  conocieron  esta  verdad  mejor  que  los  modernos ;  y  asi  laa 
metrópolis  dejaban  independientes  á  sus  hijas  a|>enas  podian  estas  sostenerse  sin  se 
auxilio,  siguiendo  la  ley  de  la  naturaleza  que  reclama  la  independencia  de  loa  bijoa 
cuando  ya  no  necesitan  de  los  padres.  -Esta  conducta  fue  premiada  con  el  respeto  y 
amor  que  las  colonias  griegas  y  romanas  profesaron  á  la  patria  de  donde  habían  pro- 
cedido. La  auxiliaban  en  sus  calamidades;  eran  sus  aliadas  en  la  guerra  y  en  la  pas;. 
tenian  sus  mismos  dioses  y  sacrificios ,  y  nunca  olvidaban  las  obligaciones  filiales.  Se- 
rán muy  raras  las  escepciones  c|ue  se  encuentren  en  la  historia  antigua  á  este  becbo; 
general. 

Mas  no  podia  aplicarse  este  sistema  á  los  pueblos  modernos  sin  algunas  reslriccio- 
ncs .  y  menos  á  la  España  que  nunca  consideró  sus  posesiones  en  América  como 
ionüiítj  sino  como  proviiteh»  de  la  metrópoli ,  sometidas  al  mismo  réjimen  bajo  ley 
riviles/cuya  justicia  es  ya  generalmente  reconocida.  La  emancipación  era  un 
mal  para  la  misma  América ,  cuyos  habitantes  aun  no  habian  aprendido  á  ser  iodepen- 
dientes,  y  para  la  nación  española,  cuyos  intereses  estiban  entonces  laa  ligados  á  k 
conservación  de  las  colonias.  Pero  aun  cuando  no  existiesen  estos  dos  motivos ,  lo  cier« 
to  es  que  el  gobierno  de  Carlos  IH  quería  ciertamente  conservarlas;  y  no  es  sabio  ni 
previsor  el  gobernante  que  da  un  paso  tan  funesto  como  el  de  auxiliar  á  loa  Estados 


Unidos  de  América  contra  los  mismos  intereses  que  él  cree  que  debe  sostener.  Así  es 
que  el  conde  de  Aranda  ,  por  mas  afecto  que  fuese  á  las  ideas  lilosófít'as  de  su  si{;lu, 
miró  como  una  grave  imprudencia  que  nos  costaría  la  Amér¡c4i  hacer  causa  coiiin» 
con  la  nuera  república.  No  es  buen  modo  de  conservar  ilesa  la  casa  propia  aumentar  el 
fuego  que  abrasa  la  del  vecino. 

Este  yerro  político  sube  mas  de  punto,  ti  se  consideran  los  principios  en  que  se  fun- 
daba la  emancipación  de  los  angloamericanos  ;  poniue  se  trataba  uaila  menos  que  de 
consolidar  una  república  conforme  á  las  ideas  (ilosóbcas  del  siglo,  que  si  en  el  Norte- 
América,  por  raiones  fáciles  de  conocer,  no  produjeron  sus  terribles  efectos,  cobrando 
con  aquel  ejemplo  nuevas  fuerzas,  causaron  en  Francia  la  mas  terrible  esplosion.  Y  sin 
embaído ,  Luis  XVI  y  Carlos  III  favorecieron  un  uioviuiienlo  tan  peligroso.  El  pri- 
mero pagó  con  su  cabeza,  el  segundo  en  sus  descendientes  y  su  nación  aquel  yerro 
irravisimo.  Engañólos  el  odio,  péximo  consejero:  ü  trueque  de  ver  descaecida  á 
Inglaterra,  se  espusieron  á  tantos  riesg(»s;  bien  que  debe  decirse  (|ue  el  gobierno 
francés ,  mas  espuesto  á  la  iníluencia  de  los  principios  revolucionarios ,  fue  uiuclio 
mas  imprudente  que  el  es|ianol  en  haber  avivado  el  incendio  que  amenazaft>a  devo- 
rar ú  Europa. 

Tales  si>n  las  ideas  políticas  que  desenvuelve  el  señor  Miiriel  en  la  censura  de  aque- 
lla o|M9racion.  No  es  enemigo  de  las  reformas  en  a.lininistraciun  y  en  política ;  pero  sí 
lo  es  del  gobierno  de  la  multitud  ,  esto  es,  de  la  anarquía  que  destruye  y  no  edifica; 
y  cree  que  las  mejores  reformas  son  aquellas  en  (|ue  la  sabiduría  del  hombre  loma  por 
auxiliar  la  acción  lenta,  pero  segura  del  tiempo. 

A  dos  causas  atribuye  en  el  epilogo  de  su  introducción  la  decadencia  de  Espafia 
después  del  reina4lo  de  («Arlos  Ili:  la  pn>ic¡pal  y  mas  inmediata,  según  él,  fue  el 
advenimiento  de  Carlos  IV,  y  la  privanza  del  princi|)e  de  la  Paz:  la  segunda,  la  re\o- 
lucion  francesa.  Sin  la  primera,  <un  pueblo  olM'dieote  ,  dice,  fiel ,  amante  de  sus  re- 
yes, lleno  de  celo  por  la  conservación  de  Ins  instituciones  nacionales,  seuNiítoy  since- 
ramente relijioso  ofrecía  ,  puesto  en  man<is  de  ministros  instruidos  y  esperinienlados, 
medios  preciosos  de  defensa  contra  el  huracán  que  amenazaba  á  la  nación,  t  En  cuanto  á 
la  influencia  de  la  segunda  dice  de  esta  suerte  :  «la  revolución  francesa,  á  la  ¡«ar  de  al- 
gunas ideas  provechosas  para  el  bienestar  material  de  los  honibris,  propagó  errores 
perniciosos  en  gran  manera,  alz«1ndose  descaradauu^nte  contra  las  instigaciones  nioucir- 
[uiras  no  menos  que  contra  la  creencia  relijiosa.  Fue  este  aconlei*inru*nto  funesto  para 
i|)ana;  porque  sin  él  habría  seguidf»-caininando  gradualmente  por  la  senda  de  las  re- 
formas útiles,  y  habría  mejorado  su  estalo  social,  (^uanüís  ideas  pn»vechosas  lian  sido 
proclamadas  y  difundidas  en  los  tiempos  modernos ,  fitras  tantas  habrían  sido  también 

Ehmteadas  en  el  suelo  español  por  nuestros  sabios  ministros ,  sin  temor  de  los  venda- 
ales  y  furiosos  movimientos  de  la  turbulenta  democracia  ,  ni  del  soplo  helado  y  mor- 
tífero del  escepticismo  filosófico.  Pero  la  vecindad  de  las  dos  naciones  y  la  frecuente 
ooniunicaciou  entre  ellas  que  el  sistema  político  ,  seguido  largo  tiempo  por  el  gobier- 
no, habla  hf*cho  m:K  íntima  y  amistosa,  no  podían  menos  de  traer,  y  trajeron  con 
efecto á  Espaila,  el  conlajio  de  las  ideas  de  los  novadores,  es  decir,  los  principios 
subversivos  de  toda  sociedad.  Cuando  la  república  frnnresa  venció  con  las  armas  ú  los 
que  querían  detenerla  en  el  movimiento  de  su  revolución,  ató  al  rey  de  Espafia  á  su 
carro  de  triunfo ,  y  con  el  mentido  nombre  de  aliado  hi/o  de  él  un  verdadero  esdnvo. 
l^ssJe  entonces  Esi^ana  no  fué  ya  masque  uno  de  los  sa(eiile.'<i  del  nuevo  pl.'irieta.  Kn  tal 
dependencia  claro  está  que  el  torrente  de  las  malasideas  había  de  destruir  tarde  ó 
temprano  entre  nos  tiros  los  diques  qn<*  le  conlei*inn.i 

Tales  son  los  pensamientos  que  sujíere  al  autor  la  comparación  entre  el  estado  de 
fuerza  y  prosperidad  á  que  llegó  la  inoiiarquíaen*el  reinado  de  Carlos  III  y  el  inmenso 
cúmulo  de  males  que  siguieron  después  y  cuyas  tristes  conse<*uencias  sentimos  todavía. 
Rii  todas  las  pajinas  de  la  //i/rw/fimon  brilla  el  amor  de  la  patria  y  de  la  humanidad, 
como  también  el  estudio  profundo  de  la  historia  y  de  la  política ,  las  ideas  mas  ¡lustra- 
das y  los  scntimifíiilos  mas  nobles.  Este  trozo  deiie  ser  leído  y  estudiado  por  todos  los 
que  quieran  conocer  bien  el  pt*riodo  á  que  se  n'fiere  y  aun  el  que  le  siguió ;  pues 
contiene  en  germen  toda  la  clave  de  la  historia  contemporánea. 

El  Sr.  Muriel  ha  puesto  á  la  Jnsiruccion  varias  notas,  sumamente  curiosas,   por 


qu 


[961 
conlcMior  sucesos  no  conocidos  hasta  ahora ,  para  aclarar  ó  conGrraar  aIgmuK  pualM 
l.islóricus  ó  polilicos. 

iMilro  «*llu*(  merocon  particular  atención  la  de  la  pajina  135  sobre  TofS  iBédtns  de 
asegurar  con  iiidependencia  la  subsistencia  del  rlert) «  y  la  de  la  p^ina 'S^S  ,  relativa 
á  la  ad(|uisiriou  eventual  de  Por(u$ral  por  uuhIío  de  una  succesion,  <1ji  reunión,  din^ 
de  las  do!»  coronas  do  lis|)aña  y  Portugal  fue  uno  de  los  fines  que  el  gobierno  de  Cir- 
ios l\'  tuvo  para  determinar  Á  las  cortes  de  Madrid  á  que  esnusiesen  foriualiuento  al 
rey  la  ne'^esidad  de  abolir  la  Icff  ndlíra  6  el  auto  acordado  de  I7I5..,.  Desuleetaoo 
de  ITHi.  en  (|ue  se  celebraron  los  matrimonios  de  la  infanta  Ihiña  Carlota  con  I),  Juan, 
priuri[M«  del  lirasil ,  y  <lel  infante  I).  (¡abriel  con  Doña  Mariana  de  Portugal «  tuvo  ya 
liarlos  III  pensamiento  de  que  se  reuniesen  un  dia  los  dos  reinos  en  alguno  de  loapria- 
cipes  que  naciesen  de  estos  enlaces;  pensamiento  patriótico  en  verdad  ,  y  hounwci  en 
gran  manera  para  este  soberano....! 

1^  causa  <Íel  secreto  que  se  observó  acerca  de  la  abo1i(>ion  del  auto  acordado,  fiíe, 
sfgun  el  autor,  la  ninguna  necesidad  que  habia,  teniendo  Carlos  IV  succcsion  irarfinil, 
de  arrostrar  las  ccrntestaciones  con  los  gabinetes  de  París  y  de  Ñápeles.  Kn  efecto,  d 
señor  .Muriel  ims  da  la  noticia  ,  hasta  ahora  no  publicada  y  de  que  Luis  XVI,  habien- 
do traslucido  la  deliberación  de  las  cortes  de.l7K9«  envió  ór^len  al  duque  de  la  Vau- 
guyon ,  su  embajador  en  Madrid ,  para  que  protestase  contra  la  abolición  de  la  ley 
sálica.  Kl  rey  de  las  Dos  Sicilias ,  i\  quien  llegó  también  la  noticia  délas  intenrloan 
del  gobierno  español,  envió  con  el  mismo  objeto  al  principe  de  Castelcicala.  Peroestai 
protestas  y  redaniariiuies  no  se  verilicaron ,  á  lo  menos  de  oUcio,  por  cuanto  qq  k 
promulgó  la  Profjmddca  sanción^ 


E  PADRE  JUAR  DE  HABIARA. 


I^CIEN  sepa  qne  este  insigne  literato  español  emprendió  y  llevó  á  cabo  en  el  siglo  XVI 
ia  historia  general  de  España ,  no  podrá  menos  de  admirarse,  atendida  la  época  en  que 
escribió,  de  su  inmensa  erudición,  de  su  incansable  laboriosidad ,  de  la  corrección  y 
austeridad  de  su  lenguaje ,  y  aun  de  la  crítica  y  filosofía  con  que  desempeñó  au  obra, 
muy  superiores  á  lo  que  podia  esperarse  en  su  tiempo  y  en  sus  circunstancias  indi- 
viduales. 

Tal  ha  sido  el  juicio  que  de  él  y  su  obra  han  formado  todos  los  que  han  escrito  de 
uno  y  otra,  no  solo  nacionales,  sino  también  estranjeros.  V  muy  justamente.  No  debe* 
mos  olvidar  que  su  hhíon'a  general  de  España  fue  la  primer  obra  de  esta  clase  qué  apa» 
recio  en  la  Europa  moderna  después  de  la  restauración  de  las  letras :  que  es  una  de  lai 
obras  clásicas  de  la  lengua  y  de  la  literatura  española,  y  por  ella  si'  aclimató  entre  nosotras 
el  pincel  de  Tito  Livio :  que  en  la  gravedad  de  las  sentencias  y  en  la  descripción  de 
los  caracteres  compite  á  veces  con  Tácito;  en  tin,  que  Mariana  no  perdonó  ni  á  tra- 


[97] 
bajo  ni  á  investigaciones  para  dar  á  su  libro  toda  la  perfección  que  podía  tener  en 
su  siglo. 

&  verdad  que  han  escrito  después  de  él  acerca  de  la  historia  de  nuestra  nación 
muchos  insignes  historiógrafos  que  le  han  impugnado.  El  marques  de  Mondejar, 
Perreras  y  otros  han  notado  diferentes  yerros  de  sucesos ,  de  fechas  y  de  orden  en  nues- 
tro insigne  historiador,  líasele  acusado  también  de  haber  dado  demasiado  lugar  en  su 
historia  á  los  sucesos  eclesiáslicos  y  á  consejas  tradicionales.  También  se  le  ha  defen- 
dido de  estas  dos  inculpaciones.  La  primera  es  inju.sta ;  pues  nadie  ignora  que  en  la 
edad  media  el  clero  se  hallaba  en  el  primer  grado  de  la  escala  política ,  y  los  aconte- 
cimientos que  le  pertenecían  eran  de  suma  importancia  para  el  resto  de  la  nación. 
f^  segunda  se  ha  hecho  también  á  Tito  Livio  ,  y  quizá  con  razón  á  uno  y  otro ;  pues 
aunque  las  fábulas  históricas  sean  muy  á  propósito  para  conocer  el  espíritu  de  la  época 
eo  que  se  inventaron  y  creyeron  ,  no  es  licito  á  un  historiador  juicioso  presentar  como 
acontecimientos  reales  los  cuentos  inventados  á  placer  por  sus  abuelos.  Sin  embargo, 
aun  en  esta  parte  pudo  Mariana  presentar  dos  razones  que  lo  disculparan,  f^  primera 
es  haber  repetido  no  una  sola  vez  en  su  obra:  mas  cosas  escribo  que  creo.  La  segunda  ha- 
ber algunas  cosas  de  las  que  copiaba  de  otros  autores  que  hubiera  sido  peligroso  en  su 
siglo  no  solo  negarlas,  pero  aun  omitirlas.  ¿Qué  historiador  se  hubiera  atrevido,  por 
ejemplo  ,  en  el  siglo  XVI  á  pasar  en  silencio  las  fábulas  en  que  se  fundaba  entonces  y 
se  continuó  fundando- mucho  después  la  costumbre  del  voto  de  Santiago? 

Asi  es  que  los  mismos  historiógrafos  que  han  impugnado  á  Mariana,  no  han  deja- 
do de  reconocer  por  eso  el  mérito  que  adquirió  en  un  siglo  de  poca  crítica  y  filosofía 
en  haber  formado  una  historia  de  la  nación,  despojada  de  gran  parte  de  las  fábulas 
antiguas,  aunque  no  pudiese  de  todas.  La  obra  de  nuestro  historiador  ha  sido  y  es  to- 
davía el  único  libro  clásico  de  historia  general  de  nuestra  nación ,  que  poseemos  ;  y 
á  pesar  de  sus  defectos  de  crítica ,  como  tal  lo  esliman  los  literatos  nacionales  y  es- 
tranjeros. 

Estaba  reservado  á  la  época  actual  el  singular  fenómeno  de  un  historiador  no  es- 
pañol ,  que  emprendiendo  escribir  la  historia  de  nuestra  nación ,  comienza  por  vili-* 
pendiar  el  nombre  respetable  de  Mariana,  y  por  insultar  á  un  varón  tan  benemérito 
de  nuestra  literatura ,  y  cuya  reputación  es  de  tres  siglos  á  esta  parte  verdaderamente 
europea.  En  el  Prospecto  de  la  traducción  de  la  Historia  de  España  del  Sr.  Carlos  Ro- 
mey  ,  impreso  en  Barcelona  ,  se  inserta  traducido  el  prólogo  del  autor,  y  hemos  leído 
con  indignación  las  siguientes  espresiones  :  cLo  que  ha  desconceptuado  y  casi  envile- 
cido á  los  escritores  de  la  escuela  de  Mariana  es  la  desfachatez  increíble  con  que  están 
afirmando  hechos  de  su  invención ,  poniendo  en  boca  de  los  personajes  sus  propias 
aprensiones  ó  las  de  su  tiempo  y  falsificándolo  y  estragándolo  todo  sin  autoridad  y  sin 
primor.  Por  tanto  el  primer  paso  fundamental....  es  en  algún  modo....  no  hacer  caso, 
por  ejemplo  ,  refiriéndose  á  España  ,  de  Mariana  ni  de  Ferreras>....  Es  imposible,  de- 
cimos nosotros  ,  llevar  la  desfachatez  á  un  grado  mas  alto  en  un  estranjero  que  se  pro- 
pone escribir  la  historia  de  nuestra  nación.  ¿Si  creerá  el  Sr.  Romey  ensalzar  el  mérito 
de  su  historia  deprimiendo  el  de  nuestro  historiador?  ¿Ignora  por  ventura  que  escri- 
biendo en  la  época  actual  con  tantos  y  tan  grandes  auxilios,  se  le  agradecerá  poco 
el  hacerlo  bien,  y  no  se  le  perdonará  ningún  defecto  cuando  á  Mariana  debieron 
perdonársele  todos  los  suyos  en  atención  al  siglo  en  que  escribió  ,  y  apreciarse  mucho 
las  cosas  buenas  que  en  gran  número  contiene  su  obra? 

¿Podría  el  novel  historiador  indicar  los  hechos  de  propia  invención  que  Mariana  in- 
sertó en  su  historia?  ¿Quién  hasta  ahora  le  ha  injuriado  con  el  epíteto  de  falsificador? 
Purgó  la  historia  patria  de  un  gran  número  de  patrañas ,  como  puede  conocerse  cote- 
jando su  libro  con  las  crónicas  anteriores.  Si  dejó  todavía  algunas  consejas ,  mas  bien 
copiadas  que  creídas  como  él  mismo  dice,  ¿son  de  invención  suya,  ó  tomadas  de  escri- 
tores antiguos?  Harto  hizo  para  su  tiempo  :  si  en  el  nuestro  puede  hacerse  mas ,  ¿es 
este  motivo  para  calumniarle  é  insultarle? 

Mariana  imitó  á  Tito  Libio  poniendo  en  boca  de  los  personajes  razonamientos  con- 
formes á  sus  ideas  é  intereses.  No  entramos  en  la  cuestión  de  si  esto  es  licito  ó  no  á 
un  hislorindor.  Solo  queremos  que  el  Sr.  Romey  nos  cite  un  solo  razonamiento  de  estos 
en  que  se  hallen  las  ideas  de  Mariana  ó  de  su  siglo  en  lugarde  las  del  interiooiloff» 


[98] 

Pero  estamos  seguros  de  que  no  lo  hará.  Mariana  era  harto  buen  huinainista ,  y  conocii 
harto  bien  la  historia  para  atribuir  á  Pelayo  las  ideas  de  Felipe  II ,  ni  ¿  Abeo  Tarif  Im 
de  un  relijioso  del  siglo  XVI.  Hizo  lo  mismo  que  Tito  Livio :  estudió  los  caracteres  y 
los  espresó  por  medio  de  discursos.  Lo  mismo  pudiera  censurarse  á  Solis  eo  su  hii* 
toria  de  la  Conquista  de  Nueva  España ,  y  sin  embargo  Solis ,  no  se  sabe  por  qué,  me- 
rece el  aprecio  del  Sr.  Romey ;  pues  mas  abajo  llama  á  España,  como  por  elojio.  Patria 
de  los  Cervantes  ,  Herreras  y  Solises. 

Lo  que  prueba  hasta  que  punto  ignora  el  Sr.  Romey  nuestra  literatura  es  ver 
juntos  é  incluidos  en  una  misma  proscripción  los  nombres  de  Mariana  y  de  Ferrvtvf, 
cuando  son  bajo  todos  aspectos  enteramente  opuestos.  Si  se  consideran  en  cuanto  al 
estilo  y  lenguaje,  Mariana  es  uno  de  los  padres  do  la  lengua,  cuando  es  dificil  bailar 
cosa  peor  escrita  en  castellano  que  los  anales  de  Ferreras.  Pero  si  alcndemoa  esclusi- 
vamente  á  la  exactitud  histórica  ,  como  proclama  el  Sr.  Romey ,  hay  mucha  mas  crí- 
tica ,  muchas  mas  fábulas  exterminadas,  muchos  menos  errores  cronolójicos  en  la  obra 
de  Ferreras  que  en  la  de  Mariana.  No  es  esto  decir  que  estimemos  al  primero  ni  aun 
como  historiador  mas  que  al  segundo  ,  sino  que  Ferreras  escribió  mas  de  un  siglo  des- 
pués ,  con  mas  auxilios,  con  el  arle  critica  mas  adelantada  ,  y  aun  puede  decirse,  eon 
mas  libertad  :  asi  tenia  mas  medios  de  hacer  bien  lo  que  es  mas  fácil  de  hacer  en  la 
historia ,  á  lo  menos  en  nuestros  dias  ,  que  es  el  examen  y  el  criterio  do  los  hecboi. 
Ferreras  no  es,  pues,  ni  escritor  de  la  escuela  de  Mariana,  ni  se  le  parece  en  nada,  ni  le 
es  igual  en  las  dotes  ó  los  defectos  de  un  historiador;  ¿por  qué,  pues,  se  le  pone  Janlo 
á  él  sino  porque  se  desconoce  el  carácter  y  el  mérito  de  estos  dos  escritores? 

Hemos  observado  en  el  PróUtgo  de  la  nueva  Historia  de  España  lo  que  hemos  nota- 
do  casi  siempre  en  todos  los  ¡escritos  estranjeros,  cuando  hablan  de  nuestras  cosas, 
sumo  desden ,  suma  ignorancia  y  suma  osadía  en  las  decisiones.  ¡Plegué  á  Dios  que  d 
defecto  del  Prólogo  no  se  le  pegue  á  la  obra! 

Nosotros  hemos  llevado  muy  á  mal  que  se  haya  procurado  aprender  nuestra  elo- 
cución poética  en  las  composiciones  de  los  actuales  poetas  franceses  ,  introduciendo  en 
la  lengua  de  Rioja  frases  y  giros  propios  enteramenle  de  aquel  idioma.  Lo  único  que 
nos  quedaba  que  ver  es  que  se  estudiase  la  historia  de  España,  no  en  Mariana  ni  en 
ninguno  de  nuestros  historiadores,  sino  en  una  obra  escrita  en  Paris. 


mmm  A  m  editores 


DE  LA 


^S%  ^S^'^'V 


E 


L  Sr.  Romey  en  el  Prólogo  de  su  Historia  de  España  insultó  á  Mariana.  Nosotros  k 
defendimos ,  .y  los  editores  de  Romey  en  español  han  llevado  á  mal  nuestra  defensa. 

Hicimos  un  examen  bastante  detenido  de  las  prendas  y  de  los  defectos  del  padre  de 
la  historia  española.  Admiramos  ,  como  todos  los  hombres  algo  versados  en  la  litera- 
tura histórica ,  el  grande  mérito  de  su  obra  ,  comparado  con  el  siglo  en  que  se  escri- 
bió :  notamos  sus  errores  ,  y  los  disculpamos  como  era  justo  hacerlo  ,  con  la  falta 
de  crítica ,  de  filosofía,  de  recursos  históricos  y  libertad  que  habia  en  su  época.  ¿Quién 
se  atrevería  á  exijir  de  Arquimedes  lo  que  hoy  debe  ex^jirse  de  un  mediano  profesor 
de  matemáticas? 


(991 
'    '  ''''i^i^Vih^Wíái^  de  la  nottf  (Te  fá¡MJ^mn^^ú»m'mU'málñ^ 
.i  afirmamos  que  en  los  raa^onamientos. que  pone  en  boca  def'stts personajes,  jamas  faltó 
al'éS^^^^^^  nuestra  his- 

Í!^BlÍleh4^^^  lado  dtí  ItfádtfMi^j  ^>oM«i4ii' celebraba  á 

SolW  Íiiit|ii^a()or  roas  raod^YMÍi'i!'i^éiN3'^l'cual  se  pueden  haeerloát  mtítflM' cargos  que 
él  hace  al'óbjeto  de  su  averáótt.    '  "'  ."'  »'í  oI»íimi.>   n. 

Estas  reflexiones  no  admitían  r'es(^aesta  alguna;  así  es  ({tté'llM-edíloreg  del  Romey 
DO  la  dan  en  su  remitido  insertó  en  el  Tiempo  del  H  de  Enenol. 'Ni  s6' hacen  cargo  de 
la  diferencia  que  nosotros  establecimos  entre  el  principio  del  sífk>  XVII  y  el  del  XIX, 
dí  responden  al  desafío  que  hicimos  al  Sr.  Romey  de  señalar  un  solo  hecho  falsificado 
á  Mobiendas  por  Mariana ,  ni  un  solo  razonamiento  en  que  no  estén  bien  conservadas  las 
ideas  y  el  carácter  del  que  habla.  En  está  parle  se  contentan  con  repetir  las  acusacio- 
nes del  Prólogo ,  como  si  á  ellos  ó  á  Romey  se  les  hubiese  de  creer  sobre  su  palabra. 

A  falta  de  razones  traen  en  su  artículo  muchas  lindezas  que  no  vienen  al  caso.  Nos 
dicen  que  c  hemos  dado  muestras  de  sobrada  precipitación  arrojándonos  á  tildar  la  obra 
de  Romey  antes  de  haberla  leido.»  Esto  es  falso.  Nada  dijimos  en  nuestra  defensa  con- 
tra la  nueva  historia  de  España  ,  ni  una  palabra  ,  ni  una  coma,  ni  un  tilde.  Lo  que 
censuramos  fue  el  Prólogo  ,  la  petulancia  con  que  está  escrito  y  el  espíritu  ridículo 
de  presunción  con  que  se  quiere  el  Sr.  Romey  engrandecer  á  costa  de  un  nombre  res- 
petable y  de  una  obra  que  en  su  tiempo  fue  un  verdadero  progreso.  Que  nos  citen  los 
editores  una  sola  espresion  nuestra  contra  la  obra :  todas  fueron  contra  el  autor.  Antes 
bien,  dijimos  que  no  seria  de  estrañar  que  ahora  se  escribiese  mejor  la  historia  de  Es- 
paña que  en  tiempo  de  Mariana.  Así  esa  acusación  de  los  editores  contra  nuestro  artí- 
culo es  infundada ,  y  no  sabemos  de  dónde  proceda  ;  porque  nosotros  nos  espresamos 
con  bastante  claridad. 

Dicen  que  cignoramos  los  adelantos  que  ha  hecho  la  escuela  histórica  en  estos 
tiempos,  y  los  principios  que  ha  sentado  diamelralmente  opuestos  á  los  de  Mariana....  > 
¿Qné  principios  históricos  son  esos ,  señores  editores?  ¿Pueden  ser  otros  que  los  de  la 
veracidad  ,  la  verosimilitud ,  la  unidad  y  la  dignidad  y  corrección  del  estilo?  Pues  es- 
tas máximas  son  conocidas  desde  el  tiempo  de  Cicerón.  Lo  que  se  ha  perfeccionado 
mucho  es  el  arte  crítico  y  la  filosofía  política.  No  se  debe  culpar  á  Mariana  de  que  en 
su  tiempo  estuviesen  ambas  ciencias  en  la  infancia.  El  fue  uno  de  los  que  mas  contri- 
buyeron entonces  á  que  adelantasen  ;  y  asi  su  obra  fue  recibida  con  universel  aplauso 
de  toda  Europa. 

Dicen  que  Mariana  embrolló  á  sabiendas  las  relaciones  de  la  iglesia  visigoda  con 
el  obispo  de  Roma  (I)  y  otros  puntos  importantísimos.  Nosotros  negamos  redondamente 
esta  aserción.  A  Romey  ó  á  sus  editores  toca  prob9r  no  solo  que  Mariana  fue  un  mal 
historiador  ,  sino  también  un  mal  hombre. 

Nos  causa  á  un  mismo  tiempo  lástima  y  risa  el  que  para  denigrar  á  Mariana  le 
llamen  teólogo  j  jestiita.  No  faltan,  á  la  verdad,  algunos  pedantes  para  quienes  el  nom- 
bre de  teólogo  es  un  titulo  de  pro^^cripcion  no  mas  de  porque  asi  lo  declaró  la  escuela 
del  siglo  XYIIÍ.  Pero  es  muy  difícil  de  probar  que  la  instrucción  en  la  filosofía  cris- 
tiana pueda  ser  un  obstáculo  para  escribir  bien  la  historia ,  y  mucho  mas  la  de  una 
nación  como  la  espjñola  ,  que  ha  debido  su  existencia  y  su  engrandecimiento  al  cris- 
tianismo. Mariana  fue  jesuíta.  ¡Terrible  delito!  pero  para  expiarlo  citaremos  la  per- 
secución que  sufrió  en  que  estuvo  á  pique  de  perecer:  los  honores  de  la  prohibición 
que  obtuvo  su  obra  De  re  je  ei  regís  insliíutione^  y  la  nota  general  en  que  incurrió  su  his- 
toria de  Elspaña  por  la  escesiva  acritud  y  entereza  con  que  habló  de  ciertos  hombres  y 
de  ciertas  cosas  ,  muy  delicadas  de  tocar  en  su  tiempo.  Era  imposible  entonces  ser  mas 
lü^eral  é  independiente ,  y  dudamos  mucho  que  Romey  haya  hecho  tantos  sacrificios  per- 
sonales á  la  verdad  y  á  la  justicia. 

Lo  mas  ridículo  de  todo  es  la  gran  prueba  de  los  tres  mil  suscritores  que  dicen  que 
tiene  la  traducción.  Eso  se  dice  á  los  niños ,  no  á  quien  sabe  que  el  Zurriago  tuvo  mas 


(I)     Asi  llaman  los  escrítoret  protestantes  ¿los  succesores  de  S.  Pedro. 


[lOOJ 

de  seis  mil.  Esta  comparación  no  es  nuestra :  la  sujiere  naturalmente  el  argumento dp 
que  se  valen  los  editores.  "•'  *'  ''*'  ''•  ■' ' ' 

Hablando  con  formalidad :  será ,  si  se  quiere  ,  muy  buena  y  rccomelidflblélfl-iffñi- 
loriade  Bfparia  de  Romcy.  Nada  dijimos  contra  ella  en  nuestro  articulo  t,  <(ki0'  aparea- 
tan  responder  y  no  responden.  Nada  decimos  tampoco  contra  ella  en  la  presente  con- 
testación. Cuando  la  hayamos  leído,  podramos  hacer  juicio  de  su  mérito.  Pero  desde 
ahora  podemos  suponer ,  sin  contradecir  lo  que  antes  dijimos,  que  es  superior  á  la  de 
Mariana  :  que  es  la  mejor ,  la  mas  perfecta  posible :  que  no  es  dado  á  las  fuerzas  de 
la  intelijencia  humana  producir  sobre  la  materia  un  libro  mas  escelente.  Después  de 
estas  concesiones ,  después  de  otras  muchas  mas  que  acerca  del  mérito  de  la  susodicha 
historia  haremos  ,  si  es  menester  clamaremos  todavía  y  levantaremos  un  grito  de  in- 
dignación contra  los  que  digan ,  sean  franceses  ó  españoles ,  que  Mariana  falsificó  á 
sabiendas  la  historia  y  atribuyó  sus  propias  ideas ,  ó  las  de  su  estado,  ó  las  de  su  siglo, 
á  los  personajes  históricos  que  introduce  hablando ;  y  estén  seguros  los  editores  que 
este  grito  no  se  acallará  hasta  que  se  nos  citen  los  pasajes  de  que  constan  la  falsifica- 
ción á  sabiendas  y  la  impropiedad  de  los  razonamientos. 

Defender  un  nombre  respetable  y  celebrado  en  toda  Europa  contra  los  insultos  de 
un  rival  poco  generoso  no  es  preocupación ,  ni  añeja  ni  reciente  ,  señores  editores.  La 
verdadera  preocupación  es  creer  que  en  llamando  á  un  sabio  teólogo  y  jemita  ,  se  le  ka 
condenado  ya  al  desprecio. 

El  articulo  á  que  respondemos  acaba  por  uno  de  aquellos  truenos,  tan  comunes  en 
la  literatura  actual.  Díccseque  da  historia  de  Uomey  representa  una  idea  grande,  filo- 
sófica ,  humana,  que  andando  el  tiempo  producirá  su  efecto.»  xlJiui  hiMoria  que  repre^ 
senta  una  ideal  ¡qué  castellano ,  Dios  mió!  No  parece  sino  que  la  idea  es  un  dratna ,  y  la 
historia  el  actor.  Querrá  decir  que  de  la  obra  se  deduce  una  idea  etc.;  á  que  en  toda 
la  obra  domina  una  idea  etc.  Pero  nos  quedamos  sin  saber  qué  idea  es  esa.  Mas  al  fin, 
andando  el  tiempo  producirá  su  efecto.  Esperemos,  pues  >  y  entre  tanto  conténteme* 
nos  con  el  sublime  pensamiento  que  resulta  del  libro  de  Mariana,  á  saber:  que  um 
nación ,  atando  defiende  *u  independencia  y  su  cuito,  es  invencible» 


COLECCIÓN  DE  CORTES 


POR  LA  REAL  ACADEMIA  DE  LA  HISTORIA. 

ClJADEItNO    9». 
Corles  de  Patencia  de  ÉSSS. 


ARTÍCULO  1. 

£¿S  superfino  hablar  de  la  utilidad  de  esta  publicación,  tan  necesaria  para  conocer 
la  historia  de  nuestras  leyes  y  costumbres  políticas ,  civiles  y  administrativas.  Es  im- 
posible resolver,  sin  el  auxilio  de  las  actas  de  Cortes ,  un  gran  número  de  cuestionesi 
relativas  á  nuestra  antigua  constitución  ;  y  es  de  grande  importancia  para  un  pueblo 
libre  conocer  los  limites  que  sus  mayores  pusieron  á  la  autoridad  pública  y  á  la  misma 
libertad  ,  esto  es  ,  de  qué  manera  dieron  solución  al  gran  problema  de  la  libertad  y 
del  orden  ,  aun  no  bien  resuelto  todavia.  Cuantos  mas  datos  se  reúnan  acerca  de  esta 


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importante  materia,  tantas  mas  luces  se  adquirirán  para  la  decisión.  En  nuestro  en- 
tender deben  darse  gracias  al  sabio  cuerpo  que  publica  las  actas  de  nuestras  antiguas 
Cortes  Y  por  haber  proporcionado  á  todos  los  bombres  que  gustan  de  instruirse  ,  un 
gran  número  de  materiales  históricos ,  no  asequibles  hasta  ahora  sino  á  costa  de  mu- 
cho dispendio  y  solicitud  ;  asi  como  es  digna  del  mayor  elojio  la  constancia  con  que 
prosigue  esta  empresa»  á  pesar  de  las  dificultades  que  ofrece  en  la  época  actual  la  falta 
de  recursos. 

£1  cuaderno  28  que  acaba  de  llegar  á  nuestras  manos  contiene  los  ordenamientos 
hechos  por  el  rey  D.  Juan  I  de  Castilla  en  las  Corles  de  Palencia  de  1388.  Concurrieron 
á  ella  los  tres  Estamentos  del  reino ;  pues  aunque  en  el  preámbulo  no  se  enumera  el 
clero ,  en  una  de  las  peticiones  se  habla  del  Obispo  de  Calahorra  y  de  los  Arzobispos  de 
aquel,  como  uno  de  los  comisionados  por  las  Corles  para  tomar  cuentas  á  los  recauda- 
dores de  la  real  hacienda ,  y  de  estos  como  jueces  en  caso  de  ocurrir  dificultades  en 
la  operación ,  lo  cual  parece  indicar  que  el  clero  fue  también  convocado  á  dichas 
Cortes,  üel  Arzobispo  de  Santiago  y  del  Obispo  de  Calahorra  se  dice  espresamente 
que  se  hallaban  en  el  Congreso. 

Las  peticiones  procedieron  solamente  del  cuerpo  de  procuradores  del  reino ,  pues 
se  dice  en  el  titulo :  Capítulos  qve  los  procuradores  de  las  villas  é  lugares  de  los  regtws  de 
nuestro  Segnar  el  Rey  presentaron  d  la  su  merced  é  en  su  presencia ,  é  dé  los  procuradores^  é 
condes^  ericas  homes,  etc.  Y  en  el  preámbulo  del  segundo  ordenamiento  dice  el  mismo 
rey  :  Facemos  vos  saber  ^  que  estando  Nos  en  estas  Cortes j  que  agora  fesiemos  aqui  en  Palen^ 

eia nos  fueron  presentcúdas  por  los  procuradores  de  las  dichas  cibdades  é  villas  ciertas  peti^ 

dones  generales  etc,  Apesar  de  esto,  no  dejaron  de  pedir  los  procuradores  del  reino  algu- 
nas ventajas  á  £aivor  de  la  grandeza ,  lo  que  no  es  de  estrañar  en  una  época  en  que  las 
autoridades  populares  estaban  casi  todas  en  poder  de  los  nobles. 

Las  formas  ,  pues ,  de  estas  Corles  fueron  sumamente  respetuosas  y  monárquicas, 
como  en  todas  las  del  siglo  XiV,  en  el  cual  se  reconocia  al  rey  como  única  fuente  de 
lejislacion,  y  se  le  pedian  las  leyes  como  una  merced  ;  pero  no  nos  acordamos  de  haber 
visto  las  actas  de  otras  en  que  los  procuradores  del  reino  conociesen  mejor  su  misión 
y  la  desempeñasen  con  mas  entereza. 

Todos  saben  que  el  único  fecho  legal  que  reconocia  en  aquella  época  la  autoridad 
del  rey,  eran  los  subsidios  que  las  Corles  podian  negar  ó  conceder.  D.  Juan  I,  que  se 
vio  un  momento  dueño  de  casi  todo  Portugal ,  deshecho  su  poderoso  ejército  en  la  ba- 
talla de  Aijubarrota,  y  obligado  á  volver  fujitivo  á  Castilla  tuvo  que  sostener  una 
guerra  larga  ,  desventajosa  y  sin  termino  contra  su  rival  el  Maestre  de  Avis ,  á  quien 
los  portugueses  elijieron  rey.  Esle,  arrogante  con  la  victoria,  pero  temeroso  siempre  de 
los  derechos  de  su  hermana  Doña  Beatriz ,  mujer  de  su  competidor,  suscitó  contra  Cas- 
tilla al  duque  de  Lancaster ,  príncipe  de  la  sangre  real  de  Inglaterra,  que  en  defensa  de 
los  derechos  de  su  esposa ,  hija  de  1).  Pedro  el  Cruel ,  tomó  las  armas  contra  la  dinastía 
de  Trastamara ,  reinante  en  Castilla  y  auxiliado  por  los  portugueses  penetró  en  Ga- 
licia. Esta  guerra  se  hizo  con  poca  ventaja  del  duque,  y  no  fue  difícil  persuadirle á  que 
transijiese  por  una  suma  de  dinero  y  por  el  casamiento  de  su  hija  Doña  Catalina  de 
Lancaster  con  el  príncipe  1).  Enrique,  hijo  y  heredero  de  D.  Juan.  El  matrimonio  se 
celebró  en  Palencia  el  mismo  año  de  i  588 ,  y  el  rey  habia  reunido  las  Cortes  para  pe- 
dirles la  cantidad  que  debia  darse  al  duque. 

Mas  parece  que  antes,  sin  autorización  alguna,  habia  exijido  algunas  cantidades 
para  el  mismo  objeto:  asi  á  lo  menos  se  infiere  de  la  respuesta  de  los  procuradores  á 
la  petición  de  subsidios.  Su  tenor  es  el  siguiente  :  c primeramente,  segnor,  la  cuantía 
de  los  francos  que  demandastes  para  pagar  la  deuda  del  duque  de  Alencastre  ,  en  esto 
vos  ftuen  conciencia  que  si  los  avedes  demandado ,  é  non  son  pedidos ,  que  sea  vuestra 
merced  de  los  non  demandar  otra  vez ;  é  si  los  demapdastes  é  cobrados  son  é  despen- 
didos, dánvoslos  é  otorganvoslos  en  ésta  manera.» 

El  sentido  natural  de  estas  palabras  es,  que  el  rey  sin  haber  pedido  aquel  dinero 
á  las  Cortes  le  habia  sacado  ó  demandado  por  contribuciones ,  aunque  los  procura- 
dores ,  en  señal  de  respeto ,  usan  de  la  frase  condicional :  mas  no  por  eso  dejan  de 
facer  conciencia  al  rey ,  esto  es  ,  de  darle  un  voto  de  censura  ,  como  se  dice  ahora  ,  y  de 
suplicarle  que  no  lo  vuelva  á  hacer  otra  vez.  Sin  embargo,  le  conceden  la  suma,  si 


e«tá  ya  cobrada  y  esjwndida  ;  pero  bajo  condiciones  bastante  severas.  Su  primera  e$^  que 
no  vuelvan  á  pasar  por  dicha  suma  los  pueblos  que  ya  han  pagado  en  esta  razón.  Sañu- 
da ,  que  los  recaudadores  y  tesoreros  del  rey  den  cuentas  de  las  cantidades  redbidaí 
por  ellos  desde  las  Corles  de  Se^rovía,  celebradas  alj^unos  anos  antes.  Tercera,  que  la 
comisión  creada  para  tomar  las  cuentas  se  componga  de  seis  individuos  que  los  mii- 
mos  procuradores  indicaren  al  rey.  Cuarta,  que  si  se  ofrecian  diíicuUadcs  ó  dispulas 
fuesen  decididas  por  los  arzobispos :  parece  (]ue  por  esta  frase  se  indica  á  los  prela- 
dos de  Toledo  y  de  Santiago ,  muy  poderosos  en  estos  tiempos.  Quinta,  que  la  con- 
tribución fuese  percibida  en  la  ciase  de  moneda  (|ue  los  mismos  procuradores  desig- 
naren. Sesta  ,  que  el  rey  prometiese  bajo  su  palabra  no  distraer  á  otros  objetos  d 
producto  de  aquella  drerama  ,  y  que  nombrase  seis  hombres  buenos  para  que  le  die- 
sen el  debido  destino.  Séptima,  que  si  sobrase  algo  de  las  contribuciones,  se  aliyiase 
en  la  misma  cantidad  al  reino  de  sus  gravámenes ,  faciéndole  conciencia  de  cumplirlo 
asi,  y  protestándole  que  en  lo  succesivo  llamase  á  Cortes  según  la  costumbre  de  sis 
reinos.  Octava ,  que  sirviesen  también  para  aliviar  á  los  pueblos  las  ganancias  de 
las  casas  de  moneda.  Novena,  que  se  designasen  sueldos  á  los  comisionados  para  to- 
mar las  cuentas. 

Tantas  y  tan  severas  precauciones,  tomadas  contra  la  propensión  natural  de  los 
gobiernos  á  aumentar  en  cuanto  les  sea  posible  los  ingresos  en  el  erario,  prueban 
dos  cosas:  la  primera,  que  nuestra  antigua  Constitución,  aunque  altamente  monáF* 

Juica ,  pues  los  castellanos  llamaban  al  rey  su  Señor  natural,  poseia  sin  embargo  me- 
ios  hábiles  para  enfrenar  las  demasías  del  poder ,  cortar  los  abusos  y  exijir  la  res- 
ponsabilidad á  los  ajentes  del  gobierno.  Los  procuradores  hablaban  con  respeto;  pero 
sin  ocultar  nada  de  lo  que  sentían.  En  la  monarquía  mas  libre  de  las  que  hoy  existen 
en  Europa  se  miraria  como  un  lenguaje  grosero  é  intolerable  el  de  imponer  coiidi- 
ciones  al  rey  para  darle  subsidios.  Pero  en  el  sistema  moderno  no  se  hallan  los  mo- 
narcas en  contacto  inmediato  con  los  cuer(ios  deliberantes  como  en  nuestras  CdrtCf 
antiguas.  Esto  era  consecuencia  necesaria  de  no  conocerse  todavía  el  poder  minisiarM,. 
La  segunda  consecuencia  es  que  se  habrían  cometido  en  el  siglo  Xlü  grandes 
abusos  sobre  la  imposición,  cobranza  y  destino  de  las  contribuciones.  El  cetro  de  Pe* 
dro  el  Cruel  fue  de  hierro  para  todas  las  clases  del  Estado,  (^ayendo  en  manos  de 
Enrique,  su  hermano  y  asesino,  pero  mas  hábil  que  él,  no  ofendió  á  la  nobleía 
que  habia  quitado  la  corona  á  Pedro ;  pero  veja  las  clases  inferiores  del  pueblo,  tanto 
por  los  privilejios  onerosos  que  concedió  el  nuevo  rey  á  sus  amigos,  como  por  los 
impuestos  que  eran  necesarios  para  pagar  las  sumas  debidas  á  sus  aliados  y  sostener 
la  guerra  contra  Portugal.  La  n<ic¡on  lo  toleraba  todo  acostumbrada  al  despotismo 
del  reinado  anterior.  Juanl,  hijo  y  succesor  de  Enrique,  principe  bueno  y  generalmente 
amado  ,  pero  poco  instruido  en  el  arte  de  gobernar,  permitió  abusos  y  demasías  con 
tal  que  le  diesen  dinero  para  levantar  el  grande  ejército  que  llevó  al  degolladero  de 
'\ljubarrota.  En  las  Corles  de  Pahmcia  de  158S  se  restableció  el  orden  y  se  censura- 
ron y  corrijieron  las  vejaciones  de  los  reinados  anteriores. 


ARTICLLO  11 

JLi<!)S  procuradores  de  estas  Corles  dieron  pruebas  de  patriotismo  y  de  valor  civioOy 
censurando  el  cobro,  de  subsidios  no  pedidos,  exijiendo  la  aplicación  esclusiva  de 
un  impuesto  estraordinario  al  objeto  de  su  destino ,  provocando  el  examen  de  las 
mentas  atrasadas  y  protestando  contra  la  omisión  de  la  corona  en  convocar  las 
Cortes. 

Las  demás  peticiones  de  aquel  Congreso  no  hacen  mucho  honor  ni  á  sus  sentí* 
mientes  de  justicia  ni  á  sus  conocimientos  administrativos ;  bien  que  en  lo  segundo 
fue  mas  disculpable  que  en  lo  primero.  La  economía  era  una  ciencia  desconocida  en 
aquel  siglo:  la  justicia  es  un  sentimiento  de  todas  las  épocas  y  naciones. 

Una  de  las  peticiones  es  que  se  mande  reducir  al  principal  el  pago  de  las  deudas 
contraidas  por  los  cristianos  que  hablan  tomado  dinero  á  iogro  de  los  judíos.  Funda* 


[103J 

se  la  petición  en  que  los  deudores ,  tanto  por  los  daños  sufridos,  como  por  los  tribu* 
tos  que  tenian  que  pagar,  hallándose  en  grande  necesidad  de  dinero,  recibian  la 
ley  de  sus  acreedores ,  y  se  veían  obligados  á  otorgar  carias  de  debdo  ó  pagarés ,  por 
el  dos  tanto  ó  tres  tanto  que  el  principal. 

Obsérvese  que  esta  petición  solo  se  hace  contra  los  acreedores  judíos,  y  no  con- 
tra los  acreedores  cristianos ,  de  cuya  clase  debería  entonces  haber  muchos  en  las 
ciudades  ricas  y  mercantiles  de  los  reinos  de  Castilla.  No  puede  menos  de  confesarse 
que  los  judíos ,  muy  propensos  á  los  contratos  usurarios ,  aumentarían  en  gran  can- 
tidad la  usura  de  los  préstamos  por  la  dificultad  de  la  cobranzli.  Esta  misma  peti- 
ción prueba  cuan  espuestos  estaban  sus  capitales  y  sus  bcneíicios  lícitos  en  manos 
dejos  cristianos. 

La  respuesta  del  rey  ,  aunque  no  tan  injusta  como  la  petición ,  es  también  con- 
traría á  los  principios  de  equidad  ,  y  prueba  que  entonces  se  miraba  como  usura  toda 
ganancia  producida  por  el  alquicer  ó  arrendamiento  del  dinero.  Dice  en  su  respues- 
ta á  las  Cortes  que  siempre  que  fuese  probado ,  como  se  acostumbra  probar  legal- 
meote  entre  cristianos  y  judíos,  que  el  contrato  fue  usurario^  que  se  pague  solo  el 
principal  y  no  las  usuras  (aquí  por  usura  se  entiende  cualquier  interés  del  dinero  aun- 
ase no  sea  exorbitante) ;  que  si  se  probase  que  el  contrato  fue  de  verdadera  deuda 
sin  usura,  que  se  pague  toda  la  cantidad  contenida  en  la  carta  de  deuda  ,  y  que  si 
no  se  pudiese  probar  ni  lo  uno  ni  lo  otro,  se  paguen  solo  las  dos  terceras  partes  de 
loque  diga  la  carta,  pero  con  Ja  obligación  de  pagar  dentro  de  cierto  término; 
pasado  el  cual,  no  gozarán  los  deudores  de  esta  merced  que  les  ues  facemos  á  costa  de  los 
acreedores.  El  rey  la  limita  á  las  deudas  contraidas  en  el  año  de  I088  hasta  el  día  de 
la  fecha  y  en  el  anterior,  guiándose  en  esto  por  un  instinto  ciego  de  justicia.  Los 
deudores  antiguos  y  morosos,  retardando  la  paga  por  mucho  tiempo,  habrían  causado 
á  los  acreedores  incomodidades  que  era  justo  que  satisficiesen,  y  después  de  conce- 
dido el  privilejio  (porque  no  se  le  puede  dar  otro  nombre)  no  debían  gozar  de  él  los 
que  contrajesen  nuevas  deudas. 

Es  indudable  que  tanto  en  la  petición  como  en  la  respuesta  influían  el  odio  y  la 
aversión  general  contra  los  judíos,  uniros  acreedores  cu} os  títulos  de  deuda  se  in- 
validaban en  parte.  Pero  se  nota  mucho  mas  el  espíritu  de  fanati.^nio  en  los  que  pi- 
dieron ,  que  en  el  que  concedió  con  tales  restricciones  y  formalidades  que  dan  á  en- 
tender haber  concedido  á  disgusto  suyo  y  violado  la  justiria  por  no  luchar  de  frente 
contra  la  intolerancia.  Sirva  este  ejemplo  de  advertencia  á  los  que  quieren  acusar  A 
los  gobiernos  de  haber  inoculado  á  los  pueblos  el  odio  fanático  contra  los  de  diversa 
relijion . 

Mas  justas  son  las  mismas  C^értes  pidiendo  que  los  jueces  del  rey  no  pudiesen 
citar  á  sus  tribunales  á  los  vecinos  de  otros  pueblos  sin  ser  antes  demandados  ante 
su  propio  juez ;  que  no  se  observen  los  privilejios  concedidos  por  el  rey  y  por  su  pa- 
dre D.  Enrique  á  algunas  personas  para  que  no  pagasen  pechos ,  y  que  se  confirma- 
se la  rebaja  concedida  por  el  rey  á  los  vasallos  de  la  corona  de  cuatro  doblas  en  el 
servicio  de  aquel  año.  El  rey  n^spondió  evasivamente  á  la  primera  de  estas  peticio- 
nes diciendo  que  lo  consultaría  ron  í^u  consejo.  £n  aquella  época  quería  la  corona 
avocar  á  la  corte  casi  todos  los  negocios  contenciosos  del  reino  para  dar  mas  es- 
plendor y  autoridad  al  consejo  de  Castilla ,  que  tardó  poco  en  nacer.  El  privilejio 
de  que  se  quejaban  en  !a  segunda  petición,  fue  reducido  á  la  contribución  de  las  mo- 
nedas ,  y  la  rebaja  de  que  habla  la  tercera  fue  confirmada. 

Se  reconocen  las  preocupaciones  económicas  de  aquel  siglo  en  la  petición  aue  se 
hiio  al  rey  para  que  no  concediese  las  cartas  y  alvaláes ,  en  virtud  de  las  cuales  es- 
traian  del  reino  los  agraciados  con  ellas  oro ,  plata ,  cabalgaduras  é ganados  (en  lo  cual 
tenian  razón  por  ser  un  privilejio  abusivo) ,  y  para  que  nombrase  alcaldes  y  guardas 
de  sacas. 

Quejáronse  también  los  procuradores  de  que  en  clos  regnos  era  gran  fallecimien- 
to de  oro  é  de  plata  por  los  beneficios  é  dignidades  que  las  personas  estranjeras  han 
en  las  eglesias  de  nuestros  regnos,  de  lo  cual  viene  á  Nos  grant  deservicio ;  é  otro- 
sí que  las  eglesias  no  sont  servidas  según  deven ,  é  los  estudiantes  nuestros  natura- 
les non  podian  ser  proveídos  de  los  beneficios  que  vacan  por  razón  de  las  gracias 


En  las  p.ijinas  ÜS  y  signlonfos  de  1n  ínlnuliicrion  ejorce  ol  Sr.  Mnriel  la  iMñila  ite* 
verídnil  riinlra  el  iihkIo  con  qn»  se  ejecutó  I»  espiilsion  de  los  jesiiiüift.  ConGesa  que 
liarlos  III ,  alerraiio  por  las  siijeslioneft  del  parlídii  Hlosi^lieo  de  Franeia,  cuyo  ArnaiHi 
era  el  dii(|ije  de  (llioíseul,  no  iiiastró  en  esUiiM*Hsion  su  rt^clilnd  perKonal,  y  sciloalMH 
«lió  al  nes*;o  iniajinario  que  segiin  le  dijeron  corría  su  corona,  liHpU|:na  vivloriiMih 
mente  las  calumnias  que  entonces  8e  propaj^aron  «  y  que  en  iiuentro»  días  lia  |ifni«u* 
j'ado  renovar  una  novela  del  frénero  de  las  históricas ;  tale»  como  la  iiiflu«^iicia  da  b 
coinjiañía  en  las  sediciones  de  Madrid  contra  el  ministro  S(|u¡lnce «  loft  h^vapUmiiaa* 
t(»s  que  se  su|)usi(íron  en  Amerita  ,  el  pmyecto  de  fundar  allí  una  iiioiiarc|iiia  ele.  V 
no  porque  el  autor  deje  de  conocer  que  existían  motivos  funitados  para  la  abuíkion  da 
aquel  instituto  ,  sino  porque  desde  estinguir  una  orden  relijiasa  liasta  la  crueblail  de 
conducir  á  todos  sus  mdividuos  como  reos  de  estado  desile  sus  convenios  A  loa  piiarlm 
y  desde  estos  á  ft^itia,  i\n  roe<lios  ni  socorros  por  mucho  tiempo  hasta  que  ae  lex  híse 
una  mezquina  así^rnacion,  hay  enorme  distancia  ,  y  un  rey  háhil  y  amigo  de  laja»? 
ticia ,  como  era  Carlos  UI ,  no  debió  haberla  recorrido* 


ARTÍCULO  II. 


o 


TKA  de  las  acusaciones  mas  severas  que  hace  el  autor  al  gobiernno  de  CárloiIUf 
es  haber  auxiliado  la  causa  de  los  an^lo-americanos  contra  su  metrópoli ,  y  por  consi* 
{;uiente  haber  tremolado  en  el  nuevo  mundo  la  bandera  de  la  indefiendencia  para  mm 
propias  colonias.  Esta  acusación  es  justa ;  porque  el  suicidio  no  es  permitido  ni  A  loa 
estados  ni  d  los  particulares;  y  fue  un  verdadeio  suicidio  haber  fundado  lin  antera* 
dente  como  aquel  para  la  emancipación  de  la  Anaárica  española  ;  y  tanto  mas  decLuvo 
cuanto  se  ofendia  con  él  á  una  nación  como  la  inglesa  9  poderosísima  en  la  mar  y  qua 
110  olvida  bcilmente  sus  injurias. 

No  ignoramos  que  está  en  la  esencia  do  toda  colonia  emanciparse  á  su  tiempo.  Loe 
])ueblos  de  la  autigüedad  conocieron  esta  verdad  mejor  que  los  modernos ;  y  asi  las 
metrópolis  dejaban  independientes  á  sus  hijas  apenas  podian  estas  sostenerse  sin 
auxilio ,  siguiendo  la  ley  de  la  naturaleza  que  reclama  la  independencia  de  los  h^ 
cuando  ya  no  necesitan  de  los  padres.  -Esta  conducta  fue  premiada  con  el  respeto  y 
amor  que  las  colonias  griegas  y  romanas  profesaron  á  la  patria  de  d«»nde  habían  pro- 
cedido. La  auxiliaban  en  sus  calamidades;  eran  sus  aliadas  en  la  guerra  y  en  la  pai;. 
tenian  sus  mismos  dioses  y  sacrificios  ,  y  nunca  olvidaban  las  obligaciones  filiales.  Se- 
rán muy  raras  las  escepciones  que  se  encuentren  en  la  historia  antigua  ¿  este  hecho- 
general. 

Mas  no  podia  aplicarse  este  sistema  á  los  pueblos  modernos  sin  algunas  restriccio- 
nes ,  y  menos  á  la  España  que  nuqoa  consideró  sus  posesiones  en  América  como  csa- 
lonia»,  sino  como  provincioi  de  la  metrópoli ,  sometidas  al  mismo  réjimen  bajo  leyes 
civiles ,  cuya  justicia  es  ya  generalmente  reconocida.  La  emancipación  era  un  gra%a 
mal  para  la  misma  América ,  cuyos  habitantes  aun  no  hablan  aprendido  A  ser  iodepea- 
dientes,  y  para  la  nación  española,  cuyos  intereses  estiban  entonces  tan  ligados  A  la 
conservación  de  las  colonias.  Pero  aun  cuando  no  existiesen  estos  dos  motivos ,  lo  cier- 
to es  que  el  gobierno  de  Carlos  lU  queria  ciertamente  conservarlas ;  y  no  es  sabio  ni 
previsor  el  gobernante  que  da  un  paso  tan  funesto  como  el  de  auxiliar  A  loa  Estados 


J95] 

Unidos  de  América  contra  los  mismos  intereses  que  él  cree  que  debe  sostener.  Así  es 
que  ei  conde  de  Aranda  ,  por  mas  afecto  que  fuese  á  las  ideas  iilosófícas  de;  su  sijrlo, 
miró  como  unagrave  imprudencia  que  nos  costaría  la  América  hacer  causa  coniiiii 
eon  la  nueva  república.  Ño  es  buen  modo  de  conservar  ilesa  la  casa  )»roi)ia  aumentar  el 
fuego  que  abrasa  la  del  vecino. 

Este  yerro  político  sube  mas  de  punto,  si  se  consi«leran  los  princi|>io8  en  que  se  fun- 
daba la  emancipación  de  los  anglo-americanus  ;  porque  se  trataba  uada  menos  que  de 
consolidar  una  repáblica  conforme  á  las  ideas  íibMólicas  tiel  siglo,  que  si  en  el  Norte- 
América,  por  razones  fáciles  de  conocer,  no  produjeron  sus  terribles  efectos,  cobrando 
eon  aquel  ejemplo  nuevas  fuerzas,  causaron  en  Francia  la  mas  terrible  explosión.  V  sin 
embargo ,  Luis  XVI  y  Carlos  III  favorecieron  un  inovímíenlo  tan  peligroso.  El  pri- 
mero pag«>  con  su  cabeza,  el  segundo  en  sus  descendientes  y  su  nación  aquel  yerro 
fFavfsinio.  Engaitólos  el  odio,  pé\iiuo  consejero:  á  trueque  de  \er  descaecida  á 
Inglaterra,  se  espusieron  á  tantos  riesgos;  bien  que  detie  decirse  que  el  gobierno 
francés ,  mas  espuesto  á  la  influencia  de  los  principios  revolucionarios ,  fue  uniclio 
mas  imprudente  que  el  esfiariol  en  haber  avivado  el  incendio  que  amenazaba  de\o- 
rar  á  Eiiro|Ki. 

Tales  sf>n  las  ideas  políticas  que  desenvuelve  el  señor  Miiriel  en  la  censura  de  aque- 
lla operación*  No  es  enemigo  de  las  reformas  en  a.lniiiiislracion  y  en  política ;  pero  sí 
lo  es  del  gobierno  de  la  multitud  ,  esto  es,  de  la  anarv|uía  que  destruye  y  no  edifica; 
y  cree  que  las  mejores  reformas  son  a(|uellas  en  que  la  sabiduría  del  hombre  loma  por 
auxiliar  la  acción  lenta ,  pi^ro  segura  del  (¡enipo. 

A  dos  causas  atribuye  en  el  e|iilogo  (!e  su  introducción  la  decadencia  de  España 
después  del  reinado  de  (birlos  111:  la  priücipai  y  mas  inmediata,  según  él,  fue  el 
advenimiento  de  Carlos  IV,  y  la  privanza  del  principe  de  la  Paz:  la  segunda,  Ja  reso- 
lución francesa.  Sin  la  primera,  «un  pueblo  obedieüte  ,  dice,  fiel ,  amunle  de  sus  re- 
yes, lleno  de  celo  por  la  conservación  de  las  instituciones  nacionales,  sensito  v  since- 
ramente relijioso  ofrecía  ,  puesto  en  inan(»s  de  ministros  instruidos  >  esperinientados, 
medios  preciosos  de  defensa  contra  el  huracán  (pie  amenazaba  ala  nación.»  En  cuanto  á 
la  influenciado  la  segunda  dice  de  esta  suerte:  «la  revolución  frauccsa,  á  la  («ar  de  al- 
gunas ¡deas  provechos«is  para  el  bienestar  material  de  los  hombres,  propagó  errores 
perniciosos  en  gran  manera,  tilr^indose  descaradamente  ccmtra  las  instigaciones  nionár- 

Íuiras  no  menos  que  contra  lacn*encia  relijiosa.  Fue  este  aconte<*iniienlo  funesto  para 
•iliana;  porque  sin  él  habría  seguido-caminando  $?radualmenle  |H)r  la  senda  de  las  re- 
formas útiles,  y  liabria  mejorado  su  esta  lo  social.  (Cuantas  ideas  prnvechosjis  lian  sido 
proclamadas  y  difundidas  en  los  tiempos  uiodern(»s ,  otras  tantas  habrían  sido  también 

t tanteadas  en  el  suelo  español  por  nuestros  sabios  ministros ,  sin  temor  de  los  venda- 
ales  y  furiosos  movimientos  de  la  turbulenta  democracia  ,  ni  del  soplo  helado  y  mor- 
tífero del  (sceplicismo  filosófico.  Pero  la  ve<*indad  de  las  dos  naciones  y  la  frecuente 
comunicación  entre  ellas  que  el  sistema  político  ,  seguido  largo  tiempo  por  el  gobier- 
no, babia  hfM*ho  m'i<  íntima  y  amistosa,  no  podían  menos  de  traer,  y  trajeron  con 
efecto á  España,  el  contajio  de  las  ideas  de  los  novadores,  es  decir,  los  principios 
subversivos  de  toda  sociedad.  Cuando  la  república  franresa  venció  con  las  armas  ú  los 
que  querían  detenerla  en  el  movimiento  de  su  revolución,  ató  al  rey  de  España  á  su 
carro  de  triunfo,  y  con  el  mentido  noud)re  de  aliado  hi/o  de  él  un  verdadero  escla\o. 
Ilesde  entóiires  Es|»aMa  no  fué  ya  mas  que  uno  de  los  sa((*iites  fiel  nuevo  planeta.  Kn  tal 
dependencia  claro  está  que  el  torrente  de  las  malas  ideas  había  de  destruir  tarde  ó 
temprano  entre  nos  itros  los  diques  qm*  le  conterian.i 

Tales  son  los  pensamientos  que  sujiere  al  autor  la  comparación  entre  el  estado  de 
fuerza  y  prosperidad  á  que  llegó  la  monarquía  en*el  reinado  de  Cirios  111  y  el  inmenso 
cúmulo  de  males  que  siguieron  después  y  cuyas  tristes  consecuencias  sentimos  todavía. 
En  todas  las  pajinas  de  la  íntrofhtrrion  brilla  el  amor  de  la  patria  y  de  la  humanidad, 
como  también  el  estudio  profundo  de  la  historia  y  déla  |»olítica,  las  ideas  mas  ilustra- 
das y  los  sentimientos  mas  nobles.  Este  trozo  debe  ser  leído  y  estudiado  por  todos  los 
que  quieran  conocer  bien  el  pt'ríodo  á  que  se  n*fíere  y  aun  el  que  le  siguió;  pues 
contiene  en  germen  toda  la  clave  de  la  bistoría  contemporánea. 

El  Sr.  Muriel  ha  puesto  á  la  Inilrnccion  varias  notas ,  sumameate  curiosas ,   por 


rocí 

i. 

contfMM'r  siiceüos  no  conocidos  hasta  ahora ,  para  aclarar  ó  confirinar  algiUMS  pnUí 
l.Ulfirícu>  ó  |Hilítí('<»s. 

Kiilre  f*lla*(  iiien*cpn  (vartinilar  atención  la  dt*  la  p^ína  135  sobre  Tos  lücdim  ib 
aM*»(irar  limi  ínili»pendi*neia  la  subsistencia  del  clero «  y  la  delap^ina  243  «  relatiTa 
a  la  ait(|ii¡Mrion  cveuliial  de  IVirtiifral  ptir  mintió  «le  una  Miccesion,  tlji  reiinion«  dkf^ 
dr  !;!*•  tUts  nironas  de  tis|iaíi»  y  IWliigal  fue  uno  de  lf>s  fine»  que  el  gobierno  lie  Glr« 
lo>  l\'  tuvo  ¡Kira  determinar  Á  las  cortes  de  Madrid  á  que  esnusiesen  fornuilinMite  al 
re>  l.-i  nc.'tsídad  de  abolir  la  Irtj  Miltra  6  el  auto  acor  Jado  de  I713..*«  l)ctfdeel«io 
de  ITHf .  en  que  se  celebraron  los  matrimonios  de  la  infanta  Doña  Carlota  con  l)«  Jmn, 
prínrípe  del  lirasil ,  y  del  infante  I).  (labriel  con  IK>ria  Mariana  de  Portugal «  tuvQ  ja 
liarlos  III  peiisiimiento  de  que  se  reuniesen  un  día  l(»sdns  reinos  en  alguno  de  loaprla* 
ri(H*>  que  nariesen  de  estos  enlaces;  pensamiento  patriótico  en  verdad  ,  y  hoonfete  ca 
gran  manera  para  este  soberano.... • 

1^  «-suisa  del  secreto  que  se  otxservó  acerca  de  la  abolición  del  auto  acordado^  fiW| 
i^guu  el  autor,  la  ninguna  necesidad  que  liabia,  teniendo  Carlos  IV  sucHrcsion  Yanmil, 
lie  arrostrar  las  contestaciones  con  los  gabinetes  de  Paris  y  de  Ñapóles.  Kn  cfei'to,  el 
M'iMir  Muriel  n<is  da  la  noticia  ,  hasta  ahora  no  publicada  ,  de  que  i^uísXVI,  habien- 
do traslucido  la  deliberación  de  las  Cfirtes  de.l7K9,  envió  órflen  al  duoue  de  la  Vau- 
gu>on,  su  embajador  en  Madrid,  para  que  protestase  contra  la  abolición  de  la  Iry 
sálica.  \i\  rey  de  las  tíos  Sicilias ,  á  quien  llegó  también  la  noticia  de  las  intencioafi 
dfl  {¡obierno  español,  envió  con  el  mismo  objeto  al  prínci|ie  de i^stelcicala.  Pero  estai 
protestas  Y  recia  mariones  no  se  \  criticaron,  á  lo  menos  de  oficio,  por  cuanto  QQ  se 
promulgó  la  Progmádca  sanción. 


EL  PADRE  JUAR  DE  HAfilARA. 


IjClEN  sepa  qne  este  insigne  literato  español  emprendió  y  llevó  á  cabo  en  el  siglo  XVI 
la  historia  general  de  España,  no  podrá  menos  de  admirarse,  atendida  la  época  en  que 
escribió,  de  su  inmensa  erudición,  de  su  incansable  laboriosidad ,  de  la  corrección  y 
austeridad  de  su  lenguaje ,  y  aun  de  la  crítica  y  filosofía  con  que  desempeñó  au  obray 
muy  superiores  á  lo  que  podia  esperarse  en  su  tiempo  y  en  sus  circunstancias  indi- 
v¡duaU>s. 

Tai  ha  sido  el  juicio  que  de  él  y  su  obra  han  formado  todos  los  qne  han  escrito  de 
uno  y  otra,  no  solo  nacionales,  sino  también  estranjeros.  V  muy  justamente.  No  debe- 
mos olvidar  que  su  hhtoria  general  de  Empatia  fue  la  primer  obra  de  esta  clase  que  ana* 
recio  en  la  Europa  moderna  después  de  la  restauración  de  las  letras  :  que  es  una  de  las 
obra^  clásicas  de  la  lengua  y  de  la  literatura  española,  y  por  ella  sé  aclimató  entre  nosotreí 
el  pincel  de  Tito  Livio :  que  en  la  gravedad  de  las  sentencias  y  en  la  descripción  dé 
los  caracteres  compite  á  veces  con  Tácito;  en  tin,  que  Mariana  no  perdonó  ni  á  lra« 


[97] 
lajo  n¡  á  investigaciones  para  dar  á  su  libro  toda  la  perfección  que  podia  tener  en 
u  siglo. 

Bs  verdad  que  han  escrito  después  de  él  acerca  de  la  historia  de  nuestra  nación 
luchos  insignes  historiógrafos  que  le  han  impugnado.  El  marques  de  Mondejar, 
'erreras  y  otros  han  notado  diferentes  yerros  de  sucesos ,  de  fechas  y  de  orden  en  nues- 
ro  insigne  historiador,  líasele  acusado  también  de  haber  dado  demasiado  lugar  en  su 
listona  á  los  sucesos  eclesiásticos  y  á  consejas  tradicionales.  También  se  le  ha  defen- 
ido  de  estas  dos  inculpaciones.  La  primera  es  injusta ;  pues  nadie  ignora  que  en  la 
dad  media  el  clero  se  hallaba  en  el  primer  grado  de  la  escala  política ,  y  los  aconte- 
imientos  que  le  pertenecian  eran  de  suma  importancia  para  el  resto  de  la  nación. 
A  segunda  se  ha  hecho  también  á  Tito  Livio  ,  y  quizá  con  razón  á  uno  y  otro ;  pues 
unque  las  fábulas  históricas  sean  muy  á  propósito  para  conocer  el  espíritu  de  la  época 
D  que  se  inventaron  y  creyeron  ,  no  es  lícito  á  un  historiador  juicioso  presentar  como 
eontecimientos  reales  los  cuentos  inventados  á  placer  por  sus  abuelos.  Sin  embargo, 
un  en  esta  parte  pudo  Mariana  presentar  dos  razones  que  lo  disculparan.  La  primera 
s  haber  repetido  no  una  sola  vez  en  su  obra :  mas  cosas  escribo  que  creo.  La  segunda  ha- 
«r  algunas  cosas  de  las  que  copiaba  de  otros  autores  que  hubiera  sido  peligroso  en  su 
íglo  no  solo  negarlas,  pero  aun  omitirlas.  ¿Qué  historiador  se  hubiera  atrevido,  por 
]emplo  ,  en  el  siglo  XVI  á  pasar  en  silencio  las  fábulas  en  que  se  fundaba  entonces  y 
e  continuó  fundando -mucho  después  la  costumbre  del  voto  de  Santiago? 

Asi  es  qué  los  mismos  historiógrafos  que  han  impugnado  á  Mariana,  no  han  deja- 
o  de  reconocer  por  eso  el  mérito  que  adquirió  en  un  siglo  de  poca  crítica  y  filosofía 
n  haber  formado  una  historia  de  la  nación,  despojada  de  gran  parte  de  las  fábulas 
ntíguas,  aunque  no  pudiese  de  todas.  La  ubra  de  nuestro  historiador  ha  sido  y  es  to- 
avfa  el  único  libro  clásico  de  historia  general  de  nuestra  nación ,  que  poseemos  ;  y 
pesar  de  sus  defectos  de  crítica,  como  tal  lo  estiman  los  literatos  nacionales  y  es- 
ranjeros. 

Estaba  reservado  á  la  época  actual  el  singular  fenómeno  de  un  historiador  no  es- 
pañol ,  que  emprendiendo  escribir  la  historia  de  nuestra  nación ,  comienza  por  vili- 
lendiar  el  nombre  respetable  de  Mariana,  y  por  insultar  á  un  varón  tan  benemérito 
e  nuestra  literatura,  y  cuya  reputación  es  de  tres  siglos  á  esta  parte  verdaderamente 
uropea.  En  el  Prospecto  de  la  traducción  de  la  Historia  de  España  del  Sr.  Carlos  Ro- 
ney  ,  impreso  en  Barcelona  ,  se  inserta  traducido  el  prólogo  del  autor,  y  hemos  leido 
on  indignación  las  siguientes  espresiones  :  «Lo  que  ha  desconceptuado  y  casi  envite- 
ido  á  los  escritores  de  la  escuela  de  Mariana  es  la  desfachatez  increíble  con  que  están 
{firmando  hechos  de  su  invención ,  poniendo  on  boca  de  los  personajes  sus  propias 
¡prensiones  ó  las  de  su  tiempo  y  falsificándolo  y  estragándolo  todo  sin  autoridad  y  sin 
irímor.  Por  tanto  el  primer  paso  fundamental....  es  en  algún  modo....  no  hacer  caso, 
»or  ejemplo,  refiriéndose  á  España,  de  Mariana  ni  de  Perreras»....  Es  imposible,  de- 
rimes  nosotros  ,  llevar  la  desfachatez  á  un  grado  mas  alto  en  un  eslranjero  que  se  pro- 
K>De  escribir  la  historia  de  nuestra  nación.  ¿Si  creerá  el  Sr.  Komey  ensalzar  el  mérito 
le  su  historia  deprimiendo  el  de  nuestro  historiador?  ¿Ignora  por  ventura  que  escri- 
nendo  en  la  época  actual  con  tantos  y  tan  grandes  auxilios,  se  le  agradecerá  poco 
^1  hacerlo  bien ,  y  no  se  le  perdonará  ningún  defecto  cuando  á  Mariana  debieron 
lerdonársele  todos  los  suyos  en  atención  al  siglo  en  que  escribió ,  y  apreciarse  mucho 
as  cosas  buenas  que  en  gran  número  contiene  su  obra? 

¿Podría  el  novel  historiador  indicar  los  hechos  da  propia  invención  que  Mariana  ín- 
ertócn  su  historia?  ¿Quién  Ihista  ahora  le  ha  injuriado  con  el  epíteto  de  falsificador? 
Nirgó  la  historia  patria  de  un  gran  número  de  patrañas ,  como  puede  conocerse  cote- 
ando  su  libro  con  las  crónicas  anteriores.  Si  dejó  todavía  algunas  conseja ,  mas  bien 
tifiadas  que  creídas  como  él  mismo  dice ,  ¿son  de  invención  suya ,  ó  tomadas  de  escri- 
ores  antiguos?  ilarto  hizo  para  su  tiempo  :  si  en  el  nuestro  puede  hacerse  mas ,  ¿es 
«te  motivo  para  calumniarle  é  insultarle? 

Mariana  imitó  á  Tito  Libio  poniendo  en  boca  de  los  personajes  razonamientos  con- 
brmes  á  sus  ideas  é  intereses.  No  entramos  en  la  cuestión  de  si  esto  es  licito  ó  no  á 
ID  historiador.  Solo  queremos  que  el  Sr.  Romey  nos  cite  un  solo  razonamiento  de  estot 
«  que  se  hallen  las  ideas  de  Mariana  ó  de  su  siglo  en  lugarde  las  del  ioterloeutor. 

1? 


[98] 

Pero  estamos  seguros  de  que  do  lo  hará.  Mariana  era  harto  buen  humanista ,  y  conodi 
harto  bien  la  historia  para  atribuir  á  Pelayo  las  ideas  de  Felipe  II ,  ni  á  Aben  Tarif  lai 
de  un  relijioso  del  siglo  XVL  Hizo  lo  mismo  que  Tito  Livio:  estudió  los  caracteres  y 
los  espresó  por  medio  de  discursos.  Lo  mismo  pudiera  censurarse  á  Solis  en  su  h¡^ 
toria  de  la  Conquista  de  yueva  España ,  y  sin  embargo  Solis ,  no  se  sabe  por  qué,  me- 
rece el  aprecio  del  Sr.  Romey :  pues  mas  abajo  llama  á  España,  como  porelojio,  Áfria 
de  los  Cervantes  ,  Herreras  y  Solises. 

Lo  que  prueba  hasta  qué  punto  ignora  el  Sr.  Homey  nuestra  literatura  es  ver 
juntóse  incluidos  en  una  misma  proscripción  los  nombres  de  Jl/ariatia  y  de  Femnt, 
cuando  son  bajo  todos  aspectos  enteramente  opuestos.  Si  se  consideran  en  cuanto  al 
estilo  y  lenguaje,  Mariana  es  uno  de  los  padres  de  la  lengua ,  cuando  es  diGcil  hallar 
cosa  peor  escrita  en  castellano  que  los  anales  de  Perreras.  Pero  si  atendemos  esclufi- 
vamente  á  la  exactitud  histórica  ,  como  proclama  el  Sr.  Romoy ,  hay  mucha  mas  cri- 
tica ,  muchas  mas  fábulas  exterminadas,  muchos  menos  errores  cronolójicos  en  la  obn 
de  Perreras  que  en  la  de  Mariana.  No  es  esto  decir  que  eslimemos  al  primero  ni  aun 
como  historiador  mas  que  al  segundo  ,  sino  que  Perreras  escribió  mas  de  un  siglo  des- 
pués ,  con  mas  auxilios,  con  el  arte  crítica  mas  adelantada  ,  y  aun  puede  decirse,  coa 
mas  libertad  :  asi  tenia  mas  medios  de  hacer  bien  lo  que  es  mas  fácil  de  hacer  en  la 
historia ,  á  lo  menos  en  nuestros  días  ,  que  es  el  examen  y  el  criterio  de  los  hechos. 
[*\>rreras  no  es,  pues,  ni  escritor  de  la  escuela  de  Mariana,  ni  se  lo  parece  en  nada,  ni  le 
es  igual  en  las  dotes  ó  los  defectos  de  un  historiador;  ¿por  qué,  pues,  se  le  pone  Junto 
á  él  sino  porque  se  desconoce  el  carácter  y  el  mérito  de  estos  dos  escritores? 

Hemos  observado  en  el  Prólogo  do  la  nueva  iJisloria  de  España  lo  que  hemos  nota- 
do casi  siempre  en  todos  los  ¡escritos  cstranjeros,  cuando  hablan  de  nuestras  cosas, 
sumo  desden  ,  suma  ignorancia  y  suma  osadía  en  las  decisiones.  ¡Plegué  á  IMos  que  el 
defecto  del  Prólogo  no  se  le  pegue  á  la  obra! 

Nosotros  hemos  llevado  muy  á  mal  que  se  baya  procurado  aprender  nuestra  elo- 
cución poética  en  las  composiciones  de  los  actuales  poetas  franceses ,  introduciendo  en 
la  lengua  de  Rioja  frases  y  giros  propios  enteramente  de  aquel  idioma.  Lo  único  que 
nos  quedaba  que  ver  es  que  se  estudiase  la  historia  de  España,  no  en  Mariana  nica 
ninguno  de  nuestros  historiadores,  sino  en  una  obra  escrita  en  Paris. 


RESPUESTA  A  IOS  EDITORES 


DE  X.A 


^%^  '^'ft^^'V, 


E 


L  Sr.  Romey  en  el  Prólogo  de  su  Historia  de  España  insultó  á  Mariana.  Nosotros  le 
defendimos ,  y  los  editores  de  Romey  en  español  han  llevado  á  mal  nuestra  defensa. 

Ilicimos  un  examen  bastante  detenido  de  las  prendas  y  de  los  defectos  del  padre  de 
la  historia  española.  Admiramos  ,  como  todos  los  hombres  algo  versados  en  la  litera- 
tura histórica ,  el  grande  mérito  de  su  obra  ,  comparado  con  el  siglo  en  que  se  escri- 
bió :  notamos  sus  errores  ,  y  los  disculpamos  como  era  justo  hacerlo ,  con  la  fidta 
de  crítica ,  de  fllosofia,  de  recursos  históricos  y  libertad  que  habia  en  su  época.  ¿Quién 
•e  atreverla  á  exijir  de  Arquimedes  lo  que  hoy  debe  exijirse  de  un  mediano  profesor 
temáticas? 


'^''ViSÍf\e'\i1SkWrA^^  dé  la  nota  de  ftíjñj^dat^iiS&élki&úU' osadía  le  impone Romey: 


Soits  hiitfiriadbr  roas  modéfrt'é'í'/pé'i^o  ül'cual  se  pueden  haeef'toáf  mi^os' cargos  que 
él  hace  al'objeto  de  su  aversión.'  '  '-^  o|.jj:..«  »   «\ 

Estas  reflexiones  no  admitían  respuesta  alguna;  asi  es  qné'  ItM  editores  del  Komej 
no  la  dan  en  su  remitido  inserto  en  el  Tiempo  del  I  i  de  Enero.  Ni  se  hacen  cargo  de 
la  diferencia  que  nosotros  establecimos  entre  el  principio  del  siglo  XVII  y  el  del  XIX, 
ni  responden  al  desafío  que  hicimos  ai  Sr.  Romey  de  señalar  un  solo  hecho  faUificado 
á  Éolnendeu  por  Mariana ,  ni  un  solo  razonamiento  en  que  no  estén  bien  conservadas  las 
ideas  y  el  carácter  del  que  habla.  En  esta  parte  se  contentan  con  repetir  las  acusacio- 
nes del  Prólogo  ,  como  si  á  ellos  ó  á  Romey  se  les  hubiese  de  creer  sobre  su  palabra. 

A  bita  de  razones  traen  en  su  articulo  muchas  lindezas  que  no  vienen  al  caso.  Nos 
dicen  que  c hemos  dado  muestras  de  sobrada  precipitación  arrojándonos  á  tildar  la  obra 
de  Romey  antes  de  haberla  leido.»  Esto  es  falso.  Nada  dijimos  en  nuestra  defensa  con- 
tra la  nueva  historia  de  España  ,  ni  una  palabra  ,  ni  una  coma ,  ni  un  tilde.  Lo  que 
censuramos  fue  el  Prólogo  ,  la  petulancia  con  que  está  escrito  y  el  espíritu  ridiculo 
de  presunción  con  que  se  quiere  el  Sr.  Romey  engrandecer  á  costa  de  un  nombre  res- 
petable y  do  una  obra  que  en  su  tiempo  fue  un  verdadero  progreso.  Que  nos  citen  los 
editores  una  sola  espresion  nuestra  contra  la  obra :  todas  fueron  contra  el  autor.  Antes 
bien,  dijimos  que  no  seria  de  estrañar  que  ahora  se  escribiese  mejor  la  historia  de  Es- 
paña que  en  tiempo  de  Mariana.  Asi  esa  acusación  de  los  editores  contra  nuestro  arti- 
culo es  infundada ,  y  no  sabemos  de  dónde  proceda ;  porque  nosotros  nos  espresamos 
con  bastante  claridad. 

Dicen  que  f  ignoramos  los  adelantos  que  ha  hecho  la  escuela  histórica  en  estos 
tiempos,  y  los  principios  que  ha  sentado  diamelralmente  opuestos  á  los  de  Mariana....  > 
^né  principios  históricos  son  esos ,  señores  editores?  ¿Pueden  ser  otros  que  los  de  la 
veracidad  ,  la  verosiuiilitud  ,  la  unidad  y  la  dignidad  y  corrección  del  estilo?  Pues  es- 
tas máximas  son  conocidas  desde  el  tiempo  de  Cicerón.  Lo  que  se  ha  perfeccionado 
mucho  es  el  arte  critico  y  la  filosofía  política.  No  se  debe  culpar  á  Mariana  de  que  en 
su  tiempo  estuviesen  ambas  ciencias  en  la  infancia.  El  fue  uno  de  los  que  mas  contri- 
buyeron entonces  á  que  adelantasen  ;  y  asi  su  obra  fue  recibida  con  universel  aplauso 
de  toda  Europa. 

Dicen  que  Mariana  embrolló  á  sabiendas  las  relaciones  de  la  iglesia  visigoda  con 
el  obispo  de  Roma  (I }  y  otros  puntos  importantísimos.  Nosotros  negamos  redondamente 
esta  aserción.  A  llomey  ó  á  sus  editores  toca  probar  no  solo  que  Mariana  fue  un  mal 
historiador  ,  sino  también  un  mal  hombre. 

Nos  causa  á  un  mismo  tiempo  lástima  y  risa  el  que  para  denigrar  á  Mariana  le 
llamen  teólogo  j  jemita.  No  faltan,  á  la  verdad,  algunos  pedantes  para  quienes  el  nom- 
bre de  teólogo  es  un  título  de  proscripción  no  mas  de  porque  asi  lo  declaró  la  escuela 
del  siglo  XVÜI.  Pero  es  muy  difícil  de  probar  que  la  instrucción  en  la  filosofía  cris- 
tiana pueda  ser  un  obstáculo  para  escribir  bien  la  historia ,  y  mucho  mas  la  de  una 
nación  como  la  española  ,  que  ha  debido  su  existencia  y  su  engrandecimiento  al  cris- 
tianismo. Mariana  fue  jesuíta.  ¡Terrible  delito!  pero  para  expiarlo  citaremos  la  per- 
secución que  sufrió  en  que  estuvo  á  pique  de  perecer:  los  honores  de  la  prohibición 
que  obtuvo  su  obra  De  rege  et  regis  inalitutioney  y  la  nota  general  en  que  incurrió  su  his- 
toria de  España  por  la  escesiva  acritud  y  entereza  con  que  habló  de  ciertos  hombres  y 
de  ciertas  cosas  ,  muy  delicadas  de  tocar  en  su  tiempo.  Era  imposible  entonces  ser  mas 
liberal  é  independiente ,  y  dudamos  mucho  que  Romey  haya  hecho  tantos  sacrificios  per- 
sonales á  la  verdad  y  á  la  justicia. 

Lo  mas  ridiculo  de  todo  es  la  gran  prueba  de  los  tres  mil  suscritores  que  dicen  que 
tiene  la  traducción.  Eso  se  dice  á  los  niños ,  no  á  quien  sabe  que  el  Zurriago  tuvo  mas 


iV.     kú  llanuin  los  escritores  prolesUDles  álos  succesores  de  S.  Pedro. 


[lOOJ 

de  seis  mil.  Esta  comparacioo  no  es  nuestra:  la  sujiere  naturalmente  el  argumeptodp 
que  se  valen  los  editores.  wu-iu^iií -ji  oi.. 

Hablando  con  formalidad :  será ,  sí  se  quiere  v  nioy  buena  y  recoiikdiidMl6l«*2liÉ- 
toriade  España  de  Romey.  Nada  dijimos  contra  ella  en  nuestro  artículo  ti  ^é*  apim- 
tan  responder  y  no  responden.  Nada  decimos  tampoco  contra  ella  en  la  presente  coa^ 
testación.  Cuando  la  hayamos  leido,  podremos  hacer  juicio  de  su  mérito.  Pero  desde 
ahora  podemos  suponer ,  sin  contradecir  lo  que  antes  dijimos ,  que  es  superior  á  la  de 
Mariana  :  que  es  la  mejor ,  la  mas  perfecta  posible :  que  no  es  dado  á  las  fuerzas  de 
la  intelijencia  humana  producir  sobre  la  materia  un  libro  mas  escelente.  Después  de 
estas  concesiones ,  después  de  otras  muchas  mas  que  acerca  del  mérito  de  la  susodicha 
historia  haremos  ,  si  es  menester  clamaremos  todavía  y  levantaremos  un  grito  de  in- 
dignación contra  los  que  digan  ,  sean  franceses  ó  españoles ,  que  Mariana  falsificó  á 
sabiendas  la  historia  y  atribuyó  sus  propias  ideas ,  ó  las  de  su  estado,  ó  las  de  su  siglo, 
á  los  personajes  históricos  que  introduce  hablando ;  y  estén  seguros  los  editores  que 
este  grito  no  se  acallará  hasta  que  se  nos  citen  los  pasajes  de  que  constan  la  &lsifica- 
cion  á  sabiendas  y  la  impropiedad  de  los  razonamientos. 

Defender  un  nombre  respetable  y  celebrado  en  toda  Europa  contra  los  insultos  de 
un  rival  poco  generoso  no  es  preocupación ,  ni  añeja  ni  reciente  ,  señores  editores^  La 
verdadera  preocupación  es  creer  que  en  llamando  á  un  sabio  teólogo  yjemila  ,  se  leba 
condenado  ya  al  desprecio. 

El  artículo  á  que  respondemos  acaba  por  uno  de  aquellos  truenos,  tan  comunes  en 
la  literatura  actual.  Dicese  que  tía  historia  de  Uomey  representa  una  idea  grande,  filo- 
sófica ,  humana,  que  andando  el  tiempo  producirá  su  efecto.»  ilJna  historia  que  repre* 
senía  tuia  ideal  ¡qué  castellano ,  Dios  mió!  No  parece  sino  que  la  idea  es  un  drama ,  y  la 
historia  el  actor.  Querrá  decir  que  de  la  obra  se  deduce  una  idea  etc.;  á  que  en  toda 
la  obra  domina  una  idea  etc.  Pero  nos  quedamos  sin  saber  qué  idea  es  esa.  Mas  al  fin, 
andando  el  tiempo  producirá  su  efecto.  Esperemos,  pues  ,  y  entre  tanto  contentemos 
nos  con  el  sublime  pensamiento  que  resulta  del  libro  de  Mariana ,  á  saber :  que  kimi 
nación ,  cuando  defieíide  su  independencia  y  su  culto,  es  invencible. 


COLECCIÓN  DE  CORTES 


POR  LA  REAL  ACADEHIA  DE  LA  HISTORIA. 

cva»e;rivo  «s. 

Cortes  de  JPatencia  de  1399. 


ARTICULO  I. 

JuS  superfino  hablar  de  la  utilidad  de  esta  publicación,  tan  necesaria  para  conocer 
la  historia  de  nuestras  leyes  y  costumbres  políticas ,  civiles  y  administrativas.  Es  im- 
posible resolver,  sin  el  auxilio  de  las  actas  de  Cortes ,  un  gran  número  de  cuestiones, 
relativas  á  nuestra  antigua  constitución  ;  y  es  de  grande  importancia  para  un  pueblo 
libre  conocer  los  límites  que  sus  mayores  pusieron  á  la  autoridad  pública  y  á  la  misma 
libertad  ,  esto  es  ,  de  qué  manera  dieron  solución  al  gran  problema  de  la  libertad  y 
del  orden  ,  aun  no  bien  resuelto  todavia.  Cuantos  mas  datos  se  reúnan  acerca  de  esta 


[101] 
orlante  materia ,  tantas  mas  luces  se  adquirirán  para  la  decisión.  En  nuestro  en- 
hr  deben  darse  gracias  al  sabio  cuerpo  que  publica  las  actas  de  nuestras  antiguas 
tes ,  por  haber  proporcionado  á  todos  los  hombres  que  gustan  de  instruirse ,  un 
1  número  de  materiales  históricos ,  no  asequibles  hasta  ahora  sino  á  costa  de  mu- 
dispendio  y  solicitud  ;  asi  como  es  digna  del  mayor  elojio  la  constancia  con  que 
ñfae  esta  empresa»  á  pesar  de  las  dificultades  que  ofrece  en  la  época  actual  la  falta 
leeorsos. 

El  cuaderno  28  que  acaba  de  llegar  á  nuestras  manos  contiene  los  ordenamientos 
hos  por  el  rey  D.  Juan  I  de  Castilla  en  las  Cortes  de  Falencia  de  1388.  Concurrieron 
Ja  los  tres  Estamentos  del  reino ;  pues  aunque  en  el  preámbulo  no  se  enumera  el 
o ,  en  una  de  las  peticiones  se  habla  del  Obispo  de  Calahorra  y  de  los  Arzobispos  de 
d*  como  uno  de  los  comisionados  por  las  Cortes  para  tomar  cuentas  á  los  recauda- 
es  de  la  real  hacienda ,  y  de  estos  como  jueces  en  caso  de  ocurrir  dificultades  en 
operación ,  lo  cual  parece  indicar  que  el  clero  fue  también  convocado  á  dichas 
tes.  üel  Arzobispo  de  Santiago  y  del  Obispo  de  Calahorra  se  dice  espresamente 
t  se  hallaban  en  el  Congreso. 

Las  peticiones  procedieron  solamente  del  cuerpo  de  procuradores  del  reino ,  pues 
liee  en  el  título :  Capiíulos  qve  los  procuradores  de  las  villas  é  lugares  de  los  regnos  de 
firo  Segnor  d  Rey  presentaron  d  la  su  merced  é  en  su  presencia ,  é  dé  los  procuradores^  é 
ie$9  é  ricos  homes,  ele,  Y  en  el  preámbulo  del  segundo  ordenamiento  dice  el  mismo 
:  Facemos  vos  saber  ^  que  estando  Nos  eti  estas  Cortes j  que  agora  fesiemos  aqui  en  Palen^ 
...  nos  fueron  presentadas  por  los  procuradores  de  las  dichas  cibdades  é  villas  ciertas  peti^ 
«t  generales  etc.  Apesar  de  esto,  no  dejaron  de  pedir  los  procuradores  del  reino  algu- 
ventajas  á  £aivor  de  la  grandeza  ,  lo  que  no  es  de  estrañar  en  una  época  en  que  las 
mdades  populares  estaban  casi  todas  en  poder  de  los  nobles. 
Las  formas  ,  pues ,  de  estas  Cortes  fueron  sumamente  respetuosas  y  monárquicas, 
lo  en  todas  las  del  siglo  XIV,  en  el  cual  se  reconocia  al  rey  como  única  fuente  de 
dación,  y  se  le  pedian  las  leyes  como  una  merced  ;  pero  no  nos  acordamos  de  haber 

0  las  actas  de  otras  en  que  los  procuradores  del  reino  conociesen  mejor  su  misión 
>  desempeñasen  con  mas  entereza. 

Todos  saben  que  el  único  fecho  legal  que  reconocia  en  aquella  época  la  autoridad 
rey,  eran  los  subsidios  que  las  Corles  podian  negar  ó  conceder.  D.  Juan  I,  que  se 
un  momento  dueño  de  casi  todo  Portugal ,  deshecho  su  poderoso  ejército  en  la  ba- 

1  de  Aljubarrota,  y  obligado  á  volver  fujitivo  á  Castilla  tuvo  que  sostener  una 
rra  larga  ,  desventajosa  y  sin  término  contra  su  rival  el  Maestre  de  Avis ,  á  quien 
portugueses  elijieron  rey.  Este,  arrogante  con  la  victoria,  pero  temeroso  siempre  de 
derechos  de  su  hermana  Doña  Beatriz  ,  mujer  de  su  competidor,  suscitó  contra  Cas- 
;  al  duque  de  Lancaster ,  príncipe  de  la  sangre  real  de  Inglaterra,  que  en  defensa  de 
derechos  de  su  esposa ,  hija  de  1).  Pedro  el  Cruel ,  tomó  las  armas  contra  la  dinastía 
Prastamara ,  reinante  en  Castilla  y  auxiliado  por  los  portugueses  penetró  en  Ga- 
\.  Esta  guerra  se  hizo  con  poca  ventaja  del  duque,  y  no  fue  difícil  persuadirle  á  que 
isíjiese  por  una  suma  de  dinero  y  por  el  casamiento  de  su  hija  Doña  Catalina  de 
caster  con  el  príncipe  D.  Enrique ,  hijo  y  heredero  de  D.  Juan.  El  matrimonio  se 
bró  en  Patencia  el  mismo  año  de  i 588 ,  y  el  rey  había  reunido  las  Corles  para  pe- 
es la  cantidad  que  debia  darse  al  duque. 

Mas  parece  que  antes ,  sin  autorización  alguna ,  había  exijido  algunas  cantidades 
i  el  mismo  objeto:  asi  á  lo  menos  se  infiere  de  la  respuesta  de  los  procuradores  á 
sticion  de  subsidios.  Su  tenor  es  el  siguiente  :  c primeramente,  segnor,  la  cuantía 
9s  francos  que  demandastes  para  pagar  la  deuda  del  duque  de  Alencastre  ,  en  esto 
fosen  coticiencia  que  si  los  avedes  demandado ,  é  non  son  pedidos ,  que  sea  vuestra 
ced  de  los  non  demandar  otra  vez ;  é  sí  los  demapdastes  é  cobrados  son  é  despen- 
f,  dánvoslos  é  otorgan voslos  en  ésta  manera.» 

SI  sentido  natural  de  estas  palabras  es,  que  el  rey  sin  haber  pedido  aquel  dinero 
B  Cortes  le  había  sacado  ó  demandado  por  contribuciones,  aunque  los  procura- 
8,  en  señal  de  respeto,  usan  de  la  frase  condicional :  mas  no  por  eso  dejan  de 
conciencia  al  rey ,  esto  es  ,  de  darle  un  voto  de  censura  ,  como  se  dice  ahora  ,  y  de 
icarle  que  no  lo  vuelva  á  hacer  otra  vez.  Sin  embargo,  le  conceden  la  suma,  si 


e«tá  ya  cobrada  y  espendida  ;  pero  bajo  condiciones  bastante  severas.  Su  primera  esi,  qie 
no  vuelvan  á  pasar  por  dicha  suma  los  pueblos  que  ya  han  pagado  en  esta  razón.  Segui- 
da ,  que  los  recaudadores  y  tesoreros  del  rey  den  cuentas  de  las  cantidades  recibidas 
por  ellos  desde  las  Cortos  de  Segfovia,  celebradas  algunos  anos  antes.  Tercera,  que  la 
comisión  creada  para  tomar  las  cuentas  se  componga  de  seis  individuos  -que  los  mis- 
mos procuradores  indicaren  al  rey.  Cuarta,  que  si  seofrecian  diticultudos  ó  dispalas 
fuesen  decididas  por  los  arzobispos :  parece  que  por  esta  frase  se  indica  á  los  prela- 
dos de  Toledo  y  de  Santiago ,  muy  poderosos  en  estos  tiempos.  Quinta,  que  la  con- 
tribución fuese  percibida  en  la  clase  de  moneda  que  los  mismos  procuradores  deaíf- 
naren.  Sesta ,  que  el  rey  prometiese  bajo  su  palabra  no  distraer  á  otros  objetos  el 
producto  de  aquella  drcrama ,  y  que  nombrase  seis  hombres  buenos  para  que  le  die- 
sen  el  debido  deslino.  Séptima,  que  si  sobrase  algo  de  las  contribuciones,  se  aliviase 
en  la  misma  cantidad  al  reino  de  sus  gravámenes ,  faciéndole  conciencia  de  cumplirlo 
asi,  y  protestándole  que  en  lo  succesivo  llamase  á  Cortes  según  la  costumbre  de  sis 
reinos.  Octava ,  que  sirviesen  también  para  aliviar  á  los  pueblos  las  ganancias  de 
las  casas  de  moneda.  Novena ,  que  se  designasen  sueldos  á  ios  comisionados  para  to- 
mar las  cuentas. 

Tantas  y  tan  severas  precauciones,  tomadas  contra  la  propensión  natural  de  los 
gobiernos  á  aumentar  en  cuanto  les  sea  posible  los  ingresos  en  el  erario,  pruehai 
dos  cosas:  la  primera,  que  nuestra  antigua  Constitución,  aunque  altamente  monár- 

Juica ,  pues  los  castellanos  llamaban  al  rey  su  Señor  natural ,  poseia  sin  embargo  nie- 
ios  hábiles  para  enfrenar  las  demasías  del  poder ,  cortar  los  abusos  y  exijir  la  res* 
ponsabilidad  á  los  ajenies  del  gobierno.  Los  procuradores  hablaban  con  respeto;  dno 
sin  ocultar  nada  de  lo  que  sentían.  En  la  monarquía  mas  libre  de  las  que  hoy  existes 
en  Europa  se  miraría  como  un  lenguaje  grosero  é  intolerable  el  de  imponer  condi- 
ciones al  rey  para  darle  subsidios.  Pero  en  el  sistema  moderno  no  se  bailan  los  mo- 
narcas en  contacto  inmediato  con  los  cuerpos  deliberantes  como  en  nuestras  Cortes 
antiguas.  Esto  era  consecuencia  necesaria  de  no  conocerse  todavía  el  poder  minisiarid. 
La  segunda  consecuencia  es  (]ue  se  habrían  cometido  en  el  siglo  XLtl  grandes 
abusos  sobre  la  imposición,  cobranza  y  destino  de  las  contribuciones.  El  cetro  de  Pe- 
dro el  Cruel  fue  de  hierro  para  todas  las  clases  del  Estado.  Cayendo  en  manos  de 
Enrique,  su  hermano  y  asesino,  pero  mas  hábil  que  él,  no  ofendió  á  la  noble» 
que  había  quitado  la  corona  á  Pedro;  pero  veja  las  ciases  inferiores  del  pueblo^  tanto 
por  los  privílejios  onerosos  que  concedió  el  nuevo  rey  á  sus  amigos,  como  por  lof 
impuestos  que  eran  necesarios  para  pagar  las  sumas  debidas  á  sus  aliados  y  sostener 
la  guerra  contra  Portugal.  La  nación  lo  toleraba  todo  acostumbrada  al  despotismo 
del  reinado  anterior.  Juan  I,  hijo  y  succesor  de  Enrique,  príncipe  bueno  y  generalmente 
amado ,  pero  poco  instruido  en  el  arle  de  gobernar,  permitió  abusos  y  demasías  con 
tal  que  le  diesen  dinero  para  levantar  el  grande  ejército  que  llevó  al  degolladero  de 
Aljubarrota.  En  las  Corles  de  Patencia  de  1588  se  restableció  el  orden  y  se  censura- 
ron y  corrijieron  las  vejaciones  de  los  reinados  anteriores. 


ARTICULO  11. 

JLOS  procuradores  de  estas  Cortes  dieron  pruebas  de  patriotismo  y  de  valor  cívicOi 
censurando  el  cobro. de  subsidios  no  pedidos,  exijiendo  la  aplicación  esclusiva  de 
un  impuesto  estraordinario  al  objeto  de  su  destino ,  provocando  el  examen  dé  las 
cuentas  atrasadas  y  protestando  contra  la  omisión  de  la  corona  en  convocar  las 
Cortes. 

Las  demás  peticiones  de  aquel  Congreso  no  bacen  mucho  honor  ni  á  sus  senti- 
mientos de  justicia  ni  á  sus  conocimientos  administrativos ;  bien  que  en  lo  segundo 
fue  mas  disculpable  que  en  lo  primero.  La  economía  era  una  ciencia  desconocida  eo 
aquel  siglo:  la  justicia  es  un  sentimiento  de  todas  las  épocas  y  naciones. 

Una  de  las  peticiones  es  que  se  mande  reducir  al  principal  el  pago  de  las  deudas 
contraidas  por  los  cristianos  que  habian  tomado  dinero  á  logro  de  los  judíos.  Funda- 


[103J 

petición  en  que  los  deudores,  tanto  por  los  daños  sufridos,  como  por  los  tribu» 
le  tenia n  que  pagar,  hallándose  en  grande  necesidad  de  dinero,  recibian  la 
e  sus  acreedores ,  y  se  veían  obligados  á  otorgar  cartas  de  debdo  ó  pagarés ,  por 
8  tanto  ó  tres  tanto  que  el  principal. 

isérvcse  que  esta  petición  solo  se  hace  contra  los  acreedores  judíos,  y  no  con- 
«  acreedores  cristianos ,  de  cuya  clase  debería  entonces  haber  muchos  en  las 
les  ricas  y  mercantiles  de  los  reinos  de  Castilla.  No  puede  menos  de  confesarse 
t>8  judíos ,  muy  propensos  á  los  contratos  usurarios ,  aumentarían  en  gran  can- 
la  usura  de  los  préstamos  por  la  díGcultad  de  la  cobranza.  Esta  misma  peti- 
»nieba  cuan  espuestos  estaban  sus  capitales  y  sus  beneficios  lícitos  en  manos 
cristianos. 

I  respuesta  del  rey  ,  aunque  no  (an  injusta  como  la  petición ,  es  también  con- 
á  los  principios  de  equidad  ,  y  prueba  que  entonces  se  miraba  como  usura  toda 
cía  producida  por  el  alquicer  ó  arrendamiento  del  dinero.  Dice  en  su  respues- 
ift  Cortes  que  siempre  que  fuese  probado ,  como  se  acostumbra  probar  legal- 
'  entre  cristianos  y  judíos,  que  el  contrato  íne  usurario  ^  que  se  pague  solo  el 
pal  y  no  las  usuras  (aqui  por  usura  se  entiende  cualquier  interés  del  dinero  aun- 
>  sea  exorbitante) ;  que  si  se  probase  que  el  contrato  fue  de  verdadera  deuda 
ara,  que  se  pague  toda  la  cantidad  contenida  en  la  carta  de  deuda ,  y  que  si 
pudiese  probar  ni  lo  uno  ni  lo  otro,  se  paguen  solo  las  dos  terceras  partes  de 
diga  la  carta,  pero  con  la  obligación  de  pagar  dentro  de  cierto  término; 
í  el  cual,  no  gozarán  los  deudores  de  esta  merced  que  les  nes  facemos  á  costa  de  los 
ores.  El  rey  la  limita  á  las  deudas  contraidas  en  el  año  de  Jo88  hasta  el  dia  de 
la  y  en  el  anterior,  guiándose  en  esto  por  un  instinto  ciego  de  justicia.  Los 
res  antiguos  y  morosos,  retardando  la  paga  por  mucho  tiempo,  habrían  causado 
icrecdores  incomodidades  que  era  justo  que  satisficiesen ,  y  después  de  conce- 
I  prívilejio  (porque  no  se  le  puede  dar  otro  nombre)  no  debían  gozar  de  él  los 
»ntrajesen  nuevas  deudas. 

indudable  que  tanto  en  la  petición  como  en  la  respuesta  inQuian  el  odio  y  la 
>n  general  contra  los  judíos,  únicos  acreedores  cu} os  títulos  de  deuda  se  in- 
ban  en  parte.  Pero  se  nota  mucho  mas  el  espíritu  de  fanatifrmo  en  los  que  pi- 
,  que  en  el  que  concedió  con  tales  restricciones  y  formalidades  que  dan  á  en- 
haber  concedido  á  disgusto  suyo  y  violado  la  justicia  por  no  luchar  de  frente 
la  intolerancia.  Sirva  este  ejemplo  de  advertencia  á  los  que  quieren  acusar  á 
biernos  de  haber  inoculado  á  los  pueblos  el  odio  fanático  contra  los  de  diversa 
1. 

8  justas  son  las  mismas  Cortes  pidiendo  que  los  jueces  del  rey  no  pudiesen 
i  sus  tribunales  á  los  vecinos  de  otros  pueblos  sin  ser  antes  demandados  ante 
pió  juez ;  que  no  se  observen  los  privilejios  concedidos  por  el  rey  y  por  su  pa- 
Enrique  á  algunas  personas  para  que  no  pagasen  pechos ,  y  que  se  confirma- 
ebaja  concedida  por  el  rey  á  los  vasallos  de  la  corona  de  cuatro  doblas  en  el 
o  de  aquel  año.  £1  rev  respondió  evasivamente  á  la  primera  de  estas  peticio- 
ciendo  que  lo  consultaría  con  su  consejo.  En  aquella  época  quería  la  corona 
á  la  corte  casi  todos  los  negocios  contenciosos  del  reino  para  dar  mas  es- 
r  y  autoridad  al  consejo  de  Castilla ,  que  tardó  poco  en  nacer.  El  prívilejio 
se  quejaban  en  !a  segunda  petición,  fue  reducido  á  la  contribución  delasmo- 
V  la  rebaja  de  que  habla  la  tercera  fue  confirmada, 
reconocen  las  preocupaciones  económicas  de  aquel  siglo  en  la  petición  que  se 
rey  para  que  no  concediese  las  cartas  y  alvaláes ,  en  virtud  de  las  cuales  es- 
del  reino  los  agraciados  con  ellas  oro  ,  plata ,  cabalgaduras  é ganados  (en  lo  cual 
razón  por  ser  un  prívilejio  abusivo) ,  y  para  que  nombrase  alcaldes  y  guardas 
la. 

ijáronse  también  los  procuradores  de  que  en  dos  regnos  era  gran  fallecimien- 
ro  é  de  plata  por  los  beneficios  é  dignidades  que  las  personas  eslranjeras  han 
.iglesias  de  nuestros  regnos,  de  lo  cual  viene  á  Nos  grant  deservicio ;  é  otro- 
las  eglesiasno  sont  servidas  según  deven,  é  los  estudiantes  nuestros  natura- 
podían  ser  proveídos  de  los  beneficios  que  vacan  por  razoa  de  las  gracias 


[104] 
que  nuestro  sennor  el  Papa  fase  á  los  cardenales  é  á  los  otros  eslranjeroft,   por  lo 
cual  nos  pedien  por  merced  (]ue  quisiésemos  tener  en  esto  tales  maneras  como  tie* 
nen  los  Reys  de  Francia  c  de  Araron  é  de  Navarra  que  non  consienten  que  otros  setn 
beneGciados  en  susre$2:nos  salvos  los  sus  naturales.» 

Esta  queja  prueba  hasta  qué  punto  se  estendia  entonces  la  autoridad  de  la  corte 
de  Roma  para  el  nombramiento  de  benefícios  en  el  reino  de  Castilla  ,  sumamente  ra- 
trinjida  después  por  los  concordatos.  La  queja  era  tanto  mas  justa ,  cuanto  ya  esta- 
ban  en  honor  los  estudios  eclesiásticos  en  £spaaa ,  y  podia  haber  hombres  aptos  para 
desempeñar  el  ministerio  sacerdotal ,  como  muy  oportunamente  advierten  los  pro- 
curadores;  cuando  en  los  tiempos  anteriores  á  la  fundación  de  la  universidad  de  St- 
lamanca  el  clero  castellano  era  muy  if^norante,  y  ofrecía  á  la  c6rte  de  Roma  uapre* 
testo  el  mas  especioso  para  apoderarse  de  los  nombramientos  y  agraciar -con  los  be- 
neficios de  Castilla  á  los  estranjeros. 

.  El  rey  D.  Juan  I  respondió  á  esta  petición  cque  nos  plassc  ver  sobre  esto  é  orde- 
nar é  tener  todas  las  mejores  maneras  que  Nos  podiéremos ,  porque  los  nuestros  na- 
turales ayan  las  dinidades  é  beneficios  de  nuestros  regnos,  é  non  otros  eslrannoi 
algunos.» 

Los  reyes  de  Castilla  hubieran  de  muy  buena  gana  abolido  la  costumbre  introda- 
cida  de  los  nombramientos  á  dignidades  y  beneficios  hechos  en  Roma.  £1  aboso  de 
nombrar  casi  siempre  á  estranjeros,  y  la  decadencia  del  poder  temporal  del  troao 
pontifí(!Ío  causada  por  los  desórdenes  del  cisma  de  Occidente ,  proporcionaban  oca- 
sión favorable  para  adquirir  en  esta  y  otras  materias  una  justa  y  debida  independea* 
cia  que  al  fin  se  consiguió  ;  pero  entonces  de  todos  los  estados  que  componían  laPi^ 
iiínsula  española  solo  el  reino  de  Castilla  tenia  los  moros  por  fronterizos  y  peleaba 
ron  ellos ;  y  como  en  esta  guerra  que  se  miraba  como  santa ,  y  con  motivo  de  ella, 
ó  tomándola  por  preteslo  pedian  bulas  á  Roma  para  recibir  subsidios  de  los  ecle- 
siásticos ,  no  se  atrevian  á  disgustar  aquella  corte ,  de  la  cual  mas  tarde  ó  mas  tem- 
j)rano  habian  de  tener  necesidad.  Este  temor  dictó  la  respuesta  del  rey  á  la  petidoa 
de  las  Cortes :  respuesta  que  nos  parecería  evasiva  á  no  ser  tan  conforme  lo  qne  ea 
ella  se  prometía  á  los  intereses  de  la  nación  y  de  la  corona ,  y  si  no  viésemos  que 
desde  aquella  época  empezaron  á  emanciparse  nuestros  reyes  de  la  sujeción  á  R«m 
en  materia  de  nombramientos  á  beneficios  eclesiásticos- 


CUADERNO  29. 
CORTES  DE  TORO  DE  1369 


JCiL  ordenamiento  publicado  en  estas  Cortes  tiene  la  particularidad  de  que  una  parte 
de  él  consta,  como  en  otros  Congresos,  de  peticiones  délos  procuradores  y  de  respues- 
tas del  rey,  y  otra  de  decretos  y  leyes  del  monarca  dados  por  sí  y  ante  si  ^  sin  otra  re- 
serva que  la  de  haberse  querellado  las  (fortes  de  que  non  se  cumplía  la  justicia  camodibia, 
y  que  los  precios,  trabajos  y  jornales  estaban  muy  caros.  Merecen  evaminarse  con  de- 
tención entrambas  partes,  porque  dan  mucha  luz  acerca  de  las  costumbres  y  lejislacioa 
de  aquella  época.  No  se  debe  olvidar  (¡ue  entonces  se  estaba  reponiendo  Castilla* de 
la  horrenda  guerra  civil  entre  D.  Pedro  el  Cruel  y  su  hermano  D.  Enrique  de  Tras- 
tamara.  Este  fratricida  subió  al  trono,  j  con  su  firmeza  y  cordura  calmó  los  áni- 
mos ,  restituyó  la  paz  al  estado ,  y  al  reino  la  superioridad  que  antes  tenia  sobre  las 
demás  potencias  de  España. 

Pero  aun  no  se  habia  restablecido  el  desorden  interior  orijinado  del  gobierno 
tiránico  y  desconcertado  de  D.  Pedro,  y  de  la  anarquía  que  produjo  la  guerra.  Buen 


[i031 

Silgo  son  de  ello  lait  continuns  y  rcpetidnfl  roríamacionoA  de  las  Cortes  contra  la 
ala  administración  de  justicia ,  y  la  rep<*ticion  de  las'  mismas'  leyes  dadas  con  frc- 
lencia ,  mas  no  bien  obe<1ecidas,  por  el  mismo  Enrique  II. 

Exi  las  Cortes  de  Toro  de  1500  concnrrieron ,  sepin  se  dice  en  el  preámbulo,  la 
lina  doña  Juana,  el  principe  heredero  I).  Juan,  I).  Tello  y  l>.  8anclio,  hermanos 
j  rey ,  y  bastardos  como  él  de  I).  Alonso  el  XI,  el  arzbbispo  de  Tole<lo,  al  cnal 
•  da  el  titulo  de  Primado  tU  (an  HUpanias ,  otros  prelados ,  ricos-hombres  é  hijos- 
ligo,  y  los  procuradores  de rr/^inaü  de  las  ciudades,  villas  y  lugares;  lo  que  indi- 
i  que  no  se  convocó  á  todos  los  procuradores  de  todas  las  ciudades  de  voto  en 
tries :  nueva  prueba  de  que  los  Congresos  solo  se  componían ,  y  esto  á  arbitrio  del 
y,  de  los  que  é!  convocaba. 

1^  primer  ley  6  reglamento  qne  se  publicó  en  estas  Cortes  fue  la  del  arreglo  de 
latida  de  la  casa  real ,  y  su  severidad  maniliesta  la  grandeza  de  los  crímenes  que 
I  cometían.  Se  impone  la  pena  de  muerte  al  qne  matare  ó  hiriere  en  la  corte  ó 
1  BU  jurisdicción ,  igualmente  que  al  que  hurtare  ,  robare  ó  violare.  Los  que  saca- 
»n  espada  ó  cuchillo  para  pelear  tendrán  pena  de  mano  cortada. 
-  Ix>  absurdo  de  estas  penas  aplicadas  á  delitos  tan  diferentes  en  gravedad  y  sin 
(pecific^r  los  grados  de  malignidad  que  pudiera  haber  en  el  delincuente,  prueba 
in  evidencia  que  se  castigaba  con  ellas ,  no  tanto  el  crimen,  como  la  osadia  de  tro- 
eterlo  á  la  vista  del  rey.  Queríase  infundir  un  gran  respeto  á  la  primera  majis- 
atura  del  estado ,  fuente  de  toda  justicia,  y  no  sabia  hacerse  sino  agravando  in- 
istamente  las  penas.  Acaso  no  había  entóneos  otro  medio  moral  de  obrar  (*on  vio- 
ncía  sobre  ánimos  acostumbrados  á  las  atrocidades  pasadas;  pero  la  humanidad 
(pugna  que  se  refrenen  los  delitos  con  atrocidades  nuevas. 

Basta  para  conocer  la  perversidad  de  costumbres  en  aquella  ¿poca  saber  que  ba« 
¡a  caballeros  y  hombres  poderosos,  los  cuales  cometían  robos  y  violencias ,  y  se  re- 
raban  para  sustraerse  á  la  justicia  v  gozar  tranquilamente  el  fruto  de  sus  malda- 
M  á  los  castillos  y  fortalezas,  ya  (fel  rev,  ya  de  los  señores;  y  que  era  tanto  el 
rror  de  los  majistrados  que  fue  necesario  en  este  reglamento  imponer  penas  á  los 
caldea  que  no  hiciesen  pesquisas  de  estos  crímenes  ni  persiguiesen  á  los  malhe- 
Bores.  \  no  solo  en  estas  Cortes  de  Toro  so  tomaron  disposiciones  contra  estas  vio- 
nrias ;  fueron  delatadas  en  otros  muchos  Congresos  de  aquel  siglo ,  y  promulgadas 
yes  contra  esta  clase  de  crímenes.  ÍJi  repetición  de  la  ley  prueba  siempre  su  inefi- 
iría  y  la  continuación  de  los  actos  criminales  que  reprime.  Renuévase  también  en 
ite  reirianiento  la  disposición  de  que  los  alcaldes  del  tribunal  del  rey  pertenezcan 
las  diferentes  provincias  del  reino ,  y  que  los  de  cada  u.ia  entiendan  en  los  pleí- 
w  V  causas  que  provengan  de  ella. 

t'arece  que  se  habia  introducido  la  costumbre  de  que  los  alguaciles  del  rey  co- 
rasen diezmo  de  los  embargos,  testamentos  y  asientos;  pues  se  prohibe  espresa- 
lente  en  este  reglamento.  También  se  prohibe  á  los  mismos  alguaciles  prender  ni 
loiar  prenda  á  los  que  trajesen  á  la  corte  cosas  que  vender.,  á  no  ser  en  virtud  de 
•ntencia  del  alcalde.  Este  fue  un  privílejio  concedido  al  mercado  del  pueblo  donde 
itaba  el  rey,  y  en  favor  de  Icm(  que  a.sistían  cerca  de  su  persona. 

Uno  de  los  artículos  mas  importantes  es  prohibir  que  se  sellasen  con  el  sello  de 
I  ]nfrH/a(¿  (esto  es,  por  la  vía  reservada)  las  cartas  de  perdón,  justicias,  mercedes 
í  foreras,  sino  con  el  sello  mayor  ó  del  reino.  I^s  que  llevasen  el  primer  sello  so 
edaran  por  nulas ,  y  al  que  las  sellase  se  le  priva  del  empleo.  El  sello  de  la  purí-i 
ad  con  los  abusos  que  se  hacían  de  él  convertía  al  gobierno  monárquico  en  des-? 
ótico.  Parece  que  era  costumbre  firmar  el  rey  v  la  reina  las  cartas  de  justicia  ó 
ireras;  pues  Enrique  II  manda:  dos  alvaláes  díe  justicia  ó  foreras  que  Nos  é  la 
cioa  libráremos ,  que  sean  obedecidas  é  non  cumplidas  (fWise  que  gustaba  mucho  á 
ite  monarca  y  que  repitió  en  varias  de  sus  leyes)  mas  que  vayan  al  nuestro  chancellér 
á  los  nuestros  oydores ,  é  que  les  don  sobre  ello  aqqellas  cartas  que  entendiereis 
Qe  son  derechas.  > 

Pero  lo  que  nos  parece  mas  estraordinarlo  es  que  la  reina  por  si  sola  podía  dar 
Ivaláei  de  mercedes  y  de  perdones;  pues  hablando  de  esta  especie  de  cartas,  man- 
ando qne  refrende  las  qnas  el  tesorero  y  las  otras  el  canciller ,  usa  de  estas  espresÍQ« 

U 


rio6i 

ncs  disyiinlivas  :  Ofmsí ,  la*  alviildr$  de  merrrdü*  que  Xw  ó  la  Reina  diéremoi  efe.;  j  des- 
pués: ()tro$ij  laa  alcaldes  de  ¡terdon  que  \ü*diistTm(U  ó  la  Reitia  ele. 

Parece ,  pues ,  que  la  reina  Ihifia  Juana ,  mujer  tie  KInríque  II  espedia  CMrlttde 
mercedes  y  de  perdón.  ¿Fue  esto  peculiar  á  la  cilada  reina  por  el  amorqiio  omw* 
ianlenienle  le  profesó  su  marido ,  aunque  no  fue  muv  distint^nido  por  5U  fidcKdad 
rou\ugal,  6  bien  hubo  oirás  reinas  que  tuvieron  ifrnal  autoridad?  i>.  Enrique  liaUi 
deello  romo  de  una  cosa  usada  en  su  si|rlo.  V  sí  fue  uso,  ¿euAnto  tiempo  duróeila 
costumbre/  No  sabemos.  Sea  como  fuen' ,  vemos  el  ejemplo  de  la  mujer  de  un  rff 
que  ejerce  las  dos  alribucÍ4>nes  mas  bellas  de  la  corona ;  el  derecho  de  hacer  mercedñ 
y  el  de. usar  de  clemencia.  Es  verdad  que  no  podria  lia(*erlo  sino  con  beneplácito  del 
luarido ;  mas  no  consta  en  ningún  documento  este  benephk'íto. 

Concluido  el  re^^lauíenlo  sobre  la  justicia ,  sijruc  otro  cu>o  objeto  ea  nada  menos 
que  poner  prmo  á  todos  los  géneros  que  se  vendian  y  compraban  en  España.  El 
una  verdadera  tarifa  de  posturas  muy  útil  |iara  hact^r  conocer  la  supina  ignorancti 
iiel  siglo  XIV  en  la  ciencia  et'onómica  y  administrativa  ,  y  también  para  adquirir  no- 
ticias estadísticas  y  eruditas  sobre  los  princi|)ales  artículos  del  consumo  del  reino  y 
sobre  sus  precios,  listablece  posturas  para  los  lacréales  y  el  vino  asi  en  la  nlrte  como 
en  las  provincias ,  haciendo  escepciones  en  algunos  puntos,  sin  duda  por  la  mayor 
facilidad  ó  dificultad  del  transporte. 

Pasa  después  á  poner  ¡irccio  á  las  telas  para  vestidos :  notamos  ron  adiniracioa 
qut;  .todas  eran  importadas  del  estranjero,  la  mayor  parte  de  ellas  de  Flaudes«  ma- 
chas de  Francia,  algunas  de  Inglaterra,  tronío  seria  alMurdo  decir  que  ent^Vnoes  no 
existían  fabricas  de  [lafios  \  lienzos  en  Ks¡»:iñ;i ,  podemos  inferir  (pie  solo  se  puso 
precio  «i  las  telas  de  que  usaban  los  cortesanos ,  ó  que  se  reservaron  los  frénerotf 
del  pais  para  la  desatina  I  a  resolución  de  que  habla  reinos  después.  Pero  siempre  et 
cierto  que  la  corle  se  vestía  de  lelas  estranjeras  y  trai  las  con  un  sobrecargo  consi- 
derable por  el  ))re<*io  del  tr.'uisporte  de  los  (merlos  de  Fiaiides. 

A  los  regatones  conocidos  \ a  |M>r  esle  nombre  en  aquella  época  v  perspirnidos  le 
les  prodigaban  con  toda  liberaliilad  los  veinte  y  los  cincuenta  azotes  |H»r  las  infrac- 
ciones a  la  tarifa. 

Eslabi<*cese  tlespues  la  del  jornal  de  los  braceros ,  la  de  los  precios  de  los  zapalof 
y  de  los  «Micros  ^  la  del  trabajo  de  los  alfajfaiex  ó  sastres,  herreros,  armeros,  silleros^ 
pellejeros,  plateros,  tejeros,  ¡u'íK'Ío  de  los  bue\es,  etc.  Cuando  se  acab  >  la  paríemria 
al  reda<;lor  de  la  ie\  y  vio  el  cúmulo  inmenso  de  cosas  que  aun  faltalian  por  valuar, 
se  le  ocurrió  el  iua\or  dislate  legislativo  que  |>udiera  caber  en  una  imajinacion  de- 
lirante, y  fue  dar  po:l(>r  >  facultad  á  los  comisarios  (|ue  nombrase  el  rey  para  úeM^ 
nar  el  valor  ({ue  debian  tener  legalmeiite  los  objetos  venales  que  no  ne  eniinriassa 
en  el  reglaiiienlo.  Fácil  es  de  ver  (pie  no  habría  entfuices  en  España  un  oficio  uiai 
lucrativo  ni  mas  solicitado  que  senii^jantes  comi.síones.  ¡V  castas  leyes  S4*  hacina  áM* 
licitud  y  con  aprobación,  ó  á  lo  nuMtos  con  el  consentimiento  de  las  Cr^rtcs!  ¡  Y  á  sa 
vista  se  vulneraban  legalmentolos  derechos  mas  sagrados  déla  propiedad  del  trabajOv 
tan  sagrada  por  lo  menos  como  la  quemas! 

¿Qué decimos  :  los  derechos  de  la  propiedad  y  del  trabajo?  I^  seguridad  pentf- 
nal  y  la  libertad  de  industria  fueron  violadas  para  sostener  tan  desatinado  regla- 
mento. G>nvencido  el  lejislador  de  que  sus  artículos,  chocando  con  uumerosoii  inte- 
reses individuales  ,  siistraerian  á- muchos  del  ejercicio  (le  sus  profesiones,  mandó  por 
un  oíriMfi  que  los  que  «ovieron  é  usaron  fasta  af|ui  de  los  oíicios  é  mesterea  aobre» 
dichos  (')  de  otros  cualesquier  (|ue  usen  de  ellos :  é  si  por  ventura  no  lo  quiaicren 
facer,  que  los  nuestros  oüciales  los  apremien  |ior  pena  arbitraria.»  Todo  corre  pa- 
rejas en  el  reglamento:  la  ignorancia  econc^mica;  la  violación  de  toda  justicia,  la 
destrucción  de  toda  libertad.  Tan  cierto  es  (pie  los  |)ueblos  ignorantes  jamas  se  apro- 
vCc^harán  ni  harán  buen  uso  de  las  garantías  |>olitica»  por  estensas  que  sean.  Porque 
solo  de  ignoraiu'ia  acusamos  á  nile^t^»  legisiatlor.  Seria  una  calumnia  atribuir  ma- 
las intenciones  Á  aquel  rey  ni  á  aquellas  Córt(\s. 

Felizuienle  el  reglamento  no  debia  durar  mas  que  un  ano:  creemos  que  se  puso 
en  práctica,  porque  han  quedado  tristes  vestijiosde  él  en  las  posturas  de  aüeslras 
mercados  que  hau  llegado  hasta  nuestros  dia:^  sin  mas  utilidad  que  la  de  dar  de  oo- 


[107J 
I  los  rojidorcs  Iiambricnlos  y  desmoralizados  á  cosía  de  vendedores  j  com- 
iros. 

US  peticiones  de  las  Oírles  que  están  al  fin  del  ordenamiento,  son  mas  jiiicios.is. 
lanto  á  las  deii<las  de  los  jiidios  contra  los  cristianos  se  pidió  próro^i^a  ú  favor 
(deudores  y  el  rey  la  concedió.  Oira  de  las  peticiones  demuestra  un  metlio  de 
«lóncTes  se  usaba  para  sustraerse  al  servicio  de  los  {gravámenes  públicos,  y  era 
r  el  titulo  de  moHethnp  del  rey.  I).  Enrique  mandó  liuccr  pesquisa  de  los  mone* 
supuestos,  esto  es ,  que  no  trabajaban  ó  trabajaban  muy  poco  en  sus  casas  de 
Kla. 

a  mejor  de  estas  peticiones  es  cque  los  pesos  <^  las  medi.las  de  todos  los  nnes- 
rognos  fuesen  todos  unos.»  \i\  rev  mandó  que  se  restableciese  el  re^rlainento  de 
\o  el  Onceno  sobre  esta  materia.  Si*  ve,  pues,  que  nuestros  antepasados  fijaron[su 
ion  en  esta  parte  importante  de  la  e<ronomía  pública;  pero  las  costumbres  y 
jeranza  del  fraude  pudieron  mas  que  las  lejres,  y  loiavía  es  descada  la  rc- 
■• 


ARTICULO   I. 


rE  cuaderno  contiene  dos  documentos  interesantes.  El  primero  es  el  ordéna- 
lo de  prelados  hecbo  en  las  t cortes  de  Toro  de  -1571 ,  y  las  Cortes  de  Burfifos 
Tadas  en  Burgos  dos  años  después.  Entrambos  documentos  pertenecen  al  reina- 
e  Enrique  11. 

íl  ordenamiento  de  preladon  se  llama  asi  porque  se  compone  de  las  peticiones  de 
ibis[ios  y  monasterios ,  resp^mdidas  y  otorgadas  por  el  rey.  I^i  introducción  es 
» sigue:  c  Sepan  cuantos  este  cuaderno  vieren  como  Nos  I).  Enrique ,  por  la  gra- 
le  Dios ,  Key  de  Castilla ,  de  León ,  etc. ,  |>or  razón  que  en  las  Cortes  que  Nos 
IOS  en  Toro  ,  los  arzobispos  f^  obispos  é  procuradores  de  las  iglesias  é  monaste- 
de  nuestros  regnos  nos  fesieron  sus  potisiones ,  á  las  cuales  Nos  respondimos 
«la  manera.» 

II  tenor  de  esta  frase  da  oríjcn  á  una  cuestión  de  liistoria  constitucional.  /Asis- 
n  á  estas  (>)rtes  los  ricos  hombres  y  los  pnK*uradores  de  las  ciuilades  ó  no?  Si 
ieron,  es  evidente  que  no  tomamn  parte  en  la  discusión  ;  pues  solo  se  mencionan 
leticiones  de  los  prelados  y  las  respuestas  del  monarca.  Si  no  asistieron,  es  prue- 
i>  que  el  rey  componía  A  su  placer  el  i>)ngreso  de  todos  tres  brazos,  de  dos  ó  de 
solo.  Es  fuera  de  toda  duda  qne  á  estas  Cortes  de  Toro  asistieron  procuradores  de 
^l€»iai  y  íle  loa  moiinsteriotí ,  cosa  inusitada  en  los  Congresos  ordinarios, 
bi  cuanto  al  hecho  de  la  asistencia  |K>día  sostenerse  que  la  frase  <*n /a«  Cortes 
iosfnimoMeii  Toro  indica  un  tx>ngreso  plenario  con  asistencia  de  los  tres  esta* 
ton.  Mas  razón  nos  parece  qne  tendría  el  que  dedujese  de  la  introdm*cion  que 
asistieron  los  eclesiásticos  por  la  costumbre  observada  en  los  preámbulos  de 
nerar  todas  las  clases  que  concurrian  á  las  Cortes.  Peni  si  concurrieron  los  otros 
brazos,  su  presencia  fue  completamente  inútil  para  este  ordenamiento,  y  esta 
(O  hizo  como  si  no  existiesen. 

i  cada  nuevo  cuaderno  de  Cortes  que  da  á  luz  la  Academia  de  la  Historia,  se  forlifi- 
mas  y  mas  los  siguientes  hechos  de  nuestra  historia  política:  primero  ,  que  la 
lárquía  de  León  y  Castilla  fue  en  sus  principios  rigorosamente  aristocrática  hasta 
gio  XI  por  lo  menos  :  segundo ,  que  desde  el  siglo  XIU  lo  mas  tarde  gozaba  el 
de  la  potestad  lejislativa  en  toda  su  plenitud :  tercero ,  que  la  liln^rlad  consistía 
ledir  leyes  que  los  monareas  daban  á  trueque  do  subsidios;  cuarto,  que  jamas 
o  ley  formal  acerca  de  las  personas  ó  clases  de  que  había  de  componerse  el 
preso.  La  costumbre  era  qoe  el  rey  convocase  arbitrariamente.  Es  verdad  que 


[108] 

las  circunslancias  le  obligaban  á  convocar  los  que  sí  no  eran  llamados  podrían  ha^ 
corlo  oposición  oii  las  cuestiones  de  subsidios. 

No  traía  el  ordenamiento  que  analizamos  de  ninguna  de  estas  cuestiones  #  j  csls 
no¿  |M>rsuade  mas  do  que  solo  asistieron  eclesiilsticos  á  estas  Corles  de  Toro  de  1371. 
Esta  ley  es  relativa  á  las  franquicias,  libertades  v  fueros  de  las  iglesias  que  solisi 
violar  los  hombros  poderosos  en  aquel  tiem|>o.  Iguales  quejas  é  iguales  onienainiea- 
tos  hemos  visto  en  otros  cuadernos  desde  el  reinado  de  Alonso  \l ;  lo  que  prneiía 
que  los  ricos  hombres  de  fiastilla  no  em|H3zaron  á  afei^tar  las  costumbres  tiránicsi 
del  feudalismo  sino  desde  la  sublevación  de  Sancho  el  Bravo  contra  su  padre.  Pan 
tenerlos  á  su  devoción  les  concedió  una  prepotencia  que  costó  mucho  trabajo  repri- 
mir á  Alonso  XI.  Aumentada  después  con  la  guerra  civil  entre  I).  Pedro  el  Cruel  y 
su  hermano  Enrique  U ,  se  renovaron  los  mismos  des;ifiioros  y  las  mismas  leves  re* 
presivas  hasta  el  reinado  de  Isabel  la  Católica,  que  abriendo  á  la  nobleza  dcCasCüla 
un  nuevo  sendero  de  gloria,  tuvo  el  arte  de  someterlo  al  yugo  de  las  leyes  y  dein- 

Ecdir  que  buscase  medios  de  adquirir  poder  en  las  turbulencias  y  calamidades  pá- 
licas. 

La  primer  queja  que  dieron  los  prelados  fue  por  la  usurpación  de  la  jur&sdiorioB 
eclesiüstica  que  hacian  no  solo  los  sefiores,  sino  también  los  oidores  de  las  audiencias 
reales,  avocando  á  sus  respectivos  tribunales  pleitos  y  cuestiones  que  perlenecian  á  la 
jurisdicción  espiritual  y  temparal  do  los  obispos,  y  también  citando  Á  los  clérigos  anís 
dichos  tribunales  y  separándolos  de  sus  jueces  propios.  El  rey  mandó  que  el  derecho 
de  la  iglesia  sea  guardado ;  pero  c  les  rogamos ,  añade  ,  quol  nuestro  derecho  é  la 
nuestra  jurisdicción  la  quieran  ellos  g.iardur.»  No  ponéosla  cortapisa  con  respecto  i 
las  jurisdicciones  señoriales. 

La  queja  y  la  respuesta  del  rey  manifiestan  no  solo  el  respeto  con  qne  se  trataba 
entóneos  á  los  obispos  {Ica  rvfjamfut,  dice  el  lejislador],  sino  que  eran  freciienlcs  las 
usurpaciones  recíprocas  de  jurisdicción  entro  las  autoridades  civil  y  eclesiástica. 
Este  conflicto,  que  en  el  dia  nos  parecerá  ostravaganle  después  de  los  conconiaios 
celebrados  entro  los  gobiernos  y  la  <;órte  de  Koma  para  deslindar  una  y  otra  Jarif- 
diccion,  y  do  los  nrogresos  que  ha  hecho  la  ciencia  del  derecho ,  debia  ser  uiuy  co- 
mún en  el  siglo  \1V^,  en  el  cual  conien/ó  la  reacción  contra  el  poder  polilico  dd 
clero  ,  tan  grande  en  los  siglos  de  la  edad  media.  Pero  la  ignorancia  subsistía  auSv 
y  el  ataque  y  la  defensa  hubieron  de  traspasar  con  frecuencia  sus  justos  limites» 
como  sucede  en  todas  las  reyertas  de  jurisdicción. 

Quéjanse  también  ios  prelados  do  que  los  señores  impcdian  que  se  ejecutasen  las 
sent4!ncias  do  los  tribunales  eclesiásticos ,  tomaban  y  embargaban  las  tierras  y  rentas 
de  las  iglesias  y  monasterios,  v  echaban  tributos  á  los  clérigos  contra  derecho «  f 
para  que  los  pagasen  los  prendian ,  insultaban  y  aun  atormentaban.  El  rey  uianA 
cenar  tales  injusticias. 

l^s  clérigos  por  privilejios  antiguos  oslaban  libres  del  servicio  de  aposentamiento» 
cscepto  en  los  casos  do  viajo  del  rey  ,  reina  ó  infante.  El  rey  mandV  guardarles  este 
privilegio  frecuentemente  vulnerado.  En  cuanto  á  la  queja  de  que  los  merinos  en- 
traban en  los  lugares  de  señorío  eclesiástico ,  y  de  que  los  concejos  ejercian  la  Ju- 
risdicción i'h'ú  en  dichos  lugares  contra  los  privilejios  del  clero,  el  rey  mandó  qoe 
presentasen  dichos  privilejios,  y  quejas  audiencias  diesen  órdenes  couiornic  al  tenor 
de  ellos* 

Otra  petición  manifiesta  las  costumbres  del  tiempo.  Los  hombres  poderosos  solian 
ir  á  las  iglesias  y  uionasterios  con  grande  acom|>añauiiento ,  y  comer  y  beber  lo  que 
hallaban  y  robar  hasta  los  ornamentos. 

En  la  respuesta  á  la  petición  undécima  está  rec<mfK*ído  el  principio  de  la  propoi^ 
eionalidad  en  el  reparto  do  las  contribuciones.  Pero  éstrañamos  enconlrar  esta  peti^ 
cion  entre  las  del  cloro,  porque  estando  entonces  exentos  de  pechos»  mas  bieneoí^ 
venia  á  los  pueblos  y  ayuntamientos  quejarse  de  la  desigualdad. 

La  última  petición  contieno  una  noticia  muy  curiosa,  cual  es  la  del  arriendado 
la  pena  pecuniaria  debida  por  permanecer  escomulgado.  Por  una  ley  de  Alonso  XI 
incurria  en  ella  aquel  sobro  quien  había  caido  sentencia  de  escomunion,  si  en  el  téi^ 
mino  de  treinta  días  no  daba  satisfacción  para  que  se  levantase  la  censura.  La  multa 


[1091 

umenUba  á  proporción  del  lidro|K>  tpie  duraba  el  estado  de  esconiiinion.  T^s 
idos  dicen  c  que  algunos  arriendan  las  dichas  penas  •  é  confeclian  así  los  deseo- 
:ados  por  poco  precio ,  é  les  quitan  las  dicbas  p  mas  por  ruoj^o  de  algunos  ornes, 

alcalles  ó  justicias  que  han  á  faser  csecusion  de  las  dichas  penas,  son  remisos.» 
iqui  una  institución  moral  convertida  en  especulacícm  rentística.  Es  verdad  que 
Ijen  del  abuso  se  derivaba  del  derecho  público  do  la  edad  medía ,  según  el  cual 

«o  ftNtneeia  d  la  iglesia  ,  ulaba  fuera  de  la  ley  ciciL 

ARTÍCULO  II. 


las  Cortea  de  R:)rgos  de  1573,  celebradas  bajo  el  rey  Enrique  TI ,  que  forman  el 
documento  del  cuaderno  50  ,  se  llama  al  Congri*so  en  el  preámbulo  aytuUaiHienío. 
\  procuralon^s ,  continúa  ,  de  las  ciudades  é  villas  é  lugares  de  nuestros  regnos 
se  ayuntaron  coiintisco  en  el  dicho  ayuntamiento  nos  fesieron  sus  peticiones.»  Pa- 
»  piies,  que  solo  asistió  á  estas  Curtes  el  estamento  popular. 
A  la  primera  petición  se  incluye  la  promesa  general  de  guardar  fueros  y  privi- 
I  que  no  tuvo  dificultad  en  hacer  el  rey;  mas  no  a<xciió  á  la  consecuencia  que 
lia  deducían  los  procuradores :  c  é  otrosí,  que  no  pagasen  empréstitos  nin  en 
•  pechos  algimos  los  lijosdalgo  ,  é  caballeros ,  é  escuderos ,  é  duennns  é  doncellas 
s  nuestros  regnos,  porque  non  fuesen  quebrantados  los  sus  privillejos  en  el  núes- 
iempo.»  Enri(|ue  11  habla  establecido  para  subvenir  á  las  necesidades  del  erario 
npráiiiio  forzoso ,  y  mandado  que  todos  lo  pagasen  sin  escepcion  de  privilejio  ó 

a  jurisprudencia  de  los  procuradores  á  Curtes  era  muy  natural  y  de  buena  lójica; 
ue  si  los  privilejios  estaban  exentos  de  los  gravámenes  públicos,  siéndolo  el 
ibitito,  no  estaban  obligados  á  pagarlo.  Los  principios  del  gobierno  eran  otros, 

el  monarca  respondió:  cé  á  lo  que  dicen  que  los  lijosdalgo,  é  caballeros,  é  es- 
ros,  é  duennas  é  doncellas  que  les  fuesen  guardados  sus  privillejos  que  non  em- 
üico,  á  esto  res|N>ndemos  que  el  cmpréMilo  nones  pecho ^  ca  todo  orne  es  tenudo 
mprestar ,  é  demás  que  ge  lo  han  de  pagar ,  é  por  esto  non  se  quebrantan  sus 
llejos. » 

e  ve,  pues,  primero,  que  los  empréstitos  forzosos,  tan  célebres  en  los  úllimos 
d«l  l>¡n*ctorio  de  la  república  francesa  ,  son  mas  antiguos  de  lo  que  algunos 
i:  segundo,  que  diciendo  que  no  es  pecho  el  empréstito,  creyó  el  re^'  con  esta  mu- 
n  de  nombre  tener  derecho  para  restrinjir  el  de  los  príviíejiados:  tercero,  que 

á  todos  sus  subditos  obligados  á  pagar  el  empréstito :  cuarto  ,  que  la  considera- 
[leí  reembolso  le  parecía  suGciente  prueba  de  que,  pidiendo  prestado  por  fuerza, 
ifrínjia  ningún  privilejio. 

odo  esto  era  absurdo  en  justicia  y  en  administración.  Pudo  ser  engañada  la 
lleí  de  aquellos  tiem|M)s  con  la  variación  de  nombre  y  con  la  promesa  de  pagar 
que  se  persuadiesen  á  que  el  empréstito  no  era  una  contribución,  y  á  que  po^ 
I  rey  pedirla  cuando  quisiese  y  de  quien  quisiese  sin  autorización  de  las  (borles. 
km  prf)gresos  de  la  ciencia  e<*.onómica  y  la  csperiencia  han  herbó  ver  que  todo 
éslito  \a  forzoso ,  ya  voluntario ,  es  un  verdadero  gravamen  para  el  pueblo. 
»  que  los  gobiernos  parlamentarios  de  nuestros  dias  no  reconocen  en  el  trono  la 
irativa  de  hac*er  empréstitos  sin  anuencia  y  autorización  del  poder  lejislaiivo. 
kf  de  dónde  se  deduce  la  máxim.i  de  que  todo  orne  es  lewido  de  emprestar  f  El  rey, 
I  parece ,  quería  estable«rer  como  principio  que,  si  bien  no  estaban  obligados 
leolos  á  pagar  pechos  y  tributos  sino  cuando  ios  votahan  las  C'Vrtes,  esta  res« 
on  no  debía  entenderse  con  los  empréstitos.  Este  era  un  motlo  inilirecrto  de  ha- 
ueüo  al  gobierno  del  haber  de  los  ciudadanos  y  de  barrenar  la  única  garantía 
»ertad  que  ex  istia  entonces. 

I  promesa  de  pagar,  que  podía  muy  bien  ser  ilusoria,  es  la  máscara  con  que 
bre  aquella  violencia.  Pero  aunque  fuesen  reembolsados  los  acreedores,  ¿en 
principio  de  justicia  cabe  privarlos  del  uso  de  los  capitales  prestados  y  del 


hon^ndo  qiio  con  ellos  podrían  «idfftiirir  li:ist<i  In  ópora  del  reoinholM>?  ObiH^rvefe 
qiu*  nadn  so  habla  del  interés  del  empn*slilo,  y  es  muy  veroitiiníl  que  no  se  le  MÍ{^ 
im)  :  primero,  porque  en  aquellos  tiempos  se  hubiera  tenido  por  nsiim:  ürfrnniio, 
porque  Á  haberlo  asi^rnado  no  desaprovecharía  el  rey  esta  razón  plausible  para  dis* 
nilfiar  su  conducta  cuando  eeh6  mano  de  otras  visiblemente  desatinadas. 

I.a  verdad  es  que  Enrique  II  se  hallaba  escasísimo  de  dinero  después  da  la 
cruel  guerra  ci\il  que  puso  en  su  frente  la  corona,  después  do  las  merretleí 
onerosas  al  puebh»  y  al  estado  que  hubo  de  hacer  Á  los  nobles  que  hnbian  se- 
guido su  causa  ,  después,  en  fin,  de  las  cuantiosas  sumas  que  pagó  al  cuerpo  auxi- 
liar francés  qiu;  mandaba  el  célebre  I)ugues4^|in.  Ademas  de  las  ncf*esídadcs  corrien- 
tes del  erario  se  vio  en  la  necesidad  de  emprender  una  guerra  dispendiosa,  aanqne 
feliz,  contra  Portugal.  No  podían  auuumtarse  los  tributos  A  los  pueblos  abruniadüs 
de  las  cargas  ordinarias  v  enflaqui^cidos  por  la  guerra.  Kecurríó,  pues «  al  emprés- 
tito como  un  medio  de  salir  del  apuro.  Sus  razones  eran  malas;  pero  la  necesidad 
del  dinero  era  urjente  v  reconocida.  Por  eso  se  sufrió  no  solo  el  gravamen,  sino 
también  la  pésima  jurisprudencia  con  (¡iie  se  quiso  justificar. 

La  petición  XHl  y  su  respuesta  prueban  la  siuiacion  triste  de  la  corona  en  aqne* 
lia  época,  l/os  |>rocuradores  se  (piejan  de  hal)erse  enajenado  del  señorío  del  rey  mu- 
chos lugares,  villas  y  ciudades,  y  pasa<lo  al  dominio  de  los  ricos  hombres,  caballeros, 
escuderos  y  ricas  fembras,  y  piden  que  vuelvan  A  la  corona  ,  ó  lo  que  era  lo  mismo 
en  aquellos  tiempos  en  toda  Eun)pa,  al  imperio  déla  ley  y  del  derecho  comaa. 
El  rey  les  responde  :  <  fasta  aqui  non  podímos  excusar  de  faser  meree<l  á  los  qne 
nos  servieron  (en  la  guerra  civil  contra  su  hermano  l>.  Pedro).  Promete  para  losii^ 
eesivo  observar  el  principio  tutelar  de  la  conserva(*ion  de  los  bienes  de  la  corona. 

En  otras  peticiones  se  conoce  el  abuso  (pie  hacían  de  su  poder  los  ricos  hombm 
T  demás  privilejiados;  echaban  tributos  arbitrariantente  en  las  aldeas  y  arrabales 
(le  los  pueblos  realengos ;  pretendían  que  se  esteiidiesen  las  franquicias  y  privílcjioi 
que  gozaban  d  sus  paniaguados  (comensales);  cxijian  el  derecho  de  yantar  y  oíros 
tributos  de  los  ve<*inos  de  algunos  pueblos  realengos  so  color  de  que  eran  vasallos 
suyos ,  aunque  domiciliados  en  sitios  sometidos  ú  la  jurisiliccion  real ;  impedían  ea 
estos  .sitios  el  ejercicio  de  la  justicia  del  rey ,  y  procuraban  introducir  su  dominio 
particular;  en  íin ,  se  apoderaban  de  parte  del  territorio  de  las  |K)blac¡ones  perte- 
necientes al  rey,  fimdahan  en  ellas  fortalezas  y  exijian  tributos,  señaladamente  do 
portazgos.  El  rey  respondió  lomas  favorablemente  que  podia  á  estas  peticiones,  T 
se  conoce  en  las  respuestas  el  temor  que  tenia ,  cuaiulo  aun  no  estaba  bien  consoli- 
dada su  autoridad,  de  chocar  de  frente  con  las  pretensiones  y  demasías  de  los  rióos 
hombres. 

La  petición  IV  se  repitió  en  otras  Cortes  del  mismo  siglo  y  del  anterior;  porqne 
los  reyes  solían  enviar  cartas  y  órdenes  para  que  las  mujeres  se  casasen  con  los  boiih 
Lres  designados  en  dichas  cartas.  I).  Enrique  dijo  en  la  n»spuesta  que,  sefrun  eramh 
torio  el  todos ,  jamas  habia  dado  en  esta  materia  cartas  de  orden ,  sino  solo  de  reeo- 
mcndacion.  En  Inglaterra  en  los  mismos  tiempos  era  lA  rey  arbitro  de  las  herederas 
nobles  y  ricas,  huérfanas  de  padre,  en  cuanto  á  los  enlaces.  Era  imposible  queea 
aquella  época  de  predominio  feudal  dejase  de  tener  la  corona  alguna  intervencioa 
en  esta  clase  de  contratos ,  que  podia  aumentar  el  poder  y  riquezas  de  los  vasallos 
que  se  manifestaban  hostiles  al  rey  ,  ó  de  los  que  eran  sus  servidores.  En  el  día  U 
ley  ó  la  costumbre  de  España  es  que  los  grandes  casen  en  virtud  de  permiso  real. 

Coucluirénms  nuestras  observaciones  con  la  partición  relativa  al  voto  de  Santia- 
go. Los  procuradores  dicen  cque  en  todos  los  tionipos  pasados  nunca  le  pagaron  eo 
algún  lugar  de  nuestros  regnos,  salva  en  algunos  lugares  del  regno  de  Ijooñ  que  pa- 
gaban cada  pechero  que  labrase  con  bues,  seis  celemines  de  pan  é  non  otra -cosa*...  é 
Sueños  pedían  por  mercet  que  pues  en  algunos  de  los  tiempos  pasados  non  sedeoMa* 
ara  ,  nin  cojiera ,  nin  pagara  el  dieho  trebuio^  que  agora  denuindaliaa  wnetameMt  d- éldm 
procurador  del  arzobispo  de  Santiago^  édean  é  cabillo ,  que  lo  non  o  viesen....  que  Díoanoa 
quería  que  ninguno  diese  limosna  contra  su  voluntad.  > 

Estas  palabras  son  terminantes,  y  sí  les  hemos  de  dar  entero  crédito,  detienÉ  Qam 
en  el  siglo  XIV  la  iutrodqccioo  y  geqeralízacion  del  voto  de  Santiago  b^jo  la  forma  qao 


iiió  (Icspiics.  El  rey  respondió  ácsta  |ielícion  iquc  pues  el  pleito  ostalia  pendiente  en 
ludienria  re^il,  que  lo  lihrent  segtiii  que  fallaren  por  de  recluí  • »  En  eíeclo  los  procu- 
íiirets  de  Avila  i»e  habían  provisloanle  dicho  tribunal  contra  las  preten»ioiies  de  la 
[•sia  y  arzobispo  de  S.inlia^o.  Esta  petición  es  u.i  q:ii*vo  dato  pie  debe  añadirse  á 
\Ut»  romo  86  han  reunido  para  resolver  la  célebre  cueitiou  histérica  del  voto  de 
ntiugo. 


^  ^ 


ARTICULO  L 


lOS  iloctiinento»  que  contieno  este  cuaderno  son  el  ordenamiento  de  Chatieillrria ,  h«H;ho 
las  Oírles  de  Ui'irjros  ile  t~>7i,  y  otro  hecho  en  las  (birles  de  li'irgos  de  L>7i)  acerca 
íiM  deudas  de  los  judíos.  Ainb«)s  pertenecen  al  reinado  de  Enri(|uc  H. 

£1  preánib'ilo  del  príuiero  tiene  la  <¡n<;(i1ari(lad  de  no  citar  las  Cortes,  ni  enumerar 
I  f|tie  asistieron  á  ellas ,  ni  sejruir  (*n  la  redacción  de  las  leyes  la  forma  ordinaria  de 
liciones  y  respufvstas  ;  de  ni«')do  (|ue  á  no  decirse  en  el  (Micahezamienlo  que  esta  ley 
chaiici Hería  fue  lie('ha  en  las  C('Mies  de  i^úrgos,  se  tendría  mas  bien  por  un  decreto 
il,  que  por  unxcglameuto  hecho  en  tVirtes. 

El  rey  dice  en  el  preámbulo  :  fst'pades  que  por  razón  que  no  fue  dicho  que  algu- 
s  de  los  nuestros  oficiales  de  la  nuestra  corte,  é  de  las  dichas  cibdades  é  villas  é  íu- 
rv»  de  los  nuestros  r<*gnos,  que  usaban  de  sus  oficios  como  non  debien....  de  lo  cuál 
quejaron  de  ello  al}|^unos  nuestros  vas«illos  é  (»lras  perdonas,  es  la  nuestra  merceletc.» 
!  iiiihIo  que  no  se  hace  mención  de  ({nejas  ni  de  pciiciones  de  los  procuradores  de 
rtrs,  como  en  otros  ordenamientos.  Solo  se  enuncia  v\  abuso,  sin  nombrar  ni  ca- 
lcar á  los  (lenunciad(»res.  Después  del  preámbulo  comienzan  las  leyes. 

Esiií  onlenamicnloes  muy  á  |)ropósito  para  dará  ron  h'vv  las  costumbres  diplomá- 
as  df*  aquella  é{NM*a  ,  y  los  medi>>s  de  obviar  los  abusos  (pie  se  habian  introducido 
r  ei  desórdtüi  de  los  lienip<}s  anttMÍores.  Lr>s  oficiales  iW  ('háncilleria,  notarios  y 
rrihanos  liabian  aumentado  las  tarifas  de  las  cartas  y  alvaláes  sobre  lo  que  se  pagaba 
rüu  expedición  en  tiempo  de  Alonso  el  Onceno,  que  di6  también  reglas  en  esta  ma* 
ia,  y  á  cuyas  resoliicionej«  procunV  D.  Enrique  arreglar  las  su}as. 

f>>nsta  dcesle  orJenamiento ,  (|ue  exisáó  en  (bastilla  la  digaiilad  de  Canciller «  ó 
frdaMHiogí  pero  nunca  tuvo  ni  el  prestijio  ni  la  celebridad  qikc  en  Francia  ,  Ingla- 
■ni  y  Alemania,  donde  fueron  siempre,  y  aun  lo  son  en  el  día,  grandes  dignatarios 

Ia  corona.  Consta  también  de  la  ley  tercera  que  estaban  arrendados  los  derechos  <le 
mcillería  ;  pues  sfí  manda  ((ue  .solo  el  arrendador  Ueüe  caria$  scliadas ,  excepto  en  el 
lo  ñ^  deber  alguna  cantidad  al  (ianciller  á  á  sus  oficiales  ;  en  cuyo  caso  podrán  osl(ts 
:jir  curtan  cuyos  derechos  asciendan  ñ  la  cantidad  de  la  deuda  ,  e'iwti  ma.*. 

Ikwpiies  de  algunas  disposicionei»  iimiv  minuciosas  acerca  del  lu;:ar  donde  había  de 
larse  y  el  sitio  donJe  debia  colocarse  el  porten»  ib»  la  caiicilleria  ,  pasa  el  lejisla  lor 
eiialar  la  tarifa  de  los  derechos  de  sello  ,  correspondientes  á  cada  especie  de  alvaláes: 
n  cuyo  motivo  enumera  estas  diferentes  especies ;  lo  que  hace  este  documento  muy 
ricMO  para  los  que  quieran  estudiar  la  antigua  forma  de  nuestra  adininistrncion.  En- 
!  m^M  clases  de  cartas  se  refieren  las  de  iweldo  concedido  por  el  rey  ,  los  atvalsles  <le 
rrg§  de  caballeros ,  de  merced  otorgada  6  de  quitación  (esto  es ,  de  darse  el  rey  por 
|9kIo  de  un  servicio  ú  obligación  cuiiiplida)  de  tos  priviU^jíos  y  ccmcesiones  de  \tlla; 
lea  6  lugar  á  alguna  persona  i^a  estos  alvaláes  se  exime  de  pagar  derecho^) :  de  so- 
srarCaii ,  que  según  creemos  ,  eran  las  órdenes  de  repi»sicion  de  alguna  provi<Iencia 
leriur  reconocida  después  por  injusta ;  de  tenencias  ouceJídas  por  el  re)  ;  de  rentas 


M<21 

reales,  de  perdón  ,  de  moneda,  esto  es,  de  servicio  pecuniario  [Hlgsda^  SeOaUi  des- 
pués los  derechos  que  han  de  devengar  los  alguaciles  y  ballesteros  del  rey  f  de  lá»  can- 
tidades que  entregaren,  ya  de  las  rentas  reales  cobradas,  ya  á  los  acreedores  manda- 
dos pagar  por  sentencia  judicial. 

lia  ley  vijésinia  de  este  ordenamiento  prueba  que  desde  el  tiempo  de  Alomo  el  On- 
ceno por  lo  menos ,  rejin  ya  el  derecho  pagado  por  el  carcelaje á  los  carceleros:  exa^ 
cion  que  nos  pnrece  injustísima. 

1^  cárcel  se  h;i  (establecido  para  que  la  sociedad  estuviese  segura  de  que  el  pre- 
sunto reo  no  se  libraría  de  la  pena  que  la  ley  ha  señalado  á  su  delito,  si  efertivamenle 
es  declarado  culp.-ihle  por  la  sentencia  del  tribunal.  Pero  hasta  la  sentencia  do  es  de- 
lincuente, ni  acreedor  á  ningún  castigo.  Sufre,  es  cierto,  la  perdióla  de  su  libertad: 
mas  n(»  como  una  pena,  sino  como  una  precaución.  Todo  lo  que  agrave  esto  sufií- 
miento,  ya  por  sí  bast^mte  grave,  es  un  acto  de  injusticia. 

Supongamos  que  el  preso  resullasc  inocente  en  la  discusión  judicial ,  y  que  la  sen- 
tencia lo  declanise  así,  ¿(juic^n  poilr«1  resarcirle  el  carcelaje,  las  esposas,  los  gríilos,  los 
cepos  ,  la  mansión  en  calabozos  húmedos  y  fétidos  y  tantos  otros  medios  que  se  han 
inventado  para  atormentar  al  que  la  ley  aun  no  ha  declarado  digno  de  pena?  Consta  de 
una  comedia  de  tamizares  (El  faho  Nimno  de  PortugaC)  que  en  su  tiempo  por  lo  menos 
se  daban  ntairu  cuartón  por  quitar  los  grillos  al  que  salía  de  la  corcel.  No  sabemo«li 
costumbre  actual  sobre  esta  materia,  ni  sobre  otras  relativas  á  las  prisiones.  Pero 
creemos  que  aun  no  ha  hecho  entre  nosotros  muchos  progresos  la  ciencia  adminis- 
trativa en  el  capitulo  de  las  cárceles. 

Nosotros  reconocemos  el  derecho  de  la  sociedad  á  asegurarla  persona  del  presnnln; 
pero  al  mismo  tiempo  reconocemos  y  n'clamamos  del  gobierno,  representante  de  la  lo- 
ciedad  la  estricta  obligación  de  no  adijir  mas  al  preso  de  lo  que  exija  aquel  derecho.» 
£1  gobierno  debe  pagar  los  ministros  de  la  cárcel ,  sus  gastos  de  construcción  y  renn- 
racion,  y  en  fin,  cuanto  conduzca  para  lograr  la  seguridad.  ¿Por  qué  se  ba  de  exijir 
del  preso  el  derecho  de  carcelaje?  por  ventura  ,  ¿se  ha  aposentado  por  su  voluntad  ea 
aquella  mansión?  IHrán  que  las  cadenas  ,  grillos,  calabozos,  etc.  son  necesarios  pan 
asegurarlo:  pero  /por  qué?  Porque  no  se  ha  tenido  cuidado  de  construir  las  cárceles  de 
manera,  que  sin  dañar  en  nada  á  la  salubridad  de  los  tristes  que  han  de  habitarlas, 
fuese  imposible  de  combinar  y  de  ejecutar  todo  proyecto  de  evasión  ó  de  comunicar 
con  los  de  fuera  en  los  casos  que  la  ley  exije  la  incomunicación. 

Bástale  al  encarcelado  la  pérdida  de  su  libertad,  la  separación  de  so  familia  y  de 
sus  amigos,  la  ansiedad  por  el  resultado  del  juicio,  el  enorme  precio  á  que  se  le  ven- 
den los  menores  servicios  que  se  le  hacen  ;  mas  no  se  aumente  su  aflicción.  Sean  á 
rosta  del  gobierno  ,  no  á  la  suya ,  todos  los  medios  de  precaución  que  se  tomen.  Es 
un  principio  bárbaro,  (|ue  si  bien  se  ha  borrado  de  los  códigos,  subsiste  aúnenla 
práctica,  empezar  á  castigar  al  que  aun  no  ba  sido  declarado  culpable,  desde  el  me- 
mento que  entra  cu  la  prisión. 

La  ley  X  VIH  de  este  ordenamiento  trac  la  tarifa  de  los  derechos  que  debían  llevar 
los  escribanos  de  las  ciudades,  villas  y  lugares  por  los  documentos  y  escritos  de  dif^ 
rentes  especies.  Se  restablece  el  mismo  arancel  que  había  mandado  observar  el  rey 
1).  Alonso  el  Onceno ,  cuyo  ordenamiento  se  inserta  á  la  letra  en  dicha  ley.  Ya  en 
aquel  tiempo  habia  escribanías  y  notarías  arrendadas ,  y  los  arrendadores  habían  an- 
mentado  arbitrariamente  los  precios  de  las  escrituras.  Este  abuso  dí6  orijen  al  oid^ 
namiento  del  rey  D.  Alonso. 

ARTÍCULO  II. 

XjL  segundo  documento ,  publicado  en  este  cuaderno ,  contiene  las  peticiones  y  lei'OS 
de  las  Cortes  de  Burgos  de  1577  ,  celebradas  por  el  rey  I).  Enrique  II.  E^te  Congreso 
fue  plenario;  pues  según  el  preámbulo,  concurrieron  á  él  coudcs,  prelados,  ricos 
hombres,  hijosdalgo  ,  y  procuradores  de  las  ciudades.  De  las  personas  de  alta  gerar^ 
quía ,  solo  $e  citan  el  infante  ü.  Juan,  hijo  primojénito  del  rey,  y  el  marques  de 
Villena. 


[113] 

Esto  documenlo  ofrece  la  particularidad  que  de  las  leyes  que  so  hicierou  entonces 
r  se  comprenden  en  él ,  unas  fueron  á  petición  de  las  Cortes ,  oirás  se  derivaron  de  la 
«ponlánea  voluntad  del  rey  sin  excitación  alguna.  Las  materias  á  que  se  reGeren  son 
as  deudas  de  los  cristianos  á  los  judíos  y  moros,  asunto  que  volvia  muchas  veces  á  las 
}órtcs,  como  al  Senado  de  Roma  la  abolición  de  las  deudas  de  los  plebeyos;  la  venta 
lelos  bienes  de  los  merinos  y  de  los  ricos  hombres;  extracción  de  oro  y  de  otros  ob- 
elos fuera  del  reino  ;  alcaldías  de  rentas  ;  apelaciones  á  la  justicia  real.  En  muy  pocas 
le  eslas  leyes  están  observados  los  principios  eternos  y  universales  de  justicia. 

En  la  primer  petición  expusieron  las  Cortes  que  por  la  miseria  de  los  tiempos  an* 
eriores  muchos  cristianos,  deudores  de  los  judíos,  habian  firmado  en  la  obligación 
leí  pago  cantidades  mucho  mayores  que  las  recibidas ;  y  que  si  se  les  constriñese  á 
lagarlas  quedaría  la  tierra  yerma  y  miserable.  El  rey  mandó  que  se  rebajase  la  ter- 
cera parte  de  las  deudas,  y  que  las  otras  dos  se  pagasen á  plazos  bastante  largos;  que 
lo  gozasen  de  este  beneficio  los  que  no  pagasen  á  los  plazos  concedidos;  pero  que  en 
lingun  caso  fuesen  valederas  las  penas  contenidas  en  las  cartas  de  obligación  para  los 
asos  de  insolvencia.  En  la  segunda  ley  ,  á  petición  de  las  Cortes ,  se  prohibió  toda 
isura  á  los  judíos  y  moros.  Establecióse  también  que  si  el  acreedor  aseguraba  que 
oda  la  cantidad  contenida  en  la  escritura  de  obligación  habia  sido  entregada  al  deu- 
lor,  se  ex ijiese  juramento  á  este,  y  en  caso  de  jurar  ser  cierto  lo  que  el  acreedor 
bcia  ,  estuviese  obligado  á  pagarlo  todo  sin  quita  alguna:  ley  absurda  ,  como  todas  las 
{ue  colocan  al  hombre  entre  su  interés  y  la  relijion  del  juramento;  y  ademas  inútil, 
orque  el  hombre ,  incapaz  de  jurar  en  falso  ,  es  también  incapaz  de  defraudar  á  su 
creedor.  Por  la  petición  XU  se  restableció  la  proscripción  de  seis  años  para  las  deudas 
e  los  cristianos  á  los  judíos.  Por  la  X ,  que  no  pudiesen  los  judíos  ser  mayordomos 
e  ningún,  rico  hombre  ,  caballero  ,  ni  escudero.  Por  la  XI,  se  relevó  á  los  ayunta- 
lieolosde  los  pueblos 'de  la  pena  de  seis  mil  maravedís  de  omenY/o,  que  pagaban  antes, 
i  DO  hallaban  al  asesino  de  un  judio  que  se  encontrase  muerto  en  su  jurisdicción. 

El  rey ,  de  motu  propio  suyo,  prohibió  en  las  leyes  2.'  y  5.'  que  ni  los  judíos  ni  los 
loros  pudiesen  hacer  cartas  de  obligación  por  deudas  contra  cristianos ;  que  ningún 
icribano  pudiese  dar  fe  de  ellas;  y  en  una  nota,  puesta  al  fin  de  este  cuaderno  de 
érles,  añadió  que  no  pudiesen  hacerse  dichos  contratos  ni  aun  con  testigos:  bien 
ue  en  la  misma  nota  se  revocan  eslas  leyes  con  respecto  á  los  moros ,  menos  odiosos 
DtÓDces  que  los  judíos. 

Las  leyes  y  peticiones  anteriores  muestran  el  estado  social  de  aquella  época.  La 
lasa  de  la  riqueza  territorial  estaba ,  aunque  muy  mal  repartida  ,  en  manos  de  los 
rislianos :  la  industria  agrícola  en  las  de  los  moros  que  vivían  sometidos ,  y  la  co- 
lercial  en  las  de  los  judíos.  Estos  eran  necesariamente  mas  ricos,  por  lo  menos  en  me- 
dico 9  y  se  hallaban  mas  que  los  otros  en  estado  de  prestar  á  los  cristianos ,  que  ge- 
eralmente  tenían  necesidad  de  numerarios:  los  propietarios,  porque  apenas  alcanzaban 
18  rentas  para  el  lujo  de  vanidad  que  tenían  que  sostener  en  la  corte  ;  los  pobres,  por 
is  necesidades  continuas  que  les  acarreaba  su  situación  ,  aumentadas  con  el  estado  de 
uerca  perpetua  contra  los  moros,  y  no  pocas  veces  de  guerra  civil ;  y  losayuntamien- 
My  órdenes  militares,  por  los  gastos  continuos  de  armamento.  La  exactitud  de  losju- 
loa  eo  sus  cuentas,  que  en  ellos  era  una  virtud  necesaria,  y  mas  que  lodo,  la  facili- 
ad  con  que  anticipaban  capitales  al  gobierno  y  á  los  señores,  hizo  que  casi  todos  los 
mpleos  de  hacienda  pública  y  las  tesorerías  y  mayordomías  de  los  ricos  hombres  caye- 
ín  en  sus  manos.  Reunieron,  pues,  por  el  comercio,  por  la  administración  de  rentas 
por  sus  préstamos  grandes  caudales.  Eran  despreciados :  estaban  condenados  al  ilo- 
smo  político  y  civil ;  pero  poseían  casi  lodo  el  comercio  del  reino. 

£sle  estado  de  cosas  duró  hasta  el  siglo  XIV.  Entonces  empezó  á  no  ser  profesión 
iclusiva  de  los  castellanos  la  de  las  armas.  Algunos  se  dedicaron  á  las  arles  :  otros 
¡  eomercto ,  aunque  sin  el  conocimiento  y  la  economía  propios  de  los  israelitas.  Las 
Midaa  se  aumentaron  en  las  turbulentas  minorías  de  Fernando  IV  y  Alonso  XI:  em- 
BzaroQ  á  ser  primero  envidiados  y  poco  después  odiados  los  acreedores.  Pidiéronse  en 
a  Cortes  oo  una  sola  vez ,  rebajas  de  deudas.  Alonso  XI  las  concedió  :  los  judíos ,  por 
inseguridad  del  pago,  aumentaron  el  ínteres  del  dinero  prestado,  y  por  tanto,  la 
iflcultad  del  pagamento ,  y  el  odio  y  la  aversión  universal  contra  ellos.  Enrique  II  en 

15 


[114] 
las  (fortes  de  que  damos  cuenta  en  este  articulo ,  privó  de  fuerza  legal  á  los  contratos 
de  deudas  de  los  judíos  contra  los  cristianos.  Nosotros  consideramos  como  efecto  de 
esta  ley  absurda  la  efervescencia  del  odio  contra  aquella  infeliz  nación ,  que  se  mani* 
festó  en  los  siglos  XIV  y  W  en  sediciones ,   tumultos  y  matanzas. 

£n  efecto  ,  aquella  ley  no  impidió  que  los  judíos  fuesen  ricos  ;  pues  el  mismo  En- 
rique que  les  prohibió  ser  mayordomos  de  los  grandes  señores,  los  conservó  en  la  ad- 
ministración de  las  rentas  reales  ,  y  ademas  no  podian  quitárseles  los  beneficios  que 
reportaban  del  comercio.  Nada,  pues,  perdieron  de  su  opulencia;  pero  no  fueron  ja 
prestamistas,  porque  mal  se  atreverían  á  prestar  sin  la  garantía  del  pago,  que  la  ley 
les  habla  quitado.  £1  pueblo  miserable  ,  fanático  ,  y  que  hasta  entonces  los  había  to* 
lerado ,  porque  encontraba  en  ellos  auxilio  para  sus  necesidades  ,  comparaba  so  pro- 
pia miseria  con  la  riqueza  que  suponia ,  y  no  sin  razón,  en  una  raza  contraria  ademas 
por  su  creencia  relijiosa.  Empezó  á  escandecerse  contra  ella.  A  los  homicidios  parti- 
culares ,  que  debieron  hacerse  mas  comunes  después  de  suprimida  en  estas  Cortes  la 
garantía  del  omesillo^  succedieron  los  degüellos  en  masa  y  los  saqueos  de  las  juderías  eo 
las  grandes  ciudades,  y  llegó  el  furor  á  tal  estremo,  que  los  reyes  católicos  D.  Fernando 
y  Doña  Isabel ,  monarcas  iirmes ,  pero  prudentes,  no  hallaron  otro  remedio  al  espíritu 
de  sedición  que  tomaba  por  motivo  ó  por  pretesto  á  los  judíos,  que  espelerlos  del  reino. 

Nosotros  observamos  que  en  los  tiempos  anteriores  á  la  ley  de  Enrique  II ,  los  cas- 
tellanos,- sin  ser  menos  fanáticos,  sin  despreciar  ni  odiar  menos  á  los  judíos  como 
enemigos  de  la  relijion,  nunca  sin  embargo  los  persiguieron  ni  les  hicieron  mal:  aniM 
bien  vivian  con  ellos  en  buena  armonía.  Deben,  pues,  atribuirse  el  furor  y  los  desór^ 
denes  posteriores  á  la  ley  que  rompió  el  único  vinculo  social  entre  cristianos  é  israe- 
litas, á  saber  :  el  auxilio  que  recibían  los  primeros  de  los  segundos  por  medio  de  loi 
préstamos. 

La  petición  III  de  estas  Cortes  revela  una  costumbre  tan  estraordinaria  como  in- 
justa. Los  bienes  de  los  deudores  de  la  corona,  después  de  apreciados ,  se  \endian  á 
las  personas  pudientes  que  el  rey  nombraba ,  y  que  no  podian  escusarse  de  comprar- 
los. Las  Cortes  piden  que  cese  esta  arbitrariedad  y  que  se  vendan  á  pública  subasta. 
D.  Enrique  accedió  á  esto  ,  pero  añadió  que  en  caso  de  no  hallarse  comprador  volun- 
tario que  diese  el  precio  conveniente,  se  obligase;  á  comprarlos  á  los  mas  ríeos  éaboñaio& 
del  pueblo. 

llízo.se  también  rebaja  á  las  deudas  del  pan  del  año  anterior  que  habia  sido  escaú- 
simo,  tanto  que  en  él  se  había  obligado  al  deudor  de  una  carga  de  pan  á  pagar  por 
ella  seis  cargas.  El  rey  mandó  que  estas  deudas  se  pagasen  en  dinero  al  precio  que  te- 
nia el  pan  cuando  se  contrajeron. 

Las  leyes  de  la  petición  V  y  VI  son  mas  justas.  La  primera  manda  que  los  merinos 
no  persigan  sino  en  virtud  de  querella  ó  en  los  casos  infragranii,  Por  la  VI  prometed 
rey  solicitar  del  Papa  que  no  nombre  para  los  beneGcios  del  reino  eclesiásticos  estran- 
jeros.  La  ley  de  sacas  de  la  petición  VH  adolece  de  los  vicios  comunes  á  todas  las  de 
su  especie.  La  mas  importante  y  justa  de  cuantas  se  hiciron  en  estas  Cortes  es  la  de  la 
petición  XIII.  El  rey  toma  bajo  su  protección  á  todos  los  vasallos  de  los  señores  qM 
apelen  á  su  tribunal.  Este  derecho  de  apelación  ha  existido  siempre  en  España,  y  que- 
rían barrenarle  los  nuevos  agraciados  por  las  célebres  mercedes  enriqueuas,  maltraUín- 
do  á  los  apelantes. 


[i  15] 

COMPENDIO 

DE  LA 


£I^^^S^9^8m^m 


MAgTÁ  L@@  TD¡II¡«1!?>@@  ©i  Ay@(y)ST@ 


por  ím.  íHanuel  Sitoela. — .^.^  /^^. 


ARTÍCULO  I. 


STA  obra  fue  escrita  por  un  español  iastruido,  á  quien  las  tempestades  políticas  de 
istra  patria  arrojaron  á  paises  estranjeros,  y  fue  escrita  en  una  época  en.  que  ya  po- 
juzgarse  con  imparcialidad  el  pueblo  y  la  república  de  Roma.  En  el  primer  tercio 
siglo  XIX  no  eran  ya  de  moda  ni  las  ridiculas  declamaciones  de  Mercier  contra  el 
íriUi  dominador  de  la  ciudad  del  Tiber ,  ni  la  manía  de  tomarla  asi  á  ella  como  á 
lu»  por  modelos  de  los  gobiernos  libres ;  manía  que  produjo  el  hermoso  verso  de 
poeta  francés  del  tiempo  de  la  revolución: 

¿Qui  me  delivrera  des  grecs  et  des  romains? 
Salgamos  ya  de  griegos  y  romanos. 

Los  progresos  del  espíritu  filosófico  y  el  estudio  de  la  historia,  emprendido  en  núes- 
»  días  sin  pasiones,  han  enseñado  que  no  era  muy  de  envidiar,  y  sobre  todo,  que  no 
iplicáble  en  nuestras  sociedades  modernas  la  libertad  de  que  se  gozaba  en  las  anti- 
18  repiiblicas ,  y  que  si  Roma  conquistó  el  mundo,  este  resultado  fue  producido  por 
lecesidad  y  no  por  la  elección. 

Bi  Sr.  Sil  vela  se  hallaba,  pues,  en  situación  de  juzgar  mejor  que  los  compendiadores 
la  historia  romana  que  le  habían  antecedido;  y  asi,  su  obra  es  mejor  en  nuestro  en- 
der  que  las  que  hasta  ahora  poseíamos  de  la  misma  clase;  y  creemos  que  tiene  mucha 
on  cuando  dice  en  el  prólogo  :  «  me  queda  la  convicción  íntima  de  que  son  peores 
lOtos  (libros)  conozco  en  su  género.» 

Es  obra  orijinal  de  un  español ,  aunque  impresa  en  país  estr^njero ,  y  asi  debe  reda- 
rla nuestra  literatura.  Es  dasi  desconocida  en  nuestra  patria :  por  eso  nos  creemos  en 
lUigacion  de  dar  cuenta  de  ella  y  del  resultado  de  nuestro  examen  y  estudio»  No  es 
compendio  como  el  de  Goldsmilh :  tampoco  es  una  historia :  es  mas  bien  un  tratado 
ire  la  historia  romana ,  y  estamos  seguros  que  después  de  leido  y  estudiado  se  leerán 
iitodiarán  con  mucho  fruto  los  historiadores  romanos. 

Empecemos  por  un  punto  que  el  Sr.  Silvela  examina  con  suma  sagacidad,  y  es  el 
la  potencia  lejislativa  del  pueblo  romano.  Todos  convienen  en  que  la  ciudad,  reuní- 
en  comicios,  ejercía  el  poder  lejislativo ;  pero  el  autor  cree  con  la  autoridad  de  Dio- 
io  de  Ualicaroaso  y  de  Livio  que  su  facultad  en  esta  parte  no  fue  omnímoda  y  abso* 
K  basta  la  ley  del  dictador  Publilio  Filón  ,  por  la  cual  se  hicieron  los  plebiscitos  obli- 
orios  para  todas  las  clases  del  estado.  Dice,  pues,  que  antes  de  esta  ley  los  plebisci- 
DO  obligaron  á  los  senadores,  y  que  en  los  primeros  tiempos  de  la  monarquía* y  de 
república  el  Senado  sancionaba  y  convertía  en  ley  las  detennioaciones  del  pueblo:  lo 
3  es  muy  conforme  tanto  á  las  espresiones  de  los  bistoriadoros  ya  citados,  como  á  la 
«Nrídad  oue  Rómillo  quiso  depositar  en  el  Senado,  y  á  la  que  esta  corporación  aristo- 
tica  se  abrogó  cuando,  espelidos  los  Tarquinos,  cayó  en  su  mano  todo  el  gobierno  de 


la  república.  No  somos  de  su  misma  opinión  en  cuanto  á  que  se  decidiesen  en  el  Senado 
todos  los  negocios  judiciales ;  pues  en  la  célebre  causa  de  Horacio  el  hijo ,  no  se  reco- 
noció mas  autoridad  que  la  del  tribunal  del  rey  y  la  del  pueblo,  al  cual  apeló  aquel  ilus- 
tre delincuente.  Parece  cierto  que  por  la  constitución  de  Rómulo,  el  supremo  poder  ju- 
dicial ,  en  los  casos  de  apelación,  residia  en  los  comicios.  Después  los  tribunos  de  la  ple- 
be lograron  que  se  estendiese  á  los  casos  de  primera  instancia. 

£1  Sr.  Silvela  toca,  aunque  levemente,  uno  de  Ins  puntos  mas  importantes  y  menos 
conocidos  de  la  constitución  de  Roma,  cual  es  el  de  la  cotnposicion  del  Senado.  Sabido  es 
que  durante  muchos  años,  este  cuerpo,  que  era  como  el  cimiento  de  la  república,  se 
componía  de  individuos  de  las  familias  patricias,  y  que  su  dignidad  era  hereditaria ,  vi- 
talicia y  esclusiva.  Mas  aim  asi  faltan  muchas  cosas  por  saber  acerca  de  la  manera  de 
ser  recibidos  en  el  Senado  los  que  tenian  derecho  para  ello. 

Parece,  y  el  mismo  autor  lo  cree  cierto,  que  la  constitución  reservaba  á  los  reyes  el 
derecho  de  dar  á  las  familias  la  dignidad  senatorial,  y  de  convertir  los  plebeyos  en  pa- 
tricios. Rómulo  nombró  los  cien  primeros  senadores;  él  ó  Tacio .  rey  de  Cures,  oíos 
dos  de  común  acuerdo  elijieron  los  otros  ciento  de  la  nación  sabina  que  se  agregaron 
después  de  hecha  la  paz  entre  los  dos  pueblos;  y  Tarquino  el  antiguo  el  tercer  ciento, 
que  se  llamó  de  las  familias  menores.  El  número  de  senadores  quedó  fijado  á  trescientos 
durante  muchos  años.  Pero  después  de  abolido  el  trono,  ¿quién  tuvo  el  derecho  de  nom- 
brar para  las  plazas  de  senadores  que  vacasen  por  la  estincion  de  alguna  familia  patrida? 
¿fueron  los  cónsules,  el  Senado  mismo,  ó  el  pueblo?  ¿Y  en  este  caso  era  preciso  nombrar 
el  nuevo  senador  de  los  colaterales  de  otra  rama  patricia,  ó  era  lícito  elejirle  de  noa 
familia  plebeya?  ¿Qué  se  hacia ,  ^n  fin,  cuando  el  censor  degradaba  á  alguno  de  la  clase 
de  senador? ¿Se  dejaba  su  plaza  vacante  hasta  que  se  restableciese  en  otro  censo,  cuando 
ya  hubiese  correjido  su  conducta ,  ó  bien  no  era  permitido  dejar  va<:as  las  plazas  de  do- 
tación del  Senado. 

Otra  dificultad  ocurre  combinando  la  teoría  delasucccsion  éntrelos  romanosconlos 
principios  de  la  institución  senatorial.  Se  sabe  cuan  sagrado  era  en  aquella  república  el 
derecho  de  adopción.  ¿Se  estcndia  también  á  la  dignidad  de  senador,  de  modo  que  on 
patricio  adoptando  á  nn  plebeyo,  le  hacia  heredero  de  su  dignidad  ?  ¿Quedaba  privado 
de  ella  el  hijo  de  un  senador,  si  era  desheredado  ó  adoptado  en  una  familia  plebeya?  Na- 
da sabemos  sobre  estas  cuestiones;  la  única  noticia  que  se  nos  ha  conservado  es  que  los 
hijos  de  los  senadores,  antes  de  sor  recibidos  en  el  Senado,  asistían  á  sus  sesiones  en  ca- 
lidad de  oyentes  y  se  les  encar^^aba  el  mas  inviolable  secreto. 

Pero  llegó  en  fin  un  tiempo  en  que  la  composición  del  Senado  sufrió  modificacio- 
nes mas  notables.  En  la  larga  lid  que  sostuvo  la  plebe  contra  el  cuerpo  patricial  para  qoe 
se  la  hiciese  participe  de  las  majistraluras  de  la  república,  hubo  una  especie  de  transac- 
ción en  que  los  plebeyos  cedieron  el  nombre  y  los  patricios  el  poder.  Establecióse  «rae 
no  se  nombrasen  cónsules^  dignidad  que  los  nobles  querían  esclusivamento  para  si,  sino 
tribunos  militares  con  poteslad  consular^  que  fuesen  en  mayor  número  que  dos  (y  tal  vez 
llegaron  hasta  ocho)  y  que  pudiesen  ser  nombrados  los  plebeyos  para  este  destino.  Al 
pricipio  no  lo  consiguieron  :  el  pueblo  no  se  atrevia  á  nombrar  personas  no  acostumbra- 
das al  mando,  hasta  que  las  sujcstiones  de  los  tribunos  de  la  plebe  y  el  mérito  recoDOci- 
do  de  algunos  plebeyos  consiguieron  que  se  les  pusiese  al  frente  de  la  república* 

Ahora  bien  ,  el  nombre  no  hace  al  caso:  los  tribunos  militares  eran  entonces  la  ma- 
jistratura  superior;  pues  ejercian  la  potestad  consular;  por  tanto  convocaban  y  presidian 
el  Senado.  Viéronso,  pues ,  por  necesidad  al  frente  de  esta  corporación  hombres  plebe- 
yos. ¿Eran  tenidos  por  senadores?  ¿Ejercian  esta  autoridad  durante  toda  su  vida?  ¿La 
dejaban  en  herencia  d  sus  hijos?  Parece  que  sí,  al  menos  si  hemos  de  juzgar  por  lo  que 
sucedió  después  cuando  se  abrieron  á  la  plebe  las  puertas  de  todas  las  majistratnras  en 
la  última  dictadura  de  Camilo. 

Pero  aun  todovia  quedan  otras  cuestiones  no  resueltas.  Claro  es  que  las  dignidades 
de  pretor  urbano,  de  cónsul  y  de  dictador  traían  consigo  como  un  resultado  necesario 
la  entrada  en  el  Senado,  Pero  ¿sucedía  lo  mismo  con  las  preturas  de  provincia ,  la  coa^ 
tura  y  la  edilidad  urbana?  Tampoco  lo  sabemos. 

Cuando  después  de  los  tribunados  de  ios  Gracos  cesó  el  imperio  de  la  ley,  y  empeló 
el  de  los  procónsules ;  cuando  los  senadores  dejaron  de  ser  notados  por  la  censura ,  y 


[ií7] 
«mpezaron  á  ser  degollados  y  proscritos  por  los  ^efes  de  los  partidos,  no  es  tan  impor* 
iDte  ni  tan  dificil  saber  lo  que  sucedió.  Mario ,  Sila,  César  y  Augusto ,  después  de  mu- 
ilada  aquella  ínclita  corporación  por  medio  de  las  proscripciones ,  la  restableeian  con 
US  amigos  y  allegados.  Esto  se  concibe  fácilmente.  Lo  arduo  es  dar  una  bistoria  com- 
pleta y  exacta  de  la  ley  política  de  Roma ,  relativa  á  la  composición  del  Senado.  No  be- 
nos  querido  omitir  estas  dudas,  porque  nada  es  sin  interés  de  cuanto  pertenece  á  una 
ofititucion ,  desconocida  en  los  pueblos  de  oríjen  griego ,  y  á  la  cual  debió  el  romano 
a  fisonomía  peculiar,  que  ya  en  mal  ó  ^a  en  bien  ,  le  distinguió  entre  los  pueblos  de  la 
loligüedad. 


ARTICULO  n. 


V 


ENGAMOS  ya  á  una  de  las  materias  mejor  tratadas  en  este  libro ,  á  saber  :  el  orijen 
le  la  lejislacion  política  de  los  romanos,  tan  alabada  por  Dionisio  de  Halicarnaso,  á 
:uyos  ojos  Rómulo  no  fue  solamente  un  béroe ,  sino  un  sabio  y  casi  un  dios.  £1  señor 
le  Sílvela  cree  que  la  mayor  parte  de  estos  elojios  y  de  esta  admiración  es  debida  á  los 
foscos,  pueblo  de  civilización  mas  antigua  que  los  romanos.  cComunicando,  dice,  los 
tMCoa  y  tirrenos  en  los  siglos  que  precedieron  á  la  fundación  de  Roma  con  los  pue- 
Uos  mas  sabios  del  Asia  ,  el  África  y  la  Europa ,  el  estado  de  su  civilización  no  era  in- 
biior  al  que  presentan  estos  diferentes  pueblos  en  aquella  época :  si  los  romanos  acu* 
lieroD  á  los  etruscos  para  las  principales  construcciones ,  con  que  adornaron  la  na- 
neóte capital  del  mundo  :  si  de  ellos  tomaron  ,  según  Floro ,  las  fasces  y  las  enrules, 
•  pretesta  y  losánulos,  es  decir,  el  orden  gerárquico  de  la  majistratura  y  susinsig- 
lias  :  si  de  ellos  recibieron  los  auspicios  y  agüeros ,  es  decir,  casi  todo  el  fondo  de  su 
rclijion....  ¿por  qué  no  nos  será  permitido ,  como  conforme  á  todas  las  reglas  de  buena 
critica  ,  suponer  que  de  los  mismos  etruscos  recibieron  los  romanos  una  buena  parte  de 
manto  en  su  organización  social,  su  lejislacion  y  su  política  admiramos  con  razón  en 
la  historia  de  los  primeros  tiempos  de  esta  ciudad  famosa?....» 

Esta  reflexión  tiene  para  nosotros  mucba  fuerza  ,  y  no  podemos  dejar  de  mirar  á 
loa  romanos  como  los  alumnos  de  los  etruscos  que  les  fueron  anteriores  en  civilización. 
Bo  cuanto  á  la  organización  política,  la  naturaleza  ba  impreso  un  mismo  tipo  para 
todos  los  pueblos  que  empiezan.  Rey ,  Magnates  y  Pueblo:  be  aquí  los  tres  elementos 
generales  del  poder  en  todas  las  naciones  al  empezar  su  carrera  política  ;  bien  sea  en 
los  bosques  de  Germania  ,  bien  en  los  lagos  del  Norte-América  ,  bien  en  los  pensiles 
M  Asia ,  ó  en  los  arenales  de  la  Arabia.  Esta  es  la  forma  de  gobierno  que  sucede  siem- 
bre á  la  primitiva  y  patriarcal ,  por  la  razón  incontestable  de  ser  la  que  mas  se  le  acerca. 

Esplica  después  el  autor  con  mucha  sagacidad  el  oríjen  del  espíriiu  belicoso  de  los 
*OBUinos.  cTan  difícil  ere  que  Rómulo  hiciese  admitir  á  los  hombres  de  quienes  se  ro- 
teó un  despotismo  sin  freno ,  como  imposible  el  que  de  repente  estableciese  entre 
dios  todas  las  instituciones  y  artes  pacíficas  de  los  etruscos ,  y  con  ellas  el  principio  de 
MPOtperídad  de  su  colonia  naciente....  Hombres  cuyo  título  de  adquisición  era  la  fuer- 
ai,  y  que  con  ella  debían  procurarse  mujeres ,  terreno,  producciones  del  suelo  y  de  la 
odostría  :  hombres  que  por  consiguiente  no  podían  menos  de  ser  un  motivo  de  inquie- 
nd  continua  para  sus  vecinos ,  estaban  reducidos  por  la  necesidad  de  su  situación  á  no 
Ifjar  las  armas  de  la  mano  ,  y  á  formar  una  asociación  guerrera  que  debía  ser  entera- 
Dente  exterminada ,  ó  acabar  al  fin  por  dominarlo  todo.» 

Hablando  del  reinado  de  Numa  ,  dice :  «el  sabio  autor  del  Espíritu  de  las  leyes  no 
ee  ha  parecido  ni  tan  justo  ni|tan  profundo,  como  lo  es  ordinariamente,  cuando  habían- 
lo de  este  príncipe  se  contenta  con  presentarle  como  muy  á  propósito  para  haber  dejado 
i  Roma  reducida á  una  oscura  mediocridad.  En  mi  entender,  el  reinado  largo  y  paci- 
loede  Numa  fue  hasta  necesario  para  que  Roma  dejase  de  ser  y  parecer  un  campo  de 
Mitalla  ,  una  asociación  pura  de  guerreros  condenada  por  necesidad  á  perecer  ;  y  para 
[ve  en  las  dulzuras  déla  paz  se  formase  una  generación  nueva,  que  mas  accesible  y 
DÉoeJable  se  prestase  á  la  feliz  transición  qne  debia  convertir  el  salteador  en  propie- 
ario ,  el  bandido  en  soldado ,  el  hombre  violento  y  brutal  en  subdito  de  la  ley ,  en  ciu-^ 


[118J 

dadano....  Sin  el  dios  Término  y  la  Buena  fé,  Júpiter  Estator  no  habría  bastado  á  de- 
fender el  capitolio....»  Estas  reflexiones  nos  parecen  muy  exactas  :  la  filena  sola  no 
crea  naciones,  ni  puede  existir  orden  social  sin  creencias. 

Son  también  muy  atinadas  las  observaciones  del  autor  acerca  de  la  dictadura:  cno 
vio  el  pueblo ,  dice,  que  el  nombramiento  de  un  majístrado  revestido  de  todos  los  po- 
deres era  conm  la  elección  de  un  rey  absoluto....  Xo  obstante,  aunque  el  pueblo  toe 
en  el  principio  atraído  artificiosamente  á  lo  que  no  conocia ,  como  el  éxito  justificó  las 
ventajas  de  la  institución ,  puede  con  razón  decirse  que  la  sostuvo  la  esperiencia  de  so 
propia  utilidad ;  y  si  bien  por  un  lado  esta  utilidad,  nunca  desmentida  bástalos  úlkiiiios 
y  mas  corrompidos  tiempos  de  la  república ,  es  por  decirlo  asi ,  una  confesión  ,  un  ciato 
testimonio  de  la  insuiiciencia ,  del  peligro  de  los  gobiernos  populares,  también  por  otn 
parte  la  bistoria  de  los  dictadores,  que  reprimidos  por  la  corta  duración  de  su  majistra- 
turn ,  jamas  abusaron  de  su  ilimiUido  poder  ,  prueba  la  necesidad  de  que  instituciones  j 
leyes  sabias  refrenen  la  facilidad  de  abusar  que  lleva  consigo  un  poder  sin  límites.»  Ea 
efecto  la  dicludura  fue  siempre  saludable  en  Uoma  :  dejó  de  estar  en  práctica  cuando 
cesaron  los  peligros ,  ya  de  los  enemigos  esteriores ,  ya  de  las  discordias  intestinas ;  y 
cuando  estas  volvieron  en  los  tribunados  de  los  Gracos,  no  se  pensó  en  recurrirá  aqudla 
antigua  institución ,  que  ya  hubiera  agravado  el  mal  en  vez  de  correjirlo.  Habiánse per- 
vertido las  costumbres  ;  y  si  se  presentaban  algunos  varones,  muy  raros  á  la  verdad,  á 
los  cuales  pudiera  haberse  coniiado  sin  peligro  el  poder  absoluto,  ¿qué  podían  em- 
prender contra  la  dictadura  de  ¡techo  que  minaba  los  cimientos  de  la  libertad  romana,  á 
saber ;  contra  el  proconsulado?  Los  hombres  mas  virtuosos  de  los  últimos  tiempos  de  la 
república,  los  Mételos ,  los  Catones ,  los  Cicerones  nada  podian  contra  la  prepotencia 
do  los  Marios ,  Silas,  Pompeyos  y  Césares,  elevados  succesivamente  al  poder  por  una 
clientela  numerosa  ,  ávida  de  dinero  y  turbulenta.  Ya  no  quedaba  ningún  lugar  pan 
la  virtud. 

No  hubo,  pues,  en  aquellos  aciagos  días  dictadura  legal :  el  poder  giraba  de  mas 
manos  á  otras  á  merced  de  la  violencia  y  de  la  astucia ,  dejando  en  todo  el  imperio 
sangrientos  vestijios  de  su  ira.  Es  verdad  que  Lucio  Cornelio  Sila  tomó  el  titulo  de  dic- 
tador ;  pero  esta  palabra  nada  añadió  al  poder  de  aquel  hombre  que  había  diezmado 
impunemente  la  república  con  sus  tablas  de  proscripción.  César  tomó  dos  veces  el  mis- 
mo título ,  y  le  gozaba  cuando  fue  asesinado  ;  pero  la  primera  había  ya  arrojado  á 
Pompeyo  de  Italia,  y  la  segunda  cenia  los  tristes  laureles  de  Farsalia,  de  Tapso  y  de 
Munda.  Estos  dos  hombres  estraordinarios  adoptaron  un  nombre  que  se  liallaba  consa- 
grado en  los  fastos  de  su  nación;  pero  no  debieron  á  él ,  como  los  Camilos  y  los  Fa'. 
bios ,  ni  su  poder  ni  su  autoridad. 

Augusto,  mas  cobarde  y  mas  precavido ,  aparentó  respetar  el  ridículo  decreto  que 
dio  el  Senado  después  de  la  muerte  de  César,  aboliendo  la  dictadura,  y  creyendo  necia-, 
mente  que  se  destruía  la  tiranía  destruyendo  las  letras  con  que  se  escribe  una  palabra. 
£1  hijo  adoptivo  de  este  grande  hombre  quería  mandar,  bajo  un  título  desconocido,  á 
los  antiguos  romanos  para  que  se  ignorasen  los  límites  de  su  poder;  y  asi  insistió  en 
los  dos  nombres  de  príncipe  y  de  emperador ,  que  hasta  él  no  fueron  mas  que  honorí- 
ficos, y  que  él  convirtió  en  majistratura  suprema.  El  de  emperador  ó  general  victorio- 
so era  conocido  de  las  tropas:  el  de  príncipe,  en  el  Senado.  Asi  reunió  la  fuersa  poli- 
tica  y  la  militar ,  sin  que  ni  él  ni  sus  succesores  echasen  nunca  menos  el  t-itulo  de 
dictador. 

El  Sr.  Silvela  parece  creer  (|ue  el  Senado  nombraba  este  majístrado  y  el  pueblo 
conGrmaba  el  nombramiento.  Pero  en  los  tiempos  de  Lucio  Papirio  Cursor  no  sucedía 
asi.  Según  la  narración  de  Tito  Livio  el  Senado  daba  un  decreto  ó  senatus-consulto , 
por  el  cual  declaraba  que  se  debia  nombrar  dictador :  mas  quien  había  de  nombrarle 
era  uno  de  los  cónsules ,  bien  que  el  Senado  le  indicaba  oticiosamente  á  quién  gustaría 
que  se  elíjiese.  La  ceremonia  se  hacia  de  noche  y  en  silencio ,  como  para  indicar  el 
de  las  leyes  al  crear  un  poder  tan  estraordínario ,  y  el  cónsul  pronunciaba  el  nombre 
del  elejido  con  la  mayor  solemnidad. 

Es  verdad  que  el  célebre  Quinto  Fabio  Máximo,  cuya  prudente  circunspección  salvó 
á  Roma  después  de  la  rota  del  Trasímeno ,  recibió  del  pueblo  la  dignidad  dictatoria}; 
pero  no  en  propiedad.  Tito  Livio  dice  que,  muerto  uno  de  los  cónsules  en  la  batallat 


[119] 
liando  ausente  el  otro,  y  no  pudiendo  enviársele  mensajero  ni  carta  por  hallarse  Italia 
cupada  por  los  ^ércitos  carlajineses,  y  no  jmdiendo  el  pueblo  crear  dictador  ,  se  recurrió 
uo  arbitrio  no  usado  hasta  entonces ,  y  fue  que  el  pueblo  creó  por  dictador  á  Quinto 
abio  Máximo  ,  y  general  de  la  caballería  á  Quinto  Minucio  Rufo.  Los  dictadores  or-> 
inarios  creaban  este  lugarteniente:  mas  no  se  permitió  su  nombramiento  á  un  dicta-* 
or  en  comisión;  y  aun  mas  adelante  repartió  el  pueblo  toda  la  autoridad  entre  el  gefe 
el  subalterno:  lo  que  no  podría  haber  hecho  con  la  dictadura  en  propiedad. 

Parece,  pues,  que  al  Senado  tocaba  mandar  por  un  decreto  que  se  nombrase  dictador; 
á  uno  de  los  cónsules,  el  que  designase  el  Senado,  clejirle  y  crearle,  sin  mas  limita*- 
íon  que  la  de  que  hubiese  de  ser  varón  constdart  ó  que  hubiese  ejercido  el  consulado: 
ae  el  dictador  asi  creado  nombraba  su  lugarteniente  con  el  titulo  de  general  de  ia 
iballeria;  y  que  su  autoridad  no  reconocía  otros  límites  sino  el  de  no  poder  salir  de 
talia  y  no  tener  mas  que  seis  meses  de  duración. 


ARTICULO  lU. 


E 


L  Sr.  Silvela  cita  la  tercer  dictadura  de  Mamerco  el  ano  de  5*29  de  Roma,  como  he- 
ha  por  el  pueblo,  en  satisfacción  de  la  injuria  que  había  sufrido  de  los  censores,  de- 
[rodándole  poco  antes  hasta  la  clase  de  erario.  Es  verdad  que  en  aquella  ocasión  elpue- 
ilo  pidió  á  gritos  la  dictadura  indignado  contra  los  tribunos  militares  con  potestad 
«insular,  derrotados  por  los  veyentinos  á  causa  de  la  desunión  que  había  entre  ellos. 
Sa  muy  verosímil  que  los  romanos  designasen  por  dictador  á  Mamerco  ,  el  mas  escla- 
ecido  guerrero  que  tenía  entonces  la  república ;  pero  era  tan  grande  en  Roma  el  res- 
leto  á  la  parte  ceremaníal'de  las  leyes,  que  no  se  atrevieron  á  nombrarle  por  no  haber 
dmtules  aquel  año ,  hasta  que  los  augures  decidieron  que  podía  ser  nombrado  el  dicta- 
[or  por  tribuno  militar.  Aulo  Cornelío  Coso ,  tribuno  á  quien  había  tocado  el  gobierno 
le  la  ciudad ,  fue  quien  nombró  á  Mamerco. 

Reiiríendo  la  muerte  de  Tiberio  (jraco,  primer  triunfo  sangriento,  primer  víctima 
le  la  violencia  brutal  en  las  disensiones  civiles  de  que  fue  teatro  Roma ,  espone  los  pa- 
os por  donde  esta  república  ,  corrompida  por  la  victoria  y  la  opulencia ,  pasó  de  la 
»rimera  aristocracia  esclusiva  á  la  del  mérito  y  de  los  servicios,  y  malogró  esta  reforma 
on  la  perversidad  délas  costumbres.  Comparando  una  nobleza  con  otra  dice:  cá  una 
lobleza  virtuosa  succedió  una  nobleza  ríca  que  empezó  á  defenderse  de  diferente  modo. 
41  primera  oponía  sus  virtudes  y  se  defendía  por  el  respeto :  la  segunda  corrompió  con 
n  oro ,  armó  el  pueblo  contra  el  pueblo  y  comenzó  á  querer  suplir  con  el  terror  aque- 
ta augusta  consideración  que  poco  á  poco  iba  dejando  de  inspirar. » 

Tiene  mucha  razón  el  Sr.  Silvela  en  mirar  la  guerra  social  como  una  &lta  de  poli- 
Ica  y  de  justicia  en  el  Senado  de  Roma.  Los  campanos,  samnítes ,  marsos«  daunos  y 
pillos  peleaban  al  lado  de  las  lej iones  romanas  en  todos  los  campos  de  batalla  adonde 
M  llevaba  la  política  y  la  ambición  de  los  dominadores  del  Tiber.  ¿Con  qué  apariencia 
e  justicia  se  negaba  el  derecho  de  ciudadanía  en  Roma  á  los  que  contribuían  tanto 
orno  los  romanos  mismos,  ó  quizá  mas,  al  engrandecimiento  del  imperio?  Y  ¿podia 
BT  conveniente  á  los  intereses  del  Senado  una  guerra  en  que  toda  la  sangre  que  se  der- 
unase había  de  pertenecer  á  la  república?  ¿Y  cuál  era  el  deiíLo  de  aquellos  pueblos 
ino  el  deseo  de  ligar  su  suerte  á  la  de  Roma  con  mas  intimidad?  ¿Qué  daño  podían 
acer  desterrados ,  por  decirlo  asi ,  á  las  últimas  tribus  de  ciudadanos?  Roma  les  con- 
edería  muy  poca  intervención  política  en  su  gobierno ;  y  sin  detrimento  del  imperio 
inaban  ellos  mucho  con  las  prerogativas  y  los  derechos  civiles  inherentes  al  titulo  de 
íudadano  romano. 

Acaso  no  ha  habido  en  los  anales  sangrientos  de  la  historia  ejemplo  de  guerra  seme- 
laU},  emprendida  no  con  el  objeto  de  conquistar  ó  de  defenderse,  sino  de  perder  la 
idependencia  propia  por  pertenecer  á  una  nación  estrafia.  Esta  reflexión  daba  nuevas 
lenas  á  la  solicitud  de  los  aliados ,  y  parecia  justificarla  aun  á  los  ojos  de  los  mismos 
únanos.  Asi  es  que  fue  emprendida  con  disgusto  del  pueblo ,  continuada  sin  tesón  y 
incluida  apenas  se  hallaron  medios  decorosos  para  hacer  la  paz  con  cada  uno  de  los 


filOl 

bonpfirio  qiio  con  ellos  podri.in  ndqtiirir  liast.i  la  espora  dol  rfH^mbolM»?  Ob!U.'rvi>M 
tpic  niuhi  so  hnbln  del  interés  df>l  empnmilo ,  y  es  muy  verosimíl  que  no  se  le  asif^ 
u6:  primero,  ponpie  en  a((nellos  t¡einpf)s  se  hubiera  tenido  por  iisiim:  RPfnimIo, 
porque  ú  haberlo  asijrnado  no  desaproverharia  el  rey  esta  raxon  plausible  para  dís* 
culpar  su  eondiicta  cuando  ecli6  mano  de  otras  visiblemente  desatinadas. 

La  verdad  es  que  Enrique  II  se  hallaba  esrasisimo  de  dinero  despneii  de  b 
cruel  (Tuerra  (*¡\¡]  (pie  puso  en  su  frt^nte  la  corona,  después  de  las  morceJei 
onerosas  al  pueblo  y  al  estado  que  hubo  de  hacer  A  los  nobles  que  habían  se- 
{;uido  su  causa  ,  después,  en  fin,  de  las  cuantiosas  sumas  que  pa^^ó  al  cuerpo  aii\i- 
¡iar  francés  que  mandaba  el  célebre  l)u^uese|in.  Ademas  de  las  necesidades  irorrien- 
tes  del  erario  se  vio  en  la  n(M?esidad  de  emprender  una  fcuerra  dispcMidiosa ,  aanqae 
feliz,  contra  Portugal.  >'o  podian  aumentárselos  tributos  á  los  pueblos  abnimailos 
de  las  carjrns  onlínarias  v  enflacimTidos  por  la  {ruerra.  Uecurrió,  pues,  al  empré^ 
tito  como  un  medio  de  salir  del  apuro.  Sus  razones  eran  malas;  pero  la  necesidad 
del  dinero  era  urjente  y  reconocida.  Por  eso  .se  sufrió  no  solo  el  gravamen,  sino 
también  la  pésima  jurispnidencia  con  que  se  quiso  justifu^ar. 

La  pelicitm  XHl  y  su  respuesta  prueban  la  situación  triste  de  la  corona  en  nqne* 
lia  época.  Los  procuradores  se  quejan  de  liabcrse  enajenado  del  señorío  del  rey  mu- 
chos lujrares,  villas  y  ciudades,  y  pasado  al  dominio  de  los  ricos  hombres,  caballeros, 
escuderos  y  ricas  fembras,  y  piden  que  \uelvan  A  la  corona  ,  ó  lo  que  era  lo  mismo 
en  aquellos  tiempos  en  toda  Kuro|>a ,  al  imperio  de  la  ley  y  del  derecho  coman. 
El  rey  les  responde  :  c  fasta  aqui  non  pod irnos  e.scusar  de  faser  merced  á  los  qne 
nos  servieron  (en  la  (ruerra  ci\íl  contra  su  bermano  l>.  Pedro).  Promete  paralosne- 
cesivo  observar  el  principio  tutelar  de  la  conserva(^ion  de  h>s  bienes  de  la  comna. 

En  otras  peticiones  se  conoce  el  abuso  (pie  haciaii  de  su  poder  los  ricos  hombres 
y  demás  privilejiados;  echaban  tributos  arbitrariamente  en  las  aldeas  y  arrabala 
ele  los  pueblos  realengos ;  pretendían  que  su  estendiesen  las  franquicias  y  priTÍlcjkM 
(pie  {rozaban  d  sus  paniaguados  (comensales];  cxijian  el  derecho  de  yantar  y  otros 
tributos  de  los  vecinos  de  algunos  pueblos  nsilengos  so  ndor  de  que  eran  vasalhn 
suyos  ,  aunque  domiciliados  en  sitios  sometidos  á  la  jurisdicción  real ;  inipcdian  en 
estos  sitios  el  ejercicio  de  la  justicia  del  rey ,  y  procuraban  introducir  su  dominio 
particular ;  en  fin ,  se  apoderaban  de  parte  del  territorio  de  las  poblaciones  perte- 
necientes al  rey,  fundaban  en  (^llas  fortalezas  y  evijian  tributos,  siM'iahidamente  fie 
portazgos.  El  rey  respondió  lo  mas  favorablemente  que  podia  á  estas  peticiones,  T 
se  conoce  en  las  respuestas  el  temor  (pie  tenia ,  cuando  aun  no  estaba  bien  consoli- 
dada su  aiitoridad,  de  chocar  de  frente  con  las  pretensiones  y  demasías  de  los  ricos 
hombres. 

La  petición  IV  se  repitió  en  otras  Cortes  del  mismo  siglo  y  del  anterior ;  porqae 
los  revés  solían  enviar  coartas  y  (ordenes  para  que  las  mujeres  se  casasen  con  los  hoah 
hres  designados  en  dichas  cartas,  i).  Enri((ue  dijo  en  la  respuesta  que,  segun 
torio  á  todos ,  jamas  había  dado  cu  esta  materia  cartas  de  órilen  ,  sino  solo  de 
mendacion.  En  Inglaterra  en  los  mismos  tiempos  era  iú  rey  arbitro  de  las  beredens 
nobles  y  ricas,  huérfanas  de  padre,  en  cuanto  á  los  enlac(>s.  Era  imposible  qneet 
aquella  época  de  predominio  feudal  dejase  de  tener  la  corona  alguna  intcrveacioa 
en  esta  clase  de  contratos ,  que  podia  aumentar  el  poder  y  riquezas  de  los  vasallos 
que  se  manifestaban  hostiles  al  rey  ,  6  de  los  que  eran  sus  servidores.  En  el  dia  h 
ley  ó  la  costumbre  de  España  es  que  los  grandes  casen  en  virtud  de  permiso  real. 

Concluiremos  nuestras  observaciones  con  ]a  partición  relativa  al  voto  de  Santit" 
go.  Los  procuradores  dicen  cque  en  todos  los  tionipos  pasados  nunca  le  pagaron  ea 
algún  lugar  de  nuestros  regn(»s ,  salva  en  algunos  lugares  del  regno  de  l..eon  quepa* 
gabán  cada  pechero  que  labrase  con  bues,  seis  (celemines  da  pan  ^  non  otra'oofla«...4 

Sueños  pedían  por  mercet  que  pues  en  algunos  de  los  tiempos  pasados  non  sedemaa 
ara  ,  nin  cojiera ,  nin  pagara  el  dieho  irebiUo  ^  que  agora  demamlnhan  mtevatñenuiéékkB 
proairador  del  arzobispo  de  Santiago^  édean  éoabillo ,  que  lo  non  o  viesen....  que  Dioanoa 
quBria  (pie  ninguno  diese  limosna  contra  su  voluntad.» 

Estas  palabras  son  terminantes,  y  sí  les  hemos  de  dar  entero  crédito,  deberá  QaiflB 
en  el  siglo  XIV  la  introducción  y  geqerali^Kicion  del  voto  de  Santiago  b^o  la  fonaut  qae 


¡ó  después.  El  rey  refspnniUó  áoftta  |>elíc¡on  «que  pues  el  pleito  oslaba  peiidioiüe  eii 
idíenría  real,  <|ue  lo  lihrent  se|[;iiii  que  fallaren  por  derecho. »  En  efeclo  los  procu« 
re«  de  Avila  i»e  habían  provisto  ante  dicho  Iríbunal  c<Mitra  las  prelcn^iones  de  la 
ia  y  arzobispo  du  Saniia^^o.  Esta  petición  es  u.i  niu^vo  dato  pie  debe  añadirse  á 
iH  eoino  se  han  reunido  para  reiolver  la  célebre  cuesilíou  histórica  del  voto  de 
iogo. 


ARTICULO  I. 


ÍS  doeuinenti>»  que  contiene  este  cuaderno  son  el  ordmamlnUo  de  ChanriUrria ,  hecho 
as  Corles  de  Urir<;os  de  157 i,  y  otro  hecho  en  las  (Vjrles  de  B'írg.is  de  1370  acerca 
M  deudas  de  los  judíos.  Ambos  pertenecen  al  reinado  de  Enr¡(|Uc  lí. 
El  preáuib'ilo  del  priint^ro  tirne  la  ^ingnlaridad  de  no  citar  las  Cortes,  ni  enumerar 
i|iie  asistieron  á  ellas ,  ni  sejruir  en  la  redacción  de  las  leyes  la  forma  ordinaria  de 
eiones  y  respuestas  ;  de  modo  que  á  no  decirse  en  el  iMicabezamiento  que  esta  ley 
iiancilleria  fue  hecha  en  las  Corles  de  üúrg^os,  se  tendría  mas  bien  por  un  decreto 
,  que  por  un  xi*^lameuto  hecho  en  (V>rles. 

El  rey  dice  en  el  preiimbulo  :  cs(*|)ades  que  por  razón  que  no  fue  dicho  que  al^u« 
de  los  nuestros  oficiales  de  la  nuestra  corle,  é  de  las  dichas  cibdades  é  \ illas  é  íu- 
<8  de  los  nuestros  r4*f|:nos,  que  usaban  de  sus  oficios  como  non  <leb¡en....  de  lo  cuál 
nejaron  de  ello  al}^u  nos  nuestros  vas^illos  é  otras  personas,  es  la  nuestra  mércetele.» 
luiifhi  que  no  si*  hace  mencitm  de  quejas  ni  de  pelici(mes  de  los  procuru<lores  de 
leii,  como  en  otros  ordenamientos.  Solo  se  ennnci-j  v\  abuso,  sin  nombrar  ni  ca* 
ar  á  los  (fenunciadoivs.  Después  del  pre«imbuh)  comion/..in  las  leyí»s. 
Este  ordenamíenloes  muy  á  propósito  para  dará  con  ic(*r  las  costumbres  diplomá- 
s  de  aquella  épora  ,  y  los  medios  de  obviar  los  abusos  (]ue  se  liahian  introducido 
el  desorden  de  los  tiempos  anleriores.  Los  oficiales  t!e  cháncillería ,  notarios  y 
¡baños  ludiian  aumentado  las  tarifas  de  las  cartas  y  alvaláes  sobre  lo  que  se  pagaba 
su  expedición  en  tiempo  de  Alonso  el  Onceno,  que  dio  también  reglas  en  esta  ma* 
I ,  y  á  cuyas  resoluciones  procuró  D.  Enrique  arreglar  las  suyas. 
l^nsta  de  este  ordenamiento  ,  (|ue  e\isíió  en  ('astilla  la  dignidad  de  Canciller ,  ó 
"éaMoBx  pero  nunca  tuvo  ni  el  prestijio  ni  la  celebridad  que  en  Francia  ,  Ingla- 
■  j  Alemania,  donde  fueron  siempre,  y  aun  lo  son  en  el  dia,  grandes  dignatarios 
hi  corona.  Const;i  también  de  la  ley  tercera  que  estaban  arrendados  los  derechos  de 
ncillería  :  pues  se  manda  que  solo  el  arrendador  Uevie  caria$  lidiadas ,  excepto  en  el 
>  He  deb<*r  alguna  rantitlad  al  (Canciller  ó  ñ  sus  oficiales  ;  en  cuyo  caso  podr.in  estos 
if  curtas»  en  vos  derechos  asciendan  ñ  la  cantidad  de  la  druda  ,  f'iwii  mm. 
IKwpues  de  algunas  disposiciones  muy  minuciosas  acerca  del  lugar  donde  liabia  de 
irse  y  el  silio  iloiide  debia  ctdocarse  el  portero  de  la  cancillería  ,  pasa  el  Icjisla  lor 
íialar  la  tarifa  de  los  derechos  de  sello  ,  correspondienles  á  cada  especie  de  alvaláes: 
eiiyo  motivo  enumera  estas  diferentes  especies;  lo  que  hace  este  documento  muy 
oso  para  los  que  quieran  estudiar  la  antigua  forma  de  nuestra  adminislrncion.  En» 
putas  clases  de  cartas  se  refieren  las  de  wfldo  concedifln  por  el  rey  ,  los  alvaláes  de 
nei  de  caballeros ,  de  merced  otorgada  ó  de  qitiiachn  ;eslo  t*s ,  de  darsi*  el  rey  por 
ido  de  un  servicio  ú  obligación  cumplí<la)  de  los  privilejios  y  c<mcesiones  de  \itla; 
m  ó  lugar  á  alguna  persona  ^á  estos  alvaláes  se  exime  de  |>agar  derechos) :  de  so* 
srlM  ,  que  según  creemos  ,  eran  las  órdenes  de  rep<»sicion  de  alguna  procidencia 
iriur  reconocida  después  por  injusta ;  de  tenencias  ouceJidas  por  el  re)  ;  de  reutas 


rH2i 

reñios,  de  penion  ,  de  moneda,  esto  es,  de  servicio  pecuniario  pagftflo^  Seilala  des- 
pués los  derechos  que  lian  de  devengar  los  alguaciles  y  ballesteros  del  rey  ^  de  Im  cíb- 
tidades  que  entregaren ,  ya  <le  las  rentas  reales  cobradas ,  ya  á  ios  acreedores  maodt* 
dos  pagar  por  si^ntcncia  judírial. 

La  ley  víjésima  de  este  ordenamiento  prnolia  que  desde  el  tiempo  de  Alomo  el  Oo* 
ceno  por  lo  menos ,  rejia  ya  el  dci'echo  pagado  por  el  carcelaje  á  los  carceleros ;  exa^ 
cion  que  nos  parche  injuslísima. 

\^  cárcel  se  ha  t^stablecido  para  que  la  sociedad  estuviese  segura  de  que  el  pre- 
sunto reo  no  se  libraría  de  la  pena  que  la  ley  ha  señalado  á  su  delito,  si  efertívarornle 
es  declarado  culpable  por  la  sentencia  del  tribunal.  Pero  hasta  la  sentencia  no  es  de- 
lincuente, ni  acreedor  ¿  ningún  castigo.  Sufre,  es  cierto,  la  pérdida  de  su  líberlad: 
mas  no  como  una  pena ,  sino  como  una  precaución.  Todo  lo  que  agrave  este  sufri- 
miento, yn  por  sí  bast^rnte  grave,  es  un  acto  de  iojustiria. 

Supongamos  que  el  preso  resultase  ¡nocente  en  la  discusión  judicial ,  y  qne  la  sen- 
tencia lo  declarase  así,  ¿quién  podrá  resarcirle  el  carcelaje ,  las  esposas,  los  grillos,  los 
cepos  ,  la  mansión  en  calabozos  húmedos  y  fétidos  y  tantos  otros  medios  que  se  haa 
inventado  para  atormentar  al  que  la  ley  aun  no  ha  declarado  digno  de  penat  Consto  de 
una  comedia  de  (^.añi/ares  (El  falso  JVanrin  de  PoríugaC)  que  en  su  tiempo  por  lo  menoi 
se  daban  cualm  cuartos  por  quitar  los  grillos  al  que  salía  de  la  corcel.  No  sabérnosla 
costumbre  actual  sobre  esta  materia,  ni  sobre  otras  relativas  á  las  prisiones.  Ptoni 
creemos  que  aun  no  ha  hecho  entre  nosotros  muchos  progresos  la  ciencia  adminis- 
trativa en  el  capitulo  de  las  cárceles. 

Nosotros  reconocemos  el  derecho  de  la  sociedad  á  asegurar  la  persona  del  presonlo; 
pero  al  mismo  tiempo  reconocemos  y  reclamamos  del  gobierno,  representante  de  la  so- 
ciedad la  estricta  obligación  de  no  allijir  mas  al  preso  de  lo  que  exija  aquel  dereelio.» 
El  gobierno  debe  pagar  los  ministros  de  la  cárcel ,  sus  gastos  de  construcción  y  reps- 
racion,  y  en  iin,  cuanto  conduzca  para  lograr  la  seguridad.  ¿Por  qué  se  ha  de  exijir 
del  preso  el  derecho  de  carcelaje?  por  ventura  ,  ¿se  ha  aposentado  por  su  voluntad  ea 
aquella  mansión?  Dirán  que  las  cadenas  ,  grillos ,  calabozos,  etc.  son  necesarios  pan 
asegurarlo:  pero  /por  qué?  Porque  no  se  ha  tenido  cuidado  de  construir  las  cárceh»  de 
manera,  que  sin  dañar  en  nada  á  la  salubridad  de  los  tristes  que  han  de  habiUrlas, 
fuese  impo.sible  de  combinar  y  de  ejecutar  todo  proyecto  de  evasión  ó  de  comunicsr 
con  los  de  fuera  en  los  casos  que  la  ley  exije  la  incomunicación. 

Bástale  al  encarcelado  la  pérdida  de  su  libertad,  la  separación  de  so  fannilia  y  da 
sus  amigos,  la  ansiedad  por  el  resultado  del  juicio,  el  enorme  precio  á  que  selevea- 
den  los  menores  servicios  que  se  le  hacen  ;  mas  no  se  aumente  su  aflicción.  Seaa  á 
costa  del  gobierno ,  no  á  la  suya ,  todos  los  medios  de  precaución  que  se  tomen.  El 
un  principio  bárbaro,  que  si  bien  se  ha  borrado  de  los  códigos,  subsiste  aun  eala 
práctica,  empezar  á  castigar  al  que  aun  no  ha  sido  declarado  culpable,  desde  el  omh 
mento  que  entra  cu  la  prisión. 

La  ley  XV'ilI  de  este  ordenamiento  trac  la  tarifa  de  los  derechos  que  debian  llefsr 
los  escribanos  de  las  ciudades,  villas  y  lugares  por  los  documentos  y  escritos  de  difc* 
rentes  especies.  Se  restablece  el  mismo  arancel  que  habia  mandado  observar  el  rey 
1).  Alonso  el  Onceno ,  cuyo  ordenamiento  se  inserta  á  la  letra  en  dicha  ley.  Ya  ea 
aquel  tiempo  habia  escribanías  y  notarías  arrendadas ,  y  los  arrendadores  hablan  ao- 
mentado  arbitrariamente  los  precios  de  las  escrituras.  Este  abuso  dió  oryen  ai  orde* 
namiento  del  rey  I).  Alonso. 

ARTÍCULO  n. 

XjL  segundo  documento ,  publicado  en  este  cuaderno ,  contiene  las  peticiones  y  bm 
de  las  Cortes  de  Burgos  de  1577 ,  celebradas  por  el  rey  l>.  Enrique  II.  E^le  CongrM 
fue  plenario ;  pue^  según  el  preámbulo,  concurrieron  á  él  condes,  prelados,  ricoi 
hombres,  hijosdalgo  ,  y  procuradores  de  las  ciudades.  I)e  las  personas  de  alta  gerai^ 
quía ,  solo  $e  citan  el  infante  D.  Juan ,  hijo  primojénito  del  rey,  y  el  marqaesdi 
Villena. 


Esle  documenlo  ofrece  la  particularidad  que  de  las  leyes  que  se  hicieron  entonces 
y  se  comprenden  en  él ,  unas  fueron  á  petición  de  las  Cortes ,  otras  se  derivaron  de  la 
espontánea  voluntad  del  rey  sin  excitación  alguna.  Las  materias  á  que  se  refieren  son 
las  deudas  de  los  cristianos  á  los  judíos  y  moros,  asunto  que  volvia  muchas  veces  á  las 
Cortes,  como  al  Senado  de  Roma  la  abolición  de  las  deudas  de  los  plebeyos;  la  venta 
délos  bienes  de  los  merinos  y  de  los  ricos  hombres;  e\tracci(m  de  oro  y  de  otros  ob- 
jetos fuera  del  reino  ;  alcaldías  de  rentas  ;  apelaciones  á  la  justicia  real.  £n  muy  pocas 
Je  estas  leyes  están  observados  los  principios  eternos  y  universales  de  justicia. 

£n  la  primer  petición  expusieron  las  Cortes  que  por  la  miseria  de  los  tiempos  an- 
teriores muchos  cristianos,  deudores  de  los  judíos,  habían  firmado  en  la  obligación 
del  pago  cantidades  mucho  mayores  que  las  recibidas ;  y  que  si  se  les  constriñese  á 
pagarlas  quedaría  la  tierra  yerma  y  miserable.  El  rey  mandó  que  se  rebajase  la  ter- 
cera parte  de  las  deudas ,  y  que  las  otras  dos  se  pagasen  á  plazos  bastante  largos;  que 
DO  gozasen  de  este  beneficio  los  que  no  pagasen  á  los  plazos  concedidos;  pero  que  en 
ningún  caso  fuesen  valederas  las  penas  contenidas  en  las  cartas  de  obligación  para  los 
casos  de  insolvencia.  £n  la  segunda  ley ,  á  petición  de  las  Cortes ,  se  prohibió  toda 
usura  Á  los  judíos  y  moros.  Establecióse  también  que  si  el  acreedor  aseguraba  que 
toda  la  cantidad  contenida  en  la  escritura  de  obligación  habia  sido  entregada  al  deu- 
lor,  se  exijiese  juramento  á  este.,  y  en  caso  de  jurar  ser  cierto  lo  que  el  acreedor 
leeia  ,  estuviese  obligado  á  pagarlo  todo  sin  quita  alguna:  ley  absurda  ,  como  todas  las 
|ue  colocan  al  hombre  entre  su  interés  y  la  relijion  del  juramento;  y  ademas  inútil, 
)orque  el  hombre ,  incapaz  de  jurar  en  falso  ,  es  también  incapaz  de  defraudar  á  su 
icreedor.  Por  la  petición  XII  se  restableció  la  proscripción  de  seis  años  para  las  deudas 
le  los  cristianos  á  los  judíos.  Por  la  X ,  que  no  pudiesen  los  judíos  ser  mayordomos 
le  ningún. rico  hombre,  caballero,  ni  escudero.  Por  la  XI,  se  relevó  á  los  ayunta- 
BÍeotos  de  los  pueblos 'de  la  pena  de  seis  mil  maravedís  de  omesiiloj  que  pagaban  antes, 
i  oo  hallaban  al  asesino  de  un  judío  que  se  encontrase  muerto  en  su  jurisdicción. 

El  rey ,  de  molu  propio  suyo,  prohibió  en  las  leyes  2."  y  3."  que  ni  los  judíos  ni  los 
Boros  pudiesen  hacer  cartas  de  obligación  por  deudas  contra  cristianos  ;  que  ningún 
«cribano  pudiese  dar  fé  de  ellas;  y  en  una  nota,  puesta  al  fin  de  este  cuaderno  de 
¡arles,  añadió  que  no  pudiesen  hacerse  dichos  contratos  ni  aun  con  testigos:  bien 
|ue  en  la  misma  nota  se  revocan  estas  leyes  con  respecto  á  los  moros ,  menos  odiosos 
(otóoces  que  los  judíos. 

Las  leyes  y  peticiones  anteriores  muestran  el  estado  social  de  aquella  época.  La 
nasa  de  la  riqueza  territorial  estaba,  aunque  muy  mal  repartida  ,  en  manos  de  los 
ristianos  :  la  industria  agrícola  en  las  de  los  moros  que  vivían  sometidos ,  y  la  co- 
nercial  en  las  de  los  judíos.  Estos  eran  necesariamente  mas  ricos,  por  lo  menos  en  me- 
Uíco ,  y  se  hallaban  mas  que  los  otros  en  estado  de  prestar  á  los  cristianos ,  que  ge- 
lanlmente  tenían  necesidad  de  numerarios:  los  propietarios,  porque  apenas  alcanzaban 
08  rentas  para  el  lujo  de  vanidad  que  tenían  que  sostener  en  la  corte  ;  los  pobres,  por 
is  necesidades  continuas  que  les  acarreaba  su  situación  ,  aumentadas  con  el  estado  de 
aerea  perpetua  contra  los  moros,  y  no  pocas  veces  de  guerra  civil ;  y  losayuntamien- 
ocy  órdenes  militares,  por  los  gastos  continuos  de  armamento.  La  exactitud  de  los  ju- 
los en  sus  cuentas,  que  en  ellos  era  una  virtud  necesaria,  y  mas  que  todo,  la  facili- 
ad  con  que  anticipaban  capitales  al  gobierno  y  á  los  señores,  hizo  que  casi  todos  los 
oipleos  de  hacienda  pública  y  las  tesorerías  y  inayordomías  de  los  ricos  hombres  caye- 
en  en  sus  manos.  Reunieron,  pues,  por  el  comercio,  por  la  administración  de  rentas 
por  sus  préstamos  grandes  caudales.  Eran  despreciados :  estaban  condenados  al  ilo- 
ismo  político  y  civil ;  pero  poseían  casi  todo  el  comercio  del  reino. 

Este  estado  de  cosas  duró  hasta  el  siglo  XIV.  Entonces  empezó  á  no  ser  profesión 
alusiva  de  los  castellanos  la  de  las  armas.  Algunos  se  dedicaron  á  las  artes  :  otros 
1  comercio ,  aunque  sin  el  conocimiento  y  la  economía  propios  de  los  israelitas.  Las 
eodas  se  aumentaron  en  las  turbulentas  minorías  de  Fernando  IV  y  Alonso  XI:  em- 
eiaroo  á  ser  primero  envidiados  y  poco  después  odiados  los  acreedores.  Pidiéronse  en 
is  Cortes  no  una  sola  vez ,  rebajas  de  deudas.  Alonso  XI  las  concedió  :  los  judíos ,  por 
lioseguridad  del  pago,  aumentaron  el  interés  del  dinero  prestado,  y  por  tanto,  la 
ificultad  del  pagamento ,  y  el  odio  y  la  aversión  universal  contra  ellos.  Enrique  II  en 

15 


las  (fortes  de  que  damos  cuenta  en  este  artículo ,  privó  do  fuerza  legal  á  los  contratos 
de  deudas  de  los  judíos  contra  los  cristianos.  Nosotros  consideramos  como  efecto  de 
esta  ley  absurda  la  efervescencia  del  odio  contra  aquella  infeliz  nación ,  que  se  roani» 
festó  en  los  siglos  WV  y  XV  en  sediciones,   tumultos  y  matanzas. 

£n  efecto  ,  aquella  ley  no  impidió  que  los  judíos  fuesen  ricos  ;  pues  el  mismo  En- 
rique que  les  prohibió  ser  mayordomos  de  los  grandes  señores,  los  conservó  en  laad* 
ministracion  délas  rentas  reales ,  y  ademas  no  podían  quililrselcs  los  beneficios  que 
reportaban  del  comercio.  Nada,  pues,  perdieron  de  su  opulencia;  pero  no  fueron  ya 
prestamistas,  porque  mal  se  atreverían  á  prestar  sin  la  garantía  del- pago,  que  la  ley 
les  babia  quitado.  £1  pueblo  miserable  ,  fanático  ,  y  que  hasta  entonces  los  habla  to- 
lerado ,  porque  encontraba  en  ellos  auxilio  para  sus  necesidades  ,  comparaba  so  pro- 
pia miseria  con  la  riqueza  que  suponía ,  y  no  sin  razón,  en  una  raza  contraria  ademas 
por  su  creencia  relijiosa.  Empezó  á  escandecerse  contra  ella.  A  los  homicidios  parti- 
culares ,  que  debieron  hacerse  mas  comunes  después  de  suprimida  en  estas  Cortes  la 
garantía  del  omesillo^  succedieron  los  degüellos  en  masa  y  los  saqueos  de  las  juderías  ea 
las  grandes  ciudades,  y  llegó  el  furor  á  tal  estremo,  que  los  reyes  católicos  D.  Fernando 
y  Doña  Isabel ,  monarcas  firmes ,  pero  prudentes,  no  hallaron  otro  remedio  al  espíritu 
de  sedición  que  tomaba  por  motivo  ó  por  pretesto  á  los  judíos,  que  espelerlos  del  reino. 

Nosotros  observamos  que  en  los  tiempos  anteriores  á  la  ley  de  Enrique  11 ,  los  cas- 
tellanos, sin  ser  menos  fanáticos,  sin  despreciar  ni  odiar  menos  á  los  Judíos  como 
enemigos  de  la  relijion,  nunca  sin  embargo  los  persiguieron  ni  les  hicieron  mal :  antas 
bien  vivían  con  ellos  en  buena  armonía.  Deben,  pues,  atribuirse  el  furor  y  los  desór- 
denes posteriores  á  la  ley  que  rompió  el  único  vinculo  social  entre  cristianos  ó  israe- 
litas, á  saber  :  el  auxilio  que  recibían  los  primeros  de  los  segundos  por  medio  de  los 
préstamos. 

La  petición  lU  de  estas  Cortes  revela  una  costumbre  tan  estraordinaria  como  in- 
justa. Los  bienes  de  los  deudores  de  la  corona,  después  de  apreciados  ,  so  vendían  á 
las  personas  pudientes  que  el  rey  nombraba  ,  y  que  no  podían  escusarse  de  comprar- 
los. Las  Cortes  piden  que  cese  esta  arbitrariedad  y  que  se  vendan  á  pública  subasta. 
D.  Enrique  accedió  á  esto  ,  pero  añadió  que  en  caso  de  no  hallarse  comprador  voluo- 
tario  que  diese  el  precio  conveniente,  se  obligase  á  comprarlos  á  los  mas  t*ico$  éabonaé» 
del  pueblo. 

Iltzose  también  rebaja  á  las  deudas  del  pan  del  año  anterior  que  había  sido  escasí- 
simo, tanto  que  en  él  se  había  obligado  al  deudor  de  una  carga  de  pan  á  pagar  por 
ella  seis  cargas.  El  rey  mandó  que  estas  deudas  so  pagasen  en  dinero  al  precio  que  te- 
nia el  pan  cuando  se  contrajeron. 

I^s  leyes  de  la  petición  V  y  Vi  son  mas  justas.  La  primera  manda  que  los  merinos 
no  persigan  sino  en  virtud  de  querella  ó  eu  los  casos  infragranii.  Por  la  VI  promete  el 
rey  solicitar  del  Papa  que  no  nombre  para  lus  beneficios  del  reino  eclesiásticos  estran- 
jeros.  La  ley  de  sacas  de  In  petición  Vil  adolece  de  los  vicios  comunes  á  todas  las  de 
su  especie.  La  mas  importante  y  justa  de  cuantas  se  hiciron  en  estas  Corles  es  la  de  la 
petición  XIII.  £1  rey  toma  bajo  su  protección  á  todos  los  vasallos  de  los  señorea  que 
apelen  á  su  tribunal.  Este  derecho  de  apelación  ha  existido  siempre  en  España,  y  que- 
rían barrenarle  los  nuevos  agraciados  por  las  célebres  mercedes  enriqueñas,  maltratan- 
do á  los  apelantes. 


[115] 

COMPENDIO 

DE  LA 


IHIASTA  L@®  TDI[^Jaí>@@  ©H  Ay@(y)§T@ 


por  W.  iHanuel  Sitoela^ — ^.^^  /éjj,. 


ARTÍCULO  I. 

CáSTA  obra  fue  escrita  por  un  español  íastruido,  á  quien  las  tempestades  políticas  de 
nuestra  patria  arrojaron  á  paises  eslranjeros,  y  fue  escrita  en  una  época  en.  que  ya  po- 
día juzgarse  con  imparcialidad  el  pueblo  y  la  república  de  Roma.  En  el  primer  tercio 
del  siglo  XIX  no  eran  ya  de  moda  ni  las  ridiculas  declamaciones  de  Mercier  contra  el 
espirita  dominador  de  la  ciudad  del  Tiber ,  ni  la  manía  de  tomarla  asi  á  ella  como  á 
Atenas  por  modelos  de  los  gobiernos  libres ;  manía  que  produjo  el  hermoso  verso  de 
un  poeta  francés  del  tiempo  de  la  revolución: 

¿Qui  me  delivrera  des  grecs  et  des  romains? 
Salgamos  ya  de  griegos  y  romanos. 

Los  progresos  del  espíritu  filosófico  y  el  estudio  de  la  historia,  emprendido  en  nues- 
tros días  sin  pasiones,  han  enseñado  que  no  era  muy  de  envidiar,  y  sobretodo,  que  no 
es  aplicable  en  nuestras  sociedades  modernas  la  libertad  de  que  se  gozaba  en  las  anti- 
guas repúblicas,  y  que  si  Roma  conquistó  el  mundo,  este  resultado  fue  producido  por 
la  necesidad  y  no  por  la  elección. 

El  Sr.  Sil  vela  se  hallaba,  pues,  en  situación  de  juzgar  mejor  que  los  compendiadores 
de  la  historia  romana  que  le  habían  antecedido;  y  asi,  su  obra  es  mejor  en  nuestro  en- 
tender que  las  que  hasta  ahora  poseíamos  de  la  misma  clase;  y  creemos  que  tiene  mucha 
razón  cuando  dice  en  el  prólogo  :  «  me  queda  la  convicción  intima  de  que  son  peores 
cuantos  (libros)  conozco  en  su  género.» 

Es  obra  orijinal  de  un  español ,  aunque  impresa  en  pais  estr^njero ,  y  así  debe  recla- 
marla nuestra  literatura.  Es  Casi  desconocida  en  nuestra  patria :  por  eso  nos  creemos  en 
la  obligación  de  dar  cuenta  de  ella  y  del  resultado  de  nuestro  examen  y  estudio.  No  es 
un  compendio  como  el  de  Goldsmilh :  tampoco  es  una  historia :  es  mas  bien  un  tratado 
sobre  la  historia  romana ,  y  estamos  seguros  que  después  de  leido  y  estudiado  se  leerán 
y  estudiarán  con  mucho  fruto  los  historiadores  romanos. 

Empecemos  por  un  punto  que  el  Sr.  Silvela  examina  con  suma  sagacidad,  y  es  el 
de  la  potencia  lejislatíva  del  pueblo  romano.  Todos  convienen  en  que  la  ciudad,  reuni- 
da en  comicios,  ^ercia  el  poder  lejislativo;  pero  el  autor  cree  con  la  autoridad  de  Dio- 
nisio de  Ualícaroaso  y  de  Lívio  que  su  facultad  en  esta  parte  no  fue  omnímoda  y  abso- 
luta hasta  la  ley  del  dictador  Publilio  Filón  ,  por  la  cual  se  hicieron  los  plebiscitos  obli- 
gatorios para  todas  las  clases  del  estado.  Dice,  pues,  que  antes  de  esta  ley  los  plebisci- 
tos no  obligaron  á  los  senadores,  y  que  en  los  primeros  tiempos  de  la  monarquía>y  de 
la  repikbliea  el  Senado  sancionaba  y  convertía  en  ley  las  determinaciones  del  pueblo:  lo 
que  es  muy  conforme  tanto  á  las  espresiones  de  los  historiadoros  ya  citados,  como  á  la 
autoridad  que  Rómillo  quiso  depositar  en  el  Senado,  y  á  la  que  esta  corporación  aristo- 
crática se  abrogó  cuando,  espelídos  los  Tarquinos,  cayó  en  su  mano  todo  el  gobierno  de 


la  república.  No  somos  de  su  misma  opinión  en  cuanto  á  que  se  decidiesen  en  el  Senado 
todos  los  negocios  jndicíales ;  pues  en  la  célebre  causa  de  Horacio  el  hijo ,  no  se  reco- 
noció mas  autoridad  que  la  del  tribunal  del  rey  y  la  del  pueblo,  al  cual  apeló  aquel  ilai- 
tre  delincuente.  Parece  cierto  que  por  la  constitución  de  Rómulo,  el  supremo  poder  ju- 
dicial ,  en  los  casos  de  apelación,  residía  en  los  comicios.  Después  los  tribunos  de  la  ple- 
be lograron  que  se  estendieso  á  los  casos  de  primera  instancia. 

El  Sr.  Silvela  toca ,  aunque  levemente,  uno  de  los  puntos  mas  importantes  y  menoi 
conocidos  de  la  constitución  de  Roma,  cual  es  el  de  la  composición  del  Senado.  Sabido  es 
que  durante  muchos  años,  este  cuerpo,  que  era  como  el  cimiento  de  la  república,  se 
componia  de  individuos  de  las  familias  patricias,  y  que  su  dignidad  era  hereditaria ,  vi- 
talicia y  esclusiva.  Mas  aun  asi  faltan  muchas  cosas  por  saber  acerca  de  la  manera  de 
ser  recibidos  en  el  Senado  los  que  tenian  derecho  para  ello. 

Parece,  y  el  mismo  autor  lo  cree  cierto,  que  la  constitución  reservaba  á  los  reyes  el 
derecho  de  dar  á  las  familias  la  dignidad  senatorial,  y  de  convertir  los  plebeyos  en  pa- 
tricios. Rómulo  nombró  los  cien  primeros  senadores;  él  ó  Tacio ,  rey  de  Cures,  ó  los 
dos  de  común  acuerdo  elijieron  los  otros  ciento  de  la  nación  sabina  que  se  agregaron 
después  de  hecha  la  paz  entre  los  dos  pueblos;  y  Tarquino  el  antiguo  el  tercer  ciento, 
que  se  llamó  de  las  familias  menores,  £1  número  de  senadores  quedó  fijado  á  trescientos 
durante  muchos  años.  Pero  después  de  abolido  el  trono,  /quién  tuvo  el  derecho  de  nom- 
brar para  las  plazas  de  senadores  que  vacasen  por  la  estincion  de  alguna  familia  patricia? 
¿fueron  los  cónsules,  el  Senado  mismo,  ó  el  pueblo?  ¿Y  en  este  caso  era  preciso  nombrar 
el  nuevo  senador  de  los  colaterales  de  otra  rama  patricia ,  ó  era  licito  elejirle  de  una 
familia  plebeya?  ¿Qué  se  hacia ,  -en  fin,  cuando  el  censor  degradaba  á  alguno  de  la  dase 
de  senador? ¿Se  dejaba  su  plaza  vacante  hasta  que  se  restableciese  en  otro  censo,  cuando 
ya  hubiese  correjido  su  conducta ,  ó  bien  no  era  permitido  dejar  vacas  las  plazas  de  do- 
tación del  Senado. 

Otra  dificultad  ocurre  combinando  la  teoría  déla  succesion  éntrelos  romanos  con  los 
principios  de  la  institución  senatorial.  Se  sabe  cuan  sagrado  era  en  aquella  república  el 
derecho  de  adopción.  ¿Se  estendia  también  á  la  dignidad  de  senador,  de  modo  que  un 
patricio  adoptando  á  un  plebeyo,  le  hacia  heredero  de  su  dignidad  ?  ¿Quedaba  privado 
de  ella  el  hijo  de  un  senador,  si  era  desheredado  ó  adoptado  en  una  familia  plebc^ra?  Na- 
da sabemos  sobre  estas  cuestiones:  la  única  noticia  que  se  nos  ha  conservado  es  que  los 
hijos  de  los  senadores,  antes  de  sor  recibidos  en  el  Senado,  asistían  &  sus  sesiones  en  ca- 
lidad de  oyentes  y  se  les  encar^raba  el  mas  inviolable  secreto. 

Pero  llegó  en  fin  un  tiempo  en  que  la  composición  del  Senado  sufrió  modificacio- 
nes mas  notables.  En  la  larga  li<l  que  sostuvo  la  plebe  contra  el  cuerpo  patricial  para  qae 
se  la  hiciese  partícipe  de  las  majislraluras  de  la  república,  hubo  una  especie  de  transac- 
ción en  que  los  plebeyos  cedieron  el  nombre  y  los  patricios  el  poder.  Establecióse  que 
no  se  nombrasen  cónsules^  dignidad  que  los  nobles  querianesclusivamento  para  sí,  sino 
tribunos  militares  con  potestad  constdar^  que  fuesen  en  mayor  número  que  dos  (y  tal  vez 
llegaron  hasta  ocho)  y  que  pudiesen  ser  nombrados  los  plebeyos  para  este  destino.  Al 
pricipio  no  lo  consiguieron :  el  pueblo  no  se  atrevía  ú  nombrar  personas  no  acostumbra- 
das al  mando,  hasta  que  las  sujesliones  de  los  tribunos  de  la  plebe  y  el  mérito  reconoci- 
do de  algunos  plebeyos  consiguieron  que  se  les  pusiese  al  frente  de  la  república. 

Ahora  bien  ,  el  nombre  no  hace  al  caso:  los  tribunos  militares  eran  entonces  la  ma- 
jistratura  superior;  pues  ejercían  la  potestad  consular;  por  tanto  convocaban  y  presidian 
el  Senado.  Viéronse,  pues ,  por  necesidad  al  frente  de  esta  corporación  hombres  plebe- 
yos. ¿Eran  tenidos  por  senadores?  ¿Ejercían  esta  autoridad  durante  toda  su  vida?  ¿La 
dejaban  en  herencia  á  sus  hijos?  Parece  que  sí,  al  menos  si  hemos  de  juzgar  por  lo  que 
sucedió  después  cuando  se  abrieron  ú  la  plebe  las  puertas  de  todas  las  majistraturas  en 
la  última  dictadura  de  Camilo. 

Pero  aun  todovia  quedan  otras  cuestiones  no  resueltas.  Claro  es  que  las  dignidades 
de  pretor  urbano,  de  cónsul  y  de  dictador  traían  consigo  como  un  resultado  necesario 
la  entrada  en  el  Senado,  Pero  ¿sucedía  lo  mismo  con  las  preturas  de  provincia ,  la  coes> 
tura  y  la  edilidad  urbana?  Tampoco  lo  sabemos. 

Cuando  después  de  los  tribunados  de  los  Gracos  cesó  el  imperio  de  la  ley,  y  empezó 
el  de  los  procónsules;  cuando  los  senadores  dejaron  de  ser  notados  por  la  censura,  y 


[Í17] 
empelaron  á  ser  degollados  y  proscritos  por  los  ^efes  de  los  partidos,  do  es  tan  impor" 
aote  ni  tan  dificil  saber  lo  que  sucedió.  Mario ,  Sila ,  César  y  Augusto ,  después  de  mu- 
ilada  aquella  indita  corporación  por  medio  de  las  proscripciones,  la  restabiecian  con 
(US  amigos  y  allegados.  Esto  se  concibe  fácilmente.  Lo  arduo  es  dar  una  historia  com- 
pleja y  exacta  de  la  ley  política  de  Roma ,  relativa  á  la  composición  del  Senado.  No  he- 
mos querido  omitir  estas  dudas ,  porque  nada  es  sin  interés  de  cuanto  pertenece  á  una 
insütucion ,  desconocida  en  los  pueblos  de  oríjen  griego ,  y  á  la  cual  debió  el  romano 
la  fisonomía  peculiar,  que  ya  en  mal  ó  ya  en  bien  ,  le  distinguió  entre  los  pueblos  de  la 
lolígüedad. 


ARTICULO  n. 


V 


ENGAMOS  ya  á  una  de  las  materias  mejor  tratadas  en  este  libro ,  á  saber  :  el  oríjen 
de  la  lejislacion  política  de  los  romanos ,  tan  alabada  por  Dionisio  de  Halicarnaso ,  á 
cuyos  ojos  Rómulo  no  fue  solamente  un  héroe ,  sino  un  sabio  y  casi  un  dios.  £1  señor 
de  SiWela  cree  que  la  mayor  parte  de  estos  elojios  y  de  esta  admiración  es  debida  á  los 
etniS(H>s,  pueblo  de  civilización  mas  antigua  que  los  romanos.  cComunicando,  dice«  los 
tascos  y  tirrenos  en  los  siglos  que  precedieron  á  la  fundación  de  Roma  con  los  pue- 
blos mas  sabios  del  Asia  ,  el  África  y  la  Europa ,  el  estado  de  su  civilización  no  era  in- 
ferior al  que  presentan  estos  diferentes  pueblos  en  aquella  época :  si  los  romanos  acu- 
dieroD  á  los  etruscos  para  las  principales  construcciones ,  con  que  adornaron  la  na- 
dante capital  del  mundo  :  si  de  ellos  tomaron  ,  según  Floro ,  las  fasces  y  las  cúrales, 
h  pretesta  y  los^ánulos,  es  decir,  el  orden  gerárquico  de  la  majistratura  y  sus  insig- 
nias :  si  de  ellos  recibieron  los  auspicios  y  agüeros ,  es  decir,  casi  todo  el  fondo  de  su 
relijíon....  ¿por  qué  no  nos  será  permitido ,  como  conforme  á  todas  las  reglas  de  buena 
critica  ,  suponer  que  de  los  mismos  etruscos  recibieron  los  romanos  una  buena  parte  de 
cuanto  en  su  organización  social ,  su  lejislacion  y  su  política  admiramos  con  razón  en 
la  historia  de  los  primeros  tiempos  de  esta  ciudad  famosa?....» 

Esta  reflexión  tiene  para  nosotros  mucha  fuerza  ,  y  no  podemos  dejar  de  mirar  á 
ios  romanos  como  los  alumnos  de  los  etruscos  que  les  fueron  anteriores  en  civilización. 
Eo  cuanto  á  la  organización  política,  la  naturaleza  ha  impreso  un  mismo  tipo  para 
todos  los  pueblos  que  empiezan.  Rty  ,  Magnates  y  Pueblo:  he  aquí  los  tres  elementos 
gaoerales  del  poder  en  todas  las  naciones  al  empezar  su  carrera  política  ;  bien  sea  en 
los  bosques  de  Germania ,  bien  en  los  lagos  del  Mor  te- América  ,  bien  en  los  pensiles 
liei  Asia ,  ó  en  los  arenales  de  la  Arabia.  Esta  es  la  forma  de  gobierno  que  sucede  siem- 
pre á  la  primitiva  y  patriarcal ,  por  la  razón  incontestable  de  ser  la  que  mas  se  le  acerca. 

Esplica  después  el  autor  con  mucha  sagacidad  el  oríjen  del  espíritu  belicoso  de  los 
romanos.  cTan  difícil  ere  que  Rómulo  hiciese  admitir  á  los  hombres  de  quienes  se  ro- 
deó un  despotismo  sin  freno ,  como  imposible  el  que  de  repente  estableciese  entre 
ellos  todas  las  instituciones  y  artes  pacifícas  de  los  etruscos  ,  y  con  ellas  el  principio  de 
prasperídad  de  su  colonia  naciente....  Hombres  cuyo  título  de  adquisición  era  la  fuer- 
la ,  y  que  con  ella  debían  procurarse  mujeres ,  terreno ,  producciones  del  suelo  y  de  la 
industria  :  hombres  que  por  consiguiente  no  podían  menos  de  ser  un  motivo  de  inquie- 
tad continua  para  sus  vecinos,  estaban  reducidos  por  la  necesidad  de  su  situación  ano 
lejar  las  armas  de  la  mano  ,  y  á  formar  una  asociación  guerrera  que  debia  ser  entera- 
nente  exterminada ,  ó  acabar  al  fín  por  dominarlo  todo.» 

Hablando  del  reinado  de  Numa ,  dice :  cet  sabio  autor  del  Espíritu  de  las  leyes  no 
BM  ha  parecido  ni  tan  justo  ni|tan  profundo,  como  lo  es  ordinariamente,  cuando  habían- 
lo de  este  príncipe  se  contenta  con  presentarle  como  muy  á  propósito  para  haber  dejado 
I  Roma  reducida á  una  oscura  mediocridad.  En  mi  entender,  el  reinado  largo  y  pací- 
loo  de  Numa  fue  hasta  necesario  para  que  Roma  dejase  de  ser  y  parecer  un  campo  de 
batalla  ,  una  asociación  pura  de  guerreros  condenada  por  necesidad  á  perecer ;  y  para 
foe  en  las  dulzuras  déla  paz  se  formase  una  generación  nueva,  que  mas  accesible  y 
iiaoejaUe  se  prestase  á  la  feliz  transición  qne  debia  convertir  el  salteador  en  propie- 
arío ,  el  bandido  en  soldado ,  el  hombre  violento  y  brutal  en  subdito  de  la  ley ,  en  ciu» 


[118J 

dadano....  Sin  el  dios  Término  y  la  Buena  íé,  Júpiter  Estator  no  habría  bastado  i  de- 
fender el  capitolio....»  Estas  reflexiones  nos  parecen  muy  exactas:  la  fuerza  aola  no 
crea  naciones,  ni  puede  existir  orden  social  sin  creencias. 

Son  también  muy  atinadas  las  observaciones  del  autor  acerca  de  la  dictadura:  cno 
vio  el  pueblo  ,  dice,  que  el  nombramiento  de  un  majistrado  revestido  de  todos  loa  po- 
deres era  como  la  elección  de  un  rey  absoluto....  ^'o  obstante,  aunque  el  pueblo  loe 
en  el  principio  atraído  artificiosamente  á  lo  que  no  conocia,  como  el  éxito  justificó  lu 
ventajas  de  la  institución ,  puede  con  razón  decirse  que  la  sostuvo  la  esperiencia  de  su 
propia  utilidad;  y  si  bien  por  un  lado  esta  utilidad,  nunca  desmentida  bástalos  últimos 
y  mas  corrompidos  tiempos  de  la  república ,  es  por  decirlo  asi,  una  confesión  ,  un  dato 
testimonio  de  la  insuíiciencia ,  del  peligro  de  los  gobiernos  populares,  también  por  otn 
parte  la  historia  de  los  dictadores,  que  reprimidos  por  la  corta  duración  de  su  majistra- 
tura ,  jamas  abusaron  de  su  ilimitado  poder  ,  prueba  la  necesidad  deque  inslituciooes  y 
leyes  sabias  refrenen  la  facilidad  de  abusar  que  lleva  consigo  un  poder  sin  límites.»  El 
efecto  la  dictudura  fue  siempre  saludable  en  liorna  :  dejó  de  estar  en  práctica  cuando 
cesaron  los  peligros ,  ya  de  los  enemigos  estcriores ,  ya  de  las  discordias  intestinas ;  y 
cuando  estas  volvieron  en  los  tribunados  de  los  (iracos,  no  se  pensó  en  recurrir  á  aquella 
antigua  institución ,  que  ya  hubiera  agravado  el  mal  en  vez  de  correjírio.  Habíanse  per- 
vertido las  costumbres  ;  y  si  se  presentaban  algunos  varones,  muy  raros  á  la  verdad,  á 
los  cuales  pudiera  haberse  confiado  sin  peligro  el  poder  absoluto,  ¿qué  podiao  ean- 
prender  contra  la  dictadura  de  hecho  que  minaba  los  cimientos  de  la  libertad  ronuma,  á 
saber ;  contra  el  proconsulado?  Los  hombres  mas  virtuosos  de  los  últimos  tiempos  de  k 
república,  los  Mételos ,  los  Catones ,  los  Cicerones  nada  podian  contra  la  prepoteack 
de  los  Marios ,  Silas,  Pompeyos  y  Césares,  elevados  succesivamente  al  poder  por  un 
clientela  numerosa  ,  ávida  de  dinero  y  turbulenta.  Va  no  quedaba  ningún  lugar  pan 
la  virtud. 

No  hubo,  pues,  en  aciuellos  aciagos  dias  dictadura  legal :  el  poder  giraba  de  unas 
manos  á  otras  á  merced  de  la  violencia  y  de  la  astucia ,  dejando  en  todo  el  imperio 
sangrientos  vestijios  de  su  ira.  Es  verdad  que  Lucio  Cornelio  Sila  tomó  el  titulo  de  dic- 
tador ;  pero  esta  palabra  nada  anadió  al  poder  de  a(|uel  hombre  que  habia  diezmado 
impunemente  la  república  con  sus  tablas  de  proscripción.  César  tomó  dos  veces  el  mis- 
mo título ,  y  le  gozaba  cuando  fue  asesinado  ;  pero  la  primera  habia  ya  arrojado  á 
Pompeyo  do  Italia,  y  la  segunda  ceñía  los  tristes  laureles  de  Farsalia,  de  Tapso  y  de 
Munda.  Estos  dos  hombres  estraordinarios  adoptaron  un  nombre  que  se  hallaba  consa- 
grado en  los  fastos  de  su  nación ;  pero  no  debieron  á  él ,  como  los  Camilos  y  ios  Fa- 
bios ,  ni  su  poder  ni  su  autoridad. 

Augusto,  mas  cobarde  y  mas  precavido ,  aparentó  respetar  el  ridículo  decreto  que 
dio  el  Senado  después  de  la  muerte  de  César,  aboliendo  la  dictadura,  y  creyendo  necia- 
mente que  se  destruía  la  tiranía  destruyendo  las  letras  con  que  se  escribe  una  palabra. 
El  hijo  adoptivo  de  este  grande  hombre  quería  mandar,  bajo  un  título  desconocido,  á 
los  antiguos  romanos  para  que  se  ignorasen  los  límites  de  su  poder;  y  asi  insistió  ea 
los  dos  nombres  de  principe  y  de  emperador ,  que  hasta  él  no  fueron  mas  que  honorí- 
ficos, y  que  él  convirtió  en  rnajistratura  suprema.  El  de  emperador  ó  general  victorio* 
so  era  conocido  de  las  tropas:  el  de  príncipe,  en  el  Senado.  Asi  reunió  la  fueraa  poli- 
tica  y  la  militar,  sin  que  ni  él  ni  sus  succesores  echasen  nunca  menos  el  titulo  de 
dictador. 

El  Sr.  Silvela  parece  creer  que  el  Senado  nombraba  este  majistrado  y  el  pueblo 
confirmaba  el  nombramiento.  Pero  en  los  tiempos  de  Lucio  Papirio  Cursor  oo  siicedk 
asi.  Según  la  narración  de  Tito  Livio  el  Senado  daba  un  decreto  ó  senatus-consolto , 
por  el  cual  declaraba  que  se  debía  nombrar  dictador :  mas  quien  habia  de  nombrarle 
era  uno  de  los  cónsules ,  bien  (|ue  el  Senado  le  indicaba  oficiosamente  á  quién  gustaría 
que  se  eliji&se.  La  ceremonia  se  hacia  de  noche  y  en  silencio ,  como  para  indicar  el 
de  las  leyes  al  crear  un  poder  tan  estraordinario ,  y  el  cónsul  pronunciaba  el  nombra 
del  elejido  con  la  mayor  solemnidad. 

Es  verdad  que  el  célebre  Quinto  Fabio  Máximo,  cuya  prudente  circunspección  salvó 
á  Roma  después  de  la  rota  del  Trasimeno ,  recibió  del  pueblo  la  dignidad  dictatorial; 
pero  no  en  propiedad.  Tito  Livio  dice  que,  muerto  uno  de  los  cónsules  en  la  batalla^ 


[119] 
estando  ausente  el  otro,  y  no  pudiendo  enviársele  mensajero  ni  carta  por  bailarse  Italia 
ocupada  por  los  ^ércitos  cartajineses ,  y  no  pudiendo  el  pueblo  crear  dictador  ,  se  recurrió 
á  UQ  arbitrio  no  usado  basta  entonces ,  y  fue  que  el  pueblo  creó  por  dictador  á  Quinto 
Fabio  Máximo  ,  y  general  de  la  caballería  á  Quinto  Minucio  Rufo.  Los  dictadores  or* 
dinarios  creaban  eslc  lugarteniente:  was  no  se  permitió  su  nombramiento  á  un  dicta* 
dor  en  comisión;  y  aun  mas  adelante  repartió  el  pueblo  toda  la  autoridad  entre  el  gefe 
y  el  subalterno:  lo  que  no  podria  haber  hecho  con  la  dictadura  cu  propiedad. 

Parece»  pues,  que  al  Senado  tocaba  mandar  por  un  decreto  que  se  nombrase  dictador; 
y  á  uno  de  los  cónsules,  el  que  designase  el  Senado,  clejirle  y  crearle,  sin  mas  limita* 
cíoo  que  la  de  que  hubiese  de  ser  varón  consular,  ó  que  hubiese  ejercido  el  consulado: 
que  el  dictador  asi  creado  nombraba  su  lugarteniente  con  el  titulo  de  general  de  la 
caballería;  y  que  su  autoridad  no  reconocia  otros  limites  sino  el  de  no  poder  salir  de 
Italia  y  no  tener  mas  que  seis  meses  de  duración. 


ARTICULO  IIL 


El 


iL  Sr.  Silvela  cita  la  tercer  dictadura  de  Mamerco  el  año  de  529  de  Roma,  como  he- 
cha por  el  pueblo,  en  satisfacción  de  la  injuria  que  habia  sufrido  de  los  censores,  de- 
gradándole poco  antes  hasta  la  clase  de  erario.  Es  verdad  que  en  aquella  ocasión  el  pue- 
blo pidió  á  gritos  la  dictadura  indignado  contra  los  tribunos  militares  con  potestad 
consular,  derrotados  por  los  veyentinos  á  causade  la  desunión  que  habia  entre  ellos. 
Es  muy  verosímil  que  los  romanos  designasen  por  dictador  á  Mamerco  ,  el  mas  escla- 
recido guerrero  que  tenia  entonces  la  república ;  pero  era  tan  grande  en  Roma  el  res- 
peto á  la  parte  ceremanial'  de  las  leyes,  que  no  se  atrevieron  á  nombrarle  por  no  haber 
cdmules  aquel  año ,  basta  que  los  augures  decidieron  que  podia  ser  nombrado  el  dicta- 
dor por  tribuno  militar.  Aulo  Cornelio  Coso ,  tribuno  á  quien  habia  tocado  el  gobierno 
de  la  ciudad,  fue  quien  nombró  á  Mamerco. 

Refiriendo  la  muerte  de  Tiberio  Graco,  primer  triunfo  sangriento,  primer  victima 
de  la  violencia  brutal  en  las  disensiones  civiles  de  que  fue  teatro  Roma ,  espone  los  pa- 
sos por  donde  esta  repoblica  ,  corrompida  por  la  victoria  y  la  opulencia ,  pasó  de  la 
primera  aristocracia  esclusiva  á  la  del  mérito  y  de  los  servicios,  y  malogró  esta  reforma 
con  la  perversidad  de  las  costumbres.  Comparando  una  nobleza  con  otra  dice :  cá  una 
nobleza  virtuosa  succedió  una  nobleza  rica  que  empezó  á  defenderse  de  diferente  modo. 
La  primera  oponía  sus  virtudes  y  se  defendía  por  el  respeto :  la  segunda  corrompió  con 
su  oro ,  armó  el  pueblo  contra  el  pueblo  y  comenzó  á  querer  suplir  con  el  terror  aque- 
lla augusta  consideración  que  poco  á  poco  iba  dejando  de  inspirar. » 

Tiene  mucha  razón  el  Sr.  Silvela  en  mirar  la  guerra  social  como  una  Calta  de  polí- 
tica y  de  justicia  en  el  Senado  de  Roma.  Los  campanos,  samnites ,  marsos,  daunos  y 
ápulos  peleaban  al  lado  de  las  lejioncs  romanas  en  todos  los  campos  de  batalla  adonde 
los  llevaba  la  política  y  la  ambición  de  los  dominadores  del  Tiber.  ¿Con  qué  apariencia 
de  justicia  se  negaba  el  derecho  de  ciudadanía  en  Roma  á  los  que  contribuían  tanto 
como  los  romanos  mismos ,  ó  quizá  mas ,  al  engrandecimiento  del  imperio?  Y  ¿podia 
ser  conveniente  á  los  intereses  del  Senado  una  guerra  en  que  toda  la  sangre  que  se  der- 
ramase habia  de  pertenecer  á  la  república  ?  ¿  Y  cuál  era  el  delito  de  aquellos  pueblos 
sino  el  deseo  de  ligar  su  suerte  á  la  de  Roma  con  mas  intimidad?  ¿Qué  daño  podían 
hacer  desterrados ,  por  decirlo  asi ,  á  las  últimas  tribus  de  ciudadanos?  Roma  les  con- 
cedería muy  poca  intervención  política  en  su  gobierno ;  y  sin  detrimento  del  imperio 
ganaban  ellos  mucho  con  las  prerogativas  y  los  derechos  civiles  inherentes  al  título  de 
ciudadano  romano. 

Acaso  no  ha  habido  en  los  anales  sangrientos  de  la  historia  ejemplo  de  guerra  seme- 
jante, emprendida  no  con  el  objeto  de  conquistar  ó  de  defenderse,  sino  de  perder  la 
independencia  propia  por  pertenecer  á  una  nación  estraña.  £sta  reflexión  daba  nuevas 
líiarzas  á  la  solicitud  de  los  aliados ,  y  parecía  justificarla  aun  á  los  ojos  de  los  mismos 
romanos*  Asi  es  que  fue  emprendida  con  disgusto  del  pueblo ,  continuada  sin  tesón  y 
concluida  apenas  se  hallaron  medios  decorosos  para  hacer  la  paz  con  cada  uno  de  los 


[1  20J 
pueblos,  á  quienes  se  concedió  separadamente  el  derecho  por  que  auhelabao.  Esta  fue 
la  primer  guerra  en  que  el  Senado  romano  cedió  en  la  realidad,  aunque  dictó  al  pare- 
cer las  condiciones  del  tratado.  Fue  también  muy  infausta  porque  en  ella  se  ensayaros 
los  guerreros  de  Italia  á  verter  sangre  de  sus  amigos  y  allegados  en  los  campos  de  ba- 
talla. No  tardaron  en  derramar  la  de  sus  conciudadanos  y  parientes. 

Acomoda  examinar  si  el  Senado  se  dejó  guiar  por  algún  principio  político  para  ne- 
garse á  la  ostensión  del  derecho  de  ciudadanía ,  ó  solo  por  una  oposicioa  ciega  y  de 
instinto  á  las  pretcnsiones  de  los  tribunos  déla  plebe,  que  desde  Cayo  Sempronio  Graco 
no  habian  cesado  de  prometer  aquel  derecho  á  los  pueblos  de  Italia ,  y  aun  de  conce- 
derlo á  los  que  podian.  El  objeto  de  los  tribunos  era  evidentemente  aumentar  en  los  co- 
micios las  masas  populares  sometidas  á  su  influencia.  Pero  los  senadores  mas  perspica- 
ces que  ellos,  mas  desapasionados  y  sobre  todo  mas  prudentes,  pudieron  conocer  que 
estendiendo  el  territorio  de  la  república,  y  aumentando  con  tanta  amplitud  el  número 
de  ciudadanos,  era  imposible  conservar  el  réjimen  republicano. 

La  constitución  del  mundo  civilizado  era  antónces  como  sigue.  El  imperio  romano, 
esto  es ,  el  mando  y  dominio  de  los  romanos  se  estendia  desde  la  embocadura  del  Tajo 
hasta  el  Tauro ,  y  desde  los  Alpes  hasta  el  desierto  de  Libia;  pero  la  república  romana, 
esto  es,  la  congregación  de  los  señores  del  orbe  estaba  limitada  con  pocas  escepciooes 
al  territorio  de  Roma.  Asi  es  que  las  formas  de  su  gobierno  podian  conservarse  repu- 
blicanas mientras  durase  este  orden  de  cosas.  J^os  demás  pueblos  sometidos  con  el  títu- 
lo de  aliados  eran  independientes  en  cuanto  á  su  ri\jimen  interior.  Pero  estendiendo  á 
Italia  el  derecho  de  ciudadanía  (el  cual ,  según  era  fácil  de  prever  y  según  sucedió,  no 
tardaría  en  propagarse  á  toda  la  ostensión  del  imperio),  ya  era  imposible ,  alteradas  las 
relaciones  del  mundo  con  su  capital ,  gobernarlo  desde  ella  sin  concentrar  el  poder  ea 
una  sola  mano.  La  república  podia  con  sus  ejércitos  contener  en  la  dependencia  A  los 
pueblos  inferiores  en  fuerzas  y  en  derechos;  mas  no  podia  gobernar  á  sus  iguales.  Ahora 
bien,  el  Senado  romano  no  quería  que  la  república  se  convirtiese  en  monarquía,  pri- 
mero; porque  él  mismo  con  esta  mutación  se  convertiría  de  cuerpo  soberano  que  era 
en  un  simple  consejo  de  estado :  segundo,  porque  las  aristocracias  conservan  con  mai 
firmeza  que  las  democracias  el  principio  de  libertad ,  que  para  ellas  lo  es  también,  do 
dignidad,  de  poder  y  de  gloria. 

No  creemos  tampoco  que  los  Gracos ,  los  Saturninos  y  demás  tribunos  que  lanzaron 
la  tea  incendiaria  en  los  pueblos  aliados  de  la  república,  quisiesen  el  gobierno  militart 
único  concentrado  que  era  posible  en  Roma.  Solo  decimos  que  estos  tribunos  acalora- 
dos, deseosos  de  adquirir  prosélitos,  no  previeron  que  solicitaban  adquirirlos  á  cosía 
de  la  libertad  de  su  patria  ;  pues  nadie  ignora  (|ue  la  ostensión  del  derecho  de  ciudada- 
nía fue  una  de  las  causas  que  aceleraron  la  época  de  la  esclavitud.  El  Senado  vio  mai 
lejos  que  los  majistrados  populares ;  mas  no  le  valió,  porque  ya  estaba  escrito  en  el  li- 
bro del  destino  y  en  el  de  la  razón  que  era  imposible  que  permaneciese  libre  una  na- 
ción conquistadora  y  corrompida.  La  di'predacion  del  mundo  debia  ser  espiada  coala 
sangre  y  por  la  mani>  de  los  mismos  depredadores. 

Concluiremos  nuestras  observaciones  acerca  de  esta  obra,  llamando  la  atención  so- 
bre el  juicio  que  forma  el  Sr.  Silvela  del  sanguinario  Sila ,  juicio  exactísimo  y  digno 
de  un  alma  poseída  de  la  mas  justa  indignación  al  contemplar  las  atrocidades  de  aquel 
monstruo.  Sin  embargo ,  no  nos  parece  igualmente  justa  su  opinión  acerca  del  autor 
del  Espirita  délas  (eijrs^  que  atribuyó  á  aquel  celebre  dictador  miras  políticas*  En  nues- 
tro entender  las  tuvo,  y  no  podia  dejar  de  tenerlas  un  hombre  de  su  temple  y  de  su  ca- 
pacidad militar  y  política,  bien  que  erróneas ,  como  son  todas  las  de  todos  los  que  on- 
plean  la  proscripción  como  medio  de  gobierno.  Mas  diremos  en  favor  de  nuestro  autor: 
nosotros  creemos  que  Sila  se  ocultaba  á  sí  mismo  la  atrocidad  de  su  instinto  sanguina» 
rio  ,  que  era  el  verdadero  móvil  de  sus  acciones ,  con  la  idea ,  falsa  sin  duda,  de  que 
hacia  un  bien  á  la  república.  Mas  no  puede  negarso  que  su  objeto  constante  fue  acabar 
con  el  espíritu  sedicioso  de  los  tribunos  de  la  plebe,  miserables  ajentes  en  aquella  época 
de  cuantos  aspiraban  al  poder  por  medio  de  los  trastornos,  y  concentrar  toda  la  auto* 
ridad  pública  en  e!  Senado.  El  mas  cruel  de  los  tiranos  abdicó  la  tiranía  cuando  ereué 
haber  conseguido  su  fin.  Décimos  creyó  porque  no  lo  consiguió  en  la  realidad,  por  la 
razón  sencillísima  de  que  eran  ya  incompatibles  en  Roma  el  orden  y  la  república. 


[121] 
La  obra  qiio  hemos  an.ilizado  nos  parece  muy  recomendable ,  tanto  por  ser  orijinal 
«española  y  estar  bien  escrita,  como  porque  es  en  la  que  á  nuestro  parecer  se  desen- 
vuelven con  mas  Gii>so(ía  las  diferentes  frases  de  la  república  dominadora  del  mundo. 


T!M[E)l!)©©[l@I^J 


DE  LA 


BZS70RIA.  BS  ZaA  HSTOZaTTOZOXr  7HiLXr0333A, 

l)e(i)a  por  El*  Sebastian  illiñano. 


l^A  revolución  francesa  es  uno  de  aquellos  sucesos  que  bacen  vivir  á  las  naciones  mu- 
chos siglos  en  pocos  años.  La  velocidad  con  que  se  succedieron  las  fases  y  escenas  de  es- 
te gran  drama :  el  movimiento  perpetuo  de  las  pasiones  políticas  que  ajitaron  el  mundo 
desde  el  foco  de  la  civilización:  las  situaciones  estraordinarias  é  imprevistas:  poderes 
colosales,  levantados  y  caídos  en  breve  tiempo t  ejemplos  de  magnanimidad ,  de  peque- 
nez y  bajeza,  de  sublimes  virtudes,  de  horrendas  liíaldades:  la  mas  completa  versatili-r 
dad  en  las  ideas :  la  mas  terrible  división  en  los  ánimos  y  en  los  intereses:  el  caos  en  el 
mundo  intelectual,  en  el  moral  y  en  el  político  :  en  fin,  cuanto  apenas  se  podria  ver  en 
los  anales  sangrientos  de  la  historia  anticua  y  moderna  se  halla  reunido  en  la  de  algu- 
nos años  que  duró  la  revolución. 

La  historia  de  M.  Thíers  tiene  ya  una  celebridad  europea  bien  merecida.  Ademas 
del  estilo  animado  y  nervioso  con  que  está  escrita ,  manifiesta  en  su  autor  el  estadista 
]irofundo  que  sabe  reconocer  la  causa  y  filiación  de  los  sucesos,  los  intereses,  aciertos 
y  errores  de  los  partidos,  y  el  carácter  |K)IíIíco  que  cada  época  grabó  en  los  hombres  que 
dominaron  en  ella;  porque  aun  el  mismo  Bonaparte  fue  esclavo  de  los  acontecimientos 
mismos  que  parecía  dirijir.  En  la  revolución  francesa  los  hombres  fueron  muy  pocos: 
las  cosas  lo  hicieron  todo.  Era  imposible  en  1792  que  el  poder  dejase  de  caer  en  un  de- 
mócrata exajerado  y  sanguinario,  asi  como  en  1799  nadie  podia  mandar  sino  un  guer- 
rero hábil  y  afortunado. 

Decir  que  el  magnífico  cuadro  formado  por  M.  Thíers  es  de  grande  utilidad  á  las 
naciones  y  á  los  gobiernos  seria  decir  una  cosa  harto  trivial.  Los  documentos  que  pre- 
senta son  admirables  para  conocer  el  manejo  de  los  partidos,  el  efecto  de  las  pasiones 
políticas:  la  hipocresía  con  que  se  afectan  doctrinas  para  conseguir  intereses:  la  facili- 
dad en  exajerar  las  ideas  mas  útiles  y  justas;  y  el  poder  májicodeias  palabras  que  sir- 
ven de  bandera  á  la  multitud,  aunque  cada  uno  de  los  que  las  proclaman  las  entienda 
de  diferente  modo. 

Pero  no  es  tan  trivial  decir  auo  el  cuadro  de  la  revolución  se  ha  presentado  mas 
bieo  para  escarmiento  que  para  imitación,  mucho  mas  cuando  creemos  haber  reconoci- 
do en  algunos  hombres  influyentes  de  las  revoluciones  de  otros  países  cierta  tendencia 
que  tenemos  por  ridicula ,  á  parodiar  cuanto  se  hizo  en  la  francesa.  Cualquiera  que  lea 
con  atención  la  obra  de  M.  Thíers  reconocerá  fácilmente  que  la  revolución  se  estravió 
rati  desde  sus  mismos  principios.  Sea  la  culpa  de  quien  fueie,  esto  no  debe  ser  imitado^ 
Todo  el  que  evoca  las  pasiones  populares  sera  víctima  de  ellas,  y  no  solo  él  sino  tam- 
bién la  patria.  Pero  hay  otra  razón  mas  para  que  no  se  admita  en  revoluciones  el 
príóeipi«)  de  imitación.  Cada  pueblo  tiene  diferente  espíritu  ,  diferentes  ideas ,  diversa 

IG 


posición.  V  asi,  aun  cuando  nada  hubiese  reprensible  en  la  revolución  francesa^  no  pii« 
dieran  ser  aplicables  sus  pasos  á  los  que  diese  en  otra  nación.  Por  ejemplo ,  la  aristo- 
cracia de  aquel  pais  en  el  anticuo  réjitnen  tenia  poder  político  sin  prendas  para  go* 
bernar;  tenia  orgullo  sin  las  cualidades  que  pudieran  disculparlo.  La  revolución  la  echó 
por  tierra.  ¿  Deberá  hacerse  lo  mismo  en  otro  pais  donde  la  aristocracia,  sin  alríbiirio- 
nes  políticas,  sin  derechos  feudales,  sin  ofender  ü  nadie  con  su  altivez  ha  sido  la  pri- 
mera en  saludar  el  estandarte  de  la  libertad?  No  lo  creemos. 

Apenas  comenzó  la  revolución  de  Francia  comenzaron  también  las  empresas  para 
escribir  su  historia.  Los  mas  conocidos  de  estos  frutos  verdaderamente  prenialuros  son 
la  obra  de  Fantin  (fes  Odoavdn  y  la  de  Los  dos  amujos  de  la  librrlnd,  Pero  era  necesaria 
una  previsiof. ,  superior  d  la  humana  para  dar  á  los  sucesos  coetáneos  su  verdadero 
valor  y  alcance ,  y  mas  cuando  en  aquellos  tiempos  de  tiranía  democrática  se  gnanla- 
ria  bien  un  escritor  pi'iblico  de  no  manifestarse  succesi  va  mente  poseído  de  las  pa- 
siones que  dominaban  en  las  diferentes  épocas.  M.  Thiers  describió  la  revolución  cuan- 
do ya  estaba  concluida,  á  lo  menos  en  su  efecto  mas  notable,  que  fue  la  efervescencia 
de  las  pasiones  populares.  La  revolución  francesa  terminó  en  Honaparte,  asi  como  la 
de  Inglaterra  en  Oomwell.  1^  describió  sin  pasión  de  ningima  especie,  con  la  impar- 
cialidad propia  de  un  filósofo ,  y  con  la  s«in:acidad  de  un  hombre  de  c&tado  que  sabe 
mirar  los  sucesos  desde  un  punto  de  vista  írencral. 

Poco  tenemos  que  decir  acerca  cíela  Traduecion  anunciada  en  el  Tiempo  del  5 de  Mayo 
de  I8i0.  El  Sr.  Miuano  ha  dado  ya  prm*bas  en  varios  de  sus  escritos,  de  estilo  fácil,  cor- 
recto y  puro  ;  sus  relaciones  con  el  ilustre  autor  de  la  obra  orijinal  le  permitirán  ea-' 
riquecerla  con  notas,  asi  biográficas  como  políticas,  (|ue  suban  de  punto  el  interés  de 
la  traducción  ,  mucho  mas  cuando  á  ella  se  añadan  las  de  las  Historias  del  consulado  y 
del  imperio  del  mismo  autor,  que  no  tardarán  en  ver  la  luz  pública. 

Las  noUis  políticas  han  de  recaer  sobre  el  espíritu  mismo  de  la  obra ;  y  con  ellas 
puede  el  traductor  ser  muy  ii(il  á  sus  conciudadanos,  mostrándoles  \os*  verdaderos  prin- 
cipios de  la  liberta  1  política,  compatible  con  el  orden,  cuya  ignorancia  dio  uiolivu  á  la 
tendencia  lamentable  y  anárquica  que  tomó  la  revolución  francesa ,  y  que  lomarán  to- 
das las  rev(duciones  poliliva$  cuando  se  conviertan  en  socialfs. 

Las  notas  biográíicas  tienen  üiuibien  un  interés  de  primer  orden  bajo  el  aspecto 
moral.  En  ellas  podrá  verse  de  qué  manera  las  pasiones  políticas  alteran  el  carácter  de 
los  hombres. /Quién ,  por  ejemplo,  podría  adivinar  antes  del  hecho  que  Danton,  ins- 
truido, de  condición  suave,  amable,  y  bien  admitido  en  la  sociedad  culta ,  sería  el  au- 
t:)r  de  los  horribles  asesinatos,  conocidos  con  el  nombre  áe  seplembrizacioneil  ¿Oque 
r:)naparte,  exaltado  patriota  y  mal  visto  después  del  Termidor,  por  sus  relaciones 
con  el  hermano  de  Kobespierre,  hubiese  de  ser  algún  dia  el  restaurador  de  las  insli* 
tuciones  monán|uicas  en  Francia  ? 

Xoses  permitido,  pues,  (|(ie  esperemos  en  la  traducción  anunciada  una  obra  útil 
é  interesante  ^n  todos  tiempos ;  pero  mucho  mas  en  las  circunstancias  actuales  de 
nuestra  patria  y  cuando  tanüi  necesida  1  tenemos  de  las  lecciones  de  la  historia.  Noso- 
tros nos  proponemos  estudiarla  tomo  á  lomo,  y  dar  cuenta  á  nuestros  lectores  de  las 
ideas  que  nos  sujiera  su  estudio. 

TRATADO  DEL  DERECHO  PENAL, 

por  jfM.  HosHÍ  f  iradiiciflo  ni  castelíiuio  ¡H^r  n.  Caye^ 
iano  Coriesm  Tomo.  M.—JMadriit^  ÉSaO. 


AUTÍCLXO  L 


[123] 

análisis.  Una  cadena  de  verdades,  en  las  cuales  no  se  equivocan  los  colóranos  como 

Erincípíos,  ni  las  aplicaciones  accidentales  como  objeto  primario  de  los  sentimientos, 
aren  de  este  precioso  libro  una  de  las  producciones  mas  importantes  de  la  t^poca 
actual. 

Antecédele  una  introducción  en  que  se  refiere  el  oríjen  y  las  diversas  vicisitudes 
del  derecho  penal:  describe  el  estado  en  que  se  halla  en  el  dia,  lo  que  le  falta  para 
su  perfección,  los  obstáculos  que  se  oponen  á  ella  y  los  medios  de  removerlos. 

Después  de  describir  rápidamente  la  influencia  política  y  moral  que  ejerce  en  los 
pueblos  la  administración  de  justicia,  esta}>le(^e  como  primer  principio  que  todo  sis- 
U*ma  penal  debe  tener  por  objeto  la  conservación  del  orden  mct^al  entre  los  hombres; 
¡Mirque  este  orden  es  el  primero  y  lUtimo  fín  de  todas'las  instituciones  políticas  y  so- 
ciales; está  grabado  en  los  sentimientos  universales  de  la  humanidad  ,  y  es  conforme 
á  las  nociones  que  tenemos  de  la  Providencia  divina  ,  ya  por  la  razón  natural,  ya  por 
la  revelación.  Por  consiguiente,  toda  teoría  penal  que  sé  funde  sobre  la  xüilidad  pública 
ó  privada,  sobre  el  cálculo  mal  ó  bien  he<'ho  de  intereses ,  de  placeres  y  de  dolores,  es 
necesariamente  manca  é  imperfecta,  v  puede  conducir,  y  ha  conducido  efectivamente 
á  errores  lamentables.  A  la  \erdad  ,  fa  justicia  es  útil  á  los  hombres  ;  pero  no  es  jus- 
ticia jiorque  es  útil,  sino  es  útil  porque  conserva  el  orden  moral,  porque  obedece  A 
las  relaciones  inmutables  del  mundo  intelectual.  No  tomemos  como  principio  lo  que 
solo  es* consecuencia.  La' civilización  material  con  sus  intereses  y  comodidades  no  es 
un  fin ;  es  solamente  un  medio  para  perfeccionar  la  existencia  moral  del  hombre. 

liescribe  después  las  relaciones  del  sistema  penal  con  la  civilización  de  los  pue- 
blos, y  bosqueja  filosóficamente  los  diferentes  caracteres  que  ha  tenido  en  las  dife- 
rentes (apocas  v  diversos  grados  de  cultura.  En  la  infancia  de  las  sociedades ,  dice, 
casi  se  confun(fc  el  derecho  de  castigar  con  el  derecho  de  defen$a  personal ,  que  es 
esencialmente  individual,  transitorio  y  bestial  en  su  acción.  La  venganza  se  mezcla 
también  con  la  penalidad  en  estas  épocas 

Pero  en  el  segundo  grado  de  la  civilización  cuando  empiezan  á  desvanecerse  los 
sentimientos  y  pasiones  personales  y  á  establecerse  ideas  de  orden  público^  el  carác- 
ter dominante  de  la  justicia  fue  la  reparación ,  no  la  espiacion  :  tratóse  prin(ipaU 
mente  de  satisfacer  á  la  parte  agraviada.  De  aquí  el  sistema  de  las  composiciones  por 
dinero ,  según  el  cual  se  valúan  aritméticamente  las  ofensas  hechas  á  los  sentimien- 
tos mas  dulces  ó  la  satisfacción  de  los  mas  enérjicos  y  peligrosos  del  corazón  huma- 
no. Pero  á  lo  menos  era  conocido  el  gran  principio  de  (pie  la  adminislracion  de  la 
justicia  pertenece  al  poder  social. 

Ix»s  progresos  de  la  civilización  hi<*ieron  conocer  la  necesidad  de  conservar  la 
tranquilidad  pública,  que  es  la  condición  necesaria  de  todos  los  bienes  que  goza  la 
sociedad.  Entonces  se  miraron  los  delitos,  y  señaladamente  los  políticos,  como  otros 
tantos  atentados  mas  ó  menos  graves  del  individuo  contra  la  comunidad.  Esta  idea 
rompió  necesariamente  la  relación  natural  entre  ( 1  delito  y  la  pena  ;  porque  el  de- 
lincuente, considerado  como  enemigo  de  todos,  oprimido  |)or  la  ira  universal ,  por 
el  temor  de  que  uuedasen  impunes  los  alentados  contra  la  seguridad  común  ,  por  la 
necesidad  del  sosiego  y  por  el  espíritu  de  venganza,  no  fue  á  los  ojos  del  lejislador 
un  hombre  aue  debia  espiar  su  maldad,  .sino  una  víctima  que  habia  de -sacrificarse 
para  escarmiento  de  los  demás.  Era  preciso  defender  la  sociedad  ,  y  no  se  creyó  in- 
útil ninguna  precaución  que  contribuyese  á  hacer  mas  segura  la  defensa.  En  esta 
época  fue,  pues,  la  ley  pena  cruel  y  caprichosa;  confundió  el  delito  con  el  pecado; 
anadió  á  la  crueldad  de  los  castigos  formas  ridiculas;  creó  delitos  imajinarios;  so 
complació  en  los  suplicios ;  atormentada  con  la  insuficiencia  de  los  medios  que  tienen 
los  hombres  para  descubrir  el  delito,  llamó  al  cielo  en  su  socorro,  é  inventó  el  duelo» 
Im  juicios  de  JJíom  y  el  tormento. 

«A  nosotros,  dice  Mr.  Uossi ,  que  vivimos  en  el  seno  de  una  civilización  mas 
adelantada  y  profundamente  progresiva,  nos  es  fácil  condenar  desdeñosamente  estos 
actos  de  una  justicia  penal  inculta  v  semibárbara  todavía.»  Pero  al  mismo  tiempo 
añade  que  en  vez  de  hacer  la  crílfca  del  derecho  penal  de  la  edad  media,  debería- 
mos aplicarnos  á  correjir  el  de  nuestros  días,  en  el  cual  hay  muchas  cosas  que  las 
luces  uel  siglo  no  pueden  tolerar.  Con  este  motivo  entra  en  el  examen  de  la  lejislacion 


[114J 
las  Corles  de  que  damos  cuenta  en  este  articulo ,  privó  de  fuerza  legal  á  los  contratos 
de  deudas  de  los  judíos  contra  los  cristianos.  Nosotros  consideramos  como  efecto  de 
esta  ley  absurda  la  efervescencia  del  odio  contra  aquella  infeliz  nación ,  que  se  mani- 
festó en  los  siglos  XIV  y  XV  en  sediciones,   tumultos  y  matanzas. 

£n  efecto  ,  aquella  ley  no  impidió  que  los  judíos  fuesen  ricos  ;  pues  el  mismo  £o* 
rique  que  les  prohibió  ser  mayordomos  de  los  grandes  señores,  los  conservó  en  la  ad- 
ministración de  las  rentas  reales  ,  y  ademas  no  podían  quitárseles  los  beneficios  que 
reportaban  del  comercio.  Nada,  pues,  perdieron  de  su  opulencia;  pero  no  fueron  ya 
prestamistas,  porque  mal  se  atreverían  á  prestar  sin  la  garantía  del-  pago,  que  la  lej 
les  había  quitado.  £1  pueblo  miserable  ,  fanático  ,  y  que  hasta  entonces  los  habia  to- 
lerado ,  porque  encontraba  en  ellos  auxilio  para  sus  necesidades  ,  comparaba  sa  pro- 
pia miseria  con  la  riqueza  que  suponía  ,  y  no  sin  razón,  en  una  raza  C(»ntraria  ademas 
por  su  creencia  relijiosa.  Empezó  á  escandecerse  contra  ella.  A  los  homicidios  parti- 
culares ,  que  debieron  hacerse  mas  comunes  después  de  suprimida  en  estas  Cortes  la 
garantía  del  omesUlo^  succcdieron  los  degüellos  en  masa  y  los  saqueos  de  las  juderías  eo 
las  grandes  ciudades,  y  llegó  el  furor  á  tal  estremo,  que  los  reyes  católicos  D.  Fernando 
y  Dona  Isabel ,  monarcas  iirmes ,  pero  prudentes,  no  hallaron  otro  remedio  al  espíritu 
de  sedición  que  tomaba  por  motivo  ó  por  pretesto  á  los  judíos,  que  cspelerlos  del  reino. 

Nosotros  observamos  que  en  los  tiempos  anteriores  á  la  ley  de  Enrique  II ,  los  cas* 
tellanos ,  •  sin  ser  menos  fanáticos,  sin  despreciar  ni  odiar  menos  á  los  judíos  como 
enemigos  de  la  relijion,  nunca  sin  embargo  los  persiguieron  ni  les  hicieron  mal:  anlei 
hien  vivían  con  ellos  en  buena  armonía.  Deben,  pues,  atribuirse  el  furor  y  los  desór- 
denes posteriores  á  la  ley  que  rompió  el  único  vinculo  social  entre  cristianos  ó  israe- 
litas, á  saber  :  el  auxilio  que  recibían  los  primeros  de  los  segundos  por  medio  de  los 
préstamos. 

La  petición  III  do  estas  Cortes  revela  una  costumbre  tan  eslraordinarla  como  in- 
justa. Los  bienes  de  los  deudores  de  la  corona,  después  de  apreciados ,  so  vendían  á 
las  personas  pudientes  que  el  rey  nombraba  ,  y  que  no  podían  cscusarse  de  comprar- 
los. Las  Cortes  piden  que  cese  esta  arbitrariedad  y  que  se  vendan  á  pública  subasta. 
D.  Enríque  accedió  á  esto  ,  pero  añadió  que  en  caso  de  no  hallarse  comprador  voluo- 
tarío  que  diese  el  precio  conveniente,  se  obligase  á  comprarlos  á  los  mas  ricos  éaboñoé» 
del  pueblo. 

Ilízo.se  también  rebaja  á  las  deudas  del  pan  del  año  anterior  que  habia  sido  escasi* 
simo,  tanto  que  en  él  se  habia  obligado  al  deudor  de  una  carga  de  pan  á  pagar  por 
ella  seis  cargas.  £1  rey  mandó  que  estas  deudas  se  pagasen  en  dinero  al  precio  que  Ke^ 
nía  el  pan  cuando  se  contrajeron. 

Las  leyes  de  la  petición  V  y  VI  son  mas  justas.  La  primera  manda  que  los  merinos 
no  persigan  sino  en  virtud  de  querella  ó  en  los  casos  infragranti.  Por  la  VI  prometed 
rey  solicitar  del  Papa  que  no  nombre  para  los  beneficios  del  reino  eclesiásticos  estraa- 
jeros.  La  ley  de  sacas  de  In  petición  \ll  adolece  de  los  vicios  comunes  á  todas  las  de 
su  especie.  La  mas  importante  y  justa  de  cuantas  se  hiciron  en  estas  Cortes  es  la  de  la 
petición  XIII.  £1  rey  toma  bajo  su  protección  á  todos  los  vasallos  de  los  señorea  que 
apelen  á  su  tribunal.  Este  derecho  de  apelación  ha  existido  siempre  en  España ,  y  que- 
rían barrenarle  los  nuevos  agraciados  por  las  célebres  mercedes  enríqueñas,  maliraUm- 
do  á  los  apelantes. 


[115] 

COMPENDIO 

DE  LA 


IHIASTA  L@a  TDEff^JO!F>@@  ©H  A(i!)@iy)§T@ 


por  W.  iHanuel  Sitoela^ — £ír^  ^éj^. 


ARTÍCULO  I. 


Bsi 


»TA  obra  fue  escrita  por  un  español  iastruido,  á  quien  las  tempestades  políticas  de 
loestra  patria  arrojaron  á  países  estranjeros,  y  fue  escrita  en  una  época  en.  que  ya  po- 
lia  juzgarse  con  imparcialidad  el  pueblo  y  la  república  de  Roma.  En  el  primer  tercio 
leí  siglo  XIX  no  eran  ya  de  moda  ni  las  ridiculas  declamaciones  de  Mercier  contra  el 
tspirita  dominador  de  la  ciudad  del  Tiber ,  ni  la  manía  de  tomarla  asi  á  ella  como  á 
Atenas  por  modelos  de  los  gobiernos  libres ;  manía  que  produjo  el  bermoso  verso  de 

in  poeta  francés  del  tiempo  de  la  revolución: 

* 

¿Qui  me  delivrera  des  grecs  et  des  romains? 
Salgamos  ya  de  griegos  y  romanos. 

Los  progresos  del  espíritu  filosófico  y  el  estudio  de  la  historia,  emprendido  en  nues- 
ro6  días  sin  pasiones,  han  enseñado  que  no  era  muy  de  envidiar,  y  sobretodo,  que  no 
s  aplicable  en  nuestras  sociedades  modernas  la  libertad  de  que  se  gozaba  en  las  anti- 
:üas  repúblicas ,  y  que  si  Roma  conquistó  el  mundo,  este  resultado  fue  producido  por 
a  necesidad  y  no  por  la  elección. 

El  Sr.  Sil  vela  se  bailaba,  pues,  en  situación  de  juzgar  mejor  que  los  compendiadores 
le  la  historia  romana  que  le  babian  antecedida;  y  asi,  su  obra  es  mejor  en  nuestro  en- 
ender  que  las  que  hasta  ahora  poseíamos  de  la  misma  clase;  y  creemos  que  tiene  mucha 
azon  cuando  dice  en  el  prólogo  :  «  me  queda  la  convicción  íntima  de  que  son  peores 
mantos  (libros)  conozco  en  su  género.» 

Es  obra  orijinal  de  un  español ,  aunque  impresa  en  pais  estr^njero ,  y  asi  debe  recia- 
narla  nuestra  literatura.  Es  Casi  desconocida  en  nuestra  patria :  por  eso  nos  creemos  en 
a  obligación  de  dar  cuenta  de  ella  y  del  resultado  de  nuestro  examen  y  estudio.  No  es 
in  compendio  como  el  de  Goldsmith  :  tampoco  es  una  historia :  es  mas  bien  un  tratado 
obre  la  historia  romana ,  y  estamos  seguros  que  después  de  leido  y  estudiado  se  leerán 
r  estudiarán  con  mucho  fruto  los  historiadores  romanos. 

Empecemos  por  un  punto  que  el  Sr.  Siivela  examina  con  suma  sagacidad,  y  es  el 
le  la  potencia  lejislativa  del  pueblo  romano.  Todos  c(»nvienen  en  que  la  ciudad,  reuní- 
la  en  comicios,  ejercía  el  poder  lejislatívo ;  pero  el  autor  cree  con  la  autoridad  de  Dio- 
liaio  de  Uaiicaroaso  y  de  Livio  que  su  facultad  en  esta  parte  no  fue  omnímoda  y  abso- 
uta  basta  la  ley  del  dictador  Publilio  Filón  ,  por  la  cual  se  hicieron  los  plebiscitos  obli- 
pitorios  para  todas  las  clases  del  estado.  Dice,  pues,  que  antes  de  esta  ley  los  plebisci- 
oft  no  obligaron  á  los  senadores,  y  que  en  los  primeros  tiempos  de  la  monarquía>y  de 
a  república  el  Senado  sancionaba  y  convertía  en  ley  las  determinaciones  del  pueblo:  lo 
|ue  es  muy  conforme  tanto  á  las  espresiones  de  los  bistoriadoros  ya  citados,  como  á  la 
lutoridad  aue  Rómülo  quiso  depositar  en  el  Senado,  y  á  la  que  esta  corporación  aristo- 
crática se  abrogó  cuando,  espelidos  los  Tarquinos,  cayó  en  su  mano  todo  el  gobierno  de 


la  república.  No  somos  de  su  misma  opinión  en  cuanto  á  que  se  decidiesen  en  el  Senado 
lodos  los  negocios  jndiciales ;  pues  en  la  célebre  causa  de  Horacio  el  hijo ,  no  se  reco- 
noció mas  autoridad  que  la  del  tribunal  del  rey  y  la  del  pueblo,  al  cual  apeló  aquel  ilus- 
tre delincuente.  Parece  cierto  que  por  la  constitución  de  Rómulo,  el  supremo  poder  ju- 
dicial ,  en  los  casos  de  apelación,  residia  en  los  comicios.  Después  los  tribunos  de  la  j^e- 
be  lograron  que  se  estendiese  á  los  casos  de  primera  instancia. 

El  Sr.  Silvela  toca ,  aunque  levemente,  uno  de  los  puntos  mas  importantes  y  meaos 
conocidos  de  la  constitución  de  Roma,  cual  es  el  de  la  composición  del  Senado,  Sabido  ei 
que  durante  muchos  años,  este  cuerpo,  que  era  como  el  cimiento  de  la  república,  se 
componia  de  individuos  de  las  familias  patricias,  y  que  su  dignidad  era  hereditaria,  vi- 
talicia y  esclusiva.  Mas  aun  asi  faltan  muchas  cosas  por  saber  acerca  de  la  manera  de 
ser  recibidos  en  el  Senado  los  que  tenian  derecho  para  ello. 

Parece,  y  el  mismo  autor  lo  cree  cierto,  que  la  constitución  reservaba  á  los  reyes  el 
derecho  de  dar  á  las  familias  la  dignidad  senatorial ,  y  de  convertir  los  plebeyos  en  pa- 
tricios. Rómulo  nombró  los  cien  primeros  sen<idores;  él  ó  Tacio ,  rey  de  Cures,  ó  los 
dos  de  común  acuerdo  clijieron  los  otros  ciento  de  la  nación  sabina  que  se  agregaroo 
después  de  hecha  la  paz  entre  los  dos  pueblos;  y  Tarquino  el  antiguo  el  tercer  ciento, 
que  se  llamó  de  las  familias  menores,  £1  número  de  senadores  quedó  fijado  á  trescientos 
durante  muchos  años.  Pero  después  de  abolido  el  trono,  ¿quién  tuvo  el  derecho  de  nom- 
brar para  las  plazas  de  senadores  que  vacasen  por  la  estincion  de  alguua  familia  patricia? 
¿fueron  los  cónsules,  el  Senado  mismo,  ó  el  pueblo?  ¿Y  en  este  caso  era  preciso  nombrar 
el  nuevo  senador  de  los  colaterales  de  otra  rama  patricia,  ó  era  lícito  elejirle  de  nna 
familia  plebeya?  ¿Qué  se  hacia ,  -en  fm,  cuando  el  censor  degradaba  á  alguno  de  la  clase 
de  senador? ¿Se  dejaba  su  plaza  vacante  hasta  que  se  restableciese  en  otro  censo,  cuando 
ya  hubiese  correjido  su  conducta ,  ó  bien  no  era  permitido  dejar  vacas  las  plazas  de  do- 
tación del  Senado. 

Otra  dificultad  ocurre  combinando  la  teoría  déla  succesion  éntrelos  romanos  con  los 
principios  de  la  institución  senatorial.  Se  sabe  cuan  sagrado  era  en  aquella  república  el 
derecho  de  adopción.  ¿Se  estendia  también  á  la  dignidad  de  senador,  de  modo  que  un 
patricio  adoptando  á  un  plebeyo,  le  hacia  heredero  de  su  dignidad  ?  ¿Quedaba  privado 
de  ella  el  hijo  de  un  senador,  si  era  desheredado  ó  adoptado  en  una  familia  p1eb<^T  Na- 
da sabemos  sobre  estas  cuestiones;  la  única  noticia  queseóos  ha  conservado  es  que  los 
hijos  de  los  senadores,  antes  de  ser  recibidos  en  el  Senado,  asistían  á  sus  sesiones  en  ca- 
lidad de  oyentes  y  se  les  encardaba  el  mas  inviolable  secreto. 

Pero  llegó  en  fin  un  tiempo  en  que  la  composición  del  Senado  sufrió  modificacio- 
nes mas  notables.  En  la  larga  lid  que  sostuvo  la  plebe  contra  el  cuerpo  patricial  para  que 
se  la  hiciese  partícipe  de  las  majistraturas  de  la  república,  hubo  una  especie  de  transac- 
ción en  que  los  plebeyos  cedieron  el  nombre  y  los  patricios  el  poder.  Establecióse  qae 
no  se  nombrasen  cónsules^  dignidad  que  los  nobles  querian  esclusivaraenlo  para  si,  sino 
tribunos  militares  con  potestad  considar^  que  fuesen  en  mayor  número  quedos  (y  tal  vez 
llegaron  hasta  ocho)  y  que  pudiesen  ser  nombrados  los  plebeyos  para  este  destino.  Al 
pricipio  no  lo  consiguieron :  el  pueblo  no  se  atrevía  á  nombrar  personas  no  acostumbra- 
das al  mando,  hasta  que  las  sujestiones  de  los  tribunos  de  la  plebe  y  el  mérito  reconoci- 
do de  algunos  plebeyos  consiguieron  que  se  les  pusiese  al  frente  de  la  república. 

Ahora  bien  ,  el  nombre  no  hace  al  caso:  los  tribunos  militares  eran  entonces  la  ma- 
jistratura  superior;  pues  ejercían  la  potestad  consular;  por  tanto  convocaban  y  presidian 
el  Senado.  Viéronse,  pues ,  por  necesidad  al  frente  de  esta  corporación  hombres  plebe- 
yos. ¿Eran  tenidos  por  senadores?  ¿Ejercían  esta  autoridad  durante  toda  su  vida?  ¿La 
dejaban  en  herencia  á  sus  hijos?  Parece  que  si,  al  menos  si  hemos  de  juzgar  por  lo  que 
sucedió  después  cuando  se  abrieron  á  la  plebe  las  puertas  de  todas  las  majistraturas  en 
la  última  dictadura  de  Camilo. 

Pero  aun  todovía  quedan  otras  cuestiones  no  resueltas.  Claro  es  que  las  dignidades 
de  pretor  urbano,  de  cónsul  y  de  dictador  traían  consigo  como  un  resultado  necesario 
la  entrada  en  el  Senado,  Pero  ¿sucedía  lo  mismo  con  laspreturas  de  provincia,  la  coas* 
tura  y  la  edílidad  urbana?  Tampoco  lo  sabemos. 

Cuando  después  de  los  tribunados  do  los  Gracos  cesó  el  imperio  de  la  ley,  y  empezó 
el  de  los  procónsules;  cuando  los  senadores  dejaron  de  ser  notados  por  la  censura,  y 


[117] 
empelaron  á  ser  degollados  y  proscritos  por  los  ^efes  de  los  partidos,  no  es  tan  impor" 
Mñie  oi  tan  dificil  saber  lo  que  sucedió.  Mario ,  Sila,  César  y  Augusto ,  después  de  mu- 
ilada  aquella  indita  corporación  por  medio  de  las  proscripciones ,  la  restablecían  con 
ras  amigos  y  allegados.  Esto  se  concibe  fácilmente.  Lo  arduo  es  dar  una  historia  com- 
pleta y  exacta  de  la  ley  política  de  Roma ,  relativa  á  la  composición  del  Senado.  No  he- 
DOS  querido  omitir  estas  dudas,  porque  nada  es  sin  interés  de  cuanto  pertenece  á  una 
institución «  desconocida  en  los  pueblos  de  orijen  griego ,  y  á  la  cual  debió  el  romano 
la  fisonomía  peculiar,  que  ya  en  mal  ó  ya  en  bien ,  le  distinguió  entre  los  pueblos  de  la 
iotigüedad. 


ARTICULO  n. 


V 


ENGAMOS  ya  á  una  de  las  materias  mejor  tratadas  en  este  libro ,  á  saber  :  el  orijen 
de  la  lejíslacion  política  de  los  romanos ,  tan  alabada  por  Dionisio  de  Halicarnaso  ,  á 
cuyos  ojos  Rómulo  no  fue  solamente  un  héroe ,  sino  un  sabio  y  casi  un  dios.  £1  seííor 
de  Silvela  cree  que  la  mayor  parte  de  estos  elojios  y  de  esta  admiración  es  debida  á  los 
elmscos,  pueblo  de  civilización  mas  antigua  que  los  romanos,  t Comunicando,  dice,  los 
tMCOs  y  tirrenos  en  los  siglos  que  precedieron  á  la  fundación  de  Roma  con  los  pue- 
Mos  mas  sabios  del  Asia  ,  el  África  y  la  Europa ,  el  estado  de  su  civilización  no  era  in- 
iMÍor  al  que  presentan  estos  diferentes  pueblos  en  aquella  época :  si  los  romanos  acu- 
dieron á  los  etruscos  para  las  principales  construcciones ,  con  que  adornaron  la  na- 
ciente capital  del  mundo  :  si  de  ellos  tomaron  ,  según  Floro ,  las  fasces  y  las  cumies, 
la  pretesta  y  losánulos,  es  decir,  el  orden  gerárquico  de  la  majistratura  y  sus  insig- 
nias :  si  de  ellos  recibieron  los  auspicios  y  agüeros ,  es  decir,  casi  todo  el  fondo  de  su 
relijion....  ¿por  qué  no  nos  será  permitido  ,  como  conforme  á  todas  las  reglas  de  buena 
critica  ,  suponer  que  de  los  mismos  etruscos  recibieron  los  romanos  una  buena  parte  de 
cuanto  en  su  organización  social ,  su  lejislacion  y  su  política  admiramos  con  razón  en 
la  historia  de  los  primeros  tiempos  de  esta  ciudad  famosa?....» 

Esta  reflexión  tiene  para  nosotros  mucha  fuerza  ,  y  no  podemos  dejar  de  mirar  á 
loa  romanos  como  los  alumnos  de  los  etruscos  que  les  fueron  anteriores  en  civilización. 
En  cuanto  á  la  organización  política,  la  naturaleza  ha  impreso  un  mismo  tipo  para 
todos  los  pueblos  que  empiezan.  Rey  ,  Magnates  y  Pueblo :  he  aquí  los  tres  elementos 
generales  del  poder  en  todas  las  naciones  al  empezar  su  carrera  política  ;  bien  sea  en 
los  bosques  de  Germania ,  bien  en  los  lagos  del  Norte-América  ,  bien  en  los  pensiles 
del  Asia  ,  ó  en  los  arenales  de  la  Arabia,  l^ta  es  la  forma  de  gobier&o  que  sucede  siem- 
pre á  la  primitiva  y  patriarcal ,  por  la  razón  incontestable  de  ser  la  que  mas  se  le  acerca. 

Esplica  después  el  autor  con  mucha  sagacidad  el  orijen  del  espíritu  belicoso  de  los 
romanos.  tTan  diGcil  ere  que  Rómulo  hiciese  admitir  á  los  hombres  de  quienes  se  ro- 
deó un  despotismo  sin  freno ,  como  imposible  el  que  de  repente  estableciese  entre 
ellos  todas  las  instituciones  y  artes  padGcas  de  los  etruscos  ,  y  con  ellas  el  principio  de 
prosperidad  de  su  colonia  naciente....  Hombres  cuyo  título  de  adquisición  era  la  fuer- 
za, y  que  con  ella  debían  procurarse  mujeres,  terreno,  producciones  del  suelo  y  déla 
industria  :  hombres  que  por  consiguiente  no  podían  menos  de  ser  un  motivo  de  inquie- 
tad continua  para  sus  vecinos,  estaban  reducidos  por  la  necesidad  de  su  situación  ano 
dejar  las  armas  de  la  mano  ,  y  á  formar  una  asociación  guerrera  que  debia  ser  entera- 
mente exterminada ,  ó  acabar  al  fin  por  dominarlo  todo.» 

Hablando  del  reinado  de  Numa ,  dice :  tel  sabio  autor  del  Espíritu  de  las  leyes  no 
me  ha  parecido  ni  tan  justo  ni|tan  profundo,  como  lo  es  ordinariamente,  cuando  hablan- 
do de  este  príncipe  se  contenta  con  presentarle  como  muy  á  propósito  para  haber  dejado 
i  Roma  reducida á  una  oscura  mediocridad.  En  mi  entender,  el  reinado  largo  y  paci- 
fico de  Numa  fue  hasta  necesario  para  que  Roma  dejase  de  ser  y  parecer  un  campo  de 
batalla  ,  una  asociación  pura  de  guerreros  condenada  por  necesidad  á  perecer  ;  y  para 
que  en  las  dulzuras  déla  paz  se  formase  una  generación  nueva,  que  mas  accesible  y 
nanejable  se  prestase  á  la  feliz  transición  qne  debia  convertir  el  salteador  en  propie- 
iario ,  el  bandido  en  soldado ,  el  hombre  violento  y  brutal  en  subdito  de  la  ley ,  en  ciu«> 


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dadano....  Sin  el  dios  Término  y  la  Buena  fé,  Júpiter  Estatorno  babria  bastado  á  de- 
fender el  capitolio....»  £stas  reflexiones  nos  parecen  muy  exactas  :  la  fuera  sola  no 
croa  naciones,  ni  puede  existir  orden  social  sin  creencias. 

Son  también  muy  atinadas  las  observaciones  del  autor  acerca  de  la  dictadura:  ino 
vio  el  pueblo  ,  dice ,  que  el  nombramiento  de  un  majistrado  revestido  de  todos  los  po- 
deres era  como  la  elección  de  un  rey  absoluto....  Xo  obstante,  aunque  el  pueblo  toe 
en  el  principio  atraído  artificiosamente  á  lo  que  no  conocia,  como  el  éxito  justificólas 
ventajas  de  la  institución ,  puede  con  razón  decirse  que  la  sostuvo  la  esperiencia  de  so 
propia  utilidad ;  y  si  bien  por  un  lado  esta  utilidad,  nunca  desmentida  bástalos  últimos 
y  mas  corrompidos  tiempos  de  la  república ,  es  por  decirlo  así ,  una  confesión  ,  un  ciato 
testimonio  de  la  insuticiencia ,  del  peligro  de  tos  gobiernos  populares,  también  por  otn 
parte  la  bistoria  de  los  dictadores,  que  reprimidos  por  la  corta  duración  de  su  majístra- 
tura ,  jamas  abusaron  de  su  ilimitado  poder  ,  prueba  la  necesidad  de  que  instituciones  y 
leyes  sabias  refrenen  la  facilidad  de  abusar  que  lleva  consigo  un  poder  sin  límites.»  Ea 
efecto  la  dictudura  fue  siempre  saludable  en  Roma  :  dejó  de  estar  en  práctica  cuando 
cesaron  los  peligros ,  ya  de  los  enemigos  esteriores ,  ya  de  las  discordias  intestinas ;  y 
cuando  estas  volvieron  en  los  tribunados  de  los  Gracos,  no  se  pensó  en  recurrir  á  aqadla 
antigua  institución ,  que  ya  hubiera  agravado  el  mal  en  vez  de  correjirlo.  llabiánse  per- 
vertido las  costumbres  ;  y  si  se  presentaban  algunos  varones,  muy  raros  á  la  verdad*  á 
los  cuales  pudiera  haberse  confiado  sin  peligro  el  poder  absoluto ,  ¿qué  podian  en- 
prender  contra  la  dictadura  de  hecho  que  minaba  los  cimientos  de  la  libertad  romana,  á 
saber ;  contra  el  proconsulado?  Los  hombres  mas  virtuosos  de  los  últimos  tiempos  déla 
república,  los  Mételos ,  los  Catones ,  los  Cicerones  nada  podian  contra  la  prepotenck 
de  los  Marios  ,  Silas,  Pompeyos  y  Césares,  elevados  succesivaniente  al  poder  por  uat 
clientela  numerosa  ,  ávida  de  dinero  y  turbulenta.  Ya  no  quedaba  ningún  lugar  pan 
la  virtud. 

No  hubo,  pues,  en  aquellos  aciagos  dias  dictadura  legal :  el  poder  giraba  de  uaas 
manos  á  otras  á  merced  de  la  violencia  y  de  la  astucia ,  dejando  en  todo  el  imperio 
sangrientos  vcstijios  de  su  ira.  Es  verdad  que  Lucio  Cornelio  Sila  tomó  el  titulo  de  dic- 
tador ;  pero  esta  palabra  nada  añadió  al  poder  de  aquel  hombre  que  habia  diezmado 
impunemente  la  república  con  sus  tablas  de  proscripción.  César  tomó  dos  veces  el  mis- 
mo titulo ,  y  le  gozaba  cuando  fue  asesinado  ;  pero  la  primera  habia  ya  arrojado  á 
Pompeyo  de  Italia,  y  la  segunda  cenia  los  tristes  laureles  de  Farsalia,  de  Tapao  y  de 
Munda.  Estos  dos  hombres  estraordinarios  adoptaron  un  nombre  que  se  hallaba  consfr* 
grado  en  los  fastos  de  su  nación ;  pero  no  debieron  á  él ,  como  los  Camilos  y  los  Fa^ 
bios ,  ni  su  poder  ni  su  autoridad. 

Augusto,  mas  cobarde  y  mas  precavido ,  aparentó  respetar  el  ridículo  decreto  que 
dio  el  Senado  después  de  la  muerte  de  César,  aboliendo  la  dictadura,  y  creyendo  necia- 
mente que  se  dcstruia  la  tiranía  destruyendo  las  letras  con  que  se  escribe  una  palabra. 
El  hijo  adoptivo  de  este  grande  hombre  quería  mandar,  bajo  un  titulo  desconocido,  á 
los  antiguos  romanos  para  que  se  ignorasen  los  límites  de  su  poder;  y  asi  insistió  ea 
los  dos  nombres  de  príncipe  y  de  emperador ,  que  hasta  él  no  fueron  mas  que  faonorf- 
ñcos,  y  (|ue  él  convirtió  en  majistratura  suprema.  El  de  emperador  ó  general  victorio- 
so era  conocido  de  las  tropas:  el  de  príncipe,  en  el  Senado.  Asi  reunió  la  fuerna  poli- 
tica  y  la  militar ,  sin  que  ni  él  ni  sus  succesores  echasen  nunca  menos  el  título  de 
dictador. 

El  Sr.  Silvela  parece  creer  que  el  Senado  nombraba  este  majistrado  y  el  pueblo 
confirmaba  el  nombramiento.  Pero  en  los  tiempos  de  Lucio  Papirio  Cursor  no  sucedía 
asi.  Según  la  narración  de  Tito  Livio  el  Senado  daba  un  decreto  ó  senatus-consulto , 
por  el  cual  declaraba  que  se  debia  nombrar  dictador :  mas  quien  habia  de  nombrarie 
era  uno  de  los  cónsules ,  bien  que  el  Senado  le  indicaba  oficiosamente  á  quién  gustarii 
que  se  elijiase.  La  ceremonia  se  hacia  de  noche  y  en  silencio ,  como  para  indicar  d 
de  las  leyes  al  crear  un  poder  tan  estraordinario ,  y  el  cónsul  pronunciaba  el  nombre 
del  elejido  con  la  mayor  solemnidad. 

Es  verdad  que  el  célebre  Quinto  Fabio  Máximo,  cuya  prudente  circunspección  salvó 
á  Roma  después  de  la  rota  del  Trasimeno ,  recibió  del  pueblo  la  dignidad  dictatoria; 
pero  no  en  propiedad.  Tito  Livio  dice  que,  muerto  uno  de  los  cónsules  en  la  batalia. 


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indo  ausente  el  otro,  y  do  pudiendo  enviársele  mensajero  ni  carta  por  hallarse  Italia 
peda  por  los  qjércitos  carlajineses ,  y  no  pudiendo  el  pueblo  crear  dictador  ,  se  recurrió 
D  arbitrio  no  usado  hasta  entonces ,  y  fue  que  el  pueblo  creó  por  dictador  á  Quinto 
>io  Máximo  ,  y  general  de  la  caballería  á  Quinto  Minucio  Rufo.  Los  dictadores  or- 
arios  creaban  este  lugarteniente:  mas  no  se  permitió  su  nombramiento  á  un  dicta- 
en  comisión;  y  aun  mas  adelante  repartió  el  pueblo  toda  la  autoridad  entre  el  gefe 

I  subalterno:  lo  que  no  podría  haber  hecho  con  la  dictadura  en  propiedad. 
Parece»  pues,  que  al  Senado  tocaba  mandar  por  un  decreto  que  se  nombrase  dictador; 
uno  de  los  cónsules,  el  que  designase  el  Senado,  clejirle  y  crearle,  sin  mas  limita*- 

II  que  la  de  que  hubiese  de  ser  varón  conmiar,  6  que  hubiese  ejercido  el  consulado: 
i  el  dictador  asi  creado  nombraba  su  lugarteniente  con  el  título  de  general  de  la 
«lleria;  y  que  su  autoridad  no  reconocía  otros  límites  sino  el  de  no  poder  salir  de 
ia  y  no  tener  mas  que  seis  meses  de  duración. 


ARTICULO  III. 


L  Sr.  Silvela  cita  la  tercer  dictadura  de  Mamerco  el  año  de  529  de  Roma ,  como  he- 
I  por  el  pueblo,  en  satisfacción  de  la  injuria  que  habia  sufrido  de  los  censores,  de- 
idíándole  poco  antes  basta  la  clase  de  erario.  Es  verdad  que  en  aquella  ocasión  elpue- 
>  pidió  á  gritos  la  dictadura  indignado  contra  los  tribunos  militares  con  potestad 
liuhir,  derrotados  por  los  veyentiuos  á  causade  la  desunión  que  habia  entre  ellos, 
muy  verosímil  que  los  romanos  designasen  por  dictador  á  Mamerco  ,  el  mas  escla- 
;ido  guerrero  que  tenia  entonces  la  república ;  pero  era  tan  grande  en  Roma  el  res- 
to á  la  parte  ceremanial'de  las  leyes,  que  no  se  atrevieron  á  nombrarle  por  no  haber 
\$ules  aquel  aüo ,  hasta  que  los  augures  decidieron  que  podía  ser  nombrado  el  dicta- 
r  por  tribuno  militar.  Aulo  Cornelio  Coso ,  tribuno  á  quien  habia  tocado  el  gobierno 
la  ciudad ,  fue  quien  nombró  á  Mamerco. 

Refiriendo  la  muerte  de  Tiberio  Graco,  primer  triunfo  sangriento,  primer  victima 
la  violencia  brutal  en  las  disensiones  civiles  de  que  fue  teatro  Roma ,  espone  los  pa- 
por  donde  esta  república  ,  corrompida  por  la  victoria  y  la  opulencia ,  pasó  de  la 
mera  aristocracia  esclusiva  á  la  del  mérito  y  de  los  servicios,  y  malogró  esta  reforma 
I  la  perversidad  de  las  costumbres.  Comparando  una  nobleza  con  otra  dice  :  cá  una 
bleza  virtuosa  succedió  una  nobleza  rica  que  empezó  á  defenderse  de  diferente  modo, 
primera  oponía  sus  virtudes  y  se  defendía  por  el  respeto :  la  segunda  corrompió  con 
oro ,  armó  el  pueblo  contra  el  pueblo  y  comenzó  á  querer  suplir  con  el  terror  aque- 
augusta  consideración  que  poco  á  poco  iba  dejando  de  inspirar.» 
Tiene  mucha  razón  el  Sr.  Silvela  en  mirar  la  guerra  social  como  una  falta  de  poli- 
I  y  de  justicia  en  el  Senado  de  Roma.  Los  campanos,  samnites,  marsos,  daunos  y 
líos  peleaban  al  lado  de  las  lej iones  romanas  en  todos  los  campos  de  batalla  adonde 
llevaba  la  política  y  la  ambición  de  los  dominadores  del  Tiber.  ¿Con  qué  apariencia 
justicia  se  negaba  el  derecho  de  ciudadanía  en  Roma  á  los  que  contribuían  tanto 
no  los  romanos  mismos ,  ó  quizá  mas ,  al  engrandecimiento  del  imperio?  Y  ¿podia 
eonveniente  á  los  intereses  del  Senado  una  guerra  en  que  toda  la  sangre  que  se  der- 
lase habia  de  pertenecer  á  la  república?  ¿Y  cuál  era  el  delito  de  aquellos  pueblos 
9  el  deseo  de  ligar  su  suerte  á  la  de  Roma  con  mas  intimidad?  ¿Qué  daño  podían 
«r  desterrados ,  por  decirlo  asi ,  á  las  últimas  tribus  de  ciudadanos?  Roma  les  con- 
ería  muy  poca  intervención  política  en  su  gobierno ;  y  sin  detrimento  del  imperio 
laban  ellos  mucho  con  las  prerogativas  y  los  derechos  civiles  inherentes  al  titulo  de 
dadano  romano. 

A<:aso  no  ha  habido  en  los  anales  sangrientos  de  la  historia  ejemplo  de  guerra  seme- 
t4iy  emprendida  no  con  el  objeto  de  conquistar  ó  de  defenderse,  sino  de  perder  la 
ependencia  propia  por  pertenecer  á  una  nación  estraña.  Esta  reflexión  daba  nuevas 
ñas  á  la  solicitud  de  los  aliados ,  y  parecía  justificarla  aun  á  los  ojos  de  los  mismos 
lanos.  Asi  es  que  fue  emprendida  con  disgusto  del  pueblo ,  continuada  sin  tesón  y 
cluida  apenas  se  hallaron  medios  decorosos  para  hacer  la  paz  con  cada  uno  de  los 


[120J 
pueblos ,  á  quienes  se  concedió  separadamente  el  derecho  por  que  anhelabao.  Está  fiíe 
la  primer  guerra  en  que  el  Senado  romano  cedió  en  la  realidad ,  aunque  dictó  al  pare- 
cer las  condiciones  del  tratado.  Fue  también  muy  infausta  porque  en  ella  se  ensayaroa 
los  guerreros  de  Italia  á  verter  sangre  de  sus  amigos  y  allegados  en  los  campos  de  ba* 
talla.  No  tardaron  en  derramar  la  de  sus  conciudadanos  y  parientes. 

Acomoda  examinar  si  el  Senado  se  dejó  guiar  por  algún  principio  político  para  ne- 
garse á  la  ostensión  del  derecho  de  ciudadanía,  ó  solo  por  una  oposición  ciega  y  de 
instinto  á  las  pretensiones  de  los  tribunos  de  la  plebe,  que  desde  Gayo  Sempronio  Graco 
no  habian  cesado  de  prometer  aquel  derecho  i\  los  pueblos  de  Italia ,  y  aun  de  conce- 
derlo á  los  que  podían.  El  objeto  de  los  tribunos  era  evidentemente  aumentar  en  los  co- 
micios las  masas  populares  sometidas  á  su  iuQuencia.  Pero  los  senadores  mas  perspica- 
ces que  ellos,  mas  desapasionados  y  sobre  todo  mas  prudentes,  pudieron  cooocer  que 
estendiendo  el  territorio  de  la  república,  y  aumentando  con  tanta  amplitud  el  número 
de  ciudadanos,  era  imposible  conservar  el  réjimen  republicano. 

La  constitución  del  mundo  civilizado  era  antónces  como  sigue.  El  imperio  romano, 
esto  es ,  el  mando  y  dominio  de  los  romanos  se  estendia  desde  la  embocadura  del  Tajo 
hasta  el  Tauro  ,  y  desde  los  Alpes  hasta  el  desierto  de  IJbia;  pero  la  república  romana, 
esto  es ,  la  congregación  de  los  scfiores  del  orbe  estaba  limitada  con  pocas  escepciones 
al  territorio  de  lloma.  Asi  es  que  las  formas  de  su  gobierno  podian  conservarse  repu- 
blicanas mientras  durase  este  orden  de  cosas.  Los  demás  pueblos  sometidos  con  el  titu- 
lo de  aliados  eran  independientes  en  cuanto  á  su  réjimen  interior.  Pero  estendiendo  á 
Italia  el  derecho  de  ciudadanía  (el  cual,  según  era  fácil  de  prever  y  según  sucedió,  no 
tardaría  en  propagarse  á  toda  la  estension  del  imperio),  ya  era  imposible ,  alterifdaslai 
relaciones  del  mundo  con  su  capital ,  gobernarlo  desde  ella  sin  concentrar  el  poder  ea 
una  sola  mano.  La  república  podia  con  sus  ejércitos  contener  en  la  dependencia  á  los 
pueblos  inferiores  en  fuerzas  y  en  derechos;  mas  no  podia  gobernar  á  sus  iguales.  Ahora 
bien,  el  Senado  romano  no  queria  que  la  república  se  convirtiese  en  monarquía,  pri- 
mero ;  porque  él  mismo  con  esta  mutación  se  convertiría  de  cuerpo  soberano  que 
en  un  simple  consejo  de  estado  :  segundo,  porque  las  aristocracias  conservan  con 
firmeza  que  las  democracias  el  principio  de  libertad ,  que  para  ellas  lo  es  también,  do 
dignidad ,  de  poder  y  de  gloría. 

No  creemos  tampoco  que  los  Gracos ,  los  Saturninos  y  demás  tribunos  que  lanzaron 
la  tea  incendiaria  en  los  pueblos  aliados  de  la  república,  quisiesen  el  gobierno  militar, 
único  concentrado  que  era  posible  en  Roma.  Solo  decimos  que  estos  tribunos  acalora- 
dos, deseosos  de  adquirir  prosélitos,  no  previeron  que  solicitaban  adquirirlos  á  coala 
de  la  libertad  de  su  patria  ;  pues  nadie  ignora  que  la  ostensión  del  derecho  de  ciudada- 
nía fue  una  de  las  causas  que  aceleraron  la  época  de  la  esclavitud.  El  Senado  \íó  mas 
lejos  que  los  majistrados  populares ;  mas  no  le  valió ,  porque  ya  estaba  escrito  en  d  li- 
bro del  destino  y  en  el  de  la  razón  que  era  imposible  que  permaneciese  libre  una  na- 
ción conquistadora  y  corrompida.  La  depredación  del  mundo  debia  ser  c*piada  coala 
sangre  y  por  la  man:)  de  los  mismos  depredadores. 

Concluiremos  nuestras  observaciones  acerca  de  esta  obra,  llamando  la  atención  so- 
bre el  juicio  que  forma  el  Sr.  Silvela  del  sanguinario  Sila ,  juicio  exactísimo  y  digno 
de  un  alma  poseída  de  la  mas  justa  indignación  al  contemplar  las  atrocidades  de  aquel 
monstruo.  Sin  embargo ,  no  nos  parece  igualmente  justa  su  opinión  acerca  del  autor 
del  Espirita  de  las  feíjrs^  que  atribuyó  á  aquel  célebre  dictador  miras  políticas.  En  nues- 
tro entender  las  tuvo,  y  no  podia  dejar  de  tenerlas  un  hombre  de  su  temple  y  de  su  ca- 
pacidad militar  y  política,  bien  que  erróneas ,  como  son  todas  las  de  todos  los  que  em- 
plean la  proscripción  como  medio  de  gobierno.  Mas  diremos  en  favor  de  nuestro  autor: 
nosotros  creemos  que  Sila  se  ocultaba  á  sí  mismo  la  atrocidad  de  su  instinto  sanguina- 
rio ,  que  era  el  verdadero  móvil  de  sus  acciones,  con  la  idea,  falsa  sin  duda,  de  que 
hacia  un  bien  á  la  república.  Mas  no  puede  negarse  que  su  objeto  constante  fue  acanar 
con  el  espíritu  sedicioso  de  los  tribunos  de  la  plebe,  miserables  ajenies  en  aquella  época 
de  cuantos  aspiraban  al  poder  por  medio  de  los  trastornos,  y  concentrar  toda  la  auto- 
ridad pública  en  el  Senado.  El  mas  cruel  de  los  tiranos  abdicó  la  tiranía  cuando  ereyá 
haber  conseguido  su  fin.  Décimos  creyó  porque  no  lo  consiguió  en  la  realidad,  por  la 
razón  sencillísima  de  que  eran  ya  inconipatibles  en  Roma  el  orden  y  la  república. 


[121] 
La  obra  que  hemos  analizado  nos  parcrc  muy  reconiendabir ,  tanto  por  ser  oríjinal 
española  y  estar  bien  escrita,  romo  porque  es  en  la  que  Á  nuestro  parecer  se  destín- 
vuelven  con  mas  ülosofia  las  diferentes  frases  de  la  república  dominadora  del  mundo. 


Tns/a[6)3J)©©o@[Ki 


I)E  LA 


SZ3T0RZA  Ca  LA  HSTOZaTTOZOXr  FHA1T9S3A, 

l)ecl)a  por  ÍD»  Sebastian  íttiitano. 

JLjA  revolución  francesa  es  uno  de  aquellos  sucesos  que  liacen  vivir  á  las  naciones  mu- 
chos sighis  en  pocos  años.  La  velocidad  con  que  se  succedieron  las  fases  y  escenas  de  es- 
te gran  drama :  el  movimiento  perpetuo  de  las  pasiones  políticas  que  ajitaron  el  mundo 
desde  el  foco  de  la  civilización:  las  situaciones  estraordinarias  é  imprevistas:  poderes 
colosales,  levantados  y  caidos  en  breve  tiempo:  ejemplos  de  magnanimidad ,  de  peque- 
nez y  bajeza,  de  sublimes  virtudes,  de  horrendas  maldades:  la  mas  completa  versatili-^ 
dad  en  las  ideas :  la  mas  terrible  división  en  los  ánimos»  y  en  los  intereses:  el  caos  en  el 
mundo  intelectual,  en  el  moral  y  en  el  político  :  en  fin,  cuanto  apenas  se  podría  ver  en 
los  anales  sangrientos  de  la  historia  antigua  y  moderna  se  halla  reunido  en  la  de  algu- 
nos años  que  duró  la  revolución. 

La  historia  de  M.  Thíers  tiene  ya  una  celebridad  europea  bien  merecida.  Ademas 
del  estilo  animado  y  nervioso  con  que  está  escrita ,  manifiesta  en  su  autor  el  estadista 
profundo  que  sabe  reconocer  la  causa  y  filiación  de  los  sucesos,  los  intereses,  aciertos 
y  errores  de  los  partidos,  y  el  carácter  |>olítico  que  cada  época  grabó  en  los  hombres  que 
tlominarcm  en  ella;  porque  aun  el  mismo  Ronaparte  fue  esclavo  de  los  acontecimientos 
mL<mos  que  parecia  dirijír.  En  la  revolución  francesa  los  hombres  fueron  muy  pucos: 
las  cosas  lo  hicieron  todo.  Era  imposible  en  1792  que  el  poder  dejase  de  caer  en  un  de- 
mócrata exajerado  y  sanguinario,  asi  como  en  171)9  nadie  podia  mandar  sino  un  guer- 
rero hábil  y  afortunado. 

Ilecir  que  el  magnífico  cuadro  formado  por  M.  Thiers  es  de  grande  utilidad  á  las 
naciones  y  á  los  gobiernos  seria  decir  una  cosa  harto  trivial.  Los  documentos  que  pre- 
senta son  admirables  para  conocer  el  manejo  de  los  partidos,  el  efecto  de  las  pasiones 
polilicas:  la  hipocresía  con  que  se  afectan  doctrinas  para  conseguir  intereses:  la  facili- 
dad en  exajerar  las  ideas  mas  útiles  y  justas;  y  el  poder  májicodelas  palabras  que  sir- 
ven de  bandera  á  la  multitud,  aunque  cada  uno  de  los  que  las  proclaman  las  entienda 
de  diferente  modo. 

Pero  no  es  tan  trivial  decir  que  el  cuadro  de  la  revolución  se  ha  presentado  mas 
bien  para  escarmiento  que  para  imitación,  mucho  mas  cuando  creemos  haber  reconoci- 
do en  algunos  hombres  influyentes  de  las  revoluciones  de  otros  paises  cierta  tendencia 
que  tenemos  por  ridicula,  á  parodiar  cuanto  se  hizo  en  la  francesa.  Cualquiera  que  lea 
con  atención  la  obra  de  M.  Thiers  reconocerá  fácilmente  que  la  revolución  se  estravió 
casi  desde  sus  mismos  pnncipios.  Sea  la  culpa  de  quien  fueie,  esto  no  debe  ser  imitado*. 
Todo  el  que  evoca  las  pasiones  populares  sera  victima  de  ellas,  y  no  solo  él  sino  tam- 
bién ki  patria.  Pero  hay  otra  razón  mas  para  que  no  se  admita  en  revoluciones  el 
principio  de  imitación.  Cada  pueblo  tiene  diferente  espíritu  ,  diferentes  ¡deas  ,  diversa 

ÍG 


posición.  V  asi,  aun  cuantío  nada  hubiese  reprensible  en  la  revolución  francesa,  no  pu- 
dieran ser  aplicables  sus  p.isos  á  los  que  diese  en  otra  nación.  Por  ejemplo ,  la  aristo- 
cracia de  aquel  pais  en  el  ant¡<;uo  redimen  tenia  poder  político  sin  prendas  para  go- 
bernar; tenia  orgullo  sin  las  cualidades  que  pudieran  disculparlo.  La  rcvolticion  la  echó 
por  tierra.  ¿Deberá  hacerse  lo  mismo  en  otro  pais  donde  la  aristocracia,  sin  alribucio- 
nes  políticas,  sin  dereclios  feudales,  sin  ofender  á  nadie  con  su  altivez  ha  sido  ia  pri- 
mera en  saludar  el  estandarte  de  la  libertad?  No  lo  creemos. 

Apenas  comenzó  la  revolución  de  Francia  cou)enzaron  también  las  empresas  para 
escribir  su  historia.  Los  mas  conocidos  de  estos  frutos  verdaderamente  premaluros  son 
la  obra  de  Fnntin  dcx  Oiloards  y  la  de  Los  dos  amhjos  de  la  Ubcrtnd.  Pero  era  necesaria 
una  previsiof. ,  superior  A  la  humana  para  dar  á  los  sucesos  coetáneos  su  verdadero 
valor  y  alcance ,  y  mas  cuamlo  en  aquellos  tiempos  de  tiranía  democrática  se  guanla- 
ria  bien  un  escritor  piiblico  de  no  manifestarse  succesivamente  poseído  de  las  pa- 
siones que  dominaban  en  las  diferentes  épocas.  M.  Thiers  describió  la  revolución  cuan- 
do ya  estaba  concluida,  á  lo  menos  en  su  efecto  mas  notable,  que  fue  la  efervescencia 
de  las  pasiones  populares.  La  revolución  francesa  terminó  en  Honaparte,  asi  como  la 
de  Inglaterra  en  Oomweil.  1^  describió  sin  pasión  de  ninguna  especie,  con  la  impar- 
cialidad propia  de  un  fdósofo,  y  con  la  sagacidad  de  un  hombre  de  estado  que  sabe 
mirar  los  sucesos  desde  un  punto  de  vista  general. 

Poco  tenemos  que  decir  acerca  déla  Traducción  anunciada  en  el  Tiempo  del  5  de  Mayo 
de  I8i0.  El  Sr.  Mifiano  ha  dado  ya  pruebas  en  varios  de  sus  escritos,  de  estilo  fácil,  cor- 
recto y  puro  ;  sus  relaciones  con  el  ilustre  autor  de  la  obra  orijinal  le  permitirán  ea-' 
riquecerla  con  notas,  asi  biográíicas  como  políticas,  (|ue  suban  de  punto  el  intercede 
la  traducción  ,  mucho  mas  cuando  á  ella  se  añadan  las  de  las  Historias  del  consulado  y 
del  imperio  del  mismo  aut(»r,  que  no  tardarán  en  ver  la  luz  pública. 

Las  notas  políticas  han  de  recaer  sobre  el  espíritu  mismo  de  la  obra;  y  ron  ellai 
puede  el  traductor  ser  muy  úíil  á  sus  conciudadanos,  mostrándoles  lo»  verdaderos  prin- 
ripios  de  la  liberta  1  política,  compatible  con  el  orden,  cuya  ignorancia  dio  motivo  á  la 
tendencia  lamentable  y  anárquica  que  tomó  la  revolucicm  francesa ,  y  que  lomarán  to- 
das las  revoluciones  ¡mi ii iras  cuando  .se  conviertan  en  st>cialfs. 

Las  notas  biográficas  tienen  también  un  interés  de  primer  orden  bajo  el  aspecto 
moral.  En  ellas  podrá  verse  de  (jiié  manera  las  pasiones  políticas  alteran  el  carácter  de 
los  hombres. /Quién ,  por  ejemplo,  podria  adi\inar  antes  del  hecho  que  Danton,  ins- 
truido, de  condición  suave,  amable,  y  bien  admitido  en  la  sociedad  culta ,  seria  el  ao- 
t:)r  de  los  horribles  asesinatos,  conocidos  con  el  nombre  ác  sepiembrizaciotienJ  ¿O  que 
K;>naparte,  exaltado  patriota  y  mal  visto  después  del  Termidor,  por  sus  relaciones 
con  el  hermano  de  Hobespíerre,  hubiese  de  ser  algún  dia  el  restaurador  de  las  insti- 
tuciones mona n| nicas  en  Francia  ? 

Nos  es  permitido,  pues,  (|iie  esperemos  en  la  traducción  anunciada  una  obra  útil 
é  interesante  en  todos  tiempos ;  pero  mucho  mas  en  las  circunstancias  actuales  de 
nuestra  patria  y  cuando  tanta  necesida  1  tenemos  de  las  lecciones  de  la  historia.  Noso- 
tros nos  prop.)nemos  estudiarla  tomo  á  tomo,  y  dar  cuenta  á  nuestros  lectores  de  las 
ideas  que  nos  sujiera  su  estudio. 

TRATADO  DEL  DERECHO  PENAL, 

por  JM.  ttossi  9  tradHckdo  al  cíMtelfnno  por  n.  CVfffe- 
iano  VorléB.  Tomüíp.  M.—JMadrM^  ÉSao. 


<o»90H< 


AUTÍCLLO  L 

XjSTA  obra  es  una  demostración  práctica  del  íriro  grave  y  verdaderamente  filosófico 
que  toman  los  estudios  en  nuestro  siglo,  m:iy  diferente  del  que  seguian  en  el  pasado, 
cuando  la  sutileza  de  injenio  era  tenida  por  filosofía  y  el  sofisma  sentimental  por 


[123] 

málisis.  Una  cadena  de  verdades,  en  las  cuales  no  se  equivocan  los  colorarios  como 
iríncipíos,  ni  las  aplicac'unies  accidentales  como  objeto  primario  de  los  sentimientos, 
lacen  de  este  precioso  libro  una  de  las  producciones  mas  impoi-tantes  de  la  c^poca 
ictual. 

Antecédele  una  introducción  en  que  se  refiere  el  oríjen  y  las  diversas  vicisitudes 
leí  derecho  penal:  describe  el  estado  en  que  se  halla  en  el  dia,  lo  que  le  falta  para 
u  perfetrion,  los  obstilculos  que  se  oponen  á  ella  y  los  medios  de  removerlos. 

Ik^pnes  de  describir  rápidamente  la  influencia  política  y  moral  que  ejerce  en  los 
meblos  la  administración  de  justicia,  est¿i})lece  como  primer  principio  que  todo  sis- 
ema  penal  debe  tener  por  objeto  la  conservación  del  orden  mcral  entre  los  hombres; 
M>rque  este  orden  es  el  primero  y  i^ltimo  fm  de  (odaslas  instituciones  políticas  y  so^. 
iales;  está  grabado  en  los  sentimientos  universales  de  la  humanidad  ,  y  es  conforme 
I  las  nociones  que  tenemos  de  la  Providencia  divina ,  ya  por  la  razón  natural,  ya  por 
a  revelación.  Por  consiguiente,  toda  teoría  penal  que  se  funde  sobre  la  utilidad  pública 
i  privada,  sobre  el  cálculo  mal  (V  bien  hecho  de  intereses  ,  de  pLiceres  y  de  dolores,  es 
lecesar lamente  manca  é  imperfecta,  y  puede  conducir,  y  ha  conducido  efectivamente 
I  errores  lamentables.  A  la  \erdad  ,  la  justicia  es  lUil  á  los  hombres  ;  pero  no  es  jus- 
icía  ¡)orque  es  útil,  sino  es  útil  porque  conserva  el  urden  moral,  porque  obedece  á 
as  relaciones  inmutables  del  mundo  intelectual.  No  tomemos  como  principio  lo  qiie 
olo  es* consecuencia.  I^' civilización  material  con  sus  interi^ses  y  comodidades  no  es 
m  fin ;  es  solamente  un  medio  para  perfeccionar  la  existencia  moral  del  hombre. 

Describe  después  las  relaciones  del  sistema  penal  con  la  civilización  de  los  pue- 
des, y  bosqueja  filosóficamente  los  diferentes  caracteres  que  ha  tenido  en  las  dife- 
entes  épocas  y  diversos  grados  de  cultura.  En  la  infancia  de  las  sociedades ,  dice, 
asi  se  confunde  el  derecho  de  castigar  con  el  derecho  de  dcfniM  personal ,  que  es 
esencialmente  individual,  transitorio  y  bestial  en  su  acción.  La  venganza  se  mezcla 
ambien  con  la  ])rnatidad  en  estas  épocas 

Pero  en  el  segundo  grado  de  la  civilización  cuando  empiezan  á  desvanecerse  los 
entimientosy  pasiones  personales  y  á  establecerse  ideas  de  urden  público,  el  carác- 
er  dominante  de  la  justicia  fue  la  reparación ,  no  la  espiacion  :  tr-atóse  prindpaU 
aente  de  satisfacer  á  la  parte  agraviada.  De  aqui  el  sistema  de  las  composiciones  por 
linero  ,  según  el  cual  se  valúan  aritmélicamente  las  ofensas  hechas  á  los  sentimien- 
os  mas  dulces  ó  la  satisfacción  de  los  mas  enérjicos  y  peligrosos  del  corazón  húma- 
lo. Pero  Á  lo  menos  era  conocido  el  gran  principio  de  ([uc  la  administración  de  la 
usticia  pertenece  al  poder  social. 

IxíS  progresos  de  la  civilización  hicieron  conocer  la  necesidad  de  conservar  la 
mnquilidad  pública,  que  es  la  condición  necesaria  de  todos  los  bienes  que  goza  la 
ociedad.  Entonces  se  miraron  los  delitos,  y  señaladamente  los  políticos,  como  otros 
antos  atentados  mas  6  mem»s  graves  del  individuo  contra  la  comunidad.  Esta  idea 
ODipió  necesariamente  la  relación  natural  entre  ( 1  delito  y  la  pena ;  porque  el  de- 
incuente,  considerado  como  enemigo  de  todos,  oprimido  por  la  ira  universal ,  por 
4  temor  de  que  quedasen  impunes  los  alentados  contra  la  seguridad  común  ,  por  la 
lecesidad  del  sosiego  y  por  el  espíritu  de  venganza,  no  fue  á  los  ojos  del  lejislador 
m  hombre  (lue  debia  espiar  su  maldad  ,  sino  una  víctima  que  habia  de -sacrificarse 
Kira  escarmiento  de  los  demás.  Era  preciso  defender  la  sociedad ,  y  no  se  creyó  in- 
itil  ninguna  precaución  que  contribuyese  á  hacer  mas  segura  la  defensa.  En  esta 
fpoca  fue,  pues,  la  ley  pena  cruel  y  caprichosa;  confundió  el  delito  con  el  pecado; 
iñadió  á  la  crueldad  de  los  castigos  formas  ridiculas;  creó  delitos  imajinarios;  se 
t>mplació  en  los  suplicios ;  atormentada  con  la  insuficiencia  de  los  medios  que  tienen 
os  hombres  para  descubrir  el  delito,  llamó  al  cielo  en  su  socorro,  é  inventó  el  duelo» 
0$  juicios  de  I)ioM  y  el  tormento. 

cA  nosotros,  dice  Mr.  Uossi ,  que  vivimos  en  el  seno  de  una  civilización  mas 
idelantada  y  profundamente  progresiva,  nos  es  fácil  condenar  desdeño'samente  estos 
ictos  de  una  justicia  penal  inculta  v  semibárbara  todavía.»  Pero  al  mismo  tiempo 
iñadc  que  en  vez  de  hacer  la  crítica  del  derecho  penal  de  la  edad  ipedia,  debería- 
nos  aplicarnos  á  correjir  el  de  nuestros  días,  en  el  cual  hay  muchas  cosas  que  las 
UCC8  uel  siglo  no  pueden  tolerar.  Con  este  motivo  entra  en  el  examen  de  la  lejislacion 


criminal  do  los  ingleses;  critica  la  profiisiun  con  que  en  ella  se  prodigran  la  pena  ue 
muerto,  la  de  azotes,  la  do  oonfiscacion ,  la  atrocidad  del  suplicio  de  los  traidores 
V  otros  vestijios  de  la  rusticidad  ai)ti{i[ua.'  t  Sin  embarco,  dice  nuestro  aiiCor .  cuan- 
do Samuel  Romilly  propuso  sustituir  una  forma  de  ejecución  capital  menos  atroi, 
su  |)ropos¡cion  fue  desodiada  por  setenta  y  tros  votos  de  ciento  y  trece.  El  pueblo  in- 
fries no  es  por  eso  menos  del  parecer  de  Komilly,  y  on  I.S^Olo  probó  cuando  el  supli- 
cio do  Tbisllewood  (1).  Ahora  todos  saben  que  la  ley  no  será  cumplida  y  que  no  po- 
dría serlo;  poro  los  sabios  del  parlamento,  esos  boudiros  (i^raves  que  creen  forniAl- 
mcnte  haber  dado  una  escelente  razón  cuando  han  diclu»:  cnolumus  le^cs  An|[(li« 
mu  tari »  {no  queremos  que  se  tnmlen  las  leyen  de  Lifflaierra),  prcíieren  dejar  al  verdugo  el 
cuidado  de  mirar  en  su  pais  por  la  humanidad.» 

Examina  después  el  derecho  penal  que  actuahrtente  rije  en  Francia,  mas  huma- 
no y  racional  que  el  del  antijruo  réjimen  ,  pero  que  se  resiente  <lel  carácter  violento 
<lel  poder  imperial  que  creó  nuevas  bastillas  y  restauró  la  confiscación :  censura  la 
división  de  los  actos  punibles  en  crímenes,  delitos  y  contravenciones  ,  porque  el  c<»- 
digo  la  deriva  ,  no  de  la  culpabilidad  de  la  a<M;ion,  sino  de  la  pena  que  se  le  impone: 
critica  la  dureza  de  las  ponas  contra  los  cómplices  ,  contra  los  destruct<ires  de  la  pro- 
piedad del  estado ,  y  la  teoría  do  la  muerlo  civil,  «principio  tan  razonablo,  dice, 
como  puede  serlo  la  idea  de  suponer  quo  lo  que  existo  no  existe,  que  un  vivo  es  un 
muerto.»  l|;ualmonto  nota  los  dof(^ctos  de  los  códipos  de  Suiza  y  de  Prusia.  Pasa  des- 
pués al  examen  de  los  cóili^os  de  procodimiontos  de  estos  diversos  p^iises ,  y  observa 
con  un  tino  semejante  al  de  Montesquieu  his  ventajas  ó  inconvenientes  de  sus  dispo- 
siciones. Kl  resultado  de  osla  digresión  es  la  necesidad  absoluta  de  poner  en  armonii 
el  derecho  penal  con  la  actual  civilización  de  ios  pueblos. 

No  croe  sin  embar<;o  que  puedan  hacerse  nola!)!os  mejoras  de  este  derecho  en  los 
estados  sometidos  al  p[obiorno  absoluto,  poniuo  bajo  osle  réjimen  han  de  i*cder  al 
recelo  y  A  las  sos|)oclias  iM  poder  todas  las  consideraciones  de  la  justicia.  Su  estn*Ua 
polares  su  segurida<l  individual,  y  se  cura  poco  de  las  relaciones  eternas  del  mundo 
moral,  f.o  mismo  <lice  do  los  (robiornos  deman:ójicos  y  revolucionarios,  en  donde  no 
hay  mas  princi|)io  de  conducta  cu  lojislacion,  en  diplomacia,  en  administración  que 
el  interós  del  partido  douiiiiaiile. 

AUTÍCl  LO  n. 

LIlMOS  cuenta  de  la  introducción  de  este  libro  en  el  artículo  nnterif»r :  pasemos  ya 
al  examen  del  cuerpo  do  la  obra.  El  aulor  empieza  por  buscar  el  oríjon  M  tUrrrht  de 
msfigtir,  qut*  es  la  cuestión  fundamental  do  la  ciencia.  Sin  ella  su  trabajo  solo  perte- 
neceria  al  arto  ó  la  profesión  del  jurisconsulto. 

Las  condiciones  esenciales  que  la  conciencia  y  la  razón  univers.il  de  los  Iiombrei 
exijen  del  castigo  para  tenerlo  por  justo  son  dos:  primera  ,  que  sea  merecido:  segun- 
da ,  que  sea  im¡Miesto  \h}V  el  «tr/xTior.  E\  mal  que  se  causa  al  delincuente  debe  ser  ei- 


[í]  Artun»  Tisilfwood  proros:»l>:i  los  |M-íiuifMos  do  l:i  di'nia;;o¡ia  mas  dt»sí»nrn*n:ida ,  y  proclaniú  sus 
opinioiit's  cou  suma  (>.>a(lía  coa  iiiolivo  (!••  lus  IiiiimiUos  ocurridos  en  MaiH'li(\st4T  vn  la  r|HH*:i  dt*  la  crisis 
roiiu  it-ial  qu<'  sufrió  Inglaterra  dt'spiios  do  la  pax  de  1815.  Fue  |)n\so.  acusado  do  hahor  escilado  al 
puoiilo  á  la  rolu'lion  y  doclarado  no  criminaL  Alj^uno!»  uioscs  dospuos  dosafíó  al  lonl  Sidiiioulh  que  en 
iitinistro ,  y  á  quioii  (ivia  cau^a  iU*  sn  priMOii.  Fuo  |)ros<»  secunda  vox ,  y  á  |hm*o  tioiufio  puesto  en  li- 
iHM'iad.  Kl  ¿lí  d(*  foltron»  do  1820  a*}  puso  al  froiito  (\i*  una  (-oii>|»ir:i(-MMi ,  oa\o  ohjcto  (Tsi  :i.sesiiiar  é  los 
fiiiiiistros  quo  <lot»iaii  r(*unirsi>  ou  casa  ik*  uuo  do  olios.  La  poiida  luvo  uolicia  del  oroyi^oio  •  se  antiH|)« 
á  ól .  y  d(ís¡iuo!»  do  uu  oouihalo  n^ñidísiuio  on  quo  Tliistlowood  niritó  á  uno  do  los  (^uartlias  de  lnraiiü*iiii 
fuorou  prosos  nu4*vo  de  los  conjurados.  Tlli^ll(r^vood,  quo  soo.scajM')  dol  co'.id>al<*.  fuo  porsogiiidu  y  pn*M 
tiiuhion.  C(Midonós4'le  á  la  ¡lona  do  los  traid(»n>s  cimi  cualit»  do  sus  cóinplicos ;  poro,  cuando  despiifst  d¿ 
aliorcíidos,  les  cortó  ol  \orduj;o  las  calH'/^is,  ol  horror  y  la  iiidíj^nacitMi  del  puoblo  que  usistia  al  triste 
o.>|x^rtácuIu  llo;;ó  á  tal  cstaMuo ,  quo  uo  se  «'jecuto  la  divisiou  vn  cuartos  de  los  cadáveres  que  está 
picsaita  por  la  ley. 


[125] 

piarioH  del  mal  que  cl  dclinciienlc  niísmo  causó.  Todos  creen  justo  volver  pena  por 
maldad.  Pero  nadie  puede  imponer  pena  sino  pov  c\  superior.  Nadie  censura  al  padre 
que  corrije  con  el  casli^o  Lis  travesuras  de  su  hijo:  seria  mirado  con  horror  el  hijo 
que  hiciese  mal  á  su  padre,  aunque  este  fuese  delincuente. 

Sí  h:iscamos,  pues.,  el  o/-í/>m  del  derecho  de  castiij^ar,  no  cTcamos  haberlo  encon- 
trado, si  es  incompatible  con  estas  dos  condiciones :  mal  merecido  éimjmesto  por  la  aulO' 
ridad  Ifjiíima^  ó  no  está  inliinamenle  enlazado  con  ellas. 

Pasa  después  Mr.  Uossi  al  examen  de  los  sistemas  inventados  para  estaltlerer 
aquel  oríjen,  y  los  divide  en  dos  clases :  primera,  de  ¡os  que  lo  hu.scan  en  la  idea  de 
la  jusficia:  segunda,  de  los  que  lo  deducen  de  la  idea  de  la  utilidad . 

A  esta  segunda  clase  períenecen,  se^run  él,  los  (|uc  infieren  el  derecho  de  castijiar 
}'a  del  de  la  propia  di*fensa  que  el  individuo  ha  cedí(!o  al  cuerpo  social,  }a  del  que 
cada  ciudadano  tiene  sobre  sí  mismo  y  que  en  caso  .le  ser  delincuente  enlre(ra  ú  la 
comunidad  en  consideración  de  las  (rrandisimas  ventajas  que  lo^rra  perteneciendo  A 
ella,  \a  del  derecho  de  defensa  que  el  poder  social  iejitimamenle  constituido  ad- 
quiere como  cu  rpo  moral,  ya  del  derecho  á  la  reparación  del  mal  causado  por  el 
agresor,  ya  en  fin ,  de  los  resultados  útiles  y  aun  necesarios  á  la  sociedad  que  produ- 
ce cl  ejcH-cicio  de  la  justicia. 

Todos  ejitos  sistemas  prescinden  altamente  del  sentimiento  y  de  la  idea  de  lo 
ju$ío:  MI  basa  es  la  utili<lad:  el  hienestar,  cl  interés,  el  placer.  «Al  ver,  dice,  un 
jiaríidario  del  principio  del  interés  caininar  al  cadalso  á  uno  de  sus  semejantes  ,  su 
idea  dominante  es  \s^  necesidad  del  suplicio  de  aquel  infeliz,  para  que  los  (|ue  lo 
im|)i>nen  puedan  trabajar,  dormir,  andar,  en  una  palabra,  gozar  sosegadamente  y 
sin  temor  alguno.  • 

l>csput^  de  destruir  con  sólidas  y  victoriojSiis  razones,  tomadas  de  lo  mas  seguro 
que  ha\  en  el  hombre,  á  sainar,  sus  sentimientos,  divide  la  cuestión  en  dos  parles: 
^1  interés  individual  y  la  utilidad  general. 

En  i!í\  sistema  del  interés  indivi'lual  no  puede  defínirse  de  qué  parte  está  la  aupe' 
rioridad^  si  de  la  del  reo  ó  la  del  poder.  Claro  es  que  el  interés  del  primero  es  mucho 
ma\or  que  el  del  segundo.  Al  majislrado  y  á  la  sociedad  no  importa  mucho  que  el 
dclüicuente  se  escape  del  suplicio:  para  el  delincuente  el  derecho  <le  escaparre  es  el 
mas  sagrado,  si  el  derecho  estriva  en  el  interés.  Ademas  en  este  sistema  el  hombre 
no  conuMe  maldades  sino  errores  de  cálcilo,  v  se  le  castiga  por  haber  omIti<Io  en  su 
es¡HN*ulacion  algunos  elementos  netv.'iarios.  Kn  el  suplicio  ej'¡ia  su  falta  de  ha!)ilídad 
ó  de  previsión,  no  su  infrarcion  contra  el  «irden  moral.  No  se  supone  /ítívt//V/o  su 
ciH'azun  y  sino  eífuintcadon  sus  juicios,  tls  cieno  que  en  toila  mala  acción  hay  un  tjtrro; 
¡MTii  /de  dónde  procede  este  yerro?  ¿De  ina<iverlencia?  ¿de  ignorancia?  No:  procede 
del  perverso  hábito  de  considerar  todas  las  cuestiones  bajo  el  aspecto  que  halaga 
mas  nuestras  pasiones  desenfrenadas,  y  de  prescindir  altamente  de  todo  motivo  vir- 
tuoso. Se  comete  el  delito  porque  el  hombre  arroja  de  sí,  ct)mo  moscas  iniportunas, 
t<NÍas  las  in;ipi raciones  de  la  virtud.  Pero  si  la  virtud  no  es  mas  que  un  cálculo  bien 
hecho  de  interés,  ^  por  que  es  general  en  los  hombres  la  noción  del  deb4*r  y  del  rc- 
monlimiento /  ¿Es  un  crimen  tan  grande  equivocarle?  ¿Siente  remonlimientos  el 
comerciante  (|ue,  por  haber  errado  un  guarismo  en  el  presupuesto  de  una  especula- 
cion«  pierde  en  ella  en  lugar  de  ganar? 

Tauípoco  puede  sostencTse  el  principio  de  la  utilidad  general,  esto  es,  del  mayor 
bieti  |»osible  del  ma^or  número  de  ciudadanos,  .si  [wr  bien  solo  se  enlien.len  los  in- 
teres<*s  y  placeres  materiales.  Ksle  principio  escliiye,  como  el  del  interés  indi\idual, 
todo  sentimiento  de  justicia,  toda  noción  de  orden  moral,  toda  máxima  superior  á 
la  exíslencia  física  del  hombre.  No  hay  entre  ambos  sistemas  otra  diferencia  sino  que 
en  el  primero  la  unidad,  esto  es,  el  indiv  .iuo  es  todo,  y  en  el  segumlo  es  na\la, 
V  solo  se  atiende  al  númerq.  Pero  el  número  crea  fuerza ,  no  drrerlu).  I>e  U  teoría  de 
la  ma}or  utilidad  del  mayor  número,  cuyo  reprc^sentante  es  siempre  el  gobierno, 
han  nacido  las  jimias  de  seguridad  pública,  los  juzgados  escepcionales,  las  coinisio- 
ne»  estraordinarias  y  los  tribunales  revolucionarios.  ¿Cuál  ha  sido  el  motivo  ó  el  pre- 
testo  de  esas  creaciones  monstruosas  erijidas  por  la  injimticia  para  oprobio  é  ignomi- 
nia de  la  especie  humana?  £1  bien  público  ,  la  salud  de!  estado,  la  seguridad.  Salus 


[1261 
popili  mprcma  Icx  esio.  No  :  primero  debo  perecer  todo  ol  jc^nero  humano  antes  que 
un  inocente  suba  al  cadalso.  Un  juez  inicuo  condenó  á  muerte  al  santo  de  los  sanloi 
proclamando  la  atroz  máxima  :  ctmvinie  qve  muera  vno  por  lodo  rl  jweldo.  Esta  proposi- 
ción fue  verdadera  en  otro  sentido  mas  «alto  ,  pero  no  en  el  que  él  la  pronunció.  Ro- 
bespierre ,  el  mismo  que  después  proclamó  la  existencia  de  Dios  y  la  inniortaiidad 
deJ  alma  ,  cuando  se  trató  de  asesinar  á  Luis  XVI  prescindió  de  todas  las  máximai 
de  justicia  universal ,}  se  contrajo  á  este  horrible  entimema :  m  muerte  e$  úlH  d  h 
rí'voli.rion:  muera  pacn. 

Hay  alguna  cosa. superior  á  todos  los  intereses  materiales  de  los  hombres  ,  y  esta 
cosa  es  la  justicia,  que  no  puede  estar  fundada  sobre  el  bienestar  del  mayor  número. 
Aun(|ue  la  esclavitud  doméstica  sea  utiüsiina  á  la  airricultura ,  á  las  artes,  Á  Iu« 
placeres  ,  al  bienestar  del  ina>or  número,  /dejará  por  eso  de  ser  la  ignominia  délos 
pueblos  donde  está  vijcnte?  ¿Ijejará  de  clamar  nuestro  sentimiento  interior,  noefjnt' 
lo  tratar  d  mi  hermano  eomo  uua  bestia  t 

El  número  no  es  mas  que  una  fi'irmula  ,  dice  el  Sr.  Rossi ,  inventada  para  editar 
la  repetición  de  la  unidad ,  y  nada  puede  añadir  al  derecho  de  un  individno ;  por 
tanto  el  sistema  de  la  utilidad  del  mayor  número  viene  á  reducirse  siempre  al  sísl^ 
ma  del  interés  individual.  Pueden  resultar  de  uno  v  otro  combinaciones  mas  ó  menos 
bien  entendidas  de  intereses  coincidentes,  opuestos  ó  diversos;  pero  nunca  obliga- 
ciones ni  derechos  :  estos  han  de  derivarse  de  un  principio  mas  alto  que  el  bienestar 
material.  La  utilidad  general  piiede  y  debe  poner  limites  ai  derecho  penal;  pero 
nunca  servirle  de  principio. 

En  efecto  ,  no  todas  las  infracciones  del  orden  moral ,  aunque  diurnas  de  espiacion, 
pueden  ni  deben  ser  castigadas  por  el  lejislador.  La  justicia  eterna  se  estiende  ¿  to- 
dos, pero  la  humana  no  :  su  jurisdicción  es  mas  corta  y  se  limita  al  dif/rtí  jtocicr/de 
un  estado.  Por  consiguiente  la  sanción  legal  solo  debe  recaer  sobre  los  actos  que  son 
contrarios  á  este  orden.  £n  este  sentido  v  solo  en  él  puede  decirse  que  la  vtiiulad  ti^ 
nvral  sirve  de  límite  á  la  autoridad  del  lejislador  y  del  majistrado;  mas  nunca  puiide 
ser>¡rle  de  base. 

Toda  acción  pecaminosa  ataca  el  orden  moral ;  ni  todas  pueden  ser  averignadas 
}  descubiertas  sino  solo  aquellas  (¡ue  dejan  vestijios  del  tránsito  de  la  maldad,  ni 
todas  tampoco  ofenden  el  orden  de  la  sociedad ,  cuya  con.^ervacion  estil  á  cargo  del 
poder  lejítimo.  Pero  ahora  no  se  indagan  los  límites  del  derecho  de  castigar,  sino  su 
fundamento. 

Pa.sa  después  á  probar  que  este  fundamento  no  puede  ser  el  derecho  de  defensa, 
ni  individual ,  ni  colectiva.  La  defensa  individual  cesa  por  su  misma  naturaleza  cnan- 
do  cesa  la  agresión  ó  su  peligro,  y  entonces  es  precisamente  cuando  comienza  la 
acción  fe  la  j'isticia.  La  defensa  ctdectiva  no  puede  ser  sino  contra  los  agresores 
futuros,  y  en  este  caso  la  justicia  no  miraría  el  castigo  del  delincuente  sino  como  un 
simple  medio  de  aterrar  á  ios  que  propendiesen  á  imitarle:  asi  la  justicia  carecería 
de  moralidad ;  y  como  los  crímenes  mas  atroces  son  los  que  se  cometen  con  me- 
nos frecuencia  aun  en  el  estado  eslralegal,  debería  imponerse  menos  pena  al  parri- 
cida que  al  asesino.  Este  segundo  delito  es  mas  temible  para  la  sociedad  que  el  pri- 
mero ,  porque  hay  mas  asesinos  (|ue  parricidas. 

Todos  estos  sistemas,  que  convierten  la  justicia  en  un  mero  instrumento  polilico, 
la  falsean  y  degradan. 

I>espues  de  refutar  el  sistema  que  supone  al  hombre  en  el  estado  natural  con  d(^ 
recho  á  castigar  á  otro  hombre  que  cometa  una  maldad  ,  y  el  del  convenio  ó  pacto 
en  virtud  del  cual  den  los  individuos  al  poder  social  aquel  derecho,  deduce  el  derecho 
de  castigar  de  la  existencia  del  orden  moral  que  nos  revelan  á  un  mismo  tiempo 
nuestros  sentimientos ,  nuestra  razón  y  nuestra  conciencia ,  combincido  con  la  líber* 
tad ,  y  por  consiguiente  la  re^poumbitidad  del  hombre.  Si  podemos  ser  inocentes  d 
criminales,  ha  de  haber  una  justicia  que  premie  nuestras  buenas  acciones  y  castigue 
las  malas. 

Pero  el  hombrees  soeiable  por  su  naturaleza.  El  estado  social  es  una  obligación  j 
im  derecho  para  él.  Pero  la  sociedad  se  comjmne  <le  tres  elementos:  cimíadanos. 
leyes,  poder;  ó  en  otros  términos,  ív/ítí/o,  órdm  ,  autoridad  eonservadora :  tres  cosas 


fl27] 
todas  justa»,  porque  todas  se  derivan  del  sentimiento  social  innato  en  el  Iioiubre. 

Akora  bien,  las  relaciones  que  crea  el  orden  social  ó  son  entre  un  estado  y  otro, 
ú  entre  un  estado  y  los  individuos  que  le  componen,  ó  entre  los  individuos  mismos, 
y  estas  rclacioniis  ó  son  de  hostilidad,  ó  deauxiliu,  6  de  indiferencia.  De  aqui  na- 
ce» el  ttrrrcho  de  la  guerra  entre  los  estados,  derivado  del  derecho  de  defensa  ;  el  derecho 
dr  castigar  de  un  estado  ó  del  poder  que  lo  conserva  sobre  sus  individuos  que  le  hos- 
tilicen; y  el  derecho  de  decidir  entre  sus  individuos  cuando  no  esleu  acordes  unos 
con  otros. 

VX  derecho  de  castigar  %Q  ÚQtw di  ^  pues,  de  la  justicia  eterna  que  premia  la  virtud 
y  rasti^ra  la  maldad,  aplicada  con  las  restricciones  coavenientes  al  orden  social ,  cuya 
existencia  y  conservación  son  necesarias  para  la  perfección  del  hombre. 


ARTICULO  III. 


T 


0])f)S  los  pueblos  y  naciones ,  sea  cual  fuere  su  creencia  y  su  forma  de  urobierno, 
han  admitido  sin  discusión  el  principio  de  que  el  mal  hecho  d  la  sociedad  debe  ser  caiti" 
gado  por  el  poder  cotvmrcador  de  la  misma  sociedad.  Ksta  uiáxiuia  ha  sitio  reconocida  |)or 
la  razón  universal  del  género  humano,  con  anterioridad  á  toda  teoría,  á  todo  sis- 
tema rdos<)lico,  político  ó  administrativo,  señal  cier{.a  deque  está  irrabada  en  los 
ánimos  de  todos  los  hombres.  Mr.  Hossi  ha  tenido  el  mérito  de  buscar  su  orijen 
donde  realmente  está,  que  es  en  los  sentimientos  innatos  del  cerrazón,  descartando 
los  erróneos  y  débiles  fundamentos  (|ue  quiso  darle  la  falsa  filosofía  del  si^^lo  XVIII. 
Ue|>etiréinos  en  compendio  los  raciocinios  de  nuestro  autor  para  dejar  bien  fijas  las 
ideas  en  esta  importante  materia. 

El  hombre  tiene  el  sentimiento  innato  de  lo  justo  y  de  lo  injusto:  luego  existe  un 
orden  moral. 

£1  hombre  es  intelijente  y  libre :  luego  conoce  cuando  se  conforma  y  cuando  se 
aparta  de  las  leyes  del  orden  moral. 

l'na  de  estas  leyes  es  que  el  mal  delns  ser  expiado.  £1  hombre  la  siente  y  la  recono- 
ce; sin  ella  no  heririnn  los  puTiales  del  remordimiento. 

£1  hombre  es  sociable:  luego  reconócela  existencia  de  la  r/>/>tí/y/iVYi.  aunque  solo 
S4»a  patriarcal  á  de  familia;  reconoce  la  existencia  de  las  leyes,  es  decir,  el  orden 
sitcial,  y  reconoce  la  existencia  de  la  autoridad  pública  encargada  de  conservar 
el  orden. 

£1  orden  social  no  es,  pues,  otra  cosa  que  el  orden  moral  aplicado  á  la  república: 
toda  infracción  del  orden  social  debe  ser  castigada:  ¿por  quién?  por  la  autoridad 
encargada  de  sostenerlo.  £xiste,  pues,  en  el  poder  social  derecho  de  caniiyar  á  los  de- 
lincuentes sin  que  sea  necesario  buscar  el  oríjea  d:*  este  derecho  ni  en  la  utilidad 
pública ,  ni  en  el  estado  anterior  á  la  sociedad ,  esta<lo  <|ue  nunca  ha  existido,  ni 
en  ninguna  convención  humana.  £ste  derecho  se  deriva  inmediata^nenle  <le  esta  ley 
del  mundo  moral:  el  mal  deb.'  ser  expiado.  Tal  es  la  teoría  (|ue  desenvuelve  el  autor 
en  el  primer  libro  de  su  obra. 

En  el  segundo  comienza,  digámoslo  asi,  la  ciencia  cuyos  cimientos  ha  echado  en 
el  anterior,  y  trata  del  (hálito.  I)a  este  nombre  á  la  infracción  imjn:íahle,  rapaz  de  str 
estitnada  ¡H>r  lajattticia  humana  é  i  nerita  ble  ¡sin  la  sanción  jtenal ,  de  un  deber  útil  para  la 
cfMsrrrarion  del  orden  público ,  y  cuyo  cumplimiento  tienen  derecho  de  exijir  la  stH:iedad  ó  sus 
indieidyos. 

En  esta  definición  la  infracción  de  un  deber  es  el  género,  y  las  demás  circunstancias 
son  la  diferencia  que  caracteriza  la  cosa  definida. 

Toda  acción  contraria  al  orden  moral  es  infracción  de  un  deber  para  con  Dios, 
p  ira  con  nosotros  mismos  ó  para  con  nuestros  semejantes.  Todas  estas  infracciones 
M>n  pecados^  pero  no  todas  son  delitos,  £1  hombre  es  res¡K>asable  de  to.las  ante  la  jus- 
ticia divina  ;  pero  la  jurisdicción  de  la  humana  tiene  limites  m:is  estrechos ,  designa  • 
dos  por  las  demás  [partes  de  la  definición,  escepto  la  imputabilidad ,  que  también  es 
necesaria  para  constituir  el  pecado. 


Despiios  osplica  cada  una  do  oslas  oirninstanoias.  La  priir.rra  osqifc  la  infractioo 
dol  dohor  punía  ftr  e*(m(ula  por  la  jvftiría  twmatta  ;  esto  os  :  qiio  el  lojísladof  anlOF  de 
rolooar  una  amen  inmoral  en  ol  oatAlopo  do  lo»  dolilos  ha  do  formar  idoa  <*\afll 
dol  mal  qiio  so  liaco  con  olla  ü  la  sociedad,  v  compararle  con  los  iDconvotiiehten  que 
ptiode  producir  su  casl¡{;o.  t  Si  los  lojisladtuVs,  dice  Kossi ,  lnibi(*sen  tenido  sieniprf 
prosonlt*  esta...  condición  dol  dolilosocial,  no  oxislirian  muchas  leyes  en  los  aiiah*s  del 
derecho  criminal;  entre  oirás  no  se  encontrarían  cíorlas  leyes  relativas  al  desafío.i  Se 
ve,  |)Uos,  que  se  adopta  el  principio  do  la  necesidad  y  de  la  coticrnietina\  mas  no  p¿Ri 
dar  un  fundamento,  sino  para  señalar  un  limito  al  (Itrerho  de  ra^titjar.  1^  jiislieia  drl 
hombre  no  pucMlo  tenor  tanta  est€*nsion  como  la  dol  cielo,  y  dehe  terminarse  donde 
cose  la  atilidad.  Mas  nunca  pmulo  recaer  sino  sobro  acciones  ccmlrarias  al  orden  nw»- 
ral:  orden  cuva  existencia  se  nio{ra  en  el  sistema  de  los  intercs<'s  materiales. 

\o  ha  dr  haber  otnt  medio  para  erilar  la  infrmcrion  t^ino  la  Miieioñ  penal.  Deberán, 
pues ,  oscluirse  <lol  código  penal  las  acciones  reprensibles  sometidas  á  la  sanción  na- 
tural  como  la  intemperancia ,  ó  á  la  sanción  ri^lijiosa  como  los  malos  pensamientos 
consentidos;  las  qne  ol  irobierno  puede  impedir  por  medidas  (rubornativas,  eonio  la 
mondi;ruez  v^dunlaria;  las  que  pu(M¡e  reparar  la  justicia  civil,  como  la  dcnegarion 
de   una  deuda. 

Kl  drlnr  iiifrinjido  ha  de  iter  útil  para  la  rotaterrarion  del  orden  púhlieo  ;  pues  esla  nlí- 
Hilad  designa  el  límite  donde  se  separa  el  delito  propiamenle  dicho  de  la  inmorali- 
dad. Aunque  to<lo  acto  iliciCo  no  deja  (W  producir  siempre  al^run  dano  á  la  sociedad, 
á  voces  es  oslo  <laño  tan  corto  que  seria  mayor  el  que  produciría  la  aplicación  de  la 
pona.  El  lojisla  lor  criminal  no  defiendo  ol  orden  moni/ dol  universo,  sino  el  Arden 
público  do  la  societlad  :  es  menester  no  olvidar  en  nin(;un  caso  esta  distíneion. 

El  del/er  vitdado  ha  de  ner  exijible  ó  retpterihle,  es  decir;  su  \iolacíon  ha  de  scrtetm 
de  un  derecho.  Asi  la  infraociou  de  los  <loboros  para  con  Dios  (V  para  eonsi^ro  mi«mu 
no  pertenece  Á  la  jurisdicción  de  la  justicia  humana.  Los  «loberos  rolijiosos  infrínji- 
dos  no  se  cídocan  en  la  clase  do  los  dtditos,  sino  cu;mdo  comprometen  el  orden  so- 
cial ;  en  este  caso  tiene  derecho  la  sociedad  «Ji  exijir  el  cumplimiento  de  aquellos 
deberos. 

E »  fm ,  ol  derecho  vi  lado  lia  de  pertenecer  al  cuerpo  norial  ó  d  «m  indirUíuw.  íte 
a(|ui  nace  la  distinción  de  los  delitos  públiros  y  privados,  (¡ue  se  deriva  de  la  misma 
naturale/a  de  las  cosas. 

Nos  hemos  detenido  tanto  en  las  dos  cuestiones  del  oríjon  del  derecho  de  c<i8li(nir 
y  <lo  la  esencia  del  delitOy  pon|ue  son  capitales  en  la  ciencia  do  la  lejislaoion  crimi- 
nal. La  prinu'ra  nos  hace  conocer  la  Ivjilinúdad  de  la  justicia  humana:  la  segunda  los 
limites  <lo  su  acción. 

El  rosto  de  este  primer  tomo,  aunque  de  suma  utilidad  para  ol  lejislador  v  juris- 
consulto ,  no  presenta  un  campo  tan  vasto  al  tilnsofo,  aunque  siempre  llama  ía  aten- 
ción la  saj^acidad  con  que  analiza  nuestro  sabio  escritor  todas  las  materias  que  trata. 

En  l(vs  capítulos  si^Miiontos  de  este  se|;undo  libro  trata  del  mal  pn>dueido  por  el 
delito  y  déla  impulabilidad. 

Mr.  Kossi  divide  el  mal  en  físico,  moral  y  mi.«(to.  El  primero  no  constitujo  delito. 
El  hijo,  que  mala  á  su  padre  por  casualidad  y  sin  tpierer,  no  es  parricida.  Tampoco 
puede  la  justicia  humana  conocer  do  los  actos  que  producen  solo  un  mal  moral;  }' 
ol  autor  reserva  para  cuando  trate  de  los  actos  internos  y  ptrparatof  ios  la  cuestión  dfl 
(]ue  ha  tomado  una  resolución  criminal ,  persiste  en  ella  y  está  próximo  á  poneria 
en  ejecución. 

El  mal  misto  de  moral  y  físico  que  el  hombre  se  haga  i\  si  mismo  ,  como  el  sni- 
cidio  y  la  mutilación,  no  portonoco  tampoco  ú  la  jurisdiocion  hiimana^sino  en  el  caso 
do  que  le  haya  hecho  con  intención  de  no$;arso  á  un  servicio  que  la  sfH'iedad  tie- 
ne (lorecho  d  exijir  de  él ,  como  el  soldado  (|ue  se  mutila  por  inutilizarse  para  la 
milicia. 

Cuando  el  mal  físico  de  la  acción  inmoral  recae  sobre  otro  individuo,  es  menester 
valuarle.  Aqiii  entra  el  autor  en  una  análi.sis  lar<;a  \  difícil  on  que  nos  es  imposible 
sopiirlo ,  y  de  la  cual  resulta  la  división  que  hace  de  los  delitos  on  cuatro  clases,  á 
saber:  contra  las  personas,  contra  el  cuerpo  social,  contra  la  propiedad  privada, 


[129] 
contra  la  propiedad  pública ,  y  sa  subdivisión  según  la  naturaleza  de  los  bienes  que 
atacan. 

£n  los  últimos  capítulos  trata  de  la  imputabilidad ,  la  cual  se  deriva  de  la  mora- 
lidad del  ajenie,  esto  es,  de  su  intélijcncia  y  de  su  libertad,  y  se  agrava  según  el 
conocimiento  que  tenga  de  la  ley  moral,  de  la  ley  positiva,  y  según  las  circunstan- 
cias del  hecho  anuncien  menos  provocación  y  mas  reflexión  para  cometer  el  crimen- 


ARTICULO  I. 

JLiSTE  segundo  tomo  contiene  la  conclusión  del  libro  11  en  que  se  trata  del  ddiio; 
el  libro  III  que  habla  de  las  penas ,  y  el  IV  y  último  donde  se  examina  la  naturaleza 
y  caracteres  de  la  ley  penal. 

En  el  tomo  anterior  se  esplicó  la  definición  del  delito  por  sus  cualidades  esenciales, 
su  división  en  clases  y  su  imputabilidad.  Este  comienza  esplicando  los  medios  de  justifi- 
cación y  disculpa  la  varía  naturaleza  de  los  actos  que  constituyen  el  delito,  y  de  la  par- 
ticipación en  él:  grandes  y  diftcíles  cuestiones,  tanto  en  la  teoría  como  en  la  práctica 
del  derecho  penal ;  pero  que  nosotros  no  podemos  hacer  mas  que  indicar,  dando ,  aun- 
que imperfectamente,  á conocerá  nuestros  lectores  una  obra  tan  importante. 

Se  justifica  un  acto,  criminal  en  la  apariencia  cuando  el  ájente  al  tiempo  de 
cometerlo  se  halla  en  un  estado  tal  que  destruye  toda  su  moralidad.  Se  disculpa 
cuando  el  estado  en  que  se  halla  el  ájente  le  hace  acreedora  la  mitigación  ó  á  la  esen- 
cion  absoluta  de  la  pena  legal.  La  justificación  declara  inocente  al  que  obró  el  acto, 
como  sucede  al  que  mata  á  otro  en  defensa  justa  de  su  propia  vida.  La  disculpa  dis- 
minuye ó  aniquila  la  pena ;  mas  no  establece  la  inocencia  moral  del  reo. 

Las  causas  que  justifican  ó  disculpan  el  acto  dañoso  son:  primera,  la  lejitimidad 
del  hecho:  segunda,  la  ignorancia:  tercera,  el  error:  cuarta  ,  la  violencia.  La  causa 
de  lejitimidad  justifica  los  actos  del  soldado,  del  ájente  de  policía,  del  ministro  de 
justicia  que  cumplen  las  órdenes  legales  de  sus  superiores  y  llenan  un  deber. 

Pero  idd)en  ohedecene  sin  excepción  alguna  todas  las  órdenes  del  superior  1  Esta  es  la 
gran  cuestión  de  la  obediencia  pasiva  ^  de  que  tanto  se  han  valido  las  pasiones  políticas 
en  un  estremo  para  afirmar  el  despotismo  del  poder,  en  otro  para  debilitar  los  vín- 
culos del  orden  público. 

M.  Rossi  demuestra  que  un  inferior,  por  serlo  no  renuncia  al  sentido  común, 
y  que  hay  casos  en  que  obedecer  la  orden  del  gefe  sería  renegar  la  intelijencia,  como 
por  ejemplo,  si  el  coronel  mandase  al  soldado  matar  á  un  niño  de  pecho  que  está  dur- 
miendo. 1^  doctrina  de  la  obediencia  pasiva  es,  pues,  incomprensible  en  moral.  Es 
también  absurda  en  la  práctica ;  pues  de  ella  se  inferiría  que  el  soldado  puede  ase- 
sinar al  rev,  si  se  lo  manda  su  cabo  de  escuadra. 

Distingue  el  autor  tres  órdenes  de  hechos:  primero,  los  mandados  por  la  lev 
aunque  sea  inicua ;  el  ciudadano  que  la  cumple  no  queda  espuesto  á  responsabi- 
lidad penal :  segundo,  las  formas  que  la  ley  establece  para  su  cumplimiento;  el  infe- 
rior no  es  responsable  cuando  se  le  manda  según  dichas  formas:  tercero,  los  actos 
que  la  ley  ha  dejado  á  la  libre  voluntad  del  superior.  Si  este  en  casos  de  esta  especie 
manda  una  cosa  evidentemente  criminal,  el  inferior  que  le  obedezca  tiene  par- 
ticipación en  el  delito. 

M.  Rossi  no  se  hace  cargo  de  un  argumento  acaso  el  mas  fuerte  que  pueden  ob- 
jetar los  defensores  de  la  obediencia  pasiva ,  y  es :  que  c  si  el  inferior  se  constituye 
juez  de  la  lejitimidad  del  acto  que  se  le  ha  mandado,  podrá  á  veces,  por  error  ó 
malicia,  suponer  ilejítimo  lo  que  no  lo  es. »  Este  argumento  que  milita  con  mucha 
razón  en  todas  las  ocasiones  en  que  el  ciudadano  quiere  constituirse  á  si  mismo  acu- 

17 


[130] 

sador ,  juez  y  verdugo ,  no  tiene  fuerza  alguna  en  el  raso  presente.  Su  obediencia 
ó  desobediencia  han  de  ser  juzgadas  primero  en  el  tribunal  de  su  conciencia,  j 
después  en  el  de  la  justicia  humana.  Ni  ante  el  uno  ni  ante  el  otro  podrá  discaipar 
su  inobediencia  con  el  pretesto  de  que  la  órdeh  fue  inmoral;,  ¡ci  efectivamente  no 
lo   fue. 

Oespues  de  examinar  }  distinguir  los  efectos  de  la  ignorancia,  del  error  y  de  la 
violencia  en  la  juslifícacion  ó  disculpa  de  las  acciones  humanas,  pasaá  analizarlos 
diferentes  actos  que  constituyen  el  delito.  Su  principio  fundamental  es  este:  ia  jutíiek 
humana  no  puede  castigar  itino  cuando  infiera  ron  ccrlidumbrc  moral  de  log  actos  etíerio- 
res  la  resolución  interior  de  cometer  el  crimen.  Solo  entonces  puede  imputar  el  hecho 
criminal. 

Empieza  por  distinguir  los  actos  internos  de  los  estemos,  y  entre  los  estemos  los 
actos  preparatorios  de  los  de  ejecución.  En  fin,  la  ejecución  puede  ser  suspendida  A 
frustrada. 

En  cuanto  á  los  actos  internos  no  pueden  estar  sometidos  i\  la  ley  penal  por  la 
imposibilidad  de  conocerlos,  mientras  no  los  revele  algún  acto  esterior.  Por  mas  pro- 
bable que  parezca,  en  cin^unstancias  dadas,  que  se  ha  tomado  la  resolución  de  co- 
meter el  crimen ,  no  puede  existir  ni  la  certidumbre  moral  ni  la  legal,  porque  no 
existe  ningún  acto  esterno  de  donde  pueda  inferirse. 

Llámanse  actos  prejmratorios  del  delito  aquellos  cim  los  cuales  el  delincuente  f« 
pone  en  estado  de  hacer  su  obra  de  iniquidad  ;  pero  sin  haberla  comenzado  todavía. 
Estos  actos  pueden  ser  6  inocentes  en  sí  mismos,  ó  constituir  otro  nuevo  delito ;  pero 
de  ningún  modo  revelan  la  resolución  de  cometer  el  que  con  ellos  se  prepara,  be  ha 
comprado  el  veneno  :  se  ha  echado  en  el  vaso.  Hasta  ahora  no  te  ha  infrinjide  nwpm 
derecho :  hasta  ahora  no  se  ha  empezado  la  acción  de  envenenar.  Luego  ios  actos 
preparatorios  no  pueden  ser  castigados  por  la  ley  penal ,  y  solo  tiene  la  sociedad  el 
derecho  de  aplicar  las  medidas  preventivas  de  policía ,  si  las  encuentra  capaces  de 
prevenir  el  delito  que  los  actos  preparatorios  pueden  hacer  que  se  tema  ó  se  sospe- 
che. Solo  pueden  someterse  algunos  de  estos  actos  que  tienen  una  relación  mas  inti- 
ma con  el  delito  ala  justicia  criminal,  imponiendo  al  acusador  la  obligación  de 
probar  por  otros  medios  que  ex  istia  la  resolución  de  cometerlo.  Las  propuestas  acep- 
tadas ó  no  aceptadas  de  cometer  un  crimen ,  las  tramas  culpables  conocidas  por  pala- 
bras ó  por  escritos  están  en  este  caso ;  pues  por  mas  relación  que  tengan  con  el  acto 
criminal,  no  lo  comienzan,  sino  lo  preparan. 

Actos  de  ejecución  son  aquellos  en  que  empieza  ya  á  atacarse  un  derecho.  El  vaso 
de  veneno  se  presenta  á  la  víctima:  bébalo,  ó  no  hay  tentativa  de  delito  :  ha  comenza- 
do el  acto  criminal  y  revela  la  intención  del  ájente.  Bébese  el  veneno  y  produce  so 
efecto :  hé  aqui  el  crimen  conmmado.  El  veneno  no  produce  su  efecto  ó  no  es  bebido: 
lié  aqui  el  vrinwn  fnislrado.  El  envenenador  antes  de  que  se  beba,  movido  de  la  pie- 
dad ó  del  remordimiento  ó  del  temor ,  declara  la  traición  é  impide  que  se  consomé 
la  catástrofe :  lié  aqui  el  delito  suspefidido. 

M.  Hossi  opina  que  la  pena  correspondiente  á  los  actos  succesivos  de  cjecudon 
debe  ser  correspondiente  á  la  gravedad  de  ellos,  esto  es,  tanto  mayor  cuanto  mas 
.se  acerquen  á  la  consumación ;  poro  siempre  menor  que  la  del  delito  consumado. 
El  delito  su.spendido  por  la  acción  voluntaria  del  actor  no  es  > a  delito,  y  no  debe 
castigarse,  l^s  actos  ya  ejecutados  podrán  ser  delitos  de  otra  clase  y  merecer  cas- 
tigo ;  pero  no  el  que  corresponde  al  delito  que  se  quería  cometer :  en  fío ,  el  deli- 
to frustrado  parece  que  merecería  la  misma  pena  que  el  consumado ;  pero  c  vál- 
gale también,  dice  el  autor,  al  delincnente la  buena  fortuna  de  su  víctima.»  Fúndase 
en  que  el  reo  en  este  caso  no  tiene  que  expiar  los  goces  criminales  que  esperaba  de 
su  delito,  y  en  que  los  hombres  son  muy  induljentes con  el  que  no  logró  el  radique 
deseaba  hacer. 

Ninguna  de  estas  razones  nos  parecen  fuertes.  Esa  induljencia  no  es  moral;  solo 
es  producida  por  la  alegría  de  que  la  víctima  se  hubiese  salvado;  y  cuando  los  hom- 
bres están  alegres  no  son  muy  severos.  La  expiación  no  recae  ni  debe  recaer  sobre 
los  goces  criminales  mezclados  siempre  de  angustias ,  que  son  su  expiación  en  esta  vida* 
sino  sobre  la  infracción  del  orden  moral  que  debe  ser  restablecido  por  la  pena.  Dis- 


[13Í] 

paré  mi  escopeta  contra  otro  hombre  á  quien  deseaba  matar;  el  tiro  no  salió  ó  se 
erró :  tan  homicida  soy  como  si  hubiera  atravesado  el  corazón  á  mi  enemigo . 

Concluye  este  capítulo  con  la  pariieipaeion  en  el  delito ,  la  cual  divide  en  coddin- 
cuencia  (voz  que  será  necesario  admitir  en  nuestra  lejislacion  criminal)  y  camj^ieidad, 
y  censura  los  códigos  que  han  confundido  en  una  sola  estas  dos  especies  de  parti- 
cipación. 

Llama  codelincueníes  á  todos  los  que  han  sido  autores  de  la  resolucUm  criminal  ó  de 
su  ejecución.  Establece ,  pues ,  tres  clases  de  codelincuencia  :  los  provocadores  direc- 
tos del  delito  que  han  sido  autores  de  la  resolución  sin  tomar  parle  en  la  ejecución; 
los  que  sin  haber  cooperado  á  la  resolución  han  tomado  voluntariamente  parte  en  la 
ejecución ,  y  los  que  han  cooperado  á  la  resolución  y  á  la  ejecución ,  llamados  co- 
munmente autores  principales.  Cómplices  son  los  que,  sin  ser  autores  de  la  resolución 
ni  de  la  ejecución,  han  ayudado  á  una  ó  á  otra ,  ó  á  ambas,  física  y  moralmente.  El 
autor  señala  con  mucha  exactitud  el  grado  de  responsabilidad  que  compete  á  cada 
clase  de  delincuencia  ó  de  complicidad. 

Es  escusado  decir  que  nuestro  autor  reGere  las  muchas  y  variadas  cuestiones  que 
presenta  su  obra  á  los  principios  jenerales  que  sentó  en  el  tomo  I  y  que  ya  hemos 
espuesto.  De  ellos  deduce  todas  sus  conclusiones ;  y  solo  por  haberlos  visto  mal  apli- 
cados, á  ntiestro  parecer,  nos  hemos  separado  de  la  opinión  de  M.  Rossi  en  la  cues- 
tión del  delito  frustrado. 


ARTÍCULO  II. 


E 


L  libro  III  de  esta  obra  esplica  la  naturaleza,  efectos  y  cualidades  de  la  pena. 
Después  de  su  definición ,  el  mal  causado  por  el  poder  social  al  perpetrador  de  un  delito^ 
pasa  el  autor  á  esplicar  su  fin.  Este  es  el  cumplimiento  de  la  justicia  social ,  la  con- 
servación del  orden  público.  Cualquiera  otro  fin  que  se  atribuya  á  la  justicia  huma- 
na en  la  imposición  de  la  pena  es  secundario.  Las  tres  condiciones  esenciales  de  la 
pena  legal  son:  primera,  que  castigue  el  mal  con  el  mal:  segunda,  que  castigue 
solamente  al  autor  del  delito :  tercera ,  que  lo  castigue  en  proporción  del  derecho 
violado. 

Son  efectos  de  la  pena  la  instrucción  y  el  temor.  Instruye  á  toda  la  sociedad,  por- 
que manifiesta  inmediata  é  imperativamente  las  leyes  del  orden  moral  relativamente 
á  sos  aplicaciones  al  orden  público.  Aterra,  ya  al  mismo  delincuente,  ya  á  los  que 
se  hallasen  inclinados  á  imitarle.  Previene ,  pues,  los  delitos^  porque  obliga  á  los  hom- 
bres á  estudiar  y  respetar  el  orden  moral,  y  porque  aterra  á  los  que  no  quieren  ins- 
truirse ó  tienen  una  perversidad  superior  á  la  instrucción. 

Se  ve,  pues,  que  la  utilidad  de  la  pena  es  un  corolario,  no  un  principio  de  su 
esencia.  El  autor  cita  la  enmienda  del  delincuente  como  un  efecto  mas  deseable  que 
seguro  del  castigo.  Con  este  motivo  se  estiende  acerca  del  sistema  penitencial  de  las 
cárceles,  que  hasta  ahora,  según  M.  Rossi,  no  ha  producido  resultados  satis- 
factorios. 

Otros  efectos  de  lá  pena  son :  el  sentimiento  de  seguridad  que  da  al  cuei^po  so- 
cial, y  la  satisfacción  de  la  conciencia  pública  ofendida  por  el  delito.  Esta  satisfac- 
ción procede  del  deseo  del  bien  y  de  la  conservación  del  orden  que  es  general  á  to- 
dos los  individuos  de  la  sociedad. 

Pasa  después  á  la  gran  cuestión  de  la  proporción  entre  la  pena  y  el  delito.  Reco- 
ooce  lá  imposibilidad  de  resolverla  por  el  simple  raciocinio ,  porque  en  las  ciencias 
morales  no  hay  un  tipo,  no  hay  una  unidad  como  en  las  Matemáticas.  Serian  necesa- 
rios tres  datos  que  no  existen:  primero,  la  ecuación  entre  un  delito  dado  y  su  pena: 
segundo ,  la  escala  de  relación  de  los  delitos :  tercero  ,  la  de  las  penas. 

Recurre ,  pues ,  á  la  conciencia  del  género  humano  para  aproximarse  en  cuanto 
sea  posible  á  la  verdad.  cLa  relación,  dice,  que  percibimos  entre  el  mal  moral  y  el 
padecimiento  de  su  autor. ...  en  cada  caso  particular  son  hechos  de  conciencia ,  ver- 
dados  sentidas  é  irrecusables»  de  intuición ,  como  las  llama  mas  arriba.  Por  consi- 
guiente aconseja  al  lejislador  que  en  esta  parte  procure  estudiar  el  espíritu  de  la  na- 


[132] 

cioD ,  la  hisloria  del  país ,  la  estadística  de  las  causas  criminales  para  no  contrariar 
la  conciencia  pública  que  siempre  es  el  resultado  de  estos  principios :  primero ,  la 
ma vor  ó  menor  enerjía  del  impulso  criminal  que  varia  sej^un  el  grado  de  civilización: 
segundo,  la  mayor  ó  menor  probabilidad  de  que  se  cometa  el  delito:  tercero,  la 
gravedad  del  mal  producido  por  éi :  cuarto ,  el  ¡leligro  en  que  pone  á  la  sociedad  j 
el  temor  que  inspira. 

J.as  cualidades  de  la  pena  deben  ser  las  siguientes : 

Personales^  esto  es,  deben  recaer  solamente  sobre  el  autor  del  delito.  Es  verdad 
que  toda  pena  produce  efectos  perniciosos  á  victimas  inocentes.  Un  reo  condenado 
al  último  suplicio  puede  dejar  en  el  desamparo  á  su  mujer  v  á  sus  hijos.  Pero  no  es 
la  ley  la  que  quiere  este  mal  indirecto,  sino  el  delincuente  cuando  se  arrojó  acome- 
ter un  crimen  merecedor  de  aquella  pena. 

Motriles  y  es  decir,  aquellas  que  no  despierten  pasiones  en  otros  hombres,  como  la 
conGscacion ;  ni  se  opongan  á  la  enmienda  posible  del  delincuente  ,  como  las  infa- 
mantes. 

Divisibles  en  cuanto  sea  posibh^  para  poder  atender  á  las  circunstancias  atenuantes 
y  agravantes ,  y  al  mayor  ó  menor  grado  de  la  sensibilidad  del  reo. 

Reparables  o  remisibles  para  el  caso  de  la  reposición  de  la  sentencia  ó  del  uso  dá 
der(*cho  de  clemencia. 

Insínicíivas  y  satisfactorias ,  esto  es,  deben  tener  analojía  con  la  naturaleza  del  de- 
lito. Mas  esta  relación  ha  de  ser  intrínseca  como  la  privación  de  derechos  politicof 
al  ({ue  lia  usurpado  cargos  públicos ,  ó  la  mulla  al  reo  de  estafas ;  mas  no  material 
como  seria  quemar  al  incendiario  ,  ó  dar  veneno  al  emponzoñador. 

Ejemplares ^  esto  os j  públicas,  solenmcs  y  que  produzcan  en  el  delincuente  on 
mal  que  aterre  á  los  que  quisieran  imitarle. 

En  íin  ,  correctivas  ó  capaces  de  producir  la  enmienda  dc*l  reo  ó  por  temor  ó  por 
convicción. 

De  estas  cualidades  las  mas  esenciales  á  la  pena  son  que  sea  personal,  monU  y   ■ 
ejemplar;  porque  por  ellas  se restablete  el  orden  moral  (|ue  violó  el  delito.  I^s  oirás 
condiciones  son  propias  para  correjir  en  muchos  casos  la  falibilidad  de  la  justicia 
humana ,  ó  para  otros  fines  útiles  Á  la  sociedad. 

Ks  llegado  ya  el  <mso  de  examinar  las  diferentes  especies  de  penas  contenidas  en 
los  códigos,  y  empieza  M.  Rossi  por  el  examen  de  la  pena  capital. 

Ante  todas  cosas  debe  averiguarse  si  es  lejitima ,  esto  es ,  si  el  poder  social  tiene 
derecho  de  imponerla.  El  argumento  de  M.  Rossi  ú  favor  de  este  derecho  no  tiene 
réplica.  Esta  pena  ha  sido  impuesta  por  todos  los  lejisladores  ;  está  escrita  en  Codos 
los  códigos,  y  se  ha  aplicado  en  todas  las  naciones.  Ahora  bien  :  todo  el  género  hu- 
mano puede  íiaber  estado  equivocado  y  estarlo  aun  sobre  una  cuestión  de  física  y  de 
astronomía,  no  sobre  un  hecho  de  conciencia.  El  sentimiento  universal  de  los  hom- 
bres en  sociedad  da  A  esta  el  derecho  de  esterminar  al  parricida,  al  asesino,  al  en- 
venenador. Nada  puede  oponerse  contra  este  hecho  (|ue  prueba  el  derecho  por  ser 
producto  de  la  conciencia  humana. 

Vengamos  al  raciocinio.  La  vida  ,  como  lodos  los  «lemas  bienes  del  hombre,  pue- 
de ser  objeto  de  \a  ¡)enali(lad,  siempre  que  ofrezca  materia  á  la  expiación,  es  decir, 
siem|»re  <|ue  c(mserve  analojía  y  proporción  con  el  delito.  El  padre  de  familias^qne 
mata  á  un  hombre  por  <lrfender  la  vida  de  su  hijo  6  el  honor  de  su  mujer,  cumple 
una  obligación.  La  justicia  social  cumple  la  suya,  cuando  impone  la  pena  merecida  foír 
el  delincuente ,  y  no  tiene  otro  medio  de  defender  la  sociedad. 

.\o  por  eso  niega  el  autor  cuan  grande  abuso  se  ha  hecho  y  cuánto  se  ahiísa  aun 
<le  la  pena  capital.  Desea  como  nadie  que  se  Ixu're  de  los  códigos;  pero  antes  se  ne- 
cesita que  los  progresos  de  la  civiliza<rion  moral  de  los  pueblos  hagan  muy  raros  loi 
crímenes  que  está  destinada  á  «-astigar  y  prevenir. 

Viniendo  á  las  cualidades  de  esta  pena  se  ve  que  i^s  jfcrsonal  y  ejemplar  por  el  ter- 
ror <|ue  inspira.  En  cuanto  á  su  moralidad  puede  escitar  pasiones  muy  funestas  cuan- 
do se  aplica  mal.  1^  pena  capital  im|uie$ta  al  robo  sin  asesinato  multiplica  los  asesi- 
natos y  disminuye  los  [procesos  de  robo.  El  salteador,  á  quien  la  ley  avisa  que  nada 
gana  con  respetar  la  vida  del  robado,  tiene  un  fuerte  incentivo  para  esterminar  el 


[133] 

estígo  de  su  crimen.  Impuesta  la  misma  pena  á  los  delitos  puramente  políticos ,  da 
in  grande  impulso  á  la  calumnia,  á  los  furores  de  los  partidos,  á  los  aduladores  del 
»oder.  M.  Rossi  cree  que  cuando  un  delito  político  no  se  complica  con  el  asesinato, 
1  robo  y  el  incendio  ó  algún  otro  crimen  de  una  categoría  diferente ,  no  debe  impo-^ 
lérsele  el  último  suplicio.  Esta  opinión  ,  contraria  á  la  de  Beccaria,  que  solo  admite 
a  pena  capital  en  los  delitos  de  estado ,  pueba  la  diversidad  de  principios  de  ambos 
»obHcistas.  £1  primero  se  funda  en  la  conciencia  pública  menos  vulnerada  por  los 
lúmenes  políticos  que  por  el  asesinato,  el  incendio  y  el  veneno.  £1  segundo  en  la 
itílidad  del  orden  político  establecido.  La  pena  capital  es  el  máúnmo  de  las  penas ,  y 
ole  debe  aplicarse  á  los  mas  graves  atentados  contra  la  moral ,  y  en  los  casos  en  que 
B  sociedad  exije  la  mayor  represión  posible. 

I^  pena  de  muerte  demasiado  prodigada,  mucbo  mas  si  la  precedo  mutilación  ú 
itro  tormento  ,  ó  si  es  lenta  y  terriblemente  dolOTOsa  ^  bace  las  naciones  bárbaras  y 
anguinarias  porque  se  acostumbran  al  espectáculo  de  ver  sufrir  al  hombre.  También 
MHoducen  otro  efecto  moral  sumamente  pernicioso,  y  es  la  impunidad  de  los  delitos. 
iadie  «e  atreve  á  declarar ,  ni  á  acusar ,  ni  á  condenar  cuando  el  resultado  ba  de  ser 
levar  al  delincuente  al  -cadalso  por  un  delito  que  la  conciencia  pública  no  cree  me- 
«cedor  de  tanta  pena. 

No  sucede  lo  mismo  cuando  la  pena  capital  se  impone  por  grandes  atentados 
lontra  la  humanidad.  En  estos  casos  es  menester  reprimir  mas  bien  que  escitar  la 
ndignacion  del  público ,  de  los  testigos  y  de  los  jueces.  Entonces  es  la  pena  eminen- 
emente  ejemplar ,  y  no  pocas  veces  reconoce  su  justicia  el  mismo  infeliz  que  ha  de 
iufirirla.  Cuando  el  delito  está  bien  probado  ,  el  suplicio  es  merecido,  y  si  se  impone 
a  pena  de  muerte  pronto  y  sin  crueldad ,  la  sensación  de  terror  saludable  que  espe- 
íroentan  todos  es  solemne  y  útilísima. 

No  siendo  reparable  ni  remisible  la  pena  de  muerte,  opina  el  autor  que  ninguna 
¡enlencia  capital  debería  ejecutarse  sin  la  previa  revisión  del  poder  que  tenga  la  pre- 
figattva  del  derecho  de  clemencia. 

f^s  demás  penas  corporales  inferiores  á  la  de  muerte  son  inmomles»  La  intensidad 
le  muchas  depilas  depende  del  verdugo.  Y  en  general  imposibilitan  en  una  nación 
)ien  moríjerada,  ó  cuando  menos  instruida  y  dotada  del  sentimiento  del  honor,  la 
¡nmienda  del  delincuente,  que  ya  estigmatizado  por  la  ley,  no  podrá  encontrar  ni 
iMvío  ni  trabajo  ,  ni  amor-,  ni  amistad  sino  en  hombres  tan  inmorales  como  éL  La 
niama  observación  hace  M.  llossi  sobre  las  penas  infamantes. 

Pero  contra  estas  hace  otra  objeccion  todavía  mas  fuerte.  £1  poder  social  no  poe- 
te disponer  del  espíritu  público  para  infrínjirlo  como  pena.  I^  opinión  que  de  un 
lombre  formen  .sus  conciudadanos  no  depende  ni  de  la  ley  ni  de  la  sentencia  del  juez; 
bepeade  solo  del  juicio  que  formen  de  sus  acciones  y  costumbres.  La  pena  infamante 
!Stá  de  mas  cuando  -el  delito  es  de  aquellos  que  suponen  un  alma  bajamente  inmoral, 
iomo  el  hurto ,  el  daño  hecho  alevosamente^  el  falso  testimonio ,  la  calumnia.  I^ 
tena  infamante  no  produce  su  efecto  cuando  el  delito  inspira  mas  horror  «  indigna- 
;ion  que  desprecio,  ó  es  producido  por  la  exaltación  de  pasiones  no  reprimidas. 

Trata  después  del  encarcelamiento ,  que  es  la  pena  por  cscelcncia  en  las  naciones 
ivilizadas;  pues  priva  del  bien  de  la  libertad  que  es  el  mayor  de  los  sociales.  £1 
lator  entra  en  este  capítulo  en  una  larga  discusión  acerca  del  sistema  penitencial  de 
•a  cárceles ,  y  espone  esc(*lentes  ideas  sobre  esta  materia  ,  que  actualmente  llama  la 
itencion  de  todos  los  publicistas  y  filósofos. 

Restan  la  multa  y  el  destierro  en  sus  diferentes  especies.  Proscribe  muy  justa- 
Dente  la  confiscación  y  las  multas  exorbitantes  que  se  acerquen  á  ella.  Censura  las 
Quitas  que  son  parte  alicuola  del  capital  ^  poco  onerosas  para  los  muy  ricos ,  y  gra- 
es  para  los  que  son  menos;  y  concluye  á  favor  del  establecimiento  de  un  máximo  y 
le  un  minimo ,  y  de  la  disminución  de  las  multas  por  infracciones  pequeñas,  c  Estas 
nnUas  ,  dice ,  no  deben  ser  penas,  sino  avisos,  i 

La  locomoción  ó  la  translación  obligada  del  delincuente  de  un  punto  á  otro  la  cree 
noy  oportuna  para  los  delitos  puramente  políticos,  porque  esta  pena  tiene  analojía 
on  el  impulso  criminal ,  esto  es,  con  la  ambición ,  y  asegura  la  sociedad  contra  la 
urbulencia  ulterior  del  delincuente. 


[134] 


ARTICULO  IIL 

JuL  cuarto  y  últiino  libro  de  este  tratado  habla  de  la  ley  penal^  su  necesidad,  foriuaciott 
y  composición.  * 

La  justicia  humana  no  castiga  todos  los  actos  inmorales,  sino  solo  aquellos  quek- 
frinjen  derechos  exijiblcs  y  que  no  pueden  sostenerse  de  otra  manera  sino  por  la  ley 
penal.  £1  derecho  de  castigar  se  funda  en  dos  elementos,  el  detito  y  la  necesidad  de  cas- 
tigarlo. El  primer  elemento  es  conocido,  lijo  é  invariable:  el  segundo  puede  admitir  mo- 
dificaciones. La  ley  penal  es,  pues,  variable  por  su  esencia  misma;  pues  depende  de  la 
situación  moral  y  de  las  circustancias  en  que  se  halla  la  sociedad. 

No  hay  cosa  mas  inocente  que  pasearse  do  noche;  pero  el  que  prevea  que  por  las  cir* 
cunstancias  particulares  de  la  ciudad  su  salida  á  aquellas  horas  ha  de  producir  desórdenes, 
cometerá  un  acto  inmoral,  siá  pesar  de  su  convicción  se  pasea.  Pero  ¿podrá  castigarle 
el  poder  social  por  aquella  inmoralidad?  No,  si  no  existe  una  ley  que  lo  prohiba;  por- 
que podrá  responder,  con  verdad  ó  sin  ella:  yo  creía  hacer  una  acción  inocente.  Y  ¿quién 
le  probará  lo  contrario  no  existiendo  otro  testigo  que  su  conciencia  individual? 

.Mas:  aun  cuando  la  inmoralidad  del  acto  sea  notoria  y  no  pueda  terjiversarse podrá 
decir  el  delincuente,  si  no  hay  ley:  es  verdad  que  he  obrado  mal;  pero  no  crei  hacer  wn  greaí 
daño  á  la  sociedad^  pites  no  ha  prohibido  esta  acción.  Y  ¿quién  le  probará  que  miente?  M.  Rottí 
añade  á  estos  argumentos,  que  no  tienen  réplica,  el  del  carácter/;rfVf nliw>  que  tiene  la  ley 
penal,  para  probar  la  necesidad  de  comprender  en  ella  todos  los  delitos,  especiBcando  ras 
penas;  y  deduce  el  principio  (conservador  á  un  mismo  tiempo  déla  moral,  del  orden  y  déla 
libertad;  d  nadie  debe  castigarse  sino  por  actos  previstos  en  la  ley.  La  equidad  natural  de  los  jue- 
ces y  majistados  era  buena  para  los  tiempos  primitivos  de  la  civilización,  en  los  ciulet 
la  única  garantía  era  la  probidad  personal  del  que  juzgaba  y  sentenciaba.  Entonces  no  ha- 
bia  leyes^  sino  usos:  entonces  se  seguia  en  las  sentencias  el  impulso  de  la  conciencia  púb)ka, 
bien  ó  mal  interpretada.  Ya  hemos  salido  de  aquellos  rudimentos:  ya  es  necesario  que 
los  oráculos  de  la  conciencia  los  dé  el  Icjislador  ,  y  que  sean  esplícitos  ,  claros  y  termi- 
nantes. 

Mas  no  por  eso  se  crea  que  si  es  necesaria  la  promulgación  de  la  ley  que  declara  el  ie^ 
lito^  lo  es  igualmente  la  determinación  de  la  cantidad  fija  de  pena  que  debe  imponérsde. 
cLos  que  asi  piensan ,  dice  el  autor,  han  hecho  de  cada  ley  un  lecho  de  Procusto,  donde 
tiene  que  acomodarse  de  grado  ó  por  fuerza  cada  caso  particular.»  Es  necesario  que 
el  lejislador  deje  al  juez  la  latitud  competente,  dentro  de  ciertos  límites,  en  la  especie  de 
pena  que  corresponda  á  cada  delito.  Esta  debe  á  la  verdad  designarse  en  la  ley :  porqoe 
;,quién  sin  estremecerse  dejaría  al  juez  la  facultad  de  elejir  entre  la  pena  de  muerte  j 
la  de  encarcelamiento,  entre  la  deportación  y  la  multa?  Pero  en  las  penas  dicisiltlei^  se- 
ñalados el  mdximo  y  el  mínimo  de  ollas,  puede  y  debe  dejarse  al  majistrado  la  eleccioo 
de  la  cantidad  para  ocurrir  á  los  diversos  casos  y  circunstacias  que  la  ley  no  ha  podido 
prever. 

Examina  después  quién  debe  ser  el  lejislador  penal,  y  no  duda  en  decidirse  por  \m 
congresos  represen  la  ti  vos.  En  cierto  grado  de  civilización  podría  un  hombre  instruido» 
independiente  y  de  probidad  formar  buenas  leyes  civiles.  La  teoría  de  las  obligaciones 
y  derechos  se  funda  en  principios  fijos  é  invariables,  fáciles  de  aplicar  alas  nuevas  com- 
binaciones de  intereses  que  sean  creados  por  la  sociedad.  No  asi  la  ley  penal ,  fundada  en 
dos  hechos,  la  conciencia  y  las  necesidades  sociales. 

En  cuanto  al  principio  moral,  atacado  por  el  delito,  corre  tanto  mas  riesgo  de  ser 
adulterado  por  las  pasiones  humanas,  cuanto  mas  se  separe  su  examen  de  la  conciencia 
pública  y  se  reduzca  á  la  indicídnal.  Pero  prescí  ndase  del  peligro  de  las  pasiones:  sup^yogaso 
al  individuo,  á  quien  se  dácl  cargo  de  lejislador,  inaccesible  á  todo  afecto  que  no  sea 
el  de  la  justicia:  se  caerá  siempre  en  el  inconveniente  de  introducir  en  la  lejislacioo  penal 
del  espíritu  de  sistema  que  pondrá  sus  conclusiones  facticias  en  lugar  de  inspiraciones 
comunes  de  lo  bueno  y  do  lo  justo.  (In  sectario  del  sistema  de  la  ulilideui  solo  calculará 
<*1  mal  material  de  las  acciones.  El  que  esté  persuadido  de  la  gran  importancia  del  comer- 


[I35J 

cío  y  de  la  industria  para  los  progresos  físicos  y  morales  del  hombre,  dará  «na  gravedad 
moral  ei^ajeradaá  los  cif'imenes  de  falsificación,  piratería  y  fabricación  de  falsa  mo&eda. 
Eiqae  es  muy  relijioso,  traspasará  probablemente  los  límites  de  la  sociedad  para  invadir 
el  territorio  de  las  conciencias,  y  castigará  los  actos  inmorales  aunque  no  tenga  el  orden 
público  necesidad  de  castigarlos,  c Escójase,  añade, al  contrario  un  hombre  de  la  escuela 
del  siglo  XyiII,ymuy  probablemente  la  relijion  se  arrastrará  cautiva  á  los  pies  de  una 
política  invasora  ,  ó  á  lo  menos  el  culto  esterior  y  sus  ministros  estarán  fallos  de  protec- 
ción. §  Esto  en  cuanto  á  la  moralidad  de  la  ley  penal. 

Y  en  cuanto  á  su  neeendad  ¿dónde  está  el  hombre  de  estado,  el  filósofo  profundo,  el 
erudito  laborioso  que  pueda  jactarse  de  conocer  todas  las  exijencias  sociales,  todos  los  he- 
hos  que  las  revelan,  todos  los  sucesos  que  las  demuestran,  mucho  mas  cuando  eslas  exi- 
jencias son  por  su  naturaleza  variables?  Para  conocer  el  verdadero  estado  moral  de  la  so- 
ciedad ,  que  es  uno  de  los  doa  elementos  esenciales  de  la  ley  penal ,  es  necesario  el 
examen  y  la  confrontación  de  muchos  testimonios  diferentes;  y  ni  uno  ni  otro  puede 
conseguirse  sino  en  una  asamblea  lejislativa  suficientemente  numerosa. 

Dnpnes  de  esplicar  quién  debe  ser  el  lejislador,  pasa  á  espUcar  cómo  debe  hacerse  la 
ley,  y  examina  en  primer  lugar  la  cuestión  de  la  codificación ,  esto  es,  si  conviene  para 
reformar  la  lejislacion  penal  formar  un  código  completo  de  juna  vez,  anulando  todas  las 
leyes  anteriores,  ó  bien  hacer  la  reforma  por  niedio  de  leyes  parciales  y  succesivas.  £1 
autor  se  decide  por  este  segundo  método,  y  solo  cree  aplicable  el  primero  en  un  pais  falto 
de  leyes  penales,  ó  cuya  lejislacion  criminal  se  creyese  muy  mala. 

Pero  si  parte  de  la  lejislacion  es  buena,  seria  un  desatino  derribar  lo  que  existe,  lo 
que  ya  está  identificado  con  las  ideas  y  costumbres  del  pueblo,  solo  por  el  gusto  de  for^ 
Mnar  un  edificio  de  nueva  planta,  cuya  base  sea  un  sistema^  y  por  consiguiente  dé  ocasión 
agraves  errores,  aun  prescindiendo  del  notable  daño  de  obligar  á  los  jueces  y  abogados 
á  estudiar  una  jurisprudencia  nueva.  Cuando  se  corrije  una  mala  ley  se  alteran  respecto 
á  los  casos  que  á  ella  he  refieren,  las  doctrinas  de  los  letrados :  eslo  es  fácil,  y  ningún 
jurisperito  se  quejará  de  ello.  Pero  altérese  toda  la  lejislacion,  aun  en  la  pa^te  que  tie- 
ne buena,  y  habrán  de  aprender  de  nuevo  su  oficio. 

Añádase  á  esto  la  dificultad,  ó  por  mejor  decir,  imposibilidad  de  que  un  Congreso 
lejislativo concurra  verdaderamente  á  formar  un  código  entero.  Una  ley  pucd(>  ser  discu- 
tida ,  examinada  bajo  todos  sus  aspectos  y  votada  en  conciencia  con  conocimiento  de 
causa.  Un  código  no  se  adoptará  nunca  sino  por  un  voto  de  confianza  concedido  al  redactor 
7  á  la  comisión. 

Ademas,  si  el  código  civil  puede  hasta  cierto  punto  ser  eterno  é  inmutable,  no  asi  el 
código  penal,  sometido  á  las  exijencias  y  necesidades  sociales,  esencialmente  variables. 
Eo  el  concepto  de  hacer  inmutable  la  obra ,  cson ,  dice ,  dos  absurdos  del  mismo  género 
iiD  código  y  un  diccionario  de  la  academia.»  Confesamos  que  no  hemos  entendido  bien 
eata  comparación  de  M.  Rossi.  Es  posible  que  el  redactor  de  un  código  piense  en  hacer 
una  obra  muy  duradera.  Es  una  autoridad  lejitima;  y  sus  decisiones  tienen  fuerza  de  ley, 
mientras  no  haya  otra  autoridad  semejante  que  las  derogue.  No  tienen  ese  carácter  los 
diccionarios  de  las  lenguas.  Los  cuerpos  sabios  que  los  publican  consignan  en  ellos  las 
decisiones  del  uso  actual:  cQuem  penes  arbitrium  est ,  et  jus  et  norma  loquendi»  y  por 
consiguiente  reconocen  la  autoridad  superior  del  uso,  la  proclaman  y  son  ,  por  decirlo 
asi ,  su  poder  ejecutivo.  ¿Llega  á  desusarse  ó  perderse  una  voz,  corriente  antes  y  admi- 
tida en  el  lenguaje?  El  diccionario  advierte  á  los  que  quieran  hablar  bien  el  idioma,  que 
aquella  voz  es  desuñada  ya,  ó  está  anticuada.  ¿Introdúcese  en  el  lenguaje  y  en  el  uso  de  los  es- 
critores instruidos  alguna  palabra  nueva?  El  diccionario  la  inserta,  y  esplica  su  valor.  ¿Se 
muda  la  significación  de  un  vocablo?  El  diccionario  lo  avisa.  Parécenosquc  es  imposible 
á  los  diccionarios  aspirar  á  la  inmortalidad.  No  conocemos,  pues,  qué  relación  ó  se- 
mejanza tiene  un  libro  sometido  esencialmente  al  uso ,  la  cosa  mas  variable  y  caprichosa 
que  hay  entre  los  hombres,  con  un  código  cuya  anulación  no  puede  ser  efecto  sino  del 
efercicio  posterior  de  la  autoridad  lejislativa.  Tampoco  entendemos  cómo  puede  ser 
ridiatlo  el  diccionario  de  un  idioma.  Por  mal  hecho  que  esté,  siempre  será  necesario 

Cra  los  que  quieran  aprender  aquella  lengua ,  y  útilísimo  cuando  menos  para  los  que 
sepan.  Es  verdad  que  solo  dice  que  es  ridículo  en  cuanto  aspire  á  la  inmutabilidad. 
Pero  ¿cuál  es  el  diccionario  que  tiene  esa  pretensión? 


[136] 

Los  (los  últimos  capitules  de  la  obra  esplicaa  lo  que  debe  contener  la  ley  penal  *  y 
cómo  debe  redactarse  y  componerse;  cuál  debe  ser  la  latitud  concedida  al  juei;  cuándo 
conviene  definir  los  delitos;  cuándo  no,  y  cómo  deben  redactarse  los  artículos  relativos 
á  la  participación  en  el  delito,  á  las  circunstancias  atenuantes  y  agravantes,  justifica- 
ción y  disculpa. 

No  nos  atrevemos  á  decir  que  bemos  dado  una  completa  descripción  de  esta  esceleotc 
obra ;  pero  sí  que  lo  hemos  procurado.  Nuestra  costumbre,  cuando  tenemos  que  dar 
cuenta  délos  libros  de  esta  clase,  es  estudiarlos,  meditarlos  y  escribir  los  pensamientos 
que  ha  dejado  en  nuestra  alma.  Otros  seguramente  harán  mejor  este  estudio;  pero  alo 
menos  no  será  inútil  indicarles  nuestras  ideas,  que  podrán  después  comparar  con  las 
suyas. 

pon  D.  71^0191390  ICASí^lOmZ  DS  LA  ROSA. 


E 


7/1  tenui  labor ;  ai  icnuis  non  gloría. 


L  cantor ,  dotado  de  una  voz  de  grande  alcance,  hace  mayor  esfuerzo  cuando  tiene 
que  reprimirla  que  cuando  la  desplega  en  toda  su  estension.  El  insigne  poeta,  que  supo 
conmover  los  mas  íntimos  senos  del  corazón  con  los  acentos  lamentables  de  Edipo  y  oon- 
las  heroicas  calamidades  de  Zaragoza :  el  ilustre  orador  que  ha  ennoblecido  la  tribuna  es- 
pañola con  su  varonil  é  independii^nte  elocuencia:  el  sabio  publicista, que  ha  examina* 
do  y  espuesto  las  necesidades  y  tendencia  de  la  é|)oca  actual,  abandona  ahora  el  puñal 
de  Melpom'ene,  la  lira  de  Píndaro,  el  punzón  de  Tulio  y  la  pluma  de  Montesquieu ,  y 
reduce  las  dimensiones  de  su  intelijencia  á  la  estrecha  capacidad  de  los  niños,  á  quie- 
nes habla  y  á  quines  hace  hablar,  y  la  reduce  con  la  envidiable  facilidad  que  es  d  ca- 
rácter distintivo  de  sus  obras.  Estamos  persuadidos  á  que  ninguna  le  habrá  costado  tan- 
to trabajo  como  esta.  Es  fácil  al  que  está  dotado  de  genio  poético  elevar  el  tono  á  la 
altura  de  su  imajinacion:  es  fácil  al  hombre  instruido  y  versado  en  las  discusiones  pot^ 
ticas  y  filosóficas,  adoptar  el  giro,  ya  lójico,  ya  oratorio,  que  corresponda  á  la  sítnaeioa 
y  al  pensamiento.  Sabe  que  habla  á  hombres,  y  que  le  lian  de  entender.  Pero  espraiar 
ideas  morales  y  relijiosas,  es  decir,  de  un  orden  altísimo,  de  manera  |que  se  bagan  inte- 
lijibles  á  la  tierna  razón  de  los  niños,  y  que  estos  puedan  percibirlas  por  sentimieBiD, 
mas  bien  que  por  raciocinio,  es  obra  harto  difícil,  y  que  supone  en  el  que  la  emprende 
y  la  desempeña  debidamente  un  grande  conocimiento  del  instinto  moral  del  hombre, 
única  facultad  desenvuelta  en  la  edad  para  la  cual  escribe. 

La  prosa  y  los  jversos  contenidos  en  este  librito,  sin  dejar  de  tenerla  dignidad  cor- 
respondiente á  sus  argumentos,  están  dotados  de  la  sencilla  injenuidad  que  es  propia 
de  la  infancia.  Pero  dentro  de  este  círculo  tan  estrecho ,  se  descubren  bellezas,  capaees 
de  ser  sentidas  por  los  mismos  niños  y  de  indicarles  las  ideas  del  buen  gusto  al  mismo 
tiempo  que  las  de  la  virtud ;  ideas  que  están  mas  enlazadas  entre  sí  de  lo  que  gene* 
raímente  se  cree.  Pueden  servirnos  de  ejemplo  algunos  de  sus  proverbios ,  como  este: 

Dios  al  bravo  mar  enfrena 
Cotí  muro  de  leve  arena. 

Los  epítetos  bravo  y  leve  forman  un  contraste  que  será  fácil  hacer  conocer  al  nifio  de 
menor  capacidad.  Lo  mismo  podemos  decir  de  otros  proverbios  en  que  la  intencioB 
poética  está  tan  bien  espresada,  que  no  es  posible  desconocerla.  Tales  son: 

ÍM  gloría  que  el  malo  ostenta^ 
No  es  corona ,  sino  afrenta. 


ri37] 

Quien  su  cpiera  no  enfrena^ 
Lleta  en  la  culpa  la  pena. 

Lo  mismo  hemos  advertido  en  las  demás  composiciones  poéticas.  Véase  sino  está  es- 
tarna en  el  Himno  d  la  Virgen  Santisima: 

Cándido  como  la  nieve 
Conserta  mi  corazón^ 

Y  el  alma  sencilla  y  pura 
'    Libre  de  vicio  y  de  error. 

Como  del  cielo  el  rodo 
Caiga  en  mi  tu  bendición , 

Y  nacerán  las  virtudes 
Como  en  el  campo  la  flor. 

Esta  es  la  poesía  del  sentimiento  candoroso:  esta  es  la  única  de  que  es  capaz  la  in- 
iaocia. 

En  las  redondillas,  donde  se  describen  las  estaciones  del  año,  hay  mas  movimiento 
y  adornos  poéticos;  pero  el  autor  ha  tenido  buen  cuidado  de  anteponer  á  cada  roman- 
cito  una  breve  esposicion  en  prosa,  con  la  cual  el  niño  podrá  muy  bien  comprender 
el  sentido  de  los  versos.  Si  en  los  del  invierno  dice: 

Ye  te  descubro ,  Señor ^ 
Cuando  al  son  del  roneo  trueno 
Abre  la  nube  su  seno 

Y  arde  en  vivo  resplandor, 

m 

Ya  antes  ha  leido  en  el  discurso  que  antecede  :  las  tormentas  limpian  la  atmósfera 
de  vapores  pestilenciales ,  y  á  veces  producen  la  benéfica  lluvia ,  con  que  se  refresca 
el  ambiente  y  se  fertiliza  la  tierra. 

Las  narraciones  del  nacimiento  de  Moy^es  y  del  sacrificio  de  Isaac  están  muy  bien 
cacrítas,  y  sus  asuntos  bien  elejidos;  pero  el  Sr.  Martinezde  la  Rosa  conocerá  fácilmen- 
te que  faltan  otras  para  completar  el  libro  de  los  niños;  y  no  estrañará  que  se  espere  de  él 
la  oescripcion  del  gran  sacrificio,  figurado  en  el  de  Abrahara,y  del  nacimiento  del  gran 
Libertador,  figurado  en  Moyses;  y  todo  para  el  uso  de  la  infancia. 

Los  últimos  romances  en  que  se  da  una  descripción  sucinta  de  Espada ,  cual  pue- 
deo  comprenderla  los  niños ,  son  dignos  del  escritor  patriota  que  quiere  gravar  en  los 
tierBOft  ánimos  de  sus  lectores  el  conocimiento  y  el  amor  de  la  patria. 

Pero  basta  ya  de  análisis  cuando  se  trata  de  una  obra  cuyo  principal  mérito  no  es 
Uteraríe,  sino  moral;  y  no  consiste  tanto  en  el  acierto  de  la  ejecución  como  en  el  ob- 
jeto que  se  ha  propuesto  su  autor.  £1  Sr.-  Martinez  de  la  Rosa  proclama  este  gran  prin- 
cipio social :  el  sentimiento  relijioso  es  la  basa  de  la  moral;  y  en  su  libro  se  descubre  en  to- 
dais  partes  la  intención  de  ligar  á  este  sentimiento  las  máximas  mas  importantes  y  las 
virtudes  mas  útiles  al  género  humano.  Ante  este  gran  proyecto  desaparecen ,  y 
deben  desaparecer  todas  las  pretensiones  al  mérito  literario. 

Nosotros  nos  atreveremos  á  dar  algún  desenvolvimiento  á  la  idea  que  el  autor  no  hi- 
zo mas  qne  indicar,  porque  no  escribía  un  tratado  de  psicolojia ,  sino  un  prólogo  para 
los  niftos. 

Eo  la  tierna  edad  se  desenvuelven  y  fortalecen  casi  simultáneamente  tres  instintos 
connaturales  al  hombre:  el  de  su  conservación  y  felicidad ,  el  de  la  sociedad,  y  el  de  su  depen- 
dencia del  Ser  Supremo  é  independiente.  La  generalidad  de  estos  tres  instintos,  de  estos  tres 
leotioiientos  en  todos  los  hombres  de  todas  las  épocas  y  pueblos,  prueba  que  son  titna- 
losj  €9  decir ,  que  no  los  deben  ni  á  la  educación ,  ni  á  las  preocupaciones,  sino  á  su 
misma  naturaleza. 

Pero  es  muy  diversa  la  enerjia  de  estos  sentimientos  en  razón  de  la  mayor  ó  menor 
cercania  de  sus  objetos  al  hombre  mismo.  £1  de  la  felicidad  es  vivísimo:  no  lo  es  tanto 

18 


[138] 

el  (le  la  sociabilidad:  el  rrlijiom  es  mas  débil  porque  su  objeto  es  invisible.  Sin  embargo, 
la  razón  nos  dicta,  cuando  somos  capaces  de  escucharla ,  que  del  tercer  sentimiento 
penden  los  otros  dos;  porque  él  nos  revela  las  leyes  del  mundo  social ,  y  lo  que  debe- 
mos bacer  para  ser  felices  nosotros  mismos. 

Siendo  esto  asi ,  es  necesario  que  la  educación  se  anticipe ,  aun  antes  que  la  rana 
pueda  estraviarse ,  á  colocar  el  sentimiento  relijioso  en  el  lugar  que  le  corresponde, 
esto  es ,  en  el  primero ,  y  á  bacer  ver  la  dependencia  que  de  él  tienen  tudas  las  virtu- 
des sociales,  todos  los  medios  de  felicidad  (|ue  se  ban  concedido  á  la  naturaleza  huma- 
na. Es  menester  derivar  de  la  relijion  y  ligar  con  ella  todos  los  afectos  benévolos  y  e^ 
pansivos,  la  detestación  de  todas  las  pasiones  ruines  y  rencorosas,  todos  nuestros  de- 
seos justos,  todas  nuestras  esperanzas  lejítimas. 

V  esto  es  lo  que  á  cada  paso  se  nota  en  el  libro  de  los  niños.  1^  idea  de  Dios  domi- 
na en  todas  sus  pajinas ;  el  amor  del  prójimo  y  los  afectos  dulces  y  sociales  están  unidoi 
á  ella,  y  la  felicidad  prometida  á  la  virtud.  E^te  orden  de  ideas  bonra  al  mismo  tiem- 
po el  discernimiento  y  el  cora  zondel  Sr.  Martínez  déla  Rosa;  y  coloca  su  libro  en  la 
clase  de  los  que  deben  servir  para  la  educación  moral  de  la  niñez. 


DICTÁMENES  Y  LEYES  ORGÁNICAS» 

Ó  ESTUDIOS  PRÁCTICOS  DE  ADMINISTRACIÓN. 
POR  D»  FRANCISCO  ACCSTiN  MLTEi^A*  Madrid,  1839. 


XjL  autor ,  diputado  á  Cortes  en  varias  lejislaturas,  ha  satisfecho  en  esta  obra  una  de 
las  mas  urgentes  necesidades  do  la  época  presente,  á  saber:  la  de  crear  el  gobierno ,  que 
puede  decirse  no  existe  en  Espada.  Tenemos  á  la  verdad  una  Constitución,  que  ha  or- 
ganizado  el  poder,  designado  su  centro,  sus  atribuciones,  sus  límites;  pero  ¿tiene  el  poder 
los  medios  y  la  fuerza  necesaria  para  moverse  dentro  de  esos  límites  y  cumplir  esas  atri* 
buciones?  No:  porque  no  existen  leyes  orgánicas  que  le  pongan  en  contacto  con  las  ma- 
sas, y  bagan  su  acción  segura  é  indefectible.  Tenemos  á  la  verdad  generales  para  el  ejér- 
cito; pero  faltan  oficiales  y  los  cuadros  están  vacíos.  Nuestra  Icjislacion  municipal  y  pro- 
vincial es  un  anacronismo :  pertenece  á  otra  época ,  á  otras  ideas  •  á  otro  sistema »  en 
pugna  con  el  de  la  Constitución  do  1857  :  pugna  que  conocieron  muy  bien  lasCórtH 
constituyentes ,  y  la  consignaron  en  los  artículos  70  y  71  del  código  fundamental. 

Estas  razones,  tomadas  de  laescelente  introducción  de  este  libro,  y  que  le  sirve  de 
alma ,  y  la  consideración  de  lo  poco  estudiada  y  conocida  que  es  entre  nosotros  la  ciea- 
cia  de  la  administración ,  ban  movido  al  Sr.  Silvela  á  presentar  de  una  manera  práctica 
las  cuestiones  que  faltan  aun  por  resolver  en  nuestra  patria ,  y  los  principios  sobre  que 
debe  girar  su  resolución. 

Las  cuestiones  son  cuatro ,  todas  capitales  para  la  existencia  del  gobierno ,  y  asi  la 
obra  está  naturalmente  dividida  en  cuatro  parles.  1^  primera  es  la  de  la  adminiMtniekm 
municipal:  cita  la  ley  do  18  de  Julio  do  1857  sobre  atribuciones  municipales  en  Francia^ 
á  la  cual  antecede  la  ley  de  21  de  Marzo  de  1855  sobre  organización  municipal  en  d 
mismo  reino ,  y  el  dictamen  de  la  comisión  sobre  la  primera  de  estas  dos  leyes. 

La  segunda  es  la  de  las  Diputaciones  provinciales:  contiene  el  dictamen  de  la  comi- 
sión especial  sobre  el  proyecto  de  ley  de  organización  y  atribuciones  de  las  di- 
putaciones provinciales,  leido  en  la  sesión  de  12  de  Mayo  de  1858  del  Coogre- 
so  de  diputados  de  España,  con  el  articulado  de  dicho  proyecto  de  ley;  las  leyes 
de  10  de  Mayo  de  1858  sobre  atribuciones,  y  de  22  de  Junio  de  1859  sobre  organiza- 


[139]  ... 

don  de  los  concejos  de  departamento  en  Francia,  y  el  dictamen  de  la  comisión  sobre  la 
primera  de  estas  dos  leyes. 

La  tercera  es  sobre  tribunales  adminUtraíivos  ó  con$*jo8  de  provincia»  Trac  el  proyecto 
de  ley  presentado  por  cl  autor  al  Congreso  de  diputados  de  España  ep  i2  de  Noviembre 
de  1858  con  la  esposicion  de  los  motivos. 

En  fin ,  la  cuarta  contiene  el  proyecto  de  ley  sobre  gobiernos  políticos ,  presentado  en 
la  misma  fecha  al  Congreso  de  diputados  de  España,  con  la  esposicion  de  los  motivos, 
uo  articulo  de  un  periódico  de  Madrid  sobre  la  necesidad  de  suprimir  las  intendencias, 
la  noticia  de  la  visita  del  gefe  político  do  Avila  á  su  provincia,  y  la  instrucción  á  los  sub- 
delegados de  fomento ,  del  SO  de  Noviembre  de  1835. 

Sigue  después  un  apéndice  con  el  proyecto  de  ley,  presentado  al  Senado  en  29  de  Ene- 
ro de  i839,  sobre  la  creación  de  un  consejo  de  Estado;  al  cual  proyecto  antecede  el  dic- 
tamen déla  comisión  sobre  él,  con  cl  decreto  de  18  de  Setiembre  del  mismo  año,  reorga- 
nizando el  consejo  de  Estado  en  Francia ,  y  con  un  articulo  sobre  los  ministerios  y  otro 
sobre  las  direcciones  generales. 

Tales  son  las  materias  que  abraza  este  tratado  práctico  de  administración.  Las  notas 
y  esplicaciones  del  autor  contienen  las  doctrinas  y  principios  pertenecientes  á  esta  cien- 
cia tan  vasta  é  importante ,  como  poco  conocida  entre  nosotros.  A  mayor  abundamiento 
trae  al  fin  un  prontuario  de  la  lejislacfoñ  administrativa  vijente ,  y  una  nota  de  los  li- 
bros y  autores  que  debe  leer ,  estudiar  ó  consultar  el  que  quiera  dar  su  voto  con  cono- 
cimiento de  causa  en  las  cuestiones  gubernativas  que  aun  están  por  decidir  en  España. 

El  Sr.  Silvela  reconoce  la  falta  que  liay  en  nuestra  nación  de  buenos  estudios  admi- 
nistrativos, c A  haberlo  permitido  nuestras  fuerzas ,  dice  en  la  introducción,  hubiéra- 
mos emprendido  escribir  unos  elementos  de  administración ;  pero  desconfiando  por  una 
parte ,  y  con  sobrada  razón  ,  de  nosotros  mismos ;  y  por  otra  persuadidos  de  que  enme- 
dio  de  la  ajilacion  de  los  ánimos  los  estudios  puramente  teóricos  ó  especulativos  consi- 
guen rara  vez  fijar  la  atención ,  al  paso  que  la  captan  no  poco  los  do  aplicación ,  hemos 
preferido  formar  una  colección  de  proyectos  y  leyes  espíicadas  por  sus  motivos.»  Esta 
segunda  razón  nos  convence  mas  que  la  primera;  porque  contra  la  modestia , aunque 
laudable,  del  autor  militan  las  sabias  y  profundas  observaciones  diseminadas  en  toda 
la  obra. 

En  la  Introducción  ventila  la  célebre  cuestión  de  derecho  público  acerca  de  la  elec- 
ción de  los  majistrados  presidentes  de  las  municipalidades,  concede  influencia  en  ellas  á 
los  ajentes  responsables  del  gobierno ,  y  disipa  las  objecciones  de  la  opinión  contraria. 
Su  principal  razón  es  que  si  el  rey  es  el  gefe  del  poder  ejecutivo ,  no  puede  admitirse 
la  existencia  de  una  majistratura  que  tenga  atribuciones  ejecutivas  y  que  sea  al  mismo 
tieinpo  independiente  de  la  corona. 

En  el  dictamen  de  la  comisión  francesa  sobre  la  ley  de  atribuciones  municipales^  mani- 
fiesta el  Sr.  Silvela  en  una  nota  (pág.  46)  no  ser  de  la  opinión  del  relator  cuando  atri- 
buye á  la  municipalidad  decidir  sobre  los  gastos  de  reparo  ó  construcción  de  las  Casas 
Consistoriales.  A  nosotros  nos  parece,  aunque  el  autor  no  da  allí  razón  alguna,  que  est04 
gastos  deben  incluirse  en  la  clase  de  obligatorios.  No  es  decencia  que  una  municipalidad 
carezca  de  domicilio:  ni  debe  permitirse  la  ruina  ó  el  deterioro  de  los  edificios  públicos.  Ijí 
Cámara  francesa  opinó  del  mismo  modo. 

En  el  mismo  dictamen  ( pág.  57)  se  opone  'en  la  nota  segunda  á  la  disposición  de  la 
ley  francesa  que  atribuye  á  los  consejos  de  prefectura  el  derecho  de  autorizar  á  los  pue- 
blos para  intentar  acciones  en  justicia.  El  Sr.  Silvela  manifiesta  su  opinión  mas  adelante 
eo  la  pág.  216  y  siguientes,  y  es:  que  este  derecho  no  perteneciendo  al  orden  judicial, 
poes  no  hay  actor  ni  reo  en  el  caso  de  pedir  licencia  para  pleitear,  sino  al  principio  de 
tutela  j  protección  que  debe  el  gobierno  á  todos  los  particulares  y  á  todas  las  corpora- 
dones,  debe  residir  mas  bien  en  el  gefe  político,  oido  el  tribunal  administrativo,  que  en 
este  mismo  tribunal. 

En  la  nota  de  la  pág.  2S9,  tratándose  de  la  ley  de  ¡gobiernos  políticos  manifiesta  el 
Sr.  Silvela  preferir  el  título  de  Gobernador  de  provincia  al  de  gefe  político  y  al  de  gober» 
núdoreitü.  En  efecto,  el  epíteto  del  primero  estrecha  mucho  las  atribuciones  del  gefe, 
qne  comprenden  cuantas  relaciones  tiene  el  ciudadano  con  la  sociedad,  no  solo  en  el 
orden  político ,  sino  en  el  económico  militar  y  civil.  El  de  gobemadot  ettÜM  refiere  por  el 


[130] 

sador,  juez  y  verdugo ,  no  tiene  fuerza  alguna  en  el  caso  presente.  Su  obediencia 
ó  desobediencia  han  de  ser  juzgadas  primero  en  el  tribunal  de  su  conciencia,  s 
después  en  el  de  la  justicia  humana.  Ni  ante  el  uno  ni  ante  el  otro  podrá  discalpaV 
su  inobediencia  con  el  pretesto  de  que  la  órdeh  fue  inmoral;',  td  efectivaiucnte  no 
lo   fue. 

Después  de  examinar  y  distinguir  los  efectos  de  la  ignorancia,  del  error  y  de  h 
violencia  en  la  jusüíicacion  ó  disculpa  de  las  acciones  humanas,  pasaá  analizarlos 
diferentes  actos  que  constituyen  el  delito.  Su  principio  fundamental  es  este:  ia  jvtíiek 
humana  }w  puede  castigar  sino  cuando  infiera  con  certidumbre  moral  de  los  actos  e>fmo- 
res  la  resolución  interior  de  cometer  el  crimen.  Solo  entonces  puede  imputar  el  hecho 
criminal. 

Empieza  por  distinguir  los  actos  internos  de  los  estemos,  y  entre  los  estemos  los 
actos  preparatorios  de  los  de  ejecución.  En  íin^la  ejecución  puede  ser  suspendida  ó 
frustrada. 

En  cuanto  á  los  actos  internos  no  pueden  estar  sometidos  á  la  ley  penal  por  la 
imposibilidad  de  conocerlos,  mientras  no  los  revele  algún  acto  csterior.  Por  mas  pro- 
bable que  parezca ,  en  circunstancias  dadas,  que  se  ha  tomado  la  resolución  de  co- 
meter el  crímen ,  no  puede  existir  ni  la  certidumbre  moral  ni  la  legal,  porque  no 
existe  ningún  acto  esterno  de  donde  pueda  inferirse. 

Llámanse  actos  preparatorios  del  delito  aquellos  con  los  cuales  el  delincuente  se 
pone  en  estado  de  hacer  su  obra  de  iniquidad  ;  pero  sin  haberla  comenzado  todavía. 
Estos  actos  pueden  ser  ó  inocentes  en  si  mismos,  ó  constituir  otro  nuevo  delito ;  pero 
de  ningún  modo  revelan  la  resolución  de  cometer  el  que  con  ellos  se  prepara.  Se  ha 
comprado  el  veneno  :  se  ha  echado  en  el  vaso.  Hasta  ahora  tío  se  ha  infrinjide  ni»pm 
derecho :  hasta  ahora  no  se  ha  empezado  la  acción  de  envenenar.  Luego  los  actos 
preparatorios  no  pueden  ser  castigados  por  la  ley  penal ,  y  solo  tiene  la  sociedad  el 
derecho  de  aplicar  las  medidas  preventivas  de  policía  ,  si  las  encuentra  capaces  de 
prevenir  el  delito  que  los  actos  preparatorios  pueden  hacer  que  se  tema  ó  se  sospe- 
che. Solo  pueden  someterse  algunos  de  estos  actos  que  tienen  una  relación  mas  inti- 
ma con  el  delito  á  la  justicia  criminal ,  imponiendo  al  acusador  la  obligación  de 
probar  por  otros  medios  que  existia  la  resolución  de  cometerlo.  Las  propuestas  acep- 
tadas ó  no  aceptadas  de  cometer  un  crímen ,  las  tramas  culpables  conocidas  por  pala- 
bras 6  por  escritos  están  en  este  caso ;  pues  por  mas  relación  que  tengan  con  el  acto 
criminal ,  no  lo  comienzan,  sino  lo  preparan. 

Actos  de  ejecución  son  aquellos  en  que  empieza  ya  á  atacarse  un  derecho.  El  vaso 
de  veneno  se  presenta  á  la  victima:  bébalo,  ó  no  hay  tentativa  de  delito  :  ha  comenza- 
do el  acto  criminal  y  revela  la  intención  del  ájente.  Bébese  el  veneno  y  prodoce  su 
efecto :  hé  aqui  el  crímen  consumado.  El  veneno  no  produce  su  efecto  ó  no  es  bebido: 
hé  aqui  el  crimen  ftvsírado.  El  envenenador  antes  de  que  se  beba,  movido  de  la  pie- 
dad 6  del  remordimiento  ó  del  temor ,  declara  la  traición  é  impide  que  se  consume 
la  catástrofe :  hé  aqui  el  delito  suspefidido. 

M.  Kossi  opina  que  la  pena  correspondiente  á  los  actos  succesivos  de  ejecución 
debe  ser  correspondiente  á  la  gravedad  de  ellos,  esto  es,  tanto  mayor  cuanto  mas 
se  acerquen  á  la  consumación ;  pero  siempre  menor  que  la  del  delito  consumado. 
El  delito  suspendido  por  la  acción  voluntaria  del  actor  no  es  ya  delito ,  y  no  debe 
castigarse.  lx)s  actos  ya  ejecutados  podrán  ser  delitos  de  otra  clase  y  merecer  cas- 
tigo ;  pero  no  el  que  corresponde  al  delito  que  se  quería  cometer :  en  fin ,  el  deli- 
to frustrado  parece  que  merecería  la  misma  pena  que  el  consumado ;  pero  c  vál- 
gale también,  dice  el  autor,  al  delincuente  la  buena  fortuna  de  su  victima.»  Fúndase 
en  que  el  reo  en  este  caso  no  tiene  que  expiar  los  goces  criminales  que  esperaba  de 
su  delito,  y  en  que  los  hombres  son  muy  induljenles  con  el  que  no  logró  el  mal  que 
deseaba  hacer. 

Ninguna  de  estas  razones  nos  parecen  fuertes.  Esa  induljencia  no  es  mora/;  solo 
es  producida  por  la  alegría  de  que  la  victima  se  hubiese  salvado ;  y  cuando  los  hom- 
bres están  alegres  no  son  muy  severos.  La  expiación  no  recae  ni  debe  recaer  sobre 
los  goces  criminales  mezclados  siempre  de  angustias ,  que  son  su  expiación  en  esta  vida* 
sino  sobre  la  infracción  del  orden  moral  que  debe  ser  restablecido  por  la  pena.  Uii- 


[13Í] 

paré  mi  escopeta  contra  otro  hombre  á  quien  deseaba  matar;  el  tiro  no  salió  ó  se 
erró :  tan  homicida  soy  como  si  hubiera  atravesado  el  corazón  á  mi  enemigo . 

Concluye  este  capítulo  con  la  participación  en  el  delito ,  la  cual  divide  en  coddin^ 
atencim  (voz  que  será  necesario  admitir  en  nuestra  lejislacion  criminal)  y  complicidad^ 
y  censura  los  códigos  que  han  confundido  en  una  sola  estas  dos  especies  de  parti- 
cipación. 

Llama  codelincuentes  á  todos  los  que  han  sido  autores  de  la  resolución  criminal  ó  de 
su  ejectícioH.  Establece ,  pues ,  tres  clases  de  codelincuencia  :  los  provocadores  direc- 
tos áA  delito  que  han  sido  autores  de  la  resolución  sin  tomar  parle  en  la  ejecución; 
los  que  sin  haber  cooperado  á  la  resolución  han  tomado  voluntariamente  parte  en  la 
ejecución ,  y  los  que  han  cooperado  á  la  resolución  y  á  la  ejecución  ,  llamados  co- 
munmente autores  principales.  Cómplices  son  los  que,  sin  ser  autores  de  la  resolución 
ni  de  la  ejecución,  han  ayudado  á  una  ó  á  otra ,  ó  á  ambas,  física  y  moralmente.  El 
autor  señala  con  mucha  exactitud  el  grado  de  responsabilidad  que  compete  á  cada 
clase  de  delincuencia  ó  de  complicidad. 

Es  escusado  decir  que  nuestro  autor  reGere  las  muchas  y  variadas  cuestiones  que 
presenta  su  obra  á  los  principios  jenerales  que  sentó  en  el  tomo  I  y  que  ya  hemos 
espuesto.  De  ellos  deduce  todas  sus  conclusiones ;  y  solo  por  haberlos  visto  mal  apli- 
cados, á  nuestro  parecer,  nos  hemos  separado  de  la  opinión  de  M.  Rossi  en  la  cues- 
tión del  delito  frustrado. 

ARTÍCULO  II. 

J2iL  libro  III  de  esta  obra  esplica  la  naturaleza,  efectos  y  cualidades  de  la  pena. 
Después  de  su  definición ,  el  mal  causado  por  el  poder  social  al  perpetrador  de  un  delito^ 
pasa  el  autor  á  esplicar  su  fin.  Este  es  el  cumplimiento  de  la  justicia  social ,  la  con- 
servación del  orden  público.  Cualquiera  otro  fin  que  se  atribuya  á  la  justicia  huma- 
na en  la  imposición  de  la  pena  es  secundario.  Las  tres  condiciones  esenciales  de  la 
pena  legal  son :  primera ,  que  castigue  el  mal  con  el  mal :  segunda ,  que  castigue 
solamente  al  autor  del  delito  :  tercera ,  que  lo  castigue  en  proporción  del  derecho 
violado. 

Son  efectos  de  la  pena  la  instrucción  y  el  temor.  Instruye  á  toda  la  sociedad,  por- 
que manifiesta  inmediata  é  imperativamente  las  leyes  del  orden  moral  relativamente 
á  sos  aplicaciones  al  orden  público.  Aterra,  ya  al  mismo  delincuente,  ya  á  los  que 
se  hallasen  inclinados  á  imitarle.  Previene ,  pues,  los  delitos^  porque  obliga  á  los  hom- 
bres á  estudiar  y  respetar  el  orden  moral ,  y  porque  aterra  á  los  que  no  quieren  ins- 
truirse ó  tienen  una  perversidad  superior  á  la  instrucción. 

Se  ye,  pues,  que  la  utilidad  de  la  pena  es  un  corolario  y  no  un  principio  de  su 
esencia.  El  autor  cita  la  enmienda  del  delincuente  como  un  efecto  mas  deseable  que 
seguro  del  castigo.  Con  este  motivo  se  estiende  acerca  del  sistema  penitencial  de  las 
cárceles,  que  hasta  ahora,  según  M.  Rossi,  no  ha  producido  resultados  satis- 
factorios. 

Otros  efectos  de  la  pena  son :  el  sentimiento  de  seguridad  que  da  al  cuei^po  so- 
cial ,  y  la  satisfacción  de  la  conciencia  pública  ofendida  por  el  delito.  Esta  satisfac- 
ción procede  del  deseo  del  bien  y  de  la  conservación  del  orden  que  es  general  á  to- 
das los  individuos  de  la  sociedad. 

Pasa  después  á  la  gran  cuestión  de  la  proporción  entre  la  pena  y  el  delito.  Reco- 
noce lá  imposibilidad  de  resolverla  por  el  simple  raciocinio ,  porque  en  las  ciencias 
morales  no  hay  un  tipo,  no  hay  una  unidad  como  en  las  Matemáticas.  Serian  necesa- 
rios tres  datos  que  no  existen :  primero ,  la  ecuación  entre  un  delito  dado  y  su  pena: 
segundo ,  la  escala  de  relación  de  ios  delitos :  tercero  ,  la  de  las  penas. 

Recurre,  pues,  á  la  conciencia  del  género  humano  para  aproximarse  en  cuanto 
sea  ¡losíble  á  la  verdad.  « La  relación ,  dice ,  que  percibimos  entre  el  mal  moral  y  el 
padecimiento  de  su  autor. ...  en  cada  caso  particular  son  hechos  de  conciencia ,  ver- 
dades sentidas  é  irrecusables»  de  intuición ,  como  las  llama  mas  arriba.  Por  consi- 
guiente aconseja  al  lejislador  que  en  esta  parte  procure  estudiar  el  espíritu  de  la  na- 


cion ,  la  hisloria  del  pais ,  la  estadística  de  las  causas  criminales  para  no  contrariar 
la  conciencia  pública  que  siempre  es  el  resultado  de  estos  principios:  primero,  la 
mayor  ó  menor  enerjia  del  impulso  criminal  que  varia  según  el  girado  de  civilización: 
segundo ,  la  mayor  ó  menor  probabilidad  de  que  se  cometa  el  delito :  tercero ,  la 
gravedad  del  mal  producido  por  él :  cuarto ,  el  peligro  en  que  pone  á  la  sociedad  t 
el  temor  que  inspira. 

Las  cualidades  de  la  pena  deben  ser  las  siguientes : 

Personales^  esto  es,  deben  recaer  solamente  sobre  el  autor  del  delito.  Es  verdad 
que  toda  pena  produce  efectos  perniciosos  á  víctimas  inocentes.  Un  reo  condenado 
al  último  suplicio  puede  dejar  en  el  desamparo  á  su  mujer  y  á  sus  hijos.  Pero  no  es 
la  ley  la  que  quiere  este  mal  indirecto ,  sino  el  delincuente  cuando  se  arrojó  á  oome- 
ter  un  crimen  merecedor  de  aquella  pena. 

Motriles,  es  decir,  aquellas  que  no  despierten  pasiones  en  otros  hombres,  como  la 
confiscación ;  ni  se  opongan  á  la  enmienda  posible  del  delincuente  ,  como  las  inft- 
mantés. 

Dimibles  en  cuanto  sea  posible  para  poder  atender  á  las  circunstancias  atenuantes 
y  agravantes ,  y  al  mayor  ó  menor  grado  de  la  sensibilidad  del  reo. 

Reparables  o  remisibles  para  el  caso  de  la  reposición  de  la  sentencia  ó  del  uso  dd 
derecho  de  clemencia. 

Lisínicíivas  y  satisfactorias ,  esto  es,  deben  tener  analojia  con  la  naturaleaa  del  de- 
lito. Mas  esta  relación  ha  de  ser  intrínseca  como  la  privación  de  derechos  políticos 
al  ({lie  ha  usurpado  cargos  públicos,  ó  la  multa  al  reo  de  estafas;  mas  no  material 
como  seria  quemar  al  incendiario  ,  ó  dar  veneno  al  emponzoñador. 

Ejemplares  ^  esto  cu  y  públicas,  solemnes  y  que  produzcan  en  el  delincuente  un 
mal  que  aterre  á  los  que  quisieran  imitarle. 

En  fin  ,  correctivas  ó  capaces  de  producir  la  enmienda  del  reo  ó  por  temor  ó  por 
convicción. 

De  estas  cualidades  las  mas  esenciales  á  la  pena  son  que  sea  personal,  mortU  y 
ejemplar;  porque  por  ellas  se  restablece  el  orden  moral  que  violó  el  delito.  Las  otras 
condiciones  son  propias  para  correjir  en  muchos  casos  la  falibilidad  de  la  justicia 
humana  ,  ó  para  otros  fines  útiles  á  la  sociedad. 

Es  llegado  ya  el  caso  de  examinar  las  diferentes  especies  de  penas  contenidas  en 
los  códigos,  y  empieza  M.  Kossi  por  el  examen  de  la  pena  capital. 

Ante  todas  cosas  debe  averiguarse  si  es  lejitima ,  esto  es ,  si  el  poder  social  tiene 
derecho  de  imponerla.  £1  argumento  de  M.  Aossi  á  favor  de  este  derecho  no  tiene 
réplica.  Esta  pena  ha  sido  impuesta  por  todos  los  lejisladores  ;  está  escrita  en  todos 
los  códigos,  y  se  ha  aplicado  en  todas  las  naciones.  Ahora  bien  :  todo  el  género  hu- 
mano puede  haber  estado  equivocado  y  estarlo  aun  sobre  una  cuestión  de  física  y  de 
astronomía,  no  sobre  un  hecho  de  conciencia.  El  sentimiento  universal  de  los  hom- 
bres en  sociedad  da  A  esta  el  derecho  de  esterminar  al  parricida,  al  asesino,  al  en- 
venenador. Nada  puede  oponerse  contra  este  hecho  que  prueba  el  derecho  por  s«r 
producto  de  la  conciencia  humana. 

Vengamos  al  raciocinio.  La  vida  ,  como  todos  los  demás  bienes  del  hombre,  pue- 
de ser  objeto  de  la  penalidad^  siempre  que  ofrezca  materia  á  la  expiación ,  es  decir, 
siempre  que  conserve  analojia  y  proporción  con  el  delito.  El  padre  de  familias,  que 
mata  á  un  hombre  por  defender  la  vida  de  su  Jiijo  ó  el  honor  de  su  mujer,  cumple 
una  obligación.  La  justicia  social  cumple  la  suya,  cuando  impone  la  pena  merecida  pw 
el  delincuente  >  y  no  tiene  otro  medio  de  defender  la  sociedad. 

.No  por  eso  niega  el  autor  cuan  grande  abuso  se  ha  hecho  y  cuánto  se  abusa  aun 
de  la  pena  capital.  Desea  como  nadie  que  se  borre  de  los  códigos ;  pero  antes  se  ne- 
cesita que  los  progresos  de  la  civilización  moral  de  los  pueblos  hagan  muy  raros  los 
crímenes  que  está  destinada  á  castigar  y  prevenir. 

Viniendo  á  las  cualidades  de  esta  pena  se  ve  que  es  personal  y  ejemplar  por  el  ter- 
ror que  inspira.  En  cuanto  á  su  moralidad  puede  escitar  pasiones  muy  funestas  cuan- 
do se  aplica  mal.  La  pena  capital  impuesta  al  robo  sin  asesinato  multiplica  los  asesi- 
natos y  disminuye  los  procesos  de  robo.  El  salteador,  á  quien  la  ley  avisa  que  nada 
gana  con  respetar  la  vida  del  robado,  tiene  un  fuerte  incentivo  para  esterminar  el 


[133] 

testigo  de  su  crimen.  Impuesta  la  misma  pena  á  los  delitos  puramente  políticos ,  da 
un  grande  impulso  á  la  calumnia,  á  los  furores  de  los  partidos,  á  los  aduladores  del 
poder.  M.  Rossi  cree  que  cuando  un  delito  político  no  se  complica  con  el  asesinato, 
el  robo  y  el  incendio  ó  algún  otro  crimen  de  una  categoría  diferente ,  no  debe  impo-» 
nérsele  el  último  suplicio.  Esta  opinión  ,  contraría  á  la  de  Beccaria,  que  solo  admite 
la  pena  capital  en  los  delitos  de  estado,  pueba  la  diversidad  de  principios  de  ambos 
publicistas.  £1  primero  se  funda  en  la  conciencia  pública  menos  vulnerada  por  los 
erimenes  polilicos  que  por  el  asesinato,  el  incendio  y  el  veneno.  £1  segundeen  la 
utilidad  del  orden  politice  establecido.  La  pena  capital  es  el  máximo  de  las  penas ,  y 
solo  debe  aplicarse  á  los  mas  graves  atentados  contra  la  moral ,  y  en  los  casos  en  que 
la  sociedad  exije  la  mayor  represión  posible. 

La  pena  de  muerte  demasiado  prodigada,  mucho  mas  si  la  precede  mutilación  ú 
otro  tormento ,  ó  si  es  lenta  y  terriblemente  dolorosa  ^  hace  las  naciones  bárbaras  y 
sanguinarias  porque  se  acostumbran  al  espectáculo  de  ver  sufrir  al  hombre.  También 
producen  otro  efecto  moral  sumamente  pernicioso,  y  es  la  impunidad  de  los  delitos. 
Nadie  *e  atreve  á  declarar ,  ni  á  acusar ,  ni  á  condenar  cuando  el  resultado  ha  de  ser 
llevar  al  delincuente  al -cadalso  por  un  delito  que  la  conciencia  pública  no  cree  me- 
recedor de  tanta  pena, 

No  sucede  lo  mismo  cuando  la  pena  capital  se  impone  por  grandes  atentados 
eontra  la  humanidad.  £n  estos  casos  es  menester  reprimir  mas  bien  que  escitar  la 
indignación  del  público ,  de  los  testigos  y  de  los  jueces.  Entonces  es  la  pena  eminen- 
temente ejemplar ,  y  no  pocas  veces  reconoce  su  justicia  el  mismo  infeliz  que  ha  de 
sufrirla.  Cuando  el  delito  está  bien  probado  ,  el  suplicio  es  merecido,  y  si  se  impone 
la  pena  de  muerte  pronto  y  sin  crueldad ,  la  sensación  de  terror  saludable  que  espe- 
rimentan  todos  es  solemne  y  útilísima. 

No  siendo  reparable  ni  remisible  la  pena  de  muerte ,  opina  el  autor  que  ninguna 
senlencia  capital  debería  ejecutarse  sin  la  previa  revisión  del  poder  que  tenga  la  pre- 
rogatíva  del  derecho  de  clemencia. 

Las  demás  penas  corporales  inferiores  á  la  de  muerte  son  inmorales.  La  intensidad 
de  muchas  de  ellas  depende  del  verdugo.  Y  en  general  imposibilitan  en  una  nación 
bien  moríjerada,  ó  cuando  menos  instruida  y  dotada  del  sentimiento  del  honor,  la 
enmienda  del  delincuente ,  que  ya  estigmatizado  por  la  ley  ,  no  podrá  encontrar  ni 
alivio  ni  trabajo  ,  ni  amor^  ni  amistad  sino  en  hombres  tan  inmorales  como  éh  La 
misma  observación  hace  M.  llossi  sobre  las  penas  infamantes, 

Pero  contra  estas  hace  otra  objeccion  todavía  mas  fuerte.  £1  poder  social  no  pue- 
de disponer  del  espíritu  público  para  infrinjirlo  como  pena.  La  opinión  que  de  un 
hombre  formen  sus  conciudadanos  no  depende  ni  de  la  ley  ni  de  la  sentencia  del  juez; 
depende  solo  del  juicio  que  formen  de  sus  acciones  y  costumbres.  1^  pena  infamante 
está  de  mas  cuando  el  delito  es  de  aquellos  que  suponen  un  alma  bajamente  inmoral, 
como  el  hurto ,  el  daño  hecho  alevosamente^  el  falso  testimonio ,  la  calumnia.  1^ 
pena  infamante  no  produce  su  efecto  cuando  el  delito  inspira  mas  horror  é  indigna* 
cion  que  desprecio ,  ó  es  producido  por  la  exaltación  de  pasiones  no  reprimidas. 

Trata  después  del  encarcelamiento  ,  que  es  la  pena  por  escelencia  en  las  naciones 
civilizadas;  pues  priva  del  bien  de  la  libertad  que  es  el  mayor  de  los  sociales.  El 
autor  entra  en  este  capitulo  en  una  larga  discusión  acerca  del  sistema  penitencial  de 
iaa  cárceles ,  y  espone  escelen  les  ideas  sobre  esta  materia  ,  que  actualmente  llama  la 
atención  de  todos  los  publicistas  y  filósofos. 

Restan  la  multa  y  el  destierro  en  sus  diferentes  especies.  Proscribe  muy  justa- 
mente la  confiscación  y  las  multas  exorbitantes  que  se  acerquen  á  ella.  Censura  las 
multas  que  son  parte  alienóla  del  capital^  poco  onerosas  para  los  muy  ricos,  y  gra- 
ves para  los  que  son  menos;  y  concluye  á  favor  del  establecimiento  de  un  máximo  y 
de  un  mínimo ,  y  de  la  disminución  de  las  multas  por  infracciones  pequeñas,  c  Estas 
multas  ,  dice ,  no  deben  ser  penas^  sino  avisos.  > 

La  locomoción  ó  la  translación  obligada  del  delincuente  de  un  punto  á  otro  la  cree 
muy  oportuna  para  los  delitos  puramente  políticos,  porque  esta  pena  tiene  analojía 
con  el  impulso  criminal ,  esto  es,  con  la  ambición ,  y  asegura  la  sociedad  contra  la 
turbulencia  ulterior  del  delincuente. 


[134] 


ARTICULO  IH. 

JLjL  cuarto  v  úlüino  libro  de  esle  Iratado  habla  de  la  ley  pénala  su  necesidad,  formaciott 
y  composición. 

La  justicia  humana  no  castiga  todos  los  actos  inmorales^  sino  solo  aquellos  quek- 
frinjen  derechos  cxijibles  y  que  no  pueden  sostenerse  de  otra  manera  sino  por  la  ley 
penal.  £1  derecho  de  castigar  se  funda  en  dos  elementos,  el  delito  y  la  necesidad  de  cas- 
tigarlo. El  primer  elemento  es  conocido,  íijo  é  invariable:  el  segundo  puede  admitir  mo- 
dificaciones. La  ley  penal  es^  pues,  variable  por  su  esencia  mUma;  pues  depende  de  la 
situación  moral  y  de  las  circustancias  en  que  se  halla  la  sociedad. 

No  hay  cosa  mas  inocente  que  pasearse  do  noche;  pero  el  (|ue  prevea  que  por  las  cir- 
cunstancias particulares  de  la  ciudad  su  salida  á  aquellas  horas  hade  producir  desórdenes, 
cometerá  un  acto  inmoral,  siá  pesar  de  su  convicción  se  pasea.  Pero  ¿podrá  castigarle 
el  poder  social  por  aquella  inmoralidad!'^  No,  si  no  existe  una  ley  que  lo  prohiba;  por- 
que podrá  responder,  con  verdad  ó  sin  ella:  yo  creía  hacer  uiuí  acción  inocente,  Y  ¿quién 
le  probará  lo  contrario  no  existiendo  otro  testigo  que  su  conciencia  individual? 

Mas:  aun  cuando  la  inmoralidad  del  acto  sea  notoria  y  no  pueda  terjiversarse  podrá 
decir  el  delincuente,  si  no  hay  ley:  es  verdad  que  he  obrado  mal;  yero  no  crei  hacer  wn  graií 
daño  á  la  sociedad^  pues  no  ha  prolUbido  esta  acción.  V  ¿(¡uién  le  probará  que  miente?  M.  Roisi 
añade  á  estos  argumentos,  que  no  tienen  réplica,  el  del  carácter  pret^/i/tm>  que  tiene  la  ley 
penal,  para  probar  la  necesidad  de  comprender  en  ella  todos  los  delitos,  especificando  sus 
penas;  y  deduce  el  principio  conservador  á  un  mismo  tiempo  déla  moral,  del  orden  y  déla 
libertad;  d  nndie  debe  castigarse  sino  por  actos  previstos  en  la  ley.  I^  equidad  natural  de  los  jue- 
ces y  majistados  era  buena  para  los  tiempos  primitivos  de  la  civilización,  en  los  cuales 
la  única  garantía  era  la  probidad  personal  del  que  juzgaba  y  sentenciaba.  Entonces  no  ha* 
bía  leyes^  sino  usos:  entonces  se  seguia  en  las  sentencias  el  impulso  de  la  conciencia  púbVcSt 
bien  ó  mal  interpretada.  Ya  hemos  salido  de  aquellos  rudimentos:  ya  es  necesario  que 
los  oráculos  de  la  conciencia  los  dé  el  lejislador  ,  y  que  sean  esplicitos  ,  claros  y  termi- 
nantes. 

Mas  no  por  eso  se  crea  que  si  es  necesaria  la  promulgación  de  la  ley  que  declara  el  Í9^ 
litn^  lo  es  igualmente  la  determinación  de  la  cantidad  tija  de  pena  que  debe  imponérsele. 
cLos  que  asi  piensan ,  dice  el  autor,  han  hecho  de  cada  ley  un  lecho  de  Procusto ,  donde 
tiene  que  acomodarse  de  grado  ó  por  fuerza  cada  caso  particular.»  Es  necesario  qus 
el  lejislador  deje  al  juez  la  latitud  competente,  dentro  de  ciertos  limites,  en  la  especie  de 
pena  que  corresponda  á  cada  delito.  Esta  debe  á  la  verdad  designarse  en  la  ley :  porque 
;.quién  sin  estremecerse  dejaría  al  juez  la  facultad  de  elejir  entre  la  pena  de  muerte  y 
la  de  encarcelamiento,  entre  la  deportación  y  la  multa'/  Pero  en  las  penas  divisibles^  se- 
ñalados el  máximo  y  el  mínimo  de  ellas,  puede  y  debe  dejarse  al  majistrado  la  elección 
de  la  cantidad  para  ocurrir  á  los  diversos  casos  y  circunstacias  que  la  ley  no  lia  podido 
prever. 

Examina  después  quién  debe  ser  el  lejislador  penal ,  y  no  duda  en  decidirse  por  les 
congresos  represeniativos.  En  cierto  grado  de  civilización  podría  un  hombre  instruido» 
independiente  y  de  probidad  formar  buenas  leyes  civiles.  La  teoria  de  las  obligaciones 
y  derechos  se  funda  en  principios  fijos  é  invariables,  fáciles  de  aplicar  á  las  nuevas  com- 
binaciones de  intereses  que  sean  creados  por  la  sociedad.  No  asi  la  ley  penal ,  fundada  en 
dos  hechos,  la  conciencia  y  las  necesidades  sociales. 

En  cuanto  al  principio  moral,  atacado  por  el  delito,  corre  tanto  mas  riesgo  de  ser 
adulterado  por  las  pasiones  humanas,  cuanto  mas  se  separe  su  examen  de  la  conciencia 
piiblica  y  se  reduzca  á  la  individual.  Pero  prescíndase  del  peligro  de  las  pasiones:  supóngase 
al  individuo,  á  quien  se  dáel  cargo  de  lejislador,  inaccesible  á  todo  afecto  que  no  sea 
el  de  la  justicia:  se  caerá  siempre  en  el  inconveniente  de  introducir  en  la  lejislacion  penal 
del  espíritu  de  sistema  que  pondrá  sus  conclusiones  facticias  en  lugar  de  inspiraciones 
comunes  de  lo  bueno  y  de  lo  justo.  Un  sectario  del  sistema  de  la  utilidad  solo  calculará 
el  mal  material  de  las  acciones.  El  que  esté  persuadido  de  la  gran  importancia  del  comer- 


[I35J 
CÍO  y  de  la  industria  para  los  progresos  físicos  y  morales  del  hombre ,  dará  una  gravedad 
moral ei^ajeradaá  los  crimenes  de  falsificación,  piratería  y  fabricación  de  falsa  moneda. 
£1  que  es  muy  relijioso,  traspasará  probablemente  los  limites  de  la  sociedad  para  in\'adir 
el  territorio  de  las  conciencias,  y  castigará  los  actos  inmorales  aunque  no  tenga  el  orden 
público  necesidad  de  castigarlos,  c Escójase,  añade, al  contrario  un  hombre  de  la  escuela 
del  siglo  XyiU[,ymuy  probablemente  la  relijion  se  arrastrará  cautiva  á  los  pies  de  una 
política  invasora  ,  ó  á  lo  menos  el  culto  esterior  y  sns  ministros  estarán  fallos  de  protec- 
ción. §  Esto  en  cuanto  á  la  moralidad  de  la  ley  penal. 

Y  en  cuanto  á  su  necetidad  ¿dónde  está  el  hombre  de  estado,  el  filósofo  profundo,  el 
erudito  laborioso  que  pueda  jactarse  de  conocer  todas  las  exijencias  sociales,  todos  los  he- 
hos  que  las  revelan,  todos  los  sucesos  que  las  demuestran,  mucho  mas  cuando  eslas  exi- 
jencias son  por  su  naturaleza  variables?  Para  conocer  el  verdadero  estado  moral  de  la  so- 
ciedad ,  que  es  uno  de  los  doa  elementos  esenciales  de  la  ley  penal ,  es  necesario  el 
examen  y  la  confrontación  de  muchos  testimonios  diferentes ;  y  ni  uno  ni  otro  puede 
conseguirse  sino  en  una  asamblea  lejislativa  suficientemente  numerosa. 

Dnipnes  de  esplicar  quién  debe  ser  el  lejislador,  pasa  á  espHrar  cómo  debe  hacerse  la 
ley,  y  examina  en  primer  lugar  la  cuestión  de  la  codificación ,  esto  es,  si  conviene  para 
reformar  la  lejislacion  penal  formar  un  código  completo  de  jiina  vez,  anulando  todas  las 
leyes  anteriores,  ó  bien  hacer  la  reforma  por  niiedio  de  leyes  parciales  y  succesivas.  £1 
autor  se  decide  por  este  segundo  método,  y  solo  cree  aplicable  el  primero  en  un  pais  falto 
de  leyes  penales,  ó  cuya  lejislacion  criminal  se  creyese  muy  mala. 

Pero  si  parte  de  la  lejislacion  es  buena,  seria  un  desatino  derribar  lo  que  existe,  lo 
que  ya  esiá  identificado  con  las  ideas  y  costumbres  del  pueblo,  solo  por  el  gusto  de  for^ 
mar  un  edificio  de  nueva  planta,  cuya  base  sea  un  mlema^  y  por  consiguiente  dé  ocasión 
á  graves  errores,  aun  prescindiendo  del  notable  daño  de  obligar  á  los  jueces  y  abogados 
á  estudiar  una  jurisprudencia  nueva.  Cuando  se  corrijo  una  mala  ley  se  alteran  respecto 
á  los  casos  que  á  ella  í^e  refieren,  las  doctrinas  de  los  letrados :  esto  es  fácil,  y  ningún 
jurisperito  se  quejará  de  ello.  Pero  altérese  toda  la  lejislacion,  aun  en  la  pa^te  que  tie- 
ne buena,  y  habrán  de  aprender  de  nuevo  su  oficio. 

Añádase  á  esto  la  dificultad,  ó  por  mejor  decir,  imposibilidad  de  que  un  Congreso 
lejislativo  concurra  verdaderamente  á  formar  un  código  entero.  Una  ley  puedo  ser  discu- 
tida, examinada  bajo  todos  sus  aspectos  y  votada  en  conciencia  con  conocimiento  de 
causa.  Un  código  no  se  adoptará  nunca  sino  por  un  voto  de  confianza  concedido  al  redactor 
y  á  la  comisión. 

Ademas,  si  el  código  civil  puede  hasta  cierto  punto  ser  eterno  é  inmutable,  no  asi  el 
código  penal,  sometido  alas  exijencias  y  necesidades  sociales, esencialmente  variables. 
En  el  concepto  de  hacer  inmutable  la  obra ,  cson ,  dice ,  dos  absurdos  del  mismo  género 
uo  código  y  un  diccionario  de  la  academia.»  Confesamos  que  no  hemos  entendido  bien 
esta  comparación  de  M.  Rossi.  Es  posible  que  el  redactor  de  un  código  piense  en  hacer 
una  obra  muy  duradera.  Es  una  autoridad  lejitima;  y  sus  decisiones  tienen  fuerza  de  ley, 
mientras  no  haya  otra  autoridad  semejante  que  las  derogue.  No  tienen  ese  carácter  los 
diccionarios  de  las  lenguas.  Los  cuerpos  sabios  que  los  publican  consignan  en  ellos  las 
decisiones  del  uso  actual:  cQuem  penes  arbitrium  est ,  et  jus  et  norma  loquendi»  y  por 
consiguiente  reconocen  la  autoridad  superior  del  uso,  la  proclaman  y  son  ,  por  decirlo 
asi ,  su  poder  ejecutivo.  ¿Llega  á  desusarse  ó  perderse  una  voz,  corriente  antes  y  admi- 
tida en  el  lenguaje?  El  diccionario  advierte  á  los  que  quieran  hablar  bien  el  idioma,  que 
aquella  voz  es  desusada  ya,  ó  está  anticuada.  ¿Introdúcese  en  el  lenguaje  y  en  el  uso  de  los  es- 
cntores  instruidos  alguna  palabra  nueva?  El  diccionario  la  inserta,  y  esplica  su  valor.  /Se 
muda  la  significación  de  un  vocablo?  £1  diccionario  lo  avisa.  Parécenos  que  es  imposible 
á  los  diccionarios  aspirar  á  la  inmortalidad.  No  conocemos,  pues,  qué  relación  ó  se- 
mejanza tiene  un  libro  sometido  esencialmente  al  uso ,  la  cosa  mas  variable  y  caprichosa 
que  hay  éntrelos  hombres,  con  un  código  cuya  anulación  no  puede  ser  efecto  sino  del 
ejercicio  posterior  de  la  autoridad  lejislativa.  Tampoco  entendemos  cómo  puede  ser 
ridiculo  el  diccionario  de  un  idioma.  Por  mal  hecho  que  esté,  siempre  será  necesario 

Cra  loa  que  quieran  aprender  aquella  lengua ,  y  útilísimo  cuando  menos  para  los  que 
sepan.  Es  verdad  que  solo  dice  que  es  ridículo  en  cuanto  aspire  á  la  inmutabilidad. 
Pero  ¿cuál  es  el  diccionario  que  tiene  esa  pretensión? 


[136] 

Los  dos  últimos  capitules  de  la  obra  esplican  lo  que  debe  coDlener  la  ley  pcDal^i 
cómo  debe  redactarse  y  componerse;  cuál  debe  ser  la  latitud  concedida  al  juez;  cuándo 
conviene  definir  los  delitos;  cuándo  no,  y  cómo  deben  redactarse  los  artículos  relativoi 
á  la  participación  en  el  delito,  á  las  circunstancias  atenuantes  y  agravantes ,  juslifica- 
cion  y  disculpa. 

Xo  nos  atrevemos  á  decir  que  hemos  dado  una  completa  descripción  de  esta  esceleote 
obra ;  pero  sí  que  lo  hemos  procurado.  Nuestra  costumbre,  cuando  teneanos  que  dar 
cuenta  délos  libros  de  esta  clase,  es  estudiarlos,  meditarlos  y  escribir  los  peosamienlM 
que  ha  dejado  en  nuestra  alma.  Otros  seguramente  harán  mejor  este  estudio;  pero  alo 
menos  no  será  inútil  indicarles  nuestras  ideas,  que  podrán  después  comparar  con  las 
suyas. 

POH  D.  FRAUOZSOO  XAAHTZUBZ  DS  ZaA  ROSA. 

In  ienxii  labor ;  ai  tennis  íwn  gloria. 

ÍljL  cantor,  dotado  de  una  voz  de  grande  alcance,  hace  mayor  esfuerzo  cuando  tiene 
que  reprimirla  que  cuando  la  desplega  en  toda  su  ostensión.  El  insigne  poeta,  que  supo 
conmover  los  mas  íntimos  senos  del  corazón  con  los  acentos  lamentables  de  Edipo  y  coih 
las  heroicas  calamidades  de  Zaragoza:  el  ilustre  orador  que  ha  ennoblecido  la  tribuna  es- 
pañola con  su  varonil  é  independit^nte  elocuencia:  el  sabio  publicista, que  ha  examina* 
do  y  espuesto  las  necesidades  y  tendencia  de  la  época  actual,  abandona  ahora  el  puñal 
de  Melponoiene,  la  lira  de  Píndaro,  el  punzón  de  Tulio  y  la  pluma  de  Montesquieu ,  y 
reduce  las  dimensiones  de  su  intelijencia  á  la  estrecha  capacidad  de  los  niños,  á  qoie« 
nes  habla  y  á  quines  hace  hablar,  y  la  reduce  con  la  envidiable  facilidad  qu«  es  el  ca- 
rácter distintivo  de  sus  obras.  Estamos  persuadidos  á  que  ninguna  le  habrá  costado  lau- 
to trabajo  como  esta.  Es  fácil  al  que  está  dotado  de  genio  poético  elevar  el  tono  i  la 
altura  de  su  imajinacion:  es  fácil  al  hombre  instruido  y  versado  en  las  discusiones  poli- 
ticas  y  filosóficas,  adoptar  el  giro,  ya  lójico,  ya  oratorio,  que  corresponda  á  la  sitaaeioa 
y  al  pensamiento.  Sabe  que  habla  á  hombres,  y  que  le  han  de  entender.  Pero  esprenr 
ideas  morales  y  relijiosas,  es  decir,  de  un  orden  altísimo,  de  manera  |que  se  hagan  int»* 
lijibles  á  la  tierna  razón  de  los  niños,  y  que  estos  puedan  percibirlas  por  sentimienlo, 
mas  bien  que  por  raciocinio,  es  obra  harto  díficíl,  y  que  supone  en  el  que  la  emprende 
y  la  desempeña  debidamente  un  grande  conocimiento  del  instinto  moral  del  hombre, 
única  facultad  desenvuelta  en  la  edad  para  la  cual  escribe. 

La  prosa  y  los  ¡versos  contenidos  en  este  librito,  sin  dejar  de  tenerla  dignidad  eor» 
respondiente  á  sus  argumentos,  están  dotados  de  la  sencilla  injenuidad  que  es  propia 
de  la  infancia.  Pero  dentro  de  este  circulo  tan  estrecho,  se  descubren  bellezas,  capaees 
de  ser  sentidas  por  los  mismos  niños  y  de  indicarles  las  ideas  del  buen  gusto  al  mismo 
tiempo  que  las  de  la  virtud  ;  ideas  que  están  mas  enlazadas  entre  si  de  lo  que  gene- 
ralmente se  cree.  Pueden  servirnos  de  ejemplo  algunos  de  sus  proverbios ,  como  este: 

Dios  al  bravo  mar  enfrena 
Con  muro  de  leve  arena. 

Los  epítetos  bravo  y  Uve  forman  un  contraste  que  será  fácil  hacer  conocer  al  niño  de 
menor  capacidad.  Lo  mismo  podemos  decir  de  otros  proverbios  en  que  la  inteDCión 
poética  está  tan  bien  espresada,  que  no  es  posible  desconocerla.  Tales  son: 

ím  gloria  que  el  malo  ostenta^ 
No  es  corona ,  sino  afrenta. 


[137] 

Quien  su  cplera  no  enfrena^ 
Lleva  en  la  culpa  la  pena. 

Lo  mbino  hemos  advertido  en  las  demás  composiciones  poéticas.  Véase  sino  esta  es- 
tarna en  el  Himno  d  la  Virgen  Santisima: 

• 

Cándido  como  la  nieve 
Conserta  mi  corazón^ 

Y  el  alma  sencilla  y  pura 
'    Libre  de  vicio  y  de  error. 

Como  del  cielo  el  rodo 
Caiga  en  mi  tu  bendición , 

Y  nacerán  las  virtudes 
Como  en  el  campo  la  flor. 

Esta  es  la  poesía  del  sentimiento  candoroso:  esta  es  la  única  de  que  es  capaz  la  in- 
fancia. 

En  las  redondillas,  donde  se  describen  las  estaciones  del  ano,  hay  mas  movimiento 
y  adornos  poéticos;  pero  el  autor  ha  tenido  buen  cuidado  de  anteponer  á  cada  roman- 
cito  una  breve  esposicion  en  prosa,  con  la  cual  el  niño  podrá  muy  bien  comprender 
el  sentido  de  los  versos.  Si  en  los  del  invierno  dice: 

Ye  te  descubro ,  Señor ^ 
Cuando  al  son  del  ronco  trueno 
Abre  la  nube  su  seno 

Y  arde  en  vivo  resplandor, 

• 

Ya  antes  ha  leido  en  el  discurso  que  antecede  :  las  tormentas  limpian  la  atmósfera 
de  vapores  pestilenciales ,  y  á  veces  producen  la  benéfica  lluvia ,  con  que  se  refresca 
el  ambiente  y  se  fertiliza  la  tierra. 

Las  narraciones  del  nacimiento  de  Moyses  y  del  sacrificio  de  Isaac  están  muy  bien 
eierítas,  y  sus  asuntos  bien  elejidos;  pero  el  Sr.  Martinezde  la  Rosa  conocerá  fácilmen- 
te que  futan  otras  para  completar  el  libro  de  los  niños;  y  no  estrafiará  que  se  espere  de  él 
la  oeacrípcion  del  gran  sacrificio,  figurado  en  el  de  Abrahara,y  del  nacimiento  del  gran 
Libertador,  figurado  en  Moyses;  y  todo  para  el  uso  de  la  infancia. 

Loa  últimos  romances  en  que  se  da  una  descripción  sucinta  de  España ,  cual  pue- 
deo  comprenderla  los  niños ,  son  dignos  del  escritor  patriota  que  quiere  gravar  en  los 
tieriioa  ánimos  de  sus  lectores  el  conocimiento  y  el  amor  de  la  patria. 

Pero  basta  ya  de  análisis  cuando  se  trata  de  una  obra  cuyo  principal  mérito  no  es 
literario  y  sino  moral ;  y  no  consiste  tanto  en  el  acierto  de  la  ejecución  como  en  el  ob- 
jeto que  se  ba  propuesto  su  autor.  El  Sr.  Martinez  de  la  Rosa  proclama  este  grao  prín- 
cifno  social :  d  sentimiento  relijioso  es  la  basa  de  la  moral;  y  en  su  libro  se  descubre  en  to- 
das partes  la  intención  de  ligar  á  este  sentimiento  las  máximas  mas  importantes  y  las 
virtodetBias  útiles  al  género  humano.  Ante  este  gran  proyecto  desaparecen,  y 
debea  desaparecer  todas  las  pretensiones  al  mérito  literario. 

Nosotros  nos  atreveremos  á  dar  algún  desenvolvimiento  á  la  idea  que  el  autor  no  hi- 
zo mas  qae  indicar,  porque  no  escribía  un  tratado  de  psicolojia ,  sino  un  prólogo  para 
los  nifios. 

En  la  ttema  edad  se  desenvuelven  y  fortalecen  casi  simultáneamente  tres  instintos 
conoatorales  al  hombre:  el  de  su  consercacion  y  felicidad ,  el  de  la  sociedad ,  y  el  de  su  depen- 
dencia del  Ser  Supremo  é  independiente.  La  generalidad  de  estos  tres  instintos,  de  estos  tres 
sentimientOB  en  todos  los  hombres  de  todas  las  épocas  y  pueblos,  prueba  que  son  tnna- 
tos^  es  decir,  que  no  ios  deben  ni  á  la  educación ,  ni  á  las  preocupaciones,  sino  á  su 
misma  oaturaleza. 

Pero  es  muy  diversa  la  enerjía  de  estos  sentimientos  en  razón  de  la  mayor  ó  menor 
cercasia  de  sos  obfetos  al  hombre  mismo.  11  de  la  felicidad  es  vivísimo:  no  lo  es  tanto 

18 


el  (le  la  sociabilidad:  el  rdijioso  es  roas  débil  porque  su  objeto  es  invisible.  Sin  embargo, 
la  razón  nos  dicta,  cuando  somos  capaces  de  oscucbarla ,  que  del  tercer  sentimiento 
penden  los  otros  dos;  porque  él  nos  revela  las  leyes  del  mundo  social ,  y  lo  que  debe- 
mos hacer  para  ser  felices  nosotros  mismos. 

Siendo  esto  asi,  es  necesario  que  la  educación  se  anticipe,  aun  antes  que  la  razoa 
pueda  estraviarse ,  á  colocar  el  sentimiento  relijioso  en  el  lugar  que  le  corresponde, 
esto  es ,  en  el  primero ,  y  á  bacer  ver  la  dependencia  que  de  él  tienen  tudas  las  virtu- 
des sociales,  todos  los  medios  de  felicidad  que  se  han  concedido  á  la  naturaleía  huma- 
na. Es  menester  derivar  de  la  relijion  y  ligar  con  ella  todos  los  afectos  benévolos  y  ci- 
pansivos,  la  detestación  de  todas  las  pasiones  ruines  y  rencorosas,  todos  nuestros  de- 
seos justos,  todas  nuestras  esperanzas  lejí timas. 

V  esto  es  lo  que  á  cada  paso  se  nota  en  el  libro  de  los  niños.  La  idea  de  Dios  domi- 
na en  todas  sus  pajinas ;  el  amor  del  prójimo  y  los  afectos  dulces  y  sociales  están  unidof 
á  ella,  y  la  felicidad  prometida  á  la  virtud.  Este  orden  de  ideas  honra  al  mismo  tiem- 
po el  discernimiento  y  el  cora  zon  del  Sr.  Martinez  de  la  Rosa ;  y  coloca  su  libro  en  la 
clase  de  los  que  deben  servir  para  la  educación  moral  de  la  niñez. 


DICTÁMENES  Y  LEYES  ORGÁNICAS, 

Ó  ESTUDIOS  PRÁCTICOS  DE  ADMINISTRACIÓN, 
POR  D»  FRANCISCO  ACCSTiiv  ML^Ei^A*  Madrid,  1839. 


fiL  autor ,  diputado  á  Cortes  en  varias  lejislaturas,  ha  satisfecho  en  esta  obra  una  de 
las  mas  urgentes  necesidades  de  la  época  presente,  ü  saber:  la  de  rmir  el  gobierno ,  que 
puede  decirse  no  existe  en  España.  Tenemos  á  la  verdad  una  Constitución ,  que  ha  or- 
ganizado  el  poder,  designado  su  centro ,  sus  atribuciones,  sus  limites;  pero  ¿tiene  el  poder 
los  medios  y  la  fuerza  necesaria  para  moverse  dentro  de  esos  limites  y  cumplir  esas  atri- 
buciones? >io:  porque  no  existen  leyes  orgánicas  que  le  pongan  en  contacto  con  las  ma» 
sas,  y  hagan  su  acción  segura  é  indefectible.  Tenemos  á  la  verdad  generales  para  el  eJéT' 
cito;  pero  faltan  oficiales  y  los  cuadros  están  vacíos.  Nuestra  I ejislacion  municipal  y  pro- 
vincial es  un  anacronismo:  pertenece  á  otra  época ,  á  otras  ideas,  á  otro  sistenM»  en 
pugna  con  el  de  la  Constitución  de  1857  :  pugna  que  conocieron  muy  bien  las  Cortes 
constituyentes  ,  y  la  consignaron  en  los  artículos  70  y  7i  del  código  fundamental. 

Estas  razones,  tomadas  de  la  cscelente  introducción  de  este  libro,  y  que  le  sirve  de 
alma ,  y  la  consideración  de  lo  poco  estudiada  y  conocida  que  es  entre  nosotros  la  cien- 
cia de  la  administración ,  han  movido  al  Sr.  Sil  vela  á  presentar  de  una  manera  práctica 
las  cuestiones  que  faltan  aun  por  resolver  en  nuestra  patria  ,  y  los  principios  sobre  que 
debe  girar  su  resolución. 

Las  cuestiones  son  cuatro ,  todas  capitales  para  la  existencia  del  gobierno ,  y  asi  la 
obra  está  naturalmente  dividida  en  cuatro  partes.  I^  primera  es  la  de  la  admiMstraekm 
municipal:  cita  la  ley  do  18  de  Julio  de  1857  sobre  atribuciones  municipales  en  Francia, 
á  la  cual  antecede  la  ley  de  21  de  Marzo  de  1855  sobre  organización  municipal  en  el 
mismo  reino ,  y  el  dictamen  de  la  comisión  sobre  la  primera  de  estas  dos  leyes. 

La  segunda  es  la  de  las  Diputaciones  provinciales:  contiene  el  dictamen  de  la  C(Mni- 
sion  especial  sobre  el  proyecto  de  ley  de  organización  y  atribuciones  de  laa  di- 
putaciones provinciales,  leido  en  la  sesión  de  12  de  Mayo  de  1858  del  Congre- 
so de  diputados  de  España,  con  el  articulado  de  dicho  proyecto  de  ley;  las  leyes 
de  10  de  Mayo  de  1858  sobre  atribuciones,  y  de  22  de  Junio  de  1859  sobre  organiza- 


[Í39]  ... 

cion  de  los  concejos  de  departamento  en  Francia,  y  el  dictamen  de  la  comisión  sobre  la 
primera  de  estas  dos  leyes. 

La  tercera  es  sobre  iribunaUs  administrativos  ó  consejos  de  provincia.  Trae  el  proyecto 
de  ley  presentado  por  cl  autor  al  Congreso  de  diputados  de  I&paña  en  i 2  de  Noviembre 
de  1838  con  la  esposicion  de  los  motivos. 

En  fin ,  la  cuarta  contiene  el  proyecto  de  ley  sobre  gobiernos  políticos ,  presentado  en 
la  misma  fecha  al  Congreso  de  diputados  de  España,  con  la  esposicion  de  los  motivos, 
UD  articulo  de  un  periódico  de  Madrid  sobre  la  necesidad  de  suprimir  las  intendencias, 
la  noticia  de  la  visita  del  gefe  político  de  Avila  á  su  provincia,  y  la  instrucción  á  lossub* 
delegados  de  fomento ,  del  20  de  Noviembre  de  i 835. 

Sigue  después  un  apéndice  con  cl  proyecto  de  ley,  presentado  al  Senado  en  29  de  Ene- 
ro de  1839,  sobre  la  creación  de  un  consejo  de  Estado;  al  cual  proyecto  antecede  el  dic- 
tamen déla  comisión  sobre  él,  con  el  decreto  de  18  de  Setiembre  del  mismo  año,  reorga- 
nizando el  consejo  de  Estado  en  Francia ,  y  con  un  artículo  sobre  los  ministerios  y  otro 
sobre  las  direcciones  generales. 

Tales  son  las  materias  que  abraza  este  tratado  práctico  de  administración.  Las  notas 
y  esplicaciones  del  autor  contienen  las  doctrinas  y  principios  pertenecientes  á  esta  cien- 
cia tan  vasta  é  importante ,  como  poco  conocida  entre  nosotros.  A  mayor  abundamiento 
trae  al  fin  un  prontuario  de  la  lejislacíoñ  administrativa  vijente ,  y  una  nota  de  los  li- 
bros y  autores  que  debe  leer ,  estudiar  ó  consultar  el  que  quiera  dar  su  voto  con  cono- 
cimiento de  causa  en  las  cuestiones  gubernativas  que  aun  están  por  decidir  en  España. 

El  Sr.  Silvela  reconoce  la  falta  que  hay  en  nuestra  nación  de  buenos  estudios  admi- 
nistrativos, c A  haberlo  permitido  nuestras  fuerzas ,  dice  en  la  introducción,  hubiéra- 
mos emprendido  escribir  unos  elementos  de  administración ;  pero  desconfiando  por  una 
parte ,  y  con  sobrada  razón  ,  de  nosotros  mismos ;  y  por  otra  persuadidos  de  que  enme- 
dio  de  la  ajitacion  de  los  ánimos  los  estudios  puramente  teóricos  ó  especulativos  consi- 
guen rara  vez  fijar  la  atención ,  al  paso  que  la  captan  no  poco  los  do  aplicación ,  hemos 
preferido  formar  una  colección  de  proyectos  y  leyes  esplicadas  por  sus  motivos,  t  Esta 
segunda  razón  nos  convence  mas  que  la  primera ;  porque  contra  la  modestia ,  aunque 
laudable,  del  autor  militan  las  sabias  y  profundas  observaciones  diseminadas  en  toda 
la  obra. 

En  la  Introducción  ventila  la  célebre  cuestión  de  derecho  público  acerca  de  la  elec- 
ción de  los  majistrados  presidentes  de  las  municipalidades,  concede  influencia  en  ellas  á 
los  ajentes  responsables  del  gobierno ,  y  disipa  las  objecciones  de  la  opinión  contraria. 
Su  principal  razón  es  que  si  el  rey  es  el  gefe  del  poder  ejecutivo ,  no  puede  admitirse 
la  existencia  de  una  majistratura  que  tenga  atribuciones  ejecutivas  y  que  sea  al  mismo 
tiempo  independiente  de  la  corona. 

En  el  dictamen  de  la  comisión  francesa  sobre  la  ley  de  atribuciones  municipales^  mani- 
fiesta el  Sr.  Silvela  en  una  nota  (pág.  46)  no  ser  de  la  opinión  del  relator  cuando  atri- 
buye á  la  municipalidad  decidir  sobre  los  gastos  de  reparo  ó  construcción  de  las  Casas 
Consistoriales.  A  nosotros  nos  parece,  aunque  el  autor  no  da  allí  razón  alguna,  que  estos 
gastos  deben  incluirse  en  la  clase  de  obligatorios.  No  es  decencia  que  una  municipalidad 
carezca  de  domicilio:  ni  debe  permitirse  la  ruina  ó  el  deterioro  de  los  edificios  públicos.  I^ 
Cámara  francesa  opinó  del  mismo  modo. 

En  el  mismo  dictamen  ( pág.  57)  se  opone  'en  la  nota  segunda  á  la  disposición  de  la 
ley  francesa  que  atribuye  á  los  consejos  de  prefectura  el  derecho  de  autorizar  á  los  pue- 
blos para  intentar  acciones  en  justicia.  El  Sr.  Silvela  manifiesta  su  opinión  masadelante 
en  la  pág.  216  y  siguientes,  y  es:  que  este  derecho  no  perteneciendo  al  orden  judicial, 
pues  no  hay  actor  ni  reo  en  el  caso  de  pedir  licencia  para  pleitear,  sino  al  principio  de 
tutela  j  protección  que  debe  el  gobierno  á  todos  los  particulares  y  á  todas  las  corpora- 
cianes,  debe  residir  mas  bien  en  el  gefe  político,  oido  el  tribunal  administrativo,  que  en 
este  mismo  tribunal. 

En  la  nota  de  la  pág.  259 ,  tratándose  de  la  ley  de  jgbbiernos  políticos  manifiesta  el 
Sr.  Silvela  preferir  el  título  de  Gobernador  de  provincia  al  de  gefe  político  y  al  de  gober» 
nadereivii.  En  efecto,  el  epíteto  del  primero  estrecha  mucho  las  atribuciones  del  gefe, 
qoe  comprenden  cuantas  relaciones  tiene  el  ciudadano  con  la  sociedad ,  no  solo  en  el 
orden  político ,  sino  en  el  económico  militar  y  civil.  El  da  gobernador  ettilse  refiere  porel 


[140] 
contrario  á  esta  última  clase  de  relaciones  y  parece  cscluirlaspolíticas, 
y  económicas.  El  título  de  gobernador  de  provincia  comprende  todas  sus  atribuciones  sia 
olvidar  ninguna ,  y  al  mismo  tiempo  su  jurisdicción ,  sin  que  puedan  confundirse  con  la 
de  los  gobernadores  militares ,  á  quienes  siempre  se  añade  ademas  de  su  epitclo  pro- 
pio el  nombre  de  la  pinza,  distrito  ó  territorio  á  que  se  estiende  su  gobierno. 

Por  una  consideración  semejante,  esto  es ,  por  la  exactitud  de  la  nomenclatura  qui- 
siéramos nosotros  que  se  suprimiese  el  epíteto  constitucional  que  en  nuestro  lenguaje 
oficial  tienen  algunas  autoridades  como  los  alcaldes  y  ayuntamientos.  ¿Puede  existir  ¿d- 
guna  autoridad  pública  que  no  sea  constitucional,  esto  es,  que  no  deba  su  or^eny 
sus  atribuciones  á  la  ley  fundamental?  No.  Luego  aquel  adjetivo  es  una  verdadera  redun- 
dancia. Y  ¿por  qué  se  aplica  á  unas  autoridades  y  á  otras  no?  ¿Por  qué  no  se  dice  minis- 
tro con^/Z/uciona/  de  la  gobernación  ó  director  consiihmonul  de  caminos  y  canales,  cuan- 
do estas  autoridades  se  derivan  de  la  misma  fuente  que  todas,  á  saber:  de  nuestro  có- 
digo constitucional;  sin  ser  posible  que  se  deriven  de  otra  parte?  ¿Se  teiue  que  supri- 
miendo el  epíteto  sean  menos  respetadas  las  majistraturas  municipales,  peor  obedeadas 
sus  órdenes?  Nosotros  creemos  que  no  liay  razón  fundada  para  semejante  temor* 

.\os  parece  que  no  puede  existir  otro  motivo  justo  de  conservar  aquel  epíteto,  sino 
el  de  distinguir  los  majislrados  á  que  se  aplica  de  lo  que  eran  antes  de  las  épocas  cons- 
titucionales. Pero  la  misma  razón  babria  para  las  demás  autoridades  del  estado,  y  ade- 
mas seria  insuficiente,  líarto  distinguirá  la  historia  unas  épocas  de  otras:  los  nombres 
no  se  imponen,  por  otra  parte,  para  que  sirvan  de  aviso  A  los  historiógrafos ,  sino  para 
caracterizar  las  cosas.  Cuando  se  pronuncia  la  palabra  alcalde^  nadie  ignora  el  oríjen  y 
atribuciones  de  esta  autoridad  :  ninguna  nueva  idea  añade,  ningún  aumento  da  á  su 
jurisdicción  el  adjetivo  comtidtcwnaL 

En  la  última  nota  de  la  pág.  515  establece  el  autor  el  orden  en  que  deben  discutir^ 
se  y  votarse  las  leyes  orgánicas  que  nos  hacen  falta,  y  que  son  el  objeto  de  estos  estu- 
dios. 1^  primera  de  todas  es  la  ley  de  ayuntamientos ,  por  constituir  ellos  la  unidad 
primitiva  del  cuerpo  social.  A  esta  debe  seguir  la  de  diputaciones  provinciales , múlti- 
plo-facticio,  pero  necesario  para  la  división  del  trabajo  administrativo,  acompañada 
de  la  de  gefes  políticos  ó  gobernadores  de  provincia  que  le  está  íntimamente  ligada. 

Debería  seguir  á  estas  la  del  consejo  de  estado,  si  fuera  cierta  la  opinión  de  los  qne 
(juieren  atribuir  á  los  tribunales  de  justicia  todas  las  materias  contenciosas.  Pero  ya  se 
ha  demostrado  antes  con  muchas  y  convincentes  razones,  que  los  negocios  adminislra- 
tivos,  sujetos  á  dudas  y  contestaciones,  necesitan  de  tribunales  especiales  para  su  solu- 
ción ;  y  debiendo  ser  el  consejo  de  estado  el  que  juzgue  en  última  instancia,  es  preci- 
so constituir  antes  de  él  los  consejos  ó  tribunales  administrativos  de  provincia.  Por- 
que «¿qué  se  diría ,  añade,  de  un  lejislador  que  empezase  por  crear  un  tribunal  supre- 
mo de  justicia ,  sin  cuidarse  ,  sin  anunciar  siquiera ,  sin  pensar  en  la  creación  de  juiga- 
dos  de  primera  instancia  nide  audiencias?» 

El  capitulo  intitulado  de  los  mini^ierios  comprende  no  pocas  páginas  (desde  la  324) 
todo  lo  que  importa  saber  en  esta  parle,  según  el  sistema  que  nos  rije.  Manifiesta  el  ca- 
rácter ejemiivo  de  la  autoridad  real;  de  qué  manera  se  ejerce  este  poder  por  medio  de 
los  ministros  y  cómo  la  responsabilidad  de  estos  permite  que  permanezca  ilesa  é  invio- 
lable, material  y  moralmente,  la  persona  del  rev.  Estas  ideas ,  aunque  comunes  y  faasla 
triviales  para  los  hombres  instruidos,  deben  sin  embargo  inculcarse  y  repetirse  en  (a- 
vor  de  los  que  no  tienen  la  competente  ilustración. 

Mas  no  son  tan  vulgares  las  observaciones  del  autor  acerca  de  la  importancia  de  la 
firma  del  ministro  en  los  reales  decretos;  de  los  actos  ministeriales,  que  se  ejecutan  por 
delegación,  y  que  entre  nosotros  se  caracterizan  por  la  inútil  frase:  de  real  arden  ed. 
de  la  iniciativa  apárenle  y  visible^  que  nunca  es  del  rey:  de  la  formación  del  consejo  de 
ministros  para  los  asuntos  graves  y  de  ínteres  transcendental, y  mas  que  todo,  déla  im- 
portancia del  consejo  de  estado,  al  cual  puede  apelarse,  como  sucede  en  Francia,  de 
las  determinaciones  ministeriales.  cEn  otra  ocasión,  dice,  nos  hemos  lamentado  deque 
las  diputaciones  provinciales  resuelvan ,  sin  nllerior  trcurso^  asuntos  que  merecen  ó  mas 
bien  que  exijen  una  segunda  instancia;  y  de  que,  abusando  de  esta  inicua  Acuitad,, 
ejerzan  un  despotismo  tanto  mas  insoportable  cuanto  es  menos  ilustrado.  Ahora  en  csle 
lugar  clamamos  contra  la  tiranía  ministerial  que  ni  aun  tiene,  como  ha  tenido  sien- 


[141] 
VK  España «  el  freno  de  cuerpos  consultivos  numerosos  y  respetables  que  ilustra- 
la  razón  del  ministro  ó  la  conciencia  del  monarca.'  En  este  particular  todo  lo  hemos 
nido  sin  haber  fundado  nada.  Cita  en  la  nota,  como  ejemplo  digno  de  imitación, 
il  marqués  de  Vallgornera,  que  suplió  esta  falta ,  siendo  ministro  de  la  gobernación, 
nedio  de  una  junta  consultiva  que  creó  para  aquel  ministerio. 
?rata  después  con  la  misma  concisión  de  las  direcciones  generales  de  los  ramos 
ida  ministerio ,  y  refuta  la  opinión  de  los  que  las  tienen  por  inútiles*  Al  contrarío, 
el  Sr.  Silvela  que  siendo  imposible  reunir  en  un  solo  hombre  los  conocimientos  es- 
líes de  todos  los  ramos  de  un  ministerio ;  no  siendo  tampoco  fácil  aplicar  la  dc|^ida 
ñon  á  los  multiplicados  espedientes  de  tan  diverso  orijen  y  carácter,  es  conveniente 
cada  ramo  de  suficiente  eslension  é  importancia  tenga  un  director  que  despache 
el  ministro  los  asuntos  de  importancia;  pero  solo  sea  arbitro  en  aquellas  materias 
{ocios  que  la  ley  le  hubiese  terminantemente  confiado.  El  dogma  de  la  responsabi- 
I  ministerial  lo  exije  asi. 

U  autor  concluye  su  obra,  aconsejando  el  establecimiento  de  un  código  administra- 
que  esté  en  armonía  con  las  luces  del  siglo  y  con  los  principios  de  libertad  procla- 
06  en  nuestra  ley  fundamental  y  de  una  jurisprudencia  administrativa ,  de  que  ca re- 
ía; pues  las  decisiones  del  antiguo  Consejo  de  Castilla  sobre  estas  materias,  ni  es- 
in  los  motivos ,  ni  son  siempre  las  mismas  en  casos  idénticos. 
lemos  estudiado  esta  obra,  y  nos  ha  parecido  escelen  te  y  útilísima;  y  deseamos, 
[ue  no  lo  esperamos,  que  su  publicación  inspire  en  todos  los  ánimos  el  amor  al  es- 
I  de  la  ciencia  administrativa,  que  en  nuestro  entender  es  la  verdadera  ciencia  po- 
u  En  efecto,  si  el  objeto  de  esta  es  distribuir  los  poderes  de  tal  manera  que  sean 
isibles  el  despotismo  y  la  anarquía ,  el  de  aquella  es  preparar  al  hombre  por  medio 
i  independencia  doméstica ,  á  gozar  los  frutos  del  orden  y  de  la  libertad;  y  cuando 
wabre  carece  de  esta  independencia,  cuando  su  industria  y  sus  bienes  están  ataca- 
dor una  viciosa  administración,  en  vano  se  dirá  que  es  Ubre  en  los  códigos  ni  en  los 
Micos.  Pero  aun  hay  mas. 

^  ciencia  política  tiene  que  considerar  como  un  elemento  necesario  el  espíritu,  las 
(9  las  preocupaciones  mismas,  y  en  fin,  los  intereses  de  los  ciudadanos.  Lo  que  pien- 
V  desean  ó  necesitan  muchos  hombres  debe  ser  estudiado,  advertido  y  respetado 
ú  lejislador  político,  lie  ahí  procede  que  acaso  no  hay  cuestión  alguna  pertenecien- 
la  iK>lítica  que  no  se  haya  hecho  célebre  en  los  anales  del  mundo  por  escisiones  pe- 
ana, dejeneradas  frecuentemente  en  horrendas  guerras  civiles, 
aa  materias  adipinistrativas  son  de  muy  diferente  índole.  Su  ciencia  participa  mas 
arácter  délas  ciencias  exactas;  sus  raciocinios,  versándose  sobre  objetos  masmate- 
I  y  sensibles  que  las  teorías  del  poder,  llevan  consigo  la  convicción.  Quitar  trabas 
1¿  á  la  industria,  facilitar  los  medios  de  comunicacion,establecer  reglas  justas  para 
ontribuciones  de  dinero  y  de  sangre ,  dejar  á  la  municipalidad  y  á  la  provincia  el 
5jo  de  sus  intereses  locales  bajo  la  vijilancia  y  protección  del  gobierno  central ,  son 
tiones  que  todos  entienden,  que  todos  resuelven  de  una  misma  manera,  escepto 
ue  tienen  interesen  que  se  oscurezca  la  verdad.  ¿Puede  decirse  otro  tanto  de  las 
iones  políticas?  No.  Este  aúo  cumple  medio  siglo  que  la  Europa  se  afana  en  sacar 
rdad  política  del  pozo  de  Demócrito.  ¿Ha  salido  todavía? 

*ero  en  compensación  vemos  que  los  dogmas  de  la  ciencia  administrativa  son  ya  teni- 
omo  ciertos  é  inconcusos,  y  aplicándose  con  felicidad  al  gobierno  de  los  pueblos,  han 
iO¥Ído  los  adelantamientos  de  la  libertad  política  y  civil ,  promoviendo  la  indepen- 
ín  individual f  sin  la  cual  son  aquellos  imposibles.  Decimos  individual^  poraue  el 
lo  de  la  administración  es  establecer  sobre  sus  verdaderas  bases  las  mutuas  oblíga- 
»,  los  mutuos  derechos  del  ciudadano  y  de  la  sociedad;  y  estas  bases  no  pueden 
iras  sino  la  igualdad  de  protección ,  la  libertad  de  persona  y  bienes  basta  donde  lo 
lile  la  protección  que  debe  el  ciudadano  á  la  sociedad ,  y  la  instrttccion  que  debe 
» á  cada  uno  según  sus  necesidades.  Sin  estos  principios  no  hay  administración ,  no 
gobierno,  no  hay  comunidad ,  propiamente  dichas.  Tan  protejido  debe  estar  eljor- 
el  bracero  como  la  heredad  del  propietario,  como  la  caja  del  comerciante.  ¿Cómo, 
,  no  es  el  principal  objeto  del  estudio  de  la  juventud  7  de  los  hombres  de  estado  la 
ia  que  produce  bienestar ,  libertad  y  orden? 


[142J 

Porque  para  nosolros  son  mas  interesantes  las  pasiones  (^ue  lamon:  pon|ii0  dmí 
agradan  mas  las  ronmociones  violentas  que  el  tranquilo  ejercicio  delaínCdíjmcnitfi^ 
que  en  las  cuestiones  administrativas  nada  hay  personal ,  nada  que  halafue  nocslnn 
aversiones  ó  simpatías,  en  fin,  porque  no  se  prestan  ni  á  la  bárbara  intolerancia,  ai  i 
la  nomenclatura ,  mas  bárbara  todavía  de  los  partidos. 

Nosotros  no  esperamos  felicidad  para  nuestra  patria  mientras  no  reamos  que  d 
objeto  principal  de  las  discusiones  públicas  y  particulares ^  empleadas  hoy  esclusÍTaiAeii* 
te  en  las  cuestiones  políticas,  llega  á  ser  el  examen  de  las  verdades  relativas  á  la  ciea* 
cia  d.e  la  administración.  En  ellas  y  solo  en  ellas  está  nuestro  verdadero  progreso. 


LEGCIOIS  ELEMENTALES  DE  AmOlllA, 

por  M.  ^rago, 


V   t^%v 


/^cr  £¿).    iSa^/a^io    (Soi/oí.     <9?Cai)wí).    4  83o.  (O- 


11 L  autor  de  estas  lecciones ,  esplicadas  en  el  Real  Observatorio  de  París,  es  uno 
de  los  hombres  mas  merecidamente  celebres  en  Francia  por  sus  conocimientos  en  las 
ciencias  naturales  y  exactas;  pero  este  Tratado  Elemental  de  Astronomía  no  tiene 
por  objeto  ensenar  (xmipieiamenie  la  ciencia  de  los  astros ,  sino  aficionar  á  su  estudio 
las  personas  que  componen  la  sociedad  culta,  haciéndoles  ver  su  alcance  y  dominio* 
V  el  estado  de  perfección  á  que  ha  llegado  en  el  dia.  Asi  que  no  hay  que  esperar  en 
este  libro  el  aparato  de  cálculos ,  ya  aljebráicos  ,  ya  numéricos ,  que  son  necesarios 
para  resolver  el  gran  problema  que  el  cielo  presenta  á  la  tierra ,  á  saber :  dada  k 
jfosicion  del  observad4)r ,  detenninar  el  anpecto  qve  ofrecerdn  d  m  rixta  los  astros ,  y  al  con- 
(rario.  El  objeto  del  autor  de  estas  lecciones  no  ha  sido  formar  un  astrónomo,  sino 
indicar  4a  importancia  y  los  recursos  de  esta  ciencia  á  los  que  no  lo  son.  Esta  obra 
elemental  se  asemeja  á  la  de  la  pluralidad  de  losmund(>s  de  Fontenelle  en  el  fin  que  se 
propone ;  pero  es  mas  metódica ,  mas  estensa  y  sobre  todo  mas  sabia.  No  se  hallarán 
en  olla  tantas  bellezas  de  estilo ;  pero  se  aprenderán  mas  cosas  y  mejor. 

Cuando  la  materia  es  fácil  de  entender  y  demostrar  emplea  M.  Arago  razona- 
mientos rigorosos,  como  en  la  demostración  del  método  que  ha  usado  para  determi- 
nar la  magnitud  de  la  tierra,  las  latitudes  y  lonjitudes  geográficas  ,  la  aberración  de 
las  fijas  y  otros  muchos  elementos  astronóniíicos ;  pero  cuando  el  objeto  de  la  leodon 
es  uno  de  aquellos  que  necesitan  cálculos  largos  y  dificiles,  ó  combinaciones  geomé- 
tricas muy  complicadas ,  como  la  demostración  do  las  leyes  de  Keplero  supuesto  d 
principio  de  la  atracción ,  ó  la  teoría  de  los  eclipses,  ó  la  de  las  órbitas  planeturiai 
ó  cometarias,  entonces  se  contenta  con  enunciar  los  resultados ,  no  sin  indicar,  aun- 
que brevemente,  el  camino  por  donde  han  podido  obtenerse.  El  mérito  principal  de 
estas  lecciones  consiste  en  presentar  la  ciencia  en  el  estado  en  qne  ahora  se  halla  á 


(1)     Vó.idesr  fii  Cúdi/.  en  lu  libreiiu  de  llorlal  t  compañía. 


[143] 
iin  lector  medianamente  instruido  en  geometría ,  é  incitar  á  los  ánimos  capaces  del 
cniuaiíamo  que  inspiró  á  Ovidio  cuando  dijo 

Felices  anim»  quibus  hasc  cognoscere  primum 
Et  domos  superas  scandere  cura  fait. 

Feliz  la  mmU$  qw  é  la  cumbre  etérea 

Otó  eubir: 

m 

« 

á  que  emprendan  el  estudio  de  la  Astronomía ,  que  es  entre  todos  el  que  mas  prueba' 
la  superioridad  y  la  noble  osadía  de  la  intelijcncia  bumana. 

Empiezan  estos  elementos  por  una  breve  csplicacion  de  los  instrumentos  astro- 
nómioos,  para  la  cual  espone  como  preliminar  necesario  las  leyes  de  la  reflexión  y 
refracción  de  la  luz.  Da  después  una  idea  del  oríjen  y  progresos  de  la  astronomía  y 
de  su  aplicación  á  la  náutica.  Pasa  á  las  voces  y  denniciones  principales  de  la  cien- 
dsL ,  examina  los  fenómenos  del  movimiento  diurno  y  del  propio  de  los  planetas ,  y 
la  manera  de  referir  los  astros  á  puntos  y  circuios  de  la  esfera,  como  también  la 
variación  de  los  fenómenos  celestes  con  respecto  á  la  posición  del  observador  en  la 
tierra. 

Trata  particularmente  de  las  estrellas  fijas ,  de  los  planetas ,  de  los  cometas  ;  de 
qué  manera  se  Lan  podido  calcular  las  distancias  de  los  planetas  y  cometas  al  sol  y 
á  la  tierra ;  espone  el  verdadero  sistema  del  mundo ,  y  demuestra  el  movimiento 
diurno  de  la  tierra  por  tres  argumentos  tomados,  el  primero  de  la  naturaleza  de  la 
fuerza  centrifuga ,  el  segundo  de  la  propagación  succesiva  de  la  luz ,  y  el  tercero  de 
la  aberración  de  las  fijas.  Concluye  con  las  relaciones  que  hay  entre  la  atmósfera  y  las 
apariencias  celestes ,  y  la  csplicacion  de  las  correcciones  del  Calendario. 

£1  traductor  ha  añadido  notas  físicas  y  astronómicas  en  varias  parles  de  la  obra, 

5 rué  nos  han  parecido  muy  sabias  y  oportunas,  señaladamente  la  7.*  en  que  esplica  el 
enóroeno  de  las  inttrferenetas  en  la  luz. 

M.  Arago  parece  creer  (páj.  i  7)  la  vuelta  que  los  fenicios  daban  al  África  nave- 
gando desde  el  mar  llojo  por  el  cabo  de  Buena  Esperanza  y  por  el  estrecho  de  Gi- 
braltar  hasta  la  embocadura  del  Nilo ,  en  cuyo  viaje ,  dice ,  gastaban  tres  años.  Esta 
es  una  cuestión  de  historia  y  de  geografía  antigua ,  que  ha  sido  muy  debatida  en* 
tre  los  eruditos  y  los  espositorcs  de  la  Sagrada  Escritura.  Nosotros  no  creemos  que 
pudieran  hacer  esta  navegación  en  el  corto  término  de  tres  años ,  cuando  sabemos 
por  .Vrriano  que  nos  ha  conservado  el  Periplo  de  Nearco,  cuánto  tardó  este  general 
de  la  armada  de  Alejandro  el  Grande  en  un  viaje  mucho  mas  corto  y  en  época  en 
que  la  navegación  estaba  mas  adelantada.  Para  pasar  desde  la  embocadura  del  Indo 
á  la  del  Eufrates  empicó  la  armada  macedónica  mas  de  seis  meses.  Ademas  el  Peri- 
plo de  llannon,  cartajinés,  solo  llega,  según  la  versión  mas  seguida,  hasta  lo  que 
hoy  es  Sierra  l..eona ;  por  tanto  se  ha  de  hacer  probable  la  circunnavegación  de  los 
fenicios,  se  ha  de  demostrar  antes,  como  han  asegurado  algunos  escritores  sin  pro- 
barlo •  que  la  mitad  meridional  del  África  estaba  entonces  sumerjida  en  el  mar. 

£1  traductor,  al  esplicar  en  su  nota  (4)  (pág.  248)  la  diferencia  entre  la  latitud  y 
lonjitud  geográficas  y  las  de  los  astros,  parece  atribuirla  á  que  el  Ecuador  celeste 
no  ett  un  círculo  fijo  en  el  cielo  éiitrellado ,  como  lo  es  la  eclíptica ,  y  por  eso,  dice» 
«e  ha  elejido  esta  para  ^  hiciese  el  oficio  del  Ecuador.  Pero  debemos  considerar  que  an- 
tes que  se  hubiese  conocido  el  fenómeno  de  la  mutación  ni  adoptado  el  movimiento 
de  traslación  de  la  tierra  era  practicado  de  los  astrónomos  el  método  de  las  lonjitu- 
des  y  latitudes  de  los  astros.  Sujiriólo  en  nuestro  entender;  primero ,  la  utilidad  de 
marcar  el  movimiento  del  sol  en  el  mismo  circulo  que  describe  aparentemente;  se- 
gando, la  de  conocer  las  alturas  de  la  luna  sobre  el  plano  de  dicho  circulo  ;  pues  es- 
tando en  él  ó  muy  próximo  á  él  es  cuando  se  verincan  los  eclipses;  tercero ,  la  de 
«eguir  el  movimiento  de  los  demás  planetas  en  la  eclíptica ,  de  la  cual  se  separan 
poco  •  para  señalarle  después  con  mas  facilidad  en  sus  órbitas  respectivas.  Asi  vemos 
que  los  planetas  se  refiieren  ordinariamente  á  la  elíptica  cuando  las  estrellas  fijas 
«e  refieren  casi  esclusivamente  al  Ecuador  por  medio  de  su  declinación  v  ascensión 
recta »  sin  que  obste  para  eso  ni  la  mutación  ni  el  movimiento  annuo  de  la  tierra; 


[lU] 

pues  es  fáril  corregir  estos  dos  elementos  astronómicos  de  mutación  v  aberracRM. 

Por  lo  demás ,  la  trigonouiclria  esférica  siiniiikistra  medios  para  halísir  la  lo^jitiid 
y  latitud  de  un  astro ,  dadas  su  declinación  y  ascensión  recta  ó  al  contrario  :  probie- 
inas  que  se  reducen  á  una  simple  permutación  de  coordenadas  circulares. 

La  definieron  de  la  Elipse  (pág.  27)  no  nos  parece  exacta.  Todo  plano  oblicuo  áli 
bas<*  del  cono  se  ha  de  cortar  con  ella  si  se  prolonga.  Si  se  quiso  decir  que  no  »t  eork 
con  rifa  dentro  dd  cono  ,  tampoco  es  exacto.  Tii  plano  oblicuo  á  la  base  que  tuviese  eos 
su  circunÍQrem'ia  un  punto  común ,  baria  también  en  el  cono  una  sección  eliplica. 
La  mejor  definición  es  :  una  sección  del  cono  becha  por  un  plano  oblicuo  ¿  la  base, 
y  que  corte  todas  las  generatrices. 

Kntre  todas  las  lecciones  nos  ban  parecido  mas  interesantes  por  las  observaciones 
curiosas  que  contienen ,  la  9."  en  que  trata  de  la  tierra,  y  la  11.*  en  que  habla  muy 
detenidamente  de  los  cometas ,  y  de  la  influencia  que  puedan  tener  ó  bajan  tenido 
estos  cuerpi>s  celestes  de  nuestro  globo. 

Concluiremos  haciendo  una  reflexión  que  nos  ba  sujerido  el  estado  actual  de  la 
civilización.  Hay  profesiones  en  las  cuales  es  indispensable  el  estudio  profundo  de  li 
astronomía  ;  \Híro  no  hay  ninguna  persona  culta  á  la  cual  sea  licito  ignorar  en  el  día  ' 
basta  qué  punto  han  llegado  los  descubrimientos  de  los  sabios  en  una  ciencia  taa 
importante  como  encantadora  ,  y  mucho  menos  incurrir  en  los  errores  y  preocupa- 
ciones vulgares  acerca  del  movimiento  é  influencia  de  los  astros.  Para  evitar  aque- 
lla ignorancia  vergonzosa  y  estos  errores  no  menos  ridículos  ,  apenas  conocemos  oa 
libro  mas  á  propósito  que  el  del  Sr.  Arago ;  pues  solo  requiere  algunos  conocimientos, 
y  aun  esos  no  muy  abstrusos,  de  aritmética  y  de  geometría. 


A  LAS  SLVOl'INAS  OPERANDO, 

Ó  TRATADO  TEÓMCO  Y  ESPERIMENTAL 

sobre  et  trabado  de  ia»  fuerza», 

pot  cL  cotoiicL  Oj.    jote  í)c>>  Odtwic^cO. 

Madrid,  1839. 


JuL  Sr.  (Jdriozola  couipleta  con  esta  obra  ,  fruto  de  sus  viajes  en  los  países  estran- 
jeros  ,  las  teorías  estsUicas  que  espuso  en  su  Tratado  de  Mecánica  impreso  en  Madrid 
cu  18^:2.  l>ec;imos  que  el  nuevo  libro  es  complemento  del  anterior,  porque  en  valde 
serian  las  doctrinas  científicas  si  no  hubiesen  de  ponerse  en  práctica  ,  ó  si  al  poner- 
las quedasen  desmentidas;  y  nadie  ignora  ya  que  en  las  ciencias  físico-matemáticas 
.s<;  presi'inde  en  teoría  de  muchos  elementos  imposibles  de  apreciar  por  solas  las  com- 
binaciones aljebráicas,  y  que  es  preciso  determinar  valiéndose  de  la  esperiencia. 
Va\  la  mecánica  sobre  todo  hay  muy  pocas  fórmulas  ,  ó  quizá  ninguna,  en  las  cuales 
no  sea  necesaria  la  introducción  de  un  coeficiente  numérico  ,  cuyo  valor  no  se  baila 
sino  en  virtud  de  muchos  y  repetidos  esperimentos.  Por  eso  la  mecánica  aplicada  ci 
una  ciencia  ya  tan  vasta  y  voluminosa,  que  uno  solo  de  sus  ramos,  el  del  trabajo 
de  las  fuerzas  en  las  máquinas,  objeto  de  la  obra  que  anunciamos,  llena  un  tomo 
en  i.°  de  400  pajinas  de  letra  no  muy  gruesa. 

El  autor  presenta  con  mucha  razón  este  libro  como  la  ciencia  dinámica  de  la  ma-' 


[1*5] 

quinaria.  En  efecto,  la  estátira  se  contenta  con  el  examen  de  las  condiciones  de 
equilibrio  en  las  máauinas ,  tanto  simples  como  compuestas.  Pero  raro  es  el  caso  de 
aplicación  en  que  solo  se  quiera  producir  equilibrio:  toda  máquina  tiene  por  objeto 
la  producción  de  un  movimiento  en  detcrmmada  cantidad  y  (fircccion.  Por  tanto  las 
eruaciones  estáticas  designan  ,  cuando  mas ,  el  limite  del  cual  no  pueden  bajar  las 
fuerzas  qae  deben  emplearse ;  pero  si  se  ha  de  producir  cierta  cantidad  de  movi- 
miento, son  necesarias  condiciones  y  ecuaciones  dinámicas,  es  decir,  que  determi- 
nan el  valor  de  las  fuerzas  que  ha  de  ser  superior  á  aquel  límite,  capaz  del  efecto 
deseado ,  y  propio  para  consultar  á  un  mismo  tiempo  á  la  utilidad  y  á  la  economía, 
ya  del  trabajo .»  ya  del  agua,  vapor  ú  otro  ajenie  cualquiera  que  se  emplee  en  lugar 
de  la  fuerza  humana. 

El  Sr.  Odríozola ,  para  hacer  estensa  la  utilidad  de  su  libro  á  los  que  se  dedican 
á  la  práctica  de  la  maquinaria  sin  haber  penetrado  los  misterios  de  la  análisis  iníi- 
nitesinial ,  espone  primero  las  doctrinas  de  una  manera  clara ,  intelijible ,  pero  sin 
demostraciones  rigorosas,  y  probándolas-  solo  por  analojía,  y  después  las  reproduce 
bajo  formas  mas  sabias,  pero  solo  accesibles  á  los  que  poseen  aquella  preciosa  cla- 
ve de  los  conocimientos  matemáticos.  Nosotros  no  podemos  negar  nuestro  elojio  á 
este  doble  trabajo.  Bueno  es,  y  aun  de  absoluta  obligación  en  una  obra  de  matemá- 
ticas, la  demostración  rigorosa  de  los  teoraroas;  mas  ¿debe  privarse  de  los  conoci- 
mientos tcóri(*os  al  maquinista  aplicado ,  al  fabricante  hábil,  al  práctico  laborioso, 
solo  porque  le  falten  alas  parn  elevarse  á  toda  la  altura  de  un  geómetra  consumado? 
No.  Seria  desconocer  el  interés  mismo  de  las  artes,  en  cuya  aplicación  y  ejercicio 
interviene  siempre  un  gran  número  de  personas ,  á  las  cuales  conviene  instruir, 
si  no  es  posible  en  los  principios  mas  abstractos,  por  lo  menos  en  sus  consecuencias 
inme«liatas,  y  iwbre  tolo  en  sus  resulta  ios.  Para  que  un  an|!iitecto  describa  una 
elipse  no  es  de  absoluta  necesidad  que  sepa  demostrar  la  igualdad  del  eje  mayor  con 
la  suma  de  los  radios  vectores  en  esta  cnrva ;  y  para  que  un  marino  haga  uso  de  las 
tablas  de  la  ecuación  del  tiempo ,  tampoco  es  necesario  que  sepa  construirlas. 

El  autor  comienza  su  obra  por  la  defínicion  esencial  de  toda  ella ,  que  es  la  del 
trabajo  de  una  fuerza.  Llámase  así  el  protlucto  de  la  fuerza  por  el  espacio  que  hace 
correr  en  su  dirección  al  punto  sobre  el  cual  se  aplica.  Ksla  cimtidad  de  trabajo  es 
por  consiguiente  pro|)orcional  al  cuadrado  de  la  velocidcid ,  lo  que  dirime  de  una 
manera  clara  y  luminosa  la  célebre  y  antigua  cuestión  sobre  la  valuación  de  las 
fuerzan,  como  demuestra  el  Sr.  Odriozota  en  la  nota  de  la  pág.  G7.  Esta  disputa  da 
lugar  á  la  absurda  nomenclatura  de  fuerzan  titas  y  fuerzan  mtierlas;  sin  embargo  ,  los 
matemáticos  han  conservado  la  primera  de  estas  dos  denominaciones  para  denotar 
la  cantidad  de  trabajo  de  una  fuerza  puesta  en  actividad  y  que  produce  un  movi- 
miento. 

Apenas  nos  es  l-'cilo  ya  seguir  al  autor  en  sus  especulaciones,  de  las  cuales  seria 
impo.sible  que  diésemos  idea  en  un  breve  articulo  ni  aun  á  los  lectores  mas  instruidos 
en  estas  materias  ó  mas  alicionados  á  ellas.  Nos  reduciremos,  pues,  á  presentar  la 
nota  de  los  asuntos  de  que  trata  en  las  dos  secciones  de  que  consta  la  obra. 

En  la  primera  esplica  la  ecuación  que  existe  entre  los  trabajos  de  todas  las  fuer- 
zas que  obran  simultáneamente  sobre  una  má([uina,  y  los  medios  de  valuar  el  tra- 
bajo empleado ,  el  perdido  y  el  utilizado  en  cada  caso ,  como  también  las  fuerzas, 
las  velocidades  y  los  espacios  :  demuestra  después  rigorosamente  por  medio  del  cál- 
culo integral  la  ecuación  de  las  cantidades  de  trabajo  ,  y  las  moditicaciones  que  su- 
fren f^tas  cantidades  en  los  cuerpos  cuyas  partículas  están  sometidas  á  reacciones 
miiluas,  como  sucede  en  los  cu'Tpos  elásticos,  ya  sólidos,  ya  fluidos.  Concluye  con 
la  esplicacion  de  niuchas  voces  relativas  á  las  máquinas ,  y  de  los  efectos  de  su  di- 
ferente organización. 

En  la  segunda  sección  aplica  estos  principios  á  la  cantidad  de  trabajo  de  las  dife- 
rentes potencias  que  se  usan  en  la  práctica,  á  saber:  la  fuerza  del  hombre;  la  do 
las  bestias;  la  del  agua  ,  aplicada  á  las  ruedas  hidráulicas,  ya  verticales,  ya  horizon- 
tales, bien  obre  como  motor,  bien  como  resi.<stente ;  la  elástica  del  aire;  la  del  vien- 
to ;  la  del  va|M)r  del  agua.  Concluye  examinando  el  trabajo  de  las  fuerzas  resistentes 
de  las  máquinas,  como  son  la  del  rozamiento  y  la  de  la  rijidez  de  las  cuerdas. 

fO 


[146] 

Es  ocioso  advertir  que  cada  ano  de  los  arUculos,  qae  hemos  citado,  está  escrita 
majistralmcnte  y  con  Inda  estcnsion,  no  solo  en  ia  parte  de  las  demostraciones  tnali- 
tícas,  sino  tan)l)ien  en  la  de  los  espcrimenlos  prflcticos,  que  sirven  para  delenninar 
los  coeficientes  numéricos.  Hay  copiosas  aplicacionesy  muy  importantes  á  todo  genera 
de  máquinas  y  motores. 

Esta  obra*  es  una  prueba  evidente  contra  los  que  creen  inútiles  para  las  artes  j 
para  la  industria  humana  las  sublimes  especalaciones  de  las  matemáticas.  El  racioo* 
uio  de  los  que  asi  juzgan,  (que  no  son  pocos,  ni  hombres  ignorantes,  aunque  si  Ci 
esta  clase  de  estudios)  se  reduce  á  creer  que  en  sabiendo  los  resultados  de  la  teoría, 
poco  importa  que  esta  no  se  conozca.  Eso  podrá  ser  cierto  tratándose  de  un  mero  ma- 
nipulador. Pero  si  no  hubiese  sabios  que  perfeccionasen  las  doctrinas  físicas  y  mate- 
máticas, ;qué  adelantamientos  podrian  hacer  las  artes  en  la  práctica?  Este  argumes* 
to  es  irresistible,  porque  lo  confirma  la  esperiencia.  ¿Cuáles  son  los  paises  en  qae  la 
industria  hace  mas  pro^rresos?  Aquellos  en  que  las  ciencias  exactas  están  en  mas  esti- 
mación, y  forman  una  parte  esencial  de  la  educación  literaria. 

Otros  creen  útil  á  la  verdad  el  estudio  de  las  matemáticas  sublimes,  pero  asegnraa 
que  la  mayor  parle  de  sus  teorías  carecen  de  aplicación.  Cuando  vean  en  esta  obra  lle- 
na de  intpjrracioues,  (operación  la  mas  difícil  de  la  análisis)  sus  aplicaciones  inmedia* 
tas  á  la  valuación  del  trabajo  perdido:  cuando  consideren  que  de  una  combinación  al- 
gebraica depende  el  modo  de  hacer  mas  ó  menos  útil  el  trabajo  de  una  máquina  y  de 
economizar  tiempo  y  dinero,  cosjis  tan  aprecíables  en  nuestro  siglo  positivo,  conoceráa 
con  cuánta  razón  se  dedican  los  geómetras  á  perfeccionar  los  métodos  analíticos»  y  le 
convencerán  de  este  gran  principio*  ninguna  verdad  hay  que  ademas  del  placer  talslecliNrf  f 
tublime  que  produce  m  conocimiento,  no  sea  úlil  prácticamente  al  género  humanom 

La  materia  de  este  libro  es  poco  sabida  en  España,  donde,  que  nosotros  sepamos. 
no  se  ha  publicado  hasta  la  presente  ninguna  obra  que  trate  de  las  máquina»  en  mo- 
vimiento. Este  es  un  justo  motivo  mas  para  recomendarla,  no  solo  á  los  que  pnedaa 
tener  necesidad  de  sus  principios  en  la  fabricación  y  uso  de  las  máquinas,  sino  tam- 
bién á  los  sabios  que  hayan  estudiado  estas  doctrinas  en  libros  estranjeros,  y  qoo  se- 
guramente se  alegrarán  de  verlas  aclimatadas  en  nuestra  patria. 


TRATADO  ELEMEIITAL  DE  FlSIGA 

TRADUCIDO  AL  CASTELLANO,  DE  LA  CUARTA  EDiaON, 
y  eonsiderabtemente  aumentado 

POR  D.  FRANCISCO  ALVAREZ.  PROFESOR  DE  MEDICINA  Y  CIRÜ.'IA. 

Madrid,  1839. 

U  NO  de  los  grandes  inconvenientes  de  los  tratados  de  flsica  es  la  necesidad  de  ao- 
mentarlos  continuamente  en  razón  de  los  progresos  rápidos  y  diarios  que  hace  la  cien- 
cia de  la  naturaleza.  Hemos  visto  succederse  con  prontitud  unas  á  otras  á  muy  peque- 
ños intervalos  las  obras  de  Munschenbroek,  Nollet,  Sigaud  de  la  Fond,  Brisson  y  Li- 
bes. Todos  fueron  muy  célebres  cada  uno  en  su  época:  apenas  son  leidos  ni  aun  consal- 
tados en  el  dia.  La  física  es  una  monarquía  que  hace  grandes  conquistas;  pero  los  re- 
yes duran  poco.  A  cada  nueva  adquisición  se  hace  preciso  elejir  nuevo  monarca. 


[Ii7] 

El  Sr.  Alvares  ha  procurado,  en  cuanto  le  ha  sido  posible,  prolongar  la  vida  del 
tratado  que  da  ahora  á  luz,  traducido  del  francés.  En  primer  lugar  ba  elejido  por  tes- 
to las  lecciones  dadas  en  el  colejio  Real  de  Enrique  IV,  por  M.  Despretz,  uno  de  lus 
profesores  mas  estimables  que  florece  en  la  actualidad,  y  físico  de  gran  reputación:  ha 
elejido  ademas,  romo  debia  hacerlo,  la  edición  mas  moderna  de  su  curso,  con  las  adi- 
cionesy  rectificaciones  que  el  autor  ha  tenido  que  hacera  las  anteriores,  en  vista  de  los 
nuevos  adelantos  de  la  ciencia.  En  segundo  lugar,  al  fin  de  la  obia,  ha  añadido  muchas 
observaciones  y  noticias  físicas,  sacadas  de  otros  tratados,  y  que  contribuyen  á  presentar 
la  ciencia  en  su  estado  actual  y  cual  puede  presentarse  en  un  tratado  elemental. 

Ninguna  de  las  materias  que  componen  en  el  dia  esta  vasta  enseñanza  deja  de  es- 
tar  esplicada  en  este  tratado ;  pues  las  que  pertenecen  á  las  ciencias  astronómicas ,  hace 
ya  mucho  tiempo  que  no  se  incluyen  en  las  obras  de  física.  Es  ya  la  astronomía  una  fa- 
cultad demasiaJo  estensa  por  si ,  y  se  halla  en  un  estado  harto  grande  de  perfección 
para  subordinarla  á  otra.  Üebennis,  pues,  agradecer  al  Sr.  Alvarez  que  en  un  cua- 
dro de  regular  ostensión  nos  haya  presentado  la  masa  actual  de  conocimientos  que  po- 
itee  la  intelijeucia  humana  acerca  de  los  cuerpos. 

La  obra  empieza  por  la  enumeración  y  distinción  de  las  propiedades  generales  de  la 
materia:  continúa  con  la  Mecánica,  esto  es ,  con  la  ciencia  del'mo\imienlo  en  los  cuer- 
pos asi  sólidos  como  fluidos ,  y  en  cada  articulo  demuestra  las  leyes  generales  de  la  na- 
faraleza,  deducidas  como  corrmiponde  á  un  físico,  de  los  esperimenlos  ilustrados  con 
el  auxilio  del  cálculo.  Las  máquinas  y  apiiratos  para  hacerlos  están  descritos  con  suma 
claridad.  Entre  los  fenómenos  capilares  el  que  mas  nos  ha  llamado  la  atención  es  el  de 
h  forma  de  hi|)érbola  equilátera  que  toma  el  agua  entre  dos  láminas  de  vidrio  vertica- 
les que  formen  un  ángulo  muy  agudo.  Ks  muy  notable  que  hallándose  tan  prodigadas, 
Eor  decirlo  asi ,  en  la  naturaleza  las  demás  curvas  de  segundo  grado,  sea  tan  rara  la 
ipérbola  que  solo  la  hemos  notado  en  este  caso ,  y  en  la  curva  que  describe  el  es- 
tremo  de  la  sombra  de  un  estilo  durante  el  dia. 

Á  la  Mecánica  ó  Hidráulica  sigue  la  teórica  del  calor,  que  por  sf  sola  es  ya  una  vas- 
ta ciencia  con  inmensas  aplicaciones  prácticas,  señaladamente  á  la  dilatación  de  los  só- 
lidos y  rarefacción  de  los  fluidos,  tan  necesarias  de  valuar  en  los  instrumentos  geodé- 
sicos y  astronómicos  y  en  los  aparatos  de  la  física.  Se  esplican  ademas  con  suma  eslen- 
sion  lo  fenómenos  del  enfriamiento ,  de  la  conversión  de  los  sólidus  en  fluidos  y  de  los 
fluidos  en  vapores.  Con  esta  leoria  están  ligadas  las  de  la  bumedad  del  aire,  y  las  del 
vapor,  ya  se  le  considere  como  un  cuerpo  sometido  á  las  esperiencias  físicas,  ya  co- 
mo un  ájente  mecánico,  llállanse  naturalmente  eñ  estos  capítulos  las  descripciones  y 
usos  de  las  diferentes  especies  do  termómetros,  higrómetros,  barómetros,  máquiíia 
pneumática,  bombas  y  máquinas  de  vapor. 

Sigúese  el  tratado  de  la  electricidad  en  que  concluye  el  primer  tomo.  Comienza  el 
segundo  con  el  del  magnetismo ,  esplicando  las  semejanzas  de  estas  dos  fuerzas  mis- 
teriosas. 

Sigue  después  la  Acústica,  ó  ciencia  de  los  sonidos.  Se  demuestran  las  leyes  ge- 
nerales de  su  velocidad  ,  de  su  propagación  y  de  su  representación  por  números,  de  la 
cual  dependen  los  elementos  de  la  música.  Concluye  esta  materia  con  la  esplicacion  de 
los  órganos  de  la  voz  y  del  oído. 

El  tratado  de  Óptica  comprende,  ademas  de  las  doctrinas  ya  conocidas  hace  tiempo, 
los  fenómenos  de  la  luz  últiuiamente  observados.  Tales  son,  la  determinación  de  las 
potencias  refractivas  de  los  gases,  y  de  los  índices  de  refracción  de  un  gran  número 
de  sustancias  sólidas :  la  esplicacion  del  fenómeno  del  espejeo ,  frecuente  en  Kjipto ,  y 
que  se  ha  observado  algunas  veces  en  el  mar  y  aun  en  los  lagos  de  grande  estension,  la 
invención  de  los  gariómetros  y  de  las  cámaras  claras^  el  principio  de  las  interferencias  ^  ó 
la  oscuridad  producida  por  la  reunión  de  dos  rayos  luminosos  en  determinadas  circuns- 
tancias ,  que  es  la  mas  fíierte  objeccion  contra  el  sistema  de  la  emisión  de  la  luz :  las 
adiciones  hechas  en  nuestros  días  á  la  teórica  de  la  doble  refracción,  fenómeno  ob- 
servado por  Bartholin  y  esplicado  por  Huyghens ;  la  invención  de  los  mirómetros  de 
doble  imájen:  la  polarización  de  la  luz  y  su  aplicación  al  método  de  comparar  las  in- 
tensidades de  las  luces.  Este  ramo  concluye  por  un  tratado  completo  de  la  difracción. 

El  último  de  los  ramos  de  física  de  este  tratado  es  !a  Meteorolojia,  que  algucos 


[148] 
autores  lian  omitido,  con  muy  poca  razón,  en  sus  obras  elementales.  Los  fenómenos 
(juti  en  él  se  obstírvan  y  se  esphcan ,  no  solo  se  presentan  á  la  vista  de  todos ,  sino  io- 
íiiiyendo  mas  ó  menos  en  la  abundancia  ó  esterilidad  de  las  cosechas  y  en  la  salubri- 
dad pública,  son  también  objeto  del  interés,  del  terror,  de  la  esperanza «  y  aun  to- 
davía de  la  superstición.  Conviene,  pues,  enunciar  sus  causas;  lo  que  basta  para  disi- 
par los  errores,  y  preocupaciones  vulgares.  Entre  estos  ft^nómenos  es  notable  el  de  li 
«aida  de  los  aeroliían  6  piedras  llovidas,  asi  por  la  identidad  de  su  composición  con  las 
masas  de  hierro  aisladas,  como  por  los  sistemas  inventados  para  esphcar  su  existen- 
cia. ¿Son  lanzadas  por  los  volcanes  de  la  luna  6  de  la  tierra ;  ó  bien  proceden  de  algu- 
nos pequeños  planetas,  que  hallándose  en  la  atmósfera  terrestre  y  girando  con  increí- 
ble celeridad,  debida  á  su  aproximación  á  la  tierra ,  se  inflaman  rozando  con  el  aire 
y  caen  por  su  pesantez?  Tal  es  la  cuestión  que  M.  Despretz  entrega  á  las  esneculario- 
nes  de  los  físicos.  Mas  importante  es,  y  no  menos  curiosa «  la  investigación  de  la  tem- 
peratura media  en  los  diversos  paises  del  globo ,  y  su  comparación  con  las  líneas  de 
latitud  y  de  las  nieves  eternas. 

Concluye  la  obra  con  algunas  addiciones,  en  las  cuales  el  traductor  ha  procurado 
reunir  las  observaciones  mas  recientes  sobre  las  materias  físicas,  aun  las  que  ya  faaa 
sido  conocidas  y  ventiladas  por  los  autores  antiguos.  Por  ejemplo ,  cita  en  cuanto  i  li 
divisibilidad  de  la  materia,  un  artículo  de  Peclet,  en  que  este  autor  concluye  que  la 
materia  no  ca*  dicisiblc ha:t(a  el  infiíiiln^  esto  es,  no  i*si  i ndrfinúiamenie  ditmble^  pues  rfi- 
viiiion  infinila  es  una  contradicción  en  los  términos.  Donde  hay  sucresion  no  hay,  pro- 
piamente hablando ,  infinidad  y  sino  i ndr fin icion,  Peclet  trae  como  prueba  la  solución 
de  la  sal  en  agua  en  partículas  tan  pe<|uerns,  que  no  las  puede  distinguir  la  vista, 
ni  aun  con  el  auxilio  del  microscopio  mas  graduado.  Ni»  sabemos  por  qué  duda  Pe- 
clet si  entonces  ha  llegado  ó  no  la  materia  á  su  divisicm  infinitesimal ,  cuando  esta  ei 
imposible.  Pruébase  muy  bien  la  asombrosa  divisivilidad  de  la  materia :  demuéstra- 
se también  que  después  de  haber  llegado  á  las  partes  mas  pequeñas,  tienen  estas  to- 
davía capacidad  de  ser  divididas;  pero  el  término  de  la  divisibilidad  está  en  la  fuerza 
dicidenít  de  la  naturaleza,  que  ha  de  reconocer  forzosanienle  un  líniile  del  cual  no  |)0- 
drá  pasar.  Es  útil  conocer  este  límite  6  aproximarse  á  él  en  las  diferentes  divisiones 
que  producen  en  los  cuerpos  las  fuerzas  físicas  ó  quiuiicas. 

Los  conocimientos  matemáticos  necesarios  para  estudiar  con  utilidad  esta  obra  so 
pasan  de  las  nociont^s  de  aritmétira ,  álgebra  y  geometría  elementales;  pues  aunque 
trae  fórmulas  y  cálculos  diferenciales,  es  solo  en  las  notas  para  demostrar  los  resul- 
tados del  testo.  Asi  se  ha  procurado  eslender  la  utilidad  de  este  tratado  al  mayor 
número  posible  de  personas. 


lEVA  mma  m  las  obras  festivas, 

EN  PROSA  Y  VERSO, 


ARTJCILO  I. 


X  ENEMOS  á  la  vista  la  primer  entrega  de  esta  edición,  que  será  preciosa,  no  solo 
porque  estará  adornada  c(m  2,000  láminas ,  sino  también  porque  ha  de  contener  mu- 
chas piezas  inéditas  del  autor,  y  ha  de  ser  ilustrada  con  notas.  Estas  serán  de  1).  Ra* 
silio  Sebastian  Castellanos;  los  grabados  de  I).  Vicente  Castello,  y  la  edición  dirijida 
por  el  artista  í).  Antonio  Uotondo.  La  publicación  de  las  obras  festivas  de  Quevedo  ha 
comenzado  por  el  Sneíw  de  las  calaviras.  El  papel  es  escelente,  la  ejecución  tipográ' 
íicii  csiiicfadisiiía,  y  las  láminas  representan  muy  bien  aquellas  imájenes  ideales  que 


circulaban  por  la  cabesa  del  autor  cuando  escribiai  j¡  fijan  la  \;agiiedad  de  sus  rasgos 
morales  ó  saUricos. 

Debemos  esperar  que  las  notas  serán  importantes  y  curiosas  para  nuestra  bístoria 
lilarariat  si  hemos  de  Juzgar  por  la  noticia  nada  vulgar,  que  los  editores  nos  dan  en 
<el  prólogo  sobre  k  Perinola^  obra  inédita  de  Quevedo,  y  de  la  respuesta  publicada  en 
^'alencia  en  4'()55,  que  dio  Juan  Pérez  de  Montaiban  A  la  crítica  que  hizo  el  autor,  de 
su  Para  todos. 

Sillo  nos  resta,  pues,  demostrar  la  importancia  de  esta  edición  y  la  oportunidad  de 
su  lujo,  por  el  mérito  del  autor,  que  estudiado  literariamente,  es  uno  de  los  fenóme- 
iios  mas  estraordinarios  de  nuestro  rarnaso. 

lk>n  Francisco  Quevedo  fue  uno  de  los  literatos  mas  instruidos  do  su  siglo,  y  ha 
dojado  en  sus  obras  vestijios  de  sus  estensos  cunocimientos  asi  en  las  ciencias  ci>mo  en 
Las  lenguas  sabías  y  en  todo  género  de  literatura.  Esto  en  cuanto  á  sus  estudios*  Pero 
ftu  condición  le  llevaba  irresistiblemente  al  género  satírico ,  único  eu  que  se  distin- 
fliiió:  pues  sus  composiciones  serias ^  ya  en  verso,  ya  en  prosa,  aunque  muchas  de 
ollas  no  carezcan  de  mérito ,  mal  pueden  compararse  con  las  de  los  poetas  y  escri- 
tores del  siglo  anterior ,  ni  aun  con  las  mejores  de  su  propio  siglo.  La  celebridad  de 
Quevedo  es  enteramente  debida  á  sus  escritos  festivos. 

Pero  el  talento  de  la  sátira  era  el  menos  á  propósito  fiara  la  sociedad  espadóla  dé 
su  tiempo,  pundonorosa ,  incapaz  de  sufrir  injurias ,  dispuesta  siempre  á  vengarlas. 
Queve<lo  era  mordaz ;  no  podia  refrenarse ,  cuando  se  le  presentaba  la  necedad  ó 
el  vicio,  en  describirlo  con  las  armas  del  ridículo,  iiubo,  pues,  de  contentarse  con 
exhalar  su  bilis  contra  las  clases  inferiores  de  la  sociedad.  í>e  a(iui  tantos  romances 
contra  los  valentones,  rufianes,  rameras  y  terceras:  de  aqui  la  descripción  de  sus  rui- 
nes hazañas  y  de  sus  infortunios,  que  pinta  constantemente  risibles.  Mas  no  siempre 
se  contuvo  en  les  términos  de  la  prudencia :  no  siempre  dirijió  su  ballesta  satírica 
contra  personas  yetases,  que  no  leian,  ó  aunque  leyesen,  no  inspiraban  el  temor 
de  la  venganza.  Tal  vez  se  atrevió  á  los  jueces,  á  los  ministros,  á  personas  constitui- 
das en  dignidad ;  y  su  pi*ligro  en  estos  ataques  era  tanto  mayor  cuanto  la  convic- 
ción ó  la  gratitud  le  habían  hecho  defensor  aci'rrimo  del  celebro  duque  de  Osuna, 
virey  que  fué  de  N'ápolcs,  y  que  después  murió  preso  y  desgraciado  en  su  castillo 
de  la  Alameda.  Puede  decirse  que  sus  elojios  de  aquel  magnate  contribuyeron  tanto 
como  sus  sátiras  á  las  calamidades  y  prisiones  que  sufrió. 

Entre  sus  composiciones  satíricas  hay  algunas  en  que  imitó  muy  bien  á  Juvenal ,  á 
ffuien  parecía  estudiar  con  mas  gusto  que  Horacio,  y  enri.,ueció  nuestro  idioma  con 
frases  tomadas  de  aquel  gran  maestro.  Pero  no  tardó  en  volar  por  sí  mismo,  y  en 
formarse  una  elocución  propia  suya  y  esclusiva,  tanto,  que  cuantos  han  querido  ¡mi- 
larlo  se  se  han  despeñado  miserablemente.  Dígalo  I).  Diego  de  Turres  y  Villarocl, 
que  fue  el  que  mas  se  empeñó  en  asemejar  su  estilo  al  de  aquel  modelo,  y  solo 
consiguió  fastidiar  á  cuantos  le  han  Icido  ó  tengan  paciencia  para  leerle  en  lo  veni- 
dero. Quevedo  tiene  este  punto  de  contacto  con  C<Tvantes :  no  puede  ser  imitado. 

Su  estilo  es  indefinible.  Por  una  parte  parece  que  se  presta  á  la  crítica  por  sus 
equivocos,  por  sus  alusiones  frecuentemente  oscuras  ,  por  sus  hipérboles  descabella- 
das, por  sus  pensamientos  sucios  ú  obscenos;  pero  cuando  queremos  examinar  sus 
composiciones  á  la  luz  severa  de  la  razón ,  entra  la  risa  que  excitan  sus  versos  ó  su 
¡irosa ,  y  el  juez  queda  desarmado.  Así  tal  vez  el  padre  que  quiere  castigar  una  tra- 
vesura de  su  hijo ,  convierte  el  enojo  en  risa ,  si  la  ha  hecho  el  niño  con  chiste  y 
donaire. 

¿Quién  puede  analizar,  ni  por  consiguiente  definir  su  estilo?  En  cuanto  al  len- 
guaje,  es  puro ,  correcto ,  rigorosamente  castellano;  su  versificación,  fácil;  su  pro- 
sa, mas  cuidadosa  del  pensamiento  que  de  la  armonía.  Pero  la  espresion  es  siempre 
oríjinal,  inesfierada  ,  y  no  pocas  veces  profundamente  moral,  sin  perder  por  eso  nada 
de  su  facilidad.  Nos  hace  reír  mas  y  de  mas  buena  gana  que  otros  escritores;  pero  la 
risa  que  excita  no  es  de  benobolencia ,  sino  caustica  y  mordaz ,  como  las  frases 
qie  la  excitan. 

Esto  es  cuanto  podemos  decir  del  género  de  Quevedo.  Solo  falta  que  justifique* 
coo  citas  nuestro  juicio ,  resultado  del  estudio  que  hemos  hecho  de  sus  obras. 


[tSOl 
Un  amigo  nuestro ,  excelente  literato ,  y  que  ha  estudiado  también  cuidadosamente 
á  este  autor,  da  á  su  estilo  el  epíteto  de  grotesco^  que  nos  parece  bastante  propio;  por^ 
que  asi  como  á  los  adornos  de  esta  clase  en  las  bellas  artes  sería  una  neceoad  apli- 
carles los  principios  severos  de  las  reglas,  asi  es  imposible  también,  cuando  se  lee*á 
Quevedo,  medirle  por  las  reglas  eomunes  de  la  literatura.  cPues  dígase  que  es  nia« 
lo ,  como  hizo  el  padre  Bouhours  con  la  canción: 

Al  infierno  el  tracio  Orfeo  etc.  > 

Pero  ¿cómo  hemos  de  decir  qne  es  malo  lo  que  nos  hace  reir,  mal  qué  nos  pese,  j 
¿  despecho  de  todas  las  reglas  y  preceptos?  Solo  podremos  decir  que  puc»  nos  agrá* 
da ,  algo  hay  en  ello  de  bueno;  y  en  efecto  no  es  dificil  encontrarlo  y  aun  analizar- 
lo según  el  principio  común  de  aquellos  preceptos  y  reglas,  contra  los  cuales  parece 
que  peca  el  escritor. 

Y  en  primer  lugar  diremos ,  que  entre  todos  los  géneros  de  obras  literarias,  la 
sátira  es  el  que  admite  mejor  la  oscuridad  y  la  sutileza.  Pasujes  hay  en  iuvenal  que 
no  es  posible  entender  á  la  primera  ó  segunda  lectura,  y  no  por  alusiones  á  osos  j 
costumbres  de  su  siglo,  ignorados  de  nosotros,  sino  por  la  concisión  nerviosa  de  sv 
estilo,  y  por  el  velo,  á  veces  demasiado  tupido,  con  que  cubre  sus  pensamientos. 
Persio  es  un  verdadero  enigma  qne  es  necesario  estar  continuamente  adivinando. 
Hay  dos  razones  filosóficas  para  que  la  sátira  sea  mas  sutil  y  epigramática  que  los 
demás  géneros:  la  complacencia  del  lector  cuando  le  cuesta  trabajo  comprender  el 
rasgo  maligno  y  al  fin  lo  penetra ,  y  la  especie  de  pudor  con  que  es  necesario  cnbrir 
ciertos  vicios ,  aun  cuando  se  proponen  como  víctimas  al  escarnio  público.  Bsto  ea 
cuanto  á  las  alusiones  oscuras  de  que  hace  frecuente  uso  nuestro  Que  vedo. 

En  segundo  lugar,  no  podia  prescindir  este  insigne  escritor  del  tuno  de  la  so- 
ciedad culta  en  su  siglo.  Sea  que  los  escritores  la  corrompieron,  ó  que  ella  corrom- 
piese el  gusto  de  los  escritores,  es  indudable  que  el  equivoco  era  uno  de  los  recur- 
sos de  la  discreción.  Quevedo,  pues,  usó  de  él,  algunas  veces  con  prudencia  y  felici- 
dad :  otras,  no  tanto.  Pero  ¿quién  le  culpará  de  haber  hablado  el  idioma  de  su  tiem- 
po y  de  la  sociedad  que  frecuentaba ,  mucho  mas  cuando  sacó  de  él  tanto  partido? 

Estas  dotes  de  su  estilo,  ó  buenas  ó  disculpables  en  el  género  satírico,  ni  pue- 
den ni  deben  tener  lugar  en  el  género  serio.  Mucho  nos  reimos  cuando  para  dar  á  en- 
tender la  nariz  desmesurada  de  un  hombre,  dice: 

t  Erase  un  hombre  á  una  nariz  pegado 
Las  doce  tribus  de  narices  era » 

aludiendo  á  la  opinión  vulgar  de  que  los  judíos  son  todos  narilargos.  Pero  nos  dis- 
gusta  cuando  en  un  soneto,  para  mostrar  que  las  horas  que  pa^an  nos  quitan  parle  de 
la  vida ,  exajera  la  espresion  hasta  decir: 


c  Sepultureras  son  las  horas. 


ARTICULO  11. 

JjASTA  leer  algunas  de  las  letrillas  ó  romances  satíricos  de  Quevedo,  para  conocer  fl 
modo  injenioso  y  orijinalcon  que  espresaba  los  pensamientos.  ¿Quiere  hacor  burla  de 
las  exajeraciones  de  los  amantes  cuando  ponderan  su  pasión?  Bástale  una  sola  frase: 

c  Desde  que  os  vi  en  la  ventana 
ó  dando  ó  tomando  el  sol , 
descabalé  la  asadura 
por  daros  el  corazón. » 


[151] 

lé  aqoi  de  qué  manera  describe  )a  coadicioo  avara  y  rapiñadora  de  uoa  tía,  y  ade* 
tercera : 

cDame  naeyat  de  lo  tia^ 

aquella  águila  imperial 

que  asida  de  los  escudos 

en  todas  partes  está.» 

^a  metáfora  consiste  en  el  doble  sentido  de  la  palabra  aeudo ,  que  puede  ser  de  ar« 

»  ó  una  moneda. 

Trata  de  pintar  la  codicia  de  una  mujer  1  Dice  asi : 

cLa  morena  que  yo  adoro 
y  mas  que  á  mi  vida  quiero , 
eo  verano  toma  acero 
y  en  todos  tiempos  el  oro. 

li  eitá  resuelto  á  guardar  su  dinero  de  las  manos  de  las  barpias,  y  á  no  comprar  con 
I  arrepeotímiento : 

c  Vuela ,  pensamiento ,  y  diles 
á  los  ojos  que  mas  quiero , 
que  bay  dinero. 

Del  dinero  que  pidió 
á  la  que  adorando  estás, 
las  nuevas  le  llevarás , 
pero  los  talegos  no. 

A  los  ojos  que  en  aairallos 
la  libertad  perderás, 
que  b^y  dineros  les  dirás; 
pero  no  gana  de  dallos. 

Si  con  agrado  te  oyere 
esa  esponja  de  la  villa , 
que  hay  dinero  bas  de  decilla , 
y  que  \ay  de  quien  le  diere!» 

¡o  esta  última  redondilla  juega  con  el  doble  sentido  de  la  voz  ay.  Esponja  dé  ¡a  tiüa 
célente  perífrasis  de  una  cortesana  codiciosa  y  de  nombradla. 
^s  tribulaciones  que  le  causa  la  rivalidad  de  un  ginovés»  que  entonces  eran  los  co- 
piantes mas  ricos,  las  espresa  asi: 

fA  la  que  causó  la  llaga 
que  en  mi  corazón  renuevo , 
yo  la  quiero  como  debo 
y  un  gi noves  como  paga. 

Ved  en  qué  vendré  á  parar 
compitiendo  su  poder, 
bacíendo  yo  mi  deber , 
y  él  haciendo  su  pagar. 

Mal  en  oponerme  bago , 
siendo  de  bolsa  tan  leve, 
á  quien  ni  teme  ni  debe , 
yo  míe  ni  temo  ni  pago. 

¿Óuál  tendrá  mas  opinión 
con  ella  en  la  poesia 
yo  con  una  letra  mia, 
ó  él  con  dos  de  Besanzon? 

Mirad, pues,  á  quien  oirá, 
si  en  el  reloj  que  rc^ak , 


[I52Í 
mi  roano  es  la  que  señala « 
y  la  suya  la  que  da. 

¿Cómo  la  podré  agradar 
los  deseos  avarientos , 
si  voy  á  contarla  cuentos 
y  él  da  cuentos  á  contar? 

El  da  joyas  yo  billetes, 
y  andamos  por  los  lugares  > 
él  con  dares  y  tomares, 
yo  con  dimes  y  diretes.» 

No  hay  locución  familiar  en  el  idion»a  de  qiie  no  se  valga  á  favor  del  equivoco  é 
de  la  alusión.  En  una  de  sus  jácaras  un  condenado  á  galeras,  dice : 

«En víanme  por  diezaAo» 

( sabe  Dios  quién  los  verá) 

á  que  dándola  de  palos 

agravie  toda  la  mar.»  ' 

Otro  niCan  preso,  exajera  asi  lo  que  ha  dado  qire  trabcijar  á  lajusticiat 

<  Los  diez  años  de  mi  vida 

los  he  vivido  hacia  atrás, 

con  mas  grillos  que  el  verano, 

cadenas  que  el  Escorial. 

Mas  alcaydes  he  tenido 

que  el  castillo  de  Milán , 

ma»  guardas  que  el  monumento , 

mas  hierros  que  el  Aleoraa, 

mas  sentencias  que  el  derecho ,. 

mas  causas  que  el  no  pagar,  ^ 

mas  autos  que  el  día  del  Corpus  > 

mas  njistros  que  el  Misal ,  ' 

mas  enemigos  que  el  agua , 

mas  corchetes  que  un  gabán  , 

mas  soplos  que  lo  caliente , 

mas  plumas  que  el  turnear.» 

Esta  abundancia  picaresca ,  que  á  los  severos  censores  de  las  obras  de  injenio  p9* 
drá  parecer  escesiva,  es  el  carácter  especial  de  Qucvedo  en  sus  composiciones  festival' 
No  la  reprenderemos  nosotros;  porque  ademas  de  manifestaHr  la  fecundidad  de  su  io« 
jenio,  la  clase  de  obras  en  que  la  emplea  no  merece  la  austeridad  de  la  crHici. 
Todo  el  que  hace  reir,  tiene  razón. 

Pero  á  lo  menos ,  esta  misma  injeniosidad  de  Quevedo  nos  manifiesta  la  difereacia 
entre  su  género  y  el  de  Cervantes.  El  autor  del  Quijote  presenta  á  la  imajinacion  los 
personajes  y  sucesos  risibles ,  y  los  grava  en  ella ,  es  un  gran  pintor  y  todo  lo  descri- 
be. No  así  Quevedo :  sus  chistes  y  sales  escitan  nuestra  risa;  pero  nada  se  queda  eo  la 
fantasía,  ni  es  posible  que  se  quede,  porque  su  ridículo  consiste  en  alusiones  y  equivo* 
COS.  Esta  es ,  si  no  nos  engañamos ,  la  causa  de  la  justa  preferencia  que  ha  dado  la  repú* 
blica  de  las  lelrtis  al  manco  de  Lepanto.  Eu  cuanto  á  genio  y  talento  no  podremos  de* 
cidir  cuál  es  mayor,  el  del  que  nos  agrada  sin  ofendícr  la  razón  y  el  buen  gusto,  ó  el 
del  que  nos  agrada  las  mas  veces  á  despecho  de  entrambos. 

(«itarémos  en  otro  género  su  imitación  del  célebre  pasaje  deJuvenal  contra  Mesalioa* 

¿Cuándo  insolencia  tal  hubo  en  Sodoma? 
que  en  viendo  al  claro  emperador  dormido» 
cuyo  poder  el  mando  rije  y  doma. 


[153] 

La  emperatriz  tomando  otro  vestido, 
se  fuese  á  la  caliente  mancebía 
con  el  nombre  y  ei  liábito  finjido?. 

Y  en  entrando  /  los  pechos  descubria 
y  al  deleite  lascivo  se  guisaba 
ansí.,  que  á  las  demás  empobrecía. 

£1  precio  infame  y  vil  regateaba , 
hasta  que  el  tayta  de  las  hienas  brutas 
á  rccojer  el  címbalo  tocaba 

Todas  las  celdas  y  asquerosas  grutas 
cerraban  antes  que  ella  su  aposento, 
siempre  con  apariencias  disolutas. 

Hecho  liabia  arrepentir  á  mas  de  ciento 
cuando  cansada  se  il>a,  mas  no  harta,  ii 

El  testo  de  Ju  venal  es  aun  mas  obsceno ;  pero  de  aquella  obscenidad  que  hace  odio- 
so y  detestable  el' vicio,  aunque  la  castidad  délas  \eoguas  modernas  no  la  permitan. 

Estos  versos  y  otros  muchos  prueban  cuan  grande  era  el  talento  deQuevedo  parala 
sátira  clásica ,  sin  necesidad  de  equívocos,  ni  juegos  de  palabras. 

ARTÍCULO  IIL 

LáS  las  composiciones  festivas  de  Qiievedo  en  prosa  se  nota  el  mismo  carácter  que  en 
las  de  verso,  aunaue  usa  con  mas  sobriedad  de  los  equívocos.  Sit  estilo  es  nervioso  y  su 
sátira  amarga.  Tal  vez  en  medio  de  la  obra,  que  parece  mas  jocosa,  mezcla  reflexiones 
morales  ó  políticas,  perfectamente  desenvueltas,  y  muy  orijinales.  ¿Quién  creyera ,  por 
ejemplo,  encontrar  en  una  obra  satírica,  cuyo  título  están  bajo  y  trivial  como  clEnírc 
metido^  la  Dueña  yei  Soplón,  observaciones  nuevas  y  muy  juiciosas  sobre  el  gobierno  de 
Roma  en  los  últimos  dias  de  la  república,  puestas  en  boica  de  Cesar,  quejándose  deque 
le  hubiesen  asesinado?!  Yo  soy,  dice,  el  gran  Julio  César.  Bruto  y  Casio  me  mataron  á 
puñaladas  con  pretesto  de  la  libertad,  siendo  persuasión  de  la  envidia  y  codicia  de  estos 
perros,  ej  uno  hijo  y  el  otro  confidente.  No aoorrecieron estos  infames  el  imperio,  sino 
al  emperador.  Matáronme  porque  fundé  la  monarquía,  no  la  derribaron,  antes  apresura- 
damente ellos  mismos  instituyeron  la  succesion.  Mayor  delito  fue  quitarme  á  mi  la  vi- 
da, que  quitar  yo  el  dominio  á  los  senadores,  pues  yo  quedé  emperador,  y  ellos  traido- 
res: yo  fui  adorado  del  pueblo  en  muriendo,  y  ellos  fueron  justiciados  en  matándome... 
¿Estaba  mejor  el  gobierno  en  muchos  senadores  que  le  supieron  perder  que  en  un  capi- 
tán que  lo  mereció  ganar?  ;£s  mas  digno  de  corona  quien  preside  en  la  calumnia  y  es 
docto  en  la  acusación  que  el  soldado,  gloria  de  su  patria  y  miedo  de  los  enemigos?  ¿Es 
mas  digno  del  imperio  el  que  sabe  leyes  que  el  que  las  defiende?  Este  merece  hacerlas, 
y  los  otros  estudiarlas.  ¿Libertad  es  obedecer  á  la  discordia  de  muchos,  y  servidumbre 
atender  al  dominio  de  uno?  ¿A  muchas  codicias  y  ambiciones  juntas  llamáis  padres,  y 
al  valor  de  uno,  tiranía?  ¿Cuánta  mas  gloría  será  al  pueblo  romano  haber  tenido  un  hijo 
qne  hizo  á  Roma  Señora  del  mundo,  que  unos  padres  que  la  hicieron  con  guerras civí- 
iifs  madrasta  de  sus  hijos?  Malditos,  mirad  cual  era  el  gobierno  de  los  senadores,  que 
habiendo  gustado  el  pueblo  de  la  monarquía,  quisieron  antes  Nerones,  Tiberios,  Calí- 
gulas  ó  Eliogábalos  que  Senadores.  > 

Esta  última  reflexión  prueba  cuan  bien  estudió  Quevedo  la  historia  de  Roma  en  los 
Hltimos  sollozos  de  su  libertad.  Solo  puede  culparse  la  censura  de  Bruto,  qne  no  fue 
envidioso  ni  ambicioso,  sino  necio.  Pero  César,  si  se  había  de  sostener  el  carácter  que 
W  da  el  autor ,  no  podia  hablar  de  otra  manera. 

En  la  composición  intitulada  la  Fortuna  con  sao  hay  un  gran  número  de  reflexiones 
morales  y  políticas,  en  las  cuales  campea  el  buen  juicio  y  la  severidad  de  Quevedo.  Tal 
vez  están  revestidas  las  sentencias  graves  y  serias  con  el  traje  grotesco  que  solia  dar  á 
sus  pensamientos  satíricos.  Hablando  de  los  tiranos,  cita  la  definición  de  Aristóteles.  Es 
tirano  quien  mira  mas  d  m  provecho  particular  que  al  común»  Y  continúa  Quevedo :  c quien 

20 


[151] 
5;np¡ore  do  algunos  que  no  se  comprendan  en  esta  defínicion,  lo  venga  diciendo  y  le 
darán  su  hallazgo.» 

De  Luis  XIII ,  rey  de  Francia ,  dice  que  710  ^  limpiaba  de  privados.  En  efecto  los  tuvo 
toda  su  vida  y  no  reinó  un  solo  momento.  Para  burlarse  do  los  títulos  nominales  del 
duque  do  Saboya  se  espresa  asi:  c padece  achaques  de  rey  de  Chipre,  es  molestado  de 
recuerdos  de  Señor  de  Ginebra ,  y  adolece  de  soberanía  desigual  éntrelos  demás  poten- 
tados. >  De  un  ministro  recién  elevado  dice  que  antes  de  presentarse  á  recibir  pretCD- 
dientes  se  da  un  baño  de  cara  de  mánnol.  Moteja  enérjicamente  uno  de  los  mas  grandes 
abusos  que  ha  habido  en  la  administración  de  la  justicia  criminal ,  Á  saber:  la  larga  du- 
ración de  los  procesos  si  el  reo  tiene  dinero,  diciendo:  donde  d dinero  acaba ^  el  verdugo 
empieza.  Concluiremos  estas  citas  con  una  muy  notable  de  la  Fortuna  con  seno.  Supone 
un  potentado  hablando  con  sus  aduladores,  «i  quienes  dice:  ^Aflijido  me  tiene  Iq  pérdida 
de  las  dos  naves  mias.  En  oyéndole  se  aOlaron  los  aduladores  de  embeleco,  y  revistién- 
doseles la  misma  mentira,  dijeron  unos,  que  antes  la  pérdida  le  habia  sido  de  autori- 
dad y  á  pedir  de  boca,  y  que  pí)r  útil  debiera  haber  deseádola;  pues  le  ocasionaba  cao- 
sa  justa  para  romper  con  los  amigos  y  vecinos  que  le  habian  robado ,  y  que  por  dos  \» 
tomaría  doscientas.»  ¿Quién  no  ve  en  este  diálogo  una  trova  mal  disimulada  de  la  mane» 
racon  que  el  conde  duque  de  Olivares  anunció  á  Felipe  IV  la  rebelión  deí  duque  deBn- 
ganza  y  la  pérdida  de  Portugal,  pidiéndole  albricias  por  la  ocasión  que  se  le  ofrecía  de 
confiscar  los  estados  del  duque? 

A  mas  llegó  aun  la  osadía  deQuevedo  en  este  pasaje.  Prosigue  así:  «otros  (lisonjeros) 
dijeron  que  ha  sido  en  la  pérdida  glorioso  su  celo  y  lleno  de  majestad,  porque  aquel 
era  gran  príncipe  que  tenia  mas  que  perder.»  Sabido  es  que  el  sobrenombre  de  Granie 
que  díó  la  adulación  á  Felipe  IV,  lo  convirtió  la  sátira ,  justa  en  aquella  ocasión,  en  lu- 
dibrio, diciendo  que  fue  grande  como  un  hoyo,  por  la  mucha  tierra  que  le  quitan.  ¡Ah 
Qtievedo!  si  te  hubieras  contentado  con  tus  jácaras  y  lelrillns  contra  taberneros,  escri- 
banos, rameras  y  ruQunes  no  hubieras  pasado  parte  de  tu  vida  en  las  prisiones  ó  en  el 
destierro. 

En  la  primer  entrega  de  la  edición  que  hemos  anunciado  de  las  obras  festivas  de 
este  escritor,  empieza  el  Surño  de  fas  Calaveroít^  visión  fantástica,  en  que  se  supone  que 
todos  los  muertos  son  llamados  por  orden  de  Júpiter  al  juicio  de  Kádamanto.  Está  llena 
de  la  sal  característica  de  Que  vedo.  Pondremos  algunos  ejemplos  de  ella. 

<  Lo  que  mas  me  espantó  fué  ver  los  cuerpos  de  dos  ó  tres  mercaderes  que  se  habían 
vestido  las  almas  del  revés,  y  tenian  todos  los  cincos  sentidos  en  las  uñas  de  la  mano 
derecha.» 

ct'na  dama,  que  habia  sido  casada  siete  veces,  iba  trazando  disculpas  para  todos  loi 
maridos.» 

cTn  juez,  que  lo  habia  sido,  estaba  enmedio  de  un  arroyo  lavándose  las  manos,  y 
esto  hacia  muchas  veces.  Llegúeme  á  preguntarle  por  qué  se  lavaba  tanto,  ydíjomeqne 
en  vida,  sobre  ciertos  negocios,  se  las  hablan  imtado,  y  que  estaba  porfiando  alli  por 
no  parecer  con  ellas  de  aquella  manera  delante  de  la  universal  residencia.! 

«Iba  sudando  un  tabernero  de  congoja  ,  y  á  mí  me  pareció  que  le  dijo  un  verdugo: 
harto  es  que  sudéis  ajua ,  1/  no  nos  la  vendtis  pttr  vino.  Uno  de  los  sastres,  pequeño  de  cuerpOi 
redondo  de  cara,  malas  barbas  y  peores  hechos,  no  hacia  sino  decir:  ^f¡ué  pude  hurtar 
yo^  si  andaba  siempre  nvtrie'ndome  de  hambre.^  V  los  otros  le  decían  (viendo  que  negaba  ser 
ladrón)  qué  cosa  era  despreciarse  de  su  oficio.» 

tTras  ellos  venia  la  locura  con  sus  cuatro  costados,  poetas,  músicos,  enamorados 
y  valientes» 

<  Pilatos  se  andaba  lavando  las  manos  muy  aprisa  para  irse  con  sus  manos  lavadas 
al  brasero.» 

ct'ayéronsele  (á  un  maestro  de  esgrima)  en  el  suelo  por  descuido  los  testimonios,  J 
fueron  á  un  tiempo  á  levantarlos  dos  Furias  y  un  alguacil,  y  él  los  levantó  primero  que 
las  Furias.»  En  este  pasaje  hay  dos  rasgos  satíricos :  uno  el  de  la  lijereza  délos  alguaciles 
en  recojer  todo  lo  que  contribuye  á  acriminar:  otro  fundado  en  el  equivoco  de  la  pala- 
bra tesfimonio. 

cPues  enseno  á  matar,  bien  puedo  pretender  que  me  llamen  Galeno,  que  si  mis  be* 
ridas  andubieran  en  muía,  pasaran  por  médicos.» 


[1551 
t  Enfadóse  el  avarieDlo,  y  dijo:  ii  no  lie  de  enirat\  no  gastemos  tiempo  (que  hasta  aquc< 
lio  rehusó  de  gastar).  > 

Bastan  estos  ejemplos  para  conocer  el  carácter  de  la  elocución  deQuevedo.  Hahién- 
dose  impuesto  la  obligación  de  ser  siempre  chistoso,  sutil  y  mordaz,  fue  imposible  que 
lüvif^sen  igual  mérito  todas  sus  sales  satíricas;  pero  es  preciso  confesar  que  casi  siempre 
agrada  aun  á  los  lectores  de  gusto  mas  severo.  Sus  espresiones  gráticas,  como  azuzar 
íefiigos^  despreciarse  de  su  oficio^  vestirse  kts  almas  al  retci,  y  otras  muchas  que  él  inventó, 
fioo  al  mismo  tiempo  que  cstraordinarias,  iujeuiosasy  propias. 


DE  LA  NOVEXiA. 


E 


^L  Semanario  Pintoresco  español  (que  por  decirlo  de  paso,  es  en  nuestra  opinión  uno 
de  los  mejores  periódicos  literarios  de  España)  inserta  en  su  número  G.**  del  afio  de  1840 
la  sesión  de  la  seccioa  literaria  del  Ateneo  español,  celebrada  el  *25  de  Enero  del  mismo 
año,  y  en  la  cual  se  ventiló  la  cuestión  siguiente:  Paralelo  entre  las  modernas  nótelas  Imtó^ 
ricas  y  ías antiguas  caballerescas.  Los  discursos  de  los  señores  que  opinaron  sobre  esta  in- 
teresante ciiestion  están  llenos  de  buena  y  profunda  lilosofia  literaria  é  histórica,  y  da- 
mos gracias  al  editor  del  Semanario  por  haberlas  dado  á  la  luz  pública,  suplicándole  que 
no  deje  de  hacer  lo  mismo,  siempre  que  le  sea  posible,  con  las  sesiones  que  celebre 
eo  lo  succesivo  la  clase  de  literatura  del  Ateneo. 

£1  objeto  de  la  cuestión  no  era  tanto  examinar  el  mérito  comparativo  de  los  libros 
de  caballería  y  de  las  novelas  de  Walter  Scott  como  indagar  las  causas  que  dieron  naci- 
miento y  celebridad  á  estos  jéneros  y  á  otros,  como  también  las  que  han  influido  en  la 
decadencia  de  unos  y  el  triunfo  efímero  de  sus  succesores. 

Los  señores  que  opinaron  primero  procuraron  desenvolver  estas  causas,  y  lo  hi- 
cieron con  suma  sagacidad.  Opúsoseles  que  un  escritor  de  novela  no  tiene  otro  objeto 
que  el  de  diieitar^  y  no  miras  políticas,  rélijiosas  ni  morales.  Esto  es  verdad;  pero  como 
no  es  posible  deleitar  á  una  nación,  sin  presentarle  los  objetos  bellos  bajo  el  punto  de 
vista  que  ella  los  concibe,  deaqui  nace  que  es  necesario  examinar  para  juzgar  del  mé- 
rito de  una  composición  ó  de  un  jénero,  el  espíritu  del  siglo  en  que  fue  célebre  aquel  Je- 
naro ó  aquella  composición.  Las  escepciones  de  esta  regla  son  nniy  raras,  porque  sen 
muy  pocos  los  hombres  como  Homero,  Virjilio  y  Cervantes,  que  saben  escribir  para 
toda  la  humanidad. 

Nosotros  consideraremos  la  cuestión  literariamente ,  y  procuraremos  explicar  la 
esencia  de  la  novela ,  ya  sea  la  de  Waltet  Scott,  ya  la  de  los  siglos  feudales. 

Dos  son  ios  elementos  esenciales  de  la  novela  ,  sea  cual  fuere  su  clase ,  el  interés  y 
lo  maratilloso.  Entendemos  por  maravilloso  no  solo  la  intervención  de  los  seres  sobreña* 
tunales,  como  los  dioses  de  la  antigua  mitolojia,  ó  los  magos  y  hechiceros  de  la  edad 
media,  sino  también  las  coincidencias  estraordinarias,  las  aventuras  no  comunes,  los 
lances  apurados,  los  grandes  peligros  evitados  por  felices  circunstancias ,  en  fin ,  todos 
Jos  incidentes  que  sin  necesidad  de  recurrir  á  la  acción  del  cielo,  son  aunque  naturales, 
muv  raros. 

Sin  interés  y  sin  maravilloso  no  hay  novela;  y  esto  es  tan  cierto  que  los  griegos,  los 
mas  sencillos  de  todos  los  escritores,  aspiraron  á  interesar  en  las  suyas  por  medio  de 
sucesos  ya  sobrenaturales,  }a  inesperados.  Dígalo  sino  el  Tedjenes  y  Cariclea  de  Helio- 
doro,  obispo  de  Trica,  ciudad  de  Tesalia ,  que  tenemos  muy  bien  traducido  en  nuestro 
idioma  por  Castillejo. 

Los  libros  de  caballería  debían  agradar  á  una  sociedad  que  tenia  todas  las  virtudes 
y  vicios  de  la  niñez,  como  fue  la  de  la  edad  media,  candida ,  crédula  y  valiente.  En  di- 
chos libros  está  prodigado  lo  maravilloso  á  manos  llenas  ;  pero  el  interés  es  muy  corto, 
casi  nulo,  menor  aun  que  el  de  los  cuentos  de  encantamiento  con  que  se  aduerme  á  los 
aiños.  El  tejido  de  dichos  libros  es  uno  mismo :  aventuras  y  combates  perpetuos ,  en 
Hue  tríunla  el  héroe,  ó  por  el  valor  de  su  brazo  ó  con  el  auxilio  de  algún  májico.  Noto- 


«a  en  estos  libros  el  interés  de  humanidad,  pero  ni  aun  el  qae  pudiera  inqii- 

jinbres  del  tiempo  en  que  se  publicaron.  La  repetición  de  iiecbos  semejanto 

Jiosa  y  moniUona  su  lectura  para  nosotros:  nadie  puede  leerlos  sino  con  el  ob- 

•cojor  notas  eruditas  ó  gramaticales.  Pues  lo  mismo  sucedería  á  nuestros  anl^ 

,  y  si  los  leyeron  y  los  celebraron,  no  fue  por  lo  bien. coordinado  de  la  fábula, 

r  el  aliciente  de  lo  maravilloso. 

^'f^aron  las  naciones  europeas  á  la  edad  de  la  adolescencia  intelertuat;  despreciaroa 
iif^^  /uctes  de  su  niñez,  y  buscaron  entretenimientos  mas  dignus  de  su  capacidad.  Ei^ 
lónces  comenzaron  la  novela  satírica  y  la  de  costumbres,  siendo  en  nuestro  entenderlos 
españoles  los  primeros  que  las  escribieron  con  perfección,  porque  no  creemos  que  haya 
quienquiera  comparar  á  Habelais  con  Cervantes,  que  le  fue  [wsterior,  ni  aua-cOn  el 
Conde  Luranor  que  le  antecedió  un  siglo. 

Cuando  la  falsa  política  y  la  mentida  filosofía  .se  apoderaron  de  la  sociedad ,  precisa 
fue  que  la  novela  siguiese  el  mismo  giro.  Se  pusieron,  pues,  en  estos  libros  de  éntrete» 
nimicnto,  para  recreo  de  una  sociedad  pervertida,  todos  los  venenos  de  la  irrelijíon^de 
la  inmoralidad  y  de  la  anarquía  de  las  ideas:  llegóse  al  último  grado  de  cinismo  y  deli- 
bricidad ,  basta  qnc  al  (in  se  consiguió  realizar  las  infernales  crfaciones  del  filosofismo. 

Tras  de  la  locura  vino  el  escarmiento,  y  la  novela  varió  de  forma  como  la  sociedad. 
Pero  la  política  hizo  á  los  hombres  mas  austeros  y  descontentadizos  aun  en  la  elecrioa 
de  sus  placeres.  Algunos  escritores,  principalmente  mujeres,  emprendieron  resucitar 
el  sentimentalismo  de  Rousseau ;  pero  ya  no  se  creia  en  él,  porque  nadie  sentía.  \  fuer- 
za de  haber  agotado  en  valde  toda  especie  de  .sensaciones  fuertes,  habían  perdido  las  al- 
mas su  elasticidad.  Era  ya  pcisada  la  hora  en  que  toda  Europa  se  interesó  por  Ciam 
Jíarlotcc  hasta  tal  punto,  que  su  autor  recibió  muchas  cartas  en  que  le  pedían  que  ñola 
asesinafe 'd\  fín  de  la  novela. 

£n  estas  circunstancias  s^  presentó  Walter  S<*ott  y  dijo:  cUmgo  recojidas observacio- 
nes exactas  y  numerosas  .sobre  las  costumbres  de  la  edad  media.  ()s  las  daré  en  novelas. 
;,Quercis?  >  <5i,  respondió  la  sociedad  fastidiada  de  inmoralidad  y  de  exajeracion  de  sea- 
timientos.  A  lo  menoa  sabrc'moa  algo  de  nuratron  aiite¡Himdo«. »  Y  en  efecto,  eso  es  lo  que  com* 
tituye  el  mérito  de  las  obras  de  eslc  escritor;  pues  ni  es  muy  feliz  en  los  desenlacen, 
ni  es  grande  el  interés  de  sus  fikbulas.  Pero  sus  escenas  y  diálogos  s<m  magníficos;  y  de^ 
pues  de  Orvantes  es  el  primero  de  los  escritores  no\elescos. 

Antes  deWaIter  Scott  se  escribió  la  historia  en  novelas,  desíigurándola  como  mada- 
ma Scudery,  ó  embelleciéndola  como  nuestro  Montengon,  á  quien  solo  faltó  escribir 
mejor  el  castellano  para  ser  un  novelista  estimable.  Pero  el  autor  escocés  tiene  un  né» 
rito  que  sobrevivirá  á  sus  novelas,  yes  la  descripción  de  costumbres  históricas.  El  géne- 
ro que  ha  descubierto  es  muy  diíicil;  pon|ue  evijc  de  los  que  hayan  de  cultivarlo, 
ademas  de  las  dotes  de  imajinacion,  un  estudio  muy  profundo  de  las  antigüedades  de 
su  patria,  y  del  espíritu  y  de  las  costumbres  de  la  edad  media. 

;,<Jué  género  succederá  á  este  que  se  va  agotando  no  por  faltado  mies,sinode  buenas 
operarios?  No  sabemos:  en  el  dia  queremos  mas  bien  ver  las  costumbres  de  otros  siglo* 
que  las  del  nuestro;  tales  .son  ellas,  sin  poesia,  sin  fé,  sin  ccmvicciones.  Pero  como  d 
actual  estado  de  la  sociedad  no  puede  .ser  duradero,  vendremos  últimaroento  á  parar 
en  la  novela  satírica  y  en  la  de  costumbres,  únicos  géneros  que  pueden  ya  agradar- 
nos: y  si  no  hay  quien  las  escriba  bien,  las  leeremos  mal  escrit<is  .porque  no  se  c*scBsa 
l(>er  novelas  mientras  haya  Jóvenes  de  ambos  sexos,  felices,  cuando  á  lo  menos  vea 
respetada  en  ella  la  moral. 

l¡)3  2iai  a^D  y^iü  a2¿i'5Í>ii32il, 


ARTICILO  I. 


C 


ON  esta  espresion  compuesta,  cuyas  voces  parece  que  so  escluyen  una  y  otra,  sesig* 
niíican  aquellas  fábulas,  en  las  que,  atmipie  haya  aventuras  é  incidentes  finjidos,  per- 
tenece sin  embargo  á  la  verdad  histórica  el  cuadro  en  que  se  ajustan. 


[157] 

E\  orijcn  de  estos  libros  de  entreteniniienCo  pertrncce  á  la  edad  media ;  pi:es  aun- 
el  Tedgenes  y  Carklea  de  lleliodoro,  obispo  de  Trica,  ciudad  de  Teitalia,  es  la  mas 
iriia  de  las  novelas  heroicas,  todo  allí  es  fiiijtdo.  Se  habla ,  es  verdad,  en  ella  de 
reina  de  Ejipto  y  otra  de  Etiopia;  pero  ninguna  de  las  dos  existió  en  la  Lisloria. 
eoece,  pues,  dejando  aparte  la  superioridad  del  inlerés  y  de  la  elocución,  aKutisnio 
>ro  que  Amadis  de  Gaitla^  Armidisde  Grecia,  Etjdandian^  Tirante  el  Blanco ^  Palmer in 
tglalerra,  y  otros  héroes  fabulosos  áe  ios  luiros  de  caballrría. 
So  puede  decirse  otro  lauto  de  la  histoiia  fabulosa  de<l¿irlo  Md|rno  y  sus  doce  pares, 
rey  Artus  de  Inglaterra,  de  Bernardo  del  Girpio  y  del  i^d  Gunpeador.  Aunque  los 
IOS  y  las  aventuras  sean  por  la  mayor  parte  flnjidas,  n*<*aeniiin  enibargosobr4*rinni«- 

históricos,  sobre  épocas  que  han  existido,  sobre  sucesos  verdaderos.  Estos  libn^s 
ponen  la  «popeya  de  la  edad  media.  En  los  que  todo  es  falso,  y  nada  auxilia  la 
¡inacion  para  sufionerse  en  €l  mundo  de  la  realidad,  no  sirvieron  ni  aun  para  con- 
ar  las  tradiciones  populares,  sino  solo  para  alhagar  la  grosera  y  dócil  fantasía  de 
(tros  antepasados. 

Ilestniídos  estos  monstruos,  y  sepultados  en  el  olvido  por  la  pluma  de  Cervantes, 
■sorilores  de  novelas  se  dedicaron  al  género  moral  ó  satírico:  tal  vez  al  género  he- 
»ea  que  se  ejercitó  también  el  autor  del  Quijote,  como  lo  prueba  su  Pérsiles  y  St*- 
iinda.  Aparecieron  entonces  \a^.noceia«  de  Dona  María  de  Zayas,  el  e*aidero  Marca* 
Ibregon^  el  IHaJbío  Cojuelo^  la  picara  Juntiña^  Guzwan  de  Alfarache,  y  otras  muchas: 

oo  nos  acordamos  de  ningvna  novela  histórica,  escrita  en  español  en  Jos  siglos 
'.  y  Wli.  Si  hubo  alguna,  debió  ser  su  mérito  tan  tenue  que  no  dejó  vestijio  de 
xislencia  en  la  literatura  nacional;  sin  mas  esce|»4'ion  acaso  (|ue  las  guerras  civiles  de 
Htda,  de  Hita. 

Las  primeras  novelas  de  esta  clase  que  tuvieron  celebridad  en  la  Europa  moderna 
ie  la  restauración  de  las  letras,  fueron  las  que  escribieron  en  la  época  brillante  de 
•  XIV,  Madama  ^cuderi  y  otros  muchos  autores  novelistas.  Este  género  fue  muy 
i  vado  durante  la  S4*gunda  mitad  del  si^k)  XVII  en  Francia  y  en  otras  partes  de  Eu- 
I  adonde  se  estendió  entonces  r«ipidam<^to  el  gusto  de  la  literatura  francesa. 
ÍQ  estas  composiciones  había  siempre  un  fondo  de  verdad  histórica,  en  cnanto  á  los 
sos;  carecían  de  magos,  nigromantes,  encantamentos,  mónstrtios  y  vestiglos,  cu\a 
a  había  pasado  ya;  pero  los  caracteres  de  los  persoucijes  estaban  horriblemenle 
jurados.  1^  moda  era  tomar  los  héroes  de  los  nombres  mas  celébreos  de  la  historia 
;«  y  romana;  pero  ni  Ciro,  ni  Alejandro,  ni  tllelia,  ni  Horacio  eran  otra  cosa  mas 
caballeros  de  la  corle  de  Luis  XIV.  Cusí  t^^das  las  fábulas  versaban  sobre  intrigas 
ros«is:  pa^Miies,  versos,  citas,  disfraces,  celos,  dosaíios  eran  las  principales  octipa- 
eai  de  los  Brutos,  Sostenes  y  Escévolas.  V  aun  esto  no  era  orijinal.  Va  Calderón  en 
romedias  había  convertido  toda  la  antigüedad  griega  y  romana,  y  aun  los  mismos 
»  del  Olimpo,  en  damas  y  galanes  de  la  corte  y  de  la  villa  de  Madrid.  Esta  preo- 
icion  por  lo  presente,  este  deseo  de  reducir  «1  su  módulo  todo  lo  pasado,  influyó  aun 
I  mismo  Hacine;  y  fue  necesaria  toda  la  perfección  de  su  estilo  para  que  los  críticos 
:eses  h*  perdonasen  algunos  rasgos  de  la  galantería  de  su  siglo  puestos  en  boca  de 
léroes  de  la  antigrie<lad. 
lambí^fn  cayeron  los  monstruos  de  Scudery  á  la  voz  del  terrible   Boitoau:  y  mucho 

aun  .li  desenfreno  de  las  costumbres  que  se  introdnjo  en  Francia  en  la  primer 
d  del  >íl:ío  Wlll,  desenfreno  que  convirtió  la  galantería  decente  en  inmunda  diso- 
in.  Los  que  ((iiieran  conocer  el  carácter  de  estas  novelas  históricas,  puedi'u  cor.sul- 
Ui  Camudra^  la  única  de  ellas  que  en  nuestro  entender  se  ha  traducido  al  cas- 
no. 

Lpareció  Telemaco^  y  se  dudó  por  mucho  tiempo  si  debía  colocarse  entre  las  nove- 
1  entre  las  epopeyas.  Su  objeto  conocido,  muy  distante  de  la  futilidad  del  género 
rtidery,  ora  nada  menos  que  enseñar  .1  reinar.  Notóse  en  él  ademas  de  la  escelen - 
variada  elocución,  la  verdad  con  que  estaban  pintadas  las  costumbres,  usos  y  ca- 
ires de  ia  época  que  desiTÍbía.  Entonces  se  puede  <lecir  que  nació  la  verdadera  no- 
histórica.  Fenelon  tuvo  imitadores  mas  ó  menos  felÍ4'es.  El  Seikon  es  una  rapsodia 
rible:  \ts  viajes  de  Aiilenor  y  el  Filarle*  pintan  con  mucha  naturalidad  las  c<»stum- 
griegas;  señaladamente  el  primero  es  muy  feliz  cu  describir  la  insustancialidad  in- 


[148] 
autores  han  omitido,  con  muy  poca  razón,  en  sus  obras  elementales.  Los  fenómenof 
nue  en  él  se  observan  y  se  esplican ,  no  solo  se  presentan  á  la  vista  de  todos ,  sino  in- 
íiuyendo  mas  ó  men(»s  en  la  abundancia  ó  esterilidad  de  las  cosechas  y  en  la  salubri- 
dad pública,  son  también  objeto  del  interés,  del  terror,  de  la  esperanza,  y  aun  to« 
d'avia  de  la  superstición.  (Conviene,  pues,  enunciar  sus  causas;  lo  que  basta  para  disi- 
par los  errores,  y  preocupaciones  vulgares.  Entre  estos  H^nómenos  es  notable  el  de  la 
«aida  de  los  aerolilt)»  ó  piedras  llovidas,  asi  por  la  identidad  de  su  composición  con  las 
masas  de  hierro  aisladas,  como  por  los  sistemas  inventados  para  esplicar  su  existen- 
cia. ¿Son  lanzadas  por  los  volcanes  de  la  luna  6  de  la  tierra ;  ó  bien  proceden  de  algu- 
nos pequeños  planetas,  que  hallándose  en  la  atmósfera  terrestre  y  girando  con  increí- 
ble celeridad,  debida  á  su  aproximación  á  la  tierra ,  se  inflaman  rozando  con  el  aire 
y  caen  por  su  pesantez?  Tal  es  la  cuestión  que  M.  Despretz  entrega  á  las  especulario- 
nes  de  los  físicos.  Mas  importante  es,  y  no  menos  curiosa,  la  investigación  de  la  teni- 

1)eratura  media  en  los  diversos  paises  del  globo,  y  su  comparación  con  las  líneas  de 
atitud  y  de  las  nieves  eternas. 

Concluye  la  obra  con  algimas  addiciones,  en  las  cuales  el  traductor  ba  procurado 
reunir  las  observaciones  mas  recientes  sobre  las  materias  físicas ,  aun  las  que  ya  bao 
sido  conocidas  y  ventiladas  por  los  autores  antiguos.  Por  ejemplo ,  cita  en  cuanto  i  b 
divisibilidad  de  la  materia,  un  articulo  de  Peclel,  en  que  este  autor  concluye  que  la 
materia  no  es  dichlhU' haMa  el  infinito^  esto  es,  no  es  i ndr/iit idamente  dicmble^  pues  0- 
vUion  infiniía  es  una  contradicción  en  los  términos.  Donde  hay  succesion  no  hay,  pro- 
piamente hablando ,  infinidad,  sino  i nde fin irion,  Pedet  trae  como  prueba  la  solucioa 
de  la  sal  en  agua  en  partículas  tan  pequeñis,  que  no  las  puede  distinguir  la  \isla, 
ni  aun  con  el  auxilio  del  microscopio  mas  graduado.  No  sabemos  por  qué  duda  Pe- 
clet  si  entonces  ha  llegado  6  no  la  materia  Á  su  división  infinitesimal ,  ruando  esta  es 
imposible.  Pruébase  muy  bien  la  asombrosa  divisivilidad  de  la  materia  :  demuéstra- 
se también  que  después  de  haber  llegado  ¿k  las  partes  mas  pequeñas,  tienen  estas  to- 
davía capacidad  de  ser  divididas;  pero  el  término  de  la  divisibilidad  está  en  la  fuera 
divideute  de  la  naturaleza,  que  ha  de  reconocer  forzosamente  un  liuiile  del  cual  no  po- 
drá pasar.  Es  útil  conocer  esle  límile  ó  aproximarse  á  él  en  las  diferentes  divisiooes 
que  producen  en  los  cuerpos  las  fuerzas  físicas  ó  químicas. 

Los  conocimientos  matemáticos  necesarios  para  estudiar  con  utilidad  esta  obra  no 
pasan  de  las  nociones  de  aritmética ,  álgebra  y  geometría  elementales;  pues  aunque 
trae  fórmulas  y  cálculos  diferenciales,  es  solo  en  las  notas  para  demostrar  los  resul- 
tados del  testo.  Asi  se  lia  procurado  estender  la  utilidad  de  este  tratado  al  mayor 
número  posible  de  personas. 


lEVA  EOn  DE  LAS  OBRAS  FESTIVAS, 

EN  PROSA  Y  VERSO, 

DB  D.  FHUSaiaOO  QTTBTBDO  ?  TZZaZaB9A&k 


ARTICI'LO  I. 

X  ENEMOS  á  la  vista  la  primer  entrega  de  esta  edición,  que  será  preciosa,  no  solo 
porque  estará  adornada  con  2,000  láminas,  sino  también  porque  hade  contener  mii' 
chas  piezas  inéditas  del  autor,  y  ha  de  ser  ilustrada  con  notas.  Estas  serán  de  I).  Ba* 
siliu  Sebastian  Castellanos;  los  grabados  de  I).  Vicente  Caslello,  y  la  edición  dirijitla 
por  el  artista  1).  .Vntonio  Kolondo.  La  publicación  de  las  obras  festivas  de  Quevedo  ba 
comenzado  por  el  Sueño  de  las  calavera*.  El  papel  es  escelente,  la  ejecución  tipogri- 
fu-a  csniíMadis'iMa,  y  las  láminas  representan  muy  bien  aquellas  imájenes  ideales  qut 


flW]  _  ^ 

circulaban  por  la  cabea  del  autor  cuando  escríbia,  y  iijan  la  \;aguedad  de  sus  rasgos 
inórales  ó  salirícos. 

Debemos  esperar  que  tas  notas  serán  importantes  y  curiosas  para  nuestra  historia 
literaria,  si  hemos  de  juzgar  por  la  noticia  nada  vulgar,  que  los  editores  nos  dan  en 
<*i  prólogo  sob^e  k  Perinola,  obra  inédita  de  Queveejo,  y  de  la  respuesta  publicada  en 
Valencia  en  i<)35,  que  dio  Juan  Pérez  de  Montalba»  A  la  crítica  que  hizo  el  autor,  de 
su  Para  iodos* 

S«»lo  nos  resta,  pues,  demostrar  la  importancia  de  esta  edición  y  la  oportunidad  de 
sn  lujo,  por  el  mérito  del  autor,  que  estudiado  literariamente,  es  uno  de  los  fenóme- 
nos mas  estraordinarios  de  nuestro  rarnaso* 

Jkín  Francisco  Quevedo  fue  uno  do  los  literatos  mas  instruidos  de  su  siglo,  y  ha 
dejado  en  sus  obras  vestijios  de  sus  extensos  conocimientos  asi  en  las  ciencias  ci»mo  en 
las  lenguas  sabias  y  en  todo  genero  de  literatura.  Esto  en  cuanto  á  sus  estudios.  Pero 
»u  condición  le  llevaba  irresistiblemente  al  género  satírico,  único  en  que  se  distin- 
guió: pues  sus  composiciones  serias^  ya  en  verso,  ya  en  prosa,  aunque  muchas  de 
ellas  no  carezcan  de  mérito ,  mal  pueden  compararse  con  las  de  los  poetas  y  escri- 
lores  del  siglo  anterior ,  ni  aun  con  las  mejores  de  su  propio  siglo.  La  celebridad  de 
(Juevedo  es  enteramente  debida  á  sus  escritos  festivos. 

Pero  el  talento  de  la  sátira  era  el  menos  á  propósito  |>ara  la  sociedad  española  dé 
5U  tiempo,  pundonorosa ,  incapaz  de  sufrir  injurias ,  dispuesta  siempre  á  vengarlas. 
Quevedo  era  mordaz ;  no  podia  refrenarse,  cuando  se  le  presentaba  la  necedad  ó 
el  vicio,  en  describirlo  con  las  armas  del  ridículo.  Hubo,  pues,  de  contentarse  con 
exhalar  su  bilis  contra  las  clases  inferiores  de  la  sociedad.  Í)e  a(|ui  tantos  romances 
contra  los  valentones,  rufianes,  rameras  y  terceras:  de  aqui  la  descripción  de  sus  rui- 
nes hazañas  y  de  sus  infortunios,  que  pinta  constantemente  risibles.  Mas  no  siempre 
se  contuvo  en  les  términos  de  la  prudencia :  no  siempre  dirijió  su  ballesta  satírica 
contra  personas  y  clases,  que  no  Ician,  ó  aunque  leyesen,  no  inspiraban  el  temor 
de  la  venganza.  Tal  vez  se  alrevió  á  los  jueces,  á  los  ministros,  á  personas  constitui- 
das en  dignidad ;  y  su  peligro  en  estos  ataques  era  tanto  mayor  cuanto  la  convic- 
ción ó  la  gratitud  le  habían  hecho  defensor  acérrimo  del  célebre  duque  de  Osuna, 
\irey  que  fué  de  Nápolcs,  y  que  después  murió  preso  y  desgraciado  en  su  castillo 
de  la  Alameda.  Puede  decirse  (|ue  sus  elojios  de  aquel  magnate  contribuyeron  tanto 
como  sus  sátiras  á  las  calamidades  y  prisiones  que  sufrió. 

Entre  sus  composiciones  satíricas  hay  algunas  en  que  imitó  muy  bien  á  Jn venal-,  á 
quien  parecía  estudiar  con  mas  gusto  que  lluracio,  y  enri,,ueció  nuestro  idioma  con 
frases  tomadcis  de  aquel  gran  maestro.  Pero  no  tardó  en  volar  por  si  mismo ,  y  en 
formarse  una  elocución  propia  suya  y  esclusiva,  tanto,  que  cuantos  hun  querido  imi- 
larlo  se  se  han  despeñado  miserablemente.  Dígalo  1).  Diego  de  Turres  y  Villaroel, 
que  fue  el  que  mas  se  empeñó  en  asemejar  su  estilo  al  de  aquel  modelo ,  y  solo 
consiguió  fastidiar  á  cuantos  le  han  Icido  ó  tengan  paciencia  para  leerle  en  lo  veni- 
óero.  Quevedo   tiene  este  punto  de  contacto  con  CaTvantes :  no  puede  ser  imitado. 

Su  estilo  es  indefinible.  Por  una  parte  parece  que  se  presta  ú  la  crítica  por  sus 
equívocos,  por  sus  alusiones  frecuentemente  oscuras  ,  por  sus  hipérboles  descabella- 
das, por  sus  pensamientos  sucios  ú  olíscenos;  pero  cuando  queremos  examinar  sus 
composiciones  á  la  luz  severa  de  la  razón ,  entra  la  risa  que  excitan  sus  versos  ó  su 
I»rosa,  y  el  juez  queda  desarmado.  Así  tal  vez  el  padre  que  quiere  castigar  una  tra- 
vesura de  su  hijo ,  convierte  el  enojo  en  risa ,  si  la  ha  hecho  el  niño  con  chiste  y 
donaire. 

¿Quién  puede  ana1¡z«ir,  ni  por  consiguiente  definir  su  estilo?  En  cuanto  al  len- 
guaje,  es  puro ,  correcto ,  rigorosamente  castellano;  su  versificación,  fácil;  su  pro- 
sa, mas  cuidadosa  del  pensamiento  que  de  la  armonía.  Pero  la  espresion  es  siempre 
oríjinal,  inesperada  ,  y  no  pocas  veces  profundamente  moral,  sin  perder  por  eso  nada 
de  su  facilidad.  Nos  hace  reir  mas  y  de  mas  buena  gana  que  otros  escritores;  pero  la 
risa  que  excita  no  es  de  beneholencia ,  sino  caustica  y  mordaz ,  como  las  frases 
que  la  excitan. 

Esto  es  cuanto  podemos  decir  del  género  de  Quevedo.  Solo  falta  que  justifique* 
moscón  citas  nuestro  juicio,  resultado  del  estudio  que  hemos  hecho  de  sus  obras. 


[1501 

Un  amig;o  nuestro ,  excelente  literato ,  y  que  ha  estudiado  también  eoidadoaamente 
á  este  autor ,  da  á  su  estilo  el  epíteto  de  grotesco^  que  nos  parece  bastante  propio;  por* 
que  asi  como  á  los  adornos  de  esta  clase  en  las  bellas  artes  sería  una  necedad  aplí* 
caries  los  principios  severos  de  las  reglas,  asi  es  imposible  también,  cuando  se  lee'á 
Quevedo,  medirle  por  las  reglas  oomunes  de  la  literatura.  cPues  digase  qae  es  ma* 
lo  9  como  hizo  el  padre  Bouhours  con  la  canción: 

Al  infierno  el  trado  Orfeo  etc.  > 

Pero  ^cómo  hemos  de  decir  que  es  malo  loque  nos  hace  reir,  mal  que  nos  peae,  y 
á  despecho  de  todas  las  reglas  y  preceptos?  Solo  podremos  decir  aue  pues  nos  agra- 
da ,  algo  hay  en  ello  de  bueno;  y  en  efecto  no  es  difícil  encontrarlo  y  aun  analiar- 
lo  según  el  principio  común  de  aquellos  preceptos  y  reglas,  contra  los  cuales  parece 
que  peca  el  escritor. 

Y  en  primer  lugar  diremos ,  que  entre  todos  los  géneros  de  obras  literaríaSf  la 
sátira  es  el  que  admite  mejor  la  oscuridad  y  la  sutileza.  Pasajes  hay  en  Juvenal  qae 
no  es  posible  entender  á  la  primera  ó  segunda  lectura,  y  no  por  alusiones  á  usos  y 
costumbres  de  su  siglo,  ignorados  de  nosotros,  sino  por  la  concisión  nerviosa  de  sv 
estilo,  y  por  el  velo,  á  veces  demasiado  tupido,  con  que  cubre  sus  pensamientoi. 
Persio  es  un  verdadero  enigma  qne  es  necesario  estar  continuamente  adivinando. 
Hay  dos  razones  filosóficas  para  que  la  sátira  sea  mas  sutil  y  epigramática  qne  los 
demás  géneros:  la  complacencia  oel  lector  cuando  le  cuesta  trabajo  comprender  el 
rasgo  maligno  y  al  fin  lo  penetra ,  y  la  especie  de  pudor  con  que  es  necesario  cobrir 
ciertos  vicios ,  aun  cuando  se  proponen  como  victimas  al  escarnio  público.  Bsto  en 
cuanto  á  las  alusiones  oscuras  de  que  hace  frecuente  uso  nuestro  Quevedo. 

En  segundo  lugar,  no  podia  prescindir  este  insigne  escritor  del  tono  de  la  so« 
ciedad  culta  en  su  siglo.  Sea  que  los  escritores  la  corrompieron ,  ó  que  ella  corrom- 
piese el  gusto  de  los  escritores,  es  indudable  que  el  equivoco  era  uno  de  los  recur- 
sos de  la  discreción.  Quevedo,  pues,  usó  de  él,  algunas  veces  con  prudencia  y  felici- 
dad :  otras ,  no  tanto.  Pero  ¿quién  le  culpará  do  haber  hablado  el  idioma  de  su  tiem- 
po y  de  la  sociedad  que  frecuentaba ,  mucho  mas  cuando  sacó  de  él  tanto  partido? 

Estas  dotes  de  su  estilo,  ó  buenas  ó  disculpables  en  el  género  satírico,  ni  pue- 
den ni  deben  tener  lugar  en  el  género  serio.  Mucho  nos  reimos  cuando  para  dar  á  en- 
tender la  nariz  desmesurada  de  un  hombre,  dice: 

c  Erase  un  hombre  á  una  nariz  pegado 
Las  doce  tribus  de  narices  era» 

aludiendo  á  la  opinión  vulgar  de  que  los  judíos  son  todos  narilargos.  Pero  nos  dis- 
gusta cuando  en  un  soneto,  para  mostrar  que  las  horas  que  pa>an  oos  quitan  pane  de 
la  vida ,  exajera  la  espresion  hasta  decir: 


f Sepultureras  ion  las  horas.» 


ARTICULO  IL 

JjASTA  leer  algunas  de  las  letrillas  ó  romances  satíricos  de  Quevedo,  para  conocer  el 
modo  injeniuso  y  orijinaicon  que  espresaba  los  pensamientos.  ¿Quiere  hacer  burla  de 
las  exajeraciones  de  los  amantes  cuando  ponderan  su  pasión?  Bástale  una  sola  frase: 

«Desde  que  os  vi  en  la  ventana 
ó  dando  ó  tomando  el  sol , 
descabalé  la  atadura 
por  daros  el  corazón.» 


[1511 
lé  aqui  de  qué  rnaaera  describe  )a  coadicioo  avara  y  rapiñadora  de  uoa  tía,  y  ade* 
tercera: 

cDame  naeyat  de  lo  tía « 

aquella  águila  imperial 

que  asida  de  los  escudos 

en  todas  partes  está.» 

jB  metáfora  consiste  en  el  doble  sentido  de  la  palabra  neudo ,  que  puede  ser  de  ar« 

,  ó  una  moneda. 

Trata  de  pintar  la  codicia  de  una  mujer  1  Dice  asi : 

cLa  morena  que  yo  adoro 
y  mas  que  á  mi  vida  quiero , 
eo  verano  toma  acero 
y  en  todos  tiempos  el  oro. 

Si  eitá  resuelto  á  guardar  su  dinero  de  las  manos  de  las  barpias ,  y  á  no  comprar  con 
1  arrepeotímienlo : 

c  Vuela ,  pensamiento ,  y  diles 
á  los  ojos  que  mas  quiero , 
que  bay  dinero. 

Del  dinero  que  pidió 
á  la  que  adorando  estás» 
las  nuevas  le  llevarás , 
pero  los  talegos  no. 

A  los  ojos  que  en  mirallos 
la  libertad  perderás , 
que  b^y  dineros  les  dirás; 
pero  no  gana  de  dallos. 

Si  con  agrado  te  oyere 
esa  esponja  de  la  villa « 
que  hay  dinero  bas  de  decilla , 
y  que  ¡ay  de  quien  le  diere!» 

Sn  esta  última  redondilla  juega  con  el  doble  sentido  déla  voz  ay.  Esponja  dé  ¡a  tilia 
tcelentc  perífrasis  de  una  cortesana  codiciosa  y  de  nombradla. 
!^s  Iríbülacioncs  que  le  causa  la  rivalidad  de  un  ginovés»  que  entonces  eran  los  co- 
cianícs  mas  ricos,  las  espresa  asi: 

€  A  la  que  causó  la  llaga 
que  en  mi  corazón  renuevo , 
yo  la  (|uiero  como  debo 
y  un  gi noves  como  paga. 

Ved  en  qué  vendré  á  parar 
compitiendo  su  poder, 
baciendo  yo  mi  deber , 
y  él  baciendo  su  pagar. 

Mal  en  oponerme  bago , 
siendo  de  bolsa  tan  leye, 
á  quien  ni  teme  ni  debe , 
yo  aue  ni  temo  ni  pago. 

¿¿uál  tendrá  mas  opinión 
con  ella  en  la  poesia 
yo  con  una  letra  mia, 
ó  él  con  dos  de  Besanzon? 

Mirad, pues,  á  quien  oirá, 
si  en  el  reloj  que  rq^ala  ^ 


[152Í 
mi  mano  es  la  qiie  señala « 
y  la  suya  la  que  da. 

¿Cómo  la  podré  agradar 
los  deseos  avarientos , 
si  voy  á  contarla  cuentos 
y  él  da  cuentos  á  contar? 

El  da  joyas  yo  billetes, 
y  andamos  por  los  lugares  > 
él  con  daros  y  tomares, 
yo  con  dimes  y  diretes.» 

No  hay  locución  familiar  en  el  idion»a  de  qiie  no  se  valga  á  favor  del  equivoco  é 
de  la  alusión.  £n  una  de  sus  jácaras  un  condenado  á  galeras,  dice : 

«Envianme  por  diez  aAo» 

( sabe  Dios  quién  los  verá) 

á  que  dándola  de  palos 

agravie  toda  la  mar.»  " 

Otro  ruCan  preso,  exajera  asi  lo  que  ha  dado  qire  trabajar  á  lajusticiat 

f  Los  diez  años  de  mi  vida 

los  he  vivido  hacia  atrás, 

con  mas  grillos  que  el  verano, 

cadenas  que  el  Escorial. 

Mas  alcaydes  he  tenido 

que  el  castillo  de  Milán , 

mas  guardas  que  el  monumento , 

mas  hierros  que  el  Aleoraa, 

mas  sentencias  que  el  derecho ,. 

mas  causas  que  el  no  pagar,  '    ~1 

mas  autos  que  el  dia  del  (^rpus> 

mas  njistros  que  el  Misal ,  ' 

mas  enemigos  que  el  agua , 

mas  corchetes  que  un  gabán  , 

mas  soplos  que  lo  caliente, 

mas  plumas  que  ol  turucar.» 

Esta  abundancia  picaresca ,  que  á  los  severos  censores  de  las  obras  de  injenio  p9* 
drá  parecer  escesiva,  es  el  carácter  especial  de  Qucvedo  (»n  sus  composiciones  festival' 
!Vo  la  reprenderemos  nosotros;  porque  ademas  de  nianifestaHr  la  fecundidad  de  su  ÍD« 
jenio,  la  clase  de  obras  en  que  la  emplea  no  merece  la  austeridad  de  la  crHicf. 
Todo  el  que  hace  reir,  tiene  razón. 

Pero  á  lo  menos ,  esta  misma  injeoiosidad  de  Quevedo  nos  manifiesta  la  difereaeiB 
entre  su  género  y  el  de  (Cervantes.  El  autor  del  Quijote  presenta  á  la  imajinacion  los 
personajes  y  sucesos  risibles ,  y  los  grava  en  ella ,  es  un  gran  pintor  y  todo  lo  descri- 
be. i\o  así  Quevedo :  sus  chistes  y  sales  escitan  nuestra  risa;  pero  nada  se  queda  eo  la 
fantasía ,  ni  es  posible  que  se  quede,  porque  su  ridícuk)  consiste  en  alusiones  y  equívo- 
cos. Esta  es ,  si  no  nos  engañamos ,  la  causa  de  la  justa  preferencia  que  ha  dado  la  repá* 
blica  de  las  lelnis  al  manco  de  l^epanto.  En  cuanto  á  genio  y  talento  no  podremos  de* 
cidir  cuál  es  mayor,  el  del  (|ue  nos  agrada  sin  ofeniler  la  razón  y  el  buen  gusto,  ó  el 
del  que  nos  agrada  las  mas  \eces  á  despecho  de  entrambos. 

(«itarémos  en  otro  género  su  imitación  del  célebre  pasaje  deJuvenal  contra  Mesaliot- 

¿Cuándo  insolencia  tal  hubo  en  Sodoma? 
que  en  viendo  al  claro  emperador  dormido, 
cuyo  poder  el  mando  rije  y  doma. 


[153] 

La  emperatriz  tomando  otro  \estido, 
se  fuese  á  la  caliente  inancebia 
con  el  nombre  y  el  hábito  finjido?. 

Y  en  entrando  ,*  los  pechos  descubría 
y  al  deleite  lascivo  se  guisaba 
ansi.,  que  á  las  demás  empobrecía. 

£1  precio  infame  y  vil  regateaba , 
hasta  que  el  taytade  las  hienas  brutas 
á  rccojer  el  címbalo  tocaba •.•• 

Todas  las  celdas  y  asquerosas  grutas 
cerraban  antes  que  ella  su  aposento , 
siempre  con  apariencias  disolutas. 

Hecho  liabia  arrepenlir  á  mas  de  ciento 
cuando  cansada  se  iba,  mas  no  harta. ^i 

El  testo  de  Juvenal  es  aun  mas  obsceno ;  pero  de  aquella  obscenidad  que  hace  odio- 
so y  detestable  el' vicio,  aunque  la  castidad  délas  \eoguas  modernas  no  la  permitan. 

Estos  versos  y  otros  muchos  prueban  cuan  grande  era  el  talento  deQuevedo  parala 
sátira  clásica^  sin  necesidad  de  equívocos,  ni  juegos  de  palabras. 

ARTÍCULO  m. 

Un  las  composiciones  festivas  de  Qiievedo  en  prosa  se  nota  el  mismo  carácter  que  en 
las  de  verso,  aunaue  usa  con  mas  sobriedad  de  los  equívocos.  Su  estilo  es  nervioso  y  su 
sátira  amarga.  Tal  vez  en  medio  de  la  obra,  que  parece  mas  jocosa,  mezcla  reflexiones 
morales  ó  políticas,  perfectamente  desenvueltas,  y  muy  orijinales.  ¿Quién  creyera ,  por 
ejemplo,  encontrar  en  una  obra  satírica,  cuyo  título  están  bajo  y  trivial  como  elEntre^ 
welido^  ¡a  Dueña  y  d  Soplón^  observaciones  nuevas  y  muy  juiciosas  sobre  el  gobierno  de 
Roma  en  los  últimos  dias  de  la  república,  puestas  en  bcHca  de  César,  quejándose  deque 
le  hubiesen  asesinado?cYo  soy,  dice,  el  gran  Julio  César.  Bruto  y  Casio  me  mataron  á 
puñaladas  con  pretesto  de  la  libertad,  siendo  persuasión  de  la  envidia  y  codicia  de  estos 
perros,  e.l  uno  hijo  y  el  otro  confidente.  No  aborrecieron  estos  infames  el  imperio,  sino 
al  emperador.  Matáronme  porque  fundé  la  monarquía,  no  la  derribaron,  antes  apresura- 
damente ellos  mismos  instituyeron  la  succesion.  Mayor  delito  fue  quitarme  á  mi  la  vi- 
da, que  quitar  yo  el  dominio  á  los  senadores,  pues  yo  quedé  emperador,  y  ellos  traido- 
res: yo  fui  adorado  del  pueblo  en  muriendo,  y  ellos  fueron  justicicidos  en  matándome... 
¿Estaba  mejor  el  gobierno  en  muchos  senadores  que  le  supieron  perder  que  en  un  capi- 
tán que  lo  mereció  ganar?  ¿Es  mas  digno  de  corona  quien  preside  en  la  calumnia  y  es 
docto  en  la  acusación  que  el  soldado,  gloria  de  su  patria  y  miedo  de  los  enemigos?  ¿Es 
mas  digno  del  imperio  el  que  sabe  leyes  que  el  que  las  defiende?  Este  merece  hacerlas, 
y  los  otros  estudiarlas.  ¿Libertad  es  obedecer  á  la  discordia  de  muchos,  y  servidumbre 
atender  al  dominio  de  uno?  ¿A  muchas  codicias  y  ambiciones  juntas  llamáis  padres,  y 
al  valor  de  uno,  tiranía?  ^Cuánta  mas  gloría  será  al  pueblo  romano  haber  tenido  un  hijo 
que  hizo  á  Roma  Señora  del  mundo,  que  unos  padres  que  la  hicieron  con  guerrascivi- 
iifs  madrasta  de  sus  hijos?  Malditos,  mirad  cual  era  el  gobierno  de  los  senadores,  que 
habiendo  gustado  el  pueblo  de  la  monarquía,  quisieron  antes  Nerones,  Tiberios,  Calí- 
gulas  ó  Eliogábalos  que  Senadores.» 

Esta  última  reflexión  prueba  cuan  bien  estudió  Quevedo  la  historia  de  Roma  en  los 
últimos  sollozos  de  su  libertad.  Solo  puede  culparse  la  censura  de  Bruto,  qne  no  fue 
envidioso  ni  ambicioso,  sino  necio.  Pero  César,  si  se  había  de  sostener  el  carácter  que 
1^  da  el  autor ,  no  podia  hablar  de  otra  manera. 

En  la  composición  intitulada  la  Fortuna  con  se$o  hay  un  gran  número  de  reflexiones 
morales  y  políticas,  en  las  cuales  campea  el  buen  juicio  y  la  severídad  de  Quevedo.  Tal 
vez  están  revestidas  las  sentencias  graves  y  serias  con  el  traje  grotesco  que  solía  dar  á 
sus  pensamientos  satíricos.  Hablando  de  los  tiranos,  cita  la  definición  de  Aristóteles.  Es 
tirano  quien  mira  mat  d  m  prottcko  particular  que  al  común,  Y  continúa  Quevedo :  c quien 

20 


5;iip¡erc  de  algunos  que  no  se  comprendan  en  esta  definición,  lo  venga  diciendo  y  le 
darán  su  hallazgo.» 

De  Luis  XIII,  rey  do  Francia,  dice  que  no  fe  limpiaba  de  privados,  T,n  etecio\os  tuvo 
toda  su  vida  y  no  reinó  un  solo  momento.  Para  burlarse  do  los  títulos  nominales  del 
duque  de  Sabova  se  espresa  asi:  c  padece  achaques  de  rey  de  Chipre,  es  molestado  de 
recuerdos  de  Señor  de  Ginebra,  y  adolece  de  soberanía  desigual  éntrelos  demás  poten- 
tados. >  De  un  ministro  recien  elevado  dice  que  antes  de  presentarse  á  recibir  preten- 
dientes ^  da  un  baño  di'  cara  de  mdnnoL  Moteja  enc^rjicamente  uno  de  los  mas  grandes 
abusos  que  ba  babido  en  la  administración  de  la  justicia  criminal ,  á  saber:  la  larga  do- 
racion  de  los  procesos  si  el  reo  tiene  dinero,  diciendo:  donde  el  dinero  acaba  j  el  rrrdugo 
empieza.  Concluiremos  estas  citas  con  una  muy  notable  de  la  Fortuna  con  seito.  Supone 
un  potentado  bablando  con  sus  aduladores,  á  quienes  dice:  tAflijido  me  tiene  Iq  pérdida 
de  las  dos  naves  mías.  Kn  oyéndole  se  aOlaron  los  aduladores  de  embeleco,  y  revistién- 
doseles la  misma  mentira,  dijeron  unos,  que  antes  la  pérdida  le  babia  sido  de  autori- 
dad y  á  pedir  de  boca,  y  que  por  útil  debiera  haber  deseádula;  pues  le  ocasionaba  cau- 
sa justa  para  romper  con  los  amigos  y  vecinos  que  le  babian  robado ,  y  que  por  dos  les 
tomaría  doscientas.»  ¿Quién  no  ve  en  este  dialogo  una  trova  mal  disimulada  de  la  mane- 
ra con  que  el  conde  duque  de  Olivares  anunció  á  Felipe  IV  la  rebelión  deí  duque  deBrí* 
ganza  y  la  pérdida  de  Portugal,  pidiéndole  albricias  por  la  ocasión  que  se  le  ofrecía  de 
conCjscar  los  estados  del  duque? 

Á  mas  llegó  aun  la  osadía  deQuevedo  en  este  pasaje.  Prosigue  así:  «otros  (lisonjeros) 
dijeron  que  ba  sido  en  la  pérdida  glorioso  su  celo  y  lleno  de  majestad,  porque  aquel 
era  oran  principe  que  tenía  mas  que  perder.»  Sabido  es  que  el  sobrenombre  de  Grande 
que  dio  la  adulación  á  Felipe  IV,  lo  convirtió  la  sátira ,  jnsta  en  aquella  ocasión,  en  lu- 
dibrio, diciendo  que  fue  grande  como  un  boyo,  por  la  mucha  tierra  que  le  quitan.  ¡Ah 
(Juevedo!  si  te  hubieras  contentado  con  tus  jácaras  y  lelrillns  contra  taberneros,  escrí- 
banos, rameras  y  rufianes  no  hubieras  pasado  parte  de  tu  vida  en  las  prisiones  ó  en  el 
destierro. 

£n  la  primer  entrega  de  la  edición  que  hemos  anunciado  de  has  obras  festivas  de 
este  escritor,  empieza  el  Swño  de  las  Calaveras^  visitm  fantástica,  en  que  se  supone  que 
todos  los  muertos  son  Ilauíados  por  orden  de  Júpiter  al  juicio  de  Kádamanto.  Está  llena 
de  la  sal  característica  de  Quevedo.  Pondremos  algunos  ejemplos  de  ella. 

<  Lo  que  mas  me  espantó  fué  ver  los  cuerpos  de  dos  ó  tres  mercaderes  que  se  habiao 
vestido  las  almas  del  revés,  y  tenían  todos  los  cincos  sentidos  en  las  uñas  de  la  mano 
derecha.» 

cl'na  dama,  que  babia  sido  casada  siete  veces,  ¡ba  trazando  disculpas  para  todos  loi 
maridos.» 

cl'n  juez,  que  lo  babia  sido,  estaba  enmedio  de  un  arroyo  lavándose  las  manos,  y 
esto  hacia  muchas  veces.  Llegúeme  á  preguntarle  por  qué  se  lavaba  tanto,  y  dijome  que 
en  vida,  sobre  ciertos  negocios,  se  las liabian  untado,  y  que  estaba  porfiando  alli  por 
no  parecer  con  ellas  de  aquella  manera  delante  de  la  universal  residencia.» 

<lba  sudando  un  tabernero  de  congoja  ,  y  á  mí  me  pareció  que  le  dijo  un  verdugo: 
harto  es  que  sudri:t  a>jnn ,  1/  no  non  la  vendáis  por  vino,  L'no  de  los  sastres,  pequeño  de  cuerpo, 
redondo  de  cara ,  malas  barbas  y  peores  hechos ,  no  hacia  sino  decir:  ¡qué  pude  hurtar 
yo^  si  andaba  siempre  mnrimdoine  de  hambre f  V  los  otros  le  decían  (viendo  que  negaba  ser 
ladrón)  qué  cosa  era  despreciarse  de  su  oficio.» 

cTras  ellos  venia  la  locura  con  sus  cuatro  costados,  poetcis,  músicos,  enamorados 
y  valieiites» 

tPilatos  se  andaba  lavando  las  manos  muy  aprisa  para  irse  con  sus  manos  lavadas 
al  brasero.» 

cl^ayéronsele  (á  un  maestro  de  esgrima)  en  el  suelo  por  descuido  los  testimonios,  y 
fueron  á  un  tiempo  á  levantarlos  dos  Furias  y  un  alguacil,  y  él  los  levantó  primero  que 
las  Furias.»  En  este  pasaje  hay  dos  rasgos  satíricos :  uno  el  de  la  lijereza  délos  alguacdef 
en  recojer  todo  lo  que  contribuye  á  acriminar:  otro  fundado  en  el  equivoco  de  la  pala- 
bra testimonio. 

cPues  enseño  á  matar,  bien  puedo  pretender  que  me  llamen  Galeno,  que  si  mu  he- 
ridas andubieran  en  muía,  pasaran  por  médicos.» 


■n 


[155] 

t  Enfadóse  el  avaricDlo,  y  dijo:  ti  no  fie  de  entrar^  no  gastemos  tiempo  (que  hasta  aquc^ 
lio  rehusó  de  gastar).  > 

Bastan  estos  ejemplos  para  conocer  el  carácter  de  la  elocución  deQuevedo.  Ilahién- 
dose  impuesto  la  obligación  de  ser  siempre  chistoso,  sutil  y  mordaz,  fue  imposible  que 
tuviesen  igual  mérito  todas  sus  sales  satíricas;  pero  es  preciso  confesar  que  casi  siempre 
agrada  aun  á  los  lectores  de  gusto  mas  severo.  Sus  espresiones  gráticas,  como  azuzar 
ie$ligo$^  despreciarse  de  su  oficio^  vestirseías  almas  al  revéi,  y  otras  muchas  que  él  inventó, 
son  al  mismo  tiempo  que  cstraordinarias,  iujeuiosasy  propias. 


DE  LA  NOVXXA. 


E 


liL  Semanario  Pintoresco  español  (que  por  decirlo  de  paso,  es  en  nuestra  opinión  uno 
de  los  mejores  periódicos  literarios  de  España) inserta  en  su  número  6.*"  del  ano  de  1840 
la  sesión  déla  seccioa  literaria  del  Ateneo  español,  celebrada  el  'So  de  Enero  del  mismo 
año,  y  en  la  cual  se  ventiló  la  cuestión  siguiente:  Paralelo  éntrelas  modernas  novelas  hiM^ 
ricas  y  ías antiguas  caballerescas.  Los  discursos  de  los  señores  que  opinaron  sobre  esta  in- 
teresante cqestion  están  llenos  de  buena  y  profunda  iilosofía  literaria  é  histórica,  y  da- 
mos gracias  al  editor  del  Semanario  por  haberlas  dado  á  la  luz  pública,  suplicándole  que 
DO  deje  de  hacer  lo  mismo,  siempre  que  le  sea  posible,  con  las  sesiones  que  celebre 
eo  lo  succesivo  la  clase  de  literatura  del  Ateneo. 

£1  objeto  de  la  cuestión  no  era  tanto  examinar  el  mérito  comparativo  de  los  libros 
de  caballería  y  de  las  novelas  de  Walter  Scott  como  indagar  las  causas  que  dieron  naci- 
miento y  celebridad  á  estos  jéneros  y  á  otros,  como  también  las  que  han  influido  en  la 
decadencia  de  unos  y  el  triunfo  efímero  de  sus  succesores. 

Los  señores  que  opinaron  primero  procuraron  desenvolver  estas  causas,  y  lo  hi- 
cieron con  suma  sagacidad.  Opúsoseies  que  un  escritor  de  novela  no  tiene  otro  objeto 
que  el  de  ddeitar^  y  no  miras  políticas,  rélijiosas  ni  morales.  Esto  es  verdad;  pero  como 
no  es  posible  f/^/fiV(ir  á  una  nación,  sin  presentarle  los  objetos  bellos  bajo  el  punto  de 
vista  que  ella  los  concibe,  de  aqui  nace  que  es  necesario  examinar  para  juzgar  del  mé- 
rito de  una  composición  ó  de  un  jénero,  el  espíritu  del  siglo  en  que  fue  célebre  aquel  jé- 
cieroó  aquella  composición.  Las  escepciones  de  esta  regla  son  muy  raras,  porque  s^n 
muy  pocos  los  hombres  como  Homero ,  Virjilio  y  Cervantes ,  que  saben  escribir  para 
toda  la  humanidad.  • 

Nosotros  consideraremos  la  cuestión  literariamente,  y  procuraremos  explicar  la 
esencia  de  la  novela ,  ya  sea  la  de  Waltet  Scott,  ya  la  de  los  siglos  feudales. 

Dos  son  ios  elementos  esenciales  de  la  novela  ,  sea  cual  fuere  su  clase ,  el  interés  y 
lo  maravilloso.  Entendemos  por  maravilloso  no  solo  la  intervención  de  los  seres  sobreña* 
iurales,  como  los  dioses  de  la  antigua  mitolojia,  ó  los  magos  y  hechiceros  de  la  edad 
media.,  sino  también  las  coincidencias  cstraordinarias,  las  aventuras  no  comunes,  los 
lances  apurados,  los  grandes  peligros  evitados  por  felices  circunstancias ,  en  fin ,  todos 
Jos  incidentes  que  sin  necesidad  de  recurrir  á  la  acción  del  cielo,  son  aunque  naturales, 
muy  raros. 

Sin  interés  y  sin  maravilloso  no  hay  novela;  y  esto  es  tan  cierto  que  los  griegos,  los 
mas  sencillos  de  todos  los  escritores,  aspiraron  á  interesar  en  las  suyas  por  medio  de 
sucesos  ya  sobrenaturales,  >a  inesperados.  Dígalo  sino  el  Teájenes  y  Cariclea  de  Helio- 
doro,  obispo  de  Trica,  ciudad  de  Tesalia ,  que  tenemos  muy  bien  traducido  en  nuestro 
idioma  por  Castillejo. 

Los  libros  de  caballería  debian  agradar  á  una  sociedad  que  tenia  todas  las  virtudes 
y  vicios  de  la  niñez,  como  fue  la  de  la  edad  media,  candida ,  crédula  y  valiente.  En  di- 
chos libros  está  prodigado  lo  maravilloso  á  manos  llenas  ;  pero  el  interés  es  muy  corto, 
casi  nulo,  menor  aun  que  el  de  los  cuentos  de  encantamiento  con  que  se  aduerme  á  los 
BÍños.  El  tejido  de  dichos  libros  es  imo  mismo:  aventuras  y  combates  perpetuos,  en 
iiue  triunfa  el  héroe,  ó  por  el  valor  de  su  brazo  ó  con  el  auxilio  de  algún  májico.  Noto* 


[J56] 

ia  en  estos  libros  el  interés  de  humanidad,  pero  ni  aun  el  que  pudiera  iuffí' 

.)mbres  del  tiempo  en  que  se  publicaron.  La  repetición  de  bechos  semejantes 

Jiosa  y  niontUona  su  lectura  para  nosotros:  nadie  puede  leerlos  sino  eco  el  ob- 

^■cojer  notas  eruditas  ó  gramaticales.  Pues  lo  mismo  sucedería  á  mieslros  anl»- 

,  y  silos  leyeron  y  los  celebraron,  no  fue  por  lo  bien,  coordinado  de  la  fábula, 

r  el  aliciente  de  lo  maravilloso. 

.'garon  las  naciones  europeas  á  la  edad  de  la  adolescencia  intelectual;  despreciaron 
^y•.^  /uctes  de  su  niñez,  y  buscaron  entretenimientos  mas  digmis  de  su  capacidad.  En- 
tonces comenzaron  la  novela  satírica  y  la  de  costumbres,  siendo  en  nuestro  entenderlo» 
españoles  los  primeros  que  las  escribieron  con  perfección ,  porque  no  creemos  que  haya 
quien  quiera  comparar  á  Rabelais  con  Cervantei»,  que  le  fue  posterior,  ni  aun-cOn  el 
Conde  Lucanor  que  le  antecedió  un  siglo. 

Cuando  la  falsa  política  y  la  mentida  filosofía  se  apoderaron  de  la  sociedad ,  precito 
fue  que  la  novela  siguiese  el  mismo  giro.  Se  pusieron,  pues,  en  estos  libros  de  entrete- 
nimiento, para  recreo  de  una  sociedad  pervertida,  todos  los  venenos  déla  irrel¡jion,de 
la  inmoralidad  y  de  la  anarquía  de  las  ideas:  llegóse  al  último  grado  de  cinismo  y  de  la- 
bricidad ,  hasta  qnc  al  fin  se  consiguió  realizar  las  infernales  cr^acioiie^  del  filosofismo. 

Tras  de  la  locura  vino  el  escarmiento,  y  la  novela  varió  de  forma  como  la  sociedad. 
Pero  la  política  hizo  á  los  hombres  mas  austeros  y  descontentadizos  aun  en  la  elección 
de  sus  placeres.  Algunos  escritores,  principalmente  mujeres,  emprendieron  resucitar 
el  sentimentalismo  de  Rousseau  ;  pero  ya  no  se  creía  en  él ,  porque  nadie  sentia.  Á  fuer^ 
za  de  haber  agotado  en  valde  toda  especie  de  sensaciones  fuertes,  hablan  perdido  las  aj- 
inas su  elasticidad.  Era  ya  ¡Kisada  la  hora  en  que  toda  Europa  se  interesó  por  67aint 
Harlotce  hasta  tal  punto ,  que  su  autor  recibió  muchas  cariasen  que  le  pedian  que  ñola 
asesinase 'd\  fin  de  la  novela. 

£n  estas  circunstancias  se  presentó  Walter  Scott  y  dijo:  c tengo  recojidas observacio- 
nes exactas  y  numerosas  sobre  las  costumbres  de  la  edad  medía,  ih  las  daré  en  novelas. 
/Qiiereis?  >  <5i,  respondió  la  sociedad  fastidiada  de  inmoralidad  y  de  exajeracion  de  sen- 
timientos. A  lo  menos  sabremos  algo  de  miestros  ante¡)asados, »  V  en  efecto ,  eso  es  lo  que  cons- 
tituye el  mérito  de  las  obras  d«!  este  escritor;  pues  ni  es  muy  feliz  en  los  desenlaces, 
ni  es  grande  el  interés  de  sus  fclbulas.  Pero  sus  escenas  y  diálogos  son  magníficos ;  y  de^ 
pues  de  Cervantes  es  el  primero  de  los  escritores  novelescos. 

Antes  deWaIter  Scott  se  escribió  la  historia  en  novelas,  desfigurándola  como  mada- 
ma Scudery,  ó  embelleciéndola  como  nuestro  Montengon,  á  quien  solo  faltó  escribir 
mejor  el  castellano  para  ser  un  novelista  estimable.  Pero  el  autor  escocés  tiene  un  mé* 
rito  que  sobrevivirá  á  sus  novelas,  y  es  la  descripción  de  costumbres  históricas.  El  géne- 
ro que  ha  descubierto  es  muy  diücil ;  porcpie  exije  de  los  que  hayan  de  cultivarlo, 
ademas  de  las  dotes  de  imajinacion,  un  estudio  muy  profundo  de  las  antigüedades  de 
su  patria,  y  del  espíritu  y  de  las  costumbres  de  la  edad  media. 

/Qué  género  succederá  á  este  que  se  va  agotando  no  por  faltado  mies,  si  no  de  bnenm 
operarios?  No  sabemos:  en  el  día  queremos  mas  bien  ver  las  costumbres  de  otros  siglos 
qne  las  del  nuestro ;  tales  .son  ellas,  sin  poesía,  sin  fé,  sin  convicciones.  Pero  como  d 
actual  estado  de  la  sociedad  no  puedo  ser  duradero,  vendremos  últimamente  á  parir 
en  la  novela  satírica  y  en  la  de  costumbres,  únicos  géneros  (jue  pueden  ya  agradar- 
nos: y  si  no  hay  quien  las  escriba  bien,  las  leeremos  mal  escritas  .porque  no  se  escasa 
](MT  novelas  mientrcis  haya  jóvenes  de  ambos  sexos,  felices,  cuando  á  lo  menos  vea 
re.<ipetada  en  ella  la  moral. 

l¡)2  2iil  Síí)y'23.ii  S13¿J:S¿a23il, 


ARTICILO  r. 


c 


OX  esta  espresion  compuesta,  cuyas  voces  parece  que  se  cscluycn  una  y  otra,  se«g- 
nifican  at|ueilas  fábulas,  en  las  (¡iie,  aun(|ue  haya  aventuras  é  incidentes  finjidos^  per^ 
tencce  sin  embargo  á  la  verdad  histórica  el  cuadro  en  que  se  ajustan. 


[157] 

El  orijcn  de  cs(os  libros  de  entretenimiento  pertenece  á  la  edad  media ;  pi:es  aun- 
que el  Tedgmes  y  Cariclea  de  lleliodoro,  obispo  de  Trica,  ciudad  de  Te»alia,  es  la  mas 
anlifTiía  de  las  novelas  heroicas,  todo  allí  es  finjido.  Se  habla,  es  verdad,  en  ella  de 
una  reina  de  Ejipto  y  otra  de  Etiopia;  pero  ninguna  de  las  dos  existió  en  la  historia. 
Pertenece,  pues,  dejando  aparte  la  superioridad  del  interés  y  de  la  elocución,  aKmisnio 
irénero  que  Amadit  de  Garda  ^  Amad is  de  Grecia,  Es¡dandian^  Tirante  el  Blanco^  Palmer iii 
de  inglftlerra,  y  otros  héroes  fabulosos  de  los  liltros  de  cabal liTía. 

N<i  puede  decirse  otro  tanto  de  la  historia  fabulosa  de(];irlo  Magno  y  sus  doce  pares, 
del  rey  Arius  de  Inglaterra,  de  Bernardo  del  Carpió  y  del  íaú  (Campeador.  Aunque  los 
hechos  y  las  aventuras  sean  por  la  mayor  parte  Gnjidas,  re<*aen<iín  enitiai-gosobrr  noni* 
bre^  históricos,  sobre  épocas  que  han  existido,  sobre  sucesos  verdaderos.  Kstos  líbn^s 
componen  la  «popeya  de  la  edad  media.  En  los  que  todo  es  falso,  y  nada  auxilia  la 
imajinacíon  para  su|>onerse  en  €l  mundo  de  la  realidad,  no  sirvieron  ni  aun  para  con- 
senar  las  tradiciones  populares,  sino  solo  para  alhagar  la  grosera  y  dócil  fantasía  de 
nuestros  antepasados. 

Destruidos  estos  monstruos,  y  sepultados  en  el  olvido  por  la  pluma  de  Cervantes, 
los  esorílores  de  novelas  se  dedicaron  ai  género  moral  ó  satírico:  tal  vez  al  género  he- 
roico eo  que  se  ejercitó  también  el  autor  del  Quijote^  como  lo  prueba  su  Pérsiles  y  Se- 
jísmnnda.  Aparecieron  entonces  las.nocela*  de  Doña  María  de  Zayas,  el  emcudero  Marmn 
de  ObreQon^  el  Diablo  Copíelo^  la  picara  Juftina^  Guzwan  de  Aifarache,  y  otras  muchas: 
mas  no  nos  acordamos  de  ningana  novela  histórica,  escrita  en  &spañol  en  Jos  siglos 
XV^I  y  KVII.  Si  hubo  alguna,  debió  ser  su  mérito  tan  tenue  que  no  dejó  vestijio  de 
«u  existencia  en  la  literatura  nacional;  sin  roas  esce^ion  acaso  que  las  yuerrws  civiles  de 
Crattada,  de  Hila. 

Las  primeras  novelas  de  esta  clase  que  tuvieron  celebridad  en  la  Europa  moderna 
desde  la  restauración  de  las  letras,  fueron  las  que  escribieron  en  la  época  brillanie  de 
l^iis  \i\\  Madama  ^cuderi  y  otros  muchos  autores  novelistas.  Este  género  fue  muy 
«oltivado  durante  la  s(>gunda  mitad  del  siglo  Wll  en  Francia  y  en  otras  partes  de  Eu- 
ropa adonde  se  estendió  entonces  r«1pidamiHite  el  gusto  de  la  literatura  francesa. 

En  estas  composiciones  había  siempre  un  fondo  de  verdad  histórica,  en  cnanto  á  los 
sucesos;  carecían  de  magos,  nigromantes,  encantamentos,  nión.«itr<ios  y  vestiglos,  cu\a 
inihia  había  pasado  ya;  pero  los  caracteres  de  los  person«iJ4*s  estaban  horrihieniente 
dt^ligurados.  La  moda  era  tomar  los  héroes  de  los  nombres  mas  célebn*s  de  la  historia 
fíriega  y  romana;  pero  ni  Ciro,  ni  Alejandro,  ni  (^lelia,  ni  Horacio  eran  otra  cosa  nías 
que  caballeros  de  la  corte  de  Luis  \IV«  Gisi  todas  las  fábulas  versaban  sobre  intrigas 
auiorosjis:  papeles,  versos,  citas^  disfraces,  celos,  desalios  eran  las  |)riiicipales  ocupa- 
ciones de  ios  lirutos.  Sostenes  y  Escévolas.  V  aun  esto  no  era  orijinal.  Va  Calderón  en 
sus  comedias  había  convertido  toda  la  antigüedad  griega  y  romana,  y  aun  los  mismos 
dioses  del  Olimpo,  en  damas  y  galanes  de  la  corte  y  de  la  villa  de  Madrid.  E*;ta  preo- 
cupación por  lo  presente,  este  deseo  de  reducir  á  su  módulo  todo  lo  pasado,  influyó  aun 
«n  el  mismo  Hacine;  y  fue  necesaria  toda  la  perfección  de  su  estilo  para  que  los  críticos 
franceses  li*  perdonasen  algunos  rasgos  de  la  galantería  de  su  siglo  puestos  en  boca  de 
Jos  héroes  de  la  antigüe<lad.  * 

También  cayeron  los  monstruos  de  Scudery  á  la  voz  del  terrible  Boileau:  y  mucho 
mas  aun  .1)  desenfreno  de  las  costumbres  que  se  introdujo  en  Francia  en  la  prim«*r 
fuiljid  del  M<^  XVtil,  desenfreno  que  convirtió  la  galantería  decente  en  inmunda  diso- 
lución. Los  que  quieran  conocer  el  carácter  de  estas  novelas  históricas,  pued«*n  cor.siil- 
4ar  la  Camadra^  la  tínica  de  ellas  que  en  nuestro  entender  se  ha  traducido  al  cas- 
tellano. 

Apreció  Telemaco^  y  se  dudó  por  mucho  tiempo  si  dehia  colocarse  entre  las  nove- 
las ó  entre  las  epopeyas.  Su  objeto  conocido,  muy  distante  de  la  futilidad  del  género 
de  Scudery,  {?ra  nada  menos  que  enseñar  .1  reinar.  .Notóse  en  él  adenuH»  de  la  escelen- 
ie  y  \ariada  elocución,  la  verdad  con  que  estaban  pintcidas  las  costumbres,  usos  y  ca- 
racteres de  ia  época  que  describía.  Entonces  se  puede  decir  que  nació  la  verdadera  no- 
vela histórica.  Fenelon  tuvo  imitador«'s  mas  ó  menos  felices.  El  Sethon  es  una  rapsodia 
insufrible:  %n  tiages  de  Anienor  y  el  Filíele*  pintan  con  mucha  naturalidad  las  costum- 
bres griegas;  scfuiladamente  el  primero  es  muy  feliz  en  describir  la  insustancialidad  ín- 


jcniosa  i!e  hs  atcniersrs  del  siglo  do  Pénelos.  Pero  nin^mn  d»  estas  obra»  puede 
(-()in pararse  ni  en  el  estilo,  ni  en  la  verdad,  ni  en  la  erndieion  al  Viaje  drijóce»  Anear* 
j(is  á  (i recia;  por(pie  bajo  las  formas  novelescas  es  nn  libro  destinado  no  Utiilo  al  placer 
como  á  In   instrucción. 

Kntrclanlo  los  in(rlescs  cnUivabnn  con  felicidad  la  novela  de  costnmbr««.  Fieldin; 
\  Uirhnrdson  dieron  á  los  usos  v  caracteres  británicos  una  celebridad  europea.  Wallfr 
Scotl,  dotado  de  una  erudiccion  inmesa  y  capaz  del  trabajo  nece.*ia rio  para  adquirirá; 
aí'oclo  á  las  antijzuas  tradiciones  de  Escocia  su  patria;  entusiasta  del  heroísmo  coa  que 
sus  paisanos  se  babian  consa^rrado  d  la  causa  perdida  de  los  Estiiardos;  atento  obser> 
vador  de  las  tenaces  resistencias  que  opiisieion  por  mucho  tiempo  las  costumbres  feo- 
dales  y  las  preocupaciones  locales  de  Kscocia  á  los  progresos  de  la  civilización;  y  en 
íin,  hábil  é  injenioso  escritor,  halló  en  la  novela  histórica  el  modo  mas  sencillo  y  a|:ra- 
dable  de  dar  interés  á  sus  noticias  eruditas,  y  de  trasmitir  á  la  posteridad  sus  ídieas  . 
sentimientos  y  juicios  acerca  de  las  diferentes  épocas  de  la  historia  déla  Gran  Bretaña*  . 
y  de  los  personajes  célebres  que  las  ilustraron.  Pintó  los  tiempos  de  Ricardo  I,  de  Isabel* 
de  Maria  lilstuarda,  de  los  puritanos,  de  los  jacobitas,  descendió  hasta  la  descrípcioB 
de  los  usos  y  costumbres  de  las  clases  inferiores  de  la  nación  con  tanta  escrapulosidad* 
que  no  parece  posible  negarle  el  mérito  de  la  exactitud,  mucho  mas  cuando  todos  sos 
compatriolas,  jueces  los  mas  competentes  en  esta  materia ,  han  convenido  en  reco* 
nocerlo. 

Waller  Scott  es,  pues,  el  padre  verdadero  de  la  novela  histórica  tal  como  debe  ser. 
En  manos  de  Fenehuí  y  de  Jiarihelemy  no  fue  mas  que  un  instrumento  para  otros  Gnes 
que  arriba  indicamos.  Kn  el  novelista  escoceses  i'lla  el  objeto  principal*  y  scbaabier^ 
to  un  campo  inmenso,  muchomas  vasto  que  el  de  la  historia,  para  alha^^ar  la  imaji- 
nación  de  los  lectores.  Este  escritor  nos  hace  viajar,  di<;ámoslo  asi ,  por  las  edades  pa- 
sadas. Nos  describe  costumbres,  usos  y  caracteres  de  otros  siglos,  de  la  misma  manera 
que  un  viajero  hábil  y  concienzudo  pinta  los  de  las  naciones  que  ha  visitado,  y  ana- 
(íiendo  á  la  verdad  de  las  descripciones  el  interés  y  afrrado  do  las  aventuras  j  aun  del 
iTiaravilJoso,  cumple  la  [rrando  obligación  de  todo  escritor,  deseoso  de  vivir  en  la  pos* 
t(*rida(U  (|U(?  es  ilririiar  aprovechando. 

El  único  defecto  (|ue  se  nota  en  este  insigne  novelista  es  la  frialdad  de  las  catástrofes: 
pocas  veces  están  bien  preparadas.  Kl  interés  novelesco  (|ue  pocos  han  sabido  manejar 
como  él,  llega  siempre  á  su  ma\or  grado  comedio  ó  á  los  tercios  de  la  novela:  hacía 
vi  íin  descaece,  ó  porque  el  autor  se  cansa ,  ó  porque  cuando  ya  descrito  lo  que  que* 
ria,  abandona  la  fábula  y  el  ínt<*rés  de  ella  á  su  suerte. 

En  la  reseña  que  hemos  hecho,  aunque  sumariamente,  de  los  escritores  que  se 
han  dedicado  á  la  novela  histórica,  no  hemos  incluido  á  Madama  (lonlis,  ni  á  Madama 
r.ottin,  aunque  escelentes  novelistas,  porque  ni  en  una  ni  en  otra.se  reconócela  inten- 
ción de  describir  los  usos,  costumbres  é  ideas  de  las  épocas  á  que  pertenecen  sus  hé- 
roes. Lo<  caballeros  ikl  Cime  »/  Uia  Cruzadas  tienen  un  interés  novelesco,  superior  qniíá 
al  que  inspiran  los  héroes  de  Walter  Sc<itt;  pero  mas  bien  se  describen  en  ambas  los 
afectos  generales  de  la  humanidad,  que  los  sentimientos  propios  y  peculiares  de  utt 
período.  Fáltales  el  colorido  del  siglo:  nos  interesamos  por  los  personajes;  pero  no 
venios,  como  en  el  novelista  escoces,  la  escena  donde  se  hallaban  en  toda  su  verdad» 
])orque  no  era  ese  el  objeto  de  las  autoras. 

Walter  Scott  ha  impuesto  una  obligación  muy  dura  á  todos  los  que  pretendan imi- 
tarle.  Es  impo.sible  ser  novelista  en  su  género  sin  llenar  las  condiciones  siguientes: 
\  .%  un  profundo  conocimiento  de  la  historia  del  periodo  que  se  describe:  i2.%  una  ve- 
racidad indeclinable  en  cuanto  á  los  caracteres  de  los  personajes  históricos:  3.*,  igual 
escrupulosidad  en  la  descri|icion  de  los  usos,  costumbres,  ideas,  sentimientos,  y  hasU 
en  las  armaduras,  trajes  y  estilo  v  giro  de  las  cantigas.  Es  necesario  colocar  al  lector 
en  medio  <le  la  sociedad  que  se  pinta:  es  necesario  que  la  vea,  que  la  oiga,  que  la 
ame  ó  la  tema,  como  ella  fue  con  todas  sus  virtudes  >  defectos.  Los  sucesos  y  aven- 
turas pueden  ser  linjidos,  pero  el  espíritu  <le  la  época  y  sus  formas  esteriores  deben 
describirse  con  suma  exactitud.  En  este  sentido  no  hay  escritor  wa»  clcuico  que  Walter 
Scolt,  porque  no  perdonará  ni  una  pluma  en  la  garzota  del  yelmo  de  un  guerrero» 
ni  una  cinta  en  el  >estido  de  una  hermosa,  y  a^i  debe  ser,  si  se  quiere  coiioccr  cnme- 


[1591 

dio  del  interés  novelesco  las  sociedades  que  ya  lian  pasado:  si  se  quiere  dar  al  lector 
el  placer  y  la  utilidad  de  hallarse. enmedio  de  los  hombres  qtie le  lian  precedido. 

Estas  son  las  condiciones  esenciales  de  la  novela  histórica.  Es  necesario,  i>ucs,  para 
llenarlas,  hacer  antes  un  estudio  profundo  de  la  época  que  ha  de  describirse.  ¿Em- 
prenden este  trabajo  tos  actuales  escritores  de  este  género  de  novelas? 

ARTÍCULO  II. 

Sucedió  con  este  p<^nero  lo  que  sucede  generalmente  con  todas  las  obras  de  entre^ 
tenimiento.  El  verdadero  genio  las  crea,  y  la  mediania  ó  la  ineptitud  las  desacredita. 
Eülo  ha  sucedido  en  todos  tiem|>os;  pero  debe  ser  mascomtm  en  nuestro  siglo,  porque 
«hora  en  todo  se  especula;  y  apenas  una  cosa  es  de  moda  llueven  empresarios  que 
por  interés  ó  por  ambición  la  bcnefirian  ó  por  mejor  decir  la  exajeran  y  ridiculizan. 
Walter  Scott  esrrttiió  novelas  históricas,  cuyo  mérito  es  reconocido.  Eslo  basta  para 
que  no  haya  hijo  de  buen  padre  que  no  se  crea  llauíado  á  fastidiar  la  edad  presente 
(porque  á  la  futura  no  llegarán  sus  producciones)  con  los  delirios  de  su  fantasía.  En 
Taño  se  les  dirá  que  si  Fenelon,  fiartelemy  y  el  novelista  escocés  han  con.seguido  tan 
jnsta  celebridad,  la  deben  á  sus  vastos  conocimientos  en  la  erudición  y  en  la  historia. 
£1  genio,  responden,  no  necesita  de  enseñanza  ni  de  trabajo:  bástale  su  misión  de  en- 
señar al  género  humano.  Con  ella  se  forman  los  poetas,  los  novelistas,  los  escritores 
que  son  la  delicia  de  la  humanidad.  Este  lenguaje,  mezcla  ridicula  de  fatuidad  y  de 
nipocresia,  es  muy  diverso  del  tono  modesto,  noble  y  no  pocas  veces  chistoso  de  los 
prólogos  de  Walter  Scott;  el  cual  proclamó,  no  una  sola  vez,  como  al  mejor  escritor 
en  su  género,  al  inmortal  Cervantes. 

Para  dar  un  ejemplo  de  la  manera  con  que  en  el  dia  se  escriben  las  novelas  histó- 
ricas, citaremos  una  que  se  inserta  en  el  folletín  de  la  Prefije,  perifklico  de  Paris,  de 
los  días  36  de  Mayo  último  y  siguientes.  Su  título  es  el  ¡lijo  de  la  vntdednra  df  barqtiillnit: 
su  autor^  S.  Enrique  Berthoud.  ¿Quien  creeria  que  en  un  asunto  tan  tenue  se  ocultara 
nada  menos  que  la  terrible  sombra  de  Felipe  liY  Pero  esa  es  otra  moda  d<>l  dia,  amino- 
rar y  envilecer  todo  lo  que  ha  habido  grande  en  las  edades  que  nos  han  precedido. 

l>f*sfle  el  principio  ya  da  muy  fundadas  sospechas  de  inexactitud  el  autor  de  una 
novela  histórica,  cuando  toma  los  personajes  de  una  nación  que  no  es  la  siiva;  porque 
no  puede  suponerse  en  él  un  conocimiento  profundo  del  periódico  «jue  va  á  dchcribir. 
Eslo  es  cierto  hablando  en  general;  y  mucho  mas  cierto  hablándose  de  un  escritor 
francés  con  respecto  á  la  historia  de  España ;  porque  no  conocemos  un  solo  autor  de 
aquella  nación  que  haya  comprendido  bien  la  nuestra.  Sabemos  que  Walter  Scott 
describió  en  una  desús  novelas  le  corte  de  Luis  Xt;  y  á  nuestro  entender  la  desiTi- 
bié  muy  bien,  aunque  en  esta  materia  estamos  dispuestos  á  someter  nuestro  juicio 
ai  de  los  franceses  instruidos.  Pero  Walter  Scott  escríbia  concienzudamente,  v  habia 
estudiado  con  cuidado  el  periodo  de  que  hablaba.  Veamos  si  el  autor  del  Hijo  de  /arrii- 
Mura  de  biirqitiUos  ha  hecho  lo  mismo  con  respecto  á  los  reinados  de  Felipe  H  y  Fe- 
lipe III. 

Fácilmente  le  perdonamos  que  suponga  á  Felipe  II  homicida  de  su  hijo  el  prín- 
cipe 1).  Oírlos;  pu(*s  aun(|ue  el  hecho  es  falso,  se  ha  re[)eIido  tantas  veces  por  los 
historiadores  que  eran  enemigos  personales  suyos  v  de  nuestra  nación,  que  no  pue- 
de culparse  de  esta  suposición  á  un  novelista  del  siglo  XIX;  {Hinpie  la  misma  gene- 
ralidad del  error  sirve  de  escusa  á  los  pintores  y  á  los  poolas.  Mas  digno  de  censura 
es  que  suponga  al  mismo  rey  culpable  en  la  muerte  de  su  espo.sa  Isabel  de  la  Paz; 
porque  hay  un  argumento  muy  fuerte  contra  esta  calumnia,  y  es  la  predilección  co- 
nocida de  Felipe  á  tsabel  Clara  Eugenia,  hija  <le  entrambos  ,  y  todos  los  que  conoz- 
4tan  el  carácler  de  aquel  monarca,  y  aun  el  que  han  qiuTÍdo  atribuirle  sus  enemigos, 
hallarán  muy  improbable  su  amor  decidido  á  una  hija,  cuya  madre  pereció,  según 
dicen,  victima  de  sus  celos.  No  está  en  la  naturaleza  que  se  ame  con  tanto  estremo 
el  fruto  de  una  mujer  que  ha  dado  lugar  á  tan  crueles  sospechas. 

Fero  lo  que  no  puede  disimularse  es  que  le  atribuya  también  la  muerte  de  su 


[ICO] 

murta  esposa  Dona  Ana  de  Austria.  Esta  imputación  infame  es  enteramente  gratuita. 
Ana ,  educada  con  )a  sevaridad  propia  de  í^u  familia  y  de  su  pais,  no  presentó  dI 
pudo  presentar  uin^run  motivo  á  la  suspicacia  de  su  marido.  Hermosa,  fecunda,  do- 
tada de  dignidad  y  de  virtudes  cristianas,  no  cuenta  la  historia  que  le  diese  otro  pe> 
sar  sino  el  de  su  temprana  muerte,  quescesplica  con  bastante  probabilidad  por  su 
i-oHiplexion  delicada,  sus  frecuentes  partos,  y  sobre  todo  la  cruel  enfermedad  qse 
tu\o  después  de  uno  de  ellos,  déla  cual  estuvo  deshauciada,  y  convaleció  casimí- 
la(;rosamenle.  (lastaba  casi  todo  el  tiempo  en  bordar  con  sus  damas,  y  aun  quizá 
se  conserve  la  coljradura  que  se  ponia  en  la  capilla  real  en  los  dias  de  mayor  lu* 
cimiento  y  que  del  nombre  de  su  artífícese  llamaba  colgadura  de  Doña  Ana,  Acom- 
pañó al  rey  en  15^0  á  Badajoz,  <;uando  la  espcdiciou  de  Portugal.  Felipe  cayó  enfer* 
iiio,  y  su  esposa  manifestó  el  deseo  de  que  el  cielo  tomase  su  vida,  dejando' salva  la 
del  rey.  Asi  se  veriiicó.  El  rey  convaleció,  y  Ana  contrajo  la  enfermedad  que  la  lle^'ó 
al  sepulcro.  Su  esposo  no  pasó  después  de  su  muerte  á  otras  nupcias,  apesar  de  ha- 
berla sobrevivido  18  anos. 

Imputar,  pues,  á  Felipe  II  la  muerte  de  esta  esposa,  á  todas  luces  tan  amable,  » 
suponerle  no  solo  despojado  de  todo  sentimiento  de  humanidad,  sino  tanibieu  deseo- 
tiüo  comim;  lo  que  nadie  ha  creido  jamas  de  este  monarca.  Los  hombres  como  él  do 
cometen  atrocidades  iniíliles. 

Pero  esto  es  nada.  La  osadía  de  nuestro  novelista  llega  hasta  suponer  que  el  casa- 
miento de  Felipe  III,  hijo  y  h<Tedero  del  11,  con  Margarita,  archiduquesa  de  Aus- 
tria, fue  clandestino,  se  hizo  en  Madrid  viviendo  Felipe  11  y  sin  su  noticia,  en  vir^ 
tud  del  amor  que  esta  princesa  había  ins|)irado  al  joven  principe  cuando  este  viajó 
por  Austria;  en  fm,  que  Felipe  11,  en  su  lecho  de  muerte,  aprobó  aquella  unión,  no 
por  complacer  á  su  hijo,  sino  por  castipir  á  su  nuera,  permitiendo  que  fuese  la  mujer 
del  mas  bajo  y  despreciable  de  los  hombres ;  porque  tal  pinta  al  virtuoso  é  inocente 
Felipe  111. 

En  todo  esto  no  hay  una  sola  palabra  de  verdad ,  todo  es  fínjido;  y  aquí  la  ficción 
no  sirve  para  producir  bellezas,  sino  para  presentar  monstruosidades  murales,  que 
ni  aun  tienen  el  mérito  de  la  enerjia  que  suele  ennoblecer  aun  á  los  crímenes.  Feli- 
pe 111  jamas  salió  déla  península,  ni  siendo  príncipe,  ni  siendo  rey.  Su  casamiento  con 
Margarita  de  Austria  fue  tratado  por  su  padre  Felipe  II  de  la  manera  que  se  tra- 
tan los  de  ios  principias.  El  re\  de  España  pidió  para  su  hijo  una  de  las  dos  archidu- 
quesas Leonor  ó  Margarita.  Maria  de  Haviera,  madre  de  ambas,  elijió  á  la  menor, 
que  era  Margarita,  porque  su  complexión,  mas  fuerte,  daba  esperanzas  de  mas  se- 
guridad en  la  siiccesion.  Y  Margarita,  á  quien  el  novelista  francés  pinta  como  UM 
iiiiijer  liviana,  ambiciosa  é  intrigante,  quedó  tan  sobrecojida  de  la  elección  que  la 
ele>aba  al  trono  mas  poderoso  entonces  de  la  tierra  ,  que  suplicó  á  su  madre  que  en- 
riase en  su  lugar  <1  su  hermana  mayor.  Felipe  11  falleció  cuando  ya  Margarita  se 
liabia  |)uesto  en  camino  para  pasar  á  España  en  compañía  del  archiduque  Alberto, 
(sposo  de  la  infanta  dona  Isabel  Ciara  Eugenia.  El  Papa  Clemente  VIII  salió  á  ciim- 
I  linientarla  á  su  paso  por  Ferrara,  y  la  casó  por  poderes.  Pasó  después  á  Genova 
lionde  se  embarc('>,  tomó  tierra  en  Vinaroz  y  se  ceh^braron  en  Valencia  las  bodas  de 
Felipe  III  y  las  de  su  hermana  la  infanta  fsabel  Clara.  Margarita  hizo  á  su  marido 
|)adn*  de  numerosa  y  florida  succesion ;  pero  falleció  después  de  doce  años  de  matri- 
monio, á  los  :27  de  su  edad ,  llorada  de  su  esposo  que  no  volvió  á  casarse,  y  de  todo 
(1  reino  (|ue  la  adoraba  por  sus  prendas,  por  su  amabilidad  y  por  su  inexausta  b^ 
neíicencia. 

Y  ¿es  esta  la  primera  aiistriaca  que  tendió  lazos  al  príncipe  de  España  para  co- 
jerle  en  sus  redes,  y  satisfacer  así  su  ambición:  que  no  desdeñó  la  galantería  de  un 
grande  de  España  que  podia  serle  útil;  que  casó  clandestinamente  con  Felipe  III  «vi* 
viendo  todavía  su  padre,  y  en  Madrid,  donde  habia  vivido  para  atraerle  á  tan  ridi- 
cula unión?  ¿Y  á  este  cúmulo  de  delirios  se  atreve  á  llamar  ai/er(/o/a  el  novelista  de 
nuevo  cuño?  ¿Cuól  ha  podido  ser  su  intención  al  escribir  tan  infames  patrañas?  ¿Cuál? 
La  de  contribuir  con  su  óUolo  á  la  buena  obra  de  deshonrar  los  reyes  y  las  familias 
reales;  y  realzar  las  virtudes  del  hijo  de  la  que  vende  barquillos  con  el  contraste  de 
los  vicios  y  maldades  de  los  grandes  del  siglo.  Para  un  objeto  tan  edificante  todo  es 


licito /todo  es  honrado;  hasta  el  oprobio  moral  de  la  calumnia :  hasta  el  oprobio  lite- 
rario de  la  ignorancia  en  la  historia. 

ARTÍCULO  111. 

JjASTAN  los  absurdos  históricos  ya  notados  para  convencernos  déla  snpina  ignorancia 
del  autor  déla  novela  citada.  Mas  si  á  lo  menos  hubiese  tenido  mas  felicidad  en  la 
descripción  de  los  caracteres  j  de  las  costil mlires:  si  hubiese  siquiera  consultado  á 
los  novelistas  y  dramáticos  españoles,  fíeles  ecos  de  las  ideas  y  sentimientos  de  aqnet 
s¡|;lo ,  se  le  hubieran  podido  perdonar  á  favor  de  la  fidelidad  de  las  descripciones  ,  los 
disparates  de  la  romposirion  de  la  fübula.  Pero  nada  hay  de  eso.  Los  caballeros  de 
la  corte  en  aquella  época  eran  modelos  de  lealtad,  de  valor,  de  respeto  á  las  damas, 
de  honor  y  de  generosidad;  y  los  dos  que  introduce  el  novelista  pueden  aprender  del 
hijo  de  la  barquillera  le<TÍones  de  todas  aquellas  virtudes:  tan  tiraidos  son,  tan  bajos, 
pérfidos  y  despreciables.  ¿Quién  es  un  conde  de  Fuentes,  á  quien  pinta  viejo  y  ridi- 
culamente enamorado  de  .Margarita,  cuando  nadie  ignora  que  se  veneraba  entonces 
la  sangre  de  nuestros  reyes  con  un  respeto  relijioso?  Y  ¿cuál  era  el  gran  preboste  de 
la  corte  de  Felipe  11?  ¿Cree  el  autor,  ó  ha  querido  hacer  creer  á  sus  lectores  que 
el  empleo  de  verdugo  era  una  dignidad  en  el  palacio  de  España  como  lo  fue  en  el 
de  Luis  XI?  Y  /(juién  le  ha  dicho  que  el  duque  de  Lerma  no  fue  mas  que  un  intri* 
gante  subalterno  ,  un  caballero  indigno,  capaz  de  favorecer  el  matrimonio  clandes- 
tino del  heredero  de  la  corona  para  granjearse  su  gracia,  y  de  malquistar  después  á 
Margarita  para  quitarle  toda  participación  en  el  gobierno,  participación  que  ninguna 
reina  de  España  solicitó  ni  obtuvo  desde  Isabel  la  Católica  hasta  Mariana  de  Austria* 
segunda  esposa  de  Felipe  IV? 

Estamos  lejos  de  mirar  al  célebre  valido  de  Felipe  III  como  un  modelo  de  mi» 
nistros;  pero  si  no  tuvo  ideas  exat^tas,  muy  poco  generalizadas  entonces  en  materia 
de  administración  interior :  si  dejó  cundir  el  cáncer  del  lujo  y  de  la  ociosidad  que 
empezaba  ya  á  devorar  á  España:  si  aumentó  con  la  espulsion  de  los  moriscos  el  atraso 
de  la  agricultura;  en  fin  ,  si  se  valió  de  esta  medida  política  {y  esta  es  la  principal 
acusación  que  puede  hacérsele)  para  enriquecer  á  sus  amigos  y  criaturas ,  la  historia 
imparciai  no  pueble  negarle  el  mérito  de  haber  sabido  poner  límites  á  las  adquisicio- 
nes de  la  monarquía,  y  de  haberla  conservado  en  el  puesto  que  la  dejó  Feli|)e  II,  es 
decir,  en  el  principal  de  Europa.  El  que  terminó  sin  menoscabo  del  honor  nacional, 
la  guerra  de  Flandes  ([uc  devoraha  nuestra  población  y  nuestros  tesoros :  el  que  sos- 
tuvo nuestra  supremacía  política  en  Francia,  ílalia  y  .Vlemania  :  el  que  se  opuso  cons- 
tantemente á  los  esfuerzos  del  duque  de  Osuna ,  del  marqués  de  VÜlafranca  y  de 
otros  guerreros  ilustres  que  deseaban  dar  nuevos  aumentos  á  la  monarquía,  ya  de- 
masiado grande,  por  el  espíritu  que  aun  conservaban  de  la  escuela  política  y  mili- 
tarde  Carlos  V,  no  era  cierlamimle  un  intrigante  subalterno.  Su  divisa  lue  conservar  lo 
adquirido  y  esa  era  la  máxiuia  mas  saludable  para  España  en  aquella  época.  Ojala  la 
hubiese  adoptado  su  succesor  el  conde  duque  de  Olivares,  cuyo  furor  belicoso  fue  la 
causa  de  i\ue  decayese  el  poder  Español. 

Pero  á  ninguno  trata  con  mas  injusticia  el  novelista  francés  que  á  Felipe  III.  Sa- 
bemos que  educado  en  la  ríjida  corle  de  su  padre,  profesaba  el  mayor  respeto  y  ve- 
neración á  este  monarca.  Pero  ¿qué  hecho,  ó  qué  esprcsion  suya  puede  justihcar  el  ca- 
rácter, bajamente  tímido,  <pie  se  le  atribuye  en  la  anécdota*Í  Ninguno,  absolutamente 
ninguno.  Cuando  ascendió  al  trono  gobernó  su  inmensa  monarquía  con  apacibilidad 
y  justicia.  Poseía  en  alto  grado  las  virtudes  cristianas;  era  sevcrísimo  para  sí  mismo; 
pero  manso  y  benigno  para  los  demás.  Ningún  acto  de  rigor  que  pudiera  parecer 
cruel;  ninguna  sedición  qne  perturbase  la  tranquilidad  pública;  ningún  desorden  ó 
desgracia  notable  mancilló  su  reinado,  sino  la  espulsion  de  los  moriscos ,  cuyas  causas 
políticas  mejor  apreciadas  en  aquel  siglo  que  en  el  nuestro,  no  es  necesario  referir 
aquí. 

Felipe  III  no  poseia,  es  verdad,  de  las  calidades  propias  de  un  rey,  mas  que  el 


[162] 

«mor  de  la  jn^lírin.  Pero  esta  era  nafíciente  entonces  en  unanacion  quieta,  leal  7  fa- 
lerosa,  t  con  un  minislro  que  coincidia  con  »u  monarca  en  el  sistema  político  cim  res- 
pecto á*^  las  demás  poloncias  de  Europa.  El  defecto  principal  de  uno  y  otro  fue  la  falta 
de  ideas  en  niateria  de  administración;  pero  esta  ignorancia  era  entonces  común.  Sa 
reinado  no  fue  tan  brillante  como  el  de  su  padre  y  abuelo:  mas  tampoco  fue  tan  infe- 
liz como  el  de  su  hijo  y  el  de  su  nieto.  Ni  puede  culparse  enteramente  á  Felipe  III  de 
falta  de  enrrjia:  la  tuvo  y  muy  señalada,  cuando  apartó  de  su  gracia  al  privado,  que 
recelando  ser  derribado,  aceleró  su  ruina  por  la  precaución  que  tomó  de  envolverse  ea 
la  púrpura  cardonali<!Ía.  Felipe  se  ofendió  de  esta  desc^onfianza,  v  de  la  independencia 
personal  que  con  el  nuevo  título  adquirió  el  duque  de  Lerma.  fa  espresion  pues  del 
de  Osuna,  que  llamaba  á  este  rey  el  tambor  mayor  de  la  monarquía,  no  era  exacta.  Era 
solo  un  despique  de  que  no  se  le  permitiese  encender  nuevas  guerr;i8  en  Italia. 

Mejor  descrito,  bajo  cierto  punto  de  vista,  se  halla  en  la  novela  el  carácter  de  Fe- 
lipe II;  no  porque  creamos  las  atrocidades  ni  la  malignidad  que  se  le  atribuyen,  pero 
suyo  era  el  espíritu  de  dominación  y  la  enerjia  do  un  alma  nacida  en  el  mando  7  acos- 
tumbrada á  el,  que  el  autor  pinta  en  su  lecho  de  muerte.  Felipe  tuvo  la  desgracia  de 
que  se  creyesen  todas  las  maldades  que  sus  enemigos  le  acumularon,  porque  colo- 
cado perpetua  ni  on  le  en  el  poder,  nunca  se  olvidó  de  que  era  rey  para  descenderá 
ser  hombre.  Poseía  grandes  prendas  y  virtudes  de  monarca;  mas  no  cultivó  las  de  la 
humanidad.  Asi  fue  mas  respetado  que  querido. 

Dudamos  mucho  que  hubiese  asistido  á  un  auto  de  fe\  que  es  el  primer  episodio  da 
la  novela.  Seguramente  no  honran  á  nuestra  nación  aquellas  tristes  escenas ;  pero  la 
que  no  tenga  manchados  sus  anales  con  el  fanatismo  y  la  intolerancia,  que  nos  tire  la 
primer  piedra.  Los  furores  de  los  anabaptistas  de  Alemania,  de  los  puritanos  de  Ingla- 
terra y  de  los  católicos  y  hugonotes  en  Francia  derramaron  mucha  mas  sangre  y  causa- 
ron mayores  estragos  en  estos  países  que  la  inquisición  en  España.  El  mal  peculiar  y 
esclusivo  de  la  inlolcrancia  española  fue  el  obstáculo  <iuc  aquel  tribunal  opuso  i  los 
progresos  del  entendimiento  humano.  Asi  las  otras  naciones,  apenas  el  cansancio  délas 
calamidades,  y  el  escarmiento  les  quitaron  las  armas  de  la  mano,  caminaron  con  pasos 
rápidos  en  gobierno,  arles,  ciencias  y  civilización;  y  España ,  que  había  sido  la  prime- 
ra en  casi  todos  los  ramos  del  saber,  se  quedó  atrás  á  luuy  larga  distancia ,  apesarde  la 
profundidad  en  eltalentoyde  la  lozanía  en  la  imajinacion  quecaraclerizaá  sus  habitantes. 
Pero  volvamos  á  nuestro  propósito,  ha  novela  de  que  hablamos  es  falsa  entera- 
mente en  los  hechos  de  la  historia,  falsa  en  la  descripción  de  los  caracteres,  falsa  en  la 
de  los  usos  y  costumbres.  Y  sin  embargo  su  autor  tiene  pretensiones  de  novelista  históri- 
co; pues  la  Wama  a nerdnia^  y  cita  en  su  apoyo  un  cronista  desconocido,  llamado  Derhampt^ 
de  cuya  existencia,  á  vista  de  tantas  falsedades ,  se  nos  permitirá  que  dudemos.  No  doi 
parece  que  es  esta  la  manera  de  iuiilar  á  Walter  ScoU. 

Acaso  se  responderá  á  nuestra  censura  que  es  lícito  al  poeta  y  al  novelista  dettfigwrer 
los  hechos.  Nosotros  no  les  concedemos  uias  licencia  que  la  de  rnibelteccHos ,  añadiendo 
episodios  probables  que  se  liguen  é  incorporen  con  ellos.  Todavía  es  menos  licito  det- 
ligumr  los  caracteres:  nos  reiríamos  d<'l  (|ue  nos  pintase  á  César  cruel  ó  á  Nerón  clemente. 
Hay  dos  razones  muy  podero.sas  para  no  conceder  semejante  licencia. 
La  primera  es,  ([ue   lc»s    nombres  de  los  personajes  históricos  se  han  llegado  ya  h 
identificaren  el  leiiguiije  común  con  las  cualidades  dominant«^s  en  su  carácter,  de  mo- 
do qiu)se  usa  frecuentemente  por  antonomasia  de  los  primeros  para  denotar  las  segun- 
das. Ahora  bien,  ni  al  poeta  ni  al  novelista  es  licito  alterar  el  valor  recibido  de  las  vo- 
ces. Jamas  se  podrá  pintar  á  Aquíles  cobarde,  por  la  misma  razón  que  no  se  puede  decir 
de  un  cobarde  á  no  ser  irónicamente, <>«  \m  if¡iiilrs, 

Ijk  segunda  razón  es  todavía  de  mas  importancia  si  comparamos  el  inmenso  número 
dolos  lectores  de  novelas  con  el  c  Ttisimode  los  ()ue  estudian  la  historia.  Los  primeros 
no  ven  en  las  obras,  enteramente  finjidas,  como  Tomás  Jones,  Pérsiles,  (irandisson,  mas 
()ue  libros  de  entretenimiento;  pero  si  la  novela  es  histórica  no  tienen  medios  de  evitarlos 
eiTores  en  que  los  hagan  caer  sucesos  desíigiirados  ó  caracteres  mal  descritos,  y  asi  una 
gran  parle  de  la  sociedad  culti  se  imbuirá  de  preocupaciones  ridiculas  ó  perniciosas  eo 
laatcria  de  historia  ó  de  moral ;  porque,  generalmente  hablando  ,  no  se  falsifican  los  lie- 
dlos ni  ios  caracteres  históricos,  sin»  pira  pervertir  las  ideas  ó  lus  sentimientos  mora- 


[1 68] 

les.  Pero  «un  caando  Mmejante  falsificación  no  prodajeae  otro  mal  qoe  d  de  prooa* 
far  errores  históricos ,  ya  este  es  por  si  bastante  considerable.  ¿Cuántas  lectoras  na* 
brá  en  Francia  (▼  por  desgracia  aun  en  Es|>aña)  que  fiadas  en  el  folletín  de  la  PreM^ 
7  eo  el  historiador  Dechamps ,  creerán  liviana  y  perversa  mujer  á  la  esposa  de  Fe* 
Kpe  III,  euyas  virtudes  inmortalizó  nuestro  Jáuregui  en  una  escelentc  canelo»! 


LEYEIAS  ¥  NOVELAS  JEREZANAS. 


E 


SJE  libro  contiene  tres  novelas,  cuyos  titules  son:  El  Pendón  y  hnGitamm^  El 
€rUtiano  y  la  Mora. 

EX  objeto  dd  autor  ba  sido  sin  duda  dar  noticia,  con  el  prelesto  de  escribir  no- 
velas, de  varios  hechos  históricos  interesantes ,  y  describir  las  costumbres  de  las  ^m>- 
ras  á  que  se  rePiercn  sus  fábulas ;  en  tina  palabra ,  introducir  en  nuestra  literatura 
el  f enero  de  Walter  Scott.  In  magnis  voluUsesat  est. 

Este  género  tiene  dos  condiciones  esenciales :  la  verdad  en  los  hechos  histiórícos 
y  en  la  descri|)cion  de  las  costumbres ,  y  el  interés  en  la  fábula.  Nosotros  somos  mas 
capaces  de  juzgar  este  libro  bajo  el  segundo  aspecto  que  bajo  el  primero,  porque 
la  erudición  es  riqueza  de  muy  pocos ,  y  los  sentimientos  de  la  humanidad  son  co- 
munes á  todos  los  hombres. 

Todas  tres  novelas  nos  han  inspirado  interés ;  pero  mas  que  todas  la  última,  en 
la  cual  lidia  el  valor  y  el  mérito  contra  el  fanatismo  relijioso ,  exaltado  por  la  des- 
gracia. £1  amor  del  cristiano  y  la  mora  interesa  por  las  circunstancias  estraordina- 
rias  en  que  nació ,  por  su  pureza  y  verdad ,  y  por  los  peligros  y  obstáculos  que  se 
opusieron  á  él ;  mas  no  por  eso  deja  de  conmover  el  corazón  el  carácter  indomable 
de  Abenjuc ,  qne  ahoga  todos  los  sentimientos  de  la  naturaleza  por  obedecer  á  otros 
mas  imperiosos  en  una  alma  sincera  y  bárbara  como  la  suya :  el  fanatismo  y  la 
venganza. 

I^  acción  de  los  Gitanos  viene  á  ser  en  el  fondo  la  de  la  Gitanilla  de  Cervantes. 
La  del  Pendón  está  bien  dirijida ;  pero  los  episodios  son  demasiado  largos,  y  muv 
innoble  el  rival  de  Fernandez.  Tiene  mucho  mérito  el  artificio  de  ^fartin  para  haceV 
que  su  amo  fuese  al  castillo  de  Gigouza,  donde  debia  perder  la  libertad  de  sn  co- 
razón. 

Los  diálogos  son  vivos ,  los  caracteres  bien  sostenidos ,  la  elocución  fácil ,  gracio- 
sa ,  y  generalmente  hablando ,  correcta ,  mas  correcta  que  la  que  suele  usarse  en  las 
obras  españolas  de  esta  clase.  Son  muy  raras  las  espresiones  que  indican  en  el  autor 
la  costumbre  de  leer  novelas  francesas  ó  traducidas  del  francés. 

Está  bien  pintado  el  orgullo  y  pundonor  de  los  caballeros  de  aquella  época;  pero 
ron  licencia  del  autor  nos  parece  que  la  gente  ordinaria  del  siglo  á  que  se  refiere 
en  el  Pendón  no  tenia  las  pésimas  costumbres  ni  la  abyección  que  se  le  atribuye. 
Este  abatimiento  é  inmoralidad,  e^iai  pillería ,  que  nos  parece  la  voz  propia,  no  es 
de  aquel  siglo :  pertenece  á  épocas  posteriores ,  y  corresponderia  mejor  á  vasallos  y 
Tíllanos  de  algún  Señor  feudal  de  Francia  ó  de  Italia  en  la  edad  media ,  que  á  los 
■vecinos  de  Jerez ,  cuando  esta  dudad  era  frontera  de  los  moros. 

Es  menester  no  equivocarse.  Nada  de  cuanto  digan  ó  finjan  las  historias  y  nove- 
las francesas  ó  inglesas  sobre  el  feudalismo  de  la  edad  media  puede  aplicarse  á  los 
ricos  hombres  y  caballeros  castellanos.  Jerez ,  ciudad  realenga,  con  su  réjimen  mu- 
nicipal ,  con  su  milicia  concejil ,  acostumbrada  á  pelear  diariamente  con  los  moros, 
debía  contener  en  su  seno  una  población  valiente,  laboriosa ,  morijerada  y  poco  de- 


[tU] 

pendiente  do  la  nobleza.  Es  pintura  miij  fiel  de  la  época  la  parte  que  lomó  el  pneUo 
en  la  reyerfn  de  los  rnballoros  que  disputaban  sobre  cuál  habia  de  llevar  el  pendón 
en  la  procesión  ,  mas  no  lo  es  la  bistoria  de  los  tornilleros  que  vuelven  fujitivos  éá 
campo  á  robar  j  emborracharse.  No  basta  que  un  suceso  sea  probable  para  que  911 
inserte  en  esta  clase  de  novelas :  es  menester  que  sea  <;onformc  á  las  costumbres  del 
tiempo ;  j  dificilmento  se  probará  que  en  el  si);lo  XIV  habia  esa  especie  de  pillos  en 
Jerez. 

Mejor  y  con  mas  verdad  están  descritas  en  la  segunda  novela  las  costumbres  de 
los  gitanos ,  que  desde  que  aparecieron  en  el  occidente  europeo  no  han  variado  de 
carácter  ni  de  hábitos;  y  en  la  tercera  el  odio  y  la  intolerancia  del  vulgo  cristiano  á 
los  sectarios  de  Mahoma. 

í^a  principal  enhorabuena  que  podemos  dar  al  autor  es  la  de  haber  inspirado  el 
principal  interés  á  favor  de  las  personas  virtuosas,  y  no  haber  presentado  á  sus  lec- 
tores cuadros  de  atrocidades  gratuitas;  pues  las  de  Abenjuc  están  suficientcmeati 
fundadas  en  la  venganza  del  honor  y  ea  la  barbarie  del  fanatismo.  Tampoco  aoslit 
aflijido  con  el  espectáculo  degradante  del  hombre  moral ,  vencido  si€*mpre  en  la  la- 
cha de  la  pasión  con  el  deber:  espectáculo  tan  común  en  las  novelas  y  dramas  que 
ahora  se  llaman  romdnticat.  Ia>s  af(H;tos  que  intervienen  en  las  novelas  de  este  to- 
mito  son  el  amor  verdadero,  el  valor  generoso,  el  patriotismo;  y  el  resultado  y  la 
<'atástrofe ,  asi  como  las  reftexioncs ,  son  siempre  favorables  á  los  seatimieotos  vir- 
tuosos. 

Insistimos  tanto  en  la  necesidad  de  respetar  y  favorecer  en  esta  clase  de  compo- 
siciones populares  la  virtud  y  las  buenas  costumbres,  porque  estamos  persuadidos  de 
que  son  los  libros  que  mas  frecuentemente  lee  la  juventud.  V  en  vano  se  dirá  que 
para  ella  solo  son  objeto  de  un  entretenimiento  sin  consecuencia.  No  puede  carecer 
nunca  de  importancia  moral  la  descripción  del  hombre,  de  sus  sentimientos ,  de  sos 
prendas  y  de  sus  debilidades.  Está  en  manos  del  escritor  de  una  novela ,  si  tiene  d 
tálenlo  de  su  profesión ,  dirijir,  aunque  solo  sea  por  algunos  momentos,  el  instinto 
moral  de  sus  lectores ,  que  son  casi  todo  el  bello  sexo  y  casi  todos  los  jóvenes  del 
varonil.  Esta  dirección  puede  ser  buena  ó  mala;  puede  influir  en  el  giro  que  tornea 
las  máximas  y  sentimientos  individuales;  puede  en  ciertas  circunstancias  decidir  de 
la  suerte  futura  del  lector.  No  nos  es  desconocido  el  carácter  que  imprimió  á  la  Jp- 
ventud  española  la  le<*tura  de  los  libros  de  caballerías.  Tampoco  ignora  nadie  el  f^ 
simo  efecto  de  ciertas  novelas  que  bajo  el  prelesto  de  inocular  el  sentinumtali$mo^  pre- 
sentan á  la  iniajinacion  exaltada  del  joven  un  mundo  ideal ,  cuyo  menor  inconve- 
niente es  hacerle  desconocer  la  sociedad  verdadera  en  que  se  vea  obligado  á  vivir. 
Seria  necesario  el  genio  de  Cervantes  para  presentar  bajo  el  aspecto  ridiculo  que  tie- 
nen los  Quijotes  de  uno  y  otro  sexo ,  que  ha  vuelto  locos  el  furor  de  la  tensibUidad* 

£1  autor  en  el  prólogo  que  antecede  á  sus  novelas  inserta  dos  diálogos  entre  él 
y  dos  literatos,  uno  clásico  y  otro  romántico ,  á  los  que  supone  infatuados  y  locoi 
por  sus  respectivos  sistemas.  Sucedió  lo  que  sucede  en  casos  de  la  misma  especie,  J 
siempre  que  hay  pugna  de  partidos.  El  primero  condenó  sus  novelas  por  clásicas  y  el 
segundo  por  románticas.  La  verdad  es  que  una  y  otra  espresion  es  impropia.  Aooete 
rmndntica  es  un  pleonasmo;  porque  ¿á  qué  ha  de  parecerse  una  novela  mas  bien  qae 
á  una  novela/  \rmnah).  El  epíteto  dánico  m\  ha  aplicado  á  muy  pocas  composiciones 
de  este  género  ,  como  son  las  nomla$  de  Ccnmiites ,  el  Telénaco  de  Fenelon  y  algunas 
otras  que  son  modelos  de  lenguaje,  y  que  no  pueden  dejar  de  estudiar  los  qué  quie- 
ran aprender  el  idioma  del  pais  en  que  se  escribieron.  Toman  el  nombre  de  cldsicat 
de  las  clases  de  lenguas  y  de  literatura  en  las  cuales  se  estudian.  Y  esto  bastará  para 
convencerse  del  poco  conocimiento  y  la  ninguna  oportunidad  con  que  han  aplicado 
sus  denominaciones  nuestros  modernos  humanistas.  Es  verdad  que  si  examinamos  sa 
manera  de  escribir  no  parece  que  han  saludado  los  escritores  clásicos  del  idioma  cas* 
tollano. 

No  contaremos  en  el  número  de  estos  al  autor  de  las  presentes  novelas ;  pero  di- 
remos en  obsequio  de  la  verdad  y  de  la  justicia,  que  esceptuadas  algunas  frases  et- 
cesivamente  triviales  y  alguna  otra  que  nos  parece  galicismo  ,  su  dicción  es  bastante 
correcta  ,  mérito  muy  raro  en  el  día  y  de  primera  necesidad  en  libros  de  entreten!- 


ri65i 

¡enCo ;  lo  que  unido  al  interés  de  las  fábulas,  áJa  Tiveza  de  los  diálogos  y  á  la  ver- 
d  j  nobleza  de  los  sentimientos ,  bace  su  lectura  agradable» 


OE  u  poesía  considerada  como  ciencia. 


...Vrqne  enim  eoacluikre  Trrtooi 

BOftAT. 

I  ASTA  ahora  los  quemas  honor  han  hecho  á  la  poesía  la  han  considerado  como 
:  arte;  y  todos  conocen  la  secta  nueva  de  |>octas,  que  ñi  aun  romo  arte  quiere  con- 
lerarla ;  pues  nie^i^a  la  existencia  de  las  regias ,  y  no  reconoce  mas  principio  de 
7ríbir  en  verso  que  lo  que  sus  adeptos  llaman  inspiración,  genio^  entima«mo ,  y  algu- 
«ffitwion,  no  sabemos  de  quién.  Dejémosles,  pues,  la  libertad  de  delirar  á  todo  su 
bor;  y  convencidos  nosotros  de  que  nada  bueno  pueden  hacer  los  hombres  en  nin- 
ina  línea  sino  sometiéndose  á  ciertos  y  determinados  métodos ,  examinemos  si  las 
^as  del  arte  de  la  poesia  pueden  deducirse  de  algún  principio  general  que  la  eleve 
la  dignidad  de  ciencia. 

Mas  para  emprender  esta  investigación  se  necesita  subir  á  un  punto  de  vista  mas 
neral  y  elevado ,  y  dar  á  la  palabra  poeHa  una  significación  mas  lata  f{\\o.  la  que 
neralmente  se  le  atribuye.  Es  necesario  prescindir  del  instrumento  de  que  se  vale 
poeta  propiamente  dicho,  que  es  el  lenguaje,  y  considerar  su  profesión  como  el 
te  en  general  de  describir  lo  bello  y  lo  sublime ,  y  de  halagar  y  elevar  el  alma  con 
B  descripciones ,  ya  sean  hechas  con  la  voz  hablada  y  escrita,  ya  con  los  sonidos 

la  música ,  ya  con  el  buril ,  ya  con  los  pinceles ,  ya  en  fin ,  con  las  simetrías  geo- 
Hricas. 

Consideradas  las  bellas  artes  bajo  este  aspecto,  y  no  reconociendo  entre  ellas  mas 
ferencia  que  la  del  instrumento  con  que  describen,  es  claro  que  para  profesar  digna- 
snte  cada  una  ha  de  combinarse  el  conocimiento  del  objeto  que  se  proponen  todas, 
laber:  la  belleza  y  la  sublimidad  con  el  conocimiento  de  ios  medios  peculiares  de 
scripcion  propios  de  aquella  arte. 

Y  existiendo  reglas  y  principios  ciertos  para  la  construcción  de  las  frases  en  el 
kgnaje ,  para  la  cortibi nación  de  los  sonidos  en  la  música  ,  para  las  proporciones  de 
geometría ,  para  la  mezcla  de  los  colores  y  para  la  representación  de  las  perspec- 
aa  en  la  pintura ,  nadie  podrá  negar  que  el  instrumento  de  cada  arte  supone  una 
íncía  particular  para  su  conocimiento,  y  un  arte  respectivo  y  reglas  competentes 
ra  la  prácti<*a. 

Acaso  no  tendrán  dificultad  en  confesar  esto  los  que  quieren  introducir  la  anar* 
la  en  la  república  de  las  bellas  artos :  acaso  concederán  que  el  pintor  necesita  de 
geometría  descriptiva ,  el  poeta  de  la  gramática ,  y  el  músico  de  la  acústica ,  esto 
,  que  tienen  necesidad  de  conocer ,  no  estas  ciencias  en  toda  su  profundidad  y  es- 
ision ,  sino  los  principios  generales  que  suministran  á  las  artes.  Pero  lo  que  ellos 
ieren  que  sea  mirado  como  un  dogma  inconcuso  es  que  el  sentimiento  y  espresion 
lo  bello  y  de  lo  sublime  en  cualquier  arte  es  obra  esclusiva  del  genio  y  de  la  ins- 
racion ;  en  una  palabra ,  que  la  belleza  no  está  sometida  á  reglas ,  y  que  no  hay 
>ncia  de  la  belleza. 

Ambas  aserciones  son  inexactas :  la  primera ,  porque  si  bien  las  reglas  no  pueden 


servir  p^ra  crear  los  pensamientos  de  una  ooDtposicion ,  ajadan  infinito  é 
los  debidamente,  mostrando  los  escollos  que  deben  evitarse:  y  la  segunda,  poraneM 
hay  sentimiento  alguno  del  corazón  humano  que  no  pueda  y  deba  ser  objeto  de  las 
investigaciones  de  la  filosofía  racional ,  j  por  consiguiente  que  no  produzca  un  rama 
de  esta  vastísima  ciencia. 

¿Existe  en  el  hombre  el  sentimiento  de  la  belleza  y  de  la  sublimidad?  4 Hay  ea 
los  objetos  de  la  naturaleza  sometidos  á  nuestra  contemplación  cualidades  en  virtud 
de  las  cuales  existen  en  nosotros  las  impresiones  de  lo  bello  y  de  lo  sublime/  ¿Posee 
el  hombre  la  facultad  de  trasmitir  á  sus  semejantes  por  diversos  medios  y  con  dis- 
tintos instrumentos  las  impresiones  que  los  objetos  de  la  naturaleza  han  producida 
en  él?  ¿Puede  su  imajinacion,  elijiendo  diversos  rasgos  y  cualidades  del  variado  es- 
pectáculo del  universo ,  crear  seres  ideales  que  produzcan  en  el  ánimo  impresiones 
de  la  misma  especie  (|ue  los  objetos  bellos  y  sublimes  de  la  naturaleza?  Pues  si  as 
puede  negarse  que  existe  este  sentimiento  y  estas  facultades,  forzoso  será  también 
confesar  que  debe  ser  estudiado  y  reducido  á  principios  el  sistema  de  hechos  y  fenó- 
menos psicolójicos  á  que  da  motivo  la  propiedad  que  tiene  nuestra  alma  de  sentir  y 
reproducir  la  belleza  y  la  sublimidad.  Este  sistema  constituye  la  ciencia  de  la  poesía 
considerada  en  su  generalidad  :  ciencia  que  se  semeja  mucho  á  la  ideolojia ,  con  h 
diferencia  de  que  esta  se  versa  acerca  de  ideas,  y  aquella  acerca  de  sentimientos  é 
imájenes:  ciencia  mas  dificil,  porque  el  criterio  de  la  belleza  no  se  fija  por  racioci- 
nio como  el  de  la  verdad ,  y  es  mas  delicado  y  fujitivo ;  pero  ciencia  no  menos  cierta 
,^  exacta ,  pon|ue  se  funda  en  hechos  que  pasan  en  nuestro  interior ,  y  de  los  cualer 
todos  tenemos  conciencia. 

Todos,  sí:  porque  ¿dónde  está  el  hombre  tan  semejante  á  la  fiera,  que  00 se  haja 
complacido  algunas  veces  en  observar  la  beldad  que  el  Hacedor  ha  prodigado  tái 
generosamente  en  los  divfrsos  seres  de  la  creación? /Qué  alma  que  no  se  eleve  ten- 
diendo la  vista  á  la  inmensidad  del  firmamento?  Aun  mas  diremos  :  ese  genio  poé- 
tico ,  esa  facultad  de  reproducir  las  impresiones  agradables  ó  enérjicas ,  ese  enlusiai- 
mo ,  esa  inspiración  á  la  cual  quieren  algunos  atribuir  esclusivamente  todo  lo  bueos 
que  se  haga  en  las  artes ,  eso  don  del  ciclo ,  en  fin ,  es  mas  común  y  general  de  lo 
que  se  cree.  Existen  muy  pocos  hombres  que  no  hayan  sentido  nunca  hervir  en  si 
pecho  el  fuego  de  la  inspiración.  Cuando  algún  afecto  poderoso  se  apodera  del  alma, 
se  espresan  los  labios  (^on  lodo  el  calor  de  la  elocuencia,  y  tal  vez  con  todo  el  estro 
de  la  poesía.  Y  ademas,  ¿no  sabemos  que  el  lenguaje  délos  pueblos  en  su  infandi 
es  mas  animado,  es  mas  figurado,  es  mas  poético,  precisamente  porque  siendo  es 
aquel  periodo  mas  ignorantes,  tiene  mas  acción  sobre  ellos  el  sentimiento  y  la 
fantasía? 

Existe,  pues,  la  ciencia  poética;  pues  es  universal  en  el  género  humano  el  sen- 
timiento de  lo  India  y  de  lo  sublime  y  la  factiltad  de  reproducir  sus  impresione». 
Responder  que  .sin  esta  ciencia  ha  habido  grandes  poetas  es  no  decir  nada.  También 
se  ha  raciocinado  en  el  mundo  ,  y  .se  ha  raciocinado  bien ,  antes  de  que  fuese  co- 
nocido ni  aun  el  nombre  de  la  lójica.  También  .se  han  medido  terrenos  y  levantado 
edificios  antes  de  (jue  s<'  escrihie.sen  elementos  de  geometría.  ¿'Diremos  por  eso  que 
la  geoinelria  y  la  lójica  son  ciencias  inútiles?  ¿No  es  este  el  caso  de  clamar  coa  el 
anciano  de  Trreiu'io  :  homo  mim;  fuimatñ  nihU  a  me  aUenum  ¡ttUot  ¿(^ómo  puede  dcjarito 
.ser  importante  para  el  hombre  nada  de  lo  que  pasa  en  el  interior  del  hombre? 

Si  existe  una  ciencia  de  la  poesía ,  existe  también  un  arte  de  ella  y  las  corres- 
pondientes reglas,  porque  es  imposible  quédelos  principios  de  una  ciencia  no  w 
deduzcan  métodos  prácticos  v  lejítimos  para  hacer  bien  lo  que  puede  hacerse  bien 
ó  mal.  Estas  reglas  son  las  mismas  (|uese  deducen  de  la  naturaleza  de  los  sentimieo" 
tos  humanos  y  de  la  del  instrumento  c(m  que  se  espresan:  estas  reglas  son  las  quo 
siguieron  por  instinto,  aua(|ue  todavía  no  existie.se  el  arte,  los  llomeros,  los  Pílpaf, 
y  los  Vates  v  J^ardos  primitivos  de  los  pueblos.  P(^ro  el  instinto  es  una  norma  muv 
poro  segura  en  las  naciones  cultas  que  están  ya  escesivamente  lejanas  del  candor  é 
injcnuidad  de  la  naturaleza.  Ademas,  los  pueblos  civilizados  quieren  filosofarlo  lodo. 
¿  |)or  qué,  pues,  se  les  ha  de  impedir  el  derecho  de  raciocinar  acerca  de  las  fuentes 
de  sus  placeres  intelectuales? 


[ivn 

ero  que'  no*  ereia  safidentopara  la  bovdM  de  una  compo8Í«*ioo  alfuiios 
deacrípcioneg.  felices ,  reasumió  toda  esU  doctrina  cuando  dijo  c 

■ 

Rtm  libi  toeratiem  poierufU  otündert  charla. 

recto,  el  eistüdio  del  hombre,  objeto  principal  de  la  filosofla  de  Sdcrate», 
sde  auxiliar  del  genio  poético.  Sin  aquel  estudio  la  inspiración  tvda ,  como 
el  mismo  Horacio ,  no  podrá  dar  á  luz  bellezas  del  prirocr  orden. 
\  tiempo ,  pues,  de  que  cese  esa  nueva  preocupación  nacida  en  nuestros  dias, 
*ne  inútil  el  estudio  y  las  reglas  para  sobresalir  en  la  poesía ;  y  sí  semejante 
I  podria  ni  aun  decirse  de  un  pintor,  de  un  músico ,  de  un  arquitecto ,  ¿cómo 
que  se  diga  de  los  que  se  ejercitan  en  pintar  ven  describir  por  mediodel  len- 
orqne  el  objeto  de  todas  las  bellas  artes  os  el  mismo :  y  ¿por  qué  no  ha  da 
ario  para  la  mas  noble  de  todas  el  estudio  que  lo  es  para  las  demás? 


DE  U  SUPUESTA  MISIÓN  DE  LOS  POETAS. 


. .•.tAnimU  naíum  inveniumque  poema  jutandU. > 

Horacio. 


de  ser  bastante  ridicula  la  pretensión  de  algunos  de  los  corifeos  del  nuevo 
ismo,  atribuyendo  la  facultad  de  poetizar  á  una  misión  recibida  no  se  sabe  de 
aes  aunque  ritan  la  naturaleza  ^  el  genio  y  la  inspiración ,  no  por  eso  es  mejor 
la  autoridad  que  llama  y  elijc  al  poeta.  Nosotros  sabemos  que  el  genio, 
por  la  instrucción ,  enardece  la  fantasia  ,  la  presenta  cuadros  orijinales  y 
,  la  enseña  á  vencer  los  obst<1cu1os  y  á  ospresar  dignamente  lo  que  ha  con- 
.a  inspirarion  en  las  bellas  arles  no  es  otra  cosa  sino  el  calor  y  la  osadía  de 
iientos  que  elevan  el  alma  del  artista  <1  una  esfera  nueva  ,  desde  la  cual  des- 
objetos qiio  en  ima  situación  tranquila  ni  aun  podria  descubrir.  También 
({úe  la  naturaleza  escita  al  verdadero  poeta  á  cantar  lo  que  siente  y  lo  que 
no  solo  para  su  complacencia  propia ,  sino  también  para  la  de  la  sociedad 
ive. 

teoría  es  clara  y  nada  misteriosa  cuando  se  definen  ron  exactitud  las  voces, 
ibemos  cómo  pueda  llamarse  misión  el  impulso  natural  á  describir  las  belle- 
naturnlezn,  á  presentarlas  bajo  el  aspecto  mas  ventajoso,  á  concebir  y  es- 
ías  orijinales  ,  vigorosas  y  sublimes.  La  misión  supone  una  autoridad  que 
{uc  encarga  la  ejecución  de  una  cosa.  /Cuál  es  esta  autoridad?  ¿La  natura- 
o  la  naturaleza  movió  igualmente  á  hacer  versos  á  Homero  y  á  Querilo  ,  á 
á  Ravío,  á  Boileau  y  á  Cotin,  á  Calderón  y  al  maestro  Cabezas,  el  mas 
o  de  nuestros  poetas  cómicos,  ¿Por  qué  la  naturaleza  imprimió  tan  fuerle- 
el  ánimo  del  gran  Cervantes  el  deseo  de  versificar ,  aun  después  de  desen- 
le  solicitaba 

la  gracia  qw  no  quiso  darle  el  ciclo? 

tenia  mas  derecho  de  creerse  enriado  para  ser  poeta  que  el  autor  del  Qui- 
do  de  la  imajinacion  mas  vehemente,  mas  rica  ,  mas  variada  que  ha  visto 
ca  de  las  letras. 

'legos  y  los  romanos  que  tenian  un  dios  de  la  poesía,  nueve  musas,  una 
as  ciencias,  un  Parnaso  y  una  fuente  Castalia ,  podían  creer  en  esa  misión. 


fl6S] 

I)c  aquilas  espresiones e»/Z>fti4tn  nobU,invifd  Minerva,  eütpirate  etmenit,  mumrum atteirdoi; 
y  otras  semejantes  que  se  bailan  á  cada  paso  en  los  poetas  latinos.  Ovidio ,  Virgilio 
y  Horacio  podían  creerse  enviados  de  Apolo,  sacerdotes  de  las  musas,  inspirados  por 
un  Dios ,  asi  como  César  creía  en  su  fortuna  j  Bruto  en  su  mal  genio.  Pero  nuestras 
creencias  no  permiten  semejante  suposición ;  y  cuando  nuestros  poetas ,  tratando  de 
asuntos  relijiosos,  invocan  la  asistencia  de  los  seres  sobrenaturales,  como  los  Aoje* 
les ,  los  Santos  ó  la  Divinidad  misma ,  no  es  para  conseguir  una  inspiracioii  egpuM 
del  cielo,  sino  para  espresar  dignamente  las  que  ya  hemos  recibido  de  la  fé. 

Se  ha  querido  comparar  la  inspiración  poética  á  la  que  recibieron  del  mismo 
Dios  los  profetas  y  autores  inspirados  de  los  himnos  y  cánticos  de  la  Escritura.  Esta 
pretensión ,  que  si  se  manifestase  seriamente  podría  llamarse  blasfema  y  sacrilega, 
es  por  lo  menos  soberanamente  necia.  Los  escritores  sagrados  recibieron  verdadera- 
mente una  misión ;  mas  no  porque  sus  composiciones  sean  ftoétuxa ,  se  ha  de  inferir 
(|ue  todo  poeta  es  también  enviado.  Esto  merece  alguna  esplicacion. 

El  tono  de  la  Biblia  es  generalmente  sencillo  en  las  narraciones,  nervioso  y  ss* 
vero  en  los  consejos  morales,  enardecido,  vehemente  y  sublime  en  los  cánticos  y 
])rofecias.  La  inspiración  divina  era  en  cada  uno  de  estos  caso«  lo  que  dehitf  ser 
atendido  al  objeto  de  la  obra  ,  á  saber:  dar  noticia  de  los  hechos  pasados,  ó  instruir 
al  hombre  en  sns  deberes,  ó  ajustar  á  la  música  las  alabanzas  del  Altísimo,  ó  des> 
correr  al  génefo  humano  el  velo  de  lo  futuro.  Asi  ni  el  Génesis  ,  ni  él  Levitico,  oí 
los  libros  de  los  Beyes,  ni  los  Sapienciales  son  poéticos.  Toda  la  pompa  de  la  poesía 
se  reservó  para  los  cánticos,  lo  que  á  nadie  causará  estrañeza,  y  para  las  profecías 
que  i)or  sii  carácter  particular  e\ijen  también  el  lenguaje  de  la  imajinacion  y  de  lof 
sentimientos. 

En  efecto ,  un  hombre  que  descubre  en  la  edad  venidera  sucesos  que  interés» 
á  su  nación ,  6  llenos  de  maravillas  y  de  místenos ,  no  puede  espresarsc  en  el  idioma 
tranquilo  y  sosegado  del  raciocinio.  Era  imposible  que  Jeremías  vaticinase  sin  lágri- 
masía  próxima  ruina  de  Jerusalen,  ni  que  entreviese  sin  grave  conmoción  de  so 
fantasía  el  gran  misterio  de  la  pasión ,  simbolizado  también  en  aquel  suceso.  Isaías 
ccaiiji'liza  mas  bien  que  profetiza  los  sufrimientos  del  hombre  Dios;  pero  so  estilo, 
muy  diferente  del  de  Juan ,  participa  del  pasmo  y  del  dolor  que  la  contemplacios 
del  gran  sacrificio  debió  causarle. 

Asi  fue  como  la  misión  divina  y  la  poesía  se  hallaron  reunidas.  Pero  qnerer  apli- 
car aquella  voz  sagrada  al  impulso  que  incita  á  cualquier  versificador  á  cantar  bies 
ó  mal  asuntos  ó  relijiosos  ó  profanos  es  un  abuso  de  las  palabras  que  debe  repri- 
mirse ,  y  que  solo  ha  podido  tener  su  oríjen  en  el  carácter  ambicioso  del  siglo.  Se- 
mejantes locuciones  corresponden  muy  bien  á  la  presuntuosa  osadía  que  se  va  ha- 
ciendo de  moda  en  todas  Lis  clases  y  profesiones. 

La  verdadera  misión  del  poeta  es  la  que  le  designó  Horacio:  animis  jufcandU^' f^ 
crear  el  ánimo:  y  todo  el  que  la  cumpla  dignamente  tendrá  por  bien  empleado  el  tra- 
bajo y  el  tiempo  que  le  hayan  costado  sus  composiciones.  Es'te  objeto  es  muy  noUe, 
pues  aumenta,  sin  menoscabo  de  la  virtud,  la  corta  masa  de  placeres  que  es  dado 
al  hombre  gozar  sobre  la  tierra. 

Pero  algunos  nos  opondrán  una  objeccion  que  no  carece  de  fuerza,  c  El  objeto, 
nos  dirán,  que  habéis  atribuido  á  la  poesía  es  harto  frivolo  y  mezquino.  Esta  divina 
arle  con  el  hechizo  de  sus  formas,  con  la  májia  de  la  versificación,  con  la  sublimi- 
dad de  las  ideas  da  ,  por  decirlo  asi ,  una  nueva  vida  á  la  verdad ,  y  la  hace  accesi* 
ble,  no  solo  al  entendimiento,  sino  á  la  fantasía  y  al  corazón.  Hay  verdades,  como 
son  las  morales  relijiosas,  que  en  vano  serán  conocidas  del  hombre  sino  se  le  hacen 
amables,  y  este  debe  ser  el  objeto ,  la  verdadera  misión  del  poeta,  obligar  á  la  so- 
ciedad á  (|ue  ame  la  virtud  y  le  rinda  sus  homenajes.  Un  verso  feliz  grava  mejor 
una  máxima  importante  de  moral  ó  de  política  que  un  tratado  científico  de  cual- 
(|uiera  de  estas  ciencias.» 

No  quiera  Dios  (|i]e  nosotros  desterremos  la  virtud  de  la  poesía ,  ó  que  aplauda- 
mos á  los  que  abusan  de  este  arte  para  hacer  descripciones  inmundas  ó  para  incul- 
car máximas  inmorales  y  pernicio.sas.  Mas  diremos:  no  puede  haber  belleza  en  una 
composición  contraria  á  las  buenas  costumbres;  porque  la  deformidad  moral  os 


[1691 

la  mayor  de  todas,  y  basta  á  destruir  todos  los  ras^s  bellos  del  cuadro  mejor  acabado. 
Mas  DO  por  eso  bemos  de  trastornar  los  priAeipios,  ni  colocar  los  que  solo  son  coro- 
larios, al  frente  del  sistema  de  doctrinas.  El  objeto  primario  de  las  bellas  artes  es  agra^ 
dar;  es  halagar  la  imajinacion  del  hombre  con  la  descripción  de  la  belleza:  para  conse- 
guir este  objeto,  en  la  pintura  de  las  acciones,  costumbres  y  sentimientos  humanos,  no 
puede  prescindirse  de  la  virtud:  asi  es  una  consecuencia  necesaria,  |»ero  no  un  principio, 
en  las  composiciones  poéticas  el  respeto  á  la  moral,  la  espresion  enérjica  de  los  afectos 
virtuosos,  el  embellecimiento  de  las  máximas  nobles  y  generosas,  en  una  palabra,  el 
triunfo  de  la  bondad  y  la  detestación  del  vicio. 


CSL  USO  DS  LiS  ?Á33LiS  ICITCLÚJICiS  E»  Li  FOSSU  ÍC73ÍL. 


R 


lASTA  ahora  no  se  habia  creido  que  fuese  un  acto  de  profesión  de  paganismo  intro- 
ducir en  la  poesía  los  nombre*  armoniosos  de  las  deidades  griegas  y  romanas.  Asi  el  ro- 
mántico Lope  como  el  clásico  Corneille  hicieron  uso  de  las  fábulas  mitolf^jicas.  Calde- 
rón se  atrevió  á  mas;  pues  afianzado  en  la  autoridad  de  los  escritores  que  han  conside- 
rado los  dioses  y  héroes  del  gentilismo  como  deríraciones  corrompidas  de  la  historia 
hebrea,  en  muchos  de  sus  autos  sacramentales,  como  el  verdadero  JHon  Pan^  Andrómeda 
y  Peneo^  lo$  Encantos  de  la  cidpa,  presentó  la  fábula  como  símbolo  de  la  verdad. 

Las  descripciones  de  los  poetas  líricos  ó  épicos  de  la  moderna  edad  desde  Tasso 
basta  Melendez  en  todas  las  naciones  europeas  están  llenas  de  los  nombres  do  Marte, 
Júpiter,  Venus,  Cupido,  Minerva,  de  sus  atribuciones  respectivas.  Je  alusiones  á  las 
pasiones  humanas  que  representan.  Todos  han  embellecido  sus  composiciones  con  las 
consejas  injeniosas  y  brillantes  de  la  civilización  griega  y  romana.  No  sabemos  que  á 
ninguno  haya  reprendido  la  iglesia  ni  castigado  la  inquisición  por  haber  usado  esta  cla- 
se de  adornos  en  sas  poemas. 

Pero  el  moderno  romanticismo,  que  tan  poco  mirado  y  escrupuloso  es  en  materias 
de  moral,  relijion  y  política,  ha  querido,  no  sabemos  por  qué,  lanzar  un  terrible  ana- 
lema  contra  las  fábulas  mitolójicas  y  desterrarlas  de  la  poesía.  Las  razones  en  que  se 
funda,  son  dos:l.*,  que  nadie  cree  en  aquellos  dioses:  2.V  que  ya  fiístidian,  por  haber- 
se agotado  los  pensamientos  y  descripciones  que  podrían  sujerir.  Ambas  razones  nos 
parecen  insuficientes. 

Nadie  cree  en  éUoi,  Esto  es  verdad,  considerados  como  dioses:  esto  es,  como  partíci- 
pes en  mayor  ó  en  menor  grado  de  la  naturaleza  divina  que  los  gentiles  juzgaron  erra- 
damente divisible;  pero  si  solo  se  les  considera  como  lo  que  realmente  fueron,  á  saber: 
principes  y  princesas  de  diferentes  puntos  de  Grecia,  ó  personificaciones  de  los  grandes 
fenómenos  de  la  naturaleza,  ó  símbolos  ingeniosos  de  las  pasiones  humanas,  tuvieron 
para  el  historiador  una  existencia  verdadera,  y  la  tienen  ideal  para  el  poela  y  para  el 
moralista.  ¿Porqué  se  habia  de  prohibir  á  León,  hablando  de  Saturno,  civilizador  de 
la  Italia  primitiva, 

Rodéase  en  la  cumbre 

Saturno,  padre  de  lo*  siglos  de  orol 

¿Por  qué á  Balbuena  la  bellísima  descripción  que  hace  del  Sol  cayendo  en  el  mar  Atlán- 
tico, 7  que  comienza 

Ya  Febo  sobre  el  mar  del  pardo  moro 
Templaba  el  rojo  carro  las  centellast 

¿Por  qué  á  Calderón,  suponer  que  Prometeo,  hurtando  on  rayo  al  Sol  y  animando  coa 
él  su  estatua,  mostró  á  los  hombres 

Que  quien  da  las  ciencias^  da 
Yida  al  barro  y  luz  al  almaJ 

09 


[1G0] 

marta  esposa  Dona  Ana  de  Austria.  Esta  imputación  infame  es  enteramente  gratuita. 
Ana ,  educada  eon  la  sevarídad  propia  de  su  familia  y  de  su  pais,  no  presentó  dí 
pudo  presentar  ningún  motivo  á  la  suspicacia  de  su  marido.  Hermosa,  recnnda,  do- 
tada de  di{;nidad  y  de  virtudes  cristianas,  no  cuenta  la  hfsloria  que  le  diese  otro  pe- 
sar sino  el  de  su  temprana  muerte,  queseesplica  con  bastante  probabilidad  persa 
coniplexíon  delicada,  sus  frecuentes  partos,  y  sobre  todo  la  cruel  enfermedad  qae 
tu\o  después  de  uno  de  ellos,  déla  cual  estuvo  deshauciada,  y  convaleció  casi  mi- 
lagrosamente. (i<istaba  casi  todo  el  tiempo  en  bordar  con  sus  damas,  y  aun  qniíl 
se  <'onserve  la  colgadura  que  se  ponía  en  la  capilla  real  en  los  días  de  mayor  lii* 
cimiento  y  que  del  nombre  de  su  artiíice  se  llamaba  colgadura  de  Doña  Ana,  Acom- 
pauó  al  rey  en  15N0  á  Badajoz,  cuando  la  expedición  de  Portugal.  Felipe  cayó  enfer* 
iiio,  y  su  esposa  manifestó  el  deseo  de  que  el  cielo  tomase  su  vida,  diñando  salva  la 
del  rey.  Así  se  verificó.  El  rey  convalecu^,  y  Ana  contrajo  la  enfermedad  que  la  llevó 
al  sepulcro.  Su  esposo  no  pasó  después  de  su  muerte  á  otras  nupcias»  apesar  de  ha- 
berla sobrevivido  18  anos. 

Imputar,  pues,  á  Felipe  11  la  muerte  de  esta  esposa,  á  todas  luces  tan  amable,  n 
suponerle  no  solo  despojado  de  todo  sentimiento  de  humanidad,  sino  también  deseiH 
tido  común;  lo  que  nadie  lia  creido  jamas  de  este  monarca.  Los  bombres  como  él  do 
cometen  atrocidades  inútiles. 

Pero  esto  es  nada.  La  osadia  de  nuestro  novelista  llega  basta  suponer  que  el  cau- 
miento  de  Felipe  III,  hijo  v  heredero  del  II,  con  Margarita,  archiduquesa  de  Aus- 
tria, fue  clandestino,  se  hizo  en  Madrid  viviendo  F*eli|»e  U  y  sin  su  noticia,  en  vir^ 
tud  del  amor  que  esta  princesa  habia  inspirado  al  joven  príncipe  cuando  este  vii^ó 
por  Austria;  en  fín,  que  Felipe  II,  en  su  lecho  de  muerte,  aprobó  aquella  unión,  no 
por  complacer  á  su  hijo,  sino  por  castigar  á  su  nuera,  permitiendo  que  fuese  la  mujer 
del  mas  bajo  y  despreciable  de  los  hombres;  porque  tal  pinta  al  virtuoso  é  inocente 
Felipe  IIL 

En  todo  esto  no  hay  una  sola  palabra  de  verdad ,  todo  es  fínjido;  y  aqni  la  GccioD 
no  sirve  para  producir  bellezas,  sino  para  |)resentar  monstruosidades  murales ,  que 
ni  aun  tienen  el  mérito  de  la  enerjia  que  suele  ennoblecer  aun  á  los  crímenes.  Feli* 
pe  111  jamas  salió  déla  península,  ni  siendo  principe,  ni  siendo  rey.  Su  casamiento  coa 
Margarita  de  Austria  fue  tratado  por  su  padre  Felipe  II  de  la  manera  que  se  tra* 
tan  los  de  los  principias.  El  re\  de  España  pidió  para  su  hijo  una  de  las  dos  archído- 
quesas  Leonor  ó  Margarita.  Maria  de  Iki viera,  madre  de  ambas,  elijió  ú  la  menor, 
que  era  Margarita,  ponjue  su  complexión,  mas  fuerte,  daba  esperanzas  de  mas  siy 
guridad  en  la  succesion.  V  Margarita,  <i  «¡uien  el  novelista  francés  pinta  como  uní 
mujer  liviana,  ambiciosa  é  intrigante,  quedó  tan  sohrecojida  de  la  elección  qucla 
ele>aba  al  trono  mas  poderoso  entonces  de  la  tierra  ,  que  sufdicó  á  su  madre  que  co- 
piase en  su  lugar  A  su  hermana  ma>or.  Felipe  if  falleció  cuando  ya  Margarita  le 
liahia  puesto  en  camino  para  pasar  á  España  en  compañía  del  archiduque  Alberto, 
( sposo  de  la  infanta  doña  Isabel  (^lara  Eugenia.  El  Papa  Clemente  VIII  salió  á  cum- 
lamentarla  Á  su  ¡laso  por  Ferrara,  y  la  casó  por  poderes.  Pasó  después  A  (lénova 
donde  se  embarc('),  tomó  tierra  en  Vinaroz  y  ¿^e  celebraron  en  Valencia  las  bodas  de 
Felipe  III  y  las  de  su  hermana  la  infanta  ísabel  Clara.  Margarita  hizo  á  su  marido 
pa<lre  de  nimierosa  y  florida  succesion ;  pero  falleció  después  de  doce  años  de  matri- 
monio, á  los  :27  <lesu  edad,  llorada  de  su  esposo  que  no  volvió  á  casarse,  y  de  todo 
i\  reino  que  la  adoraba  por  sus  prendas,  por  su  amabilidad  y  por  su  inexausta  be- 
neficencia. 

V  ¿es  esta  la  primera  austríaca  que  tendió  lazos  al  príncipe  de  España  paraco- 
jerle  en  sus  redes,  y  satisfacer  así  su  ambición:  que  no  desdeñó  la  galantería  de  uo 
grande  de  España  que  podia  s<'rle  útil;  que  casó  clandestinamente  con  Felijie  III,  vi- 
viendo todavía  su  padre,  y  en  Madrid,  donde  habia  vivido  para  atraerle  á  tan  ridi- 
cula unión?  ¿V  á  este  cúmulo  de  delirios  se  atreve  á  Wanvdr  anecdola  el  novelista  de 
nuevo  cuño?  ¿Cuál  ha  podido  ser  su  intención  al  escribir  Um  infames  patrañas?  ¿Cuál? 
La  de  contribuir  con  su  óMo  á  la  buena  obra  de  deshonrar  los  reyes  y  las  familias 
reales;  y  realzar  las  virtudes  del  hijo  de  la  que  vende  barquillos  con  el  contraste  de 
los  vicios  y  maldades  de  los  grandes  del  siglo.  Para  un  objeto  tan  edificante  todo  es 


ito.Hodo  es  honrado;  hasta  el  oprobio  moral  de  la  calumnia :  hasta  el  oprobio  lite< 
ío  de  la  ignorancia  en  la  historia. 

ARTÍCULO  III. 


ASTAN  los  absurdos  históricos  ya  notados  para  convencernos  déla  supina  if^norancia 
I  autor  de  la  novela  citada.  Mas  sí  á  lo  menos  hubiese  tenido  mas  felicidad  en  la 
scripcion  de  los  caracteres  j  de  las  costumbres:  si  hubiese  siquiera  consultada á. 
i  novelistas  y  dramáticos  españoles,  fieles  ecos  de  las  ideas  y  sentimientos  de  aqaeí 
:1o ,  se  le  hubieran  podido  perdonar  á  favor  de  la  fidelidad  de  las  descripciones ,  los 
«paratcs  de  la  composición  de  la  fábula.  Pero  nada  hay  de  eso.  Los  caballeros  de 
corte  en  aquella  época  eran  modelos  de  lealtad,  de  valor,  de  respeto  á  las  damas, 
honor  y  de  ^generosidad;  y  los  dos  que  introduce  el  novelista  pueden  aprender  del 
¡o  de  la  barquillera  lecciones  de  todas  aquellas  virtudes:  tan  tímidos  son,  tan  bajos, 
rfidos  y  despreciables.  ¿Quién  es  un  conde  de  Fuentes,  á  quien  pinta  viejo  y  ridi- 
lamente  enamorado  de  Margarita ,  cuando  nadie  ignora  que  se  veneraba  entonces 
sangre  de  nuestros  reyes  con  un  respeto  relijioso?  Y  ¿cuál  era  el  gran  preboiie  de 
corte  de  Felipe  II?  ¿Cree  el  autor,  ó  ha  querido  hacer  creer  á  sus  lectores  que 
empleo  de  verdugo  era  una  dignidad  en  el  palacio  de  España  como  lo  fue  en  el 
Luis  XI?  Y  /quién  le  ha  dicho  que  el  duque  de  Lerma  no  fue  mas  que  un  intri* 
nte  subalterno  ,  un  caballero  indigno,  capaz  de  favorecer  el  matrimonio  clandes- 
lo  del  heredero  de  la  corona  para  granjearsesu  gracia,  y  de  malquistar  después  á 
irgarita  para  quitarle  toda  participación  en  el  gobierno,  participación  que  ninguna 
ína  de  España  solicitó  ni  obtuvo  desde  Isabel  la  Católica  hasta  Mariana  de  Austria, 
gunda  esposa  de  Felipe  IV? 

Estamos  lejos  de  mirar  al  célebre  valido  de  Felipe  III  como  un  modelo  de  mi» 
stros;  pero  si  no  tuvo  ideas  exactas,  muy  poco  generalizadas  entonces  en  materia 
!  administración  interior :  si  dejó  cundir  el  cáncer  del  lujo  y  de  la  ociosidad  que 
opezaba  ya  á  devorar  á  España:  si  aumentó  con  la  espulsion  de  los  moriscos  el  atraso 
I  la  agricultura;  en  fin  ,  si  se  valió  de  esta  medida  política  {j  esta  es  la  principal 
usacion  que  pumle hacérsele)  para  enriquecer  á  sus  amigos  y  criaturas,  la  historia 
iparcial  no  puede  negarle  el  mérito  de  haber  sabido  poner  límites  á  las  adquisicio- 
fs  de  la  monarquía,  y  de  haberla  conservado  en  el  puesto  que  la  dejó  Felipe  II,  es 
•cir,  en  el  principal  de  Europa.  El  que  terminó  sin  menoscabo  del  honor  nacional, 

guerra  de  Fiandes  ([uc  devoraba  nuestra  población  y  nuestros  tesoros :  el  que  sos- 
vo  nuestra  supremacía  política  en  Francia,  Italia  y  Alemania  :  el  que  se  opuso  cons- 
ntemente  á  los  esfuerzos  del  du([ue  de  Osuna ,  del  marqués  de  Vülafranca  y  de 
ros  guerreros  ilustres  que  deseaban  dar  nuevos  aumentos  á  la  monarquía,  ya  de* 
asiado  grande,  por  el  espíritu  que  aun  conservaban  de  la  escuela  política  y  mili- 
r  de  Carlos  V ,  no  era  ciertamente  un  intrigaiUe  subalterno.  Su  divisa  fue  conservar  lo 
\qu¡rido  y  esa  era  la  máxima  roas  saludable  para  España  en  aquella  época.  Ojala  la 
ibiese  adoptado  su  succesor  el  conde  duque  de  Olivares ,  cuyo  furor  belicoso  fue  la 
lUsa  de  que  decayese  el  poder  Español. 

Pero  á  ninguno  trata  con  mas  injusticia  el  novelista  francés  que  á  Felipe  III.  Sa- 
lmos que  educado  en  la  ríjida  corte  de  su  padre,  profesaba  el  mayor  respeto  y  ve- 
*racion  á  este  monarca.  Pero  ¿qué  hecho,  ó  qué  espresion  suya  puede  justiücar  el  ca- 
téter, bajamente  tímido,  que  se  le  atribuye  en  la  anécdota**.  Ninguno,  absolutamente 
nguno.  Cuando  ascendió  ai  trono  gobernó  su  inmensa  monarquía  con  apacibilidad 
justicia.  Poseía  en  alto  grado  las  virtudes  cristianas;  era  severísimo  para  sí  mismo; 
*ro  manso  y  benigno  para  los  demás.  Ningún  acto  de  rigor  que  pudiera  parecer 
uel;  ninguna  sedición  qne  perturbase  la  tranquilidad  pública;  ningún  desorden  ó 
agracia  notable  mancilló  su  reinado,  sino  la  espulsion  délos  moriscos,  cuyas  causas 
>líticas  mejor  apreciadas  en  aquel  siglo  que  en  el  nuestro,  no  es  necesario  referir 

]UÍ. 

Felipe  III  no  poseia,  es  verdad,  de  las  calidades  propias  de  un  rey,  roas  que  el 

21 


[162] 

amor  de  la  jn.^líHA.  Pero  esta  era  naiiiáente  enlónreí  en  imanación  quieta,  leal  y  va- 
lerosa, T  con  tin  niiníslro  que  coincidia  con  su  monarca  en  el  sistema  poliliro  eom  reip 
pecto  á  las  lienias  potencias  de  Europa.  £1  defecto  principal  de  uno  y  otro  fue  la  falta 
de  ideas  en  materia  de  administración;  pero  esta  ignorancia  era  entonces  común.  Sv 
reinado  no  fue  tan  brillante  como  el  de  su  padre  y  abuelo:  mas  tampoco  fue  tan  infe- 
liz como  el  de  su  hijo  y  el  de  su  nieto.  Ni  puede  culparse  enteramente  á  Felipe  III  de 
falta  de  encrjia:  la  tuvo  y  muy  sefialcida,  cuando  apartó  de  su  gracia  al  .privado,  que 
recelando  ser  derribado,  aceleró  su  ruina  por  la  precaución  que  tomó  de  envolvenw  en 
la  púrpura  cardenalicia.  Felipe  se  ofendió  de  esta  desconfianza,  y  de  la  índependeDcia 
personal  que  con  el  nuevo  titulo  adquirió  el  duque  de  Lerma.  La  esprcsion  pues  del 
de  Osuna,  que  llamaba  á  este  rey  el  tambor  mayor  de  la  monarquia^  no  era  exacta.  Era 
solo  un  despique  de  que  no  se  le  permitiese  en<'endcr  nuevas  guerras  en  Italia. 

Mejor  descrito,  bajo  cierto  punto  de  vista,  se  halla  en  la  novela  el  carácter  de  Fe- 
lipe II;  no  porqne  creamos  las  atrocidades  ni  la  malignidad  que  se  le  atribuyen,  pero 
suyo  era  el  espíritu  de  dominación  v  la  enerjía  do  un  alma  nacida  en  el  mando  y  acos- 
tumbrada á  el,  que  el  autor  pinta  en  su  lecho  de  muerte.  Felipe  tuvo  la  desgracia  de 
que  se  creyesen  todas  las  maldades  que  sus  enemigos  le  acumularon,  porque  colo- 
cado perpetuamente  en  el  poder,  nunca  se  olvidó  de  (|ue  era  rey  para  descenderá 
ser  hombre.  Poseía  gi'andes  prendas  y  virtudes  de  monarca;  mas  no  cultivó  las  de  la 
humanidad.  Asi  fue  mas  respetado  que  querido. 

Dudamos  mucho  que  hubiese  asistido  á  un  auto  de  fé^  que  es  el  primer  episodio  de 
la  novela.  Seguramente  no  lu>nrnn  á  nuestra  nación  aquellas  tristes  escenas ;  pero  la 
que  no  tenga  manchados  sus  anales  con  el  fanatismo  y  la  ¡ntolcrancia>  que  nos  tire  la 
primer  piedra.  Los  furores  de  los  anabaptistas  de  Alemania ,  de  los  puritanos  de  Ingla- 
terra y  de  los  católicos  y  hugonotes  en  Francia  derramaron  mucha  mas  .^ngre  y  causa- 
ron mayores  esUfigos  en  estos  |)aises  que  la  inquisición  en  España.  El  mal  peculiar  y 
esclusivo  de  la  intolfraucia  española  fue  el  obstáculo  que  aquel  tribunal  opuso  á  los 
progresos  del  entendimiento  humano.  Asi  las  otras  naciones,  apenas  el  cansancio  délas 
calamidades ,  y  el  escarmiento  les  quitaron  las  armas  de  la  mano,  caminaron  con  pasos 
rápidos  en  gobierno,  artes,  ciencias  y  civilización;  y  España ,  que  habia  sido  la  prime- 
ra en  casi  todos  los  ramos  del  saber,  se  quedó  atrás  á  muy  larga  distancia  ,  apesarde  la 
profundidaden  eltalentoyde  la  lozanía  en  la  imajinacionqueairacterizaá  sus  habitantes. 
Pero  volvamos  á  nuestro  propósito.  La  novela  de  que  hablamos  es  falsa  entera- 
mente en  los  hechos  de  la  historia,  falsa  en  la  descripción  de  los  caracteres,  falsa  en  h 
de  los  usos  y  costumbres.  Vsin  embargo  su  autor  tiene  pretensiones  de  novelista  históri- 
co; pues  la  llama  í//i(Yv/o/a,  y  cita  en  su  apoyo  un  cronista  desconocido,  llamado  Derhnmp$^ 
de  cuya  existencia,  á  vista  de  ii\n\iiü  falsedades ,  se  nos  permitirá  que  dudemos.  No  aof 
parece  que  es  esta  la  manera  de  imitar  á  Waller  Scott. 

Acaso  se  responderá  á  nuestra  censura  que  es  lícito  al  poeta  y  al  novelista  denfigvrar 
los  hechos.  Nosotros  no  les  conce<lenios  mas  licencia  que  la  de  embellecerlos,  añadiendo 
episodios  probables  que  se  liguen  é  incorporen  con  ellos.  Todavía  es  menos  lícito  dei' 
figutvr  los  caracteres:  nos  reiríamos  del  <|ue  nos  pintase  á  César  cruel  ó  á  Nerón  clemente. 
Hay  dos  razones  muy  poderosas  para  no  conceder  semejante  licencia. 
La  primera  es,  (¡ue  los    nombres  de  los  personajes  históricos  se  han  llegado  ya  A 
identificaren  el  lengUcije  común  ctm  las  cualidades  dominant<\s  en  su  carácter,  de  mo- 
do que  se  usa  frecuenlcaiente  por  antonomasia  de  los  primeros  para  denotar  las  segun- 
das. Ahora  bien ,  ni  al  poeta  ni  al  novelista  es  licito  alterar  el  valor  recibido  de  las  vo- 
ces. Jamas  se  podrá  pintar  á.V<|uiles  cobarde,  por  la  misma  razón  que  no  se  puede  decir 
de  un  cobarde  á  no  ser  irónicamente, r«  mi   iquilen, 

ÍJk  segimda  razón  es  todavía  de  mas  ímporLincia  si  comparamos  el  inmenso  número 
de  los  lectores  de  novelas  con  el  c  ;rtísimode  los  que  estudian  la  historia.  Los  primeros 
no  ven  en  las  obras,  enteramente  íinjidas,  como  Tomás  Jones,  Pérsíles,  tirandisson,  mas 
<|ue  libros  de  entretenimiento;  pero  si  la  novela  es  histórica  no  tienen  medios  de  evitarlos 
errores  en  que  los  hagan  caer  sucesos  desfigurados  ó  caracteres  mal  descritos,  y  asi  uoa 
gran  parte  de  la  sociedad  culta  se  imbuirá  de  preocupaciones  ridiculas  ó  perniciosas  en 
materia  de  historia  ó  de  moral ;  porque,  ü^eneralmcnte  hablando  ,  no  se  falsifican  los  he- 
(líos  ni  los  caracteres  históricos,  sin.)  pira  pervertir  las  ideas  ó  lus  sentimientos  mora- 


[168] 

M.  Faro  aan  cuando  semejante  falrificacion  no  prodojese  otro  mal  qne  el  de  prona- 
ar  errores  históricos ,  ya  este  es  por  si  iiastaate  considerable.  ¿Cuántas  lectoras  ha* 
ffA  en  Francia  (y  por  desgracia  aun  en  España)  que  fiadas  en  el  folletin  de  la  Pretse 
en  el  historiador  Dechamps ,  creerán  liviana  y  perversa  mujer  á  la  esposa  de  Fe* 
ipe  UI,  euyos  virtudes  inmortalizó  nuestro  Jáuregui  en  una  escelentc  cancioal 


LEYENDAS  ¥  NOVELAS  JEREZANAS. 

MADRID,  t«S«. 


E 


SJE  libro  contiene  tres  novelas,  cuyos  títulos  son:  El  Pendón,  Lm  Gitana,  El 
"Jnsiiano  y  la  Mora. 

El  objeto  del  autor  ha  sido  sin  duda  dar  noticia ,  con  el  pretesto  de  escribir  no» 
alas,  de  varios  hechos  hislóricos  interesantes,  y  describir  las  coslumbrcs  de  las  épo- 
as  á  que  se  refieren  sus  fábulas ;  en  tina  palabra ,  introducir  en  nuestra  literatura 
i  género  de  Walter  Scott.  In  magnis  toluissesat  est. 

Este  género  tiene  dos  condiciones  esenciales :  la  verdad  en  los  hechos  hisCórkos 
'  en  la  dcscriiicioii  de  las  costumbres ,  y  el  interés  en  la  fábula.  Nosotros  somos  mas 
apaces  de  juzgar  este  libro  bajo  el  segundo  aspecto  que  bajo  el  primero,  porque 
B  erudición  es  riqueza  de  muy  pocos ,  y  los  sentimientos  de  la  humanidad  son  co- 
Dones  á  todos  los  hombres. 

Todas  tres  novelas  nos  han  inspirado  interés ;  pero  mas  que  todas  la  última,  en 
I  cual  lidia  el  valor  y  el  mérito  contra  el  fanatismo  relijioso ,  exaltado  por  la  des- 
racia.  El  amor  del  cristiano  y  la  mora  interesa  por  las  circunstancias  estraordina- 
ias  en  que  nació ,  por  su  pureza  y  verdad ,  y  por  los  peligros  y  obstáculos  que  se 
pusieron  á  él ;  mas  no  por  eso  deja  de  conmover  el  corazón  el  carácter  indomable 
le  Abenjuc ,  qne  ahoga  todos  los  sentimientos  de  la  naturaleza  por  obedecer  á  otros 
aaa  imperiosos  en  una  alma  sincera  y  bárbara  como  la  suya :  el  fanatismo  y  la 
enganza. 

La  acción  de  los  Gitanos  viene  á  ser  en  el  fondo  la  de  la  Gitanilla  de  Cervantes, 
«a  del  Pendón  está  bien  dirijida ;  pero  los  episodios  son  demasiado  largos ,  y  muv 
nnoble  el  rival  de  Fernandez.  Tiene  mucho  mérito  el  artificio  de  Martin  para'  haceV 
|ue  su  amo  fuese  al  castillo  do  Gigonza,  donde  debia  perder  la  libertad  de  sn  co- 
aion. 

Los  diálogos  son  vivos ,  los  caracteres  bien  sostenidos ,  la  elocución  fácil ,  gracio- 
a ,  y  gencrahncntc  hablando ,  correcta ,  mas  correcta  que  la  que  suele  usarse  en  las 
>bras  españolas  de  esta  clase.  Son  muy  raras  las  espresiones  que  indican  en  el  autor 
a  costumbre  de  leer  novelas  francesas  ó  traducidas  del  francés. 

Está  bien  pintado  el  orgullo  y  pundonor  de  los  caballeros  de  aquella  época ;  pero 
on  licencia  del  autor  nos  parece  que  la  gente  ordinaria  del  siglo  á  que  se  refiere 
'n  el  Pendan  no  tenia  las  pésimas  costumbres  ni  la  abyección  que  se  le  atribuye. 
!ste  abatimiento  é  inmoralidad,  esta  ;>i//frúi,  que  nos  parece  la  voz  propia,  no  es 
le  aquel  siglo :  pertenece  á  épocas  posteriores ,  y  correspondería  mejor  á  vasallos  y 
villanos  de  algún  Señor  feudal  de  Francia  ó  de  Italia  en  la  edad  media ,  que  á  los 
recinos  de  Jerez ,  cuando  esta  ciudad  era  frontera  de  los  moros. 

Es  menester  no  equivocarse.  Nada  de  cuanto  digan  ó  finjan  las  historias  y  nove» 
as  francesas  ó  inglesas  sobre  el  feudalismo  de  la  edad  media  puede  aplicarse  á  los 
icos  hombres  y  caballeros  castellanos.  Jerez ,  ciudad  realenga,  con  su  réjimen  mu- 
licipal ,  con  su  milicia  concejil ,  acostumbrada  á  pelear  diariamente  con  los  moros, 
lebia  contener  en  su  seno  una  población  vaiionte,  laboriosa ,  moríjerada  y  poco  de- 


poD(Hente  do  la  nobleza.  Es  pintura  miij  fiel  de  la  época  la  parle  que  tomó  el  pnelib 
on  la  reverla  do  los  caballeros  que  disputaban  sobre  cuál  había  de  llevar  el  pemlon 
en  la  ¡irocesíon  ,  mas  no  lo  es  la  historia  de  loi  tornilleros  que  vuelven  fujitivos  del 
campo  á  robar  j  emborracharse.  No  basta  que  un  suceso  sea  probable  para  qoeie 
inserte  en  esta  clase  de  novelas:  es  menester  que  sea  conforme  á  las  costumbres dd 
tiempo ;  j  díGcilmente  se  probará  que  en  el  siglo  XIV  habia  esa  especie  de  pillos ta 
Jerez. 

Mejor  }'  con  mas  verdad  están  descritas  en  la  segunda  novela  las  costumbres  de 
los  gitanos ,  que  desde  que  aparecieron  en  el  occidente  europeo  no  han  variado  de 
carácter  ni  de  hábitos;  y  en  la  tercera  el  odio  j  la  intolerancia  del  vulgo  cristiano  á 
los  sectarios  de  Mahoma. 

La  principa]  enhorabuena  <fue  podemos  dar  al  autor  es  la  de  haber  inspirado  el 
principal  interés  á  favor  de  las  personas  virtuosas ,  y  no  h«iber  presentado  ú.  sus  lec- 
tores cuadros  de  atrocidades  gratuitas;  pues  las  de  Abenjuc  están  suficienlcmeste 
fundadas  en  la  venganza  del  honor  y  en  la  barbarie  del  fanatismo.  Tampoco  noshi 
aflijido  con  el  espectáculo  degradante  del  hombre  moral ,  vencido  siempre  en  la  lu- 
cha de  la  pasión  con  el  deber:  espectiiculo  tan  común  en  las  novelas  v  dramas  que 
ahora  se  llaman  romdntirat.  Los  afectos  que  intervienen  en  las  novelas  de  este  U>- 
mito  son  el  amor  verdadero ,  el  valor  generoso ,  el  patriotismo ;  y  el  resultado  j  U 
<*atástrofe,  asi  como  las  refiexiunes,  son  siempre  favorables  á  los  senlimienlos  vir- 
tuosos. 

Insistimos  tanto  en  la  necesidad  de  respetar  v  favorecer  en  esta  clase  de  compo- 
siciones populares  la  virtud  y  las  buenas  costumbres,  porque  estamos  persuadidos  de 
que  son  los  libros  que  mas  frecuentemente  lee  la  juventud.  Y  en  vano  se  dirá  que 
para  ella  solo  son  objeto  de  un  entretenimiento  sin  consecuencia.  No  puede  carecer 
nunca  de  importancia  moral  la  descripción  del  hombre,  de  sus  sentimientos,  de  siu 
prendas  v  de  sus  debilidades.  Está  en  manos  del  escritor  de  una  novela ,  si  tiene  d 
talento  Je  su  profesión ,  dirijir,  aunque  solo  sea  por  algunos  momentos,  el  instinto 
moral  de  sus  lectores ,  que  son  casi  todo  el  bello  sexo  y  casi  todos  los  jóvenes  del 
varonil.  Esta  dirección  puede  ser  buena  ó  mala;  puede  influir  en  el  giro  que  tornea 
las  máximas  y  sentimientos  individuales;  puede  en  ciertas  circunstancias  decidir  de 
la  suerte  futura  del  lector.  No  nos  es  desconocido  el  carácter  que  imprimió  á  la  j|i- 
ventud  española  la  lectura  de  los  libros  de  caballerías.  Tampoco  ignora  nadie  el  pé- 
simo efecto  de  ciertas  novelas  que  bajo  el  pretesto  de  inocular  el  teniimenialUmo^  pre- 
sentan á  la  imajinacion  exaltada  del  joven  un  mundo  ideal,  cuyo  menor  inconve- 
niente es  hacerle  desconocer  la  sociedad  verdadera  en  que  se  vea  obligado  á  vivir. 
Seria  necesario  el  genio  de  Cervantes  para  presentar  bajo  el  aspecto  ridiculo  que  tie- 
nen los  Quijotes  de  uno  y  otro  sexo ,  que  ha  vuelto  locos  el  furor  de  la  $enítilnlidad» 

El  autor  en  el  pnUogo  que  antecede  á  sus  novelas  inserta  dos  diálogos  entre  él 
y  dos  literatos,  uno  clásico  y  otro  romántico ,  á  los  que  supone  infatuados  y  locos 
por  sus  respectivos  sistemas.  Sucedió  lo  que  sucede  en  casos  de  la  misma  especie,  J 
siempre  que  hay  [)ugna  de  partidos.  El  primero  condenó  sus  novelas  por  clásicas  y  el 
segundo  por  románticas.  La  verdad  es  que  una  y  otra  espresion  es  impropia.  Aom/a 
rimuintica  es  un  pleonasmo;  porque  ¿á  qué  ha  de  parecerse  una  novela  mas  bien  que 
á  una  novela  '(  joman).  El  epíteto  dásko  se  ha  aplicado  á  muy  pocas  composicionei 
de  este  género ,  como  son  las  novdas  de  Cervantes ,  el  Teiémaco  de  Fenelon  y  algunas 
otras  que  son  modelos  de  lenguaje,  y  que  no  pueden  dejar  de  estudiar  los  qué  quie- 
ran aprender  el  idioma  del  pais  en  que  se  escribieron.  Toman  el  nombre  de  cidticai 
de  las  clases  de  lenguas  y  de  literatura  en  las  cuales  se  estudian.  Y  esto  bastará  pan 
convencerse  del  poco  conocimiento  y  la  ninguna  oportunidad  con  que  han  aplicado 
sus  denominaciones  nuestros  modernos  humanistas.  Es  verdad  que  si  examinamos  sn 
manera  de  escribir  no  parece  que  han  saludado  los  escritores  clásicos  del  idioma  cas- 
tellano. 

No  contaremos  en  el  numero  de  estos  al  autor  de  las  presentes  novelas ;  pero  di« 
remos  en  obsequio  de  la  verdad  y  de  la  justicia,  que  esceptuadas  algunas  frases  es- 
cosivamente  triviales  y  alguna  otra  que  nos  parece  galicismo  ,  su  dicción  es  bastante 
correcta  ,  mérito  muy  raro  en  el  día  y  de  primera  necesidad  en  libros  de  entreten!- 


[1651 
«lieiito ;  lo  que  anido  al  interés  de  las  fábulas,  á  Ja  Tiveza  de  los  diálogos  j  á  la  ver 
ÚMÚ  7  jioblcza  de  los  sentimientos ,  hace  su  lectura  agradable» 


DE  LA  POESÍA  CONSIDERADA  GOMO  CIENCIA. 


...Fequc  enim  oondudere  Tcrsam 

BOMT. 

El  ASTA  adóralos  quemas  honor  han  hecbo  á  la  poesfa  la  han  considerado  como 
on  arte;  y  todos  conocen  la  secta  nueva  de  poetas,  que  ñi  aun  como  arle  quiere  con- 
siderarla ;  pues  niega  la  existencia  de  las  reglas ,  y  no  reconoce  mas  principio  de 
«scribir  en  verso  que  lo  que  sus  adeptos  llaman  iMpiracion,  genio^  eniuina¡mo,  y  algu- 
nos ntMion,  no  sabemos  de  quién.  Dejémosles,  pues,  la  libertad  de  delirar  á  todo  su 
Mbor;  y  convencidos  nosotros  de  que  nada  bueno  pueden  hacer  los  hombres  en  nin- 
guna linea  sino  sometiéndose  á  ciertos  y  determinados  métodos ,  examinemos  si  las 
reglas  del  arte  de  la  poesía  pueden  deducirse  de  algnn  principio  general  que  la  eleve 
á  íi  dignidad  de  ciencia. 

Mas  para  emprender  esta  investigación  se  necesita  subir  á  un  punto  de  vista  mas 
general  y  elevado ,  y  dar  á  la  palabra  poesia  una  significación  mas  lata  que  la  que 
generalmente  se  le  atribuye.  Es  necesario  prescindir  del  instrumento  de  que  .se  vale 
él  poeta  propiamente  dicho,  que  es  el  lenguaje,  y  considerar  su  profesión  como  el 
arte  en  general  de  describir  lo  bello  y  lo  sublime,  y  de  halagar  y  elevar  el  alma  con 
sus  descripciones ,  ya  sean  hechas  con  la  voz  hablada  y  escrita ,  ya  con  los  sonidos 
de  la  música,  ya  con  el  buril ,  ya  con  los  pinceles ,  ya  en  fin ,  con  las  simetrías  geo- 
métricas. 

Consideradas  las  bellas  artes  bajo  este  aspecto,  y  no  reconociendo  entro,  ellas  mas 
diferencia  que  la  del  instrumento  con  que  describen,  es  claro  que  para  profesar  digna- 
mente cada  una  ha  de  combinarse  el  conocimiento  del  objeto  que  se  proponen  todas, 
á  saber:  la  belleza  y  la  sublimidad  con  el  conocimiento  de  los  medios  peculiares  de 
descripción  propios  de  aquella  arte. 

Y  existiendo  reglas  y  principios  ciertos  para  la  construcción  de  las  frases  en  el 
leftguaje ,  para  la  coúibmacion  de  los  sonidos  en  la  música  ,  para  las  proporciones  de 
la  geometría  ,  para  la  mezcla  de  los  colores  y  para  la  representación  de  las  perspec- 
tivas en  la  pintura ,  nadie  podrá  negar  que  el  instrumento  de  cada  arte  supone  una 
ciencia  particular  para  su  conocimiento ,  y  un  arte  respectivo  y  reglas  competentes 
para  la  práctica. 

Acaso  no  tendrán  dificultad  en  confesar  esto  los  que  quieren  introducir  la  anar- 
qnfa  en  la  república  de  las  bellas  artes:  acaso  concederán  que  el  pintor  necesita  de 
la  geometría  descriptiva,  el  poeta  de  la  gramática,  y  el  mú.sico  de  la  acústica,  esto 
es ,  que  tienen  ne<*esidnd  de  conocer ,  no  estas  ciencias  en  toda  su  profundidad  y  es- 
lension,  sino  los  principios  generales  que  suministran  á  las  arles.  Pero  lo  que  ellos 

Juieren  que  sea  mirado  como  un  dogma  inconcuso  es  que  el  sentimiento  y  esprcsion 
e  lo  bello  y  de  lo  sublime  en  cualquier  arte  es  obra  esclusiva  del  genio  y  de  la  ins- 
piración ;  en  una  palabra ,  que  la  belleza  no  está  sometida  á  reglas ,  y  que  no  hay 
ciencia  de  la  belleza. 

Ambas  aserciones  son  inexactas :  la  primera ,  porque  si  bien  las  reglas  no  pueden 


i4»rvir  para  crear  los  penMunientoa  de  ana  composición ,  ajudan  infinito  é 
los  debidamente,  mostrando  los  escollos  que  deben  evitarse:  y  la  segonda,  poraQeai 
haj  sentimiento  alguno  del  corazón  humano  que  no  pueda  j  deba  ser  objeto  de  las 
iüvcsligacioncs  de  la  filosofía  racional ,  j  por  consiguiente  que  no  produzca  anrams 
de  esta  vastísima  ciencia. 

¿Existe  en  el  hombre  el  sentimiento  de  la  belleza  y  de  la  sublimidad?  ¿Hay  (■ 
los  objetos  de  la  naturaleza  sometidos  á  nuestra  contemplación  cualidades  en  virtnd 
de  I<is  cuales  existen  en  nosotros  las  impresiones  de  lo  bello  y  de  lo  sublioief  ¿PMet 
el  hombre  la  facultad  de  trasmitir  á  sus  semejantes  por  diversos  medios  y  con  dis- 
tintos instrumentos  las  impresiones  que  los  objetos  de  la  naturaleza  han  producid» 
en  é\1  ¿Puede  su  imajinacion,  elijiendo  diversos  rasgos  y  cualidades  del  variado  es- 
pectáculo del  universo ,  crear  seres  ideales  que  produzcan  en  el  ánimo  impresioaei 
de  la  misma  especie  que  los  objetos  helios  y  sublimes  de  la  naturaleza?  Pues  sí  os 
puede  negarse  que  existe  este  sentimiento  y  estas  facultades ,  forzoso  será  tambici 
confesar  que  debe  ser  estudiado  y  reducido  á  principios  el  sistema  de  hechos  y  fenó- 
menos psicolójicos  á  (|ue  da  motivo  la  propiedad  que  tiene  nuestra  alma  de  sentir  y 
reproducir  la  belleza  y  la  sublimidad.  Este  sistema  constituye  la  ciencia  de  la  poeiia 
considerada  en  su  generalidad  :  ciencia  que  se  semeja  mucho  á  la  ideolojía»  coaU 
diferencia  de  que  esla  se  versa  acerca  de  ideas,  y  aquella  acerca  de  sentimientos^ 
imájenes :  ciencia  mas  dificil ,  porque  el  criterio  do  la  belleza  no  se  fija  por  racioci- 
nio como  el  de  la  verdad ,  y  es  mas  delicado  y  fujitivo ;  pero  ciencia  no  menos  cierta 
y  evacta ,  por4|tio  se  funda  en  hechos  que  pasan  en  nuestro  interior ,  y  de  los  cualeí 
todos  tenemos  conciencia. 

Todos,  sí:  porque  ¿dónde  está  el  hombre  tan  semejante  á  la  fiera,  que  uosc  haya 
complacido  algunas  veces  en  observar  la  beldad  que  el  Hacedor  ha  prodigado  tía 
generosamente  en  los  diversos  seres  de  la  creación?  ¿Qué  alma  que  no  se  eleve  tea* 
dicndo  la  visLi  á  la  inmonsidad del  firmamento?  Aun  mas  diremos:  ese  genio  poé- 
tico ,  esa  facultad  de  reproducir  las  impresiones  agradables  ó  enérjicas ,  ese  entusias- 
mo ,  esa  inspiración  á  la  cual  quieren  algunos  atribuir  esclusivamcnte  todo  lo  boeoo 
que  se  haga  en  las  artes ,  ese  don  del  cielo ,  en  fin ,  es  mas  común  y  general  de  fe 
que  se  cree.  Existen  muy  pocos  hombres  que  no  hayan  sentido  nunca  hervir  en  n 
pecho  el  fuego  de  la  inspiración.  Cuando  algún  afecto  poderoso  se  apodera  del  alma, 
se  espresan  los  labios  con  todo  el  calor  de  la  elocuencia,  y  tal  vez  con  todo  el  estro 
de  la  poesía.  V  ademas,  ¿no  sabemos  que  el  lenguaje  de  los  pueblos  en  su  infiíncia 
es  mas  animado,  es  mas  figurado,  es  mas  poético,  precisamente  porque  siendo  en 
aquel  periodo  mas  ignorantes,  tiene  mas  acción  sobre  ellos  el  sentimiento  yh 
fantasía? 

Existe,  pues,  la  ciencia  poética;  pues  es  universal  en  el  género  humano  d  sea- 
timiento  de  lo  bollo,  y  de  lo  sublime  y  la  facultad  de  reproducir  sus  impresiones. 
Responder  que  sin  esla  ciencia  ha  habido  grandes  poetas  es  no  decir  nada.  Tamhieii 
se  lia  raciocinado  en  el  mundo ,  y  se  ha  raciocinado  bien ,  antes  de  que  fuese  co- 
nocido ni  aun  el  nombre  de  la  lójica.  También  se  ban  medido  terrenos  y  levantado 
ediíiríos  antes  de  que  se  escribiesen  elementos  de  geometría.  ¿'Diremos  por  eso  que 
la  geoinotria  y  la  lójica  son  ciencias  inútiles?  ¿iNo  es  este  el  caso  de  clamar  coa  el 
anciano  de  Terencio  :  linmo  sinn;  hutnaid  níhil  á  me  alieiunn  puio'i  ¿Cómo  puede  dejarde 
ser  importante  para  el  hombre  nada  de  lo  que  pasa  en  el  interior  del  hombre? 

Si  existe  una  ciencia  de  la  poesía ,  existe  también  un  arte  de  ella  y  las  corres^ 
pendientes  rehilas ,  porí}ue es  imposible  quede  los  principios  de  una  ciencia  uo  w 
deduzcan  métodos  prácticos  y  lejítimos  para  hacer  bien  lo  que  puede  hacerse  bies 
ó  mal.  Estas  reglas  son  las  mismas  ([uese  deducen  de  la  naturaleza  de  los  seutimiea-' 
to.*$  humanos  y  de  la  del  instnimenlo  con  que  se  espresan :  estas  reglas  son  las  que 
si^ruicron  por  instinto,  anii(|ue  todavía  no  existiese  el  arte,  los  Uomeros,  los  Pilpay, 
y  los  Vates  y  Bardos  primitivos  de  los  pueblos.  IVro  el  instinto  es  una  norma  muy 
poro  segura  en  las  naciones  cultas  que  están  ya  escesivamente  lejanas  del  candor  é 
iiijcnuidad  de  la  naturaleza.  Ademas,  los  pueblos  civilizados  quieren  filosofarlo  todo. 
¿  jior  (|ué,  pues,  se  les  ha  de  impedir  el  derecho  de  raciocinar  acerca  de  las  fuentes 
de  sus  placeres  intelectuales  ? 


Herarñi  que*  no'  ereia  suficiente  para  la  boidád  de  una  composíHon  algunos 
«no»  6  deacripcionea.  felices ,  reasumió  toda  esta  doctrina  cuando  dijoc 

Rem  tibí  ioerúiiem  poieruni  otUndere  charla. 

Ea  efecto « el  estudio  del  hombre,  objeto  principal  de  la  filosofía  de  Sócrates, 
i  el  grande  auxiliar  del  genio  poético.  Sin  aquel  estudio  la  inspiración  rvda ,  como 
la  llama  el  misaio  Horacio «  no  podrá  dar  á  luz  bellezas  del  primer  orden. 

Ya  ea  tiempo ,  pues,  de  que  cese  esa  nueva  preocupación  nacida  en  nuestros  dias, 
4f0B  supone  inútil  el  estudio  y  las  reglas  para  sobresalir  en  la  poesía  ;  y  si  semejante 
«lelirio  no  podría  ni  aun  decirse  de  un  pintor,  de  un  músico ,  áv  un  arquitecto ,  ¿cómo 
ae  tolera  que  se  diga  de  los  que  se  ejercitan  en  pintar  ven  describir  por  medio  del  len- 
iniajcf  Porque  el  objeto  de  todas  las  bellas  artes  os  el  mismo:  y  ¿por  qué  no  ha  da 

necesario  para  la  mas  noble  de  todas  el  estudio  que  lo  es  para  las  demás? 


DE  LA  SUPUESTA  MISIÓN  DE  LOS  POETAS. 


.  .• . « Animis  natum  inveniumque  poema  jutandis,  > 

UOAACIO. 

lio  deja  de  ser  bastante  ridicula  la  pretensión  de  algunos  de  los  corifeos  del  nuevo 
romanticismo,  atribuyendo  la  facultad  de  poetizar  á  una  mmon  recibida  no  se  sabe  de 
quién ;  pues  aunque  ritan  la  naturaleza ,  el  genio  y  la  inspiración  ,  no  por  eso  es  mejor 
rono<*ida  la  autoridad  que  llama  y  clijc  al  poeta.  Nosotros  sabemos  que  el  genio, 
auxiliado  por  la  instrucción ,  enardece  la  fantasía,  la  presenta  cuadros  orijinales  y 
animados,  la  enseña  á  vencer  los  obstáculos  y  á  espresar  dignamente  lo  que  ha  con- 
cebido. 1^  inspiración  en  las  l>eI1as  arles  no  es  otra  cosa  sino  el  calor  y  la  osadia  de 
los  .sentiiuientos  que  elevan  el  alma  del  artista  <1  una  esfera  nueva ,  desde  la  cual  des- 
cribe los  objetos  que  en  una  siluacion  tranquila  ni  aun  podría  descubrir.  También 
sabemos  que  la  naturaleza  escita  al  verdadero  poeta  á  cantar  lo  que  siente  y  lo  que 
iroajina ,  no  solo  para  su  complacencia  propia,  sino  también  para  la  de  la  sociedad 
en  que  vive. 

E^ta  teoría  es  clara  y  nada  misteriosa  cuando  se  definen  con  exactitud  las  voces. 
Mas  no  sabemos  cómo  pueda  llamarse  misión  el  impulso  natural  á  describir  las  belle- 
zas de  la  naturaleza,  «1  presentarlas  bajo  el  aspecto  mas  ventctjoso,  á  concebir  y  es- 
presar ideas  orijinales  ,  vigorosas  y  sublimes.  La  misión  supone  una  autoridad  que 
nieta ,  J  que  encarga  la  ejecución  de  una  cosa.  /Cuál  es  esta  autoridad?  ¿La  natura- 
leza? Pero  la  naturaleza  movió  igualmente  á  hacer  versos  á  Homero  y  á  Querilo  ,  á 
Virjilio  y  Á  Bavio,  á  Boileau  y  á  Cotin,  á  Calderón  y  al  maestro  Cabezas,  el  mas 
desatinado  de  nuestros  poetas  cómicos.  ¿Por  qué  la  naturaleza  imprimió  tan  fuerte- 
mente en  el  ánimo  del  gran  Cervantes  el  deseo  de  versificar  ,  aun  después  de  desen- 
gañado que  solicitaba 

la  gracia  qve  no  quiso  darle  el  ciclo? 

¿y  quién  tenia  mas  derecho  de  creerse  enriado  para  ser  [)oeta  que  el  autor  del  Qui- 
jote, dotado  de  la  imajinacion  mas  vehemente,  mas  rica  ,  mas  variada  que  ha  visto 
la  república  de  las  letr.is. 

I^>s  griegos  y  los  romanos  que  tenian  un  dios  de  la  poesía,  nueve  musas,  una 
diosa  de  las  cieiicias,  un  Parnaso  y  una  fuente  Castalia ,  podían  creer  ea  esa  misión. 


mt 


^sta  obra  es  propiedad  délos 
Sres.  Calvo'-Rubio  y  CJon^mOj 
quienes  perseguirán  ante  la  ley 
al  que  la  reimprima. 


IBStSÜ^(D0 


LITERABIOS  T  GBlTIGOS 


POB 


D.  ALBERTO  LISTA  T  ARAGÓN, 


©©N  ^M  ^ñéL©®@ 


POR 


{H.  Jo0e  Jaaqmn  ¡re  Mox^. 


TOMO   SECilJIínDO. 


CALVO-RUBIO  Y  COMPAÑU,  EDITORES: 

Plaai  átl  Silencio»  ■*!■.  SS. 

1844. 


.í    ).i 


Diiuwimcioi 


a^ixs^iasiiiiüsiü^ 


ARTICULO  I. 

X  RES  son  los  metros  mas  comunes  en  nuestra  poesía:  el  verso  de  once  sílabas,  el  de 
riele  y  el  de  ocho.  El  primero  se  cree  mas  propio  páralos  asuntos  serios  y  sublimes,  ya 
esté  solo,  ya  mezclado  con  el  de  siel«.  Esté  acomoda  mas  á  la  poesía  lijera,  graciosa  y 
festiva.  El  de  ocho,  aunque  muy  perfeccionado  por  nuestros  antiguos  cómicos,  tiene 
rin  embargo  demasiada  facilidad,  ocurre  con  demasiada  frecuencia  en  la  prosa  española, 
para  que  se  le  juzgue  propio  de  los  asuntos  graves.  Generalmente  se  aplica  á  la  sátira, 
á  la  burla,  á  los  géneros  familiares. 

Esta  diferencia  no  es  absoluta  ni  exacta,  como  no  lo  son  las  que  hacen  los  hombres 
en  el  estudio  de  la  naturaleza  y  de  las  artes.  IXuestros  buenos  poetas  han  escrito  fami- 
liarmente en  endecasílabos,  y  sublimemente  en  versos  de  siete  y  de  ocho  silabas;  mas 
no  podrá  negarse  que  apesar  de  estos  esfuerzos  del  genio,  cada  uno  de  los  metros  cita- 
dos tiene  el  carácter  que  le  hemos  atribuido;  asi  como  el  hexámetro,  el  dístico  y  el  yam- 
bo latino  tienen  los  que  le  atribuye  Horacio  en  su  epístola  á  los  Pisones,  apesar  de  que 
él  mismo  estaba  escribiendo  aquella  carta  familiar  en  el  verso  heroico  del  idioma  de  la 
capital  del  mundo. 

En  castellano  la  multiplicidad  de  cesuras  y  variación  de  acentos  del  endecasílabo  se 
proporciona  mejor  á  los  diversos  movimientos  de  las  grandes  pasiones,  desordenados 
por  su  naturaleza,  que  la  monótona  armonía  de  los  versos  cortos  casi  imposible  de  variar. 
Al  contrario,  la  lijereza  del  eptasilabo  se  presta  mejor  á  los  asuntos  festivos,  y  la  marcha 
igual  y  pausada  del  metro  de  ocho  sílabas  á  los  sentimientos  tranquilos  y  á  la  espresion 
familiar  de  las  ideas  y  sentimientos.  Se  ve,  pues,  que  la  distinción  que  hemos  hecho  no 
es  arbitraria,  pues  nace  de  la  misma  construcción  de  los  metros. 


[6] 
Y  para  que  se  entieuda  mejor  lo  que  hemos  dicho  del  endecasílabo,  distingoirémoi 
dos  clases  de  versos  de  esta  especie:  el  mdeccuUabo  propio  y  el  sdfico.  La  marcha  de  uno 
y  otro  es  muy  diferente;  porque  el  sáfico  tiene  acentuadas  las  silabas  cuarta  y  octava,  y 
el  endecasílabo  propio  la  sesta. 

cUuesped  eterno  del  abril  florido» 
es  un  sáfico. 

cEl  dulce  lamentar  de  dos  pastores» 
es  endecasílabo  propio. 

De  lo  dicho  se  infiere  que  este  verso  tiene  una  sola  cesura,  la  que  puede  estar  en  U 
sílaba  misma  acentuada,  si  es  la  última  de  una  palabra  a(?uda,  como  sucede  en  el  infini^ 
tivo  lamentar  del  verso  anterior,  ó  bien  en  la  séptima,  si  la  acentuada  es  la  penúltim 
de  una  palabra  grave,  como  en  el  aiá\eThio  juntament$  áe  este  otro: 

cSalicio  juntamffi/e  y  Nemoroso^» 

Infiérese  también  que  el  verso  de  siete  sílabas  entra  en  la  composición  del  endecaá- 
labo,  como  parte  alicuanta,  ó  como  quebrado,  como  le  llama  con  mucha  razón  el  Sr.  lllt^  \ 
tinez  de  la  Kosa>  y  esto,  sea  el  hemistiquio  de  final  grave  (V  agudo.  Tan  eptasilabo  es 

cEl  dulce  lamentar» 
como 

tSalicio  juntamente: » 

porque  la  sílaba  aguda  en  final  de  verso  equivale  á  dos. 

Por  la  misma  razón  el  verso  sáfico  debe  tenor  dos  partes  alicuantas:  una  es  el  veno 
de  cinco  sílabas  y  el  de  nueve.  • 

f  Dulce  vecino  de  la  verde  selva» 

tiene  los  dos  quebrados 

c Dulce  vecino» 

y 

c  Dulce  vecino  de  la  verde» 

Cuando  la  octava  acentuada  en  el  sáfico  es  final  de  palabra  aguda,  el  quebrado  da 
nueve  sílabas  queda  en  ocho  con  la  última  aguda,  como  en 

f  Huésped  eterno  del  abril  florido» 

É 

cuyo  quebrado  de  nueve  sílabas,  es 

fl Huésped  eterno  del  abril» 

Del  mismo  modo  el  pentasílabo  se  reduce  á  cuatro  silabas  con  la  final  aguda^  cuando 
es  final  la  cuarta  acentuada  del  sáfico. 
El  pentasílabo  de 

c  Verde  laurea  que  coronando  á  Febo» 

es 

€  Verde  laurel.» 

El  pentasílabo,  que  tiene  la  última  palabra  grave,  y  acento  en  la  primer  silaba,  le 
llama  adónico^  á  imitación  del  verso  griego  y  latino  que  constaba  de  un  dáctilo  y  un  es- 
pondeo; porque  al  oido  italiano  y  el  español  lo  misipo  suena 

c Céfiro  blando» 


m 

Dile  que  moerot 

fNobilélethum» 
cTemplaque  Yestse.» 

DOS  hecho  esta  advertencia  porque  hemos  vislo  varias  odas  sáficas,  esto  es,  com- 
(  de  tres  sáficos  y  un  adónico,  en  las  cuales  este  último  no  lo  es,  porque  la  prí- 
ílaba  no  está  acentuada: 

«Pesares  tristes» 
«Amof es  tiernos» 

«pío»  son  Tersos  de  cinco  silabas;  pero  no  son  adonices  por  faltarles  la  medida 
i  castellano  se  asimila  al  dáctilo. 

)imos  qne  se  aáimilay  porque  en  vano  se  han  querido  introducir  en  nuestra  pro* 
os  pies  latinos.  La  lengua  española  desconoce  los  espondeos,  pirriquios  y  ana- 
solo  el  número  de  silabas  y  la  colocación  de  los  acentos  deciden  de  su  versifica- 
fas  diremos:  cuando  recita  un  español  versos  latinos,  se  guia  por  los  acentos  y 
ibas,  de  tal  modo  que  á  nuestro  oido  tan  hexámetro  es  este  verso 

cTitire,  tu  patula^  recubans sub  tegminefagi» 
este: 

cTitirus,  tu  patula  recubans  sub  tegmine  fagi» 

^escindiendo  de  los  solecismos,  baria  rechinar  la  oreja  de  un  romano.  La  razón 
toda  la  prosodia  latina  se  funda  en  la  cantidad  de  las  sílabas  que  ellos  conocian 
ociaban.  Nosotros  tenemos  también  largas  y  breves:  mas  no  las  distinguimos  ni 
uamos  en  la  pronunciación  sino  por  los  acentos.  Pueden  hacer  mas  sonoro  ó  mas 
)1  versos  por  lo  cual  miramos  la  prosodia  del  Sr.  Sicilia  como  una  obra  muy  apre- 
;  pero  no  pueden  influir  en  que  conste  ó  no  conste. 

)mos  visto,  pues,  que  en  el  verso  endecasílabo  castellano  ó  ha  de  estar  acentuada 
a  silaba,  ó  la  cuarta  y  la  octava.  Con  ninguna  otra  combinación  consta  el  verso, 
le  permitirse  á  no  ser  que  quiera  imitarse  con  él  algún  sonido  ó  movimiento,  como 
3  en  esie  de  Uernandez  de  Velasco: 

c Consigo  raudos  arrebatarían» 

olo  tiene  acentuada  la  cuarta,  y  con  el  cual  se  ha  significado  la  velocidad  de  los 
»s  desenfrenados  cuando  ajitan  los  mares,  las  tierras  y  los  cielos. 


ARTÍCULO  IL 

'ES  de  pasar  adelante,  conviene  fijar  la  atención  en  otra  tercera  especie  deendeca- 
,ya  desusado  y  desterrado  de  nuestra  poesía,  aunque  no  nos  parece  que  lo  está  de 
iana,  y  que  era  común  entre  nuestros  poetas  del  siglo  XVL  Tal  es  el  verso  de 
silabas,  que  tiene  acentuada  la  cuarta  y  la  séptima^  como  el  siguiente  de  Garcilaso: 

¿Tus claros  ojosa  ^i^n los  volviste?» 

ite  tiene  por  quebrados  el  pentasílabo,  y  el  verso  de  ocho  sílabas,  que  es  entre 
el  que  se  aviene  peor  con  el  endecasílabo. 

I  cuarta  y  la  séptima  acentuadas  forman  una  armonía  semejante  al  sonido  vulgar 
gaita  gallega,  y  está  muy  distante  de  la  marcha  llena  y  grave  del  endecasílabo  y 
ifico.  El  mismo  defecto  hallaba  Huerta  en  el  célebre  verso  de  Iríarte; 

cLas  maravillas  de  aquel  arte  canto» 


España ,  consulerados  como  soberanos  ¡ndepenJientes  de  su  marca.  Por 
D.  Pr(')S|>ero  de  BofarrulI  v  Mascaro.  Dos  tomos  en  8.°  mayor. — Barce- 
lona 1843.  Art.  I.     .     .    ' 81 

Alt.  II 87 

Ari.  Ilí 89 

(fol>iei'no  del  Señor  Rey  D.  Carlos  III,  ó  instrucción  reservada  para  direccioa 
de  la  Junta  de  Estado  que  creó  este  Monarca:  dada  á  luz  por  D.  Andrés 

Muriel.  Un  tomo  en  8."  francés. — Paris,  1838.  Art.  1 92 

Art.  11; 91 

El  Pailre  íuan  de  Mariana 96 

Respuesta  á  los  editores  de  la  Historia  de  España,  por Romey.     ....      98 
Colección  de  Cortes,  publicada  por  la  Real  Academia  de  la  Historia.  Cuaderno 

28.  Cortes  de  Falencia  de  1388.  Art.  1 100 

Art.  II.     . 102 

Cuaderno  29.  Cortes  de  Toro  de  1369. 101 

Cuaderno  30.  Art.  1 107 

Art.  II 109 

Cuaderno  31.  Art.  I. 111 

Art.n i« 

Com|)ondio  de  la  Historia  Romana  hasta  los  tiempos  de  Augusto:  por  D. 

ManuelSilvela.— Paris,  1839.  Art.  1 115 

Art.  II 117 

Art.  III 119 

Traducción  de  la  Historia  de  la  revolución  francesa,  de  M.  Tliiers,  hecha  por 

D.  Sebastian  Miñano 121 

Tralado  del  derecho  penal,  por  M.  Rossi,  traducido  al  castellano  por  D.  Ca- 
yetano Cortes.  Tomo  I. — Madrid,  1839.  Art.  I.     .     .     .  ...  122 

Art.  II 12* 

Art.  III • 127 

Tomo  11.  Art.  1 129 

Art.  II.     . 131 

Art.  III 13* 

Libro  de  los  niños,  por  D.  Francisco  Martínez  de  la  Rosa.- — Madrid,  1839.  136 
Colección  de  proyectos,  dictámenes  y  leyes  orgánicas,  ó  estudios  prácticos  de 

Administración,  por  D.  Francisco  Agustin  Silvela. — -Madrid,  1839..  .     .  138 
Lecciones  elementales  de  Astronomía,  j)or  M.  Arago,  traducidas  por  D.  Ca- 
yetano Cortés— Madrid,  1839 142 

Mecánica  aplicada  á  las  máquinas  operando,  ó  tratado  teórico  y  esperimeotal 
sobre  el  trabajo  de  las  fuerzas,  por  él  coronel  D.  José  de  Odriozola. — 

Madrid,    1839 14* 

Tratado  elemental  de  física,  por  M.  Despretz.  Traducido  al  castellano,  de  la 
cuarla  edición  y  considerablemente  aumentado  por  D.  Francisco  Alvarez, 

profesor  de  medicina  y  cirujía. — Madrid,  1839. 146 

Nueva  edición  de  las  obras  festivas  de  D.  Francisco  Quevedo  y  Ville- 
gas. Art.  1 148 

Art.  II ;     .     .  150 

Art.  IH 153 

De  la  Novela •     .  155 


De  la  amela  iMSttfñea.  Art.  1 156 

Arl.  II 159 

Alt.  111 • 161 

Le)eBdas  y  novelas  jerezanas. — Madrid,  1838 163 

De  la  poesía  considerada  como  ciencia. 165 

De  la  supuesta  misión  de  los  poetas 1 67 

Del  uso  de  las  fábulas  mitoiójicas  en  la  poesía  actual 169 

De  las  costumbres  en  la  |K)esia«    •         *...i71 


.^.^^K  -5. 


"-i^ 


LITERARIOS  Y  CRÍTICOS 


D.  ALBERTO  LISTA  Y  ARAGÓN. 


[12] 


RESPUESTA  Á  UN  ARTÍCULO 

DE  LA  REVISTA  DE  MADRID, 


ÍjN  los  números  del  Tiempo  del  10,  13  y  iO  de  Agosto  de  ^840,  insertamoi  tra 
artículos  sobre  la  versificación  castellana.  Eq  el  primero  de  ellos  distinguimos  dos  dases 
de  versos  endecasílabos,  el  endecasílabo  propio  y  el  sáfico,  dando  el  primer  nombre 
al  que  tiene  acentuada  la  scsta  sílaba ,  y  el  segundo  al  que  tiene  acentuada  la  cuarta  y 
octava.  I^  Revista  de  Madrid  del  raes  de  Octubre,  en  un  artículo  sobre  el  verso  mánot 
silabo  castellano,  llama  á  nuestra  distinción  descabellada^  incongruente  y  absurda.  La  cen- 
sura no  puede  ser  mas  agria:  falta  saber  si  es  justa. 

Nosotros  no  tratamos  entonces  de  demostrar  nuestra  distinción ;  la  propusimos  como 
im  ¡Mstulado ,digÁmos\o  así, necesario  para  esplicar  la  diferencia  de  movimiento  arnióni- 
co  que  admite  nuestro  verso  endecasílabo ;  pero  esta  misma  necesidad  es  una  demostra* 
cion.  Impórtanos  muy  poco  que  haya  cincuenta  años  ó  un  siglo,  que  se  conoció  la  dis- 
tinción que  establecimos ;  pero  la  fecha  que  se  asigna  en  la  invista  es  favorable  á 
nuestra  causa;  pues  solo  de  cincuenta  anos  á  esta  pártese  han  estudiado  entre  nosotros 
las  humanidades  con  alguna  filosofía. 

La  cuestión  se  reduce  á  lo  siguiente :  estos  dos  versos  endecasílabos 


cEI  dulce  lamen/arde  dos  pastores» 
«Uuéspedf/frno  del  \bril  florido» 


;,  tienen  igual  armonía  ó  no?  Los  acentos  esenciales ,  esto  es ,  los  que  caracteriían  las  ce- 
suras, y  por  consiguiente  los  quebrados  de  estos  versos  ¿están  colocados  igualmente  ó  not 
Basta  cou  el  oidoy  con  la  vista  para  responder. 

Preguntamos  mas:  ¿hay  otra  combinación  posible  de  acentos  esenciales  en  el  ende- 
casílabo? No.  Los  acentos  en  las  tres  primeras  sílabas  ni  forman  cesura  ni  quebrado.  La 
combinación  de  la  cuarta  y  séptima  acentuadas  no  se  admite  ya  en  nuestra  poesía.  La 
de  la  cuarta  y  sesta  acentuadas  sin  estarlo  la  octava,  forman  un  endecasílabo  malo,  co- 
mo este,  citado  en  el  artículo  á  que  respondemos: 

tGala  de  Mayo,  rosa  purpurina. » 

Ks  malo,  porque  engaña  al  oido,  acostumbrado  á  un  acento  en  la  octava  después  deotro 
en  la  cuarta;  porque  el  acento  que  cae  en  la  sesta  obliga  á  hacerla  cesura  en  la  séptima, 
cuando  el  sentido  y  el  acento  en  la  cuarta  han  hecho  ya  otra.  El  acento  mas  natural 
del  endecasílabo  es  el  de  la  sesta, que  divide  el  verso  con  la  posible  igualdad.  Cuando 
existe  '  es  9I  dominante :  si  forma  esdrújulo,  estará  mas  lejana  su  cesura  dein  qÜAta  y 
será  el  verso  mejor, 

c  Dióles  Mengibar  ínclita  corona  > 

i  * 

Luego  si  no  hay  mas  que  estas  dos  diferencias  en  el  endecasílabo,  menestar  ea 
distinga  dos  especie.^^  de  versos  endecasílabos  el  que  escriba  sobre  la  versificacioa  mili 
na:  uno  acentuado  en  la  scsüi :  otro  en  la  cuarta  y  en  la  octava.^  Parécenoa  qnjakMla 
aquí  hemos  observado  las  condiciones  lójicas  de  una  buena  división. 


\\¿^^..t 


LITERABIOS  T  GBÍTIGOS 

D.  ALBERTO  LISTA  T  ARAOON, 

©©Sü  WM  lp|gS[L©@© 

W.  losé  Joaquín  üt  Mota. 


L 


Tomo  sEemrDO. 


CALVO-RUBIO  Y  COMPAÑU,  EDITORES: 
Vl«n  «el  8IMMI*,  mtm.  II. 


ailiKtUlo  niieslra  vcrsifícatiorr.  Xo  nos  era  posible  seguirlo  en  las  victsiCudes  qneMilrió 
al  formarse  la  lengua  y  poesía  ilaliana  ;  pero  podíamos  reconocer  la  difereocM  de  bio« 
\imirnto  en  este  metro,  según  la  diferente  colocación  de  los  acentos;  y  esa  fue  la  que 
noá  dedicamos á  examinar;  porque  esta  era  la  única  investigación  útil  é  importante 
que  cabía  en  la  materia. 

En  el  articulo  de  la  liceísta  se  esplica  una  nueva  distinción  del  endecasílabo,  al  cual, 
en>irtudde  su  orijen,  Wsima  fdfiroi  fundada  no  en  la  diversa  armonía  que  resulta  de 
la  varia  colocación  del  acento,  sino  en  la  construcion  primitiva  del  slifico  griego  y  latino. 
Examinemos,  pues,  esta  división. 

La  distinción  que  en  dicho  artículo  se  señala  á  los  versos  endecasílabos  ó  sáGcos 
(pnes  lodo  es  uno  en  aquel  sistema  fundado  en  el  oríjeo  de  nuestro  verso  heroico;  es  la 


sij^uieute: 


Sáficos  verdaderos  ó  propios : 
Sáfícos  inq)ropios. 

Llama  sáfícos  verdaderos  ó  propios  á  los  que  empiecen  por  un  adónico  español  ^  esla 
rs ,  qiio  tengan  acentuada  la  primera  y  la  cuarta  con  el  hemistiquio  en  la  quintil. 
Sáficos  impropios  son  todos  los  demás  endecasílabos. 
Ejemplos  de  sálicos  verdaderos : 

i  Huésped  eterno  del  Abril  florido» 
con  la  octava  acentuada . 

c  Diales  Menguar  ínclita  corona » 
con  la  sesta  acentuada. 

Ejemplos  de  sáficos  impropios : 

c  Vital  aliento  de  la  madre  Venus » 

con  la  cuarta  y  la  octava  acentuada. 

c  El  dulce  lamentar  de  dos  pastores : » 

con  la  se.Ma  sola  acentuada. 

Dos  son  los  inconvenientes  de  e<ta  división:  l.%  confundir  en  una  sola  dase  verMi 
de  muy  diferente  armonía,  como  son  los  dos  últimos  que  hemos  citado,  cuyos  hemisti- 
quios son  muy  diversos  En  la  clase  de  sáficos  propios  sucede  lo  mismo:  ¿quién  do  co- 
noce la  diferencia  del  movimiento  en  estos  dos  versos: 

c  Gala  del  Maya ,  rosa  purpurina , 
cuando  el  orgullo  de  Dupont  rindieron.  » 

¿Ouién  ño  siente  el  diverso  efecto  de  la  sesta  y  do  la  octava  acentuada? 

:2."  La  necesidad  de  que  el  sáfico  verdadero  comience  por  un  adónico  español:  nece* 
sidad ,  que  según  hemos  probado,  no  conoció  Villegas,  el  primero  que  seguo  nuestras 
noticias  dio  el  nombre  de  sá/ico  á  cierta  clase  de  versos  endecasílabos.  En  sus  sáGcosee 
>en  constantemente  acentuadas  la  cuarta  y  la  octava,  pero  no  la  primera  :  asi  no  eiguié 
la  ley  de  comenzar  por  un  adónico. 

V  en  nuestro  entender  hizo  muy  bien.  Ni  los  griegos  ni  los  latinos  comenauíron  iut 
sáficos  por  un  adónico:  solo  emplearon  este  metro  en  el  cuarto  verso  de  la  estrofa  sáfica. 
¿  Por  qué,  pues,  se  han  de  someter  á  esta  ley  los  sáficos  españoles  para  merecer  el  titula 
degenuinos? 

Se  dirá  que  nosotros  leemos  el  principio  de  un  sáfico  latino  como  un  adóñko  espa- 
ñol, por  cuanto  la  primer  sílaba  de  aquel  metro  es  larga,  por  ser  la  |priuiera  de  un  tro- 
queo: y  nosotros  confesaremos  que  esto  es  cierto:  mas  lo  mismo  nos  sonaría  el  veno. 
sáfico,  aunque  la  primera  fuera  breve ,  porque  las  primeras  sílabas  del  endeGasfilalNi 
español  no  mfluyen  en  su  armonía,  por  cuanto  las  cesuras  na  se  forman  aUi»  Lo 
suena  para  nosotros. 


ri5] 

*  €  Dentera  sacras  jacultus  arces» 

it 

<  Grávida  sacras  jaculatus  arces.  > 

<  Pues  y  ¿por  qaé,  se  nos  objetará ,  exíjimos  que  el  cuarto  verso  de  la  estrofa  sáfíca, 
a  «<M#iico  español?»  Porque  en  las  latinas  era  adónico  latino:  porque  es  verso  mas 
Tto  j  el  acento  de  la  primera  silaba  influye  en  su  armoní»;  porque  acomoda,  ha* 
endo  de  estar  acentuada  la  cuarta,  penúltima  del  adónico,  ahajar  lo  mas  posible  el  otro 
ento,  y  en  fin,  porque  asi  lo  hizo  Villegas^  que  fué  el  que  primero  acostumbró  los 
dos  españoles  á  esta  clase  de  estanzas. 

No  hay,  pues,  contradicción  ninguna  en  la  distinción  que  hicimos  del  adónico  y  el 
^ntasilabo:  porque  en  nuestro  mentir  basta  el  pentasílabo  |)ara  formar  el  sáfíco,  con  tal 
le  también  esté  acentuada  la  octava,  aunque  exíjimos  el  adónico  para  concluir  la  es- 
ofa.  VilU*gas,  imitando  á  los  antiguos,  no  exijíó  el  adóniro  para  comenzar  el  sáfico: 
morqué  lo  hemos  deexijir  nosotros,  mnclio  mas  cuando  el  acento  es  insignificante  en 
primer  sílaba  de  nuestro  verso  heroico? 

1^  diferencia,  pu(*s,qKe  hay  éntrelos  dos  sistemas  de  distinguir  los  versos  endecasí- 
bos,  espücados  en  el  artículo  de  la  fíechfa^  y  el  nuestro,  consiste  en  que  el  primero  se 
nda  en  semejanzas  accidentales  del  sáfíco  español  con  el  latino,  y  el  segundo  en  la  po- 
!Íon  de  los  acentos  dominantes,  y  por  consiguiente  en  la  diversa  armonía  del  metro, 
ink^enos  este  fundamento  mas  importante  que  el  primero. 

liablando  del  verso  de  ocho  silabas,  espusimos  dos  opiniones  acerca  de  su  orijen, 
16  unos  señalan  en  el  hemistiquio  árabe,  otros  en  el  segundo  hemistiquio  de  los  e\á- 
etros  groseros  de  la  edad  media ;  y  manifestamos  que  nos  parecía  mas  probable  esta 
gunda  opiuion.  Kn  el  artículo  de  la  RecÍHía  se  dice:  cEl  octosílabo  castellano  procede 
iduda  del  coriámbico  trímetro  latino,  etc.»  Mas  que  dudoso  nos  parece  esto;  porque 
t  la  época  en  que  comenzaron  á  hacerse  versos  castellanos  de  ocho  sílabas,  ¿quién  co- 
ncia, quién  leia  los  vei^sosdc  Horacio  del  mismo  número  de  sílabas?  Obsérvese  ademas 
e  el  coriámbico  trímetro  aparece  siempre  acompañado  y  mezclado  con  otros  metros; 
iodo  el  octosílabo  español  es  casi  el  elemento  único  de  nuestros  antiguos  romances 
antigás.  Parécenos,  p*jes,  probable  que  el  vulgo, cuyo  metro  favorito  es,  lo  forjase 
los  finales  de  exámetros,  ya  latinos,  }a  castellanos,  muy  comunes  en  aquella  época  : 
te  ortjen,  á  lo  menos  de  los  exámetros  escritos  en  latín  bárbaro  y  corrompido,  pudo 
bien  ser  general  á  los  octosílabos  franceses  é  italianos:  así  como  debe  referirse  á  este 
'O  y  no  al   coriánibiro  de  Horacio,  con  el  cual  no  tiene  relación  alguna,  sino  el  nú- 
I  de  silabas,  el  célebre  himno  dé  la  Secuencia  del  oficio  de  difuntos.  Los  himnos 
iásticos  en  sálicos  y  adónicos  del  breviario  conservaron  este  metro  en  la  edad  de  la 
iric:  pero  ¿dónde  se  conservó  el  coriámbico  trímetro? 

ntos  de  dar  fín  á  este  articulo  debemos  hacer  una  protesta.  No  nos  ha  movido  á  es- 
to ni  á  insertarlo  el  deseo  de  entablar  una  polémica ,  aunque  fuese  solo  literaria , 
Reri.<ta  de  Madrid.  El  (|ue  ha  escrito  esta  Respursta^  ha  sido  redactor  de  aquel  perió- 
K)r  tantos  títulos  aprecíable,  y  ha  profesado  y  profesa  verdadera  amistad  y  sumo 
I  á  los  (|«ie  lo  fueron  después.  Pero  viéndose  censurado  con  tanta  severidad  como 
la,  y  designado  por  su  nombre  mismo,  le  ha  sido  forzoso  manifestar  que  su  sis- 
1  la  cuestión  presente ,  no  carece  de  sólidos  fundaiuentos,  y  que  si  ha  errado  ha 
lor  lo  menos  razones  que  disculpen  su  error. 


DEL  LENGUAJE  POÉTICO. 


ARTICUIX)  I. 


se  apodera  del  poeta  la  inspiración,  se  presentan  á  su  fantasía  los  objetos 
describir  bajo  un  aspecto  nuevo  y  antes  desconocido;  porque  no  descubre 


y«n  reluciónos  somctid.'is  al  análisis  y  á  la  combinación  del  ontendimienlo ,  sino  ifhá* 
jciK's  (¡lio  pintan,  rasaos  y  lincamientos  que  entretallan.  Siente  en  su  iiiiajiíif'icíün 
cierta  efervescencia  que  quiere  trasmitir  á  sus  lectores  ,  y  para  conseguirlo  no  halla 
medio  mas  oportuno,  ni  lo  bav ,  que  espresar  bien  lo  que  siente.  No  trata,  pues, 
de  coordinar  las  ideas  según  el  orden  lójico  de  su  deducción ;  no  trata  dc^  buiíear  los 
pensamientos  que  prueben  una  verdad  :  lo  que  se  siente  está  suficientemente  pnn 
Lado;  sino  los  que  mejor  contribuyan  á  gravarla  en  el  ánimo,  á  escitar  conuiociooes 
y  sentimientos. 

Cuéntase  que  un  geómetra ,  asistiendo  á  la  representación  de  una  escclente  tra- 
jedia  al  concluirse  dijo  :  y  ¡qué prucha  esto?  Para  él  nada  á  la  verdad  ;  pero  ú  los  que 
le  overon  demostn^  su  pregunta ,  que  á  fuerza  de  cultivar  esclusívamente  8n  facul- 
tad analítica  babia  perdido  los  sentimientos  comunes  de  la  bumanidad.asi  como  otnM 
sabios,  por  entregarse  demasiado  al  estudio  han  perdido  la  vista. 

La  iniajinacion  y  el  corazón  tienen  ,  pues ,  su  particular  idioma  :  el  que  sabe  ha- 
blarlo es  poeta,  'tienen  también  su  lójica  y  análisis  particular;  pero  no  osla  del 
raciocinio.  Descríbase  inoportunamente  el  arco  Iris  ,  como  dice  Horacio  ,  y  se  notará 
al  instante  la  incongruencia.  )*lsnrese  el  actor  Irájico  su  desesperación  en  antitesis  si- 
inetrizadas,  y  se  adormecerán  los  espectadores. 

El  estilo  poético,  destinado  á  espresar  imájenes y  sentimientos,  debe  ser  esencial- 
mente  distinto  del  oratorio  ,  del  histórico,  del  tilosóíico  ,  que  demuestran  ,  rac'ioeinau 
\  analizan.  Mu  él  la  elección  y  disposición  de  los  pensamientos  debe  ser  adaptada  al 
íin  i\\w  se  propone  el  poeta  ,  que  es  (tí/radar  conínovipndo. 

Pero  pasando  ya  de  los  pensamientos  á  las  palabras,  esto  es,  del  f9lUo  propia- 
mente  dicho  al  kutjuajr ,  ¿ha  do  distinguirse  el  dialecto  de  la  poesía  del  do  los  otro» 
géneros'/ esta  es  cuestión  importante  ,  y  que  nos  proponemos  examinar. 

Si  atendemos á  los  hechos,  es  indudable  que. la  respuesta  debe  ser  afirmativa.  No 
hay  ninguna  de  las  lenguas  conocidas,  en  que  el  lenguaje  poético  no  se  diferencie,,^» 
mas,  \  a  menos,  del  de  la  prosa.  No  hablaremos  del  idioma  griego,  que  nos  es  mnv  p<N*o 
conocido,  auu(|ue  sepamos  por  los  informes  de  los  mejores  helenistas,  y  por  el  mis- 
mo testimonio  de  Aristóteles,  cuan  comunes  eran  en  su  poesía  lo.s  arcaísmos  en 
^üces  \  constrnc(*iones,  el  uso  dolos  diferentes  dialectos,  la  transposición  ,  las  eon- 
tiaccionos  ,  los  nmdismos,  en  fin  ,  que  podían  usarse  en  verso  y  no  en  pro.<a ;  asi 
corno  ciertas  esprosiones  de  esta  no  podían  emplearse  en  la  poesía.  Si  de  la  lengua  de 
Atonas  pasamos  á  la  de  los  latinos  que  nos  es  mas  bien  conocida ,  vemos  los  mismos 
caracteres  en  el  lenguaje  de  ^'irjijio  y  Horacio,  aumentados  con  muchas  conslniceio- 
nos  tomadas  del  idioma  griego ,  como  nmlus  mnnbra ,  y  ([uc  no  eran  permitidas  en 
prosa. 

Vengamos  ya  á  las  lenguas  modernas.  La  poesía  italiana  admite  contracciones 
que  no  son  permitidas  sino  on  la  poesía  :  la  inglesa  tiene  muchas  palabras  que  no  se 
usan  en  prosa,  y  que  en  los  diccionarios  mismos  so  potan  como  poéfiras:  la  francesa, 
quizá  la  mas  pobre  do  todas  en  esta  parte,  tiene  por  lo  menos  cierta  facilidtid  de  in- 
vertir y  de  cometer  elipsis  en  el  verso,  que  parecerían  violentasen  el  lenguaje  des- 
atado. La  española,  en  fin,  usa  en  su  poesía  de  mayor  libertad  en  las  transposirío- 
uos  y  arcaísmos,  asi  como  en  las  figuras  de  dicción,  que  consisten  en  quitar,  aña- 
dir ó  transponer  silabas  ó  letras  á  las  palabras.  Tiene  también  voces  que  no  son  per- 
mitidas en  la  prosa  ;  asi  como  igualmente  uspresioncs  y  modismos  familiares  que  son 
mirados  como  indignos  del  verso. 

Parece,  pues,  que  la  misma  naturaleza  inspira  nuevo  lenguaje  ,  asi  como  nuevos 
pensamientos  á  los  poetas;  pues  vemos  en  todos  los  idiomas  una  diferencia  tan  no- 
InbiO  en  el  dialecto  de  la  poesía  con  respecto  al  de  la  prosa.  Veamos,  pues,  si  pó- 
denlos hallar  algún  principio  filosófico  que  esplique  este  fenómeno  general. 

\'M  cuanto  á  la  ira  nf  posición,  que  es  una  dclascualidades  principales  del  lenguaje  poé- 
tico, no  es  dificil  conocer  de  dónde  procede.  En  poesía  no  se  observa  el  orden  lójico  ni 
gramatical  délas  ideas,  sino  el  del  interés  que  inspiran.  De  a([ui  es  que  cada  palabra  de- 
bo colocarse  donde  produzca  el  mejor  efecto  posible,  ya  por  las  ideas  que  se  le  asocien. 
\a  por  su  mi.sma  armonía.  Asi  seda  por  regla  general  de  buena  versificación  que 
so  procure  concluir  los  versos  con  una ' voz  principal ,  como  verbo  ó  sustantivo,  y 


no  con  iin  adjetivo  ó  un  adverbio.  Ademas  todos  los  buenos  poetas  ban  atendido  cui- 
dadosamente á  la  armonía,  ya  en  cuanto  al  sonido  general,  ya  en  cuanto  ala  imitación 
tlel  objeto  que  se  describe  con  los  sonidos  mismos,  siempre  que  sea  posible:  ya  en  fin  á 
la  conveniencia  de  los  tonos  con  el  pensamiento.  Ideas  placenteras  y  balagüeñas  deben 
espresarse  con  sonidos  suaves,  fáciles  y  tranquilos:  pasiones  vehementes  y  sentimien- 
tos impetuosos  con  cortes  violentos  y  rápidos.  Mas  para  que  el  poeta  pueda  hacer  esto, 
necesita  de  cierta  libertad  en  las  construcciones ,  de  cierta  facilidad  para  trasladar  las 
palabras  de  un  sitio  á  otro.  Hé  aqui  el  orijen  del  hipérbaton,  que  en  todos  los  idiomas 
es  mas  atrevido  en  el  verso  que  en  la  prosa.  La  naturaleza  que  inspira  al  cantor  colocar 
las  voces  según  el  orden  de  interés  que  tienen  los  objetos  que  representan ,  le  ins- 
pira también  colocarlas  donde  formen  una  armonía  mas  agradable  ó  mas  signifi- 
cativa. 

El  arcaísmo ,  ó  la  introducción  de  voces  ya  desusadas  en  prosa,  dá  al  lenguaje 
cierto  sabor  de  antigüedad  venerable  y  de  candor,  que  lo  hace  muy  á  propósito 
para  la  poesía ,  porque  recuerda  los  tiempos  primitivos  en  que  se  raciocinaba  menos 
que  se  scntia.  Al  mismo  tiempo  son  voces ,  generalmente  hablando,  mas  pintorescas 
y  que  hablan  con  mas  viveza  á  la  fantasía,  que  las  que  ha  introducido  en  su  lugar 
un  lenguaje  mas  culto  y  modesto.  También  por  mas  inusitadas  llaman  mas  la  aten- 
ción y  graban  mas  profundamente  la  idea.  Por  todas  estas  razones  se  ha  mirado  el 
arcaismo  en  todas  las  naciones  como  una  licencia  concedida  á  los  poetas. 

Los  griegos  y  latinos  la  tenian  también  de  componer  voces  nuevas  con  elementos 
ya  conocidos ,  aunque  los  primeros  con  mas  latitud  que  los  segundos.  Esta  libertad 
no  se  ha  conservado  en  las  lenguas  modernas  que  proceden  de  la  latina ,  aunque  la 
tienen  las  de  orijen  teutónico  como  la  inglesa.  En  la  poesía  castellana  no  se  usan  mas 
voces  compuestas  no  admitidas  en  prosa ,  sino  las  que  proceden  del  latin ,  como  armt- 
poienítj  bdigero^  ignífero  y  otras  semejantes.  Las  que  son  de  composición  castellana, 
como  biennacido ,  recienvenido ,  son  comunes  al  verso  y  á  la  prosa . 

Las  figuras  que  consisten  en  la  alteración  ,  supresiva  ó  aumento  de  letras  y  síla- 
bas pueden  haber  tenido  su  orijen  en  la  licencia  que  se  ha  concedido  á  los  poetas 
para  que  conste  el  verso  ó  para  que  sea  mas  armonioso  sin  alterar  el  sentido.  Es  na- 
tural que  haya  sido  esta  licencia  mas  lata  en  la  época  en  que  empezaba  á  perfeccio- 
narse el  lenguaje ,  que  después  cuando  ya  estaba  fijado.  Entonces,  por  ejemplo,  pudo 
haberse  introducido  fácilmente  decir  felice  por  feliz.  Ahora  no  se  permitiría  ya  escri« 
bir  udgare  ftor  vulgar. 

Los  giros  V  voces  reservados  para  la  poesía  forman  la  mayor  y  mas  escogida  parte 
del  tesoro  de  la  dicción  (loética.  Cuando  Luis  de  León  dijo 

«Que  tienen  y  los  montes  sus  oidos»» 
y  Góngora 

«Desnuda  el  pecho  anda  ella,» 

enriquecieron  el  lenguaje  poético  con  dos  giros  hermosísimos.  Las  voces  crinado^  rie^ 
lar  y  otras  muchas  que  no  se  emplean  en  prosa,  forman  el  diccionarío  de  la  poesía. 
Debemos  advertir  que  hay  muchas  palabras  descríptivas,  que  aunque  propias,  de 
buena  formación  y  sonido  y  de  muy  buen  efecto  en  la  poesía ,  no  pertenecen  sin 
embargo  al  lenguaje  poético,  porque  pueden  también  emplearse  en  la  prosa.  Sírva- 
nos de  ejemplo  la  octava  siguiente  de  Balbuena ,  en  que  imita  un  pasaje  de  Yirjilio: 

«Es  fama  que  de  un  rayo  poderoso 

En  aquellas  cavernas  soterrado 

Está  el  gigante  Encelado  espantoso 

De  todo  el  monte  altísimo  cargado: 

Del  pecho  resoplando  pavoroso 

Humo ,  fuego  y  azufre  requemado; 

Y  al  anhelar  del  pecho  que  rehierve. 

La  tierra  tiembla  en  torno,  y  el  mar  hierve.» 

3 


[18] 

Toda  la  octava  es  poética  en  cuanto  á  su  esülo ;  pero  las  palabras  aUi$imo ,  cargado^ 
pavoroso ,  requemado ,  tiembla ,  /uVrr^; ,  aunque  gráficas  y  perfectamente  colocadas ,  no 
pertenecen  al  lenguaje  poético  ,  porque  pueden  usarse  en  prosa  y  en  la  misma  acep- 
ción. Lo  que  hay  de  dicción  poética  en  esta  octava  son  :  el  participio  soterrado :  el 
réjimen  de  un  rayo  poderoso :  las  transposiciones  del  segundo ,  cuarto  y  quinto  verso: 
resoplando  y  al  anhelar ,  no  usados  en  prosa  en  esa  acepción :  el  anticuado  rehiervf ;  j 
en  ún ,  la  espresion  adverbial  en  torno  ,  reservada  para  la  poesía. 

Parece,  pues,  que  el  principio  general  que  justiGca  el  uso  del  dialecto  poético, 
es  la  novedad  y  enerjia  que  comunica  al  estilo,  sin  faltar  por  eso  á  los  limites  que 
ha  puesto  el  uso  á  la  infracción  de  las  reglas  de  la  gramática ;  y  esta  habrá  sido  li 
razón  por  que  todas  las  lenguas ,  ya  con  mas ,  ya  con  menos  latitud ,  han  permitido 
ciertas  licencias  al  lenguaje  de  la  imajinacion  y  de  las  pasiones. 

ARTÍCULO  IL 

XjNTRE  los  antiguos  poetas  castellanos  fiolo  hay  dos  que  se  hayan  dedicado  á  for- 
mar el  dialecto  poético  de  la  lengua ,  que  son  Juan  de  Mena  y  Fernando  de  Herrera. 

Los  poetas  castellanos  anteriores  al  siglo  XV  en  que  floreció  el  Ennio  español,  ni 
podian  perfeccionar  el  lenguaje  de  la  poesía ,  ni  aun  formar  el  proyecto  de  darle  un 
(xirácter  distinto  del  de  la  prosa.  La  razón  es  evidente.  Ni  aun  el  mismo  idioma  esta- 
ba todavía  formado.  Es  cierto  que  aparece  ya  en  el  libro  de  las  Partidas  con  dotes 
muy  estimables :  dignidad «  precisión ,  número  y  aun  adorno.  Pero  aquel  libro  fué 
un  fenómeno  estraordinario.  ^Vsi  como  se  adelantó  en  gran  manera  á  todos  los  escri- 
tos anteriores,  asi  también  fué  muy  superior  á  los  que  se  le  siguieron  en  el  si- 
XIV,  y  solo  en  el  XY  empieza  á  notarse  una  dicción  que  iguale  ó  aventaje  á  la  suya 
en  soltura  y  gallardía. 

Podemos,  pues,  asegurar  que  el  idioma  castellano  no  empezó  á  fijar  su  construc- 
ción ,  y  por  consiguiente  á  ser  un  idioma  formado,  hasta  el  reinado  de  Juan  U. 
Ahora  bien ,  cuando  la  dicción  prosaica  era  aun  grosera  é  indijesta ,  no  era  posible 
dar  á  la  poética  un  carácter  fijo  y  definitivo.  Prescindamos  ya  de  los  primeros  rodos 
ensayos  de  nuestra  poesía,  de  los  poemas  del  Cid  y  del  conde  Fernán  González:  aun- 
(|uc  hablemos  de  Bcrceo  y  del  arcipreste  de  Hita ,  ¿quién  negará  que  sus  versos ,  tal 
vez  muy  poéticos  en  cuanto  al  pensamiento,  están  escritos  en  un  lengUcijc  mas  tosco 
y  dipsaliñado  que  la  prosa  del  marqués  de  Santillana  y  del  bachiller  de  Cibdad  Real? 

Pero  esta  prosa  tiene  ya  la  misma  construcción  que  la  que  se  habló  en  el  si- 
glo XVI ,  aunque  conserva  en  los  accidentes  muchos  vestijios  de  rusticidad,  que  fae- 
ron  ¡)oco  á  poco  desapareciendo.  Entonces  fué  la  ocasión  oportuna  de  darle  también 
su  verdadera  construcción  al  lenguaje  poético  castellano :  y  eso  fué  lo  que  solicitó 
Juan  de  Mena.  Cotéjense  sus  composiciones  con  las  de  los  poetas  coetáneos  suyos ,  J 
so  conocerá  fácilmente  esta  intención.  Las  estanzas  de  Jorjc  Manrique,  tan  elegan- 
tes ,  tan  melancólicas ,  no  presentan  el  menor  vestíjio  de  semejante  proyecto.  Los 
pensamientos  son  nobles  y  dignos  de  la  poesía;  las  voces  pertenecen  todas  al  lengua- 
je común ,  y  no  hay  ninguna  que  no  se  pudiera  hallar  en  los  escritores  prosistas  de 
aquella  época.  No  asi  las  poesías  de  Juan  de  Mena,  donde  se  hallan  muchas  voces, 
la  mayor  parte  tomadas  del  latín ,  que  ni  entonces  ni  después  se  usaron  en  prosa. 
Basta  para  convencerse  de  ello  leer  las  muestras  que  do  este  poeta  presenta  el  señor 
Quintana  en  su  colección ,  y  se  verán  las  siguientes  espresiones,  inventadas  de  pro- 
pósito por  él  para  hacer  poético  su  lenguaje : 

«nuevos  yerros» 
«la  noche  pasada  hacer  los  planetas» 
«con  crinen  tendidos  arder  los  cometas» 
«las  aves  nocturnas  y  las  funéreas.  * 

Las  voces  cdrbasos,  el  Birseo  muro ,  abusioties ,  la  menstrua  luna ,  tientan  por  procQ** 


[19] 
rar,  pruitia^  semilunio,  y  otras  muchas  aglomeradas  en  pocos  versos,  no  usadas  nunca 
en  la  prosa  castellana ,  anuncian  muy  á  las  claras  en  el  poeta  cordobés  la  intención 
de  crear  un  dialecto  poético ,  aunque  todavía  tenia  que  luchar  su  grande  genio  con- 
tra la  rusticidad  del  lenguaje. 

Pero  en  ninguno  de  sus  coetáneos,  ni  en  Juan  de  la  Encina,  ni  en  Boscan,  ni  en 
Garcilaso  que  aclimató  en  España  el  metro  y  carácter  de  la  poesía  italiana ,  se  des- 
cubren señales  de  semejante  idea.  El  primero,  y  acaso  el  único  del  siglo  XYI,  que]tomó 
á  su  cargo  continuar  el  proyecto  de  Juan  de  Mena,  fué  Fernando  de  Herrera,  el  mas 
esmerado  sin  disputa  en  cuanto  al  lenguaje  de  todos  los  poetas  de  aquel  tiempo. 

Herrera  emprendió  su  obra  con  mas  tino ,  con  mas  conocimiento  del  arte  y  con 
mas  caudal  de  erudición  que  su  antecesor,  el  cual  apenas  había  hecho  otra  cosa 
que  introducir  voces  latinas  no  usadas  antes.  El  poeta  sevillano  tomó  de  esta  lengua 
menos  palabras  y  mas  giros  y  modismos;  aumentó  la  libertad  de  las  transposiciones, 
de  las  JBguras  de  dicción  y  de  los  arcaísmos ;  y  puso  sumo  cuidado  en  el  escojimíento 
de  las  palabras,  especialmente  las  gráficas  y  descriptivas,  y  creó  nuestro  lenguaje 
poético  tal  como  existe  en  el  día.  No  dudamos  asegurarlo  asi ,  porque  no  hay  ninguna 
licencia  délas  que  usa  Herrera  que  no  sea  permitida  en  la  actualidad:  mas  no  se 
«uele  usar  de  ellas  con  tanta  frecuencia  como  él  lo  hizo. 

En  efecto.,  su  frase ,  siempre  engalanada  y  artificiosa ,  aunque  siempre  bella, 

f presenta  vestijios  del  trabajo ;  y  los  versos  buenos  han  do  tener  la  apariencia  de 
a  inspiración  espontánea.  Esto  no  es  de  estrañar.  La  lengua  ,  aunque  ya  formada, 
no  tenia  aun  aquella  flexibilidad  que  adquirió  después  en  las  plumas  de  Rioja ,  Ar- 
gnijo ,  Cervantes ,  (considerado  como  prosista)  y  Lope  de  Vega ,  que  prefiriendo  la 
facilidad  á  todas  las  dotes  poéticas ,  díó  el  pernicioso  ejemplo  de  hacer  versos  sin 
poesía.  Si  Garcilaso  tuvo  también  que  hacer  esfuerzos ,  muchas  veces  inútiles  ,  para 
doblegar  el  idioma  á  los  sentimientos  de  ternura  candida  y  sencilla  que  respiran 
sus  églogas ,  ¿  cuánta  mayor  dificultad  debió  encontrar  Herrera  que  solicitaba  no 
solo  domarlo  sino  formarlo  de  nuevo  ? 

Rioja  disminuyó  algún  tanto  la  ostentación  del  lenguaje  poético ,  y  se  aplicó  mas 
cuidadosamente  á  la  armonía ,  al  escojimiento  de  palabras  pintorescas  y  al  arte  de  es- 
presar poéticamente  pensamientos  filosóficos.  Mas  no  por  eso  despreció  el  dialecto  de  la 
poesia ;  antes  lo  empleó  con  tanta  felicidad,  que  en  sus  versos  vienen  como  nacidas 
aquellas  espresiones,  que  aunque  hermosas  y  oportunas,  parecen  buscadas  en  Herrera: 

<  ¡  Cuan  callada  que  pasa  las  montañas 

El  aura  respirando  mansamente! 

¡  Qué  gárrula  y  sonante  por  las  cañas ! » 

¿Quién  fija  la  atención  en  las  tres  voces  poéticas  que  contienen  estos  versos  ,  ni  en 
la  elipsis  del  tercero?  Pero  cuando  Herrera  comienza  su  hermosa  oda  á  D.  Juan  de 
Austria : 

«Cuando  con  resonante 

rayo  y  furor  del  brazo  impetuoso 

á  Encelado  arrogante 

Júpiter  poderoso 

despeñó  airado  en  Etna  cavernoso:^ 

Todo  el  artificio  de  la  frase  poética  se  deja  sentir :  los  epítetos  resonante  y  eaxiernoso, 
la  supresión  del  artículo  antes  de  Etna,  y  el  hipérbaton  del  objeto  del  verbo  colo- 
rado primero  que  el  sugeto.  \ 

I^  manera  de  Rioja  fué  mas  imitada  de  Arguijo ,  Jáureguí  y  Góngora  cuando  son 
bnenos,  del  bachiller  Francisco  de  la  Torre  y  Balbuena,  que  enriquecieron  el  idio- 
ma poético  con  un  gran  número  de  espresiones  descriptivas :  en  fin  ,  por  todos  los 
poetas  á  quienes  no  arrastró  la  contajiosa  facilidad  de  Lope  de  Vega.  Usaron  de 
las  licencias  adquiridas  por  el  gefe  de  la  escuela  sevillana ,  mas  ninguno  se  atrevió 
á  prodigarlas;  porque  no  se  debe  llamar  lenguaje  poético  la  oscuridad  afectada  ni 


\ 


\ 


.f20] 
las  metáforas  atrevidas  de  Góngora ,  ni  la  introducción  sin  tino  ni  medida  de  voces 
latinas,  que  adoptaron  los  sectarios  de  la  latiniparla. 

I.a  poesía,  la  elocuencia  y  el  idioma  se  corrompieron  en  el  siglo  XYII.  En  el  XVIII 
se  introdujo  entre  nosotros  la  literatura  francesa ;  y  no  puede  negarse  que  en  com- 
pensación de  otros  inconvenientes  debimos  á  ella  el  conocimiento  de  los  verdaderos 
principios  de  la  elocución  poética  ,  y  el  estudio ,  tantos  años  interrumpido ,  de  nues- 
tros buenos  poetas  del  siglo  XVI.  Lu/an  ,  hombre  de  mas  gusto  que  genio ,  enseñó  ¿ 
estudiarlos  de  nuevo  y  á  imitarlos  no  sin  felicidad.  Siguiéronle  el  P.  González,  Mo- 
ratín  el  padre  é  Iglesias  desprovistos  también  de  genio  (este  último  robó  sin  piedad 
al  bachiller  de  la  Torre  y  á  iialbuena].  Al  fin  apareció  Melendez,  y  las  musas  caste- 
llanas volvieron  á  repetir  los  sones  de  sus  antiguos  vates. 

Melendez  no  puso  grande  atención  al  dialecto  poético  en  sus  primeras  compo- 
siciones ,  consagradas  casi  todas  al  amor.  Después  fué  mas  atrevido ,  pero  sin  desfi- 
gurar el  idioma.  No  asi  Cienfuegos,  ante  cuyos  pensamientos  colosales  desaparecía 
liasta  la  gramática.  Sus  imitadores  no  han  contribuido  á  justificar  su  manera. 

Se  ve ,  pues ,  que  en  el  dia  nuestro  lenguaje  poético  está  reducido  al  que  nos  legó 
Herrera ,  pero  usado  con  la  prudente  frugalidad  de  Rioja.  En  lo  que  hay  mas  li- 
hertad  es  en  los  arcaismos:  no  tanta  en  el  uso  de  las  figuras  de  dicción,  y  menos 
aun  en  las  transposiciones  después  que  Tomé  de  Burguillos  ó  Lo\}C  de  Vega  escribió 
rstos  versos  en  la.  Gatomaquia  : 

«En  una  de  fregar  cayó  caldera, 
(trasposición  se  llama  esta  figura).» 


poético  tan  abundante  y  vanado  como  el  de  Jos  griegos: 
pero  el  que  basta  para  no  envidiar  á  ninguna  de  las  lenguas  modernas,  inclusa  b 
inglesa,  siempre  que  se  maneje  con  talento  y  prudencia. 


DE  LA  ELOCUCIÓN  POÉTICA. 


ARTICULO  I. 

Lista  es  una  de  las  malerías  mas  difíciles  de  tratar  en  literatura.  Horacio,  que  es 
sin  disputa  el  mejor  maestro  de  poética  conocido  en  el  siglo  brillante  de  los  latinoSf 
cuando  llega  á  tocarla,  so  contenta  con  espresar  sus  ideas  por  medio  de  metáforas, y 
iKj  la  desentraña  íilosóiicamente,  cosa  que  por  decirlo  de  paso,  no  .se  exijia  ea  su 
l*en)po. 

<  Pnnnun  egn  me  illorum^  quibua  dederim  esse  portas^ 
Eacerpam  numero :  ñeque  enim  coucludere  verstmi 
Direris  esse  satia ;  ñeque  si  qitis  scribat  tiíi  nos 
Serinoni  propriora  ,  pufes  kunc  esse  poefxtm. 
Ingenium  rni  .<?í7,  aii  mens  divinior ,  aique  os 
Magna  sonatunim,  des  nominis  hujus  honorem,* 
((Vo  me  borro  del  número  de  aquellos 
A  los  cuales  confieso  por  poetas, 
Xo  Tjasta  componer  versos  que  consten; 


[21] 
Y  si  alguien,  como  yo,  los  escribiere 
En  estilo  á  la  prosa  semejante, 
No  pienses  que  es  poeta.  De  este  nombre 
Solo  darás  la  gloria  al  que  posea 
(jcnio ,  mentó  divina  y  voz  sublime). » 

Entra  después  en  la  cuestión  de  si  la  comedia  es  poema  ó  no  ,  y  parece  inclinarse 
á  la  negativa :  pues  aunque  tal  vez  se  eleva  un  poco  el  lenguaje  en  los  trozos  en  que 
habla  la  pasión ,  como  cuando  un  padre  reprende  los  vicios  de  «u  hijo ,  sin  embar- 
go ,  nunca  sale  del  tono  ni  de  las  ideas  de  un  padre  verdadero  en  la  misma  situación: 
lo  que  puede  conocerse,  añade,  en  que  destruyendo  el  artifício  y  el  hipérbaton  de 
los  versos  cómicos ,  lo  que  resulta  es  prosa  pura  ;  cosa  que  no  sucede  on  im  pasaje 
venladeramente  poético  de  la  epopeya  ó  de  la  oda. 

Estas  reflexiones  de  Horacio  son  preciosas,  y  nos  obligan  á  admirar «1  instinto 
admirable  de  su  gusto  ,  que  le  dictó  por  sentimiento  la  diferencia  esencial  entre  la 
elocución  poética  y  la  prosaica.  Si  es  posible  deducirla  á  priori  de  principios  filosó- 
ficos, es  imposible  describirla  con  mas  claridad  ni  exactitud.  Aspiremos,. pues,  á  la 
gloria  de  interpretarle^  ya  que  él  mismo  nos  ha  impedido  la  de  sentar  las  reglas; 
porque  lo  hemos  dicho,  y  lo  volvemos  á  repetir,  en  materia  de  buen  gusto  será 
siempre  necesario  recurrir  á  las  máximas  del  poeta  de  Venusa. 

Tres  cosas  son  las  que  requiere  Horacio  en  el  verdadero  poeta  para  que  se  dis- 
tinga de  un  prosista: 

cGenio^  mente  divina,  voz  sublime:» 

pslo^s,  disposición  para  sentir  y  ser  inspirado  por  la  belleza  ó  la  sublimidad;  enten- 
dimiento capaz  de  contemplarla  y  de  hallar  las  relaciones  que  la  forman ;  lenguaje  y 
ai-mooia  á  propósito  para  espresarla.  De  estcrs  tves  elementos  se  compone  la  elocu- 
ción poética. 

.No  basta  sentir  y  gozar  la  belleza  ideal :  es  necesario  hallarse  inspirado  por  ella, 
competido  á  reproducirla;  es  preciso  verla  en  nuestra  fantasía,  al  mismo  tiempo  que 
oiwa  sobre  el  corazón,  pintándose  en  aquella  y  dominando  en  este,  y  pugnando  por 
lanzarse  de  nuestros  labios  bajo  las  formas  nuevas  que  le  hemos  prestado.  La  opera- 
ción del  genio  es  misteriosa ,  como  todas  las  de  la  naturaleza  cuando  transmite  la 
vida.  Nadie  la  ha  espresado  mejor  que  el  poeta  de  Sion  cuando  dice;  escápase  de  mi 
rurazon  el  oanto  de  la  felicidad :  eruetnail  cor  meiim  verbttm  bonum. 

La  inspiración  produce  nccesíniam  en  te  las  ideas  y  pensamientos  que  nuestro  au- 
tor llama  divinos,  porque  se  apartan  de  la  combinación  sabida  y  usual  de  las  refle- 
xiones humanas.  Las  ideas  poéticas,  generalmente  hablando,  no  se  presentan  bajo 
formas  analilicas,  ni  se  deducen  del  raciocinio  :  son  verdaderos  cuadros,  verdaderas 
im.ijenes  que  el  poeta  percibe  por  intuición ,  ó  bien  que  conmueven  sus  afectos,  y  le 
inspiran  el  idioma  propio  de  cada  uno  de  ellos.  La  mente  </tvtna  del  poeta  es  el  alma 
de  su  elocución  :  es  la  quería  á  su  estilo  el  carácter  verdaderamente  poético:  porque 
es  la  que  diferencia  los  pensamientos  en  su  esencia  y  en  su  giro  de  lo  que  deben  ser 
en  Jos  escritos  prosaicos. 

En  ^u  esencia.  Los  otiadros ,  las  imájenes  y  los  sentimientos  pertenecen  á  un  mun- 
do ideal,  muy  diferente  del  común,  sobre  que  se  versan  ordinariamente  nuestras  fa- 
cultades intelectuales.  En  este  nuevo  universo,  creado  por  la  poesía,  todo  es  vida, 
iodo  es  acción.  Los  montes  se  conmueven ,  los  elementos  tienen  sensibilidad ,  ^os  ani- 
males raciocinan^  y  hasta  las  ideas  generales  formadas  por  nuestra  facultad  de  abs- 
traer, tienen  propiedades  humanas  :  nos  oyen  ,  nos  hablan  ,  nos  consuelan  ,  nos  re- 
prenden. Es  \\!rdad  que  el  buen  poeta  sabe  conservar  relijiosamente  la  verdad  intrín- 
Keca  6  ideal  de  las  cosas  :  sabe  espresar  ,  pero  sin  descubrir  su  artificio  ,  las  relaciones 
i'onstantes  que  existen  entre  esc  mundo  fantástico  y  el  verdadero :  mas  no  ])or  eso 
dejan  de  pertenecer  á  él  los  pensamientos  con  que  esplica  la  idea  principal ;  pensa- 
tuienUis  que  son  los  que  en  cualquier  género  caracterizan  el  estilo. 


no  serían  estos  versos  do  una  sílaba,  sioo  de  dos;  porque  en  nuestra  versificación,  toda 
silaba  final  de  verso  en  palabra  aguda,  equivale,  como  ya  hemos  dicho,  á  dos  sílabas, 
l^os  de  dos  sílabas  apenas  pudieran  seguirse  unos  á  oíros  sin  que  pareciesen  de  cuatro, 
como  estos: 

c  Penas 

graves 

sufres, 

hombre: 

penas 

graves 

sufra 

yo» 

l>;is  palabras  de  una  ó  de  dos  sílabas  no  han  figurado  en  la  versificación  castellana, 
sino  en  los  ecos^  especie  de  juego  de  mal  gusto,  del  cual  vemos  ejemplos  en  Calderón, 
en  Lope  y  hasta  en  Haltasar  de  Alcázar.  £1  poeta  pregunta,  el  eco  responde,  yá  veces 
las  respuestas  de  este  reunidas  forman  sentido  completo. 

Tampoco  conocemos,  sino  en  este  caso,  versos  de  tres  sílabas,  que  nos  parcceriaa 
hemistiquios  de  uno  de  seis,  como  estos: 

i  Alabas 
alegre , 
jilguero 
veíoz, 
al  alba 
que  nace 
primicia 
del  sol.» 

Estos  ocho  versos  de  tros  silabas  son  visiblemente  cuatro  de  seis. 
Lo  mismo  podríamos  <lerir  del  verso  de  cuatro  sílabas  con  respecto  al  de  ocho;  pero 
aquel  ya  e\istc  por  sí  solo  eii  las  coplas  de  pie  quebrado,  ya  grave,  ya  agudo. 

cCóino  se  pasa  la  vida, 
cómo  se  viene  la  muerte 
tan  callando,* 
«Cualquiera  tiempo  pasado 

ei  mejor. » 

Produce  buen  efecto  después  del  octosílabo  por  sor  su  parte  alícuota.  Podemos  dedr, 
pues,  (|ue  el  trlrasiilalH)  es  el  metro  castellano  de  menor  número  de  filabas, 

llay  versos  de  5,  <»,  7,  8,  9,  10  y  11-  sílabas.  Mas  allá  no  hay  metros;  pues  el  de  \i 
se  compone  necesariamente  de  dos  de  O,  y  el  de  14  de  dos  de  7.  Nadie,  que  nosotrosse- 
pamos,  ha  usado  ni  aun  examinado  el  de  la.  Parece  que  este  es  el  término  desde  el  cual 
en  adelante  no  puede  ya  el  oído  percibir  la  medición  del  verso.  No  ignoramos  que  el 
«irabe  tiene  versos  de  10  sílabas  y  el  francés  de  1  i:  pero  estos  suenan  como  dos  de  7  y 
aquellos  como  dos  de  8.  Los  latinos  los  tenían  de  mas  silabas,  pues  el  hexámetro  podía 
llegar  hasta  17,  y  este  de  Horacio 

Solciíur  acris  hijems  grata  vice  veris  et  Favoni 

tiene  también  17.  Pero  los  latinos  no  valuaban  sus  versos  por  sílabas,  sino  por  pies. 

El  verso  de  cinco  sílabas  y  el  de  seis  son  por  su  brevedad,  propios  para  la  endecha 
ó  canto  dolorido  y  triste.  Sienta  muy  bien  el  pentasílabo  después  del  endecasílabo  td/ko* 
cuyo  quebrado  es:  pero  ¿porqué  en  este  caso  ha  de  ser  adónico^  esto  es,  ha  de  tener  acen- 
túa Ja  la  primera?  Bus:¡uen  los  intelijentes  en  música  la  razón  filosófica  de  esta  anomalía: 


[II]. 

mientras  nosolró»  la  alribuimos  á  la  costumbre  introducida  por  los  que  están  habituados 
á  las  estrofas  sáficas  de  los  latinos.  Porque  este  es  un  principio  que  debe  tenerse  siem- 
pre presente  en  materia  de  versificación.  No  hay  que  engañar  al  oido  cuando  se  le  ha  acos- 
tunibrado  d  una  tensacion.  Todo  lo  que  la  desmienta  ó  la  varié,  le  desagrada.  Pondremos 
por  ejemplo  los  pies  quebrados  de  cinco  silabas  en  las  coplas  de  ocho,  que  desagradan, 
porcjue  el  oido  espera  uno  de  cuatro:  bien  que  en  este  casv>  se  puede  asignar  una  razón 
musical,  y  es  que  el  de  cinco  no  es  quebrado  del  de  ocho* 

Los  de  7  y  8  silabas  son  en  los  que  mas  brilla  la  gentiléxa  y  gallardía  de  las  musas 
castellanas.  El  de  7  ,  compañero  frecuentemente  del  endecasílabo  cuyo  quebrado  es, 
le  auxilia  notablemente  en  la  espresion  de  los  sentimientos  enérjicos  y  elevados,  sirvo 
para  templar  su  tono»  dar  pausa  á  su  armonía,  y  ó  bien'  terminar  la  eslanza  con  un  pen- 
samiento concisamente  espresado,  ó  bien  proporcionar  desde  él  un  nuevo  vuelo  de  la 
imaji  nación. 

Generalmente  se  cree  que  el  verso  de  8  sílabas  es  el  hemistiquio  del  árabe  de  l(r, 
que  los  conquistadores  de  España  nos  dejaron.  Esta  opinión  es  muy  probable;  pero  no 
esplíca  por  qué  este  metro  es  común  á  la  poesía  francesa  y  á  la  italiana.  Los  que  han 
olMervado  ]que  los  hexámetros  latinos  acaban  casi  todos  en  versos  de  8  silabas,  han 
dicho  que  este  procedió  de  los  leoninos  de  la  edad  media,  imitados,  aunque  con  suma 
rudexa,  en  las  primeras  poesías  de  nuestro  idioma.  En  el  poema  del  Cid  se  encuentran 
estos  versos: 

€l)e  los  sos  oíos  lan  fuerte  mienlre  lorando 
£  sin  (aleones  é  stit  adtores  mudado»» 

\  otros  muchos  de  esta  medida. 

Entre  estas  dos  opiniones  puede  adoptarse  la  que  mas  acomode  á  cada  lector:  noso- 
tros nos  inclinamos  mas  á  la  segunda,  porque  esplíca  mejor  la  generalidad  de  este  me- 
tro en  la  Europa.  No  puede  el  verso  de  8  sílabas  traer  su  oríjen  del  griego ,  donde  se 
encuentran  algunos  de  esta  medida,  porque  los  latinos,  que  son  los  que  debieran  habér- 
noslo transmitido,  no  lo  adoptaron. 

£1  verso  de  9  sílabas  es  rarísimo  en  espafíol ,  y  muy  dificil  de  construir.  En  la 
poesía  francesa  es  por  el  contrario  muy  común:  mas  no  conocemos  ninguna  composición 
castellana  hecha  en  él;  sino  tal  cual  verso  intercalado  con  otros  metros.  Sin  embargo, 
como  quebrado  del  sálico  pudiera  reunirsele  ,  asi  como  el  de  7  sílabas  al  endecasí- 
labo propio.  Los  siguientes  versos , traducidos  de  iguales  metros  franceses, 

•   c Verde  enramada,  tu  frondoso  abrigo 
oculte  al  prado  mi  dolor: 
sé  de  mi  llanto  eterno  y  fiel  testigo: 
pues  que  lo  fuiste  de  mi  amor.t 

no  suenan  tan  mal  que  deba  desesperarse  de  hacer  uso  de  los  versos  de  9  silabas 
en  combinación  con  los  sáficos. 

Los  versos  de  10  sílabas,  como  estos, 

« 

cA  mi  dueño  le  be  dado  la  mano 
Parte,  pues,  dulce  bien  de>mi  vida» 

liento  la  particularidad  de  oo  hacer  el  hemistiquio  en  el  medio,  á  pesar  de  que  es  par 
el  número  de  silabas.  Los  italianos  lo  usan  mucho  en  los  compases  rápidos  de  las  ca* 
batinas. 

Nada  diremos  del  endecasílabo,  porque  hemos  hablado  largamente  de  él  en  los  dos 
artículos  anteriores. 


[12] 


RESPUESTA  Á  UN  ARTICULO 

DE  LA  REVISTA  DE  MADRID, 


1!jN  los  números  del  Tiempo  del  10,  13  y  iO  de  Agosto  de  1840,  insertamos  treí 
artículos  sobre  la  ver$ificacion  castdlatm.  En  el  primero  de  ellos  distinguimos  dos  cbseí 
de  versos  endecasílabos ,  el  endecasílabo  propio  y  el  sáfico,  dando  el  primer  nombre 
al  que  tiene  acentuada  la  sesta  sílaba,  y  el  segundo  al  que  tiene  acentuada  la  cuarta  y 
octava.  I^  Revista  de  Madrid  del  raes  de  Octubre,  en  un  artículo  sobre  el  verso  etuketf^ 
filaba  castellano,  llama  á  nuestra  distinción  descabellada^  incongruente  y  abswáa.  La  eeo- 
sura  no  puede  ser  mas  agria:  falta  saber  si  es  justa. 

Nosotros  no  tratamos  entonces  de  demostrar  nuestra  distinción ;  la  propusimos  como 
iin  /lo^/f/ Wo,dig<1moslo  así, necesario  para  esplicar  la  diferencia  de  movimiento  armóni- 
co que  admite  nuestro  verso  endecasílabo ;  pero  esta  misma  necesidad  es  una  demostra* 
cion.  Impórtanos  muy  poco  que  haya  cincuenta  años  ó  un  siglo,  que  se  conoció  la  dis- 
tinción que  establecimos ;  pero  la  fecha  que  se  asigna  en  la  ñemsla  es  favorable  á 
nuestra  causa;  pues  solo  de  cincuenta  años  á  esta  pártese  han  estudiado  entre  nosotros 
las  humanidades  con  alguna  filosofía. 

La  cuestión  se  reduce  á  lo  siguiente :  estos  dos  versos  endecasílabos 

cEl  dulce  lamen/arde  dos  pastores» 
<  11  uésped  eterno  del  A6r(7  florido » 

¿tienen  igual  armonía  ó  no?  Los  acentos  esenciales ,  esto  es ,  los  que  caracteriían  las  ce- 
suras, y  por  consiguiente  los  quebrados  de  estos  versos  ¿están  colocados  igaalmenCe  ó  Dot 
Basta  con  el  oidoy  con  la  vista  para  responder. 

Preguntamos  mas:  ¿hay  otra  combinación  posible  de  acentos  esenciales  en  el  ende- 
casílabo? No.  Los  acentos  en  las  tres  primeras  silabas  ni  forman  cesura  ni  quebrado.  La 
combinación  de  la  cuarta  y  sc^ptima  acentuadas  no  se  admite  ya  en  nuestra  poesía.  La 
de  la  cuarta  y  sesta  acentuadas  sin  estarlo  la  octava,  forman  un  endecasílabo  malo,  co- 
mo este,  citado  en  el  artículo  á  que  respondemos: 

tGala  de  Mayo,  rosa  purpurina.  > 

Es  malo,  porque  engaña  al  oido,  acostumbrado  á  un  acento  en  la  octava  después  deotio 
en  la  cuarta;  por(|ue  el  acento  que  cae  en  la  sesta  obliga  á  hacer  la  cesura  en  laséptímaf 
cuando  el  sentido  y  el  acento  en  la  cuarta  han  hecho  ya  otra.  El  acento  mas  oatunl 
del  endecasílabo  es  el  de  la  sesta, que  divide  el  verso  con  la  posible  igualdad.  Cuando 
existe  '  es  el  dominante:  si  forma  esdrújulo,  estará  mas  lejana  su  cesura  déla  qóiala  y 
será  el  verso  mejor, 

c  Dióles  Mcngibar  ínclita  corona  > 

Luego  si  no  hay  mas  que  estas  dos  diferencias  en  el  endecasílabo,  menester  et  Ota 
distinga  dos  especies  de  versos  endecasílabos  el  que  escriba  sobre  la  versificación  caftalla- 
na:  uno  acentuado  en  la  sesta  :  otro  en  la  cuarta  y  en  la  octava.^  Pereceóos  que  bails 
aquí  hemos  observado  las  condiciones  lójicas  de  una  buena  división 


[13] 

En  cuanto  á  los  nombres  que  les  hemos  impuesto,  esa  es  cuestión  meramente  de  px- 
hibra$^  como  nos  parece  que  lo  es  toda  la  impug^nacien  que  se  nos  hace  en  la  Recisia, 
Sin  embargo ,  daremos  razón  de  la  nomenclatura  que  hemos  adoptado. 

irOs  primeros  versos  que  hemos  hallado  en  nuestros  poetas  con  el  nombre  de  gáficosy 
siendo endecasilabos, son  ios  célebresy  bien  conocidos  de  1).  Esteban  Manuel  de  Villegas; 
pues  los  que  con  el  titulo  de  sd/ioosadónicoB  puso  Lope  de  V^ega  al  fin  del  primer  acto  de  la 
Üoi'otéa^  son  deli  silabas,  sin  que  se  alcance  el  motivo  de  aquella  singular  denominación. 

Ahora  bien,  estudiando  el  artificio  de  los  versos  de  Villegas,  hemos  observado  que 
su  ley  constante  es  tener  acentuadas  la  cuarta  y  la  octava.  El  articulo  de  la  Revhta,  que 
exíie  la  acentuación  de  la  primer  silaba  para  que  un  verso  castellano  sea  propiamcnie 
Báfico,  dice  que  á  Villegas  iscle  fué  el  mMo  ql  cielo  cuando  escribió 

c  Vital  aliento  de  la  madre  Venus. » 

Pero  la  verdad  es  que  Villegas  no  tuvo  por  necesaria  la  acentuación  de  la  primera: 
pues  en  aquella  composición  hay  muchos  versos  donde  falta,  y  no  es  solo  el  que  se  cita 
en  la  Rc^oUía,  Ninguno  de  estos, 

t  Si  de  mis  ansias  el  ardor  supiste,  • 
c  Asi  los  dioses  con  amor  paterno,  t 
cAsí  los  cielos  con  amor  benigno,» 
c  Jamas  el  peso  de  la  nube  parda , » 
c  Entre  tus  plumas  de  color  nevado,  > 
«Y  entre  tus  uñas  de  granates  llevas.» 

ni  de  otros  16  que  no  citamos  por  evitar  prolijidad,  en  dos  composiciones  no  muy  lar- 
gas, tienen  acento  en  la  primera.  Villegas,  pues,  no  lo  creyó  necesario.  Mas  nunca  falta 
en  la  cuarta  ni  en  la  octava. 

Estos  versos  de  Villegas  se  han  llamado  siempre  9áf.c6%  por  todos  los  humanistas  es- 
pañoles. Xo  créimos,  pues ,  cometer  un  yerro,  llamando  %áfico  al  endf^casílabo  de  cuar- 
ta y  octava  acentuadas.  Ni  nosotros ,  ni  los  que  antes  de  noj^otros  han  usado  de  esta  de- 
nominación ,  ni  el  mismo  Villegas  que  según  parece,  la  introdujo,  han  querido  dar  á 
esta  palabra  otro  valor  que  el  de  la  semejanza  que  tiene  el  verso  así  acentuado  con  el 
sonido  del  metro  latino  del  mismo  nombre,  pronunciado  á  la  española.  Usamos,  pues, 
de  esta  voz  en  el  sentido  que  siempre  se  ha  usado  entre  los  que  hablan  y  escriben  de 
estas  materias. 

Al  endecasílabo  acentuado  en  la  sesta  le  llamamos  endecasílabo  propio^  porque 
tratándose  de  una  versificación  que  consiste  en  el  número  de  sílabas  y  en  la  colocación 
de  los  acentos,  es  el  que  lo  tiene  en  el  sitio  mas  natural  que  es  enmedio  del  verso.  Asi 
es  que  el  quebrado  mas  propio  del  endecasílabo  es  el  eptasílabo  formado  por  el  acento 
en  la  sesta.  El  verso  sáfico,  aunque  endecasílabo  también,  ni  tiene  la  misma  armonía,  ni 
los  mismos  espacios  musicales,  ni  el  hemistiquio  natural  del  otro. 

Esto  hemos  dicho  en  defensa  de  nuestra  nomenclatura  ;  pero  lo  repetimos ,  esa  es 
cuestión  muy  subalterna  y  de  ninguna  ó  poca  importancia.  Llámeseles  como  se  quiera, 
con  tal  que  se  reconozca  la  diferencia  esencial  que  hay  entre  ambas  especies  de  verso. 

En  el  artículo  de  la  Recisia  seestraña  que  confesando  nosotros  que  el  endecasílabo 
tuvo  su  orijen  en  el  sáfico  griego ,  no  reconozcamos  como  sdficos ,  todos  los  endecasí- 
labos italianos ,  franceses  y  españoles. 

Pero  la  culpa  no  es  nuestra ,  sino  del  uso  común  que  solo  llama  sáficos  á  los  cons- 
truidos de  cierto  modo ,  y  á  los  demás  los  llama  simplemente  endecasílabos.  Ademas, 
los  primeros  poetas  italianos  tomaron  de  los  latinos  el  número  de  sílabas;  mas  no  toma- 
roa  su  cantidad ,  elemento  prosódico  que  perdieron  al  formarse  las  lenguas  modernas. 
Es  oatural  que  en  los  primeros  endecasílabos  procurarían  imitar  el  sonido  de  los  latinos; 
pero  en  breve  conocieron  que  variando  la  colocación  de  los  acentos  sallan  nuevos  rit- 
mos dependientes  de  ella  y  no  despreciables  para  la  armonía.  Todavia  conservan  los 
italianos  la  combinación  de  lacoarta  y  séptima  acentuadas  que  nosotros  hemos  abandonado. 

Distinguimos,  pues  j  los  endecasílabos  no  tomando  por  base  su  orijen^  sino  el  estado 


adiial  (lo  nllo^(^a  vcrMricarion.  Xo  dos  era  posible  seguirlo  en  las  vicisiludes  qnera&rió 
al  formarse  la  lengua  y  poesía  ilaliana  ;  pero  podíamos  reconocer  la  difereDCMi  de  mo- 
\imirn(o  en  este  metro,  segiin  la  diferente  colocación  de  los  aceolos;  y  esa  fue  la  que 
ííon  dedicamos á  examinar;  porque  esta  era  la  única  investigación  lUU  é  iniporUiDte 
que  cnhia  en  la  materia. 

lln  el  articulo  de  la  Kcvisia  se  esplica  una  nueva  distinción  del  endecasílabo,  al  cual, 
en^irtudde  su  orijen,  llama  .<a/7ro:  fundada  no  en  la  diversa  armonía  que  resulla  de 
lu  varia  colocación  del  acento,  sino  en  la  construcion  primitiva  del  sAlico  griego  y  latino. 
Kxaminemos,  pues,  esta  división. 

La  distinción  que  en  dicho  artículo  se  señala  á  los  versos  endecasílabos  ó  sáGcos 
(pnes  todo  es  uno  en  aquel  sistema  fundado  en  el  orijen  de  nuestro  verso  heroico)  es  U 
sii^uieute: 

Sáfícos  verdaderos  ó  propios : 
Sáfícos  impropios. 

Llama  sáfícos  verdaderos  ó  propios  á  los  que  empiecen  por  un  adonico  español ,  esla 
rs ,  que  tengan  acentuada  la  primera  y  la  cuarta  con  el  hemistiquio  en  la  quintil. 
Sálicos  impropios  son  todos  li>s  demás  endecasílabos. 
I^emplos  de  sálicos  verdaderos : 

c  Huésped  eterno  del  Abril  florido » 
con  la  octava  acentuada. 

c  Diüleí  Memjihar  ínclita  corona » 
con  la  sesta  acentuada. 

Ejemplos  de  sáfícos  impropios : 

c  Vital  aliento  de  la  madre  Venus » 

con  la  cuarta  y  la  octava  acentuada. 

c  £1  dulce  lamentar  de  dos  pastores :  > 

con  la  sesta  sola  acentuada. 

Dos  son  los  inconvenientes  de  esta  divitüion:  1.°,  confundir  en  una  sola  elase  verM» 
de  muy  diferente  armonía,  como  son  los  dos  últimos  que  hemos  citado,  cuyos bemisli" 
quios  i^oii  muy  diversos  En  la  clase  de  sáfícos  propios  sucede  lo  mismo:  ¿quién  noca- 
noce  la  diferencia  del  movimiento  en  estos  dos  versos: 

c  Gala  del  Mayn,  rosa  purpurina, 
cuando  el  orgullo  de  Dupont  lindieron.  > 

¿Ouién  no  siente  el  diverso  efecto  de  la  sesta  y  de  In  octava  acentuada? 

^."  1^  necesidad  de  que  el  sáfico  verdadero  comience  por  un  a(/ó/iicr>  e.spañol :  nece- 
sidad,  que  según  hemos  probado,  no  conoció  Villegas,  el  primero  que  según  nneslrat 
noticias  dio  el  nombre  de  íáfico  á  cierta  clase  de  versos  endecasílabos.  En  sus  sáGcos  tt- 
Acn  constantemente  acentuadas  la  cuarta  y  la  octava «  pero  no  la  primera  :  asi  no  siguió 
la  ley  de  comenzar  por  un  adonice. 

V  en  nuestro  entender  hizo  muy  bien.  Ni  los  griegos  ni  los  latinos  comensearon  sos 
sáfícos  por  un  adónico:  soloemplearon  este  metro  en  el  cuarto  verso  de  la  estrofa  sálica. 
¿  Por  qu<'\  pues,  se  han  de  someter  á  esta  ley  los  sáfícos  españoles  para  merecer  el  titula 
degenuinos? 

Se  dirá  (|ue  nosotros  leemos  el  principio  de  un  sáfíco  latino  como  un  adánieo  espa- 
ñol, por  cuanto  la  primer  silaba  de  aquel  metro  es  larga,  por  ser  la  |príuiera  de  un  tro- 
queo ;  y  nosotros  confesaremos  que  esto  es  cierto:  mas  lo  mismo  nos  sonaría  el  veno. 
sáfíco,  aunque  la  primera  fuera  breve ,  porque  las  primeras  sílabas  del  endecasílaba 
español  no  influyen  en  su  armonía,  por  cuanto  las  cesuras  no  se  forman  allí»  Lo 
suena  para  nosotros. 


c  De&tera  sacras  jacultus  arces» 
que 

€  Grávida  sacras  jaculatus  arces.  > 

<  Piios  y  ¿por  qué,  se  nos  objetará ,  exijimos  que  el  cuarto  verso  de  la  estrofa  sáíica, 
sea  «f/óiiico  español?*  Porque  en  las  latinas  era  adónico  latino:  porque  es  verso  mas 
rorto  y  el  acento  de  la  primera  sílaba  influye  en  su  armonín;  porque  acomoda,  ha- 
biendo de  eslar  acentuada  la  cuarta,  penúltima  del  adónico,  alejar  lo  mas  posible  el  otro 
acento,  y  en  fin,  porque  asi  lo  hizo  Villegas,  que  fué  el  que  primero  acostumbró  los 
oidos  españoles  á  esta  clnse  de  estanzas. 

No  hay,  pues,  contradicción  ninguna  en  la  distinción  qué  hicimos  del  adónico  y  el 
pentasílabo:  porque  en  nuestro  sentir  basta  el  pentasílabo  t)ara  formar  el  sáíico,  con  tal 
que  también  esté  acentuada  la  octava,  aunque  oxijimos  el  adónico  para  concluir  la  es- 
trofa. Villt^gas,  imitando  á  los  antiguos,  no  exijió  el  adónico  para  comenzar  el  Scáfíco: 
¿porqué  lohemr>s  deexijir  nosotros,  mucho  mas  cuando  el  acento  es  insignificante  en 
la  primer  silaba  de  nuestro  verso  heroico? 

1^  diferencia,  pues, que  hay  éntrelos  dos  sistemas  de  distinguir  los  versos  endecasí- 
labos, espiicados  en  el  artículo  de  la  Hechfa^  y  el  nuestro,  consiste  en  que  el  primero  se 
funda  en  semejanzas  accidentales  del  sáfico  español  con  el  latino,  y  el  segundo  en  la  po- 
sición de  los  acentos  dominantes,  y  por  consiguiente  en  la  diversa  armonía  del  metro. 
Pari'^eenos  este  fundamento  mas  importante  que  el  primero. 

Hablando  del  verso  de  ocho  silabas,  espusimos  dos  opiniones  acerca  de  su  oríjen, 
que  unos  señalan  en  el  hemistiquio  árabe,  otros  en  el  segundo  hemistiquio  de  los  exá- 
metros groseros  de  la  edad  media ;  y  manifestamos  que  nos  parecía  mas  probable  esta 
segunda  opíuion.  En  el  artículo  de  la  Rccisla  se  dice:  cEl  octosílabo  castellano  procede 
fin  duda  del  coriámbico  trímetro  latino,  etc.»  Mas  que  dudoso  nos  parece  esto;  porque 
en  la  época  en  que  comenzaron  á  hacerse  versos  castellanos  de  ocho  sílabas,  ¿quién  co- 
nocía, quién  leia  los  vei*sosde  Horacio  del  mismo  número  de  silabas?  Obsérvese  ademas 
<|uc  el  coriámbico  trímetro  aparece  siempre  acompañado  y  mezclado  con  otros  metros; 
ruando  el  octosílabo  español  es  casi  el  elemento  único  de  nuestros  antiguos  romances 
y  cantigas.  Parécenos,  p*ies,  probable  que  el  vulgo, cuyo  metro  favorito  es,  lo  forjase 
de  los  finales  de  exámetros,  ya  latinos,  ya  castellanos,  muy  comunes  en  aquella  época  : 
y  este  ortjen,  á  lo  menos  de  los  exámetros  escritos  en  latin  bárbaro  y  corrompido,  pudo 
también  ser  general  á  los  octosílabos  franceses  é  italianos:  así  como  debe  referirse  á  este 
metro  y  no  al  coriámbico  de  Horacio,  con  el  cual  no  tiene  relación  alguna,  sino  el  nú- 
mero de  sílabas,  el  célebre  himno  de  la  Secuencia  del  oficio  de  difuntos.  Los  himnos 
(M'iesiásticos  en  sálicos  y  adónicos  del  breviario  conservaron  este  metro  en  la  edad  de  la 
barbarie:  pero  ¿dónde  se  conservó  el  coriámbico  trímetro? 

Antes  de  dar  fin  á  este  artículo  debemos  hacer  una  protesta.  No  nos  ha  movido  á  es- 
cribirlo ni  á  insertarlo  el  deseo  de  entablar  una  polémica ,  atmque  fuese  solo  literaria , 
con  (a  Rertítta  de  Madrid,  El  que  ha  escrito  esta  Rexpuesta^  ha  sido  redactor  de  aquel  perió- 
dico, por  tantos  títulos  apreciable,  y  ha  profesado  y  profesa  verdadera  amistad  y  sumo 
aprecio  á  los  que  lo  fueron  después.  Pero  viéndose  censurado  con  tanta  severidad  como 
injusticia,  y  designado  por  su  nombre  mismo,  leba  sido  forzoso  manifestar  que  su  sis- 
tema en  la  cuestión  presente,  no  carece  de  sólidos  fundaiuentos,  y  que  si  ha  errado  ha 
tenido  por  lo  menos  razones  que  disculpen  su  error. 


DEL  LENGUAJE  POÉTICO. 


ARTÍCULO  h 


A.PENAS  se  apodera  del  poeta  la  inspiración,  se  presentan  á  su  fantasía  los  objetos 
que  ha  de  describir  bajo  un  aspecto  nuevo  y  ánies  desconocido;  porque  no  descubre 


( 


[-28]  _ 
iifeclacion  de  elegancia,  y  que  nada  calla  ni  dico  por  respeto  A  conveniencias  sociales, 
^o^  las  prendas  características  de  los  libros  poéticos  <le  la  escritnra:']o  son  lambien  de 
vran  parte  de  las  poesías  árabes^  persas  é  índicas,  qne  benios  leidoen  traducciones  htj- 
rlias  en  las  lenguas  modernas  de  Europa.  Tales  son  también  los  dotes  ilatiirales  de  la 
poesía  priiriiliva  de  las  naciones;  como  liemos  visto  en  las  traducciones  de  algunos píMV 
mas  de  los  pueblos  bárbaros  del  Océano  pacílico  y  de  la  América  septentrional. 

Solo  en  la  poesía  di  abe  de  la  edad  media  encontramos  el  cuidado  de  la  espresion, 
el  de  la  clefxancia,  las  pretensiones  en  ün  que  son  propias  de  Un  poeta  en  una  nación 
'ivilizada.  Pero  entonces  lo  eran  los  mabometanosv  á  lo  menos  cuanto  podían  permitír- 
selo sus  creencias  relijiosas  y  políticas,  y  su  moral  doméstica;  porque  es  indudable  qcie 
la  poligamia  y  la  esclavitud,  el  despotismo  y  el  fatalismo  son  muy  poco  á  propósito  para 
c¡\ilizar  las  naciones.  Sin  embargo  los  árabes  ¿le  llaround  Alrascbid  subian  mucho  nías 
que  los  paladines  de  Carlomagno,  por  mas  que  Europa  contuviese  entonces  el  gran 
principio  civilizador;  pero  oprimido  por  costumbres  é  instituciones  bárbaras.  Léanse 
Jas  traducciones  de  nuestro  insigne  orientalista  Conde,  insertas  en  su  llUíoria  de  Int 
ára¡fe.<  dv  España^  y  se  verá  que  si  bien  so  conserxan  en  aquellas  poesías  las  dotes  prin- 
cipales de  la  oriental  primitiva,  se  vislumbra  sin  embargo  en  ellas  la  delicadeza  dW 
trato  cortesano^  el  lujo  y  pompa  de  las  cortes  mahometanas,  y  aun  tal  ve/  la  galantería 
que  suele  servir  de  velo  y  de  sepulcro  al  auu>r  en  los  pueblos  harto  cixilizados. 

Pero  á  pesar  de  esUi  pe([ueña  anomalía,  el  tipo  prímiti\o  peruKinece.  La  poesía 
árabe,  aunque  u)as  culta  dopues  de  los  Iriunros  del  i.slamismo,  se  acercó  masque  otra 
alguna  al  lenguaje  del  antiguo  testamento,  porque  el  Coran,  libro  sagrado  de  los  maho- 
metanos^ imitó  el  estilo  do  la  Biblia.  Maboma  afectó  el  tono  inspirado  de  los  Isaías  y 
Ágeos:  en  la  parle  moral  de  su  libro  tomó  por  modelos  á  los  libros  .<apivncía{e.<;  y  mis 
canl(»s  á  la  di\iniilad  están  Iknos  del  fuego  y  aun  de  los  pensamientos  <|ue  brillan  en 
las  composiciones  líricas  de  la  es<rritura.  Por  esta  razón  se  ha  dicho  que  el  poeta  de  la 
Meca  formó  su  relijion  de  tro/os  del  judaismo  y  del  cristianismo. 

Observamos  que  de  todos  los  géneros  <le  poesía  conocidos  entre  los  griegos,  los  ro- 
manos y  las  naciones  modernas  de  Europa,  no  hallamos  mas  que  cuatro  en  los  pueblos 
orientales:  rl  apoiofjo  <»  la  parábola^  la  xnla^  la  einjia,  y  la  cyloga:  mas  no  sabemos  que  se 
hayan  ejercitado  en  el  drama,  en  el  |M)ema  épico,  en  el  didáctico^  tal  como  lo  concebi- 
mos nosotros,  ni  en  la  sátira.  Paiecn;  que  la  oda,  el  mas  sencillo  de  todos^  pues  solo  con- 
siste en  la  espresion  de  un  afecto,  es  el  mas  adaptable  al  carácter  peculiar  de  su  genio. 
Hemos  leído  que  los  chinos  tienen  dramas,  y  tan  largos  ({ue  suele  durar  un  día  entero 
su  representación;  pero  no  creemos  que  los  tengan  los  indios.  Es  cierto  que  los  árabes 
no  los  tienen,  y  que  no  los  tuvieron  los  hebreos.  (Juizá  entre  los  mahometanos  estéo 
prohibidas  por  un  principio  de  su  relijion  las  representaciones  escénicas. 

S¿  vf's  pues,  que  la  poesía  oriental  es  primitiva  hasta  en  la  particularidad  de  ser  toda 
lírica.  Algunos  cantos  que  pudieran  graduarse  de  epkos^  no  lo  son:  están  escritos  como 
los  asiáticos,  con  demasiada  exaltación,  para  que  puedan  asimilarse  á  las  narraciones df 
lloinero  y  de  Virjilio% 


ARTÍCULO  lU 

Ué  las  literaturas  modernas  ningunas  conócen^ós  qne  háyánton>iado  tanto  de  la  poesía 
oriental  como  la  inglesa  y  la  española.  Los  franceses  han  tenido  excelentes  poetas  sa- 
grados: basta  nombrar  á  Juan  Bautista  Hónsseau  y  á  los  dos  Hacines  padre  é  hijo  para 
convencerse  de  ello.  Pero  en  ninguno  de  estos  aparece  el  estilo  dramático  y  sencillo  de 
los  cánticos  del  antigno  testamento,  sino  acaso  en  algnnos  pasajes  de  la  Alalia  de  Racioe* 
Siempre  conservaron  el  carácter  urbano  y  elegante,  pero  sin  movimiento  ni  libertada 
de  la  focsía  franceM. 

El  idioma  inglés,  mas  atrevido  y  mas  poético,  tomó  fácilmente  las  formas  bíblicas* 
apenas  apareció  el  sublime  >rilton,  inspirado  por  el  ángel  de  Sion.  Este  insigne  génio^ 
después  de  haber  empapado,  por  decirlo  así,  sus  alas  en  las  aguas  del  Jordán,  corou" 
nicó  á  su  poema  las  dos  prendas  mas  notables  del  orientalismo,  el  atrevimiento  y  la  sen-' 


Ae  entonces  se  llenó  la  poesía  inglesa  de  frases  y  giros  hebraicos,  que  lienen 
imacion  aun  en  las  comfyosiciones  proGinas^ 

ñero  de  nuestros  pootas  que  ennquedó  el  Parnaso  español  con  csprcsionos 
fué  el  divino  lleiTera;  pero  soVo  «n  t;om posiciones  sagradas  ó  á  las  cuales 
IOS  se  pudiese  dar  un  colorido  relijioso.  £n  las  demás  siguió  la  manera  de  Pe- 
a  cual  fué  adicto  mas  de  lo  qoe  convenia  á  la  elevación  de  su  genio.  Los  poe- 
consultarse  á  si  mismos  antes  de  emprender  y  decidirse  mas  por  el  senti- 
e  por  la  costumbre  de  admirar  é  imitar ,  que  puede  ser  laudable  en  los  es- 
'o  perniciosa  cuando  se  quiere  remontar  el  vuelo.  Herrera,  que  cuando  cantó 
dora>  no  hizo  mas  que  seguir  desmayadamente  al  amador  de  l^ura^  se  so- 
él  tanto  como  el  vuelo  del  águila  al  de  la  tímida  paloma,  cuando  aplaude  la 
e  Lepanto  ó  lamenta  la  derrota  de  los  portugueses  en  las  orillas  del  Luco. 
10  escribió  mas  que  dos  composiciones  de  esta  clase,  y  en  casi  toda  su  carrera 
ligó  su  genio  gigantesco  á  encerrarse  en  las  reducidas  dimensiones  del  plato- 
.i  agotado  ya  por'el  cantor  de  Vauclus¿i? 

stas  dos  composiciones  son  de  las  mas  clásicas  de  nuestra  poesía  y  de  las  mas 
estudiarse.  No  es  nuestro  ánimo  analizarlas;  sino  solo  mostrar  cuáles  son  las 
ros  hebraicos,  con  que  enriqueció  nuestro  dialecto  poético:  parale»  cual,  4ierá 
señalai'los  con  bastardilla, 
'ancion  á  la  Victoria  de  Lepanio  se  bailan  las  siguientes: 

€  Cantemos  al  Seüor^  que  en  la  llanura 
venció  del  ancho  mar  al  trace  iiero: 
Tíí,  Dios  de  las  batallas^  tú  eres  diesira^ 
4aíud  y  gloria  nuestra.  • 

€Sus  escogidos  príncipes  cubrieron 
los  abismos  del  mar,  y  descendieron^ 
ata  I  piedra  en  el  profimdox  y  tu  ira  luego 
los  tragó,  como  ansia  seca  el  fuego»  , 
«Derribó  con  los  brazos  suyos  graves 
los  cedros  mas  escelsos  de  la  cima. » 
« livbiendo  age  ñas  aguas,  i 
«  Temblaron  los  pequeiíos,  confundidos 
del  impío  furor  suyo:  <üz'j  la  frente 

contra  ti^  Seíior  Dios 

y  los  armados  brazos  estendidos, 
moció  el  airado  cuello  aquel  potente: 
cercó  su  corazón  de  ardiente  saiia.» 
«  Y  de  armas  de  tu  fe  y  amor  se  visten: 
Dijo  aquel  insolente  y  desdeñoso: 
¿:Vo  conocen  mis  iras  estas  tierras? 


;,o  valieron  sus  pechosl 

¿Ouién  las  pudo  librar?... • 

iPodrdsu  Dios^  podrá  por  suerte  ahora 

guardallas  de  mi  diestra  vencedora? 

Su  Homa,  temerosa  y  humillada, 

los  cánticos  en  Idgrímas  convierte» 

£lla  y  sus  hijos  tristes mt  ira  esperan.» 

«£1  cuello  con  su  daño  al  yugo  inclinan, 
y  me  dan,  por  salvarse,  ya  la  mano^ 
y  su  valor  es  vano; 
que  sus  luces  cayendo  se  oscurecen.     . 
Sus  fuertes  á  la  muerte  ya  caminan, 
sus  virjenes  están  en  cautiverio. » 
« Jú,  Señor,  que  no  sufres  que  tu  gloría 
usurpe  quien  su  fuerza  osado  estima 


fSO] 

precalrriendo  en  vanidad  y  en  i/yt, 

rfiír  siiberbio  mira: 

no  dejes  que  los  tuyos  así  oprima, 

y  rn  $h8  cuerpo*  cruel  las  fieras  cebe: 

que  hecho  ya  su  oprobio  y  dice:  ¿Dónde 

el  Dios  (le  estos  está?  ¿De  quién  se  esconde?»-' 

t  Vuelve  el  brazo  Imdidoj 

contra  este,  que  aborrece  ya  ser  hombre, 

y  hs  honrasy  que  celas  tü^  consiente.» 

« Ijeranió  la  cabezaje!  poderoso^ 
que  tanto  odio  te  tiene:  en  nuestro  e*trag^ 
jutffó  el  consejo  y  contra  nos  pensaron. 
Venid  y  dijeron  ^  y  en  el  mar  undoso 
hayamos  de  $u  sangre  un  grande  lago: 
desliagamos  d  estos  de  la  gente 
y  el  nombre  de  su  Crií/o  juntamente. 
Hártenle  en  muerte  suya  nuestros  ojos. 
Vinieron  de  Asia  y  portentosa  Egilo 
f /»/*  los  erguidos  cuellos^ 
y  prometer  osaron  con  sus  manos 
ffíreuder  nuestros  fines , 
nuestros  niños  prender  y  las  doncellas. » 

€  Puesta  en  silencio  y  en  temor  la  tierra, 
y  cesaron  los  nuestros  valeroi>os 
y  callaron » 

t  Cual  león  d  la  presa  apercibida 
»in  recelo  los  impios  esperaban 
á  los  que  /m,  Señor ^  eres  escudo. 
\  Sus  manos  á  la  guerra  compfisisíe 
y  s^ts  brazos  fortisimos  pusiste 
como  el  arco  acerado: » 

^Turbáronse  lo.*  grandes  y 
riudiéron.H  temblando; 
que  mil  huyendo  de  uno  se  pasmaron. 

Tal  en  tu  ira  y  tempestad  seguiste^ 
y  su  faz  de  ignominia  convertiste. 

Quebrantaste  al  cntel  dragón 
Itciio  de  miedo  torpe  en  sus  entrañas,  ^ 

«Hoy  se  vieron  los  ojos  humillador 
drl  sublime  txtron  y  su  (;raude/a; 
que  tú  solo.  Señor,  fuiste  exaltado; 
que  tu  dia  es  llegado.» 

»Mas,  tú,  Grecia 

Porque  ingrata  tus  hijas  adornaste 
en  adulterio  infame  á  una  impia  gente, 

llega  á  tu  cerviz  con  diestra  fuerte 
la  aguda  espada  suya > 

<  Llorad ,  naves  del  mar,  que  es  destruida 
vuestra  vana  soberbia » 

«¿Quién  contra  la  espantosa  tanto pudott 

Se  YO,  pues,  que  la  canción  está  como  empedrada  de  hebraísmos.  No  dejar^tnol 
notar  que  fray  Luis  de  León  aunque  trató  asuntos  relijiosos,  aunque  tan  sabio  ^ 
lengua  hebrea,  aunque  tradujo  el  libro  de  Job  y  muchos  salmos,  tiene  menos  raff^s 
poesía  oriental  en  todas  sus  obras  que  esta  sola  canción  de  Herrera. 


[31] 

ARTÍCULO  III. 

XCEPTO  Herrera ,  ninj^nnodelospoelas  de  nuestro  buen  siglo  se  ^/ropusoenriqucror 
loe.sin  cistellana  con  jiros  lomados  de  la  oriental.  Va  liemos  visto  que  no  lo  Lizo  León, 
esar  de  que  su  estado,  sus  conoi^imientos  en  la  lengua  hebrea  }*  el  tono  candoroso 
su  elocución  le  convidaban  ¿I  ello.  Calderón  tiene  algunos  pasajes  de  la  Escritura  birn 
lucidos  en  sus  autos  sacramentales:  mas  no  por  eso  lii/.o  alarde  dol  estilo  oriental: 
frase,  su. estilo  son  siempre  tomados  del  idioma  poético  de  los  españoles. 
Después  de  la  restauración  del  buen  gusto  en  España  en  el  siglo  XVllI,  poros,  muy 
os  han  cultivado  la  poesía  oriental.  Entre  ellos  merecen  citarse  como  modelos  la  oda 
Melendez,  intitulada  El  irwnfo'aparcnie  (le  los  ñutios^  y  las  dos  del  sabio  y  modesto 
II  José  Híddan  Á  la  Venida  del  Eapirilu  Sanio  y  á  la  Besuireccion  de  Jcsiurisío^  inserías 
el  cuarto  tomo  de  la  segunda  edición  de  la  colección  de  poetas  castellanos  del  Sr.  ijuiíi- 
a.  Las  citas  son  inútiles  después  de  las  que  hemos  hecho  de  la  canción  de  U<*rn>ra. 
Aa  leerlas  para  conocer  en  ellas  el  tono  desusado  de  la  poesia  hebrea,  tan  diíérente 
la  nuestra. 

Mas  útil  nos  parece  detenernos  á  examinar  qué  asuntos  son  los  que  en  nue.stras  ten- 
is modernas  pueden  tratarse  en  estilo  oriental,  y  de  qué  manera  puede  aclimatarse 
re  nosotros.  Estamos  persuadidos  de  que  en  los  asuntos  relijiosos  puede  y  aun  debe 
optarse  el  tono  de  la  poesía  hebrea,  que  consagrada  esclusivamente  á  Dios,  conserva 
*andor  genial  de  los  sentimientos,  tales  como  los  inspiró  la  ley  natural  á  los  primeros 
riarcas.  Es  imposible  espresar  la  admiración,  la  gratitud,  la  esperanza,  el  amor,  el 
4ir  y  demás  afectos  relijiosos  con  mas  vehemencia,  con  roas  verdad  que  en  los  libros 
Hicos  de  la  Biblia.  La  literatura  moderna,  procurando  adornar  los  pensamientos,  los 
•virtúa:  se  complace  en  ampliar  los  cuadros  y  debilita  su  efecto:  evita  cuidado.sa- 
nte  la  incorrección  y  la  grosería,  y  presenta  la  idea  desmayada  y  sin  vigor.  No  así 
poetas  hebreos:  no  se  aterraban  con  las  palabras  bajas,  si  eran  propias:  formaban 
ajenes  que  con  un  solo  rasgo  pintaban  el  objeto  :.no  embellecimientos  buscaban  pres- 
tos <í  traídos  lejos.  Por  eso  su  espiesion  era  tierna,  vehemente,  sublime:  porque  era 
Jftdera. 

Siendo  Dios  el  objeto  mas  sublime  de  la  naturaleza ,  basta  para  dar  á  entender  los 
itimientos  (pie  escita  la  contemplación  relijiosa,  presentarlos  como  existen,  sin  adorpi^s 
baja<los,  sin  escoji miento  de  frases.  Esta  es  una  de  las  leyes  de  la  sublimidad  en  el 
'rito.  Puede  decirse  que  ni  las  lenguas  griega  y  romana ,  ni  los  idiomas  modernos 
non  espresiones  hechas  para  pintar  esta  sencillez  sublime,  sino  las  que  han  tomado 
la  hebrea. 

No  en  vano,  pues,  la  presentamos  como  el  tipo  de  la  poesía  oriental,  que  debe  em«. 
>arse  en  los  asuntos  pertenecientes  á  la  relijion.  Pero  aun  hay  mas. 
La  lengua  hebrea,  superior  en  esta  parte  á  las  demás  del  mundo,  tiene  dos  clases 
lírica  relijiosa;  la  del  poeta  propiamente  dicho  y  la  del  profeta.  El  primero  se  supone 
(pirado  por  sus  sentimientos,  que  le  escilan  á  cantar:  su  pensamiento  y  sus  voces  son 
a  verdad  dictados  por  el  mismo  Dios,  pero  siempre  en  armonía  con  el  sentimiento  ins- 
tado también  del  cielo.  La  situación  del  profeta  es  diversa  :  sus  voces  tienen  un  objeto 
terminado,  cual  es  el  anuncio  de  lo  futuro.  Su  lenguaje  no  siempre  está  sujeto  como 
del  pnela ,  á  las  le}es  de  la  versificación;  pero  su  estilo  es  poético,  porque  es  inspirado. 
Los  Salmos  y  los  diversos  cánticos  de  la  Escritura  son  poesías,  rigorosamente  ha- 
indo,  hechas  para  cantar,  como  el  célebre  himno  de  Moyses  después  del  paso  del  mar 
o,  que  es  la  composición  lírica  mas  antigua  que  conocemos:  tienen  todas  las  prendas, 
>e  someten  á  todas  las  leyes  de  la  versiticacion  hebraica.  El  habla  de  Jacob  .1  sus  hijos 
tiempo  de  morir  y  las  obras  de  Isaías  y  demás  profetas,  pertenecen  á  la  segunda  clase 
lírica.  Algunas  veces  se  mezclan  ambas,  como  es  fácil  de  reconocer  en  el  cántico  de 
bacue  en  los  trenos  de  Jeremías,  y  sobre  todo  en  el  sublime  Salmo  21;  profecía  tan 
ra  y  evidente  de  los  padecimientos  del  Salvador,  como  la  de  Isaías  que  se  ha  compa* 
lf>  con  razón  á  la  narración  evangélica. 

M  se  crea  que  la  sublime  poesia  de  los  hebreos  peque  por  monotonía ,  como  quiso 
^'  á  entender Vollaire,  á  quien  no  bastaron  sus  profundos  conocimientos  como  huma- 


32] 

i)>\ii  |;;n.'t(i(>lriiii  ó  por  lo  monos  acallar  sus  preocupaciones  anlirelijiosas.  Hay  entir 
I(»  pDrla^liebriros  <;raniJe  diversidad  de  estilo  y  tono.  De  la  ternura  melaDcólica  de 
Ji^i  eiiKíis  ;i  la  manera  osada  y  caustica  de  Kzequiel  hay  inmensa  distancia.  Los  SalniM 
(!i*  David  se  distinguen  fácilmente  délos  de  Asaf;  los  primeros  son  roas  »navesy  patéticos 
f  oiuo  del  hombre  hecho  sfjun  el  corazón  de  Dios;  los  so^^undos  mas  magníficos.  El  senti- 
miento domina  en  los  primeros:  en  Asaf  las  imájenes.  Los  cánticos  de  Moyses  respinn 
la  dignidad  de  un.lejislador:  los  escritos  de  Isaías  parecen  narraciones  históricas. 

Solo  ha>  una  particularidad  en  la  poesía  hebrea  que  no  puede  ser  imitada  por  lus 
modernos.  ^lada  verso  se  divide  en  dos  ¡Kirtes  de  las  cuales  la  primera  espresa  el  pensa- 
miento, y  la  se<;unda  lo  confirma  ó  modifica.  Pongamos  algunos  ejemplos  de  esta  forma 
c.ira<  tcrislira  de  la- versificación  hebrea. 

í  Cfjpfi  cnairatU  fjlorUnn  De  i 

rf  ojíera  man^m  ejii.<  nnuníiaf  firmamenívm . » 

(l.a  gloria  del  Señor  cuentan  los  cielos, 

>  el  firmamento,  su  creadora  mano.) 
«  ///  e,v¡tu  Jsvael  de  Eaijjfo, 

dnnwsi  Jacob  de  populo  bárbaro.^ 
(Cuando  salió  Israel  del  fit-ro  Egipto, 

>  del  bárbaro  pueblo  su  familia.] 

füair  diré  que  esta  forma  de  la  poesía  hebrea  tuvo  su  orí  jen  en  la  manera  de  cantar 
los  tersos  á  do^  coros,  ó  á  una  vox  y  un  coro,  alternados:  de  modo  que  era  necesario 
suponer  que  el  sí'gnndo  con\enia  en  algún  modo  con  la  idea  del  primero.  Pero  en  nui?*- 
tías  composiciones,  que  ó  no  se  cantan  ó  se  cantan  de  otro  modo,  no  hay  necesidad  de 
obser\ar  la  lev  de  la  repetición  del  pensamiento  que  era  esencial  |»ara  los  israelitas. 

Pasemos  ya  de  los  asuntos  relijiosos  á  los  profanos.  No  creemos  que  sea  oportuna  la 
ifuitacion  del  estilo  oriental,  sino  cuando  se  trate  de  materias  en  que  intervengan  de  al- 
gjina  manera  personajes  de  aquella  rejion.  Víctor  Hugo  en  su  oriental  de  un  árabe  Iw- 
hlando  á  su  caballo,  tiene  razón  en  imitar  los  jiros  de  la  poesía  de  aquel  pueblo:  pen> 
liaría  muy  mal  el  poeta  andaluz  que  comparase  los  ojos  de  una  hermosa  gaditana á  lo.«de 
la  línrela,  ó  su  ruello  á  la  Torre  «iel  oro  de  Sevilla,  como  el  pastor  de  los  cantares  com- 
paró el  de  su  amada  á  una  torre  de  marfil. 

Oueda  la  parte  mas  difícil,  que  es  la  buena  imitación  del  estilo  oriental  en  nuestra 
poesía.  IVro  desgraciadamente  no  hay  reglas  para  esto.  Es  de  aquellas  cosas  que  están 
reservadas  esclusivainente  al  genio.  Si  hay  algún  consejo  posible,  es  el  estudio  profundo 
de  nuestra  lengua  poética,  y  desús  inmensos  recursos.  Solo  así  podrán  acomodarse  bien 
en  ella  los  jiros  y  espre>iones  de  la  oriental.  Así  lo  hizo  Herrera:  así  Melendez;  y  si  lo  hi- 
<  icron  con  felit  idad,  debido  fué  á  su  grande  tino  y  maestría  en  el  manejo  de  la  lengitf- 


DE  LA  POESÍA  PASTORAL. 


^1  es  moda  en  el  dia  hablar  contra  el  uso  de  las  ficciones  milolójicas  en  poesía,  no  lo 
es  mrnos  burlarse  de  líis  composiciones  pastorales.  Pero  debemos  ser  justos:  nocsri 
romanticismo  quien  ha  proscrito  á  estas:  ya  eran  mal  vistas  desde  que  comenzó  U 
rexolucion  francesa,  y  se  apoderó  de  los  ánimos  el  genio  de  la  política,  qtie  es  el  enemigo 
natural  de  la  poesía.  I^os  románticos  actuales  no  desdeñan  la  égloga,  sino  porque  Teó- 
ciito  }  Virjilio  escribieron  algunas.  Si  no  fuera  por  esta  razón,  la  apreciarían  mucho; 
pues  nadie  ignora  que  la  ganadería  y  pastoreo  estuvieron  en  honor  durante  la  edad 
media,  así  entre  bn  castellanos  como  entre  los  árabes.  Pero  Virjilio  r  Teócrilo  so* 
poetas  cldsivof,  y  es  cosa  ya  decidida  que  nada  bueno  pudieron  hacer,  y  que  es  mcnea- 
li»r  huir  como  de  una  serpiente  de  todos  los  géneros  en  que  se  ejercitaron. 


[33] 

Mas  lójíca  es  la  oposición  contraía  poesía  pastoral  de  los  que  entregados  á  las  pasio- 
nes esclusivamente  sensuales  y  al  bullicio  de  los  placeres  de  la  sociedad,  ridiculizan  la 
descripción  de  los  sentimientos  puros  y  candorosos  de  la  naturaleza,  que  son  el  tesoro 
de  la  poesía  bucólica.  Estos  hombres  por  lo  menos  desprecian  lo  que  no  sienten,  ni 
pueden  sentir;  y  su  desprecio  no  procede  de  una  preocupación  injusta,  sino  de  su  in- 
capacidad de  percibir  las  bellezas  de  la  vida  campestre.  No  es  culpa  de  un  sordo  el 
que  no  haga  caso  de  la  música. 

No  obstante  es  un  fenómeno  bastante  singular  que  en  ninguna  nación  haya  comen- 
zado la  poesía  bucólica  sino  en  la  ópoca  de  su  mayor  opulencia  y  engrandecimiento. 
I'n  solo  poema  de  esta  espe(*íe  se  halla  en  los  libros  sagrados  de  los  hebreos,  y  es  el 
Cántico  de  lo*  Cánticos,  al  cual  consideramos  ahora  no  mas  que  como  una  composición 
poética:  sabemos  que  fué  escrita  en  la  época  mas  brillante  de  aquella  monarquía,  y  por 
nn  rey,  cuando  era  ya  pasado  d  ti(*mpo  de  la  vida  patriarcal.  No  se  encuentran  poesías 
de  este  jénero  entre  los  griegos  hasta  los  tiempos  del  mayor  esplendor  de  Siracusa. 
Viijilio  escribió  sus  églogas  en  la  corte  de  Augusto:  y  la  Italia  era  centro  de  la  civili- 
zación europea,  de  las  artes  y  do  la  opulencia,  cuando  Tasso  y  Guarini  la  encantaron 
con  el  Áminía  y  con  el  Pastor  Fido,  ilasta  el  reinado  voluptuoso  de  Carlos  II  no  se 
conoció  la  poesía  pastoral  en  Inglaterra,  ni  en  Francia  tuvo  el  tono  de  decencia  conve- 
niente hasta  el  siglo  de  Luis  XIV. 

En  nuestra  España  apenas  se  encuentran  una  ü  otra  cantilena  en  el  género  pas- 
toril, ya  en  las  obras  del  arcipreste  de  Hita,  ya  en  las  poesías  del  siglo  XV.  En  esta 
época  llamaban  esclusivamente  la  atención  los  conceptos  de  la  gaya  ciencia.  Pero  re- 
pentinamente Juan  de  la  Encina  introdujo  los  pastores  en  los  palacios  de  los  príncipes 
y  señores,  con  tal  fortuna,  que  á  fínes  del  reinado  de  Fernando  el  Católico  casi  toda 
nuestra  literatura  vistió  pellico  y  tomó  cayado.  Garcilaso,  príncipe  de  la  poesía  cas- 
tellana, se  ejercitó  casi  esclusivamente  en  la  égloga,  y  no  porque  le  faltase  genio  para 
la  lírica,  como  lo  prueba  su  oda  á  la  Flor  de  Gnido,  Disfrazábanse  los  amores  pala- 
ciegos en  traje  pastoril,  como  se  ve  en  el  mismo  Garcilaso,  y  es  mas  que  probable 
((ue  las  novelas  bucólicas  del  fMstor  de  Filida,  de  la  Constante  Amarilis,  las  tres  de  la 
Diana  enamorada  y  otras  muchas  de  menos  nombrcidía,  tuvieron  su  fundamento  en  la 
verdad.  Obsérvese  que  en  el  siglo  XVI  era  España  la  nación  mas  poderosa  de  Europa. 

Envista,  pues,  de  un  fenómeno  tan  constante,  cual  es  la  aparición  de  la  égloga  pre- 
cisamente en  el  tiempo  en  que  las  naciones,  habiendo  llegado  á  un  alto  punto  de  engran- 
decimiento, y  si  se  quiere  de  corrupción,  han  perdido  de  vista  la  naturaleza  y  suspla- 
L*eres  candorosos  y  sencillos,  podremos  inferir  que  esta  coincidencia  no  es  casual,  y  que 
tiene  un  motivo  digno  de  ser  indagado. 

A  nosotros  nos  parece  que  no  puede  asignarse  otro  sino  la  naturaleza  misma  de  la 
poesía,  la  cual  se  complace  en  describir,  no  las  escenas,  las  acciones  y  los  sentimientos 
fí  que  estamos  acostumbrados,  sino  un  mundo  ideal,  en  el  cual  se  perfeccione  y  se  em- 
bellezca todo.  Ahora  bien,  la  vida  pastoril  era  en  la  aurora  de  la  civilización  la  pro- 
fesión casi  general  de  los  hombres,  y  no  podia  tener  poetas  bucólicos,  porque  nunca 
^  describe  lo  que  se  está  viendo.  Pero  cuando  en  virtud  de  los  progresos  de  la  civili- 
zación, que  trajo  nuevos  gocesy  nuevas  pasiones,  se  adoptó  un  modo  facticio  de  vivir, 
mas  separado,  mas  lejano  del  espectáculo  continuo  de  la  naturaleza  y  de  Igs  afectos 
!|ue  inspiraba,  la  existencia  campestre  dejó  de  ser  prosaica,  se  convirtió  en  un  mundo 
ideal,  y  entró  en  el  dominio  de  la  poesía. 

I^  civilización,  como  todas  las  mejoras  humanas,  produjo  bienes  inmensos:  mas 
no  puede  negarse  que  el  mismo  aumento  de  la  industria  y  de  las  riquezas,  la  misma 
perfeixion  de  las  leyes  y  de  la  policía  y  aun  los  mismos  progresos  de  las  ciencias,  pro- 
[X>rcionando  mayores  comodidades,  mayores  y  mas  vivas  fruiciones,  privaron  al  hom- 
bre de  aquel  placer  puro,  tranquilo  y  exento  de  cuidados,  que  es  el  carácter  distintivo 
lie  la  vida  pastoral.  Pues  el  hombre,  celoso  siempre  de  conservar  sus  goces,  qui.so  con- 
servar este  aunque  solo  fuese  en  pintura,  por  la  misma  razón  que  se  llenan  de  paisajes 
las  paredes  de  nuestras  habitaciones.  De  aqui  nace  en  nuestro  entender  el  placer  que 
aos  priMluce  la  poesía  bucólica.  Nos  es  útil,  porque  sin  obligarnos  á  perder  los  bienes 
;le  la  civilización,  nos  halaga  con  la  pintura  agradable  de  otro  estado  de  cosas  mas 
lonforine  á  los  afectos  primitivos  de  la  naturaleza,  y  hasta  cierto  punto  produce  el 

5 


[34] 
"buen  cfeclo  moral  de  tem|[>lar  las  pasiones  facticias  que  suelen  ser  nuestro  tormento. 
y  algunas  veces  nuestra  ruma,  en  el  estado  social. 

De  aqui  nace  también  el  principio  adoptado  como  regla  en  todas  las  composiciones 
bucólicas,  á  saber,  que  no  se  han  de  describir  los  pastores  como  son  en  el  cUa  los  qnp 
guardan  ganados,  smo  como  nos  figuramos  que  serían  los  de  las  épocas  patriarcales, 
esto  es,  con  <;ierto  grado  de  cultura,  pero  sin  las  pasiones  facticias  que  ha  inspirado 
el  estado  de  sociedad.  Queremos  ver  reunidos  en  los  interlocutores  de  la  égloga  li 
sencillez  de  los  sentimientos  primitivos,  el  injénio  natural  y  la  elegancia  dala  espresion, 
rosas  no  fáciles  de  combinar,  y  acaso  esta  dificultad  y  los  defectos  de  ejecución  en  mu- 
chos poetas  bucólicos,  han  contribuido  en  este  siglo,  de  mas  critica  que  genio,  al  des- 
crédito de  la  musa  pastoral. 

Tcócrito,  en  efecto,  es  demasiado  grosero,  de  cuyo  defecto  le  corrijió  su  imitador 
Virjilio.  La  época  de  Luis  \IV  apenas  tiene  nada  apreciable  en  este  jénero,  sino  al- 
gunas composiciones  de  Madama  DeshouHeres;  y  es  fuerza  confesar  que  los  pastores 
espai^olcs  son  harto  ingeniosos,  si  se  esceptúan  los  de  Garcilaso.  No  puede  decirse  otro 
tanto  de  los  deTasso,  que  atinó  con  el  verdadero  carácter  de  esta  clase  de  poesia. 

Llevóla  al  mas  alto  grado  Gesner,  abriendo  una  mina  inagotable  de  riqueza,  y  con- 
sagrando la  musa  bucólica  á  la  descripción  de  la  virtud.  l<no  de  los  grandes  titules  do 
gloria  de  nuestro  Meicndez  es  haber  imitado  dignamente  al  Tcócrito  de  Helvecia. 

No  disminuvamos  el  número  de  nuestros  placeres:  no  renunciemos  Á  un  género, 
que  nos  pinta  al  hombre  considerado  en  una  posición  interesante,y  en  la  cual  realmentr 
ha  existido.  No  despreciemos  una  clase  de  poesia  que  refresca  nuestra  imajinacioo, 
acalorada  por  el  movimiento  tumultuoso  de  la  sociedad,  y  nos  traslada  á  las  escenas 
apacibles  y  tranquilas  déla  naturaleza.  Si  vamos  al  campo  á  recrearnos,  ¿con  qué jus- 
licia  so  quiere  proscribir  la  égloga  que  nos  lo  representa?. 


DBZa  HOIAAITVZOZSIAO. 


ARTÍCrLO  1. 

1  ARECEque  en  un  siglo  tan  ilustradocomo  el  nuestro,  precedido  de  otros  enquebn- 
;con  y  las  ciencias  han  hecho  notables  adelantos,  no  debieran  por  lo  menos  pronuncíanr 
palabras,  á  las  cuales  no  correspondiese  una  idea  fija,  un  valor  determinado  y  conocido. 
Sin  embargo  de  esto,  y  á  posar  do  tantos  buenos  libros  como  hay  de  gramática  general 
y  deidcolojia,  se  ha  hecho  de  moda  la  voz  romanticiínno  y  el  adjetivo  romcíftlico  de dondr 
<e  deriva,  sin  que  hasta  ahora  se  hayan  dado  sus  definiciones  ni  fijado  las  ideas  qn«  If» 
íorro.<iponden . 

V  á  la  verdad  no  es  empresa  fácil.  La  palabra  ?*oma/i/iro  no  pertenece  á  nuestro  idioma 
ni  al  francés.  Es  propia  del  ingles  de  donde  ha  .sido  importada  á  otras  lenguas.  itoaMR- 
líe  en  el  idioma  británico  quiere  decir  lo  ¡tertetiecieníe  d  fwvda^  significación  derivada  de 
sil  priniiti va rai?m?i.  Los  franceses,  que  tienen  también  esta  palabra  primitiva,  que  es  mov 
probable  pasase  con  otras  muchas  de  su  idioma  al  ingles,  lian  admitido  sin  dificultad  el 
.idjetivo  romanfií^iie.  Mayor  oposición  debió  haber  para  qne  adquiriese  la  ciudadanía  en 
Kspafja,  donde  son  tan  antiguas  las  voces  novela  y  tioof/rwv)  que  significan  lo  mismo*  l'eru 
»*n  fin,  ya  está  admitido  el  adjetivo,  y  limitándonos  á  su  etimolojía  parece  que  no  puedr 
<*stender.se  su  significación  á  mas  que  á  las  cosas  rclativaf^  pertenecientes  ó  semejantes 
á  la  novela. 

Antes  do  que  hubiese  una  escuela  de  literatura  llamada  romaníicíMno  vemos  nsad<» 
vn  los  escritores  ingleses  de  mas  nota  el  epíteto  romantic  en  sentido  metafórico  y  aplí' 
f-ado  á  aquellos  .sitios  campestres  en  que  la  naturaleza  desplega  loda  la  variedad  de  sos 
formas  con  el  aparente  desorden  qne  la  caracteriza,  entre  los  contrastes  de  hennoiai» 
campiñas  y  collados  amenos  con  raentos  escarpados,  precipicios  horribles,  y  pénaseos 
ostt^rihs  é  incultos.  La  pnipiedad  de  la  metáfora  es  visible:  esos  paisajes  se  llaman  ro- 
i:i¡ínli(os,  por  su  sernojnnzn  con  !*><:  quo  so  doscribon  on  las  novelas,  y  que  los  aiil"*^ 


[35] 
píoUn  adornados  de  todos  aquellos  contrastes  y  bellezas.  Por  la  misma  razón  llamaba 
Juvenal  poética  á  una  tempestad  muy  horrorosa. 

Hé  aquí  cuanto  hemos  podido  averiguar  acerca  del  orijen  de  la  voz  romanticiámo. 
Según  él,  solo  puede  significar  una  clase  de  literatura,  cuyas  producciones  se  semejen 
eo  plan«  estilo  y  adornos  al  género  novelesco.  Por  tanto  podría  decirse  que  pertenecen 
al  romanticismo  las  novelas  de  Longo,  la  célebre  de  Ueliodoro,  obispo  de  Trica;  el 
AȖo  de  oro  de  Apuleyo,  y  algunos  otros  escritos  de  la  literatura  griega  y  latina. 

Pero  como  en  esta  acepción  puramente  etimolójica  no  hay  nada  que  se  oponga  al  ca- 
rácter y  á  las  reglas  de  la  literatura  que  so  cultivó  en  los  siglos  de  Ptricles  y  de  Augusto, 
Á  las  cuales  ha  declarado  guerra  cruel  el  romaniicismo  actual,  iueria  es  confesar  que  sus 
secuaces  comprenden  bajo  esta  voz  algo  mas  que  la  simple  imitación  del  género  nove- 
lesco; y  pues  la  oponen  á  la  literatura  clásica,  es  evidente  que  para  ellos  tiene  mas  al- 
cance, y  que  significa  alguna  coi^a  que  sea  contraría  á  las  ideas  literarias  de  los  griegos 
y  de  ios  romanos.  Veamos,  pues,  si  podemos  comprender  lo  que  es. 

Si  observamos  el  espíritu  y  plan  de  la  mayor  parte  de  las  producciones  que  hoy  se 
llaman  románticas^  parece  que  el  carácter  de  esta  nueva  especie  de  literatura  es  la  com- 
pleta infracción  de  todas  las  reglas  poéticas  dictadas  por  Aristóteles  y  Horacio.  Esta  creen- 
cia se  fortifica  observando  que  se  contrapone  la  palabra  romann'ctimo al  cía^toimo,  esto  es,  á 
la  literatura  que  ha  permanecido  siempre,  y  aun  permanece,  sometida  á  aquellas  reglas. 

Por  mas  probable  que  parezca  esta  interpretación;  por  mas  que  esté  justificada  por 
la  práctica  de  los  escritores  románticos  del  dia,  aun  no  podemos  persuadirnos  de  (|ue  en 
hombres  de  talento  é  instrucción,  en  injénios  esclak'ecidos  quepa  la  idea  de  destruir  toda 
la  lejislacion  literaria  de  Grecia  y  Homa:  y  no  precisamente  por  ser  Aristóteles  y  Horacio 
sus  redactores,  sino  porque  esta  lejislacion  se  funda  por  la  mayor  parte  en  la  naturaleza 
misma  de  la  poesía.  Decimos  ;M>r  la  miiyor/Nir/e,porqueno  ignoramos  que  algunas  de  las 
reglas  son  meramente  de  circunstancias,  convencionales  y  peculiares  de  las  formas  que 
tenia  la  literatura  antigua.  La  unidad  de  lugar  y  de  tiempo  en  el  dranoui  (para  dar  á  en- 
tender nuestro  pensamiento  con  un  ejemplo)  eran  consecuencias  de  la  escena  fija  é  in- 
mudable délos  teatros  griego  y  romano.  Representábase  en  ellos  con  lienzos  pintados 
un  grande  espacio  de  terreno:  y  no  había,  como  entre  nosotros,  bastidores,  telones  ni 
mutaciones.  Era  preciso,  pues,  que  el  lugar  fuese  uno  solo:  y  el  autor  de  dramas  mas 
romántico  de  nuestros  dias,  si  hubiese  de  escribir  una  pieza  para  que  se  representase  en 
un  teatro  así  construido,  tendría  que  conservar  la  unidad  de  lugar,  mal  que  le  pesase. 

I>e  la  unidad  de  lugar  se  deduce  inmediatamente  la  del  tiempo;  poraueenun  mismo 
sitio  los  incidentes  deben  seguirse  con  inmediación:  mucho  mas,  cuando  no  habia  ver- 
daderos intermedios^  pues  á  lo  menos  el  coro  nunca  abandonaba  la  escena. 

Nosotros  leemos  en  Horacio  las  reglas  que  dicta  á  los  sátiros,  especie  de  composición 
desconocida  en  la  literatura  moderna;  pues  solo  nuestros  entremeses  y  saínetes,  y  mas 
aun  las  parodias  y  comedias  burlescas  se  les  semejan  aunque  no  mucho. 

Contaremos,  pues,  sin  dificultad,  que  entre  las  reglas  de  Aristóteles  y  Horacio  hay 
algunas  que  si  bien  hubo  razón  para  dictarlas  y  obedecerlas,  esta  razón  no  se  deduce 
de  la  esencia  misma  de  la  poesía,  sino  de  las  formas  peculiares  que  tuvoi  entonces  la  li- 
teratura. Pero  tampoco  podrá  negársenos  que  la  mayor  parte  de  ellas  son  inmediata- 
mente deducidas  déla  naturaleza  misma.  Podríamos  citar  muchísimas  cuya  ^'.lactitud 
no  podrá  poner  en  duda  el  romántico  mas  audaz.  Pero  entre  todas  recordaremos  la  de 
la  unidad. 

ii/enique  sit  qíiodvis  si/nplex  dumtaxat  et  unum,»  ¿Hay  alguna  composición  litera- 
ria, sea  drauía,  novela,  ó  diálogo,  que  pueda  agradarnos  sin  inspirarnos  interés?  Y  este 
interés  ¿no  hade  tener  por  objeto  una  persona,  una  empresa  ó  una  acción  determinada? 
Si  el  interés  principal  se  pierde  de  vista  en  la  multitud  y  complicación  de  incidentes  y 
episodios  ¿no  sentimos  disgusto?  Pues  ese  disgusto  procede  de  ver  quebrantada  la  ley  de 
la  unidad.  Es  imposible  que  nos  interesemos  á  un  mismo  tiempo  y  en  igual  grado  por 
muchas  cosas  ó  personas.  Héaqui,  pues,  una  ley  horaciana,  que  tienen  que  observar  todos 
los  poetas:  y  lo  mismo  podemos  decir  de  las  que  son  relativas  al  estilo  y  lenguaje  poé- 
tico, al  tono  de  la  composición,  y  á  la  construcción  del  plan  de  la  obra,  que  son  las  par- 
tes mas  esenciales  en  las  producciones  literarias. 

I41S  reglas  de  los  antiguos  fueron  deducidas  del  estudio  y  observación  de  los  modelos 


[36] 

comparados  con  los  efectos  que  debían  naturalmente  producir  en  la  fantasía  y  el  corazón: 
porque  Á  esto  hemos  de  venir  siempre  á  parar.  £1  ^fViio  que  describe  está  obligado  a 
satisfacer  é[gu$lo  que  goza  y  siente.  La  facultad  de  crear  en  las  artes  tiene  por  objeto 
complacer  el  sentimiento  innato  de  la  belleza  que  reside  en  el  hombre.  Este  es  el  prin- 
cipio fundamental  de  la  ciencia  poética,  y  estaos  la  primera  ley  dolarte:  de  ella  se  de- 
ducen las  demás. 

No  creemos,  pues,  que  el  romanticismo^  si  es  algo,  sea  una  cosa  tan  frivola  y  tenue 
como  lo  sería  la  mera  imitación  de  las  novelas,  ni  tan  anárquica  y  disparatada,  como 
una  declaración  de  guerra  á  las  leyes  del  buen  gusto,  dictadas  por  la  naturaleza,  dedu- 
cidas de  la  observación  y  consagradas  por  grandes  maestros  y  grandes  modelos.  Pues 
si  no  es  esto  ¿qué  podrá  ser?  ¿qué  valor  podremos  dará  esta  palabra? 

ARTÍCULO  11. 

í\.L(jU\OS  han  creido  que  el  romanticisíno  actual  es  la  literatura  propia  de  la  edad 
media,  en  que  la  epopeya  se  convirtió  en  novela,  la  historia  en  crónicas,  y  la  mitolojia 
en  narraciones  de  milagros  finjidos.  Esta  opinión  aislada  y  sin  apoyarla  en  otras  coosi- 
deraciones,  viene  á  identilicarse  con  la  pnmera  que  reduce  el  oríjen  de  la  literatura 
romántica  á  lo  que  indica  su  etimolojía;  esto  es,  á  la  novela,  cultivada  en  los  últinH» 
tiempos  de  (irccia,  pero  no  con  tanta  celebridad  como  en  los  siglos  de  la  caballería. 

Si  esta  opinión  fuese  cierta,  el  proyecto  de  resucitar  en  nuestros  dias  la  literatun 
de  la  edad  media,  seria  tan  descabellado  como  el  de  D.  Quijote.  ¿Cómo  en  una  época 
de  ñlosofla  pueden  agradar  las  mismas  cosas  que  entusiasmaban  á  nuestros  cródnlosá 
ignorantes  antepasados?  ¿Cómo  una  sociedad  culta  ha  de  complacerse  en  las  consejas 
que  inventó  el  carácter  guerrero  y  supersticioso  de  aquellos  tiempos?  La  Europa  se  ha 
convertido  en  una  escena  política:  ¿quien  será  tan  necio  que  vaya  á  divertir  á  los  hom- 
bres que  leen  periódicos  y  discursos  de  tribuna,  con  batallas  de  jigantes  y  aparicionf* 
<le  brujas  y  de  nigrománticos?  No  podemos  entender  á  Calderón  que  describe  las  cos- 
tumbres caballerescas  de  su  siglo:  no  sufrimos  á  Tirso  sino  á  favor  de  su  licenciosa  ma- 
lignidad; ¿y  toleraríamos  las  hazañas  de  Amadisy  de£splandian,ó  los  cantos  de  fiercéof 

No  queda,  pues,  otro  oríjen  probable  para  el  romanticismo,  puesto  en  contraposi- 
ción con  la  literatura  clásica  de  los  antiguos,  sino  la  grande  revolución  social  que  pro- 
dujo en  e)  mundo  la  ruina  de  la  rclijion  gentílica  y  la  abolición  del  gobierno  republi- 
cano. Estudiemos  con  atención  estos  dos  hechos,  y  se  verá  como  de  ellos  ha  debido  re- 
sultar una  poesía  nueva  para  los  pueblos  de  Europa. 

La  relíjion  de  la  antigua  Grecia  y  de  la  antigua  Roma  afectaba  muy  poco  el  corazón 
\  la  intelijencia.  Sus  dogmas  solo  hablaban  á  la  imajinacion,  y  sus  pompas  y  festivida- 
des á  los  sentidos.  Tenían  dioses,  que  habían  sido  hombros:  tenían  creencias,  entera- 
mente poéticas,  que  solo  fueron  en  sus  principios  alegorías  injeniosas  de  los  fenómenos 
del  mundo  físico  ó  intelectual.  Estaban  tan  poco  de  acuerdo  su  relijion  y  su  moral,  que 
como  ha  observado  muy  bien  Rousseau,  la  casta  romana  ofrecia  sacrificios  á  Vénni,y 
ol  intrépido  Espartano,  al  miedo. 

Fl  gobierno  republicano,  que  sobrevivió  algunos  siglos  á  la  libertad  de  (ireciayá 
la  república  romana  bajólas  formas  municipales,  obligaba  á  los  ciudadanos  á  vivir  ene) 
foro,  donde  desaparecían  las  ideas,  los  intereses  y  los  sentimientos'  individuales,  donde 
t-l  hombre  se  escondía,  por  decirlo  asi,  y  solo  se  presentaba  el  patriota,  el  estadista,  el 
amante  verdadero  ó  íinjido  del  procomunal. 

La  sociedad,  donde  reinaban  esta  creencia  y  esta  clase  do  gobierno,  debía  entre- 
j:arse  mas  bien  al  estudio  de  la  política  que  de  la  moral.  Pocas  veces  reflexinnaría  ^ 
hombre  sobre  sí  mismo,  porque  toda  su  atención  absorverian  la  ambición  ó  el  bien  de 
la  patria.  El  gobierno  republicano  exije  ademas  como  condición  indispensable  de  su 
(*\istencia,  la  esclavitud  doméstica;  porque  sin  esclavos  que  cuiden  de  los  negocios  de 
lu  rasa,  mal  podria  el  ciudadano  acudir  á  los  públicos  en  el  foro.  El  amor  era  desco- 
nocido en  las  épocas  de  buenas  costumbres:  entonces  cada  joven  recibía  su  esposa  de 
nanos  de  sus  padres.  Lo  mismo  succdin-  en  los  tiempos  de  corrupción;  pero  esto  «^r* 


glo  de  oro  de  las  mujeres  prostituidas.  El  divorcio  llegaba  á  ser  un  adulterio  legal; 
raccion  de  los  sexos  solo  era  una  potencia  meramente  física.  Quien  no  lo  crea,  lea 
ioy  á  Petrarca. 

amos  ya  qué  especie  deliteratura  convenia  á  esta  sociedad.  Solamente  podia  can- 
n  ella  el  patriotismo  y  el  amor  físico,  embellecidos  con  ficciones  y' alegorías  mi- 
is:  mas  no  los  sentimientos  interiores  del  hombre,  que  ó  no  existían  ó  para  nada 
sideraban:  no  la  lucha  de  los  afectos  y  de  las  pasiones  con  el  deber:  no  el  deseo 
ó  inmenso,  pero  vago,  de  felicidad,  ^ue  reside  en  el  alma  humana.  Como  la  re- 
^tflica  no  revelaba  al  hombre  el  misterio  de  su  existencia:  como  la  forma  de 
no  no  le  dejaba  tiempo  ni  atención  para  estudiarse  á  sí  mismo,  los  poetas  mas 
i8  de  (jrecia  y  Roma  solo  pintaron  lo  que  veían  en  la  sociedad:  pasiones,  vicios  y 
es;  pero  consideradas  en  general,  y  no  modificadas  según  las  circunstancias  par- 
es de  cada  individuo,  costumbres  mas  ó  menos  feroces  según  la  cultura  de  las 
,  caracteres  dotados  de  cualidades  universales,  y  en  las  cuales  nada  vemos  del 
T  del  individuo,  solo  vemos  las  formas  generales  del  ciudadano, 
a  relijion  de  la  imajinacion  succedió  la  de  la  intelijencia.  £1  hombre  reconoció 
A  un  deber  suyo,  estudiarse  á  sí  mismo,  luchar  contra  sus  propias  pasiones  y  so- 
as  al  yugo  de  la  razón.  El  hombre  reconoció  en  todos  los  demás  á  hermanos  suyos 
nes  tenia  obligación  de  amar,  y  cesó  por  consiguiente  la  esclavitud  doméstica, 
obre,  en  fin,  reconoció  en  su  esposa  un  ser  iuteliente  que  debia  acompañarle  en 
rera  de  la  vida,  y  que  debia  gozar  de  su  libertad  al  mismo  tiempo  que  le  obede- 
el  bello  sexo  quedó  emancipado,  y  el  amor  moral,  fundado  en  la  estimación  y  en 
»non  miUua,  nació  entonces. 

gobierno  republicano  succedió  el  monárquico  bsyo  diferentes  formas;  pero  todas 
idas  por  el  principio  del  cristianismo,  enemigo  de  la  Urania  al  mismo  tiempo 
el  desorden.  Los  ciudadanos  tuvieron  á  la  verdad  una  patria  que  defender  y  que 
er:  mas  no  era  necesario  que  viviesen  en  la  plaza  pública,  merced  al  sistema  re- 
itativo,  imitado  de  los  concilios  del  cristianismo,  que  les  permitía  vacar  á  sus  ne- 
domésticos,  ejercer  sus  profesiones  y  atender  sin  necesidad  de  esclavos,  á  los 
ses  de  su  casa  y  familia. 

iro  es  que  una  sociedad  asi  constituida,  necesita  de  una  literatura  muy  diferente 
de  Feríeles  y  de  Augusto.  Su  poesía  cantará  la  patria  y  los  héroes;  pero  al  des- 
08  no  omitirá  las  luchas  interiores  que  sufrieron  para  hacer  triunfar  la  virtud 
pasiones.  Cantará  el  amor:  porque  ¿cvi  non  dictus  Hylas?  pero  lo  ennoblecerá, 
dolo  como  una  especie  de  culto,  como  un  tributo  debido  no  solo  á  la  hermosura 
mbien  á  las  prendas  del  alma.  Presentará  en  el  teatro  esta  y  las  demás  pasiones; 
empre  con  un  fin  favorable  á  la  buena  moral.  Escribirá  novelas  en  las  cuales,  en 
de  episodios  interesantes,  no  se  olvidará  de  penetrar  en  los  mas  íntimos  senos  del 
n  humano  y  de  arrancarlo  á  la  naturaleza  sus  secretos.  Hará  descripciones  de  las 
5  mas  bellas  del  universo;  pero  siempre  las  enlazará  con  una  verdad  de  sentimiento 
Mtumbrcs.  Pintará  los  deseos  del  hombre;  pero  de  modo  que  se  conozca  la  insu- 
ia  de  los  placeres  de  la  vida  para  colmar  su  felicidad.  Y  en  fin,  cuando  cante  la 
I,  se  elevará  su  alma  á  las  rejiones  desconocidas  que  nos  ha  revelado  el  sacro  poeta 
1,  y  su  fantasía,  embellecida  con  las  luces  de  la  intelijencia,  formará  cuadros  muy 
)rcsálos  de  Homero  y  Pindaro:  porque  cada  imájen  será  un  sentimiento  y  cada 
na  virtud. 

a  es  la  diferencia  que  encontramos  entre  la  literatura  antigua  y  la  que  conviene 
ueblos  monárquicos  y  cristianos  que  habitan  la  Europa  de  nuestros  dias.  Si  el 
licismo  ha  de  ser  algo  contrapuesto  al  clasicismo,  no  puede  ser  otra  cosa  sino  lo 
abamos  de  describir.  En  el  punto  de  vista  en  que  hemos  colocado  la  cuestión, 
ibido  todo  el  alcance  que  puede  tener,  y  que  efectivamente  le  han  dado  ya  al- 
génios  del  primer  orden.  Es  verdad  que  en  los  siglos  bárbaros,  sin  luces,  sin 
I,  con  idiomas  informes,  poco  mérito  pudieron  tener  las  primeras  produciriones 
ueva  literatura.  Pero  vinieron  los  tiempas  de  Petrarca,  Tasso,  Shakespeare,  Mil- 
entre  nosotros,  de  Herrera,  Rioja,  Lope  y  Calderón,  y  se  conoció  entonces  cuáles 
»s  medios  de  interesará  la  sociedad  europea. 
'O /cumple  el  romanticismo  aciiiái  las  condiciones  necesarias  de  la  literatura  cris* 


[  38J 
tiana  y  monárquica,  cual  la  etije,  cual  la  quiere  el  espíritu  social  de  nuestros  áml 
Examinaremos  esta  cuestión  en  otro  artículo. 


DE  LO  QUE  HOY 


il  ADA  es  niasopuesto  al  espíritu,  á  los  sentimientos  y  á  las  costumbres  de  una  sociedad 
monárquica  y  cristiana,  que  lo  que  ahora  se  llama  romanticismo,  á  lo  menos  en  la  parte 
dramática.  Él  drama  moderno  es  digno  de  los  siglos  de  la  Grecia  primitiva  y  bárbara: 
solo  describe  el  hombre  fiiiolójico;  esto  es,  el  hombre  entregado  á  la  eaerjia  de  sus  pa- 
siones, sin  freno  alguno  de  razón,  de  justicia,  de  relijion.  ¿Sacia  su  amor,  su  TeDgaiiia, 
>u  ambición,  su  enojo?  Es  feliz.  ¿Halla  obstáculos  invencibles  que  destruyen  sus  crin- 
nales  esperanzas?  Busca  un  asilo  en  el  suicidio. 

Los  dramáticos  del  dia  hacen  consistir  todo  su  genio,  todo  el  mérito  de  su  InTenrios 
en  acumular  monstruosidades  morales.  Los  hombres  son  en  sus  dramas  mucho  mas  per- 
versos que  en  la  escena  del  mundo.  Sus  maldades  son  poética»  como  la  tempestad  de  que 
habla  Ju venal.  ¿Qué  utilidad  resulta  de  esta  exajeracion?  Se  ha  dicho,  y  no  sin  funda- 
mento, que  la  lectura  de  las  novelas  estragaba  en  otro  tiempo  el  entendimiento  de  loi 
jóvenes,  haciéndoles  creer  que  los  hombres  eran  mejores  délo  que  son.  Pero  mas  daté- 
sos  nos  parecen  los  dramas  modernos  que  pintan  la  naturaleza  humana  peor  de  lo  qie 
es.  Error  por  error  preferimos  la  noble  confianza  de  creer  á  todos  los  nombres  seme- 
jantes á  Grandison,  y  á  todas  las  mujeres  tan  virtuosas  como  Clara,  á  la  triste  cmato 
infame  sospecha  de  tropezar  á  cada  paso  con  Antony  ó  con  Lucrecia  Borjia.  Los  prime- 
ros pueden  ser  útiles  en  calidad  de  modelos,  aunque  no  sea  posible  llegar  á  su  perfe^ 
cion  ideal.  Y  ¿no  es  de  temer  que  la  juventud ,  tan  simpática  con  todo  lo  que  es  faem 
y  movimiento,  aunque  se  dirija  al  mal,  quiera  imitar  los  monstruos  que  se  le  presentas 
en  la  escena,  no  mas  que  por  el  infeltz  orgullo  do  aparecer  dotada  de  pasiones  fuerte^ 
Tanto  es  de  temer,  cuanto  no  faltan  ejemplares  de  tan  infausta  imitación. 

No  podemos  pasar  de  aquí  sin  hacer  una  advertencia  útil  á  nuestra  juventud.  La 
verdadera  fuerza  y  enerjia  de  alma,  no  está  en  las  pasiones,  sino  en  la  razón.  Las  pa- 
siones fuertes  anuncian  por  lo  común  un  ánimo  débil,  si  son  desenfrenadas.  Mas  fuerza 
<ie  alma  hay  en  el  padre  de  familias  oscuro  que  llena  la  larga  carrera  de  su  vida  esn 
virtudes  poco  celebradas,  cumpliendo  con  exactitud  sus  deberes  de  hombre  y  de  cioda- 
dano,  que  en  Alejandro  el  (irande,  victima  de  su  ambición  y  de  su  inquietud.  Aqod 
mostrará  menos  pavor  que  el  héroe  de  Macedonia  en  las  cercaAfas  del  sepulcro. 

No  sabemos  por  qué  asquean  tanto  nuestros  dramaturgos  de  hoy  la  lilérafara  de 
los  griegos.  ¿Por  ventura,  la  Glitomnestra,  el  Orestes,  la  Electra,  el  Egisto  de  Sdtbdm 
no  se  parecen  mas  á  los  modelos  de  maldad  que  presenta  actualmente  la  eseenSt  q» 
la  Desdemona  de  Shakespeare,  las  amantes  de  Lope  de  Vega,  el  Horacio  de  ComeílKJ 
la  Andrómaca  de  Hacine?  Pero  los  poetas  trájicos  de  Atenas  tenian  disculpa  eo  su  crees- 
ría.  Su  relijion  nada  influía  en  la  moral:  para  ellos  el  hombre  era  un  ser  purasaesl^ 
lisíolójico,  dirijido  invenciblemente  por  el  destino. 

*Fata  vcktttem  ducunt,  nolentem  trtihunt» 

•Conduce  el  hado  al  que  le  sigue:  arrastra  al  que  resiste.» 

¿Pueden  tener  esta  disculpa  nuestros  dramaturgos?  Y  si  acaso  creen  en  lií  ciegs  ^ 
«!esidad  del  destino,  ¿creen  también  en  ella  los  pueblos  que  asisten  á  sus  especláco1oi< 

Pero  dirán  que  el  fin  de  sus  dramas  es  moral  <  por  cuanto  los  perversos  acaban |j^ 
cidándose.»  Y  ¿qué  es  el  suicidio  para  hombres  que  nada  creen  sino  sus  pasiones?  l'^ 
[Nies  que  se  han  hartado  de  maldades;  después  de  haber  servido  á  los  espectadores  lo* 


[39] 

todos  los  delitos,  se  les  iá  por  postre  el  mayor  de  todos  ellos  á  los  ojos  de  la 
a  y  de  la  relíjion.  ¡Bella  moral  por  cierto! 

lede  haber  verdadero  efecto  moral  ni  dramático  sin  interés.  ¿Por  quién  se 
i  interesarse  ningún  corazón  honrado  y  sensible  ni  en  Anítmy^  ni  en  Angelo  de 
i  en  Lucrecia  Borgia  ni  en  otros  mil  dramas,  donde  el  hombre  que  tenga  alguna 
a  se  halla  como  en  medio  de  un  albañal?  Comparemos  con  los  horrores  que  se 
an  en  esas  composiciones  infernales  nuestros  sentimientos  dulces,  nuestra  ci- 
intclijente,  nuestras  creencias  relijiosas,  nuestra  filantropía  y  hasta  nuestras 
itenuadas  y  reducidas  á  su  justa  medida  por  la  amenidad  de  las  costumbres, 
demos  sufrir  los  hombres  del  siglo  XIX  la  barbarie  de  los  tiempos  de  Cadmo 
pe? 

é  dirémes  de  ese  furor  de  desfigurar  la  historia  para  hacer  ridículos  ú  odiosos 
ia jes  mas  célebres  de  ella?  Nosotros  no  tenemos  ¿  Felipe  II  por  un  hombre 
»ero  no  somos  tan  necios  que  le  creamos  tal  como  le  han  pintado  Schiller  y 
optando  los  retratos  infieles  que  de  él  hi(»eron  los  historiadores  de  Francia, 
(ncia  humilló,  y  los  del  protestantismo  cuyos  progresos  contuvo.  No  creemos 
»s  V  careciese  de  defectos;  pero  ¿quién  le  reconocerá  en  el  badulaque  del  Er- 
emos también  que  habrán  existido  antiguamente  en  la  corte  de  Francia  algu- 
esas  livianas,  |)cro  eso  de  arrojar  sus  aiijantes  al  rio  desde  la  Torre  de  Aeslevn 
de  los  espectadores.  Calderón  desfiguró  la  historia ;  pero  fué  para  asimilar  los 
s  griegos  y  romanos  á  los  caballeros  españoles,  que  por  cierto  valían  tanto 
héroes  de  cualquier  nación, 
mpeño  en  deslustrar  y  envilecer  en  el  teatro  el  csplendordel  trono:  esamania 

0  de  presentar  á  los  ojos  de  los  espectadores  los  vicios  y  los  delitos,  verdade- 
idos,  de  que  se  lian  hecho  reos  algunos  ministros  de  la  relijion:  ese  cuidado  en 
stmir  todas  las  ideas  de  orden  social  y  de  moralidad  anuncia  un  plan  harto 
ya  por  fortuna,  yes;  de  resucitar  en  la  Europa  actual  el  odio  contra  los  reyes, 
lotes  y  las  virtudes;  y  aquella  demencia  que  produjo  todos  los  desastres  de  la 
»n  francesa.  El  siglo  no  puede  sufrir  ya  la  anarquía  ni  en  los  escritos  ni  en  las 
nones:  la  anarquía  vencida  se  ha  refujiado  á  la  escena.  ¿Por  qué  se  la  sufre 
Porque  los  hombres  son  inconsecuentes,  y  porque  la  moda  es  la  reina  del 

a  moda  pasará,  y  entonces  será  muy  fácil  conocer  qneel  romanticismo  actual, 
rquico,  antirelijioso  y  antimoral,  no  puede  ser  la  literatura  propia  de  los  pue- 
Irados  por  la  luz  del  cristianismo,  intelijentes,  civilizados,  y  que  están  acos- 
»  á  colocar  sus  intereses  y  sus  libertades  bajo,  la  salvaguardia  de  los  tronos* 
ticifimo  del  día,  considerado  en  sus  efectos  morales,  en  nada  se  pareoe  ni  al 
ti  á  los  sentimientos  comunes  de  la  época.  Mas  romántico  es,  en  este  sentido, 
de  Corneille  y  de  Racinc,  que  el  de  Dumas  y  de  Víctor  Hugo. 
irnos  visto  que  el  empeño  de  describir  el  hombre  fisiolójico,  entregado  á  sus 
única  intelijencia,  única  moral,  única  relijion  que«e  suponeen  él,  es  caracte- 

1  romanticismo  actual  dramático.  Si  se  comparan  sus  producciones  con  las  del 
ego  y  romano,  se  verá  que  son  esencialmente  las  mismas.  El  modelo  de  An* 
Egislo,  el  de  Lucrecia  Borgia  CKtemnestra. 

aremos  ahora  el  teatro  ckuieo  de  Corneille  y  Uaoine  y  el  verdaderamente  ro- 
c  Sliakespearc  y  deC^dlderon,  y  se  conocerán em  uno  y  otro  los  caracteres  pro- 
!  literatura  acomodada  á  los  pueblos  monárquicos  y  cristianos, 
es  el  nudo,  el  alma,  por  decirlo  así,  de  casi  todas  las  trajcdiasdel  teatro  fcan- 
el  Cid  hasta  la  Jairal  La  lucha  entre  las  pasiones  y  el  deber,  entre  el  hombre 
>  y  el  moral,  entre  el  hombre  de  las  pasiones  y  el  de  la  intelijencia.  Esto  es 
),  que  aun  en  los  asuntos  que  tomaron  del  teatro  de  Atenas  los  dramáticos 
introdujeron  el  principio  del  remordimiento,  desconocido  en  las  trajedias 
(}ué  tiene  que  ver  la  Clitemnestra  de  Sófocles  cuando  después  de  haber  come- 
rroroso  parricidio,  se  jacta  de  él  y  esclama  que  volvería  á  hacer  lo  que  había 
n  la  Clitemnestra  de  Voltaire,  siempre  luchando  consigo  misma,  siempre des- 
por  los  remordimientos,  siempre  infeliz,  hasta  que  el  acero  de  su  hijo  puso 
lisernhle  existencia?  La  Fedra  de  Hacine  no  es  por  cierto  la  de  Séneca  ni  la  de 


.  f.*0] 
Eurípides.  Su  lucha  es  prolongada,  terrible;  conoce  toda  la  enormidad  del  crimen  que 
le  aconseja  su  pasión,  y  ya  en  el  márjen  del  precipicio  hace  esfaerzos,  aunque  insuii- 
cientcs,  para  no  caer  en  él.  Estos  dos  caracteres,  los  de  Rodrigo,  Horacio  y  Cinna  en 
Corneillc,  los  de  Agamenón,  Rojana  y  Andrómaca  en  Racine,  y  el  de  Jaira  en  Yoltaire, 
son  enteramente  romdníicos,  en  el  sentido  que  hemos  dado  á  esta  palabra. 

Poco  nos  costará  probar  lo  mismo  de  los  de  Hamlet,  Lear,  Macbeth  y  otros  mudu» 
de  Shakespeare.  Este  dramático,  quizá  el  mas  profundo  que  ha  existido  Jamas,  no  han 
mas  que  reproducir  en  todos  sus  dramas  la  lucha  entre  la  virtud  y  el  vicio;  y  á  pesar 
de  sus  numerosos  y  grandes  defectos  de  ejecución:  á  pesar  de  las  burlerías  de  Yoltaire, 
á  pesar  de  la  crítica  de  Moralin  que  no  comprendió  bien  el  espíritu  de  aquel  hombre 
estraordinario,  siempre  será  cierto  que  el  padre  del  teatro  ingles  cscede  á  todos  los 
que  han  cultivado  el  mismo  genero,  en  la  pintura  del  corazón  humano,  porque  ningu- 
no ha  descrito  como  él  los  contrastes  entre  el  sentimiento  moral  y  las  pasiones. 

Nuestro  Calderón,  en  una  rejion  no  tan  elevada  como  la  de  Shakespeare,  con  me- 
nos profundidad  pero  con  mas  arte,  amenidad  y  corrección  que  el  bardo  británico,  ka 
pintado  lo  mismo.  Sus  esposos  ofendidos  no  son  tan  feroces  como  Ótelo;  pero  acaio 
sienten  mejor,  porque  perteneciendo  á  una  sociedad  mas  culta,  son  mas  capacei  de 
valuar  la  felicidad  del  amor  virtuoso,  la  desventura  do  los  celos  y  el  oprobio  dd  hfíf- 
ñor  ultrajado. 

A  muchos  de  nuestros  lectores  parecerá  estraño  que  hayamos  reunido  en  una  mis- 
ma categoría  autores  tan  diversos  en  las  formas  de  estilo  y  de  composición»  como  Coí- 
neille  y  Shakespeare,  Racine  y  Calderón.  Pero  ¿qué  son  las  formas  del  drama,  ó  de  la 
elocución,  cuando  se  trata  del  fondo  de  las  cosas?  Nuestra  crítica  del  romanticismo  ac- 
tual no  versa  sobre  las  formas,  y  cuando  hablemos  de  ellas,  quizá  no  serán  laa  sevor» 
nuestros  juicios  como  lo  han  sido  y  lo  han  debido  ser  hablando  de  los  efectos  mordes» 
No  puede  haber  belleza  sin  virivd.  Toda  obra  que  produce  resultados  perniciosos  á  li 
moral,  es  mala  en  literatura:  y  no  la  salvarán  de  esta  justa  sentencia  ni  la  elegancia  del 
estilo,  ni  la  verdad  do  las  deicripciones,  ni  aun  la  misma  perfección  de  las  combinadla 
nes  dramáticas. 

Volviendo  á  nuestro  propósito,  no  debe  estrañarse  que  hayamos  reunido  en  uoawda  * 
clase  á  autores,  que  la  moda  del  (lia  coloca  en  dos  muy  diferentes.  Corneille  tomó  de 
Guillen  de  Castro,  de  Calderón  y  de  Ruiz  de  Alarcon  los  argumentos  de  tres  de  sui  me- 
jores dramas.  Moliere  pugnó  por  imitar  á  Moreto,  y  lo  hi/o  infelizmente.  Mas  ventu- 
roso fué  luchando  con  Tirso  de  Molina.  No  sabemos  que  Racine  imitase  á  ningún  poeta 
<.'ómico  español;  aunque  si  no  se  hubiera  perdido  el  Sacrificio  de  Ifigenia  de  CalderoB, 
quizá  hallaríamos  en  esta  comedia  algunos  rasgos  del  hermoso  carácter  de  Aqoiles. 
Estas  imitaciones  hechas  por  un  teatro  que  empezaba  á  formarse,  de  otro  que  ya  estaba 
perfeccionado  en  su  género,  prueban  que  el  fondo  de  las  ideas  dramáticas  era  el  mis- 
mo, aunque  la  manera  de  presentarlas  en  la  escena  fuese  diversa.  Cuando  el  teatro  oi- 
cional  decaeció  en  Espa/ia  é  imitamos  á  nuestra  vez  las  formas  del  teatro  francés,  no 
por  eso  se  abandonó  el  principio  de  los  contrastes  y  oposiciones,  que  es  el  caracterMico 
y  fundamental  del  verdadero  romanticismo.  Moralin  tiene  escenas  y  pasajes,  queleidoi 
aisladamente,  podrían  parecer  de  Calderón  cuando  era  bueno.  I^s  diálogos  entre  Leo- 
nardo é  Isabel  en  el  liaron  y  el  carácter  de  1).  Carlos  un  el  Si  de  las  niiiat  pertenecen  á 
la  comedia  urbana  del  mismo  género  que  cultivó  el  gran  rival  de  Lope  de  Vega.  Nif 
hay  que  hablar  de  las  pocas  trajedias  que  merecen  y  han  obtenido  aceptación  endp^ 
riodo  desde  Carlos  1 11  hasta  nuestros  dias;  pues  no  hay  ninguna  de  ellas  donde  nose  n* 
presente  la  lid,  tantas  veces  citadas,  entre  las  pasiones  y  el  deber. 

I^s  ejemplos  que  hemos  mencionado  del  teatro  francrs  que  ahora  se  llama  cUiú^tJ 
<lel  teatro  ingles  y  del  español  del  siglo  XYII,  que  se  estiman  como  romdfUícos,  prM- 
ban  hasta  la  evidencia  que  las  formas  dramáticas  son  indiferentes  para  los  resultsdoi 
morales,  y  que  estos  pueden  ser  buenos  y  útiles  á  la  moral  pública,  ya  se  someta  elg^] 
nio  á  obedecer  las  fórmulas  estrechas  de  Roileau,  ya  quiera  entregarse  al  vuelo  atrevió* 
(le  Sliakespeare  y  de  Calderón.  La  coincidencia  que  hemos  demostrado  entre  el  lealfo 
romántico  actual  y  el  antiguo  de  Atenas,  prueba  lo  mismo  en  cuanto  álos  efectos  ^ 
niciososen  moral,  con  esta  diferencia  sin  embargo,  que  es  favorable  á  Sófocles  y  ^ 
ripides.  Los  griegos  creían  el  fatalismo,  amaban  el  gobierno  republicano  y  aborreciiB 


[41] 
.  monárquico.  No  es  de  estrafiar,  pues,  que  sus  poetas  inculcasen  aquel  funesto  prin- 
pió  y  pintasen  odiosos  á  los  reyes.  Esta  disculpa  no  alcanza  á  los  nuevos  dramatur- 
m;  porque  la  sociedad  actual  no  tiene  ni  las  creencias  ni  los  sentimientos  que  ellos 
(piran  á  inculcarle  en  sus  dramas. 

Podriamos  añadir  á  los  ejemplos  ya  citados  el  del  teatro  alemán,  cuyas  formas  son 
imánticas.  Bajo  ellas  ha  escrito  Kotzebuc  la  Müantropia  y  el  Arrepentimiento,  y  Schiller 
i  Ladrones;  el  primero  no  puede  ser  llamado  un  drama  inmoral,  aunque  sea  contrarío 
iinestras  ideas  sobre  el  honor.  El  segundo  es  esencialmente  anti-social.  ¿Qué  mas?  Al- 
en, uno  de  los  mas  estrechos  observadores  de  las  reglas  clásicas,  ¿no  encontróla  pesar 
a  Unta  sujeción,  los  medios  de  derramar  en  sus  trajedias  toda  su  hiél  republicana? 

G>ncluirémos  este  articulo  con  una  observación  muy  importante.  Nosotros  ni  crée- 
los dí  hemos  creido  nunca  que  el  teatro  tíene  por  objeto  primario  la  corrección  de  las 
Mlumbres:  solo  creemos  que  debe  ter  una  diversión  inocente.  Pero  en  ella  se  describe  al 
ombre;  y  esta  descripción  ha  de  producir  necesariamente  efectos  morales  sobre  los 
ipectadores.  Decir  lo  contrario  seria  negar  el  poder  del  ejemplo,  la  májia  del  estilo, 
I  seducción  de  las  situaciones,  la  influencia  del  interés  dramático.  Ahora  bien:  si  los 
GBCtos  morales  que  naturalmente  debe  producir  un  drama  determinado,  ó  un  sistensa 
e  dramatizar  son  perniciosos  ¿deberá  ser  permitida  su  representación?  Resuelvan  los 
obiemos  este  problema.  Nosotros  nos  contentamos  con  repetir  á  los  hombres  que  apre- 
¡en  todavía  el  sentimiento  moral  y  que  tengan  buen  gusto,  que  nada  es  tan  deforme, 
m  asqueroso  como  la  inmoralidad;  pues  se  opone  á  la  primera  de  todas  las  bellezas 
;ue  es  la  virtud.  Los  que  se  complacen  en  ver  horrores,  costumbres  patibularias,  cri- 
iieaes  y  suicidios;  los  que  se  estasíán  al  oir  invectivas  contra  los  reyes  y  los  sacerdotes; 
M  que  se  creen  jueces  por  el  precio  del  billete,  de  las  generaciones  pasadas,  presentes 
orno  reos  en  el  tribunal  de  la  escena,  cometen  un  anacronismo.  Debieron  haber  nacido 
n  la  época  de  Robespierre  y  de  Marat. 


RESUiMEN  DE  LOS  ARTÍCULOS  ANTERIORES 

SOBRE  EL  ROMANTICISMO. 


.IOS  ha  parecido  conveniente  reducir  á  un  corto  número  de  reflexiones  todo  lo  que 
lemos  dicho  acerca  de  la  célebre  cuestión  que  se  ha  promovido  en  nuestros  dias  entre 
íl  romanticismo  y  el  clasicismo. 

i  •*  £1  teatro  griego  solo  presentaba  él  hombre  de  las  pasiones  y  del  <iestino„  y  el 
lombre  fisiolójico;  y  cuando  mas  el  hombre  público  ó  el  ciudadano.  Los  teatros  de  la 
¡uropa  moderna  deben  representar  el  hombre  moral,  el  hombre  de  la  virtud,  y  lo  deben 
ireseotar  individualmente^  esto  es,  los  sentimientos  que  se  le  atribuyen,  aunque  perte- 
leicao  á  la  especie  humana,  han  de  tener  el  carácter  particular  del  personaje. 

i.*  Las  formas  del  drama  griego,  que  debieron  su  orijen  á  la  naturaleza  del  espec- 
táculo, que  era  un  acto  relijioso  en  su  principio,  y  á  la  construcción  material  del  teatro, 
eran  suficientes  para  una  acción  sencilla  en  la  cual  se  representaba  el  hombre  tal  como 
le  concebia  entonces  la  sociedad;  pero  es  preciso  darles  mas  amplitud  en  la  Europa  ac- 
tual, que  ha  renunciado  á  la  vida  del  foro,  y  cuyarelíjion  define  al  hombre  de  una  ma- 
nera menos  sencilla  y  mas  complicada. 

5.*  I>ebe  usarse  de  esta  amplitud  con  sobriedad;  pues  no  puede  dudarse  que 
auaque  la  unidad  de  interés  sea  la  principal  en  el  drama,  y  la  verosimilitud  moral  la 
||rinera  de  todas,  se  reconocen  sin  embargo  en  las  unidades  de  acción,  de  lugar  y  de 
tiempo  medios  de  verosimilitud  material  que  no  son  despreciables.  No  es  licito  en  nues- 
tro entender  quebrantarlas  sin  justos  motivos. 

4/    Los  teatros  de  España,  Inglaterra,  y  Alemania  renunciaron  á  las  formas  griegas; 
^1  teatro  francés  del  siglo  de  Luis  XIV  las  adoptó;  pero  abandonando  la  sencillez  déla 

6 


[42] 
trajedia  ateniense.  Corneillef  Racine  y  Voltaire  no  degcribicron  el  hombre  fisiolójico 
fie  la  antigüedad,  sino  el  hombre  cristiano  y  monárquico  de  su  época.  Los  deftcioi  é 
inconvenientes  de  sus  dramas  consisten  en  haberlos  hecho  en  un  espacio  muy  redoddOf 
y  su  mérito  como  poetas  dramáticos,  en  haber  hecho  obras  tan  excelentes  á  pesar  de 
la  rijidez  de  las  reglas  á  que  se  sometieron. 

5.'  £1  actual  drama  (Vanees,  llamado  vulgarmente  romántico,  pinta  el  hombre  Uo- 
lójico  como  el  de  Atenas,  sin  someterse  á  sus  reglas:  falsea  la  moral  universal  civil  y  po- 
litica  del  género  humano,  supone  que  el  hombre  no  puede  lidiar  contra  sus  pasioMi, 
y  no  le  deja  mas  opción  cpie  satisfacer  sus  deseos  á  cualquier  costa  ó  suicidarse.  Es,  raes, 
contrario  á  los  sentimientos  de  la  civilización  actuak,  no  cumple  con  sus  esijeoeiafl,  y 
caerá  apenas  dejen  de  sostenerlo  el  capricho  y  la  moda. 

A  esto  se  reduce  la  gran  cuestión  del  Romanticifíno, 

Tanto  esta  voz  como  su  opuesta  Cleuicismo  como  el  adjetivo  romántico^  son  bárbara» 
y  aun  ridiculas  en  nuestro  idioma.  Son  ademas  inútiles;  porque  jamas  podrán  contri- 
buir á  caracterizar  el  mérito  de  una  composición  dramática.  Para  nosotros  es  ditM 
todo  lo  que  está  bien  escrito,  y  se  puede  proponer  como  modelo  de  estilo  y  de  lenguaje 
en  las  clases  ó  aulas  de  humanidades.  Asi  con  tanto  placer  leemos  el  l^rí/cíftioo  de  Bacioe 
como  el  Lindo  D.  Diego  de  Morete.  Y  no  hay  aue  hablar  de  reglas  de  unidades,  de  for- 
mas. ¿Queréis  someteros  á  ellas?  No  escribáis  la  Petimetra  de  Moratin  el  padre,  siso  el 
Si  de  las  NiiUtJt  de  su  hijo.  ¿Queréis  libertaros  de  esa  sujeción?  No  manchéis  el  papel  ni 
las  costumbres  públicas  con  el  Antony^  sino  componed  algo  semejante  á  DudoiiBwmr 
y  lealtad  de  Calderón. 

Escribid  dramas  que  interesen  á  los  hombres  de  cultura  y  honradez,  como  son  caá 
todo»  los  que  asisten  al  espectáculo:  respetadla  moral,  la  relijion  y  los  principios  poli- 
tícos  que  rijen  en  vuestra  patria:  respetad  vuestro  idioma:  observad  rigorosamente b 
verosimilitud  moral,  y  en  cuanto  sea  posible  la  material.  Si  esto  hiciereis,  nadie  vendía 
á  pediros  cuenta  del  quebrantamiento  ú  observancia  de  las  unidades,  como  neciaawnle 
se  le  pidió  al  gran  Corneille.  Os  sucederá  lo  que  á  él;  los  aplausos  del  público  acallaráa 
los  gritos  de  la  crítica. 

En  cuanto  á  los  autores  dramáticos  españoles  que  hay  en  la  actualidad,  acons^tf^ 
mos  ademas  que  huyan  á  toda  carrera  del  drama  de  Dumas  y  de  Victor  Hugo,  y  cpe 
no  busquen  para  recalentar  su  fantasía  las  novelas  que  tan  á  manos  llenas  pródiga 
aquella  nación.  Noea  conveniente  pintar  al  hombre  ma$m<üo  de  lo  que  es.  Si  es  licito  al  poKa 
crear  un  mundo  ideal^  no  se  le  permite  esta  licencia  para  degradar  la  especie  humasat 
sino  para  perfeccionarla.  Renuncióse  enhorabuena  á  las  formas  aristotélicas:  pero  poe» 
tenemos  en  Lope,  Calderón,  Rojas  y  Morete  tan  escelentes  modelos  de  esa  luMeartad  li- 
teraria, ¿por  qué  hemos  de  buscarlos  en  dramas  infórmese  inmorales,  y  decuyahníla- 
cion  el  menor  inconveniente  seria  la  corrupción  del  habla  castellana? 

Lo  mismo  podemos  decir  á  los  poetas  Ifricos  de  nuestros  dias,  emjpeñados  por  h 
mayor  parte  en  embutir  en  la  versificación  de  Herrera  y  Rioja  pensamientos,  fiases; 
modismos,  que  trascienden  á  francés  desde  media  legua.  También  se  ha  querido  estea- 
der  á  este  género  el  principio  romántico,  no  sabemos  por  qué:  pues  la  poesia  liriaa. 
siendo  como  es  la  espresion  de  un  sentimiento,  no  tiene  ni  puede  tañer  formas  divenai- 
La  diferencia  está  en  lo  que  se  diga,  bien  ó  mal,  con  oportunidad  ó  sin  ella:  peroaosi 
la  división  ó  variación  de  las  estanzas.  La  moda  actual  de  escribir  las  oomposieiaMi 
líricas  en  diversas  especies  de  metros,  aunque  contraria  á  la  de  nuestros  poetas  del  aigia 
XVI  y  aun  á  la  de  los  líricos  latinos,  es  muy  conforme  á  la  práctica  de  los  giúp^ 
¿Diremos  por  eso  que  la  poesía  del  sentimiento  ha  mudado  de  esencia? 

Todo  lo  que  el  romanticismo  puede  reclamar  como  suyo  es  la  variaGÍon  delasinr- 
mas;  pero  para  designarla  no  es  menester  introducir  una  voz  nueva  en  el  idioMi:  ^ 
diversidad  existia  ya  en  tiempo  de  Luis  XIV  entre  el  teatro  español  y  el  francés,  y  loí- 
leau  la  esplica  con  tanta  claridad  como  injusticia;  ¿se  creó  por  eso  una  nueva  pabM 
No  falta  quien  quiera  dar  ála.literatura  romántica  un  carácter  mas  elevado,  yasooiarii 
en  cierto  modo  á  las  ideas  políticas  de  la  época.  Se  dice  que  el  romanticismo  es  el  aia- 
tema  de  la  libertad  literaria.  Si  esto  es  así,  precise  será  confesar  que  el  rosMnikismo  si 
mas  antiguo  de  lo  que  todos  creen,  y  coronar  á  Horacio  como  al  primer  prodamador 
conocido  de  este  sistema  con  su  célebre  quidlibef  enidendi. 


[43] 
Libertad  literaria  es  una  frase  ambiciosa  como  otras  muchas,  que  desj[)ues  de  ana- 
lizadas, nada  dan.  En  efecto,  asi  como  la  libertad  en  el  orden  civil  y  político  es  la  obe- 
diencia á  las  leyes,  asi  en  el  orden  literario  es  la  sumisión  á  las  reglas:  y  asi  como  en  el 
Crimer  caso  para  que  el  ciudadano  modere  sus  acciones,  tiene  que  estudiar  y  conocer 
I  lejislacion  y  su  espíritu,  asi  el  poeta  en  el  segundo  ba  de  examinar  ]as  reglas  que  la 
naturaleza  ba  impuesto  al  género  en  que  quiera  escribir,  sin  estar  obligado  á  seguir 
formas  puramente  convencionales.  Pues  bien:  esto  ya  lo  sabíamos;  porque  antes  de 
ahora  se  ha  practicado  y  puesto  en  ejercicio  esa  libertad. 

Nosotros  designaremos  las  composiciones  con  los  títulos  de  buenas  ó  malas,  sin  curar- 
nos mucho  de  si  son  ddsicas  ó  románticai^  y  este  es  en  nuestro  entender  el  mejor  partido 
que  pueden  tomar  los  hombres  de  juicio,  naturalmente  poco  aficionados  á  dejarse  alu» 
cinar  por  palabras  ni  frases. 


SOBRE    VN  ARTICUIiO   DEL  LICEO. 


E 


N  el  Liceo  español  de  Abril  del  presente  año  hay  un  artículo,  intitulado,  Poesía  cas- 
íMina  del  siglo  XVI ^  en  el  cual,  después  de  varias  incursiones  en  la  poesía  hebrea  y 
griega,  seacusaá  Virjilio  de  no  ser  orijinal,  á  los  poetas  de  nuestro  siglo  de  oro,  de  ser 
meros  copistas,  y  concluye  con  el  decantado  axioma  de  nuestros  dias,  de  que  en  lapoe^ 
ría  como  en  las  demás  bellas  artes^  hay  un  solo  libro,  que  es  la  naturaleza.  Este  artículo  nos 
ba  dado  motivo  para  hacer  algunas  reflexiones,  que  sentimos  no  estén  conformes  con 
las  ideas  del  autor. 

Dice  que  cía  poesía  de  la  Grecia...,  á  pesar  de  ser  indíjena...,  no  es  ya  tan  sencilla 
:omo  la  délos  pueblos  nómadas...  Por  eso  Homero  no  es  ni  tan  sublime  como  David, 
ii  tan  melancólico  como  Job,  ni  tan  sencillo  en  sus  descripciones  como  Moyses.»  Aquí 
lay  muchas  equivocaciones  que  es  preciso  deshacer. 

En  primer  lugar  nunca  han  sido  mirados  los  libros  de  Moyses  como  obras  poé- 
.icas,  sino  como  colecciones  históricas  y  lejislalivas.  Grande  diferencia  hay  en  tono  y 
*n  estilo  de  sus  narraciones  y  códigos  al  libro  de  los  salmos  y  á  los  de  los  profetas.  Es 
verdad  que  algunas  veces  copia  profecías  y  cánticos  como  la  de  Jacob  y  los  de  Moyses, 
lero  no  habrá  dificultad  en  conceder  que  el  tono  general  de  su  estilo  no  es  poético.  Un 
listoriador  no  debe  admitir  como  el  poeta,  adornos  en  sus  descripciones:  por  eso  lio- 
nero ni  fué  ni  debió  ser  tan  sencillo  como  el  autor  del  Génesis. 

En  segundo  lugar  la  causa  que  el  autor  atribuye  á  la  superioridad  de  David  sobre 
iomero  en  cuanto  á  los  pensamientos  sublimes,  no  es  verdadera;  pues  en  el  tiempo 
M  profeta  rey  y  guerrero  no  era  ya  Israel  un  pueblo  errante,  sino  una  monarquía  po- 
lerosa,  estendida  por  la  victoria  desde  el  torrente  de  Ejipto  basta  el  Eufrates  y  desde 
(1  Líbano  hasta  el  mar  Rojo,  cuando  Homero  nació  en  una  colonia  griega  del  Asia  me- 
lor,  recien  fundada  por  colonos  fujitivos  del  Peloponeso,  y  por  consiguiente  pobre  y 
^in  cultura. 

¿Porqué  no  se  atribuye  la  mayor  sublimidad  de  David  á  su  verdadera  causa,  que 
!8  la  naturaleza  del  Dios  que  celebraba?  Por  mas  ardiente  y  elevado  que  fuese  el  cantor 
le  Aquiles,  ¿pudiera  haber  formado  con  su  Júpiter,  su  Venus  y  su  Marte  los  cuadros 
idmirableB  que  cantaban  los  adoradores  del  único  y  verdadero  Dios  y  los  que  de  órdea 
oya  revelaban  á  su  pueblo  los  sucesos  futuros?  David  es  mas  sublime  que  Humero,  por* 
|ne  Jehová  es  el  criador  y  dominador  del  mundo;  y  los  dioses  griegos,  Louibivs  que 
labian  recibido  la  apoteosis  de  los  pueblos  ó  de  los  poetas.  Job  es  mas  melancólico  que 
Iomero,  porque  jamas  á  este  insigne  poeta  pudo  ocurrirle  la  idea  del  justo  luchando 

00  la  adversidad,  y  recibiéndola  como  un  beneficio  de  la  mano  divina.  La  lucha  entre 

1  hombre  sensible  que  sufre  y  el  hombre  espiritual  que  busca  el  consuelo  de  sus  males 
tt  Dios,  lucha  que  hace  tan  interesante  el  libro  del  principe  árabe,  pugnaba  esencial- 
aeote  con  los  principios  de  la  relijion  gentílica.  Así  Homero  no  pudo  ni  comprenderla 
ti  describirla. 


[i4] 

¿Y  cómo  se  dice  qae  Uoracio  es  el  tínico  poeta  orijinal  qne  poseyó  Romaf  quitándole 
>;Bte  Ululo  de  honor  á  Yirjilio,  el  poeta  del  corazón  humano,  como  Homero  lo  es  de  la 
imajinacion;  á  Ovidio,  el  mas  rico  y  fluido  de  los  vates  latinos,  y  áTibulo,  elmassoave 
y  melancólico?  Pero  cVirjilio,  dice,  siguió  las  huellas  de  Homero  y  se  quedó  á  larp 
distancia.!  ¿Cómo  asi?  /Hay  por  ventura  en  la  Diada  ni  en  la  Odisea  alguna  cosa  con- 
parable  al  cuarto  libro  de  la  Eneida?  ¿Imitó  Virjilio  á  Homero  en  la  descripción  de  li 
terrible  noche  en  que  fué  arruinada  Troya?  ¿No  le  es  muy  superior  en  la  reseña  de  bi 
pueblos  aue  concurrieron  ala  guerra?  Evandro,  sus  quejas  y  presentioiientos  al  enviar 
su  hijo  á  tos  combates,  sus  gemidos  al  verle  muerto  á  manos  de  Turno,  ¿tienen  so  ]in>- 
delo  en  la  Iliada?  ¿Lo  tiene  el  inimitable  episodio  de  Enríalo  y  Niso?  ¿Qué  tiene  que  w 
con  este  trozo,  en  aue  está  llevado  al  mas  alto  punto  el  heroísmo  de  la  amistad,  la  ei- 
pedicion  nocturna  de  Ulises  y  Diomedes?  En  fin,  ¿ha  escrito  Homero  algo  que  se  semeje 
al  fin  del  sesto  libro  de  la  Eneida,  donde  Anquises  revela  á  su  hijo  la  gloría  futura  dése 
descendencia?  Parece  imposible  que  un  escritor  que  debe  haber  leido  ambos  poetai, 
pues  los  compara,  haya  olvidado  tan  completamente  las  citas  que  acabamos  de  hacer. 

Es  cierto,  certísimo,  que  Virjilio  tradujo  de  Homero  un  gran  número  de  descrip- 
ciones y  comparaciones.  Pope  en  su  poema  sobre  la  critica  esplica  este  fenómeno  lite- 
rario. <E1  poeta  latino,  queriendo  imitar  la  naturaleza,  halló  ^ue  la  naturaleza  y  Ho- 
mero eran  una  misma  cosa.»  Este  es  el  caso  de  decir  con  Voltaire  que  solo  á  los  ricof 
es  lícito  robar« 

¡  Virjilio  se  quedó  d  larga  distancia  de  Homerol  Ese  fiíUo  se  dá  con  mucha  prontitad: 
mas  no  sería  tan  fácil  justificarlo*  Nosotros  procuraremos  ser  mas  justos  entre  esos  des 
grandes  colosos  que  en  todos  tiempos  se  han  disputado^  y  se  disputarán  ann  por  na- 
chos siglos  el  imperio  de  la  literatura. 

Homero  es  incomparablemente  superior  al  poeta  latino  en  todo  lo  relativo  á  la  eos- 
posición  del  poema  y  á  los  adornos  que  hacen  su  efecto  sobre  la  imaginación.  Viijilio  ei* 
ton  la  misma  superioridad ,  mas  grande  ^ue  su  adversario  en  la  corrección  del  estilo, 
la  delicadeza  de  la  espresion  y  el  conocimiento  profundo  y  filosófico  de  las  paaiones*  Ne 
hay  en  los  dos  poemas  de  Homero  un  pasaje  comparable  á  esta  espresion  de  ViijiKo, 

c  Non  ignara  malí ,  miseris  sucurrere  disco. » 
ó  á  esta, 

<Quem  metui  moritura?» 

ó  á  aquel  verso  inimitable  en  que  Dido*,  después  de  jurar  que  no  cedería  al  amor  i  da  i 
entender  que  no  tardará  en  infrinjir  su  juramento: 

<Sic  effecta  sinum  lacrymis  implevit  obortis.> 

Todo  Virjilio  está ,  por  decirlo  asi ,  empedrado  de  versos  de  esta  espede,  que  denocs- 
tran  la  sublime  ternura  de  su  corazón  y  la  valentía  de  su  genio  para  espreiar  loe  senti- 
mientos delicados.  Y  en  vano  se  buscará  en  Homero ,  poeta  de  tiempos  mas  rudos,  d 
modelo  de  las  descripciones  de  esta  especie. 

Debiera  también  tenerse  presente,  cuando  se  trate  de  dar  una  sentencia  jaita  en- 
tre estos  dos  insignes  poetas  que  Homero  llegó  hasta  una  edad  avanzada,  y  qae 
su  poema  tuvo  toda  la  perfección  que  su  portentoso  genio  era  capaz  de  darie.  Viqi- 
lio  falleció  joven,  dejó  incompleto  su  poema,  y  no  debia  de  estar  muy  satisfecho  dedi 
pues  mandó  quemarlo.  Si  á  tanta  distancia  de  su  época  es  licito  aventurar  algau 
•conjetura,  nosotros  creemos  que  el  disgusto  de  Yirjilio  con  su  obra,  procedía  de  los 
numerosos  defectos  del  plan  de  composición,  y  no  de  haber  imitado  á  Homero  en 
muchas  descripciones.  Esa  imitación,  en  vez  de  ser  un  defecto,  deberá  ser  un  méri- 
to para  cualquiera  <jue  conozca  cuan  rodo,  cuan  inarmónico  era  todavía  el  len| 
je  poético  de  los  latinos  en  el  poema  de  Lucrecio.  Yirjilio  tuvo  la  gloria  de  darla 
sus  traducciones  de  Homero,  jiarte  de  la  soltura  y  íkxilñlidad ,  parte  de  fai  anm 
del  admirable  idioma  de  Grecia. 

Es  un  fenómeno  observado  por  un  literato  español  de  mucha  nota,  que  Horado, 
tan  escelen  te  juez  en  materias  de  buen  gusto,  tan  admirador  de  Homero,  tan  amigo 


[45] 

t  Viijilio,  á  quien  nunca  pudo  mirar  con  emulación,  pues  los  géneros  en  que  am- 
«  trabajaron  eran  tan  diversos  ^  no  habla  de  la  Eneida  en  ninguna  de  sus  obras  di- 
ícticas ,  siendo  asi  que  celebró  ía  suavidad  y  gracia  del  estilo  de  su  amigo  en  las 
;logas  y  geórjicas.  Nosotros  no  podemos  esplicar  este  silencio,  sino  diciendo  aue  Ho- 
icio,  muy  capaz  de  conocer  los  defectos  de  plan  y  ejecución  en  el  poema  de  Virjilio, 
>  era  muy  á  propósito  para  sentir  y  analizar  sus  bellezas  superiores ,  hijas  por  la 
ayor  parte  de  la  sensibilidad  de  su  corazón.  Horacio  era  poeta ,  y  gran  poeta;  pero 
■a  cortesano  y  ademas  epicúreo.  Puede  desafiarse  á  cualquiera  á  que  cite  del  vate 
snosino  un  solo  verso ,  un  solo  rasgo  en  que  brille  aquella  ternura  exaltada  que  re- 
Ma  á  cada  paso  del  pecho  de  Virjilio. 

Concluye  el  artículo  la  parte  de  la  poesia  romana ,  quejándose  de  que  los  cantos 
e  loa  poetas  latinos  no  fueron  eco  de  la»  últimas  palabras  dk  fijida  Catón.  Este  aserto 
I  contrario  á  lo  que  nos  dice  la  historia.  Ahí  están  Lucano  y  Juvenal  que  no 
Oi  dejarán  mentir:  uno  y  otro  llenos  de  fuego  y  de  enerjía ,  y  el  segundo  tan  in- 
ignado  por  lo  menos  como  pudiera  estarlo  la  sombra  del  célebre  suicida  de  Utica.  Ni 
no  ni  otro  imitaron  á  los  griegos:  ambos  son  originales.  ¿Leeremos  por  eso  la  Far- 
ilia  con  mas  placer  que  la  Eneida?  Si  el  autor  del  artículo  fuese  capaz  de  darnos 
ste  consejo  soltaríamos  la  pluma  y  no  volveríamos  á  discutir  sobre  esta  materia. 
.  El  genio  no  basta:  es  necesario  ademas  el  gusto  ejercitado  y  perfeccionado.  Esta 
f  una  verdad,  que  se  trata  de  oscurecer  en  el  dia,  y  es  menester  repetirla  é  inculcar- 
I  si  queremos  tener  literatura. 

Dejando,  pues,  á  un  lado  la  poesía  de  los  hebreos,  griegos  y  romanos ,  vengamos 
a  á  la  castellana  que  nos  importa  mas.  Hablando  de  la  poesía  española  del  siglo 
CVl,  dice  que  tes  un  reflejo  de  la  poesia  italiana...  Tiene,  añade,  la  regularidad  de 
a  poesía  romana  y  la  puerilidad  sutil  de  la  provenzat.i  Después  de  estos  fallos  acusa 
i  los  Garcilasos,  Herreras,  Leones  y  Argensolas  de  falta  de  orijinalidad,  del  uso  que 
lacen  de  las  fábulas  mitolójicas,  de  la  regularidad  hasta  en  el  número  de  versos  de 
dgonas  composiciones.  Lo  mas  gracioso  de  todo  es  que  conclusa  esta  larga  serie  de 
icusaciones,  celebrando  en  los  mas  insignes  poetas  de  aquel  siglo  las  prendas  que 
os  han  hecho  inmortales,  prendas  que  se  avienen  muy  mal  con  la  falta  de  orijinali- 
lad;  porque  es  imposible  que  carezca  de  ella  el  que  las  posea. 

En  primer  lugar  es  falso  que  la  poesía  castellana  del  siglo  XVI  sea  un  reílejo  de 
a  italiana.  Si  se  adoptaron  sus  metros  y  la  disposición  de  sus  estanzas,  eso  no  es  co- 
)iar.  ¿Quién  llamaría  copista  á  Murillo,  porque  hubiese  pintado  uno  de  sus  cuadros 
m  el  lienzo  que  le  hubiese  prestado  un  amigo?  Lo  que  caracteriza  á  un  poeta  no  son 
os  metros,  sino  los  pensamientos,  el  tono,  el  colorido;  y  todo  esto  fué  original  en 
luestros  poetas  del  siglo  XVL 

¿Por  qué,  pues,  imitaron  á  los  poetas  latinos  y  griegos?  Porque  si  no  lo  hubieran 
techo,  no  tendríamos  ni  lenguaje  poético,  ni  poesía  castellana.  Garcilaso  es  tan  pro- 
lindamente  tierno,  tan  altamente  orijinat  en  el  canto  de  Nemoroso,  porque  en  el  de 
ialicio  imitó  con  tanta  perfección  á  Virjilio.  En  este  aprendió  á  dominar  la  ruda 
Espereza  en  que  habia  dejado  el  lenguaje  poético  castellano  el  Ennio  español  Juan  de 
Mena:  en  este  adquirió  la  flexibilidad  y  soltura  necesarias  para  componer  la  admira- 
Me  estanza  que  comienza 

cPor  ti  el  silencio  de  la  selva  umbrosa» 

S  aquella,  llena  de  ternura  y  melancolía; 

c¿Quién  me  dijera,  Elisa,  vida  mia,  etc.i 

No  hay  ninguno  de  los  poetas  de  nuestro  buen  siglo,  en  el  cual  no  haya  imitacio- 
oai  de  los  antiguos  y  cantos  orijinales:  las  primeras  les  sirvieron  para  pulir  y  enri- 
ipiecer  el  lenguaje;  en  los  segundos  desplegaron  toda  la  fuerza  de  su  genio.  No  los 
censuremos  por  las  riquezas  que  robaron  de  otros  Parnasos,  para  hacer  mas  copioso 
el  tesoro  del  nuestro.  ¡Cuántas  locuciones,  cuántos  giros  poéticos  poseemos  en  nuestra 
lengua,  que  no  existirian  si  no  se  hubiesen  hecho  esos  hurtos  gloriosos  de  que  se  que- 
ja nuestro  autor! 


[46] 

Si  examinamos  atentamente  las  composiciones  en  que  se  funda  la  gloría  poética 
(ie  nuestro  siglo  de  oro,  se  verá  que  ninguna  de  ellas  debe  nada  ni  á  Italia  ni  á  Ronia. 
Las  canciones  sublimes  de  Herrera:  la  célebre  de  Rodrigo  Caro,  refundida  por  Rioja, 
d  las  ruinas  de  Itálica:  la  epístola  moral  de  este:  los  versos  buenos  de  Góngora:  loi  de 
Lope,  que  son  inimitables  cuando  son  buenos:  los  sonetos  j  canciones  de  los  Argn- 
solas;  y  las  odas  orijínales  de  León,  nada  deben  ni  á  la  poesía  italiana  ni  á  la  lati- 
na. Hasta  la  profecía  del  Tajo  es  enteramente  española,  aunque  el  autor  imitase  la  for- 
ma del  Vaticinio  de  Nereo  de  Horacio.  ¿Qué  importa  la  forma  donde  el  trabajo  es  tas 
superior? 

No  es  cierto,  pues,  que  nuestros  poetas  del  siglo  XVI  fuesen  meros  copistas,  y  as- 
cho  menos  que  cuando  sentían  no  necesitaban  copiar. 

En  cuanto  á  la  puerilidad  sutil,  que  atribuye  el  artículo  á  la  poesía  proveual,  y 
que  según  él  mismo,  copiaron  nuestros  poetas,  de  donde  deduce  el  oríjen  de  taatoi 
conceptos  amorosos,  solo  diremos  que  la  actual  generación  no  es  capas  de  jmgar  el 
mérito  ó  demérito  ni  de  estos  conceptos  ni  de  su  oportunidad  para  describir  la  pam 
del  amor.  Á  nosotros  deben  parecemos  ridiculos  y  frios:  ¿debia  suceder  lo  mismo  á 
los  españoles  de  los  siglos  XV,  XVI,  XVIl,  para  los  cuales  el  amor  no  era  un  afecto 
fujitivo,  un  placer  momentáneo,  sino  una  especie  de  culto,  y  la  mas  sería  ocapaeisa 
de  la  vida?  Parécenos  que  no.  Por  eso  no  se  contentaban  con  el  delirío  y  abandoao  de 
los  poetas  griegos  y  romanos.  Tenían  un  medio  mejor  de  describir  el  delirio,  pan 
eWos  permanentCy  de  la  pasión,  que  era  raciocinar  sobre  ella.  Nunca  un  loco  se  mnei- 
tra  mas  loco  que  cuando  bace  discursos  sobre  el  objeto  de  su  manía.  Gomo  ahorne 
trata  el  amor  á  la  manera  de  los  antiguos,  esío  es,  como  un  mero  placer  finco,  no  « 
estrano  que  nos  fastidie  la  importancia  que  le  daban  los  poetas  del  siglo  XVI  y  i» 
succesores. 

A  la  verdad  sentimos  leer  en  Herrera  tantos  versos  amorosos;  tan  superiores  »s 
ios  pocos  que  compuso  en  otra  linea.  Pero  nunca  son  ridiculo»^  pues  á  lo  Hiénos  sm 
pre  hay  que  aprender  en  ellos  la  pureza  y  corrección  del  estilo,  y  el  uso  de  las 
y  giros  poéticos.  Ademas,  tiene  muchos  trosos  en  los  cuales  nada  puede  encontrar  qse 
reprender  ni  aun  el  autor  del  artículo  que  impugnamos.  Tal  es  la  elejla  á  la  moer 
te  de  Heliodora,  ó  estos  versos  que  cita  Lope  como  modelos  de  elegancia  y  teman. 

«Breve  será  la  venturosa  historia 
de  mi  favor,  que  es  breve  la  alegría 
que  tiene  algún  logar  en  mi  memoria. 

Cuando  del  claro  cielo  se  desvia 
del  sol  ardiente  el  alto  carro  apena 
y  con  igual  espacio  muestra  el  dia. 

Con  blanda  voz  que  entre  las  perlas  suena, 
lefiido  el  rostro  del  color  de  rosa, 
de  honesto  miedo  y  de  amor  tierno  llena. 

Me  dijo  asi  la  bella  desdeñosa.» 

£i  articulo  acusa  á  nuestros  poetas  de  ser  copistas  de  los  romanos.  Nosotros  pregus- 
taremos ahora:  ¿porqué  eu  la  descripción  de  la  pasión  amorosa  tomaron  un  giro  tas 
diferente  del  que  siguieron  Safo,  Anacrconte,  Ovidio,  Tibulo  y  Horacio?  ¿Dirán  qae 
por  imitar  á  los  italianos  y  provenzales?  No;  sino  porque  pugnaban  los  cantos  deHH 
poetas  antiguos  con  las  ideas  y  sentimientos  do  su  época.  Asi  en  esta  parte  importan- 
te do  la  poesía  no  se  apartaron  tanto  como  dice  el  articulo  del  mundo  y  de  la  socie- 
dad que  tenían  á  la  vista. 

Es  verdad  que  se  quiso  introducir  entonces  en  España  el  teatro  greco-latino.  H 
proyecto  no  tuvo  efecto,  no  porque  imitar  las  formas  de  aquel  teatro  fuese  mal  te- 
cho, sino  porque  las  mismas  causas  que  impedían  tratar  el  amor  á  la  manera  de  Ofi- 
dio, se  oponían  también  á  que  se  admitiesen  por  el  público  aquellas  formas.  Asi  0> 
que  Lope  de  Vega  fundó  la  verdadera  escuela  dramática  española:  esto  es,  la  quecit 
A  erdaderamente  acomodada  al  gusto  nacional. 

Ni  faltó  entre  nosotros  en  el  siglo  XVI  la  poesía  popular.  Tenemos  roouincerof  J 


[*7] 
iDcioneros  de  aquella  época,  en  \oé  cuales  no  hay  seguramente  imitaciones  de  nin* 
in  Parnaso  estranjero.  Tampoco  faltaron  cantos  relijiosos,  y  algunos  de  ellos  de  gran- 
s  mérito»  Hubo  también  quien  empuñase  la  trompa  épica,  y  emprendiese  cantar  las 
izañas  contemporáneas;  pero  para  sacar  falso  á  nuestro  artículo  en  todas  sus  par- 
a,  ninguna  de  nuestras  epopeyas  es  digna  de  pasar  á  la  post^eridad.  No  se  nos  diga, 
íes,  que  enpoetia  hay  battanie  con  el  libro  de  la  naturaleza. 

La  acusación  de  haber  hecho  uso  de  la  nomenclatura  y  de  las  fábulas  mitolójicas, 
16  parece  la  mas  fundada  contra  poetas  que  profesaban  el  cristianismo,  es  sin  em- 
irgola  mas  injusta  de  todas.  La  mitolojía  no  es  otra  cosa  que  la  descripción  poéti- 
idel  mundo  físico  y  moral:  sus  consejos  son,  generalmente  hablando,  alusiones  y 
eforiaa  injeoiosas,  creadas  por  el  talento  de  los  griegos*  Forman,  pues,  el  tesoro 
I  la  poesía  de  todas  las  naciones  procedentes  déla  civilización  griega  y  romana.  JM- 
irlas  de  él  es  quitarles  los  medios  de  personificar  las  pasiones,  y  de  elevar  el  len- 
iige  poético  sobre  el  común  y  vulgar  de  los  hombres,  y  por  consiguiente  es  qui- 
rle  á  la  imajinacion  sus  derechos  y  obligarla  á  contentarse  con  prosa  rimada  y  íi- 
aófica.  Solo  deberemos  advertir  que  la  nomenclatura  mitolójica  no  puede  tener  lu> 
ir  en  las  poesías  cristianas;  y  la  misma  escepcion  pruébala  regla:  porque  en  este 
(ñero  de  composiciones  deben  ser  otros  los  medios  de  conmover  la  imajinacion  y  de 
citar  los  sentimientos. 

Si  nosotros  hubiéramos  de  censurar  alguna  cosa  en  los  padres  de  la  poesía  cas* 
llana,  no  seria  ni  la  imitación  de  los  poetas  antiguos,  porque  los  buenos  modelos  de*- 
m  ser  imitados,  y  por  imitar  han  comenzado  todos  los  grandes  artistas;  ni  las  rique- 
za de  otros  Parnasos  que  importaron  en  el  español;  ni  el  gran  número  de  voces  y  giros 
héticos,  de  frases  desconocidas  que  hicieron  propias  de  nuestro  lenguaje :  ni  las  for- 
ja latinas  ó  italianas  que  dieron  á  la  poesía,  cuando  no  tenia  ningunas  ó  las  tenia  su- 
amente  mezquinas.  Tampoco  les  haríamos  guerra  ni  por  hi  nomenclatura  mitolójica, 
1  por  su  manera  de  cantar  el  amor,  ni  por  los  asuntos  que  elijieron  para  sus  compo- 
dones.  Todos  estos  cargos  se  ha  visto  ya  que  son  falsos  ó  exajerados.  Lo  único  que 
M  disgusta  en  la  literatura  del  siglo  XVl,  es  la  falta  absoluta  de  conocimientos  en  la 
encía  filosófica  de  las  humanidades;  la  cual,  á  haber  sido  conocida,  hubiera  puesto 

I  grande  obstáculo  á  las  innovaciones  funestas  de  Góngora  y  Quevedo,  y  al  torrente 
)  mal  gusto  que  abismó  en  el  siglo  XYIl  la  poesía  y  la  elocución  castellana. 

Pero  ¿pudieron  los  poetas  y  escritores  del  siglo  XYI  haber  creado  y  perfeccionado 
ím  ciencia?  No:  aquella  fué  la  época  del  genio,  anterior  siempre  á  la  déla  filosofía,  y 
idie  ignora  las  dificultades  invencibles  que  se  oponían  entonces  á  los  progresos  del 
pfrítu  filosófico. 

En  cnanto  á  la  frase,  presentada  bajo  la  forma  de  axioma,  en  4^ue  concluye  el  arti- 
llo, solo-haremos  una  reflexión.  ¿Se  formará  un  pintor  sin  ver  ni  estudiar  mas  cua* 
XM  <|ae  los  que  él  componga?  ¿ó  un  gran  músico  sin  haber  oido  otras  armonías  que 
sonido  de  las  fuentes  ó  el  canto  de  los  pájaros?  ¿Por  qué,  pues,  se  ha  de  negar  en  el 
leta  la  necesidad  de  un  estudio  indispensable  para  las  otras  bellas  artes,  á  saber:  el 
ludio  de  los  modelos?  No  aconsejamos  la  imitación  servil,  como  la  que  hacen  algunos 
)  la  moderna  escuela  francesa  de  poesía,  que  por  cierto  no  merece  ser  imitada.  No  se 
lite,  pues:  pero  estúdiese  á  lo  menos;  apréndase  en  el  ejemplo  de  otros  cómo  se  ven- 

II  las  dificultades:  examínense  los  escollos  en  que  se  han  estrellado.  El  estudio  es  al 
ismo  tiempo  la  espuela  y  el  freno  del  injenio. 


DEL  POEMA  DESCRIPTIVO. 


I 

«STE  género  fué  desconocido  en  la  antigüedad  griega  y  romana.  Ni  á  Aristóteles  ni  á 
iracio  ocurrió  que  el  pincel  poético  pudiese  emplearse  en  formar  cuadros  sin  mas  ob- 
lo que  el  de  formarlos.  Ya  es  sabido  que  la  poesía,  siendo  el  idioma  de  la  imajinacion 


[38J 
tiaoa  y  monárquica,  cual  la  exije,  cual  la  quiere  el  espíritu  social  de  nuestros  díoit 
Examinaremos  esta  cuestión  en  otro  artículo. 


DE  LO  QUE  HOY 


s^ivi  o 


^(4 


1. 1  ADA  es  masopuesto  al  espíritu,  á  los  sentimientos  y  á  las  costumbres  de  una  sociedad 
monárquica  y  cristiana,  que  lo  que  ahora  se  llama  romanticismo,  ¿  lo  menos  en  k  parte 
dramática.  Él  drama  moderno  es  digno  de  los  siglos  de  la  Grecia  primitiva  y  bárlnn: 
solo  describe  el  hombre  figiolójico;  esto  es,  el  hombre  entregado  á  la  eaerjfa  de  sos  pa* 
siones,  sin  freno  alguno  de  razón,  de  justicia,  de  relijion.  ¿Sacia  su  amor«  »a  yengua, 
üU  ambición,  su  enojo?  Es  feliz.  ¿Halla  obstáculos  invencibles  que  destroyen  sua  criai- 
nales  esperanzas?  Busca  un  asilo  en  el  suicidio. 

Los  dramáticos  del  dia  hacen  consistir  todo  so  genio,  todo  el  mérito  de  su  inTettdmi 
en  acumular  monstruosidades  morales.  Los  hombres  son  en  sus  dramas  mucho  mas  per- 
versos que  en  la  escena  del  mundo.  Sus  maldades  son  poética'  como  la  tempestad  de  qiie 
habla  Juvenal.  ¿Qué  utilidad  resulta  de  esta  exajeracion?  Se  ha  dicho,  y  no  sin  fonda* 
mentó,  que  la  lectura  de  las  novelas  estragaba  en  otro  tiempo  el  entendimiento  de  loi 
jóvenes,  haciéndoles  creer  que  los  hombres  eran  mejores  de  lo  que  son.  Pero  mas  dalo- 
sos  nos  parecen  los  dramas  modernos  que  pintan  la  naturaleza  humana  peor  de  lo  qae 
es.  Error  por  error  preferimos  la  noble  confianza  de  creer  á  todos  los  hombres  sene* 
jantes  á  Grandison,  y  á  todas  las  mujeres  tan  virtuosas  como  Clara,  á  la  triste  cnanto 
infame  sospecha  de  tropezar  á  cada  paso  con  Antony  ó  con  Lucrecia  Bor)ia.  Los  pria^ 
ros  pueden  ser  útiles  en  calidad  de  modelos,  aunque  no  sea  posible  llegar  á  sa  perfec- 
ción ideal.  Y  ¿no  es  de  temer  que  la  juventud,  tan  simpática  con  todo  lo  que  es  fuera 
y  movimiento,  aunque  se  dirija  al  mal,  quiera  imitar  los  monstruos  que  se  lepresenlSB 
en  la  escena,  no  mas  que  por  el  infeliz  orgullo  do  aparecer  dotada  de  pasiones  faertes? 
Tanto  es  de  temer,  cuanto  no  faltan  ejemplares  de  tan  infausta  imitación. 

No  podemos  pasar  de  aquí  sin  hacer  una  advertencia  útil  á  nuestra  juventud.  La 
verdadera  fuerza  yenerjiade  alma,  no  está  en  las  pasiones,  sino  en  la  ratón.  Las  pa- 
siones fuertes  anuncian  por  lo  común  un  ánimo  débil,  si  son  desenfrenadas.  Mas  faena 
de  alma  hay  en  el  padre  de  familias  oscuro  que  llena  la  larga  carrera  de  su  vida  ctm 
virtudes  poco  celebradcis,  cumpliendo  con  exactitud  sus  deberes  de  hombre  y  de  eiidi- 
dano,  que  en  Alejandro  el  (rraode,  víctima  de  su  ambición  y  de  su  inquietad.  Aqnd 
mostrará  menos  pavor  que  el  héroe  de  Maoedonia  en  las  cercanías  del  sepulcro. 

No  sabemos  por  qué  asquean  tanto  nuestros  dramaturgos  de  boy  la  Ulerafara  de 
los  griegos.  ¿Por  ventura,  la  Clitomnestra,  el  Orestes,  la  Electra,  elEgisto  de  Sólbcks 
no  se  parecen  mas  á  los  modelos  de  maldad  que  presenta  actualmente  la  esoenai  qas 
la  Desdemona  de  Shakespeare,  las  amantes  de  Lope  de  Vega ,  el  Horacio  de  GoméiuBy 
la  Andrómaca  de  Racinc?  Pero  los  poetas  trájicos  de  Atenas  tenian  disculpa  en  su  cresa 
ría.  Su  relijion  nada  influía  en  la  moral:  para  ellos  el  hombre  era  un  ser  puraflMats 
lisiolójico,  dirijido  invenciblemente  por  el  destino. 

tFata  vdentem  ducunt,  noleníem  Irahtmt» 

cConduce  el  hado  al  que  le  sigue:  arrastra  al  que  resiste.! 

¿Pueden  tener  esta  disculpa  nuestros  dramaturgos?  Y  si  acaso  creen  en  li  ciega  ne- 
cesidad del  destino,  ¿creen  también  en  ella  los  pueblos  que  asisten  á  sus  espectácnlosf ' 

Pero  dirán  que  el  fin  de  sus  dramas  es  moral  <  por  cuanto  los  perversos  acaban  sai- 
cidándose.>  Y  ¿qué  es  el  suicidio  para  hombres  que  nada  creen  sino  sus  pasiones?  Des- 
|Kies  que  se  han  hartado  de  maldades;  después  de  haber  servido  á  los  espectadores  los 


[39] 

e  todos  los  delitos,  se  les  dá  por  postre  el  mayor  de  todos  ellos  á  los  ojos  delü 
eza  y  de  la  relijion.  ¡Bella  moral  por  cierto! 

puede  haber  verdadero  efecto  moral  ni  dramático  sin  interés.  ¿Por  quién  se 
k  á  interesarse  ningún  corazón  lionrado  y  sensible  ni  en  Anttmy^  ni  en  Angelo  de 
ni  en  Lucrecia  Borgia  ni  en  otros  mil  dramas,  donde  el  hombre  que  tenga  alguna 
eza  se  halla  como  en  medio  de  un  albadal?  Comparemos  con  los  horrores  que  se 
ntan  en  esas  composiciones  infernales  nuestros  sentimientos  dulces,  nuestra  ci- 
)n  inlclijente,  nuestras  creencias  relijiosa!*,  nuestra  lilantropfa  y  hasta  nuestras 
$  atenuadas  y  reducidati  á  su  justa  medida  por  la  amenidad  de  las  costumbres, 
[lodemos  sufrir  los  hombres  del  siglo  XIX  la  barbarie  de  los  tiempos  de  Cadmo 
lope? 

|ué  diremos  de  ese  furor  de  desfigurar  la  historia  para  hacer  ridículos  ú  odiosos 
;onajes  mas  célebres  de  ella?  Nosotros  no  tenemos  Á  Felipe  H  por  un  hombre 
pero  no  somos  tan  necios  que  le  creamos  tal  como  le  han  pintado  Schiller  y 
copiando  los  retratos  infieles  que  de  él  hicieron  los  historiadores  de  Francia^ 
»tencia  humilló,  y  los  del  protestantismo  cuyos  progresos  contuvo.  No  creemos 
'los  V  careciese  de  defectos;  pero  ¿quién  le  reconocerá  en  el  badulaque  del  ¿V- 
r-eemos  también  que  habrán  esustido  antiguamente  en  la  corte  de  Francia  algu- 
icesas  livianíis,  ]>ero  eso  de  arrojar  sus  amantes  al  rio  desde  la  Torre  de  Xei>leef' 
p  de  los  espectadores.  Calderón  desfiguró  la  historia ;  pero  fué  para  asimilar  los 
ijes  griegos  y  romanos  á  los  caballeros  españoles,  que  por  cierto  valian  tanto 
)s  héroes  de  cualquier  nación. 

empeño  en  deslustrar  y  envilecer  en  el  teatro  el  ef^lendordel  trono:  esa  manía 
)do  de  presentar  á  los  ojos  de  los  espectadores  los  vicios  y  los  delitos,  verdade- 
njidos,  de  que  se  han  hecho  reos  algunos  ministros  de  la  relijion:  ese  cuidado  en 
lestruir  todas  las  ideas  de  orden  social  y  de  moralidad  anuncia  un  plan  harto 
lo  ya  por  fortuna,  yes;  do  resucitar  en  la  Europa  actual  el  odio  contra  los  reyes, 
srdotes  y  las  virtudes;  y  aquella  demencia  que  produjo  todos  los  desastres  de  la 
;ion  francesa.  El  siglo  no  puede  sufrir  ya  la  anarquía  ni  en  los  escritos  ni  en  la^ 
liciones:  la  anarquía  vencida  se  ha  refujiado  á  la  escena.  ¿Por  qué  se  la  sufre 
f  Porque  los  hombres  son  inconsecuentes,  y  porque  la  moda  es  la  reina  del 

• 

0  la  moda  pasará,  y  entonces  será  muy  fácil  conocer  qneel  romanticismo  actual, 
lárquico,  antirelijioso  y  antimoral,  no  puede  ser  la  literatura  propia  de  los  pue- 
jstrados  por  la  luz  del  cristianismo,  intelijentes,  civilizados,  y  que  están  acos- 
dos  á  colocar  sus  intereses  y  sus  libertades  bajo,  la  salvaguardia  de  los  tronos« 
intícismo  del  día,  considerado  en  sus  efectos  morales,  en  nada  se  parece  ni  al 

1  ni  á  los  sentimientos  comunes  de  la  época.  Mas  romántico  es,  en  este  sentido, 
o  de  Corneille  y  de  Racine,  que  el  de  Dumas  y  de  A'ictor  Hugo. 

hemos  visto  que  el  «mpeño  de  describir  el  hombre  fisiológico^  entregado  á  su> 
s,  única  intelijencia,  única  moral,  única  relijion  que  se  supone-en  él,  es  caracte- 
dlel  romanticismo  actual  dramático.  Si  se  comparan  sus  producciones  con  las  del 
friego  y  romano,  se  verá  que  son  esencialmente  las  noismas.  El  modelo  de  An* 
é  Egislo,  el  de  Lucrecia  Borgia  CKtemnestra. 

ipan'^mos  ahora  el  teatro  clásico  de  Corneille  y  lladne  y  el  verdaderamente  ro- 
dé Sliakespearc  y  de  Calderón,  y  se  conocerán  «n  uno  y  otro  los  caracteres  pro- 
la  literatura  acomodada  á  los  pueblos  monárquicos  y  cristianos. 
\\  es  el  nudo,  el  alma,  por  decirlo  así,  de  casi  todas  las  trajediasdel  teatro  fmn- 
le  el  Cid  hasta  la  Jairal  Ijí  lucha  entre  las  pasiones  y  el  deber,  entre  el  hombre 
co  y  el  moral,  entre  el  hombre  de  las  pasiones  y  el  de  la  intelijencia.  Esto  es 
rto,  que  aun  en  los  asuntos  que  lomaron  del  teatro  de  Atenas  los  dramáticos 
;s,  introdujeron  el  principio  del  remordimiento,  desconocido  en  las  trajedias 
¿Qué  tiene  que  ver  la  Clitemnestra  de  Sófocles  cuando  después  de  haber  come- 
Ijorroroso  parricidio,  se  jacta  de  él  y  esclama  que  volvería  á  hacer  lo  que  habia 
con  la  Clitemnestra  de  Voltaire,  siempre  luchando  consigo  misma,  siempre  des- 
la  por  los  remordimientos,  siempre  infeliz,  hasta  que  el  acero  de  su  hijo  puso 
miserable  existencia?  í.a  Fedrn  de  Racine  no  es  por  cierto  la  deSi^neea  ni  la  de 


Eurípides.  Su  lucha  es  prolongada,  terrible;  conoce  toda  It  enormidad  del  crimen  que 
le  aconseja  su  pasión,  y  ya  en  el  márjen  del  precipicio  hace  esfuerzos,  aanqne  iosofi- 
cientcs,  para  no  caer  en  él.  Estos  dos  caracteres,  los  de  Rodrigo,  Horacio  y  Cinna  n 
Corneillc,  los  de  Agamenón,  Rojana  y  Andrómaca  en  Racine,  y  el  de  Jaira  en  Voltairef 
son  enteramente  románticos,  en  el  sentido  que  hemos  dado  á  esta  palabra. 

Poco  nos  costará  probar  lo  mismo  de  los  de  Uamlet,  Lear,  MacbeLh  y  otros  madmi 
de  Shakespeare.  Este  dramático,  quizá  el  mas  profundo  que  ha  existido  jamas,  no  hace 
mas  que  reproducir  en  todos  sus  dramas  la  lucha  entre  la  virtud  y  el  vicio;  y  á  pov 
de  sus  numerosos  y  grandes  defectos  de  ejecución:  á  pesar  de  las  burlerías  de  Voltaire, 
á  pesar  de  la  critica  de  Aloratin  que  no  comprendió  bien  el  espíritu  de  aquel  hombR 
estraordinario,  siempre  será  cierto  que  el  padre  del  teatro  ingles  escede  á  todos  lof 
que  han  cultivado  el  mismo  género,  en  la  pintura  del  corazón  humano,  porque  ningu- 
no ha  descrito  como  él  los  contrastes  entre  el  sentimiento  moral  y  las  pasiones. 

Nuestro  Calderón,  en  una  rejion  no  tan  elevada  como  la  de  Shakespeare,  con  me- 
nos profundidad  pero  con  mas  arte,  amenidad  y  corrección  que  el  bardo  británico,  ha 
pintado  lo  mismo.  Sus  esposos  ofendidos  no  son  tan  feroces  como  Ótelo;  pero  acsM 
sienten  mejor,  porque  perteneciendo  á  una  sociedad  mas  culta,  son  mas  capaces  de 
valuar  la  felicidad  del  amor  virtuoso,  la  desventura  de  los  celos  y  el  oprobio  dd  hcK 
ñor  ultrajado. 

A  muchos  de  nuestros  lectores  parecerá  estraño  que  hayamos  reunido  en  una  mif- 
ma  categoría  autores  tan  diversos  en  las  formas  de  estilo  y  de  composición,  como  Cor 
neille  y  Shakespeare,  Racine  y  Calderón.  Pero  ¿qué  son  las  formas  del  drama,  ó  de  h 
elocución,  cuando  so  trata  del  fondo  de  las  cosas?  Nucsira  crítica  del  romanticismo ar 
tual  no  versa  sobre  las  formas,  y  cuando  hablemos  do  ellas,  quizá  no  serán  tan  setor» 
nuestros  juicios  como  lo  han  sido  y  lo  han  debido  ser  hablando  de  los  efectos  mordes. 
No  puedo  haber  belleza  sin  virtud.  Toda  obra  quo  produce  resultados  pemiciosoiá  la 
moral,  es  mala  en  literatura:  y  no  la  salvarán  de  esta  justa  sentencia  ni  la  elegancia  del 
estilo,  ni  la  verdad  do  las  descripciones,  ni  aun  la  misma  perfección  de  las  combinacio- 
nes dramáticas. 

Volviendo  á  nuestro  propósito,  no  debe  estrañarse  que  hayamos  reunido  en  unasoh 
clase  á  autores,  que  la  moda  del  dia  coloca  en  dos  muy  diferentes.  Corneille  tomó  de 
<¡uillen  de  Castro,  de  Calderón  y  de  Uuiz  de  Alarcon  los  argumentos  de  tres  de  sus  me- 
jores dramas.  Moliere  pugnó  por  imitar  á  Moreto,  y  lo  hi/o  infelizmente.  Mas  ^"eotu- 
roso  fué  luchando  con  Tirso  de  Molina.  No  sabemos  que  Racine  imítase  á  ningún  poeta 
cómico  español;  aunque  si  no  se  hubiera  perdido  el  Sacrificio  de  Ifigenia  de  Calderón, 
quizá  hallaríamos  en  esta  comedia  algunos  rasgos  del  hermoso  carácter  de  Aqnücs. 
Estas  imitaciones  hechas  por  un  teatro  que  empezaba  á  formarse,  de  otro  que  yaeslaba 
perfeccionado  en  su  género,  prueban  que  el  fondo  de  las  ideas  dramáticas  era  el  mis- 
mo,  aunque  la  manera  de  presentarlas  en  la  escena  fuese  diversa.  Cuando  el  teatro  ns- 
cional  decaeció  en  £spa/ia  é  imitamos  á  nuestra  vez  las  formas  del  teatro  francés,  no 
por  eso  se  abandonó  el  principio  de  los  contrastes  y  pposiciones,  que  es  el  caraderistico 
y  fundamental  del  verdadero  romanticismo.  Moratin  tiene  escenas  y  pasajes,  queleidoi 
aisladamente,  podrían  parecer  de  Calderón  cuando  era  bueno.  Los  diálogos  entre  Leo- 
nardo é  Isabel  en  el  liaron  y  el  carácter  de  i).  Carlos  en  el  Si  de  las  niñas  perteneces  i 
la  comedia  urbana  del  mismo  género  que  cultivó  el  gran  rival  de  Lope  de  Vega.  N(f 
hay  que  hablar  de  las  pocas  trajedias  que  merecen  y  han  obtenido  aceptación  en  elpo 
riodo  desde  Carlos  111  hasta  nuestros  días;  pues  no  hay  ninguna  de  ellas  donde  nose  re- 
presento la  lid,  tantas  veces  citadas,  entre  las  pasiones  y  el  deber. 

Los  ejemplos  que  hemos  mencionado  del  teatro  francfs  que  ahora  sel1amaciUfi0it7 
tlcl  teatro  ingles  y  del  español  del  siglo  XYII,  que  se  estiman  como  románticos^  prue- 
ban hasta  la  evidencia  que  las  formas  dramáticas  son  indiferentes  para  los  resulta^ 
morales,  y  que  estos  pueden  ser  buenos  y  útiles  á  la  moral  pública,  ya  se  someta  dg^; 
nio  á  obedecer  las  fórmulas  estrechas  de  Boileau,  ya  quiera  entregarse  al  vuelo  atrevido 
de  Shakespeare  y  de  Calderón.  La  coincidencia  que  hemos  demostrado  entre  él  teatro 
romántico  actual  y  el  antiguo  de  Atenas,  prueba  lo  mismo  en  cuanto  álos  efectos  pei^ 
niciososen  moral,  con  esta  diferencia  sin  embargo,  que  es  favorable  á  Sófocles  y  £u^ 
ripides.  lx)S  griegos  creian  el  fatalismo,  amaban  el  gobierno  republicano  y  aborreciaa 


[41] 
lárquico.  No  es  de  estrafiar,  pues,  que  sus  poetas  inculcasen  aquel  funesto  prin- 
f  pintasen  odiosos  á  los  reyes.  Esta  disculpa  no  alcanza  á  los  nuevos  dramatur- 
i>rque  la  sociedad  actual  no  tiene  ni  las  creencias  ni  los  sentimientos  que  ellos 
1  á  inculcarle  en  sus  dramas. 

Iríamos  añadir  á  los  ejemplos  ya  citados  el  del  teatro  alemán,  cuyas  formas  son 
ticas.  Bajo  ellas  ha  escrito  Kotzebuc  la  Misantropía  y  el  Arrepentimiento^  y  Schiller 
Irones;  el  primero  no  puede  ser  llamado  un  drama  inmoral,  aunque  sea  contrario 
tras  ideas  sobre  el  honor.  El  segundo  es  esencialmente  anti-social.  ¿Qué  mas?  Al- 
mo de  los  mas  estrechos  observadores  de  las  reglas  clásicas,  ¿no  encontróla  pesar 
la  sujeción,  los  medios  de  derramar  en  sus  trajedias  toda  su  hiél  republicana? 
ncluirémos  este  articulo  con  una  observación  muy  importante.  Nosotros  ni  cree- 
í  hemos  creido  nunca  que  el  teatro  tiene  por  objeto  primario  la  corrección  de  las 
ibres:  solo  creemos  que  debe  ser  una  diversión  inocente.  Pero  en  ella  se  describe  al 
*e;  y  esta  descripción  ha  de  producir  necesariamente  efectos  morales  sobre  los 
adores.  Decir  lo  contrario  seria  negar  el  poder  del  ejemplo,  la  májia  del  estilo, 
acción  de  las  situaciones,  la  influencia  del  interés  dramático.  Ahora  bien:  si  los 
I  morales  que  naturalmente  debe  producir  un  drama  determinado,  ó  un  sistema 
imatízar  son  perniciosos  ¿deberá  ser  permitida  su  representación?  Resuelvan  los 
nos  este  problema.  Nosotros  nos  contentamos  con  repetir  á  los  hombres  que  apre- 
»davia  el  sentimiento  moral  y  que  tengan  buen  gusto,  que  nada  es  tan  deforme, 
|uero0o  como  la  inmoralidad;  pues  se  opone  á  la  primera  de  todas  las  beuezas 
\  la  virtud.  Los  que  se  complacen  en  ver  horrores,  costumbres  patibularias,  cri- 
i  y  suicidios;  los  que  se  estasíán  al  oir  invectivas  contra  los  reyes  y  los  sacerdotes; 
e  se  creen  jueces  por  el  precio  del  billete,  de  las  generaciones  pasadas,  presentes 
reos  en  el  tribunal  de  la  escena,  cometen  un  anacronismo.  Debieron  haber  nacido 
§poca  de  Robespierre  y  de  Marat. 


RESUMEN  DE  LOS  ARTÍCULOS  ANTERIORES 

SmRE  EL  ROMANTICISMO. 


ha  parecido  conveniente  reducir  á  un  corto  número  de  reflexiones  todo  lo  que 
\  dicho  acerca  de  la  célebre  cuestión  que  se  ha  promovido  en  nuestros  días  entre 
lanticismo  y  el  clasicismo. 

'  £1  teatro  griego  solo  presentaba  él  hombre  de  las  pasiones  y  del  destino^  y  el 
pe  fisiolójico;  y  cuando  mas  el  hombre  público  ó  el  ciudadano.  Los  teatros  de  la 
a  moderna  deben  representar  el  hombre  moral,  el  hombre  de  la  virtud,  y  lo  deben 
itar  individualmente^  esto  es,  los  sentimientos  que  se  le  atribuyen,  aunque  perte- 
I  ala  especie  humana,  han  de  tener  el  carácter  particular  del  personaje. 
'  Las  formas  del  drama  griego,  que  debieron  su  oríjen  á  la  naturaleza  del  espec- 
,  que  era  un  acto  relijioso  en  su  principio,  y  á  la  construcción  material  del  teatro, 
aficientes  para  una  acción  sencilla  en  la  cual  se  representaba  el  hombre  tal  como 
cebia  entonces  la  sociedad;  pero  es  preciso  darles  mas  amplitud  en  la  Europa  ac- 
|ue  ha  renunciado  á  la  vida  del  foro,  y  cuyarelijion  define  al  hombre  de  una  má- 
senos sencilla  y  mas  complicada. 

Debe  usarse  do  esta  amplitud  con  sobriedad;  pues  no  puede  dudarse  que 
e  la  unidad  de  interés  sea  la  principal  en  el  drama,  y  la  verosimilitud  moral  la 
ra  de  todas,  se  reconocen  sin  embargo  en  las  unidades  de  acción,  de  lugar  y  de 
>  medios  de  verosimilitud  material  que  no  son  despreciables.  No  es  licito  en  nues- 
tender  quebrantarlas  sin  justos  motivos. 

Los  teatros  de  España,  Inglaterra,  y  Alemania  renunciaron  á  las  formas  griegas; 
ro  francés  del  siglo  de  Luis  XIV  las  adoptó;  pero  abandonando  la  sencillez  déla 

6 


[42] 
trajedia  ateniense.  Corneillef  Racine  y  Voltaire  no  degcríbicron  el  hombre  fiñolójico 
fie  la  antigüedad,  sino  el  hombre  cristiano  y  monárquico  de  su  época.  Los  defecloi  é 
inconvenientes  de  sus  dramas  consisten  en  haberlos  hecho  en  un  espacio  muy  redoddo, 
y  su  mérito  como  poetas  dramáticos,  en  haber  hecho  obras  tan  excelentes  á  penr  ét 
la  rijidez  de  las  reglas  á  que  se  sometieron. 

o.**  £1  actual  drama  francés,  llamado  vulgarmente  romántico,  pinta  el  hombte  Sm- 
lójico  como  el  de  Atonas,  sin  someterse  á  sus  reglas:  falsea  la  moral  universal  civil  y  po- 
lítica del  género  humano,  supone  que  el  hombre  no  puede  lidiar  contra  sus  paiioau, 
y  no  le  deja  mas  opción  (¡ue  satisfacer  sus  deseos  á  cualquier  costa  ó  suicidarse.  Es,  rao, 
contrario  á  los  scntimiontos  de  la  civilización  actuak,  no  cumple  con  sus  exijeeciaf,  y 
caerá  apenas  dejen  de  sostenerlo  el  capricho  y  la  moda. 

A  eslo  se  reduce  la  gran  cuestión  del  Romaniicwno» 

Tanto  esta  voz  como  su  opuesta  Ckuicismo  como  el  adjetivo  romántico^  son  bárinr» 
y  aun  ridiculas  en  nuestro  idioma.  Son  ademas  inútiles;  porque  jamas  podrán  ooDlri- 
buir  á  caracterizar  el  mérito  de  una  composición  dramática.  Para  nosotros  es  din» 
todo  lo  que  está  bien  escrito,  y  se  puede  proponer  como  modelo  de  estiloy  delengnije 
en  las  clases  ó  aulas  de  humanidades.  Así  con  tanto  placer  leemos  el  Britdmeo  de  Baóie 
como  el  Lindo  D,  Diego  de  Moreto.  Y  no  hay  uue  hablar  de  reglas  de  unidades,  de  for- 
mas. ¿Queréis  someteros  á  ellas?  No  escribáis  la  Peiimeíra  de  Moratin  el  padre»  aiao  d 
Si  de  las  Niñas  de  su  hijo.  ¿Queréis  libertaros  de  esa  sijgecion?  No  manchéis  el  papd  u 
las  costumbres  públicas  con  el  Antony^  sino  componed  algo  semejante  á  Diwloi  Aomt 
y  lealtad  de  Calderón. 

Escribid  dramas  que  interesen  á  los  hombres  de  cultura  y  honradez,  como  son  cmí 
todos  los  que  asisten  al  espectáculo:  respetadla  moral,  la  relijion  y  los  principios  polí- 
ticos (¡00  rijen  en  vuestra  patria:  respetad  vuestro  idioma:  observad  rígorosameafali 
verosimilitud  moral,  y  en  cuanto  sea  posible  la  material.  Si  esto  hiciereis,  nadie  venU 
á  pediros  cuenta  del  quebrantamiento  ú  observancia  de  las  unidades,  como  nedaoMirte 
se  le  pidió  al  gran  Corneille.  Os  sucederá  lo  que  á  él;  los  aplausos  del  público  acaUaiis 
los  gritos  de  la  crítica. 

En  cuanto  á  los  autores  dramáticos  esjpañoles  que  hay  en  la  actualidad,  aconsijvé- 
mos  adomas  que  huyan  á  toda  carrera  del  drama  de  Dumas  y  de  Victor  Hago,  y  ffnt 
no  busquen  para  recalentar  su  fantasía  las  novelas  que  tan  á  manos  llenas  prodift 
aquella  nación.  Noes  conveniente  pintar  al  hombre  masmaílo  de  lo  que  ef«  Si  es  licito  al  poeta 
crear  un  mufido  ideal^  no  se  le  permite  esta  licencia  para  degradar  la  especie  hunaaif 
sino  para  perfeccionarla.  Renuncíese  enhorabuena  á  las  formas  aristotélicas:  pero  pon' 
tenemos  en  Lope,  Calderón,  Rojas  y  Moreto  tan  cscelentes  modelos  de  esa  libertad  li- 
teraria, ¿por  qué  hemos  de  buscarlos  en  dramas  infórmese  inmorales,  y  decuyaimili- 
cion  el  menor  inconveniente  seria  la  corrupción  del  habla  castellana? 

Lo  mismo  podemos  decir  á  los  poetas  Ifrícos  de  nuestros  dias,  empellados  por  U 
mayor  parte  en  embutir  en  la  versificación  de  Herrera  y  Rioja  pensamientos,  fréfei  y 
modismos,  que  trascienden  á  francés  desde  media  legua.  También  se  ha  querido  eotaa* 
der  á  este  género  el  principio  romántico,  no  sabemos  por  qué:  pues  la  poesia  liridf 
siendo  como  es  la  espresion  de  un  sentimiento,  no  tiene  ni  puede  tener  formas  divenn. 
La  diferencia  está  en  lo  que  se  diga,  bien  ó  mal,  con  oportunidad  ó  sin  ella:  peroeoos 
la  división  ó  variación  de  las  estanzas.  La  moda  actual  de  escribir  las  composicioiBf 
líricas  en  diversas  especies  de  metros,  aunque  contraria  á  la  de  nuestros  poetas  dd  ii|i* 
Xyi  y  aun  á  la  de  los  líricos  latinos,  es  muy  conforme  á  la  práctica  de  los  giisgoi» 
¿Diremos  por  eso  que  la  poesia  del  sentimiento  ha  mudado  de  esencia? 

Todo  lo  que  el  romanticismo  puede  reclamar  como  suyo  es  la  variación  delasfor» 
mas;  pero  para  designarla  no  es  menester  introducir  una  voz  nueva  en  el  idiomt:  M 
diversidad  existia  ya  en  tiempo  de  Luis  XIV  entre  el  teatro  español  y  el  francés,  y  M- 
leau  la  esplica  con  tanta  claridad  como  injusticia;  ¿se  creó  por  eso  una  nueva  púaM 
No  falta  quien  quiera  dará  la.literatora  romántica  un  carácter  mas  elevado,  y  asodarii 
en  cierto  modo  á  las  ideas  políticas  de  la  época.  Se  dice  que  el  rc^^nticismo  es  el  M- 
tema  de  la  libertad  literaria.  Si  esto  es  así,  precise  será  confesar  <  el  romcnloMM  ei 
mas  antiguo  de  lo  que  todos  creen,  y  coronar  á  Horacio  como  ak  imer  prodamador 
conocido  de  este  sistema  con  su  célebre  quiilibet  audendi. 


[43] 
Libertad  literaria  es  una  frase  ambiciosa  como  otras  muchas,  que  después  de  ana- 
lixadas,  nada  dau.  Ed  efecto^  asi  como  la  libertad  en  el  orden  civil  y  político  es  la  obe- 
diencia á  las  leyes,  asi  en  el  orden  literario  es  la  sumisión  á  las  reglas:  y  asi  como  en  el 
Erímer  caso  para  que  el  ciudadano  modere  sus  acciones,  tiene  que  estudiar  y  conocer 
I  lejislacion  y  su  espíritu,  asi  el  poeta  en  el  segundo  ba  de  examinar  ]as  reglas  que  la 
naturaleza  ba  impuesto  al  género  en  que  quiera  escribir,  sin  estar  obligado  á  seguir 
formas  puramente  convencionales.  Pues  bien*,  esto  ya  lo  sabíamos;  porque  antes  de 
ahora  se  ba  practicado  y  puesto  en  ejercicio  esa  libertad. 

Nosotros  designaremos  las  composiciones  con  los  títulos  de  buenas  ó  malas,  sin  curar- 
nos mucho  de  si  son  ddsicas  ó  románticas^  y  este  es  en  nuestro  entender  el  mejor  partido 
que  pueden  tomar  los  hombres  de  juicio,  naturalmente  poco  aficionados  á  dejarse  alu* 
cinar  por  palabras  ni  frases. 


80BRE    UN   ARTICULO   DEL  LICEO, 

Un  el  Liceo  español  de  Abril  del  presente  año  hay  un  articulo,  intitulado,  Poesía  cas" 
ídUma  dd  siglo  XVIy  en  el  cual,  después  de  varias  incursiones  en  la  poesía  hebrea  y 
griega,  seacusaá  Virjilio  de  no  ser  orijinal,  á  los  poetas  de  nuestro  siglo  de  oro,  de  ser 
meros  copistas,  y  concluye  con  el  decantado  axioma  de  nuestros  dias,  de  que  en  la  poe- 
sía como  en  las  demás  bellas  aríes^  hay  un  solo  libro,  que  es  la  naturaleza.  Este  articulo  nos 
ha  dado  motivo  para  hacer  algunas  reflexiones,  que  sentimos  no  estén  conformes  con 
las  ideas  del  autor. 

Dice  que  cía  poesía  de  la  Grecia...,  á  pesar  de  ser  indíjena...,  no  es  ya  tan  sencilla 
como  la  délos  pueblos  nómadas...  Por  eso  Homero  no  es  ni  tan  sublime  como  David, 
ni  tan  melancólico  como  Job,  ni  tan  sencillo  en  sus  descripciones  como  Moyses.»  Aquí 
hay  muchas  equivocaciones  que  es  preciso  deshacer. 

Kn  primer  lugar  nunca  han  sido  mirados  los  libros  de  Moyscs  como  obras  poé- 
ticas, sino  como  colecciones  históricas  y  lejislativas.  Grande  diferencia  hay  en  tono  y 
en  estilo  de  sus  narraciones  y  códigos  al  libro  de  los  salmos  y  á  los  de  los  profetas.  Es 
verdad  que  algunas  veces  copia  profecías  y  cánticos  como  la  de  Jacob  y  los  de  Moysrs, 

Sero  no  habrá  dificultad  en  conceder  que  el  tono  general  de  su  estilo  no  es  poético.  Un 
istoriador  no  debe  admitir  como  el  poeta,  adornos  en  sus  descripciones:  por  eso  Ho- 
mero ni  fué  ni  debió  ser  tan  sencillo  como  el  autor  del  Génesis. 

En  segundo  tugarla  causa  que  el  autor  atribuye  á  la  superioridad  de  David  sobre 
Homero  en  cuanto  á  los  pensamientos  sublimes,  no  es  verdadera;  pues  en  el  tiempo 
id  profeta  rey  y  guerrero  no  era  ya  Israel  un  pueblo  errante,  sino  una  monarquía  po- 
derosa, estendida  por  la  victoria  desde  el  torrente  de  Ejiplo  basta  el  Eufrates  y  desde 
el  Líbano  hasta  el  mar  Rojo,  cuando  Homero  nació  en  una  colonia  griega  del  Asia  me- 
nor, recien  fundada  por  colonos  fujitivos  del  Peloponeso,  y  por  consiguiente  pobre  y 
un  cultura. 

¿Porqué  no  se  atribuye  la  mayor  sublimidad  do  David  á  su  verdadera  causa,  quo 
es  la  naturaleza  del  Dios  que  celebraba?  Por  mas  ardiente  y  elevado  que  fuese  el  cantor 
le  Aquiles,  ¿pudiera  haber  formado  con  su  Júpiter,  su  Venus  y  su  Marte  los  cuadros 
idmirableB  que  cantaban  los  adoradores  del  iinico  y  verdadero  Dios  y  los  que  de  orden 
Hiya  revelaban  á  su  pueblo  los  sucesos  futuros?  David  es  mas  sti¿/imf  que  Uuniero,  por* 
|ne  Jehová  es  el  criador  y  dominador  del  mundo;  y  los  dioses  griegos,  Louibn^s  que 
Rabian  recibido  la  apoteosis  de  los  pueblos  ó  de  los  poetas.  Job  es  mas  melancólico  que 
Homero,  porque  jamas  á  este  insigne  poeta  pudo  ocurrirle  la  idea  del  justo  luchando 
»n  la  adversidad,  y  recibiéndola  como  un  beneficio  de  la  mano  divina.  La  lucha  entre 
¿hombre  sensible  que  sufre  y  el  hombre  espiritual  que  busca  el  consuelo  de  sus  males 
m  Dios,  lucha  que  hace  tan  interesante  el  libro  del  príncipe  árabe,  pugnaba  csencial- 
nente  con  los  principios  de  la  relijion  gentílica.  Asi  Homero  no  pudo  ni  comprenderla 
li  describirla. 


[44] 

¿Y  cómo  ie  dice  qae  Uoracio  es  el  único  poeta  orijinal  qne  poseyó  Roma,  qiñtándole 
tsste  titulo  de  honor  á  Virjilio^  el  poeta  del  corazón  humano,  como  Homero  lo  es  de  k 
imajinacion;  á  Ovidio,  cl  mas  rico  y  fluido  de  los  vates  latinos,  y  á  Tibalo,  el  mas  sinve 
y  melancólico?  Pero  cYirjilio,  dice,  siguió  las  huellas  de  Homero  y  se  quedó  á  larga 
distancia,  c  ¿Cómo  asi?  /Hay  por  ventura  en  la  Iliada  ni  en  la  Odisea  alguna  cosa  ood- 
parable  al  cuarto  libro  de  la  Eneida?  ¿Imitó  Viijilio  á  Homero  en  la  descripcioB  de  li 
terrible  noche  en  qne  fué  arruinada  Troya?  ¿No  le  es  muy  superior  en  la  rñeña  de  kM 
pueblos  aue  concurrieron  á  la  guerra?  Evandro,  sus  quejas  y  presentioiieiitoeal  enviar 
su  hijo  á  tos  combates,  sus  gemidos  al  verle  muerto  á  manos  de  Turno,  ¿Üenen  su  ibo> 
délo  en  la  Iliada?  ¿Lo  tiene  el  inimitable  episodio  de  Eurialo  y  Niso?  ¿Qué  tiesa  qae  ver 
con  este  trozo,  en  aue  eslá  llevado  al  mas  alto  punto  el  heroísmo  de  la  amiatad,  la  ei- 
pedicion  nocturna  do  Ulises  y  Díomedes?  En  fin,  ¿ha  escrito  Homero  algo  qne  sesenqe 
al  fin  del  sesto  libro  de  la  Eneida,  donde  Anquises  revela  á  su  hijo  ía  gloría  futura  deio 
descendencia?  Parece  imposible  que  un  escritor  que  debe  haber  leido  ambos  poetai, 
pues  los  compara,  baya  olvidado  tan  completamente  las  citas  que  acabamos  de  haeer. 

Es  cierto,  certísimo,  que  Virjilio  tradujo  de  Homero  un  gran  número  da  descrip- 
ciones y  comparaciones.  Pope  en  su  poema  sobre  la  critica  esplica  este  fenómeno  lite- 
rano.  cEl  poeta  latino,  queriendo  imitar  la  naturaleza,  halló  que  la  naturclaia  j  Ho- 
mero eran  una  misma  cosa.»  Este  es  el  caso  de  decir  con  Yoltaire  que  solo  á  los  rieof 
es  licito  robar. 

¡  Virjilio  se  quedó  d  larga  distancia  de  Homerol  Ese  fiíUo  se  dá  eon  mucha  prontitad: 
mas  no  sería  tan  £&cil  justificarlo.  Nosotros  procuraremos  ser  mas  justos  entre  esos  doi 
grandes  colosos  que  en  todos  tiempos  se  han  disputado,  y  se  disputarán  aun  por  an- 
chos siglos  el  imperio  de  la  literatura. 

Homero  es  incomparablemente  superior  al  poeta  latino  en  todo  lo  relativo  á  kce«- 
posicion  del  poema  y  á  los  adornos  que  hacen  su  efecto  sobre  la  im^i^inacion.  Viijilio  «, 
ton  la  misma  superioridad ,  mas  grande  ^ue  su  adversario  en  la  correodoB  del  estilo, 
la  delicadeza  de  la  espresion  y  el  conocimiento  profundo  y  filosófico  de  las  pañoaes.  No 
hay  en  los  dos  poemas  de  Homero  un  pasaje  comparable  á  esta  espresion  de  ViijiKo, 

t  Non  ignara  malí ,  miseris  sucurrere  disco. » 
ó  á  esta, 

«Quem  metui  moritura?i 

ó  á  aquel  verso  inimitable  en  que  Dido*,  después  de  jurar  que  no  cedería  al  amor  i  da  i 
entender  que  no  tardará  en  infrinjir  su  juramento: 

<Sic  effecta  sinum  lacrymis  implevit  obortis.» 

Todo  Virjilio  está,  por  decirlo  asi ,  empedrado  de  versos  de  esta  especie,  qua  demwH 
tran  la  sublime  ternura  de  su  corazón  y  la  valentía  de  su  genio  para  espresar  los  seati- 
mientos  delicados.  Y  en  vano  se  buscará  en  Homero ,  poeta  de  tiempos  mas  rudos,  A 
modelo  de  las  descripdones  de  esta  especie. 

Debiera  también  tenerse  presente,  cuando  se  trate  de  dar  una  sentencia  juila  en- 
tre estos  dos  insignes  poetas,  que  Homero  llegó  hasta  una  edad  avaniada,  JVf 
su  poema  tuvo  toda  la  perfección  que  su  portentoso  genio  era  capaz  de  darla,  vijii- 
lio  falleció  joven,  dejó  incompleto  su  poema,  y  no  debia  de  estar  muy  satisfocdio  dad, 
pues  mandó  quemarlo.  Si  á  tanta  distancia  de  su  época  es  licito  aventurar  algnaa 
•conjetura,  nosotros  creemos  que  el  disgusto  de  Virjilio  con  su  obra,  procadia  de  los 
numerosos  defectos  del  plan  de  composición,  y  no  de  haber  imitado  á  Homero  m 
muchas  descripciones.  Esa  imitación,  en  vez  de  ser  un  defecto,  deberá  aer  un  méri- 
to para  cualquiera  que  conozca  cuan  rodo,  cuan  inarmónico  era  todavía  al  kagua- 
je  poético  de  los  latinos  en  el  poema  de  Lucrecio.  Virjilio  tuvo  la  gloria  de  dula  coa 
sus  traducciones  de  Homero,  parte  de  la  soltura  y  ilegibilidad ,  parte  da  la  aimoait 
del  admirable  idioma  de  Grecia. 

Es  un  fenómeno  observado  por  un  literato  español  de  mucha  nota,  qua  Horado, 
tan  escelente  juez  en  materias  de  buen  gusto,  tan  admirador  de  Homero,  tan  amigo 


[45] 

5  Viijilio,  á  quien  nunca  pudo  mirar  con  emulación,  pues  los  géneros  en  que  am- 
ig  trabajaron  eran  tan  diversos  ^  no  habla  de  la  Eneida  en  ninguna  de  sus  obras  di- 
Ictícas ,  siendo  asi  que  celebró  ía  suavidad  y  gracia  del  estilo  de  su  amigo  en  las 
flogas  y  geóijicas.  Nosotros  no  podemos  esplicar  este  silencio,  sino  diciendo  aue  Ho- 
kcio,  muy  capaz  de  conocer  los  defectos  de  plan  y  ejecución  en  el  poema  de  viijilio, 

0  ara  muy  á  propósito  para  sentir  y  analizar  sus  bellezas  superiores ,  hijas  por  la 
layor  parte  de  la  sensibilidad  de  su  corazón.  Horacio  era  poeta ,  y  gran  poeta;  pero 
ra  cortesano  y  ademas  epicúreo.  Puede  desafiarse  ¿  cualquiera  ¿  que  cite  del  vate 
enusino  un  solo  verso,  un  solo  rasgo  en  que  brille  aquella  ternura  exaltada  que  re- 
ota  á  cada  paso  del  pecho  de  Virjilio. 

Concluye  el  articulo  la  parte  de  la  poesía  romana ,  quejándose  de  que  los  cantos 
e  los  poetas  latinos  no  fueron  ecodela$  últimas  palabras  del  tijida  Catón.  Este  aserto 
s   contrario  á  lo  que  nos  dice  la  historia.  Ahí  están  Lucano  y  Juvenal  que  no 

01  dejarán  mentir:  uno  y  otro  Henos  de  fuego  y  de  enerjía ,  y  el  segundo  tan  in- 
ignado  por  lo  menos  como  pudiera  estarlo  la  sombra  del  célebre  suicida  de  Utica.  Ni 
IDO  ni  otro  imitaron  á  los  griegos:  ambos  son  originales.  ¿Leeremos  por  eso  la  Far- 
alia  con  mas  placer  que  la  Eneida?  Si  el  autor  del  articulo  fuese  capaz  de  darnos 
•te  consejo  soltaríamos  la  pluma  y  no  volveríamos  á  discutir  sobre  esta  materia. 

.  El  genio  no  basta:  es  necesario  ademas  el  gusto  ejercitado  y  perfeccionado.  Esta 
«  una  verdad,  que  se  trata  de  oscurecer  en  el  dia,  y  es  menester  repetirla  é  inculcar- 
a  si  queremos  tener  literatura. 

Dejando,  pues,  á  un  lado  la  poesía  de  los  hebreos,  griegos  y  romanos ,  vengamos 
ra  á  la  castellana  que  nos  importa  mas.  Hablando  de  la  poesía  española  del  siglo 
ICVl,  dice  que  ees  un  reflejo  de  la  poesía  italiana...  Tiene,  añade,  la  regularidad  de 
a  poesía  romana  y  la  puerilidad  sutil  de  la  provenzal.»  Después  de  estos  fallos  acusa 
I  los  Garcilasos,  Herreras,  Leones  y  Argensolas  de  falta  de  orijinalidad,  del  uso  que 
tiacen  de  las  fábulas  milolójicas,  de  la  regularidad  hasta  en  el  número  de  versos  de 
liguoas  composiciones.  Lo  mas  gracioso  de  todo  es  que  conclu;^a  esta  larga  serie  de 
icusaciones,  celebrando  en  los  mas  insignes  poetas  de  aquel  siglo  las  prendas  que 
os  han  hecho  inmortales,  prendas  que  se  avienen  muy  mal  con  la  falta  de  orijinali- 
lad;  porque  es  imposible  que  carezca  de  ella  el  aue  las  posea. 

En  primer  lugar  es  falso  que  la  poesía  castellana  del  siglo  XVI  sea  un  reflejo  de 
ia  italiana.  Si  se  adoptaron  sus  metros  y  la  disposición  de  sus  estanzas,  eso  no  es  co- 
piar. ¿Quién  llamaría  copi$ta  á  Muríllo,  porque  hubiese  pintado  uno  de  sus  cuadros 
;d  el  lienzo  que  le  hubiese  prestado  un  amigo?  Lo  que  caracteriza  á  un  poeta  no  son 
los  metros,  sino  los  pensamientos,  el  tono,  el  colorido;  y  todo  esto  fué  original  en 
nuestros  poetas  del  siglo  XYL 

¿Por  qué,  pues,  imitaron  á  los  poetas  latinos  y  griegos?  Porque  si  no  lo  hubieran 
hecho,  DO  tendríamos  ni  lenguaje  poético,'  ni  poesía  castdlana.  Garcilaso  es  tan  pro- 
fundamente tierno,  tan  altamente  orijinat  en  el  canto  de  Nemoroso,  porque  en  el  de 
Salido  imitó  con  tanta  perfección  á  Viijilio.  En  este  aprendió  á  dominar  la  ruda 
ispereza  en  que  habia  dejado  el  lenguaje  poético  castellano  el  Ennio  español  Juan  de 
llena:  eo  este  adquirió  la  flexibilidad  y  soltura  necesarias  para  componer  la  admira- 
ble esCanza  que  comienza 

cPor  ti  el  silencio  de  la  selva  umbrosa» 

6  aquella,  llena  de  ternura  y  melancolía; 

c  ¿Quién  me  dijera,  Elisa,  vida  mia,  etc.i 

No  hay  ninguno  de  los  poetas  de  nuestro  buen  siglo,  en  el  cual  no  haya  imitacio- 
nes de  los  antiguos  y  cantos  orijinales:  las  primeras  les  sirvieron  para  pulir  y  enri- 
]vecer  el  lenguaje;  en  los  segundos  desplegaron  toda  la  fuerza  de  su  genio.  No  los 
censaremos  por  las  riquezas  que  robaron  de  otros  Parnasos,  para  hacer  mas  copioso 
el  tesoro  del  nuestro.  '^Cuántas  locuciones,  cuántos  giros  poéticos  poseemos  en  nuestra 
lengua,  que  no  existinan  si  no  se  hubiesen  hecho  esos  hurtos  gloriosos  de  que  se  que- 
ía  nuestro  autor! 


[46] 

Si  examioamos  atenta  meóte  las  composiciones  en  que  se  fanda  U  gloria  poética 
de  nuestro  siglo  de  oro,  se  verá  que  ninguna  de  ellas  debe  nada  ni  á  Italia  ni  á  Roña. 
J^as  canciones  sublimes  de  Herrera:  la  célebre  de  Rodrigo  Caro,  rrfandida  por  Rioja, 
d  las  ruinas  de  Ifdlica:  la  epístola  moral  de  este:  los  versos  buenos  de  Góngora:  los  de 
Lope,  que  son  inimitables  cuando  son  buenos:  los  sonetos  y  canciones  de  loa  Argea- 
solas;  y  las  odas  orijínales  de  León,  nada  deben  ni  á  la  poesía  italiana  ni  á  la  lati- 
na. Hasta  la  profecía  del  Tajo  es  enteramente  española,  aunque  el  autor  imitaae  la  fÍM> 
ma  del  Vaticinio  de  Nereo  de  Horacio.  ¿Qué  importa  la  fornuí  donde  el  trabajo  es  tía 
superior? 

No  es  cierto,  pues,  que  nuestros  poetas  del  siglo  XYI  fuesen  meros  copiataa,  y  mu- 
cho menos  que  cuando  sentían  no  necesitaban  copiar. 

En  cuanto  á  la  puerilidad  sutil,  que  atribuye  el  articulo  á  la  poesía  provenial,  y 
que  según  él  mismo,  copiaron  nuestros  poetas,  de  donde  deduce  el  orijen  de  laaU» 
conceptos  amorosos,  solo  diremos  que  la  actual  generación  no  es  capas  de  josgard 
mérito  ó  demérito  ni  de  estos  conceptos  ni  de  su  oportunidad  para  desoribir  la  pasioa 
del  amor.  Á  nosotros  deben  parecemos  ridiculos  y  frios:  ¿debia  suceder  lo  ñusno  á 
los  españoles  de  los  siglos  XV,  XVI,  XVII,  para  los  cuales  el  amor  no  era  un  afiseto 
fujitivo,  un  placer  momentáneo,  sino  una  especie  de  culto,  y  la  mas  seria  ocapacioB 
de  la  vida?  Parécenos  que  no.  Por  eso  no  se  contentaban  con  el  delirio  y  abandono  de 
los  poetas  griegos  y  romanos.  Tenían  un  medio  mejor  de  describir  el  delirio,  pan 
qWos  permanente^  de  la  pasión,  que  era  raciocinar  sobre  ella.  Nunca  un  loco  se  man- 
tra  mas  loco  que  cuando  hace  discursos  sobre  el  objeto  de  su  mania.  Como  ahonie 
trata  el  amor  á  la  manera  de  los  antiguos,  esto  es,  como  un  mero  placer  fisico,  no  « 
estraño  que  nos  fastidie  la  importancia  que  le  daban  los  poetas  del  siglo  XVI  y  iv 
succesores. 

A  la  verdad  sentimos  leer  en  Herrera  tantos  versos  amorosos;  tan  superiores  na 
los  pocos  que  compuso  en  otra  linea.  Pero  nunca  son  ridfcuias^  pues  á  lo  menos  sien- 
pre  hay  que  aprender  en  ellos  la  pureza  y  corrección  del  estilo,  y  el  uso  de  las  veon 
y  giros  poéticos.  Ademas,  tiene  muchos  trotos  en  los  cuales  nada  puede  encontrarqse 
reprender  ni  aun  el  autor  del  articulo  que  impugnamos.  Tal  es  la  elejla  á  la  mncr- 
tede  Heliodora,  ó  estos  versos  que  cita  Lope  como  modelos  de  elegancia  y  teman. 

«Breve  será  la  venturosa  historia 
de  mi  favor,  que  es  breve  la  alegría 
que  tiene  algún  logar  en  mi  memoria. 

Cuando  del  claro  cielo  se  desvia 
del  sol  ardiente  el  alto  carro  apena 
y  con  igual  espacio  muestra  el  dia. 

Con  blanda  voz  que  entre  las  perlas  suena, 
teñido  el  rostro  del  color  de  rosa, 
de  honesto  miedo  y  de  amor  tierno  llena, 

Me  dijo  asi  la  bella  desdeñosa.  > 

Bi  articulo  acusa  á  nuestros  poetas  de  ser  copistas  de  los  romanos.  Nosotros  prsgos- 
taremos  ahora:  ¿porqué  en  la  descripción  de  la  pasión  amorosa  tomaron  un  giro  tas 
diferente  del  que  siguieron  Safo,  Anacrconte,  Ovidio,  Tibulo  y  Horacio?  ¿Dirán  qoe 
por  imitar  á  los  italianos  y  provenzales?  No;  sino  porque  pugnaban  los  cantos  de  Mf 
poetas  antiguos  con  las  ideas  y  sentimientos  de  su  época.  Asi  en  esta  parte  importsa- 
te  de  la  poesía  no  se  apartaron  tanto  como  dice  el  articulo  del  mundo  y  de  la  socie- 
dad que  tcnianá  la  vista. 

Es  verdad  que  se  quiso  introducir  entonces  en  España  el  teatro  greco-latíao.  H 
proyecto  no  tuvo  efecto,  no  porque  imitar  las  formas  de  aquel  teatro  fuese  mal  he- 
cho, sino  porque  las  mismas  causas  que  impedían  tratar  el  amor  á  la  manera  de  Ovi- 
dio, se  oponían  también  á  que  se  admitiesen  por  el  público  aquellas  formas.  Asi  ei 
que  Lope  de  Vega  fundó  la  verdadera  escuela  dramática  española:  esto  es,  la  qneen 
\  erdaderamente  acomodada  al  gusto  nacional . 

Ni  faltó  entre  nosotros  en  el  siglo  XVI  la  poesia  popular.  Tenemos  romanceros  y 


[47] 
ranciooeros  de  aquella  época,  en  l08  cuales  no  hay  seguramente  imitaciones  de  nin* 
gun  Parnaso  estranjero.  Tampoco  faltaron  cantos  relijiosos,  y  algunos  de  ellos  de  gran- 
de mérito.  Hubo  también  quien  empuñase  la  trompa  épica,  y  emprendiese  cantar  las 
hazañas  contemporáneas;  pero  para  sacar  falso  á  nuestro  articulo  en  todas  sus  par- 
tes, ninguna  de  nuestras  epopeyas  es  digna  de  pasar  á  la  posteridad.  No  se  nos  diga, 
pues,  que  en  poesía  hay  bástanle  con  el  libro  de  la  naturaleza. 

La  acusación  de  haber  hecho  uso  de  la  nomenclatura  y  de  las  fábulas  mitolójicas, 
que  parece  la  mas  fundada  contra  poetas  que  profesaban  el  cristianismo,  es  sin  em- 
bargo la  mas  injusta  de  todas.  La  mitolojía  no  es  otra  cosa  que  la  descripción  poéti- 
ca del  mundo  físico  y  moral:  sus  consejos  son,  generalmente  hablando,  alusiones  y 
aleforias  injeniosas,  creadas  por  el  talento  de  ios  griegos.  Forman,  pues,  el  tesoro 
de  la  poesía  de  todas  las  naciones  procedentes  déla  civilización  griega  y  romana.  Pri- 
varlas de  él  es  quitarles  los  medios  de  personificar  las  pasiones,  y  de  elevar  el  len- 
gui(je  poético  sobre  el  común  y  vulgar  de  los  hombres,  y  por  consiguiente  es  qui- 
tarle á  la  imajinacion  sus  derechos  y  obligarla  á  contentarse  con  prosa  rimada  y  fi* 
losófica.  Solo  deberemos  advertir  que  la  nomenclatura  mitolójica  no  puede  tener  lu- 
gar en  las  poesías  cristianas;  y  la  misma  escepcion  pruébala  regla:  porque  en  este 
género  de  composiciones  deben  ser  otros  los  medios  de  conmover  la  imajinacion  y  de 
escitar  los  sentimientos. 

Si  nosotros  hubiéramos  de  censurar  alguna  cosa  en  los  padres  de  la  poesía  cas- 
tellana, no  seria  ni  la  imitación  de  los  poetas  antiguos,  porque  los  buenos  modelos  de* 
ben  ser  imitados,  y  por  imitar  han  comenzado  todos  los  grandes  artistas;  ni  las  rique- 
zas de  otros  Parnasos  que  importaron  en  el  español;  ni  el  gran  número  de  voces  y  giros 
poéticos,  de  frases  desconocidas  que  hicieron  propias  de  nuestro  lenguaje :  ni  las  for- 
mas latinas  ó  italianas  que  dieron  á  la  poesía,  cuando  no  tenia  ningunas  ó  las  tenia  su- 
mamente mezquinas.  Tampoco  les  haríamos  guerra  ni  por  hi  nomenclatura  mitolójica^ 
ni  por  su  manera  de  cantar  el  amor,  ni  p<»r  los  asuntos  que  elijieron  para  sus  compo- 
siciones. Todos  estos  cargos  se  ha  visto  ya  que  son  falsos  ó  ezajeradós.  Lo  único  que 
nos  disgusta  en  la  literatura  del  siglo  XYI,  es  la  falta  absoluta  de  conocimientos  en  la 
ciencia  filosófica  de  las  humanidades;  la  cual,  á  haber  sido  conocida,  hubiera  puesto 
un  grande  obstáculo  á  ¡as  innovaciones  funestas  de  Góngora  y  Qoevedo,  y  al  torrente 
de  mal  gusto  que  abismó  en  el  siglo  XYI!  la  poesía  y  la  elocución  castellana. 

Pero  ¿pudieron  los  poetas  y  escritores  del  siglo  XVI  haber  creado  y  perfeccionado 
esta  ciencia?  No:  aquella  fué  la  época  del  genio,  anterior  siempre  á  la  déla  filosofía,  y 
nadie  ignora  las  dificultades  invencibles  que  se  oponían  entonces  á  los  progresos  del 
espíritu  filosófico. 

En  cnanto  á  la  frase,  presentada  bajo  la  forma  de  axioma,  en  que  concluye  el  artí- 
culo, solO' haremos  ung  reflexión.  ¿Se  formará  un  pintor  sin  ver  ni  estudiar  mas  cua*^ 
dros  ijne  los  que  él  componga?  ¿ó  un  gran  músico  sin  haber  oido  otras  armonías  que 
el  somdo  de  las  fuentes  ó  el  canto  de  los  pájaros?  ¿Por  qué,  pues,  se  ha  de  negar  en  el 
poeta  la  necesidad  de  un  estudio  indispensable  para  las  otras  bellas  artes,  á  saber:  el 
estudio  de  los  modelos?  No  aconsejamos  la  imitación  servil,  como  la  que  hacen  algunos 
de  la  moderna  escuela  francesa  de  poesía,  que  por  cierto  no  merece  ser  imitada.  No  se 
imite,  pues:  pero  estudíese  á  lo  menos;  apréndase  en  el  ejemplo  de  otros  cómo  se  ven- 
cen las  dificultades:  examínense  los  escollos  en  que  se  han  estrellado.  El  estudio  es  al 
mismo  tiempo  la  espuela  y  el  freno  del  injenio. 


DEL  POEMA  DESCRIPTIVO. 


IjSTE  género  fué  desconocido  en  la  antigüedad  griega  y  romana.  Ni  á  Aristóteles  ni  á 
Horacio  ocurrió  que  el  pincel  poético  pu£ese  emplearse  en  formar  cuadros  sin  mas  ob- 
jeto que  el  de  formarlos.  Ya  es  sabido  que  la  poesía,  siendo  el  idioma  de  la  imajinacion 


L*8| 

y  de  los  afectos,  debe  convertir  las  ideas  en  iniájenes,  y  acercarlas  cuanto  sea  posible 
á  los  sentidos. 

Pero  siempre  ba  de  baber  iin  fin  determinado  para  el  cual  sean  útiles  las  descrip- 
(■iones.  £1  poema  descriptivo  solo  fué  cultivado  bácia  mediados  del  siglo  último;  pan 
aunque  se  encuentran  algunas  composiciones  de  esta  especie  en  nuestros  poetas  del  si- 
glo XVI,  como  la  descripción  de  Aranjuez  por  Argensola,  y  la  del  incendio  de  Granada 
por  Espinel:  la  primera  puede  considerarse  como  un  elojio  del  rey  que  hiio  formar 
aquel  sitio,  y  la  segunda  como  un  trozo  de  narración  épica. 

En  la  pintura  es  conocido  el  género  de  los  paisajes,  puramente  descriptivo;  pero 
esta  divina  arte,  que  babla  inmediatamente  á  los  ojos,  llena  su  objeto  aunque  no  £i^ 
mas  que  presentar  la  naturaleza  visible,  si  la  presenta  con  verdad  y  escojimieato.  Fih 
rece  que  de  la  poesía  se  e»je  algo  mas.  El  lenguaje  no  puede  llegar  nunca  á  la  exacti- 
tud del  pincel;  pero  puede  pintar  mas  cosas  que  él:  puede  describir  con  masperfeaciiM 
las  ideas  y  los  sentimientos:  sentimientos  é  ideas  se  piden  al  poeta,  al  mismo  tiempo 
que  imájenes.  Aun  entre  los  paisajes  se  ven  con  mas  placer  en  igualdad  de  mérito  artís- 
tico, aquellos  en  que  las  figuras  humanas  sirven  de  centro  ál  cuadro,  y  como  que  ma- 
nifiestan que  toda  la  naturaleza  ba  sido  criada  para  servir  de  adorno  ó  de  pábulo  al 
sentimiento  y  á  la  intelijencia. 

Sin  embargo,  no  se  crea  por  lo  que  bemos  dicbo  que  despreciamos  el  género  des- 
criptivo. Las  estaciones  de  Tbompson  y  las  de  Saint  Lambert  vivirán  tanto  como  U» 
idiomas  en  que  se  ban  escrito.  Solo  bemos  querido  notar  el  inconveniente  de  esta  elaie 
de  poesía.  Por  bellos  que  sean  los  cuadros,  causan  al  fin  tedio  y  disgusto,  si  sonma<to 
y  de  objetos  muy  minuciosos,  como  sucede  tal  vez  á  Tbompson,  y  no  se  procara  que 
intervenga  en  ellos  el  bombre,  y  que  se  muestren  las  armenias  misteriosas  entreoí  wr 
intelectual  y  sensible,  y  los  demás  seres  que  pueblan  el  mundo:  en  una  palabra,  es  me- 
nester que  el  poema  descriptivo  sea  ai  mismo  tiempo  didádieo. 

En  efecto,  ¿cuál  es  el  fin  que  puede  proponerse  el  poeta  en  sus  descripciones?  fin- 
sentar  los  objetos  á  la  fantasía  del  lector?  ¿Lucir  la  gala  de  su  elocución,  la  armonía  de 
sus  versos,  la  buena  elección  de  las  circunstancias  y  de  los  adornos?  Todo  esto  afiNta 
agradablemente  la  Gintasia;  pero  el  corazón  y  el  entendimiento  quedan  tranquilos.  Apa- 
rezca en  el  cuadro  el  bombre,  ó  gozando,  ó  sufriendo  ó  meditapdo:  se  aninaará  é  int^ 
resará  la  descripción.  Llámase  poema  didáctico  el  que  tiene  por  objeto  presentar  eo 
una  succesioa  de  cuadros  los  preceptos  de  algún  arte  ó  ciencia,  ó  por  lo  menos  cierto 
orden  de  ideas  ligadas  entre  sí  por  algún  principio  filosófico.  El  poema descriptÍTO  será 
tanto  mas  perfecto  cuanto  con  mas  exactitud  enseñe  las  relaciones  de  la  naturalea  coa 
el  bombre. 

Este  género  admite  mucba  variedad;  porque  es  increíble  la  fecundidad  prodQiosa 
(le  la  imajinacion  humana  cuando  se  emplea  en  la  contemplaciop  del  universo.  Las  ar- 
tnonias  relijiosas  de  Lamartine,  la  utopia  del  optimismo  de  Pope,  las  profundas  y  an- 
lancólicas  reflexiones  de  Young,  muchos  de  los  cánticos  celestiales  del  profeta  de  Sioa, 
y  otra  gran  multitud  de  composiciones  poéticas  puede  reducirse  á  la  descripción  cobm 
nosotros  la  concebimos,  y  la  bemos  esplicado. 

I^s  reglas  peculiares  de  esta  clase  de  poemas  no  son  muy  numerosas»  La  principal 
de  todas,  y  (¡ue  nunca  debe  olvidarse,  es  no  cebarse  tanto  en  el  placer  de  describir  mi 
objetos  sensibles,  que  falte  á  los  cuadros  la  vida  y  la  animación.  Para  eritar  esto  doipf 
to  basta  á  un  poeta  hábil  introducir  en  sus  cuadros  al  hombre,  ó  como  parte  integran* 
le  de  ellos,  ó  cuando  no  sea  posible,  como  observador.  Viijilio  anima  asi  á  unadestt 
mas  hermosas  comparaciones. 

In  se^etem  veluti  cum  flamma  furentibus  austris 
Incidit,  aut  rápido  montano  Oumine  tórreos 
Sternit  agros,  sternit  sata  laeta  boumque  labores 
Pnccipitesque  trahit  silvas:  stupet  inscius  alto 
Accipiens  sonitum  saxi  de  vértice  pastor. 

(Así  tal  vez  por  el  furioso  Noto, 

arrebatado  el  fuego  cae  en  las  miases: 

6  el  arroyo  crepido  con  las  aguas 


[*9] 

del  monte,  tala  campos  y  sembrados, 
y  arrastra  entero  el  bosque.  Del  destroio 
sobrecojido,  en  la  elevada  peña 
oye  el  pastor  el  horroroso  estruendo.) 

leí  espectador  puesta  al  fiin  del  cuadro,  lo  anima  y  embellece.  Otras  ve- 
I  la  piíilura  del  furor  encadenado,  se  presentan  los  seres  abstractos  bajo 
anos.  Nada  hay  tan  interesante  para  el  hombre  como  el  hombre  mismo. 
Iros  suiHe  tal  vez  pecarse  por  escesiva  minuciosidad.  Mnratori,  en  la  ex- 
)n  que  publicó  con  el  titulo  Drlla  perfecta  poe^t7a/tana,  distingue  dos  es- 
¡ncs,  con  los  nombres  de  generalizadas  y  particularizadas. 
T  nombre  á  aquellas  descripciones  en  las  cuales  se  pinta  el  objeto  con  un 
[>  de  tal  naturaleza,  que  él  solo  basta  para  grabarlo  en  la  fantasía.  Cuan- 
I  que  Polifemo  llevaba  por  bastón  un  pino: 

cTrunca  manum  pinus  regit  et  vestigia  firmal,» 

irio  que  se  detenga  á  describir  las  dimensiones  de  su  cuerpo:  bastante* 
idemKs  su  desmesurada  estatura.  Cuando  Horacio  dice  á  Augusto  que  lo^ 
)an  impunemente, 

cNeu  sí  ñas  Medos  equitare  inultos, 
Tcduce,  Caesar,» 

*  que  ha^^a  una  larga  descripción  de  los  estragos  que  causaban  en  las 
mpcrio  cnrcanas  al  Eufrates,  ni  de  la  ignominia  que  por  eso  sufría  el 
).  Uno  y  otro  se  perciben  bien  con  solo  la  espresion  pintoresca  equitare 

itori  imájcnes  particularizadas  ¿  aquellas  en  que  se  describen  menuda» 
anstancias  del  objeto:  de  estas  so  encuentran  A  cada  paso  en  todos  los 

is  son  mas  felices:  anuncian  una  inspiración  mas  profunda,  y  dejan  al 
de  formar  él  niisnio  todo  el  cuadro  para  el  cual  solo  se  le  habia  dado 
)  entrences  participar  del  genio  del  poeta. 

is,  si  han  de  ser  buenas,  necesitan  de  mucho  talento;  porque  es  menes- 
igar,  no  describir  todas  las  circunstancias,  ni  imitar  á  Ovidio,  que  como 
ntilianc»,  nunca  Mbc  acabar,  y  describiendo  por  ejemplo,  el  incendio  cau- 
pcricij  de  Faetón,  oo  nos  perdona  ninguna  de  las  constelaciones  que 
el  fue<^o  de  su  carro.  En  segundo  lugar,  deben  elejirse  los  rasgos  que 
tar  el  objeto  bajo  el  aspecto  que  acomode  mas  al  carácter  de  Ja  com- 
itento  del  poeta.  Esta  elección  no  es  filcil,  y  es  hija  de  un  gusto  ejerci- 
*es  modelos  qiKM-onocemos  de  esta  especie  de  ímájenes  son  Virjilío  y 
lio  nunca  se  desmiente,  pero  el  segundo  tal  vez  describe  circunstancias 
menos  que  nos  lo  parecen  á  nosotros,  quizá  por  no  conocer  las  cos- 
)ersonajosá  que  alude.  En  la  Oda  en  que  describe  el  rapto  de  Europa, 
bien  por  qué  osla  princesa,  quejándose  de  verse  enmedio  de  Jos  mares 
at  del  toro  robador,  desea  perecer  entre  las  garras  de  las  fieras  antes 
!8u  hermosura,  y  quiere  alimentar  á  los  tigres  cuando  todavia  es  beJJa: 

c S  peciosa  qusre 

pascere  tigres.» 

entiende  por  qué  on  la  Oda  á  Druso  advierte  que  no  ha  querido  averi» 
de  la  costumbre  que  tenían  los  retos  y  los  vindélicos,  vencidos  por 

armar  sus  diestras  con  segures  semejantes  á  las  de  las  amazonas.  Siem- 
cido  esta  advertencia  inútil  un  rasgo  satírico  contra  algún  poeta  6  autor 
upo,  que  al  celebrar  la  victoria  de  Druso,  se  habia  estendido  mucho 

7 


[50] 

»obre  el  orijen  de  aquellas  armas.  Pero  la  Oda,  y  madio  mas  la  patriótica  y  easi 
rámbica,  no  es  terreno  á  propósito  para  la  sátira^ 


DE  LA  EPOPEYA. 


K 


¿LjS  estegénero  tan  contrario  al  espíritu  y  al  gusto  del  siglo  actual  como  alactaa 
algunos?  Tal  es  la  cuestión  que  nos  proponemos  examinar. 

La  lUada  de  Homero  apareció  en  Grecia  cuando  la  civiliíadon  no  habia  hedió  toda- 
vía grandes  progresos:  coando  los  ánimos  aun  no  Toncidoa  da  loa  placerea  ficCieioi  de 
la  sociedad  eran  todavía  capaces  de  sentimientos  elevados  y  grandes,  y  de  pmiUr  lai 
nobles  descripciones  del  ciego  de  Smimat  y  de  complacerse  en  ellas.  El  espfritn  y  ca- 
rácter délos  griegos  se  pervirtió;  pero  aun  quedaron  bastantes  centellaa  del  fuego  pri- 
mitivo para  entusiasmarse  con  la  lectura  de  aquel  divino  poeta.  INgalo,  si  no,  AkjaiMii 
el  Grande,  ardiendo  en  el  amor  de  la  gloria  á  solo  el  nombre  de  Aquilea. 

Muchos  siglos,  diversas  creencias,  revoluciones  muy  importantes  ha  eaperinenlaA) 
la  sociedad  desde  el  siglo  de  Homero;  pero  su  obra  ha  sido  constantemente  la  admiii- 
cion  j  embeleso  de  los  que  han  sido  capaces  de  entenderla,  sin  embargo  deooeya  na- 
die cree  en  sus  dioses,  nadie  se  interesa  por  sus  héroes,  y  á  nadie  importa  el  hado  ét 
Troya  ni  la  venganza  árjiva.  Para  producir  este  efecto  tan  universal,  tan  grande,  tii 
constante,  no  bastó  que  Homero  hubiese  descrito  cosas  oue  fuesen  agradable»  á  subí* 
cion.  Su  genio  dominó  toda  la  ostensión  de  la  tierra,  toda  lasuccesion  de  los  si^os*  Pialé 
fielmente  la  humanidad;  hé  aquí  su  mérito;  hé  aquí  el  orijen  de  su  gloria  imnarresiMs 

Vírjilio,  al  contrario,  escribió  su  Eneida  en  el  siglo  mas  corrompido  de  Ronaa,  éuaado 
ya  ni  habia  creencias  ni  costumbres.  Sin  embargo,  agradó  y  mereció  también  laimMM^ 
talidad  por  la  pureza  de  la  elocución:  por  la  pintura  de  hombres  no  tan  sencillos  y  fe- 
roces como  los  de  Homero,  sino  mas  conformes  á  los  romanos  de  su  tiempo;'  y  es  fls, 
or  los  cuadros  inimitables  que  presenta  de  las  pasiones  humanas.  El  amor  de  Kdo, 
os  lamentos  de  Evandro,  el  episodio  de  Eurialo  y  Niso  serán  laidos  con  entusiasmo  y 
enternecimiento,  mientras  los  afectos  del  amor,  de  la  amistad  y  de  la  paternidad  bd 
nombres  vanos  entre  los  mortales.  La  obra  del  poeta  latino  es  mas  rica  en  los 
ñores;  pero  no  forma  el  admirable  conjunto  de  la  lUaáa. 

Estos  dos  ejemplos  demuestran  de  unamataeramas  evidenteqtte  una  buena  S|^opujs 
podría  ser  leida  con  aplauso  y  placer  en  una  sociedad  como  la  del  si^o  netoal^peraHí 
dejenerada  j  pervertida  qué  se  la  quiera  suponer.  Los  ingleses  estiman  todÉviaá  ss 
Hilton,  los  Italianos  á  su  Tasso.  Y  si  los  franceses  no  aprecian  la  JSbnrJsda  de  YoMn^ 
no  es  culpa  de  ellos,  sino  de  la  obra  misma,  en  la  cual  se  quedó  muy  inferior  i  sa  to* 
lento  el  célebre  autor  de  la  Jaira. 

Los  portugueses  no  abandonarán  fácilmente  la  causa  de  GamoenSt  i  pesar  de  ka  d^ 
fectos  de  su  noema;  y  nosotros  mismos  nos  gloriaríamos  de  nuestros  Lbpea.  Bnfllss, 
Balbuenas  y  Ojedas»  si  sus  poemas  estuvieran  escritos  en  su  totalidad  con  la  valaiilia  y 
perfección  que  en  algunos  pasajes. 

En  una  palabra,  si  no  se  aplauden  los  poemas  épicos,  es  porque  son  auiloa  los  ns 
tenemos,  y  porque  no  hay  nadie  que  se  dedique  á  escribir  nao  bueno.  Esta  es  dfiía 
sumamente  difícil  en  su  ejecución :  nadie  la  emprende,  no  porque  no  gustaría,  sino  poi^ 
que  todos  se  aterran  de  consagrar  su  vida  entera  á  un  trabi^o  de  éxito  dudoso  y  coya 
gloria  no  podria  quizá  gozar  el  autor.  Hay  en  el  dia  demasiada  prisa  en  darse  i  eonih 
cer  y  en  gozar  el  incienso  de  la  alabanza  para  arrostrar  una  empresa  que  neeesaria» 
mente  ha  de  durar  muchos  afios. 

La  falta  de  creencias  que  se  nota  en  la  sociedad  es  un  inoonveoiente  que  se  abnili 
mas  de  lo  que  debiera.  En  primer  lugar,  es  fidso  ipie  exista  esa  bita  en  la  parte  adterd^ 
la  sociedad;  y  aunque,  en  segundo  lugar,  la  hubiese,  como  efisctivamenle  la  faabia  sn 
Roma  cuando  escribió  Virjilio,  al  po^  pertenece  halagar  la  imsjinadon  oob  1a  nii|^ 


[51J 
>«  y  obligarla  á  aceptar,  aanqae  solo  tea  momentáneamenteylos  cuadros  que 
)  presentarle.  ¿No  leemos  novelas?  ¿No  admitimos  en  ellas,  si  están  bien  es- 
is  las  fábulas,  aunque  sean  de  hechicerías  y  de  m^icatiY  qué  es  una  novela 
x^pnfa  escrita  enprota,  con  sa  protagonista,  sus  descripciones,  su  moral  y  sus 
'  El  Orlando  de  Ariosto  es  al  mismo  tiempo  novela  de  costumbres  y  satírica, 
pico;  y  nadie  lo  ha  esduido  todavía  de  la  literatura» 
9mo8,  pues,  imposible  que  exista  un  genio  capaz  de  describir  en  un  cuadro 
Bnte  estension  una  acción  grande,  interesante,  maravillosa,  caracteres  bien 
M,  costumbres  y  usos  de  ana  época  determinada,  y  que  haga  todo  esto  f^n 
I  y  correcta  versificación.  Lo  que  creemos  muy  dificil  es,  que  aunque  exista 
apaz  de  emprender  y  de  llevar  á  cabo  esta  obra,  tenga  sin  embargo  la  con- 
lus  fuerzas,  la  constancia  en  el  trabajo,  y  el  tesón  de  ánimo  necesario  para 
xla  su  vida  en  manos  de  la  posteridad.  Estamos  en  un  siglo  positivo,  y  el  alma 
ia  calcula,  á  pesar  de  toda  su  poesía,  la  ventaja  de  los  aplausos  actuales  sobre 
za  de  los  que  puede  merecer  á  los  siglos  futuros.  Somos  mas  ambiciosos  que 
e  la  gloria,  y  decimos  con  el  Diógenes  de  Calderón: 

¿qué  me  importa 

q^ne  fama  ó  no  fama  tenga, 

SI  un  aliento  de  la  vida 

hoy  calladamente  suena 

mas  que  después  todo  el  ruido 

de  sus  trompas  y  sus  lenguas? 

*  eso  deja  de  ser  cierto: 

le  el  laurel  literario  mas  importante  para  la  gloria  de  una  nación  es  el  de  la 

a;  porgue  en  un  cuadro  estenso  y  dilatado  puede  el  poeta  hacer  insigne  mués- 
conocimientos  de  toda  especie,  y  describir  un  siglo,  una  época  entera  de  la 

esu  nación. 

le  este  laurel  falta  todavía  en  el  Parnaso  español.  Tenemos  muchos  poemas  ú 
pero  plagados  de  defectos  capitales  en  el  plan,  en  la  dirección  de  la  fiibula  y 

o. 

aso  ninguna  nación  posea  una  historia  mas  épica  que  la  española,  sus  principa- 

s  desde  los  principios  de  la  fundación  del  reino  de  Asturias,  están  llenos  de 
No  creeremos  en  el  genio  poético  del  que  pueda  leer  las  nobles  pajinas  en 

ina  describe  el  levantamiento  de  Pelayo,  la  conquiste  de  Toledo,  la  natella  de 

,  en  que  se  jugó  á  un  trance  la  suerte  de  la  cristiandad  de  España,  los  cercos 
y  de  Granada,  la  conquiste  de  Ñapóles  y  el  descubrimiento  del  nuevo  Mundo, 

le  inspirado  y  dispuesto  á  embellecer  con  los  adornos  de  la  poesía  aquellos 
gloriosos  sucesos. 

•:  LAS  FORMAS  DRAMÁTICAS. 


la  de  los  griegos,  que  en  sus  principios  fué  un  acto  relijioso,  conservó  cuan- 
ser  espectáculo,  su  carácter  primitivo;  y  este  fué,  por  decirlo  de  paso,  el 
ito  de  las  invectivas  de  los  santos  padres  contra  este  diversión.  Prescindien- 
imoralidad  constente  de  la  comedia  griega  y  romana:  de  la  desvergüenza  y 
de  los  Sátiros  y  de  la  inmundicia  de  los  Pantomimos  ten  cnéijicamente  des- 
lu venal,  la  asistencia  á  este  clase  de  especteculos,  que  comenzaba  siempre  por 
no  á  Baco,  como  en  los  tiempos  primitivos,  era  una  verdadera  profesión  de 
incompatible  con  la  creencia  y  los  deberes  del  cristiano, 
ma  comenzó,  pues,  por  himnos  y  cantos  relijiosos,  interrumpido  después  con 
ó  rcciteciones  sueltas  de  Homero  ó  de  otros  poetas,  y  últimamente  con  una 


[52] 
accioD  mas  ó  menos  regular,  representada  también  en  verso.  Esta  pnrta  qoñ  loé  la  ac- 
cesoria llegó  á  ser  la  principal;  mas  no  desterró  á  la  otra  eolerameotei  eino  laa»- 
metió.  El  coro  siguió  cantando  en  el  teatro,  y  aun  sus  cantos  eran  relgiosoa  ó  8101118^ 
pero  subordinados  al  argumento  y  á  la  acción  principal  del  drama. 

G>mo  nunca  faltaba  del  teatro,  y  su  gefe,  llamado  también  cono ,  era  nao  de  bs  in- 
terlocutores do  la  pieza,  era  necesario  que  la  escena  fuese  ^a*  El  espectáculo  tMftni 
de  los  antiguos  en  su  mayor  perfección,  esto  es,  en  los  tiempos  de  Sófocles  y  de  Eatím- 
des  era,  pues,  una  ópera,  mezclada  de  representación  y  de  canto,  en  la  ciyd  Cfdaí  Iü 
artes,  la  poesía,  la  mi'isica,  la  danza,  la  arquitectura,  la  pintura  y  la  eacuUaia  de^it- 
gában  el  tesoro  de  sus  riquezas. 

De  esta  situación  de  cosas  se  deducen  fácilmente  las  reglas  de  la  dramálkafria- 
ga.  La  escena  era  necesariamente  fija;  pues  el  coro  no  debia  bltar  de  ella.  He  afák 
unidad  de  lugar.  Es  verdad  que  este  inconveniente  estaba  compensado  con  le  gienie 
ostensión  do  terreno  que  ocupaba  el  teatro,  ostensión  que  permitía  representar  ala  vis- 
ta de  los  ei^pectadores  muchos  sitios  diversos,  aunque  cercanos  entre  sí,  como  sere« 
la  primera  escena  de  la  Eleeíra  de  Sófocles. 

No  variando  la  escena,  no  faltando  nunca  de  ella  algunos  actores,  era  necesario 
que  los  sucesos  que  se  representasen  fuesen  seguidos:  de  aqpi  la  unidiad  de  lieafC. 

Si  los  sucesos  eran  inmediatos  en  tiempo  entre  sí,  era  también  necesario  io  ftm 
de  destruir  el  interés,  que  estos  sucesos  compusiesen  una  cuestión  única:  deeqñ  h 
unidad  de  acción. 

No  bastaba  que  la  acción  fuese  una:  fué  necesario  que  fuese  muy  sencilla  para  de- 
jar al  coro  la  parte  que  le  correspondía  tener  en  el  espectáculo.  Y  asi  es  qoe  cnanáo 
los  romanos  escribieron  comedias  de  acción  complicada;  pues  una  de  Terendo  se  cobh 
ponía  de  dos  de  Menandro,  suprimieron  el  coro.  Pero  en  la  trajedia  roaieoe  ae  coa- 
servó;  y  por  lo  mismo  no  se  renunció  en  ella  á  la  sencillez  de  Sófticleey  de  Ea- 
rípídes.  Esta  sencillez  es  la  causa  de  no  introducir  en  la  escena  maa  de  tres  ielv- 
locutores. 

*Nec  quarta  loqui  persona  laboréis» 

como  dice  Horacio :  con  tres  personas  y  con  el  coro  estaba  auficientemeple  Ibeo 
el  teatro. 

En  fin ,  el  coro  llenaba  los  intermedios.  Por  eso  Horacio  no  permite  á  los  dramá- 
ticos latinos  piezas  tan  largas  que  pasen  de  cinco  actos,  ni  tan  cortas  que  do  llegMO  á 
este  número,  sin  que  conozcamos  la  razón  filosófica  de  haberse  ^ado  en  él  el  de  hs 
pausas  de  representación. 

Hemos  examinado  el  orijen  de  las  reglas  de  composición,  dadas  pera  el  leelee  air 
tiguo.  Ninguna  de  ellas  está  tomada  de  la  naturaleza  de  las  cosas,  aino  de  lae^A^ei^ 
cías  materiales  de  la  escena  y  del  espectáculo.  Sin  embargo  fuerza  es  confeanr-fMeip 
tas  reglas  bastaban  para  la  verosimilitud,  tal  como  la  concibieron  los  griegoi;.  pees 
no  los  hemos  de  tener  por  tan  necios  que  creyesen  causar  ilusión  con  su  coro  aieoipre 
en  escena  y  testigo  de  cuanto  se  meditaba  ó  se  hacia,  ni  con  sus  canciones  j  movir 
mientes  periódicos  y  regulares.  En  el  teatro  no  hay  ilusión:  ningún  espectador  Me  ver- 
dadero lo  que  pasa  en  la  escena:  sin  embargo,  después  C|ue  ha  Imcho  oonceaidnsUae- 
tor  y  á  los  actores,  no  quiere  que  la  licencia  de  estos  ni  de  aquel  llegue  á  tal  pulOt 
que  destruyan  el  placer  y  el  ínteres  que  él  siente  ya  por  los  sucesos,  ya  por  los  perKMHh 
jes  representados.  El  placer  de  la  representación  es  semejante  al  que  nos  prodaee  a^ 
novela  leída.  Nace  de  la  simpatía  que  ejercen  en  nosotros  las  ideas  ó  sentimientos  l|||ft- 
nos.  Cuando  asistimos  á  la  representación  de  Edipo,  no  solo  no  creemos -que  elüoMr 
es  ol  desgraciado  rey  de  Tebas;  pero  ni  aun  creemos  que  haya  existido  esta  TirfiiMí  dri 
fatalismo.  Con  todo  nos  ponemos  en  su  lugar,  para  lo  cual  hacemos  todas  Is»  ieperf 
cienes  necesarias  por  imposibles  que  sean.  ¿No  temblamos  mochas  iriffis  rnn  mkiil 
jinar  que  estamos  al  márjen  de  un  precipicio? 

El  interés,  pues,  que  escita  el  drama,  nace  de  que  nos  sustitnimos  al  actafs  eñ 
como  el  de  una  novela  tiene  el  mismo  orijen»  Cualquier  cosa  que  destruya  éste  ii 
so  simpático,  nos  disgusta,  nos  incomoda.  La  verosimilitud  teatral  no  se  diij¡jei 
á  hacer  creibla  las  cosas  que  se  representan,  sino  á  hacerlas  interetankiM  Por 


[53J 
M  dan  al  autor  dramático  mucbas  concesiones  contrarias  á  la  verosímilitad:  por  ejem- 
plo, que  César  ó  Alejandro  hablen  en  verso  castellano  6  francés:  que  una  perspectiva 
que  se  nos  presenta  sea  el  foro  de  Roma,  la  plaxa  de  Atenas  ó  los  pensiles  de  Babilo- 
nia: que  un  actor  ¿quien  conocemos  de  vista  ó  de  trato  sea  Sócrates  ó  Nerón,  etc.  etc. 
Bo  la  ópera  se  aumenta  mas  el  número  de  concesiones.  Iníeresadnos  y  haced  lo  que  queráis 
es  la  divisa  del  espectador. 

¿Destruyen  este  interés  las  concesiones  que  so  oponen  á  la  verosimilitud  material 
de  la  escena?  No.  Cuando  no  eran  conocidas  las  decoraciones  teatrales:  cuando  una 
miserable  cortina  era  el  único  medio  de  separación  entre  el  proscenio  y  el  vestuario, 
los  pasajes  verdaderamente  buenos  interesaban  á  los  espectadores.  ¿Y  no  nos  arrancan 
lágrimas  las  quejas  de  Andrómaca  ó  de  Lear?  ¿No  nos  estremecemos  al  verso  de  Don 
Meado  en  Garda  del  Caelañar^ 

Aqueles  el  Bey,  Cardan 

solo  á  la  simple  lectura,  y  sin  ninguno  de  los  medios  de  ilusión  ó  verosimilitud 
dramática? 

Pero  lo  que  verdaderamente  destruye  el  interés  es  la  falta  de  verosimilitud  maralx 
esto  es,  que  los  personajes  hagan  lo  que  no  deben  hacer,  atendido  el  carácter  que  se  les 
ha  atribuido,  ó  no  hagan  lo  que  deben  hacer  bajo  la  misma  hipótesis;  ó  en  fin  que 
el  hombre  se  represente  en  la  escena  diverso  del  que  concebimos ,  del  que  somos; 
porque  entonces  se  falsifica  el  principio  de  Terencio,  en  el  cual  se  funda  todo  el  interés 
teatral. 

cHomo  sum;  humani  nihil  á  me  alienum  puto.  * 
c  Hombre  sov:  nada  del  hombre 
puede  serme  indiferente» 

Pero  ú  el  personaje  que  nos  presentan  no  tiene  punto  alguno  de  contacto  con  la  huma- 
nidad tal  como  la  concebimos,  en  vano  se  cansará  el  actor:  no  nos  interesará,  porque 
nada  de  hombre  (nihil  humani)  veremos  en  él. 

Asentados  estos  principios,  veamos  si  Sófocles  y  Eurípides  tuvieron  bastante  con 
las  formas  del  teatro  griego  y  con  las  concesiones  que  les  hacia  el  auditorio  de  Atenas, 
para  representar  fielmente  el  hombre  tal  como  era  conocido  en  el  siglo  de  Aristides  y 
de  Péneles. 

£1  hombre  que  conocian  los  griegos  era  puramente  fisiolójico  en  cuanto  á  la  mo- 
ral. Como  aquella  nación  injeniosa  había  convertido  todas  las  pasiones  en  divinidades, 
mal  podría  exíjir  de  los  hombres  que  fuesen  mejores  que  sus  dioses:  mal  podría  con- 
denar en  la  humanidad  que  cediese  al  poder  del  destino,  ni  al  fatalismo  que  la  reli- 
jion  pagana  preconizaba.  Asi  es  que  en  el  teatro  griego  las  pasiones  caminan  siem- 
pre en  /íHca  reela^  por  decirlo  asi,  sin  que  detengan  ó  tuerzan  el  paso  por  el  remordi- 
miento ni  por  la  advertencia  de  ningún  freno  interíor. 

Casi  no  habia  en  Grecia  vida  doméstica,  que  tanto  contribuye  á  imprímir  carac- 
teres individuales  á  las  pasiones  y  á  las  costumbres.  Los  ciudadanos  vivían  en  el  fo- 
ro ;  las  ideas  y  sentimientos,  y  hasta  los  sucesos  y  los  afectos  eran  comunes. 

El  poeta  dramático,  que  debía  describir  una  sociedad  de  esta  especie,  no  podía 

S litarle  á  las  pasiones  humanas  el  carácter  de  generalidad  que  tenían.  £1  ambicioso, 
amante,  el  vengativo,  el  iracundo,  el  virtuoso,  el  patríota,  el  héroe  debían  necesa- 
riamente ser  pintados  con  los  rolores  propíos  de  su  vicio  ó  de  su  virtud:  mas  no  era 
Siible  introducir  en  el  cuadro  circunstancias  ó  diferencias  individuales;  porque  esas 
érencias  no  existían  en  la  realidad,  viviendo  todos  los  ciudadanos  de  una  misma 


De  aqui  se  infiere  que  las  reglas  del  teatro  griego,  por  mas  estrechas  que  fuesen^ 
eran  suficientes  para  las  exijcncias  del  auditorio  y  para  las  necesidades  del  poeta.  No 
olvidemos  que  la  mayor  parte  del  tiempo  del  espectáculo  se  empleaba  en  los  movi- 
mientos y  cantos  del  coro;  pero  aun  le  quedaba  hueco  al  autor  para  desplegar  su- 
ficientemente cuatro  ó  cinco  caracteres ,  entre  los  cuales  sobresalía  uno  ó  dos;  para 
formar  el  nudo  de  una  acción  sencilla,  y  para  conducirla  con  un  corto  número  dein- 
desenlace.  Lo  oías  dificil  en  toda  composición  dramática,  que  es  la  descríp- 


[54] 
eion  y  unidad  de  las  caracteres,  podía  hacerse  con  comoi  ¡uel  enadns  por 

mas  reducido  que  fuese;  pues  bastaba  presentarlos  en  dos  o  t  i  uiomm  pan  fas 
fuesen  conocidos.  Todo  lo  que  había  que  pintar  era  el  Aoi     v  ,  ña  IvAm  fas 

despedazasen  su  corazón,  sin  particularidades  ni  circunstai  s  caracCaffiíMn  é 

individuo;  en  fin,  sin  esa  infinidad  de  matices  diversos  que  han  introdoeido  as  loa  «t 
cios  y  virtudes  de  la  sociedad  humana  el  uso  de  la  vida  doméstica  por  ana  parlOt  yfv 
otra  la  creencia  de  una  relijion  que  influye  inmediatamente  en  las  cosCumbrea* 

El  Edipo  rvy,  de  Sófocles  es  Justamente  tenido  por  el  drama  mas  rompKiiadn  dd 
teatro  de  Atenas;  y  esadmirablela  sagacidad  con  que  el  autor  deseavnelva aoccaaitaMB» 
te  todas  las  partes  del  terrible  misterio  encerrado  en  la  existencia  de  aoad  héroe»  vfe- 
tíma  del  fatalismo.  Pero  obsérvese  que  si  la  intriga  de  la  filbnla  costó  algu 
tr^ico  griego,  no  puede  decirse  otro  tanto  de  la  invención  de  los  caracSérea. 
rey,  y  buen  rey;  pero  no  olvida  el  orgullo  de  su  dignidad,  ni  la  irascibilidad  deaBcaa- 
dicion  en  sus  contestaciones  con  Tiresías  y  Créente;  en  esta  parte  es  idéolioo  aa  caii» 
ter  al  de  Agamenón  disputando  con  Pirro  en  las  IW^ofuu  de  SéncM»»  y  al  del  ref  éaO^ 
rinto  en  la  Medea  del  mismo,  mandando  salir  de  su  estado  á  la  esposa  ahandoaaáa  ds 
iason.  Medea  y  Clitemnestra  adoran  un  mismo  dios,  que  es  el  de  la  vénganla;  aula  si 
diferencian  en  los  medios  de  conseguirla.  Hércules  atormentado  por  el  veneiM  MGsih 
tauro  Neso,  Ayax  por  el  oprobio  de  su  locura,  y  Filoctétes ,  llagado  y  abandonada  «a 
Lemnos,  se  quejan  de  la  misma  manera.  En  fin,  Electra,  vengativa  como  ñ  andn,  j 
Orestes,  incitado  por  los  mismos  dioses  al  parricidio,  tienen  igual  impetuosidad,  ■oda* 
tenida  por  ningún  freno,  para  lograr  su  infausto  proyecto. 

Había  otro  motivo  mas  para  que  fuese  menos  dificíl  la  descripción  de  loa  ean^ 
teres,  y  es;  que  no  era  licito  á  los  poetas  alterar  en  la  escena  la  idea  qne  los  griegoi 
tenían  formada  de  sus  antiguos  héroes  y  monarcas,  idea  conservada  por  la  tn^kioB, 
idimentada  por  la  creencia  gentílica,  que  reconocía  como  deidades  á  muchos  de  aqaa- 
llos  héhies,  y  ligada  con  las  pasiones  políticas  de  las  repúblicas  griegas,  que  aeooosals- 
cian  en  no  ver  mas  que  crímenes  é  infortunios  en  los  palacios  y  en  las  familias  nam. 
Así  el  único  trabajo  del  poeta  era  conducir  la  acción,  escribir  buenos  veraca  y  coa- 
poner  diálogos  naturales  é  interesantes. 

Vemos,  pues,  que  el  teatro  de  la  antigüedad  satbfacia  completameale  laa  eE^js^ 
cías  del  auditorio  que  asistía  al  espectáculo;  pues  le  presentaba  personi^M  eoaosriss 
de  su  historia  bajo  el  aspecto  que  mejor  satisfacía  sus  pasiones,  y  en  ellos  wa^  j  vas 
con  placer,  al  hombre,  tal  como  era  entonces,  tal  como  le  importaba  estndiaila  y 
conocerlo,  esto  es,  esterior  y  entregado  al  ímpetu  de  sus  pasiones  y  al  imperio  ciigo 
del  destino.  Así  no  debemos  estraúar  que  Aristóteles,  dictando  reglas  de  poeaia  dal- 
mática á  su  nación  y  á  su  siglo,  insertase  como  cánones  del  buen  gusto,  al  lado  dahs 
principios  que  tienen  su  or&jen  en  la  naturaleza,  las  prácticas  y  costnmbrea  dalisBlm 
de  Atenas;  ni  que  Horacio  reprodii^ese  una  parttf  de  ellas  en  su  epístola  á  loa  Fk 
pues  nadie  ignora  aue  la  literatura  romana  fué  imitación  ó  copia  de  la  griega;  y 
por  otra  parte  la  relijion  y  la  vida  civil  eran  las  mismas  eo  ambas  nacionea,  debaui 
lo  también  los  espectáculos  dramáticos. 

Hemos  dicho  y  probado  que  la  escuela  actual  del  romanticismo  dramátio6tlaMpsr 
objeto  describir  el  hombre  fisiolójico  de  Sófocles  y  de  Eurípides.  Si  su  objeto  eaa|     ~ 
que  el  del  teatro  griego,  no  sabemos  que  pueda  haber  razón  para  abjurar 
antiguas,  sino  la  Gilta  absoluta  de  genio  en  los  dramaturgos  actuales. 

En  efecto,  estos  tienen  sobre  los  poetas  griegos  una  ventaja  preciosa,  y 
desterrado  el  coro  de  la  trajedia  moderna.  Pueden,  pues,  desenvolver  con  maanaidilBd 
la  acción,  describir  con  mas  exactitud  los  caracteres.  ¿Qué  necesidad  tienen.  daqMMiÉ» 
tar  las  tres  unidades?  ¿No  basta  una  sola  fábula,  un  solo  lugar,  un  tiempo  no  InlanHfr* 
pido  para  desenvolver  un  carácter  de  los  que  ahora  se  presentan  en  escena?  BarA  des- 
cribir un  adúltero,  una  prostituida,  un  ministro  infamoi  una  princesa  digna  dftlaila^ 
ca;  para  pintar  esos  monstruos,  esas  pasiones  desenfrenadas,  esa  inmoralidad  riavc 
traposo  alguno  ¿se  necesitan  tantas  licencias?  Cuanto  mas  pronto  se  llegue  d  aidñ 
catástrofe  obligada  de  todos  esos  dramas,  como  en  otro  tiempo  lo  era  el  caaaDñaBlá, 
será  mejor.  ¿Por  qué  no  hacen  lo  que  hacían  los  Sófocles  y  Sénecas  deacribieade  lo 
isismo?  ¿Será  por  ejercer  actos  positivos  de  independencia  y  de  desprecio  al  eóAgo  de 


[55] 
Aristóteles?  No:  ya  dieran  ellos  algo  por  ser  capaces  de  escribir  la  Jaira  ó  la  Ákira. 
No  observan  las  reglas,  porque  carecen  de  talento  dramático.  Si  lo  tuviesen,  no  se  ar- 
redrarian  de  la  estrechez  de  los  preceptos:  al  contrario,  ios  mismos  preceptos,  la  mis- 
nui  dificultad  de  observarlos  les  servirían  de  estímulo  y  de  alas  para  volar.  Ninguno  de 
ios  dramas  de  que  hablamoSf  encierra  tantos  incidentes  como  una  comedia  de  Calderón; 
y  Temos  que  este  poeta,  cuando  quiso  someterse  á  las  reglas,  compuso  con  la  misma 
facilidad  que  en  sus  demás  comedias.  Díganlo  sino,  el  maenro  de  danzar^  y  mas  aun  los 
empeñat  de  sei$  horae^  que  aunque  colocada  eh  todas  las  listas  entre  las  apócrifas  suyas,  es 
en  nuestra  opinión  auténtica:  á  lo  menos  de  Calderón  es  el  estilo  y  el  juego  dra- 
mático. 

Nosotros  estamos  muy  lejos  de  creer  que  las  tres  célebres  unidades  sean  reglas  dic- 
tadla al  drama  por  la  misma  naturaleza..  No  tardaremos  en  manifestar  los  fundamentos 
en  que  nos  apoyamos  para  creerlas  reglas  de  mera  canvencián.  Mas  no  hay  duda  que  per- 
tenecen ala  verosimilitud  material;  y  por  tanto  son  de  tanto  valor  en  la  dramática,  por 
lo  menos  como  la  propiedad  de  las  decoraciones  y  de  los  trajes.  Deben  observarse  hasta 
donde  §eñ  posible,  sin  minuciosa  superstición.  Todo  hombre  de  buen  gusto  tolerará 
pacientemente  su  quebrantamiento,  siempre  ^ue  sea  necesario  para  producir  grandes 
electos  teatrales;  pero  no  permitirá  esa  licenaa  al  autor  que  abuse  de  ella  para  presen- 
tar monstruosidades  en  moral  y  en  literatura. 


DE  LA  OPERA, 

CONSroERADA  COMO  DRAMA, 


jLáL  abate  fiatteux,  en  su  excelente  obra  de  las  hdlas  artes  reducidas  aun  mismo  pri$ic¿piOy 
considera  el  espectáculo  de  la  ópera  como  el  teatro  de  los  triunfos  de  la  imajinacion. 
En  él  se  reúnen,  dice,  los  encantos  de  la  música,  de  la  poesía,  de  la  declamación,  del 
baile,  de  la  pintura,  en  fin,  de  todas  las  artes  imitativas.  Pero  es  forzoso  confesar  que 
esta  reunión  solo  se  gozó  en  Italia  por  algunos  años,  esto  es,  mientras  se  representaron 
en  ella  las  óperas  de  Metastasio.  Después  se  ha  introducido  la  costumbre  de  sacrificar 
la  poesía  á  la  música;  y  el  drama,  es  decir,  la  parte  principal  del  espectáculo  no  es  mas 
que  un  Itdrvlo,  escrito  por  un  poeta  alquilado  y  sometido  á  las  e\ijenciasy  aun  precep- 
tos del  compositor. 

Esto  quiere  decir  en  otros  términos,  que  á  la  ópera  solo  se  va  á  oir  música,  como 
si  se  fuera  á  un  concierto,  y  que  es  muy  lójica  la  nueva  denominación  de  Academia  de 
mtmea  que  se  ha  dado  en  Pans  al  teatro  de  la  ópera  francesa. 

No  sucedia  así  en  Atenas,  donde  bajo  el  nombre  de  tnyedias  se  representaban  ver- 
daderas óperas,  con  declamación  notada,  aunque  mas  sencilla  que  nuestros  modernos 
recitados,  y  con  frecuentes  coros  líricos  en  los  intermedios.  Los  pensamientos  varoniles 
de  Sóibcles  no  se  modificaban  á  voluntad  del  compositor  musical;  ni  se  exijia  de  Eurí- 
pides que  refundiese  sus  versos  para  introducir  en  ellos  palabras  de  cierto  y  determi- 
nado número  de  sílabas,  y  con  acentos  y  desinencias  f^.  El  poeta  escribía  su  obra  y 
el  músico  la  notaba. 

No  tenemos  ideas  bien  exactas  de  la  música  de  los  antiguos:  solo  sabemos,  de  una 
manera  vaga,  qu6  era  sencilla  y  espresiva;  pero  no  tan  rica  y  variada  como  la  actual, 
perfeccionada  por  tantos  y  tan  grandes  maestros.  No  es  estraño,  pues,  que  hallándose 
capaz  de  espresar  cuanto  quiera,  se  le  dé  la  primacía  sobre  el  pensamiento  poético;  por- 
que eDa  también  lo  tiene,  como  todas  las  bellas  artes,  y  su  efecto  es  mas  profundo, 
aunque  no  tan  exacto,  como  el  del  lengunje. 

Establecida,  pues,  la  competencia  entre  d  poeta  y  el  músico,  fué  necesario  separar- 
los. Ni  Hacine  quiso  escribir  versos  para  la  ópera,  ni  Rossini  querrá  emplear  sus  no- 


[56] 

tas  sino  eo  versos  hechos  á  su  gusto,  j  á  propósito  paradeseayolrer  al  peoflamieDlOBB- 
sical  que  tenga  en  la  imajinacion. 

Esto  es  conforme  ¿  la  naturaleza  de  hs  cosas.  Parece  imposible  hacer  oOiaddir  i 
entrambos  artistas  en  un  mismo  orden  de  ideas:  y  mucho  mas  dificil  espretarlis  Usa 
con  dos  instrumentos  tan  diversos  y  sometidos  ¿  reglas  tan  diferentes,  oamo  aon  al  ka- 
guaje  y  el  sonido.  El  entusiasmo  y  la  inspiración  dictarán  al  poeta  palabras  y  finMi, 
indóciles  á  la  armonía  musical;  y  al  músico,  combinaciones  de  sonidos  que  no  pnete 
concertarse  bien  con  el  desenvolvimiento  del  periodo  poético.  Era,  paes,  mmj  di- 
ficil que  se  conviniesen.  El  poeta  se  retiró  al  teatro  dramático,  y  el  compositor  qatlé 
dueño  absoluto  de  la  ópera. 

Pero  los  placeres  del  auditorio  se  han  reducido  á  la  mitad.  Son  muy  rÉmi  !■ 
ocasiones  en  que  se  reúnan  buenos  versos  con  la  música  encantadora  de^BelIU  é 
Donizzetti.  Por  lo  general  la  versificación  está  bien  acentuada,  como  debe  cst|ili 
para  aplicarle  la  música;  pero  es  menester  apartar  la  imijinacion  délos  Teram pa- 
ra no  esponerse  á  perder  el  entusiasmo  que  inspira  el  trabajo  del  ooonpoailor.  S 
este  ha  querido  brillar  solo,  lo  consigue;  pero  entiende  muy  mal  saa  iniBBeaai  f 
los  del  auditorio;  porque  nunca  se  siente  mas  el  hechizo  de  la  música  qve  ' 
se  aplica  á  escelentes  versos ,  y  unen  entrambas  artes  sos  esfuerzos  para  ~ 
sola  ó  idéntica  impresión  en  nuestros  corazones.  Entonces  el  delirio  dd 
llega  á  su  colmo. 

En  efecto,  la  impresión  de  la  música  es ,  como  ya  hemos  dicho,  mas 
y  profunda.  Afectando  á  un  mismo  tiempo  la  imajinacion  y  el  oido,  se  apoden  éi 
alma  y  del  cuerpo:  logra  enternecer,  irritaré  elevar  el  corazón.  Habla  al  alma;  pen 
lo  que  le  dice  es  vago  y  general.  Escita  la  benevolencia,  el  enojo,  las  demás  pasioao; 

Iiero  oculta  el  objetoá  que  se  dirijcn;  porque  su  instrumento  no  alcanza  á  tantoi  Eioei 
o  que  sucede  en  los  conciertos  instrumentales.  El  placer  del  oidp  es  complele:  ^  tt 
la  imajinacion  se  pierde  en  la  vaguedad  de  las  sensaciones.  Es  esto  tan  cierto,  qne  é 
que  asiste  á  estas  academias  no  puede  gozar  por  no  ser  intelijente,  el  placer  de 
las  dificultades  vencidas,  de  la  onjinalidad  de  las  combinaciones  ni  del  mérito  a^ 
.  quitectónico  de  la  composición :  si  tiene  iantasfa  viva  ó  un  corazón  sensible»  inujiai 
en  su  interior  un  drama  improvisado,  á  cuyas  diversas  situaciones  pueda  aeoaaedarii 
la  succesion  de  sonidos  que  está  escuchando.  Si  la  música  es  sencilla  6  |NMlDidl  m 
traslada  á  los  prados  de  Arcadia  ó  á  los  collados  de  Sicilia:  si  es  guerrera  á  los  caaM 
de  batalla  ó  á  una  plaza  en  el  momento  de  asaltarla.  Procura,  en  fin,  jMrsont/Saaraap» 
cer  para  que  sea  mas  completo. 

Pues  eso  es  precisamente  lo  que  hace,  ó  por  lo  menos  debe  hac«r  la  peesia  ea  h 

iMalli 


ópera,  dar  alma  y  existencia  fija  y  determinada  á  los  objetos,  especificar 
nes,  quitarle  á  la  música  su  vaguedad  sin  quitarle  nada  de  su  hechizo,  y  baear  lá  fu* 
presión  tan  cierta  como  es  profunda.  Unida  la  buena  poesía  á  la  música  a^apeiiMCl 
arte  no  solo  del  oido,  sino  también  de  la  intelíjencia:  presenta  mas  exactas  bm  ¡tf^hei 
á  la  ñintasia;  y  ofrece  al  corazón  un  alimento  mas  seguro  y  abundantt?.         •  r  «^ : 

Hemos  dicho  que  es  menester  para  producir  este  efecto  baena  ponía;  peaa.k  -^ 
ha  de  ser  cantada  tiene  caracteres  muy  diferentes  de  la  que  se  consagra  eidarivaiMB- 
té  á  la  lectura.  En  esta  la  riqueza  y  escojimiento  del  lenguaje  poético,  la  «mlUMi^éi 
adornos  y  de  imájenes  oportunas,  y  el  corte  artificioso  y  variado  dé  la  veraidMÜls 
constituyen  gran  parte  de  su  mérito.  En  los  versos  cantados  ha  fie  haber  maail 
dad  en  cuanto  á  los  ornamentos,  mas  sencillez  en  la  frase,  mas  fluidez  en  la' 
Es  menester  que  los  versos  se  canten  por  si  mismos.  .  m  r,f 

Acaso  lo  que  ha  disgustado  á  los  compositores  de  música,  del  auxilio  de  aa' 
mana,  ha  sido  encontrar  con  poetas,  no  solo  sin  ninguna  intelijencia  en  la  mAaieÉf  b- 
no  también  ignorantes  de  las  modificaciones  que  deben  hacerse  á  la  espresloa  iMMlIki 
en  este  caso.  Los  versos  deben  tener  colocados  los  acentos  con  igualdad:  nóee  síiidiMí 
las  transposiciones  muy  atrevidas,  ni  los  arcaísmos  que  no  sean  muy  usadoaen^eeilk 
Es  menester  evitar  las  voces  duras  y  de  áspera  pronunciación:  las  fílnslnfas  itaiiintM. 
los  cortes  que  interrumpan  la  armonía,  y  las  contracciones  desacostumbradas  de*' 
les.  Se  ve,  pues,  que  es  mas  dificil  escribir  buenos  versos  para  ser  pneslúa 
tjue  escribir  nna  escelente  oda.  Dénsele  á  un  compositor  para  qne  los  note,  ñnoi  vsr» 


[57] 

SOS  en  el  guslo  de  los  de  Herrera,  y  por  mas  bellos  que  sean,  por  mas  semejantes  á  su  in- 
signe modelo,  será  la  empresa  imposible. 

Nadie  ba  conocido  esta  especie  de  versiGcacion  mejor  que  Melastasio.  Es  indefini- 
ble el  becbizo  de  sus  versos.  Su  frase  siempre  sencilla,  siempre  pura,  nada  deja  que 
desear  ni  al  ánimo  ni  al  oído.  Goza  de  la  facilidad  dificulíosa  que  tanto  y  tan  justa- 
mente elojió  Argcnsola.  Era  tan  nimio  en  la  elección  de  las  palabras,  que  según  se  di- 
ce, tenía  formado  un  diccionario  délas  voces,  que  habia  de  emplear  en  sus  composicio- 
nes, y  jamas  le  fué  infiel.  V  no  por  eso  descuidó  los  adornos  poéticos  que  su  género  per- 
mitía. Sus  poesías  están  enriquecidas  de  imájenes,  ya  risueñas,  ya  terribles,  ya  melancó- 
licas: pinta  como  nadie  el  derretimiento  de  un  corazón  enamorado,  el  fervor  de  los  ce- 
los, lassospecbas  de  la  ambición  y  de  la  tiranía,  la  serenidad  del  corazón  virtuoso  que 
locha  con  el  infortunio.  Si  á  esto  se  agrega  que  jamas  Calta  á  sus  óperas  el  interés  dra- 
mático de  la  acción  y  de  las  situaciones,  no  será  mucho  decir  que  es  entre  todos  los 
poetas  el  único  que  ha  sabido  versificar  para  la  música. 

Creemos  ^ue  no  es  posible  la  reconciliación  entre  las  dos  artes,  sin  que  cada  uno 
de  los  dos  artistas  conozca  hasta  cierto  punto  la  profesión  del  otro;  porque  solo  asi  se 
conseguirá  que  no  se  opongan  mutuamente  dificultades  y  tropiezos.  El  poeta,  cono- 
ciendo el  carácter  particular  del  músico,  escribirá  dramas  que  se  adapten  á  él  y  ver- 
sos que  se  acomoden  bien  á  la  frase.«iilsica,  y  el  músico  sabrá  exijir  de  su  compa- 
ñero los  sacrificios  que  permita  la  poesía.  Si  se  preguntase  de  quién  debia  ser  el  pen- 
samiento principal  y  dominante  del  drama,  responderíamos  que  del  músico.  Este  dic- 
taría las  pasiones  que  deben  dominar  en  la  composición:  un  buen  poeta  no  tendría  di- 
ficultad en  crear  las  situaciones  y  los  versos.  Solamente  da  este  modo  podría  llegar  la 
ópera  al  mayor  grado  de  perfección. 


DE  LA  MORAL  DRAMÁTICA. 


artículo  i. 

fjS  una  idea  harto  vulgarizada  la  de  oueel  teatro  es  la  escuela  de  las  costumbres;  .que 
la  comedia,  jugando  y  riendo,  corríje  los  defectos  morales;  que  la  representación  de 
los  sentimientos  humanos  purifica  los  de  los  espectadores.  Pero  no  es  menos  común  en- 
tre las  personas  de  moral  mas  severa,  considerar  la  escena  como  corruptora  de  las  cos- 
tumbres, como  una  diversión  cuando  menos  peligrosísima,  inventada  por  la  ociosidad 
para  tender  lazos  á  la  inesporiencia.  Y  no  se  crea  que  esta  opinión  es  esclusiva  de  los 
que  profesan  el  ascetismo  cristiano:  el  célebre  Juan  Jacobo  Rousseau  la  sostuvo  con  su- 
ma habilidad,  y  aun  con  cierta  apariencia  de  victoria,  contra  un  hombre  tau  sabio  \ 
elocuente  como  Dalembcrt . 

Dictámenes  tan  encontrados  y  con  tan  buena  fé  defendidos  por  varones  insignes  en 
literatura  y  en  filosofia,  merecen  ser  examinados  detenidamente.  Si  es  posible,  procu- 
raremos esplicar  el  principio  vital  de  cada  uno  de  los  dos  sistemas. 

¿Qué  fué  el  drama  en  su  oríjen;  qué  es  en  su  esencia?  La  representación  de  accio- 
nes y  sentimientos  humanos:  la  imitación  de  nuestras  pasiones,  ideas  y  costumbres.  Esto 
es  y  nada  mas.  Ni  entre  los  griegos  y  romanos,  ni  en  la  edad  media,  ni  en  ninguna 
nación  de  la  Europa  moderna  se  ha  creido  que  se  asistiese  al  teatro  para  recibir  una 
instrucción  moral,  sino  para  complacer  la  fantasía  con  aquella  imitación.  ¿Está  bien 
hecha?  salimos  complacidos.  ¿No  lo  está?  Sentimos  un  disgusto  semejante  al  que  espe- 
rimentamos  al  oir  una  música  discordante  ó  al  ver  un  cuadro  mal  pintado.  En  una  pa- 
labra, buscamos  en  la  escena,  como  en  todas  las  composiciones  de  las  bellas  artes,  ori- 
jinalidad,  belleza,  gracias  de  estilo  y  de  espresion. 

Ninguno  de  los  antiguos  preceptores  de  poética  ba  mirado  el  teatro  como  censor  de 

8 


148] 
y  de  los  afectos,  debe  convertir  las  ideas  en  iniájenes,  y  acercarlas  cuanto  sea  posible 
H  los  sentidos. 

Pero  siempre  ha  de  haber  un  fin  determinado  para  el  cual  sean  útiles  las  descríp- 
riones.  £1  poema  descriptivo  solo  fué  cultivado  hacia  mediados  del  siglo  último;  pues 
aunque  se  encuentran  algunas  composiciones  de  esta  especie  en  nnestros  poetas  del  si- 
glo XVI,  como  la  descripción  de  Aranjuez  por  Argensola,  y  la  del  incendio  de  Granada 
por  Espinel:  la  primera  puede  considerarse  como  un  elojio  del  rey  que  hito  formar 
aquel  sitio,  y  la  segunda  como  un  trozo  de  narración  épica. 

En  la  pintura  es  conocido  el  género  de  los  paisajes,  puramente  descriptivo;  pero 
esta  divina  arte,  que  habla  inmediatamente  á  los  ojos,  llena  su  objeto  aunque  no  haga 
nuis  que  presentar  la  naturaleza  visible,  si  la  presenta  con  verdad  y  esooJimienlD.  Fi- 
rece  que  de  la  poesía  se  exije  algo  mas.  £1  lenguaje  oo  puede  llegar  nunca  i  la  exacti- 
tud del  pincel;  pero  puede  pintar  mas  cosas  que  él:  puede  describir  con  masperfemN 
las  ideas  y  los  sentimientos:  sentimientos  é  ideas  se  piden  al  poeta,  al  mismo  tieo^M 
que  imájenes.  Aun  entre  los  paisajes  se  ven  con  mas  placer  en  igualdad  de  mérito  artíi* 
tico,  aquellos  en  que  las  figuras  humanas  sirven  de  centro  ál  cuadro,  y  como  qne  ma- 
nifiestan que  toda  la  naturaleza  ha  sido  criada  para  servir  de  adorno  ó  de  pábulo  al 
sentimiento  y  á  la  intelijencia. 

Sin  embargo,  no  se  crea  por  lo  que  hemos  dicho  que  despredamos  el  género  dei- 
criptívo.  Las  e$iacione$  de  Thompson  y  las  de  Saint  Lambert  vivirán  tanto  como  kv 
idiomas  en  que  se  han  escrito.  Solo  hemos  querido  notar  el  inconveniente  de  esta  dasp 
de  poesía.  Por  bellos  que  sean  los  cuadros,  causan  al  fin  tedio  y  disgusto,  si  sonmadMi 
y  de  objetos  muy  minuciosos,  como  sucedo  tal  vez  á  Thompson,  y  no  se  procara  que 
intervenga  en  ellos  el  hombre,  y  que  se  muestren  las  armonías  misteriosas  entre  el  ser 
intelectual  y  sensible»  y  los  demás  seres  que  pueblan  el  mundo:  en  una  palabra,  es  me- 
nester que  el  poema  descriptivo  sea  al  mismo  tiempo  diddeiieo» 

En  efecto,  ¿cuál  es  el  fin  que  puede  proponerse  el  poeta  en  sus  descripciones?  ¿Pre- 
sentar los  objetos  á  la  fantasía  del  lector?  ¿Lucir  la  gala  de  su  elocuciont  la  armonía  de 
sus  versos,  la  buena  elección  de  las  circunstancias  y  de  los  adornos?  Todo  esto  afecta 
agradablemente  la  Gintasía;  pero  el  corazón  y  el  entendimiento  quedan  tranquiloe.  Apa- 
rezca en  el  cuadro  el  hombre,  ó  gozando,  ó  sufriendo  ó  meditapdo:  se  animará  é  inte- 
resará la  descripción.  Llámase  poema  didáctico  el  que  tiene  por  objeto  preaenlar  eo 
una  succesioa  de  cuadros  los  preceptos  de  algún  arte  ó  cienda,  ó  por  lo  menos  cierta 
orden  de  ideas  ligadas  entre  si  por  algún  principio  filosófico.  £1  poema  descriplÍTo  serÉ 
tanto  mas  perfecto  cuanto  con  mas  exactitud  enseñe  las  relaciones  de  la  naturalea  coa 
f;l  hombre. 

Este  género  admite  mucha  variedad;  porque  es  increible  la  fecundidad  prod^iosa 
de  la  imajinacion  humana  cuando  se  emplea  en  la  contemplaciop  del  universo.  Las  mr- 
monias  relijiosas  de  Lamartine,  la  utopia  del  optimismo  de  Pope,  las  profundas  y  me- 
lancólicas reflexiones  de  Young,  muchos  de  los  cánticos  celestiales  del  profeta  de  Sica, 
y  otra  gran  multitud  de  composiciones  poéticas  puede  reducirse  á  la  descripdoa  eoms 
nosotros  la  concebimos,  y  la  hemos  esplícado. 

Las  reglas  peculiares  de  esta  clase  de  poemas  no  son  muy  numerosas.  La  prineipal 
de  todas,  y  que  nunca  debe  olvidarse,  es  no  cebarse  tanto  en  el  placer  de  deaeriUr  mi 
objetos  sensibles,  que  falte  á  los  cuadros  la  vida  y  la  animación.  Para  evitar  esta  jhfcc 
to  basta  á  un  poeta  hábil  introducir  en  sus  cuadn»s  al  hombre,  ó  como  parte  integraa- 
ic  de  ellos,  ó  cuando  no  sea  posible,  como  observador.  Virjilio  anima  asi  á  unadestt 
mas  hermosas  comparaciones. 

In  se^etem  veluti  cum  flamma  furentibus  austris 
Incidit,  aut  rápido  montano  Oumine  torrens 
Sternit  agros,  sternit  sata  laeta  boumque  labores 
Pnccipitesque  trahit  silvas:  stupet  inscius  alto 
Accipiens  sonitum  saxi  de  vértice  pastor. 

(Asi  tal  vez  por  el  furioso  Noto, 

arrebatado  el  fuego  cae  en  las  mieses: 

ó  el  arroyo  crecido  con  las  aguas 


[*9] 

del  monte,  tala  campos  y  sembrados, 
y  arrastra  entero  el  bosque.  Del  deslroio 
sobrecojido,  en  la  elevada  peña 
oye  el  pastor  el  horroroso  estruendo.) 

« 

ajen  del  espectador  puesta  al  fin  del  cuadro,  lo  anima  y  «robellcce.  Otras  ve- 
no en  la  pinliira  del  furor  encadenado,  se  presentan  los  seres  abstractos  bajo 
i  humanos.  Nada  hay  tan  interesante  para  el  hombre  como  el  hombre  mismo. 
;  cuadros  suele  tal  vez  pecarse  por  cscesiva  minuciosidad.  Muratori,  en  la  ex- 
deccion  que  publicó  con  el  titulo  iMla  perfecta  paeHa  italiana^  distingue  doses- 
imájencs,  ctm  los  nombres  de  generalizadas  y  particularizadas, 
primer  nombre  á  aquellas  descripciones  en  Jas  cuales  se  pinta  el  objeto  con  un 
i;  pero  de  tal  naturaleza,  que  él  solo  basta  para  grabarlo  en  la  fantasía.  Cuan- 

0  dice  que  Polifemo  llevaba  por  bastón  un  pino: 

c  Trunca  manum  pinus  regit  et  vestigia  firmat,» 

necesario  que  se  detenga  á  describir  las  dimensiones  de  su  cuerpo:  bastante* 
nprendem'Ts  su  desmesurada  estatura.  Cuando  Horacio  dice  á  Augusto  que  lo^ 
Salgaban  impunemente, 

cNeu  sinas  Medos  equitare  inultos, 
Tdduce,  Caesar,» 

Aester  que  haga  una  larga  descripción  de  los  estragos  que  causaban  en  las 

1  del  imperio  cercanas  al  Eufrates,  ni  de  la  ignominia  que  por  eso  sufría  el 
3mano.  Uno  y  otro  se  perciben  bien  con  solo  la  espresion  pintoresca  equitare 

i  Muratori  im.ijcnes  particularizadas  á  aquellas  en  que  se  describen  menuda- 
i  circunstancias  del  objeto:  de  estas  so  encuentran  A  cada  paso  en  todos  los 

ímeras  son  mas  felices:  anuncian  una  inspiración  roas  profunda,  y  dejan  al 
»lacer  de  formar  él  mismo  todo  el  cuadro  para  el  cual  solo  se  le  había  dado 
:  cree  ent<^nces  participar  del  genio  del  poeta. 

Inundas,  si  han  de  ser  buenas,  necesitan  de  mucho  talento;  porque  es  mcnes- 
ner  lugar,  no  describir  todas  las  circunstancias,  ni  imitar  á  Ovidio,  que  como 
I  Quintilianc»,  nunca  mltc  acabar^  y  describiendo  por  ejemplo,  el  incendio  cau- 
a  impericia  de  Faetón,  no  nos  perdona  ninguna  do  las  constelaciones  que 
con  el  fuego  de  su  carro.  En  segundo  lugar,  deben  elejirse  los  rasgos  que 
resentar  el  objeto  bajo  el  aspecto  que  acomode  mas  al  carácter  de  Ja  com- 
'  al  intento  del  poeta.  Esta  elección  no  es  fácil,  y  es  hija  de  un  gusto  ejercí- 
mejores  modelos  que  conocemos  de  esta  especie  de  imájenes  son  Virjilío  y 
iVirjilio  nunca  se  desmiente,  pero  el  segundo  tal  vez  describe  circunstancias 
á  lo  menos  que  nos  lo  parecen  á  nosotros,  quizá  por  no  conocer  las  cos- 
•  los  personajes  á  que  alude.  En  la  Oda  en  que  describe  el  rapto  de  Europa, 
sude  bien  por  qué  esta  princesa,  quejándose  de  verse  enmedio  do  Jos  mares 
spalda  del  toro  robador,  desea  perecer  entre  las  garras  de  las  fieras  antes 
lustre  BU  hermosura,  y  quiere  alimentar  á  los  tigres  cuando  todavia  es  beJJa: 

c Speciosa  qusre 

pasccre  tigres.  > 

co  se  entiende  por  qué  en  la  Oda  á  Druso  advierte  que  no  ha  querido  averí- 
*ijcn  de  la  costumbre  que  tenian  los  retos  y  los  vindélicos,  vencidos  por 
e,  de  armar  sus  diestras  con  segures  semejantes  á  las  de  las  amazonas.  Siem- 
parecido  esta  advertencia  inútil  un  rasgo  satírico  contra  algún  poeta  ó  autor 
u  tiempo,  que  al  celebrar  la  victoria  de  Druso,  se  habia  estendido  mucho 

7 


[60} 

»obre  el  orfijea  de  aquellas  armas.  Pero  la  Oda,  y  mudio  mas  h  patriótica  j  casi  diti- 
rámbica,  no  es  terreno  á  propósito  para  la  sátira. 

DE  LA  EPOPEYA. 


¿EiS  este  género  tan  contrario  al  espirita  y  al  gusto  del  siglo  actual  como 
alganos?  Tal  es  la  cuestión  que  nos  proponemos  examinar* 

La  litada  de  Homero  apareció  en  Grecia  cuando  la  ciTiliíadon  no  habia  hedió  tais* 
Via  grandes  progresos:  cuando  los  ánimos  aun  no  Tencidos  de  los  placeres  ficticios  is 
la  sociedad  eran  todavia  capaces  de  sentimientos  elerados  y  grandes^  y  de  peneiMr  lai 
nobles  descripciones  del  ciego  de  Smirna»  y  de  complacerse  en  ellas.  El  eapf rito  y  ea- 
rácter  délos  griegos  se  pervirtió;  pero  aun  quedaron  bastantes  centellas  del  fuego  pri- 
mitivo para  entusiasmarse  con  la  lectura  de  aquel  divino  poeta*  Digalo,  si  no,  Amawbo 
el  Grande,  ardiendo  en  el  amor  de  la  gloria  á  solo  el  nombre  de  Aquilea. 

Muchos  siglos,  diversas  creencias»  revoluciones  muy  importantes  ha  esperimmtads 
la  sociedad  desde  el  siglo  de  Homero;  pero  su  obra  ha  sido  constantemente  la  admira- 
ción y  embeleso  de  los  que  han  sido  capaces  de  entenderla,  sin  embargo  deoneya  na- 
die cree  en  sus  dioses,  nadie  se  interesa  por  sus  héroes,  y  á  nadie  importa  el  hado  de 
Troya  ni  la  venganza  árjivai  Para  producir  este  efecto  tan  universal,  tan  grande,  ta 
constante,  no  bastó  que  Homero  hubiese  descrito  cosas  oue  fuesen  agradables  á  sala- 
ción. Su  genio  dominó  toda  la  ostensión  déla  tierra,  toda  lasnccesiondelos  rifloB.PblÉ 
fielmente  la  humanidad;  hé  aqiif  su  mérito;  hé  af|ui  el  orijende  su  gloria  iamareasiUB. 

Vírjilio,  al  contrarío,  escribió  su  Eneida  en  el  siglo  mas  corrompido  de  Roma,  €mtmh 
ya  ni  habia  creencias  ni  costumbres.  Sin  embargo,  agradó  y  mereció  también  laioMir" 
talidad  por  la  pureza  de  la  elocución:  por  la  pintura  de  hombres  no  tan  saocilloB  y  i^ 
roces  como  los  de*  Homero,  sino  mas  conformes  á  los  romanos  de  su  tiempo;'  y  en  fa, 

Iior  los  cuadros  inimitables  que  presenta  de  las  pasiones  humanas.  El  anuir  de  Dids, 
os  lamentos  de  Evandro,  el  episodio  de  Enríalo  y  Niso  serán  leidoa  coa  entnsiaassn  y 
enternecimiento,  mientras  los  afectos  del  amor,  de  la  amistad  y  de  la  paternidad  aossaa 
nombres  vanos  entre  los  mortales.  1^  obra  del  poeta  latino  es  mas  rica  ea  loa  pamte- 
nores;  pero  no  forma  el  admirable  conjunto  de  la  litada. 

Estos  dos  ejemplos  demuestran  de  una  manera  mas  evidente  que  una  buena  apopeys 
podría  ser  leida  con  aplauso  y  placer  en  una  sociedad  como  la  del  si^  actnalvparmai 
dejenerada  j  pervertida  que  se  la  <}uiera  suponer.  Los  ingleses  estínum  todavlaá  ss 
Hilton,  los  Italianos  á  su  Tasso.  Y  si  los  franceses  no  aprecian  la  übnriada  de  YolMm 
no  es  culpa  de  ellos,  sino  de  la  obra  misma,  en  la  cual  se  quedó  iray  inferior  á  aa  la- 
lento  el  célebre  autor  de  la  Jaira. 

Los  portugueses  no  abandonarán  fácilmente  la  cansa  de  Gamoens»  á  pesar  de  ka  d^ 
fectos  de  su  noema;  y  nosotros  mismos  nos  gloríariamos  de  nuestros  Lopes»  EnillBSi 
Balbuenas  y  Ojedas,  si  sus  poemas  estuvieran  escritos  en  su  totalidad  con  la  valasütaj 
perfección  qae  en  algunos  pasajes. 

En  una  palabra,  si  no  se  aplauden  los  poemas  épicos,  es  porqoeaoA  maloi  loa  ns 
tenemos,  y  porcjue  no  hay  nadie  que  se  dedique  á  escribir  nao  bueno.  Esta  ea  dha 
sumamente  dificil  en  su  ejecución :  nadie  la  emprende,  no  porque  no  gustarla,  aiao  poi^ 
que  todos  se  aterran  de  consagrar  su  rída  entera  á  un  trauM^Jo  de  éxito  dudoso  y  cqya 
gloría  no  podria  quizá  gozar  el  autor.  Hay  en  el  dia  demasiada  prisa  en  darse  á  eoaih 
cer  y  en  gozar  el  incienso  de  la  alabanza  para  arrostrar  una  empresa  que  necenuilh 
mente  ha  de  durar  muchos  años. 

La  falta  de  creencias  que  se  nota  en  la  sociedad  es  un  inoonvenieale  qoe  m  abaüi 
mas  de  lo  que  debiera.  En  primer  lugar,  es  fidso  ^ue  exista  esa  bita  en  la  parto  caHaida 
la  sociedad;  y  aunque,  en  segundo  lugar,  la  hubiese,  como  efisctivaiaento  la  Im*^* 
Roma  cuando  escribió  Viijilio,  al  poeta  pertenece  halagar  la  imi^inacioB  con  la 


[51J 
f  j  obligarla  á  aceptar,  annqae  solo  sea  momentáneamente,  los  cuadros  que 
presentarle.  ¿No  leemos  novelas?  ¿No  admitimos  en  ellas,  si  están  bien  es* 
i  las  fábulas,  aunque  sean  de  hechicerías  y  de  májíca?iY  qué  es  una  novela 
meya  escrita  enproM^  con  so  protagonista*  sus  descripciones,  su  moral  j  sus 
Él  Orlando  de  Ariosto  es  al  mismo  tiempo  novela  de  costumbres  y  satírica, 
ico;  y  nadie  lo  ha  esdnido  todavía  de  la  literatura, 
mos,  pues,  imposible  que  exista  un  genio  capaz  de  describir  en  un  cuadro 
nte  estension  una  acción  grande»  interesante,  maravillosa,  caracteres  bien 
s,  costumbres  y  usos  de  una  época  determinada,  y  que  haga  todo  esto  ^n 
y  correcta  versi&cacion.  Lo  que  creemos  muy  dificil  es,  que  aunque  exista 
ipaz  de  emprender  y  de  llevar  á  cabo  esta  obra,  tenga  sin  embargo  la  con- 
os fuerzas,  la  constancia  en  el  trabajo,  y  el  tesón  de  ánimo  necesario  para 
la  su  vida  en  manos  de  la  posteridad.  Estamos  en  un  siglo  positivo,  y  el  alma 
i  calcula,  á  pesar  de  toda  su  poesía,  la  ventaja  de  los  aplausos  actuales  sobre 
a  de  los  que  puede  merecer  á  los  siglos  futuros.  Somos  mas  ambiciosos  que 
la  gloria,  y  decimos  con  el  Diógenes  de  Calderón: 

¿qué  me  importa 

qne  fama  ó  no  lama  tenga, 

SI  un  aliento  de  la  vida 

hoy  calladamente  suena 

mas  que  después  todo  el  mido 

de  sus  trompas  y  sus  lenguas? 

eso  deja  de  ser  cierto: 

»  el  laurel  literario  mas  importante  para  la  gloria  de  una  nación  es  el  de  la 

;  porgue  en  un  cuadro  estenso  y  dilatado  puede  el  poeta  hacer  insigne  mués- 

x>nocimieDtos  de  toda  especie,  y  describir  un  siglo,  una  época  entera  de  la 

i  su  nación. 

B  este  laurel  falta  todavía  en  elParnaso  español.  Tenemos  muchos  poemas  á 

pero  plagados  de  defectos  capitales  en  el  plan,  en  la  dirección  de  la  iabula  y 


>» 


ISO  ninguna  nación  posea  una  historia  mas  «jicaque  la  española,  sus  principa- 
desde  los  principios  de  la  fundación  del  reino  de  Asturias,  están  llenos  de 
No  creeremos  en  el  genio  poético  del  que  pueda  leer  las  nobles  pajinas  en 
la  describa  el  levantamiento  de  Pelayo,  la  conquista  de  Toledo,  la  natalla  de 
en  que  se  jugó  á  un  trance  la  suerte  de  la  cristiandad  de  España,  los  cercos 
Y  de  Granada,  la  conquista  de  Ñapóles  y  el  descubrimiento  del  nuevo  Mundo, 
)  inspirado  y  dispuesto  á  embellecer  con  los  adornos  de  la  poesía  aquellos 
[gloriosos  sucesos. 

:  LAS  FORMAS  DRAMÁTICAS. 


I  de  los  griegos,  que  en  sus  principios  fué  un  acto  relijioso,  conservó  cuan- 
ser  espectáculo,  su  carácter  primitivo;  y  este  fué,  por  decirlo  de  paso,  el 
Lo  de  las  invectivas  de  los  santos  padres  contra  esta  diversión.  Prescindien- 
oDoralidad  constante  de  la  comedia  griega  y  romana:  de  la  desvergüenza  y 
e  los  Sátiros  y  de  la  inmundicia  de  los  Pantomimos  tan  encijicamente  des- 
uvenal,  la  asistencia  á  esta  clase  de  espectáculos,  que  comenzaba  siempre  por 
¡o  á  Baco,  como  en  los  tiempos  primitivos,  era  una  verdadera  profesión  de 
ncoropatible  con  la  creencia  y  los  deberes  del  cristiano, 
aa  comenzó,  pues,  por  himnos  y  cantos  relijiosos,  interrumpido  después  con 
^  rccilacionos  sueltas  de  Homero  ó  de  otros  poetáis,  y  últimamente  con  una 


[52] 
acción  mas  ó  menos  regular,  representada  también  en  verso.  Esta  parto  qoe  loé  la  ac- 
cesoria llegó  á  ser  la  principal;  mas  no  desterró  á  la  otra  enterameoteii  «no  laa^ 
metió.  El  coro  siguió  cantando  en  el  teatro,  y  aun  sus  cantos  eran  reiyiosos  ó  monlii; 
pero  subordinados  al  argumento  y  á  la  acción  principal  del  drama. 

Como  nunca  faltaba  del  teatro,  y  su  gefe,  llamado  también  coro ,  era  nao  da  las» 
terlocutores  de  la  pieza,  era  necesario  que  la  escena  fuese  Qla.  El  espeotácula  teilnl 
de  ios  antiguos  en  su  mayor  perfección,  esto  es,  en  los  tiempos  de  Sófocles  j  de  EaHpi- 
des  era,  pues,  una  ópera,  mezclada  de  representación  y  decanto,  en  la (»ud  Ifdü  hi 
artes,  la  poesía,  la  música,  la  danza,  la  arquitectura,  la  pintura  y  la  esciüUm  desple- 
gaban el  tesoro  de  sus  riquezas. 

De  esta  situación  de  cosas  se  deducen  fácilmente  las  reglas  de  U  draaiá|ieaf» 
ga.  La  escena  era  necesariamente  fija;  pues  el  coro  no  debia  (altar  de  ella,  lie  ■)■  k 
unidad  de  lugar.  Es  verdad  que  este  inconveniente  estaba  compensado  con  la  graade 
ostensión  de  terreno  que  ocupaba  el  teatro,  ostensión  que  permitía  represenlar  áiavih 
ta  de  los  ei^pectadores  muchos  sitios  diversos,  aunque  cercanos  entre  si,  cono  foyéoi 
la  primera  escena  de  la  Electra  de  Sófocles. 

No  variando  la  escena,  no  foltando  nunca  de  ella  algunos  actores,  era 
que  los  sucesos  que  se  representasen  fuesen  seguidos:  de  aqpi  la  unidad  de 

Si  los  sucesos  eran  inmediatos  en  tiempo  entre  si,  era  también  necesario  so  _ 
de  destruir  ci  interés,  que  estos  sucesos  compusiesen  una  cuestión  única:  de  aqu  k 
unidad  de  acción. 

No  bastaba  que  la  acción  fuese  una:  fuá  necesario  que  fuese  muy  sencilla  para  de> 
jar  al  coro  la  parle  que  le  correspondía  tener  en  el  espectáculo.  Y  asi  es  que  coaaéo 
los  romanos  escribieron  comedias  de  acción  complicada;  pues  una  de  Tereodo  se  coa- 
ponía  de  dos  de  Menaodro,  suprimieron  el  coro.  Pero  en  la  trajedia  romana  le  coa- 
servó;  y  por  lo  mismo  no  se  renunció  en  ella  á  Ja  sencillez  de  Sófiíclea  y  de  Ea- 
rípides.  Esta  sencillez  es  la  causa  de  no  introducir  en  la  escena  maa  do  trae  ialv- 
locutores. 

tfífec  quarta  hqui  persona  labórete» 

como  dice  Horacio :  con  tres  personas  y  con  el  coro  estaba  aaficieotanMiila  Uaao 
el  teatro. 

En  fin ,  el  coro  llenaba  los  intermedios.  Por  eso  Horacio  no  permite  á  loü  driBá- 
ticos  latinos  piezas  tan  largas  que  pasen  de  cinco  actos,  ni  tan  cortas  que  no  llqgnaa  i 
este  número,  sin  que  conozcamos  la  razón  filosófica  de  beberse  ^ado  en  A  al  'do  ks 
pausas  de  representación. 

Hemos  examinado  el  orijen  de  las  reglas  de  composición,  dadas  para  d  lentm  en* 
tiguo.  Ninguna  de  ellas  está  tomada  de  la  naturaleza  de  las  cosas,  amo  do  laa:OkQiÉ- 
cias  materiales  de  la  escena  y  áA  espectáculo.  Sin  embargo  fuerza  es  oonfiMari|ne es- 
tas reglas  bastaban  para  la  verosimilitud,  tal  como  la  concibieron  loa  gríegoa»  faei 
no  los  hemos  de  tener  por  tan  necios  que  creyesen  causar  ilusión  con  su  coro  alMifn 
en  escena  y  testigo  de  cuanto  se  meditaba  ó  se  hacia,  ni  con  sus  candonea  y  mofi- 
mientos  periódicos  y  regulares.  En  el  teatro  no  hay  ilusión:  ningún  ^pectadorMo ver- 
dadero lo  que  pasa  en  la  escena:  sin  embargo,  después  que' ha  hecho  oonceaioiMd al- 
tor y  á  los  actores,  no  quiere  que  la  licencia  de  estos  ni  de  aquel  llegue  á  tal  puto, 
que  destruyan  el  placer  y  el  interés  que  él  siente  ya  por  los  sucesos,  ya  por  los  penóos 
jes  representados.  El  placer  de  la  representación  es  semejante  al  que  nos  prodnoe  OM 
novela  leída.  Nace  de  la  simpatía  que  ejercen  en  nosotros  las  ideas  ó  sentimienloiaíí^ 
nos.  Cuando  asistimos  á  la  representación  de  Edipo,  no  solo  no  creemos  qno  (d  i|OM 
es  el  desgraciado  rey  de  Tebas;  pero  ni  aun  creemos  que  haya  existido  esta  TictipH'dBl 
fatalismo.  Ckín  todo  nos  ponemos  en  su  lugar,  para  lo  cual  hacemos  todas  laa  taMdr 
dones  necesarias  por  imposibles  que  sean.  ¿No  temblamos  muchas  veceaconi  *  — ^ 
jinar  que  estamos  al  márjen  de  un  precipicio? 

El  interés,  pues,  que  escita  el  drama,  nace  de  que  nos  sustituimos  al 
como  el  de  una  novela  tiene  el  mismo  orijen.  Cualquier  cosa  que  destruya  oato  impol 
so  simpático,  nos  disgusta,  nos  incomoda.  La  verosimilitud  teatral  no  se  dic^o» 
á  hacer  creibU$  las  cosas  que  se  representan,  sino  á  hacerlas  tn/ersiafilsf.  Por 


6  dan  al  autor  dramático  mucbas  concesiones  contrarias  á  la  verosimilitud:  por  ejem- 
plo, que  César  ó  Alejandro  hablen  en  verso  castellano  ó  francés:  que  una  perspectiva 
[ue  se  nos  presenta  sea  el  foro  de  Roma,  la  plaza  de  Atenas  ó  los  pensiles  de  Babilo- 
lia:  que  un  actor  á  quien  conocemos  de  vista  ó  de  trato  sea  Sócrates  ó  Nerón,  etc.  etc. 
Sn  la  ópera  so  aumenta  mas  el  número  de  concesiones.  Iníeretadnos  y  haced  lo  que  queraix 
•  la  divisa  del  espectador. 

¿Destruyen  este  interés  las  concesiones  que  so  oponen  á  la  verosimilitud  material 
le  la  escena?  No.  Cuando  no  eran  conocidas  las  decoraciones  teatrales:  cuando  una 
aiserable  cortina  era  el  único  medio  de  separación  entre  el  proscenio  y  el  vestuario, 
M  pasajes  verdaderamente  buenos  interesaban  á  los  espectadores.  ¿Y  no  nos  arrancan 
igrímas  las  quejas  de  Andrómaca  ó  de  Lear?  ¿No  nos  estremecemos  al  verso  de  Don 
feudo  en  García  del  Castañar , 

Aquel  et  el  Rey^  Garda  n 

ole  á  la  simple  lectura,  y  sin  ninguno  de  los  medios  de  ilusión  ó  verosimilitud 
Iramática? 

Pero  lo  que  verdaderamente  destruye  el  interés  es  la  falta  de  verosimilitud  moral\ 
islo  es,  que  los  personajes  hagan  lo  que  no  deben  bacer,  atendido  el  carácter  que  se  les 
la  atribuido,  ó  no  hagan  lo  que  deben  hacer  bajo  la  misma  hipótesis;  ó  en  fin  que 
d  hombre  se  represente  en  la  escena  diverso  del  que  concebimos ,  del  que  somos; 
lorque  entonces  se  falsifica  el  principio  de  Terencio,  en  el  cual  se  funda  todo  el  interés 
eatral. 

«Homo  sum;  humani  nihil  á  me  alíenum  puto.  > 
«Hombre  so^:  nada  del  bombre 
puede  serme  mdiferente» 

'ero  si  el  personaje  que  nos  presentan  no  tiene  punto  alguno  de  contacto  con  la  huma- 
lidad  tal  como  la  concebimos,  en  vano  se  cansará  el  actor:  no  nos  interesará,  porque 
lada  de  hombre  (^/itTit/ humani)  veremos  en  él. 

Asentados  estos  principios,  veamos  si  Sófocles  y  Eurípides  tuvieron  bastante  con 
as  formas  del  teatro  griego  y  con  las  concesiones  que  les  hacia  el  auditorio  de  Atenas, 
lara  representar  fielmente  el  hombre  tal  como  era  conocido  en  el  siglo  de  Aristides  y 
le  Périclcs. 

El  hombre  que  conocian  los  griegos  era  puramente  fisíolójico  en  cuanto  á  la  mo- 
al.  Como  aquella  nación  injeniosa  habia  convertido  todas  las  pasiones  en  divinidades, 
nal  podria  exijir  de  los  hombres  que  fuesen  mejores  que  sus  dioses:  mal  podría  con» 
lañaren  la  humanidad  que  cediese  al  poder  del  destino,  ni  al  fatalismo  que  la  reli- 
ion  pagana  preconizaba.  Asi  es  que  en  el  teatro  griego  las  pasiones  caminan  siem- 
bre en  linea  recia^  por  decirlo  asi,  sin  que  detengan  ó  tuerzan  el  paso  por  el  remordi* 
niento  ni  por  la  advertencia  de  ningún  freno  interior. 

Casi  no  habia  en  Grecia  vida  doméstica,  que  tanto  contribuye  á  imprimir  carac» 
eres  individuales  á  las  pasiones  y  á  las  costumbres.  Los  ciudadanos  vivían  en  el  fo- 
o  ;  las  ideas  y  sentimientos,  y  hasta  los  sucesos  y  los  afectos  eran  comunes. 

El  poeta  dramático,  que  debía  describir  una  sociedad  de  esta  especie,  no  podía 
luiUrle  á  las  pasiones  humanas  el  carácter  de  generalidad  que  tenían.  £1  ambicioso, 
i  amante,  el  vengativo,  el  iracundo,  el  virtuoso,  el  patriota,  el  héroe  debian  necesa- 
iameoto  ser  pintados  con  los  r olores  propios  de  su  vicio  ó  de  su  virtud:  mas  no  era 
KMtbIe  introducir  en  el  cuadro  circunstancias  ó  diferencias  individuales;  porque  esas 
iferencias  no  existían  en  la  realidad,  viviendo  todos  ios  ciudadanos  de  una  misma 
Dañera. 

De  aqui  se  infiere  que  las  reglas  del  teatro  griego,  por  mas  estrechas  que  fuesen, 
ran  suficientes  para  las  exijcncias  del  auditorio  y  para  las  necesidades  del  poeta.  No 
Ividemos  que  la  mayor  parte  del  tiempo  del  espectáculo  se  empleaba  en  los  movi- 
lientos  y  cantos  del  coro;  pero  aun  le  quedaba  hueco  al  autor  para  desplegar  su- 
cientemente  cuatro  ó  cinco  caracteres ,  entre  los  cuales  sobresalía  uno  ó  dos;  para 
)raiar  el  nudo  de  una  acción  sencilla,  y  para  conducirla  con  un  corto  número  dein- 
identes  al  desenlace.  Lo  mas  dificil  en  (oda  composición  dramática,  que  es  la  descriy- 


[54] 
cioD  y  unidad  de  los  caracteres,  pedia  hacerse  con  comodidad  en  aqnd  onadra,  por 
mas  reducido  que  fuese;  pues  bastaba  presentarlos  en  dos  ó  treí  oeasioaae  para  fM 
fuesen  conocidos.  Todo  lo  que  había  que  pintar  era  el  hombre  uUrior^  ún  hauAm  ^m 
despedazasen  su  corazón,  sin  particularidades  ni  circunstancias  que  caraetariiMen  «I 
individuo;  en  fin,  sin  esa  infinidad  de  matices  diversos  que  han  introducido  ea  loa  «t 
cios  y  virtudes  de  la  sociedad  humana  el  uso  de  la  vida  doméstica  por  una  partei  ypsr 
otra  la  creencia  de  una  relijion  que  influye  inmediatamente  en  laa  costanbna. 

El  Eéifo  rvy,  de  Sófocles  es  justamente  tenido  por  el  drama  mas  oonqklioado  dri 
teatro  de  Atonas;  y  esadmirable  la  sagacidad  con  que  el  autor  desenvuelve  iwrrnaiTa— 
te  todas  las  partes  del  terrible  misterio  encerrado  en  la  existencia  de  aooel  hdroo^  vfe- 
tima  del  fatalismo.  Pero  obsérvese  que  si  la  intriga  de  la  filbnla  costó  algún  danvab/sl 
tr^ico  griego,  no  puede  decirse  otro  tanto  de  la  invención  de  los  carwidrea.  Edl|pali 
rey,  y  buen  rey;  pero  no  olvida  el  orgullo  de  su  dignidad,  ni  la  irascibilidad  deanesa- 
dicion  en  sus  contestaciones  con  Tiresias  y  Créente;  en  esta  parte  es  idéntico  su  aaiá»' 
ter  al  de  Agamenón  disputando  con  Pirro  en  Uu  Th^onof  de  Séneca,  y  al  del  ref  da& 
rinto  en  la  Medea  del  mismo,  mandando  salir  de  su  estado  á  la  esposa  abandoaada  li 
Jasen.  Medea  y  Clitemnestra  adoran  un  mismo  dios,  que  es  el  de  la  TengaBia;  aolasi 
diferencian  en  los  medios  de  conseguirla.  Hércules  atormentado  por  el  Teoeiio  delGs» 
tauro  Neso,  Ayax  por  el  oprobio  de  su  locura,  y  Filoctétes,  llagado  y  abandonada  m 
Lemnos,  se  quejan  de  la  misma  manera.  En  fin,  Electra,  vengativa  como  an  OMdre,; 
Orestes»  incitado  por  los  mismos  dioses  al  parricidio,  tienen  igual  impetuosidad,  no  di' 
tenida  por  ningún  freno,  para  lograr  su  infausto  proyecto. 

Habia  otro  motivo  mas  para  que  fuese  menos  dificU  la  descripción  de  loa  canc- 
téres,  y  es;  fiue  no  era  lícito  á  los  poetas  alterar  en  la  escena  la  idea  que  los  griegoi 
tenian  formada  de  sus  antiguos  héroes  y  monarcas,  idea  conservada  por  la  tradieioi, 
alimentada  por  la  creencia  gentílica,  que  reconocia  como  deidades  á  muchos  de  aqae- 
Uos  héroes,  y  ligada  con  las  pasiones  políticas  de  las  repúblicas  griegas,  qne  secoooli- 
cian  en  no  ver  mas  que  crímenes  é  infortunios  en  los  palacios  y  en  las  familias  rsalss. 
Asi  el  único  trabajo  del  poeta  era  conducir  la  acción,  escribir  buenos  Tersos  y  coan 
poner  diálogos  naturales  é  interesantes. 

Vemos,  pues,  que  el  teatro  de  la  antigüedad  satisfacía  completamente  las  estah 
cias  del  auditorio  que  asistía  al  espectáculo;  pues  le  presentaba  personijea  ronocilü 
de  su  historia  bajo  el  aspecto  que  mejor  satisfacía  sus  pasiones,  y  en  dios  Toía,  y  vria 
con  placer,  al  hombre,  tal  como  era  entonces,  tal  como  le  importaba  estodiario  y 
conocerlo,  esto  es,  esterior  y  entregado  al  ímpetu  de  sus  pasiones  y  al  imperio  ciags 
del  destino.  Asi  no  debemos  estraúar  que  Aristóteles,  dictando  reglas  de  poeaia  dn* 
mática  á  su  nación  y  á  su  siglo,  insertase  como  cánones  del  buen  gusto,  al  lado  dnhi 
principios  que  tienen  su  oríjen  en  la  naturaleza,  las  prácticas  y  costumbres  détieriio 
de  Atenas;  ni  que  Horacio  reprodi^ese  una  partff  de  ellas  en  su  epístola  á  loa  Fi 
pues  nadie  ignora  que  la  literatura  romana  fué  imitación  ó  copia  de  la  griega;  y 
por  otra  parte  la  relijion  y  la  vida  civil  eran  las  mismas  en  amm  naciones,  debían 
lo  también  los  espectáculos  dramáticos. 

Hemos  dicho  v  probado  que  la  escuela  actual  del  romanticismo  dramátioO  liana  psr 
objeto  describir  el  hombre  fiiiolójico  de  Sófocles  y  de  Eurípides.  Si  so  objeto  es  d 
que  el  del  teatro  griego,  no  sabemos  que  pueda  haber  razón  para  abjurar  las 
antiguas,  sino  la  falta  absoluta  de  genio  en  los  dramaturgos  actuales. 

En  efecto,  estos  tienen  sobre  los  poetas  griegos  una  ventaja  preciosa,  y  es  lijíiiain 
desterrado  el  coro  de  la  trajedia  moderna.  Pueden,  pues,  desenvolver  coa  masaaiJilBi 
la  acción,  describir  con  mas  exactitud  los  caracteres.  ¿Qué  necesidad  tienen  doqnanrai 
tar  las  tres  unidades?  ¿No  basta  una  sola  fábula,  un  solo  lugar,  un  tiempo  no  intamni* 
pido  para  desenvolver  un  carácter  délos  que  ahora  se  presentan  en  escenaT  PM  des- 
cribir un  adúltero,  una  prostituida,  un  ministro  infomoi  una  princesa  digna  dolaJMP- 
ca;  para  pintar  esos  monstruos,  esas  pasiones  desenfrenadas,  esa  inmoralidad  sin-íxÉh 
traposo  alguno  ¿se  necesitan  tantas  licencias?  Cuanto  mas  pronto  se  llegue  d  sokifia, 
catástrofe  obligada  de  todos  esos  dramas,  como  en  otro  tiempo  lo  era  d  caiamiaatá, 
será  mejor.  ¿Por  qué  no  hacen  lo  que  hacían  los  Sófocles  y  Sénecas  describíeado  lo 
mismo?  ¿Será  por  ejercer  actos  positivos  de  independencia  y  de  despredo  d  eódUgo  ds 


[55] 

.ristóteles?  No:  ya  dieran  ellos  algo  por  ser  capaces  de  escribir  la  Jaira  ó  la  Áleira. 
\o  observan  las  reglas,  porque  carecen  de  talento  dramático.  Si  lo  tuviesen,  no  se  ar- 
edrarían  de  la  estrechez  de  los  preceptos:  al  contrarío,  los  mismos  preceptos»  la  mis- 
iia  dificaltad  de  observarlos  les  servirían  de  estimulo  j  de  alas  para  volar.  Ninguno  de 
M  dramas  de  que  hablamos,  encierra  tantos  incidentes  como  una  comedia  de  Calderón; 
'  Temos  que  este  poeta,  cuando  quiso  someterse  á  las  reglas,  compuso  con  la  misma 
ÉMálidad  que  en  sus  demás  comedias.  Díganlo  sino,  el  maestro  de  danzar^  y  mas  aun  lo$ 
mpeñoideieii  hora$j  que  aunque  colocada  eA  todas  las  Ibtas  entre  las  apócrífas  suyas,  es 
«  nuestra  opinión  auténtica:  á  lo  menos  de  Calderón  es  el  estilo  y  el  juego  dra- 
nático. 

Nosotros  estamos  muy  lejos  de  creer  que  las  tres  célebres  unidades  sean  reglas  dic- 
tadas 4d  drama  por  la  misma  naturaleza..  No  tardaremos  en  manifestar  los  fundamentos 
sn  qoenos  apoyamos  para  creerlas  reglas  de  mera  convencum.  Mas  no  hay  duda  que  per* 
teneoenála  verosimilitud  materíal;  y  por  tanto  son  de  tanto  valor  en  la  dramática,  por 
lo  menos  como  la  propiedad  de  las  decoraciones  y  de  los  trajes.  Deben  observarse  hasta 
donde  sea  posible,  sin  minuciosa  superstición.  Todo  hombre  de  buen  gusto  tolerará 
pacientemente  su  quebrantamiento,  siempre  ^ue  sea  necesarío  para  producir  grandes 
^Bctoa  teatrales;  pero  no  permitirá  esa  licencia  al  autor  que  abuse  de  ella  para  presen- 
tar monstruosidades  en  moral  y  en  literatura. 


DE  LA  OPERA, 

CONSIDERADA  COMO  DRAMA 


CiL  abate  fiatteux,  en  su  excelente  obra  de  las  bellas  artes  reducidas  aun  mismo  priticipioy 
considera  el  espectáculo  de  la  ópera  como  el  teatro  de  los  triunfos  de  la  imajinacion. 
En  él  se  reúnen,  dice,  los  encantos  de  la  música,  de  la  poesía,  de  la  declamación,  del 
baile,  de  la  pintura,  en  fin,  de  todas  las  artes  imitativas.  Pero  es  forzoso  confesar  que 
esta  reunión  solo  se  gozó  en  Italia  por  algunos  años,  esto  es,  mientras  se  representaron 
en  ella  las  óperas  de  Metastasio.  Después  se  ha  introducido  la  costumbre  de  sacríScar 
la  poesía  á  la  música:  y  el  drama,  es  decir,  la  parte  príncipal  del  espectáculo  no  es  mas 
que  un  lU^reto^  escrito  por  un  poeta  alquilado  y  sometido  á  las  exijenciasy  aun  precep- 
tos del  compositor. 

Esto  quiere  decir  en  otros  términos,  que  á  la  ópera  solo  se  va  á  oir  música,  como 
si  se  fuera  á  un  concierto,  y  que  es  muy  lójica  la  nueva  denominación  de  Academia  de 
música  que  se  ha  dado  en  París  al  teatro  de  la  ópera  francesa. 

No  sucedía  así  en  Atenas,  donde  bajo  el  nombre  de  trajedias  se  representaban  ver- 
daderas óperas,  con  declamación  notada,  aunq^ue  mas  sencilla  que  nuestros  modernos 
recitados,  y  con  frecuentes  coros  líricos  en  los  intermedios.  Los  pensamientos  varoniles 
de  Sófiocles  no  se  modificaban  á  voluntad  del  compositor  musical;  ni  se  exijia  de  Eurí- 
pides que  refundiese  sus  versos  para  introducir  en  ellos  palabras  de  cierto  y  determi- 
nado número  de  sílabas,  y  con  acentos  y  desinencias  fijas.  El  poeta  escríbia  su  obra  y 
d  múaico  la  notaba. 

No  tenemos  ideas  bien  exactas  de  la  música  de  los  antiguos:  solo  sabemos,  de  una 
manera  vaga,  que  era  sencilla  y  espresiva;  pero  no  tan  ríca  y  variada  como  la  actual, 
perfeccionada  por  tantos  y  tan  grandes  maestros.  Ño  es  estraño,  pues,  que  hallándose 
capaz  de  espresar  cuanto  quiera,  se  le  dé  la  prímacía  sobre  el  pensamiento  poético;  por- 
que ella  también  lo  tiene,  como  todas  las  bellas  artes,  y  su  efecto  es  mas  profundo, 
aunque  no  tan  exacto,  como  el  del  lenguaje. 

Eatablecida,  pues,  la  competencia  entre  el  poeta  y  el  músico,  fué  necesarío  separar- 
los. Ni  Racine  quiso  escribir  versos  para  la  ópera,  ni  Rossini  querrá  emplear  sus  no* 


[56] 
tas  sino  en  versos  hechos  á  su  gusto,  y  á  propósito  para  desenvolver  d  poniamifiDtOBii- 
sical  que  tenga  en  la  imajinacion. 

Esto  es  conforme  á  la  naturaleza  de  las  cosas.  Parece  imposible  hace^  o6ÍMÍdir  á 
entrambos  artistas  en  un  mbmo  orden  de  ideas:  y  mucho  mas  dificil  espretarlM  Usa 
con  dos  instrumentos  tan  diversos  y  sometidos  á  reglas  tan  diferentes,  cmtáo  aoa  alka- 
guaje  y  el  sonido.  El  entusiasmo  y  la  inspiración  dictarán  al  poeta  palabraa  y  fraifli, 
indóciles  á  la  armonía  musical;  y  al  músico,  combinaciones  de  sonidos  que  ao  pafldaa 
concertarse  bien  con  el  desenvolvimiento  del  período  poético.  Era,  poea,  nuiyA- 
ficil  que  se  conviniesen.  El  poeta  se  retiró  al  teatro  dramático,  y  el  compositor  qnaáé 
dueño  absoluto  de  la  ópera. 

Pero  los  placeres  del  auditorio  se  han  reducido  á  la  mitad.  Son  muy  nras  b 
ocasiones  en  que  se  reúnan  buenos  versos  con  la  música  encantadora  de'BeiHiá  é 
Donizzetti.  Por  lo  general  la  versificación  está  bien  acentuada,  como  debe 
para  aplicarle  la  música;  pero  es  menester  apartar  la  im^tnacion  de  los 
ra  no  esponerse  á  perder  el  entusiasmo  que  inspira  el  trabajo  del  oomposilor/81 

este  ha  querido  l^rillar  solo,  lo  consigue;  pero  entiende  muy  mal  sos  intn 

los  del  auditorio;  porque  nunca  se  siente  mas  el  hechizo  de  la  música  qne 
se  aplica  á  escelentes  versos,  y  unen  entrambas  artes  sus  esfuerzos  para  hi 
sola  ó  idéntica  impresión  en  nuestros  corazones.  Entonces  el  delirio  od  edl 
llega  á  su  colmo. 

En  efecto,  la  impresión  de  la  música  es ,  como  ya  hemos  dicho»  mas 
y  profunda.  Afectando  á  un  mismo  tiempo  la  imajinacion  y  el  oido,  se  apodera  dd 
alma  y  del  cuerpo:  logra  enternecer,  irritaré  elevar  el  corazón.  Habla  al  alma;  pero 
lo  que  le  dice  es  vago  y  general.  Escita  la   benevolencia,  el  enojo,  las  demás  pasioMi; 

Íiero  ocultad  objeto á  que  se  dirijen;  porque  su  instrumento  no  alcanza  á  tantOt  Esoei 
o  que  sucede  en  los  conciertos  instrumentales.  El  placer  dol  oidp  es  eompleto:  ^  de 
la  imajinacion  se  pierde  en  la  vaguedad  de  las  sensaciones.  Es  esto'  tan  cierto,  que  d 
que  asiste  á  eslas  academias  no  puede  gozar  por  no  ser  intelijente,  el  placer  de 
las  dificultades  vencidas,  do  la  orijinalidad  de  las  combinaciones  ni  del  mérito  ar- 
.  quitectónico  de  la  composición :  si  tiene  fantasía  viva  ó  un  corazón  sensible,  iaii|jÍM 
en  su  interior  un  drama  improvisado,  á  cuyas  diversas  situaciones  pueda  aooniodans 
la  succesion  de  sonidos  que  está  escuchando.  Si  la  música  es  sencilla  ó  |MMloiri  se 
traslada  á  los  prados  de  Arcadia  ó  á  los  collados  de  Sicilia:  si  es  guerrera  á  los  eanDOS 
de  batalla  ó  á  una  plaza  ene!  momento  de  asaltarla.  Procura,  en  fin^  jMnoN^/faorsn  pb- 
cer  para  que  sea  roas  coropleto. 

Pues  eso  es  precisamente  lo  qne  hace,  ó  por  lo  menos  debe  hacer  la  poesfa-sÉ  h 

^       las  sita 


ópera,  dar  alma  y  existencia  fija  y  determinada  á  los  objetos,  especificar 
nes,  quitarle  á  la  música  su  vaguedad  sin  quitarle  nada  de  su  hechizo,  y  hioér  !■ 
presión  tan  cierta  como  es  profunda.  Unida  la  buena  poesía  á  la  música  s^ttpdáMsl 
arte  no  solo  del  oido,  sino  también  de  la  intelijencia:  presenta  mas  exactas  la^ i '"''^~ 
á  la  fantasía;  y  ofrece  al  corazón  un  alimento  mas  seguro  y  abundantt?.         *  > 

Hemos  dicho  que  es  menester  para  producir  este  efecto  biwna  poeikí;  peM..]i 
ha  de  ser  cantada  tiene  caracteres  muy  diferentes  de  la  que  se  consagra  nsrlnairaifcnn 
té  á  la  lectura.  En  esta  la  riqueza  y  escojímiento  del  lenguaje  poético,  la  nipIt&M^  da 
adornos  y  de  imájenes  oportunas,  y  el  corte  artificioso  y  variado  dé  la  ytrútmkkm 
constituyen  gran  parle  de  su  mérito.  En  los  versos  cantados  ha  de  haber  mas  íUtris^ 
dad  en  cuanto  á  los  ornamentos,  mas  sencillez  en  la  frase,  mas  fluider  en  la  acmisdá; 
Es  menester  que  los  versos  se  canten  por  si  mismos.  .  m  f,:  - 

Acaso  lo  que  ha  disgustado  á  los  compositores  de  mímica,  del  auxilia  de  im^herí» 
mana,  ha  sido  encontrar  con  poetas,  no  solo  sin  ninguna  intelijencia  on  Ut  méáut^  ñ- 
no  también  ignorantes  de  las  modificaciones  que  deben  hacerse  á  la  esprasiott  MMlci 
en  este  caso.  I^os  versos  deben  tener  colocados  los  acentos  con  igualdad:  no  sé  an^SÉ 
las  transposiciones  muy  atrevidas,  ni  los  arcaísmos  que  no  sean  muy  usados  M'VMÜa. 
Es  menester  evitar  las  voces  duras  y  de  áspera  pronunciación:  las  ninnlnfin  'lítaninlB^ 
los  cortes  que  interrumpan  la  armonía,  y  las  contracciones  desacostumbradas  ú^ 
les.  Se  ve,  pues,  que  es  mas  dificil  escribir  buenos  versos  para  ser  puestos  en' 
-que  escribir  una  escelente  oda.  Dénsele  á  un  compositor  para  que  los  note,  unes 


[57] 

sojs  OD  el  gusto  (le  los  de  Herrera,  y  por  mas  bellos  que  sean,  por  mas  semejantes  á  su  in- 
signe modelo,  será  la  empresa  imposible. 

Nadie  ha  conocido  esta  especie  de  versificación  mejor  que  Melastasio.  Es  indefini- 
ble el  hechizo  de  sus  versos.  Su  frase  siempre  sencilla,  siempre  pura,  nada  deja  que 
desear  ni  al  ánimo  ni  al  oido.  Goza  de  la  facilidad  dificultosa  que  tanto  y  tan  justa- 
mente elojió  Argensola.  Era  tan  nimio  en  la  elección  de  las  palabras,  que  según  se  di- 
ce, tenia  formado  un  diccionario  délas  voces,  que  habia  de  emplear  en  sus  composicio- 
nes, y  jamas  le  fué  infiel.  Y  no  poroso  descuidó  los  adornos  poéticos  que  su  género  per- 
mitía. Sus  poesías  están  enriquecidas  de  im^jenes,  ya  risueñas,  ya  terribles,  ya  melancó- 
licas: pinta  como  nadie  el  derretimiento  de  un  corazón  enamorado,  el  fervor  de  los  ce- 
los, las  sospechas  de  la  ambición  y  de  la  tiranía,  la  serenidad  del  corazón  virtuoso  que 
lacha  con  el  infortunio.  Si  á  esto  se  agrega  que  jamas  falta  á  sus  óperas  el  interés  dra- 
mático de  la  acción  y  de  las  situaciones,  no  será  mucho  decir  que  es  entre  todos  los 
poetas  el  único  que  ha  sabido  versificar  para  la  música. 

Creemos  que  no  es  posible  la  reconciliación  entre  las  dos  artes,  sin  que  cada  uno 
de  los  dos  artistas  conozca  hasta  cierto  punto  la  profesión  del  otro;  porque  solo  asi  se 
conseguirá  que  no  se  opongan  mutuamente  diucultades  y  tropiezos.  El  poeta,  cono- 
dendo  el  carácter  particular  del  músico,  escribirá  dramas  que  se  adapten  á  él  y  ver- 
sos que  se  acomoden  bien  á  la  frase  .«iilsica,  y  el  músico  sabrá  exijir  de  su  compa- 
ñero los  sacrificios  que  permita  la  poesia.  Si  se  preguntase  de  quién  debia  ser  el  pen- 
samiento principal  y  dominante  del  drama,  responderíamos  que  del  músico.  Este  dic- 
taría las  pasiones  que  deben  dominar  en  la  composición:  un  buen  poeta  no  tendría  di- 
ficultad en  crear  las  situaciones  y  los  versos.  Solamente  de  este  modo  podría  llegar  la 
ópera  al  mayor  grado  de  perfección. 


DE  LA  MORAL  DRAMÁTICA. 


ARTÍCULO  I. 

JuiS  una  idea  harto  vulgarizada  la  de  aue  el  teatro  es  la  escuela  de  las  costumbres;. que 
la  comedia,  jugando  y  ríendo,  corrijo  los  defectos  morales;  que  la  representación  de 
los  sentimientos  humanos  purifica  los  de  los  espectadores.  Pero  no  es  menos  común  en- 
tre las  personas  de  moral  mas  severa,  considerar  la  escena  como  corruptora  de  las  cos- 
tumbres, como  una  diversión  cuando  menos  peligrosísima,  inventada  por  la  ociosidad 
para  tender  lazos  á  la  inesporíencia.  Y  no  se  crea  que  esta  opinión  es  csclusiva  de  los 
que  profesan  el  ascetismo  cristiano:  el  célebre  Juan  Jacobo  Rousseau  la  sostuvo  con  su- 
ma habilidad,  y  aun  con  cierta  apariencia  de  victoria,  contra  un  hombre  tan  sabio  y 
elocuente  como  Dalembcrt. 

Dictámenes  tan  encontrados  y  con  tan  buena  fé  defendidos  por  varones  insignes  en 
literatura  y  enfilosofia,  merecen  ser  examinados  detenidamente.  Si  es  posible,  procu- 
raremos esplicar  el  principio  vital  de  cada  uno  de  los  dos  sistemas. 

¿Qué  fué  el  drama  en  su  oríjen;  qué  es  en  su  esencia?  La  representación  de  accio- 
nes y  sentimientos  humanos:  la  imitación  de  nuestras  pifiones,  ideas  y  costumbres.  Esto 
es  y  nada  mas.  Ni  entre  los  griegos  y  romanos,  ni  en  la  edad  media,  ni  en  ninguna 
nación  de  la  Europa  moderna  se  ha  crcido  que  se  asistiese  al  teatro  para  recibir  una 
instrucción  moral,  sino  para  complacer  la  fantasía  con  aquella  imitación.  ¿Está  bien 
hecha?  salimos  complacidos.  ¿No  lo  está?  Sentimos  un  disgusto  semejante  al  que  espe- 
rimentamos  al  oir  una  música  discordante  ó  al  ver  un  cuadro  mal  pintado.  En  una  pa- 
labra, buscamos  en  la  escena,  como  en  todas  las  composiciones  de  las  bellas  artes,  ori- 
jinalidad,  belleza,  gracias  de  estilo  y  de  espresion. 

xNinguno  de  los  antiguos  preceptores  de  poética  ha  mirado  el  teatro  como  censor  de 

8 


laft  costatnbres.  Horacio  no  nabla  de  él  sino  como  de  una  divemon  digna  de  hombiff 
sensatos,  y  todas  las  reglas  dramáticas  que  contiena  su  admirable  epístola  á  loa  Pisones, 
las  dednce  de  este  principio:  la  renretmtaeum  debe  producir  ptaeer.  Es  Tardad  que  al  mis- 
mo Horado  debemos  el  axioma  ae  mexdar  lo  úíü  ron  lo  agradare.  Después  daréOMM  sa 
esplicacion,  perqae  esta  mezcla  no  se  opone  á  lo  que  hemos  dicho  acerca  de  la  oabua- 
leza  del  drama« 

Es  rerdad  también  que  Aristóteles  atribuyó  á  la  trajedia  el  aÜBdo  moral  de  fwi^ 
car  la$  pa9ume$  dd  terror  y  te  «ompofton,  pasaje  c|ue  ha  atormentado  mucho  á  ana  éomcB" 
tadores;  pero  de  cualquier  manera  que  lo  espliqoen  siempre  será  al  ijfSwlo,  no  A  oéjm 
déla  representación  dramátioa  entre  los  gríi^s;  pues  se  sabe  iine  este  género, de  po^ 
sia  luyo  su  orljen  en  las  fiestas  de  Baco,  y  que  de  los  diálogos  ínfiMrmes  y  lai  rapaodisi 
cea  que  empezó,  sa  elevó  á  la  altura  que  le  dieron  Sófoclesly  Eurípides.  Y  ea  tan  cíartai 
que  aquella  purifieaeioñ  no  es  esencial  á  la  tragedia,  que  en  nuestros  diaa  su  eiscto  aw- 
nd  BMs  notorio  ó  inmediato  no  es  purgar  nuestros  afectos,  sino  inspiramoa  uá  salwfc- 
fcle  teirer  á  las  pasiones  ezaltadas. 

También  es  cierto  que  los  trl^icos  griegos  procuraron  inocular  en  el  pneblo  él  adía 
á  la  monarquía  y  el  dogma  del  fatalismo.  Pero  estos  senlimientost  poUtieo  el  ■■Ot  y  d 
otro  reUjioso,  estaban  en  el  espíritu  de  los  espectadores,  y  el  poeta  dramátioe 

£uede  sustraerse  al  influjo  de  las  ideas  dondnantes.  Por  la  misma  raioa  ae 
an  en  la  edad  media  los  mükrios^  en  tiempo  de  la  casa  da  Austria  los  eufos 
y  Calderón,  Rojas  y  Alarcon  poblaron  la  escena  española  de  caballerea  y  dansaa»  y  h 
eonyirtieron  en  templo  del  valor,  de  la  honra  y  de  la  hermosura.  Á  cada  nanea « á 
cada  época  se  presentan  en  los  espectáculos  los  oléelos  que  mas  le  agradan. 

En  fin,  no  puede  negarse  que  la  comedia  primitiva  de  los  griegos  tomó  ve- 
tar mas  que  democrático,  y  presentó  de  una  manera  ridicula  y  con  una  censan 
ga  y  mordaz  en  el  teatro  de  Atenas  sus  sabios,  sus  poetas,  sus  [generales  y  sea  nuijíi- 
toldos.  Parece,  pues,  oue  tuve  una  tendencia  política.  Mas  no  era  asi,  Ariüóbnm  j 
sus  imitadores,  poseeoores  del  talento  de  la  sátira^  la  emplearon  de  la  manan  aui 
agradable  á  aauel  pudlo  soberano;  porque  si  á  los  reyes  ¡se  les  lisonjea  con  sus  pr»- 

Eios  elojios,  el  modo  mas  seguro  de  agndar  á  las  democracias  es  degndar  á  los  boa- 
res  que  sobresalen. 
Las  escuelas  de  moral  eran  en  la  antigüedad  griega  y  romana  los  eseriloa  de  las  i- 
lósofos,  el  Pórtico,  la  Academia.  La  política  se  aprendía  en  el  nuncjo  de  loa  eafO- 
cios  y  en  la  historia.  El  teatro  estaba  esclusivamente  dedicado  á  la  diversión.  Asi  as  ^ 
cuando  la  comedia  tuvo  que  renunciar  á  la  sátira  personal  porque  las  leyes  reprimsi 
ron  su  licencia,  apareció  el  dnma  de  Menandro,  escrito,  si  bmes  de  Juagar  am  M 
imitaciones  que  de  él  hizo  Terendo,  meramente  para  halagar  la  imanación  de lap  m 
pectadores  con  las  pinturas  bien  hechas  de  los  amoríos  y  locuras  de  loa  JévenVt  db  hi 
astucias  y  supercherías  de  los  esclavos  para  arrancar  á  los  padres  avaros  algiin  4in#' 
ro'  que  sirviese  á  los  vicios  de  sus  hijos^  y  de  las  costumbres  innobles  de  laa  eaato» 
ñas,  terceros,  parásitos  y  desvergonados.  Tal  vez  se  mezclaba  á  la  descripeii»da>las 
caracteres  alguna  intriga  novelesca,  4;uyo  objeto  era  solo  divertir  é  interesar  *  lea  «^ 
pectadores.  Los  romanos,  que  nada  aftadieroa  al  teatro  griego  sino  la  eompliaaflMín  ét 
la  fábula  cómica,  jamas  consideraban  la  escena  sino  como  una  diversis«.  Aai-ea.^ 
la  dejaban  por  ir  á  los  espectáculos  sangrientos  del  circo,  que  los  divertiáB  rnaa^   - 

Entre  las  naciones  modernas  es  todavía  mas  visible  la  separación  entre  el  iankei 
la  moral.  Esta  se  ensaña  en  los  palpitos  y  en  los  escritos  reujioses  y  filoaófieeat  «r-ea 
la  escena.  El  cristianismo  dedaró  la  guerra  desde  su  nacimiento  á  los  aspealteehM 
trates;  hubo  para  ello  dos  razones  muy  Justas: 

1  .*    Que  dichas  representaciones  comenzaban  y  conduian  con  sacrifidoa  á  Baao, 
yo  altar  estaba  á  un  lado  del  teatro.  > 

3.*    Que  la  mayor  parte  de  las  piezas  que  se  representaban  eran  inmundaa  y 
ñas,  como  puede  verse  en  las  comedias  que  nos  quedan,  y  se  infiere  de  lo  qae 
do  y  Juvenal  dicen  de  los  sátiros  y  las  pantomimas.  El  teatro  moderno  aa  wmAomm 
casto;  pero  ¡cuánto  hay  todavía  que  reformar  en  él  para  que  pueda  ser  tolandde  á-las 
ojos  de  la  virtud! 

El  teatro,  pues»  considerado  en  su  esencia  y  su  objete,  no  se  dirijo  á  enaefiar  lamo- 


[59] 

il  ni  á  rectiGcar  las  coslumbres,  sino  á  proporcionar  á  los  ánimos  un  placer  seme- 
nté, aunque  mas  vivo,  al  que  producen  las  demás  bellas  artes. 

Sin  embargo,  hay  alguna  verdad  en  la  opinión  contraria  á  la  que  hemos  adoptado, 
n  elevar  el  teatro  ú  la  altura  de  una  cátedra  de  moral,  sostenemos  no  solo  que  de- 
s  respetar  la  virtud,  sino  también  inclinar  y  disponer  los  ánimos  á  ella.  No  tardaré- 
.08  ,en  disolver  esta  aparente  contradicción. 

ARTÍCULO  H. 

jS  un  yerro  muy  notable,  en  cualquier  teorfav  tomar  por  principio  los  corolarios,  por 
las  intimamente  unidos  que  estén  los  unos  con  los  otros.  En  materia  de  poesía,  el  prin- 
pio  es  la  belleza:  la  virtud  es  una  consecuencia,  aunque  imprescindible  y  necesaria, 
n  el  teatro  la  moral  es  un  corolario;  el  elemento  principal  la  diversión  y  el  placer.  En 
.  siglo  pasado  se  le  llamó  la  escuela  de  las  costumbres,  quizá  para  impedir  que  los  hom- 
res  concurriesen  á  la  que  lo  es  verdaderamente. 

Mas  no  por  eso  deja  de  ser  la  poesia  dramática  ütil  á  la  virtud.  Si  su  objeto  es  in te- 
nar, eft  imposible  aue  esto  se  logre,  sin  aue  el  resultado  del  drama  sea  favorable  á  los 
itereses  de  la  moral.  La  mayor  parte  de  los  individuos  que  concurren  al  teatro,  perte- 
scen  á  la  sociedad  culta.  ¿Cómo  pueden  recibir  placer  en  las  representaciones  inmorales? 
aunque  quisiésemos  calumniarlos  basta  suponerlos  bastante  corrompidos  para  com- 
íacerseen  la  imitaeioñ  de  la  maldad,  concurren  al  espectáculo  en  compañía  de  sus  mu- 
»res  y  de  sus  hijos:  ¿cómo  es  posible  que  gusten  de  hacerlos  testigos  de  escenas  abomi- 
ibles,  ni  que  se  imbuyan  en  máximas  contrarías  ala  virtud?  Porque,  no  nos  engáñe- 
los: hay  mucha  perversidad  en  el  mundo;  pero  serán  contados  los  padres  y  maridos 
ue  no  procuren  separar  á  sus  hijofi  y  consortes  del  camino  de  la  corrupción,  aunque  tal 
»  se  hallen  ellos  mismos  encenagado!  en  sus  lodazales. 

Por  otra  parte,  es  imposible  que  haya  belleza  moral  sin  virtud,  y  la  belleza  es  el  alma 
el  teatro,  asi  como  lo  es  de  los  demás  géneros  de  poesia,  y  en  cierto  modo,  aun  mas: 
orque  en  el  drama  se  describen  esclusivameate  acciones  y  caracteres  humanos;  y  es 
DDOsible  presentar  el  hombre  á  los  espectadores,  sin  producir  en  ellos  efecto  moral, 
al  es  la  simpatía  que  escita  en  nosotros  todo  lo  que  pertenece  á  nuestra  naturaleza, 
hora  bien,  este  efecto  moral  puede  ser  bueno,  esto  es,  movern«is  á  la  prá<^tica  de  las 
irtodes  dulces  ó  sublimes;  ó  malo,  inclinándonos  á  las  debilidades  vergonzosas,  á  las 
trocidades  violentas.  Fácil  es  de  conocer  el  camino  que  en  esta  parte  señalan  al  autor 
ramático  las  leyes  y  preceptos  de  su  arte.  La  virtud,  pues,  principal  objeto  de  la  mo- 
lí, es  necesaria  también  en  literatura,  señaladamente  en  la  dramática. 

Como  ningún  medio  de  favorecer  las  rectas  inclinaciones  y  de  reprimir  las  malas, 
sbe  parecer  despreciable,  ni  ser  despreciado,  creemos  que  debe  incitarse  á  los  poetas 
ramáticos  á  escribir  con  tal  cuidado  sus  composiciones,  que  resulte  del  placer  mismo 
1  utilidad  moral.  Para  esto  no  necesitan  mas  que  observar  bien  las  reglas  de  su  ar- 
!.  Asi  deben  entenderse  las  reglas  de  Horacio  sobre  la  reunión  de  lo  provechoso  con 
i  agradable.  Este  insigne  lejislador  del  buen  gusto  conocía  muy  bien  que  no  bastan 
8  nbulas  novelescas,  ni  el  buen  estilo  ó  la  versificación  esmerada  para  interesar  vi- 
imente  á  los  espectadores:  apesar  de  estas  dotes,  si  no  hay  resultados  morales  en  los 
ramas  {expertia  fug\%\  disgustarán  á  los  hombres  sensatos  que  gustan  de  estudiar  el 
oinbre  en  las  representaciones  teatrales. 

Un  personaje  de  una  trajedia  de  Eurípides  pronunció  en  la  representación  algunos 

snos  de  su  papel  impíos  y  blasfesmos.  El  pueblo  de  Atenas  se  indignó  contra  el  poe» 

,  que  se  disculpó  suplicando  que  se  esperase  al  fin  del  drama  y  se  vería  castigada  de- 

damente  la  inmoralidad  sacrilega  del  interlocutor.  Este  hecho  prueba  la  necesidad  de 

moral  para  causar  placer  en  el  teatro. 

San  Agustín  refiere  que  representándose  en  Roma  el  Átormenlador  de  $í  mimno  co- 
edia  de  Terencio,  al  pronunciar  uno  de  los  actores  el  célebre  verso  *'  homo  sum,  bu- 
aoi  nihil  á  me  alienum  puto"  (<oy  hombre  y  me  intereia  iodo  lo  que  pertenece  d  la  kurnani" 
(cf)  se  levantaron  á  aplaudirle  todos  los  espectadores,  por  mas  que  fuesen  diferentes 


en  patria  y  en  creencias.  ¿Se  quieren  producir  grandes  efectos  teatrales/  Háblese  al 
corazón  de  los  iiunibres:  despiértense  los  sentimientos  de  la  naturaleza,  siempre  mora- 
les, siempre  Justos,  siempre  infalibles. 

Obsérvese  que  nuestro  insigne  Moratin,  en  las  pocas,  pero  preciosas  composicio- 
nes que  nos  ba  dejado,  ha  procurado  siempre  terminarlas  con  una  situación  moral, 
que  excita  el  enternecimiento  propio  de  los  afectos  benévolos.  Ya  es  una  madre  que 
renuncia  entre  los  brazos  de  sus  hijos  á  la  ridicula  vanidad  por  la  cual  iban  á  ser  io- 
felices:  ya  un  censor  literario  que  socorre  la  indijencia  de  quien  para  cumplir  sus 
obligaciones  domésticas  no  tenia  otro  recurso  que  escribir  mamarrachadas:  ya  un  tío 
que  cede  gimiendo  á  su  sobrino  joven  y  amador  la  hermosura  que  habia  conseguido 
volverle  á  la  edad  de  las  ilusiones.  ¡Cuan  amables  son  estas  situaciones  á  lasalmassen- 
sible^s  y  virtuosas!  Tenga  en  hora  buena  Moliere  la  primacía  de  la  fuerza  cómica;  pero 
los  resultados  morales  del  Terencio  español  son  muy  útiles  y  mas  agradables  que 
Jorge  Dandia  queriéndose  tirar  al  rio,  ó  el  Misántropo,  confirmándose  con  sobrada  n- 
zon  en  su  aborrecimiento  al  género  humano. 

Es  tan  esencial  al  drama  la  espresion  de  los  buenos  sentimientos  moralea^  que  Plan- 
to en  el  prólogo  de  su  comedia  los  Cautitos^  en  la  cual  campean  la  bondad  y  la  terau* 
ra  de  dos  amigos,  dice:  ^  Pocas  comedias  se  ve/i,  en  ios  cuales  se  haganmejores  los  que  ¿tm  ¿N^ 
nos. »  En  efecto,  pocas  hubo  de  esta  calaña  en  el  teatro  de  Uoma;  y  si  se  ha  dededrtodo, 
el  mismo  Planto  no  escribió  otra  cosa  que  se  le  parezca. 

De  cuanto  hemos  dicho  hasta  aqui,  resultan  estas  dos  verdades:  I ."  que  el  objetodel 
teatro  es  agradar  é  interesar  con  la  imitación  de  las  acciones  y  costumbres  humantf: 
¿.'  que  este  agrado  y  este  interés  no  pueden  ser  completos,  si  no  se  escitan  en  la  re* 
presentación  sentimientos  virtuosos,  ya  benévolos,  ya  sublimes. 

£1  teatro  no  es  escuela  de  moral;  pero  contribuye  (ó  á  lo  menos  debe  contribuir) 
á  inspirarnos  amor  á  la  virtud.  Asi  solo,  y  solo  asi,  se  pueden  combinar  las  dos  opinio- 
n'>s  opuestas» 

.No  es  inútil,  como  podria  parecer  á  algunos  esta  discusión;  porque  supongamos 
(fue  un  autor  dramático  preocupado  de  que  en  el  teatro  debe  enseñarse  la  moral^  se  pro- 
pusiese escribir  dramas  con  este  objeto  esclusivo.  Es  imposible  que  produjese  nada 
bueno.  Sentencias,  máximas,  filosofía,  r^lijion,  si  se  quiere,  llenarían  todas  sus  esce- 
nas; y  no  habria  ni  situaciones,  ni  fábula,  ni  aun  verosimilitud.  Escribiría  un  poeoia 
s,*vero  como  aquellos,  que  según  dice  Horacio,  eran  mirados  con  desprecio  por  la  ju- 
ventud romana.  Esta  no  es  una  hipótesis  finjida  á  placer.  Tres  insignes  dramáticos  bao 
incurrido*  en  semejante  error,  y  han  merecido  ser  notados  por  él:  Voltaire,  pugnao^ 
do  por  introducir  en  la  escena  la  filosofía  del  XVIII;  Schillersu  escepticismo  filoisáfico 
y  relijioso,  y  Alfieri  su  aborrecimiento  á  la  monarciuía  y  á  los  monarcas.  Siempre  » 
cometen  defectos,  por  grande  que  sea  el  talento  del  escrítor,  cuando  se  desconoce  H 
objeto  primario  y  esencial  de  la  composición. 

.VRTÍCrLOÍII. 

ijON  vencí  DOS  ya  de  que  la  moral  es  un  elemento  necesarío ,  aunque  no  el  objeto 
esencial  de  la  poesía  dramática,  es  tiempo  de  examinar  de  qué  manera  deberá  intnK 
(lucirse  en  las  diferentes  clases  de  dramas  para  que  produzca  el  mayor  efecto  pasible. 

Dos  son  los  medios  de  que  se  puede  hacer  uso  para  inspirar  el  amor  á  la  Tirtnd^ 
las  máximas  y  los  sentimientos.  £1  primero  se  diríje  á  convencer  el  entendimiento, 
y  es  mas  propio  de  los  escritos  filosóficos  y  ascéticos:  el  segundo  que  domina  princi- 
palmente en  la  oratoria  sagrada  y  en  la  poesía,  es  mas  seguro,  porque  inclina inme^ 
diainmente  la  voluntad. 

No  es  esto  decir  ((ue  no  se  admitían  las  máximas  y  sentencias  morales  en  el  dra<' 
ma;  pero  debe  cuidarse  mucho  de  que  el  interlocutor  no  abandoné  su  carácter  peen- 
liar,  por  revestirse  del  cargo  de  censor  ó  predicador.  Esto  se  evitará  si  en  lugar  de  es* 
presar  el  pensamiento  moral  de  una  manera  genérica  y  propia  de  la  filosofia,  se  in- 
dividfinlizn  y  contrae  ni  mismo  que  hable  ó  á  otro  personaje.  Sírvanos  de  ejemplo  la 


seulencia  ya  ciUda  de  lerencio:  Soy  hombre  y  me  interesa  iodo  lo  que  pertenece  á  la  hu- 
manidad. El  filósofo  hubiera  dicho  generalmente:  al  hombre  debe  interesar  todo  lo  que  per-- 
tencve  d  otro  hombre;  pero  el  personaje  dramático  debió  hacer  mas  individual  la  idea,  y 
así  consiguió,  ademas  de  hacerla  mas  accesible  á  la  imajinacion,  convertirla  en  un  sen- 
timiento virtuoso. 

Pero  los  efectos  morales  del  teatro,  que  resultan  de  los  caracteres  y  de  las  situacio- 
nes, son  los  mas  comunes  y  decisivos. 

Eá  menester  mucho  cuidado  en  la  introducción  de  los  caracteres.  Es  una  regla  que 
DO  se  debe  traspasar,  evitarlos  caracteres  bajos.  I^  vileza;  la  traición,  ia  perfidia,  los 
sentimientos  innobles  no  son  dramáticos.  El  pueblo  mismo,  guiado  por  el  instinto  mo- 
ral de  la  naturaleza,  los  recibe  con  un  murmullo  de  indignación.  Nada  hay  bello  en  la 
alevosía:  nada  ridiculo.  No  escita  risa  lo  que  se  aborrece:  no  escita  interés  de  ninguna 
especie  lo  que  se  desprecia.  Todos  los  efectos  dramáticos  que  pueden  producirse  por 
estos  medios  odiosos,  hubieran  resultado  de  otra  combinación  mejor  meditada  y  mas 
análoga  á  los  sentimientos  comunes  dé  la  humanidad.  ¿De  qué  sirve  el  detestable  Va- 
go en  el  Otflo  de  Shakespeare?  ¿Necesitó  de  las  infernales  sujestiones  de  un  malvado  de 
la  misma  especie  el  engañado  Orosman  para  atravesar  el  seno  de  su  amante? 

A  la  verdad  pueden  y  aun  deben  presentarse  en  la  escena  vicios,  crímenes  y  aun 
atrocidades;  pero  no  los  que  nacen  de  pasiones  viles  y  patibularias ,  sino  de  las  que 
son  nobles,  por  lo  menos  en  su  oríjen,  aunque  se  hagan  culpables  en  su  exaltación. 
Pinte  el  poeta  trájico  con  caracteres  de  fuego  las  consecuencias  infaustas  del  amor,  de 
ia  ambición,  del  orgullo,  de  la  venganza;  afectos  todos  que  suponen  cierta  elevación  de 
alma;  pues  aun  la  venganza,  reprobada  con  razón  por  la  buena  moral,  tiene  su  principio 
en  el  instinto  natural  de  la  justicia.  Castigue  el  poeta  cómico  con  el  azote  de  Talía  la 
avaricia,  el  pedantismo,  la  coquetería  en  cualquiera  de  los  dos  sexos,  al  murmura- 
dor, al  mentiroso,  al  vano  petimetre,  al  locuaz  insufrible,  al  fanfarrón  cobarde.  Estos 
cuadros»  aunque  tan  diversos,  pueden  bien  descritos  mejorar  la  moral  pública:  los  de 
las  grandes  pasiones,  aterrando  al  espectador  con  la  descripción  enérjica  de  sus  tris- 
tes efectos:  los  de  los  vicios  ridículos,  mostrando  su  deformidad  á  los  que  no  quieren 
ser  el  ludibrio  de  sus  semejantes.  Pero  ¿que  utilidad  moral  puede  producir  un  carác- 
ter diabólico  ó  un  alma  vil?  ¿Qué  interés  puede  escitar?  ¿Se  ha  inventado  el  teatro  para 
los  demonios  ó  los  cortabolsas? 

De  aquí  se  infiere  con  cuan  poca  razón  se  han  querido  introducir  en  el  teatro  esos 
caracteres  de  perversidad  exajerada  que  hacen  el  mal  solo  porque  es  mal;  esos  hom- 
bres sometidos  ciegamente  á  una  pasión  que  los  arrastra  sin  sentir  remordimientos  y 
sin  que  so  razón  reclame;  esas  almas  ajiladas  siempre  entre  el  crimen  y  el  suicidio.  Los 
espectadores  han  asistido  con  admiración  de  la  novedad,  pero  sin  interés,  á  esos  cua- 
dros infernales,  por  fortuna  muy  poco  variados.  El  adulterio,  el  incesto,  el  suicidio,  el 
envenenamiento  y  la  horca  se  agotan  pronto;  y  el  género  mas  atroz  es  el  menos  fecun- 
do. ¿Qué  simpatía  puede  haber  entre  los  esfiectadores  habituales  de  los  teatros  y  seme- 
jantes monstruosidades? 

Réstanos  que  tocar  otra  cuestión  sumamente  delicada,  y  es  la  de  la  pasión  amoro- 
Mi  en  el  teatro.  1^  galantería  de  la  edad  media  tomó  posesión  de  la  escena  cuando  re- 
nacieron las  letras,  y  aun  todavía  no  ha  sido  posible  arrojarla  de  ella.  ¿Seria  conve- 
niente su  espulsion? 

Algunos  dicen  que  sí,  fundados  en  que  es  la  que  mas  se  inspira  cuando  se  descri- 
be. Esta  razón  nos  haría  mucha  fuerza,  si  supiésemos  que  basta  no  asistir  al  teatro  pa- 
ra no  sentirla,  ó  á  lo  menos  que  viven  mas  olvidados  de  ella  los  que  no  la  ven  re- 
presentar. 

Sin  embargo,  el  principio  es  cierto;  pero  debe  servir  al  escritor  dramático  para  ale- 
jar de  la  escena  todas  las  afecciones  físicas  del  amor,  y  describir  solo  sus  sensaciones 
morales.  Nosotros  diremos  atrevidamente  que  en  la  trajedia  no  es  perniciosa  su  imi- 
tacioa  si  va  acompañada  de  los  terribles  infortunios  que  produce  el  amor  cuando  es 
ixallado.  En  la  comedia,  propiamente  dicha,  no  es  mas  que  un  episodio,  y  puede  y 
lun  debe  describirse  templado  y  sometido  á  la  razón  y  á  las  conveniencias  sociales. 
Mas  no  será  asi  como  lo  describieron  Lope,  Calderón  y  Moreto:  por  lo  tanto,  sus 
Iramas  no  oran  verdaderas  comedias.  Servían  para  describir  las  costumbres  de  su  si- 


[62] 
glo  y  de  8U  Bacion,  y  en  ellas  entraban  el  honor  y  el  amor  como  dementoa  eseneiain. 
Se  ha  censurado  mucho  á  Calderón  por  haber  descrito  las  arterfu  de  lot  ansanteipan 
verse  y  hablarse.  Nosotros  hemos  leído  á  Calderón  y  hemos  observado  laa  ooaUírams 
actuales,  y  quisiéramos  en  el  interés  de  la  moral  qne  los  sentimientos  que  aiHmaai 
los  jóvenes  de  ambos  sexos,  se  pareciesen  ¿  los  que  describió  aqod  inafmé  poMi. 

El  drama  ha  de  reflejar  necesariamente  lascostumbns  de  la  iociedad;  y  ooma  ■ 
hay,  ni  ha  habido,  ni  habrá  ningún  pueblo  en  el  cual  no  tenga  el  amor  «aégurido  si 
dominio,  tampoco  podrá  nipgun  poeta  dramático  escnsarse  de  describirlo.  TMó  b 
que  puede  exijirse  es  que  se  describa  con  decencia,  acompaftado  de  laa  virtiidet  qae 
lo  embellecen  cuando  es  lejftimo  y  guiado  por  la  razón,  y  sometido  á  la  défcgraBii 
cuando  es  exaltado  y  delirante. 


DE  LAS  FORMAS  DEL  TEATRO  INGLES 

Y  DEL  ESPAÑOL. 


CiXABlIN AREMOS  á  un  mismo  tiempo  la  forma  de  estos  dos  teatros,  porqna 
ron  en  la  misma  época.  Shakespeare  imponía  el  sello  de  su  fjenio  á  la  escena  tirilJÉhl 
al  mismo  tiempo  que  Lope  de  Vega  encantaba  al  pueblo  español  con  sot -pródiMtfilNl 
dramáticas,  que  en  el  fondo  eran  novelas  puestas  en  acción.  Pero  antes  daménsb  «al 
idea  general  del  estado  de  la  literatura  dramática  en  Europa  á  fines  dd  s|glb  XTI. 

Los  principios  de  la  literatura  griega  y  romana  dominaron,  como  éndto  üspiMPiM 
las  academias  y  universidades  en  la  época  del  renacimiento  de  las  letras;  pMñairilSi- 
tro,  el  mas  popular  y  por  consiguiente  el  mas  indócil  al  raciocinio  6  al  niaUmoá^  dsli- 
dos  los  ramos  de  la  literatura,  fiíé  el  que  tardó  mas  en  recibir  la  ley  Mdem-,  Tt 
en  cada  nación  cierto  carácter,  acomodado  al  espíritu  de  los  espectadores  j 
guíente  á  su  orijen  en  la  Europa  bárbara.  Desde  los  siglos  medios  comemarúa  lia  i^ 
presentaciones  relíjiosas  con  el  nombre  de  mti/mM,  y  las  brsas  bofeneseas, 

Eor  los  juglares.  Los  sitios  en  que  se  representaba,  eran  mas  redocidos  qae 
ios  proscenios  de  Atenas  y  Roma.  Un  tablado  y  una  cortina  foeron  al  priaeipii 
el  aparato  de  la  escena.  Suplía  esta  pobreza  la  imajinacion  del  vidgo,  qae  ai 
siosamente  á  los  espectáculos.  Cuando  las  artes  del  diseño  se  perfeoeionaron* 
ron  y  se  multiplicaron  las  decoraciones,  con  las  cnales  se  biso  que  aa  aaismo  li|IM^M> 
presentase  á  la  vista  diferentes  puntos. 

En  Italia  compusieron  los  hombres  instruidos  triy^^  observando  las 'faMü^lirb* 
totélícas.  Pero  estas  composiciones  eran  no  mas  que  para  los  intelijentes:  al  ^aiMacsa* 
curria  con  preferencia  á  las  composiciones  en  que  se  mezclaba  la  represeal>shByii 
música,  á  que  tan  aficionada  ha  sido  en  todos  tiempos  aquella  nación.  •Ea*'~"  k.;...^»*^. 
ron  raices  mas  hondas  las  formas  clásicas,  adoptadas  por  la  corte,  cojo 
minado  siempre  á  toda  la  pociedadde  París. 

En  Inglaterra  fueron  conocidas  estas  formas,  como  lo  praelmB  alf  miOs 
Shakespeare:  mas  no  sabemos  que  antes  de  este  poeta  se  hobiese  preseatadb'rt 
co  ningún  drama  modulado  por  ellas..  El  hecho  es  que  Shakespeare,  creanda 
ingles,  prescindió  altamente  de  dichas  formas  como  si  no  laf  aubiese  üommIUmé 

Este  hombre  extraordinario  conoció  las  exijencias  de  su  nación  y  de  m  "^^^T 
consagró  todo  so  genio  á  satisfocerlas.  La  guerra  de  las  rosas  que  habla 
tado  d  suelo  de  su  patria  en  el  siglo  W,  y  las  disputas  reliyiosas  qoa- 
otra  nueva  revolución,  acostumbraron  los  ánimos  de  los  in^^sses  á  las 
políticas  y  á  las  pasiones  v  pensamientos  enéijicos.  Shakespeare,  colocada 
mas  Moro  v  Cromwell,  mé  digno  intéiprete  de  las  virtudes  de  un  earanm  lasliy  db 
los  delitos  de  la  ambición,  de  las  lides  interiores  del  alma,  despedaada  á  «a 


[63] 
^mpo  por  las  pasiones,  por  los  remordimientos,  por  la  versatilidad  de  lafortona.  Na- 
e  ha  pintado  como  él  la  incertidumbre  de  un  pecho  noble  y  honrado,  cono  el  de 
amlet,  fluctuando  entre  el  deseo  de  una  venganza  justa  y  el  temor  de  una  acción 
roz  y  criminal:  la  lucha  de  un  alma  que  aun  no  ha  perdido  su  inocencia,  como  la  de 
acbeth,  contra  la  ambición  y  el  amor  reunidos:  las  interiores  congojas  de  un  padre 
imo  Lear,  obligado  á  aborrecer  los  seres  mas  caros  á  su  corazón:  en  fin,  la  máscara 
»n  que  un  malvado  como  Ricardo  III  se  vé  precisado  á  cubrir  el  desorden  interior  de 
I  conciencia,  ajitada  por  la  necesidad  de  añadir  á  un  abismo  de  crímenes  otros  nue- 
M  abismos. 

Es  evidente  que  por  grande  que  fiíese  su  genio,  nada  de  esto  hubiera  podido  des- 
ribir,  á  haber  adoptado  en  sus  dramas  las  formas  del  teatro  griego.  ¿Cómo  sometido 
ellas,  hubiera  puesto  á  sus  personajes  en  tantas  y  tan  distintas  situaciones,  dando  en 
ida  una  un  nuevo  retoque  ú  sus  caracteres  que  los  hacen  cada  vez  mas  conocidos  del 
ipectador?  Poraue  no  solo  pinta  Shakespeare  una  pasión ,  pinta  un  hombre,  en  el 
nal  la  pasión  dominante  tiene  un  sello  individual,  que  solo  pertenece  á  aquel  hom- 
re,  y  no  es  común  á  los  demás,  aunque  se  hallen  poseídos  del  mismo  afecto.  Ótelo  es 
bIoso;  pero  «us  celos  son  de  Ótelo,  y  ningún  hombre  los  siente  como  él;  asi  como  nin- 
nn  hombre  se  le  parece  en  la  tranquilidad  irónica  y  terrible  con  que  reconoce  que 
a  dado  moerte  á  un  inocente. 

Nada  de  esto  puede  hacerse  con  las  formas  clásicas.  Ducis,  dotado  de  talento  dra- 
lático  y  de  instrucción,  lo  emprendió;  mas  nada  pudo  conseguir  sino  echar  á  perder  el 
•telo,  el  Macbelh  y  el  liamlet  de  Shakespeare.  En  su  trajedia  del  moro  de  Veneeia  na- 
ie  entiende  por  qué  motivo  Ótelo  sepulta  el  puñal  en  el  seno  de  su  esposa.  Taima  y 
íaiquez,  á  fuerza  de  talento,  llenaron  hasta  cierto  punto  en  la  representación  los  hue- 
M  de  la-trfljedia  francesa,  que  sacrificó  á  la  verosimilitud  material  del  teatro;  y  .á  las 
nidadea  de  lugar  y  tiempo,  la.  verosimilitud  moral,  que  es  la  primera  de  todas.  Es 
nposible  describir  los  gigantes  de  Shakespeare  sino  en  cuadros  amplios  como  los  que 
»te  poeta  elijió. 

Nosotros  no  le  creemos  exento  de  defectos;  pero  ahora  no  tratamos  de  criticar  sus 
bras;  sino  de  demostrar  que  habiéndose  propuesto  describir  al  hombre  que  lucha 
insigo  mismo,  con  los  demás  y  con  la  fortuna,  y  no  al  hombre  del  destino  ó  de  una 
■non  como  los  trájicos  griegos,  se  vio  obligado  á  renunciar  á  las  formas  estrechas 
el  teatro  de  Atenas,  y  á  adoptar  otras  mas  amplias.  Su  auditorio  se  las  concedió; 
Bor  quéY  porque  no  queria  sacrificar  un  espectáculo  (jue  le  agradaba  á  las  unidades  de 
onvencíon,  cuando  Shakespeare  no  faltaba  á  la  principal,  á  la  sola  que  exije  la  natu- 
ileza  del  drama,  que  es  la  unidad  de  interés. 

Shakespeare  es,  entre  los  poetas  dramáticos,  el  primero  que  ha  descrito  al  hombre 
ODIO  le  concibe  la  civilización  cristiana  y  monárquica,  en  lucha  con  sus  pasiones,  des- 
lef  ando  todas  sus  congojas,  todos  sus  placeres  interiores,  aplicando  su  intelijencia  á 
itadiarsey  conocerse  asi  mismo:  ha  sido  el  primero  que  ha  representado  no  al  hom- 
re  de  ona  pasión,  sino  el  do  la  conciencia  entera.  Las  circunstancias  individuales  en 
ue  lo  ha  pintado,  son  tomadas  del  genio  de  su  nación:  profundidad  de  juicio,  ener- 
«  frenética  de  pasiones,  enerjía  noble  de  la  razón,  la  mas  completa  apariencia  de  tran- 
oilidad  en  medio  de  las  mas  terribles  tempestades  del  alma,  y  firmeza  incontrastable 
B  las  resoluciones  ya  para  el  mal,  ya  para  el  bien. 

Adoptó  formas  desconocidas  de  los  antiguos.  Acaso  tal  vez  las  estendió  mas  de  lo 
«casano,  y  cuando  lo  hizo  cometió  un  defecto.  Pero  no  hay  duda  que  le  era  nece- 
via  mas  amplitud  de  cuadro  para  pintar  objetos  mas  grandes. 

Shakespeare  nada  tiene  de  común  con  la  nueva  secta  de  dranuturgos  que  hemos 
aatematizado  en  nuestros  artículos  anteriores,  sino  acaso  las  Armas  dramáticas.  El 
Multado  moral  de  sus  composiciones  es  siempre  bueno:  porque  siempre  resulta  onui- 
Ss  l8  oirlud  y  aborrmbU  d  vicio  y  el  deliio.  No  vemos  en  él  calumniados  ni  envilecidos 
»  reyes  ni  los  sacerdotes,  sino  pintados  con  los  negros  colores  que  les  corresponden, 
» tifanos  y  los  malvados. 

Si  á  las  formas,  mas  amplias  que  las  del  teatro  griego,  qoe  necesitaba  Shakespea- 
%  para  conservar  la  verosimilitud  moral  en  sus  descripciones,  se  quiere  dar  «n  nom- 
re.,  desconocido  al  bardo  británico,  y  al  padre  del  teatro  español  Lope  de  Vega,  no 


[6*] 
tenemos  ninguna  dificultad  en  que  se  les  llame  formas  romániieas^  toaiada  esta  palabrj 
no  en  el  sentido  ridiculo  que  se  le  da  eo  el  dia,  sino  en  el  ümeo  soportaUe  que  puede 
tener,  y  que  ya  hemos  esplicado,  esto  es,  entendiendo  por  romániieo  lo  pertenedeiita  i 
la  literatura  cristiana  y  monárouica,  propia  de  nuestra  civiliíacion  actual. 

Casi  al  mismo  tiempo  que  Shakespeare  daba  al  teatro  de  lu  nación  las  formaB  que  á 
pesar  de  Addison  y  de  otros  partidarios  de  las  unidades  griegas,  ha  oonaervado  haili 
ahora,  resolvía  Lope  de  Vega  en  Empana  una  cuestión  que  había  durado  lodo  el  aiglo  XVI. 

La  cuna  de  nuestro  teatro  fué,  como  en  los  demás  pueblos  de  Europa,  la  rd^fioa  y 
la  alegoría.  Misterios  y  ficciones  alegóricas  fueron  las  primeras  rrprrffnntaritmoi-  Jaai 
de  la  Encina,  dando  el  nombre  de  églogas  á  sus  dramas,  introdujo  loa  paatóraa-ea  d 
teatro;  y  uno  de  ellos  hacia  el  papel  de  Bobo^  que  después,  con  el  nombre  da  p adosan 
fué  en  la  escena  española  un  personaje  tan  esencial  como  el  del  coro  en  el  dranu  de  Alé* 
ñas.  Tal  era  nuestra  poesía  dramáúca  á  principios  del  siglo  XVL 

Torres  Naharro  introdujo  poco  después  fábulas  y  personajes  noveleaopat  iai  .oa 
Juan  de  la  Encina  habia  introducido  pastores.  Lope  de  Rueda,  con  nua  tino  teatnl,  i 
fuerza  cómica,  mejor  déscripcibn  de  los  caracteres,  y  sobre  todo,  man  rfinrrla  riafurlna, 
siguió  el  mismo  rumbo  que  adoptaron  su  amigo  Timoneda,  Virues  y  otroa  ^«ríoa,  eaira 
ellos,  el  inmortal  Cervantes,  que  ciertamente  no  ha  debido  su  celdbridadá  ana 
clones  dramáticas.  En  este  género  de  obras  no  se  liacia  caso  de  las  reglas  avial 
sin  embargo,  el  público  las  veia  representar  con  sumo  placer,  y  satisfiíciaeii  ellaala 
cesidad  de  lances  novelescos  y  de  sucesos  maravillosos,  que  le  ajitaba  ea  aqoeHa 
de  engrandecimiento  para  la  nación. 

Mas  no  por  eso  dejaba  entonces  de  cultivarse  el  drama  clásico.  Los  hombraa  u 
dos  leian  y  estudiaban  con  mucho  ahinco  la  literatura  griega  y  romana.  Dnoa  sedafr 
carón  á  traducir  los  mejores  dramas  da  Roma  y  Atenas:  otros  se  propnaienMi  iaiitaílii 
hasta  en  sus  formas;  y  citaremos  entre  estos  últimos  al  P.  Bermudeit  no  poiqw  s» 
Niie$  sean  dos  trajedias  buenas,  sino  porque  son  las  menos  malas  qno  prodqfo  afwd 
siglo.  El  pueblo  no  gustaba  de  estos  espectáculos:  los  largos  razonamientoa  le  ad«rw* 
cian:  los  coros  no  eran  conformes  á  sus  costumbres:  quena  movimiento,  aedoaf  sace- 
sos;  mientras  mas  imprevistos  y  portentosos,  mejor. 

Tal  era  el  estado  del  teatro  español,  cuando  apareció  Lope  de  Vega,  dotada  da  h 
'^gran  talento  poético,  y  ^ue  habia  adouirida  un  inmenso  caudal  de  eradicion.  Ceas 
hombre  instruido,  conocía  las  reglas  nadas  por  los  antiguos  para  la  oonpoñcioKda  ■ 
drama;  pero  como  autor,  se  veia  obligado  á  complacer  al  público.  Enccrrd,  p«es,  Imfft' 
eepioi  con  seis  llave$t  como  él  mismo  dice  en  su  ÁrUnuBvo  de  haeer  comediáis  yedoptéan 
las  suyas  las  formas  mas  amplias  que  sus  antecesores  habían  ya  puesto  ea  nao.  aUii 
formas  le  eran  tan  necesarias  áél  comoá  Shakespeare. 

La  sociedad,  para  la  cual  escribía  Lope,  era  muy  diferente  déla  queaaistia'á  losdn- 
mas  del  poeta  británico.  A  fines  del  siglo  XVI,  en  que  ambos  florecieron,  eziatiaBCBl» 
gla térra  las  memorias  de  una  guerra  civil  larga  y  sangrienta,  una  revolncioa  raiyiM 
que  estaba  consumándose,  y  los  gérmenes  de  otra  revolución  civil:  cuando  Espala,  hi- 
hiendo  llegado  al  apojeo  de  su  poder  con  la  adquisición  del  Portugal,  tranquila  ea  ii 
interior,  y  respetada  en  el  mundo  político  como  la  primer  potencia,  nada  toiia,  y  M 
puede  decirse  que  nada  deseaba,  aunque  realmente  le  &1taban  muchascoaaayla 
han  no  pocas.  Eran,  pues,  diferentes  el  espíritu,  las  ideas,  los  sentimientoa  deaa 
ciedades,  y  por  consiguiente  sus  exijencias  en  el  teatro;  porque  el  eapect'^' 
siempre  ver  representados  en  el  drama  los  pensamientos  que  dominan  en  ao  i 
por  eso  se  ha  dicho,  y  con  mucha  razón,  que  la  literatura,  princípalmenlela 

Site  es  la  mas  popular,  debe  ser  el  reflejo  de  la  sociedad;  y  ningún  poetn  Anmáin  i^ 
gun  genio  se  ha  olvRlado  de  llenar  esta  condición,  necesaria  para  el  bnen  dslladaM 
composiciones. 

\  a  hemos  visto  que  Shakespeare  dio  á  su  auditorio  el  pábulo  que 


do  en  acción  los  afectos  mas  terribles  del  coraion  humano  y  las  tempesladaB 
Lope  de  Vega  hizo  todo  lo  contrario,  y  describió  el  amor,  el  valor,  ai  honor,  k 

{'  la  constancia  mujeril  ¿n  una  infinidad  de  combinaciones     vm        Shahospearr  p^ 
a  historia  de  su  país  con  un  pincel  teñido  en  sangre :  L      n      >  ei  cuadra  da  inaa- 
clones  novelescas,  dándole  el  ambiente  puro  y  suave  de  su  di     .  Las  flgnrai  dilpM^ 


i 


[65] 
ingles  escitan  el  terror;  las  de  Lope,  señaladamente  las  mujeres,  inspiran  agrado  y  amor 
Cada  uno  escribió  para  su  patria;  y  gu  patria idió  á  cada  uno  el  laurel  que  merecía. 

Pero  aunque  los  caracteres  pintados  en  el  drama  ingles  y  en  el  español  sean  tan  di- 
ferentes, las  formas  son  las  mismas;  porque  tan  imposible  era  á  Lope  describir  en  el  es- 
trecho círculo  de  las  formas  clásicas  sus  amantes  novelescos,  sus  miyeres  capaces  de 
sacrificios,  sus  hombres  valientes  é  id(^latras  del  honor,  como  á  Shakespeare  sus  ambi- 
ciosos, sus  conspiradores,  sus  ingratos  y  sus  malvados.  Lope,  aunque  en  menor  escala, 
pintó  también  las  luchas  de  las  pasiones  con  el  deber,  las  circunstancias  individuales  de 
8US  personajes:  también  tuvo  que  ponerlos  en  varias  y  diferentes  situaciones  para  darlos 
mejor  á  conocer;  en  fin,  representó  el  hombre  interior.  Hubo,  pues,  de  adoptar  también 
las  formas  románticas. 

La  comedia  española  del  siglo  XYII  pertenece,  pues,  al  género  romántico,  como  el 
drama  de  Shakespeare.  Si  hay  alguna  aiferencia  es  que  la  primera,  á  pesar  de  su  es- 
tremada licencia,  es  mas  regular  v'correcta  que  el  segundo  en  el  movimiento  progresivo 
de  la  acción,  en  la  combinación  de  las  escenas  y  en  la  elocución,  generalmente  buena 
en  Lope,  é  insufrible  en  Shakespeare  cuando  no  es  perfecta;  porque  en  este  hombre 
extraordinario  no  hay  medio;  ó  llega  al  ápice  de  la  elocuencia  poética,  ó  cae  en  defectos 
y  bajezas  intolerables. 

El  drama  de  Lope  era  incomparablemente  superior  al  de  todos  sus  antecesores  por 
las  situaciones,  por  los  caracteres,  por  el  estilo,  por  la  versificación,  por  los  efectos  teatra- 
les. No  esestraño,  pues,  que  quedasen  olvidados,  y  que  se  reconociese  á  este  poeta  como 
el  padre  y  monarca  de  la  escena.  El  mismo  Lope,  escribiendo  su  arte  de  hacer  comedias 
para  una  academia  de  hombres  instruidos,  parece  como  avergonzado  de  su  mismo  triun- 
fo. Greia  de  buena  fé  en  las  reglas  de  la  antigüedad;  porque  no  se  hacian  entonces  los 
estudios  de  humanidades  con  la  suficiente  filosofía  para  distinguir  entre  las  reglas  de 

Imra  convención,  y  las  que  no  es  lícito  traspasar,  porque  las  ha  dictado  la  misma  natura- 
eza.  Asi  que  en  dicho  Arte  se  llama  á  sí  mismo  bárbaro,  y  Wanaa  bárbaro,  ignorante  y  ne- 
cio al  vulgo  que  le  aplaudia:  ¿por  qué?  Solamente  porque  había  tenido  el  talento  de  in- 
teresar á  su  nación  sin  las  reglas,  con  las  cuales  se  interesaba  19  siglos  antes  á  los  habi- 
tantes de  una  ciudad  de  (irecia  llamada  Atenas. 

Verdaderamente  seria  digna  de  risa  la  inocencia  de  Lope  de  Vega,  sí  él  mismo  no 
la  hubiese  correjido.  Es  verdad  que  nunca  creyó  haber  hecho  bien  en  abandonar  los 
preceptos,  como  él  los  llamaba;  pero  también  lo  es  que  no  dejó  de  conocer  el  grande  im- 
pulso que  habia  dado  al  teatro.  En  su  composición  á  Claudio,  que  llamó  Égloga  no  se 
sabe  por  qué,  confiesa  su  gran  pecado  de  haber  faltado  á  las  reglas: 

«Del  vulgo  vil  solicité  la  risa 
Siempre  ocupado  en  fábulas  de  amores: 
Asi  grandes  pintores 
Manchan  la  tabla  aprisa: 
Que  quien  el  buen  juicio  deja  aparte. 
Paga  el  estudio  como  entiende  el  arte.* 

Mas  no  por  eso  deja  de  alabar  la  pureza  y  armonía  de  su  lenguaje,  los  caracteres  del 
guerrero,  del  anciano,  del  amante,  del  pastor,  del  villano,  la  alteza  y  elegancia  del  es- 
tilo, y  en  fin  la  forma  que  dio  al  teatro,  y  que  imitaban  los  mismos  que  decían  mal  de 
él.  Nótese  que  esta  composición  es  muy  posterior  al  Arte  de  hacer  comedias;  pues  á 
Qaudio  dice  llevar  ya  hechas  4,500  comedias,  cuando  en  el  citado  Arte  confiesa  sola- 
mente 485. 

Las  formas  que  adoptó  Lope  fueron  imitadas  por  sus  succesores  hasta  mediados  del 
siglo  XVIII,  en  que  feneció  por  inanición  el  teatro  español;  pero  entre  estos  succesores 
se  cuenta  á  Tirso,  á  Calderón,  á  Morete,  á  Rojas  y  á  Luis  de  Alarcon,  que  llevaron  la 
comedia  nacional  al  grado  de  perfección  de  que  era  capaz. 

El  teatro  español  adquirió  tanta  celebridad  en  el  siglo  XMI,  que  las  comedias  de 
Lope,  Calderón,  Rojas  y  Morete  se  representaban  traducidas,  aunque  bajo  las  formas 
clásicas,  en  la  corte  de  Faris.  Diremos  mas:  los  grandes  genios  que  ilustraron  la  escena 
francesa  no  se  desenvolvieron  sino  después  de  haber  recibido  las  inspiraciones  de  nues- 


[66J 

tra  musa  dramática.  El  Cid,  que  fué  la  primer  trajedia  buena  del  fran  GomeOle, 
una  iraitacioD,  y  en  los  mejores  pasajes,  una  traducción  de  las  Moeedaáei  del  mismo  h^ 
roe,  comedia  española  de  Guillen  de  Castro.  Le  MeMenr^  primera  comedia  baena  dd 
teatro  francés,  compuesta  por  el  mismo  Corneille,  es  La  verdad  eogpeehoea  de  nnestro 
Ruiz  de  Alarcon.  Asi  la  chispa  eléctrica,  que  despertó  el  genio  francés,  aletargado  en  el 
lecho  que  le  hablan  mullido  las  formas  clásicas  de  Aristóteles,  salió  de  la  esceai 
española. 

En  efecto,  esta  habia  llegado  en  el  siglo  XVII  á  un  grado  altísimo  de  perÜBeeíoa. 
£1  mismo  Lope,  fundador  de  nuestro  teatro,  habia  mejorado  mucho  la  trabaxoo  de  las 
escenas  y  de  los  incidentes,  como  se  echa  de  ver  en  su  Noche  toleda»a  y  en  la  Ikma  di^ 
creta^  que  mereció  de  parte  de  Moliere  los  honores  de  la  imitación  en  la  escelaole  co- 
media que  intituló  L  ecoU  des  marM,  y  que  tenemos  superiormente  tradacida  por  ane^ 
tro  Moratin. 

Pero  después  de  Lope,  dejando  á  un  lado  á  Montalban  que  todo  lo  ez4}eró,  á  Mi- 
ra de  Mescua,  notable  solo  por  su  elocución,  y  á  Tirso  de  Molina,  superior  en  la  poesli 
de  lenguaje  y  célebre  por  haber  pintado  la  vanidad  mujeril  aun  mejor  que  Loped» 
cribió  la  ternura,  empuñó  Calderón  el  cetro  de  la  escena,  y  la  refundió  enterameBte,  no 
en  sus  formas,  pues  conservó  las  mismas  de  Lope,  sino  en  la  conducta  ymoviBÚaalods 
la  fábula.  Nadie  ha  sabido  mejor  que  él  deducir  de  un  incidente  dado  todaa  sai 
cuencias  naturales,  y  llevarlas  hasta  el  desenlace,  sin  desmentir  la  verosimilibid 
ral:' ninguno  ha  sabido  imprimir  mayor  interés  á  las  situaciones  ni  conservarlo daraato 
toda  la  acción,  apesar  déla  multiplicidad  de  los  lances:  nadie  ha  caraeteriado  nM||ar 
en  diálogos  siempre  animados,  en  lenguaje  siempre  caballeroso,  aunque  alganas  vaca 
incorrecto,  las  ideas  que  queria  imprimir  en  los  ánimos  de  los  espectadoras:  en  fiíf 
escede  á  todos  en  la  descripción  del  mundo,  que  se  propuso  presentar  al  auditorio  » 
pañol:  el  mundo  del  amor,  del  honor,  de  la  valentía,  f dolos  de  los  castéllanoaeo  aqoíl 
siglo  y  en  el  anterior. 

Pueden  contarse  entre  sus  discípulos  mas  sobresalientes  Alarcon,  Morete,  y  Rflfw 
el  primero  notable  por  su  elocución,  mas  correcta  que  la  de  su  maestro,  y  por  liabei^ 
se  acercado  mas  que  ninguno  otro  de  nuestros  dramáticos  al  género  de  Tereedo:  Mo- 
rete, dotado  de  una  gran  fuerza  cómica  y  rival  de  Planto:  Rojas,  el  autor  de  Stmk 
del  Castañar,  y  apesar  de  su  estilo,  frecuentemente  gongorino,  el  mejor  de  nuestroo  poe- 
tas trájicos  después  de  Calderón. 

Decimos  despuM  de  Calderón^  porque  este  insigne  poeta,  tan  noUe*  tan  caballflraoo 
en  la  comedia  urbana,  no  tuvo  quien  se  le  igualase  en  las  situaciones  troicas.  Digab 
sino  la  terrible  escena  entre  Focas  y  Astolfo  en  la  comedia  En  esta  tnda  iodo  es  wM 
y  todo  es  mentira^  que  imitó  con  tanta  maestría  el  fundador  del  teatro  francos:  dlfpdo  d 
esposo  de  Mariene  en  El  tnayor  monstruo  los  edos^  condenado  A  muerte  por  el  amanto 
de  su  mujer:  dígalo  Don  Lope  de  Almeyála,  sepultando  en  el  fuego  *  y  en  el  agua  li 
venganza  que  tomó  de  su  adúltera  esposa  y  del  fementido  mancebo.  Dígalo  en  fin  Se- 
míramis,  pereciendo  herida  en  una  batalla,  y  esclamando: 

¿Qué  quieres,  Menon,  de  mí, 
de  sangre  el  rostro  cubierto? 
¿qué  quieres.  Niño,  el  senüilante 
tan  pálido  y  macilento? 
¿qué  quieres,  Ninias,  que  vienes 
á  aílijirme  triste  y  preso? 
Yo  no  te  saqué  los  ojos: 
yo  no  te  di  aquel  veneno: 
yo,  si  el  reino  te  quité , 
ya  te  restituyo  el  reino. 
Dejadme,  no  me  aflijáis : 
Vengados  estáis;  pues  muero, 
pedazos  del  corazón 
arrancándome  del  pecho. 


[67] 
^míramis,  rodeada  ai  morir  de  caantos  habiao  sido  victimas  de  sas  crímenes ,  nos 
tiliga  á  acordarnos  del  Ricardo  III  de  Shakespeare  en  la  noche  que  antecedió  á  la  ba- 
ila de  Bosworth»  y  si  faera  posible  creer  de  Calderón  qoe  hubiese  imitado  á  nadie  ó 
or  lo  menos  leido  ó  conocido  al  poeta  británico,  se  podria  decir  que  le  habia  robado 
ita  escena.  La  verdad  es  que  el  genio  se  la  sujirió,  como  el  suyo  á  Shakespeare,  y  la 
teralura  está  llena  de  estas  coincidencias,  que  solo  prueban  la  igualdad  de  la  inspi* 
idon  en  dos  poetas  de  igual  temple. 

Debe  observarse  que  nuestros  autores  cómicos  se  acercaron  mucho  en  la  cóme- 
la urbana  á  las  formas  clásicas;  pero  sin  que  se  reconozca  en  ellos  ni  violencia  ni  afec- 
idon,  V  esto  sin  renunciar  tampoco  á  la  multiplicidad  de  los  incidentes;  que  era  tan 
gnidable  al  auditorio  español.  Al  verdadero  genio  no  le  asusta  ninguna  traba.  Ya  he- 
los citado  algunas  comedias  de  Calderón  sometidas  á  las  unidades.  Ahora  citaremos 
íl  desden  can  d  desden  de  Moreto,  que  en  nuestro  juicio  es  la  mejor  composición  que 
usté  en  el  género  urbano  y  que  tan  infelizmente  imitó  Moliere  en  su  Princesa  de  Elide. 
!n  ella  no  se  reconoce  quebrantamiento  de  ninguna  de  las  tres  unidades.  ¿Y  no  las 
emos  observadas  rigorosamente  en  el  5í  de  las  Hifla$  de  Moratin,  pieza  llena  de  mo- 
imiento,  de  situaciones  y  de  interés  dramático?  Que  vengan  luego  á  decirnos  que 
í$  reglas  ahogan  el  genio* 

Pero  en  los  dramas  heroicos  ó  trájicosrara  vez  se  sometieron  á  estas  reglas ,  y  la 
aion  la  hemos  dado  muchas  veces.  El  carácter  de  Sejismundo  en  la  Vida  es  sueño  de 
lalderon,  el  de  Garda  del  Castañar  de  Rojas ,  y  otros  semejantes  no  pueden  desple- 
ane  como  se  debe  ni  darse  á  conocer  como  quiere  verlos  la  sociedad  de  la  Eu- 
opa  moderna,  si  no  seda  mas  amplitud  al  poeta.  En  la  trajedia  francesa  se  puede  pin- 
ir  una  pasión;  pero  cuando  se  quiere  describir  una  figura  como  en  la  Fedra  de  Raci- 
le*  es  menester  renunciar  á  la  fábula  y  reducirla  toda  á  un  solo  retrato. 

El  carácter  del  teatro  español  es  la  riqueza  y  la  orijinalidad.  ¿Quiere  Hoz  y  Mota 
escribir  un  avaro?  no  busca  su  tipo,  como  Moliere,  en  el  teatro  latino  ó  griego,  sino 
ande  un  nuevo  modelo  en  su  Don  Marcos  Gil  de  Almodóvar, 

c  que  inventó  agttar  el  agua.» 

El  teatro  español  descaeció  como  los  demás  ramos  de  nuestra  literatura,  como  el 
loder,  como  la  nación,  á  flnes  del  siglo  XVIL  En  el  XVIII  tuvimos  las  caricaturas  de 
Zamora  y  de  Cañizares,  y  nada  mas.  No  volvieron  á  parecer  dignos  imitadores  de  Lope 
li  de  Calderón.  El  torrente  dramático  se  perdió,  como  el  Rin  entre  arenas.  Luzan  con 
u  poética  nos  inspiró  cl  gusto  de  las  formas  clásicas,  importado  de  Francia,  que  pro- 
lujo algunos  dramas  buenos  entre  muchos  malísimos,  hasta  que  ha  invadido  nuestra 
«cena  el  Romanticismo  actual.  Este  chubasco  pasará  pronto:  asi  á  lo  menos  debe  es- 
terarse so  pena  de  ver  sumeijirseen  una  misma  tumba  la  moral  y  cl  buen  gusto. 

Concluiremos  este  artículo  observando  que  el  romanticismo  de  Shakespeare  y  de 
^Ideron  nada  tiene  de  común  con  el  de  Dumas  y  de  Victor  Hugo. 

DEL  TEATRO  ESPAÑOL. 


)E  ha  dicho  que  el  teatro  de  Lope,  de  Calderón ,  de  Rojas  y  Moreto  no  representó 
a  sociedad  española  del  siglo  XVII,  sino  un  mundo  ideal  que  aquellos  genios  crearon, 
'  que  á  fuerza  de  talento  hicieron  agradable  á  sus  lectores.  Debe  observarse  que  esta 
ensura  está  consignada  en  un  periódico  del  romanticismo  moderno,  escuela  que  cen- 
ara también  en  Moratin  haber  descrito  con  harta  fidelidad  las  costumbres  de  la  época 
n  que  vivió.  Parece,  pues,  que  es  imposible  agradar  á  sus  prosélitos;  pues  ni  les 
lista  la  verdad  ni  la  eiajeracion.  Y  sin  embargo  nada  es  mas  ideal,  nada  mas  exaje- 
ado que  los  monstruos  de  iniquidad  que  presentan  en  sus  dramas,  en  los  cuales  el  hom- 


[58] 

laft  eostatniíres.  Horacio  no  liabla  de  él  gino  como  de  una  diversión  digtt  de  hombreí 
sensatos,  y  todas  las  reglas  dramáticas  que  contiene  su  admirable  epislola  áloe  Pisonei, 
las  deduce  de  este  principio:  la  revretmíaeUm  debe  producir  placar.  Es  verdad  que  aloiis- 
mo  Horado  debemos  el  axioma  de  mexdar  lo  úíü  ron  lo  agradable.  Deanes  darámot  m 
esplícacion,  perqee  esta  meicla  no  se  opone  á  lo  que  hemos  dicho  acerca  de  la  naUm- 
leza  del  drama'. 

Es  Tcrdad  también  que  Aristóteles  atribuyó  á  la  trajedia  el  efecto  moral  de  parifi' 
car  las  pashnéi  dd  terror  y  la  oompoiton^  pasaje  que  ha  atormentado  mucho  á  ■■smnMii 
tadores;  pero  de  cualquier  manera  que  lo  espliquen  siempre  será  el  ij^iiefO^  no  d  éi/m 
déla  representación  dramátíoa  entre  los  griegos;  pues  se  sabe  (|ue  este  géiiero,de  pa^ 
sia  turo  su  orfjen  en  las  fiestas  de  Baco,  y  que  de  los  diálogos  infiMrmes  y  laa  ripeailiw 
cea  que  empeió,  se  elevó  á  la  altura  que  le  dieron  Sófoclefl|y  Eurípides»  Y  ea  tan  cisilst 
que  aquella  pi$rifieacUm  no  es  esencial  á  la  trajedia,  ene  en  nuestros  diaa  so  efacte  m»> 
ral  BUS  notorio  é  inmediato  no  es  purgar  nuestros  afectos,  sino  iaspiraroea  va  aúákh 
fck  teirer  á  las  pasiones  exaltadas. 

También  es  cierto  que  los  trájicos  griegos  procuraron  inocular  ea  elpaeUa  el  adii 
á  la  monarquía  y  el  dogma  del  fiítalismo.  Pero  estos  sentimientos,  pdlilieo  él  «Mt  7^ 
otro  rdi|iosOt  estaban  en  el  espirita  de  los  espectadores,  y  el  poeta  dransátioe 

£uede  sustraerse  al  inflijo  de  las  ideas  dominantes.  Por  la  misnuí  ravMi  se 
an  en  la  edad  media  los  mufvFUM,  en  tiempo  de  la  casa  de  Austria  los  oafos 
y  Calderón,  Rojas  y  Alarcon  poblaron  la  escena  española  de  caballeroa  y  danaa^^^y  k 
convirtieron  en  templo  del  valor,  de  la  honra  y  de  la  hermosura.  Á  eada  qaaioa*,  i 
cada  época  se  presentan  en  los  espectáculos  los  objetos  que  mas  le  agradan. 

fin  fin,  no  puede  negarse  que  la  comedia  primitiva  de  los  griegos  tomó  «a> 
ter  mas  que  democrático,  y  presentó  de  una  manera  ridicula  y  con  una  censara 
ga  y  mordaz  ea  el  teatro  de  Atenas  sus  sabios,  sus  poetas,  sus  {generales  y  aas 
t^dos.  Parece,  pues,  aue  tuve  una  tendencia  p^olitica.  Mas  no  era  asá,  Ariatóbaei  j 
sus  imitadores,  pdseeoores  diel  talento  de  la  sátira,  U  emplearon  de  la  rnaaen  bms 
agradable  á  aauel  pudilo  soberano;  porque  si  á  los  reyes  |se  les  lisonjea  con  sus  pro- 

£ios  elojios,  el  modo  mas  seguro  de  agradar  á  las  democracias  es  degradar  á  los  boa- 
res  que  sobresalen. 
LaiB  escuelas  de  moral  eran  en  la  antigüedad  griega  y  romana  los  eacritoa  de  las  fi- 
lósofos, el  Pórtico,  la  Academia.  La  política  se  aprendía  en  el  manejo  de  los  aso- 
cios y  en  la  historia.  El  teatro  estaba  esclasivamente  dedicado  á  la  diversión.  Asi  as M 
cuando  la  comedia  tuvo  que  renunciar  á  la  sátira  personal  porque  las  leyes  repriami 
ron  su  licencia,  apareció  el  drama  de  Meoandro,  escrito,  si  hemos  de  Juagar  aatjÉi 
imitaciones  que  de  él  biso  Terendo,  meramente  para  halagar  la  imájinaoioa  áaJif  m 
pectadores  con  las  pinturas  bien  hechas  de  los  amoríos  y  locuras  de  los  Jd^uB^^AlM 
astucias  y  supercherías  de  los  esclavos  para  arrancar  á  los  padres  avaros  algqtt4)iaa 
roque  sirviese  á  los  vicios  de  sus  hijos;  y  de  las  eostambres  innobles  da  las  eoÉan^ 
ñas,  terceros,  parásitos  y  desvergoniados.  Tal  vei  se  meiclaba  á  la  dascripoMMSida.lii 
caracteres  alguna  intriga  novelesca,  cuyo  ol^eto  era  solo  divertir  é  interesar  él(iaa^ 
pectadores.  Los  romanos,  que  nada  aiadieroa  d  teatro  griego  sino  la  coai|UÉatiaB*  ds 
la  fábula  cómica,  jamas  consideraban  la  escena  sino  como  una  diversim.  Aaitaa. 
la  dejaban  por  ir  á  los  espectáculos  sangrientos  del  circo,  que  los  divartiáB  aaai 
Entre  las  naciones  modernas  es  todavía  mas  visible  la  separacioB  entre  al 
la  moral.  Esta  se  ensefia  en  les  pulpitos  y  en  los  escritos  reu|}ioaos  y  filoi4fiea% 
la  escena.  El  cristianismo  declaró  la  guerra  desde  su  nacimiento  á  los  aspectiealM 
trales;  hubo  para  ello  dos  razones  muy  justas: 

1  .*    Que  (fichas  representaciones  comenzaban  y  concíuian  con  sacrificios  á 
yo  altar  estaba  á  un  lado  del  teatro. 

2.*    Que  la  OAyor  parte  de  las  piezas  que  se  representaban  eran  inmveidaa  y 
fias,  como  puede  verse  en  las  comedias  que  nos  quedan,  y  se  infiere  de  lo  ^e 
ció  y  luvenal  dicen  de  los  sátiros  y  las  pantomimas.  H  teatro  moderao  i 
casto;  pero  ¡cuánto  hay  todavía  que  reformar  en  él  para  que  pueda  ser  foieraMe  4ifla 
ojos  de  la  viríudt 

El  teatro,  pues,  considerado  ea  su  esencia  y  su  objete,  «o  se  dirijo  á  enseiar  la  mo- 


[59J 
ral  ni  á  rectificar  las  costumbres,  sino  á  proporcionar  á  los  ánimos  un  placer  seme- 
jante, aunque  mas  >ivo,  al  que  producen  las  demás  bellas  artes. 

Sin  embargo,  hay  alguna  verdad  enla  opinión  contraria  á  la  que  hemos  adoptado. 
Sin  elevar  el  teatro  á  la  altura  de  una  cátedra  de  moral,  sostenemos  no  solo  que  de- 
be respetar  la  virtud,  sino  también  inclinar  y  disponer  los  ánimos  á  ella.  No  tardare- 
mos ,en  disolver  esta  aparente  contradicción. 

ARTÍCULO  II. 

fjS  un  yerro  muy  notable»  en  cualquier  teoría,  tomar  por  principio  los  corolarios,  por 
raas  intimamente  unidos  que  estén  los  unos  con  los  otros.  En  materia  de  poesía,  el  prin- 
cipio es  la  belleza:  la  virtud  es  una  consecuencia,  aunque  imprescindible  y  necesaria. 
En  el  teatro  la  moral  es  un  corolario;  el  elemento  principal  la  diversión  y  el  placer.  En 
el  siglo  pasado  se  le  llamó  la  escuela  de  las  costumbres,  quizá  para  impedir  que  los  hom- 
bres concurriesen  á  la  que  lo  es  verdaderamente. 

Mas  no  por  eso  deja  de  ser  la  poesía  dramática  útil  á  la  virtud.  Si  su  objeto  es  inte- 
resar, e%  imposible  oue  esto  se  logre,  sin  une  el  resultado  del  drama  sea  favorable  á  los 
intereses  de  la  moral.  La  mayor  parte  de  los  individuos  que  concurren  al  teatro,  perte- 
necen á  la  sociedad  culta.  ¿Cómo  pueden  recibir  placer  en  las  representaciones  inmorales? 
Y  aunque  quisiésemos  calumniarlos  hasta  suponerlos  bastante  corrompidos  para  com- 
placerse en  la  imitación  de  la  maldad*  concurren  al  espectáculo  en  compíañía  de  sus  mu- 
jeres y  de  sus  hijos:  ¿cómo  es  posible  que  gusten  de  hacerlos  testigos  de  escenas  abomi- 
nables, ni  que  se  imbuyan  en  máximas  contrarias  ala  virtnd?  Porque,  no  nos  engañe- 
mos: hay  mucha  perversidad  en  el  mundo;  pero  serán  contados  los  padres  y  maridos 
que  no  procuren  separar  á  sus  hijof>  y  consortes  del  camino  de  la  corrupción,  aunque  tal 
vez  se  hallen  ellos  mismos  encenagados  en  sos  lodazales. 

Por  otra  parte,  es  imposible  que  haya  belleza  moral  sin  virtud^  y  la  belleza  es  el  alma 
del  teatro,  asf  como  lo  es  de  los  demás  géneros  de  poesía,  y  en  cierto  modO;,  aun  mas: 
porque  en  el  drama  se  describen  esclusivameate  acciones  y  caracteres  humanos;  y  es 
imposible  presentar  el  hombre  á  los  espectadores,  sin  producir  en  ellos  efecto  moral. 
Tal  es  la  simpatía  que  escita  en  nosotros  todo  lo  que  pertenece  á  nuestra  naturaleza. 
Ahora  bien,  este  efecto  moral  puede  ser  bueno,  esto  es,  movernos  á  la  práqtica  de  las 
virtudes  dulces  ó  sublimes;  ó  malo,  inclinándonos  á  las  debilidades  vergonzosas,  á  las 
atrocidades  violentas.  Fácil  es  de  conocer  el  camino  que  en  esta  parte  señalan  al  autor 
dramático  las  leyes  y  preceptos  de  su  arte.  La  virtud,  pues,  principal  objeto  de  la  mo- 
ral, es  necesaria  también  en  literatura,  señaladamente  en  la  dramática. 

Como  ningún  medio  de  favorecer  las  rectas  inclinaciones  y  de  reprimir  las  malas, 
debe  parecer  despreciable,  ni  ser  despreciado,  creemos  que  debe  incitarse  á  los  poetas 
dramáticos  á  escribir  con  tal  cuidado  sus  composiciones,  que  resulte  del  placer  mismo 
la  utilidad  moral.  Para  esto  no  necesitan  mas  que  observar  bien  las  reglas  de  su  ar- 
te. Asi  deben  entenderse  las  reglas  de  Horacio  sobre  la  reunión  de  lo  provechoso  con 
lo  agradable.  Este  insigne  lejislador  del  buen  gusto  conocía  muy  bien  que  no  bastan 
las  ftbulas  novelescas,  ni  el  buen  estilo  ó  la  versificación  esmerada  para  interesar  vi- 
vamente á  los  espectadores:  apesar  de  estas  dotes,  si  no  hay  resultados  morales  en  los 
dramas  (ea;penia  /tigtv),  disgustarán  á  los  hombres  sensatos  que  gustan  de  estudiar  el 
honabre  en  las  representaciones  teatrales. 

Un  personaje  de  una  trajedia  de  Eurípides  pronunció  en  la  representación  algunos 
versos  de  su  papel  impíos  y  blasfesmos.  El  pueblo  de  Atenas  se  indignó  contra  el  poe- 
ta, que  se  disculpó  suplicando  oue  se  esperase  al  fin  del  drama  y  se  vería  castigada  de- 
bidamente la  inmoralidad  sacrilega  del  interlocutor.  Este  hecho  prueba  la  necesidad  de 
la  moral  para  causar  placer  en  el  teatro. 

San  Agustin  refiere  que  representándose  en  Roma  el  Atormenlador  de  d  miaño  co- 
media de  Terencio,  al  pronunciar  uno  de  los  actores  el  célebre  verso  "  homo  sum,  hu- 
mani  nibil  á  me  alienum  puto"  («oy  hombre  y  me  inlereea  iodo  ¡o  que  perUnece  á  la  Atimam- 
daeT)  se  levantaron  á  aplaudirle  todos  los  espectadores,  por  mas  que  fuesen  diferentes 


en  patria  y  en  creencias.  ¿Se  quieren  producir  grandes  efectos  teatrales/  Háblese  al 
corazón  de  los  hombres:  despiértense  los  sentimientos  de  la  naturaleza,  siempre  mora* 
les,  siempre  Justos,  siempre  infalibles. 

Obsérvese  que  nuestro  insigne  Moratin,  en  las  pocas,  pero  preciosas  composádo- 
nes  que  nos  ba  dejado,  lia  procurado  siempre  terminarlas  con  una  situación  moral, 
que  excita  el  enternecimiento  propio  de  los  afectos  benévolos.  Ya  es  una  madre  que 
renuncia  entre  los  brazos  de  sus  bijos  á  la  ridicula  vanidad  por  la  cual  iban  á  ser  in* 
felices:  ya  un  censor  literario  que  socorro  la  indijencia  de  quien  para  cumplir  sus 
obligaciones  domesticas  no  tenia  otro  recurso  que  escribir  mamarrachadas:  ya  un  tío 
que  cede  gimiendo  á  su  sobrino  joven  y  amador  la  hermosura  que  había  conseguido 
volverle  á  la  edad  de  las  ilusiones.  ¡Cuan  amables  son  estas  situaciones  A  las  almas  sen- 
sibles y  virtuosas!  Tenga  en  hora  buena  Moliere  la  primacía  de  la  fuerza  ccímica;  pero 
los  resultados  morales  del  Terencio  español  son  muy  útiles  y  mas  agradables  que 
Jorge  Dandia  queriéndose  tirar  al  rio,  ó  el  Misántropo,  confirmándose  con  sobrada  rs- 
zon  en  su  aborrecimiento  al  género  humano. 

Es  tan  esencial  al  drama  la  espresion  de  los  buenos  sentimientos  morales,  que  Plan- 
to en  el  prólogo  de  su  comedia  los  Cautiton^  en  la  cual  campean  la  bondad  y  la  terau* 
ra  de  dos  amigos,  dice:  t  Pocas  coinedlcu  ne  ven,  enia»  cuales  se  hagan  mejores  los  qite  stm  bm- 
nos. »  En  efecto,  pocas  hubo  de  esta  calaña  en  el  teatro  de  Roma;  y  si  se  hadedccirtodot 
el  mismo  Planto  no  escribió  otra  cosa  que  se  le  parezca. 

lie  cuanto  hemos  dicho  hasta  aquí,  resultan  estas  dos  verdades:  I  .*  que  el  objetodel 
teatro  es  agradar  é  interesar  con  la  imitación  de  las  acciones  y  costumbres  humanas: 
¿.*  que  este  agrado  y  este  interés  no  pueden  ser  completos,  si  no  se  escitan  en  la  re- 
presentación sentimientos  virtuosos,  ya  benévolos,  ya  sublimes. 

El  teatro  no  es  escuela  de  moral;  pero  contribuye  (ó  á  lo  menos  debe  contribuir) 
á  inspirarnos  amor  á  la  virtud.  Así  solo,  y  solo  asi,  se  pueden  combinar  las  dos  opinio* 
n?s  opuestas. 

No  es  inútil,  como  podría  parecer  á  cilgunos  esta  discusión;  porque  supongamos 
que  un  autor  dramático  preocupado  de  que  m  el  teatro  debe  ensebarse  la  mora/,  se  pro- 
pusiese escribir  dramas  con  este  objeto  esclusivo.  Es  imposible  que  produjese  nada 
bueno.  Sentencias,  máximas,  filosofía,  velijion,  si  se  quiere,  llenarían  todas  sus  esce- 
nas; y  no  habría  ni  situaciones,  ni  fábula,  ni  aun  verosimilitud.  Escribiría  un  poenu 
:t**vero  como  aquellos,  que  según  dice  Horacio,  eran  mirados  con  desprecio  por  la  ju- 
ventud romana.  Esta  no  es  una  hipótesis  finjida  á  placer.  Tres  insignes  dramáticos  baa 
incurrid(7  en  semejante  error,  y  han  merecido  ser  notados  por  él:  Vol taire,  pogaas- 
do  por  introducir  en  la  escena  la  filosofía  del  XVIII;  Schillersu  escepticismo  filosófico 
y  relijioso,  y  Alfieri  su  aborrecimiento  á  la  monarquía  y  á  los  monarcas.  Siempre  se 
i'ometen  defectos,  por  grande  que  sea  el  talento  del  escritor,  cuando  se  desconoce  el 
objeto  primario  y  esencial  de  la  composición. 


ARTlCrLOlH. 


c. 


lON VENCIDOS  ya  de  que  la  moral  es  un  elemento  necesario,  aunque  no  el  objeto 
esencial  de  la  poesía  dramática,  es  tiempo  de  examinar  de  qué  manera  deberá  intnH 
ducirsc  en  las  diferentes  clases  de  dramas  para  que  produzca  el  mayor  efecto  posible. 
Dos  son  los  medios  de  que  se  puede  hacer  uso  para  inspirar  el  amor  á  la  virtud^ 
las  máximas  y  los  sentimientos.  El  primero  se  dirijo  á  convencer  el  entendimiento, 
y  es  mas  propio  de  los  escritos  filosóficos  y  ascéticos:  el  segundo  que  domina  princi- 
])almcnte  en  la  oratoria  sagrada  y  en  la  poesía,  es  mas  seguro,  porque  inclina inme- 
tliatamente  la  voluntad. 

No  es  esto  decir  que  no  se  admitdn  las  máximas  y  sentencias  morales  en  el  dne» 
ma;  pero  debe  cuidarse  mucho  de  que  el  interlocutor  no  abandone  su  carácter  peen- 
liar,  por  revestirse  del  cargo  de  censor  ó  predicador.  Esto  se  evitará  si  en  lugar  de  es* 
presar  el  pensamiento  moral  de  una  manera  genérica  y  propia  de  la  filosofia,  se  in- 
dividualiza y  contrae  al  mismo  que  hable  ó  á  otro  personaje.  Sírvanos  de  ejemplo  la 


«ilj 

ya  citada  de  ierencio:  Soy  hombre  y  me  interesa  todo  lo  que  ptrlenecc  á  la  hu' 
El  filósofo  hubiera  dicho  generalmente:  al  hombfe  debe  interesar  todo  lo  que  per' 
ro  hombre;  pero  el  personsye  dramático  debió  hacer  mas  individual  la  idea,  y 
;uió,  ademas  de  hacerla  mas  accesible  á  la  im^inacíon,  convertirla  en  un  sen- 
virtuoso. 

ios  efcHitos  morales  del  teatro,  que  resultan  de  los  caracteres  y  de  las  situacio- 
los  mas  comunes  y  decisivos. 

mester  mucho  cuidado  en  la  introducción  de  los  caracteres.  Es  una  rejilla  que 
16  traspasar,  evitar  los  caracteres  bajos.  La  vileza;  la  traición,  la  perfidia,  los 
itos  innobles  no  son  dramáticos.  El  pueblo  mismo,  guiado  por  el  instinto  mo- 
naturaleza,  los  recibe  con  un  murmullo  de  indignación.  Nada  hay  bello  en  la 

nada  ridículo.  No  escita  risa  lo  que  se  aborrece:  no  escita  interés  de  ninguna 

>  que  se  desprecia.  Todos  los  efectos  dramáticos  que  pueden  producirse  por 
lios  odiosos,  hubieran  resultado  de  otra  combinación  mejor  meditada  y  mas 
i  los  sentimientos  comunes  dé  la  humanidad.  ¿De  qné  sirve  el  detestable  Va- 
Jielo  de  Shakespeare?  ¿Necesitó  de  las  infernales  sujestiones  de  un  malvado  de 
especie  el  engañado  Orosman  para  atravesar  el  seno  de  su  amante? 

irerdad  pueden  y  aun  deben  presentarse  en  la  escena  vicios,  crímenes  y  aun 
es;  pero  no  los  que  nacen  de  pasiones  viles  y  patibularias ,  sino  de  las  que 
»,  por  lo  menos  en  su  orijen,  aunque  se  hagan  culpables  en  su  exaltación, 
poeta  trájico  con  caracteres  de  fuego  las  consecuencias  infaustas  del  amor,  de 
on,  del  orgullo,  de  la  venganza;  afectos  todos  que  suponen  cierta  elevación  de 
es  aun  la  venganza,  reprobada  con  razón  por  la  buena  moral,  tiene  su  principio 
tinto  natural  de  la  justicia.  Castigue  el  poeta  cómico  con  el  azote  de  Talía  la 
el  pedantismo,  la  coquetería  en  cualquiera  de  los  dos  sexos,  al  murmura- 
lentiroso,  al  vano  petimetre,  al  locuaz  insufrible,  al  fanfarrón  cobarde.  Estos 
aunque  tan  diversos,  pueden  bien  descritos  mejorar  la  moral  pública:  los  de 
es  pasiones,  aterrando  al  espectador  con  la  descripción  enérjica  de  sus  tris- 
«:  los  de  los  vicios  ridículos,  mostrando  su  deformidad  á  los  que  no  quieren 
libriode  sus  semejantes.  Pero  ¿que  utilidad  moral  puede  producir  un  carac- 
lico  ó  un  alma  vil?  ¿Qué  interés  puede  escitar?  ¿Se  ha  inventado  el  teatro  para 
nios  ó  los  cortabolsas? 

[uí  se  infiere  con  cuan  poca  razón  se  han  querido  introducir  en  el  teatro  esos 
B  de  perversidad  exajerada  que  hacen  el  mal  solo  porque  es  mal;  esos  hora- 
etidos  ciegamente  á  una  pasión  que  los  arrastra  sin  sentir  remordimientos  y 
1  razón  reclame;  esas  almas  ajitadas  siempre  entre  el  crimen  y  el  suicidio.  Los 
ires  han  asiiütido  con  admiración  de  la  novedad,  pero  sin  interés,  á  esos  Guá- 
rnales, por  fortuna  muy  poco  variados.  El  adulterio,  el  incesto,  el  suicidio,  el 
miento  y  la  horca  se  agotan  pronto;  y  el  género  mas  atroz  es  el  menos  fecun- 
simpatía  puede  haber  éntrelos  espectadores  habituales  de  los  teatros  y  seme- 
ostruosidades? 

IOS  que  tocar  otra  cuestión  sumamente  delicada,  y  es  la  de  la  pasión  amoro- 
;eatro.  La  galantería  de  la  edad  media  tomó  posesión  de  la  escena  cuando  re- 
las  letras,  y  aun  todavía  no  ha  sido  posible  arrojarla  de  ella.  ¿Sería  conve- 
espulsion? 

os  dicen  que  sí,  fundados  en  que  os  la  que  mas  se  inspira  cuando  se  descri- 
azon  nos  haría  mucha  fuerza,  si  supiésemos  que  basta  no  asistir  al  teatro  pa- 
rtirla, ó  á  lo  menos  que  viven  mas  olvidados  de  ella  los  que  no  la  veo  re- 

• 

ibargo,  el  principio  es  cierto;  pero  debe  servir  al  escritor  dramático  para  ale- 
scena  todas  las  afecciones  físicas  del  amor,  y  describir  solo  sus  sensaciones 
Vosotros  diremos  atrevidamente  que  en  la  trajedia  no  es  perniciosa  su  imi- 
ira  acompañada  de  los  terribles  infortunios  que  produce  el  amor  cuando  es 
En  la  comedia,  propiamente  dicha,  no  es  mas  que  un  episodio,  y  puede  y 
describirse  templado  y  sometido  á  la  razón  y  á  las  conveniencias  sociales. 

>  será  así  como  lo  describieron  Lope,  Calderón  y  Moreto:  por  lo  tanto,  sus 
»  eran  verdaderas  comedias.  Servían  para  describir  las  costumbres  de  su  sí- 


[62] 
fflo  y  de  su  nación,  y  en  ellas  entraban  el  honor  y  el  amor  como  elementos  esendaief . 
Se  ha  censurado  mucho  á  Calderón  por  haber  descrito  las  arterias  de  lói  amanteipan 
verse  y  hablarse.  Nosotros  hemos  leído  á  Calderón  y  hemos  observado  las  coaturaim 
actuales,  y  quisiéramos  en  el  interés  de  la  moral  que  loa  sentimientoe  qae  náfanani 
los  jóvenes  de  ambos  sexos,  se  pareciesen  á  los  que  describió  aquel  iñsfnié  poéla. 

El  drama  ha  de  reflejar  necesariamente  lascostombra  de  la  sociedad;  j  cohM  ai 
hay,  ni  ha  habido,  ni  habrá  ningún  pueblo  en  el  cual  no  tenga  el  aiñor  aoégiwÉdo  si 
dominio,  tampoco  podrá  nijigun  poeta  dramático  escnsarse  de  deserilñrlo.  IMá  b 
que  puede  exijirse  es  que  se  descnba  con  decencia,  acompafiado  de  laa  virtÉdfes  qae 
lo  embellecen  cuando  es  lejftimo  y  guiado  por  la  raxoQ,  y  sometido  á  la  da^tioi 
cuando  es  exaltado  y  delirante. 


DE  US  FORMAS  DEL  TEATRO  INGLES 

Y  DEL  ESPAÑOL. 


£jX  ABAN  AREMOS  á  un  mismo  tiempo  la  forma  de  estos  dos  teatros,  por^M 
ron  en  la  misma  época.  Shakespeare  impónia  el  sello  de  su  ||enioá  la  eaoekia  brMáttUlr 
al  mismo  tiempo  que  Lope  de  Vega  encantaba  al  pueblo  espaftcd  con  aol  prodttMlMHli 
dramáticas,  que  en  el  fondo  eran  novelas  puestas  en  acción.  Pero  antea  daiánrtll  «M 
idea  general  del  estado  de  la  literatura  dramática  en  Europa  á  fines  del  ai|^  X?I. 

I^  principios  de  la  literatura  griega  y  romana  dominaron,  como  érate  étfltttf^^ 
las  academias  y  universidades  en  la  época  del  renacimiento  de  las  ketraa;  peMldÜi- 
tro,  el  mas  popular  y  por  consiguiente  el  mas  indóeil  al  raciocinio  ó  al  aiatedia,  data- 
dos los  ramos  de  la  literatura,  fué  el  que  tardó  mas  en  recibir  la  ley  éUUk».  Ta 
en  cada  nación  cierto  carácter,  acomodado  al  espíritu  de  los  espeetadorefe  j 
guíente  á  su  orijen  en  la  Europa  bárbara.  Desde  los  siglos  medios  coraemartta  U*  va* 
presentaciones  rel^jiosas  con  el  nombre  de  miiteríoi,  y  las  &rsas  bnfoneaeai, 

Eor  los  juglares.  Los  sitios  en  que  se  representaba,  eran  mas  redooidoa  qne 
ios  proscenios  de  Atenas  y  Roma.  Un  tablado  y  una  cortina  fueron  al  piíiiilyü' 
el  aparato  de  la  escena.  Suplia  esta  pobreía  la  imajinacion  del  vidgo,  qae 
siosamente  á  los  espectáculos.  Cuando  las  artes  del  diseño  se  perfiMxáonaM 
ron  y  se  multiplicaron  las  decoraciones,  con  las  cnales  se  hiio  qne  un  taianié  ]i|||iflNí» 
presentase  á  la  vista  diferentes  puntos. 

En  Italia  compusieron  los  hombres  instruidos  tnyedias  observando  laa  Kitfia>iHilfÍt 
totélicas.  Pero  estas  composiciones  eran  no  mas  qne  para  los  intelijentea;  al  fiaaHa^aaa* 
curria  con  preferencia  á  las  composiciones  en  que  se  mezclaba  la  repreÉgaltJaByli 
música,  á  que  tan  aficionada  ha  sido  en  todos  tiempos  aquella  nación.  Ba ' 
ron  raices  mas  hondas  las  formas  clásicas,  adoptadas  por  la  corte,  enje 
minado  siempre  á  toda  la  podedad  de 


En  Inglaterra  fueron  conocidas  estas  formas,  como  lo  pmébaa  alfaiiaa^MiÉí|lllÍ 
Shakespeare:  mas  no  sabemos  que  antes  de  este  poeta  se  hubiese  preaealada-al  #É 
co  ningún  drama  modulado  por  ellas..  El  hecho  es  que  Shakespeare,  creandaí 
ingles,  prescindió  altamente  de  dichas  formas  como  si  no  las  hubiaBe 

Este  hombre  extraordinario  conoció  las  exijeneias  de  tu  nación  y  da  an  li|lwy 
consagró  todo  su  genio  á  satisfacerlas.  La  guerra  de  las  rosas  que  habla 
tado  d  suelo  de  su  patria  en  el  siglo  XY,  y  las  disputas  rel^iosaa  qoa  i 
otra  nueva  revolución,  acostumbraron  loa  ánimos  ele  los  ingleaes  á  laa< 
politices  y  á  las  pasiones  y  pensamientos  enérjicos.  Shakespeare,  cdocada-  eitaa  Vih 
mas  Moro  v  Cromwell,  rae  digno  intérprete  de  las  virtudes  de  na  earaaon-^iaili^  da 
los  delitos  de  la  ambición,  de  las  lides  interiores  del  alma,  despadaada  á  aa 


[63J 
empo  por  las  pasiones,  por  los  remordimientos,  por  la  versatilidad  de  la  fortuna.  .Na- 
íe  ha  pintado  como  él  la  incertidumbre  de  un  pecho  noble  y  honrado,  como  el  de 
amlet,  fluctuando  entre  el  deseo  de  una  venganza  justa  y  el  temor  de  una  acción 
Toz  y  criminal:  la  lucha  de  un  alma  que  aun  no  ha  perdido  su  inocencia,  como  la  de 
[acbeth,  contra  la  ambición  y  el  amor  reunidos:  las  interiores  congojas  de  un  padre 
!>mo  Lear,  obligado  á  aborrecer  los  seres  mas  caros  á  su  corazón:  en  fin,  la  máscara 
90  que  un  malvado  como  Ricardo  III  se  vé  precisado  á  cubrir  el  desorden  interior  de 
j  conciencia,  ajitada  por  la  necesidad  de  añadir  á  un  abismo  de  crímenes  otros  nue- 
08  abismos. 

£s  evidente  que  por  grande  que  fuese  su  genio,  nada  de  esto  hubiera  podido  dcs- 
ribir,  á  haber  adoptado  en  sus  dramas  las  formas  del  teatro  griego.  ¿Cómo  sometido 
ellas,  hubiera  puesto  á  sus  personajes  en  lautas  y  tan  distintas  situaciones,  dando  en 
ada  una  un  nuevo  retoque  ú  sus  caracteres  que  los  hacen  cada  vez  mas  conocidos  del 
spectador?  Porque  no  solo  pinta  Shakespeare  una  pasión ,  pinta  un  hombre,  en  el 
ual  la  pasión  dominante  tiene  un  sello  individual,  que  solo  pertenece  á  aquel  hom- 
ire,  y  no  es  común  á  los  demás,  aunque  se  hallen  poseídos  del  mismo  afecto.  Ótelo  es 
eloso;  pero  suscelos  son  de  Ótelo,  y  ningún  hombre  los  siente  como  él;  asi  como  nin- 
un  hombre  se  le  parece  en  la  tranquilidad  irónica  y  terrible  con  que  reconoce  que 
la  dado  muerte  á  un  inocente. 

Nada  de  esto  puede  hacerse  con  las  formas  clásicas.  Ducis,  dotado  de  talento  dra- 
nático  y  de  instrucción,  lo  emprendió;  mas  nada  pudo  conseguir  sino  echar  á  perder  el 
)telo,  el  Macbelh  y  el  Ilamlet  de  Shakespeare.  En  su  trajedia  del  moro  de  Yeneda  na- 
lie  entiende  por  qué  motivo  Ótelo  sepulta  el  puñal  en  el  seno  de  su  esposa.  Taima  y 
f aiquez,  á  fuerza  de  talento,  llenaron  hasta  cierto  punto  en  la  representación  los  hue- 
os  de  I»  trajedia  francesa,  que  sacrificó  á  la  verosimilitud  material  del  teatro;  y  á  las 
inidadea  de  lugar  y  tiempo,  la  verosimilitud  moral,  que  es  la  primera  de  todas.  Es 
mposible  describir  los  gigantes  de  Shakespeare  sino  en  cuadros  amplios  como  los  que 
sle  poeta  elijió. 

Nosotros  no  le  creemos  exento  de  defectos;  pero  ahora  no  tratamos  de  criticar  sus 
ibras;  sino  de  demostrar  que  habiéndose  propuesto  describir  al  hombre  que  lucha 
onsigo  mismo,  con  los  demás  y  con  la  fortuna,  y  no  al  hombre  del  destino  ó  de  una 
lasion  como  los  trájicos  griegos,  se  vio  obligado  á  renunciar  á  las  formas  estrechas 
leí  teatro  de  Atenas,  y  á  adoptar  otras  mas  amplias.  Su  auditorio  se  las  concedió; 
por  qué?  porque  no  queria  sacrificar  un  espectáculo  que  le  agradaba  á  las  unidades  de 
ionvencion,  cuando  Shakespeare  no  faltaba  á  la  principal,  á  la  sola  que  exije  la  natu- 
aleza  del  drama,  que  es  la  unidad  de  interés. 

Shakespeare  es,  entre  los  poetas  dramáticos,  el  primero  que  ha  descrito  al  hombre 
¡orno  le  concibe  la  civilización  cristiana  y  monárquica,  en  lucha  con  sus  pasiones,  des- 
negando todas  sus  congojas,  todos  sus  placeres  interiores,  aplicando  su  intelijencia  á 
estudiarse  y  conocerse  asi  mismo:  ha  sido  el  primero  que  ha  representado  no  al  hom- 
ire  de  una  pasión,  sino  el  de  la  conciencia  entera.  Las  circunstancias  individuales  en 
|ue  lo  ha  pintado,  son  tomadas  del  genio  de  su  nación:  profundidad  de  juicio,  ener- 
ia  frenética  de  pa&iones,  enerjia  noble  de  la  razón,  la  mas  completa  apariencia  de  tran- 
juilidad  en  medio  de  las  mas  terribles  tempestades  del  alma,  y  firmeza  incontrastable 
rn  las  resoluciones  ya  para  el  mal,  ya  para  el  bien. 

Adoptó  formas  desconocidas  de  los  antiguos.  Acaso  tal  vez  las  estendió  mas  de  lo 
tecesano,  y  cuando  lo  hizo  cometió  un  defecto.  Pero  no  hay  duda  que  le  era  nece- 
aría mas  amplitud  de  cuadro  para  pintar  objetos  mas  grandes. 

Shakespeare  nada  tiene  de  común  con  la  nueva  secta  de  dramaturgos  que  hemos 
naCematiíado  en  nuestros  artículos  anteriores,  sino  acaso  las  Armas  dramáticas.  El 
esultado  moral  de  sus  composiciones  es  siempre  bueno:  porque  siempre  resalta  ama- 
Es  la  viriud  y  aborrecible  el  vicio  y  e¿  Mito,  No  vemos  en  él  calumniados  ni  envilecidos 
»  reyes  ni  los  sacerdotes,  sino  pintados  con  los  negros  colores  que  les  corresponden, 
w  tiranos  y  los  malvados. 

Si  á  las  formas,  mas  amplias  que  las  del  teatro  griego,  que  necesitaba  Shakespea- 
s  para  conservar  la  verosimilitud  moral  en  sus  descripciones,  se  quiere  dar  un  nom- 
re «  desconocido  al  bardo  británico,  y  al  padre  del  teatro  español  Lope  de  Vega,  no 


[64] 
tenemos  ninguna  dificultad  en  que  se  les  llame  formas  rümmticaSf  tomada  eala  palabn 
no  en  el  sentido  ridículo  que  se  le  da  en  el  dia,  sino  en  el  único  soportable  qm  puede 
tener,  y  que  ya  hemos  esplicado,  esto  es,  entendiendo  por  roméuieo  lo  pertenecienCe  i 
la  literatura  cristiana  y  monárouica,  propia  de  nuestra  civiliíadon  actual. 

Casi  al  mismo  tiempo  que  Shakespeare  daba  al  teatro  de  su  naeioo  las  fomuM  om  i 
pesar  de  Addison  y  de  otros  partidarios  de  las  unidades  griegas,  ha  oonaerTido  basta 
ahora,  resol  via  Lope  de  Vega  en  España  una  cuestión  que  había  durado  lodo  el  aiglo  XVI. 

La  cuna  de  nuestro  teatro  fué,  como  en  los  demás  pueblos  de  Earopa,  la  rel^fiaé  y 
la  alegoría.  Misterios  y  ficciones  alegóricas  fueron  las  primeras  rrprrfnnlarionoB,  lau 
de  la  Encina,  dando  el  nombre  de  églogas  á  sus  dramas,  introdujo  loa  paatoraaeo  d 
teatro;  y  uno  de  ellos  hacia  el  papel  de  Boboj  que  después,  con  el  nombre  de  piriiisi. 
fué  en  la  escena  española  un  personaje  tan  esencial  como  el  dd  coro  en  él  dreraa  de  Ate- 
nas. Tal  era  nuestra  poesía  dramática  á  principios  del  siglo  X  VL 

Torres  Nabarro  introdujo  poco  después  fábulas  y  persomúei  noYeleaoQa,  tai  eaee 
luán  de  la  Encina  habia  introducido  pastores.  Lope  de  Rueda,  con  asaa  tieo  teatnL  ■« 
fuerza  cómica,  mejor  déscripdDn  de  los  caracteres,  y  sobre  todo,  mas  cometa elecedea, 
siguió  el  mismo  rumbo  que  adoptaron  su  amigo  Timoneda,  Yirues  y  otroa  Terioai  eatie 
ellos,  el  inmortal  Cervantes,  que  ciertamente  no  ha  debido  su  celebridad  á 
cienes  dramáticas.  En  este  género  de  obras  no  se  liacia  caso  de  las  reglas 
sin  embargo,  el  público  las  veía  representar  con  sumo  placer,  y  satisfiíaaeii  ellvla  ae- 
cesidad  de  lances  novelescos  y  de  sucesos  maravillosos,  que  le  ajitaba  en  aqneHa  tfpaai 
de  engrandecimiento  para  la  nación. 

Mas  no  por  eso  dejaba  entonces  de  cultivarse  el  drama  clásico.  Los  hombrea  iMlnn- 
dos  leian  y  estudiaban  con  mucho  ahinco  la  literatura  griega  y  romana.  Unos  aa  daü- 
caron  á  traducir  los  mucres  dramas  de  Roma  y  Atenas:  otros  se  propusieron  imitarH 
hasta  en  sus  formas;  y  citaremos  entre  estos  últimos  al  P.  Bermodeiv  no  poique  su 
Nises  sean  dos  trajedias  buenas,  sino  porque  son  las  menos  malas  que  p^Ml^)o  aqaii 
siglo.  El  pueblo  no  gustaba  de  estos  espectáculos:  los  largos  razonamientoe  le  adoim- 
cian:  los  coros  no  eran  conformes  á  sus  costumbres:  qneria  movimiento,  acdoBf  suce- 
sos; mientras  mas  imprevistos  y  portentosos,  mejor. 

Tal  era  el  estado  del  teatro  español,  cuando  apareció  Lope  de  Vega,  dotado  da  na 
gran  talento  poético,  y  qne  hahia  adauirido  un  inmenso  caudal  de  eradioiom  Gomo 
hombre  instruido,  conocía  las  reglas  dadas  por  los  antiguos  para  la  compoaicbMi  de  ua 
drama;  pero  como  autor,  se  veia  obligado  á  complacer  al  público.  Encerró,  fes,  Imfn- 
etptoé  con  seis  llaves,  como  él  mismo  dice  en  su  ArUnmevo  de  hacer  eomedm$j  y  adeptépan 
las  suyas  las  formas  mas  amplias  que  sus  antecesores  habían  ya  puesto  en  uso.  ÉrtM 
formas  le  eran  tan  necesarias  áél  como  á  Shakespeare. 

La  sociedad,  parala  cual  escribia  Lope,  era  muy  diferente  deU  ^ueaeialieá  ki  dra- 
mas del  poeta  británico.  A  fines  del  siglo  XVI,  en  que  ambos  florecieron^  eualiaecaliK 
glaterra  fas  memorias  de  una  guerra  civil  larga  y  sangrienta,  una  revolueioe  relUiíMi 
que  estaba  consumándose,  y  los  gérmenes  de  otra  revolución  civil:  cuando  España,  ht- 
biendo  llegado  al  apojeo  de  su  poder  con  la  adquisición  del  Portugal,  tranqetta  ea  is 
interior,  y  respetada  en  el  mundo  político  como  la  primer  potencia,  nada  teaiia,  y  aii 
puede  decirse  que  nada  deseaba,  aunque  realmente  le  fritaban  mucbaseoaaayleaohs- 
ban  no  pocas.  Eran,  pues,  diferentes  el  espirito,  las  ideas,  los  sentimientoe  deaaihas  iS- 
ciedades,  y  por  consiguiente  sus  exijencias  en  el  teatro;  porque  el  espectador  qnere 
siempre  ver  representados  en  el  drama  los  pensamientos  que  dominan  en  «o  im^nasiss' 
por  eso  se  ha  dicho,  y  con  mucha  razón,  que  la  literatura,  principalmente  la  dneaMiciv 

alie  es  la  mas  popular,  debe  ser  el  reflejo  de  la  sociedad;  y  ningún  poeta  dramidw  '^ 
gun  genio  se  ha  olvRlado  de  llenar  esta  condición,  necesaria  para  el  buen  dsto  daae 
composiciones. 

\a  hemos  visto  que  Shakespeare  dio  á  su  auditorio  el  pábulo  que  neeeaitabe. 


do  en  acción  los  afectos  mas  terribles  del  coraion  humano  y  ks  tempeatades  dál  ai*^ 
Lope  de  Vega  hizo  todo  lo  contrario,  y  describió  el  amor,  el  valor,  ai  honor,  la  tannn 

Í^  la  constancia  mujeril  én  una  infinidad  de  combinaciones  dr         .  Shakespeare  iiil^ 
a  historia  de  su  pais  con  un  pincel  teñido  en  sangre :  Ix>pe  for       d  enadra  de  liCni' 
ciones  novelescas,  dándole  el  ambiente  puro  y  suave  de  su  dii     .  Las  flgnraa  dsl  poela 


[65] 
ingles  esdtaa  el  terror;  las  de  Lope,  señaladamente  las  mujeres,  inspiraa  agrado  y  amor 
Cada  uno  escribió  para  su  patria;  y  su  patria  idió  á  cada  uno  el  laurel  que  merecia. 

Pero  aunque  los  caracteres  pintados  en  el  drama  ingles  y  en  el  español  sean  tan  di- 
ferentes, las  formas  son  las  mismas;  porque  tan  imposible  era  á  Lope  describir  en  el  es- 
trecho círculo  de  las  formas  clásicas  sus  amantes  novelescos,  sus  mujeres  capaces  de 
sacrificios,  sus  hombres  valientes  é  idólatras  del  honor,  como  á  Shakespeare  sus  ambi- 
ciosos, sus  conspiradores,  sus  ingratos  y  sus  malvados.  Lope,  aunque  en  menor  escala, 
pintó  también  las  luchas  de  las  pasiones  con  el  deber,  las  circunstancias  individuales  de 
sos  persodsjes:  también  tuvo  que  ponerlos  en  varías  y  diferentes  situaciones  para  darlos 
mejor  á  conocer;  en  fin,  representó  el  hombre  interior.  Hubo,  pues,  de  adoptar  también 
las  formas  ronUbuticas. 

La  comedia  española  del  siglo  XYII  pertenece,  pues,  al  género  romántico,  como  el 
drama  de  Shakespeare.  Si  hay  alguna  diferencia  es  que  la  primera,  á  pesar  de  su  es- 
tremada licencia,  es  mas  regular  v'correcta  que  el  segundo  en  el  movimiento  progresivo 
de  la  acción,  en  la  combinación  de  las  escenas  y  en  la  elocución,  generalmente  buena 
en  Lope,  é  insufrible  en  Shakespeare  cuando  no  es  perfecta;  porque  en  este  hombre 
extraordinario  no  hay  medio;  ó  llega  al  ápice  de  la  elocuencia  poética,  ó  cae  en  defectos 
y  bajeias  intolerables. 

El  drama  de  Lope  era  incomparablemente  superior  al  de  todos  sus  antecesores  por 
las  situaciones,  por  los  caracteres,  por  el  estilo,  por  la  versificación,  por  los  efectos  teatra- 
les. No  es  estraño,  pues,  que  quedasen  olvidados,  y  que  se  reconociese  á  este  poeta  como 
el  padre  y  monarca  de  la  escena.  El  mismo  Lope,  escribiendo  su  arte  de  hacer  comedias 
para  una  academia  de  hombres  instruidos,  parece  como  avergonzado  de  su  mismo  triun- 
fo. Creia  de  buena  fé  en  las  reglas  de  la  antigüedad;  porque  no  se  hacían  entonces  los 
estudios  de  humanidades  con  la  suficiente  filosofía  para  distinguir  entre  las  reglas  de 

Iiura  convención,  y  las  que  no  es  lícito  traspasar,  porque  las  ha  dictado  la  misma  natura- 
eza.  Asi  que  en  dicho  Arte  se  llama  á  sí  mismo  bárbaro,  y  Wama  bárbaro,  ignorante  y  ne- 
cio al  vulgo  que  le  aplaudia:  ¿por  qué?  Solamente  porque  habia  tenido  el  talento  de  in- 
teresar á  su  nación  sin  las  reglas,  con  las  cuales  se  interesaba  19  siglos  antes  á  los  habi- 
tantes de  una  ciudad  de  Grecia  llamada  Atenas. 

^'erdaderamentc  seria  digna  de  risa  la  inocencia  de  Lope  de  Vega,  si  él  mismo  no 
Ja  hubiese  correjido.  Es  verdad  que  nunca  creyó  haber  hecho  bien  en  abandonar  los 
prereploB,  como  él  los  llamaba;  pero  también  lo  es  que  no  dejó  de  conocer  ol  grande  im- 
pulso que  habia  dado  al  teatro.  En  su  composición  á  ClaudiOy  que  llamó  Égloga  no  se 
sabe  por  qué,  confiesa  su  gran  pecado  de  haber  faltado  á  las  reglas: 

cDel  vulgo  vil  solicité  la  risa 
Siempre  ocupado  en  fábulas  de  amores: 
Asi  grandes  pintores 
Manchan  la  tabla  aprisa: 
Que  quien  el  buen  juicio  deja  aparte. 
Paga  el  estudio  como  entiende  el  arte.» 

Mas  no  por  eso  deja  de  alabar  la  pureza  y  armonía  de  su  lenguaje,  los  caracteres  del 
guerrero,  del  anciano,  del  amante,  del  pastor,  del  villano,  la  alteza  y  elegancia  del  es- 
tilo, y  en  fin  la  forma  que  dio  al  teatro,  y  que  imitaban  los  mismos  que  decian  mal  do 
él.  Nótese  que  esta  composición  es  muy  posterior  al  Arte  de  hacer  comedias;  pues  á 
Claudio  dice  llevar  ya  hechas  4 ,500  comedias,  cuando  en  el  citado  Arte  confiesa  sola- 
mente 4^. 

1^8  formas  que  adoptó  Lope  fueron  imitadas  por  sus  suceesores  hasta  mediados  del 
siglo  XVIIL  en  que  feneció  por  inanición  el  teatro  español;  pero  entre  estos  suceesores 
se  cuenta  á  Tirso,  á  Calderón,  á  Morete,  á  Rojas  y  á  Luis  de  Alarcon,  que  llevaron  la 
comedia  nacional  al  grado  de  perfección  de  que  era  capaz. 

El  teatro  español  adquirió  tanta  celebridad  en  el  siglo  XVII,  que  las  comedias  de 
I^pc,  Calderón,  Rojas  y  Morete  se  representaban  traducidas,  aunque  bajo  las  formas 
clásicas,  en  la  corte  de  Paris.  Diremos  mas:  los  grandes  genios  que  ilustraron  la  escena 
francesa  no  se  desenvolvieron  sino  después  de  haber  recibido  las  inspiraciones  de  nues- 

9 


[66J 

tra  musa  dramática.  El  Cid,  que  fué  la  primer  trajedia  buena  del  gran  Gomeille, 
una  imitación,  y  en  los  mejores  pasajes,  una  traducción  de  las  Moeedaáei  del  míimó  h^ 
roe,  comedia  española  de  Guillen  de  Castro.  L$  Memenr,  primera  comedia  baena  dd 
teatro  francés,  compuesta  por  el  mismo  Corneille,  es  La  verdad  mmpedioM  de  nuestro 
Ruiz  de  Alarcon.  Así  la  chispa  eléctrica,  que  despertó  el  genio  francés,  aletargado  en  d 
lecho  que  le  hablan  mullido  las  formas  clásicas  de  Aristóteles,  salió  de  la  esceaa 
española. 

En  efecto,  esta  habla  llegado  en  el  siglo  XVII  á  un  grado  altísimo  de  pofBecinB. 
£1  mismo  Lope,  fundador  de  nuestro  teatro,  habia  mejorado  mucho  la  trabanm  de  las 
escenas  y  de  los  incidentes,  como  se  echa  de  ver  en  su  Nothe  ioUéana  y  en  la  Auna  d^ 
creta^  que  mereció  de  parte  de  Moliere  los  honores  de  la  Imitación  en  la  escelente  üih 
media  que  Intituló  L  ecoU  dei  maris,  y  que  tenemos  superiormente  traducida  por  naes- 
tro  Moratln. 

Pero  después  de  Lope,  dejando  á  un  lado  á  Hontalban  que  todo  lo  ezi|)eró,  á  Mi- 
ra de  Mescua,  notable  solo  por  su  elocución,  y  á  Tirso  de  Molina,  superior  en  la  poesli 
de  lenguaje  y  célebre  por  haber  pintado  la  vanidad  mujeril  aun  mejor  que  Loped» 
cribió  la  ternura,  empuñó  Calderón  el  cetro  déla  escena,  y  la  refundió  enterameDle,  no 
en  susformas,  pues  conservó  las  mismas  de  Lope,  sino  en  la  conducta  ymimsBiealodB 
la  fábula.  Nadie  ha  sabido  mejor  que  él  deducir  de  un  incidente  dado  todaa  sus 
cuendas  naturales,  y  llevarlas  hasta  el  desenlace,  sin  desmentir  la  Terosimilitnd 
ral '.'ninguno  ha  sabido  imprimir  mayor  ínteres  á  las  situaciones  ni  conserwlodanBlB 
toda  la  acción,  apesar  de  la  multiplicidad  de  los  lances:  nadie  ha  caractmiado  nM||or 
en  diálogos  siempre  animados,  en  lenguaje  siempre  caballeroso,  aunque  algunas  ireea 
incorrecto,  las  Ideas  que  queria  Imprimir  en  los  ánimos  de  los  espectadores:  eo  fiít 
escede  á  todos  en  la  descripción  del  mundo,  que  se  propuso  presentar  al  auditorio  » 
pañol:  el  mundo  del  amor,  del  honor,  de  la  valentía,  ídolos  de  los  castellanoeeo  aqnsl 
siglo  y  en  el  anterior. 

Pueden  contarse  entre  sus  discípulos  mas  sobresalientes  Alarcon,  Morete,  y  RajM: 
el  primero  notable  por  su  elocución,  mas  correcta  que  la  de  su  maestro,  y  por  ludíer- 
se  acercado  mas  que  ninguno  otro  de  nuestros  dramáticos  al  género  de  TerendozHo- 
reto,  dotado  de  una  gran  fuerza  cómica  y  rival  de  Planto:  Rojas,  el  autor  de  Gmtk 
del  Castañar,  y  apesar  de  su  estilo,  frecuentemente  gongorino,  el  mejor  de  nuestros  poe- 
tas trá jicos  después  de  Calderón. 

Dedmos  después  de  Calderón^  porque  este  Insigne  poeta,  tan  noUe,  tan  eaballsraso 
en  la  comedia  urbana,  no  tuvo  quien  se  le  igualase  en  las  situaciones  troicas.  Diíab 
sino  la  terrible  escena  entre  Focas  y  Astolfo  en  la  comedia  En  esta  vida  iodo  es  mrdH 
y  todo  es  mentira^  que  imitó  con  tanta  maestría  el  fundador  del  teatro  francés:  dlpdo  d 
esposo  de  Mariene  en  El  tnayor  monstruo  los  edo$,  condenado  á  muerte  por  d  amante 
do  su  mujer:  dígalo  Don  Lope  de  Almeyála,  sepultando  en  el  fuego  *  y  en  ri  agoali 
venganza  que  tomó  de  su  adúltera  esposa  y  del  fementido  mancebo.  Dígalo  en  fin  Se- 
míramis,  pereciendo  herida  en  una  batalla,  y  esclamando: 

¿Qué  quieres,  Menon,  de  mí, 
de  sangre  el  rostro  cubierto? 
¿qué  quieres,  Niño,  el  semblante 
tan  pálido  y  macilento? 
¿qué  quieres,  Nlnias,  que  vienes 
á  áílijirme  triste  y  preso? 
Yo  no  te  saqué  los  ojos: 
yo  no  te  di  aquel  veneno: 
yo,  si  el  reino  te  quité , 
ya  te  restituyo  el  reino. 
Dejadme,  no  me  aflijáis : 
Vengados  estáis;  pues  muero, 
pedazos  del  corazón 
arrancándome  del  pecho. 


I 


m 

tiis,  rodeada  al  morir  de  cuantos  habiaa  sido  victimas  de  sus  crímenes ,  nos 
acordarnos  del  Ricardo  III  de  Shakespeare  en  la  noche  que  antecedió  á  la  ba- 
Bosworth,  j  á  fuera  posible  creer  de  Calderón  que  hubiese  imitado  á  nadie  ó 
lénos  leido  ó  conocido  al  poeta  británico,  se  podria  decir  que  le  habia  robado 
)na.  La  verdad  es  que  el  genio  se  la  sujirió,  como  el  suyo  á  Shakespeare,  y  la 
ra  está  llena  de  estas  coincidencias,  que  solo  prueban  la  igualdad  de  la  inspi- 
\n  dos  poetas  de  igual  temple. 

9  observarse  que  nuestros  autores  cómicos  se  acercaron  mucho  en  la  come- 
ma  á  las  formas  clásicas;  pero  sin  que  se  reconozca  en  ellos  ni  violencia  ni  afec- 
esto  sin  renunciar  tampoco  á  la. multiplicidad  de  los  incidentes;  que  era  tan 
le  al  auditorio  español.  Al  verdadero  genio  no  le  asusta  ninguna  traba.  Ya  be- 
ldó algunas  comedias  de  Calderón  sometidas  á  las  unidades.  Ahora  citaremos 
*n  eofi  el  desden  de  Morete,  que  en  nuestro  juicio  es  la  mejor  composición  que 
Q  el  género  urbano  y  que  tan  infelizmente  imitó  Moliere  en  su  Princesa  de  Elide, 
BO  se  reconoce  quebrantamiento  de  ninguna  de  las  tres  unidades.  ¿Y  no  las 
observadas  rigorosamente  en  el  Si  de  las  niña»  de  Moratín,  pieza  llena  de  mo- 
Ot  de  situaciones  y  de  ínteres  dramático?  Que  vengan  luego  á  decirnos  que 
sf  ahogan  el  genio. 

>  en  los  dramas  heroicos  ó  trájicosrara  vez  se  sometieron  á  estas  reglas ,  y  la 
i  hemos  dado  muchas  veces.  El  carácter  de  Sejismuado  en  la  Vida  es  sueño  de 
D,  el  de  Garda  del  Castañar  de  Rojas ,  y  otros  semejantes  no  pueden  desple- 
imo  se  debe  ni  darse  á  conocer  como  quiere  verlos  la  sociedad  de  la  Eu- 
)dema,  si  no  se  da  mas  amplitud  al  poeta.  En  la  trajedia  francesa  se  puede  pin- 
pasión;  pero  cuando  se  quiere  describir  una  figura  como  en  la  Fedra  de  Raci- 
nenester  renunciar  á  la  fábula  y  reducirla  toda  á  un  solo  retrato, 
arácter  del  teatro  español  es  la  riqueza  y  la  orijinalidad.  ¿Quiere  Hoz  y  Mota 
ir  un  avaro?  no  bubca  su  tipo,  como  Moliere,  en  el  teatro  latino  ó  griego,  sino 
in  nuevo  modelo  en  su  Don  Marcos  Gil  de  Almodóvar, 

c  que  inventó  affuar  el  agua. » 

eatro  español  descaeció  como  los  deroas  ramos  de  nuestra  literatura,  como  el 
como  la  nación,  á  flnes  del  siglo  XYIL  En  el  XYIII  tuvimos  las  caricaturas  de 
\  y  de  Cañizares,  y  nada  mas.  No  volvieron  á  parecer  dignos  imitadores  de  Lope 
alderon.  El  torrente  dramático  se  perdió,  como  el  Rin  entre  arenas.  Luzan  con 
tea  nos  inspiró  el  gusto  de  las  formas  clásicas,  importado  de  Francia,  que  pro- 
pinos  dramas  buenos  entre  muchos  malísimos,  hasta  que  ha  invadido  nuestra 
el  Romanticismo  actual.  Este  chubasco  pasará  pronto:  asi  á  lo  menos  debe  es- 
so  pena  de  ver  sumeijirseen  una  misma  tumba  la  moral  y  el  buen  gusto, 
cluirémos  este  articulo  observando  que  el  romanticismo  de  Shakespeare  y  de 
»n  nada  tiene  de  eomun  con  el  de  Dumas  y  do  Víctor  Hugo. 

DEL  TEATRO  ESPAÑOL. 


I  dicho  que  el  teatro  de  Lope,  de  Calderón ,  de  Rojas  y  Moreto  no  representó 
dad  española  del  siglo  XVII,  sino  un  mundo  ideal  que  aquellos  genios  crearon, 
I  fuerza  de  talento  hicieron  agradable  á  sus  lectores.  Debe  observarse  que  esta 
i  está  consignada  en  un  periódico  del  romanticismo  moderno,  escuela  que  cen- 
mbien  en  Moratin  haber  descrito  con  harta  fidelidad  las  costumbres  de  la  época 
vivió.  Parece,  pues,  que  es  imposible  agradar  á  sus  prosélitos;  pues  ni  les 
I  verdad  ni  la  exajeracion.  Y  sin  embargo  nada  es  mas  ideal,  nada  mas  exaje- 
le  los  monstruos  de  iniquidad  que  presentan  en  sus  dramas,  en  los  cuales  el  hom- 


[68] 

bre  ni  se  describe  como  es,  ni  como  ba  sido,  ni  como  debien  ser,  bídooooio  qoisienB 
que  fuera  los  sectarios  del  fisiolojismo. 

Pero  en  nuestra  opinión  la  censura  que  bacen  de  nuestro  antiguo  teatro  se  fbndi 
sobre  una  üalsa  suposición.  Cualquiera  que  lea  y  estudie  la  historia  española  deide 
Isabel  la  Católica  hasta  el  fin  de  la  dinastía  austriaca,  y  examine  el  espinUí  de  h  al- 
ción en  este  periodo,  conocerá  que  los  sentimientos  tiernos  de  Lope  y  los  cabaUensM 
de  Calderón  constituían  el  carácter  general  de  la  sociedad  culta.  Nuestro  misoio  idio- 
ma está  manifestando  cuáles  eran  las  costumbres  de  aquel  tiempo;  pues  en  él  ena  des- 
conocidas de  los  escritores  dramáticos  y  novelistas  voces  equivalentes  A  los  eoilelsi 
galante^  coqueíte^  prude,  que  los  franceses  aplicaban  entonces  con  soma  prodigalidad  i 
las  mujeres:  señal  cierta  de  que  las  costumbres  representadas  por  aquellos  vocaUosas 
existían.  Nuestra  lengua  daba  el  nombre  de  litianas  á  las  galantes  y  coauetas,  tan 
fectamento  definidas  por  nuestro  Hurtado  de  Mendoza,  cuando  dijo  de  ana  de  a!l 
que  era  amiga  de  ganar  whmiades  y  de  comertaUas.  Lasque  los  franceses  llaman ^mdn, 
se  han  llamado  siempre  en  castellano  kipócriias^mojigatas,  hazañeroi.  Donde  no  exisleB 
palabras  para  denotar  ciertas  gradaciones  de  ideas,  es  porque  no  se  ha  conocido  h 
necesidad  de  espresarlas,  esto  es,  porque  no  las  hay  en  la  sociedad.  Por  desgracia  es 51 
española  la  palabra  coqueta:  el  idioma  ha  ganado  una  voz,  y  la  moral  ha  perdido  oai 
virtud,  que  es  la  sinceridad  y  la  constancia  en  el  amor. 

No  es  esto  decir  que  nuestros  antepasados  fueron  todos  modelos  de  ternnmy,de 
honor.  Pero  cada  siglo  tiene  su  espíritu  particular.  No  faltaron  en  él  siglo  XYII  anqe- 
res  prostituidas,  interesadas  y  engañosas;  mas  procuraban  tener  esos  vicios  muy  ocal- 
tos,  y  así  no  se  hallaba  inficionada  de  ellos  la  parte  culta  de  la  sociedad.  Nadie  podii 
negar  que  la  moda  era  tratar  el  amor  como  un  negocio  el  mas  serio  de  todos  ydegna 
consecuencia:  velar  el  amante  la  conducta  de  la  que  había  de  ser  su  esposa  y  poseer  d 
depósito  de  su  honor:  buscar  ocasiones  de  verse  y  hablarse,  que  no  proporciiuiaba  fr 
cilmente  la  severidad  de  los  padres:  tener  celos  por  la  mas  leve  ocasión:  vengarioi  é 
reñirlos  hasta  lograr  el  competente  desengaño;  en  fin,  no  fidtar  en  un  Ápice  á  las  lefü 
del  pundonor,  ó  renunciar  á  la  estimación  délos  hombres  de  bien.  No  es  nuestro  AouM 
comparar  este  orden  de  cosas  con  el  actual,  ni  dar  la  preferencia  á  ninguno  délos  dok 
Nos  basta  probar  que  realmente  existia,  y  por  consiguiente  que  nuestros  poetas  eóair 
eos  del  siglo  XVII  pintaron  al  hombre  tal  como  se  le  conocía- entonces» 

Lope  describió  las  mujeres  tiernas  y  constantes:  y  ¿cómo  podrían  dijar  de  ser  ari 
las  de  su  siglo,  cuando  en  el  nuestro,  A  pesar  de  la  gran  revolución  que  ha  habido  a 
las  costumbres,  son  todavía  proverbio  en  las  naciones  estrelleras  la  pasiony  la  sineeri- 
dad  y  la  constancia  de  las  españolas?  Calderón  las  pintó  altivas,  porque  yivia  en  la  n- 
jion  de  la  clase  mas  elevada  de  la  sociedad.  Pintó  A  los  hombres  viuientes,  milanos  j 
celosos;  y  ¿no  lo  eran  nuestros  caballeros  de  aquel  período?. 

Cualquiera  que  lea  con  atención  nuestro  teatro  antiguo,  observarA  con  fariüdai 
ue  así  Lope  y  Calderón  como  Alarcon,  Moreto  y  Rojas  describieron  la  masa  enlsn 
e  la  sociedad,  poniendo  los  sentimientos  nobles  y  generosos  en  boca  de  sos  damas  J 
caballeros,  y  las  pasiones  bajas  y  soeces,  la  cobardía,  la  falta  de  atención  al  bello  sexOi 
la  gula,  la  embriaguez,  la  codicia,  la  rapiña,  la  mentira  y  la  liviandad,  en  los  caradé* 
res  de  los  criados  y  criadas,  designados  en  la  escena  con  el  título  de  graciosos.  Eili 
dbtincion  estaba  también  en  la  sociedad  de  aquel  siglo. 

¿Quién  se  atreverá  á  negar  las  venganzas  terribles  que  el  honor  sujeria  al  marida 
engañado,  cuando  hemos  visto  prolongarse  hasta  nuestros  dias  estos  funestos  cdemala- 
res  en  todas  las  clases  de  la  sociedad  española?  ¿Y  podrá  ponerse  en  duda  la  lealbiiB  ds 
nuestros  antepasados  á  sus  reyes,  acatados  como  imájenes  de  Dios  en  la  tierraT  X,  arto 
es  así.  Garda  del  Castañar  no  pertenece  á  un  mundo  ideal  creado  por  Rojas.  Sofreía  in- 
juria de  Don  Mcndo,  porgue  cree  que  es  el  Rey:  apenas  sabe  que  no  lo  es,  le  ninviasa 
el  corazón.  Lo  mismo  hubiera  hecho  en  iguales  circunstancias  cualquier  cabalieio  4e  la 
corte  de  Felipe  IV. 

Calderón  describió  en  cinco  dramas  diferentes  los  furores  de  un  marido  eelaao  y  ans 
horribles  venganzas.  ¿Hubiera  presentado  tantas  veces  en  la  escena  una  misma  acción, 
si  no  hubiera  estado  seguro  de  la  aprobación  pública?  ¿Y  habría  obtenido  esta  aproba- 
ción, á  no  ser  conformes  aquellas  venganzas  y  aqudlos  furores  con  di  espirito  y  las 


i 


[69] 
deas  generales  de  su  siglo?  ¿Se  hubiera  ademas  sufrido  la  monotonía  de  sus  caracteres  en 
as  comedias  que  llamaban  de  capa  y  espada,  y  aun  en  algunas  de  las  heroicas,  si 
satos  caracteres  no  perteneciesen  á  la  sociedad?  Porque  lo  repetiremos  mil  veces:  á 
ladie  le  gusta  el  hombre,  que  se  representa  en  el  teatro,  si  sus  ideas  y  sentimientos  no 
ion  confórmeselos  que  estamos  acostumbrados  á  ver  en  la  sociedad.  Por  esa  razón  no 
)iieden  representarse  en  el  dia  las  comedias  de  Calderón,  señaladamente  las  urbanas; 
Mrque  no  es  posible  entenderlas,  lian  variado,  no  solo  los  usos  y  maneras,  sino  hasta 

00  pensamientos  y  las  gradaciones  de  la  pasión.  Otros  podrán  decidir  si  esta  revolu- 
don  moral  ha  sido  ventajosa  ó  funesta. 

No  negaremos  que  éntrelas  comedias  del  citado  siglo  hay  algunas  que  pertenecen 

1  un  género  particular,  diverso  del  de  las  demás,  y  que  pueden  llamarse  úfeoies,  porque 
itt  objeto  no  se  dirijo  tanto  á  describir  un  hecho  histórico,  ó  las  costumbres  del  tiempo, 
Domo  á  convertir  una  máxima  moral  ó  política  en  una  acción  humana.  En  esta  clase  de 
Iramas  todo  es  íinjido,  nombres,  sucesos,  incidentes.  A  ella  pertenece,  y  quizá  es  la 

Simera  en  su  línea,  la  Vida  t$  Sueño  de  Calderón,  donde  todos  los  personajes  son  ver- 
deras  alegorías..  Sejismundo  representa  al  género  humano,  al  hombre  en  general, 
Mitregado  á  la  impetuosidad  de  sus  pasiones,  hasta  que  le  corrijo  el  escarmiento,  y  co- 
noce cuan  fugaces  son  los  bienes  de  la  vida:  Basilio,  el  orgullo  de  la  ciencia,  que  quie- 
re preveery  someter  los  sucesos  futuros:  Clotaldo,  la  prudencia  práctica,  que  enseña  á 
moderar  las  pasiones  y  sacar  documentos  útiles  hasta  de  nuestros  mismos  desaciertos. 

A  la  misma  clase  pertenece  la  comedia  del  mismo  autor:  En  esta  vida  todo  t$  verdad  y 
odoes  mentira,  en  la  cual  luchan  el  orgullo  del  poder,  que  quiere  averiguar  lo  escondi- 
lo,  y  la  firmeza  de  la  virtud,  que  segura  de  si  misma,  desprecia  los  peligros.  Yoltaire 
mee  burla  de  este  drama,  que  sujirió  á  Corneille  una  de  sus  mas  bellas  trajedias:  lo 
cierto  es  que  será  muy  dificil  hallar  en  todo  el  teatro  francés  una  escena  comparable  con 
a  de  Focas  y  Astolfo  alíin  de  la  primer  jornada. 

Pero  este  género  no  crea  un  mundo  ideal;  no  hace  mas  que  poner  en  escena  las 
náximas,  y  para  eso  no  es  menester  salir  del  mundo  existente,  á  no  ser  que  se  diga  que 
a  moral  no  pertenece  á  él. 

Concluiremos  diciendo,  que  aunque  Calderón  hubiese  exajerado  los  sentimientos 
generales  de  su  siglo:  aunque  sus  caballeros  sean  mejores  amantes,  mas  idólatras  del 
lonor  y  mas  esforzados  de  lo  que  se  usaba  en  tiempo  de  Felipe  lY  ,  no  por  eso  sería 
ligno  de  censura.  Al -poeta  le  basta  tener  fundamento  para  sus  composiciones  en  la  na- 
ondeza:  si  la  embellece  y  perfecciona  no  hace  mas  que  usar  de  su  derecho. 

DEL  TEATRO  CLÁSICO  FRANCÉS. 


ARTÍCULO  I. 

Lope  de  Vega  dice  en  su  Arte  nuevo  de  hacer  comedias^  que  Italia  y  Francia  le  lia- 
Darían  ignorante  porque  no  observaba  en  sus  dramas  las  reglas  clásicas.  Esto  prueba 
jue  á  fines  del  siglo  XVI  ó  principios  del  XVII  eran  conocidos  y  observados  los  pre- 
leptos  de  Aristóteles  en  la  escena  francesa;  y  como  hasta  el  Cid  de  Corneille,  no  apa- 
eeió  en  ella  un  solo  drama  tolerable,  podemos  inferir  con  razón  que  los  franceses  tu- 
ieron  reglas  antes  de  tener  teatro. 

Este  fenómeno  no  es  difícil  de  esplicar.  La  cuna  de  este  teatro  fué  la  corte  de 
rancia:  fué  París,  modelo  en  todos  tiempos  y  en  todas  materías  de  las  demás  provin- 
iaa  del  reino;  y  al  mismo  tiempo  centro  de  lo  que  se  sabia  en  las  artes ,  en  las  cien- 
iaa  y  en  la  literatura.  Por  consiguiente  la  escena  no  fué  en  sus  principios  una  diver- 
ÍOQ  popular,  sino  de  la  corte  y  de  la  gente  instruida  de  la  capital ,  mmiliarízada  ya 
o  aquella  época  con  los  dramas  gríegos  y  latinos  y  con  las  obras  de  Aristóteles  y  de 
loracio.  No  es  de  estrañar  pues,  que  la  capital,  adoptando  las  formas  del  drama  ate- 
ienie,  las  designara  al  genio  como  una  condición  esencial.  Lo  contrarío  sucedió  en 


[TTO] 
Espafia,  donde  la  corte  no  tuvo  teatro  nacional  hasta  los  tiemposde  Felipe  IVrponm 
el  emperador  Carlos  V  solo  gustaba  de  las  óperas  italianas:  Feupe  O  siguió  sa  cjiemplo, 
y  ademas  creia  indecoroso  para  la  majestad  real,  que  un  cómico  la  obtaTiese  man  ea 
representación;  y  Felipe  III,  entregado  esclusivamente  á  la  deyodon,  desterró  de  pdi- 
cio  las  diversiones  escénicas.  Asi  que  nuestro  teatro  tuvo  su  or^en,  no  en  la  oorteviiai 
en  corrales,  como  se  han  llamado  casi  hasta  nuestros  días,  por  compañías  anubolaBtai, 
por  injenios  que  carecían  en  la  mayor  parte  de  conocimientos  de  emdicion  y  for 
pectadores  sin  instrucción  ninguna,  y  que  no  creian  que  una  comedia  pudiese  U 
otro  objeto  ni  otras  miras  que  la  de  divertirlos.  No  es  estraña,  pues,  la  oomideta  S- 
bertad  de  la  escena  española,  ni  la  grande  sujeción  de  la  francesa. 

Hemos  leido  algunas  composiciones  del  primitivo  teatro  francés:  hemos 
do  con  suma  atención  las  primeras  comedias  y  trgjedias  de  Gorneille  anteriores  al 
y  al  EnUmstero^  y  todas  nos  han  parecido  detestables,  esccpto  acaso  el  Fsnceilao  deBo- 
tron,  que  tiene  algunos  trozos  buenos,  imitados  quizá  del  Cam  de  Cataluña  de  aMSbt 
Rojas.  El  mismo  cardenal  de  Richelieu,  ministro  y  tiranp  de  Luis  XIII,  eaeriMi 
una  tnjedia  muy  arreglada,  que  sus  aduladores  ensalzaron  hasta  las  nobee,  y  que  ao 
por  eso  es  mejor  que  las  demás  de  aquel  tiempo.  Es  muy  digno  de  observar  qoeks 
primeros  dramas  del  gran  Gorneille  son  los  peores  de  la  época.  Sin  embargo^  nali 
faltaba  en  estas  composiciones.  Observábanse  rigorosamente  las  unidades:  la  fábnlaes* 
minaba,  ó  por  mejor  decir,  se  arrastraba  de  acto  en  acto  y  de  escena  en  esoenaf  sia  qai 
se  le  pudiese  poner  mas  tacha  que  la  de  fastidiar  y  adormecer  á  los  espectadores,  eoBO 
sucede  en  el  dia  á  los  que  se  propongan  leerlas. 

En  fin,  el  genio  fecundó  aquel  terreno  árido.  Ya  hemos  visto  que  la  centella  eUe- 
trica  salió  del  teatro  español.  En  su  imitación  aprendió  Gorneille  el  secreto  de  su  ci- 
pacidad  dramática.  Dedicáronse  los  franceses  á  traducir  los  dramas  castellanos,  pao 
refundiéndolos  bajo  las  formas  clásicas  de  su  escena.  Aparecieron  sucoesiyamente  CA 
la  brillante  corte  de  Luis  XIV  lo»  Horacios^  Cinna^  la  muerte  de  Pompeifo^  IWairtii 
Rodogtma^  y  las  demás  sublimes  producciones  de  aquel  gran  poeta,  casi  d 
tiempo  que  Moliere  hacia  suceder  á  las  farsas  insípidas  de  Scarron  sus  Mvgerm  eá 
$u  Miedniropo  y  su  Tartufo.  Estos  dos  genios  insignes  tuvieron  snccesores:  Radie,  Grs* 
billón,  Voltaire  en  la  trajedia,  Regnard  y  Destouches  en  la  comedia  Henaroo  ^ori^ 
sámente  el  intervalo  que  media  entre  los  dias  brillantes  de  Gorneille  y  la  époea  de  la 
revolución. 

El  teatro  francés  fué  en  este  intervalo  un  modelo  que  se  procuró  imitar  ea  leda 
partes,  y  que  se  imitó  con  masó  menos  felicidad.  Goldoni  y  Metastasio  introdi^enM 
sus  formas  en  Italia,  en  cuanto  se  lo  permitían  al  primero  los  caracteres  obligados  de 
Pantalón,  Lelio  y  Arlequín,  y  al  segundo  las  exijencias  del  canto  en  las  operase  I' 
retrató  en  su  Merope  toda  la  sencillez  y  el  candor  de  la  escena  griega;  y  Alfierif 
en  nuestros  dias,  sometió  á  las  formas  del  teatro  parisiense  sus  vehementes  diatrihM 
contra  el  trono  que  él  amaba,  y  sus  declamaciones  en  favor  de  la  democracia  que 
aborrecía. 

Addison  hizo  lo  m¡¿imo  en  su  Caton^  pero  sin  éxito.  El  pueblo  ingles,  ó  por  patrio* 
tismo,  ó  por  odio  á  los  franceses,  no  quiso  renunciar  al  drama  de  su  ShakespearBk 
Alemania  tampoco  renunció  á  sus  formas  románticas.  Sin  embargo  las  clásieas  piM^ 
traron  hasta  Petersburgo. 

En  España  empezaron  estas  á  ser  conocidas  á  mediados  del  siglo  XVIÜ^  y  proda^ 
jeron  algunos  dramas  de  mediano  mérito,  entre  muchos  muy  malos,  hasta  qne  eicrim 
Moratin,  émulo  de  Moliere,  superior  como  poeta  y  como  hablista,  dolado  de  oMNka 
fuerza  cómica;  pero  inferior  en  ella  y  en  la  filosofía  del  corazón  humano  ial  aator  éá 
Tartufo,  Su  primer  ensayo  fué  el  Viejo  y  la  Niña^  que  agradó  por  el  estilo  y  el  ka- 
guaje,  á  pesar  de  la  falta  dé  acción:  defecto  que  el  autor  procuró  correjir  en  el 
número  de  composiciones  que  siguieron  á  su  primer  comedia.  No  bablamoa  de 
tra  trajedia  clásica;  porque  viven  todavía  los  autores  de  las  que  hay  buenas,  y  ne 
remos  que  se  atribuya  á  anaistad  lo  que  solo  sería  justicia.  La  Raqud  de  Hnerlai 
tanta  celebridad  tuvo  en  su  tiempo,  y  que  llegó  con  la  misma  hasta  fines  del  tÍBl»íia- 
sado,  apesar  de  sus  versos  sonoros,  es  una  rapsodia  horrible,  y  que  solo  la  igneraacia 
ba  podido  aplaudir. 


[71] 

Contribuyó  en  gran  manera  á  acreditar  en  toda  Europa  las  formas  clásicas  del 
Btro  de  Corneille,  Moliere  y  Racine,  d  Arte  poética  ¿e  Boileau,  obra  escrita  en  ver- 
s^  y  en  buenos  versos,  por  un  autor  que  fué  el  aiote  de  los  pedantes  en  el  siglo  de 
lis  XIV,  un  gran  poder  en  la  república  de  las  letras,  y  un  ejemplo  vivo  de  cuan 
rcBoa  está  al  poder  la  injusticia.  Este  critico,  al  mismo  tiempo  que  hace  grande elo* 
» del  Cid  de  Corneille,  guarda  un  alto  silencio  (que  por  cierto  no  guardó  aquel 
an  poeta) ,  acerca  de  la  fuente  de  donde  habia  sacado  las  mejores  escenas  de  su 
ijaaia;  j  cuando  habla  del  teatro  español,  es  solo  para  calumniarlo  y  envilecerlo. 
lama  ^nMfro  el  teatro  para  el  ctaal  escribían  á  la  sazón  Calderón,  Moreto  y  Rojas: 
tolo  recuerda  el  abuso  de  encerrar  muchos  años  enla escena  deundia:  abuso,  que  no 
I  tan  común  en  nuestros  dramáticos  del  siglo  XVII,  principalmente  en  la  comedia 
rbena. 

Pero  no  es  esta  la  cuestión  del  dia.  Rastante  hemos  hablado  acerca  de  las  formas 
ramátieas  y  de  su  historia  en  los  pueblos  de  la  Europa  moderna.  Ya  es  tiempo  de 
reriguar  si  el  teatro  clásico  francés,  el  mas  célebre  indudablemente  de  cuantos  han 
rittido  desde  la  restauración  de  las  letras,  adoptó  las  formas  que  le  caracterizan  por 
reoeopacion  ó  complacencia  á  las  opiniones  dominantes  entre  los  literatos  y  en  la 
irte  de  Luis  XIII  y  Luis  XIV,  ó  bien  en  virtud  de  conocimiento  de  causa  y  de  exá- 
len  previo  acerca  de  los  sentimientos  y  exijencias  de  la  sociedad,  para  la  cual  se  for- 
i6.  Tiritaremos  esta  cuestión  en  el  siguiente  articulo. 

ARTÍCULO  II. 

ijAIOcuál  punto  de  vista  se  consideraba  el  hombre  en  el  siglo  de  Luis  XIV  y  en  la 
ación  francesa,  que  llegó  entonces  á  un  alto  grado  de  civilización  cristiana  y  monár^ 
nica?  ¿Se  le  miraba  únicamente  como  un  juguete  de  las  pasiones,  como  una  victima 
e  los  sentidos?  No.  Jamas  se  ha  escrito  ni  se  ha  hablado  mas  acerca  de  los  deberes,  de 
M  sentimientos  comunes  déla  humanidad,  de  los  varios  y  multiplicados  movimientos 
el  corazón  y  de  la  intelijencia  humana,  modificados  por  el  espíritu  social.  Aquel  fué 
1  siglo  del  amor,  del  honor,  de  la  valentía,  do  la  lealtad,  de  la  gloria,  de  la  relijion. 
U  libro  de  la  Rruyere,  <}ue  nos  lo  ha  descifrado,  no  se  limita  á  pintar  los  efectos  fisio- 
iQicos,  producto  esclusivo  de  la  organización.  Pone  en  acción  todas  las  (acuitados  de 
I  intelijencia,  todas  las  propensiones  morales  del  hombre.  Compárense  sus  earaeíáres 
on  los  de  Teofrasco,  y  se  conocerá  la  diferencia  entre  la  antigua  civilización  de  Atenas 
'  la  nnoderna  de  Paris. 

Los  grandes  poetas  dramáticos  del  reinado  de  Luis  XIV  hicieron  conocer  en  el 
eatro  la  misma  difisrencia.  Sus  figuras  representan,  no  el  hombre  de  Grecia  y  Roma, 
íbo  tal  como  le  hablan  formado  el  cristianismo  y  la  monarquía.  La  Fedra  de  Hacine, 
a  Clitemnestra  de  Voltaire,  el  Orestes  de  Crebillon,  sienten  remordimientos,  lid  conti- 
ma  é  interior  éntrelo  que  sus  pasiones  les  sujerian  y  lo  que  la  virtud  les  aconsejaba. 
io  pintó  en  el  teatro  de  Paris,  lo  mismo  que  en  el  de  Londres  y  en  el  de  Espafia,  no  el 
liaaibre  arrastrado  invenciblemente  por  sus  afectos  ó  por  el  destino;  sino  el  hombre 
Biofal,que  resiste  al  mal,  que  conoce  y  desea  el  bien,  y  que  lucha  contra  la  maldad  y 
mrtra  la  fixrtuna.  Las  formas  no  eran  románticas;  pero  si  los  caracteres,  en  cuanto  po- 
iian  serlo  con  las  formas  clásicas. 

Decimos  en  cuanto  podian  scrlo^  porque  en  nuestra  opinión,  es  imposible,  observan- 
do laa  unidades  aristotélicas,  desenvolver  convenientemente  un  carácter  individual  y 
colocarlo  en  todos  los  aspectos  posibles  para  que  el  espectador  lo  conozca  bien.  Puede 
Im||o  las  reglas  clásicas,  oesplegarse  uiu  pasión  dominante;  pero  nada  mas.  Paede  pin* 
lana  la  venganza,  los  celos,  la  ambición,  el  amor;  pero  no  las  modificaciones  particu- 
laree  que  estas  pasiones  reciben  en  un  >arsona|e  dado.  El  amante  de  Jtmra  es  celoso; 
poro  coiDolo  seria  cna^'-***''r  lumibre:  Ótelo  siente  los  celos  y  los  venga  úe  una  manera 
propia  y  eaclusiva  del  moro  de  Veñeda, 

Asi  es  que  cuando  los  grandes  dramáticos  firanceses  han  querido  pintar  una  figura 
iodividnal,  como  GomeiDe  en  el  Cid^  y  Racine  en  la  Feira^  no  han  hecho  trajedias^  sino 


t72] 
retratas;  porque  no  admitía  mas  el  marco  en  el  que  se  veían  obligados  á  encerrar  sos 
composiciones.  £1  área  que  necesitaban  para  describir  el  personige,  se  le  quitaba  i  k 
acción;  y  en  vez  de  obrar,  no  se  hacía  mas  que  hablar  en  la  escena. 

Esta  reflexión  esplica  el  fenómeno,  que  ya  hemos  notado,  de  no  haber  aparecido  el 
genio  dramático  en  el  teatro  francés  hasta  que  Corneille  empezó  á  imitar  los  dramas  ei- 

Eañoles.  Este  poeta,  asi  como  Rotrou  y  los  demás  contemporáneos  suyos,  oonodan  mnj 
ien  la  literatura  griega  y  latina:  pero  si  se  creyeron  obligados  á  someterse  ¿  sos  Ar- 
mas, no  imitaron  ni  podían  imitar  sus  caracteres;  porque  el  hombre,  deacripCo  ea  lü 
dramas  antiguos,  no  es  el  que  deseaba  y  necesitaba  ver  la  sociedad  noodema.  Mu  no 
pudieron  dar  con  el  verdadero  modo  de  retratarlo,  hasta  que  vieron  y  estudiaron  sa  ná- 
delo en  el  teatro  de  una  nación,  que  no  estrechada  por  preceptos  puramente  convei- 
cíonales,  dabaá  la  descripción  de  sus  personajes  la  conveniente  amplitud  para  que  fue- 
sen bien  conocidos.  El  Rodrigo  de  Guillen  de  Castro,  hijo  del  genio  y  no  del  aiiet  en- 
señó á  Corneille,  enredado  en  las  formas  del  arte,  á  dibujar  las  grandes  figuras  de  Obia- 
cio,  Emilia  y  Augusto. 

Parécenos,  pues,  queBoileau,  ven  general,  todos  los  que  se  empeñaron  en  oonier- 
var  como  dogmas  fundamentales  de  la  dramática  las  formas,  del  teatro  griego,  hicianM 
un  verdadero  daño  á  la  literatura;  porque  dieron  motivo  á  una  contradicdoa  manifish 
ta  entre  el  interés  y  la  construcción  de  la  escena  moderna.  La  acción  no  podin  ser  Im 
sencilla,  ni  los  caracteres  tan  fisiolójicos  como  en  el  drama  de  Atenas:  era  neoesarie 
pintar  mas  y  obrar  mas;  y  no  se  permitió  á  los  autores  terreno  suficiente  para  ello.  ¿Qié 
resultó?  Una  multitud  de  inconvenientes,  que  notamos  aun  en  los  mejores  poetas  del 
teatro  francés. 

Nadie  ignora  cuan  nulos  é  insufribles  son  los  confidentes  de  la  trajedia  francesa.  Así 
el  lector  como  el  espectador  saben  que  no  se  introducen  en  ella  como  verdaderas  figa- 
ras,  sino  como  simples  medios  dramáticos  de  hacer  la  esposicion  de  la  fábula,  y  de  tner 
la  por  medio  de  narraciones  al  punto  en  que  empieza  la  acción.  Asi  es  que  el  primer  aelo 
se  emplea  casi  siempre  en  informes.  Aun  hay  mas:  cada  nuevo  personaje  que  se  presea- 
ta  en  la  escena  tiene  que  manifestar  la  impresión  que  los  sucesos  anteriores  haa  cáni- 
do en  él.  ¿Y  por  qué  toda  esta  pérdida  de  tiempo  y  de  movimiento?  Solo  por  la  necaiiilad 
de  encerrar  en  el  drama  no  mas  que  la  acción  de  un  día.  Nuestros  cómicos,  que  leaiía 
mas  amplitud,  ponían  el  prólogo  en  acción,  y  pasaban  inmediatamente  al  nudo  de  la  pie- 
za. Es  verdad  que  Alfieri  desterró  los  confidentes  de  sus  trajedias,  y  no  permitió  la  ea- 
trada  á  e$os  personajes  parásitos  y  ridículos;  pero  también  lo  es,  que  por  no  quebraoltr 
la  unidad  de  tiempo,  se  vio  obligado  á  corlar  el  tamaño  material  del  drama  y  á  simpli- 
ficar la  acción,  reduciéndola  casi  á  lo  que  era  en  el  teatro  griego. 

En  la  trajedia  francesa  no  es  lícito  mudar  el  lugar  de  la  escena;  y  asi  vemos  ácada 
paso  celebrarse  en  un  mismo  sitio  un  consejo  de  ministrosy  una  junta  de  conjurados;  le 
trania  una  traición  donde  poco  antes  habían  espresado  dos  amantes  su  reciproco  afecto, 
y  los  furores  de  un  celoso  se  exhalan  en  el  mismo  gabinete  donde  reside  el  poder  que 
le  suplanta.  ¿Y  por  que  todas  estas  consecuencias?  por  conservar  la  unidad  de  lugar.  Mo* 
chos  trájicos  franceses  lian  tomado  la  libertad  de  trasmutar  la  escena,  con  tal  que  do 
sea  á  lugares  muy  lejanos.  No  nos  parece  racional  esta  condición;  porque  ai  el  leatn 
representa  en  el  primer  acto  la  plaza  de  San  An/onto  por  ejemplo,  tan  contrarióos  á  la  vi^ 
rosimilitud  material  que  se  represente  en  el  segundóla  Puerta  de  Jterracomo  el  harem  de 
Constantinopla.  Siempre  se  verificará  que  dos  lugares  muy  diversos  se  han  represenlado 
en  un  mismo  sitio. 

Hay  muchas  trajedias,  como  el  Heraclio  de  Corneille,  el  Atreo  de  Crebillpn  y  te  ií^ 
cira  de  Voltaire,  cuya  acción  es  complicada,  y  necesita  para  desplegarse  debidamenle 
de  un  gran  número  de  incidentes  subalternos.  Pues  la  regla  manda  que  todos  se  a^o- 
meren  en  un  solo  día.  ¿No  es  esto  mas  inverosímil  que  estender  la  unidad  de  ticmptf 

Nosotros  no  podemos  creer  que  haya  ninguna  unidad  esencial  a]  drama  8Ím>  Inda  m- 
,tere$.  Mientras  este  no  descaezca,  viva  el  autor  seguro  de  su  obra  y  de  los  espectadoras. 
Siempre  nos  hemos  reído  de  los  críticos  que  han  reprehendido  como  un  defecto  la  dupli- 
cidad de  acción  en  los  Horacios  de  Corneille.  ¿Qué  importaá  los  espectadores  que  triunfe 
Alba  ó  Roma?  Lo  c{ue  tiene  ajitados  los  ánimos,  es  la  suerte  del  feroz  patriota  Horacio, 
de  la  amante  Camila,  del  amable  y  valiente  Curiacio;  y  hubiera  sido  muy  mal  poeta 


[73] 
dramático  el  que  hubiera  terminado  la  pieza  siní  haber  satisfecho  el  ínteres  que  habia 
excitado  á  íavor  de  estos  grandes  y  nobles  personajes. 

¿Desecháis, puesy  lasunidadesaristatélicasf  Senos  preguntará.  Nuestra  respuesta  es:  No. 
Las  apreciamos,  no  solo  como  medios  de  yerosimilitud  material,  sino  también  como 
obstáculos,  ^ue  irritando  al  genio  aumentan  su  eneijfa.  Jamas  abdiarémos  ¿i  oue  las 
quebrante  sin  necesidad;  pero  si  al  que  se  tome  la  ampKtod  que  le  baste  para  aesple- 
far  convenientemente  los  caracteres  y  la  acción;  porque  creemos  que  la  trajedia  mo- 
derna necesita  muchas  veces  de  esta  amplitud. 

Nuestra  opinión  en  esta  partees  desinteresada:  jamas  hemos  compuesto,  ni  aun  em- 
~  ~  S  obras  para  el  teatro. 


RESPUESTA  A  UN  AFiaONADO. 


CjN  el  número  de  nuestro  periódico  del  26  de  Junio  se  insertaron  algunas  observaciones 
sobre  el  canto  I  de  la  Resurreeekm  de  un  hombre^  en  artículo  remitido.  Es  de  nuestra  obli- 
gación hacernos  cargo  de  ellas. 

Su  autor  comienza  censurando  algunos  que  Juzga  defectos,  sóbrelos  cuales  nada  di- 
jimos nosotros  en  el  juicio  que  formamos  de  dicho  canto,  y  estraña  que  los  hayamos 
omitido.  Nosotros  no  creemos  que  en  la  censura  de  una  obra  se  imponga  al  critico  la 
obligación  de  notar  todos  los  defectos;  ^rque  en  ese  caso  la  justicia  exijiria  notar  tam- 
bién todas  las  bellezas,  lo  que  produciría  una  obra  mucho  mas  voluminosa.  Basta  ^ue 
se  adviertan  algunos  defectos  notables  ó  algunas  bellezas  de  primer  orden:  lo  que  mi* 
porta  mas  ei  designar  lo  que  sobresale  en  la  obra;  y  esto  ya  lo  indicamos.  Nuestro  aficio- 
nado conviene  con  nuestra  opinión;  pues  dice  que  la  versificación  del  canto  es  armoniosa 
y  el  estilo  poético.  Él  mismo  hace  lo  que  hicimos  nosotros;  pues  deja  de  señalar  lospen» 
samienioi  osemvs,  las  galicismas  y  las  folias  de  gramática,  de  que»  según  él,  hay  algunos 
ejemplos  en  el  poema. 

Vengamos  ya  á  los  defectos  de  estilo  aue  ha  notado.  El  primero  es  en  el  quinto  ver- 
so de  una  octava  en  que  se  describe  el  ecupse  de  las  estrellas.  El  verso  es: 

cY  cuando  pierdan  sus  reflejos  ellas.» 

Nuestro  critico  cree  que  el  pronombre  dios  es  inútil,  y  quó  solo  está  puesto  por  el 
consonante. 

Nos  parece  que  si  fuese  el  verso 

cY  cuando  pierdan  ellas  sus  reflejos,» 

■adié  censuraria  el  uso  del  pronombre;  porque  no  se  echarla  de  verla  necesidad  que  el 
autorteniadeél. 

Decimos  que  no  se  le  censuraria;  porque  siempre  es  licito  el  uso  de  los  pronombres 
personales  y  demostrativos,  cuando  están  interpuestas  otras  ideas,  como  en  el  caso  pre- 
sente la  del  4.*  verso 

cal  son  horrible  del  clarin  sonoro.» 

Tenemos  muchos  ejemplos  de  esto  enVirJilio,  el  mas  elegante  de  los  poetas,  en  el  cual 
los  pronombres  tpie,  iUe,  el  mismo,  él,  están  usados  firecuentemente  para  llamar  la  aten- 
ción, á  veces  sobre  un  hombre  muy  cercano,  como  en  este  pasaje: 

c  venienti  Ebuso  plagamque  ferenti 

occupat  os  flammis:  iUi  ingens barba  reluxit.... » 
cA  Ebuso  que  llegaba  amenazante, 

10 


[74] 
hiere  con  el  tizón  el  rostro,  y  arde 
8u  luenga  barba.»  « 

Pero  en  el  caso  presente  el  pronombre  dios,  tiene  otra  importancia,  á  saber;  la  de  se- 
parar mas  enérjicamente  la  idea  delasestrellas  que  pierden  su  luz,  de  la  del  uniTeno, 
victima  también  de  la  muerte. 

«Y  cuando  pierdan  sus  reflejos  ellas, 
bañado  el  universo  en  sangre  y  lloro 
por  la  muerte  también  será  arrastrado»  > 

1^1  pronombre  da  á  entender  que  la  frase  siguiente  espresará  otra  catástrofe:  qoeao 
serán  solo  las  estrellas  las  que  sientan  el  imperio  de  la  muerte. 

áin  embargo,  no  por  eso  dejamos  de  conocer  que  los  asonantes  pierdan  y  eOcu  j  ki  i 
aglomeradas  al  fin  del  verso,  contribuyen  á  que  parezca  inarmónico  y  duro:  mudo 
mejor  estarla 

*y  cuando  iu  esplendor  apaguen  días.  9 

La  segunda  observación  es  relativa  al  tercer  verso  de  la  tercer  octava  que  copiamof, 
en  la  cual,  se  dice,  falta  una  silaba.  Este  verso  es  como  sigue: 

<y  al  astro  de  la  luz  verd  asond)rado^9 

y  así  está  en  el  poema.  La  falta  de  la  silaba  la  que  se  nota  en  nuestro  periódico,  proce- 
dió de  un  yerro  de  imprenta,  semejante  al  que  nota  y  corrije  oportunamente  nuestro 
aficionado,  sustituyendo  sonrioÁ  roció enél  verso, 

c  y  mintiendo  placer  falso  sonrio, » 

que  es  como  se  lee  en  el  orijinal. 

Se  censura  la  esprcsion  helado  lecho  como  una  cacofonía;  pero  no  vemos  en  qaéie 
funda  esta  crítica;  porque  estas  dos  palabras  no  tienen  mas  consonante  común  que  la/, 
y  las  silabas  en  que  entra  están  separadas:  no  hay  en  las  vocales  asonancia  ni  conso- 
nancia: ambas  voces  son  de  buen  sonido  y  formación.  No  tiene,  pues,  su  unión  ningaoo 
do  los  defectos  que  son  contrarios  á  la  armonía. 

Mas  estensa  discusión  merece  el  examen  del  sfmil  que  hace  el  poeta  entre  la  emo- 
ción que  produce  la  ira  en  el  cabello  del  héroe,  y  el  movimiento  de  el  Etna  cuando  re- 
tiembla por  la  violencia  del  volcan.  Nuestro  crítico  cree  impropia  esta  comparación,  j 
le  parecería  mejor  la  de  una  hoja  pendiente  de  la  rama,  ó  la  de  una  flor  en  su  taUo. 
¡Vosotros  no  opi  namos  asi . 

En  todo  símil  debe  procurarse  que  la  semejanza  recaiga  en  aquella  circunstandi 
del  objeto,  que  llama  mas  la  atención  del  poeta,  y  que  por  tanto  quiere  describir  mas 
particularmente.  En  la  comparación  de  que  hablamos,  esta  circunstancia  ese!  efecto ei* 
terior  que  produjo  la  ira  en  el  soberbio  joven;  echar  mano  á  la  daga,  retemblar  Ijjerür 
uirnte  su  ccihelleraj  indican  el  enojo  que  le  causaron  los  denuestos  del  alquimista:  enojo 
violento,  aunque  prontamente  reprimido  por  la  consideración  á  la  vejez  del  que  le  in- 
juriaba. Este  movimiento  está,  pues,  bien  comparado  al  temblor  del  Etna,  lijero  y  casi 
imperceptible  en  su  inmensa  mole;  pero  producido  por  una  causa  muy  violenta.  Una 
hoja  ó  una  flor  se  parecen  mas  al  cabello  que  un  monte:  pero  no  tiemblan  uno  cuando 
el  \ienio  es  suaí>e.  Si  es  muy  fuerte,  caen;  y  así  no  serian  símiles  propios  en  ésta  ocasión, 
en  <¡ue  rl  intento  del  poeta  es  pintaren  un  joven  magnánimo  el  efecto,  poco  notable  al 
4*sterior,  de  una  pasión  vehemente. 

Ademas  los  símiles  deben  ser  correspondientes  en  dignidad  al  objeto  asimilado.  Una 
hoja  ó  una  flor  no  tienen  en  el  raso  pre.<!cnte  Kr  misma  dignidad  que  un  monte  ijitado 


;go  quü  corroe  sus  enlrañas.  Por  esa  razón  nos  pareció  oportuna  y  bella  la 
ion: 

c  Y  el  blondo  pelo  de  su  sien  pendiente 
lijero  retembló,  cual  tiembla  tiuano 
el  Etna  giganteo,  conmovido 
del  fuego  en  sus  entrañas  comprimido.  > 

os  giganteo^  y  comprimido  son  excelentes  y  contribuyen  al  símil.  Giganteo  re- 
la  magnanimidad  del  Joven:  comprimido  su  cuidado  en  reprimir  la  ira.  ¡Asi 
os  quitar  el  epíteto  insanoj  impropio,  y  que  ó  no  significa  nada,  ó  destruye  el 
la  comparación!  Los  montes  no  son  insanoi^j  ni  tampoco  lo  fué  el  Joven;  pues 
11  enojo. 

lio  de  cuento  no  puede  convenir  á  ana  composición,  que  sea  como  se  fuere,  tie- 
enta  tener  un  objeto  moral.  La  historia  del  mendigo  embriagado  que  despertó 
ario,  tenido  y  acatado  como  príncipe,  para  volver  después  de  otra  borrachera 
ÍOT  infelicidad,  es  un  cuento:  la  Vula  e$  sueño  de  Calderón,  es  un  poema.  Qja- 
t  poeta  saque  de  la  patraña  del  marques  de  Villena  tanto  partido  como  elpoe- 
pe  IV  supo  sacar  de  la  novela  de  Bocacio! 

tenemos  mas  placer  en  aplaudir  que  en  criticar,  quisiéramos  impugnar  á 
Sdonado  en  lo  aue  dice  del  prólogo;  pero  por  desgracia  tiene  sobradísima  ra- 
prueba  que  los  nombres  de  mas  injenio  se  quedan  muy  inferiores  cuando  ar- 
ia empresa  poco  meditada.  Tal  fué  en  nuestro  entender  la  de  querer  esplicar 
I  del  romanticismo  que  no  la  tiene;  porque  es  una  moda  pasajera  y  nada  mas. 


LEYENDAS  ESPAÑOLAS 

POR  D.  JOSÉ  JOAQON  DE  MORA. 

ARTÍCULO  1. 


ase  de  composiciones  han  sido  desconocidas  hasta  ahora  enr  nuestra  literatura 
lues  no  puede  darse  este  nombre  al  pequeño  número  de  omances  heroicos, 
eño  todavia  si  solo  se  han  de  contar  los  ouenos  y  cortos  por  necesidad,  que 
Parnaso  castellano.  La  leyenda  es  un  poema  de  alguna  magnitud,  aunque 
rgo  como  la  epopeya;  y  está  consagrado  á  celebrar  algunos  hechos  verdade- 
dosos  de  la  historia  nacional.  Tanto  puede  ser  objeto  de  una  leyenda  alguna 
Ulnas  verdaderas  del  Cid,  como  de  las  <}ue  ha  atribuido  una  ÜBdsa  tradición  á 
del  Carpió,  personaje  de  cuya  existencia  hay  grandes  motivos  de  dudar. 
B,  pues,  que  el  fin  de  esta  clase  de  poemas  es  halagar  la  imajinacion  del  Jec- 
pintura  de  otros  usos  y  costumbres,  de  otra  clase  de  sociedad,  de  otro  espí- 
otras  ideas,  que  las  del  siglo  en  que  vivimos.  Nadie  duda  que  sí  á  este  tra- 
desempeñado  se  añade  el  interés  de  la  acción,  y  sobre  todo  una  elocución 
imente  poética  y  versos  variados,  llenos  y  armoniosos,  se  habrá  conseguido 
|ue  los  escritos,  en  los  cuales  sobresalgan  estas  prendas,  constituirán  un  ge- 
no de  pasar  á  la  posteridad  y  de  aumentar  nuestro  tesoro  poético. 
ie  vé  que  para  esto  no  es  necesaria  la  verdad  efectiva  de  los  hechos:  basta  que 
or  la  tradición,  porque  todas  las  fábulas,  inventadas  en  la  infoncia  de  las  na- 
intan  su  espíritu,  sus  ideas  y  su  carácter.  Tan  propias  eran  de  los  romanos  las 
leí  dios  Término j  que  no  quiso  moverse,  y  de  la  nabaga  que  partió  el  pedernaU 
los  españoles  la  de  la  Judia  de  Toledo,  y  del  banquete  espléndido  de  los  Ri- 


[76] 

cos-hombres  de  Castilla,  cuando  el  rey  Enrique  el  enfermo  se  veia  obligado  á  empeñar 
su  gabán  só  pena  de  acostarse  sin  cenar. 

Es  deber  del  historiador  desterrar  semejantes  consejas  de  los  anales.  El  poeta  no 
está  obligado  á  ello;  y  tiene  libertad  de  describirlas  siempre  que  coa  ellas  consiga  di- 
vertir á  los  lectores,  é  instruirlos  en  el  espirita  y  en  la  moral  de  los  siglos  en  que  le 
suponen  ó  se  inventaron. 

Las  leyendas  del  Sr.  Mora  satisfacen  á  las  condiciones  que  hemos  asignado  ¿  eiti 
ciase  de  composiciones.  El  lenguaje,  por  lo  general,  es  j^uro  t  correcto:  la  ▼ersific^ 
cion  fluida  y  sonora;  aunque  tal  vez  peca  por  la  multiplicidad  de  versos  pareados, 
que  no  hacen  buen  efecto  demaúado  repetidos,  á  no  ser  en  el  género  festivo:  ki 
adornos  acomodados  sin  afectación  y  distribuidos  con  sobriedad:  el  tono  pasa  con  fre- 
cuencia, á  imitación  del  Ariosto,  de  lo  grave  á  lo  tierno  ó  á  lo  jocoso. 

Muchas  de  las  leyendas  son  interesantes,  no  solo  por  la  accion«  sino  lambien  por 
el  modo  de  contarlas.  Á  veces  el  poeta  se  presenta  al  lector,  entra  en  di^sreiioneB  y  se 
toma  todas  las  licencias  posibles;  tanto  mas  agradable,  cuanto  mejor  pintan  el  aban- 
dono del  genio  á  sus  propios  caprichos.  Esto  en  cuanto  á  ia  elocución,  en  la  cual  no 
ha  desmentido  este  poeta  la  idea  que  se  habia  formado  de  él  en  vista  de  bos  compon* 
nes  líricas  que  han  visto  ya  la  luz  pública.  Reservamos  para  otro  artículo  haUar  del 
fondo  mismo  y  de  los  pensamientos  é  intenciones  fundamentales  de  las  mencionadaí 
leyendas. 

En  este  nos  contentaremos  con  enriquecer  nuestras  columnas  con  algunas  maes- 
tras del  estilo.  La  siguiente  comparación  se  refiere  á  una  joven  atormentada  por  ana 
pasión  amorosa  y  secreta. 

c Empero  cual  arbusto, 

que  lozano  y  robusto 

vigor,  salud,  perfume,  altivo  brota; 

y  leiitaaiei)te  la  alta  rama  ipclina 

desfallecida  y  rota , 

y  lentameqte  «1  fuerte  tronco  mina 

secreta  destraocien^  y  amarillea 

la  pompa  del  follaje,  y  no  lo  orea 

benigna  el  iuirf<  Y  ^  daftino  abrojo 

lo  cubre,  y  sin  el  lustre  fresco  y  verde, 

los  leves  jugos  déla  vida  pierde:  t 

Casi  todas  las  espresiones  son  gráficas:  lozaho^  robusta,  hrtítar  vigor j  dañüiQ  úknf^ 
Uve  jugo  pintan  á  la  fantasia  el  objeto.  Solo  nos  hfL  desagradado  ]^  palalpra  dmlrmm^ 
que  «n  este  lugar  nada  Rescribe.  Qi|isiér£^mos  que  en  su  lugar  se  sHsti^uyese  alguwi  di 
las  voces  cpn  que  se  design^q  l^s  ea^inedades  da  las  plantas. 

Otra  comparación  sobre  el  uh^QO  objeto. 

f  Como  en  el  limbo  oloroso 
de  tierna  flor  el  gusano 
labra  el  nido  silencioso, 
y  el  jugo  puro  y  liviano 
consume  voraz  y  ansioso; 
hasta  que  el  color  lozano 
se  borra,  y  el  taHp  erguido 
queda  flojo  y  dbaitdo:  > 

El  siguiente  diálogo  entre  una  bienhechora  que  no  exye  en  premio  de  su  ínvor  la 
revelación  de  un  secreto,  y  el  favorecido,  que  le  ofrece  revelarlo  después,  es  vivo,  ani- 
mado y  pinta  bien,  aunque  en  estilo  festivo,  la  situación  de  los  interlocutores. 

tNomede^  dice,  retdarqwmwg, 
Y  elb  responde:  yo  no  lojpregtinío. 


Mahana,  é\  sigue,  lo  sabrás^  no  hoy. 
— No  fijó  mi  atención  en  uU  asunto. 
— Dome  tm  vaso  de  agua. — Por  él  voy. 
— Quiero  una  cama, — La  tendrás  al  punto. 
— ^.4  Dios^  y  toma  ese  bolsón  de  cuero. 
— Quédaied  JKos  y  yuarda  tu  dinero,  i 


lié  aquí  un  ejemplo  de  la  manera  coa  <}ae  «1  poeta  se  introduce  en  la  escena^  j 
leierta  á  piular  su  carácter  amante  de  la  virtud. 

cPodria  ser  lacónico,  y  acaso, 
lo  desea  el  lector;  pero  confieso 
^ue  voy  en  esta  historia  paso  á  paso, 
^  aunque  rara  vez  caigo  en  este  exceso. 

Nunca  las  Mías  flores  del  Parnaso 
•exhalan  tanto  aroma  y  embeleso 
como  cuando  se  ciñen  á  una  fnente^ 
en  excelsas  virtudes  cefíiljente. 

De  pocos  años  á  •esta  parte  he  visto 
tanta  perversidad^  que  cuando  encuentro 
inocencia*  virtud,  bondad,  existo 
por  algunos  instantes  «n  mi  centro* 
Al  placer  que  ahora  goao  no  xesisto: 
i»u  deliciosa  inspiración  adentra 
del  alma  se  insinúa  y  la  recrea» 
como  el  auca  Lenigna  que  me  Qrea.« 

kak  desoribe  una  joven  desgraciada: 

«HaófiMa^  ún  amigos,  sin  apoyo» 
sola  OH  el  universo»  Cual  arroyo , 
aue  lejano  del  prado  y  seo^entera, 
lleva  inútil  s«  lin&  placentera 
|K>r  8ofedadestásperas¥«mibriaSt^ 
talea  oe  pierden  -sus  kermosos  dias 
^n  silencioso  ol^rido  y  abandono.» 

Ha  héroe  castellano  Ilanuí  así  á  la  batalla  á  un  moro  que  le  ha  ofendiAo. 

•Muerte  traiyo^  ó  mí  /tirio 
se  eoitisiguirá  en  la  muerte» 
Sanyre  pide  mi  injuria : 
Derrámela  d  mas  fuerte. 


sal^  forzador  injusto, 
sal  f  cobarde  maldikk, 
si  no  lo  impide  d  suOo 
gue  aoompaáa  al  dáiio.* 


s 


XRTf  CZILO  IL 


N  «alas  composiciones  heoMs  notado  oienla  inleiiqoB  á  zaherir  úloo  reyes,  á  loe  sa- 
erdotes  y  á  los  nobles.  No -en  esepor  cierto  el  es|>iríttt  de  la  edad  media,  á  que  se  refie- 
eii  lae  lindas;  y  ni  aun  lo^s  de  las  actuales  sociedades,  escarmentadas  por  los  tristes 
kciof  de  la  revolución  de  Francia  y  convencidas  de  la  necesidad  de  las  instituciones 
lonárqnicas  paralas  naciones  de  extenso  territorio,  y  de  las  relfjiosas  para  todas. 


[68] 

bre  ni  se  describe  como  es,  ni  como  ha  sido,  ni  como  debiera  ser,  sino  como  qnisieni 
que  fuera  los  sectarios  del  fisiolpjismo. 

Pero  en  nuestra  opinión  la  censura  que  hacen  de  nuestro  antiguo  teatro  le  fnaái 
sobre  una  falsa  suposición.  Cualquiera  que  lea  y  estudie  la  historia  eapañola  daiit 
Isabel  la  Católica  hasta  el  fin  de  la  dinastía  austríaca,  y  examine  el  espíritu  de  la  li- 
ción en  este  periodo,  conocerá  que  los  sentimientos  tiernos  de  Lope  y  los  cabaOOTam 
de  Calderón  constituian  el  carácter  general  de  la  sociedad  culta.  Nuestro  mismo  idit* 
ma  está  manifestando  cuáles  eran  las  costumbres  de  aquel  tiempo;  pues  en  él  eran  des- 
conocidas de  los  escritores  dramáticos  y  novelbtas  voces  equivalentes  á  loa  ^iUbIoí 
galante^  eoquette^  prude,  que  los  franceses  aplicaban  entonces  con  suma  prodigalidad  á 
Jas  mujeres:  señal  cierta  de  que  las  costumbres  representadas  por  aquellos  vocabloaas 
existian.  Nuestra  lengua  daba  el  nombre  de  litnanai  á  las  galantes  y  coquetas,  lan  per- 
fectamente definidas  por  nuestro  Hurtado  de  Mendoza,  cuando  dijo  de  ana  de  aun 
que  era  amiga  de  ganar  vohintades  y  de  contervaUai.  Las  que  los  franceses  llaman  fnÉM, 
se  han  llamado  siempre  en  castellano  hipócritas^mojigatas,  hazañeras.  Donde  no  exislHi 
palabras  para  denotar  ciertas  gradaciones  de  ideas,  es  porque  no  se  ha  conoeido  h 
necesidad  de  espresarlas,  esto  es,  porque  no  las  hay  en  la  sociedad.  Por  deagracjaesfi 
española  la  palabra  coqueta:  el  idioma  na  ganado  una  voz,  y  la  moral  ha  perdido  ui 
virtud,  que  es  la  sinceridad  y  la  constancia  en  el  amor. 

No  es  esto  decir  que  nuestros  antepasados  fueron  todos  modelos  de  temara  j^ét 
honor.  Pero  cada  siglo  tiene  su  espíritu  particular.  No  faltaron  en  el  siglo  XVII  flMJ|s- 
res  prostituidas,  interesadas  y  engañosas;  mas  procuraban  tener  esos  vides  moy  ocu- 
tos,  y  así  no  se  hallaba  inficionada  de  ellos  la  parte  culta  de  la  sociedad.  Nadie  poiii 
negar  que  la  moda  ena  tratar  el  amor  como  un  negocio  el  mas  serio  de  todoa  y  degna 
consecuencia:  velar  el  amante  la  conducta  de  la  que  había  de  ser  su  esposa  y  poseer  d 
depósito  de  su  honor:  buscar  ocasiones  de  verse  y  hablarse,  que  no  propordonaha  ft- 
cilmente  la  severidad  de  los  padres:  tener  celos  por  la  mas  leve  ocasión:  veDgarios  6 
reñirlos  hasta  lograr  el  competente  desengaño;  en  fin,  no  £ritar  en  an  ápice  ¿  laa  kyti 
del  pundonor,  ó  renunciar  á  la  estimación  de  los  hombres  de  bien.  No  es  nuestro  áow 
comparar  este  orden  de  cosas  con  el  actuaU  ni  dar  la  preferenda  á  ninguno  délos  do- 
Nos  basta  probar  que  realmente  existia,  y  por  consiguiente  que  nuestros  poetas  té» 
eos  del  siglo  XVII  pintaron  al  hombre  tal  c^mo  se  le  conocía- entonces* 

Lope  describió  las  mujeres  tiernas  y  constantes:  y  ¿cómo  podrían  dejar  de  ser  iri 
las  de  su  siglo,  cuando  en  el  nuestro,  á  pesar  de  la  gran  revolución  que  ha  hakido  tf 
las  costumbres,  son  todavía  proverbio  en  las  naciones  estram'eras  la  pasión i  la  aineeii- 
dad  y  la  constancia  de  las  españolas?  Calderón  las  pintó  altivas,  poraue  vivía  en  la  re- 
jion  de  la  clase  mas  elevada  de  la  sociedad.  Pintó  á  los  hombres  vaJíentei,  arbanos  j 
celosos;  y  ¿no  lo  eran  nuestros  caballeros  de  aquel  período?. 

Cualquiera  que  lea  con  atención  nuestro  teatro  antiguo,  observará  con  fiMilidal 

3ue  así  Lope  y  Calderón  como  Alarcon,  Morete  y  Rojas  describieron  la  masa  enten 
e  la  sociedad,  poniendo  los  sentimientos  nobles  y  generosos  en  boca  de  sos  damas  y 
caballeros,  y  las  pasiones  bajas  y  soeces,  la  cobardía,  la  fiílta  de  atención  al  bello  seio, 
la  gula,  la  embriaguez,  la  codicia,  la  rapiña,  la  mentira  y  la  liviandad,  en  losearadé- 
res  de  los  criados  y  criadas,  designados  en  la  escena  con  el  título  de  gndoMi.  EiU 
distinción  estaba  también  en  la  sociedad  de  aquel  siglo. 

¿Quién  se  atreverá  á  negar  las  venganzas  terribles  que  el  honor  sujeria  al  marido 
engañado,  cuando  hemos  visto  prolongarse  hasta  nuestros  dias  estos  funestos  ^lemalt* 
res  en  todas  las  clases  de  la  sociedad  española?  ¿Y  podrá  ponerse  en  duda  la  lealM  ds 
nuestros  antepasados  á  sus  reyes,  acatados  como  imájenes  de  Dios  en  la  tierra?  K  oto 
es  así.  Garda  del  Castañar  no  pertenece  á  un  mundo  ideal  creado  por  Rojas.  Snfralaü- 
juria  de  Don  Mendo,  porque  cree  que  es  el  Rey:  apenas  sabe  que  no  lo  es,  le  atraviasi 
el  corazón.  Lo  mismo  hubiera  hecho  en  iguales  circunstancias  cualquier  caballefo  de  b 
corte  de  Felipe  iV. 

Calderón  describió  en  cinco  dramas  diferentes  los  furores  de  un  marido  eékwo  ym 
horribles  venganzas.  ¿Hubiera  presentado  tantas  veces  en  la  escena  nna  misma  eedont 
si  no  hubiera  estado  seguro  de  la  aprobadon  pública?  ¿Y  habría  obtenido  esta  aprofca 
don,  á  no  ser  conformes  aquellas  venganzas  y  aquellos  furores  con  el  espirita  y  lai 


[69] 

ideas  generales  de  su  siglo?  ¿Se  hubiera  ademas  sufrido  la  monotonía  de  sus  caracteres  en 
las  comedias  que  llamaban  de  capa  y  espada,  y  aun  en  algunas  de  las  heroicas,  si 
ealos  caracteres  no  perteneciesen  á  la  sociedad?  Porque  lo  repetiremos  mil  veces:  á 
nadie  le  gusta  el  hombre  que  se  representa  en  el  teatro,  si  sus  ideas  y  sentimientos  no 
aoD  confórmeselos  que  estamos  acostumbrados  á  ver  en  la  sociedad.  Por  esa  razón  no 
pneden  representarse  en  el  dia  las  comedias  de  Calderón,  señaladamente  las  urbanas; 
porque  no  es  posible  entenderlas,  lian  variado,  no  solo  los  usos  y  maneras,  sino  hasta 
HM  pensamientos  y  las  gradaciones  de  la  pasión.  Otros  podrán  decidir  si  esta  revolu- 
don  moral  ha  sido  ventajosa  ó  funesta. 

No  negaremos  que  entre  las  comedias  del  citado  siglo  hay  algunas  que  pertenecen 
á  on  género  particular,  diverso  del  de  las  demás,  y  que  pueden  llamarse úí«ales,  porque 
m  objeto  no  se  dirije  tanto  á  describir  un  hecho  histórico,  ó  las  costumbres  del  tiempo, 
como  á  convertir  una  máxima  moral  ó  política  en  una  acción  humana.  En  esta  clase  de 
dramas  todo  es  íinjido,  nombres,  sucesos,  incidentes.  A  ella  pertenece,  y  quizá  es  la 

Eimera  en  su  linea,  la  Vida  t$  Sueño  de  Calderón,  donde  todos  los  personajes  son  ver- 
deras  alegorías..  Sejismundo  representa  al  género  humano,  al  hombre  en  general, 
entregado  á  la  impetuosidad  de  sus  pasiones,  hasta  que  le  corrijo  el  escarmiento,  y  co- 
noce cuan  fugaces  son  los  bienes  de  la  vida:  Basilio,  el  orgullo  de  la  ciencia,  que  quie- 
re preveer  y  someter  los  sucesos  futuros:  Clotaldo,  la  prudencia  práctica,  que  enseña  á 
moderar  las  pasiones  y  sacar  documentos  útiles  hasta  de  nuestros  mismos  desaciertos. 

A  la  misma  clase  pertenece  la  comedia  del  mismo  autor:  En  esta  vida  lado  es  verdad  y 
iodo  es  mentira^  en  la  cual  luchan  el  orgullo  del  poder,  que  quiere  averiguar  lo  escondi- 
do, y  la  firmeza  de  la  virtud,  que  segura  de  si  misma,  desprecia  los  peligros.  Voltaire 
hace  burla  de  este  drama,  que  sujirió  á  Corneille  una  desús  mas  bellas  trajedias:  lo 
cierto  es  que  será  muy  dificil  hallar  en  todo  el  teatro  francés  una  escena  comparable  con 
la  de  Focas  y  Astolfo  al  fin  de  la  primer  jornada. 

Pero  este  género  no  crea  un  mundo  ideal;  no  hace  mas  que  poner  en  escena  las 
máximas,  y  para  eso  no  es  menester  salir  del  mundo  existente,  á  no  ser  que  se  diga  que 
la  moral  no  pertenece  á  él. 

Concluiremos  diciendo,  que  aunque  Calderón  hubiese  exajerado  los  sentimientos 
generales  de  sa  siglo:  aunque  sus  caballeros  sean  mejores  amantes,  mas  idólatras  del 
honor  y  mas  esforzados  de  lo  que  se  usaba  en  tiempo  de  Felipe  IV  ,  no  por  eso  sería 
digno  de  censura.  Al  poeta  le  basta  tener  fundamento  para  sus  composiciones  en  la  na- 
turaleza: si  la  embellece  y  perfecciona  no  hace  mas  que  usar  de  su  derecho. 

DEL  TEATRO  CLÁSICO  FRANCÉS. 


ARTICULO  I. 

JLOPE  de  Vega  dice  en  su  Arte  nuevo  de  hacer  comedias^  que  Italia  y  Francia  le  lla- 
marían ignorante  porque  no  observaba  en  sus  dramas  las  reglas  clásicas.  Esto  prueba 
que  á  fines  del  siglo  aVI  ó  príncipios  del  XVII  eran  conocidos  y  observados  los  pre- 
ceptos de  Aristóteles  en  la  escena  francesa;  y  como  basta  el  Cid  de  Corneille,  no  apa- 
reció en  ella  un  solo  drama  tolerable,  podemos  inferir  con  razón  que  los  franceses  tu- 
vieron reglas  antes  de  tener  teatro. 

Este  fenómeno  no  es  difícil  de  esplicar.  La  cnna  de  este  teatro  fué  la  corte  de 
Francia:  fué  Paris,  modelo  en  todos  tiempos  y  en  todas  materias  de  las  demás  provin- 
cias del  reino;  y  al  mismo  tiempo  centro  de  lo  que  se  sabia  en  las  artes ,  en  las  cien- 
das  y  en  la  literatura.  Por  consiguiente  la  escena  no  fué  en  sus  j^rincipios  una  diver- 
lion  popular,  sino  de  la  corte  y  de  la  gente  instruida  de  la  capital,  familiarizada  ya 
fíu  aquella  época  con  los  dramas  griegos  y  latinos  y  con  las  obras  de  Aristóteles  y  de 
Horacio.  No  es  de  estrañar  pues,  que  la  capital,  adoptando  las  formas  del  drama  ate* 
niense,  las  designara  al  genio  como  una  condición  esencial.  Lo  contrarío  sucedió  en 


[70] 
Espafia,  donde  la  corte  no  tuvo  teatro  nacional  hasta  los  tiempos  de  Felipe  IVrpormie 
el  emperador  Carlos  V  solo  gustaba  de  las  óperas  italianas:  Feupe  II  sigaió  su  ejempko, 
y  ademas  creia  indecoroso  para  la  majestad  real,  que  un  cómico  la  obtuvieae  aon  ea 
representación;  y  Felipe  III,  entregado  esclusivamente  á  la  deyodon,  desterró  de  pria- 
do las  diversiones  escénicas.  Asi  que  nuestro  teatro  tuvo  su  or^en,  no  en  la  oortevsiaD 
en  corrales,  como  se  han  llamado  casi  hasta  nuestros  dias,  por  compañías  ambolaalMt 
por  injenios  que  carecían  en  la  mayor  parte  de  conocimientos  de  erudición  y  por  0h 
pectadores  sin  instrucción  ninguna,  y  que  no  creian  que  una  comedia  pudiese  tenar 
otro  objeto  ni  otras  miras  que  la  de  divertirlos.  No  es  estraña,  pues,  la  oomideta  li- 
bertad de  la  escena  española,  ni  la  grande  sujeríon  de  la  francesa. 

Hemos  leido  algunas  composiciones  del  primitivo  teatro  francas:  hemos  fiTamiaa 
do  con  suma  atención  las  primeras  comedias  y  trajedias  de  Gorneille  anteriores  ai  Gi 
y  al  Embustero^  y  todas  nos  han  parecido  detestables,  escepto  acaso  el  Veneetlaú  deBo- 
tron,  que  tiene  algunos  trozos  buenos,  imitados  quizá  del  Cam  de  CattUmUm  de 
Rojas.  El  mismo  cardenal  de  Richelieu,  ministro  y  tirano  de  Luis  XIII, 
una  trajedia  muy  arreglada,  que  sus  aduladores  ensalzaron  hasta  las  nubes,  y  que  as 
por  eso  es  mejor  que  las  demás  de  aquel  tiempo.  Es  muy  digno  de  obserrar  qnelsi 
primeros  dramas  del  gran  Gorneille  son  los  peores  de  la  época.  Sin  embargo,  naás 
faltaba  en  estas  composiciones.  Observábanse  rigorosamente  las  unidades:  la  Clbnla  es- 
minaba,  ó  por  mejor  decir,  se  arrastraba  de  acto  en  acto  y  de  escena  en  escena,  sin  qw 
se  le  pudiese  poner  mas  tacha  que  la  de  fastidiar  y  adormecer  á  los  espectadores,  eoma 
sucede  en  el  dia  á  los  que  se  propongan  leerlas. 

En  fin,  el  genio  fecundó  aquel  terreno  árido.  Ya  hemos  visto  que  la  centella  eléc- 
trica salió  del  teatro  español.  En  su  imitación  aprendió  Gorneille  el  secreto  de  su  cs- 
pacidad  dramática.  Dedicáronse  los  franceses  á  traducir  los  dramas  eastellanoSv  pao 
refundiéndolos  bajo  las  formas  clásicas  de  su  escena.  Aparederon  suooesivamenta  es 
la  brillante  corte  de  Luis  XIV  lo»  Horacios,  Cinna^  la  muerte  de  Pompeifo^  fW<airi>i 
Rodoguna^  y  las  demás  sublimes  producciones  de  aquel  gran  poeta,  casi  ri  nims, 
tiempo  que  Moliere  hacia  suceder  á  las  farsas  insípidas  de  Scarron  sus  Mugerm  eábimt 
su  Inisdniropo  y  su  Tartufo.  Estos  dos  genios  insignes  tuvieron  succesores:  Raone,Gr»* 
billón,  Voltaire  en  la  trajedia,  Regnard  y  Destouches  en  la  comedia  llenaron  glori»* 
sámente  el  intervalo  que  media  entre  los  dias  brillantes  de  Gorndlle  y  la  época  de  la 
revolución. 

El  teatro  francés  fué  en  este  intervalo  un  modelo  que  se  procuró  imitar  ee  leda 
partes,  y  que  se  imitó  con  mas  ó  menos  felicidad.  Goldoni  y  Metastasio  introdi^)efW 
sus  formas  en  Italia,  en  cuanto  se  lo  permitían  al  primero  los  caracteres  obligados  de 
Pantalón,  Lelio  y  Arlequín,  y  al  segundo  las  exijencias  del  canto  en  las  operas:  HriK 
retrató  en  su  Merope  toda  la  sencillez  y  el  candor  de  la  escena  griega;  y  Alfierit  ttá 
en  nuestros  días,  sometió  á  las  formas  del  teatro  parisiense  sus  vehementes  diatribii 
contra  el  trono  que  él  amaba,  y  sus  declamaciones  en  favor  de  la  democracia  qw 
aborrecía. 

Addíson  hizo  lo  mi^mo  en  su  Cattm^  pero  sin  éxito.  El  pueblo  ingles,  ó  por  patrio- 
tismo, ó  por  odio  á  los  franceses,  no  quiso  renunciar  al  drama  de  su  ShakespearOk 
Alemania  tampoco  renunció  á  sus  formas  románticas.  Sin  embargo  las  clásieas  pto^ 
traron  hasta  Petersburgo. 

En  España  empezaron  estas  á  ser  conoddas  á  mediados  del  siglo  XVIII,  y  pieda- 
jeron  algunos  dramas  de  mediano  mérito,  entre  muchos  muy  malos,  hasta  que  ossriW 
Moratin,  émulo  de  Moliere,  superior  como  poeta  y  como  hablista,  dotado  de  BMchi 
fuerza  cómica;  pero  inferior  en  ella  y  en  la  filosofía  del  corazón  humano  si  autar  dd 
Tartufo.  Su  prímer  ensayo  fué  el  Viejo  y  la  Niña^  que  agradó  por  él  estilo  y  el  len- 
guaje, á  pesar  de  la  falta  dé  acción:  defecto  que  el  autor  procuró  correjir  en  denito 
número  de  composiciones  que  siguieron  á  su  prímer  comedia.  No  bablamoa'  de  auss* 
tra  trajedia  clásica;  porque  viven  todavía  los  autores  de  las  auehay  buenas,  y  ne  qas* 
remos  que  se  atribuya  á  amistad  loque  solo  sería  justicia.  La  Raqud  de  Huerta,  qvs 
tanta  celebridad  tuvo  en  su  tiempo,  y  que  llegó  con  la  misma  hasta  fines  del  sigla fa* 
sado,  apesar  de  sus  versos  sonoros,  es  una  rapsodia  horrible,  y  que  solo  la  ignaOMÍi 
ha  podido  aplaudir. 


[TI] 
uyó  en  gran  manera  á  acreditar  en  toda  Europa  las  formas  clásicas  del 
lorneille.  Moliere  y  Racine,  d  Arte  poética  de  Boileau,  obra  escrita  en  vér- 
menos versos,  por  un  autor  que  fué  el  aiote  de  los  pedantes  en  el  siglo  de 
un'  gran  poder  en  la  república  de  las  letras,  y  un  ejemplo  vivo  de  cuan 
á  al  poder  la  injusticia.  Este  critico,  al  mismo  tiempo  que  hace  grande elo- 
de  Corneille,  guarda  un  alto  silencio  (que  por  cierto  no  guardó  aquel 
I  y  acerca  de  la  fuente  de  donde  habia  sacado  las  mepres  escenas  de  su 
cuando  habla  del  teatro  español,  es  solo  para  calumniarlo  y  envilecerlo. 
lero  el  teatro  para  el  cual  escríbian  á  la  sazón  Calderón,  Moreto  y  Rojas: 
lerda  el  abuso  de  encerrar  muchos  años  enla escena  deundia:  abuso,  que  no 
un  en  nuestros  dramáticos  del  siglo  XYII,  principalmente  en  la  comedia 

• 

0  es  esta  la  cuestión  del  dia.  Bastante  hemos  hablado  acerca  de  las  formas 

1  y  de  su  historia  en  los  pueblos  de  la  Europa  moderna.  Ya  es  tiempo  de 
si  el  teatro  clásico  francés,  el  mas  célebre  indudablemente  de  cuantos  han 
esde  la  restauración  de  las  letras,  adoptó  las  formas  que  le  caracterizan  por 
ion  ó  complacencia  á  las  opiniones  dominantes  entre  los  literatos  y  en  la 
ruis  Xlll  y  Luis  XIV,  ó  bien  en  virtud  de  conocimiento  de  causa  y  de  exá- 
0  acerca  de  los  sentimientos  y  exijencias  de  la  sociedad,  para  la  cual  se  for- 
remos esta  cuestión  en  el  siguiente  articulo. 


ARTÍCULO  n 


ál  punto  de  vista  se  consideraba  el  hombre  en  el  siglo  de  Luis  XIV  y  en  la 
ncesa,  que  llegó  entonces  á  un  alto  grado  de  civilización  cristiana  y  monár- 
\  le  miraba  únicamente  como  un  juguete  de  las  pasiones,  como  una  victima 
idos?  No.  Jamas  se  ha  escrito  ni  se  ha  hablado  mas  acerca  de  los  deberes,  de 
ieotos  comunes  déla  hnraauidad,  de  los  varios  y  multiplicados  movimientos 
m  y  de  la  intelijencia  humana,  modificados  por  el  espiritu  social.  Aquel  fué 
ú  amor,  del  honor,  de  la  valentía,  de  la  lealtad,  de  la  gloria,  de  la  relijion. 

9  la  Bruy ere,  c|ue  nos  lo  ha  descifrado,  no  se  limita  á  pintar  los  efectos  fisio- 
rodocto  esclusivo  de  la  organización.  Pone  en  acción  todas  las  (acuitados  de 
ncia,  todas  las  propensiones  morales  del  hombre.  Compárense  sus  caracteres 
Teofrasco,  y  se  conocerá  la  diferencia  entre  la  antigua  civilización  de  Atenas 
roa  de  Paris. 

raudos  poetas  dramáticos  del  reinado  de  Luis  XIV  hicieron  conocer  en  el 
misma  diferencia.  Sus  figuras  representan,  no  el  hombre  de  Grecia  y  Roma, 
)mo  le  habian  formado  el  cristianismo  y  la  monarquía.  La  Fedra  de  Hacine, 
lestra  de  Voltaire,  el  Orestes  de  Crebillon,  sienten  remordimientos,  lid  conti- 
erior  éntrelo  que  sus  pasiones  les  sujerian  y  lo  que  la  virtud  les  aconsejaba. 
m  el  teatro  de  Paris,  lo  mismo  que  en  el  de  Londres  y  en  el  de  Espafia,  no  el 
irraitrado  invenciblemente  por  sus  afectos  ó  por  el  destino;  sino  el  hombre 
e  resiste  al  mal,  que  conoce  y  desea  el  bien,  y  que  lucha  contra  la  maldad  y 
GMtuna.  Las  formas  no  eran  romdnt\cas\  pero  si  los  caracteres,  en  cuanto  po- 
>con  las  formas  clásicas. 

108  en  cuanto  podían  serlo^  porque  en  nuestra  opinión,  es  imposible,  observan- 
lidades  aristotélicas,  desenvolver  convenientemente  un  carácter  individual  y 
en  todos  los  aspectos  posibles  para  que  el  espectador  lo  conozca  bien.  Puede 
eglas  clásicas,  desplegarse  una  pasión  dominante;  pero  nada  mas.  Puede  pin* 
enganza,  los  celos,  la  ambición,  el  amor;  pero  no  las  modificaciones  parücu- 
r  estas  pasiones  reciben  en  unpersonale  dado.  El  amante  de  Jayra  es  celoso; 

010  seria  cualquier  hombre:  Ótelo  siente  los  celos  y  los  venga  de  una  manera 
Mclusiva  del  mero  de  Venmia. 

\  que  cuando  los  grandes  dramáticos  franceses  han  querido  pintar  una  figura 
il,  como  GorneiUe  en  el  Cteí,  y  Racine  en  la  Fséra^  no  han  heebo  trajedm^  sino 


[72] 
retratos]  porque  no  adrailia  mas  el  marco  en  el  que  se  veian  obligados  ¿  enceirar  sos 
composiciones.  El  área  que  necesitaban  para  describir  el  personaje,  se  le  quitaba  i  k 
acción;  y  en  vez  de  obrar,  no  se  hacia  mas  que  bablar  en  la  escena. 

Esta  reflexión  esplica  el  fenómeno,  que  ya  hemos  notado,  de  no  haber  aparecido  d 
genio  dramático  en  el  teatro  francés  hasta  que  Corneille  empezó  á  imitar  los  dramasei- 

Eañoles.  Este  poeta,  asi  como  Rotrou  y  los  demás  contemporáneos  suyos,  oonodan  irn^ 
ien  la  literatura  griega  y  latina:  pero  si  se  creyeron  obligados  á  someterse  á  sus  Ar- 
mas, no  imitaron  ni  podian  imitar  sus  caracteres;  porque  el  hombre,  deacripto  em  loi 
dramas  antiguos,  no  es  el  que  deseaba  y  necesitaba  ver  la  sociedad  moderna.  Mas  os 
pudieron  dar  con  el  verdadero  modo  de  retratarlo,  hasta  que  vieron  y  estudiaron  sa  ná- 
delo en  el  teatro  de  una  nación,  que  no  estrechada  por  preceptos  puramente  coovei- 
cionales,  dabaá  la  descripción  de  sus  personajes  la  conveniente  amplitud  para  queÍM- 
sen  bien  conocidos.  £1  Rodrigo  de  Guillen  de  Castro,  hijo  del  genio  y  no  del  arte,  en* 
señó  á  Corneille,  enredado  en  las  formas  del  arte,  á  dibujarlas  grandes  figóras  de  Obia- 
cio,  Emilia  y  Augusto. 

Parécenos,  pues,  queBoileau,  y  en  general,  todos  los  que  se  empeñaron  en  conser- 
var como  dogmas  fundamentales  de  la  dramática  las  formas. del  teatro  griegOibidem 
un  verdadero  daño  á  la  literatura;  porque  dieron  motivo  á  una  contradicción  manifi»- 
ta  entre  el  interés  y  la  construcción  de  la  escena  moderna.  La  acción  no  podía  serta 
sencilla,  ni  los  caracteres  tan  fisiolójicos  como  en  el  drama  de  Atenas:  era  neoesaris 
pintar  mas  y  obrar  mas;  y  no  se  permitió  á  los  autores  terreno  suficiente  para  ello.  ¿Qié 
resultó?  Una  multitud  de  inconvenientes,  que  notamos  aun  en  los  mejores  poetasdd 
teatro  francés. 

Nadie  ignora  cuan  nulos  é  insufribles  son  los  confidentes  de  la  trajedia  francesa,  ia 
el  lector  como  el  espectador  saben  que  no  se  introducen  en  ella  como  verdaderas  fi|a- 
ras,  sino  como  simples  medios  dramáticos  de  hacerlaesposiciondela  fábula,  y  de  tnn>- 
la  por  medio  de  narraciones  al  punto  en  que  empieza  la  acción.  Asi  es  que  el  primer  ado 
se  emplea  casi  siempre  en  informes.  Aun  hay  mas:  cada  nuevo  personaje  que  se  presn- 
ta  en  la  escena  tiene  que  manifestar  la  impresión  que  los  sucesos  anteriores  haacauí- 
do  en  él.  ¿Y  por  qué  toda  esta  pérdida  de  tiempo  y  de  movimiento?  Solo  por  la  necasidal 
de  encerrar  en  el  drama  no  mas  que  la  acción  de  un  dia.  Nuestros  cómicos,  qnateana 
mas  amplitud,  ponian  el  prólogo  en  acción,  y  pasaban  inmediatamente  al  nudo  de  la  pie- 
za. Es  verdad  que  Alfieri  desterró  los  confidentes  de  sus  trajedias,  y  no  permitió  la  ea- 
trada  á  e$os  personajes  parásitos  y  ridículos;  pero  también  lo  es,  que  por  no  quebraatir 
la  unidad  de  tiempo,  se  vio  obligado  á  corlar  el  tamaño  material  del  drama  y  á  aiin|ili- 
ficar  la  acción,  reduciéndola  casi  á  lo  que  era  en  el  teatro  griego. 

En  la  trajedia  francesa  no  es  lícito  mudar  el  lugar  de  la  escena;  y  asi  veinos  ácaii 
paso  celebrarse  en  un  mismo  sitio  un  consejo  de  ministros  y  una  junta  de  coi^orados;!^ 
trama  una  traición  donde  poco  antes  habían  espresado  dos  amantes  su  reciproco  afecte, 
y  los  furores  de  un  celoso  se  exhalan  en  el  mismo  gabinete  donde  reside  el  poder  ow 
le  suplanta.  ¿Y  por  qué  todas  estas  consecuencias?  por  conservar  la  unidad  de  fugar.  Ho- 
chos  trájicos  franceses  han  lomado  la  libertad  de  trasmutar  la  escena,  con  tal  qoe  lo 
sea  á  lugares  muy  lejanos.  No  nos  parece  racional  esta  condición;  porque  ai  d  teabt 
representa  en  el  primer  acto  la  plaza  de  San  yln/onto  por  ejemplo,  tan  con  trarioet  ala  fs- 
rosimilitud  material  que  se  represente  en  el  segundóla  Puerta  de  Tterracomo  el  harem  de 
Constantinopla.  Siempre  se  verificará  que  dos  lugares  muy  diversos  se  han  repieseniriff 
en  un  mismo  sitio. 

Hay  muchas  trajedias,  como  el  Heraclio  de  Corneille,  el  Atreo  de  Crebilloa  j  kálr 
cira  de  Voltaire,  cuya  acciones-complicada,  y  necesita  para  desplegarse  ddñdaoMBte 
de  un  gran  número  de  incidentes  subalternos.  Pues  la  regla  manda  que  todos  se  aglo- 
meren en  un  solo  dia.  ¿No  es  esto  mas  inverosímil  que  estender  la  unidad  de  ÚBmftf- 

Nosotros  no  podemos  creer  que  haya  ninguna  unidad  esencial  al  drama  sino  la  di  ia- 
jeres.  Mientras  este  no  descaezca,  viva  el  autor  seguro  de  su  obra  y  de  los  espeetadem. 
Siempre  nos  hemos  reído  de  los  críticos  que  han  reprehendido  como  un  defecto  la  da^ 
cidad  de  acción  en  los  Horacios  de  Corneille.  ¿Qué  importaá  los  espectadores  que  trioob 
Alba  ó  Roma?  Lo  que  tiene  ajilados  los  ánimos,  es  la  suerte  del  rerox  patriota  Horacio, 
de  la  amante  Camila,  del  amable  y  valiente  Curíacio;  y  hubiera  sido  muy  mal  poeta 


[73] 
dramático  el  que  hubiera  terminado  la  pieza  ñu  haber  satisfecho  el  ínteres  que  había 
excitado  á  íavor  de  estos  grandes  y  nobles  personajes. 

¿Deiechais^pueij  lasunidadesarittatélicasl  Senos  preguntará.  Nuestra  respuesta  es:  No. 
Las  apreciamos,  no  solo  como  medios  de  Yerosimilitud  material,  sino  también  como 
obstáculos,  ^ue  irritando  al  genio  aumentan  su  eneijfa.  Jamas  abd>arémos  ál  oue  las 
quebrante  sin  necesidad;  pero  si  al  que  se  tome  la  amplitud  que  le  baste  para  desple- 
gar convenientemente  los  caracteres  y  la  acción;  porque  creemos  que  la  trajedia  mo- 
derna necesita  muchas  veces  de  esta  amplitud. 

Nuestra  opinión  en  esta  partees  desinteresada:  jamas  hemos  compuesto,  ni  aun  em- 
~  ~  S  obras  para  el  teatro. 


RESPUESTA  A  UN  AFiaONADO. 


CjN  el  número  de  nuestro  periódico  del  26  de  Junio  se  insertaron  algunas  observaciones 
sobre  el  canto  I  de  la  Returreeekm  de  un  hombre^  en  artículo  remitido.  Es  de  nuestra  obU- 
gadon  hacemos  cargo  de  ellas. 

Su  autor  comienza  censurando  algunos  que  Juzga  defectos,  sóbrelos  cuales  nada  di- 
jimos nosotros  en  el  juicio  que  formamos  de  dicho  canto,  y  estraña  que  los  hayamos 
omitido.  Nosotros  no  creemos  que  en  la  censura  de  una  obra  se  imponga  al  critico  la 
obligadoD  de  notar  todos  los  defectos;  porque  en  ese  caso  la  Justicia  exijiría  notar  tam- 
bién todas  las  bellezas,  lo  que  produciria  una  obra  mucho  mas  voluminosa.  Basta  ^ue 
se  adviertan  algunos  defectos  notables  ó  algunas  bellezas  de  primer  orden:  lo  que  im* 
porta  mas  ei  designar  lo  que  sobresale  en  la  obra;  y  esto  ya  lo  indicamos.  Nuestro  aficio- 
nado conviene  con  nuestra  opinión;  pues  dice  que  la  versificación  del  cantóos  armoniosa 
y  el  estilo  poético.  Él  mismo  hace  lo  que  hicimos  nosotros;  pues  deja  de  señalar  hspm' 
mnnietiicé  aemvi,  h$  galiciima$  y  la$  folias  de  gramática^  de  que,  según  él,  hay  algunos 
ejemplos  en  el  poema. 

Vengamos  ya  á  los  defectos  de  estilo  aue  ha  notado.  El  primero  es  en  el  quinto  ver- 
so de  una  octava  en  que  se  describe  el  eclipse  de  las  estrellas.  El  verso  es: 

cY  cuando  pierdan  sus  reflejos  ellas.» 

Nuestro  critieo  cree  que  el  pronombre  Mas  es  inútil,  y  quó  solo  está  puesto  por  el 
consonante. 

Nos  parece  que  si  fuese  el  verso 

tY  cuando  pierdan  ellas  sus  reflejos,» 

■adíe  censuraria  el  uso  del  pronombre;  porque  no  se  echaría  de  verla  necesidad  que  el 
autor  tenia  de  él. 

Decimos  que  no  se  le  censuraria;  porque  siempre  es  licito  el  uso  de  los  pronombres 
personales  y  demostrativos,  cuando  están  interpuestas  otras  ideas,  como  en  el  caso  pre- 
sente la  del  4.*  verso 

cal  son  horrible  del  clarin  sonoro.» 

Tenemos  muchos  ejemplos  de  esto  enVirJilio,  el  mas  elegante  de  los  poetas,  en  el  cual 
loe  pronombres  tpie,  üle^  el  mismo,  él,  están  usados  frecuentemente  para  llamar  la  aten- 
ción, á  veces  sobre  un  hombre  muy  cercano,  como  en  este  pasaje: 


c  yenienti  Ebuso  plagamque  ferenti 

occupat  os  flammis:  UH  ingens barba  reluxit....  ] 
cA  Ebuso  que  llegaba  amenazante, 

10 


[74] 
hiere  con  el  tizón  el  rostro,  y  arde 
8u  luenga  barba. >  • 

Pero  en  el  caso  presente  el  pronombre  días,  tiene  otra  importancia,  á  saber;  la  de  le- 
parar  mas  enérjicamente  la  idea  de  lasestrellas  que  pierden  su  luz,  de  la  del  anifeno, 
víctima  también  de  la  muerte. 

«Y  cuando  pierdan  sus  reflejos  ellas, 
bañado  el  universo  en  sangre  y  lloro 
por  la  muerte  también  será  arrastrado.  > 

£l  pronombre  da  á  entender  que  la  frase  siguiente  espresará  otra  catástrofe:  que  m 
serán  solo  las  estrellas  las  que  sientan  el  imperio  de  la  muerte. 

din  embargo,  no  por  eso  dejamos  de  conocer  que  los  asonantes  pierdan  y  «Dof  j  bsi 
aglomeradas  al  fin  del  verso,  contribuyen  á  que  parezca  inarmónico  y  duro:  mucho 
mejor  estaría 

*y  cuando  su  esplendor  apaguen  ellas.* 

La  segunda  observación  es  relativa  al  tercer  verso  de  la  tercer  octava  que  copUmof, 
en  la  cual,  se  dice,  falta  una  sílaba.  Este  verso  es  como  sigue: 

cy  al  astro  de  la  luz  verd  asombrado^* 

y  así  está  en  el  poema.  La  falta  de  la  silaba  la  que  se  nota  en  nuestro  periódico,  proce- 
dió de  un  yerro  de  imprenta,  semejante  al  que  nota  y  corrijo  oportunamente  nuestro 
aficionado,  sustituyendo  sonrioá  rocío  en  el  verso, 

€  y  mintiendo  placer  falso  sonrio, » 

que  es  cofno  se  lee  en  el  orijinal. 

Se  censura  la  esprcsion  helado  lecho  como  una  cacofonía;  pero  no  vemos  en  quéie 
funda  esta  crítica;  porque  estas  dos  palabras  no  tienen  mas  consonante  común  que  U(, 
y  las  sílabas  en  que  entra  están  separadas:  no  hay  en  las  vocales  asonancia  ni  como- 
nancia:  ambas  voces  son  de  buen  sonido  y  formación.  No  tiene,  pues,  suunion  ningono 
de  los  defectos  que  son  contrarios  á  la  armonía. 

>fas  estensa  discusión  merece  el  examen  del  símil  que  hace  el  poeta  entre  k  emo- 
rion  que  produce  la  ira  en  el  cabello  del  héroe,  y  el  movimiento  de  el  Etna  coando  re- 
tiembla por  la  violencia  del  volcan.  Nuestro  crítico  cree  impropia  esta  comparadoo,  y 
le  parecería  mejor  la  de  una  hoja  pendiente  de  la  rama,  ó  la  de  una  flor  en  su  laDo. 
Nosotros  no  opinamos  así . 

En  todo  símil  debe  procurarse  que  la  semejanza  recaiga  en  aquella  circunstancia 
del  objeto,  que  llama  mas  la  atención  del  poeta,  y  que  portante  quiere  describir  mai 
particularmente.  En  la  comparación  de  que  hablamos,  esta  circunstancia  esel  efiwtoei- 
teriorque  produjo  la  ira  en  el  soberbio  joven;  echar  mano  á  la  daga,  ref emUar /yms- 
tnente  su  cabellera^  indican  el  enojo  que  le  causaron  los  denuestos  del  alquimista:  aoiqo 
violento,  aunque  prontamente  reprimido  por  la  consideración  á  la  vejez  del  que  le  » 
juriaba.  Este  movimiento  está,  pues,  bien  comparado  al  temblor  del  Etna,  l^ero  y  em 
imperceptible  en  su  inmensa  mole;  pero  producido  por  una  causa  muy  violenta*  Coa 
hoja  ó  una  flor  se  parecen  mas  al  cabello  que  un  monte:  pero  no  tiemblan  sino  cuando 
1^1  viento  es  suave.  Si  es  muy  fuerte,  caen;  y  así  no  serian  símiles  propios  en  esta  ocasioiit 
en  que  vi  intento  del  poeta  es  pintaren  un  joven  magnánimo  el  efecto,  poco  notable  al 
4'sterior,  de  una  pasión  vehemente. 

Ademas  los  símiles  deben  ser  correspondientes  en  dignidad  al  objeto  asimilado.  Una 
hoja  ó  una  flor  no  tienen  en  el  raso  presento  la*  misma  dignidad  que  un  monte  ijilado 


[75] 
liego  que  corroe  sus  enlrañas.  Por  esa  razón  nos  pareció  oportuna  y  bella  la 
icioo: 

c  Y  el  blondo  pelo  de  su  sien  pendiente 
líjero  retembló,  cual  tiembla  tn^ino 
el  Etna  giganteo,  conmovido 
del  fuego  en  sus  entrañas  comprimido.  > 

etos  giganteoy  y  comprimido  son  excelentes  y  contribuyen  al  sfmil.  Giganteo  re- 
{  la  magnanimidad  del  joven:  comprimido  su  cuidado  en  reprimir  la  ira.  ¡Asi 
mos  quitar  el  epíteto  insano^  impropio,  y  que  ó  no  significa  nada,  ó  destruye  el 
e  la  comparación!  Los  montes  no  spn  tiwanof,  y  ni  tampoco  lo  fué  el  joven;  pues 
su  enojo. 

tnlo  de  cuento  no  puede  convenir  á  una  composición,  que  sea  como  se  fuere,  tie- 
irenta  tener  un  objeto  moral.  La  historia  del  mendigo  embriagado  que  despertó 
alacio,  tenido  y  acatado  como  principe,  para  volver  después  de  otra  borrachera 
erior  infelicidad,  es  un  cuento:  la  V%dae$  tueño  de  Calderón,  es  un  poema.  Qja- 
ro  poeta  saque  de  la  patraña  del  marques  de  Yillena  tanto  partido  como  el  poe- 
lipe  IV  supo  sacar  de  la  novela  de  Bocacio! 

10  tenemos  mas  placer  en  aplaudir  que  en  criticar,  quisiéramos  impugnar  á 
aficionado  en  lo  aue  dice  del  prólogo;  ^ro  por  desgracia  tiene  sobradísima  ra- 
o  prueba  que  los  nombres  de  mas  injenio  se  quedan  muy  inferiores  cuando  ar- 
ana empresa  poco  meditada.  Tal  fué  en  nuestro  entender  la  de  querer  esplicar 
fia  del  romanticismo  que  no  la  tiene;  porque  es  una  moda  pasajera  y  nada  mas. 


LEYENDAS  ESPAÑOLAS 

POR  D.  JOSÉ  JOAQON  DE  MORA. 

ARTÍCULO  I. 


clase  de  composiciones  han  sido  desconocidas  hasta  ahora  enr  nuestra  literatura 
pues  no  puede  darse  este  nombre  ad  peqrueño  número  de  omances  heroicos, 
|uefio  todavía  si  solo  se  han  de  contar  los  buenos  y  cortos  por  necesidad,  que 
ú  Parnaso  castellano.  La  leyenda  es  un  poema  de  alguna  magnitud,  aunque 
largo  como  la  epopeya;  y  está  consagrado  á  celebrar  algunos  hechos  verdade- 
bulosos  de  la  historia  nacional.  Tanto  puede  ser  objeto  de  una  leyenda  alguna 
Azafias  verdaderas  del  Cid,  como  de  las  (fae  ha  atribuido  una  falsa  tradición  á 
lo  del  Carpió,  personaje  de  cuya  existencia  hay  grandes  motivos  de  dudar. 
3ce,  pues,  que  el  fin  de  esta  clase  de  poemas  es  halagar  la  imajinacion  del  Jec- 
la  pintura  de  otros  usos  y  costumbres,  de  otra  clase  de  sociedad,  de  otro  espí- 
le  otras  ideas,  que  las  del  siglo  en  que  vivimos.  Nadie  duda  que  si  á  este  tra- 
)n  desempeñado  se  añade  el  interés  de  la  acción,  y  sobre  todo  una  elocución 
trámente  poética  y  versos  variados,  llenos  y  armoniosos,  se  habrá  conseguido 
r  que  los  escritos,  en  los  cuales  sobresalgan  estas  prendas,  constituirán  un  gé- 
igno  de  pasar  á  la  posteridad  y  de  aumentar  nuestro  tesoro  poético. 
1  se  vé  que  para  esto  no  es  necesaria  la  verdad  efectiva  de  los  hechos:  basta  que 
por  la  tradición,  porque  todas  las  fábulas,  inventadas  en  la  infancia  de  las  na- 
pintan  su  espíritu,  sus  ideas  y  su  carácter.  Tan  propias  eran  de  los  romanos  las 
is  del  dios  Términoy  que  no  quiso  moverse,  y  de  la  nabsja  que  partió  el  pedernal, 
e  los  españoles  la  de  la  Judia  de  Toledo,  y  del  banquete  espléndido  de  los  Rí- 


[76] 

eos-hombres  de  Castilla,  cuando  el  rey  Enrique  el  enfermo  se  veia  obligado  á  empeñar 
su  (raban  só  pena  de  acostarse  sin  cenar. 

Es  deber  del  historiador  desterrar  semejantes  consejas  de  los  anales.  El  poeta  no 
está  obligado  á  ello;  y  tiene  libertad  de  describirlas  siempre  que  con  ellas  consiga  di- 
vertir á  los  lectores^  d  instruirlos  en  el  espíritu  y  en  la  moral  de  los  siglos  en  que  le 
suponen  ó  se  inventaron. 

Las  leyendas  del  Sr.  Mora  satisfacen  á  las  condiciones  que  hemos  asignado  á  etía 
clase  de  composiciones.  El  lenguaje,  por  lo  general,  es  paro  v  correcto:  la  Tersifio- 
cion  fluida  y  sonora;  aunque  tal  vez  peca  por  la  multiplicidad  de  versos  pareados, 
que  no  hacen  buen  efecto  demasiado  repetidos,  á  do  ser  en  el  género  festivo:  loi 
adornos  acomodados  sin  afectación  y  distribuidos  con  sobriedad:  el  tono  pasa  con  b^ 
cuencia,  á  imitación  del  Ariosto,  de  lo  grave  á  lo  tierno  ó  á  lo  jocoso. 

Muchas  de  las  leyendas  son  interesantes,  no  solo  por  la  aocion«  sino  también  por 
el  modo  de  contarlas.  Á  veces  el  poeta  se  presenta  al  iector^i  entra  en  digreñones  y  le 
toma  todas  las  licencias  posibles;  tanto  mas  agradable,  cuanto  mejor  pintan  el  aban- 
dono del  genio  á  sus  propios  caprichos.  Esto  en  cuanto  á  la  elocución,  en  la  cual  no 
ha  desmentido  este  poeta  la  idea  que  se  habia  formado  de  él  en  vista  de  sos  compoñ- 
nes  líricas  que  han  visto  ya  la  luz  pública.  Reservamos  para  otro  articulo  hablar  id 
fondo  mismo  y  de  los  pensamientos  é  intenciones  fundamentales  de  las  mendonadn 
leyendas. 

En  este  nos  contentaremos  con  enriquecer  nuestras  columnas  con  algunas  man- 
tras  del  estilo.  La  siguiente  comparación  se  refiere  á  una  joven  atormentada  por  una 
pasión  amorosa  y  secreta. 

«Empero  cual  arbusto, 

que  lozano  y  robusto 

vigor,  salud,  perfume,  altivo  brota; 

y  Teiitaqiento  la  alU  rama  ipclina 

desfallecida  y  rota , 

y  lentameote  al  Caerte  troqco  mina 

secreta  destraocion,  y  amarillea 

la  pompa  del  follaje,  y  no  lo  orea 

benigna  al  Mf%,  f  d  dañino  abrojo 

lo  cubre,  y  sin  él  lustre  fresco  y  verde, 

los  leves  jugos  déla  vida  pierde:  t 

Casi  todas  las  espresiones  son  gráficas:  lozano^  robusto^  brotar  i^ar,  4aAtiia  akríiji^ 
tetejuso  pintan  á  la  umtasia  el  objeto.  Solo  nos  hfL  desagradado  |fi  palákra  <f^i|n^^^^gl^ 
que  -en  este  Ipgar  na^^Si  ^tscfibe*  Quisiéramos  que  en  su  lugar  se  sifsti^yese  alguwi  4i 
las  voces  pon  que  se  desiffnan  1^  ef|(ertíieda4es  da  las  plantas* 

Otra  cooijiaracion  sobre  el  míspo  objeto. 

t  Como  en  el  limbo  oloroso 
de  tierna  flor  «1  gusano 
labra  el  nido  silencioso, 
y  el  jugo  puro  y  liviano 
consume  voraz  y  ansioso; 
hasta  que  el  color  lozano 
se  borra,  y  el  tallo  erguido 
queda  flojo  y  abatido: » 

El  siguiente  diálogo  entre  una  bienhechora  que  no  ex\je  en  premio  de  su  lavor  k 
revelación  de  un  secreto,  y  el  favorecido,  que  le  ofrece  revelarlo  después,  es  vivo,  ani- 
mado y  pinta  bien,  aunque  en  estilo  festivo,  la  situación  de  los  interiocutorea. 

<  Nomiede^  dice,  retebur  quien  soy. 
Y  ella  responde:  yo  iwiojpregHnío, 


177] 

Maíkma^  é\  sigue,  lo  tabrás,  no  /toy. 
— No  fijo  mi  ateneUmen  eUe  anaUo» 
— Dame  un  v(uo  de  agua» — Por  él  voy» 
— Quiero  una  cama. — La  tendrde  al  punto. 
— ^.4  Dioi^  y  toma  e$e  boUon  de  cuero» 
— Quédaieá  Dím  y  fuarda  tu  dinero»» 


lié  aquí  UQ  ejemplo  de  la  macera  coo  (|ae  «1  ^eU  se  introduce  en  la  escena^  y 
ierta  á  pintar  su  carácter  amante  de  la  virtud. 

c  Podría  ser  lacónico,  y  acaso, 
lo  desea  el  lector;  pero  confieso 
^ue  voy  en.  esta  historia  paso  á  paso, 
^  aunque  rara  vez  caigo  en  este  exceso. 

Nunca  las  Mías  flores  4Íel  Parnaso 
«xhalan  tanto  aroma  ytmbdeeo 
como  cuaado  se  ciñen  á  una  írent/c^ 
en  excelsas  virtudes  «eftil jen  te. 

De  pocos  aáos  á  -esia  parte  lie  visto 
tanta  perversidad,  qiie  cuando  encuentro 
inocencia,  virtud,  bondad,  existo 
por  algunos  instantes  «n  mi  centro. 
Al  placer  que  ahora  goao  no  resisto: 
«u  deliciosa  inspiración  adentro 
del  alma  se  insinúa  y  la  recrea^ 
como  el  auca  Lenigna  que  me  orea.* 

Aai  desaribe  una  joven  desgraciada: 

«Huéilafia,  ñn  amigos,  sin  apoyo^ 
solaba  el  universo.  Cual  arroyo , 
que  lejano  del  prado  y  seoaentera, 
lleva  ioátU  s«  lin&  plaoeniera 
|K>r  sokdadesásperas  y  ¡umbrías,^ 
tales  oe  ^ierdea  -sus  tyennosos  diae 
'On  silencioso  olvido  y  abaodono.» 

Uñ  héroe  castellano  llama  así  á  la  batalla  á  un  moro  que  le  ha  ofendido. 

•Muerte  traigo^  v  mi  furia 
ee  eatinguird  en  la  muerte. 
Sangre  pide. nu  injuria: 
Derrámela  d  mae  fuerte. 


«o/,  forzador  injueto, 
so/,  cobarde  maUikkf 
ei  no  lo  impide  d  tueto 
gue  aeompaáa  al  dMto.9 

iüIllfaJLO  IL 

• 

iK  «ilas  composicioBes  heoMs  notado  oíevta  ialeiicíon  á  zaherir  ¿ios  reyes,  á  loe  sa- 
"dotes  y  á  los  nobles.  No -ova  ese  ñor  cierto  el  esfíirítu  de  la  edad  inedia,  i  que  se  refie- 
1  las  l^iendas;  y  ni  aunlo^s  de  lasaotoales  sociedades,  escarmentadas  por  los  tristes 
€is»  de  la  revolución  de  Fraacia  y  conveocidaa  de  |a  necesidad  de  las  instituciones 
anárquicas  paralas  naciones  de  extenso  territorio,  y  de  las  relijiosas  para  todas. 


[78] 
Esta  disposición  al  sarcasmo  no  es  {j^eneral;  pues  en  las  leyendas  de  D.  Pedro  ffiüo, 
de  D.  Lope  y  en  alguna  otra,  están  perfcctamenle  descritas  la  valentía,  la  nobleza  de  sen- 
timientos y  la  generosidad  que  caracterizaron  á  los  caballeros  y  Ricos-hombres  deCas- 
tilla.  Estas  son  verdaderas  leyendas  de  la  edad  media,  y  en  ellas  se  conoce  el  espíritu  de 
la  época  I 

Pero  en  la  de  las  dos  cenas  son  inútiles,  y  aun  contradictorias,  todas  las  observa- 
ciones filosóficas  sobre  el  gran  poder  de  la  noÉIeza  castellana,  porque  nunca  lo  tuvo,  ai 
el  réjimen  feudal  se  arraigó  en  Castilla  como  en  otros  paises.  El  becho  es  una  fábula  in- 
troducida en  nuestra  historia;  pero  aunque  fuese  cierto,  probaría  el  gran  poder  dennei- 
tros  monarcas  sobre  los  grandes.  Ningún  rey  de  Francia  ó  de  Inglaterra,  y  mucho  méfloi 
un  emperador  de  iVlemania,  se  hubiera  atrevido  á  fines  del  siglo  XIV  á  obligar  á  sus  ha* 
roñes,  amenazándolos  con  el  verdugo,  á  que  le  entregasen  sus  tierras  y  sus  dominios. 
Alonso  el  Batallador,  rey  de  Aragón,  el  onceno  del  mismo  nombre  de  Gaarilla,  Fer- 
nando y  y  Felipe  II  se  tratan  en  estas  leyendas  mas  mal  de  lo  que  merecieron;  y  aoi 
tal  vez  se  censura  su  deseo  de  reconquistar  la  península  y  de  crear  la  poderosa  nadoa 
española,  á  la  cual  se  ha  debido  la  conservación  del  catolicismo  en  Europa  y  la  cítíIí»- 
cion  del  Nuevo  mundo.  Tal  vez  parece  que  se  contrapone  la  rusticidad  íeroi  de  los  cai^ 
tellanos  y  aragoneses,  que  reconquistaban  el  suelo  de  su  patria  con  las  artes,  la  indoi- 
tria  y  la  civilización  de  los  musulmanes.  Es  menester  detenernos  un  poco  en  elexáOM 
de  esta  diferencia. 

Nadie  puede  dudar,  considerando  las  dos  relijiones  que  peleaban,  la  del  prot^  de 
Arabia  y  la  de  Jesucristo,  cuál  es  la  mas  favorable  á  la  civilización  de  los  pueblos;  por- 
que es  claro  que  la  favorecen  muy  poco  el  dogma  del  fatalismo  y  el  principio  de  la  mo- 
narquía despótica,  y  al  contrario  le  son  muy  convenientes  las  máximas  de  la  caridad  y 
de  la  discusión.  Estos  elementos,  trasladados  á  las  masas,  han  de  producir  infaliblenwale 
sus  efectos  mas  tarde  ó  mas  temprano.  Compárense  sino,  la  Europa  cristiana  actual  oon 
el  África  y  el  Oriente  musulmanes.  . 

Pero  las  potencias  del  mundo  moral,  así  como  las  del  fisico,  se  modifican  segua  la 
naturaleza  y  posición  de  las  masas  sobre  que  obran.  Las  rápidas  conquistas  de  los  ala- 
bes, y  la  opulencia  que  era  consiguiente,  debilitaron  el  principio  de  acción  de  sos  creen- 
cias, que  los  dirijia  esclusivamente  á  la  pelea  y  á  la  subyugación  de  las  naciones,  y  w 
dedicaron  en  virtud  de  esta  dejeneracion  de  su  espíritu  relijioso,  á  las  artes  y  á  las 
ciencias;  cuando  los  cristianos  de  España,  obligados  á  reconquistar  palmo  á  palmo  sa 
territorio,  y  á  defender  y  conservar  lo  adquirido,  apenas  podian  tener  otra  profesión  OM 
la  de  las  armas.  Así  se  esplica,  porque  en  tiempo  dé  Alonso  el  Batallador  y  de  Alonso  vil 
de  Castilla  eran  mas  civilizados  los  moros  que  los  cristianos.  Pero  cuando  las  victorias 
de  este  último  rey  y  de  su  nieto  Alonso  VIH  el  de  las  Navas  hubieron  dado  al  poeUo 
castellano  mas  quietud  y  seguridad,  el  principio  de  la  intelijencia  se  desenvolvió  tan 
rápidamente  entre  nosotros,  que  seria  una  necedad  decir  que  en  tiempo  de  Akaao 
el  X  se  sabia  mas  en  Granada  ó  Marruecos,  que  en  Sevilla  ó  Toledo. 

Esto  en  cuanto  á  la  civilización  material;  pues  en  cuanto  ala  moral  y  política  baita 
leer  la  histoina  de  los  árabes  de  España  y  escrita  por  Conde,  para  conocer  que  las  revoli- 
cienes  de  los  muzlimes  en  nuestra  península  fueron  mas  frecuentes,  mas  atroces» 
fecundasen  horrendos  crímenes  que  las  de  los  castellanos  y  aragoneses,  aunque  por 
tónces  mas  bárbaros;  y  esto  debia  ser  así.  £1  cristianismo  produce  naturalmente  la 
narquía  templada:  el  mahometismo  la  despótica;  y  las  revoluciones  son  mas  viólenlas 
en  esta  que  en  aquella. 

En  cuanto  á  Alonso  el  XI,  no  seremos  nosotros  los  que  hagamos  la  apolojiaf  ai 
aun  la  disculpa  de  su  desenfrenada  liviandad,  que  produjo  á  Castilla  todos  los  maba 
de  que  tan  justamente  se  queja  el  Sr.  de  Mora;  y  aun  pudiera  añadirse  á  la  acQsadon  de 
su  adulterio  la  nota  de  crueldad  con  respecto  á  muchos  de  los  Ricos  hombres  y  digna- 
tarios de  la  corona;  pero  ¿qué  juicio  exacto  formaríamos  de  los  hombres,  si  solo  Ilbs 
considerásemos  bajo  un  aspecto?  Dígase  en  hora  buena  que  Alonso  XI  fué  esposo infidí 
y  que  su  justicia,  casi  siempre  ejercida  arbitrariamente,  rayaba  en  la  crueldad;  mas  no 
se  calle  que  fué  hábil  capitán  é  infatigable  guerrero:  que  su  espada  libertó  á  E^allade 
una  de  las  mas  terribles  invasiones  de  los  moros  de  Arrica,  al  mismo  tiempo  que  la  ma- 
rina ,  creada  por  él ,  aniquiló  la  de  los  enemigos :  que  sostuvo  con  mano  firme  las 


[79] 
'iendas  del  estado,  y  restituyó  á  Castilla  la  traoquilidad,  ^rdida  por  la  turbulencia  de 
los  graodes  desde  el  reinado  de  Sancho  el  IV,  que  favoreció  sus  pretensiones  para  que 
le  auiLiliasen  contra  su  padre  Alonso  X:  en  fin,  que  reunia  grandes  dotes  políticas  y 
^alor  personal  á  los  vicios  y  defectos  ya  mencionados.  £1  hecho  es,  que  dejó  á  Castilla 
[uas  poderosa  y  mejor  administrada  que  lo  habia  sido  antes  de  él.  No  justifica  ni  escusa 
lo  malo  quien  refiere  con  verdad  lo  que  tuvo  de  bueno. 

En  cuanto  á  su  hijo  D.  Pedro  el  Cruel  la  cuestión  es  muy  diferente.  Cuando  se 
Qja  la  atención  en  el  carácter,  altamente  dramático  de  este  principe,  en  su  corazón  ca- 
paz de  amor  y  de  amistad,  en  la  vehemencia  é  impetuosidad  de  sus  deseos,  en  su  intre- 
pidez heroica  y  en  la  firmeza  de  su  voluntad,  la  imajinacion,  subyugada  por  tan  grandes 
cualidades,  desea  poder  desmentir  solemnemente  á  los  historiadores  que  tanto  le  han 
maltratado;  mucho  mas  cuando  los  de  su  tiempo ,  escribiendo  bajo  la  influencia  del 
Gratricida  que  le  succcdió,  era  preciso  que  se  mostrasen  enemigos  suyos.  Pero  esta  ilu- 
sión cesa  apenas  se  desciende  de  las  altas  rejioncs  de  la  fantasía  al  terreno  verdadero 
de  la  historia.  Esta  puede  haber  exajerado:  mas  no  es  posible  desconocer  que  las  pasio- 
nes desenfrenadas  de  D.  Pedro  le  acarrearon  todos  los  enemigos  que  tuvo,  y  de  cuyo 
odio  justo  pereció  víctima:  que  fué  un  monstruo  de  lascivia,  de  crueldad  y  de  perfidia; 
y  en  fin,  que  cometió  toda  especie  de  maldades  sin  estar  compensadas  por  ninguna  ac- 
ción virtuosa,  por  ninguna  providencia  útil  á  los  pueblos,  ni  aun  por  algunos  de  aque- 
llos golpes  de  estado,  que  siendo  esencialmente  inmorales,  pueden  sin  embargo  atribuirse 
á  pasiones  generosas,  como  la  ambición,  el  amor  de  la  gloria  ó  del  interés  del  estado. 
La  parte  mas  brillante  de  su  crónica,  aue  es  la  guerra  contra  Aragón,  en  la  cual  peleó 
con  valor  y  habilidad,  produjo  á  Castilla  calamidades  incalculables.  La  emprendió  solo 

Eor  espíritu  de  venganza,  y  la  dejó  por  temor  de  que  sus  soldados  le  abandonasen.  Don 
edro  fué  el  oprobio  de  la  dinasUa  de  Borgoña,  la  mas  fecunda  en  grandes  monarcas  de 
cuantas  ha  tenido  España.  Nosotros  creeiiius  que  los  elojios  que  algunos  escritores  le 
han  tributado,  entre  ellos  nuestros  poetas  dramáticos,  no  han  procedido  de  espíritu  de 
servilismo,  sino  de  que  realmente  aquel  rey  es  un  personaje  verdaderamente  teatral  y 
terrible.  Ba&isk  para  convencerse  de  ello  el  contraste,  á  la  verdad  muy  notable,  entre  las 
excelsas  dotes  que  habia  recibido  de  la  naturaleza ,  y  el  uso  funesto  que  hizo  de  ellas. 
Fernando  el  Católico  fué  un  grande  rey,  y  á  él  debió  nuestra  monarquía  su  grandeza 
Y  elevación.  Tuvo  también  defectos,  y  no  es  el  único  que  se  le  puede  echar  en  cara  su 
perpetua  suspicacia,  la  cual  con  respecto  al  gran  Gonzalo  de  Córdoba  no  era  sin  embargo 
mas  que  un  pretesto  para  encubrirla  envidia  que  su  gloria  le  causaba.  Esta  envidia  era 
insensata  en  el  que  habia  dado  tantas  pruebas  de  valor  y  de  pericia  militar  en  los  diez 
iños  que  duró  la  guerra  de  Granada. 

Nada  diremos  de  Felipe  ü.  Los  historiadores  franceses  y  protestantes  han  dado  en 
lecir  que  fué  muy  malo,  y  parece  que  aunque  no  sea  mas  que  por  moda  es  menester 
:reerlos,  aunque  sean  falsas  ó  no  estén  probadas  las  maldades  que  se  le  atribuyen.  Es 
íerdad  que  aumentó  en  gran  manera  el  poderío  de  la  Inquisición,  la  cual  opuso  un  muro 
le  bronce  á  los  progresos  de  la  intelijencia.  Pero  este  efecto  no  fué  previsto  por  él,  que 
:onoc¡a  y  amaba  las  ciencias  y  las  letras,  ni  por  sus  consejeros.  El  fin  inmediato  que  se 
iropusieron,  cuando  ensalzaron  el  poder  inquisitorial,  fué  cerrar  la  península  á  las 
luevas  doctrinas  relijiosas  y  políticas,  y  á  las  guerras  civiles  que  á  causa  de  ellas  produ- 
cía la  intolerancia  del  siglo,  y  que  abrasaron  el  resto  de  la  Europa. 

En  cuanto  á  los  sacerdotes»  están  llenas  las  historias  castellanas  y  aragonesas  de  los 
excelentes  efectos  sociales  y  políticos  que  produjo  su  influencia  en  la  edad  media.  La 
nstitucion  de  las  órdenes  militares,  sobre  todo  la  de  la  orden  de  la  Merced,  podrían  dar 
irgumento  á  leyendas  muy  interesantes. 

Nosotros  observamos  que  cuando  el  célebre  novelista  Walter  Scot  deseiibe  costnin* 
ires  de  aquellos  siglos,  se  guarda  muy  bien  de  juzgarlas  por  las  ideas  de  la  actnal  civi- 
ízacion,  y  mucho  menos  por  los  sistemas  filosóficos  ó  políticos  de  nuestros  dias.  Esta 
onducta  es,  en  nuestro  entender,  muy  laudable,  y  merece  ser  imitada  por  los  qué  < 
ríben  novelas  históricas,  ya  en  prosa,  ya  en  verso. 


[80] 

ARTÍCULO  in. 

Hemos  espuesto  algunas  observaciones  históricas,  que  nos  ha  sujeridola  lectaiaáe 
estas  composiciones.  Pero  aun  cuando  nuestras  ideas  no  coincidan  con  las  dd  autor  es 
esta  parte,  no  por  eso  se  altera  nuestra  opinión  acerca  del  mérito  literario  del  libro.  Ya 
es  sanido  que  la  obligación  del  poeta  es  agradar  con  sus  descripciones,  j  que  sus  náxt 
mas  políticas  ó  sus  ideas  sobre  los  sucesos  de  la  historia  ni  quitan  ni  añaden  mérito 
poético.  Los  cuadros  hechos  para  halagar  la  fSs^ntasla  no  son  argumentos  para  conven- 
cer la  razón.  Pasemos  á  las  ideas  literarias  del  autor,  que  merecen  examen  particnlar. 

En  un  prólogo  muy  bien  escrito,  que  antecede  á  las  leyendas,  esplica  por  mié  bi 
escrito  en  versos  rimados;  habla  del  orfjen  del  asonante,  propiedad  escliiaiva  de  apiw- 
sfa  castellana,  y  prueba  oue  nació  de  haberse  contentado  los  oidos  del  vulgo  coa  m 
consonancia  imperfecta.  Dice,  y  á  nuestro  entender  con  mucha  razón,  que  la  difiad* 
tad  misma  de  la  rima  obliga  al  genio  á  buscar  nuevos  recursos  en  el  idioma  parae^tre- 
sar  sus  conceptos,  y  que  en  este  trabajo  halla  entre  todos  los  mo^os  de  decir  ana  C08a,el 
mas  conveniente  y  el  mas  poético. 

Pero  nunca  convendremos  con  él  en  que  el  romance  asonantado  de  ocho  aüabas  let 
una  especie  de  versificación  sendlla  y  trivial,  acusación  que  estiende  en  una  de  las  le- 
yendas á  los  versos  libres.  A  la  verdad  nada  hay  mas  fácu  que  .hacer  versos  de  edw  ri* 
labas  asonantados,  ó  endecasílabos  libres;  pero  nada  hay  mas  dificil  que  hacorlot  ba^ 
nos  y  dignos  de  ser  leidos.  La  misma  abundancia  de  frases  y  voces  que  esta  e^ecie  ét 
versificación  proporciona,  añade  trabajo  al  genio;  porque  en  loa  versos  acooaonaaH- 
dos  tiene  que  buscar  la  espresion:  en  estos  tiene  que  elejir  entre  lasque  le  ocnrrea.  T^ 
dos  los  que  se  hallan  ejercitados  en  el  endecasílabo  suelto  ó  en  el  romance  conSasarin 
que  tenemos  razón*  Los  hombres  de  gusto  en  poesía  no  toleran  ni  en  uno  ni  en  otro  d 
menor  defecto  de  armonía  ó  de  propiedad.  Se  le  exije  al  poeta  mucho  en  proporcioo  de 
la  mucha  libertad  que  se  ha  tomado.  Por  las  mismas  razones  aue  espone  también  dft. 
Moreno  se  perdona  nada  que  huela á  trivialidad,  ripio  ó  mal  sonido. 

El  romance,  pues,  composición  llena  de  gracia,  facilidad  y  gallardía;  el  endecasílabo 
libre,  grave  y  austero  por  [su  misma  esencia,  se  han  hecho  muy  difieiles,  ai  ae  hade 
halagar  con  ellos  á  los  oidos  ejercitados.  No  despreciemos  ninguna  de  las  riquezas  da 
nuestro  Parnaso:  no  cerremos  á  los  poetas  ninguno  de  los  senderos  que  Gondaoen  ák 
inmortalidad. 

Estrañamos  que  al  esplicar  en  el  prólogo  las  razones  que  ha  tenido  para  no  esoi* 
bir  en  romance  octosílabo  sus  leyendas,  haya  insistido  sobre  la  facilidad  ae  este  métNk 
(que  en  realidad  no  es  cierta)  y  haya  omitido  otras  dos  que  son  perentorias.  La  primen 
se  funda  en  el  tamaño  mismo  del  verso,  poco  variado  en  sus  cortes;  pues  no  adanlo 
mas  que  un  hemistiquio,  y  por  le  tanto  poco  á  propósito  para  espresar  movimientos  y 
pasiones  de  diversa  clase.  La  segunda  es  tomada  de  la  ostensión  mbma  de  las  Iqen- 
das;  porque  la  repetición  del  asonante,  aunque  no  tan  fastidiosa  como  la  del  consoan* 
te,  cansaría  en  una  composición  larga.  Pudiéramos  añadir  á  estas  dos  razones  otra  ñas 
fuerte  que  todas,  y  es;  que  no  se  exije  del  poeta  que  escriba  eneste  ó  aquel  métrOyiiio 
que  escriba  bien. 

Somos  déla  misma  opinión  en  cuanto  á  la  célebre  disputa  de  clásicos  y  romántieos. 
Los  que  desprecien  á  Racine  y  áComeille,  y  los  que  desprecien  á  Shakespeare  y  áCaM»* 
ron,  son  igualmente  necios;  porque  sus  Juicios  están  igualmente  dictados  por  el  espirita 
de  partido.  El  genio  no  reconoce  mas  escuela  que  la  inspiración,  ni  haymas  qae  dosfé- 
neros  en  literatura,  elbuenojelnuUo*  Las  artes  tienen  reglase  la  verdad;  pero  estas  n« 
glas  sirven  al  genio  de  freno,  no  de  espuela.  Los  preceptos  sirven  para  comfir,  no 
para  crear* 

En  una  digresión  de  la  leyenda  intitulada  Don  Opas,  hay  una  especie  de  censura  de 
los  poetas  españoles  que  han  escrito  á  fines  del  siglo  pasado  y  en  lo  que  va  de  este.  Co* 
mo  esta  censura  pertenece  mas  bien  al  dominio  de  la  crítica  literaria  que  al  de  la 
poesia,  merece  un  examen  particular. 

Se  censuran  los  arcaúmo^,  usados  por  todos  los  poetas  de  todas  las  naciones  (indoso 
el  Sr.  Mora,  que  hace  uso  de  empero,  siquier,  felice,  y  otros  que  forma  á  semejanza  de 


[81] 
este  último).  LasYocesanticiiadaf  dan  gravedad  y  novedad  á  la  firasapoética,  y  ademas 
cierlo  sabor  de  antigüedad,  que  recuerda  tiempos  poéticos  para  nosotros.  AÍax,  mti  fue* 
ron  usados  por  los  buenos  poetas  castellanos  del  siglo  XVL  ¿Por  qué  no  lo  han  de  ser 
por  los  del  siglo  XIX? 

Se  censura  la  manera  de  escribir  de  estos,  para  lo  cual  forma  la  siguiente  octava, 
compuesta  de  sus  verses,  que  nosotros  escribiremos  de  bastardilla. 

tTrcnó  la ahaéa  twHihrt  de  Pirene. 
Tronar  el  verbo  activo  y  muy  en  cumbre. 
El  galo  tembló  un  nombre;  porque  tiene 
de  temblar  nombres  pésima  costumbre. 
ChiUanie  rueda  arruüa  al  juez, — Perene 
Cruje  el  Atiaeeuwulapeeadumbre. 
Fragoroeo  rumor  gira  tremendo 
¿Entiendes,  Fabio«  lo  que  voy  didoido?» 

En  la  nota  á  esta  octava  (que  es  la  18)  Uanuí  disparatadas  á  estas  locuciones,  y  añade  que 
pertenecen  á  los  maf  acreditados  restauradores  de  la  poesía  castdlana.  uno  y  otro  es  falso. 

Si  á  Viijilio  fué  licito  decir  InUmuere  poli  (tronaron  los  polos)  y  intonuit  Icerum  (la 
pnrte  iiquierda  tronó),  ¿por  <|^ué  se  ha  de  prohibir  á  un  poeta  castellano  (cuya  lengua 
es  Uja  y  muy  castiza  de  la  latina)  que  adopte  esta  locución,  y  que  diga  tronó  la  eunUnt? 
Tronar  no  es  aquí  activo. 

CkükmteruedaarruHaaljuez,  Es  imposible  que  Fabio,  ni  otros  mas  hábiles  que  Pa- 
blo entiendan  esto,  si  no  se  lee  el  pasaje  que  es  el  siguiente; 

c  Soñando  el  juez,  por  la  chillante  rueda 
de  una  elocuencia  bárbara  arrullado, 
duerme  en  el  tribunaL» 

Estos  versos  son  traducción  de  un  pasaje  de  DeliUe,  en  el  cual  hay  tres  rasgos  satíri- 
cos: el  primero,  contra  el  sueño  de  los  jueces  en  el  tribunal,  tan  fuerte  que  no  los  des- 
pierta el  chillido  de  una  rueda:  el  segundo,  contra  el  tono  de  falsete  de  que  parece  que 
usaban  los  abogados  en  Francia,  y  que  no  desterró  enteramente  la  comcÑdia  de  Racine, 
intitulada  Los  pleiteantes;  y  el  tercero,  contra  las'espresiones  bárbaras  del  foro.  Parece, 
pues,  ^ne  la  censura  no  podrá  ya  recaer  sino  sobre  el  verbal  chillante.  Pero  el  Sr.  Mora 
usa  ,  SI  no  este^  otros  de  su  misma  especie,  como  llameante;  y  aunque  no  los  usase,  no 
por  eso  perderían  los  poetas  el  derecho  de  formarlos,  empleado  con  la  sobriedad  que 
aconseja  Horacio. 

No  tenemos  presente  las  composiciones  en  que  se  hallan  las  dos  frases:  el  galo  tem- 
bló un  nombre^  cruje  el  Atlas  su  vasta  pesadumbre;  porque  si  están  truncadas  como  la  ante- 
rior, no  es  fácil  juzgarlas.  En  cuanto  al  verso  ^tijforoto  rumor  gira  tremendo,  no  puede 
censurarlo  quien  ha  hecho  este  otro 

« Fulgores  resplandecientes» , 

qne  está  en  la  pajina  52  de  las  Leyendas.  En  efecto  el  epíteto  resplandeciente  nada  añade 
á  la  idea  del  sustantivo.  Fragoroso  allade  á  la  de  rumor  la  de  ser  fuerte  el  sonido  y  como 
de  cosas  que  se  rompen  ó  caen  unas  sobre  otras. 

Es  de  observar  que  á  ninguno  de  los  pasajes  censurados  le  puede  convenir  el  céle- 
bre verso  de  Lope  de  Vega  contra  los  cultos;  porque  en  todos  ellos  está  claro  él  pensa- 
miento, aun  cuando  quisiéramos  conceder  que  las  locuciones  son  viciosas. 

El  verdadero  restaurador  de  la  poesía  castellana  en  el  siglo  XVIII  fué  Melendez 
Yaldes;  y  los  demás  á  quienes  parece  que  alude  el  Sr.  llora,  si  se  han  aprovechado  del 
sendero  que  les  abrió  el  inmortal  Batilo,  ni  se  han  tenido  á  sf  mismos,  ni  ban  sido  te- 
nidos por  sus  compatriotas,  como  restauradores  de  nuestro  Parnaso. 

Censura  también  el  uso  de  los  consonantes  en  ido  ida  y  y  otros  fiiciles.  Pero  él  mís- 

11 


[82] 
mo  los  emplea;  y  ademas  cuando  los  versos  son  buenos»  ¿quién  repara  en  los  finales  eo- 
mo  no  ofendan  el  oído  con  su  demasiada  repetición? 

En  fin,  lleva  su  mal  humor  hasta  el  exceso  de  reprender  que  se  llamen  éfi^rmim 
á  las  seguidillas.  Pues  ¿cómo  se  han  de  llamar  epopeya»?  ¿Qué  mas  derecho  tienen  h 
cuarteta,  la  quintilla,  los  pareados,  ni  aun  la  décima,  que  aquella  combinación?  Ea  ella 
solo  cabe  un  pensamiento,  y  si  se  espresa  con  facilidad  (que  alli  es  muy  difieuUo§a)éÍM' 
jcnio,  forma  lo  que  siempre  se  ha  llamado  un  epigrama.  No  despreciemos  los  metros 
porque  los  maneja  el  vulgo.  También  los  copleros  hacen  décimas  y  cuartetas,  y  no- 
sotros los  hemos  visto  elevarse  á  la  dignidad  de  la  octava. 

• 

POESÍAS  DE  D.  JOSÉ  DE  ESPRONCEDA. 

MaOria.  MSSO. 


M 


UCHO  tiempo  hace  que  no  se  presentan  al  público  en  las  colecciones  de  _ 
ideas  mas  osadas,  elocución  mas  esmerada,  armonía  mas  robusta,  ni  intenciones 
poéticas.  A  pesar  de  las  muchas  razones  que  personalmente  nos  asisten  para  no  itt 
elojios  á  estas  poesías,  cuyo  autor  y  cuyo  editor  han  querido  que  las  miremos  es 
cierto  modo  como  nuestras,  ha  sido  preciso  ceder  á  la  impresión  que  nos  cansa  sah^ 
tura;  impresión  que  no  dudamos  será  la  misma  en  todos  los  lectores  instruidos»  aunes 
aquellos  que  no  juzguen  dignos  del  pincel  poético  algunos  de  los  argumentos. 

Al  dar  cuenta,  pues,  do  esta  publicación,  extraordinaria  bajo  tcáos  aspectos,  deb^ 
mos  limitarnos  á  justificar  con  citas  la  sensación  que  nos  ha  causado  ver  sometidos  loe 
pensamientos,  por  mas  atrevidos  que  sean,  al  yugo  de  la  lengua  y  de  la  versificadofl 
castellana,  cosa  sumamente  rara  en  el  dia. 

La  primer  obra  es  la  colección  de  fragmentos  del  poema  épico  el  PeUxfOt  que  das- 
tor  se  propone  concluir  y  dar  á  luz.  Estos  fragmentos  desmienten  de  la  manera  ma 
solemne  á  los  que  creen,  ó  afectan  creer  que  la  epopeya  es  un  género  incapai  de  int^ 
resar  la  sociedad  actual.  Háganse  versos  como  los  siguientes  para  demostrar  la  oMen 
de]  cielo  contra  Rodrigo: 

c  Envuelto  en  noche  tenebrosa  el  mundo, 
las  densas  nubes  ajitando,  ondean 
con  sus  alas  los  genios  del  profundo 
que  con  cárdeno  surco  centellean: 
y  al  ronco  trueno,  al  eco  tremebundo 
de  los  opuestos  vientos  que  pelean, 
se  oye  la  voz  de  la  celeste  saña: 
\Ay  Rodrigo  infeliz!  \ay  triste  España!* 

O  como  los  de  esta  magnifica  comparación : 

cTal  otro  tiempo  en  la  soberbia  cena, 
donde  mofaba  de  Jehová  el  impío, 
ya  la  medida  al  sufrimiento  llena, 
rebosó  de  ira  caudaloso  rio; 
y  el  rey  asirío  con  amarga  pena 
vio  en  el  muro  de  mármol  con  sombrío 
fuego  animarse  escrito  sobrehumano, 
trazado  allí  por  invisible  mano.» 

O  en  fin  (por  no  repetir  citas  de  igual  mérito,  en  que  abundan  estos  fragmentos)  como 


m 

líente  ocUra  en  que  no  se  sabe  eoal  e§  mayor,  la  dificultad  de  etpresar  poética- 
!  el  pensamiento,  ó  la  riqneía  7  exactitnd  de  dicción  con  que  está  descrito. 

«Alli  cercado  del  amable  coro, 

que  el  de  las  Houris  célicas  no  iguala, 

quemada  en  pipa  de  ám|iar  y  de  oro 

planta  aromosa  el  gusto  le  regala: 

y  mientra  en  hombro  de  su  amada  el  moro 

la  sien  reclina,  de  so  labio  exhala 

humo  suave,  que  en  fragante  nube 

con  leves  ondas  á  perderse  sube*» 

0  se  hacen,  repetimos,  versos  como  estos,  no  se  debe  desesperar  de  imprimir 
B  á  una  acción  grande,  y  que  se  presta  admirablemente  á  todos  los  adornos  de  la 

1  y  de  la  epopeya. 

píen  dos  composiciones  amatorias,  de  las  cuales  la  primera  nos  parece  muy  su- 
*  á  la  segunda,  que  es  de  carácler  satírico,  y  que  por  tanto  requiere  un  genio  de 
ole  clase  que  el  del  señor  Espironceda.  El  romance  á  la  noche,  por  el  contrario. 
I  de  los  mas  bellos  que  hay  en  nuestra  lengua.  Enerjia  y  fluidez  en  la  versifica- 
f  el  sabor  melancólico  de  la  frase  y  basta  del  asonante,  le  coloca  en  nuestro  en- 
*,  entre  las  obras  perfectas. 

^en  algunas  canciones,  cuyos  titules  son:  el  Peteador,  la  Cautiva,  d  Pirata,  que 
toda  la  libertad  y  enerjia  que  anuncia  su  titulo,  el  Cosaco^  el  Mendigo^  singular 
giro  y  los  pensamientos,  aunque  bastante  incorrecta.  En  estas  composiciones 
gunas  sobre  los  asuntos  de  las  de  Osian  y  en  el  mismo  estilo,  y  un  himno  al  Sol, 
le  fuego  y  de  poesía.  Solo  citaremos  la  última  estarna,  en  que  el  vate  inspirado 
é  la  ruina  del  monarca  del  día. 

c  ¿Quién  sabe  si  tal  vez  pebre  destello 

eres  tú  de  otro  sol  que  otro  universo 

mayor  que  el  nuestro  un  dia 

con  doble  resplandor  esclareciat 

(joza  tu  juventud  y  tu  hermosura, 

¡oh  sol!  que  cuando  el  pavoroso  dia 

llegue  que  el  orbe  estalle,  y  se  desprenda 

de  la  potente  mano 

del  Padre  soberano, 

y  allá  á  la  eternidad  también  descienda 

deshecho  en  mil  pedazos,  destrozado 

y  en  piélagos  de  fuego 

envuelto  para  siempre  y  sepultado 

de  cien  tormentas  al  horrible  estruendo, 

en  tinieblas  sin  fin  tu  llama  pura 

entonces  morirá:  noche  sombría 

cubrirá  eterna  la  celeste  cumbk'e; 

ni  aun  quedará  reliquia  de  tu  lumbre.» 

I  composiciones  intituladas  el  R»  de  mverte  y  d  Verdugo  nos  parecen  muy  débiles 
locución,  y  en  los  pensamientos.  Las  ideas  patibularias  no  pueden  ser  ennoble- 
ino  por  un  sentimiento  moral,  grande  y  dominante,  y  aquí  no  lo  hay.  Todo  el 
»  del  autor  no  persuadirá  á  nadie  que  es  ni  igual  el  hombre  cuyo  oficio  es  matar 
aero.  El  sentimiento  de  horror  que  inspira,  es  general  y  fundado;  ¿por  qué  no 
in  con  este  sentimiento  los  soldados  que  fusilan  á  su  camarada  delincuente?  por- 
hacen  por  obligación  forzosa,  y  no  por  profesión  elejida  voluntariamente.  La 
que  es  el  idioma  del  sentimiento,  se  prestó  siempre  de  mala  gana  á  los  pensa^ 
«  que  lo  desvirtúan. 
*o  de  nuevo  se  ciñe  el  genio  sus  alas  y  vuela  atrevido*  y  triunfiaunte  cuando  se  res- 


[84] 
lituye  á  sa  verdadero  país,  cuando  se  siente  animado  por  el  valor  y  d  palriotismo.  Las 
composiciones  de  esta  clase  que  comprende  la  presMite  colección  pueden  ponerse  ti 
lado  de  las  mejores  que  hay  en  castellano.  No  ceden  en  mérito  las  que  el  autor  ha  con- 
sagrado á  lamentar  la  pérdida  de  las  ilusiones  juveniles»  señaladamente  la  de  la  orji§j 
en  que  está  muy  bien  retratada  la  degradación  moral  del  hombre  que  ha  trocado  h 
nobleza  del  sentimiento  por  la  inmundicia  de^la  crápula  y  del  sensualismo. 

Concluye  el  libro  con  un  cuento  en  que  hay  dos  retratos  inimitables:  d  de 
y  el  de  Montemar*  Hé  aqui  el  del  hombre  desalmado: 

c  Segunde  den  Juan  Tenorio, 
alma  ftera  é  insolentCt 
irrelijioso  y  valiente, 
altanero  y  reñidor: 

Siempre  el  insulto  en  los  ojos» 
en  los  labios  la  ironía^ 
nada  teme  y  todo  fia 
de  su  espada  y  su  valor, 

Girazon  gastado,  mofa 
de  la  mujer  que  corteja 
y  hoy  despreciándola  deja, 
la  que  ayer  se  le  rindió. 

Ni  el  porvenir  temió  nunca, 
ni  recuerdaen  lo  pasado  't.  : 

la  miyer  que  ha  abandonado 
ni  el  dinero  que  perdió. 

Ni  vio  el  Eantasma  entre  sueño» 
'del  que  mató  en  desafio, 
ni  turbó  jamas  su  brío 
recelosa  previsión.. 

Siempre  en  lances  y  en  ameres, 
siempre  en  báouicas  or|ias, 
mezcla  en  piaras  implas 
un  chiste  á  una  maldición. 

Sigúese  el  de  su  antagonista  y  victima. 

c  Bella  y  mas  pura  <(ue  el  azul  del  cielo, 
con  dulces  ojos  lánguidos  y  hermosos 
donde  acaso  el  amor  brUló  entre  el  velo 
del  pudor,  que  los  cubre  candorosos; 
tímida  estrella,  que  refleja  al  suelo 
rayos  de  luz  briluuites  y  dudosos^  ^ 
ánjel  puro  de  amor  que  amor  inspira» 
fué  la  inocente  y  desdichada  Elvira. 

Elvira,  amor  del  estudiante  un  dia, 
tierna  y  feliz  y  de  su  amante  u&na, 
cuando  al  placer  su  corazón  se  abría 
como  al  rayo  del  sol  rosa  temprana. 
Del  finjido  amador  que  la  mentia 
la  miel  falaz  que  de  sus  labios  mana 
bebe  en  su  ardiente  sed,  el  pecho  ajeno 
de  que  oculto  en  la  miel  hierve  el  veneno. 

Que  al  alma  virjen»que  halagó  un  encanta 
con  nacarado  sueño  en  su  pureza, 
lodo  lo  juzga  verdadero  y  santo, 
presta  á  todo  virtud,  presta  belleza. 


[86] 
Del  cielo  aiul  al  lachoaado  maofo, 
del  sol  ardieale  á  la  iomortal  riqueza, 
al  aire»  al  campo,  á  las  fragantes  flores, 
ella  añade  espteodor,  vida  y  colores,  etc. » 

ío  hemos  visto,  despaes  de  la  Eva  del  Ifilton,  una  descripción  mas  bien  hecha  del 
er  amor  en  un  corazón  inocente. 

lemos  copiado  muchos  versos  de  este  lihro;  mas  si  hubiésemos  de  copiar  todos  los 
bav  tan  buenos  como  los  ya  citados,  ó  quizas  mejores,  dejaríamos  muy  pocos  para 
lele  lea. 


POESÍAS  DE  DON  JOSÉ  ZORRILLA, 

TOMOS  í.»  T  5.»— MADRID  1839. 


imposible  leer  este  poeta  sin  sentirse  arrebatado  á  un  mismo  tiempo  de 
y  de  dolor.  Pensamientos  nobles,  atrevidos;  sentimientos  sublimes  ó  tiernos;  ver- 
icion  armoniosa  igualmente  que  fácil  escitan  naturalmente  la  admiración;  pero  es^* 
I  puede  llegar  nunca  hasta  el  entusiasmo ,  porque  cuando  en  alas  de  la  idea 
re  volar  nuestra  fantasía  hasta  el  Empíreo,  una  espresion  incorrecta,  una  voz  im- 
ia ,  un  sonido  duro ,  ó  bien  un  galicismo  ó  un  neolojismo  insufrible  nos  advierte 
estamos  pegados  al  Eango  de  la  tierra,  como  ahora  se  dice.  En  calidad  de  espafto^ 
os  causa  sumo  sentimiento  ver  deslustrado  el  esi^endor  de  uno  de  los  mas  emi- 
es  genios  de  nuestra  época ,  por  no  auerer  someterse  á  una  de  las  condiciones  ne- 
rias  del  poeta  que  es  la  buena  elocución.  Nos  parece  un  Apeles  ó  un  Ticiano  des- 
ando el  colorido  ó  las  leyes  del  claro  oscuro. 

Cuál  puede  ser  el  orí  jen  de  esta  neglijencia?  Es  imposible  que  eñ  la  actual  anar- 
de  las  ideas  literarias  no  haya  alguna  que  (asonando  la  mente  del  autor,  le  obli» 
á  seguir  un  sistema  tan  funesto,  como  seria  el  de  pintar  con  una  caña  rajada  en 
r  de  pincel.  ¿Ha  querido  imitar  lá  manera  de  Lope,  manchar  la  tabla  aprisa^  y  de- 
il  }ado  de  rasgos  sublimes  ó  admirables  por  su  ternura  borrones  indignos  del  ge- 
¿O  bien  ha  creído  que  las  sombras  incorrectas  darian  mayor  realce  á  las  figuras 
acabadas?  ¿Ha  pensado  quizá  que  el  cuidado  de  la  gramática  y  d  estudio  de  la 
ua  eran  trabas  de  que  el  poeta  debe  desembarazarse:  ó  bien  que  de^gurar  el 
na  puede  ser  un  medio  de  enriquecerlo? 

ifo  podemos  atribuir  este  defecto  á  la  escuela  del  romanticismo  actual,  tanto  por» 
sus  caudillos  en  Francia  no  se  han  libertado  nunca  del  yugo  de  la  gramática,  mas 
da  mil  veces  en  la  lengua  francesa  que  en  la  castellana,  como  porque  existen  en- 
losotros  muchos  poetas  pertenecientes  á  la  misma  escuela,  y  ^ue  no  obstante  la 
tad  oue  se  toman  en  sus  raptoa  de  imajinacion,  no  se  atreven  sm  embargo  á  tras- 
r  los  límites  que  el  lengui^  poético  ya  formado,  ha  impuesto  á  las  licencias  del 
o.  Pues  á  ignorancia  no  puede  achacarse;  porque  muchos  pasajes  prueban  que  el 
Sorrilla  conoce  como  el  que  mas  los  recursos  del  estilo  y  del  lenguaje  de  nuestra 
ia.  No  queda,  pues,  otro  arbitrio  que  el  de  atribuir  las  frecuentes  incorrecciones 
afean  sus  mejores  versos  á  alguno  de  los  falsos  sistemas  que  arriba  indicamos  ó 
ra  idea ,  que  no  conocemos,  tan  falsa  como  ellas. 

Ib  cualquier  parte  donde  se  abra  se  encuentran  vest^ioa  de  incorrección  y  de  ta» 
>.  En  la  composición  de  las  ho^  ieca$  se  eneuentran  estos  versos  hermosísimos. 

Mas  oye.  Es  el  otoño:  rebramando 
el  ábrego  los  árbdes  saende: 
de  roncos  cuervoi  el  siaiestro  bando 
á  loa  peAasGos  cóncavos  omie. 


[86J 

Brilla  rin  foena  el  sol  eo  occideate; 
7  allá  en  la  ialda  de  eijpinoto  riico 
f  uia  el  pastor  con  paso  indiferente 
las  humildes  ovejas  al  aprisco. 

Seco  el  follaje  de  la  selva  ombría 
de  sus  verdes  doseles  se  despoja; 
y  al  empuje  de  ráfaga  brama 
el  bosque  se  desnuda  boja  por  hoja.» 

Acudir  no  es  la  voz  propia^  sino  guartcerse,  que  bubiera  sido  fácil  al  autor  sostitiir 
diciendo  antes  que  el  ábrego  los  troncos  estremece*  Risco  espinoso^  esto  es,  lleno  de  pantai 
numerosas  y  agudas  como  espinas.  La  traslación  es  oscura  y  algo  forzada.  El  foUajens 
se  despoja  de  los  doseles:  al  contrario,  los  verdes  doseles  pierden  su  follaje.  Bravio  no  es  bms 
ni  fuerte^  sino  silvestre^  montaraz^  sin  cultivo:  las  ráfagas  del  viento  no  son  braoias^mao 
violentcu, . 

Ni  se  crea  que  siempre  bay  que  notar  estas  incorrecciones.  Tal  vez  se  observa  ti 
lado  de  una  admirable  facilidad  un  lenguaje  dotado  de  precisión  y  de  pureza*  Tal  ei 
el  del  romance  en  que  describe  la  pelea  de  los  dos  rivales  en  la  composición  íntitali- 
da  Recuerdos  de  Valladolid  (tom.  IV .)  Al  contrario,  el  trozo  que  sigue  á  este  romance  ei 
un  modelo  de  oscuridad,  de  incorrección  y  de  neolojismo. 

Unas  veces  comete  transposiciones  violentas  tomadas  del  latín  ó  del  italiano  dh 
mo  esta. 

c  Murmura  alia  abajo  el  río 
la  orílla  al  acaríciar.» 

Otras  admite  galicismos»  como  desposar  d  una  dama  en  vez  de  desposarse  con.  OCias  M 
de  espresiones  las  mas  familiares  en  medio  de  un  trozo  poético,  como 

cSe  tiene,  calla,  suspira, 
viene  y  va,  y  conetante  asi, » 

Otras  usa  de  construcciones  enteramente  desconocidas  á  nuestros  verbos,  como 

€  Déjese  sin  fuerza,  bidalgo, 
y  bácia  la  cárcel  se  apronte.» 

Vén  fin,  seriamos  fastidiosos  si  bubiésemos  de  notar  todos  los  ejemplos  de 
elocución  castellana. 

En  estos  dos  tomos  hay  dos  comedias,  escritas  conla  intención  de  imitar  las  de 
y  espada  de  nuestro  teatro  del  siglo  XVIL  Sus  argumentos  son  excelentes.  En  la  del  to- 
mo IV,  cuyo  título  es  Mas  vale  llegar  d  tiempo  que  rondar  un  aáOy  un  duque  y  wa  h^s 
primojéníto  son  rivales  en  la  pretensión  de  una  joven,  sin  saber  el  uno  del  anor  dsl 
otro,  £1  hijo  hiere  al  padre  sin  conocerlo  á  las  puertas  de  la  dama,  y  se  ausenta  á  Za- 
ragoza. Vuelve  en  el  momento  que  su  padre  iba  á  casarse,  con  el  objeto  del  amordeea^ 
trambos;  pero  apenas  sabe  que  su  hijo  es  su  ríval,  no  solo  le  cede  la  que  haUa  di^di 

E ara  esposa,  sino  sepulta  en  el  mas  profundo  silencio  la  noticia  de  haber  sido  elqas 
iríó.  La  combinación  de  la  del  tomo  V,  cuyo  título  es  Ganar  perdkndo^  oonsisla  et 
los  socorros  que  un  amante  da  escondidamente  á  su  dama,  que  á  pesar  de  ser  rica,  st 
ve  arruinada  por  las  locuras  de  un  hermano  disoluto,  crapuloso,  jugador  y  pendencie* 
ro.  Apesar  de  ser  entrambos  pensamientos  muy  propios  para  la  escena,  estos  dramis 
presentan  poco  interés,  porque  á  escepcion  de  algunos  rasgos  felices,  están  mal  condu- 
cidos y  peor  dialogados.  Los  defectos  de  elocución  forzada,  de  escenas  episódicaa,  da 
confusión  en  los  incidentes,  y  de  desproporción  entre  los  medios  y  los  fines,  son  barto 
notables  en  una  y  otra. 

Concluiremos,  pues,  esta  censura,  oue  desearíamos  convertir  en  elojio,  con  un  con- 
sejo dirijido  á  todos  los  que  cultivan  el  hermoso  arte  de  la  poesía.  Sin  la  msjia  de  li 
elocución  y  de  la  armonía  se  deslucen  y  degradan  los  pensamientos  mas  poéticos;  por- 


[871 

qae  el  lenguaje  es  el  instromento  de  las  bellas  letras,  como  el  colorido  lo  es  de  la  pin-' 
tora.  Las  ideas  son  el  alma  de  la  poesía;  pero  el  estilo  es  so  cuerpo^  y  sin  formas  cor- 
póreas no  es  posible  grabarse  los  pensamientos  en  la  fantasía.  Grandes  injenios,  de  los 
eoales  nuestra  nadon  espera  su  gloria  literaria  en  la  época  presente,  enriqueced  en- 
horabuena el  idioma,  pero  respetadlo:  entregaos  al  Tuelo  de  la  fantasía,  pero  no  des- 
caideis  la  elocución:  escribid  con  toda  la  osadía  de  la  inspiración,  pero  correjid  con 
toda  la  seyeridad  de  la  lójica. 


LA  VIDA  ES  SUEÑO ,  DE  CALDERÓN ; 

Y  LA  VIE  EST  UN  SONGE,  DE  BOYSSY. 


JLa  vida  es  sueño,  que  es  indisputablemente  la  mejor  de  las  comedias  ideales  de 
Calderón,  no  tuvo  sin  embargo  el  bonorde  la  traducción  ni  de  la  imitación  en  los  pri- 
meree tiempos  del  teatro  clásico  francés.  Tomas  Corneille,  que  tradujo  £(  Alcaide  de  H 
miimo^  El  Aiirálogo  finjido  y  Los  empeña  de  un  acaeo  de  nuestro  poeta.  El  contidado  de 
Piedra  de  Tirso  de  Molina  ^j  Logue  puede  la  aprensión  de  Moreto.,  no  se  atrevió  sin  em- 
bargo á  arrostrar  la  grande  idea  del  carácter  de  Segismundo:  y  este  príncipe  misterioso , 
eo  el  cual  está  simbolizada  la  vida  humana,  no  apareció  en  la  escena  de  Paris,  hasta 
que  en  i  732  la  presentó  Boissy  con  grande  aplauso  del  publico. 

Boissy  babia  comenzado  su  carrera  escribiendo  versos  satiricós  contra  los  hombres 
mas  sabios  de  su  tiempo ;  pero  el  peligro  y  la  infamia  de  esta  profesión  le  obligó  á  cor- 
rejirse ,  y  á  dedicarse  al  teatro.  En  él  ocupó  un  lugar  distinguido  después  de  los  gran- 
des maestros ,  por  su  comedia  Las  esterioridades  engañosas  j  una  de  las  mejores  que  tienen 
los  franceses  en  el  género  urbano*  Escribió  otras  de  mérito  inferior,  pero  llenas  de  sal 
y  de  facilidad.  Otras  en  fin,  en  que  introdujo  personajes  alegóricos,  prueban  que  babia 
leído  mucho  á  Calderón;  pero  nada  lo  demuestra  como  su  comedia  La  vie  est  «ti  songe^ 
en  la  cual  los  principales  personajes  tienen  hasta  los  nombres  de  la  comedia  española. 

La  francesa  llamó  la  atención  de  los  literatos  y  aun  de  los  filósofos,  y  Rousseau  dijo 

re  d  héroe  de  esta  pieza  era  H  verdadero  misántropo.  Este  juicio  prueba  que  el  ciudadano 
Ginebra  no  comprendió  el  objeto  moral  de  aquel  carácter*  £1  autor  de  la  noticia  bio- 
gráfica de  Boissy  puesta  al  frente  de  la  última  edición  de  sus  obras  escojidas  en  la  biblio- 
teca de  los  clásicos  franceses,  dice  que  da  idea  déla  comedia  e^  extraordinaria  y  que  su 
ejecución  no  carece  de  noblezanideeneijfa.i  Perocalla  quien  fuésu  primer  propietario; 
segaa  todas  las  apariencias,  porque  no  lo  sabia.  Boissv  pudo  callarlo,  porque  ya  en  su 
tiempo  casi  nadie  estudiaba  en  Páris  el  idioma  espallol ,  ni  menos  leia  nuestras  come- 
dias, desde  queBoileau  llamó  grosero  á  nuestro  teatro.  Asi  juzga  la  mayor  parte  de  los 
^hombres,  por  una  frase.  Pero  semejantes  hurtos  no  nos  admiran,  cuando  somos  testigos 
de  los  que  ahora  se  hacen  en  España,  de  autores  franceses  bien  conocidos  en  toda  la  re- 
pública literaria.  Y  sin  embargo  los  traductores  se  llaman  onjinales:  también  es  verdad 
que  no  dejan  de  ser  onjinales  estas  traducciones;  pues  dejan  el  testo  tan  en  francés  como 
so  estaba. 

No  nos  acordamos  si  es  en  Bocado  ó  en  las  Milyunanochedonde  hemos  leido  el  cuento 
de  un  principe  que  por  entretenimiento  hizo  que  embriagasen  á  un  mendigo ,  que  cuando 
despertase  se  le  hiciese  creer  que  era  monarca  durante  un  dia;  y  que  vuelto  á  embriagar 
se  le  restituyese  á  su  primer  miseria.  En  esta  conseja  trivial  descubrió  el  genio  de  GbiI- 
deron  bastante  campo  para  representar  las  dos  situaciones  mas  importantes  de  la  vida 
humana:  á  saber,  la  ilusión  y  el  escarmiento.  Ete  la  primera  Segismundo  no  es  mas  que 
el  hombre  fisiolójico.  Tiene  poder,  y  quiere  emplearlo  en  la  venganza:  insulta  á  su  pa- 
dre :  se  enamora  succesivamente  de  dos  mujeres  que  vé,  resiste  al  consejo,  arroja  al  mar 


[88] 

desde  un  balcón  uno  de  los  consejeros  y  quiere  dar  muerte  al  otro:  no  hmj  raion,  no 
hay  honor,  no  hay  respeto  que  le  atajen:  solo  la  adulación,  solo  lo  qneliaon|}ea  sospt- 
siones  le  es  bueno  y  agradable. 

Segismundo  vuelve  á  dormir ,  y  vuelve  á  despertar  en  su  prisioa  con  la  cadena  li 
pie  y  el  carcelero  al  lado.  Aqui  empiesm  una  nueva  existencia,  la  existencia  del  hombR 
moral,  ilustrado  por  el  escarmiento  y  la  razón.  DesconCa  de  los  bienes  de  la  vida  que  le 
buscan  de  nuevo:  gózalos,  pero  con  timidez:  reprime  sus  pasiones,  que  quieren  saids- 
varse  otra  vez,  y  luice  buen  uso  de  la  felicidad,  porque  sabe  que  hade  perderla,  y  qw 
ha  de  despertar  en  otra  rejion,  con  respecto  á  la  cual  la  vida  actual  no  es  mas  qu 
un  fueño. 

Tal  es  el  magnífico  plan  que  desenvolvió  Calderón  con  todo  el  genio  de  un  gran  poelí 
y  con  toda  la  profundidad  de  un  gran  filósofo.  ¿Qué  son  después  de  esto,  alganoaoBi» 
tos  de  espresion ,  hijos  del  mal  gusto  de  su  siglo,  y  muy  fáciles  de  correjir,  como  rfbdlh 
vamente  lo  ha  hecho  el  imitador  francés?  ¿Quién  se  para  en  ellos,  cuando  se  jé  deatrili 
con  tanta  perfección  la  historia  del  hombre? 

Boissy ,  mas  correcto  en  cuanto  al  estilo,  destruye  casi  el  pensamiento  del  cómifls 
español.  Segismundo,  al  despertar  la  primera  vez,  no  es  el  hombre  de  las  pasiones  s» 
suales.  Vé  á  la  princesa  Sofronía  y  se  enamora  de  ella;  pero  este  amor  es  un  aentinñeiio 
puro  y  virtuoso,  que  le  mueve  hasta  á  perdonar  la  sinrazón  de  su  padre  en  haberie  te- 
nido tanto  tiempo  preso  y  aherrojado ;  y  solo  vuelve  á  sus  furores  cuando  aabe  qw  el 
Rey  ha  prometido  á  otro  la  mana  de  su  sobrina. 

¡Cuanto  mas  profunda  es  la  idea  de  Calderón!  En  él,  apenas  manifiesta  el  principe 
otro  amor  que  el  sensual:  vé  á  su  prima,  y  quiere  tomarla  la  mano:  vé  después  á  b- 
saura,  y  quiere  forzarla.  En  una  palabra,  todas  sus  pasiones  son  brutales,^  é  hyu  dé  ll 
ilusión  de  los  sentidos,  sin  freno  alguno,  ni  aun  el  que  unos  afectas  suelm  impontr  á 
otros.  La  vida  es  sueño  de  Calderón  en  sus  dos  primeros  actos,  es  un  drama  romiatio»  és 
nuestros  días.  ¡Qué  lástima  aue  Segismundo,  cuando  despierta  en  la  prisión,  no  sesM- 
cide!  En  ese  caso  nada  le  tallaría  para  ser  el  modelo  del  romanticismo  actaal.  Ven 
Calderón  no  quería  someter  el  hombre  al  ímpetu  ciego  de  las  pasiones:  creía  en  la  n- 
zon  y  en  la  moral:  y  ese  es  su  defecto  á  los  ojos  de  los  modernos  dramaturgos. 

Boissy  falseó  pues,  el  pensamiento  de  Calderón,  inspirando  á  su  héroe  ideas  gna* 
des  y  generosas,  sujeridas  por  el  amor,  y  atribuyendo  á  los  celos  sus  nuevos  fanres» 
Así  queda  desvirtuada  en  su  fábula  la  grande  lección  del  escarmiento,  que  ea  la  eoBS- 
dia  española  es  completa,  terrible  y  eficaz.  Suprime  también  gran  parte  de  las  lelaps» 
nes  de  Segismundo  en  uno  y  otro  estado.  El  drama  francés  es  una  copia  déUl  de  bb 
excelente  cuadro,  hecha  por  un  profesor  dotado  de  mas  finura  que  genio.  ObaeneMoe 
que  lo  mismo  sucedió  á  Moliere  imitando  d  Desden  con  el  desden  de  Moreto.  A  la  vwdiá 
Moliere  tenia  mucho  genio:  pero  no  de  la  especie  que  era  necesaria  para  escribir  la  oh 
media  del  Planto  español. 

Boissy  dejó  subsistir  en  su  drama  un  gracioso  llamado  ^Wegutii,  personi^je 
en  el  teatro  italiano  donde  se  representó,  porque  el  de  la  comedia  francesa, 
tónces  de  las  formas  de  Boileau,  no  lo  hubiera  admitido.  También  en  la  comedia  de 
Calderón,  hay  un  gracioso,  á  quien  el  pueblo  quiere  libertar,  teniéndole  por  Segis- 
mundo: y  aclarado  el  yerro,  responde  á  los  que  le  acusaban  de  haberse  fi^fido  si 
principe, 

vosotros  fuisteis  los  que 
me  sejismundasteis. 

Este  verbo  grotesco,  inventado  por  Calderón,  le  pareció  á  Boissy  un  diminativo  casta* 
llano,  y  su  Arlequín,  convencido  del  error,  dice  que  es  el  príncipe  Segismundinet,  J 
hermano  menor  de  Segismundo. 

Concluiremos  este  artículo  diciendo  que  Calderón  manejó  esta  misma  filbala  eaaao 
de  sus  autos  sacramentales,  intitulado  también  la  Vida  es  sueño.  En  él,  el  carácter  de 
Segismundo  es  el  del  hombreen  general:  prueba  evidente  de  que  su  plan  ea  la  oomedia 
era  el  de  describir  la  naturaleza  humana,  entregada  primero  á  s!  misma,  y  amaestrada 
después  por  el  desengaño. » 


!«»] 


TIRSO  DE  MOUNA. 


ARTÍCULO  I. 

ijeoioso  poeta,  tan  ameno  como  fecundo,  floreció  en  el  primer  tercio  del  si- 
;  y  considerado  como  autor  cómico,  sirve  de  tránsito  desde  el  drama  de  Lope 
todavia  desordenado  en  cnanto  á  la  dirección  de  la  fábula  y  de  los  inciden- 
omedia  mas  bien  conducida  y  mas  artificiosa  de  Calderón.  En  efecto,  es  dificil 
*  en  el  padre  y  fundador  del  teatro  español  una  sola  pieza  cuya  acción  esté 
ida.  El  dijo  que  babia  becho  seis;  y  los  aficionados  al  arte  dramático  se  dan 
US  para  averiguar  cuales  son.  A  la  verdad,  Lope  agotó  las  combinaciones  tea- 
m  esta  parte  casi  no  dejó  á  sns  succesores  mas  que  el  mérito  de  imitar;  pero 
iuidó  de  que  sus  incidentes  fuesen  bijos  naturales  déla  £lbula;  solo  se  a&naba 
icir  efecto;  y  no  conoció  el  principio  dramático  de  que  los  medios  deben  estar 
rcion  con  los  fines. 

de  Molina,  aunaue  en  mucbas  de  sus  comedias,  señaladamente  en  las  histórí- 
h  fábula  tan  mal,  y  á  veces  peor  que  Lope  de  Vega,  tiene  sin  embargo  no  po- 
lie  se  reconoce  mas  artificio  y  corrección.  Celos  con  cdos  se  curan.  Pruebas  de 
muiad^  Por  d  sótano  y  el  tomo^  Amar  por  señas^  La  celosa  de  si  misma  ^  Los  baleo» 
drid.  El  celoso  prudente  y  algunas  otras,  tienen  ya  un  verdadero  plan  dramáti- 
a  acción  bien  concebida  y  distribuida,  sino  con  la  perfección  á  que  llegó 
^Ideron,  á  lo  menos  con  la  suficiente  verosimilitud  moral  para  que  se  fije  la 
M>n  placer  en  la  descripción  festiva  y  maligna  de  los  caracteres,  y  en  las  gracias 
mcion,  que  son  las  dotes  quemas  se  distinguen  en  este  poeta, 
iseto,  colocado  Tirso  entre  los  dos  grandes  colosos  de  nuestra  escena,  apenas 
emoria  de  él,  si  no  se  hubiese  distinguido  por  su  dicción,  indefinible  y  esclusi- 
myei,  y  por  la  descripción  del  amor  bajo  un  aspecto,  hasta  cierto  punto  ideal, 
oeta  ba  tenido  tanto  empeño  en  describir  los  lazos  amorosos  que  el  sexo  dé* 
tender  al  fuerte  para  cojerle  en  sus  redes  y  esclavizarle;  pero  ese  empeño  lo 
uentemente  traspasar  los  límites  del  pudor  y  de  la  decencia,  convertir  los  sen- 
morales  de  la  ternura  en  un  mero  comercio  de  vanidad  y  disolución,  quitarle 
(O  venda,  y  esponerle  desnudo,  pero  sin  vergüenza,  al  ludribio  del  vulgo  ma- 
poco  delicado. 

especie  de  sociedad  babia  frecuentado  Tirso  de  Molina?  porque  la  de  su  tiem- 
I  ciertamente  la  que  él  describió.  A  la  verdad  no  creemos  que  fuesen  purisi- 
ostumbres  de  la  corte  en  los  reinados  de  Felipe  III  y  de  Felipe  IV;  pero  á  lo 
abia  pudor  y  altivez  en  el  bello  sexo;  y  no  era  el  uso  general  aue  los  matrí- 
sconsumasen  antes  de  su  celebración,  como  sucede  en  muchos  ae  los  dramas 
»eta.  Si  los  amantes  no  eran  mas  fieles,  constantes  y  decididos  que  ahora,  por 
i  la  fidelidad  era  mirada  como  una  virtud,  y  no  como  una  preocupación;  y  la 
a  como  un   mérito,  y  no  como  una  ridiculez. 

MI  incontestable  de  que  nuestro  autor  exajei'ó  los  retratos  que  le  plugo  hacer 
indad  mujeril,  y  de  que  no  describió  el  espíritu  de  la  sociedad  culta  de  sutiem- 
r  que  apenas  se  presentó  Calderón  en  la  escena  con  sus  damas,  tan  amantes  co- 
Lope, pero  mas  altivas  y  pundonorosas,  avasalló  al  teatro  y  al  auditorio,  y  coa- 
Ivido,  apesar  de  su  elegancia,  las  malignas  comedias  de  Tirso;  señal  cierta  de 
tira  de  este  no  estaba  en  armonía  con  las  necesidades  morales  de  la  época.  Mo- 
nascómica;  Rojas,  el  mejor  trájico  de  nuestros  escritores  dramáticos,  se  vieron 
\  á  adoptar  el  lenguaje  caballeroso  de  su  maestro,  j  á  abandonar  las  injeniosas 
nesdel  discípulo  de  Lope,  cuyas  comedias  no  volvieron  á  representarse  al  pA- 
ta  nuestros  dias,  en  que  las  costumbres  (lo  decimos  con  pesar)  se  asemi^an 

12 


[90] 
algo  mas  á  las  que  él  describió.  Sea  cual  fuere  el  mérito  de  Tirso  de  Molina  en  cuanto 
á  elocución,  no  hace  honor  á  nuestra  moralidad  ni  á  nuestro  gusto  el  que  se  hayan  TÍf- 
to  representadas  con  aplauso  el  Vergonzoso  en  Palacio  y  Marta  la  Piadosa. 

Pero  si  hemos  censurado,  con  justa  severidad,  pero  que  á  algunos  parecerá  denu- 
siada,  lo  que  nos  ha  parecido  inmoral  en  las  comedias  de  este  autor,  exije  la  misaa 
justicia  que  no  le  defraudemos  de  la  alabanza  á  que  es  acreedor  como  hablista  y  como 
poeta.  Su  estilo  es  tan  fácil  como  el  de  Lope;  pero  mucho  mas  correcto.  El  uso  de  las 
voces  gráficas,  las  espresiones  felices  con  que  enriqueció  la  frase  poética,  la  noTedad 
de  introducir  sin  violencia  los  sustantivos  como  epítetos,  dan  á  su  estilo  concisión  y 
nervio,  de  que  carece  la  dicción  siempre  fluida,  pero  pocas  veces  correcta,  de  Lope 
de  Vega. 

Pues  considerado  como  poeta  cómico  y  satirice,  con  dificultad  se  hallará  un  eieri- 
tor  mas  fecundo  en  chistes  y  donaires,  ni  que  describa  mejor  las  rídiculeoea  que  se  pnn 
pone  revelar.  Aun  cuando  es  poco  limpio;  aun  cuando  los  pensamientos  que  presenta 
sean  bastante  libres,  su  lenguaje  sin  embargo  es  casto  y  urbano;  y  ni  se  roza  oon  las 
espresiones  sobejanas  é  inmundas  de  Horacio,  Marcial  ó  Juvenal,  mi  con  las  imájsaes 
delicadas  y  voluptuosas,  y  por  esa  razón  mas  nocivas,  de  Ovidio. 

Debemos  también  observar  que  Tirso  sabia  describir  tan  bien  como  Lope  el  verda- 
dero amor  fiel,  constante,  entrañado  independiente  de  la  vanidad,  del  interés  7  de 
la  desenvoltura.  Dígalo  sino  el  hermoso  carácter  de  Estela  en  la  comedia  de  iVwhn 
de  amor  y  amistad^  carácter  noble  é  ideal,  que  resiste  á  las  solicitaciones  de  un  princi- 
pe, y  lo  que  es  mas,  á  las  injusticias  de  un  amante  celoso,  que  sabe  sufrir  con  digni- 
dad y  hacer  sacrificios  que  no  esperaba  ver  premiados:  en  fin,  que  es  el  bello  ideal  de 
la  ternura  mujeril.  Pero  aun  en  esta  comedia  se  conoce  el  genio  maligno  del  autor.  Par 
una  mujer  que  nos  pinta  excelente,  amable  y  heroica,  nos  regala  dos  necias*  inlarasa- 
sadas  y  despreciables. 

Naturam  espeUas  furca^  lamen  usque  recurret* 

Al  leer  las  comedias  de  Tirso  hemos  hecho  una  observación  que  no  non  parece 
inútil  para  los  progresos  del  arte.  Entre  todas  ellas  ningunas  sostienen  mejor  la  iedn- 
ra  y  la  representación,  que  aquellas  en  que  el  poeta  es  menos  satírico  y  bms  jastn 
con  el  bello  sexo.  Tales  son  la  que  acabamos  de  citar,  y  otras  que  enumeramos  al  prin- 
cipio de  este  artículo.  Tan  cierto  es  que  nada  es  mas  favorable  al  artista  que  pnqm- 
nerse  en  su  composición  un  objeto  verdaderamente  moral. 

De  sus  comedias  históricas  solo  hay  una  que  merezca  elojio,  yes  Laprudmeia  m 
la  mujer,  en  lá  cual  teje  la  historia  de  la  primer  rejencia  de  la  célebre  María  de  Moli- 
na. La  versificación  es  robusta  y  digna  del  asunto.  Pinta  á  la  verdad  muy  odiosos  los 
caracteres  de  los  ínCantes  Don  Enrique  y  Don  Juan;  pero  no  los  calumnia^  oomose  osa 
en  el  dia;  pues  nuestros  historiadores  nos  los  han  descrito  aun  mas  aborredUes.  Laa 
comedias  sobre  asuntos  relijiososque  nos  han  quedado  de  este  autor  son  goDeralmen- 
te  informes,  aunque  el  estilo  y  la  versificación  sean  siempre  dignos  de  alabanza. 

No  escribió  dramas  ni  en  el  género  pastoril  ni  en  el  caballeresco,  tan  eultivado  por 
nuestros  poetas  cómicos  de  aquel  siglo.  Su  natural  inclinación  le  arrastraba  á  la  sáti- 
ra, en  la  cual  hubiera  sido  muy  superior  á  Góngora  y  á  Quevedo,  porque  sabia  ma- 
tar mejor  que  ellos  esta  clase  de  cuadros;  y  no  á  la  poesía  sencilla  ni  á  la  heroica.  Mo- 
rete le  escedió  en  lo  cómico  de  las  situaciones  y  en  la  conducta  de  la  fábula;  mas  no 
en  los  chistes  de  la  elocución,  mas  urbanos  y  orijinales  en  Tirso,  y  que  en  su  suoce- 
sor  se  deslizan  tal  vez  á  truhanadas  y  chocarrerías.  No  es  esto  decir  que  los  donai- 
res de  Tirso  sean  siempre  de  buena  ley;  pero  se  nota  con  frecuencia  en  ellos  mas  pro- 
fundidad. 

Por  estas  razones  se  ha  colocado  á  Tirso  de  MoUna  entre  los  seis  principales  poe- 
tas del  teatro  español  del  siglo  XVII,  que  son  Lope,  Tirso,  Calderón,  Moreto,  Rojas  y 
Ruiz  de  Alarcon.  Hemos  procurado  juzgarle  desapasionadamente,  y  señalar  coa  justi- 
cia imparcial  sus  defectos  y  sus  bellezas.  Solo  nos  falta  justificar  con  ejemplos  la  idea 
que  hemos  dado  de  él. 


191] 

ARTCÜLO    II. 

AREMOS  ejemplos  de  las  difereotes  dotes  que  hemos  atribuido  al  estilo  de 
do  la  pi  incipal  en  un  poeta  el  talento  de  pintar,  empezaremos  por  dos  des- 
lyas.  La  primera  es  de  un  mal.  cirujano^  sangrador,  barbero  y  sacamuelas, 
pieza : 

«Suele  andar  en  un  machuelo 
que  en  vez  de  caminar  vuela: 
sin  parar  saca  una  muela: 
mas  almas  tiene  en  el  cielo 
que  un  Herodes  ni  un  Nerón: 
conócenle  en  cada  casa, 
por  donde  quiera  que  pasa 
le  llaman  la  Estrema  unción.  > 

(Por  el  sótano  y  el  tomo.) 

do  es  de  un  hipocriton  avaro ,  pero  amigo  de  regalarse,  hecho  por  su 

«y  hombre  en  fin  que  nos  mandaba 
á  pan  y  agua  ayunar 
los  Viernes  por  ahorrar 
la  pitanza  que  nos  daba  .* 
y  él  comiéndose  un  capón , 
alzadas  sus  mangas  anchas 


quedándose  con  los  dos 
alones  cabeceando, 
decia  al  cielo  mirando : 
joy  amal  ¡qué  bueno  es  Diael 
Déjele  en  fin  por  no  ver 
santo  que  tan  gordo  y  lleno , 
nunca  á  Dios  llamaba  bueno 
hasta  después  de  comer.» 

(D.  Gil  de  las  calxas  verdes) 

itar  infinitos  pasajes  en  que  abundan  las  espresiones  gráficas.  Al  señor  de 
ice  un  rival: 

«Vos,  caballero  pobre,  cuyo  estado 
cuatro  silvestres  son,  toscos  y  mudos, 
montes  de  hierro  para  el  vil  arado, 
hidalgos  por  Adán,  como  él  desnudos, 
adonde  en  ves  de  Baco  sazonado , 
manzanos  llenos  de  groseros  nudos 
dan  mosto  insulso,  siendo  silla  rica 
en  vez  de  trono,  el  árbol  de  Gámica, 
¿intentáis  de  la  reina  ser  consorte?» 

{La  prudencia  en  la  mujer.) 

es  de  la  misma  especie  abundan  los  siguientes  cuartetos: 

«Del  castizo  caballo  descuidado 
el  hambriento  apetito  satisface 
la  verde  yerba  que  en  el  campo  pace. 


[92] 
al  freno  tosco  del  arzón  colgado. 
Mas  luego  que  el  jaez  de  oro  esmaltado 
le  pone  el  dueño,  mil  corbetas  hace, 
argenta  riendas,  céspedes  deshace, 
con  el  pretal  sonoro  alborozado. 

{El  verganxoÉO  en  palacio») 

El  enano  Manzanares^  malicias  viejas^  imscona  gente^  un  Adán  mantenedor^  el  alma  nal 
j  otras  espresiones  semejantes,  en  que  los  sustantivos  hacen  veces  de  epitetos*  son  co- 
munes en  nuestro  poeta,  y  al  mismo  tiempo  que  caracterizan  su  estilo  y  no  pemita 
confundirlo  con  el  de  ningún  otro  poeta  castellano,  le  dan  notable  concisión  y  iwbi 
gracia  por  la  oportunidad  con  que  los  usa. 

Pondríamos  también  ejemplos  de  sus  diálogos;  pero  son  demasiado  largos,  y  por 
otra  parte  basta  remitir  nuestros  lectores  á  los  de  cualquiera  de  sus  comedias,  sendi- 
damente  Por  el  sótano  y  el  iomo^  El  vergons^oso  'en  palacio  y  Pruebas  de  amor  y  flmíifrf 
En  algunos  de  los  pasajes  ya  citados  se  podrá  haber  notado  la  misma  facilidad  que  « 
Lope,  pero  mas  corrección  en  el  lenguaje,  mas  enerjia  en  el  pensamiento,  y  una  graa 
dosis  de  fuerza  cómica.  Solo  añadiremos  en  prueba  de  esto  lo  que  pone  en  boca  de  h 
mujer  de  un  módico  exortándole  á  su  marido  á  que  no  estudie. 

«Dejad  aquesos  Galenos 
si  os  han  de  hacer  tanto  daño, 
¿quó  importa  al  cabo  del  año 
veinte  muertos  mas  ó  menos?» 

(Don  Gil  de  las  ceUzae  «erév.) 

Nadie  ignora  que  nuestro  poeta  disfrazó  con  el  nombre  del  maestro  Tirso  de  Ibli- 
na  el  suyo  verdadero.  Llamábase  Gabriel  Tellez,  y  fué  relijioso  de  la  Merced,  maestro» 
presentado,  y  comendador  en  su  orden.  Parece  que  sus  comedias  fueron  fruto  de  sos 
años  juveniles.  Montalban  dice  en  el  Para  todos  que  estaba  el  padre  Tellez  pronto  á 
dar  á  la  prensa  un  tomo  de  Novelas  ejemplares^  que  no  hemos  visto.  Biyo  su  verdade- 
ro nombre  no  conocemos  nada  publicado  sino  las  dos  composiciones  que  hizo  á  la  Jas- 
ta  poética,  celebrada  con  motivo  de  la  canonización  de  S.  Isidro,  inserta  en  el  to- 
mo X.1I  de  las  obras  de  Lope  de  Vega,  edición  de  Sancha;  y  por  cierto  que  para  ser 
el  asunto  sagrado  no  dejó  de  vislumbrarse  en  la  primera  de  ellas  el  genio  satírico 
del  autor.  El  asunto  que  le  hablan  dado  eran  los  celos  de  S.  Isidro  en  cuatro  odaviSi 
y  la  primera  acaba  por  estos  dos  versos: 

c  ¡qué  bravos  deben  ser  para  quien  ama 
celos  que  se  apacientan  en  Jarama!» 

Escepto  esta  alusión,  que  por  lo  menos  es  ridicula,  no  hay  nada  digno  de  nota  eo 
aquellas  dos  poesías,  sino  la  dicción  propia  de  Tirso  y  que  siempre  se  distingue  de  las 
de  los  demás  poetas  de  su  siglo.  El  gusto  estaba  entonóos  tan  pervertido,  como  lo  mnestia 
el  mismo  titulo  de  Justa  poética,  que  se  dio  á  la  colección  de  composicionefl  hechas 
en  olojio  del  nuevo  santo.  I^s  jueces  señalábanlos  asuntos  en  esta  clase  de  certáioe- 
-nes,  y  aun  hasta  el  número  y  la  forma  de  las  estanzas.  De  este  modo  no  solo  era  impo* 
sible  elevarse  á  la  dignidad  del  objeto;  pero  ni  aun  escribir  nada  que  mereciese  ttf 
leido.  Todos  son  conceptillos  y  bagatelas  sonoras.  Nugw  canora, 

ARTICULO  lll. 

VjONSlDERAlX)  Tirso  de  Molina  como  escritor  dramático,  esto  es,  como  ail^fic^  ^ 
fábulas  que  han  de  representarse  en  el  teatro,  debemos  examinar  si  contribuyó  poco 
ó  mucho  á  mejorar  el  estado  en  que  le  dejó  Lope  de  Vega.  Ya  hemos  dicho  que  esloW' 
jenio,  dolado  de  inconcebible  fecundidad,  casi  agotó  las  situaciones  escénicas  que  po- 


193] 

dian  presentarse  en  aquella  época  sobre  el  teatro  español;  pero  rara  vez  obedeció  á  la 
ley  de  la  yerosímilitud,  y  con  tal  que  produjese  efecto,  poco  le  importaban  los  medios 
de  que  se  valia. 

No  puede  negarse  que  Tirso  en  la  mayor  parte  de  sus  fábulas  siguió  la  marcha  ir- 
regular de  su  maestro,  y  aun  la  exajeró,  como  puede  verse  en  Dan  Gil  de  Uu  calzoi  ter- 
ácf ,  M  PreiendienU  al  revés,  la  República  al  revü^  JM  mal  el  ménos^  y  otras  muchas;  pero 
también  debe  confesarse  que  tiene  algunas,  meditadas  con  cuidado  y  construidas  con 
sumo  arte.  Estas  son  pocas  á  la  verdad:  mas  bastan  para  hacernos  conocer  que  ya  el 
público  no  se  pagaba  de  escenas  sueltas  y  sin  conexión;  y  que  exijia  de  los  autores  no 
solo  que  le  representasen  cosas  agradables,  sino  que  hubiese  orden  y  verosimilitud  en 
los  lances  é  incidentes,  üabia  pasado  la  época  de  Juan  de  la  Cueva  y  de  Virues,  y  se 
acercaba  la  de  Calderón  y  Moreto. 

El  drama  de  Tirso  en  que  mostró  mas  talento  eacénico,  fué  Pruebas  de  amor  y  amis- 
tada jes  eatretoáeLsleíSsuydiAlB  que  presenta  mas  interés  moral.  D.  Guillen  de  Mon- 
eada, sospechoso  de  su  amante  Estela  y  de  su  amigo  D.  Grao,  era  al  mismo  tiempo  ami- 
Cy  privado  de  su  soberano,  y  se  veía  perseguido  de  las  damas  de  la  corte  que  aspira- 
a  á  su  mano,  y  de  los  cortesanos  que  le  atormentaban  con  muestras  de  amistad.  De- 
seoso de  conocer  hasta  qué  panto  podia  fiarse  de  ellas  y  de  ellos,  y  mas  aun  de  desmen- 
tir ó  confirmar  las  sospechas  aue  tenia  de  los  objetos  mas  amados  de  su  corazón,  pide  á 
sa  principe  que  finja  derribarle  de  su  gracia,  ponerle  preso  y  perseguirle  en  juicio  por 
causa  de  traición.  El  principe  condesciende  en  ello,  j  de  esta  prueba,  tan  terrible 
como  segara,  resultaron  ilesos  solamente  Estela,  1).  Grao  y  -Gilote,  un  criado  de  cam- 
po de  D.  Guillen.  Las  damas  de  palacio  y  los  cortesanos  le  abandonaron,  y  aun  le  ul- 
trajaron, apenas  le  vieron  en  el  iniortunio;  pero  su  verdadero  amigo  incurrió  en  la  in- 
dignación finjida  del  principe  por  defender  al  perseguido  con  demasiado  calor,  y  su 
amante  ofreció  ai  erario  sus  estados  en  salisfaccion  de  las  cantidades  en  aue  se  supo- 
nía alcanzada  al  privado  caido,  y  desecha  la  mano  de  esposo  que  para  probarla  le  pre- 
senta el  mismo  principe. 

Tal  es  la  acción  de  esta  pieza,  no  menos  moral  qae  interesante.  Los  caracteres 
principales  son  altamente  teatrales  y  modelos  de  nobleza  y  de  sentimientos  generosos; 
señaladamente  el  de  Estela,  prueba  que  Tirso  era  capaz  de  pintar  el  amor  tierno  y  vir- 
tuoso tan  bien  como  Lope;  pues  con  dificultad  se  hallará  entre  las  mujeres  que  este  des- 
cribid, una  c|[ue pueda  igualarse  en  el  heroísmo  de  la  pasión  ala  marquesa  deMirabal. 
Pero  su  malignidad  satírica  no  le  permitió  hacer  muchos  retratos  semejantes  al  que  tan 
perÜDCto  le  habia  salido. 

Sirva  de  ejemplo  la  comedia  Celos  con  celos  se  curan,  que  es  una  délas  fábulas  de  Tir- 
so mejor  conducidas.  César,  duqae  de  Milán,  ama  á  Sirena;  pero  esta  mujer  vana  y 
dominante,  no  pudícndo  sufrir  que  su  amado  tuviese  un  amigo  en  Carlos  su  privado, 
después  de  haber  solidtade  inútilmente  su  separación,  finje  estar  inclinada  á  Marco  An- 
tonio, cortesano  necio,  para  enardecer  con  estos  celos  la  pasión  del  duque  y  obligarle 
asi  «I  que  cumpla  su  voluntad.  César,  en  vez  de  someterse,  la  hiere  por  los  mismos  fi- 
los, fiojiéndose  enamorado  de  otra.  Los  lances  á  queda  lugar  esta  combinación  dramá- 
tica, son  variados  y  están  muy  bien  descritos  hasta  el  desenlace,  en  qne  el  primero,  el 
^terdadero  amor  recobra  sus  derechos. 

Los  caracteres  de  César  y  de  Carlos  sen  nobles  y  teatrales;  pero  el  de  Sirena  es  odio* 
so,  y  apenas  puede  el  espectador  interesarse  por  una  mujer  que  no  solo  quiere  dirijir 
á  su  arbitrio  lodos  los  sentimientos  de  su  amado,  y  hacerle  que  renuncie  á  un  amigo 
fiel,  sino  que  para  conseguirlo  se  envilece  hasta  el  punto  de  mostrar  inclinación  á  un 
kombre  despreciable,  y  después  á  otro  caballero  de  la  corte.  Asi  en  una  escena  de  la 
segunda  jornada  en  que  Sirena  se  queja  á  César  de  que  hubiese  puesto  los  ojos  en  otra, 
tiene  este  mucha  razón  en  decirle,  comparando  ios  celos  en  el  amor  ú  la  .sal  en  la 
c*omida, 

ci^n  la  punta  del  cuchillo 
toma  sal  el  cortesano; 
porque  con  toda  la  mano 
no  es  teniplaHo,  es  desabrillo.  > 


I 


[84] 

títnye  á  su  verdadero  país,  cuando  se  siente  animado  por  el  valor  y  él  patriotismo.  Lis 
composiciones  de  esta  clase  que  comprende  la  presente  colección  pueden  ponerse  il 
lado  de  las  mejores  que  hay  en  castellano.  No  ceden  en  mérito  las  que  el  autor  ha  coa- 
sagrado  á  lamentar  la  pérdida  de  las  ilusiones  Juveniles,  señaladamente  la  de  la  arjm^ 
en  que  está  muy  bien  retratada  la  degradación  moral  del  hombre  que  ha  trocado  h 
nobleza  del  sentimiento  por  la  inmundicia  déla  crápula  y  del  sensualismo. 

Concluye  el  libro  con  un  cuento  en  que  hay  dos  retratos  inimitaUes:  d  de  Hm, 
y  el  de  Montemar.  Hé  aqui  el  del  hombre  desalmado: 

t Segunde  don  Juan  Tenorio, 
alma  fiBra  é  insolente, 
irrelijioso  y  valiente, 
altanero  y  reñidor: 

Siempre  el  insulto  en  los  ojos, 
en  los  labios  la  ironía» 
nada  teme  y  todo  fia 
de  su  espada  y  su  valor. 

Corazón  gastado,  mofa 
de  la  mujer  que  corteja 
y  hoy  despreciándcriadeja, 
la  que  ayer  se  le  rindió. 

Ni  el  porvenir  temió  nunca  r 
ni  recuerda  en  lo  pasado  '  { .  : 

la  mujer  que  ha  abandonado 
ni  el  dinero  que  perdió. 

Ni  vio  el  iantasnuí  entre  sueño» 
del  que  mató  en  desafio, 
ni  turbó  jamas  su  brio 
recelosa  previsión* 

Siempre  en  lances  y  en  ameres, 
siempre  en  báquicas  or|ias, 
mezcla  en  palabras  implas 
an  chiste  á  una  maldición. 

Sigúese  el  de  su  antagonista  y  víctima. 

c  Bella  y  mas  pura  (|ue  el  azul  del  cielo, 
con  dulces  ojos  lánguidos  y  hermosos 
donde  acaso  el  amor  brilló  entre  el  velo 
del  pudor,  que  los  cubre  candorosos; 
tímida  estrella,  que  refleja  al  suelo 
rayos  de  luz  brilüantes  y  dudoso»,  ^ 
ánjel  puro  de  amor  que  amor  inspira, 
filé  la  inocente  y  desdichada  Elvira. 

Elvira,  amor  del  estudiante  un  dia, 
tierna  y  feliz  y  de  su  amante  ufieina, 
cuando  al  placer  su  corazón  se  abria 
como  al  rayo  del  sol  rosa  temprana. 
Del  finjido  amador  que  la  mentía 
la  miel  falaz  que  de  sus  labios  mana 
bebe  en  su  ardiente  sed,  el  pecho  ajeno 
de  que  oculto  en  la  miel  hierve  el  veneno. 


..,. 


Que  al  alma  viíjen,  que  halagó  un  encanta 
con  nacarado  sueño  en  su  pureza, 
todo  lo  juzga  verdadero  y  santo, 
presta  á  todo  virtud,  presta  belleza. 


C«6J 
Del  cielo  azul  al  tachonado  manto, 
del  sol  ardiente  á  la  inmortal  riquezat 
al  aire»  al  campo,  á  las  fragantes  flores, 
ella  añade  espkndor,  vida  y  colores,  etc. » 

io  hemos  visto,  después  de  la  Eva  del  Ifilton,  una  descripción  mas  bien  hecha  del 
ler  amor  en  un  corazón  inocente. 

lemos  copiado  muchos  versos  de  este  libro;  mas  si  hubiésemos  de  copiar  todos  los 
hav  tan  buenos  como  los  ya  citados,  ó  quizas  mejores,  dejaríamos  muy  pocos  para 
lo  lea. 


poesías  de  don  JOSÉ  ZORRILLA, 

TOMOS  *.»  Y  5.«— MADRID  1839. 


imposible  leer  este  poeta  sin  sentirse  arrebatado  á  un  mismo  tiempo  de  admira- 
y  de  dolor.  Pensamientos  nobles,  atrevidos;  sentimientos  sublimes  ó  tiernos;  ver- 
icion  armoniosa  igualmente  que  fiicil  escitan  naturalmente  la  admiración;  pero  es-* 
D  puede  llegar  nunca  basta  el  entusiasmo ,  porque  cuando  en  alas  de  la  idea 
!re  volar  nuestra  fantasía  hasta  el  Empíreo,  una  espresion  incorrecta,  una  voz  im- 
Ma ,  un  sonido  duro ,  ó  bien  un  galicismo  ó  un  neolojismo  insufrible  nos  advierte 
estamos  pegados  al  &ngo  de  la  tierra ,  como  ahora  se  dice.  En  calidad  de  español 
IOS  causa  sumo  sentimiento  ver  deslustrado  el  esplendor  de  uno  de  los  mas  emi* 
;es  genios  de  nuestra  época ,  por  no  querer  someterse  á  una  de  las  condiciones  no- 
rias del  poeta  que  es  la  buena  elocución.  Nos  parece  un  Apeles  ó  un  Ticiano  des- 
lindo el  colorido  ó  las  leyes  del  claro  oscuro. 

;Cuál  puede  ser  el  orijen  de  esta  neglijencia?  Es  imposible  que  eñ  la  actual  anar- 
t  de  las  ideas  literarias  no  haya  alguna  que  fascinando  la  mente  del  autor,  le  obli* 
á  seguir  un  sistema  tan  funesto,  como  seria  el  de  pintar  con  una  caña  rajada  en 
ir  de  pincel.  ¿Ha  querido  imitar  lá  manera  de  Lope,  manchar  la  tabla  apriia^  y  de- 
al  Jado  de  rasgos  sublimes  ó  admirables  por  su  ternura  borrones  indignos  del  ge- 
4O  bien  ha  creido  que  las  sombras  incorrectas  darian  mayor  realce  á  las  figuras 
I  acabadas?  ;Ha  pensado  quizá  que  el  cuidado  de  la  gramática  y  el  estudio  de  la 
lia  eran  trabas  de  que  el  poeta  debe  desembarazarse:  ó  bien  que  desfigurar  el 
ma  puede  ser  un  medio  de  enriquecerlo? 

>io  podemos  atribuir  este  dtíEecto  á  la  escuela  del  romanticismo  actual,  tanto  por- 
sus  caudillos  en  Francia  no  se  han  libertado  nunca  del  yugo  de  la  gramática,  mas 
ida  mil  veces  en  la  lengua  francesa  que  en  la  castellana,  como  porque  existen  en- 
Msotros  muchos  poetas  pertenecientes  á  la  misma  escuela,  y  ^ue  no  obstante  la 
rtad  aue  se  toman  en  sus  raptos  de  imajinacion,  no  se  atreven  sm  embargo  á  tras- 
irlos  limites  que  el  lengui^  poético  ya  formado,  ha  impuesto  alas  licencias  del 
10.  Pues  á  ignorancia  no  puede  achacarse;  porque  muchos  pasajes  prueban  que  el 
Zorrilla  conoce  como  el  que  mas  los  recursos  del  estilo  y  del  lenguaje  de  nuestra 
da.  No  queda,  pues,  otro  arbitrio  que  el  de  atribuir  las  frecuentes  incorreccioiies 
afean  sus  mejores  versos  á  alguno  de  los  fidsos  sistemas  que  ariiba  indicamos  ó 
ra  idea ,  que  no  conocemos,  tan  falsa  como  ellas. 

Bd  cualquier  parte  donde  se  abra  se  encuentran  vest^ioa  de  incorrección  y  de  ta- 
0.  En  la  composición  de  las  hofoi  iec&t  se  eneoentran  estos  versos  hermosfiimos. 

Mas  oye.  Es  el  otoño:  rebramando 
el  ábrego  los  árboles  sacado; 
de  roncos  cuervos  el  siniestro  bando 
á  los  pefiasGos  cóndivos  amde. 


[86J 

Brilla  8ÍD  fuena  el  sol  en 
7  allá  en  la  fiílda  de  tijpinoio  riaoo 
guia  el  pastor  con  paso  indiferente 
las  humildes  ovejas  al  aprisco. 

Seco  ol  follaje  de  la  selva  umbría 
de  sus  verdes  doseles  se  dsspo/ei; 
y  al  empuje  de  ráfaga  hraxia 
el  bosque  se  desnuda  hoja  por  hoja,  i 

Aeaiir  no  es  la  voz  propia,  sino  guarecerse^  que  hubiera  sido  fácil  al  autor  sostitiir 
diciendo  antes  que  el  ábrego  los  troncos  estremece.  Risco  espinoso^  esto  es,  lleno  de  ponías 
numerosas  y  agudas  como  espinas.  La  traslación  es  oscura  y  algo  forzada.  El  foUajem 
se  despoja  de  los  doseles:  al  contrarío,  hs  verdes  doseles  pierden  su  follaje.  Bravio  no  es  hms 
ni  fuer  te  j  Ano  silvestre^  montaraz^  sin  cultivo:  las  rá&gas  del  viento  no  sen  brapioiy  sino 
violentas. . 

Ni  se  crea  que  siempre  hay  que  notar  estas  incorrecciones.  Tal  vez  se  observa  al 
lado  de  una  admirable  facilidad  un  lenguaje  dotado  de  precisión  y  de  pureza.  Tal  ei 
el  del  romance  en  c[ue  describe  la  pelea  de  los  dos  rivales  en  la  composición  intítola- 
da  Recuerdos  de  Valladolid  (tom.  IV.)  Al  contrario,  el  trozo  que  sigue  á  este  romance  a 
un  modelo  de  oscuridad,  de  incorrección  y  de  neolojismo. 

Unas  veces  comete  transposiciones  violentas  tomadas  del  latín  ó  del  itaKano  co< 
mo  esta. 

c  Murmura  alia  abajo  el  rio 

la  orilla  al  acariciar. » 

Otras  admite  galicismos,  como  desposar  á  una  dama  en  vez  de  desposarte  con.  Otras  apa 
de  espresiones  las  mas  familiares  en  medio  de  un  trozo  poético,  como 

«Se  tiene,  calla,  suspira, 
viene  y  va,  y  constante  aH,  > 

Otras  usa  de  construcciones  enteramente  desconocidas  á  nuestros  verbos,  como 

t  Déjese  sin  fuerza,  hidalgo, 
y  hacia  la  cárcel  se  apronte.  > 

Véü  fin,  seriamos  fastidiosos  si  hubiésemos  de  notar  todos  los  ejemplos  de 
elocución  castellana. 

En  estos  dos  tomos  hay  dos  comedias,  escritas  con  la  intención  de  imitarlas  de 
y  espada  de  nuestro  teatro  del  siglo  XVII.  Sus  argumentos  son  excelentes.  En  la  del  to« 
mo  IV,  cuyo  título  os  Mas  vale  llegar  á  tiempo  que  rondar  un  año,  un  duque  y  m  Inj/b 
primojénito  son  rivales  en  la  pretensión  de  una  joven,  sin  saber  el  uno  del  enor  del 
otro.  £1  hijo  hiere  al  padre  sin  conocerlo  á  las  puertas  de  la  dama,  y  se  anaenta  á  Za» 
ragoza.  Vuelve  en  el  momento  que  su  padre  iba  á  casarse,  con  el  objeto  del  amordeee* 
trambos;  pero  apenas  sabe  que  su  hijo  es  su  rival,  no  solo  le  cede  la  que  habia  dqide 

Eara  esposa,  sino  sepulta  en  el  mas  profundo  silencio  la  noticia  de  haber  sido  el  qee 
irió.  La  combinación  de  la  del  tomo  V,  cuyo  titulo  es  Ganar  perdiendo^  consiale  en 
los  socorros  que  un  amante  da  escondidamente  ásu  dama,  queá  pesar  de  ser  rieat  se 
ve  arruinada  por  las  locuras  de  un  hermano  disoluto,  crapuloso,  jugador  y  peodenóe- 
ro.  Apesar  de  ser  entrambos  pensamientos  muy  propios  para  la  escena,  estoa  dieinis 
presentan  poco  interés,  porque  á  escepcion  de  algunos  rasgos  felices,  están  mal  ooiMla- 
cidos  y  peor  dialogados.  Los  defectos  de  elocución  forzada,  de  escenas  episódicaaf  de 
confusión  en  los  incidentes,  y  de  desproporción  entre  los  medios  y  los  fines,  son  bario 
notables  en  una  y  otra. 

Concluiremos,  pues,  esta  censura,  que  desearíamos  convertir  en  elojio,  con  un  con- 
sejo dirijido  á  todos  los  que  cultivan  el  hermoso  arte  de  la  poesía.  Sin  la  majia  de  la 
elocución  y  de  la  armonía  se  deslucen  y  degradan  los  pensamientos  mas  poéticos;  por- 


m 

Be  el  lenguaje  es  el  iostnimento  de  las  bellas  letras,  como  el  colorido  lo  es  de  la  pin- 
ira.  Las  ideas  son  el  alma  de  la  poesía;  pero  el  estilo  es  su  cuerpo,  y  sin  formas  cor- 
áreas  no  es  posible  grabarse  los  pensamientos  en  la  &ntasia.  Grandes  injenios,  de  los 
Bales  nuestra  nación  espera  su  ^oria  literaria  en  la  época  presente,  enriqueced  en- 
onabuena  el  idioma,  pero  respetadlo:  entregaos  al  Tuefo  de  la  fantasía,  pero  no  des- 
nideis  la  elocución:  escribid  con  toda  la  osadía  de  la  inspiración,  pero  correjid  con 
ida  la  soTerídad  de  la  lójica. 


U  VIDA  ES  SUEÑO ,  DE  CALDERÓN ; 

Y  LA  VIE  EST  UN  SONGE,  DE  BOYSSY. 


L 


A  VIDA  ES  SUENO,  que  es  indisputablemente  la  mejor  de  las  comedias  ideales  de 
laideron,  no  tuvo  sin  embargo  el  bonorde  la  traducción  ni  de  la  imitación  en  los  pri- 
oeroa  tiempos  del  teatro  clásico  francés.  Tomas  Comeille,  que  tradujo  £í  Alcaide  de  H 
ttimo.  El  Astrólogo  finjido  y  Los  empeños  de  un  acaso  de  nuestro  poeta,  El  contidado  de 
Piedra  de  Tirso  de  Molina ,  y  Lo  que  puede  la  aprensión  de  Morete.,  no  se  atrevió  sin  em- 
bargo á  arrostrar  la  grande  idea  del  carácter  de  Segismundo:  y  este  príncipe  misterioso, 
m  el  cual  está  simbolizada  la  vida  humana,  no  apareció  en  la  escena  de  Paris,  hasta 
[ue  en  J732  la  presentó  Boissy  con  grande  aplauso  del  público. 

Boissy  había  comenzado  su  carrera  escribiendo  versos  satíricos  contra  los  hombres 
Das  sabios  de  su  tiempo;  pero  el  peligro  y  la  infamia  de  esta  profesión  le  obligó  á  cor- 
ejirse ,  y  á  dedicarse  al  teatro.  En  él  ocupó  un  lugar  distinguido  después  de  los  gran- 
les  maestros ,  por  su  comedia  Lasesterioridades  engañosas^  una  de  las  mejores  que  tienen 
os  francesea  en  el  género  urbano.  Escribía  otras  de  mérito  inferior,  pero  llenas  de  sal 
^  de  facilidad.  Otras  en  fin ,  en  que  introdujo  personajes  alegóricos,  prueban  que  había 
eido  mucho  á  Calderón;  pero  nada  lo  demuestra  como  su  comedia  La  vie  est  «n  songe^ 
)n  la  cual  los  principales  personajes  tienen  hasta  los  nombres  de  la  comedía  española. 

La  francesa  llamó  la  atención  de  los  literatos  y  aun  de  los  filósofos,  y  Rousseau  dijo 

Ce  W  héroe  de  esta  pieza  era  el  verdadero  misántropo.  Este  juicio  prueba  que  el  ciudadano 
Ginebra  no  comprendió  el  objeto  moral  de  aquel  carácter.  £1  autor  de  la  noticia  bio- 
gráfica de  Boissy  puesta  al  frente  de  la  última  edición  de  sus  obras  escojidas  en  la  biblio- 
eca  de  los  clásicos  franceses,  dice  que  fia  idea  déla  comedia  e^  extraordinaria  y  que  su 
ifecacion  no  carece  de  nobleza  ni  de  eneijía.i  Perocalla  quien  fué  su  primer  propietario; 
egna  todas  las  apariencias,  porque  no  lo  sabia.  Boissy  pudo  callarlo,  porque  ya  en  su 
lempo  casi  nadie  estudiaba  en  Paris  el  idioma  espafiol ,  ni  menos  leía  nuestras  come- 
üas,  desde  queBoileau  llamó  grosero  á  nuestro  teatro.  Asi  juzga  la  mayor  parte  de  los 
KHnbres,  por  una  frase.  Pero  semejantes  hurtos  no  nos  admiran,  cuando  somos  testigos 
le  loa  que  ahora  se  hacen  en  España,  de  autores  franceses  bien  conocidos  en  toda  la  re- 
>úbHca  literaria.  Y  sin  embargo  los  traductores  se  Uaman  orijinales:  también  es  verdad 
|ue  no  dejan  de  ser  orijinales  estas  traducciones;  pues  dejan  el  testo  tan  en  francés  como 
a  estaba. 

No  nos  acordamos  si  es  en  Bocado  ó  en  las  Muy  una  noche  donde  hemos  leído  el  cuento 
le  un  principe  que  por  entretenimiento  hizo  que  embriagasen  á  un  mendigo ,  que  cuando 
{espertase  se  le  hiciese  creer  que  era  monarca  durante  un  día ;  y  que  vuelto  á  embriagar 
•  le  restituyese  á  su  primer  miseria.  En  esta  conseja  trivial  descubrió  el  genio  de  Cal- 
leron  bastante  campo  para  representar  las  dos  situaciones  mas  importantes  de  la  vida 
lomana:  á  saber,  la  ilusión  y  el  escarmiento.  En  la  primera  Segismundo  no  es  mas  que 
il  hombre  fisiolójico.  Tiene  poder,  y  quiere  emplearlo  en  la  venganza:  insulta  á  su  pa- 
ire :  se  enamora  succesivamente  de  dos  mujeres  que  vé,  resiste  al  consejo,  arroja  al  mar 


[88] 
desde  un  balcón  uno  de  los  consejeros  y  quiere  dar  muerte  al  oiro:  no  hay  raion,  no 
hay  honor,  no  hay  respeto  que  le  atajen:  solo  la  adulación,  solo  lo  queliaoiúea  sos  pa- 
siones le  es  bueno  y  agradable. 

Segismundo  vuelve  á  dormir,  y  vuelve  á  despertar  en  su  prisión  con  la  cadena  al 
pie  y  el  carcelero  al  lado.  Aqui  empieza  una  nueva  existencia,  la  existencia  del  homhv 
moral,  ilustrado  por  el  escarmiento  y  la  razón*  Desconfia  de  los  bienes  de  la  vidaqwk 
buscan  de  nuevo:  gózalos,  pero  con  timidez:  reprime  sus  pasiones,  que  quieren  soU^ 
varse  otra  vez,  y  luice  buen  uso  de  la  felicidad,  porque  sane  que  ha  de  perderla  *  y  qae 
ha  de  despertar  en  otra  rejion,  con  respecto  á  la  cual  la  vida  actual  no  es  mas  qw 
un  tueño. 

Tal  es  el  magnifico  plan  que  desenvolvió  Calderón  con  todo  el  genio  de  un  gran  poeta 
y  con  toda  la  profundidad  de  un  gran  filósofo.  ¿Qué  son  después  de  esto,  alganoioefiíe- 
tos  de  espresion ,  hijos  del  mal  gusto  de  su  siglo ,  y  muy  fáciles  de  correjir ,  como  ebeli- 
vamente  lo  ha  hecho  el  imitador  francés?  ¿Quién  se  para  en  ellos,  cuando  se  té  doicrila 
con  tanta  perfección  la  historia  del  hombre? 

Boissy ,  mas  correcto  en  cuanto  al  estilo ,  destruye  casi  el  pensamiento  del  eóiaam 
español.  Segismundo,  al  despertar  la  primera  vez,  no  es  el  hombre  de  las  pasiones  sea- 
suales.  Vé  á  la  princesa  Sofronia  y  se  enamora  de  ella;  pero  este  amor  es  un  gcntimioilp 
puro  y  virtuoso,  que  le  mueve  hasta  á  perdonar  la  sinrazón  de  su  padre  en  liabeile  to* 
nido  tanto  tiempo  preso  y  aherrojado ;  y  solo  vuelve  á  sus  furores  cuando  aabe  que  ai 
Rey  ha  prometido  á  otro  la  mana  de  su  sobrina. 

¡Cuanto  mas  profunda  es  la  idea  de  Calderón!  En  él,  apenas  manifiesta  el  prfM^a 
otro  amor  que  el  sensual:  vé  á  su  prima,  y  quiere  tomarla  la  mano:  vé  despoet  á  b- 
saura,  y  quiere  forzarla.  En  una  palabra,  todas  sus  pasiones  son  brutales,^é  h^ai  déh 
ilusión  de  los  sentidos,  sin  freno  alguno,  ni  aun  el  que  unos  afectos  suelea  imponer  i 
otros.  La  vida  eg  sueño  de  Calderón  en  sus  dos  primeros  actos,  es  un  drama  romániioo  4a 
nuestros  dias.  ¡Qué  lástima  oue  Segismundo,  cuando  despierta  en  la  prisión,  no  aa  aai- 
cide!  En  ese  caso  nada  le  ialtaria  para  ser  el  modelo  del  romanticismo  actoal.  Plan. 
Calderón  no  queria  someter  el  hombre  al  ímpetu  ciego  de  las  pasiones:  creía  en  la  ra- 
zón y  en  la  moral:  y  ese  es  su  defecto  á  los  ojos  de  los  modernos  dramaturgos. 

Boissy  falseó  pues,  el  pensamiento  de  Calderón,  inspirando  á  su  héroe  ideas  pan- 
des y  generosas,  sujerídas  por  el  amor,  y  atribuyendo  á  los  celos  sus  naema  friona. 
Así  queda  desvirtuada  en  su  fi&bula  la  grande  lección  del  escarmiento,  que  ea  la 
dia  española  es  completa,  terrible  y  eficaz.  Suprime  también  gran  parte  de  las  re 
nes  de  Segismundo  en  uno  y  otro  estado.  El  drama  francés  es  una  copia  ddUl  da  aa 
excelente  cuadro,  hecha  por  un  profesor  dotado  de  mas  finura  que  genio.  (NMarfemoa 
que  lo  mismo  sucedió  á  Moliere  imitando  el  Desden  con  el  desden  de  Moreto.  A  la  TBtdtá 
Moliere  tenia  mucho  genio:  pero  no  de  la  especie  que  era  necesario  para  escribir  la  co- 
media del  Plauto  español. 

Boissy  dejó  subsistir  en  su  drama  un  gracioso  llamado  Arlequín,  penoaij®  pneiao 
en  el  teatro  italiano  donde  se  representó,  porque  el  de  la  comedia  francesa,  eadaToea» 
tónces  de  las  formas  de  Boileau,  no  lo  hubiera  admitido.  También  en  la  eooMdiada 
Calderón,  hay  un  gracioso,  á  quien  el  pueblo  quiere  libertar,  teniéndole  por  Segis- 
mundo: y  aclarado  el  yerro,  responde  á  los  que  le  acusaban  de  habene  ñafiio  ei 
principe, 

vosotros  fuisteis  los  que 
me  sejümundaiteis. 

Este  verbo  grotesco,  inventado  por  Calderón,  le  pareció  á  Boissy  un  diminutÍTO  caste- 
llano, y  su  Arlequín,  convencido  áéí  error,  dice  que  es  el  principe  Segismondiaet,  y 
hermano  menor  de  Segismundo. 

Concluiremos  este  articulo  diciendo  que  Calderón  manejó  esta  misma  fábala  en -ano 
de  sus  autos  sacramentales,  intitulado  también  la  Vida  es  sueño.  En  él,  el  earáder  de 
Segismundo  es  el  del  hombreen  general:  prueba  evidente  de  que  su  plan  en  la  eonaadia 
era  el  de  describir  la  naturaleza  humana,  entregada  primero  á  si  misma,  y  anuiestrada 
después  por  el  desengaño.  > 


m 


TIRSO  DE  MOUNA 


ARTÍCULO  I. 

uSTC  injeDÍoso  poeta,  tan  ameno  como  fecundo,  floreció  en  el  primer  tercio  del  si- 
lo XVII;  y  considerado  como  autor  cómico,  sirve  de  tránsito  desde  el  drama  de  Lope 
le  Vega,  todavía  desordenado  en  cuanto  á  la  dirección  de  la  fábula  y  de  los  inciden- 
B0,  á  la  comedia  mas  bien  conducida  y  mas  artificiosa  de  Calderón.  En  efecto,  es  dificil 
ocoDlrar  en  el  padre  y  fundador  de!  teatro  español  una  sola  pieza  cuya  acción  esté 
Mo  seguida.  El  dijo  que  habia  hecho  $eis;  y  los  aficionados  al  arte  dramático  se  dan 
le  calabazas  para  averiguar  cuales  son.  A  la  verdad,  Lope  agotó  las  combinaciones  tea- 
rales,  y  en  esta  parte  casi  no  dejó  á  sus  succesores  mas  que  el  mérito  de  imitar;  pero 
era  vez  cuidó  de  que  sus  incidentes  fuesen  hijos  naturales  déla  £lbnla;  solo  se  a&naba 
lor  producir  efecto;  y  no  conoció  el  principio  dramático  de  que  los  medios  deben  estar 
»  proporción  con  los  fines. 

Tino  de  Molina,  aunuue  en  muchas  de  sus  comedias,  señaladamente  en  las  históri- 
«e,  guia  la  ftbula  tan  mal,  y  á  veces  peor  que  Lope  de  Vega,  tiene  sin  embargo  no  po* 
«s,  en  que  se  reconoce  mas  artificio  y  corrección.  Celos  con  cdos  te  curan j  Pruebas  de 
(Mar  y  mmulad^  Pordeóiano  y  el  torno^  Amar  por  eeñas^  La  celosa  de  si  mismas  Los  balco- 
nes de  Madrid,  El  celoso  prudente  j  algunas  otras,  tienen  ya  un  verdadero  plan  dramáti- 
o,  y  una  acción  bien  concebida  y  distribuida,  sino  con  la  perfección  á  que  llegó 
tespues  Calderón,  á  lo  menos  con  la  suficiente  verosimilitud  moral  para  que  se  fije  la 
itencion  con  placer  en  la  descripción  festiva  y  maligna  de  los  caracteres,  y  en  las  gracias 
le  la  elocución,  que  son  las  dotes  quemas  se  distinguen  en  este  poeta. 

Bb  efiseto,  colocado  Tirso  entre  los  dos  grandes  colosos  de  nuestra  escena,  apenas 
labria  memoria  de  él,  si  no  se  hubiese  distinguido  por  su  dicción,  indefinibley  esclusi- 
«nentesMjfo,  y  por  la  descripción  del  amor  bajo  un  aspecto,  hasta  cierto  punto  ideal. 
ÜDgua  poeta  ha  tenido  tanto  empeño  en  describir  los  lazos  amorosos  que  el  sexo  dé- 
ál  saele  tender  al  fuerte  para  cojerle  en  sus  redes  y  esclavizarle;  pero  ese  empeño  le 
lace  firecuentemente  traspasar  los  limites  del  pudor  y  de  la  decencia,  convertir  los  sen- 
ímientos  morales  de  la  ternura  en  un  mero  comercio  de  vanidad  y  disolución,  quitarle 
il  amor  so  venda,  yesponerie  desnudo,  pero  sin  vergüenza,  al  ludribio  del  vulgo  ma- 
icioso  y  poco  delicado. 

¿Qué  especie  de  sociedad  habia  frecuentado  Tirso  de  Molina?  porque  la  de  su  tiem- 
lo  no  era  ciertamente  la  que  él  describió.  A  la  verdad  no  creemos  que  fuesen  purísi- 
naa  las  costumbres  de  la  corte  en  los  reinados  de  Felipe  III  y  de  Felipe  IV;  pero  á  lo 
Dénos,  habia  pudor  y  altivez  en  el  bello  sexo;  y  no  era  el  uso  general  aue  los  matri- 
■onios  se  consumasen  antes  de  su  celebración,  como  sucede  en  muchos  de  los  dramas 
ieeste  poeta.  Si  los  amantes  no  eran  roas  fieles,  constantes  y  decididos  que  ahora,  por 
o  menos  la  fidelidad  era  mirada  como  una  virtud,  y  no  como  una  preocupación;  y  la 
XHistancia  como  un  mérito,  y  no  como  una  ridiculez. 

Prueba  incontestable  de  que  nuestro  autor  exajei^ó  los  retratos  que  le  plugo  hacer 
le  la  liviandad  mujeril,  y  de  que  no  describió  el  espíritu  de  la  sociedad  culta  de  sutiem- 
^,  es  ver  que  apenas  se  presentó  Calderón  en  la  escena  con  sus  damas,  tan  amantes  co- 
no las  de  Lope,  pero  masaltivas  y  pundonorosas,  avasalló  al  teatro  y  al  auditorio,  y  coa- 
leñó  al  olvido,  apesar  de  su  elegancia,  las  malignas  comedias  de  Tirso;  señal  cierta  de 
pie  la  sátira  de  este  no  estaba  en  armonia  con  las  necesidades  morales  de  la  época.  Mo- 
rete, el  mascómico;  Rojas,  el  mejor  trájico  de  nuestros  escritores  dramáticos,  se  vieron 
lUifados  á  adoptar  el  lenguaje  caballeroso  de  su  maestro,  j  á  abandonar  lasinjeniosas 
lelnociones  del  discípulo  de  Lope,  cuyas  comedias  no  volvieron  á  representarse  al  pú- 
blico hasta  nuestros  dias,  en  que  las  costumbres  (lo  decimos  con  pesar)  se  asemejan 

12 


[90] 
algo  mas  á  las  que  él  describió.  Sea  cual  fuero  el  mérito  de  Tirso  de  Molina  en  cuanto 
á  elocución,  no  hace  honor  á  nuestra  moralidad  ni  á  nuestro  gusto  el  que  se  hayan  vi^ 
to  representadas  con  aplauso  el  Vergonzoso  en  Palacio  y  Marta  la  Piadosa. 

Pero  si  bemos  censurado,  con  justa  severidad,  pero  que  á  algunos  parecerá  dema- 
siada, lo  que  nos  ha  parecido  inmoral  en  las  comedias  de  este  autor,  exije  la  misiu 
justicia  que  no  le  defraudemos  de  la  alabanza  á  que  es  acreedor  como  hablista  y  como 
poeta.  Su  estilo  es  tan  fácil  como  el  de  Lope;  pero  mucho  mas  correcto.  £1  uso  de  las 
voces  gráficas,  las  espresiones  felices  con  que  enriqueció  la  frase  poética,  la  noTedad 
de  introducir  sin  violencia  los  sustantivos  como  epítetos,  dan  á  su  estilo  concisión  y 
nervio,  de  que  carece  la  dicción  siempre  fluida,  pero  pocas  veces  correcta,  de  Lope 
de  Vega. 

Pues  considerado  como  poeta  cómico  y  satírico,  con  dificultad  se  halUrá  un  escri- 
tor mas  fecundo  en  chistes  y  donaires,  ni  que  describa  mejor  las  ridiculeces  que  se  pro- 
pone revelar.  Aun  cuando  es  poco  limpio;  aun  cuando  los  pensamientos  que  presenta 
sean  bastante  libres,  su  lenguaje  sin  embargo  es  casto  y  urbano;  y  ni  se  roza  ooo  las 
espresiones  sobejanas  é  inmundas  de  Horacio,  Marcial  ó  Juvenal,  ni  con  las  imájeBaí 
delicadas  y  voluptuosas,  y  por  esa  razón  mas  nocivas,  de  Ovidio. 

Debemos  también  observar  que  Tirso  sabia  describir  tan  bien  como  Lope  el  verda- 
dero amor  fiel,  constante,  entrañado  independiente  de  la  vanidad,  del  interés  j  de 
la  desenvoltura.  Dígalo  sino  el  hermoso  carácter  de  Estela  en  la  comedia  de  Priébu 
de  amor  y  amistad^  carácter  noble  é  ideal,  que  resiste  á  las  solicitaciones  de  un  princi- 
pe, y  lo  que  es  mas,  á  las  injusticias  de  un  amante  celoso,  que  sabe  sufrir  con  digni- 
dad y  hacer  sacrificios  que  no  esperaba  ver  premiados:  en  fin,  que  es  el  bello  ideal  de 
la  ternura  mujeril.  Pero  aun  en  esta  comedia  se  conoce  el  genio  maligno  del  autor.  Pte 
una  mujer  que  nos  pinta  excelente,  amable  y  heroica,  nos  regala  dos  nedas,  inleresa- 
sadas  y  despreciables. 

Naturam  espellas  furca^  lamen  usque  recurret* 

Al  leer  las  comedias  de  Tirso  hemos  hecho  una  observación  que  no  nos  perece 
inútil  para  los  progresos  del  arte.  Entre  todas  ellas  ningunas  sostienen  mejor  la  teda- 
ra  y  la  representación,  que  aquellas  en  que  el  poeta  es  menos  satírico  y  mas  jesto 
con  el  bello  sexo.  Tales  son  la  que  acabamos  de  citar,  y  otras  que  enumeramos  al  prin- 
cipio de  este  artículo.  Tan  cierto  es  que  nada  es  mas  favorable  al  artista  qoe  propo- 
nerse en  su  composición  un  objeto  verdaderamente  moraL 

De  sus  com^ías  históricas  solo  hay  una  que  merezca  elojio,  y  es  LapruimÓA  m 
la  mujer,  en  lá  cual  teje  la  historia  de  la  primer  rejencia  de  la  célebre  María  de  Moli- 
na. La  versificación  es  robusta  y  digna  del  asunto.  Pinta  á  la  verdad  muy  odiosos  loi 
caracteres  de  los  infantes  Don  Enrique  y  Don  Juan:  pero  no  los  calumnia,  como  aa  ott 
en  el  dia;  pues  nuestros  historiadores  nos  los  han  descrito  aun  mas  aborrecibles.  Las 
comedias  sobre  asuntos  relijiososque  nos  han  quedado  de  este  autor  son  generalmen- 
te informes,  aunque  el  estilo  y  la  versificación  sean  siempre  dignos  de  alabanza. 

No  escribió  dramas  ni  en  el  género  pastoril  ni  en  el  caballeresco,  tan  cultivado  per 
nuestros  poetas  cómicos  de  aquel  siglo.  Su  natural  inclinación  le  arrastraba  ¿  la  sáti- 
ra, en  la  cual  hubiera  sido  muy  superior  á  Góngora  y  á  Quovedo,  porque  sabia  un- 
tar mejor  que  ellos  esta  clase  de  cuadros;  y  no  á  la  poesía  sencilla  ni  á  la  heroica.  Mi^ 
reto  le  escedió  en  lo  cómico  de  las  situaciones  y  en  la  conducta  de  la  fábula;  mas  no 
en  los  chistes  de  la  elocución,  mas  urbanos  y  orijinalcs  en  Tirso,  y  que  en  su  succe- 
sor  se  deslizan  tal  vez  á  truhanadas  y  chocarrerías.  No  es  esto  decir  que  ios  donai- 
res de  Tirso  sean  siempre  de  buena  ley;  pero  se  nota  con  frecuencia  en  ellos  mas  pro- 
fundidad. 

Por  estas  razones  se  ha  colocado  á  Tirso  de  Molina  entre  los  seis  principales  poe- 
tas del  teatro  español  del  siglo  XVII,  que  son  Lope,  Tirso,  Calderón,  Morete,  Rqjas^y 
Ruiz  de  Alarcon.  Hemos  procurado  juzgarle  desapasionadamente,  y  señalar  con  justi- 
cia imparcial  sus  defectos  y  sus  bellezas.  Solo  nos  falta  justificar  con  ejemplos  la  idea 
que  hemos  dado  de  él. 


191] 
ARTCULO    11. 

fRESENT AREMOS  ejemplos  de  las  difereotes  dotes  (j[ae  hemos  atribuido  al  estilo  de 
Tirso;  y  siendo  la  principal  en  un  poeta  el  talento  de  pintar,  empezaremos  por  dos  des- 
cripciones suyas.  La  primera  es  de  un  mal.  cirujano^  sangrador,  barbero  y  sacamuelas, 
todo  en  una  pieza : 

•Suele  andar  en  un  machuelo 
que  en  vez  de  caminar  vuela: 
sin  parar  saca  una  muela: 
mas  almas  tiene  en  el  cielo 
que  un  Herodes  ni  un  Nerón: 
conócenle  en  cada  casa: 
por  donde  quiera  que  pasa 
le  llaman  la  Estrema  unción.  > 

(Por  el  sótano  y  el  tomo.) 

El  segundo  es  de  un  hipocriton  avaro  ,  pero  amigo  de  regalarse,  hecho  por  su 
criado: 

«y  hombre  en  fin  que  nos  mandaba 
á  pan  y  agua  ayunar 
los  Viernes  por  ahorrar 
la  pitanza  que  nos  daba : 
y  á  comiéndose  un  capón , 
alzadas  sus  mangas  anchas 


quedándose  con  los  dos 
alones  cabeceando, 
decía  al  cielo  mirando : 
|ay  ama\  ¡qué  bueno  es  Dios! 
Déjele  en  fin  por  no  ver 
santo  que  tan  gordo  y  lleno , 
nunca  á  Dios  llamaba  bueno 
hasta  después  de  comer.» 

{D.  Gil  de  las  calzas  verdes) 

Podríamos  citar  infinitos  pasajes  en  que  abundan  las  espresiones  gráficas.  Al  señor  de 
Vizcaya  le  dice  un  rival: 

«Vos,  caballero  pobre,  cuyo  estado 
cuatro  silvestres  son,  toscos  y  mudos, 
montes  de  hierro  para  el  vil  arado, 
hidalgos  por  Adán,  como  él  desnudos, 
adonde  en  ves  de  Baco  sazonado , 
manzanos  llenos  de  groseros  nudos 
dan  mosto  insulso,  siendo  silla  rica 
en  vez  de  trono,  el  árbol  de  Gámica, 
¿intentáis  de  la  reina  ser  consorte?» 

{La  prudencia  en  la  mujer.) 

En  espresiones  de  la  misma  especie  abundan  los  siguientes  cuartetos: 

«Del  castizo  caballo  descuidado 
el  hambriento  apetito  satisfiíce 
la  verde  yerba  que  eael  campo  pace. 


[92T 

al  freno  tosco  del  arzón  colgado. 
Mas  luego  que  el  jaez  de  oro  esmaltado 
le  pone  el  dueño,  mil  corbetas  hace, 
argenta  riendas,  céspedes  deshace, 
con  el  pretal  sonoro  alborozado. 

{El  verganzMO  en  palaeióm) 

El  enano  Manzanares^  malicias  viejas^  buscona  gente^  un  Adán  maiUenedor^  el  edma  nal 
y  otras  espresiones  semejantes,  en  que  los  sustantivos  hacen  veces  de  epitetos*  son  co- 
munes en  nuestro  poeta,  y  al  mismo  tiempo  que  caracterizan  su  estilo  y  no  pemilM 
confundirlo  con  el  de  ningún  otro  poeta  castellano,  le  dan  notable  conciaian  y  soott 
gracia  por  la  oportunidad  con  que  los  usa. 

Pondríamos  también  ejemplos  de  sus  diálogos;  pero  son  demasiado  largos,  y  por 
otra  parte  basta  remitir  nuestros  lectores  á  los  de  cualquiera  de  sus  comedias,  teñda- 
damente  Por  el  sótano  y  d  tomOj  El  vergonzoso  en  palaeio  y  Prwhas  de  amor  y  flmíifrf 
En  algunos  de  los  pasajes  ya  citados  se  podrá  haber  notado  la  misma  facilidad  que  « 
Lope,  pero  mas  corrección  en  el  lenguaje,  mas  enerjia  en  el  pensamiento,  y  una  graa 
dosis  de  fuerza  cómica.  Solo  añadiremos  en  prueba  de  esto  lo  que  pone  en  boca  de  h 
mujer  de  un  módico  exortándole  á  su  marido  á  que  no  estudie. 

«Dejad  aqucsos  Galenos 
si  os  han  de  hacer  tanto  daño, 
¿quó  importa  al  cabo  del  año 
veinte  muertos  mas  ó  menos?» 

{Don  Gil  de  las  calzas  terdts,) 

Nadie  ignora  que  nuestro  poeta  disfrazó  con  el  nombre  del  maestro  Tirso  de  Mofi- 
na  el  suyo  verdadero.  LlamálMise  Gabriel  Tellez,  y  fuó  relijioso  de  la  Merced,  maestro, 
presentado,  y  comendador  en  su  orden.  Parece  que  sus  comedias  fueron  firuto  de  sai 
años  juveniles.  Montalban  dice  en  el  Para  todos  que  estaba  el  padre  Tellez  pronto  á 
dar  á  la  prensa  un  tomo  de  Novelas  ejemplaresj  que  no  hemos  visto.  Biyo  su  verdad»-. 
ro  nombre  no  conocemos  nada  publicado  sino  las  dos  composiciones  que  hizo  á  la  Jas- 
ta  poótica,  celebrada  con  motivo  de  la  canonización  de  S.  Isidro,  insería  en  el  to- 
mo XII  de  las  obras  de  Lope  de  Vega,  edición  de  Sancha;  y  por  cierto  que  para  ser 
el  asunto  sagrado  no  dejó  de  vislumbrarse  en  la  primera  de  ellas  el  genio  satírico 
del  autor.  El  asunto  que  le  hablan  dado  eran  los  celos  de  S.  Isidro  en  matro  odavasi 
y  la  primera  acaba  por  estos  dos  versos: 

c  ¡qué  bravos  deben  ser  para  quien  ama 
celos  que  se  apacientan  en  Jarama!» 

Escepto  esta  alusión,  que  por  lo  menos  es  ridicula,  no  hay  nada  £gno  de  nota  en 
aquellas  dos  poesías,  sino  la  dicción  propia  de  Tirso  y  que  siempre  se  distingue  de  las 
de  los  demás  poetas  de  su  siglo.  El  gusto  estaba  entonóos  tan  pervertido,  como  lo  maestn 
el  mismo  titulo  de  Justa  poética,  que  se  dio  á  la  colección  de  composidones  hechu 
en  olojio  del  nuevo  santo.  Los  jueces  señalábanlos  asuntos  en  esta  clase  de  certiioe- 
ties,  y  aun  hasta  el  número  y  la  forma  de  las  estanzas.  De  este  modo  no  solo  era  inpo* 
sible  elevarse  á  la  dignidad  del  objeto;  pero  ni  aun  escribir  nada  que  mereciese  stt 
leido.  Todos  son  conccptillos  y  bagatelas  sonoras.  Nuga  canora* 

ARTICULO  111. 

VjONSlDERAIX)  Tirso  de  Molina  como  escritor  dramático,  esto  es,  como  afISfice  de 
fábulas  que  han  de  representarse  en  el  teatro,  debemos  ejuiminar  si  contribuyó  poco 
ó  mucho  á  mejorar  el  estado  en  que  le  dejó  Lope  de  Vega.  Ya  hemos  dicho  que  esteio- 
jenio,  dolado  de  «nconcebihle  fecundidad,  casi  agotó  las  situacione.<«  escénicas  que  po- 


L93] 

dian  presentarse  en  aquella  época  sobre  el  teatro  español;  pero  rara  vez  obedeció  á  la 
ley  de  la  verosimilitud,  y  con  tal  que  produjese  efecto,  poco  le  importaban  los  medios 
de  que  se  valia. 

No  puede  negarse  que  Tirso  en  la  mayor  parte  de  sus  fábulas  siguió  la  marcha  ir- 
regular de  su  maestro,  y  aun  la  exajeró,  como  puede  verse  en  Don  Gil  de  las  calzat  ver" 
i$i^  M  Pretendiente  al  retes,  la  República  al  revés^  Del  mal  el  ménos^  y  otras  muchas;  pero 
también  debe  confesarse  que  tiene  algunas,  meditadas  con  cuidado  y  construidas  con 
sumo  arte.  Estas  son  pocas  á  la  verdad:  mas  bastan  para  hacernos  conocer  que  ya  el 
público  no  se  pagaba  de  escenas  sueltas  y  sin  conexión;  y  que  exijia  de  los  autores  no 
solo  que  le  representasen  cosas  agradables,  sino  que  hubiese  orden  y  verosimilitud  en 
los  lances  é  incidentes.  Habia  pasado  la  época  de  Juan  de  la  Cueva  y  de  Virues,  y  se 
acercaba  la  de  Calderón  y  Moreto. 

El  drama  de  Tirso  en  que  mostró  mas  talento  escénico,  fué  Pruebas  de  amor  y  amis- 
faif«  y  es  entre  todas  las  suyas  la  que  presenta  mas  interés  moral.  D.  Guillen  de  Mon- 
eada, sospechoso  de  su  amante  Estela  y  de  su  amigo  D.  Grao,  era  al  mismo  tiempo  ami- 
go y  privado  de  su  soberano,  y  se  veia  perseguido  de  las  damas  de  la  corte  que  aspira- 
ban á  su  mano,  y  de  los  cortesanos  que  le  atormentaban  con  muestras  de  amistad.  De- 
seoso de  conocer  hasta  qué  panto  podia  fiarse  de  ellas  y  de  ellos,  y  mas  aun  de  desmen- 
tir ó  confirmar  las  sospechas  aue  tenia  de  los  objetos  mas  amados  de  su  corazón,  pide  á 
su  principe  que  finja  derribarle  de  su  gracia,  ponerle  preso  y  perseguirle  en  juicio  por 
causa  de  traición.  El  principe  condesciende  en  ello,  j  de  esta  prueba,  tan  terrible 
como  segara,  resultaron  ilesos  solamente  Estela,  i).  Grao  y  Ijilote,  un  criado  de  cam- 
po de  D.  Guillen.  Las  damas  de  palacio  y  los  cortesanos  le  abandonaron,  y  aun  le  ul- 
trajaron, apenas  le  vieron  en  el  iniortunío;  pero  su  verdadero  amigo  incurrió  en  la  in- 
dignación finjida  del  príncipe  por  defender  al  perseguido  con  demasiado  calor,  y  su 
amante  ofireció  ai  erario  sus  estados  en  salisfaccion  de  las  cantidades  en  aue  se  supo- 
nía alcanzado  al  privado  caido,  y  desecha  la  mano  de  esposo  que  para  preñarla  le  pre- 
senta el  mismo  príncipe. 

Tal  es  la  acción  de  esta  pieza,  no  menos  moral  qae  interesante.  Los  caracteres 
principales  son  altamente  teatrales  y  modelos  de  nobleza  y  de  sentimientos  generosos; 
señaladamente  el  de  Estela,  prueba  que  Tirso  era  capaz  de  pintar  el  amor  tierno  y  vir- 
tuoso tan  bien  como  Lope;  pues  con  dificultad  se  hallará  entre  las  mujeres  que  este  des- 
cribió, una  c|[ue pueda  igualarse  en  el  heroísmo  de  la  pasión  ala  marquesa  deMirabal. 
Pero  su  malignidad  satírica  no  le  permitió  hacer  muchos  retratos  semejantes  al  que  tan 
perfecto  le  habia  salido. 

Sirva  de  ejemplo  la  comedia  Ceíos  con  celas  se  curan,  qne  es  una  délas  fábulas  de  Tir- 
so mejor  conducidas.  César,  duqae  de  Milán,  ama  á  Sirena;  pero  esta  mujer  vana  y 
dominante,  no  pudicndo  sufrir  que  su  amado  tuviese  un  amigo  en  Carlos  su  privado, 
después  de  haber  solídtade  inútilmente  su  separación,  finje  estar  inclinada  á  Marco  An- 
lomo,  cortesano  necio,  para  enardecer  con  estos  celos  la  pasión  del  duque  y  obligarle 
asi  ú  que  cumpla  su  voluntad.  César,  en  vez  de  someterse,  la  hiere  por  los  mismos  fi- 
los, fiojiéndose  enamorado  de  otra.  Los  lances  á  queda  lugar  esta  combinación  dramá- 
tica, son  variados  y  están  muy  bien  descritos  hasta  el  desenlace,  en  qne  el  primero,  el 
verdadero  amor  recobra  sus  derechos. 

Los  caracteres  de  César  y  de  Cários  sen  nobles  y  teatrales;  pero  el  de  Sirena  es  odio- 
so, y  apenas  puede  el  espectador  interesarse  por  una  mujer  que  no  solo  quiere  dirijir 
á  su  arbitrio  lodos  los  sentimientos  de  su  amado,  y  hacerle  que  renuncie  .á  un  amigo 
fiel,  sino  que  para  conseguirlo  se  envilece  hasta  el  punto  de  mostrar  inclinación  á  un 
hombre  despreciable,  y  después  á  otro  caballero  de  la  corte.  Asi  en  una  escena  de  la 
segunda  jornada  en  que  Sirena  se  queja  á  César  de  que  hubiese  puesto  los  ojos  en  otra, 
tiene  este  muclia  razón  en  diH:irle,  comparando  los  celos  en  o]  amor  ú  la  sal  en  la 
comida, 

c(k>n  la  punta  del  cuchillo 
toma  sal  el  cortesano; 
porque  con  toda  la  mano 
no  es  teniplaUo,  es  desabrillo.» 


[94] 
V  diciéndole  Sirena: 


Responde: 


c  Solía  yo  ser 

dueño  vuestro. 

Pasó  ya 

ese  tiem[K). 

Sirena. 

Pena  os  da 

perderme. 

Céiar. 

Todo  se  olvida» 

Sirena. 

¿Y  si  me  costáis  la  vida? 

César, 

Marco  Antonio  os  llorará.» 

Este  sarcasmo  es  excelente  y  pinta  muy  bien  la  índole  de  las  vénganlas  amorosas. 

Aunque  el  enlace  de  esta  acción  está  motivado  y  las  escenas  bien  combinadas, 
creemos  sin  embargo  que  Tirso  cometió  un  grave  yerro  en  haber  supuesto  que  César  y 
su  nueva  amante  llegaron  hasta  el  punto  de  creer  verdadero  el  amor  que  solo  hdáa 
comenzado  por  despique  y  fínjimiento.  Semejantes  amoríos,  hijos  del  capricho  y  de  la 
inconstancia,  son  de  baja  ley  y  no  se  admiten  en  el  drama  del  género  noole  y  caballa 
roso.  ¡Cuánto  mejor  lo  hace  Calderón  en  su  comedia  Para  vencer  damor  quirer  omcvrii, 
y  Moreto  en  El  desden  con  ei  desden!  En  los  protagonistas  de  una  y  otra  hay  á  la  verdad 
finjimiento,  ardid  que  permite  el  teatro;  pero  el  verdadero  amor  triunfa  siempre.  Una 
pasión  que  se  destruye  con  facilidad  para  dar  lugar  á  otra,  no  es  objeto  digno  de  oca- 
par  la  atención  del  auditorio.  Probablemente  Tirso  no  conocía  el  amor,  considerBdD 
como  una  pasión  moral,  y  por  eso  lo  falseó  con  tanta  frecuencia. 

¿Por  qué  nos  representa  en  muchas  de  sus  comedias  á  las  hermanas  cdosas 
de  otras,  y  tratándose  con  tan  poca  generosidad  como  pudieran  dos  enemigaat 
tramos  esta  lucha  doméstica  y  poco  decente  en  Marta  la  Piadosa^  en  Amar  por 
en  No  hay  peor  sordo  que  el  que  no  quiere  oir  y  en  otras.  Parece  que  la  rivalidad  de  la 
hermosura  y  del  amor  no  debería  tener  lugar  entre  personas  ligadas  con  un  víbcoIo 
tan  sagrado;  y  por  tanto  aunque  sea  posible  y  probable^  no  debería  describine  en  d 
teatro;  porque  no  puede  interesar  una  mujer  que  solicita  labrar  su  felicidad  á 
de  la  de  su  hermana. 

Pero  lo  mas  insufrible  en  Tirso  son  los  finales  de  muchas  de  sus  piezas.  Ea  El 
qonzoso  en  Palacio^  en  El  castigo  dd  Pensé  que^  en  María  la  Piadosa^  en  Dd  fiud  d 
y  creemos  que  en  algunas  mas  se  consuman  los  matrimonios  entre  bastidores.  Esto  no 
es  tan  atroz  como  La  Torre  de  Nesle^  en  que  las  princesas  echan  encubados  al  fio  los 
amantes  con  quienes  habían  pasado  la  noche;  pero  no  por  eso  deja  de  ser  inmundo  y 
contrario  á  las  costumbres. 

Nadie  nos  podrá  acusar  de  haber  juzgado  á  Tirso  con  demasiada  rijidez  ni  con  de- 
masiada admiración  y  entusiasmo.  Es  un  hablista  apreciable:  es  un  poeta  satírico  en 
que  hay  mucho  que  estudiar:  es  un  autor  cómico  que  hizo  dar  algunos  pasos  al  arte; 
pero  los  amores  que  describe  carecen  casi  siempre  del  prcstijio  moral  y  decencia: 
pinta  una  sociedad  ideal  que  no  era  la  de  su  siglo;  y  son  muy  pocas  las  comedias  suyas 
en  que  merezca  elojios  por  la  regularidad  de  la  acción. 

Al  concluir  nuestros  estudios  acerca  de  Tirso  de  Molina,  no  deberemos  omitir  qne 
él  fué  el  autor  de  El  convidado  de  piedra;  asunto  que  imitaron  Tomas  Corneille  y  Ho- 
liere,  y  que  siempre  es  representado  con  interesen  los  teatros  de  Francia. 


195] 


GALERÍA  DRAMÁTICA. 

SATRO  ESCOJIDO  DEL  MAESTRO  TIRSO  DE  MOLINA. 

Tomo  !•— Hadrld,  1989. 


ARTÍCULO  I. 

Krcsuramos  á  dar  cuenta  al  público  de  esta  importante  edición,  hasta  ahora 
da  en  vano,  ya  por  falta  de  recursos  materiales*  ya  por  la  sobra  deneglijencia 
Bcucion.  Esperamos  que  la  actual  empresa  no  desfallecerá  por  una  ni  por  otra 
jdi  belleza  tipográfica  del  primer  tomo  que  tenemos  á  la  vista,  y  en  el  que  se 
i  cuidado  de  la  economía  en  el  precio  con  el  esmero  y  corrección  en  papel  y  le- 
líGesta  que  no  se  omitirá  nada  para  que  la  edición  sea  perfecta  al  mismo  tiem- 
aldl  de  adquirir:  y  el  escelente  prólogo  aue  le  antecede^  y  el  nombre  d^  Sr. 
ibuscb,  autor  de  los  Amantes  de  Ttrtiel,,  ofnecen  garantías  de  que  se  correjirán 
ilijencia  y  cuidado  las  comedias  de  nuestro  teatro  del  siglo  XvII  que  hayan  de 
en  esta  galería;  pues  aunque  por  ahora  solo  se  trata  de  publicar  las  obras  esco* 
Tirso ,  es  indudable  que  si  la  emi^esa  prospera  como  es  de  esperar,  su  editor 
"á  defraudadas  las  esperanzas  de  continuar  la  edición  de  nuestros  mejores  dra- 
• 

primera  dificultad  que  ofrece  esta  empresa  es  la  de  la  corrección ;  porque  las 
!S  antiguas  de  nuestras  comedias,  c^ue  es  necesario  consultar,  están  plagadas  de 
unos  de  imprenta,  y  otros  producidos  por  la  inepcia  de  los  editores  furtivos, 
uales  se  quejaba  ya  Calderón  en  los  últimos  versos  de  la  comedia  El  mayor 
» los  eeíos^  donde  asegura  el  editor,  que  la  publicaba 

«como  la  escribió  su  autor, 
no  como  la  imprimió  el  hurto, 
de  quien  es  estudio  echar 
á  perder  otros  estudios. » 

bosde  estos  yerros  procedieron  de  la  precipitación  con  que  escribieron  los  au- 
smos  y  daban  sus  comedias,  ya  al  teatro,  ya  á  la  imprenta.  Estos  son  los  mas 
de  correjir,  porque  generalmente  hablando,  consisten  en  fritas  de  versos,  dis- 
de  rimas  y  asonantes,  y*  principalmente  errores  de  construcción.  A  ninguna 
poetas  puede  aplicarse  mejor  que  á  los  comióos  españoles  la  espresion  de 

» 

< si  non  oíTenderet  unum — 

quemque  poetarum  limae labor  et  mora...» 

< no  pudieron  de  la  lima 

el  trabajo  sufrir  ni  la  tardanza.» 

;e,  pues,  que  ha  caido  una  maldición  sobre  las  ediciones  de  nuestras  antiguas 
(.  Esperamos  que  el  Sr«  Hartzembusch  sabrá  conjurarla;  y  que  al  ocurrirle  yer- 
•nstruccíon  ó  de  rima,  los  correjirá,  si  es  posible,  ó  si  no,  los  anotará,  como  ya 
;ho  en  algunos  pasajes  de  este  primer  tomo. 

ebemos  pasar  adelante  sin  tributar,  con  el  autor  del  FrólagOy  el  debido  home- 
:ratilud  á  nuestro  distinguido  literato  D.  Agustin  Duran,  que  amante  siempre 
ria  de  su  patria,  franquea  generosamente  su  preciosa  ycasi  completa  colección 


[96] 
de  comedias  antiguas  al  editor,  para  qae  pueda  comparando  ediciones,  elejir  b  mejor 
versión  en  los  pasajes  dificiles. 

Esta  obra  se  publica  por  suscricion.  Las  librerías  en  que  se  suscribe  en  las  ciudades 
de  Andalucía,  son:  Hortal  y  compañía,  Cádix:  Sanz,  Granada:  Caro  Carlaya,  Sevilla: 
Carrera,  Málaga:  Berard,  Córdoba.  El  precio  de  suscricion  para  cada  tomo  es  de 
1  irs.  vn.en  Madrid,  y  16  en  las  provincias. Este  primer  tomo  contiene  tres  comedias  de 
Tirso,  y  544  pajinas.  Las  comedias  son:  la  Villana  de  la  Sagra^  Marialapiádo9aj  Am&t 
y  cehs  hacen  discretos:  todas  raras  y  difíciles  de  encontrar  sueltas;  pero  mucho  mas  Jai 
do»  últimas,  de  las  cuales  no  hemos  visto  ejemplares. 

Con  este  motivo  suplicaríamos  al  editor,  que  en  obsequio  de  los  que  forman  colec- 
ciones do  las  comedias  de  nuestro  antiguo  teatro,  procure  incluir  en  cada  uno  de  ki 
tomos  siguientes  una  por  lo  menos  de  las  mas  raras  del  poeta,  con  tal  que  haya  me- 
recido su  elección.  Quisiéramos  también  que  se  notase  entre  las  de  cada  lomo  la  nis- 
ma  variedad  que  tienen  las  tres  del  primero;  pues  aunque  todas  versan  sobre d  amor 
y  los  celos,  la  Villana  de  la  Sagra  abunda  en  pinturas  campestres  y  agradables.  MarlM 
la  piadosa  se  acerca  al  género  terenciano  ó  de  costumbres,  y  Amor  y  ceht  hacen  iuatlm^ 
es  urbana  y  palaciega.  Esta  variedad  acomoda  al  lector;  porque  si  por  ejemplo  le  pi- 
sieran  juntas  esta  última  y  la  de  Amar  por  seiUu^  parecería  una  mbma  acción  coa  leí 
mismos  caracteres,  aunque  los  nombres  fuesen  diferentes. 

Sigue  después  del  prólogo  una  noticia  biográfica  del  Maestro  Tirso  de  Molina^  ff- 
crita  por  D.  Agustin  Duran,  y  que  antecedía  á  la  Taita  española^  comenzada  á  impciwr 
por  este  literato,  y  desgraciadamente  no  continuada.  No  sabemos  si  el  Sr.  Hartzembosch 
habrá  tenido  presentes  loa  apuntes  que  leyó  en  el  Ateneo  español  en  1836  aobre  eilB 
insigne  poeta  el  Sr.  Mesonero  Romanos,  y  en  los  cuales,  si  no  nos  engaña  la  meBOria, 
hay  noticias  mas  circunstanciadas  del  P.  Fray  Gabriel  Tellez,  que  era  el  Terdadeía 
nombre,  profesión  de  nuestro  autor  cómico.  Pero  lo  mas  esencial,  que  es  el  Jaido  de 
sus  obras,  de  su  espíritu  y  de  su  mérito  poético,  se  halla  muy  bien  tratado  en  el  eMrit» 
del  Sr.  Duran.  Allí  se  verá  cuanto  después  hemos  dicho  nosotros  en  varios  arUcaki 
de  este  periódico,  acerca  de  los  defectos  de  las  fóbulas  de  Tirso,  la  urbana  maligaUad 
de  su  sátira,  la  orijinal  estructura  de  su  frase,  la  riqueza  y  variedad  de  su  estilo  poé- 
tico, y  la  clase  de  pasiones  y  costumbres  que  se  dedicó  á  pintar.  El  Sr.  Duran  atrilniye, 
quizá  no  sin  razón,  á  la  sociedad  que  Tirso  conocia  la  liga  de  capricho,  vanidad,  ia* 
constancia,  ú  otras  pasiones  mas  bajas,  con  las  cuales  va  mezclado  siempre  en  sos  co- 
medias el  afecto  del  amor;  mas  que  no  eran  estas  las  costumbres  por  lo  menos  osteaá- 
bles  de  la  sociedad  culta  en  su  época,  lo  prueba  el  gran  aplauso  con  que  fueron  red- 
bidas  las  comedias  de  Lope  antes  de  las  suyas,  y  las  de  Calderón  después.  Estos  dos 
poetas  pintaron  el  amor  como  un  culto  y  no  como  un  entretenimiento. 

En  lo  que  no  convenimos  con  el  Sr.  Duran,  ni  convendremos  con  nadie,  osenloqoe 
dice  contra  los  preceptistas,  esto  es,  contra  los  que  escríben  acerca  de  la  ciencia  y  el  ai^ 
te  de  la  poesía.  No  puede  haber  arte  sin  preceptos^  ni  ciencia  sin  pnnctpidi.  Tampoco  eras- 
mos  que  las  reglas  para  producir  la  belleza  sean  arbitrarían,  ni  que  los  humamslas  hs- 
yan  estudiado  la  poesía  d  posteriori;  antes  bien  han  ascendido  á  su  verdadero  principio, 
que  es  el  sentimiento  poético,  y  lo  han  convertido  en  idea.  Impondremos,  si  se  qoisn, 


ei  nombre  de  preceptistas  (que  siempre  se  toma  en  malam  partem) ,  á  los  que  ei 
sin  filosofía,  y  por  consiguiente,  sin  verdadero  gusto,  dictan  como  leyes  poéticas  las  que 
no  le  son:  á  esta  especie  pertenecen  la  mayor  parte  de  las  reglas  que  dicta  Lope  «a  m 
arte  iweto  de  hacer  comedias;  pero  daremos  la  denominación  de  verdadero  maestro  alqae 
nos  haga  observar  los  medios  de  conmover  el  corazón  y  la  fantasía,  y  nos  indique  los 
escollos  en  que  puede  naufragar  el  genio.  El  mismo  Sr.  Duran  nos  ofrece  un  excdenleidfla- 
plo  de  crítica  juiciosa  y  filosófica,  cuando  censura  con  la  debida  severidad  el  mal  mé- 
todo de  Tirso  endirijir  la  fábula  y  las  inverosimilitudes  de  toda  especie  que  con  laati 
frecuencia  comete.  Las  reglas  no  dan  genio;  pero  el  genio  puede  despeñarse  sin  las  ro- 
lólas. Asi  como  el  sentimiento  moral  necesita  de  la  razón,  que  lo  dirija  en  la  prádieadi. 
la  virtud,  asi  el  sentimiento  poético  necesita  de  la  critica  para  no  producir  deUiiosdi 
enfermo,  sino  cuadros  hermosos  y  regulares.  Ya  esto  lo  habia  dicho  Horacio,  é^^fñnn^ 
no  se  puede  tachar  de  preceptista  en  el  sentido  que  hemos  dado  nosotros  á  esta  pib* 
bra,  y  á  quien  es  menester  recurrir  siempre  que  se  trate  de  las  leyes  del  bnen  gusto: 


[97] 

)e  el  estudio  sin  un  injenio  copioso  y  rieo^  ni  el  injenio  sin  la  instrucción' 
anistas  no  creen  en  la  iluñon  teatral;  pero  exijen  la  verosimilitud  material 

fiunto,  y  la  moral  rigorosamente.  Un  drama  sin  verosimilitud  de  ninguna 
e  tener  otras  dotes  muy  apreciables.  ¿Qué  deberá  hacer  en  este  caso  el  crí- 
0?  Notar  al  mismo  tiempo  que  los  defectos  de  la  fábula  y  de  la  manera  de 
ncidentes,  las  bellezas  de  lengusge,  de  estilo,  de  caracteres  ó  de  costumbres 
el  drama.  Asi  como  es  una  prueba  de  espíritu  de  partido  notar  los  defectos 
tas,  asi  lo  es  también  notar  y  aplaudir  solamente  lo  bueno  sin  advertir  lo  ma- 
e.  Uno  y  otro  ha  evitado  el  Sr.  Duran  en  su  juicio  sobre  el  mérito  de  Tirso; 
)  con  mucha  cordura;  poraué  generalmente  se  imitan  en  un  gran  escritor 
con  mas  frecuencia  que  las  belleías.  Asi  en  crítica  como  en  moral,  la  media 
leor  que  la  mentira. 

e  hablamos  de  Tirso,  nos  atrevemos  á  suplicar  tanto  al  editor  de  la  Galería 
omo  al  Sr.  Duran,  (jue  tan  generosamente  se  ha  interesado  en  el  buen  éxi- 
mpresa ,  que  pues  tienen  á  la  mano  mas  medios  que  nosotros,  averigüen 
mte  y  con  detenimiento  si  la  comedia  intitulada  En  Madrid  y  en  una  casa 
aquel  autor  cómico.  El  ejemplar  que  poseemos  de  esta  pieza,  y  que  parece 
e  un  tomo  antiguo  de  comedias,  la  atribuye  á  D.  Francisco  de  Rojas.  Una 
crita,  puesta,  según  parece,. antes  de  ser  arrancada  de  su  sitio,  dice:  es  la 
rta  diferencia  que  la  que  se  haUa  en  este  tomo,  con  el  tituló  de  Le  que  fiace  un  man- 
U  de  Calderón.  El  anotador  continua:  yo  creo  que  es  de  Rojas.  A  mí  no  me  lo 
]ue  Rojas  no  podia  escribir  dos  pajinas  sin  algunos  rasgos  gongorinos;  y  es- 
no  los  tiene.  Su  estilo  es  de  Tirso:  de  Tirso  son  las  incertidumbres  del  ga- 
lgas y  travesuras  de  la  dama  para  traerle  desvelado:  hasta  los  chistes  del 
I  suyos.  Si  las  investigaciones  eruditas  que  pueden  hacerse  en  la  escojida  co- 
Sr.  Duran  justifican  esta  opinión  nuestra,  creemos  muy  justo  restituirle  á 
M>  una  composición  algo  mas  regular,  aunque  del  mismo  género  que  otras 
B  00  cede  á  ninguna  de  ellas  en  la  sal  cómica  y  en  la  gracia  del  estilp. 


ARTICULO  II. 


»da  comedia  hay  un  examen  déella,  perfectamente  escrito,  y  digno  delilus- 
to  que  es  editor  de  la  obra.  No  es  el  menor  mérito  de  estos  exámenes  haber 
os  lectores  el  análisis  de  las  piezas,  completamente  inútil  cuando  se  acaban 
aas  imitil  todavia  si  no  se  han  leído.  St>lo  es  oportuno  cuando  se  quieren  notar 
ó  defectos  del  plan.  Pero  ya  se  sabe  que  rara  vez  las  fábulas  de  Tirso  pueden 
¡os  de  la  crítica  mas  común.  Siempre  hay  en  la  conducta  de  la  acción,  aun 
resante,  estravagancia  y  anomalías  que  la  desfiguran, 
iremos  de  la  Villana  de  la  Sagra,  ni  de  María  la  Piadosa^  comedias  que  se 
miado  con  aceptación  V  que  son  conocidas  ya  del  público;  "pero  senos  permi- 
•  detengamos  algo  en  la  de  Amor  y  celos  hacen  discretos,  que  aun  no  ha  apare* 
eatro,  y  que  hemos  leido  ahora  por  la  primera  vez;  por  tanto  nos  ha  obli^do 
re  ella  un  estudio  particular. 

r  tiene  mucha  razón  en  decir  que  el  carácter  de  Margarita,  duquesa  de  Amal- 
Djadocon  suma  maestría.  Se  parece  á  Diana,  la  protagonista  del  Desden  con 
1  ser  enemiga  del  amor  hasta  tal  punto,  que  por  no  casarse  piensa  ceder  sn 
hermana  Vitoria;  y  en  haber  contraído  este  odio  bastante  extraordinario  en 
e  los  libros  que  pintan  los  estragos  harto  verdaderos  de  aquella  pasión;  pero 
don  filosófica  se  va  desvaneciendo  poco  á  poco,  primero  por  la  secreta  envi- 
»iisa  ver  á  su  hermana,  objeto  déla  adoración  de  los  jóvenes  mas  ilustres  y 
e  Italia;  lo  que  la  obliga  á  decir: 

cSi  yo  á  Vitoria  quisiera 

menos,  ya  pudiera  ser 

que  como  iiermana  y  mujer 


[98] 

envidia  á  su  amor  (i)  tuviera. 
¡Hay  tal  instancia  de  amantes!  t 
y  poco  dcspucs  í 

«No  se  afirme  que  tengo 
envidia....  i 

£1  conde  Carlos,  Uno  délos  amantes  de  Vitoria,  le  envia  un  billete,  cayo  estilo  por 
ser  sencillo,  desagrada  á  la  duquesa,  lo  que  proporciona  á  Tirso  una  sátira  contra  d 
culteranismo  que  pone  en  boca  de  Vitoria. 

c  ¿Quisieras  tu  que  empezara 
como  otro  que  me  escribió: 
H  cielo  hiperbolizó 
amagos  de  tu  luz  dará 
en  vuestros  de  mi  amor  ojos, 
animado  mI  el  tino, 
iwrte  el  otro,  á  guien  Neptuno 
zafíreos  rindió  despojos? 
Rasgúelo  en  llegando  aqui , 
viendo  tan  desatinados 
atributos  estudiados, 
y  airada  le  respondí ; 
la  metáfora  que  arroja 
causa  d  mis  ojos  guei^la; 
pues  si  uno  es  sol,  otro  estrella; 
yo,  señor,  seré  bisoja.  9 

Pero  cuando  sabe  la  duquesa  que  aquel  papel  fué  enviado  por.  no  neda,  le  pweee 
demasiado  bueno  comparado  con  su  autor:  duda  que  sea  de  Carlos,  y.  averígna  qae  n 
sospecha  es  verdadera  por  Romero,  criado  de  D.  Pedro  de  Castilla,  que  fujitÍTO  de  Ef- 
paña ,  servia  de  secretario  al  potentado  estúpido. 

El  español  se  presenta  á  la  duquesa.  Es  admirable  la  discreta  malignidad  de  esta 
para  arrancarle  el  secreto  de  ser  autor  de  los  papeles  que  el  necio  escnbia  á  Vitoria. 
Mas  ella  misma  se  prende  en  sus  mismos  lazos :  ignorante,  como  la  Diana  de  llórala, 
del  peligro  que  corre  el  corazón  mujeril,  tratando  con  un  joven  discreto  y  galanmal^ 
rías  de  amoríos,  oye  á  D.  Pedro  hablar  de  su  infiel  Leonor,  una  dama  qneidoliM  aa 
Castilla,  ya  le  contesta,  ya  le  interrumpe,  ya  se  burla  de  él  en  una  escena  que  aa  ds 
las  mejores  que  Tirso  ha  hecho  (la  9.*,)  primer  acto,  y  ya  al  principio  delaegudo  t^ 
cuentra  amenazada  la  libertad  de  su  alma. 

Desde  aqui  hasta  el  fin  de  la  pieza  se  sostiene  muy  bien  este  carácter.  La  intaieap- 
tacion  de  la  carta  y  retrato  de  Leonor  para  que  no  U^^en  á  manos  de  D.  Pedro;  al  so- 
borno del  criado;  el  consejo  que  le  dá  de  que  aspire  á  el  amor  de  su  hennanm;  aa  lalii 
al  ver  que  la  obedece;  su  finjida inclinación  á  Carlos,  á  quien  los  celos  haa hacha  dii^ 
creto  con  harta  prontitud,  y  solo  por  la  gracia  del  poeta;  el  melindre  con  que  aa  d^tlM** 
sar  la  mano  en  nombre  del  que  afecta  amar;  el  papel  con  doble  sentido  que  dio  á  Dan 
Pedro  para  que  le  entregase  al  discreto  de  novísima  creación ;  todas  sus  astaciaa  aa  fa, 
todas  sus  aparentes  contradicciones  no  son  mas  que  las  formas  diÜBrentea  qnatoaain 
pasión,  hasta  que  al  fin  vencida  la  declara,  y  la  declara  con  buen  éxito;  pero  aa'aai 
la  indecencia  que  en  el  Vergonzoso  en  palacio  y  en  otras  conoedias  del  nuamo  anlOF* 

El  carácter  de  Margarita  es,  en  nuestro  entender,  una  de  las  mejores  crcacioaaa  di 
Tirso.  En  él  se  pinta  la  mi^er  como  es^  impelida  al  amor  por  la  rívididad,  Aor§Jhj 
la  inesperíencia;  pero  ya  amante,  recatada,  ardiendo  por  ser  solicitada,  poaiando  ladai 


(1) 


•^  *tt  amor;  esto  es,  al  amor  qne  ella  inspin,  />  que  le  consagna  á  ella. 


TT 


[99] 
los  mediofl  para  serlo;  mas  escondiendo  la  mano  de  que  se  vale  para  tirar  la  piedra.  El 
editor  no  habla  del  desenlace,  y  ha  tenido  razón.  Un  soneto  en  octosílabos,  embutido 
en  otro  de  endecasílabos,  y  entrambos  á  cual  peor,  como  debían  serlo,  es  el  medio  mas 
ridiculo  que  puede  inventarse  para  desenlazar  una  intriga  dramática* 
El  carácter  del  castellano  es  pobre: 

c  Ya  quiero  Inés,  ya  Jamón, 
ya  berenjenas  con  queso,  > 

como  decía  nuestro  Alcázar.  Pasa  rápidamente  desde  el  amor  de  su  castellana  ausente 
al  de  la  dama  del  señor  á  quien  sirve,  no  sin  veleidades  tributadas  á  la  duquesa,  en  la 
cual  se  fija  últimamente.  Este  papel  es  el  tipo  de  todos  los  galanes  de  Tirso,  sacrificados 
constantemente  y  sin  piedad  á  los  caracteres  mujeriles. 

Pero  ¿por  qué  hace  ten  despreciable  á  Vitoria?  ¿Por  qué  cede  á  la  primera  insinuación 
del  traidor  secreterio,  que  vende  á  su  seftor?  Es  verdad  que  disculpa  su  ruindad  diciendo: 

c Admití  á  Carlos  por  él: 
que  pu^to  que  sangre  real 
le  hizo  gran  mariscal 
de  Ñapóles,  d  le  iqweroj 
mas  es  por  él  mensajero 
que  no  por  el  principal.» 

Este  carácter  vil  ni  aun  tiene  la  venteja  de  escitar  la  risa.  Solo  inspira  indignación 
y  desprecio. 

La  acción  marcha  con  bastante  regularidad.  Su  principal  mérito  consiste  en  los  in- 
cidentes que  desenvuelven  el  carácter  y  la  pasión  de  Margarita.  Este  carácter,  dos  ó  tres 
escenas  perfectamente  escrites,  y  la  sal  urbana  derramada  con  profusión  en  casi  toda  la 
pieza  le  aseguran  un  lugar  distinguido  en  nuestra  galería  dramática. 


TOMO  II. 


ARTÍCULO  I. 

JuSTE  segundo  tomo,  que  ha  sucedido  al  primero  con  una  prontitud  que  debe  ser  de 
buen  agftero  para  los  suscritores  y  para  el  publico,  contiene  tres  comedias  de  Tirso. 
I  .*  Paiatrai  y  pluihas.  2.*  La  celosa  de  si  misma.  3.*  Privar  contra  su  gusto. 

La  primera,  conocida  con  el  título  del  Pretendiente  con  palabras  y  plumas^  que  los  ig- 
norantes editores  del  siglo  pasado  cambiaron  en  el  Petimetre  con  palabras  ect. ,  como 
si  la  yozpetímttrey  enteramente  francesa,  fuera  ni  pudiera  ser  conocida  en  los  tiempos 
de  Tirso,  es  imitecion  de  un  cuento  de  Bocado,  de  donde  tomó  también  Lope  de  Ve- 
ga su  comedia  El  hatean  de  Federico,  hti  acción  se  reduce  á  una  dama,  rebelde  á  todos 
loe  servicios  y  sacrificios  de  su  amante,  baste  que  él  reducido  á  la  miseria,  le  sacrifica 
también  el  último  bien  que  le  quedaba  y  que  aseguraba  su  subsistencia,  un  halcón 
amaestrado  á  cazar.  Este  oesenlace,  bueno  para  un  cuento  que  divertía  á  los  niños,  no 
lo  perdonó  Lope.  Tirso,  felizmente,  fué  mas  infiel,  y  no  menos  generoso  su  amante; 
pues  en  albricias  de  haberse  reconocido  la  inocencia  de  su  princesa  falsamente  acusada, 
regaló  su  escopete,  que  para  él  valia  tentó  como  él  halcón  para  Federico. 

Es  verdad  que  el  plan  de  estos  dos  insignes  poetes  dramáticos  era  diferente.  Lope 
secontento  con  esponer  el  triunfo  delamor  y  déla  constencia  contra  la  rebeldía  de  la  es- 
quifes. El  plan  de  Tirso  era  mas  vasto  y  filosófico.  Se  propuso  esponer  la  diferencia, 
enlreél  amor  desinteresado  de  D.  Iñigo,  y  el  egoísmo  ruin  de  Próspero  su  competi- 
dor, que  solo  ama  á  Matilde  cuando  la  vé  feliz,  y  la  desprecia  cuando  fué  calumniada 


[90] 
algo  mas  á  las  que  él  describió.  Sea  cual  fuere  el  mérito  de  Tirso  de  Molina  en  cuanto 
á  elocución,  no  hace  honor  á  nuestra  moralidad  ni  á  nuestro  gusto  el  que  se  hayan  w 
to  representadas  con  aplauso  el  Vergonzoso  en  Palacio  y  Marta  la  Piado$a. 

Pero  si  hemos  censurado,  con  justa  severidad,  pero  que  á  algunos  parecerá  demi- 
siada,  lo  que  nos  ha  parecido  inmoral  en  las  comedias  de  este  autor,  exije  la  misma 
justicia  que  no  le  defraudemos  de  la  alabanza  á  que  es  acreedor  como  hablista  y  como 
poeta.  Su  estilo  es  tan  fácil  como  el  de  Lope;  pero  mucho  mas  correcto.  El  uso  de  las 
voces  gráficas,  las  espresiones  felices  con  que  enriqueció  la  frase  poética,  la  novedad 
de  introducir  sin  violencia  los  sustantivos  como  epítetos,  dan  á  su  estilo  condsion  y 
nervio,  de  que  carece  la  dicción  siempre  ñuida,  pero  pocas  veces  correcta,  de  Lope 
de  Vega- 

Pues  considerado  como  poeta  ci^mico  y  satírico,  con  dificultad  se  hallará  un  exn» 
tor  mas  fecundo  en  chistes  y  donaires,  ni  que  describa  mejor  las  ridiculeces  que  se  pro- 
pone revelar.  Aun  cuando  es  poco  limpio;  aun  cuando  los  pensamientos  que  preseotí 
sean  bastante  libres,  su  lenguaje  sin  embargo  es  casto  y  urbano;  y  ni  se  roza  ooo  lai 
espresiones  sobejanas  é  inmundas  de  Horacio,  Marcial  ó  Juvenal,  ni  con  las  imáitmi 
delicadas  y  Yoluptuosas,  y  por  esa  razón  mas  nocivas,  de  Ovidio. 

Debemos  también  observar  que  Tirso  sabia  describir  tan  bien  como  Lope  el  verda- 
dero amor  fiel,  constante,  entrañado  independiente  de  la  vanidad,  del  interés  y  d0 
la  desenvoltura.  Dígalo  sino  el  hermoso  carácter  de  Estela  en  la  comedia  de  Friebm 
de  amor  y  amUtad^  carácter  noble  é  ideal,  que  resiste  á  las  solicitaciones  de  un  princi- 
pe, y  lo  que  es  mas,  á  las  injusticias  de  un  amante  celoso,  que  sabe  sufrir  con  digni- 
dad y  hacer  sacrificios  que  no  esperaba  ver  premiados:  en  fin,  que  es  el  bello  ideal  de 
la  ternura  mujeril.  Pero  aun  en  esta  comedia  se  conoce  el  genio  maligno  del  autor.  Par 
una  mujer  que  nos  pinta  excelente,  amable  y  heroica,  nos  regala  dos  nedas,  inlereía- 
sadas  y  despreciables. 

Naturam  espellas  furca^  lamen  mque  recurret, 

Al  leer  las  comedias  de  Tirso  hemos  hecho  una  observación  que  no  dos  parece 
inútil  para  los  progresos  del  arte.  Entre  todas  ellas  ningunas  sostienen  mejor  la  lacla- 
ra y  la  representación,  que  aquellas  en  que  el  poeta  es  menos  satírico  y  mas  jaato 
con  el  belfo  sexo.  Tales  son  la  que  acabamos  de  citar,  y  otras  que  enumeramos  al  prin- 
cipio de  este  artículo.  Tan  cierto  es  que  nada  es  mas  favorable  al  artista  que  propo- 
nerse en  su  composición  un  objeto  verdaderamente  moral. 

De  sus  comedias  históricas  solo  hay  una  que  merezca  ekjio,  yes  Lapnué&MÁa  m 
la  mujer,  en  lá  cual  teje  la  historia  de  la  primer  rejencia  de  la  célebre  María  de  Moli- 
na. La  versificación  es  robusta  y  digna  del  asunto.  Pinta  á  la  verdad  muy  odiosos  loa 
caracteres  de  los  infantes  Don  Enrique  y  Don  Juan:  pero  no  los  calumnia,  cómese  ua 
en  el  dia;  pues  nuestros  historiadores  nos  los  han  descrito  aun  mas  aborrecibles,  las 
comedias  sobre  asuntos  relijiososque  nos  han  quedado  de  este  autor  son  generalmen- 
te informes,  aunque  el  estilo  y  la  versificación  sean  siempre  dignos  de  alabanza. 

No  escribió  dramas  ni  en  el  género  pastoril  ni  en  el  caballeresco,  tan  cultivado  per 
nuestros  poetas  cómicos  de  aquel  siglo.  Su  natural  inclinación  le  arrastraba  á  la  sáti- 
ra, en  la  cual  hubiera  sido  muy  superior  á  Góngora  y  á  Quovedo,  porque  sabia  pin- 
tar mejor  que  ellos  esta  clase  de  cuadros;  y  no  á  la  poesía  sencilla  ni  á  la  heroica.  Uo- 
relo  le  escedió  en  lo  cómico  de  las  situaciones  y  en  la  conducta  de  la  Cábula;  mas  no 
en  los  chistes  de  la  elocución,  mas  urbanos  y  orijinales  en  Tirso,  y  que  en  su  suoce- 
sor  se  deslizan  tal  vez  á  truhanadas  y  chocarrerías.  No  es  esto  decir  que  los  donai- 
res de  Tirso  sean  siempre  de  buena  ley;  pero  se  nota  con  frecuencia  en  ellos  mas  pro- 
fundidad. 

Por  estas  razones  se  ha  colocado  á  Tirso  de  Molina  entre  los  seis  principales  poe- 
tas del  teatro  español  del  siglo  XVII,  que  son  Lope,  Tirso,  Calderón,  Moreto,  Rojas  y 
Ruiz  de  Alarcon.  Hemos  procurado  juzgarle  desapasionadamente,  y  señalar  con  justi- 
cia imparcial  sus  defectos  y  sus  bellezas.  Solo  nos  falta  justificar  con  ejemplos  la  idea 
que  hemos  dado  de  él. 


191] 

ARTCULO    H. 

AR£MOS  ejemplos  de  las  diferentes  dotes  que  hemos  atribuido  al  estilo  de 
ndo  la  pi  incipal  en  un  poeta  el  talento  de  pintar,  empezaremos  por  dos  des- 
•uyas.  La  primera  es  de  un  mal.cirujano>  sangrador,  barbero  y  sacamuelas, 
1  pieza: 

•  Suele  andar  en  un  machuelo 
que  en  vez  de  caminar  vuela: 
sin  parar  saca  una  muela: 
mas  almas  tiene  en  el  cielo 
que  un  Herodes  ni  un  Nerón: 
conócenle  en  cada  casa: 
por  donde  quiera  que  pasa 
le  llaman  la  Estrema  unción,  t 

(Por  el  sótano  y  el  tomo.J 

ndo  es  de  un  hipocriton  avaro ,  pero  amigo  de  regalarse,  hecho  por  su 

cy  hombre  en  fin  que  nos  mandaba 
á  pan  y  agua  ayunar 
los  Viernes  por  ahorrar 
la  pitanza  que  nos  daba : 
y  él  comiéndose  un  capón , 
alzadas  sus  mangas  anchas 


quedándose  con  los  dos 
alones  cabeceando, 
deciaal  cielo  mirando : 
|ay  ama\  ¡qué  bueno  e$  IHoel 
bejéle  en  fin  por  no  ver 
santo  que  tan  gordo  y  lleno , 
nunca  á  Dios  llamaba  bueno 
hasta  después  de  comer.» 

(D.  Gil  d$  las  calxas  verdai) 

útar  infinitos  pasajes  en  que  abundan  las  espresiones  gráficas.  Al  señor  de 
iicc  un  rival: 

cVos,  caballero  pobre,  cuyo  estado 
cuatro  silvestres  son,  toscos  y  mudos, 
montes  de  hierro  para  el  vil  arado, 
hidalgos  por  Adán,  como  él  desnudos, 
adonde  en  vez  de  Baco  sazonado , 
manzanos  Uenos  de  groseros  nudos 
dan  mosto  insulso,  siendo  silla  rica 
en  vez  de  trono,  el  árbol  de  Gámica, 
¿intentáis  de  la  reina  ser  consorte?» 

{La  prudencia  en  la  mujer,) 

íes  de  la  misma  especie  abundan  los  siguientes  cuartetos: 

iDel  castizo  caballo  descuidado 
el  hambriento  apetito  satisface 
la  verde  yerba  que  en  el  campo  pace , 


[921 

al  freno  tosco  del  arzoo  colgado. 
Mas  luego  que  el  jaez  de  oro  esmaltado 
le  pone  el  dueño,  mil  corbetas  hace, 
argenta  riendas,  céspedes  deshace, 
con  el  pretal  sonoro  alborozado. 

(El  vergonzoio  en  palaeie») 

El  enano  Manzanares^  malicias  viejas^  buscona  geníe^  un  AJan  fiunUettevíor,  W  alma  nM 
j  otras  espresiones  semejantes,  en  que  los  sustantivos  hacen  veces  de  epitetos»  loo  ca- 
munes  en  nuestro  poeta,  y  al  mismo  tiempo  que  caracterizan  su  estilo  y  no  permita 
confundirlo  con  el  de  ningún  otro  poeta  castellano,  le  dan  notable  concisión  y  sana 
gracia  por  la  oportunidad  con  que  los  usa. 

Pondríamos  también  ejemplos  de  sus  diálogos;  pero  son  demasiado  larg«M»  y  por 
otra  parte  basta  remitir  nuestros  lectores  á  los  de  cualquiera  de  sos  comediaa,  seíialt- 
damente  Por  el  sótano  y  el  tomo^  El  vergonzoso  en  palacio  y  Pruebas  de  asnor  y  amitlat» 
£n  algunos  de  los  pasajes  ya  citados  se  podrá  haber  notado  la  misma  facilidad  que  m 
Lope,  pero  mas  corrección  aa  el  lenguaje,  mas  enerjfa  en  el  pensamiento,  y  una  graa 
dosis  de  fuerza  cómica.  Solo  añadiremos  en  prueba  de  esto  lo  que  pone  en  boca  de  h 
mujer  de  un  médico  exortándole  á  su  marido  á  que  no  estudie. 

«Dejad  aquesos  Galenos 
si  os  han  de  hacer  tanto  daño, 
¿qué  importa  al  cabo  del  año 
veinte  muertos  mas  ó  menos?» 

(Don  Gil  de  las  calzas  eerées.) 

Nadie  ignora  que  nuestro  poeta  disfrazó  con  el  nombre  del  maestro  Tirso  de  Ibli- 
na  el  suyo  verdadero.  Llamábase  Gabriel  Tellez,  y  fué  rolijioso  de  la  Merced,  maestra, 
presentado,  y  comendador  en  su  orden.  Parece  que  sos  comedias  fueron  {¡ruto  de  su 
años  juveniles.  Montalban  dice  en  el  Para  lodos  que  estaba  el  padre  Tellez  pronlo  á 
dar  á  la  prensa  un  tomo  de  Novelas  tjemplaresj  que  no  hemos  visto.  Bigo  su  verdades 
ro  nombre  no  conocemos  nada  publicado  sino  ks  dos  composiciones  que  hizo  á  la  ioi* 
ta  poética,  celebrada  con  motivo  de  la  canonización  de  S«  Isidro,  inserta  en  el  to- 
mo Kll  de  las  obras  de  Lope  de  Vega,  edición  de  Sancha;  y  por  cierto  que  para  ser 
el  asunto  sagrado  no  dejó  de  vislumbrarse  en  la  primera  de  ellas  el  genio  satirio» 
del  autor.  El  asunto  que  le  hablan  dado  eran  los  celos  de  S.  Isidro  en  cuatro  octafaii 
y  la  primera  acaba  por  estos  dos  versos: 

« ¡qué  bravos  deben  ser  para  quien  ama 
celos  que  se  apacientan  en  Jarama! » 

Escepto  esta  alusión,  que  por  lo  menos  es  ridicula,  no  hay  nada  digno  de  ñola  ea 
aquellas  dos  poesías,  sino  la  dicción  propia  de  Tirso  y  que  siempre  se  distingue  de  las 
de  los  demás  poetas  de  su  siglo.  El  gusto  estaba  entonces  tan  pervertido^  como  lo  maestn 
el  mismo  título  de  Justa  poética,  que  se  dio  á  la  colección  de  composiciones  hechas 
en  elojio  del  nuevo  santo.  Los  jueces  señalábanlos  asuntos  en  esta  clase  de  certinM- 
-oes,  y  aun  hasta  el  número  y  la  forma  de  las  estanzas.  De  este  modo  no  solo  era  impo- 
sible elevarse  á  la  dignidad  del  objeto;  pero  ni  aun  escribir  nada  que  mereciese  ser 
leido.  Todos  son  conceptillos  y  bagatelas  sonoras.  Nuga  canora. 

artículo  111. 

ijONSlDERADO  Tirso  de  Molina  como  escritor  dramático,  esto  es,  como  aittf ce  de 
fábulas  que  han  de  representarse  en  el  teatro,  debemos  examinar  si  contribuyó  poco 
ó  mucho  á  mejorar  el  estado  en  que  le  dejó  Lope  de  Vega.  Ya  hemos  dicho  que  esteia* 
jenio,  dotado  de  inconcebible  fecundidad,  casi  agotó  las  situaciones  escénicas  que  po- 


193] 

atarse  cq  aquella  época  sobre  el  teatro  español;  pero  rara  vez  obedeció  á  la 
srosimilitud,  y  con  tal  que  produjese  efecto,  poco  le  importaban  los  medios 
ralia. 

de  negarse  que  Tirso  en  la  mayor  parte  de  sus  fábulas  siguió  la  marcha  ir- 
su  maestro,  y  aun  la  exajeró,  como  puede  verse  en  Don  Gil  délas  calzas  ver* 
ndiente  al  revés,  la  República  al  revéSj  Dd  mal  el  menos,  y  otras  muchas;  pero 
ebe  confesarse  que  tiene  algunas,  meditadas  con  cuidado  y  construidas  con 
Estas  son  pocas  á  la  verdad:  mas  bastan  para  hacernos  conocer  que  ya  el 
se  pagaba  de  escenas  sueltas  y  sin  conexión;  y  que  exijia  de  los  autores  no 
)  representasen  cosas  agradables,  sino  que  hubiese  orden  y  verosimilitud  en 
é  incidentes.  Habia  pasado  la  época  de  Juan  de  la  Cueva  y  de  Virues,  y  se 
1  de  Calderón  y  Moreto. 

na  de  Tirso  en  que  mostró  mas  talento  escénieo,  fué  Pruebas  de  amor  y  amis- 
itre  todas  las  suyas  la  que  presenta  mas  ínteres  moral.  D.  Guillen  de  Mon- 
choso  de  su  amante  Estela  y  de  su  amigo  D.  Grao,  era  al  mismo  tiempo  ami- 
lo  de  su  soberano,  y  se  veia  perseguido  de  las  damas  de  la  corte  que  aspira- 
Ano,  y  de  los  cortesanos  que  le  atormentaban  con  muestras  de  amistad.  De- 
»nocer  hasta  qué  punto  podía  fiarse  de  ellas  y  de  ellos,  y  mas  aun  de  desmen- 
mar  las  sospechas  auc  tenía  de  los  objetos  mas  amados  de  su  corazón,  pide  á 
\  que  finja  derribarle  de  su  gracia,  ponerle  preso  y  perseguirle  en  juicio  por 
raicion.  El  príncipe  condesciende  en  ello,  j  de  esta  prueba,  tan  terrible 
ra,  resultaron  ilesos  solamente  Estela,  D.  Grao  y  -Gilote,  un  criado  de  cam- 
juillen.  Las  damas  de  palacio  y  los  cortesanos  le  abandonaron,  y  aun  le  ul- 
penas  le  vieron  en  el  infortunio;  pero  su  verdadero  amigo  incurrió  en  la  in- 
finjida  del  príncipe  por  defender  al  ^rscgnido  con  demasiado  calor,  y  su 
eció  al  erario  sus  estados  en  satisfacción  de  las  cantidades  en  que  se  supo- 
ido  al  privado  caído,  y  desecha  la  mano  de  esposo  que  para  probarla  le  pre- 
MBO  príncipe. 

la  acción  de  esta  pieza,  no  menos  moral  que  interesante.  Los  caracteres 
son  altamente  teatrales  y  modelos  de  nobleza  y  de  sentimientos  generosos; 
mte  el  de  Estela,  prueba  que  Tirso  era  capaz  de  pintar  el  amor  tierno  y  vir- 
ien  como  Lope;  pues  con  dificultad  se  hallará  entre  las  mujeres  que  este  des- 
que pueda  igualarse  en  el  heroísmo  de  la  pasión  ala  marquesa  deMirabal. 
dignidad  satírica  no  le  permitió  hacer  muchos  retratos  semejantes  al  que  tan 
había  salido. 

e  ejemplo  la  comedia  Cdos  cmi  celos  se  curan,  que  es  una  de  las  fábulas  de  Tír- 
inducidas.  César,  duque  de  Milán,  ama  á  Sirena;  pero  esta  mujer  vana  y 
no  pudicndo  sufrir  que  su  amado  tuviese  un  amigo  en  Carlos  su  privado, 
haber  solicitado  inútilmente  su  separación,  finje  estar  inclinada  á  Marco  An- 
ssano  necio,  para  enardecer  con  estos  celos  la  pasión  del  duque  y  obligarle 
ampia  su  voluntad.  César,  en  vez  de  someterse,  la  hiere  por  los  mismos  fi- 
lóse enamorado  de  otra.  Los  lances  á  queda  lugar  esta  combinación  dramá- 
iríados  y  están  muy  bien  descritos  hasta  el  desenlace,  en  que  el  primero,  el 
imor  recobra  sus  derechos. 

actores  de  César  y  de  Cários  sen  nobles  y  teatrales;  pero  el  de  Sirena  es  odié- 
is puede  el  espectador  interesarse  por  una  mujer  que  no  solo  quiere  dirijir 
o  todos  los  sentimientos  de  su  amado,  y  hacerle  que  renuncie  á  un  amigo 
[ue  para  conseguirlo  se  envilece  hasta  el  punto  de  mostrar  inclinación  á  un 
{preciable,  y  después  á  otro  caballero  de  la  corte.  Asi  en  una  escena  de  la 
nada  en  que  Sirena  se  queja  á  César  de  que  hubiese  puesto  los  ojos  en  otra, 
ancha  rozou  en  decirle,  comparando  los  celos  en  el  amor  ú  la  sal  en  la 


<(>)n  la  punta  del  cochillo 
loma  sal  el  cortesano; 
porque  con  toda  la  mano 
no  es  templaHo,  es  desabrillo. » 


[104] 
pero  no  se  me  lograba 
el  salario  que  me  daba, 
porque  con  poea  conciencia 
lo  ganaba  su  mercé. 

Juana,  ¿Mal  lo  ganaba?  ¿por  qué? 

Caramanchel.  Por  mil  causas:  la  primera 

porque  con  cuatro  aforismos, 
dos  testos,  tres  silojismos 
curaba  una  calle  entera. 
No  hay  facultad  que  mas  pida 
estudios,  libros  galenos, 
ni  gente  que  estudie  menos 
con  importarnos  la  vida* 


y  cuando  á  casa  llegaba 
ya  era  de  noche:  acudía 
al  estudio,  deseoso 
(aunque  no  era  escrupulosa) 
de  ocupar  algo  del  dia 
en  ver  los  espositores 
de  sus  Rasis  y  Avioenas 

cuando  Doña  Estefanfia 
gritaba:  ola  /ties,  Leonor, 
id  á  llamar  al  doior^ 
que  la  cazuela  se  enfria, 
kcspondia  él:  en  un  hora 
no  luiy  que  llamarme  d  cenar: 
déjenme  un  rulo  eüudiar. 

Enfadábase  la  dama, 
y  entrando  á  ver  su  doctor 
decia,  acabad^  señor^ 
Cifrado  habéis  hasta  fama,, 
y  demasiado  sabéis 
para  lo  que  aqui  ganáis: 
adtertid^  si  asi  os  cansáis, 
que  presto  os  consumiréis. 
Dad  al  diablo  los  galenos 
ni  os  han  de  hacer  tanto  daño; 
iquéimporta  al  cabo  del  año 
veinte  muertos  mas  ó  meiuw? 


m 

La  pintura  del  clerizonte  es  digna  de  la  brocha  de  Goya. 

« Su  bonetazo  calado, 

lucio,  grave,  carilleno, 

mulco  de  veintidoceno, 

el  cuello  torcido  á  un  lado; 

y  hombre  en  fin  que  nos  mandaba 

á  pan  y  agua  ayunar 

los  viernes  por  ahorrar 

la  pitanza  que  nos  daba: 

y  él  comiéndose  un  capón. 


[105] 
•      'quedándose  con  loi  do0 
dones  cabeceando, 
decía  al  cielo  mirando: 
¡ay  ama!  ¡qué  ¡nutM  es  Diot! 
Déjele  en  no^  por  no  yer 
amo  que  tan  gordo  y  lleno, 
nunca  á  Dios  llamaba  buene 
hasta  despoes  de  comer. » 

El  editor  en  el  examen  de  esta  pieza  hace  guerra  á  los  rígidas  preceptistas  del  siglo 
pasado,  perpetuos  defensores  de  la  senciilex  ea  les  argumentos  dramáticos,  porque  en 
sa  sistema  no  se  puede  esplicar  como  dramas,  semejantes  al  D.  Cnl  en  la  complica- 
eioa  de  la  acción,  agradan  tanto  ó  mas  que  los  sencillos. 

Nosotros  oreemos  en  primer  higar  que  Luzan  y  Moratin  no  merecen  el  nombre  de 
preeepiistasy  tomado  siempre  en  mato  parte  por  los  que  quisieran  que  no  hubiera  reglas, 
y  por  consiguiente,  ni  principios  en  la  práctica  de  la  poesía  dramática. 

En  segundo  lugar  que  la  senciUe»  de  la  fábula,  recomendada  por  los  maestros  del 
arte,  no  es  la  desnudez^  pobreza  y  frialdad:  sino  la  unidad  de  acción  y  de  interés.  Dígalo 
8ÍDO  la  distinción  bien  conocida  de  los  literatos,  entre  las  comedias  de  costumbres  y 
las  de  intriga:  entre  las  fábulas  simples  y  las  implexas.  Es  contra  el  arte  destruir  el  in- 
terés truncándolo  y  complicando  acciones  que  nada  tengan  de  común  entre  si,  aun  en 
las  ttbulas  mas  pobres  de  incidentes;  pero  nadie  ha  prohibido  todavía  aumentar  el 
■iKmmiento  de  la  acción,  siempre  que  se  haga  sin  destruir  la  claridad  y  la  unidad  de 
objeto*  Los  Meneemos  y  el  Persa  de  Planto  están  tan  llenas  de  lances  como  una  comedia 
de  Calderón. 

En  tercer  lugar,  que  no  admiten  comparación  los  dos  géneros,  el  de  costumbres  y 
el  de  intriga.  Su  monto  es  de  diferente  clase.  Acaso  nos  riamos  mas  con  D.  Gil  que 
con  el  Miidniropo;  pero  la  risa  que  este  excita  es  de  mejor  tono,  y  sobre  todo  mas 
«til.  Si  los  franceses  gozan  masen  la  representación  del  Maligno  de  Gresset  que  en  la  del 
Tartufo  de  Moliere,  nos  compadecemos  de  su  gusto  y  de  su  moralidad;  de  su  gusto, 
porque  hay  en  Moliere  mas  fuerza  cómica  y  mas  conocimiento  del  corazón  que  en  Gres- 
aiet:  de  su  moralidad,  porque  aquella  preferencia  mostraría  que  es  mas  común  entre 
ellos  el  vicio  de  la  malignidad  que  el  de  la  hipocresía.  En  efecto  el  primero  supone  una 
sociedad  muy  corrompida  y  sin  principio  alguno  de  vida  moral:  el  segundo  que  aun 
ste  aprecia  la  virtud,  pues  hay  quien  aspire  á  engañar  con  sus  apariencias. 

Él  verdadero  principio  en  las  composiciones  dramáticas  es  que  los  efectos  ó  tráji- 
cos  ó- visibles  queden  justificados  á  los  ojos  del  espectador,  ó  en  otros  términos,  que 
los  medios  sean  proporcionados  á  los  fines.  Tirso  no  se  fatigó  mucho  por  buscar  esta 
jiropordon,  y  en  D,  Gil  menos  aun  que  en  otras  comedias  suyas;  su  excelente  elo- 
cución, su  gracioso  diálogo  arrastran  al  auditorio,  y  le  impiden  ver  este  defecto.  Agra- 
da, no  por  á,  sino  apaar  de  él. 

En  nuestro  enuñider  no  hay  mas  que  ana  fuente  del  placer  en  las  arles,  y  es  la  ¿e- 
iUza  ideal  de  los  cuadros,  sean  de  la  especie  que  fueren.  Nos  reimos  con  las  truhane- 
rías de  Scapin,  como  pudiera  un  níAo  con  una  carátula:  la  risa  que  excitan  las  Manía- 
hidillas  de  Moliere,  ó  el  Lindo  D.  Diego  de  Morete,  es  ya  digna  del  hombre. 


ARTÍCULO  11. 

-La  comedía  intitulada  el  Celoso  prudente  ^  que  es  la  segunda  de  este  tomo,  es,  entre  las 
tres,  la  que  merece  un  examen  mas  atento.  No  se  trata  ya  en  ella  de  los  artificios  de 
*ina  amante  que  procura  recobrar  su  honor»  sino  de  las  agonías  de  un  marido  pundo- 
sioTOso  que  se  cree  ofendido. 

Esta  comedia,  mucho  menos  complicada  que  el  D.  Gil,  peca  sin  embargo  masno- 
^blemente  contra  la  unidad.  Un  principe,  á  quien  su  padre  el  rey  quiere  casar  con  una 
princesa  estranjera,  enamorado  m  Usena,  dama  particular,  consigue  su  amor  con  dos 

li 


[106] 
ficciones:  una ,  haciendo  creer  á  su  padre  y  al  de  su  amada  qua  su  pasión  no  tíene  i 
ella  por  objeto,  sino  á  su  hermana  Diana :  otra,  persuadiendo  á  todos,  que  la prínoeía, 
su  prometida  esposa,  es  un  vivo  retrato  de  Lisena;  y  asi  dá  la  mano  á  esta  con  bene|dá- 
cito  de  su  padre.  Esta  es  la  verdadera  acción  del  drama.  La  que  indica  el  titulo  es  ido 
un  episodio,  y  episodio  de  la  clase  de  aquellos  que  no  deben  permitirse  en  la  dramitici, 
que  siempre  camina  al  desenlace: 

tSemper  ad  evmUtm  festinat.  i 

Esta  se^runda  acción  son  los  celos  de  D.  Sancho  de  Urrea,  maridode  Diana,  cayahonn 
se  baila  comprometida  con  el  amor  finjido  del  principe.  Sufre,  pero  es  prudente:  ima 
la  venganza  en  secreto:  se  prepara  á  ejecutarla ;  pero  antes  de  consumarla  se  hace  pA» 
blico  el  artificio  de  Segismundo  y  su  casamiento  con  Lisena;  y  el  marido,,  feliimeote 
desengaflado  á  tiempo,  se  dá  á  si  mismo  la  enhorabuena  de  haber  sabido  diaimalar  la 
pena  que  lo  devoraba» 

Este  episodio,  por  mas  desaciertos  que  haya  cometido  Tirso  en  la  condaeta  déla  &- 
bula,  es  sin  embargo  para  todo  espectador  que  tenga  sentimientos,  la  parta prindpsl 
de  la  acción;  porque  ¿qué  importan  los  amorfos  y  artificios  de  Segismunda  y  lancaa,  éá 
inlante  Alberto  y  de  la  princesa  Leonora?  ¿Qué  es  la  credulidad  tan  risible  como  iai» 
rosimil  de  los  dos  viejos  y  de  un  joven  conde  de  Overisel,  amante  antígno-da  Umif 
¿Qué  valen  las  truhanerías  y  alcahuetazgos  del  portero  Gascón ,  cuando  se  pieieaU  oa 
la  escena  el  terrible  é  interesante  personaje  de  un  esposo  agraviado  en  sn  bonraT  Aato 
él  desaparece  todo  lo  demás;  y  esto  es  tan  evidente,  que  el  carácter  mas  perfiscto  y  m^' 
jor  delineado  de  esta  comedia  es  el  de  D.  Sancho:  los  versos  mejores  y  mas  aaiilUii 
son  los  suyos.  Señal  cierta  de  que  Tirso  conoció  su  importancia.  ¿Por  qué,,  pues,  ao  i^ 
metió  las  demás  figuras  á  esta?  ¿Por  qué  se  complació  en  amontonar  lances  é  ineidailBi 
en  aquellas  intrigas  insustanciales,  robando  el  interés  al  sentimiento  principalfyPoif , 
como  ya  hemos  dicho  otras  veces,  lo  que  menos  conocia  Tirso  del  arte  dramálieo  ei  h 
disposición  de  la  fábula.  Por  esta  parte  flaquean  casi  todas  sus  comedias. 

El  editor  en  el  examen  de  esta  pieza,  lleno  de  excelentes  observaciones,  sosperlii 
que  está  en  ella  el  germen  del  terrible  carácter  que  dibujó  Rojas  en  Crareia  dd  CmMm. 
Nosotros  no  sospechamos,  sino  decimos  decididamente  que  el  D.  Sancho  de  Urrüde 
Tirso  es  el  orijinal  del  D.  Lope  de  Almeida  de  Calderón  en  su  excelente  comedia  iati- 
fculada,i4  secreto  agravio  secreta  venganza.  Calderón,  pues,  imitó  y  mejoró  á  Tieso,  laqif 
no  es  poca  gloria  para  este  autor. 

La  fábula  de  Calderón  es  sencilla  como  debe  serlo  aquella  en  que  hay  que  des* 
críbir  un  gran  carácter  y  las  luchas  interiores  del  alma  combatida  de  amor,  de  calas,  y 
de  venganza.  £1  autor  mas  fecundo  y  hábil  en  aglomerar  incidentes  y  en  desenredarioi, 
renunció  á  mostrar  su  talento  en  el  asunto  de  esta  comedia,  lo  (|^ne prueba  su  tinodn- 
málico.  Su  celoso  está  realmente  ofendido,  lo  sabe  y  quiere  fulminar  como  D.  Saaoho; 
pero  un  incidente  mal  preparado  en  Tirso  y  perfectamente  traido  en  Calderón,  haosqoe 
ambos  se  decidan  por  la  prudencia  y  la  reserva. 

En  el  Celoso  prudente  un  criado  cuenta  á  I).  Sancho  que  habia  visto  pasar  por  li 
calle  gente  do  justicia,  publicando  la  inocencia  de  un  sastre  á  quien  habian  atetado  ia- 
justamente,  y  el  criado  se  burla  de  esta  satisfacción,  que  hizo  mas  pública  laafirenta,  j 
que  apesar  de  la  honra  que  le  hacían  los  jueces,  los  que  le  conocen  en  adelante 

cno  le  llamarán  d  sastre^ 
sino  solo  el  azotado,  i 

Renuncia,  pues,  D.  Sancho  á  la  venganza  pública  y  resuelve  la  secreta. 

Á  D.  Juan,  amigo  de  D.  Lope  de  Almeida,  le  habian  ofendido  con  nn  mmUkf  7  d  ■* 
vengó  dando  la  muerte  al  ofensor.  Calderón  tuvo  buen  cuidado  en  adelantar  eila  moA^ 
cia  en  el  acto  primero.  Cuando  ya  D.  Lope  estaba  casi  cierto  de  su  agravio  y  grilahs 
venganza,  encuentra  á  su  amigo  que  acuchillaba  á  unos  hombros  y  le  ayuda  á  lasuur- 


[107] 
enUrlos.  Preguntado  de  la  causa  de  la  pendencia,  le  cuenta  D.  Juan  aue  leí 
d  pasar  él,  que  había  tido  el  denneniido^  y  entonces  los  acometió  gritando: 

c  Yo  soy  el  desagraviado, 
que  no  soy  el  desmentido.! 

[ue  no  ignoraba  la  ofensa  de  D*  Lope,  continúa  doliéndose  de  yer  ouán  poco 
provechado  la  venganza  para  salvar  su  buen  nombre,  y  concluye  con  esta 

cy  mil  veces 
por  vengarse  uno  atrevido, 
por  satisfacerse  honrado, 
publicó  su  agravio  mismo; 
porque  dijo  la  venganza 
lo  que  la  ofensa  no  dijo. » 

■e  esta  combinación  es  mas  noble  y  dramática  que  la  del  sastre  azotado.  Don 
Imeida  imitó  á  D*  Sancho  de  Urrea,  y  puso  en  ejecución  lo  aue  el  celoso  de 
finó.  Dio  la  muerte  al  adúltero  en  el  rio,  y  abrasóla  casa  de  campo  en^que 
•oulpable  esposa. 

into  á  la  elocución,  es  mas  noble  y  poética  en  Calderón.  Allí  no  se  encuentra 
fue  latM  la  honra,  ni  el  honor  ofüado  que  necesita  tomar  el  acero* 
que  Tirso  tuvo  en  esta  comedia  la  felicidad  de  sujerir  ideas  á  Calderón.  Li- 
na fueron  imitadas  en  la  comedia  Con  quien  vengoy  vengo»  Lisarda  es  tan  de- 
oomo  Diana,  y  Leonor  que  como  Lisena  tiene  un  amante,  quiere  ocultar  Á 
la  mayor  un  papel  que  de  él  habia  recibido*  Lisarda,  conocida  la  pasión  de 
). resuelve  á  favorecerla.  Las  dos  escenas  primeras  de  ambos  dramas  son  casi 

guíenles  versos  de  Tirso  en  el  Celoso  prudente  merecen,  ser  citados  por  su  cpr#" 
poesía. 

€  Y  no  reinos  ni  riqueza 

creáis  que  son  el  tesoro, 

Diana,  de  mas  grandeza. 

Los  diamantes,  plata  y  oro 

se  crían  ten  la  aspereza 

de  una  infructífera  sierra  : 

las  perlas  que  el  mundo  eslima 

una  concha  las  encierra: 

la  púrpura  que  sublima 

la  vamdad  de  laUerra 

es  sangre  de  un  vil  pescado: 

las  piedras  que  el  sol  coléela, 

un  monte  las  ha  criado: 

ias  sedas  de  tanta  tt^la 

que  dan  soberbia  al  brocado, 

un  gusanillo  pequeño 

hfi  hila  de  sus  entcañas; 

sacad  su  valor  del  dueño.» 

be  omitirse  una  espresion  singular  en  la  escena  IV  del  2.^  acto^  donde  Gascón 

c  Y  si  es  que  habéis  menesterme.  i 

ordamos  de  haber  visto  semejante  enclítica.  Los  acusativos  ó  dativos  m«,  /f , 
lacen  enclíticos  con  los  verbos  principales  ó  auxiliares,  y  tal  vez  con  los  partí* 
ivos,  como  en  este  ejemplo;  habiendo  eaeado  la  daga^  y  heridome:  pero  solo  en  el 
iprimir  por  elipsis  e!  verbo  auxiliar.  En  el  dia  se  dicei  me  habeie  menetter,  y 


[108] 
rara  vez  habeUme  menester.  Es  verdad  que  pudo  haber  puesto  esta  estravagancia  grtma- 
Ucal  en  boca  del  gracioso,  en  la  q«o  no  tiene  el  valof  necesario  para  aenrirdeqeflh 
pío  del  lenguaje.  El  mismo  Gascón  dice  al  principe  Segismundo,  que  de  noche  ei  lu 

linterno. 


ARTICULO  Iir. 

« 

JLa  comedia  Ventura  te  de  Dioi^  hijo  no  tiene  mas  que  dos  caracteres  estimables  é  inte- 
resantes, que  son  el  de  Otón,  obligado  á  seguir  contra  su  inclinación  la  carrera  de  las 
letras  por  un  padre  necio,  y  el  de  su  madre,  que  solo  le  desea  ventura.  Túvola  tan 
(avorable  apenas  se  vio  en  el  element»  donde  ella  domuia,.  esto  es,  en  la  guerra  y  enh 
corte,  c|ue  prendiendo  al  enemigo  del  duque  de  Mantua  su  señor,  llegó  á  casar  con  m 
hija  única,  apesar  de  sus  enemigos,  contra  la  voluntad  de  su  soberano,  y  aun  contra  h 
de  la  misma  princesa.  La  mejor  combinación  que  hay  en  este  drama,  observada  por  d 
hábil  editor  en  el  Examen  de  esta  pieza,  es  que  los  mismos  pasos  que  dieron  aus  eavi- 
diosos  para  arruinarle,  le  sirvieron  de  escalones  para  engrandecerse. 

Por  lo  demás,  se  nota  en  esta  comedia  lo  mismo  que  en  las  denuis  de  Tino:  Clbiih 
interesante,  pero  mal  fraguada  y  llena  de  incidentes  no  justificados;  mujeres  iacoat- 
tantas  y  veleidosas,  y  hombres  de  carácter  débil:  aun  el  mismo  Otón  lo  es,  y  ido  me- 
reció su  fortuna  por  su  escalente  corazón.  El  diálogo,  la  versificación  y  el  lengo^^  soa 
de  Tirso,  esto  es,  dignos  de  estudio- y  de  imitación.  Quien  desee  ver  una  aodiiisinai 
circunstanciada  de  esta  pieza  debe  leer  el  Examen  ya  citado,  donde  las  obaenraeioBV 
dramáticas  son  muchas  y  muy  atinadas.  Nosotros  nos  contentaremos  con  copiar  algoDQi 
de  los  mejores  trozos  de  versificación. 

Véase  cómo  describe  con  sus  mismas  palabras  el  carácter  de  una  mujer  da  laci- 
miento  humilde,  pero  vana,  y  que  espera  lograr  un  casamiento  ventajoso  por  el' mérito 
de  su  hermano: 

c  ¡Qué  donoso  impertinente! 

Otón,  pobreza  y  valor 

no  son  dote  competente, 

ni  anda  ya  desnudo  amor 

en  la  opinión  de  la  gente. 

Si  ya  que  eres  ignorante 

tuvieras  hacienda,  Otón, 

estimárate  constante; 

que  el  tener  es  discreción 

y  el  oro  se  ha  vuelto  amante,  (i) 

El  Gelo  á  mi  hermano  ha  dado 

tantas  letras,  que  le  ven 

por  ellas  entronizado, 

y  siendo  sabio,  no  eabien 

darle  á  un  necio  por  cufiado.» 

Esta  misma  Rósela  que  tan  indignamente  desprecia  á  Otón,  su  antiguo  amaiUia,  co^ 
mete  todo  género  de  bajezas  para  recobrar  su  afecto  cuando  le  vé  en  alto  paeslD. 

Los  versos  siguientes,  en  que  se  prefiere  la  dicha  al  saber,  tienen  la  mahgmdad 
característica  de  Tirso. 

«No  en  las  letras  solamente 
consiste,  Otón,  ni  se  alcanza 


(i)    Estos  dos  últimos  yenos  son  hermosos  porla  finmv  de  la  sidra. 


[109] 

Boettra  bieiuiTeiiUiraDia: 
ser  dichoso  el  hombre  intente: 
poco  le  importa  ser  sabio 
si  DO  faere  yenturoso: 
rinde  el  necio  al  injenioao, 
y  aunque  conoce  su  agravio, 
el  cobarde  se  asegura 
con  didia  y  yenoe  al  valiente: 
'    no  hay  desdichado  prudente: 
nunca  es  necia  la  ventura» 
Ya  el  saber  macho  es  odioso: 
la  ignorancia  subió  el  precio,, 
tanto  que  importa  ser  necia 
para  ser  uno  dichoso.» 

Ek  romance  en  que  finje  Clemencia  que  Enrique  ouiso  deshonrarla  y  que  la  de- 
idió  Otour  está  superiormente  versificado  apesar  del  asonante  dificil.  véase  una 
iiestra: 

ilH  voces  pidiendo  al  cielo 

rayoe,  que siendoverdogoa- 

contra  tiranas  ofensa», 

mi  honor  dejasen  seguro. 

Oyólas  un  labrador 

en  cuerpo  y  traje  robusto,  (i) 

puesto  que  noble  en  loa  hechos, 

á  quien  mi  vida  atribuyo:- 

3,ue  con  un  tosco  bastón^ 
espejos  de  un  roble  duro, 
contra  ci  bárbaro  atrevido 
sirvió  á  mia- quejas. de  escudov 
y  sin  temer  lostraidiürea 
cobardes,  puesto  que  muchosy 
testigos  de  sus  haaañas 
hizo  los  montes  incultos» 


I  •-•  «^  •••     ••••^«•»  •■••••  trm  ««•«••••< 


desde  hoy  mas, 
y  de  enemigos  peijuros 
no  te  fies  otra  vez 
cuando  aborrecen  por  uso: 
que  ni  al  rio  has  de  pedir 

re  retroceda  su  curso, 
sol  que  enjendre  tinieblas, 
ni  que  discursan  loa  bratos.i 


poético 


c  Al  que  sin  didia  se  em^ea, 
ni  el  Coselete  gravado, 
ni  el  puesto  mas  retirado, 
ni  la  militar  trinchera 
darán  defensa  segura, 
si  una  bala  se  abalanza, 
qfie  á  todas  partes  alcanza,* 
smo  es  solo  á  la  veoatura.f 


1)     Aquí  robusto esU  por  la#co,  gritMir»;cQi|ialipipfaelwb  ildfersatÍTa  qoé  s^ 


[98] 

envidia  á  su  amor  (i)  tuviera. 
¡Hay  tal  instancia  de  amantes!  t 
y  poco  después  i 

«No  se  aCrme  que  tengo 
envidia....» 

El  conde  Carlos,  lino  délos  amantes  de  Vitoria,  le  envía  un  billete,  cuyo  estilo  por 
ser  sencillo,  desagrada  á  la  duquesa,  lo  que  proporciona  á  Tirso  una  sátira  contra  A 
culteranismo  que  pone  en  boca  de  Vitoria. 

c  ¿Quisieras  tu  que  empezara 
como  otro  que  me  escribió: 
el  cielo  hiperbolizó 
amagos  de  m  luz  dará 
en  vuestros  de  mi  amor  ojos, 
animado  wl  el  tmo, 
norte  el  oíroj  d  quien  Neptuno 
zafireos  rindió  despojos? 
Rasgúelo  en  llegando  aqui , 
viendo  tan  desatinados 
atributos  estudiados, 
7  airada  le  respondí ; 
la  metáfora  que  arroja 
causa  d  mis  ojos  querella; 
pues  si  uno  es  sol,  otro  estrella; 
yOj  señor j  seré  bisoja. » 

Pero  cuando  sabe  la  duquesa  que  aquel  papel  fué  enviado  por.  un  neda,  le  parsee 
demasiado  bueno  comparado  con  su  autor:  duda  que  sea  de  Carlos,  y.  averigua  qneii 
sospecha  es  verdadera  por  Romero,  criado  de  D.  Pedro  de  Castilla,  que  fiíjitivo  de  Eh 
paña,  servia  de  secretario  al  potentado  estúpido. 

£1  español  se  presenta  á  la  duquesa.  Es  admirable  la  discreta  malignidad  de  esta 
para  arrancarle  el  secreto  de  ser  autor  de  los  papeles  que  el  necio  escnbia  á  Vitoria. 
Mas  ella  misma  se  prende  en  sus  mismos  lazos :  ignorante,  como  la  Diana  de  liorelai 
del  peligro  que  corre  el  corazón  mujeril,  tratando  con  un  joven  discreto  y  falan  mate- 
rias de  amoríos,  oye  á  D.  Pedro  hablar  de  su  infiel  Leonor,  una  dama  que  idolatré  aa 
Castilla,  ya  le  contesta,  ya  le  interrumpe,  ya  se  burla  de  él  en  una  escena  que  m  de 
las  mejores  que  Tirso  ha  hecho  (la  9.%)  primer  acto,  y  ya  al  principio  delaeguiiD  ear 
cuentra  amenazada  la  libertad  de  su  alma. 

Desde  aqui  hasta  el  fin  de  la  pieza  se  sostiene  muy  bien  este  carácter.  La  iBlenep* 
tacion  de  la  carta  y  retrato  de  Leonor  para  que  no  lleguen  á  manos  de  D.  Pedro;  el  al- 
borno del  criado;  el  consejo  que  le  dá  de  que  aspire  á  el  amor  de  su  hermana;  sv  lalia 
al  ver  que  la  obedece;  su  finjida inclinación  á  Carlos,  á  ouien  los  celoa  han  hecba  dis- 
creto con  harta  prontitud,  y  solo  por  la  gracia  del  poeta;  el  melindre  con  que  ae  di|j|i  ta- 
sar la  mano  en  nombre  del  que  afecta  amar;  el  papel  con  doble  sentido  que  dio  á  Don 
Pedro  para  que  le  entregase  al  discreto  de  novísima  creación ;  todas  sus  astaciaa  en  fa, 
todas  sus  aparentes  contradicciones  no  son  mas  que  las  formas  difinrentea  quetOBaa  aa 
pasión,  hasta  que  al  fin  vencida  la  declara,  y  la  declara  con  buen  éxito;  pero  ao'cae 
la  indecencia  que  en  el  Vergonzoso  en  palacio  y  en  otras  comedias  del  mianio  anlor* 

El  carácter  de  Margarita  es ,  en  nuestro  entender,  una  de  las  mejores  rreaicioaaa  éa 
Tirso.  En  él  se  pinta  la  miyer  como  es,  impelida  al  amor  por  la  rivadidad,  él  oigaffley 
la  inesperíencia;  pero  ya  amante,  recatada,  ardiendo  por  ser  solicitada,  ponjendo  t|4ii 


(i)    A  8u  amor;  esto  es,  a!  amor  que  ella  inspira,  ó  que  le  consagran  á  eHa. 


[«9] 
los  medios  para  serlo;  mas  escondieodo  la  maoo  de  que  se  vale  para  tirar  la  piedra.  El 
editor  no  habla  del  desenlace,  y  ha  tenido  razón.  Un  soneto  en  octosílabos,  embutido 
en  otro  de  endecasílabos,  y  entrambos  á  cual  peor,  como  debían  serlo,  es  el  medio  mas 
ridículo  que  puede  inventarse  para  desenlazar  una  intriga  dramática. 
El  carácter  del  castellano  es  pobre: 

c  Ya  quiero  Inés,  ya  Jamón, 
ya  berenjenas  con  queso,  > 

como  decia  nuestro  Alcázar.  Pasa  rápidamente  desde  el  amor  de  su  castellana  ausente 
al  de  la  dama  del  señor  á  quien  sirve,  no  sin  veleidades  tributadas  á  la  duquesa,  en  la 
cual  se  fija  últimamente.  Este  papel  és  el  tipo  de  todos  los  galanes  de  Tirso,  sacrificados 
constantemente  y  sin  piedad  á  los  caracteres  mujeriles. 

Pero  ¿por  qué  hace  tan  despreciable  á  Vitoria?  ¿Por  qué  cede  á  la  primera  insinuación 
del  traidor  secretario,  que  vende  á  su  sefior?  Es  verdad  que  disculpa  su  ruindad  diciendo: 

c Admití  á  Carlos  por  él: 
que  puesto  que  sangre  real 
le  hizo  gran  mariscal 
de  Ñápeles,  H  le  quiero^ 
mas  es  por  él  mensajero 
que  no  por  el  principal.» 

Este  carácter  vil  ni  aun  tiene  la  ventaja  de  escitar  la  risa.  Solo  inspira  indignación 
y  desprecio. 

La  acción  marcha  con  bastante  regularidad.  Su  principal  mérito  consiste  en  los  in- 
cidentes que  desenvuelven  el  carácter  y  la  pasión  de  Margarita.  Este  carácter,  dos  ó  tres 
escenas  perfectamente  escritas,  y  la  sal  urbana  derramada  con  profusión  en  casi  toda  la 
pieza  le  aseguran  un  lugar  distinguido  en  nuestra  galeria  dramática. 


TOMO  II. 


ARTÍCULO  I. 

£áSTE  segundo  tomo,  que  ha  sucedido  al  primero  con  una  prontitud  que  debe  ser  de 
buen  agüero  para  los  suscrítores  y  para  el  publico,  contiene  tres  comedias  de  Tirso. 
i  •*  Paübrai  y  pluñuu.  2.*  La  celaa  de  ti  misma,  3.*  Privar  contra  su  gusto. 

La  primera,  conocida  con  el  título  del  Pretendiente  con  palabras  y  plumas^  que  los  ig- 
norantes editores  del  siglo  pasado  cambiaron  en  d  Petimetre  con  palabras  ect. ,  como 
si  la  voz  petimetre,  enteramente  francesa,  fuera  ni  pudiera  ser  conocida  en  los  tiempos 
de  Tirso,  es  imitación  de  un  cuento  de  Bocacio,  de  donde  tomó  también  Lope  de  Ve- 
ga su  comedia  El  halcón  de  Fedfneo.  La  acción  se  reduce  á  una  dama,  rebelde  á  todos 
los  servicios  y  sacrificios  de  su  amante,  hasta  que  él  reducido  á  la  miseria,  le  sacrifica 
también  el  último  bien  oue  le  quedaba  y  que  aseguraba  su  subsistencia,  un  halcón 
amaestrado  á  cazar.  Este  oesenlace,  bueno  para  un  cuento  que  divertía  á  los  niños,  no 
lo  perdonó  Lope.  Tirso,  felizmente,  fué  mas  infiel,  y  no  menos  generoso  su  amante; 
pues  en  albricias  de  haberse  reconocido  la  inocencia  de  su  princesa  falsamente  acusada, 
reg^ó  su  escopeta,  que  para  él  valia  tanto  como  el  halcón  para  Federico. 

Es  verdad  que  el  plan  de  estos  dos  insignes  poetas  dramáticos  era  diferente.  Lope 
se  contentó  con  esponer  el  triunfo  delamor  y  déla  constancia  contraía  rebeldía  de  laes- 
quivei.  El  plan  de  Tirso  era  mas  vasto  y  filosófico.  Se  propuso  esponer  la  diferencia, 
entre  el  amor  desinteresado  de  D.  Ifiiga,  y  el  egoísmo  ruin  de  Próspero  su  competi- 
dor, que  solo  ama  á  Matilde  cuando  la  vé  feliz,  y  la  desprecia  cuando  fué  calumniada 


[100] 

y  perseguida.  En  el  carácter  de  esta  dama,  infatuada  á  favor  del  indigno  pretendiente,  j 
que,  aun  conociendo  la  superioridad  del  méritode  D.  Iñigo,  le  desprecia  y  trata  mal 
por  complacer  á  un  rival  preferido,  hay  un  rasgo  satírico  contra  el  bello  sexo,  el  cud 
supone  Tirso  mas  dispuesto  á  pagarte  de  las  esteríoridades  que  de  las  prendas  y  cuali- 
dades generosas.  Él  sabrá  mejor  que  nosotros  si  tuvo  ó  no  razón.  Lo  que  sabemos  es 
que  en  el  desenlace  de  la  pieza  retractó  su  sátira.  Matilde,  instruida  en  la  escuela  de 
la  adversidad,  la  mas  dura,  pero  la  mejor  de  todas,  restituyó  á  Próspero  una  pluma, 
que  era  el  único  sacrificio  que  le  babia  merecido,  y  coronó  con  su  mano  la  constancia 
(leí  verdadero  amante. 

Los  caracteres  están  bien  descritos,  y  la  fábula  mal  tramada,  como  sucede  en  casi 
todas  las  comedias  de  Tirso,  mas  profundo  conocedor  del  corazón  humano,  que  hábilcn 
el  arte  dramático.  Pero  de  esto  nos  abstenemos  de  hablar  mas,  porque  nada  pudiárt- 
mos  añadir  al  excelente  examen  de  esta  pieza,  hecho  por  el  editor,  y  que  recomendamos 
á  nuestros  lectores.  Mas  no  podemos  resistir  al  placer  de  citar  algunos  versos  de  este 
poeta  tan  maligno  como  gracioso.  Diciendo  D.  Iñigo  que  se  alimenta  de  su  amor,  le  re- 
plica su  criado  Gallardo: 

«Que  ya  eres  dichoso  digo: 
pues  cuando  á  mi  parecer 
no  esperábamos  comer 
traes  la  despensa  contigo. 
¡Pobre  de  aquel  <|ue  sin  llamas 
no  gasta  esa  provisión! 
Trocara  yo  á  un  bodegón 
toda  una  flota  de  damas.  > 

■ 

IHciéndole  su  amo  que  venderá  la  caza  que  el  mate,  para  comer,  dice 

€¡Ay  Dios!  ¿quién  hubiera  sido 
mes  y  medio  en  MoUorido  (1 ) 
pupilo  de  su  ventero! 
Mas  no  comerán  sin  pebre 
lo  que  cazare  tu  mano: 
Cázame  tú  un  escribano, 
venderé  el  gato  por  liebre.» 

Yendo  á  buscar  arbitrios  para  que  cenen  su  amo  y  Matilde,  enfadado  D.  Iñigo  con 
una  espresion  malsonante,  le  amenaza  diciendo: 

c  ¡Vive  el  cielo,  descortes, 

que  estoy 

GaUardo.  Ea,  ¿ya  empezamos? 

dame  la  muerte  y  veamos  . 
cómo  cenareis  después.» 


En  otra  parte  dice: 


c  Ya  se  me  olvida  el  mentir: 
no  soy  yo  quien  ser  solia.» 


Iñigo  creyendo  no  tener  que  dar  de  cenar  á  Matilde,  dice  á  Gallardo: 


<Si  quieres  que  me  dé  muerte, 
di  mas  disparates. 


(i)    Despoblado  á  7  leguas  de  Salamanca,  en  cuya  venta  se  acostumbraba  probablemenle 
los  estudiantes  que  iban  á  la  universidad. 


[101] 

Gallardo.  Mata 

el  hambre,  y  harás  mejor.» 

Cuando  vao  á  cenar,  dice: 

D.  Iñigo.  €  Cierra  esas  puertas. 

Gallardo.  Bien  dices: 

cenar  á  puerta  cerrada 

es  cordura.» 

En  un  soliloquio  se  queja  así: 

c  Estrellas,  planetas,  signos, 
¿qué  diablos  os  hemos  hecho 
para  influir  en  nosotros 
amores  y  no  dineros?» 

Privar  contra  su  gusto  es  de  un  género  diferente  de  cuantas  escribió  Tirso.  El  amor 
tiene  en  ella  poca  parte.  D.  Juan  de  Cardona  es  idólatra  del  honor  y  de  la  lealtad,  y 
aunque  desempeña  perfectamente  el  cargo  de  ministro,  desengañado  por  una  parte 
con  el  ejemplo  de  su  padre  de  lo  poco  que  hay  que  fiar  del  cariño  de  los  reyes,  y* con- 
movido por  otra  del  peligro  que  corre  el  honor  de  su  hermana,  á  quien  ama  el  monar- 
ca, se  vale  de  medios  es^uisitos  para  conseguir  que  el  rey  le  liberte  del  peso  de  la  pri- 
vanza. Es,  pues,  comedia  de  costumbres  y  del  género  moral,  y  délas  pocas  de  Tirso  en 
que  la  fábula  está  dispuesta  con  regularidad  y  corrección.  El  desenlace  de  la  escena  úl- 
tima en  que  todos  se  quejan  del  privado  á  él  mismo,  creyendo  que  es  un  santo  ó  un 
ánjel,  está  bien  preparado,  y  es  sumamente  injenioso,  admitida  la  convención  teatral 
de  que  pueda  hablar  de  noche  sin  ser  conocido. 

Estas  dos  comedias ,  Palabras  y  plumas^  y  Privar  contra  su  gusto^  no  son  raras:  mas 
lo  es  la  Celosa  de  si  misma,  de  la  cual  solo  hemos  visto  un  ejemplar  del  siglo  XVII. 

ARTÍCULO  II. 

l^A  Celosa  de  si  misma,  es  una  de  las  mejores  comedias  de  intriga  de  este  autor.  Ella 
basta  para  probar  que  los  defectos,  tan  comunes  en  las  fábulas  dramáticas  de  Tirso, 
procedian  mas  bien  de  inatención  que  de  falta  de  habilidad;  pues  esta  pieza,  cuyo  mé- 
rito consiste  esclusivamente  en  la  conducta  de  la  acción,  no  presenta  objecciones  con- 
siderables á  la  crítica  mas  severa. 

Un  caballero  leonés  viene  á  Madrid  á  efectuar  -un  casamiento  de  conveniencia,  que 
le  ha  tratado  su  familia,  con  una  dama  parienta  suya  y  rica,  pero  á  la  cual  no  conoce. 
Antes  de  llegar  á  su  casa,  se  enamora  de  una  tapada  desconocida,  de  la  cual  solo  ha 
visto  una  mano  y  gozado  la  buena  conversación;  pero  esta  tapada  es  su  misma  prome- 
tida esposa.  Cuando  la  vé  en  su  propia  casa  la  tiene  en  menos  y  la  aborrece  como  un 
estorbo  para  el  amor  de  su  incógnita:  cuando  la  vé  encubierta,  la  rinde  el  corazón.  Así 
Doña  Magdalena,  que  este  es  el  nombre  de  la  dama,  está  cdosa  de  si  misma.  La  vanidad 
de  su  hermosura  sufre  al  considerar  el  triunfo  de  su  discreción  y  buen  talle;  no  se  fia 
de  un  esposo  tan  fácil  de  enamorar,  y  continuando  con  él  encubierta  la  corresponden- 
cia que  comenzó  al  principio  de  la  comedia,  le  vuelve  loco,  le  espone  al  ludibno  de  su 
familia  y  de  sus  amigos,  le  torna  á  dar  esperanzas,  le  reprende  su  volubilidad,  y  al  fin 
se  la  perdona. 

Esta  fábula,  bien  seguida  en  fodo  el  drama,  adolece  sin  embargo  dé  un  defecto  con- 
tra la  verosimilitud  moral,  mil  veces  mas  importante  en  la  poesía  dramática,  que  en  la 
material.  No  está  en  la  naturaleza  del  hombre  ni  en  la  del  amor  que  una  hermosura 
Ao  vista,  aunque  sospechada,  enamore  hasta  tal  punto,  que  se  abandone  por  ella  un 
caaamiento  ventajoso  y  una  esposa  dotada  de  belleza,  honestidad  y  discreción;  produzca 
tanta  ceguera  en  el  amante»  que  desprecie  en  una  dama  descubierta  la  misma  manp,  el 


[102] 

mismo  talle,  la  misma  discredon  y  los  mismos  ojos  qae  le  traen  perdido  bijo  dhechiio 
del  manto.  A  la  verdad  esta  ceguera,  que  describe  muy  bien  nuestro  autor,  es  piopii 
de  la  pasión  amorosa.  Las  mismas  prendas,  ó  acaso  mas  realza'das,  que  tanto  nos  «(pi- 
dan en  el  objeto  amado,  suelen  disgustar  y  aun  ser  aborrecidas  en  el  que  nos  es  indi- 
ferente. V  en  esta  parte  no  podemos  monos  de  elojiar  la  profunda  filosofía  de  Tirso. 
D.  Melchor,  entrando  á  ver  á  su  futura  esposa,  dice  á  su  lacayo  Ventura: 


Ventura, 


Melchor» 
Ventura. 
Melchor. 


VefUura. 


Melchor. 


Ventura. 
Melchor, 
Ventura, 


c  Fea  mujer. 

; ¿Qué  hermosura 

se  igualará  á  la  presente? 
Pero  dejando  la  cara, 
en  la  candidez  repara 
de  aquella  mano  esplendente, 
que  es  la  misma,  vive  Dios 
que  melindrizó  el  bolsillo. 
Anda,  borracho:  aun  decillo 
es  blasfemia. 

No  eslais  yos« 
señor,  con  juicio  cabal. 
Esta  es  asco,  es  un  carbón, 
es  en  su  comparación 
el  yeso  junto  al  cristal. 
A  sus  divinos  despojos 
no  hay  igualdad. 

Yo  la  vi, 
cuando  me  llevó  tras  sí 
con  el  bolsillo  los  ojos, 
y  juro  á  Dios  que  es  la  propia. 
Enviaréte  noramala 
si  no  callas,  necio:  iguala 
la  Scitia  con  la  Etiopia. 
La  mano  que  á  mi  me  ha  muerto 
de  una  vuelta  se  adornaba 
de  red. 

Bolsillos  pescaba. 
Y  esta  trae  el  puño  abierto. 
No  estaba  el  otro  cerrado 
para  agarrar  los  doscientos.» 


Esta  y  otras  extravagancias,  ya  ridiculas,  ya  funestas,  son  propias  del  amor.  Pero 
es  menester  para  justificarlas  en  el  teatro,  que  la  pasión  se  haya  posesionado  del  ánioio, 
y  los  fundamentos  que  Tirso  dá  á  la  de  1).  Melchor  no  nos  parecen  suficientes. 

Después  de  esta  comedia  sigue  un  examen  de  ella  escrito  por  él  editor  y  Beño  de 
escelentes  observaciones.  En  él  dice  que  c(a  celoéa  de  ti  miima  compite  con  las  nnjoras 
comedias  de  Calderón,  decapa  y  espada.»  No  tanto,  según  nuestra  opinión,  AlooiéDM 
en  cuanto  á  la  disposición  de  la  fábula.  Calderón,  si  hubiera  tenido  á  su  cargo  el  argn- 
mentó  de  Tirso,  se  hubiera  desembarazado  cuando  menos  de  dos  de  los  tres  persona- 
jes parásitos,  D.  Gerónimo,  D.  Sebastian  y  D.  Luis.  Uno  de  ellos  le  hubiera  bastado 
para  la  acción.  También  hubiera  seguido  mejor  el  carácter  de  Doña  Ángela,  tan  justa- 
mente censurado  por  nuestro  editor,  ó  le  hubiera  dado  mas  nobleza.  En  fin,  no  hubie- 
ra necesitado  de  la  traición,  mas  odiosa  que  ridicula,  de  la  dueña  Quiñones,  para  las 
escenas  en  que  se  presentan  á  D.  Melchor  dos  damas  encubiertas  en  lugar  de  una.  En- 
tre todos  los  poetas  dramáticos  del  siglo  XYII  ninguno  puede  competir  con  CalderoB 
en  el  arte  de  conducir  la  fiibula. 

El  editor  ha  censurado  algunas  faltas  estilo  y  de  lenguaje  en  esta  pieza,  y  oonmndM 
razón.  Ap^r  de  ellas  siempre  Tirso  es  el  mismo:  siempre  abunda  en  espresiones  gn- 
ciosas,  malignas  y  urbanas,  tanto  como  propias  y  castizas.  Puede  servir  de  cgemplo  d 


[163] 

diálogo  que  hemos  coj^adp  entre  D*  Melchor  y  én  lacayo.  Citaremos  algunas  otras 
firases: 

c  Picar»  enüra  aqpaf  ma9  rolo 

que  tostador  do  castaías. » 

c  ¡Brava  callel 

Es  la  majFor, 

donde  se  vende  el  ai&or» 

á  varaa^  medid»  y  peso.  # 

Notaremos  de  paso  que  espolín  en  on  género  de  tela  de  seda,  y  gcrgoran  otro.  £<- 
poim  era  lo  que  después  se  llamó  tká^  aunqne  ei  primer  nombre  es  todavía  conocido 
en  Sevilla.  Con  esta  observación  se  entieadeD  híen  ealoa  versos  de  Ventura: 

cTodos  son  galanes^ 
espolines,  gorforanes,» 

en  los  cuales  los  denota  con  las  telas  de  quvflMra  véatidoa. 


c  ¡M  primer  tapón  arorrafast 
¡Perdido  á  la  ^mer  treta! 
¡En  tierra  ai  prioiero  gotee, 
y  al  priflMf  lance  babmn 

¡ay!  ¡québolstIlo|»f«^o^, 
si  el  SeAor  no  lo  remedial 


TOMO  ni. 


ARTÍCULO  1. 


c 


ONTIENE  tres  comedias:  Don  Güdelas  edsm  fmndaí,  El  eeloio  prudente,  Ventura  te  de 
Diosj  hijo.  Estas  dos  últimas  son  mas  rara»  y  menos  conocidas  que  la  primera,  repre- 
sentada y  aplaudida  muchas  veces  en  nuestros  teatros  desde  1814. 

Nada  diremos  de  ella;  porque  iqiúén  no  la  ha  visto?  iquién  no  ha  reido  de  buena 

Boa  con  los  artificios  del  nnjido  D.  Gil,  con  loa  remormmientos  cómicos  de  su  per- 
o  amante,  con  las  locuras  de  dos  mujeres,  enamoradas  de  otra  disfrazada  de  hom- 
bre? Solo  recordaremos  algunos  pasijea  de  la  rdadoii  de  Caramanchel,  criado  de  mu- 
dios  amoa,  que  se  omite  en  las  repreaentndones  por  ser  inoportuna  para  la  acdon  co- 
mo se  observa  muy  bien  en  el  examen  de  esta  pieza : 

tUtt  iHes  serví  no  cumplido 
á  un  médico  muy  barbado , . 
belfo  sin  ser  aleanm , 
guantes  de  áadiar,  gorgoran, 
muía  de  felpsy  engomado ; 
muehoa  libros,  poea  ciencia:  (i) 


i<i*.M»a^<éli    Klill        IllUimill     fMX 


(1)     Rasffo  saUríco  de  mucho  mérito:  la  dipoi  le  di  nv  figof^  y  recnerda  el  mega  &iM(m,  mega 
taeom  (un  libfo  grande,  grande  mal)  de  los  griegos,  que  acaso  toro  presente  Tirso. 


[104] 

pero  no  se  me  lograba 
el  salario  que  me  daba, 
porque  con  poca  conciencia 
lo  ganaba  su  mercé. 

Juana,  ¿Mal  lo  ganaba?  ¿por  qué? 

Caramanchel .  Por  mil  causas:  la  primera 

porque  con  cuatro  aforismos» 
dos  testos,  tres  silojismos 
curaba  una  calle  entera. 
No  hay  facultad  que  mas  pida 
estudios,  libros  galenos, 
ni  gente  que  estudie  menos 
con  importamos  la  vida* 


y  cuando  á  casa  llegaba 
ya  era  de  noche:  acudia 
al  estudio,  deseoso 
(aunque  no  era  escrupulosa) 
de  ocupar  algo  del  dia 
en  ver  los  espositores 
de  sus  Rasis  y  Avicenas 

cuando  Doña  Estefanía 
gritaba:  ola  Ines^  Leotior, 
id  á  llamar  al  dolor ^ 
que  la  cazuda  se  enfria. 
Respondía  él:  en  vn  hora 
no  fiay  que  llamarme  d  cenar: 
déjenme  un  rato  estudiar» 

Enfadábase  la  dama, 
y  entrando  á  ver  su  doctor 
decia,  acabad^  señor ^ 
cobrado  habéis  hasta  fama^ 
y  demasiado  sabéis 
para  lo  que  aqfui  ganáis: 
advertid^  si  asi  os  cansáis, 
que  presto  os  consumiréis. 
Dad  al  diablo  los  galenos 
si  os  lian  de  hacer  tanto  daño: 
¿qué  importa  al  cabo  del  año 
veinte  muertos  mas  ó  ménost 


1^1  pintura  del  clerizonte  es  digna  de  la  brocha  de  Goya. 

■ 

cSu  bonetazo  calado, 

lucio,  grave,  carilleno, 

mulco  de  veintidoceno, 

el  cuello  torcido  á  un  lado; 

y  hombre  en  fin  que  nos  mandaba 

á  pan  y  agua  ayunar 

los  viernes  por  ahorrar 

la  pitanza  que  nos  daba: 

y  él  comiéndose  un  capón, 


[105] 

•      'qoedándoee  cod  los  dos 
alones  cabeceando, 
decía  al  cielo  mirando: 
¡ay  ama!  ¡qué  Imeno  es  Diot! 
Déjele  en  fin,  por  no  ver 
amo  que  tan  gordo  y  lleno*, 
nunca  á  Dios  llamaba  bueno 
hasta  después  de  comer. » 

r  en  el  examen  de  esta  pieza  hace  guerra  á  los  rígidos  preceptistas  del  siglo 
pétttos  defensores  de  la  smciUez  en  los  argumentos  dramáticos,  porque  en 
lo  se  puede  esplicar  como  dramas,  aemcjiantes  al  D.  Gil  en  la  complica- 
ccion,  agradan  tanto  ó  mas  que  los  sencillos. 

B  oreemos  en  primer  kigar  que  Luzan  y  Moratin  no  merecen  el  nombre  de 
tomado  siempre  en  mala  parte  por  los  que  quisieran  que  no  hubiera  regku, 
^uiente,  ni  principios  en  la  práctica  de  la  poesía  dramática, 
ndo  lugar  que  la  seneiUex  de  la  &bula,  recomendada  por  los  maestros  del 
[a  desnudez^  pobreza  y  frialdad:  sino  la  unidad  de  acción  y  de  interés.  Digalo 
incion  bien  conocida  de  los  literatos,  entre  las  comedías  de  costumbres  y 
ga:  entre  las  fábulas  simjdes  y  las  implexas.  Es  contra  el  arte  destruir  el  in- 
indolo  y  complicando  acciones  que  nada  tengan  de  común  entre  si,  aun  en 
mas  pobres  de  incidentes;  pero  nadie  ha  prohibido  todavía  aumentar  el 
» de  la  acción,  siempre  que  se  haga  sin  destruir  la  claridad  y  la  unidad  de 
Meneemos  y  el  Persa  de  Planto  están  tan  llenas  de  lances  como  una  comedia 
1. 

sr  lugar,  ({ue  no  admiten  comparación  los  dos  géneros,  el  de  costumbres  y 
a.  Su  ménto  es  de  diferente  clase.  Acaso  nos  riamos  mas  con  D.  Gil  que 
\níropo\  pero  la  risa  que  este  excita  es  de  mejor  tono,  y  sobre  todo  mas 
francese.s  gozan  mas  en  Ja  representación  del  JRfa%no  de  Gresset  que  en  la  del 
Moliere,  nos  compadecemos  de  su  gusto  y  de  su  moralidad;  de  su  gusto, 
en  Moliere  mas  fuerza  cómica  y  mas  conocimiento  del  corazón  que  en  Gres- 
moralidad,  porque  aquella  preferencia  mostraría  que  es  mas  común  entre 
o  de  la  malignidad  que  el  de  la  hipocresía.  En  efecto  el  primero  supone  una 
uy  corrompida  y  sin  principio  alguno  de  vida  moral:  el  segundo  que  aun 
la  virtud,  pues  hay  quien  aspire  á  engañar  con  sus  apariencias, 
idero  principio  en  las  composiciones  dramáticas  es  que  los  efectos  ó  tráji- 
es  queden  justificados  á  los  ojos  del  espectador,  ó  en  otros  términos ,  que 
sean  proporcionadas  á  los  fines.  Tirso  no  se  fatigó  mucho  por  buscar  esta 
»  y  en  D.  Gil  menos  aun  que  en  otras  comedias  suyas;  su  excelente  elo- 
l^acioso  diálogo  arrastran  al  auditorio,  y  le  impiden  ver  este  defecto.  Agra- 
'ií,  sino  apesar  de  él. 

Ato  entender  no  hay  mas  que  ana  fuente  del  placer  en  las  artes,  y  es  la  6e- 
e  los  cuadros,  sean  de  la  especie  que  fueren.  Nos  reimos  con  las  truhane- 

Ein,  como  pudiera  «n  niño  con  una  carátula:  la  risa  que  excitan  las  Marisa* 
oliere,  ó  el  Lindo  D,  Diego  de  Morete,  es  ya  digna  del  hombre. 


ARTÍCULO  II. 

ia  intitulada  el  Celoso  prudente <t  que  es  la  segunda  de  este  tomo,  es,  entre  las 
i  merece  un  examen  mas  atento.  No  se  trata  ya  en  ella  de  los  artificios  de 
)  que  procura  recobrar  su  honor,  sino  de  las  agonias  de  un  marido  pundo- 
se  cree  ofendido. 

nedia,  mucho  menos  complicada  que  el  D.  Gil,  peca  sin  embargo  mas  no- 
contra  la  unidad.  Un  principe,  á  quien  sti  padre  el  rey  quiere  casar  con  una 
ranjera,  enamorado  de  Usena,  dama  particular,  consigue  su  amor  con  dos 

14 


[106] 
ficciones:  una ,  haciendo  creer  á  su  padre  y  al  de  su  amada  que  su  pasión  no  tiene  á 
ella  por  objeto,  sino  á  su  hermana  Diana:  otra,  persuadiendo  á  todos,  que  la  princesa, 
sn  prometida  esposa,  es  un  vivo  retrato  de  Lisena ;  y  asi  dá  la  mano  á  esta  con  beneplá- 
cito de  su  padre.  Esta  es  la  verdadera  acción  del  drama.  La  que  indica  el  titulo  es  10b 
un  episodio,  y  episodio  de  la  clase  de  aquellos  que  no  deben  permitirse  enladramátiet, 
que  siempre  camina  al  desenlace : 

tSemper  ad  evetitum  festinat,  > 

Esta  se^funda  acción  son  los  celos  de  D.  Sancho  de  Urrea,  marido  de  Diana,  caya  hoan 
se  halla  comprometida  con  el  amor  finjido  del  principe.  Sufre,  pero  es  prudente:  bma 
la  venganza  en  secreto:  se  prepara  á  ejecutarla;  pero  antes  de  consumarla  se  hace  pú- 
blico el  artificio  de  Segismundo  y  su  casamiento  con  Lisena;  y  el  marido,,  feliimeote 
desengañado  á  tiempo,  se  dá  á  si  mismo  la  enhorabuena  de  haber  sabido  disímolarla 
pena  quo  lo  devoraba. 

Este  episodio,  por  mas  desaciertos  que  haya  cometido  Tirso  en  la  condacta  de  k  II- 
bula,  es  sin  embargo  para  todo  espectador  que  tenga  sentimientos,  la  parte  principal 
de  la  acción;  porque  ¿qué  importan  los  amorfos  y  artificios  de  Segismunoo  y  LKeaa,  M 
infante  Alberto  y  de  la  princesa  Leonora?  ¿Qué  es  la  credulidad  tan  risible  como  iafe* 
rosimil  de  los  dos  viejos  y  de  un  joven  conde  de  Overísel,  amante  antiguo- de  liitMif 
¿Qué  valen  las  truhanerías  y  alcahuetazgos  del  portero  Gascón ,  cuando  se  presceto  « 
la  escena  el  terrible  é  interesante  personaje  de  un  esposo  agraviado  en  su  honnl  áHe 
él  desaparece  todo  lo  demás;  y  esto  es  tan  evidente,  que  el  carácter  mas  perfeeto  y  w^ 
jor  delineado  de  csla  comedia  es  el  de  1).  Sancho:  los  versos  mejores  y  mas  aealMai 
son  los  suyos.  Señal  cierta  de  que  Tirso  conoció  su  importancia.  ¿Por  qué,.pnes,  ao  10- 
metió  las  demás  figuras  á  esta?  ¿Por  qué  se  complació  en  amontonar  lances  é  ineidfliiB 
en  aquellas  intrigas  insustanciales,  robando  el  interés  al  sentimiento  principal^PWfM. 
como  ya  hemos  dicho  otras  veces,  lo  que  menos  conocía  Tirso  del  arte  dnumátioo  m  h 
disposición  de  la  fábula.  Por  esta  parte  flaquean  casi  todas  sus  comedias. 

El  editor  en  el  eocdmm  de  esta  pieza,  lleno  de  excelentes  observaciones,  seqiada 
que  está  en  ella  el  germen  del  terrible  carácter  que  dibujó  Rojas  en  Gareia  dd  Cñáum, 
Nosotros  no  sospechamos,  sino  decimos  decididamente  que  el  D.  Sancho  de  Uiraade 
Tirso  es  el  orijinal  del  D.  Lope  de  Almeida  de  Calderón  en  su  excelente  comedia:  iali- 
tulada^il  secreto  agravio  tecreta  venganza.  Calderón,  pucs^  imitó  y  mejoró  á  Tino,  leqvf 
no  es  poca  gloria  para  este  autor. 

La  Cábula  de  Calderón  es  sencilla  como  debe  serlo  aquella  en  que  hay  que  dei- 
cribir  un  gran  carácter  y  las  luchas  interiores  del  alma  combatida  de  amor,  de  odas,  y 
de  venganza.  El  autor  mas  fecundo  y  hábil  en  aglomerar  incidentes  y  en  desenredados, 
renunció  á  mostrar  su  talento  en  el  asunto  de  esta  comedia,  lo  q^ue prueba  su  tinodia- 
mático.  Su  celoso  está  realmente  ofendido,  lo  sabe  y  quiere  fulminar  como  D.  Saasko; 
pero  un  incidente  mal  preparado  en  Tirso  y  perfectamente  traido  en  Calderón*  haoaqne 
ambos  se  decidan  por  la  prudencia  y  la  reserva. 

En  el  Celoso  prudente  un  criado  cuenta- á  D.  Sancho  que  habia  visto  pasar  per  h 
calle  gente  de  justicia,  publicando  la  inocencia  de  un  sastre  á  quien  hablan  aaotMO  in- 
justamente, y  el  criado  se  burla  de  esta  satisfacción,  que  hizo  mas  pública  laaíSrenta,  7 
que  apesar  de  la  honra  que  le  hacian  los  jueces,  los  que  le  conocen  en  adelante 

cno  le  llamarán  el  sastrey 
sino  solo  el  azotado.» 

Renuncia,  pues,  D.  Sancho  á  la  venganza  pública  y  resuelve  la  secreta. 

Á  D.  Juan,  amigo  de  D.  Lope  de  Almeida,  le  habian  ofendido  con  un  mmUkt  jAm 
vengó  dando  la  muerte  al  ofensor.  Calderón  tuvo  buen  cuidado  en  adelantar  esta  BOli^ 
cia  en  el  acto  primero.  Cuando  ya  D.  Lope  estaba  oasi  cierto  de  su  agravio  y  gritaba 
venganza,  encuentra  á  su  amigo  que  acuchillaba  á  unos  hombres  y  le  ayuda  á  lailiflMr' 


[107] 

huyentorlos.  Preguntado  de  la  causa  de  la  pendencia,  le  coenta  D.  Joan  que  les 
cir  al  pasar  él,  que  había  sido  d  detmmaido^  y  entonces  los  acometió  gritando: 

c  Yo  soy  el  desagraviado, 
que  no  soy  el  desmentido.» 

n,  que  no  ignoraba  la  ofensa  de  D.  Lope,  continúa  doliéndose  de  ver  <;uán  poco 
ía  aprovechado  la  venganza  para  salvar  su  buen  nombre,  y  concluye  con  esta 
on: 

cy  mil  veces 

por  religarse  uno  atrevido, 

por  satirfacerse  honrado, 

publicó  su  agravio  mismo; 

porque  dijo  la  venganza 

10  que  la  ofensa  no  dijo. » 

is  q«e  esta  combinación  es  mas  noble  y  dramática  que  la  del  sastre  azotado.  Don 
le  AJmeida  imitó  á  D.  Sancho  de  Urrea,  y  puso  en  ejecución  lo  que  el  celoso  de 
imi(finó.  Dio  la  muerte  al  adúltero  en  el  rio,  y  abrasó  la  casa  de  campo  en^e 
i  su  culpable  esposa. 

cuanto  á  la  elocución,  es  mas  noble  y  poética  en  Calderón.  Allí  no  se  encuentra 
¡km  que  lava  la  honra,  ni  el  honor  opilado  que  necesita  tomar  el  acero* 
race  que  Tirso  tuvo  en  esta  comedia  la  felicidad  de  sujerir  ideas  á  Calderón.  Li- 
Diana  fueron  imitadas  en  la  comedia  Con  quien  vengo ^  vengo.  Lisarda  es  tan  de- 
sda como  Diana,  y  Leonor  que  como  Lisena  tiene  un  amante,  quiere  ocultar  á 
mana  mayor  un  papel  que  de  él  habia  recibido.  Lisarda,  conocida  la  pasión  de 
r,  se  resuelve  á  &vorecerla.  Las  dos  escenas  primeras  de  ambos  dramas  son  casi 
s. 

6  siguientes  versos  de  Tirso  en  el  Celoio  prudente  ísiet^cen  ser  citados  por  su  cpr^ 
9  y  poesía. 

€  Y  no  reinos  ni  riqueza 

creáis  que  son  el  tesoro, 

Diana,  de  mas  grandeza* 

Los  diamantes,  plata  y  oro 

se  crian  ten  la  asper^eza 

de  una  infructífera  sierra : 

las  perlas  que  el  mundo  estima 

una  concha  las  encierra: 

la  púrpura  que  sublima 

la  vamdad  de  la  tierra 

es  sangre  de  un  vil  pescado: 

las  piaras  que  el  sol  coléela, 

un  monte  las  ha  criado: 

ias  sedas  de  tanta  tt^la 

que  dan  soberbia  al  brocado, 

un  gusanillo  pequeño 

la^  hila  de  sus  enicanas; 

sacad  su  valor  del  dueño. » 


>  debe  omitirse  una  espresion  singular  en  la  escena  IV  del  2.<^  acto^  donde  Gascón 

c  Y  si  es  que  habéis  menesterme.  > 

s  acordamos  de  haber  visto  semejante  enclítica.  Los  acusativos  ó  dativos  me^  te  y 
so  hacen  enclíticos  con  los  verbos  principales  ó  auxiliares,  y  tal  vez  con  los  partí* 
pasivos,  como  en  este  ejemplo;  habiendo  eaeado  la  daga^  y  heridome:  pero  solo  en  el 
e  suprimir  por  elipsis  el  verbo  ausiliar.  Eo  el  dia  se  dice:  me  habéis  meneiter,  y 


[108] 

rara  vez  habeUme  menater.  Es  verdad  que  pudo  haber  pueglo  esta  eatravagaocia  grama- 
tical en  boca  del  gracioso  ^  en  la  q«e  no  tiene  el  valoi  neceiario  para  servir  de  q^oh 
pío  del  lenguaje.  El  mismo  Gascón  dice  al  principe  Segismundo  que  de  noche  es  su 

1  interno. 


ARTÍCULO  nr. 


L 


A  comedia  Ventura  te  de  Dios^  hijo  no  tiene  mas  que  dos  caracteres  estimables  é  inte- 
resantes, que  son  el  de  Otón,  obligado  á  seguir  contra  su  inclinación  la  carrera  de  lis 
letras  por  un  padre  necio,  y  el  de  su  madre,  que  solo  le  desea  ventura.  Túvola  tas 
favorable  apenas  se  vio  en  el  elemente*  donde  ella  domina,,  esto  es,  en  la  guerra  y  eah 
corte,  que  prendiendo  al  enemigo  del  duque  de  Mantua  su  señor,  llegó  á  casar  coa  m 
hija  única,  apesar  de  sus  enemigos,  contra  la  voluntad  de  su  soberano,  y  aun  contra  b 
de  la  misma  princesa.  La  mejor  combinación  que  hay  en  este  drama,  observada  for  d 
hábil  editor  en  el  Exdmm  de  esta  pieza,  es  que  los  mismas  pasos  que  dieron  sus  envi- 
diosos para*  arruinarle,  le  sirvieron  de  escalones  para  engrandecerse. 

Por  lo  demás,  se  nota  en  esta  comedia  lo  mismo  que  en  las  demás  de  Tirio:  fiMh 
interesante,  pero  mal  fraguada  y  llena  de  incidentes  no  justifieados;  mujeres  iacoas- 
tantes  y  veleidosas,  y  hombres  de  carácter  débil:  aun  el  mismo  Otón  lo  es,  y  solo  me- 
reció su  fortuna  por  su  escalente  corazón.  £1  diálogo,  la  versificación  y  él  lengo^osoa 
de  Tirso,  esto  es,  dignos  de  estudio  y  de  imitación.  Quien  desee  ver  una  análisb  ñas 
circunstanciada  de  esta  pieza  debe  leer  el  Examen  ya  citado,  donde  las  obscrvaeioaei 
dramáticas  son  muchas  y  muy  atinadas.  Nosotros  nos  contentaremos  con  copiar  algmoi 
de  los  mejores  trozos  de  versificación. 

Véase  cómo  describe  con  sus  mismas  palabras  el  carácter  de  una  mi^er  de  aad- 
miento  humilde,  pero  vana,  y  que  espera  lograr  un  casamiento  venUijoso  por  el>  masito 
de  su  hermano: 

c  ¡Qué  donoso  impertinente! 

Otón,  pobreza  y  valor 

no  son  dote  competente, 

ni  anda  ya  desnudo  amor 

en  la  opinión  de  la  gente. 

Si  ya  que  eres  ignorante 

tuvieras  hacienda,  Otón,. 

estimárate  constante; 

que  el  tener  es  discreción 

y  el  oro  se  ha  vuelto  amante,  (i) 

El  Cielo  á  mí  hermano  ba  dado 

tantas  letras,  que  le  ven 

por  ellas  entronizado, 

y  siendo  sabio,  no  e»bien 

darle  á  un  necio  por  cufiado.  • 

Esta  misma  Rósela  que  tan  indignamente  desprecia  á  Otón,  su  antiguo  arnaaté,  eo^ 
mete  todo  género  de  bajezas  para  recobrar  su  afecto  cuando  le  vé  en  alto  puesto. 

Los  versos  siguientes,  en  que  se  prefiere  la  dicha  al  saber,  tienen  la  malignidad 
característica  de  Tirso. 

cNo  en  las  letras  solamente 
consiste,  Otón,  ni  se  alcanza 


rfk«*>MM»i 


(1)    Estos  dos  últimos  jtm»  son  hermosos  porla  finura  de  la  sátira. 


[109] 
nnettra  bieiuiTeiitaraiiia: 
ser  dichoso  el  hombre  iotente: 
poco  le  importa  ser  sabio 
si  no  fuere  venturoso: 
rinde  el  necio  al  injenioeo, 
y  aunque  conoce  su  agravio, 
el  cobarde  se  asegura 
con  dicha  y  vence  al  valiente: 
no  hay  desdichado  prudente: 
nunca  es  neda  la  ventura» 
Ya  el  saber  mucho  es  odioso: 
la  ignorancia  subió  el  predo,. 
tanto  que  importa  ser  necia 
para  ser  uno  dichoso. » 

El  romance  en  que  finje  Qemenda  que  Enrique  nuiiso  deshonrarla  y  que  la  de- 
Midió  Otón,,  está  superiormente  versificado  apesar  del  asonante  dificil.  véase  una 
luestra: 

cDi  vocee  pidiendo  al  cielo 

rayo»,  que  siendo- verdugos- 
contra  tiranas  ofensatr 

mi  honor  dejasen  seguro. 

Oyólas  un  labrador 

en  cuerpo  y  traje  robusto,  (i) 

puesto  que  noble  en  los  hechos, 

á  quien  mi  vida  atribuyo:. 

3ue  con  un  tosco  bastón,, 
espejos  de  un  roble  duro, 
contra  el  bárbaro  atrevido 
sirvió  á  mis-  quejas  de  escudo, 
y  sin  temer  lostraidbres 
cobardes,  puesto  que  muchos^ 
testigos  de  ana  haiaftas 
hizo  los  montes  incultos» 
«-••.•••-•  •"»  •••  ••••*>••••*•>•>««*>•«*■••. 

Escarmienta  desde  hoy  mas, 
y  de  enemigos  peijuros 
no  te  fies  otra  vez 
cuando  aborrecen  por  uso: 
que  ni  al  rio  has  de  pedir 

ye  retroceda  su  curso,, 
sol  que  ei^endre  tinieblas,, 
ni  que  diseursan  loa  brutos^ 

Lo9  siguientes  versos  tienen  el  movimiento  poótioo  de  algunos  pasajes  de  Horacie^ 

c  Al  que  sin  didia  se  em^ea, 
ni  el  Coselete  gravado, 
ni  d  puesto  mas  retirado, 
ni  la  militar  trinchera 
darán  defensa  segura, 
si  una  bala  se  abalanza, 
qjae  á  todas  partes  aleanzay 
smo  es  solo  á  la  veatura.? 


(i)    Aqoi robttfltoesiá  por  tacOf  frostr»;  oonoUn psoebfíii  idfertstrra  qué  tígiie. 


Ué  aquí  el  mismo  pensamiento  presentado  bajo  otro  aspecto: 

cDi  tú  que  no  bastan  ciencias, 
que  peine  el  consejo  canas, 
que  asalte  el  esfuerzo  muros, 
que  arroje  el  enojo  balaa, 
si  no  asiste  la  ventura; 
porqve  la  vez  que  esta  falta, 
ai  Pompeyo  entre  lejiones, 
oi  Marco  Antonio  entre  armadas 
Á  la  fortuna  de  César    * 
se  opondrán,  que  en  una  barca 
del  miedo  asegura  á  Amiclas 
y  atrevido  él  mar  contrasta.  > 

Otón,  que  se  ereia  amado  de  Clemencia  por  algunas  espresiones  equivocas  de  fliU, 
desengañado  de  su  error,  dice: 

cCayó  la  máquina  agora, 
locura,  que  en  viento  labras. 
Sobre  arena  edifiqué 
y  aun  ménes,  pues  levanté 
quimeras  sobre  palabras.! 

En  el  examen  se  celebran  muy  justamente  las  octavas  del  primero  y  del 
acto.  Nada  hemos  copiado  de  ellas  por  ser  muchas  y  casi  todas  excelentes. 


TOMO  IV. 


ARTÍCULO  I. 

ÍVnTECEDE  á  las  comedias'de  este  tomo  una  carta  del  apreciable  literato  D.  JuanColoB, 
residente  en  Sevilla ,  dirijida  al  Sr.  Hartzembusch,  editor  de  esta  colección,  en  la  cual 
inserta  una  nota  biográfica  sobre  Fr.  Gabriel  Tellet ,  sacada  de  un  libro  coetáneo  y  es> 
críto  por  un  mercenario,  que  conocia  de  vista  y  trato  al  célebre  poeta.  Son  tan  pocas 
las  noticias  que  de  él  quedan ,  que  debe  agradecerse  cualquiera  que  se  halle  y  se  dé  al 
público.  El  autor  de  la  nota  dice:  ir.  Gabriel  Teliez,  natural  (según  entiendo)  de  Tbli- 
doetc.  El  editor  pone  á  esta  espresion  una  advertencia  muy  oportuna,  diciendo (jne  fué 
natural  de  Madrid ,  como  se  lee  en  la  portada  de  la  obra  del  mismo  Tirso ,  intitulada 
Ddeitar  aprovechando.  Nosotros  añadiremos,  en  confirmación  de  esto,  que  Montalvaa, 
coetáneo  suyo ,  le  coloca  entre  los  varones  ilustres  ^ue  ha  tenido  la  insigne  viüa  4$  Jfc- 
drid^  reconocidos  por  hijos  verdaderamente  suyos. 

En  este  tomo  IV  se  contienen  las  tres  comedias  siguientes:  elAmorylaAmistadj  Ijl  Gmt 
llega  Mari  Hernández^  y  No  hay  peor  sordo  que  el  que  no  quiere  oir.  Las  dos  primeras  flon 
mas  raras  que  la  tercera. 

El  Amor  y  la  Amistad  es  admirable ,  ya  se  considere  la  idea  fundamental  de  la  Cíbo- 
la ,  ya  el  enlace  y  rconducta  de  la  acción ,  quizá  la  mejor  seguida  y  distribuida  de  todas 
las  de  Tirso,  como  también  la  mas  interesante.  Quisiéramos  dar  una  idea  del  uUn  y 
de  su  ejecución ;  pero  nos  lo  impide  el  examen ,  perfectamente  escrito,  que  ha  pediD 
el  Sr.  Hartzembusch  de  «ata  comedia,  y  al  cual  nada  importante  podríamoa  aiadir.Not 


[11 1 J 

iremos,  pue« ,  con  algunas  obsenracMmei  generales  y  con  copiar  algunos  de  los 
Tersos. 

[>,  naturalmente  maligno  y  satírico ,  ó  porque  no  creyese  en  el  amor  considera- 
>  una  pasión  moral ,  ó  porque  sus  relaciones  en  el  mundo  no  fiíesen  las  mas  de- 
pintó  siempre  las  mujeres  livianas ,  inconstantes,  traviesas,  vanas  y  caprí- 
separándose  del  ejemplo  que  le  dio  su  maestro  Lope  de  Vega,  que  atribuyó 
al  bello  sexo  las  prendas  de  la  ternura  y  de  la  constancia;  y  quiza  debió  á  esta 
Ion,  bija  de  su  bella  alma,  gran  parte  de  la  celebridad  ^ue  tuvieron  sus  come- 
1  como  el  descrédito  en  que  cayeron  las  de  Tirso  en  el  siglo  XYII  y  aun  hasta 
I  dias,  procedió  de  haber  dibujado  las  mujeres  con  cierto  colorido,  que  no  po- 
parse en  una  época  caballerosa. 

s  un  dia  se  levantó  de  mejor  humor  nuestro  satírico  mercenario ,  y  tirando  el 
le  Juvenal,  quiso  dar  satisfacción  al  bello  sexo,  y  mostrar  á  sus  coetáneos  que 
escribir  el  verdadero  amor  en  las  mujeres  tan  bien  como  Lope  de  Vega,  ¿on 
lenas  disposiciones  produjo  el  carácter  de  Estela,  uno  de  los  mejores  que  po- 
stro teatro ,  modelo  de  amor ,  de  nobleza ,  de  constancia ,  de  tolerancia  contra 
as  viles  y  contra  celos  infundados.  £1  solo  prueba  que  Tirso  era  capaz  de  com- 
*  el  carácter  de  la  mujer  en  toda  su  perfección,  y  de  describirlo  con  el  mayor 
y  que  si  no  lo  hizo  con  mas  frecuencia,  fué  por  dejarse  llevar  de  sa  genio  sa- 
&  quizá  por  abrir  una  nueva  senda,  aunque  resbaladiza,  abandonando  la  que 
ra  tan  trillada  por  Lope. 

i  misma  comedia  es  una  prueba  del  genio  maligno  de  Tirso.  Es  verdad  que  nos 
1  Estela  lo  mas  perfecto,  lo  mas  ideal  de  la  ternura  mujeril;  pero  en  cambio,  ó 
ara  satisfacerse  á  sí  mismo,  pintó  en  el  mismo  drama  dos  mujeres  necias,  vanas, 
disputan  el  corazón  de  un  privado,  y  que  cuando  Juzgan  que  ha  perdido  el  &- 
lu  soberano,  le  desprecian  y  aborrecen. 

da,  como  todas  las  almas  tiernas  y  enamoradas,  halla  emblemas  y  símbolos  del 
sla  naturaleza^  y  asi  dice  á  D..Grao: 

ff  Mirad  ese  arroyo  frió 
que  ronda- estas  flores  bellas, 
cuyas  aguas  lenguas  se  hacen, 
y  solo  se  satisbcen 
en  que  se  miran  en  ellas. 
Estos  olmos,  siempre  presos 
de  esas  parras  que  los  miden, 
¿qué  premios  de  su  amor  piden 
sino  es  abrazos  y  besost 
Estas  aves,,  que  acrecientan* 
su  amorosa  ostentación, 
en  fé  que  amor  es  unión, 
con  unirse  se  contoitan.. 
Entre  aquestas  soledades 
los  brutos  que  amar  pretenden*, 
voluntades  solas  venden 
á  precio  de  voluntades.j 

)»  versos,  propios  del  romance  lírico,  no  están  mal  en  boca  de  una  amante,  ha- 
en  el  campo  con  el  amigo  de  su  amado.  No  es  estraño,  pues,  que  D.  Grao 
I  la  suerte  de  D..  Guillen: 

<y  su  ventura  celebre 
quien  vuestra  firmeza  amó: 
pues  en  vos  mi  amigo  halló 
un  vidrio  oue  no  se  quiebre, 
una  caña  nrme  al  viento, 
un  mar  sin  tener  mudaníea, 


[112] 
lina  segura  esperanza 
á  pruebas  del  sufrimiento, 
una  belleza  invencible 
á  la  riqueza  y  poder, 
y  una  constante  mujer 
que  es  el  mayor  imposible. » 

m 

Cuando  su  amigo  D.  Ramón,  por  ouien  D.  Guillen  babia  becbo  grandes  sacrifidoi, 
sube  al  trono  de  Barcelona,  aconseja  D.  Grao  á  su  amigo  que  vaya  á  dar  el  panabieaal 
nuevo  conde;  pero  D.  Guillen  lo  rebusa  diciendo: 

Parabienes  de  acreedores 
llamaba  un  deudor  lanzadas. 
No  ignorará  mi  contento 
el  conde;  pues  cuando  estaba 
perseguido,  en  su  favor 
aventuré  bacienda  y  £ima. 
Sá  se  acuerda  que  me  debe 
y  de  pagar  tiene  gana , 
llámeme,  que  el  buen  deudor, 
(i)  le  lleva  el  dinero  á  casa: 
y  sino,  no  quiero  aguar 
con  mi  vista  dicbas  tantas , 

3ue  los  martes  y  las  deudas 
icen  que  son  aciagas.» 

£s  imposible  copiar  entera  la  escena  Y  del  acto  2.<^,  acaso  la  mejor  que  ha  emito 
Tirso  en  el  género  noble.  En  ella  se  desenvuelven  con  una  delicadeza,  de  que  no  se  cftt- 
ría  capaz  al  autor  del  Vergonzoio  en  Palacio^  el  amor  entrañable  de  Estela,  sus  celos 
tímidos,  su  dolor  por  verse  sospechada,  en  fin,  todos  los  sentimientos  de  un  alma  que 
se  halla  en  su  acerba  situación.  El  estilo  corresponde,  apesar  de  algunas  incorreccio- 
nes, á  la  nobleza  del  diálogo. 

Los  versos  que  dice  Estela  al  salir  vencedora  de  la  última  prueba,  deben  citano 
por  la  bella  poesía,  aunque  no  muy  oportuna,  que  los  anima. 

¿Pierde,  por  ser  combatida 
de  los  cañones  la  fuerza  (2) 
que  desanimando  escalas 
queda  inmóvil,  rotas  ellas? 
¿Pierde  la  encina  constante 
porque  á  los  vientes  opuesta, 
no  solo  el  tronco ,  las  hojas 
victoriosas  permanezcan? 
¿Oro  que  apuran  crísolest 
¿Nave  que  vence  tormentas? 
¿Valor  que  gana  blasones? 
¿Sol  que  desvanece  nieblas?  etc. 

Moreto,  según  su  oostumbre*  imitó  la  acción  de  esta  comedia  en  la  suya  dd  Jüyír 
amigo  el  rey;  pero  es  muy  inferior  en  todo  á  la  de  Tirso.  No  es  el  privado  quien  deíoa 
.hacer  la  prueba,  sino  el  soberano  que  quería  averiguar,   finjiendo  la  caída  de  su 


[1¡     ¿A  miién?  FalU  d  antecedente  de  este  refatiro. 
(2)     La  fopuleza ,  el  castillo. 


[113] 
amigO)  quiénes  eran  los  que  conspiraban  contra  él.  En  Tirso  es  D.  Guillen  quien  se  eno- 
ja contra  el  conde;  porque  según  cree  quiere  quitarle  á  Estela.  EnMoreto  el  rey,  alu- 
cinado por  las  apariencias,  cree  traidor  á  Enrique,  aunque  no  tarda  en  desengañar- 
se. El  desenlace  de  Tirso  es  mas  natural  y  fácil  que  el  de  Morete.  Sin  embargo  hay 
otro  ínteres  nuevo  en  la  comedia  de  este.  Enrique  duda  cuál  de  las  dos  damas  It; 
quiere  mejor,  Porcia  á  quien  él  está  algo  inclinado,  ó  Laura ;  y  se  vale  de  la  prueba 
para  averiguarlo.  Laura  triunfa  á  los  ojos  de  los 'espectadores;  pero  los  lances  se  pre- 
paran de  tal  manera,  que  á  Enrique  le  parece  mujer  inconstante,  y  Porcia  firme  y 
fiel.  No  es  mala  ni  carece  de  interés  la  fábula  de  Morete;  pero  debemos  decir  que  si 
en  otras  comedias  luchó  felizmente  con  Lope  de  Vega  y  aun  con  Calderón,  se  quedó 
en  esta  muy  inferior  á  su  rival. 


ARTICULO  11. 


L 


I A  comedia  intitulada  Mari'Hemandez  la  Gallega  tiene  el  mérito  de  algunos  diá- 
logos pastoriles,  en  cuyo  género  eran  muy  Cíciles  y  lindos  los  versos  de  Tirso  de  Moli- 
na, y  de  la  descripción  festiva  de  muchos  usos  y  costumbres  de  los  habitantes  del  cam- 
po en  Galicia.  Por  lo  demás  la  fábula  está  llena  de  incidentes  inverosímiles,  tanto  ma- 
terial como  moralmente,  y  tan  mal  conducida,  como  suelen  estarlo  casi  siempre  las 
de  Tirso. 

Hay  una  escena  en  que  María,  encontrando  á  D.  Alvaro  dormido,  y  teniéndolo  por 
judío  quiere  matarle.  £1  editor  censura  muy  justamente  este  espíritu  de  intolerancia 
relijiosa,  común  en  la  época  de  la  acción  y  aun  en  la  de  Tirso,  á  todos  los  habitantes 
de  España;  pero  se  equivoca  á  nuestro  entender  en  el  orí  jen  de  aquel  fiainatismo.  No 
fué  cun  error  de  la  polít¡ca>  ni  procedió  de  «miras  pérfidas  ó  interesadas,»  aunque  tal 
vez  el  interés  ó  la  perGdia  se  valiesen  de  él  como  instrumento.  £1  fanatismo  relijioso 
fué  el  espíritu  general  de  la  edad  media,  y  se  halló  naturalmente  establecido,  sin 
necesidad  de  sujestiones  políticas,  por  el  mero  hecho  de  haberse  convertido  la  rel\jion 
en  poder  político,  hecho  que  se  derivó  también  naturalmente  de  las  violencias  y 
atrocidades  que  acompañaron  á  la  conquista  del  occidente  europeo  por  los  pueblos 
bárbaros  del  Norte.  1*1  fanatismo,  pues,  no  descendió  de  los  gobiernos  á  los  pueblos, 
sino  subió  desde  los  pueblos  hasta  el  trono. 

En  España  es  evidente  esta  dirección.  Antes  de  que  los  reyes  católicos  espeliesen 
los  judíos  habian  sido  estos  perseguidos  y  degollados  en  muchas  ciudades  durante  los 
reinados  de  Enrique  III ,  Juan  II ,  y  Enrique  IV.  El  poder  real ,  lejos  de  favorecer  este 
espíritu  fanático ,  protejia  á  los  perseguidos ,  enfrenaba  á  sus  perseguidores ;  tal  vez 
los  castigaba.  Pero  ningún  pueblo  puede  ser  gobernado  contra  el  torrente  de  sus  ideas; 
y  los  reyes  católicos  no  hallaron  otro  medio  de  mantener  en  paz  la  nación  sino  quitarlo 
de  delante  de  los  ojos  objetos  tan  aborrecidos.  La  política,  en  vez  de  inocular  el 
error,  se  vio  obligada  á  seguirle. 

Por  lo  demás ,  el  fanatismo  de  Mari-Hernández  es  ridículo  y  está  traido  por  los  ca- 
bellos; pues  para  nada  sirve  en  la  pieza,  como  tampoco  la  espulsion  de  los  judíos  de 
España,  de  la  cual  se  habla  en  una  escena  anterior.  ¿Cuál  sería  el  objeto  de  Tirso,  que 
no  era  necio,  en  recordar  estos  actos?  ¿Fué  acaso  manifestar  el  carácter  relijioso  de  los 
gallegos,  ó  bien  aprobar  de  esta  manera  indirecta  otra  espulsion  hecha  en  su  tiempo, 
(de  los  moriscos)  por  causas  mas  plausibles,  aunque  ejecutada  quizá  con  mas  injusticia? 
Esto  segundo  nos  parece  muy  probable;  pues  la  época  en  que  él  escribía  era  igualmen* 
te  fanática;  y  el  odio  á  los  disidentes  en  materia  de  relijion  concentrado  en  todos  los 
ániuAos,  se  exaltaba  frecuentemente  en  representaciones  teatrales.  Porque  los  poetas 
cómicos  son  como  los  gobiernos  hábiles,  siempre  acarician  los  sentimientos  que  domi- 
nan en  las  masas. 

Ao  hay  peor  sordo  que  el  que  no  quiere  oír,  es  de  las  pocas  comedias  de  capa  y  espada 
que  escribió  Tirso.  Su  mérito  principal  consiste  en  la  elocución;  pues  en  cuanto  á  la 
fábula,  aun  no  habia  enseñado  Calderón  aligar  los  incidentes  de  un  drama  de  intriga, 
de  modo  que  el  espectador  estuviere  preparado  á  ellos,  de  dejar  por  eso  de  parecerle 

15 


[114] 
exlraordinarios.  La  acción  de  esta  comedia  está  llena  de  lances,  que  producea  situado* 
nes  muy  cómicas;  mas  son  inesperados  é  inconexos.  Se  notan  en  ella  todos  los  defee* 
tos  do  las  fábulas  de  este  autor;  pero  hay  escenas  deliciosas,  que  el  editor  ha  señalado 
con  mucho  tino  en  el  examen,  señaladamente  en  la  que  cree  descubrir  el  buen  vt^ 
D.  Garcia  que  sus  futuros  yernos  aspiraban  á  ser  casados  dos  veces,  y  las  de  la  Moréañ 
de  Doña  Lucia,  que  están  al  fin  de  la  pieza,  esperadas  por  el  auditorio  en  virtud  dd 
título  del  drama. 

También  están  muy  bien  escritos  los  diálogos  entre  la^  dos  hermanas,  celosas  isa 
de  otra.  Tirso  se  complacía  en  repetir,  esta  misma  situación  en  sus  comedias.  H^ll^f 
también  en  la  de  Atnar  por  seAos^  en  la  de  Marta  la  piadosa  y  en  algunas  otras»  Pero 
nosotros  creemos  que  semejante  competencia  entre  dos  hermanas  y  los  celos  del  aiiior, 
de  la  vanidad  y  de  la  hermosura  que  con  ella  se  suscitan,  no  son  favorables  á  las  cos- 
tumbres domésticas.  El  cariño  fraternal,  que  es  uno  de  los  elementos  sociales  mas  po- 
derosos, no  debe  ser  violado,  ni  menos  ha  de  ser  su  violación  objeto  de  risa.  Calderón, 
que  tenia  mas  cuidado  con  la  moral  que  lo  que  se  ha  dicho,  siempre  que  introdu- 
ce hermanas  las  supone  amigas  y  capaces  de  ahogar  su  pasión  por  no  ofender  los  de- 
rechos de  la  sangre.  Véase  en  prueba  su  comedia  Con  quien  vengo^  vengo.  Solo  en  la  tra- 
Jedia  pueden  presentarse  hermanos  enemigos  y  describirse  los  funestos  efectos  de  esti 
enemistad. 

El  editor  nota  como  defecto,  y  con  sobrada  razón,  no  solo  la  descripción  de  la  cate- 
dral de  Toledo  en  una  comedia  de  capa  y  espada,  sino  también  las  noticias  politicaf 
del  tiempo  que  se  introducen  en  dos  escenas;  mucho  mas  no  siendo  la  pieza  de  cir- 
cunstancias. Pero  en  disculpa  de  Tirso,  citaremos  la  costumbre  que  se  observó  dona- 
te  aquel  siglo  por  los  actores  cómicos*  de  injerir  en  los  dramas,  con  mas  ó  menos  de^ 
treza  y  oportunidad,  la  narración  de  los  sucesos  prósperos  para  la  monarquía.  Esto  lo 
hicieron  también  Calderón,  Morete  y  otros  poetas,  quizá  por  advertencia  del  gobier- 
no. Las  comedias  servian  de  gaceta;  porque  según  tenemos  entendido,  no  hubo  perió- 
dicos en  España  hasta  el  último  tercio  de  dicho  siglo. 

Veamos  algunas  muestras  del  estilo  de  Tirso  en  esta  comedia.  D.  Diego  llega  á 
decir  galanterías  á  una  dama  toledana,  y  esta  le  responde: 

<  V^os  lo  habláis  de  ostentación 
tan  bien,  que  por  lo  discreto , 
señor,  mi  voto  os  prometo, 
en  habiendo  oposición.» 

Principios  de  amor  turbado 

conforme  me  lo  han  contado 

son  versos  en  borrador. 

Trasladadlos;  que  por  vuestros, 

yo  aseguraré  su  audiencia; 

y  dadme  agora  licencia, 

que  hay  ojos  aquí  muy  diestros 

en  juzgar  desaires  nuestros. 
Diego.  Quedaré  yo  si  os  partís 

como  el  fuego  sin  la  llamii. 
¡Aicia.  Abrasaréisos  á  escuras, 

que  es  propiedad  del  infierno. 

Yo  estoy  de  priesa,  y  vos  tierno. 

Para  andantes  aventuras 

baste  esta.» 

Esta  manera  maligna  de  admitir  los  obsequios  de  los  galanes  tratándolos  Gono  de 
burla,  era  la  cartilla  de  las  mujeres  en  aquel  siglo.  Es  graciosa  la  descripción  que  hace 
Cristal,  criado  de  1>.  Diego,  del  perrero  de  la  Catedral. 

Como  nunca  estuve  aquí, 


[115] 

cuaado  de  grana  le  vi, 

dije:  Sr.  D.  Tamate^ 
por  Dios  que  está  autorizado 
con  H  purpúreo  ornamento; 
mas  no  es  bueno  para  cuento, 
porque  todjo  es  colorado. 
Díganos  tu  oficio  ya, 
fin  juzgarme  por  prolifo. 
Acareóse  un  perro^  y  d^o: 
espérese  y  lo  terd» 
•  Sacó  delMjo  del  brazo 
un  añodado  cordel, 
y  al  inocente  lebrel 
embistió  tal  latigazo, 
que  según  el  al^roto 
coa  que  la  puerta  tomó 
abultando,  bien  pienso  yo 

?ue  no  será  mas  devoto» 
o  entonces  le  dije:  pesia 
á  lal^  no  es  d  perro  mto; 
pero  no  siendo  judio 
entrar  pudo  en  esta  iglesia» 
Y  respondió  el  carmesí: 
Conózcole  ha  muchos  dias\ 
desciende  del  de  Tobías 
y  no  puede  entrar  aquí.» 


a  festiva,  y  que  se  hizo  solo  para  hacer  reir:  prueba  del  buen  humor  que 
ualmente  nuestros  antepasados. 


TOMO  V. 


ARTÍCULO  I. 


ontiene  las  tres  siguientes  comedias:  la  Huerta  de  Juan  Fernandez^  y  la  pri- 
ia  parte  del  Castigo  del  pensé  que.  Ambas  tienen  otros  títulos:  la  primera, 
a,  no  camine.  La  segunda,  Quien  caUa^  otorga.  La  Huerta  de  Juan  Fernandez 
intes  de  la  colección  de  comedias  escojidas  ^ue  se  publicaba  en  Madrid 
e  1827  y  28.  Las  otras  dos  solo  las  hemos  visto  en  los  tomos  de  Tirso,  y 
Sin  embargo,  la  primera  ha  debido  de  imprimirse  aparte;  pues  Villar«r 


[116] 

roel ,  cu  el  prólogo  á  la  adición  que  hizo  de  Calderón ,  la  coloca  entre  las  apócrifas;  esto 
es,  enlrc  las  atribuidas  falsamente  á  este  autor. 

La  Huerta  de  Juan  Fernatidez ,  una  de  las  mas  defectuosas  de  Tirso  en  cuanto  á  h 
fábula  y  á  los  caracteres,  está  llena  sin  embargo  de  poesía,  de  chistes,  de  malignidad, 
y  aim  de  aquella  licencia,  que  solo  se  le  conche  á  Tirso  por  la  gracia  y  urbanidad oos 
que  la  cubre.  Esta  es  la  opinión  del  editor  en  su  examen:  la  nuestra  aun  es  mas  seven. 
La  facilidad  de  Laura,  después  de  un  amor  tan  íntimo  con  D.  Hernando  Cortés,  en  ena- 
morarse del  finjido  D.  Gómez:  la  del  conde  en  recibir  por  esposa  ala  que  no  puede ig^ 
norar  haber  correspondido  á  otros  dos:  las  cartas  de  D.  Hernando  á  su  prima  de  Seri- 
lla  prometiéndole  casarse,  en  pago  del  hospedaje,  con  su  hija,  á  la  cual  no  habia  visto, 
son  indecencias  y  absurdos  intolerables.  En  el  drama  no  pueden  perdonarse  las  invero- 
similitudes morales.  ¿Qué  clase  de  señoras  y  caballeros  habia  tratado  Tirso  de  Holiai! 
Esto  en  cuanto  á  los  caracteres.  En  cuanto  á  la  acción  basta  decir,  que  jamas  los  medios 
y  recursos  dramáticos  son  suGcientes  para  justificar  las  situaciones;  y  en  fin,  qne  deqMMs 
de  describir  en  tan  bellos  versos  el  amor  de  Laura  y  Hernando,  y  de  habernos  inter^ 
sado  á  favor  de  él,  no  es  posible  que  miremos  en  Doña  Petronila  sino  el  diablo  deliil- 
ton  cuando  intenta  destruir  la  felicidad  de  nuestros,  primeros  padres  en  el'paraiso. 

No  queda,  pues,  áesta  pieza  mas  mérito  ^ueel  déla  elocución;  pero  en  ella  hay  mo- 
cho que  admirar  y  aun  que  aprender.  Es  graciosa  la  aprensión  de  Tomasa,  que  no  quiere 
que  den  á  su  burro  tanta  cebada  como  á  un  caballo,  y  que  establece  ciwta  gerarqoía 
aristocrática  entre  estas  bestias.  De  aquí  toma  motivo  para  censurar  d  lujo  délas  daseí 
inferiores  de  la  sociedad,  y  concluye: 

cEl  caballo  traiga  silla, 
el  jumento  vista  albarda: 
coma  aquel  un  celemín, 
y  un  cuartillo  á  esotro  den , 
porque  el  jumento  no  esbien 
que  le  igualen  al  rocin. 
Petnmila,  No  os  han  de  faltar  molestias 

si  no  templáis  ese  humor, 
y  os  pudris  reformador 
comenzando  por  las  bestias,  i 

Tomasa  insiste,  y  sostiene  que  la  naturaleza  hizo 

cel  racimo  moscatel 
y  alvillo  que  al  noble  pinta ; 
la  cepa  jaén  y  tinta 
para  el  que  rompe  buriel. 


En  el  campo  y  el  verjel 

la  primavera  arrebola 

para  el  pastor  la  amapola , 

para  la  dama  el  clavel. 

El  jazmín  que  al  muro  sobre,  (1) 

al  rico  aromas  derrama , 

al  oficial  la  retama , 

tomillo  y  romero  al  pobre.» 


Si  hemos  de  creer  á  Tomasa,  la  naturaleza  era  mas  aristocrática  en  tiempo  de 
que  ahora,  si  bien  es  cierto  que  para  el  rico  lo  es  y  lo  será  siempre  igualmente. 


(I)     MtirD  está  por far^tf,  y  boy  se  tendría  por  galicismo,  y  iobrar  por  iuperar ,  ptü&r  wuu  anibtu 


[117] 
^ura,  satisfaciendo  los  recelos  de  D*  Hernando ,  dice  que  su  tio,  competidor  á  su 
lo,  le  ha  escrito 

«sobre  conciertos,  que  paran 
en  que  dé  la  mano  á  un  bijo , 
que  afirma  llegará  presto 
á  esta  corte:  mas  jo  digo, 
puesto  que  no  le  conozco, 

aue  si  pleitos  dan  maridos , 
e  tan  mal  casamentero, 
poca  paz  me  pronostico. » 

toña  Petronila,  describiendo  una  inundación  del  Guadalquivir,  que  destruyó  mu- 
casas  en  Sevilla,  dice: 

«Al  mar  restituye  el  Béfm 
los  bienes  y  haciendas  mismas 
que  en  veces  por  tantos  años 
nos  feriaba  de  las  Indias: 
y  ya  enemigo,  y  amante, 
severos  reyes  imita, 
que  lo  que  dan  poco  á  poco 
por  junto  al  privado  quitan.» 

asa,  después  de  oir  el  amor  y  las  aventuras  de  Petronila,  dice: 

<  Yo  le  prometo,  señora , 
que  no  ne  llorado  en  mi  vida 
otro  tanto,  aunque  he  escuchado 
sermones  de  disciplina. » 

Temiendo  un  pasajero  estranjero  rico  que  llega  á  una  posada,  que  estén  los  mozos 
nidos,  replica  uno  de  ellos^ 

«No  hav  sueño,  donde  hay  dinero 
advenedizo.  > 

ipre  Tirso;  siempre  satírico  y  urbano. 

Petronila  se  queja  á  Tomasa  por  haber  visto  á  su  amante  en  casa  de  Laura. 

« ...••«.....•.  vi  noy 

otra  segunda  tormenta 

mayor  que  la  de  Sevilla. 
Tomasa.  ¿Mayor? 

Petronila.  Para  mis  desvelos, 

porque  es  tormenta  de  celos: 
Tomasa,  No  se  usan  en  esta  villa; 

todo  lo  que  no  es  dinero 

^n  la  corte  no  es  amor. » 

inila  añade  que  el  conde  amante  de  Laura 

«Juzgó  en  ella  de  los  délos 
un  sol  que  le  deslumhró* 


[118] 
¿qué  juzgara,  (i)  Vargas,  yo 
que  la  miraba  con  celos? 
Volvímonos,  él  perdido 
de  amor,  y  yo  rematada: 
él  con  alma  allá  usurpada, 
yo  allá  y  aqui  sin  sentido. 
Amamos  en  un  lugar,    . 
y  una  misma  competencia 
nos  iguala  en  la  esperiencia 
del  querer  y  de  envidiar. » 

Mansilla  describe  asi  la  credulidad  de  la  gente  de  aldea: 


c porque  chanzas  de  habladores, 
comedias  de  tramoyen 
ensalmos  y  coplas  son 

AvanSAlína  loKrafInrAa.  » 


evanjelios  labradores.» 

Hablando  de  una  aldeana ,  á  quien  enamoraba,  dice:  ^ 

f  Y  ella  entonces,  no  peñasco 
sino  algo  requesón  ya, 
respondióme,  arre  alld^ 
en  un  espejo,  ya  casco, 
se  fué  á  mirar  al  candil.» 

D.  Hernando,  admirado  de  la  intriga  que  le  descompone  cofa  Laura,  dice: 

c  ¿V  en  casa  del  conde?  ¡cielos! 
iTan  presto  se  han  conocido? 
Pero  si  el  conde  ha  sabido 
mi  disfraz  y  tiene  celos, 
no  es  mucho ,  amor,  que  procures 
que  mi  esperanza  destrocen: 
que  en  viéndose  se  conocen 
los  celosos  y  tahúres.» 

Sabiendo  Tomasa  que  Mansilla,  aunque  se finjió  capitán  para  seducirla,  no  en 
que  lacayo,  le  dice: 

c¿Pues  qué  quería? 
que  la  gineta  aguardara 
que  en  almohaza  ha  trocado?» 

Celoso  Mansilla  de  su  coyma,  le  advierte. 

cNifia,  en  un  lugar  estás 
donde  por  todo  se  pasa: 
no  pase  todo  por  ti.» 

Para  manisfestar  de  qué  modo  la  riqueza  dá  brillo  al  nacimiento,  dice  Betron 
D.  Hernando: 


(i)    ¿Qué  juzgaria?  debe  decir,  refiriéndose  á  lo  pasado : /tifiara  no  puede  pennitirse 
licencia  poétíca. 


[119J 

«Tío,  mi  padre  me 
que  coD  mas  de  dea  mil  pesos 
viene  á  cubrir  de  diamantes 
la  cruz  que  os  adorna  el  pecho. 


ARTICULO  II. 


i  penseque  es  una  de  las  fábulas  mas  defectuosas  que  escribió  Tirso.  Un 
ñol,  muy  semejante  en  el  rostro  y  ademan  al  hijo  de  un  señor  de  Overi- 
le  Holanda,  se  ve  obligado  por  las  instancias  de  su  engañado  padre,  á  vi- 
donde  se  enamora  de  su  supuesta  hermana.  Tiene  ocasión  de  hacer  un 
Diana,  condesa  de  Overisel,  que  le  recibe  en  su  palacio  y  le  ama ,  le  dá 
clararse,  y  le  burla  cuando  se  ha  declarado.  Al  fin,  por  su  necedad  pierde 
ma,  se  disculpa  diciendo:  penseque  no  era  ornado^  y  recibe  el  castigo  de  no 
m  adivino. 

ibles  ni  dramáticos  los  caracteres  de  esta  pieza.  Diana  fluctúa  entre  el  es- 
de  palatino  que  solícita  su  mano:  el  mismo  D.  Rodrigo,  entre  Diana  y 
rmana  Clávela,  y  esla  ama  y  cela  al  que  cree  su  hermano,  mas  de  lo  que 
lecencia  teatral.  Las  damas  son  livianas,  envidiosas  é  inconstantes,  y  los 
n  engañar  por  ellas  con  suma&cilidad:  tipo  y  defecto  común  de  todas  las 
t  en  que  el  amor  es  la  pasión  principal. 

IOS  del  Parecido  en  la  córte^  de  Morete,  que  imitó  y  mejoró  la  parte  de  in- 
)  de  la  semejanza  de  los  rostros;  porque  el  editor  en  el  examen  de  es- 
iompára  con  la  de  Morete,  y  bace  ver  la  ventsga  de  esta  última,  aue  de- 
aquella semejanza,  cuando  de  nada  sirve  y  dañamuchpenla  fábula  de 

mo  fuere  la  acción,  la  riqueza  y  salud  del  lenguaje  es  siempre  la  misma 
ñas  dramas  de  nuestro  poeta.  Estamos  reducidos,  pues,  á  presentar  algu- 
le  él:  y  sea  la  primera  un  cuento,  aunque  en  la  comedia  está  introducido 
)casion : 

«Llegó  una  noche  á  una  venta 

un  licenciado  sin  cuarto, 

ni  blanca:  estaba  de  parto 

la  ventera,  y  no  había  cuenta 

de  dalle  por  ningún  precio 

un  bocado  de  cenar, 

ni  cama  en  que  se  acostar, 

porque  era  el  parto  muy  recio, 

y  traia  alborotada 

la  venta.  Llegóse  y  dijo 

el  estudiante:  de  un  hijo 

la  ventera  estd  preñada. 

Si  quieren  que  luegopara^ 

tráiganme  tinta  y  papd 

y  pondréun  ensalmo  en  él 

de  virtud  notable  y  rara* 

Escribió  solo  dos  versos: 

cosiólo  en  un  tafetán: 

sacáronle  vino  y  pan 

y  otros  manjares  diversos: 

diéronle  paja  y  cebada 

á  la  bestia.  Parió  Juego 

la  ventera;  mas  no  á  ruego 

de  la  oración  celebrada. 


[120] 
Partióse  sin  pagar  cosa> 
el  estudiante,  estimada 
de  todos  y  regalado: 
la  huéspeda  codiciosa 
de  ver  lo  <|ue  contenia 
la  tal  nómina  ó  papel 
tan  dichoso,  que  con  él 
cualquier  preñada  paria, 
abriólo  y  vió  en  él  escrito: 
cene  mi  muía  y  cene  yo 
si  quiera  para  j  si  quiera  no.  > 

Admirase  D.  Rodrigo  de  sus  aventuras  y  le  responde  su  criado  Chinchilla. 

«Cuando  los  llegue  á  saber 
Madrid,  los  ha  de  poner 
en  sus  novelas  Cervantes. 
Aunque  en  el  tomo  segundo 
de  su  manchego  Quijote 
no  estarán  mal,  como  al  trote 
las  lleven  por  ese  mundo 
las  ancas  de  Rocinante, 
ó  el  burro  de  Sancho  Panza.» 

Esta  alusión  indica  la  época  en  que  se  escribió  esta  comedia,  que  podrá  fijarse  e 
la  publicación  de  la  primera  parte  del  Quijote,  y  la  de  la  segunda.  Mas  dudoso  es  s 
tos  versos  de  Tirso  son  una  crítica  de  las  novelas  que  entretejió  Cervantes  en  la  pri 
ra  parte,  tan  largas  como  inoportunas.  Parece  que  nuestro  cómico  indica  que  no  se 
tolerables  si  no  las  sostuviesen  los  cuatro  personajes  principales,  á  saber,  D.  QniJ 
su  escudero  y  sus  dos  cabalgaduras.  Lo  cierto  es  que  el  mismo  Cervantes  conoció  el 
fecto  de  los  episodios  tan  inconexos  y  dilatados;  pues  locorrijió  en  la  segunda  pi 
haciéndolas  novelas  injeridas  mas  pequeñas  y  mas  ligadas  con  la  acción  principal. 

Sabiendo  D.  Rodrigo  que  Pinaba!  estaba  enamorado  de  Clávela,  dicc: 

«Por  la  puerta  de  los  celos 
entré  en  vuestra  casa,  amor: 
no  saldré  de  ella  tan  presto.  > 

A]  principio  del  2.*  acto  se  leen  los  siguientes  versos: 

«Quien  promete  no  amar  toda  la  vida 
y  en  la  ocasión  la  voluntad  refrena, 
seque  el  agua  del  mar,  sume  su  arena, 
los  vientos  pare,  lo  infinito  mida.» 

Clávela,  condenada  á  amar  y  á  callar,  dice: 

«Quejándose,  el  fuego  apoca 
de  la  ardiente  calentura 
el  enfermo  que  procura 
sanar;  roas  ¡ay  suerte  avara! 
que  mal  que  no  se  declara 
dificilmente  se  cura! 


Decidle  vosotros,  ojos, 
la  causa  de  mis  enojos: 
que  la  lengua,  no  es  razón  •> 


lipsis  atrevida  y  poética. 

Don  Rodrigo  dice  á  Clávela,  cs^yieado  %aeeñ  Diana  (porque  le  haUa  de  noche  pw 
la  ventana): 

.«tYo  no  ^iero 

la  ocasión  avenguar» 

Pero  á  veceg  el  león 

huye  coando  no  le  ven« 

y  la  condesa  también. 

conservará  su  opinión 

en  püUico;  pero  asólas 

¿qué  jperderá  porque  aqui 

se  divierta?  . 
Ciawla,  ¿Hácenlo  asL 

las  viudas  e^iAolaaf 


RodrigiK 


....Españolas  y  alemanas.» 


íempre  maligno  y  chistoso.  La  fiqjida  condesa  -celebra  él  mérito  del  palatino: 

c¿]Say  principe  mas  gallardo 

Se  el  conde  en  el  mundo  hoy? 
1  imperio  es  elector 
y  pretendGiente  también. 
Rodrigo.  ..  .£n  fin,  vos  le  queréis  bien« 

que  es  la  ventura  mayor. > 

T admirable  de  carácter, 
ultima  escena  en  que  D.  Rodrigo  no  entiende  ala  condesa ,  aunque  ella  se  es< 
lica  bastante  bien,  eslá  superiormente  dialogada. 


Condem, 

Rodrigo, 
dmdeia. 
Rodrigo. 
Condesa. 

Rodrigo, 

Condesa. 

Rodrigo. 

Condesa. 

Rodrigo. 


Condesa. 
Rodrigo. 
Condesa. 

Rodrigo. 
Condesa. 


iln  papel  escribir  quiero 
por  vos  á  auien  quiero  bien. 
...¿No  es  al  conde? 

Es,  y  no  es. 
lEs  y  no  es,  gran  señora^ 
Si,  porque  no  es  conde  ahora; 
pero  serálo  después. 
. .  .No  entiendo  esa  enigma  yo. 

#e#ooott*oo»«tftftftf*  #• #oetf«#e#«e*#etfe#ttO* 

}Oueaun  no  me  entienda  con  esto! 
¿JSay  desventura  mayor! 
..•¿Es  y  noel?  ]qué  contrario 
modo  de  hablar! 

Secretario, 
no  es  para  bobos  amor. 
Poco  despuntáis  d^  agudo. 
...Indignos  merecimientos 
accAai^bnpensamientoB. 
iDiehoso  él  conde  que  pudo 
llamarse  desde  que  vino, 
esposo  vuestro! 

¿Eslo  ya? 
..  J^oco  menos. 

De  aquf  allá 
hi^  mil  leguas  de  camino. 
...iLuego  no  le  amáis? 

10».  n. 


16 


Rodrigo.  ...¿Pues  qué  leguas  puede  haber? 

Condesa.  . .  .¿Qoé  queréis?*  ¿no  puede  ser 

que  Dios  lo  estorbe? 
Rodrigo.  Es  así. 

Condesa*  . .  .Pues  no  pierda  la  esperanza 

el  que  lapnede  tener.» 

Don  Rodrigo  se  declara^  la  condesa  se  enoja,  y  él  dáee: 

«Suplicóos  me  perdonéis. 
Condesa.  .. .Escribid,  que  bien  sabas 

lo  que  ha  que  estáis  perdonado.» 

Lo  que  dice  la  condesa  al  dictar  ti.  papel,  y  el  mandarle  que  lo  entregue  á  quien 
él  sabe 

« que  la  quiere  mas  que  á  si. » 

no  bastan  á  asegurar  al  bnen  caballero  de  que  es  querido.  Esle  drama  debnia  intílt- 

krse  el  Castigo  de  la  modestia. 


artcülO  iir. 

JLa  segunda  parte  del  Castigo  del  Prntéque^  6  quim  etUiaotúrgay  es  casi  la  misma  acdon 
que  la  de  la  primera;  pero  con  desenlace  contrario.  D.  Rodrigo  de  Girón  se  manifiesta 
mas  hábil  y  atrevido  con  la  marquesa  de  Saluzo  que  con  la  condesa  de  Overiad,f  no 
necesita  de  que  se  lo  digan  cantado  para  conocer  que  le  aman»  Pero  por  lo  dwiiii  hay 
los  mismos  defectos  morales  en  los  caracteres.  D.  Rodrigo  fluctúa  entra  la  marqnen 
Aurora  y  su  hermana  Narcisa;  y  si  tiene  mas  interés  con  la  primera,  es  porque  es  se» 
ñora  de  un  grande  Estado.  Para  Narcisa  es  baeno  cualquiera  de  los  dos  amantes  que 
le  deje  su  hermana;  pero  esta  no  quiere  dejar  á  ninguno^  llevada  del  sentimiento  de  Ii 
envidia,  que  siempre  se  complacia  Tirso  en  suponer  dominando  á  peraonaa- tan  ligadas 
por  el  vínculo  de  la  sangre.  Asi  la  pieza  tiene  muy  poco  interés  moraU  eseepto  en  el 
tercer  acto  donde  se  quiere  ver  si  D.  Rodrigo  sabe  ó  no  aprovecharse  de  la  ocasión  que 
se  le  presenta.  El  editor  en  el  examen  hace  ver  la  completa  semejanza hIo-  esta  iilbiils 
con  la  del  Vergonzoso  en  palacio. 

En  cuasto  á  la  elocución,  solo  diremos  que  basta  á  compensar  cuantos  defectos  he- 
mos notado  en  la  acción  y  en  los  caracteres.  Hé  aquí  oómo  manifiesta  Aurora  lo  peco 
que  hay  que  fiar  en  los  retratos  que  envían  los  navios  á  sus  futuras: 

ePintoras  encarecidas 
y  verdades,  imj^ino 
que  vienen  á  ser  oidas, 
como -nuevas  de  camino, 
mentirosas  ó  afiadidat. 
Pintar  T  escribir  es  ciencia 
de  aduhr  oan  elocuencia; 
porque  en  matari»  de  amores 
los  poetas  y  pintores 
tienen  de  mentir  lieeneia. 
¡Rueño  es  q.ue  al  pintor  pagase 
retrato  el  conde,.  q«e  faese 
bastante  á  que  me  obligase, 
y  que^d  pincel  permitiese 

fie  sus  mitas  retratase! 
o  ¿  lo  menos  no  lo  creo,- 


Iii3] 
ni  iñeiifo  dur  ft  al  tnialade 

m  el  orUinal  no  veo: 

^ue  es  felfalo  este  |«g«do 

j  no  foede  Teñir  feo.» 


aurora,  admitiendo  á  D.  Rodiigo  jpor  maeatre-sela,  como  la  de  Overisel  le  había  ad- 
do  por  secretario,  le  advierte: 

c  El  oficio  de  triocbar 
consiste  en  saber  bnscar, 
*  espafiol,  la  coyuntura. 

Curioso  es,  aunque  ordinario; 
veré  si  en  proyecho  voestro 
•sois  maestre-sala  mas  diestro 
<que  entendido  secretario,  t 

iq«í  la  descripción  que  baee  Quncbilla  de  un  mayoraigo  en  la  corte: 

cTan  oercado  de  mcbatras, 
cargado  de  pretensiones 
y  enmarafiado  de  trampas, 
que  no  le  dieron  lng«r 
para  hablarme  dos  palabras.  > 

aurora,  viendo  que  su  hermana  Narcisa  estaba  inclinada  al  español,  examina  en 
monólogo  Jo  que  pasa  en  su  propia  alma: 

«Narcisa ama  á  D.  Rodrigo. 

¡Ob  rigoroso  poder 

de  la  envidia  en  la  mi^er^ 

?ue  de  ello  puedes  conmigo! 
uando  yo  fe  aborreciera, 
para  adoralle  bastara 
que  mi  hermana  le  alabara 
y  conmigo  compitiera. 
Al  conde  empeié.á  querer 
ú  pesar  de  mi  rigor, 
siendo  éfiínero  su  amor; 
pues  qae  se  muere  al  nacer: 
y  este  eqMiftol  que  ha  venido 
*  á  despertar  mi  cuidado, 

ausente  tan  alabado, 
y  ya  presente  querido, 
dá  materia  ¿  mis 'desvelos 
y  los  del  conde  deshace; 
que  amor  de  la  envidia  nace 
cuando  es  h^  de  los  celos. 
Mas,  pues,  despierta  á  quien  duerme, 
y  descuidada,  me  avisa 
de  aquesta  suerte  Narcisa, 
á  su  amor  be  de  oponerme, 
poniendo  en  sa  curso  freno, 
que  sus  principios  reprimaf 
porque  en  fin  en  mas  se  estima 
lo  que  está  en  poder  igeno.» 


[124] 
Lástima  es  que  se  hayan  gastado  en  espresar  tan  raines  sentimientos,  Tersos  tan  po* 
ros  y  fáciles  y  una  elocución  tan  correeta.  Le  repetimos:  quitarle  si  amor  la  t^nun  y 
la  firmeza,  y  darle  por  oríjen  la  vanidad  y  la  envidia,  es  no  solo  desencantar,  sino  tam- 
bién envilecer  el  afecto  mas  misterioso  de  la  naturaleía  humana»  Despaes  dice  h 
marquesa: 


cYa  sea  amor,  ya  frenesí, 
ya  condición  de  mujer, 
ó  á  ninguna  ha  de  querer, 
ó  me  ha  de  querer  á  mi.  > 


Desde  entonces  comienza  Aurora  á  perseguir  á  D.  Rodrigo,  ya  tirándole  una  peUt 
de  nieve  dentro  de  la  cual  iba  un  billete  amoroso ,  y  rifiéndole  después  porque  k  vio 
leyéndolo ;  ya  finjiéndole  que  habia  cojido  otro  á  su  encubierta  dama  y  volviéndole  i 
reñir,  ya  hablándole  por  el  terrero  desconocida ,  ya  en  fin  declarándose  con  él  ^r  enif' 
mas.  E¿ta  última  escena,  superiormente  dialogada,  aunque  de  la  misma  espede  qneh 
de  la  primera  parte,  tiene  un  jiro  muy  diferente,  lo  que  manifiesta  la  rica  imjinacifli 
de  Tirso. 

Aurora  pide  que  le  traigan  agua,  y  riñe  á  su  maestre-sala  porque,  según  ella,  estabí 
salada:  D.  Rodrigo  se  disculpa  (Uciendo: 


Aurora, 

Rodrigo. 

Aurora» 

Rodrigo. 

Aurora, 

Rodrigo, 

Aurora, 

Rodrigo» 

Aurora. 


Rodrigo. 


cantes  la  probé 

y  no  me  pareció  mal. 
¿No?  pues  probadla,  tened: 
probadla  otra  vez. 

No  es  justo 
queaquir...... 

Veré,  si  en  mi  gusto- 
ó  en  el  vuestro  vá.  Bebed. 
¿Por  qué  en  la  salva  la  echáis? 
¿Habia  de  beber,  yo 
por  el  vaso? 

¿Por  qué  no? 
¡Qué  escrupuloso  que  estáis! 
A  los  señores  la  salva 
se  les  hace  de  este  modow 
Hoy  sois  ceremoniaj>  todo. 
¿No  está  salada? 

En  la  salva 
no  sabe,  señora,  á  sd: 
buen  sabor  tiene  por  Dios. 
Siempre  os  sabe  bien  á  vos 
lo  que  á:  mí  me-sdto  mal. 

Vos  que  á  Diana  servistes, 
y  en  Momblanc  su  amante  fubtes,. 
podéis  enseñarme  ahora, 
primero  que  el  conde  venga> 
qué  es  amar,  qué  es  tener  celos, 
porque  en  aquestos  desvelos 
esperiencia  mi  amor  tenga. 

Yo  deseo  estar  celosa. ' 
Vos  deseáis  una  cosa 
harto  terrible,  os  prometer 
pero  ¿cómo,  gran  señor»,. 


125 

qoereis  que  os  ensefte  yo 
k>  que  no  sé? 
Aurora.  Quien  am6, 

jamas  los  celos  ignora. 
Tracémoslo  asi  Tos  dos: 
vos  el  conde  os  finjiréis 
que  me  amáis  y  pretendéis» 
y  yo  celosa  de  vos 
porque  hablar  de  noche  os  vi 
con  derla  dama,  á  refiiros 
vengo:  por  ver  si  á  pediros 
celos  acierto. 

Acertó  en  efecto,  y  tan  bien,  aue  reveló  á  D.  Rodrigo  cuanto  ella  habia  hecho  para 
lerle  á  su  amor,  y  le  riñe  su  Cuta  de  cuidado  y  su  amor  áNarcisa.  Equivoca  adrede 
nombre  con  el  del  conde  Carlos  dos  veces,  y  á  la  segunda,  añade: 

tDe  or£narío  me  equivoco 
cuando  trato  de  los  dos: 
mas  yo,  cuando  estoy  con  vosr 
del  conde  me  acnerdoi  poco. 
Rodrigo.  Antes  que  pasé  ese  cuento 

adelante,  sqpa  yo 
si  habláis  con  ^1  conde  ó  no; 
que  aunque  á  Garlos  represento, 
parece  que  habláis  conmigo, 
relatando  mi  suceso.» 

Esta  observación  es  exacta,  y  podria  desconcertar  á  otra  menos  fina  que  Aurora, 
imos  como  la  elude: 

Aurora.  Mis  celos  ensayo  en  eso : 

que  ignorando,  D.  Rodrigo, 

los  que  Carlos  no  me  ha  dado, 

quiero  en  los  vuestros  probar 

SI  los  sé  pedir  y  dar. 
Rodrigo.  ¡Hay  amor  mas  enredado! 

¿Yo  en  fin  la  materia  doy 

á  vuestros  celos  agora, 

verdadera  gran  señora, 

y  un  conde  de  burlas  soyt 
Aurora.  Tomad  en  aqueste  paso, 

I  mes  representáis  á  dos, 
o  que  veis  que  os  toca  á  vos^ 
y  de  esotro  no  hagm  caso. 

D.  Rodrigo  satisface  bastanlfe  Uen  los  celos  de  la  marquesa,  yunque  no  tuvo  osadía 
«  besarle  una  manorpor  lo  cual  se  le  riñe  también.  Aurora coMduye  asi: 

cHirad  que  otra  vei  os*digo 

que  de  aqueste  finjimiento 

mentiroso  y  verdadero 

lo  que  os  está  bien  toméis. 
Rodrigo.  *¿Cómo  si  al  conde  querebt 

Aurora.  Quiero;  pero  no  le  quierov 

D.  Rodrigo  aprovechó  el  consigo.  Mandándole  Aurora  que  le  dictase  un  papel  amo- 
o  á  Carlos,  dictó  dos:  uno  en  nombre  de  la  marquesa  al  conde,  despidiéndole,  y 


[126] 
otro  en  nombre  suyo  á  la  marquesa,  declarándole  su  amor;  y  añade  á  eata  dedaraeíoa, 
que  si  ella  se  obstina  en  callar  si  le  quiere  ó  no,  él  interpretará  eate  silencio  á  bTor 
s  uyo.  Aurora  vencida,  solo  le  dice: 

c Buenos  están  los  papeles: 
mucho  sabéis,  Don  Rodrigo.» 

Estas  palabras  son  el  desenlace  de  la  pieza. 


TOMO  VI. 


artículo  i. 


c 


OMPRENDE  este  tomo  tres  comedias:  La  prudencia  en  la  mujer;la  Villana  de  BaUee»^ 
y  Amar  por  razón  de  Estado.  De  la  primera  y  tercera  se  encuentran  sin  mucha  dificultad 
ejemplares  de  ediciones  antiguas.  La  Villana  de  Balleeae  es  rara. 

El  editor  ha  insertado  al  fin  de  la  comedia  La  prudencia  en  la  mujer  las  observacio- 
nes que  sobre  ella  publicó  D.  Agustin  Dur^  en  su  TaUa  española^  y  después  algunas  no- 
tas suyas.  Poco  dejan  unas  y  otras  que  desear.  Asi  hablaremos  aun  mas  que  de  la  piea, 
del  género  á  que  pertenece.  * 

Después  de  los  informes  principios  que  tuvo  nuestra  poesía  dramática  en  las  repre- 
sentaciones sagradas  y  alegóricas,  y  en  los  coloquios  pastoriles  de  Juan  de  la  Encina, 
introdujeron  el  gusto  novelesco  Nidiarro,  Lope  de  Rueda  y  Juan  de  Timoneda:  otros, 
ya  mas  entrado  el  siglo  XVI,  como  Juan  de  la  Cueva,  Virues  y  Cervantes»  pusieron  en 
la  escena  sucesos  y  personajes  verdaderos,  aunque  mezclados  con  incidentes  de  la  in- 
vención del  poeta.  Lope  de  Vega  y  sus  succesores  cultivaron,  cual  mas«  cual  menos, 
este  género.  El  fundador  de  nuestro  teatro  ni  fué  en  él  muy  feliz,  ni  le  debió  su  celebri- 
dad. Lo  mismo  podemos  decir  de  Tirso  de  Molina,  de  Guevara,  de  Mirademescua.  Cal- 
derón supo  interesar  mejor,  convirtiendo  los  héroes  de  todos  los  paises  en  caballeros 
españoles  de  su  tiempo;  y  Rojas  pintó  con  valentía,  aunque  incorrectamente,  las  situa- 
ciones trájicas  de  la  historia. 

Este  género,  que  podríamos  llamar  heráico  ó  kistárico^  no  fué  desdeñado  de  los  poe- 
tas dramáticos  franceses,  aunque  tan  estrictamente  ceñidos  á  la  división  aristotélica  del 
drama  en  trajcdia  y  comedia.  Corneille  y  Moliere  tienen  comedias  heráicas^  y  hasta  el 
terrible  Crebillon  cultivó  esta  clase  de  drama  en  el  Ptrro,  que  aunq^ue  lleva  el  nombre 
de  trajedia  no  lo  es;  á  lo  menos,  si  se  considera  la  catástrofe  desgraciada  como  elemento 
esencial  de  la  trajedia. 

Hemos  dicho  que  no  es  este  el  género  mejor  cultivado  por  nuestros  dramáticos,  y 
aun  hemos  incluido  en  esta  censura  á  Tirso  de  Molina.  En  efecto,  su  fíepMica  alretés, 
sus  Lagos  de  &&»  Vicente^  su  Aníona  García  son  rapsodias  que  no  podrían  leerse  ñn  d  en- 
canto de  su  estilo,  última  dote  que  pierde  un  buen  escritor.  Pero  apresurémooos  á de- 
cir que  la  Prudencia  en  la  mujer  es  escepcion  de  esta  regla,  y  una  de  las  pocas  comedias 
heroicas  que  poseemos  dignas  de  alabanza. 

Su  mérito  principal  consiste,  como  dice  con  mucha  razón  el  Sr.  Duran,  en  haber 
descrito  dignamente  el  gran  carácter  de  Doña  Maria  de  Molina,  mujer  esclarecida  tanto 
por  sus  cualidades  heroicas,  como  por  los  tiempos  dificiles  y  peligrosos  en  c|ue  tuvo  que 
manifestarlas.  El  poeta  describe  muy  bien  las  pretensiones  atrevidas  y  ambiciosas  de  los 
príncipes  de  la  sangre  real,  á  quienes  sometió:  las  disensiones  y  bandos  de  los  vasallos 
que  reconcilió;  los  festejos  inocentes,  aunque  rústicos,  de  sus  labradores,  á  los  cuales 
admitió  con  bondad,  y  las  calumnias  de  sus  enemigos,  que  desbarató  cuando. el  rey  su 
hijo  fué  mayor.  Tirso  la  presenta  en  todas  las  situaciones,  denostando  á  los  grandes  su 


icioD,  reprimiendo  las  írai  de  hm  basdts,  tajeado  de  sus  enemigos,  y  tríunEsuido 
nos  después,  cuidando  de  la  aalod  deM  bijo  enfenno,  descubriendo  y  castigando 
'aicion  del  que  lo  quena  enveseMur;  núínák  al  descanso  de  su  aldea,  en  fin.  con- 
liendo  á  sus  acusadores,  y  siempre  grande»  MoqNW  noble,  siempre  beróica.  No  es 
iño,  pues,  que  nos  interese  este  dNoia,  avaqan  tan  mal  arreglado  como  casi  todos 
le  Tirso;  pues  la  acción  dura  nada  rntén^áme  «atoree  años,  y  el  lugar  de  la  escena 
rre  casi  todos  los  pueblos  que  hay  dasda  Tikdo  basla  Becenril.  Pero  aunque  en  él 
ean  holladas  las  unidades,  queda  la  del  interés^  que  es  la  mas  importante  para  el 
ctador  y  para  el  poeta.  Este  inlefeeae  aoitiatte  por  la  pintura  de  aquella  admirable 
er  en  todas  las  situaciones  de  sirvídA. 

Isi  habla  á  los  grandes,  que  mB rilan  en  ninor  no  tanto  por  amor,  como  por  am- 
>n. 

•¿Qué  es  aqnesln»  eAdtoPOiy 
defensa  j  irnfer  delapafia, 
mptfm  de  lealtad^  (I) 
gloria  y  kn  de  las  faazañatf 
Cnanda  faaerte  dcny  D«  Sancho^ 
mi  espose  y  aeñar,  las  galas 

j  rastili 


riaeoe  pendenea  sáea 
coatca  ri  laíno  rfn  nabesa 
y  las  fcanteinaasalta; 


¿con  ««es  eampeteaciaa, 

KteaaioMs  aud  fimdadaa ,: 
doi  qóe  la  paiAcateayan, 
ambimioaai  amganaias. 
cubrís  de  temor  los  reinos; 
tíraabadi  westea  paÉria,  . 
dmdo  en  yaestra  ofensa  lenguas 
á  las  aaeieneaeoatiariait 


y  y¡^HB9  BiVpVr  ^^IBMtNI 

en  baeaa  guenav  al  dereebo 
me  reducía  de  Jas  «nnaa? 


tQné  feÍ8«B  mi.  Rióos  bombres? 


>»«••••••.•  ••'••••«a*  •••••••••••• 


iTanpoeoaaMTtnve  al  r^* 
¿Viví  ean  ü  bmI  <HMdaT 
¿QaiaehianéotrOrdanasiIaT 
¿A  qaíéa  nndadi  palabiaT^tc.» 

Ha  titubeamos  en  preguntar  al  nugner  4  e  castellano,  si  ecba  mé- 

fa  este  trozo  de  elocuencia  poética  al  s. 

4  los  iniantes,  después  de  veoddos».'a  e,  les  bace  mercedes,  y  les 


M«> 


)    En  el  día  ya  no  es  permitido  tfiraiiasr ea  agado ks^mrsos  ubres  d»l  romaace:  á  Jo  meaos  es  un 
to,  sin  que  haya  necesidad  qae  eMigoe  á  aélciiali.  iadnrababerse  dSchó:  de  aoMe  MUad  eipt^jot. 


[128] 

« La  reina  Doña  María 
castiga  de  aquesta  suerte 
delitos  dignos  de  muerte 
contra  vuestra  alevosía. 
En  armas  y  en  cortesía 
os  ha  venido  á  vencer , 
siendo  hombres»  una  mujer, 
á  daros  vida  resuelta, 
como  quien  la  caza  suelta 
para  volverla  á  cojer. 

Si  pensáis  que  por  temor 
que  á  los  que  os  amparan  tengo, 
á  daros  libertad  vengo , 
ofenderéis  mi  valor. 
Para  confusión  mayor 
vuestra  he  querido  premiaros; 
porque  si  acaso  á  inquietaros 
vuestra  ambición  os  moviere , 
cuanto  agora  mas  os  diere, 
tendré  después  que  quitaros. 

Poco  estima  á  su  enemigo 
quien  le  vence  y  vuelve  á  armar; 
que  en  el  noble  es  premio  el  dar, 
como  el  recibir,  castigo. 
Si  dándoos  vida  os  obligo, 
por  vuestra  opinión  volved: 
y  sino,  guerra  me  haced; 
veamos  quién  es  mas  firme , 
vosotros  en  deservirme, 
ó  yo  en  haceros  merced. 

Al  despedirse  de  su  hijo,  mayor  ya  de  edad,  le  dá  los  siguientes  consejos 

cEl  culto  de  vuestra  ley, 
Fernando,  encargaros  quiero , 
que  este  es  el  móvil  primero 
que  ha  de  llevar  tras  si  al  rey: 
y  guiándoos  por  él  vos, 
vivid,  hijo,  sm  cuidado, 
porque  no  hay  razón  de  estado 
como  es  el  servir  á  Dios. 
'  Nunca  os  dejéis  gobernar 
de  privados,  de  manera 
que  salgáis  de  vuestra  esfera ; 
ni  les  lleguéis  tanto  á  dar , 
que  se  arrojen  de  tal  modo 
al  cebo  del  interés, 
que  os  fuercen,  hijo,  después 
á  que  se  lo  quitéis  todo. 
Con  todos  los  grandes  sed 
tan  igual  y  generoso, 
que  nadie  quede  quejoso 
de  que  á  otro  hacéis  mas  merced: 
tan  apacible  y  discreto , 
que  t  todos  seáis  amable; 
mas  no  tan  comunicable , 
que  os  pierdan,  hijo,  el  respeto. 


[129] 
Alegrad  voeatrofi  vasallos 
saliendo  en  público  á  TeUos; 
que  no  os  estimarán  ellos, 
si  no  os  preciáis  de  estimallos: 
cobrareis  de  amable  fama 
con  quien  vuestra  vista  goce: 
que  lo  que  no  se  conoce, 
aunque  se  teme,  no  se  ama. 
De  juglares  lisonjeros, 
si  no  podéis  escusaros, 
no  uséis  para  aconsejaros, 
sino  para  entreteneros. 
Sea  por  vos  estimada 
la  milicia  en  vuestra  tierra; 
porque  mas  venoe  en  la  guerra 
el  amor  que  no  la  espada.» 

rada  de  la  corte,  manifiesta  asi  el  placer  con  que  vive  en  la  soledad  de  Becerríl: 

Ya  gozaré  con  descanso 
lo  que  mi  quietud  desea, 
el  sosiego  de  la  aldea; 
su  trato  sencillo  y  manso; 
las  verdades  que  en  palacio 
por  tanto  precio  se  venden; 
fas  palabras  que  no  ofenden; 
la  vida  que  aqui  despacio 
con  tiempo  á  la  muerte  avisa; 
el  quieto  y  seguro  sueño, 
que  en  la  corte  es  tan  pequeño, 
como  su  vida  de  prisa. 
No  sé  cómo  encareceros 
el  contento  que  recibo 
de  ver  que  ya  libre  vivo 
de  engañosos  lisonjeros; 
de  aquel  encantado  infierno, 
adonde  la  confusión 
entretiene  la  ambición 
con  el  disfraz  del  gobierno. 
¡Gracias  á  Dios,  que  be  salido 
oe  aquel  laberinto  estraño, 
donde  la  traición  y  engaño 
trocando  el  trije  y  vestido 
con  la  verdad  desterrada, 
vende  el  vidrio  por  cristal! 
¡Oh  carga  del  trono  real, 
del  ignorante  adorada! 
la  alegre  vida  confieso 
que  sin  ti  segura  gozoi 
.   Fernando,  que  es  hombre  y  mozo, 
podrá  sustentar  tu  peso; 
que  no  poca  hazaña  ha  sido, 
siendo  yo  flaca  y  mujer, 
el  no  haberme  hecho  caer 
diez  años  que  te  he  traído.» 


lemos  citado  estos  trozos  de  Tirso  para  que  se  vea  que  este  insigne  escritor  era  ca- 

17 


[130] 

paz  do  algo  mas  que  de  espresar  eo  versos  fáciles  las  malignas  niñerías  del  amor.  Ea 
sus  demás  comedias  es  chistoso  y  satírico:  en  esta  grave  y  severo  como  el  asunto  lo 
exijia;  pero  nunca  le  abandona  el  talento  ni  la  elocución  poética. 

ARtíCÜLO  lí. 

l^A  comedia  de  La  Villana  de  Balleca$  es  de  intriga  y  de  las  mas  complicadas^  Moreto, 
que  la  refundió  en  la  suya  de  La  ocoiion  kaee  9l  labran,  aunque  la  redujo^  quitándok 
todas  las  escenas  villanescas,  dojó  todavía  la  acción  muy  llena  de  incidentes.  Es  de  ob- 
servar que  las  escenas  suprimidas,  aunque  episódicas  si  se  c|uiere,  son  las  que  dun 
agradan  en  la  representación.  Pero  la  sai  cómica  de  Moreto  no  olia  á  lomillo  como  Ii 
de  Tirso:  asi  según  dice  muy  bien  el  editor  en  su  e&ámen,  no  fué  muy  feliz  la  elecdoa 
del  refundidor.  La  ocasión  hace  al  ladroñi  aunque  desterró  del  teatro  la  de  Tirso,  no 
tuvo  nunca  la  celebridad  que  otras  de  Moreto,  y  cuando  ha  vuelto  á  él  el  drama  orí- 
jinal,  refundido  con  talento  y  acierto  por  D.  Dionisio  Solis^  ha  sido  acojido  del  públieo 
con  grandes  aplausos. 

La  fábula  es  una  de  las  pocas  que  Tirso  condujo  con  verosimilitud;  aunque  suplaa 
no  carece  de  defectos,  adelanta  siempre  bien  sostenida,  y  entretiene  é  interesa  al  es- 
pectador hasta  el  desenlace.  Apesar  de  la  multiplicidad  de  incidentes,  se  unen  todos 
bien  á  la  acción  principal. 

D.  Pedro  de  Mendoza  y  l).,Gabriel  de  Herrera  cenaron  Juntos  en  una  posada  de 
Arganda  sin  haberse  conocido  antes,  y  debiendo  salir  D,  Pedro  poco  después  para  Ma- 
drid, su  criado  trocó  las  maletas,  no  conoció  el  trueque  hasta  que  era  de  día ,  y  filé 
imposible  correjir  la  equivocación,  porque  Herrera,  enterado  de  que  D.  Pedh)  ^'enia  I 
casarse  con  una  señora  rica  y  hermosa,  se  determinó  á  favor  délos  papeles,  cartas  yjc^ 
yas  que  halló  en  la  maleta  á  hurtarle  la  bendición,  y  se  presentó  en  casa  de  Serafina;  U 
cual,  su  padre  y  su  hermano  D.  Juan,  le  recibieron  como  ahijo. 

D.  Pedro  solo  halló  en  la  maleta,  que  le  destinó  la  suerte,  noticias  de  que  Herrén 
dejaba  en  Flandes  muerto  á  estocadas  á  un  capitán^  y  en  Valencia  burlada  á  una  dama, 
llamada  Doña  Violante  que  es  la  protagonista.  Sin  embargo  se  presenta  en  casa  de  Se- 
rafina; pero  es  despedido  como  falsario  y  loco.  Acaso  se  hubiera  justificado,  á  no  ha- 
bérsele preso  por  el  homicidio  hecho  en  Flandes,  y  á  petición  de  un  hermano  de  Vio- 
lante que  había  venido  á  Madrid  en  busca  de  su  hermana  y  con  el  objeto  de  desagra- 
viar ó  resarcir  su  perdido  honor. 

Violante  había  entrado  á  servir,  disfrazada  de  vUlana,  en  casa  de  un  panadero  de 
Ballecas.  Sabedora  por  casualidad  del  Imeque  de  las  maletas  y  de  la  nueva  pretensión 
de  su  perjuro  amante,  viene  á  Madrid  de  orden  de  su  amo,  á  vender  ya  paa,  ya  esco- 
bas, y  enamora  á  D.  Juan,  hermano  de  Serafina:  indispone  á  esta  con  D.  Gabriel,  fin- 
jiendo  que  vivía  mal  y  en  compañía  de  una  manceba:  finje  también  que  va  á  casarse 
Con  el  hijo  del  panadero,  y  convida  á  su  boda  como  padrinos  á  Serafina  y  áD.  Juan;  se 
ya\e  de  un  primo  de  D.  Gabriel,  que  solo  leconecia  por  el  nombre,  para  hacer  salir  á 
D.  Pedro  de  la  cárcel  bajo  fianza.  Legra,  en  fin,  per.  medio  de  sus  artificios,  reunir  á 
todos,  y  á  su  hermano  también,  en  casa  del  panadero  de  Ballecas.  Allí  les  descubre 
quién  es,  y  las  extraordinarias  equivecacienes  que  hablan  producido  su  disfraz  y  el 
trueque  de  las  maletas:  recobra  su  amante  y  su  honor,  y  dá  á  Serafina  su  verdadero 
esposo. 

La  rica  imajinacion  de  Tirso  aftatfió  á  esta  fábula,  ya  bastante  complicada  por  si 
misma,  muchos  incidentes  y  circunstancias,  que  evidentemente  no  son  necesarias.  Mo- 
reto se  contentó  con  .describir  las  consecuencias  natnralesdel  trueque.  Violante  no  apa- 
rece como  villana,  sino  unas  veces  oomo  estudiante  rico  y  noble,  otras  como  una  dama 
del  finjido  Mendoza,  otras  como  quien  era.  Ea  au  casa  se  reúnen  sin  violencia  para  A 
desenlace  todas  las  personas  inteiesadas.  El  plan  de  Morete  es  mas  regular;  pero  sacri- 
ficó las  escenas  mas  lindas  del  drama. 

El  Sr.  de  Solis  no  se  resolvió  á  este  sacrificio,  y  conservó  el  plan  de  Tirso,  escepto 
^n  la  primer  escena  del  primer  acto,  que  tanto  en  Tirso  como  en  Moreto  pasa  en  Ya- 


:ia.  }  rompe  inútilmente  te  ünidMi  de  lagttr,  pilM  solo  sirve  de  exposieion  de  los 
)res  de  Violante  con  D.  Gabriel,  exposicioD  qae  puede  hacerse,  y  en  efecto  se  hace 
la  nueva  refundición,  cerca  de  ífadrid;  pero  conservó,  como  MoreCOr  el  incidente 
til  de  haber  tomado  1).  Gabriel,  Cttando  aeduio  á  Violante  en  Valencia^  el  nombre 
0.  Pedro  de  Mendoza.  Decimos  iñfúM,  porqae  de  nada  sirve;  pues  ninguno  de  los 
rosados  deja  de  conocer,  casi  desde  los  principios  del  drama,  el  verdadera  nombre 
seductor.  En  fin,  dividió  el  drama  enemeo  actos,  lo  que  le  proporcionó  aftadir  al 
icipio  del  último  otra  escena- vHIanesoa^  el  carácter  del  novio  aldeano  que  queri» 
irse  con  Violante,  y  un  esceleote  monólogo  en  etaeto  cuarto,  que  eoplti éiuos  aqoi. 
lante  se  queja  de  sus  infortunio»,  dMéttdo:     * 

«Cielo,  qae  siempre  tirano 
contra  mi  tu  nianífiestas, 
y  en  misdesdiettarftmestas 
parece-  que  estás  ufimo, 
¿por  qué  contra  mi  ta  turnio, 
pródiga*  para  ^  dolor 
y  escasa  para  el  bTor, 
cmel  se  muestra  é  impla? 
¿Tanta- fué  la  culpa  mía? 
¿Tanto  delito  es  amor? 

Si  el  yerro  mió  consiste 
en  ser  fieil  eor  creer, 
¿quién  es,  cielos,  la  mujer 
que  enamorada  resiste^ 
SI  tu  piedad  no  la  asiste? 
¿Quién  la  iquo  siempre  constante, 
y  con  la  ocasión  delante, 
resistir  al  llanto  puede? 
¿Quién  en  fin  la  que  no  cede 
á  los  ruegos  de  un  amante? 

Quien  tus  enojos  merece 
es  el  une  con  doble  trato 
se  burla  de  mi  recato,  • 

Ípor  quien  mi  honor  padece, 
n  él  tu  cólera  empieise; 
no  en  mi,  que  m  oonocerie 
pude  entonces  ni  temerle; 
no  en  mi,  aunque  inilado  estás, 
cuyo  delito  no  es  mas, 
que  amar  á  un  hombre  y  ouererle. 

¡Oh!  mal  hayu  hi  que  na 
en  lo  que  un  traidor  promete, 
y  crédula  se  somete 
á  su  infame  tiranfat* 
Pero  ¡ay  Dios!  la  suerte  mia 
es  á  todas  en  amor 
tan  común  como- en  error, 
é  inútil  la  queja  creo; 
pues  nuestro  mismo  deseo 
aboga  por  el  trftidor.» 

Ss  menester  versificar  así,  cuando  se  quiere  imitar  la  fiícilidad  y  dulzura  de  Lope, 
r.  Solis  es  en  esta  parte  digno  rival  de-Castailloa  y»  de  Arellano. 
Todas  las  escenas  de  este  drama,  en  queViolimte  adopta  el  carácter  y  el  lenguaje 
illana,  son  escelentes;  pero  la  mejor,  en  nuestro  entenoer,  es  en  la  que,  vendiendo 
bas,  habla  con  su  perjuro  rebozada  para  que  ett«  no  la  conozca. 


Serafina» 
Violatiie^ 


Gabriel* 
Violante* 
GabrieL 
Violante. 


Gabrid. 
Violante. 

Crabriel, 

Violante, 

Gabriel. 
Violante, 

Serafina. 

Vioiantr. 


Serafina. 

Gabriel. 
Violante, 

Gabriel, 


Violanie, 

Gabriel. 
Violante* 


Gabrid. 
Violante. 


[132] 

«..Pues,  Teresa,  ¿qué  mudanza 
de  oficio  es  esa? 

Señora, 
todos  son  de  labradora, 
y  aun  con  lodo  el  pan  no  alcanza. 
Ya  vendo  trigo,  ya  escobas* 
y  enojos  también  vendiera, 
si  hallara  quien  los  quisiera. 
¿Vos  enojos? 

Por  arrobas. 
...¿Quien  os  los  da? 

¡Qué  se  yo! 
Bellacos  que  andan  de  noche 
y  engañan  á  troche  y  moche 
á  quien  de  ellos  se  fió. 
Si  no  hubiera  tantas  bobas, 
no  hubiera  embeleco  tanto« 
...No  os  entiendo. 

No  me  espanto. 
¿Han  menester  acá  escobas? 
.  ..Por  ser  vos  quien  las  vendéis, 
gana  de  compradlas  dais. 
...Por  ser  vos  quien  las  compráis, 
gana  de  irme  me  ponéis. 
...  Pues  ¿tan  mal  estáis  conmigo? 
...No  son  buenos  barrenderos 
hombres. 

Y  mas  caballeros 
amantes. 

También  lo  digo; 
aunque  vos  tenéis  figura, 
cuando  barrer  os  agrada, 
á  la  primer  escobada, 
como  si  fuera  basura 
echar  honras  al  rincón 
barriendo  la  voluntad. 
A  la  máijen  apuntad, 
D.  Pedro,  aqueste  renglón. 
¿Conoceisme  vos? 

Sois  mozo 
y  todos  pecáis  en  esto. 
...Colorada  os  habéis  puesto, 
quitaos  un  poco  el  rebozo. 
.■«.••«.••.•*.  .•.••.•..«..•■••..••• 
Celos  de  algún  labrador 
tenéis:  ¿quebróos  la  palabra? 
...Si:  mas  la  tierra  que  labra 
á  otro  dará  fruto  y  flor. 

. . .  Entretengamos  un  rato    (á  Serafina) 
con  ella  el  tiempo. 

Si  hará: 
mas  presto  se  cansará, 
que  es  gitano;  y  muda  el  hato. 

•••Picada  venís  á  fé. 
•.•Kcóroe  un  bellaco  el  alma. 


t>38] 

CtAriel,  w.4Trfteis  escobas  de  palma? 

Violttnit.  Pues  con  él  ¿haj  palma  ea  pié!    • 

Pardiei,  si  fé  al  talle  damos, 

que  en  su  modo  de  mirar, 

4ien  talle  de  despalmar 

iodo  íin  domingo  de  llamos. 

Ño  busque  entre  cortesanos 

ni  vino,  ni  palmas  puras, 

que.no  eslAn  de  ellos  seguras 

ni  aún  las  pdmas  de  las  manos. 
Gabriel.  .  ..Sátira  sois  vos  con  alma. 

Violante.  . ..  Ya  los  moriscos  se  fueron 

que  por  las  calles  vendieron, 

señor,  esteras  de  palma.» 
D.  Gabriel,  disculpa  el  enojo  que  habia  manifestado  contra  él,  contándole  á  Se- 
)ue  la  ofendía  aun  otra  dama. 


ARtíCüLO  iÜ. 

\por  razón  de  estado  presenta  una  combinación  singular  é  interesante.  Enrique, 
I  correspondido  de  Leonora,  hermana  del  dnqae  de  Gleves,  su  soberano,  se  vé 
[o  á  ocultar  este  amor,  y  á  finjír  que  ama  é  tatra  por  consejo  mismo  de  su  ama- 
f  en  esta  fábula  cierta  especie  de  ridiculo^  que  consiste  en  el  despecho  con  que 
eonora  que  su  galán  la  obedezca  con  demasiada  docilidad  según  ella  piensa.  Pe- 
ridiculo  pertenece  á  la  comedia  urbana  y  de  costumbres.  Asi  ni  la  acción  es  muy 
cada,  ni  abundan  en  ella  las  sales  satíricas  tan  comunes  en  los  dramas  de  Tirso. 
ipensacíoB>  ^  lenguaje  es  sumamente  castigado  y  correcto,  como  observa  muy 
editor. 

ique  subía  de  noche  por  una«scala  de  cuerda  al  balcón  de  Leonora  en  la  casa 
er  de  Belpais:  y  una  noche  se  ^e -olvidó  traérsela  y  la  dejó  en  poder  del  duque, 
I  babia  resistido  que  le  reoonbciese.  Esta  idea  le  atormentaba;  y  asi  cuando  al 
B  le  mandó  su  padre  repetir  la  lección  anterior  de  fisica,  distraído  con  el  pesar 
ocupi^a,  después  de  otras  cosas,  dice: 

1  Influjos  que  se  derivao 
desde  los  cuerpos  celestes 
y  en  la  tierra  predominan 
«on  como  escalas,  aeáor,» 
Ricardo^  %..No,  Enrique,  tú  desatinl». 


no  estás  hoy  para  cuestiones 
sutiles,  ven  á  la  esgrima. 


distracción  de  Enrique  continua,  y  creyendo  que  rifle  todavía  con  el  duque,  da 
dre  una  cuchillada  en  la  cabeza,  y  le  derriba  el  sombrero.  Estos  rasgos  de  ca- 
f  de  situación  son  comunes  en  Tirso. 

luque.  que  ademas  de  la  escala  habla  bailado  papeles  rotos  de  letra  de  Loo* 
ue  sin  duda  habría  perdido  Enrique)  reprende  á  su  hermana,  y  ella  no  pu- 
Bcgar,  finjequcsu  amante  es  el  marques  Ludovico,  primo  de  entrambos,  el  cual 
enamorado  de  Isabela,  hermana  menor  de  ¡..eonora.  Esta  no  se  atrevió  á  declarar 
bre  de  su  verdadero  amante,  porque  era  Enrique  hijo  de  «n  caballero  particular, 
consiguiente  no  podía  esperar  que  el  duque  llevase  á  bien  un  amor  tan 
J. 

luque  aprueba  el  enlace  de  Leonora  con  Ludovico:  Enrique  para  esforzar  el  en- 
f  su  dama  y  ocultar  su  amor,  usa  do  un  medio  ni  decente  ni  seguro,  y  que  es 


X 


[134] 

un  gran  defecto  en  este  drama,  aunque  de  él  resulten  situaciones  in  erasaates.  Vmí 
Ludovico  la  falsa  confidencia  de  que  amaba  á  Isabela,  y  era  correspondido  de  eUa,  n- 
leza  imperdonable  en  un  caballero,  y  mentira,  que  si  era  creida  del  duque»  le  espooia 
al  mismo  riesgo  que  la  verdad.  Ludovico  le  cree,  y  se  decide  por  Leonora,  que  nli^ 
facia  mejor  su  ambición,  porque  era  la  heredera  presuntiva  de  Qeves  á  causa  de  que 
el  duque,  aunque  casado,  no  tenia  succesion.  Isabela  imita  á  su  amante,  y  por  conejo 
de  Leonora,  pone  su  afición  en  Enrique,  aunque  al  principio  lo  resistia,  diciendo: 

c¿Habia  yo  de  querer 
aun  burlando  á  quien  alcania 
fama  solo  por  letrado? 
En  vez  de  darle  cuidado, 
le  diera  al  marqués  venganza, 
Leonora.  No  consentiré  tampoco 

que  trates  á  Enrique  mal: 
amor  que  mira  en  caudal, 
ó  peca  de  necio  ó  loco, 
Enrique  merece  tanto 
por  su  mucha  discreción, 
talle,  gracia  y  opinión, 

Iue  no  sin  causa  me  espanto 
e  que  anisi  le  menoscabes. 
¿Tan  divino  entendimiento 
desprecias?  y  ¿lo  consiento? 
Lo  poco  muestras  que  sabes; 
mas  no  son  dignos  tus  ojos 
de  que  se  logren  en  él.  • 

¡Rasgo  admirable  de  pasión!  Leonora,  que  tanto  interés  tiene  en  ocultar  la  raya,  la 
descubre  en  el  despecho  que  no  puede  retener  cuando  vé  al  que  ama  despreciado  por 
Isabela.  No  la  descubre  menos  cuando  Isabela,  convencida  de  sus  razones,  se  resnáve 
á  amarle,  y  Leonora  dice  de  él  tantos  ó  mayores  defectos,  como  cualidades  habla  eza* 
jerado  antes.  Isabela  le  hace  presente  esta  contradicción,  y  su  hermana  no  puede  vas» 
ponderle  sino  contradiciéndose  de  nuevo.  Mucho  se  complace  el  espectador,  oonfidents 
del  amor  de  Leonora,  en  verlo  manifiesto,  tanto  en  las  alabanzas  como  en  las  injurias. 
Pero  Isabela  queda  sin  saber  qué  pensar,  aunque  últimamente  se  decide  á  amar  á  En- 
rique. La  fiícilidad  con  que  ella  y  Ludovico  cambian  de  amantes,  es  otro  defecto  del 
drama,  aunque  no  es  de  estrafiar  en  los  de  Tirso. 

Establecida  bien  ó  mal  la  situación,  siguen  las  escenas  en  «pie  los  amantes  troca- 
dos se  enamoran;  los  celos  y  la  envidia  enardecen  la*  pasión  disimulada  en  Enrique  y 
Leonora,  ó  mal  estinguida  en  Isabela  y  Ludovico:  escenas  donde  campea  el  talento  dra- 
mático y  la  malignidad  del  amor,  tanto  mas  vehemente  cuanto  mas  se  quiere  reprimir 
y  que  se  hace  traición  y  se  manifiesta  por  sus  imprudencias.  Isabela  conoce  que  su  her- 
mana ama  á  Enrique ,  y  se  lo  dice  á  su  hermano.  Leonora  por  disculparse,  aumenta 
las  sospechas  que  ya  el  duque  tenia,  aunque  infundadas,  de  (|ue  su  m^Jer  y  Enrique 
se  querian:  acción  infame  y  vil,  que  no  puede  disculparse  ni  aun  por  el  grande  inte- 
rés que  Leonora  tenia  en  encubrir  su  correspondencia. 

Leonora  aconseja  á  Enrique  que  escriba  á  Isabela  un  papel  amoroso  para  tempbr- 
la  y  templar  por  su  medio  la  indignacionde  su  hermano.  Asi  le  persuade  á  que  escrait: 

c  Engañemos  á  Isabela. 
Finje,  pues  te  adora,  amarla: 
satisface  á  sus  sospechas: 
dila  mU  males  de  mi: 
escríbele  mil  ternezas. 
Anda  y  trae  el  papel  luego, 
Enrique.  Mi  bien,  ¿por  qué  me  encomiendas 


Leonora, 


Enrique. 

Leonora. 
Enrique. 


Leonora. 
Enrique. 
Leonora. 


Enrique. 
Leonora, 
Enrique. 
Leonora. 


Enrique. 
Leonora. 


Enrique. 
Leonora. 


Enrique. 
Leonora, 


Ennqut 
Leonora. 


[135] 

cosas  de  que  ba  de  pesarte 
si  me  has  de  reñir  por  ellast 
No  hayas  miedo*,  date  prisa: 
yo  gusto  de  ello:  ¿^ué  esperas? 
I)e  mi  le  escribe  mil  males: 
Mira  bien,  esposa  beU&, 
le  que  me  mandas. 

Acaba. 
Ya  voy:  yiero  si  te  pesa, 
y  lo  que  dije  de  burlas 
me  lo  atribuyes  á  veras? 
No  tengas  temor. 

Voy,  pnes. 
Oye:  ¿es  posible  que  Hevas 
ánimo  de  decir  mal 
de  mí? 

¿No  me  lo  aconsejas? 
Pues  ^bráslo  trt  decir? 
No  sé:  estraña  estás. 
Ve  y  deja 
para  necioir  mis  leroeres; 
que  toda  celoaa  es  necia. 
Mira  que  te  espero  aquf. 
Luego  vuelvo. 

Oye,  neceas 
orimiaal  (i)  cobira  tu  esposa; 
cuando  digas  faltas  de  ella, 
blanda  la  mano,  mi  Enrique. 
Ya  no  quiero  escribir  letra. 
Si,  si,  escribe,  que  es  forzoso: 
pero,  Enrique,  no  quisiera 
que  te  saborearas  tanto 
escribiéndola  fineías, 
que  las  quc^al  papel  hurtares 
guardes  á  la  cabecera. 
¡Oh,  qué  estraña  que^estás  hoy! 
Son  dulces  palabras  tiernas: 
y  á  <^uien  anda  entre  lo  dulce, 
mi  bien,  algo  ee  le  pega. 
Pues  dejémoslo. 

Eso  no, 
ya  te  digo  que  estoy  necia.  > 


£sta  escena  es  toda  de  costumbres,  y  están  muyhien  deserites  el  amor  y  el  temor. 

Enrique  vuelve  con  el  papel,  encuentra  al  duque,  que  se  lo  quita  y  lo  lee,  y  cre- 
ando que  es  para  la  duquesa,  quiere  matarle*  El  amante  de  Leonor,  puesto  á  sus  pies, 
declara  la  verdad  de  todo  el  suceso.  La  aristocracia  del  soberano  cede  á  la  alegría 
A  marido  por  ver  ileso  su  honor,  y  no  tiene  dificultad -en  concederle  la  mano  de  Leo- 
ira:  do  modo,  que  como  observa  el  editor,  es  muy  iuÉtil  que  Enrique,  creido  hasta 
itónces  hijo  de  un  caballero  particular,  sea-dttfu^  hiarinjio  yhermano  déla  mujer  del 
i  eleves. 

El  interés  de  esta  pieza  está  todo  en4as  situaciones;  pero  junguno  de  los  personajes 
:cita  simpatía.  Leonora  se  bace  muy  odiosa  en  el  tercer  ade,  calumniando  á  la  duque- 


MUM 


(I)     Acusador,  injoriador. 


[136] 

«a,  V  Eariqíic  en  el  segundo,  atribuyendo  á  Isabela  laa  liviandades  desa  hermana:  Lo- 
dovico  y  su  amante  fallan  al  primeF  precepto  de  la  moral  amorosa»  que  es  lacoaitiB* 
cía.  La  duquesa,  por  favorecer  el  nuevo  amor  de  Isabela  á Enrique,  hace  queledcatt» 
tulos  y  empleos,  con  tan  imprudente  importunidad,  que  escita  las  sospechas  del  dsfH. 
Este  en  iin,  orgulloso  y  suspicaz,  es  engañado  succesivamente  por  todos. 

No  hemos  visto  representar  esta  comedia;  pero  creemos  que  á  escepcion  de  osa  é 
dos  escenas,  no  podrá  ser  agradable  al  auditorio,  que  siempre  quiere  ver  alguna  per* 
sona  por  quien  se  interese. 


ROJAS. 


ARTÍCULO  I. 

ÍVpENAS  son  conocidas  de  este  poeta  otras  composiciones  trájicas  que  Garda  éd  Cn- 
lañar  y  los  Áspides  de  Cleopatra.  Nuestro  insigne  actor  Isidoro  Maiquez  dio  á  la  primera 
su  merecida  celebridad,  creando- el  carácter,  eminentemente  dramático»  de  GarcU. 
La  segunda,  representada  con  mucha  frecuencia  hasta  fines  del  siglo  pasado,  cayó  es 
el  mismo  olvido  que  el  resto  del  teatro  español  antiguo,  y  no  se  ha  vuelto  á  levantar. 

Hay  sin  embargo  otros  dramas  trájicos  de  D.  Francisco  de  Rojas,  que  merecen  ler 
conocidos  y  estudiados,  tales  son;  el  Cain  de  Caíalyña^  Progne  y  Filomena^  y  sobre  todos 
H  ma$  impropio  Verdugo,  en  el  cual  trató  el  asunto  masdificil  que  puede  presentarse  en 
la  trajedia:  tal  es  el  espectáculo  de  un  padre,  que  con  sus  propias  manos  dá  la  muerte 
á  su  hijo. 

Rojas  sobresale  en  las  escenas  terribles  y  sabe  prepararlas  con  arte;  pero  á  veeef 
mezcla  con  ellas  incidentes  novelescos  que  divierten  la  atención  del  espectador  y  debi- 
litan el  efecto  dramático  de  las  mejores  escenas.  Calderón  no  es  tan  tr^ioo  cono  ék 
pero  cuando  pinta  sucesos  lastimosos,  tiene  el  buen  sentido  de  no  complicar  laialriga, 
ni  apartar  los  ánimos  del  interés  principal.  Asi  es  ^ue  en  sus  composiciones  tr^icasla 
fábula  es  sencilla,  cuando  en  las  cómicas  la  complica  mas  que  otro  ningún  poeta  ds 
su  siglo  y  con  mas  felicidad.  Poro  el  instinto  dramático  de  Calderón  era  impoóUe  de 
imitar. 

En  cuanto  á  la  elocución  de  Rojas,  causa  lástima  ver  que  un  poeta  bastante  sea- 
sato  para  decir  de  una  noche  muy  oscura 

c Hecho  un  Góngora  está  el  cielo» 

cávese  con  tanta  frecuencia,  por  condescender  con  el  bellaco  gusto  de  su  sigloi  aa  el 
mismo  defecto  que  tan  finamente  satirizó  en  este  verso.  Solo  pondremos  un  c^fenpb 
para  justificar  nuestra  opinión;  pero  se  hallan  con  harta  frecuencia  en  las  comediasde 
este  poeta  otros  veslijios  semejantes  del  pésimo  gusto  de  la  sociedad  para  la  caaleecri- 
bia.  En  la  comedia  de  Los  ire$  blasones  de  España^  describiendo  un  crucMÜOvdieeaei: 

cUna  diadema  en  su  cabeza  hermosa, 
siendo  de  espinas  se  trocó  de  rosa, 
cuyas  puntas  á  trechos  desiguales 
sacaban  perlas  fondas  en  corales, 
y  no  es  nuevo  trasunto 
ser  perla  y  ser  coral  á  un  tiempo  junto; 
pues  la  sangre  animosa  que  exhalaba 
en  sagrado  coral  se  derramaba, 

!r  al  querer  anudarla  ó  resolverla, 
o  quelángmdo  sale,  aquello  es  perla.» 


[137J 

I  desafiarse  al  docto  comentador  tfa  leu  mkdaiei  de  Gdngora  á  que  descifre  c«(e 

iractéres  están  bastante  bien  descritos,  aunque  al^  exajerados  en  las  tra- 
Rojas:  defecto  que  le  es  coraun  con  Montalban,  si  bien  en  los  caracteres  mn- 
mas  decente  que  el  discípulo  predilecto  de  Lope  de  Vega.  Las  pinta  dotadas 
s,  poro  al  mismo  tiempo  de  pudor,  y  «in  la  petulancia  de  las  del  Doctor  Juan 
I  cuales  creen  siempre  que  es  lfci4o  decir  todo  lo  que  se  siente, 
rdad  que  la  exajeracion  de  Rojas  procede  casi  siempre  de  su  estilo  fogosa- 
ético,  y  que  rara  vez  sabe  templar.  Hé  aqui  el  soliloquio  de  un  amante  que 
otar  la  y^emencia  de  su  pasión: 

cUna  escala  previne  con  intento, 
Blanca,  de  penetrar  tu  firmamento: 
y  lo  mismo  emprendiera 
si  fueras  diosa  en  la  tenante  esfera. 


que  en  este  loco  abismo 

emprendiera  lo  mismo 

si  fueras,  Blanca  bella, 

como  naciste  humana,  pura  estrella; 

bien  que  á  la  tierra,  bien  que  al  cielo  sumo 

bajara  en  polvo  j  ascendiera  en  humo.i 

isamiento  de  estos  dos  últimos  versos  que  quitada  la  simetrfa  do  bajara  y  at* 
10  estaria  mal  en  una  oda,  es  inoportuno  y  exajcrado,  y  por  lo  mismo  frío  y 
al  efecto  que  se  quiere  producir. 

sr  de  estos  defectos  que  nemes  debido  notar,  y  los  generales  deelocucion  en 
no  puede  negársele  á  Rojas  ni  talento  poético,  que  se  percibe  aun  en  los  dis^ 
ue  hemos  citado,  ni  genio  verdaderamente  trájico;  porque  en  todas  sus  com* 
\  de  esta  especie  hay  escenas  que  podrían ,  como  las  de  las  Mocedades  del  Cid 
1  de  Castro,  figurar,  entresacadas  por  Corneille,  en  una  trajedia  perfecta,  si 
len  de  los  incidentes  novelescos,  y  sobre  todo,  de  las  escenas  cómicas, con 
nplace  Rojas  en  enervar  el  efecto  de  las  trájicas« 

t>emos  que  el  gracioso  era  un  personaje  obligado  en  nuestro  antiguo  teatro; 
tro  Rojas  satisfizo  á  esta  exijencía  con  tal  prodigalidad,  que  en  muchas  de 
,  aun  las  mas  terribles,  como  el  Cain  de  Cataluña  y  el  mas  impropio  verdago^  in- 
»s  bobos  en  logar  de  uno.  Estos  tienen  entre  si  diálogos  y  escenas  que  nada 
!  ver  con  la  acción  principal;  pues  son  do  burlas  que  se  hacen  el  uno  al  otro. 
Te  introduce  con  mucha  frecuencia  en  sus  dramas  personajes  dd  vulgo,  que 
>  necesaríos,  hablan  sin  embargo  del  interés  principal  de  la  pieza,  y  sir* 
aostrar  de  qué  manera  llegan  las  ideas  de  la  alta  politica  á  las  intelijencias 
9  y  qué  modificaciones  reciben  en  ellas;  cusa  mas  interesante  en  Inglaterra 
os  paiscs,  donde  el  gobierno  no  ha  sido  nunca  tan  popular.  Pero  las  escenas 
diosos  de  Rojas  nunca  son  de  esta  espeiñe:  podrian  figurar  en  una  farsa  ó  en* 
>drían  suprímirse  sin  menoscabo  de  la  acción ;  y  en  nada  contribuyen  ni  á 
»rla  ni  á  demostrar  sus  efectos.  No  se  puede  conocer  en  ellas,  como  en  las  de 
re,  la  verdad  del  célebre  dicho  de  Horacio: 

c  Quidquid  ddirani  reges,  pUctuntur  ackiti. » 

>cas  noticias  tenemos  acerca  de  la  vida  y  escritos  de  D.  Francisco  de  Rojas. 
i  era  de  Madríd,  por  hallarse  incluido  en  el  Indico  de  los  hombres  ilustres 
villa,  que  insertó  Montalban,  en  su  Para  iodos,  y  que  floreció  por  los  tiempos 
or,  es  decir,  en  el  primer  tercio  del  siglo  XVII.  Pudiera  fijarse  mejor  su  época, 
fSí  la  comedia,  poco  conocida,  cuyo  titulo  es  En  Madrid  y  en  una  casa^  en  la 
bla  de  los  Reyes  y  su  hijo  hermoso  j  que  cada  año  iban  á  la  Capilla  de  San  Blas 
üte  santo,  lo  que  conviene  perfectamanlo  á  los  reyes  Felipe  IV  é  Isabel  de 

18 


[138] 

Borbon,  y  á  su  primer  hijo  Taron  el  príncipe  Baltasar  hacia  el  afio  1640»  Faro  é 
ten  todas  las  nociones  del  estilo,  lenguaje  y  conducta  de  las  fábulas  dramáticaa»  á  am- 
Ua  comedia  de  diferente  dicción  y  jiro  que  las  demás  de  Rojas  es  de  Tirao  d^Maiaa; 
porque  está  vaciada  en  el  mismo  molde  de  las  de  este  autor.  La  intriga,  la  ditaJMW 
el  fondo  y  en  los  accidentes,  y  la  malignidad  urbana  que  en  ella  se  oota^  bob  las 
mas  que  en  Amar  por  seña$,  ti  Vergonzow  $n  palaeioj  d  Amor  médkoy  D.  Gü  ᧠ k 
verdes. 


ARTICULO  II. 

XjA  comedia  famosa,  intitulada  Garda  M  Castañarr  que  es  la  mas  eonocidade  las  com- 
posiciones trájicas  de  Rojas,  tiene  también  este  otro  titulo:  JM  ReyabajOj  nui^tiiiar  verso 
en  que  está  cifrado  todo  el  pensamiento  del  drama* 

El  Ro.y  D.  Alonso  el  Onceno,  juntando  dinero  y  gente  en  Castilla  para  partir  á  laem- 
presa  de  Aljcciras,  recibe  un  donativo  cuantioso  de  un  labrador  rico  llamada  Gardi 
del  Castañar,  señor  del  valle  de  este  nombre,  sito  en  el  reino  de  Toledo.  El  poeta  eoa- 
mera  los  artículos  del  donativo,  sin  omitir  cien  qunUalei  4$  eeemar  y  otros  tantos  de  Kh 
cilio,  y  el  donador  añade  al  fin  de  su  papel: 

cY  doy  esta  poquedad 
porque  el  año  ha  sido  corto: 
mas  ofrézcole,  si  importOt 
también  á  su  nujestad 
un  rústico  corazón 
de  un  hombre  de  buena  ley, 
que  aunque  no  conoce  al  Rey, 
conoce  su  obligación.» 

Alfonso,  movido  á  curiosidad,  quiere  ir  á  ver  á  este  labrador,  pero  desconocü». 
Acompañado  de  otros  tres  cortesanos  y  finjiendo  serlo  también,  llega  al  Gaatafiar  j  m 
hospeda  en  casa  de  García,  el  cual,  avisado  del  conde  de  Orgaz  su  proteetOTr  saha  fss 
tiene  al  Rey  en  su  casa,  pero  engañado  por  las  señas  cree  que  es  el  Rey  uno  da  laaeDa* 
tésanos,  llamado  D.  Mendo.  Esta  equivocación  es  el  verdadero  nudadál  drama;^  pafqi 
O.  Mendo  se  enamora  perdidamente  de  Rianca.  esposa  de  García. 

La  fábula  está  bien  espuesta  eq  la  primera  jornada,  la  acción  entablada  oon  nflnr 
ralidad  y  verosimilitud,  y  los  caracteres  descritos  con  verdad,  señaladamente  los  da 
Garcia  y  Blanca,  esposos,  amantes^  ricos,  felices  en  la  suerte  oscura,^  pero  agradjUt, 
que  el  cielo  les  ha  concedido.  La  pintura  de  esta  felicidad  era  necesaria,  eomo 
de  la  manera  patriarcal  con  que  vivían  entre  sus  criados,  para  hacer  aoBlv  al 
tador  cuan  grande  tesoro  de  ventura  les  quitó  el  amor  adúltero  de  Mendar 
la  segunda  jornada  le  halla  Garcia  en  su  casa.  Respétale  porque  le  oree  sa  ley,  j  It 
permite  volverse  por  el  balcón  por  donde  había  entrado;  pero  aunque  s^gava  da  laím^ 
eeneiade  su  esposa,  se  propone  darle  la  muerte  por  salvar  su  honor.  HnyelainMir  | 
busca  asilo  en  casa  del  conde  de  Orgaz:  al  mismo  tiempo  que  el  rey,  prendado  dalv»> 
lor  y  honradez  del  labrador,  le  manda  venir  á  Toledo  para  ponerle  al  firanta  Í0  na 
cuerpo  de  milicias  en  aquella  guerra. 

£1  labrador  se  presenta  en  la  corte,  y  se  humilla  ante  D.  Mendo;  pero  esla 

cAquelesel  rey.  García.  > 

Estas  palabras  sumamente  sencillas,  pero  las  mas  terribles  que  pudieran  .  ^ 
ciarse  en  aquel  caso,  son  su  sentencia  de  muerte.  García  le  Uama  á  la  sala  iMsaJSatoiy 
y  le  atraviesa  á  puñaladas:  probando  así,  que  ddreyab^Or  ntn^imo  había  da.perHÍIir 
que  se  atreviese  á  su  honor. 

La  acción^  reducida  á  los  términos  que  la  hemos  espaesla,  es  inlevesulai  flana  4a 


[139] 

movimiento,  de  contraste,  de  pasiones.  Ningún  hombre  es  mas  feliz  que  García  antes 
del  atentado  de  D.  Mendo:  ninguno  es  mas  desgraciado  que  él  cuando  se  cree  ofendido 
por  sa  rey:  asi  ninguno  se  halla  ayí^do  de  un  furor  mas  violento,  cuando  sabe  que  le 
•epemltida  la  vengania.  Estaoonrbinarion  bastaba  para  formar  un  drama  excelente, 
y  ■•ora  aecesario  añadir  la  novela,  á  la  verdad  maj  impertinente,  de  ser  Blanca  hija 
im  la  Cimilia  de  los  Cerdas  desposeída  de  la  corona,  y  García  de  una  de  las  primeras 
eaaaa  de  Gaetüla,  viviendo  ocidtos  por  temor  á  la  indignación  del  rey«  Semejante  hi»- 
loria,  por  cierto  muy  mal  hilada,  se  ^eqpone  en  una  larga  relación  ^ne  hace  García,  des- 

Ces  de  muerto  Mendo,  delante  deloda  la  corte,  y  aparta  la  atención  del  auditorio,  de 
terriUe  catástrofe  que  acaba  de  ver«  Pero  los  últimos  versos  de  esta  relación  vnel*- 
vwi  á  esditar  el  mas  vivo  interés. 

«Yivia,  sin^nvidiar 
entre  el  arado  y  el  yugo, 
las  cortes,  j  de  tus  iras 
encubierto  me  asegmro; 
hasta  que  anoche  en  mi  casa 
vi  aqueste  huésped  perjuro, 
•  que  en  Blanca  atrevidamente 
íes  lascivos  ojos  puso. 


Hago  alarde  de  mi  sagre: 
venzo  al  temopcon  quien  lacho: 
pfdeme  el  honor  venganza: 
el  puñal  luciente  empuño, 
•sn  corazón  atravieso. 
Mírale  muerto,  que  juzgo 
me  tuvieras  por  infame, 
si  á  quien  de  este  agravio  culpo 
le  señalara  á  tus  ojos 
menos,  señor,  que  difunto.» 


Mir&ie  mmria:  es  tina  de  aquellas  Mices  espresiones  que  pintan  un  carácter  con  solo 
no  rasgo.  EHa  basta  para  que  conozcamos  á  García  del  Castañar. 

R^jas  ha  querido  dar  cierta  tinta  de  sencillez  campestre  al  carácter  de  García  en 
sus  primeras  conversaciones  oon  los  cortesanos  cuando  los  recibe  por  huéspedes  les  dice.- 

•  Caballeros  de  alta  guisa. 

Dios  os  dé  bienes  y  honores;: 

¿qué  mandáis? 
Jfsndft.  ¿Quién  es  aquá 

García  del  Castañar? 
Gunku  Yo  soy  á  vuestro  mandar» 

Mmio.  Galán  sois. 

Gartia.  Dies  me  hizo  así^ 

La  pintura  que  hace  deqmes  de  la  caza  de  perdices,  su  guiso,  y  el  placer  de  co- 
ilas oon  BUmoa: 

cUna  JO  y  otra  mi  esposa 
nos  oomemos,  que  no  hay  cosa 
como  á  dos  peraces,  dos:» 

• 

«8  «n  modeb  en  so  género,  con  tal  qoe  no  hagamos  caso  de  la  semijama  que  tienen 
las  perdices  guisadas  con  la  emñda  id  Bratü,  metálbra  muy  buena  en  tiempo  de  Feli- 
pe IV,  pero  que  ao  se  usaba  en  el  de  Alonso  Onceno. 


Íi40] 

ARTÍCULO  III. 

JuL  drama  ¡Dtitiilado  los  Atpide$  de  Qeopaíra  tiene  per  objeta  la  hisloriei 
de  los  amores  de  Marco  Antonio  con  la  última  de  los  Ptolomeos.  Pero  pcur  bus  Mfm 
que  sea  esta  acción;  por  mas  que  intervengan  en  ella  nombres  tan  célebres  abImíü^ 
les  del  mundo,  nuestro  autor  no  supo  darj^  interés  al  drama  ni  conserTv  la  ügaüá 
de  los  interlocutores.  Antonio  y  Cleopatra  no  son  mas  que  dos  amantes  de  la  cdrlsde 
Felipe  IV ,  j  aun  despojados  de  ki  nobleza  de  sentimientos  con  qoe  sabia  pinlBilii 
Calderón.  La  espresion  del  amor  es  tan  exajerada  en  ambos,  que  solé  podieroe  inp- 
rar  interés  á  espectadores  del  tiempo  del  mal  gusto.  Por  otrapartOr  la  fábula  está  nuf 
débilmente  conducida.  Apenas  bay  dos  versos  dignos  de  citarse,  sino  estos  dos  de  As* 
tonio,  que  lamentándose  en  la  playa  encuentra  el  puñal  con  qve  se  dá  la  nouerle: 

c Lágrimas  sembré  en  la  arena 
y  ella  produjo  un  acero.» 

El  mas  impropio  Verdugo  es  composición  mas  meditada  y  mejor  sostenida.  César 
Salviali,  de  una  familia  esclarecida  de  Florencia,  enemiga  de  los  Hédicis  que  domina- 
ban eu  esta  ciudad,  tiene  dos  hijos  varones,  Alejandro  y  Carlos,  y  una  bija  llamada 
Casandra.  Alejandro  tiene  todos  los  vicios,  el  orgullo,  la  crueldad,  la  turbuledcís,  d 
saerilejio,  unidos  á  un  valor  á  toda  prueba:  Carlos,  no  menos  valiente,  es  amaUe,  dó- 
cil, obediente  y  sumiso  á  su  padre,  que  por  mejorar  al  bijo  malo  aparenta  bácia  A 
una  predilección  no  merecida. 

Entre  el  padre  y  los  dos  bijosdan  muerte  dentro  de  su  misma  casa  á  Federieo  de 
Médicis,  pariente  del  duque  de  Florencia,  que  babia  entrado  en  ella  ooo  el  intento 
que  consiguió  de  burlar  á  Casandra.  Presos  los  asesinos  y  condenados  á  mnerte,  no 
babiendo  verdugo  en  la  ciudad  para  ejecutar  la  sentencia,  se  propone  por  la  autori- 
dad el  perdón  de  sus  crímenes  al  reo  que  quiera  ejercer  aquel  oncio  infame.  Alejandro 
sé  dispone  á  aceptar  la  condición,  á  pesar  do  los  ruegos  v  exortaciones  de  su  padre  y 
hermano.  No  pudiendo  ser  vencida  su  pertinacia^  su  padre  se  presenta  también  oomo 
aspirante  al  mismo  destino:  consigue  la  horrible  preferencia,  sube  al  cadalso»  mega 
de  nuevo  á  su  mcolvado  hija  que  desista  de  su  propósito.  Alejandro  desesperade  no  es- 
de,  y  el  padre  le  separa  la  cabeza  de  los  hombros. 

Baja  inmediatamente  del  patíbulo,  se  presenta  al  duque,  se  niega  á  dar  la  naerte 
á  su  bijo  Carlos,  y  se  entrega  con  él  á  la  justicia  del  soberano.  Les  megos  de  Juana» 
hermana  del  difunto  Federico  y  amante  de  Carlos,  consiguen  el  perdón  de  los  dos  de- 
lincuentes. 

La  combinación  dramática  de  este  horrible  drama  está  dispuesta  con  tanta 
tría,  que  César  Salviali,  á  pesar  de  ser  el  verdugo  de  su  propio  byo,  no  aparece 
como  el  instrumento  de  que  se  valió  la  justicia  divina  para  castigar  los  crímenes  de 
Alejandro,  é  impedirle  que  cometiese  el  mavor  de  todos,  dando  la  muerte  á  snpedie 
y  á  su  hermano.  Los  caracteres  de  los  tres  Salviatis  están  superiormente  dibejadeSr 
señaladamente  el  de  Alejandro.  Este  monstruo  que  nada  respeta,  que  dispnái  á  sn 
hermano  con  las  armas  el  amor  de  Diana  de  Médicis,  que  es  capaz  de  oenoebir  d 
proyecto  del  parricidio,  posee  sin  embargo  en  grado  eminente  la  cualidaj^  ▼atosseí 
Su  alma,  aunque  perversa,  es  atrevida  y  grande.  Rojas,  para  bacerie  interesante^  le 
atribuye  los  vicios  que  nacen  del  abuso  de  la  enerjia  de  ánimo,  quepor  si  sola  BenuL 
la  atención  y  el  afecto  del  espectador  hacia  el  que  la  poseer  y  ba  aleado  rnidedosa 
mente  de  él  todos  los  defectos  que  nacen  de  la  bajeza  y  déla  perfidia. 

Dos  dramas  compuso  Rojas  eon  un  mismo  asunto,  á  saber:  la  venganza  de  onnuh 
rido  ofendido,  de  su  esposa  adúltera.  Estos  son  las  dos  comedias  intituladas*  Ctmarm 
por  vengarse^  y  los  celos  de  Rodamonie.  En  una  y  otra  quedó  muy  inferior  á  Calderón,  me 
trató  mas  veces  que  él,  y  siempre  con  felicidad,  la  misma  materia.  Íjo$  edoe  4$  Bmm^ 
monte  está  llena  de  lances  y  aventuras  eaballerescas,  ealas  que  el  marido,  annqpe  se 
cree  injuriado,  se  deja  engañar  repetidas  veces  por  su  mujer,  basta  qne  id  fin  lomisn 
venganza.  La  de  Casarte  por  vengarse^  es  una  novela  puesta  en  drama,  j  no  tiene  de  ae- 


1141] 

{ana  otra  cosa  «ioo  haber  sido  8U  Cftbula  uno  de  los  robos  que  hizo  M.  Lesa^ 
Ira  litcralura  para  embellecer  su  Gil  BUu. 

Bt  son  en  nuestro  entender  los  dos  dramas  del  Caüt  áe  Cataluña  y  No  hay  ser 
fa  ny»  en  que  describe  el  odio  homicida  de  un  hermano  perverso  contra 
lente.  En  la  primera  Berenguel  aborrece  á  su  hermano  mayor  RamoUt  á  pe- 
igoddad  con  que  ama  y  trata  á  los  dos  el  conde  de  Barcelona  su  padre»  y 
lencia  con  que  corrije  los  estravíos  del  mal  hijo.  Volviendo  el  bueno  trian- 
ina  espedicion  contra  los  mahometanos  de  las  islas  Baleares,  le  dá  muerte 
1  en  el  momento  de  desembarcar,  instigado  de  celos.  Pero  apenas  acaba 
ir  el  fratricidio,  siente  el  peso  del  remordimiento,  y  esclama: 

cTodo  el  cielo  me  parece 
que  me  amenaza:  trasuda 
el  corazón,  y  sus  alas 
las  abate,  no  las  junta. 
Esa  montaña  pareee 
que  cae  sobre  mí:  esas  ^n^itas 
á  mi  horror  servirle  quieren, 
de  silvestre  sepultura. 
¡Quién  de  si  mismo  pudiera 
nuir! 


¿Qué  me  quieren  cielo  y  tierra 
para  que  uno  v  otro  encubran 
sendas  á  mi  planta?  El  aire 
¿por  qué  de  horrores  se  enluta? 

••«•••.. •••.•...«••••••.•••.••••.. 

Asústame  la  tiniebla, 
aquella  luz  me  deslumhra: 
lodo  á  un  tiempo  me  amenaza^ 
y  todo  á  un  tiempo  me  turba. 
'fih  quién  en  esta  ocasión, 
porque  el  sol  no  le  descubra, 
sobre  el  cadáver  pusiera 
todo  ese  monte  por  urnaí»^ 

ion  vulgar  de  la  antífona  Ubieit  Abd  frater  rini«?,  que  cantó  el  capiscol  de  Co- 
is exequias  de  Ramón,  se  reproduce  en  este  drama.  Berenguel  convencido  del 
condenado  á  muerte,  al  tiempo  de  escaparse  de  la  prisión  es  muerto  por  los 
8u  padre  habia  favorecido  su  evasión. 

Dtrarío  sucede  en  la  comedia  No  hay  $er  padre  tiendo  rey.  En  esta  el  padre, 
I  hijo  Alejandro  á  manos  de  su  hermano  mayor  el  principe  Rugero,  condena 
■i  fratricida;  pero  el  pueblo,  que  le  amaba  y  que  veia  destruida  eon  su  sapK« 
tilia  y  succesion  real,  se  amotina  á  favor  suyo.  El  rey  dice  entóncea  al  pHn- 
palabras,  muy  notables  para  aquel  siglo: 

•Yo  la  sentencia  te  di: 

no  revoco  la  sentencia:- 

el  vulgo  €$  mi  juez  mayar. 
Tome,  Viva  el  principe. 

^-  Asi  sea. 

mas  ya  para  mi  no  vives. 


•«. 


El  valgo  es  tu  rey  y  padre: 
mas  teme  que  otra  vez  sea 
mas  tu  rey*  aue  padre  abonrr 
y  diga,  cuando  le  ofendas, 
uolmff9$rfainmm4»nif. 


[140] 

ARTÍCULO  III. 

JuL  drama  intitulado  los  Aipidei  de  Cieopatra  tiene  per  olleta  U  Meloiki 
de  los  amores  de  Marco  Antonio  con  la  última  de  los  Ptolomeos.  Pero  poriBisli^ii 
que  sea  esta  acción;  por  mas  que  intervengan  eo  ella  nombres  tan  cálMras  wImíh^ 
les  del  mundo,  nuestro  autor  no  supo  darle  ínteres  al  drama  ni  conserrar  la  digaJU 
de  los  interlocutores.  Antonio  y  Cieopatra  no  son  mas  que  dos  amantea  déla  cdrleds 
Felipe  IV ,  j  aun  despojados  de  ki  nobleza  de  sentimiento»  con  qoe  sabia  pinlailii 
Calderón.  La  espresion  del  amor  es  tan  exajerada  en  ambo»,  que  solé  padiofiNi  iaip- 
rar  interés  á  espectadores  del  tiempo  del  mal  gusto.  Por  otrapartOr  ht  nbulaeitá  nuf 
débilmente  conducida.  Apenas  bay  dos  versos  dignos  de  citarse,  sino  estos  dos  da  Aa* 
tonio,  que  lamentándose  en  la  playa  encuentra  el  puñal  con  qve  seda  la  nraerta: 

cLágrima»  sembré  en  la  arena 
y  ella  produjo  un  acero.» 

El  mas  impropio  Verdugo  es  composición  ma»  meditada  y  Hicdor  sostenida.  César 
Salviati,  de  una  familia  esclarecida  de  Florencia»  enemiga  de  los  Mediéis  que  doaúna- 
ban  en  esta  ciudad,  tiene  dos  bijos  varones,  Alejandro  y  Carlos,  y  una  bija  llanada 
Casandra.  Alejandro  tiene  todos  los  vicios,  el  orgullo,  la  crueldad,  la  turbulencia»  d 
saerilejio,  unidos  á  un  valor  á  toda  prueba:  Carlos,  no  menos  valiente,  es  amable,  dó- 
cil, obediente  y  sumiso  á  su  padre,  que  por  mejorar  al  bijo  malo  aparenta  bácia  A 
una  predilección  no  merecida. 

Entre  el  padre  y  los  dos  bijos  dan  muerte  dentro  de  su  misma  casa  á  Federico  de 
Médicis,  pariente  del  duque  de  Florencia,  que  babia  entrado  en  ella  con  el  iataats 
que  consiguió  de  burlar  á  Casandra.  Presos  los  asesinos  y  condenados  á  muerte,  no 
habiendo  verdugo  en  la  ciudad  para  ejecutar  la  sentencia,  se  propone  por  la  anUNV 
dad  el  perdón  de  sus  crímenes  al  reo  que  quiera  ejercer  aquel  oncio  infame.  Alejandro 
sé  dispone  á  aceptar  la  condición,  á  pesar  de  los  ruegos  v  exortaciones  de  su  padre  y 
hermano.  No  pudiendo  ser  vencida  su  pertinacia^  su  padre  se  presenta  también  cobm 
aspirante  al  mismo  destino:  consigue  la  horrible  preferencia,  sube  al  cadalsov  maga 
de  nuevo  á  su  malvado  bija  que  desista  de  su  propósito.  Alejandfo  desesperada  no  es- 
de,  y  el  padre  le  separa  la  cabeza  de  los  bomlwo». 

Baja  inmediatamente  del  patíbulo,  se  presenta  al  duque,  se  niega  á  dar  la  ainarts 
á  su  bijo  Carlos,  y  se  entrega  cpn  él  á  la  justicia  del  soberano.  Le»  ruegos  da  Uanai 
hermana  del  difunto  Federico  y  amante  de  Carlos,  consiguen  el  perdón  de  loadosde- 
lincuentcs. 

La  combinación  dramática  de  este  horrible  drama  está  dispuesta  con  tanta 
tria,  que  César  Salviati,  á  pesar  de  ser  el  verdnga  de  su  propio  b^Or  no  aparece 
como  el  instrumento  de  que  se  valió  la  justicia  divina  para  castigar  los  almenes  da 
Alejandro,  ó  impedirle  que  cometiese  el  mavor  de  toaos,  dando  la  muerte  á  snnaiit 
y  á  su  hermano.  Los  caracteres  de  los  tres  Salviatis  están  superiormente  diboJiMlBSr 
señaladamente  el  de  Alejandro.  Este  monstruo  que  nada  respeta,  que  diapntisá  sa 
hermano  con  las  armas  el  amor  de  iUana  de  Mediéis,  que  es  capaz  de  ooncabir  el 
proyecto  del  parricidio,  posee  sin  embargo  en  grado  eminente  la  cualidad^  valeres». 
Su  alma,  aunque  perversa,  es  atrevida  y  grande.  Rojas,  para  hacerle  interesante^  It 
atribuye  los  vicios  que  nacen  del  abuso  de  la  enerjia  de  ánimo,  quepor  si  aoln  Dsms 
la  atención  y  el  afpclo  del  espectador  hacia  el  que  la  posee;  y  ha  aleado  enidadosa 
mente  de  él  todos  los  defectos  que  nacen  de  la  bajeza  y  de  la  perfidia. 

Dos  dramas  compuso  Rojas  eon  un  mismo  asunto,  á  saber:  la  venganza  de  on mar 
rido  ofendido,  de  su  esposa  adúltera.  Estos  son  las  dos  comedias  intituladas»  Csssm 
por  vengarse j  y  los  celos  de  Rodamonie.  En  una  y  otra  quedó  muy  inferior  á  Calderón,  ms 
trató  mas  veces  que  él,  y  siempre  con  felicidad,  la  misma  materia.  Íjo$  edoe  4$  JMs 
monte  está  llena  de  lances  y  aventuras  caballerescas,  ealas  que  el  maridOt  annqpe  i» 
cree  injuriado»  se  deja  engañar  repetidas  vece» por  su  mujer»  basta  qne  alfin  Mensa 
venganza.  La  de  Catarse  por  vengarse^  es  una  noYola  puesta  en  drama»  y  no  tina  de  no- 


[141] 

A  niogmia  otra  cosa  sino  haber  sido  su  CAbula  uno  de  los  robos  que  biio  M.  Lesa^ 
1  noetlra  lücralurj  l  para  embellecer  su  Gil  BUu. 

Mejores  soa  en  nu  Iro  entender  los  dos  dramas  del  Cain  de  Cataluña  y  No  hay  ser 
m  fMMb  ny»  en  q je  describe  el  odio  homicida  de  un  hermano  perverso  contra 
» asédente.  En  la  primera  Berenguei  aborrece  á  su  hermano  mayor  Ramón,  á  pe- 
da la  iguddad  con  que  ama  y  trata  á  los  dos  el  conde  de  Barcelona  su  padre»  y 
m  prudencia  con  cjue  corrije  los  estravíos  del  mal  hijo.  Volviendo  el  bueno  trian- 
a  de  una  espedicion  contra  los  mahometanos  de  las  islas  Baleares,  le  dá  muerte 
BSfuel  en  el  momento  de  desembarcar,  instigado  de  celos.  Pero  apenas  acaba 
mnater  el  fratricidio,  siente  el  peso  del  remordimiento,  y  esclama: 

cTodo  el  cielo  me  parece 
que  me  amenaza:  trasuda 
el  corazón,  y  sus  alas 
las  abate,  no  las  junta. 
Esa  montaña  pareee 
que  cae  sobre  mí:  esas  grutas 
A  mi  horror  servirle  quieren- 
de  silvestre  sepultura. 
¡Quién  de  si  mismo  pudiera 
luir! 


¿Qué  me  quieren  cielo  y  tierra 
para  que  uno  y  otro  encubran 
sendas  á  mi  planta?  El  aire 
¿por  qué  de  horrores  se  enluta? 

»  •  •  m  9  m  m  9  »  9  •  •  m  9  »  9  9  •  9  •  •  •  m  9  m  9  •  9  •  •  »  •  9  %  %%  m  •  m  •  ' 

Asústame  la  tiniebla, 
aquella  luz  me  deslumhra: 
todo  á  un  tiempo  me  amenaza,- 
y  todo  á  un  tiempo  me  turba. 
íOh  quién  en  esta  ocasión, 
porque  el  sol  no  le  descubra, 
sobre  el  cadáver  pusiera 
todo  ese  monte  por  uma!»- 

tradición  vulgar  de  la  antífona  Ubiest  Abel  frater  ftftit?,  que  cantó  el  capiscol  de  Ga- 
a  en  las  exequias  de  Ramón,  se  reproduce  en  este  drama.  Berenguel  convencido  dd 
Dan  y  condenado  á  muerte,  al  tiempo  de  escaparse  de  la  prisión  es  muerto  por  los 
rdias.  Su  padre  habia  favorecido  su  evasión. 

Lo  contrarío  sucede  en  la  comedia  No  hay  ser  padre  tiendo  rey.  En  esta  el  padre, 
Hto  su  hijo  Alejandro  A  manos  de  su  hermano  mayor  el  principe  Rugero,  condena 
oarteal  fratricida;  pero  el  pueblo,  ^oele  amaba  y  que  veia  destruida  con  su  supu- 
ta familia  y  succesion  real,  se  amotina  á  favor  suyo.  El  rey  dice  entóncea  al  priii- 
I  aetas  palabras,  muy  notables  para  aquel  siglo: 

t  Yo  la  sentencia  te  di: 

no  revoco  la  sentencia: 

el  vulgo  e$  mi  juez  mayor. 
Voeee,  Viva  el  principe. 

Bey.  Asi  sea. 

mas  ya  para  mi  no  vives. 


>•'. 


El  vulgo  as  tu  rey  y  padre: 
mas  teme  que  otra  vez  saa 
mas  tu  rey,  oue  padre  ahonrr 
y  diga*  cuando  la  ofendaat 


[142] 
'En  las  Tabulas  j  pasajes  que  hemos  citado,  podrá  conoi  i  ti  Mm  IhflaiAr 

be  estudiarse  en  el  manejo  y  descripción  de  las  íábulas  j  de  i     nn   téM  M((itat,  n* 
ra  vez  su  elocución  es  feliz.  Tiene  á  la  verdad  algunas       r  r  slíeM»  kffM  le  h 

situación,  como  este  grito  que  hemos  copiado  del  remora  :  /QnMl  át  9é 

pudiera  hH%r!  pero  rara  vez  se  eleva  su  dicción  á  la  altura  del  fPttiiÉtnieilliK  y  Á 
conceptuoso  y  góngorino  de  su  época  echa  A  perder  á  V0oei  las  eaéeaü  f  |MM|t0i 
interesantes. 


ARTICULO  IV. 

Hasta  aquí  solo  hemos  considerado  A  Rojas  como  poeta  trt^ico ,  j  vsIimmIo  legu 
nuestro  juicio  su  mérito  en  este  género.  Ahora  examinaremos  el  carácter  de  sos  com- 
posiciones cómicas  y  su  capacidad  para  describir  las  costumbres  sociales,  ya  serias  ji 
ridiculas.  En  cuanto  á  las  primeras  es  un  discípulo  de  la  escuela  de  Calderón,  hartu 
te  exajerado  y  muy  inferior  á  él.  Los  vicios  comnne»de  su  elocución  le  penignen  t^ 
davia  en  este  género,  aunque  se  presta  á  ellos  menos  que  el  trájico  y  el  herdíeo.  Im 
vez  hablan  sus  damas  y  galanes  otro  idioma  que  el  del  culteranismo.  Por  oooaigneBte 
nada  particular  se  halla  en  sus  comedias  urbanas  que  no  esté  mejor  en  las  de  Gdd^ 
ron«  Moreto  y  Ruiz  de  Alarcon.  Amores,  celos,  desafíos,  fi&bulas  rara  vai  inlanmtai 
y  por  lo  común  no  bien  desenlazadas. 

En  cuanto  á  las  costumbre  ridiculas,  dejando  aparte  los  dichos  y  diálogos  de  ki 
graciosos,  de  los  ^ue  hablaremos  después,  solo  conocemos  tres  comedias  de  este  salir 
en  que  haya  manifestado  el  deseo  de  describir  caracteres  rigorosamente  cóoiicos,  tíos 
Abre  el  ojo.  Lo  que  son  mujeree  y  D.  Lueae  del  CigamU.  Ls  primera  refundida  eos  filestii 
por  el  Sr.  Castrillon,  es  muy  semejante  al  Amor  alueodéSoMs;  porque  tiene  tres  gslssii 
que  cada  uno  enamora  tres  damas,  y  son  todos  aparentemente  correspondidos  da  esái 
una  de  ellas.  La  intriga,  aunque  lisoy  complicada,  está  seguida  con  bastéate 
militud.  Los  diálogos  son  vivos  y  llenos  de  sal  cómica,  y  están  bien  descritos  los 


ños  V  artificios  con  que  los  seis  amantes  infieles  procuran  encubrir  sus  béllaqaeriai. 
La  elocución  carece  de  los  vicios  del  gongorismo;  mas  como  no  hemos  visto  anaca  k 
comedia  orijinal,  y  solo  tenemos  á  la  vista  la  refundida,  atribuimos  esta  especie  de  pu- 
rificación al  refundidor. 

Lo  que  ton  Mujeres  carece  de  intriga:  no  es  mas  que  uaa  galería  de  cuadros;  pero  ha 
retratos  están  bien  hechos.  Serafina,  soberbia  y  melindrosa,  desarecia  á  loa  fcambrsi 
hasta  que  se  ve  abandonada  de  sus  amantes:  Matea,  para  la  cual  no  hajaingoa  gshi 
de  desecho,  viendo  á  sus  pies  los  que  antes  enamoraluin  á  su  hennana*  se  envaaeoa  y 
comienza  á  melindrear:  el  casamentero  Gil^ja,  alcahuete  d  lo  dmao,  cooio  la  DaaML  Se- 
rafina, describe  muy  bien  las  costumbres  de  su  profesión ,  y  pregontáadola  k  vimü 
dama  si  mentirá  en  la  descripción  y  le  engaitará,  responde: 

tNo  os  caso  ahora,  € 

rasgo  feliz  y  que  basta  por  si  solo  para  pintar  su  oficio.  Los  cuatro  novios  qaeprésaata 
á  las  deshermanas  son  orijinales;  un  hombre  que  se  enCida  de  todo,  otro  á  qoieatado 
le  gusta,  otro  que  habla  la  culta  latini-parla,  y  en  fin,  ua  petimetre  ms\}adaro. 

El  casamentero,  viendo  que  no  puede  hacer  los  matrimonios  de  los  otros,  fi^is  qae 
se  dispone  él  mismo  á  casarse,  y  como  Rafkela,  criada  de  Serafina,  la^^^'  ~^ 

rio,  dice: 

«  Cásate  coanúgo. 

Bofada.  ¿Juegas? 

Gibaja.  Sí,  gracias  á  Dioe . 

Raf.  ¿GastaiíT 

Gib.  A  todo  rozar. 

Jfbsfs  ¿Viéneste  tarde  á  acostar? 

Cib.  Ala!aDa4:álasdai. 


[143] 

Raf.  íCallaráftT 
Gib.  ¿Pues  qué  he  de  hacer/ 

Raf.  ¿Verá»? 
Gib.  No  veré  á  fe  mía. 

Raf.  ¿Y  en  casa  estarás  de  día? 

Gib.  A  las  horas  de  comer. 

Raf.  ¿Vivirás  muy  confiado? 

Gib.  Y  desconfiado  también. 

^af.  ¿Y  á  mi  me  tratarás  bieof 

Gib.  Como  ande  yo  bien  tratado. 

Raf.  ¿No  me  dejarás  mandarf 

Gib.  Mucho  puede  la  razón. 

Raf.  ¿Irás  á  una  comisión? 

Gib.  Si  tú  me  la  hicieres  dar. 

Bá»f.  iSabrásme  amar  y  querer? 

Gib*  Cuando  cuides  bien  de  mi.< 

.  Raf.  ¿Estás  firme  en  eso? 
Gt»*  Si 

Raf^  No  te  faltará  mujer. 

e  diálogo  satírico,  lleno  de  viveza  y  de  sal,  pinta  las  costumbres  del  tiempo ,  pero 
personas  de  escalera  abajo,  únicas  que  generalmente  hablando,  ponian  en  ridicu- 
itros  poetas  cómicos  del  siglo  XVll. 

Luca$  del  Cigarral  es  un  personaje  estravagante  é  ideal,  que  reúne  la  grosería 
aldeano  y  la  impartinantia  de  un  hidalgo  de  aldea,  con  la  pratensioa  á  la  supe- 
id  en  todo  género.  Es  rieo  y  por  consecuencia  todos  deben  somelarie  á  sus  es- 
tneias  oríjinales.  La  que  termina  la  comedia  lo  es  inas  que  todas.  Sabiendo  que 
á  quien  habia  elejido  por  esposa,  es  amante  correspondida  de  un  primo  suyo  á 
mantenia,  se  venga  en  cedérsela,  diciendo: 

c  De  mí  os  vengáis  esta  noche: 
y  mañana  á  mas  tardar, 
cuando  almuercen  un  requiebro, 
y  en  la  mesa  en  vez  de  pan^ 
pongan  una  fé  al  comer 
y  una  constancia  id  cenar; 
y  en  vez  de  galas  sé  pongan 
un  buen  amor  de  Hilan,  (i) 
ana  tela  de  mí  oúb, 
aforrada  en  me  querrdir 
echarán  de  ver  los  doa 
cuál  se  ha  vengado  de  cuál. 


Y  sabrán  presto  lo  que  es 
sin  olla  una  voluntad.» 


ta  comedia  es  una  de  las  que  tradujo  y  acomodó  al  teatro  francés  Tomas  Corneille, 
no  del  gran  trájico. 

en  ella  supo  Rojas  desenvolver  con  felicidad  un  carácter  cómico,  no  es  menos 
10  en  los  graciosos  de  sus  comedias.  Uno  de  ellos,  viendo  á  su  amo  envuelto  en 
M  y  enemistades  por  vengar  su  honor  ofendido,  esclama: 

c  Bendito  seáis  vos,  señor, 
que  no  me  habéis  dado  honrat» 


Etptfii 


RefleiioDa  sobre  la  veotaja  del  estado  humildef  pnes 

cá  ningún  hombre  se  vfó 
darle  veneno  en  mondongo.  > 

Riéndose  después  délas  leyes  del  duelo  bace  esta  reflexión,  snnuinMiitoJriclosi: 

¿Que  aquestos  duelos  prosigan? 
¿que  sea  el  mentir  afrenta, 
y  no  importa  que  yo  mienta 
é  importa  que  me  lo  digan?» 

(Amocriaiú^ 

En  general  deben  leerse  los  papeles  de  los  graciosos  de  nuestras  comedias  deafÉl 
siglo,  porque  libres  de  los  vicios  de  elocución,  propios  entonces  del  estilo  rumoataii. 
abundan  en  las  sales  y  chistes  del  lenguaje,  son  modelos  de  facilidad  y  floidei  m  li 
versiGcacion,  y  sobre  todo  excitan  el  buen  humor  y  la  risa  en  los  lectores  y  0a  d  aafr 
torio.  Tal  vez,  como  en  los  pasajes  anteriormente  citados,  se  encuentran  fn#n'*f  k 
buena  filosofía,  adaptadas  por  el  tono  placentero  y  sencillo  de  la  dicdoa  á  la  ialaiysa' 
d^  del  vulgo. 


LUIS  YELEZ  DE  GUEVARA. 


ARTICULO  I. 

xVpÉNAS  podemos  dar  á  nuestros  lectores  otra  noticia  biográfica  de  este  aator  draaii- 
tico  español,  sino  la  de  haber  escrito  mas  de  cuatrocientas  comedias,  que  elojia  mocho 
el  doctor  Juan  Pérez  de  Montalban  en  su  Para  iodo».  De  este  número  solo  hemoa  lák 
algunas,  y  si  las  demás  se  les  parecen,  exajerados  son  los  elojíos  del  discípulo  predi- 
lecto de  Lope  de  Vega.  Su  manera  de  dírijir  la  fábula  y  su  versificación  ananeian  qai 
aun  no  había  dominado  la  escena  española  el  genio  de  Calderón,  «uando  Velex  de  Gas- 
vara  escribía.  Parece,  pues,  qne  debe  colocársele  entre  Lope  de  Vega  y  cl  primer  poe* 
ta  dramático  del  siglo  XVII,  contemporáneo  de  Tirso,  de  Mirademescua  y  de  MonUl- 
ban«  Es  muy  inferior  al  primero  en  la  sal  cómica  y  en  la  descripción  de  caraetéreí; 
al  segundo  en  la  versificación  y  al  tercero  en  el  arte  de  dlrijir  la  acción,  aunque  acíi* 
80  se  le  iguala  en  lo  hinchado  de  la  frase  y  en  la  exajeracion  de  los  afectos. 

Pocos  vestij ios  se  ven  en  Guevara  de  las  mejoras  qiic  hizo  Lope  en  el  arte  druiÉ- 
tico.  Mas  bien  parece  imitador  de  las  comedias  do  Virues,  Cervantesy  otros  aatseeso- 
res  del  padre  de  nuestro  teatro,  que  déla  gracia  y  fiel  representación  de  las  pasioasi 
humanas,  que  á  pesar  de  sus  defectos  admiramos  en  los  dramas  de  este.  Casi  todas  sai 
fábulas  son  ó  se  finjen  tomadas  de  la  historia.  Figuran  en  ellas  Tamorlan,  Kscanjsi.lisqft 
el  rey  Desiderio,  Atila,  Roldan,  Bernardo  del  Carpió,  cuyos  caracteres  desfiganipjlaii- 
do  á  estos  héroes  el  lenguaje  de  los  rufianes  y  baladrones.  Gusta  mucho  de  labnls- 
11a  y  del  aparato  teatral,  como  Virues,  é  introduce,  como  él,  personajes  alegdrisos. 
Su  versificación,  generalmente  hablando,  ó  es  rastrera  ó  gongorina:  su  estilo  débD  y 
desmayado,  excepto  cuando  quiere  poner  en  boca  de  sus  personajes  alguna  espresioa 
desatinada  y  altisonante.  Rara  vez  se  notan  en  él  intenciones  poéticas,  y  meaos  aas 
combinaciones  profundas.  Sus  recursos  dramáticos  son  por  lo  coman  muy  limi- 
tados. 

Sin  embargo,  debe  confesarse  que  tiene  cierta  especie  de  mérito,  y  consiste  an  no 
despojar  á  Ja  acción,  cuando  ella  por  si  excita  los  sentimientos  comones  de  la  hanuai- 


ú  interés  que  la  pertenece.  A  este  mérito,  y  á  él  solo,  debió  Velez  la  celebrí- 
e  sos  comedias  tuvieron,  y  que  ha  conservado  hasta  nuestros  dias  la  de  Reinar 
de  morir ^  repetidisima  en  nuestros  teatros.  Era  menester  carecer  absolutamente 
o,  para  que  el  carácter  de  la  desgraciada  Inés  de  Castro  dejase  de  conmover  do- 
lente,  y  Velez,  si  bien  su  gusto  era  pésimo,  no  estaba  desprovisto  de  talento, 
plan  de  esta  comedia,  ó  por  mejor  decir,  de  esta  trajedia,  es  mas  sencillo  que 
iomunmente  los  de  los  dramas  españoles  de  aquel  siglo.  El  rey  D;  Alonso  de 
ú  quiere  casar  á  su  hijo  el  principe  D.  Pedro  con  Doña  Blanca,  infanta  de  Na- 
que á  este  efecto  había  llegado  ya  á  Coimbra;  pero  D.  Pedro  estaba  ya  casado 
mente  con  Doña  Inés  de  Castro  y  tenia  de  ella  dos  hijos.  El  anciano  rey  insti- 
>r  dos  consejeros,  que  creian  ó  aparentaban  creer  comprometido  el  bien  del  es- 
t  d  casamiento  de  Navarra,  y  por  las  quejas  celosas  de  Blanca,  manda  dar  muer- 
»,  V  la  sigue  poco  después  al  sepulcro.  D.  Pedro  venga  cruelmente  su  difunta 
en  los  desapiadados  estadistas,  y  la  corona  después  de  muerta.  Se  vé,  pues,  que 
poeta  encerró  en  un  solo  drama  las  acciones  de  las  dos  trajedias  de  Bermudez. 
ovechó  muy  cuerdamente  las  noticias  y  tradiciones  populares  de  aquel  celebro 
aciado  amor.  Tal  es  la  siguiente,  que  pone  en  boca  del).  Pedro: 

cQuerémonos  tan  conformes, 
son  tan  unas  nuestras  almas, 
que  á  un  arroyo  ó  ñientecilla, 
á  donde  algunas  mañanas 
sale  á  recibirme  Inés, 
todos  los  de  la  comarca 
llaman  por  lisonjeamos, 
el  Penedo  de  las  ansioi. » 

ndo  después  de  muerta  Inés,  el  principe  ignorante  de  la  catástrofe,  va  á  verla, 
voz  de  un  jardinero  que  cantaba  asi: 

c  ¿Donde  vas  el  caballero? 
¿donde  vas?  ¡triste  de  tí! 
que  la  tu  querida  esposa 
muerta  es,  que  yo  la  vi. 
Las  señas  que  ella  tenia 
bien  te  las  sabré  decir: 
su  garganta  es  de  alabastro 
y  sus  manos  de  marfil.» 

s  versos  son  de  un  antiguo  romance,  que  lamentaba  la  suerte  de  los  dos  aman- 
raciados.  Los  sueños  aterradores  de  Inés,  sus  agüeros  de  la  tórtola  viuda,  de  la 
ue  pereció  desenlazada  del  olmo,  del  león  coronado  (|ue  le  quitaba  los  dos  hi- 
entregaba  á  dos  monstruos,  favorecen  extraordinariamente  el  sentimiento  de 
d  que  excita  esta  pieza. 

urácter  del  rey  está  bien  ideado.  Ya  en  los  años  de  la  caducidad,  fluctuando 
justicia  y  el  enojo,  arrebatado  del  cariño  al  ver  sus  nietos  y  su  hermosa  é 
!  madre;  pero  sin  fuerzas  para  resistir  á  las  quejas  de  Blanca  m  á  las  sujestio- 
sus  consejeros,  cede  á  pesar  suyo  y  permite  el  asesinato  que  ha  de  acabar 
sus  dias.  loes,  viendo  acercarse  á  la  quinta  donde  mqra  la  comitiva  del  rey, 
nado  ya  á  matarla,  -dice  estos  versos,  que  son  de  otro  romance  antiguo  al  mis- 
ilo: 

cPor  los  campos  del  Mpndego 
caballeros  vi  asomar, 
y  según  he  reparado, 
se  van  acercando  acá. 
Armada  gente  los  sigue: 

19 


[136] 

sa,  V  EQri<{ue  en  el  segundo,  atríbnyendo  á  babela  las  liviandadM  deao  herauma:  Lo- 
dovico  y  su  amante  fallan  al  primeF  precepto  de  la  moral  amorosa,  que  es  la  ooistui- 
cia.  La  duquesa,  por  favorecer  el  nuevo  amor  de  Isabela  á  Enrique,  nace  qaeledenli> 
lulos  y  empleos,  con  tan  imprudente  importunidad,  (j^ue  escita  las  sospechas  del  doqw. 
Este  en  fin,  orgulloso  j  suspicaz,  es  engañado  succesivamente  por  todos. 

No  hemos  visto  representar  esta  comedia;  pero  creemos  que  á  escepdon  de  bds  6 
dos  escenas,  no  podrá  ser  agradable  al  auditorio,  que  siempre  quiere  ver  alfana  per* 
sona  por  quien  se  interese. 


ROJAS. 


ARTÍCULO  L 

íVpENAS  son  conocidas  de  este  poeta  otras  composiciones  trájicas  que  Gareia  éd  Oth 
lañar  y  los  Áspides  de  Cleopalra.  Nuestro  insigne  actor  Isidoro  Maíquez  dio  ala  primen 
su  merecida  celebridad,  creando*  el  carácter,  eminentemente  dramático»  de  Garda. 
La  segunda,  representada  con  mucha  frecuencia  hasta  fines  del  siglo  pasado,  cayó  en 
el  mismo  olvido  que  el  resto  del  teatro  español  antiguo,  y  no  se  ha  vuelto  á  levantar. 

Hay  sin  (embargo  otros  dramas  trájicos  de  D.  Francisco  de  Rojas,  que  merecen  ser 
conocidos  y  estudiados,  lales  son;  el  Caín  de  Cataluña^  Progne  y  Filomena^  y  sobre  todof 
d  mas  impropio  Verdugo,  en  el  cual  trató  el  asunto  masdificil  que  puede  presentarse  ea 
la  trajedia:  tal  es  el  espectáculo  de  un  padre,  que  con  sus  propias  manos  dá  la  moerte 
á  su  hijo. 

Rojas  sobresale  en  las  escenas  terribles  y  sabe  prepararlas  con  arte;  pero  á  veeei 
mezcla  con  ellas  incidentes  novelescos  que  divierten  la  atención  del  espectador  y  dda- 
litan  el  efecto  dramático  de  las  mejores  escenas.  Calderón  no  es  tan  troica  como  ék 
pero  cuando  pinta  sucesos  lastimosos,  tiene  el  buen  sentido  de  no  complicar  la  intriga, 
ni  apartar  los  ánimos  del  interés  principal.  Asi  es  que  en  sus  composiciones  tr^jicasla 
fábula  es  sencilla,  cuando  en  las  cómicas  la  complica  mas  que  otro  ningún  poela  de 
su  siglo  y  con  mas  felicidad.  Pero  el  instinto  dramático  de  Calderón  era  impodUe  de 
imitar. 

En  cuanto  á  la  elocución  de  Rojas,,  causa  lástima  ver  que  un  poeta  bastante  soá- 
salo para  decir  de  una  noche  muy  oscura 

c Hecho  un  Góngora  está  el  cielo» 

rayese  con  tanta  frecuencia,  por  condescender  con  el  bellaco  gusto  de  sa  aiglo^  en  d 
mismo  defecto  que  tan  finamente  satirizó  en  este  verso.  Solo  pondremos  un  ^enqpk 
para  justificar  nuestra  opinión;  pero  se  hallan  ron  harta  frecuencia  en  las  comediasde 
este  poeta  otros  vestijios  semejantes  del  pésimo  gusto  de  la  sociedad  para  la  culescri- 
bia.  En  la  comedia  de  Los  ire$  blasones  de  España,  describiendo  un  crncilljo,  dice  «i: 

cUna  diadema  en  su  cabeza  hermosa, 
siendo  de  espinas  se  trocó  de  rosa, 
cuyas  puntas  á  trechos  desiguales 
sacaban  perlas  fondas  en  corales, 
y  no  es  nuevo  trasunto 
ser  perla  y  ser  coral  á  un  tiempo  junto; 
pues  la  sangre  animosa  que  exhalaba 
en  sagrado  coral  se  derramaba, 

Í^  al  querer  ayudarla  ó  resolverla, 
o  que  lánguido  sale,  aquello  es  perla.  > 


[137J 

6  desafiarse  al  docto  comentador  d$  Un  soUdaiei  de  Gdngora  á  que  descifre  cáte 

caracteres  están  bastante  bien  descritos,  aunque  algo  exajerados  en  las  tra- 
>  Rojas:  defecto  que  le  es  común  con  Montalban,  si  bien  en  los  caracteres  mu- 
( mas  decente  que  el  discípulo  predilecto  de  Lope  de  Vega.  Las  pinta  dotadas 
ra,  poro  al  misoM  tiempo  de  pudor,  y  sin  la  petulancia  de  las  del  Doctor  Juan 
is  cuales  creen  siempre  que  es  licíio  decir  todo  lo  que  se  siente, 
srdad  que  la  exajeracion  de  Kojas  procede  casi  siempre  de  su  estilo  fogosa- 
i>ético,  y  que  rara  vez  sabe  templar.  Hé  aqui  el  soliloquio  de  un  amante  que 
intar  la  vdiemencia  de  su  pasión: 

ffUna  escala  previne  con  intento, 
Blanca,  de  penetrar  tu  firmamerUo: 
y  lo  mismo  emprendiera 
ri  fueras  diosa  en  la  tenante  esfera. 


que  en  este  loco  abismo 

emprendiera  lo  mismo 

si  fueras,  Blanca  bella, 

como  naciste  bumana,  pura  estrella; 

bien  que  á  la  tierra,  bien  que  al  cielo  sumo 

bajara  en  poWo  y  ascendiera  en  humo.» 

msamiento  de  estos  dos  últimos  versos  que  quitada  la  simetría  do  bajara  y  0$^ 
no  estaria  mal  en  una  oda,  es  inoportuno  y  exajerado,  y  por  lo  mismo  frío  y 
í  al  efecto  que  se  quiere  producir. 

lar  de  estos  defectos  que  hemos  debido  notar,  y  los  generales  deelocucion  en 
,  no  puede  negársele  á  Rojas  ni  talento  poético,  que  se  percibe  aun  en  los  dis^ 
[uc  hemos  citado,  ni  genio  verdaderamente  trájico;  porque  en  todas  sus  com* 
ís  de  esta  especie  hay  escenas  que  podrían,  como  las  de  las  Mocedades  del  Cid 
n  de  Castro,  figurar,  entresacadas  por  Corneille,  en  una  trajedia  perfecta,  si 
isen  de  los  incidentes  novelescos,  y  sobre  todo,  de  las  escenas  cómicas,  con 
emplace  Rojas  en  enervar  el  efecto  de  las  trájicas* 

ibemos  que  el  gracioso  era  un  personaje  obligado  en  nuestro  antiguo  teatro; 
stro  Rojas  satisfizo  á  esta  exijencia  con  tal  prodigalidad,  que  en  muchas  de 
I,  aun  las  mas  terribles,  como  el  Cain  de  Cataluña  y  el  mas  impropio  verdugo,  in- 
os  bobos  en  lugar  de  uno.  Estos  tienen  entre  sf  diálogos  y  escenas  que  nada 
e  ver  con  la  acción  principal;  pues  son  de  burlas  que  se  hacen  el  uno  al  otro, 
are  introduce  con  mucha  rrecuencia  en  sus  dramas  personajes  áá  vulgo,  que 

0  necesaríos,  hablan  sin  embargo  del  interés  principal  de  la  pieza,  y  sir- 
raostrar  de  aué  manera  llegan  las  ideas  de  la  alta  politica  á  las  intelijencias 
»e  y  qué  moaificaciones  reciben  en  ellas;  cosa  mas  interesanto  en  Inglaterra 
ros  paises,  donde  el  gobierno  no  ha  sido  nunca  tan  popular.  Pero  las  escenas 
iciosos  de  Rojas  nunca  son  deestaespeide:  podrian  fagurar  en  una  farsa  ó  en- 
(odrian  suprímirse  sin  menoscabo  de  la  acción ;  y  en  nada  contribuyen  ni  á 
erla  ni  á  demostrar  sus  efectos.  No  se  puede  conocer  en  ellas,  como  en  las  de 
ire,  la  verdad  del  célebre  dicho  de  Horacio: 

c  Qmdqvñd  ddirani  reges,  pleciuntur  achivi, » 

tocas  noticias  tenemos  acerca  de  la  vida  y  escritos  de  D.  Francisco  de  Rojas, 
e  era  de  Madríd,  por  hallarse  incluido  en  el  índice  de  los  hombres  ilustres 

1  villa,  que  insertó Montalban,  en  su  Para  todas,  y  que  floreció  por  los  tiempos 
tor,  es  decir,  en  el  prímer  tercio  del  siglo  XVII.  Pudiera  fijarse  mejor  su  época, 

Ía  la  comedia,  poco  conocida,  cuyo  titulo  es  En  Madrid  y  en  una  easa^  en  la 
la  de  Uis  Reyes  y  tu  hijo  hermoso^  que  cada  año  iban  á  la  Capilla  de  San  Blas 
Sute  santOi  lo  que  conviene  perfectamwile  á  los  reyes  Felipe  IV  é  Isabel  de 

18 


[138] 

Borbon«  y  á  su  primer  hijo  yaron  el  principe  Baltasar  hada  el  ado  1640»  Favo  é  añea- 
ten  todas  las  nociones  del  estilo,  lenguaje  y  conducta  de  las  fábulas  dramáticaa^  d  ^m^ 
lia  comedia  de  diferente  dicción  y  jiro  que  las  demás  de  Rojas  es  de  Tirso  daMaua; 
porque  está  vaciada  en  el  mismo  molde  de  las  de  este  autor.  La  intriga»  la  dUmiaBaB 
el  fondo  y  en  los  accidentes,  y  la  malignidad  urbana  que  en  ella  se  nota,,  aoa  laa 
mas  que  en  Amar  par  seAas,  el  Vergonzoio  «n  palatio^  el  Amor  máUcoy  D.  Gü  i$ 
verdes. 


ARTICULO  II. 

JLjA  comedía  famosa,  intitulada  Garda  M  Castaáorf  que  es  la  mas  conoeidade  lascom- 
posiciones  trájicas  deRojas,  tiene  también  este  otro  titulo:  Del  Reyabajo^  nüi^tina,.  verso 
en  que  está  cifrado  todo  el  pensamiento  del  drama* 

El  Rey  D.  Alonso  el  Onceno,  juntando  dinero  y  gente  en  Castilla  para  partir  á  la  em- 
presa de  Aljeciras,  recibe  un  donativo  cuantioso  de  un  labrador  rico  llamado  Garda 
del  Castañar,  señor  del  valle  de  este  nombre,  sito  en  el  reino  de  Toledo,  El  poeta  enu- 
mera los  artículos  del  donativo,  sin  omitir  den  quintaUi  de  cedíta^  y  otros  tantoa  de  Uh 
ctno,  y  el  donador  añade  al  fin  de  su  papel: 

cY  doy  esta  poquedad 
porque  el  año  ha  sido  corto: 
mas  ofrézcole,  si  importo, 
también  á  su  mi^^^d 
un  rústico  corazón 
de  un  hombre  de  buena  ley, 
que  aunque  no  conoce  al  Rey, 
conoce  su  obligación.» 

Alfonso,  movido  á  curiosidad,  quiere  ir  á  ver  á  este  labrador,  pero  deaoonoeU». 
Acompañado  de  otros  tres  cortesanos  y  finjiendo  serlo  tambieUr  llega  al  Caatolliif  y  •» 
hospeda  en  casa  de  García,  el  cual,  avisado  del  conde  de  Orgai  au  proteetorr  aoba  qm 
tiene  al  Rey  en  su  casa,  pero  engañado  por  las  señas  cree  que  es  elRey  uno  de  laaeop» 
tésanos,  llamado  D.  Mondo.  Esta  equivocación  es  el  verdadero  nudodal  drama;  ¡loryM- 
D.  Mendo  se  enamora  perdidamente  de  Rlanca.  esposa  de  García. 

La  fábula  está  bien  espuesta  eq  la  primera  jornada,  la  acción  entablada  ooo  nalor 
ralidad  y  verosimilitud,  y  los  caracteres  descritos  con  verdad,  señaladamente  loa  da 
García  y  Rlanca,  esposos,  amantes^  ricos,  felices  en  la  suerte  oscura,  pero  agradaMa, 
que  el  ciclo  les  ha  concedido.  La  pintura  de  esta  felicidad  era  necesaria,  como  fambisa 
de  la  manera  patriarcal  con  que  vivian  entre  sus  criados,  para  hacer  aeatv  d 
tador  cuan  grande  tesoro  de  ventura  les  quitó  el  amor  adúltero  de  MeodOr  oiiaiida* 
la  segunda  jornada  le  halla  García  en  su  casa.  Respétale  porque  le  cree  au  rey«  j  \m 
permite  volverse  por  el  balcón  por  donde  habia  entrado;  pero  aunque  aegoveda  lam^ 
eeneia  de  su  esposa,  se  propone  darle  la  muerte  por  salvar  su  honor.  Hnye  ia  inféfa  y 
busca  asilo  en  casa  del  conde  de  Orgaz:  al  mismo  tiempo  que  el  rey,  prendado  dalv^ 
lor  y  honradez  del  labrador,  le  manda  venir  á  Toledo  para  ponerle  al  fireale  da  w 
cuerpo  de  milicias  en  aquella  guerra. 

£1  labrador  se  presenta  en  la  corte,  y  se  humilla  ante  D.  Mendo;  pero  eate 

cAquelesel  rey,  García.» 

Estas  palabras  sumamente  sencillas,  pero  laa  mas  terribles  que  pudierao 
ciarse  en  aquel  caso,  son  su  sentencia  de  muerte.  García  le  llama  á  La  sala  inmeJKatat 
y  le  atraviesa  á  puñaladas:  probando  así,  que  del  rey  ab^Ot  ningimo  había  da  penailk 
que  se  atreviese  á  su  honor. 

La  acción,  reducida  á  los  términoa  que  la  hemos  espaealoy  ei  ialeieiaBiai  flena  da 


[139] 

moyimienlo,  de  contraste,  de  pasiones.  Ningún  hombre  es  mas  feliz  que  García  antes 
del  atentado  de  D.  Mendo:  ninguno  es  mas  desgraciado  que  él  cuando  se  cree  ofendido 
por  sa  rer:  asi  ninguno  se  halla  imitado  de  un  furor  mas  violento,  cuando  sabe  que  le 
— yfritida  la  tengania.  Esta  coníbinaeion  bastaba  para  formar  un  drama  excelente, 
y  a»«ra  aeoeiario  añadir  la  novela,  á  la  verdad  muy  impertinente,  de  ser  Blanca  hija 
de  la  fiuBÜla  de  los  Cerdas  desposeída  de  la  corona,  y  García  de  una  de  las  primeras 
casas  de  Castilla,  viviendo  ocultes  por  temor  á  la  indignación  del  rey«  Semejante  his- 
toria, jpor  cierto  mvy  mal  hilada,  se  ^espone  en  ona  larga  relación  ^ue  hace  García,  des- 
Ces  de  muerto  Mendo,  delante  de  toda  la  corte,  y  aparta  la  atención  del  auditorio,  de 
terrlMe  catástrofe  que  acaba  de  ver«  Pero  los  últimos  versos  de  esta  relación  vud«' 
vwi  á  esollar.el  mas  vivo  interés* 

c  Vivía,  8in«nvidiar 
entre  el  arado  y  el  yuga, 
las  cortes,  y  de  tus  iras 
encubierto  me  aseguro; 
hasta  que  anoche  en  mi  casa 
"wi  aqueste  huésped  perjuro, 
>  que  ea  Blanca  atrevidamente 
jes  lascivos  ojos  puso. 


Hago  alarde  de  mi  sagre: 
venio  al  temopcon  quien  lucho: 
pídeme  el  honor  venganza: 
el  puftaíl  luciente  empuña, 
«u  corazón  atravieso. 
Mírale  muerto,  que  juzgo 
me  tuvieras  por  inbme, 
si  á  quien  de  este  agravio  culpo 
le  señalara  á  tus  ojos 
menos,  señor,  que  difunto.» 


MirmU  mmvta:  es  tina  de  aquellas  Mices  espresiones  que  pintan  un  carácter  con  solo 
no  raago.  EHa  basta  para  que  conozcamos  á  García  del  Castañar. 

fte|as  ha  querido  dar  cierta  tinta  de  sencillez  campestre  al  carácter  de  García  en 
ana  priflMras  conversaciones  con  los  cortesanos  cuando  los  recibe  por  huéspedes  les  dice: 

cCaballeros  de  alta  guisa. 

Dios  os  dé  bienes  y  honores;: 

¿qué  mandáis? 
JÍMida.  ¿Quién  «s  aquí 

García  del  Castañar! 
Gmnia.  Yo  soy  á  vuestro  mandar^ 

Mmlo.  Galán  sois. 

Garda.  Dies  me  hizo  asf^ 

La  piatura  que  hace  deqpues  de  la  caza  de  perdices,  su  guise,  y  el  placer  de  co- 
ilMoen  Blaoea: 

cUna  ye  y  otra  mi  esposa 
nos  comemos,  que  no  hay  cosa 
como  á  dos  perdices,  dos:  > 

« 

«■  «ft  «odelo  en  au  género,  con  tal  que  no  hagamos  caso  de  la  semejanza  que  tienen 
las  Mffdiees-gvisadas  con  la  em^da  id  Bratü,  metáibra  muy  buena  en  tiempo  de  Feli- 
pe tV,  pero  que  ao  se  usaba  en  el  de  Alonso  Oaceao. 


[140] 

ARTia^LO  III. 

JuL  drama  intitulado  los  Aipide9  de  Cleopaíra  tiene  per  olijeto  la  historki 
de  los  amores  de  Marco  Antonio  con  la  última  de  los  Ptolomeos.  Pero  por  iBtt  Mfm 
que  sea  esta  acción;  por  mas  que  intervengan  en  ella  nombres  tan  célebrieseBlia  üt- 
les  del  mundo,  nuestro  autor  no  supo  dar&  interés  al  drama  ni  conservar  la  di|BÍiii 
de  los  interlocutores.  Antonio  y  Cleopatra  no  son  mas  que  dos  amantes  déla  eóírisde 
Felipe  IV ,  y  aun  despojados  de  ki  nobleza  de  sentimientos  con  qne  sabia  pintailsi 
Calderón.  La  esprcsion  del  amor  es  tan  exajerada  en  ambos,  que  solo  padieron  iaiph 
rar  interés  á  espectadores  del  tiempo  del  mal  gusto.  Por  otraparte,  la  tabula  está  auf 
dcbílmcnlc  conducida.  Apenas  kay  dos  versos  dignos  de  citarse,  sino  estos  dos  de  An- 
tonio, que  lamentándose  en  la  playa  encuentra  el  puñal  con  q«e  seda  la  muerte: 

c  Lágrimas  sembré  en  la  arena 
y  ella  produjo  un  acero.» 

El  mas  impropio  Verdugo  es  eomnosieion  mas  meditada  y  mejor  sostenida.  Céur 
Salviali,  de  una  familia  esclarecida  ac  Florencia,  enemiga  de  los  Mediéis  que  domina- 
ban en  esta  ciudad,  tiene  dos  hijos  varones,  Alejandro  y  Carlos,  y  una  h^a  Uaauria 
Casandra.  Alejandro  tiene  todos  los  vicios,  el  orguHo,  la  crueldad,  la  turbulencia,  é 
saerilejio,  unidos  á  un  valor  á  toda  prueba:  Carlos,  no  monos  valiente,  es  aDiaUe,  dó- 
cil, obediente  y  sumiso  á  su  padre,  que  por  mejorar  al  hijo  malo  aparenta  hacia  A 
una  predilección  no  merecida. 

Entre  el  padre  y  los  dos  hijos  dan  muerte  dentro  de  su  misma  casa  á  Federico  de 
Médicis,  pariente  del  duque  de  Florencia,  que  habia  entrado  en  ella  con  el  intsnto 
que  consiguió  de  burlar  á  Casandra.  Presos  los  asesinos  y  condenados  á  muerte,  no 
habiendo  verdugo  en  la  ciudad  para  ejecutar  la  sentencia,  se  propone  por  la  anlori- 
dad  el  perdón  de  sus  crímenes  al  reo  que  quiera  ejercer  aquel  oncio  infame.  Alejandro 
sé  dispone  á  aceptar  la  condición,  á  pesar  de  los  ruegos  v  exortaciones  de  su  padre  y 
hermano.  No  pudiendo  ser  vencida  su  pertinacia,  su  padre  se  presenta  también  oomo 
aspirante  al  mismo  destino:  consigue  la  horrible  preferencia,  sube  al  cadalso,  ruega 
de  nuevo  á  su  malvado  hijo  que  desista  de  su  propósito.  Alejandro  desesperad*  no  ca- 
de, y  el  padre  le  separa  la  cabeza  de  los  hombro». 

Baja  inmediatamente  del  patíbulo,  se  presenta  al  duque,  se  niega  á  dar  la  marte 
á  su  hijo  Carlos,  y  se  entrega  con  él  á  la  justicia  del  soberano.  Los  megos  de  JXajsa, 
hermana  del  difunto  Federico  y  amante  de  Carlos,  consiguen  el  perdón  de  loa  dosde- 
lincuentcs. 

La  combinación  dramática  de  este  horrible  drama  está  dispuesta  con  tanta 
tria,  que  Cesar  Salviati,  á  pesar  de  ser  el  verdugo  de  su  propio  h^o,  no  aparoea 
como  el  instrumento  de  que  se  valió  la  justicia  divina  para  castigar  los  crlmenei  dt 
Alejandro,  é  impedirle  que  cometiese  el  mavor  de  tocios,  dando  la  muerte  á  sapalit 
y  á  su  hermano,  l^s  caraetéres  de  los  tres  Salviatis  están  superiormente  dibcijaiDS, 
señaladamente  el  de  Alejandro.  Este  monstruo  que  nada  respeta,  que  dispoúlá  sa 
hermano  con  las  armas  el  amor  de  IHana  de  Mediéis,  que  es  capas  de  ooncebir  at 
proyecto  del  parricidio,  posee  sin  embargo  en  grado  eminente  la  cualida j^ie  ▼aleraaOL 
Su  alma,  aunque  perversa,  es  atrevida  y  grande.  Rojas,  para  hacerlo  interoaaate,  la 
atribuye  los  vicios  que  nacen  del  abuso  déla  eneijia  de  ánimor  quopor  si  sola  Hnüna 
la  atención  y  el  afecto  del  espectador  hacia  el  que  la  posee;  y  ha  aleado  cnidadoi 
mente  do  él  todos  los  defectos  que  nacen  de  la  bajeza  y  de  la  perfidia. 

Dos  dramas  compuso  Rojas  eon  un  mismo  asunto»  á  saber:  la  venganxade  un  ma- 
rido ofendido,  de  su  esposa  adúltera.  Estos  son  las  dos  comedias  intituladas,  (kmarm 
por  vengarse^  y  los  celos  de  Rodamonte.  En  una  j  otra  quedó  muy  inferior  á  Calderoo,  qua 
trató  mas  veces  que  él,  y  siempre  con  felicidad,  la  misma  materia.  Lt^  eefof  4$  JWa 
moníe  está  llena  de  lances  y  aventuras  caballerescas,  en  las  que  el  marido,  aoaqvo  aa 
cree  injuriado,  se  deja  engañar  repetidas  vecet  por  su  mujer,  hasta  que  al  fin  lopaM 
venganza.  La  de  Casarse  por  vengarse^  es  una  novela  puesta  en  drama,  j  iiolieBaaoao- 


[141] 

Biagmia  otra  cosa  sino  haber  sido  su  CAboIa  uno  de  los  robos  que  biio  M.  Lesa^ 
netlra  Uteralura  para  embellecer  su  Gil  BUu, 

^ores  soa  en  noeslro  entender  los  dos  dramas  del  Cain  de  Cataluña  y  No  hay  ter 
MMb  ny»  en  que  describe  el  odio  homicida  de  un  hermano  perverso  contra 
sedente.  En  la  primera  Berenguel  aborrece  á  su  hermano  mayor  Ramón,  á  pe- 
I  la  iguddad  con  que  ama  y  trata  á  los  dos  el  conde  de  Barcelona  su  padre»  y 
[inidencia  con  aue  corrijelos  estravíos  del  mal  hijo.  Volviendo  el  bueno  trían- 
le  una  espedicion  contra  los  mahometanos  de  las  islas  Baleares,  le  dá  muerte 
goéi  en  e\  momento  de  desembarcar,  instigado  de  celos.  Pero  apenas  acaba 
neter  el  fratricidio,  siente  el  peso  del  remordimiento,  y  esclama: 

cTodo  el  cielo  me  parece 
que  me  amenaza:  trasuda 
el  corazón,  y  sus  alas 
las  abate,  no  las  junta. 
Esa  montaña  pareee 
que  cae  sobre  mí:  esas  grutas 
A  mi  horror  servirle  quieren- 
de  silvestre  sepultura. 
¡Quién  de  si  mismo  pudiera 
luir! 


¿Qué  me  quieren  cielo  y  tierra 
para  que  uno  v  otro  encubran 
sendas  á  mi  planta?  El  aire 
¿por  qué  de  horrores  se  enluta? 
«.•••■•..>>••••••....•••••••••.••••••.. 

Asústame  la  tiniebla, 
aquella  luz  me  deslumhra: 
todo  á  un  tiempo  me  amenaza,^ 
y  todo  A  un  tiempo  me  turba. 
íOh  quién  en  esta  ocasión, 
porque  el  sol  no  le  descubra, 
sobre  el  cadáver  pusiera 
todo  ese  monte  por  urna!»^ 

idicibn  vulgar  de  la  antífona  Ubiesi  Abd  frater  tuutt^  que  cantó  el  capiscol  de  Ge- 
9B  las  exequias  de  Ramón,  se  reproduce  en  este  drama.  Berenguel  convencido  dd 
n  y  condenado  á  muerte,  al  tiempo  de  escaparse  de  la  prisión  es  muerto  por  los 
iai.  Su  padre  habia  favorecido  su  evasión. 

I  contrario  sucede  en  la  comedia  No  hay  ser  padre  siendb  rey.  En  esta  el  padre, 
o  su  hijo  Alejandro  á  manos  de  su  hermano  mayor  el  prf  ndpe  Rugero,  condena 
■leal  fratricida;  pero  el  pueblo,  ^uele  amaba  y  que  veia  destruida  con  su  snpK- 
fiuniliay  snccesion  real,  se  amotina  á  favor  suyo.  El  rey  dice  entóncea  al  prin- 
ilat  palabras,  muy  notables  para  aquel  siglo: 

t  Yo  la  sentencia  te  di: 

no  revoco  la  sentencia: 

el  vulgo  e$  mi  juez  mayar» 
Voeee.  Viva  el  prindpe. 

Bey.  Asi  sea. 

mas  ya  para  mi  no  vives. 


•«. 


El  vulgo  es  tu  rey  y  padre: 
mas  teme  que  otra  vez  sea 
mas  tu  rey,  aue  padre  ahorVr 
y  diga,  cuando  la  ofendAe* 


[142] 

'En  las  Tabulas  y  pasajes  que  hemos  citado,  podrá  cono*  i     t  ti  Mm  I^m  Ji- 

be estudiarse  en  el  manejo  y  descripción  de  las  fábulas  j  de  MnM  MJtoos,  it> 

ra  vez  -su  elocución  es  feliz.  Tiene  á  la  verdad  algunas  e  sIíeM«  hQtt  ie  It 

situación,  como  este  grito  que  hemos  copiado  del  rem<    i  /QmMi  á$  9^  «tai 

pudiera  Atitr/  pero  rara  vez  se  eleva  su  dicción  á  la  altura  del  peniáttieiiliK  y  Á  gM» 
conceptuoso  y  gongorino  de  su  época  echa  A  perder  á  veoei  las  eaeettlM  jfíia^Jni 
interesantes. 


ARTICULO  IV. 

Hasta  aquí  solo  hemos  considerado  á  Rojas  como  poeta  trájico ,  j  TaiiNMlo  segva 
nuestro  juicio  su  mérito  en  este  género.  Ahora  examinaremos  el  carácter  de  sos  com- 
posiciones cómicas  y  su  capacidad  para  describir  las  costumbres  sociales,  jn  serias  ji 
ridiculas.  En  cuanto  á  las  primeras  es  un  discfpnlo  de  la  escuela  de  Calderón,  hartu 
te  exagerado  y  muy  inferior  á  él.  Los  vicios  comnne»de  su  elocución  le  penignen  lo- 
davia  en  este  género,  aunque  se  presta  á  ellos  menos  que  el  tr^ico  y  el  herdieo.  lan 
vez  hablan  sus  damas  y  galanes  otro  idioma  que  el  del  culteranismo.  Por  oonslguartí 
nada  particular  se  halla  en  sus  comedias  urbanas  que  no  esté  mejor  en  laA  de  Cdde- 
ron«  Morete  y  Ruiz  de  Alarcon.  Amores,  celos,  desafíos,  fi&bulas  rara  vei  intensaatti 
y  por  lo  común  no  bien  desenlazadas. 

En  cuanto  á  las  costumb^  ridiculas,  dejando  aparte  los  dichos  y  diálogos  da  loi 
graciosos,  de  los  ^ue  hablaremos  después,  solo  conocemos  tres  comedias  de  este  anlir 
en  que  haya  manifestado  el  deseo  de  describir  caracteres  rigorosamente  comióos,  v  sos 
Abre  el  ojo.  Lo  que  son  mujere$  y  D.  Lueae  del  Cigarral,  La  primera  refundida  eos  tamo 
por  el  Sr.  Castrillon,  es  muy  semejante  al  ilmoro/ uso  de  Solis;  porque  tiene  tres 
que  cada  uno  enamora  tres  damas,  y  son  todos  aparentemente  correspondidos  de 
una  de  ellas.  La  intriga,  aunque  lisoy  complicada,  está  seguida  con  bastante 
militud.  Los  diálogos  son  vivos  y  llenos  de  sal  cómica,  y  están  bien  descritos  los 


ños  V  artificios  con  que  los  seis  amantes  infieles  procuran  encubrir  sus  bellaqneriai. 
La  elocución  carece  de  los  vicios  del  gongorismo;  mas  como  no  hemos  visto  nunca  It 
comedia  orijinal,  y  solo  tenemos  á  la  vista  la  refundida,  atribuimos  esta  especie  de  pu- 
rificación al  refundidor. 

Lo  queion  Mujeres  carece  de  intriga:  no  es  mas  que  una  galería  de  cuadros;  peroh» 
retratos  están  bien  hechos.  Serafina,  soberbia  y  melindrosa,  deanrecia  á  los  tanbrsi 
hasta  que  se  ve  abandonada  de  sus  amantes:  Matea,  para  la  cual  no  hajnuigiiii  galn 
de  desecho,  viendo  á  sus  pies  los  que  antes  enamorauín  á  su  hermana*  se  enTioeee  y 
comienza  á  melindrear:  el  casamentero  Gil^ja,  alcahuete  d  lo  dtmno,  como  I0  IJMsa  ¡Se* 
rafina,  describe  muy  bien  las  costumbres  úe  su  profesión ,  y  preguntándole  lá  násBii 
dama  si  mentirá  en  la  descripción  y  le  engañará,  responde: 

ttfo  os  caso  ahora.  € 

rasgo  feliz  y  que  basta  por  si  solo  para  pintar  su  oficio.  Los  cuatro  novios  que  yisseata 
á  las  dos  hermanas  son  orijinales;  un  hombre  que  se  enCida  de  todo,  otro  á  quien  lodo 
le  gusta,  otro  que  habla  la  culta  latini«parla,  y  en  fin,  un  petimetre  majadero. 

El  casamentero,  viendo  que  no  puede  hacer  los  matrimonios  de  los  otros,  ñtjjB  qus 
se  dispone  él  mismo  á  casarse,  y  como  Rafliela,  criada  de  Serafina,  le  fMhse  n  ns- 
rio,  dice: 

«Cásate  connigo. 

Rafada,  ¿Juegas? 

Gibaja.  Si,  gracias  á  Dios. 

Raf.  iGnstaiíT 

Irtft.  k  todo  rozar. 

JlUif.  ¿Viéneste  tarde  á  acostar? 

e%b.  A  launa  4  a  las  dos. 


Raf, 
Gib 

^ 
Gib 

Raf. 

Gib 

^ 

Gib 

4hf. 

Gib 

Raf. 

Gib 

Rüf 

Gib. 

Baf, 

Gib. 

Raf. 

Gib. 

Raf. 


[143] 
¿Callará»! 

¿Pues  qué  be  de  bacer/ 
iVeráa? 

No  veré  á  fe  mia. 
¿Y  eu  caaa  estarás  de  dia? 
A  las  boras  de  comer. 
¿Vivirás  miij  confiado? 
Y  desconfiado  lambiea. 
¿Y  á  mi  me  tratarás  bienf 
Como  ande  yo  bien  tratado. 
¿No  me  dejarás  mandarf 
Hucbo  puede  la  razón. 
¿Irás  á  una  comisión? 
Si  tú  me  la  bioieres  dar. 
¿Sabrásme  amar  y  querer? 
Cuando  cuides  bien  de  mi.< 
¿Estás  firme  en  eso? 

Si 
No  te  faltará  mujer. 


un  primo  suyo  á 


Este  diálogo  satírico,  lleno  de  viveza  y  de  sal,  pinta  las  costumbres  del  tiempo ,  pero 
entre  personas  de  escalera  abajo,  únicas  que  generalmente  bablando,  ponian  en  riaicu- 
lo  nuestros  poetas  cómicos  del  siglo  XVll. 

D.  Imcoí  dd  Cigarral  es  un  personaje  estravagante  é  ideal,  que  reúne  la  grosería 
de  un  aideaao  y  la  impertínentia  de  un  hidalgo  de  aldea,  con  la  pretensión  á  la  supe- 
rioridad en  todo  género.  Es  rieo  y  por  consecuencia  todos  deben  someterse  á  sus  es- 
travagancias  orijinales.  La  que  termina  la  comedia  lo  es  mas  ^ue  todas.  Sabiendo  que 
Isabel  á  quien  babia  elejido  por  esposa,  es  amante  correspondida  de 
quien  mantenia,  se  venga  en  cedérsela,  diciendo: 

c  De  mí  os  vengáis  esta  nocbe: 
y  mañana  á  mas  tardar, 
cuando  almuercen  un  requiebro, 
y  en  la  mesa  en  vez  de  pan, 
pongan  una  fé  al  comer 
y  una  constancia  al  cenar; 
y  en  vez  de  galas  sé  pongan 
un  buen  amor  de  Hilan,  (i) 
ana  tela  de  mi  oúb, 
aforrada  en  me  merrátr 
cebarán  de  ver  los  dos* 
cuál  se  ba  vengado  de  cuál. 


Y  sabrán  presto  lo  que  es 
sin  olla  una  voluntad.» 

Esta  comedia  es  una  de  las  que  tradujo  y  acomodó  al  teatro  francés  Tomas  Corneílle, 
hermaiio  del  gran  trájico. 

Si  en  día  supo  Rojas  desenvolver  con  felicidad  un  carácter  cómico,  no  es  menos 
drietoeo  en  los  graciosos  de  sus  comedias.  Uno  de  ellos,  viendo  á  so  amo  envuelto  ea 
desnÍBoa  y  enemistades  por  vengar  su  bonor  ofendido,  esdama: 

c  Bendito  seáis  vos,  señor, 
que  no  me  babeis  dado  honral» 


Esptfii 


[i**) 

Refleiiona  sobre  la  veotaja  del  estado  humilde,  pnes 

cá  ningún  hombre  se  vfó 
darle  veneno  en  mondongo.  > 

Riéndose  después  délas  leyes  del  duelo  hace  esta  reflexiout  tamaoieBtoJviclosft: 

¿Que  aquestos  duelos  prosigan? 
¿que  sea  el  mentir  afrenta, 
y  no  importa  que  yo  mienta 
é  importa  que  me  lo  digan?» 

(Amocnai»^ 

En  general  deben  leerse  los  papeles  de  los  graciosos  de  nuestras  comediai  deafnl 
siglo,  porque  libres  de  los  vicios  de  elocución,  propios  entonces  del  estilo  remoatadi, 
abundan  en  las  sales  y  chistes  del  lenguaje,  son  modelos  de  facilidad  j  floidei  m  U 
versificación,  y  sobre  todo  excitan  el  buen  humor  y  la  risa  en  los  lectores  y  en  d  anfl- 
torío.  Tal  vez,  como  en  los  pasajes  anteriormente  citados,  se  encuentran  máximas  di 
buena  filosofía,  adaptadas  por  el  tono  placentero  y  sencillo  de  la  dicción  á  la  intiiyw 
á^  del  vulgo. 


LUIS  VELEZ  DE  GUEVARA. 


ARTICULO  I. 

xVpÉNAS  podemos  dar  á  nuestros  lectores  otra  noticia  biográfica  de  este  antordraBá- 
tico  español,  sino  la  de  haber  escrito  mas  de  cuatrocientas  comedias,  que  elojia  macho 
el  doctor  Juan  Pérez  de  Montalban  en  su  Para  iodos.  I)c  este  número  solo  hemoa  ki^ 
algunas,  y  si  las  demás  se  les  parecen,  exajerados  son  los  elojíos  del  discipnlo  fnHr 
lecto  de  Lope  de  Vega.  Su  manera  de  dirijir  la  fábula  y  sii  versificación  anaaciaa  qai 
aun  no  había  dominado  la  escena  española  el  genio  de  Calderón,  «uando  Velex  de  Gte- 
vara  escribía.  Parece,  pues,  que  debe  colocársele  entre  Lope  de  Vega  y  cl  primer  po» 
ta  dramático  del  siglo  XVII,  contemporáneo  de  Tirso,  de  Mirademescoa  y  de  lloetil- 
ban.  Es  muy  inferior  al  primero  en  la  sal  cómica  y  en  la  descripción  de  caracténü 
al  segundo  en  la  versificación  y  al  tercero  en  el  arte  de  dirijir  la  acción,  aanqoe  aei- 
80  se  le  iguala  en  lo  hinchado  de  la  frase  y  en  la  exajeracion  de  los  afectos. 

Pocos  vestijios  se  ven  en  Guevara  de  las  mejoras  qne  hizo  Lope  en  el  arte  draal* 
tico.  Mas  bien  parece  imitador  de  las  comedias  de  Virues,  Cervantes  y  otrot  antecass 
res  del  padre  de  nuestro  teatro,  que  déla  gracia  y  fiel  representación  de  las  pasioasi 
humanas,  que  á  pesar  desús  defectos  admiramos  en  los  dramas  de  este.  Gaii  todas  sai 
fábulas  son  ó  se  finjen  tomadas  de  la  historia.  Figuran  en  ellas  Tamorlan,  Fin  ■nd^lluyii 
el  rey  Desiderio,  Atila,  Roldan,  Bernardo  del  Carpió,  cuyos  caractére»desfigiira,j|aii- 
do  á  estos  héroes  el  lenguaje  de  los  rufianes  y  baladrones.  Gusta  mucho  delabaiall' 
lia  y  del  aparato  teatral,  como  Virues,  é  introduce,  como  él,  personaje!  alafériaps. 
Su  versificación,  generalmente  hablando,  ó  es  rastrera  ó  gongorina:  su  estilo  dábO  y 
desmayado,  excepto  cuando  quiere  poner  en  boca  de  sus  personajes  alguna  espresioa 
desatinada  y  altisonante.  Rara  vez  se  notan  en  él  intenciones  poéticas,  y  meaos  aaa 
combinaciones  profundas.  Sus  recursos  dramáticos  son  por  lo  coman  muy  limi- 
tados. 

Sin  embargo,  debe  confesarse  que  tiene  cierta  especie  de  mérito,  y  ooniistaaa  ao 
despojar  á  Ja  acción,  cuando  ella  por  sf  excita  los  sentimientos  comoaet  de  la  hanaaM- 


[i*5] 

res  que  la  pertenece.  A  este  mérito,  y  á  él  solo,  debió  Velez  la  celebrí- 
comedias  tuvieron,  y  que  ha  conservado  hasta  nuestros  dias  la  de  Reinar 
tr,  repetidísima  en  nuestros  teatros.  Era  menester  carecer  absolutamente 
ra  que  el  carácter  de  la  desgraciada  Inés  de  Castro  dejase  de  conmover  do- 
y  Velez,  si  bien  su  gusto  era  pésimo,  no  estaba  desprovisto  de  talento* 
le  esta  comedia,  ó  por  mejor  decir,  de  esta  trajedia,  es  mas  sencillo  que 
mente  los  de  los  dramas  españoles  de  aquel  siglo.  El  rey  D;  Alonso  de 
ere  casar  á  su  hijo  el  principe  D.  Pedro  con  Doña  Blanca,  infanta  de  Na- 
este  efecto  habia  llegado  ya  A  Coimbra;  pero  D.  Pedro  estaba  ya  casado 
I  con  Doña  Inés  de  Castro  y  tenia  de  ella  dos  hijos.  El  anciano  rey  insti- 
consejeros,  que  creian  ó  aparentaban  creer  comprometido  el  bien  del  es- 
amiento de  Navarra,  y  por  las  quejas  celosas  de  Blanca,  manda  dar  muer- 
I  sigue  poco  después  al  sepulcro.  D.  Pedro  venga  cruelmente  su  difunta 
desapiadados  estadistas,  y  la  corona  después  de  muerta.  Se  vé,  pues,  que 
I  encerró  en  un  solo  drama  las  acciones  de  las  dos  trajedias  de  Bermudez. 
ó  muy  cuerdamente  las  noticias  y  tradiciones  populares  de  aquel  célebre 
o  amor.  Tal  es  la  siguiente,  que  pone  en  boca  de D.  Pedro: 

cQuerémonos  tan  conformes, 
son  tan  unas  nuestras  almas, 
que  á  un  arroyo  ó  ñientecilla, 
á  donde  algunas  mañanas 
sale  á  recibirme  Inés, 
todos  los  de  la  comarca 
llaman  por  lisonjeamos, 
el  Penedo  de  Un  anHoi. » 

espues  de  muerta  Inés,  el  principe  ignorante  de  la  catástrofe,  va  á  verla, 
3  un  jardinero  que  cantaba  asi: 

c  ¿Donde  vas  el  caballero? 
¿donde  vas?  ¡triste  de  ti! 
que  la  tu  querida  esposa 
muerta  es,  que  yo  la  vi. 
Las  señas  que  ella  tenia 
bien  te  las  sabré  decir: 
su  garganta  es  de  alabastro 
y  sus  manos  de  marfil.» 

os  son  de  un  antiguo  romance,  que  lamentaba  la  suerte  de  los  dos  amañ- 
os. Los  sueños  aterradores  de  Inés,  sos  agüeros  de  la  tórtola  viuda,  de  la 
-eció  desenlazada  del  olmo,  del  león  coronado  (|ue  le  quitaba  los  dos  hi- 
gaba  á  dos  monstruos,  favorecen  extraordinariamente  el  sentimiento  de 
excita  esta  pieza. 

r  del  rey  está  bien  ideado.  Ya  en  los  años  de  la  caducidad,  fluctuando 
ia  y  el  enojo,  arrebatado  del  cariño  al  ver  sus  nietos  y  su  hermosa  é 
re;  pero  sin  fuerzas  para  resistir  á  las  quejas  de  Blanca  m  á  las  sujestio- 
msejeros,  cede  á  pesar  suyo  y  permite  el  asesinato  que  ha  de  acabar 
ias.  Inés,  viendo  acercarse  ala  quinta  donde  mqra  la  comitiva  del  rey, 
ya  á  matarla,  -dice  estos  versos,  que  son  de  otro  romance  antiguo  al  mis- 

cPor  los  campos  del  Mpndego 
caballeros  vi  asomar, 
y  según  he  reparado, 
se  van  acercando  acá. 
Armada  gente  los  sigue: 

19 


[146] 
¡válgame  Dios!  ¿quesera? 
¿á  quién  irán  á  prender?  ect.» 

La  escena  en  que  Incs  pide  al  Rey  que  no  la  mate,  sin  hallar  piedad,  y  queda  eal»' 
f^ada  en  manos  de  los  asesinos  después  de  arrancarle  sus  hijos,  es  una  de  las  m^oni 
de  nuestro  teatro.  La  elocución  es,  generalmente  hablando,  sencilla  y  natural  cual  cor- 
responde á  la  situación;  y  siempre  ha  producido  y  producirá  grande  efecto. 

£1  célebre  poeta  dramático  M.  Lamothe  escnbió  sobre  el  mismo  asanto  una  In- 
jedia,  que  reducida  á  las  formas  del  teatro  francés,  hacia  mas  visible  el  defecto  de  Ii 
fábula,  que  consiste  en  que  D.  Pedro,  perdidamente  enamorado  de  Doña  loes,  oída 
hace  sin  embargo  para  impedir  la  desgracia  que  la  amenazaba.  Yelez  por  lo  mteoi 
supone  al  príncipe  desvelado  continuamente  por  su  amada;  y  cuando  sucedió  la  catás- 
trofe, estaba  esperando  noticia  de  Inés  para  entrar  en  la  quinta  sin  que  le^vieaesapaír 
dre,  que  se  aposentaba  en  otra  délas  ccrcanias. 

Lamothe  concluyó  su  trajedia  en  la  muerte  de  Doña  Inés.  M.  Didot,  qoe  ha  escri- 
to otra  sobre  la  misma  acción,  en  el  prólogo  que  la  antecede,  manifiesta  creer  qoe  h 
fábula  no  debió  terminar  allí;  y  que  era  menester  pintar  el  delirio  amoroso  de  D«  Ilo- 
dro  ,  y  presentar  á  los  ojos  del  espectador  la  Nise  laureada,  la  coronación  de  la  esposi, 
muerta  por  manos  aleves  y  villanas.  Como  este  hecho  singular  es  histórico,  y  preslt 
un  carácter  orí j  i  nal  al  amor  del  principe,  nos  parece  que  tiene  razón.  Didot  acabó  iq 
trajedia  de  la  misma  manera  que  Luis  Velcz  su  drama. 


ARTICULO  II. 

XjL  drama  de  Yelez  de  Guevara,  en  que  sintió  mejor  la  inspiración  trájfca,  es  la  come- 
dia intitulada  Los  celos  hasta  los  cielos  y  desdichada  Estefanía,  Las  dos  primeras  jornadaí 
son  endebles;  pero  la  tercera  es  verdaderamente  terrible,  y  digna  del  furor  de  un  cas- 
tellano celoso,  que  después  de  matar  á  su  mujer,  reconoce  la  inocencia  de  la  victima. 
Es  la  misma  situación  de  Ótelo. 

Fernán  Ruiz  de  Castro,  esposo  de  Estefanía,  hija  natural  de  Alonso  Vn  el  empera- 
dor, volviendo  á  Toledo  vencedor  de  los  moros,  halla  tristes  á  dos  escuderos  dé  su  caía. 
Pregúntales  si  ha  muerto  alguien  de  la  familia : 

cTu  honor  ha  muerto,» 

le  responde  uno  de  ellos,  y  le  cuenta  como  un  hombre  desconocido  entra  todas  las  no- 
ches en  el  jardin  de  su  casa,  donde  le  espera  Estefanía.  Seria  necesario  copiar  toda  h 
escena  para  mostrar  cuan  bien  descritos  están  los  furores,  las  angustias,  las  dudas,  los 
proyectos  del  marido  ofendido;  los  esfuerzos  mal  disimulados  que  hace  cuando  sale  á 
recibirle  su  esposa,  para  ocultar  su  resentimiento,  y  en  fio,  la  determinación  de  ser 
testigo  de  su  afrenta  y  de  vengarla.  Apóstase  en  el  jardin:  vé  venir  á  éláunam^jerooa 
los  mismos  vestidos  que  acababa  de  ver  en  su  esposa;  vé  entrar  el  galán  y  ser  rrabMo 
como  temia.  Arrójase  á  él  y  le  mata:  la  mujer  huye.  Fernán  Ruiz  busca  á  la  cónpliee, 
halla  á  Estefanía  durmiendo  tranquilamente  en  su  lecho,  cree  que  lo  finje,.  mas  se  de- 
tiene á  mirarla  y  esclama: 

coh  engaño  hermoso  dormido! 

oh  veneno  lisonjero! 

mas  ¿á  qué  aguardo?  ¿á  qué  espero, 

que  estoy,  estando  agraviado, 

con  luz  tan  desalumbrado 

y  ocioso  el  desnudo  acero? 

Estefanía  despierta,  y  atraviesa  su  pecho  el  puñal  del  marido.  Un  ruido  suenadelMJo 
de  la  cama.  Fernán  saca  de  allí  una  criada  que  so  habia  escondido,  y  que  vestida  con 
las  ropas  de  su  ama,  engañaba  en  la  oscuridad  de  la  noche  á  un  antiguo  y  dcodoftado 


[147] 
amante  de  Estefania.  La  infiel  sinriente  dedara  su  maldad  y  se  arroja  por  una  ventana 
al  Tajo.  Este  incidente  es  tomado  del  Aríosto. 

Esteíania  muere  con  el  consuelo  de  ver  reconocida  su  inocencia.  Sus  últimas  pala- 
bras son: 

c esposo»  á  Dios; 

que  la  voi  de  Dios  me  llama.  > 

Fernán  Ruiz,  loco  de  sentimiento,  como  antes  de  furor,  invoca  contra  si  la  justicia 
del  cielo  y  la  de  los  hombres. 

En  la  comedia  Obligación  d  las  mujeres  hay  otro  marido,  duque  de  Sajonia,  que 
dando  crédito  á  siniestros  y  alevosos  informesi  tiene  por  adúltera  á  su  inocente  mujer; 
pero  se  venga  de  una  manera  mas  romántica;  pues  la  obliga  á  vivir  encerrada  con  el 
cadáver  de  su  supuesto  cómplice,  á  dormir  con  él,  á  comer  sobre  su  atahud,  y  á  beber 
en  sn  cráneo.  Un  caballero  español,  que  viajaba  por  Alemania,  supo  el  hecho,  desafió 
y  venció  al  delator,  y  restituyó  el  honor  y.  la  felicidad  á  la  oprimida  esposa. 

Filiberto  (que  así  se  llamaba  el  duque)  habia  renunciado  sus  estados,  y  retirádose  á 
vivir  como  labrador  en  uno  de  sus  castillos.  Velez  pone  en  su  boca  un  soneto,  que  es 
muy  notable*  porque  espresa  seriamente  ideas  que  solo  se  dicen  en  burlas. 

cCuanto  miro  son  somliras  de  mi  afrenta, 
luego  que  vengo  á  ver  la  luz  del  dia: 
que  apenas  salgo,  v  la  deshonra  mia 
con  corva  frente  el  buey  me  representa, 

La  esquila  luego  despertarme  intenta 
del  manso  allí  que  las  ovejas  guia; 
y  el  gamo  que  los  vientos  desafia, 
en  el  bosque  frondoso  me  amedrenta. 

El  mas  pequeño  caracol  me  agravia, 
y  anuncia  la  corneja  mi  fortuna, 
que  por  el  nombre  solo  es  mal  agüero. 

Hasta  el  cielo  me  ofende  con  la  luna: 
sin  diida  espero  el  deshonor  con  rabia, 
que  en  todo  lo  que  miro,  verle  espero.» 

Otra  comedia  hay,  cuya  acción  es  la  misma  que  la  déla  Obligación  á  lasmujem^  con 
el  titulo  de  Cumplir  dos  obligaciones  y  la  Duquesa  de  Sajonia,  algo  mejor  ordenado  que  la 
primera,  y  cuyo  autor  es  D.  Luis  VeUz  de  GuetMtra,  que  creemos  ^ue  es  el  mismo  que 
con  el  mismo  nombre  sin  don  aparece  en  las  demás,  porque  el  estilo  y  la  versificación 
•on  parecidos. 

La  comedia  del  Valiente  toledano  está  consagrada  á  celebrar  las  hazafias  de  D.  Fran* 
cisco  de  Ribera,  valiente  marino  del  tiempo  de  Felipe  11!.   Por  tanto  puede  inferirse 

Ee  Luis  de  Guevara  escribió  comedias  hasta  los  principios  del  reinado  de  Felipe  IV. 
i  la  citada,  alaba  mucho  al  duaue  de  Osuna,  lo  que  prueba  que  la  compuso  antes  de 
la  caída  de  este  célebre  virey  de  Ñápeles. 

El  nombre  poético  que  tomó  Luis  Velez  es  Lauro;  asi  consta  del  final  de  la  comedia 
el  Amor  en  Vizcaino.  En  esto  imitó  á  Lope  de  Vega,  que  habia  tomado  el  de  Relardo. 
Tiene  muchas  comedias  en  que  remeda  bastante  bien  el  castellano  antiguo,  como  Los 
kijosde  la  Barbuda^  Si  el  caballo  vos  han  muerto^  y  otras.En  ladeMmor  en  Vizcaino^  el  per- 
sonaje principal  es  una  señora  de  Vizcaya,  que  habla  el  lenguaje  misto  de  castellano  y 
bascuence,  y  que  persigue  y  mata  en  un  torneo  al  delfin  de  Francia  que  le  habia  roba- 
do el  honor. 

Gustaba  mucho  de  tomar  por  asunto  de  sus  comedias  fábulas  creídas  del  vulgo,  que 
él  llama  á  boca  llena  sucesos  verdaderos.  El  verdugo  de  Málaga^  por  ejemplo,  esplica  el 
orijen  de  una  familia  noble  del  apellido  de  Verdugo,  El  primero  que  lo  llevó,  por  haber 
sido  terror  de  los  moros,  debió  su  engrandecimiento  á  naber  desencantado  á  una  mora 
y  descubierto  el  tesoro  que  ella  guardaba.  En  la  del  Marques  de  Basto^  un  soldado, 
criado  de  este  general,  después  de  ahorcado  por  sus  delitos,  defendió  á  su  amo  contra 


[148] 
unos  asesinos.  Los  argumentos  de  sus  dramas  son  consejas  de  esta  espade,  ó  suoeíof 
históricos  no  bien  manejados. 

£1  mejor  de  estos  es  el  de  los  amotinados  de  Flandes.  Un  tercio  español  me  se  rebfr 
ió  por  falta  de  pagas,  dio  sin  embargo  una  gran  yictoria  á  las  armas  dd  Rey.  Bita 
es  la  acción.  En  la  primer  jornada  los  amotinados  exijen  de  su  nuiese  de  campo  qne 
firme  tomar  parte  con  ellos  en  la  sedición,  ó  si  no  lo  hace  le  amenazan  con  la  muerte. 
El  valiente  audillo  escribe  en  el  papel  todo  lo  contrario.  Quieren  matarle;  mas  él  solo 
pide  que  le  permitan  morir  como  noble  con  la  espada  en  la  mano,  y  aSade: 

cQue  quiero,  si  habéis  dudado 
en  estas  letras  mi  intento, 
firmarlo  hecho  pedazos 
con  la  sangre  que  os  ofrezco.» 

Los  amotinados,  capaces  de  apreciar  el  verdadero  valor,  le  dejan  ir  libre.  Esta  es 
una  de  las  mas  interesantes  escenas  de  nuestro  teatro. 

En  el  segundo  acto  el  general  conde  de  Fuentes,  que  vé  al  maese  D.  Diego  de  Silva, 
tratando  d    amores  con  una  aldeana,  le  reprende  asi: 

cSi  aqui,  donde  estáis  temblando 

la  vista  del  general, 

estáis  procediendo  mal, 

¿qué  será  ausente  y  temblando? 

Vos  estáis  amotinando 

los  soldados:  ya  he  sabido 

que  por  no  veros  ha  sido; 

y  ahora  por  ser  honrados 

se  retiran  afrentados 

de  haberos  obedecido.» 

Al  fin  de  este  acto  dá  el  conde  de  Fuentes  á  los  amotinados  su  bigilla  en  calidad  de 
socorro  mientras  llegaq  las  pagas:  los  soldados  la  rehusan,  porque 

cLos  soldados  españoles 
de  su  rey  solo  reciben 
honras,  dineros,  favores: 
de  su  general,  peligros; 
y  de  su  honor,  ocasiones.» 

En  la  tercer  jornada  se  describe  en  los  versos  siguientes  el  valor  propio  de  un  buen 
general: 

¿qué  heroico  brio, 

qué  osado  disponer  en  graves  casos, 
qué  rostro  sin  mudanza  en  los  fracasos, 
qué  desden  de  la  muerte, 
en  el  caso  mas  fuerte 
le  falta  al  general?....» 


ARTÍCULO  III. 

(jlTEMOS  ya,  para  conocer  su  elocución,  algunos  de  sus  mejores  nasajes  en  todos  gé- 
neros. Pero  antes  copiaremos  un  romance  antiguo  aue  inserta  en  la  comedia  Si  det^- 
hallo  voshan  muerto,  cuya  acción  es  la  batalla  de  Aljubarrota,  de  la  cual  escapó  D.  Jan 
el  I,  rey  de  Castilla,  en  un  caballo  que  le  dio  Pedro  Hurtado  de  Mendoza,  ascendiente  de 


•  [149] 
eaga  del  Infantado.  Creemos  que  Lais  Vdez  interpoló  versos  suyos  entre  los  de  la 
icion  vulgar. 

cNon  es  tiempo  en  el  peligro 
de  facer  discursos  largos: 
vamos  al  vueso  remedio, 
que  ílncais,  rey,  mal  parado, 
di  el  caballo  vos  han  muerto, 
subid,  Rey,  en  mi  caballo: 
si  en  pié  no  podéis  tenervos, 
llegad,  sobireos  en  brazos. 
Poned  un  pié  en  el  estrivo 
y  el  otro  sobre  mis  manos: 
catad  que  crece  el  gentiOi 
maguer  fine  yo,  salvaos. 
Un  tanto  es  blando  de  boca, 
bien  como  tal  sofrenaldo: 
non  vos  empache  el  pavor, 
dalde  rienda  y  picad  largo. 
Lo  que  sembrasteis  en  mi,  (I) 
vos  lo  torno  mejorado; 
que  nunca  la  buena  tierra 
negó  el  fruto  nengun  año. 
Non  vos  obligo  en  tal  fecho, 
nin  me  fincáis  adeudado: 
.    que  tal  escatima  (2)  deben 
á  los  reyes  sus  vasallos. 
Y  si  es  verdad  lo  que  os  digo, 
non  dirán  los  castellanos 
en  oprobio  de  mis  canas 
que  vos  debo  é  non  vos  pago: 
ni  las  dueñas  de  Castilla, 

2ue  á  sus  maridos  fidalgos 
eje  en  el  campo  defuntos, 
é  salvo  vivo  del  campo. 
Menos  causa  tuvo  Eneas; 
pues  cuando  fizo  otro  tanto, 
tan  solo  salvó  á  su  padre; 
yo  al  jiadre  de  todos  salvo. 
Pero  si  en  la  lid  sangrienta 
por  la  dicha  del  contrario, 
en  vueso  servicio,  Rey, 
yo  finque  fecho  pedazos:  i 

á  Diagote  os  encomiendo, 
catad  por  aquel  mochacho; 
sed  padre  y  amparo  suyo, 
y  Dios  sea  en  vueso  amparo. 

Esto  dijo  el  montañés , 
señor  de  Hita  y  Buytrago, 
al  Rey  Don  Juan  el  primero, 
y  entróse  á  morir  lidiando.  > 


)     Aquel  caballo  se  lo  había  regalado  el  Rey. 
j     Tríboto. 


[150] 
En  la  misma  comedia,  reprendiendo  la  infanta  Doña  Blanca  al  rey  por  mu 
res  con  una  judia,  le  dice: 

cPara  mientes  en  tus  daños, 
7  torna  al  tu  honor  las  mientes: 
que  con  decir  que  son  homes 
non  se  disculpan  los  rejres.  > 

Sentencia  admirable  y  profunda;  pero  no  son  comunes  las  de  esta  clase  en  el  aotorque 
examinamos.  Mas  lo  son  los  rasgos  de  carácter,  como  el  siguiente  de  la  Montañesa  de 
Asturias:  Pelaya,  que  escucha  con  secreto  placer  los  requiebros  que  le  dice  D.  Ramiro, 
Ilakna  sin  embargo  á  su  hermano .  Este,  que  estaba  mas  cerca  de  lo  que  ella  creía,  llefa, 
y  la  serrana  pesarosa  csclama: 

<  ¡O  qué  presto  que  ha  venido!  • 

Mengo  su  novio,  desea  hablarla,  hace  esfuerios  para  encontrar  qué  decirla,  al  fin 
se  resuelve,  y  solo  acierta  á  preguntarle: 

m 

c ¿Dónde  los  gansos  están?» 

En  la  comedia  del  Caballero  del  Sol,  única  de  Velez  de  Guevara  en  que  la  fábula  eité 
tomada  de  libros  de  caballerias,  se  insertan  algunas  composiciones  Úricas  del  géMn 
amatorio.  Una  de  ellas  es  la  siguiente: 

c Dando  luz  Jacinta  al  dia, 

preso  con  su  mano  hermosa 

en  una  costa  curiosa 

un  pajarillo  traía. 

Reja  de  cristal  hacia 

con  la  mano  á  la  prisión. 

yo  llegué  en  esta  ocasión 

y  dije:  hermoga  Jacinta^ 

tan  venturoso  me  jñnta 

mi  loca  imajinacion. 

No  sé  si  escuchallo  pudo; 

porque  el  amor  mas  perfecto, 

cuando  es  hijo  del  respecto 

es  menos  ciego  ^ue  mudo: 

mas  como  en  mi  fé  no  dudo, 

loco  á  Jacinta  seguí, 

y  escrito  en  sus  ojos  vi  , 

con  letras  de  estrellas  puras: 

las  ñws  no  estdn  seguras^ 

CeliOf  en  el  mentó  de  mi. 

Apartó  en  esto  la  mano, 

y  el  pájaro  sin  razón 

quiso  dejar  la  prisión; 

pero  fué  su  intento  en  vano. 

Irracional  y  villano, 

dije,  con  bien  tan  subido 

entenderte  no  has  sabido: 

trocar  conmigo  procura-, 

ó  dame  tú  tu  ventura 

ó  toma  tú  mi  sentido.» 

Bastan  los  ejemplos  ya  citados  para  conocer  la  elocución  de  este  autor  ea  difbMi* 


[15IJ 
géneros.  Sus  comedias  no  pueden  en  nuestros  dias  sufrir  la  iHroe6áaún  de  ía  crití- 
nas  moderada;  pero  hay  en  ellas.un  gran  repertorio  de  arguoMUtos,  que  animados 
el  genio  pueden  convertirse  en  dramas  excelentes.  Muchas  de  las  ya.  citadas,  La 
lera  de  Santiago,  el  Diablo  está  en  Cantiüana  y  el  Espejo  del  mvndo^  aunque  ninguna  se 
ipe  de  la  censura  Infelix  operis  summa^  tienen  algunas  situaciones  y  escenas  muy 
edables,  que  conviene  estudiar  al  hombre  de  gusto^  y  aun  imitar  al  poeta  dra- 
tico. 


MORETO. 

M¡l  MMeBden  ean  el  desden. 


ARTÍCULO  I. 


ON  Agu¿:tin  Morete  es  indudablemente  el  poeta  dramático  de  mas  sal  y  fuerza  cómi- 
le  nuestro  teatro  del  siglo  XVII.  Infefíor  á  Calderón  en  la  elocucioo  poética  y  en  la 
eccion  de  las  fábulas  complicadas,  es  sin  embargo  el  ^ue  mas  se  acerca  á  él  en  la  no« 
za  del  estilo  y  en  la  elección  de  los  incidentes,  y  ciertamente  le  sobrepuja  en  la 
indancia  de  los  chistes  y  en  la  variedad  de  caracteres. 

Muy  cortas  son  las  noticias  que  tenemos  de  este  insigne  varón.  Parece  que  tenia 
'  segundo  apellido  Cabana^  como  se  vé  cu  ediciones  de  algunas  de  sus  comedias.  Flo- 
ió  por  lo  menos  desde  4640  hasta  1676;  pues  en  la  comedia  Trampa  adelante  hace 
ncion  de  los  tumultos  de  Cataluña,  y  en  la  intitulada  Be  fuera  tendrd  quien  de  casa 
echará,  refiere  el  sitio  de  Gerona,  puesto  por  los  franceses  al  principio  del  reinado  de 
'los  II,  y  que  se  levantó  por  el  socorro  aue  D.  Juan  de  Austria  el  menor  dio  áaque- 
plaza.  Fué,  pues,  contemporáneo  de  Calderón,  á  quien  ensalza  en  la  comedia  JLa  oco- 
^  hace  al  ladrón, 

M.  Lesage  en  su  novela  satírica  de  Gil  Blas  describe  su  fisonomía  y  modales,  y  pudo 
»er]e  visto  y  conocido  en  Madrid,  donde  residió  tantos  años.  D.  Gerónimo  de  Cáncer 
el  vejamen  que  escribió  para  una  Academia  de  poesfa,  y  que  tenemos  inserto  en  la 
sccion  de  sus  obras  poéticas,  pinta  á  Morete  buscando  papelee  y  comedias  viejas  para 
erlas  nuevas.  En  efecto,  es  de  observar  que  Morete  se  valió  mucho  de  los  dramas 
Lope  y  Tirso,  ya  anticgados  en  su  tiempo,  para  componer  los  suyos.  Pero  debe  de- 
le también  que  mejoró  siempre  sus  modelos,  haciendo  la  £&bula  mas  verosímil,  y 
lando  los  caracteres  con  mas  profundidad. 

Hemos  esplicado  las  dotes  de  este  autor:  mas  en  nuestro  entender  no  basta  esa  no- 
a  para  conocerle  bien.  Es  necesario  ver  de  qué  manera  dispone  y  desenlaza  la  acción 
resenta  los  caracteres,  y  esto  no  puede  hacerse  sin  examinar  sus  principales  compo- 
ones,  que  realmente  son  clásicas  en  nuestro  teatro:  examen  que  solo  merecen  Lope, 
leroo,  Alarcon,  Morete  y  alguna*  otra  comedia  suelta  de  Hoz  y  Mota,  Guillen  de 
tro  y  Rojas. 

Nosotros  comenzamos  nuestros  estudios  acerca  de  este  autor  por  la  mejor  de  sus 
ledias;  la  mejor  quizá  de  todo  el  teatro  español:  El  Desden  con  d  desden. 
Carlos,  conde  de  Urjel,  atraido  á  la  corte  de  Cataluña,  por  la  fama  de  la  hermosura 
ssden  de  Diana,  hija  y  heredera  del  conde  de  Barcelona,  y  que  desprecia  á  todos 
príncipes  que  aspiran  á  su  mano,  llegó  á  aquella  ciudad,  vio  á  Diana,  y  le  pareció 

cuna  hermosura  modesta 
con  muchas  señas  de  tibia.» 

Asi  su  corazón  quedó  tranquilo,  hasta  que  notando  la  esquivez  de  la  dama  se  empeñó 
i  en  obsequiarla.  Diana,  habiendo  aprendido  en  los  libros  y  en  la  historia  los  desai- 


[152] 
tres  que  suele  producir  el  amor,  habia  rei>uelto  no  enamorarse  nunca;  jsu  reaotadoi 
había  influido  hasta  en  los  cuadros  y  pinturas  de  su  habitación. 

cSolo  adornan  sus  paredes 
de  las  ninfas  fujitivas 
pinturas,  que  persuaden 
al  desden:  alli  se  mira 
Á  Dafne  huyendo  de  Apolo; 
á  Anajarte  convertida 
en  piedra  por  no  querer; 
á  Aretasa  en  fuentecilla, 
que  el  tierno  llanto  de  Alfeo 
paga  en  lágrimas  esquivas.  • 

Carlos  en  fin,  se  enamora  perdidamente  de  Diana,  á  quien  al  principio  habia  mirado 
con  indiferencia,  solo  por  triunfar  de  su  esquivez:  pero  determinado  á  usar  de  cautela, 
oculta  su  pasión,  hace  que  su  criado  Polilla  se  introduzca  como  bufón  en  el  cuarto  de 
la  princesa,  y  finje  ser  como  ella,  inaccesible  á  las  pasiones  amorosas.  Véase  el  diálogo 
entre  él  y  INana: 

Carlos.  Yo  sigo 

la  opinión  de  vuestro  injenio: 

mas  aunque  es  vuestra  opinión, 

la  mia  es  con  mas  estremo. 
Diana,  ¿De  qué  suerte? 

Carlos.  Yo,  señora, 

no  solo  querer  no  quiero, 

mas  ni  quiero  ser  querido. 
Diana.  Pues  en  ser  querido  ¿hay  riesgo? 

Carlos.  No  hay  riesgo:  pero  hay  delito. 

No  hay  riesgo,  porque  mi  pecho 

tiene  tan  establecido 

el  no  amar  en  ningún  tiempo, 

que  si  el  cielo  compusiera 

una  hermosura  de  estremos, 

y  esta  me  amase,  no  hallara 

correspondencia  en  mi  afecto. 

Hay  delito,  porque  cuando 

sé  yo  que  querer  no  puedo, 

amarme,  y  no  amar,  sería 

faltar  mi  agradecimiento. 

Y  asi  yo  ni  ser  querido, 

ni  querer,  señora,  quiero: 

porque  temo  ser  ingrato, 

cuando  sé  yo  que  he  de  serlo.» 

Diana  habia  tomado  precauciones  contra  clamor;  mas  no  contraía  vanidad.  Ailie 
empeña  en  rendir  á  Carlos,  y  esta  determinación  constituye  el  enlace  de  la  píeía. 

Es  imposible  haber  preparado  los  medios  dramáticos  mas  en  proporción  con  loi  fi- 
nes. Carlos  ha  hecho  cómplice  de  su  amor  la  vanidad  de  la  desdeñosa,  y  á  mayor  aboiH 
damiento,  tiene  en  su  criado  un  espía  que  le  dé  cuenta  hasta  de  los  pensamientos  de  la 
princesa;  sin  lo  cual  la  pasión  que  lo  ajita  no  podría  ocultarse  á  los  ojos  perspicacef 
de  Diana. 

El  proyecto  de  esta  es  el  mas  peligroso  y  al  mismo  tiempo  el  mas  propio  para  enga- 
ñar su  incsperiencia.  No  ama,  y  sin  embargo  quiere  enamorar.  Semejantes  ficcionei 
acaban  siempre  por  fa  realidad.  Moreto  modifica  succesivamente  esta  situación  con  tinto 
artificio  como  verdad.  En  un  baile  de  máscaras,  Carlos  dice  galanterías  á  Diana,  por 


fl53] 
ler  Goslambre  en  aquella  clase  de  diversiones.  Ella,  creyendo  verdaderas  sos  espresio- 
aes,  y  deseando  humillarle,  le  trata  con  toda  la  esquivez  que  le  es  natural.  Garlos  vuel- 
ve en  si,  y  con  suma  frialdad  le  dice: 

c  ¿Luego  de  veras  habláis? 
Diana.  Pues  vos  ¿no  queréis  de  veras? 

Carlos.  ¿Yo,  señora?  ¿t^ues  se  pudo 

trocar  mi  naturaleza? 

¿Yo  querer  de  veras?  ¿Yo? 

Diana  oculta  su  confusión  al  ver  burlada  su  ira,  y  le  dice: 

c  Venid,  pues;  y  aupque  yo  sepa 

que  es  finjido,  proseguid: 

que  eso  á  estimaros  me  empeña 

con  mas  veras. 
Cárloi.  ¿De  qué  suerte? 

Diana.  Hace  á  mi  desden  mas  fuerza 

la  discreción  que  el  amor, 

y  me  obligáis  mas  con  ella. 


¿No  proseguis? 
Carlos.  No  señora. 

Diana.  ¿Por  qué? 

Carlos.  Me  ha  dado  tal  pena 

el  decirme  que  os  obligo, 

que  me  ha  hecho  perder  la  senda 

de  finjirme  enamorado. 
Diana.  ¿Pues  vos  qué  perder  pudierais 

en  tenerme  á  mi  obligada 

con  vuestra  atención  discreta? 
Carlos,  Arriesgarme  á  ser  querido. 

Diana.  ¿Pues  tan  mal  os  estuviera? 

Carlos.  Señora,  no  está  en  mi  mano, 

y  si  yo  en  eso  me  viera, 

fuera  cosa  de  úiorírme.  > 

La  indignación  de  la  desdeñosa  desdeñada  no  puede  contenerse.  Ya  su  empeño  se 
hace  pasión,  aunque  ella  no  conoce  de  qué  especie  es.  Preséntase  á  Carlos  en  todo  el 
brillo  de  su  hermosura  realzada  por  la  sencillez  del  adorno  en  el  jardín  del  palacio:  todo 
en  vano.  Ocurre  al  fin  al  último  artificio,  que  es  finjirse  enamorada  del  principe  de 
Beame,  uno  de  sus  pretendientes;  Carlos  le  vuelve  la  flecha  de  celos,  finjiéndose  á  su 
vez  prendado  de  Cintia,  prima  de  la  princesa:  elojia  en  presencia  de  esta  á  su  finjida 
dama,  vá  á  solicitar  su  mano  del  conde  de  Barcelona,  y  pide  al  de  Bearne  las  albricias 
de  haber  triunfado  de  la  esquivez  de  Diana.  Todo  esto  lo  hace  Carlos,  poroue  conocía 
los  verdaderos  sentimientos  de  su  dama,  avisado  de  Polilla  que  es  un  papel  de  primer 
orden  en  esta  pieza.  Diana,  ardiendo  en  celos,  conoce  que  su  vanidad  se  ha  convertido 
en  verdadero  amor:  sus  sentimientos  son  ya  tiernos,  su  lenguaje  dulce  y  apasionado. 
Carlos,  cierto  de  su  victoria,  usa  de  ella  con  generosidad,  haciendo  arbitra  de  su  suer- 
te á  la  ya  amorosa  Diana. 

Esta  comedia  no  ha  podido  escribirse  ni  representarse  sino  en  un  pais  donde  se 
sepa  distinguir  y  sentir  todas  las  gradaciones  del  amor  considerado  como  una  pasión 
moral.  En  la  corte  de  Luis  XIV,  donde  si  hemos  de  creer  á  Saint-Evremont,  Bussy  y 
otros  autores  de  memorias  contemporáneas,  el  amor  era  mas  bien  galantería  que  pasión, 
no  produjo  este  hermoso  drama  mas  que  la  Princesa  de  Elide ^  imitación  descolorida  y 
pobre,  aunque  hecha  por  el  insigne  MoUére,  de  la  comedia  española.  Pero  en  nuestros 
f*?t tros  se  ha  representado  siempre  con  igual  aplauso  y  aceptación,  prueba  cierta  de 

20 


[154] 

Jue  nuestras  costumbres  y  sentimientos  no  están  corrompidos  huta  el  ponto  de  eoná 
erar  el  amor  como  una  mera  afección  fisiolójica. 


MORETO. 


Mil  poder  de  Mu  amksUtd—lto  par  roB  y  roBpmrmlrm. 


ARTÍCULO  n. 

íVlGUNOS  han  creido  encontrar  el  germen  del  Ihtden  con  ü  dndm  en  los  MOagroi  ád 
deéprecio  ó  la  Hermosa  fea  de  Lope,  ó  en  Para  vencer  á  amor^  querer  vencerle  de  Calderón. 
Nosotros  creemos  que  si  bien  se  rozan  entre  si  los  argumentos  de  todas  estas  piezas,  nn 
embargo  la  de  Moreto  es  oríjinal,  asi  en  su  fundamento  como  en  los  pormenores. 

La  Doña  Juana  de  los  Milagros  del  desprecio  es  una  melindrosa,  y  nada  mas.  El  pri- 
mer desprecio  que  sufre  la  hace  conocer  que  toda  su  fuerza  consiste  en  la  debilidad  de 
sus  amantes.  La  Hermosa  se  ofende  del  que  la  ha  llamado  fea,  y  procura  vengarse  de 
él  rindiéndole  á  su  amor;  mas  al  tiempo  de  lograr  su  venganza,  nalla  que  el  ofensor 
es  el  mismo  de  quien  está  enamorada  bajo  otro  nombre  finjido.  La  Margarita  de  Ca- 
derón es  altiva,  se  ve  humillada  y  próxima  á  perder  su  amante  j  su  estado,  y  no  tan- 
to el  amor  como  la  vanidad  j  la  ambición  ofendida  la  hacen  sohcitar  la  misma  mano 
que  en  otro  tiempo  despreciara.  La  Diana  da  Moreto  esotra  cosa.  Ha  renunciado  al 
amor  sistemáticamente  y  por  filosofia,  y  la  vanidad  de  la  hermosura  la  conduce  por 
grados  á  enamorarse  realmente.  Este  es  el  verdadero  fundamento  moral  de  la  comedia 
de  Moreto,  y  al  cual  están  ligados  esclusivamente  todos  los  lances  déla  acción.  En  las 
otras,  el  movimiento  de  la  fábula  tiene  otros  objetos,  interesantes  á  la  verdad;  pero 
muy  diferentes  del  que  se  propuso  nuestro  autor. 

El  desden  con  el  desden  produjo  tanto  efecto  en  el  teatro  español,  que  Moreto,  aficio- 
nado á  su  argumento,  lo  reprodujo,  á  lo  menos  en  parte,  enlas  dos  comedias  suyasque 
hemos  citado  en  el  título. 

El  Poder  de  la  amistad  tiene  por  objeto  probar  que  no  hay  riqueza  ni  poderío,  com- 
parable al  de  poseer  buenos  amigos.  La  ingratitud  déla  princesa  Margarita  á  Akjan- 
dro,  á  quien  debia  la  vida  y  el  amor  mas  ardiente,  es  solo  un  episodio  del  asunto  prin- 
cipal; pero  muy  bien  enlazado  con  éL  El  carácter  de  Margarita  está  perfectamente 
concebido;  no  es  esquiva,  ni  melindrosa,  es  ingrata.  Sin  embargo  no  se  oculta  que 
hay  en  su  corazón  amor  á  Alejandro,  j  que  ella  misma  no  lo  siente;  porque  A  exceso 
de  la  pasión  de  su  amante  le  proporciona  á  su  amor  propio  triunfos  tanto  mas  apre- 
ciables,  cuanto  cree  que  son  debidos  á  su  mérito  y  no  á  su  correspondencia.  Goan- 
do  la  pregunta  Matilde,  su  prima,  qué  razón  tiene  para  ser  ingrata  á  Alejandro, 
responde: 

c  Saber  que  me  quiere  bien 
y  no  tener  que  buscarle.» 

Pero  cuando  Alejandro  le  pregunta  lo  mismo,  se  guarda  muy  bien  de  dar  eata  ra« 
zon  que  es  la  verdadera,  y  c^ue  le  daría  á  el  luz  para  seguir  una  conducta  mas  pmden- 
te,  y  así  se  contenta  con  decirle  hablando  de  su  amor: 

cLo  que  yo  sé  es  que  me  cansa, 
mas  no  sé  por  qué  me  canse, » 

Las  sofisterías  de  la  vanidad  y  del  amor  propio  mujeril  desaparecen  ante  la  tas  dd 


[155] 
éflsengafio.  Uno  de  los  amigos  de  Alejandro  y  la  aparente  mudanza  de  este,  uegan  á 
penuadir  á  Margarita  que  la  pasión  que  le  habia  manifestado  era  fiíyida,  j  verdadera 
h  q«e  profesa  á  MatUde.  Entóneos  empieza  á  preguntar  qué  mérito  tiene  su  prima  pa- 
ra ser  amada;  entonces  dice: 

f  Sin  pasión  mirado  ahora, 
Alejandro  es  muy  galán, 
mas  mi  prima  no  es  hermosa.  > 

Entonces  se  acostumbra  á  acechar  y  celar  á  Alejandro,  á  aflijirse  del  peligro  que 
corre  cuando  el  rey,  padre  de  la  princesa,  quiere  prenderle:  entonces  lee  en  su  propio 
eormzon,  y  conoce  el  amor  que  en  él  se  anidaba. 

cjQuées  esto,  amor?  ó  yo  no  he  aborrecido, 
ó  no  quiero:  ó  si  quiero,  antes  (jueria. 
Pues  si  al  tenerte  yo,  no  te  sentía, 
¿donde  en  mi  pecho  estabas  escondido? 

Si  no  estabas  en  él,  ¿de  qué  has  nacido? 
Cuando  mi  amante  fino  me  asistía, 
¿no  ora  mas  digno  de  la  pena  mia, 
que  hoy  que  trueca  finezas  por  olvido? 

¿En  tu  mano  no  estaba  el  bien  que  aprecias? 
¿Pues  por  qué  le  dejaste?  y  si  lo  ignoras, 
¿de  qué  se  quejan  tus  mudanzas  necias? 

Mas  eres  niño,  y  como  niño  adoras; 
que  si  una  cosa  tienes,  la  desprecias, 
y  si  la  ves  en  otra  mano,  lloras.» 

EUa  misma,  en  cuanto  lo  permite  su  decoro,  ofrece  esperanzas  á  Alejandro:  ella 
misma  declara  su  pasión  á  Matilde,  y  la  suplica  que  le  deje  á  su  amante,  arrepin- 
tiéndose de  su  ingratitud  pasada,  en  los  siguientes  versos: 

cNo  siento  el  ver  que  yo  ame, 
donde  tantas  han  querido: 
sino  el  haberkne  rendido 
á  una  pasión  tan  infame, 
de  estilo  tan  torpe  v  necio, 
que  á  su  vil  naturaleza 
no  la  obliga  una  fineza 
y  se  arrastra  de  un  desprecie; 
pues  de  que  villana  ha  sido 
es  argumento  forzoso 
que  se  humilla  al  victorioso, 
y  da  golpe  en  el  rendido. 


Al  que  quiere,  despreciamos, 
al  que  nos  deja,  queremos: 
nuestro  bien  aborrecemos, 
nuestra  misma  ofensa  amamos. 

Ya  tú  sabrás  inferir 
en  que  puedes  aliviarme: 
sé  quien  eres,  en  quitarme 
la  vergttenza  dd  pedir.» 


Matilde  renuncia  á  su  finjido  amante.  Al^andro,  habiendo  debido  á  uno  de^  sus 
anigM  el  eorazon  de  su  amada,  debió  al  otro  la  victoria  contra  sus  enemigos, 


[156] 

USÓ  generosamente  de  ^mbos  triunfos,  y  qu^a  justificado  el  titolo  dd  dnm 
Yo  por  vos  y  vos  por  otro  es  un  verso  de  una  acción  antigua  española.  Dos  hennmas 
tratadas  de  casar  con  dos  caballeros,  por  el  trueque  de  los  retratos  se  enamora  cada 
una  del  esposo  destinado  á  la  otra,  cuando  ellos  conservan  firmes  el  amor  á  sos  es- 
posas. He  aquí  de  qué  manera  logran  desimpresionarlas  de  sus  pasiones,  concdMdas 
p  or  su  error. 

Saben  que  una  de  ellas  es  celosa  en  estremo,  y  la  otra  alegre  y  amante  de  la  so- 
ciedad. Ambos  finjcn  estar  enamorado  cada  uno  de  la  que  le  quiere;  pero  el  amado  de 
1  a  primera  pone  como  razón  justa  para  no  casarse  con  ella  el  ser  estraordÍDariamente 
distraído,  infiel  en  el  amor,  ya  que  no  inconstante,  y  capaz  de  seguir  muchas  intrigas  i 
un  mismo  tiempo.  El  amante  de  la  segunda,  al  contrario,  alega  por  su  parte  ser  maj 
celoso  y  expuesto  á  cometer  cualquier  violencia  en  un  arrebato  de  esta  paaion.  Las  her- 
manas, que  estaban  muy  enamoradas,  se  resignan  á  estos  defectos,  y  creen  que  con  su 
amor  podrán  correj  irlos  ó  por  lo  menos  tolerarlos;  pero  llegando  á  la  prueba,  finjen  tu 
bien,  el  uno  su  infidelidad  y  el  otro  sus  celos  infernales,  que  consiguen  hacerse  respec- 
tivamente odiosos,  y  respectivamente  amables  cada  uno  á  la  que  quería.  La  catástrofe 
no  es  tan  brillante  como  en  el  Desden  con  el  desden.  Las  damas  llegan  á  saber  la  ficcioa; 
pero  se  resuelven  á  casarse  con  los  que  las  amaban;  porque  como  dice  Margarita, 

c  Mejor  está  á  las  mujeres 
por  lustre  de  su  decoro 
ser  queridas:  que  en  los  hombres 
está  el  amor  mas  airoso.  > 

Esto  pudo  haberse  dicho  al  principio  del  drama;  pero  siempre  es  agradable  ver  el 
empeño  con  que  cada  galán  hace  mas  esfuerzo  por  ser  aborrecido  que  otros  para  ser 
amados.  Esta  combinación  da  orijen  á  excelentes  escenas  y  á  un  Juego  dramático  muy 
interesante.  Este  drama  es  el  opuesto  de  los  otros  citados;  porque  en  él  se  finje  A 
amor,  cuando  en  aqueUosel  desden  ó  el  olvido. 

En  esta  comedia  hay  una  escena  glkciosa,  aunque  episódica,  en  que  uno  de  los 
criados  finje  querer  matar  al  otro  para  enseñarle  á  ser  valiente. 

Marcelo.  cNo  quiero  satisfacción, 

sino  matarle;  ea,  pues. 
Motril,  Hombre,  aguarda,  y  dame  audiencia. 

Marcelo,  No  hay  que  oir. 

Motril.  ¿Pues  de  repente 

he  de  reñir?  Hombre,  tente: 

¿es  quínola  esta  pendencia? 
Marcelo.  Yo  tengo  para  esta  acción 

razón  y  harta. 
Motril.  Bien  se  vé; 

[ue  es  fuerza  que  esto  te  dé 

le  haber  hecho  la  razón. 
Marcelo.  Acabe. 

Motril,  ¿No  me  has  de  dar 

causa? 
Marcelo.  Es  traidor  á  su  amigo. 

Motril.  Pues  tráigame  usted  un  testigo, 

y  me  dejaré  matar. 
Marcelo.  Yo  le  he  de  tirar  de  veras, 

ó  saque  la  espada  ó  no. 
Motril.  Pues,  hombre,  si  riño  yo, 

¿no  es  posible  que  tu  mueras? 
Marcelo.  §i  yo  de  matarle  trato, 

solo  eso  le  ha  de  valer. 
Motril.  ¿No  hay  mas  medio? 


t 


Maredo. 

MahU. 

Marcelo. 

Motril. 

Marcelo, 

Motril. 

Marcdo. 


Motrü. 


[157] 

Esto  ha  de  ser. 
Pues  apelo'  ala  del  gato.  (Riáen) 
Vive  IHps  que  se  defiende. 
Por  Dios,  que  el  miedo  esguerrero. 
Tente,  aguarda. 

Ya  no  quiero. 
Esto  mi  yalor  pretende ; 
Menguado,  para  el  denuedo, 
no  es  menester  mas  primor 
que  atreYerse  de  valor 
á  esto  que  has  hecho  de  miedo. 


•  • . .  •  •••< 


Vive  Dios  qoe  el  ser  Taliente 
no  es  mas  que  no  ser  gallina.  > 


MORETO. 


jBt  lAndo  n.  JtMego. 


ARTÍCiüLO  m. 

JliSTA  es  comedia  de  carácter,  y  en  la  que  se  acercó  Morete  mas  al  género  terencia- 
no.  El  objeto  moral  de  ella  es  burlarse  oe  los  jóvenes,  que  enamorados  de  su  talle  y 
gala,  se  creen  nacidos  para  subyugar  el  bello  sexo.  Como  semejante  vanidad  está  nece- 
sariamente reñida  con  el  talento,  hi  discreción  y  la  urbanidad,  fué  exacta  tanto  como 
feliz  la  combinacioQ  del  autor  que  pinta  á  su  D«  Diego,  necio,  capaz  de  caer  en  cuantos 
lazos  se  le  tiendan,  poco  urbano  y  no  muy  bien  hablado. 

La  acción  es  sencilla  si  se  compara  con  las  fábulas  de  aqueUa  época,  llenas  desde 
el  principio  al  fin  de  lances  é  incidentes.  D.  Diego  viene  á  la  corte  á  casarse  con  una 
pnma  suya,  que  tenia  otro  amante.  Los  criados  de  su  prometida  esposa,  que  faverecian 
este  amor,  persuaden  al  lindo  que  está  prendada  de  su  hermosura  nada  ménes  que 
una  señora  condesa.  Desprecia  por  Unto  á  su  prima  Inés,  que  se  tasa  con  su  amante 
D.  Juan,  y  queda  engañado  como  d  perro  de  la  £ftbula*  La  supuesta  condesa  era  una 
criaduela,  que  al  descubrirse  el  enredo  se  burla  de  él. 

La  esposicion  es  un  modelo  en  su  clase.  D.  Juan,  amante  de  Inés,  se  despide  de 
D.  Tello,  su  amigo  y  padre  de  la  dama. 


TeUo. 
Juan. 


Tello. 


Quiera  Dios,  señor  D.  Juan, 

Jue  volváis  muy  felizmente, 
revés  los  dias  de  ausente, 
señor  D.  Tdlo,  serán: 

£ues  llegar  de  aquí  á  Granada 
a  de  ser  mí  detención. 
La  precisa  obligación 
de  ser  hora  señalada 
esta,  de  estar  esperando 
dos  sobrinos  que  han  venido 
de  Burgos,  la  causaba  sido  * 
de  no  iros  acompañando 
hasta  salir  de  Madrid. 


[158] 

Y  pues  ha  de  ser  tan  breve 

Tuestra  ausenciat  hasta  Tolver 

las  bodas  no  se  han  de  hacer. 
Juan.  iQué  bodas? 

Tello.  De  todo  debe 

daros  cnenta  mi  atención. 

Los  dos  sobrinos  que  espero, 

con  mis  hijas  casar  quiero. 
Juan.  ¡Gdos,  qné  escucho f 

Mosquito,  criado  de  D.  Tello,  y  tercero  de  D.  Juan  y  Dofia  Inés,  haee  ari  la  de 
cripcion  del  lindo,  que  acababa  de  Uegar  á  Madrid: 

•Es  lindo  el  D.  Diego,  y  tiene 
mas  que  de  Diego,  de  undo. 
Él  es  tan  rara  persona, 
que  según  andi  vestido 
puede  en  una  mojiganga 
ser  figura  de  capridio. 
Tan  gustado  se  viste, 
que  al  andar  sale  de  quicio; 

Jorque  anda  descoyuntado 
el  tormento  del  vestido. 
A  dos  palabras  que  hable 
le  entenderás  todo  el  hilo 
del  talento;  que  él  es  necio; 
pero  muy  bien  entendido.  i 

Yo  entré  alláy  le  vi  en  la  cama, 
de  la  firente  al  colodrillo, 
ceñido  de  un  tocador 

Se  pensé  que  era  judío.  I 

n  su  bigotera  puesta 
estaba  el  mozo  jarifo, 

como  mulo  de  arriero  i 

con  jáquima  de  camino.  ^ 

Las  manos  en  unos  guantes  ] 

de  perro,  oue  por  aviso  | 

del  uso  de  ios  que  da,  (I) 
las  aforró  de  su  oficio. 
De  este  modo  déla  cama 
salió  á  vestirse  alas  cinco, 

Íen  ajustarse  las  ligas 
egó  á  las  ocho  de  un  giro. 
Tomó  el  peine  y  el  esjM^o, 

Ír  en  memoria  de  Narciso 
e  dio  las  once  en  la  luna; 
y  en  daga  y  espada  y  tiros, 
capa,  vueltas  y  valona, 
dio  las  dos,  y  después  dijo, 
mozoj  idánde  habrá  (diera 
Y  el  moso  humilde  le  dijo 


(1)    Dar  un  perro:  frase  qae  «gniíkabs,  loqns  boy  se  ttamt  entre  los  píflos  der  «n  «<c#. 


[159] 

•10  Aoy  mÍMT  tmo  m  e{  (tftro. 
Este  es  él  hotío,  señora, 
que  de  Burgos  te  lia  Tenido, 
tal  qae  primero  que  el  novio, 
\  esperara  yo  an  novillo. 

El  mismo  Mosquito  dá  á  conocer  á  Beatriz  la  criada,  que  después  hace  el  papel  de 
idesa.  Habíanla  despedido  de  casa  de  D.  Tello  por  sos  malas  mafias;  y  Mosquito 
le  á  Doña  Inés  que  la  vuelva  á  recibir.  Inés  dice  que  tenia  apalabrada  otra. 

Moiqmio.  cNo  la  llegará  al  tobiUo 

ninguna  de  cuantas  vengan. 
Inét.  ¿Por  qué  no? 

Mosquito.  ¿Pues  no  está  vistof 

BjÍ9L  es  golosa,  chismosa, 

respondona  y  alza  el  grito: 

¿pues  dónde  ñas  de  hdlar  criada 

que  cumpla  mas  con  su  oficio?» 

éa  se  resuelve  á  recibirla,  por  haberse  criado  en  su  casa,  y  Mosquito  esdama: 

cYictoria  por  mis  camisas. 

¡Ah  Beatncillaf 
Beatriz  ioU.  ¿Qué  ha  habido? 

Moiqmto.  Que  estás  recibida  ya, 

Beatriz.  ¿Qué  dices? 

Moeqmto*  Que  Tito  Livio 

no  pudo  hablar  en  tu  abono 

como  yo  de  tu  servicio. 

Ponderé  aqui  tus  labores^ 

tu  cuidado  y  tu  buen  pico^ 

y  hace  tanto  un  buen  tercero, 

aue  te  recibió  al  proviso. 
Beatriz.  Siempre  conocí  vo  en  tí 

tu  buena  intención,  Mosquito. 
Mosquito.  Mira,  vo  naturalmente 

hablo  bien  de  mis  amigos, » 

Esto  basta  nara  conocer  bien  los  dos  personajes,  á  cuyo  brazo  seglar  vá  á  ser  en- 
vegado el  lindo  D.  Diego.  , 

En  la  escena  entre  D.  Diego  y  su  primo  D.  Mendo  se  desenvuelve  mas  el  carácter 
d  protagonista,  que  se  cree  amado  de  todas  las  que  le  ven: 

cpues  al  pasar  por  las  rejas 
donde  voy  logrando  tiros, 
sordo  estoy  de  los  suspiros, 
que  me  dan  por  las  orejas. » 

iespues  dice  á  Mosquito,  viéndose  tan  galán: 

c  ipues  ves?  solo  me  lastima 

Mosquito.  ¿Qué,  Señor? 

Diego.  Mi  estrella  mala: 

¡qué  venga  toda  esta  gala 

á  parar  en  una  prima! 
Mosquito.  Cierto  que  tienes  razón, 


». 


160 

y  á  mi  también  me  lastima. 
Diego.  ¿So  me  malogro  en  mi  primaT 

Mosquito.  Merecías  un  Ixirdon, 

mas  de  eso  no  te  proToqoes. 
IHego.  El  ser  tan  rica  me  anima.  .    .  « 

Mosquito.  Y  yo  pienso  que  la  prima  ^ 

saltará  antes  que  la  toques.  >  V 

En  la  escena  en  que  se  visitan  los  novios,  están  en  boca  de  D.  Diego  estof  dos  venor 

<Yo,  prima,  no  sede  cultos, 
porque  á  Góngora  no  entiendo, 
ni  le  be  entendido  en  mi  vida. 

Moreto  podia  censurar  á  Góngora  con  mas  razón  que  Rojas,  que  le  imitó  muAii 
veces.  En  erecto,  la  elocución  de  Moreto,  aunque  injenipsa,  y  á  veces  empedrada  de 
equívocos,  no  abunda  en  las  metáforas  y  espresiones  forzadas,  que  según  el  gusto  de 
aquella  época,  convertían  los  pensamientos  en  enigmas. 


ARTÍCULO  IV. 

Un  el  segundo  acto  prepara  Mosquito  á  D.  Juan  para  el  engaño  que  intenta  contra  el 
lindo;  y  solo  le  pide  que  permita  á  Reatriz  hacer  el  papel  de  la  condesa,  prima  de 
D.  Juan,  que  estaba  á  la  sazón  ausente  de  la  corte;  y  añaue: 

cSin  costarte  mas  trabajo 

que  permitirme  la  empresa, 

le  baré  tragar  la  condesa, 

envuelta  en  el  estropajo. 
Juan.  ¿So  es  fuerza  que  eso  se  ajuste 

con  las  criadas? 
Mosquito.  Mejor; 

¿pues  qué  criadas,  señor, 

se  niegan  para  un  embuste? 
Jtmn.  Sin  que  me  des  por  autor, 

hazlo  tü. 
Mosquito.  Pues,  caballero, 

¿soy  yo  tan  pobre  embustero, 

que  haya  menester  fiador? 

1).  Tcllo  reprende  á  su  sobrino  D.  Diego  porque  se  alaba.  El  lindo  le  responde : 

cTio,  eso  es  mucho  apretar: 

yo  me  tengo  de  alabar 

en  cuanto  fuere  razón. 
Tello,  No  puede  serlo  alabaros 

neciamente  de  galán: 

y  donde  damas  están, 

no  es  luciros,  sino  ajaros. 
*  Diego.  ¿Eso,  señor,  se  usa  aqui? 

Tello .  Y  en  todo  el  mundo . 

Diego.  Eso  no: 

que  sería  mentir  yo 

SI  dijera  mal  de  mi. 
Tello.  Tampoco  os  digo  eso  yo. 


.i 


-         [161] 
Diego.  Paet  ai  yo  tengo  baen  talle, 

¿tengo  de  echar  en  la  calle 

la  gala  que  Dios'me  di6? 

THlo.  ¿Perderéü  vos  lo  galán 

K^r  no  alabaros  modesto? 
o  os  desairáis  vos  en  esto,* 
que  otros  os  alabarán. 
Jhego.  Peor  es  eso  que  esotro. 

TeUo.  4N0  es  mejor  que  aplauso  os  den? 

Di^o.  Pues  lo  que  á  mi  me  está  bien, 

¿para  qué  lo  ha  de  hacer  otro? 

Doña  Inés  suplica  á  D.  Diego  que  renuncie  á  su  mano,  en  versos  cuyo  tono  per- 
teiiece  al  de  la  comedia  urbana  como  la  concibieron  Lope  y  Calderón:  Hé  aquí  aJgUT 
loa  de  ellos:  - 

c  Casarme  con  vos,  D.  Diego, 

si  lo  queréis,  será  fuerza: 

pero,  sabed,  que  mi  mano, 

si  os  la  doy,  ha  de  ser  muerta. 


Aborrecedme,  injuriadme, 
que  yo  os  doy  toda  licencia 
para  tratar  mi  hermosura 
desde  desgraciada  (i)  á  necia. 
Mas  si  deseáis  mi  mano, 
desde  luego  será  vuestra: 
pero  mirad  que  os  casáis 
con  quien,  cuando  la  violentan, 
solo  se  casa  con  vos 
por  no  tener  resistencia, 
V  ahora  vuestra  hidalguia, 
ó  el  capricho  ó  la  fineza 
corte  por  donde  quisiere: 
que  cuando  pare  en  violencia, 
muriendo  yo  acaba  todo: 
pero  no  vuestra  indecencia; 
pues  donde  acabe  mi  vida, 
vuestro  desdoro  comienza.  • 


D.  Diego  atribuye  este  razonamiento  de  Doña  Inés  á  los  celos  que  supone  en  ella 
le  él  7  de  Doña  Leonor,  la  prometida  esposa  de  su  primo.  Su  respuesta  es  bestial 
orno  debia  esperarse: 

cSi  teméis  que  yo  os  ofenda, 

os  engañáis,  juro  á  Dios, 

que  por  vida  de  mi  abuela, 

y  asi  Dios  me  deje  ver 

con  firuto  unas  viñas  nuevas, 

que  plantó  mi  padre  en  Burgos, 

y  es  lo  mejor  de  mi  hacienda, 

como  yo  nunca  la  he  dicho 

de  amor  palabra,  ni  media; 

que  día  es  la  que  á  mi  me  quiere: 

ó  si  no,  digalo  ella.  * 


(i)     Sin  gracia. 

21 


[162] 
Mosquito  adiestra  á  Beatriz  cómo  ha  de  hacer  el  papel  de  condesa. 

c  Cuanto  hablares,  sea  oscuro  j  sea  confuso; 
habla  critico  ahora,  aunque  no  es  uso: 
porque  si  tú  el  lenguaje  fe  revesas, 
pensará  que  es  estilo  de  condesas: 
que  los  tontos  que  traen  imajinado 
un  gran  sugeto,  en  viéndole  ajustado 
á  hablar  claro,  aunque  sea  con  oonceto, 
al  instante  le  pierden  el  respeto; 
y  en  viendo  que  habla  voces  desusadas, 
frases  cultas,  palabras  intrincadas, 
para  dar  á  entender  que  lo  comprenden, 
fe  dicen,  que  es  gran  cosa,  y  no  lo  entienden. 


.* 


Beatriz, 

Mosquito, 
Beatriz, 

Mosquito, 


Pero  si  él  me  pregunta  algo  corriente, 
forzoso  es  responderle  vulgarmente. 
De  ningún  modo,  que  ese  no  es  su  paso 
¿Y  si  él  pregunta  ¿cómo  estáis?  acaso, 
qué  le  he  de  responder? 

En  garatusa: 
libidinosa^  crédula  y  obtusa,  > 


Veamos  de  qué  manera  toma  Beatriz  la  lección.  D.  Diego  se  presenta,  y  la  supues- 
ta condesa  le  dice: 

Beatriz^  ¿«Qué  intento  os  Deva  neutral 

d  mis  coturnos  cohorte^. 
En  fin  ¿venis  rutilante 
á  mi  esplendor  fujitivo; 
para  ver  si  no  os  esquivo 
á  mi  consorcio  anhelante?» 

D,  Diego  declara  á  su  manera  la  pretensión  de  casarse  con  ella. 


Beatriz, 


c  Súbito,  no  meditado, 

que  es  vuestro  intento  colijo. 


>•,.«. 


Diego* 


Algo  de  bobera  en  vos 
presume  el  candido  pecho. 
¡Jesús!  ¡qué  favor  me  ha  hecho! 
¡buena  pascua  te  dé  Dios! » 


Después  encuentra  el  lindo  con  D.  Juan,  y  usando  de  aquella  especie  de  viveza  es- 
túpida, que  suelen  tener  los  necios,  le  dice: 


Juan. 
Diego. 


«Entended  que  en  mi  caricia 
tenis  el  lugar  de  un  primo.  (I) 
Deuda  es  de  mí  agradecida. 
No  es  nada  el  equivoquillo:  (aparte.) 
mi  injenio  es  todo  una  chispa.  > 


KtftaHteh^^AMaMMAMMÉaa 


(i)    La  verdadera  condesa  es  prima  de  D.  Juan. 


[1«3J 

ARTÍCULO  V. 

Pon   Diego  encuentra  á  Beatriz  en  la  calle;  D.  Tello  que  lo  ve,  le  riñe;  el  necio 
)ne  la  malicia  suficiente  para  finjir  que  es  dama  de  D.  Juan,  y  asi  escapa:  pero  quie- 
acompañar  hasta  su  casa  á  la  condesa  finjida,  lo  que  no  acomodaba  ni  á  ella  ni  á 
osquito;  mucho  mas  cuando  él  dice: 

cque  he  de  acompañaros  hasta 
el  postrer  maravc^f.» 

oiquito  para  libertarla  de  tanta  importunidad,  dice  á  parte  á  Don  Diego: 


Diego. 

Motquiito. 
Diego. 
Moiquito. 
Diego. 

lo. 


Diego. 

Moiquito. 
Diego. 


Moeqmto. 

Diego. 

Moeqmto. 
Beatriz, 

Diego. 
Mosquito. 

Diego. 
Mosquito. 


cSefior,  adyierte  una  cosa, 
que  esta  condesa  es  golosa, 
y  esto  lo  hace  por  entrar 
sola  en  ese  coimtero, 
á  comwar  dulces  sin  susto. 
Tiene  lindísimo  gusto; 
á  eso  entraré  yo  el  primero. 
¿Llevas  dinero? 

Ni  blanca. 
¿Pues  á  qué  has  de  entrar  allá? 
iPues  qué  riesgo  en  eso  habrá? 
Dónde  está  tu  mano  franca, 
¿has  de  consentirla  que 
pague  lo  que  á  comprar  va? 
¿Eso  dudasf  claro  está 
qnue  se  lo  consentiré. 
¿A  la  condesa? 

¿Pues  no? 
¿Eso  quieres  que  la  arguyaf 
Ni  aun  á  una  criada  suya 
no  se  lo  estorbara  yo. 
¿Qué  dices?  que  eso  es  quedar 
en  una  acción  afrentosa. 
Hermano,  si  ella  es  golosa, 
¿téngolo  yo  de  pagar? 
Aquesta  es  cosa  perdida. 
jAy  desdichada  de  mi! 
Voñ  Juan  viene  por  alH. 
Pues  ahora  ¿qué  hemos  de  hacer? 
Irnos,  y  tu  defender  (i) 
que  no  nos  pueda  alcanzar. 
T  si  no  puedo  atibarle, 
si  acaso  viene  muy  fuerte, 
¿qué  he  de  hacer? 

Darle  la  muerte. 


(i)     Impedir. 


íf'icgu. 
.ifonquilo. 
Divijü . 


Mo$qidío, 
Diego. 

Beatriz, 

Diego. 

Mosquito. 

Beatriz. 
Motquito. 


[164] 

¿Darle  la  muerte? 

O  matarle. 
¿Y  si  no  trae  mal  humor, 
y  detenerle  pot  bien 
puedo? 

Matarle  también. 
Pues  manos  á  la  labor. 


'••  •• •• 


üctcnedle  sin  reñir. 
Sin  reñir  le  mataré. 
Arranquemos  á  correr 
mientras  él  queda  en  arrobo. 
¡Jesús!  harta  voy  de  bobo. 
Ño  es  [  oco  siendo  mujer. » 


I).  Tello  examina  á  Mosquito  sobre  el  suceso  de  D.  Diego,  la  condesa  j  Dos 
Jiiun;  )  Mosquito,  no  queriéndole  declarar  el  enredo,  sale  del  lance  coafuadiéndolo  to- 
do á  sabiendas. 


Telio. 
Mosquito. 


Tello. 
Mosquito, 
Tello. 
Mosquito. 


Tello. 
Mosquito. 


Tello, 
Mosquito. 


cYo,  señor,  al  conocerla, 
la  vi  que  al  zaguán  entró, 
y  un  pobre  entonces  llegó, 

gue  no  dio  limosna  ella,  (i) 
i  pobre  pasó  adelante, 
Don  Diego  vino  tras  él, 
y  repitiendo  el  papel 
vino  el  pobre  vergonzante. . 
Traia  un  veslido  escaso 
de  color;  Dios  me  lo  acuerde, 
que  no  era  tal,  sino  verde. 
¿Pues  el  vestido  es  del  caso? 
Habiendo  el  pobre  salido, 
vino  la  condesa  luego, 
y  cuando  vino  Don  Diego, 
vino  porque  habia  venido.... 
¿Quién  habia  venido? 

El.  (S) 
¿Luego  ella  le  fué  á  buscaí^ 
No  señor;  porque  al  entrar 
ella  entraba  con  aquel: 
y  el  pobre  que  entraba,  cuando 
entraba  él,  no  llegó. 
Pues  ¿quién  era  aquel  que  entró? 
Eso  es  lo  que  voy  contando. 
Entró  ella,  y  cuando  entraba, 
entró  erpoore,  fué  Don  Diego. 
y  como  entró  con  sosiego, 
después  de  entrado  alli  estaba: 
y  de  esto  se  auedó  loco 
porque  entraba  muy  esquivo. 
No  lo  entiendo  por  Dios  vivo : 
Pues  eso  ni  yo  tampoco. 


^1)     Palla  (le;  construcción,  que  acomoda  en  este  pasaje. 

[t)     Es  admirable  esle  pronombre,  cuando  hay  tres  personas  ¿  que  pue  de  referirse,  d  pobtt,  Día 
I>¡i>go  y  D.  Jü'in. 


Teüo. 
Mosquito. 
Tdlo. 
MosqfUto, 


Tello. 

Mosquito. 

Tdlo. 

Mosquito. 


TeOo, 

Mosquito. 

Tello. 

Mosquito. 
Tello. 

Mosquito. 


Tello, 
Mosquito. 


[166] 

^uiéo  á  qaién  Tino  á  bascar? 
¿Luego  no  lo  has  entendido? 
No,  ni  espUcarte  has  sabido. 
Poes  Tudvdtelo  á  contar. 
El  buscó  á  qaien  le  buscaba; 
porque  ella  bascando  vino, 
y.  buscando  de  camino, 
éi  buscó  lo  que  alli  estaba; 
y  el  pobre  que  los  bascó, 
no  buscó  duelos  ajenos. 
Ahora  lo  entiendo  menos. 
¿Pues  qué  culpa  ten^o  yo? 
Tú  has  de  apurar  mis  enojos; 
¿qué  dices? 

¡Hay  tal  rigor! 
Yiyen  los  cielos,  señor, 
que  lo  Yí  por  estos  ojos. 
¿Qué  es  lo  qae  viste? 

Esta  historia. 
Qué  historia?  que  en  tu  torpeía 
ni  tiene  pies  ni  cabeza. 
Pues  no  será  pepitoria. 
¿Sabes  tú  si  el  de  ella  es  dueño, 
ó  tiene  empeño? 

¡Hay  tal  como!  (i) 
Yo  no  soy  su  mayordomo; 
¿qué  sé  yo  si  tiene  empeño? 
Anda  yete,  mentecato, 
que  eres  un  simple. 

Eso  quiero.» 


Es  imposible  imitar  mejor  el  lenguaje  de  un  criado  lerdo,  que  no  sabe  dar  cuenta 
ai  aun  de  lo  mismo  que  ha  visto.  Es  muy  gracioso  el  contraste  entre  la  curiosidad  de 
D.  Tello ,  y  la  confusión  afectada  de  Mosquito. 

Toda  la  comedia  está  superiormente  dialogada.  La  elocución  varía  de  tono  segnn 
el  carácter  de  los  personajes.  Inés,  celosa  de  D.  Juan  por  el  embuste  de  D.  Diego, 
despide  á  su  amante,  y  después  se  queja  de  haber  sido  obedecida,  y  dice  á  so  her- 
mana: 

csi  por  eso  no  vuelve,  Leonor  mia, 
ó  no  sabe  de  amor,  ó  está  culpado: 
que  en  celos  aue  despiden  al  amante 
nunca  habla  el  corazón,  sino  el  semblante.» 

En  la  escena  siguiente,  oyendo  la  satisfacion  de  D.  Juan,  esclama: 

cOh  amor,  tirano  cobarde, 
á  la  ofensa  tan  lijero, 
como  al  rendimiento  fácil.  > 


(1)     Como:  sosuntito,  que  hemos  visto  en  algunos  poetas  dramáticos  del  siglo  XVII,  prinópebneate 
en  lloreco,  en  ftgnificadon  de  eoitW^Oy  bmrlm,  imgaksmUMp  cáema  «ocarrona. 


[166] 


MORETO. 


JSi  parecido  en  ta  Cárte.  ]¥o  pueéte  ser  guardmr  wm 

nw^er. 

ARTÍCULO  VI. 

• 

ÍTXORETO  quiso  enriquecer  nuestro  teatro  coa  la  fábula  de  los  Jfeneemoi.ó  de  hi 
j^recidos^  conocida  ya  en  la  escena  de  España,  desde  la  traducción,  ó  por  mejor  decir, 
imitación  que  Juan  de  Tímoneda  hizo  de  la  comedia  latina.  Pero  el  plan  de  oueilio 
autor  en  nada  se  roza  con  el  del  antiguo  drama.  Es  una  comedía  en  el  género  de  lai  de 
capa  y  espada  do  Calderón,  en  la  cual  está  como  engastada  la  historia  del  parecido. 
Justifica  muy  bien  su  ficción  por  la  necesidad  y  por  el  amor,  la  continúa  por  los  irtifi- 
cips  de  su  criado,  y  cuando  incitado  de  la  honra  quiere  romperla,  no  lo.  conñgae  úo 
V4}ñ  mucha  dificultad:  tan  creida  estaba  ya. 

D.  Fernando  de  Ribera,  caballero  noble  de  Sevilla,  reducido  á  pobreza  por  m 
devaneos  juveniles,  pasa  á  la  corte,  huyendo  de  la  justicia  que  le  perseguía,  por  haber 
dejado  mal  herido  á  un  amante  de  su  hermana  que  encontró  de  noche  y  á  osearas  ea 
su  casa.  Apenas  llegó  á  Madrid  con  muy  pocos  medios,  se  enamoró  de  una  daoia  qie 
vio  y  habló  en  la  calle.  Un  caballero  que  le  encontró  le  saludó  con  el  titulo  de  aoiigo, 
otro  con  el  de  hijo,  y  ambos  con  el  nombre  de  D.  Lope  Lujan,  que  habiendo  pasado 
á  Indias  muchos  años  antes,  era  esperado  por  momentos  en  casa  de  su  padre  D.  Pe- 
dro. La  semejanza  extraordinaria  de  entrambos  produjo  la  equivocación.  D.  Feraan- 
do  quiere  escusarse;  pero  su  criado,  impelido  de  su  necesidad  vía  de  su  amo,  finjeqoa 
es  1).  Lope,  y  para  disculpar  su  estrañeza  con  su  padrey  amigo  supone  que  porh^ 
chizos  que  le  dio  una  criolla,  estaba  á  veces  desmemoriado,  señaladamente  á  la  entra- 
da de  las  lunas.  D.  Fernando  es  admitido  como  hijo  en  casa  de  D.  Pedro,  con  tanto 
mas  gusto  cuanto  la  dama  que  le  ha  prendado,  se  le  presenta  como  hermana. 

Llega  el  hijo  verdadero,  y  no  le  reconocen.  Pero  1).  Lope  es  el  mismo  á  craien 
D.  Fernando  hirió  en  Sevilla,  y  á  quien  viene  siguiendo  su  hermana  Doña  Ana  Ribe* 
ra.  D.  Fernando,  por  recobrar  ó  vengar  su  honor,  descubre  la  ficción;  pero  el  su- 
puesto dcsmemoriamiento  impide  que  se  le  dé  crédito,  mucho  mas  cuando  los  viajei 
y  la  herida  han  desfigurado  las  facciones  del  verdadero  hijo.  Esta  combinación  proloa- 
ga  la  fábula  hasta  donde  le  era  posible  llegar.  Los  lances  de  amor,  de  celos,  de  valor  j 
de  honor,  de  que  está  llena  la  comedia,  se  enlazan  muy  bien  con  la  ficción  principal; 
el  estilo,  urbano,  como  es  generalmente  el  de  Moreto,  está  lleno  de  chiste  y  sal  en  bo- 
ca de  Tacón.  Viendo  á  su  amo  pobre,  sin  haber  comido,  y  sin  saber  todavía  qnA  oomo- 
rá,  decir  requiebros  á  una  dama,  dice: 

c¡Que  haya  hombre  que  tenga  aliento 
de  enamorar  en  ayunas! 
Yo  DO  he  acertado  requiebro 
en  mi  vida  hasta  tomar 
aguardiente  por  lo  menos.  * 

Como  la  mayor  necesidad  de  él  y  su  amo  era  la  de  comer,  dice  al  padre,  bnbiáBdole 
de  la  enfermedad  de  su  supuesto  hijo: 

iEl  mas  eficaz  remedio 


[WT] 

es  dirte  á  comer  mo  j  bíea 
y  muchot  porque  el  ¿erebro 
con  vapores  regalados ' 
se  le  ya  ja  honaededendD»  t 

1  hijo  verdadero  pugna  por  ser  reconocido  y  D.  Pedro  airado  le  dice 

€  Hombre»  yo  no  soy  tu  padre. 
Tacón,  Señor,  que  te  llame  lio, 

pártase  la  diferenda 

y  hazle  siquiera  sobrino.  > 
parte 

«Sí:  que  ahora  os  sale  este  hijo 

como*  cebollón  de  invierno.  >  « 


ataríamos  si  no  fuesen  pasajes  mas  alegres  de  lo  que  permite  la  decencia.  El 
le  este  drama  es  la  situación  de  D.  Fernando  y  de  Doña  Inés.  Esta  se  cree  de 
hermana  suya;  pero  como  se  habia  prendado  de  él  la  primera  vez  que  le  vio 
le,  y  D.  Fernando,  con  el  pretesto  del  olvido,  no  deja  de  enamorarla,  hay  en 
>n  una  lid  nada  favorable  á  las  costumbres.  Mejor  combinación  hubiera  sido 
becho  sabedora  y  cómplice  del  finjimiento. 

mde  itr  guardar  una  mujer  es  una  imitación  del  mayar  impoiible  de  Lope.  En  ella 
oreto  con  mas  inmediación  la  fitímla  que  le  sirve  de  moddo;  pero  la  mejoró 
uprimíendo  las  escenas  episódicas  y  los  papeles  de  rey,  reina  y  almirante  de 
»  mtroducidos  por  Lope,  á  la  verdad  muy  inútilmente.  La  comedia  de  Morete 
;on  mas  velocidad  al  desenlace»  según  el  precepto  de  Horacio,  y  distrae  menos 
on  del  asunto  principal.  Es  una  mujer  enamorada,  á  quien  cela  su  hermano;  y 
precauciones  toma  este  para  guardarla,  se  inutilizan  por  la  astucia  de  Tarugo, 
el  amante.  Este  criado  es  el  personaje  principal  de  la  comedia.  Su  carácter  chis- 
irlon  se  conoce  desde  la  primera  escena.  Acompaña  á  su  amo  á  la  casa  de  Doña 
heco,  donde  hay  una  academia  depoesia:  pregunta  Tarugo  si  la  señora,  á  quien 
habia  celebrado  de  rica  ybonñosa,  es  poeta:  y  respondiéndole  que  si,  dice: 

c Señor,  cosa  es  muy  posible, 

ser  rica,  bella  y  discreta: 

pero  ser  rica  y  poeta, 

vive  Dios  que  es  imposible. 
Felia;.  ¿Porquéf 

Tarugo.  ¿Éso  dudas? 

Fdix.  81  dudo. 

Tarugo.  ¿Pues  hay  hombre  á  quien  dé  el  déla 

con  grada  aqueste  dlsmfo  (I) 

que  no  esté  riempre  desnúdoT 

y  esto  es  forzoso,  señor; 

porque  la  poesfa  es  cosa, 

que  aunque  es  virtud,  y  gustosa, 

nunca  ha  tenido  valor. 

Es  flor  de  la  humanidad; 

y  como  una  flor  en  fin 

sirve  de  adorno  al  jardin, 

mas  no  á  la  necesidad. 

Adornan  las  flores  bellas, 

y  el  que  en  un  jardín  las  miraf 


,  ocupación. 


[168J 

como  hermosas  las  admira; 

pero  no  cena  con  ellas. 

V  el  qoe  un  jardín  entra  á  yer, 

mas  presto  se  irá  á  buscar 

espárragos  que  cenar, 

que  las  flores  para  oler. 

Poesía  y  riqueza  ingrata 
siempre  trocaron  los  firenos, 

Íno  hallarás  versos  buenos 
echos  con  bujías  de  plata: 
con  candil  sí 


Por  el  candil  de  Epíteto 

¿no  dieron  tres  mil  ducados? 
Félix.  Ese  es  filósofo. 

Tarugo.  Cesa: 

pues  toda  la  poesía 

¿qué  es  sino  filosofía? 

Asi  fuera  genovesa.  (i) 

Su  amo  cita  los  hombres  ricos  é  ilustres  que  hablan  poetizado  en  otroa  tiempos  y  sa 
aquel,  entre  ellos  al  conde  de  Yillamediana,  y  aunque  no  le  nombra,  señala  al  prfadps 
de  Esquilache,  lo  que  puede  servir  para  conocer  la  época  en  que  Moreto  floncié.  U« 
timamento  le  hace  notar  el  rico  adorno  de  la  casa  de  Doña  Ana.  Tarugo  responde-. 

Lo  estoy  viendo,  y  no  lo  creo: 

mas  vive  Dios,  que  como  eres 

tú  D.  Felii  de  Toledo, 

si  es  poeta  ha  de  ser  pobre. 
Félix.  ¿Cómo  puede  ser,,  temendo 

en  su  casa  tal  riqueza? 
Tarugo.  Una  noche  haciendo  versos 

se  le  ha  de  quemar  la  casa 

y  ha  de  amanecer  en  Cueros,  t 

Dice  á  su  amo  que  se  vá  á  jugar  y  concluye: 

¿Yo  academia?  no  haré  luego 

cinco  pintas  en  diez  años, 

si  estoy  un  hora  entre  versos.  • 

Esta  es  una  de  las  comedias  mas  graciosas,  mejor  conducidas  y  dialogadas  de  Mo- 
reto. No  pueden  presentarse  estractos  de  ellat  porque  es  j^reciso  leerla  toda,  y  si  hemos 
citado  los  versos  anteriores  es  para  que  se  juzgue  de  la  idea  que  este  autor  tonia  fil- 
mada de  su  arte,  y  del  tiempo  en  que  escribió. 


(i)    Entonces  eran  geno^eses  los  asentistas  y  airendadores  de  ventas. 


fW9] 


MORETO. 


fuera  renOtm  9%Hen  ^Ke  ea&m  mi&m  eehmrA.  Trmmpm 


ARTICULO  VII. 

• 

i  es  el  drama  en  que  Moreto  se  atrevió  mas  abiertamente  ¿.describir  las  ridica- 
le  sos  contemporáneos.  El  militar  embastero  y  Jugador,  pero  valiente:  el  menti- 
«  las  gradas  de  San  Felipe,  que  también  estuvo  algún  tiempo  en  la  calle  de  las 
18:  el  caballero  de  ciudad,  enamorado  y  pendenciero:  el  licenciado  cobarde  y  pe- 
la yiuda  verde  que  predica  el  recojimiento  á  las  doncellas:  el  criado  necio,  ma- 
y  mogigato,  están  descritos  con  felicidad  en  esta  comedia,  en  cuya  representa- 
»mo  se  haga  con  mediana  habilidad,  es  inextinguible  la  risa, 
alferez  Aguirre  comienza  la  pieza  rompiendo  una  baraja:  dice  que  ha  perdido 

choy  doscientos  escudos  con  un  paje, 
que  no  los  tuvo  todo  su  lim^e. 


Ííue  no  teman  las  pintas  un  coleto? 
as  vienen  juntas  quince  ó  diez  y  siete» 
que  perderán  el  miedo  á  un  coselete.  > 


para  desenfadarse,  del  mentidero: 

cPor  la  mañana  yo  al  irme  vistiendo 
pienso  una  mentirilla  de  mi  mano: 
vengo  luego  y  aqui  la  siembro  en  grano; 
y  crece  tanto  que  de  alU  á  dos  horas 
hallo  quien  con  tal  fuerza  la  prosiga, 
que  á  contármela  vuelve  con  espiga, 

B,  el  mogigato,  escudero  de  la  viuda,  dice  saliendo  de  la  iglesia: 

c  Ya  oi  misa  á  buena  cuenta: 
¡que  sea  yo  tan  perdulario 
que  nunca  acabe  un  rosario! 
porque  en  llegando  á  esta  cuenta, 

Jue  es  la  del  alma,  es  notorio, 
e  aqui  no  puedo  pasar: 
todo  se  me  vá  en  sacar 
ánimas  del  purgatorio. 
¡Cómo  almorzariades  vos, 
Chichón!  ¡qué  bien  sabe,  pues, 
un  torreznito  después 
de  encomendarse  .uno  á  Dios! 

■liiires,  5  su  amigo  el  capitán  Lisardo,  que  se  ha  prendado  de  Doña  Francisca» 

22 


sobrina  de  la  viuda,  llegan  á  informarle  da  él.  Después  de  decirles  que  no  íu  de  don 
murar,  porque  ex  muy  virtuono,  comienza  asi: 

cMire  usté,  lo  que  es  la  viuda, 

es  hija  de  los  demonios. 

Los  mismos  ojos  la  saca 
ala  pobre  Francisquita: 

¿vela  usté?  es  una  santica« 

mas  grandísima  bellaca: 

por  casarse  anda  perdida. 

La  tiaeslibidinoa, 

y  á  la  niña  de  envidiosa 

no  deja  galán  á  vida« 
Lisardo.  ¿Y  entra  alguno  á  ser  diclioso?* 

Chichón,  ; Jesús!  ni  imajínacion, 

que  eso  era  murmuración 

y  yo  soy  muy  virtuoso- 
Mas  ¿ve  usté  la  tia?  se  indilga, 

y  por  marido  rebienta: 

se  alaba  (tenga  usté  cuenta) 

y  se  alaba  y  se  remilga: 

se  hace  niña  de  faicion. 

Pues  ¿ve  usté?  aunque  mas  los  borre, 

treinta  tiene,  y  lo  que  corre 

desdo  el  Señor  San  Simón. 

Lisardo  por  medio  de  una  cariase  introduce  en  casa  de  la  viuda.  Esta  y  su  sobríoi 
se  enamoran  de  él,  los  lances  de  amor  y  de  celos,  las  respuestas  del  Alférez  á  la  solici- 
tud de  Lisardo,  que  le  suplicaba  enamorase  á  la  tia  para  verse  libre  de  sus  persecucio- 
nes, las  necedades  do  Chichón  y  las  malicias  de  la  criada  Margarita,  ocupan  agradable* 
mente  las  dos  jornadas  últimas,  hasta  que  se  descúbrela  ficción  con  la  llegada  del  her- 
mano de  la  viuda.  £1  diálogo  es  siempre  vivo  y  lleno  de  sal,  y  los  caracteres  están  muy 
bien  conservados. 

Trampa  adelante  es  en  nuestro  entender  la  fábula  mas  dificil  y  mas  bien  conducida 
do  Moreto.  D.  Juan  de  Lara,  tan  caballero  por  su  sangre  y  sus  sentimientos,  como  po- 
bre, está  enamorado  de  Doña  Leonor  de  Toledo.  Millan  su  criado,  para  mejorar  la  suer- 
te de  su  amo,  se  aprovecha  del  amor  de  Doña  Ana  de  Vargas,  señora  muy  rica,  y  que 
está  prendada  de  D.  Juan.  El  infeliz  sirviente,  por  el  cual  nos  interesamos,  pues  aun- 
que miente  y  enreda  mucho,  es  solo  por  socorrer  su  hambre  y  la  de  su  señor,  tieoe 
que  formar  dos  intrigas  á  la  par,  y  llevarlas  adelante.  Una,  cuyo  objeto  es  persuadirá 
Doña  Ana,  que  D.  Juan  está  enamorado  de  ella,  y  sacarle  letras  de  cambio  con  que  vel* 
tir,  engalanar  y  dar  de  comer  á  su  amo ;  y  otra,  ocultar  á  este  la  anterior  ininga,  ea 
que  nunca  consentiría  la  nobleza  de  su  alma,  y  finjir  que  el  dinero  con  que  mejoran 
su  suerte,  es  prestado  á  crédito  por  un  mercader  amigo  suyo.  ¿Qué  de  artnicios  ha  te- 
nido que  inventar  la  imajinacion  fecundísima  de  Moreto  para  hacer  que  ambas  ficcionei 
fuesen  creidas  por  algún  tiempo,  á  pesar  de  ia  solicitud  do  Doña  Ana  por  ver  y  hablar 
á  su  supuesto  amante,  de  los  celos  de  Doña  Leonor,  do  la  delicadeza  de  D.  Juan,  y  de 
la  intervención  celosa  de  los  hermanos  de  ambas,  que  habian  estipulado  casar  cada  uno 
con  la  hermana  del  otro?  El  espectador,  divertido  con  las  continuas  tribulaciones  da 
Millan,  no  se  complace  menos  con  su  actividad,  con  los  chistesde  su  buen  humor  y  coa 
los  nuevos  enredos  que  pone  en  planta  para  salir  de  sus  apuros.  Es  una  verdadera  co- 
media do  Tercncio,  con  mas  interés,  con  mas  nobleza  que  la  de  los  personajes  del  tea- 
tro laíino. 

En  la  primera  escena  hace  D.  Juan  paces  con  Doña  Leonor  que  estaba  cdosa:  y  Mi- 
llan, que  bahía  procurado  sacar  algún  interés  de  la  reconciliación,  amenazadf^^  por  aa 
ümo,  dice: 


Después  dioeD.  Juan 


[171] 

c¿Hay  infamia  como  aquesta? 
¡Que  haga  las  paces  de  valde 
quien  há  ya  un  mes  que  no  cena, 
y  la  noche  que  hay  guisado» 
se  hace  de  carne  de  huerta! 


c  ¡Gran  gusto  son  unos  celos, 
si  un  diilce  fin  los  concierta! 
MiUan.  Y  principalmente  cuando 

la  hora  de  cenar  se  llega, 
Y  solo  ese  plato  dulce 
hay  que  poner  en  la  mesa. » 

Describe  la  estrechez  á  que  se  hallan  reducidos:  entre  otras  cosas  hahla  de  las  pren- 
das fiadas: 

•Las  pistolas  la  tendera 
tiene  ya  de  lo  fiado 
tan  cargadas  que  rebientan. 
El  broquel  há  ya  tres  meses 
que  tiene  la  pastelera; 
y  aun  el  broquel  empefiado 
antes  dá  alivio  que  pena: 
porque  con  eso  tenemos 
empeñadas  las  pendencias. 


De  ir  y  venir  cada  dia 
al  secretario  de  guerra, 
solo  traemos  mas  hambre; 
por  que  dá  á  las  dos  audiencia. 
Y  tras  toda  esta  desdicha 
solo  es  lo  que  me  consuela 
que  en  la  corte  pretensiones 
aunque  largas,  son  inciertas. « 


No  pueden  justificarse  mejor  las  astucias  y  trampas  de  Millan  nara  socorrer  á  su 
amo,  mientras  se  le  daba  el  premio  por  los  servicios  que  habia  hecno  en  Flandes. 


MORETO. 

EL  VALIENTE  JUSTICIERO 


ABTÍCLLO  VIU. 

JX&CHiETO  escribió  varías  comedias  de  intriga^  imitando  el  género  de  Calderón.  En 
ellas,  como  en  las  de  su  modelo,  describe  las  costumbres  caballerosas  de  la  época  con 
facilidad  y  destreza,  formando  con  naturalidad  el  enlace,  y  deshaciéndolo  felizmente. 
Superior  en  esta  parte  á  Tirso  de  Molina  y  á  Lope,  qupdó  sin  embargo  muy  nferíor  al 
insigne  poeta,  que  entonces  procuraban  todos  imitar;  y  asi,  bastará  citar  losi  títulos  de 
los  dramas  mejores  que  compuso  en  este  género.  Estos  son  la  ocation  hace  al  hdrtm^  ep 


[172] 

3ue  imitó  y  mejoró  la  Villana  de  Ballecas  de  Tirso  de  Molina,  d  Cabaüero^  la  Fmpk 
rcadia,  en  la  cual  quiso  ejercitarse  en  la  poesía  bucólica,  y  la  Ctmfiuúm  de  wü  Juim. 
En  estas,  aunque  el  lenguaje  de  los  graciosos  está  siempre  lleno        sales  y  dooairH, 

no  aparece  la  intención  de  describir  caracteres  ni  de  emplear  el  a e  cómico.  Todo  d 

mérito  consiste  en  el  movimiento  é  interés  de  una  Cábula  complicada. 

Mayor  talento,  aunque  siempre  inferior  al  de  Calderón,  desplegó  en  !a  exposfeioa 
de  una  máxima  moral  ó  filosófica.  En  esta  clase  de  comedias,  á  Jas  que  pudiera  dane 
el  título  de  ideales^  los  interlocutores  no  son  los  que  inspiran  el  interés  ni  aun  la  Glbali 
misma.  Todo  el  conato  del  autor  es  probar  una  máxima  ó  una  sentencia  ütilá  la  ha- 
manidad»  ó  que  él  crea  serlo:  y  son  indiferentes  los  nombres,  las  dignidades  j  las  pren- 
das de  los  personajes*  De  esta  clase  son  La  fuerza  de  la  ley^  la  fuerza  del  naiwral^  ¿  fte 
puede  la  apretision^  máxima  ya  tratada  por  Calderón  en  su  comedia  de  Gu$to$  y  düfU' 
tos  son  no  mas  que  imajinacion^  la  mi9ma  conciencia  acusa,  y  el  licenciado  Yidrieraf  que  noi 
parece  la  mejor  de  Morete  en  este  género.  Carlos,  dotado  de  valor  é  instrucción,  pero 
pobre,  después  de  haber  hecho  grandes  servicios  con  la  espada  y  la  pluma  asa  sobéiaiio, 
se  vé  olvidado  con  ingratitud,  tratado  con  desprecio,  vendido  por  su  amigo,  pospoeiti 
por  su  dama  y  reducido  á  la  última  indijencia.  Vengóse  de  la  injusticia  de  los  hombm 
y  de  1»  fortuna  finjiéndose  loco,  y  tomando  por  manfa  decir  que  era  de  vidrio  y  qns 
podría  romperse  al  mas  pequeño  golpe.  l..as  puertas  de  palacio  que  se  habian  cerrado 
al  hábil  jurisconsulto  y  al  valiente  guerrero,  se  abrieron  al  licenciado  Vidriera,  que 
divertia  con  su  aprehensión  á  los  grandes  y  á  las  damas,  que  antes  no  habían  hecho 
caso  de  su  mérito.  Fácil  es  de  discurrir  cuan  interesantes  sabria  hacer  las  escenas  que 
resultan  de  esta  combinación  la  diestra  pluma  de  Morete. 

Concluiremos  con  sus  comedias  y  caracteres  históricos.  Entre  estos  el  mejor  sacsde 
es  sin  disputa  eA  del  rey  D.  Pedro  de  Castilla  en  el  drama  del  Valieníe  jusíiciero  que  ha 
quedado  en  el  Repertorio  de  nuestro  teatro,  á  pesar  de  la  última  invasión  roroántÍGa* 
Merece,  pues,  un  examen  mas  detenido. 

D.  Tello,  Rico  hombre  de  Alcalá,  orgulloso  por  su  nacimiento,  poderlo  y  ríqaesai« 
y  también  por  su  valor  personal,  desatiende  las  quejas  de  una  dama  noble,  aunque  de 
inferior  calidad,  á  quien  habia  «quitado  el  honor  á  fiívor  de  la  palabra  de  esposo,  y  robs 
á  D.  Rodrigo,  hidalgo  de  su  jurisdicción,  la  novia  con  quien  iba  á  casarse.  Acababa  de 
cometer  esta  última  tropelía,  cuando  el  rey  I).  Pedro,  persiguiendo  á  su  hermano  En- 
rique, llegó  separado  de  su  gente,  adonde  oyó  las  quejas  de  los  agraviados.  Para  oer^ 
ciorarse  del  motivo  de  ellas,  finjiendo  ser  un  caballero  del  servicio  del  rey,  llega  á  can 
(le  I).  Tello  que  le  recibió  con  altanería,  negándole  la  silla  y  dándole  un  taburet6«  no 
permitiendo  que  se  sentase  á  su  mesa  aunque  estaba  comiendo,  y  manifestando  el  ma- 
yor desprecio  del  rey  y  de  sus  órdenes.  D.  Pedro,  aunque  bramando  de  cólen^  disimah 
por  la  certidumbre  de  la  venganza. 

Apenas  vuelve  á  Madrid,  manda  llamar  al  Rico  hombre;  pero  antes  de  que  este  lle- 
gase, los  agraviados  siguiendo  el  consejo  que  él  les  habia  dado  cuando  ao  oonocido  ds 
pUos,  los  encontró  en  el  campo,  le  presentaron  su  querella.  Es  admirable  el  diálofS 
entre  D.  Rodrigo  y  I).  Pedro ,  y  característico  de  las  costumbres  espaftolas  tasto  ea  el 
iiiglo  de  aquel  rey  como  en  el  de  Morete. 

Rodrigo.  « A  mi  esposa  me  robó 

del  modo  que  ya  supisteis. 
Pedro.  Si  vos  se  lo  consentisteis. 

también  lo  consiento  yo. 
Rodrigo.  Quitóme  la  espada  y  ciego  • 

me  atajó  acción  tan  honrada. 
Pedro.  ;V  os  quitó  también  la  espada 

que  pudisteis  tomar  luego? 
Rodrigo.  Yo  de  su  poder  no  puedo, 

señor,  mi  agravio  vengar. 
Pedro.  ;:LuQgo  se  viene  á  quejar 

no  la  injuria,  sino  ei  miedof 
Rodrigo.  Esto,  señor,  no  es  temer 


Pedro. 
Rodrigo. 
Pedro. 
Rodrigo, 
Pedro.  • 


ihdrigo. 
Pedro, 


Rodrigo. 


Pedro. 


Pedro» 
Rodrigo, 


[173] 
ri  no  el  poder  de  su  nombre. 
Y  cuando  está  solo  ese  hombre, 
¿riñe  con  él  el  poder? 
Pues  cuando  justicia  os  pido, 
¿qué  riña  con  él  mandáis? 
Yo  no  quiero  que  riñáis, 
sino  que  hubierais  reñido. 
No  qiiise>  aunque  fuera  airosa 
la  acción,  darla  esa  malicia. 
No  va  contra  la  justicia 
el  que  defiende  á  su  esposa: 
y  habiéndolo  ya  intentado, 
de  no  haberlo  conseguido 
quedabais  mas  ofendido, 
mas  veniais  mas  honrado: 
que  yo,  atento  á  la  razón; 
podré  mandarle  volver 
á  ese  hombre  vuestra  mujer, 
pero  no  á  vos  la  opinión. 
Pues  cobrarála  mi  pecho. 
Ya  os  costará  mi  castigo^ 
si  lo  hacéis,  aunque  ahora  os  digo 
que  no  estuviera  mal  hecho. 
Andad,  que  su  sinrazón 
castigaré. 

¿Y  no  podré, 
pues  sin  ella  quedaré, 
cobrar  yo  ant^  mi  opinión? 
Si  y  no. 

¿Pues  cuál  hafé  yo 
entre  un  si  y  un  no  que  oif 
D.  Pedro  dice  que  si^ 
y  el  rey  os  dice  que  no. 
Pues  ya  qué  en  mi  honor  infiero 
lal  mancha,  lavarla  es  ley; 
que  aunque  me  amenaza  rey, 
me  aconseja  caballero,  i 


£1  rico  hombre  llega,  el  rey  le  r^ibe  con  sumo  desprecio,  le  reprende  sus  dema- 
sías, la  dá  de  cabezadas  contra  un  poste,  manda  llevarlo  á  una  prisión  y  le  condena  á 
muerte.  D,  Tello  cede  al  poder;  pero  no  por  eso  deja  de  decir  que  no  cedería  al  valor, 
si  el  rey  se  despojase  de  su  autoridad.  D.  Pedro  se  disfraza,  le  saca  una  noche  de  la  prí- 
fioB  j  separándose  de  él  vuelve  á  encontrarle,  escita  una  pendencia,  pelea,  le  vence 
y  se  le  dá  á  conocer.  Después  le  perdona  por  intercesión  de  su  hermano  B.  Enrique  con 
quien  sehabia  reconciliado. 

La  acción,  sumamente  grata  á  un  auditorio  idólatra  del  valor  y  de  la  honra,  lo  es 
mucho  mas  por  los  chistes  del  criado  de  B.  Tello,' que  es  el  gracioso:  personaje  episó- 
dico, pero  que  sirve  en  este  drama  eomo  en  casi  toóos  los  de  aquella  época,  para  mani- 
festar las  impresiones  que  dejan  en  el  vulgo  los  intereses,  las  ideas  y  las  pasiones  de  los 
gfiodes. 

La  acción  pertenece  al  siglo  XIV,  en  el  cual,  como  consta  de  las  querellas  dadas  á  los 
reyes  en  las  cortes,  no  eran  raros  los  desafueros  y  tropeüas  de  los  señores  feudales  con- 
tra las  clases  inferiores.  Pero  también  eran  frecuentes  los  actos  de  la  justicia  real  con- 
tra k»  delincuentes:  actos  que  prueban  cuan  débil  fué  el  imperio  del  feudalismo  en  Es- 
psúla.  Lo  que  se  finje  que  hizo  el  rey  D.  Pedro  con  el  rico  hombre  de  Alcalá,  y  que 
realmente  hicieron  muchos  de  nuestros  rey«s  en  casos  semejantes,  no  se  hubiera  atre- 
vido á  hacerlo  ningún  rey  de  Francia  con  los  duques  de  Normandia  y  de  Borgoña^  ó 


[174] 
<on  los  condes  de  Flandes  y  de  Tolosa,  taa  poderosos,  y  á  veces  mas,  en  crmrio  y  a 
tropas  como  los  mismos  monarcas. 


MORETO. 


COMEDIAS  DE  SANTOS. 

ARTÍCULO  IX. 

USTA  clase  de  dramas,  semejantes  á  los  antiguos  misterios  en  que  tuyo  tu  cuna  d 
teatro  francés,  fueron  muy  comunes  en  el  nuestro;  pero  como  ya  estalla  introducida  h 
costumbre  de  que  el  gracioso^  figura  indispensable  de  nuestra  comedia,  fuese  criado  ó 
pedisecuo  del  galán,  en  la  que  este  era  santo  era  menester  que  el  bufón  fuese  un  apren- 
diz de  santidad,  y  que  al  mismo  tiempo  no  perdiese  el  derecho  de  hacer  reir  al  audito- 
rio. Calderón,  en  sus  autos  sacramentales  y  en  sus  comedias  do  santos,  tomó  otro  nim- 
bo: su  genio  inagotable  le  sujirió  medios  para  esLcitar  la  risa,  sin  que  esta  recayese 
sobre  la  santidad  misma  que  se  presentaba,  ni  se  espusiesen  al  ludibrio  las  ooos 
sagradas. 

Moreto,  dotado  de  mas  fuerza  cómica  que  Calderón,  y  mas  rico  en  la  descripcioi 
de  los  caracteres  ridiculos,  conservó  en  los  graciosos  el  aire  de  santidad  aparente,  y  se 
valió  de  él  para  describir  los  hipócritas  y  mojigatos,  y  para  hacer  ver  el  semblante  que 
toman  las  ideas  relijiosas  en  aquellas  almas,  que  no  queriendo  renunciar  á  sus  vides, 
se  ven  obligadas  por  su  posición  á  adoptar  las  apariencias  de  la  vida  devota.  En  Espa* 
ña  no  era  posible  entonces  poner  en  el  teatro  á  Tartufo^  y  nadie  ignora  que  fué  necesa- 
rio nada  menos  que  la  autoridad  de  Luis  XIY  para  que  se  representase  en  Francia.  la 
comedia  de  Moliere  en  el  teatro  de  Madrid  habria  sublevado  todos  los  mojigatos,  tan  po* 
derosos  en  aquella  época,  como  lo  son  ahora  los  hipócritas  de  impiedad;  pero  no  tnvo 
inconveniente  que  se  representasen  bajo  la  figura,  siempre  vulgar  y  grosera  del  gradiH 
so,  las  costumbres  y  ademanes  de  la  hipocresía:  asi  como  en  aquella  figura,  que  parecía 
ser  el  hirco  expiatorio  de  nuestro  teatro,  se  ridiculizaba  con  frecuencia  laembriagnei* 
la  gula,  la  cobardía  y  los  demás  vicios  que  proceden  de  bajeza  de  alma. 

Es  verdad  que  el  cómico  de  Moreto  y  de  sus  imitadores  en  esta  clase  de  comedias 
llegó  algunas  veces  hasta  la  profanación;  pero  todo  se  toleraba  á  favor  de  la  gracia  y 
los  chistes  en  un  siglo  que  conservaba  aun  con  vigor  sus  creencias.  Solo  cuai^o  estas 
se  debilitaron,  juzgó  oportuno  la  autoridad  quitar  aquellos  espectáculos  escandaloiOB 
de  la  presencia  del  público.  La  variación  del  espíritu  de  las  gentes  en  esta  parte  balido 
tan  grande,  que  la  comedia  del  Diablo  predicador  se  representó  muchas  veces,  y  con 
buen  éxito,  á  petición  de  los  interesados  en  que  fuesen  mas  abundantes  las  limosnas, 
y  después  se  ha  pedido,  á  pesar  de  estar  prohibida  por  la  autoridad,  solo  para  tener  el 
gusto  de  ver  y  oir  las  profanaciones  en  que  abunda. 

Citemos  algunos  pasajes  de  Moreto  que  nos  hagan  conocer  cómo  describe  aras  bn- 
fones  cuando  están  barnizados  de  santidad.  En  la  comediado  la  Vida  de  San  Al^^  ind* 
tando  ol  santo  á  su  criado  Pasquin  á  que  sirva  á  Dios,  replica  Pasquín. 

c¿V  da  bien  do  comer  Dios? 
Alejo.  ¿Puede  faltarle  si  es  dueño 

de  todo  lo  que  hay  criado? 

El  dá  á  todos  el  sustento,  r 

las  dulzuras,  los  regalos. 
Píuquin.  ¿Dulces?  no  diga  mas  de  eso, 

que  el  corazón  me  han  torcido 

esos  dulces  que  dá  el  cielo.  > 


[175] 

Empieza  á  tirar  espada,  capa,  sombrero  todo  muy  roto,  como  en  sefial  de  renunciar 
«1  mundo,  y  al  tirar  la  calabaza,  esclama: 

cfuera,  mentido  veneno; 
*  porque  ahora  vas  llena  de  a|^a. » 

Llegan  á  una  hermita,  cuyas  campanas  se  tocan  por  si  mismas,  anunciando  la  santi- 
dad de  ^ejo  que  llegaba,  y  Pasquín  dice: 

ffSefior,  iqué  presto  pagáis 

la  hacienda  que  por  vos  dejo! 
Iho.  ¿Cuál  es  de  vosotros  dos? 

ÁUjo.  Yo,  amigos,  no  lo  merezco. 

Poiquin.  Aqui  está,  señores:  yo 

soy,  aunque  no  lo  parezco, 

el  santo  por  mis  pecados. 

¿Hay  que  comer  allá  dentro? 
C/ho.  Aunque  no  es  mucho,  si  hay. 

Püiquin.  Pues  déjenme  á  mi  con  ello: 

que  yo  con  mi  bendición, 

queriendo  Dios,  lo  haré  menos. 
Uno,  ¿Quién  toca  aquestas  campanas? 

Pasquín.  Dos  anjelitos  traviesos: 

no  os  dé  cuidado;  que  yo 

les  haré  que  se  estén  quietos.  * 

No  se  le  borra  la  idea  de  ser  santo,  se  dá  á  si  mismo  el  nombre  de  San  Pasquín  y 
Pasquiniano.  Le  preguntan  qué  milagro  ha  hecho,  y  responde  que  no  haberse  muerto  de 
hamlnre^  y  añade  que  no  está  en  la  letaniaj  por  no  haber  muerto  aun.  En  un  solilo- 
quio dice: 

c  Santo  me  llaman,  y  pienso 
que  lo  soy,  aunque  es  espanto 
subir  de  lacayo  á  santo: 
mas  debe  de  ser  ascenso,  i 

En  otra  ocasión  viendo  luces  en  la  humilde  habitación  de  Alejo  debajo  de  la  esca* 
lera  esclama: 

« ...mi  virtud 

es  tabardillo  del  cielo: 
vive  Cristo,  que  soy  santo 
y  no  acabo  de  creerlo.  • 

Antes  habia  dicho  que  se  iba  á  echar  en  oración  para  que  tuviese  buen  éxito  una 
aerion  infame,  cual  era  el  robo  de  la  esposa  de  Alejo  por  un  amante  suyo:  después  dice 

Se  aunque  es  santo,  se  enmendará  de  serlo  con  el  tiempo.  Nosotros  hemos  llamado  pro- 
raciones á  esta  mezcla  de  las  truhanadas  con  el  lenguaje  de  la  devoción,  y  á  la  ver- 
dad no  se  les  puede  dar  otro  nombre  á  los  pasajes  citados,  que  sin  embargo  no  son  de 
los  mas  fuertes  que  se  encuentran  en  Moreto^  y  por  eso  nos  hemos  atrevido  á  co- 
piarlos. 

En  las  comedias  de  Santa  Rosa  dd  Perú,  Nuestra  Señora  de  la  Aurora  y  otras  seme«> 
jantes,  se  hallarán  innumerables  pasajes  del  mismo  género,  one  no  citaremos,  por<|ue 
nos  parece  mas  importante  examinar  una  cuestión  moral  y  literaria,  que  nos  sujiere 
este  asunto,  á  saber:»  ¿es  capaz  la  hipocresía  de  prestarse  al  ridiculo  teatral?» 

Observemos  que  Tartufo  habla  cuando  aparenta  virtud,  como  un  hombre  verdade- 
ramente virtuoso.  En  este  es  realidad  lo  que  en  el  hipócrita  es  apariencia,  la  ridiculez 


[176] 
<ie  la  hipocresía  coosiste,  puesi  ea  la  contradicción  entre  lo  que  es,  y  lo  que  el  hipócrita 
quiere  aparentar.  Pero  ;no  es  fácil  que  el  ridículo  recaiga  sobre  las  aparieocias,  esdi- 
cir,  sobre  el  mismo  lenguaje  relijioso,  moral  ó  patriótico?  (porque  nay  hipócrilis  i$ 
todas  clases.)  Y  en  ese  caso  ¿no  seria  una  inmoralidad  y  una  verdadera  proboacumsi- 
poner  á  la  risa  pública  la  esterioridad  de  la  virtud^  que  es  lo  único  que  vemos  enks 
hombres;  pues  el  interior  de  su  alma  solo  pertenece  á  la  jurisdicción  divina?  Siesta 
reflexión,  que  para  nosotros  tiene  mucho  valor,  está  comprobada  por  una  triste  esp^ 
ríencia,  inferiremos  que  no  era  necesario  que  fuese  hipócrita  el  presidente  Heaáidt  p^ 
ra  prohibir  se  representase  la  comedia  de  Moliere. 

Observemos  ademas  que  la  hipocresía  es  un  vicio  demasiado  aborrecible  paraqae 
excite  la  risa  en  el  teatro.  Si  nos  rfeimos  en  la  representación  del  Tarivfo,  no  es  de  eito 
personaje;  porque  no  nos  reimos  de  aquel  á  quien  detestamos;  sino  por  la  necedad  de 
Orgon,  por  la  prueba  tan  ridicula  como  indecente  á  que  se  espuso,  y  por  la  nada  d^ 
vocion  de  Madama  Pernette,  igual  por  lo  menos  á  su  irascibilidad. 

Es  menester  en  materias  morales  atenerse  siempre  á  los  resultados  prácticos.  H 
pueblo  que  ve  en  la  escena  el  personsge  de  un  hipócrita,  señala  después  como  taks  á 
ios  que  vea  en  la  sociedad  tener  el  mismo  lenguaje  y  continente.  Los  resultados  de  esta 
disposición  son  harto  funestos  y  conocidos,  para  que  no  concluyamos  qued  vicio  ds 
la  hipocresía  no  es  á  propósito  para  ser  descrito  en  el  drama  cómico. 

No  diremos  otro  tanto  de  la  gazmoñería  ó  mojigatería;  porque  en  esta  las  ezteriori* 
dades  mismas  son  necias  y  ridiculas.  El  hipócrita  es  un  malvado  que  oculta  los  vicios 
mas  infames  bajólas  apariencias  de  virtud.  El  mojigato  es  un  necio  que  cree  espiar  b^ 
das  sus  debilidades  con  ciertas  apariencias  muy  propias  para  descubrirle  á  los  ojospen* 
picaces,  y  que  solo  pueden  engañar  á  otros  necios  como  el  que  las  usa. 


RUIZ  DE  ALARCON. 


JImPRENDEIVIOS  el  examen  y  estudio  de  uno  de  nuestros  mejores  poetas  dramáticsi 
del  siglo  XVil»  superior  á  todos  en  la  corrección  del  estilo,  é  inferior  á  muy  pocos  ca 
la  orijinalidad  de  los  pensamientos  y  en  el  artificio  dramático.  Muy  cortas  noticias hi^ 
gráficas  tenemos  acerca  de  D.  Juan  Ruiz  de  Alarcon  y  Mendoza.  Solo  sabemos  qae  faé 
contemporáneo  de  M(»ntalban,  que  le  cita  en  el  Para  iodos.  Sus  apellidos  anuDciaa  h 
nobleza  de  su  cuna,  y  mas  aun,  la  urbanidad  caballentsa  y  siempre  sostenida  de  sa 
lenguaje,  y  los  sentimientos  generosos  que  atribuyó  á  sus  personajes.  Es  el  que  bus  se 
acercó  á  Calderón  en  estas  dos  calidade<i. 

Las  comedias  que  conocemos  de  él,  son  de  varias  especies.  Entre  ellas  merecen  d 
primer  lugar  las  de  costumbres,  y  mas  que  todas,  La  tserdad  uMtpechom^  que  sirvió  ds 
tipo  al  gran  Curneille  para  escribir  su  Meníeur;  primer  drama  cómico  del  teatro  fraar 
ees  que  tuviese  mérito,  llay  otras  comedias  de  Alarcon  que  pertenecen  al  género  trt- 
jico,  como  La  crueldad  por  el  honor ^  El  dueño  de  Uu  etíreUas^  Lo  que  mucho  oofe,  nuiefet 
cuesta:  las  hay  en  fin  de  capa  y  espada,  y  heroicas.  Las  dos  partes  del  Tejedor  ás  Se/Mk 
pueden  colocarse  en  la  clase  de  románticas  ó  novelescas. 

En  todas  ollas  se  reconocen  como  las  principales  dotes  de  Alarcon  el  arte  de  iotan* 
sar.  que  es  el  alma  de  la  poesía  dramática,  y  la  gracia,  facilidad  y  valentiade  la  esprs- 
üion  con  lenguaje  esmerado  y  correcto;  esta  última  prenda  es  muy  poco  comna  ca 
nuestros  escritores  dramáticos,  ya  pervertidos  por  los  vicios  del  gongorismo,  de  la  sa- 
tileza,  y  de  los  conceptos  de  su  siglo,  ó  ya  obligados  por  la  precipitación  á  dfjar  malK- 
inadas  sus  obras.  Podrán  tal  vez  notarse  algunos  trozos  demasiado  poéticos:  mas  as 
aquellos  otros  defectos.  Tiene  nobleza  y  sencillez,  versificación  pura  y  sostenida:  adap- 
ta el  lenguaje  al  carácter  del  personaje;  en  fin,  puede  mirarse  como  uno  de  los  padns 
del  idioma  en  una  época  en  que  va  comenzaba  á  pervertirse. 

I^  dirección  de  la  fábula  es  (a  misma  que  lade  Calderón,  á  quien  tomó  por  modaU 


[1771 
te;  pero  le  excede  en  la  descripción  de  los  caracléres,  muy  poco  variada  en 
le  la  escena.  Alarcon  los  supo  variar  y  contrastar,  y  tres  de  sus  comedias,  üi 
whoia.  Las  pafedes  oyeti^  y  La  prueba  de  las  prvmeian^  pueden  sufrir  la  compara- 

1  de  Tercncio,  á  quien  se  parece  mucho  nuestro  autor  en  la  elegancia  do  la 
n  las  intenciones  morales  de  la  fábula. 

»n  le  excedió  en  la  fuerza  poética  y  en  el  arte  de  anudar  y  desenlazar  la  ac- 
en  la  tcrnuní;  Tirso  en  la  malignidad,  Morete  en  la  sal  cómica;  Rojas  en  lafi 
trájicas.  A  todos  los  demás  es  superior  en  estas  dotes;  y  A  los  coloi^os  que 
ados,  en  la  corrección  sostenida  de  la  frase.  El  gusto  de  Alarcon  estaba  liías 
b'icios,  aunque  su  genio  no  fuese  tan  fecundo  %iv  bellezas* 
nedias  que  hemos  Icido  de  él,  son  todas  orijinales,  ya  en  cuanto  á  los  ar^^u- 
en  cuanto  á  las  situaciones,  leyendo  á  Moreto,  nos  acordamos  de  Lope  y 
unque  mejorados.  Calderón  se  copió  muchas  veces  á  sí  mismo.  Alarcon  no 
lie,  ni  se  repito.  Sus  situ<idones  son  siempre  nuevas:  lo  que  parecia  impo>i« 
i  de  las  mil  y  ochocientas  comedias  de  Lope  de  Vega.  Sus  recursos  draiuñ- 
bien  graduados  y  on  proporción  con  las  situaciones.  Su  diálogo  es  vivo,  iri- 
lleno  de  gracias  y  de  respuesta»  inesiKTadas  en  las  situaciones  cómicas,  v  de 
terribles  en  las  t  ni  jiras. 

lé  un  poda  de  tanto  mérito,  no  solo  como  autor  dramático,  sino  también 
sta,  ha  sido  tan  olvidado  de  nuestros  literatos,  que  apenas  eran  conocidas 
f  de  nuestros  adores  que  no  las  representaban?  j<^osa  eslraña!  El  mérito  de 

2  reconocido  en  toda  Europa,  que  aplaudía  el  Enthusfero  de  Corneille:  y  en  su 
'ía  era  tan  ij;norado,  que  un  mal  poeta  del  tiempo  y  de  la  escuela  de  Come- 
dos  malos  actos  una  mala  imitación  de  la  pieza  francesa,  sin  que  el  público, 
íá  el  mismo  zu reidor,  supiesen  á  quién  se  le  debia  el  pensamiento  orijina). 
lio  de  los  frutos  de  la  reacción  de  Montiano  y  de  Moratin  el  padre.  Este 
y  otros  uHichos  de  nuestra  gloria  fueron  condenados  al  olvido  por  la  injusta 
n  de  inieslro  antiguo  teatro;  tan  injusta  por  lo  ménoF,  como  la  quema  abtio- 
breria  de  1).  Quijote,  beelia  porel  ama  y  la  sobrina.  Pero  los  partidos  litera- 
uio  los  políticos  y  los  relijiosos  oo  atienden  nunca  á  la  gloria  nacional.  El 


3s  su  niMca  <*iiia. 


>  <*l  te.itio  e^pañol,  abrumado  con  las  producciones  ridiculas  del  último  ter- 
o  pasado,  volvió  á  dar  permiso  para  iepn*s«^niar  algunas  de  nuestras  cóme- 
las* una  sola  se  representó  de  Ruiz  de  Alarcon,  y  aun  esa,  no  como  suya,  sino 
ope  de  Ve<;a,  á  quien  se  atribuyó  en  ediciones  falsílieadas.  Seria  muy  difuil 
razf^n  iU*  e>le  oKidoen  la  misma  época  que  resucitaba  Tirso  de  Blolina  des- 
tea  de  dos  siglos  que  desapareció  de  la  escena:  porque  basta  las  preocupa- 
tiempo  oran  favorables  á  Alarcon,  el  ma^  regular,  el  mas  clásico,  por  decirlo 
:is  los  autores  cómicos  que  fueron  contemporáneos  suyos. 
j.<^  entendido  que  en  estos  últimos  años  se  le  ha  hecho  la  justicia  que  merece, 
m  repreMMiiadt»  ctm  aplauso  sus  dos  mejores  comedias  de  costumbres,  La 
*phoMt  V  Lts  liarediui  oi/fn.  En  Francia,  donde  ya  era  conocido  su  nombre,  por 
ad  noide  ile  t'.onieille  que  siempre  citó  las  fuentes  de  dondesacaba  b»s  argu- 
sus  dramas,  so  conocen  también  las  comedias  de  nuestro  poeta;  y  en  una  de 
rabies  colecciones  literarias  i|ucse  publican  eni*aris,  hemos  visto  el  análi- 
nas  de  ellas.  Nada  falta  ya  á  la  gloria  de  esto  ilustro  escritor,  tan  inenui^ca- 
Iras  vivió  por  los  envidiosos  y  los  ladrones  literarios,  que  imprimieron  sus 
otros  nombres,  según  consta  de  las  quejas  del  mismo  Alarcon  ea  el  prólogo 
na  que  publicó. 

»eta  no  es  de  qnellos  que  para  conocerlos  debidamente  basta  examinar  una 
US  piezas*  y  presentar  muestras  de  su  estilo.  Siendo  como  esorijinal^n  todas 
ciones,  es  preciso  examinar  las  comedias  de  mérito  que  escribió,  y  bolo  de* 
ptuarse  las  que,  ó  por  haber  sido  compuestas  en  su  primera  juventud  ó  en 
ea  que  la  inspiración  dormía,  carecen  de  los  rasgos  y  silUiicíones  dramáticas 
s,  que  tanto  abundan  en  sus  piexas  efcojidas*  Estas  pertenecen  á  diferentes 
debemos  mostrar  la  habilidad  del  escritor  en  cada  uno  do  ellos.  Empezaré- 
por  las  de  costumbres,  que  á  pe^ar  de  cuanto  digao  los  sectarios  de  la  escue  • 

23 


In  <Io  \  íctor  1Tng:o,  sonln  siempre  las  inns  nprecindas  de  la  porción  instmida  dd  pdMi- 
((>:  porque  son  las  que  cumplen  mas  dirertanienle  la  condicioD  impuesUi  por  Horacio  i 
los  poelns  (Irainálicos,  de  mezclar  lo  útil  ron  lo  agradable.  Lope  de  Vega  eo  m  im 
í^e  hacer  cnmedlii  dice  que  las  escribía  i^l  mismo  ú  despecbode  Terencio*  AlarcOD,  aloal- 
Icrar  las  formas  dram.lliras,  introducidas  por  el  fundador  de  nuestro  teatro,  eatudié  á 
iiii¡l«'»  porfiieiumenle  al  cómico  latino;  cuyo  mérilo  consiste  no  tanto  on  la  dísposícioa di 
lu  fiíbuia,  como  cu  la  instrucción  moral  que  resulta  de  ella. 


RUIZ  DE  ALARCON. 


Mja  rerdadl  so^echosa. 


.\UTicrí-o  I. 


JLSTA  pieza  es  eminentemente  moral,  \  su  acción  la  mi^ma  que  la  de  la  fábnladd 
zagal  que  entrañaba  los  pastores  gritando  que  venia  el  lobo.  Kl  resultado  es  H  miiunn. 
No  se  creyó  al  mentiroso  cuando  dijo  la  verdad,  y  se  halló  cojido  en  su  mismo  la».  la 
máxima  que  Esopo  encerró  en  un  pequeño  apólogo  la  ampliticó  Alarcon  en  nna  ro- 
inedia  en  tres  jornadas.  El  embustero  es  castigado,  no  solo  porque  pierde  sn  cródilo,  ni- 
ño también  la  mujer  que  amaba,  j  la  pierdo  de  resultas  de  sus  mentiras.  Es  iuipoiible 
ejercer  mejor  la  justicia  dramática. 

Veamos  cómo  distribuye  y  conduce  su  acción  niioslro  poeta.  P.  Reltran,  caballrrt 
de  la  primera  nobleza  de  Madrid,  orgulloso  por  su  cuna  y  sus  ritpiezas,  |M$ro  licl  wctf- 
rio  de  lo<las  las  tradicciones  generosas  que  pueden  disculpar  el  orgullo  aristocrático, 
recibe  á  su  hijo  I).  (jarcia  que  venia  de  Salamanca,  donde  liabia  concluido  sus  estudioi 
en  compañía  de  im  letrado  que  se  le  babia  dado  por  ayo.  y  que  recibe  por  premio  ¿9 
su  trabajo  una  majislratura,  alcanzada  por  el  influjo  del  padre  de  su  alumno.  Eslepf^ 
gunta  al  ayo  cucando  se  ven  solos,  si  su  hijo  tiene  alpun  virio  ó  defecto:  y  ol  ayo,  por 
mas  que  quiera  atenuarlo,  no  puede  dejar  de  decirle  que  entre  la  gente  o«tudiaD¿M 
alegre  y  de  poco  meollo,  babia  adquirido  J).  <jarciael  hábito  de 

■ 

«no  decir  siempre  verdad,» 

noticia  qt:edi'|:us(a  en  gran  manera  al  piindonomso  I),  ftellran. 

El  informe  d(l  btten  licenciado  era  por  desgracia  muy  exacto.  í).  Garda  sale  á  pa- 
searse con  Trir-tan,  criado  de  confianza  de  su  padre,  y  que  íonocia  bien  la  rórtc:  fé  i 
hoña  Jacinta  que  venia  con  snamiga  Dona  Lucrecia,  se  enamora  de  ello,  llega  á  babtar- 
la,  y  en  la  convervarion  le  dice  qiu»  es  un  caballero  indiano,  libre  y  raiiy  rico;  perorf 
mismo  queda  engañado;  porque  por  el  informe  quo  Trislan  tomó  del  lacajo  qoelai 
acompañaba,  cree  que  el  nombro  de  la  que  amaba,  es  Doña  Lucrecia  de  Luua. 

Encuentra  después  á  dos  amigos  antiguos,  que  venian  hablando  do  una  cena  y  M- 
sica  dadas  á  una  dama  en  el  rio,  y  D.  (¡arcia  se  dá  por  el  héroo  de  aquella  fiesta,  do* 
cribiendo  en  una  pomposa  relación  la  magnificencia  del  aparat'j  y  de  la  ilumÜMcioOi 
el  mérita  de  los  manjares  y  la  dulzura  de  las  sinfonías.  Pero  esto  nJ  es  mas  que  el  pie* 
ludio  de  su  carácter. 

D.  Heltran,  que  trataba  de  casar  su  hijo  con  Doña  Jacinta,  teniéndola  ya  amadla 
pasa  con  él,  entrambos  á  caballo,  por  la  calle  de  esta  dama  para  que  le  copociese.  Ja^ 
cinta  le  conoce  en  efecto;  y  aunque  desde  la  primera  vez  que  le  vio,  se  agradó  de  él  lo 
b  islante  para  balancear  su  antiguo  cariño  á  D.  Juan  de  Sosa,  uno  de  los  dos  amigos  do 
l>.  Garda,  la  disgustó  ra:icho  saber  que  había  mentido  en  decir  que  era  ¡Adiano  y  qM 


aba  un  año  había;  pues  de  D.  Deliran  supo  qiie  acababa  de  llegar  de  Salaraaora. 
npíeía  el  mentiroso  á  recibir  el  digno  castigo  con  las  sospechas  que  inspira 
nía. 

ilretanto  D/  Bellran  lleva  á  su  hijo  á  un  pasco  solitarioi  le  afea  su  vicio  de  nien- 
ue  por  Tristan  sabia  que  continuaba,  y  conduje  diciéndolecl  nialrimonio  con  l>o- 
;inta  Pacheco.  Engañado  por  el  trueque  del  nombre,  para  escusarse  con  su  padre, 
]ue  está  casado  en  Salamanca,  cuenta  cómo  la  familia  de  su  mujer  supuesta  lesor- 
lió  una  noche,  y  le  puso  en  la  alternativa  de  morir  ó  satisfacer  su  honor.  Tan  bien 
su  peligro,  y  la  furia  de  su  suegro  y  cuñado,  que  el  buen  i).  Ueltran  le  cro>ó: 
jarcia  quedó  muy  persuadido  á  que  por  lo  menos  en  aquella  ocasión  el  sabrr  mrn- 
habia  sido  útil  para  libertarse  de  un  matrimonio  á  disgusto.  U.  Juan  le  desafia 
ndole  amante  de  Jacinta;  porque  estaba  persuadido  á  que  había  sido  á  ella  á  quien 
» la  tiesta  en  el  rio:  D.  (jarcia  le  miente  diciendo  que  aquel  obsequio  se  hizo  á  una 
a  casada;  pero  aunque  mentiroso,  es  caballero  y  riñe  con  1>.  Juan.  Lle^ra  el  olro 
>  y  los  pone  en  }>az  con  la  noticia  do  las  verdaderas  festejadas,  que  para  ir  al  rio 
ieron  del  cochero  y  coche  de  Duna  Jacinta  y  causaron  lus  celos  de  J).  Juan.  El 
cesó;  pero  los  dos  amigos  quedaron  convencidos  de  que  1).  (Jarcia  los  había  eti- 
lo cuando  dijo  que  é\  babia  hecho  el  convite.  £n  íin  en  una  conversariuu  que 
con  Jacinta  en  casa  de  Lnicrecia  por  la  reja  y  de  nuche,  es  cojido  en  las  mentiras 
a  dicho,  responde  con  la  \erdad,  no  se  le  cree,  y  se  admira  de  que  no  le  crean 
lo  e^  \erdadero. 

I  la  tercer  jornada  I).  Beltran  insta  á  su  hijo  que  vara  A  Salamanca  á  traer  su  mu- 
.  <¡arcia  respondo  que  seria  inútil  la  jornada,  p<ir(|ue  su  esposa  eslá  en  <  inla  y 
aperas  departo.  El  viejo  se  alborota  con  la  idea  de  ser  abuelo;  pero  pone  al  em- 
roen  grande  aprieto  preguntándole  el  nombre  de  su  suegro  para  escribirle;  por- 
B  sehabia  olvidado  del  que  le  dijo,  aunque  ío  reiHirdó  después.  xVlíiu  sale  del  pa- 
ciendo que  tenia  dos  nombres,  uno  propio,  y  otroqu»^  tomó  al  heredar  un  mavo- 
que  exijia  el  nombre  de  D,  Dv'go  en  el  poseedor.  Úe^pues esUi»do  solo  con  'Iri^- 
e  pinta  el  desatio  que  tuvo  coii  l>.  Juan  de  Sosa,  y  concluye  con  decir  que  le  mató, 
imo  tiempo  que  llega  D.  Juan,  adornado  de  un  hábito  de  Calatrava  con  que  el  go- 
j  habia  premiado  sus  servicios.  L>.  (jarcia  dice  á  Tristan  que  le  habian  curado 
nsalmo,  y  que  él  mismo  habia  visto  semejantes  curas,  y  aun  sabia  las  paLbrasdel 
ro  que  eran  hebraicas. 

6n  J).  Beltranse  informa  deque  no  existia  en  Salamanca  la  familia  de  su  imaji- 
cónsuegro  y  sabe  que  su  hijf»  le  bn  mentido  en  cuanto  contó  desde  el  amorío  has- 
lieto.  Su  indignación  llega  á  Insumo;  reprende  «nsperísi  mamen  tea  J).  García.  Es- 
por  disculpa  su  amor  á  Doña  Lucrecia  de  Luna:  mas  el  padre  no  lo  cree  basta  que 
m,  engañado  también  en  cuanto  al  nombre  de  la  dama,  confirma  su  dicho.  Entón- 
.  Beltran  pide  la  mano  de  Lucrecia  para  su  hijo,  se  le  concede,  y  García  no  se  de- 
ña  de  su  error  hasta  que  vea  las  dos  amigas  juntas  y  descubiertas  á  la  luz  del  día. 
stigo  es  que  Jacinta  da  la  mano  a  D.Juan,  que  solq  aguardaba  para  pedirla  á  su 
',  mejorar  de  suerte. 
ite  castigo,  ademas  de  merecido,  es  el  resultado  de  su  vicio  de  mentir;  pues  si 

0  D.  Beltran  le  habló  la  vez  primera  del  casamiento  contratado,  le  hubiese  ma- 
ído su  pasión  y  no  le  hubíose  engaitado  con  la  conseja  de  Salamanca;  aunque  bu- 
errado  inculpablemente  el  nombre  de  la  que  amaba,  habría  tenido  mas  medios*  de 
le  este  error.  El  único  defecto  de  esta  comedia,  cuya  acción  está  perfectamente 
ínada  y  desenvuelta,  consiste  en  los  recursos  dramáticos,  poco  verosímiles  y  á  ve- 
intelijibles,  de  que  se  vale  Alarcon  para  perpetuar  Ja  equivocación  de  D.  (jarcia 

1  del  nombre  de  su  amada.  Pero  nos  parece  imposible  presentar  en  la  escena  un 
ler  mas  bien  descrito  que  el  del  embustero.  Su  propensión  á  mentir,  la  facilidad 
lía  con  que  lo  hace,  los  incidentes  y  circunstancias  con  que  adorna  sus  narraciones 
Mas,  los  medios  de  evasión  que  tiene  cuando  ó  la  memoria  le  flaquea,  ó  le  cojeu 
la  contradicción,  forman  el  tipo  ideal  de  un  mentiroso,  á  quien  no  refrena  ni  el 
loor,  ni  el  respeto  debido  á  la  sociedad,  ni  la  veneración  con  que  debe  acatar  á 
dre.  El  carácter  de  l>.  Beltran,  después  del  ¿e  D.  Garcin,  es  el  mejor  desempeña- 
Ittáii  bien  descritos  ef  tan  en  él  los  senümienlos  poodooorosos  de  un  caballeru  cas- 


[1801 

Irlliint»!  ¡qné  buen  padre  os!  ¡cómo  le  lisonjea  la  eapcrafiaatleleDfr  an  nielo!  8a  en- 
(hilidad,  aiiu  después  de  los  informes  del  ayo  de  su  Lijo  y  de  Trislao,  ^\clüi  la  ría  y 
lásiiina  á  nn  mismo  tiempo,  y  hace  resallar  mas  la  habilidad  para  mentir  de  IK  tsaiCN, 
<;Heronsifriie  entrañar  tantas  veres  A  quien  tan  prevenido  instaba  contra  él.  Pero  m 
rredulidad  es  otro  rasffo  profundo  de  costumbres.  Ea  muy  díGcíl  á  quien  no  Mho  adiar 
;'i  la  verdad,  persuadirse  de  que  otro  le  miente. 

Kl  <'arácler  de  Doña  Jacinta  es  poco  amable  y  nada  dramático.  Ama  á  D.  loan  par 
rostiinibre,  y  á  Garcia  por  sorpresa.  T^orazones  tan  vulgares  no  son  para  la  comñlía, 
iinirho  mas  si  no  se  inln»ducen  para  rar^rarlos  de  ridículo.  Creemos  que  la  pieía  fiMfi 
mejor,  si  Alarcon  hubiese  descrito  en  f^ma  Jacinta  nna  dama  altiva,  incapaz  de  Irana- 
Jir  ron  el  vicio  ver$;ouzoso  de  la  mentira,  y  que  casti<rase  á  iKtiarcia  negándote  á  red- 
birle  por  esposo.  Mejor  seria  eáta  caídslrofe.  E»  verdad  que  la  había  pnHentado  Calde- 
rón (MI  su  comedia  Ei  hombre  pobre  todo  es  trazoi. 

ARTÍCULO  II. 

m1í\.  célebre  Pedro  Corneille  presentó  al  teatro  francés  esta  comedia  castellana,  con  el 
titulo  del  Aímíiroto.  ivsta  pieza  íiié  muy  aplaudida  en  la  representación,  y  losiilen- 
tos  franceses  la  aprecian  como  el  primer  drama  cómico,  diurno  de  esto  nombre,  qae 
apareció  en  el  teatro  de  Paris;  asi  llama  A'oitaire  á  aquel  ilustre  poeta  el  fundador 
de  la  trajedia  francesa  por  el  Cid,  de  la  comedia  por  el  Menteur,  y  de  la  ópera  por 
Ja  iVr/Ktjf,  que  escribió  en  compañía  de  Moliere. 

Iji  comedia  francesa  co|úa  todas  las  fábulas  é  invenciones  de  D.  Garcia  en  la  Cf 
fiañola;  pero  (U)n  nmcho  discernimiento.  Se  conoce  el  tino  dramático  de  Corneille  ea 
<]ne  el  embustero,  en  vez  de  finjirse  indiano,  cuando  habla  ásu  amada*  lieeíoo  dciiie- 
^nna  ¡m{M)rtancia  en  París,  se  ünje  o6cial,  cuyo  valor  y  hazañas  habia  citado  latía* 
ceta:  lo  i;ue  era  muy  oportuno  para  ser  bien  visto  de  his  damas  en  ol  reinado  belicaio 
de  Luis  IV. 

I. as  mentiras  de  la  cena  y  musical  dada  en  el  rio,  de  su  casamiento,  de  su  fiajida 
espo!«;i  en  cinta,  de  la  muerte  de  su  rival,  las  salidas  que  da  cuando  se  olvida  del 
nombre  de  su  consnetrro,  cuando  su  dnma  le  estrecha,  cuando  su  criado  vé  vivo  al 
que  creia  muerto,  y  ei  descrédito  que  sufre  por  ua  \icÍ4>  tan-  indecoroso,  están  ea  hi 
comedia  francesa  enteramente  copiadas  de  la  española,  ii^ualmente  que  las  sales  vfr^ 
cías;  y  aun  (.kirneille  añade  de  su  cosecha  u-ua  que  ha  quedado  en  proverbio  en  rraa- 
cia  contra  los  fanfarrones.  Cuando  el  criado  ve  vivo  y  cop  salud  al  rival  de  su  amo,  dica: 

«Les  gens  que  vors  tuez,  se  ]M>r(cnt  assez  bien.» 

«Los  homhres  que  vos  matáis 
;;ozau  de  buena  salud.» 

Dos  son  las  dlf(>rencias  (}ue  notamos  entre  nna  y  otra  composición:  una,  relativa  al 
carácter  del  padre  del  embustero:  otra,  á  la  catástrofe  del  drama:  y  en  una  y  otra  aoi 
parece  snperior  Alarcon  á  Corneiiie. 

El  padre  en  la  comedia  francesa  no  es  mas  que  un  viejo  de  Tercncio  ó  do  Plaola 
que  se  deja  en^^añar  por  su  hijo:  no  es  asi  el  D.  Belíran  de  Alarcon:  no  es  un  carác- 
ter vuig:ar:  es  un  caballero  que  mira  como  un  {rran  infortunio  el  defecto  de  su  here- 
dero, defecto  que  conoce  por  los  informes  de  su  ayo  y  del  criado  Tristan:  deCBCto 
que  reprende  agriamente.  Si  a|»esarde  sus  ooliciüs  y  de  sus  cansnjoa,  el  hyo  le  cnga* 
ña  ¿quién  no  ve  que  este  rasgo  sirve  para  dar  mejor  á  conocer  el  carácter  del  meotir 
roso?  So»  parece,  pues,  que  Corneille  su^irimió  con  muy  mal  consejo  las  primerai 
escenas  de  la  pieza  española,  en  las  cuales  se  desplega  el  carácter  del).  BelU*ao.  thú^ 
zá  lo  haría  por  observar  mus  estrictamente  las  leyes  severas  del  teatro  franceaque  na 
permitían  mudar  el  lugar  déla  escena  en  un  misum  acto,  ni  introducir  uo  personáj* 
co;uo  el  ayo,  que  no  debía  volverá  parecer.  Pei'o  no  faltaban  recursos  dnuuáticos  a 


[18IJ 

Corneille  para  pnxlncir  el  mismo  «fledd  con  oíros  medioi,  y  ádemfts  ¿qué  son  las  leyes 
cenvenciooales  comparadas  con  la  pérdida  de  uu  carácter  tan  noMe  j  tan  bien  descri- 
to romo  el  del  padre  de  l>.  (larcfa? 

En  la  catástrofe  de  Alarcon  no  sale  el  embiislero  de  su  equivocación  acerca  del 
nombre  de  la  que  ama,  sino  en  el  momento  en  que  la  ve  casar  con  D.  Juan,  y  asirnís- 
mo  precisado  á  casar  con  Lucrecia.  En  la  catástrofe  deOomoille  conoce  su  error  an- 
tea de  la  última  escena:  se  baila  pn>parado  á  sufrir  las  consecuencias  sin  gran  pesa- 
dumbre, porque  Lurreeia  le  ba  parecido  miij  bcruiosa;  míente  de  nuevo  finjióndole 
que  siempre  ha  sido  el  objeto  de  so  amor;  en  vez  de  ser  hamillado,  qneda  düs;i¡rada 
J««€:inLa,  porque  siempre  humilla  auna  mujer  hallarse  «Afrafiada  cuando  cree  haber 
hecho  una  conquista.  Asi  queda  el  drama  sin  efecto  moral;  y  el  vicio  que  se  ha  des- 
crito tan  bien  no  recibe  mas  castigo  que  el  de  haberse  visto  el  vicioso  espucsto  á  ai- 
Iconos  peligros.  La  ley  de  la  espiaciotí  está  violad^i. 

Es  verdad  que  el  desenlace  de  Corneille  es  mas  natural;  pues  .\1arcon,  para  per- 
petuar el  error  de  I).  (jarcia  recurre  á  medios  que  casi  no  se  entienden,  defecto  prin- 
cipal de  la  comedia  española.  Mas  no  es  este  el  motivo  que  tuvo  Corneille  para  va- 
riar la  catástrofe,  lié  aqui  lo  que  dice  ea  el  examen  de  su  obra  sobre  esta  materia: 
i  El  autor  español  hace  que  el  mentiroso  se  c<|uivoqoc  en  castigo  desús  embustes  y 
le  obliga  á  dar  la  mano  á  Lucrecia  á  4|uicn  no  ama:  como  siempre  yerra  su  nom- 
bre y  cree  que  es  el  de  Jacinta,  presenta  á  esta  la  mana  cuando  se  le  concede  por  es" 
|iosa  la  otra;  y  dice  con  vehemencia  al  advertirle  su  error,  que  si  se  ha  engañado  en 
cuanto  al  nombre  no  en  cuanto  á  la  persona.  Entonces  el  padre  de  Lucrecia  le  ame- 
naza con  la  muerte  si  no  casa  con  su  hija  después  de  haberla  pedido;  y  su  mismo  pa- 
dre repite  la  amenaza.    \  mi  me  ha  parecido  algo  dura  esta  manera  de  concluir  la 
pieza,  y  he  creído  (|ue  un  casamiento  menos  forzado  seria   mas  del  gusto  de  nuestro 
auditorio.  Por  esto  le   he  atribuido  en  el  quinto  acto  cierta  inclinación  á  Lucrecia, 
para  que  cuando  cono/cala  equivocación  délos  nombres,  haga  de  la  necesidad  virtud 
con  menos  violencia.» 

EsLis  razones  no  nos  convencen.  El  embustero  merece  sor  humillado,  y  no  lo  es 
en  el  (inal  de  (Corneille:  falta,  pues,  la  conseituenciu  natural  é  indeclinable  del  vicio, 
en  la  cual  consiste  la  justicia  dramática.  El  castigo  de  I).  (larcía  no  es  casar  «xin  Lu- 
crecia, hermosa,  rica  y  que  le  ama;  sino  perder  a  Jacinta  á  quien  él  se  inclinaba,  y 
este  castigo  lo  reduce  casi  á  nada  la  combinación  de  (x^roeille.  En  la  de  Alarcon  se  ve?- 
ritica  con  toda  la  severidad  correspondiente  á  lo  mucho  que  se  ha  afeado  en  toda  la 
pieza  el  \icio  de  la  mentira. 

t^rneille  puedt*!  tener  razón  en  recurrir  al  sentimiento  del  auditorio  francés;  por- 
que la  galantería  de  esta  nación  era  muy  diferente  de  la  nuestra  en  aquel  siglo.  Ob- 
sérvese que  ninguna  de  las  mentiras  que  atribujen  uno  y  otro  a::tor  al  protagonis- 
ta, son  de  aquellas  que  hacen  infame  y  detestable  al  que  las  dice.  Casi  todas  son  in- 
ventadas Á  favor  délos  intereses  del  amor,  y  esto  merecía  tanta  induljencia  en  Fran- 
cia, que  casi  podian  pasar  entonces  por  ardides  y  aun  por  gracias.  Después  se  ha  vis- 
to que  acciones  mucho  mas  negras  no  kan  deshonrado  á  los  que  las  han  cometido,  y 
en  el  siglo  WIII  el  nombre  de  roué  (como  quien  dijera  ahoroido)  que  se  daba  á  los 
que  engañaban  ó  se  portaban  mal  con  las  mujeres,  lejos  de  ser  un  titulo  de  ignomi- 
nia lo  era  casi  de  gloria,  porque  uiponia  el  mérito  necesario  para  hacerse  amable  al 
bello  se\o.  A  tal  punto  llegó  la  degradación  de  las  costumbres.  Pero  la  gravedad  es- 
pañola miró  siempre  con  odio  y  desprecio,  y  nos  lisonjeamos  de  que  aun  dura  este 
justo  scutimiento,  el  hábito  de  mentir  atm  en  las  guerras  amorosaiu 

Esto  quiere  decir  que  cada  uno  de  estos  insignes  poetas  gradué  la  expiación  dra- 
mática sc*{:un  las  id<*as  y  sentimientos  de  su  nación,  y  según  la  importancia  que  en 
una  y  otra  sl»  daba  á  las  culpas  del  uieiUin^Mo.  Alavcon  ha  sido  fiel  intérprete  de  las 
máximas  (jue  profesaban  los  caballeros  de  su  tieiu|H».  No  tenemos  tantos  datos  para 
jaz^ar  si  t^rneiile  se  ha  acomodado  cim  igual  fidelidad  á  las  de  los  ceitesanos  do 
Luis  XIV.  Solo  diremos  <{ueeutóuces  el  amor  co  Espaáa  era  un  culto,  en  Francia  una 
l^alanteria. 

.No  concluiremos  este  articulo  sin  citar  el  dictamen  de  Corneille,  Juez  tan  decisi- 
vo en  nuilerias  dramáticas,  sobre  la  comedia  de  Kuiz  de  .Vlarcou.  cEl  argumento  de 


[182] 
osta  pieza  me  parece  lan  injenioso  y  tan  bien  manejado,  que  aegan  he  dicho  na- 
chas veces  y  ahora  lo  repilo,  daría  dos  do  mis  mejores  composicionet ,  porque  Amw 
invención  mia.  Se  ha  atribuido  al  famoso  Lope  de  Vega;  pero  hace  poco  que  lle|6á 
mis  manos  un  tomo  de  D.  Juan  de  Alarcon,  en  el  cual  la  redama  este  autor  *  j  te 
queja  de  los  impresores  que  la  han  dado  á  luz  bajo  otro  nombre....  Sea  de  qoiea 
fuere,  es  injeniosisima,  y  nada  he  leido  en  os|>añol  que  me  haya  gustado  mas.! 

Corneille  puso  en  la  escena  francesa  la  segunda  parle  del  Meniiroto  ,  que  no 
gustó ,  sacada  de  olra  comedia  española  que  asegura  ser  de  Lope  de  Vega.  Codio 
este  no  pudo  darle  el  mismo  título  que  Corneille,  hemos  procurado  averiguar  cuál 
por  el  argumento;  pero  hasta  ahora  han  sido  inútiles  nuestras  indagacionea. 


ARTÍCULO  III. 

1  KESENTEMOS  algunos  pasajes  de  esta  comedia,  por  los  cuales  se  justificará  cuán- 
to hemos  dicho  acerca  de  la  elocución  de  Alarcon. 

Viendo  el  ayo  de  Don  Garcia  lo  mal  que  había  sentado  á  su  padre  el  informe  que 
le  dio  de  su  vicio,  trata  do  suavizarlo  diciendo: 

cEn  Salamanca,  señor, 
son  mozos,  gastan  humor, 
sigue  cada  cual  sn  gusto. 
Hacen  donaire  del  %icio, 
gala  de  la  travesura, 
grandeza  de  la  locura; 
hace  en  fin  la  edad  su  oGcio. 
Mas  en  la  corte  mejor 
su  enmienda  esperar  podemos, 
donde  tan  validas  vemos 
las  escuelas  del  honor» 
Bfltran .  Casi  me  miu»ve  á  reir 

ver  cuan  ignorante  está 

de  la  corte:  ¿luego  acá 

no  hay  quien  le  ensene  á  mentir? 

En  la  corte,  aunque  haya  sido 

un  cstremo  Dontiarcía, 

hay  quien  le  dé  cada  dia 

mil  meoliras  de  partido.» 

Obsérvese  el  rosentimíenlo  con  que  habla  el  padre  contra  el  ayo,  aunque  solo  le 
díó  el  informe  á  instancia  suya:  resentimiento  injusto,  pero  natural  en  un  viejo  ape- 
sadumbrado. Obsérvese  también  el  tratamiento  impersonal,  sin  llamarle  ni  de  tk  ni 
de  vo$.  Asi  trataban  entonces  las  personas  de  distinción  á  lo*»  que  dependían  de  ellos, 
sin  estar  precisamente  empleados  en  su  servicio  pi>rsonal. 

El  mismo  desabrimiento  conserva  II.  Beltran  en  toda  la  escena.  Diciéndole  el  ayo 
que  no  puede  detenerse  en  la  corte,  porque  le  espera  el  empico  de  raajislratura  que 
le  han  dado,  replica  el  viejo: 

cYa  entiendo:  volar  quisiera 
porque  va  á  mandar:  á  Dios 
Letrado.  («uardeos  Dios:  dolor  estraño 

le  di6  al  buen  viejo  la  nueva. 
Al  fm  el  mas  sabio  lleva 
agriamente  un  desengaño.» 


[1«8] 

En  el  primer  diálogo  que  tienen  D.  Garcia  y  Trislan,  describe  este  muy  bien  las 
érencias  de  mujeres  poco  iionestas  que  había  en  Madrid,  comparándolas  con  las  d¡- 
rsaa  clases  de  astros.  Bs  un  trozo  bien  escrito  y  versificado,  aunque  algo  picaresco 
£!._.  concluye  esta  injeniosa  astrolojia»  diciendo: 


cY  asi,  sin  fiar  en  ellas, 
lleva  un  presupuesto  solo , 
y  es  que  el  dinero  es  el  polo 
de  todas  estas  estrellas.» 

ciendo  D.  Garcia  á  Jacinta  ijue  es  indiano,  y  muy  rico,  replica: 

Jacinta»  ¿Y  sois  tan  guardoso 

como  la  fama  los  liare?  . 
Garcia,  Al  que  mas  avaro  nace 

Hace  el  amor  dadivoso. » 

La  descripción  de  la  cena  y  mtUica  está  bccba  en  un  tono  poco  diferente  del  épi- 
:  es  un  pasaje  de  poesía  descriptiva,  en  que  el  autor  se  permite  hipérboles  atrevi- 
s.  que  allí  están  bien  colocados  para  mostrar  la  audacia  y  la  facilidad  en  mentir, 
ira  manifestar  el  estilo  de  esta  relaciooi  citaremos  los  siguientes  versos: 

<  Apenas  el  pie  que  adoro 
hizo  esfiieraldas  la  yerba, 
hizo  cristal  la  corriente , 
las  arenas  hizo  perlas: 
cuando  en  copia  disparados 
cohetes,  bombas  y  ruedas, 
toda  la  rejion  del  fuego 
bajó  en  un  punto  á  la  tierra. 

cinta  intentando  satisfacer  á  D.  Juan  celoso,  dice: 

Juan.  t¿Tú  eres  cuerdo? 

¿Cómo  cuerdo , 

amante  y  desesperado? 
Jacinta,  VueWe,  escucha,  que  si  vale 

la  verdad,  presto  verás 

cuan  mal  informado  estás.. 
Jvan.  Yoime  que  tu  tio  sale. 

Jaeinia.  No  sale:  escucha  que  fio 

satisGaicerte. 
Jvian.  Es  en  vano, 

si  aqui  no  roe  das  la  mano. 
Jadñta  ¿La  mano?  Sale  mitio. » 

VMm  vivacidad  y  gracia  en  el  diálogo  es  muy  freenenln  en  Alarcon. 
lié  ñqyÁ  los  consejos  de  1).  Beltran  á  su  hyo«  q«e  le  avisó  que  iba  á  k»  trucos  á 
«erlÍMe  oa  rato: 

I  No  aprutebo  qtie  tM  arrojéis, 
siemlo  venidt»  dt)  ayer 
á  daros  á  conocer 
á  mil  quv  no  conocéis: 
sitio  f!%  que  dos  condtcioner 
guardéis  con  mucho  cnidado. 
y  son«  ijue  Juguéis  contado, 
y  bableía  contadas  razones. 


[18*] 

Paesto  qrae  mi  fNirecer 

eft  eale,  baced  vuestro  gutto.» 

Cuando  después  sabe  por  Tristan  que 

en  término  de  un  hora 

e€hócnKC0ó<sew  mentiras.» 
So  queja  asi: 

c¡Santo  DiofI 

pues  eslo  permilia  vos, 

esto  debe  de  importar. 

¿A  uo  hijo  soW,  ¿  mi  consuelo 

que  en  la  tierra  le  quedó 

á  mi  vrjei  triste »  díé 

tnn  gran  contrapeso  el  cielo? 

Ahora  bien,  siempre  tuvieron 

los  padres  disgustos  tales: 

siempre  vieron  muchos  males 

los  que  mucha  edad  vivieron. 

Vm  la  repreasio»  qHe  da  á  su  hijo  hay  muy  excelentes  versos: 

¿Posible  es  que  tenga  un  noble 

tan  humildes  pensamientos, 

que  viva  sujeto  al  virio, 

mas  sin  gusto  y  sin  provecho? 

£1  deleite  natural 

tiene  á  los  lascivos  presos: 

obliga  á  los  codiciosos 

el  poder  que  da  el  dinero: 

el  gusto  de  los  manjares 

al  glotón:  el  pasatiempo 

y  el  cebo  de  la  ganancia 

á  los  que  cursan  el  juego: 

su  venganza  al  homicida, 

al  roliador  su  remedio: 

la  fama  y  la  presunción 

al  que  es  por  la  es|>ada  inquieto: 

mas  de  mentir  ;qué  se  soca 

sino  infamia  y  menosprecio?» 

Tri«ian  echa   en  cara  á  García  que  le  lia>a  mentido  la  uiuerte  de  D.  JuaQ»  y  él 

n*¡íii<;i: 

cSin  duda  que  le  ban  curado 

por  ensalmo. 
Ttitiatt.  Cuchillada 

que  rompió  los  mismos  sesos, 

/en  tan  breve  tiempo  sana? 
(Jafña.  ¿Ea  mucho?  ensalmo  sé  yo 

con  que  un  hombre  en  Salamanca, 

á  quien  corlaron  á  cercen 

un  brazo  con  media  espalda, 

volviéndosele  Á  pegar, 

en  monos  de  una  semana, 

quedó  tan  sano  y  tan  bueno 

como  primero. 
TrhMn.  Ya  escampa. 

(¿arcvj.  F^lo  no  me  lo  coutaruu. 


lo  Ti  JO  mbmo. 
Triiian.  ^  Ego  básU. 

Careta  De  la  verdad  por  la  vida 

no  quitaré  una  palabra. 
JHtían,  ^ué  ninguno  se  conozca! 

Señor,  mis  servicios  paga 

cpn  enseñarme  ese  ensalmo. 
GareiOn  Está  en  dicciones  hebraicas, 

j  si  no  sabes  la  lengua, 

00  has  de  poder  pronunciarlas. 
Trinan  ¿Y  tú  sábesla? 

Garcin.  ¡Qué  bueno! 

mejor  ^ue  la  castellana: 

hablo  diez  lenguas. 
Triiian.  Y  todas 

para  mentir  no  te  bastan, 


RUIZ  DE  AlARCON, 


JLms  paredes  oyen. 


ARTICULO  I. 

UoÑA  Ana  de  Contreras,  viuda  noble,  rica  y  hermosa,  es  amada  de  dos  caballeros, 
que  si  bien  iguales  en  sangre,  son  muy  diferentes  en  las  dotes  de  naturaleza,  fortuna  y 
moralidad.  D.  Mcndo  es  galán,  hacendado  y  correspondido  de  Doña  Ana,  pero  murmu- 
rador y  maldiciente:  D.  Juan,  desairado  en  el  rostro  y  talle,  pobre  de  bienes,  y  desde- 
ñado de  la  que  ama,  es  sin  embargo  un  modelo  do  sentimientos  generosos,  de  verdadero 
amor,  de  cortesia  y  afabilidad. 

D.  Mendo,  antes  de  enamorar  á  Doña  Ana,  habia  querido  á  Lucrecia,  y  aun  le  con- 
servaba algún  cariño.  Hablaba  mal  de  ella  en  su  ausencia; -pero  le  escribía  papeles  en 
2ue  no  trataba  muy  bien  á  su  actual  querida.  Se  vé,  pues,  que  no  era  un  galán  de  Gal- 
erón, ni  podia  serlo.  Un  hombre  maldiciente  no  puede  eslimar  d  nadie;  y  el  amor  sin 
estimación,  ha  de  carecer  de  delicadeza  y  de  constancia. 

Doña  Ana  que  estaba  muy  prendada  de  él,  le  oye  desde  su  reja  una  noche  de  San 
iuan,  decir  al  duque  de  Urbino,  mil  defectos  ^de  ella,  impugnando  á  D.  Juan  que  ensal- 
zaba con  el  entusiasmo  del  amor,  sus  prendas  y  virtudes.  También  cae  en  sus  manos 
una  de  las  cartas  que  D.  Mendo  escribia  á  Lucrecia.  Su  indignación  llega  á  lo  sumo  y 
le  despide.  D.  Mendo  quiere  robarla  de  un  coche  en  que  pasaba  de  Alcalá  ¿  Madrid,  y 
es  herido  por  el  duque,  enamorado  también  de  Doña  Ana,  y  por  D.  Juan,  que  disfra- 
zados de  cocheros  la  iban  sirviendo  en  aquel  viaje. 

La  maledicencia  >  este  último  atentado  del  galán  querido,  y  la  excelente  conducta 

Líos  nobles  sentimientos  de  D.  Juan,  que  se  consuela  de  la  pérdida  de  su  amada,  con 
idea  de  que  seria  esposa  del  duque,  producen  en  el  corazón  de  la  dama,  aborreci- 
miento declarado  á  D.  Mendo,  y  amor  verdadero  á  Ü.  Juan,  con  el  cual  se  casa  al  fin. 
D.  Mendo  aspira  como  en  despique  á  la  mano  de  Lucrecia;  mas  esta  la  dá  á  un  conde, 
primo  y  amigo  del  maldiciente,  que  le  vende  porque  ama  á  Lucrecia;  y  que  justifica 
con  su  conducta  la  imposibilidad  de  que  encuentre  quien  le  amo  verdaderamente  un 
hombre  mal  hablado. 

Este  es  el  argumento  del  drama.  Se  vé,  pues,  que  hay  en  él  una  intención  moral.  El 
castigo  de  la  maledicencia  es  mucho  mayor  que  el  de  la  costumbre  de  mentir  en  la  Fr. « 

24 


[186] 

dad  sospechosa^  porque  también  lo  es.  el  delito.  Cl  mentiroso  en  efecto,  cuando  sos  inen- 
tiras  no  hacen  daño  á  otro,  es  ridiculo:  el  maldiciente  excita  el  odio  y  la  esecracion. 
En  toda  la  comedia  se  procura  hacer  aborrecible  este  vicio;  j  í).  Mendo  recibe  por  pena 
el  desprecio  de  sus  amadas,  una  herida  y  las  amenazas  que  se  le  hacen  eo  la  catástrofe, 
si  no  corrijo  su  perversa  inclinación. 

En  este  drama  hay  una  de  aquellas  situaciones  difíciles  que  suelen  ser  el  examen 
de  los  poetas  cómicos.  Doña  Ana  pasa  desde  ser  amante  de  1).  Mendo,  despreciando  á 
D.  Juan,  á  amar  á  este  y  aborrecer  al  que  quería  y  con  el  cual  iba  á  casarse.  Estas  mu- 
taciones son  cl  escollo  mas  funesto  de  los  poetas  noveles:  porque  es  menester  hacer* 
las  sin  alterar  el  carácter  del  personaje,  justificar  ademas  la  alteración,  y  veríGcarli 
por  grados.  En  semejantes  ocasiones  es  mas  necesaria  que  nunca  la  regla  de  propor- 
cionar los  medios  á  los  fines;  porque  la  mudanza  parecerá  absurda  y  gratuita,  si  no 
se  atribuye  á  motivos  muy  poderosos.  Alarcon  ha  tenido  cuidado  de  esponerlos  con 
mucha  habilidad. 

1.°  Doña  Ana  es  viuda  y  rccojida:  ignoraba  el  defecto  de  D.  Mendo;  enamoróse  de 
^\  por  su  buen  talle,  gala  y  discreción,  asi  como  la  enfadaba  I).  Juan  por  su  maU 
cara  y  vestido.  La  suya  era  de  estas  pasiones  tranquilas,  que  sin  ser  delirantes,  bastan 
á  hacer  feliz  un  matrimonio  entre  personas  virtuosas  y  de  razón.  Pero  toda  su  ilusión 
debió  desaparecer  cuando  le  oyó  ofenderla  en  su  hermosura,  en  su  edad»  que  son  las 
cosas  que  mas  sienjLen  las  mujeres,  y  por  añadidura  en  su  entendimiento. 

2."  Añádese  á  esto  el  aprecio  que  vá  cobrando  á  D  Juan  por  la  nobleza  con  que 
siendo  desdeñado,  vuelve  por  ella:  la  carta  de  1).  Mendo  á  Lucrecia,  que  revela  á  Uoiia 
Ana  toda  la  perversidad  de  su  amante;  y  en  fin,  las  continuas  advertencias  y  sujestio- 
nes  de  su  criada  y  confidcnta  Celia,  favorable á  I).  Juan  por  lo  bien  que  estela  trataba, 
>  enrabiada  contra  I).  Mendo  desde  que  una  noche  la  llamó  vieja:  ofensa  tanto  mas  sen- 
sible, cuanto  debia  ya  de  ser  algo  entrada  en  años,  según  la  libertad  con  que  habla  á 
su  señora. 

^.^  Últimamente  el  lance  del  coche  acabó  de  mostrar  lo  que  podia  esperar  de  sn 
amante:  y  viendo  al  mismo  tiempo  el  amor  generoso  de  1).  Juan  que  se  sacrificaba  por 
v\  bien  de  ella,  rindió  su  corazón,  no  á  exteríoridades  que  suelen  ser  engañosas,  sino  á 
Ins  prendas  del  alma  y  á  la  noble  pasión  de  aquel  caballeío.  Todo  esto  cabe  muy  bien 
en  cl  carácter  virtuoso  v  delicado  de  la  dama. 

En  cuanto  á  los  de  l>.  Mendo  y  D.  Juan,  están  perfectamente  dibujados,  lié  aqai 
cómo  habla  el  maldiciente  de  las  damas  que  habia  querido  antes  que  á  Dona  Ana. 


Conde» 

cA  mi  señora  Lucrecia 

dad,  Ortiz,  ese  papel. 

Ortiz. 

Guárdeos  Dios. 

Maído. 

Cosa  cruel. 

conde,  es  una  mujer  necia. 

Conde. 

¿Cómo/ 

Mendo* 

Con  celos  y  amor 

sale  Lucrecia  de  sí. 

Conde. 

¿Con  causa,  D.  Mondo? 

Mendo, 

Sí: 

mas  tanto  el  yerro  es  mayor. 

Conde, 

¿Qué  hay  de  Teodora? 

Mendo. 

Quería 

que  yo  fuese  su  mando, 
como  si  hubiesen  nacido 
mis  abuelos  en  Turquía.» 

Paseándose  la  noche  de  San  Juan  con  el  duque  y  el  amante  desfavorecido,  dá  libre 
curso  á  su  lengua  satírica. 

Mendo.  i  Esta  es  la  calle  Mayor. 


Jvan. 
Siendo. 

Juan, 

Meñdo, 

Juan. 

Mendo. 

Duque, 

Juan. 

Mendo» 
Duque. 
Juan. 
Mendo. 

Duque. 
Juan. 

Mendo. 

Juan. 

Mendo. 

Juan. 

Mendo. 


[187] 

Las  Indias  de  nuestro  polo.  • 
Si  hay  Indias  de  empobrecer 
yo  también  Indias  la  nombro. 
Es  gran  tercera  de  gustos. 

Y  gran  corsaria  de  tontos» 
Aquí  compran  las  mujeres. 

Y  nos  venden  á  nosotros. 
¿Quién  habjta  en  estas  casas? 
1).  Lope  de  Lara,  un  moio 
muy  rico,  pero  mas  noble. 

Y  menos  noble  que  tonto. 
Tened,  que  bailan  allí» 
San  Juan  es  fiesta  de  todos. 
Yo  aseguro  que  van  estos 
roas  alegres  que  devotos. 
¿Quién  vive  aquí? 

Una  viuda 
muy  honrada  y  de  buen  rostro. 
Casta  es  la  que  no  es  rogada; 
alegres  tiene  los  ojos. 
Esta  imájen  puso  aquí 
un  estranjero  devoto. 

Y  entre  aquestas  devociones 
no  le  sabe  mal  un  logro. 
Un  rejidor  de  esta  villa 
hizo  este  hospital  famoso. 

Y  también  hizo  los  pobres.  > 


Cuando  llegan  los  tres  paseantes  á  casa  do  Doña  Ana,  celebrando  D.  Juan  la  hermo- 
sura de  esta  dama,  dice  D.  Mendo,  temiendo  que  aquel  elojio  inspirase  al  duque  deseos 
de  verla: 


Duque. 
Mendo. 


Ana. 
Mendo. 


Duque  d  Mendo. 
Mendo  al  Duque. 


c Ciego  sois  ó  yo  soy  ciego,  > 
ó  la  viuda  no  es  tan  bella. 
Ella  tiene  el  cerca  feo, 
si  el  lejos  os  ba  agradado, 
que  yo  estoy  desensañado 
por(|ue  en  su  casa  la  veo. 
¿Visitáisla? 

Por  pariente 
alguna  vez  la  visito: 
que  si  no,  fuera  delito 
según  es  de  impertinente. 
¡Ah  traidor! 

Si  el  labio  mueve 
su  mediano  entendimiento,  . 
helado  queda  su  aliento 
entre  palabras  de  nieve. 

Pues  la  edad  no  sufre  engaños 
aunque  la  tez  resplandece. 

Mil  botes  son  el  jordan 
con  que  se  remoza  y  lava: 
¿Pues  cómo  D.  Juan  la  alaba? 
Para  entre  los  dos,  D.  Juan 
es  un  bien  hombre,  y  si  digo 


• 


[1881 

que  tiene  poco  de  sabio,^ 
puedo  sio  hacerle  agravio. » 

^lientras  están  paseándose,  suenan  cerca  de  allí  cuchilladas;  mas  el  duqoe  exortí 
á  sus  amigos  á  seguir  á  unas  damas  que  te  han  gustado,  y  Mendo  dice  á  O.  Juan  mote- 
jando al  duque: 

% ees  mas  devoto 

de  mujeres  que  de  espadas.» 

No  puede  describirse  mejor  el  carácter  del  mal  hablado.  Pero  este  eapfritii  de  sátira 
y  murmuración  se  desenvuelve  mas  en  los  dos  actos  siguientes,  y  se  maDÍfiesta  toda  b 
vileza  y  ruindad  de  un  alma,  poseída  del  vicio  de  la  maledicencia. 


ARTÍCULO  II. 

JuA  bajeza  del  alma  de  D.  Mendo  ¿e  conoce  no  tanto  en  los  rasgos  de  maledioeocia  que 
notamos  en  nuestro  artículo  anterior,  come  en  los  ruines  pensamientos  que  leBujiered 
mal  éxito  de  sus  empresas  amorosas.  Cuando  conoce  que  Doúa  Ana  sabe  que  habló  mal 
de  ella,  cree  que  D.  Juan  la  llevó  el  chisme,  y  dice: 

cYo  colijo  que  D.  Juan 
de  Mendoza,  mal  mirado, 
la  contienda  te  ha  contado 
de  la  noche  de  S.  Juan: 
que  conozco  esas  razones 
que  el  necio  dijo  de  ti, 
poraue  yo  le  defendí 
tus  uivioas  perfecciones* 


Mas  ya  que  estás  de  esa  suerte 
de  mf,  señora,  ofendida, 
porque  le  dejé  la  vida 
á  quien  se  atrevió  á  ofenderte, 
no  me  culpes:  que  el  estar 
el  duque  Ürbino  presente 
pudo  de  mi  furia  ardiente 
el  ímpetu  refrenar.» 

Aquí  es  D.  Mendo  no  solo  maldiciente,  sino  mentiroso  también.  Prosigue  asi: 

cSi  por  eso  me  privabas 
de  ver  ese  cielo  hermoso, 
vuelve:  que  presto  por  mi 
cortada  verás  la  lengua 

Íue  en  tus  gracias  puso  mengua* 
ues  guárdate  tú  de  ti. 

Mendo.  ¿Yo  de  mi?  ¿Luego  yo  he  sido 

quien  te  ofendió? 
Ana.  Claro  está: 

¿quién  sino  tú? 
Mtndo.  ¿Cuánto  vá 

que  ese  falso  fementido, 

lisonjero  universal 

con  capa  de  bien  haoiadoy 


im] 

por  «dolarte  ha  ecmtado 
qae  éH  dyo  bien  y  yo  mal? 

Ana.  Para  mtn  fot  doi^  ])•  Juan 

e$  un  Imeñ  hombre^  y  n  digo 

que  tieM  podo  de  tabio, 

puedo  tin  hacerle  agravio, 

Vuetiro  deudo  e$  y  mi  amigo: 

$na$  etto  no  et  murmurar. 
Mendo.  Eso  dije  á  solas,  yo 

al  duque  ^ue  se  admiró 

de  verle  vituperar. 

lo  que  yo  tanto  alabé. 
Ana.  DUo  al  revés. 

Mendo.  Según  esto 

quien  contigo  mal  me  ha  puesto 

el  duque  sin  duda  fué. 

¿Aun  no  ha  llegado  á  la  corte 

y  ya  en  enredos  se  emplea?» 

Esta  escena  es  de  grande  efecto.  El  espectador,  ya  interesado  á  favor  de  D.  Juan,  y 
contrario  á  D.  Mendo,  se  complace  en  ver  que  el  maldiciente,  incapaz  de  adivinar  cómo 
aupo  Doña  Ana  aquella  conversación,  hace  peor  su  causa,  á  cada  palabra  que  dice:  y 
mucho  mas,  cuando  le  escuchaban  retirados  el  duque  y  D.  Juan  disfrazados  de  cocheros. 
Mendo  después  de  ser  herido  por  los  cocheros -supuestos,  habla  del  lance  al  conde 
au  primo,  y  le  dice: 

«Yo  tengo  una  sospecha; 

que  siempre  estas  viudas  mozas, 

hipócritas  y  santeras 

tienen  galanes  humildes 

Íara  que  nadie  lo  entienda^, 
al  valor  en  un  cochero 
los  celos  no  mas  lo  enjendran, 
que  nunca  asi  por  leales 
los  hombres  bajos  se  arriesgan. 
Esto  se  viene  rodado, 
que  sino,  no  lo  dijera: 
que  ya  sabéis  que  no  suelo 
meterme  en  vidas  i^jenas. 
Coñie  {aparte,)        Aai  tengas  la  salud.  > 

No  disgustará  á  nuestros  lectores  ver  el  contraste  con  este  carácter,  á  la  par  odioso 
y  ridiculo,  del  de  1).  Juan,  modelo  de  amantes  y  de  caballeros.  Declara  su  amor  á  Doña 
Ami  con  toda  la  ternura  y  la  desconfianza  propias  de  su  situación,  y  después  de  haber 
coaclttido>  dice  Doña  Ana : 

cPueS)  aefeor  D.  Juan,  á  Dios. 
Jtian%  Tened;  ¿no  me  respondéis? 

¿De  esa  suerte  me  df*jaís? 
Ana.  ¿No  habéis  dicho  que  me  amáis? 

Juan>  Yo  lo  he  dicho,  y  vos  lo  veis. 

Ana.  ¿No  dects  que  vuestro  intento 

no  es  pedirme  q«e  yo  es  quiera 

poroue  atrevimienlo  fueraf 
Juan.  Asi  lo  he  dicho,  y  io  síeola^ 

*'  Ana,  ¿No  decís  q«e  no  tenéis 

esperann  de  ablanianncl? 


[190J 
Juan.  Ya  lo  be  dicho, 

iliui.  ^  Y  qae  igualarme 

en  méritos  no  podéis 

¿vuestra  lengua  no  afirmó? 
Juan.  Yo  lo  he  dicho  de  este  modo. 

Ana.  Pues  si  vos  lo  decíj  todo, 

¿qué  quereb  que  os  diga  yo?> 

Esta  manera  picante  de  despedir  á  un  desdeñado,  exaspera  á  D.  Juan,  y  esclama: 

c¡Oh,  venga  la  muerte,  acabe 
con  Vida  tan  desdichada; 
que  solo  puede  su  espada 
remediar  pena  tan  grave! 
¿Qué  delito  cometí 
en  quererte,  ingrata  fiera? 
Quiera  Dios....  pero  no  quiera, 
que  te  quiero  mas  que  á  mi. » 

Cuando  el  duque,  viendo  á  Doña  Ana,  se  enamoró  de  ella,  le  dice  á  D*  Juan  mi  criado: 

cEl  duque  es  muy  poderoso. 
He  várala. 
Juan.  Por  lo  menos, 

si  vence,  alivio  será 
que  por  un  duque  la  pierdo; 
y  si  no  consolaráme 
ver  que  lo  que  yo  no  puedo, 
tampoco  ha  podido  uñ  duque. 

Cuando  ha  triunfado  en  fin  de  sus  dos  rivales,  pide  con  entereza  celos  á  Doña  Ana 
de  haber  ^isto  en  sus  manos  un  papel  de  D.  Mendo. 

Doña  Ana,  ¿qué  te  ha  obligado 
á  pretenderme  engañar? 
¿qué  te  puedo  yo  importar 
no  querido  y  engañado? 

Mejor  modo  de  obligar 
fuera  no  haberlo  leído; 
que  quien  escucha  ofendido, 
cerca  está  de  perdonar. 
¿Ajeno  papel  recibes 
cuando  mia  te  has  nombrado? 
ó  poco  me  has  estimado, 
ó  livianamente  vives. 
De  donde  he  ya  conocido 

2ue  vivir  me  está  mas  bien 
esdichado  en  tu  desden 
que  en  tu  favor  ofendido. 

No  citamos  ejemplos  de  elocución,  porque  los  ya  presentados  á  otro  propósito  baf« 
tan  para  manifestar  la  corrección  y  pureza  de  lenguaje  de  este  poeta  exceleote. 


(191) 


RlUZ  DE  ALARCON 


JEi  eüDÓtnen  de  mmrMoa» 


ARTÍCULO  I. 


Al 


UNQrE  las  comedías  Lauparedesoyeny  Laverdad  go$pechosa  pertenecen,  y  quizá  dema- 
hiaóo  á  la  clase  de  las  de  intriga,  es  tan  patente  en  una  y  otra  la  intención  moral  del  poeta, 
que  se  ha  debido  separarlas  de  las  demás  de  este  autor,  cuyo  mérito  principal  consiste 
€Mi  la  complicación  y  feliz  desenlace  de  la  fábula.  Tales  son  El  semejante  dsi  mismo.  Quién 
tntjnna  mas  d  quién ^  Los  empeños  de  un  engaño^  etc.  Oeesta  clase  solo  clej iremos  para  ana- 
lizarla el  Examen  de  maridos  ó  Antes  que  te  cases  mira  lo  que  haces;  que  es  la  única  de  este 
(género,  representada  en  nuestros  dias;  es  también  una  de  las  que  Alarcon  reclamó  co- 
uio  suyas,  habiéndose  atribuido  á  Lope  en  ediciones  furtivas. 

Una  huérfana,  jó\cn,  noble,  hermosa  y  rica,  habiendo  recibido  de  su  padre  mori- 
bundo el  consejo  tan  proverbial  como  mal  seguido.  Antes  que  te  cases  mira  lo  que  haces^ 
obliga  á  todos  los  aspirantes  á  su  mano  á  hacer  información  de  sus  méritos  y  á  sufrir 
que  se  examinen  en  juicio  contradictorio  sus  buenas  y  malas  cualidades.  Doña  Inés 
ama  al  marques  Fadriquc;  y  el  enlace  de  la  pieza  consiste  en  que  su  pasión  es  con- 
trariada por  el  evámen;  porque  otra  mujer  que  también  le  amaba  y  está  interesada  en 
desconceptuarle  con  Inés,  le  da  informes  aunque  falsos,  verosímiles,  de  defectos  ocul- 
tos y  no  tolerables.  Vacila,  pues,  entre  el  amor  y  la  razón  la  aílijida  dama.  Una  casuali- 
dad presenta  el  remedio  á  este  inconveniente  y  prepara  el  desenlace  de  la  comedia. 

Ochavo,  crisrdo  del  marques,  se  esconde  en  casa  de  Doña  Inés  en  una  chimenea, 
engañado  por  una  criada,  y  óyela  conversación  de  la  dama  con  su  mayordomo,  y  los 
su|>uesto$  defectos  de  su  amo,  á  quien  declara  cuando  lo  encuentra,  todo  lo  que  ha 
oiiJo.  El  conde  I).  Carlos,  amigo  y  competidor  del  marques,  que  continúa  en  la  oposi- 
ción por  solo  lucir  su  gala  é  injenio,  porque  estaba  ya  tratado  de  casar  con  otra  dama, 
desengaña  á  Doña  Inés,  y  cede  el  premio  que  habia  ganado  á  su  amigo. 

Los  caracteres  son  excelentes,  llenos  dé  nobleza  y  de  generosidad,  escepto  el  de  Do- 
ña Blanca,  cuyas  imposturas  contra  D.  Fadrique  no  tienen  mas  disculpa  que  el  amor. 
l^  elocucicm  es  tan  pura  y  correcta  como  en  las  demás  comedias  de  Alarcon,  y  los  diá- 
logos están  llenos  de  gracia  y  vivacidad.  El  interés  de  la  acción  es  siempre  sostenido 
y  crece  succesivamenle  hasta  el  fin. 

El  marques  D.  Fadrique  se  despide  del  amor  de  Doña  Blanca  de  esta  manera  ur- 
liana  y  picante: 

c  Cuando  empezó  mi  deseo 

á  mostrar  que  en  ti  vivía, 

ni  aun  la  esperanza  tenja 

del  estado  que  hoy  poseo.  ^ 

Entonces  tú,  como  á  pobre, 

te  mostraste  siempre  dura, 

que  el  oro  de  tu  hermosura 

no  se  dignaba  del  cobre. 

Heredé  por  suerte;  y  luego, 

ó  fuese  ambición  ó  amor, 

mostraste  á  mi  ciego  ardor 

correspondencias  de  fuego: 

mas  la  herencia  que  la  gloria 


[192] 
me  dio  de  tu  yenci  mientOt 
fué  también  impedí  mentó 
para  gozar  la  victoria; 
pues  estoy,  Blanca,  obligado 
á  dar  la  mano  á  mujer 
de  mi  linaje»  6  perder 
la  posesión  del  estado. 
Esta  ocasión  me  desvía 
de  ti;  pues  según  argujo, 
ni  rico  puedo  ser  tuyo, 
m  pobre  cjuieres  ser  mia. 
Perdida,  pues»  tu  esperanza^ 
si  otra  doy  en  celebrar, 
es  divertirme,  no  amar; 
es  remedio,  no  mudanza. 
Así  que  A  no  poder  mas 
mudo  intento:  si  pudieres 
baz  lo  mismo,  que  si  quiérete, 
mujer  eresik  J  podrás.  > 

La  escena  mejor  escrita  de  todas  es  la  de  Doña  tnes  con  su  mayordomo  Bellnm,  q«e 
le  informa  de  las  calidades  de  sus  pretendientes^ 


fieltran. 


Inés* 

Beliran. 

Ine$. 

Beltran, 
Jues, 


Jues  {leyendo  ) 


Bvifran. 
Inés. 


D.  Juan  de  Vivero, 

mozo  galán,  gentil  hombre, 

galiciano  caballero: 

es  modesto  de  costumbres, 

aunque  dicen  aue  fué  un  tiempo 

A  jugar  tan  inclinado« 

que  perdió  basta  los  arreos 

de  su  casa  y  su  persona; 

pero  ya  vive  muy  quieto. 

fcl  que  jugó,  jugará. 

Borradle. 

.••t •*«'•...••.......• 

Este  es  D.  Juan 
de  Guzman,  noble  mancebo. 
¿No  es  este  el  que  ayer  traía 
una  banda  verde  al  cuello? 
Ese  mismo. 

Pues  yo  dudo 
que  escape  de  loco  ó  necio, 
que  preciarse  de  dichoso 
nunca  ha  sido  acción  de  cuerdo. 
En  tanto  que  el  máximo  planeta  en  su  gira 
veloz  ilustre  el  orbe,  y  sus  piramidales 
rayos  iluminen  mis  vitreos  ojos... 
¡Oh  qué  Gno  mentecato! 
¡Y  (|ué  puro  majadero! 
¿quieres  oír  su  consulta? 
No  Beltran,  borradle  presto. 
y  al  márjen  poner  asi: 
esie  se  borra  por  neciOy 
no  se  consulte  otra  tez^ 
porque  es  falta  sin  remedia. 


Bellran, 


1).  GuUlen 


Inés. 

Beliran. 

Ine$. 

Bdtran. 
Ina. 


Beitran, 

Inés. 

Beltran. 


Inés. 


BeUran. 
Inesi 


Beltran, 

Inés. 

BeiUran. 

Inés, 

BeiUran. 

Inés. 

BeUran. 

Inés. 


BeUran. 
Inés. 


BéUran, 
Ihes. 
BeUran. 
Inés. 


[193] 

de  Aragón  se  ñgue  laego, 
de  buen  tatte  y  gentil  brio: 
sobre  na  condado  trae  pleito. 
¿Pleito  tiene  el  desdichado? 
Y  dicen  que  con  derecho; 

Sie  sus  letrados  lo  afirman* 
los  ¿cuándo  dicen  menos? 
¡Gran  ppeta! 

Buena  prenda, 
cuando  no  se  toma  el  serlo 
por  oficio. 

Consulta 
del  conde  D.  Juan. 

Ya  entiendo. 
Es  andaluz,  y  su  estado 
es  muy  rico  y  sin  empeño, 
y  crece  mas  cada  dia 
que  trata  y  contrata. 

.  Eso 
en  un  caballero  es  fidta: 
que  ha  de  ser  el  caballero 
ni  pródigo  de  perdido, 
ni  de  guardoso  atariento. 
Dicen  que  es  dado  á  mineros. 
Condición  que  muda  el  tiempo: 
casará  y  amansará 
al  yugo  del  casamiento. 
No  es  puntual. 

Esseilor. 
Mal  pagador. 

Caballero. 
Avalentado. 

Andalui. 
Es  yiudo. 

Borradle  presto: 
que  quien  dos  yeces  se  casa, 
ó  sabe  enviudar  ó  es  necio. 

Solo  el  marques  D*  Fadrique 
resta  ya;  sus  prendas  leo. 
Decidme  ¿qué^informaeion 
hallasteis  de  los  defectos 

ue  aquella  mujer  me  d^o? 

ue  son  todos  verdaderos. 
¿Qué?  ¿son  ciertos? 

Ciertos  son. 
Pues  borradle:  mas  teneos, 
no  le  borréis,  que  es  en  vano, 
entretanto  que  no  puedo, 
como  su  nombre  en  él  libro, 
borrar  su  amor  en  mi  pecho.t 


s 


liemioM  rasgo  de  pasión  j  de  carácter/ 


25 


[1941 


ARTÍCULO  n. 

ijOMO  el  asunto  de  este  drain<i  es  una  competencia  entre  rivales,  proporcionó  nataraU 
mente  á  su  autor  desplegar  las  ideas  y  sentimientos  caballerosos  de  su  siglo.  En  ellos 
se  distinguían  sobre  todos  1).  Fadrique  j  D.  Carlos. 

Estos  caballeros  eran  amigos;  pero  D.  Fernando  de  Herrera,  padre  de  Doña  Blanca, 
pide  á  Carlos  que  se  interese  con  Ü.  Fadrique  para  que  deje  el  obsequio  de  su  hija  que 
daba  escándalo,  j  concluye  diciendo: 

«pues  lo  ha  de  hacer  el  acero, 
si  vos.  Conde,  no  lo  hacéis.» 

£1  conde  D.  Carlos  le  responde: 

ccl  intentarlo  os  prometo, 
pero  el  conseguirlo  no: 
mas  esto  solo  fiad, 
pues  de  mi  os  queréis  valer: 
que  el  marques  ha  de  perder 
ó  su  amor  ó  mi  amistad. » 

En  cumplimiento  de  su  promesa  habla  á  D.  Fadrique  sobre  esta  materia,  y  eonclaye  así: 

cUna  de  tres  cscojed, 
ó  no  amar  á  Blanca,  ó  darle 
la  mano,  ó  dejar  de  ser 
mi  amigo  por  ser  su  amante. 
Primero  que  me  resuelva 
on  un  negocio  tan  grave, 
los  celos  de  mi  amistad, 
que  al  encuentro.  Conde,  salen, 
me  obligan  á  que  averigüe 
mis  quejas  y  sus  verdades. 
¿Cómo  si  de  ajena  boca 
supisteis  que  soy  amante 
de  Blanca,  no  tenéis  celos 
de  que  de  vos  lo  ocultase? 
Porque  los  cuerdos  amigos 
tienen  razón  de  quejarse 
de  que  la  verdad  les  nieguen, 
mas  no  de  que  se  la  callen: 
y  asi  de  vuestro  silencio 
no  be  formado  celos;  antes 
os  estoy  agradecido: 
que  presumo  que  el  callarme 
vuestra  afición,  fué  recelo 
de  que  yo  la  reprobase, 
porque  no  consienten  culpas 
las  honradas  amistades.» 

Fadrique  condesciende  con  la  solicitud  de  Carlos,  se  presenta  como  pretendiieiite  de 
Doña  Inés,  su  prima,  y  le  manifiesta  sus  prendas  y  gracias.  Doña  Inés  le  repone: 

<  ¡Qué  altivo  y  presuntuoso; 


Fadrique, 


Carlos 


[195] 

<fiié  confiado  y  lozano 

os  mostráis  t  marques!  no  en,  vano 

dicen  que  sois  jactancioso. 

Bien  fundan  sus  esperanzas 

vuestros  nobles  pensamientos 

en  tantos  merecimientos: 

mas  á  vuestras  alabanzas 

y  á  las  prendas  que  alegáis, 

bailo  una  &Ita«  marques, 

que  no  negareis. 

Fadrique.  ¿Cuál  es? 

¡nes.  Ser  vos  quien  lo  publicáis. 

Fadrique.  Re^la  es  quo  en  la  propia  boca 

la  alabanza  se  envilece; 
mas  aquí  excepción  padece, 
pues  á  quien  se  opone  toca 
sus  méritos  publicar: 


decirlos  yo  es  proponer, 
es  relación,  no  alabanza, 
alegación,  no  probanza, 
que  esa  vos  la  nabeis  de  hacer.  > 


Ninguno  de  los  dos  amigos  sabia  que  el  otro  era  su  rival  en  la  pretensión  de  Dofia 
Inés.  Cuando  llegan  á  saberlo  queman  dejar  la  empresa,  mas  ya  les  era  imposible 
por  haberse  presentado  á  ella  públicamente.  Kesuélvense  eñ  competir  con  nobleza  sin 
ofender  las  leyes  de  la  amistad,  y  así  lo  cumplen.  En  un  torneo  celebrado  en  obsequio 
de  Doña  Inés,  llevan  iguales  premios  los  dos  amigos,  y  se  dan  mutuamente  la  enhora- 
buena. Carlos  hace  mas:  sabiendo  de  su  amigo  que  está  enamorado  do  Doña  Inés,  y 
viendo  en  ella  indicios  de  que  le  correspondía,  se  resuelve  á  enamorar  á  Blanca  para 
dejar  libre  á  su  amigo  la  que  amaba. 

Fadrique  sabe  por  la  revelación  de  su  criado,  que  Blanca  le  indispuso  con  Doña 
ines,  atribuyéndole  defectos  falsos.  Cuéntale  este  hecho  á  Carlos,  do  quien  ya  sabia  que 
amaba  á  la  calumniadora;  pero  siempre  noble,  siempre  caballero,  le  oculta  su  nombre, 
y  solo  dice: 

cUna  mujer  me  ha  querido 
con  las  faltas  que  escucháis 
desacreditar. 
Cdrloi.  Marques, 

daros  pienso  á  Doña  Inés, 
pues  vos  A  Blanca,  me  dais.  > 

Y  en  efecto,  habla  á  la  engañada  dama,  le  enumera  los  defectos  de  que  habian  acu* 
aado  á  D.  Fadrique,  le  asegura  aue  son  falsos,  y  lo  dice  en  prueba  que  él  mismo  fué  el 
que  los  inventó  para  libertarse  de  un  competidor  tan  peligroso,  y  añade  que  lo  hizo 

<  por  vencerle  y  por  vengarme 
de  vos;  y  ya  que  mi  intento 
conseguí,  pues  que  la  mano 
que  me  ofrecéis,  no  la  quiero, 
como  noble  restituyo 
al  marques  lo  que  le  debo.  > 

Esta  mentira  en  aquellas  circunstancias  puede  llamarse  oficiosa;  pues  no  Cenia  Cár^ 


[196] 

los  otro  medio  de  convencer  á  Doña  Inés  de  la  falsedad,  que  acusarse  á  si  mismo  de  ella. 
Concluiremos  este  examen  con  el  siguiente  diálogo-entre  Ochavo  y  Mencia. 

Ochavo.  Y  tú,  enemiga,  haz  también 

un  examen,  y  si  acaso 

te  merezco,  pues  me  abraso , 

trueca  en  amor  el  desden. 
Mencia.  ¿Bebe? 

Ochavo,  Bebo. 

Mencia,  ¿Vino? 

Ochavo,  Puro. 

Mencia.  Pues  ya  queda  reprobado, 

que  yo  quiero  esposo  aguado. 


Ochavo.  Si  mi  culpaba  sido 

beberlo  puro,  bien  puedo 
no  quedar  desesperado. 
Aguado  soy:  que  aunque  puro 
siempre  beberlo  procuro, 
siempre  al  fin  lo  bebo  aguado ; 
pues  todo,  por  nuestro  mal, 
antes  de  salir  del  cuero, 
en  el  Adán  tabernero 
peca  en  agua  orijinal. 

RUIZ  DE  ILARCON. 

€UMHmr  anUffBBm 


E 


iSTE  poeta  se  ejercitó  también  en  la  comedia  heroica,  tan  del  gusto  de  sa  siglo.  En- 
tre las  que  escribió  en  este  género  sobresalen  Ganar  amigos  ó  la  que  muteko  vak  mudbo 
cuesta^  Los  pechos  privilejiados  ó  nunca  mucho  costó  poco^  y  la  amistad  castigada.  Comenxa- 
remos  por  la  primera,  que  es  la  mejor  de  las  tres>  aunque  todas  tienen  el  defecto  gene- 
ral de  demasiada  complicación  en  la  fábula. 

La  acción  de  ganar  amigos  se  reduce  al  peligro  de  que*escapa  el  privado  de  un  rey, 
acusado  calumniosamente  de  un  delito  atroz,  por  haber  procurado  hacer  bien  y  ad* 
quírir  amigos  en  todo  el  tiempo  que  gozó  de  su  privanza.  £1  marques  D.  Fadrique, 
valido  de  I).  Pedro  el  Cruel,  perdona  y  salva  á  D.  Fernando  de  Godoy,  que  había  muer- 
to á  su  hermano  en  un  desafío:  impide  la  muerte  que  el  rey  quería  dar  á  D.  Pedro  de 
Luna  por  haber  violado  el  decoro  de  su  palacio:  gana  á  D.  Diego  de  Padilla,  prome- 
tiéndole no  volver  á  hablar  á  su  hermana  Flor,  causa  de  la  muerte  de  su  hermano,  y 
haciendo  que  el  rey  le  favorezca. 

Yióse  después  calumniado  y  preso  por  un  delito,  cuyo  verdadero  perpetrador  era 
D.  Diego;  y  tanto  este  caballero  como  los  otros  dos  favorecidos  por  el  marques,  se  pre» 
sentan  á  padecer  por  él:  Padilla,  como  verdadero  delincuente;  Godoy,  como  autor  de 
la  muerte  del' hermano  que  la  envidia  achacó  á  D.  Fadrique  cuando  le  vio  caido;  y 
Luna,  ofreciéndose  á  sacarle  de  la  prisión  y  á  quedarse  en  ella.  El  rey  que  escuchaba 
escondido  la  generosa  lucha  de  los  cuatro,  perdona  á  los  delincuentes  y  vuelve  á  fu 
gracia  al  marques. 

Esta  es  quizá  la  comedia  mejor  escríta  y  dialogada  de  Alarcon.  La  elocución  es 
siempre  correspondiente  á  la  nobleza  de  los  sentimientos  que  en  ella  se  describen.  La 
escena  en  que  el  marques  quiere  averiguar  del  matador  de  su  hermano  quiénes  j  cuár 
les  eran  sus  relaciones  con  Flor,  es  admirable.  Godoy  hace  alguna  resistencia  á  decla- 
rarse, y  el  marques  le  dice: 


Fenuindo. 
Fadrique. 


Femando. 
Fadrique, 


[197] 
fl  Ved  que  me  habéis  agraviado : 
pues  dais  en  eso  á  entender 
que  (M  enjendra  ífA  poder, 
y  no  mi  yalor  cuidado. 
¿Cómo? 

Clara  es  la  raion 
en  que  este  argumento  fundo: 
que  si  las  leyes  del  mundo 
piden  la  satis&ccion 
eomo  fué  la  ofensa,  es  llano 

3ue  cuerpo  á  cuerpo  los  dos 
ebo  yengarme»  pues  vos 
matasteis  asi  á  mi  hermano. 
Es  asi. 

Pues  si  es  asi, 
y  que  estamos  hombre  á  hombre, 
querer  ocultarme  el  nombre 
cuando  os  tengo  á  vos  aquí , 
y  decir  que  de  esa  suerte» 
si  no  08  quiero  perdonar 
mi  ofensa,  pensáis  librar 
vuestra  vida  de  la  muerte, 
¿no  es  evidente  probania 
de  que  pensáis,  que  pretendo 
saber  quién  sois,  remitiendo 
á  otra  ocasión  mi  venganza? 
Pues  si  teniéndoos  presente, 
pensáis  que  no  quiero  aquí 
vengarme  de  vos  por  mi , 
dais  A  entender  claramente 
que  os  pretendo  conocer, 
porque  pueda  en  mi  ofensor 
lo  que  ahora  no  el  valor, 
hac^r  después  el  poder. » 

D.  Fernando,  convencido  por  las  razones  del  marques,  le  confiesa  su  nombre;  pero 
m  cuanto  á  Flor,  dice: 

lo  primero, 

pensad  que  jamas  su  honor 
sufrió  la  duda  menor: 
luego,  como  caballero 
y  galán,  me  decid  vos, 
si  dado  caso  que  fuera 
yó  tan  dichoso  que  hubiera 
secretos  entre  los  dos, 
¿diera  el  descubrirlos  fama 
á  mi  honor,  si  es,  según  siento, 
inviolable  sacramento 
el  secreto  de  la  dama? 
Pues  si  callar  os  prometo, 
el  ser  quien  soy  ¿no  me  abona? 
No  hay  excepción  de  persona 
en  descubrir  un  secreto. 
En  vano  estáis  porfiando. 
Advertid  que  con  callar 
me  dais  mas  que  sospechar 
que  podéis  dafiar  hablando. 


Fadrigue, 
Femando, 


FadriqHf, 


[198] 
si  al  constante  desvario 
en  que  dais,  de  Doña  Flor 
os  ha  obligado  el  honor. 
Fernando.  No  me  obliga  sino  el  mío: 

ni  teino  que  sospechéis 
de  su  honor  por  eso  mal, 
que  sois  noble,  y  como  tal 
la  sospecha  enjendraréis. » 

Irritado  el  marques  del  silencio  de  Godoj,  se  resuelve  á  arrancarle  el  secreto  ác»* 
tocadas.  Sacan  las  espadas,  riñen,  y  el  marques  triunfa,  y  le  pregúntalo  que  le  ha  pi- 
sado con  Flor. 

Fernando,  Resuelto  á  callar  estoy. 

Fadrigue.  ¿Qué  os  resolvéis  en  efecto, 

si  con  la  muerte  os  obligo 

á  no  decirlo? 
Fernando.  Conmigo 

ha  de  morir  mi  secreto. 

El  marques  elojiaesta  noble  determinación,  le  concede  la  vida  y  aftade: 

c Guardaos  si  viene  á  saberse 
que  fuisteis  vos  mi  ofensor: 
porque  en  tal  caso  mi  honor 
habrá  de  satisfacerse: 
mientras  no,  para  conmigo 
no  solo  estáis  perdonado, 
pero  os  quedaré  obligado, 
si  me  queréis  por  amigo.  > 

Tales  eran  los  sentimientos  caballerosos  de  la  época:  y  si  la  venganza  se  miraba 
como  permitida,  era  solo  por  no  sufrir  el  desdoro  de  que  se  dudase  de  la  valentia.  La 
ilustración  de  nuestro  siglo  no  ha  podido  acabar  con  esta  preocupación  ni  con  el  desa- 
fio, que  es  su  consecuencia  inmcdiafa;  pero  nuestra  perversidad  ha  destruido  el  respeto 
al  honor  de  las  damas,  el  sacriGcio  de  la  vida  á  fivor  de  la  amistad  y  de  la  repataaon: 
en  fin,  casi  todos  los  afectos  generosos  propios  de  aquel  tiempo.  Sabemos  mas  sí  sa 
quiere:  tenemos  menos  preocupaciones;  pero  nos  conducimos  peor  en  las  relaciones  so* 
ciales.  ¿Qué  se  ha  sustituido  al  culto  que  se  tributaba  entonces  al  valor,  al  honor  y  al 
amor?  El  anhelo  de  la  codicia  y  los  tormentos  de  la  ambición. 

RUIZ  DE  ALARCON. 


Jt^STE  es  el  drama  en  que  Ruiz  de  Alarcon  desplegó  mas  conocimientos  morales  y  po- 
líticos. Abunda  en  excelentes  principios,  espresados  con  toda  la  dignidad  de  la  trsje- 
dla.  ^^  menester  leerlo  todo  para  conocer  el  mérito  de  la  elocución,  aunque  no  da- 
remos de  citar  algunos  de  los  trozos  que  nos  han  parecido  mejores. 

t^o  merece  tal  elojio  ni  el  plan  ni  la  disposición  de  la  fábula.  El  interés  que  excita 
el  primer  acto  se  debilita  notablemente  en  los  otros  dos.  1).  Melendo,  conde  de  Gali- 
cia, tiene  dos  hijas,  Leonor  y  Elvira.  Rodrigo  de  ViUagomez,  infanzón  de  León*  ama 


ÍI99] 

oorrespondido  á  la  primera  j  ha  tratado  con  el  conde  qtfe  es  su  amigo,  casar  con  ella. 
Alonso  V.  rey  de  León,  ama  á  Elvira^  mas  no  para  hacerla  su  esposa.  Quiere  que  su  pri- 
▼ado  Villagomez  le  sirva  de  tercero  en  su  amorfo,  j  el  noble  infanzón  se  resiste:  pierde 
asi  su  gracia  y  valimiento. 

Pero  desde  el  principio  del  segando  acto  hasta  el  fin,  apenas  da  un  paso  la  acción, 
^  pesar  de  los  muchos  lances  y  episodios,  y  de  so  huen  estilo.  Los  sucesos  posterio- 
res hasta  el  desenlace  han  de  estar  contenidos  en  los  anteriores  y  en  el  carácter  cono- 
cido de  los  personajes,  y  de  tal  manera  enlazados  que  crezca  á  cada  momento  la  curio- 
sidad del  espectador.  Al  fin,  Alonso  casa  con  Elvira  por  no  sufrir  que  diese  su  mano  á 
QD  D.  Sancho,  rey  de  Navarra,  que  la  amaba,  y  vuelve  á  su  gracia  á  Villagomez;  por- 
que el  pueblo  y  los  grandes  de  León  mormuraban  de  su  caida. 

Es  natural  que  se  pregunte  la  raion  dd  titulo.  Desde  la  segunda  jornada,  sin  ser 
anunciada  ni  esperada,  se  presenta  Jimena,  montañesa  de  León,  nodriza  de  Villago- 
mez, que  adora  á  su  alumno,  y  que  siendo  valiente  y  de  muchas  fuerzas,  le  salva  de 
un  lance  en  que  el  rey  queria  matarle.  Cuando  llegó  el  momento  de  la  reconciliación, 
Alonso  V.  concedió  á  la  casa  de  Villagomez  el  privilejio  de  que  gozasen  nobleza  las 
amas  que  diesen  el  pecho  á  sus  hijos.  Alarcon  en  los  últimos  versos  de  la  pieza  asegu- 
ra que  en  su  tiempo  se  conservaba  este  raro  privilejio  en  aquella  familia. 

La  mejor  escena  es  sin  disputa  la  segunda  del  prípier  acto,  en  que  el  rey  declara  á 
Villagomez  su  amor,  y  le  pide  que  sea  su  tercero.  D.  Rodrigo  le  responde  que  Melen- 
do  no  le  negará  su  hija  si  se  la  pide  por  esposa. 

AUnuo.  ¿En  tan  poco  habéis  creído 

(j^ue  me  estimo,  que  os  pidiera, 

SI  ser  su  esposo  quisiera, 

el  favor  que  os  he  pedido? 
Rodrigo.  ¿Y  en  tan  poca  estimación 

os  tengo  yo,  que  debia 

presumir  que  en  vos  cabia 

mjusta  imajinacion? 

¿Y  en  tan  poco  me  estimáis 

y  me  estimo  yo,  que  crea 

que  para  una  cosa  fea 

valeres  de  mi  queraisf  > 

El  rey  se  disculpa  con  la  violencia  de  su  pasión.  Villagomez  le  replica  que  si  puede 
vencerla  para  no  casarse  con  Elvira,  ¿por  qué  no  la  ha  de  vencer  para  no  ofenderla? 
El  re j  le  responde: 

«Porque  lo  primero  fondo 
en  buena  razón  de  estado; 
y  en  estar  enamorado, 
que  es  sin  razón,  lo  segundo.» 

Villagomez  hace  presente  al  rey  que  en  nada  le  manifiesta  mas  su  amistad  que  en 
oponerse  á  su  intento. 

i 

Alomo,  Yo  me  doy  por  advertido 

y  del  consejo  obligado: 
mas  pues  habiéndole  dado 
con  quien  sois  habéis  cumplido, 
determinándome  vo 
á  no  tomarle,  Rowrigo, 
debe  ayudarme  mi  amigo 
á  lo  mismo  que  culpó. 

SeiW>r,  la  misma  raion 


[200] 

porque  á  mi  me  lo  encargab 
hace,  8Í  bien  lo  miráis, 
la  major  contradicción: 
que  81  á  Elvira  puedo  hablar 
por  ser  amigo  del  conde, 
con  eso  mismo  responde 
mi  fé,  fue  me  ha  de  escusar: 
pues  ni  yo  fuera  Rodrigo 
de  Yillagoraez,  ni  fuera 
digno  de  que  en  mi  cupiera 
el  nombre  de  vuestro  amigo» 
si  solo  por  daros  gusto 
en  un  caso  tan  mal  hecho, 
hiciera  á  un  amigo  estrecho 
un  agravio  tan  injusto,  i 


El  rey  continua  instándole,  añadiendo: 


c  y  para  que  os  reduzcáis, 
advertid  que  es  necedad 
perder  de  un  rey  la  amistad 
por  lo  que  no  remediáis: 
que  para  este  fin,  Rodrigo, 
mil  vasallos  tendré  yo 
sin  dificultad:  vos  no 
fácilmente  un  rey  amigo.  > 

Rodrigo  permanece  firme,  el  rey  lo  despide  indignado,  y  él  esclama: 

ff^Esto  es  servir?  ¿estos  son 
¿los  premios  de  la  finezaf 
¿los  fines  de  la  grandeza? 
¿los  frutos  de  la  ambición? 
¿de  modo  que  la  razón 
no  ha  de  ser  ley,  sino  el  gustof 
¿y  que  cuando  el  rey  no  es  Justo, 
quien  conserva  su  privanza 
viene  á  dar  cierta  probanza 
de  que  también  es  injusto? 
Pues  no,  no  perdáis,  honor, 
la  alabanza  mas  segura: 
que  ser  privado  es  ventura, 
no  quererlo  ser,  valor. 
El  privar  es  resplandor 
de  igenos  rayos  prestado, 
y  es  luz  propia  haber  mostrado 
que  quiso  mas  ser  Rodrigo 
buen  amigo  de  su  amigo 
que  de  su  rey  mal  privado.  > 

Semejantes  á  estas  sentencias,  hay  otras  muchas  en  el  drama,  como  llamar  al  aiaisli 

del  peso  del  gobierno 

un  lustroso  ganapán. » 

O  esta: 

cEl  vulgo  mal  inclinado 

siempre  condena  al  privado, 


[MI] 

siempre  duculpa  al  caído. » 
O  bien: 

«No  se  merece  sirviendo, 
agradando  se  merece*  > 

Estos  versos  los  dice  Villagomez  al  conde,  pero  sin  decirle  por  qaé  habia  caido  de 
la  gracia  del  rey,  y  al  despedirse  añade: 

flPnes  sois  mi  mayor  amigo, 
y  callo,  debe  de  ser 
imposible  declararme; 
mas  si  sabéis  discurrir, 
barto  os  digo  con  partir, 
con  callar  y  no  casarme.  > 

Diciéndole  el  conde  que  le  volverá  á  la  gracia  y  á  la  privanza  del  rey,  le  responde: 

c  Lo  que  pedis  os  permito; 
si  bien,  Melendo,  os  limito 
el  volverme  ala  privanza: 
la  gracia  sí  me  alcanzad: 
que  esta  es  forzoso  que  precie, 

Sues  no  bacerlo  foera  especie 
e  locura  ó  deslealtad: 
pero  el  asistirle  no: 
porque  si  Faeton  viviera, 
fuera  necio  si  volviera 
al  carro  que  lo  abrasó*» 

Cuaresma  dice  que  el  hombre  ruin,  elevado  á  alto  puesto 

ees  un  giganton  del  Corpus 
que  lleva  un  picaro  dentro.  > 

Ramiro,  succesor  de  Villagomez  en  la  privanza,  no  tiene  sus  nobles  sentimientos; 
dice  que 

fl las  leyes 

en  las  manos  de  los  reyes 
que  las  bacen,  son  de  cera: 
y  que  puede  un  rey  qne  intenta 

Iue  valga  por  ley  su  gusto, 
acer  licito  lo  injusto 
y  bacer  bonrada  la  afirenta*» 

El  rey  aplaude  á  estas  máximas  implas  en  moral  y  en  política,  como  joven  y  ena- 
morado. 

La  situación  del  fin  del  primer  acto  es  sumamente  teatral.  El  conde  encuentra  en 
m  casa  al  rey  y  á  Ramiro,  sin  conocer  al  primero,  y  los  acomete  al  frente  de  su  ' 


Ccndé* 

Muera  el  aleve  Ramiro. 

Romiro, 

Perdidos  somos,  señor. 

Bermudo. 

Mueran. 

Elvira. 

¡Ay  de  mi! 

Atfaiuo. 

Teneos 

al  rey. 

Cande. 

lAlrqr? 

Aifoñ». 

Si. 

26 


[202] 
Conde.  £1  rey  sois, 

aunque  no  lo  parecéis.» 

Rasgo  sublime,  y  que  como  todos  los  de  su  especie  encierra  muchos  pensamientos, 
y  anuncia  gran  vigor  de  ánimo  en  el  infanzón  lea),  y  pundonoroso,  que  al  pronunciar  es- 
las  palabras,  deja  caer  la  espada. 


RUIZ  DE  ALARCON. 

JLa  a§nistmi  easUgada. 


UlONISIO  el  menor,  rey  de  Sicilia,  debia  la  corona  á  su  primo  Dion;  pero  enamorado 
de  Aurora,  bija  de  este  béroe,  y  no  pudiendo  refrenar  su  pasión ,  determina  satisfacerla 
á  toda  costa,  y  clije  por  tercero  de  su  amorío,  á  Filipo,  que  desterrado  antes,  se  pre- 
sentaba entonces  en  la  corte  por  vez  primera.  Filipo  visita  á  la  dama  de  parte  de  so 
tio,  y  aunque  ciego  de  amor  cuando  vé  su  hermosura,  cumple  su  comisión  y  es  des- 
pedido con  enojo.  Habia  ademas  otros  dos  principales  señores  que  la  amaban.  Poli- 
ciano y  Ricardo  (nombres,  por  decirlo  de  paso  muy  poco  griegos).  El  primero  estaba 
tratado  de  casar  con  ella ,  y  Dion  habia  dado  su  consentimiento :  el  rey  impidió  este 
casamiento  con  varios  pretestos.  Ricardo,  sumamente  leal  á  Dionisio,  se  aparta  de  su 
pretcnsión,  apenas  sabe  que  el  rey  ama  á  Aurora. 

Esta  prefiere  entre  sus  cuatro  amantes  á  Filipo:  en  una  segunda  conversación  con 
él  (que  forma  la  mejor  escena  de  este  drama)  le  obliga  á  declararse.  Filipo,  traidor  á 
la  confianza  del  rey,  descubre  á  Dion  la  pasión  criminal  de  su  primo,  pidiendo  en  pre- 
mio de  su  delación  la  mano  de  Aurora.  Dion  con  este  aviso  sorprende  al  rey  que  se  ha- 
bia introducido  en  su  casa :  hace  ver  á  los  principales  de  Siracusa,  que  habia  citado  al 
efecto,  la  maldad  de  Dionisio,  le  quitan  la  corona  y  la  dan  á  Dion,  el  cual  premia  eon 
la  mano  de  Aurora  á  Ricardo,  el  único  entre  todos  sus  amantes  que  se  habia  conservado 
leal  al  rey  depuesto.  Verificase  el  titulo  de  la  Amistad  castigada  en  Filipo,  á  quien  Dion 
envia  desterrado  por  haber  preferido  la  amistad  á  él,  y  el  amor  á  su  hija,  á  la  fideli- 
dad que  debia  á  su  rey. 

£1  interés  de  este  drama  en  la  lectura  no  es  muy  grande.  Varias  raionea  hay  para 
ello.  i. o  £1  protagonista  que  indudablemente  es  Filipo,  es  un  carácter  nada  noble. 
Antes  de  ver  y  amar  á  Aurora,  sujiere  y  aconseja  á  Dionisio  todos  los  medios  posibles 
para  lograr  su  pasión,  mas  después  que  se  ha  enamorado  de  la  hija  de  Dion,  no  difi- 
culta en  hacer  traición  á  la  confianza  que  el  re^  habia  depositado  en  él.  2.*  Tampoco 
es  generoso  en  Aurora,  á  la  cual  se  pinta  tan  altiva  como  hermosa  y  discreta,  deddine 
á  favor  de  un  corazón  tan  vil  como  el  de  Filipo,  que  pasa  del  papel  despreciable  de 
tercero  al  odioso  de  traidor.  5.<^  La  contradicción  que  hay  en  la  moral  politica  de  Dios 
al  fin  del  drama;  pues  censura  y  castiga  la  traición  de  Filipo  á  su  rey,  cuando  él  no 
duda  quitarlo  al  mismo  rey  la  corona,  y  desterrarle,  y  si  no  le  quit4>  la  vida,  filé  por 
intercesión  de  Aurora. 

Resulta,  pues,  que  en  la  comedia  de  la  Amistad  castigada  no  es  posible  interesarse 
por  ninguno  de  los  personajes  principales,  que  es  el  mayor  defecto  que  puede  tener 
una  composición  dramática.  Solo  hay  una  escena,  que  es  la  última  del  acto  segundo, 
que  interese  y  excite  la  atención^  no  tanto  por  el  mérito  moral  de  los  caractérea,  como 
por  el  arte  con  que  está  construida,  y  la  vivacidad  del  diálogo. 

Filipo,  destacado  por  Dionisio  como  tercero,  vuelve  á  hablar  á  Aurore -para  ver  ú 
se  templaba  su  rigor  contra  el  rey;  pero  como  ya  estaba  enamorado  de  elle,  tiembla  de 
hallarla  menos  dura.  Aurora,  que  desea  verle  amante  y  no  tercero,  fii\}e  elgane  incli- 
nación á  Dionisio. 

caunque  al  lance  primero 

respondí  con  pecho  airado, 


PQifB. 

ÁMFOfM 

ÁMFOfM 

FUipo. 


Amtctíí» 


fílipo. 
Aurora. 


y 

y  seditadpm  al 
W^wwiiitá 

■•hf  BÍÉBCl 

Al  Wfr¡  W  V0QQ..«. 

Qwlepifo. 

iQüé 

Parece  ^wWsmk. 
No  seoorm  (¡Maerto  soy!) 
aalei  al  fvrto  de  T«r 
al  que  al  rey  ka  da  tasar, 
ti  tales  avefas  le  dey. 
¿De  gusto  mvdab  coloi? 
••••••••• ••••••• •••••••••••••••••• 

poes  porque  le  deis  cnupüdo 
d  eoateoto  y  le  teagais, 
pues  lo  que  el  suyo  estiflsais 
tanto  habéis  eacmddo, 
deddle  DO  sobuneate 
que  le  estoy  afradecidaY 
pero  tan  dega  y  rendida 
d  amoroso  acckieate, 
que  esta  nodie  ha  de  lograr 

la  lioenda 

¿Qttédeds! 
Parece  qne  lo  sentís.  > 


FiUpo  se  retira  despechado,  no  podiendo  tderar  d  tormentp  qne  Aarora  le  daba 
lara  que  conÜBsase.  Aurora  le  llama. 

c¿Sin  hablar  os  deqiedis! 

¿Qué  es  estof  Volved,  mirad, 

Filipo,  que  no  es  verdad 

lo  qne  he  dicho. 
FUipo.  ¿Qaé  deds? 

ÁMnTü,  Qne  nada  d  rey  le  digáis 

de  lo  que  me  habéis  oido: 

que  fué  finjido. 
FUifo,  ¿Finjidor 

iüirora.  Parece  que  os  degrds. 

FWpo.  Parece  que  no  os  efende 

d  ver  que  me  degro  yo. 
iiiirsra.  A  ninguno  le  pesó 

de  dcaniar  lo  que  pretende^ 
JVtpo.  ¿Pues  qué  intento  conseguisteis, 

oeUa  Aurora,  en  este  efiwto! 


Aurora. 

Füipo. 

Aurora. 

FUipo. 

Aurora. 

FUipo. 


Aurora. 

FUipo. 
Aurora. 
FUipo. 
Aurora. 

FUipo. 


Aurora. 

FUipo. 

Aurora. 

FUipo. 

Aurora. 

FUipo. 

Aurora. 


[204] 
Ver  declarado  un  secreto 
que  encubrirme  pretendisteu. 
¿Qué  secretos  he  negado, 
cuando  seryiros  me  toca! 
El  que  á  pesar  de  la  boca 
los  ojos  han  confesado. . 
¿Pues  qué  disteis  en  mis  ojos 

?ue  á  mis  labios  contradiga? 
ena  de  que  el  rey  consiga 
remedio  de  sus  enojos. 

Notorio  agravio  me  has  hecho 
en  responder  falsamente 
á  lo  que  la  boca  miente 
y  no  á  lo  que  siente  el  pecho. 
¿Luego  es  cierto  lo  que  yo 
de  tu  aspecto  colejif 
¿Quieres  que  diga  que  si? 
¿Y  podrás  decir  que  no? 
Diré  lo  que  tu  gustares. 
¿Es  bien  que  yo  aunque  te  amara» 
primero  me  declarara? 
¿Digo  yo  que  te  declares? 
¿ó  pudo  mi  desvario 
prometerse  por  ventura 
que  ocultase  tu  hermosura 
pensamiento  en  favor  mió? 
¿Tan  poco  fias  de  ti 
teniendo  tanto  valor? 
¿Luego  estimarás  mi  amor? 
[^Quieres  que  diga  que  si? 
i  nadie  te  mereció, 
¿quién  será  tan  atrevido? 
Quien  tan  venturoso  ha  sido 
que  se  lo  pregunto  yo. 
Según  eso,  Aurora,  hablar 
podemos  claro  los  dos: 
Yo  te  adoro. 

Gloria  á  Dios» 
que  llegamos  al  lugar.  > 


I' 


Este  arte  de  preparar  una  declaración  amorosa  contra  la  cual  pugnan  la  timidet  por 
una  parte  y  la  altivez  mujeril  por  otra,  constituye  casi  todo  el  mérito  de  liarivanx  en* 
tre  los  dramáticos  franceses ;  pero  se  vé  que  un  siglo  antes  lo  ejercitó  muy  pcrfaeli- 
mente  nuestro  Alarcon.  £1  manejo  de  Aurora  para  arrancar  á  FUipo  sa  secreto  M  su- 
friría objeccion,  si  el  carácter  del  amante  no  le  hiciese  indigno  de  la  prefinenda. 

Citaremos  otros  versos  del  primer  acto,  escritos  contra  h$  ajenies  frocoeedem  de  li 
policía,  que  parece  eran  ya  conocidos  aunque  no  con  este  nombre.  Dioniiio,  viéndow 
rodeado  de  enemigos,  encarga  á  Dion  que  se  finja  agraviado  y  malcontento  pan  qm 
los  desleales  no  tengan  dificultad  en  descubrirse  con  él;  y  le  aftade: 

cSolo  me  resta  advertiros, 
Dion,  que  el  fin  á  que  mira 
este  engaño  es  conocer 
la  traición,  no  persuadilla: 
porque  si  es  cautela  justa 
la  que  el  delito  averigua  • 


[«05] 

no  es  justa  la  que  ocasiona 
á  emprendello  á  la  malicia. 
Y  asi  habéis  de  procurar 
descubrir  la-alevosia 
con  medios  tan  atentados 
y  razones  tan  medidas, 
que  sin  irritar  sepáis 
quién  es  el  que  ya  conspira; 
mas  no  el  que  conspirará, 
si  vuestro  favor  le  anima.» 


RUIZ  DE  ALARCON 


Mja  prueba  Oe  Uu  pr#ifteMW« 


ON  escribió  dos  comedias  de  májia:  .La  prueba  de  las  promeeae  y  La  Manganilla 
3.  Esta  última,  á  pesar  de  su  mérito  en  cuanto  al  estilo,  es  tan  desatinada  en 
la  dirección  de  la  fábula,  que  no  merece  en  nuestro  entender  un  examen  par- 
9ay  en  ella  tramoyas,  vuelos,  escotillones  y  demás  aparatos  de  esta  clase  de  co- 
inventadas  mas  bien  para  deleite  de  los  ojos  que  del  entendimiento, 
diferente  es  La  prueba  de  las  promesas.  Nada  hay  en  ella  de  juego  m^ico.  No  es 
un  excelente  apólogo,  dirijido  á  presentar  una  verdad  muy  triste,  pero  muy 
es  lo  poco  que  bay  que  fiar  en  las  promesas  de  los  hombres  ni  en  su  gratitud 
beneficios  recibidos,  principalmente  si  varia  su  situación  y  la  fortuna  los 

lan  de  Toledo  es  poseedor  de  la  ciencia  nigromántica.  I).  Juan  de  Ribera,  aue 
instruirse  en  ella  y  tener  ademas  un  protesto  para  introducirse  en  casa  de  don 
irque  amaba  correspondido  á  su  hija  Blanca,  le  visita  y  le  suplica  que  le  admi- 
iscipulo;  pues  en  cuanto  ásus  pretensiones  amorosas,  no  se  atrevía  á  hablarle 
por  ser  pobre.  Como  D.  Ulan  se  resistiese  á  enseñarle,  le  instó,  protestando  á 
s. 

<(|ue  siempre  vuestra  ha  de  ser 
mi  hacienda,  vida  y. poder, 
cuanto  valgo  y  cuanto  soy. » 

lan,  resuelto  á  probar  la  verdad  de  estas  promesas  se  manifiesta  convencido, 
le  darle  la  primer  lección.  En  tanto  se  presenta  el  criado  de  D.  Ulan  á  decirle 
[legado  un  caballo  nuevo  que  su  hermano  le  enviaba.  Bajan  á  verle,  y  D,  Illan 
mjaezarle  para  que  D.  Juan  le  pruebe,  y  entran  en  el  estudio  á  esperar  que  esté 
puesto  para  el  paseo. 

le  este  punto  empieza  la  operación  mi^ica.  Un  correo  trae  á  D.  Juan  la  noticia 
r  muerto  su  hermano  mayor  el  marques  de  Tarifa,  un  hijo  de  este,  y  otro  her- 
3gundo:  de  modo  aue  D.  Juan,  que  era  el  tercero,  venia  á  heredar  aquel  titulo, 
atiesas  riquezas  y  la  grandeza  de  España  aneja  á  él.  D.  Ulan  finjiéndose  admira- 
mplacido  de  esta  mutación  de  fortuna ,  le  pide  para  un  hijo  suyo  letrado  el 
Diento  de  Tarifa.  D.  Juan  no  sale  bien  de  esta  primera  prueba,  y  se  disculpa  con 
tinaba  aquel  empleo  al  ayo  que  le  habia  educado;  pero  añade  que  habiéndose 
irtif  á  Madrid  á  besar  la  mano  al  rey,  D.  Ulan  debía  seguirle  con  su  hija  y  fií- 
j  que  allí  emplearía  todo   su  valimiento    en  procurar  los    aumentos  de 

a  segunda  jornada  «s  la  eacena  eo  la  corte*  D.  Juan  no  cumple  oí  las  antiguas 


[206] 
ni  las  nuevas  promesas,  y  ademas  ingrato  al  amor  de  Doña  Blanca,  la  solicila  ya,  oo 
para  esposa,  sino  como  manceba,  lo  que  irrita  á  la  noble  hija  de  D.  Ulan,  y  pasa  su  aÍEK- 
to,  aunque  gradualmente,  á  D.  Enrique  de  Vargas,  á  quien  su  padre  la  destinaba.  Ea 
tanto,  D.  Juan  granjeaba  mucho  lugar  en  el  afecto  del  rey,  y  entre  los  favores  qae  re- 
cibió, uno  fué  el  de  dos  hábitos  de  órdenes  militares  para  que  los  diese  á  quien  gasta- 
se. D.  Ulan  le  pidió  uno  para  su  hijo.  D.  Juan  se  disculpó  con  que  siempre  se  saponia 
que  esos  hábitos  se  daban  para  los  parientes.  El  maestro  de  nigromancia  calla,  y  ^ra 
quitarle  todo  protesto,  leda  un  libro  de  conjuros,  bien  que  falsos,  lo  que  podía  eqain- 
ler  á  muchas  lecciones. 

El  rey,  cada  dia  mas  prendado  de  D.  Juan,  le  hace  presidente  del  consejo  de  Casti- 
lla. D.  Ulan  solicita  por  memorial  para  su  hijo  una  de  tres  plazas  vacantes  de  judicatu- 
ra. No  obtiene  ninguna.Viene,  pues,  en  casa  deD.  Juan  con  su  hija  á  despedirse  deél. 
Juejándose  de  la  falsedad  de  sus  promesas:  D.  Juan  le  responde  con  insolencia,  y  afta« 
e  que  harto  hace  en  no  delatarle  como  májico.  D.  Ulan  deshace  el  conjuro,  y  al  mo- 
mento se  hallan  todos  en  el  estudio  de  D.  Ulan  en  Toledo;  el  mozo  de  caballeriza  en- 
tra á  avisar  ^ue  ya  estaba  el  caballo  pronto.  El  marquesado  de  Tarifa,  el  favor  del  rey, 
la  presidencia  del  consejo  de  Castilla,  todo  habia  sido  ilusión  májica,  que  pasó  cofmoea 
un  sueño,  en  el  espacio  de  una  hora.  Nada  habia  sido  cierto,  sípo  el  descabriniiento 
de  la  ingratitud  y  falsedad  del  prometedor,  que  perdió  asi  su  amada  y  su  re- 
putación. 

Alarcon  dice  que  tomó  el  argumento  de  este  drama  dd  conde  Lmeanor;  cita  que  do 
hemos  podido  verificar  por  la  rareza  de  este  libro.  Su  mérito  está  reclamando  la  reim- 
presión, así  como  otros  muchos  del  siglo  XV  y  XVI,  desconocidos  aun  de  nues- 
tros literatos,  y  que  yacen  como  tesoros  sepultados  en  el  polvo  de  las  biblio- 
tecas. 

D.  José  Cañizares  imitó  la  comedia  de  Alarcon  en  la  suya  intitulada  JD.  Atan  de  &- 
pina  en  Milán.  En  ella  es  mas  notoria  la  ingratitud  del  discípulo;  pues  en  la  ilusión 
májica,  Espina,  aunque  no  lo  enseña,  le  auxilia  para  cortejar  y  hacerse  querer  de  la 
duquesa  de  Milán,  vencer  á  sus  rivales  y  enemigos,  y  ceñirse  la  corona  ducal  dando  la 
mano  á  la  duquesa.  La  pieza  de  Cañizares  tiene  el  mérito  de  reunir  al  interés  moni 
déla  de  Alarcon  el  aparato  teatral  propio  de  las  comedias  de  m^ia. 

Tristan,  criado  de  D.  Juan,  elevado  á  la  clase  de  secretario  suyo,  imita  sa  soberbia 
y  su  entonamiento,  aunque  de  una  manera  ridicula.  Pertenece  al  género  satírico 
su  escena  con  tres  pretendientes,  que  vienen  á  entregarle  memoriales. 

1  .'^  Merezca  en  esta  ocasión, 

que  usasted  como  quien  es, 

me  ayude  con  el  marques. 
Tristan .  ¿Qué  pide? 

i.®  Una  comisión. 

Triitan.  ¿Qué? 

4.®  Comisión. 

Triitcm»  Bien  está: 

¿fuera  de  aquí? 
i  •''  En  Zaragoza. 

T)ri9tan.  ¿Casado? 

i.®  Con  mujer  moza 

y  hermosa. 
Tristan,  Negociará, 

%9*  Para  que  una  plaza  alcance, 

ó  el  uno  de  estos  oficios, 

me  dad  fiívor. 
Tristan.  ¿Que  servicios? 

2.<*  He  escrito  un  libro  en  romance.  * 

Triitan.  ¿Qué? 

2.«  En  romance. 

Trinan.  Bioi  está. 


[207] 

2.* 

Y  taiubien  fui  tíradnctor 

de  uno  italiano,  señor. 

Tristan, 

Señor^  no  pegociará. 

3.» 

¿Que  hay  de  mi  negocio? 

Trinan. 

Ayer 

dijo  el  marques  mi  señor, 

que  mostréis  vuestro  valor, 

si  capitán  queréis  ser. 

5.« 

¿Pues  no  ha  bastado  mostralle 

este  talle,  esta  presencia? 

Tristan. 

Acá  tiene  Su  Excelencia 

rocines  de  mejor  talle. 

3.» 

Sedor,  si  favor  me  dá 

y  negocio,  le  daré 

de  albricias  mil  doblas. 

Tratan. 

¿Qué? 

3.« 

Mil  doblas. 

Jrú/afi. 

Negociará!! 

RUIZ  DE  ALARGOV. 

r 

JLa  Cruetékul  por  et  honor.  JEt  MHteño  de  tas  eBireUaSi 


CiSTOS  dos  son  los  únicos  dramas  que  escribió  Alarcbn  en  el  género  y  colorido  tráji- 
co.  Son  muy  inferiores  á  los  que  en  el  mismo  género  escribieron  Calderón  y  Rojas, 
aunque  siempre  su  elocución  es  elegante  y  correcta,  y  se  encuentran  versos  felicísimos. 
Su  talento  principal  fué  para  las  comedias  de  costumbres,  en  las  cuales  sobrepujó  á 
todos  los  poetas  dramáticos  de  su  tiempo. 

La  crueldad  por  el  honor  tiene  por  argumento  un  hecho  que  cita  Mariana  en  el  li- 
broXI,  capítulo  IX  de  su  historia.  Alonso  I  el  batallador,  rey  de  Aragón,  pereció  á  ma- 
nos de  los  moros  en  la  batalla  deSariñena;  pero  no  habiéndose  encontrado  sü  cadáver 
después  de  la  refriega,  esta  circunstancia  dio  orijen  á  la  voz  que  corrió  en  el  vulgo,  de 
que  no  habia  fallecido  de  sus  heridas,  sino  que  curado  de  ellas,  y  avergonzado  de  ha- 
ber perdido  aquella  batalla  después  de  tantas  y  tan  señaladas  victorias,  no  quiso  volver 
al  trono,  y  pasó  á  la  Tierra  santa  á  pelear  contra  los  mahometanos,  olvidado  de  su  rei- 
no y  de  su  gloria. 

Valióse  de  esta  hablilla,  veinte  años  después,  y  en  la  menor  edad  de  Alonso  II,  rey 
de  Aragón,  durante  las  turbulencias  que  se  movieron  por  el  faUecimiento  de  su  padre 
D.  Ramón,  cun  cierto  embaydor  (son  palabras  de  Mañana)  que  se  hizo  caudillo  de  los 
que  mal  pensaban,  con  afirmar  públicamente  era  el  rey  D.  Alonso....  Decia  que  can- 
sado de  las  cosas  humanas  estuvo  por  tanto  tiempo  disfrazado  en  Asia.  Su  larga  edad 
hacia  que  muchos  le  creyesen,  las  facciones  del  rostro  no  de  todo  punto  desemejables. 
Grandes  males  se  aparejaban  por  esta  causa,  si  el  embaydor  no  fuera  preso  en  Zaragaza 
y  no  le  dieran  la  muerte  en  los  mismos  principios  del  alboroto:  este  fué  el  pago  de  la 
invención  y  fin  de  toda  esta  trajedia  mal  trazada.»  La  de  Alarcon,  fundada  sobre  ella, 
no  tiene  mejor  traza. 

Para  ennoblecer  al  embaydor,  á  quien  da  el  nombre  de  Ñuño  Aulaga,  le  supone  de 
una  familia  ilustre,  aunque  pobre,  y  que  siendo  escudero  de  Alonso  el  batallador,  se 
bailó  á  su  lado  cuando  pereció  en  Sarifiena,  se  apoderó  de  su  anillo  y  sello  real,  y  es- 
capando de  la  acción,  visgó  por  países  extranjeros,  hasta  que  los  tumultos  de  Aragón 
le  dieron  ocasión  para  volver  á  su  patria^  no  tanto  á  usurpar  el  reino  á  (avor  de  su  se- 


[208] 
mejanza  con  el  rey  difunto,  como  á  vengar  la  ofensa  qne  creia  haber  recibido  en  d  bo- 
ñor,  de  un  caballero  poderoso  del  reino,  á  quien  pensaba  matar  Talido  de  la  aaloridiÑi 
suprema  que  efectivamente  usurpó. 

El  mayor  enemigo  que  tuvo  en  su  empresa  fué  su  hijo  Sancho  Aulaga,  qae  fiel  áh 
reina  viuda  Petronila,  no  se  rindió  á  las  caricias,  á  las  promesas  ni  á  lot  oonsejoi  da 
su  padre.  Este  por  su  parte  preparó  la  venganza  de  su  agravio;  pero  ya  tenia  la  tícIíbi 
entre  sus  manos,  ya  le  habia  manifestado  quién  era,  para  que  no  ignoraie  al  norir 
quién  le  mataba,  cuando  fué  impedido  y  descubierto  por  otros  personajes  que  lehaliiu 
escuchado.  Preso  y  convencido  de  su  delito,  fué  condenado  á  muerte  de  horca.  San^ 
Aulaga,  para  evitar  el  deshonor  del  suplicio,  se  introduce  en  la  prisión,  le  da  anpiifial 
para  que  se  mate  y  le  promete  consumar  la  venganza  de  su  injuria;  pero  Ñoño  Aulaga 
se  empeña  en  no  morir  sino  á  manos  de  su  hijo,  para  que  tenga  parte  en  ana  aecioa 
hecha  por  evitar  la  deshonra  pública,  y  su  hijo  le  complace,  justificando  asi  el  títab 
de  la  comedia:  La  crueldad  por  el  honor. 

En  la  última  escena  se  descubre  de  la  manera  menos  sucia  que  pudo  el  autor,  que 
Sancho  no  es  hijo  de  Ñuño,  sino  del  enemigo  de  este.  Su  madre  estaba  prefiadade  qoi 
meses  cuando  casó  con  Aulaga.  Estas  revelaciones  tardías  no  disminuyen  el  Josto  bw^ 
ror  de  la  atrocidad,  y  solo  sirven  para  dar  un  barniz  cómico  de  la  peor  especie  á  U 
acción  trájica,  patibularia  y  desatinada  que  sirve  de  argumento  al  drama.  El  único  ca- 
rácter interesante  es  el  de  Sancho  Aulaga,  que  colocado  entre  la  lealtad  por  ana  parta 
y  el  honor  y  la  piedad  filial  por  otra,  cumple  con  valor  tan  difíciles  obligaciones;  pan 
el  parricidio,  aunque  solicitado  del  mismo  padre,  no  admite  disculpa  alguna. 

Hay  en  este  drama  unos  versos  muy  notables,  censurando  la  antigua  é  impla  má- 
xima: H  ^  ha  de  delinquir^  ha  de  ser  por  reinar. 

cSi  ser  por  reinar  traidor 
dijo  que  es  lícito  alguno, 
fué  cuando  la  tiranía 
daba  los  cetros  del  mundo; 
fué  cuando  idólatras  pechos 
no  temieron  ser  perjuros: 
fué  cuando  el  vasallo  al  rey 
natural  amor  no  tuvo: 
mas  hoy  que  la  succesion 
les  da  derecho  tan  justo; 
hoy  que  el  amor  se  deriva, 
por  Icjílimo  transcurso, 
de  los  padres  á  los  hijos, 
boy  que  del  cristiano  yugo 
á  cumplir  los  juramentos 
obligan  los  estatutos, 
¿cómo  por  reinar  podrá 
decir  que  es  lícito  alguno 
ser  traidor?» 

Dificil  seria  á  un  publicista  fundar  mejor  la  diferencia  entre  las  modemai ^  aM»ar- 
quías  hereditarias,  hijas  de  la  ley,  y  los  antiguos  imperios  del  mundo,  adqairidoe  por 
la  perfidia,  la  violencia  ó  la  sedición. 

No  hiciéramos  mención  de  la  comedia  intitulada  el  dueño  de' las  Mreüoij  A  BofiMia 
por  lo  extraordinario  de  la  invención,  en  la  cual  se  mezclan  con  recuerdos  de  la  Uitoria 
de  Esparta  y  con  el  célebre  nombre  de  su  lejislador,  los  sentimientos  pandonoroioe  y 
las  costumbres  y  galanterías  de  la  corte  de  Felipe  IV. 

Se  sabe  que  Licurgo  se  desterró  voluntariamente  de  su  patria,  con  intención  de  no 
volver  á  ella,  cuando  hubo  conseguido  que  los  espartanos  jurasen  observar  ios  byes 
hasta  que  él  volviese.  Alarcon  añade,  que  aterrado  por  la  predicción  de  nn  aatrólogo, 
huyó  ae  las  cortes  y  de  los  palacios:  pues  según  su  horóscopo,  habia  de  haUane  M  tal 
aprieto  con  un  rey,  que  ó  le  habia  de  dar  la  muerte  ó  había  de  perecer  á  fos 


[209] 
liüi  invención  no  se  conforma  mucho  con  el  nombre  de  sabio  que  tuvo  Licurgo  entre 
«Mgríegos;  pero  el  autor  la  necesitaba  para  justificar  el  titulo  del  drama. 

Disfrazóse^  pues,  de  villano,  compró  una  casa  de  posadas  en  una  población  corta 
de  la  isla  de  Creta,  en  donde  permaneció  desconocido,  basta  que  el  rey  de  aquel  {mís, 
Movido  por  un  oráculo  de  Apolo,  hizo  buscarle  para  confiarle  el  gobierno  de  su  reino. 
Dncubierto  por  la  industria  de  Severo,  privado  del  rey,  y  conducido  á  la  corte,  donde 
d  Hionarca  le  puso  al  frente  del  gobierno,  se  enamoró  de  Diana,  hija  de  Severo,  á  la 
eoal  quería  también  el  rey,  y  casó  con  ella  con  beneplácilo  del  padre  y  la  licencia  del 
soberano,  que  tuvo  aquel  matrimonio  por  favorable  á  los  intereses  de  su  amor.  Una  no- 
dhe  en  que  se  creia  á  Licurgo  ausente  de  la  corte,  se  introduce  el  rey  en  su  casa;  en- 
eoéntrale  el  marido  sin  conocerle,  riñen,  traen  los  criados  luces,  y  Licurgo  ve  cumpli- 
do el  horóscopo;  mas  para  manifebiar  que  él,  como  sabio,  era  dueño  de  las  estrellas^  se 
dala  muerte  á  si  mismo. 

La  elocución  y  el  diálogo  dan  interés  á  las  diferentes  escenas  del  drama;  pero  lo 
desatinado  de  la  catástrofe  destruye  todo  buen  efecto:  Infelix  operis  summa.  Está  llena 
la  fábula  de  incidentes,  qiie  cada  uno  de  por  si  llama  la  atención  del  espectador,  pero 
ifiie  carecen  de  un  vínculo  común  que  los  una.  El  bofetón  que  da  Teon  á  Licurgo,  cre- 
féodole  un  villano,  y  que  venga  al  ofendido  por  los  mismos  medios  que  pudiera  un 
cortesano  de  Felipe  Iv,  es  un  episodio  completamente  inútil.  Primero  excita  interés  la 
determinación  que  toma  el  rey  do  asociar  á  Licurgo  al  manejo:  después  la  resistencia 
heroica  de  Diana  á  los  deseos  de  un  monarca  poderoso  y  ademas  amado  de  ella  misma. 
La  pasión  de  Licurgo  á  Diana,  por  mas  desatinada  y  aun  ridicula  que  parezca,  si  aten- 
demos á  los  recuerdos  históricos,  no  deja  de  interesar:  pero  nada  produce,  sino  un  ca- 
imiento no  esperado  de  nadie.  Alarcon  en  esta  comedia  se  asemejó  á  Lope  de  Vega, 
aeostumbrado  en  casi  todas  las  suyas  á  zurcir  escenas  con  situaciones  interesantes  pero 
mal  ligadas  entre  sí.  No  es  asi  como  están  escritas  la  Verdad  sospechosa^  Las  paredes  oyen^ 
j  Lapnidn  de  las  promesas» 


RIJIZ  DE  ALARCON. 

JEI  T^eékHT  de  Segarim^  prhnera  y  segunda  parte^ 


JCiSTAS  dos  comedias,  con  las  cuates  concluiremos  nuestros  estudios  acerca  de  este  in- 
signe poeta,  componen  un  verdadero  drama  romántico,  que  podría  dividirse  en  cua- 
dros, según  la  moda  del  dia.  Mas  no  es  conforme  á  ella  en  el  desarreglo  de  las  ideas 
morales.  Su  argumento  es  la  venganza  que  un  caballero  castellano  toma  de  los  calum- 
niadores y  asesinos  jurídicos  de  su  padre,  perseguidores  suyos,  y  uno  de  ellos  seductor 
de  su  hermana. 

Cuadro  L — La  traición. — Dos  moros,  disfrazados  de  cristianos,  emprenden  asesinar 
al  rey  Alonso  Vi  de  Castilla.  La  guardia  acude  á  tiempo,  huyen  dejando  caer  unas  car- 
tas, y  son  perseguidos  y  despedazados  por  los  soldados.  Pero  el  anciano  Beltran  Ramí- 
rez, que  no  podía  seguirlos  con  tanta  celeridad,  encuentra  las  cartas,  las  lee,  y  ve  que 
ion  diel  rey  moro  de  Toledo  al  marques  Suero  Pelaez  y  á  su  hijo  el  conde  D.  Julián, 
que  se  habían  comprometido  á  favorecer  la  empresa  de  los  asesinos.  El  honrado  Ra- 
mírez, hallándose  á  solas  con  el  marques,  le  afea  su  delito^  mas  le  promete  ocultarlo 
li  se  enmienda:  se  queda  con  las  cartas,  y  le  dá  los  sobrescritos.  El  marques,  dueño 
de  ellos,  se  los  come  para  destruir  este  vestijio  de  su  crimen:  y  acusa  á  Beltran  ante  el 
rey  de  la  traición.  Sirve  para  dar  viso  de  verdad  á  la  calumnia  hallarle  las  cartas.  El 
rey  manda  prenderle,  confiscar  sus  bienes,  recluir  á  sn  hija,  y  cuando  vuelve  D.  Fer- 
nando Ramírez,  hijo  de  Beltran,  y  protagonista  del  drama,  victorioso  de  los  moros,  el 
premio  que  encuentra  de  su  victoria,  es  ver  á  su  padre  degollado. 

Cuadro  ii. — La  torre  de  San  Jtfiar/tit.— -Los  dos  traidores,  padre  é  hijo,  fueron  desde 

27 


[210] 

entonces  las  personas  mas  favorecidas  del  rey,  y  se  encargaron  de  perseguir  á  Vi 

do«  el  cual  se  hizo  fuerte  en  la  torre  de  San  Martin  de  Madrid,  con  un  amigo  y  un  crit* 
do,  demoliendo  una  parte  de  ella,  ó  impidiendo  á  cantazos  que  nadie  se  aoercaie  ák 
iglesia.  Doña  María  de  Lujan,  doncella  noble,  huérfana  y  rica,  que  vivía  cerca»  OM- 
morada  dol  indomable  valor  con  que  se  defendía  Ramírez  contra  la  multitud  de  sv 
enemigos,  se  abrió  paso  por  la  nocne  hasta  él,  acompañada  de  un  criado  de  su  oonfin- 
za,  por  medio  de  un  subterráneo  de  su  casa  que  comunicaba  con  las  bóvedas  de  h 
iglesia;  le  manifestó  quién  era,  su  amor  y  su  proyecto  de  libertarle,  y  le  Uevó  los  vi- 
veres  que  necesitaba;  porque  sus  perseguidores  habian  resuelto  hacerle  morir  de  ham- 
bre como  á  Pausanias. 

Cuadro  Itl. — El  Tejedor, — El  criado  de  Doña  Maria  habia  sido  tejedor  de  lana  en 
Segovia.  Marchó  á  esta  ciudad  con  su  ama,  vestida  humildemente  como  nuera  saji. 
D.  Fernando,  después  de  haber  despedido  con  varios  protestos  á  su  amigo  y  á  su  cria- 
do, trocó  sus  vestidos  con  un  cadáver  reciente  y  de  su  misma  estatura,  le  desfiguró  d 
rostro  á  puñaladas,  lo  dejó  donde  pudiese  ser  reconocido,  huyó  á  Guadarrama  cuyo 
cura  le  proporcionó  otro  traje  aunque  humilde,  y  se  presentó  en  Segovia  como  esposo 
de  la  finjida  Teodora,  é  hijo  del  cnado  Pedro  Alonso,  que  ya  tenia  establecida  su  ft- 
hrica  de  telares.  Tomó  el  nombre  y  la  profesión  del  supuesto  padre,  y  fué  recibido  coa 
aplauso  de  todos  los  de  la  carda,  porque  se  aseguró  que  era  muy  valiente  y  que  veiit 
de  la  guerra. 

Cuadro  IV. — El  bofetón  y  la  cdrceL — La  corte  residía  á  la  sazón  en  Segovia.  El  conde 
Julián  Pelaez  á  quien  estaba  conflada  la  reclusión  de  Ana  Ramírez,  la  habia  sednddo, 
la  tenia  en  una  casa  de  campo,  entreteniéndola  con  varios  protestos  para  no  dailek 
mano;  y  entretanto,  enamorado  de  la  supuesta  Teodora,  la  requirió  de  amores.  So 
marido  se  opuso  á  que  entrase  en  su  casa,  el  conde  le  dio  un  bofetón,  y  él  sacó  la  es- 
pada y  le  hirió.  Fué  preso  y  cargado  de  grillos  y  cadenas.  En  la  cárcel  halló  mndMi 
valentones  que  le  respetaban  y  querían  por  su  intrepidez.  Pidió  á  uno  de  ellos  oueb 
diese  una  herida  en  la  cabeza,  nnjió  que  se  la  habia  hecho  tropezando  y  cayendo  es 
una  escalera,  se  le  puso  en  la  enfermeria,  aunque  con  esposas,  se  mordió  el  artejo  de 
un  dedo  para  sacarlas,  y  haciendo  escalas  de  las  sabanas  de  los  enfermos,  huyó  de  la 
cárcel  con  todos  los  reos  que  quisieron  seguirle,  y  llevándose  á  su  Teodora,  se  r^- 
jió  á  la  sierra  de  Guadarrama. 

Cuadro  V, — Los  bandoleros. — ^Vivió  en  ella  tomando  lo  necesario  para  si  y  los  sayos, 
cuyo  número  se  aumentó  hasta  tal  punto  que  pudieron  encastillarse  en  aquellas  non- 
tanas.  Un  criado  antiguo  suyo,  sobornado  para  venderle,  vino  con  otros  asociados  i 
su  intento,  á  unirse  á  su  compañía,  aprovechó  una  ocasión  en  que  estaba  descuidado  j 
solo  con  Teodora,  los  maniataron  y  caminaron  á  Segovia.  Llegaron  de  noche  á  una  ven- 
ta, donde  mientras  los  apresadores  comian,  el  Tejeidor  puso  las  manos  en  la  Im  dil 
candil,  quemó  las  cuerdas  que  las  ataban,  quitó  la  espada  á  uno  de  ellos,  los  acuchilló, 
desató  á  Teodora,  y  huyó  con  ella;  pero  cargando  gente,  se  le  quebró  la  espada,  70 
separaron  en  la  fuga,  bien  que  no  mucho,  pues  llegaron  con  poco  intervalo  de  tiénpo 
á  la  quinta  del  conde,  á  cuya  puerta  se  hallaba  este,  ya  convalecido  de  su  herida.  Tee- 
dora,  viendo  el  peligro,  finje  cariño  al  alevoso  perseguidor,  que  queria  matar  á  Fe^ 
nando,  y  le  pide  la  espada  para  hacerlo  ella  misma.  Tómala,  se  la  entrega  á  su  esposo 
para  que  se  deCenda,  y  huye.  Fernando  obliga  al  conde  á  encerrarse  en  su  casa,  des- 
pués de  lo  cual  se  reúne  con  Teodora  y  con  sus  companeros. 

Cuadro  VI. — La  vetiganza. — El  Tejedor  saca  su  hermana  de  la  quinta  donde  eildis, 
vuela  á  la  del  conde,  se  hace  dueño  de  su  persona  y  délas  de  sus  criados,  le  oUigaáttf 
sarcon  Doña  Ana,  á  quien  debia  el  honor,  se  qu^a  solo  conél,  ledeclaraque  es  diaii- 
mo  Fernando  Ramírez,  á  quien  todos  creían  muerto,  le  enumera  los  agravios  reeili- 
dos,  y  los  venga  peleando  con  él  cuerpo  á  cuerpo  y  dándole  la  muerte.  Marcha  despaei 
con  sus  bandoleros,  convertidos  ya  en  soldados,  en  defensa  del  rey  que  llevaba  lo pM 
en  una  batalla  contra  los  moros;  restablece  el  combate,  y  dá  la  victoria  á  su  patria; 
pero  encontrándose  con  el  marques,  le  acomete,  le  rinde,  le  hiere  mortalmenle,  y  h 
obliga  á  confesar  delante  de  todos  la  calumnia  de  que  fué  víctima  su  honrado  padre. 
Kl  re^  le  restituye  á  su  gracia. 

Si  hay  alguna  composición  verdaderamente  romántica ,  esto  es,  notélesca,  tfl* 


[211] 

filbula  del  Tejedor  de  Segovia.  Está  llena  de  acción,  de  movimiento  y  de  interés.  El  len- 

{oaje,  aunque  no  tan  esmerado  como  en  otras  comedias  de  Alarcon,  es  aniniado,  ve* 
emente,  sobre  todo  en  ^1  papel  de  Fernando,  cuyo  carácter  emprendedor  é  impetuo- 
so no  se  desmiente  nunca.  Sirva  de  ejemplo  este  monólogo  que  dice  cuando  pone  las 
nanos  en  las  llamas  del  candil  de  la  venta. 

«Dadme  favor,  santos  cielos: 

que  mientras  hablan,  dispongo 

que  el  fuego  de  este  candil 

me  dé  remedio  piadoso, 

aunque  me  abrase  las  manos. 

Elemento  poderoso , 

esfuerza  la  acción  voraz , 

tú,  que  los  húmedos  troncos, 

los  aceros,  los  diamantes 

sueles  convertir  en  polvo. 

¡Ah,  pese  á  tu. actividad!  ^ 

Todo  me  abraso,  y  no  rompo 

los  lazos:  fuego  enemigo 

¿dánte  pasto  mas  sabroso 

mis  manos,  que  estas  estojMis 

que  te  suelen  ser  tan  propio 

alimento?. •  .Ya  estoy  libre: 

ahora  si  cuantos  monstruos 

de  Egipto  beben  las  aguas, 

pacen  de  Hircania  los  sotos , 

se  oponen  á  mi  furor, 

los  haré  pedazos  todos.  > 


D.  JOSÉ  CAÑIZARES. 


ARTÍCULO  I. 

Usté  autor  dramático,  que  se  considera  como  el  último  de  nuestro  antiguo  teatro,  flo- 
reció á  principios  del  siglo  XVIII,  sin  que  hayamos  podido  deducir  ni  de  sus  comedias, 
ni  de  alguna  otra  noticia  histórica,  la  época  fija  en  que  empezó  y  acabó  de  escribir. 
Solo  sabemos  que  pertenece  á  aquel  periodo  por  la  mención  que  hace  de  las  tra- 
jedias. 

«según  d  francés  estilot 

esto  es,  en  cinco  actos,  en  su  comedia  del  Sacrificio  de  Ifijenia^  y  por  algunas  voces  fa- 
miliares, como  agury  petimetre  y  otras,  introducidas  en  el  lenguaje  común  después  del 
advenimiento  de  la  casa  de  Borbon  al  trono  de  Espafia.  El  mismo  hace  alusión  ala  mo- 
da introducida  de  apladir  á  los  autores  con  las  voces  6raoo,  famasoy  bueno:  pues  habien- 
do dicho  al  auditorio,  en  el  fin  de  la  comedia  El  moi  bobo  iobe  mat, 

c  Y  con  dos  palmadas  solas, 
quedan  premiados  y  alegres 
nosotros,  injenio  y  obra,f 

ja  al  acabar  la  segunda  parte  del  AniUo  de  Gijee,  pone  en  boca  del  coro  estos  versos: 


[202] 
Conde.  El  rey  sois, 

aunque  no  lo  parecéis.» 

Rasgo  sublime,  y  que  como  todos  los  de  su  especie  encierra  muchos  pensamieotosi 
y  anuncia  gran  vigor  de  ánimo  en  el  infanzón  lea\  y  pundonoroso,  que  al  pronunciar  es- 
tas palabras,  deja  caer  la  espada. 


RUIZ  DE  ALARCON. 

JLa  amtetecf  easUffaOa. 

JL/IONISIO  el  menor,  rey  de  Sicilia,  debia  la  corona  á  su  primo  Dion;  pero  enamorado 
de  Aurora,  hija  de  este  héroe,  y  no  pudiendo  refrenar  su  pasión,  determina  satiafiM^erla 
á  toda  costa,  y  clije  por  tercero  de  su  amorío,  á  Filipo,  que  desterrado  antes,  se  pre- 
sentaba entonces  en  la  corle  por  vez  primera.  Filipo  visita  á  la  dama  de  parte  de  so 
tio,  y  aunque  ciego  de  amor  cuando  vé  su  hermosura,  cumple  su  comisión  y  es  des- 
pedido con  enojo.  Ilabia  ademas  otros  dos  principales  señores  que  la  amaban,  Poli- 
ciano y  Ricardo  (nombres,  por  decirlo  de  paso  muy  poco  griegos).  El  primero  estaba 
tratado  de  casar  con  ella,  y  Dion  habia  dado  su  consentimiento:  el  rey  impidió  este 
casamiento  con  varios  pretestos.  Ricardo,  sumamente  leal  á  Dionisio,  se  aparta  de  su 
pretcnsión,  apenas  sabe  que  el  rey  ama  á  Aurora. 

Esta  preGere  entre  sus  cuatro  amantes  á  Filipo:  en  una  segunda  conversación  con 
él  (que  forma  la  mejor  escena  de  este  drama)  le  obliga  á  declararse.  Filipo,  traidora 
la  confianza  del  rey,  descubre  á  Dion  la  pasión  criminal  de  su  primo,  pidiendo  en  pre- 
mio de  su  delación  la  mano  de  Aurora.  Dion  con  este  aviso  sorprende  al  rey  que  se  ha- 
bia introducido  en  su  casa:  hace  ver  á  los  principales  de  Siracusa,  que  habia  citado  al 
efecto,  la  maldad  de  Dionisio,  le  quitan  la  corona  y  la  dan  á  Dion,  el  cual  premia  eon 
la  mano  de  Aurora  á  Ricardo,  el  único  entre  todos  sus  amantes  que  se  habia  conservado 
leal  al  rey  depuesto.  Verificase  el  título  de  la  Amistad  castigada  en  Filipo,  á  quien  Dion 
envia  desterrado  por  haber  preferido  la  amistad  á  él,  y  el  amor  á  su  hija,  á  la  fideli- 
dad que  debia  á  su  rey. 

£1  interés  de  este  drama  en  la  lectura  no  es  muy  grande.  Varias  razones  hay  pan 
ello.  i. o  £1  protagonista  que  indudablemente  es  Filipo,  es  un  carácter  nada  noble. 
Antes  de  ver  y  amar  á  Aurora,  sujiere  y  aconseja  á  Dionisio  todos  los  medios  posiUei 
para  lograr  su  pasión,  mas  después  que  se  ha  enamorado  de  la  hija  de  Dion,  no  difi- 
culta en  hacer  traición  á  la  confianza  que  el  rey  habia  depositado  en  él.  2.®  Tampoco 
es  generoso  en  Aurora,  á  la  cual  se  pinta  tan  altiva  como  hermosa  y  discreta,  deddirse 
á  favor  de  un  corazón  tan  vil  como  el  de  Filipo,  que  pasa  del  papel  despreciable  de 
tercero  al  odioso  de  traidor.  5.^  La  contradicción  que  hay  en  la  moral  política  de  Dion 
al  fin  del  drama;  pues  censura  y  castiga  la  traición  de  Filipo  á  su  rey,  cuando  Ano 
duda  quitarle  al  mismo  rey  la  corona,  y  desterrarle,  y  si  no  le  quitó  la  vida,  fioié  por 
intercesión  de  Aurora. 

Resulta,  pues,  que  en  la  comedia  de  la  Amistad  castigada  no  es  posible  interesarle 
por  ninguno  de  los  personajes  principales,  que  es  el  mayor  defecto  que  pueda  tener 
una  composición  dramática.  Solo  hay  una  escena,  que  es  la  última  del  acto  segando, 
que  interese  y  excite  la  atención,  no  tanto  por  el  mérito  moral  de  los  caraclérea,  conra 
por  el  arte  con  que  está  construida ,  y  la  vivacidad  del  diálogo. 

Filipo,  destacado  por  Dionisio  como  tercero,  vuelve  á  hablar  á  Aurore  para  ver  si 
se  templaba  su  rigor  contra  el  rey;  pero  como  ya  estaba  enamorado  de  elle,  tiemUa  de 
hallarla  menos  dura.  Aurora,  que  desea  verle  amante  y  no  tercero,  finja  alfana  indi* 
nación  á  Dionisio. 

f  aunque  al  lance  primero 

respondí  con  pecho  airado, 


FUipo. 

Autora. 

FUifo. 

Aurora. 

FUipo» 


Aurora. 


FUipo. 
Aurora. 


[M3] 

no  ot  esptnte  que  haya  obrado 
d  dddaao  Uapnjero 
mndaiiia  en  mi,  eonodendo 
qoenoea  ofender  amar, 
y  que  no  es  josCo  pagar 
á  qaien  ama»  aborreciendo. 

9  •##•  •e#tf#e«9a*aw*#e9*#tt*###**ee*#9* 

Mas,  4por  qué  bnsoo  raiones, 
FOipot  7  satísftcciones 
Un  dilatadas  os  doy 
y  me  discolpo,  al  hacer 
lo  qne  venfs  á  rogar 
disculpas  pide  el  negar, 
no  las  pide  el  conceder? 
Al  rey  le  decid.... 

¡Ay  délos! 
Que  le  pago. 

¿Qué  deds? 
Parece  qne  lo  sentis. 
No  señora  (¡muerto  soy!) 
antes  el  gasto  de  ver 
el  qae  el  rey  ha  de  tener, 
si  tales  nneiras  le  doy. 
¿De  gasto  mudáis  color? 

pues  porque  le  deis  camplidp 
el  contento  y  le  tengáis, 
pues  lo  que  el  suyo  estimáis 
tanto  habéis  encarecido, 
decidle  no  solamente 
que  le  estoy  agradecida, 
pero  tan  ciega  y  rendida 
al  amoroso  accidente, 
que  esta  noche  ha  de  lograr 

la  licencia 

¿Qué  deds? 
Parece  que  lo  sentís.  > 


Filipo  se  retira  despechado,  no  pudiendo  tolerar  el  tormento  que  Aurora  le  daba 
mm  que  confesase.  Aurora  le  llama. 

c¿Sin  hablar  os  despedís? 

¿Qué  es  esto?  Voked,  mirad, 

Filipo,  que  no  es  verdad 

lo  que  he  dicho. 
Filipo.  ¿Qué  decis? 

Aurora.  Que  nada  al  rey  le  digáis 

de  lo  que  me  habéis  oido : 

quefuéfinjido. 
FUipo.  ¿Finjido? 

Aurora.  Parece  que  os  alegráis. 

FUipo.  Parece  que  no  os  ofende 

el  ver  que  me  alegro  yo* 
Aurora^  A  ninguno  le  pesó 

de  alcanzar  lo  que  pretender 
FUipo.  ^Q<^  qué  intento  conseguisteis, 

bella  Anroia,  en  esteefiMto? 


[202] 
Cande,  El  rey  sois, 

aunque  no  lo  parecéis.! 

Rasgo  sublime,  y  que  como  todos  los  de  su  especie  encierra  muchos  pensamientos, 
y  anuncia  gran  vigor  de  ánimo  en  el  infanzón  lei^l  y  pundonoroso,  que  al  pronunciar  es- 
tas palabras,  deja  caer  la  espada. 


RUIZ  DE  ALARCON. 

JLa  amtetecf  easttffoda. 

UlONISIO  el  menor,  rey  de  Sicilia,  debia  la  corona  á  su  primo  Dion;  poro  enamorado 
de  Aurora,  bija  de  este  héroe,  y  no  pudiendo  refrenar  su  pasión,  determina  satisfiu^erla 
á  toda  costa,  y  clije  por  tercero  de  su  amorío,  á  Filipo,  que  desterrado  antea,  se  pre- 
senlaba  entonces  en  la  corte  por  vez  primera.  Filipo  visita  á  la  dama  de  parte  de  su 
tio,  y  aunque  ciego  de  amor  cuando  vé  su  hermosura,  cumple  su  comisión  y  es  des- 
pedido con  enojo.  Habia  ademas  otros  dos  principales  señores  que  la  amaban.  Poli- 
ciano y  Ricardo  (nombres,  por  decirlo  de  paso  muy  poco  griegos).  El  primero  estibi 
tratado  de  casar  con  ella,  y  Dion  habia  dado  su  consentimiento:  el  rey  impidió  este 
casamiento  con  varios  pretcstos.  Ricardo,  sumamente  leal  á  Dionisio,  se  aparta  de  so 
pretcnsión,  apenas  sabe  que  el  rey  ama  á  Aurora. 

Esta  prefiere  entre  sus  cuatro  amantes  á  Filipo:  en  una  segunda  conversación  con 
él  (que  forma  la  mejor  escena  do  este  drama)  le  obliga  á  declararse.  Filipo,  traidora 
la  confianza  del  rey,  descubre  á  Dion  la  pasión  criminal  de  su  primo,  pidiendo  en  pre- 
mio de  su  delación  la  mano  de  Aurora.  Dion  con  este  aviso  sorprende  al  rey  que  seb- 
bia  introducido  en  su  casa:  hace  ver  á  los  principales  de  Siracusa,  que  habia  citado  al 
efecto,  la  maldad  de  Dionisio,  le  quitan  la  corona  y  la  dan  á  Dion,  el  cual  premia  oca 
la  mano  de  Aurora  á  Ricardo,  el  único  entre  todos  sus  amantes  que  se  habia  conservado 
leal  al  rey  depuesto.  Ycrífícase  el  título  de  la  Amistad  castigada  en  Filipo,  á  quien  Dioo 
envia  desterrado  por  haber  preferido  la  amistad  á  él,  y  el  amor  á  su  bija,  á  la  fideli- 
dad que  debia  á  su  rey. 

El  interés  de  este  drama  en  la  lectura  no  es  muy  grande.  Varias  razones  hay  pan 
ello.  i.<»  El  protagonista  que  indudablemente  es  Filipo,  es  un  carácter  nada  noble. 
Antes  de  ver  y  amar  á  Aurora,  sujiere  y  aconseja  á  Dionisio  todos  los  medios  posiUei 
para  lograr  su  pasión,  mas  después  que  se  ha  enamorado  de  la  hija  de  Dion,  no  dili> 
culta  en  hacer  traición  á  la  confianza  que  el  rey  bahía  depositado  en  él.  2.®  Tampoeo 
es  generoso  en  Aurora,  á  la  cual  se  pinta  Uin  altiva  como  hermosa  y  discreta,  dedoine 
á  favor  de  un  corazón  tan  vil  como  el  de  Filipo,  que  pasa  del  papel  despreciable  de 
tercero  al  odioso  de  traidor.  5.°  La  contradicción  que  hay  en  la  moral  politica  de  Dios 
al  fin  del  drama;  pues  censura  y  castiga  la  traición  de  Filipo  á  su  rey,  cuando  élao 
duda  quitarlo  al  mismo  rey  la  corona,  y  desterrarle,  y  si  no  le  quitó  la  vidat  fioié  por 
intercesión  de  Aurora. 

Resulta,  pues,  que  en  la  comedia  de  la  Amistad  castigada  no  es  posible  intereaane 
por  ninguno  de  los  personajes  principales,  que  es  el  mayor  defecto  que  pueda  tener 
una  composición  dramática.  Solo  hay  una  escena,  que  es  la  última  del  acto  segando, 
que  interese  y  excite  la  atención,  no  tanto  por  el  mérito  moral  de  los  caracteres,  cobo 
por  el  arte  con  que  está  construida ,  y  la  vivacidad  del  diálogo. 

Filipo,  destacado  por  Dionisio  como  tercero,  vuelve  á  hablar  á  Aurora  para  ver  ú 
se  templaba  su  rigor  contra  el  rey;  pero  como  ya  estaba  enamorado  de  ella,  tiembla  de 
hallarla  menos  dura.  Aurora,  que  desea  verle  amante  y  no  tercero,  fiqje  alfana  indi- 
nacion  á  Dionisio. 

caunque  al  lance  primero 

respondí  con  pecho  airado, 


Füipo. 

Aurora. 

Füipo. 

Aurora. 

Füipo. 


Aurora. 


Füipo. 
Aurora. 


[803] 

no  o§  espante  que  haya  obrado 
el  cuidado  lisonjero 
mudanza  en  mf ,  conociendo 
que  no  es  ofender  amar, 
y  que  no  es  justo  pagar 
á  quien  ama»  aborreciendo. 

Mas,  ¿por  qué  busco  razones, 
Filipo,  y  satisfiícciones 
tan  dilatadas  os  doy 
y  me  disculpo,  al  hacer 
lo  que  Tenis  á  rogar 
disculpas  pide  el  negar, 
no  las  pide  el  conceder? 
Al  rey  le  decid.... 

¡Ay  cielos! 
Que  le  pago. 

¿Qué  decis? 
Parece  que  lo  sentis. 
No  señora  (¡muerto  soy!) 
antes  el  gusto  de  ver 
el  que  el  rey  ha  de  tener, 
si  tales  nuevas  le  doy. 
¿De  gusto  mudáis  color? 

pues  porque  le  deis  cumplido 
el  contento  y  le  tengáis, 
pues  lo  que  el  suyo  estimáis 
tonto  habéis  encarecido, 
decidle  no  solamente 
que  le  estoy  agradecida, 
pero  tan  ciega  y  rendida 
al  amoroso  accidente, 
que  esto  noche  ha  de  lograr 

la  licencia 

¿Qué  deds? 
Parece  que  lo  sentís.  > 


Filipo  se  retira  despechado,  no  pudiendo  tolerar  el  tormento  que  Aurora  le  daba 
ira  que  confesase.  Aurora  le  llama. 

c¿Sin  hablar  os  despedís? 

¿Qué  es  estof  Volved,  mirad, 

Filipo,  que  no  es  verdad 

lo  que  he  dicho. 
Füipo.  ¿Qué  decis? 

Aurora.  Que  nada  al  rey  le  digáis 

de  lo  que  me  habéis  oido : 

que  fué  fi^jido. 
Füipo.  ¿Finjido? 

Aurora.  Parece  que  os  alegráis. 

FUipo.  Parece  que  no  os  ofende 

el  ver  que  me  alegro  yo* 
Aurora.  A  ninguno  le  pesó 

de  alcanzar  lo  que  pretender 
Füipo.  ¿Pu<^  qué  intento  conseguisteis, 

bella  AoroM,  en  esteeCscto? 


Aurora. 

Filipo. 

Aurora. 

FUipo. 

Aurora. 

Filipo. 


Aurora, 

Füipo. 
Aurora. 
Filipo. 
Aurora. 

Filipo. 


Aurora. 

Füipo. 

Aurora. 

Filipo. 

Aurora. 

Filipo. 

Aurora. 


[204] 
Ver  declarado  ua  secreto 
que  encubrirme  pretendtotds. 
¿Qué  secretos  he  negado, 
cuando  serviros  me  toca? 
El  que  á  pesar  de  la  boca 
los  ojos  han  confesado. . 
¿Pues  qué  "visteis  en  mis  ojos 
que  á  mis  labios  contradiga? 
Pena  de  que  el  rey  consiga 
remedio  de  sus  enojos. 

Notorio  agravio  me  has  hecho 

en  responder  falsamente 

á  lo  que  la  boca  miente 

y  no  á  lo  que  siente  el  pecho. 

¿Luego  es  cierto  lo  que  yo 

de  tu  aspecto  colejíf 

¿Quieres  que  diga  que  si? 

¿Y  podrás  decir  que  no? 

Diré  lo  que  tu  gustares. 

¿Es  bien  que  yo  aunque  te  amara , 

primero  me  declarara? 

¿Digo  yo  que  te  declares? 

¿ó  pudo  mi  desvarío 

prometerse  por  ventura 

que  ocultase  tu  hermosura 

pensamiento  en  favor  mió? 

¿Tan  poco  fias  de  ti 

teniendo  tanto  valor? 

¿Luego  estimarás  mi  amor? 

¿Quieres  que  diga  que  si? 

Si  nadie  te  mereció, 

¿quién  será  tan  atrevido? 

Quien  tan  venturoso  ha  sido 

que  se  lo  pregunto  yo. 

según  eso,  Aurora,  hablar 

podemos  claro  los  dos*. 

Yo  te  adoro. 

Gloria  á  Dios, 
que  llegamos  al  lugar. > 


Este  arte  de  preparar  una  declaración  amorosa  contra  la  cual  pugnan  la  ümidei  por 
una  parte  y  la  altivez  mujeril  por  otra,  constituye  casi  todo  el  mérito  de  Marivau  en- 
tre los  dramáticos  franceses;  pero  se  vé  que  un  siglo  antes  lo  ejercitó  muy  perfecta- 
mente nuestro  Aiarcon.  £1  manejo  de  Aurora  para  arrancar  á  FiJipo  su  secreto  po  w- 
friria  objeccion,  si  el  carácter  del  amante  no  le  hiciese  indigno  de  la  preferencia. 

Citaremos  otros  versos  del  primer  acto,  escritos  contra  hs  ajenUi  jproeoeaAmt  de  h 
policía,  que  parece  eran  ya  conocidos  aunque  no  con  este  nombre.  Dioniño,  viéadoii 
rodeado  de  enemigos,  encarga  á  Dion  que  se  finja  agraviado  y  malcontento  para  qai 
los  desleales  no  tengan  dificultad  en  descubrirse  con  él;  y  le  afiade: 

cSolo  me  resta  advertiros, 
Dion,  que  el  fin  á  que  mira 
este  engaño  es  conocer 
la  traición,  no  persuadilla: 
porque  si  es  cautela  justa 
la  que  el  delito  averigua , 


[205] 
no  es  justa  la  que  ocasiona 
áemprendello  ¿  la  malicia. 
Y  asi  habéis  de  procurar 
descubrir  la^levosia 
con  medios  tan  atentados 
y  razones  tan  medidas, 
que  sin  irritar  sepáis 
quién  es  el  que  ya  conspira; 
mas  no  el  que  conspirará, 
si  vuestro  favor  le  anima.  • 


RUIZ  DE  AIARCON 


Mm  prueba  de  tas  protnesas. 


ÍVlARCON  escribió  dos  comedias  de  májia:  .La  prudKi  de  las  prame$as  y  La  Manganilla 
da  MeUUa.  Esta  última,  á  pesar  de  su  mérito  en  cuanto  al  estilo,  es  tan  desatinada  en 
cuanto  á  la  dirección  de  la  fábula,  que  no  merece  en  nuestro  entender  un  examen  par- 
ticular. Hay  en  ella  tramoyas,  vuelos,  escotillones  y  demás  aparatos  de  esta  clase  de  co- 
medias, inventadas  mas  bien  para  deleite  do  los  ojos  que  del  entendimiento. 

Muy  diferente  es  La  prueba  de  las  prometas.  Nada  bay  en  ella  de  juego  májico.  No  es 
mas  que  un  excelente  apólogo^  dirijido  á  presentar  una  verdad  muy  triste,  pero  muy 
cierta:  y  es  lo  poco  que  hay  que  fiar  en  las  promesas  de  los  hombres  ni  en  su  gratitud 

Er  los  beneficios  recibidos,  principalmente  si  varia  su  situación  y  la  fortuna  los 
onjea. 
D.  Ulan  de  Toledo  es  poseedor  de  la  ciencia  nigromántica.  I).  Juan  de  Ribera,  aue 
deseaba  instruirse  en  ella  y  tener  ademas  un  protesto  para  introducirse  en  casa  de  don 
nian,  porque  amaba  correspondido  á  su  bija  Blanca,  fe  visita  y  le  suplica  que  te  admi- 
ta por  discípulo;  pues  en  cuanto  á  sus  pretensiones  amorosas,  no  se  atrevía  á  hablarle 
de  ellas  por  ser  pobre.  Como  I).  Ulan  se  resistiese  á  enseñarle,  le  instó,  protestando  á 
los  cielos. 


cque  siempre  vuestra  ha  de  ser 
mi  hacienda,  vida  y.poder, 
cuanto  valgo  y  cuanto  soy.  • 


D.  Ulan,  resuelto  á  probar  la  verdad  de  estas  promesas  se  manifiesta  convencido, 
y  propone  darle  la  primer  lección.  En  tanto  se  presenta  el  criado  de  D.  Ulan  á  decirle 
que  ha  llegado  un  caballo  nuevo  que  su  hermano  le  enviaba.  Bajan  á  verle,  y  D.  Ulan 
manda  enjaezarle  para  que  D.  Juan  le  pruebe,  y  entran  en  el  estudio  á  esperar  que  esté 
todo  dispuesto  para  el  paseo. 

Desde  este  punto  empieza  la  operación  májica.  Un  correo  trae  á  D.  Juan  la  noticia 
de  haber  muerto  su  hermano  mayor  el  marques  de  Tarifa,  un  hijo  de  este,  y  otro  her- 
mano segundo:  de  modo  aue  D.  Juan,  que  era  el  tercero,  venia  á  heredar  aquel  titulo, 
sus  cuantiosas  riquezas  y  la  grandeza  de  España  aneja  á  él.  D.  Ulan  finjiéndose  admira- 
do y  complacido  de  esta  mutación  de  fortuna,  le  pide  para  un  hijo  suyo  letrado  el 
corregimiento  de  Tarifa.  D.  Juan  no  sale  bien  de  esta  primera  prueba,  y  se  disculpa  con 
qne  destinaba  aquel  empleo  al  ayo  que  le  habia  educado;  pero  añade  que  habiéndose 
él  de  partif  á  Madrid  á  besar  la  mano  al  rey,  D.  Ulan  debía  seguirle  con  su  hija  y  fa- 
milia, y  que  aUi  emplearla  todo  su  valimiento  en  procurar  los  aumentos  de 
su  hijo. 

En  la  segunda  Jomada  lei  la  eaeena  en  la  corte.  D.  Juan  no  cumple  ni  las  antiguas 


[206] 
ni  las  nuevas  promesas,  y  ademas  ingrato  al  amor  de  Doña  Blanca,  la  aoliciU  ya,  no 
para  esposa,  sino  como  manceba,  lo  que  irrita  á  la  noble  bija  do  D.  Ulan,  y  pasa  su  afec- 
to, aunque  gradualmente,  á  D.  Enrique  de  Vargas,  á  quien  su  padre  la  destinaba.  Ea 
tanto,  D.  Juan  granjeaba  mucho  lugar  en  el  afecto  del  rey,  y  entre  los  favores  que  re- 
cibió, uno  fué  el  de  dos  hábitos  de  órdenes  militares  para  que  los  diese  á  quien  gasta- 
se. D.  Ulan  le  pidió  uno  para  su  hijo.  D.  Juan  se  disculpó  con  que  siempre  se  suponía 
que  esos  hábitos  se  daban  para  los  parientes.  El  maestro  de  nigromancia  calla,  y  ^ra 
quitarle  todo  protesto,  le  día  un  libro  de  conjuros,  bien  que  falsos,  lo  que  pedia  eqain- 
1er  á  muchas  lecciones. 

El  rey,  cada  dia  mas  prendado  de  D.  Juan,  le  hace  presidente  del  consejo  de  Casti- 
lla. D.  Ulan  solicita  por  memorial  para  su  hijo  una  de  tres  plazas  vacantes  de  judicato- 
ra.  No  obtiene  ninguna.Viene,  pues,  en  casa  deD.  Juan  con  su  hija  á  despedirse  deél, 

3 nejándose  de  la  falsedad  de  sus  promesas:  D.  Juan  le  responde  con  insolencia,  y  aña- 
e  que  harto  hace  en  no  delatarle  como  m^ico.  D.  Ulan  deshace  el  conjuro,  y  al  mo- 
mento se  hallan  todos  en  el  estudio  de  D.  Ulan  en  Toledo;  el  mozo  de  caballeriza  en- 
tra á  avisar  ^ue  ya  estaba  el  caballo  pronto.  El  marquesado  de  Tarifa,  el  favor  del  rey, 
la  presidencia  del  consejo  de  Castilla,  todo  habia  sido  ilusión  májica,  que  pasó  comeen 
un  sueño,  en  el  espacio  de  una  hora.  Nada  habia  sido  cierto,  sípo  el  descabrimiento 
de  la  ingratitud  y  falsedad  del  prometedor,  que  perdió  así  su  amada  y  su  re- 
putación. 

Alarcon  dice  que  tomó  el  argumento  de  este  drama  dd  conde  Lmeanor;  cita  qae  no 
hemos  podido  verificar  por  la  rareza  de  este  libro.  Su  mérito  está  reclamando  la  reim- 
presión, así  como  otros  muchos  del  siglo  XV  y  XVI,  desconocidos  aun  de  noen 
tros  literatos,  y  que  yacen  como  tesoros  sepultados  en  el  polvo  de  las  bibUo- 
tecas. 

D.  José  Cañizares  imitó  la  comedia  de  Alarcon  en  la  suya  intitulada  D.  Aum  de  &- 
pina  en  Miian,  En  ella  es  mas  notoria  la  ingratitud  del  discípulo;  pues  en  la  ilosioa 
m^ica.  Espina,  aunque  no  le  enseña,  le  auxilia  para  cortejar  y  hacerse  querer  de  la 
duquesa  de  Milán,  vencer  á  sus  rivales  y  enemigos,  y  ceñirse  la  corona  ducal  dando  la 
mano  á  la  duquesa.  La  pieza  de  Cañizares  tiene  el  mérito  de  reunir  al  interés  moni 
de  la  de  Alarcon  el  aparato  teatral  propio  de  las  comedias  de  májia. 

Tristan,  criado  de  D.  Juan,  elevado  á  la  clase  de  secretario  suyo,  imita  sa  soberbia 
y  su  entonamiento,  aunque  de  una  manera  ridicula.  Pertenece  al  género  ntlriso 
su  escena  con  tres  pretendientes,  que  vienen  á  entregarle  memoriales. 

1  .'^  Merezca  en  esta  ocasión, 

que  usasted  como  quien  es, 

me  ayude  con  el  marques. 
Triitau .  ¿Qué  pide? 

i.®  Una  comisión. 

Tristan.  ¿Qué? 

4.®  Comisión. 

Tristan.  Bien  está: 

¿fuera  de  aquí? 
i""  En  Zaragoza. 

Tristan.  ¿Casado? 

i .®  Con  mujer  moza 

y  hermosa. 
Tristan.  Negociará, 

2.^  Para  que  una  plaza  alcance, 

ó  el  uno  de  estos  oficios, 

me  dad  fiívor. 
Dristan,  ¿Que  servicios? 

2.®  He  escrito  un  libro  en  romance.  * 

Triitan.  ¿Qué? 

2.®  En  romance. 

Distan.  Km  está. 


[207] 

2.* 

Y  también  fui  tradnctor 

de  uno  italiano,  señor. 

Tristan. 

Señor,  no  negociará. 

3.» 

¿Que  hay  de  mi  negocio? 

Trinan. 

Ayer 

dijo  el  marques  mi  señor, 

que  mostréis  vuestro  valor. 

si  capitán  queréis  ser. 

5.^ 

¿Pues  no  ha  bastado  mostralle 

este  talle,  esta  presencia? 

Trúían. 

Acá  tiene  Su  Excelencia 

rocines  de  mejor  talle. 

5.» 

Señor,  si  favor  me  dá 

y  negocio,  le  daré 

de  albricias  mil  doblas. 

Tnnan. 

¿Qué? 

3.« 

Mil  doblas. 

Jn^rafi. 

Negociará!! 

RUIZ  DE  ALARGCm. 

r 

m  Crueldad  p€Hr  et  honor.  JEt  MHteño  de  tas  estrenaSi 


STOS  dos  son  los  únicos  dramas  que  escribió  Alarcbn  en  el  género  y  colorido  tráji- 
.  Son  muy  inferiores  á  los  que  en  el  mismo  género  escribieron  Calderón  y  Rojas, 
nque  siempre  su  elocución  es  elegante  y  correcta,  y  se  encuentran  versos  felicísimos. 

talento  principal  fué  para  las  comedias  de  costumbres,  en  las  cuales  sobrepujó  á 
los  los  poetas  dramáticos  de  su  tiempo. 

La  crueldad  por  el  honor  tiene  por  argumento  un  hecho  que  cita  Mariana  en  el  li- 
>X1,  capítulo  IX  de  su  historia.  Alonso  I  el  batallador,  rey  de  Aragón,  pereció  á  ma- 
s  de  los  moros  vn  la  batalla  deSaríñena;  pero  no  habiéndose  encontrado  sii  cadáver 
spues  de  la  refriega,  esta  circunstancia  dio  oríjen  á  la  voz  que  corrió  en  el  vulgo,  de 
e  no  habia  fallecido  de  sus  heridas,  sino  que  curado  de  ellas,  y  avergonzado  de  ha- 
r  perdido  aquella  batalla  después  de  tantas  y  tan  señaladas  victorias,  no  quiso  volver 
trono,  y  pasó  á  la  Tierra  santa  á  pelear  contra  los  mahometanos,  olvidado  de  su  rei- 
y  de  su  gloría. 

Valióse  de  esta  hablilla,  veinte  años  después,  y  en  la  menor  edad  de  Alonso  II,  rey 
Aragón,  durante  las  turbulencias  que  se  movieron  por  el  faUecimiento  de  su  padre 
Ramón,  cun  cierto  embaydor  (son  palabras  de  Mariana)  que  se  hizo  caudillo  de  los 
e  mal  pensaban,  con  afirmar  públicamente  era  el  rey  D.  Alonso....  Decia  que  can- 
lo  de  las  cosas  humanas  estuvo  por  tanto  tiempo  disfrazado  en  Asia.  Su  larga  edad 
cia  que  muchos  le  creyesen,  las  facciones  del  rostro  no  de  todo  punto  desemejabies. 
andes  males  se  aparejaban  por  esta  causa,  si  el  embaydor  no  fuera  preso  en  Zaragaza 
10  le  dieran  la  muerte  en  los  mismos  principios  del  alboroto:  este  fué  el  pago  de  la 
irencion  y  fin  de  toda  esta  trajedia  mal  trazada.»  La  de  Alarcon,  fundada  sobre  ella, 

tiene  mejor  traza. 

Para  ennoblecer  al  embaydor,  á  quien  da  el  nombre  de  Ñuño  Aulaga,  le  supone  de 
a  familia  ilustre,  aunque  pobre,  y  que  siendo  escudero  de  Alonso  el  batallador,  se 
lió  á  su  lado  cuando  pereció  en  Sariñena,  se  apoderó  de  su  anillo  y  sello  real,  y  es- 
pando  de  la  acción,  viajó  por  países  extranjeros,  hasta  que  los  tumultos  de  Aragón 
dieron  ocasión  para  volver  á  su  patria,  no  tanto  á  usurpar  el  reino  á  (avor  de  su  se- 


[208] 
mejanza  con  el  rey  difunto,  como  á  vengar  la  ofensa  que  creia  haber  recibido  en  d  k* 
ñor,  de  un  caballero  poderoso  del  reino,  á  quien  pensaba  matar  Talido  de  la  aatoridal 
suprema  que  efectivamente  usurpó. 

El  mayor  enemigo  que  tuvo  en  su  empresa  fué  su  hijo  Sancho  Aulaga*  qne  fiel  áh 
reina  viuda  Petronila,  no  se  rindió  á  las  caricias,  á  las  promesas  ni  á  lo«  cons^foi  de 
su  padre.  Este  por  su  parte  preparó  la  venganza  de  su  agravio;  pero  ya  tenia  la  victÍBi 
entre  sus  manos,  ya  le  habia  manifestado  quién  era,  para  que  no  ignoraie  al  morir 
quién  le  mataba,  cuando  fué  impedido  y  descubierto  por  otros  personajes  que  lehaliiía 
escuchado.  Preso  y  convencido  de  su  delito,  fué  condenado  á  muerte  de  horca^  Saneho 
Aulaga,  para  evitar  el  deshonor  del  suplicio,  se  introduce  en  la  prisión,  le  da  anpnial 
para  que  se  mate  y  le  promete  consumar  la  venganza  de  su  injuria;  pero  Ñaño  Aolagí 
se  empeña  en  no  morir  sino  á  manos  de  su  hijo,  para  que  tenga  parte  en  ana  aecioa 
hecha  por  evitar  la  deshonra  pública,  y  su  hijo  le  complace,  justificando  asi  el  tltob 
de  la  comedia:  La  crueldad  por  el  hotior» 

En  la  última  escena  se  descubre  de  la  manera  menos  sucia  que  pado  el  aalor,  que 
Sancho  no  es  hijo  de  Nuiío,  sino  del  enemigo  de  este.  Su  madre  estaba  prefiadade  m 
meses  cuando  casó  con  Aulaga.  Estas  revelaciones  tardías  no  disminuyen  el  Justo  hor- 
ror de  la  atrocidad,  v  solo  sirven  para  dar  un  barniz  cómico  de  la  peor  especie  á  It 
acción  trájica,  patibularia  y  desatinada  que  sirve  de  argumento  al  drama.  El  único  et- 
rácter  interesante  es  el  de  Sancho  Aulaga,  que  colocado  entre  la  lealtad  por  ana  pinta 
y  el  honor  y  la  piedad  filial  por  otra,  cumple  con  valor  tan  difíciles  obligadonet;  pm 
el  parricidio,  aunque  solicitado  del  mismo  padre,  no  admite  disculpa  alguna. 

Ilay  en  esto  drama  unos  versos  muy  notables,  censurando  la  antigua  é  impia  má- 
xima: si  se  ha  de  delinquir^  ha  de  ser  por  reinar, 

cSi  ser  por  reinar  traidor 
dijo  que  es  licito  alguno, 
fué  cuando  la  tiranía 
daba  los  cetros  del  mundo  ; 
fué  cuando  idólatras  pechos 
no  temieron  ser  perjuros: 
fué  cuando  el  vasallo  al  rey 
natural  amor  no  tuvo: 
mas  hoy  que  la  succesion 
les  da  derecho  tan  justo; 
hoy  que  el  amor  se  deriva. 

Sor  lejftimo  transcurso, 
e  los  padres  á  los  hijos, 
boy  que  del  cristiano  yugo 
á  cumplir  los  juramentos 
obligan  los  estatutos, 
¿cómo  por  reinar  podrá 
decir  que  es  lidto  alguno 
ser  traidor?» 

Dificil  seria  á  un  publicista  fundar  mejor  la  diferenda  entre  las  modemai  nOMf 
qnías  hereditarias^  hijas  de  la  ley,  y  los  antiguos  imperios  del  mando,  adquirido!  por 
la  perfidia,  la  violencia  ó  la  sedición. 

No  hiciéramos  mención  de  la  comedia  intitulada  el  dueño  de'ku  MreUoi^  ú  m^ttM 
por  lo  extraordinario  de  la  invención,  en  la  cual  se  mezclan  con  recuerdos  da  la  Usloria 
de  Esparta  y  con  el  célebre  nombre  de  su  lejislador,  los  sentimientos  pandoMMiOiy 
las  costumbres  y  galanterías  de  la  corte  de  Felipe  IV. 

Se  sabe  que  Licurgo  se  desterró  voluntariamente  de  su  patria,  con  intención  de  no 
volver  á  ella,  cuando  hubo  conseguido  que  los  espartanos  jorasen  observar  ios  iBfU 
hasta  qae  él  volviese.  Alarcon  añade,  que  aterrado  por  la  predicdon  de  an  aitrdlo|0f 
huyó  ae  las  cortes  y  de  los  palacios:  pues  según  su  horóscopo,  habia  de  hallane  M  td 
aprieto  con  un  rey,  que  ó  le  habia  de  dar  la  muerte  ó  había  de  perecer  á  fos      *^ 


[209] 
Bata  invención  no  se  conforma  mucho  con  el  nombre  de  sdbio  que  tuvo  Licurgo  entre 
¡00 griegos;  pero  el  autor  la  necesitaba  para  justificar  el  titulo  del  drama. 

Disfrazóse,  pues,  de  villano,  compró  una  casa  de  posadas  en  una  población  corta 
de  la  Isla  de  Creta,  en  donde  permaneció  desconocido,  basta  que  el  rey  de  aquel  país» 
■wvido  por  un  oráculo  de  Apolo,  hizo  buscarle  para  confiarlo  el  gobierno  de  su  reino* 
Descubierto  por  la  industria  de  Severo,  privado  del  rey,  y  conducido  á  la  corte,  donde 
el  monarca  le  puso  al  frente  del  gobierno,  se  enamoró  de  Diana,  hija  de  Severo,  á  la 
cual  quería  también  el  rey,  y  casó  con  ella  con  beneplácilo  del  padre  y  la  licencia  del 
soberano,  que  tuvo  aquel  matrimonio  por  favorable  á  los  intereses  de  su  amor*  Una  no- 
che en  que  se  creía  á  Licurgo  ausente  de  la  corte,  se  introduce  el  rey  en  su  casa;  en- 
enénlrale  el  marido  sin  conocerle,  riñen,  traen  los  criados  luces,  y  Licurgo  ve  cumpli- 
do el  horóscopo;  mas  para  manife^lar  que  él«  como  sabio,  era  dueño  de  las  estrellas^  se 
da  la  muerte  á  sí  mismo* 

La  elocución  y  el  diálogo  dan  ínteres  á  las  diferentes  escenas  del  drama;  pero  lo 
desatinado  de  la  catástrofe  destruye  todo  buen  efecto:  Infelix  operis  summa.  Está  llena 
la  fábula  de  incidentes,  qiie  cada  uno  de  por  si  llama  la  atención  del  espectador,  pero 
que  carecen  de  un  vinculo  común  que  los  una.  El  bofetón  que  da  Teon  á  Licurgo,  cre- 
yéndole un  villano,  y  que  venga  al  ofendido  por  los  mismos  medios  que  pudiera  un 
cortesano  de  Felipe  IV,  es  un  episodio  completamente  inútil.  Primero  excita  ínteres  la 
determinación  que  toma  el  rey  do  asociar  á  Licurgo  al  manejo:  después  la  resistencia 
keróíca  de  Diana  á  los  deseos  de  un  monarca  poderoso  y  ademas  amado  de  ella  misma. 
La  pasión  de  Licurgo  á  Diana,  por  mas  desatinada  y  aun  ridicula  que  parezca,  si  aten- 
demos á  los  recuerdos  históricos,  no  deja  de  interesar:  pero  nada  produce,  sino  unca- 
nmiento  no  esperado  de  nadie.  Alarcon  en  esta  comedia  se  asemejó  á  Lope  de  Vega, 
•eostumbrado  en  casi  todas  las  suyas  á  zurcir  escenas  con  situaciones  interesantes  pero 
mal  ligadas  entre  si.  No  es  asi  como  están  escritas  la  Verdad  ioipechasa^  Las  paredes  oyen^ 
j  La  prueba  de  las  promesas^ 


RtlZ  DE  ALARCON. 

MEt  Tf^edar  de  Seg&rim^  primera  y  segunda  parte^ 


CiSTAS  dos  comedias,  con  las  cuales  concluiremos  nuestros  estudios  acerca  de  este  in- 
ñgoe  poeta,  componen  un  verdadero  drama  romántico,  que  podría  dividirse  en  cua- 
dros, según  la  moda  del  dia.  Mas  no  es  conforme  á  ella  en  el  desarreglo  de  las  ideas 
morales.  Su  argumento  es  la  venganza  que  un  caballero  castellano  toma  de  los  calum- 
niadores y  asesinos  jurídicos  de  su  padre,  perseguidores  suyos,  y  uno  de  ellos  seductor 
de  su  hermana. 

Cuadro  L — La  traición. — Dos  moros,  disfrazados  de  cristianos,  emprenden  asesinar 
al  rey  Alonso  VI  de  Castilla.  La  guardia  acude  á  tiempo,  huyen  dejando  caer  unas  car- 
tas, y  son  perseguidos  y  despedazados  por  los  soldados.  Pero  el  anciano  Beltran  Rami- 
rei,  que  no  podia  seguirlos  con  tanta  celeridad,  encuentra  las  cartas,  las  lee,  y  ve  que 
son  del  rey  moro  de  Toledo  al  marques  Suero  Pelaez  y  á  su  hijo  el  conde  D.  Julián, 
qoe  se  habían  comprometido  á  favorecer  la  empresa  de  los  asesinos.  El  honrado  Ra- 
mírez, hallándose  á  solas  con  el  marques,  le  afea  su  delito,  mas  le  promete  ocultarlo 
si  se  enmienda:  se  queda  con  las  cartas,  y  le  dá  los  sobrescritos.  El  marques,  dueño 
de  ellos,  se  los,  come  para  destruir  este  vestijio  de  su  crimen:  y  acusa  á  Beltran  ante  el 
rey  de  la  traición.  Sirve  para  dar  viso  de  verdad  á  la  calumnia  hallarle  las  cartas.  El 
rey  manda  prenderle,  confiscar  sus  bienes,  recluir  á  su  hija,  y  cuando  vuelve  D.  Fer- 
nando Ramírez,  hijo  de  Beltran,  y  protagonista  del  drama,  victorioso  de  los  moros,  el 
premio  que  encuentra  de  su  victoria,  es  ver  á  su  padre  degollado. 

Cuadro  li.^^La  torre  de  San  Martin. — Los  dos  traidores,  padre  é  hijo,  fueron  desdo 

27 


[210] 
entonces  las  personas  mas  favorecidas  del  rev,  y  se  encargaron  de  perseguir  á  Femu- 
do,  el  cual  se  hizo  fuerte  en  la  torre  de  San  Martin  de  Madrid,  con  anaoiigo  y  un  cria* 
do,  demoliendo  una  parte  de  ella,  é  impidiendo  á  cantazos  que  nadie  se  acercase  á  h 
iglesia.  Doña  María  de  Lujan,  doncella  noble,  huérfana  y  rica,  que  vivía  cerca,  em- 
morada  del  indomable  valor  con  que  se  defendía  Ramírez  contra  la  multitud  de  sv 
enemigos,  se  abrió  paso  por  la  nocne  hasta  él,  acompañada  de  un  criado  de  au  oonfiu- 
za,  por  medio  de  un  subterráneo  de  su  casa  que  comunicaba  con  las  bóvedas  de  h 
iglesia;  le  manifestó  quién  era,  su  amor  y  su  proyecto  de  libertarle,  y  le  llevó  los  vi- 
veres  que  necesitaba;  porque  sus  perseguidores  hablan  resuelto  hacerle  morir  de  ham- 
bre como  á  Pausanias. 

Cuadro  IIL — El  Tejedor, — El  criado  de  Doña  María  habla  sido  tejedor  de  lana  cd 
Segovia.  Marchó  á  esta  ciudad  con  su  ama,  vestida  humildemente  como  nuera  soja. 
D.  Fernando,  después  de  haber  despedido  con  varíes  pretestos  á  su  amigo  y  á  lu  cria- 
do, trocó  sus  vestidos  con  un  cadáver  reciente  y  de  su  misma  estatura,  le  desfiguró  d 
rostro  á  puñaladas,  lo  dejó  donde  pudiese  ser  reconocido,  huyó  á  Guadarrama  cap 
cura  le  proporcionó  otro  traje  aunc^ue  humilde,  y  se  presentó  en  Segovia  como  e^oso 
de  la  finjida  Teodora,  é  hijo  del  cnado  Pedro  Alonso,  que  ya  tenia  establecida  sa  ft- 
brica  de  telares.  Tomó  el  nombre  y  la  profesión  del  supuesto  padre,  y  fué  recibido  eoa 
aplauso  de  todos  los  de  la  carda,  porque  se  aseguró  que  era  muy  valiente  y  que  venia 
de  la  guerra. 

Cuadro  IV. — El  bofetón  y  la  cárcel, — La  corte  residía  á  la  sazón  en  Segovia.  El  conde 
Julián  Pelaez  á  quien  estaba  confiada  la  reclusión  de  Ana  Ramírez,  la  habia  seducido, 
la  tenia  en  una  casa  de  campo,  entreteniéndola  con  varios  pretestos  para  no  daileli 
mano;  y  entretanto,  enamorado  de  la  supuesta  Teodora,  la  requirió  de  amores.  So 
marido  se  opuso  á  que  entrase  en  su  casa,  el  conde  le  dio  un  bofetón,  y  él  sacó  la  es- 
pada y  le  hirió*  Fué  preso  y  cargado  de  grillos  y  cadenas.  En  la  cárcel  halló  mudm 
valentones  que  le  respetaban  y  querian  por  su  intrepidez.  Pidió  á  uno  de  ellos  miela 
diese  una  herida  en  la  cabeza,  nnjió  que  se  la  habia  hecho  tropezando  j  cayendo  en 
una  escalera,  se  le  puso  en  la  enfermería,  aunque  con  esposas,  se  mordió  el  artejo  de 
un  dedo  para  sacarlas,  y  haciendo  escalas  de  las  sabanas  de  los  enfermos,  huyó  de  li 
cárcel  con  todos  los  reos  que  quisieron  seguirlo,  y  llevándose  á  su  Teodora,  se  refa- 
jió  á  la  sierra  de  Guadarrama. 

Cuadro  V. — Los  bandoleros. — ^Yivió  en  ella  tomando  lo  necesario  para  si  y  los  sayos, 
cuyo  número  se  aumentó  hasta  tal  punto  que  pudieron  encastillarse  en  aquellas  mon- 
tañas. Un  criado  antiguo  suyo,  sobornado  para  venderle,  vino  con  otros  asociados  i 
su  intento,  á  unirse  á  su  compañía,  aprovechó  una  ocasión  en  que.  estaba  descuidado  y 
solo  con  Teodora,  los  maniataron  y  caminaron  á  Segovia.  Llegaron  de  noche  auna  ven- 
ta, donde  mientras  los  apresadores  comian,  el  Tejedor  puso  las  manos  en  la  loz  del 
candil,  quemó  las  cuerdas  que  las  ataban,  quitó  la  espada  á  uno  de  ellos,  los  acuchilló, 
desató  á  Teodora,  y  huyó  con  ella;  pero  cargando  gente,  se  le  quebró  la  espada,  y  se 
separaron  en  la  fuga,  bien  que  no  mucho,  pues  llegaron  con  poco  intervalo  de  tiempo 
á  la  quinta  del  conde,  á  cuya  puerta  se  hallaba  este,  ya  convalecido  de  su  herida.  Tes- 
dora,  viendo  el  peligro,  finjo  cariño  al  alevoso  perseguidor,  que  quería  matar  á  Fer- 
nando, y  le  pide  la  espada  para  hacerlo  ella  misma.  Tómala,  se  la  entrega  á  su  esposo 
para  que  se  defienda,  y  huye.  Fernando  obliga  al  conde  á  encerrarse  en  su  casa»  des* 
pues  de  lo  cual  se  reúne  con  Teodora  y  con  sus  compañeros. 

Cuadro  VI, — La  venganza, — £1  Tejedor  saca  su  hermana  de  la  quinta  donde  eslaha, 
yuela  á  la  del  conde,  se  hace  dueño  desu  persona  y  délas  de  sus  criados,  le  obliga  ali- 
sar con  Doña  Ana,  á  quien  debia  el  honor,  se  queda  solo  conél,  ledeclaraque  es  elnÍB- 
ino  Femando  Ramírez,  á  quien  todos  creian  muerto ,  le  enumera  los  agravios  recili- 
dos,  y  los  venga  peleando  con  él  cuerpo  á  cuerpo  y  dándole  la  muerte.  Marcha  despaes 
con  sus  bandoleros,  convertidos  ya  en  soldados,  en  defensa  del  rey  que  llevaba  lo  peor 
en  una  batalla  contra  los  moros;  restablece  el  combate,  y  dá  la  victoria  á  su  patria; 
pero  encontrándose  con  el  marques,  le  acomete,  le  rinde,  le  hiere  mortalmente,  y  le 
obliga  á  confesar  delante  de  todos  la  calumnia  de  que  fué  víctima  su  honrado  padre. 
El  re^  le  restituye  á  su  gracia. 

Si  hay  alguna  composición  verdaderamente  romántica ,  esto  es,  novéleseB,  esU 


[2U] 

Cábula  del  Tejedor  de  Segotia.  Está  llena  de  acción,  de  movimiento  y  de  interés.  £1  len- 
guaje, aunque  no  tan  esmerado  como  en  otras  comedias  de  Alarcon,  es  animado,  ve* 
hemente,  sobre  todo  en  ^1  papel  de  Fernando,  cuyo  carácter  emprendedor  ó  impetuo- 
so no  se  desmiente  nunca.  Sirva  de  ejemplo  este  monólogo  que  dice  cuando  pone  las 
nanos  en  las  llamas  del  candil  de  la  venta. 

«Dadme  favor,  santos  cielos: 

que  mientras  hablan,  dispongo 

que  el  fuego  de  este  candii 

me  dé  remedio  piadoso, 

aunque  me  abrase  las  manos. 

Elemento  poderoso , 

esfuerza  la  acción  voraz , 

tú,  que  los  húmedos  troncos, 

los  aceros,  los  diamantes 

sueles  con  vertir  en  polvo. 

¡Ah,  pese  á  tu. actividad!  ^ 

Todo  me  abraso,  y  no  rompo 

los  lazos:  fuego  enemigo 

¿dánte  pasto  mas  sabroso 

mis  manos,  que  estas  estojpas 

que  te  suelen  ser  tan  propio 

alimento?... Ya  estoy  libre: 

ahora  si  cuantos  monstruos 

de  Egipto  beben  las  aguas, 

pacen  de  Hircania  los  sotos , 

se  oponen  á  mi  furor, 

los  haré  pedazos  todos,  t 


D.  JOSÉ  CAÑIZARES. 


ARTÍCULO  I. 


Solo  sabemos  que  pertenece  á  aquel  periodo  por  la  mención  que  hace  de  las  tra* 
jodias. 

«según  )el  francés  estilo» 

esto  es,  en  cinco  actos,  en  su  comedia  del  Saerificio  de  Ifijema^  y  por  algunas  voces  fa- 
miliares, como  agur^  petimetre  y  otras,  introducidas  en  el  lenguaje  común  después  del 
advenimiento  de  la  casa  de  Borbon  al  trono  de  Espafia.  El  mismo  hace  alusión  ala  mo- 
da introducida  de  apladir  á  los  autores  con  las  voces  6raeo,  famoiOy  bueno:  pues  habien- 
do dicho  al  auditorio,  en  el  fin  de  la  comedia  El  mas  bobo  sabe  mas, 

€  Y  con  dos  palmadas  solas, 
quedan  premiados  y  alegres 
nosotros,  injenio  y  obra,» 

ya  al  acabar  la  segunda  parte  dd  AniUo  de  (hjesj  pone  en  boca  del  coro  estos  versos: 


[212] 

c  Pidiendo  con  voces 
deliras  y  trompas, 
en  vez  de  palmadas 
que  espliquen  el  vitoff 
perdones  y  aplausos 
con  frases  modernas 
del  buenoj  famoso, 
del  bravo  y  el  lindo.f 

Todos  estos  indicios  demuestran  que  floreció  en  la  época  que  hemos  dicho.  Sin 
bargo  sus  frecuentes  alusiones  á  Calderón  y  á  los  lances  de  las  comedias  de  este  iniif* 
ne  poeta,  muestran  que  no  se  cometería  gran  yerro  en  suponer  que  comenzó  su  carren 
á  fines  del  siglo  anterior.  £s  muy  de  notar  que  ninguno  de  sus  dramas  recuerda  dr- 
cunstancias  políticas  de  su  tiempo,  ni  aun  por  alusiones  remotas:  excepto  quizá  la  co- 
media Yo  me  entiendo  y  Dios  me  entiende^  en  la  cual  parece  que  se  quiere  elojiar  la  coa- 
ducta  de  los  que  habiendo  servido  con  honor  al  archiduque  Carlos,  pagaron  despoei de 
la  ruina  de  su  partido  al  de  Felipe  V;  representando  esta  grande  disputa  en  la  ds 
Pedro  el  cruel  y  de  su  hermano  Enrique  de  Trastamara,  que  sirve  de  acdon  á 
aquel  drama. 

Después  de  Cañizares  se  escribieron  algunas  comedias  en  el  género  de  Calderón;  mas 
ninguna  de  ellas  ha  tenido  aceptación  ni  fama  en  el  teatro.  Empezaron  por  una  parte 
los  partidarios  de  Hacine  y  Moliere  á  desacreditar  el  género:  por  otra  á  corromper  h 
escena  con  sus  composiciones  estrambóticas  los  Zavalas,  Cornelias  y  Trigueros,  mien- 
tras adormecian  el  auditorio  Luyando  y  Moratin  el  padre:  por  otra,  la  alteración  com- 
pleta de  las  costumbres  inutilizaba  los  medios  y  recursos  dramáticos  del  siglo  anterior, 
y  eran  mas  análogas  á  los  nuevos  usos  é  ideas  las  comedias  y  trajedias  francesas,  po- 
cas veces  bien  traducidas.  Por  todas  estas  razones  debe  mirarse  á  Cañizares  como  el  úl- 
timo poeta  cómico  del  teatro  español  que  empezó  en  Lope  de  Vega. 

Algunos  quieren  que  se  le  considere  como  eslabón  intermedio  que  sirvió  parauoir 
el  género  de  Calderón  con  el  que  después  se  adoptó  imitado  del  teatro  francés;  y  le 
fundan  en  el  conato  que  puso  eu  describir  caracteres,  que  mejor  pudieran  llamane 
caricaturas.  Nosotros  no  lo  creemos  así,  y  tenemos  á  Cañizares  por  calderoniano  paro. 
Su  Dómine  Lucas,  su  I).  I^in  do  los  Hechizos  de  amor,  su  i).  Lorenzo  del  Mas  bobo  sabí 
mas  no  tienen  sus  tipos  en  el  teatro  francés,  sino  en  el  I).  Toribio  Quadrilieros  de  Guár- 
date del  agua  mansa  de  Calderón,  en  D,  Lucas  del  Cigarral  do  Uojas,  y  otros  caracléreí 
grotescos  do  nuestros  antiguos  dramáticos,  que  no  derramaban  la  sátira  cómica  en  ana 
nación  pundonorosa  y  colérica,  sobre  personajes  que  pudieran  tener  retratos  en  la  so- 
ciedad, sino  sobre  mamarrachos  tínjidos  á  placer. 

Cañizares  no  es  solo  calderoniano,  sino  acaso  el  que  imitó  mejor  la  elocución,  el 
arte  de  versificar,  y  la  disposición  de  la  fábula,  que  son  propias  del  maestro.  Es  máifr 
cil  y  menos  artificioso  en  los  versos,  menos  decoroso  en  tas  sales,  pero  mas  abondanle. 
Sus  comedias  siempre  interesan,  siempre  agradan  por  el  continuo  y  no  inverosímil  mo- 
vimiento de  los  personajes.  Posee  en  sumo  grado  el  arle  de  hacer  reir,  aun  con  deaa- 
tinos  y  necedades,  y  no  perdona  ni  á  equívocos  ni  á  conceptillos;  jpero  injeridos  de  tal 
manera,  que  parecen  el  modo  natural  de  habiar^del  interlocutor.  &u  diálogo  es  frecuen- 
temente VIVO  y  animado  como  el  de  Morcto.  Ni  tiendas  intenciones  dramáticas  de  es- 
te, oi  la  sal  picante  de  Tirso,  ni  las  combinaciones  injeniosas  de  Calderón,  ni  las  gradaí 
naturales  de  Lope.  Pero  su  objeto  es  hacer  reír,  y  lo  logra  como  ninguno.  ¿Quién  Mede 
refrenar  la  risa  cuando  vé  á  D.  Lucas  llevar  por  peto  á  un  desafio  el  árbol  geneal^M* 
de  su  familia:  al  mayorazgo  de  Granada  deletrear  mascullando  el  billete  c[ue  ha  8or|im- 
dído  á  su  mujer,  ó  á  i).  Policarpo  de  Lara  espresar  su  necia  pasión  á  la  iloa- 

tro  fregona? 

Sus  comedias  de  figurón,  que  son  las  que  mas  fama  lo  han  granjeado,  son  por  lo  re- 
gular de  capa  y  espada,  como  las  do  Calderón  y  Morete;  pero  hay  en  ellas  un  persona- 
je ideal,  necio,  malicioso,  estrafalario  y  botarate,  destinado  á  hacer  reir  al  auditorio,  á 
ser  el  juguete  y  la  burla  de  los  demás,  y  á  tener  sin  embargo  una  parte  activa  en  el  en- 
lace y  desenlace  de  la  fábula.  Calderón,  Rojas  y  Moreto  presentaron  cada  uno  un  carao- 


[213] 
r  de  esta  especie;  pero  Cañizares  snpo diversificar  esta  figura,  y  conservando  el  fonda 
I  sos  cualidades  aparentes,  á  saber,  la  estra  vagancia  (leí  lenguaje  y  de  las  ideas,  variar 
8  sentimientos  morales  y  su  capacidad  intelectual. 

El  Dómine  Lucas  es  un  estudiantón  ridículo  y  pedante,  infatuado  de  su  nobleza;  pero 
.  Cosme  de  Anzures  de  Yo  me  entiendo  y  Dios  me  entiende^  encierra  bajo  espresiones  y 
odales  estrafalario)^,  valor ,  sentimientos*  nobles ,  muy  buen  juicio  y  no  poca 
tocia. 

D.  Policarpo  de  Lara  es  un  joven  mal  educado,  incapaz  de  honor,  de  valor,  ni  de 
dicadeza  en  el  amor;  pero  el  I).  Lorenzo  del  Mat  bobo  $abe  man^  mayorazgo  travieso  y 
itarate,  despierta  de  su  larga  infancia,  apenas  siente  el  aguijón  de  la  injuria  y  teme 
ifáev  el  amor  de  su  esposa. 

El  I).  Lain  del  Músico  por  amor;  es  un  animal  avaro,  glotón  y  descortés:  el  D.  Geró- 
mo  Retuerta  de  una  comedia,  cuyo  título  es  Allá  vd  ese  disparate^  pertenece  á  la  mis- 
a  especie,  y  solo  se  diferencia  en  los  incidentes  de  la  fábula.  El  barón  del  Pinel  solo  se 
ferencia  de  los  dos  en  su  ridículo  orgullo  aristocrático,  y  en  su  desatinado  amor  á  ufia 
ujer  casada,  con  el  que  estuvo  á  pique  de  arruinarse  á  si  mismo  y  á  una  familia  dis- 
Qguida. 

Al  lado  de  los  caracteres  de  figurón  se  ven  otros  no  tan  recargados,  aunque  tam- 
ien  ridículos,  dibujados  con  felicidad.  En  la  ilustre  Fregona  introduce  una  dama  pe- 
lote y  culta,  imitada  visiblemente  de  la  Doña  Beatriz  de  Calderón  en  No  hay  burlas 
n  el  amor.  También  es  pedante,  y  ademas  poeta,  el  D.  Periquito  de  Alldva  ese  dispa- 
lie.  £1  tio  del  Dómine  Lucas  es  un  abogado  que  apenas  sabe  hablar  otro  idioma  que  el 
5  la  curia  y  enamora  en  términos  de  proceso.  Es  ademas  fanático  por  la  nobleza;  y 
ly  en  Madrid  una  tradiccion  de  que  fué  personaje  verdadero,  y  que  Cañizares  lo  sa- 
í  al  teatro  por  complacer  á  amigos  poderosos,  alegres  y  mal  intencionados.  En  la 
tisma  comedia  hay  una  Doña  Melchora,  tonta,  mas  tan  aficionada  al  matrimonio,  que 
mducc  á  la  par  dos  intrigas  amorosas  para  hacerse  poderosa^  según  ella  dice,  logrando 
3S  casamientos.  En  el  Músico  por  amor  se  introduce  una  santurrona,  capaz  de  amor,  de 
dos  y  de  ira. 

Otras  comedias  tiene  Cañizares  que  sin  ser  de  figurón,  describen  un  carácter.  En  Las 
lentas  del  gran  Capitán  este  héroe  y  su  amigo  Diego  de  Paredes  hablan  como  dos  espa- 
cies militares  del  siglo  XVI,  llenos  de  bizarría,  de  valor  y  de  gracia.  El  guapo  Julián 
omero  y  su  dama  imitan  el  lenguaje  y  el  arrojo  de  los  valentones.  No  hablamos  de  la 
róica  Antonia  Garcia^  que  no  es  mas  que  un  robo  hecho  al  insigne  Tirso  de  Molina. 

Pero  el  carácter  que  Cañizares  no  robóá  nadie,  y  que  está  perfectamente  descrito, 
ieláe  El  Picarilíoen  E^ipaña,  Federico  Bracamoníe,  proscrito  por  el  rey  D.  Juan  II, 
)  introduce  en  su  corle  como  un  soldado  de  fortuna,  se  hace  amigo  del  condestable 
•  Alvaro,  imita  con  sal  y  sin  afectación  los  modales  de  palacio,  enamora  y  cela  sin  re- 
[inciar  al  título  de  picaro  que  se  habia  dado  á  si  mismo,  hasta  que  en  fin,  libertando 
rey  de  una  violencia,  se  descubre  y  obtiene  su  perdón.  No  dudamos  en  designar  esta 
imedia  como  una  de  las  mejores  de  Cañizares, 


ARllcULO  ÍI. 

CONCLUIREMOS  la  eiyimeracion  de  los  dramas  de  carácter  de  Cañizares  con  la  Vida 
I  gran  Tacaño^  llena  de  movimiento  y  de  intriga:  los  diálogos  son  graciosísimos,  y  las 
tocias  para  robar  bien  urdidas  y  ejecutadas.  Muchos  de  los  incidentes  son  tomados 
)  la  novela  satírica  de  Quevedo  que  tiene  el  mismo  titulo.  Las  dos  damas  burladas 
irlos  rateros  no  pertenecen  ya  á  la  escuela  de  Calderón:  son  codiciosas  é  incapaces 
i  amor;  porque  la  una  es  imbécil,  y  la  otra  no  ama  en  el  mundo  masque  á  su  perrita 
abe,  cuyo  robo  es  uno  de  los  incidentes  mas  cómicos  do  la  pieza. 

£o  cuanto  á  las  comedias  heroicas,  en  que  procura  imitar  el  sistema  de  Calderón, 
i  mas  dignas  de  aprecio  por  el  buen  estilo,  la  versificación  y  la  gravedad  de  la  sen- 
acia,  son  También  por  la  voz  hay  dicha^  en  que  imitó  el  Alcaide  de  si  mismo  de  su  modelo, 
Por  acrisolar  su  honor^  competidor  hijo  y  padre.  Esta  última  puede  considerarse  como 


[2Í4] 

la  segunda  parte  de  la  desdichada  Estefanía  de  Velez  de  Guevara.  Un  hijo  de  Fernaa 
Ruiz  de  Castro  y  de  esta  infeliz  victima  de  los  celos,  se  presenta  á  soatener  contra  so 
padre  en  desafío  público  la  inocencia  de  su  madre. 

Cañizares  no  era  aficionado  al  género  trájico.  Sin  emlMirgo  en  el  SaerijÑeio  de  Ifigenia 
tiene  buenos  versos  y  situaciones  interesantes:  mas  ninguna  tomada  de  la  Ifigenia  de 
Hacine,  Mientras  no  parezca  la  que  con  ef  mismo  título  escribió  Calderón,  no  se  podrá 
decir  si  Cañizares  le  robó  mucho  ó  poco.  Nosotros  nos  inclinamos  á  lo  primero,  por- 
que muchos  de  los  versos  nos  han  parecido  del  mismo  Calderón,  como  estos  de  Aquiles, 
3ue  resuelto  á  defender  á  Ifigenia  contra  Agamenón,  contra  Grecia  y  contra  los  dioses» 
ice  á  sus  soldados: 

cQue  á  mi  real  tienda  llevéis, 
banderas  tendidas,  armas 
en  mano,  tambor  batiente, 
formados  como  en  batalla, 
á  la  reina  mi  señora, 
y  á  la  que  ya  coronada 

Sor  esposa  de  su  rey, 
esará  los  pies  Tesalia: 
mientras  el  resto  de  toda 
esa  femenil  bastarda 
multitud,  pues  muda  sufre 
como  relijion  la  infamia, 
yo  solo  defiendo  el  paso.» 
ó  estos  de  Agamenón: 

cEl  orbe  que  oyó  el  estruendo 
de  las  trompas  y  las  cajas, 
ya  de  aquel  susto  primero 
convalece  en  la  tardanza; 
juzgando,  ó  que  es  guerra  ii^usta 
la  c[ue  tierra,  viento  y  agua 
resisten,  ó  que  el  temor 
de  no  conseguir  la  hazaña 
es  remora  á  nuestro  impulso, 
es  remo  á  nuestra  venganza. » 

Si  estos  versos  son  verdaderamente  de  Cañizares,  debe  confesarse  que  ninguno  ha 
•ido  tan  feliz  como  él  en  imitar  á  Calderón. 

Citemos  algunos  pasiges  del  género  propiamente  suyo,  que  era  el  grotesco.  El  Dó- 
mine Lucas  en  la  esposicion  de  la  comedia  de  su  nombre,  dice  á  D.  Enrique,  au  amigo 
y  conocido  antiguo: 

cYo  en  la  montaña 

tengo  una  bonita  hacienda, 

á  Dios  gracias,  que  un  abuelo, 

mi  deudo  por  línea  recta,  * 

fundó  ciento  y  dos  mil  años         ^ 

antes  que  Cristo  naciera. 

.  .••...•••••.Liejóme 

con  calidad  esa  renta 

de  que  entre  á  gozarla  yo 

desde  el  día  en  que  me  muera. 
Z>.  Enrique.  ¿Desde  que  os  muráis?  pues  muerto 

de  qué  os  sirve? 
D.  Lúeas.  Tengan  cu  enta . 

pues  ¿cómo  queréis  que  mande 

que  viva  un  hombre  con  ella, 


D,  Enrique. 
D,  Lucas. 


[215] 
8i  es  hacienda  de  montaña 
oue  hincha,  pero  no  sustenta? 
¿Pues  cuanto  es? 

Doce  ducados. 
y  tiene  un  censo  de  treinta. 

£1  caso  es  que  mi  nobleza 
tan  antigua  que  á  diez  millas, 
huele  á  lo  rancio  que  apesta, 
no  permite  que  me  entregue 
todo  entero  á  quien  no  sepa 
que  es  mujer  tan  recatada, 
tan  mirada,  tan  atenta, 
tan  noble  y  tan  tarantan.... 
¿Qué  es  tarantan? 

Es  discreta 
frase  con  que  yo  me  esplico 
dando  á  entender  que  quisiera 
mujer  que  no  se  asustara 
de  cajas  ni  de  trompetas  etc. 

1  el  Músico  ¡yor  amor  D.  Lain,  yiendo  á  D.  Carlos,  hijo  de  su  amigo,  dice: 

D.  Garlitos  mió, 

abrazadme,  apretujadme, 

oprimidme,  deshacedme, 
ue  sois  una  yiva  imájen 
o  vuestro  padre:  no  he  visto 

semejanza  semejante.» 
después 


D,  Enrique, 
D.  Lucas. 


i 


c¿A  qué  pensáis  que  he  venido 

con  todos  mis  alifafes 

y  esta  cara  de  mastín? 
Carlos,  ¿A  qué  es? 

Lain.  A  medio  casarme. 

Carlos.  Estraña  función  será 

boda  tratada  á  mitades. 
Lain.  Tengo  aquí  un  correspondiente, 

^ne  giramos  los  caudales 

igualmente:  y  entre  algunos 

cambios  que  iiay  de  parte  á  parle, 

á  letra  sin  ver,  quería 

una  hija  suya  encajarme. 

Yo,  que  para  aceptar  una 

de  ciento  y  cincuenta  reales, 

la  doy  ochocientas  vueltas 

y  pillo  la  «mosca  antes, 

vengo  á  ver  el  dote,  que  es 

en  lo  que  habrá  que  repase: 

que  no  hay  rostro  que  sea  feo, 

como  un  talego  le  lave.  > 

En  Va  me  entiendo  y  Dios  me  eníteñde  entran  de  noche  el  rey  D.  Pedro  y  su  confiden- 
D.  Alvaro  en  casa  de  D.  Cosme,  á  enamorar  á  su  futura  esposa.  D.  Cosme  encuentra 
n  ellos  á  oscuras,  y  les  oye  hablar,  sin  conocerlos,  do  un  risco  y  de  un  mármol  que  no 
leden  ablandar  ni  contrastar  y  él  díco  para  si: 


[216] 
«¿Qué  cosa  en  mi  casa  hay  tinra^ 
que  estos  quieren  madurarme? 


j  después,  conociendo  al  rey. 


c  Honras  me  trae 

el  rey  que  á  vencer  durezas 

viene  á  mi  casa?» 


ARTÍCULO  III. 


V  EAMOS  de  qué  manera  forma  los  diálogos  Cañizares  en  materias  algo  mas  elefala 
Una  mujer  dá  la  siguiente  queja  al  gran  Capitán: 


«Señor,  aqui  hay  un  soldado 

3ue  la  palabra  me  ha  dado 
e  casamiento. 

Pasad 
adelante. 

En  fuerza  de  esto 
á  mi  obsequio  le  admití. 

Y  ¿es  español? 

Señor,  sf . 

Y  ¿08  engañó?  Acabad  presto» 
Tarda  en  casarse,  y  apura 
mi  tolerancia. 

Señora, 
¿con  eso  venís  ahora? 

Sues  acaso  ¿soy  yo  el  cora? 
oís  el  virey,  y  él  está 
ea  vuestra  guardia.. 

¿Si  á  féf 
Pues  yo  le  arcabucearé 
y  después  se  casará. 
¿Matarle?  ¿por  qué,  señor? 
¿No  decis  que  os  ha  engañado? 
No  señor;  que  él  no  ha  tocado 
al  sagrado  de  mi  honor: 
solo  el  casarse  ha  ofrecido.. 
Hablarais  para  mañana; 
pues  pasósele  la  gana 
de  ser  ya  vuestro  marido. 
¿Qué  le  he  de  hacer  en  rigorT 
pues  yo  bien  le  puedo  dar 
orden  para  pelear,, 
no  para  tener  amor.» 

El  mismo  Gonzalo  de  Córdoba  dice  á  su  sobrino,  que  andaba  entretenido  en 
y  con  rivales: 


Gonzalo. 

Mujer. 

Gonzalo. 
Mujer. 
Gonzalo. 
Mujer, 

Gonzalo. 

Mujer, 
Gonzalo. 


MujeTk 

Gonzalo. 

Mujer. 


Gonzalo. 


Juan, 
Qonsuilo. 


cPues  D.  Juan, 
¿vos  aqui? 

Señor,  estaba... 
Divirtiéndoos,  ¿no  es  verdad? 
aunque  yo  sienta  la  falta. 


Juan. 
Gonzalo. 

Juan* 
Gonzalo^ 

Pelón, 
Juan. 

Garda  de 
Juan, 

García. 


»I7] 

Señor«f« 

Ved  en  lo  que  andaU, 
quo  iob  mí  sangre. 

¿Yo?eftDada. 
Cuidado  con  la  cabeza, 

Íue  ot  enterraráo  gi  os  matan.    (Vase.) 
*$oyome  lo  dijirm^ 
Hoy,  por  lo  que  ahora  os  contaba, 
he  tenido  una  pendencia* 
Paredes.  ¿Y  estabais  sololf 

Llevaba 
á  Pelen. 

¡Buenas  pechugas 
de  gallinast  si  le  asaran! 


i  el  Picarillo  en  Espafkt  hay  el  diálogo  siguiente  imitando  el  estilo  de  los  amoríos 
acio: 


honor. 


Frderico, 

íjvnor. 

Federico, 

¡jfonor. 


Federico. 

Ijronor. 

Frderico. 


I^onor, 
Federico, 


ijconor. 


lio  oido  vuestra  manfa, 
y  mi  condición  me  llama 
á  gustar  mucho*. •. 

¿De  qué? 
í)e  gentes  extraordinarias. 
Pues  ninguno  le  es,  señora, 
mas  que  yo, 

¡Qué  libre  que  habla! 

¿y  tenéis  muchas 

habilidades/ 

No  faltan. 
¿Cantar,  danzar  y  tañer? 
ÍAk  voz  boy,  señora,  es  mala: 
pero  muchas  malas  voces , 
andando  el  tiempo,  se  aclaran* 
¿Va  empezáis  como  en  misterio 
a  esplicaros? 

Linda  gracia: 
pues  si  entro  desde  hoy  á  andar 
en  terreros  y  antesalas , 
¿no  queréis  gaste  conceptos, 
preludio»  y  estra vagancias'/ 
¡Jesús!  gustaré  de  vos 
muchisimo  yo.**> 


I  arto  segundo  volviendo  á  encontrarse,  dice: 


ÍJ'onov, 

Federico, 
Ijeonor. 

Federico. 

Leonor. 


«Ruido  sintió  la  reina 
en  esta  cuadra,  y  á  efecto 
de  saber  lo  que  es  me  envía* 
Yo  bien  decíroslo  ^uedo; 

Í)ero  no  puedo  decirli^,^ 
*2sa  implicación  no  entiendo* 

•   •  9V#999*  •  999*ttV«  •  •##*#*  •e*vVV« 

¿qué  he  de  decir  A  la  reina? 
Que  aqui  ha  pasado  un  suceso, 
y  á  un  picaro  se  ha  fiado 
que  sabe  g«ardar  secreto. 
¿En  todo? 


28 


Fcderuv. 


Jjeonor, 

Federico, 

JLeotwr, 


FedaHco. 


I^eonor. 
Federico^ 


Leonor, 

Federico. 

Leonor» 

Federico* 

Leonor, 

Federico, 

Ijfonor, 

Federico. 

Leonor, 


Federico, 

Leonor, 

Federico. 


[Slt] 
Eq  lodo,  sefiorac 
%  ano  hasta  en  eaiar  sirviendo» 

£'  ues  sirvo  sinetpenauí. 
lucho  estar  de  prisa  siento. 
¿Por  quá^ 

Porque  os  respondiera, 

re  si  sois  picaro^  eso 
servir  por  servir  solo 
sin  que  lo  sepa  ul  deseo, 
lo  dejéis  para  quieasea 
picaro  mas.  caballero. 
Mirad  que  me  habéis  picado^ 
que  JO.  también  puedo  serlo. 

Picaro  sois^  bien  decis. 
Pues  ya  me  iwis  conociendo, 
y  veréis  que  es  mas  en  mi 
que  lo  picaro,  lo  necio. 

Picaro  sois*  pero  sois 
muy  cortés  y  muy  discreto. 
Agradetco  la  ironía, 
perdonad  si  la  penelro% 
Ya  hablaremos. 

¿Por  qué  oót 
Soiegrac¡oso« 

Yo  lo  creo. 
A  Dios. 

El  vaj^a  con  vos. 
;Qué  hay  en  este  hombre  encubierto 
que  diet  la  que  él  recata? 
Mas  yo<¿para  qué  deseo 
iaquirirlo? — A  Dios. 

¿Dos  veces 
os  despedís? 

Es  que  quiero 
me  sintáis  el  que  me  vaya. 
¿Pues  para  quedar  morieodo 
una  vea  no  basta?» 


[Aparte.) 


Este 
empezado 

(le  Austria,  ^  __^ ^ , 

Zumora.  El  rendimiento  en  los  caballeros,  y  el  desden  y  la  altivea  en  las-damas,  q«a^ 
ocultaban  á  veces  bajo  aquellas  apariencias  sentimientos  mas  tiernos,  eran  el  alna  d« 
la  conversación  fina  en  el  siglo  de  Calderón. 


ZAMORA. 


ARtíCBtOí. 

U«  Antonio  Zamora,  gentil  hombre  de  la  oisa  de  S»  &t»  y  oBctal  de  la  secretaria  de 
Indias,  fué  uno  de  los  últimos  poetas  cómicos  de  l*«iwiela  de  Lepe  y  Cahiarolii ,  que  la 


npañaron,  por  decirlo  asi,  i  *ú  foneral  á  príacipioa  del  siglo  pasado.  En  el  prólogo 
escribió  para  el  primer  tomo  de  sus  eomediaa,  dejó  consignada  su  tídelidad  á  las 
iciones  de  aquellos  maestros,  vsedaladamente  del  último:  mas  aunque  él  no  lo  bu- 
a  espresanienle  dicho,  se  reconoce  bastantemente  tanto  en  la  conducta  de  sus  fábu* 
:omo  en  su  elocución,  que  para  él  no  babia  otro  modelo  que  mereciese  ser  imitado 
<  el  poeta  favorecido  de  Felipe  IV.  No  carece  á  la  Terdad  de  mérito  en  la  disposición 
teres  del  plan  ni  en  la  viveía  del  diálogo,  mas  correcto  en  lo  primero  que  Tirso  y 
e,  muy  inferior  á  ambos  en  lo  segundo,  aunque  no  despireciable;  pero  su  estilo  es 
re,  sin  calor,  amanerado,  cuajado  de  metáforas  gongorijias;  en  una  palabra,  no  imi« 
n  esta  parte  sino  los  defectos  de  Calderón  ó  de  su  siglo. 

La  dinastía  austríaca  habia  caido  del  trono,  desnoea  de  una  guerra  cruel,  con  su 
I  la  de  Burbon;  pero  la  variación  de  fiírailia  real  no  causó  mudania  alguna  en  las 
umbres  ni  en  las  ideas  ni  en  lossentimíentoi  nacionales.  £1  valor,  el  bonor,  el  amor 
inuaban  siendo  las  creencias  y  los  sentimientot  haUtnales  de  la  nación:  y  por  con* 
iente  tanto  en  palacio  como  en  la  capital  eran  agradables  todavía  y  se  representa- 
con  aplauso  las  comedias  del  siglo  pasado.  Zamora  que  puso  en  el  teatro  la  bistn- 
le  la  sorpresa  deCremona,  comedia  «visiblemenle  de  circunstancias,  la  revislió  con 
•s  los  lances  de  amor,  celos  y  desafies  que  podieran  haberlo  becbo  Lope  y  CaldeíoD: 
mismo  bizo  en  la  Poucella  de  OrUmu,  lomada  de  la  historia  francesa,  y  que  escri- 
probablemente  por  complacer  á  susgefes.  Lo  mismo  se  nota  en  Cañizares,  su  coe* 
o,  uins  independiente  y  que  nunca  trabajó  piezas  sobre  los  asuntos  corrientes, 
mas  genio  cómico  y  mejor  estilo  conservó  cuidadosamente  en  sus  dramas  el  inuo- 
nballeroso  del  siglo  anterior. 

i'ero  después  de  estos  dos  injenios  no  volvió  por  mucbo  tiempo  á  aparecer  en  mies- 
escena  nada  aue  anunciase  el  talento  y  b  animación  de  los  tiémp6»de  Lope,  Molí- 
Calderón,  AÍarcon  y  Moreto,  El  teatro  antiguo  blleció:  el  nuevo  aun  no  había  nu- 
;  y  si  la  memoria  no  nos  es  infiel,  la  Talla  castellana  yació  en  continuo  letargo  desde 
zares  hasta  Moratin.  Solo  el  Maréoqmo  de  Cllmaeo  Salazar  y  la  Atimaiicta  degtrui' 
le  Avala  interrumpieron  con  algunas  escenas  tolerables  y  muchos  buenos  versos 
largo  sueño  de  la  musa  dramática.  Solo  puede  atribuirse  á  la  ausencia  absoluU 
genio:  pues  el  pueblo  no  dejaba  de  concurrir  con  ansia  á  las  monstruosidades  es- 
las  de  Martínez  y  Camacbo»  de  BioBcio  v  de  Rey,  de  Comella,  Valladares  y  Zabala. 
lias,  nuestros  sentimientos  é  ideas  no  babian  sufrido  alteración;  porque  aun  no 
amos  probado  del  árbol  de  la  ciencia  del  bien  y  del  mal,  que  nos  mostró  mas  tar- 
I  filosofía  material  del  siglo  XVIIL 

intre  las  composiciones  de  Zamora,  las  mas  conocidas  y  populares  son  dos:  el  he» 
ido  por  fuerza  y  el  Convidado  de  piedra.  La  primera  es  una  imitación  ó  un  modelo, 
[ue  no  sabemos  lo  que  efectivamente  fué,  de  aquellos  caracteres  grotescos,  de  aque- 
caricaturas,  á  que  acostumbró  Cañizares  á  nuestro  auditorio,  y  que  no  tenian  otro 
to  moral,  ni  aun  dramático,  que  el  de  hacer  reir  con  los  dislates  y  eslravagancias 
>s  protagonistas  ridículos.  El  ü.  Claudio  de  Zamora  es  un  clerizonte  necio,  igno- 
e,  tacaño,  apenas  capaz  de  la  primer  tonsura  que  solicita,  y  que  por  no  renunciar 
la  capellanía  miserable,  deja  de  cumplir  una  promesa  de  casamiento  que  babia 
}.  Persuádenle  á  que  en  venganza  In  novia  le  ha  hechizado,  y  que  morirá  sin  reme- 
Á  no  se  casa.  Todos  los  incicíraCes  d^  Ifí  pieza  están  ligados  á  esta  idea,  que  el  autor 
nvuelve  con  chiste  y  facilidad.  £s  unt  do  las  comedias  españolas  que  hacen  reir 
en  la  ejecución.  El  fispectádor  se  presta  á  todo  lo  que  se  le  dice  por  no  perder  la 
a  de  D.  Claudio  que  se  introduce  á  escondidas  en  el  cuarto  de  la  hechicera,  con 
alcu/a  en  la  mano,  para  echar  aeatte  en  una  lámpara,  á  cuya  luz  estaba  ligada  su 
según  las  condiciones  del  encaiilo»  ¿Qaiéa  ignora  los  célebres  versos 

Lámpara  doaeoaiiioal, 
cuyo  reflejo  eivU  (I) 


1!jjo,  i n filme,  perverso:  ults  b  üifaüoMa  ^pic  Itm*  CMlHMct  oiadjclUo  civil. 


[220] 
me  ra  á  moco  de  candil 
chupando  el  óleo  TÍlal, 
en  que  he  de  vencer  me  fundo 
tu  traidor  influjo  avieso 
rdii^  nolii:  que  para  efo 
hay  alcuus  en  el  mundo,  t 

que  pronunciaba  siempre  el  actor  temblándole  la  mano,  de  miedo  de  apagar  la  luz,  t 
oyéndose  los  golpecitos  que  daba  la  alcuia  contra  la  lámpara? 

ff.a.««««*csta  es 
de  LucigOela  sin  fé, 
J).  Claudio,  la  habitación. 
Claudio,  ¡Válgame  IKos!  que  mansión 

tan  como  (jué  so  yo  qué!  (i) 

Lmdo  retablo  * 

el  de  esta  figura  es: 
yo  conozco  un  ginovcs  (?) 
que  se  parece  á  este  diablo. 
Una  daczA  aquf  se  alcanza 
á  ver,  aunque  no  muy  bien, 
de  borricos:  yo  sé  quien 
pudiera  entrar  en  la  danza.  • 

El  carácter  miserable  de  D.  Claudio  se  pinta  al  tiempo  de  tomar  la  cuenta  al  vejete 
que  tiene  por  criado. 

Pinchauha$.  Cuatro  cuartos  de  una  carta. 

Claudio.  No  entiendo  de  esaiv;  /pues  tengo 

yo  de  poner  de  mi  casa 

el  que  al  oiro  se  le  antoje 

darme  desde  allá  las  pascuas!» . 

Kofadado  después  con  el  criado  le  insulta; 

Claudio.  Es  un  sisón; 

y  á  no  tener  esas  canas 

hiciera  que  le  bajasen 

al  calabozo  del  agua. 
Pinchatibag.  Nadie  de  los  que  he  servido 

roe  ha  dicho  tales  palabras. 
Claudio*  Pues  yo  soy  uno,  y  las  digo. 

PinrhaubaSé  Usté,  si  de  mi  se  enfada 

me  ajuste  la  cuenta. 
Claudio,  Nolo. 

Pinchaubas.  Y  en  pagándome. .. 

(laudio*  No  hay  blanca • 

Pinchntthas.  Me  iré  con  Dios. 

Claudio.  ¿Quién  le  ha  dicho 

que  gusta  Dios  de  fantasmas? 

Va  puede  conocerse  por  estas  muestras  la  especie  de  ridículo  que  empleó  ZaiflO^^' 


(1)     Vrfrso  de  rarisima  construcdon:  pero  muy  propio  dd  personaje  en  cuya  boca  s»c  pose. 
(¿j     Parece  que  continuabao  los  giaoTe&es  siendo  asonlisl&Si 


p»il 

rijido  á  entretener  con  bufoMidas  que  á  nüriiar.  El  criado^  cooGdente  de  Don 
u  pidiéndole  este  que  le  dieta  entrada  en  al  apowolo  de  la  hechicera,  le  dice: 

c.«* Cuaolo  puedo 

hacer  si  á  tanto  te  arrojas, 

en  darte  la  llave  y  una 

reliquia  niaravilloM. 
Clmidio.  ¿Qué  reliquia  ea? 

Picatoste.  Vn  hscao 

del  catalán  Serrallonga. 
Claudio,  ¡Santo  mió! 

ido  cuenta  de  su  enfermedad  á  un  doctor,  dice  que  siente  tun  laptu»  Hngítif  en  el 
espresion  que  ha  quedado  como  proverbial  entre  los  graciosos  7  decidores:  Quie- 
er  contra  el  orden  del  médico. 


Doclor. 

Sosegaos: 
y  pues  el  hambre  os  irrita 
concertémonos. 

Claudio. 
Ihcior, 

• 

Claudio, 

¿En  cuánto? 
•     En  alguna  conseí  villa, 
agua  y  chocolate. 

¡Corcho! 

Ihclor, 
Claudio. 

Pues  sean  dos  higadillas 
de  pollo, 

¡Poca  manteca! 

Doctor. 
Claudio. 

Pues  ¿qué  queréis? 

Carne  frita, 

y  alborotaré  la  casa 

8Í  me  bajan  de  dos  libras. » 

raniio  después  con  la  supuesta  hechicera  la  coja  del  brazo.  Ella  grita: 

c  ¡Que  me  mata! 
Claudio,  No  haré  mas 

que  romperte  una  costilla,  t 


ARTÍCULO  n. 

wridado  de  piedra  es  la  misma  fábula  que  croó  Tirso  de  Molina,  que  arreglaron 
rmas  del  teatro  francos  Tomas  Comei lie  y  Moliere,  y  que  reproducida  en  todas 
x)mo  drama,  como  ópera  ó  como  baile  pantomímico,  na  probado  á  la  Europa, 
^enio  e.spanol,  incorrecto  si  se  quiere  y  poco  dócil  alas  leyes  del  buen  gusto,  po- 
el  si{;lo  XVII  el  instinto  teatral,  es  decir,  los  medios  de  interesar  vivamente  y 
'cr  los  ánimos  con  c^r^ctéres  y  cuadros  oríjinales.  Voltaire  no  sabia  esplicarsif 
^mo  por  qué  motivo  interesaba  la  acción  de  esta  pieza,  y  lo  atribula  al  movimien- 
liro  fau  fracas  de  iheaire)  que  reina  en  toda  la  fábula.  Es  muy  cstraño  que  aquel 
»  tan  liábil  en  literatura  atribuyese  auna  causa  tan  pequeña,  y  que  se  halla  en 
¡  coitiposiciuncs  sin  celebridad,  un  efecto  tan  grande.  £1  autor  de  Orentet  no  ad- 
no  en  d  drama  de  Tirso  de  Molina  se  representaba  nada  menos  qneel  principio 
•piacioíi,  iiin  urnv(>rf(al  al  género  humano,  tan  simpático  con  todos  los  sentimien* 
cora/on,   tan  útil  para  amedrentar  al  malvado,  tan  necesario  para   reteaer 

ihí  naco  todo  oí  efecto  dramático  de  esta  pieza.  Satisface  la  primera  necesidad  de 
alma*  porque  nos  muestra  un  orden  de  cosas  eo  qae  la  maldad  recibirá  su  «as- 


[222] 
tijEo,  j  lo  recibirá  de  una  manera  análoga  á  la  €ulpa.  ¿Cóaio  no  ha  de  ¡nlereiar  al 
hombro  ver  á  un  poder  invisible  y  niisteríoao  empleado  en  reitablecer  por  medio  de 
la  pena  el  desorden  que  causó  el  deÜlo?  1).  Juan  Tenorio  muriendo  á  manos  de  la  es- 
tatua, erijida  á  la  memoria  del  que  quiso  deshonrar,  y  del  que  injurió  después  de  ka- 
borle  dado  la  muerte,  es  la  iroájen  del  malvado,  endurecido  en  el  crimen  j  en  los  li- 
rios, que  habiendo  burlado  la  justicia  humana,  no  se  escapará  de  la  divina. 

La  comedia  de  Tirso  de  Molina,  aunque  fué  el  orijinal  de  que  defines  se  sacaron 
tantas  copias,  no  podia  ya  representarse  en  nuestro  teatro.  Aunque  se  tMtMctBdies^  de 
la  irre^fularidad  de  la  acción,  y  de  la  falta  absoluta  de  unidad  en  el  plan,  no  podia  va 
toierarite,  en  tiempo  de  Zamora,  la  excesiva  licencia  en  los  lances  y  en  la  elocución  que 
afeaba  el  drama  de  Tirso.  Nuestro  autor  se  propuso  reducirlo  á  f«>rmas  mas  decente^  v 
á  una  acción  mejor  conducida,  y  felizmente  lo  consiguió  sin  debilitar  la  uerversidail 
ideal  del  protagonista  ni  disminuir  el  interés  del  último  acto.  Kn  logar  de  las  eaceou 
resvaladÍ3!as  de  la  pescadora  y  de  la  aldeana  que  burló  1^  Juan,  introduce  otroaanoríos 
vuya  inmoralidad  m  menos  culpable,  y  aAade  al  carácter  de  burlador  los  rasgos  de  pen- 
denrion»  y  amigo  de  buscar  los  peligros,  llablando  con  su  criado  de  Üoiia  Beatriz,  i 
quien  ha  hurlado,  dice  asi: 

c  Y  en  cuanto  á  que  salga 

el  hermano  á  la  defensa 

de  su  honor,  si  aca^o  alcanza     • 

á  saber,  que  como  á  todas 

di  dado  falso  á  su  hermana, 

/qué  negocióla  P<tes  acaso, 

f)orque  es  de  los  que  recalcan 
as  jotas,  y  i«vo  en  Cádiz 
el  barco  ¿e  la  aduana.» 
¿no  sabré  yo,  sin  traer 
estuque  de  mas  de  marca, 
la  valona  de  museta 
y  el  sombrero  de  antipara, 
darle  con  mis  manos  limpias 
muchísimas  cuchilladas/» 

En  J'irso  de  Molina  la  eataHia  no  pronuncia  mas  p<ilahras  que  Ijü  neresam»  pira, 
cumplir  el  orden  de  la  providencia.  £n  Zamora  éá  consejes  ti  1).  Juan:  y  la  esreaa  es 
que  le  mata,  es  mas  animada,  mas  terrible  que  en  el  orijinal.  También  es  mas  íntef^ 
sante  el  protagonista  por  el  valor  á  toda  prueba  que  puso  on  rl  el  nuevo  autor.  Ar- 
rómete á  los  peligros,  sale  al  desafio  con  su  contrario,  ní>  obedeire  la  voz  del  rey 
que  manda  cesar  el  combate,  y  se  niega  á  dejarse  prender  aun  del  mismo  rey.  Ea  eiw 
situación  Jico: 

cDe  espada  y  rodela  armado 
de  vos  me  hallo  perseguido: 
y  si  una  esgrimo  atrevido 
de  oirá  me  valgo  templado. 
^•i  al  que  pretendiere  o^do 
prenderme,  con  una  ofendo, 
con  otra  de  vos  pretendo 
Ifbrarme;  pnes  en  mi  brazo, 
cuando  con  este  amenazo, 
con  estotra  me  defiendo. 
A  otros  amaga,  no  á  vos, 
arma  que  ofensiva  es: 
v  ron  vos  habla  después 
la  que  cabe  entre  los  tíos. 
l>etras  de  ella,  vive  Uivs, 


tfti!  péÚÉM  tte  htft  dé  hüwr, 
ttous  que  eomrigiw  Tcr 
|tt«  atabando  de  r«ftir, 
;ind«  rin  anuas  ülif 
Je  doade  vím  á  xtuen^  • 

ni  la  v«ntiflcAcléit  de  caUí  U'tftfo  son  detpreriablcHi.  Si  á  «ttó  »e  jun* 
ooar  la  acd<Mt  coa  bastanM  inieirdi,  S6  verá  qiie  Zamora,  auoque  no 
e  con  nucstroa  pHnet|faiiia  p#<UUi  odaaiooa,  merett  río  auíargo  un.  la» 
ilre  ioi  del  a^irwofdo  órdtif . 

HMedian,  D.  Doéniá¡n  deD.  BhM^  perlMfce  á  la  miaflu  date  de  carica- 
izmdo  por  (tuerza;  pero  este  papel  da  figuro»  es  de  oira  especie,  ysepa- 
tsuie  de  la  comedia  Yo  me  eatía^oy  Dkm  nm  muimkle  de  Caftixares.  I>. 
ro,  valiente,  leal  y  capaz  de  arrosUrar  una  injusta  persecocion,  por  no 
be  á  BU  rey,  es  sin  embargo  ^iMvaganle  en  su  lenguaje  y  en  sus 
íu  uiania  principal  bascar  ed  lodai  las  eoaassu  comodidad.  Va  á  dar 
lama  en  litera:  qairc  reair  un  desafio^  sentado  en  una  silla:  trata  con 
su  barbcroy  ¡lorque  no  so  vengue 

«Con  la  navi(ja  en  la  inaao.i 

I  cuerpo  de  su  criado  i  todas  parles  loa  utensilios  necesarios  para  im- 
!•  Esta  figura  está  bien  descrita,  y  no  dudamos  que  produciría  efecto 
eatro. 

no  ha  tenido  esta  felicidad  la  comedia  de  Zamora,  y  lo  atribuimos  A 
le  cometió  el  autor,  imperdonable  toda? ia  en  su  tiempo:  y  fué  (altar  al 
eas  caballerescas.  Ilay  en  su  drama  un  personaje,  llamado  l>.  Beltran 
sro  distinguido  de  León,  escaso  de  bienes  de  fortuna,  pero  que  sabia 
con  travesuras  no  tolerables  ni  aun  en  un  caballero  de  industria; 
cün  valerse  de  artificios  para  apoderarse  de  una  sortija  que  pertene- 
le  su  dama,  y  de  su  reiox  de  I).  Üomiago^  forma  el  proyecto  de  robar 
tejantes  gracias  se  alejan  ya  del  género  cómico  y  se  aproximan  al  pa- 
r  es  que  en  el  drama  pasan  por  gracias:  y  el  su<(odiclio  I).  Beltran, 
valiente,  y  mitad  bufon  y  rufián,  es  ana  especie  de  medio  gracioso,  lo 
casar  con  la  hija  de  un  señor  muy  ilustre,  la  cual  á  pesar  de  que  no 
ifectos  y  juegos  de  manos,  no  por  eso  deja  de  amarle:  lo  que  es  otra 
coro  teatral.  No  lo  es  meaos  el  amor  de  Doña  Constanza  á  Ü.  Ilumin- 
por  el  interés,  y  acabó  poruña  verdadera  afición, 
aciones  dramáticas  debieron  escandalizar  á  un  auditorio  acostumbra- 
alarse  en  los  caracteres  de  los  caballeros  y  damas  ninguna  pasión  baja 
creemos  que  hacian  muy  bien  los  espectadores  en  tener  esa  delicade- 
e  perdería  en  que  ahora  se  imitase  su  ejemplo.  Pueden  pintarse  los 
i,  orijinados  de  grandes  pasiones;  sirven  para  aterrar  y  es<*arinentar. 
I  produce  mas  efecto  que  asco  y  desprecio.  I^  vista  de  un  !eon  UdS 
ios  agrada;  y  apartamos  de  un  escuerzo  los  ojos. 


ARTÍCULO  ni. 


iltTV4í  la  rotnedio  de  intriga  ó  de  capa  y  espada.  liOS  sentimientos  amo- 
a  su  toatro  puestos  en  tioca  de  principes  de  Epiro^  Acaya,  Clripre  y 
i(0N;  rn  una  sola.  Siempre  k&f  fus  emoidmr  ñmando^  introdujo  los  pasto* 
I.  Poro  bajo  todos  estos  disfraces  siempre  se  encubren  los  galanes  y  da- 
,  aunque  mas  exajerudoa  y  alambicados  que  en  este  insigne  poeta:  y 
\  algnnus  úrt  estas  pieaas  é  dar  ínteres  á  su  fábula,  insisten  siempre 
09  tan  débiles,  que  el  ledoraa  iudígut  al  llegar  á  la  catástrofe  de  lia- 


r224] 
ber  tenido  por  tinto  tiempo  suspensa  la  imajioacioo.  ¿Qoiéo  ha  de  sufrir,  por  ejemplo, 
que  en  la  comedia  de  Castigando  premia  amor  se  le  presenten  mil  lances  de  amor  j  de 
celos,  nacidos  de  eaui vocaciones,  y  fundados  todos  en  un  oráculo  de  Minerva,  qoe  do 
es  conocido  hasta  el  fín  de  la  pieza?  En  la  de  Amar  e$  Miber  vencer^  el  pintor  ProtAgen», 
para  triunfar  del  rey  Nicanor  y  defender  contra  él  á  Tebas,  pinta  el  retrato  de  ladam 
del  rev  en  una  pared  que  era  necesario  derribar  para  invadir  la  plaza;  y  la  ciudad  de 
(ladmo  se  salvó  porque  no  quiso  romper  un  amante  el  retrato  de  una  hermosura. 

Concluiremos  el  examen  do  Zamora  con  el  de  su  elocución*  ya  gongorína  cundo 
quiere  elevarse,  ya  cuajada  de  equívocos  y  de  pensamientos  afectados  cuando  quiere 
mostrar  injenio.  Por  mas  sencillo  que  «ea  un  concepto*  como  él  no  lo  diga  de  una  ma- 
nera algo  oscura,  no  está  contento.  Pueden  servir  de  tipo  de  su  estilo  estos  cuatro  ver* 
sos,  que  canta  el  coro  celebrando  las  bodas  de  Deiíobo  y  Doriada  en  la  pastoral  Sim' 
pre  hay  que  envidiar  amando, 

f  Pues  ya  diste  la  herida,  hijo  de  Venus» 
rompa  la  cuerda  tu  apacible  estrago; 
y  sirva  de  coyunda  en  la  guirnalda 
el  que  sirvió  de  víbora  en  el  arco. » 

El  pensamiento  os  claro:  roas  está  espresado  de  tal  manera  que  se  necesita  un  ro* 
montador  para  entenderlo.  ¿Quién  sirvió  de  víbora  en  el  ar^o,  la  flecha  ó  la  cuerda? 
I'aiece  que  esta  segunda,  pues  es  la  única  que  puede  servir  de  coyunda  en  la  guirnalda 
nupcial.  V  si  la  rompe  el  amor,  ¿cómo  ha  de  servir  de  coyunda?  Y  ¿cómo  uu  estrafro, 
apacible  ó  no  apacible,  rompe  una  cuerda?  No  c^irecia  Zamora  de  facilidad  para  vennfi- 
<'ai :  pero  el  furor  de  parecer  profundo  le  hace  ser  triviairaente  confuso.  ¿Cuánto  mejor 
hubiera  sido  decir  sencillamente,  conviene  la  cuerda  deiu  arco  en  guimaidas  para  adornar 
lañ  víctimas  que  has  herido? 

Ln  pastor,  que  se  habia  guardado  mucho  tiempo  de  los  peligros  del  amor,  se  halla 
en  un  jnslaote  enamorado  y  celoso,  y  esclama: 

cNo,  amor,  no  ha  de  ser:  y  pues 
á  los  muros  que  al  labrarse 

Eastó  mi  razón  nn  siglo 
a  abierto  brecha  un  instante, 
por  la  boca  de  la  herida 
respiraré  los  volcanes 
del  pecho,  en  cuyo  alquitrán 
aun  se  hará  pólvora  el  aire. 
Muerte  ó  favor  pido  á  amor, 
(|ue  estoy  celoso^  y  no  cabe 
mas  bien  que  favor  ó  muerte: 
pues  si  con  celos  no  saben 
morir  los  hombres,  ¿de  qué 
les  sirve  el  nacer  mortales/» 

^f)  tuy<  diüi^usla  osla  última  hipérbole  para  ponderar  la  fuerza  de  los  celos;  pues  aunque 
(*)  ¡lenáauíieuto  está  expresado  de  una  manera  injeniosa,  ya  hemos  dicho  otras  ven'!i 
(]iie  nuiK-a  el  delirio  es  mayor  qu*)  cuando  raciocina;  pero  la  brecha^  practicada  en  lo» 
muro»  que  tardó  la  razón  un  siglo  en  labrar,  transformada  en  herida  |>or  donde  res- 
j)ira  el  alffuitran  del  pecho  que  convierte  el  aire  en  pólvora,  ni  es  hipérbole,  ni  es  ra- 
riiic-iuio,  ni  es  delirio  de  la  pasión,  sinc»  del  talento  sin  gusto  ni  freno. 

'i  «ilento,  b¡:  Zamora  lo  tenia,  como  lo  maniflesta  algunas  veces  cuando  quiere  ser 
natural  »ia  dejar  de  ser  poético.  Una  dama,  animando  á  un  amante  tímido,  le  dice: 

f  No  tanto  desconfies 

de  amor,  que  tal  vez  herido 

de  los  embales  del  golfia 


[2*5] 
se  deja  mellar  on  riseo.» 

Vn  cdebre  pintor,  contra  quieo  está  airado  so  rey,  le  suplica  asi: 

f Mira 

qae  es  de  príncipes  invictos 
alentar,  no  destruir 
los  genios,  que  de  sú  siglo 
pueden  ser  vanidad.  > 

Una  princesa  habla  asi  al  héroe  que  ama,  al  volver  de  un  combate: 

c  Mirándoos  teñido  en  sangre 
de  enemigos,  y  que  adorne 
la  frente  bruñido  el  yelmo, 
la  mano  airado  el  estoque,  etc. 

Ea  una  canción  pinta  así  al  amor: 

¡Ay  amado  dolor!  :ay  dulce  hechizo! 
•    ¿Cómo  pareces  dicna,  si  eres  peligro? 
Y  en  otra  parte, 

cDescuidado  pescador, 

dá  al  piélago  tu  barquilla; 

que  anda  el  amor  en  la  orilla, 

y  menos  peligro  es  el  mar  que  el  amor.  > 

Lm  siguientes  versos  tienen  el  verdadero  tono  de  la  poesía  lírica. 

cYa  sacudiendo  baja 

la  noche  perezosa 

de  su  n^o  cabello 

las  encrespadas  ondas. 

Del  silencioso  sueño 

en  la  apacible  copa 

brinda  al  orbe  el  halago 

de  su  letal  ponzoña.  , 

Concluiremos  estas  muestras  del  estilo  de  Zamora,  cuando  abandona  el  picaro  gusto 
áe  so  tiempo,  con  el  siguiente  himno  de  la  comedía  Caitígando  premia  amor,  dedicado  ét, 
hermosora,  que  veneraban  los  pastores  como  simulacro  de  Venus. 

«Nueva  Venus  hermosa, 
que  hoy  nos  amanecute, 
con  dos  soles,  que  flechan 
ardores  apacibles: 
De  estos  campos  alegres 
-  *  los  tributos  recibe, 

V  entre  llamas  de  rosas* 
incienso  de  jazmines, 
las  perlas  y  corales 
de  los  mares  admite, 
que  el  alba  en  conchas  pala, 
y  el  sol  en  luces  tiñe. 
Halagüeñas  las  niniai 
la  corona  te  dñea 
€011  al  mivla  qw  enea 

29 


[Z26J 

junto  al  árbol  de  Aleíde». 
De  verdores  y  acentos 
el  maridaje  escriben 
las  aves  con  sus  plumaS' 
las  ramas  con  matice». 
Parece  que  le  veo, 
madre  de  amor,  en  Chipre, 
envidiando  la  copia 
BU  orijinal  felice.  > 


LA  ESCUELA  DE  COMELLA. 


OABIIK)  es  que  cuando  l.uzan  escrih\6'sa  PoéHea^  ó 'por  mejor  decir,  tradujo  en  caf- 
tcllano  la  de  Aríslóleles,  había  ya  'pefMido  ertentro  del  siglo  XVil  que  creó  Lope  de 
Ve^a  y  perfeccionó  Calderón.  Por  consi^énte'sus  doetrína»  no  hallaron  opeñcien  al- 
guna ni  en  teoría  ni  en  prádtíéa.  -Las  costiftiifores  déla inacion  no  eran  ya  las  rainBM. 
El  amor  no  era  tan  exaltado,  ni  los  celos  tan  furiosos,  ni  el  respeto  al  bello  sexo  tai 
de  obligación.  Ya  no  e^istian  los  mantos,  ¿  eoyo  favor  se  éiafraabao  lia  daom-aí 
las  conversaciones  nocturnas  por  las  rejas  de  las  casas  y  de  los- jardinesr  ni  las  múM» 
y  cuchilladas  en  la  calle,  ni  las  tercerías *de  los  lacayos;  ni  los  demás  uso»  en  fiur  qnt 
fueron  para  nuestros  antiguos  dramáticos'ftienles -fecundas  de  incidentes  y  sitnacionet. 
l<na  nueva  sociedad  nacía,  semejante  á  la  de  París,  con  todas  las  ventajas  é  inesav»' 
nientcs  de  una  comunicación  mas  libre,  sita  diejar  de  ser  decentOr  entre  los  dos  seXMr 
idólatra  siempre  del  valor  y  del  honor,  pero  que  no  creta  ya  ofendidos  ni  une-ní  olit 
por  las  vicisitudes  de  las  pasiones  amorosas. 

Hemos  dicho  esto,  porque  no  se  crea  que  Lu3t&n  destruyó  con  su  libro  naestroso' 
tígno  teatro.  Al  contrario,  lo  escribió  porque  ya'AO'eKistia.  Cañizaresr  el  mciier  mnift 
de  los  imitadores  de  Calderón,  le  sepultó  en  su  tumba  á  principios  del  siglo  XTlD» 
Los  principios  del  hamanista  fueron  adoptados;  porque  eran  eeofomei  al  gira  qar 
tomaban  las  costumbres.  Es  verdad*  que  cuando *se  trató  de  ponerlos  en  prAdíoa^  Iba- 
tiano  en  la  irajedia  y  Morstin  el  padreen  la  comedia  hicieron  ensayos  muy  wW«—^ 
Iríarttí  y  Forner  compusieron  después  algunas  piezas,  no  mas  qne  tolerables,  hasta 
que  apareció  en  la  escena  Moratin  el  hijo,  que  llevó  á  su  mayor  perfección  anolrt 
roniedia  cldaica;  pero  antes  do  él  solo  vivia  el  teatro '  español  de  traduccioaes  dd  liaa- 
4'cs,  entre  las  cuales  hay  muy  pocas  buenas,  j  de  eomposiciones  de  una  nueva  c^ecisr 
que  trataremos  de  caracterizar  si  es  posible. 

Tales  son  los  dramas  de  Cornelia qtto' llegó  ¿fundar  una  especie  de  escocia ea  si 
último  tercio  del  siglo  pasado  y  de  todes-sQs  úaitadores,  estigmatizado»  en  la  eáhbce 
pieza  satírica  del  Caféáe  Moratin. 

Las  obras  maestras  de  este  género  son:  «¿afMftfea  M  Negroponto,  La  MimamUatt^ 
iMe^  María  Teresa  de  Austria,  Federico  il;  CdrtosiXíI ,  ^e  volvieron  loco  al  pAblieo, 
cuando  se  representaron  por  la  primera  •^ez.'^fitofbre'toao,  el  héroe  de  Pmsia  eoa  sa 
sombrero  sobre  las  cejas,  su  caJaHié^tabaoor  y  sosochanzas  á  Quintas,  era  la  ddieia  da 
los  espectadores. 

Estas  composiciones  tenían  muy-jpocaoHjinalidad.  El  tipo  de  ellas  era  él  melodrar 
ma  francés.  Habia  siempre  una  familia^Tirtoosa-perseguida  por  la  desgracia,  la  trai- 
ción y  el  hambre:  hombres  alevosos,  de  pasiones  siniestras,  y  de  coraioii  perreno  y 


reocoToso»  apuestos  á  haoer  nal;  y  priocipe»,  que  punqae  se  dejan  engañar  al  prin- 
dmo  coa  artincios,  generako^eftCe  mal  t^idoi,  al  fin  conocen  la  maldad  cuando  el 
Áablo  tira  de  la  míanta,  y  la  caatigaQ  aeveiriiment^. 

Ea  las  comedias  de  costumbres  y  de  iojlríga  (porque  también  las  produjo  esta  es- 
<€oela)  «e  nota  la  imitación  de  nuestro  teatro  antiguo  eo  cuanto  á  la  aglomeración  de 
los  incidentes,  y  la  del  teatro  francés,  por  la  observancia  de  las  tres  unidades.  Pero  ni 
consiguieron  enlazar  y  desenlaiar  como  Calderón,  ni  describir  caractéresi  con  la  verdad 
j  profundidad  de  Moliere* 

No  es  menos  de  notar  la  estravagancia  de  tomar  casi  siempre  los  argumentos  do 
tas  novelas  ó  de  las  historias  estranjeras*  Acaso  muchas  veces  no  hicieron  mas  que 
traducir  dramas  del  teatro  francés,  ingles,  italiano  y  al/eman,  callando  el  hurto  y  ven- 
diéndose por  orijinales.  Lo  cierto  es  que  los  personajes  que  se  presentaban  en  la  es- 
cena, eran  Sinham,  Fronnot//,  Mechial^  Wolf,  TremuU^  Obstembergy  y  otros  nombres  es- 
tranjeros  de  la  misma  calaña,  que  atormentaban  las  orejas  españolas,  y  de  los  cuales 
no  perdonaban  los  actores  ni  aun  la  maa  despreciable  consonante. 

Este  género  hibrida,  nacido  de  la  pobreza  ignorante  que  se  dedicaba  á  surtir  los 
teatros,  es  el  peor  de  cuantos  ha  tolerado  y  aplaudido  nuestro  paciente  pueblo,  si  se 
esceptúan  los  dramas  románticos  de  la  época  actual.  Comella,  Zavala,  Yaíladares,  Rey, 
Martinez  y  consortes,  sin  instrucción,  sin  educación  literaria  >  y  lo  que  es  peor,  sin  ge- 
nio, ni  disposición  natural,  nada  podian  hacer  sino  poner  novelas  ó  gacetas  en  diálogos^ 
frios  y  sin  animación :  ó  cuando  mas,  zurcir  perversamente  lances  de  comedias  espa- 
dólas ó  estranjeras.  No  hay  que  esperar  en  ellos  sino  caracteres  atroces  ó  necios  pinta- 
dos con  almagre,  situaciones  de  ind^jencia,  sentimientos  vulgares  y  falta  absoluta  de 
invención* 

Al  menos  el  buen  lenguaje  ó  los  buenos  versos  pudieran  disiuMilar  tantas  faltas. 
Mas  no  hay  nada  de  eso.  Lo  que  mas  desconocían  aquellos  hombres  era  el  idioma  cas- 
tellano: y  los  versos  que  cita  Moratin  en  el  Café,  de  la  comedia  supuesta  del  Cerco  de 
Ftíma,  están  mejor  construidos  que  cuantos  ha  producido  la  escuela  de  Comella.  El 
autor  del  Viejo  y  la  niña  no  pudo  imitar,  por  mas  aue  lo  solicitó,  la  frase  llena  de  ri- 

tio,  de  bajeza,  de  impropiedad  y  de  cacofonía  de  los  dramaturgos  que  condenaba  á 
I  risa  pública. 
Y  en  cuanto  á  la  versificación,  es  siempre  prima  hermana  de  la  frase.  En  mal  hora 
D,  Tomas  Iriarte  quiso,  con  la  autoridad  de  Argensola,  hacer  de  moda  el  estilo  rastre- 
ro y  copleril  de  versificar,  oue  era  el  suyo,  y  sobre  el  cual  rara  vez  acertó  á  elevarse. 
Al  punto  esta  turba  de  reptiles  del  teatro,  escudados  con  el  dictamen  de  aquel  huma, 
aista  célebre  y  que  merecia  serlo,  quemaron  á  Garcilaso,  á  Lope  y  á  Calderón,  é  hi. 
cíeron  hablar  á  sus  personajes  el  idioma  de  la  conversación  mas  iamiliar.  A  la  verdad 
no  fueron  cultos,  comoGóngora  ni  equivoquistas,  como  Quevedo,  ni  disparatadamente 
Uperbólicos,  como  Montalvan  y  Mooroy.  Fueron  cosa  mucho  peor;  porque  renun. 
ciaron  no  solo  al  injenio  que  brilla  entre  aquellos  defectos,  sino  también  al  sentido 
eomun,  á  la  nobleza,  á  la  animación,  á  todas  las  dotes  en  fin  que  deben  caracterizar 
al  lenguaje  de  las  musas. 

Solo  presentaremos  una  muestra  de  la  manera  de  hablar  y  versificar  de  aquellot 
dramatui^os.  En  4790  se  representó  en  Madrid  una  comedia  de  intriga,  intitulada  lo$ 
trm  Meüi20i,  imitación  exajerada  de  los  Menechmat  de  Planto;  pero  no  orijinal  españo- 
la, sino  traducción  de  algún  teatro  estranjero,  que  no  te  dijo  al  público  cual  era,  aun- 
que sospechamos  que  fuese  el  italiano.  El  traductor^  que  quiso  guardar  el  anónimo  con 
las  siglas  D.  A.  R.  I.,  en  una  prevención  o/  omi^o  ládor,  que  antecede  á  la  pieza,  nos 
4á  este  hermoso  trozo  de  elocuencia: 

cSolo  pretendo  enterarte  de  que  este  rato  divertido  de  dos  horas  ha  conseguido 
dos  cosas  particulares:  la  primera  es  haber  entretenido  al  espectador  sin  una  voz  que 
le  dañe  ni  al  alma  ai  al  cuerpo,  que  en  acciones  de  esta  dase  se  encuentran  ñocos;  y 
la  seguada  un  desengaño  para  qae  reoonozca  todo  iajenio  que  el  que  escribe  hace  lo 
menos  y  el  actor  hace  lo  mas.»  No  sabemos  aue  campea  mas  en  este  pasaje,  ola  estu- 

£idez  de  los  pensamientos,  ó  la  bettialidad  de  la  espresion,  ó  la  Calta  de  gramática,  ó 
I  TÜeza  con  que  el  autor  mendicante  adula  A  los  cómicos  (|ue  le  daban  de  comer.  Por 
sí  nada  de  esto  se  mostraba  aa  proaa  baalanla  daro,  lo  repite  en  los  versos  signieatei: 


[228J 
<  A  pesar  de  las  criticas  rajantes, 
á  pesar  de  escritores  gali-hispanos, 
y  á  pesar  de  malévolos  pedantes « 
y  de  otros  enemigos  inhumanos, 
en  tres  mellizos  tan  estrayagantes 
han  dado  los  actores  (sin  ser  vanos) 
á  conocer  que  solo  sa  destreza 
dará  acción  ó  interés  á  cualquier  piezn.» 

Los  enemigo»  inhumanos  y  el  paréntesis  sin  ser  vanos  no  se  pagan  con  cnantos  tron- 
chazos se  han  tirado  desde  Adán  acá.  Obsérvese  el  talento  con  que  se  hace  úitervmdr 
el  honor  nacional  en  la  causa  del  autor,  llamando  gali-hispanos  A  los  que  le  diriju 
rriíicas  rajantes. 

Pues  no  son  estos  versos  los  peores  que  salieron  de  aquellas  plumas  de  avestnn. 

Lo  repetimos.  Nada  es  peor  «jue  la  escuela  de  Cometía,  á  no  ser  la  que  eb  el  día 
pugna  por  corromper  los  sentimientos  humanos  y  la  moral  universal.  Loa  intereiei 
que  esta  ataca  son  aun  mas  importantes  que  los  del  buen  gusto  literario. 


DE  MORATIN. 


ÍVlGUNOS  han  censurado  al  padre  de  nuestra  comedia  clásica,  deque  toda  su  faem 
cómica  está  en  el  lenguaje  y  no  en  los  pensamientos:  todas  sus  gracias,  dicen,  eonsistfla 
en  los  oiga!  pues  ya,  y...  y  otras  espresiones  familiares,  de  que  están  llenas  sus  come- 
dias. Hemos  oído  esta  acusación  á  personas  muy  ihslruidas,  y  que  por  otra  parto  do 
podian  tener  ningún  motivo  de  odio  ó  de  emulación  para  formar  un  Juicio  tan  sevoro. 

Hay  efectivamente,  no  un  motivo,  sino  un  pretesto  para  semejante  acusación;  y  ei 
la  superioridad  de  Moratin  en  el  manejo  del  idioma.  Lo  menos  que  podemos  decir  de 
él  es  que  nadie  le  aventaja  en  las  dotes  del  lenguaje,  en  la  pureza,  en  la  elegancia,  oa 
la  corrección  de  la  frase,  en  la  sobriedad  de  los  adornos.  Asi  no  es  mucho  que  ae  haya 
fijado  la  atención  sobre  el  excelente  uso  que  supo  hacer  de  las  espresiones  lamiliañi 
del  habla  castellana,  y  desconocido  la  fuerza  de  sus  combinaciones  cómicas,  oue  osla 
prenda  principal  en  el  género  que  escribió:  mucho  mas,  cuando  en  ella  es  TiaibleoMalc 
inferior  á  Moliere,  y  por  consiguiente  á  nuestro  Morete,  el  mas  vigoroso  de  coanftii 
poetas  cómicos  han  escrito. 

Pero  la  perfección  con  que  Moratin  escribía  el  castellano,  no  es  motivo  paradeno- 
nocer  en  él  cualidades  mas  elevadas  que  las  de  un  mero  hablista.  El  juego  dramálioode 
sus  comedias  está  Heno  de  vigor:  y  basta  para  demostrarlo  la  inevitable  risa  que  bioa re- 
presentadas arrancan  al  espectador,  el  cual  no  se  rie  seguramente  por  loa  monooilalN» 
arriba  citados,  n^  por  los  demás  donaires  del  lenguaje.  Estos  pueden  contribuir  á  kñ* 
veza  de  la  cspresion;  pero  si  el  pensamiento  no  es  cómico,  todos  los  chistes  del  idioflBa 
no  lo  harán  capaz  de  excitar  la  risa. 

Hemos  meditado  muchas  veces  sobre  lo  que  César  llamóm  comtM,  j  cuya  fiíllaeoB- 
suró  en  Terencio  llamándole  medio  Menandro,  Nosotros  traducimos  aquella  eoproñoa 
latina  por  la  de  fuerza  ó  vigor  cómico;  pero  se  ha  definido  muy  poco  so  naturaleía.  Nos 
tomamos,  pues,  la  libertad  de  exponer  nuestras  reflexiones  en  esta  materia. 

Como  la  poesia  cómica  tiene  por  objeto  presentar  los  defectos  y  vicios  de  los  hom- 
bres bajo  el  aspecto  mas  propio  para  que  exciten  nuestra  risa,  y  nos  corrijamos  de  ellos 
por  el  temor  de  excitar  la  ajena,  parece  que  la  fuerza  cómica  debe  consistir 


[S29] 
meóte  en  el  arte  de  tniacar  el  punto  de  vista  mas  ridiculo  de  las  acciones  y  de  Jos  perso- 
Bi^  yiciosos.  Ahora  biep;  si  examinamos  en  general  cuales  son  las  cosas  que  excitan 
nuestra  risa,  veremos  que  en  todas  ellas  entra  como  elemento  esencial  é  imprescindible 
üícontrMdiccwn,  Por  ejemplo:  nadie  se  rie  del  jornalero  que  va.á  su  trabajo  con  un  tos^ 
lidillo  pobre»  mal  calzado  y  la  capa  rota  ó  desmelenada;  pero  todos  se  reirán  del  Joven 
rico  que  se  presente  en  el  paseo  ó  en  el  baile  con  desaliño  y  sin  la  elegancia  propia  de 
sv  clase.  La  mesa  humilde  del  artesano  que  reparte  á  sus  hijos  el  mezquino  sustento, 
adquirido  con  el  sudor  de  su  frente,  lejos  de  ser  ridicula,  es  respetable;  pero  ¿qué  di- 
riamos de  un  banquete,  á  que  se  hubiesen  convidado  nersonas  de  alta  gerarquia,  y  que 
adoleciese  de  escasez,  de  malos  manjares,  de  pérndos  vinos,  ó  de  desabridos  con- 
dimentos? 

Y  ¿cuál  es  la  causa  de  la  ridiculez  en  los  dos  casos  que  hemos  citado?  No  otra  sino 
la  contradicción  entre  la  acción  y  el  principio  social  que  ha  debido  dirijirla.  Donde  no 
hay  esta  contradicción,  cesa  la  ridiculez. 

Examínense  una  por  una  todas  las  comedias  de  Moliere,  que  es  mirado  con  razón 
como  el  poeta  cómico  que  ha  desentrañado  mas  filosóficamente  el  ridículo  de  las  accio- 
nes viciosas,  y  se  verá  que  toda  la  ridiculez  de- sus  personajes  consiste  en  la  contradic- 
ción que  hay  entre  lo  que  hacen,  y  lo  que  debian  nacer,  ó  el  fin  que  se  proponen,  ó  lo 
que  se  debia  esperar  de  ellos.  El  celoso,  que  á  fuerza  de  precauciones  y  sospechas  ace- 
lera el  mismo  mal  que  quiere  evitar:  el  avaroque  envia  á  la  cocina  á  beber  un  vasode 
agua  á  su  hijo,  acometido  de  un  accidente:  el  cortesano  que  persigue  al  que  ha  censu- 
rado sus  versos,  después  de  haberle  pedido  que  los  censure  en  toda  libertad;  en  fin, 
las  mujeres  que  renuncian  á  los  hábitos  y  amabilidad  de  su  sexo  por  merecer  la  ridi- 
cula fama  de  sabiendas,  ¿qué  son  sino  seres»  contradictorios?  Y  ¿existe  una  fuente  naas 
copiosa  de  ridiculez  que  la  inconsecuencia?  Y  ¿qué  es  la  inconsecuencia  sino  una  con- 
tradicción? 

El  poeta,  pues,  que  sepa  describir  las  inconsecuencias  de  los  vicios  y  defectos  huma- 
nos, será  verdaderamente  cómico,  y  su  vigor  será  tanto  mayor,  cuanto  con  masclaridad 
y  enerjia  presente  estas  contradicciones. 

Admitido  este  principio,  nos  parece  que  seria  injusto  negarle  á  Moratin  una  gran 
dosis  de  fuerza  cómica,  ó  un  conocimiento  bastante  profundo  del  corazón  y  de  la  nece- 
dad de  los  hombres.  ¿Quién  no  se  rie  de  la  sandez  de  D.  Eleuterio  en  la  comedia  nueva ^ 
3ue  busca  como  un  medio  de  subsistencia  lo  que  solo  debe  hacerse  por  los  estímulos 
e  la  gloria,  que  carece  de  todo  lo  que  es  necesario  para  ser  buen  poeta  dramático, 
que  tiene  para  escribir  sus  composiciones  el  auxilio  de  su  mujer,  y  que  fia  en  las  pala- 
bras y  en  el  reloj  de  un  pedante  famélico  y  petardista?  ¿Se  podrá  decir  que  solo  los 
chistes  del  lenguaje  son  los  que  nos  hacen  reir  en  la  representación  de  esta  pieza?  No. 
La  recta  combinación  de  los  caracteres  y  de  la  fábula,  dispuesta  perfectamente  para 

3ue  resalte  la  necedad  del  protagonista  y  sea  castigada,  es  lo  que  excita  la  risa  del  au- 
itorio.  Otro  tanto  podremos  decir  de  la  Mojigaiay  en  la  cualademashay  una  intención 
profunda,  y  tal,  que  (no  tememos  decirlo)  no  se  hallará  otra  semejante  en  todo  el  tea- 
tro de  Moliere.  La  virtuosa  Inés  queda  por  casar  al  fin  de  la  comedia,  y  la  hipócrita  re-- 
cibe  la  mano  del  esposo  destinado  á  su  prima.  Pero  este  esposo  es  D.  Claudio,  hidal- 
gote  necio  y  contaminado  con  toda  especie  de  vicios;  asi  la  justicia  dramática  exije 
que  se  le  entregue  la  culpable,  y  que  la  inocente  quede  libre  de  su  vínculo  tan 
odioso. 

E\  Si  de  las  Niñas,  aunque  tiene  caracteres  y  costumbres  muy  bien  retratados,  no 
se  presta  tanto  al  ridículo.  Las  figuras  de  la  niña  y  de  su  amante  excitan  interés  y  no 
risa.  D.  Diego  resarce  con  su  noble  y  pronta  resolución  y  con  la  dignidad  de  su  estado 

3ue  sabe  sostener,  la  inconsecuencia  de  creer  posible  ser  amado  á  su  edad  y  de  persua- 
irse  á  que  el  corazón  de  una  joven  bella  pudiera  estar  vacío  y  reservado  para  él.  El 
único  carácter  ridículo  de  esta  comedía  es  Doña  Irene  con  sus  tres  maridosi  con  su  pa- 
rentela y  con  el  furor  de  dominar  las  inclinaciones  de  su  hija. 

E\  Si  de  las  Niñas  es  mas  Jl)íen  una  comedia  de  intriga  que  de  carácter.  D.  Garios  es 
an  amanto  de  Calderón,  tal  como  lo  puede  sufrir  el  siglo  presente.  Al  mismo  tipo  per- 
tenece el  Leonardo  del  Barón, 

Una  cosa  muy  notable  en  todas  las  producciones  de  Moratin,  excepto  la  primera,  es 


[SSO] 

q«e  conelnyea  aa  mu  iMonia  de  tm-aura,  mu  propia  del  dnuiw  -mitiMfliital  que  d*  li 
comsdiB;  pero  tnida  con  tanto  arte,  y  taa  bien  preparada,  que  no  w  tiente  el  tráMto 
del  ridiculo  d  serio,  ni  de  la  ríaaálü  lagrimal.  La  razón  j^lañrtndcorriiea  sienpri 
en  los  dramaa  de  este  insigne  poeta  lo  qne  han  pecado  el  viáo  j  la  locnra.  Asi  nmU' 
oMi  dos  efecto*  morales:  el  de  ndiculizat  á  los  míalos  j  necios,  jd  de  hacer  amabln  á 
los  settselos7TÍrtnosos. 

tas  comedias  de  Moratin  no  se  represeolaoya...  lanío  mif|or:  con  Mo  1m  tif^ 
mas  á  deseo  la  generaóon  que  empieía. 


mmti 


Pág* 

tersificacion  castellana.  Artículo  1 3 

a 7 

aesta  á  un  artículo  de  la  Refoista  de  Madrid f  de  Octubre  de  1839.     .  12 

enguaje  poético.  Art.  I 15 

n 18 

I  elocución  poética.  Art.  I SO 

n 32 

ni 24 

ster  de  la  poesía  oriental.  Art.  I.     .     .     •     • 27 

n 28 

lU.   .     . 31 

i  poesía  pastoral 32 

omaoticismo.  Art.  1 34 

n 36 

í  qne  boy  se  llama  romanticismo. 36 

men  de  los  artículos  anteriores  sobre  el  romaitiniumo 41 

s  un  artícnlo  del  Liceo 43 

poema  descriptivo.     . 47 

epopeya.              M 

las  formas  dramáticas. 51 

i  ópera  considerada  como  drama 5S 

i  moral  dramática.  Art.  I 57 

n 50 

ni 60 

18  formas  del  teatro  ingles  y  del  español 62 

teatro  español 67 

¿atro  clásico  francés.  Art.  1 69 

n 71 

uesta  á  un  aficionado •     .     .  73 

ndas  españolas.  Por  D.  José  Joaquin  de  Mora. — ^Londres  1840.  Arl.  L  76 

II 77 

ni 80 

ías  de  D.JoséEspronceda.— Madrid,  1840 8SI 

fas  de  D.  José  Zorrilla,  tomos  IV  j  V^-^Bbdrid,  1830 85 

ida  e^  sueño,  de  Calderón;  y  la  ?ie  estiua  aooge»  4e  Bojtqf.    •    •    .•  87 

»  de  Molina  Art.  I 89 

n .91 


* 


[222] 
tigot  T  lo  recibirá  de  una  manera  análoga  á  la  culpa.  ¿Cóaso  no  ha  de  inlereiar  al 
hombre  ver  á  un  poder  invisible  y  miaterioio  empleado  en  restablecer  por  medio  de 
la  pena  el  desorden  que  causó  el  deülo?  D.  Juan  Tenorio  muriendo  á  manos  de  la  n- 
taina,  crijida  á  la  memoria  del  que  quiso  deshonrar,  y  del  que  injurió  después  deba* 
borle  (lado  la  muerte,  es  la  imájeo  del  malvado,  endurecido  en  el  crimen  y  en  los  li- 
ciosi  que  habiendo  burlado  la  justicia  humana,  no  se  escapará  de  la  divina» 

La  comedia  de  Tirso  de  Molina,  aunque  fué  el  orijinal  de  que  después  se  sacaros 
lanías  copias,  no  podia  ya  representarse  en  nuestro  teatro.  Aunque  se  Í>res«Bdiesf  de 
la  irre^rularidad  de  la  acción,  y  de  la  (alta  absoluta  de  unidad  en  el  plan,  no  podia  }a 
tolerarle,  en  tiempo  de  Zamora,  la  excesiva  licencia  en  lus  lances  y  en  la  elocución  qus 
afeaba  el  drama  de  Tirso.  Nuestro  autor  se  propuso  reducirlo  á  formas  mas  decenl^  v 
á  una  acción  mejor  conducida,  y  felizmente  lo  consiguió  sin  debilitar  la  perversidaii 
ideal  del  protagonista  ni  disminuir  el  interés  del  último  acto.  Kn  lugar  de  las  escenas 
resvaladixas  de  la  pescadora  y  de  la  aldeana  que  burló  t>.  Juan,  introduce  otros anorm 
vuysí  inmoralidad  es  menos  culpable,  y  aAade  al  carácter  de  buHador  los  rasgos  de  pea- 
diMirioro  y  auiigo  de  buscar  los  peligros.  Hablando  con  su  criado  de  Doña  Beatriz,  á 
quien  lia  burlado,  dice  asi: 

c  Y  en  cuanto  á  que  salga 

el  hermano  á  la  defensa 

de  su  honor,  si  acai»o  alcanza     • 

á  saber,  que  como  á  todas 

di  dado  falso  á  s*!  hermana, 

/qué  negocie?  Pues  acaso, 

porque  es  de  los  que  recalcan 

las  jotas,  y  tuvo  en  Cádiz 

el  barco  de  la  ad uana> 

¿no  sabré  yo,  sin  traer 

estoque  de  mas  de  marca, 

la  valona  de  muzeta 

y  el  sombrero  de  antipara, 

darle  con  mis  manos  limpias 

muchísimas  cuchilladas?*» 

Kn  li/HO  dr  Molina  la  estatua  no  pronuncia  mas  palabras  qun  ha  necesarias  para, 
cumplir  el  orden  de  la  providencia.  £n  Zamora  4á  €onsej0s  A  I).  Juan:  y  la  escena  en 
(jue  le  mata,  es  mas  animada,  mas  terrible  que  en  el  orijinal.  También  es  mas  intir'!' 
santo  ol  protagonista  por  el  valor  á  tod¿|  prueba  que  puso  on  él  el  nuevo  autor.  Ar- 
r(*nieto  á  ios  peligros,  sale  al  desafio  con  su  contrario,  ni>  obedece  la  voz  del  rey 
(|ue  m.inda  cesar  el  combate,  y  se  piega  á  dejarse  prender  aun  del  mismo  rey.  En  esui 
situación  üice: 

cDe  espada  y  rodela  armado 
de  vos  me  hallo  perseguido: 
y  si  una  esgrimo  atrevido 
de  otra  me  valgo  templado. 
^i  a)  que  pretendiera  o  -ado 
prenderme,  con  una  ofendo^ 
con  oh  a  de  vos  pretendo 
librarme;  pnes  en  mí  brazOi 
cuando  con  este  amenazo, 
con  estotra  me  üelkeodo. 
A  otros  auiaga^  no  á  vos, 
arma  que  ofensiva  es: 
v  con  vos  habla  después 
ia  que  cabe  entre  ios  dos. 
Uetras  de  ella,  vive  Uius, 


»olM  qoe  eoMgiit  rcr 
|M  «ftabaiido  (k  r«fiir, 
tiude  fin  irnuw  siiir 
ie  doftde  víb«  á  veootn  > 

Ni  el  leng«a}e  ni  la  vcrriAcActéO  de  ctie  Itútú  %úü  ie%preei'Mo%.  Si  á  «ttó  s«  jim- 
ias «1-jcto  de  disponer  le  ecmen  con  besIMie  inierds,  m  verá  qtie  Zamora,  aunque  no 
imecia  ccimpararae  eon  nuesUroe jirinclfiBlito  peecea  eóeiicea,  mereee  «in  enkergo  un  la» 
isar  iliülíogtttdo  entre  los  del  aegviMkl  érdeif  • 

tJira  áe  mu  ronediaii,  D.  Ihkki^n  áBD.  JMtéi  pertenece  é  la  mitma  date  de  carica- 
liiraa  que  él  ihekizméo  for  ftiersa;  pero  esle  popel  de  figurón  es  de  olra  especie,  y  se  pa- 
rece uias  al  I).  Cosme  de  la  comedía  Yo  me  enUendoy  IHo$  me  mtimde  de  Cañizares.  I>. 
ikMuíogo,  caballero,  valiente,  leal  y  capaz  de  arrostrar  una  injusta  persecución,  por  no 
faltar  á  lo  que  debe  á  su  rey,  es  sin  embargo  esti^vaganle  en  su  lenguaje  y  en  sus 
modales  siendo  su  uiania  principal  bnscar  ed  todaa  las  cosas  su  comodidad.  Ya  á  dar 
una  uiúMca  á  su  dama  en  litera:  qnire  reAir  un  desafio,  sentado  en  una  silla:  trata  con 
MI  nui  cortesía  á  su  barbero,-  porque  no  ae  vengue 

«Con  h  navi^a  en  I*  inano.  í 

• 
en  fin,  llev'a  en  el  cuerpo  de  su  criado  á  todas  partes  los  utensilios  necesarios  para  im- 

]irf>visar  una  cena.  Bsta  figura  está  bien  descrita,  y  no  dudamos  que  produciría  efecto 
agradable  en  el  teatro. 

Sin  embargo,  no  ha  tenido  esta  felicidad  la  comedia  de  Zamora,  y  lo  atribuimos  á 
una  gran  £iUa  que  cevaetió  el  autor,  imperdonable  lodavia  en  su  tiempo:  y  fué  (altar  al 
decoro  y  á  las  ideas  caballerescas.  Hay  en  su  drama  un  personaje,  llamado  l>.  Beltran 
de  Alfaro,  caballero  distinguido  de  León,  escaso  de  bienes  de  fortuna,  pero  que  sabia 
suplir  esta  falta  con  travesuras  no  tolerables  ni  aun  en  un  caballero  de  industria; 
pues  no  contento  con  valerse  de  artificios  para  apoderarse  de  una  sortija  que  pertene- 
cia  á  una  prima  de  su  dama,  y  de  su  relox  de  I).  HomiagOv  forma  el  proyecto  de  robar 
á  su  suegro.  Semejantes  gracias  se  alejan  ya  del  género  cénnico  yse  aproximan  al  pa- 
tibnlario.  Lo  peor  es  que  en  el  drama  pasan  por  gracias:  y  el  susodicho  I).  Bcltran, 
mitad  caballero  y  valiente,  y  mitad  bufon  y  rufián,  es  ana  especie  de  medio  gracioso,  lo 
que  no  le  impide  casar  con  la  hija  de  un  señor  muy  ilustre,  la  cual  á  pesar  de  que  no 
desconoce  sus  defectos  y  juegos  de  manos,  no  por  eso  deja  de  amarle:  lo  que  es  otra 
falta  contra  el  decoro  teatral.  No  lo  es  meaos  el  amor  de  DoAa  Constanza  á  ü.  domin- 
go, que  empezó  por  el  interés,  y  acabó  poruña  verdadera  afición. 

Estas  combinaciones  dramáticas  debieron  escandalizar  á  un  auditorio  acostumbra- 
do á  no  ver  mezclarse  en  los  caracteres  de  ios  caballeros  y  damas  ninguna  pasión  baja 
y  ruin.  Nosotros  creemos  que  hacian  muy  bien  los  espectadores  en  tener  esa  delicade- 
za, y  que  nada  se  perdería  en  que  ahora  se  imitase  su  ejemplo.  Pueden  pintarse  los 
grandes  crimines,  orijinados  de  grandes  pasiones;  sirven  para  aterrar  y  escarmentar. 
El  hombre  vil  no  produce  maa  efecto  que  asco  y  desprecio.  La  vista  de  un  león  uus 
atemoriza,  mas  nos  agrada;  y  apartamos  de  un  escuerzo  los  ojos. 


artículo  ni. 

Al  AMOR  A  no  ciiltiwi  la  comedia  de  i«lriga  6  de  capa  y  espada.  I^os  sentimientos  amo- 
rosos se  hallan  en  su  teatro  puestos  eo  boca  de  principes  de  Epiro.  Acaya,  Chipre  y 
.tros  paisos  griei^e»»;  eo  una  sola,  Smmpiñ$  Aay  fur  emoidimr  amaiMÍo,  introdujo  los  pastó- 
os de  la  Arcadia .  Pero  l^go  todos  estos  disfraces  siempre  se  encubren  los  galanes  y  da- 
jias  de  Calderón,  aunque  mas  exajenMioa  y  alambicados  que  en  este  insigne  poeta:  y 
%i  bien  acertó  en  alg*inas  de  oslas  pieíaa  é  dar  ínteres  á  su  fábula,  insisten  siempre 
sobre  fundamento:»  tan  débiles,  que  el  ledorae  iadigaa  al  llegar  á  la  catástrofe  de  lia- 


I. 


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