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VIAJE Á AMÉRICA
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VIAJE
Á
AMÉRICA
Estados Unidos, Exposición Universal de Chicago,
México, Cuba y Puerto Rico
Rafael ^uig y Yalls
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B5\RCKLÓNA
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TIPOLITOGRAFÍA DE LUIS TASSO
Arco del Teatro, 21 y 23
X894
ES PROPIEDAD
A mi hermano Mariano:
Cuando la fraicrnidad no es más que vínculo de la sangre,
aun siendo rama de un árbol de tronco vigoroso, una ráfaga
de viento puede derribarla; cuando el amor fraternal ahonda,
y más que rama de árbol frondoso es raíz que penetra en el
alma, las tempestades de la vida sólo pueden arrancarla con la
planta entera.
Así ha ahondado tu afecto en mi alma; así ha arraigado en
mi corazón el cariño de hermano y amigo que tu inagotable
bondad me ha dispensado, sin desmentirse jamás, un solo ins-
tante, durante miestra ya larga existencia.
(Quién, pues, podría ocupar, con mejor derecho que tú, la
primera página de este libro?
Que ella te recuerde mientras vivas, el inquebrantable y
correspondido afecto de tu hermano
Rafael
De París á New- York
s cosa vulgarísima hacer un viaje
de París á New-York; el que pasa
por el Havre sale ahora á las 1 2 y
media de la noche de la estación
de San Lázaro, situada en el cen-
tro de París. A las seis de la mañana para el tren,
que lleva el pomposo título de «tren directo de
París á New-York», junto á la pasarela del trasat-
lántico, y á los pocos minutos cada pasajero ha
colocado ya el equipaje de mano en su camarote,
esperando, no sin alguna zozobra, la hora de salida
que dicta la marea en las dársenas del Havre. Sería
necesario ser muy exigente si no estuviera contento
con mi suerte-, embarqueme el 18 de marzo en el
vapor más hermoso y nuevo de la Compañía Trasat-
8 VIAJE Á AMÉRICA
lántica francesa, el Touraine, (|ue está realizando
su décimo tercer viaje con una velocidad pasmosa.
A las 25 horas había andado 495 millas, según nota
dada por el encargado de la corredera; hoy 21, tercer
día de viaje, debemos haber andado ya más de 800
millas, y oigo decir á los compañeros de viaje que se
marean, que el capitán se propone llegar á New-York
el viernes próximo, ó sea en menos de siete días,
desde el Havre.
Pocos vapores habrían realizado una travesía más
rápida, y pocos también podrán ofrecer á los pasajeros
mayores comodidades y garantías de seguridad.
El TouraÍ7ic ha sido construido para pasaje nu-
meroso y todo se ha sacrificado á la comodidad de
los viajeros. Barco que salió á mediados de 1891 del
astillero de Saint Nazaire, parece un palacio flotante
que brilla al sol con el matiz nacarado del color
blanco agrisado que domina en la cubierta, dándole
un aire de limpieza que enamora.
La cubierta alta destinada á los pasajeros de pri-
mera, es un paseo de más de cien metros de longitud
y cuatro de anchura que circuye los camarotes de
lujo y los saloncitos de escribir; la inmediata inferior,
en que pasean los viajeros de segunda y tercera, tiene
iguales dimensiones y rodea la sala de conversación
y los camarotes de primera; y en el tercer puente, el
más retirado y menos sometido á la acción de los
balanceos, está el comedor cruzado por tres mesas pa-
KAFAEI, I'IIG Y VALI.S
ralelas rodeadas por otras más pequeñas que le dan
el aspecto de un gran salón de restaurant de las me-
jores fondas de París.
A las 6 y media de la tarde, cuando el camarero
toca la campana, anunciando á los pasajeros que el
servicio de mesa está dispuesto, el aspecto del
comedor, iluminado con luz eléctrica, es severo, de
gusto exquisito é irreprochable. La escalera monu-
mental, de caoba barnizada, que le da acceso, con
grandes espejos adornados de cornisas y cariátides
del mejor gusto, tapizados los entrepaños con cueros
repujados, llena de luz deslumbradora; el patio cen-
tral, que remata una linterna de traza elíptica y cris-
tales deslustrados, sostenidos los entrepuentes por
vistosas columnas, de cuyos capiteles arrancan artís-
ticos candelabros de luces ele'ctricas, dan al conjunto
un aspecto tan hermoso que se llega á olvidar el
mareo y el peligro del viaje, creyendo haberse reali-
zado el cuento de hadas que levantó palacios del
fondo del Atlántico.
En el centro del barco van las máquinas que
mueven dos hélices poderosas, máquinas tan discre-
tas que apenas dejan oir al viajero enfermo la vi-
bración de sus palancas y articulaciones; y en el
centro van también, y repartidos en sus puentes, los
camarotes de lujo, que valen 3,000 francos por via-
jero; los destinados á dos pasajeros, que reciben luz
directa por los costados, que cuestan 600 francos por
lO VIAJE Á AMÉRICA
persona, y los de tres literas, situados en el centro,
(jiie reciben luz indirecta ó zenital eléctrica, que se pa-
gan á razón de 500 francos por litera. Estos camaro-
tes son llamados «primeras clases» y gozan sus privile-
giados poseedores del confort de los elegantes salones
ya descritos, de una mesa pantagruélica, de un servicio
perfectamente organizado, y de cuanto puede exigir
un potentado, en sus travesías por los mares.
Y si alguien duda de la necesidad de poseer un
estómago de múltiples resortes para digerir los sucu-
lentos y copiosos manjares servidos á bordo del
Toiirainc, si esta prosa no le parece indigesta, cuide
de seguirme al través de un comedor que está cons-
tantemente en funciones, desde la.^ ocho de la ma-
ñana, en donde sirven café completo, con pan, leche
y manteca, té ó chocolate- almuerzo á las diez, com-
puesto de cinco hors-d'oiuvres, y tres platos fuertes,
tres postres y café; un tente en pie, ó lunch, á la
una, que adornan suculentas tazas de té, frutas verdes
y secas, compotas variadas, sandwichs, etc, y una
comida fuerte á las 6 y media, espléndida, variada
y ricamente preparada, regado todo con graves y
medoc en el almuerzo y la comida, hasta las nueve
de la noche, en que se sirve un té como fin de fiesta
á tan aprovechados comensales. Y luego habrá quien
dude de que el tipo del caballero particular pueda
ser de carne y hueso como los demás mortales, cuando
veo con mis propios ojos tantas personas que hacen
RAFAEL PUIG Y VALI.S
SUS qiiatre rcpas y un té con una tranquilidad ver-
daderamente olímpica, á pesar del mareo y contra el
mareo, según el parecer del buen doctor, que pasea
el uniforme y su simpática persona por los salones
del Tourai?ie.
Después de esta reseña, muchos preguntarán, si
son muchos los lectores de este libro: ¿Y la travesía?
¡Ah! la gente del buque y los que están acostum-
brados á largas navegaciones dicen que el mar no
puede estar mejor, y que el Atlántico no suele gastar
mejor carácter que el que ostenta estos días, sin duda
para no dar gusto á los que han creído que era pe-
ligroso embarcarse en el Toiiraine al verificar su
13.* expedición. Yo, por mi parte, no quito ni pongo
rey, aunque se me figura que siendo el barco de un
porte tan espléndido que no figuraría desdeñosamente
al lado de nuestro Felayo, no debería moverse
hasta el punto de tener unas tres cuartas partes del
pasaje en las literas, y ponerme en el caso de hacer
tales garabatos al escribir estas cuartillas, que temo
van á arrancar venablos y centellas á los desdichados
cajistas que se vean en el caso de traducirlas y com-
poner las columnas de La Vanguardia.
Interrumpida varias veces esta carta por los ba-
lanceos, he de añadir que los días se suceden y no
se parecen; en la noche del 22 hemos tenido un coiip
de vent que nos ha tenido angustiados, y el 23 ha
12 VIAJE Á AMÉRICA
nevado, manteniéndose los hielos y carámbanos todo
el día en el solado de los puentes y en los barrotes
de las barandillas. El termómetro marcaba 5 grados
bajo cero. Hoy, 24, la niebla lo invade todo, la si-
rena pita cada dos ó tres minutos, y el pasaje, á pesar
del evidente peligro que corremos, está contento
porque el mar es bonancible.
Llegó por fin el día suspirado: luce el 25 de marzo
y estamos ya á escasas millas de New-York. Vese ye
tierra firme, la Long-Island, la primera tierra ameri-
cana para la mayor parte de los pasajeros del Toii-
rahíe, y todos contemplamos, extasiados, el nuevo
continente tantas veces ansiado y tan penosamente
conseguido.
Los emigrantes, alemanes é italianos, entonan en
este momento un himno á la nueva patria, espléndida
manifestación , concreción vigorosa de sus bellas es-
peranzas.
Allá, con la vista fija en la proa del barco, todo
el mundo espera con ansia que la estatua de la «Li-
bertad iluminando al mundo» nos fije el término del
viaje, y mientras los pasajeros de bercera dedican á
la patria ausente su mejor recuerdo, los españoles
que vamos á Chicago con las responsabilidades que
ha de exigirnos algún día la patria querida, volvemos
también la vista hacia el Este del mundo, en donde
hemos dejado nuestras afecciones y nuestros recuer-
dos, para cultivar, en tierra extraña, cobijados por el
kAFAEL PUlG Y VALLS
pabellón de España, los intereses que nos han con-
fiado el Gobierno y los compatriotas que nos han
honrado con su confianza y su amistad.
Y en este momento, cuando 3,000 millas de mar
me separan de Europa, me parece haber echado un
cable en este trillado espacio, cable amarrado en las
oficinas de La Vanguardia y en el pabellón de Es-
paña de la Exposición de Chicago, que manteniendo
estrecha relación de afectos entre ambos puntos, ex-
plique periódicamente á esos lectores cómo se des-
arrollan en América nuestras simpatías, como se
gestionan nuestros intereses y cómo se trabaja para
enaltecer el nombre de España en aquella apartada
región del continente americano. ¡Qué gran recom-
pensa para todos, si tan ruda labor consigue prestigios,
gloria y riqueza para la patrial
Cosas de España... y de los Estados
Unidos
OLESTiA invencible suele ser, en
todas partes, el paso de una fron-
tera. Los españoles solemos ser
tolerantes cuando se trata del país
ajeno-, cuando se trata del nues-
tro no hay palabra bastante dura en el diccionario
para vituperar los procedimientos de los aduaneros
españoles. Los extranjeros, que suelen ser pacientes
en su patria, reprueban los minuciosos reconoci-
mientos de los carabineros al llegar á la frontera
española, que les parece ya país conquistado, y no
hallando en nosotros respeto 'á lo que representa el
cumplimiento de un deber, se desatan en imprope-
rios, lanzando sin rubor y en alta voz, para que la
oiga todo el mundo, la frase ya rutinaria á fuerza
i6 Viaje á américA
de puro sabida: cosas de España; pero tenga presente
el español que emprenda un viaje á América por
placer, estudio ó negocio, que las cosas americanas
dejan tan atrás las nuestras en punto á fiscalización
aduanera y sanitaria, que no hay, ni ha habido en
el mundo, procedimiento inquisitorial que se parezca
al que voy á historiar para enseñanza y ejemplo de
los que creen de buena fe que todo lo extranjero es
mejor y más digno de un pueblo culto que lo nuestro.
Llegué á la vista de New-York á las dos de la
tarde del 25 de marzo último: una vez pasado el
estrecho que forman los puntos avanzados de la
costa en que están emplazados el fuerte Lafayette y
el Hamilton, el Touraine paró sus hélices, acer-
cóse un bote de vapor en que iba el empleado de
la Aduana, que entró en el trasatlántico, posesionóse
de una mesa, preparó su tintero y pluma, y con la
lista de los pasajeros á la vista, abrió una informa-
ción para cada uno de ellos, averiguando el nombre,
la procedencia, la edad, la profesión y el número de
bultos que constituían el bagaje de los que íbamos
en el barco. Recibida la declaración jurada, firma-
mos un documento, que la mayor parte de los pasa-
jeros no entendía, en que nos comprometíamos á
probar que habíamos declarado la verdad bajo pena
de comiso de todo aquello que no se había decla-
rado.
La operación, tratándose de un barco (]ue trans-
KAKAEL rUIG Y VALÍ S
portaba más de cuatrocientos pasajeros, no podía
ser corta, y más al ampliarse con una nueva visita
que recibió el vapor á las cuatro de la tarde y que
nos produjo un verdadero sobresalto. La Sanidad,
representada por un subalterno, al tener noticia de
i[ue iban en el TouraÍ7ic emigrantes alemanes pro-
cedentes de Hamburgo, y que uno de ellos pre-
sentaba síntomas algo alarmantes, fuese en busca del
jefe, y con la amenaza de veinte días de cuarentena,
estuvimos con el alma en un hilo, hasta que, previo
reconocimiento muy detenido, la Sanidad de New-
York contentóse con fumigar á los emigrantes y los
bagajes, dejando salir á los pasajeros de i.^ y 2.%
que desembarcamos cuando ya anochecía.
Cuando se cruza el Atlántico y se han pasado
horas de zozobra, el viajero cree haber ganado el
derecho de que se respete su cansancio, su deseo de
reparar las fuerzas perdidas y de hallar, en cómodo
albergue, alivio á sus males y calma á su espíritu.
Al poco rato el vapor atracó, colocó rápidamen-
te su pasarela, y con un: ¡Bendito sea Dios! pisamos
tierra con satisfacción verdadera. La Trasatlántica
francesa tiene en la dársena que ocupan sus barcos
una inmensa nave de madera, cuyos cuchillos de
armadura que arrancan del suelo forman una bóve-
da que abriga un espacio mal iluminado, sucio, ahu-
mado, que parece bodega invertida de un barco
carbonero. Hay allí una serie de compartimientos
l8 VIAJE Á AMÉRICA
clasificados, con iniciales, que el pasajero ha de bus-
car, si se le ha advertido de antemano que su bagaje
irá á depositarse en el cajón cuya inicial corresponde
á su apellido. No hay en aquella bodega ni una silla,
ni un banco; cuando llegan los baúles, el viajero can-
sado se apoya en ellos y espera que la Aduana ins-
peccione los bagajes cuya declaración jurada firmó
creyendo, quizá, que bastaría su palabra honrada,
legalizada con su firma, para evitarse las molestias
de una inspección tan minuciosa, que no hay maleta,
baúl, saco de mano ó manta, que escape á la mano
escrutadora y nimia, en detalles, del aduanero norte-
americano.
Hora y media estuve esperando el baúl y la ins-
pección; cuando pude salir con las consabidas señas
puestas en los bultos, habían dado las ocho de la
noche, con la inversión de cinco horas en lo que
en todas partes puede hacerse, con mayor respeto á
la dignidad humana, en dos horas escasas.
Y antes de que el presunto viajero español que
entra por el puerto de New-York estudie con calma
lo apuntado, si en algo estima sus intereses, voy á
trasladar al papel alguna impresión que entiendo
vale la pena de ser conocida.
Iban en el Touraine el arzobispo de Quebec y
el obispo de Cythére; ambos en tenue bourgeoise,
venían de Viena, y habían visitado también la Pa-
lestina y España. Para los católicos del mundo, el
RAFAEL PUIG Y VALLS 1 9
español es un ser que se distingue por su altivez, su
energía y su amor á la religión. A las pocas horas,
sabiendo que yo era español, se mostraron tan defe-
rentes conmigo y tan amantes de mi país que enta-
blóse entre nosotros una verdadera y simpática amis-
tad. Interrogáronme acerca de nuestros poetas y
publicistas, conocían nuestros mejores filósofos, lite-
ratos y artistas clásicos, y no acababan nunca cuan-
do se ponían á hablar de la conquista de México,
descrita, al parecer con entusiasmo, por Prescott.
Aquellas altas dignidades de la iglesia llegaron á
New-York acompañados de dos sacerdotes, sin que
nadie fuera á recibirles, ni nadie se preocupara de
aquel ejemplo de humildad cristiana, llevando mo-
destamente el bagaje de mano, menos pesado, sin
duda para ellos, que la responsabilidad de la cura
de almas que ejercitan, con alta sabiduría, en las
frías comarcas del Canadá.
Y mientras este alto ejemplo puede servir á to-
dos de saludable enseñíinza, el que no quiera dejar
cuatro ó cinco dollars en las garras de algún coche-
ro neo-yorkino, cuide de no salir de la aduana sin
que, poniéndose de acuerdo con algún agente de
hotel y sobre todo con el de la compañía llamada
«Express», consiga impedir que sea atropellado de
la manera más odiosa que cabe imaginar.
Para evitar las demasías de los cocheros se ha
formado en las grandes ciudades norte-americanas
20 VIAJE A AMÉRICA
una compañía que envía sus agentes á los trasatlán-
ticos y á los vagones de los ferrocarriles, que me-
diante un pequeño estipendio, unos cuarenta centa-
vos de dollar, equivalentes á dos pesetas por bulto,
y cangeando el talón ó chapa metálica numerada,
de que hablaré luego, por un cartón que se ata en
el asa del baúl y en que se consigna la dirección dada
por el viajero, al poco rato se consigue tener el
bagaje en el hotel, dejando al viajero en libertad de
aprovechar los tranvías y ferrocarriles elevados que,
por cinco centavos, ó sean veinticinco céntimos de
peseta, puede apearse á pocos pasos del hotel, boar-
ding ó casa á donde va á parar, sin verse obligado
á gastar un duro y medio por una carrera de media
hora escasa, que es lo que cuesta por persona un
carruaje de dos caballos en New-York y Chicago.
Claro es que el que no sepa hablar inglés no
tiene más remedio que acudir á los agentes españo-
les de dos hoteles modestos, pero bien situados en
la calle 14, junto á la 5.* avenida, llamado Hotel
Español, y en Irving place muy cerca de Broadway,
conocido con el nombre de Hotel hispano-americano.
En New-York es completamente inútil hablar fran-
cés ó italiano, la inmensa mayoría de la población
no conoce más idioma que el inglés, disfrazado con
un acento sumamente duro que obliga á un verda-
dero y largo aprendizaje.
Pero no terminan aquí las desdichas del europeo
kAFAEL PUIG Y VALLS
en New-York; el que va á Chicago ó á cualquier
punto de los Estados Unidos, ha de empezar por
entregar el equipaje al agente del «Express», que lo
llevará á la estación de partida, tomar con antici-
pación el billete y el Pullman-car, que es un sleeping
más lujoso y cómodo que el que circula por las
líneas de Europa, en alguna agencia del Broadway,
y cuidar de que se facture, para lo cual un mozo
de la estación ha de poner una etiqueta numerada
que corresponde al número de una placa metálica
que se entrega al viajero, sin que se haya de pagar
exceso de peso como no pase de 150 libras, que
no rebasa casi nunca, el baúl ó mundo de uso co-
rriente.
El coste de un viaje en ferrocarril norte-america-
no compensa en realidad, por su baratura, Jas mo-
lestias de cambio de procedimiento que se impo-
ne aquí al viajero. Mil millas hay de New-York
á Chicago, ó sean 1500 kilómetros, y este recorrido,
que costaría en España más de 60 horas y 40 duros,
se hace en 27 horas y aun en 25, gastando 22 do-
llars por el pasaje, 5 ídem por el Pullman-car y 3
ídem por dos comidas y un almuerzo divinamente
condimentados que se disfrutan tranquilamente en
el vagón-restaurant. Y si -tan repetidos cambios, gas-
tos y mareos no han labrado ¡oh viajero! tu salud,
llegarás con la ayuda de Dios á esta ciudad para
visitar la gran Exposición de Chicago.
í2 Viaje a am¿rica
Pero antes de partir, justo será echar una ojeada
á New-York, después pararse en las cataratas del
Niágara, ])ara entrar definitivamente en el primer
centro pecuario del mundo, la gran ciudad del
Estado Michigan.
New- York
L espectáculo más grandioso que
New-York ofrece al viajero es el
de la bahía, con su movimiento
portentoso, sus ferry-boats, sus
dársenas, sus flotas comerciales,
sus edificios colosales que sobrecogen más que ad-
miran, y el tráfico que revela el soberbio mecanis-
mo del segundo puerto del mundo por su impor-
tancia y el primero por su belleza soberana. El
conjunto del panorama no tiene rival; el que ha
visto Nevv-York desde la bahía, bordeada por el
Hudson y el Harlem river, adornada con la estatua
de la libertad iluminando al mundo, el puente sus-
pendido que enlaza la ciudad á Brooklyn, los docks
y almacenes, los buques que entran y salen, los
24 VIAJE Á AMÉRICA
remolcadores que silban constantemente, las muche-
dumbres que van en los ferry-boats agitando los
sombreros y saludando á los que llegan, los trasat-
lánticos franceses, ingleses, españoles, alemanes y
norteamericanos, en sus desembarcaderos, amarrados
á las dársenas adornadas con los pabellones de los
respectivos países, y con los aparatosos anuncios de
las Compañías navieras, los grandes edificios de la
ciudad, cubiertos de cúpulas extrañas, con linternas
que las rematan, amontonándose en el horizonte y
proyectándose las unas sobre las otras, formando
montón abigarrado y pretencioso, los letreros de ca-
racteres colosales, pintados' con colores chillones,
como si los vecinos de aquella ciudad acusaran á la
humanidad entera de padecer intensa miopía, todo
sobrecoge el ánimo subyugado por aquella orgía de
movimiento, ruido y color que forma un conjunto
monstruoso, extraño, inusitado ante el que toda apre-
ciación resulta incompleta y todo juicio imposible.
Y mientras el viajero sigue con la vista las variadas
siluetas que presenta la ciudad y el puerto, á medida
que el trasatlántico va avanzando, camino de la
dársena, el empuje simultáneo de tres remolcadores
lo dejará atracado, en breve tiempo, para que el pa-
saje pueda desembarcar tranquilamente, y pisar, des-
pués de ocho días de zozobras, la tierra americana.
El recorrido desde el puerto á la fonda española
de la calle catorce, atravesando calles mal ilumina-
KAFAEL rUIG Y VALl-fi
das, sucias y poco concurridas, no da á New-York
un aspecto lisonjero*, la calle catorce, en cambio, con
sus iglesias, teatros, establecimientos públicos y pri-
vados, ofrece ya al cansado viajero el espectáculo de
una gran ciudad, de fisonomía inglesa, que á prime-
ras horas- de la noche se entrega al descanso, de-
jando abiertas las tiendas por puro lujo y reclamo
más ostentoso que bonito.
La fonda española de la calle catorce, modestita
como todo lo nuestro, ofrecióme buena mesa y Hm-
pia cama, calefacción bien entendida y confort sufi-
ciente para el que, acostumbrado, como yo, á disfru-
tar de todo, con lo bueno, cuando pasa, y resignado
con lo malo y mediano, recordaba la movediza litera
del Touraine, el ruido de la maquinaria y las manio-
bras de un trasa,tlántico en fatigosa lucha, durante
ocho días, con las tornadizas aguas del Atlántico.
Levánteme remozado, contento y decidido á dar
un vistazo á New-York, la ciudad europea de Amé-
rica, por excelencia, la que dando hospitalidad á to-
das las razas y á todos los intereses del mundo, ha
conservado algo del viejo continente, rasgos fisionó-
micos, necesidades de otras costumbres aportadas
con el bagaje de las preocupaciones, de los vicios,
del modo de ver y sentir padecidos en otras playas,
en el fondo del Este del mundo, iluminado aún en
mi cerebro con los recuerdos de un continente ador-
nado con las obras prodigiosas de artistas, gloria de
2 6 VIAJE Á AMéRICA
las naciones europeas, de Italia, Francia, España,
Inglaterra... cuyos monumentos han dado á la arqui-
tectura de los palacios y monumentos de New-York
sus rasgos fisionómicos, su carne y sus huesos, sus
líneas ornamentales y sus estilos más renombrados,
pero, falto todo del rasgo genial que es emanación
l)urísima del espíritu, y concreción hermosa de la
labor del arte al través de los siglos y de la sangre
ardiente de las razas artistas del mundo.
Basta echar una ojeada al plano de New-York
para distinguir la parte vieja de la nueva, la obra de
los primeros pobladores, encariñados con las rancias
ideas de una urbanización enrevesada, de calles es-
trechas y tortuosas, de ventilación difícil y sanea-
miento imposible, de la gran porción de ciudad ex-
tensa, cuadriculada, con ejes normales al Hudson y
al Harlem rivers, y un gran pulmón central, The
Central Park, rodeado de avenidas majestuosas, ador-
nado de estanques, lagos, arboledas, prados, esta-
tuas, monumentos, cliché fastidioso de todas las
grandes ciudades, aunque sin caer, en el afán de tra-
zas y alzados, de colores, cenefas y combinaciones
que dan al conjunto el aspecto de un cromo de di-
mensiones colosales, en que la naturaleza pierde el
encanto de sus expansiones bravias y sus notas acen-
tuadas y vigorosas. Pero prescindiendo de ese órgano
expansivo, de ese generador de oxígeno empotrado,
casi, en el centro y en forma de rectángulo, en las
RAFAEL PUIG Y VALLS S7
grandes cuadrículas neo-yorquinas, el número de pla-
zas de la primera ciudad americana resultan peque-
ñas, notándose el afán de aprovechar la penín-
sula que forman los dos ríos que la abrazan y
estrechan, fijando límites á su inmenso poder de ex-
pansión. Y como si un gigante, cansado de tanta
monotonía, de tanta línea y ángulo recto, de tanta
cuadrícula antiestética, atravesada en sus ejes prin-
cipales, en sus trazas más holgadas por los ferroca-
rriles elevados, hubiera querido poner á su enojo,
feliz expresión y rasgo permanente de sus osadías,
cruzando con ondulante rasgo las calles y avenidas
más concurridas de la ciudad neo-yorquina, surge
en plano tan simétrico, la calle más irregular, más
fastuosa, más larga y más extraña, que conoce el
mundo entero con el nombre de Broadvvay.
El Broadway es como el Regent street en Lon-
dres, como los bulevares centrales en París, como la
Rambla en Barcelona, la nota típica de New- York,
el eje de giro de todo su tráfico, el centro de los
negocios, el lugar más frecuentado y el punto pre-
ferido para localizar las tiendas más suntuosas, los
bancos y las sociedades de crédito más en boga, los
edificios de las compañías de seguros más repletas
de millones, los restaurants y bars de moda, la vía
que cruzan los tranvías de tracción animal más fre-
cuentados y los coches de los potentados, de los ri-
cos legendarios, cuyo activo asombra á tantas gen-
28 Viaje a amArica
tes, y lugar preferido por la bohemia universal para
paseo, en que desfilan, con su aire decidor y algún
tanto desenvuelto, las bellezas neo-yorquinas que de
las nueve de la mañana á las cinco de la tarde de
los días de labor, van recorriendo tiendas y bazares
con ansias verdaderamente pavorosas para los bolsi-
llos de padres y maridos.
El Broadway y sus alrededores Wall Street, Broad
Street, Nassau Street y Fulton Street, durante las ho-
ras de tráfico presentan una animación extraordina-
ria, sólo comparable á la City de Londres y al
Downtown de Chicago. Formarse idea entonces de
los edificios suntuosos del Broadway y de los pala-
cios é iglesias, de las calles y plazas de aquel gran
centro, requiere estar en posesión de una cabeza
muy sólida para sobreponerse al ruido, movimiento
y confusión de un tráfico abrumador, cjue alcanza
su máximo entre Madison square y la calle que ter-
mina en la punta de la península formada por los
dos ríos, llamada Batería.
Respecto á la belleza de los edificios principales
del gran centro comercial de New- York, el europeo
si va á América con los prejuicios del viejo conti-
nente, si no empieza por considerar que el yankee
sacrifica gustoso las líneas y los adornos de los esti-
los ar(iuitectónicos más preciados, á lo que entiende
([ue mira como fin primordial, á lo útil y á lo có-
modo, perderá lastimosamente el tiem])o, tratando
RAFAKI. PUIG Y VALÍ.S
de explicarse ponqué se han mezclado en un mismo
edificio detalles hermosos y bien concebidos, de es-
tilos puros, con adefesios y composiciones extrava-
gantes que parecen la obra caprichosa de un niño
cjue deja correr el lápiz sobre el papel, sin preocu-
parse de las reglas establecidas y de los criterios
adoptados, esquemas obligados de todo proyecto ar-
quitectónico.
Si fuera posible prescindir del conjunto de aque-
llos edificios colosales, montón de sillería de arenisca
roja con tonos negros, en que domina el cubo exage-
rado en todo, como signo de riqueza, ó valentía de
raza, ó ambas cosas á la vez*, si prescindiendo de
la falta de harmonía que hay entre alzados que de-
safían las nubes, y puertas y ventanas achatadas que
dan á la entrada principal del edificio apariencias de
antro, y á las bocas de luz y aire, aberturas rasga-
das en muros espesos que asemejan aspilleras de
barbacana, y se fijara la vista en detalles atrevidos,
en capiteles, frisos, aleros, dinteles bien dibujados y
sentidos, en arcos caprichosos, en columnas y pilas-
tras ampulosas y holgadas, en trazas movidas, hu-
yendo de la forma rectangular y cuadrada que en
nuestras calles resulta monótona, fría, y para el ar-
quitecto pié forzado que mata todas sus iniciativas
y fantasías, aun se hallaría materia sobrada para tra-
zar un cuadro vigoroso y sentido de la arquitectura
neo-yorquina, escasamente emancipada de los estilos
30 VIAJE Á AMÉRICA
viejos de Europa, y menos atrevida que la de las
ciudades del Far-West, que si admira como obra de
cálculo, resulta como arte una cosa digna de severa
censura.
Pero el que cruza por vez primera la quinta ave-
nida, Madison square, la calle catorce, el Union
square, y sigue el Broadway, echando una rápida
ojeada al Grace church, al edificio de Welles and
Standard Oil C-0., al Washington building, á la
Subtesorería de los Estados Unidos, á la estatua
de Jorge Washington, queda encantado, y especial-
mente ante una iglesia gótica, cuyo nombre no re-
cuerdo, rodeada de un cementerio, con sus piedras
tumulares, sus estatuas y sarcófagos suntuosos, ro-
deado por una verja de hierro, creciendo entre las
tumbas plantas trepadoras adornadas de flores, que
hizo brotar allí la mano piadosa de una madre ó de
una esposa, nota extraña que parece el memento
terrible que está allí perenne, para recordar á los
que pasan, con la angustia en la frente, azorados y
enloquecidos por la fiebre del oro, el fin de esta vida
y el principio de otra, en que para nada nos servirá
el bagaje de las riquezas acumuladas en los grandes
centros comerciales del mundo, como no sea de es-
torbo para llegar más velozmente al término suspi-
rado de la eterna dicha. Pero el viandante hostigado
por el ansia de ver cosas nuevas, atraído por edifi-
cios tan variados, colosales, majestuosos, fíjase al fin
RAFAEL PUIG Y VAI.I.S
en una cúpula montada sobre base estrechísima de
un edificio de no sé cuantos pisos que ostenta, en
letras colosales, la palabra «The World», ya vista
desde el puerto, antes de que atraque el trasantlán-
tico á la dársena de su destino, nombre de un pe-
riódico famoso que tira, en sus ediciones diarias, mas
de sesenta mil ejemplares, vendidos á precios desco-
nocidos aquí, á cinco centavos, ó sean veinticinco
céntimos de peseta cada número, dando tanta lec-
tura y tantas viñetas cada día, con tipos de impren-
ta pequeños, que no se comprende de dónde sacan
tanto material que pagan generosamente sus edito-
res, haciendo lucrativa y decorosa la vida de los
que se dedican á la prensa diaria y periódica en el
Nuevo mundo, y que con otros diarios de igual ó
parecida importancia acusan la medida y los alcan-
ces de aquel gran centro comercial.
Y como mi estancia en New- York, solicitado por
mis deberes perentorios en Chicago, me obligan á
partir, sin que pueda formarme idea exacta de la
vida, los recursos y las costumbres del gran emporio
americano, sólo por no dejar solución de continuidad
en mi viaje, doy esta nota fugaz y rapidísima de mi
paso por New- York, que voy á enlazar con las dos
visitas hechas á las cataratas del Niágara, maravilla
del Nuevo mundo, cuya impresión voy á apuntar
aquí, antes de entrar en la eterna rival de New-York,
la gran Chicago.
Las Cataratas del Niágara
Las Cataratas del Niágara
El express del Illinois Central que sale á las
seis de la tarde del New-York, llega á las ocho de
la mañana del día siguiente á un punto del terri-
torio canadiense, desde donde pueden verse las cata-
ratas, casi á vista de pájaro. En aquella escotadura
del terreno, el tren se para breves instantes; los pa-
sajeros, medio dormidos aún, bajan de los Pullman-
cars, se acercan cuanto pueden al borde de la cor*
tadura, y admirados ante aquel espectáculo grandioso,
deslumbrados por los cambiantes de luz en los tor-
bellinos de agua pulverizada que sáleri del fondo del
34 VIAJE A AMÉRICA
cauce y atontados por el sordo ruido de las moles
de agua que se precipitan por los acantilados del
río, vuelven á ocupar su puesto en el vagón, sin ha-
berse formado idea clara de lo ([ue han visto, ni
poderlo apreciar en la medida de lo justo.
Ver de esta manera las cataratas del Niágara
equivale á no haberlas visto; las cataratas valen más
que eso, y justo es dedicarles un día entero, para
gozar de todos sus encantos y perspectivas.
Por eso, quise hacer una segunda visita más de-
tenida, saboreada con calma, á conciencia, y con
ansia de apreciar aquella maravilla, única en el
mundo conocido, con todos sus perspectivas, sus
colores, sus estremecimientos, sus furores y sus fuer-
zas colosales.
Estorba allí, cuanto constituye el marco de aquel
cuadro colosal: estorban la población, los hoteles,
las obras de arte, los silbidos y campaneos de los
trenes que pasan, del tranvía que recorre la orilla
izquierda del Niágara, en territorio del Canadá; que
lo único á que aspira allí el hombre, es á quedarse
solo con la naturaleza, p^ra contemplar aquella esce-
na, aquel fondo de valle, circo inmenso de rocas, acan-
tilados terminados en arista, sobre que se despeíia un
mar airado, poderoso, inclemente, que ruge con iras
de gigante, que echa espumas de agua pulverizada,
humeante, como si el choque de las corrientes hu-
biera encendido intensa brasa en el fondo del cauce
RAFAEL PUIG Y VALLS 35
que las convirtiera rápidamente en vapor, después
de haber servido de poderoso ariete que abre cada
día cauce nuevo á las tumultuosas aguas del Niá-
gara.
Vistas las caídas desde la orilla canadiense, la
cascada norte-americana, cuando el sol se pone,
aparece arrebolada con todos los colores del arco-
iris, y si el viento azota las espumas levantadas por
el choque sobre roca dura, donde rebotan las aguas
perdiendo toda su fuerza para transformarse en tra-
bajo mecánico perforante, los arco-iris formados cam-
bian de posición, se multiplican, cortan la caída y
la segmentan, complaciéndose la luz en adornar
aquellas aguas (jue llevan en su seno todas las ma-
jestades y todos los esplendores de la materia
inerte. Y como si la naturaleza hubiera querido
mostrar reunidas la fuerza portentosa de quince mi-
llones de pies cúbicos de agua que se despeñan
por minuto de una altura media de i6o pies, con la
gracia y belleza de corrientes divididas por el Goat
Island, islote colocado en medio del río, convertido
en parque, proyectando una gran masa de aguas
contra el territorio del Canadá, que cae en forma de
herradura sobre el cauce, y allí remansan las aguas
impelidas por la catarata americana, chocando las
corrientes con furia espantosa, arremolinándose, cam-
biando de color, mezclando sus espumas y sus de-
tritus, surge de aquella confusión espantosa, de aquel
36 VIAJE Á AMÉRICA
caos horrendo, la belleza apocalíptica que recuerda
las convulsiones de los océanos del interior del glo-
bo terráqueo, cuyas sacudidas de gigante trazan so-
bre la tierra las pavorosas huellas del volcanismo.
Pero, no basta esta impresión de conjunto para
saborear todas las bellezas del Niágara Falls: deje-
PUENTE SOBRE EL NlAGARA
mos pronto la orilla izquierda del río, apartemos
por un momento la vista del horseshoe, y de la caí-
da americana, demos descanso al oído perturbado
por el ruido mate, horrísono, de tantos metros cú-
bicos de agua que saltan vomitando espumas al
fondo del lecho del Niágara, y pasemos á la orilla
opuesta aprovechando un puente suspendido que es
RAFAEL PUIG Y VALLS
una maravilla de elegancia. El Suspensión bridge,
visto de lejos, parece una línea recta, un trazo de
tinta china que cruza un horizonte blanquecino; de
cerca, resulta pasarela graciosísima mas digna de un
pintor que de un ingeniero, que al dividir el hondo
cauce del río, en dos partes, parece nota justa que
corrige la obra de la naturaleza que resulta ser allí
excesivamente monótona y descolorida.
Visto el cauce desde el Suspensión bridge, la
cabeza sufre el vértigo de las grandes alturas: si se
miran las cataratas, píntanse sólo en la retina tumul-
tos y nieblas que se levantan del fondo del río-, si
se mira á la parte opuesta, la vista descansa en un
recodo que forma el valle, abrupto, casi cortado á
pico y cubierto de vegetación vigorosa, de verde
intenso, sobre el que se dibuja breve línea, de trazo
negro que da paso á un ferrocarril; en el cauce,
ruedan veloces las aguas formando espumoso oleaje;
en las orillas, saltan pequeñas cascadas, signos de
aprovechamientos industriales, y en la orilla dere-
cha del puente, hállase la población sucia, fea, pueblo
de mercaderes, plagado de bazares, de hoteles, de
guías impertinentes, con toda la prosa de la vida,
aumentada sin piedad en la tierra libre de América.
Pasemos y pasemos aprisa, sigamos la calzada (^ue
guía al Prospect Park, dejémonos guiar por un plano
inclinado que nos conducirá al cauce del Niágara,
y aprovechemos el rotmd trip, el viaje circular de
38 VIAJE Á AMÉRICA
un vaporcito The Maid of thc Mist, La Doncella de
la Niebla, cjue va a dar un paseo por las corrientes
impetuosas del río y á colocarnos lo más cerca posi-
ble de las cataratas, vistas de abajo arriba para
poder apreciar toda la belleza de aquella masa colo-
sal de agua, que forma cabellera inmensa, extendida,
matizada de mil colores, que se desploma de más de
cincuenta metros de altura. Desde el pie del funicu-
lar á unos cincuenta pasos se halla el vaporcito en
tensión, un marinero me ofrece un impermeable,
unos pantalones y un capuchón de lona embreada,
y con tan rara indumentaria, me coloco en sitio
preferente, para aprovechar la excursión. Sale en
breve el vapor, atraviesa el río, toca en la orilla del
Canadá, y trazando al río una diagonal, se dirige
rápidamente á la catarata norte-americana; al poco
rato, el barco entra ya en la zona de los remolinos
y de las aguas pulverizadas, cuya intensidad crece
hasta cegar la vista. El impermeable chorrea por to-
das partes, el vapor sacudido por el oleaje y las
corrientes, avanza cada vez más, el ruido aumenta,
la catarata avanza y el espectáculo crece, se desen-
vuelve, se j^ipodera de todo mi ser, me subyuga y
bajo la acción fascinadora de aquella maravilla gi-
gantesca, me siento aturdido y espantado de tanta
grandeza. El vapor se para, el temporal de viento y
lluvia arrecia, las gentes se ponen el pañuelo en la
boca, no hay c^uien resista largo tiempo las sacudi-
RAFAEL PUIG Y YALLS
das del viento y una impresión tan honda, y cuando
el barco vira y vuelve la popa á la catarata norte-
americana, aparece con toda su belleza la herradura
del caballo, formando circo de espumas, levantando
chorros imponentes de agua, y mientras La Doncella
de la Niebla desanda el camino recorrido, y busca
vados relativamente tranquilos, entre las corrientes
espantosas de ambas cataratas que chocan con furias
formidables, en el cauce del río, aquel cuadro va difu-
minándose, el ruido decreciendo, las aguas tranqui-
lizándose y el espíritu del viajero descansando de
una tensión en que se confunden el temor, el espan-
to, la admiración y el placer.
No terminan aquí las siluetas y las perspectivas
que ofrece pródiga la naturaleza al viajero, en Niá-
gara f'alls; falta ver la cueva de los vientos — The
Cave of the Winds — que exige la serenidad de una
cabeza segura y una pierna sólida, donde halló trá-
gica muerte, en 1892, un inexperto viajero; el parque
Prospect, desde donde se ve toda la catarata de la
orilla norteamericana, dominándola á vista de pájaro
y pudiendo contemplar la línea ondulada y sinuosa,
intersección del plano inclinado con el plano de
caída que forman las aguas en aquella catarata; nos
falta recorrer el Goat Island, el islote que parece
una barca holandesa anclada en medio del río^ y cu-
yos flancos dividen la corriente principal del Niága-
ra; hemos de cruzar aún una serie de puentes y pa-
40 VIAJK Á AMÉRICA
sarcias, por cuya luz divagan corrientes de aguas
bullidoras, para ver las islas llamadas tres hermanas,
grupito de rocas, en cuyas grietas crece una vegeta-
ción vigorosa, acariciada constantemente por las bri-
sas y rompientes de un cauce abrupto, y cuajado de
piedras, y al llegar á la hermana más pequeña, gozar
otra vez, y desde punto muy cercano, la perspec-
tiva de toda la extensión mojada del río, la parte
alta de la herradura del caballo, y el hermoso con-
traste que ofrece la tranquila «acción de las aguas
deslizándose sobre el cauce alto, con el impetuoso
movimiento y choque en las caídas al desplomarse
por los acantilados del abismo.
Todo este conjunto de cosas resulta pura y sim-
plemente sublime; y por tanto, sería atrevimiento
imperdonable pretender siquiera que pluma tan in-
experta como la mía, pudiera dar idea aproximada
de un espectáculo que la naturaleza, tan pródiga en
América, ha adornado con todos los encantos y co-
lores de su espléndida paleta.
No insisto, pues, ¡oh lector! en traducir lo que
ha quedado grabado en mi imaginación con carac-
teres imborrables, porque cuanto mayor fuera el es-
fuerzo producido, resultaría mayor el contraste entre
lo vivo y lo pintado-, seguir, pues, camino del Far
West, ha de parecer de buen sentido, y ya que tan
suntuosos vehículos me ofrecen las compañías carri-
leras americanas, mientras sueño bajo dorados arte-
RAFAEL PUIG Y VAI.I.
sonados de maderas preciosas, iluminados con luz
eléctrica, el espectáculo que acabo de apuntar, se
aproxima la hora de llegar a Chicago á las diez de
la noche del 29 de marzo de 1893; mientras cruzan
por cuatro líneas paralelas que siguen las playas del
Michigan, trenes que pasan con velocidades espan-
tosas, brillantemente iluminados, yendo para mí ha-
cia ignotas tierras y produciéndome calofríos la idea
de que el descuido más insignificante puede terminar
mi viaje de manera trágica, y á las puertas ya de
Chicago, y de su celebérrima Exposición universal.
Vista de la Exposición
Chicago
El tren del Illinois Central que sale de New-York
á las seis de la tarde, llega á Chicago á las nueve de
la noche del día siguiente. Sin embargo, muchos
opinan, en los Estados Unidos, que los trenes no
llegan casi nunca á la hora de itinerario; pero como
yo llegué á las diez al punto de mi destino, no salí
mal librado del viaje ya que la experiencia me de-
mostró más tarde, que los itinerarios se dictan en
Norte América por el gusto de no tenerlos nunca
en cuenta para nada.
La idea que tengo de mi llegada á Chicago no
44 VIAJE Á AMÉRICA
puede ser más confusa", mareado y rendido, no he
conseguido averiguar jamás á c^ue depót ó esta-
ción me apeé- lo que supe más tarde, fué (¡ue debí
bajar en la estación de la calle 22, seguir esta vía
hasta dar con su intersección en. ángulo recto con el
Michigan Avenue, retroceder á la calle 23, reco-
rriendo un block ó una manzana de casas para dar
con mi cuerpo en el Metropole hotel, y evitarme
tres cosas desagradables: un verdadero viaje en co-
che, el susto de atravesar sitios oscuros junto al la-
go, que me daban la idea de estar en pleno campo
á las diez de la noche, y una agarrada con el co-
chero que me pedía dollar y medio por una carrera
que en Barcelona ó en Madrid no habría costado
más allá de dos pesetas.
Mi primera impresión chicagoana no fué, pues,
de las más halagüeñas; una estación con montantes
y cubierta de madera, pésimamente alumbrada-, un
solado que se cimbreaba bajo mis pies, un portal
con unos cuantos policemen de factura inglesa, club
en mano y casco esferoidal en la cabeza, vigilando
la concurrencia, tres ó cuatro carruajes de alquiler
con sus ruedas metidas en el barro negruzco de una
calle abandonada, tres cocheros que se quieren ampa-
rar de mi equipaje de mano y vacilan ante mi deseo
de ir al Metropole Hotel, no son notas dignas de
una gran ciudad. Al fin escojo á mi automedon-
te que gruñe entre dientes: ^Metropole Hotel?,.,
RAFAEL PUIG Y VALLS
¿Metropole Hotel?... como si estuviera buscando una
seña ingrata escondida en el fondo de su memoria
velada quizás por los vapores del whiskey ó del
brandy. Y como no acierta á resolver, me decido á
intervenir entre tantas gentes que preguntan y nadie
responde. — Twenty third street, córner Michigan
Avenue... ¡Aoh! ¡yes! ¡Aoh! ¡yes!... Monto en el ca-
rruaje, y fiado en mi cochero empiezo á escuadriñar
el terreno y á orientarme. Pasa un cuarto de hora y
apenas consigo formar concepto del terreno que piso;
en el fondo me parece percibir aguas en que riela
la luz de las estrellas; de cuando en cuando una luz
eléctrica de arco, montada sobre alto pie derecho,
me deslumbra para entrar rápidamente en la sombra
pavorosa de lo desconocido; el tiempo pasa, y con
él va desvaneciéndose la tranquilidad de mi espíritu
hasta que vislumbro ya calles alumbradas, anchas, en
que transita poca gente; atravieso una gran avenida
y doy por fin con un edificio que tiene apariencias de
castillo medioeval que se llama el Metropole Hotel.
Dobles puertas vidrieras montadas sobre ancha es-
calera, dan paso á un vestíbulo de bóveda rebajada,
estucado con colores vivos y brillantes, espléndida-
mente iluminado y calentado al rojo. Es uno de
tantos hoteles montados teniendo á la vista los do-
rados espejismos con que se han embriagado los bur-
gueses yankees, ante los esperados prodigios de la
Exposición universal. Me acerco á las oficinas del
46 VIAJE A AMÉRICA
manager que toma nota de mi nombre y apellido,
me da una llave con una placa de latón de gran-
des dimensiones, y me meto en el ascensor, que
para en el quinto piso al pie de un cuarto interior,
lleno de luz y escesivamente calentado, con el mue-
ble cama plegado, dando á la habitación aire de
salita de recibo de pocas pretensiones, pero acepta-
ble, por su limpieza, sus muebles, que parecen recién
salidos del taller, su piano de factura americana, y
sus luces de incandescencia, que en forma de araña
y palmatorias de paramento se han prodigado en
la habitación. Me entretengo en cerrar los circuitos
de las luces eléctricas, y con tanta luz, los reflejos
sobre muebles barnizados dan aire de fiesta á lo
que, visto más detenidamente, resulta modestísimo
ajuar de un hotel de segundo orden. El calorífero,
(^ue parece la tubería de un órgano, presenta una
superficie de calefacción tan extensa, y de radiación
tan fuerte que, en noches de hielo, se duerme sin
abrigo y aun con la ventana abierta; así la tuve por
descuido durante la primera noche que pasé en
Chicago.
Al día siguiente, contento de haber llegado al
término de mi viaje oficial, faltóme tiempo para
echar una rápida ojeada al centro de negocios de la
ciudad, y al recinto inmenso de su Exposición uni-
versal.
Acompañado del Sr. Dupuy de Lome, delegado
RAFAEL rUIG Y VALLS 47
general de España en la Exposición, y de D. Juan
Cologan, capitán de Ingenieros militares, emprendí
temprano mi excursión al centro de negocios, al cele-
brado Downtown de Chicago. El ferrocarril elevado
que sigue la dirección norte-sur de la ciudad, toma-
do en la estación de la calle 22, twenty second
Street, nos condujo en menos de un cuarto de hora
al pie de Van Burén, en el gran centro comprendido
entre el lago Michigan y el río Chicago, con dos
ramas; una al Norte y otra al Oeste, y la calle 12
que forman la zona de tráfico más típica, más ame-
ricana y característica de la gran ciudad del Mi-
chigan.
Estoy, pues, ya, en el primer centro comercial
del mundo-, su fisonomía especial, su tráfico babiló-
nico, sus edificios colosales, su atmósfera arrebolada
de tintas negras que manchan un cielo gris, triste y
descolorido, los rayos del sol que no logran dar á
aquellas masas tonos de color acentuados, dominan-
do siempre los colores sucios de areniscas rojas, de
hierros pardos, de granitos en que domina la mica
negra; de coches de -tranvía deslustrados por el uso,
de grandes carros y coches que siguen su camino
agobiados ' ya por la pesadumbre de los años; el
arroyo ennegrecido por el detritus del humo que vo-
mitan millares de chimeneas, las aceras sucias, des-
iguales y descuidadas de una administración comunal
poco celosa; la indumentaria de las genteS; extraña
48 VIAJE Á AMÉRICA
ridicula, pretenciosa á veces... cosas son todas que
constituyen un portento de rarezas, la gran mancha
abigarrada del Far-West americano, con todos sus
alientos, sus grandezas, sus opulencias, sus miserias,
sus ambiciones locas y sus osadías sin cuento y sin
medida.
El que visita por primera vez el Downtown de
Chicago, lo primero que se le ocurre preguntar es
si aquella ciudad se ha construido para gigantes y
por una raza superior que sólo concibe lo monu-
mental y grandioso, cuya fórmula se sintetiza en su
famosa osadía. «Todo lo americano es lo más grande
del mundo.» «The greatest of the World.» El centro
tiene realmente una fisonomía especial digna de un
mundo nuevo, calcado en moldes distintos de los
usados en el continente europeo. Aquellos macizos
de edificación aplastan al viandante, la enorme des-
proporción que existe entre las dimensiones de las
casas y la mísera gente que hormiguea al pie de
obras monumentales levantadas por la soberbia
americana, produce el efecto extraño de un estra-
bismo intelectual que no caben juntos en el cerebro,
sin tormento del espíritu, tan discordes elementos.
Cada paso en Wabash street y en State street es
una sorpresa; aquellos edificios inmensos, The Audi-
torium, el Masonic Temple, los Bancos, las Socieda-
des de Seguros, el palacio de la Administración de
correos, los hoteles Victoria, Palmer house, etc., con
RAFAEL I'IIÜ Y VA1,LS 49
SUS grandes macizos de sillería, me parecían cante
ras desbastadas en cuyos estratos se habían entre
tenido razfas gigantes en labrar con enormes marti
líos y cinceles, puertas y ventanas, columnas estram
boticas, frisos desproporcionados, paramentos lisos
desnudos, fríos, sostenidos por arcos de no se cuan
tos centros, casi siempre rebajados, haciendo oficio
de espaldas colosales que sostienen la pesadumbre
inmensa de una cantera de piedra de sillería. La
ar(iuitectura en Chicago exajera la nota yankee que
florece rac^uítica en New-York. Los aires del desierto
americano azotando las frentes de los hijos del Far-
West producen obras más informes, de perfiles me-
nos atildados, de líneas menos suaves, de ornamen-
tación más sobria, más árida y ¿por qué no decirlo?
menos culta que en la ciudad del Este; manifesta-
ción de razas enamoradas de las inmensas estepas,
de las grandes altitudes, de los ciclones asoladores,
de los blizzards que ciegan, hielan y matan; de todo
lo grandioso aprendido en la escuela realista de una
naturaleza que ostenta en las llanuras americanas
bríos y fuerzas de una grandeza sublime.
El arte en Chicago no tiene grandes admiradores;
lo que allí cuenta es, en todo orden de ideas y ma-
nifestaciones, lo grandioso, lo que puede apellidarse
gráficamente un mammoth, el gigante de los animales,
más pequeño sin duda que las osadías inagotables
del genio yankee.
4
50 VIAJE A AMÉRICA
La descripción de los edificios del Downtovvii
resultaría deslabazada y monótona: edificios de vein-
te y treinta pisos, en cuyos paramentos caben todos
los estilos y adornos, rasgos geniales de trazo limpio
y seguro con detalles nimios, pobres, llenos de inco-
rrecciones, desdibujados y sin sentido- colores chillo-
nes, alternando con masas negruzcas, rojizas, de
to.nos sucios, concreciones de los vahos inmundos de
la población más sucia de la tierra, que manchan las
fachadas de las casas; talleres, bazares, librerías, po-
cas, muy pocas en número, restaurants, bars, tiendas
inmensas, imitaciones del Grand Marché, Le Prin-
temps etc„ de París; grandes depósitos de muebles,
edificios destinados exclusivamente á escritorios y
oficinas, manifestaciones todas de un centro donde
el agio disputa palmo á palmo el terreno para mon-
tar y encasillar, en el mejor sitio del mercado sus
ideas, sus invenciones, su tráfico, sus monopolios y
cuanto constituye la vida comercial é industrial de
Chicago.
La extensión inmensa de una ciudad que no lle-
ga á tener dos millones de habitantes, las soluciones
de continuidad que existen aún entre barrios poco
alejados del centro, los parques inmensos enclavados
en puntos distintos de la ciudad, la longitud y an-,
chura de las calles recorridas constantemente por
los tranvías de cable, la escasa densidad de una po-
blación en que cada familia ocupa una casa entera,
KAf AF-r. rVU. V VAI.LS
siendo una excepción el caserío alquilado por pisos,
causas son (^ue contribuyen á dar á Chicago un as-
pecto melancólico, pues sólo en Downtown y en
centros especiales, alcanza tráfico suficiente para dar
animación á la ciudad, cuyo perímetro inmenso
puede contener cuatro veces, por lo menos, la po-
blación actual.
Los parques y jardines, más extensos que bien
cuidados, numerosos, repartidos convenientemente
para quQ los diferentes centros de población puedan
disfrutar de sus paseos y arboledas; el Lincoln park,
el Washington Park, el Garfield park, el Jackson
park, donde se ha montado el inmenso mecanismo
de la Exposición colombina, con sus estatuas y mo-
numentos, con sus extensas praderías y rodales de
árboles forestales que alternan con masas de flores
y hojarasca variada; los recursos de una vialidad fa-
cih'sima, motivos son de concurrencia en días festi-
vos que dan á la ciudad atractivos y aires de alegría.
E] lago, el Michigan de horizontes infinitos, mar in-
terior, tan grande como el Mediterráneo, en que na-
vegan tantos barcos que convierten el puerto de
Chicago en el más concurrido del mundo, no alcan-
za nunca, ni aun en los mejores días del año, cuando
el sol y el aire ostentan sus mejores galas, el aspecto
sonriente del mar latino que no refleja jamás las
sombras de masas de humo, de gases y vapores de
agua que dan á la naturaleza entera tonos grises co-
52 VIAJK A AMÉKICA
mo los (jue reproducen las aguas tristes del Michigan,
impurificadas por la respiración inmensa y los detritus
variadísimos de la ciudad de Chicago.
Reproducir ahora aquí lo ya repetido en libros,
revistas y periódicos acerca de los recursos de Chi-
cago, acumular cifras, datos estadísticos, impresiones
gastadas por lo sobadas y repetidas, no sería plato
de gusto para nadie; baste, pues, condensar lo más
nuevo, lo menos conocido y más variado que he
visto allí, sin que haya levantado en mi espíritu las
oleadas de entusiasmo que durante tantos años han
mantenido en Europa una opinión deslumbradora,
sostenida por la opinión política y el afán de atribuir
grandezas é iniciativas á las razas americanas, pro-
ductoras de una civilización nueva capaz de regene-
rar la sangre del mundo entero, con el aliento gigan-
te de un pueblo que se inspira en el principio, ([ue
llaman santo, de la libertad absoluta.
Los que me sigan en mi viaje al través del conti-
nente americano, descontarán en el camino muchas
grandezas, dejando entre flores, abrojos y espinas
muchas ilusiones y no pocas esperanzas.
Ingeniería municipal
NTERESA ya de tal manera la ingeniería
municipal, que su tecnicismo informa
ya el lenguaje de todos los pueblos
cultos.
En este punto, he hallado en Amé-
rica cosas tan raras, y criterios tan nuevos, que han
sido una verdadera revelación. Chicago es una ciu-
dad de una fuerza expansiva maravillosa; hace pocos
días tuve la fortuna, de conocer, en un banquete al
general Suoy Smith, á quien fui presentado, cono-
ciendo de antemano la accidentada historia de su
vida, y como supo que me interesaban sus trabajos
de ingeniería, tuvo la galantería de enviarme un fo-
lleto que, resumido, voy á exponer aquí:
Hace cincuenta años, cuando el general era te-
niente, fué destinado á custodiar el fuerte de made-
54 VIAJE Á AMÉRICA
ra levantado para defender á la naciente ciudad con-
tra las algaradas de los indios, y que ocupaba, se-
gún pienso, el emplazamiento del centro actual de
Chicago, en Dearborn street. El general ha pre-
senciado, pues, el inmenso desarrollo de esta ciudad
y ha contribuido con su saber y su trabajo á crear
los principios de la ingeniería municipal que se
están poniendo en práctica, sin la preocupación de
cosas que son para nosotros sagradas, y que no sa-
bríamos tocar sin creer que cometemos una ver-
dadera profanación.
Desde Europa, no es fácil formar concepto de la
verdad de las cosas americanas, y admirados de lo
que nos cuentan creemos, con cierta candidez, que
Chicago está construida como una ciudad europea-
¡qué error! aquí no hay urbanización propiamente
dicha, ni aceras, ni rasantes uniformes, ni cloacas,
ni... iba á decir casas, porque lo que cubre el enca-
sillado de esta superficie poblada, son: cottages que
alternan con hoteles inmensos, casas de madera que
se construyen en tres meses, y que forman el relleno
de los espacios que circuyen las calles anchas, rectas,
inacabables, cruzadas por cables-tranvías, movie'ndose
sin interrupción sobre rodillos cuyos ejes rechinan
como protesta de tan ímprobo trabajo.
Claro es que hay en esto excepciones, y que,
siendo Chicago una población de gente riquísima,
en sitios preferidos, se han construido palacios, ho-
RAFAEL PUIG Y VALLS 55
telitos primorosos de familias acomodadas y parques
grandiosos que adornan el cuadro, siendo esto ex-
cepciones que informan la regla general de calles
sucias, de aceras que cambian cada veinte pasos de
rasante, formadas por cuatro tablas que se cimbrean
y que esconden lo que no debe verse ni puede de-
cirse.
Pero lo raro en todo esto es que, sentada la ciu-
dad en un llano y á orillas del lago Michigan, los
ingenieros que proyectaron la primera red de cloa-
cas no acertaron con el desagüe apropiado á las
necesidades del servicio, y hoy, con ser Chicago tan
rica, no se atreve á emprender la regeneración del
subsuelo, ante el importe de veinticinco millo-
nes de dollars, que costaría la urbanización comple-
ta de la ciudad.
El general Smith cita en su folleto dos ó tres
proyectos que están en estudio sobre el particular;
pero como no hallo en ninguno de ellos cosa alguna
que ofrezca novedad, paso á otra materia, que la
tiene en alto grado para los que en punto á vialidad
no creemos que deba sacrificarse el ornato de las
poblaciones al ideal americano de moverse con hol-
gura, comodidad y rapidez. Y son en esto tan radi-
cales los puntos de vista, que el general propone la
construcción de tres grandes medios de comunica-
ción para Chicago: la subterránea, la de nivel y una
tercera á la altura de los primeros pisos. La subte-
S6 VIAJE Á AMÉRICA
rránea para viajeros, la de nivel para carros y ca-
miones, y la última para viandantes; libres así de
las ansias del tránsito rodado que, dice el general,
sería very enjoyed by t/ie ladics.
Figúrense mis lectores una ciudad que en vez de
tener sus aceras montadas á unos cuantos centíme-
tros por encima del arroyo, se alzaran á cinco metros
de altura, y dígaseme si esto, que parece en Chicago
aceptable y que es muy posible se realice en breve,
no trastornaría por completo todos los puntos de
vista de nuestra arquitectura, ingeniería y policía
municipal, poniendo de golpe, en tela de juicio,
cuanto hemos discurrido, pensado y sentido los eu-
ropeos desde que el arte y la ciencia se compenetra-
ron para construir las ciudades artísticas que son el
orgullo de la raza latina y el modelo en que han
hallado su mejor inspiración las razas sajonas.
Y que esto se hará en América lo dicen los ele-
vados de New-York que siguen los ejes de las mejo-
res avenidas, enseñoreándose de toda la ciudad que
llenan de humo, polvo y ruido, encaramándose como
Asmodeo para visitar todos los hogares que dominan
con un desenfado digno del procedimiento america-
no, en que la libertad no puede representarse por
curvas que se tocan tangencialmente, sino secantes
que producen choques diarios y éxitos (jue sólo fa-
vorecen al más fuerte.
Si en Barcelona se intentara construir un ferroca-
RAFAEL PUIG V YALLS 57
rril elevado que siguiera los ejes de las ramblas y
del paseo de Gracia, sin considerar la belleza de
nuestras mejores calles y más preciados puntos de
vista, se produciría una verdadera revolución que se
llevaría de cuajo todas las simpatías de la ciudad.
Y dejando á un lado tan extraños procedimientos,
voy á decir algo, aunque ligeramente, de los edifi-
cios de lo, 15 y 20 pisos que en New-York y Chi-
cago se levantan, sin preocupaciones arquitectónicas,
ni más objetivo que sacar de una superficie determi-
nada la mayor renta posible. Los negocios exigen
centros de contratación, comunidad de ideas y sen-
timientos, algo que la distancia relaja y que la faci-
lidad y el contacto de las gentes afina y perfecciona.
Por esto los hombres de negocios necesitan tener sus
despachos y oficinas, con todos sus anexos, en los
centros de población. Chicago lo tiene en Down-
town, y lo (\ue no alcanza en superficie de nivel, lo
consigue superponiendo pisos y aprovechando los re-
cursos de los procedimientos de construcción moder-
nos y los mecanismos de la ingeniería.
Una casa de 20 pisos sin ascensor sería un pája-
ro sin alas, una aspiración sin realidad posible; así
como una balumba tan enorme de pisos que espan-
ta, resultaría una torre de Babel moderna si no se co-
nocieran, aunque sea empíricamente, las fórmulas de
resistencia de materiales que son la garantía de los
éxitos alcanzados en América al construir los edifi-
SB VIAJE Á AMÉRICA
cios que son el orgullo de los yankées y el pasmo
de las gentes. Pero lo que debe averiguar el europeo
es, si hay, en todo esto, algo nuevo, y si lo nuevo
ofrece garantía bastante y capaz de sostener la legi-
timidad de ese orgullo de raza que tanto desdén
muestra por todo lo que no es americano, como si
la mecánica y la construcción no las hubieran apren-
dido en nuestros libros y fundido sus obras al calor
de nuestro espíritu y con el trabajo maravilloso de
los siglos, acumulado por las razas pobladoras del
mundo antiguo.
Y, ¡coincidencia singular! mientras el pueblo ame-
ricano muestra su genial poderío enseñándonos esas
moles sentadas sobre emparrillados de acero, rellenos
de hormigón, formadas de colunmas y tirantes me-
tálicos que parecen desafiar el poder destructor de
los tiempos, los autores de estas obras, con la expe-
riencia de los resultados, han llegado á convencerse
de que lo único nuevo que habían practicado es pe-
ligroso, y muestra ser tan deficiente que han de
cambiar de rumbo, si la estabilidad de esos grandes
edificios ha de ser una verdad y una garantía de
que alcanzarán vejez larga y provechosa.
«The Auditorium», que es hotel, teatro, casino,
centro de oficinas... todo en una pieza, se hunde len-
tamente, y no porque se haya traspasado el límite
asignado á la carga por pie cuadrado (un metro=
3' 28 pies) que las experiencias practicadas para el
ÍIAPAEL puig y vaLLs 59
suelo de Chicago, dicen que está comprendido entre
2.500 y 4.000 libras por pie cuadrado, sino porque,
situada la ciudad sobre un subsuelo flojo, filtrado
por las aguas del Michigan, cuando es de igual re-
sistencia en toda la superficie, estando bien reparti-
das las cargas, el suelo cede lentamente y los edifi-
cios tienen un asiento uniforme, bajando y hundién-
dose; pero cuando la resistencia del terreno es des-
igual, la plataforma de acero se rompe y el edificio
se resquebraja, causando su ruina. Pero no es este el
único peligro á que están expuestos esos grandes
edificios; las masas metálicas se dilatan y contraen
con los cambios de temperatura, y en este país don-
de el termómetro trabaja en escala tan extensa,
cuyos límites pueden fijarse entre 26 grados de frío
y 50 de calor, los aceros, con sus empujes incontras-
tables lo rompen todo, aun sin contar con los incen-
dios que doblan los pies derechos y columnas, derri-
bando los edificios con una rapidez aterradora.
Pues bien, el autor de esos emparrillados de es-
cuadrías poderosas sobre que descansan los edificios
de 10 á 20 pisos, reniega de sus antiguos amores, y
vuelve la vista á nuestros procedimientos, aconsejan-
do que se funde sobre roca, que en muchas partes
se halla aquí á 60 pies de profundidad (i8'5 9 metros),
ó á lo menos en el banco de arcilla compacta ha-
llada encima de la roca, profundizándose siempre á
un nivel inferior al que algún día puedan llegar los
6o VIAJE Á AMÉRICA
drenes de saneamiento, por considerar, con razón,
que el empleo de vigas de grandes escuadrias en la
zona de tierras mojadas por las aguas del Michigan,
alcanzarán una duración larguísima, montando así
grandes columnas de manipostería bien enlazadas y
espaciadas de manera que las cargas puedan repar-
tirse con arreglo á lo que exija la estabilidad del
edificio.
Véase pues, en punto á ingeniería, á ciue queda
reducido lo que puede llamar la atención de los in-
teligentes en Chicago; los elevados, los funiculares,
la toma de aguas en el lago, las plantas de luz
eléctrica, las grandes estaciones de fuerza para trans-
mitir la energía, los depósitos de cereales, los mata-
deros de ganado y los procedimientos de conserva;
el desenvolvimiento prodigioso de los caminos de
hierro no tientan mi pluma, porque siendo todo ello
interesantísimo, no daría á estas páginas un solo
dato que no fuera ya relatado y conocido, y por
tanto, el atractivo de la novedad.
MlDWAY PlAISANCE
Los preparativos de apertura
de la Exposición
Faltan veinte días para abrir el certamen colom-
bino y las salas de los edificios están casi vacías, la
urbanización en mantillas, la ornamentación interior
esbozada, los trabajos de jardinería en proyecto, y
los palacios, con sus ropajes sucios de invierno, no
tienen prisa, al parecer, en remozarse para recibir á
los ilustres visitantes que acudirán á las fiestas inau-
gurales del i.° de mayo.
Las razones que se dan para cohonestar estas
faltas son de distinto orden: algunas se confiesan en
62 VIAJE A AMÉRICA
alta voz, y otras se susurran en \oz baja como s^
fueran insidiosa murmuración de la maledicencia.
Hace un mes, este mar interior que se llama lago
Michigan, con sus horizontes infinitos y sus tempesta-
des que levantan olas que ya querría ostentar el Medi-
terráneo en días de temporal, estaba helado en toda
su extensión-, los fríos de este invierno, de 22 gra-
dos bajo cero, con nevadas excepcionales, han en-
torpecido de tal manera los trabajos de la Exposi-
ción que, toda la buena voluntad de la Dirección ge-
neral, no ha bastado para resolver las dificultades
propias de una labor que asustaría á gente menos
emprendedora y dispuesta que la pobladora de las
inmensas llanuras del Illinois. Llenas las calles de
nieve, teniendo (|ue emplear el hacha para cortar el
hielo en las fundaciones, ateridos los obreros de
frío espantoso, congelados los materiales, el paro
absoluto se impuso cuando el i.° de mayo se
acercaba con una rapidez que no permitía cálculos,
ni ofrecía medios de salvar dificultades invencibles.
La segunda razón se funda en el cosmopolitismo
de este pueblo, formado de una masa que ha olvi-
dado la noción de patria, y que sufre aquí los ho-
rrores de un clima ingrato, con la idea de formar un
capital que, en poco tiempo, le consienta vivir con
holgura en el país de adopción ó en la tierruca cuyo
recuerdo calienta siempre el corazón humano.
Chicago tiene cerca de dos millones de habitan-
RAFAEL PUIG Y VAI.LS 63
tes, en su mayoría irlandeses, alemanes, franceses é
italianos; la gran masa obrera, aluvión que el ham-
bre ha lanzado sobre las costas americanas, no se
ocupa, ni preocupa de la idea pura y patriótica enca-
minada á conmemorar el hecho más glorioso de la
especie humana;' la Exposición no ha sido para ella
más que un medio de conseguir en pocos meses, de
acumular en algunas semanas, la suma de dollars co-
diciada y que los usos corrientes de la vida no pue-
den proporcionarla; y las sociedades obreras, forzan-
do cada vez más sus aspiraciones, se han declarado
en huelga repetidas veces, poniendo á los contratis-'
tas en apuros tales, que bien podría ser que las su-
mas colosales empleadas en construir una ciudad de
palacios, en área inmensa, esfuerzo colosal de un
pueblo enamorado de todo lo que se pinta en la
retina con dimensiones extraordinarias, se convirtie-
ra en un fracaso espantoso que arruinará á muchas
gentes y postrará, por mucho tiempo, las energías de
esta raza. Como ejemplo diré que un simple peón ga-
na aquí, por hora, treinta y cinco centavos, equivalen-
tes á catorce pesetas por día de trabajo de ocho horas.
Los carpinteros ganan cincuenta centavos por hora,
ó sean cuatro duros por las ocho horas, pagándose
doble las extraordinarias, y aun me han asegurado
que los contratistas, agobiados por los delegados y
comisarios de las naciones expositoras, que van á
exigirles las multas consignadas en los contratos si
64 VIAJE Á AMKKKA
no entregan los edificios dentro de los plazos esti-
pulados, han llegado á subastar los jornales á cinco
y seis duros por cada ocho horas.
Á pesar de esto, las huelgas se repiten, las ambiciones
aumentan, y á lo mejor, cuando parece que el trabajo
cunde, estalla una nueva discordia que pone en tela
de juicio la posible solución de este problema eco-
nómico llamado Exposición de Chicago.
Decíame un amigo (jue ha vivido muchos años en
este país, ocupando un alto puesto en el mundo di-
plomático: esta Exposición no es obra de una aspi-
ración de la gran nacionalidad americana, ni de los
estados de la federación, ni es empresa comunal, ni
negocio particular, y sin embargo, todos estos orga-
nismos se han fundido en un pensamiento para
cooperar en tan grande obra por más (lue no ha ha-
bido en la labor común igual lealtad, ni se han em-
pleado análogos esfuerzos para conseguir la realiza-
ción de la empresa.
En Barcelona hubo lucha de personalidades, aciuí
lucha de intereses, del Este contra el Oeste, de
New-York contra Chicago; mostrándose las Cámaras
vacilantes é indecisas al votar una subvención defi-
ciente; los Estados de la Unión, al acudir al certa-
men lo han hecho á remolque, y sólo el municipio
y la suscripción pública han rivalizado aquí para
sostener el pabellón local. Aun hay quien asegura
que por falta de recursos dejan pasar los días sin
KAFAEL Pino Y VALLS 6j
mostrar la vitalidad económica que parece ser el
nervio de este pueblo y el espíritu de sus empresas
y negocios; y en verdad, que si esta suposición es
falsa, no se compadece la arrogancia de otros días
con la falta de entusiasmo y de trabajo que se nota
en todos los centros de la Esposición, observándose
además una especie de desencanto y de fatiga que
parece precursora de éxitos dudosos ó de convenci-
mientos fatalistas, desencanto contagioso que crece
en mi pensamiento cuantas veces recorro salas que
no se llenan, pabellones que no se acaban, y observo
tramitaciones que no se simplifican, negociados que
no se compenetran; como si los diferentes centros
administrativos fueran organismos independientes,
sin engranaje ni enlaces, cabos sueltos de una cade-
na sacudida con escasa voluntad y más escaso en*'
tendimiento.
Que aquí pasa algo anómalo y raro, no me cabe
duda; que quizá no sé interpretarlo, tampoco me
cuesta trabajo creerlo; pero, aun teniendo tan legíti-,
mo temor, no he de negar que sería necesario cerrar
los ojos á la luz y quitar atributos á la razón para
aceptar, sin reparos, suposiciones optimistas que no
hallo medio, hoy por hoy, de justificar con funda-
mentos sólidos y vigorosos.
No piensa, sin embargo, así la gente del paíSy
que trata de sacar provechos tangibles del certamen
colombino. Figuran, en primer término, los fondistas
66 Viaje Á América
que, sin encomendarse á Dios ni á los santos, van á
doblar desde i.° de mayo los precios de las habita-
ciones y de la manutención. Esto significa, pura y
simplemente, pagar ocho dollars diarios por un cuarto
de 5.°, 6° ó 7.° piso, con las comidas correspondien-
tes, sin vino, por supuesto, que aquí se paga á pre-
cios fabulosos.
Las casas de huéspedes exigen dos ó tres dollars
diarios por un cuarto regularmente alhajado, sin ma-
nutención; los cafés, licores, gastos de peluquería,
limpiabotas, etc., distan mucho de parecerse á los
precios europeos, y por tanto, el que se decida á
visitar la Exposición de Chicago es necesario que
haga buena provisión de dollars, si no quiere concre-
tarse á vivir muy modestamente, y á sufrir toda clase
de impertinencias y desazones.
Además, el europeo que está acostumbrado á re-
glamentaciones provechosas ha de cuidar aquí de es-
tudiar los organismos del país para evitar gastos
y disgustos; el que espera en un ferrocarril la señal
de marcha, toque de campanas y silbatos, corre el
riesgo de quedarse en tierra; llegada la hora de mar-
char, el jefe de tren levanta el brazo y el maquinis-
ta actúa sobre los émbolos, sin señal previa^ ni pre-
ocuparse de si los viajeros están ó no en los va-
gones.
Para ir á la Exposición, la compañía Illinois Cen-
tral ha construido seis líneas paralelas que recogen
RAFAEL PUIG Y VALLS 67
los pasajeros de las estaciones de la ciudad; pero,
como pasan por las mismas líneas un gran número
de expresos que van á diferentes puntos de la repú-
blica, si no se tiene mucho cuidado en reconocer los
trenes-tranvías, se corre el riesgo de salir de Chica-
go para ir á la Exposición y encontrarse, bien á pe-
sar suyo, á cincuenta 'millas de donde quería ir, sin
que nadie se haya preocupado de asesorar al extran-
jero, ni de ejercitar las más elementales reglas de
hospitalidad.
im
^ >n
*.étir&^
Palacio de la Electricidad
Suma y sigue
Transcurren los días de tal manera que bien pue-
de decirse que se suceden y no se parecen-, que llue-
va en abril dos días seguidos no causará á nadie ma-
ravilla, que nieve luego dos días más en esta ciudad
de Chicago, de latitud aproximada á la de Madrid, si
se consulta actualmente el aspecto hermoso y sonrien-
te de los plátanos de los paseos de España que dan som-
bra á tantas flores, ya parecerá más extraño; pero,
(]ue llueva en todos los edificios de la Exposición co-
lombina, sin que se ponga al mal remedio eficaz, ni
crea la gente que van á exigirse responsabilidades
JO VIAJE Á AMÉRICA
por los daños ciue se causen á los que creyeron al-
canzar aquí para sus obras, trabajos y proyectos,
hospitalidad más á cubierto de la intemperie y de la
acción destructora de las aguas, pocos días antes
de abrirse el gran certamen por el presidente Cleve-
land y el duque de Veragua, esto ya es más duro y
más difícil de creer, sobre todo para aquellos que
veían un motivo de reclamación diplomática en las
goteras malhadadas de la nave central de la Esposi-
ción de Barcelona, y se figuran que aquí todo se
hace bien por ser extranjero, americano del norte y
quizá republicano.
Hace ya tres semanas que me he encargado del
servicio de «Manufacturas» de la sección de España;
en este intervalo ha llovido varias veces y las goteras
no se repasan, sin que Mr. Alisson, jefe del departamen-
to, haga caso, al parecer, de las reclamaciones de
nuestro delegado general Sr. Dupuy de Lome, de las
mías, ni de nadie. Y lo más serio del caso es que
cada día son más numerosas, siendo ya difícil averi-
guar si se pretende poner remedio á mal tan deplo-
rable, si es posible instalar en estas condiciones, y
si podré hallar sitio para los objetos desembalados
que esté garantizado de la acción invasora de las
aguas.
La tormenta última, ciclón poderoso (pe ha
causado estragos en varios Estados de esta repú-
* blica, ha venido de perlas para explicar de algún
RAFAEL PL-IG Y VALLS
modo el atraso en que se halla la vialidad de la
«ciudad blanca» y cuanto se relaciona con su des-
envolvimiento. Ayer nevó todo el día como si estu-
viéramos en enero, y con este motivo, los diarios de
hoy, curándose en salud, dicen que en semejantes
condiciones no es posible trabajar, que el personal
dedicado á vialidad ha debido ocuparse en reparar
los estragos del viento y de la nieve, y que con los
días buenos, la Exposición se llenará de flores y ver-
dura, de caminos inmejorables, y de instalaciones
portentosas, en menos tiempo del que se necesita
para llenar de noticias rimbombantes los diarios de
40 páginas y de letra menuda que, cual el Chicago
Herald, el Chicago Post y otros, se convierten en
heraldos de maravillas y en mágicos prodigiosos del
gran certamen americano.
Y por cierto que magias y magias portentosas se
necesitan emplear para resolver el pavoroso problema
de llenar en pocos días, en horas ya, salas inmensas,
en urbanizar millones de pies cuadrados de paseos
que no pueden atravesarse, hoy por hoy, sino con
zancos; sin un árbol, ni una flor, mostrando en
todas partes un abandono cruel, cuando el presiden-
te va á salir de Washington y el duque de Veragua
de New-York para abrir esta IVor/d's Fair, esta fe-
ria del mundo destmada á mostrar á todos la poten-
cia colosal y creadora del pueblo yankee.
Pero la invención más prodigiosa de estas gentes.
72 VIAJE Á AMÉRICA
no está en lo que ha hecho y hace Edisson en
Menlo-Park, ni en las fundaciones de casas que sos-
tienen 20 pisos, ni en sus ferry-boats que transpor-
tan sobre los ríos trenes enteros; todo esto es una
pequenez al lado del mecanismo asombroso de sus
aduanas, mecanismo que sólo pude entrever en New-
York y que hace dos semanas estoy estudiando con
una paciencia y un cariño que si no temiera pecar
de inmodesto, diría que merece una cruz laureada.
¡Válgame Dios! ¡qué complicación y qué obstruccio-
nismo! De sobra sabe todo el mundo que las mercan-
cías se declaran al entrar en New-York y que las des-
tinadas á la Exposición sólo pagarán derechos en
caso de que se ' vendan, volviendo libres de toda
carga á los respectivos países las que hayan servido
únicamente para ser expuestas. Pues bien, la admi-
nistración de aduanas ha establecido un régimen tan
riguroso en el recinto de los edificios que no pue-
de abrirse una sola caja sin ser escrupulosamente
registrada, debiendo seguirse el siguiente procedi-
miento para que puedan instalarse los objetos que
envían las naciones al certamen.
Y al llegar aquí, pido á mis lectores paciencia y
resignación-, se trata pura y simplemente de facilitar
un estudio comparativo, y deducir si se ha hallado
en el mundo un procedimiento más inquisitorial y
riguroso para evitar que los expositores extranjeros
que han pagado á la gran nación americana el ho-
RAFAEL rtlG Y VAM.S
menaje de su respeto y consideración, al celebrar
las fiestas del centenario, enviando sus mejores obras,
defrauden los intereses públicos en una proporción
relativamente escasa, vendiendo á espaldas de la
administración de aduanas lo que no esté debida-
mente registrado.
Llegan las cajas á los respectivos edificios, y en
seguida el inspector les pone un cartel conmina
torio notificando que pagará una multa de mil do
llars ó sufrirá la prisión subsidiaria correspondiente:
el que abra la caja sin su permiso. Avisado oportuna
mente, empieza la operación, se levantan los torni
líos de la tapa y se apodera de la lista expresiva de
los objetos, contenidos en la caja, exigiendo la inspec-
ción de todos los objetos, uno por uno, poniéndoles
una etiqueta numerada cuya cifra apunta en una li-
breta en que constan el númxero de orden de la co-
misión española, la procedencia y la relación deta-
llada de los objetos y su valor.
Al terminar la operación, me entrega un impreso
que he de llenar y devolverle el día siguiente, deta-
llando el número de orden y el total de las cajas
abiertas que van al depósito, con destino al emba-
laje y reimportación de los objetos á España.
Esta visita, exacta y minuciosa, objeto por objeto
y libro por libro, separando los encuadernados de
los que no lo están, sin consentir, ni una sola vez,
que quede sin abrir un solo libro ó caja, ha de pro-
74 VIAJE Á AMÉRICA
ducir un retraso tan considerable en la instalación
general, que si no se modifica el procedimiento, no
veo medio de que este certamen adquiera condicio-
nes presentables hasta fines de junio.
Pero todas estas minucias, que podrían calificarse
gráficamente de otra manera, resultan cómicas á ve-
ces, sin perjuicio de resultar, en otro orden de ideas,
una verdadera expoliación.
Cómico resulta, por ejemplo, exigir á los delegados
generales que pongan su retrato en los pases, como
si la galantería y la honradez internacional no supu-
sieran el convencimiento de que las personas desig-
nadas por los respectivos gobiernos para representar
á las diferentes naciones que han concurrido al cer-
tamen, no han de abusar de la franquicia concedida;
y cuando los delegados se resisten á aceptar seme-
jante... llamémosle acuerdo, los diarios combaten la
resistencia y discuten la orden como si se tratara de
renovar la guerra de Secesión; en cambio, ya resulta
menos chistoso que el catálogo prometido en inglés,
francés, alemán y español se publique sólo en inglés
y que se exija á los que quieran figurar en él, la
enorme cifra de cinco dollars por línea, y como si
esto no bastara, las luces eléctricas de arco voltaico
ofrecidas hace poco á 6o dollars cada una por seis
meses, se aumentan hasta loo, resultando que las ins-
talaciones extensas, pagarán, por este sólo concepto,
una cantidad tan crecida, (|ue temo ha de costar
KAFAF.I. rilG V VALI.S
75
muchas resistencias y muchos disgustos figurar en
este gran concurso, que hasta ahora va resultando
excesivamente húmedo, cuajado de contrariedades y
resistencias y bastante carito.
Es de esperar que estos males hallen enmienda
en la fecunda labor y grandes energías de esta po
derosa república.
:M
Palacio ue la Admlnistración
Apertura de la Exposición
No es cosa fácil dar idea de un acontecimiento
que será una de las páginas más hermosas de la
historia de América. Acabo de llegar de la fiesta
inaugural, nervioso y fatigado de emoción, y ante
estas cuartillas de papel, siento el dolor de no saber
expresar en pocas líneas y describir con palpitante
interés, la apoteosis más grande de este siglo, dedi-
cada á una gloria española que inició en el mundo
la esplendorosa civilización moderna, espíritu de una
sociedad nueva que elabora en estas regiones, ante
mis pasmados ojos, algo que no comprendo y que
78 VIAJE Á AMÉRICA
encierra elementos de vida que van á transformar
por completo las civilizaciones de los diferentes
pueblos de la tierra.
La inauguración de hoy, con su aparente senci-
llez, ha sido un portento; este pueblo, que no tiene
noción clara del arte, ha hallado en esta fiesta la
nota justa, sintética, que se ha llevado de cuajo to-
das las simpatías y todos los corazones.
'Una gradería levantada á espaldas del palacio de
la Administración, dominando la dársena, cerrada al
Este por hermosa columnata; Manufacturas y Agricul-
tura al Norte y Sur formando el marco grandioso de
la esplanada en que se apiña abigarrada multitud,
entre la que se levantan erguidas: columnas rostra-
les, mástiles rematados por carabelas, estatuas y
fuentes monumentales, la de Colombia tronando y
dominando las aguas surcadas por lanchas eléctricas
y góndolas venecianas, fué el punto preferido para
celebrar la fiesta inaugural. Ocupadas las graderías
por el cuerpo diplomático, los delegados y comisa-
rios de todas las naciones, á las once entraban Cle-
veland y el duque de Veragua, acompañados por los
altos funcionarios de los Estados Unidos y las co-
misiones de la Exposición, en el sitio preferente de
la gradería.
La multitud alborozada empezó á gritar y silbar
como sólo sabe hacerlo el pueblo yankee, y una or-
questa situada en la parte más alta de la escalinata
RAFAEL PUIG Y VALLS
79
inauguró la fiesta con la marcha colombina de Paine.
En seguida el pastor Milburn, anciano venerable, diri-
gió á Dios una oración impetrando la protección del
cielo; Miss Jessie Couthair, luciendo la mantilla es-
pañola, adornada con peineta y claveles rojos y
amarillos, leyó el poema de Crouffut titulado La
profecía; la orquesta tocó la sinfonía de Rienzi; mon-
sieur Davis, director general de la Exposición, diri-
gió un discurso al presidente Cleveland, y por fin,
este ilustre hombre de Estado hizo un brevísimo
discurso á la multitud, enalteciendo el gran certamen
y la obra grandiosa del pueblo americano. Y mien-
tras la gente entusiasmada agitaba los sombreros en
señal de júbilo, la orquesta tocaba el Dios salve d la
Reina que es también himno nacional de esta repú-
blica, la artillería saludaba con repetidas salvas, los
mástiles de todos los edificios se coronaban de ban-
deras, estandartes, flámulas y gallardetes, y en medio
de aquel entusiasmo y ruido atronador de voces, ca-
ñonazos y campanas, los tres mástiles puestos al
pie de la tribuna se coronaban: la central, con la
bandera de la Unión, y los laterales con los estan-
dartes de Castilla y de León con sus castillos y leo-
nes rampantes, y el de los Reyes Católicos con la
cruz verde sobre fondo blanco, bajo cuyos brazos se
\^Q.n las iniciales de Fernando é Isabel.
Los que han vivido en lejanos países y han goza-
do alguna vez la emoción honda que causa la vista
8o VIAJE Á AMÉRICA
de la bandera gualda y roja en tierra extraña, com-
prenderán que la colonia española que ve hoy tan
enaltecido el pabellón de la patria, al levantarse los
estandartes medioevales en sitio preferente y verlos
en todas partes, en la Exposición y en la ciudad,
haya recibido una sacudida que ha pasado de los
ojos al corazón y del corazón á la lengua y á las
manos, para aplaudir con toda el alma las grandezas
de este pueblo que no escatima, él tan intransigente,
tan absoluto y tan enamorado de su civilización
apenas esbozada, con sus vehemencias juveniles y
arrebatos mal comprimidos, el pleito homenaje debi-
do á una de las glorias más puras de la tierra, y á
un pueblo que posee la historia de los descubrimien-
tos, conquistas, colonizaciones y desfallecimietos más
heroicos que registra el gran libro que narra los
acontecimientos del mundo.
Cleveland ha entrado en Manufacturas después de
haber inaugurado la gran máquina motriz de la Ex-
posición, y bajo la rotonda central, las delegaciones
de todos los países, presentadas por los embajadores
han ofrecido sus respetos al Presidente de la Repú-
blica. La delegación española ha sido presentada por
el delegado general Sr. Dupuy de Lome, habiendo
oído de Cleveland frases de grandísima simpatía que
hemos escuchado todos con vivísimo placer y honda
gratitud. El Sr. Dupuy se ha hecho eco de los vo-
tos de España, con sentido acento, y se ha despedi
KAFAEL PLIG Y VALLS
do dando un shake-hands á la inglesa á todos los que
habíamos sido presentados.
No había terminado aún para mí la fiesta de hoy;
motivo de júbilo ha sido también para los españoles
ver colmado de obsequios al duque de Veragua y á
su ilustre familia, y observar en su semblante seña-
les inequívocas de vivísima complacencia.
A los ojos de muchas gentes, la fiesta de hoy ha-
brá sido espectáculo sublime, para los españoles, ale-
gría honda, fiesta d'^ familia que calienta y aviva la
fibra delicada, que vigoriza todos los organismos,
porque alienta grandes y hermosas esperanzas.
ira
M«*Mj¡«|«ftftfillftft ft lli Al A, J i" " !«•- /^ /fl
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Palacio de Manufactiras
La sección española de Manufacturas
El palacio de Manufacturas es para mí el edificio
más notable de esta Exposición; cubre una superficie
inmensa, tiene proporciones de una belleza esple'n-
dida, luces en sus arcos no sobrepujadas hasta ahora,
disposición arquitectónica bien sentida y equilibra-
da en el conjunto y los detalles; y la nave princi-
pal, cubierta de cristales, llena de aire y luz, inmensa,
tan inmensa que achicaría los monumentos más al-
tos y notables del mundo al cobijarlos, por exigen-
cias quizá de administración, por necesidades que no
sintió el ingeniero y el arquitecto al proyectarla,
84 VIAJE Á AMIÍRICA
queda desfigurada por una galería que la circuye,
corta los puntos de vista en los ejes de las puertas
y arroja sombra en vastas superficies de la planta,
con menoscabo de las -instalaciones que ocupan las
galerías, por el pie forzado de que naciones más
avisadas ó expositores más diligentes han ocupado
ya los sitios descubiertos y vistosos.
A España, por haber vacilado tanto tiempo en
aceptar la invitación del Certamen, la ha tocado en
suerte un buen pedazo de sitio cubierto, sitio lleno
de sombra y triste que nadie acierta á comprender
como teniendo el autor del proyecto ideas tan gran-
diosas en su cerebro, pudo concebir el pensamiento
tan mezquino de una galería de diez y nueve pies
de altura, formada de pies derechos y tablones de
canto, con cuchillos de arcos escarzanos que acaban
de achicarla, resultando un contraste tan grande
entre esta fealdad y la belleza del edificio, que cues-
ta trabajo creer que ambas cosas sean fruto del mis-
mo autor, y que aun siendo aquella impuesta, la haya
consentido y realizado.
España no forma, pues, en la nave central, en el
gran espacio cubierto de Manufacturas que extasía
y enamora; España está en un sitio modesto, espa-
cioso, demasiado quizá, formado por cuatro patios,
uno grande, dos medianos y otro chico, interrumpi-
dos por las galerías y una serie de obstáculos que,
poniendo en pugna las necesidades de una buena
RAFAEL Pl-IG V V\LLS 85 .
instalación con las condiciones del local, nuestra sec-
ción de Manufacturas resulta algo así como puesto
de feria replanteado sin atender á las necesidades
del estudio y de una ordenada clasificación; y como
tenemos de muchas cosas un poco, este poco agran-
da el defecto que sólo en algún patio queda oscure-
cido por las grandes instalaciones de los fabricantes
de Cataluña y la belleza de los productos presenta-
dos. Porque no olviden los que lean estos renglones
que, siendo escasa la concurrencia de Cataluña para
llenar los 23.000 pies cuadrados de terreno que al-
canzó el señor Dupuy de Lome, con perseverante
tenacidad, de la dirección del Certamen, la dei resto
de España es tan menguada, que sin el esfuerzo de
esas provincias, la sección de Manufacturas habría
sido un fracaso tan manifiesto que, en mi concepto,
deberíamos haber abandonado el local para no lle-
nar de ridículo la consideración de España ante el
mundo entero.
Cuando llegué á Chicago, á fin de marzo, el se-
ñor Dupuy de Lome no tenía noticia del espacio que
necesitaban los expositores españoles de esta sección,
ni sabía yo tampoco las condiciones del local en que
debía trabajar y de buen número de los objetos que
había de exponer. Pero como la Dirección del Certa-
men exigía la cifra exacta de los pies cuadrados de
superficie que á juicio de la Delegación debían ocu-
par las secciones españolas, la petición se hizo sin
86 VIAJE A AMÉRICA
datos suficientes para poner en relación el espacio
pedido con los productos que debíamos exponer,
corriendo así el peligro de que si pedíamos poco es-
pacio, resultara la sección deslucida por defecto, y si
pedíamos demasiado, lo quedara también por exceso.
Al obrar, pues, sin conocimiento de causa, sólo por
casualidad podíamos salir airosos, y como el azar
favorece pocas veces á los que fían demasiado en las
veleidades de la fortuna, al tener mucho espacio y
poca cosa relativamente que instalar, he debido bus-
car toda clase de recursos para mitigar algún tanto
el efecto que produce la Sección que, según acabo
de indicar, resulta deficiente en la cantidad y la cali-
dad de productos expuestos.
Los que se dedican al servicio de Exposiciones
saben que una buena instalación, entendiendo por
tal la que clasifica, califica y sabe sacar partido de
los productos que ha de exponer, ha de meditarse y
dibujarse en el plano del local, replanteándola luego
y modificando sólo aquellas cosas que la vista del
objeto expuesto indique claramente el error pade-
cido. Proceder de otra manera es consentir que una
Exposición se convierta en feria, que puede hablar
á los sentidos y aun al espíritu del que sabe sinteti-
zar, pero, poco ó nada al que se distrae fácilmente
y saca sólo partido del análisis, teniendo á mano los
objetos que ha de comparar, y á la vista, los juicios
que ha de resumir. Y si á todo esto, por causas diver-
RAFAEL PUIG Y VALLS 87
sas se suma la multiplicidad de objetos y la escasa,
cantidad de los que podían agruparse, ni aun bus-
cando afinidades más ó menos racionales, se com-
prenderá lo difícil de conseguirse, en la Sección que
estudio, la ordenada clasificación de objetos, en lucha
con cuantos han intervenido en la construcción del
fac-simil de la mezquita de Córdoba que formó la
ornamentación del local, albañiles, carpinteros, yese-
ros y pintores, que han invadido el local hasta el
día 6 de junio, en que se derribó el último andamio,
para poblar de arcos y columnas que se cuentan por
centenares, las superficies ya cubiertas por las gale^
rías bajas del palacio de Manufacturas.
He sido, sin embargo, injusto al decir que la suer-
te no me ha favorecido, porque las instalaciones más
grandes, enviadas por las casas catalanas, han podi-
do colocarse ventajosamente, excepto una, que es la
de la casa Tayá, que está bajo galería, dándose el
caso de que todas han hallado emplazamiento venta-
joso y único, porque de no caber en los sitios en
que están, no habrían podido instalarse.
Y hechas ya estas salvedades y la de que están
en un mismo local los productos que corresponden
á Manufacturas y á Artes liberales, por tener en este
departamento espacio tan limitado que no ha habido
medio humano de agrupar en él lo que al mismo
corresponde, descartada la nota amarga que parece
ser sino fatal de esta Exposición, voy á decir ya
88 Viaje a américa
algo concreto, empezando por el patio de honor, el
mayor y más desahogado, de diez metros de ancho
por unos veinticinco metros de largo, ó sean dos-
cientos cincuenta metros cuadrados de superficie en
números redondos, donde he podido colocar las ins-
talaciones más grandes y más vistosas de Cataluña,
con la de la Felipa Guisasola, que merece puesto
preferente por la belleza y ostentación de las obras
de arte que ha traído á este Certamen. Y al dar á
ese patio preferencia y al llamarle de honor, no vaya
á creerse que valen menos los restantes de la Sec-
ción, ni que considere de mayor importancia los
productos que en él se han expuesto: que sólo el ma-
yor espacio, la luz, la orientación y la facilidad de ac-
ceso motivan su preferencia, formando un conjunto
vistoso y de grandísimo valor artístico é industrial.
Tiene este patio forma rectangular, con una puer-
ta central de arcos árabes policromados, al Sur; dos
puertas de comunicación que dan paso á la Sección
italiana, al Oeste; y arcos de las galerías que simu-
lan la mezquita cordobesa, en los lados restantes del
rectángulo.
Cruza la puerta principal la instalación de la Fe-
lipa Guisasola, compuesta de dos ánforas montadas
sobre pedestales tapizados, uno de estilo Renacimien-
to y otro griego, que se ofrecen al público por 40,000
el primero y 20,000 dollars el segundo. Detrás de
estos cuerpos avanzados, que admiran extasiados
RAFAEL PUIG Y YALLS
cuantos entran en la Sección de España, sin darse
cuenta exacta de su valor artístico é industrial, ya
que se ha de repetir á cada momento que aquellas
obras delicadas son un compuesto de acero mon-
tado de oro y plata, dignas de figurar en un museo
ó en un palacio de magnates, está la vitrina llena de
objetos primorosos: ánforas, relojes, marcos, puños,
brazaletes... productos escogidos que la casa Guisa-
sola expone á la ansiedad de estas gentes, que lo
ven y tOcan todo con la curiosidad de un niño al
formar el primer juicio, en los albores de su inteli-
gencia.
Adosados á lo's paramentos están las panas y los
i'eludillos de Parellada y Compañía, puestos en una
vitrina de manera que los colores, debidamente gra-
duados y convenientemente repartidos, conserven al
producto el matiz, el brillo y las singulares condicio-
nes de apariencia que convierten un género barato
en decorativo, destinado á tapizar muebles y habita-
ciones con poco gasto. Sabido es que los veludillos
se cortan mecánicamente, y que este procedimiento
constituye un privilegio especial de la casa.
En el espacio comprendido entre las dos puertas
que facilitan el acceso á la Sección italiana ,de 15
metros de anchura, se apoya la instalación de la
casa Sert hermanos é hijos, que figuraba en la Expo-
sición de Industrias artísticas de Barcelona, sin tener
las condiciones de luz y local que tiene en la uni-
5© VIAJE Á AMÉRICA
versal de Chicago. Puestos los tres cuerpos del mue^
ble en un solo paramento, luciendo en el centro el
tapiz Smirna ya conocido en Barcelona, las tapice-
rías en el fondo, las alfombras de vivísimos colores
formando columnas cilindricas en los costados, los
pañuelos de lana y seda de dibujos preciosos con las
mantas de armiño grandísimas y ostentosas en los
compartimientos laterales, adosadas á las tapicerías
de malla metálica son elementos que, combinados
artísticamente, dan al conjunto un aire de riqueza y
una intensidad de color que llama poderosamente la
atención del público, convencido de que no hay en
la Exposición de Chicago instalación que presente
mejores productos en su género, ni á precios más
ventajosos.
Sigue la instalación de Godo y C.% que expone
muestras de yute, hilados y tejidos, ó sea hilos en
rama y sacos, puestos en forma tan artística que no
puedo menos de felicitar al autor, anónimo para mí,
que ha sabido hacer con productos tan bastos un
mueble tan vistoso, y un conjunto de instalación y
productos tan lucido.
Sigue luego el mueble de Santacana y C.^, con
tres piezas de algodón blanqueado, notables por su
baratura.
En el otro ángulo se ha puesto la instalación de
la casa Hijos de Ignacio Damians, tan conocida
en Barcelona por los que se dedican á construir:
kAFAEL l'f IG Y VALLS ^t
presenta multitud de productos artísticos de latón,
bronce y otros metales, esmeradamente fabricados,
puestos en una instalación lujosa en que los fondos
y cortinajes de peluche realzan los colores y matices
amarillos y bronceados de los objetos expuestos.
Al lado y adosada á las columnas de la orna-
mentación general, hállase el armario de nogal mate
de tres cuerpos, que se expuso en Barcelona y París,
de la casa Fábregas Rafart, de fondos amarillos que
realzan los tonos negros y brillantes de las sederías,
rasos y sargas que fabrica y presenta con exquisito
buen gusto.
Viene enseguida el escaparate de la casa Castañé
y Masriera, vitrina que acaba de instalarse, con teji-
dos de hilo, holandas y granos de oro, sábanas de
Holanda y pañuelos de hilo, que forman una her-
mosa colección.
El armario de la casa Marqués, Caralt y C.^, ado-
sada también á las columnas, ofrece un ejemplo de
que no hay producto ingrato en manos de una per-
sona hábil y de buen gusto, porque los hilados y
torcidos de cáñamo é hilados de liño que presenta,
están dispuestos de manera que forman una intere-
sante colección, siendo muchas las personas á quie-
nes interesan las materias textiles que honran la Sec-
ción española.
Pocos fabricantes de tejidos de algodón se han
atrevido á luchar con los americanos del norte-, sin
92 VIAJE Á AMÉRICA
embargo, la casa Ferrer y Vidal, cuya instalación
se halla en este patio, ha presentado una colección
completa de tejidos de estambre estampados, y teji-
dos de estambre y seda estampados también, que
llaman preferentemente la atención por la belleza del
color y la finura del tejido, estando conformes cuan-
tos la conocen en que puede competir con lo mejor
que se hace fuera de España.
El escaparate de Torrella hermanos, montado con
arreglo á los dibujos de la casa, atrae las miradas
codiciosas de las señoras yankees, encantadas ante
los primores de las muselinas de seda, bordados me-
cánicos al realce y pañolería de aquella casa, y que
se llevarían de cuajo para adornar sus casas y per-
sonas.
En un pequeño fanal están las cintas de Monjo
y C.*, sociedad en comandita, que es lástima, dada
la belleza del producto, no haya enviado mayor can-
tidad de cintas de seda y gró para poder formar una
instalación más ostentosa.
Cierra, por fin, este patio, el escaparate de Juan
Vidal, con sus valiosos trabajos de zapatería. La in-
dumentaria del calzado, desde los tiempos más remo-
tos de la historia, y la colección moderna, que es
una manifestación del buen gusto y arte con qne la
casa Vidal fabrica el calzado fino, que parece ser su
trabajo predilecto, llenan el mueble, que ofrece un
bonito aspecto.
RAFAEL PlIG Y VALLS 93
Rodea el patio descrito ya, la galería que cruza
el palacio de Oeste á Este y de Norte á Sur, en la
intersección Sudoeste del palacio de Manufacturas.
La galería contigua al patio, si bien no recibe luz
cenital directa está perfectamente iluminada, de mo-
do que resultan bien instalados los hules de la Viuda
de Juan Rovira y C.*, las gorras de uniforme de Fau-
gier, las persianas, de Carlos Cid, las esteras de Pé-
rez é hijo, la mesa muestrario de papel de Torras
hermanos, Torras y Juvinya y Torres y Morgat, el
mueble caprichoso de los fabricantes de papel Sobri-
nos de Bartolomé Costas, la instalación de perfume-
ría de José Font, con los muebles comprados ó cons-
truidos por la Delegación para los géneros de José
Dalmau, Viuda de José Tolrá, Lucena y C.*, Salas
Puigmoler y C.% José Soler, Camilo Mulleras, Gómez
Rodulfo, Margui y Esquena, con todo el ramo de
zapatería económica de Miguel Male, Fernández Pa-
lacios y otros, tintas de Francisco Arroyo, velógrafo
Pedrola, pintura submarina de Porta, imágenes en
talla de madera de Vila y Roque, Llovet y Renart,
Francisco Serra y Roses y Alsina, la estatuaria en
cartón-piedra de Vayreda y C.*, las imitaciones de
bronces, marfil, etc., de Oliva y Martí, las mantas y
los casimires de Herederos de Juan Vicente, las ara-
ñas para gas de Closa Florensa, — que no he hallado
personal americano que supiera montarlas, con las
fotografías á la vista, lo que parecerá á muchas gen-
94 VIAJE A AMáKICA
tes inverosímil, — y muchos más que sería prolijo enu-
merar.
En el patio Noroeste de la Sección, instalé el
mueble perteneciente al Instituto industrial de Ta-
rrasa.
En el centro del patio se levanta la instalación
de base elíptica, cuyo zócalo, imitación de nogal con
molduras mecánicas, sostiene el andamiaje donde se
han colocado los tejidos de lana de los diez y nueve
fabricantes agremiados, que constituye una parte im-
portantísima de la agrupación industrial de Tarrasa.
Rematan el mueble los sesenta pañolones de igual ta-
maño y variados colores que forman un friso ancho
y vistoso que dá realce á los cortes de pantalón, que,
en número crecido, y superpuestos, rodean la insta-
lación, y al rótulo que, colocado normalmente á la
superficie curva sobre que tienen asiento los géne-
ros, lleva la enseña de aquel importante centro in-
dustrial.
En el mismo patio y formando un tablero apai-
sado, construido según la base del plano que me
facilitó el gremio de fabricantes de Sabadell, está
expuesto el hermoso muestrario enviado por las vein-
tiuna fábricas de dicha ciudad que han tenido el
buen sentido de enviar á esta Exposición, sin alar-
des ni aparatosos muebles, los géneros de lana y
pañería que compiten con lo mejor que existe en
este Certamen. Cuatro mantas puestas en el centro
KAFAEI. rUIG V VAI.I.S 95
del bastidor cortan la monotonía de los tableros tan
magistralmente montados, con gradaciones de color
que envidiaría un pintor de nota, y dos más, pues-
tos en los extremos, encuadran el bastidor general,
lleno de luz y de colores salientes de vigorosa ento-
nación. Las instalaciones de Sabadell y Tarrasa lla-
man poderosamente la atención de los peritos en la
materia; 7'eporters de periódicos industriales y políti-
cos, aficionados y traficantes en estos géneros, las
honran con calurosas manifestaciones y se hacen len-
guas de la perfección, belleza y baratura de los pro-
ductos expuestos. Si he de creer lo que aquí se me
ha dicho y repetido, los géneros finos de lana cata-
lanes pueden hallar en América mercados extensos,
habiéndoseme presentado algunos comisionistas que
desean circular muestrarios por las principales ciu-
dades de esta república y las de la vecina de Méxi-
co, haciéndome proposiciones, bajo la base de un
tanto por ciento de venta, y sin otra remuneración
que pudiera hacer creer que se trata de alcanzar
por medio de promesas de negocio, pocas veces
cumplidas, un sueldo ó remuneración conseguido á
expensas de los fabricantes de Cataluña.
En este mismo patio he puesto, como producto
similar, aunque en clase basta, los paños bastos y
finos, bayetas y estameñas, mantas, capotes y fajas
fabricados en Cuenca por la casa Pérez Muñoz y
hermanos. Estos géneros, buenos por su clase y no-
96 VIAJE Á AMÉRICA
table baratura, fabricados con las lanas que crían las
altas sierras de la meseta central de España, así como
los paños pardos y negros, y las bayetas moradas y
encarnadas de la provincia de Soria, y las mantas de
lana y los casimires de los Herederos de Vicente Juan,
de Palma de Mallorca, quizá no hallen aquí fácil
mercado por ser los géneros bastos materia que se
fabrica ya en todas partes, no digo en la Amé-
rica del Norte, que lo acapara todo y pretende vivir
eon recursos propios, cerrando á cal y canto sus
fronteras con derechos prohibicionistas más que pro-
tectores, sino en México, en la Argentina y en el
Brasil, si no hay, en lo que exponen, algo que sirve
de relleno y que exponen en condiciones de dudosa
procedencia.
Queda ya sólo en este patio la instalación de la
casa Ferrando, de Valencia, que expone abanicos de
pacotilla, panderetas adornadas con cintas y pintu-
ras; objetos, en fin, de mercader que viene á la Ex-
posición en busca de algunos dollars y sin cuidarse
gran cosa de medallas, diplomas ni mercados que
hallar en su camino y marcha trashumante al través
del mundo de las Exposiciones.
Queda, sin embargo, en este patio, algo que se
relaciona con Artes liberales, puesto en las hornaci-
nas del fondo, de lo que daré algunos detalles cuan-
do me ocupe en tan interesante materia.
El tercer patio, separado del anterior por ancho
kAFAEh rCIG Y VALLS 5^
pasadizo, tiene en su centro la instalación de cueros
repujados, tan conocida y acreditada en Barcelona
perteneciente á Fargas y Vilaseca, que tiene su fábri-
ca en la Sagrera de San Martín de Provensals. Esta
instalación debía estar cubierta con un velarium de
cuero también, cuyo dibujo y color producían un
bellísimo efecto; pero circunstancias especialísimas
han motivado otro emplazamiento en donde brillaran
por su color, dibujo y labrado.
Rodean esa instalación los muebles enviados por"
todos los ebanistas que no la tienen propia, que son:
Pascual JMaté, Ruiz Valiente, García Portas, Anido
Sánchez; los pianos de Montano, de Madrid; Gómez
é hijo, de Valencia; Bailarín, y González é hijos, con
sus hierros repujados; Riquer y C.^, y Alejo Sánchez,
con las incrustaciones de oro y plata sobre hierro de
su reputada casa de Eibar.
Este patio, pequeñito, rodeado por tres paseos y
en cuyo fondo, perfectamente iluminado, y bajo gale-
ría he puesto la instalación de la casa Carlos But-
sems, ventajosamente conocida en Cataluña por los
que se dedican á la construcción de casas y hoteles
en que se emplean baldosas, baldosines, balaustres,
bañeras fabricadas con pasta hidráulica, notables por
la belleza del color y su textura compacta, no resul-
ta tan bello como sería de desear, por no haber
enviado nuestros ebanistas á esta Exposición lo que
saben hacer y hacen cada día con un gusto y une
7
98 VIAJE X AMÉRICA
perfección inimitables. Y sin embargo, la arquilla de
Riquer, con sus herrajes repujados, es un verdadero
primor, la mesa y el jarro con flores de hierro forjado
y repujado, los candelabros, el tocador y demás objetos
pulidos y niquelados de González é hijos, y los hie-
rros de Bailarín, son dignos de alabanza por el esme-
ro y el gusto con qué han sido tratados- pero en lo
demás hay algo de pacotilla y pobre que, en mi
concepto, no debería haberse enviado á esta Expo-
sición, incluyendo en ello los pianos de Madrid y
Valencia, que no competirán seguramente, ni en can-
tidad ni en calidad, con los grandes envíos de las
casas europeas y americanas que se dedican á la fa-
bricación de estos instrumentos.
En uno de los ángulos de este patio está instala-
da la casa Alejo Sánchez, con sus inscrustaciones de
oro y plata en los varillajes de los abanicos, puños
de bastón, gemelos de teatro, marcos de espejo y
retratos, hecho todo á la perfección, perfección mi-
nuciosa que no aprecia el vulgo que pasea su mira-
da indiferente por estas preciosidades de la industria
cosmopolita, preguntando precios por capricho y com-
prando á veces, y á precios fabulosos, obras de pa-
cotilla, reproducciones hechas hasta la saciedad, de
escaso valor en Europa, y que aquí se venden extrema-
damente caras. Me consta de ciencia cierta que se han
dado 1,200 dollars por una estatua picaresca de már-
mol de Carrara, que se daría en Florencia por 200.
RAFAEL PUIG Y VALLS 99
En el cuarto patio, lindante con la sección de Per-
sia, se halla la bonita instalación de Jaime Pujol é
hijo, que los barceloneses han podido apreciar á pri-
meros del mes de enero último en el Palacio de
Ciencias^ al hacer ostentosa manifestación de la im-
portancia que tienen las pequeñas industrias y como
se codean, por su importancia económica, con las de
más alto vuelo, cuando están dirigidas por manos tan
expertas como las que forman aquella razón, social.
No deja de ser pintoresco, á mi juicio, el conjun-
to variado de industrias reunidas en el patio que
describo; al lado y normalmente á la instalación Pu-
jol, las cartas de Olea, de Cádiz; las de García Fos-
sas, de Igualada-, las de Juan Roura y Presas, y el
mueble caprichoso de Sebastián Comas y Ricart.
Dejando un paso intermedio entre la exposición
de lentes y gemelos de la casa Falk, de Madrid, há-
llanse los vidrios muselinas de Venancio N. Díaz, y
formando marquesina, apoyada en cuatro columnas
de hierro fundido, los vidrios de colores de Rigalt
y C.""; y en el otro costado del patio las preciosas
acuarelas de Ginés Codina y Sert, dedicadas á las
artes suntuarias, montadas sobre basamentos de ma-
dera dibujados por el señor Espina, alternando con
grabados de loza y cristal que, con la casa Falk, tie-
nen el patio lleno de gente que admira también, en
el centro del mismo, los vidrios de colores de Amigó
y C."", montados verticalmente sobre una base trape-
lOO VIAJE k AMÉRICA
zoidal, de modo que los rayos del sol, al herirlos por
la tarde hacen resaltar la belleza de la composición
y la viveza de los colores.
Junto á este patio quedan perfectamente ilumina-
das las instalaciones de Orsola, Sola y C.^, que reciben
luz cenital; débilmente inclinada, la hermosa mesa
tocador de mármol del escultor cubano Triscornia-,
los techos artesonados de Juan Coll, que compiten
con los que presenta Alemania, y algunas más que
forman ya, en el interior de la galería, como son la
instalación de la Sociedad Artística y Arqueológica
de Barcelona, extraviada durante tres meses, y que
hasta hace unos quince días no ha entrado en esta
Sección; los objetos arqueológicos de Máximo Fer-
nández, de Madrid, compuestos de un tapiz antiquí-
simo, un bargueño, un cañón, un cuadro de azulejos
que, con la colección de papel sellado de Ramona
Méndez, constituyen un pequeño centro arqueológico
muy chico, pero muy interesante, y que se ha lleva-
do á Manufacturas para no dejar un cabo suelto en
el palacio de Arqueología y Etnología, perdido en-
tre las grandes instalaciones europeas y americanas.
También están entre dos patios contiguos y regular-
mente iluminadas las instalaciones de Lucas y C.'',
Cabot y Alaban, Falomir é Ibáñez, de Castellón de
la Plana, Valderrama, de Santander, y otros que se-
ría monótono relatar.
Queda el patio pequeño y el box de cerámica, en
RAFAEL rUIG Y VALI,S
donde se ha puesto algo de lo que debía estar en
Artes liberales y que por falta de espacio ocupa un
rectángulo pequeño de Manufacturas. En el centro
he construido un mueble especial para las casas
Montaner y Simón, y Espasa y C.*, editores tan co-
nocidos en España y en América por sus trabajos
tipográficos y artísticas encuademaciones; en un án-
gulo están los muebles con los libros editados y tan
conocidos en América del Sud por Antonio Basti-
nos, y los anuarios comerciales de Bailly-Balliere, de
Madrid; en un paramento el espejo decorativo de
Amigó, recubierto en parte para ocultar el daño su-
frido en el viaje, los proyectos decorativos de A. y
C. Castelucho; en otro ángulo la instalación del Cen-
tro Asturiano de la Habana y el mueble con mues-
tras de litografía de Ruiz y C.% de la capital de la
grande Antilla, y enfrente, adosada al muro, la vitrina
que contiene el sinnúmero de libros enviados al Cer-
tamen, en prosa y verso, didácticos y literarios, de
arte y música, cuya enumeración se llevaría una hoja
entera de este libro. Encima van las fotografías en-
viadas por la Asociación de Ingenieros industriales
de Barcelona, que, con una carta de Cuba, los per-
files del Instituto Geográfico y Estadístico, la colec-
ción de obras del laborioso é ilustrado contador de
la Diputación, Sr. Torrens y Monner, los libros del
Ateneo Barcelonés, las fotografías y los libros del
Fomento del Trabajo Nacional, el título y las car-
102 VIAJK A AMÉRICA
petas de esa Universidad, constituyen un centro inte-
resante que llama la atención de los concurrentes. —
En un box bien iluminado he reunido los productos
cerámicos de la conocida casa Pickman y C.% de
Sevilla, cuyo pamieau de azulejos esmaltados coloca-
do en el centro atrae por su color, brillo y artística
disposición; así como los platos, ánforas y tibores de
Díaz Alvarez, de Sevilla; los azulejos de estilo mo-
risco y del Renacimiento de Jiménez Izquierdo, y las
mayólicas hispano-arábigas que reproduce Ros y Ur-
gell en su fábrica de Valencia, que se llevan el cora-
zón de las señoras americanas, que las encuentran
very Jine.
A espaldas de esta instalación y bajo galería, po-
co iluminada, hállase la exposición de muebles de la
casa Tayá, de Barcelona, y los entarimados ó pavi-
mentos de maderas de Rosell. La fama de esos in-
dustriales la acredita cada día la exposición de la
calle de Fernando, como está acreditada en la Ha-
bana por haber decorado espléndidamente los salo-
nes del Centro Asturiano de aquella capital.
Falta ya poco que añadir á todo esto, si no he
de cansar la atención de los lectores con listas inter-
minables de nombres: las fotografías, los grabados,
modelos de encuademaciones de Sarradó, Balet,
Tersol, Rieusset, dibujos de Lange, los proyec-
tos de arquitectura de Ramón Salas, Villar Carmo-
na, García Faria, Arsenio Alonso, han tenido que
KAFAEL I'IIG Y VAI.I.S I03
colocarse en Manufacturas, pero he cuidado de po-
nerlos en sitios vistosos y lo mejor iluminados po-
sible.
Los que visiten esta Sección hallarán, sin duda
alguna, faltas y errores que manos menos torpes no
habrían cometido; por otra parte ¡qué obra humana
no los tiene! pero difícil será desconocer, si alguien
se toma la molestia de estudiar la gestación dolorosa
de las instalaciones españolas en esta Exposición, que
sólo la voluntad más enérgica, sostenida por esa fuer-
za poderosa que se llama el cumplimiento del deber,
pudieron llevar á término una obra en que confieso
humildemente haber sentido, al realizarla, desfalleci-
mientos tan hondos y desesperaciones tan crueles,
como no los he tenido jamás en la accidentada vida
del funcionario público que, en España, se ocupa
seriamente en el servicio que se le tiene confiado.
Sección española de Agricultura
La sección española de Agricultura
He intentado varias veces explicarme la razón en
(}Lie se fundan los directores de este Certamen para
considerar como hortalizas los viñedos. Y como no
he hallado solución al problema, me limito á recor-
dar que el edificio de Agricultura no cobija los vinos
de país alguno, y que, en cambio, las aguas mine-
rales, los chocolates, las pastas para sopa y los pro-
ductos de la pesca, en conserva, dominan allí como
en casa propia, sin protesta de la gente americana
que no se fija en tan nimios detalles.
Digo esto para que los viticultores no se asunten,
Io6 VIAJE Á AMÉRICA
ni se crean preteridos si empiezo este estudio por la
sección cubana, digna de ello por su importancia, la
belleza extrínseca é intrínseca de las instalaciones, y
la serie de datos económicos que debo á la exqui-
sita galantería del Comisario, representante de la Cá-
mara de Comercio de la Habana, don Rosendo Fer-
nández, y del Jurado español don Calixto López.
No ha sido España afortunada en la concesión de
terrenos en el edificio de Agricultura; los productos
de nuestra tierra están fuera de los centros del mis-
mo y poco favorecidos por la concurrencia, afanosa
siempre de lo ostentoso y privilegiado. Y, sin em-
bargo, el que pasa por el estrecho pasadizo del ala
noroeste del palacio, hállase sorprendido por una
instalación que recuerda los claustros de las iglesias
españolas, rica, elegante, adornada en sus ojivas con
vidrios de colores, de columnas en espiral rematadas
por sencillos capiteles, imitación feliz del claustro de
San Jerónimo de Valladolid, rematada por blasones,
flámulas, banderas y gallardetes que resumen la he-
ráldica de nuestra nacionalidad.
El recinto tiene forma rectangular, dividida en
dos porciones iguales, separadas por ancho pasadizo
con las instalaciones de Cuba agrupadas en una de
ellas, y las de España, Filipinas y Puerto Rico en
la otra. Fácil es resumir lo que hay en Cuba, por-
que hay poca cosa, pero bien y espléndidamente
instalado,
KAFAEL rilG V VAI
Poco digo y, sin embargo, representa una gran
riqueza que ofrece útilísimas enseñanzas.
Empiezo á traducir del inglés las leyendas de las
hornacinas laterales, que serán una revelación para
muchas gentes.
«Producción de caña de azúcar en la isla de Cuba
durante el año 1892, — 974,000 toneladas.
Producción de tabaco durante el mismo año, —
27.600,000 kilogramos. Precio del millar de cigarros,
pesando unas 13 libras, en las primeras fábricas de
la Habana, 45 duros. La misma mercancía puesta en
los Estados Unidos, 11020 dollars, recargo debido
al bilí Mac-Kinley y que representa un término me-
dio de 168 por 100 sobre el valor del producto.
Exportación de minerales de la isla de Cuba du-
rante el año 1892:
Hierro — 300,000 toneladas.
Manganeso — 85,000 toneladas.
La segunda leyenda explica la resistencia opuesta
por los cubanos á exponer en este Certamen. El bilí
Mac-Kinley es un enemigo feroz de nuestras Antillas,
y se ha necesitado todo el esfuerzo de la Cámara de
Comercio de la Habana para conseguir que los me-
jores tabaqueros de Cuba se decidieran á presentar
las hermosas muestras de sus productos, que miran
con ojos codiciosos los que aquí fuman y mascan el
^abaco con una voracidad encantadora,
lo8 VIAJE Á AMÉRICA
Sigan leyendo mis lectores y sabrán ¡)or informe
de don Calixto López, peritísimo en cuanto se rela-
ciona con los intereses cubanos, que la isla exporta
por los puertos de Baracoa y de la Habana, en co-
cos, pinas, naranjas, plátanos y otros frutos de me-
nor importancia por valor de 5.000,000 de duros;
que el 90 por ciento del azúcar de los ingenios de
aquella isla se consume en los Estados Unidos de
América; que en tres años de estar en vigor el bilí
Mac-Kinley, la exportación del tabaco torcido ha
bajado un 60 por 100, mientras aumentó la del pro-
ducto en rama en el doble por Jo menos, y como la
fabricación triplica el valor del producto, fácil sería
calcular la pérdida que esto significa para la masa
obrera y los patronos de la isla, en beneficio de los
Estados Unidos, cuyas aduanas son una valla pode-
rosa é infranqueable para todo producto fabricado
fuera del territorio federal.
Y, á pesar de todo esto, la industi^a tabacalera de
Cuba, decidida ya á luchar en los Estados Unidos,
ha presentado una riquísima colección de muebles,
construidos con maderas preciosas de la isla, que
representan en su continente y contenido valores de
3, 4 y 5 mil duros cada uno.
No sé si olvidaré algún expositor: tomé nota de
todos ellos y fijé mi atención en un fenómeno sin
guiar, (¡ue ofrezco á mis lectores como estudio digno
de atención,
RAFAEL PUIG Y VALLS
109
Los campos de Cuba se dividen, para los efectos
del cultivo del tabaco, en las zonas llamadas respec-
tivamente: llano y pinar, es decir, tierra llana y tie-
rra ligeramente ondulada.
Los tabacos del llano expuestos á luz intensa
toman una coloración extraña, mejor dicho: se deco-
Sección espaxula ue Agkiclltlra
loran en algunos trozos de la superficie, convirtiendo
la homogeneidad del color pardo negruzco del taba-
co en un abigarramiento extraño que recuerda el co-
lor del lagarto. Los puros que experimentan este
cambio de color se dice que lagartean, y desde luego
descubren, por ese solo fenómeno, su procedencia;
los tabacos ([ue lagartean proceden invariablemente
lio VIAJE Á AMÉRICA
de la zona llana; los de la del pinar conservan su
color y su mérito, porque el lagarteo no sólo influye
en el aspecto, sino también en el gusto del tabaco,
debido quizá á que siendo el cambio de coloración
producto de la conversión de substancias activas en
cuerpos neutros, la nicotina se hace preponderante y
con ella el gusto astringente, que satura y fatiga fá-
cilmente el paladar. Así lo creen personas competen-
tes, ya que la rica hoja tan conocida en el mundo
con el nombre de «Vuelta de Abajo», según análisis
efectuado en el laboratorio de don Calixto López, no
llega á tener i por ico de nicotina, siendo debido á
esto que el tabaco de aquella procedencia se distin-
ga por su suavidad, buen gusto y no cansar al con-
sumidor.
Y con esa explicación ya será fácil clasificar y
estudiar las instalaciones de la isla de Cuba y cono-
cer la procedencia del tabaco, sin necesidad de re-
correr los campos y las fábricas de la isla. Hallo en
primer término la primorosa instalación de «La Co-
mercial», de Fernández Corral y C.^, cuyos tabacos
en su generalidad proceden del llano; sigue la casa
Bances y López, conocida en los mercados con el
nombre de Calixto López, cuyos tabacos han resis-
tido la acción de la luz en los tres meses de exposi-
ción, presentando clases comprendidas entre 35 y 800
duros el millar.
Si el Jurado inspecciona la sección cubana con
RAFAEL PUIG Y VALLS
algún discernimiento, verá que la marca «Flor de
Cuba» emplea tabaco de las dos procedencias, llano
y pinar; García Cuervo, de Santiago de las Vegas,
pinar únicamente*, L. Carvajal, llano y pinar; H. Up-
man, tabaco superior bajo todos conceptos, lo
mismo que la marca «La Rosa» de Santiago, siendo
ya menos importantes «La Carolina», «La Flor de
Trespalacios», J. Inclán Díaz y C.% Juan Cueto y
hermano y F. P. del Río y C.^, Habana, aunque
todos emplean buen tabaco, en la tripa y capa, que
es lo que recomienda especialmente el tabaco de
Cuba, cuya elaboración compite ventajosamente con
la producción del resto. del mundo.
La casa Salomón hermanos, de la Habana, pre-
senta dos cajas de hoja de la Vuelta de Abajo; el
producto está tan acreditado que no necesita acudir
á ninguna Exposición para mejorar su crédito y au-
mentar su venta.
Sigue, como importantísima, la producción azuca-
rera; pero no busque el visitante instalaciones osten-
tosas como las que honran la industria tabacalera, ni
en gran número, pues sólo hay una muy modesta de
Guanajay que produce azúcar centrífugo de 98 gra-
dos, es decir, azúcar casi puro que derrotará al azú-
car común y al de remolacha cuando las amas de
casa conozcan la diferencia de dulce que existe entre
ellas, y otra instalación poco ostentosa, pero rica en
datos económicos, del ingenio «Carmen», de Crespo.
112 VIAJE Á AMÉRICA
Unas cuantas fotografías, unos cuantos botes de
azúcar centrífugo y estas noticias, que copio sin co-
mentario, constituyen la nota preeminente de estas
instalaciones.
Producción diaria del ingenio «Carmen», de Cres-
po: 600 sacos de 325 libras de peso unitario; produc-
ción anual alcanzada en cuatro meses, 72,000 sacos
de 23.400,000 libras de peso.
Abunda, y toma cada día incremento, la produc-
ción de cacao, crema de cacao, vermouth y ron de
caña, ginebras, coñacs, anís escarchado y alcohol de
caña para usos industriales y medicinales, habiendo
presentado hermosas instalaciones Trespalacios y Al-
dabó, Bacardí y C.^, Díaz Santacana y la marca «El
Infierno».
Y al pensar que toda esa inmensa riqueza puede
aumentarse de un modo extraordinario, es triste cosa
observar que los que emigran á la América conti-
nental olvidan que hay en Cuba muchos campos (jue
roturar y muchas fortunas que hacer, arrancadas del
seno de la tierra patria, menos mortífera y menos
ingrata de lo que se supone-, que en todo país lejano
se levanta la leyenda de la exageración, con sus preo-
cupaciones y desencantos, propios de todo lo (pie
aleja de la familia y la patria pequeña.
La agrupación de Cuba, ostentosa, limpia, simé-
trica, formada de colecciones cpie honran á los que
han gestionado los intereses de la gran antilla espa-
KAIAEL l'llG V VAI.I.S
ñola, rodeada por la decoración ejecutada por el
tallista italiano Ferrari, que dibuja primorosamente y
pule, talla y abrillanta el boj como si fuera cera, re-
sulta un contraste desfavorable para España. Es
achaque nuestro y sobre todo de la población rural,
cuidar poco de lo externo; aun hay quien cree, en las
montañas y en las llanuras de nuestra península, que
el buen paño en el arca se vende, y mientras Cuba
ha empleado las mejores maderas de sus bosques y
los más inteligentes ebanistas de sus ciudades para
levantar verdaderas obras de arte á la poderosa in-
dustria tabacalera, las colecciones de la metrópoli,
mezquinas, mal pintadas y peor construidas, conte-
niendo productos valiosos y ricos, parecen ser, ellas
que deberían serlo casi todo, la cenicienta de la
casa.
Y con ser tanto lo que podíamos haber enviado
á esta Exposición, no para alardear de lo que tene-
mos, sino para buscar los mercados que nos faltan,
previo el estudio de las necesidades de las naciones
del continente americano que podemos satisfacer, el
poco espacio que tenemos hemos debido compartirlo
con Filipinas y Puerto Rico, quedando para la pe-
nínsula un rincón que ha embellecido, aun contando
con tan pobres elementos, la práctica, la discreción
y el acreditado savoir faire de nuestro inteligente co-
misario de Agricultura, don Vicente Vera.
Pero como Puerto Rico ha venido á esta Exposi-
114 VIAJE A AMÉRICA
ción con un presupuesto copioso, los productos far-
macéuticos, los alcoholes diversamente aromatizados,
los cafés, los cacaos, los azúcares que constituyen
sus más valiosos elementos de producción, se han
presentado con lucimiento, pudiendo ostentar al pie
de la colección de cafés la fórmula americana por
excelencia: «The coffee of Portorico is the best of
the World».
Pero, dejando á un lado esas disquisiciones, mejor
que todo eso, mejor que el afán inmoderado de pu-
blicidad, que raya aquí en lo ridículo, ha de ser
para mis lectores el conocimiento de los siguientes
datos económicos:
Producción media anual de Puerto Rico:
Café, 30,000 toneladas.
Azúcar, 60,000 id.
Tabaco, 3,000 id.
La colección de cafés, que ha parecido excelente
á los peritos jurados, está compuesta de muestras de
varias clases, presentadas por Lorenzo Joy, de Ciales;
Miguel Perla, de Puerto Rico; Roses y C.^, de Are-
cibo; Julián Rivera, de Coamo; Bultmann y C.^,
de Aguadilla; Moral González, de Mayagüez; Fitle,
Lunt y C.^, de Ponce, y otros muchos que sería
prolijo enumerar.
Cuba, que tan poca importancia ha dado á sus
azúcares, se halla supeditada á los de la pequeña an-
tilla, que presenta una colección completa y tan
RAFAEL PUIG Y VALLS
buena, que personas inteligentes le conceden el pri-
mer lugar entre las que figuran, con mayores presti-
gios, en la Exposición de Chicago.
Consulto mis apuntes y leo entre las casas que
figuran en el Certamen como productoras de azú-
car centrífugo las de Cintrón de Yabucoa, Sobrinos
de Esquiaga, Hortensia Arribas, Cristóbal Valleci-
llos, etc., etc.
No me parece tan lucida la instalación tabacale-
ra: ni en cantidad, ni en calidad, puede atreverse
Puerto Rico á rivalizar con Cuba, y las casas de Ló-
pez, Albarado, Sánchez y hermanos, Modesto Bird y
otros, no tienen más pretensión que dar fe de vida
y ocupar un segundo lugar en el concurso de esta
poderosa industria en el mundo.
Como productos secundarios ofrece Puerto Rico
una variadísima colección; dejando á un lado su
abundantísima fabricación de alcoholados de mala-
gueta, cremas de todas clases, ron de infinitas mar-
cas, fríjoles, arroz en cascara, adriote (materia colo-
rante), jabón, almidón de yuca, algodón en rama,
y cera, queda aún un artículo importantísimo, el ca-
cao, que abunda en la isla, y se considera de exce-
lente calidad.
Sitio importante y preferente ocupa la industria
rural filipina, ceñida á tres artículos que son, mejor
dicho, pueden llegar á ser tres veneros inmensos de
riqueza, capaces ellos solos de convertir las Filipinas
Il6 VIAJE A AMKKICA
en un centro comercial de primer orden: el tabaco,
el azúcar y el abacá.
Ya sé yo que la Compañía General de Tabacos
de Filipinas no aspira á competir con los tabacos
antillanos; lo que sí observo, es que sus precios, que
oscilan entre cinco y cien duros el millar, pueden
ser un incentivo poderoso para abrir mercados en
países cuyos habitantes fuman y mascan el tabaco
de las clases más bajas con una fruición envidiable,
y que los millones que envía España á los Estados
Unidos para comprar hoja para tripa, pueden tener
más lógico destino en nuestras posesiones de Ultra-
mar y en los mercados de la metrópoli (¡ue, tarde ó
temprano, concederá á nuestros desdichados labrado-
res la libertad de cultivar, en los campos que devas-
ta la filoxera, la preciosa planta, el frugal tabaco que
se adapta á todos los suelos y á todos los climas,
ofreciendo una variedad inmensa de productos más
ó menos suaves, más ricos ó más pobres en perfu-
mes, pero siempre pródigo en bienes para el que lo
cultiva.
El azúcar filipino ha sido aquí una revelación, así
como el abacá, que con su fibra larga y resistente,
es objeto de codicia para esta raza yankee que se
enamora de los textiles que no conoce, y que va á
ensayar con la avidez que siente por todo lo que
cree objeto de explotación apropiada á las necesida-
(|es de su industria,
RAFAEL PUIG Y VALLS
Y ya en tercer término, que justo es, vaya la ma-
dre patria acompañando á sus hijas predilectas, voy
á echar una rápida ojeada á los cajones que consti-
tuyen las colecciones peninsulares, ricas algunas de
ellas por su calidad; pobres, pobrísimas por su can-
tidad y su instalación, figurando en primer te'rmino
Palacio de Aükicultlra
las frutas secas de Tarragona, almendras, avellanas,
nueces, algarrobas, que no tienen rival aquí, que son,
con los aceites y aceitunas, y los frutos ultramari-
nos, las mercancías que pueden hallar en América,
mercados importantísimos; porque pensar que las
gramíneas: trigos, cebadas, maíz, han de hacer la
competencia á los inmensos graneros americanos, es
lie VIAJE A AMÉRICA
pensar en lo imposible; imaginar que nuestras frutasí
naranjas, limones, peras y manzanas, riquísimas en
Florida y California, han de derrotar las produccio-
nes de este país, supone un desconocimiento profun-
do de lo que produce la agricultura americana sobre
la que se han dicho y repetido cosas verdaderamente
inexplicables, como se han dicho y escrito sobre vi-
nicultura errores que pueden perjudicarnos extraor-
dinariamente porque alientan esperanzas, y consienten
ilusiones perturbadoras para el régimen del cultivo
de las tierras españolas.
Las observaciones juiciosas del señor Vera hechas
en el fecundo campo de esta Exposición, prueban
hasta la evidencia que los únicos frutos y productos
que podemos aspirar á introducir aquí son: con el
café, tabaco, azúcar y abacá, el aceite de oliva que
hemos presentado limpio y bien filtrado, cuando
creían en América que en España sólo se producían
aceites crasos, sucios, llenos de sedimento, ingratos
al gusto y á la vista; las aceitunas de mil variedades
puestas en botes elegantes, las avellanas, las algarro-
bas, las judías del campo de Tarragona, los choco-
lates— y si esto no es agricultura yo no tengo la cul-
pa de que lo sea para los americanos, — de tantas
marcas como existen en España, las pastas para sopa
que han de competir en bondad y baratura con las
pastas italianas que tienen aquí mercados provecho-
sos, y las conservas alimenticias de pescados y frutas
RAFAEL PUIG Y VALLS 1T9
que hemos presentado haciendo airoso papel, pre-
cursor de más preciados frutos, si sabemos aprove-
char las condiciones de estos mercados, y el conoci-
miento que aquí se ha adquirido de nuestra produc-
ción rural é industrial.
No lo olviden los que han acudido á este Certa-
men con tan buena voluntad y mejor deseo; no lo
olviden el campo de Tarragona, las comarcas oliva-
reras, los que fabrican chocolates y pastas para sopa
en el centro de España, los que elaboran conservas
en el noroeste de la península, los que han enviado
aguardientes, ron y anís, porque los demás, los que
han venido con cervezas y sidras, los que han ex-
puesto aguas minerales, los que han traído trigo, cen-
teno y maíz, como elementos de información, como
dato y quizá como ensayo, podrán ofrecer al mundo
americano objetos de estudio, cuyo resultado práctico
no vislumbro, ya sea que esté enfermo de peligrosa
miopía, ya sea que mi escaso entendimiento no sepa
descubrir, en el desenvolvimiento de nuestra produc-
ción, los dilatados horizontes que quisiera poder
ofrecer, como estímulo y esperanza, á la población
rural é industrial de España.
Palacio dk Hükticultuka
La sección española de vinicultura
La importancia de este cultivo y la de la concii
rrencia de expositores españoles á este certamen, me
obliga á meditar lo que voy á decir en este capítulo,
temiendo estar desacertado é influir en la opinión
con escaso buen sentido.
Vine á Chicago con todas las preocupaciones y
los errores que circulan y se propagan como artículo
de fe en Europa, formando entre los que se figuran
que los vinos americanos no pueden beberlos sino
las personas de paladar avezado á los caldos de Ca-
lifornia, y que , con tratados de comercio ventajosos
145 Viaje k américa
y propaganda juiciosa, conseguiríamos aquí un mer-
cado poderoso, capaz de asegurar la viticultura en
nuestro país y permitirnos prescindir del mercado
francés, tan veleidoso y tan inseguro siempre, y espe-
cialmente en los tiempos actuales.
jQué error, y qué desencanto! El vino de Califor-
nia es un caldo que no puede desdeñar nadie, el
gotít de renard, tan constantemente atribuido á los
vinos americanos, no he sabido hallarlo en ninguno
de los que he bebido hasta la fecha, y desde que
estoy aquí bebo cada día vino de California, y muy
barato por cierto, á 20 centavos media botella, imi-
tación del claret ó del sauterne, con bouquet muy
pronunciado, color inmejorable y condiciones que no
desdeñaría el vinicultor español más celoso de la bue-
na crianza de sus vinos. El champagne (1), con gus-
to pronunciado de moscatel, muy espumoso y bien
presentado, se bebería en nuestro país con deleite, y
quizá alcanzaría mercado más seguro que en los mis-
mos Estados Unidos, que prefieren las marcas euro-
peas, Moét Chandon, Clicquot, etc., dry y extra drvy
fabricadas especialmente para los paladares estraga-
dos por las bebidas alcohólicas de la gente yankee
de todos los estados y todas las categorías del país.
Y si alguien ahonda un poco en esta materia y
(1) La visita del autor á California modificó algunas de las opiniones
apuntadas en este párrafo, conforme lo verá el lector más adelante.
kAFAÉL PUIG- Y VALtS 123
estudia algo las condiciones de la extensa comarca
de la América del Norte, en donde se cultiva la vid,
quizá hallará el triste antecedente de que en Califor-
nia se arrancan ya muchas viñas, que se produce
tanto y tan bueno, que la baratura, está matando rá-
pidamente la viticultura californiana y que aquí, don-
de la cerveza alcanza tanto predicamento, sólo cam-
biando radicalmente las costumbres del país, sólo
consiguiendo que los 64.000,000 de habitantes de
esta gran República beban vino, podrá esperarse
un cambio en el modo de ser del mundo viní-
cola, más amenazado cada día por el desarrollo de
nuevos centros de producción, y el trabajo de selec-
ción y elaboración á que se dedican los cultivadores
de varios países con un éxito que juzgo pavoroso
para la riqueza de España.
Ayer pregunté al Comisario general de la Repú-
blica Argentina qué podría hacerse para introducir
los vinos españoles en la América del Sur, y me con-
testó categóricamente y sin vacilar un instante:- -Nada;
la República Argentina produce ya tanto vino, y de
tan buena calidad, que en breve pensará lo qué ha
de hacer para dedicar sus caldos á la exportación.
Las cepas que cultiva han sido importadas de
Francia, y me citó las variedades más conocidas que
se han aclimatado allí perfectamente.
Y si á los nuevos centros de producción ameri-
canos sumo los ya conocidos de África que producen
124 VIAJE Á AMÉRICA
vinos similares á los andaluces, será lícito preguntar
si á los vinos españoles les cabrá la suerte que cupo
á nuestras merinas que, ensayadas y cruzadas en
Francia, Inglaterra, Alemania y en varios puntos de
América, y muy especialmente en las Pampas de
Buenos Aires, y Australia, lo único que nos (jueda de
aquel don de la naturaleza es el recuerdo y el nom-
bre que conservan todas las naciones para designar
el hermoso vellón (jue ha enriquecido y enriquecerá
á tantas comarcas de la tierra.
¿Será todo esto una amenaza también para Fran-
cia? que duda tiene; pero nuestra vecina tiene sobre
nosotros dos ventajas inapreciables:
i.° Su mercado interior, con sus ^6 millones de
habitantes, que consumen una cantidad inmensa de
vino, bebiéndolo de buena calidad, con un promedio
superior al que consume el pueblo español, sobrio
quizá en demasía, y
2.° El crédito que disfrutan sus marcas, que res-
j^onden á bou(}uets perfectamente conocidos y que
dan nombre á diferentes comarcas, viniendo en se-
gundo término la firma del vinicultor, que sólo siendo
un gran cosechero se puede imponer una íirma en
los mejores mercados del mundo.
No he de insistir en la primera ventaja, cuya im-
portancia salta á la vista; siendo ya feliz preocui)a-
ción de nuestros legisladores el medio de aumentar
el consumo del vino en la península, disminuyendo
KAKAKL l'UIG V VALLS
las gabelas impuestas á este caldo, y favoreciendo,
por medios indirectos, la venta de uno de los produc-
tos más importantes del territorio nacional, por más
que en la última reunión de Cortes no se haya con-
seguido gran cosa en este sentido.
La segunda, siendo para nosotros de difícil ven-
cimiento, es quizá de más importancia que la primera.
Bien claramente lo dicen los 2,500 expositores con
unas 40,000 botellas de vino, que exponen sus pro-
ductos en la Exposición de Chicago; con elocuencia
desconsoladora lo manifiestan los cosecheros que han
venido con 2 ó 3 botellas mal tapadas, como si el
corcho bueno fuera en España un producto extraño,
que ansiando un premio olvidan que, en lo que se
refiere á vinos y á un comercio regular que pueda
influir en los mercados españoles, sólo las marcas
acreditadas que respondan á una producción cuan-
tiosa pueden tener significación en las Exposiciones
destinadas á enseñanza y á mostrar lo que podemos
hacer el día que las necesidades de los pueblos abran
mercados á nuestros caldos, encasillados, formando
tipos de marcas fijas, de vinos bien criados, de bou-
quet conocido y que el consumidor conozca sin
necesidad de leer la etiqueta de la botella ni el nom-
bre del vinicultor. Esto, que lo han hecho los franceses,
y que responde á un principio económico bien enten-
dido, en España empezamos sólo á plantearlo, excep-
tuando x\ndalucía, con sus hermosas bodegas, la
120 VIAJE A AMKRICA
Rioja, algunos centros de Cataluña, aun poco impor-
tantes en número y calidad, y la Mancha y Valencia,
c^ue debe mejorar aún sus vinos si han de resultar
criados con ventaja para el viticultor y el vinicultor.
De todo lo expuesto se deduce, en mi concepto,
que sobran en este certamen muchas botellas mal
acondicionadas y que no responden, ni en cantidad
ni en calidad, al principio esencial que lo condensa
todo: la creación de buenas marcas; y éstas no pueden
existir sin la calidad y la cantidad que mantengan á
los mercados constantemente abastecidos y en con-
diciones tales, que la competencia de los productos
similares no sea posible en la mesa del consumidor,
siempre satisfecho de la bondad y el precio del vino
que consume. No olviden los productores españoles
que cada día será más dura y más difícil la lucha
por la existencia; que el vino flojo, que en tanta can-
tidad producimos, ha de consumirse en la península
é islas adyacentes; que los únicos vinos que hemos
de exportar, sin encabezarlos , son los de alta y regu-
lar graduación natural, que por estar bien criados y
proceder de comarcas acreditadas puedan hacer la
competencia como vinos de postre á todos los vinos
del mundo; que los de color, entre los que llevan ya
gran ventaja á los catalanes los de la Rioja, por su
baratura y buen gusto, podrán competir ventajosa-
mente con los franceses y aun más con los america-
nos, porque la gente rica de todos los países, por
RAFAEL PUIG Y VALT.S
lujo, por tener más educado el paladar, y sobre todo,
por el mérito real del producto, preferirán siempre los
vinos del Sur y centro de Europa á los que se crían,
interviniendo la química muchas veces, en centros
agrícolas menos favorecidos por la naturaleza para el
desarrollo de la vid.
No es fácil, ni me siento tampoco dotado de fuer-
zas suficientes, para proponer la modificación que ha
de establecerse en el estado legal de la propiedad
rústica española para favorecer el establecimiento de
marcas, de tipos fijos que respondan á la cría racio-
nal de los vinos en cada comarca. Pero sí creo que
los cosecheros de algunos centenares de cargas que
pretendan criar vinos de exportación, sin tener pre-
sente que se han de sujetar, en todos sus procedi-
mientos, á lo que la técnica del arte y los consejos
de la experiencia local les dicten, que los criadores
que insistan en vivir desligados de toda mancomuni-
dad de procedimiento, cuando éste resulte bueno, y
quizá de relación económica cuando los fundamentos
de la asociación resulten sólidos y honrados, en un
país como el nuestro, donde la propiedad rústica está
tan dividida, los males que lamento, y conmigo todos
los que dedican su atención á esta clase de estudios,
no tendrán remedio; y tengamos presente todos que
cada año, cada día perdido representa una victoria
para nuestros adversarios y una derrota para nosotros.
Todo esto veo, con sentimiento, en nuestra her-
128 VIAJE A AMKKICA
mosa colección de vinos en Chicago: mucho vino,
muchos nombres y pocas, po(|uísimas marcas, porque
el vino andaluz de tan rico abolengo, que beben
estos yankees con tanta delicia y cerrando los ojos
con beatitud, no forma más, ni significa otra cosa
que el crédito de una comarca española relativamente
poco extensa, y todos sabemos qué extensión tan enor-
me alcanza el área de la vid en España y cuánto vino
queda en nuestras bodegas, esperando colocación.
Por lo demás, ¿quién va á disputarnos el primer
puesto en el gran campo de la Exposición de Chi-
cago? Nuestros vinos de postre, algunos de pasto, los
embotellados hace 20, 30 y hasta 100 años, ¿(^uién
va á atreverse á competir con ellos? Sí, alcanzaremos
muchas medallas y muchos diplomas, volveremos con
un botín de victorias platónicas asombroso, nadie du-
dará de que hemos merecido el primer lugar, y de
(^ue nuestros vinos son ya, en algún renglón y pueden
llegar á ser en muchos de los restantes, los mejores
del mundo; pero, yo preferiría volver con más mer-
cados sólidos asegurados, con más convencimiento
de (jue hacemos lo posible para merecerlos y ganar-
los, con estudios detenidos de lo que nos conviene
hacer para derrotar noblemente á nuestros adversa-
rios, porque así nuestro porvenir sería menos incier
to, y nuestro presente más fecundo, para que algún
día podamos aspirar y conseguir realidades que pon
gan término á las desdichas de la patria.
j^
Palacio de Maquinaria
Las secciones españolas de Máquinas
y Minas
El papel de Jeremías, en un siglo y unos tiem-
pos en que todo el mundo pretende conocer lo que
conviene á sus intereses, me parece tan desairado
que casi me falta valor para decir cuanto se me
ocurre, al echar una ojeada á las misérrimas instala-
ciones españolas de Máquinas y Minas de esta in-
mensa Exposición.
En Maquinaria, un motor de gas de cuatro Caba-
llos de fuerza, dos máquinas de coser, una de re-
gruesar, otra de hacer tapones^ una bomba de doble
130 VIAJE X AMÉRICA
efecto de la conocida y acreditada casa Esciider; las
prensas de Valls hermanos para la fabricación de
fideos y pastas para sopa, la máquina de cascar al
mendras de Puig y Negre, la de hacer barquillos y
hostias de Duart é hijo, el auto-regulador manomé-
trico de Ferrer Ganduxer, y poco más, constituyen
todo lo que hemos sabido presentar en este Cer-
tamen.
Los que conocen el desarrollo de la metalurgia y
la construcción de máquinas en España, los que no
hayan olvidado que nuestros grandes cruceros movi-
dos por máquinas de once mil caballos se han cons-
truido en Cataluña, alabarán, sin duda, el esfuerzo
de industriales más modestos que los aludidos y que
han hecho cuanto han podido para sostener el pres-
tigio de España en la Exposición de Chicago.
En Minas, nadie creería, por lo que aquí hemos
expuesto, que somos una nación esencialmente mi-
nera, y de tal modo me voy acostumbrando á ver
Río Tinto entre las instalaciones inglesas, así lo he
visto en París y en Chicago, que ya voy dudando de
mis escasos conocimientos geográficos, como dudo
también de que Almadén sea la primera mina de
cinabrio del mundo, y los criaderos de Bilbao los
mejor explotados, y la metalurgia del norte y nor-
oeste de España una de las industrias de más porve-
nir y... pero, qué más, si no hay en Chicago, español
medianamente ilustrado v conocedor de los recursos
RAFAEL PUIG Y VALLS I3I
mineros de nuestro país que no se escandalice del
insignificante concurso que al estudio de la minería
presta aquí la sección española, como si no fueran
importante factor en los mercados del mundo sus
mercurios, cobres, hierros, plomos, fosforitas, zinc y
otros metales de aplicación creciente por el desen-
volvimiento que alcanzan las industrias eléctricas
destinadas á agotar, con sus cables marinos, pilas y
acumuladores, los hierros, cobres, plomos y zincs de
todas las minas de España.
La sociedad «Altos Hornos y Fábricas de hierro
y acero de Bilbao» ha presentado la instalación más
importante de la sección española, montada en un
gran armario acristalado que contiene todas las pie-
zas rectas, en ángulo y planchas, que fabrica aquella
importante colonia industrial. Sus hierros comercia-
les, que exporta á Cuba, Puerto-Rico y Filipinas,
sus planchas, piezas angulares y de variado perfil que
usa la marina militar, y los tramos metálicos, ya en
servicio desde larga fecha, constituyen su abolengo
industrial, para honra suya y de la patria.
Y ya que he de describir con alguna extensión la
factoría de Pullman, y tengo á la vista las fotogra-
fías de los Altos Hornos de Bilbao, los lingotes que
produce y los hierros de pudlaje, los aceros en va-
rios perfiles, las planchas que fabrica, siendo tan ne-
cesario conocer lo que tenemos en casa, no ha de
parecer ocioso que dedique cuatro líneas á una Com-
132 VIAJE Á AMÉBICA
pañía que tiene invertido un cuantioso capital en
sus fábricas de Guriezo y Baracaldo, llamadas res-
pectivamente «Merced» y «Carmen», y que, situada
la última en una comarca esencialmente minera,
presta al país y á la riqueza patria un concurso valioso,
digno de loa y fama.
Produce aquella casa industrial unas 300,000 to-
neladas, término medio anual, de lingote destinado
á la fabricación de unas
12,000 toneladas de hierro de pudlaje.
15,000
» de aceros en varios perfiles.
6,000
» de planchas.
45,000
» de carriles y viguería.
6,000
» en piezas de fundición.
3,000
» en puentes, armaduras y cal
deras, y
1,000
» de maquinaria.
Trabajan en aquellas fábricas unos 3,000 obreros,
destinados al servicio de tres altos hornos que pro-
ducen 300 toneladas de lingote al día; de cuatro
máquinas soplantes, tres verticales y una horizontal,
que representan una fuerza de 2,000 caballos; de
grúas hidráulicas; de catorce hornos de pudler con
dos martinetes y el correspondiente tren de desbaste;
de cuatro trenes de laminación con ocho hornos de
recalentar; de dos sierras para cortar en caliente,
tres tijeras para cortar en frío, un taller de empa-
KAKAEI. niG Y VAM.S 133
(juetar y once tornos para el suministro de cilindros;
del taller Bessemer y el horno Siemens Martín, ca-
paz de producir doce toneladas en cada operación;
de dos grandes cubilotes para fundir hierro; de un
taller de laminado de acero con tres hornos de reca-
lentar, que trabajan á tiro forzado, dos de recalentar
sistema Siemens Martín, y al de dos máquinas de
vapor reversibles de 2,000 caballos una y 8,000 la
otra.
Además de tan completo outillage, del que sólo
menciono lo más importante, la fábrica tiene un per-
sonal inteligente y honrado, que bajo el patronato
social ha fundado:
Una sociedad de socorros para los obreros enfer-
mos y el sostenimiento de escuelas;
Una caja de ahorros, cuyos ingresos cobran un
tanto por ciento de interés;
Una sociedad cooperativa para la compra de co-
mestibles buenos y baratos, y
Una escuela de Artes y Oficios, iniciada por la
Sociedad Altos Hornos, sostenida por la Diputación
provincial y el Ayuntamiento de Baracaldo, y enal-
tecida por la inteligencia obrera, ansiosa de mejorar
su condición por modo honrado y digno.
La fábrica de pólvoras «Santa Bárbara», de Ovie-
do, cuya instalación quizá debería estar en Manufac-
turas, presenta una colección completa de los explo-
sivos que fabrica, imitación, como es natural, de los
134 VIAJE Á AMÉRICA
mismos, pues no son las Exposiciones polvorines de
guerra, figurando entre ellos: pólvoras de cañón,
granadas^ prismáticas y para cañones de tiro tapido,
pólvoras sin humo, de mina y de caza, en serie tan
detallada, que su relación sería interminable.
Las sales de Onofre Caba están muy bien presen-
li^ ^ KTIfa lili
mmmmmsmsBmm
Palacio de Minas
tadas, brillando por su blancura, grano fino y, según
dice el fabricante, su pureza. L.a purificación de las
sales marinas resulta siempre un elemento importante
de higiene pública.
También figuran las salinas de Cádiz de la com-
pafiía «Unión», que ha alcanzado^ muchos premios
en diferentes exposiciones.
RAFAEL PÜIG Y VALLS 135
Las colecciones de fosforita concrecionada, cina-
brios de Almadén, Aller y Mieres, calaminas, piritas
de hierro, etc., no pueden ser más pobres en canti-
dad ni estar peor presentadas; sólo un ejemplar, un
bloque de galena de la mina Arrayanes de Jaén, hace
alguna figura entre tanto ejemplar desmedrado y po-
bre de la sección española.
De Cataluña he visto poca cosa, algunos mármo
les jaspeados de Tarragona, por cierto pobremente
presentados-, los minerales de hierro de Celrá con
sus rubios avenados de indudable porvenir, y paren
ustedes de contar.
Como elemento técnico, el plano geográfico de
España y su carta geológica, con multitud de memo-
rias explicativas escritas por nuestro respetable Cuer-
po de Minas: algunos hornos; planos de minas de
Almadén y especialmente de varios pozos de las
mismas, es cuanto ha llamado mi atención.
Más notables y mejor presentadas me han pare-
cido las colecciones de la Cámara de Comercio de
Santiago de Cuba, del Real Colegio de Escuelas Pías
de la Habana, del catedrático de Paleontología de la
Habana, Vidal y Careta, las fotografías de calcedonia
cúbica, cuarzo estalactítico y una bonita colección de
piritas de hierro y manganeso de Tirso Roca, etcé-
tera, etc.
Es también notable un bloque de asfalto bitumi-
noso de la mina «Angela Elmira», de Cuba, presen-
136 VIAJE Á AMÉRICA
tado por Antonio Ragusa, que me ha parecido digno
de mencionarse por su composición:
Asfalto 70 por 100
Agua 5
Silice 25
» »
» »
Y siendo todo esto lo más notable, juzguen los
inteligentes en achaques de minería por lo que falta,
del poco lucido papel que en este ramo hace España,
en la Exposición colombina.
Palacio de Transportes
Las secciones españolas de Guerra
y Marina
Debo á la cariñosa amistad del Comisario del Mi-
nisterio de la Guerra, D. Juan Cologan, distinguido
ingeniero militar que ha instalado primorosamente la
colección de piezas y modelos de los museos de ar-
tillería é ingenieros del ejército, enviada á Chicago
por nuestro ramo de guerra, la relación, razonada
para hacer resaltar su importancia, de los objetos
expuestos, con singular lucimiento, en el edificio de
Transportes de esta Exposición Universal. He cui-
138 VIAJE Á AMKKICA
dado siempre, al escribir estos artículos, de (jue
precediera, al juicio formado, un estudio serio de
los asuntos tratados, para que, donde no llega mi
competencia, la sustituya otra más autorizada por ser
propia de especialistas y de personas de reconocido
saber y experiencia. Y hecha esta salvedad de una
vez para siempre, que no padezco el acha(|ue tonto
de quererlo tratar y saber todo, haciendo justicia á
cuantos amigos me han ayudado con su valiosa cola-
boración alcanzada con el continuo trato y cruce de
ideas, observaciones y comparación de objetos, creo
que todos estos elementos reunidos servirán para que
los benévolos lectores de este libro, formen, al fin de
la jornada, concepto claro de lo que significa el con-
curso de España en la Exposición de Chicago, y del
resultado probable obtenido para honra patria, por
los diversos elementos acumulados en las secciones
españolas de la misma.
Una de las colecciones más notables del cuerpo
de artillería es la de piezas antiguas prestadas por
el museo de Madrid, presentando fases interesantí-
simas y dignas de estudio, de la fabricación de ca-
ñones desde fines del siglo xv hasta principios del
presente.
^ , , ( Hierro forjado.
Bombarda verso. . •] ^
( Duelas, manguitos y aros.
,^ ,. . , ( Principios del siglo xvi.
Medio ribadoquín. •] ^^. . . ,
( Hierro forjado de una pieza.
RAFAEL PUIG Y VALLS I39
Medio cañón bastardo. I
Sacre \ Piezas de bronce construidas
Falconete ) entre 1500 y 1530.
Sacabuche.
Cañón de hierro ba-/ Hierro forjado. Construido
tido de los llama-' por D. Manuel de Anciola
dos de 12 libras. .( en Tagollaga, en 1763.
Obús de hierro batido. Hierro forjado. Construido
de los llamados de 6- para el Pretendiente en
libras ' Tagollaga y en 1837.
La fundición de bronce de Sevilla presenta:
Un cañón de bronce comprimido de 15 centíme-
tros, que proyectó el coronel Verdes. Pesa tres tone-
ladas y se emplea en servicios de plaza y sitio.
Un obús de bronce comprimido de 15 centíme-
tros, que, para plaza y sitio, con peso de una tonela-
da y cureña de eclipse, proyectó el comandante
Mata, y
Un mortero de bronce comprimido, de 15 centí-
metros que pesa 475 kilogramos y sirve para sitio
y plaza, proyectado también por el comandante Mata.
El esfuerzo de nuestros artilleros, encaminado á
aprovechar las grandes existencias de bronce de ca-
ñones antiguos que tenemos, fabricando piezas de
bronce comprimido, merece un elogio incondicional,
porque no sólo muestran su patriotismo aliviando las
cargas del Tesoro, sino grandes condiciones de in-
14» VIAJE A AMÉRICA
teligencia y conocimientos técnicos, al vencer las
grandes dificultades que se presentan cuando se quie-
ren fabricar piezas aceptables, compatibles con las
exigencias modernas de la artillería. Y que estas di-
ficultades se han vencido, lo dicen los datos que
he podido hallar y que al parecer demuestran que
las recámaras resisten, en buenas condiciones, las altas
temperaturas producidas por la deflagración de la pól-
vora, spportando las rayas, sin contratiempo, el paso
del proyectil. Las experiencias verificadas al ensayar
estos cañones, haciendo unos 300 disparos, han de-
mostrado que las piezas han resistido tan intenso tra-
bajo sin experimentar, sus condiciones balísticas, gran-
des modificaciones. A pesar de esto, las personas
inteligentes opinan que, el empleo de este metal, se li-
mitará á ciertos y determinados calibres, siendo el má-
ximo admitido para cañones, el de 15 centímetros*, en
cambio, en los morteros, por sus especiales condicio
nes, podrá emplearse el bronce sin limitación alguna.
Se emplea, pues, para cañones de mayor calibre,
el acero, denominado metal guerrero por excelencia,
como lo demuestra Krupp en su cañón monstruo
de 122 toneladas, y las planchas de blindaje moder-
nas, atribuyéndose á la asociación del acero y el ni-
quel, los grandes progresos alcanzados en la fabrica-
ción de éstas últimas.
La fábrica de Trubia presenta:
Un cañón proyectado por el capitán Sangran para
RAFAEL PUIG Y VALLS
la artillería de montaña de Filipinas. Es muy ligero
y ha demostrado en las pruebas poseer excelentes
condiciones. Se exhibe sobre polines por estar aun
en estudio el proyecto de cureña.
Un cañón de acero, montado en su cureña, proyec-
tado por el coronel Sotomayor. No es esta pieza, la
de campaña que dio tanta fama á aquel distinguido
artillero, y que hoy constituye el cañón reglamentario
de las baterías de á caballo, sino una modificación
del mismo, en que el mecanismo de cierre ha sufrido
algunas alteraciones para la adopción del estopín de
percusión, con la idea, según se me indica, de apli-
car la pólvora sin humo.
Pero no son únicamente las condiciones excepcio-
nales de esta pieza las que han dado á su autor tanta
fama y popularidad, si no la prueba ó el resultado
de los esfuerzos titánicos hechos por el coronel Soto-
mayor, para emanciparnos del extranjero, en la fabri-
cación del material de guerra. Este resultado alcan-
zado ya casi en España, se debe al coronel Sotomayor,
á cuyo nombre parece justo asociar los de Ordóñez,
Mata, Plasencia, Verdes, Francés, Sangran, Ferrer,
Lerdo, Milán, Rivera, Freyre, cuyo cierre se ha acep-
tado en los Estados Unidos para algunas piezas. Mar-
cilla y Brull que han perfeccionado gran parte del
armamento moderno.
La fábrica de armas de Toledo, exhibe:
Una rica colección de reproducciones de espadas,
X42 * VIAJE Á AMÉRICA
dagas, alabardas y chuzos, figurando, entre las prime-
ras, las de Isabel la Católica, Hernán Cortés, El Gran
Capitán, Pelayo, Felipe II, etc., etc., y una preciosa
rodela, copia del siglo xv, de acero repujado, cince-
lada, incrustada y damasquinada en oro y plata.
La Pirotecnia militar de Sevilla expone preciosos
estuches con espoleta, estopines, cartuchos y balas
para fusil; el Parque de Barcelona diferentes fases de
fabricación del Baste para el cañón de montaña Pla-
sencia; el Parque de Sevilla, juegos de armas, un
carretón de trinchera y atalajes y monturas que han
llamado la atención por su buen material y excelente
mano de obra; la fábrica de armas portátiles de
Oviedo, cuatro panoplias formadas con las variadas
piezas que el arte transforma para fabricar el fusil
que ha usado últimamente nuestro ejército y que hoy
se está reemplazando para no (juedar rezagados, en
este período de constante progreso. S. M. el Rey, el
precioso modelo de un cañón de bronce, y el Museo
de Ingenieros del ejército una colección de modelos,
conocidos ya, en su mayor parte, en Barcelona, que
llama vivamente la atención del público por la per-
fección con que está hecho, y sobre todo, por el sis-
tema de decorado que da á los modelos un aspecto
de realidad, en los territorios, fielmente representados.
Puedo citar entre ellos los de Cartagena, Jaca, Bil-
. bao, obras del canal de Vento para el abastecimiento
de aguas de la Habana y la batería de Podaderas
RAFAEL PUIG Y VALLS I43
de Cartagena, que por su tamaño y la perfección
del tallado del mar y las rocas, y la ingeniosa dis-
posición de las piezas movibles que constituyen la
batería propiamente dicha, atrae constantemente la
atención de la concurrencia.
Se expone también en esta sección una colección
de armas, herramientas, equipos y monturas del arma
de caballería, instalada con mucho gusto y arte en
muebles remitidos de España.
De esta colección ha merecido entusiastas elogios
la montura flexible de bandas automáticas del co-
mandante Valdés por las condiciones de adaptabili-
dad á caballos de distinta configuración.
Por último, hallo en esta sección una colección
numerosa de libros escritos por oficiales del Ejército.
Pasan de trescientos los volúmenes expuestos, y aun-
que su número y la extensión de las obras impida
formar concepto de su contenido, sin embargo, por
los títulos que aparecen escritos en los Catálogos, la
variedad de los asuntos tratados y la significación de
los autores, conocidos en el Ejército y fuera de él,
nadie juzgará que sea inmerecida la calificación de
notabilísima con que puede honrarse la Sección téc-
nica y bibliográfica de los institutos armados de Es-
paña.
Forma sección aparte, en el edificio de Transpor-
tes, la Marina de guerra española, y quien no conozca
su valimiento y su significación en el mundo, deseo-
144 VIAJE Á AMÉRICA
noce ciertamente la historia universal. Agrúpanse en
la sección tres elementos importantes: un precioso
modelo de la carabela Santa María, lazo curioso de
la historia marítima de la patria, entre la marina de
guerra y la comercial*, algunos ejemplares, modelos
de antiguos navios y otras embarcaciones de interés
histórico, y algunos modelos de la Trasatlántica es-
pañola que preside el busto del insigne naviero An
tonio López.
Como elementos varios, cuento, como más nota-
bles, las jarcias de la fábrica de Cartagena-, las lonas
y redes de Pedro Alier, de Barcelona; los modelos de
cañones para la marina, sistema Hontoria; una ame-
tralladora, de valor histórico, construida el año 1830
en Cartagena, y el cañón de tiro rápido Sarmiento,
de mecanismo sumamente ingenioso y probado con
gran éxito.
Falta ya sólo citar el solígrafo de Ristori, que ins-
pecciona automáticamente el ánima de los cañones
con precisión admirable, y que ha sido juzgado muy
favorablemente; y la obra de Arqueología naval, con-
siderada como un trabajo de primer orden, de Ra-
fael Monleón.
Grato es para el que esto escribe, trasladar aquí,
la impresión favorabilísima que ha causado en Chi-
cago, la fecunda y patriótica labor de los soldados
de la patria.
.<^- r TlT 1 i I II mi -f 11 '
Palacio de la Ml'jer
Las secciones españolas de Señoras
y Forestal
La modestia no es virtud americana, y así como
estas gentes creen de buena fe que sus hombres y
sus cosas son lo mejor del mundo, de la misma ma-
nera y con igual buen sentido opinaban que la
mujer española, embrutecida por la domesticidad
y la esclavitud, no servía más que para dar hijos al
mundo, y doblar humildemente la cabeza ante su
dueño y señor, el hidalgo altivo de las leyendas
patrias.
Colocada la mujer española en nivel tan bajo,
146 VIAJE Á AMÉRICA
creyóse que la preciosa decoración que había de en-
cuadrar los bordados, las pinturas, los libros, y la mú-
sica que enviaban las señoras españolas, sería un pa-
bellón de colores brillantes que escondería lo vil de
la mercancía, y las ladies managers no creyeron nun
ca que la señora Dupuy de Lome pudiera presentar
un conjunto de trabajos que respondiera á los idea
les de una época de civilización y progreso, negado
hasta hace poco tiempo, á la mujer española.
Pero, en esto, como en muchas otras cosas, han
cambiado de opinión las señoras americanas-, lo que
parecía ancho espacio para el trabajo de la mujer
española, resultó menguado-, la decoración que debía
serlo todo, queda siendo lo que debía ser: un marco
digno del cuadro que con singular pericia ha mon-
tado nuestra compatriota la señora Dupuy de Lome,
y como los materiales de que dispuso son una her-
mosa muestra de que la mujer española sintetiza to-
dos los encantos, que nadie más que ella es hermosa,
buena, digna é inteligente, la instalación española
de Señoras honra á nuestra patria, poniendo un re-
paro, que no podrá ya negarse, á la murmuración y
á la falta de conocimiento que ostentaron hasta
ahora, con notoria injusticia y ligereza, las ladies ame-
ricanas.
La instalación montada delante del portal del sur
del Palacio de Señoras, reproduce, en escala redu-
cida, el claustro típico de San Juan de los Reyes, de
RAFAEL PLIG Y VALLS
Toledo. Sus anchos ventanales en ogiva dan paso á
la escasa luz que, por deficiencias del edificio, recibe
del salón central, la puerta de entrada y las venta-
nas mezquinas del Palacio, y encerradas dentro de
cristales de una sola pieza, aparecen, en democrático
conjunto, las obras de S. M. la Reina Cristina, las
infantas de España, las damas de nuestra aristocracia,
las señoras de la clase media y baja, sin más preemi-
nencia que la revelada por el mérito del trabajo ex-
puesto, y que constituirá siempre, pese á la estúpida
manía igualataria de la época, la aristocracia del espí-
ritu, la más alta, la más pura, la única que sólo puede
transmitir la alta soberanía de Dios.
Guiado por la bondad de la comisaria señora Du-
puy de Lome, llamó mi atención la preciosa acuarela
de S. M. la Reina *, dos acuarelas bien sentidas de la
Infanta Paz, que revela además en sus poesías la be-
lleza de su alma; dos bordados modelo de Dolo-
res Sivilla y Enriqueta Menchaca, tan primorosos y
acabados que se han puesto en una vitrina especial
á petición de las señoras americanas; bordados, en
forma de medallones del Rey, la Reina y el Rey Al-
fonso XII, de María Gutiérrez de Diego; los borda-
dos en blanco de Águeda de Cansegundo, de Sala-
manca; Luisa Robres, de Alicante; Polonia Prieto, de
Madrid; Juliana Grajera, de Villafranca de los Barros,
y Exuperancia González Sánchez, de Ciudad Rodrigo.
Los encajes y las blondas de la Viuda é hijos d^
1^8 VIAJE Á AMÉRICA
José Fiter, en blanco y negro; las blondas y los en-
cajes hechos á mano de la Viuda Vives, tan conoci-
dos en Barcelona, y cuyos géneros han causado aciuí
verdadera admiración; los encajes á mano de Virgi-
nia Rodríguez Sampedro, y los que ha enviado la
comisión de señoras de Palma de Mallorca y Tene-
rife, todos son notables y dignos de figurar entre los
mejores de esta Exposición.
Entre las composiciones musicales presentadas,
figura, en primer término, Luisa Casagemas, con su
«Schiava é regina,» cuyas dos partituras han sido
premiadas por su música agradable y bien escrita;
siendo también notables las obras de Rosa Mestres,
Ascensión Martínez y otras.
En el Congreso de religiones han llamado la aten-
ción los libros de las señoras españolas, entre las
que sobresalen las que han dedicado sus estudios á
la filosofía, teología, poesía é historia. El número to-
tal de libros expuestos en la biblioteca es de 283, en
cuyas portadas figuran los nombres ilustres de Santa
Teresa, Concepción Arenal, Pardo Bazán, Duquesa
de Alba, Biedma, Isabel de Faber, Coronado, Juana
de la Cruz, García Balmaseda, Gayangos, Guerrero
de Flaquer, Gómez de Avellaneda, Grases, María de
Agreda, Massanés, Pilar de San Juan, Barrientes, y
otras que sería prolijo enumerar.
En pedagogía, la cartilla sistema Fraebel, de Glo-
jia Téllez, ha sido juzgada muy ventajosamente.
RAFAEL PUIG Y VALLS
Toda la colección de libros ha merecido un pre-
mio colectivo en que se hace resaltar la importancia
y el mérito de la obra literaria y científica de la
mujer española.
Los trabajos expuestos por las señoras de la Ha-
bana; los ramos de flores é imperdibles de plancha
Palacio de Bellas Artes
de hierro cincelado de Pilar y Dolores González, de
Barcelona; las incrustaciones de las señoritas de Ibar-
zabal, de Eibar; las labores y los trabajos de las
sordo-mudas de Valencia y cigarreras de Zaragoza y
Valencia, todo ha merecido plácemes y alcanzado
triunfos para la mujer española.
Algo debería decir acjuí del Jurado de Bellas Ar-
tgO VIAJE Á AMÍRICÁ
tes que, empezando por oponer una grandísima resis-
tencia al examen de las obras de la mujer, en gene-
ral, después de no pocas discusiones y protestas,
consiguióse el examen rapidísimo de las pinturas y
esculturas presentadas por las artistas españolas, tra-
tadas con un desdén que sólo puede compararse al
dispensado á las obras de los mejores pintores del
mundo entero.
Mucho podría decir sobre esta preterición, y el
escándalo producido por la falta de estudio, por el
juicio de impresión, por la independencia consentida
á los artistas-peritos al juzgar las obras, haciendo caso
omiso de las reglas del Jurado, cuando todos los de-
más las hemos acatado y obedecido, por más que no
las juzgáramos acertadas; pero, como alguien podría
creer que obedezco á miras interesadas aunque sea
justo el sentimiento que me ha causado la derrota
sufrida por los artistas españoles en Chicago, dejo
que personas más peritas que yo aclaren los miste-
rios y traduzcan los hechos, acudiendo á las causas
que han motivado tan triste resultado.
Y antes de terminar todo lo que se refiere á las
secciones españolas, algo he de decir de la sección
forestal, que habría podido ser una de las más inte-
resantes de España y resulta tan pobre y tan deslu-
cida que siento me haya tocado en suerte su insta-
lación, y no haber conseguido que se renunciara á
presentar colecciones que revelan descuido y po(|uí-
hAFAÉL frlG Y VALLS 1$!
sima diligencia en cuantos han intervenido en su re-
misión.
No quiero hablar de las mezquinas colecciones
enviadas por algunos Institutos, cuyos nombres no
quiero recordar, no he de mentar tampoco á los tapo-
neros de la provincia de Gerona, que menos diligen-
tes ó quizás más apasionados que los de las provincias
de Extremadura y Andalucía, no han enviado aquí
sus productos, sin rival en el mundo; Dios me
libre de dar cuenta del papel que hacen repre-
sentar á España los que envían colecciones oficiales,
y muy hermosas por cierto, de las islas Filipinas, sin
estar catalogadas, clasificadas y con el nombre cien-
tífico y vulgar de la especie, puesto en las respecti-
vas etiquetas, porque todo esto me llevaría donde no
quiero ir, y me haría decir lo que más vale callar.
Gracias que Cuba ha enviado tres grandes piezas
de caoba que por su finura y veteado llaman pode-
rosamente la atención-, que en el centro de la insta-
lación he podido montar con cierta fantasmagoría,
que sólo puede engañar á los ignorantes, unos para-
lepípidos de madera de Filipinas que, por su variedad
de fibra, finura y color, empalmados al tope, forman
un prisma de base rectangular de unos tres metros
de altura que viste y da apariencia á la Sección; que
la casa Torrebadella, de San Martín de Provensals,
ha enviado algunas cascas para curtir pieles, de exce-
lente calidad, y que algunos taponeros han remitido
152 VIAJE Á AMÉRICA
de Extremadura y Andalucía, con algún ejemplar de
corcho bornizo y segundero en planchas, algunas
cajas de tapones presentables que no dejan olvidar
ciertamente los excelentes tapones para Champagne
ni las topetas homeopáticas de la provincia de Gero-
na, tan admirados por la bondad de la primera ma-
teria y la excelencia de la mano de obra, en la Ex-
posición de Barcelona.
No menciono tampoco lo que habrían podido
enviar los distritos forestales, y con el sentimiento
natural de quien vé lo que habría podido ser la Sec-
ción forestal de España y lo que es, termino las co-
rrespondencias referentes á las secciones patrias, en
la Exposición de Chicago.
^
Vista de la Cuvk d'Hu.nneuk
EPISODIOS DE LA EXPOSICIÓN
Los Infantes de España doña Eulalia y don Antonio
en Chicago
No es cosa fácil seguir, ni siquiera con el pensa-
miento, la serie no interrumpida de banquetes, bailes,
conciertos é iluminaciones que durante la permanen-
cia de los Infantes en Chicago, se han ofrecido á
tan augustos huéspedes, y menos fácil ha de ser
para mí, que ocupaciones precisas me han distraído
y privado de lo que ha sido motivo de honda satis-
facción para los españoles, •
t54 VIAJE A AMÉRICA
Excuso, pues, hablar de fiestas que la galantería
internacional ha adornado con todos los encantos
del lujo y los atractivos de la belleza, para relatar
las puramente españolas, dadas por los Infantes, con
motivo de la apertura de nuestras secciones en los
palacios de la Exposición, que han honrado con su
asistencia, dando ostentoso realce á nuestros tra-
bajos.
Al día siguiente de su llegada, quedaron abiertas
la sección de Mujeres y la de Vinicultura-, ayer lo
(luedaron también la de Bellas Artes, Minería, Agri-
cultura, Transportes, Manufacturas y el pabellón de
España, copia de la Lonja de Valencia en escala re-
ducida, obra primorosa que cobija nuestros mejores
cuadros y centro donde se congregaron ayer tarde
las personas más visibles de Chicago, los jefes de
todos los Departamentos de la Exposición, las Dele-
gaciones extranjeras y público numerosísimo, que in-
vadió la planta baja al salir los Infantes de la inau-
guración.
Desde las doce de la mañana, las avenidas de
nuestra sección de Maufacturas estaban invadidas,
costando trabajo mantener las vallas y el orden;
pero, siendo el recorrido tan largo, la Infanta, ase-
diada por la multitud que tocaba sus ropas con una
avidez extraordinaria, llegó á las cuatro y media de
la tarde sumamente cansada, siendo además tanta las
afluencia de gente (}ue era imposible dar un paso por
los ámbitos de la sección. Con tanto barullo y cansan-
cio era difícil poder enseñar á la Infanta los objetos
expuestos, por cuyo motivo fué indispensable pasar
rápidamente entre la multitud para sostener las ansias
de este público, y sobre todo las de estas mujeres.
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Pabellón de España
dentro de los límites marcados por la consideración
y el respeto.
Al frente de cada sección estaban los respecti-
vos comisarios esperando á la comitiva real, agre-
gándose luego á ella para salir juntos de Manufactu-
ras y embarcarse en una falúa eléctrica que nos con-
dujo al Pabellón de España.
La banda del regimiento (]ue lleva el nombre de
1S6 ■ VIAJE Á AMÉRICA
Zaragoza tocó la marcha real, mientras entraban los
Infantes y su comitiva al Pabellón, en donde espera-
ban varias señoras de la colonia española y cubana,
y la multitud de personas que habían sido invitadas
á la fiesta inaugural de las secciones de España en
Chicago.
Breve fué también la estancia de las altezas
reales en el Pabellón, el necesario para recorrer la
planta adornada con los cuadros que han enviado
el Ministerio de Fomento y varios expositores, cuyas
obras no han cabido en las salas del palacio de
Bellas Artes, con plantas, flores y alfombras, y
tomar el lunch ofrecido por la Delegación á los In-
fantes, del que participó toda la comitiva, invitados
y cuantos se acercaron á la mesa y se asociaron á la
fiesta inaugural de la gran familia española.
Por la noche, la Infanta había convidado á su
mesa á los Directores de la Exposición, siendo reci-
bidos más tarde todos los que, directa ó indirecta-
mente, hemos contribuido á enaltecer el trabajo es-
pañol en Chicago, teniendo para todos frases de
halago é interesante conversación.
Por lo que á Cataluña, y á Barcelona se refiere,
muy especialmente, procuraré reproducir textualmen-
te las palabras que se dignó dirigirme la Infanta,
cuidando de que la memoria no me sea infiel. «Sien-
to, dijo, no haber podido visitar más detenidamente
la sección de Manufacturas y admirar los ])roductos
KAIAEI. rUIG Y VALI.S
catalanes; ya sé yo que Cataluña va á la cabeza de los
adelantos industriales, y que ac[uí, como á donde vaya,
hará siempre un brillante papel; felicitóla, pues, en
nombre de la Reina, que me lo ha recomendado ex-
presamente. Además, 'diga usted que no olvido, ni
olvidaré jamás las atenciones delicadas que me pro-
digaron en Barcelona». Y al darme á besar su mano
á última hora, insistió en que supiera Barcelona el
recuerdo gratísimo que guarda de los días pasados
en nuestra capital.
Agradecí como pude tan sentidas frases, que reco-
jo y transmito con exacta fidelidad, como debió ser
fiel también mi pensamiento al manifestar á la In-
fanta Eulalia que Cataluña y Barcelona agradecerían
vivamente la felicitación de S. M. y la suya, como
yo estimaba la alta honra que me dispensaba al ha-
cerme mensajero de tan gratas y sentidas manifesta-
ciones .
Hoy, á las ocho de la mañana, dos escuadrones
de caballería estaban ya apostados junto al Palmer
House, esperando la salida de los Infantes; á las
ocho y media entraban en el Michigan Depot, dan-
do la Infanta el brazo al Mayor de la ciudad, Mr. Ha-
rrisson, toda la comitiva real y la Delegación espa-
ñola con las señoras de la colonia, que han ofrecido
por última vez sus respetos á los ilustres viajeros.
A los pocos minutos partió el tren, oyéndose un ¡Viva
la Infanta Eulalia! que fué cordialmente contestado.
158 VIAJE Á AMÉRICA
La estancia de los representantes de la Reina de
España no podía ser larga si había de evitarse que
cediera por cansancio el entusiasmo que han desper-
tado en los Estados Unidos, las nobles cualidades de
la Infanta Eulalia, que ha cuidado de los prestigios
del trono, los intereses patrios y las susceptibilida-
des de las democracias con un tacto exquisito pro-
pio de la augusta dama á la cual se ha confiado una
misión delicadísima, cuyas dificultades comprenderán
fácilmente cuantos conozcan la idiosincracia de un
pueblo que juzga que todas las americanas son rei-
nas, y los hombres libres y soberanos en el seno de
una sociedad que, apenas nacida, se cree superior á
cuanto ha existido en el mundo, cantando cada día
sus glorias y sus triunfos con un desenfado y un
tono épico que enamoran.
Los Infantes no han abusado de la hospitalidad
cordialmente otorgada por este pueblo y del entusias-
mo legítimamente conseguido, y esta mañana á las
ocho y media Chicago los ha despedido con pompa
y afecto, envanecido del pleito homenaje rendido por
la realeza á la democracia americana, y del éxito que
ha coronado las fiestas dedicadas á Colón y á sus
ilustres descendientes.
Convento de la Rábida
La llegada de las carabelas
Una lancha de vapor del buque de guerra «Mi-
chigan», nos espera á las ocho y cuarto de la ma-
ñana en Van-Buren; la Delegación española acude
puntualmente á la cita y se embarca pocos minutos
después. Llegamos al vapor, nos recibe galantemen-
te el comandante del buque, y mientras recorremos
el barco, que brilla como una taza de plata, llega el
ministro de Marina, presentan armas los tripulantes,
se iza la insignia de ministro á bordo, y desde el
puente, é iluminada por un sol tropical, contempla-
mos la ciudad, los yachts empavesados que siguen la
l6o VlAJli A AMKKICA
estela del «Michigan», y el movimiento, de algo que
conmueve á estas gentes ansiosas de contemplar el
acontecimiento histórico preparado, discutido y en-
salzado hace muchos meses por todo el pueblo ame-
ricano. Pásase una hora hablando con las señoras
(jue han (querido asociarse á la gran fiesta hispano-
americana, y á las diez nos avisa un marinero de
parte del comandante, que la flotilla española está
á la vista: el vapor acelera la marcha, la tripula-
ción se agrupa ansiosa en los puentes para ver
aquella flota extraña, remolcada por un buc^ue mer-
cante, á cuyo frente va la «Santa María», siguiendo
la «Pinta» y la «Niña», moviéndose lentamente en
aguas apenas rizadas por el viento, empavesadas las
carabelas, cubiertas de banderas, celebrando la fiesta
memorable y la gloria más pura de nuestra historia
y la más transcendental del mundo entero: la llega-
da de Colón al continente americano, la tierra soña-
da de su ambición, el paraíso que pintaba en su "
cerebro su poderosa y ardiente sangre genovesa.
Nadie tiene alientos para gritar, ni para levantar
la voz-, el «Michigan» se pone á media milla de la
flota y rompe el fuego saludando al pendón de Cas-
tilla, que flota en sus mástiles, dando la señal á los
demás barcos, que rompen un fuego graneado con-
testado por los falconetes de la «Santa María», pig-
meos de hace cuatro siglos saludando á los colosos
de los tiempos modernos.
RAFAEL PUIG Y VALLS
La Delegación española, ansiosa de saludar á
nuestros compatriotas, y algunas señoras españolas
y americanas, saltan á la lancha de vapor que nos
espera y en un momento nos ponemos á estribor de
la «Santa María», donde nos recibe el comandante
Concas con la cordialidad y el cariño que es de
La Nao Santa Maki^
agradecer al que ha dado á su país tantas pruebas
de abnegación y á las glorias patrias testimonios tan
elocuentes de respeto y amor, mantenidos hasta el
fin de la jornada con la inteligencia y el valor que
otorgan al capitán Concas una página honrosa en la
historia de España.
Por lo que á mí toca, yo no olvidaré jamás ei
ífe VIAJE Á AMéRiCA
momento en que pude abrazar al compañero de co-
legio, al amigo de toda la vida que llega rodeado de
tantos prestigios á la tierra americana, fiel guardador
y altivo representante de una gloria que nos envi-
dian todos los pueblos y todas las naciones de la
tierra.
Pocos instantes después recorremos la nao, salu-
dando con veneración aquellas reliquias que son
nuestro orgullo, recuerdos de mejores días, y pedazos
de aquella patria que, en tierra extraña, crece y se
agiganta con los esplendores de sus variados climas,
de sus artísticas ciudades y hermosos campos, que
recuerda nuestro pensamiento con amor de hijos
apasionados. El «Michigan» lanza un cable para te-
ner la honra de remolcar la flotilla de Colujnhus; la
marina de los Estados Unidos se pone al frente del
convoy, que treinta yachts, en doble fila, escoltan
mientras va en columna de honor al fondeadero
junto al convento de la Rábida. A medida que nos
aproximamos á la Exposición, el número de lanchas
eléctricas y de vapor va creciendo, agitándose alre-
dedor de la escuadrilla, solicitadas por la ansiedad
de las señoras del país que van en ellas ávidas, de
influir directa y poderosamente en los acontecimien-
tos históricos del pueblo americano.
A media milla escasa de la Exposición, la «San-
ta María» ancló en el lago, «El Michigan» recoge el
cable, y en medio de un silencio solemne empieza
RAFAEL PUIG Y VALLS 163
el cañoneo que contestan los demás buques y la nao,
ante un público numerosísimo que contempla el es-
pectáculo mudo y como dominado por uno de los
acontecimientos más hermosos que ha presenciado
el mundo en este siglo, Al cañoneo sigue la mani-
festación de los vapores y lanchas, pitando todos á
un tiempo, y lanzando grandes chorros de agua y de
vapor á 6 y 7 metros de altura, pareciendo gayseres
salidos del fondo de las aguas para saludar y admi-
rar la gloria del gran genovés.
Al propio tiempo, esquifes y piraguas, llenos de
indios ostentando las galas de sus fiestas, con sus
cuerpos que brillan al sol, se dirigen rápidamente á
la nao para saludar al thc modeni Columbus, al re-
presentante de aquel hombre blanco que debió
parecerles un Dios, y que trajo á esta tierra la civi-
lización cristiana, desfigurada por los que persiguen
al indio é invaden sus tierras, con tendencia á su
ruina y aniquilamiento.
Los españoles estamos sobrecogidos de admira-
ción, el espectáculo de hoy vale el viaje y compen-
sa las amarguras de toda clase que aquí hemos pa-
sado. Es difícil ver ya en' este orden de cosas algo
semejante á lo que hemos presenciado y aplau-
dido.
Concas desembarca seguido por los marinos de
guerra y la Delegación española en la explanada que
hay enfrente del palacio de Agricultura, en donde
164
VIAJE Á AMÉRICA
esperan, en perfecta formación, tropas inglesas, ale-
manas, rusas, italianas, infantería, caballería y arti-
llería de los Estados Unidos, y cerrando el cuadro,
caballería árabe, con sus típicos albornoces y espin-
gardas, dando á todo un colorido riquísimo que sólo
el pincel de Fortuny sería capaz de copiar fiel-
mente.
ííV
I
riBÜBHBül
■'.i^t
Las cakabelas Niña v Punta
El resto de la fiesta entra ya de lleno en el cliché
cursi americano-, cuatro ó cinco señores subidos en
alta plataforma peroran largo rato ensalzando la glo-
ria de Colón y la civilización americana, aplaudién-
dose frases como ésta: ^<es una gloria ser español, es
es una gloria ser inglés, es una gloria ser america-
KAFAEI, Pl'ir, Y VALI.S 165
no, pero es más glorioso ser hombre»; y como yo
no entiendo el alcance de estos pensamientos, tam-
bién aplaudo con los que aplauden, poniéndome á
la altura del gran pueblo americano.
No podía faltar el lunch, el champagne, extra-
drjy los brindis de rúbrica, y cuanto da á los grandes
acontecimientos actuales el aire de vulgaridad de
los tiempos democráticos que atravesamos, y que
son el triste despertar de todo el que siente, piensa
y padece en este mundo de miserias.
No es fácil que baste esta sencilla descripción
para formar concepto claro de lo que he visto en
este día memorable-, ha sido todo ello tan hermoso,
(jue ni la imaginación pide más color, ni el pensa-
miento más grandeza, ni el corazón goce más sen-
tido. Si el espíritu de Colón pudo presenciar tanta
belleza, bien pudo creer que aquel paraíso soñado lo
crearon los hombres para su gloria, en un solo día y
una sola fiesta, á orillas del gran lago Michigan.
La catástrofe
■^"^mf- 'wi^x.^ — J la una y media de la tarde de
^^3^ ^- íiyer los teléfonos circulaban á
:,>^^/^"- ^^^ cuartelillos de bomberos la
■'^iWii^kg^^ triste noticia de que ardía el
" "^ "^•' edificio destinado á la conser-
vación de substancias por medio del frío, llamado
«Cold storage house». Este edificio, situado en el
recinto de la Exposición, era inmenso, pertenecía á
una sociedad y ofrecía al público diferentes servicios,
relacionados con aquélla, siendo á la vez instalación
de productos frigoríficos, destinados á la propaganda
\ al estudio. Su arquitectura extraña le daba, á excep-
ción de las torres central y laterales, aspecto de
convento, de grandes paramentos desnudos con puerta
central barroca, desligada completamente del estilo
dominante en aquéllas,
l68 VIAJE Á AMÉRICA
Por SU arquitectura, no era fácil formar concepto
del destino (^ue tenía aquel inmenso palacio, de
cuya torre central se veía salir constantemente un pe-
nacho de humo blanco, no sé si vapor ó gases ([ue
escapaban por la chimenea central á unos 50 metros
sobre el nivel de los campos de la Exposición.
De repente, el cupulino central empezó á arder, la
gente á alarmarse y el personal de bomberos á tra-
bajar con ardor para vencer al enemigo. Ahí, cuando
se (juema el hollín de una chimenea, bastan unos
cubos de agua ó el enrarecimiento del aire, tapando
la boca de la conducción de humos para acabar el
fuego; aquí, una chimenea de palastro puesta en
contacto con materiales de construcción que arden
como tea, es un peligro tan inminente (^ue nadie
duda del resultado, ni aun contando, como se cuen-
ta aquí, con un servicio de bombas y un personal
entendido y valiente, capaz de todos los sacrificios y
dispuesto á la obediencia ciega y pasiva del soldado.
Aquella llama que ardía en la cúpula parecía de fá-
cil acometimiento, y los bomberos, obedientes y su-
misos al mando del jefe, escalaron la torre y empe-
zaron á combatir las llamas.
A los pocos minutos, el fuego traidor, escondido
en la cubierta, estalló de repente en la base de la
torre, y aquellos hombres, guiados por un noble sen-
timiento, vieron con terror que á la altura de 150
pies se hallaban rodeados de llamas por todas partes,
RAKAKL iniG Y VALLS 169
formando una pira infernal de staff y madera que
no tardaría en consumirse más tiempo que el nece-
sario para formular la resolución extrema los que ha-
bían de elegir, en breves segundos, entre morir en
un brasero ó aplastados contra el suelo.
Un grito hondo de angustia, lanzado por 20,000
personas que contemplaban la catástrofe, advirtió á
aciuellos desdichados la realidad de su situación.
])e pronto, se observó que aquellos hombres se arre-
molinaban, se apoyaban unos contra otros, como bus-
cando • mutua protección, silenciosos, convencidos
c^uizá de que era inútil pedir ayuda, que sólo mila-
grosamente podrían alcanzar. Del grupo se desprende
violentamente un bombero, desata una cuerda, forma
un nudo, la cuelga de un ángulo saliente de la torre
y empieza á descender. La atadura cede, y el desdi-
chado bombero se desploma y muere al pie del
muro. Los demás, con la asfixia en el pecho, y el
terror de las llamaradas que suben como un volcán
por el perímetro entero de la torre, no vacilan ya;
unos tras otros se tiran, manteniendo el cuerpo rígi-
do durante algunos segundos, mientras les queda un
resto de vigor y de esperanza, dando vueltas ense-
guida, como una campana que voltea para estrellarse
contra las aristas vivas del edificio, desvanecidos ó
locos de terror, muertos antes del choque, rendidos
por las angustias de acjuella hora suprema. Dos bom-
beros, dos íntimos quizá, se abrazan antes de morir*
17° VIAJF. A AMHKICA
el último, el capitán, coge una cuerda hallada en una
de las aristas, empieza á bajar, y la cúpula cede, y
cede la torre, y el hombre desaparece confundido
entre los materiales que arden, formando un montón
informe, brasero inmenso en donde se calcinaron en
un momento los huesos de aciuel héroe, víctima vo-
luntaria de su deber y su propio error.
Las gentes ya no tienen valor para presenciar
aquel terrible espectáculo, los hombres más bravos
vuelven la cara, las mujeres lloran y se desmayan, y
el incendio crece azotado por el viento, viéndose en
las innumerables ventanas del edificio puntos lumi-
nosos (jue corren y se propagan con una velocidad
aterradora.
Una hora después todo el palacio ardía, las torres
laterales se desplomaban, y no quedaban en el aire
más que los hierros retorcidos, formando extrañas
figuras, obra de un calambre es]xantoso en el seno de
la muerte. Los bomberos, ya no luchan, miran agita-
dos á todas partes, temiendo i)or la Exposición en-
tera; el edificio más cercano, un cuartelillo de bom-
bas, arde también, y de las casas cercanas al sitio de
la catástrofe, se tiran ya muebles, ropas... es el pá-
nico que corre como un reguero de j)ólvora, ante
aquella inmensa hoguera (jue necesitaría un mar para
apagarse.
Y la muchedumbre que ha ido á Jackson Park á
divertirse, á gozar de un día de sol espléndido, de
RAFAEL PUIG Y VALLS 17I
fresca brisa, se siente agitada y enloquecida por la
l)alabra «explosión», y de repente, hombres, mujeres,
niños, salimos todos corriendo, sin saber á donde di-
rigirnos, temiendo que los caballos nos van á atro-
])ellar, caballos furiosos que no sé de donde han sa-
lido y (lue huyen aterrorizados de aquel fuego que
hace estallar los depósitos de amoniaco empleado en
las mezclas frigoríficas, esparciendo la muerte y el
terror por todas partes.
Por fin, á las cuatro de la tarde, cuando ya no
quedan más que cuatro muros ennegrecidos y el es-
queleto de hierro del palacio, la Morgue, la triste
Morgue de esta Exposición que ha costado centena-
res de vidas y contará las ruinas por millares, se va
llenando de cuerpos carbonizados, de seres que han
muerto heroicamente, sin un grito, ni una protesta,
de otros que han sucumbido, sin gloria, aplastados,
y entre ellos alguno que dormía el sueño del borra-
cho, todos mezclados y confundidos por la igualdad
aterradora de la muerte.
Treinta muertos van contados hasta hoy, muchos
heridos que también morirán, viudas y huérfanos que
amparará la caridad pública, constituyen el balance
espantoso de lo que es obra del descuido y de la
falta de escrúpulo con cjue se miran aquí los proble-
mas más importantes de la vida humana. Si ayer
hubiese soplado viento del Sur, casi puede asegurar-
se que la Exposición habría ardido toda, producién-
172 ' VIAJE Á AMÉRICA
dose una de las mayores catástrofes de la historia.
Hoy cunde la noticia de que la municipalidad de
Chicago enviará una comisión de estudio para averi-
guar las condiciones de solidez y seguridad, contra
incendios, de los edificios de la Exposición- pero me
parece tiempo perdido y satisfacción irrisoria, porcjue
acjuí se vive de milagro, y todos lo sabemos, sin ne-
cesidad de que nos lo digan los procuradores de la
grande urbe americana.
El MlDWAV l'LAlbANCÜ
El Midway plaisance
El Midway forma en el campo de la Exposición
una especie de anexo, estrambote alegre de un so-
neto que guarda la nota picaresca para los dos úl-
timos versos, siendo los doce primeros obra maestra
de afamado é ilustre poeta. Y que esto es así, voy á
probarlo, acudiendo á algo que está fuera de lo que
encierran barracones y palacios, casas de fieras y
templos faraónicos, villajes irlandeses, alemanes y
austriacos, teatros turcos, persas y argelinos, pobla-
ciones javanesas y campos indios, montañas rusas y
t?4 VIAJE A AMÉRICA
Ferris-wheel, porque todo esto con ser muy pintores-
co y muy bonito, si se pone la imaginación al ser-
vicio de esas empresas, aun siendo la descripción
muy colorista, de seguro verá el lector un cuadro
más animado cerrando los ojos, que abriéndolos
desmesuradamente, para leer los desabridos párrafos
del colaborador corresponsal de La Vanguardia en
la Exposición de Chicago.
Lo que ya no es tan fácil de ver, es lo que voy á
describir aquí, si no se conoce el país y no se estu-
dian con algún cuidado las costumbres y la idiosin-
cracia de estas gentes. He visto a(]uí tantas cosas
y tan notables, que valen la pena de ser contadas,
(jue lo único c^ue me aflige, es no saber narrarlas
con el color local cuya fiel traducción bastaría para
acreditar al autor de tan interesante estudio. Hoy
va sólo una hoja suelta, que no sé si tendré valor
algún día de enlazar con un trabajo de mayor al-
cance que tendría sumo gusto en publicar, dedican-
do á la mujer norte-americana la atención (jue me-
rece su rápido desenvolvimiento en el fecundo cam-
po de la libertad.
Los que crean que la mujer libre es en la Amé-
rica del norte una excepción, se equivocan grande-
mente; la mujer aquí no tiene, ni pone límites á sus
iniciativas: la niña, la mujer casada ó viuda, la de
alta clase y la de mísera condición, todas, absoluta-
mente todas, viven según cuadra á su fantasía, sin
bAFAEL Pl'IG Y VALLS
t7S
más preocupación que el ejercicio absoluto é indis-
cutible de su libre albedrío y omnímoda voluntad.
No me chocará que alguien dude de afirmación
tan categórica, porque yo mismo he necesitado ver
para creer; hoy ya no dudo, ni tengo inconveniente
alguno en afirmar que la familia, tal como la enten-
demos en Europa, tal como la necesitamos y exigi-
La kleda Fekkis
mos en España, no existe aquí. Y porque esto es
así, las hipocresías de estas gentes resultarían tenta-
doras para Paúl de Kock si viviera, y muy dignas
de ser contadas, aunque sea sin llevar la vestidura
con que podría adornarlas pluma mejor cortada ({ue
la mía.
176 VIAJE Á AMÉRICA
¿Quién no conoce en Europa y América el céle-
bre Board of Ladies, con su palacio destinado al
trabajo de la mujer en el mundo, sus congresos y
fiestas espléndidas, sus sesiones borrascosas en que
una dama, haciendo oficios sacerdotales, eleva las
manos al cielo para pedir la bendición de Dios, —
que no debe concederla si he de juzgar poco cari-
tativa y cristiana la manera como se acusan unas á
otras de corruptoras y corrompidas, — y cuanto se ha
contado y escrito acerca de la mujer, desde que as-
pira á probar que vale más moral é intelectualmen-
te que el hombre? Pues esas señoras se reunieron
un día en sesión y una de ellas, altamente escanda-
lizada de los espectáculos ofrecidos al público en el
«Midway plaisance», presentó á la mesa una moción
encaminada á investigar detenida y concienzuda-
mente cuántos^ en qué forma, y en qué sitios, se
efectuaban los actos inmorales que la. habían afecta-
do tan hondamente, pues lloraba con amargura al
narrar los horrores del «Midway» la dama denuncia-
dora del comité de señoras de la Exposición.
Nombróse una comisión compuesta de tres seño-
ras, no he podido averiguar si había alguna soltera
entre ellas, para que estudiara detenidamente el
asunto y reconociera los sitios de corrupción en
donde, según pública voz y fama, se falta á las re-
glas de moral. Las señoras nombradas aceptaron tan
triste misión, y levantándose las sayas para no man-
RAKAKI. rriG Y VAI.I.S 177
charse con el lodo de la corrupción, fueron reco-
rriendo tarde y noche los teatros y barracones de
dancing girls en donde se baila la danse du ventre y
otros bailes parecidos para distraer á la bohemia
universal (jue, en todas las exposiciones, representa
el papel alegre de fiestas en que la ciencia y el arte,
la industria y el comercio son excusa poco alhaga-
dora para toda clase de corrupciones.
Lo que aquellas señoras vieron allí, Dios y ellas
lo saben; tres días seguidos con sus noches, dan
larga tregua para carga tan pesada, y tras tanto su-
frimiento y amargura tanta, las señoras se reunieron
y deliberaron-, las investigadoras relataron dichos y
hechos cai)aces de sonrojar á una estatua, y las tres
estuvieron conformes en asegurar que preferirían ver
muertos á sus hijos que saber que frecuentaban si-
tios que prostituyen y rebajan la dignidad hu-
mana.
Las tres hijas de Sión lloraron amargamente, y
con ellas, la mayoría del Board of ladies, que acu-
dieron inmediatamente á la Dirección general de la
Exposición, para que cerrara los sitios del «Midway»
que escandalizan al mundo con sus horrores é ini-
quidades.
Al día siguiente, la policía ordenaba al director
del teatro persa la clausura del local. Este pobre
diablo (¡ue había gastado una crecida cantidad en
montar el espectáculo, y adquirir el derecho de ex-
178 VIAJE Á AMÉRICA
hibirlo, quiso averiguar la causa de orden tan radi-
cal á los tres meses de abierta la Exposición, y
supo, con sorpresa, que la reclamación que motiva-
ba la orden de cierre del local, estaba fundada en
la queja producida por las señoras que juzgan inmo-
ral el baile que se ofrece al público en el teatro
persa.
Una calle del Midway
Las exclamaciones del director resultaron tan ex-
presivas como pintorescas. «Las señoras del «Board
of ladies», dijo, se presentaron ostentando sus me-
dallas y con la pretensión de que se las colocara en
primer término, sin pagar los derechos de entrada.
Accedí gustoso á la petición, estuvieron muy alegres
KAFAEI, rUIG Y VAI.I.S
y satisfechas, tomaron café gratis, y se hacían len-
guas de lo bonitas que son 7ny poor girls, y de lo
bien que bailan y cantan los típicos aires del país.
Estuvieron tres horas mortales presenciando el es-
pectáculo, y volvieron al día siguiente con las mis-
mas pretensiones, y alcanzando los mismos resulta-
dos. Si aquellas señoras creen que mi teatro es un
lugar de corrupción, lo mejor que habrían podido
hacer era no venir y no exponerse á manchar sus
vestidos en tan inmundo lugar; esto habría sido me-
jor para su reputación y mis intereses.»
Lo que ha pasado después no lo sé; registré con
cuidado la prensa, y especialmente The Chicago He-
rald durante tres ó cuatro días después de haber
publicado la réplica contundente del director del
teatro persa, y no he sabido ver la respuesta de las
señoras, que quizá han creído deber contestar, con
el desdén, las insolentes palabras de aquel galeoto,
contentas y satisfechas de haber realizado tan magis-
tralmente una obra de higiene moral digna de las
mayores alabanzas.
Lo que hay es que, al día siguiente, los teatros
se llenaron de gente de todos colores é iguales vicios;
que las dancing girls continúan cantando y haciendo
contorsiones y gestos que tienen más de asqueroso
cjue de lúbrico, y que, después de tantas lágrimas y
tantas exclamaciones que parecen lamentos arranca^
dos de los libros santos, lo únjco que se ve claro y
i8q viajf á amkkica
evidente es la escasa eficacia (jue resulta de emplear
plumeros de blando material para barrer y limpiar
cloacas, y que, en cualquiera otra i)arte (jue no fue-
ra la América del norte, lo que se habría visto, sin
necesidad de practicarlo, es que, en aquella prueba
(juedaría manchada la pluma, (juedando la cloaca
tan nauseabunda y tan mal oliente como estaba
antes de usar un agente digno de más altas empre-
sas y más sentidas aspiraciones.
Palacio del concurso de la belleza
Cosas... de los Estados Unidos
Hace falta aquí una inteligencia de primer orden
que estudie profundamente el movimiento que surge
y se desarrolla en este campo fecundo, donde se
aplauden todas las extravagancias, y se conciben y
plantean las ideas más atrevidas y más peligrosas.
Estoy tan absorto y tan fuera de mi centro que á
veces se me figura que vivo en un planeta, que no es
T.a Tierra, y que todos mis prejuicios, ideas y senti-
mientos están en rebeldía perpetua en mi cerebro,
luchando con una corriente de fuerzas variadas, cuya
resultante no sé hallar, por más ([ue busco con avidez
182 VIAJE A AMERICA
la verdad, y la dirección (lue sigue la novísima y qui-
zás mal definida civilización americana.
Y que esa inteligencia, capaz de abarcar en su
conjunto los fenómenos variadísimos que se realizan
en el seno de esta sociedad, es indispensable que
venga á estudiar estos grandes movimientos de la
opinión, lo dice, entre otras cosas, el Congreso de las
religiones que se está realizando en el Art-Palace de
Chicago, en donde alternan las altas dignidades de
la Iglesia católica, con protestantes, mahometanos,
budistas, clérigos de levita, señoras... buscando todos,
al parecer, una religión ideal, única, especie de «vo-
lapuk» espiritual que resuma todas las aspiraciones y
los ideales místicos de la humanidad.
Y dijo el presidente en su discurso inaugural: «Nos
reunimos aquí los que buscamos la verdad, las gentes
que odiamos el error, único enemigo de la humanidad».
Y han hablado los catóUcos, los protestantes de los
más variados matices, los judíos, los mahometanos, —
sólo silbados cuando han defendido la poligamia, —
los hijos de Budha y Confucio, y todos han sido es-
trepitosamente aplaudidos, porque los concurrentes
opinan que en todas las llamadas religiones hay un
fondo de verdad, de justicia y de aspiraciones eleva-
das, que son santas y dignas de eterna recompensa.
Y los que nos hemos criado en un rincón de Es-
paña, donde hemos aprendido, porque así nos lo han
enseñado, que no hay más ciue una religión verdadera,
RAFAEL rUIG Y VALLS 1 83
y que no debemos admitir sicjuiera, como no sea en
el santo y fecundo campo de la caridad, á los que
profesan ideas religiosas distintas de las nuestras, al
ver á las dignidades más altas de la Iglesia católica
aceptar sin recelos, la cooperación de personas ani-
madas, sin duda alguna, aun dentro del error, de las
mejores intenciones, en la difusión de diversas ideas
religiosas, la inteligencia mejor templada siente des-
fallecimientos, pensando si en este fin de siglo se des-
atan vientos de rebeldía y de locura en todas partes
ó si de esta civilización, de apariencia externa seme-
jante á la nuestra, y sin embargo, tan distinta y tan
variada porque no encarna en esta sociedad ferozmente
individualista, va á surgir un mundo nuevo que rege-
nere la sangre y el espíritu de la hum^-nidad.
No tengo fuerzas para dilucidar problemas tan hon-
dos; planteada queda, en mi concepto, una nueva faz
del movimiento religioso en el mundo, y seguirlo para
atajarlo ó encauzarlo, si es menester, será una obra
de alta sabiduría, ya que no es posible sospechar si-
. quiera que sea sólo episodio de una Exposición, obra
en que han intervenido ó intervienen las más altas
inteligencias de todas las iglesias americanas, y los
más templados propagandistas de las religiones asiá-
ticas y africanas.
Y dejando esta nota, tan llena de preocupaciones
y tristezas, otro signo característico de los tiempos y
las sociedades americanas se ha presentado en los
104 VIAJE Á AMÉRICA
campos de la Exposición con motivo de la fiesta del
Estado de Yowa.
Los Estados de la Unión tienen aquí su casa pay-
ral, formando los edificios de cada uno de ellos una
calle de variada arquitectura, extraña á veces, inte-
resantes y dignos todos de visitarse. Lujosamente
amueblados, con salones de lectura, restaurant, es-
critorio, miranda, etc., son puntos de reunión para
las familias que visitan la Exposición y hallan acjuí
un refugio tranquilo y lujoso en la casa comunal
eregida á la sombra de la bandera del Estado res-
pectivo. Cada uno de ellos celebra su fiesta, y los
voluntarios vienen con sus músicas, banderas y uni-
formes á ostentar su bizarría en los campos de la
World' s Fair. Mandados por un jefe de alta gradua-
ción, evolucionan en la gran plaza de la Adminis-
tración general, formando en parada y recorriendo
las principales calles de la ciudad blanca. Acude á
estas fiestas un gentío inmenso, y las sociedades
desfilan ante gentes curiosas de presenciar los abiga-
rrados colores de las cintas, los botones y las ban^
das de la democracia americana.
El batallón de Yowa ha presentado una nove-
dad que aplauden munchas gentes, aunque nadie se]ia
explicarse el entusiasmo que inspiran cincuenta mu-
chachas uniformadas, que, entre las compañías de
soldados, forman una de amazonas armadas de lan-
zas, mandadas por dos muchachas (|ue llevan espada
bAFAEL rriG Y VALLS 1^5
al cinto y evolucionan con cierta marcialidad á pe-
sar de las faldas y la impedimenta propia del traje
femenino. Nadie explica la misión que se supone á
esas muchachas, porque en tiempo de paz, como no
sea por el gusto de lucir unas faldas y chacjuetita
azul, una pechera blanca abollada, una gorrita ma-
rinera y unos guantes blancos que suavizan el con-
tacto de un arma tan inofensiva como es la lanza que
llevan, no sé para qué han de servir.
Por lo demás, y confieso humildemente mi atra-
so, yo preferiría ver á esas señoritas remendando las
camisas de sus padres y hermanos, antes que des-
empeñando un servicio que nadie les exige, y que
lucha abiertamente con la especial condición de la
mujer en el mundo.
Pero aquí todo reviste formas tan extrañas, que
no hay extravagancia que no sea acogida con sim-
patía, capricho qué no pueda realizarse, ni exceso
que no pueda consentirse. Figúrense mis lectores,
á un jefe de Estado á quien se le subleva una
ciudad, Roanoke-Virginia, en donde una turba de
3,000 hombres lincha al negro Smith, lo cuelga de
un árbol, forma una pira en la plaza y lo quema; y
no contenta con tanto desmán, persigue al alcalde y
al jefe de las tropas para lincharlos también, y mien-
tras todo eso sucede, el gobernador disfruta de las
delicias de la IVor/d's Fair sin (jue se preocupe un
solo instante de lo que acontece en su Estado, ([ue
l86 VIAJE Á AMÉRICA
cree ser el mejor de los mundos, y á quien no so-
brecogen ni espantan las noticias que lee en los pe-
riódicos, ni cuida nadie de advertirle que ha de re-
gresar á su país y poner coto á tanto escándalo y
desmán, porque confía en que las cosas se arregla-
rán por sí mismas, cuando estén allí cansados de an-
dar á tiros y sablazos, que todo tiene fin en el mun-
do, hasta la maldad de las gentes.
Y para consuelo de los que se asustan de lo que
ocurre en España, en donde nos figuramos que nues-
tro pueblo es lo peor del mundo, y tener una idea,
nosotros, los desgobernados, de lo que son estas au-
toridades, vean mis benévolos lectores con que cal-
ma y sangre fría se explica el gobernador del Esta-
do de Virginia, acerca del motín de Roanoke,
M. Kinney, según relación del periódico más acre-
ditado de esta ciudad el The Daily ínter Ocean.
Un repórter supo que dicha autoridad se hallaba
en el edificio de Virginia de esta Exposición, y allí
se dirigió en busca de Mr. Mac-Kinney, para saber
lo que pensaba de los sucesos de Roanoke.
Dice el repórter: «El gobernador es un anciano
de agradable aspecto, de bigote y cabello cano. Le
hallé en mangas de camisa, con los pies descalzos,
apoyados sobre un pupitre y á la altura de su cabeza,
llevando unos calcetines de lana irreprochables, y
ofreciendo el aspecto de una persona que goza de
la vida.
RAFAEL PLIG Y VAl.LS 187
Cuando le pregunté acerca de la revuelta de
Roanoke, contestóme complacido que no tenía más
noticias c^ue las publicadas en los diarios, inclinán-
dose á creer que eran exageradas.
«Porque, dijo, los diarios suponen que el alcal-
de Trout está herido en un pie, que las tropas hicie-
ron 25 disparos y mataron ó hirieron á 29 personas,
lo que no deja de ser una buena puntería-, y que no
había preguntado á nadie lo ocurrido, ni nadie se
había preocupado del asunto.»
De todo ello infería que el alcalde, que es un
buen ciudadano, habría obrado con la energía nece-
saria, consintiendo, y esto lo añado yo, que lincha-
ran, ahorcaran, arrastraran á un negro, y lo quema-
ran é incineraran en una vía pública de Roanoke.
Si todo esto no parece á mis lectores civilizador,
patriarcal y digno de envidia, será porque son difí-
ciles de contentar.
La calle del Cairo
Antagonismos cntic americanos
y europeos acerca del Jurado
Uno de los organismos más importantes de las
Exposiciones universales es el del Jurado. La garantía
de los intereses generales y la cortesía internacional
exigen que las naciones extranjeras que concurren á
un certamen, conozcan de antemano, cómo y cuándo
ha de funcionar un organismo que, debiendo reunir
las condiciones de competencia, imparcialidad y sa-
ber requeridos en esta clase de servicios, satisfaga
aquellas condiciones, sin las cuales la función del
igo VIAJE A AMHKICA
Jurado se convertiría en una farsa indigna de hom-
bres serios.
Y sin embargo, en América se entiende todo esto
de otra manera- en primero de mayo se abrió la
Worlírs Fair, y á estas horas no hay reglamento es-
pecial de jurados, ni fecha en que han de funcionar
estatuida, ni cosa alguna que revele un plan serio y
definido. Y ¿cómo ha de haberlo, si acaba de estallar
una excisión hondísima entre la Comisión general de
la Exposición y los Delegados generales de todas las
naciones de Europa y de la América Central y del
Sud, excepto la del Ecuador, Costa Rica y Venezuela,
por discrepancias tan esenciales entre una y otros
que se han visto obligados á declarar resuelta y so-
lemnemente, dando de ello cuenta á los respectivos
gobiernos, que si no se modifica el criterio que ha
servido de norma para redactar el proyecto de ley
para la constitución del Jurado, Inglaterra, Rusia,
Alemania, Francia, Italia, España, etc., quedarán de
hecho fuera de concurso, renunciando á que se juz-
guen las instalaciones que las representan, y á ser
premiadas por la gran nación de la América del
Norte?
Semejante resolución no pudo tomarse sin mediar
motivos trascendentales y opinar que la ley, tal como
intentan promulgarla, no ofrece la garantía de im-
parcialidad suficiente para que los expositores extran-
jeros queden al amparo de las demasías de un pan
KAKAKI. rilG Y VAI.I.S
americanismo tan exagerado que acabaría por poner
á las naciones de Europa, y á algunas de la América
del Sur, á los pies de los caballos.
Y para que pueda comprenderse el alcance y el
motivo de resolución tan importante, jamás tomada
hasta ahora, ni siquiera soñada, ni comprendida, en
el antiguo continente, voy á concretar cuanto pueda
la causa de ello, y que no ha sido otra que supri-
mir por completo el Jurado, y sustituirlo por Jueces
periciales, en su mayor parte americanos, que, sin
apelación, resuelvan de plano acerca de la concesión
del premio Ú7iico que pretende otorgar á los exposi-
tositores la Dirección y Comisión general de este
gran Certamen. De modo que la nación d>emócrata
por excelencia, suprime el Jurado en la Exposición,
cuando lo aplica á vidas y haciendas, é iguala lo que
siempre estará fuera del alcance del hombre, ó sea,
la inteligencia, el mérito, la pericia y cuanto consti-
tuye los más preciados dones del alma humana.
Contra todo esto, Europa debía protestar y ha
protestado enérgicamente; nosotros no podemos en-
tregar á nuestros expositores atados de pies y manos
á las justicias severas de hombres que no piensan ni
sienten como nosotros pensamos y sentimos; y sin
discutir aquí, si esta civilización será algún día supe-
rior á la nuestra, y si los rumbos seguidos hasta ahora
son direcciones más ó menos borrosas que se modi-
ficarán en lo porvenir, la verdad es que no podemos
192 VIAJE Á AMÉRICA
aceptarlos, poríjue nuestros i)rincipios y criterios,
propios de una civilización claramente definida, no
pueden conciliarse con los puntos de vista tan nue-
vos y tan extraños (jue informan las leyes de este
país.
Cierto es (¡ue admiten peritos extranjeros, pero
aun así no se necesita ser muy lince para ver, en lon-
tananza, el ejercicio constante de las represalias, hasta
tal punto, que todo lo americano sería malo para
nosotros y todo lo europeo detestable para el ameri-
cano; y en esta lucha de intereses no es difícil vati-
cinar que saldríamos vencidos.
Además, hay aquí tanta ignorancia en lo que al
desarrollo intelectual é industrial de Europa se refie-
re, que llegaron á ofrecer á Francia, que ha hecho
aquí un grande esfuerzo y que consideran como á su
hermana en el viejo mundo, cuatro jueces peritos, dos
l)ara Bellas Artes, uno para vinos y uno para sede-
rías; de modo que, en lo demás, Francia no cuenta,
ó vale tan poco, (¡ue no se la considera digna si-
(¡uiera de ser oída.
No sé aun lo que tocaría en suerte á España,
cuando uno de los hombres más reputados por su
saber en los Estados Unidos, preguntaba porqué que-
ríamos terreno en Artes Liberales, no sabiendo, como
no sabía, lo que podríamos presentar en tan intere-
sante sección.
Por lo que respecta al premio único, si piden pri-
RAFAEL PUIG Y V <LLS tg^
vilegio de invención, les auguro poco negocio en
Europa. No sé hasta donde pueda llegar la manía
igualitaria; dudo, sin embargo, que nadie admita ahí
que puedan igualarse dos inteligencias, ni siquiera
dos productos de inteligencias distintas. Pensar que
dos fabricantes de objetos similares consientan, cuan-
do no salta á la vista la perfección, la posibilidad de
alcanzar el mismo premio, aun siendo único, y que
por este solo hecho no tiene valor alguno, es tener
muy poco conocimiento de las pasiones y los intere-
ses de los hombres.
Siendo, pues, todo esto tan incompatible con el
modo de pensar de las naciones que concurren á este
Certamen, creo que esos criterios van á modificarse,
aun que sea difícil lo segundo, por ser ley votada en
las Cámaras, y que, convencida la Dirección de que
el fin principal de toda Exposición quedaría contra-
riado desde el momento en que las naciones extran-
jeras desisten de entrar en lucha pacífica con las de
este país, volverá sobre su acuerdo, como lo ha he-
cho ya en puntos de mucha menor importancia, y en
que, más que cuestión de intereses se trataba de
asuntos de amor propio nacional.
Los comisarios extranjeros entramos ya en la Ex-
posición sin haber puesto el retrato en las entradas
de admisión, y se nos obliga únicamente á entregar
en la puerta una tarjeta de visita, pro formula, y para
los efectos de la estadística.
t94 Viajé X América
Otro punto interesante y que causa á todo el mun-
do muchos sinsabores, es el de los robos en los re-
cintos de la Exposición. La queja es tan general y
tan sentida que los Delegados y Comisarios protestan
cada día, sin que se vea el medio de que la Direc-
ción general atienda eficazmente tan justas reclama-
ciones. La sección puesta á mi cargo ha sufrido, como
todas, los efectos de la desorganización observada en
todas partes y en todos los servicios, pero hasta ahora
se ha reducido sólo á raterías de escasa importancia
que han motivado, sin embargo, enérgicas reclama-
ciones y, por mi parte, la propuesta al Sr. Delegado
general de una guardería bien montada que recorra
y ampare constantemente los productos españoles
expuestos en Manufacturas, propuesta que ha acep-
tado el Sr. Dupuy de Lome con el entusiasmo que
tiene por cuanto se refiere al lucimiento de la pro-
ducción española en este Certamen.
La breve interrupción de unas cuantas horas en
continuar esta correspondencia, me permite dar cuen-
ta de un nuevo conflicto; los que (juieren vender en
el recinto de la Exposición han de pagar el 45 por 100
del valor de los productos á la aduana, y el 25 por 100
á la Comisión del certamen. Un suizo, relojero, cayó
en la red tendida por una señora, que resultó ser una
detective ó agente de policía, para que le vendiera un
reloj de poco precio, y á las pocas horas se le puso
en la cárcel, imponiéndole dos mil dollars de multa.
RAFAEL PUIG Y VALLS 195
No he de ser yo el que abone la conducta inco-
rrecta del suizo* no he de juzgar tampoco, porque
ya lo harán mis lectores, el proceder de una admi-
nistración pública que emplea determinados procedi-
mientos para averiguar el delito tentando al delin-
cuente, lo que sí haré constar es que salimos á
conflicto por día, que la Delegación suiza mandó
cerrar todas las instalaciones de su país y que se
produjo una marejada hondísima, que ha reclamado
los buenos oficios del Ministro de la Confederación
helvética en Washington, y una serie de concesiones
y componendas que no han logrado calmar la efer-
vescencia producida por la mentada causa, en los ex-
positores extranjeros.
Todas estas cosas dan lugar á correspondencias
pesimistas que publican los periódicos españoles,
leídos aquí con mucha fruición por lo que exageran
y dicen, sin duda, con más tendencia humorística
que otra cosa. Alguien ha dicho en un periódico,
cuyo nombre no recuerdo en este instante, que la
seguridad personal está aquí constantemente en peli-
gro, dando cuenta con mucha sal de episodios en que
intervienen los porteros, cuando esta institucmi euro-
pea es planta exótica en Chicago, y no se halla en
toda esta ciudad un solo portero, ni para contado,
ni para descrito.
: 3 \
Las aceras movibles
El Jurado
Comprendo la ansiedad de los expositores espa-
ñoles producida por las dificultades y desavenencias
surgidas entre europeos y americanos, en la cuestión
del Jurado de la Exposición de Chicago, y porque
la comprendo querría dar á mis lectores la grata no-
ticia de haberse orillado todas las dificultades y
vencido todos los rozamientos. Por desgracia, el con-
flicto subsiste hasta ahora, y las naciones europeas
y sudamericanas continúan creyendo que es cues-
tión de decoro cerrar las instalaciones á la inspec-
ción y al juicio del Jurado, mientras se mantenga
198 ■ VIAJE Á AMÉRICA
por la Dirección del Certamen el criterio cerrado de
nombrar jueces peritos, y únicos, que se encarguen de
juzgar el mérito de los productos, y conceder ó ne-
gar el premio único que podrá otorgarse á los pro-
ductos expuestos en la Wold's Fair de Chicago.
He creído, durante algunos días, que sería fácil
hallar una fórmula de concordia; hoy temo que el
camino emprendido, halagando á determinada po-
tencia para dividir y quebrantar fuerzas, ha de con-
ducir fatalmente á resistencias invencibles que sos-
tendrán con tesón Francia, Alemania, Inglaterra,
España y otras naciones que opinan que vale más el
mantenimiento de principios fundados en la justicia
y la equidad que una medalla conseguida á expen-
sas de concesiones que no se compadecen con nues-
tro modo de ser, pensar y sentir.
El asunto reviste, sin embargo, tanta importancia,
que se me resiste el creer que no se ha de llegar á
una avenencia que comunicaré inmediatamente á los
lectores de La Va?iguardia interesados en la buena
solución de este conflicto.
Y aquí podría decirse: bien venido seas mal, si
vienes solo; porque son tantas y de tal índole las di-
ficultades con que tropieza la Dirección del Certa-
men, que dudo se halle cosa parecida en la ya larga
y azarosa historia de las Exposiciones universales del
mundo entero.
La subvención concedida á la Exposición de Chi-
RAFAEL PUIG Y VALLS
cago por las Cámaras de la gran federación norte-
americana se dio en concepto de indemnización por los
perjuicios que sufriría sujetándose á la ley que prohibe
terminantemente abrir la Exposición en día festivo.
La Directiva, ansiosa de recabar recursos para
atender á los enormes gastos que ocasiona este gran
Certamen y convencida de que, en días de labor, los
hombres no dejan aquí sus business para estudiar ó
visitar la Exposición, poco favorecida hasta ahora
de forasteros y extranjeros, procuró con gran empeño
la apertura de la Exposición en día festivo, pero se
levantó tal cruzada contra este proyecto, que hasta
ayer no consiguió abrir las puertas, sobreponiéndose
á la ley, á la opinión pública y á la protesta de ca-
tólicos y protestantes resueltamente contrarios á la
infracción del precepto dominical. A pesar de esto,
la Directiva, que recibía á las seis de la mañana de
Washington la orden terminante de mantener cerra-
das las puertas de la Exposición, se atrevió á abrir-
las, ya sea que se creyera amparada por la ley, ó
([ue intentara apoyarse en la acción poderosa del
sufragio popular, si, como se creía, invadía la ciudad
en masa los palacios de la Exposición y demostraba
así que la opinión estaba con la Directiva y no con
las Cámaras, y el criterio restrictivo de los cristianos,
dictado por los que tienen ó creen tener el derecho
de dirigir las conciencias y recordar á los fieles el
cumplimiento de los preceptos del Señor.
200 VIAJE X AMÉRICA
La prueba se ha hecho, con escaso éxito por parte
de los infractores de la ley; los jefes de la Exposición
creían que pasarían por los torniquetes, de 250
á 300,000 personas de pago, y los contadores, con
sentida sorpresa de los agentes de tan colosal em-
presa, no acusaron mayor entrada que la de 180,000
almas.
La prueba ha sido, pues, un fracaso; la ciudad no
responde á los deseos de la Directiva; los Estados de
la Unión muestran su inquina y sus simpatías con
arreglo á sus ya antiguos resentimientos, ó sea, del
Este contra el Oeste, pues 18 estados han abierto sus
])alacios, los demás se han abstenido de ello en nombre
de la ley del Señor y de la nación, y mientras los guar-
dias colombinos, barrenderos y el numeroso personal
de la Exposición reniega del acuerdo, pensando en el
ocio y el whiskey que no pudo beber con la trancjui-
lidad de mejores días, el Juez ha sentenciado hoy á
la Compañía, condenándola al pago de 5,000 dollars
de multa, sin perjuicio del que pueda ocasionarle el
quebrantamiento de la ley, que puede costarle 2.500,000
dollars que deberá, según opinan algunos, devolver
integralmente á la nación, que subvencionó el Certa-
men con la condición extricta de no abrir las puer-
tas, al público, en día festivo.
Por fin; se ha dado con la solución del Jurado,
puesto que, excepto Francia y Dinamarca, que no
KAFAEI. rUIG Y VALI.S
quieren aceptar las condiciones americanas, las de-
más naciones entran nuevamente en concurso. A Es-
paña nos dan 20 jurados peritos, que formarán parte
de las 13 agrupaciones en que se divide el Jurado.
En estos grupos formarán por igual, americanos de
esta república y extranjeros que oirán en alzada las
reclamaciones de los agraviados, exceptuando los de
agricultura y ganadería, en que los primeros tendrán
mayoría.
A los jurados peritos se les darán 750 dollars de
indemnización, 250 en primero de "agosto y los 500
restantes en septiembre, si el gobierno de los Esta-
dos Unidos aprueba y ordena el pago. Esto es tan
vago, según opinión general, que muchos creen que
no cobrará nadie un centavo.
No quiero, hacer comentarios acerca de la serie-
dad de estos acuerdos, tanto por lo que á los ame-
ricanos se refiere como á lo (jue á los extranjeros
toca- hágalos á su gusto el piadoso lector, y hágalos,
si puede, con espíritu de benevolencia.
INDUSTRIAS AMERICANAS
Pullman
RATAND(3 de obscquiar á los obreros
catalanes que llegaron hace pocos
días á Chicago, el señor Dupuy de
Lome nos ha mvitado á visitar la
gran colonia industrial conocida con el nombre de
Pullman, en donde se fabrican los coches-palacios
(^ue circulan por todas las líneas de la gran repúbli-
ca norteamericana y que asombran al viajero por su
lujo, su confort y su baratura. Llego en este mo-
mento de allí, y con las ideas frescas en la memo-
ria, intento bosquejar lo que he visto, que no con-
siente otra cosa el sinnúmero de asuntos que pudiendo
dar margen á una correspondencia diaria, llamarían
204 VIAJE Á AM)h<lCA
poderosamente la atención de los lectores de La
Vanguardia.
Voy, pues, á traducir lo que nos ha dicho en in-
glés correcto y claro la persona encargada de ense-
ñarnos todas las dependencias de la fábrica, aña-
diendo sólo algo que revele impresiones propias, y
(|ue complete el hermoso cuadro que se presenta á
la vista del viajero, al llegar á la estación «Pullman»,
de la línea Illinois central que enlaza Chicago á
New-York.
Nos espera junto á la explanada de la colonia,
donde está trazado un jardín inglés de matizada
hierba, un señor alto, obeso, sanguíneo, que ofrece
galantemente sus servicios al señor Dupuy, y que
empieza su relato diciendo: «Señores: aquí no hay
policía, ni juez, ni cárcel, ni tabernas-, los malos
obreros no se conocen en esta colonia; el que no
quiere trabajar está aquí fuera de su elemento; por
desgracia, la fábrica está sufriendo los tristes efectos
de la crisis que aqueja á todos los elementos y á
todas las clases de la nación, y trabaja únicamente
lo indispensable para mantener á un reducido nú-
mero de obreros.»
«La parte dedicada á tejidos de punto está pa-
rada, el número de carruajes de lujo y vagones en
construcción es limitadísimo, y si bien verán ustedes
la fábrica en movimiento, no es sombra siquiera de
la realidad,»
RAFAEL PUIG Y YALLS 205
«Ahí tienen ustedes el primer carro Pullman cons-
truido por su autor-, esta obra fué un asombro y un
escándalo: asombro por su lujo, escándalo por el
atrevimiento de construir un vagón que costó 18,000
doUars, ó sea cuatro veces y medio el valor del vagón
de primera más lujoso construido en aquella fecha;
y precisamente Pullman cifró, en este escándalo, todo
el éxito verdaderamente asombroso de una empresa
que, empezada en 1880, ha construido en tan pocos
años inmuebles y talleres valorados en 40 millones
de dollars.»
El razonamiento de Pullman, que á los 62 años
está en pleno vigor de la vida, fué el siguiente: «Si
construyo vagones que valgan dos ó tres mil duros
más de lo que valen los construidos actualmente,
todos los fabricantes lo harán con ventaja, y en las
mismas condiciones que yo lo hago; lo único que
me da ventaja es la suposición de que mis innova-
ciones son un derroche y una locura.»
El primer vagón (jue transportó el féretro de
Lincoln, llamado Pioneer, y que por sus dimensiones
obligó á desmontar parte del material fijo de la via
por donde debia pasar y que tanto asombro causó;
hoy podria construirse por 8,000 dollars, y parece
tan pobre y desmedrado, como ricos y ostentosos son
los que se fabrican en la actualidad.
Dejamos el vagón histórico y entramos en el ta-
ller de vagones-palacios. Poca gente y escaso movi-
2o6 VIAJE A AMÉRICA
miento en todas partes; parece aquella inmensidad
un cuartel abandonado; muchas cuadras ventiladas,
llenas de luz y unos cuantos vagones en construcción.
En cada cuadra pueden construirse solamente 5 PuU-
man-cars, subdividido así el espacio por temor á un
incendio. En el primer compartimiento hay dos va-
gones, uno con su esqueleto de madera perfectamente
ensamblada y cepillada, el otro, pintado, dorado y
barnizado con una pulcritud admirable. Y mientras
hago estas observaciones, dice nuestro amable cice-
rone: «El trabajo está aquí muy dividido, pasan por
cada coche y antes de su completa terminación,
quince brigadas de obreros. Las maderas interiores
son de caoba fina de México y Cuba, la parte externa
tiene 18 manos de pintura, poniéndose encima de
ella el dorado y después el barnizado. Las cajas van
montadas sobre boggies de seis ruedas y en cada
boggy se emplean 450 tornillos.»
Salimos de las cuadras de construcción de Pull-
man, atravesamos rápidamente la sala de plantillas,
echamos una rápida ojeada al depósito ó secadero dé
maderas destinadas á los vagones de viajeros, y en-
tramos en uno de los edificios más curiosos de' a
colonia, y que sería muy conveniente conocieran los
(|ue son y los que han de ser concejales de Barcelona.
Oigamos lo que dice Mr. Duane Doty:
«Este alto edificio cobija el centro donde van á
parar los detritus de la colonia; en este pozo actúa
« RAFAEL PUIG Y VALLS 267
una bomba aspirante tan poderosa que sería capaz
de levantar un carro cargado con su caballería, y
siendo este sitio el punto donde confluyen tantas in-
mundicias, observen ustedes que no hay olor alguno;
el secreto lo van ustedes á ver enseguida», levanta
la tapa del pozo, aproxima una hacha encendida á
la boca y en seguida se nota que la llama se dirige,
ardiendo con gran fuerza, hacia el fondo. Este fenó-
meno no es difícil de explicar: el juego de la bomba
produce un vacío enorme en el fondo del pozo, y la
presión atmosférica, actuando sobre el mismo, pro-
duce una corriente de arriba abajo que arrastra con
gran facilidad todos los gases menos densos que el
aire, saliendo por el tubo de aspiración que descarga
en la atmósfera, á 195 pies sobre el nivel del po-
blado. Todas estas aguas sucias lanzadas á tres mi-
llas de distancia sirven para regar y mejorar las tie-
rras de una extensa comarca.
Y sigue diciendo el cicerone: «Observen ustedes
estos frascos, uno de agua destilada, otro de agua
del Michigan, otro del lago Calumet y otro de agua
de estos pozos, ya saneada; y verán que, después del
agua destilada es la que tiene menos impurezas».
Salimos de allí para ver el gran cuarto de má-
quinas, la máquina de 2,500 caballos de fuerza que
sirvió en la Exposición de Filadelfia de 1876 para
mover todos los elementos de trabajo de aquel gran
Certamen. Y dice Mr. Duane: Mr. Pullman compró
208 VIAJE Á AMÉRICA
esta joya The handso^nest large engine in the World —
la más hermosa del mundo — en aquella feria, frase
yankee estereotipada que nos persigue como la som-
bra de Banko y que dice, ó quiere decir: mísero
mortal, abandona toda esperanza; después de los
Estados Unidos de América, no hay más allá. The
best in the World tn calles, plazas, edificios, mác^uinas,
sombreros, tejas, medicinas, el non plus ultra en todo.
Pero aquí al menos, la máquina Corliss resulta limpia,
hermosa, moviendo majestuosamente su inmenso vo-
lante, sin ruido ni trepidación, casi exclamaría sin
rubor: The best..... si no temiera pecar por donde
pecan tantos en América.
Pero no divaguemos, sigamos á Mr. Duane:
«La máquina trabaja á media presión, sus doce
calderas medio apagadas esperan mejores tiempos, y
los tres mil pies de ejes transmisores no transforman
la fuerza más que en corto recorrido.»
Sigue nuestra visita por el taller de maquinaria
destinada á la fabricación de tornillos, y nos dicen
que 8o hombres pueden producir 50 toneladas de
estas piezas al día; vemos como se empalman las
ruedas á los ejes á la presión de 45 toneladas y todo
el material necesario para la fabricación de llantas,
roblones, ejes, etc., etc., y sigue Mr. Duane con sa-
tisfacción mal contenida: «podemos construir, con
esta maquinaria, 50 vagones de mercancías por día,
ó sea un carro cada 12 minutos; fabricamos también
, KAKAEL I'UIG Y VALLS 209
400 ruedas de hierro fundido para vagones de mer-
cancías, y sin obstáculo, podemos entregar, semanal-
niente, i8 trenes de tranvías, compuestos de tres
Pullmans cada uno, cuando la colonia está en plena
actividad. »
«Poseemos 900 máquinas de variadas dimensiones,
reparamos 2,500 vagones dos veces al año, y todo
esto y más lo producen unos 6,300 obreros que, con
sus familias, forman una población que reside en
esta colonia y que suma unas 12,000 almas. «Los
obreros» y esto lo han escuchado los nuestros con
mucha atención, «trabajan siempre 10 horas diarias,
y en verano un. poco más, para que el asueto pueda
empezar el sábado á la una de la tarde.»
«Los jornales se pagan ordinariamente á razón de
2 dollars por persona; trabajan también á destajo,
ganando 3 y 4 dollars diarios. Por lo general, cobran
(¡uincenalmente con cheques del banco Pullman, co-
brándose anualmente términos medios comprendidos
entre 467102 dollars y 610 173.»
Después de almorzar en el Florence hotel, alber-
gue cómodo y elegante, que podrían envidiar nues-
tras mejores ciudades, Mr. Duane Doty nos hizo
proseguir la interesante visita, interrumpida á las 12
del día, de los principales edificios de la colonia
Pullman.
Junto á la estación del ferrocarril de Illinois y
enfrente de una gran plaza, la empresa levantó un
«lO VIAJE Á AMÉRICA ,
palacio de piedra, ladrillo y hierro llamado «Arcade»,
que, entre otras cosas, contiene dos grandes centros
de civilización para la clase obrera, una hermosa bi-
blioteca, con 8,000 volúmenes y un teatro espacioso.
La primera me causó envidia-, forma su* planta una
cruz que cubre una alfombra que amortigua el ruido
de los visitantes, y su recinto espacioso, lleno de
anaqueles puestos al alcance de la mano, barnizados
y pulidos como espejos, conteniendo libros hábil-
mente encuadernados, quQ pueden ponerse sobre
grandes mesas iluminadas por la luz que filtra por
ancha claraboya, más que biblioteca pública donada
á la colonia para instrucción y esparcimiento de la
clase obrera, me pareció refugio intelectual de un
refinado que aviva sus ideas al calor del lujo y del
confort, entre muebles, libros y revistas, que son me-
dio simpático á toda inteligencia cultivada.
El teatro me pareció menos afortunado en su
forma, repartición y adorno. No tienen los yankees el
don de la belleza, y con el afán de innovar y sepa-
rarse de los viejos moldes, buscando algo nuevo que
responda á la idiosincracia de las nuevas sociedades,
divagan y se pierden en un mar de líneas y formas
extrañas, cuyo alcance no es posible adivinar.
Salimos de la Arcade y visitamos una casita que
dudo tenga más de dos mil palmos cuadrados, habi-
tada por uno de los dibujantes de la empresa. Este
señor gana 100 dollars al mes, y gasta 22 en casa.
RAFAEL PUIG Y VALLS
No vi en ella nada nuevo y que valga la pena de
describirse, como no sea la afirmación rotunda de
que una familia algo numerosa no podría vivir allí
sin ahogarse.
No olviden ahora mis lectores, que la sociedad
Pullman dedica sus vagones de lujo á la circulación
general de la inmensa red de ferrocarriles de Norte
América y que, en sus palacios, se come y se duerme,
corriendo á su cargo la manutención y lo que se ne-
cesita para la cama y mesa de numerosísima clien-
tela. Claro es, por tanto, que la cuestión del lavado
tiene en esta empresa una importancia de primer
orden. Síganme, pues, al lavadero que dista tanto de
recordar las escenas de L' Assommoir como dista un
palacio de una pocilga, para ver cómo se lavan cada
día 80,000 piezas de todas clases.
En la planta baja parece natural, ya que de lavar
ropa, secarla, repasarla y plancharla se trata, buscar
lavaderos, extensas cuadras de calefacción y nuestras
planchas seculares. Pues lo natural no resulta serlo
aquí, porque el material destinado á este servicio
está completamente transformado, y los viejos mol-
des que suponen y exigen aquel bullicio aterrador de
mujeres picando y chillando, como cotorras, en los
lavaderos europeos, están convertidos en máquinas
movidas por obreras que parecen señoritas, limpias,
atildadas, que llevan la cabeza cubierta con una go-
rra de pinche de cocina y que, sin ruido ni afecta-
212 VIAJE A AMIÍKICA
ción, repasan y planchan ropas lavadas por medios
químicos y secadas por procedimientos mecánicos,
centrífugas que arrojan el agua en forma de surtidor
rotativo, y que planchan cilindros calentados con
gas y á conveniente temperatura para no quemar la
ropa.
Todo esto interesaría á nuestras mujeres tan ce-
losas de los cuidados domésticos, que verían muy
pronto dos cosas notabilísimas: que las ropas no du-
ran un par de meses, quemadas por los agentes quí-
micos y los procedimientos mecánicos, y que el re-
paso de las averías, hecho con máquina, resulta una
labor tan chapucera que causaría lástima á una mu-
chacha de ocho años, educada en la escuela más des-
amparada de una aldea española.
Dudo, pues, que el procedimiento americano ha-
lle en España imitadores y pasemos al taller de va-
gones y luego al de ruedas de papel que resultan
sumamente interesantes, y en donde hallaremos en
seguida lo que da tono y color á toda la civilización
norteamericana: el desarrollo, en toda su plenitud,
de la máquina y el aniquilamiento absoluto del
obrero considerado como ser inteligente dedicado á
un ramo cualquiera de la industria. El taller de va-
gones es inmenso; entran por sus puertas las made-
ras de pino sobre vagonetas, apenas desbastadas, y
salen por las opuestas, convertidas en vagones cepi-
llados, empalmados y pintados, dispuestos á correr
RAFAEL PUIG Y VALLS 213
por las líneas americanas, con velocidades aterrado-
ras. El material mecánico empleado en el taller
])uede entregarse al obrero más torpe y menos cono-
cedor de la materia-, todos los movimientos son cir-
culares, todas las máquinas tienen sus palancas,
ruedas, piñones y topes apropiados para que la inte-
ligencia del obrero sea completamente inútil, y las
maderas, moviéndose en sentido del eje del taller
van quedando tronzadas, cepilladas, regruesadas y
empalmadas, sin más esfuerzo que separar los trozos
ya labrados en la primera, y colocarlos en la se-
gunda y siguientes- completándose así, rápidamente,
la obra de transformación del material.
A mitad del taller, el trabajo unitario, el mode-
lado de piezas queda terminado, todos los despiezos
hechos, las ruedas montadas sobre los rieles esperan
la colocación de los tirantes, tableros, bandas, etc., y
á las pocas horas, el vagón, ya construido, pasa á la
tercera sección del taller en donde le dan unas ma-
nos de pintura, que seca el aire circulante, para salir
al exterior en busca de carga y destino.
En realidad, no vi en ese taller nada nuevo, ni
Mr. Duane tuvo empeño en presentarlo como á tal;
lo que aquí atrae es la magnitud de la empresa, la
extensión del local, la organización del trabajo, in-
tensidad de labor y capital que se condensa, en mi
concepto, y explica un dato estadístico que anoto
cuando dice nuestro amable y correcto cicerone:
I»I4 VIAJE Á AMÉRICA
«Se calcula en los Estados Unidos cjue el servicio
ferroviario de esta nación desecha diariamente cua-
trocientos vagones de carga y que, el desarrollo co-
mercial del país exige, hoy por hoy, un aumento
diario de doscientos vagones para satisfacer hol-
gadamente las necesidades del servicio de trans-
portes.»
Claro es que en España no podemos concebir
este inmenso tráfico, porque siendo la península una
porción reducida de territorio al lado de este in-
menso continente, y teniendo una población de
18.000,000 de habitantes en vez de 64, la compara-
ción resultaría infantil, pero, quizá no sería inútil
buscar la relación que existe entre las carreteras
construidas y los ferrocarriles en el territorio de la
Unión y la que hay entre iguales elementos de trá-
fico en España, y ver si la comparación nos dice
que damos excesiva preferencia á las primeras con
menoscabo de los segundos, y si se ha de pensar
seriamente en transformar el procedimiento para que
las empresas de ferrocarriles vivan con mayor pros-
peridad, con mira á este principio hábilmente plan-
teado: «tarifas baratas y gran tráfico».
Es tan hermoso y útil ese estudio que mis lecto-
res me perdonarán este inciso intercalado en el re-
corrido de los talleres Pullman. Y antes de entrar en
el último departamento visitado, donde se constru-
yen las renombradas ruedas de papel, detengámonos
RAFAEL PUIG V VALtS 2»$
aquí un poco, confiando en que no he apurado aún
la paciencia de los que intenten seguirme en tan in-
teresante excursión.
Los que no ahonden en este estudio creerán que
las ruedas de papel son baratas, que duran menos
que las de acero, que su peso reducido es un ele-
mento de aprecio en el tráfico, y una porción de
cosas igualmente diferentes de la realidad de las
mismas, y la equivocación es tan profunda que, sin
rodeos, puedo asegurar que las ruedas de papel va-
len diez veces más que las de acero, que cada rueda
vale unos ico dollars, que mientras las ruedas ordi-
narias sólo recorren, en buen estado, unas 60,000
millas, las de papel hacen recorridos de 600,000, y
algunas hay, que he visto en el taller, que han via-
jado la enorme distancia de 800,000 millas, y aunque
en este último dato ya aparece la ventaja de las de
papel sobre las de acero, la real, la positiva, está en
la elasticidad del papel que, impidiendo la trepida-
ción, impide también la cristalización del acero, y
por tanto su rotura, dando, á mi ver, mayor suavi-
dad al movimiento de los vagones.
Pero ¿cómo siendo la pasta de papel, y pasta de
paja por añadidura, resulta la rueda tan cara?
Pues, la contestación es muy sencilla, la parte de
rueda construida con pasta de papel es, digámoslo
así, el armazón, y éste va cubierto con una llanta de
acero en sus bordes y dos chapas de hierro en sus
SíIO VIAJE Á AMÉRICA
caras roblonadas, atornilladas y remachadas con
gran cuidado y precisión.
Además, para que la pasta de papel adquiera la
dureza que es garantía de su gran elasticidad, se ne-
cesita que pase por una serie de operaciones, y du-
rante un espacio de tiempo tan largo, que contri-
buyen á que la mano de obra encarezca el producto,
que no alcanza más recomendables condiciones que
las debidas á su esmerada labor.
Mientras tomo estos apuntes, tengo á la vista una
serie de roldanas, agujereadas en su centro para el
paso de los ejes, que están colocándose sobre la pla-
taforma de una prensa hidráulica y que un muchacho
va empastando para que se empalmen perfectamente
al someterlas á la presión de una tonelada por pul-
gada cuadrada y que, en número de 13 roldanas,
constituirán luego el espesor del ánima de la rueda
para pasar luego al secadero, donde estarán tres me-
ses, adquiriendo tan gran dureza, que al golpearlas
suenan como una campana, con la elasticidad del
marfil y la resistencia de un cuerpo que trabaja sin
desgastarse durante mucho tiempo, bastando cambiar
la llanta para ponerla otra vez en servicio.
Y al dejar esa colonia, con pena, pues sólo un
esbozo de la realidad va apuntado en mi cartera, te-
niendo tantas cosas que hacer y tantos puntos (|ue
estudiar, nos despedimos todos de Mr. Duane, admi-
rados y satisfechos de haber visto una de las coló-
teAPAEL PUIG Y VALLS Í17
nias más interesantes del mundo, debida á la inicia-
tiva de un hombre que ha adoptado la franca y
quizás brutal divisa de un verdadero yankee: «nada
para el obrero y todo por el trabajo», es decir: «ven-
tilo y caliento mis cuadras, monto las mejores má-
(juinas, establezxo los procedimientos más adelanta-
dos para que el obrero trabaje holgadamente y
produzca, con ánimo tranquilo, la labor más per-
fecta y acabada posible.» Ni caridad, ni filantropía,
biisiness forever.
Milwaukee
ONÓTONAS y descoloridas resultan
siempre las grandes ciudades de
la América del Norte. Todas las
calles se parecen, todos los edifi-
cios, aun los más suntuosos, de-
jan el ánimo del visitante frío y descontento. Los
hoteles deslumhran por su conjunto, pero no deben
analizarse, conténtese quien los habite con gozar la
luz espléndida que se refleja sobre mármoles, crista-
les, lámparas caprichosas, estucados de colores vivos
y brillantes; el calor que radía de los tubos encor-
vados de los caloríferos, excesivo siempre, y que
sólo al que llega aterido de frío le produce un bien-
estar delicioso; las escaleras anchas, limpias, tapiza-
das lujosamente, que nadie pisa porque todo el mun-
S2í) VIAJE Á AMÉRICA
do aprovecha los ascensores, en constante movimien-
to; los cuartos, de indumentaria enrevesada, mezcla
de confort y ruindad-, baratillo extraño de camas,
espejos y sillas que revelan un gusto detestable y...
contento con esta fantasmagoría, podrá decir, como
dicen muchos, que esto es lo mejor de la tierra como
lujo y confort.
De todo esto hay algo, aunque mejorado, en la
ciudad de Milwaukee, que dista 8o millas de Chica-
go, pertenece al Estado de Wisconsin y está sentada
á orillas del lago Michigan.
Y con tener Milwaukee la fisonomía americana,
cuesta trabajo creer que una ciudad que tiene en su
seno tantos elementos alemanes, los rótulos de las
tiendas, los nombres de sus dueños, la lengua de al-
gunos de sus diarios y sobre todo, el porte de sus
individuos, no sea un pedazo de territorio alemán,
arrancado de las playas europeas y atracado á ori-
llas del lago Michigan.
Las calles anchas y en cuadrícula, los tranvías
eléctricos que las cruzan, los inmensos estableci-
mientos industriales que las animan, los bancos, las
iglesias, los pórticos que las adornan, forman un
conjunto deleitoso, una nota pintoresca de aquel
gran lago que no refleja, sino en poquísimos días del
verano, un cielo puro y risueño que recuerde la in-
comparable atmósfera de nuestra España.
■ Milwaukee tiene además para el industrial gran-
RAFAEL PUIG Y YALLS
des atractivos: Pabst ha montado una fábrica de cer-
veza como no la soñó jamás el ingenio de Gambrinus,
y a(iuella sociedad enseña orgullosa sus estableci-
mientos que ocupan cuatro manzanas de la ciudad,
manteniendo un personal de lisiados, puesto de
uniforme, que acompaña cada media hora á los vi-
sitantes que, provistos de una botellita de cerveza y
un folleto, regalo de la casa, van á paso de carga
recorriendo los distintos laboratorios de la fábrica.
Tan rápida fué la visita, que no pude tomar ni
un solo apunte; y así resultan barajadas en mi me-
moria cámaras de germinación, salas dedicadas á la
limpieza de envases, cajas llenas de botellas corrien-
do automáticamente sobre tableros para llenarse, ta-
parse y ponerse las etiquetas; máquinas de vapor
moviendo cantidades enormes de líquido mezclado
con lúpulo; cámaras frigoríficas de conservación de
la cerveza en grandes toneles, y mil otros detalles
que no deben interesar á los españoles, enemigos
resueltos de una bebida de consumo inmenso, rival
afortunado entre la raza anglo-sajona de los vinos
que producimos, y que, siendo más higiénicos, más
agradables y menos embrutecedores que la cerveza,
hemos de guardar en las bodegas con honda pertur-
bación de nuestro equilibrio comercial, y menoscabo
de nuestra principal riqueza.
Más afortunado en la fábrica de Allís, cuyo di-
rector tuvo la cortesía de disponer que un ingeniero
222 VIAJE Á AMh';KICA
industrial sueco me acompañara, y aprovechando
también la singular competencia de mi buen amigo
y compañero de jurado D. Fernando Aramburo, vi
acjuellos inmensos talleres, dedicados especialmente á
la construcción de máquinas de vapor y de maqui-
naria para molinos harineros, de manera que pude
formar concepto de la importancia que da la casa al
uso de las herramientas más perfeccionadas, con las
que produce un trabajo copioso y perfecto, empleando
obreros de inteligencia escasa, de aprendizaje cortí-
simo, formados en cuatro días, en donde la máquina
lo es todo, y el obrero nada ó casi nada. No me in-
teresó gran cosa la visita; la casa Allís, que ocupa
unos 1,500 obreros, no ha tenido, desde su creación,
una sola huelga, pero ahora las cuadras están casi
desiertas, sufriendo la influencia de los mercados que
perturba la honda crisis de la plata y el exceso de
producción.
La máquina de mayor importancia, en construc-
ción, no pasará de tener mil caballos de fuerza; por
tanto, preferí dedicar mi atención á la industria ha-
rinera, cuyos molinos modernísimos, construye Allís
con una perfección admirable. Tiene en la fábrica
un inmenso taller dedicado á fundir, acerar, estriar
y pulir cilindros para la molinería, resultando una
labor tan acabada que, al salir de las manos del
obrero, brillan como una joya, admirándose la per-
fección de las figuras geométricas que la herramien-
KAKAEI, PUIG Y VALLS 223
ta ha labrado, con precisión matemática, y sin esfuer-
zo, como producto hermoso y fecundo de la inteli-
gencia humana.
En otras cuadras estaban montados los molinos, y
como abundan en Milwaukee, me interesó el estudio
de una fabricación que en España se desarrolla ya
con provecho.
A pocos pasos de la fábrica Allís y al pie del
Michigan, acompañado del ingeniero de la casa di
con un molino modelo. Allís construye el 99 por 100
de los molinos harineros instalados en el territorio
de la Unión, y con objeto de acaparar tan gran ne-
gocio, que el monopolio es aquí la base de las asom-
brosas fortunas hechas en los Estados Unidos, forma
parte de las compañías harineras, proporcionándolas
capital en útiles, máquinas y herramientas.
Saben, los que se dedican á fabricar harina, que
los molinos de piedra dan mayor rendimiento, son
más sencillos y baratos que los de cilindro, y que la
harina producida en localidades pobres, satisface úni-
camente las necesidades de gentes de paladar poco
delicado. La ventaja, pues, real y positiva, de los mo-
linos modernos está en la calidad del producto, en
producir harinas blancas y nutritivas, base del pan
blanco, hermoso y bien tostado, que es el mejor re-
galo de las mesas bien servidas.
En los molinos de piedra, el grano ha de estar
humedecido, y al molerlo, la harina se produce
2 24 VIAJE A AMÉRICA
enseguida, aplastando juntamente las sémolas y el
salvado, resultando de eso, una mezcla de harina
y salvado de difícil separación; muchas veces el ca-
lentamiento de la masa, y como consecuencia, la
cocción de harinas de baja calidad, produce pan mo-
reno, de escaso valor nutritivo por haberse alterado
ó descompuesto el gluten.
En la molinería moderna, el trabajo resulta más
complicado, para evitar el calentamiento de la masa,
conseguir la completa separación del salvado de las
sémolas, la producción de sémolas limpias y de di-
ferentes clases, y finalmente, la fabricación de harina
blanca, pura, nutritiva y de fácil conservación.
Todo este proceso exige, desde que cae el trigo
en la primera tolva hasta que se convierte en harina,
una serie de operaciones que no he de seguir aquí,
porque no tengo tiempo ni competencia para escri-
bir un libro sobre molinería moderna-, pero, que
puedo agrupar en dos series bien definidas, la de las
máquinas ó los molinos trituradores c^ue separan el
salvado de la masa general, y que convierten el trigo
en sémolas, y los molinos de cilindro liso, que con-
vierten las sémolas limpias en harina.
Para comprender la técnica de esta doble opera-
ción importa saber que un grano de trigo está for-
mado de una envolvente, y al hablar así prescindo
del tecnicismo botánico, y de granos aglutinados de
diferente potencia nutritiva llamados sémolas, cuyos
RAFAEL PLIG Y VALI-S 225
í^ranitos contienen la harina. La operación esencial
de los molinos trituradores, compuestos de dos cilin-
dros estriados que dejan entre sí un hueco de dos
milímetros de espesor sobre el que cae el trigo, con-
siste en triturar los granos sin aplastarlos. De esta
primera operación resultan: salvado, sémola y hari-
na, y trozos de trigo; los tres primeros se separan
de los últimos cpe pasan por otro laminador de gar-
ganta más estrecha, se vuelven á separar los elemen-
tos resultantes, y así continúa la operación hasta te-
ner completamente separados, por medio de cerne-
deros, el salvado, la harina, que en cantidad escasa
resulta, y las sémolas.
Los cilindros trituradores están estriados en espi-
ral de 15 á 20 grados, formando las estrías de cada
par de cilindros ángulos comprendidos entre 30 y 40
grados, y dispuestos de manera que, mientras un ci-
lindro da 500 vueltas, el otro del mismo par no da
más que 200.
Separadas las sémolas se guardan ó muelen para
convertirse en harina. Para conseguir esto último, se
emplean cilindros lisos de distinto diferencial en su
movimiento, moliéndose tres, cuatro y cinco veces
en laminador de paso cada vez más estrecho.
Los cernederos, de movimiento oscilatorio, debi-
damente preparados, van separando los diferentes
residuos de la molienda, clasificando las sémolas y
las harinas automática y primorosamente.
Z26 VIAJE Á AMÉRICA
Allís fabrica molinos que producen 50, 75, 100,
150 y más quintales de harina cada veinticuatro ho-
ras, empleando fuerzas motrices de 16, 20, 25 y más
caballos de fuerza.
El desgaste de los cilindros se rectifica en los ta-
lleres de Allís, marchando aquí este mecanismo in-
dustrial con una perfección admirable.
No pretendo haber esbozado siquiera tan intere-
sante estudio, (lue recomiendo, por creerlo producti-
vo, á los ciue tengan interés en moler cereales con
perfección, y conservar harinas puras, blancas y nu-
tritivas, procedan ó no del territorio nacional.
La clausura de la Exposición
L sonar la hora postrera de la
Exposición colombina de Chica-
go, parece justo recapitular la
impresión sentida, y como si se
tratase de historiar la vida de
un muerto ilustre, prestar á sus
obras la atención reflexiva que merece todo lo que
deja en el mundo, huella profunda de su paso por
la tierra.
Abarcar, en su conjunto, una obra tan grandiosa
requeriría la inteligencia de un sabio, la pluma exper-
ta de un literato de raza y el juicio frío é indepen-
diente de un temperamento rigurosamente equili-
brado. Por no ser ninguna de estas cosas aporto
ac^uí la impresión subjetiva, apuntada con severa im-
parcialidad, desoyendo las alabanzas de los entusias-
228 VIAJE A AMERICA
tas y los clamores de los pesimistas, pero, imparcia-
lidad unida á mi temperamento nervioso, expuesto
como todo lo que es pasión á las injusticias de los
hombres.
No trato, pues, de sentar afirmaciones rigurosas,
ni de dar á cuadro tan complicado los últimos reto-
ques. Mi pretensión es mas modesta; y sólo pido á
mis lectores el convencimiento de que aporto á este
juicio, no la nota justa, sino la impresión sincera
de lo que he visto en la Exposición de Chicago.
No es difícil, después de siete meses de recorrer
la White city, formar concepto de su conjunto-, veo
su traza holgadísima, abarco su fisonomía con una
sola mirada y la obra me parece genial y digna de
un entendimiento soberano. Marcar en el papel, con
la vista fija en los recursos conque se puede contar
y los servicios que se deben satisfacer, la línea ondu-
lada que se traza sobre centenares de hectáreas,
con pulso firme y sereno, combinando la forma pre-
cisa de lo útil, con la obra de la fantasía, recurso
poderoso del arte que da vida y color al pensamien- ,
to, cuando los recursos se cuentan por millones y los
servicios han de compenetrarse con el trabajo de to-
das las civilizaciones y todos los pueblos, la inteli-
gencia más templada y serena ha de sentir desfalle-
cimientos y reacciones de gigante, ante la solución
de un problema, que ha sido base del desenvolvi-
miento de la Exposición entera. Arguyan cuanto
RAFAEL PL'IG Y VALLS
quieran los t¡ue han clamado contra la extensión
exagerada de la White city, causa primera de sus
caídas y fracasos, nadie podrá negar sin injusticia,.
que la traza ha sido un portento de hermosura. Los.
americanos, autores de las ciudades en cuadrícula, de
fisonomía borrosa y fría, lo son también de la World's
Fair de líneas onduladas y vistosas, de rasgos artísti-
cos primorosos, con fisonomía propia en cada por-
ción de su vasto recinto, rico en color y fantasía,
marco amplísimo de los edificios inmensos que se
han levantado, con varia fortuna, en la Exposición de
Chicago.
Convertir un pantano en ciudad urbanizada, sa-
nearla y drenarla, aprovechar las aguas encharcadas-
para que corrieran encauzadas en ancho canal, en-
lazar esta obra quilométrica con el Michigan, deco-
rar sus márgenes con prados y jardines, levantar con
las tierras arrancadas del fondo del pantano superfi-
cies onduladas, formando suelo al rodal de plantas
y arbustos forestales; la estatua escondida entre flores
y hojarasca, la fuente monumental dominando en la
Cour d'Honneur á los dioses de la mitología, las es-
tatuas de soldados, héroes, sabios... los puentes y las
góndolas venecianas y las lanchas eléctricas, son co-
sas que, bien dispuestas, constituyen por sí solas un
esfuerzo verdaderamente asombroso.
Los edificios, en cambio, por sus trazas y sus al-
zados se han levantado, con varia fortuna. No basta-
230 VIAJE Á AMÉRICA
rían las páginas de este libro para dar una idea de
aquellas obras colosales ^ requiriendo su crítica justa
y severa, minucias de detalle y pinceladas de con-
junto que, quizá, demostrarían que sólo en lo fiel-
mente imitado, por no decir copiado, han hallado los
arquitectos americanos la nota justa de lo bello y
-esplendoroso. Pero, sería notoria injusticia involucrar
^n criterio tan riguroso al autor del Palacio de Ma-
nufacturas que, sin desdeñarlas reglas de la técnica
y aun rindiendo pleito homenaje á los estilos arqui-
tectónicos que han dado al mundo antiguo su fama
artística, se ha mantenido dentro de cierta indepen-
dencia, rayana al genio, atreviéndose á cubrir diez
hectáreas de superficie con una sola nave, sin aplas-
tar el edificio, y manteniendo su gallardía en aquella
traza colosal y no superada hasta la fecha.
Aficionados los norteamericanos á lo grandioso,
la erección de cúpulas y cimborios de todos tama-
ños, formas y colores, ha sido la pasión yankee en la
•ciudad blanca-, afortunados en los trabajos de inge-
niería, atrevidos y enamorados de las osadías no
aventajadas aun, la proporción entre las diferentes
partes de una obra no parece haber sido la preocu-
pación del proyectista, más interesado en discutir lo
deforme y grandioso (jue en buscar equilibrios que
encarnan en lo vulgar y conocido.
Nadie habrá adivinado tampoco, por las formas
externas, el destino otorgado á palacios grandiosos
RAFAEL I'UIG V VAI.LS
adornados fastuosamente, obra en c]ue el ingenio del
artista olvidó completamente la relación que debe
existir entre el continente y contenido de los edificios
que tienen carácter público.
En el desarrollo de los servicios no hubo tampoco
la variedad en la unidad reveladora de una mano
experta y segura, propia de un jefe organizador y do-
tado del conocimiento hondo de las necesidades de
tan grande empresa. Aplicada la división del trabajo
á un organismo complicadísimo, el procedimiento
sólo pudo resultar aceptable señalando en los puntos
generales contactos de tangencia claramente deter-
minados, encargando á directores expertos el movi-
miento de los diferentes campos de acción, pero
con mira siempre á evitar rozamientos y á suavizar
asperezas que sólo puede realizar la Jefatura indis-
cutible de una jDersona capaz de mover el mecanismo
entero con criterio propio, sólido, fijo é inquebranta-
ble. Si ese procedimiento ha tenido aquí feliz des-
arrollo, confieso que no he sabido verlo; las aduanas,
las agencias de transportes, el servicio ferroviario, la
vigilancia, la fiscalización en las puertas, el Jurado,
no han tenido engranajes que facilitaran el movi-
miento, antes bien me parecen cabos sueltos de ca-
bles transmisores de energía cuyo empalme resulta
ser obra difícil, enojosa y perturbadora.
En los Palacios, la mise en schíe, para el que no
busca detalles y primores de organización , para el
232 VIAJE Á AMÉRICA
que no estudia, ni compara, la obra de conjunto pa
rece harmoniosa y muy lucida; el profano halla ac^uí
cuanto puede colmar las ansias más exageradas de
aire, color y luz-, el inteligente, en cambio, observa
forzosamente algo que denota precipitación en el
procedimiento y en la ejecución.
Pero aun así, el que quiera estudiar, halla aquí
recursos agobiadores; el que sabe buscar, siente for-
zosamente las tristezas de no poder acaparar los in-
mensos tesoros que la ciencia universal y el arte en
todas sus manifestaciones han acumulado en este re-
cinto digno de llamarse pomposamente World' s Fair,
la feria del mundo, pero feria colosal en que los an-
tiguos moldes ni siquiera han merecido respetos de
anticuario, tan radicales han sido los cambios reali-
zados en la pompa conque se ha desenvuelto en
América, la Exposición de Chicago. Aun prescindien-
do del marco, de sin igual hermosura; del edificio
holgado y portentoso, de las solemnidades con que se
han festejado a(|uí las manifestaciones de las ciencias
y las artes, el que recuerde el tenderete adornado
con unos cuantos cabos de vela iluminando vistosas
baratijas, esbozo, con su cubierta de lona contra el
sol y la humedad, de los esplendores de hoy, el áni-
mo queda sobrecogido de admiración ante los nue-
vos horizontes (jue la ciencia y el arte del ingeniero
descubre cada día, señalando á las sociedades recur-
sos inagotables de ricjueza y bienestar.
RAFAEL PUIG Y VALLS 233
El triunfo de la electricidad en Chicago ha de con-
signarse en la historia del progreso humano como un
suceso glorioso. Y es que el que ahonda en la materia
halla resuelto un problema trascendental; la aplicación
de la electricidad á todos los mecanismos y á todas las
necesidades de la vida no significaría gran cosa, si
sólo se tratara de la luz que deslumhra, de la fuerza
que avasalla, de la electrólisis que admira, ;que im-
portaría todo eso, aun siendo tan prodigioso, si en el
fondo del problema no se hallara la solución del
aprovechamiento intensivo de las fuerzas vivas de la
naturaleza, y con ella, la modificación radical del
trabajo redimido por esas mismas fuerzas? Durante
siglos las hemos contemplado con los brazos cru-
zados sin saberlas aprovechar, cegados por la igno-
rancia, embrutecidos por la miseria, hasta que la
ciencia, esencia purísima de Dios, nos ha enseñado
que la naturaleza trabaja para el bienestar del hombre
diciéndole, «aquí tienes el trabajo incesante de la
materia, mis leyes te muestran que las aguas al despe-
ñarse, el aire al cambiar de densidad, las olas al agi-
tarse en la superficie de los mares, los agentes telú-
ricos al correr por los estratos terrestres, son fuerzas
ciue obran constantemente en el mundo y que te doy
gratis con la única condición de que sepas transfor-
marlas y conducirlas á tu antojo para tu bien y el
de la humanidad. Durante siglos te he mostrado en
las nubes el agente propulsor de la vida, te he des-
234 VIAJE Á AMÉRICA
lumbrado con sus rayos, y su fulgor no te ha dicho
hasta ahora que aquel agente indómito es luz, es ca-
lor, es fuerza... es vida, en fin, de las sociedades ham-
brientas de paz, amor y caridad.»
Y al reunirse tantos portentos en Chicago, el que
ha estudiado su esencia, prescindiendo de tanta luz y
tanto color, en aquel inmenso mecanismo, obra de
una lucha gigantesca, ha visto que la apoteosis eléc-
trica es la nota culminante del Certamen, nota reve-
ladora de un cambio social fundado en la solución
de un problema acogido con simpatía en todas par-
tes: el aprovechamiento intensivo de las fuerzas na-
turales, y la modificación honda de todos los instru-
mentos del trabajo.
Aquí tienes, lector; sintetizada, en mi concepto, la
labor del gran Certamen americano: no hay en él
cosas nuevas reveladoras de enseñanzas fecundas,
pero hállanse aquí realizadas, en espacio reducido,
convertidas en lo tangible y en lo práctico, lo que
la fama pregona por el mundo, como bueno, útil y
provechoso.
Descarta, pues, la balumba de las fiestas, las mas-
caradas, las democracias americanas luciendo sus
abigarrados batallones, las paradas, los banquetes y
los saraos, los congresos y las discusiones, fárrago in-
digesto de la garrulería universal y fijáte en lo porve-
nir, lleno de esperanzas, porque el bien, que es fecun-
do, que es obra de Dios, y por tanto, lo absoluto, ha
RAFAEL I'IIG Y VALLS 235
de vencer aquí, como en todas las inmensidades del
espacio infinito, al mal, que es contingente y forma
pasajera del error y la ignorancia.
Todo ha terminado; la fiesta de clausura se ha
convertido en día luctuoso y de vergüenza. Un mal-
vado, un ambicioso, acaba de asesinar á Harrison, al
Mayor de Chicago.
Las fiestas, los discursos, las galas de la ciudad
se transforman en ayes de dolor y fúnebres crespo-
nes, concluyendo tristemente una de las glorias más
puras de la América del Norte.
Chicago entera inclina la frente ante el cadáver
expuesto en capilla ardiente, levantada en la casa de
la ciudad y á su entierro concurre todo un pueblo,
ansioso de borrar y hacer olvidar el crimen horrendo,
cometido en horas que dan al acto, la significación
de delito de lesa patria.
Yo no sé si la democracia americana olvidará la
memoria de Harrison; en cambio, estoy seguro de
que el mundo entero recordará siempre admirado el
esfuerzo colosal del pueblo que ha mostrado tanta
energía y tanta virilidad y pujanza, al levantar una
de las obras más portentosas de este siglo: la World' s
Fair de Chicago.
Fin del primer tomo
ÍNDICE
PÁcs.
De París á New-York 7
Cosas de España... y de los Estados Unidos. ... 15
New-York ^3
Las Cataratas del Niágara 33
Chicago 43
Ingeniería municipal 53
Los preparativos de apertura de la Exposición.. . . 61
Suma y sigue .09
Apertura de la Exposición 77
La sección española de Manufacturas 83
La sección española de Agricultura io5
La sección española de Vinicultura 121
Las secciones españolas de Máquinas y Minas. . . . 129
Las secciones españolas de Guerra y Marina. . . . 137
Las secciones españolas de Señoras y Forestal.. . . I45
Episodios de la Exposición:
Los Infantes de España doña Eulalia y don Antonio
en Chicago ^53
La llegada de las carabelas I59
La catástrofe '"7
El Midway plaisance 1 73
Cosas... de los Estados Unidos 181
Antagonismos entre americanos y europeos acerca del
Jurado 189
El Jurado ^97
Industrias americanas:
Pullman 203
Milwaukee 219
La clausura de la Exposición 227
VIAJE Á AMÉRICA
VIAJE
Á
AMÉRICA
Estados Unidos, Exposición Universal de Chicago,
México, Cuba y Puerto Rico
Rafael ^ui^ y Yalls
TOMO II
BARCELONA
TIPOLITOGRAFÍA DE LUIS TASSO
Arco del Teatro, 21 y 23
1894
ES PROPIEDAD DEL AUTOR
Washington
I querido lector: Si estás cansado
de oir cantar las alabanzas de la
Exposición de Chicago-, si te re-
pugna leer los detalles de la
muerte de un hombre que pensó
dar gloriosa tumba á la gran feria del mundo,
y halla la suya abierta por la mano odiosa de
un asesino horas antes del 30 de octubre^ si te
adolora contemplar como se enlazan y confunden en
la Babel de las grandes ciudades americanas, la es-
truenduosa fiesta que ilumina la ciencia con todos sus
esplendores y la industria con todas sus riquezas,
con el horror de trenes que chocan cada día produ-
ciendo víctimas sin cuento, de incendios que devo-
ran edificios á centenares, de asesinatos aleves que
-6 VIAJE A AMÉRICA
buscan víctimas rodeadas de todos los prestigios: ven
conraigo á tierras más tranquilas, donde el humo de
las fábricas no emponzoña el aire que se respira,
donde la agitación loca y febril del dollar no enlo-
quece á los hombres, donde el sol brilla, )¡ la at-
mósfera es transparente, el aire sano y la gente culta;
ven conmigo á Washington, donde verás una ciudad
que levanta monumentos á los mejores patriotas-, el
Capitolio, á la gloria más pura de la gran repú-
blica norteamericana; modesto albergue, en la Casa-
Blanca, al representante del pueblo, y á orillas del
Potómac la tumba del Cincinato de la historia
contemporánea, que abatió la soberbia británica y
fundó con su alta sabiduría el edificio colosal, el
Código de las libertades americanas que ha fecun-
dado todas las energías desplegadas durante los últi-
mos cien años, procurando, en tan corto espacio de
tiempo, el desenvolvimiento más rápido y pvoderoso
de una nacionalidad que registra lá, historia humana.
Washington, más que ciudad, es panteón colosal
que glorifica á los dioses de la democracia ameri-
cana; la estatua de Washington, sentado en silla
curul, tronando como un dios pagano sobre las al-
turas del Capitolio, sintetiza en tres leyendas pues-
tas en el zócalo del monumento, con sencillez es-
partana, toda su historia y toda su vida: «El primero
en la paz», «?]1 primero en la guerra», «El primero
en el cora , de sus conciudadanos».
KAKAEI, ITIG Y VAI.I.S
El que supo hallar nota tan justa, digno fué de
sentir tanta grandeza.
Y como guardianes del Capitolio, altivos y arro-
gantes, los ungidos por el pueblo en el pórtico del
gran rnonumento, las estatuas de Colón y las de
Washington, Garfield... que han ocupado unos tras
otros los puestos de honor como leaders, por no de-
cir señores, de las muchedumbres americanas.
Pero no quiero, lector querido, que me sigas al
través de las grandes avenidas de Washington, de
sus hermosos parques cuajados de estatuas y monu-
mentos, ni quiero que formes concepto conmigo, de
las bellezas y los defectos del Capitolio, que tantos
recuerdos de España y aun de Barcelona ostenta,
del gran monumento ([ue imita las agujas monolíti-
cas de Egipto, de todo lo que encierra la Casa-
Blanca, porque todo esto está ya descrito hasta la sa-
ciedad, y siendo probable que no daría con la nota
justa, más vale que consultes autores de mayor y
más justificado predicamento, contentándote con ve-
nir, en piadosa peregrinación, á la casa que habitó
en Mount Vernon el fundador de la República, y á
la tumba que dista pocos pasos del que fué, al pare-
cer, dichoso hogar de la familia Washington,
Yo bien quisiera hacer este viaje entre pocos y
aun silenciosos amigos; no se va, ni se puede ir á
Mount Vernon, sin meditar, sm retrotraer á la vida
toda la historia, todas las dotes de mando de un
8 VIAJK A AMKKK'A
hombre (jiie llenó de gloria las tierras americanas.
Pero, no soy rico para fletar un vapor por mi cuen-
ta, y he de contentarme con pagar cincuenta centa-
vos para que The Maid of the Mist, la doncella de
la niebla, me conduzca entre gentlemen y ladies de
todas clases y categorías, á la Meca de la Repúbli-
ca de los Estados Unidos.
La mañana está fría y destemplada; el Potómac
arrastra el limo de aguas torrenciales, producto de
fuertes lluvias-, los horizontes están cerrados y los
pasajeros arrebujados en la toldilla, contemplan si-
lenciosos las frondosas orillas del río. A las diez el
vapor señala la salida, abandona la dársena y em-
prende la marcha, camino de Mount Vernon.
El marinero de guardia va anunciando á los pa-
sajeros los puertos de parada, Alexandría, Port Foo-
te, Fort Washigton, Mount Vernon. La gente sale, se
precipita á la pasarela, y el vapor retrocede y nos
deja en la entrada del parque que rodea la casa
que habitó Washington, después de haber renun-
ciado todas sus grandezas para que vinieran hom-
bres nuevos á continuar la historia de los Estados
Unidos.
La niebla que nos persigue toda la mañana da á
lo que nos rodea un aire de tristeza que convida
á meditar. El parque se extiende en terreno suave-
mente ondulado, formando una colina que domina
el silencioso Potómac, (jue, al deslizarse blandamen-
RAKAF.I. PL'IG Y VAI.I.:
te, parece respetar el sueño inmortal del héroe de
la independencia norteamericana.
Arboles forestales plantados por la mano de
Washington, pinos, robles, encinas, cipreces pirami-
dales, árboles todos de hoja perenne, dan al conjun-
to la fisonomía triste de un cementerio. A pocos pa-
sos del río, una estrechísima senda que sigue la ca-
ñada de un vallecito, elevándose rápidamente, guía
á una pequeña meseta, donde se halla la modesta
tumba de Washington y su mujer Martha.
El que pretenda hallar allí mármoles y bronces,
leyendas fantásticas ó epitafios altisonantes, pierde
lastimosamente el tiempo*, una especie de capilla,
que cubre una bóveda de cañón seguido, construida
con toscos ladrillos recubiertos con lechada de cal
y vermellón, dos tumbas de marmol blanco que los
rigores del clima han manchado de tonos grises, el
nombre del que descansa allí, esperando, según dice
un versículo de la Biblia apuntado en el paramento
que cierra el fondo de la capilla, que no morirán nunca
los que creen, y una verja de hierro toscamente la-
brada, cuyas llaves fueron lanzadas al fondo del río,
es cuanto constituye el monumento funerario de un
hombre que sus contemporáneos creyeron que no ca-
bría, tanta fué su gloria en la paz y en la guerra,
bajo la bóveda portentosa del Capitolio de la capi-
tal de la república.
Fuera, y como satélites del gran astro, yacen los
lo viAjF, X ami5:rica
parientes de Washington, orgullosos aun en sus tum-
bas de pertenecer á la familia del gran ciudadano
norteamericano.
Y cuando la turba que me acompaña silenciosa
se cansa de contemplar aquellas tumbas modestas,
llevando cada cual en su pensamiento, unos toda la
historia de un pueblo, otros la sencilla visión de una
grandeza extinguida, los más la idea de lo que no
se comprende, algo así como música (jue recoge el
viento, que acaricia nuestros sentidos sin dejarnos la
huella de un pensamiento claramente definido, yo
me quedo allí pensando si aquel hombre que había
nacido para jefe de un pueblo, si aquella inteligen-
cia poderosa que temía que los hijos de los ricos se
corrompieran en Europa y adquirieran, entre corte-
sanos, sentimientos adversos á la república que él
había fundado con sencillez espartana, se asustaría
hoy del vuelo que alcanza aquí la corrupción, tan
grande, tan cínica y tan consentida, que ostenta des-
vergonzada todas sus llagas, sin (jue haya siquiera una
mano piadosa que cubra sus lacras con manto de mise-
ricordia. Aquel hombre que dejaba en su testamento
una manda piadosa para fundar una Universidad
donde la juventud aprendiera á amar una república
austera hallaría hoy una sociedad (jue ama desenfre-
nadamente una sola cosa: el dollar, que alienta todas
las pasiones y satisface todas las concupiscencias. Y
Washington, que creyó ofrecer su modestia á Amé-
KAKAEI. l'ViC. Y VAl.I.S
rica como un legado de paz y caridad, si resucitara
creería que habían falseado su obra, permitiendo que
entre ricos y pobres se levante la barrera infranc^uea-
ble que trata de derribar la dinamita y que la co-
rrupción cortesana había penetrado por todos los
ámbitos de la república, contemplando un pueblo
ávido de medallas, cintas y condecoraciones ridiculas
que parecen indicar tendencias marcadísimas á na-
cientes y aun mal definidas aristocracias.
Y es que no hay obra humana que no sea efíme-
ra, ni previsión que baste para fecundar las iniciati-
vas y los desenvolvimientos de un pueblo, en sus
evoluciones al través de las edades y los tiempos.
Se deja con pesar aquella tumba que enseña tan-
tas cosas á los que la interrogan con buen sentido;
y subiendo por suave cuesta, á pocos pasos se halla
la casa de Washington, restaurada con amore por
manos piadosas que han respetado con empeño su
tradición, los recuerdos y las reliquias acumuladas,
el color local de cuanto vivificó el genio poderoso
del héroe de la independencia americana.
El estilo de aquella mansión, la decoración de
las salas de fumar, conversación y música, donde
apenas caben una docena de personas, el clavicordio
la flauta, todo lo que constituía lo íntimo del hogar
representa, en lujo y riqueza, lo que puede gastar en
cualquier parte una fortuna modestísima. El cuarto
donde murió Washington, la cama donde soñaría el
12 VIAJE A AMltRlCA
héroe tantas grandezas para la patria, el sillón donde
reclinó tantas veces su noble cabeza, se conservan
como ejemplo de modestia y objeto de veneración.
Las paredes, museo vivo de las glorias americanas,
los anaqueles, los libros de predilección, los cuadros
de historia, los autógrafos en que llama amigos á sus
subordinados, ofreciéndose como su humilde servidor,
los recuerdos de Lafayette, de los compañeros de
armas que bajo su mando tutelar alcanzaron tanta
gloria, todo está allí reunido para que las generacio-
nes del presente y del porvenir desfilen con la cabe-
za inclinada ante uno de los prestigios más puros,
más desinteresados y nobles de la historia del
mundo.
Y al volver al vapor para regresar á Washington,
el ánimo parece sentir la influencia y el aliento po-
deroso de tan altos ejemplos, que allí se aprende á
amar la patria con desinterés, y sin más objetivo que
el bien común.
iÍL TKMi'LO UK LOS AlüK;^10Mii)
Salt Lake City
He visitado la ciudad' del Lago salado movido
por la curiosidad, y sin tener la pretensión de estudiar
las costumbres de los mormones. He permanecido
en ella cuarenta y ocho horas que parecerán á toda
persona sensata espacio demasiado breve para in-
tentar siquiera un estudio que requiere, aún siendo
un movimiento social de limitado alcance, tiempo,
calma, ocasión y juicio atento y seguro para poderlo
apreciar debidamente.
Pero como la doctrina de Brigham Young ha pro-
ducido algo más que un movimiento de opinión, algo
14 VIAJE A AMÉRICA
(lue se traduce en trabajo útil á la humanidad, me
pareció curioso visitar un pueblo, que cual cuña me-
tida en un cuerpo extraño agita á la sociedad ame-
ricana, barrena sus principios, impone sus leyes,
establece su gobierno y predica una moral reñida
con cuanto constituye la esencia de la nación sobre
que vive como parásito adherido á las entrañas de
su extenso territorio, con tendencia manifiesta, él que
es tan poca cosa, á devorar al monstruo, imponién-
dole su doctrina y sus creencias religiosas.
Sería curioso ciertamente averiguar que magia
pudo convertir á la mujer libre y civilizada en esclava
y envilecida; sería una obra meritoria estudiar la del
patriarca mormón, que duerme en los altos de la ciu-
dad el sueño profundo de la muerte, él que como
Cristo dijo que resucitaría entre los muertos para que
sus apóstoles predicaran la buena nueva por el mundo;
pero no tengo sabiduría ni fuerzas para tanto, bas-
tándome contemplar, desde Prospect Hill, la ciudad
que ha creado el genio mormón, y la llanura que se
extiende á sus pies, estepa árida y fría ayer, campo
fecundo y rico hoy, fertilizado por la mano de una
secta que extiende ya sus dominios por importantes
territorios, que cuenta más de 200,000 adeptos, y que
envía sus misioneros á Europa no sé si convencidos
ó guiados por móviles menos nobles y loables que
la convicción.
La capital de Utah es una población de factura
RAFAEL PUIG Y VAI.I.R 1 5
norteamericana bien marcada-, sus calles rectas y
anchas, sus tranvías eléctricos, sus discos de alarma,
sus policías con casco y club en la cintura, sus tien-
das abigarradas, hoteles inmensos, edificios públicos
estrafalarios, la luz eléctrica en todas partes, son
notas repetidas en la ciudad de los mormones, como
lo son en todas las grandes poblaciones de la Unión
americana. No es eso, pues, lo que interesa en la
ciudad del Lago salado; y el extranjero, el gentil
para el mormón, que no puede entrar en la mansión
donde la poligamia esconde sus delitos cometidos
contra la ley soberana de los Estados Unidos, ni
escuadriñar sus prácticas religiosas, ni las leyes que
regulan los vínculos de aquellas familias patriarcales,
busca ansioso las manifestaciones externas, los mo-
numentos, las obras de arte, las inspiraciones del
genio popular calcadas sobre las creencias y las as-
piraciones de su espíritu.
Y en un recinto que cierra alto muro de adobe,
situado al pie de una colina, como centro de la ciu-
dad santa, escondidos entre la arboleda, como teme-
rosos de que los profanen las miradas de los gentiles,
la fe de los mormones ha levantado tres grandes
edificios: el templo, el tabernáculo, y la asamblea.
El templo no puede verse más que exteriormente,
su arquitectura y su forma no explican el uso á que
está destinado, ya que sus cuerpos avanzados y las
aberturas de sus diferentes pisos no parecen indicar
l6 VIAJE A AMERICA
la construcción de un espacio cubierto, semejante al
de nuestras catedrales, donde se congregue el pueblo
mormón en sus prácticas religiosas; y como es inútil
preguntar al guardián para que sirve aquel inmenso
edificio, especie de castillo feudal rematado por altas
pirámides, feo, desproporcionado, revelando única-
mente la potencia financiera de un pueblo que puede
.L TALEKNACLLU DE LOS MUKMUNHS
permitirse el lujo de gastar cuatro millones de dollars
en fabricar un palacio, destinado probablemente á
oficinas y á las ceremonias de carácter civil del mor-
monismo, no tengo más remedio que buscar, dando
un largo rodeo, la entrada de un edificio extraño,
parecido á un elipsoide de tres ejes, llamado el ta-
bernáculo, rematado por una bóveda rebajada que
cubre una planta, casi elíptica, de aspecto teatral
RAFAEL PUIG Y VALLS
sobre que se levanta ancha gradería que domina una
platea espaciosa, en cuyo fondo está la tarima pre-
sidencial y un órgano potente, especie de altar, por
cuyos tubos cilindricos se elevan al cielo las plegarias
del pueblo mormón. Unas cuantas lámparas de arco
voltaico, simétricamente repartidas por la sala; com-
pletan, con los bancos, sillones y graderías el ajuar
Interior del tabernáculo
de un recinto que, sin cambiar un solo detalle, podría
servir para espectáculos teatrales, como sirve ahora
para las grandes solemnidades religiosas de los mor-
mones.
La bóveda fría, desnuda, inmensa, cubierta con
una lechada de cal, sin una sola abertura por donde
pueda entrar aire y luz en un recinto confinado está
l8 VIAJE Á AMÉRICA
sabiamente dispuesta para convertir la sala en una
sonorísima caja de música, tan sensible y delicada
que un alfiler caído sobre el suelo, el rozamiento de
una mano con otra se oye perfectamente de todos
los ámbitos de aquella inmensa sala que ofrece 8 mil
asientos al pueblo mormón, en sus grandes fiestas, y
espacio suficiente para doce mil personas.
Las prácticas religiosas consisten en lecturas y
sermones, conciertos y plegarias escuchadas por un
pueblo, al parecer, profundamente convencido, por
más que la mala semilla, la tolerancia impuesta por
la ley, envíe á Ütah legiones de gentiles que acaba-
rán probablemente con lo que parece ser una chi-
fladura de los profetas del marmonismo.
El Assembly Hall, recuerda la arquitectura em-
pleada en las iglesias de las sectas protestantes tan
comunes en los pueblos anglo-sajones-, su espacio,
relativamente reducido, sus paramentos adornados
con frescos que historian la leyenda mormona, sus
elementos decorativos, pobres y fríos, no revelan en-
tusiasmos, ni la fe profunda que levantó en los tiem-
pos medioevales las asombrosas catedrales españolas,
italianas y belgas, como si los pueblos nuevos, par-
venus de raza, afición y convicciones proclamaran
constantemente que lo único admirable y digno de
loa, en el mundo, es la agrupación de la unidad se-
guida de ceros, acompañada del estúpido signo del
dollar con que se envanecen, despreciando la mani-
RAFAEL PUIG Y VAI.I.S 19
festación artística, que no estiman ni comprenden.
Los Estados Unidos, que tienen establecida la ley
del divorcio; en la tierra americana donde hay muje-
res que tienen apuntados en su cartera tres ó cuatro
maridos, y hombres que han paseado tranquilamente
otras tantas esposas, viviendo todos alegremente entre
hijos que deben ser ya de difícil clasificación, se
asustan hipócritamente de la poligamia, y las Cámaras
del país indignadas han prohibido terminantemente
la más grande de las abominaciones terrenales. Pero
en Utah, como en todas partes, las leyes se acatan,
pero no se cumplen, y el pacífico pueblo mormón
continúa discretamente su obra, practicando el cono-
cido precepto bíblico, en sentido tan amplio, que ha
dado ya al Lago salado lo que llaman our best crop,
nuestra mejo?' cosecha, y que con cierta cranerie tenían
expuesta en la Gran Feria del mundo, representada
por una gran fotografía poblada de cabecitas rubias,
sonrientes, llorosas, bonitas, feas, pero colección in-
mensa de chiquillos, que si no son manifestaciones
externas de costumbres puras, lo parecen de una gran
fecundidad y de gran fe en los principios fundamen-
tales de la iglesia mormona.
Y allí, en los altos de la ciudad, lejos del mun-
danal bullicio, donde no llega el ruido del tráfico,
en modesto cottage, ó alegre y lujoso hotel, la familia
mormona esconde sus amores y se ríe de la ley pa-
tria, y crece y se multiplica, reconfortado en la fe de
20 VIAJE Á AMÉRICA
aquel que duerme bajo lauda inmensa en el cemen-
terio, sin nombre, ni símbolo religioso, rodeada de
una verja de hierro, que separa su tumba de la de
sus esposas que ostentan en sus piedras tumulares
sus nombres y apellidos para que sean conocidas en
la tierra, las que tuvieron tanta fe en la doctrina
(|ue envilece á la mujer redimida por Jesucristo.
Tumba de Brigham Young
Y si el espíritu de Brigham Young puede contem-
plar el desenvolvimiento del pueblo mormón, con-
tento ha de estar al ver como una árida llanura, de-
salada y saneada, cruzada de caminos y zanjas de
desagüe, alimenta miles y miles de cabezas de ganado
que enriquecen á un pueblo que, formando hace 43
^ños extensa caravana, desterrado, expulsado por las
RAFAfeL PÜlG Y VALLS
leyes americanas, buscó en el desierto, donde la yerba
no crecía, tierra maldita sembrada de sal, poblada de
razas indias enemigas, refugio y paz para las creen-
cias de su espíritu.
No he de decir aquí, ni apuntar siquiera lo que
pienso acerca del mormonismo, pero sí han de tener
presente los que arrancan la fe del pueblo, que los
mormones, con sus creencias falsas y absurdas, pero
fundadas en el amor, han fecundado el desierto y
poblado la tierra más ingrata del globo, enriqueciendo
á los que partieron pobres y desolados de las tierras
americanas ricas y fecundas; y que con el odio en el
corazón y muerta la fe en el espíritu, los campos fe-
cundos se convierten ya en tierras malditas, donde
sólo puede levantarse fatídico catafalco, negación
impura de toda civilización y toda raza honrada y
laboriosa.
Y con ser tanta la labor mormona, y tanto lo que
queda aún por hacer en aquellas tristes llanuras, ob-
servo que aun siendo raza de poderoso aliento, más
que proteccionista, juzgan necesaria para su ulterior
desarrollo la prohibición absoluta, como lo prueba el
principio que copio y recomiendo á los economistas
españoles, copiado de una leyenda puesta en los co-
ches tranvías de la ciudad When yon spend a dollar
for foreing goods you are making Utah i'oo $ poo-
rer, cuando usted gasta ufi dollar en géneros extran-
jeros está usted haciendo á Utah más pobre de un do-
VIAJE A AMEKICA
llar. Y en el corto recorrido de diez y ocho millas
en ferrocarril que separan la ciudad del lago salado,
observo aún extensas tierras cubiertas de sal que sa-
nearan y desalaran por el conocido y antiguo proce-
dimiento de zanjas y riegos, y al llegar á Garfield
beach completo mi visita al país de Utah. contem-
plando un ostentoso natatorio, formado de dos largos
pabellones, que une un salón central rematado por
ostentoso cimborio, donde acude la gente en verano
á oir los conciertos, y á solazarse en aquel mar muer-
to, de aguas casi tan densas como las de aquel otro
mar de la desolación que en las tierras de Asia
guarda tantos recuerdos y leyendas cristianas. Mi
excursión, pues, á la ciudad mormona, había termi-
nado, con algún desencanto ciertamente, pero, con-
tento con la satisfacción de haber visto y tocado el
fenómeno social del mormonismo, y contemplado la
obra de un fanático que prueba una vez más la po-
tencia de la fe, como veo tristemente al llegar á mi
querida España los horrores del descreimiento, y la
negación del amor que convierte al homl)re en fiera
y la civilización en barbarie.
San Francisco de California
L que va' de la ciudad de los mor-
mones á San Francisco, y sale á
las once y media de la mañana
de Salt Lake City, llega á la ca-
pital de California á las diez de
la noche del día siguiente. Bordea la línea férrea
el lago salado y hasta llegar á Ogden no halla el
viajero el oasis que descansa su vista, fatigada de
mirar aguas palidísimas que no alegran orillas arbo-
ladas, ni casas de recreo vistosas, ni jardines llenos
de pájaros y flores, viéndose sólo la desolación de
la estepa en todas partes, y en todos los horizontes
del gran lago de Utah. Y el tren sigue corriendo y
el viajero anhelando que el desierto americano, in-
menso, inacabable, ponga término á la desesperante
04 VIAJE A AMÉRICA
monotonía de un viaje que no responde á lo ([ue la
imaginación pintóle con todos los colores del deseo.
f Sólo las estaciones ofrecen alguna distracción; la
mezcla de razas, el negro, el chino, el indio sioux,
que vende sus baratijas, mirando con desdén al yan-
kee que le humilla y embrutece, cuando no le per-
sigue y mata- el indio mexicano, el criollo, el sajón, el
inglés de pura raza, son notas que en el Far west van
acentuándose, mostrando, á medida que el tren se
aparta del Atlántico, pueblos cada vez más nuevos, y
sociedades menos cultas, mezcla confusa, aluvión
monstruoso, impurezas sociales que el hombre va
arrojando, empujándolas al interior de las tierras
americanas, sin que nadie alcance á sospechar si-
quiera qué civilización va á surgir de aquella masa
caótica, espuma de todos los pueblos y todas las razas
de la tierra.
Los pueblos van sucediéndose, sin cambios en su
color y su factura; la columna del verandah, la puer-
ta, la jamba, el arco, el alero, todo igual ó parecido,
recordando la eterna máquina, moviéndose día y no-
che, que entrega al mercado las mismas piezas, de
molde único, monótono, capaz de matar todo senti-
miento artístico en el ser mejor dotado, que embru-
tece al obrero perpetuamente sometido al castigo de
máíjuinas que cepillan y regruesan, que empalman
y tornean, sin descansar jamás, sin variar una línea
en su movimiento, sin cambiar un perfil en su forma;
RAFAEL PlIG Y VALLS 25
expresión de puntos, líneas y curvas de un esí^uema
que trazó el ingeniero, con la vista fija en el negocio,
en el business, eterno tormento, doloroso torcedor de
la raza norteamericana.
Y cuando voy pensando en todas estas cosas,
cansado de mirar, sin ver, ni hallar la impresión
alegre de mis ansias, de repente, al llegar á la cum-
bre de la Sierra Nevada, el tren se para ante el pa-
norama espléndido de las montañas de California. En
aquel momento, el aire templado del Pacífico, pare-
ció que despertaba en mi ser todos los recuerdos mal
dormidos de la patria ausente: muchachos de rostro
atezado, mal vestidos, con cestas llenas de flores, uvas
y naranjas, movimiento inusitado en la estación, re-
cuerdos de otros climas y otras razas, gentes que
gritan y alborotan, el sol que cambia repentinamente
de color, la tierra de vestidura y el aire de olores, no
me permitieron expresar más que un solo sentimiento,
dirigiéndome á un muchacho cargado con una cesta
de flores, «chico, ;hablas español?» que español pare-
cía aquel cielo puro y clima clemente, españolas pa-
recían aquellas montañas llenas de perfumes, pobla-
das de árboles semitropicales, vigorizados por las
oleadas de aire que les envían las aguas tibias del
Pacífico- aquellas casas de campo de factura catala-
na, recuerdo quizá perpetuado por los primeros po-
bladores, frailes humildes de las Baleares que han
dejado en California la misión Dolores, y con ella,
aé VIAJE Á AMáKICA
cuanto recuerda nuestra religión, nuestros cultivos \
nuestras costumbres, plantando los primeros viñedos,
y los frutos más preciados de la península ibérica.
¡Deleitoso camino! después de tantos días de es-
tepa y desierto, sólo manchados por pueblos enne-
grecidos por el humo de las fábricas, ó el cottage del
colono americano, el ánimo halla esparcimiento al
bajar rápidamente por curvas sabiamente dispuestas,
por pendientes quizá excesivas, entre lindísimas casas
de recreo, arboledas de variadísimos matices, pinares
de vigorosos crecirnientos, y jardines de hermosura
incomparable, accidentes naturales que responden
ciertamente á la belleza con que la imaginación
adorna las montañas de California, más ricas por la
perpetua fertilidad de su suelo que por sus placeres
de oro ya casi agotados, más hermosas para el que
sólo aspira á contemplar su flora rica y fecunda que
para el que escruta sus entrañas buscando en sus
ocultos senos el metal, por cuya posesión ahoga el
hombre los placeres más puros del alma.
La vista no puede saciarse de contemplar la in-
trincada orografía de aquellas espléndidas montañas,
y cuando el sol se pone, escondiéndose en los hori-
zontes del Pacífico, el tren llega á Sacramento, ciudad
sentada á orillas del río del mismo nombre, por cuyas
aguas caudalosas surcan barcos y vapores que cargan
los frutos de las tierras de California, al pie mismo
de los valles de Sierra Nevada.
RAFAEL PUIG Y VALI.S 2^
Tres horas más tarde el tren llega á Oakland; los
viajeros se apean al pie del feny-boat, barco ó pon-
tón, de manga anchísima que atraviesa la bahía de
San Francisco hasta llegar al pie de la calle central,
llamada Market-street, que atraviesa en toda su lon-
gitud la ciudad, y en media hora, surca el espacio
comprendido entre ambas poblaciones, mientras con-
templan las estrellas que brillan fulgurantes en el
cielo y el centelleo de las luces que iluminan el
puerto y la ciudad de San Francisco.
San Francisco, ¿qué mano podrá narrar su belleza
y sus pintorescos contornos? ¿qué pluma será capaz
de describir la fisonomía especialísima de sus calles
y paseos, de su factura, yankee ciertamente, pero
discrepante y con notoria ventaja, en su arquitectura,
en su color, en su raza, en su movimiento?... ;qué
imaginación pudo jamás concebir un parque como el
«Golden Gate Park», de vegetación tropical esplén-
dida, de trazado amplio y suntuoso, de líneas que no
pudo concebir ciertamente, como no sea por incon-
cebible excepción, y Dios me perdone el agravio si
me equivoco, ningún yankee de pura raza, porque
situado en lo alto de la ciudad, rodeado de dunas
arboladas, cruzado por anchas vías, adornado con
fastuosos palacios, umbráculos y m.onumentos, dedi-
cados á Garñeld, Starr King, Scott Key, autor del
himno Siarspangled Banner, con grandes recintos ce-
rrados, donde los animales silvestres amansados pa-
2S VIAJE Á AMÉRICA
rece que viven en libertad, tan grande es el espacio
destinado á su vida y esparcimiento, los árboles, las
orquideas, las lianas, viviendo al aire libre en a(|uel
clima semitropical y á los 37 grados de latitud, aca-
riciados por las brisas del Pacífico, cuyo mar rodea
á San Francisco habiendo dibujado con su incons-
tante oleaje los senos, las calas y los puertos naturales
que la abrazan y estrechan, convertida en península
de tan atormentada topografía, que sus calles, de
urbanización dificilísima, más que calles son planos
inclinados de más de 20 por 100 de pendiente, cru-
zadas constantemente por tranvías de cable, que
parecen destinados á grandes explotaciones mineras
más bien que al tráfico de pasajeros, tan imposible
parece ser que haya seres humanos que confíen su
existencia á tan peligroso medio de locomoción.
En los sitios más alejados del centro y en aque-
llas pendientes enormes, la población rica ha ador-
nado la ciudad con un sinnúmero de hoteles, de
madera casi todos, caprichosos, de arquitectura enre-
vesada, proyectos estrafalarios de quien desdeña la
tradición y los antiguos moldes, pero adornados es-
pléndidamente por una flora de primavera eterna,
árboles de verdes tan intensos, flores de colores tan
soberbios, formas de hojas, ramas y troncos tan ca-
prichosos y brillantes, que me fué forzoso hacer un
esfuerzo para creer (]ue toda aquella potencia crea-
dora era obra del mes de noviembre, cuando, en este
RAFAEL Pl'IG Y VAM.S 29
clima benigno, apenas (jiiedan hojas en los árboles
y flores en los sitios más abrigados de nuestros jar-
dines.
La ciudad, en sus edificios públicos, no ofrece al
viajero grandes perspectivas; iglesias pocas y peque-
ñas, la de los jesuitas grande y aparatosa, la misión
Dolores, construida de adobe en 1778 por los misio-
neros españoles, es una reliquia veneranda, recuerdo
de los primeros pobladores de California. La arcjui-
tectura de las iglesias de la montaña alta catalana,
cubiertas con bóveda de cañón seguido, parece ha-
berla inspirado; atirantados los paramentos por miedo
á la acción de los terremotos, cubierto el adobe con
una lechada de cal, con altares vetustos, levantados
á santos de mirada torva, obra de escultores poco
aventajados, todo rococó y de mal gusto, frío, des-
nudo, pobre, con una fachada que termina un cam-
panil extraño y achatado, parece todo antiquísimo,
cuando apenas cuenta un siglo de existencia.
A lo largo de Market-street y en sus alrededores,
la Bolsa, la casa de correos, los Bancos, el mercado,
los edificios de los principales diarios, la biblioteca
mercantil, las oficinas de Minas, las escuelas, las Ca-
sas Consistoriales, merecen ciertamente una mirada,
pero no incitan á tomar un apunte, ni anotar una
originalidad genial. Todo nuevo, brillante, bonito en
suma, como obra que en su conjunto no cuenta aún
cincuenta años de existencia; pero falto de origina-
30 VIAJE Á AMÉRICA
lidad y con tendencias marcadas á modificar la fac-
tura yankee, y á someterse á las reglas arquitectóni-
cas del clasicismo europeo.
El movimiento comercial responde al espíritu y á
las necesidades de un Estado agrícola por excelen-
cia; las aceras y las calles llenas de envases que con-
tienen naranjas, uvas, peras y manzanas, fresas, vi-
nos, licores, suponen un acarreo importantísimo que
desemboca en los puertos y las dársenas para rellenar
las bodegas de los barcos y vapores que hacen la
travesía de San Francisco á Alaska y á la baja Cali-
fornia y también á los puertos del Japón y de la Chi-
na. A ciento cincuenra millones de dollars asciende
el importe de las exportaciones é importaciones que
se efectúan anualmente por el puerto de San Fran-
cisco, contándose entre las primeras materias más
importantes de exportación el oro, la plata, el vino,
las frutas, la lana y entre las importadas el carbón,
las maderas de construcción, el arroz, el azúcar, el
té y el café. En 1890 el negocio de hierro, harina,
seda, pañería, caña, cueros, licores, construcción de
buques, azúcar, cristalería, tasajo, cordelería, etc.,
etcétera, importó unos 134.000,000 de dollars.
Así, pues, la fisonomía característica de San Fran-
cisco es la de un pueblo dedicado al comercio, en
que sé notan aficiones artísticas y aun científicas re-
lacionadas con la crianza de los vinos y el cultivo de
las tierras que hacen de dicha ciudad un centro ci-
KAFAEL l'l'IG Y VALLS
vilizador, (^ue se refleja en la hospitalidad franca y
cortés de sus habitantes, y en la suavidad de sus
formas, tan desconocida en las ciudades del centro
de la América del Norte que he visitado.
La población de San Francisco, en lo que tiene
de europea y americana, muestra el carácter que he
intentado esbozar en este artículo; la población chi-
na, en cambio, conserva su fisonomía propia y me-
rece capítulo aparte y detenida narración. El barrio
chino es un pedazo de tierra asiática soldado á la
costa californiana del Pacífico, y pocas cosas ofrece-
rán al viajero europeo mayores atractivos, y más de-
leitosas observaciones, que el estudio de las costum-
bres de la colonia china de San Francisco, al visitar
los Estados de la gran república norteamericana.
Ghinatown
lENE la civilización china pocos
secretos para los habitantes de
San Francisco. La raza amari-
lla, tan amante de sus costum-
bres, sus dioses y sus leyes,
cuando se ve obligada, tanto
la abruma la pobreza, á buscar
trabajo en países extraños, se entrega atada de pies
y manos al vencedor, y le enseña impúdica todas sus
lacras y miserias, sin protesta, sin manifestación de
agravios, que esconde cuidadosamente en el fondo
de su alma. : -
El extranjero puede ver en San Francisco el cua-
dro completo de las costumbres chinas, el templo
con todos sus fanatismos, el bazar con sus extrañ^-s,
manifestaciones artísticas, el mercado con sus varia-
34 VIAJE X AMÉRICA
das mercancías, la casa de juego y su natural secuela
la casa de empeños, la botica, que parece antro de
conjuros, el teatro, el lupanar, los cafés donde se
fuma el opio y se embrutece toda una raza... no falta
allí más que ambiente propio, porque de prestado
vive en América aquella mísera gente que, avezada á
frugalidades inconcebibles para los voraces anglo-sa-
jones, acude á los mercados de California, acepta
todos los oficios y escupe todas las miserias, recoge
agradecida las migajas que desdeña el indígena, y se
apodera de la labor del campo, la faena doméstica
y los provechos de las pequeñas industrias, dando al
cuerpo lo extrictamente indispensable para la vida;
y donde el yankee muere de inanición y miseria, el
chino halla aún el recurso de las economías, que
suma y multiplica, pensando en la hora feliz de la
repatriación y del olvido de las playas en donde fué
escarnecido y humillado.
Son las ocho de la noche del día 3 de noviembre
último, y mientras el guía hace gala de hablar un
francés que sólo se hizo para su uso particular, ob-
servo cuidadosamente cuanto me rodea, .escena ex-
traña, mezcla de dos civilizaciones que no pueden
comprenderse, ni compenetrarse, como no sea en la
forma externa, en la casa de construcción americana
que adorna el farol chino y los caracteres de un
idioma bárbaro; en la iluminación eléctrica y las lu-
ces que enciende la piedad á dioses y estatuas de
t?AFAEL PUIG Y VALtS 35
formas peregrinas y actitudes singulares-, en el coche
del tranvía funicular que contrasta con trajes y co-
lores de indumentaria carnavalesca que parece pedir
á gritos el uso en aquellas calles, del palanquín chino
ó del píish push del Tont^uín-, en el policeman gi-
gante, sanguíneo, orgulloso, que parece el vencedor
de una raza caduca, embrutecida y que arranca sagaz
y paciente del suelo americano el puñado de oro que
le negó el continente asiático, que vislumbra al través
de los vapores del opio, allá, lejos, muy lejos, en el
fondo del Pacífico, donde está la tierra de sus am-
biciones y esperanzas.
Por la noche, cuando el americano se recoge y
digiere tranquilo, en familia, copa tras copa, la co-
piosa cena que remata dignamente la serie de comi-
das que es uno de los más bellos ornamentos de la
civilización yankee, el chino llena las calles de Chi-
natown, acude solícito al teatro, al café, á las casas
de juego, llenas siempre de bote en bote, al lupanar,
y se acuesta tarde, solicitado por todas las seduccio-
nes de sus vicios favoritos: el opio y el juego.
El juego es el escollo donde choca la codicia de
la raza china; hay en Chinatown calles enteras donde
se juega, á pesar de la policía, que persigue tenaz-
mente á cuantos van á dejar sus economías en los
tugurios de San Francisco. Hay en cada boca calle
un vigilante que, al ver una persona extraña, sea ó
no policía, avisa á los jugadores que apaguen inme-
36 VIAJE Á AMÉRICA
diatamente todas las luces de las casas de juego. El
extranjero observa como van apagándose las luces
rápidamente, quedando todo en silencio y en el más
absoluto recogimiento. La policía persigue de la misma
manera á los fumadores de opio, pero no basta su
vigilancia para evitar el vicio clandestino y perseguir
al que, echado sobre tablas mal cubiertas de estera,
en miserable recinto donde no se renueva el aire ni
penetra jamás un rayo de sol, carga concupiscente
su pipa de ancha boca, desenrosca el tubo larguísimo
cuya boquilla apoya en los descoloridos labios y as-
pira el veneno de una droga que despierta en el
cerebro visiones encantadoras, sueños extraños, delei-
tosos, de intensidad tanta que embrutecen y matan.
Nada más triste que la habitación china, ni que re-
vele, con su espantosa promiscuidad, mayor rebaja-
miento moral. Nótase á primera vista la ausencia de
mujeres en el barrio, ausencia que revela por sí sola
la lacra más espantosa que se achaca á la raza ama-
rilla.
Recuerdo como una pesadilla los fosos del teatro
chino; cansado de ver tiendas extrañas, bazares llenos
de baratijas, barberos rapando las cejas y las pesta-
ñas de los chinos, farmacias de anaquelería llena
de botes que contienen drogas desconocidas, pieles
de serpiente, esqueletos de sabandijas, telarañas de
arácnidos colosales, algo así que recuerda á las brujas
medioevales en sus antros, con sus filtros y encanta-
RAFAEL PUIG Y VALLS
mientos... Entramos por una puerta excusada en el
foso del escenario y en las habitaciones de los acto-
res. Difícil es formarse idea por una rápida ojeada
de todos los recursos de la familia china, condensa-
dos en una habitación que desdeñaría en Europa el
ser más pobre y envilecido. No hay cárcel en nuestro
continente que, en la comparación, no resulte man-
sión espléndida, porque los tableros-camas superpues-
tos, como las literas en un camarote, la indumentaria
extraña, todas las necesidades de la vida celebrándose
en un recinto único, agrupados y confundidos todos
los sexos, durmiendo acurrucadas dos y tres personas
donde nó hay espacio para una sola; seres que pasan
años sin salir de aquellos camaranchones inmundos,
más terribles para el olfato que para la vista, son
tristezas espantosas que apenas concibe un ser civi-
lizado. Y si á todas estas miserias de la vida física
se añade la fiscaUzación, por pura curiosidad, de seres
más venturosos que vamos allí á sorprender el genio
chino, sin aportar más que la impertinencia de nues-
tros estudios ó nuestras flaquezas, merecida tenemos
la especie de rubor que sentí al abrogarme el derecho,
al amparo de la bandera americana, de sorprender,
sin el consentimiento de los agraviados, todas las
flaquezas y miserias del pueblo chino.
Y en aquellos corredores, donde se ven nichos
extraños que alumbran cirios de colores y dioses en
su fondo de fealdad espantosa, y ya por entre rejas
38 VIAJE Á AMÉRICA
de malla apretadísima, actores que se embadurnan
y acicalan con vestidos de seda brillantísimos, ence-
rrados en habitaciones tan pequeñas, que no se con-
cibe siquiera haya aire suficiente para respirar y
escaleras que conducen á una intrincada red de co-
rredores y cuartos destinados á familias de actores
c^ue allí viven, aman y mueren, atentos sólo á fun-
ciones teatrales inacabables que duran semanas
enteras, sin que el público se canse de contemplar
un escenario desnudo, sin más mueble ni adorno
que el indispensable para el desenvolvimiento de la
acción teatral, en cuyo fondo toca una orquesta,
compuesta de seis ó siete músicos que tocan piezas
de ritmo monótono vulgarísimo, y tañen instrumentos
de timbre chillón, menos, sin embargo, que la voz de
los actores, hombres todos pintados los que desem-
peñan papeles de mujer con tendencias tan deplora-
bles para tipos varoniles, que ellas solas bastarían
para inspirar aversión á las funciones del teatro
chino, si hubiera oído medianamente educado capaz
de resistir con paciencia, el ritmo y la monotonía de
los actores.
La afición de los chinos á las funciones teatrales
es evidente-, no sé por qué extraña prerrogativa, la
del más fuerte quizá, puede subir el extranjero al
escenario y sentarse á la vista del público y en las
partes laterales del mismo, dominando á los espec-
tadores de la platea, que siguen con ansia, y for-
RAFAEL PUIG Y VALLS 39
mando haz apretadísima, las peripecias de la acción
teatral; pero lo cierto es que esa prerrogativa pro-
duce una ilusión completa al ver en un gran recinto
centenares de chinos agrupados junto al escenario,
vestidos con los trajes propios de su nacionalidad,
atentos, con la mirada fija y excitada, riendo estre-
pitosamente, sin fijar siquiera por un momento la
atención, tanta será ya la costumbre, en el viajero,
que se figura estar sólo y aislado en el corazón del
gran imperio asiático.
Salí en el momento de un cambio de escena, y
pasando por la sala de espera ó foyer vi reunidos
los principales actores, vestidos con trajes vistosísi-
mos, esperando ser llamados, y sin mostrar la menor
curiosidad al ver un blanco entre tantos amarillos.
La salida me produjo una impresión agradable al
respirar el aire puro del Pacífico.
Atravesé algunas calles, trazadas todas en ángulo
recto y llegué al templo principal, que no sé cómo
llamarle porque la entrada tiene más bien apariencia
de casa de baile ó casino que de sitio dedicado á la
oración y al recogimiento, siendo el primer piso el
lugar donde se han levantado los altares que adoran
los hijos del celeste imperio. La primera impresión
es la de una decoración teatral-, hay allí tantos ob-
jetos extraños, de un culto desconocido, figuras tan
singulares, dragones, esfinges, culebras, un dios que
de la forma humana sólo tiene lo exagerado y ridícu-
40 VIAJE X AMÉRICA
lo, adornos de coloración intensísima, dominando
el encarnado y el verde, sedas hermosísimas, borda-
dos preciosos, marfiles que representan deidades de
teogonia para mí desconocida, fanales de alambre
donde arden los papeles que recoge cuidadosamente
el chino en todas partes como si quisiera ofrecer en
holocausto á sus dioses patrios, los secretos y las
ideas de la humanidad, luces que arden perpetua-
mente, nichos que besa el chino, sitios de preferencia
donde ora llorando y pidiendo al cielo clemencia y
protección, son notas que recoge allí rápidamente el
viajero que paga su tributo, comprando unos sacos
llenos de perfumes que derrama el chino en los al-
tares de sus deidades favoritas.
Salí de aquel templo con ideas de justicias ven-
gadoras, de monstruos que devoran, de dioses que
exigen sacrificios, de vanidades humanas vencidas y
humilladas, sin haber visto un solo símbolo que sirva
de consuelo y esperanza en las tribulaciones de la
vida.
La noche, ya avanzada, no se traducía en letargo
en las calles, llenas de celestes; la casa de empe-
ños, repleta de mil objetos, esperaba aún al desdi-
chado que había dejado su último centavo en la
casa de juego; la silueta de la mujer embadurnada,
espantosamente fea, sentada tras estrecha celosía,
ejercitaba las seducciones de sirena, el policeman
continuaba siendo una nota rara en aquel cuadro
RAFAKI. PUIG Y VALLS
de costumbres, y los que estábamos ya cansados de
ver cosas tan extrañas y vicios tan horribles, volvi-
mos al hotel creyendo que habíamos realizado en
América el grato sueño de un viaje al corazón de la
China.
El reporterismo
y la hospitalidad en California
'^ " I, llegar á San Francisco á las
diez de la noche, se me propor-
cionó, media hora después, el
placer de dar un shake-hands
cordial á dos reporters del Chro-
fiicle y el Sun que me eran
completamente desconocidos.
«Buenas noches, venimos á preguntarle quién es
usted y á qué viene á San Francisco»; «pues miren
ustedes, yo, vamos al decir, no soy nadie; hasta hace
pocos días he sido Comisario de Industria de Es-
paña en la Exposición de Chicago; ahora soy un ca-
ballero particular que viene por su cuenta y riesgo
á estudiar la importancia y el desarrollo de la vini-
cultura en California. Ustedes comprenderán, si á
44 VIAJE Á AMÉRICA
esta distancia llegan, los clamores de los productores
de mi país, que habiendo alcanzado la viticultura en
E^spaña un desarrollo anormal, la competencia que
ustedes», me refería mentalmente á los vinateros,
«pueden hacernos en América tiene para nosotros un
interés de primer orden, interés que mis compatriotas
no han sabido ver, si es cierto, como se dice, que
soy el primer español que ha venido á California
con las expresadas miras.»
«Nuestras bodegas están llenas, nuestros caldos por
los suelos, necesitamos exportar los vinos á todo
trance, y como sospecho ¡valiente sospecha y sin
fundamento! que los vinos de ustedes han de mez-
clarse con los europeos para ser potables, vengo á
estudiar los medios de facilitar la importación de
aquéllos á este país con ventaja de ambas naciones.»
«Ustedes entienden claramente lo que digo ¿verdad?
porque mi inglés no va muy allá, y sentiría ser mal
comprendido.» <{.0\\, yesf>, y en efecto, prescindiendo
del cambio fundamental del importe^- por el exporte?',
la fraseología resultó exacta en la relación publicada
textualmente al día siguiente en el Chronicle de San
Francisco. Se despidieron y me acosté. A la mañana
siguiente, al volver á casa, hallé un buen número
de tarjetas de personas que deseaban visitarme y
transmitirme sus opiniones acerca de la cuestión vina-
tera. La mayor parte me pareció gente de poco fuste;
entre ellos, sin embargo, llamóme la atención el quí-
RAFAEL PUICÍ Y VALLS
mico Mr. Hugh Frazier y el propietario de Napa Va-
lley Mr. Shram, que mostraron deseos de acompa-
ñarme y hacerme ver lo más interesante de lo que
puede estudiarse en vinicultura californiana. Esperá-
bame el día siguiente en el embarcadero el químico
Mr. Hugh y fuimos juntos á Santa Helena, capital
del condado de Napa.
Atravesamos la bahía de San Francisco, llegamos
á Oakland á las ocho de la mañana, tomamos el tren
en seguida y á las diez y media nos apeamos en la
estación más inmediata á Santa Helena, llamada
Rutherford. El aspecto del valle no puede ser más
risueño: extensos viñedos que pueblan llanos y mon-
tes en terrenos de grandísima fertilidad, teñidos fuer-
temente por el óxido de hierro y en donde pueden
observarse, en los rodales de plantas desmedradas y
sarmientos cortos, los efectos destructores de la filo-
xera, que alternan con tierras destinadas al cultivo
del maíz, y caseríos alegres levantados á la sombra
de árboles semitropicales corpulentos, que gozan de
la temperatura constante de aquella latitud propia de
una perpetua primavera.
Llegamos á la quinta del Capitán Gustave Nie-
baum y el químico ofrecióme en primer término las
primicias de su trabajo, sintetizado en extensos en-
casillados de sus ensayos cualitativos y cuantitativos
de los mostos, con el objeto de averiguar la época,
deducida naturalmente de términos medios, de la ma-
46 VIAJE A AMÉRICA
turación de la uva en las diferentes tierras y exposi-
ciones de los viñedos de la finca. Enseñóme más
tarde la finca entera, las bodegas repletas de vino y
los lagares llenos de mosto en fermentación-, visité
el laboratorio, el mecanismo para separar el hollejo
y las pepitas del mosto, los planos inclinados para
el transporte de la pulpa, las cubas con los nombres
de los vinos, la botillería, revelando todo una limpieza
esquisita y una atención preferente á los fenómenos
complicadísimos de una buena vinificación. Y me
decía modestamente: «cuanto se refiere al cultivo de
la vid y de los vinos es un problema para nosotros;
no sabemos nada, cultivamos á tientas, y á pesar
de cuanto hemos aprendido y adelantado en poco
tiempo, no sabemos sacar partido de los recursos
de la vid en relación con nuestro suelo y nuestro
clima.»
«Tenemos aquí diferentes suelos y exposiciones
variadísimas que son un rompecabezas; en este valle,
cada propietario vendimia en época diferente y saca
vinos esencialmente distintos, aun siendo igual la
especie cultivada. Esta tarde iremos á ver las bode-
gas de Mr. Parrott, probará sus vinos y verá
qué diferencias se hallan entre los de esta finca
y los suyos, estando las propiedades contiguas, siendo
iguales los cultivos y variando sólo la exposición.»
Fuimos á comer á Santa Helena y nos dirigimos
después á la quinta de Mr. Parrott.
RAFAEL PUIG Y VALLS 47
Díjome Mr. Hugh: «Creo que Mr. Parrott ha-
bla español, y seguro estoy que hallará usted en
su casa una hospitalidad franca y agradable.»
Pasamos un puente al dejar un mal camino de
travesía, y entramos en la finca por una senda ador-
nada de árboles y arbustos floridos. Llegamos á una
plazoleta sombreada por árboles frondosísimos y nos
apeamos al pie de una suntuosa morada.
Nos recibió una china, pulcramente vestida, y nos
anunció á Mr. Parrott.
Al saber que era español, me dijo con acento qué
envidiaría un castellano de la meseta central de Es-
paña: «Usted desea marchar hoy mismo y esto no
es posible; no tendría usted tiempo para ver lo que
viene á estudiar»; «sí, pero....» «no admito excusas;
no le faltará á usted cama, mesa y hospitalidad cor-
dial; soy más español que usted y tengo interés en
hacerle conocer nuestro valle».
«No tengo medios», contéstele, para sentarme en
su mesa, no digo yo de etiqueta, sino limpio y de-
centemente; pensaba regresar hoy á San Francisco
y....» «los yankees hacemos poco caso de estas
cosas.... no admito escusas, y vamos á la bodega».
Con el amor que siente un padre por sus hijos
predilectos, mostróme el señor Parrott la serie de vi-
nos blancos, claretes y cognacs que fabrica con una
maestría envidiable. Larga fué la lista de los vinos
probados que escalonamos razonadamente, para que
48 VIAJE A AMÉRICA
el paladar pudiera juzgarlos y apreciarlos en su justo
valor.
Pasamos allí horas enteras; al anochecer, probados
los vinos de Inglehook-vineyard y de la Villa de Pa-
rrott, tenía ya el convencimiento de que en California
se producen vinos que pueden competir ventajosa-
mente con los sauternes y los claretes del mediodía
de Francia.
Los claretes no tienen, para mí, más defecto que
e\ ser un poco ásperos, como si fueran hijos de uva
cuyo hollejo, cargado de tanino y materias colorantes,
diera al vino un sabor astringente en demasía y di-
fícil de tragar. Pero los sauternes, con un poco más
de bouquet, se venderían en Francia como si fueran
criados en los mejores viñedos de su propio país.
Después de probar 30 ó 40 vinos, y preguntar si
los mezclaban con caldos europeos, me convencí de
que los vinos de California tienen los defectos de los
nuestros, son excesivamente ricos en color y en al-
cohol y que sólo los vinos franceses, por su escasa
graduación, pueden importarse á América para hacer
el coupage con alguna ventaja. Mi sueño, pues, de
exportación de vinos españoles á California quedaba
desvanecido.
. Regresamos á la quinta Parrott cuando anochecía;
entramos en el drawingroom, donde hallé á Mrs. Pa-
rrott, su sobrina miss Theresa Shrieves y á unas
cuantas señoras de las propiedades vecinas, lujosa-
RAFAEL PUIG Y VALLS
mente ataviadas, á que fui presentado. Difícil es hallar
en el campo un salón alhajado con más confort, ni
(jue responda mejor al bello desorden, mezcla de
cosas bonitas que la moda actual pregona como la
última palabra del buen gusto.
Mesas y sillas primorosas, anaqueles llenos de
bibelots, retratos, cuadros, panoplias, candelabros,
todo rico y harmónico, aun en su desorden, búcaros
llenos de crisantemas de riquísimos colores, cristales
de color por donde penetra la luz tamizada del ex-
terior entre el variado follaje de las orquídeas, los
palmitos arborescentes y los almeces gigantescos, y
en medio de la conversación sostenida en español,
inglés y francés, la señora de la casa tocó «La Pa-
loma» como obsequio al forastero español, y recuerdo
de los tiempos juveniles pasados en Bilbao por el
señor Parrott, que no se cansaba de preguntar con
amor de hijo adoptivo por cuanto se relaciona con
nuestra patria.
Otra señorita silbó, cantó y tocó con admirable
perfección durante la velada, hasta que, llegada la
hora de cenar, me invitaron á pasar á un comedor
digno de cuanto hay en aquella morada rica y fas-
tuosa.
Sirven la mesa un chino raquítico y feo y una
chinita de labios proeminentes que lleva unos aretes
azules, que hace resaltar sobre su piel amarilla, la
vivísima luz de los candelabros. Su traje limpio y
4
50 VIAJE Á AMÉRICA
blanco, su pelo arrebujado como el de nuestras cam-
pesinas, su voz estridente al contestar las preguntas
que le hacía con bondad suma la señora de la casa,
que parece tratarla como niña mimada, su risa á
carcajadas cuando la miro con la curiosidad propia
de mi ignorancia en la ciencia étnica, sus movimien-
tos ligeros, impropios de toda china respetable, son
detalles que avaloran aquella cena opípara, en mesa
hospitalaria, donde las señoras tienen para mí tan-
tas deferencias y los demás comensales tantas bonda-
des, sin más merecimiento que el de ser un extranjero
que llamó á su puerta pidiendo sólo noticias sueltas
dé sus trabajos, que halló sazonadas con mesa es-
pléndida; cama y habitación dignas de un palacio, y
conversación cordial y deleitosa.
A las doce de la noche, tras mucho hablar de
España y recordar en el piano nuestros tangos, jotas
y boleros, nos fuimos á la cama*, y al despertar, en-
trando un sol espléndido por las ventanas, sol y am-
biente que me recordaban, tras tan largo período en
Chicago de cielos grises y pálidos tonos en el aire,
el vivido color de la atmósfera patria, me faltó tiempo
para gozar aquellas brisas y aquellos campos, plan-
tados de vides y olivos, plantas europeas, alternando
con las tropicales, arbustos aquí, árboles colosales en
California, vivificados por aquel sol, por aquel clima,
más suave y más dulce que el de las costas catalanas
y andaluzas.
RAFAEL PUIG Y VALLS
Al poco rato, y después de haber recorrido el
jardín lleno de rosas, claveles, crisantemas y gera-
nios, Mr. Parrott me invitó á visitar la quinta de
Mr. Shram, situada ya en el fondo de Napa Valley.
En una carretela tirada por un hermoso tronco y
guiada por un cochero aragonés, van las señoras de
la casa, que han llenado el coche de flores. Mr. Pa-
rrott va al vidrio y yo subo al pescante para gozar
mejor las preciosas vistas del valle. Pasamos Santa
Helena, seguimos una carretera polvorienta y mal
trazada que me recuerda los caminos españoles de
otros tiempos, contemplo ansioso la campiña llena
de luz, de ambiente y color, y al entrar en un bos-
que frondoso donde apenas penetra el sol, en el
fondo y dominando el valle aparece la pintoresca
quinta de Mr. Shram, orgulloso con justo título de
sus vinos, de sus bodegas, que contienen más de
200,000 galones de vino, y que me ofrece un almuerzo
espléndido, que sazona la más amable y cariñosa
hospitalidad.
Llega la hora de partir y regresar á San Francisco.
Mientras monto al carruaje, el verafida/i se llena de
señoras y caballeros, todos agitan los pañuelos, todos
me desean, con un good hy expresivo, feliz viaje, y
mientras anoto en mi corazón esos ricos testimonios
de la hospitalidad californiana, apunto también en
el haber de mi vida dos de los más hermosos días
de mi existencia.
Los vinos de California
E ha llevado á California el amor
que tengo á mi país y el con-
vencimiento de que el estudio de
la viti-vinicultura americana tiene
para nosotros una importancia de primer orden.
Los datos copiosos recogidos en aquella hermosa
región americana, voy á condensarlos aquí, confian-
do en que serán leídos atentamente por las personas
que sólo conocen de oídas el desarrollo de la vini-
cultura en las costas del Pacífico, y que confían aún
en que América, y sobre todo la América del Nor-
te, podría ser un mercado dilatadísimo para los vinos
españoles. r
54 VTAJE Á AMéRICA
Cuando escribí el artículo referente á la sección
española de vinos en la Exposición de Chicago, in-
diqué, con algún recelo por más que la persona que
me había dado la noticia me merecía confianza, que
en California arrancaban ya las viñas por exceso de
producción; hoy puedo asegurar cosas que en mi
concepto han de causar asombro á mis lectores, y
entre ellas son, que en ("alifornia se arrancan las
viñas, porque la filoxera las mata, porque tiene un
exceso de producción y porque, alcanzando los vi-
nos un precio fabulosamente barato, la mayor parte
de los viticultores tienen hipotecados los viñedos
y sólo confían en que el cambio de cultivo ha de
facilitarles la mejora económica de tan triste situa-
ción.
Y es que este asombro es legítimo para los que
saben que la tarifa de cincuenta centavos por galón,
aplicada á todos los vinos, sea cualquiera su fuerza
alcohólica, resulta prohibitiva y que una población
de sesenta y cuatro millones de habitantes ha de ser
elemento sobrado para consumir todos los vinos de
California y los que producen los Estados de New-
York, Ohio, Illinois y Missouri.
Pues este razonamiento, que parece tan sólido y
tan irrebatible, va á desvanecerse leyendo los siguien-
tes datos estadísticos.
Promedio anual de las sustancias alcohólicas consu-
midas por los habitantes de los Estados Unidos:
RAFAEL PUIG> Y VALLS 55
GALONES
Cerveza 1.000.000,000
Bebidas espirituosas: aguardientes,
cognacs, etc 20.000,000
Vino 30.000,000
Correspondiendo sólo una mitad del vino consu-
mido al Estado de California, y el resto á los Esta-
dos del Este, mencionados anteriormente.
Y para los que se asusten, con razón, del enorme
desnivel que existe entre el consumo anual de mil
millones de galones de cerveza y cincuenta millones
de espíritus y vinos que acusan los datos estadísticos
oficiales que me ha suministrado el «Boárd of State
Viticultural Commisioners», voy á dar algunas noti-
cias respecto á la relación existente entre el galón y
el litro, entre la hectárea y el acre, á fin de que sea
rigurosamente entendido en lo que voy á decir, y se
forme así concepto claro de la viticultura y vinicul-
tura norteamericanas.
El galón americano es más pequeño que el inglés,
y equivale á unos cuatro litros; ó sea un poco más
de cinco botellas bordelesas; á su vez, una hectárea
contiene dos acres y cuarenta y siete centavos de
acre.
Estudiadas esas relaciones, he de empezar por
hacer presente que la producción máxima de vino
de California ha sido de veinte millones de galones,
56 VIAJE k AMÉRICA
siendo algunos años de doce y el promedio de quin-
ce á diez y seis millones. Tomando este término
medio y multiplicándolo por cuatro, resulta una pro-
ducción anual de 64.000,000 de litros, ó sean 640,000
hectolitros de vino, que con otro tanto producido
por los Estados del Este, New-York, Ohio, etc., dan
un total aproximado de un millón doscientos mil
hectolitros de vino, término medio anual aceptable
de producción y consumo de vino en todo el terri-
torio de los Estados Unidos de América.
Ahora, el que se fije en los términos que voy á
poner á la vista de mis lectores, verá que la conclu-
sión que voy á deducir es rigurosamente lógica:
Producción de vino en Francia en 1893:
40.000,000 de hectolitros. — Población, 36.000,000
de habitantes.
Producción de vino en los Estados Unidos de
América en 1893:
1.000,000 de hectolitros. — Población, 64.000,000
de habitantes.
No quiero fiar á la memoria la produción de Es-
"paña, que no creo baje de 26.000,000 de hectolitros
por 18.000,000 de habitantes, y me limito á razonar
un poco los números antes expresados, cuyo simple
enunciado prueba: ó que se importan á los Estados
Unidos cantidades inmensas de vino ó que en dicho
país no se bebe; no gusta el vino.
Que no se importan vinos lo dicen dos cifras elo-
RAFAEL PUIG Y VALLS 57
cuentísimas: los 50 centavos de derechos aplicados á
cada galón de vino extranjero, sea la que quiera su
graduación, y los mil millones de cerveza que con-
sume anualmente el pueblo de la Unión Americana.
Y no importándose vinos, no hay más remedio
que llegar á la siguiente conclusión: los americanos
del norte prefieren los espíritus y la cerveza al vino:
los americanos no beben vino, ni europeo ni ameri-
cano. Y si todo esto no bastara, tengo aún, en apo-
yo de mi modesta opinión, dos argumentos de gran-
dísima importancia: el de los cosecheros arruinados,
aquellos que tienen sus viñas hipotecadas, y las arran-
can y cambian rápidamente de cultivo porque no
pueden vender su vino, y vino bueno, á doce centa-
vos el galón, á dos reales y medio de moneda española
las cinco botellas b or deles as , cuando pagan á dollar y
medio y dos doUars el jornal de diez horas á un
bracero de mediana capacidad y más mediana labor;
y el de las bodegas llenas, en donde se crían de
30,000 á 200,000 galones de vino, sin hallar com-
prador que, por piedad, ponga precio á una mer-
cancía olvidada y tan fuertemente protegida por las
leyes del país.
Una de las ventas que ha llamado poderosamente
la atención en California ha sido la de 12,000 galones
de vino clarete hace poco efectuada por Mr. Parrott,
uno de los criadores más inteligentes en vinos de
Napa Valley que ha conseguido un precio de 75
58 VIAJE Á AMÉRICA
centavos por galón, cuando el mismo vino se habría
vendido en Europa á tres francos la botella borde-
lesa sin inconveniente alguno. Y al llegar á estas
conclusiones, para muchos quizá huelgue cuanto voy
á decir, porque lo natural y lógico es suponer que
donde no hay gusto en comprar determinada mer-
cancía, donde no hay mercado, aun dándose á vil
precio el producto, todo intento de importación ha
de fracasar-, pero, no he ido á California, ni he gas-
tado cinco días en viaje y á gran velocidad al través
de los desiertos americanos para ahondar tan poco
en asunto tan serio, y así, síganme los que quieran
ver claro en la producción de vinos de California
para que se convenzan conmigo de que de los vinos
españoles, con derechos y tarifas ó sin ellos, sólo en
marcas especiales, en vinos de lujo, en Jerez, manza-
nilla, etc., podemos esperar un mediano consumo.
Los que hemos aprendido nociones de viticultura
americana en los libros, nos figuramos que la zona
californiana plantada de viña es muy extensa; ¡qué
error! vean y mediten las cifras que van á continua-
ción y verán lo equivocados que están:
Viñas dedicadas á producción de vino.. 90,000
ídem dedicadas á uva de mesa.. . . 10,000
ídem dedicadas á pasas 100,000
Total acres. 200,000
RAFAEL PUIG Y VALLS 59
47
Dividido este total por 2 , resulta en hectáreas
ICO
una cifra escasísima en relación con los viñedos de
Europa, que cuenta los viñedos por millones de hec-
táreas, y una producción grandísima de vino por
hectárea que admira más al que ve la distancia que
existe entre las cepas plantadas en los campos de
California é ignora que hay viñas tan fructíferas que
han dado de 60 á 80 libras por pie. Y como tam-
bién se estudian en California estas cuestiones, vean
mis lectores las contestaciones categóricas dadas á
varias preguntas mías que juzgo de interés para los
vinateros españoles.
¿Sería fácil introducir en CaUfornia vinos de Es-
paña para hacer el coupager'
— No; los vinos de California tienen los mismos
defectos que los vinos españoles; demasiado alcohol
y mucho color; para est-o y aun en cantidades muy
pequeñas, preferimos los vinos franceses á los de
España.
¿Por qué razón el pueblo americano prefiere la
cerveza y el aguardiente al vino? ;Cómo es que dis-
poniendo California de una prensa que tiene tanto
ascendiente en la opinión, y teniendo el productor
yankee tanta iniciativa, no consigue probar que el
vino es mejor, más higiénico y más agradable que
aquellos líquidos?
6o VIAJE Á AMÉRICA
— Pues, porque el pueblo americano, compuesto
de razas del norte, avezadas á líquidos fuertes, halla
en el vino escaso aliciente, el vino le resulta des-
abrido y poco excitante, y por otra parte, siendo tan
poderosa la industria cervecera y tan rica la de espí;
ritus, en cuanto entabláramos la lucha en la prensa,
seríamos irremediablemente vencidos los que estamos
ya arruinados por la falta de consumo. —
Pero, con el tiempo, y mediante la mejora de los
vinos, la educación del pueblo y la propaganda ra-
cional, el vino alcanzará el premio que merece; y es
más, á mi se me figura que la propaganda de los vinos
americanos será beneficiosa á los vinos de España,
porque el gusto se irá afinando, y los aficionados al
vino, sabrán apreciar mejor que ahora el aroma, el
cuerpo y la finura de los vinos españoles.
Sí, algo hemos de conseguir, á largo ó larguísimo
plazo; pero no olviden los españoles, y eso me lo
decían como mof de la fin, dos cosas esencialísimas:
que los criadores de vinos americanos han hecho en
diez años progresos enormes; que entre los vinos
limpios, de buen color y bouquet ya muy pronun-
ciado, vinos que envejecen ya en la cepa y en los
toneles y que vendemos hoy, y el zinfa?idel de hace
20 años, hay un abismo, y que California tiene una
zona vitícola tan extensa como no la tienen Kspaña
y Portugal juntos.
De San Francisco á El Paso
NTENTO razonable ha de parecer que du-
rante mi estancia en los Estados Unidos
haya procurado estudiar con cuidado la
idiosincracia del pueblo americano, es-
tudio que completé al salir de San Fran-
cisco el día 4 de noviembre último, al tener la des-
dichada suerte de presenciar uno de los espectáculos
más tristes que puede ver un hombre y que bastara
él solo para marcar y esculpir en mi cerebro uno de
los rasgos fisionómicos y más característicos del pue-
blo yankee, si pudiera aun caber la duda en mis
apreciaciones, tantas veces expuestas en las colum-
nas de La Va?iguardia, acerca del modo de ser y
sentir de aquella raza.
En Oakland hallé preparado el tren que debía
conducirme á El Paso, estación fronteriza de Méxi-
. 6a VIAJE Á AMÉRICA
co, al norte de aquella república, busqué el número
de mi asiento-cama en el Pullman- car y esperé im-
paciente el momento que debía marcar mi salida de-
finitiva de los Estados Unidos de la América del
Norte.
Acostumbrado ya á la marcha silenciosa de los
trenes y á su falta de puntualidad, mi impaciencia
no podía justificarla más que el afán de ver llegar la
hora de mi repatriación, aunque fuera siguiendo un
camino larguísimo, colmado de peligros. El tren se
puso al fin en movimiento, el número de pasajeros
era escasísimo, y en aquel vagón inmenso llamado
pomposamente vagón palacio, que había de ser mi
vivienda durante tres días, ocurriéronme en mi sole-
dad las narraciones repetidas en los diarios durante
los últimos meses de 1893, de trenes asaltados por
hombres enmascarados y armados de rifles Winches-
ter, de asesinatos seguidos de linchamientos, de ro-
bos inauditos, con todo el variado repertorio de es-
cenas salvajes representadas de noche en las inmen-
sas estepas de los desiertos americanos. Tocábame
recorrer los estados de Arizona, New-México y Te-
xas, reputadísimos por sus bandoleros, y no me pa-
reció situación muy halagüeña la de un hombre sólo,
desarmado y dotado de escasas fuerzas físicas.
Esas ideas no respondían ciertamente al ambien-
te que respiraba al atravesar los valles de la baja
California en un día lleno de sol y brisa suave y
RAFAEL PUIG Y VALLS 63
fresca que daba á mi temperamento nervioso un
bienestar indefinible. Marchando el tren á gran velo-
cidad y gozando el bienestar del que cae en la me-
ditación sugerida por lo que le rodea, desvanecido
el terror de un momento de desfallecimiento de es-
píritu, no sé yo cuanto tiempo había pasado, aun-
que no debía ser mucho, cuando el maquinista dio
la señal de alarma y parada de tren, que se efectuó
con una celeridad pasmosa. El motivo no podía ser
más triste, el tren acababa de arrollar á dos hombres,
lanzarlos de la vía y matarlos instantáneamente. Ha-
bía en una curva una cuadrilla de trabajadores, ocu-
pados en el asiento del material fijo, curva en des-
monte que formaba en su centro una verdadera ce-
lada, en que entraron á la vez, por desgracia, dos
trenes. Con el ruido y quizá el aturdimiento, dos
trabajadores vieron al tren que iba á San Francisco,
se colocaron sobre la vía que creyeron libre, y des-
cuidando el convoy que llevaba dirección contraria
fueron arrollados sin misericordia.
Paróse el tren, atravesaron mi vagón dos caballe-
ros, y al regresar, estando ya el tren en marcha, di-
jeron tristemente «dos hombres muertos». Me levan-
té, acerquéme á la ventanilla y vi sobre la hierba
dos hombres jóvenes, palpitantes aun y desangrán-
dose, con la cabeza destrozada. Este espectáculo,
más que triste, me pareció desastroso, porque más
inhumano que la muerte es considerar que bastaron
64 VIAJE Á AMÉRICA
escasamente íate minutos para que el tren matara á
aquellos homutcs, tomara, no sé quién, nota de lo
ocurrido, y volviera el convoy á emprender su cami-
no, mientras los muertos yacían solos y abandonados
por sus compañeros, que continuaban su labor, fríos,
indiferentes, como si aquellos cadáveres fueran des-
pojos de un naufragio, escupidos por el mar en días
de tormenta sobre playas desiertas é inhospitalarias.
Más desastroso aun, sí, que no hay tormenta en el
mar, ni ciclón en el cielo que pueda compararse, en
estos días de prueba, al odio y á la indiferencia que
parece haberse apoderado, como desoladora epide-
mia, del corazón humano.
Así empezó mi viaje de regreso; señalado en su
primera etapa por la noticia abrumadora, al llegar á
la capital de México, el día 9 de noviembre á las
siete de la mañana, de la explosión de una bomba,
con todas sus traidoras y viles consecuencias, en el
Liceo de Barcelona.
Y, sin embargo, entre los dos términos de esa es-
cala de indiferencias y crueldades, entre el odio de
un malvado y el frío irritante de los c[ue no tuvie-
ron para los vencidos por fiera desgracia ni una lá-
grima, ni una mirada compasiva, hallo más cercano
al amor el odio de una fiera que la indiferencia
que considera al ser humano como una bestia más
de la escala zoológica. Y aunque sea alargar algo
más de lo conveniente ese orden de consideraciones
RAFAEL PUIG Y YAI.I.S 65
ciue viene á completar, en mi concepto;^^ 1 juicio (¡ue
he formado de la civilización americana, permítame
el paciente lector que le presente, en episódico con-
traste, la nota comparativa de dos razas, la nota que
pinta como siente nuestro pueblo, extraviado por las
doctrinas subversivas, la miseria y el hambre, pero
bueno en el fondo, compasivo, capaz aun de arran-
ques generosos, ya que ha visto como sabe sufrir y
penar el pueblo americano.
El trasatlántico «Alfonso XII» salía de Cádiz el
1 8 de diciembre último, con mar llana y ligera bri-
sa; el piloto del puerto dirigía ya la maniobra, arria-
das las escaleras y moviéndose el barco lentamente
en busca del mar libre de obstáculos, camino de
este puerto. De repente y desde la toldilla observó
que se había quedado á bordo un muchacho de
diez y seis á diez y siete años, y con tono brusco y
señalándole el cable que pendía de estribor y á cuya
extremidad había una lancha, le dijo: «largo, inme-
diatamente bajas por la cuerda y te vas... largo»;
el chico quedóse pálido como un muerto, no sabía
si llorar ó protestar, mudo de espanto dudaba entre
sufrir las iras del piloto ó exponerse á bajar por la
cuerda y deslizarse con peligro de caer al agua. El
piloto insistía con ánimo resuelto, y como el mucha-
cho opusiera á la ira del marino la resistencia pasi-
va del que teme jugarse la vida en la contienda,
intervino en ella un marinero del «Alfonso XII»
66 VIAJE Á AMÉRICA
con ánimo resuelto y decidido: «Pero hombre, no ve
usted que el chico tiene miedo, que no ha bajado
nunca por una cuerda y está temblando... pues no
faltaba más»; y amparando al cuitado, salta la banda,
coge el cable y al muchacho por la cintura, lo suje-
ta vigorosamente, le da rápida instrucción para que
le deje sueltas las manos y en menos tiempo del
que cuesta relatarlo, como si fuera un padre amoro-
so, dejó al chico en la lancha, subiendo rápidamen-
te á bordo sin esperar, probablemente, las gracias
del agradecido mancebo.
Compárese la indiferencia de los obreros de Ca-
lifornia con el arranque generoso del marinero del
«Alfonso XII», y después escójase entre aquella ci-
vilización, orgullosa de sus máquinas, fría y repulsi-
va como toda vanidad, y ésta que tiene por base
la familia con todas sus derivaciones, costumbres
humanas y sentimientos piadosos que dan al prójimo
el dictado de hermano y amigo.
Los campos de California van repoblándose á me-
dida que se avanza en dirección al sur con las plan-
tas que son el orgullo de nuestras provincias de le-
vante. Arrancadas las viñas en muchas partes, las
árboles frutales, naranjos, limoneros, melocotoneros,
cerezos, correctamente alineados, dominados en el
fondo de la plantación por la quinta, la masía ó el
cottage, constituyen la fisonomía especial de la baja
California. Camino del Estado de ArizOna ya no se
RAFAEL rUIG Y VALI.S 67
cruzan grandes ríos, viéndose sólo en lontananza la
altiva cordillera de Sierra Nevada; los pueblos guar-
dan su fisonomía especial, las casas, casi todas de
madera, no están ya rematadas por cubiertas de 40
ó 45 grados, el frío no cuenta ya en las fértiles lla-
nuras, besadas por las brisas del Pacífico, y cruzan-
do paralelos cada vez más cercanos al trópico de
Cáncer, las plantas tropicales asoman ya por todas
partes, el indio se transforma, no es tan robusto, n
tiene facciones tan angulosas, y al amanecer del do
mingo, cuando el sol doraba el hermoso valle de Los
Angeles, donde se producen los vinos americanos
tan parecidos á los vinos andaluces y portugueses
después de haber atravesado el valle de San Joaquín
granero de California, y las estaciones llamadas y
escritas en español, Merced, Madera, Fresno, que re
cuerdan nuestro paso por aquellos valles, llegué á las
ocho de la mañana á La Puebla de la Reina de loS
Angeles, fundada por los españoles en 1781, anexio-
nada en 1846 á los Estados Unidos y formando hoy
una agrupación de mas de 50.000 habitantes, que se
considera la segunda población de California en ri-
queza é importacia comercial.
A medida que el tren se aleja de Los Ángeles
camino de San Diego, las plantaciones son cada vez
más raras, hasta que ya antes de mediodía y de -le-
gar á Yuma, se atraviesa el desierto de Colorado, en
que sólo se ven yucas y cactus, extensos arenales
68 VIAJE Á AMÉRICA
matizados de sal, caldeados por un sol ardiente que
en verano ofrece al viajero vistosos espejismos, de-
sierto que en algunos puntos está por debajo del ni-
vel del mar, solución de continuidad hoy del golfo
de California, que quizá vuelva á invadir algún día
si un movimiento del litoral americano sumerje otra
vez las tierras que un levantamiento lento, fenómeno
del volcanismo, ha puesto al descubierto en la época
moderna del globo terráqueo. Y ya poco queda por
ver que llame la atención en la larga travesía de San
Francisco á El Paso, como no sean pueblos que el
viajero pregunta de qué viven, dónde se halla la ri-
queza que explotan y aprovechan, cómo crecen y se
desarrollan en aquellas inmensidades donde no hay
bosques ni plantaciones, teniendo siempre á la vista
aquella Sierra Madre de México, que esconderá aún
tantas riquezas en sus entrañas, y aquellos desiertos
que las aguas del mar han escupido como hueso es-
téril, ensanchando prodigiosamente el continente
americano del que se cuentan tantos prodigios, y en
donde amontona el monopolio tantas riquezas, poseí-
das por manos que han cruzado el territorio de ca-
minos de hierro, puesto los jalones de nacientes po-
blados y quizá gérmenes de nuevas nacionalidades,
pero puntos perdidos hoy en los inmensos campos
de California y Arizona, de Texas y New-México,
más grandes que España y Portugal, Francia é Ingla-
terra, Italia y Austria juntas, donde la vida nóma-
KAKAEL PUIG Y VALLS 69
da se ejercita con todas las manifestaciones del sal-
vajismo, que la civilización pasa sólo allí entre los
rieles de los caminos de hierro rápida y fugaz, des-
vaneciéndose á la vista del que suspira en aquellas
landas desiertas, como el humo de la locomotora y
el vapor de la caldera en los espacios infinitos del
cielo.
Cansado de meditar sin comprender los misterios
de los vastos desiertos americanos, recojo una nota
artística en la estación de Yuma, que colora aquel
desierto y aquella rígida nota de la línea recta en
todo: una compañía nómada que pasea por aquellos
desiertos leones enjaulados, panteras, tigres y hienas
en grandes carromatos, indios que montan caballos
enjaezados á la mexicana, elefantes que guía un mu-
chacho cuarterón, monos que saltan y brincan, mu-
jeres que visten trajes imposibles, chillones, llamati-
vos, de raza difícil de clasificar, y en un gran carro,
terminado por ancha plataforma, una murga de in-
dios más ó menos auténticos, que toca una marcha
discordante, ensordecedora, proyectándose todo en
el cielo tropical, que ensucia de tonos grises la ola
de aire caliente que levanta el sol en las caldeadas
arenas del desierto.
Pasa aquella mascarada por delante del tren
lenta y majestuosamente; es el reclamo americano
que no tiene bastante campo en las ciudades y que
necesita las inmensas soledades del desierto oara
■JO VIAJE Á AMÉRICA
proclamar que él solo es el rey del mundo. Y la lo-
comotora mueve otra vez sus bielas y ruedas y el
tren sigue y sigue cruzando estepas y pueblos, ríos y
lagunas, acercándose cada vez más á Río Grande,
muy chico donde lo cruzamos, poco antes de llegar
á la frontera mexicana, y á la estación de El Paso,
en territorio aun de los Estados Unidos de la Amé-
rica del Norte.
De El Paso á México
las dos de la tarde del día 6 de
noviembre último llegué á la es-
tación de El Paso, en territorio
de Texas de los Estados Unidos
de la América del Norte.
Para ir á la estación mexicana es menester atra-
vesar la población, de fisonomía yankee, en el con-
junto y los detalles. Lo característico allí es el cam-
bio de tipo, la aparición de nuestra raza, del mestizo
y del indio mexicano, esencialmente distinto del
sioux criado en el Far-West y en los desiertos de
Arizona, New-México y Texas.
El indio mexicano tiene en su piel y en sus ras-
gos fisionómicos algo que recuerda al chino, y sin
embargo, cuando se comparan en los restaürants de
72 VIAJE A AMKKICA
las estaciones donde concurren, al chino puro, activo,
inteligente, observador, con el indígena de México
indolente, resignado, gozando la molicie del reposo,
la única semejanza que aparece en los dos tipos es
la inmovilidad fatal de su fisonomía, la tristeza de
raza, tan honda y constante que parece haber des-
terrado la risa de aquellas esfinges humanas.
«Señor, ¿quiere usted algo?» me dijo un mestizo de
ojos negros, rasgados, soñolientos. «Sí, necesito cam-
biar dinero-, ¿podrá usted con todo esto?»— «y como
no», contesta el mozo echando una rápida mirada á
mi equipaje de mano, y con un acento tan dulce y
con tan suaves inflexiones en la voz, que cantaba
más que hablaba, y al decirme que le siguiera, guió-
me por aquellas calles polvorientas y las sendas más
trilladas, llegando al poco rato, en tarde de noviem-
bre tan calurosa como una de septiembre en Barce-
lona, al Banco de la ciudad, donde me dieron por
cada cien dollars ciento setenta y dos pesos mexi-
canos.
Al ver tanto dinero en mi mano, tentado estuve
de creer que soñaba, porque si la vida en México
había de resultar proporcionada á lo que cuestan las
cosas aquí, tomando por unidad el duro, iba á darse
el caso extraño de que el viaje á Nueva España no
me costara nada ó casi nada.
Regresé á la estación y me tocó esperar hasta las
cinco de la tarde-, los trenes en México no llevan
l'UlCi Y VALl.S
])risa; hay de El Paso á México unas mil doscientas
treinta millas, y para su recorrido necesité andar, sin
descanso, desde el lunes á las cinco de la tarde á
las siete de la mañana del jueves siguiente. Media
hora antes de la partida, el expendedor de boletos
abrió la taquilla y al pedirle pasaje para la capital de
México, aunque el idioma del país es el castellano,
observé que no me entendía, que domina aun en los
caminos de hierro de Nueva España el idioma de la
gran república norteamericana.
Me figuré, pues, que estaba aún en los Estados
Unidos y hube de reiterar la petición en inglés.
«Aquí, contestóme, no damos pasaje más que hasta
Ciudad de Juárez, en donde está la estación princi-
pal y la Aduana». — «All right»; di diez centavos, me
entregó un boleto y esperé la hora de partida.
A las cinco llegó el tren compuesto de vagones
dé primera, segunda, tercera y Pullman-cars, rotu-
lados en inglés, y el consabido negro, con su uniforme
azul y botones dorados, el revisor que chapurreaba
el español, con el séquito y la factura indiscutible
que caracteriza el servicio de las compañías norte-
americanas. Esos trenes me hicieron el efecto de
avanzadas de los ejércitos de la gran república an-
siosa de ir tachonando, de estrellas nuevas, las ba-
rras blancas y azules del pabellón americano.
Partió el tren y los aduaneros empezaron á eje-
cutar sus funciones; el bagaje de mano quedó revi-
74 VIAJp; Á AMjtKICA
sado en pocos instantes, poniendo en todos ellos un
rotulillo que decía: «Revisado por el resguardo de la
Aduana fronteriza de la Ciudad de Juárez». Anoche-
cía ya al llegar á Ciudad de Juárez y allí revisaron
mi equipaje, cené y tomé pasaje para la capital de
los Estados Unidos mexicanos. En el restaurant es-
taba en funciones una partida de chinos que ha arren-
dado la mayor parte de los servicios culinarios de
las estaciones carrileras.
La comida me pareció aceptable y calcada en la
cocina norteamericana: muchas carnes asadas, pocas
salsas, agua helada á pasto, y la eterna banana en
campota, frita, al natural, perfumando con su empa-
lagosa esencia todos los platos.
Y al dejar arreglados mis cachivaches en el Pull-
man, observé en el andén de la estación el movi-
miento de hombres de distintas razas y colores, de
muchachos y niñas que vendían chucherías y frutas,
movimiento inusitado, extraño, fantasmagórico entre
sombras y penumbras difuminadas, algo que recuerda
nuestras estaciones de la costa catalana, en las pri-
meras horas veraniegas de la noche, cuando la gente
ansia ver el espectáculo, siempre igual y siempre va-
riado, del tren que llega y del tren que parte, espejo
fiel y triste de todos los acontecimientos de la vida,
esperados con ansia como una alegría, vistos des-
aparecer con el dejo amargo del desengaño.
Dejé á Ciudad de Juárez recordando á aquel
KAKAEL PUIG Y YALLS 75
hombre de raza azteca que defendió, palmo á palmo,
el territorio mexicano, y que, acorralado en el confín
de la república, sentó allí las bases de su gobierno,
organizó sus huestes, derrotó á sus contrarios, los
lanzó del país y entró triunfante en la capital, dando
á su patria uno de los períodos más largos de reposo
desde que se emancipó de la metrópoli. Bien mere-
cido tenía que la ciudad que le acogió en la desgra-
cia, conserve el nombre del que defendió la inde-
pendencia de la nación.
Ciudad de Juárez, iluminada apenas por el cente-
lleo de las estrellas, se escondía cada vez más tras la
arboleda, desaparecía rápida de la vista del viajero,
y mientras el negro prepara las literas del Pullman,
doy una ojeada á un guía que canta las maravillas
de México, llamándole «Wonderland», y me dispon-
go para gozar, desde el día siguiente, la serie de
espectáculos anticipados por relaciones pintorescas,
dignas de una imaginación meridional.
Al despertar, á primera hora, apenas amanecía;
recostado en la litera con el visillo levantado, observé
ansioso la salida del sol. El que no ha estado en las
altas mesetas mexicanas no sabe, no tiene idea de
cómo se dibuja en el cielo la línea divisoria de las
montañas, pura, limpia, cortada con precisión mate-
mática que se proyecta en el horizonte como un
trazo que separa la montaña, de tonos violados, del
fondo azul del cielo. No puede haber en ningún clima
76 \' r.Aj K Á A M !•: k ii a
atmósfera más transparente, ni tonos más calientes
en el aire, ni dorado más intenso en los rayos del
sol, ni líneas más finas en el cirrus que parece encaje
de filigrana suspendido en el espacio, y allí donde el
sol se proyecta intensamente, donde la tierra abrasa-
da recibe amorosa aquel beso ardiente de un sol que
no mitiga, con sus alientos suaves, el agua reducida
á vapor, parece que se levanta intensa hoguera que
abrasa aquellas inmensas llanuras. Pero cuando el sol
va subiendo hacia el zenit y el aire se hace menos
transparente, y se observa atento el llano inculto, la
choza misérrima de adobe que ampara al indio az-
teca, el pueblo sin fisonomía, que no la tienen aque-
llas casas de arcilla, paralalepípedos de color terroso,
sin enlucido, que no se necesita en aquel clima seco
para conservar su cohesión, con una abertura que
hace oficio de puerta y otra muy chica de ventana,
alternando con barracas cónicas de tierra y caña, y
desaparecen los espejismos en el cielo, la realidad se
descubre por todas partes, mostrando una miseria tan
espantosa y una despoblación tan grande, que ellas
solas bastan para explicar los continuados alzamien-
tos y sublevaciones de aquel pueblo vencido y hu-
millado.
A las nueve de la mañana llegué á Chihuahua,
capital del Estado del mismo nombre. Situada la
ciudad á bastante distancia de la estación, el agru-
pamiento de las casas, su fisonomía, la iglesia prin-
RAFAEL PUIG Y VAl.LS
77
cipal con sus torres dominantes, me recordaron las
ciudades españolas de la meseta central castellana.
Y en la estación se ven ya los hombres con za-
rape y las mujeres con 7'ebozo, prendas de la indu-
mentaria mexicana, remedo de nuestras mantas y
pañolones castellanos, que cubren cuerpos sin camisa
y pelos desgreñados, manifestación tristísima de la
mas terrible miseria. El indio, envuelto en su zarape,
sentado en cuclillas, triste, macilento, mira como
pasa el tren, satisfecho hoy porque tiene aún algunos
centavos ganados no recuerda cuándo ni de qué
manera, que ya trabajará mañana, cuando sea pobre
y no tenga dinero para comprar pulque, tortillas y
un puñado de judías.
78 VIAJE Á AMÉRICA
¿Qué le importa al indio el. mundo, del que nada
espera? Cuando tiene hambre coge el fusil que le da
la ambición del primer caudillo que se presenta y
mata y muere para llenar su vientre, que es la única
política que domina su corazón, su entendimiento y
sus entrañas. Y al verle acurrucado, tomando el sol,
enteco, arrugado, indiferente, nadie adivinaría en
aquel ser envilecido un héroe que sabe batirse con
singular bizarría, sin preguntar á nadie el color de la
bandera, ni el derecho que defiende, ni la justicia de
la causa que puso en sus manos el arma homicida.
Y al poco rato, después de tomar el breakfast
en el restaurant chino, aquella masa desaparece len-
tamente, mientras el tren va cruzando campiñas
abandonadas, desiertos inmensos que tienen por
marco altísimas montañas, atravesando de tarde en
tarde alguna hacienda, como dicen las gentes del
país, que tienen sesenta y ochenta mil hectáreas de
extensión, verdaderos falansterios indios donde éstos
hallan choza que les cobije, trabajo que alivie su
miseria é iglesia que consuele sus pesares. Necesarios
son esos recursos en un país donde las sequías lo
matan todo, donde los ganados mueren en los ca-
minos, hambrientos y engañados por traidores espe-
jismos, y las sequías duran años y años en los Es-
tados del norte de México, teniendo que abrir las
fronteras á los granos de Norte América para no morir
de hambre, produciendo esto una sangría tan espan-
RAFARI. rriG Y V\I
tosa en el numerario de la Hacienda mexicana, (lue
la balanza comercial acusa una pérdida enorme, una
corriente de millones que empobrece á aquella na-
ción con una rapidez aterradora. Esto me cuentan
mis compañeros de viaje, mostrándome en todas
partes campos agostados, arenales salitrosos, tierras
yermas y abandonadas, chozas misérrimas, indios cu-
biertos con sombrero, modificación de nuestro calañés,
protector de la cabeza contra el sol y la lluvia torren-
cial de los climas tropicales, mientras van pasando
las estaciones de La Cruz, Santa Rosalía, Jiménez,
Torreón, empalme de la línea de Durango, Jimulco...
y el día pasa esperando aquellas maravillas que no
vienen y aquellas tierras tropicales que he soñado
tantas veces, pobladas de palmeras, heléchos arbo-
rescentes y lianas trepadoras con todo el cortejo de
una flora y fauna poderosas.
El sol se pone, y el cielo vuelve á reproducir el
espectáculo sublime de un incendio que dora, al es-
conderse en el horizonte, las cimas de las montañas
y las profundidades del cielo. El indio, que ve cada
día las fiestas sublimes de la atmósfera y compara
aquella luz y aquellos colores con las tristezas de sus
campos desolados, ¿cómo no ha de sentir la nostal-
gia de otra vida, allá, en el fondo de aquel cielo tan
hermoso, tan puro y- trasnparente, que parece ser una
promesa y una esperanza?
Al día siguiente, poco después de las diez de la
8o VIAJK Á AMÉRICA
mañana, uno de los compañeros de viaje, compade-
cido de mi desencanto, me coge de la mano y me
conduce á la plataforma posterior del vagón para
presenciar un cambio completo de decoración, y me
dice: «Estamos atravesando una de las comarcas más
ricas de México, en el distrito de Zacatecas, región
argentífera por excelencia; fíjese usted en aquellas
piedras blancas que marcan cotos mineros y en las
bocas de las minas, en cuyas galerías hay, ó mejor
dicho, había unos 15,000 trabajadores extrayendo
mineral argentífero del subsuelo. Por desgracia, el
monometalismo y la abolición de la ley Sherman en
las Cámaras de Washington acaban de asestar á esta
riqueza una herida mortal. Los propietarios de las
minas están despidiendo á muchos trabajadores y el
laboreo de las minas va disminuyendo con una velo-
cidad aterradora.»
«Observe usted ahora el paisaje: los tonos rojos y
calientes de estas montañas, sus formas suaves y on-
duladas, sus valles risueños, embellecido todo por ese
sol y ese clima primaveral», y al salir de una curva,
como si se levantara repentinamente un telón de
boca, mostróme en el fondo de un valle la ciudad de
Zacatecas, escalonada, con sus casas blancas, bajas,
rematadas por azoteas, recordando las ciudades orien-
tales, hasta tal punto, que los que no hemos tenido
la suerte de visitarlas, si nos hubieran transportado
con los ojos cerrados á aquel centro minero, con la
RAFAEL PUIG Y VALLS
visión de las fotografías de Oriente en la memoria,
no habría habido uno solo que se creyera en Amé-
rica; tanta semejanza existe entre Zacatecas y las ciu-
dades en que se desarrollaron los portentos que con-
memora la religión cristiana.
La explotación de las minas se remonta al 15 16
y se supone que ha rendido ya más de 800 millones
de dollars-, la ciudad está sentada sobre filones de
plata y en ella misma se abren los pozos para la ex-
tracción del precioso mineral.
Las iglesias se parecen, desde lejos, á las que se
veían en Chihuahua; los edificios principales, los úni-
cos (^ue tienen alguna grandiosidad, son obra de
nuestros antepasados, y por eso me decía mi com-
pañero de viaje: «cuando vea usted, en México, un edi-
ficio de importancia, una iglesia de buen tipo arqui-
tectónico, un palacio majestuoso, un cuartel, un
ministerio, lo mismo en la capital que en los Esta-
dos, no vacile usted un instante en creer que todo es
obra de España y del tiempo de la conquista.»
Poco tiempo me quedó para contemplar aquel
oasis llamado Zacatecas en medio de tantos desier-
tos; los pasajeros ocuparon el tranvía que debía con-
ducirles á la población, y el tren emprendió la mar-
cha por la gran pendiente que guía á Guadalupe, y
á pesar de haber pasado ya, á primeras horas de la
mañana, el trópico de Cáncer y estar en los climas
cálidos de la zona tórrida, las yucas, las palmas y los
6
82 VIAJE Á AMÉRICA
nopales eran las únicas plantas que me recordaban
el país tropical de los bosques gigantes y las selvas
encantadoras, descritas tan magistralmente por Hum-
bold.
A la una llegamos á Aguas Calientes, almorcé en
■un restaurant del país á instigación de mis compa-
ñeros de viaje, y, aunque descontento de mi condes-
YUCA
cendencia, tuve la curiosidad de probar las celebradas
-tortillas, pasta repugnante hecha de harina de maíz
y no sé qué más-, el pulque, brebaje procedente de la
savia fermentada del agave americano, muy parecido
y perteneciente al mismo género de los agaves que
se crían en la costa mediterránea, y una serie de
platos de origen español mal condimentados y sucia-
KAFAEI, PUIG Y VALLS 83
mente ofrecidos, que me hicieron formar una pobrí-
sima idea del arte culinario de los Estados Unidos
mexicanos.
Por fin, al día siguiente, á las siete de la mañana,
vislumbré ya los célebres lagos del gran valle de
México, sus cordilleras famosas, sus volcanes apaga-
dos, sus cimas más altas que los picos más elevados
de los Alpes, y después de cinco días y otras tantas
noches de ferrocarril, capaces de fatigar al más ro-
busto, bien merecido tenía llegar al cerebro del país
de las maravillas, á la ciudad de Motezuma y Her-
nán Cortés, de las leyendas heroicas, la noche triste
y cuanto se relaciona con los hechos más gloriosos
de la historia colonial de España.
La ciudad de México
lo antiguo
EMO que muchos extranjeros, al vi-
sitar la capital de la república mexi-
cana, no le hallarán grandes atrac-
tivos. Lo moderno vale poca cosa,
lo que construyó el Virreynato de
España durante tres siglos, sólo interesará á un re-
ducido número de personas, amantes de la historia
del mundo y de las proezas humanas. Si el que
visita México está imbuido en ideas de secta, en
todas partes hallará las huellas de los quemaderos
de la inquisición, del martirio de los jefes indios
humillados y vencidos por los conquistadores, más
afanosos de tesoros escondidos que de glorias guerre-
ras, y considerará justo que los mexicanos no tengan
para Hernán Corte's ni un recuerdo, ni una alabanza.
86 VIAJE Á AMÉRICA
Quien estudie imparcialmente la historia de la
conquista de México, y observe cómo crece y se ci-
viliza su raza indígena, mientras en el territorio de
los Estados Unidos se extingue, siendo más guerrera
y más viril, atosigada por procedimientos inhumanos,
perseguida á sangre y fuego, y acorralada en su propia
casa, quizá hallará que la obra de la conquista dejó
en los campos regados por tanta sangre española,
algo más que fanatismos y codicias, crueldades y
martirios, que no son ciertamente los que tienen en
sus manos los destinos mexicanos quienes puedan
hacer alardes de clemencia, y de ahorrar la sangre
indígena que derraman á raudales en nombre de
ideales políticos menos excusables que los derechos
de conquista.
Si levantaran la cabeza Iturbide y Maximiliano,
los dos emperadores mexicanos fusilados en nombre
de la revolución triunfante, ellos, que no atentaron á
la independencia del país y procuraron enaltecerlo y
honrarlo, qué dirían de una raza que reniega de su
sangre y halla vilipendio en la conquista que les
hizo hombres civilizados, cristianos y dignos de al-
ternar con los pueblos cultos, cuando los indios,
que son los más, más de la mitad de la población,
no han hecho otra cosa que cambiar de señores,
conquistados hoy por nuestros hermanos como lo
fueron hace cuatrocientos años por nuestros abuelos,
y lanzados á continuas luchas fratricidas para levan-
RAFAEL PUIG Y VALLS 87
tar sobre el pavés, al más osado ó al más fuerte.
Difícil ha de ser al español ilustrado sustraerse á
esas consideraciones, si de la estación va á parar al
hotel Iturbide, mansión durante cortísimo tiempo
del infortunado emperador Agustín I, ungido en la
catedral de México, á los treinta años de edad,
cuando acababa de libertar el territorio del dominio
de España, trescientos años después de aquella
epopeya escrita con sangre española por un puñado
de hombres mandados por Hernán Cortés en los
campos y montañas mexicanas, epopeya que no ne-
cesita mármoles ni bronces que la perpetúen, que
mientras el mundo exista, mientras exista México,
no habrá ciudad ni aldea, montaña ni llanura que
no guarde, desde las más hondas raíces de aquella
nacionalidad hasta las cimas más elevadas de sus
cordilleras, el recuerdo del paso de aquellos guerre-
ros que fundaron un imperio, dejando en él el sello
imperecedero de su sangre y su genial valor.
El palacio convertido en hotel, el patio rodeado
de columnas, rematadas por arcos de medio punto
en su parte baja, por arcos rebajados en el princi-
pal y adintelados en el segundo, como si represen-
taran aquellos accidentes arquitectónicos épocas
distintas en su construcción, el patio desnudo, que
si lo rematara un velarium recordaría los patios an-
daluces, todas las crujías modificadas para las aten-
ciones del café, billares, salas de lectura y restaurant,
8§ VlAjE A AMÉRICA
todo lo banal y pobre de un hotel de segundo orden,
ha venido á rematar las glorias de un imperio sellado
con la sangre de un hombre que olvidó sus jura-
mentos para libertar á su patria del llamado ominoso
yugo extranjero.
Conquistada la independencia en los campos de
Querétaro y Puebla, Iturbide entró triunfante en la
capital en septiembre de 1821; en 19 de mayo
de 1822 el Libertador fué elegido emperador por 67
votos, y en 21 de julio del mismo año, Iturbide y su
esposa fueron coronados en la catedral de México,
para reinar sólo poco más de un año, derrocados en
marzo de 1823 por el general Santana. Desterrado
y maldecido, se le concedieron 25,000 duros anuales
de limosna para que viviera en suelo extranjero, y
él, que había dado á sus compatriotas un territorio
inmenso, quince ó diez y seis veces más grande (jue
la metrópoli, no podía pisar, sin ser llamado traidor,
ni un palmo de tierra mexicana.
Al año de la expulsión, la nostalgia, el rencor ó
ambas cosas á la vez, le hicieron volver á México;
é Iturbide el Libertador, el ungido en la catedral,
el ídolo del pueblo, fué declarado traidor, preso y
fusilado en 19 de julio de 1824.
Los vencedores no aventaron sus cenizas, ni
arrojaron sus huesos á la voracidad de las alimañas;
la piedad recogió el cadáver de Iturbide, (¡ue bien
pudo cederle para tumba unos cuantos palmos de
RAFAEL niG Y VALLS
terreno á perpetuidad en la catedral, en cambio de
un territorio independiente, afianzado por la mano
poderosa del Libertador mexicano.
Fuerza es desvanecer esa impresión dolorosa que
siente todo español de raza al pisar la ciudad de
México. Son tan recientes las fechas, tan heterogé-
neos y extraños los pensamientos que levanta el
amor á España y la idea de justicia ante la tumba
de un hombre que olvidó sus juramentos y fué in-
grato con la metrópoli que le hizo general antes de
los 30 años de edad, y le confió su honra, sus ejér-
citos y sus intereses, que yo, español, no me atrevo á
llamar traidor á Iturbide, no me atrevo á infamarle
como lo hicieron aquellos que le debían la libertad
y la independencia, obcecados y vencidos por la
ambición y las ansias terribles del poder.
Necesito orear mi frente y salir á la calle anima-
dísima de San Francisco, una de las arterias prin-
cipales de la capital, para desvanecer tan tristes
pensamientos. La fisonomía de sus casas bajas, pues,
pocas tienen más de dos pisos, sus tiendas de aire
puro español, los chicos que pregonan las mercan-
cías y ofrecen los diarios del día, los carruajes de
lujo y alquiler que cruzan el arroyo, la urbanización
bastante bien entendida, todo tiene aire europeo,
todo recuerda á Madrid, y al llegar á la plaza lla-
mada «El Zócalo» ó «Plaza mayor de la Constitu-
ción», en cuyo centro hay actualmente una especie
9Ó VIAJE Á AMÉRICA
de circo con un jardín interior que la afea, hallé
más pronunciada esta fisonomía en los puestos de
venta de flores, en los portales llenos de buhoneros
y baratijas, rodeada por edificios públicos inmen-
sos, la catedral, el antiguo palacio de los Virreyes,
convertido ahora en Ministerios, la casa de la ciu-
dad, jardincillos y bosquetes, estatuas y monumen-
tos en el centro, parada de tramways en las partes
laterales, y todo ello iluminado por un sol tropical
que no enturbia á 2,400 metros de altitud el vapor
de agua, con los indios envueltos en sus zarapes y
rebozos de colores vivos y estrafalarios, cubierta la
cabeza con el típico sombrero mexicano, alternando
con gentes de sociedad más culta, traje más atildado
y apariencia más decente.
El edificio más notable por su arquitectura es la
catedral. Empezada en 1573, terminóse en 1667,
siendo más reciente la fecha de la terminación de
las torres que lleva la de 1791. Dicen las gentes que
la catedral costó 2.200,000 duros, pero á mí se me
figura que si en esta cantidad no se cuentan joyas y
obras artísticas de valor intrínseco que no están al
alcance del vulgo, hay que estar prevenido contra
esta cifra que parece calcada en las exageraciones
yankees, y las cuentas galanas que convierten á
América en el país de las Mil y una noches.
Ea fachada de la catedral, achatada en el conjunto
y los detalles, empotrada en dos grandes cubos que
I
RAFAEL ri'IG Y VALLS O*
sostienen dos pesadísimos campanarios y un anexo
en la parte Este, churrigueresco y enrevesado que
aumenta la traza del edificio en perjuicio de su al-
zado, no mantiene, ni un segundo, la atención del
viajero. El interior frío, desnudo, con el coro en el
centro que corta sus ejes con menoscabo de su
grandiosidad, tampoco puede compararse con los
templos españoles de arquitectura más sentida.
Tiene la catedral mexicana cinco nav^ espaciosas
y un crucero, rematado por una cúpula decorada por
artistas afamados. Descuella en el extremo de la
cruz latina el altar mayor, ampuloso, reluciente, ro-
cocó, contraste inarmónico con el desmantelado de
columnas frías y altares escasos, pobremente deco-
rados.
Hay, sin embargo, algunos detalles suntuarios
bien entendidos; los pulpitos y la pila bautismal de
ónice, algunas verjas riquísimas de oro, plata y cobre,
el altar de los reyes, artístico y suntuoso, la tumba
de Iturbide, la de los Virreyes y la de los ajusticiados
en Chihuahua, rebeldes á la metrópoli, Hidalgo,
Aldama, Allende y Jiménez, que levantaron el pendón
de independencia, sirviendo como de enseña de
combate la efigie de la virgen de Guadalupe, patro-
na de México. Al Este de la plaza se levanta el
antiguo palacio de los Virreyes, construido sobre las
ruinas del palacio de Motezuma, último emperador
azteca.
^2 VIAJE Á AMÉRICA
No hay en el mundo edificio más grandioso ni
más banal que el antiguo palacio de los Virreyes
españoles, convertido ahora en ministerio de Estado,
Hacienda, Tesorería y no sé cuántas dependencias
más, con aire de cuartel, montada la guardia en las
puertas, y llenos los patios interiores de soldados,
sin un detalle que merezca mirarse ni apuntarse en
la cartera. Doce patios interiores, ocho acres equi-
valentes á unas cuatro hectáreas de superficie cu-
bierta; dos fachadas larguísimas adornadas con ven-
tanas en los bajos y una serie de balcones en el
principal, rematados con guardapolvos vulgarísimos
que no recuerdan ciertamente los buenos tiempos de
la arquitectura española, ni la intervención de una
inteligencia artística en la fábrica de tan grandioso
edificio.
Al Sur de la plaza se halla el palacio municipal
albergue del gobernador del Estado, con portales
de piedra de sillería y una fachada lindísima, pero
de interior pobre y de mal gusto, tanto en la sala de
sesiones, como en el salón del alcalde y escalera
principal. Adornan las paredes del municipio los
retratos de los presidentes de la República y los
personajes más célebres de México, desde Hidalgo
hasta nuestros días, que la historia de aquel país
desde Motezuma hasta el último Virrey español no
cuenta para los repul)licanos de este siglo.
Hidalgo, si he de juzgar por los monumentos
KAKAEf. t'l'IG Y VAI.I.S
que le ha levantado el patriotismo mexicano, es el
nombre más querido y respetado de la República.
La primera herida causada al corazón de España
lo fué por un humilde párroco de Dolores, lugar
cercano á Guanajato, en 15 de septiembre de 1810.
Las intenciones de Hidalgo fueron conocidas por
el Virrey, Hidalgo conspiraba, y alentado por sus
parciales, pero sin escuchar las voces de la pruden-
cia y sin la preparación necesaria, cogió el fusil,
mandó tocar á arrebato, reunió á los indios en la
plaza, y proclamó la independencia. Luchó con varia
fortuna, pero al fin derrotado por las tropas espa-
ñolas, acorralado y vendido por los suyos, fué
arrestado y ajusticiado con los principales cabeci-
llas Jiménez, Allende y Aldama, que descansan con
Hidalgo, en el altar de los reyes de la catedral de
México.
Once años más tarde, el cura Morelos continuó
la obra de Hidalgo, terminada en 182 1 por el ge-
neral Iturbide. La ingratitud del pueblo afrentó más
tarde al general con la tacha de traidor, y fusilóle,
como España fusiló á los que atentaron á la posesión
de su más preciada colonia.
Volvamos á la calle de San Francisco para ir á
buscar la avenida Juárez, ancha, hermosa, soberbia,
que termina junto al sepulcro levantado en Chapul-
tepec á los cadetes que murieron defendiendo el te-
rritorio contra los ejércitos de los Estados Unidos, y
94 VIAJE A AMÉKICA
que recuerda otra época sangrienta, sino fatal, de la
historia mexicana.
Esta gran avenida, llamada sarcásticamente Ave-
nida Juárez, es una mejora debida á la emperatriz
Carlota, á aquella mujer desdichada que perdió la
razón cuando no pudo hallar en el mundo el amor
que se hundió con su corona en los campos san-
grientos de Querétaro.
En esa célebre avenida, llena de monumentos, no
hay más que recuerdos ominosos que deprimen el
corazón.
Dos príncipes aztecas, modelados en bronce, de
nombre enrevesado, Ahuitzolt y Axayácatl, de indu-
mentaria extraña, parece que guardan airados la en-
trada del cielo indio, donde sólo pueden penetrar
sin peligro los hombres de su raza. En la primera
glorieta se halla el monumento dedicado á Colón,
único europeo que ha hallado misericordia en el co-
razón de los mexicanos; en la segunda, el dedicado
á Cuauhtemoctzin, último héroe del imperio azteca-,
la tercera se guarda para Hidalgo, el enemigo más
terrible de España; la cuarta á Juárez, el presidente
indio, que guardó siempre en su corazón todos los
rencores de su raza.
En el monumento dedicado al héroe azteca hay
dos bajos relieves y dos leyendas. El primero repre-
senta á Cuauhtemoctzin preso ante Hernán Cortés;
el segundo, la tortura del mismo príncipe y de Tet-
RAFAEL PUIG Y VALLS 95
lepanpuetzal sometidos al tormento para hacerles
descubrir el escondrijo de sus tesoros. Las leyendas
confían al bronce los nombres de cuatro héroes
aztecas.
Yo no sé qué hace allí Colón, entre tantos indios
y tantos enemigos de nuestra raza; si el Gran Almi-
rante despertara y viera tan empequeñecida la figura
legendaria de Hernán Cortés, sentiría amargamente
haber descubierto un «mundo cuyos habitantes, des-
pués de ochenta años de dominar el territorio que
reivindicaron en nombre de la civilización y el pro-
greso, no han sabido hacer por la raza indígena otra
cosa que levantar tres monumentos que perpetúan el
odio contra los que la convirtieron al cristianismo,
arrancando de sus pedestales á los dioses paganos, y
como si temieran los entusiasmos y hervores de su
propia sangre, calumnian las figuras legendarias de
los héroes españoles, sin cuyo paso por la tierra
mexicana no serían otra cosa que míseros indios es-
clavos de su cerebro atrofiado, y de una sangre em-
pobrecida y degenerada.
Si consignara aquí que en México no se ha bo-
rrado el recuerdo de las antiguas tradiciones espa-
ñolas, y que el acuerdo tácito, colmado de desdenes,
con que los hijos del país muestran olvidar los
tiempos de la conquista y las hazañas portentosas de
Hernán Cortés y Alvarado, no es más que una fic-
ción con que se engañan á sí mismos, parecería un
gó VIAJE Á AMÉRICA
axioma ([ue huelga en un trabajo dedicado á un
público culto é ilustrado, conocedor de la historia
contemporánea española, y de los altos hechos de
nuestros afamados coní^uistadores.
Todos los pueblos conc^uistados conservan mo-
numentos dejados por sus dueños y señores, páginas
de piedra ([ue recuerdan una civilización extinguida
y un período histórico; pero en parte alguna se con-
funden y compenetran como en México, nuestro
espíritu y nuestra sangre con la raza indígena, ba-
tida en los primeros tiempos de la conquista, some-
tida más tarde con el apoyo, después de la noche
triste, de los tlascaltecas, confundidos ya en la co-
munión del amor de pueblo á pueblo durante el
largo mando de los Virreyes, en que se levantaron
las iglesias y los conventos, los palacios y los mo-
numentos, los canales y las conducciones de aguas
que hemos dejado en todo el territorio, como huella
poderosa de nuestras ciencias y de nuestras artes
animadas por el espíritu divino de nuestra religión y
nuestras creencias.
No se ha hecho aún en México la paz en los
espíritus, la paz fecunda que está en el corazón y
no en los labios, porque las generaciones actuales
guardan en la memoria el recuerdo vivo de nuestra
historia, y no han tenido tiempo de borrar las hue-
llas de nuestra superioridad de raza y de entendi-
miento, superioridad que representa para los leaders
RAFAEL PUIG Y VALLS 97
del país un yugo más doloroso que el mando políti-
co y la mano opresora del íisco. El día que puedan
levantar una catedral más alta que la construida por
nosotros, el día que hallen la forma precisa y exacta
para modificar el palacio de los Virreyes, el momento
histórico en que se levante al calor de su potencia
tropical una arquitectura más elevada y una litera-
tura más noble y más pura que la nuestra, cuando
purificado el medio ambiente de las ambiciones po-
líticas, nuestra sangre, que circula por la nación me-
xicana, nada deba envidiar, ni pueda codiciar á su
madre España, la reconciliación resultará espontánea-
mente hecha, con evidente ventaja de las dos nacio-
nes hermanas.
Pero hoy, no habría un sólo mexicano que se
atreviera á levantar una estatua á Hernán Cortés, y
sin embargo, no puede darse un paso en la capital
sin hallar las huellas de aquella epopeya que con-
vierte á México en una de las ciudades históricas
más importantes del mundo.
Los mexicanos imitan á los enamorados que ras-
gan las fotografías y los recuerdos de la mujer amada,
y no pueden arrancarla del corazón, donde crece y
se agiganta, con los esfuerzos hechos para lanzarla
del sitio en que reina como dueña y señora.
¡Inútil porfía! recórrase la ciudad en la dirección
más caprichosa, y en todas partes hallaré el recuerdo
del héroe y el árbol de la historia hispana trasplañ-
7
gS VIAJE k AMÉRICA
tado al suelo mexicano. Y para probarlo, voy á tomar
la catedral como punto de partida, y en dirección á
San Cosme siguiendo la calzada, hoy avenida de
hombres ilustres, por donde huyó Cortés y sus sol-
dados durante la noche tf'iste.
Circundaba la ciudad en aquella época un ancho
canal; los aztecas, dueños de la comarca, se rebelaron
contra los españoles y los acuchillaron cruelmente.
Rechazados en aquella calzada, al llegar huidos al
canal, cayeron al agua y murieron en gran número,
cegando la corriente, tan grande fué el número de
los que perdieron allí la vida en la refriega. El ca-
pitán Alvarado, héroe de aquella tragedia, saltó la
corriente y pudo escapar yendo á retaguardia, ani-
mando con su valor y abnegación á los tercios es-
pañoles.
Cortés llegó á Tacuba, se sentó bajo un árbol y
dicen que allí lloró por sus soldados, árbol que vive
aún y se conoce con el nombre de «El Árbol de la
noche triste».
Cortés rehizo su maltratada gente, hizo una
alianza con los tlascaltecas, arrancó azufre de los
volcanes para fabricar pólvora, pidió refuerzos á
Cuba, construyó una escuadrilla en el lago Texcoco,
y en poco más de un año reconquistó la capital,
tomada en 13 de agosto de 1521, levantando una
capilla, llamada hoy de San Hipólito, en conmemo-
ración del día del santo en que Cortés pudo vengar
RAFAEL PUIG Y VAIXS 99
la carnicería que los aztecas hicieron en las tropas
españolas.
Hace muy poco tiempo que la piedad católica ha
restaurado aquel templo, pero de tal manera que los
manes del arte deberían poner en el portal de aque-
lla iglesia la célebre frase dantesca: Guarda e passa.
Echemos, pues, una mirada sobre la lápida que dice
así y pasemos. «En este sitio y noche de i." de ju-
lio de 1520, llamada la noche triste, fué tan grande
la carnicería de españoles por los aztecas, que al
tomar otra vez la ciudad un año más tarde los con-
quistadores acordaron construir en este sitio un edi-
ficio conmemorativo, llamado capilla de los mártires
y dedicarla á San Hipólito para recordar que en día
del santo fué reconquistada la ciudad.»
México es la ciudad de las iglesias y los conven-
tos-, el más grande ó uno de los más grandes del
mundo era el convento de San Erancisco, que de-
rribó la revolución triunfante. En su recinto había
once iglesias y capillas, un hospital, un refectorio
para quinientos monjes, un dilatadísimo jardín y un
vasto cementerio.
La desamortización convirtió el monasterio en
calles y solares; el hotel del Jardín ocupa el sitio
que fué hospital y aprovecha parte del jardín que
fué conventual, la calle de la Independencia atra-
viesa el área del monasterio que empezó Hernán
Cortés, á cuya iglesia iba á misa y donde estuvo
lOO VIAJE Á AMÉRICA
enterrado 65 años, hasta 1794. En aquel sitio cons-
truyeron los frailes la primera escuela destinada á la
instrucción de los indios, levantándose la iglesia con
los despojos de un templo azteca.
Aquel inmenso edificio, cuna de nuestra domina-
ción y de la evangelización de los indios, fué con-
fiscado por el Presidente Comonfort, y vendido por
Juárez; empezando así la ruina de los recuerdos de
España en aquel vasto imperio colonial.
Al rededor del hotel Iturbide, situado en la calle
de San Francisco, se ve una bonita iglesia, Santa
Brígida-, al nordeste La Profesa, y al sudeste San
Agustín, dedicada hoy á biblioteca nacional. Ador-
nan las bases de las pilastras, estatuas de los hom-
bres de Estado mexicanos y ocupan las capillas y
los paramentos laterales lujosos armarios llenos de
libros y documentos importantes.
Siguiendo la calle de San Francisco en sentido
contrario á la Catedral se halla la Alameda, poblada
de árboles cuya antigüedad indica claramente la
mano que los ha sembrado ó plantado, y al ter-
minar la calle se desemboca en una plaza, cuyo
centro ocupa la estatua ecuestre que recuerda á
primera vista la de alguno de los reyes que hay en
las plazas de Madrid.
La sorpresa que causa esa estatua en la capital
de México sólo puede compararse á la causada por
una excepción que no parece deber admitir un prin-
RAKAEL PUIG Y VALLS
cipio claramente definido. ¿Qué hace allí la estatua
ecuestre de Carlos IV, del odiado rey que con el re-
cuerdo de sus debilidades armó la mano de Hidalgo
y más tarde la de Morelos é Iturbide? ¿quién con-
serva aquel monumento levantado en medio de la
plaza Mayor ó de la Constitución por los Virreyes,
en 1803, siete años antes de la primera intentona
de independencia? Forzoso es averiguar ese enigma:
ese monumento, proyectado por el célebre Tolsa,
fué derribado en 1824, retirado al patio de la Uni-
versidad hasta 1852, en cuya fecha pasó al sitio que
ocupa hoy, consignándose, empero, que se conserva
como obra de arte de gran merecimiento, no como
recuerdo de un Rey español.
Y ciertamente, la estatua fundida de una sola
pieza es una obra soberbia: tiene 16 pies de alzado,
pesa treinta toneladas y está primorosamente mode-
lada y fundida. El zócalo es sencillísimo, de altura
casi igual á la estatua, sin leyendas pomposas en
sus paramentos: consígnase sólo el nombre de Tolsa,
á cuya memoria se debe la conservación de una obra
artística que puso en gran peligro el chauvinisme ri-
dículo de los políticos mexicanos.
Si vamos siguiendo el mismo camino, en direc-
ción á Chapultepec, á la izquierda del camino ve-
remos un largo acueducto compuesto de 900 arcos,
concluido en 1607, para abastecer la capital; al otro
lado se ve otra conducción construida por el Virrey
102 VIAJE Á AMÉRICA
Bucareli, cuyos huesos descansan en el santuario de
Guadalupe.
¿Qué más? 10,112 iglesias y capillas católicas
existen en el territorio mexicano y, casi todas, si
todas no, han sido levantadas por la piedad espa-
ñola.
Doce millones de almas cuenta México y, de
éstas, sólo unas 25,000 profesan religión distinta de
la nuestra. Juárez quiso reformar el antiguo estado
de cosas; separó la Iglesia del Estado, y desde 1874
la estadística no acusa más cambios que los siguien-
tes: Presbiterianos, 90 iglesias y 4,000 fieles; meto-
distas, 15 y 4,000; baptistas, 16 y 1,000; menguado
resultado en país tan propicio á las exageraciones, y
donde el indio puede ser fácilmente seducido y en-
gañado.
Juárez, el hombre de las grandes reformas, el que
venció á los franceses y acabó con el imperio de
Maximiliano, descansa con sus émulos y sus márti-
res en el panteón erigido por el patriotismo mexi-
cano en la pequeña plaza de San Fernando.
El mausoleo parece un templo pagano, donde
truena como dios máximo la estatua yacente de
Juárez. A la vista tengo la fototipia que me recuer-
da aquel monumento de mármol, abierto en su cen-
tro, sostenido por 16 robustas columnas dóricas, es-
triadas, macizas, que sostienen una bóveda plana
que cobija á la estatua de la república sentada en
RAFAEL PUIG Y VALLS
103
la extremidad de la losa funeraria, y sobre cuyo re-
gazo descansa la cabeza de la estatua yacente de
Juárez.
Los demás sepulcros no cuentan apenas, al lado
del héroe indio que la patriotería mexicana tiene la
debilidad de comparar al austero, al honrado, al
gran repiíblico Washington. T.eo los nombres de
Guerrero, Zaragoza y Comonfort, y casi á los pies de
Juárez los nombres de Mexía y Miramón.
¡Ah! todo lo iguala la muerte, en su seno no se
odian víctimas y verdugos; la política no habla hi-
pócrita en nombre de la patria y no rebaja ni en-
grandece; los dramas de la vida parecen espejismos
ante la serenidad augusta de la muerte; pero los
vivos, los que alentamos llevando sobre nuestros es-
píritus todas las miserias mundanales, con dificultad
I04 VIAJE Á AMÉRICA
comprendemos la promiscuidad horrorosa de hacer
tronar aun después de muerto al que mató en nom-
bre de la ley sobre los que también creyeron cum-
plir su deber en aras de la misma patria y quizá
amándola honda y tiernamente. Pero quien sabe si
los que tal hicieran, comprendían que la reconcilia-
ción al pie de la tumba era una idea santa y justa,
y pensaron, tal vez con razón, que el triunfo no
siempre justifica las causas, y que la patria debe re-
conocimiento igual á todos los que la amaron.
Y al llegar aquí justo es consignar que debo á la
exquisita cortesía de mi buen amigo, el señor subse-
cretario del ministerio de Fomento, don Gilberto
Crespo Martínez, que me presentó y recomendó á
los conservadores del Museo de Antigüedades de
México, el haber visto con alguna detención las pre-
ciosas colecciones de Historia natural, de Arqueolo-
gía y de Historia que, con gran competencia y ver-
dadero cariño, se guardan en la antigua Casa de la
Moneda de aquella capital.
No ofrece la fachada del Museo grandes atracti-
vos: una puerta que adornan columnas corintias, un
vestíbulo desnudo, un patio central donde se culti-
van plantas tropicales muy hermosas, un señor, alto
funcionario de la casa á quien me presenta el señor
Crespo y me colma de atenciones, es cuanto llama
mi atención al entrar en un edificio que contiene las
reliquias más preciadas de la historia mexicana.
RAFAEL PUIG Y VALLS
Abren la puerta del fondo del patio y entro en
un salón, acompañado del señor secretario del Mu-
seo á cuya inteligente solicitud debo las pocas noti-
cias recogidas y que voy á trasladar al papel como
puede hacerlo un ignorante como yo, en materias
que exigen estudio constante, profundo y detenido.
Hay en aquel salón páginas brillantísimas de la
historia azteca, de aquel pueblo indio que tuvo su
teogonia, su política, sus emperadores y sus guerre-
ros, que dominó grandes comarcas y tuvo dinastías
fundadoras de civilizaciones extrañas, cuyo centro
de radiación estuvo en la ciudad que habitaba Mo-
tezuma en tiempo de la conquista. Lo primero que
llama la atención del viajero es el estado de conser-
vación en que se hallan las estatuas de los dioses
paganos, las piedras de los sacrificios, el calendario
azteca... objetos todos hallados en las excavaciones
hechas, en su mayor parte en la capital, conserva-
ción debida al clima de las grandes mesetas mexica-
nas de los Estados del Norte, donde apenas llueve,
donde hiela raramente, recordando los desiertos de
Egipto en que todo se conserva y tiene vida histó-
rica, representación de pueblos que han envejecido
sin perder el amor á sus antiguas tradiciones, que
enterraron con sus momias y las dinastías de sus
reyes en el fondo de tumbas abiertas en la roca
imperecedera de las tierras tropicales. Quisiera se-
guir con mi amable cicerone la historia de cada es-
lo6 VIAJE Á AMÉRICA
tatúa, la significación de cada piedra; quisiera con-
tar aquí los dolores del desdichado que ofreció á
sus dioses vida, honores, gloria, amor, cuantas cosas
puede ver el sabio en aquellos monumentos, mudos
para mí, elocuentes para el que sabe leer en los tra-
zos esculpidos en la piedra, en la figura de un dios
de fisonomía estrafalaria, en las formas que revelan
aplicaciones extrañas borradas de la conciencia hu-
mana, relacionado todo con una civilización muerta
que tuvo sus días de gloria y sus esperanzas de in-
mortalidad.
El tiempo, lo que no existe en el infinito, lo que
no empieza ni acaba en el espacio, todos los pue-
blos necesitan medirlo, que sin él los acontecimien-
tos humanos no contarían en el mundo. Así no me
admira ver en el fondo de la sala, y en sitio prefe-
rente, el calendario azteca, cuya facsímil había fijado
ya mi atención en el Smithsonian Institution de
Washington, y que aun teniéndolo á la vista, en una
fototipia que me recuerda sus rasgos característicos,
no sé cómo describir. Es una gran piedra porfídica,
en donde se han grabado, entre los anillos de cir-
cunferencias concéntricas, símbolos extraños que
tienen por centros la cara de un hombre, represen-
tación probable de un astro que servía á los aztecas
para fijar el régimen de las estaciones anuales. ¿Cómo
se contaban en aquel artificioso enigma los aconte-
cimientos de la vida azteca? ¿quién es capaz de ave-
RAFAEL PUIG Y VALLS
riguarlo? que aun los más sabios, en tan difícil ma-
teria se pierden en conjeturas al tratar de adivinar
en los inflexibles trazos de aquella piedra, las ideas
que las dictaron y esculpieron.
Recorro la sala y me salen al paso ídolos defor-
mes: el dios del fuego, llamado Chac-Mool, el dios
principal del antiguo México*, guerreros en número
crecido; el indio triste; las piedras de los sacrificios,
por cuyos agujeros debió correr la sangre de las víc-
timas; figuras grabadas, extrañísimas; símbolos porten-
tosos de bestias enroscadas, airadas, de fisonomías
terribles; estatuas grandiosas que ocupan los centros
de la sala, esperando la vuelta de aquellas razas cu-
yos descendientes las miran sin comprenderlas; que
murieron ya en el corazón de los indios, y para siem-
pre, las teogonias de los crueles dioses paganos.
Salgo de aquel salón sin explicarme nada de lo
que he visto; son para mí aquellas figuras palabras
sueltas que no forman ideas en mi cerebro, y como
si despertara de repente á la realidad de la vida,
al atravesar el patio y entrar en reducida habita-
ción, veo la carroza de gala de los últimos empera-
dores mexicanos, la carroza que usaron Maximiliano
y su esposa al ser ungidos en la catedral de Mé-
xico.
Contraste terrible entre dioses airados que exigían
el holocausto de sangre humana, y civilizaciones
modernas que coronan las víctimas y las llenan de
ro8 VIAJE Á AMÉRICA
incienso y perfumes antes de fusilarlas en los cam-
pos de Querétaro. No hay, pues, entre ambas civili-
zaciones, más que diferencias de procedimiento- pero
el fondo no revela, en ambas, otra cosa que asc^ue-
rosos fanatismos y crueldades terribles.
Subo al primer piso y me enseñan un hermoso
museo de Historia natural-, México, país de recursos
mineralógicos espléndidos, de fauna y flora tropical
prodigiosa, sin grande esfuerzo puede montar colec-
ciones de gran precio y ofrecer á sus hijos páginas
llenas de datos, noticias y ejemplares para el estu-
dio de su gea y la vida que sustenta. Falta ya sólo
una sala para terminar la visita al precioso museo
mexicano, sala que contiene para los españoles reli-
quias de inestimable valor.
En aquella sala podríamos aprender mucho, si
fuéramos capaces de retrotraer, condensándolo en
un pensamiento sintético, toda la historia colonial
de España, tan gloriosa, tan triste y tan rica en en-
señanzas, experiencias y contrastes.
Hidalgo, el párroco que trocó el cayado de pas-
tor por arma homicida, tiene allí su estandarte, su
bastón y su fusil, y junto á estas prendas mexica-
nas el estandarte de damasco rojo que llevaba Her-
nán Cortés en los días de la conquista. Bien están jun-
tas esta gloria y aquellas enseñanzas, que en ambas
cosas aprenderán los hombres como se conquistan
las colonias y como se pierden, lo que pueden la
RAFAEL PÜIG Y VALLS I09
fuerza inteligente, y los desaciertos impulsados por
la codicia y el desgobierno.
Hay allí también el escudo de Motezuma y el
servicio de mesa de Maximiliano, reliquias de dos
emperadores para quienes los campos de México
estuvieron sembrados sólo de abrojos y espinas.
Otro edificio notable y que vale la pena de ser
visto detenidamente es el palacio de la Minería,
obra moderna de principios de este siglo, la última
quizá debida á los Virreyes españoles. Ocupa actual-
mente su vastísima área el ministerio de Fomento y
la escuela de Ingenieros de minas. Para construirlo,
la explotación de los minerales recargóse con el pago
de un canon que se destinó á obra digna de alber-
gar la realeza. Los que conocen la historia íntima
del país creen que, desterrado don Fernando y en
entredicho la corona de España, á principios de
siglo, el elemento español mexicano pensó ofrecer al
Rey Fernando aquel albergue suntuoso, de escalera
magnífica, de patios espaciosos y espléndidos, de
fachadas artísticas, de conjunto superior á cuanto se
hizo en aquella capital por nuestros Virreyes en los
primeros siglos de la conquista.
En el vestíbulo principal hay grandes aereolitos
caídos en territorio mexicano, y en las salas princi-
pales, hermosas colecciones de minerales y fósiles,
dignas de la riqueza minera del subsuelo de Nueva
España.
lio VIAJE Á AMÉRICA
Ya anocheciendo, al salir del Museo, atravieso el
Zócalo, la calle de San Francisco, cruzada de ca-
rruajes cuyos cocheros, aun llevando vistosas libreas,
sólo excepcionalmente dejan el sombrero mexicano;
las aceras concurridísimas, y en una plaza junto á la
Alameda Juárez, un señor que me acompaña fija mi
atención en una dama, cuya silueta alcanzo sólo á
descubrir en un balcón y que resulta ser la de la
señora viuda de Miramón, de aquel general que
murió con el emperador Maximiliano en los campos
de Querétaro.
Allí mismo, los muchachos pregonan la termina-
ción de una algarada, de una nueva sublevación que
durante un mes ha tenido en jaque á las tropas de la
república. El jefe se había rendido imponiendo con-
diciones como si fuera beligerante reconocido. Y es
que en México el fermento de la guerra civil subsis-
te siempre en aquella sociedad, convertido en ele-
mento de resistencia con el que cuentan todos los
partidos, que nadie está seguro de lo que pasará el
día siguiente, y de si la víctima de la víspera se con-
vertirá en dueño y señor de aquellas corrompidas
democracias.
Y mientras veo pasar luces sin cuento de carrua-
jes que cruzan la Alameda, escucho admirado los
detalles curiosos de historietas, en que figuran los
personajes más conspicuos de las repúblicas ameri-
canas, nombres que no quiero recordar convencido
RAFAEL PUIG Y VALLS III
como estoy de que el escándalo es el peor de los
pecados, y que quizá no están los tiempos para de-
rribar reputaciones cuando tanta falta hace sumar
voluntades en la gobernación de los pueblos. Y casi
distraído oigo cjue dicen: «El gobernador del Esta-
do Xw. preparó una emboscada al jefe del Gobierno;
el plan no podía ser más sencillo; en una cacería
bien organizada debía guiar la mano experta de un
bandido la voluntad decidida de dejar una vacante
en la poltrona presidencial. El jefe del Gobierno
averiguó el caso, y cuando se presentó el Goberna-
dor á convidarle, aceptó al parecer gustoso, rogán-
dole sólo que regresara á su Estado y aguardara allí
el día en que las funciones de su cargo le permitie-
ran acudir á la fiesta.»
»E1 Gobernador regresó á su casa aquella misma
noche, y en el vagón que lo conducía subieron dos
desconocidos que tomaron asiento junto al jefe alu-
dido. Cuando el tren cruzaba uno de los territorios
más desiertos de aquel país, uno de los desconoci-
dos apretó el timbre de alarma para que el maqui-
nista parara el tren, que supuso estar en peligro.
Mientras tanto el otro desconocido enseñaba al Go-
bernador la orden de arresto, expedida, en forma,
por quien tenía atribuciones para hacerlo.» No sé si
protestó el interesado, pero sí cuentan malas len-
guas, que el arrestado bajó del vagón, se arrodilló
junto á la vía y murió fusilado.
112 VIAJE Á AMÉRICA
Y decía otro: «los españoles son ustedes delicio-
sos; su sentimentalismo resulta ridículo y contrapro-
ducente. En Ame'rica entendemos las cosas de Go-
bierno de manera muy distinta. Iba yo hace poco en
un tren, camino del norte, con varias señoras; cuando
más distraídos estábamos, una agresión salvaje puso
en peligro la vida de una de las damas, que se sal-
vó milagrosamente. Junto á la línea, unos indios hi-
cieron fuego, y las balas penetraron en el vagón.
Paróse el tren, perseguimos á aquellos bandidos, y
allí mismo, sin más contemplación ni causa criminal,
los fusilamos.»
»¿Cree usted que con este procedimiento habría
motivo de vanagloria en los que atentan á la vida
del prójimo?»
No sé lo que contesté, porque ya otro señor pro-
seguía:
«¿Recuerdan ustedes la historia de aquel general
que entró en un café y mató á fulano é hirió á zu-
tano...? pues ya está en la calle, y tan campante.»
La verdad es que todo aquello no daba grande
idea de los gobiernos democráticos, y pensándolo
un poco y agrandando el cuadro, quizá hallaríamos
que las repúblicas americanas están en manos de
dictadores y que la democracia estará en las leyes y
en los organismos de aquellos Estados, pero no en
el entendimiento y el corazón de los que rigen aque-
llos pueblos, manadas de hombres que cambiaron
RAFAEL PUIG Y VALLS I 13
de señores para ser tan esclavos como lo han sido,
son y serán siempre los que por deficiencias de
raza, por pobreza de inteligencia y falta de dotes de
gobierno, no tienen aptitud para mandar, ni pueden
conocer más elemento de orden que el sable y la
opresión.
Los que quieran afianzar sus principios de go-
bierno en las ideas democráticas, no deben ir á
América y mucho menos á las repúblicas de raza
española, si han de guardar un resto de ilusión y de
esperanza en la panacea que á fines del siglo pasado
se impuso al mundo con tanta sangre y tantas lágri-
mas, panacea redentora que después de un siglo de
ensayos no ha podido arraigar en el corazón de las
gentes civilizadas del mundo.
Chapultepec y Guadalupe
^
OYAS del suelo mexicano
deben ser, cuando son
tan renombradas y para verlas salgo
temprano del hotel Iturbide, aprove-
chando una mañana deliciosa y un
sol espléndido con brisas de primavera que envían á las
altas mesetas mexicanas los picachos que tienen alturas
de 17,000 pies en que durante muchos siglos lucharon
con varia fortuna la lava encendida de los volcanes
y las nieves eternas de las grandes altitudes. Paso
rápidamente por frente de la Alameda, saludo, admi-
rado, la soberbia estatua ecuestre de Tolsa, miro sin
enojo los monumentos que levantó el patriotismo
mexicano, respetable aun en sus ingratitudes, y
gozo la vida espléndida de aquella Avenida Juárez
Il6 VIAJE X AMÉRICA
que al alejarse de la ciudad crece en hermosura,
sombreada por árboles majestuosos, exhuberantes,
agitados por las vibraciones de aquella luz que sa-
cude sus complejos organismos con energías propias
de los climas tropicales.
Recorro en hora escasa la distancia comprendida
entre la ciudad y Chapultepec, y lo que parecía,
visto desde lejos, accidente insignificante de la lla-
nura, surje lentamente en el ocular del grande ante-
ojo que forman las ramas al cruzarse y se levanta y
crece á mis ojos, dibujándose ya en mi retina la co-
lina con los accidentes caprichosos de la masa por-
fídica, en cuya cumbre se levanta el palacio que ha
albergado ya á los representantes de todas las formas
de gobierno conocidas: Virreyes, Presidentes y Empe-
radores; pasajeros todos veleidosos, encarnación viva
y espejos fieles de las muchedumbres y las democra-
cias mexicanas.
Dejo á mi izquierda el acueducto de 900 arcos
que lleva las aguas á la capital, llego á la verja y á
los muros que dibujan el contorno de lo que es hoy
mansión presidencial, y sin que entorpezca mi en-
trada la guardia de honor puesta en cada una de las
puertas del recinto, hallóme de repente en un jardín
de los trópicos, en uno de aquellos paraísos encan-
tados que sueña el botánico ó el palanteólogo cuan-
do lee ó clasifica los ejemplares de la flora de los
países cálidos, donde viven ó vivieron los gigantes
RAFAEL PUIG Y VALLS I17
del reino vegetal, sin letargos ni crecimientos esta-
cionales, saturados durante siglos de savia ardiente,
poderosa, suma de energías capaz de vencer las in-
clemencias de los tiempos y las vicisitudes que sie-
gan despiadadas las generaciones humanas en su paso
por la tierra.
Aquellos árboles inmensos que necesitan varios
hombres, formando cadena, para ser medidos, tan
enormes son las circunferencias de sus troncos, pa-
recen pertenecer á la familia botánica de las cupre-
sifieas, siendo llamado ahuehete por los indios. Sus
ramas péndolas llenas de musgo, entrelazadas con
festones de orquideas, parece que están adornadas
para dar sombra á fiestas espléndidas en que la na-
turaleza ostenta sus mejores galas. Y entre aquellas
frescas sombras y penumbras que rasgan rayos de
sol ardiente, un recuerdo triste surge de entre la
maleza y las flores de un parque escondido entre
peñascos de pórfido, un monumento, una página de
aquella historia que no deberían olvidar nunca los
mexicanos, dedicado á los cadetes que en 1847
defendieron la independencia contra los ejércitos de
la gran república norteamericana, y perdieron la vida
sin poder evitar que el coloso les arrebatara con ella
un pedazo de territorio inmenso que no sé yo si bas-
tará para saciar el hambre devoradora de un pueblo
(lue se figura que América es, y debe ser, sólo la pa-
tria de la gran familia yankee.
Il8 VIAJE X AMÉRICA
Cada año los cadetes dedican un día á conme-
morar la desdichada suerte de sus compañeros, y el
presidente de la república coloca una corona fúne-
bre sobre las cenizas de los mártires.
Al pie mismo del monumento hallo un camino de
travesía que en pocos minutos me conduce á la cum-
bre de la colina donde se asienta Chapultepec, el pa-
lacio del actual presidente de la república, Porfirio
Díaz.
La puerta de hierro que da acceso al jardín que
precede al palacio, está guarnecida de tropa nume-
rosa: á la vista de un extranjero, el guardia llama al
sargento, que me niega la entrada, no recuerdo ya
con qué pretexto, y con no poco disgusto me limito
á echar una ojeada á la parte exterior del edificio,
que no ofrece signo alguno que revele, en el autor
del proyecto, la idea de levantar un palacio digno de
un jefe de Estado.
Me limito, pues, á buscar un punto de mira y á
orientarme, con ayuda de un guía, tomando como
origen un edificio conocido. Lo consigo fácilmente
sabiendo que la iglesia de Nuestra Señora de Guada-
lupe está al nordeste de Chapultepec, siendo aquel
edificio uno de los primeros que se conoce al llegar
á México.
Al pie de la colina veo los dos acueductos men-
cionados en el capítulo anterior, al Norte, Atzcapatza-
lio y Tlalnepantla, sitios reales de pasados siglos; más
RAFAEL PUIG Y VALLS 1I9
allá, Tacuba, donde descansaron, rotos y vencidos, los
tercios españoles, en aquella noche infausta, llamada
la noche triste; al Sud, y al pie de unas colinas, Ta-
cubaya, que es sitio de recreo donde las clases altas
mexicanas han levantado suntuosas moradas de re-
creo, y al Oeste, el Panteón Dolores, cementerio in-
menso, con su rotonda de Hombres ilustres, donde
descansan, entre otros, los restos de Arista y Lerdo,
presidentes que fueron de la República mexicana.
Volviendo los ojos al Este, desde un punto apro-
piado, veo la ciudad de aspecto algo parecido á Za-
catecas, de algo que recuerda los pueblos del Asia
menor, con sus azoteas y sus monumentos achatados,
su aspecto blanquecino que no amortigua la nota pá-
lida de los alrededores, porque prescindiendo de al-
gunas huertas, muy pocas, que se ven junto á un pue-
blo que se llama San Ángel, de los árboles que ador-
nan las calzadas de la Verónica y Chapultepec, la
Alameda y el sitio en que estoy colocado, oasis de-
licioso de verdura y vegetación espléndida, lo demás
tiene aire de desierto que va acentuándose camino
de la Esperanza, entre México y Veracruz.
No percibo desde este punto más que algunas
manchas verdes que se ven en dirección á los vol-
canes; pero todo induce á creer que son campos de
agave que se crían para recoger la savia que, fer-
mentada, da el pulque, delicia de los indios y aun de
personas acomodas del país.
120 VIAJE Á AMÉRICA
El gran valle de México desde Cnapultepec tiene
para mí una fisonomía tristísima, y digo para mí,
porque hay quien lo halla muy hermoso y tiene una
verdadera pasión por aquella alta meseta mexicana.
Cuando se lee en la geografía que los picachos vol-
cánicos de Popocatepetl é Ixtaccihuatl están res-
pectivamente á una altitud de 17,777 y 17,071 pies,
equivalentes á 5,420 y 5,204 ms., la imaginación
pinta en el cerebro gigantes prodigiosos que luego
resultan tan pequeños, vistos desde México, que la
ilusión se desvanece, recordando otras montañas me-
nos elevadas, y que producen un efecto mucho más
sorprendente. El secreto de este desengaño estriba
en que la ciudad de México se halla situada á 2,400
metros sobre el nivel del mar, y como dista 50 mi-
ÍAFAEL PUIG Y VALLS
lias, ó sean 8o kilómetros de los volcanes, á tan enor-
me distancia, el ángulo que se forma en la retina es
pequeñísimo, viéndose tan altas cimas á escasa altu-
ra sobre el valle principal de la meseta mexicana.
El volcán, por otra parte, duerme desde 1802, y
los humos sulfurosos no pueden verse á tan larga
distancia. Aquellos picachos, cuando las nieblas no
los esconden, presentan sus formas cónicas esbeltas,
cubiertas de nieve desde los 14,000 pies de altura,
siendo, según dicen, de fácil acceso, y bastando dos
días para llegar á la boca del volcán, si se pernocta
en el rancho de Tlamacas.
Dejo con pena el recinto de Chapultepec, tomo
el tranvía y un buen almuerzo por un peso mexica-
no en el restaurant que hay enfrente del hotel Itur-
bide, y salgo inmediatamente para visitar el santuario
de Guadalupe, patrona de México y dueña y señora
de los pobres indios.
En el Zócalo hallo preparado el tranvía, lleno ya
de indios envueltos en sus zarapes y rebozos, abri-
gados como si estuviera helando, que salió al poco
rato lentamente, camino del santuario. Aquella con-
currencia indígena brilla por su recogimiento; no se
oye ni una palabra ni se nota un gesto, nada que
denote la manifestación de una idea revelada en
ac^uellas caras tristes y macilentas. A la media hora
de haber salido de la ciudad y al revolver una calle,
el coche entra en una plazoleta donde hay un mo-
tii VIAJE Á AMÉRICA
destísimo monumento dedicado al párroco de Dolo-
res, á Hidalgo, el primer insurrecto en 1810 y hoy
el primer mexicano. No tiene aquel monumento
gran cosa que admirar, y aun figuróseme ver tantas
telarañas en el bronce y tanta suciedad en el zócalo
que parecióme debía ser tratado con más decoro el
que dio la vida por la independencia de su patria.
Entrar en el recinto del santuario y notar la fisono-
mía propia de nuestra tierra, es la primera revela-
ción; después sustituya la fantasía á nuestras vende-
doras de rosquillas, buñuelos, confites y frutas, por
indios acurrucados que venden fríjoles, tortillas de
maíz y quesadillas; procure cambiar nuestra vegeta-
ción algo raquítica por bananas y palmeras lozanas
de verde intenso, y esto basta, porque en lo demás,
en la arquitectura, en el corte del santuario y sus
anexos, en el modo de construir, en el color local
de sitios polvorientos, sucios, llenos de mendigos,
no hay nada que variar, ni tilde, ni coma que po-
ner, todo está allí en su punto; la vieja España ha
calcado en Guadalupe sus viejos moldes y sus ran-
cias costumbres. Lo primero que me ocurre es visi-
tar una capillita que hay en la parte lateral del san-
tuario, compuesto éste de dos iglesias y un jardín
con un pórtico; junto á éste es donde están los que
venden chucherías y recuerdos de Guadalupe. Y me
voy á aquella capilla porque me parece un edificio
arrancado de nuestras montañas, toscamente construí-
RAFAEL PUIG Y VALLS 123
do, con SUS puertas reviejas, con una especie de sur-
tidor en el vestíbulo, rodeado de una verja, y con un
vaso de metal sujeto por una cadenita de hierro que
usan los indios para beber el agua del manantial. En
el santuario llaman á ese edificio la Capilla del poci-
to, que pozo de aguas ascendentes debe ser, donde
van los indios á confortar su fe, creyendo que la vir-
gen de Guadalupe, al aparecer al indio Juan Diego,
hizo surgir del suelo el milagroso manantial.
La aparición de esta virgen en el suelo mexicano
recuerda la de Lourdes en Francia. Juan Diego era
un pobre indio convertido; un día, mejor dicho, un
sábado, yendo á misa y atravesando la colina oyó
que los ángeles cantaban, y presentósele una her-
mosa señora que le encargó fuera á ver al obis-
po y le dijera que la virgen quería tener un tem-
plo en el sitio en que se encontraba. Juan Diego
cumplió el encargo, pero el obispo necesitó mayores
garantías, y tras mucho ir y venir, la dama volvió á
presentarse, dando al pobre indio un manojo de flo-
res que puso en su tilma, flores que, al enseñarlas al
obispo, desaparecieron para convertirse la tilma en
cuadro, donde estaba pintada la virgen de Guada-
lupe que se venera hoy en el templo y santuario del
mismo nombre. Excusado es decir que el obispo no
opuso nuevos reparos, y que la iglesia se construyó
hasta alcanzar los esplendores que ostenta actual-
mente. Al salir de la capilla del pocito, hallé enfren-
124 VIAJE Á AMÉRICA
te la senda que conduce á otra capilla llamada de
carrito, y que ocupa el sitio en donde la virgen dio
al indio Juan Diego las flores que pintaron la tilma
que se venera en el templo principal. Antes de lle-
gar á la cumbre, unas indias me ofrecieron la tie-
?'?'ifa, — todo se pone allí en diminutivo, — que comen
los fieles con veneración, tierra amasada con el agua
del pocito y que me daban con la perspectiva de
que comprara sus celebradas tortillas, producción
nacional que dudo alcance la categoría de género
de exportación.
La capilla del cerro no ofrece nada que merezca
contarse: un altar mayor barroco, un pulpito pobrí-
simo, las paredes enlucidas con lechada de cal, los
altares con santos de fisonomía indígena, y el suelo
con losas funerarias, pintorescas muchas de ellas:
«ella duerme», «desde que tú descansas nosotros pa-
decemos», con nombres que recuerdan que España ha
dejado allí, con sus creencias, su sangre y sus hue-
sos, polvo fecundo que hará brotar allí, algún día,
por ley de atavismo, los viejos amores á la metró-
poli ausente. Al exterior, la vista de la ciudad, des-
teñida por el sol de la tarde que da á todo la fiso-
nomía deslucida de una atmósfera llena de detritus
humano; al Este el lago Textoco, de aguas blanque-
cinas, que recuerdan las del mar salado de las tie-
rras mormonas, y al pie del santuario, que se re-
construye ó mejora, que no lo sé á ciencia cierta,
RAFAEL PUIG Y VALLS
que no tienen los mexicanos buena mano para dedi-
carla á restauraciones. Y no es que falte dinero para
intentar allí^ en el terreno religioso, grandes empre-
sas. Un día, y en la capilla del cerrito, un cura dijo
con sentido acento, con el acento dulce y florido de
las lenguas tropicales, que la virgen no tenía corona
digna de su excelsitud, y dirigiéndose á los indios
les dijo que no les pedía nada, despojos sólo de la
que ya no les servía, sortijas de plata, hebillas, ca-
denas gastadas por el uso, migajas nada más de la
vida corriente, y con aquellas migajas se recogieron
600,000 pesos mexicanos, arrancados á la piedad de
los indios para enaltecer las gracias de la Virgen de
Guadalupe.
Y esa piedad se manifiesta de manera tan senti-
da, hay en aquellas caras tanta unción que, maci-
lentas y compungidas, parecen arrancadas de los
cuadros de Juan de Juanes y del Greco. Sentado en
la iglesia provisional donde se venera actualmente la
patrona de México, observé largo tiempo un grupo
compuesto de tres indios, padre, madre é hijo, al
parecer, con un cirio encendido en la mano, puestos
de rodillas, la mujer en medio de los otros dos, re-
zando en voz baja, el padre ya viejo con los ojos
en blanco, el rostro demacrado, la tez amarillenta
de pergamino, la madre con el rosario en la mano
y la cabeza inclinada sobre el pecho, el hijo miran-
do fijamente la cara de la Virgen y quizás los refle-
126 VIAJE Á AMÉRICA
jos dorados y plateados de aquel marco precioso
que rodea la tilma de Juan Diego, convertida en
imagen milagrosa; y cada vez que terminaba la ple-
garia, los tres pobres pecadores se arrastraban sobre
sus rodillas avanzando camino del altar de la Vir-
gen, mirando sin ver, atentos á aquella oración que
Dios sabe hacia qué ideal se elevaría-, y á aquel
grupo seguían otros desdichados, inclinados, besando
el suelo, con actitudes y semblantes sólo soñados
por Ribera, al pintar aquellas carnes apocalípticas,
maceradas por la penitencia, el ayuno y el remor-
dimiento que se admiran en los principales museos
del mundo.
Salí de aquella iglesia tristemente impresionado.
La raza india convertida al cristianismo no ha com-
prendido aún todo el alcance de su conversión. El
indio admira al Dios justiciero, rígido, severo, in-
flexible, inhumano quizá, que aun queda en su cora-
zón algo de aquellos dioses paganos, crueles, airados,
vengativos, cuyos sacerdotes sacrificaban seres hu-
manos para domeñar sus iras, y no al Dios miseri-
cordioso, al Dios de amor de los cristianos, que
perdona al arrepentido con un sólo acto de contri-
ción. Y las clases directoras mantienen á los indios
en estado de menor edad, embrutecidos por el pulque
que beben con glotonería infantil, sin renovar aquella
sangre empobrecida, temiendo quizá el despertar de
aquella raza que hoy sirve paciente á sus señores.
RAFAEL PUIG Y VALLS 137
como carne de cañón ó bestia de carga, raza que
debía ser la dueña del territorio como descendiente
de aquellos aztecas y tlascaltecas vencidos primero
por Hernán Cortés y Alvarado, vencidos también
ahora por hombres que reniegan de la sangre indí-
gena, y que se avergüenzan de ella si la ven escrita
en sus uñas, en su piel y en su fisonomía.
Dicen que desde hace algún tiempo las escuelas
de la república se llenan de indios, que el gobierno
procura levantar el espíritu del pueblo, que algo se
hace para infundir nueva savia y vigor á aquella raza
que sólo así será laboriosa y rica, y sólo así podrá
ser valla infranqueable á las tormentas que pueden
levantarse en los Estados de la América del Norte
é invadir los campos y las tierras casi vírgenes de
la república mexicana.
Queretaro
El que quiera recordar conmigo uno de los acon-
tecimientos más tristes de la historia contemporánea,
será necesario que retroceda, camino del Norte, to-
mando un boleto en la estación del Central mexicano
para ir hasta Queretaro, situado á 53 millas de la
capital de Nueva-España.
Este trayecto, que hice de noche yendo de El
Paso á la ciudad de México, no merece los honores
de una larga descripción; todos los pueblos de las
I30 VIAJE Á AMÉRICA
altas mesetas mexicanas, todas las chozas de los in-
dios, con las haciendas famosas de miles y miles de
hectáreas, con sus campos de maguey (agave ame-
ricana) palmeras y palmitos arborescentes, alternando
con vastísimas llanuras desiertas, sedientas, monóto-
nas, se repiten en sus rasgos fisionómicos con esca-
sas variantes, en el largo recorrido que sigue el
ferrocarril central desde el Estado norteamericano
de Texas hasta la capital de la República de México.
Querétaro, situado en valle frondoso, regado por
aguas laboriosamente captadas en tiempo de los Vi-
rreyes y por iniciativa de nuestro compatriota el
marqués del Villar del Águila, lo primero que ofrece
á la vista del viajero es el magnífico acueducto
construido desde 1726 á 1738 por aquel ilustre es-
pañol que, con la conducción de aguas á Querétaro,
fertilizó el valle, saneó la población, aseguró su por-
venir y la convirtió en una de las ciudades más ale-
gres de la República mexicana.
Por debajo de uno de los arcos del acueducto
pasa el tren, para llegar, muy en breve, á la ciudad
que tantos templos levantó durante la dominación
española, y que se distingue especialmente por sus
torres y campanarios, por sus tradiciones y sus re-
cuerdos, por su sitio famoso que acabó con la ren-
dición de las tropas imperiales mandadas por Maxi-
miliano, y vendidas por López, y por la tragedia que
en «El Cerro de las Campanas», al Oeste de la
RAFAEL PUIG Y VALLS
ciudad, desarrollóse inclemente el día 19 de junio
de 1867, escribiéndose allí, sobre aquella tierra son-
riente, en aquel valle tropical, una de las páginas
más tristes de la historia mexicana.
El recuerdo de aquel drama es tan reciente, su
mecanismo tan ruin, la intervención de los hombres
de Estado tan menguada, y la imposición de los que
aparecen como agentes tan cruel, que no hay ni
puede haber para un espíritu reflexivo, en la visita
á Querétaro, más que una idea capaz de subyugarle:
la de examinar atentamente la pequenez de los hom-
bres de este siglo, y las consecuencias terribles que
ha tenido el egoismo feroz de que dieron pruebas
las naciones europeas al consentir que se fusilara en
Querétaro al representante de nuestra civilización en
América. En el «Cerro de las Campanas» no se fu-
siló al usurpador, triste y calumnioso dictado con
que quiso Juárez justificar su conducta, que allí cayó,
quizá para siempre, nuestra influencia, nuestra supe-
rioridad de raza, de entendimiento y de corazón.
Y al subir al «Cerro de las Campanas», sin que-
rer, sin poder determinar qué enlace pueden tener
dos ideas tan distintas, recordé, con singular viveza,
la peregrinación á Mount-Vernon, á las tumbas de
Washington y Martha, su esposa, que dejaron en mi
espíritu la idea del amor á hombres que enaltecieron
nuestra especie y fundaron una república joven, robus-
ta, llena de fe y ardimiento, resultando enaltecida la
132 VIAJE Á AMÉRICA
figura de su héroe; recordé que aquella historia no
levantó en mi espíritu una sola protesta, que los que
murieron en las batallas de la independencia no de-
jaron con su sangre el vaho inmundo del odio y del
rencor, y que vencedores y vencidos resultaban en
mi cerebro glorificados en nombre del más santo y
más puro de los amores: el amor á la patria respec-
tiva. En cambio, en el «Cerro de las Campanas»,
no hallé más que odios de raza, recuerdos de la po-
lítica pequeña y miserable que engañó á Maximiliano,
llamado emperador por los que mandaban y usur-
pador por los vencidos-, de López, que vendió
primero á la república y al imperio más tarde,
siempre vil para la patria; dé Escobedo, el triunfador,
(^ue al dar cuenta de la ejecución de Maximiliano,
Miramón y Mexía, puso al pie del oficio: «Lo que
tengo el place?- de comunicar á usted», placer que
produce náuseas á la humanidad entera; de Juárez,
que pudo ser magnánimo y generoso y no resultó
más que ambicioso, cruel y vengativo; de Europa,
que debió portarse enérgica y dignamente, y no supo
ser más que mujerzuela débil y enfermiza; de la ci-
vilización cristiana, que debió imponerse en nombre
de lo que debe ser patrimonio de la humanidad en-
tera, y no hizo más que abdicar vergonzosamente
ante la osadía y el odio de un indio victorioso.
jAh! poco espacio media entre la tumba donde
descansa el héroe de la independencia de los Estados
RAFAEL PUIG Y VAI.LS
Unidos y el lugar donde la tierra empapóse de la
sangre de Maximiliano, al caer rendido por fiera ven-
ganza; sin embargo, aquellos puntos insignificantes
en el ancho espacio del mundo, tan próximos entre
sí, determinan dos civilizaciones distintas: fecunda la
primera, basada en el amor, en los sentimientos
cristianos de un hombre que, con sus alientos pode-
rosos, infundió al Nuevo-Mundo la savia ardiente de
la libertad, sólo peligrosa cuando se exagera y se
funde en moldes que no labró con sus manos, y vi-
vificó con su espíritu, la noble figura de Washington*,
incierta y vacilante la segunda, hostigada siempre
por el mal ejemplo, por la ambición que derrama
sangre inútilmente, sangre que no exige el honor y
la independencia de la patria, y que cae y caerá
siempre como una maldición sobre el pueblo que lo
consiente, por odio ó cobardía, que sólo es santo,
fecundo y bueno lo que ejecuta la mano guiada
por la serenidad augusta de la justicia. Y mientras
tengo la vista fija en el reducido espacio que ocupa
el lugar donde cayeron Maximiliano, Miramón y
Mexía, lugar rodeado por una verja de hierro, en
las tres piedras tumulares que no dan sombra ya á
las cenizas de los mártires, viene á mi memoria la
historia de aquellos días funestos en que se derrum-
baba un imperio, mientras se celebraban en París las
fiestas con que Napoleón III solemnizaba el fausto
acontecimiento de la visita del Czar de Rusia á la
134 VIAJE Á AMÉRICA
Exposición Universal, preludio de otra caída más te-
rrible, la de todo un pueblo, vencido por las garras
de las águilas prusianas, y la de seculares dinastías
en España é Italia-, como si fuera todo ello castigo
de faltas cometidas en nombre de principios egoistas
c^ue dejaron abandonado al que fió la conquista
moral de México á su bondad, y al deseo de hacer
la felicidad de un pueblo libre. La naturaleza, sin
embargo, no se cuida de entristecer aquella página
dolorosa de la historia mexicana; el sol de los tró-
picos la esmalta con todos sus colores, las inflexio-
nes suaves de la orografía del valle, la frescura de
su vegetación, la ciudad, en el fondo, con los tonos
blancos y pardos de su caserío, sus iglesias y cam-
panarios, el cielo purísimo de tonos azules, intensos,
convidaban á olvidar, á gozar de la vida, á confiar
RAFAEL PUIG Y VALLS
en tiempos mejores, en razas más humanas y en ci-
vilizaciones más puras, que aquellos quejidos de dolor,
acjuella exclamación de última hora, cuando Maxi-
miliano se acuerda de la esposa amante y dice al
caer ¡pobre Carlota! al recogerlos el viento en el es-
pacio como nota al parecer perdida, sumóse á tantas
otras allá, en el cielo, donde se recogen los dolores
humanos, se analizan y pasan por el crisol de cuyo
seno brota la felicidad, la emancipación, la reden-
ción, en fin, de todos los que amamos y padecemos
en este mundo de miserias.
Y fuerza es bajar y volver á la ciudad, yendo en
peregrinación al convento de capuchinos que sirvió
de cárcel á Maximiliano hasta su hora postrera. Hoy
ya no es edificio público; la desamortización pasó
por allí como ha pasado por otros países, que en
México deben sobrar brazos, que no ocupaban los
que tenían acaparada la propiedad con el nombre
de manos muertas. ¡Sueños de sectarios! lo que falta
en Nueva España es fuerza viva que no se impro-
visa, que no brota de la tierra como los hongos en
el bosque, y que sólo podrá conseguirse con la paz y
la seguridad, con la instrucción y la mezcla de san-
gre que avive las energías dormidas de aquella raza
inerte y sedentaria.
Allí, en la tristísima mansión, pueden verse aún
la mesa en que el tribunal militar firmó en 14 de
junio de 1867 la sentencia de muerte de Maximiliano
136 VIAJE Á AMÉRICA
y SUS generales; los taburetes que ocuparon Miramón
y Mexía mientras duró la vista del proceso, la caja
en que se transportó el cuerpo inerte del último
emperador mexicano, y el mísero ajuar puesto á su
servicio durante el mes de cautiverio que medió
entre el día de la rendición de Querétaro y el del
fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Mexía.
El emperador murió como mueren los bravos,
mirando al enemigo; sus generales no merecieron la
compasión del vencedor, y cayeron heridos por la
espalda.
Pocos días después, las pocas poblaciones defen-
didas por las tropas imperiales fueron rindiéndose
una tras otra, y Juárez entró en la capital de la re-
pública, fusilando sin compasión á cuantos generales
pudo considerar como á rivales temibles, presuntos
sucesores á la presidencia del Bstado.
Así terminó en Norte América el ensayo ya in-
tentado por Iturbide de establecer un imperio en
Nueva España, acabada también sin gloria la inva-
sión francesa que no tuvo un solo día de fortuna en
los campos mexicanos. Al principiar la invasión en
el camino de Veracruz, en las tierras bajas del gol-
fo de México, los soldados españoles, franceses é
ingleses no tuvieron más enemigo que la fiebre, ene-
migo terrible que dejó las cercanías de Córdoba
llenas de cadáveres insepultos, y que habría acabado
allí con aquel ejército, si el buen criterio del gene-
KAFAEL PUIG Y VALLS
ral Prim no hubiera recabado, mientras se estipulaba
el tratado de paz, tierras y climas más clementes
para los ejércitos europeos. Los españoles y los in-
gleses se embarcaron otra vez; los franceses recla-
maron su libertad de acción, y luchando con varia
fortuna llegaron á dominar el país que entregaron á
Maximiliano más tarde, sin fuerza y sin prestigio.
Los Estados Unidos no vieron jamás con buenos
ojos la intervención europea, y aun menos la crea-
ción de un imperio que consideraron perturbador de
su política democrática. Juárez aprovechó ese des-
contento, y perdonó al enemigo que en 1847 se
apoderó sin escrúpulos de una gran parte del terri-
torio mexicano, pactando secretos auxilios con los
enemigos más fieros de su raza.
Maximiliano, con su hidalga condición, no pudo
hacer frente jamás á la guerra de insidias y dolos,
de traiciones y sorpresas de sus enemigos, más do-
lorosa y difícil de vencer que la lucha entablada
franca y lealmente en los campos de batalla. Carlota,
la esposa mártir, fué á Europa á pedir auxilios que
no supo hallar en parte alguna, perdiendo cuanto
puede perder en una hora la dama de más alta al-
curnia, el amor de un esposo, la corona de empe-
ratriz y la razón, esencia purísima del espíritu.
En México ya no quedan más que reliquias de
aquella tragedia: Juárez llegó al término de su ca-
rrera colmado de honores, vencedor de cuantos ene-
138 VIAJE Á AMÉRICA
migos halló en el camino de su accidentada exis-
tencia; Miramón y Mexía, los leales al emperador,
ocupan puesto de honor en el panteón de hombres
ilustres; Maximiliano sólo dejó en México los tristes
despojos de su cautiverio y los más tristes aun de
una soberanía colmada de zozobras y peligros y
Carlota, la desdichada esposa, aun busca, en sus
horas de extravío, lo que sólo vive en su corazón,
hasta donde no puede llegar con sus odios, para en-
redarla en la tupida malla de sus raíces, la planta
maldita de la política.
Cansado de seguir el calvario de una historia que
los años convertirán en leyenda, y de ver iglesias y
catedrales, plazas y calles estrechas, monótonas y
descoloridas en las ciudades mexicanas, ansio volver
á la capital, arreglar mi equipaje y abandonar las
altas mesetas de Nueva España, para ver pronto las
tierras doradas de los trópicos, con sus bosques fa-
mosos, sus chozas, sus pájaros y sus flores, tierras
pródigas en sirenas encantadoras que esconden en
su seno fecundo la fiebre terrible, compañera insepa-
ral)le de la muerte.
De México á Veracruz
RDENO mis ideas, concentro
mi pensamiento y rasgo
cuartilla tras cuartilla sin hallar la
nota justa que exprese aquí con la
vehemencia requerida el placer, el
goce intensísimo experimentado en
la travesía de la capital mexicana á la ciudad llamada
por Cortés Santa Vera Cruz. Requiere esta narración
el empleo de colores que no hallo en mi pobre pa-
leta*, exige esta impresión, que vivirá perpetuamente
en mi memoria, talento que no tengo, estilo sobrio,
que no necesita forma galana la expresión exacta de
aquel espectáculo grandioso, corrección de líneas que
den al cuadro, aire, luz y perspectiva, conjunto de-
leitoso que veo, con los ojos entornados, ávidos aun
I40 VIAJE Á AMÉRICA
de aquel placer tan hondamente sentido que ha de-
jado en mi cerebro la sensación intensa de una be-
lleza que no hay pluma ni pincel que pueda abar-
carla en su conjunto, que quien fuera capaz de
expresarla haría obra digna de un dios.
La imaginación que sobreexcita una narración
brillante es el enemigo mayor del que viaja-, porque
acontece con frecuencia que todo lo pensado con
líneas holgadas resulta pobre, lo de tonos vivos, des-
colorido- donde creyó hallarse una sacudida nerviosa
el espíritu no despierta ni concibe, resultando em-
pobrecido, para la imaginación ardiente, lo que fan-
taseó la descripción colorista de un escritor de raza.
Sólo en casos excepcionales, la realidad va más allá
de lo pintado y sugerido-, que la naturaleza al ves-
tirse con todas sus galas, mue'strase genio inimitable,
que no ha nacido aún el hombre que ha de hallar
en su paleta los innumerables tonos y loS brillantes
colores con que la luz matiza las tierras, las plantas
y los animales de los climas tropicales.
Salgo á las siete y media de la mañana de la
capital de la república-, vuelvo á saludar á la Virgen
de Guadalupe, patrona de México; echo una rápida
ojeada á las aguas descoloridas del lago Texcoco, y
á medida que me voy acercando á la Esperanza, es-
tación situada en la divisoria de la alta meseta me-
xicana, los campos de agave van multiplicándose,
el arenal va invadiendo las tierras, arenal que parece
RAFAEL PUIG Y VALLS
formado de polvo diorítico finísimo, levantado por
la velocidad del tren y que llena los vagones for-
mando nube, donde apenas puede respirarse, como
si la duna se moviera á impulsos del huracán y ame-
nazara sepultar bajo su oleaje estéril, aquella mani-
festación de una civilización nueva que pretende
dominar el desierto, él que no respetó jamás á la
caravana en días de tempestad, abrasándola con sus
arenas ardientes, y sepultándola con sus fuerzas de
gigante. Y dominando aquel cuadro, se levanta el
Drizaba y el Malintzi con sus nieves eternas, enorme
cono, el primero, centinela del Atlántico, que com-
templa ansioso el navegante en el proceloso golfo de
México, buscando en su silueta, oscurecida por la
niebla, ó limpia y pura proyectándose en el cielo, la
predicción del tiempo, que de aquellas altitudes in-
mensas baja airado el viento Norte que levanta olas
de tempestad, pone en grave peligro las embarcacio-
nes ancladas en el puerto de Veracruz, hace inabor-
dables las costas de la península de Yucatán, y co-
rriendo los barcos la borrasca en alta mar, movién-
dose entre bajos, estrechos y playas, se estrellan
muchas veces en la costa, impotentes ante la fuerza
colosal del Norte, de aquel gradiente barométrico,
salto inmenso que va de los altos neveros del Dri-
zaba á las tierras bajas y ardientes del golfo mexi-
cano.
El viajero, cansado de ver campos de maguey y
142 VIAJE Á AMÉRICA
de respirar un aire (¡ue se masca, sediento, cubierto
el traje de arena, con los ojos secos é irritados, llega
por fin á la estación de Esperanza, confiando tam-
bién en que ha puesto término á la parte menos in-
teresante de la travesía, y que en el restaurant ha-
llará medio de refrescar sus ojos y su garganta, y
reparar las fuerzas perdidas, en hora ya apropiada
para hacer un almuerzo copioso.
Las mesas se llenan de viajeros; la comida, ser-
vida por gente del país, sin ser un modelo del arte
culinario, se acepta sin repugnancia, y dispuestos ya
á saborear las delicias del paisaje, en cuanto arranca
el tren agrúpanse los viajeros en la parte derecha del
vagón porque el gran espectáculo, la bajada hasta
Córdoba y Orizaba, en plena zona tropical, empieza
inmediatamente con gran contentamiento de los ojos,
ávidos de contemplar aquella serie de cuadros que
se transforma en cada revuelta del camino, sin que
sea posible pararse cuando se pide á gritos calma
para saborear aquel paraíso lleno de aire purísimo
y de luz intensa como no habrá visto jamás el que
sólo ha vivido en los campos y los bosques de los
climas templados, donde la primavera es tan fugaz
como la dicha humana, mientras allí, y en las alti-
tudes medias, las brisas de primavera mantienen la
juventud de la vida en todos los seres, remozándose
en aquellos campos perpetuamente regados, bañados
en aquel sol y aquel aire que llena de ñores y pá-
RAFAEL PUIG Y VALLS
jaros las selvas y los bosques, dando á las plantas
tonos de color tan brillante y tan intenso, tan va-
riado y tan hermoso, que no se concibe ya que pueda
haberlos más hermosos, ni aun en los mundos side-
rales, que la imaginación ¡pobre imaginación humana!
se pierde en la contemplación de aquel paisaje que
soñó tantas veces al leer la descripción de los bos-
ques tropicales.
Al dejar la estación de Esperanza la transforma-
ción es tan rápida como el cambio de una decora-
ción teatral. A las tierras y los arenales de las altas
mesetas mexicanas, al trazado monótono de la línea
férrea sentada sobre borrosa llanura, al campo plan-
tado de maguey, á la choza india de paralalepípedos
de adove de color de tierra sucio, al aire transpa-
rente y suave de las grandes altitudes, suceden tie-
rras fuertes y mantillosas, sobre las que parecen
haber pasado, dejando allí sus despojos, las llamara-
das de un incendio, la vía que dibuja con sus suti-
les contornos una obra de ingeniería portentosa, el
bosque con sus pinares propios aun de climas tem-
plados en las partes altas y sus plantas de la tierra
caliente en las medias y bajas de la cordillera-, la
choza prismática, primitiva, cubierta de bambú, sen-
tada con arcilla, albergue de las razas indias des-
cendientes de las que descubrieron los primeros po-
bladores, y las oleadas de nubes y nieblas que suben
del Atlántico, lamiendo aquellas tierras calcinadas y
144 VIAJE Á AMÉRICA
regando aquellas flores y plantas atosigadas por sed
insaciable. Y en aquel inmenso escenario, la vista se
pierde, sin saber qué partido tomar, si dedicar la
atención á un trazado de ferrocarril, único en el
T^^'
/ V
mundo, en que los trenes parecen despeñarse, atra-
vesando túneles y puentes, muy superior á cuanto he
visto en el paso de los Alleghenies, Rocky Moun-
tains, Sierra Nevada y en muchas comarcas europeas,
ó si fijarla únicamente en aquellos paisajes donde
I
RAKAEL PUIG Y VALLS
crecen confundidos el plátano y la pina, los nopales
y las palmeras, los naranjos y los limoneros, la caña
de azúcar y el café, formando bosques tupidos llenos
de flores de colores vivísimos, con festones de orquí-
deas, con chozas escondidas á la sombra de árboles
colosales, regado todo por aguas abundantes, derre-
tidas en los flancos del pico de Orizaba, mientras el
tren desciende rápidamente formando zig-zag con
curvas de corto radio, apoyándose constantemente
en la caja abierta en la roca de acantiladas ver-
tientes.
Desde grande altura se ve ya la estación de Mal-
trata, situada en el fondo del valle alto, sobre pe-
(jueña planicie que debió ser, en otras edades, fondo
de un lago, y más tarde se atraviesa el valle llamado
La Joya hasta entrar en la estación de Orizaba, en
pleno país tropical. La estación presenta á la llegada
del tren un verdadero cuadro de costumbres. Los
negros, casi desnudos, ofrecen á los viajeros flores y
frutas, abundando las naranjas, los plátanos y las
chirimoyas, llamadas en el .país la fruta de los án-
geles; los indios, con sus trajes de colores vivísimos;
los mestizos, con su piel de color cetrino y sus ojazos
soñadores; la estación, rodeada de árboles frondosí-
simos y arbustos de flores grandes y hermosas; la
población, dominada por la iglesia, recordando los
pueblecitos escondidos en las hondonadas de las sie-
rras andaluzas, y todo ello animado por la vibración
146 VIAJE Á AMÉRICA
nerviosa de la raza de los trópicos, gritando, sacu-
diendo á los que vienen y van con la cordialidad
sentida de sangre de raza latina, inoculada por los
conquistadores en las venas de la raza indiana.
El tren sale, y la gente grita aún, y agita los pa-
ñuelos, mientras el extranjero vuelve á gozar con
ansia de aquel espectáculo que no llega á saciarle, y
pasan las estaciones, y se cruzan arroyos rumorosos,
mientras la tarde va cayendo y las nieblas arrastrán-
dose por los picachos, bajan por las vertientes dando
sombras de melancolía á aquellos espléndidos paisa-
jes que recuerdan los tiempos bíblicos, paraísos en-
cantados, poblados por los primeros hombres de que
nos hablan los libros santos y las santas escrituras.
Y ya á últimas horas de la tarde, cuando se inicia
el crepúsculo que anticipa la niebla que corona las
alturas, el espectáculo colorista de la estación de
Orizaba se reproduce en la de Córdoba, con la mez-
cla de razas y la orgía de colores, de frutos y flores,
de zarapes y rebozos, de hombres blancos, negros y
amarillos, como si aquella tierra fecunda fuera capaz,
ella sola, de vaciar en sus moldes, al calor del sol
tropical, la concreción pasmosa de todos los reinos
de la naturaleza, formados allí como centro vital
para esparcirse luego por todo el haz de la tierra.
Salgo de Córdoba y el crepúsculo va amorti-
guando lentamente la tensión de mi espíritu, soste-
nida largo tiempo por una excitación nerviosa de
RAFAEL PUIG Y VALLS , 147
goces intensísimos-, y como fin de fiesta, al entrar el
convoy en una garganta estrechísima, de vertientes
arboladas, de tonos obscuros que acrecientan turbo-
nadas de niebla de colores blancos y pardos que
rasgan las sombras del monte, aparecen de repente
como cuadro final la cascada de Atoyac, formando
vistosas caídas y estrepitosos remolinos que animan
aquel paisaje solitario, lamiendo los pies de frondosos
bosques tropicales. Desde allí, recorrido el Paso del
Macho, el país de los portentos con sus bosques y
sus arroyos, sus pueblos y sus razas, se desvanece
como un sueño; el tren atraviesa rápido la llanura
de Veracruz, árida y triste, tan triste como el pensar
del viajero que, dejando á la espalda un paraíso,
teme hallar traidora muerte en las calles de la ciudad
que se considera patria y cuna de la desoladora
fiebre amarilla.
Anochecido ya, los compañeros de viaje resumen
sus impresiones, y antes de llegar á la estación se
calcula la mejor manera de pasar la noche en la te-
mida ciudad de Veracruz.
En el vagón que me ha tocado en suerte va un
fraile italiano, una familia mexicana y dos muchachos
de Córdoba que van á pasar unos días de asueto en
la Habana.
El fraile italiano me incita á embarcarme en se-
guida, si el viento norte, tan temible en el puerto de
Veracruz, lo permite; acepto su consejo, y después de
148 VIAJE Á AMÉRICA
cenar en un hotel de la ciudad, nos vamos al puerto,
poco menos que á tientas, y sin saber dónde vamos,
ni quién nos dirige. El miedo á la fiebre nos hace
cometer una verdadera calaverada, fiándonos de un
botero que no sabemos quien es, cerrada la noche,
sin más luz cjue el fulgor de las estrellas, ni más co-
nocimiento de nuestro destino que el nombre del
trasatlántico español que ha de zarpar del puerto al
día siguiente, con rumbo á la Habana.
Mi buen fraile y yo, nos fiamos de nuestro acom-
pañante, que nos hace atravesar un portal de la ciu-
dad, nos lleva á la escollera, silba para que atraquen
una barca, y entre el acompañante y el botero me
bajan al fondo de la lancha, temiendo ya si el miedo
á la fiebre me había hecho escoger un peligro real,
embarcándome en un puerto abierto, soplando el
norte en noche obscura, y á distancia del trasatlán-
tico anclado junto al fuerte de San Juan de Ulúa.
El fraile no estaba muy tranquilo, ni yo tampoco: el
botero empezó á remar, el barco á moverse más de
lo que convenía á la estabilidad del vehículo, y el
trasatlántico «Reina Cristina» á mostrarnos sus cá-
maras y salones iluminados esple'ndidamente con lu-
ces eléctricas, proyectándose su inmenso casco y si-
lueta oscura en el fondo del cielo.
Al avanzar, el gigante iba creciendo, mi miedosa
lo desconocido aminorándose, y tras una recapitula- i
pión de tan variadas emociones experimentadas en
RAFAEL PUIG Y VALLS t49
un solo día, al subir la escalera de á bordo y entre-
gar mi pasaje al camarero, parecióme que mi pecho
se dilataba y que había ganado y merecido el des-
canso entre los míos, amparado en el golfo mexicano
por la bandera augusta de la patria.
De Veracruz á la Habana
mediados de noviembre, no podía
resistirse el calor en los camaro-
tes del «María Cristina». Las
aguas del golfo mexicano me pa-
recieron aquella noche tan tibias,
como si las hubiera calentado el
fuego central de la tierra. Recuerdo haber pasado una
noche angustiosa, una noche de verano en un camarote
caldeado todo el día por el sol de los trópicos, y el
aire abrasador de la zona tórrida. El primer rayo de
luz que filtró por la porta, avivó mis deseos de dar
el último adiós á las tierras mexicanas, y me levanté
rápidamente para ver la silueta de la ciudad apes-
tada, la traza del puerto, y los muros artillados del
castillo de San Juan de Ulúa.
15* VIAJE X AMÉRICA
El capitán del «María Cristina» no parecía tran-
quilo; el barómetro bajaba y oscilaba sometido á
cambios bruscos de presión; el mar aparecía man-
chado en su superficie, inquieto, como si en su seno
se agitaran fuerzas de resultantes infinitas; la mon-
taña estaba cubierta de niebla, mostrándose ceñuda é
irritada; el norte crecía al bajar por riscos y malezas,
despeñándose sobre las llanuras en busca del equili-
brio que no hallaba en las capas calientes y bajas de
la atmósfera, y el vapor que salía á chorros de las
calderas del trasatlántico, al chocar contra las placas
vibrantes del silbato, parecía responder á la impa-
ciencia del capitán para acabar pronto y cambiar el
peligroso puerto de Veracruz por el mar libre, cruel
á veces, pero jamás traidor, donde la fiereza de las
olas y la pericia del que manda una nave, pueden
luchar noblemente, oponiendo á la fuerza de las
aguas, la fuerza del ingenio y del saber.
Mis compañeros de viaje iban embarcándose y
tomando posesión de sus camarotes; los botes, llenos
de equipajes y mercancías, rodeaban el buque con
deseos de acabar pronto, y al terminar la maniobra
y recogerse la balija del correo, contemplo por úl-
tima vez la ciudad de Veracruz extendida sobre
playa bajísima, rodeada de dunas, donde crecen
ejemplares aislados de palmera real; ciudad levan-
tada con edificios de fisonomía española, de poca
altura, rematados por azoteas, pintados con colores
RAFAEL rUIG Y VALLS 153
chillones, ostentando grandes rótulos de fondas, que
de lejos recuerdan los paradores de nuestras diligen-
cias, con un puerto apenas esbozado, abierto á su
principal enemigo, el norte, que entra en aguas de
Veracruz como dueño y señor de vidas y haciendas,
sin que haya buques con anclas bastante robustas,
ni cables bastante fuertes para contrarrestar las fu-
rias de aquel coloso que convierte el puerto de Ve-
racruz en uno de los puertos más peligrosos del
mundo.
Mientras el «María Cristina» arría sus escaleras y
cierra sus escotillas, doy la última mirada al San
Juan de Uliia, tan desmantelado y pobre como otros
castillos que todos conocemos, retrotrayendo á mi
memoria los recuerdos que guarda en su recinto-, y
el buque empieza á mover su hélice poderosa y á
luchar con la mar de proa al principio y de costado
más tarde, que ha de mantenerse constantemente en
su travesía de Veracruz á la Habana. El trasatlántico
español se mantiene gallardamente sobre el mar em-
bravecido; al cuarto de hora de navegar, el pasaje
recobra su tranquilidad al ver cómo lucha el coloso
contra el mar con ventaja, y cómo, á pesar del
viento y el oleaje, el «María Cristina» anda con bas-
tante rapidez y sin que los balanceos fatiguen excesi-
vamente á los atribulados pasajeros. La travesía no
fué afortunada; fatigónos el norte constantemente y
el pasaje se mareó hasta el estrecho de la Florida.
íS4 VlAJft X AMÉRICA
En tres días se atraviesa el golfo de México y puede
llegarse sin dificultad desde Veracruz á la Habana
con tres singladuras. Nosotros pusimos cuatro, y no
pudimos decir que perdiéramos el tiempo.
No estuvo, pues, agradable la travesía, ni puedo
contar este viaje entre los llamados de recreo. Cinco
personas acudíamos sólo á la mesa de primera, y
aun no todos los días pudimos resistir hasta el fin
los balanceos del «María Cristina». De los cinco, uno
era un fraile italiano que iba á Bilbao, para partir,
á los pocos días de llegar á España, en dirección á
Chile; otro, era un mexicano que acompañaba á dos
hermanas suyas á la Habana; los tres restantes, dos
mexicanos de Córdoba y yo, íbamos á la capital de
Cuba por recreo y curiosidad. Cito estas personas,
que recuerdo como si las estuviera viendo, porque
están relacionadas con un acontecimiento que me
causó en la Habana una impresión dolorosísima.
El fraile italiano tenía un miedo terrible al vó-
mito y su mayor pena consistía en tener que pasar
cuatro días en la Habana, esperando la salida del
vapor; el mexicano que acompañaba á sus hermanas,
tenía la constante preocupación del mismo mal, y
sólo los dos chicos de Córdoba, que no tenían más
allá de 25 años cada uno, contaban, con placer, las
horas que faltaban para llegar á Cuba, donde con-
fiaban pasar unas cuantas semanas de recreo en la
Chorrera y los sitios más reputados de la isla por
Rafael puig y valLs i§$
SUS placeres y atractivos. No teníamos á bordo no-
ticias ciertas del estado sanitario de la grande An-
tilla; se sabía que el año había sido rudo y que la
fiebre había atacado fuertemente en la Florida, en
las costas del Pacífico y el Atlántico de México, en
Cuba y Puerto Rico, lo mismo á los extranjeros que
á los hijos del país; pero, estando ya avanzada la
estación, á mediados de noviembre, los más recelosos
creían que el peligro en Cuba debía ser remoto y que
era probable librar bien del contagio.
Los compañeros de Córdoba, acostumbrados á
vivir en la zona rayana á la fiebre, no parecían pre-
ocuparse ni parar mientes en lo que decíamos; lle-
gamos á la Habana, cada cual tomó su camino y
aquellos muchachos, guiados por algunos compa-
triotas suyos que viven en Cuba, em.pezaron la vida
regalada que imaginaron, contentos y alegres, en los
sonrientes campos del valle de Orizaba.
A los ocho días de estar en la Habana y cuando
ya me convencí de que había cometido una impru-
dencia, leyendo un periódico de la localidad supe
que uno de los dos muchachos de Córdoba acababa
de morir de un ataque fulminante de fiebre amarilla.
En el mismo diario leí en seguida: «la fiebre ha te-
nido este mes un aumento de consideración», no ig-
norando allí nadie que habían muerto algunos pasa-
jeros que acababan de llegar á la Habana en el
«Alfonso XII», procedentes de la península, y pro-
156 VIAJE Á AMÉRICA
duciendo entre los novatos una alarma que no sa-
bíamos disimular.
Después de cuatro días de navegación, la isla de
Cuba empezó á dibujarse en el horizonte. Uno de
los objetos de mis ansias estaba ya á la vista; pude
dar la vuelta al mundo, y preferí visitar nuestras
Antillas y estudiar sobre aquella tierra candente las
múltiples cuestiones que la agitan y devoran. Los
montes de la isla fueron creciendo á mi vista, como
si salieran lentamente del fondo de los mares, y á las
nueve de la mañana, en día de luz intensa, dorando
el sol aquellas tierras y caseríos, centelleando en las
aguas tranquilas los rayos de luz ardiente, el «María
Cristina» atravesó la boca de la bahía, entre el cas-
tillo del Morro y el castillo de la Punta, mientras
un corneta tocaba la marcha real española con an-
sias, sin duda, de saludar el pabellón de la patria,
arbolado en los mástiles del trasatlántico.
Los pasajeros del «María Cristina» contemplaban
ávidamente el puerto de la Habana, de cuyo tráfico
se cuentan maravillas; y vimos aparecer, en primer
término, los buques de la escuadrilla española; en el
fondo y amarrados á los muelles algunos vapores na-
cionales y extranjeros; y cruzar la bahía los ferryhoats
á la americana, con sus máquinas de balancín, mo-
viéndose lentamente, para transportar pasajeros y
mercancías á Puerto Real, camino de Guanabacoa y
Matanzas. Los muelles se desarrollan siguiendo las
KAKAEL ri'IG Y VAI.I.S
inflexiones de tierra firme, y á lo largo de los mismos
vense acumuladas las mercancías, azúcar, café, ron,
frutas, en tinglados de escasa cabida y corte anti-
cuado, que no responden á la riqueza y fama del
comercio de un puerto de primera clase, y de la ciu-
dad más rica y famosa del archipiélago antillano.
No sé si la impresión que me causó la bahía de
la Habana corresponde á la realidad de las cosas;
parecióme, en primer término, escasamente concu-
rrida; ni el número ni la calidad de los buques an-
clados en el puerto respondían á la idea que me
había formado del tráfico de la Habana, y digo que
no ha de ser justa la impresión recibida, porque lle-
gué á la isla en plena crisis, pocos meses después
de la suspensión de pagos del Banco Español de la
Habana, y cuando el stock de azúcar en almacén era
tan formidable que bastaba él solo para explicar la
paralización de todas las fuerzas vivas de la isla.
El desembarco efectuóse rápidamente; multitud de
barcos, tripulados por negros, en su mayor parte,
ofrecía á los pasajeros cómodo vehículo para saltar
á tierra. Los botes de la bahía, cubiertos con toldo
de lona que preserva á los viajeros de los rayos so-
lares, llevan los bultos á la Aduana, donde se mo-
lesta muy poco á los que declaran estar exentos del
pago de derechos, siendo todo el mundo tratado allí
por los funcionarios del ramo con exquisita cortesía.
Un coche de plaza, que no ofrece cosa alguna que
IS8 VIAJE Á AMÉRICA
merezca contarse, cruzando plazas y calles, condú-
jome por la de O'Reilly al Parque, donde está em-
plazado mi albergue llamado Hotel de Inglaterra.
Acostumbrado á los hoteles de la América del
Norte, me avengo con dificultad á la indumentaria
de mi habitación, situada en un patio central, sin
luz directa, pobremente amueblada, mal oliente y...
muy cara, tan cara como pudiera serlo un cuarto de
primer orden en un hotel de primera clase. Recapi-
tulo, pues, mis impresiones habaneras, mientras hago
un boüt de toilette, y no resultan lisonjeras. Sospecho
que, al ir del puerto á la fonda, he atravesado una
buena parte de la ciudad, la más nueva quizá, y la
policía municipal resulta estar tan atrasada que es
difícil ver una ciudad más sucia, más pobre y más
toscamente empedrada que la Habana.
Calles estrechas, estrechísimas, por cuyas aceras
no puede pasar más de una persona, si ha de quedar
arroyo bastante holgado para que crucen por él dos
carruajes sin peligro; casas bajas, tan bajas que en su
mayoría no tienen más de un piso; toldos horizon-
tales ó ligeramente inclinados, con otros verticales y
divisorios en las calles, que tamizan la luz y dan al
interior de las tiendas una entonación triste y pobre;
almacenes grandes en general, pero poco adornados
y vistosos, por más que hay en ellos cuanto puede
necesitar la dama de gusto más refinado y exquisito;
arroyos llenos de baches, descuidados, mal barridos,
RAFAEL PUIG Y VALI.S
aun aquellos que corresponden á calles principales y
de más escogida y numerosa concurrencia.
Listo ya para salir á la calle, desde el saloncito
de conversación del hotel de Inglaterra, fijo mi aten-
ción en el Parque, sitio céntrico de la ciudad y de
reunión durante la noche, cuando una música militar
solicita el favor del público, y observo en el centro
una dilatada plataforma en medio de la cual está
emplazada, sobre zócalo sencillísimo, una estatua en
mármol de doña Isabel II, obra de un escultor cuyo
nombre no me interesa, y á los costados del monu-
mento, macizos de flores que alternan con árboles
desmedrados, candelabros de gas y asientos de ma-
dera. Rodean la plaza ó Parque los teatros más no-
tables de la Habana: Tacón, Pairet y Albisu, pero
ninguno de ellos presenta fachadas monumentales
que fijen la atención del viajero y merezcan una des-
cripción detallada.
Llama la atención en aquella plaza la falta de
criterio con que se determinó su traza, pues siendo
porticada en algunas partes, presenta soluciones de
continuidad inexplicables, en otras, con evidente
desventaja para la buena visualidad del conjunto.
Hay en la misma el Centro de bomberos del co-
mercio, instituto digno de merecidas alabanzas; al-
gunos edificios particulares vistosos, uno de ellos
paralizado hace bastantes años; cafés bastante lujo-
sos y de holgadas formas, y uno de los casinos más
l6o VIAJE Á AMÉRICA
famosos del mundo, conocido con el nombre de
«Centro Asturiano.»
Mas todo esto y lo que me queda por reseñar,
que no es poco, nada significa al lado de lo que
compone la estructura íntima de un centro donde se
agita todo el trabajo fecundo de la isla, se acumulan
enormes riquezas, se acrecientan grandes ambiciones
y se alimentan esperanzas pavorosas para el porvenir
del poderío y la riqueza de España. Algo he de de-
cir de todo eso, que su estudio interesa á todos los
(jue aman la patria, su integridad, sus prestigios y
su gloria.
El Parque
En la Habana
Quisiera rectificar mi primer juicio respecto á las
condiciones de la capital de Cuba; pero, cuanto más
conozco su vialidad é higiene, sus calles y paseos,
sus edificios públicos y particulares, me afirmo más
en el concepto que formé al apreciarla, en su con-
junto, desde la bahía, y al recorrer algunas plazas y
calles, yendo de la Aduana al hotel de Inglaterra.
Nótase, en primer término, durante el día falta de
animación, lo mismo en el centro que en los barrios
apartados de la ciudad, las calles del Obispo y
O'Reilly, el Parque, el Prado, sitios un tanto apar*
l6a VIAJE Á AMÉRICA
tados de los muelles, lo mismo que la Plaza de Ar-
mas en donde está la Capitanía general, y los
alrededores de la misma, centros comerciales de im-
portancia, la Universidad, las agencias de vapores,
la Aduana, etc., etc., no consiguen mayor anima-
ción; las señoras salen muy poco y en carruaje, los
hombres de negocios usan constantemente coches de
alquiler, durante las horas de sol, y sólo en los mer-
cados se nota movimiento durante las primeras horas
de la mañana en la abigarrada multitud de razas,
negros, mulatos, chinos, que van invadiendo la isla
desde que los Estados Unidos pusieron cortapisas y
reparos á la afluencia de celestes en las costas de
California, criollos y blancos, gritando y empujándose
en el continuo tráfico menudo necesario á la vida
de una población extensísima que goza de confort y
lujo, y se abastece de buenas carnes, excelente pesca
y frutas sabrosísimas de perfume delicado y exqui-
sito. Es un espectáculo original para los peninsulares,
ver los puestos de frutas, en los mercados, producto
de una Flora completamente distinta de la nuestra,
con un perfume tan intenso c^ue embriaga, domi-
nando el olor del plátano, fruto que, en grandes ra-
cimos, de tamaños variados, forma manojos que re-
cubren los bastidores de las mesas, los pies derechos
de las cubiertas, colgando de todas partes como si
fuera, y lo es realmente, artículo de consumo ilimi-
tado; los cocos verdes cubiertos aún con su cascara
RAFAEL PÜIG Y VALLS ' 163
carnosa, recién cortados de los cocoteros para dar á
l)eber la leche vegetal que contienen, refrescante,
fresca, higiénica y deleitosa; las chirimoyas de pulpa
de color de sangre, con su cascara negruzca y forma
elipsoidal, menos dulce que la generalidad de las
frutas tropicales, pero de esencia delicadísima, pasta
que se deshace en la boca y que da al paladar, sin
fatigarle, un gusto exquisito é incomparable; la pina
verde, cubierta con sus hojas florales, de tonos ama-
rillos, con la acidez deleitosa que rellena su carne
jugosa, tierna y llena de perfumes; los mangos que
no he podido probar y que dicen ser excelentes,
la... pero, ¿á qué continuar la lista interminable de
aquella Flora espléndida, si no hay pluma que pueda
describirla sin quitarle los perfumes de sus esencias
y los colores brillantes con que se engalana, ro-
bando á la luz los matices y las gamas de sus innu- .
merables tintas y delicados tonos?
Y al salir de los mercados, las calles porticadas
de los alrededores mantienen aún la fisonomía de
casas de venta, que tienen sus horas de vida agitada,
prolongación de aquellos centros donde no penetra
el sol, y apenas la luz, como si el aire libre hubiera
de llevarse los colores brillantes de las flores, los
perfumes de los frutos, los jugos de las carnes y la
substancia toda del vientre de la Habana, que ne-
cesita reponer las fuerzas perdidas en un clima ener-
vante, traidor, que fatiga y liquida la sangre, que ni
104 VIAJE X AMÉRICA
fuerza tiene para teñir las pálidas mejillas de la raza
criolla.
Por las noches, el Parque se llena de gente-, la
animación crece hasta las diez^ los negritos que vo-
cean los periódicos del día, los buhoneros con sus
baratijas, los concurrentes á Tacón, Payret y Albisu
que salen á respirar el aire fresco en la calle, los
cafés Central y Tacón llenos de luz y consumidores,
la banda militar animando el cuadro y tocando lo
mejor de su repertorio, dan al centro de la Habana,
durante las primeras horas de la noche, una anima-
ción extraordinaria.
Alguna gente circula por el Prado, centro aris-
tocrático, iluminado con luz eléctrica que va del
Parque al castillo de la Punta, sitio agradable, de
buen caserío, donde se disfruta la brisa del Atlántico
y la tranquilidad de sitio poco frecuentado por ca-
rruajes y gentes dedicadas al comercio al por menor.
De más tránsito y lucida concurrencia disfrutan,
durante el anochecer, las calles de Empedrado,
O'Reilly, Obispo y Teniente de Rey, casi paralelas
entre sí y de ejes normales á la bahía, con sus tien-
das profusamente iluminadas y aparadores bien sur-
tidos, que pierden el aire de tristeza (jue tienen du-
rante el día y les da la luz filtrada al través de toldos
y cortinas de malla tupida, tendidos sobre calles es-
trechísimas que se defienden de los rayos caloríficos
del sol y de su luz intensa y devoradora.
RAFAEL PUIG Y VALLS 165
Más concurridas están aún las calles transversales
á las mencionadas en el párrafo anterior, llenas de
tabernas y de gente bulliciosa que busca el placer
venal, ofrecido á manos llenas, tras balcones y ven-
tanas enrejadas, por celestinas y mujeres de todas
las castas y de todos los colores; desde el negro aza-
bache al blanco del sajón, pasando por el tipo mu-
lato que es la tentación y el peligro más grande de
los hogares antillanos, según opinión de los que co-
nocen á fondo las costumbres y las pasiones de
nuestros hermanos de Cuba y Puerto Rico. La ale-
gría, en aquellos barrios, muéstrase al exterior rui-
dosa y desvergonzada-, vívese allí, poco menos que
en la calle, y los escritores realistas hallarían con
poco esfuerzo y poco gasto, materia sobrada, aun-
que poco decente, al correr de la pluma. Dicen las
gentes del país que no se recorren aquellas calles sin
peligro, que el vino y el amor son pendencieros, que
es vario el humor de razas que junta sólo el placer
breves instantes, y que la curiosidad tiene allí, al-
gunas veces, castigo muy superior al pecado venial
cometido, yendo tras el conocimiento de costumbres
que sólo se distinguen en las diferentes latitudes del
mundo por el escenario y la forma con que las de-
cora la idiosincracia especial de cada pueblo.
Y si de aquellos antros, donde se mueven figuras
tan extrañas y tipos tan distintos, iluminados, en sa-
las desmanteladas de mueblaje sucio y raído, por
l66 VIAJE Á AMÉRICA
candilejas y velones, donde alternan la india mexi-
cana de cara aplastada, ojos velados y tristes que
recuerdan los rasgos fisionómicos de la raza amarilla
y especialmente del pueblo chino, con negras de la-
bios carnosos y caídos, mulatas de ojos avispados y
labios rojos y concupiscentes, cuarteronas y blancas
solicitando favores con las ansias de la miseria y el
vicio, se pasa al teatro Tacón en días de l)eneficio,
numerosísimos allí, (]ue todos los motivos son buenos
para ejercer actos de caridad ó filantropía en la so-
ciedad culta y humanitaria de la capital de Cuba,
nótase la sacudida de una transformación tan radical
que el ánimo parece recrearse en acjuella atmósfera
tibia y perfumada, en aquella sala llena de luz y mu-
jeres hermosas, lujosamente ataviadas, luciendo esco-
tes soberbios, de aquellos (jue desafían á la maledi-
cencia cuando duda si los esconde el pudor ó la
fealdad.
Desde un palco platea á cpie me invita la cordial
y ostentosa hospitalidad de un amigo, recreo la vista
mirando la finísima traza de la platea, cómoda, hol-
gada y elegante, los palcos quizá un tanto pe(iueños,
especialmente los proscenios con relación á la capa-
cidad del teatro, el adorno sobrio y bien entendido,
la iluminación espléndida y bien repartida, el aire
entrando por las aberturas cerradas sólo con per-
sianas, pero, aun así, habiendo en la sala intenso
calor, el teatro lleno, las partes altas con gente de
RAFAEL PUIG Y VALLS 167
color, mulatos especialmente, que aplauden de ma-
nera estruendosa un drama titulado «La mulata >, en
cuya trama romántica figura como heroína una mujer
de color, víctima de blancos viciosos y criminales;
en los palcos y platea señoras irreprochablemente
vestidas, dominando las morenas, de ojos grandes,
encantadores, y cabellos negros, tan negros como
los tienen únicamente aquí los que usan ó abusan de
la química, y caballeros con frac ó smoking, elegan-
tes y atentos con las damas, á las cuales obsequian
con dulces y flores.
A última hora y á la salida de los teatros, la
buena sociedad cubana cena en los restaurants del.
Parque y calles anejas, cuyo servicio es esmerado, ó
toma helados y chocolates en los cafés y cervecerías,
hasta que los tranvías del Cerro y el Vedado y los
carruajes de particulares, en hora avanzada de la
noche, van desapareciendo del Parque, que recobra
la tran(iuilidad perdida durante las últimas horas de
la tarde y primeras de la noche.
Y ya que he citado el Cerro y el Vedado, centros
de veraneo de los habaneros, algo he de apuntar
aquí, aunque no tenga, especialmente el Cerro, fiso-
nomía propia (jue lo distinga de otras calles excén-
tricas de la capital de Cuba, como no sea por su
caserío más suntuoso y sus jardines tropicales, donde
reside ó mejor residía la sociedad más selecta de
aquella ciudad, y se daban fiestas brillantísimas,
l68 VIAJE X AMÉRICA
cuando el dinero abundaba y decía la gente que la
Habana era una de las ciudades más ricas del mundo.
Quizá la fisonomía borrosa de hoy, en calle no muy
ancha, polvorienta y llena de baches, cuyo eje sigue
un tranvía de coches reviejos y descoloridos, lan-
zando los vehículos que la cruzan oleadas de polvo
que dan á las fachadas, ya descascarilladas, aparien-
cias de pobreza y suciedad, presentaba entonces
signos de mayor grandeza, grandeza que hoy se
oculta en el fondo de las quintas y en los jardines
verdaderamente espléndidos, en que la palmera real
RAFAEL PUIG Y VALLS 169
y el cocotero alzan sus troncos y sus palmas por en-
cima de las azoteas, como muestra de la fecundidad
asombrosa del suelo y el clima de la grande antilla
española. Una visita hecha á una familia habanera
distinguidísima que habita en el Cerro, me permitió
echar una rápida ojeada al interior de aquellas
casas.
Tiene la fachada fisonomía italiana, algo que re-
cuerda las casas de Pompeya reconstruidas; breve
pórtico facilita el paso á un vestíbulo grande, limpio,
que sirve de entrada á las habitaciones y de cochera,
que alineados están allí tres carruajes, cubiertos y en-
fundados. El criado, que va en mangas de camisa,
me guía á una de las habitaciones que da al jardín,
y como la señora no me espera ni me conoce, me
da tiempo para escudriñar la extructura de la casa,
de habitaciones espléndidas por su holgura y lim-
pieza; techos elevadísimos que enseñan sin reparo
sus cabrios desnudos de madera finísima, con sus
bovedillas enlucidas como las paredes, blanco todo
y reluciente, contrastando con el verde intenso de
las persianas que cubren todas las aberturas, dejando
al aire del jardín ancho espacio para circular por
las habitaciones amuebladas con sillas y sillones de
rejilla, cómodos, ligeros, apropiados al clima, ador-
nadas las paredes con grandes cuadros de afamados
pintores, abundando los muebles de maderas ricas,
patrimonio de los bosques cubanos; cómodas, arma-
I70 VIAJE X AMÉRICA
rios, anaqueles, marcos ostentosos de espejos bise-
lados, pero pegado todo á las paredes, sin consentir
(jiie el aire halle en las habitaciones obstáculos para
circular libremente, y dando al conjunto una fisono-
mía un tanto fría para los (jue estamos acostumbra-
dos á ver salones alfombrados, cuajados de muebles,
con sillas y sillones tapizados, abundando los con-
tornos suaves, redondos, blandos, que constituyen
una base de confort completamente distinta de la
indumentaria propia de los climas tropicales.
Terminada la visita, echo una rápida ojeada al
barrio, y mientras espero el tranvía que me ha de
conducir al hotel, por casualidad topo con una pa-
reja de negros, un Tenorio y una Menegilda que sin
preocuparse de mi venida, entablan el más intere-
sante colot^uio.
Es difícil dar con un negro más asqueroso: bajo,
rechoncho, con la cara pustulosa; ella, fea también,
sucia, mal vestida, con la cara sebosa y reluciente
que adornan labios carnosos, violáceos y profunda-
mente agrietados.
La chica se dolía de que se atreviera á pararla un
hombre que no conocía; el negrito no parecía preocu-
parse de los lamentos de la joven y bastaron pocos
segundos para desarrollar, con frase brevísima, su
atrevido pensamiento. Ella no se dejaba convencer,
la faltaba la presentación previa: «pero hombre, si
yo no le conozco á usted... ¡usted que se figura! ^acaso
RAFAEL PUIG Y VALLS I?»
me detengo yo con el primero que pase por la calle?...
vaya usted á trabajar, hombre, vaya usted á traba-
jar...»; y él, apurado ya, respondió: «pero, mujer,
¿cómo es posible que no sienta usted lo que siento
yo por usted, si me estoy muriendo por usted?» y
los ojos del negrito relucían como carbones encen-
didos, sin poderse convencer de que las ansias que
sentía no lograran vencer los rigores de aquella
Venus que había inspirado pasión tan honda al
atrevido mancebo. La negrita, contrariada, aguan-
taba á pie firme la rociada amorosa; el Tenorio no
])arecía haber agotado sus argumentos, y como el
tranvía no había de esperar la terminación de aquella
escena idílica para continuar su carrera, allí quedó
mi pareja amartelada, terminando el prólogo de la
comedia ó drama amoroso.
Tampoco deben buscarse, en la capital de Cuba,
edificios arquitectónicos suntuosos, catedrales de traza
holgada, iglesias ricamente decoradas, edificios pú-
blicos elegantes, jardines grandes y bien dispuestos,
porque se perdería lastimosamente el tiempo.
La Habana no tiene la pretensión de ser una
ciudad monumental; todo lo que hay en ella notable
se ha de estudiar en su historia y en su trabajo,
historia que es la de la patria española, como suyo
es el desenvolvimiento de su riqueza que hemos
arrancado con nuestros brazos y nuestra inteligencia
del suelo cubano.
172 VIAJE A AMÉRICA
Pero hay en el recinto de la ciudad páginas tan
hermosas de nuestra historia, que sería desdén cri-
minal pasar por la Habana sin leerlas.
Descansan en su catedral las cenizas del hombre
que escribió la página más gloriosa y más pura de
la historia de la humanidad.
En modestísima plaza porticada, cuyo nombre no
recuerdo, mirando á la calle de Empedrado, leván-
tase, sobre breve escalinata, la catedral de la Habana.
Su fachada gótico-latina de piedra sillar ennegrecida,
en cuyos paramentos y entre columnas pareadas
hánse abierto desnudas hornacinas; flanqueada por
dos torres de escasa altura, con ancha y holgada
puerta central y dos laterales más pequeñas y simé-
tricas, dan al conjunto un aire de pobreza que re-
cuerda las iglesias de los antiguos conventos espa-
ñoles. No presentan mayor grandeza las naves en su
traza y sus alzados; las líneas correctas de sus arcos
y columnas resultan frías, los altares pobres, nada
hay allí que distraiga la atención de un modesto
mausoleo que lleva al pie esta leyenda:
«¡Oh restos é imagen del grande Colón!
Mil siglos durad guardados en la urna,
Y en la remembranza de nuestra Nación.»
mirando al altar mayor y á la izquierda del presbi-
terio, un retrato orlado sostenido por una especie
de zócalo en que están esculpidos anclas, cables, y
un reloj de arena en que se apoya la leyenda, es
RAFAEL PUIG Y VALLS
cuanto recuerda al viajero que allí, según dicen, des
cansan las cenizas del gran Almirante, cuya grandeza
no cabe en el mundo.
Allí estuve largó tiempo contemplando aquella
urna funeraria que guarda los despojos de nuestra
gloria más pura, recordando nuestra larga historia
colonial, nuestras conquistas, nuestros héroes, som-
bras y penumbras del pasado, manchas de un sol
que no se apagará mientras el mundo exista, dejando
174 VIAJE A AMÉRICA
en el espacio la estela luminosa de las leyendas espa-
ñolas. Y ante aquellas cenizas venerandas, mi frente
inclinóse reverente, que después de Cristo, no ha
cabido á ningún ser humano más alto destino, ni
misión más santa, que Colón trajo al mundo, en su
cerebro, la semilla de nuevas civilizaciones cuyo
desenvolvimiento vasto y fecundo no es capaz de
abarcarlo, en su conjunto, el entendimiento humano.
Y al ver allí una corona, que una augusta dama
española dejó al pie de aquel mausoleo, y las ban-
deras y estandartes de la flotilla de carabelas que
vista de lejanos mundos debía parecer fantástico es-
pejismo que reproducía, al cabo de cuatro siglos,
aquella epopeya gloriosa de Colón y los Pinzones
flotando aún sus imágenes imborrables sobre las olas
del mar, yo no puedo pensar, sin desfallecimiento
de espíritu, qué pecados de raza se cometieron en
México, en Chile, en el Perú, en las Indias del
Oeste para que nuestro dominio de aí^uellas inmen-
sas tierras se convertiera en causa primera de nues-
tra decadencia, mientras triunfan y prosperan pueblos
que han aportado al Nuevo Mundo ideas de exter-
minio, de usurpación, que fusilan sin compasión al
indígena, al que embrutecen primero, para herirlo
con mano más segura después, persiguiéndolo á
muerte hasta las praderas y los arenales más remo-
tos de los desiertos americanos.
La ley de Indias que amparaba con cristiano
RAFAEL PUIG Y VALLS
anhelo al indígena, que respetaba sus tierras, sus
mujeres y sus hijos, contra las demasías, las sober-
bias y las ambiciones del colono, no logró respetos
de naciones que deberían inclinar su cabeza ante
nuestra raza humana y colonizadora. Y cuando vi
tanta gloria iluminada sólo por la luz filtrada por
mezquino ventanal, y vino á mi memoria el Capito-
lio majestuoso de Washington, con sus cúpulas so-
berbias, y la tumba de Juárez, la catedral, y los pa-
lacios de México, y recordé las fiestas colombinas en
que España, la patria del gran descubridor, hizo
modestísimo papel, mi espíritu no supo hallar la razón
de tantas tristezas, y mi corazón y mi sangre se re-
belaron contra las injusticias de los hombres y las
crueldades del destino.
De aquel vasto imperio colonial en América, no
nos queda ya más que Cuba y Puerto-Rico, dos joyas
valiosísimas de aquella corona ceñida durante tres
siglos por los Reyes de España, y que no la tendrá
ya igual ningún potentado de la tierra; y si por ley
fatal de la suerte hemos de perderlas también, si
no hemos de aprender jamás, ya que sabemos con-
quistarlas y civilizarlas, como se administran las colo-
nias, no consintamos siquiera que los restos de Colón,
si están allí realmente, se pierdan también para Es-
paña, mostrando así al mundo que podemos perderlo
todo menos el amor á la tradición y á las glorias de
la patria.
176 VIAJE Á AMÉRICA
Salí de la catedral con la pesadumbre de las
grandezas extinguidas, de algo que vibra en el cere-
bro ardiente y poderoso, y se apaga inclemente en
el frío del medio en que se habita cuando nada res-
ponde á los entusiasmos de la vida. Y al ir camino
de la Plaza de Armas, al terminar la calle del
Obispo, doy con un alegre square, lleno de flores,
plantas y palmeras tropicales, rodeando una estatua
de Fernando VII que distrae mi atención, harto en-
tretenida con tristes recuerdos, y en él hallo el pa-
lacio del Gobernador general, vasto ediíicio de ar-
quitectura moderna, con bajos porticados y arcos de
medio punto, cuyos machones, adornados con pilas-
tras rematadas con sencillísimos capiteles que sos-
tienen larguísimo balcón que vuela sobre la plaza, y
á su vez sirve de base á modestas columnas sobre
las que va un friso sencillo rematado por un reloj
de torre.
Frente al palacio un templete histórico atrae la
vista del viajero, templete erigido á la memoria de
Colón por ser el sitio donde se celebró por vez pri-
mera en la isla de Cuba el santo sacrificio de la misa.
En 15 19 una ceiba arrogante ocupaba el sitio del
templete, y á su sombra erigióse el primer altar á
Dios, invocado por Colón al tomar posesión del
continente americano. Su arquitectura nada recuerda.
El autor de la obra no supo dar al monumento el
sabor de la época y de la localidad; quizá más que
RAFAEL PUIG Y YALLS
un edificio mezquino habría sido natural perpetuar
la ceiba, continuar la tradición, buscar algo en la
arcjuitectura mexicana, en la choza india, ^qué sé yo?
algo c}ue no fuera un edificio banal y pobre arran-
cado al arte europeo. Me limito, pues, á recordar el
bronce que perpetúa fechas y crónicas de la historia
del descubrimiento, cuva leyenda dice así:
«Reinando el Señor Don Fernando Vil, siendo
Presidente y Gobernador don Francisco Dionisio
Vives.
La fidelísima Habana, religiosa y pacífica, erigió
este sencillo monumento decorando el sitio donde
el año 1 5 19 se celebró la primera misa y cabildo; el
Obispo don Juan José Díaz de Espada solemnizó
el mismo Augusto Sacrificio el día 9 de marzo
de 1598.»
ja'
178 VIAJE k AMÉRICA
Y al acabar de leer lo que acabo de apuntar, sin
querer, me pregunto qué hacen allí los nombres del
Rey don Fernando y del Gobernador don Francisco
Dionisio Vives, personas muy respetables ciertamente,
pero que quitan carácter de época al recuerdo y que
nada tienen que ver con el descubrimiento de
América, siendo verdaderamente sensible que haya
personas que busquen notoriedad á la sombra
augusta de la historia y que, las generaciones que
las suceden, consientan este tormento á los que
vamos á visitar lugares sagrados, llevando en el co-
razón el piadoso recuerdo de los azares, las luchas,
las alegrías y las tristezas de la patria.
Y como el día no fué afortunado, hallando en
todas partes motivos de tristeza, apunto aquí, para
que todo responda á mi humor endiablado, recor-
dando aquel bronce que da á la Habana el dictado
de pacifica, los siguientes datos que me comunica
un amigo, conocedor de las condiciones de la ciu-
dad bajo el punto de vista de su seguridad y de-
fensa.
Rodean la Habana una serie de fuertes, unos
que protegen la entrada de la bahía, y son el casti-
llo del Morro y el castillo de la Punta, que cruzan
sus fuegos y hacen sumamente peligroso el paso de
la boca del puerto á una flota enemiga. Defiende
también la bahía el fuerte de La Cabana, que puede
estar guarnecido por cuatro mil hombres.
RAFAEL PUIG Y VALLS I79
Las baterías de La Cabana y La Pastora, con
su batería de los Doce Apóstoles, están armadas
con 245 cañones, emplazados á flor de tierra y
con arreglo á las necesidades de la táctica mo-
derna.
Al Este de la ciudad y á una milla de la misma
está el fuerte núm. 4, y al sudoeste ^la Torre de
Cogimar. Bastan, según opinión de los inteligentes,
los 650 cañones emplazados en varios fuertes y es-
pecialmente en el del Morro, La Cabana y los fuer-
tes del Príncipe y de Santo Domingo de Atares
para arrasar la ciudad en muy pocas horas, mientras
las baterías de la Pastora y la de los Doce Apósto-
les mantendrían en respeto los fuegos de una flota
enemiga. Los fuertes de San Nazario, de la Plaza,
Santa Clara, La Chorrera y la Torre de Bañes com-
pletan un circuito de hierro, que no responde á la
idea de aquella lápida, y que recuerda, en canibio,
revueltas pasadas, guerras civiles, odios de raza, am-
biciones mal refrenadas, futuras complicaciones in-
ternacionales, un mundo de problemas que deberían
madurar, con su estudio y resolución, nuestros hom-
bres de Estado, infundiendo á nuestro pueblo idea-
les nuevos, conceptos claros del estado social y
político en que vivimos, algo de la realidad obscure-
cida tras falaces políticas y derechos engañosos, en-
señándole, á la vez que los derechos, el deber de ser
justos, fuertes, sobrios y respetables. Si así lo hicié-
l8o VIAJE X AMÉRICA
ramos, los cañones del castillo del Morro y La Ca-
bana serían sólo signos de soberanía, (iiie la integri-
dad de la patria estaría sólidamente asegurada con
el amor á la Metrópoli de nuestros hermanos de
Cuba.
Los edificios públicos de la Habana
XGRATO sería si olvidara la hospitalidad
cubana. Hallé en la Habana tanta con-
sideración y tanto afecto, amistad tan
cariñosa y cuidado tan exquisito, tanta
solicitud para que no enfermara y tan
buen consejo para evitar posibles contagios, que
parecíame vivir en familia, entre hermanos queridos,
ansiosos de mostrarme su consideración y su afecto.
Y no se crea que se pecara allí de exageración que
empalaga y de timidez del que ignora, que no hubo
escondrijo que se me ocultara, ni aun los de carácter
macabre, en hospitales y escuelas, en cementerios y
morgue que no cabía en las distinguidas personas
que me acompañaban, catedráticos de la Universidad
de la Habana y de la Escuela de medicina, doctores
de fama y médicos del hospital de Nuestra Señora
1 82 VIAJE Á AMÉRICA
de las Mercedes, miedos irreflexivos-, atentos sólo á
mostrar al forastero como se cultiva la ciencia en la
Habana y se procura ensalzar el nombre de España
en las colonias.
La visita á la Universidad procuróme la honra de
ser presentado al señor Rector y á los señores De-
canos de las facultades allí establecidas, quejosos de
la falta de un buen edificio y de museos y coleccio-
nes dignos de la capital de Cuba. Yo no sé si aquel
caserón fué convento, pero lo que sí se ve, á pri-
mera vista, es la falta de condiciones que tiene para
servir de centro docente, en la ciudad más impor-
tante y rica del archipiélago antillano. Y lo peor
es que cuantos esfuerzos y gastos se hagan para
mejorar aquel edificio goteroso, presentando al aire
libre sus cuchillos de armadura de formas enrevesa-
das antiquísimas, sus aulas pequeñas y obscuras, sus
museos pobres y mal acondicionados, será dinero
tirado, sino se empieza por derribar todo lo existente,
y levantar, con recursos copiosos, lo que ha de ser
la mejor gala del elemento inteligente é ilustrado de
la Habana.
No puedo recordar sin terror el anejo de la cá-
tedra ó sala de autopsias de la Escuela de Medicina;
ancha mesa de marmol rodeada de extensa gradería
de madera, cubierto todo por una armadura de ti-
rantes, pendolones, y riostras de viejos moldes, en-
trando por ella luz vivísima, en aquel lugar de tris-
RAFAEL PUIG Y VALLS 183
tezas, donde la ciencia busca los secretos de la vida
en la obra obscura y miserable de la muerte, cons-
tituyen la sala donde se aprende como funcionan las
visceras del cuerpo humano, vencidas en la lucha por
la existencia, traidora y tristemente. Y al salir de allí,
en estrecha alacena de madera blanca, formando
doble anaquel, tendidos, con los miembros entume-
cidos, los cuerpos rapados, la cabeza afeitada, obra
de navaja tosca, que profana sin escrúpulo ni mise-
ricordia, dos cadáveres desnudos yacían en aquel
antro, el de un negro y el de un blanco^ esperando
la acción irreverente del bisturí que diseca, de la
ciencia que analiza, de la mano inhábil que aprende
en carne muerta las palpitaciones, el funcionamiento,
y el equilibrio de la vida.
Fácil sería pintar aquí, disecar también con la
pluma lo que vi y tengo aún grabado en la memo-
ria, como si aquellos cuerpos rígidos, aquellas mue-
cas horribles, aquellos coágulos de sangre, hubieran
dejado en mi cerebro la fotografía imborrable, con
todas sus manchas y colores, de la espantosa obra
de la muerte.
Aquella terrible visión necesitaba un momento
de descanso, y aunque parezca extraño, hállele con-
solador y efectivo en el hospital de Nuestra Señora
de las Mercedes. Situado en' los extremos de la ciu-
dad, en sitio elevado, hermoso, que domina el
campo y el poblado, aquella mansión, más que
184 VIAJE Á AMÉRICA
lugar de dolor parece quinta de inválidos donde
hallan refugio y amor los ancianos y los desva-
lidos.
El catalán halla en aquella santa casa el espíritu
de la patria pequeña informando todo el servicio
del hospital. Las hermanas son catalanas y como
tales dignas hijas de la patria del trabajo y del
amor al prójimo. No he visto en parte alguna hos-
pital más limpio y más hermoso, formado de pabe-
llones independientes, con grandes aberturas, por
donde entra el aire aromatizado de los jardines y
patios, vasto arsenal de aire puro, constantemente
renovado, que oxida todas las impurezas sin dejar
rastro en parte alguna de mal olor y suciedad.
La botica es un local lujoso, vasto y limpio; la
iglesia sencilla y elegante*, la cocina grande, repleta
de comestibles de primera calidad, capaz para un
servicio intensivo; los jardines están llenos de árbo-
les, arbustos y flores hábilmente distribuidos, la luz
entra en todas partes alegrando aquella mansión de
tristezas, y el personal, orgulloso de contribuir á
obra tan santa, cuida á los enfermos con cariño
fraternal.
También pasó por allí la ciencia médica con
todos sus refinamientos: el enfermo deja en la puer-
ta su ropa inficionada, (}ue pasa á la estufa, adquie-
re ropa limpia y propia de un enfermo, y al salir
vuelve á hallar su traje limpio y aseado en el com-
RAFAEL PUIG Y VALI.S 183
partimiento correspondiente, después de haber toma-
do baños y duchas, si los ha menester, en local
apropiado y provisto de los aparatos hidroterápicos
pregonados por la higiene y adoptados por la
ciencia.
El que visita aquel hospital no puede impresio-
narse: sus corredores anchos y ventilados, su aire
puro, la luz dando á todas las habitaciones tonos de
alegría, los árboles y las flores que saludan al enfer-
mo desde los patios acariciados por la brisa del
Atlántico, no dejan al espíritu tiempo ni vagar para
que ahonde en las tristezas de aquellos seres que
estoy viendo aún; y entre ellos: mísero convale-
ciente de fiebre amarilla arrancado á la muerte en
hora de crisis tremenda, triste maníaco de luenga
l)arba, cabeza de estudio de viejo que lleva en su
cráneo esculpidas huellas de hondas- desdichas;
mujer que la fiebre atosiga y sueña quizá con vida
próspera y dichosa; tísico que muere lentamente
entre flores que ilumina el sol ardiente de los trópi-
cos... ¿qué sé yo? seres que la caridad ampara, la
ciencia estudia y la religión consuela, qué habrá di-
fícilmente para aquellos desgraciados mayor lenitivo
y alegría (^ue el que proporciona al enfermo y al
desvalido el hospital modelo de la Habana.
Del hospital al cementerio el tránsito no ha de
de parecer estrafalario, y sin cuidarnos de dar largo
rodeo por camino de travesía, en pocos minutos me
l86 VIAJE Á AMÉRICA
guían mis buenos amigos al cementerio nuevo de la
Habana.
El sol ya declina cuando llegamos al pórtico
ostentoso que da acceso á aquella ciudad de los
muertos, llena de monumentos, de estatuas, de cru-
ces, de epitafios... recuerdos de familias, de catástro-
fes, de odios políticos, de la gran masa anónima
que sólo ampara la cruz augusta extendiendo sus
brazos amorosos sobre blancos y negros, sobre peca-
dores y justos, ricos y pobres, iguales todos en el
seno de la muerte.
El cementerio de la Habana contiene páginas
tristísimas de nuestra historia colonial; una sola, la
más cruenta, borra de mi memoria el recuerdo de
los bomberos que murieron heroicamente en un in-
cendio horroroso perpetuado en un mausoleo digno
del patriotismo y la piedad del pueblo cubano, y
me fijo únicamente en el monumento que los estu-
diantes habaneros dedicaron á los niños fusilados,
en hora inclemente, por haber profanado la tumba
de un español, el periodista Castañón, asesinado
alevosamente en New-York por un insurrecto cu-
bano.
Si fuera posible arrancar del libro que narra las
luchas de la guerra civil en Cuba la página de
aquellas horas de frenesí patriótico, si aquellas pie-
dras que conmemoran un hecho que llorarán siem-
pre amargamente españoles y cubanos, pudieran
RAFAEL PUIG Y VALLS 1&7
transformarse en monumento de perdón en que cu-
pieran los nombres de vencedores y vencidos, glori-
ficados todos por el valor ostentado y el sacrificio
de la sangre derramada en ambos campos, la hu-
manidad entera podría regocijarse de un olvido que
cuadra bien al temperamento cristiano y caballeroso
de españoles y cubanos.
Yo de mí sé decir que salí de aquel cementerio
hondamente afligido, hallando en mi corazón igual
acogida víctimas y matadores; y rogando á Dios
que ilumine á los pueblos y les preserve de los arre-
batos de las pasiones que dejan en el corazón y la
conciencia huellas amargas, que sólo suaviza el cum-
plimiento del deber patrio hondamente sentido y
con justicia realizado.
Al salir del cementerio, el crepúsculo vespertino
da al campo cubano un verde intenso, obscuro, ra-
diando oleadas de aire caliente, de olores extraños
que no logran distraer mi atención entristecida. A
los pocos minutos atravesamos el paseo de Jesús del
Monte, lleno de tranvías y carruajes, pasamos por
delante de la Pila de la India, que domina un her-
moso boulevard, y entramos ya en el Parque, en
hora regocijada, cuando la población sale á respirar
la brisa del mar, y se confunden en el jardín todas
las razas y todos los colores, dominando, tronando
con sus atractivos, la criolla y la mulata, frutos her-
mosos de la grande Antilla española.
l88 VIAJE Á AMÉRICA
En el Parque, punto céntrico de la ciudad, y
junto al hotel de Inglaterra, tiene el comercio de la
Habana establecida la central de bomberos. Montan
constantemente la guardia, en la puerta principal,
dos caballos tordos, de raza percherona, robustos,
relucientes, rellenos del tejido adiposo que cría una
alimentación sana y una vida tranquila y sosegada,
colocados simétricamente al eje de la bomba de va-
por, dispuesta siempre á acudir con rapidez al punto
incendiado.
La bomba de vapor, de tonos encarnados, con
su chimanea metálica de líneas elegantes, su hogar
cargado y dispuesto para aumentar la tensión del
vapor en la caldera, siempre calentada por medio
de una manga que pone en comunicación la caldera
de la central con la de la bomba, los collares sus-
pendidos y colocados á ambos lados de la lanza del
carro, los caballos ya enjaezados y dispuestos, la \i-
gilancia incesante y exquisita, todo revela el cuidado
y la previsión con que se atiende en la Habana el
servicio de incendios terribles como en parte algu-
na, por la condición de los edificios, la naturaleza
de las mercancías de fácil combustión y gran rique-
za almacenadas en los muelles y depósitos comer-
ciales, y la frecuencia de vientos huracanados que
en días de incendio podrían causar la ruina de la
Habana.
El servicio de señales, las bombas de vapor y de
RAFAEL PUIG Y VALLS lOQ
mano, las herramientas y los utensilios, las camillas
y los botiquines, imitación, ó mejor, reproducción
del material empleado en los Estados Unidos, no
puede ser más perfecto, siendo para los jefes y en-
cargados de las maniobras motivo de singular com-
placencia, el enseñar á los forasteros una de las jo-
yas más preciadas del servicio público habanero.
Acompañóme á la central el médico de los bom-
beros, don Antonio de Gordón, hallando allí una
acogida tan simpática y cortés que no es para olvi-
dada. En pocos segundos púsose la central en movi-
miento, simulóse la señal de incendio, agitáronse los
caballos de guardia, soltáronse automáticamente los
ronzales, colocáronse los caballos, amaestrados en
esta maniobra y sin instigación alguna, al pie de la
lanza, cayeron los collares suspendidos sobre aque-
llos animales y cogió el cochero las bridas; bastando
trece segundos para salir la bomba con todo el ma-
terial y personal necesario y acudir al sitio en que
estallara el incendio simulado.
Con el aturdimiento que produce la agitación y
el desplazamiento de los caballos, la sonería en vi-
bración, el personal ocupando sus puestos, aquel
desorden, ordenado en tan pocos segundos, produce
el efecto de la instantaneidad, pareciendo imposible
que pueda evitarse el atropello de los muchachos
que contemplan embobados una maniobra tan repe-
tida en la puerta de la central, y que produce el
19° VIAJE A AMÉRICA
efecto deslumbrador de todo lo aparatoso y adorna-
do con colores vivos y brillantes.
Enseñóseme el material prolijamente, la división
de la ciudad en cuarteles, los empalmes eléctricos
con los centros de alarma, el esquema de señales y
una multitud de cosas, vistas con ojos de profano,
pero, curiosas, nimias, interesantes, como todo lo
que guía directamente á la perfección de un servi-
cio humanitario que entusiasma á tantas gentes
hasta sacrificar la vida por la existencia de un des-
conocido, por la hacienda que no rinde beneficio,
en nombre todo de un deber voluntariamente con-
traído y de la caridad noblemente ejercitada.
En estos tiempos de egoismos feroces y bajas
pasiones, es un consuelo hallar en el camino de la
vida y en lejanas tierras, ejércitos guiados única-
mente por el deber, ejércitos que buscan al que está
en peligro y le socorren con exposición propia, que
salvan la hacienda ajena sin ánimo de compartirla,
obrando con abnegación y desinterés.
¡Dichosos los que ejercitan virtudes tan santas!
¡Dichosos los que nos enseñan con su ejemplo cómo
se ama al prójimo y se cumplen heroicamente los
mandamientos de la ley de Dios!
Acepten, pues, los bomberos de la Habana, mi
respeto y admiración, que consigno gustoso en estas
páginas, debidos á sus relevantes servicios y heroico
comportamiento.
RAFAEL PUIG Y VALLS
A pocos pasos de la central de bomberos se
halla el Centro Asturiano. Dominan en la isla de
Cuba tres elementos peninsulares: el asturiano, el
gallego y el catalán, pero hay que confesar que las
grandes iniciativas, el leader de la isla, el que im-
pone su criterio, bulle y se agita, es el asturiano.
No sé á punto fijo el número de colonos que
tiene Asturias en Cuba; lo que si puede asegurarse
es que las pequeñas industrias y los comercios más
ricos están en manos de los hijos del Cantábrico,
que, siendo en gran número, España puede contar
con su patriotismo, que los que iniciaron la Recon-
quista en los altos montes de Covadonga no han de
perder en Cuba la reputación de valientes, tenaces
y sufridos que conquistaron en la península y que
escribieron con tinta indeleble en la historia de
España.
Forman los asturianos en la Habana una legión
nutrida y compacta. Pobres y ricos mantienen el
tacto de codos que da fuerza al individuo y á la
comunidad, y levantaron la casa pairal en el mejor
sitio de la Habana, con una ostentación y riqueza
capaces de atestiguar, de decir en síntesis expresiva:
so?nos aquí los primero^ y los mejores.
Ni en los Estados Unidos, ni en parte alguna, he
visto un Club montado con mayor riqueza, que ma-
neje más cuantiosos ingresos y que haya sabido or-
ganizar con mayor tino un establecimiento que pro-
192 VIAJE Á AMIlKICA
porciona solaz á los ricos, educación é instrucción
á los niños y amparo y protección á los pobres. No
puede ambicionar, quien no sea un magnate, salo-
nes más espléndidos y mejor decorados; no puede
pedir el aficionado á la instrucción clases mejor
montadas, donde se ensena en lenguas y matemáti-
cas cuanto necesitan las clases dedicadas al comer-
cio, ni el que cjuiere divertirse, sin olvidar á los que
padecen, mejor pan, medicina y consejo que el que
da el Centro Asturiano á los hijos del Cantábrico
que no han sabido hallar en los campos de Cuba
vida independiente y hogar libre de las tristezas del
que sufre los rigores de la miseria.
Fuimos al Centro asturiano unos cuantos catala-
nes de los (jue nos reuníamos todos los días en el
hotel de Inglaterra, acompañados por don Rosendo
Fernández, comisario en Chicago, representante de
la isla de Cuba y vocal activo é inteligente de la
Junta del Centro.
Acogidos en aquella casa como amigos, ilumina-
dos y engalados los salones para que pudiéramos
apreciar todas sus bellezas, examinadas detenida-
mente las obras de arte que adornan la biblioteca,
la sala de Juntas y el salón de baile, centro de pri-
mores y buen gusto, tanto en su hermosa columnata
como en los espejos, muebles, lucernas y luces de
paramento, realzado todo por los colores del solado
de mármol y los tonos delicados de las paredes, so-
RAFAEL PUIG Y VAL1.S igj
bria y artísticamente pintadas, siendo sólo de sentir
que aquel salón inmenso esté cortado en ángulo
recto, siguiendo las líneas de la manzana, con un
teatro en el vértice en forma de chaflán, recargado
de ornamentación en su boca de escenario, des-
entonando algo, pareciendo nota chillona en aquel
concierto de harmonía que existe entre todos los
elementos que constituyen el salón principal del
Centro asturiano de la Habana. Siento no recordar
los nombres de las personas que obsequiaron aquella
noche á la pequeña colonia de Barcelona, para en-
viarles, en nombre de todos los favorecidos, un re-
cuerdo de gratitud.
Aquí, con ser Barcelona una ciudad que no se
asusta de una cifra más ó menos pomposa, cuando
sepa que el Centro asturiano tiene un presupuesto
anual de más de 100,000 duros para atender á su
casa, á sus niños y á sus pobres, fuerza será confe-
sar 'H'.e no ha llegado la capital de Cataluña á po-
seer un elemento de distracción cuyo confort no
tiene aquí igual, ni parecido, hermanado con un
pensamiento piadoso y patriótico, que donde halla
el pobre protección \ amparo, la patria encuentra
siempre brazos que la defiendan y labios que la ben-
digan.
Cuatro casas de salud, «La Benéfica» «Garcini»,
«Quinta del Rey» é «Integridad Nacional», con un
presupuesto anual de 40,000 duros, están manteni-
194 VIAJK X AMÉRICA
das por el Centro asturiano; casas en donde hallan
albergue y salud ó consuelo y piadosa sepultura
unos cien enfermos á manutención diaria. No basta
aún esto: la sociedad ampara también á los pobres
vergonzantes, á los que repugnan la promiscuidad
tristísima del hospital, y les da asistencia médica y
medicinas gratis en las farmacias más importantes
de la ciudad.
Ahora piensa aquel Centro construir una gran
casa de salud, un gran «sanatorium» para los po-
bres y los desvalidos, testimonio del ferviente amor
que las clases ricas de Asturias sienten por sus her-
manos de Cuba.
Y ya en camino para conocer los centros de ins-
trucción con que cuenta la isla, acompañado galan-
temente por don Francisco Vidal, catedrático de
paleontología de la Universidad de la Habana, visité
el Real Colegio de Belén, dirigido por los Padres
de la Compañía de Jesús que allí, como en todas
partes, prestan á la causa de Dios y de la sociedad
el concurso de su saber y su inteligencia. Tenía
para mí aquella casa singular atractivo que no podía
olvidar, como no olvidan cuantos dedican su aten-
ción al desenvolvimiento de las ciencias, el concurso
que presta el observatorio de la Habana á la meteo-
rología endógena y exógena del mundo, desde que
lo dirigió el padre Viñes, el incansable meteorólogo,
el que pedía limosna en nombre de la ciencia á los
RAFAEL PUIG Y VALLS I95
comerciantes de la Habana para publicar sus hojas
y sus cartas, sus folletos y sus libros, comprar ins-
trumentos, montar los aparatos de sismografía y sis-
mometría, ponerlos en estación y pagar al mundo
sabio, tan desdeñado en España, la contribución
honrosa de su concurso, enalteciendo así el nombre
de la patria, el de la Compañía de Jesús y el de sus
generosos protectores.
Yo siento no poder insertar en estas páginas los
nombres de los comerciantes habaneros que han
ayudado al Padre Viñes en su obra-, que aunque el
hombre de negocios viera en la obra del ilustre je-
suita, tras la idea fecunda la utilidad recabada, no
pidiendo á los hombres más de lo que puede dar la
naturaleza humana, aun así y como ejemplo, citaría
gustoso aquellos nombres, para que Barcelona viera
que en otras partes y en territorio patrio, se realiza
holgadamente lo que aquí sólo ha podido esbozarse,
en la Real Academia de Ciencias y Artes, gracias á
la munificencia, nunca bastante agradecida, de nues-
tras corporaciones populares.
También he pedido yo limosna aquí en nombre de
la ciencia, pero con éxito escaso ó nulo, mas no im-
porta el resultado á quien está dispuesto á igual prue-
ba cuantas veces sean menester, guardando sólo en su
corazón este desengaño con el dolor que no afecta
á su humilde condición, si no á la creencia de que
estamos aún muy lejos de los entusiasmos que le-
196 VIAJE Á AMÉRICA
vantan el espíritu público y preparan los hombres y
las multitudes á grandes empresas dignas de España.
Vi en el colegio de los jesuitas cuanto revela la
tradición de personas avezadas á montar, organizar
y desenvolver el difícil servicio de la enseñanza;
museos copiosos y bien clasificados, colecciones bien
entendidas, gabinetes ricamente dotados; pero, en
los altos del edificio, en el observatorio, falta ya el
espíritu vivificador del Padre Viñes, falta el entu-
siasmo del que convierte el servicio en un culto, del
que ve á Dios en todas partes y cree hallarse más
cerca de Él cuando busca é interpreta sus leyes
augustas, cuando siente palpitar la tierra en el sis-
mómetro, cuando sigue la nube é investiga donde
se halla el vórtice del ciclón, cuando combina ele-
mentos directos ó comunicados para la predicción
del tiempo del día siguiente, cuando acumula pa-
ciente los elementos estáticos y dinámicos de la
atmósfera para descubrir la síntesis hermosa y
espléndida de las leyes de los meteoros, pensando
siempre en el fin, que escapa hoy á la inteligencia
humana y (^ue habrá hallado el Padre Viñes, sin
duda alguna, en un mundo mejor, premio de sus
virtudes, su ciencia y su abnegación.
Contmúe pagando el observatorio de los Padres
Jesuitas de la Habana la contribución debida á la
ciencia, que honrará así la memoria del que fué glo-
ria .purísima de la meteorología española.
RAFAEL PUIG Y VALLS 197
Al día siguiente salí temprano del hotel, en día
cubierto del mes de noviembre, atravieso el Parque
y por la calle del Obispo me dirijo al muelle de Luz
en busca del Ferryboat, que atraviesa la bahía en
pocos minutos, atraca junto á la estación de Regla,
subo en el Pullman correspondiente y bajo poco
tiempo después en Guanabacoa, casi suburbio de la
Habana, para visitar el colegio de los Padres Esco-
lapios, dirigido por el P. Muntadas.
La calidad de catalán es una credencial que abre
todas las puertas de la casa; el P. Muntadas, que
estaba enfermo, tuvo la galantería de recibirme, de
hablarme de una porción de cosas que embellecía
su palabra fácil y sencilla, y de expresarme su pena
por haberle impedido el mal estado de su salud vi-
sitarme en la Habana, como deseaba.
Agradecí, como pude, tanta bondad, y guiado por
dos Padres hijos de Cataluña, recorrí detenidamente
el colegio de Guanabacoa.
No tiene aquella casa apariencias de edificio
moderno; su claustro central cuyo patio adornan
plantas tropicales, sus paredes desnudas y enjabel-
gadas, su ornamentación modesta y anticuada dan
al conjunto del edificio aire de convento levantado
en tiempos medioevales. Pero en cuanto se recorren
las salas de museos, laboratorios y gabinetes de en-
señanza, y se fija la atención en los aparatos é ins-
trumentos del gabinete de física y en el -laboratorio
198 VIAJE Á AMÉRICA
de experiencias químicas, en las colecciones de ani-
males y plantas disecados, en los elementos petro-
gráficos, minerales, rocas y fósiles, se vé fácilmente
que el espíritu científico moderno ha entrado por
aquellas puertas, para mantener en su punto el cré-
dito de la enseñanza que han enaltecido siempre los
hijos de San José de Calasanz.
Los dormitorios, espaciosos y bien dispuestos; el
comedor limpio y ventilado-, el gimnasio, la piscina,
el patio de recreo, elementos que se han ido creando
á medida del crecimiento de la casa y el favor del
público-, la capilla, el salón de actos académicos, en
cuyo fondo hay un teatro destinado al recreo y á la
educación de los colegiales, forman un conjunto har-
mónico que revela la manera de desenvolverse la
enseñanza en aquel centro de educación científica,
moral y religiosa.
Las celdas de los Padres se hallan en la parte
alta del edificio. Desde ellas, y estando las puertas
abiertas, con vistas al patio central, se abarca el
conjunto de una galería de arcos adintelados, soste-
nidos por pies derechos de madera y una barandilla
sencillísima que los enlaza, que recuerda las casas
de campo catalanas, estando esa ilusión sostenida
entonces por cuanto me rodeaba, y especialmente
por la lengua empleada, y que me parecía dulcí-
sima, en lejanas tierras, esa lengua catalana que
tantas veces he juzgado, con perdón sea dicho de
RAFAEL PUIG Y VALLS X99
los catalanistas, ruda, áspera y concisa en demasía.
Los Padres, casi unos muchachos, que hacía poco
tiempo habían salido de Barcelona, apenas aclima-
tados, sufriendo los rigores de aquel clima incle-
mente, recordaban con las ansias de la nostalgia á la
patria ausente. Uno de ellos criaba en su celda no
sé cuantos pájaros, consolándose quizá con el canto
de aquellos alados prisioneros más felices que él,
digno esclavo del deber y de cristiana resignación.
Me despidieron en la puerta con afectuosos apre-
tones de mano y ojos encendidos por el llanto, que
pensaron enviar sin duda á la tierra, con sus votos
de un viaje venturoso, algo de su ser, de sus recuer-
dos, que me llevaba con sus ansias á la patria ca-
talana.
Volví á la Habana y dediqué la tarde y parte de
la noche á visitar una fábrica de hilados de yute y
henequén y la planta eléctrica, fusionada á la fá-
brica del gas, que funcionan con gran prosperidad.
La fábrica de yute y henequén que trabaja bajo
la razón social Heydrich Raffloer y C.^, empezó muy
modestamente-, hasta ahora se ha dedicado á la fa-
bricación de jarcia, pero intenta ya mayores empre-
sas y trata de tejer sacos de yute, en grande escala,
para facilitar envases á la industria antillana del
azúcar, café y cacao. Posible es que se esté mon-
tando ya la maquinaria norte americana que^estaba
encargada hacía tiempo en los Estados Unidos, y
300 VIAJE k AMÉRICA
que cuente ya la Habana con un elemento más
de riqueza, instigador y ejemplo vivo de otras em-
presas de mayor alcance, que vayan á aumentar la
riqueza y los recursos poderosos de la perla de las
Antillas.
En barrio apartado y junto al mar, en edificio de
pobre apariencia, ha levantado la industria la planta
eléctrica de la Habana.
No corresponde el interior á lo que, visto desde
fuera, parece cuadra abandonada de un edificio in-
dustrial de pocos medros. En cuanto se entra en la
sala de dinamos, recuérdase enseguida la limpieza, el
orden, la pulcritud, la habilidad característica de la
raza yankec. Todo brilla allí, atestiguando la pros-
peridad y un servicio bien organizado, las máquinas
de vapor de no sé cuantas expansiones, con su mar-
cha silenciosa y acompasada, las dinamos con sus
pasmosas rotaciones y sus corrientes nacidas miste-
riosamente en aquella ordenada masa de hilos me-
tálicos, sugestionada por la acción de un poderoso
imán que van á encender los carbones filiformes de
lámparas incandescentes, situadas á largas distancias,
donde se acumula el calor, por miles de grados,
ante la resistencia que les opone una frágil y ape-
nas perceptible línea de substancia carbonizada, ó
los carbones cónicos de arco voltaico separados
por tenue capa de aire que resulta para la corriente
resistencia enorme, vencida acumulando en reducido
RAFAEL PUIG Y VALLS
espacio un foco portentoso de calor que adornan
todos los colores de una luz que se descompone en
mil matices, y que deslumhra como si fuera un pe-
dazo de materia arrancado del sol.
¡Misterios de la ciencia que, sabiendo tanto, no ha
logrado aun arrojar de su seno el empirismo, como
no ha logrado el sol limpiar sus manchas, ni ha
conseguido el hombre desarraigar de su mente el
misterio, que nos sale al paso á cada instante, pro-
clamando nuestra ignorancia y nuestra mísera con-
diciónl
La visita hecha á la planta eléctrica fué suma-
mente entretenida; un subjefe norte americano,
encargado de la maniobra diaria, mostró grande em-
peño en que viera, con todos sus detalles, el montaje,
la disposición, el reparto de las dinamos con rela-
ción á los barrios de la ciudad, el desarrollo que ha
ido teniendo el alumbrado eléctrico en la Habana,
y una porción de detalles muy ingeniosos que no
serían una novedad para los iniciados en estos estu-
dios, y que resultarían enojosos para los profanos.
No insisto, pues, en esta descripción como no sea
para decir que la electricidad tiene en la Habana
fervientes admiradores, y que es posible alcance,
en breve, gran desarrollo en la vialidad y en la pe-
queña industria, como lo ha alcanzado ya como
elemento de iluminación en las calles, las casas y
los edificios públicos más notables de la ciudad.
30a VIAJE Á AMÉRICA
Y antes de describir lo más interesante, sin duda
alguna, de la industria habanera, por su riqueza, su
trascendencia y su colorido local: «la fábrica de ta-
bacos», permítame el lector, aunque sea desviando por
completo el curso de sus ideas, y dando un salto en el
orden de los asuntos tratados, pero ajustándome á
lo contingente de la vida, que, en su curso diario,
pasa incesante de lo serio á lo jovial, y de lo
trascendente á lo fútil, como corre un río en las
horas del día tan pronto sobre lecho blando y de
suave pendiente, como sobre accidentado asiento
que transforma el agua pura y cristalina en espu-
mas y airadas corrientes, en cataratas que rugen
y rompientes que amenazan, así he de pasar ahora
de lo serio y hondo de la enseñanza que es agua
fecunda, y de la electricidad que es luz, calor y
fuerza que espanta, á una escena pintoresca, de color
tan singular, que ya querría verla en un cuadro de
pintor colorista, capaz de sentir en su cerebro todas
las vibraciones de la luz ardiente y poderosa de los
trópicos para trasladarla, con el aliento del genio, á
la tela que admite el tono, el color, la perspectiva,
el movimiento, el aire, todas las condensaciones de
la realidad arrancadas al arte del dibujo y la
pintura por el artista de raza. Escena que aún con-
templo gozoso con los ojos entornados, y que tro-
piezo con ella después de ver los portentos de la
ciencia en la planta eléctrica, y los adelantos de la
RAFAEL PUIG Y VALLS 803
industria en la fábrica de yute y henequén, cuando
las calles, iluminadas artificialmente, cerrado ya el
crepúsculo y engalanadas con guirnaldas de flores y
cadenas de papel están llenas de bote en bote, es-
perando una procesión de negros, devotos del ar-
cángel San Rafael que llevan en andas, con alegría
infantil, formando un conjunto abigarrado de hom-
bres, mujeres y niños, con sus trajes de días de fiesta,
multicolores, brillantes, limpios, más brillantes y
limpios cuando se proyectan sobre aquellas caras
sebosas, relucientes, de fisonomía variadísima, que
no me canso de mirar, llevando cirios encendidos y
ramos de flores, pero sin que nadie consiga poner
orden en aquella masa que reza, canta y ríe, con-
tenta de ser admirada y lucir sus mejores preseas;
cuando estallan de repente las luces de bengala que
abrillantan el cuadro con sus colores rojos y verdes,
encendiendo todas aquellas fisonomías con tonos
indescriptibles y formas apocalípticas, extrañas é in-
concebibles. Y aquel arcángel que sonríe, con su cara
afeminada, con su tez blanca y sonrosada, cubierto
el busto de flores y joyas, sostenido por aquellas
manos negras de piel rugosa y la atención de ojos que
centellean en el fondo de órbitas horrendas, los pobres
negros que murmuran oraciones dirigidas á aquel ser de
raza distinta que les mira compasivo, forman, en reali-
dad, un contraste que me domina, y sigo aquella proce-
sión sin cansarme de admirar aquel extraño y abiga-
a04 VIAJE Á AMÉRICA
rrado conjunto, creyendo que me hallo en el conti-
nente negro, en aquella Abisinia cristiana, á miles
de millas de la realidad, donde esos espectáculos
han de ser frecuentes y revestir formas tan raras
como las que me proporcionó la Habana negra
aquella nache, mostrándome una escena que ha
quedado grabada en mi imaginación con caracteres
tan hondos y tan brillantes, que los juzgo imborra-
bles é imperecederos en mi memoria.
Los fabricantes de azúcar tienen montados sus
artefactos en los campos de Cuba; los que tuercen
tabaco tienen sus manufacturas en la ciudad de la
Habana.
No me interesaba gran cosa el cultivo de la caña
y la fabricación de azúcar, que puede estudiarse en
muchos ingenios de la península y especialmente en
los alrededores de Málaga, donde tuve ocasión, hace
ya muchos años, de examinar tan interesante indus-
tria; por otra parte, en los ingenios, la máquina y la
química dominan, en absoluto, el procedimiento; en
las manufacturas del tabaco, la inteligencia y la
habilidad del obrero constituyen la esencia de una
de las industrias más ricas del mundo.
Y como estaba ya tan fatigado de ver en los
Estados Unidos la supremacía de la máquina sobre
la inteligencia y la habilidad del obrero, como la
máquina resulta ya invasora hasta llegar al embrute-
cimiento de los encargados, no de dirigirla, sino de
RAFAEL PUIG Y VALLS 203
manejarla y auxiliarla, convirtiéndose el obrero en
obediente y sumiso servidor de la materia inerte, al
entrar en las cuadras de las manufacturas de tabacos,
en donde el obrero pone toda su inteligencia y la
habilidad de sus manos á beneficio de un poderoso
instrumento de trabajo, que en vez de atrofiar el
cerebro y los brazos aguza el entendimiento y afina
la voluntad, parece que el espíritu halla allí más di-
latados horizontes, algo que encarna mejor en la
naturaleza humana, que la máquina pone frente á
frente dos terribles desigualdades, tan hondas como
invencibles: la del ingeniero, que ha llegado á vencer
tantas resistencias y acumular tantas combinaciones
que pasman, presentando al mundo una obra digna
del cerebro humano, obra de la reflexión y del estu-
dio, y la del obrero, incapaz de comprender el fun-
damento ideal, la fórmula sintética, el esquema de
líneas matemáticas, la serie de coeficientes cuya in-
tervención habilísima ha producido el mecanismo, y
que, no siendo capaz de comprenderlo, vese redu-
cido á la triste condición de esclavo de aquella in-
teligencia tan grande que impone al ignorante, sin
quererlo, la triste esclavitud del trabajo inconsciente.
En las manufacturas de tabaco, el asombro toma
una dirección más humana y consoladora*, veo en
una mesa una cantidad enorme de hoja curada y
dispuesta para sü clasificación, y un obrero inteli-
gentísimo, formado al calor de un aprendizaje largo
2o6 VIAJE Á AMÉRICA
y fecundo, que las va amontonando, pero con tanta
precisión, rapidez y cuidado, con mira á una clasifi-
cación tan larga y enrevesada, con objetos tan múl-
tiples, teniendo siempre á la vista la serie de tabacos
de clases, formas y condiciones variadísimas, que ha
de satisfacer las exigencias de mercados, de gustos y
necesidades distintas, que la separación de tan gran
número de hojas, que apenas logra distinguir el pro-
fano, supone dos cosas que no podrá conseguir
jamás la máquina, que aquella selección tan fina
habrá de ser siempre obra de la inteligencia humana
y su labor objeto que asegure á la mano de obra el
porvenir, casi siempre incierto, para el proletariado
que dedica hoy sus brazos á la industria.
Pero no he de adelantar ideas, si no he de in-
troducir confusión en cuanto voy á decir, respecto
á la industria tabacalera.
Importa ante todo formar concepto de la prepa-
ración de la hoja que llega á la Habana, formando
paquetes de un octavo de metro cúbico aproxima-
damente, que entran en almacén, y se amontonan
en un recinto, sin ventilación alguna, mediante una
clasificación previa, en que la procedencia tiene un
interés de primer orden. Para los que no estamos
acostumbrados á la atmósfera que se forma en un
almacén de tabaco en rama, la respiración es tan
difícil que la primera impresión es de esfixia, de
algo que se agarra á la garganta, irrita la tráquea y
RAFAEL PUIG Y YALLS
comprime los bronquios, poco dispuestos á sufrir
aquellas emanaciones acres en que parece dominar
un alcaloide. Pasada la primera alarma, los pulmo-
nes van tranquilizándose, y la circulación se resta-
blece, aunque esté poco satisfecha, respirando aquel
aire que dicen ser antiséptico, y enemigo resuelto
del cólera y la fiebre.
En los paquetes que van arrollados á la corteza
de la palma real ó cocotero, que no estoy seguro de
este detalle, se ha cuidado ya de que la hoja forme
manojos, dispuestos de manera que*no pierda la ho-
mogeneidad, textura y humedad necesaria para con-
servar su finura, sólo comparable á la piel de cabri-
tilla más suave y delicada.
Antes de que la hoja pase del almacén á la mesa
del operario ha de entrar en la cámara de fermen-
tación, encerrándola á granel en toneles de madera,
abiertos por sus extremos, donde humedeciéndola
con un poco de agua salitrosa se calienta lentamente,
sufriendo una fermentación que parece tener por
objeto principal neutralizar, algún tanto, la acción
de la nicotina, veneno activísimo que estraga y em-
bota el paladar, poco apto entonces para apreciar
los aromas delicados, y los principios esenciales del
tabaco de buena hoja.
La hoja, una vez fermentada, sufre una verdadera
fiscalización, en la mesa de aquel operador de que
hice mención en anteriores párrafos, haciendo ante
2oS" VIAJE Á AMÉRICA
todo una gran división que consiste en separar la
hoja de tripa de la hoja de capa, la que resulta pi-
cada, manchada ó excesivamente nerviosa, de la que
no tiene tara alguna, mancha ó agujero, que resulta
suavísima á la mano, que se pliega con facilidad
como si fuera y es realmente untuosa al tacto, va-
riando sólo en el color que ha de resultar, sin em-
bargo, homogéneo, y evitar que lagartee, ó lo que
es lo mismo, que expuesto el tabaco á la luz se
decolore en unas partes para formar veteados ex-
traños, que el comprador deshecha, convencido de
que aquel cambio de tonos es resultado de una mo-
dificación intrínseca, que resulta en menoscabo de
la calidad del producto.
Hecha la clasificación por calidades y dimensio-
nes, procede el reparto, entregándose á los opera-
rios, llamados torcedores, la cantidad de hoja de tripa
y capa que necesitan para elaborar el tabaco, de
clase única, que se confía á su habilidad.
Téngase en cuenta, por lo que al tal^aco habano
se refiere, que tanto la tripa como la capa proceden
de hoja cultivada en Cuba, teniendo los fabricantes
de aquella Antilla el buen sentido de no consentir,
en este concepto, ni en otro alguno que ataña á la
buena calidad del producto, la menor adulteración.
Los dueños de las fábricas vigilan constantemente
la primera materia y la mano de obra, dando así un
ejemplo que no deberían perder de vista los que
RAFAEL PUIG Y VALLS 209
saben cómo se ha perdido el crédito de nuestros
vinos en los mercados del centro y del sur de
América, y qué daño inmenso se ocasiona al país
cuando la codicia nos ciega y la inmoralidad nos
ahoga.
Los torcedores ocupan unas mesitas bajas, colo-
cadas en fila, que recuerdan las mesas de los niños
en las escuelas de primera enseñanza. La separación
de mesas, en cuadras de regulares dimensiones, es
la que prescribe el movimiento holgado del obrero,
y la superficie de la tabla de las mismas, la que
exige el montón de tripa colocado en la parte iz-
quierda, el manojo de hoja de capa en la derecha, y
la cuchilla afilada y limpia, al alcance siempre de la
mano del obrero, en el centro.
El torcedor, sentado en una silla, no muy alta, y
con los tres elementos citados en el párrafo ante-
rior, sobre la mesa que tiene enfrente, empieza por
extender la hoja de capa sobre una superficie lisa,
valiéndose del canto de la cuchilla; en seguida,
con su parte afilada, corta los rebordes inferiores
de la hoja y toda la parte que sobresale de los
nervios, de modo que el limbo se acerque lo más
posible á" un plano, á una hoja de papel finísimo,
sin granos, nervios, ni solución de continuidad y,
una vez conseguido, suelta el torcedor la cuchilla,
coge un pedazo de tripa, hoja de buena calidad,
pero que no tiene el color, la homogeneidad, la
2IO VIAJE X AMÉRICA
finura y sobre todo la continuidad de tejido, que
agujerea muchas veces algún insecto y requiere la
buena hoja de capa y lo coloca encima de ésta, lo
comprime con las dos manos, formando aproxima-
damente un cilindro y luego con un golpe de mano
habilísimo arrolla la capa á la tripa, quedando ésta
completamente cubierta y de modo tal que los dos
extremos del tabaco, uno se afila con los dedos y se
sujeta la parte de hoja suelta con un poco de saliva,
y el otro, se corta con la cuchilla, formando un
plano normal al eje del tabaco.
La operación es tan corta y rápida, tan hábil y
segura, dando al tabaco una forma tan regular, que
supone en la mano que la ejecuta una flexibilidad
inteligente, ya que con un solo golpe se consigue
dar, al conjunto, forma abultada en el centro, cilin-
drica en el extremo y afilada ó cónica en el opues-
to. Los dueños de las fábricas se complacen en en-
señar esta operación á los forasteros que adivinan
la difícil facilidad de ejecutarla bien y holgadamente,
en mucho menos tiempo del que he necesitado para
describirla.
Los torcedores trabajan en silencio y escuchan
con suma atención á un lector que ocupa el centro
de la cuadra encima de un entarimado que domina
la altura media de las mesas.
No recuerdo quién paga al lector, si el dueño de
la fábrica ó los torcedores, que distraen algún tanto
RAFAEL PUIG Y VALLS
la monotonía de su trabajo, puramente manual, con
las descripciones románticas ó realistas de los nove-
listas favoritos. Lo que sí se ve claramente es que
los obreros aceptan con gusto esta intervención de
la literatura en sus faenas diarias.
El lector, á juzgar por los que he oído, no se
distingue por su fácil y prosódica expresión, y si ha
hecho profesión de tal, ó el oficio es difícil ó el es-
tudio resulta deficiente. Habla despacio y claro, le-
vanta mucho la voz, pero las narraciones resultan
descoloridas y las acentuaciones y los incisos mal
apuntados. La verdad es que, á juzgar por el papel
que representa, más que lector resulta pararrayos,
que en tiempo de la guerra separatista, y aun poste-
riormente, en aquellas cuadras donde el elemento
peninsular se codea con el mestizo, y el español de
pura raza con el insurrecto presunto, se acumulaba
tanta electricidad y se fraguaban tan pavorosas tor-
mentas, que el silencio, interrumpido sólo por el
lector, pareció á tirios y troyanos, á patronos y
obreros un procedimiento apropiado para templar
opiniones que pasaban fácilmente de los labios á
las manos, de los argumentos á la cuchilla, convir-
tiéndose el fecundo campo del trabajo en semillero
de odios en que germinaba potente la guerra civil.
El lector, con sus descripciones, distrae la aten-
ción del obrero, evita discusiones, mantiene amista-
des, alcanzándose con poco dinero, sino la paz que
213 VIAJE A AMÉRICA
exige del espíritu mayores estímulos, siquiera tregua
y descanso.
En la fábrica «La Corona», que es la que mejor
he visto en la Habana, hay instalada la confección
de cigarrillos con una serie de máquinas sumamente
ingeniosas que con rapidez, perfección y economía,
preparan, al día, una cantidad fabulosa de cajetillas.
No tuve tiempo para estudiar detenidamente esta
industria-, una rápida ojeada no basta para ahondar
en lo que es algo difícil y complicado, y para no
exponerme á decir cosas vagas é inciertas, vale más
añadir, como término de este artículo, algunas notas
estadísticas que darán idea de la importancia que
tiene en el mundo la industria tabacalera de Cuba.
En la Habana se cuentan unos cien fabricantes
de tabaco, y, entre ellos, hay quince casas reputadas
como las primeras entre las mejores.
La hoja superior, única, la que da al tabaco cu-
bano su reputación es la de Vuelta de Abajo, cuya
cuenca tiene una extensión calculada de 240 leguas
cuadradas. Esta hermosa y riquísima región produce
unos 750 kilogramos de hoja íina por hectárea,
mientras producen sólo unos 400 kilos por hectárea
las otras comarcas, lo que supone un rendimiento
de un 10 por 100 sobrepujado grandemente en Vuelta
de Abajo.
El suelo de Cuba, ligeramente arenoso, suelto,
fresco y muy rico, y su clima, se prestan admirable-
RAFAfeL PUIG Y VALLS 2l3
mente al cultivo de las mejores especies de tabaco.
El valle de Güines da el mejor rapé, la cuenca del
río San Sebastián la hoja mejor para cigarrillos, y
en Consolación, San Cristóbal, Guanajay y Holguín
hojas de varias clases, que suelen mezclarse para
disminuir su fuerza excesiva.
La Habana produce anualmente unos 200 millo-
nes de cigarros, y la isla consume, con ayuda de los
torcedores, que tienen una afición grandísima al
producto que elaboran, por valor de 25 millones de
pesetas.
En tabacos y cigarrillos, en un país en que fu-
man los hombres, las mujeres y los niños, ¿quién es
capaz de calcular la cantidad de hoja consumida?
¡Bendito país, que tiene campos y tierras tan
fecundos, productos tan valiosos y manufacturas tan
ricas! España, mientras cuente con su imperio colo-
nial, nunca será tan pobre como se dice, pues posee
las islas más ricas, más hermosas y más fecundas de
la tierra.
Impresiones
acerca de la política cubana
ODO lo que he visto en la Ha-
bana, lector querido, he pro-
curado traducirlo fielmente en
cuanto va expuesto en las pá-
ginas de este libro y, en este
instante, cuando hago examen
de conciencia, y repaso rápi-
damente la impresión de conjunto, agrupando en
fotografía de perspectiva general, fotografía que
Lippmann no sabría arrancar de mi memoria con
todos sus colores, detalles y siluetas, á pesar de su
genial inteligencia, observo que el esbozo de tan
hermoso cuadro, por desgracia mía, no responde
á lo que veo cuando cierro los ojos y se forma en
la cámara obscura de mi cerebro aquel cuadro tan
2l6 VIAJE Á AMÉRICA
lleno de luz y de perspectivas, que durante diez
y siete días, embargó todas las potencias de mi espí-
ritu, y dominóle con el influjo soberano de su es-
pléndida belleza. Pero si analizo y cotejo la impre-
sión sentida con la expresión manifestada, prescin-
diendo de formas y estilo que mi pobre inteligencia
no ha sabido adornar, contento estoy de haber ex-
puesto mis pensamientos sin haber alterado, por pa-
sión ó ruindad, lo que creo haber visto en la ciudad
de la Habana.
A pesar de ello, ¿quién es capaz de asegurar que
lo visto está bien observado y lo observado bien
traducido? Que en el lógico encadenamiento de im-
presiones y juicios juega importante papel el tempe-
ramento, la idiosincracia individual, lado flaco de
toda expresión en que juegue importante papel la
apreciación de la belleza. Y si temo haber errado en
la descripción de lo que he visto y tocado, ¿cómo
evitar temores más hondos cuando intento formar
concepto del estado político- social de Cuba, valién-
dome de las opiniones consultadas, sacando prove-
chos de la diversidad de juicios escuchados- con
profunda atención, y sin perder de vista el tempera-
mento, la opinión política profesada, el medio social
en que se vive y multitud de circunstancias cuya
apreciación exije un tacto, un conocimiento del co-
razón humano, y hasta una cierta intuición sólo
otorgada á inteligencias privilegiadas, capaces de
RAFAEL PUIG Y VALLS 217
formar un juicio rapidísimo, exacto, salvador, en
horas críticas de la vida social?
Y si resulta de la investigación practicada y de
la observación atenta, una serie de discrepancias
capaces de perturbar el ánimo más templado y más
sereno ¿cómo evitar el temor quien entienda que en
todo ha de ser el que escribe justo, severo, desapa-
sionado é independiente, de que la voluntad no
halle en las demás potencias del alma ayuda en las
flaquezas del entendimiento?
Seguir á los optimistas,, sería cerrar los ojos á la
luz; atender sólo la opinión pesimista, entregarse á
la desesperación. «Nunca fué la isla de Cuba tan
rica como ahora», dicen los primeros; «¡qué sueño!
si estamos á dos dedos de la ruina», replican los
segundos. «La tranquilidad está asegurada. España
dominará la isla porque los separatistas saben muy
bien que Cuba no sería, abandonada de la metrópo-
li, otra cosa que la república negra de Haiti»; «¡bah!
;y los Estados Unidos? ¿y la riqueza mestiza? ¿y la
inteligencia del cubano?», contestan los amigos de
la autonomía de la isla.
Y entre tan discordes opiniones ¿dónde está la
verdad? ¡Ah! la verdad está quizá en otra parte, } el
verdadero peligro más que en el Reformismo y la
Autonomía, más que en las luchas de la Unión cons-
titucional con el Reformismo que sueña con la Di-
putación única, como panacea de los males que pa-
2l8 VIAJE Á AMÉRICA
dece Cuba, se halla en las singulares condiciones en
que se desarrolla el trabajo en la isla y en tener sus
principales mercados en los Estados Unidos.
Cómo dudar de la buena fe y del sincero espa-
ñolismo de muchos hombres que militan en las filas
del reformismo, que durante la guerra separatista
han dado á la patria española su sangre y sus rique-
zas, que contribuyen con su trabajo y su inteligencia
al enaltecimiento de España en Cuba y que, sin
embargo, intentan recabar de la Metrópoli, y lo in-
tentan con una energía y un entusiasmo que da
mucho que pensar, el establecimiento de la Diputa-
ción provincial única que habría de parecerse á una
Cámara, sin facultades legislativas, ciertamente, pero
establecida en la Habana, centralizadora, bajo el
punto de vista de la isla, pero con atribuciones des-
centralizadoras, con respecto á la Metrópoli-, Cáma-
ra que dominada, algún día, por los separatistas,
podría ser una verdadera Convención de donde sur-
giría con la elocuencia propia de la raza tropical, el
incendio pavoroso de nueva guerra civil, convirtiéndose
rápidamente en legisladora, en Poder ejecutivo, en
dueña y señora de la isla, como representante del su-
fragio popular, y ejecutora de sus decretos y resolucio-
nes. Y como no he de creer que ese peligro lo desco-
nozcan los españoles que patrocinan de buena fe el
pensamiento, al adoptarlo en un período de tiempo
realmente pavoroso para la isla, cuando el Banco
RAFAEL PUIG Y VALLS 219
Español suspendió los pagos, el azúcar estaba de-
preciado y la mano de obra envilecida por las tari-
fas del bilí Mac-Kinley, que protegían la importa-
ción de tabaco en rama á los Estados Unidos é
imponían crecidísimos derechos al tabaco torcido;
claro es que la idea dominante, la preocupación
obsesiva fué la de mejorar la situación económica
de Cuba, buscando medios efectivos y prácticos de
ponerse en buenas relaciones con el mejor mercado
de la isla, el que consume el 90 por 100 de su
stock de azúcar, el que compra frutas tropicales por
valor de cinco millones anuales de dollars, el que
importa millones y millones de hoja de tabaco en
rama para convertirlo en tabaco torcido, aprove-
chando su Virginia, Kuntucky, etc., para tripa y la
hoja cubana para capa; mercado inmenso, de 64 mi-
llones de habitantes que se llama Estados Unidos.
Y como las colonias no hallan en la Metrópoli mer-
cado bueno y seguro, como algunas veces resultan
sacrificadas á los intereses peninsulares, la Diputa-
ción única, formando un núcleo vigoroso, y, ha-
blando claramente, imponiéndose, si llegara el caso,
en las cuestiones económicas, procuraría lentamente
alcanzar la autonomía económica, precursora, mal
que les pese á los patrocinadores del reformismo,
de la autonomía política y social.
A este estado de cosas nos ha conducido el mal-
estar económico de la isla de Cuba, á este estado,
24é VIAJE Á AMÉRICA
peligrosísimo por las simpatías que despierta, los
lazos que ata y las relaciones que estrecha con los
Estados Unidos, poco decididos, hoy por hoy, á
salvar el estrecho de la Florida con ansias de con-
quista, que bastante faena tienen hoy en su casa,
para ocuparse en la ajena; á este estado hemos lle-
gado, lleno de peligros más ó menos remotos que
no consiguen despertar la atención de nuestros
hombres de Estado, para que se convenzan de que
los vínculos de la sangre no son bastante fuertes
para asegurar el amor de los pueblos, cuando falta
el pan de cada día y la ruina resulta ser la triste
compensación de sacrificios hechos recientemente en
sangre, inteligencia y dinero en nombre de la
patria.
Los ñañigos y los bandoleros de los campos de
Cuba no son más que signos de los tiempos; si el
ñañiguismo retoña y el bandolerismo crece, es que
el trabajo no cunde, la plantación no rinde, la zafra
no produce, y estos sumandos tienen para los espa-
ñoles de Cuba una traducción pavorosa: la de que la
Metrópoli no sabe amparar los intereses de sus hijos,
en cuyos corazones se debilita el amor que sienten,
porque no los proteje ni consuela. Mientras el ejér-
cito tiene fe en la pericia de los generales que han
de guiarle en el combate, la victoria es casi segura;
si esta fe que salva y alienta se pierde, el enemigo
tiene la mitad del camino andado para vencer al
RAFAEL PUIG Y VALLS 221
que, desmoralizado, entra ya rendido en la con-
tienda.
Pues bien, y aunque sea doloroso decirlo, los
españoles de Cuba han perdido la fe en los hom-
bres que nos gobiernan, y temen que no han de
saber hallar jamás,— por falta de estudio y conoci-
miento de los intereses coloniales, por creerlos, en
varias ocasiones, en pugna con los de la Península
ó por causas que no menciono, que de sobra están
tantas tristezas en la conciencia pública, — el proce-
dimiento salvador de una política sabia, patriótica
y sobre todo que dé paz á los espíritus y prosperi-
dad al comercio y á la industria cubana.
Y ante esta incertidumbre, los que tienen en la
isla su patrimonio y su familia, los que se ven cada
día amenazados por el elemento díscolo, perturba-
dor, ambicioso que tiene puesto ojo avizor en las
desdichas de la Metrópoli que alienta la idea sepa-
ratista, juzgan quizá meritorio aflojar los vínculos
que les unen á la patria común, por temor de que
nuestros desaciertos los rompan traidora y brus-
camente, pensando que ya ha llegado la hora de
que busquen protección en sus propias fuerzas y re-
cursos, si los gobiernos de España nada han de
hacer en su provecho y pretenden ignorar eterna-
namente lo que ellos tienen aprendido de memoria,
aunque no sea más que para dar la razón á los que
opinan que sabe más el loco en su casa que el cuer-
923 VIAJE A AMÉRICA
do en la ajena, y que, si la ruina cundiera en los
campos de Cuba, sin la ayuda del elemento insular,
todos los tesoros y toda la sangre de p]spaña no
bastarían para sostener nuestra soberanía en el mar
de las Antillas.
^Tienen razón en este modo de pensar los refor-
mistas? En realidad, la nueva fórmula política reve-
la, en mi concepto, desesperación y cansancio; es la
fórmula hallada para reunir los descontentos de va-
rios partidos que aportarán masas al nuevo, pero
que no matarán aspiración alguna. La fórmula resul-
ta tan vaga, que puede acoger bajo su ancha ban-
dera todas las hipocresías, y el autonomista y sepa-
ratista cabrán en el reformismo como cabe el áspid
en el pecho generoso que le da calor y abrigo.
Muy difícil es averiguar el término de lo que es
protesta viva del elemento español contra la inmo-
ralidad y los desaciertos de la Metrópoli, protesta
que aviva la crisis padecida y no curada, el bando-
lerismo, el ñañiguismo, la cuestión monetaria viril-
mente sostenida, y el deseo de recobrar la tranquili-
dad perdida, haciendo fructíferas las conquistas del
trabajo y de la paz.
Y como todo se enlaza en este período de des-
venturas, Cuba, que no espera casi nada de nuestro
mercado, lo espera casi todo de los Estados Unidos,
que por la vía de Tampa importa sus más valiosas
frutas, y con sus grandes vapores, y en cinco días,
RAFAEL PUIG Y VALLS
transporta á New-York sus azúcares, su café y su
tabaco, pendientes hoy y en entredicho de la solu-
ción salvadora de la rebaja de tarifas, acordada ya
ó casi acordada en las Cámaras de Washington,
sugestionadas virilmente por la política personal,
personalísima, mal que les pese á nuestros republi-
canos, del Presidente Cleveland, que impone su veto
con una frecuencia que valdría la pena de ser medi-
tada por los soberanos constitucionales de Europa.
Y como creo dejar consignados aquí los verdade-
ros peligros que amenazan hoy nuestra integridad,
yo que no soy hombre de Estado, pero sí vehemen-
te patriota, al dar la voz de alarma, sólo me resta
pedir á Dios que nos ilumine y salve la integridad
de la patria.
MATANZAS
La Cueva de Bellamar y el valle de Yumurí
Te convido hoy, lector, á una excursión deliciosa.
Es necesario madrugar un poco, atravesar la bahía
cuando el sol pinta de color escarlata los cirrus sus-
pendidos en las altas regiones atmosféricas, y coger
el primer tren que sale de la estación de Regla á las
seis y media de la mañana, deja el ramal de Guana-
226 VIAJE X AMÉRICA
bacoa y se desvía al Este, camino de Matanzas y
Cienfuegos.
Parte el tren, y en breve domino una gran exten-
sión de la campiña cubana. El cielo clemente me
depara un día fresco, cubierto, que mitiga los tonos
vivísimos de la luz tropical. La orografía ligeramente
ondulada en la región que atraviesa el tren, los cam-
pos cubiertos de caña dulce, casi ya sazonada, los
bohios y ranchos de la raza negra, puestos al abrigo
de palmeras reales, cocoteros y ceibas gigantescos,
algunos pueblos que desfilan y van difuminándose
lentamente en el horizonte, como espejismos que se
desvanecen en el desierto, tierras- rojas teñidas por
óxidos de hierro que dan tonos calientes al paisaje,
mitigados por el verde intenso de las plantas y el
blanco plateado de los troncos de la palmera real,
el ingenio escondido mostrando su chimenea achatada
entre árboles y flores, la labor del campo, en fin,
mostrando toda la savia de un elemento que abre su
seno fecundo al colono, dándole espléndidas cose-
chas, es cuanto observo mientras el tren recorre el
espacio de 85 millas, comprendido entre la capital
de Cuba y la ciudad de Matanzas.
Unas cuantas calles, sin fisonomía especial, la ca-
rretera polvorienta, paralela casi al ancho cauce de
un río que en su lecho, lleno de guijarros, obra de
informe acarreo, muestra tener veleidades y arrogan-
cias de torrente, un puente y un cauce estrecho en
RAFAEL PUIG Y VALLS
cuyo fondo se ve la bahía con sus aguas tranquilas
que dora el sol marchando al zenit, y luego calles
anchas, limpias, tranquilas, de casas bajas que dan
á la ciudad un aspecto seductor, un porte conocido,
arrancado, con todos sus detalles, de los pueblos
de la costa catalana, constituyen el fugaz panorama
de la ciudad puesto á la vista del viajero.
Matanzas, si fué eregida allá en lejanos tiempos,
cuando la conquista sacrificaba al indio bravo para
someterle y rendirle, los que fomentaron su población,
roturaron sus campos y abrieron su puerto al comercio
del mundo, debieron ser catalanes, que no puede
mentir tan descaradamente la fisonomía especial de
aquella ciudad, que tiene en la cumbre que la domina
la capilla de Montserrat, y en sus calles nombres de
paisanos nuestros que aun viven, y han tenido su
cuarto de hora de popularidad en no lejanos tiempos.
No recuerdo, si la fonda, junto á la plaza de Ar-
mas y frente á la iglesia de San Carlos, se llama de
Francia, lo que si sé es que encanta la limpieza, la
frescura y la disposición de sus habitaciones, amue-
bladas con gusto y en condiciones que no es fácil
hallar en ciudades españolas muy conocidas, y de
importancia muy superior á la de Matanzas.
Un ligero desayuno de carne buena y pescado
sabroso, con vinos de buena calidad, agua helada á
pasto y frutas frescas y jugosas, predispone el áni-
mo á visitar la Cueva de Bellamar, prodigio de la
228 VIAJE Á AMÉRICA
naturaleza, que dista unas tres millas de Matanzas.
En la puerta de la fonda hallo preparado un
carruaje, de nombre conocidísimo y que veo por
primera vez en mi vida, la volanta, coche que la
moda va desterrando de la isla, sin que logren am-
pararlo sus condiciones especiales y por las que me-
recería más cariño del que muestran tener por ella
los moradores de Cuba.
La volanta es nuestra calesa, perfeccionada con
arte tal, que la suavidad de sus movimientos y la
seguridad del transporte no son más que obra del
mecanismo, estudiado con perfecto conocimiento de
su estabilidad, en relación con las necesidades que
ha de servir. La volanta, que es un carruaje de dos
ruedas, sólidamente construido, pasa sin volcar por
RAFAEL PUIG Y VALLS "iZQ
sitios donde un coche de cuatro ruedas comprome-
tería la vida de los viajeros. Una brevísima definición
dará idea de la volanta, que no es otra cosa que una
calesa de limonera muy larga y de ruedas muy altas,
separadas por un eje muy ancho, colocadas inmedia-
tamente detrás de la caja del vehículo. La limonera
larga da al carruaje un movimiento de balance tan
suave, que no hay resorte, por fino que sea, que
pueda comparársele, y la anchura del eje, el grueso
de llanta y la altura y la robustez de las ruedas,
movimientos suaves, por ser comparativamente de
larga duración el desplazamiento del vehículo y tener
una base de sustentación tan ancha y tan favorecido
el centro de gravedad que es casi imposible volcar.
La volanta, á pesar de tener limonera, engancha dos
caballos, y en realidad no necesita cochero, sino
postillón que monta el caballo exterior, teniendo
constantemente cogidas las riendas del caballo de la
limonera para guiarle por los más escabrosos cami-
nos. Montaba aquel caballo como postillón un negro,
de barba blanca, con el látigo en bandolera, que
esperaba impaciente en la puerta de la fonda. Con
la capota arrollada y asiento hondo y blando de
chagrín pardo en el fondo de la volanta, la toma de
posesión del vehículo parecióme feliz augurio de có-
modo viaje. A pesar de ello, una rápida y distraída
mirada no basta para formar concepto de las cuali-
dades de la volanta; pero cuando el negro sacude el
230 VIAJE Á AMÉRICA
látigo y aquellos caballos escuálidos y macilentos
arrancan el vehículo por aquellas calles al trote largo,
y se observa que sin muelles, ni resortes, al apoyarse
toda la caja del coche en el eje por un lado y sobre
el collar del caballo por el otro por el intermedio de
la larguísima palanca de la limonera, que da al con-
junto el rítmico movimiento de un palanquín, y que
en la travesía de un camino de rodadas inverosími-
les, saltando sobre cantos en arista, ni la sacudida
molesta, ni el desequilibrio espanta, el viajero, sin
darse cuenta de ello, ha de estudiar un mecanismo
que tales condiciones ostenta, bendiciendo al autor
de un carruaje indispensable, por lo cómodo y seguro,
en los caminos que atraviesan la manigua, y por lo
suave y elegante en sus líneas amplias y fastuosas,
en las calles y los paseos de las ciudades cubanas.
Con tan buena disposición de ánimo, rendido el
caballo de la limonera, que al pararse cayó como
herido por un rayo, llegué al cottage que cubre la
boca de la Cueva de Bellamar.
El chino que está encargado del papel de cicerone,
espera sin duda más importante comitiva y no tiene
prisa; al poco rato llega otra volanta, y el guía se
decide á encender su farol, creyendo que ya tiene
cuenta abrir la puerta de la cueva.
Mis compañeros de excursión, más prácticos ó
mejor informados que yo, se aligeraron de ropa, se
proveyeron de abanicos y á una señal del chino, que
KAFAEL PUIG Y VALLS 331
no brilla por su elocuencia, la comitiva se puso en
movimiento.
Una cueva que no tiene su puerta ó boca al ex-
terior, pierde su fisonomía especial-, meterse por es-
cotillón en una cueva, cubierta por un edificio, hágase
lo que se quiera, su entrada parecerá siempre la de
un sótano ó subterráneo artificial. La grandiosidad
de la cueva de Arta, sin su pórtico inmenso mirando
al Mediterráneo, perdería la mitad de su importancia
y el mejor de sus encantos. La cueva de Bellamar,
sin embargo, cuando se ha vencido esta contrariedad
y se han bajado, por anchas y cómodas escaleras, sus
tramos principales, el espectáculo que ofrece al via-
jero resulta encantador. La naturaleza ha tenido en
Bellamar de Matanzas la coquetería de formar una
cueva de cristal purísimo, en cuyas facetas se des-
compone la luz, arrebolándolas con todos los colores
del arco iris. No busque el viajero en Bellamar la
grandiosidad de la cueva de Arta y del Mammoth-
Cave de los Estados-Unidos, pero tiene indecibles
encantos en sus columnas calizas, sus estalactitas y
estalagmitas, sus formas elegantes en algunas partes
y caprichosas en todas, formadas por aguas bicarbo-
natadas, que no tenían en disolución ningún óxido
que las tiñera-, en sus cámaras de nombres capricho-
sos, el Manto de Colón, El Templo, El Guardián de
los Espíritus... en aquellas agujas inmensas que pare-
cen desprenderse de las bóvedas sostenidas por arro-
93» VIAJE Á AMÉRICA
gantes columnas, y que las bengalas llenan de luces
rojas, verdes y blancas, sobre cuya masa cristalina
los rayos se refractan y reflejan, choques que produ-
cen luces y sombras cuyos efectos cautivan la fantasía
más ardiente. Los pasadizos estrechos, cuya atmósfera
enrarecida ahoga; las salas inmensas de aire viciado
que no se renueva, de bengalas cuyo vaho no se ha
pegado aun en las paredes, de respiraciones humanas
que flotan aún en el espacio, aire pegajoso, húmedo,
que pesa como plomo sobre el pecho y da angustias
que llenan la piel de gotas de sudor, el agua crista-
lina que gotea por todas partes y filtra por las ren-
dijas, como trabajadora que completa su obra, sin
cansancio, obra de los siglos bordada por ese ele-
mento que parece el espíritu vivificador de la natu-
raleza, tan majestuoso cuando brama en la catarata
y en el mar embravecido, como seductor en Cueva
de Bellamar, convertido en hada que edifica lenta-
mente, sin martillo, ni cincel, sin aparatosos anda-
mios, sin ruido y sin apremios, valiéndose sólo de
las substancias que lleva en disolución, que arroja de
su seno como espíritu que se purifica con la acción
santa del trabajo.
La excursión dura una hora escasa, si el visitante
no tiene empeño en recorrer toda la parte de la
Cueva recientemente descubierta, y al volver á la luz
y respirar aire más puro, agitados aún los nervios por
tan variadas impresiones, siéntese un bienestar inde-
RAFAEL PUIG Y VALLS 233
finible cjue crece con las caricias de la brisa del mar,
sacudida por la rápida carrera de la volanta que baja
por aquellos riscos, teniendo la bahía de Matanzas
á la vista, la ciudad recostada al pie de hermosas
colinas, hasta llegar á la carretera bordeada de ho-
telitos primorosos, adornados con todos los colores
y perfumes de la Flora tropical.
La volanta cruza otra vez la ciudad, deja las cal-
zadas buenas por arroyos de calles malísimamente
adoquinadas, salta el vehículo y rechinan las llantas
de sus ruedas sobre cantos y piedras de cortes afi-
lados, y al chocar las herraduras de los caballos
sobre cuerpos tan duros, se produce un ruido infer-
nal que atrae á la población negra de Matanzas,
ávida siempre de ver pasar la volanta, con su indu-
mentaria especial que estima ya sólo el forastero. Un
cuarto de hora más y la colina donde está la capilla
de Montserrat queda dominada, entrando ufano el
vehículo en la verde meseta donde la piedad ha le-
vantado modesto albergue á la Patrona de Cata-
luña.
Y al llegar allí el espíritu se recrea, dominando
la bahía y ciudad de Matanzas, el valle de Yumurí,
el río San Juan y toda la comarca que se extiende
al pie de la ciudad, camino de la Habana. El valle
de Yumurí, en cuya vaguada corre el río del mismo
nombre, es un accidente orográfico tan hermoso, que
renuncio, por falta de fuerzas, á describirlo. Abárcase
234 VIAJE Á AMÉRICA
desde la capilla de Montserrat, en su conjunto; ancho,
de laderas poco sinuosas y muy tendidas, en el fondo,
donde las aguas han labrado el abra por donde en-
tran las aguas en el mar, cubierto de naranjales, pal-
meras, cocoteros y bohios; más lejos, y en las ver-
tientes, la palmera real y la ceiba que parecen
guardianes altaneros de los cañamerales y cafetales
que crecen en aquellas tierras pródigas y fecundas,
la entonación general del suelo de color rojo, vario
en sus matices como debe serlo en su fertilidad; el
conjunto, algo así, en que el artista perdería sus
pinceles, incapaces de traducir tanta belleza.
Y cansado ya de mirar con tanta avidez y de
sentir tantos placeres en día tan aprovechado, des-
pués de saludar á la Reina soberana de las montañas
catalanas, en un rincón de pradera, bajo unos árboles
frondosos, hallo grato fin de fiesta en un grupo de
negros que aprovecha el domingo en gira de campo,
bailando al son de un tamboril y de extraños instru-
mentos, algo que recuerda la danza del baile del
segundo acto de «Aida», con los dedos levantados,
doblegando el cuerpo con balanceo rítmico y movi-
miento lascivo, cubierto el cuerpo de las mujeres con
sayas de colores vivísimos, dominando el rojo y el
blanco, menos rojo y menos blanco, sin embargo,
que los labios y los dientes de las negras, sonrientes,
alegres, bullidoras, con ojos avispados, mostrando en
todo la alegría propia de niños grandes, que gozan
RAFAEL PUIG Y VALLS
de la vida en medio de la espléndida naturaleza de
los campos de Cuba.
Cuando regresé á Matanzas anochecía; y como la
ciudad estaba de fiesta y preparándose para asistir á
la función (¡ue se daba en el teatro por aficionados
con el fin de allegar recursos para el ejército de
África, las calles se llenaron de gente, los voluntarios
lucieron una vez más su típico uniforme, notándose
desusado movimiento en los alrededores del teatro,
animado por los curiosos y los que, solicitados por
generoso impulso, iban á dejar en manos de la Co-
misión gestora unos cuantos pesos para aliviar la
suerte de los pobres soldados españoles que en los
campos de Melilla no pudieron hallar, ni aun pagán-
dolo, con la vida, provechos y gloria para la patria.
El teatro fué llenándose de gente; teatro poco
holgado, pero limpio, bonito, preparado para mitigar
los rigores de un clima caluroso y húmedo, copia en
escala reducida de los coliseos de la Habana, que
albergó aquella noche á todo el elemento español de
Matanzas. La obra de desempeño escogida por los
aficionados matanceros fué «Marina», interpretada
discretamente con ayuda de una muchacha que se
dedica al teatro y que al dar sus primeros pasos en la
escena demuestra tener relevantes cualidades para
alcanzar, en breve, provechoso aplauso.
La función terminó á hora avanzadísima de la
madrugada, sin incidente alguno que merezca la
¿36 VIAJE Á AMÉRICA
pena de contarse; se recogieron unos centenares de
pesos para nuestro ejército, y la ciudad de Matanzas,
á pesar de la crisis y la quiebra reciente de la casa
comercial más importante de la isla, pagó á la patria
el tributo de su amor y conmiseración, recordando
las angustias del soldado, que quiso aliviar, envián-
dole, como madre cariñosa, el ahorro que guarda
en los días de prueba para sus mejores hijos.
Dediqué la mañana siguiente á recorrer la ciudad;
su aspecto simpático de los días festivos, no lo altera
movimiento inusitado de tráfico, ni en el centro, ni
en la periferia; el centro, la Plaza de Ai mas, en donde
está emplazado el palacio del Gobernador, adornado
con melancólico jardín de los trópicos en que do-
mina la palmera real, con sus formas airosas, rodeado
RAFAEL PUIG Y V4LLS 237
por una hilera de árboles frondosos, pero muerte
todo, sin movimiento, como si el sol que vivifica
aquella espléndida vegetación, diera á la naturaleza
entera ansias de sueño irresistible; el palacio del
Gobernador, con su pórtico de arcos de medio punto,
de extensa fachada, de tres cuerpos que remata un
reloj de torre; los edificios de la plaza, muy bajos,
casi todos reducidos á tiendas grandes, ventiladas y
limpias, con algunos edificios de aire moderno, en
uno de los que está instalado el Casino Español, lu-
josamente amueblado, con su teatrito, salón de lectura
espacioso y sala de baile en que se han prodigado
las arañas que recuerdan el salamó antiguo de los
entoldados, es cuanto constituye la fisonomía especial
del centro de Matanzas.
La ciudad está cruzada por dos ríos, el San Juan
y el Yumurí, que dividen la población en tres partes,
conocidas: la norte, con el nombre de Versalles; la
central, situada entre los cauces de aquellos ríos,
por la ciudad vieja, y la sud, por Pueblo nuevo.
La parte llana está embellecida con calles anchas,
bien urbanizadas, tanto en las aceras como en los
arroyos; las calles en pendiente, como la tienen muy
rápida, quizá por temor á fuertes erosiones, están
desigual y viciosamente empedradas. En una tienda
vi establecido un pequeño observatorio meteorológi-
co, montado con auto-registradores que me dio al-
guna envidia, pues siendo Matanzas población de
238 VIAJE Á AMéRICA
reducido vecindario, tiene en su seno un signo de
progreso que no ha alcanzado, que yo sepa, al menos,
la segunda capital de España.
Cansado de recorrer una ciudad que no ofrecía
ya nuevos puntos de vista, preparé mi regreso á la
Habana. La bahía, las iglesias, los edificios públicos
y la silueta general, abarcada desde la cúspide de la
colina en que está situada la capilla.de Montserrat;
los ríos, el San Juan, que inunda á veces la llanura
y la parte baja de la ciudad-, el Yumurí, que cansado
de surcar un hermoso valle, abre brecha estrecha y
profunda al pie de Matanzas y se precipita al mar,
abandonando su detritus en el fondo dé aguas tran-
quilas que no conmueven, cuando son profundas, ni
los vientos ni las tempestades, elementos son de un
cuadro de una perspectiva general encantadora, de
fisonomía accidentada, capaz de grabarse en la me-
moria, que sólo aparece difuminado en el cerebro lo
que se ofrece á la vista con líneas borrosas, desco-
loridas, monótonas como las de llanura intermina-
ble que se pierde en el horizonte visible.
Y al regresar por la tarde á la Habana, cuando el
sol declina y la tierra secada por el aire abrasador del
trópico ha perdido sus tonos brillantes y la vegeta-
ción sus energías, cansada de una exhalación que
agota sus fuerzas y de un trabajo molecular prodi-
gioso que tiene por motor los rayos luminosos del
sol, la naturaleza entera parece postrada y poseída
RAFAEL PUIG Y VAM.S
de ansias de reposo, cayendo también las brisas que
levantan durante el día oleadas de polvo, detritus
de variados fermentos, restos condensados de cuanto
respira sobre la tierra, lanzando á la atmósfera las
impurezas de la realidad, ponzoña viva, que flota
hasta perderse en las horas tranquilas de la noche
sobre la tierra que la purifica y con ayuda de los
gases atmosféricos y fermentaciones complicadas la
transforma en gérmenes de vida que el sol despierta
por la mañana, hallando dispuesta la tierra para tra-
bajar, producir y marchar... camino de las grandes
incógnitas de la ciencia humana. Y en ese fenómeno
singular, la apreciación de los hechos, los aconteci-
mientos, los paisajes cambian de color y el espíritu
se entristece con el crepúsculo vespertino, abatido,
cansado, esperando el día que levanta con el sol
ilusiones y esperanzas nuevas en el corazón humano.
Por esto, el campo de Cuba no me pareció tan her-
moso al regresar de Matanzas á la Habana; por
esto quizás, y aun descontando la parte subjetiva
en la apreciación de la belleza, necesité descanso
para apreciar, en su justo valor, las singulares gracias
con que Dios ha dotado los campos y los montes
de la grande Antiila española.
Se acercaba ya la hora de partir y apenas me
quedaba tiempo para echar una rápida ojeada á la
Quinta de Palatinos, á la de los Molinos, residencia
de verano del Capitán general de Cuba; á los hos-
240 VIAJE Á AMÉRICA
pítales de San Felipe y Santiago que forman parte
de la cárcel y que sólo vi exteriormente; al Hospi-
tal Paula, destinado á mujeres; el de San Lázaro, á
leprosos, y el de San Ambrosio, á militares-, á la
Real Casa de Beneficencia, asilo de huérfanos-, al
Asilo de Mendigos, y San José, escuela de reforma
para muchachos díscolos, y á la Casa de Recogidas,
hogar de mujeres desgraciadas que necesitan y hallan
allí el consuelo de la religión y la tranquilidad per-
dida en las borrascas de la vida.
El río Almendares, en noches de luna, la Cho-
rrera, como sitio de recreo, el Vedado, donde la
amistad ofrecióme una velada encantadora, un pue-
blecito de los alrededores, cuyo nombre he olvidado,
donde visité una fábrica de cerveza y otra de hielo,
pertenecientes al mismo dueño y montadas con
arreglo á los últimos adelantos, visto todo de prisa
y corriendo, constituyen la visión fugaz de mis úl-
timas horas en Cuba.
Llegó el 30 de noviembre y el trasatlántico
«Alfonso Xn» mostraba su gallarda silueta en la
bahía de la Habana, esperando la hora de salida fi-
jada para las cinco de la tarde. Mis buenos amigos
me esperaban ya para acompañarme á bordo-, en el
puerto, una comisión de la Cámara de Comercio
me tenía preparada una falúa de vapor, que surca
rápidamente las aguas y me lleva al «Alfonso XII»,
recordándome y agradeciéndome servicios que dicen
RAFAEL PUIG Y VALLS
presté á Cuba en Chicago, cuando yo fui el honrado
con tanta confianza y debía ser grato deber para mí,
como funcionario público y como español, merecer
algo de Cuba, que es el pedazo más hermoso de la
corona de España y el orgullo más legítimo de la
historia patria. Más tarde llegaron los catedráticos de
la Universidad que me habían acompañado en mis
excursiones, los barceloneses, contertulios en el Hotel
de Inglaterra, amigos todos que me recomendaron
al Capitán, al Sobrecargo, al Médico, con tan afec-
tuoso interés que no sé cómo mostrar mi gratitud,
consignada aquí como testimonio de afecto y con-
sideración.
El cañonazo de despedida, cuando el sol se ha
puesto ya, mientras la hélice del trasatlántico re-
mueve las tranquilas aguas de la bahía, me invita á
dar una rápida ojeada al puerto y á la ciudad cu-
bierta por las sombras pálidas del crepúsculo, á los
fuertes erizados de cañones, á los curiosos que agitan
los pañuelos, y mientras unos gritan «¡Viva España!»
y otros «¡Buen viaje!», el corneta de una de las for-
talezas toca la marcha real, pareciéndome que todo
se condensa en una aspiración sola, suma de las
nostalgias de los que envidian á los que regresan á
la patria, oculta á sus inquietas miradas tras las
brumas por donde sale el sol.
El «Alfonso XII» atraviesa la boca de la bahía,
la mar llana nos promete venturoso viaje, y los pa-
i6
343 VIAJE Á AMÉRICA
sajeros, mudos ante el panorama, con la vista fija en
la ciudad que enciende lentamente los faroles de sus
calles y plazas, squares y jardines, va desapareciendo,
hundiéndose en el horizonte, como desaparecen
todas las realidades de la vida, que el pasado parece
sueño, fantasma que se desvanece tras el horizonte
creado por nuestra fantasía, espléndido en la aurora
de la juventud, triste y limitado en la vejez, como
realidades sin encanto y esperanzas inciertas y du-
dosas.
El trasatlántico enciende sus luces eléctricas- el
salón de conversación, el comedor, los pasillos y
escaleras que lucen aún los adornos de sus días de
fiesta, brillan como ascua de oro; los pasajeros van
acudiendo á la mesa, primera comida de una serie llena
de incertidumbres y peligros, que en veinte días de
travesía caben muchas sorpresas; y durante los tres
días que dura el viaje de la Habana á Puerto Rico,
veo pasar, como vistas en kaleidoscopio, la silueta de
Cuba, después las Inaguas, posesión inglesa, de tierras
bajas, sobre las que se levanta un faro de bastidor
metálico, con sus grandes cruces de San Andrés, que
harán vibrar los vientos en días de tormenta; más
tarde aún, la isla de Santo Domingo, con sus mon-
tañas imponentes, la isla veleidosa que se acuerda
en días de prosperidad de la metrópoli, se entrega
sin reservas como hija arrepentida y la paga con
desvío luego, no dejando á los ejércitos españoles
RAFAEL PUIG Y VALLS
más territorio que el pisado con las armas en la
mano-, recuerdos de nuestra historia antillana que
tanto enseña y tan poco se aprende, recuerdos que
se desvanecen ante la realidad de la llegada á
Puerto Rico, á las siete de la mañana del día 4 de
diciembre, anclando en medio de la bahía, rodeada
por tierras tan hermosas que la vista sorprendida
parece gozar por vez primera de todos los encantos
y bellezas de las tierras tropicales.
De Puerto Rico á España
las siete de la mañana llegué á
Puerto Rico. Cuando la tierra está
empapada de rocío, los árboles
remozados por el descanso de la
noche, el ambiente purificado por
el sosiego de las capas de aire que
sedimenta, por acción mecánica, cuanto flota en la
atmósfera sacudido por el viento; cuando la natura-
leza entera parece presentarse al que madruga con
su toilette matinal hecha con esmero, para renovar
sus prodigios y presentarse á la vista del hombre
con sus prestigios de coqueta refinada, parece esco-
gida de intento para que el viajero pueda contemplar
la bahía de San Juan de Puerto Rico, adornada con
246 VIAJE Á. AMÉRICA
todas las pompas y galas de la espléndida vegetación
tropical.
No tiene aquella isla la grandeza de líneas de
Cuba, ni presenta la bahía de San Juan el encanto
de una gran ciudad, como la Habana con su puerto
y sus dársenas, edificios públicos, iglesias y campa-
narios, cuarteles y fortificaciones; pero el campo, cu-
bierto de cafetales y pueblecitos escondidos en los
repliegues de valles encantadores, la montaña capri-
chosamente proyectada en el cielo, cubierta de fron-
dosos bosques de cocoteros, y la ciudad escalonada
en rápida pendiente, mostrándose, toda ella, á la vista
del viajero, con sus tonos vivísimos de color, sus per-
sianas pintadas de verde, su jardinito á la orilla del
mar, sus edificios públicos que asoman por todas
partes, capitanía general, cuarteles, iglesias, con an-
sias de contemplar la bahía, y el movimiento maríti-
mo con sus botes tripulados por negros, los trasatlán-
ticos con su porte majestuoso, las lanchas de vapor
y los cañoneros de la marina de guerra española,
las aguas de la bahía que parecen las de un lago, las
de fuera de puntas, en la otra parte del Morro, que
saltan y echan espumas, mostrándose airadas contra
los obstáculos de las escolleras, espectáculo es curioso
que no pierde su prestigio con el tiempo, que á los
diez y nueve grados de latitud norte, los cambios
bruscos de la atmósfera, la nube que cruza el espa-
cio y riega los campos derramando copiosa lluvia
RAFAEL PUIG Y VALLS 247
sobre la tierra sedienta, el viento que agita las
aguas y levanta olas espantosas en el Suar de las
Antillas, las brisas que acarician y besan aquella
vegetación espléndida, refrescando su follaje fatigado
y rendido, el aire que cambia constantemente de
densidad y de color, sin perder el brillo intenso que
conserva á la luz del sol toda su fuerza y sus colo-
res, matices son de un cuadro inmenso, siempre el
mismo y siempre variado, que tiene por marco el
mar, tallista prodigioso que ha dibujado la silueta
de la isla de Puerto Rico con primores y perfiles de
consumado artista.
Y cuando cesa el movimiento al rededor del
«Alfonso XII» y los pasajeros se deciden á visitar la
ciudad, multitud de barqueros me ofrecen su lancha,
que en pocos minutos me deja al pie del desembar-
cadero para recorrer la capital de la isla, que á juz-
gar por su perspectiva, no ha de exigir mucho tiem-
po á la atención del viajero. El microscópico jardín
que está junto á la escalinata del muelle, no merece
más que una rápida ojeada, empezando á los pocos
pasos la rampa de una calle que sigue la máxima
pendiente de la colina en que está edificado San
Juan de Puerto Rico. Los ejes de las calles trans-
versales, siguiendo aproximadamente las trazas de
líneas de nivel, son casi horizontales, desarrollándose
en ellas las edificaciones más bellas, los edificios
públicos más notables, la iglesia más ostentosa, la
248 VIAJE Á AMÉRICA
plaza en que se halla la Casa Consistorial, y; en el
extremo, casi en las afueras, otra plaza, en donde
se abrían las fundaciones de un monumento dedica-
do á Colón, proyectado por un artista italiano que
hizo conmigo la travesía de la Habana á Puerto
Rico, y se estaba remozando un teatrito muy bo-
nito, demasiado chico, quizás, para una población
de 30,000 almas, y junto á las murallas que van á
derribarse á petición del vecindario, que se ahoga
ya dentro de un recinto amurallado que los técnicos
juzgan ya inútil para la defensa de la plaza, y los
higienistas cinturón que oprime con sus ligaduras
los pulmones y la fuerza expansiva de una ciudad
que crece y se desarrolla á impulsos de su riqueza
y su trabajo.
En parte opuesta del barrio descrito y sobre la
misma curva de nivel se halla la Capitanía general,
edificio típico y con cierto aire de grandiosidad; en
sus cercanías, un cuartel espacioso con un patio
central donde puede formar un regimiento, y cua-
dras ventiladas y espaciosas, cuartel que costó tanto
dinero, que doña Isabel II preguntó si se contruía
de plata; junto á ellos también, otro caserón inmen-
so, no sé si hospital ó casa de Maternidad, formando
un grupo de edificación de carácter público que re-
vela los desvelos de la metrópoli por la preciosa
isla que tiene una densidad de población superior á
la de todas las islas del Archipiélago antillano, que
•RAFAEL PUIG Y VALLS 249
tiene en sus costas poblaciones importantísimas y
más lindas, según el decir de las gentes, que la ca-
pital; que cultiva todas las tierras y los montes, aun
los más fragosos y alejados de los centros de pobla-
ción, donde se cría riquísimo café, cacao, caña dul-
ce, tabaco que exporta profusamente con provechos
cada día más importantes, que va desarrollando,
aunque con excesiva lentitud, los ferrocarriles del
litoral, que tiene buenas carreteras y un buen servi-
cio de obras públicas, y que sin la invasión de la
plata mexicana, pesadilla allí, como en muchas par-
tes, de un porvenir tenebroso ante el problema de
la cuestión monetaria, cuya solución es tormento de
gobiernos y sabios, no creo opinión optimista ase-
gurar que la isla de Puerto Rico goza de envidiable
prosperidad y que es una de las colonias que han
dado y dan prestigios más justificados al colono y al
comercio español.
Por la tarde, la excursión á Santurce y Río Pie-
dras completó la breve visita hecha á la isla de
Puerto Rico, de la que guardo tan grato recuerdo y
tan pintorescas perspectivas. Para ir á la estación
del tranvía de vapor, desde el cuartel, forzoso será
desandar el camino recorrido y volver á la parte
baja de la ciudad, al pie de la plaza que debe osten-
tar ya á estas horas la estatua de Colón.
Un modestísimo cobertizo de madera, un peque-
ño andén donde para un tren de una locomotora y
250 VIAJE Á AMÉRICA
dos vagones á la americana, que hacen la 7iavette,
como dicen los franceses, en vía estrecha, no sé si
de un metro ó de setenta y cinco centímetros de
anchura, constituyen el vehículo que recorre, en la
longitud de unos cinco kilómetros, el espacio com-
prendido entre la capital y Río Piedras, población
de escaso vecindario, que se halla casi en el centro
de la curva que cierra la bahía de San Juan de
Puerto Rico. El que visita la isla y descuida por ig-
norancia ó indolencia el recorrido de aquella línea,
bien puede tener entendido que ha perdido una de
las perspectivas más deliciosas de la tierra. No se
crea que hay en aquel cuadro de la naturaleza em-
bellecido por el arte, grandiosidad, ni el espectáculo
hondo de extensos horizontes colmados de acciden-
tes, no, lo que se ve en aquel valle lo abarca la vis-
ta en conjunto y sin esfuerzo; lo que se admira es
la compenetración de las obras de una naturaleza
ardiente y poderosa, con el arte de construir y com-
binar; es el hotelito primoroso que sombrean árbo-
les deleitosos y flores de sin igual hermosura; es la
cabana y el bohío, escondidos en un rodal que pa-
rece arrancado del fondo de la manigua y trasplan-
tado en el seno mismo de un pueblo culto y ena-
morado de las artes; es la mezcla de las razas co-
deándose sobre el pretil del verandah, donde se
ven juntas la belleza mestiza y la negra de azabache,
la rubia de ojos que sueñan y la mulata de mirar
RAFAEL PUIG Y VALLS
que fascina-, es la continuada sucesión de hotelitos
y jardines, de masas de cocoteros y palmeras, de
árboles forestales gigantescos y plantaciones varia-
das, síntesis de la fecundidad prodigiosa de los tró-
picos, utilizada, con gusto exquisito, por los dicho-
sos habitantes de la isla.
Al llegar á Río Piedras, la ilusión se desvanece;
á la derecha, charcas pantanosas y tierras bajas*, á la
izquierda, el pueblo, de fisonomía vulgar, en cuyas
cercanías vi la quinta de verano del capitán gene-
ral con su jardín, donde crecen cafetales, cocoteros
y plátanos en abundancia, y un edificio, como puede
tenerlo cualquier burgués acomodado; á lo lejos, la
manigua que atraviesa polvorosa carretera que se
pierde en el horizonte... después, ansia de regresar
para deleitarme otra vez en lo que no volveré á ver
probablemente jamás.
Al día siguiente, el «Alfonso XII», después de
cargar sendos sacos de café y azúcar, regalo osten-
toso de Puerto Rico al ejército de África, levó an-
clas, disparó el cañonazo de despedida, atravesó la
boca de la bahía, y como si despertara á la reali-
dad, después de tener la vista fija en aquellas tie-
rras de portentosa fertilidad y en aquella ciudad
aseada, limpia, bonita, con la brusca sacudida de la
mar libre, embravecida, saltando las olas en las rom-
pientes, como catarata que se despeña de alturas
inaccesibles, siento que la preocupación se apodera
252 VIAJE Á AMÉRICA
de mi espíritu, que las ansias de volver á mi casa,
de abrazar á los míos, de estrechar la mano amiga
que auguróme buen viaje, levantan en mi corazón
el dejo amargo de la duda, y mientras la isla se
hunde en el horizonte y el mar nos rodea por todas
partes, mar airado, ceñudo, lleno de espumas que
azotan los flancos del coloso... y pasan días y días,
sin descanso, oyendo como la hélice gira con estré-
pito en el aire, produciendo un ruido aterrador,
como se rompe la vajilla y crujen las cuadernas del
buque, como si no pudiera resistir las embestidas de
aquel oleaje furioso, con mar de proa que modera
la velocidad, con marejada gruesa que produce ba-
lanceo espantoso, pienso con ansiedad en la hora de
llegada, en el día afortunado en que volveré á ver
las costas de mi patria.
Llegó, por fin, la hora suspirada; el tiempo apia-
dóse al fin de los pobres viajeros del «Alfonso Xll>\
y á las 2 de la tarde del día i6 de diciembre
de 1893, con la vista fija en el horizonte y con algo
en mi ser que levantaba oleadas de alegría que anu-
daban mi garganta, volví á contemplar las tierras
patrias, las costas españolas del Atlántico, en cuyo
fondo se divisaba la ciudad culta, la hermosa Cádiz,
y mientras tomaban cuerpo y realidad en mi cere-
bro aquellas brumas difuminadas en el horizonte,
no se me ocurrió cosa más digna de aquel suceso
venturoso, que dar gracias fervorosas á Dios, que
RAFAEL PUIG Y VALLS 253
me había colmado de dichas en mi camino y cjue
me permitía volver sano y salvo al lado de los
que siempre me amaron, para vivir y morir entre
los míos, en el seno augusto de la patria espa-
ñola.
La conclusión de un libro
AMAS podré pagarte, lec-
tor querido, la gratitud
que te debo por haber leído estas
páginas dictadas al calor de una con-
vicción profunda, intuitiva ayer, re-
sultado hoy de paciente observación y continuado
estudio. Y al hacer examen de conciencia, para
resumir, en poquísimo espacio, el trabajo de nueve
meses pasados en América acopiando datos, noti-
cias, discursos, hechos, cuanto contribuye á labrar
en el entendimiento el concepto claro de los hom-
bres y las cosas, aun siendo corto el tiempo em-
pleado y mi saber escaso, oblígame á decir lo que
siento y pienso, á condensar en un punto concreto
el objetivo de mi labor, si he de justificar, de alguna
256 VIAJE Á AMáKICA
manera, la osadía de haber escrito tantas páginas
que si no por su calidad, por su número, arrojan
material suficiente para sumarse en las de un libro.
Los Estados Unidos vistos al través de sus in-
venciones y riquezas parecen un cuento de hadas;
cuando se tocan de cerca, la ilusión se desvanece,
quedando en el espíritu el sombrío presentimiento
de una civilización movediza, que no lleva rumbo
fijo y que puede encontrar, en su camino, insupera-
bles escollos. Han creado un Estado sin familia, han
desligado á las gentes de los vínculos que ata el co-
razón, y la idea de patria resulta una cosa tan vaga
que ha de ser para los yankees un anacronismo
propio de sociedades caducas vislumbradas desde
allí al través de las brumas del Atlántico, vegetando
sobre las tierras cansadas de la vieja Europa.
La libertad individual absoluta, la autoridad pa-
ternal desconocida, la emancipación de los niños,
aceptada apenas trasponen los umbrales de la pu-
bertad; la madre que olvida con el divorcio á los
hijos; el padre que contrae, solicitado por el instinto,
nuevos vínculos que desatan las tormentas conyu-
gales; hermanos germanos que apenas se conocen;
hermanos consanguíneos que ni pueden odiarse; ho-
gares que forma el placer y borra el dolor, no
pueden ser raíces que ahonden en el suelo de la
patria para constituir tronco fuerte y robusto, capaz
de mantenerse erguido en las luchas sociales.
RAFAEL PUIG Y VALLS
Búsqiiese el término de comparación en España
y se verá que aquí la santidad del hogar es una
necesidad sentida por todos: el hombre peor dotado,
el que esconde sus delitos en cárceles y presidios,
necesita creer en la santidad de su madre, en un
hogar honrado donde pasó las horas más tranquilas
y más hermosas de la vida, donde se desarrollaron
el amor á la patria pequeña, los entusiasmos por la
grande, el interés por el terruño y la casa, llena de
recuerdos, de ilusiones y esperanzas, compenetrán-
dose de tal manera esos afectos, el amor á la familia
y á la patria, que forman en el corazón primero y
en la inteligencia después una sola idea, como los
sumandos de una adición cuando son homogéneos
forman un total, un todo expresivo de una cantidad
clara, precisa é indiscutible.
En los Estados Unidos, todo eso es puro roman-
ticismo; los padres imitan á los pájaros, viendo con
gusto que los hijos se emancipan cuando tienen alas
para volar; el niño solicitado por el afán de acumu-
lar dinero, ansia torcedora de toda la familia yankee;
la niña arrullada por la idea, aceptada por todos, de
su inteligencia precoz, educada é instruida fácil-
mente con destinos sólo esbozados en aquellas so-
ciedades, pero, con inclinaciones claramente mani-
nifestadas, encuentran el hogar menguado para sus
iniciativas, y se lanzan al espacio, sin cuidarse na-
die de averiguar si la frágil máquina de su temprana
258 VIAJE Á AMÉRICA
inteligencia resultará globo dirigido por mano ex-
perta ó alas de cera que derretirá la primera ráfaga
de pasión hallada en el proceloso océano de la vida.
La familia, afirmada con elementos tan delezna-
bles, no arraiga en el corazón de nadie-, los padres
creen haber cumplido sus deberes, si han cuidado
de que no faltara á sus hijos el pan de cada día-,
los hijos emancipados en edad temprana, olvidan
fácilmente beneficios que no han echado raíces en
el corazón, y tras largas ausencias, el hogar se borra
de la inteligencia, desapareciendo con él cuanto es-
timula los puros afectos del alma.
Los que nos hemos acostumbrado á ver que la
familia, sólidamente establecida, es la unidad sobre
que descansa toda la organización de un Estado,
con dificultad entenderemos que sea posible mante-
ner un cuerpo social robusto, con elementos entecos,
con unidades que por su índole y contextura no
tienen aptitud alguna para contribuir á la solidez
del edificio, que si falta el interés real que reside en
el amor, todo lo demás resulta tan contingente como
las mudanzas de los tiempos y las opiniones de los
hombres.
Y si ese argumento no tuviera la importancia ca-
pital que asigno á las condiciones en que se des-
envuelve la civilización norteamericana-, si la forta-
leza de que dio pruebas convincentes durante la
guerra de Secesión pareciera signo evidente de que
RAFAEL PUIG Y VAM.S 259
las unidades, aun reducidas al individuo, cuando
saben agruparse y manejarse, resultan capaces de
producir organismos poderosos; si la prosperidad
en que ha vivido durante los últimos años, des-
arrollando la riqueza de una manera verdadera-
mente portentosa, legendaria, de que apenas po-
demos formamos aquí una idea clara, dijera que en
los Estados Unidos si la familia no sabe formar
grupos unitarios enlazados por el interés sagrado
del hogar, se agrupan, en cambio, los elementos
afines de otra manera para que los organismos
económicos crezcan y se desarrollen dando al Es-
tado grandes energías y al individuo enormes ri-
quezas; aun así, aun admitido todo esto, hallo al
individuo desarmado ante el infortunio, ante el do-
lor, ante la enfermedad, hallo en todas partes el
desamparo más profundo en el enfermo que va al
hospital ó á la casa de salud, porque en su casa, si
la tiene, no hay quien pueda cuidarle; en el que
busca el calor de la familia, que no se reúne para
comer, como no sea á primera hora en el breakfast,
rápido y silencioso, precursor de los cuidados de
una jornada agobiadora; la mujer que come casi
siempre en el bar ó el restaurant, los hijos que go-
zan ya de su independencia y que van ó no á com-
partir las alegrías y las tristezas del hogar, costum-
bres son de un pueblo que ha montado una civili-
zación que entristece, quitando á todas las manifes-
26o VIAJE Á AMÉRICA
taciones de la vida lo único que tiene encantos, la
sola cosa que nos ata á la tierra, el amor de la fa-
milia, formando agrupación sólida, permanente, es-
cudo poderoso contra el mal, la desgracia, la enfer-
medad y la miseria.
En esas condiciones, el norteamericano trabaja
para satisfacer sus ideales, sus egoismos, sus ambi-
ciones, sus ansias de poder... el español tiene la vis-
ta fija en los suyos, en el arraigo del hogar que per-
petuarán los hijos, los hermanos, los sobrinos, que
serán su continuación en la familia, creada con el
sudor de su frente, y ennoblecida con su trabajo
honrado y fecundo.
Surgen de aquí, como es natural, organismos
completamente distintos en el modo de ser de
aquellas sociedades comparadas con las nuestras,
pero tan complicadas y tan inmorales, que cuanto
se diga ha de parecer exageración de principio, y
mucho más en España, en donde tantas gentes pre-
gonan nuestra decadencia, nuestro mal gobierno, la
ignorancia de nuestros hombres de Estado, lo enre-
vesado y difícil de nuestra Administración en todas
sus ramas y poderes, sin ocurrirles cosa más hala-
güeña que la de compararnos cada día, y con una
insistencia digna de mejor causa, á los riffeños, mo-
delos en que se mira al parecer mucha gente, si he
de juzgar las cosas por el uso de ellas, siendo triste
que abusen del procedimiento nuestras eminencias
RAFAEL rUIG Y VALLS
políticas y literarias, más amantes de hacer frases
que nos deshonran, que de respetar á los que viven
cristiana y honradamente trabajando, sufriendo y pa-
gando culpas ajenas, culpas de unos cuantos, los
menos, que arman una gritería infernal, dejando sin
opinión á los más que sólo piden orden, paz, tran-
quilidad y respetos para la patria.
Larga sería mi tarea si tuviera que hacer un tra-
bajo comparativo entre los organismos de carácter
público norteamericanos y los nuestros-, nuestra in-
moralidad, con ser mucha, no puede compararse, ni
en política, ni en administración con aquélla; como
mecanismo político resulta aquello tan enrevesado
como esto, y en el concepto del respeto debido á
las leyes, desde el policía que emplea procedimien-
tos que en España levantarían cada día una tormen-
ta, hasta los linchamientos realizados por las masas
blancas poco menos que á diario, con un refina-
miento de crueldad que hiela la sangre, habría tela
cortada para probar que si España es una continua-
ción del Riff, esta comarca se extiende hasta los
confines del Nuevo Mundo, floreciendo el procedi-
miento africano, pujante y vigoroso en las tierras
vírgenes de la América del Norte.
No he de ahondar en eso, que para ello forzoso
sería escribir un nuevo libro; y como mi objeto está
ya alcanzado, bueno es que sepan cuantos han creí-
do de buena fe, como yo, que somos el pueblo más
262 VIAJE Á AMÉRICA
degradado del inundo poríjue nos lo han repetido
muchas gentes, olvidando los respetos debidos á las
personas honradas que abundan aquí, como en to-
das partes, que el país de los espejismos, de las
grandes riquezas, de las ciudades llenas de prodi-
gios, de los hombres políticos más eminentes de la
tierra, de los grandes patriotas, resultan, vistos de
cerca, hombres hechos del barro deleznable con que
se forman también aquí los nuestros, que allí, como
aquí, están las masas plagadas de miserias físicas,
morales é intelectuales, dignas de redención... fal-
tándonos sólo aquí lo que abunda ó abundaba hace
poco en todas partes menos en España: un poco
más de respeto, amor y consideración á la tierra
donde hemos nacido, en donde tenemos y guarda-
mos el patrimonio de las afecciones, que sólo enal-
teciendo el amor de patria conseguiremos la consi-
deración de los extraños y la satisfacción de un alto
deber cumplido.
FIN
ÍNDICE
PÁcs.
Washington 5
Salt Lake City 13
San Francisco de California 23
Chinatown 33
El reporterismo y la hospitalidad en California. . . 43
Los vinos de California 53
De San Francisco á El Paso 61
De El Paso á México 7^
La ciudad de México 85
Chapultepec y Guadalupe 115
Querétaro 129
De México á Veracruz I39
De Veracruz á la Habana 151
En la Habana 161
Los edificios públicos de la Habana 181
Impresiones acerca de la política cubana 215
Matanzas:
La Cueva de Bellamar y el valle de Yumurí. . . . 225
De Puerto Rico á España 245
La conclusión de un libro 255
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7
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