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Full text of "Estudio biográfico sobre fray Cayetano José Rodriguez y recopilacion de sus producciones literarias"

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ESTUDIO  BIOGRÁFICO 


SOBRE 


Fray  CAYETANO  JOSÉ  RODRIGÜEZ 


Recopilacioii  de  sus  prodycciooes  literarias 


POR 


Fray  PACIFICO  OTERO 


O.  F.  M. 


PRECEDIDO  DE  UN  JUICIO  CRÍTICO 


DE 


Don  ALBERTO  DEL  SOLAR 


CORDOBA 

Establecimiento  tipográfico  La  Velocidad,  de  F.  Domenici 

Calle  24  de  Setiembre,  N».  14 

1899 


MAY  8  1984 


Permitimos  su  impresión. 


Fr.  zenón  bustos 

Ministro  Provincial. 


JUICIO  CRÍTICO 


Un  joven  religioso,  amante  de  la  virtud  y  del  saber,  discreto  in- 
vestigador de  documentos  históricos,  literato  por  tendencia,  orador 
por  temperamento  y  poeta  á  sus  horas — el  R.  P.  Fray  Pacifico  Otero, 
cuya  vibrante  voz  ha  resonado  ya  más  de  una  vez  dentro  de  las  na- 
ves del  templo  de  su  Orden,  repercutiendo  simpática  en  el  oído  y  en  el 
corazón  de  sus  oyentes — me  distingue  hoy  con  el  encargo,  para  mí 
muy  honroso,  de  presentar  al  público  lector  el  primer  libro  que  de 
su  pluma  sale  á  luz,  no  en  busca  de  alabanzas  complacientes, 
sino  del  puesto  á  que  puede  hacerse  legítimamente  acreedor,  en  las 
bibliotecas  de  los  hombres  de  estudio,  cuyo  propósito  primordial  es 
robustecer  el  bagaje  de  información  útil  y  provechosa  que  poseen. 

He  aceptado  el  encargo  con  placer,  no  solo  por  quien  lo  hace, 
sino,  también,  por  el  motivo  que  me  da  oi;asión  de  desempeñarlo.  Una 
obra  tendente  á  completar  los  pocos  datos  que  se  conocían  en  América 
sobre  la  vida  y  escritos  del  ilustre  y  virtuoso  patriota  Fray  Cayetano 
Rodríguez,  tiene  que  ser  profundamente  interesante.  Añádase  á  esto 
la  investidura  del  autor,  el  medio  y  la  época  en  que  se  desenvuelve 
la  acción  de  su  héroe,  la  índole  de  la  obra — noble  y  elevada,  docta  y 
justiciera — y  se  tendrá  motivo  más  que  suficiente  para  seducir  á 
cualquier  escritor  aficionado  al  cultivo  del  noble  género  literario  á 
que  pertenece  el  libro  cuyos  méritos  me  propongo  analizar. 

*  * 

A  semejanza  de  esos  cronistas  de  espada,  que  en  medio  de  los 
deberes  de  su  profesión  se  dan  tregua  para  escudriñar  los  registros  y 
oficinas  militares,  con  el  propósito  de  escribir  la  historia  de  los  gran- 
des guerreros  de  la  patria,  ha  habido  también  en  todos  los  tiempos 
escritores  de  hábito  sacerdotal  dedicados  á  revolver  los  archivos,  casi 


—  IV  — 


siempre  preciosos,  de  las  Curias  y  Conventos,  para  buscar  entre  el 
polvo  de  los  estantes — donde  duermen,  carcomidos  por  los  años, 
venerables  in  folios  y  manuscritos  seculares — el  dato  ó  referoncia 
útil  á  la  biografía  del  ilustre  varón  cuyos  méritos  se  proponían  en- 
salzar. Así  escribió  el  jesuíta  Rivadeneira  las  vidas  de  San  Ignacio 
de  Loyola,  del  padre  Salmerón  y  del  Reverendo  Diego  Lainez;  así 
escribió  Fray  Luis  de  Granada  la  del  maestro  Juan  de  Avila  y  la  del 
Padre  Bartolomé  de  los  Mártires,  santo  Obispo  de  Braga;  así  escribió 
por  fin,  Fi-ay  Gaspar  Hernández  la  de  San  Francisco  de  Borja,  y  así 
escribieron  sucesivamente  el  Padi-e  Nieremberg,  el  Padre  Vásquez,  el 
Padre  Prat  y  tantos  otros. 

Fray  Pacifico  Otero  ha  seguido,  pues,  á  su  turno,  una  senda  tra- 
zada por  nobilísimos  predecesores.  Y  á  fé  que  la  tarea  le  resulta  do- 
blemente meritoria,  pues  no  se  trata  tan  solo  en  esta  ocasión  de 
aquilatar  la  sabiduría  y  las  virtudes  de  un  religioso  de  su  misma  or- 
den, que  también  es  el  coso  de  poner  en  evidencia  los  merecimientos  de 
un  patriota  insigne — hombre  de  acción  al  par  que  de  pensamiento;  agi- 
tador y  propagandista;  filósofo  y  poeta,  cuya  personalidad  se  destaca 
en  primera  fila  en  la  historia  revolucionaria  de  esta  parte  de  la  América. 

El  Reverendo  Padre  Otero  logra  interesar  desde  el  comienzo  de 
su  simpático  libro;  desde  que  empieza  á  narrarnos  la  infancia  de 
Fray  Cayetano  Rodríguez,  su  ingreso  á  la  orden  franciscana,  los  pri- 
meros años  de  claustro  del  ilustre  religioso,  cuya  piedad  y  buen  ejem- 
plo nos  encomia  en  forma  y  modo  que  se  transparenta  el  alma  mis- 
ma de  quien  las  describe.  El  lenguaje  del  apologista,  como  si  lo 
inspirara  el  propio  espíritu  do  su  héroe,  halla  acentos  de  fervoroso 

entusiasmo  para  ensalzar  aquellas  excelsas  virtudes  

Muéstranos,  en  seguida,  al  virtuoso  maestro  de  la  Universidad  de 
Córdoba,  dictando  las  cátedras  de  Filosofía  y  de  Teología,  según  el 
concepto  propio  que  él  tenía  formado  de  la  enseñanza  de  tales  estudios. 

La  experiencia  superior  de  Fray  Cayetano  combate,  en  esa  ense- 
ñanza, el  obscurantismo — tomando  esta  expresión  en  su  sentido  más 
elevado;  combate  lo  supéríluo.  Su  clara  visión  del  porvenir  de  la 
patria,  le  hace  comprender  la  necesidad  de  trabajar  con  provecho 
positivo  para  el  alumno  que  muy  pronto  será  ciudadano.  La  elo- 
cuencia persuasiva  de  su  palabra  subyuga  á  cuantos  le  rodean.  En 
la  cátedra  sagrada  vibra,  á  la  vez,  su  voz. 

El  Padre  Otero  ha  sabido  seleccionar  con  discernimiento  revola- 
dor de  un  espíritu  critico  muy  seguro,  algunos  trozos  que  e\ádencian 
el  mérito  de  los  sermones  del  ilustre  franciscano. 


—  V  — 


Le  pinta,  después,  dentro  del  chiiistio,  en  ol  silencio  y  recogi- 
miento de  la  celda,  por  cuyas  altas  y  estrechas  ventanas  asoma  poco 
á  poco  un  rayo  del  Sol  do  la  libertad,  que  extendiéndose  y  ensan- 
chándose míis  y  miis,  concluye  por  posarse  sobro  la  cabeza  del  abs- 
traído monje,  cuya  frente  ilumina,  aureolándola  dulcemente.  El 
calor  de  ese  rayo  penetra,  por  fin,  en  el  cerebro  del  pensador,  lo  ins- 
pira y  jo  enarcede.  Y  entonces  óyesele  exclamar  en  un  arranque  de 
exaltación  patriótica:  ¡Que  hayamos  nacido  en  un  suelo  en  el  que  el 
genio  pierde  su  vigor!  ¡Es  preciso  formar  hombres!  es  preciso  formar 
hombrea!  

Moreno,  y  otros  como  él,  brotaron  de  eso  rayo  de  luz. 

* 
*  * 

El  poeta  ha  sido  en  seguida  estudiado  con  interés.  En  la  época 
embrionaria  de  nuestra  literatura,  cuando  el  cultivo  del  pensamiento 
no  solo  no  era  fomentado  sino  combatido  en  la  América  oprimida, 
cuando  la  mayor  de  las  bibliotecas  conventuales  contaba  apenas  con 
irnos  mil  volúmenes — de  los  cuales,  según  los  historiadores  más  con- 
cienzudos, novecientos  ochenta,  por  lo  menos,  versaban  sobre  moral 
religiosa  y  filosofía  escolástica,  no  habiendo  de  literatura,  propia- 
mente dicha,  sino,  por  acaso,  algún  Séneca,  algún  Josefo,  algún  De 
Officiis  de  Cicerón,  y  tal  cual  rancio  poetastro  de  la  Península — no 
era  posible  aspirar  al  modelo  que  hubiera  dado  ocasión  á  que  se  pro- 
dujera la  obra  de  arte,  verdaderamente  tal. 

El  género  predilecto  do  Juvenal  y  de  Luciano  fué  el  que  culti- 
varon con  mayor  éxito  los  poetas  de  aquel  fin  y  aquel  principio  de 
siglo,  con  la  circunstancia  muy  curiosa  de  que  casi  todas  las  compo- 
siciones burlescas  publicadas  por  entonces  en  éste  y  el  otro  lado  de 
los  Andes,  resultaban  ser  obras  de  miembros  de  las  órdenes  monásti- 
cas más  respetables  (1).  El  padre  López,  de  la  de  Santo  Domingo, 
y  el  padre  Escudero  de  la  de  San  Francisco,  en  Chile;  Fray  Cayetano 
Rodríguez,  en  el  Río  de  la  Plata,  son  los  representantes  más  genuinos 
de  dicho  género  de  poesía  entre  sus  contemporáneos;  si  bien  aquellos 
dos  religiosos  precedieron  á  éste  en  la  labor. 

Pero  el  picaresco  autor  de  <iEl  Sueño  de  Eulalia  contado  á  Floras» 
— ingeniosa  travesura  literaria  con  alcances  de  sátira  política,  muy 
celebrada  en  su  tiempo,  según  nos  lo  narra  el  Padre  Otero,  sobre 
todo  cuando  la  declamaba  en  los  estrados  y  tertulias  revolucionarias 
el  célebre  comilón  Don  José  Tartaz — dió  á  la  estampa  otras  obras 
poéticas  de  índole  más  elevada.  Suyas  son  un  buen  número  de  can- 
il) José  Toribio  Medina.  Historia  de  la  Literatxira  Colonial. 


-  VI  - 


ciones  patrióticas  de  más  alta  entonación  lírica;  rivales  por  su  mérito 
(le  las  de  su  cofrade  y  antecesor  mejicano  Fray  Manuel  Navarrete, 
aunque  destinadas,  por  lo  común,  las  primeras,  casi  exclusivamente,  k 
retemplar  el  espíritu  de  los  revolucionarios  de  su  tiempo,  quienes  se 
las  arrebataban  para  leerlas  y  recitarlas.  De  esa  índole  son  las  que 
llevan  por  título  Oda  á  San  Martín,  Himno  á  la  Patria,  A  Chacahtico, 
El  Paso  de  los  Andes  y  otras  que  el  paciente  recopilador  salva  en 
hora  oportuna  del  olvido. 

Con  ocasión  de  tan  interesante  capítulo,  publica  el  P.  Otero 
trozos  de  una  muy  discreta  carta  dirigida  por  Fray  Cayetano  &  su 
Intimo  amigo  el  Doctor  Molina.  En  dicha  epístola — que  es  toda  una 
enseiianzn  para  los  incautos  que  dan  en  la  flor  de  quemar  incienso 
al  pié  del  altar  de  ciertos  ídolos  de  reputación  y  auge  pasajeros,  sin 
darse  cuenta  de  que  habrk  de  perjudicarles  mañana  lo  que  ayer  les 
favoreció — se  lamenta  el  desengañado  vate  de  haber  caído  por  vez 
primera  en  tal  debilidad.  «¡Nunca  hagas  laudatorias — cloncluye  di- 
ciéndole  á  su  amigo — nunca  las  hagas  á  sugetos  particulares:  el  que 
hoy  es  santo  mañana  es  diablo,  y  queda  uno  en  descubierto!» 

Después  del  juicio  sobre  el  jioeta  viene  el  juicio  sobre  el  patrio- 
ta, el  político  revolucionario. 

Son  éstas,  páginas  que  revelan  no  solo  una  labor  seria  y  medita- 
da, sino  también  la  discreción  y  el  tino  de  quien  las  escribe.  Hasta 
acjuí  nos  había  dejado  ver  el  apologista  á  su  héroe  tan  solo  al  través 
de  las  rejas  del  claustro,  en  lo  que  trascendía  de  su  vida  íntima  de 
religioso.  En  adelante  nos  lo  exhibirá  en  el  escenario  público;  nos 
hará  leer  sus  cartas,  rebosantes  de  entusiasmo  cívico,  de  sabiduría  y 
de  consejo;  seleccionará  escrupulosamente  aquellas  circunstancias 
que  tiendan  á  probar  que  el  ilustre  franciscano  tenía  repartida  su  al- 
ma entre  tres  sublimes  amores:  Dios,  la  Patria  y  el  Libro.  Anécdo- 
tas de  su  vida,  palabras  recogiilas  al  acaso,  citas  oportunas  de  escri- 
tores— todo  está  explotado  con  acierto  y  coordinado  en  homogéneo 
conjunto. 

Fray  Cayetano — como  su  homónimo  Simón  Rodríguez,  el  maes- 
tro de  Bolívar — tuvo  también  la  visión  clara  de  sus  deberes  para  con 
la  patria.  En  la  cumbre  de  un  monte  el  uno,  á  la  sombra  de  un 
árbol  el  otro— árbol  al  cual,  por  lo  tupido  de  sus  ramas  y  la  profu- 
sión de  sus  flores  se  le  dio  el  nombre  de  Arbol  de  la  Libertad — medi- 
taron ambos  en  compañía  de  sus  discípulos  sobre  la  grandeza  de  los 
destinos  futuros  de  la  nacionalidad  común. 

Los  hábitos  sacerdotales  que  vestía  Rodríguez,  no  eran  obstá- 


-  VII  - 


culo  para  hacerle  abrazar  d«  lleno  la  causa  revolucionaria.  Con  elo- 
cuencia y  argunnentación  feliz — considerada  esta  última  desde  el  pun- 
to de  vista  de  los  principios  profesados — concilla  su  inteligente 
biógrafo  la  actuación  profana  y  ardorosa  del  político,  con  el  ejercicio 
del  sagrado  ministerio  del  saeerdote  y  la  rigidez  del  claustro.  «La 
Revolución  Americana — dice  á  este  respecto  el  R.  P.  Pacífico — no  fué 
la  revolución  francesa.  La  una  surgió  del  grito  sofocado  de  la  libertad, 
que  lanzaban  la  Religión  y  la  justicia:  la  otra  fué  el  fruto  de  perni- 
cioso filosofismo.  La  una  la  mandaban  generales  que  invocaban  á 
Dios  antes  y  después  de  las  batallas:  la  otra  renegó  la  Religión,  sem- 
bró por  todas  partes  el  terror,  y  con  la  sangre  de  más  de  un  inocente 
regó  los  cadalsos  inmoladores  de  sacerdotes  y  victimarios  de  reyes. 
No  es  extraño,  pues,  que  junto  al  soldado  armado  de  la  espada,  es- 
tuviera el  sacerdote  armado  de  la  cruz». 

Y  á  la  verdad  que  el  traje  talar  no  impidió,  tampoco,  jamás,  en 
parte  alguna  del  mundo,  y  muy  especialmente  en  nuestra  América,  el 
fervor  patriótico.  Ejemplares  sin  número  de  clérigos  propagandistas  y 
monjes  soldados  podrían  citarse  en  apoyo  de  esta  aseveración:  desde  el 
cura  mejicano  Hidalgo,  caudillo  famoso,  que  al  frente  de  las  muche- 
dumbres armadas,  y  llevando  como  insignia  de  guerra  una  imagen 
de  Guadalupe  fijada  al  extremo  de  una  pica,  se  lanzó  ardoroso  á  la 
pelea,  hasta  el  chileno  Camilo  Henríquez,  fundador  de  periódicos  y 
secretario  ilustre  de  la  Convención  de  1822;  desde  Fray  Antonio  Bau- 
za, capellán  del  Ejército  Libertador,  y  el  padre  Beltrán,  ingeniero  zapa- 
dor del  mismo,  hasta  el  padre  Valentín  Gómez,  que,  sable  en  mano, 
asistió  á  la  batalla  de  las  Piedras,  mereciendo  por  su  conducta  ser 
citado  en  el  parte  oficial.  Y,  como  ellos.  Fray  Mariano  José  Arce, 
del  convento  de  San  Pedro  de  Lima,  célebre  por  haber  seducido  al 
batallón  Numancia  y  hécholo  abrazar  la  causa  de  la  revolución,  con 
motivo  de  lo  cual  pudo  decir  de  él  el  Protector  «que  había  dado 
un  día  de  gloria  al  continente»;  el  franciscano  Bazabucliiascúa,  pa- 
triota chileno  del  año  1813;  el  mercedario  Antonio  de  los  Heros  y 
hasta  el  mismo  Aldao,  que  en  hora  triste  ahogára  en  impiedad  y  en 
sangre  estéril  sus  sagrados  votos!  

Fray  Cayetano  Rodríguez  no  convirtió,  como  alguno  de  ellos,  su 
brazo  en  fuerza  que  ejecuta,  sino  en  fuerza  que  dirige.  Esgrimió  la 
pluma  y  llegó  á  ser  no  solo  miembro  conspicuo  de  la  Asamblea  Ge- 
neral Constituyente  sino  redactor  de  sus  sesiones.  Otros  escritos  su- 
yos vieron  la  luz  en  la  misma  época.  El  autor  de  este  estudio  los 
da  á  conocer  suscintamente,  ilustrándolos  por  lo  general  con  algún 
comentario  propio,  oportuno  y  eficiente. 


—  VIII  — 


La  redacción  del  acta  de  la  Independencia  Argentina  marca  el 
cénit  en  la  actuación  política  de  Fray  Cayetano  Rodi-iguez.  El  ocaso 
se  aproxima.  Sentimos  al  través  de  las  páginas  del  libro  las  ansie- 
dades patrióticas  que  afligieron  el  espíritu  de  su  héroe  durante  el  pe- 
ríodo de  turbulencia  anárquica  que  siguió  á  la  disolución  del  Congre- 
so. Se  reproducen  en  este  punto  de  la  obra  algunas  cartas  por 
medio  de  las  cuales  el  virtuoso  patriota  de  la  independencia  fustiga 
con  frases  duras  y  enérgicas — que  ponen  de  relieve  la  originalidad  de 
su  estilo — álos  que  considera  culpables  de  tal  estado  de  cosas.  Hay 
algo  de  la  indignación  bíblica  ante  los  mei'caderes  profanadores  del 
templo  en  esa  fustigación  aii-ada!  «¡Mi  alma  está  negra  como  un 
carbón — exclama  Fray  C,  Rodríguez — y  maldigo  como  Job  el  mo- 
mento en  que  vine  al  mundo  para  ver  tanta  ignominia!» 

•X  * 

Luego  entra  á  actuar  el  sacerdote  defensor  de  su  credo  religioso 
y  de  los  derechos  amenazados  por  la  Reforma.  El  autor  del  libro 
echa  mano,  en  este  capitulo,  de  sus  mejores  recursos  de  historiador  y 
discípulo  de  San  Francisco,  para  ensalzar  la  obra  de  F'ray  Cayetano 
en  tal  ocasión.  Narra  los  ataques  de  que  éste  fué  víctima  y  pone  de 
manifiesto  la  entereza,  el  brío  con  que  paró  y  devolvió  los  golpes 
que  se  le  dirigían.  El  Oficial  de  Día  era  la  tribuna  desde  la  cual  el 
adalid  católico  se  batía  con  sus  enemigos,  atrincherados,  por  su  par- 
te, tras  de  las  temibles  torres  de  El  Centinela.  Es  interesante  la  his- 
toria de  esta  lucha  periodística  que  tuvo  su  auge  en  el  momento  de 
la  incorporación  del  Padre  Castañeda  á  las  filas  de  su  cofrade.  Los 
rasgos  más  salientes  de  este  otro  batallador  de  la  pluma,  están  tra- 
zados con  mano  diestra.  Hay  vigor  y  sobriedad  de  toque  en  el 
vUbujo. 

Todo  lo  cual  da  ocasión  al  joven  y  ya  distinguido  escritor  para  in- 
vestigar por  su  cuenta  las  causas  de  la  Reforma  Eclesiástica  en  Bue- 
nos Aires,  recordar  á  sus  hombres  y  hacer  su  historia.  Realiza  este 
plán,  fundando  en  breves  argumentos  su  opinión,  tendente  á  negar 
autoridad  á  un  poder  que  reputa  «ajeno  de  jurisdicción  en  la  mate- 
ria». Desde  sus  puntos  de  vista,  no  podía  el  doctrinario  ferviente 
discurrir  de  otro  modo.  Hay  lógica,  pues:  hay  consecuencia,  hay 
honradez  y  hay  unidad  de  espíritu  en  la  actitud  absoluta  y  decidida 
que  asume  en  eata  parte  de  su  obra. 

* 

Un  libro  sano,  en  suma;  noble  y  saludable  por  la  tendencia,  co- 


—  IX  — 


mo  lo  he  dicho  ya:  libro  de  justicia,  y,  en  mucha  parto,  de  póstuma 
reivindicación  de  merecimientos  ante  la  posteridad  que  opina  sobre 
los  hombres  por  el  juicio  que  de  ellos  emite  la  historia;  obra  de 
doctrina  y  de  fé,  míis  que  de  discusión  y  de  análisis;  de  información 
expositiva  y  metódica,  más  que  de  demostración  sintética  ó  razona- 
da. iUn  rayo  de  luz  que  iluminará  desde  hoy  en  lo  futuro,  con  sua- 
ve y  perdurable  resplandor,  el  busto  del  ilustre  franciscano,  manto- 
nido  hasta  ayer  en  la  penunbra!  

Los  diversos  documentos  de  que  se  ha  valido  el  autor  para  es- 
cribir su  apología,  son  de  fuente  pura  y  están  utilizados  con  rigor  y 
discernimiento.  El  libro,  como  ha  podido  juzgarse,  presenta  un  cua- 
dro completo  de  la  vida  de  Fray  Cayetano  José  Rodríguez.  La  na- 
rración de  los  hechos  no  está  cortada  con  inoportunas  6  inútiles  dis- 
gresioncs:  hay  sobriedad  en  el  lenguaje,  correcto  y  fácil;  inspirado, 
muy  amenudo;  elegante  casi  siempre;  sin  rebuscamientos  ni  énfasis; 
lo  cual  contribuye  á  que  el  libro  se  lea  con  agrado,  sin  fatiga  alguna 
desde  el  principio  hasta  el  fin.  Tiene  páginas  elocuentes  en  las  cua- 
les el  tono  del  panegirista  se  eleva  y  ennoblece;  pero  sin  llegar  jamás 
á  esos  desordenados  arrebatos  ditirámbicos  que  suelen  abundar  en  la 
mayor  parte  de  los  escritos  apologéticos  de  la  índole  del  que  analizo. 

Leed,  pues,  este  libro.  Hallaréis  en  él  deleite  á  la  par  que 
enseñanza,  y  un  hermoso  ejemplo  que  imitar,  ejemplo  de  todas  las 
virtudes  del  entendimiento  y  del  corazón  puestas  al  servicio  del  bien 
espiritual  y  de  la  gran  causa  de  la  libertad  común  denti-o  de  ese 
mismo  bien! 

Las  palabras  con  que  el  R.  P.  Otero  concluye  su  epílogo,  podrían 
servir  de  preciosa  leyenda  al  pedestal  de  la  estátua  del  Padre  Rodrí- 
guez.   Dicen  así: 

«Vivió  como  los  buenos,  y  al  desaparecer  del  escenario  de  la 
vida,  la  patria  lloró  su  ausencia  y  la  religión  bendijo  su  memoria». 

Buenos  Aires,  28  de  Julio  de  1899. 


ALBERTO  DEL  SOLAR 


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PRÓLOGO 


Con  la  publicación  del  presente  libro  creemos  llenar  un  vacío  en 
las  páginas  de  nuestra  historia  nacional. 

No  se  podrá  completar  el  estudio  de  la  emancipación  argentina 
sin  estudiar  los  hombres  en  cuyo  cerebro  germinó  la  idea  redentora; 
y  abrigamos  la  convicción  profunda  de  que  Fray  Cayetano  José  Ro- 
dríguez con  sus  principios  saludables  fué  uno  de  los  actores  más  efi- 
cientes en  el  movimiento  revolucionario  de  Mayo  de  1810. 

Los  últimos  doce  años  de  su  preciosa  existencia  consagrólos  por 
entero  al  ejercicio  constante  de  las  virtudes  cívicas,  y  en  sus  actos 
públicos  corno  en  sus  acciones  privadas,  el  ideal  del  engrandecimien- 
to patrio  fué  el  ideal  de  su  preocupación  y  el  motivo  de  sus  plegarias. 

Pocos  sacerdotes  habrá,  entre  los  muchos  que  secundaron  la  lu- 
cha emancipadora  en  América,  que  hayan  contado  con  un  caudal  de 
conocimientos  tan  rico  y  tan  variado  como  el  suyo,  y  ninguno  que 
le  supere  en  la  sinceridad  de  sus  intenciones  y  en  la  pureza  de  sus 
anhelos. 

En  medio  de  tantas  y  tan  ardientes  pasiones,  como  el  estallido 
de  la  Revolución  encendiera  entre  nosotros,  jamás  se  notó  un  desbor- 
de en  su  patriotismo  ni  el  más  mínimo  desliz  en  sus  sentimientos 
republicanos. 

Seria,  pues,  una  ingratitud  incalificable  no  exhumar  del  olvido 
tan  ilustre  personalidad  y  dejar  de  presentarlo  á  la  admiración  de  sus 
compatriotas  con  todo  el  esplendor  de  su  grandeza  cívica. 

A  este  fin  tiende  el  estudio  biográfico  que  se  registra  en  este 
libro,  y  que  por  vez  primera — salvo  algunas  modificaciones  de  deta- 
lle— viera  la  luz  pública  en  las  páginas  de  la  Revista  hacional.  (1) 

Para  escribirlo  hemos  consultado  con  escrupulosidad  todas  aque- 
llas fuentes  que  podían  servirnos  de  ilustración  en  la  materia;  y  por 

(1)  Desde  la  entrega  del  mea  de  Noviembre  del  97  á  la  entrega  de  Noviembre  del 
98  inclualve. 


más  de  una  vez,  con  gran  sentimiento,  hemos  tenido  qne  lamentar  la 
incuria  do  sus  contemporáneos  para  con  las  producciones  de  su  genio 
y  los  documentos  de  su  vida. 

A  él  adjuntamos  algunas  de  sus  composiciones  poéticas,  selec- 
cionadas de  entre  las  varias  que  hemos  encontrado  en  nuestras 
consultas  á  los  archivos  y  bibliotecas;  tres  piezas  oratorias  de  indis- 
cutible mérito,  y  sus  cartas  históricas  al  obispo  Molina  sobre  los 
principales  acontecimientos  que  se  desarrollaron  durante  el  periodo 
transcurrido  desde  la  Asamblea  electoral  del  año  doce  hasta  las  luchas 
anárquicas  del  año  veinte. 

No  será  esto,  por  cierto,  lo  único  que  haya  producido  su  talento 
fecundo  y  su  imaginación  ardiente,  cuando  fueron  tantas  las  circuns- 
tancias que  ofrecieron  á  su  ilustración  ancho  campo  donde  desarro- 
llarse y  expandirse;  pero  es  lo  único  que,  poj-  suerte,  ha  resistido  á  la 
vorágine  destructora  que  durante  largos  años  de  luchas  fratricidas, 
obligó  á  nuestros  mejores  talentos  á  trocar  la  pluma  por  la  espada 
y  el  silencio  do  los  gabinetes  por  el  vivac  de  los  campamentos. 

Quede,  pues,  este  libro  que  hoy  presentamos  al  público,  como 
la  primera  piedra  que  servirá  de  base  á  la  reconstrucción  histórica 
de  tantas  personalidades  ilustres  que  anhelamos  cuanto  antes  bosque- 
jar, siquiera  sea  en  sus  cualidades  más  salientes,  y  que  hermanadas 
con  la  de  Fray  Cayetano  Rodríguez  por  la  comunión  de  ideas  y  sen- 
timientos, saludaron,  con  todo  el  entusiasmo  de  sus  corazones  gene- 
rosos, la  aurora  de  la  libertad  en  la  América. 

Fray  PACÍFICO  OTERO. 
Convento  de  San  Franciacc— Bnenoa  Aires,  25  de  Mayo  de  1899. 


CAPÍTULO  I 

Proemio. — La  villa  de  San  Pedro.— Su  origen. —  Sus  fundadores. — La 
cultura  intelectual  á  fin  del  siglo  décimo  octavo. — La  familia  Ro- 
dríguez.— El  joven  Cayetano. — Su  ingreso  á  la  orden  franciscana. 
-  Los  primeros  años  de  claustro. — Su  ordenación  sacerdotal.— Celo 
en  el  de-sempeño  de  su  ministerio.— Nuestro  propósito. 

Me  propongo  estudiar  la  vida  de  este  distinguido  religioso,  «que 
envuelto  en  las  primeras  corrientes  del  movimiento  de  Mayo,  dió  á  su 
pais  el  contingente  de  sus  luces  y  el  entusiasmo  de  sus  nobles  aspira- 
ciones», dejando,  al  desaparecer  de  entre  los  vivos,  estela  luminosa  de 
su  labor  fecunda  é  imperecedera  memoria  de  su  hermoso  talento. 

Amante  de  su  patria,  hasta  rendirle  culto,  entreabrió  su  cerebro 
para  dar  salida  al  torrente  de  purísimos  ideales  con  que  se  sintió  ins- 
pirado, cuando,  tras  la  sombra  del  coloniaje,  vió  surgir  la  aurora  de 
la  libertad  americana,  tantas  veces  anhelada  por  su  alma  y  anuncia- 
da por  sus  labios  con  la  certera  clarovidencia  de  un  profeta. 

Cultivador  del  arte  y  amigo  de  las  musas,  remontóse  con  su 
ingenio  k  la  estancia  donde  moran  las  deidades  del  Parnaso,  para 
cantar  desde  las  faldas  de  la  celebrada  montaña,  al  compás  de  su 
lira,  los  triunfos  de  los  patriotas,  alcanzados  entre  el  humo  y  los  fra- 
gores del  combato. 

Espíritu  devoto,  su  corazón  fué  un  templo  donde  el  Dios  de  la 
gloria  descendiera  para  deri'amar  el  maná  de  su  cariño  celeste,  á  fin 
de  dignificarlo  después  con  el  premio  eternal  de  las  alturas. 

Ciertamente  que  la  vida  de  este  personaje  americano  merecería 
ser  escrita  por  un  artista  de  la  palabra  y  de  la  idea,  pues  encuéntrase 
en  ella  al  sacerdote  con  la  aureola  de  la  santidad,  y  al  ciudadano 
con  el  nimbo  de  la  virtud,  actuando  en  medio  de  una  lucha  de  rege- 
neración y  de  progreso,  siendo  uno  de  los  campeones  más  decididos 


de  la  sublime  inspiración  que  arrastró  á  las  fatigas  de  la  lid  á 
los  pati-icios  del  X!  Empero,  no  presentándose  hasta  hoy  quien 
asuma  tarea  semejante,  y  deseoso  de  que  la  acción  de  fray  Cayetano 
sea  bien  conocida  de  la  posteridad,  delinearé  siquiera  aquellos  rasgos 
más  salientes  de  su  fisonomía  moral,  que  lo  han  hecho  de  simpático 
renombre  en  nuestra  historia. 

* 
*  * 

A  la  altura  de  ciento  setenta  y  cinco  kilómetros  hacia  el  norte 
de  esta  capital  federal,  frente  al  vértice  del  triángulo  isósceles,  que  es 
la  configuración  topográfica  del  delta  del  Paraná,  y  sobre  la  margen 
derecha  de  aquel  rio  magestuoso,  se  levanta  una  población  de  origen 
colonial,  denominada  «Rincón  de  San  Pedro»,  acaso  por  contribuir  á 
llamarla  tal,  su  misma  posición  geogr>fica,  y  por  haber  sido  San  Pe- 
dro Regalado  el  titular  del  primero  y  único  convento  de  religiosos 
franciscanos  que  se  estableciera  en  dicho  pueblo. 

Investigando  la  época  de  su  fundación,  las  circunstancias  que  la 
motivaron,  como  igualmente  quiénes  fueron  sus  verdaderos  fundado- 
res, vemos,  según  los  documentos  consultados,  que  data  aquélla  des- 
de mediados  del  siglo  diez  y  ocho,  pues  el  franciscano  Fr.  Juan  Noble 
Carrillo,  en  un  sermón  que  sobre  la  Virgen  del  Socorro  predicara  en 
el  convento  de  la  Recolección  de  San  Pedro  el  año  1811,  y  que  ma- 
nuscrito se  conserva  en  el  archivo  de  nuestro  cronista  de  Provincia, 
haciendo  referencia  á  la  tundación  del  pueblo,  dice  asi:  «Casi  todos 
sabéis  que  este  rincón  de  San  Pedro  era,  62  años  antes,  un  campo 
desierto,  y  que  el  Dr.  D.  Francisco  Goycoechea,  cura  del  Baradero, 
suplicó  al  Sr.  Fernando  Sexto  quo  diese  permiso  para  fundar  aquí 
ese  convento,  cuyos  religiosos,  al  par  que  lograran  servir  á  Dios  en 
toda  soledad  y  silencio,  aprovechasen  á  los  fieles  que  vivían  esparci- 
dos por  el  Salto,  Arrecifes,  Rojas,  Pergamino  y  las  Hermanas  (1). 
Concediólo  el  monarca,  y  el  año  1750  se  dió  principio  á  la  fundación 
(2).  Con  tal  motivo  y  al  abrigo  del  convento  se  fué  estableciendo 
aqui  uno  ú  otro  pobre,  y  comenzó  á  formarse  esto  pueblo». 

De  donde  podemos  deducir — primero:  que  su  fundación  data  des- 
de la  misma  época  de  la  del  convento,  es  decir,  desde  1750— segun- 
do: que  las  circunstancias  que  mediaron  para  que  este  pueblo  se  for- 


mase,  fueron  en  fundarse  en  llanuras  tan  desoladas,  un  templo,  donde 
el  creyente  pudiera  rendir  homenaje  á  su  Dios,  y  un  hospicio  de 
evangélica  pobreza  que  albergase  en  su  recinto  al  apóstol  abnegado 
de  la  fé,  y  tercero — que  si  el  Dr.  Goycoochea  aparece  como  promotor 
de  la  fundación  del  convento  franciscano,  su  participación  en  la  del 
pueblo  es  meramente  remota,  debiendo  asignarse  como  genuinos  fun- 
dadores, á  los  humildes  hijos  del  Serafin  de  Asís,  que  sacrificaron  los 
mejores  dias  de  su  existencia  para  convertir  á  ley  de  Cristo  á  milla- 
res de  salvajes  exparcidos  en  tribus  numerosas  por  las  pampas  ar- 
gentinas, recibiendo  más  tarde,  como  premio  á  su  heroica  virtud  y 
sacrificios,  la  proscripción  de  la  reforma  

Ya  están,  pues,  arrojados  los  fundamentos  de  un  humilde  pueblo 
que  crece  y  se  desarrolla  paulatinamente,  agrupado  junto  á  los  mu- 
ros de  un  convento  de  donde  naco  la  luz  que  lo  ilumina,  y  la  voz  del 
pastor  que  lo  conduce.  Por  eso  es  que,  cuando  la  palabra  convenci- 
da de  Belgrano  se  lamentaba  con  acento  lastimero,  en  aquella  céle- 
bre memoria  leída  en  la  sesión  que  celebró  la  junta  de  gobierno  el 
15  de  Junio  de  1796,  diciendo  textualmente  (y  en  esto  aludía  al 
abandono  en  que  se  encontraban  los  habitantes  de  la  campaña);  «Esos 
miserables  ranchos  donde  se  ven  multitud  de  criaturas,  que  llegan  á 
la  edad  de  la  pubertad  sin  haberse  ejercitado  en  otra  cosa  que  en  la 
ociosidad,  deben  ser  atendidas  hasta  el  último  punto»  (3),  ya  en  San 
Pedro,  felizmenté,  los  religiosos  franciscanos  tenían  establecidas  au- 
las modestas,  donde  el  niño  aprendía  los  rudimentos  del  saber  y  las 
obligaciones  que  en  la  vida  práctica  del  hombre  los  ligarían  con  Dios 
y  con  la  sociedad. 

Este  es  el  primer  establecimiento  de  educación  que  aparece  en 
el  pueblo  de  San  Pedro,  durante  el  largo  período  de  su  existencia 
colonial,  juntamente  con  una  cátedra  de  latín  y  de  retórica,  creada 
en  el  mismo  convento  por  disposición  definitorial  el  año  de  1805,  y 
que  siguió  funcionando  hasta  que  en  1822  se  hizo  efectiva  la  ley  ge- 
neral de  la  reforma  (4). 

Luego  por  otra  ley  de  27  de  Febrero  de  1823,  el  gobierno  qu*^ 
integraba  el  señor  Rivadavia  decretó  que  el  convento  de  San  Pedro 
quedase  destinado  á  hospicio  de  educación,  para  instruir  en  las  pri- 
meras letras  á  los  niños  de  los  pueblos  y  territorios  de  la  campaña. 
¡Como  si  los  que  hasta  entonces  habían  sido  sus  pacíficos  moradores. 


no  hubiesen  cumplido  con  la  sagrada  misión  del  operario  evangélico, 
encargado  de  difundir  entre  sus  pobladores  los  sanos  principios  de  la 
civilización  y  del  orden! 

Me  he  detenido  en  los  antecedentes  sobre  el  origen  de  la  villa 
de  San  Pedro  y  su  cultura  intelectual  en  la  época  del  coloniaje,  por- 
que al  estudiar  la  vida  de  un  hombre,  cumple  también  revistar  el 
teatro  donde  actuó  en  los  primeros  años  de  su  adolescencia,  máxime 
cuando  con  dicho  examen  se  pueden  aclarar  en  parte,  dificultades 
que  por  falta  de  documentos  fehacientes,  aun  no  es  posible  resolver 
completamente. 

Entrando  ahora  á  investigar  quienes  fueron  los  antecesores  de 
nuestro  protagonista,  consta,  según  el  libro  de  Recepciones  de  Novi- 
cios, que  ellos  fueron  D.  Antonio  Rodríguez,  andaluz,  natural  del 
puerto  de  Santa  María  y  D*.  Rafaela  Suárez,  hija  de  Buenos  Aires. 

El  padre  fray  José  Parras,  en  el  Diario  de  sus  viajes,  cuando,  de 
paso  por  Santa  Fé  en  Noviembre  de  1749  (5),  se  detuvo  en  el  pueblo 
de  San  Pedro,  hace  mención  de  haber  morado  por  el  espacio  de  vein- 
te días  en  la  estancia  de  D.  Antonio  Rodríguez,  distante  cuatro  le- 
guas del  convento,  y  en  la  cual  había  todas  las  providencias  necesa- 
rias para  vivir  cómodamente  y  una  capilla  donde  celebrar  la  santa 
misa. 

La  circunstancia,  pues,  de  tener  el  referido  el  mismo  nombre  y 
apellido  que  el  primero,  y  de  estar  ambos  adornados  con  las  mis- 
mas prendas  de  moralidad,  hacen  presumir  con  visos  de  certidumbre, 
que  no  sean  dos  individuos  distintos  sino  uno,  y  éste  el  padre  de 
fray  Cayetano  J.  Rodríguez. 

La  fecha  así  como  el  motivo  (juc  los  impulsó  íi  radicarse  en  di- 
cho paraje,  nos  son  desconocidos,  apesar  de  nuestras  prolija»  inves- 
tigaciones al  respecto. 

En  eso  pueblo  se  encontraban  los  referidos  padres  cuando  en  el 
año  1701  tuvieron  como  fruto  de  su  unión  al  niño  Cayetano^  que 
alentado  con  el  ejemplo  de  los  autores  do  su  vida,  era  en  el  seno  de 
los  suyos  un  dechado  de  rehgiosidad  y  de  prudencia.  «En  aquella 
edad — dice  el  panegirista  de  sus  pompas  fúnebres — en  que  el  corazón 
del  joven  es  un  azogue  que  no  puede  fijarse  y  es  capaz  de  vender 


por  nn  confite  su  primogenitura,  ya  penetra  Rodríguez  en  el  santua- 
rio del  Infinito  y  del  Eterno;  huye  de  las  conversaciones  que  corrom- 
pen, de  lap  diversiones  que  distraen.  La  asistencia  al  templo  y  ejer- 
cicios de  piedad  son  la  diversión  que  dilata  su  espíritu»  (6). 

Así  describe  la  conducta  observada  por  el  joven  Rodríguez  en 
sus  primeros  años,  el  famoso  maestro  de  la  elocuencia  americana. 
Lástima  grande  que  no  hayan  llegado  hastfl.  nosotros  aquellas  noti- 
cias que  nos  podían  dar  á  conocer  las  múltiples  alternativas  por  que 
atravesó  antes  de  abandonar  el  mundo,  para  ocultarse  en  el  claustro. 
A  esto  debemos  agregar  la  ignorancia  de  la  instrucción  primaria  que 
recibió  en  los  días  de  la  pubertad.  Sin  embargo,  el  nacer  en  un 
lugar  sin  otro  centro  de  ilustración  que  pudiera  cultivar  el  cam- 
po del  entendimiento,  que  el  convento  franciscano  de  la  Recolec- 
ción de  San  Pedro,  como  ya  queda  demostrado,  permite  congeturar 
que  á  él  dirigiera  sus  pasos  en  los  días  de  su  niñez,  á  fin  de  iniciarse 
en  la  carrera  de  las  letras,  el  quo  más  tarde  seria  orgullo  de  la  lite- 
ratura nacional  (7). 

Igualmente  ignoramos  la  fecha  en  que  bajó  á  la  capital  del  Vi- 
rreinato, para  ingresar  en  la  orden  franciscana;  solo  sabemos  que  el 
día  12  de  Enero  de  1777,  á  la  edad  de  diez  y  seis  años,  en  la  referida 
capital  tomó  el  hábito  de  novicio  de  manos  del  padre  predicador 
general,  fray  Antonio  Oliben,  por  delegación  del  presidente  del  con- 
vento, fray  Nicolás  Palacios,  y  que  su  profesión  religiosa  efectuóla  el 
dia  13  de  Enero  de  1778  en  manos  del  R.  P.  Lector  de  Vísperas,  fray 
Gregorio  González,  comisionado  al  efecto  por  el  guardián  del  con- 
vento, fray  José  Tomás  Ramírez. 

*  * 

En  esa  época,  en  que  alejado  del  mundo  y  libre  de  los  negocios 
temporalea,  había  cultivado  con  esmero  su  inteligencia,  nutriendo  su 
corazón  con  la  frecuente  lectura  de  un  libro  inspirado  (8),  en  cuyas 
páginas  el  alma  candorosa  del  seráfico  Dr.  San  Buenaventura  trazó 
el  plan  de  vida  que  deben  seguir  los  moradores  del  claustro — las 
dotes  excepcionales  de  su  talento  le  granjearon  la  estimación  de  sus 
prelados  y  maestros,  é  hicieron  que  pisara  las  gradas  del  altar  antes 
de  cumplir  la  edad  prefijada  por  los  cánones,  siendo  ordenado  sacer- 
dote á  los  22  años  y  meses,  por  S.  S.  Iltma.  el  Dr.  D.  José  Antonio 

2 


de  San  Alberto,  aquel  famoso  obispo  de  la  ciudad  de  Córdoba,  más 
tarde  arzobispo  de  la  Plata. 

Desde  entonces  cambia  por  completo  el  escenario  en  que  actúa. 
Mini.stro  de  Jesucristo,  tiene  delante  de  si  á  su  grey,  encomendada  al 
celo  y  vigilancia  de  dirigentes  pastores  y  fervorosos  caudillos. 

Caldcado  por  ese  fuego  sacro  que  hace  de  los  hombres,  márti- 
res, el  R.  Rodríguez,  como  abnegado  apóstol  de  la  causa  cristiana, 
desprendido  de  todo  personal  interés  ó  indiVidu.ü  conveniencia,  se 
dedica  con  plena  conciencia  de  la  misión  que  gravita  sobre  si,  al  me- 
jor cumplimiento  de  sus  oficios  diversos. 

Por  el  espacio  de  veinte  años' fué  director  espiritual  de  las  mon- 
jas Catalinas  y  Clarisas,  y  por  el  de  un  lustro  también  soportó  sobre 
sus  hombros  el  peso  de  la  Santa  Casa  de  Ejercicios,  cargo  que,  para 
su  perfecto  cumplimiento,  reclamaba  contracción  asidua  al  confeso- 
nario, tarea  de  prácticas  espirituales  diarias^  y  caritativa  atención  á 
multitud  de  consultas,  acaso  muchas  veces  importunas:  pero  jamás 
alteraron  en  lo  mínimo  la  dulzura  de  su  alma  angelical. 

Nunca  se  le  encontraba  ocioso,  sino  cu  ol  templo,  orando,  ó  ilus- 
trando sus  dotes  intelectuales  en  la  consulta  de  los  inspirados  libro.s, 
ó  bien  amparando  al  moribundo  en  el  supremo  instante  de  la  parti- 
da. ((i.\h! — solía  decir — qué  cuenta  nos  espera  en  no  sacrificarnos  á 
la  asistencia  de  los  enfermos!  ¡Cuántas  veces  una  amorosa  recon- 
vención saca  lágrimas  de  dolor  de  los  mismos  ojos  á  quienes  la  pa- 
sión había  hecho  derramar  lágrimas  delincuentes!!»  (9). 

Conciencias  atribuladas  por  la  magnitud  de  sus  errores,  fueron 
en  variadas  circunstancias  á  buscar  en  este  ilustrado  consejero  del 
espíritu,  el  remedio  de  sus  males  y  la  consolación  de  sus  pesares! 

Por  esos  dias,  escribe  una  galana  pluma  argentina,  los  hombres 
del  país  tenian  menos  confianza  que  hoy  en  los  consejos  de  su  pro- 
pia conciencia,  y  de  aquí  provenía  la  importancia  del  sacerdote  en 
aquella  época.  Él  era  á  la  vez,  médico  del  alma  y  abogado  en  los 
negocios  temporales,  y  sin  poseer  nada,  disponía  de  la  fortuna  de 
todo  el  mundo  (10). 

Palabras  que,  además  de  textificar  el  predominio  moral  ejercido 
por  el  sacerdocio  en  la  conciencia  de  los  individuos,  ponen  de  relieve 
el  poderoso  ascendiente  que  el  P.  Rodríguez  había  adquirido  por  sus 
benéficos  consejos  y  oportunas  amonestaciones,  sobre  aquellos  espí- 
ritus de  quienes  era  su  guía. 

Pero  el  que  era  un  religioso  ejemplar  y  un  sacerdote  eminente, 
formado,  según  el  espíritu  de  Cristo,  en  la  humildad,  en  la  abnega- 


ción  y  en  el  sacrificio,  no  podía  dejar  de  ser  uti  fiel  y  esclarecido 
ciudadano,  como  en  electo  lo  fué,  poniendo  al  servicio  de  la  causa 
más  noble,  cual  era  la  independencia  de  su  patria,  las  dotes  con  que 
lo  adornara  el  Cielo,  para  brillar  como  maestro  en  la  cátedra,  como 
orador  en  el  pulpito  y  como  distinguido  polemista  en  las  columnas 
de  la  prensa,  sin  dejar  por  esto  de  templar  su  lira  para  arrancar  á 
sus  vibrantes  cuerdas  el  aplauso  de  niiestras  hazañas. 

Con  relación  á  cada  una  de  estas  cualidades,  nos  proponemos 
estudiarlo  en  el  curso  de  este  ensayo. 


Notas  del  Capítulo  I 


(1)  Según  el  P.  José  Parras,  las  Hermanan  era  un  paraje  distan- 
te de  San  Pedro,  como  doce  leguas  hacia  el  norte,  el  cual,  junta- 
mente con  San  Pedro,  la  Guardia  dol  Salto,  Arrecifes,  Rojas  y  el 
Pergamino,  estaban  comprendidos  en  el  curato  del  Baradero,  dividi- 
do más  tarde  por  el  Ilustrisinio  Señor,  fray  Sebastián  Malvar  y  Pin- 
to, en  cuatro  curatos  distintos:  Baradero,  San  Pedro,  Arrecifes  y  Per- 
gamino. 

(2)  Reza  el  documento  citado  que  el  doctor  Goycoechea  no  cum- 
plió religiosamente  con  las  promesas  hechas  á  los  religiosos  y  al 
monarca,  de  contribuir  con  diez  mil  pesos  y  proveer  á  la  iglesia  de 
retablos  y  demás  enseres  necesarios,  debido  á  los  cuales  el  soberano 
había  dado  su  permiso  para  la  fundación  del  convento,  como  se  de- 
duce de  la  Real  Cédula,  en  la  que  se  lee  que  concedía  la  fundación 
por  no  seguirse  gravamen  á  los  vasallos.  Motivo  por  el  cual  los  re- 
ligiosos— faltos  como  estaban  por  una  parte  de  la  prometida  y  no 
realizada  protección  del  Dr.  Goycoechea,  y  por  otra  imposibilitados 
por  el  permiso  del  Rey  para  solicitar  socorros  entre  el  gremio  de  sus 
vasallos — se  vieron  en  la  precisión,  ó  de  desistir  de  sus  propósitos,  ó 
de  mandar  al  Perú,  como  efectivamente  se  hizo,  al  hermano  fray 
Alonso  del  Pozo,  el  cual,  debido  á  la  generosidad  de  un  distinguido 
caballero  de  la  villa  de  Oruro,  logró  traer  consigo  la  Virgen  del  So- 
corro, que  está  actualmente  en  el  altar  mayor  de  la  iglesia  parroquial 
de  San  Pedro,  infinidad  de  alhajas  y  copiosa  limosna  de  plata  acuña- 
da, con  la  que  se  pudo  llevar  adelante  la  fábrica  comenzada. 

(3)  Mitre. — Historia  de  Belgrano  y  de  la  Independencia  Argen- 
tina. 

(4)  Para  establecer  estas  afirmaciones  hemos  consultado  los  li- 
bros capitulares  de  la  Provincia  franciscana  del  Rio  de  la  Plata. 

(5)  Aunque  en  dicho  Diario  el  P.  Parras  habla  de  la  existencia 
del  convento  franciscano  en  el  Rincón  de  San  Pedro  ya  en  los  años 
de  1749,  ello  no  contradice  en  nada  la  fecha  que  nosotros  asignamos 
á  la  fundación  del  convento,  que  lo  es  en  17.50.  según  el  testimonio 
del  P.  Carrillo.  El  P.  Parras  alude,  pues,  no  á  la  fábrica  formal  del 
convento,  recién  iniciada,  sino  á  los  ranchos  de  paja  donde  entonces 
moraban  los  religiosos.  (Revista  de  la  Biblioteca  Pública  de  Buenos 
Akes,  tomo  4°). 


—  12  — 


(6)  Oración  Fúnebre  del  M.  R.  P.  fray  Cayetano  José  Rodríguez, 
por  el  M.  R.  P.  Fr.  Pantaleón  García. 

(7)  Como  testimenio  que  favorece  nuestra  congetura,  es  de  opor- 
tunidad citar  las  siguientes  palabras  del  Dr.  Juan  María  Gutiérrez, 
ol  más  distinguido  admirador  de  este  religioso  esclarecido.  «Sin 
duda  le  llevó  al  claustro  la  influencia  de  su  primera  educación,  que 
pudo  muy  bien  haber  recibido  en  el  convento  de  la  Recolección  fran- 
ciscana que  existía  por  aquel  tiempo  en  el  mencionado  y  pintoresco 
lugar  de  nuestra  provincia».    (Revista  del  Río  de  la  Plata,  tomo  5°). 

(8)  Spemlum  diaciplhue.  Refiriéndose  el  P.  García  al  provecho 
con  que  fray  Cayetano  había  leído  el  mencionado  libro.consigna  que, 
«si  se  hubiera  perdido,  se  encontraría  en  la  conducta  de  este  joven 
religioso».    Oración  cit. 

(9)  Oración  citada. 

(10)  Revista  del  Río  de  la  Plata,  tomo  6°. 


CAPÍTULO  II 

El  cultivo  de  las  letras  durante  el  coloniaje. — El  P.  Rodríguez  y  el  ma- 
gisterio.— Su  amor  á  la  libertad. — Frase  profética. — Protección  á 
Moreno.  —  El  apóstol  de  Mayo  discípulo  de  Fray  Cayetano. — Sus 
producciones  oratorias. — El  sermón  do  la  Natividad  do  la  Virgen. 
— El  panegírico  de  los  dos  Patriarcas. — El  Elogio  Fúnebre  de  Bel- 
grano.— Orador  y  poeta. 

Uno  de  nuestros  publicistas,  á  quien  la  patria  es  deudora  de 
eterna  gratitud  maternal,  dice  al  escribir  la  biografía  del  ilustre  Ri- 
vadavia:  «Es  un  error  imaginarse  que  el  pensamiento  argentino 
durmió  profundamento  y  no  latió  en  ninguna  de  sus  arterias,  duran- 
te  la  sombría  existencia  de  la  colonia»  (1).  Y  en  verdad  que  era  jus- 
ta su  afirmación,  si  al  dirigir  la  mirada  al  tiempo  del  coloniaje,  veia 
levantarse  ante  su  vista  figuras  de  caracteres  tan  salientes  como  la 
del  insigne  estadista  y  la  del  benemérito  religioso  Cayetano  Rodrí- 
guez, que,  cual  muchos  otros  personajes  de  su  época,  fueron  rayos 
de  luz  en  el  génesis  de  nuestra  vida  nacional. 

El  P.  Rodríguez  se  inició  en  la  carrera  de  la  enseñanza  después 
do  cultivar  con  esmero  sus  prendas  intelectuales  en  el  estudio  de  las 
ciencias  sagradas  y  i>rofanas. 

Las  tendencias  progresistas  de  su  alma  lo  llevaron  desde  muy 
temprano  al  magisterio,  y  por  eso  apenas  ordenado  de  s;icerdote,  lo 
vemos  en  la  Universidad  de  Córdoba,  entonces  bajo  el  Rectorado 
IVanciscano,  dictando  las  cátedras  do  filosofía  y  teología,  durante  los 
años  trascurridos  desde  1781  á  1790,  y  más  tarde  en  el  convento  de 
su  Orden,  en  Buenos  Aires,  al  frente  de  las  mismas  asignaturas,  jun- 
tamente con  las  de  hermenéutica  y  física  (2). 

Sus  lecciones  fueron  siempre  el  fruto  sazonado  de  una  inteli- 
gencia profunda  y  clara,  y  al  recorrer  con  su  mirada  investigadora 
el  vasto  campo  donde  la  teología  desarrolla  sus  dogmas,  la  filosofía 
sus  principios  y  la  física  sus  teorías,  jamás  se  detuvo  como  no  fuera 
para  gustar  de  esas  verdades,  que  son  para  la  inteligencia  del  alumno, 
lo  mismo  que  para  el  entendimiento  del  maestro,  lo  que  la  savia  para 
la  planta  que  brota  y  la  tierra  fecunda  para  la  semilla  que  germina. 


—  14  - 


Se  lamenta  el  mismo  panegirista,  que  formara  sus  entrañas  un 
maestro  que  juraba  <in  Aristóteles;  ¿pero  no  es  su  mayor  gloria,  pre- 
gúntase, el  haber  debido  á  su  genio,  distinguir  la  moneda  falsa  de  la 
verdadera?  (3). 

La  falta  de  escuelas  de  humanidades  y  filosofía  que  se  hiciera 
notar  en  Buenos  Aires,  hasta  que  el  virrey  Vertiz  fundó  el  real  cole- 
gio de  San  Carlos,  llevaba  á  los  amantes  de  las  letras  á  buscar  la 
luz  que  no  les  proporcionaba  el  otro  siglo,  en  los  claustros  de  Fran- 
ciscanos, Mercedarios  y  Dominicos,  donde,  según  el  testimonio  del 
citado  doctor  Gutiérrez,  ae  daban  lecciones  de  aquellas  materias  y  de 
teología,  por  padres  Lectores,  quienes  no  siempre  fueron  tan  sabios 
y  tan  generosos  como  fray  Cayetano  J.  Rodríguez,  que  supo  inspirar 
á  un  tiempo,  en  el  alma  de  sus  discípulos,  el  amor  á  la  ciencia,  el 
respeto  por  la  religión  que  él  hacía  adorable  con  sus  \'irtudes,  y  la 
pasión  por  la  libertad  (4). 

Impulsado  por  ese  amor  á  la  libertad,  solía  exclamar  entre 
aquellos,  en  el  silencio  de  las  aulas — «aún  en  un  tiempo  en  que  era 
un  crimen  sólo  el  pensarlo:» — ¡que  hayamos  nacido  en  un  suelo  en 
que  el  genio  oprimido  pierde  su  vigor!;  |que  han  de  querer  embrute- 
cernos los  de  ultramar!  Los  americanos  son  culpables:  nos  agobia- 
mos bajo  el  yugo  español:  cuánto  tiempo  há  se  nos  viene  á  la  mano 
el  sacudirlo!  Pero  es  necesario  trabajar,  ilustrarnos  é  ilustrar  á  la 
juventud.  No  sé  qué  presagios  advierto  de  libertad,  y  es  necesario  for- 
mar hombres  (5). 

Magníficas  palabras — prorrumpiré  á  mi  vez  con  el  Dr.  Gutiérrez 
— conservadas  por  un  testigo,  tanto  más  notables,  cuanto  que  reso- 
naban en  los  muros  solitarios  de  un  convento  de  franciscanos! 

Este  ¡sagrado  anhelo  de  ilustrar  íi  la  juventud,  y  no  otro,  fué  el 
móvil  que  lo  impulsó  á  franquear  las  puertas  de  la  biblioteca  de  su 
convento  íi  los  genios  superiores,  como  el  doctor  Mariano  Moreno,  de 
quien  fué  su  protector  y  su  maestro,  k  fin  de  proporcionarles  de  es- 
te modo  los  medios  de  adquirir  una  sana  y  sólida  ilustración,  al  par 
que  les  favorecía  en  el  logro  de  una  carrera  honrosa.  Testimonio, 
por  lo  que  mira  al  apóstol  de  Mayo,  es  la  palabra  autorizada  de  su 
hermano,  que  al  escribir  sus  Memorias,  hace  pública  la  prote';ción 
que  el  inohidable  P.  Rodríguez  dispensó  á  aquél,  ya  fuese  como 
maestro,  cultivando  su  entendimiento  con  sabias  enseñanzas,  ya  co- 
mo protector,  facilitándole  relaciones  que  le  fueron  ventajosas  para 
continuar  sus  estudios  en  Chuquisaca. 

* 
*  * 


—  15  — 


De  sus  dotes  oratorias  han  quedado  como  pruebas,  tres  produc-  - 
ciones  geniales,  salvadas  felizmente  del  olvido  en  que  yacen,  acaso, 
algunas  otras,  en  obscuros  rincones  de  archivos  y  bibliotecas,  expues- 
tas &  perderse  para  siempre. 

Ellas,  si  no  nos  revelan  por  completo  á  la  figura  del  omdor— 
pues  á  este  no  lo  forman  sino  el  conjunto  de  diversas  dotes  que  igno- 
ramos si  favorecieron  ó  no  á  nuestro  biografiado — sirven  por  lo  rae- 
nos  para  comprobar  la  elevación  original  de  su  talento  y  demostrar 
que  en  el  arte  del  decir  era  discípulo  de  buena  escuela.  La  primera 
de  estas  producciones,  en  el  orden  de  su  antigüedad,  es  un  sermón  de 
la  Nati\adad  de  la  Virgen,  predicado  el  día  8  de  Septiembre  del  año 
1795,  en  la  iglesia  de  las  Capuchinas  de  esta  capital,  el  cual,  por  la 
elección  de  las  imágenes,  aplicación  oportuna  de  los  textos  y  citas  de 
los  S.  S.  P.  P.,  es  una  pieza  oratoria  de  gusto  bíblico  y  de  corte  clá- 
sico, como  son  por  lo  común  todas  aquellas  que  están  inspiradas  en 
esas  dos  fuentes  de  inagotable  riqueza  literaria:  la  Biblia  y  sus  intér- 
pretes y  expositores,  los  Santos  Padres  (6). 

A  éstas  siguen  el  panegírico  de  los  dos  patriarcas  San  Francisco 
de  Asís  y  Santo  Domingo  de  Guzmán  y  el  elogio  fúnebre  del  bene- 
mérito general  Belgrano,  los  que  examinaremos  brevemente. 

El  panegírico  de  los  dos  patriarca  predicóle  en  la  iglesia  de  su 
comunidad,  el  día  4  de  Octubre  de  1797,  siendo  á  la  sazón  regente 
de  estudios,  catedrático  de  prima  y  por  segunda  vez  Lector  de 
Artes,  y  en  pleno  vigor  de  su  lozanía  intelectual. 

Comienza  su  oración  por  cierta  invectiva,  que  no  es  otra  cosa 
que  un  recuerdo  del  sinnúmero  de  glorias  que  enaltecen  á  las  dos 
religiones,  á  las  cuales  se  dirige,  y  termina  haciendo  ver  que  esa  no- 
bleza de  que  habla  el  mundo,  no  es  más  que  una  voz  hueca,  que  re- 
sonando en  los  oídos,  nada  deja  en  el  corazón;  siendo  sólo  noble  el 
que,  como  los  dos  personajes  cuyo  elogio  teje,  tiene  por  escudo  las 
virtudes,  únicas  que  pueden  dar  entrada  en  el  templo  de  la  gloria. 

En  el  curso  de  ese  panegírico  trata  de  demostrar  cómo  Santo 
Domingo  de  Guzmán  y  San  Francisco  de  Asís  fueron  nobles  ante  los 
ojos  de  Dios,  por  lo  heróico  de  sus  virtudes;  y  ante  los  ojos  del  mun- 
do por  lo  ilustre  de  sus  hechos:  lo  que  logra  admirablemente,  des- 
pués de  poner  en  parangón  la  vida  ejeraplarísima  de  ambos  y  de  ha- 
cer ver  la  bienhechora  inñuencia  que  con  sus  doctrinas  y  sus  obras 
ejercieron  en  la  conciencia  de  los  pueblos. 

Entre  otras  muchas  expresiones  que  enriquecen  su  trabajo,  tiene 
esta  que  reproducimos  con  gusto: 


—  16  ~ 


«Yo  estoy  persuadido — dice — do  que  á  esos  que  reputa  grandes 
la  historia  de  los  tiempos,  les  han  granjeado  este  honor  sus  hazañas, 
sus  servicios,  sus  proezas  heroicas  que  han  quedado  esculpidas,  me- 
nos en  el  corazón  de  los  hombres  que  en  mármoles  ó  en  bronces. 

«Al  sonido  de  estas  voces,  Pompeyo,  Aníbal,  Alejandro,  resalta 
la  idea  de  lo  que  Pompeyo  hizo  en  la  antigua  Roma,  Anibal  en  Car- 
tago,  Alejandro  en  Persia.  Nombres  inmortales,  exclamáis,  que  nos 
recuerdan  la  existencia  de  unos  hombres  que,  haciéndose  superiores 
en  cierto  modo  á  la  humana  naturaleza,  hallaron  el  secreto  de  crear- 
se ellos  mismos  su  nobleza,  siendo  esto,  en  expresión  del  sabio  orador 
romano,  más  difícil  que  heredarla. 

«Así  discurre  el  mundo  de  unos  héroes  que  labraron  su  fortuna, 
su  elevación  y  su  gloria  sobre  las  ruinas  de  sus  semejantes,  y  que 
no  obstante  el  explendor  de  su  mérito,  jamás  hicieron  á  un  hombre 
mejor  ó  más  feliz. — Domingo  y  Francisco.  ¡Ah!  Nombres  inmortales, 
digo  yo,  que  nos  traen  á  la  memoria  unos  hombres  cuyos  heróicos 
liechos,  grabados  en  la  misma  eternidad,  los  hacen  acreedores,  pero 
con  inmensas  ventajas,  al  aplauso,  á  la  admiración,  á  la  gratitud  de 
todo  el  mundo:  unos  hombres  que  se  hicieron  grandes  haciendo  feli- 
ces á  los  demás:  unos  hombres  á  quienes  el  mundo  debe  su  es- 
tabilidad». 

Este  rasgo,  escribe  el  Dr.  M.  Gutiérrez,  si  no  nos  engañamos,  se 
aparta  de  los  caminos  trillados  por  los  predicadores  comunes;  es  una 
consideración  moral  deducida  de  la  filosofía  de  la  historia,  que  nos 
recuerda  las  buenas  y  clásicas  lecturas  que  hicieron  de  su  autor,  uno 
de  los  poetas  y  prosadores  notables  de  los  primeros  tiempos  de 
nuestra  revolución  (7). 

El  Elogio  Fúnebre  de  Belgrano  escribióle  con  ocasión  de  las 
exequias  que  el  pueblo  de  Buenos  Aires,  agradecido,  tributó  un  año 
después  de  su  muerte  y  ruando  ya  se  habían  apagado  los  fuegos  de 
la  anarquía,  al  más  noble  y  sincero  de  sus  caudillos,  que  tuvo  la  glo- 
ria sin  igual  de  crear  y  enarbolar  \>oi-  vez  primera  en  esta  tierra  de 
redención,  el  pabellón  azul  y  blanco  (jue  llevó  triunfante  el  anuncio 
de  la  libertad  hasta  lo.  línea  del  Ecuador  en  la  América. 

Aunque  guiado  sin  duda  de  la  modestia  que  le  fué  sieni]irc  c  :t- 
racteristica,  pretenda  el  P.  Rodríguez  clasificar  de  fsencillu  narracióti 
su  trabajo,  éste  por  si  solo  se  encarga  de  desautorizarlo,  puesto  que 
es  digno  de  figurar  al  lado  de  las  oraciones  del  Águila  de  Meaux. 

Estudiado  desde  su  cuna  al  sepulcro,  Belgrano  es  presentado 
por  su  hábil  ijanegirista  como  el  modelo  de  la  virtud  cívica  y  del  va- 


—  17  — 


loi  intrépido,  que  hicieron  de  fste  abnegado  patricio  la  primera  y 
más  pura  de  nuestras  glorias  nacionales,  motivo  por  el  cual  su  me- 
moria será  imperecedera  y  su  rioinl)re  venerado  de  generación  en  ge- 
neración;— pue^  la  fama,  según  el  P.  Rodríguez,  es  el  olor  que  tras- 
ciende y  ocupa  los  espacios  del  tiempo  y  lleva  hasta  los  confines  miis 
remotos  la  fragancia  de  las  virtudes  que  marcaron  la  vida  de  los  hé- 
roes. Así  es  que  el  curso  de  los  siglos,  que  ha  convertido  en  ruinas 
los  monumentos  más  robustos  del  arte  y  aún  de  la  naturaleza,  no 
ha  podido  aniquilar  la  memoria  de  un  Poción  justo,  de  un  Catón 
austero,  de  un  modesto  Fabricio,  de  un  valiente  Mitrídates;  ni  borra- 
rá de  los  fastos  de  la  América  del  Sud  el  honorable  nombre  del  ge- 
neral Belgrano,  esculpido,  mejor  que  en  pergamino  y  en  bronces,  en 
los  [lechos  de  sus  conciudadanos.  Un  dia  pasará  al  otro  la  palabra; 
un  año  al  que  le  sigue,  y  cuando  las  distantes  generaciones  quieran 
entrar  en  el  conocimiento  de  este  hombre  memorable,  oirán  de  la 
boca  de  sus  mayores  lo  que  del  virtuoso  y  valiente  Eleázaro  se  escu- 
chará eternamente:  (íEt  iste  quidem  vita  decesit,  exemplar  virtutis  et 
fortitudinis  derelinquens)) . 

*  * 

Los  desastros  do  Vilcapugio  y  de  Ayohumn,  que  consternaron, 
pero  no  rindieron,  al  digno  jefe  de  las  rotas  legiones  (porque  verda- 
deramente su  alma  estaba  templada  en  la  fragua  de  todos  los  infortu- 
nios), arrancan  á  la  pluma  del  P.  Rodríguez  períodos  tan  bellos  como 
este:  «¡Ah!  El  hombre  es  tanto  más  grande  en  las  desgracias  cuando  no 
cede  á  su  peso,  cuando  ellas  no  lisonjean  su  recto  amor  á  la  gloria. 

«En  los  héroes  que  se  arrogan  inmerecidamente  este  nombre,  las 
calamidades  extinguen  luego  aquel  fuego,  que  encendido  en  ellos  á 
soplos  de  una  fortuna  próspera,  no  es  el  que  anima  á  las  almas  no- 
bles y  sublimes,  á  las  heroicos  defensores  de  la  patria  en  su  peligro 
y  (jue  les  sirve  de  apoyo  en  sus  mismas  desgracias. 

«El  general  Belgrano  aprendió  en  la  escuela  de  los  infortunios 
públicos  á  endurecer  su  corazón,  hasta  hacerlo  superior  á  las  vicisi- 
tudes de  las  cosas  humanas.  Triunfando,  manifestó  su  valor,  y  ba- 
tido en  el  campo  de  Marte,  aunque  lo  abandonó  la  fortuna,  no  lo 
desarapari)  su  coraz(tn  


«Dueño  siempre  de  si  mismo,  veía  en  sus  contrastes  un  nuevo 
estimulo  á  su  valor,  é  insensible  á  los  golpes  de  la  suerte,  de  ellos 
mismos  hacía  escala  para  mayores  empresas.  Esta  satisfacción  le 
era  sobrada  á  un  jefe  que  apesar  de  sus  gigantes  esfuerzos,  no  tuvo 


—  18  — 


asalariada,  la  victoria,  ni  la  tuvieron  siempre  los  Pompeyos,  Aníbales 
y  Scipiones,  sin  que  por  eso  sus  nombres  dejen  de  leerse  con  admira- 
ción en  las  píiginas  que  enriquecieron  sus  triunfos». 

* 
*  * 

Digno  de  mención  también  lo  es,  aquel  período  en  el  cual,  des- 
pués de  enumerar  las  causas  originarias  de  la  cruzada  libertadora  de 
Mayo,  é  insinuar  la  razón  justificativa  de  ese  acto,  recuerda  la  grave 
responsabilidad  que  asume  desde  entonces  el  pueblo  de  Buenos  Ai- 
res, como  iniciador  que  fué  de  tan  importante  movimiento. 

Dice  abi:  «El  Omnipotente,  por  cuya  voluntad  se  erigen  y  pos- 
tran los  tronos,  se  levantan  y  perecen  los  imperios,  permitió  que 
vacilase  el  cetro  de  los  Borbones,  que  quebrantado  en  Francia,  exten- 
día aún  en  España  su  dominación  á  este  lado  de  los  mares.  Desqui- 
ciados los  elementos  del  poder  y  arrancados  de  su  base  por  la  audaz 
intrepidez  de  un  hombre  solo,  nacido  al  parecer  para  mudar  la  faz 
del  mundo  político  y  fijar  la  atención  del  orbe  entero,  se  precipitaba 
desde  la  cima  de  su  esplendor  y  grandeza,  al  abismo  de  su  abati- 
miento y  exterminio. 

Un  ñujo  y  reñujo  de  desgracias  consiguientes  al  sacudimiento 
espantoso  de  su  máquina,  paralizó  el  ejercicio  de  su  autoridad  en 
esta  parte  integrante  de  su  imperio,  que  él  miró  siempre  como  una 
colonia  destinada  á  sentir  los  golpes  de  su  vara  despótica. 

Nada  había  más  natural  que  el  desprendimiento  de  la  inmensa 
porción  del  mundo  nuevo,  de  una  pequeña  parte  del  antiguo,  en  los 
momentos  en  que  está  empeñada  en  uncir  al  carro  de  su  infortunio, 

los  preciosos  restos  que  le  quedaban  de  libertad  y  de  gloria  

Buenos  Aires  recogió  el  fruto  de  estas  circunstancias  felices  á  la 
América,  y  arrostrando  dificultades  que  no  es  fácil  analizar,  arrojó  de 
sí  un  yugo  que  iba  á  doblar  su  poso  y  su  ignominia. 

Desde  este  acontecimiento,  este  pueblo  es  el  punto  más  impor- 
tante del  globo,  y  el  que  decide  de  las  más  grandes  empresas:  presi- 
de á  la  suerte  de  un  país  como  la  América  Meridional  y  al  destino  de 
unas  hermosas  regiones,  en  cuya  comparación  las  más  florecientes 
comarcas  de  Europa  son  teatro  de  miseria  y  pequeñez». 

Pero  quien  de  esta  manera  hablaba  no  era  sólo  un  orador  de  pa- 
labra persuasiva,  de  racioiinio  seguro  y  justo  aprt3CÍador  de  las  virtu- 
des: había  en  él  una  vena  inagotable  de  poesía,  pero  poesía  dulce  y 
atrayente,  como  quiera  que  su  lira  no  cantaba  sino  las  hazañas  y 
glorias  de  esa  patria  que,  según  su  nítido  lenguaje,  «era  una  nueva 
musa  que  influía  divinamente». 


Notas  del  Capítulo  II 


(1)  Apuntes  biográficos,  por  D.  Juari  M.  Gutiérrez. 

(2)  Existe  en  el  archivo  del  convento  de  San  Francisco  una  obra 
sobre  física,  manuscrita  y  en  lengua  latina,  original  del  P.  Cayetano, 
y  que  lleva  el  siguiente  titulo: 

Secunda  Phicice  Pars,  sen  PJmica  Particularis  Quce  in  rerum  na- 
turalium  contemplaiione  versatur  sen  juxta  recentiorum  placita.  Ela- 
bórala a  P.  Fr.  Cayetano  Jho.  Rodríguez. 

Está  dividida  en  cinco  libros,  de  los  cuales  sólo  se  conservan 
dos.  El  primero  trata:  De  mundo  ac  de  precipnis  mundi  sistematibus. 
El  segundo:  De  cáelo  et  corporibus  ccelestibus.  La  primera  parte  se 
encuentra  en  el  archivo  que  perteneció  al  Dr.  Carranza. 

(8)  Oración  fúnebre,  citada. 

(4)  Revista  de  Buenos  Aires,  tomo  7». 

(5)  Oración  cit. 

(6)  El  original  de  este  sermón  nos  lo  facilitó  el  laborioso  histo- 
riador nacional,  Dr.  D.  Angel  .Justiniano  Carranza,  dias  antes  que  la 
muerte  le  sorprendiera  en  la  ciudad  del  Rosario,  lejos  de  su  hogar  y 
del  corazón  de  sus  amigos. 

(7)  Revista  de  Buenos  Aires,  tomo  2°, 

(8)  Para  satisfacer  la  curiosidad  histórica  transcribo  del  Desper- 
tador, periódico  del  P.  Castañeda,  las  cartas  que  referentes  á  este 
Elogio  se  registran  en  él. 

Señor  Teofilantrópico-  Hacía  ya  mucho  tiempo  que  los  aman- 
tes del  verdadero  mérito  sofocaban  en  silencio  el  sentimiento  de  ver 
como  descuidada  la  memoria  del  muy  ilustre  general  D.  Manuel  Bel- 
grano.  Sus  funerales,  tantas  veces  decretados,  y  que  no  llegaba  el  caso 
de  que  se  realizasen,  suscitaron  la  tierna  amistad  de  uno  de  nuestros 
magistrados,  que  no  pudiendo  ser  indiferente  á  un  descuido  que  ni  el 
desorden  en  qne  entonces  estuvimos,  podría  jamás  disculpar — le  ocu- 
rrió el  feliz  pensamiento  de  mandar  escribir  una  oración  fúnebre  en 
honor  de  aquel  digno  jefe,  su  querido  amigo:  asi  lo  efectuó  valiéndo- 
se del  favor  de  un  religioso  respetable,  de  cuyo  mérito  es  excusado 
hablar,  cuando  la  misma  oración  ya  impresa,  y  que  se  publicará  el 
mismo  día  de  los  funerales  del  expresado  señor  General,  dará  una 
completa  idea  de  su  sabiduría,  erudición  y  gusto  exquisito. 

Para  ocurrir  á  los  gastos  precisos  de  impresión,  lámina  de  bron- 


—  20  — 


ce  con  el  busto  del  mismo  General,  y  el  de  500  estampas  para  otros 
tantos  ejemplares,  de  que  fui  encargado  con  orden  de  abrir  una  sus- 
crición,  verifiqué  la  que  adjunta  me  tomo  la  satisfacción  de  incluirle 
para  que  la  publique,  si  es  do  su  agrado,  siendo  muy  de  notar  que  los 
señores  suscrltoros  se  precipitaron  de  tal  modo  y  con  tal  empeño, 
que  no  me  ha  dado  el  menor  trabajo  la  recaudación  de  468  pesos,  te- 
niendo que  desechar  muchas  suscriciones  por  haberse  ya  completado 
y  aún  excedido  el  número  de  los  primeros  días.  Esto  es  una  prue- 
ba incontestable  de  que  entre  nosotros  tiene  la  verdadera  virtud  y  el 
mérito,  justos  apreciadores. 

Nota  de  las  personas  que  se  lian  subscripto  para  pagar  la  im- 
presión de  la  oración  fúnebre  á  la  tierna  memoria  del  general  D.  Ma- 
nuel Belgrano. 

Señores  contribuyentes.  —  Gobernador  y  capitán  general  D. 
Martin  Rodríguez,  34  pesos;  secretario  de  gobierno  D.  Manuel  Luca, 
17;  secretario  de  guerra  D.  Francisco  de  la  Cruz,  17;  alcalde  2'  voto 
D.  Joaquín  Belgrano,  34;  inspector  general  I).  José  Rondeau,  17;  D. 
Ambrosio  Lezica,  34;  canónigo  D.  Domingo  Belgrano,  34;  brigadier 
D.  Miguel  Azcuénaga,  17;  ministro  de  Chile  D.  Miguel  Zañartu,  17; 
D.  Juan  Comonós,  17;  D.  José  María  Acevedo,  8;  coronel  mayor  D. 
Juan  José  Viamonte,  17;  id  ü.  Matías  Irigoyen,  17;  id  D.  Ignacio  Al- 
varez,  17;  id  D.  Manuel  Pinto,  17;  id  D.  Juan  Florencio  Terrada,  17; 
Coronel  D.  Félix  Alzaga,  17;  id  D.  Blas  José  Rico,  17;  id  D.Celestino 
Vidal,  17;  id  D.  Luciano  Montosdcoca,  17;  id  D.  Manuel  Ramírez, 
17;  id  D.  Benito  Martínez,  17;  id  D.  Rafael  H.  Ortiguera,  10;  id  D. 
Mariano  Rolón,  8  pesos  y  cuatro  reales;  teniente  coronel  D.  José  Ma- 
ría Tagimán,  8  pesos;  sargento  mayor  D.  Rufino  Elizalde,  8  pesos  y 
4  reales;  el  Dr.  D'  Ramón  Anchoriz  donó  cien  ejemplares  do  la  mis- 
ma Oración,  en  aumento  de  la  suscrición;  total  468  pesos 

Inversión'. — Impresión,  325  pesos;  lámina  y  estampas,  136  pesos 
4  reales;  encuademación,  68  pesos;  sobrante  que  se  ha  entregado  al 
hospital  de  mujeres,  8  pesos  y  4  reales;  total  468  ¡josos;  igual  000. — 
Joaquín  Correa  Morales. 

Mi  Sr.  D.  Joaquín  Correa  .Morales.— Siento  que  no  haya  tenido 
usted  la  bondad  de  acompañarme  adjunta  la  Oración  fúnebre  para 
tener  la  satisfacción  de  recrearme  con  ella,  y  tributar  los  merecidos 
elegios  al  religioso  autor  de  ella,  por  el  buen  uso  que  hace  do  su  doc- 
ta pluma,  empleándola  en  recomendar  las  virtudes  y  hazañas  de  los 
héroes  que  deben  servir  de  modelo  á  imestros  venideros,  para  que 
puedan  coronar  la  grande  obra  de  nuestra  emancipación  política. 

El  empeño  de  nuestra  provincia  en  la  parentación  del  gran  Bel- 
grano, acredita  que  el  malhadado  año  veinte  no  ha  acabado  con  to- 
dos nuestros  Fabios,  y  que  los  argentinos  han  sabido  resucitar  como 
el  fénix  de  las  mismas  cenizas  á  que  el  furor  federal  nos  había  con- 
ducido.   Dios  guarde,  etc. — El  Teofilatitrópico. 


CAPÍTULO  iri 


La  poesía  y  la  esclavitud  en  los  pueblos. — Los  cantores  de  Mayo. — El 
•  P.  Rodríguez. — Su  numen. — Sus  producciones  anónimas. — Poema 
sobre  los  padecimientos  de  Doña  María  Ojeda.  —  Poema  en  honor 
de  jos  esclavos  que  tomaron  parte  en  la  Defensa  de  1807. — Poesías 
patrióticas  del  P.  Rodríguez  cantadas  al  pié  de  la  Pirámide. — El 
sueño  de  Eulalia  contado  k  Flora. — Valor  literario  de  esta  coin2)o- 
sición. — Oda  al  general  Alvear. — Oda  al  Paso  de  los  Andes  y  vic- 
toria de  Chacabuco. — Oda  al  día  augusto  de  la  Patria. — Canción 
encomiástica  al  general  D.  José  de  San  Martín. — Himno  á  la  Pa- 
tria.— Opiniones  sobre  si  el  P.  Rodríguez  pre.sentó  ó  no  alguna 
marcha  nacional  á  la  Asamblea  Constituyente,  juntamente  con  el 
diputado  López. — Nuestro  parecer  al  respecto. — Sonetos:  á  una  mo- 
za pintora;  á  una  moza  hablativa;  á  la  memoria  del  Dr.  Moreno. — 
Al  Río  de  la  Plata. — Soneto  á  Moldes. — Acrimonia  de  sus  versos. 
— A  los  colorados  de  Rosas. — El  árbol  de  la  Libertad.— Espansiones 
poéticas  de  fray  Cayetano  con  su  amigo  Molina  en  Tucumán. — 
Las  últimas  pulsaciones  de  su  lira. 

Es  un  hecho  comprobado  por  la  Historia  que  la  esclavitud  en- 
mudece las  lira.s  y  apaga  el  poético  entusiasmo.  Israel,  cautivo  en 
las  márgenes  de  los  rios  babilónicos,  suspendió  de  los  sauces  sus 
músicas  instrumentos  y  respondía  desconsolado  á  los  que  le  pedían 
que  cantarales  himnos  de  Sión: — Quomodo  cantabimus  canticiim  Do- 
miui  in  térra  aliena?  (1) 

El  pueblo  de  Mayo  oyó  en  la  cuna  de  sn  libertad  los  hinnios 
marciales  de  cien  Tirteos,  que  encendiendo  en  el  pecho  de  sus  hijos 
el  varonil  entusiasmo  que  el  bardo  griego  despertara  en  los  ascen- 
dentes de  Leónidas,  contribuyeron  como  nuevas  fuerzas  á  la  realiza- 
ción de  los  fines  de  mil  ochocientos  diez! 

Desde  nuestra  primera  victoria  en  Suipacha,  hasta  el  triunfo 
final  en  Ayacucho,  Luca,  Lafinur,  Rodríguez,  Várela  y  otros,  verda- 
deros heraldos  de  la  poesía  nacional,  fueron  los  primeros  que  esmal- 
taron ese  camino  de  gloria  con  las  flores  de  su  numen. 

Ojalá  no  esté  lejano  el  día  en  que  un  estudio  detenido  sobre  cada 
uno  de  esos  vates,  nos  dé  k  conocer  los  frutos  todos  do  su  inspira- 
ción! Por  ahora,  detengámonos  en  el  tan  simpático  como  estimable 
P.  Rodríguez,  que,  según  la  frase  del  distinguido  hablista  americano 


—  22 


D.  Juan  Maria  Gutiérrez,  llevó  sin  profanación  sobre  el  cerquillo  de 
la  humildad  seráfica,  la  gloriosa  corona  del  laurel  de  los  poetas  (2). 

* 
*  * 

El  P.  Rodríguez  no  fué  un  poeta  de  los  arranques  impetuosos  de 
Lafinur,  del  vuelo  clásico  de  Várela  ni  de  la  nota  bélica  de  Rojas. 
Bondadoso,  sencillo,  imprime  á  sus  versos  su  propio  carácter,  y  hace 
que  la  naturalidad  con  que  éstos  fluyen,  supla  los  defectos  que  ad- 
vierte el  arte. 

Su  modestia  por  un  lado  y  las  circunstancias  difíciles  por  otro, 
fueron  la  causa  de  que  el  mayor  número  do  composiciones  las  pu- 
blicase anónimas,  como  se  verá  en  estas  cartas  dirigidas  desde  Bue- 
nos Aires  á  Tucumán,  á  su  amigo  predilecto  el  Dr.  Molina,  obispo 
de  Comaco.  En  la  primera  (Julio  25  de  1814)  le  escribe:  «Me  dices 
que  calla  mi  musa.  No  ha  callado.  He  hecho  muchísimas  cosas. 
Sepulto  mi  nombre  cuando  puedo,  porque  asi  conviene  en  las  circuns- 
tancias en  que  me  hallo.  ¿Cómo  puede  callarse  cuando  hablan  las 
piedras?»  Y  en  otra  (Noviembi-e  26  de  1814):  «No  andes,  por  Dios, 
diseminando  mis  versos  contra  europeos:  me  han  de  ahorcar.  Res- 
piran venganza  por  manos,  piés  y  costados.  Estoy  poniendo  en  lim- 
pio mis  borradores  y  te  los  enviaré,  para  que  aumentes  tu  colección. 
Lánguidos  ó  no,  al  fin  son  versos  y  están  en  consonancia». 

Parece  que  desde  muy  joven  fué  fray  Cayetano  apasionado  por 
la  poesía,  pues  en  Febrero  de  1790,  estando  en  Córdoba  y  por  obe- 
decer á  su  prelado,  escribió  un  poema  en  octavas,  que  tiene  por 
asunto  los  padecimientos  de  doña  Maria  Ojeda — quien,  habiendo  per- 
dido á  su  esposo  en  el  alzamiento  de  Tupac  Amaru,  tomó  el  velo  en 
uno  de  los  monasterios  de  aquella  ciudad. 

Esta  producción,  á  que  alude  el  Dr.  Juan  M.  Gutiérrez  en  un  in- 
teresante trabajo  sobre  los  poetas  de  la  América  Española  (3),  y  que 
según  su  mismo  testimonio,  se  halla  entre  las  obras  manuscritas  del  P. 
Rodríguez,  no  nos  fué  dado  encontrarla,  apesar  de  nuestro  empeño. 

Seguramente  que  como  obra  literaria  será  de  escaso  mérito,  pues 
de  lo  contrario  el  escritor  argentino  que  mayor  atención  dispensara 
h  tan  distinguido  religioso,  sin  duda  la  hubiese  dado  á  luz,  como  hi- 
ciera con  muchas  otras  de  sus  producciones  inéditas. 

La  única  composición  que  conocemos  anterior  al  año  X  es  el  poe- 
ma que  escribió,  inspirado  en  la  laudable  resolución  del  gobierno  muni- 
cipal de  Buenos  Aires,  con  el  objeto  de  libertar,  por  medio  de  un  sorteo 
público,  íi  log  esclavos  que  tomaron  parte  en  la  defensa  de  1807  (4). 


—  23  — 


«Este  digno  varón,  la  flor  del  claustro»,  e><cribe  á  propósito  del 
poema  el  ya  citado  D.  Juan  M.  Gutiérrez,  «no  se  sintió  inspirado  por 
la  victoria  que  costaba  sangre,  sino  por  la  magnanimidad  que  desa- 
taba cadenas  del  pié  del  hombre  esclavo.  El  negro  de\'uelto  á  la 
dignidad  y  á  la  posición  de  si  mismo,  le  conmovió  como  á  cristiano 
y  como  á  un  amigo  d<i  la  igualdad,  y  escondiéndose  para  obrar  el 
bien  (como  lo  tuvo  siempre  de  costumbre),  confortó  la  virtud,  mos- 
trando en  sentidos  versos  toda  la  hermosura  moral  de  que  se  revestía 
Buenos  Aires,  rescatando  á  los  desgraciados  de  la  vergüenza  de  te- 
ner amos. 

La  aurora  de  la  revolución  baña  ya  con  su  luz  azulada  las  estro- 
fas del  franciscano,  como  se  nota  en  la  siguiente  del  po^nia; 

Jamás  te  ha  amanecido, 
Buenos  Aires  feliz,  más  claro  día 

que  aquel  en  que  has  sabido 
los  llantos  convertir  en  alegria, 
á  tantos  redimiendo  del  pesado 
yugo  de  esclavitud  que  habian  cargado  (6). 

* 
*  * 

Pero  cuando  el  P.  Rodríguez  abrió  cauce  al  estro  que  lo  infla- 
maba, fué  cuando  el  grito  de  emancipación  resonó  en  su  oído. 

Las  primeras  canciones  patrias  que  produjo  la  lira  argentina, 
para  que  se  cantasen  por  coros  infantiles  al  pié  de  la  pirámide  de 
Mayo,  fueron  obra  suya.  Según  el  testigo  contemporáneo  mencionado 
por  el  panegirista  de  sus  exequias  fúnebres,  mucho  antes  del  25  de  Ma- 
yo de  1810  ya  tenía  un  cuaderno  de  poesías  anotado  juiciosamente  (6). 

Después  de  prolijas  investigaciones  y  merced  á  la  generosidad 
de  los  historiadores,  teniente  general  D.  Bartolomé  Mitre  y  Dr.  An- 
gel Justiniano  Carranza,  como  igualmente  á  la  del  Sr.  Arturo  Sauvi- 
det,  he  logrado  compilar  varias  de  sus  composiciones  poéticas,  publi- 
cadas algunas  de  ellas  en  distintos  periódicos  antiguos  y  otras  que 
se  conservan  todavía  inéditas  en  el  archivo  del  ya  ñnado  Dr.  Gutiérrez. 

La  primera  por  su  valor  poético  y  literario,  es  sin  disputa  El 
sueño  de  Eulalia  contado  á  Flora,  composición  festiva  é  ingeniosa,  en 
la  que  se  ridiculiza  á  los  enemigos  del  gran  sistema:  ó  sea  de  la  liber- 
tad de  Mayo.  Fué  escrita  en  los  primeros  años  de  la  revolución  ar- 
gentina, y  era  recitada  en  los  salones  de  la  aristocracia  lo  mismo 
que  en  las  tertulias  literarias,  por  D.  José  Tartaz,  tipo  popular  de 
aquella  época,  de  quien  hizo  en  amenas  líneas  un  perfecto  retrato  la 
pluma  fecunda  del  Dr.  Vicente  F.  López  (7). 

3 


—  24  — 


Es  un  hermoso  poema  que  consta  de  cuarenta  y  dos  estrofas, 
compuestas  en  su  mayor  número  de  seis  versos  cada  una,  en  que 
riman  heptasílabos  con  endecasílabos. 

«Ellos  son — dice  comentando  su  mérito  D.  Juan  M.  Gutiérrez — 
uno  de  esos  perfiles  domésticos,  por  decirlo  asi,  que  sirven  para  com- 
pletar la  fisonomía  de  una  familia  social,  y  merecen  conservarse  co- 
mo recuerdo  de  un  nombre  simpático,  como  prueba  de  devoción  cons- 
tante á  una  causa  servida  con  todos  los  medios  intelectuales  de  una 
persona  distinguida»  (8). 

Eulalia  y  Flora  son  dos  y  únicos,  personajes  del  poema,  «dos 
sarracenas  que  en  mala  hora  cayeron  bajo  la  pluma  del  franciscano» 
(9).  Eulalia  se  supone  trasladada  en  una  noche  en  que  disfrutaba 
de  plácido  sueño,  k  la  presencia  de  Júpiter  airado,  quien,  al  tenerla 
delante,  lanza  tan  poderoso  grito,  que  á  su  eco  sale  de  las  cavernas 
infernales  el  gran  Pintón,  que,  como  Eulalia  cuenta  á  Flora. 

Era  el  tal  un  testigo 
de  mis  obras,  palabras,  pensamientos, 
y  el  más  crudo  enemigo 
de  nuestros  consabidos  sentimientos. 

Plutón,  de  pié  ante  Júpiter,  diserta  del  modo  siguiente: 

Tú,  desde  el  alto  cielo, 
tus  ojos  inclinaste  compasivo 

al  vespuciano  suelo. 
Sensible  á  su  clamor  doliente  y  vivo, 
dijiste  en  tono  grave  é  imponente: 
Libres,  hijos  del  sol,  eternamente! 

Lo  dijiste,  y  el  Dios  que  en  paz  domina 

la  extensión  de  los  mares, 
á  tu  voz  elocuente  determina, 

á  pesar  de  pesares, 
formar  del  golfo  con  su  gran  tridente 
muro  de  división  de  gente  á  gente. 

El  astro  luminoso 
que  con  sus  luces  baña  aqueste  suelo, 

ve  derramado  el  gozo 
sobre  su  hermosa  faz.    Un  nuevo  cielo 
cubre  sus  habitantes  y  á  porfía 
himnos  te  cantan,  Jove,  noche  y  día. 

Solo  en  el  sexo  bello  quién  creyera! 

hay  sirtes  peligrosos 
en  que  encalla  la  suerte  lisonjera; 

hay  genios  escabrosos; 


—  25  — 


hay  corazones  que  resisten  vanos 

el  bien  que  has  dispensado  á  los  humanos. 

Hay  astutas  Pandoras 
que  pérfidas  derraman  el  veneno 

y  á  la  patria  traidoras 
infestan  con  su  aliento  el  propio  seno. 
Castiga  ¡oh  Jove!  vibra  un  rayo  activo 
que  las  hiera  de  muerte  en  lo  más  vivo. 

No  bien  hubo  terminado  Pintón  de  hablar  asi,  cuando  Eulalia, 
emocionada  por  el  lenguaje  del  principe  del  reino  mitológico,  es  vic- 
tima de  un  tremendo  parasismo,  pero  en  el  que  conserva  despier- 
to el  interior  sentido,  que  le  permite  tener  con  Flora  conversaciones 
en  las  que  se  burlan  del  sistema,  clasificando  á  sus  sostenedores  de 
criollos  carniceros,  indecentes,  y  dignos  de  ser  colgados  en  la  horca. 

De  esto  modo  trascurría  el  tiempo,  esperando  el  último  fallo, 
cuando  Eulalia  oye  á  Pintón  que  exclama: 

Sepultémosla,  dijo,  en  el  Leteo 
donde  perezca  ella  y  su  deseo. 

Pero  Júpiter,  considerando  que  no  hay  mayor  castigo  para  aquel 
que  de  su  patria  es  enemigo,  que  ser  victima  cruel  de  su  conciencia, 
no  obstante  que  con  un  solo  rayo  de  su  poder  podría  reducirla  á 
polvo,  dijo: 

Será,  pues,  mi  dcorí.'to  irrevocable, 

para  eterno  escarmif nto. 
antes  que  castigarla  á  fuego  ó  sal)le, 

entregarla  al  momento 
á  los  muchachos;  ellos  darán  cuenta 
de  su  bulto  de  modo  qvie  lo  sienta. 

Esta  sentencia  de  .Júpiter  produjo  una  consternación  profunda 
en  el  ánimo  de  Eulalia,  al  verse  entregada  en  manos  de  muchachos, 
y  creyendo  «Micontrar  alguna  mutación  en  la  voluntad  primera  del 
juez,  volvió  á  él  sus  ojos  en  demanda  de  misericordia,  pero  en  hora 
mala,  porque  en  el  fallo  de  Jove  no  hay  mudanza. 

De  repente  una  chusma  atrevida  rodéala,  haciéndola  juguete  de 
sus  caprichos  y  de  sus  perversos  instintos. 

La  aflicción  de  Eulalia,  al  verse  en  semejante  trance,  solo  se  ex- 
plica trascribiendo  su  propia  narración: 

En  un  papel  de  estraza  despreciable, 
para  hacer  mi  pudor  más  expectable, 

mi  agravio  más  sensible, 
escribieron  un  rótulo  indecente 
qu3  luego  lo  fijaron  en  mi  frente. 


—  26  — 


Decía:  alerta,  alerta.  . . . 
Bomba!    Aquí  va  la  grande  crioUaza 

en  europea  injerta, 
que  reniega  impaciente  de  su  raza 
y  que  quiere  antes  ser  sucia  gallega 
que  criolla  con  honor,  casa  y  talega. 

Luego  pusieron  en  mi  diestra  mano 

una  caña  nudosa 
con  un  cuerno  en  la  punta  liso  y  llano. 

Divisa  vergonzosa! 

Sufrí  el  insulto,  vi  la  picardía  

Sabes  que  no  soy  tonta,  amiga  inía. 

No  fué  esto  solamente: 
mi  humillación  subió  más  alto  punto, 
que  no  fué  otro,  no,  según  barrunto 

que  aquél. . . .  aquél  amiga,  no  lo  nombro, 

te  ha  de  causar  su  atrevimiento  asombro. 

Se  llegó  á  mí  este  vil,  pillo,  indecente 

cuando  más  angustiada 
y  á  la  vista  (ó  pudor)  de  tanta  gente, 

como  si  hiciera  nada 
me  alzó  por  la  trasera  la  camisa, 
me  hizo  tres  muecas  y  soltó  la  risa. 

Contempla  mi  figura, 
amada  Flora  mía!    Con  un  lema 

de  expresión  la  más  dura, 
qu«  adversa  me  publica  al  gran  sistema. 
Una  caña  y  un  ciierno  por  divisa 
y  por  detrás  alzada  la  camisa! 

No  es  buena  perspectiva?  Así  on  volandas, 

entre  inmensa  algazara, 
me  llevan  por  las  calles  como  en  andas: 

santa  con  duple  cara, 
una  llena  de  angustia,  llanto  y  pena, 
otra  de  infame  desvergüenza  llena. 

En  cada  esquina   ¡crueles! 

hacen  alto,  y  allí  más  y  más  gentes; 

y  á  la  decencia  infieles, 
mil  cantares  y  apodos  insolentes 
me  echan  en  rostro  como  está  de  moda: 
gallega,  loca,  sarracena,  goda. 

Al  fin  llegué  con  todos  ¡Qué  cansada! 

&  la  erguida  columna 
de  todos  los  patriotas  celebrada; 


—  27  — 


alli  otra  vez,  á  una,  gritan:  muera, 

muera  la  sarracena 
ó  eclie  un  «viva  la  patria»,  auque  no  quiera. 
— Esto  es  tras  de  cornuda, 
apaleada  


Qué  tortura!  Qué  angustia  y  compromiso 

verse  el  pecho  obligado 
á  brotar  expresiones  que  no  quiso 

ni  aún  haber  escuchado! 
Me  resistí  por  tanto  en  tono  fiero 
y  voz  en  cuello  respondí:  «no  quiero!» 

No  bien  así  entonada 
reproché  la  propuesta  majadera, 

cuando  una  gran  palmada 
me  asentaron  de  lleno  en  la  trasera, 
y  fué  tan  recio  el  golpe,  que  al  llevarlo 
grité:  ¡que  viva!  sin  querer  gritarlo. 

Feliz  palmada,  amiga;  santo  grito! 

A  ruido  tan  ingente 
debió  mi  escena  ver  mi  finiquito. 

Desperté  de  repente; 
me  vi  sola,  sin  luz,  y  en  el  empeño 
de  juzgar  realidad  lo  que  era  sueño. 

Ay  de  mí!    Solté  el  llanto, 
opreso  el  corazón,  yerto  el  sentido. 

Oh,  cuánto  cuesta,  cuánto 
un  empeño  tenaz  mal  dirigido! 
Estoy  tal  que  rebusco  á  toda  prisa 
y  no  encuentro  el  faldón  de  la  camisa. 

Quiero  apartar  de  mí,  pero  no  puedo, 

esta  funesta  idea: 
sobrecogida  estoy  de  susto  y  miedo. 

Muy  bien  que  sueño  sea; 
pero,  Eulalia,  tu  amiga  hasta  las  aras 
no  se  mete  en  camisa  de  once  varas. 

Dejémonos  de  cuentos: 
hay  jóvenes  resueltos  al  castigo; 

hay  Pintones  á  cientos, 
cada  cual  el  que  más  nuestro  enemigo; 
cañas  á  miles;  cuernos  en  subasta 
y  hay  muchachos  hasta  decir  basta. 

Y  pues  sueño  tan  raro  y  tan  extraño 
puede  ser  un  anuncio 


—  28  — 


que  nos  sirva  á  las  dos  de  desengaño, 

no  te  place?  renuncio 
mi  modo  de  pensar:  quédate  sola: 
como  yo  pase  bien,  corra  la  bola. 

Creemos  que  producciones  como  ésta,  no  sólo  honran  al  autor 
de  quien  es  fruto,  sino  también  á  la  historia  literaria  de  aquel  pue- 
blo cuya  cuna  fué  mecida  por  las  musas. 

* 
*  * 

Más  tarde,  é  inspirado  en  la  toma  de  Monte\ideo  por  el  general 
Alvear,  compuso  una  Oda  en  su  honor,  que  le  valió  la  censura  públi- 
ca, tal  vez  por  el  rebosante  entusiasmo  de  algunos  de  sus  versos.  Él 
mismo  hace  esta  confesión  en  la  carta  que  escribe  al  Dr.  Molina  con 
fecha  10  de  Julio  de  1815:  «Ya  he  averiguado  por  qué  no  se  impri- 
mió tu  oda,  aunque  ha  gustado  á  todos,  y  han  sentido  la  casualidad. 
Te  encargaron  laureles  en  ella  á  Artigas,  y  como  este  hombre  malo 
ha  vuelto  incidir  en  sus  antiguas  maldades  y  se  ha  concitado  de 
nuevo  el  odio  de  Buenos  Aires,  me  he  alegrado  infinito  que  no  se 
haya  impreso:  hubiera  sido  detestada  como  ha  sido  la  mía  hecha  á 
Alvear,  antes  de  su  caída,  aunque  tú  y  yo  hetnos  sido  suplicados  pa- 
ra hacerlas.  Nunca  hagas  laudatorias  á  sujetos  particulares.  El 
que  hoy  es  santo,  mañana  es  diablo,  y  queda  uno  en  descubierto»  

En  la  consagrada  al  paso  de  los  Andes  y  victoria  de  Chacabuco, 
comienza  saludando  al  protagonista  de  esa  epopeya  magna,  con  esta 
estrofa; 

Antiguo  capitán,  héroe  famoso, 

admiración  del  mundo; 
bravo  Africano,  Aníbal  valeroso, 
hasta  hoy  con  el  respeto  más  profundo 

en  el  Orbe  nombrado 
y  de  edad  en  edad  preconizado! 

No  inferior  á  las  primeras  es  su  Oda  al  día  augusto  de  la  Patria, 
por  míis  que  su  mismo  autor  la  encuentro  aborrecible.  «Recibí 
tu  carta — escribía  á  su  amigo  Molina  en  Junio  2(5  de  1815 — que  em- 
pieza por  la  alabanza  de  mi  oda  ai  «Día  augusto  de  la  Patria».  Tú 
siempre  lees  las  cosas  cuando  te  levantas  de  la  cama,  es  decir,  con 
lagañas.  Cuando  la  hice  me  pareció  mediana;  á  los  pocos  días  me 
pareció  cualquiera  cosa,  y  no  quiero  leerla  más  porque  no  me  dé  en 
rostro.  Con  que  si  al  autor,  que  por  lo  común  se  apasiona  por  sus 
producciones,  le  asienta  tan  mal  su  obra,  qué  diremos  de  los  demás?» 
Como  lo  ve  el  lector,  la  familiaridad  con  que  se  trataban  estos  dos 


—  29  — 


cultivadores  del  pensamiento  artístico,  os  una  prueba  del  amor  que 
los  unía. 

También  es  digna  de  mención,  por  la  entonación  heroica  que  la 
distingue,  su  Canción  Encomiástica  al  general  don  José  de  San  Mar- 
tin. En  ella,  después  de  recordar  las  hazañas  do  Chacabuco  y  de 
Maipú,  como  igualmente  aquella  noche  de  horror  en  Cancha-Rayada, 
termina  describiendo  la  actitud  en  que  la  posteridad  debiera  eterni- 
zar la  gloriosa  figura  del  Napoleón  argentino; 

Su  diestra  mano  empuñará  la  espada, 
en  su  siniestra  bicolor  bandera; 

su  cabeza  adornada 
con  bélicos  blasones;  una  esfera: 
en  su  área  azul  con  cifras  de  oro  un  lema: 
San  Martín  vive:  todo  injusto  tema. 

Su  Himno  á  la  Patria,  según  algunos  historiadores  argentinos, 
es  el  que  presentó  en  concurso  con  el  señor  López,  á  la  Asamblea  de 
1813.  Pero  si  nos  atenemos  al  testimonio  de  otros,  es  infundada 
dicha  sospecha,  pues  éstos  sostienen  que  el  P.  Rodríguez  no  exhibió 
composición  alguna,  sino  que  desde  el  primer  momento  en  que  se  dió 
lectura  á  la  de  aquél,  se  declaró  su  partidario. 

Ante  esta  anarquía  de  opiniones,  y  ansiosos  de  que  la  crítica 
histórica  dilucidara  un  punto  hasta  el  presente  tan  controvertido,  nos 
lanzamos  á  un  mar  de  pacientes  investigaciones  que  poco  ó  nada  nos 
permitieron  adelantar  en  nuestro  patriótico  propósito,  ora  fuera  por 
falta  de  documentos  informantes,  ora  por  la  diversidad  de  pareceres, 
tan  opuestos  los  unos  como  insostenibles  los  otros. 

Si  es  cierto  que  la  Asamblea  designó  al  P.  Rodríguez  y  al  señor 
López  para  componer  una  canción  nacional,  como  lo  enseña  la  tradi- 
ción— aunque  no  lo  prueba  ninguna  otra  fuente  histórica  de  la  época 
(10) — es  al  menos  dudoso  si  Fi-ay  Cayetano  concurrió  ó  no  á  ese 
certamen  poético. 

Nuestra  opinión  al  respecto  es  que  el  P.  Rodríguez,  ya  fuera  por 
modestia  (que  era  una  de  sus  cualidades  más  características),  ya  por 
convencimiento  propio  de  que  los  acentos  del  himno  que  debía  reci- 
bir la  sanción  de  la  Asamblea  y  servir  de  aliento  á'  nuestros  soldados 
redentores  á  través  de  sus  penosísimas  jornadas,  tenían  que  ser  por 
fuerza  de  las  circunstancias,  cortantes  como  el  filo  de  los  aceros,  y 
marciales  como  los  ecos  de  los  clarines  de  guei'ra;  y  como  sería,  sin 
duda,  juzgado  impropio  por  nauchos  que  brotaran  esas  notas  del  fon- 
do de  un  corazón  en  el  cual  no  debía  anidar  sino  la  paz  apostólica 


—  80  — . 


y  la  mansedumbre  evangélica,  se  mantuvo  sin  presentarse  á  ese  tor- 
neo literario  en  el  que  las  sienes  del  vate  que  cantara  otra  hora  el 
triunfo  argentino  sobre  las  armas  invasoras  de  la  Gran  Bretaña,  se 
cubrieron  de  laureles  para  siempre  inmarcesibles,  y  la  tíación  que 
recientemente  quebrantaba  de  un  solo  golpe  sus  cadenas  de  tres  siglos, 
adquiría  una  nueva  fuerza  con  que  poder  llevar  triunfante  por  todo 
un  continente  el  sol  de  su  bandera. 

Si  su  concurso  se  hubiese  efectuado,  indudablemente  que  otro, 
y  no  el  Himno  á  la  Patria,  hubiese  sido  el  producto  de  su  genio, 
pi'esentado  en  ese  acto  solemne:  pues  si  éste  no  se  resiente  por  la 
incorrección  métrica  de  sus  estrofas,  adolece  por  lo  menos  de  cierta 
pobrera  de  imágenes  y  conceptos  y  de  un  enfriamiento  patriótico, 
por  decirlo  así,  no  conciliable  con  el  ardor  y  entusiasmo  que  debiera 
respirar  la  única  marcha  nacional,  y  con  la  fogosidad  y  oportunidad 
de  sus  canciones,  al  recordar  de  la  patria  las  victorias  y  de  sus  heroi- 
cos defensores  las  hazañas. 

Abrigamos,  sin  embargo,  la  esperanza  de  que  voluntades  más 
tenaces  que  la  nuestra  en  investigaciones  tan  difíciles  como  necesa- 
rias, llegarán  algún  día  á  disipar  tantas  dudas  é  incertidumbres  que 
flotan  como  nubes  alrededor  de  esc  certamen  poético,  realizado  á  ini- 
ciativa de  los  constituyentes  de  1813. 

* 
*  * 

Entre  los  sonetos — composición  poética  que  cultivó  con  recono- 
cida ventaja — se  señalan  los  siguientes:  A  una  moza  pintora  y  A  una 
moza  muy  hablativa,  versos  en  los  que  se  trasluce  la  originalidad  de 
su  ingenio  y  la  pureza  de  sus  sentimientos:  A  la  memoria  del  Dr. 
Mariano  Moreno,  escrito  dominado  por  la  impresión  que  en  su  alma 
produjo  la  temprana  desaparición  del  discípulo  amado.  Los  tres  que 
en  celebridad  del  3"  aniversario  de  la  Independencia  de  Sud- Améri- 
ca, fueron  puestos  bajo  los  arcos  del  Cabildo,  y  finalmente  el  alguna 
vez  citado,  como  prueba  de  su  talento  poético;  Al  Río  de  la  Plata. 

Su  soneto  A  Moldes,  es  el  retrato  de  uno  de  sus  enemigos  polí- 
ticos, presentado  por  la  faz  defectuosa. 

Sabido  es  que  ese  coronel,  hijo  de  Salta,  fué  el  candidato  qu«í 
entre  las  pro'^'incias  disidentes  de  Buenos  Aires,  surgió  para  el  Direc- 
torio Supremo  que  aquellas  pretendían  con  anulación  completa  de 
la  que  juzgaban  su  rival.  Buenos  Aires  que,  como  escribe  uno  de 
nuestros  distinguidos  historiadores,  «no  ha  sido  jamás  avara  de  sus 
sacrificios  y  de  sus  riquezas;  pero  si  de  su  poder  y  de  su  supremacía». 


—  31  — 


ae  sintió  ofendida  y  juró  no  sujetarse  en  modo  alguno  al  mencionado 
candidato. 

Fray  Cayetano  Rodríguez,  que  era  uno  de  sus  representantes  en 
Tucum&n,  y  por  lo  tanto  enemigo  de  la  bandera  que  amparaba  al 
quisquilloso  Moldes,  tomó  la  pluma  y  trazó  en  negras  líneas  los  per- 
files de  su  adversario. 

Será,  acaso,  un  tanto  acre,  sañudo  é  injurioso;  pero  el  fin  expli- 
cable por  los  enconos  políticos  de  entonces.    Vedle  aquí: 

MOLDES,  joven  procaz,  desvanecido; 
narciso  de  tí  rnismo  enamorado: 
joven  mordaz  de  labio  envenenado, 
enemigo  del  hombre  decidido. 

Caco  desvergonzado  y  atrevido: 
ladrón  de  famas:  genio  preparado 
ti  tirar  piedras  al  mejor  tejado, 
siendo,  el  tuyo  de  vidrio  percudido. 

Víbora  de  morder  nunca  cansada, 
sanguijuela  de  sangre  humana  henchida; 
espada  para  herir  siempre  afilada: 
Sabe,  que  UJia  cuestión  hay  muy  reñida 
(de  tu  alma  negra  claro  testimonio) 
¿cuál  de  los  dos  mejor,  tú  ó  el  demonio? 

En  1820,  la  patriótica  actitud  de  Rosas  y  sus  colorados,  que  en 
medio  del  caos  revolucionario  aparecieron  como  restauradores  del 
orden  y  defensores  de  la  justicia,  inspirando  su  numen,  arrancaron  á 
la.9  cuerdas  de  su  laúd,  versos  que  se  hicieron  por  entonces  popula- 
res, y  en  cuyas  estrofas,  con  singular  pleonasmo,  presenta  al  jefe  y 
soldados  legionarios  vestidos  de  carmín,  púrjpura  y  grana. 

* 
*  * 

Finalmente,  detengámonos  un  momento  á  gustar  aquellas  lineas 
con  que  la  clásica  pluma  del  elegante  escritor  argentino  Dr.  Nicolás 
Avellaneda,  recuerda  los  entretenimientos  literarios  que  servían  de 
solaz  al  P.  Rodríguez  durante  su  estadía  en  la  ciudad  de  Tucumán, 
y  el  singular  cariño  con  que  desde  la  celda,  en  su  convento  en  Buenos 
Aires,  saludaba  á  esa  tierra  de  bendición,  ya  en  el  ocaso  de  la  vida. 

«Había,  dice,  saliendo  de  la  ciudad  en  dirección  á  la  ciudadela  ó 
campo  de  honor  (ya  no  le  hay)  un  tnrco  con  cien  piés  de  altura,  que 
dejaba  caer  con  profusión,  hasta  formar  alfombra,  sus  flores  moradas. 
Al  contemplarle  tan  excelso  y  frondoso,  el  P.  Rodríguez  le  llamaba 
el  «árbol  de  la  libertad»  y  venía  por  las  tardes  á  sentarse  bajo  su 
sombra.    Allí  se  le  veía  con  el  pro-secretaiio  del  Congreso,  el  doctor 


—  32  — 


Molina,  el  más  intimo  de  sus  amigos  y  alumno  como  él  de  las 
musas. 

«Se  habían  conocido  los  dos  en  Córdoba,  siendo  el  primero  cate- 
drático y  el  segundo  alumno  de  la  célebre  Universidad.  Hablaban, 
y  presintiendo  su  conversación  por  su  correspondencia  escrita,  pode- 
mos decir  que  aquélla  se  componía  de  efusiones  amistosas,  de  ansie- 
dades patrióticas  ó  de  reminiscencias  clásicas.  Regresaban  siempre 
juntos,  envueltos  en  las  primeras  sombras  de  la  noche,  y  al  contem- 
plar su  juventud  desvanecida,  los  largos  años  tras  de  los  que  se  divi- 
saban recién  los  albores  de  la  patria,  se  despedían  repitiendo  el  verso 
de  Stacio,  que  escribieron  ambos  al  frente  del  Redactor  del  Congre- 
so: Steriles  transmissimus  annos.  Para  nosotros  los  años  han  pa- 
sado estériles! 

El  padre  Rodríguez  devolvía  á  Tucumán,  con  sus  recuerdos, 
aquella  acogida  penetrada  de  efusión  y  cariiio. 

Era  anciano  cuando  escribió  en  su  celda  del  convento  de  Buenos 
Aires  esta  estrofa: 

«Pero  ¿á  qué  recuerdo  instantes 
«que  mi  hado  infeliz  no  fija? 
«Oh  solitario  Aconquija, 
«grata  habitación  de  amantes!! 


«Oh  feliz  Febo  que  doras 
«tan  apacibles  verdores! 
«Oh  días  de  mis  amores 
«qué  dulces  fueron  tus  horas!!»  (11). 

Quién  no  percibe  en  estos  versos  del  vate  franciscano  los  últi- 
mos aromas  de  una  flor  que  cae  del  tallo  que  la  sustenta,  agostada 
por  el  cierzo  de  la  vida? 


Notas  del  Capítolo  III 


(1)  Salmo  CXXXVI. 

(2)  La  Brisa — periódico.  1853. 

(3)  Entre  sus  obras  manuscritas — dice — se  señala  por  su  exten- 
sión un  poema  en  octavas,  titulado:  «Breve  descripción  de  la  vida  y 
lastimosos  sucesos  de  doña  Maria  San  Diego  Oxeda,  ahora  religiosa 
en  la  ciudad  de  Córdoba» — Revista  del  Rio  de  la  Plata,  tomo  5, 
pag.  313. 

(4)  Esta  composición  fué  publicada  anónima  por  la  imprenta  de 
los  Niños  Expósitos,  con  el  siguiente  titulo;  Poema  que  un  amante 
de  su  patria  consagra  al  solemne  sorteo  celebrado  en  la  plaza  ma- 
yor de  Buenos  Aires,  para  la  libertad  de  los  esclavos  que  pelearon 
en  su  defensa. 

Aparte  del  estilo,  de  las  imágenes  y  de  lo  poco  lleno  del  verso 
— el  haberse  encontrado  entre  la  colección  de  impresos  sueltos  refe- 
rentes á  las  invasiones  inglesas,  dejado  por  un  testigo  presencial  de 
aquellos  hechos,  un  ejemplar  de  este  poema,  á  cuyo  margen  se  lee 
la  siguiente  nota,  escrita  de  puño  y  letra  del  colector:  «compuesto 
por  fray  Cayetano  Rodríguez» — nos  autorizan  para  reconocer  al  P. 
Rodríguez  como  su  verdadero  autor,  mientras  no  haya  una  razón  en 
contrario. 

(5)  Revista  de  Buenos  Aires,  tomo  9,  pag.  640. 

(6)  Oración  cit. 

(7)  «Tartaz  era  una  especie  de  loco  astuto  y  bufón,  corbardísimo 
y  zafado  al  mismo  tiempo;  miembro  de  una  familia  notable  y  que  se 
metia  á  comer  y  hacer  reir  en  todas  las  casas  notables  de  aquel 
tiempo.  Los  poetas  y  gente  alegre  componían  sátiras  contra  los  per- 
sonajes del  dia,  en  verso  y  en  prosa  que  Tartaz  aprendía  y  i-ecitaba 
con  una  mímica  particular,  con  una  voz  grueza  de  un  timbre  claro  y 

poderoso   Tartaz  hacia  estas  gracias  por  dinero  en 

las  tertulias  y  en  las  casas  más  concurridas;  y  la  paga  era  siempre 
proporcionada  al  peligro  de  la  diatriba,  ó  al  mérito  proporcionado  de 
la  pieza:  así  es  que  jamás  recitaba  Él  sueño  de  Eulalia  contado  á 
Flora  sino  por  media  peseta  en  cada  vez,  y  lo  hacía,  por  cierto,  con 
grande  aplauso  de  todos,  aún  de  los  hombres  de  mayor  gusto  lite- 
rario».   V.  F.  López — Revista  del  Rio  de  la  Plata,  tomo  5,  pag.  646. 

(8)  Revista  del  Río  de  la  Plata,  tomo  6,  pag.  181. 


84 


(9)  Vicente  López. 

(10)  Decirnos  que  no  lo  prueba  ningún  documento  histórico  de 
la  época,  porque  ni  en  el  Redactor  de  la  Asamblea  ni  en  ningún  pe- 
riódico de  los  que  entonces  se  publicaban  en  Buenos  Aires  se  ha  da- 
do á  conocíu-  el  decreto  por  el  cual,  según  es  tradición,  se  designaba 
al  P.  Rodríguez  y  al  señor  López  para  componer  un  himno  patrio; 
aunque  sí  existe  en  el  Archivo  Nacional,  según  nos  lo  asegura  el 
Sub-director,  señor  José  J.  Biedma,  el  autógrafo  del  otro  decreto  por 
el  cual  se  reconoce  como  única  marcha  nacional  la  presentada  por  el 
diputado  López. 

(11)  Avellaneda.    Escritos,  pag.  118. 


CAPÍTULO  IV 

El  P.  Rodríguez  en  el  movimiento  de  Mayo. — La  revolución  argentina- 
— Antitesis  con  la  revolución  francesa. — El  sacerdote  y  la  libertad 
—Fray  Cayetano  y  el  pronunciamiento  de  IblO. — Manifiesto.— Cir- 
cular patriótica. — Paréntesis. — La  Biblioteca  Nacional. — Su  primer 
bibliotecario.— La  asamblea  electoral  de  1&12. — Oposición  de  Riva- 
davia. — Su  disolución. — Cargos  imputados  al  cuerpo  electoral  di- 
suelto, y  levantados  por  fray  Cayetano,  uno  de  sus  miembros. — Sus 
principios  republicanos.— La  forma  de  gobierno. — El  Triunvirato  y 
la  Asamblea  General  Constituyente.— El  P.  Rodríguez  diputado. — 
El  Redacto^-  de  la  Asamblea.  La  primera  de  sus  páginas. — Acuer- 
dos de  la  Asamblea  apoyados  por  el  voto  de  fray  Cayetano. — 
Alvear  y  la  revolución  de  Fontezuela.— El  caudillo  de  las  monto- 
neras.— El  Congreso  de  Tucumán.— Fray  Cayetano  entre  los  con- 
gresales  de  1816.— La  desorganización  .social. — La  palabra  del  P. 
Rodríguez  en  el  histórico  Congreso. — El  acta  de  la  Independencia. 
—El  año  anárquico. — 1822. 

Hasta  el  presente  nos  hemos  ocupado  en  estudiar  al  P.  Rodrí- 
guez con  relación  al  sacerdocio,  al  magisterio,  á  la  oratoria  y  á  la 
poesía.  Cúmplenos  ahora  contemplarle  en  el  escenario  político  de 
Mayo,  donde  descolló  como  uno  de  sus  más  distinguidos  actores,  pa- 
ra seguirle  luego  en  la  lid  del  periodismo,  que  fué  en  el  ocaso  de  su 
vida  la  última,  pero  la  más  concluyente  prueba  de  su  ilustración  y 
patriotismo. 

Ante  todo  conviene  advertir  que  la  revolución  del  25  de  Mayo 
de  1810,  justa,  ora  por  la  lógica  de  los  hechos,  ora  por  la  racionali- 
dad de  sus  principios,  nada  tiene  de  común  con  la  francesa  del  XCIII, 
como  algunos  lo  afirmaron  é  intentaron  sostener,  no:  con  sólo  consi- 
derar los  ideales  que  las  inspiraron,  los  hombres  que  las  sostuvieron 
y  los  efectos  que  ya  en  el  orden  político  ó  social  produjeron,  basta 
para  persuadirse  de  lo  contrario. 

La  una  surgió  al  grito  sagrado  de  la  libertad  que  lanzaba  la 
religión  y  la  justicia.  La  otra  fué  el  fruto  de  pernicioso  filosofismo. 
Aquélla  la  defendieron  ilustres  generales  que  invocaban  á  Dios,  al 
principio  como  al  fin  de  las  batallas.  Ésta  la  guiaron  caudillos  de 
la  demagogia  y  la  pregonaron  maestros  de  la  impiedad.  La  primera 
dió  la  libertad  á  medio  continente  y  contribuyó  en  gran  manera  á  la 


—  36  — 


formación  de  las  naciones  que  tienen  hoy  su  asiento  en  la  América 
Meridional.  La  segunda  sembró  por  todas  partes  el  terror,  y  con  la 
sangre  de  más  de  un  inocente  regó  los  cadalsos,  inmoladores  de  sa- 
cerdotes y  victimarios  de  reyes. 

En  presencia,  entonces,  de  las  razones  justificativas  que  favore- 
cen á  la  revolución  argentina,  no  nos  debe  parecer  extraño  si  junto 
al  soldado  armado  de  la  espada  está  el  sacerdote  armado  de  la  cruz. 
¿No  fué  por  ventura  el  sacerdote  el  defensor  de  la  libertad  de  los 
pueblos,  en  el  trascurso  de  diez  y  nueve  siglos  que  lleva  de  existen- 
cia la  humanidad  redimida?  ¿No  fué  él  quien  doblegó  la  cerviz  alti- 
va de  los  Césares  y  detuvo  ante  las  puertas  de  Roma  las  hordas  des- 
vastadoras de  los  bárbaros?  No  es  posible  negar  estas  verdades,  so 
pena  de  caer  en  el  ridiculo,  despreciando  el  testimonio  irrecusable  de 
la  Historia  (1). 

Por  eso  es  que  fray  Cayetano  Rodríguez,  «ese  fraile  de  corazón 
de  ángel  y  alma  de  revolucionario»,  como  atrevidamente  lo  clasifica 
uno  de  nuestros  primeros  literatos  (2),  de  igual  manera  que  otros 
eclesiásticos  de  su  talla,  fué  de  los  primeros  en  acudir  al  llamado  de 
la  patria,  cuando  ésta  necesitó  de  sus  lu(.-es  para  entrar  en  el  consor- 
cio de  las  naciones  libres. 

Testigos  contemporáneos,  como  el  general  D.  Tomás  Guido,  cu- 
yo testimonio  merece  indiscutible  crédito,  colocan  al  P.  Rodríguez 
entre  los  principales  ciudadanos  que  con  su  erudicción  y  patriotismo 
contribuyeron  al  triunfo  del  día  25  de  Mayo  de  1810.  Su  panegiris- 
ta dicíí  que  fué  como  la  oficina  donde  se  trazaron  los  planes  de  nues- 
tra libertad  política,  y  que  antes  de  levantar.se  altar  á  esta  deidad, 
ya  exparcía  flores  de  su  genio  poético  ante  sus  aras  (3). 

Se  explica  entonces  que  al  primer  grito  de  emancipación  nacio- 
nal argentina  lanzara  aquel  manifiesto  á  q>ie  alude  en  su  elogio  fúne- 
bre el  orador  citado,  sobre  las  vejaciones  que  había  sufrido  la  Améri- 
ca, pero  que  por  desgracia  no  nos  es  conocido,  como  también  el  que 
expidiera  el  día  23  de  Mayo  de  1812, una  patente  circular  donde,  en  su 
carácter  de  Provincial,  exhortaba  á  sus  subditos  á  no  perturbar  el 
orden  público,  y  que  por  ser  un  documento  inédito  lo  reproducimos 
en  nota  (4). 

Pero  antes  de  proseguir  abramos  un  paréntesis  para  aclarar, 
por  lo  menos  en  parte,  un  punto  de  interés  capital  en  la  vida  de  este 
religioso. 

«El  23  de  Noviembre  de  1810 — dice  el  erudito  cronista  francis- 
cano fray  Abraham  Argañaraz — se  presentó  en  el  convento  el  doctor 


—  37  — 


D.  Mariano  Moreno,  vocal  de  la  Exorna.  Junta  Gubernativa  de  las 
Provincias  Unidas  del  Rio  de  la  Plata,  y  pidió  al  Presidente  del  con- 
vento, fray  José  Roo  juntase  toda  la  comunidad,  y  ella  junta,  le  inti- 
mó k  nombre  del  gobierno  que  por  expediente  girado  ante  su  superio- 
dad  á  representación  de  cuatro  padres  jubilados,  sobre  nulidad  del 
Capitulo  celebrado  en  25  de  Mayo  de  1810,  el  gobierno  lo  reconoció 
por  nulo,  y  por  lo  tanto  que  el  Provincial  electo  entonces,  fray  Fran- 
cisco Javier  Carvallo,  entregase  al  prelado  conventual,  dentro  de  seis 
horas,  los  sellos  y  registros  de  Provincia,  para  que  dicho  Presidente 
convocara  á  los  mencionados  padres  de  voto  perpetuo  (jubilados  de 
húmero),  tanto  de  la  Observancia  como  de  la  Recoleta,  <á  fin  de  que 
se  decidieran  y  señalaran  la  persona  del  padre  más  digno  de  la  Pro- 
A'incia,  que,  como  tal,  debiera  convocar  á  nuevo  Capitulo  y  celebrarlo 
con  solo  los  votos  perpetuos  de  la  Provincia,  y  que  en  el  ínterin  los 
padres  Carvnllo,  Irigoyen  y  Cortina  se  retirasen  al  convento  de  San 
Pedro  del  Baradero.  hasta  pasado  el  próximo  Capítulo. 

Hecho  lo  cual  por  el  padre  Presidente,  y  visto  el  26  de  Noviem- 
bre por  los  cuatro  padres  jubilados  de  la  Observancia  y  uno  de  la 
Recoleta,  que  la  paternidad  más  antigua  pertenecía  al  reverendo  pa- 
dre fray  Pedro  Nolasco  Montero  (por  fallecimiento  en  tal  año  del 
padre  Bariientos),  á  él  entregó  el  Presidente  los  sellos,  registros  y 
demás  papeles  provinciales.  El  virtuoso  cuanto  sabio  padre  Monte- 
ro, que  no  tuvo  parte  en  semejante  trama,  y  tan  sólo  por  conjurar 
males  peores  recibió  los  sellos  y  registros,  convocó  á  todos  los  padres 
jubilados  de  número  de  la  Provincia  para  nuevo  Capítulo,  que  lo  fijó 
el  día  5  de  Febrero  de  1811.  Todo  fué  hecho  así  con  ocho  jubilados 
y  con  un  presidente,  colega  que  fué  nuestro  deán  de  Córdoba, 
Dr.  Gregorio  Funes,  nombrado  por  parte  del  gobierno  civil.  El  Ca- 
pitulo se  celebró  en  la  Recoleta  de  Buenos  Aires,  de  donde  salió 
electo  provincial  el  reverendo  padre  jubilado  fray  Cayetano  José  Ro- 
dríguez, natural  de  San  Pedro  del  Baradero».  Hasta  aquí  el  referido 
cronista  franciscano  (5). 

En  vista,  pues,  de  la  aceptación  que  el  P.  Rodríguez  hace  de  un 
nombramiento  anticanónico  (por  proceder  de  electores  inhábiles  por 
derecho),  nos  ocurre  preguntar  si  tuvo  participación  alguna  en  esa 
condenable  tramoya  que  el  cronista  citado  clasifica  de  cruzada  anti- 
canónica y  temeraria. 

Si  nos  atenemos  al  testimonio  de  personas  fidedignas,  como  el 
R.  P.  fray  Francisco  Castañeda  y  el  Dr.  D.  Felipe  Elortondo  y  Pala- 
cios, deán  de  nuestra  Metropolitana,  fray  Cayetano  obró  en  tales  cir- 


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cunstancías  bajo  la  presión  de  la  autoridad  civil,  es  decii- — que  á  no 
contemporizar  con  las  exigencias  del  gobierno  patrio,  se  exponía  por 
ciertas  tendencias  que  caracterizaban  á  algunos  de  sus  miembros,  á 
hacer  á  su  Provincia  victima  de  males  irremediables. 

Sin  embargo,  parece  estar  en  contra  suya  el  haber  mandado  él 
mismo  tachar  por  ilegal  y  nula  en  la  sesión  segunda  vespertina  del  Ca- 
pítulo de  5  de  Febrero  de  1811,  la  tabla  capitular  del  25  de  Mayo  de 
1810.  ¿Pudo  haberse  calificado  de  nulo  un  capitulo  en  el  cual  se 
observaron  todas  las  solemnidades  prescritas  por  el  derecho;  cuyas 
elecciones  fueron  canónicas,  por  legitimo  superior  confirmadas  y  en 
toda  la  provincia  obedecidas,  hasta  que  después,  á  los  cinco  meses  de 
efectuado,  algunos  descontentos  alzaron  siniestramente  l.i  voz  para 
declarar  ilegítimos  prelados  á  aquellos  que  desde  el  principio  de  su 
elección  fueron  reconocidos  por  todos  como  canónicamente  electos? 
Indudablemente  no,  y  sólo  por  los  motivos  ya  insinuados,  como  tam- 
bién por  la  virtud,  honorabilidad  j'  rectitud  de  intención  que  distin- 
guieron siempre  al  muy  a,mado  P.  Rodríguez,  se  puede,  si  no  justifi- 
car, al  menos  explicar  su  hasta  ahora  discutido  proceder. 

En  el  deseo,  pues,  del  esclarecimiento  histórico  y  por  exigirlo 
así  nuestro  carácter  de  biógrafo,  nos  hemos  detenido  en  este  punto, 
digno,  bajo  todo  otro  concepto,  del  más  completo  olvido. 

Sigamos  ahora  el  estudio  ya  iniciado,  para  dar  á  conocer  á  la 
posteridad  la  acción  que  dicho  religioso  ejerció  en  el  movimiento  po- 
lítico de  Mayo  y  que  abarca  los  últimos  doce  años  de  su  fecunda 
existencia. 

* 
*  * 

La  aparición  del  P.  Rodríguez  en  el  escenario  político  después 
del  25  de  Mayo  de  1810,  se  fija  en  la  Asamblea  electoral  de  1812. 

Antes  de  esa  época,  la  Junta  Gubernativa  del  año  X,  que  tan- 
ta» mejoras  introdujo  en  provecho  del  bien  público,  teniendo  en 
cuenta  su  ilustración,  su  patriotismo  y  su  carácter,  designóle  para 
primer  conservador  de  la  Biblioteca  Nacional,  que  entonces  se  fun- 
daba en  Buenos  Aires  por  iniciativa  y  bajo  el  protectorado  del  Dr. 
Moreno. 

En  nota  del  24  de  Septiembre  la  referida  Junta  solicitó  del  R. 
P,  Provincial  fray  Francisco  Javier  Carvallo,  para  el  P.  Cayetano 
Rodríguez,  la  exoneración  de  todo  oficio  que  lo  pudiera  embarazar  en 
el  desempeño  de  su  nuevo  cargo.  El  P.  Carvallo  no  sólo  accedió 
gustoso  al  pedido  de  la  Junta,  sino  que  también  contribuyó  con  auxi- 


—  39  — 


líos  pecuniarios,  k  nombre  de  la  provincia  que  regia,  para  satisfacer 
los  gastos  que  la  formación  de  hi  Biblioteca  demandaban  (6). 

El  P.  Ilodrígucz  desempeñó  dicho  puesto  hasta  el  año  1814,  en 
que  fué  sustituido  por  el  Dr.  Dámaso  A.  Larrañaga.  Creemos  que  se- 
ria un  acto  de  justicia  póstuma,  y  dignamente  plausible,  si  en  el  recinto 
de  ese  establecimiento  público  se  colocara,  junto  al  del  discípulo,  el 
busto  del  maestro.  ¿Acaso  no  compartieron  ambos  la  improba  labor  que 
la  organización  de  un  establecimiento  de  ese  género  exigía?  Pero 
continuemos.. 

Sabido  es  que,  según  el  Estatuto  Provisional,  una  asamblea  de 
electores  elegidos  por  el  cabildo  de  cada  ciudad  en  las  provincias, 
era  la  autorizada  para  designar  periódicaniente  á  los  miembros  que 
debían  formar  el  gobierno  supremo  de  las  Provincias  Unidas  del 
Rio  de  la  Plata.  Reunida  la  primera  de  estas  asambleas  el  5  de 
Abril  de  1813,  designó  al  Sr.  D.  Martín  de  Pueyrredón  para  suceder 
en  la  presidencia  del  triunvirato  al  Dr.  Passo,  que  ya  había  cum- 
plido su  periodo  gubernativo  el  día  4  del  mismo  mes.  No  pudien- 
do  el  Sr.  Pueyrredón  por  el  momento  hacerse  cargo  del  gobierno, 
por  encontrarse  ausente,  la  Asamblea,  como  representante  que  sojuz- 
gaba ser  de  la  opinión  popular,  determinó  no  sólo  nombrar  al  miem- 
bro que  debía  reemplazarlo  interinamente,  sino  declararse  con  una  exis- 
tencia permanente,  á  manera  de  cuerpo  auxiliar  al  par  que  deliberativo 
en  todos  los  negocios  del  Estado,  para  hacer,  de  este  modo,  desaparecer 
el  personalismo  que  comenzaba  á  desprestigiar  al  gobierno  patrio. 

Rivadavia,  á  quien  se  tachaba  como  culpable  de  ese  .absolu- 
tismo, contrario  en  todo  á  la  democracia  que  debía  ser  siempre  el 
distintivo  característico  de  un  gobierno  popular  como  el  de  Mayo, 
se  opuso  tenazmente  á  la  di'cisión  de  la  Asamblea,  alegando  como 
argumento  supremo,  que  el  Estatuto  Provisional  designaba  á  los 
Secretarios  como  únicos  y  legítimos  suplentes  de  los  miembros  au- 
sentes, y  que  en  virtud  de  haber  ya  cumplido  con  su  misión  ese 
cuerpo  electoral,  debia  cuanto  antes  disolverse. 

La  Asamblea  acató  sin  resistencia  alguna  el  decreto  de  su  di- 
solución, y  fray  Cayetano  Rodríguez  que  había  sido  uno  de  sus 
miembros  más  conspicuos,  á  pocos  días  de  este  acontecimiento  po- 
lítico, escribía  á  su  confidente  Molina  una  interesante  carta,  en  la 
cual,  además  de  manifestarse  gozoso  por  el  decreto  gubernativo  y 
de  hacer  públicas  las  causas  de  su  júbilo,  se  descubre  al  ciudada- 
no de  espíritu  elevado,  que  vuelve  al  silencio  de  su  apacible  sole- 
dad, tranquilo  por  la  plena  conciencia  de  su  recto  proceder. 

4  • 


—  40  — 


«Me  tocas,  dice,  el  punto  de  la  gloriosa  asamblea,  de  la  que 
fui  indigno  vocal.  Apenas  quisimos  sei'  superiores  por  ocho  días, 
ya  les  pareció  que  les  queríamos  arrebatar  para  siempre  la  supre- 
macía— disolvatur. 

«Lo  más  gracioso  es  que  después  han  estampado  su  Manifiesto 
lleno  de  mentiras  y  cosas  en  que  ni  hemos  pensado,  para  acallar 
los  gritos  del  pueblo,  que  brama  con  semejante  hecho.  Yo  celebro 
muchísimo  la  disolución  de  la  Asamblea  porque,  según  los  asun- 
tos que  pasó  el  Gobernador  para  decidirlos,  nos  habríamos  visto 
amargos:  tales  eran  la  imposición  de  títulos  á  los  pueblos  sobreto- 
dos los  ramos,  la  supresión  de  la  Inquisición  (¿qué  te  parece?),  la 
aprobación  de  la  independencia  de  Caracas  para  establecer  la  nues- 
tra, y  otras  semejantes,  cuya  decisión  exigían  de  la  Asamblea  y 
no  querían  que  ésta  fuese  superior.  Se  nos  ha  acusado  de  que  que- 
ríamos levantar  el  partido  de  Saavedra,  y  de  aquí  el  pecado  ima- 
ginario». 

Por  lo  que  mira  al  P.  Rodríguez,  ¿cómo  pensar  en  que  pre- 
tendía levantar  en  alto  la  bandera  de  un  partido,  cuyo  jefe  soña- 
ba en  ceñir  su  frente  con  la  corona  del  imperio,  cuando  sus  doc- 
trinas eran  esencialmente  republicanas,  aunque  la  forma  de  gobier- 
no la  mirara  como  algo  secundario?  «Todo  pueblo,  exclamaba  por 
el  año  de  1812,  es  una  parte  de  la  soberanía,  y  de  todos  y  de 
cada  uno  debe  arrancarse  la  voluntad  con  que  legalice  las  accio- 
nes y  ulteriores  actos  del  gobierno».  Y  más  tarde,  en  1815:  «Cons- 
tituyámonos primero  y  después  pensaremos  qué  forma  de  go- 
bierno, adaptada  á  nuestra  situación  local,  al  genio  nacional  de 
nuestros  habitantes,  á  nuestras  relaciones  exteriores  y  al  carácter 
de  la  potencia  á  que  debemos  unirnos,  pueda  y  deba  garantir  nues- 
tras reeoluciones.  Todo  esto  debe  entrar  en  el  cálculo,  para  fijar 
la  clase  de  gobierno  que  debemos  adoptar.  Lo  demás  es  loquear 
sin  término  y  reclamar  derechos  para  destruir,  con  el  abuso  de 
ellos». 

* 
*  * 

Subide  al  poder  el  nuevo  Triunvirato,  que  surgió  dol  seno  de 
la  revolución  del  8  de  Octubre  de  1812,  uno  de  sus  primeros  ac- 
tos fué  la  convocatoria  de  la  Asamblea  General  Constituyente  de 
1813,  que,  como  dejó  escrito  la  pluma  iDrivilegiada  del  Dr.  Nicolás 
Avellaneda,  fué  la  inteligencia  revolucionaria  de  la  América  eleván- 
dose al  solio  del  legislador  (7).    Y  allí  es  adonde  debemos  ir  aho- 


—  41  — 


ra  para  observar  al  benemérito  Cayetano  Rodríguez  que,  arrancado 
del  silencio  de  su  humilde  celda  por  el  voto  popular,  del  año  XIII, 
iba  á  tomar  asiento  en  el  sagrado  recinto  de  aquella  histórica  asam- 
blea, con  el  alma  dilacerada  por  los  pasados  y  presentes  infortu- 
nios que  retardaban  el  triunfo  final  de  la  empresa  libertadora. 

Era  el  lü  de  Enero  de  1813  cuando  escribía  estas  lineas  que 
al  presente  guardan  todo  el  valor  de  un  documento  histórico.  «La 
Asamblea  se  acerca;  veremos  cuál  es  su  fin  y  qué  gobierno  sancio- 
na. Gritan  muchos  porque  la  independencia  se  declare;  otros,  te- 
miendo salir  del  cascarón  en  que  estuvieron  siempre  metidos,  dicen 
que  aun  no  es  tiempo.  Este  ha  de  ser  un  punto  de  discusión,  bas- 
tante agrio.  Aun  les  parece  corto  el  tiempo  de  nuestra  esclavitud 
y  mucho  rango  para  un  pueblo  americano  el  ser  libre.  Vamos, 
pues,  Fernandeando  por  activa  y  pasiva,  casados  con  nuestras  mal- 
ditas habitudes  más  arraigadas  que  el  sebo  de  las  tripas». 

El  prestigio  de  su  patriotismo  y  la  fama  de  su  cultura  inte- 
lectual, fueron  sin  duda  los  móviles  que  guiaron  á  los  represen- 
tantes de  las  Provincias  Unidas  para  confiar  á  la  destreza  de  su 
pluma  El  Redactor  de  la  Asamblea.  La  designación  no  pudo  ser 
más  acertada,  porque  ¿qué  cuerpo  de  representantes  no  se  honraría 
en  tener  por  redactor  de  sus  sesiones  un  patriota  que  al  escribir  la 
primera  columna  de  ese  periódico — que  fué  para  nuestros  padres 
lo  que  el  Éxodo  para  los  peregrinos  israelitas — después  de  volver 
la  mirada  hacia  el  pasado  de  la  Historia,  para  demostrar  que  si 
existe  la  esclavitud  en  los  pueblos,  también  existe  el  sagrado  de- 
recho de  libertad,  sancionado  por  la  misma  naturaleza,  exclama  di- 
rigiéndose á  los  habitantes  del  Río  de  la  Plata?  «Vosotros  que 
habéis  sido  testigos  y  quizás  victimas  de  los  desastres  de  la  revo- 
lución; vosotros  que  habéis  visto  á  los  tiranos  jurar  vuestra  ruina 
en  el  pavor  de  su  agonía;  vosotros  que  por  asegurar  el  destino  de 
la  posteridad  renunciasteis  vuestro  sosiego  para  siempre;  consagras- 
teis vuestros  intereses  particulares;  ofrecisteis  vuestra  vida,  y  ha- 
béis preferido  generosamente  los  peligros  de  la  guerra  y  de  la 
convulsión;  los  conflictos  de  una  ciega  incertidumbre,  las  congojas 
de  una  emigración  aventurada,  el  llanto  y  hospitalidad  de  vues- 
tras familias,  y  lo  que  es  más,  el  combate  muchas  veces  difícil  de 
las  opiniones  domésticas;  corred  ahora  pai-a  sostener  con  vuestros 
hombros  el  trono  de  la  ley;  renovad  los  juramentos  que  prestasteis 
en  la  memorable  jornada  del  25  de  Mayo  de  1810;  auxiliad  los 
conatos  del  orden  y  de  la  justicia;  cerrad  ya  el  período  de  la  re- 


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volución:  abrid  la  t^poca  de  la  puz  y  de  la  libertad  y  sed  firmes  en 
combatir  á  los  agresores  del  interés  público.  La  Asamblea  Gene- 
ral espera  por  su  parte,  fiada  en  su  celo  y  en  el  vuestro,  que  en 
sus  manos  se  salvará  la  patria,  y  de  ella  recibiréis  el  sagrado  de- 
pósito de  las  leyes,  que  van  á  sancionar  \"uestra  seguridad  é  inde- 
pendencia» (8). 

Después  do  esta  solemne  invocación  á  los  pueblos,  lo  veremos 
saludar  con  entusiasmo  patiiótico  el  decreto  por  el  cual  acuerda 
la  Asamblea  conceder  el  titulo  de  ciudadanía  k  todos  los  españo- 
les europeos  que  por  sus  meritorios  servicios  han  adquirido  un  de- 
recho indiscutible  á  la  gratitud  americana  (9),  y  profundamente 
emocionado  por  la  victoria  de  Salta,  alentar  á  sus  hermanos  con 
la  halagüeña  esperanza  de  un  dichoso  porvenir  (10).  Le  veremos 
concurrir  con  su  voto,  á  fin  de  que  el  indio  morador  de  nuestros 
desiertos  sea  i'econocido  como  hombre  perfectamente  libre  (11),  y 
que  el  dia  25  de  Mayo  se  solemnice  en  cada  año  con  todo  el  es- 
plendor de  una  fiesta  nacional  (12). 

Más  tarde,  cuando  las  vici.situdes  de  nuestra  política  interna 
hicieron  desaparecer,  entre  el  estallido  de  las  revoluciones,  á  la  glo- 
riosa Asamblea  que  surgió  entre  los  vítores  del  pueblo,  fray  Ca- 
yetano, siempre  patriota  ingenuo,  en  correspondencia  íntimamente 
familiar  con  su  estimable  Molina,  so  felicitaba  por  la  caída  de  Al- 
vear,  y  con  severísimo  criterio  juzgaba  su  antipatriótica  política, 
como  se  advierte  en  la  carta  que  con  fecha  26  de  Abril  de  1815 
le  escribió,  recordándole  la  falt«  de  tino  político  y  detallándole  los 
pormenores  de  la  revolución  de  Fontezuelas,  la  que,  por  contener 
revelaciones  importantes,  autorizadas  por  un  testigo  presencial  de 
todos  esos  acontecimientos,  creemos  de  utilidad  reproducir.  Héla 
aquí: 

«Gracias  á  Dios  que  podemos  escribir  con  regularidad,  libres 
del  espionaje  de  nuestros  opresores.  Cayó  el  maldito  partido  que 
era  forzoso  alabar  i)ara  no  ser  víctimas. 

«Oyó  Dios  los  clamores  de  innumerables  infelices  que  lo  eran 
bajo  el  poder  de  esos  Faraones  destinados  para  castigo  de  Buenos 
Aires  y  de  las  provincias  americanas  del  sur.  ¿Cuándo  pensaron 
caer  estos  demonios  en  carne?    Pero  cayeron. 

«Desde  la  repulsa  de  Alvear  en  el  Perú,  cinpc  /.u  ú  flaquear  el 
cimiento  del  edificio.  -  La  representación  de  aquel  ejército,  hecha  á 
Rondeau,  descubrió  misterios  que  ignorábamos  y  empezamos  á  atar 
cabos.    Cuando  Alvear  emprendió  viaje  al  ejército,  se  despidió  aquí 


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híistíi  Lima,  llovamlo  corrospomlciu'i;!  p:uM  aqiu  lla  ciuduil.  Esto 
alarmó  á  todos  y  nos  (lió  á  entender,  habla  inteligencias  con  Pe- 
zuela.  El  ejército  olió  sin  duda  la  cosa,  y  de  aquí  fueron  también 
sus  advertencias.  En  este  intermedio  so  hizo  colocar  el  mocito  do 
Director  Supremo,  para  llevar  adelante  sus  ideas  de  dominación;  y 
la  Asamblea  compuesta  de  hombres  á  su  devoción  (salvo  algunos), 
entró  por  esta  locura  para  llevar  adelanto  el  partido  cuyo  corifeo 
era  Alvear. 

«Este  desatino  fué  la  última  leña  que  se  echó  al  fuego.  Se 
incendió  este  pueblo  y  los  circunvecinos.  Empezaron  á  negar  ne- 
cesariamente la  obediencia,  respaldados  de  la  gente  de  la  otra  ban- 
da, bajo  el  comando  de  Artigas,  que  ocupó  hasta  Santa  Fé.  Alvear 
que  se  veía  con  8.000  hombres  de  tropa,  entró  en  el  proyecto  de 
afianzarse,  invadiendo  á  sus  enemigos. 

«Echó  dos  bandos  horrorosos,  en  que  ponía  pena-  de  la  vida 
hasta  por  respirar  contra  su  persona  y  sus  determinaciones,  y  des- 
tacó 2.000  hombres  á  Arrecifes  para  contener  la  montonera  que 
venía  sobre  nosotros,  llamada  por  este  pueblo  para  parapetar  la 
insurrección  que  se  meditaba. 

«Cuando  salió  este  trozo  de  ese  ejército,  de  Buenos  Aires,  ya 
había  sido  testigo  del  horroroso  espectáculo  que  nos  presentó  el 
mocito,  colgando  en  la  horca,  la  madrugada  del  día  de  Resurec- 
ción,  á  un  miserable  oficial  (Úbeda),  á  quien  fusiló  ocultamente 
dos  horas  antes  en  la  cárcel,  sin  más  causa  formada  que  una  acu- 
sación clandestina  de  que  seducía  las  tropas  contra  él:  hecho  que 
indignó  á  todo  el  pueblo  cuando  volvió  sobre  sí.  Con  estos  ante- 
cedentes salieron  los  ejércitos,  y  en  Arrecifes  los  comandantes  Ig- 
nacio Alvarez  y  el  coronel  Valdenegro  (quien  estuvo  á  punto  de 
ser  colgado),  se  echaron  sobre  el  general  Viana  y  otros  oficiales 
subalternos,  y  presos  los  mandaron  á  una  estancia  y  en  consorcio 
de  los  soldados  negaron  la  obediencia  á  Alvear,  excitándolo  á  que 
dejase  el  mando  ó  venían  sobre  él  y  el  resto  de  su  gente. 

«Al  mismo  tiempo  los  cívicos,  á  quienes  había  quedado  enco- 
mendada la  ciudad  por  ausencia  de  las  tropas,  acampadas  en  San 
Isidro,  hicieron  movimiento  y  con  los  pocos  fusiles  que  les  había 
dejado  y  1.300  que  compraron  en  ese  mismo  día  a  los  buques  ip- 
gleses,  se  armaron  para  sacudir  el  yugo  y  proclamar  la  libertad 
del  pueblo. 

«Alvear,  que  estaba  en  San  Isidro  con  el  resto  de  las  tropas, 
en  vez  de  entrar  en  partido  y  calmar  el  cielo  que  se  aparataba  con 


densas  nubes,  se  obstinó  absolutamente,  y  sordo  á  las  recomenda- 
ciones amistosas  del  Cabildo  que  le  convidaba  con  la  paz,  deter- 
minó invadir  el  pueblo  y  derramar  la  sangre  de  sus  hermanos. 

«Con  efecto,  la  noche  del  Sábado  15  del  corriente,  hizo  mo- 
vimiento hacia  el  pueblo,  pero  una  lluvia  que  fué  un  diluvio,  le 
atajó  los  pasos  y  dió  lugar  para  que  el  Domingo,  conocida  su  ini- 
quidad, se  pusieran  los  cívicos  en  término  de  defensa,  resueltos  á 
sepultarse  antes  que  entregarse  á  Alvear.  Éste  vió  al  fin  sus  de- 
sengaños, observando  que  de  hora  en  hora  se  le  desertaba  su  ofi- 
cialidad y  soldados  y  lo  iban  dejando  solo,  y  jiconsejado  también 
por  el  Comodoro  inglés  (Bowles|y'comandante  de  la  fragata  capi- 
tana que  salió  garante  de  su  vida,  entregó  el  mando  y  se  embar- 
có con  él,  donde  hasta  ahora  permanece. 

«En  seguida  reasumió  ol  Cabildo  el  mando  del  pueblo  y  em- 
pezó el  ejercicio  de  su  autoridad  por  la  prisión  de  los  comiiañeros 
^  Alvear,  los  Posadas,  los  Larrea,  los  Vieytes  y  demás,  entrando 
en  la  cuenta  los  canónigos  Figueredo,  Vidal  y  nuestro  Valentín 
Gómez,  como  uno  de  los  primeros  papeles. 

«Se  deshizo  la  Asamblea  y  sg^ivitará  á  lp§.  pueblos  para  un 
CpjogX^só  Generar  como  es' cíebido,  donde  convenga  y^tuzSs^ea  en 
Tucumán.  SeTia  elegido  de  gobernador  de  esíe"pueFR)~á  Hon- 
dean, y  se  le  manda  diputación  para  que  se  detenga  todo  el  tiem- 
po que  él  estimo  necesario  para  concluir  su  obra  del  Perú,  y  des- 
pués venga,  como  un  sujeto  quizás  el  único  capaz  de  consolidar 
la  unión  de  estos  pueblos  y  quitar  recelos  que  nacen  aún  de  los 
vástagos  que  han  quedado  del  árbol  corrompido.    Veremos  si  viene. 

«Mi  discípulo  Pérez  que  llamamos  el  Chato,  va  con  los  plie- 
gos, junto  con  el  oficial  Hortiguera,  y  hoy  mismo  salen  para  la 
posta.  También  va  Lagunns  con  ellos.  Esto  te  contará  menuda- 
mente las  cosas  y  te  horrorizarás  al  oir  que  meditaban  nuestra 
entrega  á  la  Península. 

«Se  ha  creado  una  Junta  de  Observación,  que  ha  trazado  el 
plan  para  el  nuevo  gobierno  de  esta  provincia,  cuyos  vocales  van 
firmados  en  esa  proclama  echada  por  ellos,  y  están  arreglando  el 
descuaderno  enorme  que  trajo  la  ambición  y  el  despotismo.  Ahí 
mi  Agustín,  qué  robos  tan  enormes,  qué  injusticias!  Qué  corrup- 
ción de  costumbres!  qué  escándalos  en  los  mismos  gobernantes  y 
en  sus  dependientes   En  las  cartas  que  me  pillaron  iba  mu- 

cho de  esto,  ponjue  ya  me  rebosaba.  Yo  no  sé  cómo  no  me  han 
ahorcado». 

* 


—  45  — 


Después  de  estos  tra.stoinos  políticos — que  en  gran  manera 
debilitaban  las  fuerzas  vitales  que  la  revolución  necesitaba  para 
triunfar  de  sus  enemigos  exteriores  —  retirado  fray  Cayetano  á  la 
sombra  venerable  de  su  claustro,  desde  allí  observaba  la  acciden- 
tada marcha  de  nuestrr  vía  dolorosa,  y  al  ver  que  algunas  provin- 
cias, feudo  del  indómito  caudillo  de  las  montoneras,  don  José  Ar- 
tigas, no  avaloraban  en  su  justo  mérito  los  sacrificios  sin  cuento 
que  Buenos  Aires  soportaba  por  lograr  la  paz  de  sus  hermanos» 
dilacerado  en  lo  más  profundo  de  su  tierno  corazón,  lanzaba  este 
quejido  de  dolor:  «No  se  puede  abrir  el  libro  de  nuestra  revolu- 
ción sin  llorar  en  cada  página.  Qué  pueblos  tan  estúpidos,  tan 
tontos,  tan  exóticos  en  sus  pensamientos!  Ya  ves  las  ideas  libe- 
rales que  ha  desplegado  Buenos  Aires,  en  consecuencia  del  sacu- 
dimiento último  de  los  tiranos.  Apesar,  pues,  de  esto,  se  duda,  se 
ataca  vergonzosamente  su  buena  fé  y  se  hace  sistema  de  separar- 
.se  de  sus  ideas  de  unión  y  consolidación  de  fuerzas  para  fijar  nues- 
tro destino.  El  inconstante  Artigas  que  acaba  de  asegurar  con  la 
proclama  impresa  junto  con  el  manifiesto  de  este  Cabildo,  dándo- 
nos las  mejores  esperanzas  de  unión — ha  vuelto  á  sus  antiguas  ma- 
ñas. Ha  hecho  un  congreso  en  la  Banda  Oi'iental,  y  la  gran  Cór- 
duba  y  la  sLiLÚa  Santa  ¥<'  se  han  dignado  mandar  á  él  sus  diputados 
para  tiazar  el  modo  de  separarse  etcraamunte  de  esta  capital»  (13). 

* 
*  * 

Pero  se  aproximaba  1816,  y  el  ilustre  fraile  que  en  1813  to- 
mó asiento  entre  los  legisladores  de  la  Asamblea  General  Consti- 
tuyente, aparecerá  ahora  deliberando  entre  los  diputados  del  Con- 
greso de  Tucumán,  acompañado  de  un  gran  número  de  respetables 
eclesiásticos  «que  si  no  habían  leído  á  Mably  yá  Rousseau,  á  Vol- 
taire  y  á  los  Enciclopedistas,  ni  eran  sectarios  de  la  revolución 
francesa — lo  que  hacía  más  propio  y  meditado  su  acto  sublime — 
conocían  á  fondo  la  organización  de  las  colonias;  habían  apreciado 
con  discernimiento  claro  los  males  de  la  dominación  española,  y 
llevaban  dentro  de  sí  los  móviles  de  pensamiento  y  voluntad  que 
inducen  á  acometer  las  grandes  empresas»  (14). 

Detengámonos. 

¿Qué  cuadro  presentaban  las  Provincias  Unidas  cuando  los  cons- 
tituyentes de  1816  se  reunieron  en  la  histórica  ciudad  de  San  Mi- 
guel del  Tucumán,  en  busca  de  un  triunfo  por  mucho  tiempo  de- 
seado? 


—  4G  — 


La  pluma  de  fray  Cnyetfino  nos  dejó  en  un  documento  para 
siempre  memorable,  la  mejor  pintura  que  hacer  se  pudo  de  un 

2>aís  convulsionado   «Divididas  las  provincias,  desunidos  los 

pueblos  y  aún  los  mismos  ciudadanos  por  unos  principios  que  si 
no  es  difícil  analizar,  es  un  deber  político  ocultar  bajó  el  velo  de 
un  silencio  religioso;  rotos  los  lazos  de  la  unión  social;  inutiliza- 
dos los  resortes  todos  para  mover  la  máquina,  que  dió  algunos 
pasos  hacia  nuestra  libertad,  ptero  retrogradó  sucesivamente  al  im- 
pulso de  las  pasiones;  minada  la  opinión  púl)lica;  erigidos  los  go- 
biernos sobre  bases  débiles  y  viciosas;  chocados  entro  si  los  inte- 
reses comunes  y  particulares  de  los  pueblos,  negándose  alguno  al 
reconocimiento  de  una  autoridad  común  que  fijase  sus  deberes  y  ter- 
minase de  un  modo  imponente  sus  querellas;  en  diametral  oposi- 
ción las  opiniones;  convertidos  en  dogma  los  principios  más  distan- 
tes del  bien  común;  enervadlas  las  fuerzas  del  Estado,  agotadas  las 
fuentes  de  la  pública  prosperidad;  paralizados  los  arbitrios  para 
darles  un  curso  conveniente;  pujante  en  gran  parte  el  vicio,  y  ex- 
tinguidas las  virtudes  sociales,  ó  por  no  conocidas  ó  por  irrecon- 
ciliables con  el  sistema  de  una  libertad  mal  entendida;  conducidos, 
en  fin,  los  pueblos  por  unos  senderos  extraños,  pero  análogos  á  tan 
funestos  principios — á  una  espantosa  anarquía,  mal  el  más  digno 
de  temerse  en  el  curso  de  una  revolución  iniciada  sin  meditados 
planes,  sin  cálculos  en  su  progreso  y  sin  una  prudente  previsión 
de  sus  fines» — hé  ahi  la  montaña  de  inmensos  males  que  los  Con- 
gresales  de  1816  se  proponían  derribar. 

«Quién  puede  leer  todavía  aquella  página  del  Redactor — de- 
cía en  otro  tiempo  el  Dr.  Avellaneda  en  un  bien  meditado  estudio 
sobre  el  Congreso  de  Tucumán,  y  aludiendo  á  este  su  primer  ma- 
iiiñesto  redactado  por  fray  Cayerano  Rodríguez — sin  sentirla  caer 
como  una  ola  de  amargura?  Ella  es  torpe,  como  el  dolor  en  sus 
manifestaciones;  las  palabras  que  dejan  entrever  el  caos,  se  acu- 
mulan persouíilmente  con  sombrío  y  pesado  colorido.  Fáltale  alien- 
to al  que  las  escribe,  y  el  tormento  de  aquella  trabajosa  concepción 
se  posesiona  del  lector   Do  pronto  cruza  un  soplo  de  heroís- 

mo, la  expresión  brilla  como  un  rayo  de  sol  sobre  una  armadura, 
y  la  página  concluyo  flameando  ol  estandarte  de  los  libres  y  repi- 
tiendo su  juramento:  «La  Libertad  ó  la  Muerte))  (15). 

*  -x- 

Mientras  el  Congreso  permaneció  en  Tucumán,  fray  Cayetano 


—  47  — 


se  asoció  á  todas  sus  grandes  dcliboracionos  y  liabló  para  que  por 
medio  de  gestiones  eficaces,  so  lograse  que  la  provincia  del  Para- 
guay mandara  sus  diputados  al  Congreso,  á  fin  de  que  este  cuerpo 
legislativo  suprimiese  la  Comisaria  general  de  regulares  creada  en 
la  Asamblea  de  1813,  por  su  probable  nulidad,  y  los  males  espi- 
rituales que  en  los  claustros  produjera;  y  en  la  sesión  del  dia  6  de 
Diciembre  de  1816  hizo  moción  para  trabajar  un  proyecto  de  cons- 
titución análogo  ii  las  circunstancias  del  pais,  íi  fin  de  «presentar 
con  ella  á  los  pueblos  (son  sus  palabras)  el  bien  que  debe  empe- 
ñarlos en  su  defensa  y  en  vinculo  que  debe  unirlos  á  una  aspiracióti». 

Pero  ahi  estii  como  prueba  de  su  patriotismo  la  famosa  Acta 
de  nuestra  independencia  nacional,  que  inspirado  en  el  santo  ardor 
de  la  justicia  redactó  con  su  pluma  patriótica  y  fecunda  para  colo- 
carla el  9  de  Julio  de  181G,  cual  inscripción  lapidaria  que  triun- 
fase de  las  inclemencias  del  tiempo,  sobre  los  despojos  del  cuerpo 
del  coloniaje. 

* 

Disuelto  luego  el  memorable  Congreso  de  181(5,  las  turbu- 
lencias anán^uicas  del  año  XX  que  amenazaban  la  ruina  final  de 
una  nación  que  surgia  apenas  á  la  vida  de  la  libertad  y  de  la  in- 
dependencia, arrancan  á  su  alma  oprimida  por  tantos  desastres  co- 
mo sufria  la  patria,  este  lamento  impregnado  de  bíblica  elegía: 
(f  «En  el  momento  que  escribo  está  mi  alma  más  negra  que  un  car- 
bón, y  maldigo  como  Job  el  momento  en  que  salí  al  mundo  para 
ver  nuestra  ignominia.  /7Así  es  (]ue  hasta  hablar  de  esto  me  roe 
las  tripas  y  el  alma  se  me  devana  cuando  pienso  en  la  absoluta 
dislocación  de  las  cosas;  el  trastorno  de  todo  el  sistema;  la  anar- 
quía espantosa  en  que  hemos  venido  á  parar;  la  vergüenza  públi- 
ca á  que  nos  hemos  expuesto  á  la  faz  del  mundo  entero,  y  el  de- 
samparo y  orfandad  políticas  en  que  nos  ha  constituitlo  la  maldad 
inaudita  de  cuatro  hombres  resentidos. 

«El  pueblo  de  Buenos  Aires  está  convertido  en  una  horda  de 
bandidos,  al  extremo  que  es  menester  que  cada  casa  tenga  armas 
para  defenderse  de  los  mismos  ciudadanos.  Presenta  el  espectá- 
culo más  triste  á  los  ojos  sensatos. 

«Asi  está  la  campaña.  Así  se  van  poniendo  los  pueblos  y  todo 
va  á  parar  á  la  última  total  disolución.  Seremos  en  breve  presa 
del  primero  que  nos  quiera  dominar.  Han  invadido  el  sagrado 
depósito  del  Congreso;  las  decisiones  secretas,  las  comunicaciones 


—  48  ~ 


reservadas  las  han  echado  á  luz  por  la  i:)rensa  comprometiéndo- 
nos y  comprometiendo  á  las  naciones  que  ya  comunicaban  con  no- 
sotros para  zanjar  nuestra  imlependericia  de  un  modo  el  más  hon- 
roso.   En  fin,  han  hecho  diabluras,  y  de  un  golpe  han  desbaratado 

el  trabajo  de  diez  años  de  un  modo  incomprensible»  (17). 

¡Y  quién  le  diría  entonces  á  fray  Cayetano  que  aun  le  aguar- 
daba 1822  para  acibarar  su  espíritu  con  el  cáliz  de  la  amargu- 
ra, hasta  el  extrejuo  de  morir  como  el  primer  mártir  de  la  libertad 
religiosa,  después  de  haber  agotado  sus  fuerzas  en  la  lucha  de 
azarosísima  polémica  por  hacer  triunfar  las  doctrinas  de  su  reli- 
gión y  las  tradiciones  de  su  patria! 


Notas  del  Capítulo  IV 

(1)  El  señor  don  Pedro  Eueda  en  su  libro  sobre  el  matrimo- 
nio, publicado  en  1888,  se  atrevo  nada  menos  (jue  á  arrojar  sobre  los 
Romanos  Pontífices  la  calumnia  del  despotismo,  y  valiéndose  de  los 
defectos  del  hombre,  censura  acremente  la  Sede  de  los  sucesores 
de  Pedro.  Pretende  comprobar  sus  extraviadas  ideas  con  la  inser- 
ción de  una  bula  de  León  XII,  condenatoria  de  la  Revolución 
Americana;  pero  que,  afortunadamente,  la  crítica  investigadora,  pa- 
ra honra  nuestra  y  confusión  de  nuestros  adversarios,  demostró 
ser  un  documento  apócrifo,  inventado  para  desprestigiar  á  la  Iglesia 
universal  de  Jesucristo. 

(2)  José  Manuel  Estrada  —  Lecciones  de  Historia  Argentina, 
tomo  2". 

(3)  Oración  citada. 

(4)  Hé  aqui  esa  circular:  Fr.  Cayetano  José  Rodríguez,  de  la 
Regular  Observancia  de  N.  P.  S.  Francisco,  Lector  Jubilado,  Exa- 
minador Sinodal  de  varios  Obispados,  Consultor  del  Santo  Oficio, 
Ministro  Provincial  de  esta  santa  provincia  de  Nuestra  Señora  de 
la  Asunción  del  Paraguay  y  siervo,  etc.  A  todos  los  sacerdotes, 
asi  Prelados  como  subditos  de  nuestra  amada  Provincia,  salud  y 
paz  en  Nuestro  S.  J.  C. 

Hacemos  presente  á  todos  V.  V.  P.  P.  y  R.  R.  que  con  fecha 
22  del  corriente  hemos  reciljido  una  carta — orden  del  señor  Pro- 
visor, Vicario  General  y  Gobernador  de  este  Obispado  de  Buenos 
Aires,  inclusa  una  circular,  ambas  del  tenor  siguiente: 

«Con  fecha  12  del  corriente  me  remite  el  Superior  Gobierno 
la  incitativa  hecha  al  finado  Prelado  Diocesano  y  demás  señores 
Obispos  de  estas  Provincias,  determinada  á  que  disponga  que  am- 
bos cleros,  en  todos  sus  sermones  toquen  un  punto  relativo  al  sistema 
de  nuestra  sagrada  causa;  y  que  en  la  colecta  de  la  misa  se  ruegue  ex- 
presa y  determinadamente  al  Señor  proteja  la  causa  de  nuestra 
libertad.  Poderosas  consideraciones  y  el  ejemplo  de  los  sabios 
Prelados  de  Córdoba  y  Salta,  me  han  determinado  á  acceder  y  circu- 
lar la  adjunta  orden  que  paso  á  V.  P.R.  con  el  objeto  de  cumplir 
por  mi  parte  la  expresada  incitativa.  Dios  guarde  á  V.  P.  R.  mu- 
chos años. — Buenos  Aires,  Mayo  22  de  1812 — Diego  E.  de  Zavaleta. 

Al  M.  R.  P.  Provincial  del  Convento  de  San  Francisco. — Cir- 
cular.— Con  el  objeto  de  que  los  pueblos  se  impongan  de  sus  de- 
rechos en  unas  circunstancias  en  que  más  que  nunca  Ies  importa 


—  50  - 


conocerlos;  de  concertar  la  opinión  pública  para  contar  los  males 
y  funestos  efectos  que  produce  la  diversidad  de  pareceres,  cuyo 
origen  tal  vez  es  la  ignorancia  ó  irreflexión:  consiguiente  á  esta  inci- 
tativa liecha  á  esta  jin-isdicción  por  el  Supremo  Gobierno,  se  pre- 
\iene  k  todos  los  sacerdotes  seculares  que  en  sus  sermones,  pane- 
gíricos y  doctrinales,  toquen  oportunamente  algún  punto  que  sea 
propio  íi  ilustrar,  fundar  y  sostener  la  justa  causa  que  las  Provin- 
cias Unidas  del  Rio  de  la  Plata  se  propusieron  desde  la  instala- 
ción de  un  imevo  Gobierno  Provisorio.  Encargándoles  como  les 
encargamos,  que  al  rebatir,  como  deben,  nerviosamente  el  error,  no 
rompan  con  iuq)rudencia  los  sagrados  vínculos  de  la  caridad,  que 
por  su  ministerio  deben  procurar  se  estrecben  más  y  más  entre  los  fie- 
les. Se  les  previene  igualmente  que  en  la  colecta  de  la  Misa,  después 
de  la  primera  súplica  concebida  en  estos  términos:  Et  fámulos  tiios 
Papam  nostram  Paiin,  Regem  nosfriim  Ferdinandum  cum  prole  regne, 
populo  et  exercitu  suo  ab  omni  adversifafe  custodi,  se  añada:  justam 
nostrce  libertatis  causam  jwotege:  pncem  et  salutem,  etc.  Buenos  Aires, 
22  de  Mayo  de  1812. — Diego  Estanislao  de  Zavaleta.  Y  siendo  de 
nuestra  obligación  obedecer  al  Prelado  Eclesiástico  en  lo  que  toca  al 
ndnisterio  de  la  palabra  y  rituales  del  culto,  para  la  conformidad  do 
ambos  cleros  en  los  actos  públicos  de  la  Iglesia,  especialmente  cuan- 
do procede  de  la  unión  con  el  Superior  Gobierno,  llevando  por  objeto 
los  sagrados  intereses  del  púl)li.;o  y  del  Estado.  Por  tanto;  por  las 
presentes  firmadas  de  nuestra  mano  y  nombro,  selladas  con  el  sello 
mayor  de  nuestro  oficio,  y  refrendadas  de  imcstro  Secretario,  exhor- 
tamos á  V.  V.  P.P.  R.  R.,  y  para  mayor  mérito  mandamos  por  Santa 
Obediencia,  en  desempeño  de  nuestro  deber,  el  cunii)limiento  del  que 
nos  impone  en  su  circular  el  señor  Provisor  y  Vicario  General,  de  or- 
den del  Exmo.  Gobierno,  á  fin  de  alcanzar  de  Dios  Nuestro  Señor,  la 
paz,  urnón  y  concordia  de  todos,  para  realizar  la  defensa  de  nuestra 
sagrada  causa  y  sofocar  las  disensiones  domésticas,  que  tanto  obstan 
para  conseguirla.  Este  deber  ndigioso,  que  nace  del  seno  de  la  mis- 
ma caridad,  urge  especialmente  á  los  Ministros  del  Santuario,  que  lo 
son  también  de  paz.  Por  lo  que  á  Nos  toca  y  íi  nuestros  súbditos, 
no  podemos  mi-nos,  P.  P.  y  amados  hermanos,  que  exhortar  de  nue- 
vo, rogar  y  suplicar  por  las  entrañas  de  .Jesucristo,  llamado  Príncipe 
de  la  Paz  por  el  Profeta,  que  procuren  todos  y  cada  uno,  no  sólo  pe- 
dirla y  suplicarla  al  Señor,  sino  también  buscarla  hasta  alcanzarla.  .  • 


 Y  uniéndonos  por  ahora  h  los  sentimientos 

del  Prelado  Eclesiástico,  que  ordena,  obediencia  á  la  Excnia.  Junta, 
á  los  predicadores  de  la  divina  palabra,  la  explicación  eu  sus  sermo- 
nes panegíricos  y  morales,  de  un  punto  relativo  á  los  derechos  de  los 
pueblos  bajo  el  sistema  de  libertad  (jne  han  adoptado,  les  encarga- 
mos de  nuestra  i)arte  que  lo  hagan,  usando  de  la  mayor  moderación, 
precisión  y  claridad  que  exige  tan  delicada  mati;ria;  cuidando  de  no 
violar  el  respecto  debido  á  la  cátedra  de  la  vcrdail,  ni  faltar  el  que  se 
debe  al  pueblo  con  expresiones  violentas  é  ind<H;orosas,  ó  invectivas 
estudiadas,  indignas  de  tan  sagrado  lugar  y  ofensivas  á  las  puras  y 


—  5i  — 


justificadas  intenciones  del  Superior  Gobierno,  y  que  en  vez  de  servir 
para  paciUrar  y  luiir  los  ániuios  do  los  fieles  para  que  obren  de  acuer- 
do en  la  defensa  de  l;i  sagrada  causa,  no  harían  más  cjue  engendrar 
una  rivalidad  lastimosíi.  qun  ios  empeñase  en  los  medios  de  destruir- 
la. Por  lo  (|ue  toca  a  la  colecta  de  la  Misa,  úsese  de  la  forma  que 
va  indicada,  si  el  Prelado  Iltino.  de  esa  Diócesis  no  hubiera  instruido 
otra  para  el  arreglo  de  su  clero,  que  en  tal  caso  ésta  debo  preferirse. 

Y  para  que  nuestras  Letras  Patentes  lleguen  á  noticia  de  todos 
nuestros  súbilitos  y  les  presten  el  debido  obedecimiento,  mandamos 
que  se  publi(jueu  en  los  Conventos  y  Docti-inas  de  nuestra  obedien- 
cia, en  plena  comunidad,  y  corran  por  el  orden  del  margen  de  Con- 
vento en  Convento,  ipiedando  trasuntadas  en  el  Libro  de  Patentes  y 
del  último,  se  devuelvan  á  nuestra  Secretaria,  con  certificación  al  pié 
de  haberlo  asi  ejecutado. 

Dadas  en  nuestro  Convento  grande  de  la  Observancia  de  Buenos 
Aires,  en  23  dias  del  mes  de  Mayo  de  1813.— Fk  Cayetaxo  José  Ro- 
dríguez, Ministro  Provincial.— P.  ^L  D.  S.  P.  R. —  Fr.  Ignacio  Oaray. 
Secretario  de  Provincia». — (Del  Archivo  conventual  de  Córdoba). 

(5)  Cnjnica  del  Convento  grande  de  N.  P.  San  Francisco  de  Bue- 
nos Aires,  libro  III,  capitulo  VII. 

(G)  Nota  de  la  Excma  Junta: 

«Habiendo  sido  destinado  el  R.  P.  señor  Cayetano  Rodríguez,  al 
servicio  de  la  Biblioteca  pública  establecida  en  esta  capital,  y  siendo 
esta  atención  de  mucho  beneficio  público,  previene  la  Junta  á  V.  R. 
lo  exima  de  todo  cargo  ó  atención  que  pueda  embarazarle  y  se  deje 
expedita  su  persona  para  su  desemjjeño.  Dios,  etc.  Septiembre  24 
de  1810. — R.  P.  Provincial  de  San  Francisco». 

Nota  del  P.  Provincial: 

«Excmo.  Señor.  En  consecuencia  del  oficio  que  acabo  de  recibir 
de  V.  E.  con  fecha  del  24  del  corriente,  inmediatamente  paso  orden 
al  R.  P.  Presidente  del  Convento  de  la  Observancia,  para  que  en  lo 
sucesivo  exonere  de  toda  pensión  y  cargo  al  R.  P.  lector  y  jubilado 
Fr.  Cayetano  Rodríguez,  para  que  con  la  mayor  atención  se  contraiga 
solamente  al  cabal  desempeño  de  la  Biblioteca  pública  de  que  V.  E. 
me  hace  mención  en  su  respetable  oficio. 

Y  deseando  tener  alguna  parte  en  un  beneficio  público,  tan  acree- 
dor á  nuestra  consideración  y  aprecio,  suplico  á  V.  E.  se  digne  acep- 
tar el  corto  obsequio  de  cincuenta  pesos  fuertes  á  nombre  de  mi  Pro- 
vincia Regular  de  San  Fríincisco,  los  que  pondrá  á  disposición  de  Y. 
íl  nuestro  hermano  síndico,  para  este  laudable  objeto.  Dios  guarde 
á  V.  E.  muchos  años.  Convento  de  Recolección  de  Buenos  Aires,  26 
de  Septiembre  de  1810. — Señor  Excmo. — Fr.a.y  Fr.vxcisco  J.wier 
Carvallo». 

Estas  notas  existen  originales  en  el  Archivo  General  de  la  Na- 
ción. 

(7)  Escritos,  pag.  147. 

(8)  El  Redactor  de  la  Asamblea,  n".  1. 

(9)  Idem,  n".  1. 
(10)     »       »  2. 


—  52  — 


(11)  Idem,  n".  4. 

(12)  »      »  8. 

(13)  Carta  á  Molina. 

(14)  Avellaneda.    Escritos,  pag.  111. 

(15)  Idem  »         »  144. 

(16)  Según  el  P.  Pantaleón  García,  su  panegirista,  y  muchos  his- 
toriadores argentinos — entre  los  que  se  cuenta  el  general  D.  Bartolo- 
mé Mitre — fray  Cayetano  era  el  que  redactaba  El  Redactor  del  Con- 
greso. En  su  Elogio  fúnebre,  el  primero  dice:  «Vosotros  le  habéis 
visto  miembro  del  Congreso  Nacional  de  Tucunián,  llevando  El  Redac- 
tor de  las  sesiones  con  política  que  le  adquirió  nombre  en  los  pueblos», 
(pag.  15).  Y  el  Dr.  D.  Juan  M.  Gutiérrez  en  la  Revista  del  Rio,  de  la 
Plata,  tomo  VI,  pag.  179.  «El  P.  Rodríguez  fué  electo  diputado  por 
Buenos  Aires  al  Congreso  que  se  instaló  en  Tucumán  el  24  de  Marzo 
de  1816,  y  dirigió  líi  publicación  del  Redactor  de  aquel  cuerpo,  con 
este  epígrafe  significativo.'  steriles  transmissimus  anuos. 

(17)  Carta  á  Molina. 


CAPÍTULO  Y 

Escritor  y  propagandista. — Una  obra  del  aljate  Bonola  traducida  y  ano- 
tada por  el  P.  Rodríguez.— Fraj^  Cayetano  periodista  — El  Oficial 
(le  Día.  —  La  reforma  eclesiástica.— Sus  causas. — Sus  deton.sores. — 
Sus  preludio.'!. — Decisiones  cismáticas  de  la  Asamblea  General 
Constituyente. — El  P.  Fray  Casimiro  Ibarrola. — Carta-cii-cnlar. — 
Decreto  del  13  de  Diciembre  do  1821  y  del  8  de  Febrero  de  1&22. — 
Protesta  ante  la  Logislatui-a  Provincial. — Manifiesto  del  Gruaruián 
de  San  Fran.-.isco.— Un  impreso  en  hoja  suelta.— Venganzas  del  Cen- 
tinela.— Apología  del  P.  Eodríguez. — La  lucha  periodística.— El  P. 
Castañeda. — Perfiles  biográficos.—  Sus  armas  de  combate. — Con- 
traste con  las  del  P.  Rodríguez. — Ambos  se  completan.— Burlas  al 
Centinela. — L<i  Guardia  vendida  por  Centinela  y  la  traición  descubier- 
ta por  El  Oficial  de  J)w.— Ingratitud  histórica.— La  pobreza  y  la 
mendicidad  combatida  por  el  Centinela  y  defendida  por  el  P.  Ro- 
dríguez.—Los  monasterios  de  religiosas. — Las  órdenes  mendicantes. 
— La  iey  de  la  propiedad.  — Ataca  al  Ambigú  quo  proclama  tina 
iglesia  nacional. — Levanta  los  cargos  calumniosos  del  abate  Fleu- 
ry  contra  San  Francisco  de  Asís,  que  reproduce  el  Centinela. — San- 
ciónase la  ley  general  de  la  reforma  del  clero.— Fray  Cayetano 
abandona  el  periodismo.— Triunfe  final.  — Su  última  enfei-medad. — 
Su  nmerte.— Inhumación  de  sus  restos. — Pompas  fúnebres  — Duelo 
de  la  prensa. — Monumento  á  su  memoria. — Epilogo. 

El  P.  Rodríguez,  además  de  todo  lo  dicho,  fué  un  escritor  fecun- 
do, y  un  propagandista  incansable  de  las  doctrinas  de  su  credo. 

Ya  se  presagiaban  las  luchas  de  la  reforma  eclesiástica,  cuando 
llegó  á  sus  manos  una  obra  que  se  titulaba:  «Liga  de  la  Teología  mo- 
derna con  la  filosofía  en  daño  de  la  Iglesia  de  Jesucristo,  descubierta 
en  una  carta  de  un  párroco  de  ciudad  á  un  párroco  de  aldea,  en 
respuesta  á  la  confrontación  de  los  nuevos  con  los  antiguos  regla- 
mentos acerca  de  la  policía  de  la  iglesia  para  entretenimiento  de  los 
párrocos  rurales,  escrita  por  el  abate  Bonóla». 

Su  objeto  era,  como  se  ve,  refutar  á  un  cierto  autor  milanés,  que  ha- 
bía publicado  un  libro  plagado  de  errores  contra  la  Iglesia  y  su  moral 
cristiana.  Escrita  con  método,  apoyada  en  sólidas  razones  y  en  la  rei^u- 
tación  más  concluyente  de  los  principios  sectarios,  fray  Cayetano  com- 
prendía que  su  publicación  en  Buenos  Aires,  en  momentos  en  que 


—  54  — 


precisamente  deberían  debatirse  en  eUa  principios  con  claridad  resnel- 
tos — seria  de  nna  utilidad  inapreciable,  y  dedicóse,  en  consecuencia, 
en  sus  momentos  di;  ocio,  á  traducirla  al  español  (del  francés  en  que 
fué  escrita),  enriqueciéndola  con  algunas  notas  explanativas,  origina- 
les de  su  pluma,  y  precediéndola  de  un  llamado  al  clero  americano. 
«El  sacerdote,  dice,  debe  estar  á  la  mira,  estudiar  más  que  nunca  la 
religión,  y,  como  centinela  de  la  iglesia,  velar  sobre  sus  muros;  pre- 
dicar, instruir,  discutir  y  prevenir  las  celadas  que  pongan  sus  enemi- 
gos para  sorprender  sus  hijos,  y  cumplir  con  el  mandato  del  Señor: 
«clama  necesses,  quasi  tuba  exalta  vocem  tuaim. 

Y  cual  si  tuviera  la  profética  visión  del  porvenir,  parodiando  á 
Jesús  en  los  uml)rales  de  la  Pasión,  concluye  exclamando:  «sacerdo- 
tes del  S(>ñor:  esta  es  la  hora  de  los  filósofos  y  el  poder  de  las  tinieblas. 
Pero  hay  Dios  en  Israel.  Velad  y  orad  porque  no  entréis  en  tenta- 
ción de  amilanaros:  fortificaos  contra  éilos.  Al  fin  el  triunfo  se  deci- 
de á  favor  de  la  verdad.  Quién  contra  Dios?  Prevalecerán  contra 
su  religión  las  puertas  del  infierno?  Nó.  Esto  debe  consolaros  en 
los  trabajos  que  emprendáis  en  su  defensa.  Plantad  vosotros,  rogad 
también  y  Dios  dará  el  incremento». 

* 
•x-  * 

Sus  notas,  en  número  de  veintitrés,  son  positivos  comprobantes 
de  .su  (U'udicción  clásica.  En  éstas  (xplica  el  verdadero  sentido  de 
aquella  máxima  de  S.  Optato,  obispo  milevitano:  «La  Iglesia  está  en 
el  Estado,  y  no  el  Estado  en  la  Iglesia»,  tan  maliciosamente  tergiver- 
sada en  todo  tiempo  por  los  enemigos  de  la  autoridíid  espiritual;  de- 
muestra lo  absurdos  que  son  los  jiropósitos  de  los  que  intentan  sepa- 
rar á  los  obispos  del  orbe  cristiano,  de  su  cabeza  pastoral  que  es  el 
Pontífice  Romano;  rebate  á  los  que,  ba.sados  en  el  dicho  de  Constsin- 
tino  á  los  padres  conciliares  de  Nicea,  «Vosotros  sois  obispos  den- 
tro de  la  iglesia:  yo  soy  fuera  de  ella  constituido  por  Dios» — preten- 
den (siguiendo  en  esto  á  sus  antecesores,  los  jansenistas)  hacer  de  la 
iglesia  algo  asi  como  unn  esclava  del  gobierno  secular;  censura  á  los 
emperadores  que  sirvieron  de  apoyo  á  los  cismáticos  como  los  pa- 
triarcas Fox-io  y  Miguel  Cerulario,  y  acrimina  su  debilidad  pastoral  k 
los  obispos  que  con  mengua  de  su  alto  ministerio  doblan  servilmente 
su  cayado  ante  las  promesas  halagadoras  pero  por  desgracia  funestas 


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de  la  autoridiul  civil;  hace  ver  cómo  la  usurpación  de  los  bienes  ecle- 
siásticos tiende  á  envilecer  h  la  Iglesia,  para  que,  envilecida,  se  destru- 
ya, puesD'Alembert,  dice — enemigo  acérrimo  del  cristianismo — señaló 
este  medio  como  el  más  apropósito  para  acelerar  su  ruina,  aplicando  al 
clero  aquella  sentencia  de  Jesucristo  en  su  evangelio:  «.Hoc  gemís  de- 
moniormn,  no  ejicilur  misi  in  jejunioD,  de  donde  deduce  ser  de  indis- 
pensable necesidad  para  la  Iglesia  tener  en  sí  misma  los  medios  de  su 
propia  subsistencia;  combate  la  doctrina  revolucionaria  de  que  la  li- 
bertad es  un  medio  para  disminuir  el  influjo  sacerdotal  sobre  la  masa 
popular,  y  dice  que  por  haberla  adoptado  el  pueblo  francés,  perdió  el 
respeto  á  los  ministros  de  Jesucristo  y  miró  con  indiferencia  los  horro- 
ros  de  la  guillotina;  rechaza  la  doctrina  que  se  basa  en  este  texto  de 
la  escritura:  «.Adorarás  al  Señor  en  espíritu  y  en  verdadi).  para  des- 
truir el  culto  exterior  del  cristianismo. 

«Para  obtener  esto,  escribe,  era  menester  probar  que  el  hombre 
es  un  espíritu  puro,  despojado  enteramente  de  la  materia,  que  no  per- 
tenece á  la  iglesia  en  que  Dios  es  adorado  como  un  ser  físico,  com- 
puesto de  cuerpo  y  alma,  y  entrar  luego  desterrando  las  virtudes  más 
recomendadas  en  el  Evangelio,  como  la  penitencia,  la  mortificación, 
los  actos  de  religión,  y  todo  cuanto  se  roce  con  los  sentidos». 

Con  una  rápida  ojeada  sobre  la  historia  de  tantos  reformadores 
como  aparecieron  en  todos  los  siglos  cristianos,  especialmente  desde 
Wice  hasta  nuestros  días,  logra  demostrar  que  el  último  ñn  de  sus 
continuos  esfuerzos  ha  sido  el  de  asegurarse — aunque  sea  ilegalmente 
— de  sus  cuantiosos  tesoros.  De  una  pincelada  maestra  presenta  el 
cuadro  desolador  que  Francia  y  Roma  ofrecieron  á  fines  del  pasado 
siglo,  después  del  bárbaro  despojo  de  sus  templos;  y  para  comproban- 
te de  su  aserto  aduce  estas  palabras  de  Voltaire  á  Federico,  rey  de 
Prusia:  «¡Quién  diera  á  V.  M.  en  su  terreno  el  rico  templo  de  Loreto, 
para  apoderarse  de  sus  riquezas  con  que  la  superstición  lo  ha  ador- 
nado!» 

Por  fin,  después  de  burlar  á  los  que  son  víctimas  de  esa  perpetua 
pesadilla  contra  el  celibato  eclesiástico,  diciéndoles  que  la  virginidad 
y  la  castidad  es  un  consejo  del  Evangelio;  y  está  puesto  en  orden  que 
de  la  parte  más  pura  del  cristianismo  se  elijan  los  ministros  del  san- 
tuario, como  de  afrontar  también  á  Rousseau  la  inconsecuencia  de  sus 
principios,  cuando  dice  que  consagrar  á  Dios  la  virginidad  es  hacer 

5 


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voto  de  no  ser  hombre,  sin  embargo  de  haber  dejado  escrito  que  lejos 
de  tachar  al  Evangelio  como  pernicioso  á  la  sociedad,  lo  encontraba 
en  algún  modo  más  sociable  uniendo  estrechamente  al  género  huma- 
no por  una  legislación'que  debe  ser  exclusiva — termina  consignando 
que  si  la  religión  es  la  única  fuente  de  la  virtud,  como  no  puede  du- 
darse, sus  enemigos  están  en  la  obligación  de  decirnos  qué  es  lo  que 
se  enseña  en  sus  talleres:  porque  si  es  bueno  deben  comunicarlo  sin 
envidia;  pues  de  lo  contrario  no  tendrán  que  responder  al  que  les  di- 
ga que  el  que  obra  mal  aborrece  la  luz. 

* 

Tales  eran  los  trabajos  en  que  el  P.  Rodríguez  se  hallaba  empe- 
ñado, cuando  los  gritos  de  la  reforma  le  obligaron  á  abandonar  la  tan 
querida*quietud  de  su  silencio  claustral,  para  lanzarse  á  esa  vida  agi- 
tada del  periodismo,  en  la  que,  si  es  cierto  que  recibió  heridas  causa- 
das por  las  púas  de  acero  del  lenguaje  volteriano  con  que  combatían 
sus  adversarios,  también  es  cierto  que  nunca  jamás  pudo  ser  vencido, 
porque,  como  buen  soldado  de  la  justa  causa,  se  hallaba  munido  de 
la  más  fuerte  armadura. 

«Jamás  los  frailes — ha  dicho  un  escritor  que  no  se  puede  tachar 
de  parcial  en  este  punto — la  legitimidad  de  sus  propiedades,  los  dere- 
chos de  la  iglesia,  fueron  mejor  defendidos  que  en  el  Oficial  de  Día 
(1).  Allí  derramó  fray  Cayetano  todo  su  saber,  la  amenidad  de  su 
estilo  y  la  elevación  de  su  alma,  resistiendo  con  una  moderación 
ejemplar  á  caer  en  los  excesos  á  que  casi  siempre  le  empujaban  sus 
adversarios»  (2). 

Pero  investiguemos  ante  todo  la  causa  de  la  reforma  eclesiástica 
en  Buenos  Aires:  recordemos  sus  hombres,  y  después  haremos  su  his- 
toria. 

* 
*  * 

El  erudito  Dr.  GutiéiTCZ,  escribiendo  al  respecto,  dice:  «La  obra 
del  hombre,  en  cuanto  había  bastardeado  la  influencia  religiosa  y  sus 
formas,  necesitaba  pasar  por  el  crisol  en  que  se  habían  depurado  la 
forma  y  los  medios  del  sistema  político  anterior  á  1810.  Esto  es  evi 
dente:  una  revolución  no  se  completa  si  en  su  marcha  no  pasa  aba- 
tiendo las  cabezas'de  las  amapolas  cargadas  de  opio  nocivo,  arraiga- 
das en  el  campo  de  las  ideas»  (3). 

En  menos  y  en  más  claras  palabras,  ello  quiere  decir  que  la  re- 
volución de  1810,  junto  con  la  evolución  política,  trajo  el  trastorno 


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social  y  con  el  trastorno  social  consiguiente  al  cambio  radical  de 
ideas  y  costumbres,  la  relajación  del  individuo. 

De  ella  no  se  vieron  libres  muchos  miembros  de  aquellas  insti- 
tuciones, que  por  su  mismo  carácter  debían  ser  sal  de  la  tierra — ¿por 
qué  no  confesarlo? — pero  de  aquí  cuan  lejos  estamos  de  reconocer 
autoridad  para  la  reforma,  en  un  poder  ajeno  de  jurisdicción  en  la  ma- 
teria! Las  instituciones  religiosas,  como  miembros  que  son  del  cuerpo 
místico  de  la  Iglesia,  tienen  en  ella  misma  la  mano  que  las  gobierna 
y  el  poder  que  las  regula.  A  esta  autoridad,  pues,  deben  recurrir  los 
gobiernos  civiles  cuando  la  relajación  del  clero  cundiera  en  perjuicio 
del  bien  público,  á  fin  do  que,  deslindados  los  derechos,  se  proceda 
con  orden  en  el  camino  de  la  reforma  y  se  eviten  los  choques  violen- 
tos de  autoridades. 

lAh!  Con  cuánta  ciencia  decía  entonces  allá  por  el  año  de  1852 
el  famoso  orador  franciscano  de  la  matriz  de  Catamarca,  fray  Mamer- 
to Esquiú,  que  la  independencia  de  la  antigua  metrópoli  era  preciso 
reconocerla  como  el  árbol  del  bien  y  del  mal:  como  una  aureola,  pero 
aureola  de  fuego  que  ha  secado,  calcinado  la  cabeza  que  ornaba  (5). 

* 
*  * 

Al  recordar  esa  época  aciaga  para  la  iglesia  argentina,  se  desta- 
ca ante  nuestra  vista  una  ilustre  personalidad  que,  encargada  del  mi- 
nisterio de  gobierno  en  la  administración  del  general  D.  Martín  Ro- 
di'iguez,  fué  su  brazo  derecho  desde  1820  á  1824,  y  el  causante  también 
de  los  trastornos  que  produjo  la  lucha  religiosa. 

«Don  Bernardino  Rivadavia — diré,  haciendo  propio  el  acertado 
juicio  que  sobre  el  estadista  argentino  emite  el  ilustrado  cronista  fray 
Abraham  Argañaraz — á  nuestro  modo  de  ver,  nunca  fué  un  hereje  ni 
un  libre  pensador  vulgar:  hombre  austero  en  el  fondo,  melifluo  en  la 
corteza,  demo-aristocrático  en  el  sentimiento,  patriota  honrado:  so- 
brecogido ante  las  demasías  de  1820  y  sus  consecuencias;  reformador 
por  genio  y  de  espíritu  emprendedor — él  puso  mano  á  la  reforma  ge- 
neral de  lo  que  ese  año  había  descompuesto.  Pero  a  falta  de  auto- 
ridad legal,  vino  h  desfigurarse  ante  la  virilidad  del  código  católico. 

Las  ideas  cismáticas  del  empei-ador  José  II  de  Austria,  las  doc- 
trinas del  Febronio,  las  resoluciones  de  la  Asamblea  Constituyente 
de  1813,  etc.,  todo  de  fondo  cismático,  quebró  su  noble  y  patriótica 
figura»  (5). 

A  él  sigue,  como  el  satélite  al  astro,  el  deán  D.  Mariano  Zavale- 
ta,  que  desde  el  primer  momento  de  su  elección  para  gobernador  del 


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Obispado  de  Buenos  Aires  en  sede  vacante  (17  de  Octubre  de  1812), 
menos  por  ignorancia  que  por  fuertes  vínculos  de  amistad,  secundó 
en  todo  al  ministro  Rivadavia,  hasta  llegar  al  extremo  de  reglamen- 
tar la  vida  interior  de  las  comunidades  con  pi-escripciones  las  más 
severas  y  arbitrarias. 

Tales  son,  pues,  los  hombres  que  de  una  manera  principal  sos- 
tuvieron la  reforma  en  Buenos  Aires,  que  desde  luego  comenzamos  á 
historiar. 

*  * 

La  reforma  eclesiástica  de  1822  tuvo  su  preludio  hacia  1810, 
con  motivo  del  capítulo  de  regulares  franciscanos,  celebrado  el  día  25 
de  Mayo  de  ese  año,  y  hacia  1813,  por  algunas  decisiones  cismáticas 
de  la  Asamblea  General  Constituyente. 

Ese  soberano  cuerpo  legislativo  comenzó  prohibiendo  al  Nuncio 
Apostólico  residente  en  España,  ejerciera  jurisdicción  alguna  en  las 
Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata  (6),  independizando  á  los  regu- 
lares de  sus  respectivos  prelados,  y  nombrando  un  Comisario  Gene- 
ral que,  recabando  la  plenitud  de  su  autoridad  de  los  obispos  dioce- 
sanos, ó  provisores  en  sede  vacante,  ejercieran  jurisdicción  general 
sobro  todos  los  conventos  de  regulares  de  cualquier  orden  que  fuesen, 
existentes  en  el  territorio  de  las  Provincias  Unidas  (7). 

Dicho  cargo  recayó  en  el  R.  P.  fray  Casimiro  Ibarrola,  religioso 
franciscano,  quien,  aceptando  el  anticanónico  nombramiento — 29  de 
Noviembre  de  1813 — y  con  motivo  de  haberse  efectuado  el  día  2  de 
Diciembre  de  1814,  en  el  templo  de  San  Francisco,  el  solemne  reco- 
nocimiento de  su  autoridad  por  los  Provinciales  de  las  Ordenes  regu- 
lares y  prelados  Betlemitas  con  sus  respectivas  comunidades — exten- 
dió á  sus  súbditos  una  carta  circular  en  la  que  hace  manifestación 
(por  cierto  no  muy  sincera)  de  la  gran  confusión  que  dominaba  á  su 
espíritu  al  verse  objeto  de  distinción  tan  honrosa,  y  dice  que  se  pro- 
pone hacer  buscar  para  sus  hermanos  esa  paz  de  que  nos  habla  el 
Profeta, á  fin  de  quesea  un  hecho  el  triunfo  ñnal  de  nuestra  independen- 
cia. Fiel  en  esto  á  las  esperanzas  que  sin  duda  alguna  depositaran 
en  él  sus  electores,  escribe:  ¿El  segundo  punto  en  que  se  desplegará 
la  energía  de  nuestro  celo  pastoral,  será  hacer  respetar  las  au- 
toridades constituidas  en  el  Estado.  Estaraos  resueltos  á  remo- 
ver todos  los  obstáculos  que  algunos  de  nuestros  súbditos,  ó  ya  po- 
seídos de  una  ignorancia  crasa  y  supina,  ó  mal  intencionados,  ó 
seducidos  por  la  intriga  y  malevolencia,  opongan  al  sistema  de  Li- 
bertad é  Independencia  que  con  tanta  justicia  en  las  presentes  cir- 


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cunstancia»,  sostiene  la  América.  De  modo  alguno  encontrarán  en 
Nos  apoyo  aquellos  genios  inquietos  y  perturbadores  del  orden  pú- 
blico, que,  cerrando  con  obstinación  los  ojos  á  la  luz  de  la  verdad, 
sostenidos  en  discursos  frivolos  y  mil  veces  rebatidos — promueven  el 
espíritu  de  discordia  y  de  división,  no  sólo  en  las  tertulias  y  conver- 
saciones privadas,  sino  que  se  avanzan  con  audacia  á  lo  más  sagrado 
del  púlpito  y  confesonario,  exparciendo  máximas  falsas,  evasivas  de 
la  justicia,  de  la  obediencia  y  de  los  primeros  derechos  del  hombre. 

«Todo  el  peso  de  nuestra  autoridad  debe  caer  indispensablemen- 
te sobre  unos  individuos  perniciosos  á  la  sí)ciedad,  persuadidos  de 
que  la  profesión  religiosa  prescribe  sobre  todo,  regla  de  subordinación 
y  de  caridad:  convencidos  de  que  el  sacerdocio  es  un  ministerio  de  paz 
y  amor  al  público:  instruidos  al  mismo  tiempo,  que  el  amor  á  la  pa- 
tria y  la  obligación  de  servirla,  no  es  una  ley  que  nos  han  enseñado 
los  filósofos  ó  dictado  los  legisladores,  sino  que  la  recibimos  de  la 
misma  naturaleza  al  tiempo  mismo  de  nacer,  la  que  desde  entonces 
llevamos  impresa  (por  decirlo  así)  en  la  sangre  misma. 

«Ultimamente,  apoyados  en  la  firme  inteligencia  de  que  el  siste- 
ma político  de  nuestra  América  está  por  todos  respetos  cimentado 
en  principios  sólidos,  justos  y  conformes  á  todos  los  derechos,  no  será 
posible  que  podamos  desatendernos  de  la  criminal  conducta  de  los 
infractores,  que  unidos  escandalosamente  á  los  enemigos  de  la  natu- 
raleza, de  la  paz  y  de  la  justicia,  adelanta  quizá  más  que  ellos  mis- 
mos en  la  injusta  oposición  que  experimentamos.  Bajo  de  este  segu- 
ro, conduciremos  todo  el  celo  de  nuestro  ministerio  á  unir  los  corazo- 
nes, uniformar  las  voluntades  y  promover  el  espíritu  público  en  todos 
los  individuos  de  nuestro  mando,  y  cuando  los  medios  de  humanidad 
y  prudencia  no  correspondan  á  nuestros  deseos  (que  no  es  de  esperar), 
tendremos  bastante  valor  para  apurar  los  recursos  de  severidad  sin 
excepción  de  personas,  apesar  de  la  condescendencia  y  compasivos 
sentimientos  de  nuestro  corazón»  (8). 

¡Y  en  verdad  que  se  mostró  severo,  y  por  desgracia  también,  bra- 
zo de  la  autoridad  civil,  como  lo  prueba  el  hecho  de  haber  mandado 
recoger  las  patentes  de  confesor  y  de  predicador  á  varios  religiosos 
que  por  el  solo  motivo  de  oponerse  á  nuestra  independencia  nacional, 
se  hallaban  confinados  en  diversos  puntos  y  lo  reclamaba  así  el  go- 
bierno secular! 

* 
*  * 

A  las  decisiones  de  la  Asamblea  General  Constituyente  siguieron 
estos  decretos  del  gobierno  (13  de  Diciembre  de  1821):    1°. — Las  ca- 


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sas  de  la  orden  de  regulares  llamados  mercedarios,  situadas  en  el  te- 
rritorio de  las  provincias,  quedan  desde  la  fecha  de  este  decreto,  en 
entera  independencia  de  todo  prelado  ó  autoridad  provincial  y  bajo 
la  sola  dirección  de  los  presidentes  de  cada  casa. — 2°. — Dichas  casas 
y  los  que  las  presiden,  quedan  bajo  la  inmediata  protección  del  go- 
bierno, y  sujetos  en  lo  espiritual  á  sólo  la  autoridad  eclesiástica. 

(8  de  Febrero  de  1822):  1°. — Las  casas  regulares  mendicantes 
del  orden  franciscano,  situadas  en  el  territorio  de  la  provincia,  que- 
dan sujetas  sin  excepción  alguna,  á  las  disposiciones  de  los  artículos 
1».  y  3°.  del  decreto  de  13  de  Diciembre  de  1821. — 2°. — El  ministro 
secretario  de  gobierno  queda  encargado  de  la  ejecución  de  este  decre- 
to que  se  insertará  en  el  Registro  Oficial. 

Uno  y  otro  están  firmados  por  el  general  D.  Martin  Rodriguez, 
gobernador,  y  D.  Bernardino  Rivadavia,  ministro  de  gobierno.  Según 
las  razones  que  exordian  los  decretos,  el  primero  fué  dado  Ínterin  no 
se  sancionaba  la  ley  general  de  la  reforma,  y  para  extirpar  las  dis- 
cordias 'que,  alterando  el  orden  interno  de  la  comunidad,  perturbaban 
también  el  orden  público;  y  el  segundo,  sobre  franciscanos,  á  causa 
de  la  indisciplina  que  reinaba  en  dichos  religiosos. 

El  1".  de  Julio  de  1822  se  dictaron  otros  dos  nuevos  decretos, 
suprimiendo  el  convento  franciscano  de  la  Recoleta,  por  ser  un  lugar 
apto  para  cementerio;  y  aplicando  á  todas  las  casas  de  regulares  lo 
dispuesto  el  13  de  Diciembre  de  1821  en  los  artículos  1°.  y  2".,  con 
declaración  que  las  pensiones  y  los  goces  serían  repartidos  con  igual 
proporción  entre  los  individuos  de  la  conventualidad;  que  todo  regu- 
lar que  no  quisiera  pertenecer  á  la  en  que  se  hallaba,  ocurriese  al  mi- 
nistro de  gobierno  para  obtener  el  correspondiente  permiso,  y  el  que 
no  habitase  constantemente  en  su  respectivo  convento,  quedaría  bajo 
la  exclusiva  autoridad  del  ordinario,  etc.  Contra  este  segundo  de- 
creto protestaron  ante  la  Legislatura  Provincial  las  comunidades  de 
Dominicos,  Mercedarios  y  Betlemitas,  á  fin  de  obtener  su  revocación; 
pero  como  la  silenciosa  actitud  de  la  comunidad  franciscana  fuera  ob- 
jeto de  diversos  comentarios  por  parte  de  los  reclamantes,  fray  Anto- 
nio Acevedo,  su  guardián,  lanzó  al  público  un  oportuno  al  par  que 
artificioso  manifiesto,  que  reza  asi:  «El  uso  de  las  voces  tiene  su 
tiempo,  y  nunca  parece  más  oportuno  que  cuando  indebidamente  se 
censura  á  quien  calla.  Los  que  ignoran  nuestros  derechos  quieren 
darles  un  bulto  que  los  extraña  de  nosotros,  y  por  un  afecto  compa- 
sivo culpan  atropelladamente  nuestra  omisión,  sin  advertir  que  quien 
sabe  conocerse  &  si  mismo,  sabe  también  lo  que  le  toca. 


—  61  — 


«En  el  decreto  superior  de  1».  del  corriente  mes,  han  recibido  los 
establecimientos  religiosos  un  golpe  notable;  pero  como  no  tenemos 
acción  para  resistirlo,  tampoco  debemos  uniformarnos  con  el  reclamo 
de  los  que  por  su  profesión  son  muy  distintos  de  nosotros.  Por  nues- 
tro instituto  jurado  solemnemente  ante  los  altares,  no  tenemos  pro- 
piedad alguna  en  común,  y  solamente  el  uso  de  todo  aquello  que  es 
de  necesidad  para  la  vida.  Con  este  concepto  hemos  sido  admitidos 
en  todos  los  pueblos;  hemos  servido  en  nuestro  ministerio,  hemos 
edificado  templos  con  el  auxilio  de  los  fieles  para  los  ejercicios  del 
culto  y  moradas  para  nuestra  comodidad  y  decoración  pública. 

«Nuestros  mayores  se  hicieron  dignos  de  una  eterna  memoria 
con  sus  cristianas  conquistas  en  esta  parte  del  Universo,  y  no  han  fal- 
tado en  nuestros  tiempos,  fervorosos  imitadores  que  sigan  sus  huellas 
y  que  hayan  añadido  á  sus  trabajos  el  de  promover  la  libertad  glo- 
riosa del  país  que  habitamos,  y  pregonar  públicamente  la  utilidad  y 
convenencia  del  actual  gobierno  que  nos  rige. 

«Pero  estas  consideraciones,  serán  acaso  suficientes  para  elevar 
un  clamor  fundado  contra  las  que  el  mismo  gobierno  se  propone?  De 
ninguna  suerte:  está  muy  lejos  de  nosotros  el  engaño  de  halagar  nues- 
tro amor  propio  con  la  graduación  de  nuestras  obras;  ni  somos  tan 
insensatos  que  demos  á  nuestros  labios  la  ocupación  de  propia  ala- 
banza.   Por  el  bien  público  hemos  sido  admitidos  en  los  pueblos,  y 
sin  adquirir  derecho  alguno  de  residencia,  estamos  enteramente  de- 
pendientes de  la  autoridad,  para  dejarlos,  cuando  se  nos  juzgue  inú- 
tiles ó  perjudiciales.    Es  verdad  que  una  vista  débil  se  resiste  á  la 
presencia  de  objetos  brillantes;  pero  también  lo  es  que  se  halla  de- 
formidad en  lo  más  hermoso,  cuando  se  hace  el  examen  por  ojos 
perspicaces.    Tal  vez  nuestro  proceder,  aun  en  el  lance  último,  está, 
delineado  en  repetidos  iguales  sucesos,  que  nos  recuerdan  los  fastos 
de  la  iglesia.    Nuestro  Seráfico  Patriarca  lo  pone  á  nuestra  vista  en 
un  capítulo  de  su  regla;  y  sei-iamos  demasiadamente  felices,  si  huyen- 
do de  ciudad  en  ciudad  y  de  caverna  en  caverna,  bendijéramos  la  in- 
comprensible Providencia,  que  permite  nuestra  angustias,  y  orásemos 
sin  cesar  por  el  mismo  instrumento  que  nos  hiere. 

«¿Con  que  se  vulneran  nuestros  derechos,  cuando  imestra  profesión 
es  no  tenerlos?  La  igualdad  de  pensión  es  en  todo  conforme  á  nues- 
tras leyes,  sin  conocerse  en  nosotros  más  distinciones  que  las  del  ca- 
rácter, la  ilustración  y  otras  que  son  de  poco  concepto. 

«La  libertad  que  se  franquea  á  los  que  quieren  salir  al  siglo,  da 
á  conocer  por  una  experiencia  más  inmediata,  la  rigurosa  moral  de^ 


—  62  — 


claustro;  y  esos  mismos  hombx-es  que  juzgan  insoportable  la  austeri- 
dad religiosa,  padecerán  afuera  más  de  lo  que  piensan,  y  dejarán  á 
sus  liermanos  sin  la  molestia  de  sus  desórdenes.  Si  para  este  proce- 
dimiento se  necesita  acuerdo  del  jefe  de  la  diócesis,  nosotros  somos 
más  menores  para  este  juicio,  que  por  razón  de  nuestro  instituto:  la 
voz  del  Delegado  Apostólico  tiene  bastante  fuerza  para  hacerse  oir  en 
un  país  cristiano;  su  autoridad,  sus  derechos,  sus  atribuciones  en  nada 
se  aumentan  con  el  débil  apoyo  de  nuestras  quejas;  antes  bien  las  re- 
bajaríamos con  nuestra  intervención  inoportuna.  No  hay  pues  cosa 
alguna  que  con  justicia  pueda  movernos.  El  amago  mismo  de  nues- 
tra expulsión  nos  recuerda  que  sin  tener  ciudad  permanente,  debemos 
vivir  como  peregrinos  en  este  mundo;  que  es  un  engaño  confiar  en 
los  hombres;  y  que  aunque  nos  hallemos  reducidos  al  lóbrego  silen- 
cio de  las  grutas,  debemos  estar  alli  más  seguros  con  la  esperanza  de 
una  vida  futura,  en  donde  no  se  conocerán  la  pasión  del  dolor  ni  las 
amarguras  del  llanto.  Este  es  nuestro  juicio,  sin  que  nos  quede  re- 
sentimiento alguno  que  nos  abata,  y  sin  desistir  del  santo  propósito 
de  volver  á  servir  al  mismo  país  que  nos  arroje,  cuando  juzgue  con- 
veniente volvernos  á  su  seno»  (9). 

*  * 

Por  esos  mismos  días  (Julio  18  de  1823),  fray  Cayetano  hacia 
circular  entre  el  público,  un  impreso  en  hoja  suelta,  encabezada  con 
el  epígrafe:  Justa  Defensa,  el  que  tenía  por  objeto  prevenir  á  sus  con- 
ciudadanos contra  el  medio  innoble  de  que  se  valían  sus  contrarios 
para  despretigiarlo  ante  la  opinión,  intentando  atribuir  í  su  sabia 
pluma,  un  mal  escrito  papel,  donde,  bajo  el  rubro  El  Religioso  Im- 
parcial  y  firmado  con  las  iniciales  de  su  nombre — se  vertían  los  jui- 
cios más  avanzados  contra  el  decoro  de  las  corporaciones  religiosas. 

En  él  hace  una  protexta  solemne  de  su  fé  católica  y  de  los  nobles 
sentimientos  que  le  animaron  desde  el  primer  día  en  que  se  amortajó 
con  el  hábito  franciscano,  afirmando  que  ol  indecente  papel,  ni  por  su 
estilo  ni  por  su  materia  pudo  ser  suyo. 

Rebate  la  opinión  vertida  por  El  Religioso  Impardal  de  que  no 
es  necesario  recurrir  á  la  Silla  Apostólica  para  la  reforma  del  estado 
monástico,  y  desprecia  como  una  insípida  ocurrencia,  la  máxima  de 
que  la  distinción  de  religiones  y  de  hábitos,  pone  en  problema  la  uni- 
dad de  la  religión.  Como  si  la  variedad — escribe — de  clases  civiles  y 
militares  y  de  sus  diversos  uniformes,  chocase  contra  la  unidad  de  un 
reino  y  de  un  ejército  (10). 

* 

*  * 


—  63  — 


Dos  meses  después  de  su  publicación,  agriado  el  Centinela  por  la 
tremenda  derrota  con  que  le  hacía  víctima  con  su  Oficial  de  Día  el  P. 
Rodríguez,  creyó  vengarse,  pretendiendo  demostrar  que  las  doctrinas 
vertidas  en  la  Justa  Defensa,  eran  diametralmente  opuestas  con  el 
proceder  que  había  observado  cuando  la  Junta  del  año  X,  anulando 
el  capítulo  del  día  25  de  Mayo,  y  del  cual  ya  hemos  hablado,  lo  de- 
signó para  el  puesto  de  Provincial,  aceptando  el  tan  anticanónico 
nombramiento.  Pero  fray  Castañeda,  soldado  de  la  buena  causa  y 
admirador  imparcial  de  nuestro  distinguido  protagonista,  tomó  la 
pluma  y  escribió  estas  líneas,  verdadera  apología  del  intachable  reli- 
gioso: 

<iEl  Centinela,  como  perro  rabioso,  se  abalanza  exaprupto  contra 
N.  M.  R.  P.  jubilado  y  padre  de  provincia,  fray  Cayetano  Rodríguez, 
y  no  atreviéndose  á  morderlo  con  sus  propios  dientes,  porque  son 
cartilaginosos  como  los  de  los  tigres  de  la  isla  Frivola,  cuya  descripción 
nos  hace  el  célebre  Jorge  Auson  en  la  historia  de  sus  Viajes,  por  eso  es 
que  le  pidió  los  dientes  prestados  al  Sr.  Don  Bernardino  Rivadavia,  ci- 
tando como  cita  la  filípica  de  este  Dr.  Secretario  en  la  tribuna  de  la 
honorable  junta;  sus  palabras  son  estas:  «corre  en  el  público  un  papel 
«dado  á  luz  por  un  regular  que  ha  sido  el  primero  en  introducir  la 
«anarquía  en  el  claustro;  que  no  ha  trepidado  en  ocurrir  al  gobier- 
«no  para  anular  un  capítulo  provincial,  y  habiendo  obtenido  el  triun- 
«fo,  ha  pasado  tranquilo  doce  años  sin  acordarse  del  papa  ni  de 
«las  excomuniones».  Hasta  aquí  el  Señor  secretario  ea  autoritate,  qua 
potet. 

«Señor  Centinela!  ¡por  cierto  que  nos  cita  Vd.  buen  autor  citándose 
á  si  mismo!  Pero  yo  le  doy  á  Vd.  de  barato  que  el  Sr.  D.  Bernardino 
sea  en  efecto  un  San  Bernardino  de  Sena:  lo  que  de  ahi  se  seguiría  es 
que  sub  venia  tanti,  le  negaría  todo  el  asunto,  como  en  efecto  se  lo 
niego:  lo  primero,  porque  el  M.  R.  F.  Cayetano  jamás  ocurrió  al  Go- 
bierno, antes  al  contrario  trató  de  locos  á  los  cuatro  frailes  díscolos 
que  habían  ocurrido. 

«Pero  los  frailes  díscolos  eran  movidos  por  el  mismo  Gobierno, 
como  hombres  los  más  apropósito  para  introducir  la  anarquía  en  los 
claustros,  y  secundar  el  proyecto  del  liberalísimo  secretario,  empeña- 
do en  contrincar  á  los  frailes  unos  con  otros  para  hacerlos  odiosos  al 
pueblo,  y  extinguirlos  cuando  ya  estuviesen  por  acabarse. 

«En  efecto,  el  tal  secretario  que  en  paz  descanse,  logró  el  triunfo, 
y  escoltado  de  los  señores  comandantes  se  condujo  al  convento,  hizo 
llamar  á  la  santa  y  venerable  comunidad,  la  insultó  á  su  gusto,  le 


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arrancó  al  provincial  los  sellos  de  la  provincia,  los  dió  k  quien  quiso, 
y  hasta  este  punto  el  M.  R.  F.  nada  hizo  más  que  llorar  como  ahora 
las  locuras. 

«En  seguida  el  gobierno  convocó  k  capítulo  á  los  padres  que 
quiso,  no  sin  contradicción  y  protesta  por  parte  de  los  padi-es;  de  este 
conciliábulo  salió  electo  provincial  el  R.  F.  Cayetano,  y  fué  lo  único 
bueno  que  se  hizo,  pues  peor  mil  veces  hubiera  sido  que  el  gobierno 
hubiera  puesto  los  sellos  de  la  provincia  en  otras  manos.  El  nuevo 
provincial,  inmediatamente  trató  de  subsanar  las  nulidades  que  resul- 
taban de  la  violencia  y  despotismo  del  gobierno;  escribió  pues  al 
Rem.  pero  el  gobierno  se  opuso,  y  le  ordenó  que  no  diese  el  menor 
paso  sobre  el  particular  ¡que  viva!  ¿y  todavía  tiene  valor  el  Sr.  Riva- 
davia  de  insultar  á  un  reverendo  de  tanto  mérito?  ¿á  un  religioso  que 
en  letras  humanas  y  divinas  quizás  no  tiene  quien  le  competa  en 
Buenos  Aires?  ¡Ah,  señori  la  superchería  está  reconocida:  los  frailes 
en  Buenos  Aires  son  aborrecidos  por  sistema»  (11). 

* 
*  * 

Después  de  la  publicación  del  referido  manifiesto  lanzado  para 
salvar  el  honor  de  su  persona  y  la  santidad  de  sus  creencias,  fué 
cuando  (Agosto  de  1822)  dió  principio  á  la  publicación  de  su  periódi- 
co El  Oficial  de  Día,  y  con  él  á  la  vía  crucis  de  sus  amargos  sufrimien- 
tos, que  sin  duda  le  aceleraron  el  fin  de  su  existencia. 

El  Centinela,  órgano  del  partido  de  Rivadavia,  y  redactado  por 
D.  Juan  Cruz  Várela,  hombre  de  un  distinguido  talento,  pero  de  ex- 
traviadas ideas,  por  haberse  inspirado  en  la  escuela  de  los  Enciclope- 
distas franceses,  comenzaba  por  sostener  con  una  argumentación  for- 
zada, la  oportunidad  de  la  reforma  y  el  derecho  que  la  autoridad  civil 
tenia  para  emprenderla  por  sí  sola,  sin  consentimiento  de  la  autori- 
dad eclesiástica. 

Fray  Cayetano  le  sale  al  encuentro,  no  para  discutirle  su  necesidad 
ú  oportunidad,  sino  para  rebatirle  los  medios  de  que  quiere  hacer 
uso,  y  decirle — descubriéndole  en  esto  los  fines  siniestros  que  lo  ani- 
maban— «que  el  celo  de  que  hace  alarde,  en  vez  de  conservar  la  victi- 
ma, la  consume,  y  las  corruptelas  y  abusos  del  estado  eclesiástico  que 
tanto  le  asustan,  al  mismo  tiempo  le  halagan:  porque  en  ellos  encuen- 
tra el  pábulo  al  deseo,  no  de  su  mejoramiento  sino  de  su  destrucción». 

«[Corruptelas  y  abusos!,  exclama.  Hé  ahí  el  fantasma  que  pre- 
senta al  pueblo  para  horrorizarlo  y  hacerlo  tomar  parte  en  sus  planes 
de  extermino.  Esta  es  la  funesta  sombra  &  qué  se  acogen  los  reforma- 


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dores  del  siglo  de  las  luces,  para  excusarse  contra  los  justos  reproches 
de  la  justicia  que  clama  y  clamará  contra  ellos!  Corruptelas  y  abusos! 
Como  si  la  clase  á  que  ellos  pertenecen,  tuviese  un  privilegio  de  ex- 
cepción, y  pudiera  gloriarse  de  no  tenerlos.  Es  menester  frente  para 
dar  en  rostro  al  prójimo  con  debilidades  y  miserias,  cuando  puede 
volvernos  la  palabra  sin  temor  de  ser  desmentido! 

El  Centinela  divide  la  disciplina  de  la  iglesia  en  interior  y  exte- 
rior para  de  este  modo  poder  alegar  para  la  autoridad  secular  el  de- 
recho de  intervención  en  lo  que  es  exclusivamente  propio  de  la  auto- 
ridad religiosa;  y  su  competidor  le  responde  con  esta  argumentación 
en  que  luce  la  lógica  irrefutable;  «En  la  Iglesia  no  se  conoce  más  que 
el  dogma  y  la  disciplina.  El  dogma  es  el  alma,  digámoslo  así,  y  lo 
interior  de  este  cuerpo;  la  disciplina  es  lo  exterior,  lo  visible,  como 
relativo  á  su  culto,  á  sus  leyes  y  á  sus  sagradas  personas.  El  dogma 
exige  nuestra  creencia;  la  disciplina  nuestro  respeto,  nuestra  sumisión 
y  obediencia.  El  dogma  es  invariable  por  su  esencia:  lo  que  una 
vez  se  creyó  en  la  Iglesia  como  tal,  se  creyó  siempre  y  se  creerá 
hasta  el  fin;  la  disciplina  está  sujeta  á  mudanzas,  como  lo  están  las 
circunstancias  de  los  tiempos  y  lugares.  Así,  pues,  ni  hay  ni  hubo 
jamás  disciplina  interna,  como  no  hay  ni  hubo  disciplina  invisible  é 
invariable;  toda  es  externa  y  visible,  como  que  se  determina  á  objeto 
visible  y  externo.  Explicarse  de  otro  modo,  es  confundirlo  todo  para 
que  nada  se  entienda. 


«Ni  se  piense  que  ésta  es  una  opinión  que  admite  pro  y  contra 
con  perjuicio  de  la  fé.  Es  un  dogma  católico,  que  ninguno  que  lo  sea 
puede  contradecir;  y  lo  contraigo  es  un  error  herético,  fuente  y  origen 
de  tantos  errores  prácticos». 

Pero  el  órgano  de  Rivadavia  no  podía  mantenerse  en  esa  altura 
de  dignidad  en  que  debatía  su  contrario  El  Oficial  de  Día,  y  seguro 
de  una  vergozosa  derrota  en  el  terreno  de  la  discusión  séria,  apeló  al 
lenguaje  del  ridículo,  á  fin  de  zaherir  con  sarcasmos  é  improperios  á 
comunidades  por  más  de  un  motivo  acreedoras  á  la  mejor  estima 
Asi  es  que  no  le  faltaba  coraje  para  insultar  con  los  grotescos  apodos 
de  hipócritas,  asesinos  y  raza  infernal  á  los  que  como  fray  Cayetano, 
daban  la  voz  de  alerta,  y  levantaban  un  dique  al  torrente  devastador 
de  la  tan  decantada  reforma  del  clero.  «La  tal  reforma,  pues — decía 
el  P.  Rodríguez — no  significa  otra  cosa  que  destrucción  de  los  minis- 
tros del  culto,  para  que  sean  menos  los  que  puedan  fomentarlo;  me- 
nos los  que  levanten  la  voz  contra  el  libertinaje  é  irreligión;  menos 


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los  que  sostengan  á  tantos  alin:\s  incautas  en  el  combate  sordo  que 
sufren  ya  de  los  filósofos  de  estrado,  que  osan  ridiculizar  lo  más  sa- 
grado, se  mofan  de  la  virtud  é  insultan  la  religión». 

Pero  ¡oh  fortuna!  Apenas  inició  fray  Cayetano  su  campaña  de 
oposición  á  la  reforma,  cuando  vino  á  sentar  plaza  á  su  lado,  como 
llamado  por  las  circustancias,  ó  mejor  dicho  traido  por  la  Providen- 
cia, uno  de  esos  espíritus  fuertes:  fray  Francisco  de  Paula  Castañeda 
y  Romero,  que,  como  todos  los  varones  de  su  talla,  tenía  por  norte 
la  verdad,  y  por  sendero  para  llegar  á  ella,  la  via  del  sacrificio  y  el 
camino  escarpado  de  la  lucha. 

* 
*  * 

Fray  Francisco  de  Paula  Castañeda  era  natural  de  Buenos  Aires 
é  hijo  de  progenitores  honrados.  En  edad  temprana  ingresó  en  el  Co- 
legio real  de  San  Carlos,  donde  cursó  literatura,  filosofía  y  teología 
con  ventajas  excepcionales.  Siendo  aún  niño,  escribió  una  disertación 
sobre  el  alma  de  los  brutos  y  la  vida  del  obispo  Azamor,  en  verso,  tra- 
bajos que  le  valieron  el  aplauso  común  de  su  talento. 

En  1798  tomó  el  hábito  de  religioso  franciscano  en  el  Convento 
de  la  Recolección  de  esta  ciudad,  y  no  cumplido  el  año  de  su  profe- 
sión, sus  prelados,  prendados  de  su  virtud  y  de  su  ingenio,  destiná- 
ronle para  el  ministerio  de  los  altares.  Su  ordenación  sacerdotal  la 
recibió  en  la  ciudad  de  Córdoba,  de  manos  del  ilustre  obispo  Monse- 
ñor Moscoso,  en  1800,  y  en  la  misma  obtuvo  por  oposición  la  cátedra 
de  filosofía  en  su  histórica  Universidad. 

Desde  entonces  dió  principio  á  la  vida  práctica  del  operario 
evangélico,  que  pospone  todas  las  comodidades  del  siglo,  al  ideal  del 
sacrificio  cristiano. 

«Sus  discursos,  escribe  el  orador  de  sus  Exequias  fúnebres,  fueron 
siempre  sólidos,  llenos  de  unción,  de  erudición  y  de  sustancia,  y  aun- 
que regularmente  no  se  ligaba  á  las  reglas  rigurosas  del  arte,  ni  se 
empeñaba  en  seguirlas,  esto  procedía  de  la  abundancia  de  conceptos 
y  de  voces,  que  no  le  permitían  estrecharse  en  los  limites  de  una  es- 
tructura artificiosa,  y  de  las  diversas  ocupaciones  que  le  impedían  de- 
tenerse en  reflexiones  estudiadas»  (12). 

En  Enero  de  1815  abrió  en  el  convento  de  la  Recoleta  dos  pe- 
queñas academias  de  dibujo — primer  establecimiento  público  de  este 
género  que  se  fundaba  en  Buenos  Aires — y  habiendo  logrado  obtener 
del  Cabildo  un  espacioso  salón  en  el  Tribunal  Consular,  lo  inauguró 
el  dia  10  de  Agosto  del  mismo  año,  pronunciando  una  bella  alocu- 


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ción,  que  al  decir  de  D.  Juan  M.  Gutiérrez,  es  uno  de  los  rasgos  más 
elocuentes  y  originales  de  este  inquieto  y  singular  escritor  (13). 

En  1816,  con  motivo  de  La  recepción  del  Supremo  Director  D. 
Martín  de  Pueyrredón,  como  hermano  mayor  de  la  congregación  del 
alumbrado,  predicó  un  famoso  sermón  sobre  la  irreligión  y  la  impie- 
dad, y  por  muchos  años,  á  pedido  de  la  comisión  de  la  referida  her- 
mandad, continuó  los  días  Jueves  ocupando  el  pulpito  de  nuestra 
catedral. 

Pero  su  espíritu  estaba  templado  para  las  grandes  luchas;  y  en 
la  convicción  de  que  el  periodismo  era  su  campo  de  acción,  lanzóse  á 
él  para  cumplir  su  cometido.  A  su  vida  periodística  dió  principio  por 
las  amonestaciones  al  Americano,  y  prosiguióla  en  tantos  y  tan  varia- 
dos periódicos,  que  es  hoy  la  admiración  de  todos  los  entendidos  en 
la  materia.  En  ellos  aconseja,  persuade,  y  hasta  de  lo  que  de  pocos 
es  dado,  deleita,  sin  ofender  el  pudor  ni  faltar  á  la  moral. 

Artigas,  Ramírez,  con  toda  esa  horda  de  federi-monioneros,  cha- 
cuacos, etc.,  como  él  graciosamente  apellidaba  á  los  portaestandartes 
de  la  anarquía,  caen  sin  piedad  bajo  el  acero  afilado  de  su  sátira. 

Las  falsas  doctrinas  de  Hobbes,  Spinoza,  Toland  y  Voltaire,  co- 
mo las  de  tantos  otros  declamadores  contra  el  estado  eclesiástico,  re- 
producidas por  sus  secuaces  en  los  primeros  tiempos  de  nuestra  orga- 
nización nacional,  son  admirablemente  pulverizadas  por  su  lógica  de 
hierro  y  la  ironía  de  su  pluma. 

En  1822  fué  acusado  ante  el  Jurado  por  el  Fiscal  de  Estado,  y 
condenado  á  cuatro  años  de  destierro  en  Patagones,  por  contener,  di- 
ce el  fallo  tribunalicio,  dictados  ofensiws  y  calumniosos  á  los  respe- 
tos y  consideraciones  debidas  á  la  H.  Junta  de  Representantes,  al  par 
que  subversivos  del  orden  é  incentivos  á  la  anarquía — el  número  4  y 
5  de  La  Verdad  desnuda,  el  4  de  La  Guardia  vendida  por  el  Centinela, 
y  el  prospecto  del  padi*e  Castañeda. 

Aconteció  que  cuando  se  produjo  su  acusación,  hablase  emigrado 
á  Montevideo,  motivo  por  el  cual  autorizó  á  su  tío  el  presbítero  D. 
Antonio  Romero,  para  que  lo  representara  ante  el  jurado.  Rechaza- 
da primero  esta  representación,  los  jueces  se  vieron  en  la  precisión  de 
reconocerla  después,  en  vista  de  que  el  acusado,  apesar  de  las  dili- 
gencias practicadas  por  la  policía,  no  podia  ser  encontrado. 

Durante  su  permanencia  en  dicha  ciudad,  hizo  reaparecer  á  «Do- 
ña  María  Retazos)),  que  tenía  por  objeto  desengañar  á  los  filósofos  in- 
crédulos que  al  descuido  y  con  cuidado,  nos  han  confederado  el  año 
veinte  del  siglo  diez  y  nueve  de  nuestra  era  cristiana. 


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De  Montevideo  pasó  á  Santa  Fé,  donde  fundó  el  pueblo  de  San 
José  del  Rincón,  inaugurando  luego  una  escuela  de  primeras  letras,  en 
la  que,  además,  enseñaba  dibujo  y  latinidad.  Otro  tanto  hizo  en  el 
Paraná  y  San  José  de  Feliciano,  provincia  de  Entre  Ríos. 

Espíritu  batallador,  la  quietud  le  abrumaba,  y  habiendo  tenido 
noticia  de  los  restos  existentes  de  una  imprenta  que  había  perteneci- 
do al  general  chileno  Carrera,  logró  reunirlos,  y  con  la  ayuda  de  un 
extrangero  competente,  además  de  contar  con  nuevos  materiales  que 
le  mandaba  el  coronel  Borrego  desde  Buenos  Aires,  levantó  nueva- 
mente su  imprenta,  y  sin  mudar  de  residencia,  escribía  un  periódico 
que  publicaba  en  Córdoba  con  el  titulo  de  Los  derechos  del  hombre. 

Gobernadores  como  D.  Salvador  M*.  del  Carril,  en  San  Juan,  y 
Ferré  en  Corrientes,  por  más  de  una  vez  se  interesaron  en  llevarle  á 
su  lado;  pero  ya  fuera  por  razones  públicas  ó  motivos  privados,  ello 
es  que  rehusó  siempre  tan  honoríficos  ofrecimientos. 

A  fines  de  1821  ya  había  sido  electo  miembro  á  la  Legislatura 
Provincial  de  Buenos  Aires,  y  consecuente  con  sus  ideas,  al  invitárse- 
le para  tomar  posesión  de  ese  cargo,  se  excusó,  dirigiendo  al  Ejecuti- 
vo una  nota  en  la  que,  entre  otras  cosas,  le  dice  que  la  elección  de  su 
persona,  hecha  por  el  pueblo,  era  una  prueba  de  que  sus  escritos  en 
nada  eran  ofensivos  á  la  susceptibilidad  pública,  y  que  «le  ningún 
modo  aceptaba  la  representación  de  una  soberanía  que  él  no  recono- 
cía, por  ser  la  causa  de  todas  nuestras  desdichas,  y  por  continuar 
siendo  lo  que  siempre  había  sido:  «padre  de  su  pueblo». 

Estando  en  Santa  Fé  el  año  de  1828,  é  impulsado,  según  lo  cree 
el  historiador  Saldías,  por  "la  amistad  que  lo  ligaba  con  Rosas, 
se  resolvió  á  fundar  el  periódico  Buenos  Aires  cautiva  tj  la  Nación 
Argetitina  decapitada  á  nombre  y  por  orden  del  nuevo  Catilina,  Juan 
Lavalle.  En  él  ataca  la  administración  do  Rivadavia,  é  inserta  un 
estudio  biográfico  del  ingenioso  hidalgo  Juan  Lavalle,  y  otros  más  que 
leerá  el  que  quiera  ver  terrores. 

La  guerra  que  nuestra  nación,  recién  surgida  á  la  vida  de  la  li- 
bertad, sostuvo  con  el  Brasil,  le  movió  á  editar  este  otro:  Véte  portu- 
gués, que  aquí  no  es,  el  cual,  con  el  anterior,  son  los  dos  últimos  fru- 
tos de  su  fecundo  ingenio  periodístico. 

Por  fin,  tantas  fatigas  y  tantos  infortunios  como  tuvo  que  sopor- 
tar para  sacar  triunfante  el  ideal  de  la  buena  causa,  apagaron  la  luz 
de  su  existencia,  el  día  12  de  Marzo  de  1832,  en  la  ciudad  del  Para- 
ná. Reconocido  Buenos  Aires  á  sus  muchos  servicios  en  pro  del  bien 
común,  decretó  la  traslación  de  sus  restos,  y  el  día  38  de  Julio  de 


~  69  — 


1833,  acompañados  do  numeroso  pueblo,  fueron  depositados  en  el 
templo  de  San  Francisco  de  esta  capital,  en  cuyo  panteón  descansan, 
esperando  la  hora  de  la  reparación  nacional. 

Más  tarde,  el  22  de  Diciembre  de  1833,  en  sufragio  de  su  alma 
y  en  conmemoración  de  sus  virtudes,  se  oficiaron  en  el  mismo  templo, 
solemnes  exequias,  pronunciando  el  elogio  fúnebre  de  este  ilustre  va- 
rón, que  habla  hecho  de  la  prensa  en  nuestro  pais,  tribuna  de  justicia 
y  cátedra  de  enseñanza  popular,  el  entonces  humilde  religioso  francis- 
cano y  luego  obispo  de  Cuyo,  Fray  Nicolás  Aldazor. 

«Honor  á  él,  diré  á  mi  vez,  con  uno  ae  sus  admiradores,  que  cayó 
con  sus  ideas,  como  caen  los  buenos,  después  de  haber  trabajado  por 
el  bien  de  su  patria  sin  haberle  dado  un  día  de  luto  y  sin  haber  ex- 
plotado su  nombre  querido  para  colmar  la  ambición  y  la  avaricia  que 
corroe  á  tanto  político  de  ocasión»  (14). 

* 

Tal  es,  á  grandes  rasgos,  descrita  la  personalidad  de  fray  Fran- 
cisco Castañeda,  que  en  hora  de  tremenda  lid  compartió  con  su  her- 
mano de  religión  y  de  ideas,  fray  Cayetano  Rodríguez,  la  lucha  de 
oposición  á  la  cismática  reforma. 

Diferenciase  de  su  camarada  en  el  uso  del  arma.  Fray  Cayeta- 
no empleaba  la  lógica  concluyente,  alta  y  serena;  las  pruebas  de  la 
Historiri,  la  invocación  de  la  tradición,  la  voz  de  los  concilios  y  el 
testimonio  de  los  Santos  Padres.  Fray  Francisco,  la  critica  mordaz 
y  la  ironía  avasalladora,  porque  mejor  correspondían  al  fin  de  sus 
ideales.  «Los  discípulos  de  Arobet,  decía  en  cierta  ocasión  en  una 
de  sus  amonestaciones,  jamás  por  jamás  leerán  un  discurso  serio, 
porque  su  elemento  son  las  novelas,  las  fábulas,  las  sátiras  y  todo  lo 
perteneciente  á  este  jaez;  pues,  amigo  mío,  para  atacarlos  yo,  es  pre- 
cise que  me  entre  por  las  cloacas  y  lodazales  en  donde  los  impíos  se 
han  encastillado,  para  hacerles  ver  que  también  el  sai-casmo,  el  chis- 
te y  la  sátira  pueden  servir  contra  la  impiedad  y  á  favor  de  la  reli- 
gión» (15).  Y  así,  fraternalmente  unidos,  al  grito  de  ¡Viva  la  Reli- 
gión y  la  Patria!  mote  que  fray  Cayetano  colocó  como  epígrafe  en 
su  periódico,  redoblaron  ambos  los  esfuerzos  para  derrotar  al  Centi- 
neta  y  á  todos  los  que  con  éste  hacían  causa  común  en  apoyo  del  mal. 

Mientras  el  P.  Rodríguez  hacia  girar  su  pluma  dentro  del  círculo 
de  la  polémica  séria,  profunda  y  razonada,  el  P.  Castañeda  empuña- 
ba el  látigo  de  su  sátira  chispeante  para  azotar  con  fuertes  golpes  á 
los  tan  celosos  reformadores  del  clero  secular  y  regular. 


—  70  — 


La  Guardia  vendida  por  el  Centinela  y  la  Traición  descubierta  por 
el  Oficial  de  Día — El  Desengañador  Ganchi-Folitico — El  Despertador 
Teofilantrópico—La  Matrona  Comentadora  de  los  cuatro  periodistas — 
Doña  María  Retazos — El  Lobera  de  á  36  reforzado  y  la  Verdad  des- 
anuda, formaban  esa  temible  batería  con  que  causaba  asombrosos  es- 
tragos en  las  filas  de  sus  contrarios,  verdaderos  tinterillos,  según  su 
original  lenguaje,  y  filósofos  chismosos  que  como  arañas  y  orugas  sa- 
caban veneno  de  las  flores. 

(íAl  Centinela,  decía,  escribiendo  con  una  gracia  y  picardía  pro- 
pias de  un  ingenio  humorista  como  el  suyo,  le  ha  respondido  el  Ofi- 
cial de  Día  con  toda  la  solidez  y  moderación  que  podía  desearse;  pero 
eso  es  hacerle  honor  y  no  batirse  con  armas  iguales;  yo  le  prometo 
que  ó  lo  he  de  hacer  callar,  ó  no  me  he  de  llamar  doña  María;  saque 
él  enhorabuena  al  público  la  crónica  inmunda  de  los  cuarenta  y  cua- 
tro ó  cuatrocientos  cuarenta  religiosos,  que  yo  le  prometo  dar  una 
crónica  exacta  de  todos  los  que  en  diez  años  han  dirigido  la  nave  de 
nuestra  república;  y  haré  ver  más  claro  que  la  luz  del  mediodía  que, 
si  en  el  año  diez  la  suma  de  las  cosas  se  hubiese  puesto  en  inanos  de 
hebdomandatarios,  en  manos  de  hermanos  legos,  ó  en  manos  de  tercero- 
nes de  Santo  Domingo,  de  San  Francisco,  de  la  Merced,  ó  del  venerable 
Béthencour,  otro  gallo  nos  cantara». 

«¡Señor  Centinela!-»,  exclama  después:  «tiene  mucho  por  qué  ca- 
llar, calle,  pues,  que  si  no  se  vale  de  la  autoridad,  si  no  me  da  el  acos- 
tumbrado golpe  de  mano,  y  sí  la  libertad  de  imprenta  es  igual  para 
Vd.  que  para  mí,  los  sordos  nos  han  de  oír,  y  Yd.  ha  de  ser  célebre 
en  el  universo». 

Por  supuesto  que  verdades  dichas  con  tanto  aplomo  y  desembo- 
zo, tenían  que  sublevar  el  honor  del  Centinela,  y  para  vengarlo  lanzó 
sobre  los  frailes  este  insulto  grotesco  y  atrevido: 

El  fraile  es  una  cosa  que  no  es  cosa 

ni  nunca  será  nada 
más  que  fraile  no  míis:  su  carga  odiosa 
á  toda  sociedad  tuvo  agobiada 

cuando  el  mundo  dormido 
casi  todo  era  fraile  y  atendido. 

A  tan  cínicas  como  ofensivas  imprecaciones,  fray  Castañeda  res- 
pondía con  este  apostrofe  valiente: 

«¡Bribones!»  Los  aturdidos  sois  vosotros,  que  habiéndoos  pos- 
trado de  hinojos  ante  unas  indecentísimas  gauchas  á  horcajadas,  es- 
táis muy  persuadidos  que  nada  ha  sido  lo  del  ojo!  ¡Bribones!  Mejor 


—  71  — 


fuera  que  hubieseis  oido  ¡x  los  frailes,  los  cuales  constantemente  os 
aconsejaban  que  no  os  prostituyeseis,  que  tuvieseis  honor,  y  que  la 
centésima  parte  de  vosotros  era  bastante  para  acabar  á  pescozones  con 
los  montoneros;  pero  vosotros  cjue  adorasteis  humildes  á  las  gauchas 
á  horcajadas  en  caballos  mansos,  sólo  habéis  quedado  útiles  para 
embarrar  papeles  é  insultar  k  los  frailes  indefensos,  que  cuando  quie- 
ran, y  ojalá  que  quisieran,  pueden  reduciros  k  lo  que  sois,  esto  es  á 
cero  y  á  doce  de  barajas,  porque  no  sois  m&s  que  pintores,  y  hombres 
de  ningunas  obligaciones.  Después  se  dirigen  al  Oficial  de  Día,  y 
siendo  como  son  unos  tristes  centinelas,  se  desvergüenzan  con  su  ofi- 
cial que  les  ha  dado  de  palos,  y  faltando  á  la  ordenanza  lo  reconvie- 
nen porque  el  oficial  les  habla  en  tono  serio  y  circunspecto,  retándo- 
lo para  que  diga  gracias  que  los  entone  y  mueva  la  curiosidad  de  los 
homhresD. 

Y  compadecido  de  que  no  tuvieran  quien  les  brindara  esas  gra- 
cias que  tanto  anhelaban,  él,  generosamente,  ofrecióse  á  hacerlo,  pu- 
blicando La  Guardia  vendida  por  el  Centinela  y  la  Traición  descubierta 
por  el  Oficial  de  Día,  y  previniendo  á  los  editores  del  Centinela  que 
5e  atasen  los  calzones,  porque  los  desafiaba  á  que  dijesen  más  chistes 
y  más  gracias  que  los  que  él  les  iba  á  decir.  ¡Y  efectivamente  que 
los  dijo! 

«Maldito  sea  El  Centinela!)) — escribía  dominado  por  santa  indig- 
nación.— «Dios  me  perdone!  Este  Centinela  sin  duda  será  aquel  que 
hacia  guardia  cuando  el  p.  Castañeda  estaba  en  la  horca,  en  los  nú- 
raeros  del  Gauchi-político,  ó  quizá  será  El  Centinela  de  la  chamba 
dispuesto  á  señar  y  á  dormir:  tú  llevarás  la  chamba,  yo  llevaré  el 
candil;  chamba  la  centinela,  chamba,  etc.,  ó  será  algún  demonio  como 
aquel  que  castigaba  á  S.  Pablo,  aunque  yo  más  quisiera  que  me  cas- 
tigase con  hortigas  que  no  oirlo  hablar  sin  conocimiento  de  causa 
en  materias  jurisdiccionales  y  dogmáticas:  por  cierto  que  es  arrojo  el 
meterse  á  escribir  sin  magisterio,  ó  sin  tener  el  hábito  de  buenos 
principios;  eso  sólo  se  puede  ver  en  revolución  y  eso  es  lo  que  esta- 
mos viendo  á  cada  paso  que  un  botarate  nos  da  la  voz,  como  si  fué- 
ramos un  pueblo  de  carneros,  ¿qué  remedio?  ¿Contestarle  seriamen- 
te? Eso  es  lo  que  ha  hecho  ya  el  Oficial  de  Día  con  tal  pulso  y  tino 
que  honra  á  Buenos  Aires,  como  siempre  lo  honran  las  plumas  de 
los  eclesiásticos  que  la  riegan  y  fecundan  con  las  lluvias  tempranas 
y  tardías  de  su  sabiduría  no  vulgar,  ¿valemos  de  la  sátira  y  del  ridí- 
culo para  responder  al  necio  conforme  su  necedad?  ¡Oh!  Entonces 
los  muy  martagones  mudan  de  tono;  afectan  una  seriedad  estoica  y 

6 


—  72  — 


esparcen  por  el  pueblo  incauto  «que  el  padre  se  excede»,  que  es  cri- 
minal, que  nombra  personas,  que  es  indigno  de  un  sacerdote  que  dice 
misa,  el  correr  con  un  látigo  á  los  profanadores  del  templo,  y  dejarse 
devorar  por  el  celo  de  la  casa  de  Dios,  que  es  el  estado  eclesiástico. 

«¿Qué  haremos,  pues,  con  estos  niños  de  la  escuela?  ¿No  será 
mejor  que  no  nos  demos  por  entendidos?  ¿Que  los  dejemos  en  mano 
de  sus  consejos,  como  ciegos  que  son,  y  guia  de  otros  ciegos?  Pero 
San  Pablo  nos  encarga  muy  apretadamente  que  á  esos  refractarios 
los  increpemos  con  dureza,  para  que  sean  sanos  en  la  fé:  increpaeos 
dure  ut  sane  sint  in  fide,  y  eso  es  lo  que  yo  debo  hacer  aunque  arda 
Troya». 

Después  expresa  que  el  fin  de  su  periódico  será  reducir  á  polvo 
al  Centinela,  por  haber  sido  el  arsenal  de  todos  los  filósofos  incrédu- 
los que  insensiblemente  nos  han  ido  propinando  el  veneno  de  la  he- 
rética pravedad. 

«Este  será,  pues,  el  objeto  del  presente  periódico  en  el  cual  pien- 
so contarle  al  Centinela  todos  los  huesos  de  su  anatomía,  y  todos  los 
anteojos  de  su  indigesta  é  informe  mole;  esto  lo  haré  contando  uno 
por  uno  los  chichones  que  con  sus  sablazos  le  ha  levantado  el  Oficial  de 
Día,  que  seguramente  no  le  ha  dejado  hueso  á  vida:  haré  ver  que 
Centinela  no  se  ha  atajado  un  solo  golpe,  y  que  todas  sus  contestacio- 
nes se  han  reducido  á  cero,  ó  que  cuando  más,  todas  ellas  se  reducen 
ála  exclamación  délos  catalanes  cuando  se  les  lee  la  via  sacra: /Carai 
quin  dolor! 

«Ultimamente,  si  El  Centinela  se  mete  á  historiador,  yo  le  con- 
taré historias  que  le  asombren  á  él  y  á  todos  los  filosofastros  de  su 
calaña:  si  viene  con  chistes  y  sarcasmos,  le  haré  ver  que  el  clero  es 
infinitamente  más  chistoso,  así  como  también  más  serio  y  circunspec- 
to que  todos  los  estafermos  de  los  cafés,  de  las  logias  y  del  teatro  de 
comedia». — En  fin,  no  es  posible  seguir  en  todos  sus  giros  á  este  ingenio 
vivaz  que,  como  por  milagro,  se  multiplica  á  proporción  de  las  nece- 
sidades, para  batir  siempre  con  ventaja  á  sus  muchos  adversarios  en- 
castillados tras  los  mofas  y  doctrinas  volterianas. 

¡Cuánto  bien  no  hizo  á  su  religión  y  á  su  patria  este  abnegado 
religioso,  y  sin  embargo  cómo  el  frío  de  una  indiferencia  glacial  azota 
todavía  á  los  que  debieran  glorificar  su  memoria,  eternizando  sus 
hechosi 

» 
*  * 

Conocido  ya  el  que  con  fray  Cayetano  combatió  la  reforma,  pro- 
sigamos el  estudio  del  protagonista  de  este  ensayo. 


—  73  — 


Habíamos  dicho  que  el  P.  Rodríguez  se  distinguía  por  la  polé- 
mica seria,  profunda  y  razonada,  y  buscaba  en  la  Historia,  en  la  tra 
dición  y  el  testimonio  de  los  Santos  Padres,  los  comprobantes  de  sus 
asertos.  Pues  bien,  esta  conducta,  tan  conforme  con  su  pacífico  ca- 
rácter, fué  la  que  observó  hasta  el  fin  de  la  contienda  periodística,  en 
la  que  nos  dejó  rasgos  hermosos  de  su  bien  cultivado  entendimiento. 

La  pobreza  y  la  mendicidad  eran  para  el  Centinela  uno  de  sus 
puntos  vulnerables. 

«Ayuno  hasta  de  los  principios  de  la  materia  que  trata — escribía 
fray  Cayetano — no  sabe  distinguir  la  pobreza  y  mendicidad  volunta- 
rias que  se  profesan  por  voto  solemne  y  evangélico,  de  la  voluntaria 
y  de  necesidad,  hija  de  una  suerte  adversa  y  muchas  veces  del  crimen; 
é  indistintamente  las  clasifica,  asegurando  con  una  satisfacción  pro- 
pia de  la  ignorancia,  que  ella  conduce  á  un  estado  de  ahyeción  ó  abati- 
miento que  se  concilia  poco  con  el  respeto  que  debe  inspirar  un  ministerio 
santo,  que  reconcilia  los  pecadores  con  el  cielo.  Sin  saber  lo  que  dice 
incide  en  las  proposiciones  del  teólogo  parisiense  Guillermo  de  S. 
Amor,  que  incomodado  con  las  órdenes  mendicantes,  por  haber  sido 
admitidas  á  regentar  cátedras  en  la  universidad  de  Paiis,  vertió  contra 
ellas,  proposiciones  que  merecieron  la  censura  más  agria  de  la  silla 
apostólica,  y  la  condenación  del  libro  en  que  las  estampó  para  zahe- 
rir y  denigrar  sus  individuos». 

* 
*  * 

Las  reformas  que  se  intentaban  introducir  en  los  monasterios  de 
monjas,  la  secularización  que  se  facilitaba  á  los  religiosos,  como  la 
usurpación  que  se  hacia  de  los  bienes  eclesiásticos,  las  combatía  ad- 
mirablemente con  su  argumentación  indestructible.  Es  un  verdadero 
apologista  cuando  tiene  que  vindicar  los  cargos  calumniosos  lanzados 
contra  las  órdenes  mendicantes  que  el  Centinela  supone  «aborto  en 
los  siglos  bárbaros,  para  apoyo  del  poder  de  los  papas  y  para  instru- 
mentos ordinarios  de  la  corte  romana». 

— «No  es  la  barbarie  á  quien  deben  su  origen  las  órdenes  raen- 
dicantes,  escribe  santamente  indignado.  Una  providencia  sabia 
que  no  veneran  los  que  no  quieren  servir  bajo  de  ella,  esa  fué  la  que 
suscitó  en  aquella  edad  tenebrosa,  ciertos  hombres  divinos  que  las 
fundaron,  para  que  en  ellas  se  estrellasen  la  ignorancia  y  la  barbarie, 
y  diesen  al  mundo  cristiano  y  político,  héroes  que  con  sus  irre- 
prensibles costumbres  y  su  ardiente  celo,  triunfasen  de  los  vicios,  y 
con  su  sabiduría  disipasen  las  tinieblas  de  los  siglos  anteriores,  abrie- 


—  74  — 


sen  los  canales  de  la  ciencia  y  derramasen  luz  en  todos  los  ramos  de 
la  ilustración  pública.  A  estos  servicios  deben  los  privilegios  con 
que  la  Iglesia  quiso  honrarlos,  no  al  interés  que  tu\'ieron  los  papas 
en  granjear  su  adhesión,  como  instrumento  de  su  poder  colosal  y  co- 
mo punto  de  apoyo  para  sostenerlo». 

La  ley  tan  sagrada  de  la  propiedad  y  tan  descaradamente  viola- 
da por  los  hombres  de  la  reforma,  le  impulsaban  á  pronunciarse  en 
estos  términos:  «Si  no  quieren  que  los  religiosos  sean  los  verdade- 
ros dueños,  es  menester  que  quiten  la  acción  á  los  que  los  adquirieron 
para  donárselos,  y  no  reconocer  la  donación  aceptada  como  uno  de 
los  legítimos  medios  porque  se  adquiere  un  verdadero  dominio». 


A  esto  añade  las  reflexiones  del  célebre  jurisconsiilto  Montes- 
quieu,  sobre  el  respeto  debido  á  las  propiedades  individuales,  porque 
en  su  conservación  invariable  está  cifrado  el  bien  de  la  comunidad;  y 
cita  á  continuación  la  resolución  tomada  por  los  Padres  del  Concilio 
de  Sevilla,  celebrado  el  año  619,  para  anular  toda  usurpación. 

«Si  alguno  de  vosotros — dicen  aquellos  santos  varones  en  una 
de  sus  actas — sea  por  codicia,  sea  por  fraudt;,  sea  por  artificio,  em- 
prendiese despojar  ó  destruir  algún  monasterio,  júntense  los  obispos 
y  suspendan  de  la  comunión  á  este  destructor  de  una  comunidad  san- 
ta; restablezcan  el  monasterio,  restituyéndole  todo  lo  que  le  pertene- 
cía, y  animados  de  la  piedad,  esfuércense  en  reparar  lo  que  la  impie- 
dad de  uno  hubiere  destruido» 

* 

«■  vi- 

A  los  ataques  del  Centinela  se  asociaba  también  el  Ambigú,  pro- 
clamando la  separación  de  la  Iglesia  de  Buenos  Aires  de  la  corte  de 
Eoma,  porque  el  Papa,  á  su  modo  de  ver,  era  un  soberano  extrangero, 
y  carecía  del  primado  de  honor  y  de  jurisdicción  en  la  Iglesia  universal. 

Fray  Cayetano  respondía  diciendo  que  cuando  el  Papa  da  órde- 
nes que  en  nada  perjudiquen  á  la  autoridad  civil,  no  hace  más  que 
usar  de  sus  facultades  natas  sobre  la  Iglesia,  en  materias  que  son  ex- 
clusivamente de  la  autoridad  espiritual,  y  que  respecto  de  los  intere- 
ses temporales,  no  se  considera  al  Papa  como  cabeza  de  la  Iglesia» 
sino  como  un  principe  soberano  de  su  Estado  político,  y  que  bajo  este 
punto,  puede  romperse  la  comunión  con  su  persona,  cuando  ella  es 
perjudicial  al  bienestar  de  la  potestad  civil  en  su  respectivo  estado; 
pero  que  esto  no  será  un  motivo  para  estorbar  y  prohibir  la  comuni- 
cación de  las  iglesias  particulares  con  su  cabeza  \i8ible,  cuando  es 


—  75  — 


forzoso  recabar  de  ellas,  en  materias  espirituales,  facultades  que  no 
pueden  usarse  sin  su  anuencia  y  consentimiento. 

«El  primado  de  honor  y  de  jurisdicción — escribe — es  un  dogma 
en  la  iglesia  universal,  no  disputado  nunca  entre  los  católicos,  y  que 
cuando  alguno  ha  intentado  ponerlo  en  duda,  i)or  el  mismo  hecho, 
ha  dejado  de  serlo». 

Se  extiende  luego  en  investigaciones  históricas,  para  demostrar 
al  Ambigú  que  la  tul  supremacía,  jamás  ha  sido  contraria  á  la  disci- 
plina y  prácticas  de  la  Iglesia  en  sus  primeros  siglos,  como  él  afirma- 
ba, para  deducir  de  ahí  que  no  podía  ser  un  dogma,  supuesta  la  rebe- 
lión á  esa  creencia. 

Pero  cuando  su  e.spiritu  verdaderamente  se  subleva  y  su  corazón 
se  indigna,  es  cuando  el  Centinela,  haciéndose  eco  de  la  voz  del  abate 
Fleury,  reproduce  el  insulto  de  este  escritor  al  más  grande  de  los 
santos  que  produjeron  los  siglos  metUos,  diciendo  que  San  Francisco 
de  Asís  entendió  mal  el  espíritu  del  Evangelio  al  establecer  la  mendici- 
dad en  su  regla,  y  que  si  no  fuera  santo  canonizado,  era  de  sospechar 
que  se  hubiera  dejado  seducir  por  su  amor  propio. 

«Esgrima— le  dice,  como  compadecido  de  su  ignorancia — su  es- 
pada inexorable  contra  el  Oficial  de  Día  y  contra  las  órdenes  mendi- 
cantes, objeto  de  su  saña;  pero  no  quiera  perturbar  el  rentoso  de  los 
santos;  no  ultraje  su  memoria  queriendo  envilecerla  ante  un  mundo 
que,  apesar  de  su  corrupción,  la  respetó  y  la  respetará  mientras  haya 
en  él  una  vislumbre  de  fé  y  una  mínima  centella  de  caridad.  Es  de- 
cirle, Centinela,  que  no  sea  temerario   Considere  que  los  pasos 

que  ellos  han  dado  en  la  carrera  extraordinaria  de  su  vida,  han  sido 
dii-igidos  por  la  soberana  mano  de  Aquél  que  dejó  advertido  á  los 
filósofos  que  confundiría  la  sabiduría  de  los  sabios  y  reprobaría  la  pru- 
dencia de  los  prudentes  del  siglo.  No  atente  contra  Dios,  que  se  ha 
hecho  admirable  en  sus  santos». 

Sin  embargo,  tantos  esfuerzos  y  tantos  sacrificios,  realizados 
aquéllos  y  soportados  éstos,  por  contrarrestar  al  torrente  de  la  im- 
piedad que  impetuosamente  avanzaba,  no  fueron  bastantes  para  con- 
tener su  desborde,  y  hé  ahí  por  qué  en  el  día  21  de  Diciembre  de  1822 
se  sancionó  la  memorable  ley  de  la  reforma  del  clero,  engendro  de 
aquella  famosa  Constitución  civil  del  clero  francés,  que  en  el  pasado 
siglo  hizo  correr  tanta  sangre  al  pié  de  los  altares  consagrados  (16). 

Fray  Cayetano  no  volvió  desde  entonces  á  aparecer  en  pública 


—  76  — 


palestra;  pues,  angustiada  sobremanera  su  alma,  buscaba  la  soledad, 
á  fin  de  aplacar  la  ira  de  Dios,  dirigiendo  plegarias  desde  la  tierra 
al  cielo. 

Él  vió  con  la  intuición  del  profeta,  los  males  que  hijos  sin  en- 
trañas reportarían  á  su  religión  y  á  su  patria;  dió  la  voz  de  alerta  en 
la  hora  oportuna,  y  producida  la  contienda,  se  lanzó  á  ella  para  cum- 
plir su  deber. 

¿Obtuvo  el  triunfo?  En  el  terreno  de  las  ideas,  si;  en  los  con- 
sejos de  la  impiedad,  nó. — De  todos  modos,  hagamos  justicia  á  sus 
méritos,  y  no  vacilemos  en  afirmar  que  á  imitación  del  gran  San  Pa- 
blo, lo  que  aprentlió  sin  ficción  lo  comunicó  sin  envidia,  para  hacer 
de  su  patria,  deidad  que  veneró  con  culto  eterno,  una  nación  para 
siempre  gloriosa  en  las  tablas  perdurables  de  la  Historia. 

Amargado  su  espíritu  hasta  donde  pueden  llegar  los  sinsabores 
del  humano  dolor,  las  contrariedades  de  la  polémica  (17)  fueron  poco 
á  poco  debilitando  su  existencia,  y  llegó  un  momento  en  que  sus 
fuerzas  flaquearon  y  se  alteró  su  organismo.  Acometido  por  una  fie- 
bre, la  noche  del  18  de  Enero  de  1823,  amaneció  el  19  agravado  con 
una  puntada  de  costado,  y  calmada  ésta  el  día  20,  el  21  próximamen- 
te, á  las  81/2  de  la  noche,  expiró  víctima  de  una  apoplegía  de  san- 
gre, después  de  confortado  su  espíritu  con  los  auxilios  de  la  religión, 
k  la  edad  de  62  años  y  al  mes  cabal  de  la  sanción  de  la  ley  general 
de  la  reforma  (18). 

Su  cadáver,  por  una  injusticia  de  la  época,  fué  inhumado  lejos 
de  la  sombra  de  ese  templo  franciscano,  en  cuyo  recinto  resonó  m'ds 
de  una  vez  su  palabra  convencida,  conmemorando  los  grandes  acon- 
tecimientos del  cristianismo,  ó  las  gloriosas  efemérides  de  la  patria; 
y  desde  entonces  hasta  ahora,  la  fría  losa  del  olvido  cubrió  sus  res- 
tos queridos  (19). 

Sobre  su  tumba  abierta,  sus  buenos  amigos  y  sus  muchos  admi- 
radores, le  tributaron  los  fúnebres  homenajes  en  que  la  hostia  de  la 
propiciación  fué  ofrecida  en  sufragio  de  su  alma;  y  en  vista  de  la 
restricción  h  que  había  sido  sujeta  la  verdad,  resolvieron  renovar  en 
Córdoba  estas  mismas  exequias  con  oración  fúnebre,  que  la  pronun- 
ció el  príncipe  de  la  elocuencia  sagrada  en  América,  fray  Pantaleón 
García,  quien,  al  tejer  su  elogio,  adoptó  por  tema  estas  palabras  del 
libro  de  los  Macabeos:  Vita  decesit,  non  solum  juvenibus,  sed  et  universae 
gpnti  memoruim  mortis  siiae  ad  exemphim  virtutis  relinquens: — Murió, 
dejando  no  sólo  á  los  jóvenes,  míu>  aún  á  toda  la  nación,  la  memoria 
de  su  muerte  para  ejemplo  de  virtud. 


—  77  — 


La  prensa  se  asoció  también  al  duelo  que  causaba  su  pérdida,  y 
ol  Ai-gos  uno  de  sus  antagonistas  y  de  sus  más  encarnizados  rivales, 
le  consagró  estas  lineas,  tanto  más  justicieras,  cuanto  menos  sospe- 
chosa de  parcialidad  es  la  pluma  que  las  redactó;  «  

 Jamás  la  patria  podrá  olvidar  la 

memoria  de  este  religioso  en  quien  se  unían  los  mejores  talentos  á 
una  vida  llena  de  probidad.  Su  alma  amena  se  vió  inclinada  des- 
de luego  á  los  encantos  de  la  elocuencia  y  de  la  poesía  

í'A  supo  derramar  en  sus  versos  esas  gracias  sublimes  que  sin  agita- 
ción se  amparan  del  alma  y  la  penetran  de  la  más  dulce  sensibilidad. 
Entregado  por  su  estado  al  estudio  de  las  ciencias  serias,  aunque  su 
mejor  cultivo  ha  caminado  entre  nosotros  con  lentitud,  él  se  formó 

una  educación  que  excedió  en  mucho  á  la  medida  común  

  Por  lo  que  respecta  á  su  virtud,  su  alma 

modesta,  llena  de  dulzura,  y  que  en  todos  sus  pasos  caminó  siempre 
bajo  el  ojo  del  deber,  nos  presenta  un  cuadro  digno  de  nuestro  res- 
peto y  veneración»  (20). 

Setenta  y  seis  años  después  que  estas  palabras  resonaron  sobre 
la  lápida  de  su  sepulcro,  los  hijos  del  pueblo  que  le  vió  nacer  se  han 
dado  como  cita  para  glorificar  su  nombre,  presentando  ante  la  poste- 
ridad, cincelada  en  mármol  ó  modelada  en  bronce,  su  simpática  figura. 

En  la  sesión  que  la  Cámara  de  Diputados  celebró  el  14  de  Julio 
del  corriente  año,  se  despachó  favorablemente  una  solicitud  del  pue- 
blo sampedrino,  pidiendo  la  cooperación  pecuniaria  del  Gobierno  Na- 
cional, y  la  cual  ha  sido  fijada  en  la  cantidad  de  $  5.000,  á  fin  de  que 
sea  un  hecho  cuanto  antes  este  homenaje  de  justicia  póstuma  con  que 
se  rinde  culto  á  los  grandes  servidores  de  la  Patria. 


Notas  del  Capítitlo  V 


(1)  La  colección  de  este  periódico  consta  de  11  números  y  128 
páginas.  Principió  su  publicación  el  8  de  Agosto  de  1822  y  terminó 
el  7  de  Noviembre  del  mismo  año. 

(2)  Juan  M.  Gutiérrez.  Apuntes  biográficos  de  escritores,  ora- 
dores y  hombres  de  Estado  de  la  República  Argentina,  pag.  136. 

(3)  Idem. 

(4)  Discurso  sobre  la  Jura  de  la  Constitución. 

(5)  Crónica  del  Convento  grande  de  Buenos  Aires,  Cap.  XVII, 
página  42. 

(6)  Redactor  de  la  Asamblea,  n°.  11,  pag,  42. 

(7)  Idem,  n".  12- 

(8)  Documento  existente  en  nuestro  archivo  Conventual. 

(9)  Idem. 

(10)  Dicho  impreso  es  como  sigue; 

Justa  Defensa. — Se  ha  dejado  ver  en  el  público  un  papelucho 
indecente,  suscrito  con  las  iniciales  de  mi  nombre,  con  el  titulo  El 
Religioso  Imparcial,  en  que  su  autor,  en  tono  de  consejero  caritativo, 
vomita  todo  el  veneno  que  ocupa  su  pecho  contra  el  crédito  y  honor 
de  las  corporaciones  religiosas,  apoyando  en  los  defectos  con  que 
las  calumnia,  la  conveniencia  y  necesidad  de  la  reforma  que  de  poder 
absoluto  ha  emprendido  el  superior  Gobierno.  Aunque  las  iniciales 
F.  C.  R.  pueden  sin  violencia  acomodarse  á  otros  nombres  que  al  mío, 
se  ha  hecho  entender  al  público  que  soy  yo  y  no  otro  el  que  suscribe. 

Apesar  de  que  este  es  un  escandaloso  insulto  y  notorio  agravio 
á  mi  modo  de  pensar  y  á  mi  conducta  pública  en  este  preciso  asunto 
— que  da  materia  á  la  conversación  del  dia — doy  muchas  gracias  al 
verdadero  autor  del  papelucho,  ya  porque  cede  en  alabanza  mia,  su- 
poniendo que  mi  oponión  es  capaz  de  imponer  y  de  hacer  formar  dic- 
tamen, como  porque  me  da  ocasión  de  dar  á  luz  mis  sentimientos, 
quizá  imprudentemente  suprimidos  hasta  aquí.  El  público  es  acree- 
dor á  que  se  le  desengañe,  y  á  que  la  patraña  y  mala  fé  no  entren  á 
ocupar  el  lugar  de  la  verdad.  Ante  su  incorrupto  tribunal  no  deben 
triunfar  la  mentira  y  la  superchería,  ni  con  semejantes  armas  debe  re- 
cabarse su  respetable  ascenso.  Asi  que  este  ardid  de  que  se  ha  vali- 
do la  malicia  para  sorprenderlo,  es  un  vil  arbitrio  para  poner  en 
problema  su  integridad.  Felizmente,  no  podrá  conseguirlo.  Los 
sensatos  han  penetrado  todo  el  fondo  de  este  negro  proyecto  y  los 
incautos  se  arrepentirán  luego  de  haber  vendido  á  tan  bajo  precio 
su  sencillez. 


—  80  — 


Sepa  pues  el  público,  á  quien  sin  mérito  mió  soy  deudor  de  al- 
gunas consideraciones,  que  este  indecente  papel  que  corre  bajo  mi 
nombre,  ni  por  su  estilo,  ni  por  su  matoria,  es,  ni  puede  ser  mío.  Los 
sentimientos  que  rae  animaron,  siempre  han  sido  diametral  mente 
opuestos  á  todos  los  que  él  expresa.  Desde  mis  tiernos  años  vestí  el 
hábito  de  la  religión  de  mi  P.  S.  Francisco,  )'  no  me  he  arrepentido 
un  momento  de  haberme  alistado  en  una  corporación  que  por  su  fé, 
por  su  celo,  por  su  doctrina,  ha  merecido  el  respeto,  aprecio  y  vene- 
ración de  todo  el  mundo,  sin  que  los  defectos  de  que  adolecen  todos 
los  establecimientos,  y  de  que  ella  no  pudo  por  privilegio  alguno, 
eximii-se,  hayan  entibiado  la  devoción  de  los  pueblos  y  la  deferencia 
piadosa  á  todos  sus  individuos.  En  su  claustro  adquirí  los  conoci- 
cimientos  relativos  á  mi  creencia,  y  ellos  han  reglado  mi  opinión,  que 
jamás  ha  sido  susceptible  de  las  vici.situdes  del  tiempo  y  de  las  cir- 
cunstancias. Alguna  ai"»licación  á  aumentar  aquellas  primeras  luces, 
me  abrió  la  puerta  á  la  adquisición  de  otras  mayores,  y  éstas  me  con- 
firmaron hasta  el  convencimionto,  de  las  verdades  sólidas  de  la  reli- 
gión, ,que  echando  altas  raices  en  mi  alma,  no  han  sido  arrancadas 
por  el  torrente  impetuoso  de  nuevas  opiniones  que  desimés,  acá  han 
infestado  al  mundo  cristiano.  Así  que  ñrme  siempre  en  mis  princi- 
pios, he  creído  como  una  de  ellas,  que  la  Iglesia  de  Jesucristo  es  un 
reino  divino  y  espiritual,  totalmente  independiente  en  su  autoridad, 
disciplinii,  leyes  y  funciones,  del  reino  temporal  y  civil,  y  que  es  una 
verdad  indudable  y  eterna  la  soberanía  é  independencia  reciprocas  de 
estas  dos  potestades,  que  excluye  absolutamente  la  ingerencia  de  la 
una  en  los  objetos  de  la  otra:  que  así  como  no  pertenece  á  la  autori- 
dad de  la  iglesia,  dar  leyes  á  la  autoridad  civil,  tampoco  pertenece  á 
ésta,  darlas  á  la  eclesiástica,  ni  mandar  por  derecho  cosa  alguna  en 
lo  respectivo  á  sus  instituciones  piadosas  ni  á  los  reglamentos  por 
que  deben  gobernarse;  que  intentar  la  potestad  civil  meter  la  mano 
en  puntos  do  disciplina  eclesiástica,  es  extender  su  autoridad  más 
allá  de  sus  justos  límites;  que  si  un  punto  de  disciplina  eclesiástica 
no  es  un  dogma,  el  derecho  de  establecerlo  es  (como  se  explica  el  sa- 
bio obispo  Bossuet)  una  verdad  que  pertenece  á  la  fé:  y  como  ningu- 
guna  potestad  puede  determinar  sobre  el  dogma,  del  mismo  modo, 
ninguna  puede  señalarle  una  disciplina:  que  en  punto  de  disciplina,  á 
la  iglesia  toca  la  deci.sión,  y  á  la  potestad  civil  la  protección  de  las 
leyes  para  promover  su  exacto  cumplimiento,  en  obsequio  de  su  mis- 
ma conservación.  Ved  aquí  expresado  del  modo  más  sencillo  mi  ca- 
tólico modo  de  pensar. 

Pregunto: — Esta  doctrina  es  conforme  con  los  sentimientos  del 
Religioso  Imparcial  y  con  los  errores  que  están  esparcidos  en  su  in- 
decente papel?  En  él  se  asegura  innecesario  el  entablar  recursos  á 
la  Silla  Apostólica  para  una  reforma  en  el  estado  monástico,  que  ha 
degenerado  ya  en  una  verdadera  y  completa  destrucción;  para  echar- 
se sobre  sus  casas  y  bienes  que  hacen  el  fondo  de  su  escasa  subsis- 
tencia; para  desnudar  del  hábito  religioso  á  todos  sus  individuos  y 
obligarles  á  vestir  el  del  apóstol  S.  Pedro;  para  separarlos  de  la  suje- 
ción debida  á  sus  prelados,  y  sujetaj-los  inmediatamente  al  prelado 


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diocesano,  aniquilando  de  este  modo  sus  corporaciones,  aboliendo  sus 
leyes  y  sus  sagrados  votos,  y  arruinando,  en  ñn,  unos  institutos  pú- 
blicos de  piedad  tan  antiguos  como  el  pais  que  los  abrigó  en  su  seno 
y  á  quien  debe  la  propagación  de  su  fé,  el  arreglo  de  sus  costumbres, 
y  los  principios  de  su  educación  politica  y  religiosa,  bajo  el  ridículo 
pretexto  mendigado  de  las  impías  máximas  del  heresiarca  Lutero;que 
la  variedad  y  distinción  de  religiones  y  de  hábitos  pone  en  problema 
la  unidad  de  la  religión  católica;  insípida  ocurrencia.  Como  si  la  va- 
riedad de  clases  civiles  y  militares  y  sus  diversos  uniformes,  chocase 
con  la  unidad  de  un  reino  y  de  un  ejército.  Coincile,  vuelvo  á  decir, 
esta  anticatólica  doctrina  con  mi  modo  de  pensar?  El  público  ve 
que  no;  como  ni  tampoco  con  el  de  los  venladeros  católicos,  de  los 
amantes  del  orden,  de  los  que  reconocen  al  Obispo  de  Roma  por  ca- 
beza universal  de  la  iglesia,  á  quien  debe  estar  unida  toda  corpora- 
ción, como  un  centro  común  y  fuente  de  toda  la  autoridad.  El  que  in- 
tentase usurpársela  desplegando  una  potestad,  sobre  instituciones 
aprobadas  eclesiásticamente  por  ella,  variando  su  disciplina,  rebajan- 
do de  hecho  sus  votos  evangélicos,  extendiendo  su  sacrilega  mano 
hasta  lo  interior  del  santuario — éste,sí, divide  la  iglesia  de  Jesucristo, 
y  confundiendo  las  autoridades  que  Dios  ha  fundado  independientes, 
introduce  un  escandaloso  cisma  que  va  á  concluir  con  un  dogma  fun- 
damental de  la  religión  cristiana;  abre  una  brecha  á  favor  de  sus 
irreconciliables  enemigos  que  por  estos  principios  tratan  de  humillar- 
la, zaherirla  y  ridiculizarla.  Tal  ha  sido  el  efecto  funesto  del  ejerci- 
cio de  esta  atribución  que  se  arrogó  la  potestad  civil  en  las  iglesias 
galicana  y  española,  á  que  no  han  querido  suscribir  los  verdaderos 
creyentes,  y  tal  debe  esperarse  en  la  iglesia  americana  por  idénticos 
motivos. 

Con  razón  pues,  retumban  las  bóvedas  del  claustro  con  los  gritos 
de  reforma  impía,  derechos  vulnerados,  instituciones  abolidas:  con  razón 
se  teme  la  ruina  del  templo  inamovible  de  nuestra  sacrosanta  religión, 
en  un  país  que  ha  jurado  profesarla  y  defenderla  como  la  única  y 
verdadera  con  exclusión  de  otros  cultos  que  no  reconocen  al  Vicario 
de  Jesucristo  en  la  tierra  y  su  primacía  de  honor  y  jurisdicción,  por- 
que destruido  este  cimiento,  debe  desplomarse  el  edificio.  De  aquí 
es  que  se  engaña  maliciosamente  al  público  cuando  se  anuncian  in- 
mensos bienes  á  la  religión  católica  con  la  sanción  de  una  reforma 
eclesiástica,  como  parte  de  la  equidad  y  justicia  que  son  las  guías  del 
gobierno  y  del  ordinario  (aunque  á  este  nada  le  consulten),  porque  no 
está  en  la  esfera  de  su  poder  una  atribución  que  es  exclusivamente 
anexa  á  la  potestad  de  la  Iglesia.  Un  abuso  espantoso  de  la  autori- 
dad es  un  germen  de  inmensos  males  que  ya  se  entrevén  en  el  mismo 
desarrollo  de  planes  inauditos.  Se  alucina  á  los  incautos,  haciéndo- 
les entender  que  á  este  avanzado  modo  de  obrar  dan  margen  la  re- 
lajación y  desorden  de  los  cuerpos  religiosos,  la  necesidad  de  calmar 
las  turbulencias  y  divisiones  del  claustro,  de  uniformar  el  clero,  y 
otros  motivos  que  atacan  el  honor  de  sus  individuos,  realzando  el 
celo  de  la  potestad  que  ha  meditado  esta  empresa.  Ah!  desorden, 
defectos  de  los  claustros  religiosos,  divisiones,  turbulencias  en  el 


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claustro!  Que  haya  desfachatez  para  produch-se  en  térmmos  seme- 
jantes? Si  necesitan  reforma  estos  abusos,  abultados  en  gi-an  parte 
por  la  malicia,  ¿esto  prueba  que  debe  y  puede  hacerlo  la  autoridad 
secular?  Que  haya  habido  siempre  desórdenes  y  defectos  remarca- 
bles en  los  cuerpos  militareis,  ¿arguye  que  deba  emprender  la  reforma 
la  autoridad  eclesiástica?  Además,  ¿qué  extraño  es  que  las  corpora- 
ciones piadosas  se  resientan  de  un  mal  que  no  les  es  endémico,  sino 
común  á  todas  las  demás  ci\ales  y  políticas?  Que  muchos  de  sus  in- 
di\'iduos  participen  del  espíritu  general  de  corrupción,  y  cedan  á  la 
influencia  de  sus  costumbres?  Si  hay  profesión  que  por  estos  prin- 
cipios no  haya  experimentado  alguna  alteración  en  sus  costumbres, 
dispare  contra  ellos  la  primera  piedra.  Pero  si  esto  da  facultad  para 
aboUrlas  con  el  especioso  título  de  reforma,  extíngase  de  raíz  la  reli- 
gión católica  porque  se  ve  denigrada  con  la  relajación  asombrosa  de 
los  miembros  que  la  componen.  A  estas  consecuencias  lleva  la  lógi- 
ca parda  de  los  reformadores  de  nuestro  siglo,  tan  fecundos  en 
proyectos. 

Uniformidad  del  clero.  Otro  pretexto  aparente  y  hueco  y  que 
prueba  l;t  ignorancia  del  que  lo  alega.  ¿Quién  le  ha  dicho  al  fingido 
Religioso  Imparcial  que  la  uniformidad  del  clero  consiste  en  la  iden- 
tidad de  su  hábito?  ¿No  está  dicho,  tiempo  hace,  que  «el  hábito  no 
hace  al  monje»,  y  que  bajo  un  mismo  hábito  puede  haber  discordan- 
cia y  aún  oposición  en  los  sentimientos?  La  uniformidad  que  se  de- 
sea en  el  clero  debe  repetirse  de  la  unidad  de  su  fé,  de  la  regularidad 
de  sus  costumbres,  de  la  identidad  de  su  culto  religioso,  del  indivi- 
sible fin  á  que  deben  aspirar  en  el  ejercicio  de  sus  funciones,  y  de  la 
empeñosa  resolución  que  deben  tener  sus  individuos  de  defender  de 
mancomún  sus  derechos  eclesiásticos,  oponiéndose  con  firmeza  á  las 
venenosas  máximas  que  se  exparcen  en  el  campo  de  la  Iglesia,  para 
debilitar  y  restringir  su  autoridad  soberana,  y  hacerla  esclava  yil  de 
la  potestad  secular,  su  mendiga  y  pordiosera. 

Esta  es  la  uniformidad  á  que  deben  suscribir  los  que  piensan 
rectamente.  Si  por  desgracia  hubiese  algunos  en  ambos  cleros  que 
no  fuesen  de  este  modo,  sepa  el  público,  pues  que  no  debe  ignorarlo 
para  precaverse  y  cautelarse,  que  éstos  han  adoptado  un  sistema  re- 
sistido por  la  iglesia,  anatematizado  muchas  veces  por  su  cabeza 
visible,  por  los  concilios  generales  y  particulares,  con  ocasión  de  los 
errores  que  han  sembrado  en  su  seno  los  enemigos  declarados  de  su 
fé,  especialmente  la  Francia  anticatólica  en  el  infortunado  periodo 
de  su  dislocación. 

Estoy  pues  muy  distante  de  sufrir  equivocarme  con  unos  hom- 
bres que  hacen  sus  marchas  por  caminos  tan  torturosof,  como  tam- 
bién de  presentar  mi  cuello  á  la  e.spada  espiritual  de  la  Iglesia.  Sé 
que  debo  obedecerla  y  conformarme,  como  me  conformo  humilde- 
mente, con  los  principios  de  fé  que  ella  me  prescribe.  Este  es,  repito 
por  tercera  vez,  mi  modo  de  pensar  en  este  delicado  asunto,  que  he 
debido  exponer  á  la  clara  luz  para  no  dejar  envuelta  en  tinieblas  mi 
creencia  atacada  en  un  papel  fingido  por  la  más  grosera  malicia;  ar- 
biti"io  miserable  que  prueba  la  indecencia  de  su  autor  y  lo  débil  de 


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la  causa  que  promueve,  queriendo  apoyarla  en  el  parecer  de  un  indi- 
viduo, que  por  un  error  (le  concepto,  lo  ha  imaginado  capaz  de  influir 
en  ei  ascenso  púljüco.  Y  si  debemos  temblar  que  los  perniciosos  ejem- 
plos de  insubordinación,  dando  principio  por  nosotros,  se  trasmitan 
hasta  las  últimas  clases  de  la  sociedad,  abriendo  de  esta  manera  un 
abismo  do  males  que  vendrán  íi  ser  el  sepulcro  de  nuestra  libertad 
naciente — mucho  más  díibemos  horrorizarnos  de  que  la  insubordina- 
ción á  los  decretos  y  doctrinas  do  la  Iglesia,  abra  la  funesta  losa  en 
que  se  hunda  nuestra  fé,  y  que  nuestra  libertad  naciente,  degeneran- 
do en  una  licencia  absoluta  do  pensar,  y  en  un  libertinaje  de  costum- 
bres, venga  á  ser  victima  de  la  justicia  de  Dios,  infinitamente  más 
temible  que  la  de  los  hombres.  Entretanto,  yo  protexto  mi  obedien- 
cia á  las  autoridades  legitimas,  y  sólo  me  he  expresado  en  términos,  á 
algunos  quizás  poco  agradables,  en  que  no  debe  confundirse  la  luz 
con  las  tinieblaH,  el  buen  grano  con  la  paja,  y  la  respetable  verdad 
con  los  groseros  errores.  Nadie  puede  dispensarme  de  la  obligación 
de  cubrir  mi  honor,  indebidamente  vulnerado,  á  presencia  de  un  pú- 
blico que  venero.  Buenos  Aires,  Julio  18  de  1822. — Fray  Cayetano 
José  Rodríguez. 

(11)  Doña  María  Retazos,  periódico  de  Buenos  Aires. 

(12)  Fray  Nicolás  Aldazor.    Elogio  fúnebre. 

(13)  La  Enseñanza  Pública  en  Buenos  Aires. 

(14)  Dr.  Saldias.    Historia  de  la  Confederación  Argentina. 

— Con  arreglo  á  la  ley  de  la  reforma,  que  prescribía  que  las  casas 
de  regulares  no  podian  tener  ni  más  de  30,  ni  menos  de  16  sacerdo- 
tes, el  padre  Castañeda  después  de  la  supresión  de  nuestro  Convento 
de  la  Recoleta,  se  fué  con  su  familia  y  no  al  convento  de  la  Obser- 
vancia, por  estar  ya  lleno  en  éste  el  número  que  señalaba  dicha  ley. 
A  investigaciones  del  laborioso  y  fecundo  escritor  nacional,  Dr.  An- 
gel Justiniano  Carranza  debemos  el  siguiente  dato:  que  la  casa  que 
á  la  sazón  ocupaba  la  familia  del  P.  Castañeda  y  en  la  que  él  vivia 
por  el  año  1823,  estaba  ubicada  en  la  calle  Suipacha,  entre  las  de 
Cangallo  y  Cuyo,  á  cuadra  y  media  de  San  Miguel,  sobre  la  izquier- 
da, dirigiéndose  al  Norte. 

(15)  El  Despertador,  n°.  30,  pag.  375. 

(16)  Esta  ley  comprende  33  artículos,  que  por  razón  de  oportu- 
nidad reproducimos. 

Articulo  1".  El  fuero  personal  del  clero  queda  abolido. 

Art.  2".  Desde  el  1"  de  Enero  de  1823  quedan  abolidos  los  diez- 
mos; y  las  atenciones  á  que  éllos  eran  destinados,  serán  cubiertas  por 
los  fondos  del  Estado. 

Art.  3".  El  Seminario  llamado  Conciliar,  será  en  adelante  cole- 
gio nacional  de  estudios  eclesiásticos,  dotado  por  el  erario. 

Art.  4°.  El  Cuerpo  Capitular  ó  Senado  del  Clero,  será  compues- 
to de  cinco  dignidades  de  presbíteros,  y  cuatro  canónigos,  de  los  que 
dos  serán  diáconos  y  dos  subdiáconos. 

Art.  5».  El  Presidente  del  Senado  del  Clero  será  el  Deán,  ó  pri- 
mera dignidad,  que  tendrá  la  dotación  de  2.000  pesos  anuales. 


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Art.  C".  Las  otras  cuatro  dignidades  de  presbíteros,  tendrán  ca- 
da una  la  dotación  de  1.000  pesos  anuales. 

Art.  7°.  Los  canónigos  diáconos  y  subdiáconos  gozarán  de  la 
dotación  de  1.200  pesos  anuales. 

Art.  8".  Los  canónigos,  cuyas  prebendas  quedan  suprimidas,  dis- 
frutarán la  pensión  de  800  pesos  anuales. 

Art.  9°.  Los  racioneros  y  medios  racioneros,  que  en  fuerza  de 
esta  ley  quedan  sin  ejercicio,  gozarán  la  dotación  de  500  pesos  anua- 
les, mientras  no  sean  empleados. 

Art.  10.  Todo  lo  necesario  para  el  culto  de  la  Iglesia  Catedral, 
y  los  gastos  que  él  demande,  serán  arreglados  cada  año  por  el  Go- 
bierno á  propuesta  del  dignidad  decano. 

Art.  11.  Quedan  sin  alteración  por  ahora  las  primicias  y  los 
derechos  y  emolumentos  parroquiales. 

Art.  12.  El  Gobierno,  de  acuerdo  con  el  Gobernador  del  Obispa- 
do, arreglará  las  jurisdicciones  de  las  parroquias,  especialmente  en  la 
campaña,  hasta  el  punto  que  lo  exija  el  mejor  servicio  del  culto. 

Art.  13.  El  Gobernador  del  Obispado  en  sede  vacante,  tendrá  la 
dotación  de  2.000  pesos  anuales,  pagados  por  el  erario,  si  por  otro 
titulo  no  tiene  dotación  igual  ó  mayor,  pero  no  percibirá  derecho 
alguno. 

Art.  14.  El  Gobierno  'acordará  al  Gobernador  del  Obispado,  la 
cantidad  necesaria  para  los  gastos  de  oficina. 

Art.  15.  Tendrá  éste  un  secretario  con  la  dotación  de  800  pesos 
anuales  y  no  percibirá  derecho  alguno. 

Art.  IG.  Quedan  suprimidas  las  casas  de  regulares  Betlemitas,  y 
las  menores  de  las  demás  órdenes  existentes  en  la  provincia. 

Art.  17.  La  provincia  no  reconoce  la  autoridad  de  los  provincia- 
les en  las  casas  regulares:  el  Prelado  Diocesano  proveerá  lo  conve- 
niente á  la  conservación  de  su  disciplina. 

Art.  18.  Entretanto  que  las  circunstancias  políticas  permitan 
que  se  pueda  tratar  libremente  con  la  cabeza  visible  de  la  Iglesia  ca- 
tólica, el  Gobierno  incitará  al  Prelado  diocesano  para  que  usando  de 
las  facultades  extraordinarias,  proceda  en  las  solicitudes  de  los  regu- 
lares para  su  secularización. 

Art.  19.  El  Gol)ierno,  de  acuerdo  con  el  Prelado  eclesiástico, 
puede  proporcionar  la  congrua  suficiente  á  los  religiosos  que  no  la 
tengan  y  pretendan  su  secularización,  de  los  bienes  de  las  comunida- 
des suprimidas,  y  de  los  sobrantes  que  resulten  ó  en  adelante  resul- 
taren de  los  existentes. 

Art.  20.  Ninguno  profesará  sin  licencia  del  Prelado  diocesano,  y 
éste  nunca  la  concederá,  sino  al  que  haya  cumplido  25  años  de  edad. 

Art.  21.  Ninguna  casa  de  regulares  podrá  tener  más  de  30  reli- 
giosos sacerdotes,  ni  menos  de  IG. 

Art.  22.  No  tomará  hábito  ni  profesará  persona  alguna  en  las 
comunidades  regulares,  cuyo  número  de  religiosos  sea  mayor  que  el 
que  designa  el  articulo  anterior. 

Art.  23.  La  casa  que  tenga  un  número  menor  que  el  dn  16  reli- 
giosos sacerdotes,  queda  suprimida. 


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Art.  34.  Lo  dispuesto  en  los  artículos  18  y  20,  respecto  de  los 
regulares,  tendrá  hijear  en  cuanto  á  los  monasterios  de  monjas. 

Art.  25.  En  el  monasterio  de  Santa  Catalina  no  habrá  más  de 
30  monjas;  en  el  de  Capuchinas  no  se  hará  novedad  en  su  constitu- 
ción, en  cuanto  al  número  de  monjas  que  puede  tener. 

Art.  20.  Todas  las  propieilades  muebles  é  inmuebles  pertene- 
cientes á  las  casas  suprimidas  por  el  articulo  15,  son  propiedades  del 
Estado. 

Art.  27.  El  valor  de  las  propiedades  inmuebles  de  las  casas  de 
regulares  y  monasterios  de  monjas,  será  reducido  á  billetes  de  fondos 
públicos. 

Art.  28.  Las  rentas  de  los  capitales  de  que  habla  el  artículo  an- 
terior, se  aplican  á  la  manutención  de  las  comunidades  á  que  perte- 
necen. 

Art.  29.  El  capital  correspondiente  á  las  capellanías  ó  memorias 
pías  de  las  casas  regulares,  podrá  ser  redimido  en  billetes  de  fondo 
público  del  5  por  ciento  á  la  par. 

Art.  30.  Los  bienes  y  rentas  de  las  comunidades  religiosas  so 
administrarán  por  sus  prelados,  conforme  al  reglamento  que  para 
ello  diese  el  Gobierno,  á  quien  aquéllos  rendirán  anualmente  las 
cuenta  de  su  administración. 

Art.  31.  Será  de  la  atribución  del  Gobernador  del  Obispado,  el 
distribuir  y  celar  el  cumplimiento  de  las  obligaciones  á  que  están 
afectas  todas  las  capellanías  y  memorias  pías  pertenecientes  á  las  co- 
munidades suprimidas;  proveyendo  la  asignación  correspondiente  de 
las  rentas  de  unas  y  otras. 

Art.  32.  Los  individuos  pertenecientes  á  las  casas  de  hospitalarios 
suprimidas,  gozarán  de  la  pensión  de  250  pesos  anuales,  los  que  ten- 
gan menos  de  45  años  de  edad;  y  los  que  excedan  de  ella,  disfruta- 
rán la  pensión  de  300  posos  anuales: 

Art.  33.  Las  pensiones  acordadas  por  esta  ley  no  serán  cubier- 
tas á  individuos  que  no  residan  en  la  provincia. 

No  trascribimos  otros  acuerdos  arbitrarios  dictados  á  principios 
del  año  1823  y  después  de  fallecido  ya  el  R.  P.  Rodríguez,  por  el 
gobernador  eclesiástico  doctor  D.  Mariano  Zavaleta,  como  tampoco 
damos  mayor  extensión  al  estudio  de  la  reforma,  por  concretarnos 
más  al  personaje  que  motiva  esta  publicación,  cuya  figura  descolló 
sobremanera,  como  queda  explicado,  en  esa  época  tan  aciaga  para  la 
iglesia  argentina. 

Advertimos  también  que  Pió  VII,  á  petición  de  N.  P.  Soler,  Mi- 
nistro Provincial,  subsanó  el  año  23  todos  los  defectos  canónicos  ó 
nulidades  que  hubieran  ocurrido  desde  el  año  10  hasta  esa  época. 

(17)  No  comprendemos  cómo  el  erudito  Dr.  D.  Juan  M.  Gutié- 
rrez opine  lo  contrario  (véase  Revista  del  Rio  de  la  Plata,  tomo  6% 
pag.  180),  y  pretenda  comprobar  su  parecer,  citando  estas  palabras 
que  atribuye  al  orador  de  las  exequias  fúnebres  del  P.  Rodríguez, 
fray  Pantaleón  García:  «El  hombre  es  hombre,  y  el  continuo  traba- 
jo le  causó  una  enfermedad  que  lo  evaporó,  á  fuerza  de  comunicarse, 
como  el  .suave  perfume  que  en  los  días  del  Estío  exhala  su  benéfica 


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fragancia»,  siendo  que  en  este  elogio  hay  un  elocuente  párrafo  que 
desautoriza  la  tal  citada  comprobación  á  que  alude  el  Dr.  Gutiérrez; 
él  dice:  Pero  al  fin,  el  corazón  del  reverendo  Rodríguez  se  inun- 
da en  amargura:  sus  entrañas  se  derraman  hasta  la  tierra  pre  r.ontñ- 
tione  filioe  populi  mei — muere  victima  de  las  maquinaciones  de  los 
filósofos,  del  rigor  de  la  arbitrariedad,  de  los  efectos  del  despotismo, 
de  la  ignominia  de  la  patria;  y  por  qué  no  diré?    ¡Muere  como  el 

primer  mártir  de  la  libertad  religiosa!  (pag-  20). 

(18)  Damos  á  la  publicidad  la  siguiente  carta  que  registra  inte- 
resantes datos  sobre  la  enfermedad  y  muerte  de  N.  M.  R.  P.  Rodrí- 
guez, y  cuya  copia  debemos  á  la  generosidad  del  estimable  señor  Dr. 
D.  Uladislao  Frias,  recientemente  fallecido  y  en  cuyo  archivo  está  el 
autógrafo,  como  también  las  demás  cartas  citadas  en  el  curso  de  este 
ensayo,  las  cuales  forman  parte  de  la  correspondencia  epistolar  entre 
fray  Cayetano  y  el  obispo  Molina.  Ella  fué  escrita  por  el  R.  P.  fray 
Francisco  de  Paula  Bosio,  sabio  y  virtuoso  religioso,  amigo  confiden- 
te de  fray  Cayetano,  y  guardián  de  este  convento  de  San  Francisco 
al  tiempo  de  su  fallecimiento. 

S.  Dr.  D.  Agustín  J.  Molina. 

Buenos  Aires,  Abril  26  de  1823. 

Muy  Sr.  mió:  Ahora  hago  lo  que  debia  haber  hecho  el  26  de 
Enero  anterior,  pero  no  pude.  Si  algún  amigo  de  nuestro  fray  Caye- 
tano me  ocurrió  en  su  fallecimiento,  fué  Vd.,  pero  sírvase  creerme  que 
apenas  pude  escribir  á  mi  provincial  cuatro  letras  de  oficio,  para  que 
no  se  demorasen  los  sufragios  en  los  conventos,  encargándole  que  no 
rae  hiciera  memoria  de  él.  Aun  me  parece  que  su  ausencia  es  mo- 
mentánea, y  su  memoria  me  es  tan  presente,  como  que  no7i  periit 
cum  sonitu,  que  no  quisiera  tener  motivo  para  recordarla,  para  evitar 
un  tormento  en  mi  espíritu;  no  sé  cómo  he  sufrido  este  golpe,  más 
cuando  recuerdo  todos  sus  sentimientos  depositados  en  mi  pecho,  y 
que  me  vi  en  la  precisión  de  ser  su  auxiliante  para  darle  la  absolu- 
ción. Él  enfermó  de  una  fiebre,  al  amanecer  del  18  de  Enero,  después 
de  haber  ocupado  esa  mañana  en  el  confesonario  de  Monjas,  y  la  tar- 
de en  el  coro,  porque  asistía  á  todo  el  oficio:  se  recogió  esa  noche  y 
el  19  amaneció  peor,  declarándose  puntada  de  costado;  se  ocurrió  con 
toda  asistencia  á  que  era  acreedor;  el  facultativo  le  visitó  hasta  cua- 
tro veces  por  día;  el  20  minoró  la  puntada,  así  amaneció  el  21  sin  la 
menor  señal  de  peligro;  no  obstante,  á  las  11  que  le  visitó  otro  fa- 
cultativo, intimo  amigo  suyo,  se  resolvió  variar  de  medicinas  y  asis- 
tirle en  compañía  del  de  cabecera:  la  tarde  la  pasó  muy  tranquilo 
hasta  las  61/2  que  pidió  el  hábito  que  se  lo  puso  y  se  levantó  de  la 
cama,  ya  con  el  accidente  que  se  le  conoció,  cuando  dijo  al  religioso 
que  le  asistía,  que  lo  dejase  ir  al  convento,  estando  en  su  misma  cel- 
da; lo  sentó  en  una  silla,  llamó  á  los  Padres  que  estaban  en  el  claustro, 
y  ya  lo  encontraron  con  la  lengua  trabada;  éntro  yo  y  conociendo  ser 
una  apoplcgía  completa,  traté  de  exhortarlo  y  absolverlo,  haciéndol 
poner  la  Extrema  Unción;  yo  estoy  persuadido  que  conoció  mi  voz  y 
me  entendió,  único  consuelo  que  me  ha  quedado:  al  instante  que  le 


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dió  el  accidente  se  llamó  un  facultativo  que  vive  frente  del  convento, 
quien  mandó  sangrarlo,  dando  alguna  esperanza  de  vida;  se  efectuó  la 
sangria  copiosa,  congelímdose  la  sangre  de  requemada,  al  caer  en  la 
fuente:  á  este  tiempo  llegaron  los  otros  dos  facultativos:  se  puso  en 
práctica  cuanto  enseña  el  arte  en  estos  casos,  pero  todo  fué  inútil;  se 
le  auxiliaba  y  aplicaba  la  medicina  k  un  tiempo,  pero  antes  de  dos 
horas  expiró,  rodeado  de  todos  los  religiosos,  que  nos  llenó  de  sor- 
presa una  muerte  inesperada,  sin  podernos  hablar  de  sentimiento 
y  dolor;  los  mismos  facultativos  quedaron  atónitos  observando  el  ca- 
dáver, y  aplicando  un  espíritu  por  si  era  algún  parasismo.  Su  acci- 
dente fué  una  apoplegía  de  sangre,  á  que  debió  concurrir  el  calor 
excesivo  que  hizo  el  21,  pues  debió  llegar  el  barómetro  á  los  40  gr. 
Murió  con  su  hábito  puesto,  como  lo  había  dicho  pocos  días  antes; 
ni  quería  que  se  le  remediase  la  necesidad  grave  que  tenía  de  ropa 
(ningún  religioso  lego  la  tenia  igual),  anunciando  que  para  morir  no 
necesitaba  de  más.  Muchos  días  antes,  se  le  había  observado  que 
aquella  alma  no  estaba  en  su  lugar;  cualquiera  novedad  lo  inmutaba 
contra  su  natural.  Su  espíritu  padecía  mucho  con  la  guerra  que  se 
hacía  á  la  disciplina  y  Autoridad  Suprema  de  la  Iglesia;  precisamen- 
te debían  herirle  los  sarcasmos  é  indecencias  con  que  lo  insultaba  el 
periódico  «Centinela»,  á  que  jamás  dió  un  desahogo  ni  privadamente. 
Si  él  ha  sido  un  Mártir  por  los  derechos  de  la  Iglesia  y  su  muerte  un 
triunfo  de  la  impiedad  é  irreligión  que  pretende  antronizarse  en  este 
desgraciado  pueblo  digno  de  mejor  suerte,  por  tantos  títulos  que  Vd. 
no  ignora— también  será  eterna  su  memoria  por  tanto  bien  que  ha 
hecho  á  la  humanidad  y  á  la  religión;  y  su  periódico.  El  Oficial  de 
Día,  nos  recordará  siempre  su  mérito.  Por  los  apuntes  que  le  he 
encontrado,  mucho  tiempo  há  que  vivía  preparado  para  el  último 
trance,  y  así  es  que  yo  le  observaba  con  una  conciencia  delicada,  re- 
conciliándose dos,  tres  ó  cuatro  veces  en  la  semana.  Su  asistencia 
en  el  confesonario  era  diaria;  no  se  negaba  á  los  moribundos,  pasan- 
do malas  noches  con  ellos,  aun  saliendo  á  la  campaña  con  este  obje- 
to. Más  de  22  años  estuvo  de  confesor  de  ambos  monasterios,  sin 
que  la  gran  distancia  de  ia  Casa  de  Ejercicios  (de  la  que  fué  director 
5  años)  al  monasterio  de  Catalinas,  le  impidiese  ir  á  pié  seraanal- 
mente.  Ninguno  mejor  que  el  Dr.  Molina  puede  hacerle  el  elogio,  ó 
con  una  oración  fúnebre,  ó  un  Poema.  En  todas  partes  han  mani- 
festado los  amigos  su  afecto,  solemnizando  su  memoria.  Aquí,  nos 
reunimos  varios,  y  se  hicieron  unas  honras  solemnes;  y  como  no  hay 
libertad  en  escribir  y  hablar,  resolvimos  que  en  Córdoba  se  hicieran 
oti'as  con  oración  fúnebre  que  debería  hacerla  fray  Pantaleón,  remi- 
tiéndola aquí  para  imprimirla:  á  esta  fecha  deben  haberse  efectuado. 

Todos  los  papeles  de  poesías  que  encontré,  los  repartí  entre  sus 
sobrinas  y  amigos;  pero  como  Pedro  Medrano  se  interesaba  en  dar  á 
la  prensa  una  colección  de  todas,  me  empeñé  en  trasladar  las  que  so- 
lamente estaban  exparcidas  en  los  monasterios,  que  componen  cinco 
pliegos  que  he  entregado  á  doña  Angela,  para  que  en  primera  oca- 
sión se  los  remita,  porque  Pedro  se  ha  resfriado  ya;  y  yo  también 
tengo  empeño  en  perpetuar  la  memoria  de  nuestro  fray  Cayetano 


7 


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con  la  luz  pública  de  sus  obras.  Haré  diligencia  en  colectar  las  mu- 
chas que  están  esparcidas  para  enviárselas  en  otra  ocasión. 

Sea,  pues,  ésta  la  instrucción  que  pide  el  Dr.  Frías  sobre  las  cir- 
cunstancias en  la  muerte  de  nuestro  fray  Cayetano,  la  que  á  petición 
del  Dr.  Garzón,  por  súplica  de  aquél,  lie  expuesto  con  el  deseo  de 
satisfacer  á  su  afecto,  y  al  del  Dr.  Tames;  no  debiendo  ustedes  tener 
embarazo  en  ordenarme  lo  que  fuere  de  su  agrado,  que  tendré  mucha 
complacencia  en  su  ejecución. 

Soy  de  usted,  atento  servidor  y  capellán  q.  b.  s.  m. — Fray  Fran- 
cisco de  P.  Bosion. 

— La  celda  que  ocupaba  el  P.  Rodríguez  y  en  donde  mismo  falle- 
ció, según  la  ti-adición  corriente  es  la  última  del  claustro  alto  que 
mira  al  oeste  siguiendo  en  dirección  al  sur,  señalada  actualmente 
con  el  número  16.  La  misma  que  ocupó  después  el  famoso  doctor, 
fray  Nicolás  Lacunza. 

(19)  En  nuestras  investigaciones  para  encontrar  el  sitio  de  su 
descanso,  fuimos  informados  por  el  señor  José  J.  Bíedma  de  que  en 
el  libro  del  cementerio  de  la  Recoleta  constaba  la  inhumación  de  los 
restos  de  Fray  Cayetano,  como  efectuada  el  día  22  de  Enero  de  1823, 
pero  sin  hacerse  mención  alguna  del  número  ó  lugar  de  su  sepultura. 

El  haberse  extraviado  el  primer  libro  que  podía  darnos  luz  sobre 
este  punto  (pues  el  más  antiguo  que  se  conserva  comienza  el  30  de 
Octubre  de  1823,  y  el  P.  Rodríguez  murió  á  principios  de  ese  mismo 
año),  nos  hace  perder  toda  esperanza  de  tan  anhelado  hallazgo.  Y 
ha  crecido  más  esta  nuestra  desconfianza  cuando  hemos  llegado  á 
saber  que  un  trozo  de  lápida  marmórea  en  la  que  se  leía  grabado  el 
nombre  de  Fray  Cayetano  Rodríguez — tributo  tal  vez  colocado  sobre 
su  sepulcro  por  el  cariño  de  sus  amigos — servía,  hace  unos  treinta 
años,  de  pavimento  en  una  de  las  dependencias  del  Asilo  de  Mendi- 
gos, que  está  adjunto  al  cementerio  de  la  Recoleta,  donde  fueron  de- 
positados sus  restos.    ¿Quién  profanó  esa  tumba  querida  y  á  dónde 

fueron  arrojadas  reliquias  tan  venerandas?   Lo  ignoramos;  pero 

ojalá  que  otra  mano  más  afortunada  que  la  nuestra  logre  con  el 
tiempo  exhumarlas  del  lugar  ignorado  donde  yacen,  y  ofrecerlas  en 
el  depósito  de  una  urna,  al  culto  de  sus  conciudadanos  y  á  la  apo- 
teosis de  la  posteridad. 


« 


Plaza  donde  se  erigirá  el  monumento  á  Fr.  Cayetano. 


San  Ped.-o    (Prov.  de  Buenos  A'res.) 


e:e=±XjO<3-o 


Ya  he  concluido,  y  con  plena  satisfacción  puedo  decir  que  he 
realizado  un  voto  fomente  de  mi  alma:  salvar  del  olvido  una  figura 
culminante  de  la  epopeya  argentina;  avalorar  sus  sacrificios,  ensalzar 
sus  religiosas  y  cívicas  virtudes,  y  dejar  para  siempre  grabado  en  el 
libro  de  nuestra  historia,  el  nombre  del  sacerdote  ilustre,  fray  Caye- 
tano José  Rodríguez. 

La  simpatía  por  este  insigne  patricio  nació  en  mi  cuando,  regis- 
trando hoja  por  hoja  el  álbum  de  nuestras  glorias  nacionales,  vi  su 
descollante  personalidad  asociada  á  todos  los  grandes  acontecimien- 
tos de  nuestro  pasado  famoso,  y  á  todas  las  vicisitudes  de  nuestra 
política  interna,  desde  sus  presentimientos  profetices  de  MAYO,  has- 
ta que  cayó  en  el  camino  de  la  vida,  abrumado  de  pesares  y  angus- 
tiado por  tristes  desenlaces. 

Él  apareció  en  medio  de  nuestra  campaña  emancipadora,  no 
como  un  advenedizo  que  atraído  por  dianas  de  músicas  triunfales, 
se  acogiera  á  la  sombra  de  los  prohombres  del  X!  Nó.  Espíritu 
noble,  tuvo  desde  un  principio  la  clara  intuición  del  porvenir;  supo 
inocular  en  sus  discípulos  la  esperanza  de  un  día  venturoso;  ñjar  á 
Moreno  los  límites  de  la  santa  democracia,  y  exparcir  en  el  cielo  de 
nuestras  patrias  asambleas,  las  claridades  de  sus  consejos  y  sabias 
enseñanzas. 

En  la  cátedra,  en  el  pulpito,  en  todas  las  diversas  manifestacio- 
nes de  su  alto  y  divino  ministerio,  se  reveló  un  corazón  y  una  inteli- 
gencia que  bebía  en  ol  Cristo  la  savia  de  las  buenas  doctrinas,  y  mi- 
raba en  él  la  austeridad  de  las  costumbres. 

Cuando  los  gritos  de  victorias  anunciaron  la  marcha  triunfal  de 
nuestras  armas  redentoras,  supo  templar  la  lira,  y  arrancar  á  sus 
cuerdas  las  patrias  entonaciones  de  sus  estrofas  guerreras. 

Bien,  pues,  podemos  decir,  sintetizando  sus  bellas  cualidades  en 
una  sola  frase: 

Vivió  como  los  buenos;  y  al  desaparecer  del  escenario  de  la  vi- 
da, la  patria  lloró  su  ausencia  y  la  religión  bendijo  su  memoria. 

Fray  PACÍFICO  OTERO. 


POESÍAS 


CONSAGRADO  AL  SOLEMNE  SORTEO  CELEBRADO  EN  LA  PLAZA  MAYOR 

DE  Buenos  Aires,  para  la  libertad  de  los  esclavos 

QUE  pelearon  en  SU  DEFENSA. 


ce 

Llegó  el  felice  día, 
oh  Pueblo  á  todas  luces  venturoso, 

en  que  la  musa  mía 
(cediendo  sus  temores  á  su  gozo) 
puede  cantar  tu  triunfo,  tu  victoria, 
tu  más  heroica  acción,  tu  mayor  gloria.  j»> 

Para  ceñir  tus  sienes 
esta  piedra  faltaba  á  tu  corona: 

oh  Pueblo  ya  la  tienes, 
y  ella  es  sin  duda  la  que  más  te  abona: 
pues  al  nombre  de  fiel  y  valeroso 
el  dictado  añades  de  piadoso. 

Disfrutabas  contento 
de  dulce  paz,  efecto  de  tu  brazo. 

Tu  victorioso  aliento 
te  preparó  morada  en  su  regazo; 
pero  esta  gloria  fuera  muy  menguada 
si  tu  piedad  quedase  desaii-ada. 

Tú,  sin  par  generoso, 
por  un  rasgo  de  honor  inimitable, 

realzando  lo  piadoso 
te  prestas  á  favor  del  miserable, 
dejando  de  algún  modo  satisfechos 
de  libre  condición  justos  derechos. 

""^      Más  humano  que  aquella 
antigua  Roma,  la  ciudad  del  mundo 

tu  honor  piedades  sella, 
que  te  hacen  el  primero  sin  segundo: 


pues  si  Roma  forjó  cadenas  tantas, 

tú  vencedor  con  gloria,  las  quebrantas. 

No  dictó  sabia  Atenas 
dictámenes  más  bellos.  Tú  has  formado, 

de  amor  y  piedad  llenas, 
leyes  que  al  oprimido  han  sublevado 
consagrando  á  su  alivio  y  su  consuelo, 
tu  gratitud,  tus  bienes  y  tu  celo. 

*  ^    El  secreto  has  hallado 
de  aumentarte  celosos  defensores, 

pues  tan  bien  has  pagado 
de  su  inculto  valor  raros  primores. 
Ni  saben  cuál  es  más  al  mejorai-los, 
si  haberte  libertado  ó  libertarlos.   <^  ^ 

No  gima  ya  la  triste 
humilde  condición  el  miserable, 

pues  que  desde  hoy  ya  viste 
librea  nueva  de  honor  más  respetable. 
A  su  heroico  valor  se  lo  ha  debido 
y  á  tu  piedad.    jO  Pueblo  agradecido! 

Jamás  te  ha  amanecido, 
Buenos  Aires  feliz,  más  claro  dia 

que  aquel  en  que  has  sabido 
los  llantos  convertir  en  alegría, 
ív  tantos  redimiendo  del  pesado 
yugo  de  esclavitud  que  habían  cargado,  yyr 

Esta  acción  te  coloca 
al  lado  de  mentor,  del  sabio  Minos. 

Como  á  ellos  dar  te  toca 
de  gobierno  dictámenes  divinos: 
pues  es  menos  vencer,  puesto  en  partido, 
que  premios  saber  dar  al  que  ha  vencido. 

Doquiera  que  el  sol  luce 
y  de  esta  noble  acción  se  haga  memoria, 

al  punto  se  trasluce 
tu  fama,  tu  piedad,  tu  honor,  tu  gloria; 
y  envueltas  quedan  en  conceptos  vagos 
las  Espartas,  las  Romas,  las  Cartagos. 

No  ya  solemnes  vivas 
escuches  de  los  pueblos  míis  lejanos, 

ni  plácemes  recibas 
porque  heroico  venciste  ix  los  Britanos: 


—  95  — 


qne  más  gloria  te  da  lo  generoso 
que  la  nota  de  Invicto  y  victorioso. 

En  tu  intrépido  aliento, 
de  Sagunto  y  Numancia  copia  fuiste, 

y  quizá  algún  momento 
tan  valientes  excesos  excediste. 
Más,  en  premiar  del  pobre  el  heroísmo 
eres  ejemplo  y  copia  de  tí  mismo. 

Aunque  te  son  debidas, 
están  de  más  columnas  é  inscripciones: 

están  bien  esculpidas 
en  el  alma  de  todos  tus  acciones. 
Pero  esta  solo  erige  un  monumento 
por  único  y  por  raro  es  un  portento. 

Si  á  la  par  de  tu  anhelo 
acreciera  tu  haber  hasta  lo  inmenso, 

ejercicio  tu  celo 
hallará  en  tus  piedades  más  extenso, 
ly  qué  fuera,  si  fuera  tu  tesoro 
el  encantado  vellocino  de  oro! 

Tanta  piedad  consuela 
á  quien  el  hado  barajó  la  suerte, 

y  fino  se  desvela 
por  motivo  más  noble  en  defenderte, 
reputando  quizá  yugo  süave 
el  que  antes  soportó  molesto  y  grave. 

Esto  hace  tu  decoro, 
oh  Pueblo  fiel;  y  acción  de  tanto  grado 

es  la  manzana  de  oro 
que  te  hará  en  ambos  mundos  envidiado: 
Ni  será  la  discordia  por  ganarte; 
sí,  por  tener  la  gloria  de  imitarte. 

Del  argentino  Rio 
las  aguas  publicaron  tu  victoria; 

pero  á  esta  acción  le  fio 
que  eternice  en  el  Globo  tu  memoria: 
asi  resonará  de  polo  á  polo 
con  crédito  inmortal  tu  nombre  solo. 

jOh!  quiera  grato  el  Cielo 
impartir  premios  con  benigna  mano, 

dando  á  tu  heroico  celo 
guirnalda  eterna,  premio  soberano: 


—  96 


porque  una  acción  que  en  si  todas  encierra, 
recompensa  no  tiene  acá  en  la  tierra. 

Entretanto  recibe 
el  aplauso  común,  pues  él  te  aclama: 

feliz  descansa  y  vive 
en  brazos  del  honor  y  de  la  fama. 
Y  sea  tu  nombre  célebre  y  famoso, 
el  Pueblo  fiel,  valiente  y  generoso. 


El  sueSo  de  Eulalia  contado  á  Flora 


— Amiga,  ya  no  puedo,  ni  es  posible 
calmar  mis  inquietudes, 
y  será  muy  factible 
que  si  á  mi  corazón  pronto  no  acudes, 
él  defallezca  al  fin,  sobrecogido 
de  un  pavoroso  sueño  que  he  tenido. 

— Amiga,  dime  qué  te  ha  sucedido? 

— Sabe,  Flora  del  alma, 
que  cierta  noche  de  un  alegre  dia, 

cuando  en  la  dulce  calma 
de  un  suave  sueño  plácido  yacía, 
de  repente  me  vi,  más  con  qué  susto! 
ante  el  solio  real  de  Jove  Augusto. 

Atónita  quedé,  pasmada,  yerta, 

y  perdido  el  aliento, 
por  instantes  pensé  mi  muerte  cierta; 

y  hasta  ahora,  amiga,  siento 
un  no  sé  qué  que  el  alma  me  devora. 
Ay!  no  quiero  acordarme,  amada  Flora! 

No  me  es  dado  el  pintarte 
el  rostro  airado  de  aquel  Dios  severo, 

ni  sabré  ponderarte 
sus  miradas  de  horror,  su  ceño  fiero; 
sólo  puedo  decirte  que  sus  ojos 
eran  un  Etna  que  \'ibraba  enojos. 

Le  miré,  me  miraba  de  hito  en  hito, 
y  cuando  pensé  menos, 

dió  un  penetrante  y  magcstuoso  grito 
que  resonó  en  los  senos 

profundos  del  abismo,  y  salió  luego 

un  otro  que  brotaba  vivo  fuego. 


—  97  — 


Era  el  tal  un  testigo 
de  mis  obras,  palabras,  pensamientos 

y  el  más  crudo  enemigo 
de  nuestros  consabidos  sentimientos. 
Te  acuerdas,  Flora?  Oh!  mal  haya  sea! 
Cuánto  me  amarga  tan  funesta  idea! 

— Hé  aqui,  dijo  Plutón  (¡Oh  padre  Augusto 

de  los  Dioses!)  la  sabia 
(y  se  precia  de  tal)  que  tiene  el  gusto 

de  desplegar  su  labio 
en  público  atentando  y  en  secreto 
contra  su  liberal,  justo  decreto. 

Tú  desde  el  alto  cielo 
los  ojos  inclinaste  compasivo 

al  vespuciano  suelo. 
Sensible  á  su  clamor  doliente  y  vivo, 
dijiste  en  tono  grave  é  imponente: 
Libres,  hijos  del  sol,  eternamente! 

Lo  dijiste,  y  el  Dios  que  en  paz  domina 
la  extensión  de  los  mares, 

á  tu  voz  elocuente  determina, 
apesar  de  pesai-es, 

formar  del  golfo,  con  su  gran  tridente, 

muro  de  división  de  gente  á  gente. 

El  astro  luminoso 
que  con  sus  luces  baña  aqueste  suelo, 

ve  demasiado  el  gozo 
sobre  su  hermosa  faz.    Un  nuevo  cielo 
cubre  sus  habitantes  y  á  porfía 
himnos  te  cantan,  Jove,  noche  y  día. 

Sólo  en  el  sexo  bello         ¡quién  creyera! 

hay  sirtes  peligrosas 
en  que  encalla  la  suerte  lisonjera; 

hay  genios  escabrosos; 
hay  corazones  que  resisten  vanos 
el  bien  que  has  dispensado  á  los  humanos. 

Hay  astutas  Pandoras 
que  pérfidas  derraman  el  veneno, 

.-  y  á  la  patria  traidoras, 
infestan  con  su  aliento  el  propio  seno. 
Castiga  ¡oh  Jove!  vibra  un  rayo  activo 
que  las  hiera  de  muerte  en  lo  más  vivo. 


—  98  — 


Asi  dijo  Plutón.   No  sé,  mi  Flora, 

si  Júpiter  airado 
el  rayo  disparó,  ni  puedo  ahora 

contar  lo  que  ha  pasado; 
apenas  sé,  ni  sé:  si  es  cosa  cierta 
que  cai  desmayada  y  casi  muerta. 

En  este  parasismo 
quedó  despierto  el  interior  sentido. 

Ay!  mi  amiga!  En  qué  abismo 
de  confusión  y  horrores  sumergido 
sentí  mi  corazón!    Qué  especies,  Flora, 
ocurrieron  al  alma  aquella  hora! 

Cuántas  (con  qué  placer)  conversaciones 

tuvimos,  Flora  mía, 
en  que  con  mil  y  mil  y  más  razones 

(de  nuestra  fantasía) 

burlamos  el  sistema, 
dándole  el  nombre  de  locura  y  tema: 

Cuántas  burlas  y  apodos, 
poseídas  del  furor  más  insolente, 

hicimos  por  mil  modos 
más  de  una  vez  á  la  patricia  gente, 
llamándolos  criollos  carniceros, 
indecentes,  canallas,  cuchillerosi 

Cuántos,  te  acordarás,  cuántos  deseos 

de  ver  entre  dos  palos 
á  aquellos  consabidos  fariseos, 

á  aquellos  hombres  malos  

Tú  me  entiendes.  ¡Oh,  qué  amarga  historia! 
Todo,  amiga,  me  vino  á  la  memoria. 

Asi  estaba  esperando 
entre  crüeles  síntomas  de  muerte, 

mi  último  fallo,  cuando 
atentó  decidir  Plutón  mi  suerte: 
sepultémosla,  dijo,  en  el  Leteo, 
donde  perezcan  ella  y  su  deseo. 

— No,  nó,  repuso  Jove  en  tono  grave: 

cómo  ha  de  sepultarse 
en  olvido  un  delito  que  no  cabe. .... 

ni  aun  puede  imaginarse? 
Aquel  que  de  su  patria  es  enemigo 
debe  sobrevivir  á  su  castigo. 


—  99  — 


Pudiera  con  un  rayo 
reducirla  á  ceniza  en  un  momento; 

pero  válgame  Mayo, 
válgame  ser  mtijer,  y  que  es  mi  intento 
de  tal  modo  aplicarle  penitencia, 
que  sea  victima  cruel  de  su  conciencia. 

Será,  pues,  mi  decreto  irrevocable, 
para  eterno  excarmiento, 

antes  que  castigarla  á  fuego  ó  sable, 
entregarla  al  momento 

á  los  muchachos;  ellos  darán  cuenta 

de  su  bulto,  de  modo  que  lo  sienta. 

Muchachos,  dijo  ¡ay  Flora! 
Humillante  invención,  palabra  impura! 

Muchachos!       Hasta  ahora 

no  se  ha  impuesto  á  mujer  pena  más  dura. 
Pensé  que  el  orbe  entero  se  venía 
sobre  mi  y  que  el  alma  me  oprimía. 

Aunque  exánime  al  golpe  de  la  pena, 

volví  á  Jove  los  ojos 
(¡Ojalá  hubiera  sido  en  hora  buena), 

queriendo  á  sus  enojos 
poner  calma,  oh  amiga!    Qué  esperanza! 
En  el  fallo  de  Jove  no  hay  mudanza. 

A  los  muchachos!  repitió  imperioso, 
se  entregue  luego,  luego: 

ellos  pondrán  al  claro,  sin  reboso, 
el  desenfreno  ciego 

con  que  insultó  á  su  patria.  Crael,  ingrata... 

A  burlas  muera  quien  á  burlas  mata. 

Mi  Flora,  no  quisiera 
lo  que  siguió  á  esta  escena  referirte. 

jCielos,  quién  me  dijera! 
Mas,  cómo  he  de  callar?  No  he  de  decirte 
la  historia  de  mi  mal?    Oye  mi  cuento; 
te  servirá  siquiera  de  excarmiento. 

Habló  imperioso  Jove,  y  al  instante 

una  chusma  atrevida 
de  muchachos  se  puso  por  delante: 

quedé  despavorida, 
pues  después  de  una  lluvia  que  da  el  cielo 
no  tantas  sabandijas  brota  el  suelo. 


—  100  - 


Aquí  de  mis  trabajos! 
Aquí  mis  ansias  y  sudores  fríos! 

Ay  de  raí!    Son  tan  bajos 
(para  mí  dije)  los  principios  míos? 
¿Tan  poco  por  mi  sangre  se  me  debe 
que  me  hacen  el  trompillo  de  esta  plebe? 

Así  fué  Flora.    Quiénes  más  bribones? 

Me  prenden,  me  rodean, 
me  dan  mil  indiscretos  empujones, 

me  urgan,  me  manosean  

Oh  vergüenza,  oh  pudor,  oh  mi  decoro!. . . . 
La  tragedia  fué  un  sueño  y  aun  la  lloro. 

Enseguida  una  danza 
arman  alrededor   Danza  maldita! 

Cuanto  su  voz  alcanza 
mueven  el  aire  con  inmensa  grita 
y  repiten  ¡oh  Dios!  á  boca  llena: 
muera  la  picarona  Sarracena. 

En  un  papel  de  estraza  despreciable, 
para  hacer  mi  pudor  más  expectable, 

mi  agravio  más  sensible, 
escribieron  un  rótulo  indecente 
que  luego  lo  fijaron  en  mi  frente. 

Decia:  alerta,  alerta. 
Bomba,  aquí  va  la  grande  criollaza 

en  europea  injerta, 
que  reniega  impaciente  de  su  raza 
y  que  quiere  antes  ser  sucia  gallega 
que  criolla  con  honor,  casa  y  talega. 

Luego  pusieron  en  mi  diestra  mano 

una  caña  nudosa 
con  un  cuerno  en  la  punta  liso  y  llano. 

Di^^sa  vergonzosa!  

Sufri  el  insulto,  vi  la  picardía  

Sabes  que  no  soy  tonta,  amiga  mía. 

No  fué  esto  solamente: 
mi  humillación  subió  más  alto  punto, 
que  no  fué  otro,  no,  según  barrunto 

que  aquél  aquél  amiga,  no  lo  nombro: 

te  ha  de  causar  su  atrevimiento  asombro. 

Se  llegó  á  mi  este  vil,  pillo,  indecente 
cuando  más  angustiada 


—  ÍOl  — 


y  h  la  vista  (ó  pudor)  de  tajita  gente, 

como  si  hiciera  nada 
me  alzó  por  la  trasera  la  camisa, 
me  hizo  tres  muecas  y  soltó  la  risa. 

Contempla  mi  figura, 
amada  Flora  mía!    Con  un  lema 

de  expresión  la  más  dura, 
que  adversa  me  publica  al  gran  sistema; 
una  caña  y  un  cuerno  por  divisa, 
y  por  detrás  alzada  la  camisa! 

¿No  es  buena  perspectiva?  Así  en  volandas 

entre  inmensa  algazara, 
me  llevan  por  las  calles  como  en  andas: 

santa  con  duple  cara, 
una  llena  de  angustia,  llanto  y  pena, 
otra  de  infame  desvergüenza  llena. 

En  cada  esquina  ¡crueles! 

hacen  alto,  y  allí  más  y  más  gentes; 

y  á  la  decencia  infieles, 
mil  cantares  y  apodos  insolentes 
me  echan  en  rostro,  como  está  de  moda: 
gallega,  loca,  sarracena,  goda! 

Al  fin  llegué  con  todos  ¡qué  cansada! 

á  la  erguida  columna 
de  todos  los  patriotas  celebrada; 
allí  otra  vez  á  una  gritan:  muera, 

muera  la  sarracena, 
ó  eche  un  «viva  la  patria»,  aunque  no  quiera. 

Esto  es  tras  de  cornuda 
apaleada   ¿Qué  tal,  amiga  Flora? 

Malo,  Eulalia,  si  muda, 
ó  peor  hablando  ¡oh  maldita  hora 
en  que  ocupé  millares  de  momentos 
en  callar  y  en  hablar  mis  sentimientos. 

¡Qué  tortura!  Qué  angustia  y  compromiso 

verse  el  pecho  obligado 
á  brotar  expresiones  que  no  quiso 

ni  aun  haber  escuchado; 
me  resistí,  por  tanto,  en  tono  fiero 
y  voz  en  cuello  respondí:  «no  quiero!» 

No  bien  asi  entonada 
reproché  la  propuesta  majadera, 


—  102  — 


cuando  una  gran  palmada 
me  asentaron  de  lleno  en  la  trasera, 
y  fué  tan  recio  el  golpe,  que  al  llevarlo 
grité  ¡que  viva!  sin  querer  gritarlo. 

Feliz  palmada,  amiga,  santo  grito! 

A  ruido  tan  ingente 
debió  mi  escena  ver  mi  finiquito. 

Desperté  de  repente, 
me  vi  sola,  sin  luz,  y  en  el  empeño 
de  juzgar  realidad  lo  que  era  sueño^ 

Ay  de  mí!    Solté  el  llanto, 
opreso  el  corazón,  yerto  el  sentido. 

Oh,  cuánto  cuesto,  cuánto 
un  empeño  tenaz  mal  dirigido! 
Estoy  tal  que  rebusco  á  toda  prisa 
y  no  encuentro  el  faldón  de  la  camisa. 

Quiero  apartar  de  mí,  pero  no  puedo, 

esta  funesta  idea; 
sobrecogida  estoy  de  susto  y  miedo. 

Muy  bien  que  sueño  sea; 
pero,  Eulalia,  tu  amiga  hasta  las  aras 
no  se  mete  en  camisas  de  once  varas. 

Dejémonos  de  cuentos: 
hay  jóvenes  resueltos  al  castigo, 

hay  Pintones  á  cientos, 
cada  cual  el  que  es  más  nuestro  enemigo, 
cañas  á  miles,  cuernos  en  sub-hasta, 
y  hay  muchachos  hasta  decir  basta. 

Y  pues  sueño  tan  raro  y  tan  extraño 

puede  ser  un  anuncio 
que  nos  .sirva  á  las  dos  de  desengaño, 

¿no  te  place?  Renuncio 
mi  modo  de  pensar,  quédate  sola: 
como  yo  pase  bien,  corra  la  bola. 

 ♦  


ODA  AL  AÜQÜSTO  DÍA  DE  LA  PatRIA 

Veinticinco  de  Mayo,  fausto  dial 

El  alma  se  enajena 
al  pronunciarlo.    ¡Ah!    De  la  alegría 

la  suave  voz  resuena. 


—  103  — 


cuyos  ecos  cubriendo  el  continente 
la  hacen  pasar  veloz  de  gente  en  gente. 

Veinticinco  de  Mayo  dulce  acento! 

Por  quinta  vez  se  escucha 
con  qué  gozo  y  placer!    Primer  momento 

de  la  constante  lucha 
en  que  el  más  inconcuso  fiel  derecho 
empeña  al  noble  Americano  pecho. 

¡Veinticinco  de  Mayo,  sí,  gran  día! 

en  que  ve  ¡con  que  pena! 
de  su  periodo  el  fin  le  tiranía; 

dia  de  gloria  en  que  estrena 
en  nuevo,  bello  y  prodigioso  gusto 
la  santa  libertad  su  traje  augusto. 

No  en  marmóreas  pirámides  tus  glorias 

esculpas,  no:  no  intentes 
eternizar  en  bronce  tus  memorias, 

para  ser  permanentes. 
Tu  nombre  es  sólo  la  inscripción  más  bella 
que  más  que  en  bronce  piedra  el  tiempo  sella. 

Suspéndase  el  tañido  magestuoso 

que  se  desprende  ufano 
del  alto  Capitolio.    Más  hermoso, 

más  vivo  y  soberano 
es  el  acento  de  tu  nombre  solo; 
lo  entona  Orfeo  y  lo  repite  Apolo. 

Tú  eres  y  serás  siempre  el  respetable 

único  patrio  día, 
de  América  en  los  fastos  memorables: 

contra  la  tiranía 
triaca  eficaz,  antídoto  divino 
que  justo  Jove  quiso  y  le  previno. 

En  ti  todo  tirano  que  deserte 

de  la  causa  sagrada, 
escollará  y  al  fin  verá  su  muerte; 

á  tierra,  polvo  y  nada 
quedará  reducido  por  un  rayo 
de  tantos  que  fulmina  el  Sol  de  Mayo. 

En  una  de  tus  horas,  claro  día, 

se  oyó  la  vez  primera 
aquella  grata  voz  que  repetía 

en  torno  de  la  esfera, 

8 


—  104  — 


en  ecos  dulces,  tiernos,  soberanos: 
Libertad,  libertad,  Americanos. 

Desde  aquellos  momentos  ya  te  miras, 

por  rara  simpa tia, 
cual  genio  superior  cpie  hasta  ahora  inspiras 

á  la  Patria  energía: 
cual  animado  numen  que  en  victorias 
formas  el  capital  para  sus  glorias. 

Cuando  se  acerca  de  tu  luz  la  aurora, 

se  aproximan  las  dichas: 
y  apenas  nuestro  suelo  Febo  dora, 

resultan  entre  dichas, 
las  sombras,  las  desgracias,  la  apatía: 
tan  enérgico  eres,  oh  gran  dia! 

Hoy  los  azares  huyen  de  la  suerte 

vil,  inconstante,  impia. 
No  hay  tan  recio  aquilón.  Austro  tan  fuerte 

que  no  calme  este  día 
una  aura  suave,  blanda  y  placentera 
nacida  en  nuestra  abrupta  cordillera. 

Que  de  ultramar  el  eco  clamoroso 

retumbe  en  nuestro  suelo; 
que  atente  perturbar  nuestro  reposo 

el  insaciable  anhelo 
de  la  injusta  ambición.    En  este  día 
se  estrellará  su  necia,  cruel  porfía. 

Que  de  la  Patria  en  el  oculto  seno 

nazcan  ingratos  hijos 
que  abrigando  mortífero  veneno 

contra  principios  fijos, 
sus  entrañas  devoren  ¡(-ruel  intentol 
Ellos  tendrán  en  Mayo  su  excarmiento. 

Que  tienda  allá  entre  sombras,  si,  que  tienda 

sus  redes  la  malicia: 
arme  sus  lazos,  péifida  sorprenda, 

ó  vuelque  la  justicia. 
lOhl  El  mes  de  la  Patria  en  aquel  dia 
el  denso  velo  alzó  que  los  cubría. 

lOh  venturoso  mes!    ¡Oh  dia  sagrado! 

¡Oh  de  la  Patria  digno 
k  sus  triunfos  y  glorias  consagrado! 

Tú  serás  siempre  el  signo, 


—  105  — 


tú  la  divisa,  tú  la  ejecutoria 

que  alarme  k  la  defensa  y  la  victoria. 

lYo  te  saludo,  si,  día  divino! 

saludo  al  astro  bello 
que  fija  con  su  luz  nuestro  destino. 

|Ah!  Su  hermoso  destello 
es  muda  voz  que  dice:  Americanos, 
no  es  éste  el  dia,  nó,  de  los  tiranos. 

La  pública  fortuna,  deidad  pia, 

mereció  la  erif^iese 
antigua  Roma,  aras  este  día: 

si  ella  culto  merece, 
eterno  loor  á  tí,  día  soberano, 
nueva  deidad  del  culto  americano. 

Los  laureles,  las  palmas,  las  olivas, 

la  cívica  coi'ona 
tejen  al  Sud,  que  con  alegres  vivas 

tu  apoteosis  pregona 
y  jura  sostener  la  causa  santa 
en  el  templo  de  honor  que  hoy  te  levanta. 

Carta  al  Obispo  Molina. 

Junio  26  de  1815. 


ODA  AL  Brigadier  Don  Carlos  María  de  Alvear 


Gran  capital  del  Sud,  emporio,  cuna 
de  valientes  campeones, 

émulos  de  la  gloria  y  la  fortuna, 
que  en  ínclitas  legiones 

reunidos  con  industria,  ciencia  y  arte, 

miedos  dan  al  valor,  celos  á  Marte. 

Honores  soberanos 
á  ti  sean  dados  en  el  fausto  dia, 

que  resueltos  y  ufanos, 
con  denuedo  sin  par,  noble  osadía, 
al  rival  de  tu  honor  con  fuerza  alterna 
dieron  golpe  mortal,  herida  eterna. 


—  106  — 


No  vuelves  una  vez  sola  tus  ojos 

al  luminoso  Oriente, 
que  no  adviertas  festiva  los  despojos 

del  vigor  más  ingente, 
de  la  acción  militar  más  atrevida, 
arbitra  de  la  muerte  y  de  la  vida. 

Para  eterna  memoria 
debe  esculpirse  en  bronce  perdui-able 

un  hecho  que  la  Historia 
contará  sin  ejemplo,  inimitable. 
jOh  Buenos  Aires!  Triunfo  tan  cumplido 
al  mejor  de  tus  hijos  es  debido. 

De  todos  fué  el  valor,  el  ardimiento, 

de  todos  fué  el  empeño: 
de  este  solo  la  táctica,  el  talento 

con  que  al  fin  se  hizo  dueño 
de  la  importante  plaza  respetable, 
más  que  antigua  Numancia  inconquistable. 

Sus  murallas  temblaron 
al  oir  el  nombre  del  campeón  gueiTero, 

y  luego  se  auguraron 
victimas  nobles  de  su  ardor  primero. 
De  ellas  ha  sido  el  lauro.  Recibieron 
al  héroe  de  la  Patria  que  temieron. 

Augusto  .love  para  hacer  sus  glorias 

depositó  en  sus  manos 
el  rayo  brillador  de  las  victorias 

(Premios  americanos) 
Ellos  labran  coronas  á  sus  sienes: 
se  deben  al  autor  de  tantos  bienes. 

El  magestuoso  rio, 
expectador  ufano  de  su  aliento, 

de  aquel  arresto  y  brio, 
único,  raro,  rasgo  de  un  momento, 
al  valeroso  jefe  mira,  admira, 
mudamente  saluda  y  se  retira. 

El  astro  hermoso  que  preside  al  día 

celebró  al  Argentino 
joven  que  emula  luces  á  porfía, 

y,  obsequio  peregrino, 
le  tributó  quizá  por  vez  tercera, 
absorto  suspendiendo  su  carrera. 


—  107  — 


En  triünfos  extraños, 
ya  vencidos  conocen  sus  rivales 

que  no  es  dado  á  los  años 
formar  los  héroes,  grandes  generales: 
el  talento,  el  valor,  el  genio,  el  alma 
tejen  para  los  hombres  esta  palma. 

El  temor,  el  peligro,  el  susto,  el  miedo, 

el  apuro,  el  conflicto 
en  que  fracasa  superior  denuedo, 

lejos  de  Héroe  invicto. 
El  riesgo  le  estimula  á  la  victoria: 
da  ejercicio  al  valor,  canta  la  gloi'ia. 

Con  valor  se  abre  paso 
al  centro  de  sus  mismos  enemigos. 

Vió  el  orgullo  su  ocaso 
y  ellos  de  su  valor  fueron  testigos. 
Un  momento  feliz,  de  que  fué  dueño, 
comsuma  la  hora  del  mayor  empeño. 

Benigno,  generoso  é  indulgente, 

dado  á  justo  partido, 
abre  su  corazón  á  toda  gente: 

y  hundiendo  en  el  olvido 
intrigas  y  caprichos  de  la  güera, 
á  uno  franquea  el  mar,  á  otro  la  tierra. 

Asi  en  el  seno  mismo 
del  odio  y  del  furor,  ha  dado  asiento 

al  bello  patriotismo, 
de  su  táctica  eterno  monumento. 
Dejando  á  las  edades  en  proverbio: 
La  Patria  libertó.    Rindió  al  Soberbio. 

Salve,  guerrero  ilustre,  sin  segundo: 

tu  nombre  es  tu  divisa. 
(Nombre  expresivo,  práctico,  fecundo) 

Él  solo  te  eterniza. 
Doquiera  que  de  Alvear  se  haga  memoria, 
ideas  brotarán  de  triunfo  y  gloria. 

Otros  triunfos  te  llaman; 
los  honores  te  buscan.    La  fortuna 

y  el  mérito  te  aclaman. 
La  ocasión  se  presenta  ¡qué  oportuna! 
Serás  nuevo  Alejandro  en  lides  nuevas; 
si  no  su  nombre,  su  carácter  llevas. 


—  108  — 


Recordarán  con  gloria  tus  hazañas 

las  futuras  edades; 
para  otros,  raras:  para  ti,  no  extrañas: 

y  al  ver  tus  propiedades 
admirarán,  unidos  en  tí  solo 
Minerva,  Marte,  Júpiter  y  Apolo. 

jOh  tú,  fecundo  suelo 
que  brotas  héroes  de  la  Patria  dignos! 

héroes  que  son  del  cielo 
rico  presente  en  lances  peregrinos. 

Uno  por  mil,  valiente,  cortesano  

En  tu  fecundidad  gózate  ufano. 

Año  XIV. 


ODA  AL  Paso  de  los  Andes  y  victokla  de  Chacabuco 
12  de  Febrero  de  1817 

Antiguo  Capitán,  Héroe  famoso, 

admiración  del  mundo; 
bravo  Africano,  Aníbal  valeroso, 
hasta  hoy  con  el  respeto  más  profundo 

en  el  Orbe  nombrado 
y  de  edad  en  edad  preconizado! 

Émulo  ñel  de  Aníbal  mal  he  dicho, 

vencedor  de  su  gloria 
(si  bien  victorias  hay  en  el  capricho 
de  la  suerte  inconstante  y  transitoria), 

eterno  honor  de  Marte; 
primer  genio  del  mundo,  Bonaparte! 

Campeones  inmortales,  cuyo  nombre 

en  las  rocas  grabado 
de  los  Alpes,  no  hay  alma  que  no  asombre 
y  le  infunda  un  pavor  como  sagrado: 

ved  aquí,  Héroes  grandes, 
nuestra  copia  mejor  sobre  los  Andes. 

Magnánimo,  animoso,  imperturbable, 

lleno  de  odio  al  Tirano, 
al  tirano  opresor  de  nuestra  amable 
libertad,  el  Aníbal  Colombiano, 

el  Napoleón  moderno, 
salva  escollos,  imagen  del  Averno. 


—  109  — 


San  Martin,  de  su  fijército  á  la  frente 

y  en  brazos  sostenido 
de  su  virtud  trasmonta  la  eminente, 
nevada  cordillera,  el  más  ergido 

de  los  montes  del  mundo. 
¡Grande  hazaña,  prodigio  sin  segundo! 

Su  artillería  que  jamás  se  mueve 

sin  pena  aun  en  el  llano, 
va  á  seguir  disputando  al  vapor  leve 
á  esfuerzos  de  este  noble  Americano: 

la  vasta  espada  oprime 
de  esta  Sierra  espesísima  y  sublime. 

¿Qué  importa  que  al  intrépido  viajero 

tal  vez  el  paso  ataje? 
¿Qué  importa  que  no  admita  su  sendero 
acaso  más  de  un  hombre?  El  gran  coraje 

de  San  Martin  legiones 
llevará  por  allí  como  cañones. 

Parece  que  las  nieves,  que  los  mismos 

peñascos  eminentes, 
que  los  profundos,  hórridos  abismos, 
á  su  valor  se  muestran  obedientes, 
y  que  las  altas  cumbres  y  cuchillas 
mientras  que  pasa  doblan  las  rodillas. 

Domada,  pues,  asi  naturaleza, 

pisa  el  fértil,  amono 
Chile,  cuyo  esplendor,  cuya  belleza, 
profanó  con  su  planta,  el  Sarraceno, 
lleno  de  odio  y  de  avaricia  lleno. 

Los  más  bellos  y  rápidos  sucesos 

colman  luego  los  votos: 
hijos  del  Sud,  vengad  ya  los  excesos 
de  esos  falsos,  hipócritas  devotos; 

esa  sangre  inocente 
que  clama  con  la  voz  más  elocuente. 

Musa,  aquí  sobre  todo,  aquí  me  inflama!. . . , . 

El  doce  de  F'ebrero 
(fausto  mes,  y  á  otro  triunfo);  el  bronce  brama 
con  marcial  eco  á  un  tiempo  y  lastimero; 

se  oyen  gritos,  gemidos 
ya  del  que  vence,  ya  de  los  vencidos. 


—  110  — 


La  gloría,  en  fin,  señala  el  campo  bello 

de  Chacabuco  [oh  día, 
dulce  luz,  placidísimo  destello 
que  has  hecho  revivir  nuestra  alegría! 

Objeto  de  imestra  ansia, 
tu  vas  á  dar  al  Sud  nueva  importancia. 

Centenares  de  muertos,  prisioneros, 

armamentos,  banderas, 
y  vestuarios  y  equipos  y  dineros, 

la  tierra  toda  entera 

han  sido  los  trofeos 
de  un  triunfo  que  ha  llenado  los  deseos. 

Su  libertad  recobra  el  bello  Chile: 
¡quiera  el  cielo  piadoso 

que  á,  sus  fieros  tiranos  aniquile, 

y  sus  derechos  goce  con  reposo! 
Que  jure  su  exterminio 

ya  que  ha  probado  su  feroz  dominio. 

Entretanto,  una  Diosa  que  desciende 

de  la  celeste  esfera, 
la  sien  del  vencedor  oi-na  y  defiende 
de  un  cerco  de  laurel,  y  placentera 
dice:  Al  invicto  Hijo  de  la  gloria 
Sobre  el  campo  de  Chile  da  victoria. 


HIMNO  EN  LAS  Fiestas  Mayas 


Aplaudid  la  aurora 
del  día  glorioso 
que  al  pueblo  animoso 
dichas  anunció. 


La  sonora  trompa 


sonó  de  la  Fama, 
y  su  voz  proclama 
la  nueva  Nación; 


Del  celestial  orbe 
bajó  la  victoria: 
su  nube  de  gloria 
las  armas  cubrió; 


al  oírla  tiembla 
la  antigua  malicia, 
la  Ibera  injusticia 
é  Ibero  furor. 


sembró  de  laureles 
nuevos  y  triunfales 
las  sondas  marciales 
de  nuestro  valor. 


Mas  toda  la  tierra 
con  rara  alegría 


celebra  el  gran  dia 
que  grillos  rompió. 


—  111  — 


A  hacer  cosas  firduas 
preparóse  el  genio, 
y  previo  el  ingenio 
futuro  esplendor. 

Vió  caer  el  muro 
porfiado  y  adverso, 
nido  del  perverso 
y  de  obstinación. 

Vió  escenas  brillantes 
de  valor  y  saña: 
él  miró  á  España 
y  se  sonrió, 

al  ver  moribunda 
aquella  potencia, 
sin  fuerza,  sin  ciencia, 
riqueza  ni  honor, 

caer  sin  consejo 
de  abismo  en  abismo 
por  su  fanatismo 
y  ciega  ambición. 

Mas,  dejad  que  lance 
su  furor  insano, 
que  el  Americano 
jamás  se  aterró; 

si  lo  hizo  opulento 
la  naturaleza, 
con  igual  franqueza 
constancia  le  dió. 


Digno  es  de  su  esfuerzo 

el  formar  naciones, 
y  á  grandes  pasiones 
poner  sujeción. 

Es  la  obra  más  grande 
hacer  libre  á  un  mundo 
que  en  sueño  profundo 
tres  siglo  durmió. 

Logró  sorprenderlo 
en  débil  infancia, 
bárbara  arrogancia 
de  un  vil  invasor. 

Fué  pequeña  gloria 
asi  esclavizarlo: 
más  es  libertarlo 
y  darle  instrucción. 

¡Oh,  qué  perspectiva 
tan  grata  y  risueña! 
¡Cuánto  es  halagüeña 
para  el  corazón! 

Y  pues  es  el  dia 
digno  de  memoria 
en  que  á  tanta  gloria 
la  Patria  aspiró, 

aplaudid  la  aurora 
del  dia  glorioso 
que  al  pueblo  animoso 
dichas  anunció. 


HIMNO  Á  LA  Patria 


CORO 

Salve  patria  dichosa 
oh  dulce  patria,  salve, 
y  por  siglos  eternos 
se  cuenten  tus  edades. 

Libre  é  independiente 
de  tiranos  rivales, 
al  templo  de  la  gloria 
te  diriges  constante. 


Qué  bellos  son  tus  pasos! 
Te  los  envidia  Marte. 
Coro,  etc. 

Sin  libertad,  cautiva 
hasta  aqui  suspiraste. 
Llegarán  los  momentos 
al  fin  de  tu  rescate, 
hija  del  Sol.  Sacude 
un  yugo  tan  infame. 
Coro,  etc. 


—  112  — 


Si  es  que  asoma  la  aurora 
es  ya  para  admirarte; 
que  en  la  cuna  del  riesgo 
naces  libre  y  triunfante. 
¡Oh  natalicio  hermoso! 
¡Oh  libertad  amable! 
Coro,  etc. 

El  sol  que  en  tu  hemisferio 
se  remonta  brillante, 
no  ya  á  viles  esclavos 
su  bella  luz  reparte: 
hombres  libres  saludan 
al  astro  cuando  nace. 

Coro,  etc. 

Grábese  no  ya  en  cedro, 
en  bronce  perdurable, 
época  la  más  digna 
que  vieron  las  edades. 
¡Oh,  Sud!    Viste  de  gala: 
ya  cesaron  tus  ayes. 
Coro,  etc. 

No  la  triste  memoria 
de  pasado  contraste 
el  contento  perturbe 
que  baña  tu  semblante. 
No  hollarán  más  tu  suelo 
enemigas  falanges. 
Coro,  etc. 

Si  intrépido  Belona 
osa  surcar  tus  mares, 
no  besará  tus  playas 
sin  que  tributo  pague: 
con  guirnalda  y  corona 
te  rendirá  homenaje. 
Coro,  etc. 

Expectador  ufano 
de  ruidosos  combates: 
á  la  patria  laureles 
es  justo  le  prepares, 
diademas  á  sus  hijos, 
romeros  inmortales. 

Coro,  etc. 


No  más  despida  rayos 
el  Júpiter  tonante, 
ni  empuñe  más  la  espada, 
hoy  benigno,  el  dios  Marte. 
¡Oh,  Patria!    De  tus  hijos 
son  las  heroicidades. 
Coro,  etc. 

La  libertad  fué  siempre 
tu  numen  adorable: 
el  honor  y  la  gloria 
tus  genios  tutelares: 
caerán  en  tu  presencia 
rendidos  los  rivales 
Coro,  etc. 

Roma,  Cartago,  Esparta 
callen  sus  hechos,  callen: 
émulas  de  tus  glorias 
tus  virtudes  aclamen: 
si  aquéllos  son  heroicos, 
éstos,  inimitables. 
Coro,  etc. 

Si  las  naciones  cultas 
miraron  vacilantes 
tus  nativos  derechos, 
justos,  incontestables, 
ya  es  tiempo  te  saluden 
¡Oh  pueblo  libre!  Salve. 
Coro.  etc. 

Las  Gracias  se  reúnan 
para  felicitarte, 
y  obsequiosas  las  Musas 
compongan  himnos  suaves; 
pulse  su  lira  Apolo 
y  Orfeo  dulce  cante. 
Coro,  etc. 

Asi  con  paso  augusto, 
entre'dulces  cantares, 
del  Olimpo  á  la  cumbre, 
trepando  infatigable. 
Señora  de  ti  misma, 
vivas  eternidades. 
Coro,  etc. 


CANCIÓN  Á  LA  MEMORIA  DEL  Dr.  D.  MaRIANO  MoRENO 


¡Oh  nobles  compntríotas! 
Cantemos  á  una  voz 
al  héroe  de  la  Patria 
la  más  dulce  canción. 

Cantemos  nuestra  gloria, 
cantemos  nuestro  honor, 
pues  que  Grecia  no  tuvo 
ni  Roma  otro  mayor. 

Su  gloriosa  memoria 
nos  recuerda  un  blasón 
que  él  ennoblece  solo 
al  suelo  en  que  nació. 

Su  talento,  sus  luces, 
su  noble  corazón, 
todo  dice  1*1  la  Patria 
el  gran  bien  que  perdió. 

¡Oh  suelo  venturoso 
que  tal  héroe  nos  dió! 
Infelice  momento 
en  que  se  le  ausentó! 

Enjugue  nuestro  llanto. 
Sabe  que  nos  dejó 
en  su  valiente  pluma 
notas  de  su  valor. 

Su  nombre  reproducen 
los  fastos  del  honor: 
así  jamás  se  escucha 
sin  nueva  admiración. 


Envidia  nuestra  suerte 
toda  culta  nación, 
pues  nos  ve  enriquecidos 
con  tan  precioso  dón. 

iOh  joven  siempre  invicto, 
á  quien  nunca  insultó 
con  sus  alegres  tiros 
la  negra  emulación! 

jOh  joven  generoso, 
imagen  del  valor, 
envidia  del  talento, 
norma  de  la  razón! 

¡Oh  joven  nunca  visto, 
en  cuyo  corazón 
el  vergonzoso  miedo 
jamás  se  aposentó! 

¡Oh  joven  ilustrado, 
con  numen  superior, 
que  aun  hoy  despide  rayos 
su  rara  ilustración! 

Tu  sola  sombra,  oh  joven, 
con  valiente  primor, 
enérgicos  empeños 
inspira  con  tezón. 

Vivas,  vivas  eterno 
para  inmortal  blasón 
de  un  pvieblo  que  te  ofrece 
primicias  de  su  amor.  (1) 


(1)  Puesta  en  música  por  el  maestro  Parera. 


—  114  — 


Canción  patriótica  en  celebridad  del  25  de  Mayo  de  1812 

Coro 

A  las  armas  corramos  ciudadanos: 
óigase  el  bronce  y  óigase  el  tambor, 
convocando  á  las  lides  generosas 
á  los  hermanos  en  alegre  unión. 

Volvió  otra  vez  el  venturoso  dia 
en  que  libre  la  Patria  del  tirano, 
nos  produjo  brillante  la  alegría: 
hoy  á  la  sombra  de  un  gobierno  humano 
renacerá  la  unión  en  nuestro  suelo 
y  el  despotismo  abatirá  su  vuelo. 

Coro 

Émulos  de  Atenienses  y  Espartanos, 
nuestro  nombre  elevemos  hasta  el  cielo, 
imitando  el  valor  de  los  Romanos: 
defendamos  la  causa  con  desvelo: 
sin  duda  lograremos  la  victoria, 
siendo  de  Europa  horror,  del  Perú  gloria. 

Coro 

De  pasadas  hazañas  no  olvidados, 
al  Luso  resistamos  atrevidos; 
vuelva  el  fiero  á  su  hogar  eicarmentado: 
todos  para  la  empresa  reunidos 
las  órdenes  sigamos  del  gobierno, 
y  el  argentino  nombre  será  eterno. 

Coro 

Tomad  pues  el  fusil,  ceñid  la  espada, 
argentinos  leales  y  valientes; 
quede  la  libertad  asegurada: 
sed  unidos,  benignos  y  obedientes; 
acudid  de  la  Patria  á  la  defensa, 
y  mueran  los  que  fueren  en  su  ofensa. 

Cobo 

Que  aun  entre  las  cenizas  del  sistema, 
fénix,  la  libertad  se  reproduzca: 
muera  el  tirano,  y  su  ruina  tema; 
y  al  templo  de  la  gloria  nos  conduzca 
el  sabio  tribunal  del  Triunvirato, 
del  honor  y  justicia  fiel  retrato. 


—  115  — 


Canto  encomiástico  gratulatorio 

Las  Madres  Capuchinas  de  Buenos  Aires  al  Gral.  San  Martín 

Las  que  siguiendo  impulso  soberano 
y  huyendo  de  este  siglo,  en  el  que  estamos, 

y  hábito  franciscano 
con  vida  Anacoreta  profesamos, 
poseídas  de  un  alto  patriotismo, 
cantamos  tu  virtud,  tu  honor,  tu  heroísmo. 

No  invocamos  á  Jove  ni  á  Minerva, 
deidades  falsas,  títulos  paganos 
que  la  ilustre  caterva 
de  cantores  piadosos  y  cristianos 
invocan  y  predican  en  sus  cantos, 
por  no  invocar  los  nombres  sacrosantos. 

Invocamos  á  Cristo,  Dios  y  Hombre, 
vencedor  de  la  muerte,  hijo  del  Padre, 

que  encarnó  y  tuvo  Madre 
para  que  todo  racional  se  asombre 
al  ver  que  sólo  él  y  sólo  élla 
son  el  Marte  sagrado  y  Palas  bella. 

No  ha  sido  Marte,  no,  ni  ese  tonante 
Júpiter,  ni  los  dioses  mentirosos: 
fueron  nuestros  sollozos 
los  que  al  fin  desarmaron  al  amante 
Dios  trino,  omnipotente,  justo,  amable, 
que  dió  la  fuerza  al  brazo,  filo  al  sable. 

San  Martín  eres  tú,  eso  te  basta, 

pues  servís  á  la  patria,  ese  es  tu  encomio: 

y  el  jefe  Macedonio 
que  se  hizo  hijo  de  Dios  por  no  ser  casta 
de  su  padre  Filipo,  es  documento 
que  deberá  servirte  de  excarmiento. 

No  imites  ni  á  Gentiles  ni  á  Paganos, 
ni  quieras  admitir  comparaciones 
de  tus  grandes  acciones 
con  las  de  Griegos,  Godos  y  Romanos. 
San  Martin  eres  tú,  eres  cristiano, 
eres  bravo  y  prudente  Americano. 

Como  bravo  manejas  bien  la  espada, 
como  pmdente  debes  humillarte, 
teniendo  por  baluarte 


—  116  — 


tu  esperanza  y  tu  fé  bien  cimentada 
en  el  Dios  que  te  guía  en  la  pelea 
y  todo  á  tu  favor  su  brazo  emplea. 

Disperso  te  miraste  en  el  momento 
en  que  tragar  á  Osorio  imaginaste. 

¡Oh  Dios,  cómo  quedaste 
burlado,  en  el  mayor  abatimiento! 
Sólo  Dios  y  su  brazo  soberano 
revivir  liizo  al  muerto  americano. 

Para  siempre  de  Dios  sea  la  gloria, 
tuya  la  confusión  pura  y  sincera; 

ni  tu  soberbia  quiera 
traer  nunca  este  triunfo  á  la  memoria, 
sino  para  besar  con  i'endimiento 
del  Santo  Templo  el  santo  pavimento. 

De  dicho  modo  celebrar  victorias 
es  atribuirlo  todo  á  nuestra  saña, 

k  la  moda  de  España; 
pero  serían  esas  unas  glorias 
tan  percudidas  como  las  de  Europa, 
en  cuyas  guerras  la  razón  es  poca. 


SONETOS 
En  memoria  del  día  25  de  Mayo  de  1810 

I 

Entre  llantos  la  América  gemía, 
bajo  opresores  grillos  agobiada, 
sujeta  ¡oh  Dios!  á  venerar  postrada 
los  tiránicos  golpes  que  sufría. 

Su  dolor  al  Olimpo  enternecía; 
mas,  el  Ibero  con  injusta  espada 
la  libertad  le  niega  suspirada, 
por  sostener  su  orgullo  y  tiranía. 

¡Oh  duro  estado!  Mas,  llegó  el  momento 
y  el  día  Veinticinco  reservado, 
en  que  cayó  de  un  golpe  aquel  cimiento 

que  al  despotismo  tiene  entronizado, 
y  en  que  la  libertad  subió  á  su  asiento 
y  á  un  trono  por  tres  siglos  usurpado. 


—  117  — 


II 

Veinticinco  feliz,  hoy  tu  victoria 
derrocó  la  soborl)ia  de  un  tirano, 
y  levantó  con  triunfo  soberano 
h  nuestra  Patria  al  colmo  de  su  gloria. 

La  época  empezaste  de  una  historia 
en  que  pudo  ol  humilde  Americano 
desatar  la  cadena  de  su  mano, 
llenando  de  grandeza  su  memoria. 

(Oh  dia  grande,  heroico  y  memorable! 
jOh  día  de  virtud!    ¡Qué  regocijo 
al  oir  tan  sólo  tu  renombre  amable, 

de  la  América  siente  Ínclito  el  hijo! 
Tú  mereces  loores,  cuanto  es  dable, 
pues  que  el  Dios  de  la  Patria  te  bendijo. 

III 

En  lo  más  erizado  de  la  suerte, 
en  la  época  más  ardua  y  escabrosa 
se  oyó  una  voz  sonora  é  imperiosa: 
Americanos,  Libertad  ó  Muerte. 

Un  grito  fué  del  Sud  valiente  y  fuerte, 
aliento  vivo  en  ocasión  dichosa, 
que  á  la  escena  más  triste  y  desastrosa 
en  un  teatro  de  luz  y  paz  convierte. 

lOh  Nueve  del  Gran  mes!  oh  dia!  Tú  fuiste 
destinado  por  Jove  á  esta  mudanza; 
tú  la  impresión  del  grito  difundiste, 

que  llenó  de  "sigor  nuestra  esperanza: 
y  levantas  la  voz  con  nuevo  empeño: 
América  del  Sud  no  tienes  dueño. 

IV 

Congreso  augusto,  alma,  aliento  y  vida 
de  los  pueblos  del  Sud.    Patrio  Senado. 
Honor  y  gloria  en  el  más  alto  grado 
te  tributa  la  Patria  agradecida. 

Cuando  incauta  la  vista  casi  hundida 
en  un  caos  de  discordias,  tú,  esforzado 
un  grito  diste  al  Sud.    Libre  ha  quedado 
y  la  Patria  en  sus  fueros  sostenida. 


—  118  — 


Jove  escuchó  tu  voz.    Su  soberano 
decreto  lo  confirma:  en  él  divisa 
sancionada  su  ruina  el  cruel  tirano 

y  la  Patria  su  suerte  inmortaliza; 
y  hoy  repites  con  voz  más  imponente: 
Libres,  Pueblos  del  Sud,  eternamente. 

V 

Nueva  feliz,  Península  quejosa, 
nobles  hijos  del  trueno:  feliz  nueva: 
\'uestra  felicidad  desde  hoy  se  eleva 
á  una  altura  gigante  y  prodigiosa. 

La  América,  decís,  es  ominosa 
á  nuestra  población.    Ella  nos  lleva 

nuestros  hijos          Callad.    Nadie  se  mueva. 

Vuestra  generación  ya  en  paz  reposa. 

Creced,  multiplicad,  llenad  el  suelo 
que  en  suerte  os  ha  tocado.  El  gran  Neptuno 
por  mares  nos  divide.    Quiera  el  cielo 

darnos  por  su  bondad,  ciento  por  uno, 
y  que  sea  en  voiestro  bien  tal  vuestro  celo, 
que  no  dejéis  pasar  acá  á  ninguno. 


A  LA   VICTOBIA  DE  MaIPO 

América  del  Sud,  feliz  respira 
de  palmas  y  laureles  coronada; 
Déjate  ver  desde  hoy  engalanada 
á  presencia  del  Orbe  que  te  admira. 

Un  nuevo  Marte  que  valor  inspira, 
en  los  llanos  de  Maipo  cimentada 
ha  dejado  la  suerte,  y  enlutada 
la  del  tirano  que  á  humillarte  aspira. 

lOh  Marte!  Oh  San  Martin!  Honor  y  gloria, 
lustre  inmortal  del  Pueblo  Americano! 
Llanos  rememorables.    |0h  victoria! 

Pavor  y  asombro  del  orgullo  Hispano! 
Sed  vosotros  en  bien  de  este  hemisferio. 
Columnas,  Cascos  de  este  nuevo  Imperio! 


A  UNA  MOZA  MUY  HABLATIVA 


Asombrado  ine  tienes,  Pancha  mia, 
con  tu  charlar  eterno  y  portentoso, 
ese  habladero  cruel  tan  afanoso 
que  toca  en  los  extremos  de  inania. 

Hablas,  mi  Panclia,  hablas  noche  y  día, 
ora  agitada  estés,  ora  en  reposo; 
así  tu  labio  nunca  está  mohoso 
y  tu  lengua  jamás  con  perlesía. 

Prodigioso  charlar!    Si  la  escultura 
el  busto  de  un  locuaz  hacer  quisiera, 
¿qué  original  mejor  que  tu  figura? 

Entonces  con  asombro  el  mundo  viera 
que  hasta  el  sólido  mármol,  cosa  raral 
por  ser  tu  copia,  sin  cesar  charlara. 


A  UNA  MOZA  PINTORA 


Eres,  Pepa,  en  pintar  tan  gran  maestra 
que  Apeles  envidiara  tus  pinturas: 
tan  aplicada  al  arte,  que  si  duras, 
podrás  salir  con  el  á  la  palestra. 

Pintas  con  la  derecha  y  la  siniestra, 
pintas  á  buena  luz,  pintas  á  oscuras, 
también  durmiendo  pintas,  si  me  apuras 
tan  hábil  eres  y  en  pintar  tan  diestra. 

jOh  joven  singular!  Por  Dios,  enseña 
esa  tu  habilidad  encantadora 
á  tanta  joven  que  en  pintar  te  empeña; 

y  para  que  te  busquen,  pon  y  desde  ahora 
en  la  puerta  este  aviso  y  contraseña: 
«Aquí  vive  Josefa  la  pintora». 


—  120  — 


Al  partir  de  Buenos  Aires  á  Tucumán 


La  ausencia  de  mi  bien,  mi  bien,  mi  encanto 
apenas  deja  aliento  al  pecho  mió, 
apenas  deja  acción  á  mi  albedrio 
para  poner  represas  á  mi  llanto. 

Las  sombras  cubren  con  su  negro  manto 
mi  mustio  corazón,  pálido  y  frío; 
un  humor  melancólico  y  sombrio 
en  el  pais  me  coloca  del  espanto. 

Huye  de  mi  la  paz,  huye  el  consuelo, 
huye  la  dulce  y  apreciable  calma: 
todo  es  llanto,  dolor  angustia  y  duelo. 

Perdió  al  fin  el  amor  (oh  amor!)  la  palma. 
¿Y  por  qué  tal  contraste,  justo  cielo? 
Es  que  me  voy  y  se  me  queda  el  alma! 


A  LA  Ciudad  de  Buenos  Aires 


Buenos  Aires,  feliz  fuiste  algún  dia: 
mil  lauros  h  tus  sienes  coronaron; 
las  naciones  que  absortas  te  miraron, 
emularon  tus  glorias  á  porfía. 

Viste  nacer  al  sol  con  qué  alegría! 
Sus  luces  tu  valor  preconizaron 
y  con  puros  destellos  celebraron 
la  muerte  de  la  atroz,  cruel  tiranía. 

Mas,  ay  de  ti,  infelice!    Se  ha  volcado 
para  tu  mal  el  carro  de  tus  glorias; 
el  sol,  antes  risueño,  se  ha  enlutado. 

Los  viles  sobre  ti  cantan  victorias. 
Y  por  despojos  sólo  te  han  quedado 
de  tu  antiguo  esplendor  tristes  memorias. 


—  121  — 


LA  MEMORIA  DEL  Dr.  D.   MaRIANO  MoRENO 


Arrebató  la  parca  (¡Parca  fieral) 

al  joven  más  cabal  (vil  horaicidal) 
Cortó  el  hilo  dorado  de  una  vida 
que  su  guadaña  respetar  debiera. 

La  negra  envidia  (!Cielos,  quién  pudiera 
una  mano  cortar  tan  fementida!) 
k  la  Patria  ha  inferido  horrenda  herida 
que  el  rival  más  rival  no  le  infiriera. 

lOh  tú  que,  amante  de  la  Patria,  aspiras 
á  hacer  faustos  sus  hados,  rinde  honores 
al  joven  héroe  que  ya  el  orbe  aclama. 

Si  la  espada  le  ha  dado  defensores, 
del  cañón  de  su  pluma  ¡oh  pluma!  admiras 
vivo  fuego  brotar  que  los  inflama. 


Al  Río  de  la  Plata 


Sagrado  río,  émulo  glorioso 
del  vasto  mar  en  donde  te  sepultas; 
piélago  dulce  que  soberbio  insultas 
al  piélago  salobre  y  espumoso; 

argentino  raudal  que  presuroso, 
derramando  riquezas  que  en  ti  ocultas, 
giras  en  ondas  que  erizado  abultas?, 
y  bañas  nuestras  playas  magestuoso: 

corre,  no  te  detengas,  y  en  llegando 
del  hondo  mar  á  la  suprema  altura, 
á  sus  vivientes  con  murmurio  blando 

cuenta  mi  mal,  mi  pena  y  desventura, 
cuéntales  á  sus  aguas  protextando 
que  más  que  su  amargura  es  mi  amargura. 


—  122  — 


A  Moldes 


Moldes,  joven  procaz,  desvanecido, 
narciso  de  ti  misino  enamorado: 
joven  mordaz,  de  labio  envenenado, 
enemigo  del  hombre  decidido. 

Caco  desvergonzado  y  atrevido: 
ladrón  de  famas:  genio  preparado 
á  tirar  piedras  al  mejor  tejado, 
siendo  el  tuyo  de  vidrio  percudido. 

Vibora  de  morder  nunca  cansada, 
sanguijuela  de  sangre  humana  henchida, 
espada  para  herir  siempre  afilada. 

Sabe  que  una  cuestión  hay  muy  reñida 
(de  tu  alma  negra  claro  testimonio): 
¿Cuál  de  los  dos  es  peor,  tú  ó  el  demonio? 


A  LOS  Colorados 

Milicianos  del  Sur,  bravos  campeones, 
vestidos  de  carmín,  i)úrpura  y  grana; 
honorable  Legión  Americana, 
adecuados,  valientes  escuadrones. 

A  la  voz  de  la  ley  vuestros  pendones 
triunfar  hicisteis  con  heroica  hazaña, 
llenándoos  de  glorias  en  campaña 
y  dando  de  virtud  grandes  lecciones. 

Grabad  por  siempre  en  vuestros  corazones 
de  Rosas  la  memoria  y  la  grandeza, 
pues  restaurando  el  orden  os  avisa 

que  la  Provincia  y  sus  atribuciones 
salvas  serán  si  ley  es  vuestra  empresa, 
la  bella  liberiad  vuestra  divisa. 


Año  1820. 


—  122  a  — 


canción  encomiástica 

Al  General  D.  José  de  San  Martín  (1) 

Al  ínclito,  valiente  Americano, 
al  argentino  Marte,  al  invencible 
domador  de!  Hispano, 
impávido  guerrero  el  más  temible 
que  la  patria  registra  en  sus  anales, 
glorias,  laureles,  palmas  inmortales. 

Al  vencedor  de  Chacabuco,  al  noble 
general  San  Martín,  bravo  soldado, 
que  con  esfuerzo  doble, 
con  arduo  empeño,  con  valor  osado 
en  Maipo  se  lal)ró  nueva  corona, 
Advas  y  lauros,  que  el  honor  le  abona. 

Nunca  con  brio  tal,  con  tal  denuedo 
vibró  su  espada  el  geí»;  Macedonio: 
jamás  con  menos  miedo 
se  ha  dado  del  valor  un  testimonio. 
A  San  Martín  se  dió  por  raro  modo 
copiarlo  en  parte,  superarlo  en  todo. 

Sus  bravos,  aguerridos  enemigos 
de  su  marcial  furor,  tristes  despojos, 
serán  fieles  testigos 
de  sus  ardientes  bélicos  enojos; 
de  aquella  intrepidez  inimitable, 
con  que  sabe  vencer  á  fuego  y  sable. 

Harán  honor  de  publicar  rendidos, 
sus  esfuerzos,  sus  armas,  sus  banderas, 
sus  gefes  distinguidos, 
sus  esperanzas  todas  lisonjeras 
al  valiente  campeón,  atleta  invicto, 
superior  á  Alejandro  en  el  conflicto. 

Ellos  le  vieron  recoger  los  restos 
de  unas  huestes  antes  dispersadas. 


(1)  Esta  poesía  que  debía  registrarse  en  la  página  113,  aparece  en  este  lugar  por 
on  olvido  notado  después  de  estar  casi  terminada  la  impresión. 


—  122  6  - 


y  con  nuevos  aprestos 

presentarlas  con  arte  organizadas  

jAcción  gloriosa!  digna  do  la  historia, 
•que  sola  vale  toda  la  victoria. 

Ellos  le  vieron  con  terror  y  espauto 
al  frente  ile  sus  ínclitas  legiones 
por  un  secreto  encanto 
con  un  viva  alentar  sus  corazones, 
mostrándoles  escrito  en  su  semblante 
el  triunfo,  que  temieron  vacilante. 

Ellos  le  vieron  ¡vista  pavorosa! 
con  valor  frió,  con  sereno  aliento, 
con  marcha  inngestuosa. 
sin  trepidar  un  punto,  ni  un  momento, 

dirigirse  á  sus  filas.  Si  lo  vieron. . , 

"Vieron  que  no  temía,  y  le  temieron. 

Ellos  vieron  al  fin  un  rayo  activo, 
á  Smi  Marthi,  al  genio  destinado 
para  herir  en  lo  vivo 
al  visir  orgulloso  que  ha  jurado 
en  los  e.Kcesos  di-  un  furor  insano 
borrar  del  Sud  el  nombre  americano. 


Un  raj'o,  si,  un  rayo  disparado 
del  seno  del  honor.  Tal  fué  el  momento, 
que  en  la  acción  empeñado, 
dando  á  su  inti'epiilez  nuevo  incremento, 
dfescargó  en  su  rival  con  brazo  fuerte 
los  trágicos  horrores  de  la  muerte. 

En  los  llanos  de  Maipo,  alli  le  vieron 
blandir  la  espada  con  feroz  aliento. 
A  su  impulso  mordieron, 
envueltos  en  su  sangre,  el  pavimento 
los  robustos  de  Iberia,  las  terribles 
huestes  de  Burgos,  huestes  invencibles. 


¡O  parca!  justa  ahora,  tú  le  diste 
tu  afilada  guadaña.  Le  obligaste, 
mejor  diré,  tu  fuiste 


—  122  c  — 


quien  ú  su  voz  con  furia  la  libraste, 

para  asi  castigar  un  loco  empeño, 

y  darle  un  triunfo,  de  que  ya  era  dueño. 

¡Llanos  de  Maipo!  vuestro  nombre  solo 
en  las  páginas  todas  de  la  historia 
se  oirá  de  polo  á  polo, 
sofocarán  sus  ecos  la  memoria 
del  ejército  grande,  que  en  cruel  guerra 
con  sus  victorias  abrumó  la  tierra. 


¡Llanos  de  Maipo!  Mapa  delineado 
con  la  sangre  de  injustos.  Campo  hermoso, 
donde  ha  recuperado 
sus  derechos  la  patria;  donde  el  gozo 
ha  sucedido  al  llanto,  y  donde  todo 
tornó  á  su  libro  sér  ¡lor  raro  modo. 


Obra  fué  tuj'a,  héroe  sin  segundo, 
y  de  tus  bravas  bélicas  legiones. 
Todo  este  nuevo  mumlo 
aclama  tu  valor.  Tú  das  lecciones 
al  mundo  antiguo,  que  aunque  siempre  vano, 
ya  te  apellida:  Marte  Americano. 

Marte  mismo  te  observa  y  queda  absorto 
envidioso  quizás  de  tal  proeza, 
viendo  en  ti  un  raro  aborto 
de  virtud,  de  valor,  de  gentileza; 
y  que  cuando  vencer  resuelto  tratas 
sus  vengativos  rayos  le  arrebatas. 


Negra  envidia,  furia  del  abismo, 
no  atentes  contra  el  héroe.  No  despliegues 
tu  fiero  despotismo. 

Tus  máquinas  suspende.  No,  no  llegues 
del  templo  á  los  umbrales,  donde  en  calma 
le  coronan  laurel,  oliva  y  palma. 

Deja  por  esta  vez,  deja  que  todos 
los  pueblos  de  la  unión  con  tierno  acento 
canten  con  varios  modos 
su  triunfo  en  Maipo,  su  marcial  aliento. 


—  122  íZ  — 


Pedid  ¡oh  pueblos!  para  tal  cinpltio 
su  lira  á  Apolo,  y  su  voz  á  Orleo. 


¡O  provincias  del  Sud!  pueblos  constantes 
del  mérito  y  valor  admiradores! 
¡Oh  de  la  patria  amantes! 
Quemad  inciensos,  tributad  honores 
al  héroe  vencedor.    Un  templo  augusto, 
y  por  diestro  sincel  su  noble  busto. 


Su  diestra  mano  empuñará  la  espada. 
En  su  siniestra  bicolor  bíindera. 
Su  cabeza  adornada 
con  bélicos  blasones.    Una  esfera. 
En  su  arca  azul  con  cifras  de  oro  un  lema: 
San  Martín  vive,  todo  injusto  tema! 


—  123  — 


Boleras  patrióticas 


El  clarín  de  la  fama 
resuene  hermoso 

y  cante  las  victorias 
del  Sud  glorioso, 
y  que  esta  gloria 

se  grabe  en  los  anales 
de  nuestra  historia. 

El  Dios  Marte  propicio 
á  nuestra  empresa, 

diademas  nos  prepara 
con  ligereza; 
y  asi  corramos, 

que  es  nuestra  la  victoria, 
Americanos. 

Ya  se  acerca,  Argentinos, 
el  feliz  día 

en  que  triunfe  la  patria 
con  energía: 
y  que  valientes 

pronunciemos  el  nombre 
de  independientes. 


A  la  voz  de:  Argentinos, 
hasta  el  abismo 

se  acogen  los  tiranos 
del  despotismo, 
y  sorprendidos, 

se  abruman  con  el  crimen 
que  han  cometido. 

Todos  los  Argentinos 
no  dispensamos 

medio  que  no  arbitremos 
para  salvarnos. 

Y  esto  es  probable, 

pm's  muertin  por  la  Patria 
innumerables. 

Ya  parece  que  escucho 
al  Sér  Supremo 

que  nos  dice:  «Sed  libres 
siglos  eternos». 

Y  asi  digamos: 

Viva  la  Independencia 
eternos  años. 


Cuento  al  caso 


Sabe,  si  no  lo  sabes, 
oh  mi  queindo  Arguinto, 
que  cierto  noble  hitaso 
de  aquellos  que  el  destino 
el  suelo  tucumano 
les  dió  por  domicilio, 
montado  en  su  caballo 
que  el  Macedonio  mismo 
se  lo  hubiera  envidiado 
por  brioso  y  por  lindo, 
sin  otro  ajuar  y  adorno 
que  un  bozal  repulido, 
un  par  de  guardamontes, 
unos  bastos  estribos, 
una  usada  carona 
y  un  recado  mezquino; 
más  orondo  que  el  héroe 


de  la  Mancha  y  más  fijo 
(como  buen  Tucumano) 
que  aquél  en  el  designio 
de  enderezar  entuertos 
que  sufrieron  tus  siglos; 
más  tieso  que  aquel  otro 
que  como  un  poeta  dijo, 
almorzaba  asadores 
en  lugar  de  pepinos; 
más  astuto  que  el  zorro, 
humilde  como  el  mismo; 
más  tenaz. ....  pero  basta. 
¿Lo  conoces,  Arguinto? 
Y  tanto  lo  conoces 
que  quizás  es  tu  amigo. 
A  este  pues  que  vagaba 
solo  consigo  mismo 


—  124 


por  uno  de  estos  montes 
(insensibles  testigos 
del  denuedo  y  empeño 
de  tanto  fiel  patricio, 
sucesores  de  Marte), 
se  le  hizo  encontradizo, 
con  síntomas  de  guapo, 
un  orgulloso  esbirro, 
bostezando  bravuras 
y  jurando  exterminios, 
con  el  rey  en  el  cuerpo, 
la  mano  el  gatillo 
de  una  armada  pistola; 
y  queriendo  que  al  grito 
de  su  ronca  bocina 
quedase  el  liuaso  mió 
extático,  pasmado, 
confuso  y  aturdido. 
Y  cuando  así  lo  juzga 
con  tono  duro,  altivo, 
le  intima  que  se  rinda 
victima  de  su  brío. 
¡Oh  qué  insulto!  ¿Sufrieras 
otro  tanto,  mi  Arguinto? 
¿Sufrieras  que  entonado 
un  humilde  cerrillo 
al  altivo  Aconquija 
intimase  atre\ido 
que  rendiera  su  cima 
al  despreciable  risco? 
jOh  cielosi  ¿No  han  bastado 
tantos  años  y  siglos? 
¿Aun  se  atreve  el  orgullo 
á  levantar  el  grito 
é  intimar  rendiciones 
en  su  suelo  nativo 
(violando  sus  derechos) 
á  los  nobles  patricios? 
¿Aun  Hesperia  se  atreve 
bajo  el  nombre  fingido 
de  un  rey  que  ella  desprecia, 
á  dar  en  tono  frío 
la  ley  que  ella  debiera 
recibir  del  destino? 
lAmargas  raflexiones, 
Arguinto,  amado  Arguintol 
Ellas,  parece,  ocurren 
al  corazón  sencillo 
del  insultado  huaso, 


y  dueño  de  sí  mismo, 
dando  vuelcos  al  alma 
y  terror  al  destino, 
al  escuchar  idiomas 
ahora  desconocidos, 
con  un  no  más  redondo 
que  un  esférico  ovillo 
contesta  al  arrogante 
oficial  presumido. 
Este  guapo  y  fullero, 
herido  en  lo  más  \\vo 
de  lo  que  llama  el  mundo 
honor  (y  es  el  más  fino 
y  refinado  orgullo) 
del  incauto  patricio 
asesta  luego  al  pecho, 
queriendo  con  un  tiro 
dar  pábulo  á  su  saña 
y  á  su  rabia  ejercicio. 
Aquí  de  Dios.    El  huaso 
que  advierte  su  peligro, 
á  su  valor  é  industria 
llama  luego  en  su  auxilio: 
echa  mano  al  cabestro 
(instrumento  sencillo, 
pero  que  en  mano  diestra 
desempeña  el  oficio), 
y  fijando  sus  ojos 
en  el  casco  vacío 
(así  lo  tienen  todos) 
del  insultante  esbirro, 
le  imprime  los  ramales 
con  tan  valiente  estilo, 
que  si  le  deja  sesos 
le  quita  todo  el  juicio, 
desvirtuando  mañoso 
la  dirección  del  tiro. 
iVíctor!  ¡Qué  acción  tan  bellal 
Quedó  el  hombro  lucido. 
Troncos  expectadores 
del  pasaje  tan  lindo, 
no  permitáis  se  hunda 
en  el  caos  del  olvido; 
quede  en  \Tiestras  cortezas 
menudamente  escrito 
para  excarmiento  eterno 
de  tontos  atrevidos; 
vosotros  si,  vosotros 
fuisteis  fieles  testigos 


—  125  — 


asi  de  tanto  orgullo 
como  del  valor  frío 
con  que  supo  humillarlo 
un  resuelto  patricio; 
visteis  con  nuevo  asombro 
caer  luego  de  improviso 
aquel  monte  de  carne, 
despojo  del  invicta 
y  más  heroico  brazo. 
Visteis  que  compasivo 
al  paso  que  valiente, 
el  vencedor  no  quiso 
usar  de  represalia 
con  el  pobre  vencido. 
Héroe  hasta  en  ser  humano 
venciéndose  á  si  mismo, 
le  regaló  una  vida 
sujeta  ya  á  su  arbitrio. 
¡Acción  noble  y  bizan-a! 
¿Hubo,  mi  caro  Arguinto, 
quien  puesto  en  igual  caso 
cortase  un  re  tácito 
del  manto  magestuoso 
de  su  incauto  enemigo, 
para  señal  que  pudo 
y  que  no  quiso  herirlo? 
Generoso  igualmente, 
aunque  por  otro  estilo, 
nuestro  valiente  huaso 
reduce  su  castigo 
á  dejar  para  ejemplo 
al  guapo  presumido 
con  sólo  la  camisa 
que  hubo  recién  nacido. 
Cuando  vuelto  del  susto 
y  vuelto  en  su  sentido, 
se  ve  entre  cielo  y  tierra, 


como  Eva  en  el  Paraíso, 
de  los  cuatro  elementos 
espectáculo  indigno, 
juzgando  ojos  y  lenguas 
en  los  troncos  vecinos 
y  que  todos  burlaban 
figurón  tan  supino: 
¿no  te  parece  lance 
gracioso,  Arguinto  mío? 
Asustadas  las  aves 
de  todo  aquel  recinto 
(asi  me  lo  figuro), 
con  notables  chillidos, 
extrañanilo  un  fantasma 
hasta  entonces  no  visto, 
ya  se  acercan,  ya  huyen, 
ya  acometen  con  vivos 
y  clamorosos  ecos, 
y  aun  afilan  sus  picos. . . . 
¡Qué  escena  para  el  guapo 
que  se  precia  de  lindol 
Si  acaso  (como  creo), 
entre  alegre  y  mohino, 
el  más  que  astuto  Imaso 
se  mantuvo  escondido, 
observando  de  cerca 
de  tanto  desatino 

el  fausto  resultado  

Contémplalo.    Yo  mismo 
suelto  una  carcajada 
como  él  quizá  lo  hizo. 
Pero  entretanto,  sabe 
oh!  mi  querido  Arguinto, 
(y  esto  cede  en  tu  gloria) 
que  los  Campos  Elíseos 
son  el  teatro  vistoso 
de  acto  tan  peregrino. 


—  126  — 


En  la  Pieámide  se  hallaban  grabadas  las  siguientes 


DÉCIMAS 


I 

El  león  que  con  fiereza 
hasta  ahora  al  Sud  devoró, 
al  fin,  que  quiera,  que  no, 
ya  va  largando  la  presa. 
De  la  América  la  empresa 
toca  su  fin  pretendido, 
y  el  mundo  que  habia  creído 
ser  esto  imposible  al  Hado, 
ve  aquel  fin  verificado 
y  este  imposible  vencido. 

n 

Oh  Sud!    En  ti  la  alegila 
rebosa,  sin  que  lo  estorbe 
de  la  otra  parte  del  orbe 
la  vana,  tenaz  porfía: 
ya  respetará  este  día 
de  tu  gloria  y  libertad; 
ya  verá  en  tu  inmensidad 
el  derecho  más  sagrado 
que  ella,  injusta,  ha  conculcadi 
con  tanta  inhumanidad. 


m 

¿Hasta  cuándo  habrá  de  ver 
el  Sud  vilísimo  esclavo? 
Ko  habrá  de  tenor  al  cabo 
término  su  padecer? 
Nunca  habrá  de  deponer 
su  ruin  condición  servil? 
Oh  Sud!    Feneció  la  vil 
dominación  del  Hispano. 
Vive,  vive  Soberano 
y  reina  por  años  mil. 

IV 

El  cruel  yugo  que  oprimía 
la  americana  cerviz, 
por  un  esfuerzo  feliz 
Julio  quebrantó  este  dia. 
¡Oh  mes,  de  la  tiranía 
acérrimo  destructor! 
Gran  Julio  en  cuyo  favor 
Palas  sus  luces  destina, 
Jove  sus  rayos  fulmina, 
Marte  esgrime  su  valor. 


—  127  — 


El  Anzuelo 


A  las  orillas  del  mar 
vi  á  Lise  pescando  un  día, 
sin  que  ayudarla  á  pescar 
pudiera  la  suerte  mía. 
Yo  por  cierto  dudaría, 
según  mis  inclinaciones, 
si  en  las  dulces  variaciones 
con  que  el  anzuelo  arrojaba, 
acaso  peces  pescaba 
ó  pescaba  corazones. 


OCTAVA 

En  el  día  que  se  instaló  la  Universidad  de  Buenos  Aiees: 
12  DE  Agosto  de  1821 


Si  hasta  ahora  Marte  con  serena  frente 
de  laureles  la  Patria  ha  coronado, 
tiempo  es  que  dirija  ya  obsecuente 
con  Minerva  los  lauros  que  ha  alcanzado. 
Así  pues  en  obsequio  reverente 
dén  á  la  Patria  un  vinculo  sagrado: 
para  fijar  el  auge  de  sus  glorias, 
luces  Minerva,  Marte  dé  victorias. 


Sermón  de  la  Natividad  de  Nuestka  Señora 


QucE  est  ista  quce  progreditur,  quasi 
auroi-a  consurgens? 

Cantic.  6°. 

Feliz  día,  inis  amados  oyentes,  íi  cuya  luz  debemos  el  beneficio 
de  ver  enteramente  com-luido  el  negocio  de  todos  los  siglos:  Nego- 
tium  omnium  smuloriim.  Día  en  que  se  completó  la  construcción  ma- 
ravillosa de  la  misteriosa  Arca  que  llevará  en  su  seno  á  la  dorada 
urna  que  contiene  el  Maná  para  sustento  del  Pueblo,  Maná  escondido, 
Pan  de  los  ángeles,  que  descendió  del  cielo.  Dia  en  que  apareció  á 
nosotros  la  mística  Paloma  que  supo  remontarse  sobre  las  aguas 
de  un  diluvio  de  culpas,  y  traer  en  el  pico  el  ramo  de  olivo,  cuyas 
verdes  hojas  afianzaron  nuestras  esperanzas.  Dia  en  que  floreció  de 
nuevo  el  Arbol  de  la  vida,  bajo  cuya  sombra  se  escondió  nuestro  Pri- 
mer Padre,  para  ponerse  á  cubierto  de  las  iras  del  Señor.  Dia  en  que 
se  dejó  v^•r  aquel  Monte  altísiiiio  preparado  por  la  Providencia  para 
fundar  en  su  cima  la  digna  habitación  del  Dios  de  las  eternidades. 
Dia  en  que  se  echaron  los  fundamentos  á  la  Casa  de  oro,  á  la  Puerta 
del  Cielo,  á  la  nueva  Jerusalén  adornada  de  galas  y  trofeos.  Día  en 
que  se  levantó  de  improviso  aquella  pequeña  nubecilla  que  vio  el 
Profeta  Elias,  para  regar  con  sus  aguas  la  redondez  de  la  tienda. 

Dia  Pero  á  qué  tantas  figuras  en  un  asunto  de  suyo  sencillo, 

aunque  admirable?  Oigámoslo  de  una  vez,  empeñando  para  pronun- 
ciarlo dignamente  los  cristianos  sentimientos  de  nuestro  corazón:  Dia 
en  que  apareció  al  mundo  la  más  pura  Ci'iatura,  el  compendio  de  las 
maravillas  de  Dios,  el  último  esfuerzo  de  su  Omnipotencia,  la  ema- 
nación de  su  gloria,  la  digna  Madre  de  un  Dios  hecho  hombre  para 
el  hombre.    Oh  día!  oh  instantesi  oh  momentos! 

Fieles!  ¿Qué  es  lo  que  ocupa  vuestra  imaginación  cuando  ha- 
béis oído  que  es  nacida  á  vosotros  la  aiigusta  Madre  de  un  Dios  hecho 
hombre?  ¿Acaso  aquellos  días  felices  que  formaron  el  famoso  siglo 
de  oro  de  que  hace  tanta  memoria  la  mentida  gentilidad?  ¿Acaso 


—  132  — 


aquellos  dias  memorables  en  que  reinó  el  más  sabio  de  los  Reyes  pa- 
ra tanta  honra  del  Pueblo  del  Señor?  Oh  edades  luminosas!  Que- 
daos con  vosotras  mismas.  No  aspiréis  á  compararos  con  esto  dia 
grande,  que  hizo  el  Qmnipotente  y  que  debe  ser  el  poderoso  motivo 
de  nuestra  exaltación  y  alegría:  JEc  (lies  qum  fecit  Domiiius:  exulte- 
mus  et  laetemur  in  ea.  Cuantos  bienes  puede  fingirse  una  imagina- 
ción viva  y  avanzada,  tantos  y  muchos  más  se  admiran  realizados  en 
este  día  que  nace  esta  divina  niña,  grande  en  si  misma  y  grande  para 
nosotros.  Sea  ella,  en  sentir  de  los  Padres  más  célebres  de  la  Igle- 
sia, el  Arca  de  la  nueva  alianza,  la  mística  paloma  de  Noé,  el  Arbol 
de  la  vida,  el  monte  altísimo  que  descuella  sobre  los  míis  encumbra- 
dos montes,  la  casa  dorada,  la  puerta  del  cielo,  la  nueva  Jerusalén, 
la  nubecilla  de  Elias  íecunda  en  prodigiosas  aguas.  Estas  figuras  la 
manifiestan  desde  luego,  si  grande  en  sí  misma,  benéfica  para  el  mun- 
do. Ellas  la  representan  innundadas  de  un  torrente  de  glorias,  que 
haciéndola  rara  y  singular  en  las  excelencias,  se  difunde  á  nosotros 
para  hacernos  felices  en  el  gran  día  de  su  natal  glorioso. 

Pero  permitidme  que  olvidando  por  ahora  unos  símbolos,  que 
ellos  bastarían  para  anunciarla  tal  cual  ella  es  en  si  misma,  me  ligue 
á  las  palabras  de  mi  tema,  y  os  la  represente  en  el  instante  de  su  na- 
cimiento, bajo  el  misterioso  geroglífico  con  que  quiso  darla  á  conocer 
el  esposo  en  los  Cantares.  A  la  verdad,  entre  los  sublimes  elogios 
que  en  la  Divina  Escritura  y  especialmente  en  los  Sagrados  Cánticos, 
que  recoge  la  Iglesia  para  adaptarle  á  María,  ninguno,  á  mi  parecer, 
le  conviene  más  ajustadamente  que  aquel  con  que  la  compara  á  una 
brillante  aurora,  que  se  levanta  del  lecho  de  las  sombras,  para  expar- 
cir  sus  luces  y  anunciar  mayores  claridades.  Qucb  est  ista  quce  pro- 
greditur  quasi  aurora  consurgens?  De.spués  que  los  Sagrados  Exposi- 
tores han  hecho  uso  de  atribuir  á  Jesucristo,  que  nació  de  María 
como  de  su  legitima  y  verdadera  Madre,  los  nombres,  las  cualidades, 
los  caracteres  de  luz,  llamándola  Estrella  de  Jacob,  Sol  de  Justicia, 
Candor  de  la  luz  eterna,  Espejo  de  la  caridad  del  Padre,  luz  verdade- 
ra que  ilumina  á  todo  hombre  que  ha  venido  á  este  mundo;  era  pues- 
to por  una  estrecha  coherencia  y  propiedad  del  discurso  que  esta 
divina  Madre  se  comparase  al  Alba  y  que  el  figurado  y  gracioso  nom- 
bre de  Aurora  sirviese  para  imprimir  el  carácter  de  la  que  ha  ser 
Madre  del  Divino  Sol  de  Justicia:  Quasi  aurora  co7isurgens. 

Mas,  por  adecuado  que  sea,  y  propia  la  semejanza,  yo  soy  de 
parecer  que  en  ninguna  circunstancia  se  aplica  mejor  á  María  esta 
figura  misteriosa  que  en  el  instante  de  su  nacimiento  al  mundo.  Asi 


—  133  — 


como  el  Alba,  dice  San  Pedro  Damiano,  se  da  prisa  con  el  esplendor 
de  su  luz  al  despuntar  el  sol,  de  quien  anuncia  el  nuevo  aparecimien- 
to, asi  Maria  previene  de  cerca  con  su  nacimiento  al  mundo,  la  en- 
carnación del  Verbo,  como  un  indicio  cierto  de  su  venida:  Nata  vir- 
gine,  surrexit  aurora. 

Y  este  es,  cristianos  oyentes,  el  excelso  y  venerable  objeto;  este 
el  nuevo,  inestimable  beneficio  que  propone  celebrar  nuestra  Madre 
la  Iglesia  en  la  fiesta  de  este  día,  una  de  las  más  antiguas  y  solemnes 
por  la  institución  y  por  su  rito;  excitando  á.  sus  hijos  con  la  expresión 
de  su  inmenso  júbilo,  de  mi  tierna  gratitud  y  de  su  religiosa  piedad,  á 
celebrarla  en  los  excesos  de  la  mayor  alegría:  Cum  jucunditate  nati- 
vitatem  B.  Mar  ice  celebremus.  Convite  singular,  propio  del  respeto 
que  tributa  k  Maria  en  su  natividad  gloriosa!  Correspondamos,  fie- 
les, á  la  dignación  de  nuestra  Madre  Común,  y  siguiendo  las  huellas 
del  seráfico  Doctor  San  Buenaventura  que  acomoda  al  nacimiento  de 
María  esta  festiva  alegría,  distingamos  dos  cosas  en  la  aurora:  la  Ca- 
ridad en  orden  á  si  misma,  en  cuanto  participa  del  esplendor  del  sol, 
de  quien  ella  es  el  más  luminoso  efecto;  su  utilidad  en  orden  al 
Mundo,  en  cuanto  anuncia  los  resplandores  del  Sol,  de  quien  ella  es 

su  preludio.    A  solé  progrediens  ejusdem  solis  Ortum  preve- 

niens.  Tales  son  las  místicas  relaciones  que  nota  San  Buenaventura 
en  esta  di\-ina  niña  con  orden  á  sí  misma  y  en  respeto  y  orden  de 
nosotros:  Bene  aurorae  comparata  est  Maria  tam  propter  se,  quani 
projifer  nos.  Respeto  á  sí  misma  por  la  gloria  que  le  acompaña;  en 
orden  á  nosotros  por  el  beneficio  que  nos  resulta.  Y  ved  aqui  con 
expresión  el  argumento,  y  la  partición  de  mi  discurso,  en  honor  de 
la  augusta  Madre  de  un  Dios  hombre  en  el  instante  de  su  nacimiento 
al  mundo;  mostraré  en  primer  lugar  cuán  ilustre  le  ha  sido  para 
si  misma,  y  en  seguida  cuán  ventajoso  ha  sido  para  nosotros.  Bette 
aurorae  comparata  est  Maña,  tam  propter  se  quam  propter  nos.  Co- 
mencemos invocando  antes  su  dulcísimo  nombre,  y  saludándola  con 
el  ángel.    Ave  Maria. 

Thema,  ut  supra. 

Si  tal  fuese  en  la  estimación  de  los  Santos,  y  mucho  más  en  el 
divino  rectísimo  entendimiento  la  verdadera  idea  de  la  gloria,  cual 
suele  pintarse  en  la  imaginación  de  los  ambiciosos  mundanos  y  cual 
se  la  formaban  los  rudos  y  carnales  hebreos,  que  acostumbrados  á 
entender  las  Divinas  Escrituras  de  un  modo  material  y  terreno,  creían 
que  el  Mesías  debía  reinar  en  Israel  á  manera  de  un  excelso  Principe, 
belicoso  y  potente,  que  con  el  valor  de  sus  armas,  con  la  riqueza  de 


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los  trofeos,  con  la  magnificencia  de  la  regia  potestad,  debía  elevar  al 
colmo  de  la  autoridad,  del  dominio,  del  esplendor  el  antiguo  trono 
de  sus  mayores.  Oh,  qué  vasto  y  luminoso  campo  se  me  pusiera  á 
la  vista  para  exaltar  tanta  nobleza  de  la  Madre  á  quien  tocó  engen- 
drarlo temporalmente!  En  este  caso,  nada,  nada  me  quedaba  que 
hacer,  sino  revolver  la  Sagrada  historia,  sobre  la  fiel  genealogía  de 
esta  Sagrada  "Virgen,  y  haciendo  pié  en  los  más  remotos  principios  de 
su  antiguo  origen,  demostrar  que  la  pura  sangre  de  Abraháni  dividi- 
da en  tres  descendientes,  parando  de  una  en  otra  generación  por  los 
augustos  canales  del  Sacci-docio  y  el  Reino,  al  fin  vino  con  raros  pri- 
vilegios de  los  Ínclitos  varones  en  que  se  derramó,  á  esclarecerse  y 
reunirse  de  un  modo  más  glorioso  é  ilustre  en  la  sola  persona  de 
María:  al  modo  que  (permitidme  esta  comparación)  dos  arroyuelos  que 
emanan  de  una  misma  fuente  se  dividen  en  sí  mismos,  y  después  de 
correr  por  países  lejanos  y  por  remotas  provincias,  enriquecidos  de 
nuevo  con  las  aguas  que  recogen  en  su  curso,  y  perdidos  entre  las 
piedras,  concavidades  y  conductos  de  la  tierra,  más  limpios  y  crista- 
linos, se  unen  de  nuevo  para  formar  una  fuente  más  pura  que  en  su 
origen.  Comparación  bastante  perceptible  que  hace  ver  cómo  de  los 
Patriarcas,  de  los  Pontífices,  de  los  Jueces,  de  los  Capitanes,  de  los 
Reyes  de  Israel,  célebres  por  su  piedad,  por  su  cordura,  por  su  celo, 
por  su  gobierno,  por  sus  victorias,  amados  de  Dios  y  de  los  hombres, 
gloriosos  en  sus  generaciones,  se  ha  trasfundido  en  María  por  la  ex- 
tirpe de  David  todo  el  esplendor  de  la  tribu  de  Judá,  y  se  ha  reunido 
en  ella  la  grandeza  y  nobleza  de  sus  claros  ascendientes.  Así  lo  dice  la 
Santa  Iglesia:  Nativitas  gloriosae  Virginis  Mariae  ex  Semine  Ábrahae, 
ortae  de  tribu  Juda,  Clara  ex  stirpe  David. 

Pero  yo  dejo  al  Mundo  la  vanidad  y  orgullo  de  los  principios 
y  máximas  del  Evangelio,  antes  que  de  los  errores  y  preocupaciones 
del  siglo;  saco  la  verdadera  idea  de  la  gloria,  la  transfiero  á  María,  y 
con  una  figura  que  viene  ajustadamente  al  asunto  de  su  elogio,  hago 
ver  lo  claro  é  ilustre  de  su  nacimiento  al  mundo.  Cuál  fué,  oyentes, 
la  cosa  más  rica,  más  magnífica,  más  suntuosa  del  arca  del  testamen- 
to? Dios  mismo  fué  el  autor  que  le  inspiró  al  ingenioso  y  perito 
Bescleel  el  diseño  para  su  construcción  y  hermosura.  Este  famoso 
artífice  tuvo  á  bien,  según  el  orden  de  Dios,  de  fabricarla  de  una  made- 
ra escogida  é  incorruptible  de  la  gentil  Arabia.  No  sólo  consumió 
ricos  tesoros  con  el  fin  de  hermosearla,  liaciendo  de  oro  el  oráculo  y 
querubines  que  le  adornaban,  de  oro  los  anillos  que  de  ambos  lados 
la  sujetaban,  de  oro  la  corona  y  cenefa  que  la  ceñía,  de  oro  el  aforro 


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que  por  dentro  y  fuera  la  cubría,  sino  también  fué  tal  la  atención,  el 
cuidado,  la  industria  quo  puso  en  fabricarla,  que  el  arte  superó  á  la 
naturaleza,  y  vino  á  exceder  la  finura  de  la  obra  al  valor  de  la  mate- 
ria. Con  todo,  no  es  nada  de  esto  lo  que  contribuía  especialmente  á 
la  gloria  del  Arca  Santa  y  á  la  reverencia  y  culto  de  los  Israelitas,  que 
atribuían  sus  grandes  ventajas  al  honor  de  poseerla,  y  la  veneraban 
como  á  centro  común  de  su  Religión  y  piedad.  No  señores.  Su  ver- 
dadero valor,  su  especial  valor  consistía  en  el  objeto  para  que  la  ha- 
bía escogido  el  Señor,  de  guardar  la  vara  de  Aarón,  las  tablas  de  la 
ley,  el  vaso  de  Maná,  y  de  formar  en  cierto  modo  la  peana  y  el  trono 
al  Dios  de  la  Magestad,  todas  las  veces  que  en  la  apariencia  de  una 
espesa  nube  se  dignaba  bajar  visiblemente  al  tabernáculo,  y  volver  la 
respuesta  á  las  peticiones  de  Israel.  Ved  aquí  el  objeto  del  aprecio, 
el  valor  inestimable  del  Arca,  y  la  verdadera  causa  que  se  lo  conciliaba. 

Aplicad  ahora  esta  figura  á  María  en  el  instante  de  su  natal  glo- 
rioso. El  parangón  entre  el  Arca  y  esta  di\ana  Madre  es  tan  familiar 
á  los  SS.  Padres  y  Expositores  sagrados,  que  sin  peligro  de  apartar- 
me un  punto  de  la  verdad,  puedo  valerme  de  él  para  declarar  el  alto 
misterio  que  celebramos,  y  hacer  á  María  la  aplicación  más  conforme. 
Sé  que  ella  nace  en  este  día  de  la  familia  más  distinguida  del  Pueblo 
electo  entre  mil."  sé  que  sus  antepasados  son  los  más  claros  y  famo- 
sos que  había  producido  la  descendencia  de  Abraham:  sé,  igualmen- 
te, que  la  naturaleza  se  empeñó  en  formarla  de  la  sangre  más  pura  y 
conspicua  de  Israel,  y  que  se  reunió  en  ella  sola  cuanto  la  regia  y  sacer- 
dotal grandeza  pudo  conferir  de  nobleza  y  de  esplendor,  para  hacer 
en  la  presencia  del  Mundo  gloriosa  y  célebre  la  antigua  y  señoril  pro- 
sapia. Pero  no  es  éste  el  más  bello  elogio  que  debe  darse  á  María, 
ni  éstos  son  los  caracteres  de  su  verdadera  nobleza,  los  cuales  aun- 
que luminosos  y  sublimes,  nada,  nada  la  elevan  sobre  la  naturaleza, 
y  más  que  un  elogio  eclesiástico,  formaríamos  con  ellos  una  Oración 
Profana.  Su  verdadero  valor,  su  inestimable  decoro,  le  viene  del 
oficio  á  que  la  destina  la  Providencia,  de  llevar  en  su  seno  la  mejor 
vara  de  José,  las  místicas  tablas  en  que  está  escrita  con  caractéres 
indelebles  la  ley  eterna,  el  vaso  del  Maná  más  prodigioso.  Hablemos 
sin  figuras:  su  valor  está  cifrado  en  estar  escogida  desde  entonces  pa- 
ra llevar  en  su  seno  y  formar  en  sus  entrañas  al  Verbo  eterno,  que  no 
es  ya  luz  de  una  estrella,  sino  del  Sol  que  asoma;  luz  divina  por 
quien  resplandece  la  más  brillante  aurora:  y  cuando  los  otros  hijos 
reciben  de  sus  padres  la  nobleza,  Jesucristo  la  comunica  á  su  Madre, 
que  por  ilustre  que  sea  por  parte  de  sus  Mayores,  crece  infinitamente 

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por  parte  de  su  Hijo  su  nobleza  y  esplendor:  es  pensamiento  de  San 
Pedro  Damiano:  Clara  proclarorum  titulis,  clarior  generositate  prolis. 

En  efecto:  así  <l|^p|o  los  hebreos,  para  demostrar  lo  insigne  de  su 
piedad,  lo  sólido  de  su  religión,  en  orden  al  Arca  Santa,  no  esperaron 
que  Moisés  colocase  en  ella  la  vara  de  Aarón  y  el  milagroso  Maná,  sino 
que  bastó  saber  desde  el  principio  que  Dios  la  había  destinado  á  este 
glorioso  fin,  para  ofrecer  con  un  ardor  invencible,  con  sumo  gozo,  con 
prodigalidad  imponderable  cuanto  se  necesitaba  para  la  construcción 
y  perfección  del  Arca;  así  para  dar  á  María  la  gloria  de  la  Maternidad 
divina,  no  es  menester  esperar  el  momento  en  que  el  Verbo  se  vista 
de  nuestra  carne  en  su  seno;  basta  saber  que  Dios  la  ha  destinado  k 
este  fin  en  sus  eternos  decretos,  para  honrarla  en  su  nacimiento  con 
este  excelente  título  y  reconocer  entre  los  augurios  de  la  cuna  su 
grandeza.  Así  es  que  es  tan  fuerte,  tan  reciproca,  tan  eterna  la  unión 
de  esta  Divina  Madre  con  su  Prole,  que  la  idea  de  una  excita  necesa- 
riamente la  ¡dea  de  la  otra:  el  más  sutil  entendimiento  no  es  bastan- 
te para  separar  un  hijo  tal  de  tal  Madre.  En  cualquier  tiempo,  en 
cualquiera  circunstancia  que  ocurre  á  la  meraori.'i  María,  allá  se  arre- 
bata la  mente,  ocupada  toda  en  su  dignidad  incomprensible;  que  es 
decir:  que  no  puede  concebirse  como  debe,  el  justo  carácter  do  María 
sino  que  se  conciba  en  orden  á  Jesucristo. 

De  aquí  es  que,  según  la  aplicación  de  San  Bernardo  y  otros  Sa- 
bios expositores,  mucho  antes  de  su  nacimiento,  asegura  el  Sabio,  de 
ella,  que  Dios  la  hizo  en  la  eternidad  y  la  poseyó  en  el  principio  de 
sus  caminos;  que  ella  estaba  con  él  desde  que  puso  mano  en  la  crea- 
ción del  mundo;  y  que  al  instante  que  la  formó  descansó  en  ella,  co- 
mo en  el  tabernáculo  de  su  morada.  Mas,  lo  que  es  más  digno  de 
ponderación  es  que  el  Salmista  Rey,  con  una  extraña  y  confusa  ex- 
presión, hace  que  su  ilustre  Parto  anteceda  á  su  dichosa  existencia, 
llamándola  una  ciudad  en  que  ha  nacido  el  mismo  que  la  ha  fundado: 
hotno  natus  est  in  ea,  et  ipse  fundavit  eam  Altissimus.  ¿Cómo  es  este 
prodigio?  pregunta  San  Agustín.  El  hombre  que  nació  de  ella,  el 
Altísimo  que  la  fundó  no  es  otro  que  el  Verbo  mismo  que  recibió  de 
ella  la  humanidad  santísima:  Qmí  homo  natus  est  in  ea,  Ipse  fundavit 
eam.  ¿Cómo  pues  la  fundó  si  de  ella  había  nacido?  ¿Cómo  nació  de 
ella  misma  antes  de  haberla  fundado?  Quovwdo  in  ea  factus  est,  et 
ipse  eam  fundavit?  Bien  sé  yo  que  el  oscuro  sentido  de  este  lugar  sa- 
grado, entendido  literalmente  del  Verbo,  sirve  para  probar  que  él  fué 
hombre  en  tiempo  en  cuanto  nació  del  vientre  de  María,  y  que  el 
Eterno  era  Dios,  en  cuanto  la  eligió  desde  la  eternidad  para  su  digna 


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Madre.  Pero  aplicado  figuradamente  á  María,  demuestra  con  evidencia 
que  mucho  antes  de  su  nacimiento  al  mundo,  ya  le  convenia  el  alto 
honor  de  Madre  del  Verbo  eterno;  que  la  sola  elección  de  su  persona 
bastó  para  atraerlo  un  blasón  tan  luminoso:  y  en  orden  á  merecer  la 
gloria  que  trac  consigo  una  dignidad  tan  conspicua,  tanto  era  para 
ella  el  honor  de  parir  en  tiempo  á  su  divino  Hijo,  como  si  en  efecto 
lo  hubiese  dado  &,  luz,  aun  desde  entonces:  homo  natus  est  in  ea,  et 
Ipse  fundavit  eam  Altissimus. 

Y  ved  aquí,  Cristianos  oyentes,  la  claridad  sobrehumana  con 
que  resplandece  en  su  primer  aparecimiento  nuestra  incomparable 
aurora.  Ved  aqui  la  inmensa  gloria  con  que  hoy  viene  á  la  luz  del 
mundo  nuestra  venturosa  niña.  Ved  aquí  el  augusto  é  inmortal  ca- 
rácter, que  mucho  más  que  la  real  sangre  eleva  y  ennoblece  la  nati- 
vidad  gloriosa  de  María.  Ella  se  atreve  á  decir  que  no  obstante  la 
pequenez  y  humildad  de  su  persona,  llega  á  tanto  el  grado  de  exal- 
tación á  que  la  eleva  la  dignidad  de  Madre,  que  en  todo  el  orden  de 
la  naturaleza  y  de  la  gracia,  no  hay  después  de  Dios  quien  la  supere, 
ni  aun  quien  se  avance  á  igualarla.  Después  de  esto  ya  no  admira 
que  con  respecto  á  la  Maternidad  divina  que  la  condecora,  la  compa- 
ren unos  á  la  escala  de  Jacob,  á  la  torre  de  David,  al  trono  de  Salo- 
món; otros  al  ciprés  de  Sión,  al  cedro  del  Líbano,  á  la  palma  de  Ca- 
des agigantada  en  su  estatura;  y  que  otros,  á  manera  de  una  soberana 
matrona,  la  representen  vestida  de  Sol,  coronada  su  cabeza  con  doce 
estrellas,  teniendo  á  sus  piés  la  luna:  y  que  todos  en  fin,  recojan  las 
muchas  alabanzas,  las  bellas  imágenes,  las  sublimes  expresiones  usa- 
das en  la  Divina  Escritura  para  honrar  el  grado,  la  cualidad  y  la 
excelencia  de  María;  pues  todas  desde  este  punto  se  han  verificado 
en  ella,  puesto  que  desde  que  nace  al  mundo,  ya  nace  Madre  de  un 
Dios  hombre:  hovio  natus  et  in  ea,  et  Ipse  fuiulavit  eam  Altisimus. 

De  la  segunda  parte  de  este  lugar  profético  bien  veis  voso- 
tros, amados  oyentes,  que  á  la  cualidad  de  Madre  se  añade  en  María 
el  excelente  título  de  hija,  ó  como  en  otra  parte  se  lee  más  claramen- 
te, de  Primogénita  del  Altísimo,  de  quien  ella  nace  en  cuanto  al  es- 
píritu, y  esta  es  una  nueva  y  esplendidísima  luz  que  la  hace  brillar 
incomparablemente.  El  Apóstol  San  Juan,  que  muchas  veces  hace 
expresa  mención  de  esta  natividad  interior  que  constituye  al  hombre 
hijo  de  Dios,  la  hace  consistir  en  la  fuga  del  pecado:  qui  natus  est  ex 
Dea,  pecatmn  non  facit.  San  Gregorio  Niceno  coloca  en  esto  la  nobleza 
y  esplendor  de  este  honroso  nacimiento,  que  el  hombre  conserve  la 
semejanza  divina,  y  que  se  ajuste  al  infinito  ejemplar  de  quien  trae 


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espiritualmentd  la  vida.    Y  si  por  esta  regla  medimos  la  nobleza  de 
María,  podemos  seguramente  preguntar  con  San  Gerónimo:  Quid  Bea- 
ta Virgine  ilustrius?   Quién  se  presenta  más  ilustre  en  el  lleno  de 
sus  días  que  lo  que  María  en  el  instante  de  su  nacimiento  al  mundo? 
Quién  más  que  ella  huyó  del  pecado,  siendo  así  que  la  preservó  la 
gracia  hasta  de  aquél  que  es  común  á  todos,  contraído  de  nuestros 
Primeros  Padres?    Quién  más  que  ella  ha  mantenido  pura  y  entera 
la  semejanza  divina,  siendo  cierto  que  en  todo  el  curso  de  sus  días 
no  denigró  jamás  con  la  imperfección  más  mínima  su  original  inocen- 
cia?   Quién  más  que  ella  se  ajustó  al  ejemplar  de  su  Padre  Celestial, 
siendo  así  que  llegó  á  ser  una  copia  la  más  viva  de  aquel  original 
divino,  é  imitó  desde  este  punto  su  perfección  con  los  actos  miis  he- 
roicos?   A  la  verdad,  no  creáis,  oyentes,  que  en  aquel  breve  espacio 
de  su  vida,  la  angustia  de  las  fajas,  la  debilidad  de  sus  órganos  y  de 
sus  miembros  sirvieron  de  impedimento  que  retardó  á  María  el  ejer- 
cicio interior  de  todas  las  virtudes,  y  que  como  los  otros  niños,  se 
vió  obligada  á  esperar  con  el  beneficio  del  tiempo  verse  libre  de  las 
potencias  del  alma  y  el  despejo  de  la  razón.    Los  más  famoso.?  teó- 
logos convienen  piadosamente  que  Dios,  en  el  primer  instante  de  su 
sér,  cuando  la  presencia  del  contagio  del  pecado,  le  infundió  también 
una  ciencia  y  caridad  tan  perfecta,  que  mejor  que  todos  los  ángples 
contempló  desde  entonces  las  divinas  perfecciones,  y  superó  á  todos 
en  amarlo.    ¿Quién  podrá  regular  el  capital  inmenso  de  méritos  con 
que  ella  nació  á  la  vida?    ¿Quién  el  heroico  ejercicio  de  virtud  con 
que  ella  se  avanza  en  este  día,  á  aumentarlo  y  enriquecerlo?    Un  cé- 
lebre Expositor  quiso  hacer  la  comparación  con  los  más  Santos  Pa- 
dres de  la  antigua  Sinagoga.    Mas,  ¿quién  no  sabe  que  al  nacer  de  la 
aurora  desaparecen  las  estrellas?    ¿Qué  tiene  que  ver  la  inocencia  de 
Abel,  la  justicia  de  Noé,  la  fé  de  Abraham,  la  mansedumbre  de  Ja- 
cob, la  humildad  de  David,  el  celo  de  Elias,  y  toda  la  insigne  santi- 
dad de  los  Electos,  qué  tiene  que  ver  con  la  virtud  que  María  recién 
nacida  ejercita  interiormente?    Desaparecen  estas  vislumbres  anti- 
guas en  el  brillante  cielo  de  la  Iglesia,  y  sucede  la  clarísima  aurora 
que  sofoca  aquellos  lucimientos.    Maria  veré  aurora  clarissima  fuit, 
quae  prcecedentimn  Patrim  claritatem  minoravit. 

Hoy  ella  contempla  k  Dios  con  la  mayor  claridad,  le  ama  con 
fervor,  le  adora  con  religión,  y  le  ofrece  un  culto  puro  de  espíritu  y 
de  verdad.  Hoy  se  humilla  profundamente  en  la  presencia  del  Se- 
ñor: hoy  se  resigna  enteramente  en  su  santa  voluntad;  hoy  magnifica 
su  misericordia;  le  ruega,  le  da  gracias  con  la  perfección  de  que  es 


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capaz  ella  sola.  Su  respiración  es  una  continua  alabanza  que  le  tri- 
buta; sus  anhelos  son  esfuerzos  con  que  lo  obliga;  su  cuna  es  un 
altar  sobre  el  cual  le  consagra  sus  tiernos  afectos  y  las  primicias  de 
su  vida:  y  aquí  es  cuando  se  cumple  k  la  letra  el  otro  memorable 
de  David,  que  toda  la  gloria  de  la  hija  del  Rey  resplandece  inte- 
riormente, donde  una  maravilla  sostiene  la  nobleza  y  el  esplen- 
dor de  su  natal  magnifico.  Omnis  gloria  ejus  filiae  Regis  ab  intus. 
Aurora  sublime,  luminosísimo  nacimiento,  que  da  motivo  á  dudar 
con  fundamento,  si  deba  decirse  terreno  ó  celestial  el  origen  de  Ma- 
ría, y  de  quien  ella  principalmente  deba  reconocer  su  principio,  si  de 
su  padre  ó  de  Dios.  En  efecto.  Si  la  Divina  Escritura  la  llama  por 
una  parte  vara  que  se  eleva  de  la  tierra,  por  otra  la  llama  estre- 
lla que  resplandece  en  el  firmamento:  Orietur  stella  ex  Jacob,  et 
Virga  consurget  de  Israel.  Y  San  Juan  la  vió  descender  del  empí- 
reo como  una  esposa  adornada  y  preparada  para  su  amado:  Vidi  ci- 
vitatem  sanctam  Jerusalem  novan  descendentem  de  coelo  a  Dea,  paratum 
sicut  esponsam  ornatam  viro  suo.  Oigamos,  pues,  que  asi  como  la  es- 
cala de  Jacob  tenía  dos  extremidades,  una  que  se  fijaba  en  la  tierra, 
otra  que  tocaba  al  cielo,  pero  que  esta  era  la  más  distinguida,  por- 
que en  ella  descansaba  el  Dios  de  las  virtudes;  asi  dos  fueron  los  na- 
cimientos de  María  figurada  en  aquella  escala  misteriosa:  una  que 
le  dió  la  naturaleza,  otra  que  recibió  de  la  gracia;  pero  que  en  éste 
fué  mucho  más  gloriosa  é  ilustre,  no  sólo  porque  traía  su  principio 
de  Dios  mismo,  como  hija  engendrada  por  él  según  el  Espíritu,  sino 
también  porque  á  Dios  se  refería  corno  Madre  que  le  había  engen- 
drado según  la  carne.  Pero  á  decir  verdad,  esta  admirable  relación 
de  la  Maternidad  divina,  más  que  su  gloria  propia,  tuvo  por  objeto  el 
beneficio  nuestro.  Y  así  como  el  Alba,  haciendo  pompa  de  su  esplen- 
dor en  orden  á  sí  misma,  manifiesta  su  utilidad  en  orden  al  mundo 
con  la  venida  del  Sol  que  anima  en  su  horizonte,  asi  he  dicho  yo  que 
el  nacimiento  de  María,  cuanto  fué  ilustre  para  sí  misma,  tanto  ha 
sido  ventajoso  á  los  hombres:  bene  aurora  comparata  est  Maria  tam 
propter  se  quam  propter  nos.   Estamos  en  la  segunda  parte. 

Proposición  segunda. 

Los  primeros  que  cogieron  el  fruto  de  la  Maternidad  gloriosa 
de  Maria  fueron  los  aflijidos  y  estériles  Padres.  La  felicidad  de  los 
hebreos  era  la  espectacíón  del  futuro  Mesías,  en  cuya  venida  se  inte- 
resaban todos  igualmente.  Ved  aquí  la  razón  por  que  les  urgía  tan- 
to la  fecundidad  y  posteridad  entre  la  propia  familia,  en  cuanto  ésta 
contribuía  al  nacimiento  del  prometido  Mesías,  que  se  gloriaban  de 


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ella  como  de  una  especial  bendición  con  que  Dios  la  enriquecía,  has- 
ta el  extremo  de  reputar  la  esterilidad  de  prole  una  especie  de  mal- 
dición que  la  deslionraba  para  siempre.  De  aquí  las  angustias  y 
lamentos,  las  súplicas  y  los  votos  de  Abraham,  de  Sara,  de  Raquel, 
de  Ana,  que  aflijidas  por  obtener  la  fecundidad  de  prole,  enviaban 
sus  quejas  al  trono  del  Altísimo,  y  le  obligaban  con  los  ardientes 
ruegos  para  merecer  un  solo  hijo.  En  este  duro  y  vergonzoso  extre- 
mo— si  hemos  de  dar  entera  fé  á  algunos  Padres  de  la  Iglesia — se 
viei'on  los  augustos  padres  de  María,  después  de  un  largo  y  estéril 
matrimonio,  cuando  ya  su  fría  vejez  no  les  daba  esperanzas  de  reme- 
dio. Cuáles  serían  sus  ventajas  al  sacu(ür,  cuando  menos  lo  pensa- 
ban, su  pasada  ignominia,  y  al  ver  compensada  con  tal  liija  la  anti- 
gua esterilidad?  Apenas  Dios,  no  obstante  los  muchos  años  de 
Abraham,  le  aseguró  la  sucesión  de  un  hijo  que  debía  producir  una 
larga  serie  de  Príncipes  y  Monarcas,  de  los  cuales  por  último,  con  el 
decurso  de  los  siglos  vendría  á  nacer  el  prometido  Mesías,  rebozando 
el  Patriarca  en  dulces  avenidas  de  gozo,  sin  mirar  la  inmensa  distan- 
cia que  mediaba  entre  sus  días  y  aquellos  felices  tiempos,  lo  previo 
en  espíritu,  se  alegró  con  su  futura  presencia  como  si  lo  viera  presen- 
te con  sus  ojos:  Abraham  exuUavit,  ut  videret  Diem  meum:  vidit,  et 
gavisus  esf.  Pero  ceda  finalmente  el  beneficio  de  Abraham  al  que  sus 
padres  recibieron  de  María.  En  verdad  que  él  entró  en  parte  en  el  gran 
día  del  Señor,  y  que  le  fué  permitido  ver  de  lejos  la  brillante  aurora 
que  había  de  preanunciarlo.  Mas,  ¿quién  contribuyó  más  de  cerca  á 
la  venida  del  prometido  Mesías  que  aquellos  mismos  que  dieron  al 
mundo  la  elegida  Madre  que  había  de  parirlo  en  tiempo?  ¿Quién 
más  que  ellos  estuvieron  tan  estrechamente  unidos  á  la  Persona  del 
Verbo,  de  quien  un  solo  grado  de  consanguinidad  los  di%'idía?  ¿Quié- 
nes más  que  ellos  vivían  seguros  en  la  venida  del  Redentor,  que  ad- 
miraban en  su  hija  una  prenda  infalible  que  les  aseguraba  el  cumpli- 
miento de  la  promesa  hecha  á  Abraham?  Dejo  á  vosotros,  amados 
oyentes,  el  meditar,  no  digo  la  alegría  y  el  amor,  sino  la  piedad  y 
reverencia  con  que  sus  SS.  Padres  Joaquín  y  Ana  mirarían  su  apaci- 
ble rostro,  y  tomarían  en  sus  brazos  este  tierno  y  nuevo  fruto  de  su 
castísimo  tálamo,  en  que  veían  expresa  la  verdad  y  descifrado  el  mis- 
terio del  arca  de  Noé,  de  la  vara  de  Aarón,  del  vellocino  de  Gedeón, 
de  la  puerta  de  Ezequiel,  y  de  todas  las  venerandas  figuras  que  en  el 
Antiguo  Testamento  anunciaron  la  Madre  del  suspirado  Libertador 
de  Israel.  A  la  verdad,  no  es  de  despreciarse  con  una  rigurosa  é  in- 
discreta crítica  la  razonable  tradición  de  aquellos  autores  que  refieren 


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los  vaticinios,  las  maravillas,  los  prodigios,  y  sobre  todo  las  angéli- 
cas apariciones  de  que  fué  prevenida  María  en  su  nacimiento  y  por- 
que fué  conocida  por  sus  progenitores. 

Si  Dios  quiso  que  estos  y  semejantes  milagros  pronunciaren  la 
venido  de  Isaac,  de  Sansón,  de  Samuel,  de  Juan  Bautista  y  de  otros 
siervos  suyos,  cuyos  nacimientos  no  importaban  tanto  á  la  salud  del 
mundo,  era  conveniente  y  justo  que  reprodujera  estos  prodigios  en 
gracia  de  la  Madre  de  cuyo  nacimiento  resultaba  al  mundo  su  uni- 
versal remedio:  Maria  (dice  Ricardo  de  San  Lorenzo)  cul  hoc  nata  eat, 
ut  veniam  gratiam,  et  gloriam  impetret  toti  Hundo. 

Para  que  percibáis  claramente  mi  pensamiento,  tened  la  bondad 
de  figuraros  una  ciega,  horrible  y  espantosa  noche,  que  envolviendo 
el  cielo  entre  confusas  nubes  y  cubriendo  la  tierra  de  negras  sombras, 
apenas  deje  traslucir  á  los  ojos  de  los  tímidos  expectadores  una  in- 
cierta y  tenue  visliunbre  de  alguna  estrella  lánguida;  y  que  favoreci- 
dos de  la  obscuridad  los  monstruos  más  ñeros  y  las  bestias  más 
salvajes,  que  al  brillar  de  la  luz  se  esconden  y  retiran,  discurren  por 
los  caminos,  se  desertan  por  la  campaña,  se  acercan  tal  vez  á  las  ciu- 
dades, y  llenos  de  temor  los  habitadores,  vilmente  huyen  para  poner- 
se á  salvo  de  los  insultos.  Cuando  hé  aquí  que  apenas  se  levanta 
sobre  el  horizonte  una  clara,  luciente  aurora,  que  rompe  en  partes 
las  nubes,  y  disipando  algún  tanto  las  tinieblas,  abi"e  camino  á  un 
luminoso  día  cuando  una  nueva  luz  compensa  con  ventajas  la  pasada 
obscuridad,  vuelve  el  cielo  á  recuperar  su  serenidad  antigua,  los  ani- 
males se  refugian  en  sus  lóbregas  cavernas;  salta  de  alegría,  para 
decirlo  asi,  toda  la  naturaleza;  recobran  los  hombres  su  antiguo  brío; 
el  peregrino  sigue  otra  vez  su  camino;  el  navegante  se  arroja  sobre 
las  aguas,  y  reasume  sus  fatigas  el  labrador  laborioso.  Oh!  qué  ajus- 
tada! exclama  un  sabio  expositor,  qué  ajustada,  qué  expresiva  figura 
es  esta  de  lo  que  acontece  e.'-'piritualmente  al  nacer  sobre  el  horizon- 
te de  nuestros  infortunios  la  bella  aurora  Maria, 

¿Cuál  fué  después  de  la  inobediencia  de  Adán  el  estado  del  hom- 
bre? ¿Cuál  la  condición  del  mundo  corrompido?  Oídselo  decir  al 
Real  Profeta:  Posuisti  tenehras,  et  facta  est  nox:  in  ipsa  pertransihunt 
omnes  hestiae  silvce.  Una  profunda  ignorancia,  un  total  olvido  del 
verdadero  Dios  y  de  cuanto  pertenecía  á  su  adoración  y  culto,  hasta 
conmutar,  como  dice  el  Apóstol,  y  transfeiñr  la  gloria  del  Creador  en 
la  misma  criatura,  y  bautizar  á  los  leños  y  á  las  piedras  con  el  inco- 
municable nombre  de  Dios  vivo.  Incommunicabíle  nomen  lignis,  et 
lapiíUbus  imposuerunt.    Esta  es  la  ciega  noche  de  la  idolatría  que 


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habia  ocupado  generalmente  la  tierra,  que  apenas  dejaba  lugar  á  al- 
gún celoso  Profeta  para  corregir  poco  á  poco  y  extirpar  los  abusos 
con  que  el  Pueblo  de  Israel  adulteraba  la  Religión  de  sus  Mayores, 
para  purgarla  de  los  ritos  impios,  de  las  ceremonias  profanas  que  se 
habían  introducido  con  el  ejemplo  y  con  el  comercio  estrecho  de  los 
incircuncisos.  En  esta  noche,  quizá  más  trista  y  horrenda,  en  un 
sentido  místico,  á  los  hombres,  que  lo  fué  materialmente  á  los  Egip- 
cios la  antigua,  famosa  noche  de  que  hace  memoria  la  sabiduría, 
reinaron  los  monstruos  más  inhumanos  y  crueles:  quiero  decir,  los 
vicios  más  enormes  y  las  más  desordenadas  pasiones,  las  deshonesti- 
dades, la  injusticia,  la  crueldad,  la  perfidia,  la  intemperancia  y  otras 
nefandas  abominaciones  de  que  hace  mención  San  Pablo  escribiendo 
á  los  Romanos;  noche  obscura  por  las  tinieblas  de  la  infidelidad;  fría 
por  el  defecto  de  caridad;  ociosa  por  la  falta  de  buenas  obras — para 
explicarme  con  un  varón  piadoso. 

Pero  sea  dada  una  alabanza  incesante,  una  alabanza  eterna  á  aquel 
augusto,  venturoso  momento  en  que  naciendo  María  al  mundo,  apa- 
reció como  una  línea  divisoria  entre  los  horrores  de  aquella  noche 
obscura  y  el  resplandor  de  un  nuevo  dia  que  de  allí  á  poco  iluminó 
el  hemisferio:  N^ox  praecessit,  dies  autem  appropinquavit.  A  los  pri- 
meros albores  de  esta  lucida  aurora  se  echa  de  ver  ya,  según  la  viva 
imagen  del  Salmista,  al  Verbo  Divino,  de  quien  se  aseguró  que  puso 
en  el  Sol  su  tabernáculo,  y  á  la  manera  de  un  esposo,  salió  de  su  lu- 
minoso tálamo,  para  correr  lleno  de  gozo  la  carrera  de  nuestra  salud: 
que  al  fin  se  empeñó  en  adelantar  su  venida  al  mundo;  salió  por  su 
encarnación  del  sumo  cielo,  y  después  del  curso  de  su  vida  mortal, 
fie  sus  padecimientos  y  de  su  muerte,  volvió  otra  vez  al  esplendor  de 
su  gloria,  sin  que  alguno  pudiera  esconderse  del  penetrante  calor  de 
sus  divinos  rayos.  Estos  rayos  son  los  milagros  de  su  Omnipotencia, 
los  ejemplos  de  su  vida,  la  doctrina  de  su  predicación,  la  abundancia 
de  su  gracia;  digámoslo  en  breve,  la  verdad  y  la  justicia  con  que  disi- 
pando los  errores  del  gentilismo  y  las  supersticiones  del  hebraísmo, 
viene  por  una  parte  á  ilustrar  la  tierra  con  la  noticia  del  verdadero 
Dios  y  establecer  la  pureza  de  su  culto,  y  por  otra  á  enmendar  los 
vicios  de  la  corrumpida  naturaleza,  corregir  las  pasiones  y  enseñar  á 
los  hombres  la  práctica  de  la  virtud  y  el  cumplimiento  de  su  divina 
ley. 

En  efecto:  si  en  la  serie  de  las  previsiones  de  Dios  y  en  el  orden 
de  los  eternos  decretos,  la  economía  temporal  de  la  encarnación  del 
Verbo  se  refiriese  á  María,  como  el  efecto  k  su  causa,  de  quien  de- 


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pende,  es  forzoso  inferir  que  también  en  la  serie  del  tiempo  y  en  la 
ejecución  de  esa  misma  oeonomia,  el  nacimiento  de  la  Madre  no  fué 
sino  un  feliz  presagio  del  nacimiento  del  Hijo;  y  que  en  la  venida  de 
María  al  mundo  encontraron  los  hombres  la  señal  más  auténtica  de 
la  venida  del  Salvador.  ¡Oh  venida  descada!  Oh  señal  infalible! 
Oh  ventajoso  nacimiento!    Nox  luiecesait:  dies  autem  appropinqiiavit. 

Adelantemos  un  poco  más  el  discurso.  No  solamente  indica  y 
presagia  María  con  su  nacimiento  al  mundo,  el  nacimiento  del  Verbo, 
sino  también  solicita  y  consuma  la  encarnación,  en  cuanto  ella  mere- 
ce subministrar  materia  para  el  cuerpo  de  su  Hijo  y  señalarle  una 
Madre  digna  de  su  grandeza. 

Cuando  digo  esto,  no  temáis,  cristianos  oyentes,  que  una  indis- 
creta piedad  me  transporte  á  ensalzar  más  de  lo  que  debiera  el  méri- 
to de  Mai'ía,  y  que  le  atribuya  una  alabanza  opuesta  á  los  verdaderos 
principios  de  una  sana  teología.  No  por  cierto.  Verdad  es  que  tan- 
to la  encarnación  del  Verbo,  cuanto  la  Maternidad  de  María  son  dos 
puros  y  gratuitos  dones  de  la  liberalidad  divina;  y  asi  como  ninguna 
criatura  tuvo  mérito  para  alcanzar  la  encarnación  del  Verbo,  así  nin- 
guna tuvo  mérito  para  dársele  por  Madre.  Con  todo  eso,  si  por  mé- 
rito queremos  entender  con  los  teólogos  una  cierta  disposición,  ido- 
neidad y  aptitud  con  que  Dios  quiere  preparar  á  sus  siervos  para 
recibir  sus  favores  y  cumplir  en  ellos  los  eternos  designios,  ¿quién 
más  que  María  tuvo  disposición  adecuada  para  Madre  de  Dios? 
¿Quién  más  que  ella  mereció  el  privilegio  de  engendrarlo?  La  singu- 
lar preservación  de  la  culpa,  el  uso  anticipado  de  la  razón  desde  el 
primer  instante  de  su  vida;  la  extinción  del  germen  del  pecado;  la 
virtud  ejercitada  en  grado  heroico  desde  su  infancia,  el  uso  de  su 
ciencia,  de  su  caridad,  de  la  gracia  y  de  los  dones  maravillosos  que 
con  preferencia  á  todos  los  ángeles  y  Santos  había  i-ecibido  desde  el 
momento  de  su  animación,  eran,  para  decirlo  así,  los  ornamentos 
más  apropósito  para  formar  en  el  seno  de  María  una  habitación  con- 
veniente á  la  Mejestad  de  un  Dios,  y  los  grados  que  la  elevaron  al 
alto  puesto  de  verdadera  Madre  del  Verbo,  hasta  hacerla  digna  da 
que  Dios  se  allegase  á  ella  con  su  Persona,  cuando  él  la  había  alle- 
gado con  su  favor  á  sí  mismo:  Antequam  nasceretur,  talein  crecessit 
eani,  ut  Ipse  digni  nasci  potuisset  ex  ea,  decía  elegantemente  San  Pe- 
dro Damiano. 

Así  es  que  María  poseyó  desde  su  nacimiento  estas  felices  dispo- 
siciones, y  que  Dios  desde  este  punto  la  conoció  por  una  digna  y 
conveniente  habitación  á  la  Magestad  y  grandeza  de  su  Hijo,  cual  no 


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tuvo  mayor  la  tierra,  ni  conocieron  los  siglos,  ni  la  verán  jamás  los 
tiempos  venideros. 

¿A  qué  otro  tiempo,  pues  más  remoto  había  de  trasladar  su  en- 
carnación? ¿A  qué  había  de  diferir  su  venida  aquel  que  tantas  veces 
declaró  en  los  Sagrados  Cánticos  la  impaciencia  que  tenía  por  hallar- 
la en  persona  y  visitarla  en  su  casa?  Ello  es  que  ya  María  abre  sus 
puros  labios,  lo  llama,  lo  convida,  lo  estimula  á  levantarse,  á  bajar  á 
su  jardín,  á  visitar  su  viña  y  á  cojer  en  ella  copiosos  frutos:  y  Dios 
mismo  está  en  estado  de  rendirse  no  sólo  á  su  convite,  sino  también 
á  las  tiernas  miradas  de  esta  preciosa  niña,  que  sirven  como  de  alas 
á  sus  pies  para  aligerar  su  venida:  A  verte  oculos  tuos,  quia  ipsi  me 
avalare  fecerunt.  O  como  lee  más  claramente  el  Niceno:  Si  mihi 
alas  adclicUrunt.  Ehl  Alegrémosnos  de  su  venida  y  de  las  grandes  que 
nos  resultan,  que  yo  pondero  con  un  ejemplo  material  y  sensible. 

Arde  muchas  veces  la  tierra  en  el  rigor  de  un  caluroso  Estío,  y 
una  sequedad  obstinada  malogra  muchas  veces  los  deseos,  las  espe- 
ranzas de  una  cabal  cosecha.  Cuando  ved  aquí  que  se  levanta  de 
improviso  una  nube  que  suspensa  en  el  aire,  promete  en  breve  con  una 
abundante  lluvia,  un  abundante  socorro.  Ya  entonces  el  agricultor 
ancioso  no  mira  estorbos,  no  omite  diligencias;  ya  extiende  la  mano 
para  disponer  la  tierra  y  aprovechar  de  este  modo  las  primeras  gotas 
de  la  nube  benéfica,  y  ya  le  parece  que  ve  anegarse  en  agua  aquella 
árida  campaña.  Ejemplo  sencillo,  pero  de  una  alusión  misteriosa! 
El  Mesías  apareció  al  modo  de  una  copiosa  lluvia  q\ie  regó  la 
tierra  con  sus  ejemplos,  la  fecundó  con  su  doctrina,  y  la  llenó  de 
frutos  de  santidad  y  virtud;  pero  él  apareció,  dice  un  Profeta,  den- 
tro de  una  nube  misteriosa:  Dominus  arundet  siiper  nubem  levem. 
Esta  es  María,  dice  el  P.  San  Gerónimo.  ¿Cuántos  siglos  suspira- 
ron por  esta  lluvia  benéfica?  ¿Cuántas  promesas  no  hizo  Dios  á  la 
antigua  Sinagoga?  ¿Cuántos  ruegos  no  envió  ésta  á  su  trono  para 
obtenerla?  Pero  ved  ahí  que  el  día  de  hoy  aparece  esta  nube  prodi- 
giosa: ved  ahí  nacida  á  María  que  en  breve  enviará  á  nosotros  esa 
lluvia  saludable,  y  más  copiosamente  que  lo  hizo  la  nubecilla  de 
Ellas  que  era  de  María  un  símbolo  misterioso. 

Levantemos  la  cabeza  los  miserables  hijos  de  Adán,  que  vemos 
ya  de  cerca  la  redención  que  nos  anuncia.  Si  Jesucristo,  para  hablar 
con  la  Divina  Escritura,  es  la  fragante  flor  del  campo,  ya  despuntó 
la  vara  de  la  raíz  de  Je.«é,  que  debe  producirla.  Si  Jesucristo  es  el 
rocío  que  destila  del  cielo,  ya  está  proparada  la  hera  ó  campo  que 
debe  recogerlo.    Si  Jesucristo  es  la  paloma  que  lleva  el  ramo  de  paz 


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después  del  diluvio,  y  asi  deja  ver  el  frondoso  olivo  sobre  el  cual 
debe  formar  su  vuelo:  y  para  acabar  como  empezamos;  si  Jesucristo 
es  la  luz  indefectible  (jue  ilumina  á  todo  el  mundo,  ya  nadó  la  auro- 
ra que  debe  precederle  y  engendrarlo:  Quae  est  ista  f¿uae  progredltur 
quasi  aurora  consurgcns? 

No  es  preciso,  pues,  que  pasemos  á  Belén  á  ver  á  una  Madre  en 
el  actual  ejercicio  de  su  dignidad  incomprensible.  Nó.  Válganos  por 
este  instante  aijuella  fé  que  en  nuestra  obscuridad  nos  ilumina.  Co- 
nozcamos que  hoy  nace  al  mundo  revestida  de  aquella  Maternidad 
que  después  obtuvo  en  tiempo,  y  que  haciéndola  grande  en  si  misma 
la  hace  benéfica  al  mundo.  El  festivo  recuerdo  de  su  nacimiento,  en 
cuanto  es  glorioso  para  ella,  infunde  en  nuestros  corazones  una  alta 
veneración  á  su  mérito;  en  cuanto  es  ventajoso  á  nosotros,  nos  produce 
una  firme  esperanza  en  su  Patrocinio.  La  cuna  que  la  meció  niña 
se  ha  convertido  en  trono  que  la  ostenta  poderosa  para  ampararnos. 
Veneremos  su  dignidad,  imploremos  su  auxilio,  afianzando  en  él  el 
ejercicio  de  las  virtudes,  que  nos  hagan  dignos  de  acompañarla  en  su 
gloria.  Amén. 


Panegírico  de  San  Francisco  de  Asís  t  de  Santo 
Domingo  de  Guzman 

Gloria  íüionim  Futres  eorum. 
Toda  la  gloria  de  los  hijos  se  funda  en 
el  honor  y  nobleza  de  sus  padres. 

(Prov.  cap.  17,  vers.  6.) 

Sagradas  religiones,  que  formáis  esas  dos  ilustres  familias  que 
la  Iglesia  caracteriza  con  los  respetables  títulos  de  Predicadores  y 
Menores;  permitidme  que  en  el  día  en  que  se  renueva  la  memoria  de 
vuestra  dicha  suspenda  vuestra  atención  con  una  invectiva,  que  dis- 
minuyendo al  parecer  vuestras  glorias,  las  amplifique  y  realce.  No  os 
gloriéis,  pues,  desde  este  instante  de  alimentar  en  vuestros  senos  unos 
Profesores  ilustres,  propiamente  figiu'ados  en  aquellos  soberanos  espí- 
ritus que  subiendo  y  bajando  por  la  mística  escala  de  .Jacob,  trataban 
de  cercar  al  Dios  de  las  virtudes  y  eran  depositarios  fieles  de  sus 


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confianzas;  ni  menos  de  ser  vosotros  la  realidad  que  en  sombras  ex- 
presaban aquellos  ángeles  á  cuya  vista  exclamó  todo  admirado  el 
mismo  santo  Patriarca:  estos  son  los  ejércitos  de  Dios:  Castra  Dei 
sunt  hoec.  Dejad  que  admiren  otros  en  vuestros  individuos  á  aquellos 
dichosos  y  bienaventurados  siervos  del  verdadero  Salomón  que  gozan 
de  su  presencia,  logran  el  servirle  y  son  gobernados  por  su  gran  sabi- 
duría; y  que  tomando  las  palabras  de  la  reina  de  Sabá,  exclamen  ante 
aquellas  sagradas  aras:  Beati  viri  tui  etheati  servi  tui,  qui  stant  coram 
te  semper  ei  audiunt  sapientiam  tuam.  Estos  mismos  registran  vuestras 
virtudes  en  las  fimbrias  de  diversos  colores  del  vestido  de  la  Esposa, 
ó  en  los  otros  que  hermoseaban  la  túnica  polímita  de  José,  sin  olvi- 
darse de  las  vistosas  flores  del  huerto  del  Esposo.  Si,  su  variedad,  su 
fragancia,  su  disposición,  su  amenidad,  sus  cualidades  todas  dibujan 
vuestras  virtudes.  Ellas,  á  la  verdad,  os  colocan  entre  aquellas  felices 
almas  de  que  habla  David  en  uno  de  sus  salmos,  que  viven  en  la  casa 
del  Señor,  y  le  alaban  de  siglo  en  siglo,  entre  los  primeros  habitadores 
del  Paraíso  terrenal,  entre  los  primeros  discipulos  del  Salvador  del 
mundo,  y  aun  entre  los  nueve  coros  de  los  Angeles. 

¿Qué  más?  Os  contarán  entre  aquellos  sesenta  fuertes  que  rodea- 
ban el  lecho  de  Salomón,  ó  entre  las  siete  columnas  que  sirven  de 
sosten  al  Palacio  de  la  Sabiduría.  De  aquí  se  avanzarán  con  razón  á 
consideraros  como  á  aquellos  Angeles  veloces  enviados  por  Dios  auna 
gente  descarriada  y  destinados  para  congregar  las  dispersiones  de  Is- 
rael. ¡Oh!  qué  margen  se  abre  aquí  para  dibujar  el  plan  en  que  aparez- 
can vuestros  servicios  á  la  Iglesia  y  al  Estado;  vuestros  sudores,  con 
que  regando  muchas  veces  unas  tierras  incultas  las  convertisteis  en 
lugares  de  pastos  y  de  delicias;  vuestras  fatigas,  vuestros  trabajos, 
vuestro  celo  activo,  desinteresado,  incesante;  celo  á  cuyo  vigor  se  de- 
bió más  de  una  vez  un  trastorno  universal  de  las  costumbres;  celo 
cuyos  ecos  penetraron  los  profundos  del  abismo,  y  aumentaron  su 
confusión  y  desórden;  celo  que  fué  el  alma  que  animó  muchas  veces  á 
los  sagrados  Concilios,  y  que  os  hizo  (lo  diré  con  la  expresión  de  un 
Soberano  Pontífice)  el  brazo  derecho  de  la  Iglesia.  Esta  Madre  fecunda 
vió  nacer  en  su  seno  y  criarse  en  vuestro  regazo  unos  hijos  que  for- 
maron su  gozo  y  alegría,  hijos,  que  con  su  sabiduría  aumentaron  su 
esplendor,  y  con  sus  virtudes  su  honor  y  su  decoro;  hijos  que  alimen- 
tados con  la  más  sana  doctrina  fueron  depositarios  de  sus  más  ricos 
tesoros,  intérpretes  de  sus  más  ocultos  secretos,  órganos  fieles  de  sus 
verdades,  águilas  generosas,  que  remontadas  á  la  esfera  del  Sol  Divi- 
no, bebieron  allí  las  luces  con  que  iluminaron  después  á  todo  el  mun- 


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do.  ¡Oh  cuántos  pudiera  aqui  nombraros,  si  no  me  eximieran  de  este 
empeilo  su  calidad,  su  numera  y  la  feliz  ocurrencia  de  poder  daros 
en  dos  solos,  reunido  el  mérito  de  todos  ellos!  Si:  un  Tomás  y  un 
Buenaventura  son  capaces  por  sí  solos  de  ajustar  la  nomenclatura  de 
ATiestras  glorias.  Tomás,  Buenaventura. .  .  .  Cedan  h  sus  nombres  sus 
elogios,  si  no  es  que  sus  mismos  nombres  hacen  toda  su  alabanza. 

Pero  ¿íicaso  lo  he  dicho  todo?  Hablen  en  vuestra  favor  los  gran- 
des hombres,  que  hicieron  instituto  de  publicar  vuestras  glorias.  Ellos 
dirán  que  sois  los  varones  destinados  por  Dios,  para  hacer  frente  al 
hijo  de  perdición  y  á  sus  profanos  discípulos;  que  sois  los  valientes 
soldados  que  con  espada  en  mano  estáis  sobre  los  muros  de  Jerusa- 
lem,  constituidos  por  Dios  atalayas  de  día  y  de  noche,  levantando 
alentadas  voces,  como  las  marciales  trompetas;  que  sois  los  que  eje- 
cutáis con  las  naciones  venganzas;  los  que  intimáis  k  los  pueblos  in- 
crepaciones; las  que  como  sal  de  la  tierra  sazonáis  viandas  de  salud 
y  suavidad,  para  preservar  la  carne  de  la  corrupción  de  los  vicios;  los 
que  como  luz  del  mundo  ilustráis  á  muchos  con  el  conocimiento  de  la 
verdad,  los  incendéis,  los  inflamáis  en  las  purísimas  llamas  del  santo 
amor.  Así  por  todos  el  grande  Cardenal  Jacobo  Vitriaco.  Digámoslo 
de  una  vez  con  las  palabras  del  Concilio  Lugdunense  II:  «Á  vosotros, 
Ordenes  Sagrados,  se  debe  el  lustre  de  la  fé,  y  la  exaltación  de  la 
Iglesia".  Propter  líos  dúos  Ordines  fídes  illuminata  est,  et  Ecdesia  Dei 
exaltata.  Pero  dejad,  vuelvo  á  decir,  que  en  esa  parte  sean  vuestros 
elogios  ocupación  de  la  fama.  Entre  tanto  tened  en  menos  esos  pode- 
rosos motivos  de  merecerlos.  Otra  circunstancia  mayor  estimula  vues- 
tro honor  en  este  día.  Salomón,  ese  sabio  entre  los  reyes  de  Israel, 
á  quien  se  hicieron  patentes  los  senos  del  corazón  del  hombre,  sus 
indicaciones,  sus  estímulos,  sus  movimientos.  Salomón  parece,  pre- 
vió  con  ojos  proféticos  el  sólido  motivo  de  vuestras  glorias,  cuando 
dijo,  que  la  gloria  de  los  hijos  es  el  honor  y  nobleza  de  los  Padres: 
Gloria  filiorum  Paires  eorum.  Pase  enhorabuena  de  un  siglo  á  otro 
la  memoria  de  vuestros  hechos;  grábense  en  bronce  vuestras  heroicas 
hazañas;  resuenen  sus  ecos  de  un  Polo  á  otro  Polo;  nada  quede  oculto 
en  el  seno  del  olvido,  de  cuanto  hay  de  grande,  de  magnifico,  de  exce- 
lente en  vuestros  privilegios;  reverberen  á  la  luz  del  Sol  vuestras  vir- 
tudes, todo  es  menos,  cuando  se  trata  de  acordaros  vuestro  origen. 
Esta  es  quizá  la  única  vez  en  que  las  virtudes,  y  las  acciones  glorio- 
sas de  los  mayores,  corriendo  el  vasto  espacio  de  los  siglos,  se 
renuevan  de  día  en  día,  y  avaloran  la  nobleza  hereditaria  de  los 
descendientes. 


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Después  de  esto,  permitidme  que  os  pregunte  ¿de  quién  sois  hi- 
jos? Si  hubiera  de  responder  por  vosotros  la  vanidad  y  presunción 
del  siglo,  yo  sé  que  iría  á  buscar  vuestro  origen  en  la  más  remota 
antigüedad  allá  donde  se  pierden  de  vista  las  generaciones;  registra- 
ría los  más  ocultos  archivos,  los  monumentos  grabados  en  los  már- 
moles y  bronces:  se  empeñaría  en  hacer  correr  por  vuestras  venas  la 
sangre  de  los  más  ilustres  héroes  que  os  entroncara  sin  duda  con  los 
Césares,  Reyes  y  poderosos  del  siglo.  Pero  lejos  de  este  sagrado 
lugar  los  ecos  de  una  voz  terrena  y  mundana,  que  acuerda  al  hombre 
que  él  es  capaz  de  formar  vanidad,  hasta  de  aquello  en  que  no  ha 
tenido  parte.  Nutrios,  vosotros  hombres  del  siglo,  con  estos  senti- 
mientos de  carne,  de  que  no  os  queda  más,  que  la  caducidad  de  una 
gloria  vana.  Entretanto  sabed,  que  esos  sagrados  Ordenes,  cuyos 
individuos  son  más  de  una  vez  el  objeto  de  vuestro  desprecio,  son  las 
ilustres  generaciones  de  aquellos  fieles  Abrahanes,  fecundos  Padres, 
en  cuya  descendencia  derramó  Dios  sus  bendiciones  eternas:  son  ver- 
des ramas  de  aquellos  encumbrados  Cedros,  que  descollando  miste- 
riosos en  el  místico  Líbano  de  la  Iglesia,  cubrieron  con  su  sombra 
toda  la  haz  de  la  tierra:  son  sazonados  frutos  de  aquellos  dos  olivas, 
que  alegraron  con  su  verdor  los  campos  y  los  valles:  son  lutrosos  des- 
tellos de  aquellos  dos  astros  de  primera  magnitud  que  puso  la  provi- 
dencia en  el  cielo  de  su  Iglesia  para  desterrar  las  sombras  del  vicio, 
del  error  y  la  heregía:  son  rayos  de  aquellas  dos  grandes  luces,  seme- 
jantes á  la  otra  que  anunció  Isaías,  precursora  del  gozo,  del  esplen- 
dor, y  lustre  del  Pueblo  santo:  son  espejos  donde  reverbera  la  luz  de 
aquellos  dos  candeleros  que  el  Evangelista  San  Juan  vió  arder  en  la 
presencia  de  Dios.    ¿Lo  habéis  entendido?  ¿Sabéis  de  quienes  hablo? 

Ea!  ochad  la  vista  hacia  el  Sagrado  Propiciatorio  donde  se  es- 
conde la  Megestad  del  Santo  de  los  Santos,  y  entre  los  resplandores 
que  despide  de  su  trono,  entre  los  ángeles  que  lo  rodean,  divisad 
aquellos  dos  Serafines  construidos  de  oro  purísimo,  vigilantes  centi- 
nelas del  Dios  de  las  virtudes:  Domingo  y  Francisco;  nombres  inmor- 
tales, nombres  eternos  que  recuerdan  á  todo  el  mundo  aquel  feliz 
instante  en  que  abortó  la  naturaleza,  é  hizo  ostentación  de  su  poder 
la  gracia.  Domingo  y  Francisco  cuyo  nacimiento  hizo,  que  pudiese 
el  siglo  XII  propiamente  llamarse  el  siglo  de  los  Santos,  del  mismo 
modo  que  el  XIII  el  siglo  de  los  sabios.  Domingo  y  Francisco,  de 
estos  es  de  quienes  yo  digo  que  forman  la  gloria,  el  honor,  nobleza 
de  sus  hijos:  Gloria  filiorum  Paires  eorum.  Si,  Ordenes  venerables. 
¿Qué  comparación  tiene  la  gloria  que  os  dá  una  fama,  que  nada  aña- 


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de  k  \'T.iestro  mérito,  con  la  que  os  dan  vuestros  ilustres  Padres? 
Ellos  labraron  vuestro  honor,  lo  perpetúan,  lo  hacen  estable;  y  el 
tiempo  que  todo  lo  consume,  no  ha  podido  hacerlo  decaer  un  punto. 
El  estíi  afianzado  en  la  alta  nobleza  de  unos  liéroes,  que  de  un  día  á 
otro  comunican  la  liistoria  de  sus  hazañas  y  han  grabado  sus  armas 
mejor  que  en  bronce,  en  la  memoria  eterna  de  los  siglos.  Cada  año 
resuenan  en  este  sagrado  Templo  sus  virtudes  y  sus  hechos.  Aque- 
llas los  constituyen  nobles  en  la  presencia  de  Dios,  antes  cuyos  invi- 
sibles ojos  no  resalta  por  sí  solo  el  valor  inerte  de  la  sangre;  estos 
los  hicieron  nobles  á  la  presencia  del  mundo,  que  mide  por  las  heroi- 
cidades la  nobleza  del  corazón.  Su  sangre  teñida  con  sus  virtudes 
es  el  noble  origen  de  esas  vastas  progenies:  sus  virtudes  realzadas 
por  sus  hechos  son  la  finca  abundantísima,  que  reditúa  k  nuestro  fa- 
vor, honor,  nobleza  y  gloria. 

Insensiblemente  os  he  descubierto  toda  la  idea,  que  va  á  formar 
el  elogio  de  mis  adorados  Padres,  Santo  Domingo  de  Guzmán  y  San 
Francisco  de  Asís,  cuyas  virtudes,  cuyos  hechos,  si  ceden  en  alaban- 
za eterna  de  su  mérito;  levantan  igualmente  un  perpetuo  monumento 
á  vuestra  gloria.  Nobles  sois  por  vuestros  Padres;  ellos  lo  fueron 
por  sus  admirables  virtudes,  y  por  sus  ilustres  hechos.  Ya  lo  he  di- 
cho; y  una  división  metódica  me  franqueará  el  paso  para  introducir- 
me al  dilatado  campo  de  sus  grandezas.  Vedla  aquí  en  dos  proposi- 
ciones. 

— Domingo  y  Francisco  mis  adorados  Padres  hicieron  brillar 
ante  los  ojos  de  Dios  la  nobleza  de  su  sangre  con  lo  heroico  de  sus 
virtudes. 

— Domingo  y  Francisco  realzaron  sus  virtudes  ante  los  ojos  del 
mundo  con  lo  ilustre  de  sus  hechos. 

Esta  es  la  división  del  discurso.  Después  de  haberla  oído, 
decid  con  satisfacción,  que  todo  el  caudal  que  forma  vuestra  gloria, 
es  el  honor  y  nobleza  de  vuestros  Padres:  Gloria  filioncm  Paires 
eorum.  Yo  he  estado  hasta  aquí  persuadido  de  lo  mismo;  y  en  el 
momento  er  que  voy  á  demostrarlo,  al  paso  que  se  i-emuevan  en 
mi  cora:,jn  los  tiernos  sentimientos  de  hijo,  casi  me  retrae  del  empe- 
ño el  profundo  conocimiento  de  ser  el  liltimo  en  el  padrón  de  este 
Pueblo  escogido,  y  el  mínimo  en  la  familia  de  aquellos  dos  Bonjami- 
nes.  Pero  Dios,  que  supo  hacer  de  Saúl,  un  órgano  vi.sible  de  su 
poder,  y  que  da  lengua  á  las  piedras,  cuando  median  los  intereses  de 
su  gloria,  dará  unción  á  mis  palabras,  para  que  la  haga  resaltar  en 
este  día  en  los  mayores  héroes  que  supieron  defenderla.    Sí,  Dios 


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Sacramentado:  suspended  por  un  instante  vuestra  indignación;  apar- 
tad la  vista  de  mi  miseria,  y  atended  al  mérito  de  esos  dos  grandes 
Patriarcas,  y  al  de  vuestra  augusta  Madre,  á  quien  llamo,  á  quien 
invoco,  á  quien  saludo.    Ave  Maria. 

¡Que  quepa  en  el  corazón  del  hombre  el  terreno  pensamiento  de 
ser  noble  á  lo  del  mundo!  Quiero  decir.  ¡Que  haga  vanidad  de  una 
progenie  ilustre  según  la  sangre,  de  unos  títulos  de  honor  que  inven- 
tó el  orgullo  y  la  soberbia,  de  unos  trofeos  que  quedaron  escritos  en 
pergaminos,  en  mármoles  ó  en  bronce!  Ved  aquí  el  más  claro  mo- 
numento de  la  debilidad  de  imestro  sér.  El  eco  de  sus  empresas  que 
resuena  en  sus  oídos  ¿qué  digo  yo?  el  recuerdo  más  débil,  una  vislum- 
bre, una  figura  desmayada  de  sus  pesadns  acciones  levanta  dentro  de  su 
alma,  y  en  el  foúdo  de  un  corazón  una  imagen  de  grandeza,  cuya  con- 
tinua vista  lo  hace  pensarse  acreedor  á  las  alabanzas,  á  los  aplausos, 
a  la  aclamación  universal  de  las  gentes.  La  energía  de  este  pensa- 
miento ha  dado  un  cierto  impulso  á  su  imaginación,  y  por  un  trastorno 
de  ideas  ha  dejado  en  su  concepto  de  ser  hombre,  para  hacerse  supe- 
rior á  los  de  su  especie.  Ya  no  respira  el  aire  que  los  demás;  ya  no 
le  alumbra  el  Sol  que  á  todos.  No  es  digno  pedestal  de  sus  plantas 
un  suelo,  que  lo  iguala  al  resto  de  los  hombres.  Desde  la  altm-a  á 
que  le  ha  elevado  su  orgullo  los  mira  bajo  de  sí,  como  arbustos  débi- 
les, que  se  muevan  conforme  sopla  el  viento  de  su  vanidad  y  locura. 
Gran  Dios!  Ante  vuestros  invisibles  ojos  solo  es  noble  el  que  se 
enumera  en  la  familia  de  la  virtud,  y  en  la  progenie  ilustre  de  la 
gracia;  solo  es  noble  aquel  que  no  se  deja  arrebatar  de  la  voz  lison- 
jera, y  seductora,  de  un  siglo  corrompido,  ni  se  deslumhra  con  el 
aparente  resplandor  de  una  gloria  fugitiva:  solo  es  noble  el  que  con- 
sagra su  atención  á  ios  importantes  objetos,  que  forman  la  verdadera 
y  sólida  felicidad:  solo  es  noble  aquel,  á  quien  no  alcanza  la  corrupción 
universal  de  la  carne;  á  quien  no  sorprenden  las  [lasiones;  á  quien  no 
dominan  los  apetitos,  y  á  quien  solo  grava  en  su  corazón  los  títulos, 
las  glorias,  los  trofeos  de  la  sanfidad.  Solo  es  noble,  en  fin,  aquel 
que  solo  aprecia  la  inscripción,  ó  divisa,  que  imprimió  en  su  espíritu 
vuestra  mano  soberana,  y  de  que  se  gloriaba  tanto  el  probeta  rey: 
Signatnm  est  super  nos  lumen  vidtus  tui,  Domine.  Los  que  asi  piensan, 
los  que  a.si  obran,  éstos  son  los  que  llevan  consigo  el  carácter  de  la 
verdadera  nobleza;  estos  los  amigos  de  Dios,  que  poseen  un  honor 
sólido  y  brillante:  Minis  honorificati  sunt  amici  tui,  Deus.  Contrai- 
gámosnos ya:  estos  son  mis  adorados  Padres  Santo  Domingo  de  Guz- 
mán  y  San  Francisco  de  Asís,  nobles  á  la  verdad  por  su  sangre,  pero 


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que  hicieron  valer  su  nobleza  ante  los  ojos  de  Dios  con  lo  heroico  de 
sus  virtudes;  virtudes,  que  por  tempranas  fueron  las  primicias  de  su 
vida,  por  su  plenitud  formaron  todo  el  esplendor  de  su  mérito,  por 
su  sublimidad  hicieron  la  consumación  do  su  gloria;  tres  artículos 
que  dan  materia  á  la  primera  proposición. 

— Las  virtudes  de  mis  adorados  Padres  Domingo  y  Francisco  for- 
maron las  primicias  de  su  vida.  Este  solo  rasgo,  que  apenas  describe 
los  primeros  pasos  de  estos  héroes  de  la  gracia,  forma  el  más  cum- 
plido elogio  de  su  mérito.  Ya  se  admiran  gigantes,  cuando  aun  se 
ven  ceñidos  con  la  faja  de  la  infancia.  El  cielo  anticipa  en  señales 
sus  virtudes,  y  toma  por  su  cuenta  enunciarlas  al  mundo  y  publicarlas. 
Los  brazos  de  Alaria,  aquellos  divinos  brazos  (juo  sirvieron  de  apoyo 
tantas  veces  al  Santo  de  los  Santos,  fueron  la  primera  cuna  en  que 
descansó  Domingo,  apenas  vieron  sus  ojos  la  luz  del  mundo.  Una 
milagrosa  estrella  aparece  en  su  frente,  al  tiempo  que  corrieron  por 
ella  las  saludables  aguas  del  Baustimo.  Un  desconocido  peregrino, 
un  ángel  intima  á  la  madre  de  Francisco,  que  busque  la  felicidad  de 
su  parto  en  el  inmundo  establo  de  las  bestias.  Otro  peregrino,  otro 
ángel  le  sirve  de  padrino  en  su  bautismo.  Otro  peregrino,  otro  án- 
gel, ó  acaso,  el  mismo  llena  de  bendiciones  al  tierno  infante,  y  grava 
en  su  hombro  una  cruz  roja,  señal  perpetua,  gloriosa  divisa,  presagios 
ciertos  de  sus  triunfos.  Fieles,  apenas  se  cuentan  por  instantes  los 
primeros  crepúsculos  de  su  vida.  Pero  ¿qué  os  pensáis  ya  de  unos 
niños,  en  cuya  manifestación  se  empeña  el  cielo?  Son,  diréis,  otro 
Moisés,  otro  Bautista.  Yo  os  digo  á  lo  menos,  que  serán  en  sus  vir- 
tudes un  remedo  fiel  de  estos  dos  héroes.  Esa  estrella  misteriosa 
que  adorna  la  frente  de  Domingo,  será  el  norte  seguro  que  guíe  á  los 
pecadores  al  conocimiento  verdadero  de  su  Dios,  semejante  á  aquella 
que  condujo  á  los  Magos  al  conocimiento  del  Mesías.  La  cruz  impre- 
sa en  el  hombro  de  Francisco  es  el  Tau  misterioso,  que  lo  alista 
desde  entonces  entre  los  escogidos  de  su  Pueblo.  La  estrella  de  Do- 
mingo es  aquella  luz  brillante,  más  excelente  en  su  virtud,  capaz  de 
dar  más  honor,  más  gozo  al  Pueblo  de  los  cristianos,  que  la  otra  que 
apareció  en  la  persona  de  Ester  al  antiguo  pueblo  de  los  Judíos: 
Aoffl  lux  oriri  visa  est,  honor  et  gaudium.  La  cruz  de  Francisco  es 
la  señal  impresa  en  la  bandera,  que  según  el  consejo  de  Isaías  levan- 
tará algún  día  sobre  el  monte  tenebroso  en  señal  del  triunfo  que  ha 
de  conseguir  de  Babilonia:  Super  niontem  caliginosum  lévate  signum. 
La  estrella  de  Domingo  es  un  astro  de  primera  magnitud  que  lo  ha- 
ce desde  entonces  luz  del  mundo.   La  Cruz  de  Francisco  es  aquel  te- 

11 


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soro  escondido,  en  que  él  encuenti-a  la  preciosa  margarita  del  Evan- 
gelio, por  cuyo  logro  dará  algún  día  cuánto  tenga,  y  es  capaz  de 
poseer  en  este  mundo.  ¡Estrella  de  Domingo!  Hijos  de  este  Santo 
Patriarca,  por  ella  sois  vosotros  los  hijos  de  la  luz:  Omnes,  ergo  vos 
filii  lucis  estes.  ¡Cruz  de  Francisco!  Hijos  de  este  gran  Patriarca, 
por  ella  sois  vosotros  sus  Benjamines,  hijos  del  dolor  y  penitencia: 
Filius  doloris  mei.  Esta  es  la  nobleza  que  heredáis  de  vuestros  Pa- 
dres: estas  son  las  armas  que  os  distinguen  y  caracterizan.  Dejad, 
que  los  nobles  según  la  carne  vinculen  su  honor  en  un  poco  de  polvo 
que  lo  disipa  el  viento,  en  débiles  láminas  que  el  tiempo  las  consu- 
me. En  vuestros  corazones,  mejor  que  en  cedro,  están  gravados  estos 
anticipados  rasgos  de  nobleza. 

Pero  entretanto  que  os  envanecéis  santamente  con  tan  lisonjeros 
pensamientos,  pasemos  á  descubrir  los  efectos  de  estos  soberanos 
anuncios.  Ellos  nos  prometen  en  Domingo  y  Francisco  unos  hom- 
bres, cuyos  rápidos  progresos  en  el  camino  de  la  virtud  los  colocaran 
en  la  cumbre  de  la  santidad  en  el  principio  de  su  carrera:  unos  hom- 
bres, niños  en  el  orden  de  la  naturaleza,  pero  perfectos  ancianos  en 
la  cronologhx  de  la  gracia:  unos  hombres,  que  por  una  idea  contraria 
á  las  máximas  del  mundo,  vieron  siempre  sembrado  de  espinas  el 
espacioso  camino  de  los  deleites,  ancha  y  adornada  de  flores  la  estre- 
cha senda  de  la  virtud:  unos  hombres,  cuyas  grandes  almas  son  de 
aquellas,  que  en  los  tiempos  decretados  por  la  eterna  sabiduría,  ex- 
trae el  Altísimo  del  tesoro  de  sus  misericordias,  para  hacer  alarde  en 
los  ojos  del  mundo  del  poderoso  esfuerzo  de  su  brazo:  unos  hom- 
bres, que  cada  uno  de  ellos  puede  llamarse,  como  el  otro  famoso 
restaurador  del  Sión,  un  milagro  en  la  mano  del  Señor:  Ipse  quasi 
signum  in  dextera  manu.  Unos  hombres,  en  fin,  cuya  vida  tendrá  por 
primicias  las  virtudes. 

Con  efecto:  el  primer  paso  que  se  dá  para  adquirirlas  es  el  des- 
precio y  el  abandono  de  un  mundo,  que  funda  el  capital  de  su  nobleza 
en  vanidades,  títulos  brillantes,  y  glorias  aparentes.  La  familia  de 
Domingo  ilustre  por  su  sangre,  por  las  acciones  de  sus  héroes,  por 
la  antigüedad  de  su  origen  le  presentaba  las  proporciones  más  venta- 
josas para  formarse  grande  según  el  mundo.  La  familia  de  Francis- 
co entroncada  en  la  noble  sangre  de  los  Moriscos,  ascendencia,  en 
cuyo  escudo  se  vé  un  patente  testimonio  de  su  antigüedad,  y  que 
había  atesorado  las  riquezas  do  los  más  remotos  países  con  creces  de 
ganancias,  y  seguridad  de  créditos,  le  abría  camino  para  buscar  su 
gloria  entre  los  honores,  grandezas  y  felicidades,  con  que  brinda  el 


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mundo  k  quien  le  sigue.  Sin  embargo  uno  y  otro  pudieron  reconve- 
nir á  sus  Padres  con  las  palabras  de  Cicerón  al  antiguo  Salustio:  yo 
por  mi  virtud  vengo  ti  dar  principio  de  nobleza  á  los  míos;  pero  tú, 
Salustio,  vienes  íi  ser  ñn  de  la  que  los  tuyos  tuvieron.  En  conse- 
cuencia de  esto  Domingo  estima  en  poco  estos  dictados  de  honor, 
que  vincula  en  sí  mismo  el  respetable  apellido  de  Guzmán.  Despre- 
cia el  oro  y  la  plata,  las  posesiones,  los  mayorasgos,  los  respetos 
todos  que  lo  ligan  con  el  mundo,  y  viviendo  en  medio  de  él,  solo  fué 
individuo  de  la  familia  ilustre  do  la  virtud.  Dueño  absoluto  de  sus 
sentidos,  de  sus  inclinaciones,  de  sus  pensamientos,  de  su  corazón,  de 
todo  el  mismo,  hizo  pacto  con  sus  ojos,  como  otro  Job,  para  no  des- 
lizarse ¿i  mirar  los  encantadores  objetos  que  roban  sin  sentir  la  tran- 
quilidad del  alma.  Como  otro  Bautista  reproducía  desde  entonces, 
en  su  inocente  cuerpo  aquellas  penitencias,  aquellos  ayunos,  aquellas 
maceraciones,  con  que  el  santo  precursor  de  Jesucristo  llenó  de  ho- 
rror los  insensibles  peña.scos  del  desierto.  Como  otro  Tobías  tenia 
por  ejercicio  la  caridad,  por  mansión  el  templo  santo,  por  ocupación 
continua  el  Libro  sagrado  de  la  Ley.  La  fuerza  de  la  gracia,  sin 
esperar  los  pasos  lentos  de  la  natui-aleza,  encendió  desde  luego  en 
las  inocentes  y  delicadas  fibras  do  su  corazón  un  fuego,  en  que  con- 
sumió los  deseos  de  gloria,  los  sentimientos  de  carne,  los  resabios  del 
siglo,  todo  cuanto  tenia  de  hombre,  por  dar  lugar  solo  á  Dios.  Fran- 
cisco á  pesar  de  un  sueño  misterioso,  que  él  no  entiende,  y  que  á  su 
parecer  le  anuncia  felicidades  y  glorias  en  la  carrera  de  las  armas,  á 
pesar  también  de  los  dictámenes  de  un  Padre,  que  miraba  su  desinte- 
rés y  profasión,  como  un  crimen,  que  tenia  por  objeto  la  disipación 
de  sus  caudales  y  el  deshonor  de  su  casa;  á  pesar  igualmente  de  los 
sentimientos  de  una  Madre,  en  cuyo  corazón  hacían  la  impresión  más 
fuerte  las  extravagancias  y  padecimientos  de  un  hijo,  que  poco  antes 
era  por  su  discresión,  por  su  liberalidad,  por  su  cordura  el  hechizo  de 
las  voluntades,  y  la  flor  de  la  juventud  de  Asís;  á  pesar,  digo,  de  to- 
dos estos  respetos,  capaces  cada  uno  de  vencer  al  corazón  más  inflexi- 
ble, dócil  solo  á  las  inspiraciones  de  la  gracia,  oye  la  voz  de  Dios, 
que  insinuándose  en  su  alma  de  un  modo  perceptible,  aunque  inex- 
plicable, enseña  y  revela  á  este  Párvulo  la  ciencia  de  la  caridad, 
ciencia  de  las  ciencias,  que  en  expresión  del  mismo  Jesucristo,  huye 
y  se  esconde  de  la  soberbia  y  vanidad  de  los  sabios,  nobles  y  pruden- 
tes del  siglo.  Un  solo  hecho  singular  en  la  vida  de  Francisco  da  de 
un  golpe  y  ofrece  como  en  un  punto  de  vista  el  complejo  de  sus  vir- 
tudes.  Yo  lo  veo  en  la  presencia  del  Obispo  de  Asis  despojarse  de 


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sus  pobres  vestidos,  y  hasta  del  derecho  que  le  había  dado  la  natu- 
raleza, para  llamar  padre  al  que  lo  era  por  la  carne:  hecho  asombro- 
so que  juzgado  por  las  comunes  leyes  del  siglo,  ofrece  un  ejemplar  de 
impiedad  é  ingratitud;  pero  que  regulado  por  los  dictámenes  de  la 
gracia  reproduce  en  la  persona  de  Francisco  al  patriarca  de  Idumea: 
Nudas  egresus  siim  de  útero  mafris  mece,  et  nudus  reventa)'  illiic.  Sí: 
desnudo  de  hinchazón  y  vanidad  del  mundo;  desnudo  do  aquella  cie- 
ga avaricia,  que  hace  todo  el  capital  de  sus  amadores;  desnudo  de  la 
delicadeza  afeminada,  madre  fecunda  de  los  vicios  más  vergonzosos 
pero  vestido  de  la  humildad,  del  desprecio  de  las  riquezas  y  de  la 
mortificación  de  Jesucristo,  siguiendo  en  esto  el  consejo  de  San  Pa- 
blo: Mortificationem  Jesu-Christi  in  corpore  nos  tro  circunferentes. 
Tales  son  las  primicias  de  unas  vidas,  cuyos  primeros  pasos  fueron 
de  Dios;  y  tales  son  mis  adorados  padres  Domingo  y  Francisco,  cuyas 
%irtudes  los  formaron  héroes  desde  el  principio  de  su  carrera. 

Después  de  esto  ¿qué  esperáis,  oyentes,  de  unos  jóvenes,  que  por 
consagrarse  á  Dios,  sacrifican  los  dones  de  la  naturaleza,  y  los  ha- 
cen victimas  de  la  gracia?  ¿Qué  os  prometéis  de  Domingo  y  Fran- 
cisco, que  en  la  primavera  de  sus  años,  en  una  edad,  en  que  otros  sus- 
piran por  hacer  fortuna,  en  una  edad  en  que  los  más  moderados 
levantan  en  su  imaginación  torres  de  viento,  y  fomentan  sus  deseos 
con  las  más  lisonjeras  esperanzas;  en  una  edad.  ...  lo  sabéis  vosotros 
jóvenes  incautos,  que  no  conocéis  otro  Dios  que  el  mundo  que  ado- 
ráis; en  una  edad,  digo,  en  que  aun  no  habían  experimentado  mis 
santos  Padres  el  fondo  de  inconstancia  que  encubren  sus  encantos, 
se  desprenden  no  obstante,  de  todas  las  criaturas  por  unirse  á  su 
criador:  se  desnudan  de  los  afectos  de  la  carne  y  sangre,  y  quedan 
insensibles  á  los  deleites  y  falsos  brillos  del  siglo?  ¿Qué  os  prome- 
téis? Nada  otra  cosa,  á  la  verdad,  sino  que  esas  virtudes  que  fueron 
por  tempranas  las  primicias  de  su  vida,  formen  por  su  plenitud  todo 
el  esplendor  de  su  mérito. 

Seguid  conmigo  sus  pasos,  y  veréis  santificado  cada  momento 
con  multiplicados  rasgos  de  perfección. 

Entre  tanto,  caminos  de  Sión,  no  lloréis  ya  vuestra  soledad.  Es- 
tos dos  héroes  que  valen  por  mil,  enjugan  vuestras  lágrimas.  Ellos 
llegarán  á  frecuentaros  hasta  hacer  en  vosotros  familiares  las  vir- 
tudes. Por  donde  acaban  otros  empezarán  estos  su  carrera.  De- 
jarse á  si  mismo,  dice  el  Padre  San  Gregorio,  es  lo  último  que  hace 
el  hombre.  Dejará  todas  las  cosas:  su  corazón  que  no  es  criado  sino 
para  lo  eterno,  se  desprenderá  fácilmente  de  lo  visible  ó  terreno;  La- 


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boriosum  non  est  homitñ,  relinquere  sua.  Poro  negarse  h  sí  mismo  

¡Oh!    Esta  es  la  grande  obra,  para  cuya  ejecución  debe  emplearse 
todo  el  poder  de  la  gracia,  porque  excede  los  débiles  esfuerzos  de  la 
naturaleza:  Valde  laboriosum  est  relinquere  semetipsusum.  No  obstante 
este  es  el  gigante  paso  que  dan  Domingo  y  Francisco  en  las  delicadas 
sendas  de  la  .virtud.    Porque  yo  advierto,  oyentes,  en  mis  adorados 
Padres,  unos  hombres  insensibles  ya  á  los  impulsos  del  amor  propio, 
negados  enteramente  al  uso  de  sus  sentidos,  gustosos  en  los  traba- 
jos, sin  inquietud  entre  los  desprecio,  sin  amor  en  los  lugares  en 
donde  se  les  ama  y  reverencia,  sin  repugnancia  entre  los  pobres  y 
humildes,  sin  afectación  entre  los  grandes  y  ricos,  sin  solicitudes  so- 
bre la  tierra,  sin  temor,  sin  curiosidad,  sin  ardor,  sin  deseos:  en  una 
palabra,  unos  hombres  que  sin  oirse  á  si  mismo,  solo  escuchan  la  voz 
de  Dios,  y  el  impulso  de  la  gracia.    Domingo  rompe  los  vínculos  de 
la  carne  y  de  la  sangre,  abraza  el  estado  Eclesiástico,  se  entra  en  la 
iglesia  catedral  de  Osma,  donde  un  celoso  obispo  acaba  de  reformar 
su  clero.    Alli  empieza  á  formarse  aquel  gran  sacerdote,  que  lucirá 
algún  dia  como  la  estrella  de  la  mañana  en  medio  de  las  tinieblas; 
como  el  arco  resplandeciente  que  se  pinta  en  las  nubes  del  aire;  como 
la  luna  en  toda  su  plenitud,  ó  como  el  sol  cuando  brilla  en  su  zenit. 
Francisco  desaforado  enteramente  de  las  leyes  á  que  pudiera  sujetar- 
lo la  patria  potestad,  desprendido  de  las  dulces  caricias  de  una  ma- 
dre tierna,  amorosa  y  compasiva,  dócil  al  oráculo  divino,  que  le 
anuncia  el  método  de  vida  que  debe  abrazar  conforme  á  los  designios 
de  la  Providencia,  se  viste  un  saco  ceñiciento  y  grosero,  se  ciñe  con 
un  cordel  nudoso,  y  descalzo  enteramente  se  echa  á  correr  por  la 
estrecha  senda  de  la  cruz.    Desde  entonces  se  me  figura  un  Elias  en 
medio  de  Israel,  ó  un  Bautista  entre  las  espantosas  breñas  del  de- 
sierto.   A  lo  menos  de  ambos  copia  las  virtudes  hasta  sus  menudos 
ápices. 

¡Qué  caminos  al  parecer  tan  diversos,  uno  de  gloria,  otro  de 
abatimiento!  Sin  embargo  ellos  conducen  á  estos  dos  héroes  al  en- 
cumbrado monte  de  la  santidad.  Vencidos  los  primeros  pasos,  se 
hallaron  de  improviso  en  aquel  punto  de  vista,  desde  donde  descu- 
brían el  dilatado  y  ameno  campo  de  la  virtud.  ¡Qué  anclas  para  ad- 
quirirla! ¡Qué  priesa  no  se  dan  para  poseerla!  Su  hermosura  les 
arrebata  el  alma:  cada  una  de  ellas  se  les  presenta  acreedora  á  todo 
su  aprecio,  y  ellos  raismos  ignoran,  cual  debe  llevar  la  preferencia. 
¿Habéis  visto  á  un  hombre  de  esos  que  el  mundo  caracteriza  por  de 
gusto  fino  y  delicado,  que  logró  entrar  á  un  jardín  ameno,  y  puesto  en 


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medio  de  la  inumerable  variedad  de  flores,  que  lo  adornan,  de  unas 
le  incita  la  fragancia,  de  otras  le  arrebata  la  hermosura;  ya  de  estas 
le  mueven  los  colores,  ya  la  simetría  de  aquellas  le  sorprende,  y  en 
la  dulce  suspensión,  que  enagena  sus  sentidos,  no  acierta  á  determi- 
narse sobre  el  mérito  de  alguna,  temeroso  de  agraviar  su  propio  gus- 
to; pero  que  al  fin  forma  de  todas  ellas  un  vistoso  ramo,  en  que  une 
industrioso,  lo  hermoso  con  lo  vario,  llenando  de  este  modo  toda  la 
amplitud  de  sus  deseos?    Pues  ved,  ahí  una  tosca  figura,  un  rudo 
bosquejo,  cpie  diseña  los  movimientos  de  aquellos  dos  corazones  en 
el  instante  que  se  presenta  á  su  vista  el  ameno  huerto  del  Esposo, 
donde  sirven  de  ñores  y  de  frutos  las  virtudes.    Ya  se  deciden  por  la 
humildad:  ellos  saben  que  esta  virtud  es  el  cimiento,  sobre  que  está 
fundado  el  estable  edificio  de  la  perfección,  y  que  á  sólo  el  humil- 
de está  prometida  la  exaltación.    Ya  se  inclinan  á  favor  de  la  pobre- 
za: ellos  conocen  que  la  opuleneia  del  oro,  en  expresión  de  Isaías, 
fUó  entrada  en  el  mundo  á  los  abominables  ídolos,  ó  á  aquellos  simu- 
lacros, que  en  sentir  del  Profeta  son  el  objeto  del  corrompido  cora- 
zón del  hombre.    Advierten  que  en  el  Eclesiástico  está  escrito,  que 
es  bienaventurado  aquel  varón  que  no  caminó  tras  el  oro  y  que  no 
puso  su  esperanza  en  los  tesoros.    El  retiro  y  soledad  en  que  tantos 
han  invocado  en  silencio  el  nombre  santo  de  un  Dios  pacifico,  arras- 
tra con  violencia  su  corazón.    El  celo  que  armó  á  los  Apóstoles  para 
pelear  las  batallas  del  Señor,  para  reparar  los  Altares  destruidos, 
para  mantener  la  Iglesia,  para  consen-ar  y  mantener  la  fé  en  el  Cris- 
tianismo, los  ejecuta  por  instantes.    La  penitencia,  esa  virtud  nece- 
saria después  del  pecado,  que  ha  consagrado  tantas  víctimas  á  Dios, 
hostias  vivas,  hostias  santas,  hostias  agradables  á  sus  Divinos  ojos; 
la  penitencia  les  arrebata  la  atención  y  los  deseos.    De  una  vez:  las 
virtudes  todas,  y  cada  una  de  por  si  se  les  presentan  adornadas  de 
un  carácter  particular,  que  las  hace  amables.  ¿A  cuál,  pensáis,  oyen- 
tes, darían  lugar  de  preferencia  mis  adorados  Padres?  ¡Pregunta 
inoficiosa!    La  gracia  se  ha  derramado  de  lleno  en  sus  corazones.  A 
esfuerzo  de  este  don  divino  prevalezca  desde  luego  el  celo  en  los 
Apóstoles,  la  fortaleza  en  los  Mártires,  la  penitencia  en  los  Confeso- 
res, la  pureza  en  las  Vírgenes,  la  abstrácción  en  los  Solitarios,  ol  des- 
precio de  las  riquezas  en  los  pobres  Evangélicos.    Domingo  y  Fran- 
cisco destinados  por  la  Providencia  para  sucesores  de  estos  héroes  de 
la  gracia,  merecerán  este  renombre  ilustre,  reuniendo  en  si  las  virtu- 
des de  todos  ellos. 

(Humildad  santal    No  puedes  ser  nombrada  sin  que  ocurran  á 


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la  memoria  Domingo  y  Francisco,  mis  Santos  Padres.  Sin  acordarse 
una  vez  sola,  ó  más  bien,  teniendo  en  poco  el  alto  origen  que  debie- 
ron al  mundo,  hacen  de  la  humildad  el  caudal  de  su  nobleza.  Do- 
mingo, cuya  gentileza  y  hermosura  le  habrían  puerta  franca  á  la 
estimación  de  cuantos  le  miraban:  Domingo,  cuya  ciencia  y  vasta 
literatura  le  hacían  acreedor  al  aplauso  y  veneración  de  los  Sabios: 
Domingo,  cuyas  virtudes,  y  relevantes  cualidades  le  habían  merecido 
el  alto  concepto  de  ser  quizá  el  único  en  su  siglo,  capaz  de  llevar  so- 
bre su  cabeza  todo  el  peso  de  la  Tiara:  Domingo,  señores,  es  en  su 
juicio  aquel  hombre  de  perdición,  aquel  vil  gusano  que  merece  ser 
hollado  de  la  plebe  más  despreciable.  Yo  me  lleno  de  confusión,  yo 
me  abismo  al  contemplarlo  postrado  sobre  la  tierra,  bañados  de  lá- 
grimas sus  ojos,  y  pidiendo  á  Dios,  que  no  descargue  el  brazo  de  su 
furor  sobre  los  moradores  del  pueblo,  á  donde  entraba  á  predicar  su 
palabra,  dando  por  causa,  que  en  él  entraba  el  jnayor  pecador  del 
mundo.  En  consecuencia  de  este  bajo  concepto  que  formaba  de  sí 
mismo,  rehusa  admitir  las  primeras  dignidades  de  la  Iglesia,  burlando 
los  vivos  conatos  de  cuantos  quieren  condecorarlo  con  ellas.  Cuatro 
Mitras,  de  que  él  no  .se  juzga  digno,  son  los  despojos  más  brillantes 

de  su  humildad.  Francisco  ¿Pero  hay  más  que  decir  después  de 

haberlo  nombro  lo?  ¿No  os  acordáis,  que  este  es  aquel  joven,  flor  de 
la  juventud  de  Asís,  cuyas  prendas  naturales,  cuya  ascendencia  ilus- 
tre, cuyas  riquezas,  cuyas  conexiones  le  proporcionaban  en  cualquier 
carrera  la  más  brillante  fortuna?  ¿No  os  acordáis,  que  este  es  aquel 
mismo  Joven,  cuyas  virtudes  raras,  lieroicas,  superiores  á  su  edad, 
eran  la  admiración  de  su  Patria,  que  veneraba  en  él  un  portento,  un 
fenómeno  de  santidad?  Pues  este  es  sin  embargo,  el  que  en  sus  ma- 
yores años  se  juzga  indigno  del  común  aprecio  de  los  hombres.  El 
traje  que  elige  para  parecer  ante  ellos,  depone  á  favor  de  su  humil- 
dad. Los  dictados  de  loco,  necio  y  extravagante  forman  el  honor, 
de  que  él  se  precia.  En  el  mismo  hecho,  que  él  se  anuncia  Pregone- 
ro del  Gran  Eey,  excita  la  crueldad  de  unos  bandidos,  para  que  le 
arrojen  como  á  un  fatuo  en  una  hoya  de  nieve  en  lo  más  erizado  del 
invierno.  Este  es,  el  que  huye  temeroso  de  las  sagradas  Aras,  sin 
atreverse  á  tocar  al  Santo  de  los  Santos.  Midiendo  su  indignidad  por 
la  pureza  de  aquella  transparente  redoma  herida  de  los  rayos  del  sol, 
que  Dios  le  muestra,  rehusa  anumcrarse  entre  el  Real  Sacerdocio, 
entre  la  gente  santa,  entre  el  Pueblo  de  adquisición,  entre  los  Levitas 
del  Señor.  ¡Ah!  que  confusión  para  mí  y  para  cuantos  tienen  el  ho- 
nor de  estar  escritos  en  el  padrón  de  la  Tribu  destinada  al  Ministerio 


—  168  — 


Santo!    Un  San  Francisco  de  Asís          ¡Oh!  humildad  santa;  cuanto 

ensalzas  á  Francisco,  tanto  acusas  nuestra  temeridad  y  osadia.  Este 
es,  el  que  por  un  exceso  de  abatimiento  manda  por  obediencia  á  un 
hijo  suyo,  le  ultraje  muchas  veces  de  palabra,  y  que  otras  tantas  le 
pise  la  boca  con  desprecio.  Este  es,  el  que  se  manda  llevar  por  la 
plaza  pública  de  Asís  desnudo  y  cubierto  solo  de  cilicios,  con  un  do- 
gal al  cuello,  del  que  tiraba  uno  de  sus  hijos,  dando  un  público  testi- 
monio de  que  en  su  concepto  debía  ser  tratado  como  bestia.  Este 

es  Pero  ¿será  posible  daros  menudamente  todos  los  lances,  que 

prueban  en  el  discurso  de  su  vida  lo  profundo  de  la  humildad?  Vos, 
Dios  mío,  vos  mismo  preparasteis  á  este  humilde  párvulo  aquel  lu- 
gar, que  perdió  Luzbel  por  su  sobervia.  Oyentes:  entonces  se  verifi- 
có con  propiedad  aquello,  de  que  Dios  depuso  de  su  trono  á  los 
sobervios,  para  colocar  en  él  á  los  humildes:  Deposuit  potentes  de 
sede,  et  exaltavit  humiles. 

Ved  aquí  vencido  ya  por  mis  Santos  Padres  aquel  paso,  que  San 
Gregorio  juzgaba  tan  difícil  en  la  senda  de  la  virtud:  Valdé  láborio- 
sum  est  relinquere  seuietlpsum.  ¿Y  os  parece,  que  los  que  tan  fácil- 
mente se  dejaron  á  sí  mismos,  pegarían  sus  corazones  á  lo  visible  y 
terreno?  ¡0  santa  pobreza!  ¡O  virtud  altísima,  que  formasteis  todo 
el  capital  del  Hijo  del  mismo  Dios  acá  en  la  Tierra!  ¡O  santa  pobre- 
za! ¿Quién  os  honró  más,  ni  os  poseyó  en  grado  más  heroico  que 
mis  Santos  Padres  Domingo  y  Francisco?  Ricos  Poderosos,  grandes 
del  inundo,  hombres,  que  tenéis  puesto  vuestro  corazón  donde  está 
vuestro  tesoro:  venid  conmigo  á  aprender  en  la  vida  de  estos  héroes 
el  aprecio  que  merecen  esos  ídolos  á  quienes  sacrificáis  vuestra  tran- 
quilidad y  reposo.  ¿Queréis  riquezas?  Venid  á  encontrar  las  verda- 
deras que  están  ocultas  bajo  los  velos  de  una  pobreza  humilde.  Si 
el  padre  de  Raquel  hubiese  registrado  las  pobres  jergas  de  la  cabal- 
gadura de  su  hija,  allí  hubiera  encontrado  su  perdido  tesoro.  Tan 
cierto  como  esto  es,  que  solo  en  la  pobreza  se  hallan  las  verdaderas 
riquezas.  Domingo  y  Francisco  lo  conocen,  y  nada  omiten  para  po- 
seerla. Ellos  son  los  ejecutores  fieles  de  aquel  consejo  Evangélico: 
Vendite  quoe  posidetis:  dad  de  mano  á  cuanto  poseéis  en  esta  vida. 
Formad  unos  zurrones  que  jamás  se  envejecen,  adquirid  un  tesoro 
que  nunca  puede  faltaros,  que  ni  el  ladrón  pueda  robarlo,  ni  la  poli- 
lla consumirlo:  Facite  vobis  sácenlos  qui  non  veterasciint,  thesaurum 
non  deficientem  in  Coelis:  qiio  fur  non  appropiat,  ñeque  tinea  corrumpit. 
Consejo  Divino,  (jue  fué  la  norma,  el  norte  fijo,  á  que  dirigieron  las 
acciones  de  su  vida.   En  consecuencia  de  esto,  sus  vestidos  no  son 


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aquellos  adornos  con  que  vió  San  Jaan  &  la  mujer  del  Apocalypsi: 
son  unos  pobres,  groseros  y  remendados  sacos.  El  lecho  en  que  des- 
cansan sus  débiles  miembros,  no  es  oti'o,  que  el  duro  suelo;  lecho  se- 
mejante á  aquel  en  que  descansó  Jacob  cuando  mereció  ser  ilustrado 
con  la  maravillosa  visión  de  aquella  escala  que  llegaba  á  los  Cielos; 
lecho,  en  que  durmiendo  pobres,  se  recordaban  ricos,  á  distinción  de 
aquellos  varones  de  las  riquezas,  de  quienes  habla  David,  que  dur- 
miendo un  sueño  profundo,  al  fin  recuerdan  pobres  de  verdaderos 
bienes:  Dormierunt  sonnuin  sunm  et  nihil  invenerunt  viri  divitiarum 
in  7nanibus  suis.  Enemigos  declarados  de  lo  supérfluo  y  vano,  dejan  k 
la  pobreza  por  cimiento  y  piedra  fundamental  de  estas  vastas  fami- 
lias, hijas  de  la  fecundidad  de  su  espíritu,  nacidas  en  brazos  de  la 
pobreza,  sustentadas  á  expensas  de  la  Providencia,  estendidas  hasta 
los  últimos  confines  de  la  tierra,  sin  más  caudal  que  la  pobreza  evan- 
gélica; dueños  de  todo  el  mundo;  cuanto  menos  tienen,  cuanto  menos 
poseen:  Tanquam  nihil  habentes  et  omnia  possidentes.  ¿Qué  máximas 
no  entablan  para  hacer  firmes  estos  edificios  ideados  por  su  espíritu 
sobre  la  base  sólida  de  la  pobreza  altísima?  Conventos  reducidos, 
celdas  estrechísimas,  viandas  groseras,  hábitos  toscos,  mendicación  de 
puerta  en  puerta;  ved  aquí  las  leyes  que  promulgan,  y  cuya  observa- 
ción celan  hasta  el  último  instante  de  su  vida. 

Individualicemos  hechos  que  lo  comprueban.  Yo  me  acuerdo 
de  aquella  ocasión,  en  que  llegando  Domingo  al  Convento  de  Bono- 
nía,  y  reparando  en  la  fábrica  algún  exceso  de  los  límites  que  permi- 
tía la  pobreza,  llenos  de  lágrimas  sus  ojos,  y  olvidado  enteramente 
de  la  modestia  que  le  era  connatural,  dió  un  clamoroso  grito,  índice 
cierto  de  su  sensible  dolor.  ¿En  mi  tiempo  labráis  Palacios?  ¿Qué 
haréis  cuando  yo  muera?  Yo  me  acuerdo  igualmente  que,  al  ver 
Francisco  en  la  misma  Ciudad  de  Bononia  el  Convento  de  sus  hijos, 
cuya  fábrica  era  más  suntuosa  que  lo  que  permitía  el  estrecho  dicta- 
men de  la  pobreza,  escandalizado  del  exceso:  ¿Es  esta,  dijo,  la  ino- 
rada di  los  pobres  Evangélicos?  ¿Es  esta  la  casa  de  los  menores?  Más 
parece  Palacio  magnífico  de  Principes.  Huye  por  lo  mismo  de  él,  y  se 
hospeda  en  el  Convento  de  su  amado  hermano  Domingo.  Inflexible 
á  los  ruegos  y  lágrimas  de  sus  hijos,  maldice  al  fin  al  protervo,  con- 
tumaz é  inobediente  promotor  de  aquella  fábrica,  y  su  muerte  escan- 
dalosa justifica  el  celo  de  la  pobreza  en  Francisco.  ¡0  santa  pobreza! 
Yo  vuelvo  á  preguntaros:  ¿Quién  os  honró  jamás,  ni  os  recomendó 
tanto  como  estos  dos  ricos  Evangélicos?  Domingo  rico  ya  con  la 
cercana  posesión  de  una  gloria,  premio  debido  á  sus  méritos,  no  se 


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olvida  de  encomendarla  á  sus  hijos,  como  la  única  herencia  con  que 
quería  enriquecerlos.  La  pobreza,  les  dijo,  la  loóbreza  os  encargo: 
cuidad  de  que  no  se  os  pierda  el  lustre  que  da  á  la  predicación  el  ser 
pobres,  al  modo  que  lo  fué  vuestro  Divino  y  celestial  Maestro.  Fran- 
cisco, llevando  hasta  el  último  suspiro  los  excesos  de  su  amor  á  esta 
virtud,  á  quien  llamaba  continuamente  mi  Señora,  se  manda,  antes 
de  espirar,  poner  desnudo  sobre  el  duro  suelo,  y  cruzando  sobre  el 
pecho  los  brazos,  puestos  en  elevación  sus  ojos,  no  vuelve  en  si  hasta 
que  se  le  ofrece  de  limosna  el  hábito  conque  debe  amortajarse.  A 
vista  de  esto  dad  vosotros  los  gloriosos  epítetos  que  queráis  á  mis 
adorados  Padres;  todos  encontrarán  en  ellos  relevantes  motivos  que 
los  justifiquen;  pero  yo  estoy  en  posesión  de  poder  llamarlos  héroes 
de  la  pobreza  Evangélica,  sin  que  pueda  disputarles  este  título  su 
asombrosa  penitencia. 

¿Asombrosa,  dije?  Ahora  añado,  incomparable.  Perdonadme  An- 
tonios, Pablos,  Hilariones,  Macarios  y  Pacomios.  Vosotros  mismos  os 
llenaríais  de  asombro,  si  desde  el  espantoso  desierto  que  habitabais, 
hubieseis  registrado  la  silenciosa  cueva  de  Segovia,  y  las  solitarias 
grutas  del  monte  Alverne.  ¡0  cueva!  ¡O  grutas!  Fieles  testigos  de  las 
crueles  mortificaciones  de  Domingo  y  Francisco,  ¿no  hablaréis  para 
nuestro  ejemplo?  ¡Ah!  ellas  nos  dirían  entonces,  cuantas  veces  se  en- 
ternecieron, al  ver  á  estos  dos  inocentes,  sentir  y  llorar  amargamente 
la  venialidad  de  sus  culpas,  sin  quejarse  jamás  de  la  gravedad  de  sus 
penas.  Elias  nos  referirán  las  veces  que  se  horrorizaron  al  oír  aquellos 
crueles  golpes,  aquellas  tempestades  de  azotes  que  resolviéndose  en 
lluvias  de  sangre,  inundaron  sus  peñascos.  Se  ablandarían,  se  enter- 
necerían ciertamente  porque  ¿qué  piedras,  qué  bronces  pudieran  no 
enternecerse  á  vista  de  aquella  admirable  competencia,  de  aquella 
santa  emulación,  con  que  sus  ojos  y  sus  venas  vertían  á  un  tiempo  ríos 
de  lágrimas  y  sangre?  Domingo  se  da  indispensablemente  al  día  tres 
sangrientas  disciplinas,  que  dejando  casi  exánime  su  cuerpo,  hacen 
correr  su  sangre  en  multiplicados  arroyos,  á  quienes,  la  Iglesia 
en  su  Oficio,  llama  Ríos  por  lo  que  tenían  de  copiosos.  Francisco 
emplea  en  sus  carnes  las  aceradas  puntas,  las  cadenas  de  hierro,  que 
rompiendo  sus  venas  hacen  un  destrozo  general  en  su  cuerpo.  Sus 
desmayos  indican  la  debilidad  á  que  lo  han  reducido  sus  penitencias. 
Domingo  y  Francisco,  no  parece  que  se  acuerdan  de  su  cuerpo,  sinó 
para  mortificarlo.  Un  espantoso  cilicio,  ¿qué  digo  uno?  muchos  de  di- 
versa especie  aprisionan  sus  carnes,  y  hacen  su  común  vestido.  Pueden 
decir  con  Da\id:  Posuit  vestímentum  tneum  cilicium.  Sus  ayunos  fre- 


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cuentes  formaron  de  ellos  los  robustos  Sansones  de  la  gracia.  Ni  las 
eufermedades,  ni  los  viajes  continuos,  ni  las  tareas  apostólicas  reca- 
ban de  Domingo  la  dispensa  menor  en  la  observancia  de  su  extremada 
abstinencia.  Francisco  llega  al  extremo  de  sustentarse  con  solo  medio 
pan,  una  Cuaresma  entera,  de  las  siete  que  ayunaba  en  cada  año. 
De  aquí  aquel  estado  espantoso  y  lamentable  á  que  reducen  sus 
cuerpos,  pasando  de  hombres  k  ser  puros  esqueletos.  Su  cutis  pálida 
y  denegrida,  pegada  intimamente  á  sus  huesos,  los  presentaba  k  la 
vista  dos  vivos  cadáveres,  ó  más  bien  dos  socos  leños:  adhcessit  cutis 
eorim  óssibns,  aruii,  et  facta  est  qtiasi  lignum.  Sus  rostros,  cuya  her- 
mosura modesta  era  antes  el  atractivo  de  los  corazones,  perdiendo 
enteramente  su  color  nativo,  aparecían  como  negros  carbones  que  los 
desfiguraba,  hasta  el  extremo  de  no  ser  conocido  por  ellos:  denigrata 
est  super  carbones  facies  eorum  et  non  sunt  cogniti  in  plateis.  No  es 
mia  la  pintura.  Parece  que  Jeremías  la  había  hecho  de  antemano  en 
los  habitantes  de  Palestina  con  alusión  á  estos  dos  grandes  Patriar- 
cas. Pero  ¿hasta  donde  ha  de  llegar  la  grandeza,  estensión  y  espan- 
toso rigor  de  sus  penitencias?  ¿Donde  ha  estudiado  su  generoso  espí- 
ritu tan  exquisitos  modos  de  sacrificarse?  ¿Donde?  En  aquel  libro 
abierto  por  todas  partes,  escrito  por  dentro  y  fuera;  en  Cristo  crucifi- 
cado. Este  es  el  Libro,  en  que  la  Sabiduría  Eterna  recopiló  las  doc- 
trinas que  había  enseñado  en  el  discurso  de  treinta  y  tres  años,  y  que 
autorizó  con  el  mayor  de  todos  sus  ejemplos:  Libro,  de  que  se  valió 
San  Pablo  para  instruir  todo  el  mundo  en  los  arcanos  de  la  más  alta 
Teología,  y  en  el  espíritu  del  Evangelio:  Libro,  de  cuya  única  cien- 
cia se  gloriaba  este  grande  Apóstol  cuando  decía  á  los  Corintios: 
Yo  no  he  juzgado  saber  más  entre  vosotros,  que  á  Jesu  Cristo,  y  este 
Crucificado.  Este  fué  el  libro  donde  aprendieron  mis  adorados  Padres 
la  humildad,  la  sumisión,  la  paciencia;  la  mansedumbre  en  las  perse- 
cuciones, las  exquisitas  penitencias,  con  que  se  propusieron  atormen- 
tar sus  cuerpos  para  eterno  monumento  del  odio  santo  que  abrigaban 
sus  corazones  contra  sí  mismos,  y  de  la  ardiente  caridad  hacia  á  Dios 
que  los  abrasaba. 

¡Caridad  de  Domingo  y  Francisco!  Sin  pensarlo  hemos  llegado 
ya  al  término,  en  que  las  virtudes  de  estos  dos  héroes  de  la  gracia 
por  su  sublimidad  van  á  formar  la  consumación  de  su  gloria,  como 
por  su  plenitud  han  hecho  el  explendor  de  su  mérito.  Caridad  de  Do- 
mingo y  Francisco:  caridad,  alma  de  las  virtudes,  Reyna  de  las  virtu- 
des, complemento  de  todas  ellas.  ¡Ah,  Señores!  ¿No  pensáis  que  aquí 
deberla  yo  empezar  el  Panegírico  de  mia  Santos  Padres?  Pero  ¿basta- 


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ría  acaso  un  solo  Panegirice  para  pintaros  cabalmente  un  amor  tier- 
no, dominante  y  fuerte?  Podría  yo  reducir  á  breves  cláusulas  las 
cualidades  de  un  amor  generoso,  impaciente  y  ansioso  por  acreditarse 
á  precio  de  costosos  sacrificios?  Abrasados  Serafines,  que  á  ser  capa- 
ces de  envidia,  la  tendríais  ciertamente  al  observar  las  voraces  llamas 
de  caridad  que  respiran  estos  dos  Serafines  en  carne  humana:  voso- 
tros, en  cuyos  brazos  descansaron  muchas  veces  sus  cuerpos  desfalle- 
cidos por  los  deliquios  de  amor,  apareced  en  este  santo  lugar,  á  dar- 
nos una  idea  de  la  vehemencia  de  aquel  fuego  dimano  que  abrasó  sus 
corazones  y  llegó  á  penetrar  las  médulas  de  su  alma.  ¡Qué  secretos, 
hermanos  míos!  Qué  nuevos  arcanos  de  amor  nos  descubrirían!  Noso- 
tros sabríamos  entonces  que  ellos  fueron  aquellas  enamoradas  almas, 
figuradas  en  la  Esposa  de  los  Cantares,  que  conjuraban  á  todas  las 
criaturas,  al  Sol,  al  fuego,  al  aire,  á  la  tierra,  á  todos  los  vivientes,  á 
los  Angeles  del  Cielo,  para  que  presentasen  á  su  amado  sus  gemidos 
tiernos,  sus  encendidos  suspiros,  sus  amorosas  congojas:  Abjuro  vos. . . 
ut  nuntietis  ei,  quia  amore  latigueo.  Sabríamos  entonces,  que,  heridos 
como  la  esposa  en  lo  más  vivo  del  alma,  eran  sus  corazones  dos  en- 
cendidos volcanes,  que  convertían  en  llamas  sus  deseos^  sus  pensa- 
mientos, sus  palabras,  todas  sus  obras.  No  penséis  que  los  sentimien- 
tos de  hijo  me  empeñan  en  exageraciones  distantes  de  la  verdad.  Do- 
mingo es  -^ásto  muchas  veces  convertido  en  vivo  fuego,  semejante 
á  una  encendida  ascua:  otras  se  le  observa  como  un  Sol  resplande- 
ciente, arrojando  por  sus  ojos,  no  centellas,  sinó  luces,  que  bañando 
todo  su  rostro,  lucía  aún  más  que  la  cara  de  Moysés  cuando  bajaba 
del  Sinai:  otras  lo  vieron  sus  hijos  en  figura  de  un  hermoso  ángel  con 
seis  alas,  enumerado  entre  aquellos  Serafines  del  Trono  que  vió 
Isaías.  ¿Queréis  mayores  pruebas  de  su  ardiente  caridad?  Francisco 
es  arrebatado  como  otro  Elias  en  una  carroza  de  fuego,  y  llevado  por 
los  aires  desde  Asís  hasta  la  distante  cabaña  de  Rigatorto  á  visitar  á 
sus  amantes  hijos.  Otra  ocasión  corren  presurosos  los  moradores  de 
Asís  á  la  Iglesia  de  Porciúncula  para  apagar  el  incendio  que  denotan 
las  espesas  nubes  de  humo,  que  salen  por  las  ventanas  y  claraboyas 
del  templo:  abren  precipitadamente  sus  puertas,  y  advierten. . .  ¡Oh 
espectáculo  admirable!  ¿Lo  creeréis.  Señores?  Francisco  y  su  hija  Clara, 
estáticos  y  suspensos  en  el  aire,  son  los  dos  animados  volcanes,  mejor 
diré,  los  dos  Serafines,  que  renuevan  en  Porciúncula  la  visión  mara- 
villosa del  Trono  de  Isaias.  Et  domus  repleta  est  fumo.  Domingo  y 
Francisco,  mis  adorados  padres,  no  pueden  contener  ya  en  su  pecho  la 
fogosa  caridad  en  que  se  abrasan.  De  aqui  aquellos  ardentísimos  de- 


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seos  de  sacrificar  sus  vidas  en  las  aras  del  amor,  anhelando  á  refrige- 
rarlo en  las  corrientes  de  su  sangre  aun  más  que  el  ciervo  herido  en 
las  aguas  de  las  fuentes.  De  a\[m  aquellas  admirables  éxtasis  en  que 
su  activa  caridad  los  deja  sin  uso  de  los  sentidos  y  sin  otro  ejercicio 
que  las  funciones  pertenecientes  á  la  parte  superior  del  alma.  De 
aquí  aquellos  frecuentes  y  asombrosos  raptos  que  arrebataban  su  espí- 
ritu con  tan  dulce  violencia;  con  tal  ímpetu,  con  tanta  fuerza,  que  á 
manera  de  exhalaciones  fogosas  cortan  la  región  del  aire,  hasta  per- 
derse de  vista  entre  las  nubes,  formando  de  ellas  pedestal  á  sus  plan- 
tas. De  aquí  aquella  devoción  tierna,  viva  y  eficaz  con  que  celebraba 
Domingo  el  tremendo  Sacrificio  de  la  Misa,  teatro  donde  se  dejaba 
ver  muchas  veces  en  un  profundo  éxtasis,  arrojando  llamas  de  su  rostro 
y  humo  de  su  cabeza,  índice  del  fuego  que  ardía  en  su  pecho.  De  aquí 
aquellos  gemidos  lastimosos,  aquellas  sentidas  quejas  de  Franci.sco  al 
contemplar  la  dolorosa  tragedia  de  la  Pasión  de  su  amado:  gemidos  que 
enternecían  los  peñascos  del  monte  Alberne,  quejas,  que  saliendo  del 
pecho  enamorado  de  Francisco,  resonaban  en  los  Cielos,  y  obligaron 
más  de  una  vez  al  Hijo  del  Eterno  Padre,  á  abandonar,  por  decirlo 
asi,  el  Palacio  de  su  gloria,  para  ocurrir  al  con.suelo  de  Francisco. 
\0h  qué  poderoso  es  el  amor!  ¡Qué  afectos  tan  maravillosos,  tan 
raros,  tan  extraordinaros  causa  en  los  corazones,  y  aún  en  los  cuer- 
pos en  que  prende  este  fuego  di\-ino!  ¿Queréis  creer,  Señores,  que  él 
es  poderoso  para  transformar  al  hombre  en  Dios  mismo?  De  la  esfera 
que  fuese  tu  amor,  dice  el  Padre  San  Agustín,  será  tu  mismo  ser. 
¿Amas  á  la  tierra?  Tierra  eres.  ¿Amas  á  Dios?  Eres  Dios.  Y  qué 
ejemplar  más  auténtico  puedo  yo  presentaros  de  esta  verdad,  que  mis 
adorados  Padres  Domingo  y  Francisco?  Su  amor,  esa  llama  Dimana, 
que  desprendida  del  Cielo,  se  cebó  en  sus  corazones,  como  en  otro 
tiempo  en  el  de  Jeremías,  los  ha  convertido  imágenes  vivas  de  su 
amado.  Domingo  es  un  girasol  místico,  que  poniendo  los  ojos  en  el 
Sol  de  justicia.  Cristo,  le  sigue  los  pasos  hasta  morir  crucificado, 
como  él,  en  las  afrentas  de  una  cruz.  No  es  hiperbólica  la  expresión. 
Cueva  de  Segovia,  otra  vez  os  nombro  para  presentar  á  mis  oyentes 
en  tu  concavidad,  como  en  un  figurado  calvario,  renovada  la  más 
lastimosa  tragedia  que  vieran  los  siglos.  Hablo  de  la  pasión  de  Cristo, 
verificada  segunda  vez  en  el  cuerpo  de  Domingo.  Dios,  á  quien  son 
aceptas  las  ansias  de  su  Siervo,  da  permiso  á  los  Demonios. . .  crueles 
verdugos,  inhumanos  Ministros  del  Poder  Divino,  .joncurrid  á  vuestro 
pesar  á  labrar  la  corona  debida  á  la  ardiente  caridad  de  Domingo  que 
va  á  formar  la  consumación  de  su  gloria.  Esto  es  un  hecho,  fieles.  Los 


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Demonios  ejecutores  de  los  designios  de  Dios,  azotan  cruelmente  al  va- 
rón Síinto;  colocan  en  su  cabeza  una  corona  de  penetrantes  espinas. . . 
Hijas  de  Sión,  almas  Religiosas,  quicTO  decir,  hijos  de  este  gran  Patriar- 
ca, acercaos  k  ver  vuestro  padi-e  coronado  con  la  diadema  de  gloria  en 
el  día  de  sus  desposorios  con  Cristo.  ¿Qué  más?  Lo  extienden  so- 
bre un  madero,  lo  clavan  de  piés  y  manos  en  él,  abren  su  costado  con 
una  aguda  lanza,  y  al  fin  lo  hacen  morir  entre  penas,  angustias  y 
dolores.  Domingo  es  muerto.  ¿Lo  habéis  visto?  ¿Sed  quid  existís  v¿- 
dere?  Os  pregunto,  como  en  otro  tiempo  Jesu-Cristo  á  las  Turbas,  con 
relación  á  la  persona  del  Bautista:  ¿A  quien  habéis  visto?  Arundinem 
vento  agitatam?  Á  una  caña  débil,  árida,  enjuta?  Tal  parece  Domingo, 
es  verdad,  y  á  este  estado  lo  han  reducido  sus  asombrosas  peniten- 
cias. ¿Sed  quid  existís  videre?  ¿Á  quién  habéis  visto?  ¿A  un  hombre 
vestido  con  blandas  y  delicadas  ropas?  ¿Hominem  moUibus  vestimentis 
indutum?  No  por  cierto.  Los  que  asi  adornan  su  cuerpo,  habitan  los 
Palacios  de  los  Reyes:  In  domibus  Begum  sunt.  ¿Sed  quid  existís 
videre?  ¿Á  quién  habéis  visto?  os  vuelvo  á  preguntar.  ¿Prophcetam? 
Yo  os  digo  de  verdad:  es  más  que  Profeta:  et  plus  quam  Prophcetam, 
Habéis  visto  á  la  imagen  viva  de  Jesu-Cristo.  Si,  á  tal  estado  ha  re- 
ducido á  Domingo  su  encendida  caridad. 

Pero,  Señores:  ¿quedáis  ya  persuadidos  de  que  el  amor  es  capaz 
de  transformar  al  amante  en  la  imagen  de  su  amado?  Ea:  vaya  en 
Francisco  otro  ejemplar  que  acabe  de  convenceros.  Para  esto  venid 
conmigo  al  Monte  Alberne,  teatro  de  las  glorias  de  Francisco.  Allá, 
en  Oreb  un  fuego  activo  incendia,  pei'o  no  consume  una  zarza  miste- 
riosa; en  Alberne  otro  fuego  más  sagrado  se  ceba  en  el  corazón 
amante  de  Francisco.  El  Sinai  se  corona  de  fuego  á  presencia  de  Moi- 
sés; en  Alberne  todo  el  fuego  Divino  se  recoge  en  solo  el  corazón  de 
Francisco.  La  memoria  de  la  Pasión  de  su  Amado  es  incentivo  que 
aumenta  sus  ardores  y  llega  al  punto  de  no  vivir,  porque  viva  Cristo 
en  él.  Vedlo  prácticamente.  Aquel  Dios,  que  bajó  en  otro  tiempo 
á  las  cumbres  del  monte  Oreb,  á  elegir  á  Moisés  por  libertador  del 
Pueblo  santo:  aquel  Dios,  que  se  dejó  ver  en  la  cima  del  Monte  Si- 
nai, para  dar  la  ley  que  debia  observar  Israel:  aquel  Dios,  digo,  que 
por  un  efecto  de  su  misericordia,  descendió  á  la  tierra  para  ser  sacri- 
ficado en  las  asperezas  del  monte  Moria;  este  mismo  Dios  baja  á  las 
cumbres  del  Monte  Alberne  sin  otro  objeto,  que  crucificar  á  Fran- 
cisco. Este  es  el  soberano  interévS  que  lo  hace  descender  del  Pa- 
lacio de  su  gloria.  En  efecto:  Francisco  todo  arrobado  una  ma- 
ñana, ó  mejor  dii-é,  engolfado  en  el  mar  rojo  de  la  Pasión  de  Cristo, 


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vé  descender  por  entre  la  región  del  aire  un  no  sabe  que  sea, 

hasta  que  acercándose  á  él,  advierte,  que  es  un  Serafín  con  seis  alas, 
tan  resplandecientes,  como  fogosas,  pero  clavado  de  piés  y  manos  en 
una  Cruz.  Francisco  lo  vé  y  empiezan  á  batallar  en  su  alma  dos  con- 
trarios afectos.  La  hermosura  del  Serafín  y  la  dignación  de  Dios, 
que  lo  favorecía,  causan  en  su  interior  un  gozo  extraordinario:  pero 
el  dolor  de  verle  en  las  penosas  afrentas  de  la  cruz  penetra  las  mé- 
dulas de  su  corazón.  Un  amoroso  deliquio  embarga  sus  poten- 
cias: dulces  y  misteriosos  coloquios  con  el  Serafín  crucificado,  lo 
inflaman  con  incendio  Seráfico,  y  él  no  vuelve  de  aquel  Divino  trans- 
porte, sino  para  ver,  sentir  y  admirar  en  sus  manos,  piés  y  costado 
aquellas  gloriosas  señales  que  son  todo  el  precio  de  nuestra  Reden- 
ción. Lo  he  dicho  oyentes.  Francisco  se  ha  transformado  en  Jesu- 
cristo. Desde  aquel  instante  sus  manos  destilan  mirra  excelente: 
vianus  mece  stilaverunt  mirrhain.  Sus  piés  se  ven  traspasados  con  las 
penetrantes  saetas  de  Dios  vivo:  sagittce  tuce  infixce  sunt  mihi.  Su  co- 
razón está  herido  con  el  dardo  del  Esposo:  viilnerati  cor  meum.  Todo 
él,  su  espíritu  y  su  carne  se  alegran  en  el  Señor  que  asi  lo  favorece. 
Cor  meum  el  caro  mea  exultaverunt  in  Deum  vivum. 

Hermanos  míos,  hijos  de  este  gran  Patriarca,  llegaos  conmigo  á 
ver  este  triunfo  del  amor.  Yo  os  pregunto  ahora,  como  en  otro  tiem- 
po Jesucristo  á  sus  discípulos  con  relación  á  su  adorable  persona: 
¿Quem  dicunt  homines,  esse  filium  hominis?  ¿Quién,  dicen  los  hom- 
bres, que  es  Francisco?  Unos,  me  diréis,  aseguran,  que  es  Elias:  Alii 
Eliam.  A  lo  menos  lo  acredita  su  fogoso  celo.  Otros  lo  juzgan  Je- 
remías: Alii  Jeremiam.  El  fuego  que  lo  inflama  y  al  mismo  tiempo 
lo  instruye,  y  las  lágrimas,  que  de  continuo  vierten  sus  ojos  hasta 
quedarse  sin  vista,  deponen  á  favor  de  este  concepto.  Otros,  que  es 
el  Bautista:  Alii  Joanem  Baptistam.  Su  extenuado  cuerpo  al  rigor 
de  sus  penitencias,  lo  confirma.  Dejad,  que  se  hayan  reproducido  en 
él  estos  antiguos  héroes.  Yo  os  digo  que  Francisco,  sino  es  Cristo 
Hijo  de  Dios  vivo,  es  un  trasunto,  una  copia,  una  imagen  viva  de 
aquel  original  sagrado,  muy  semejante,  sinó  es  el  mismo,  que  vió  San 
Juan  en  uno  de  sus  raptos;  Yidi  Angelum  ascenclentem  ab  ortu  solis, 
habentem  signum  Dei  vivi.  Tanta  fuerza  han  tenido  las  violencias  de 
su  amor.  ¡O  amori  ¡O  fuego!  ;0  caridad  santa!  Tu  poderosa  influen- 
cia dió  valor  á  las  virtudes  de  estos  héroes  de  la  gracia,  para  que 
ellas  formasen  toda  la  plenitud  de  su  mérito:  ahora  tú  sola  haces  la 
consumación  de  su  gloria.  Porque,  fieles,  ¿qué  gloria,  qué  honor  no 
resulta  á  mis  Santos  Padres  de  ser  en  sus  cuerpos  retratos  verdade- 


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roa  del  Crucificado?  ¿A  qué  grado  de  nobleza  no  ascienden  por  sólo 
el  hecho  de  estar  marcados  con  los  sellos,  que  caracterizan  al  Hijo 
del  Eterno,  aun  sentado  á  la  diestra  de  su  Padre?  Digámoslo  para 
gloria  de  ellos  mismas:  Nimis  honorificati  sunt  amici  tui,  Deus.  Estos 
son,  Señor,  tus  amigos  fieles,  cuyas  virtudes,  si  los  enoblecieron  ante 
\'uestros  Divinos  ojos,  también  les  granjearon  todo  el  honor  de  que 
son  capaces.  Estos  son  también,  sagradas  Religiones,  los  ilustres 
Padres,  que  hacen  vuestra  noble  ascendencia.  Dejad,  que  los  nobles 
del  mundo  hagan  vanidades  de  manifestar  un  patio  lleno  de  imáge- 
nes de  humo,  mentidos  personajes,  que  no  están  escritos  en  la  no- 
menclatura de  los  verdaderos  héroes,  y  por  tanto  imcapaces  de  trans- 
ferir gloria  alguna  á  los  siglos  posteriores:  vosotros  podéis  decir,  que 
la  gloria,  el  honor  y  nobleza  de  vuestros  padres  se  ha  transfundido  á 
vosotros,  hallándome  yo  por  lo  mismo  autorizado  para  decir  en  pre- 
sencia de  este  pueblo  que  me  escucha:  la  gloria  de  estos  hijos  es  el 
honor  y  nobleza  de  sus  Padres:  gloria  filiorum  Paires  eormn.  Si,  ellos 
fueron  nobles  ante  los  ojos  de  Dios  por  lo  heroico  de  sus  virtudes;  lo 
habéis  visto.  Lo  fueron  también  ante  los  ojos  del  mundo  por  lo 
ilustre  de  sus  hechos.  Usad  conmigo  la  bondad  de  escucharme  unos 
instantes. 

Segunda  Proposición 

Quizá  estaría  demás  el  asunto  de  que  me  propongo  hablaros,  si 
yo  en  la  presente  ocasión  no  fuese  deudor  á  un  siglo,  que  mide  la 
nobleza  de  los  héroes  por  la  lustrosa  y  brillante  de  sus  liechos.  Yo 
estoy  persuadido,  que  á  esto,  que  reputa  grandes  la  historia  de  los 
tiempos,  les  han  granjeado  este  honor  sus  hazañas,  sus  servicios,  sus 
proezas  heroicas,  que  han  quedado  esculpidas,  menos  en  el  corazón 
de  los  hombres,  que  en  mármoles  ó  en  bronces.  Al  sonido  de  estas 
voces,  Pompeyo,  Aníbal,  Alejandro,  resalta  la  idea  de  lo  que  Pompe- 
yo  hizo  en  la  antigua  Roma,  Aníbal  en  Cartago,  Alejandro  en  Per- 
sía.  Nombres  inmortales,  exclamáis,  que  nos  recuerdan  la  existencia 
de  unos  hombres,  que  haciéndose  superiores  en  cierto  modo  á  su  pro- 
pia naturaleza,  hallaron  el  secreto  de  crearse  ellos  mismos  su  noble- 
za, siendo  esto  en  expresión  del  Sabio  Orador  Romano,  más  difícil 
que  heredarla.  Asi  discurre  el  mundo  de  unos  héroes,  que  labraron 
su  fortuna,  su  elevación,  y  gloria  sobre  las  ruinas  de  sus  semejantes, 
y  que  no  obstante  el  explendor  de  su  mérito,  jamás  hicieron  á  un 
hombre  mejor  ó  más  feliz.  Domingo  y  Francisco.  ¡Ah!  Nombres  in- 
mortales, digo  yo,  que  nos  traen  á  la  memoria  unos  hombres,  cuyos 
heroicos  hechos,  grabados  en  la  misma  eternidad,  los  hacen  aereado- 


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res,  pero  con  inmensas  ventajas,  al  aplauso,  á  la  admiración,  h  la 
gratitud  de  todo  el  inundo:  unos  hombres,  que  se  hicieron  grandes, 
haciendo  felices  á  ios  demás:  unos  hombres,  á  quienes  el  mundo  debo 
su  fistíibilidad.  Diréis  que  me  avanzo  demasiado;  pero  una  breve  y 
circunstanciada  relación  de  sus  hechos  os  hará  pensar  conmigo. 

Después  que  Domingo,  estando  aun  en  los  brazos  de  su  ama  de 
leche,  oyó  de  la  boca  de  un  Sacerdote,  que  celebrando  el  alto  Sacri- 
ficio de  la  Misa,  al  tiempo  de  decir:  El  Señor  sea  con  vosotros,  pro- 
nunció, señalando  á  su  persona  estas  formales  palabras:  Ecce  repara- 
tor  Ecclcsiae;  yed  ahí  el  reparador  de  la  Iglesia:  Después  que  Francis- 
co oye  que  un  Divino  Crucifijo,  ante  cuya  imagen,  deri'amaba  sus 
afectos,  le  dice  con  voz  sensible:  Vade  Francisce,  repara  domum  meam, 
quae  lábitur:  Francisco,  ve  y  repara  mi  casa  que  amenaza  ruina:  después» 
dijo,  de  estos  dos  solemnes  acontecimientos,  ¿no  comprendéis  ya,  que 
ellos  fueron  los  elegidos  por  la  Providencia  para  restauradores  de  la 
Santa  Sión?  A  lo  menos  estos  fueron  dos  anuncios  felices  que  se  realiza- 
ron en  aquella  misteriosa  visión  que  tuvo  el  Soberano  Pontífice  Inocen- 
cio 3°  cuando  vió  á  la  Iglesia  de  Letran  á  punto  de  desplomarse,  pero 
sostenida  por  los  hombros  de  mis  dos  amados  Padres  que  como  fuertes 
Atlantes  la  detenían.  Asi  es.  Iglesia  Santa.  A  pesar  de  la  palabra 
de  Dios,  base  en  que  se  apoya  tu  permanencia  eterna,  ha  bambaleado 
alguna  vez  tu  firmeza;  pero  más  que  nunca  en  el  siglo  XII,  siglo  en 
que  vomitó  el  Infierno  los  negros  humos  de  sus  errores,  para  manci- 
llar, si  le  fuere  posible,  á  la  casta  Esposa  de  Jesucristo.  Aquella 
navecilla  de  San  Pedro,  flutuante  en  medio  de  las  olas,  y  á  punto  de 
zozobrar  en  ellas:  aquella  mujer  del  Apocalypsi,  amenazada  por  un 
Di-agón  formidable,  empeñado  en  devorarla:  aquel  campo  del  Evan- 
gelio, en  que  la  cizaña  esparcida  por  el  hombre  enemigo,  iba  ya  á 
sofocar  la  buena  semilla,  son,  cristianos  oyentes,  expresivas  figuras 
que  nos  manifiestan  de  lleno  el  lastimoso  estado  en  que  puso  á  la 
Iglesia  el  libertinaje,  el  vicio  y  la  heregia;  pero  más  que  todo  lo  indi- 
ca aquella  espantosa  visión,  de  que  fué  expectador  mi  amante  Padre 
Domingo.  Un  Dios  severo,  armado  con  tres  lanzas,  y  dispuesto  para 
asolar  el  mundo;  una  Madre  amorosa,  que  se  arroja  á  sus  piés,  empe- 
ñada en  contener  su  enojo,  poniendo  por  fiadores  de  la  reforma  del 
mundo  á  Domingo  y  á  otro  personaje  humilde  y  pobre,  que  él  no 
conoce,  es  el  objeto  terrible  que  se  presenta  á  sus  ojos.  ¿Quién  no 
echa  de  ver  aquí  al  mismo  tiempo,  que  la  desolación  del  Santuario, 
unidos  en  los  eternos  Decretos  á  mis  adorados  Padres  Domingo  y 

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Francisco,  nuevos  Esrlras  destinados  para  restaurar  su  antiguo  es- 
plendor y  brillantez? 

Con  efecto:  ellos  lo  entienden,  se  encuentran  en  las  calles  de 
Roma;  Domingo  conoce  por  la  señas  en  Francisco  al  pobre  que  no 
habia  conocido  en  la  visión:  se  hablan,  y  un  tierno  abrazo  cambia 
mutuamente  sus  corazones  y  estrecha  con  intimidad  sus  almas.  ¡0 
abrazo!  ¡O  unión  s^nta!  ¡O  intimidHd  de  Domingo  y  Francisco,  que 
no  pudo  desatar  jamás  todo  el  Infierno  entero!  Francisco,  stemus  in 
unum.  Vamos  á  una.  Unos  son  los  negocios  que  tratamos;  unos  los 
intereses  de  Dios:  unos  los  fines  de  su  Providencia:  stemus  in  unum. 
Potestades  del  abismo,  temblad.  Ya  es  acabado  vuestro  imperio: 
cada  uno  de  estos  héroes  es  un  David  contra  infinitos  Goliathdes,  un 
Elias  contra  impíos  Acabbes,  un  Moisés  contra  atrevidos  Faraones, 
un  Bautista  contra  crueles  Herodes:  ¿Qué  no  debéis  temer  de  los  dos 
juntos?  Su  unión  es  firme  y  perpétua:  no  habrá  Saúl,  que  por  más 
que  se  empeñe,  pueda  dividir  á  David  y  Jonatás,  Francisco:  stemus  Í7i 
unum.  ¡O  unión  de  firmeza  inexpugnable!  Por  ella  son  estos  dos 
Patriarcas  Santos  dos  místicas  columnas,  semejantes  á  aquellas  que 
Salomón  puso  en  el  átrio  de  .su  magnifico  Templo,  sobre  cuyos  ro- 
bustos hombros  descansaba  la  inmensa  pesadumbre  de  su  fábrica. 
(O  unión  firmada  con  el  sello  de  la  caridad!  Vuestros  triunfos  están 
señalados  en  todas  las  partes  del  mundo  habitable.  Decidlo  voso- 
tras, sagradas  Religiones:  ¿Qué  resistencia  han  encontrado  vuestras 
fuerzas  unidas?  España  os  vió  entrar  juntas  á  su  seno  y  vió  tam- 
bién salir  precipitadamente  las  horrorosas  sombras  de  los  vicios. 
Juntas  os  admitió  Borgoña,  y  debió  á  vuestro  celo  la  estirpación  del 
error  y  la  heregia.  Juntas  entrasteis  en  Suecia  y  el  Septentrión  os 
debe  la  primera  luz  del  Evangelio.  Juntas  predicasteis  la  cruzada 
para  las  guerras  contra  el  Soldán  de  Egipto.  Juntas  fuisteis  envia- 
das á  Hungría  para  instrucción  de  los  Climanos  cismáticos.  Juntas 
habéis  corrido  toda  la  haz  de  la  tierra;  habéis  pasado  los  mares,  y  al 
fin,  juntas  habéis  puesto  vuestras  plantas,  donde  no  pudo  llegar,  ni 
aun  con  sus  deseos,  el  ambicioso  Alejandro   Pero  yo  me  he  dis- 

traído de  mi  asunto.  No  me  pesa,  si  en  la  sucinta  relación  de  los 
triunfos,  que  habéis  alcanzado  unidas,  tengo  la  felicidad  de  recorda- 
ros el  interés  que  debéis  tomar  en  perpetuar  esta  unión,  que  os  viene 
por  herencia  de  vuestros  Padres:  stemus  in  unum.  Vamos  á  una,  her- 
manos míos.  Uno  sea  nuestro  corazón,  una  nuestra  alma;  unos  to- 
dos en  vinculo  de  caridad  perpétua.  ¡O  Dios  mío!  Acordaos  que  so- 
mos hijos  de  unos  Padres,  en  cuya  unión  vinculasteis  la  reparación 


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del  mundo,  y  que  somos  por  vuestra  bondod  sucesores  de  ellos  en 
este  ministerio.  Pero  ¡con  que  empeño,  oyentes,  no  cumplieron  con 
su  encargo!  Cada  instante  equivale  para  ellos  á  un  siglo  de  demora. 
De  Roma  salen  á  verificar  los  vastos  proyectos  que  abrigan  en  su 
pecho.  Preparaos  ciudades  de  Italia,  de  España,  de  Francia,  de  todo 
el  mundo:  abrid  vuestras  puertas  ¡i  los  restadores  de  Sión,  á  los  Án- 
geles de  paz.  k  los  Ministros  de  Dios,  á  Domingo  y  Francisco.  jO 
quién  pudiera  seguirlos  en  todas  sus  empresas!  Yo  los  veo  desen- 
vainar la  espada'  de  dos  filos  de  la  palabra  de  Dios.  Con  ella  en 
una  mano  y  el  Evangelio  en  la  otr\,  no  hay  heroicidad  que  no  em- 
prendan; no  hay  peligro  que  los  aterre;  no  hay  dificultad  que  no 
venzan.  Convencen  al  hercge,  confunden  al  incrédulo,  increpan  al 
impío,  instruyen  á  los  ignorantes,  confirman  en  la  fe  á  los  débiles.  A 
unos  persuaden  con  sólidas  doctrinas,  á  otros  estimulan  con  la  gran- 
deza y  eternidad  de  la  gloria,  á  otros  asustan  con  los  terribles  juicios 
del  Señor,  y  á  todos  procuran  la  salud  con  sus  palabras,  oraciones  y 
ejemplos.  Ellos  exhortan,  convidan,  suplican,  instan,  arguyen,  re- 
prenden y  amenazan,  como  otros  Pablos,  oportuna  é  importunamen- 
te. Aquella  memorable  acción  ejecutada  por  las  armas  Católicas  en 
el  campo  de  Languedoc;  acción,  en  que  el  celo  de  Domingo  fué  el 
alma  que  animó  el  valor  de  los  Cristianos  contra  un  denso  nublado 
de  heregias,  que  bajo  el  único  nombre  de  Albigenses,  arrasaban  in- 
humanamente la  viña  del  Señor,  fué  solo  un  ensayo  de  lo  que  habla 
de  obrar  en  los  tiempos  posteriores  su  celo  activo,  vigoroso  y  fuerte. 
Alii  es  verdad,  que  un  fuego  material  y  sensible  consume  el  Libro  de- 
positario de  los  falsos  dogmas,  respetando  por  otra  parte  la  sagrada 
suma  de  la  Ley,  como  en  otro  tiempo  la  Zarza  misteriosa  de  Oreb; 
triunfo  de  la  Religión,  k  que  no  pueden  resistir  Reinerío  y  sus  secua- 
ces; pero  otro  fuego  que  se  alimenta  en  el  pecho  de  Domingo,  sin 
duda  más  activo,  devorará  á  los  enemigos  del  pueblo  Santo  y  reduci- 
rá á  cenizas  á  los  excelsos  de  Israel. 

Cuando  yo  considero  á  mi  amado  Padre  Domingo,  revestido  de 
todo  el  poder  de  la  Iglesia,  como  dispensador  de  sus  castigos,  igual- 
mente que  de  su  gracia,  como  Inquisidor  digo,  contra  la  herética  pra- 
vedad, primero  en  este  distinguido  honor,  fundador  de  un  Tribunal 
el  más  sério,  el  más  útil,  el  más  ejecutivo,  me  parece  ver  en  él  á  otro 
Moisés,  revestido  de  los  poderes  de  Dios,  atemorizando  con  las  penas, 
intimidando  con  las  amenazas,  conteniendo  con  su  fortaleza,  ganan- 
do con  su  dulzura,  y  aplicando  con  juiciosa  economía  el  hierro  y  fue- 
go para  cortar  el  cáncer  de  la  heregía.    Cuando  yo  veo  otra  vez  á 


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este  hombre  de  Dios,  puesto  al  frente  de  su  ejército  católico,  empeña- 
do en  contrarrestar  a  otro  de  cien  rail  hombres  enemigos,  sin  más 
armas  que  un  Crucifijo  en  la  mano,  y  una  voz  viva  y  penetrante,  con 
que  comunica  á  los  suyos  su  fervor  y  su  fé;  me  parece  que  veo  al  va- 
leroso Josué,  peleando  contra  los  enemigos  en  defensa  del  pueblo  del 
Señor.    ¡Qué  triunfos,  fieles!  ¡Qué  servicios  á  la  Iglesia!    Pero  ¿acaso 
son  los  únicos?    Domingo,  como  si  sólo  en  él  hubiera  recaído  el 
cuidado  de  la  Iglesia,  se  halla  en  todo,  piensa  en  todo,  <lá  providen- 
cia á  todo,  todo  lo  remedia.    ¡Qué  admiración,  un  hombre  reproduci- 
do y  rnultiplicado  en  todas  partes!    Ahora  se  vé  como  oráculo  en  el 
concilio  de  Letrán,  alma  de  las  deiiijeradones,  oído  y  respetado  de 
aquella  grave  asamblea,  como  un  nuevo  .Doí^tor  suscitado  por  la 
Provid(^ncia  para  responder  y  confutar  los  errores  de  Joaquni  Abad, 
y  los  delirios  de,  Aymerico  Carnolense:  luego  se  le  admira  postrado 
á  los  piés  del  Papa,  suplicando  por  la  fundación  y  corfirmación  de 
un  Orden  (jue  va  á  ser  la  gloria,  la  corona,  las  delicias  de  la  Iglesia 
Santa:  un  Orden,  que  dará  algún  día  tantos  defensores  de  la  fé,  cuan- 
tos son  son  los  individuos  que  lo  componen,  y  que  merecerá  por 
tanto,  ser  llamado  por  la  misma  Santa  Sede  «el  Orden  de  la  verdad». 
Ya  se  le  admira  al  lado  de  los  Principes  Católicos,  como  espiritu  vi- 
sible de  sus  determinaciones,  aconsejando,  animando  y  dando  dictá- 
menes para  el  común  acierto:  ya  dando  lecciones  en  el  Palacio  Apos- 
tólico llenas  de  sabiduría,  dejando  vinculado  en  su  Orden  este  puesto 
de  honor  y  de  autoridad;  ahora  fundando  Conventos  en  las  ciudades 
de  Italia,  España  y  Francia:  luego  dando  leyes  cuya  carácter  es  la 
prudencia  y  la  suavidad  para  el  mejor  régimen  del  vasto  cuerpo  que  vé 
crecer  en  sus  días,  hasta  hacerse  un  árbol  gigante  cargado  de  flores  y 
de  frutos  de  virtud  y  santidad.    ¿Que  más?    Como  si  á  él  solo  l9 
fuese  dicho  aquello  del  Eclesiástico:    Suscita  prcedicationes,  qiias  lo- 
cuii  sunt  Fropmtce  priores,  se  le  ve  incesantemente  correr  como  fogo- 
so rayo  por  la  mayor  parte  de  Europa,  anunciando  la  palabra  del 
Señor,  publicando  guerra  á  los  vicios,  llevando  en  las  manos  la  paz, 
y  en  los  lábios  la  verdad,  reproduciéndose  en  él  aquel  Profeta,  que 

describe  Jeremías:  Prophoeia,  qui  vaticinatus  est  pacem  Prophoe- 

ta,  qiiem  misit  Dominus  in  veritate.  ¡Que  conversiones  tan  ruidosas! 
Cayó  el  imperio  del  Demonio:  cecedif  Babylon  magna.  ¡Que  prodigios 
tan  asombrosos!  In  vita  sua  fecit  monstra.  ¡Que  bienes  á  todo  el 
mundo!  Cunda  fecit  bona  ín  tempore  suo.  ¡Ah,  Egipto!  ¿Tu  has 
de  ser  la  única  región  de  las  sombras,  donde  no  alcanzan  los  rayos 
de  este  Sol,  criado  para  presidir  el  día,  y  poner  un  muro  de  separa- 


—  171  — 


ción  entre  la  luz  de  la  verdad  y  las  tidieblaa  del  error?    ¿Solo  en  tus 
arenosas  playas  no  han  de  resonar  los  écoz  do  este  clarín  Evangélico, 
á  cuyo  sonido  no  pueden  resistirse  las  fuertes  murallas  de  Jerico? 
Cristianos,  esta  acción  está  reservada  para  el  ardiente  celo  de  Fran- 
cisco.   Esta  es  la  parte,  que  entre  otras  le  ha  tocado  en  suerte  h  este 
varón  Apostólico.    Ya  Italia  lo  ha  visto  en  las  más  de  sus  Ciudades, 
enarbolando  el  victorioso  estandarte  de  la  Cruz.    Roma,  Asís,  An- 
cona,  Espoleto,  Cortana,  Viterbo,  toda  Italia,  la  mayor  parte  de  la 
Europa,  han  disírutado  de  su  doctrina  y  ejemplos.    Los  écos  de  su 
voz  se  han  oído  ya  por  medio  de  sus  hijos  en  la  Francia  Narbonense, 
en  la  Alemania,  en  Portugal,  en  Cast.lla,  en  Aragón,  en  Cataluña,  en 
toda  E.spaña.    Una  numerosa  prole,  que  lo  rodea  y  que  se  multiplica 
de  día  en  día,  para  hacer  las  castas  delicias  de  Sión,  la  Iglesia  santa, 
le  forma  una  corona,  gloriosa  divisa  de  la  fecundidad  de  su  espíritu, 
y  eterno  monumento  de  sus  triunfos.   El  es  un  oráculo  para  la  Santa 
Sede,  un  Profeta  para  los  Pueblos,  un  varón  de  milagros  para  todas 
las  gentes,  un  todo  para  todos,  como  otro  Pablo;  pero  él  es  todo  de 
Dios.    Sus  intereses  son  la  brújula  que  dirige  sus  pasos.    El  aban- 
donará los  Pueblos  donde  es  respetado  por  sus  ejemplos,  venerado 
por  sus  virtudes:  dejará  uuos  hijos,  en  quienes  tiene  depositado  su 
corazón,  siempre  que  se  le  presente  un  nuevo  objeto  á  su  celo.  Egipto, 
tú  eres  la  región  afortunada,  á  cuyas  playas  conducirá  la  Providencia 
á  este  nueva  .Jonás,  más  i-nsuelto  quizá  qufi  el  antiguo.  Allanad 
vuestros  caminos,  dad  paso  franco  al  restaurador  de  Sión:  él  os  lleva 
la  paz  y  la  misericordia  Tú  eres  la  Niiiive  destinada  para  el  triunfo 
de  su  celo  Apostólico. 

Con  efecto,  oyentes,  Francisco  lo  conoce.  Una  secreta  voz  se- 
mejante á  aquella  del  Macedonio  á  Pablo,  lo  llama  á  su  socorro,  y 
lo  ejecuta.  B''rancisco  ha  nacido  para  todos.  Tan  veloz,  (;omo  aquellas 
ligeras  nubes,  que  transportadas  de  un  viento  impetuo.=,o,  parece  que 
juntan  el  principio  con  el  fin  de  su  carrera;  tan  pronto  como  el  re- 
lámpago, que  sale  de  esta  parte  del  Ciclo,  y  brilla  al  mismo  tiempo 
en  la  otra,  sin  permitir  á  los  ojos  el  justo  discernimiento  del  lugar 
en  que  se  ha  formado;  así  este  varón  fogoso  no  permite  intervalo 
entre  la  voz  de  Dios  y  su  obediencia,  entre  su  resolución,  y  la  per- 
fección de  su  empresa.  No  lo  detienen  los  peligros,  los  dilatados  ca- 
minos, lo  arduo  del  proyocto,  la  ninguna  seguridad  de  conseguirlo. 
¿Qué  puede  ser?  ¿Que  cuando  él  busca  en  Egipto  victimas  que  sacrifi- 
car á  Dios,  él  sea  la  víctima  sacrificada?  Cuando  esto  suceda,  él  ha- 
brá muerto,  como  buen  soldado,  peleando  las  batallas  del  Señor,  y 


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su  sangre  será  el  mejor  monumento,  para  eternizar  su  gloria.  Pero 
no,  fieles:  Francisco  está  en  Egipto.  El  lleva  en  su  corazón  la  paz, 
y  en  sus  manos  todos  los  bienes;  serán  por  tanto  felices  sus  progre- 
sos: quam  speciosi  pedes  evangelizantium  pacem,  evangelizantium  bona. 
El  Soldán  de  Egipto  ve  delante  de  si  á  Francisco.  Ya  está  Samuel 
ante  Saúl,  Micheas  ante  Acab,  el  Bautista  ante  Herodes:  á  lo  menos 
el  espíritu  de  todos  estos  Profetas  se  ha  reunido  en  Francisco.  Sus 
palabras  son  de  fuego:  asi  describe  el  Profeta  las  de  Dios:  Ignitum 
eloquium  tuum.  Su  voz  es  la  voz  de  Dios  llena  de  virtud  y  magnificencia; 
que  destroza  los  cedros  del  Líbano;  que  hace  estremecer  los  más  sober- 
bios montes;  que  despide  rayos,  que  trastorna,  que  divide  los  cora- 
zones, que  convence  en  fin  á  aquel  Tirano.  El  Soldán  le  oye,  tiem- 
bla; pero  no  se  resuelve.  Francisco  urge,  ejecuta,  y  provoca  á  las  más 
costosas  pruebas.  Quiere  desde  luego,  que  el  fuego  decida,  y  confir- 
me la  verdad  de  su  palabra.  «Enciéndase,  dice,  enciéndase  una  ho- 
guera: yo  y  los  tuyos  desafiaremos  su  actividad:  á  quién  él  respete, 
ese  llevará  el  honor  de  la  victoria.»  ¡Qué  fé!  Oyentes.  Francisco  no 
teme  ser  devorado  por  el  fuego.  Ya  otra  ocasión  no  se  había  atre- 
vido á  ofenderle,  cuando  brindó  á  una  Mora  lasciva,  con  un  colchón 
de  bi'asas,  en  que  él  se  regalaba.  Está  acostumbrado  á  no  temer  los 
elementos.  El  hielo,  á  que  muchas  veces  se  arroja,  impelido  de  la 
fogosidad  de  su  espíritu,  le  ofreció  materia  de  diversión,  al  mismo 
tiempo,  que  un  triunfo  singular  contra  el  demonio.  Si  provoca  á  una 
Zarza,  á  que  embote  sus  agudas  puntas  en  su  carne,  ellas  lo  respetan, 
y  se  convierten  en  hermosas  ñores.  ¿Porqué,  pues,  ha  de  temer  al 
fuego  en  esta  vez,  que  está  la  Omnipotencia  empeñada  á  favor  de 
la  verdad?  Su  fé  es  aquella,  que  manda  á  las  montes,  y  obedecen: 
es  la  fé  de  Noé,  que  se  engolfa  en  las  aguas,  sin  recelo  de  ser  su- 
mergido en  ellas.  No  se  le  puede  reconvenir  como  á  San  Pedro:  Mo- 
dicce  fidei  quare  dubistati?  Hombre  de  poca  fé,  ¿Porqué  dudas?  |Que 
no  llegase  el  lance,  oyente,  de  admitir  aquel  Tirano,  el  duelo  á  que 
Francisco  lo  provoca,  para  ver  renovados  los  triunfos  de  la  Religión 
y  de  la  gracia!  El  Soldán  no  quiere  exponerse  á  unas  pruebas,  en 
que  mira  el  éxito  contra  sí,  y  esto  mismo  acredita  ya  su  vencimiento, 
y  la  completa  victoria  de  Francisco.  Sin  embargo  él  no  se  resuelve 
á  abrazar  la  fé,  que  le  predica.  Ciertos  temores  mundanos  lo  retraen 
por  entonces.  lAh,  respetos  humanosi  ¡O  razón  de  estadol  Cuantas  ve- 
ces habéis  servido  de  rémora,  para  ajecutar  las  más  santas  resolu- 
ciones! ¡0  adorable  Providencia!  No  eran  llegado  tus  instantes. 
Algún  día  la  conversión  da  este  Tirano  será  efecto  glorioso  de  la 


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oculta  centell.a,  que  prendió  en  su  alma  Francisco,  este  hombre  de 
celo,  todo  llamas.  Algún  día  los  hijos  de  est(!  gran  Pudre  serán  las 
fecundas  nubes,  que  derramen  las  saludables  aguas  del  Bautismo  so- 
bre esta  Tierra,  sembrada  de  antemano  por  su  espíritu.  Algún  día 
las  Naves  del  Salomón  Divino  traerán  el  oro,  la  plata,  las  maderas 
incorruptibles,  que  allí  se  recojan,  para  ornamento  y  decoro  del  Tem- 
plo místico.  Sí,  Iglesia  santa:  Filii  tai  de  longe  venient.  De  aquellas 
regiones  remotísimas  vendrán  los  ricos  frutos  del  celo  de  Francisco. 
Este  hombre  apostólico  es  el  Pablo,  que  derrama  la  semilla:  sus  hi- 
jos los  Apolos,  que  la  riegan,  y  Dios,  quien  las  incrementa.  Decidlo, 
ó  gran  Padre,  repetidlo  muchas  veces  con  aquél  sagrado  Apóstol  pa- 
ra gloria  de  Dios,  y  manifestación  completa  de  vuestros  triunfos: 
Ego  plantavi,  Apollo  rigavit,  Deus  auteni  incrementum  dedit. 

¡Qué  triunfos!  vuelvo  á  decir:  ¡qué  victorias,  Fieles,  para  la  Igle- 
sia! ¡Qué  conquistas  para  Dios!  Han  Ih-gado  ya  aquellos  felices 
tiempos  anunciados  por  Isaías,  en  que  la  tierra  desierta  y  sin  cami- 
nos, saltará  de  alegría;  la  soledad  se  llenará  de  contento,  y  florecerá 
como  los  lirios;  y  so  abrirá  una  senda  que  se  llamará  el  camino  san- 
to. Quiero  decir:  la  Iglesia  desierta  en  parte  por  la  dispersión  de 
muchos  de  sus  hijos,  sola  por  el  abandono  que  padece,  quéda  convei'- 
tida  en  un  campo  fecundo  de  flores,  en  una  viña  abundantísima  en 
frutos,  y  se  ha  hecho  accesible  por  un  camino  santo,  que  abrieron  las 
celosas  fatigas  de  estos  incomparables  Héroes.  ¿Incomparables'^  Ci- 
tad ahora  á  esos,  á  quienes  el  mundo  prodiga  el  renombre  de  Héroes. 
Acordáos,  yo  os  lo  permito,  de  los  triunfos  de  Pompeyo,  de  Anníbal, 
de  Alejandro:  ¿qué  comporación  tienen  con  los  que  consiguen  mis 
adorados  Padres  Domingo  y  Francisco?  Aquellos  con  sus  conquistas 
llevan  á  todas  partes  el  terror  y  el  espanto,  semejante  á  aquellas  ne- 
gras nubes  preñadas  de  rayos,  que  todo  lo  destruyen:  son  violentas 
avenidas,  que  todo  lo  asolan.  Éstos  extienden  con  sus  triunfos  el 
Reino  ríe  la  paz,  de  la  verdad  y  de  la  misericordia:  son  mansas  nubes 
que  con  un  riego  blando  levantan  por  todas  partes  trofeos  á  la  vir- 
tud. La  memoria  de  aquellos  feneció  con  ellos  mismos,  ó  acabará 
con  la  ruina  de  los  monumentos  que  les  erigió  la  gratitnd  de  los 
hombres.  La  memoria  de  Domingo  y  Francisco  será  eterna.  Los 
monumentos,  que  la  recuerdan  son  de  aquellos,  que  el  tiempo  no 
consume.  ¡Ah!  ¿Quién  me  diera  aquí  instantes  para  describirlos?  Pe- 
ro ¿qué  tiempo  sería  bastante  tampoco  para  enumerarlos?  No  obs- 
tante echad  la  vista  á  esa  fundación  maravillosa,  establecida  por  el 
devoto  celo  de  Domingo.    Hablo  de  la  confraternidad  del  Rosario, 


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devoción  Divina,  cuya  norma  y  cifra  recibió  de  mano  de  la  misma 
Sagrada  Virgen,  como  hijo  alimentado  con  el  néctar  de  sus  pechos: 
devoción  autorizada  con  los  más  constantes  milagros,  firmada  con  las 
mks  auténticas  aprobaciones  de  la  Iglesia:  devoción  que  ha  sido  una 
mina  fecundisima  de  frutos  de  gracia  y  santidad,  y  que  ha  traído  á 
la  Iglesia  de  Jesucristo  las  preciosidades  de  la  paz  en  las  innume- 
rables victorias,  que  el  Rosario  ha  conseguido:  ha  fabricado  los  ta- 
bernáculos de  la  confianza  en  la  protección  Augusta  de  María,  y  ha 
enriquecido  á  la  Esposa  de  Jesucristo  con  las  copiosas  bendiciones  de 
su  Diestra.  Parece  que  Isaías  describía  con  espíritu  Profético  los 
efectos  de  esta  devoción  sagrada:  Sedebit  Populus  in  pulchitudine  pa- 
cis,  in  tábernaculis  fiducice,  et  in  requie  opulenta. 

Acordaos  también  de  aquella  célebre  indulgencia,  que  Francis- 
co alcanza  de  boca  del  mismo  Dios,  y  á  ruegos  de  María  en  la 
pequeña  Iglesia  de  Porciúncula;  indulgencia  singular  por  su  autor, 
por  su  cualidad,  por  sus  circunstancias  y  por  su  publicación;  in- 
dulgencia, en  que  se  derraman  los  tesoros  de  la  Iglesia,  y  que  re- 
nueva la  memoria  de  aquellos  tiempos,  en  que  el  Virrey  de  Egipto 
franqueó  sus  trojes,  para  remediar  la  escasez  universal,  que  afligía 
á  la  Monarquía;  en  que  Salomón  hizo  ostentación  de  su  magnifi- 
cencia, derramando  el  oro,  la  plata,  las  piedras  preciosas  para  la 
fábrica  y  hermosura  del  Templo;  y  en  que  el  potentísimo  Asnero 
abrió  sus  Erarios,  congregó  su  Reino,  sin  distinción  de  clases  ni 
personas  y  concedió  liberalmente  las  gracias  más  singulares  á  la  Na- 
ción del  Señor.  ¿Son  estos  acasos  monumentos,  que  el  tiempo  pue- 
de consumir?  ¿Is'o  os  recuerdan  á  cada  instante  la  existencia  de 
unos  héroes,  que  fueron  los  autores  de  hechos  tan  memorables? 

Pero  cuando  estos  no  bastasen  

Permitid,  hermanos  míos,  que  yo  lo  diga,  y  no  os  acordéis  de  la 
parte,  que  me  toca  en  este  elogio,  aunque  muy  distante  de  mere- 
cerlo. Cuando  no  bastasen,  digo,  estos  hechos,  que  han  formado 
época  en  la  historia  de  los  tiempos  pai-a  auténtica  prueba  de  la 
nobleza  ilustre  de  vuestros  Padres.  ¿No  podría  yo  citar  á  esas 
tres  Venerables  Ordenes,  fundadas  por  cada  uno  de  ellos,  hijas  de 
la  fecundidad  de  su  espíritu;  establecimientos  eternos,  en  que  se  ad- 
miran reproducidos  de  siglo  en  siglo  sus  trofeos,  sus  glorias  y  sus 
triunfos,  como  incorruptibles  mármoles  en  que  está  grabada  su  me- 
moria? Si:  vosotras.  Ordenes  sagradas,  vosotras  sois  las  lápidas, 
las  inscripciones,  las  columnas,  los  monumentos  más  ilustres,  que 
deben  llevar  su  memoria  álas  últimas  generaciones.  A  pesar  de  la 


Proyecto  de!  monumento  á  Fr.  Cayetano,  presentado 
por  el  escultor  Torís 


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teníiz  contradición,  que  hace  el  mundo,  principalmente  en  un  siglo 
tan  dado  k  meditaciones  políticas,  vosotras  sois  siempre  las  antiguas 
y  venerables  ramas  de  esos  dos  místicos  Arboh  s,  que  cubrieron  to- 
da la  haz  de  la  tierra  con  su  benévola  sombra:  de  esos  Arboles, 
cuyos  frutos  han  llevado  muchas  veces  al  mundo  sabio  la  abun- 
dancia y  la  luz,  y  que  adornan  aun  con  tanto  espl(;ndor  los  vastos 
dominios  do  la  Iglesia  universal  con  los  innumerables  Santos,  que 
han  colocado  en  los  altares,  con  tantos  mártires,  que  han  dado  á, 
la  Religión,  tantos  Pastores  al  rebaño  de  Jesucristo,  tantos  maes- 
tros á  las  ciencias,  tantos  Apóstoles  á  las  Naciones,  tantos  Religio- 
sos; tantos  solitarios,  tantos  Confesores,  tantas  Vii-gones  

Lo  diré,  por  no  alargarme  demasiado,  con  una  profética,  figura  con- 
que concluyo. 

Vió  el  Profeta  Daniel  en  sueños  un  Arbol  misterioso,  que  arrai- 
gado profundamente,  llegaba  con  su  copa  hasta  el  cielo  y  extendía 
sus  ramas  en  ademán  de  cubrir  toda  la  tierra.  Vió  más:  una  mu- 
chedumbre de  avecillas  estaban  aleando  en  lo  más  elevado  de  sus 
ramas,  y  otros  tantos  animales  terrestres,  que  recogidos  al  pié  de  aquel 
Arbol,  rodeaban  su  robusto  tronco;  pero  unos  y  otros  mendigaban 
de  él  su  alimento:  Suhter  eam  hahitabaut  animalia,  et  in  ramis  ejus 
conversabantur  volucres  Coeli,  et  ex  ea  vescebatur  omnis  caro.  Ved 
aquí  un  sueño,  que  espresa  la  realidad  de  mi  pensamiento.  Domin- 
go y  Francisco,  cada  uno  es  ese  grande  Arbol,  alto  por  la  justicia, 
arraigado  por  la  humanidad,  jugoso  par  la  doctrina,  fecundo  por  la 
virtud,  lleno  de  ramas  por  sus  varias  Ordenes.  En  los  pajarillos  que 
aleaban  remontados  en  sus  ramas,  veo  yo  á  sus  ilustres  hijos,  que 
en  la  quietud  de  los  claustros,  en  las  soledad  de  sus  Eremitorios, 
aplicados  á  los  privados  ejercicios  de  la  vida  mística,  se  elevan  en 
la  Divina  contemplación  con  los  vuelos  extáticos  de  su  espíritu. 
En  los  animales  terrestres,  que  infatigablemente  se  agitaban  en  con- 
tomo de  su  tronco,  advierto  aquellos,  que  trabajando  en  favor  de 
la  Iglesia  en  los  públicos  ministerios  de  la  vida  exterior,  la  gobei*- 
naron  como  Pontífices,  la  defendieron  como  Doctores,  la  sostuvie- 
ron como  Prelados,  la  propagaron  con  sus  escritos,  con  su  voz,  con 
sus  sudores  y  con  su  sangre:  pero  alimentados  todos  con  el  jugo 
de  estos  dos  robustos  Arboles,  de  los  cuales,  como  de  plantas  fe- 
races, se  deriva  en  todos  el  alimento,  la  actividad  y  el  vigor;  y  yo 
añado,  el  honor,  la  gloria,  y  la  nobleza.  Fué  el  asunto  que  me  pro- 
puse: gloria  filiorum  Patres  eoruin. 

Si,  sagradas  Religiones,  ilustres  varones,  que  formáis  esas  vas- 


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tas  familias;  nobles  sois  por  vuestros  Padres;  ellos  lo  fueron  ante 
los  ojos  de  Dios  por  sus  virtudes;  ante  los  ojos  del  mundo  por  sus 
ilustres  hechos.  Os  toca  á  vosotros  por  la  imitación  de  sus  heroi- 
cidades, y  el  empeño  en  reproducir  su  espíritu,  formar  la  corona  á 
vuestros  Padres,  como  ellos  han  formado  Maestra  gloria.  Entonces 
sí,  que  se  verá  verificado  en  vosotros  en  toda  extensión  la  senten- 
cia del  Sabio  Rey  de  Israel:  Corona,  senuum  filH  filiorum:  gloria  filio- 
rum  Paires  eorum.  Hombres  del  siglo,  ved  aquí  el  camino  por  donde 
se  adquiere  la  verdadera  nobleza.  Esa  de  que  vosotros  hacéis  va- 
nidad no  es  más  que  una  cosa  hueca,  que  resonando  en  los  oidos 
nada  deja  en  el  corazón.  Sólo  es  noble  aquél  que  como  mis  San- 
tos Padres,  tiene  por  escudo  las  virtudes,  porque  sólo  éstas  dan  en- 
trada al  Palacio  eterno  de  la  gloria. — Ad  quam  nos  perducat,  Etc. 


Elogio  fúnebre  de  Belgrano 


Et  iste  qiddem  vita  decessit,  non  solum 
juvertibus,  sed  universce  genti,  cxeinplum 
virtidLi,  et  foriitudinis  derelinqueiis. 

Murió,  dejando  no  sólo  á  la  juventud, 
sino  también  á  toda  su  nación  ejemplo 
de  virtud  y  de  valor. 

Machab,  lib.  2  cap.  6. 

EXORDIO 

Este  elogio,  demostración  del  respeto  debido  á  las  cenizas  de  un 
hombre,  benemérito  de  la  patria,  que  la  lioiiró  con  sus  servicios,  la 
llenó  de  gloria  con  sus  triunfos,  promovió  con  sus  virtudes  el  de- 
coro de  su  nombre,  y  dió  más  de  una  vez  motivos  á  .su  gozo;  de 
un  hombre  declarado  constante  amigo  del  orden,  decidido  por  el 
bien  público,  empeñado  en  sostenerlo  á  costa  de  su  vida,  y  ex- 
puesto á  sacrificarla  tantas  veces  cuantas  arrostró  los  más  inminentes 
peligros;  de  un  hombre  revestido  do  un  carácter  de  dignidad  y  ente- 
reza, de  intrepidez  y  constancia,  cualidades  que  hacen  para  decirlo 
así,  la  superficie  del  mérito,  poro  que  no  obstante  son  presagios  de 
grandes  desempeños;  do  un  hombre  que  en  su  carrera  política  y  mili- 
tar supo  unir  el  talento  para  la  guerra  en  campaña,  y  el  de  la  paz  y 


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moderación  en  el  seno  rlc  los  pueblos,  buscando  en  todas  circunstan- 
cias, no  su  gloria  y  alabanza,  sino  la  felicidad  y  exaltación  de  su  pa- 
tria; de  un  lioinbre,  cuyo  corazón  fué  el  albergue  de  nobles  pensa- 
mientos, de  rectas  intenciones,  de  ardorosos  deseos  híicia  el  bien,  de 
resoluciones  generosas,  de  impetuosas  actividades,  de  meditadas  em- 
presas, que  caminaron  siempre  con  la  misma  rapidez  que  sus  pensa- 
mientos; corazón  para  quien  parece  se  habían  agotado  los  manantia- 
les del  ocio,  de  un  hombre  en  fin,  magistrado  íntegro  é  ilustrado, 
soldado  animoso  é  infatigable,  ciudadano  siempre  útil  á  la  patria:  dei- 
dad á  que  consagró  sus  luces,  su  honor  y  su  existencia,  importante  á 
la  sociedad,  buen  amigo,  hombre  de  bien;  este  elogio,  pues,  á  tin 
hombre  de  esta  clase  es  un  monumento  que  consagra  su  memoria,  un 
desempeño  de  la  gratitud  á  sus  constantes  servicios,  y  una  inscripción 
grabada  en  el  corazón  de  todos  sus  compatriotas  por  Li  necesidad 
gustosa  de  deferir  al  detall  de  sus  méritos. 

Este  breve  bosquejo  ñja  sin  violencia  la  atención  en  el  benemé- 
rito general  de  los  ejércitos  de  la  Patria,  brigadier  Don  Manuel  Bel- 
grano,  cuyo  nombre  será  honorable,  mientras  haya  apreciadores  del 
valor  y  la  virtud.  Los  que  han  sido  testigos  de  estas  dos  cualidades, 
que  expresan  su  carácter,  no  podrán  censurar  de  ligero  al  pincel  que 
las  dibuja.  Si  como  él  rindió  su  vida  en  las  criticas  circunstancias 
que  amargaron  más  que  nunca  á  la  patria,  la  hubiera  sacrificado  en 
su  obsequio  en  los  días  de  su  exaltación  y  de  su  gloria,  su  pérdida 
habría  robado  muchos  momentos  al  placer  de  celebrarlas,  y  el  luto 
interceptado  su  gozo.  Un  periodo  más  lisonjero  hubiera  hecho  un 
paréntesis  á  su  justa  alegría.  Pero  habría  dado  al  mundo  en  la  sensi- 
bilidad por  su  muerte  un  espectáculo,  que  exige  imperiosamente  su 
reconocimiento,  y  no  pudo  prestarle,  agobiada  como  estaba  del  peso 
de  sus  contrastes.  Asi  es  que  en  los  primeros  momentos  que  triunfa 
en  favor  del  orden,  y  funda  esperanza  de  promoverlo  con  éxito,  ha 
concebido  un  deber  presentar  ante  los  ojos  de  sus  pérfidos  infrac- 
tores, el  cuadro  de  las  acciones  de  este  hijo  que  supo  sacrificarse  por 
su  felicidad,  la  defendió  con  su  valor,  y  la  edificó  con  sus  virtudes, 
sin  perjuicio  del  traslado  que  da  á  la  posteridad,  que  sabrá  liacerle  la 
justicia,  que  quizá  le  niegue  ahora  la  emulación. 

Para  formarlo  pues,  bien  que  rápidamente,  sin  exponerlo  á  los 
insultos  do  una  insulsa  y  fastidiosa  itrítica  de  los  que  roen  siempre  el 
mérito,  poi-que  no  saben  contraerlo,  tiraremos  las  líneas  sobre  el  pla- 
no de  su  vida  pública.  El  sepulcro  que  oculta  sus  cenizas  no  ha  en- 
vuelto en  ellas  la  memoria  de  sus  hechos.  No  tendi'emos  que  exponer 


—  178  — 


k  la  expectación  común  un  fantasma  en  vez  de  su  persona,  como  Mi- 
chol  para  ocultar  á  David,  ni  menos  para  honrarlo  haremos  estudio 
de  escusar  sus  flaquezas  como  pretendía  Saúl  de  Samuel.    Damos  la 
cara  delante  de  quienes  han  fijado  sus  ojos  en  su  conducta,  ó  para 
buscar  en  ella  materia  para  su  elogio,  ó  para  tildarla  y  ennegrecerla. 
La  muerte  lo  ha  alejado  de  los  tiros  de  la  envidia,  de  los  asaltos  de 
la  vanidad;  y  de  la  confusión  que  pudiera  causarle  el  relato  de  sus 
flaquezas.   Estas  sean  las  que  quieran,  jamás  podrán  formar  tan  den- 
sas nubes,  que  ofusquen  la  claridad  de  sus  hechos,  y  el  resplandor  de 
sus  virtudes  políticas  y  cristianas.    No  hay  pues  que  temer  el  deslin- 
dar éstas  de  aquéllas  con  la  misma  libertad  que  su  carácter  franco  y 
resuelto  las  confesó  muchas  veces,  y  las  dejó  estampadas  con  su  plu- 
ma, sin  el  peligro  de  engreírse,  ni  el  oficioso  empeño  de  precaver  su 
confusión  y  vergüenza.    Asi  apesar  de  las  debilidades  propias  del 
hombre,  en  el  progreso  mismo  de  su  brillante  carrera,  de  que  él  no 
pudo  eximirse,  no  hemos  dudado  avivar  el  recuerdo  de  las  heroicida- 
des que  lo  distinguieron,  con  las  vivas  expresiones  que  el  iluminado 
autor  del  libro  segundo  de  los  Macabeos  da  la  idea  del  gran  mérito 
de  Eleázaro,  para  exitar  la  noble  emulación  de  sus  compatriotas,  de- 
sempeñar la  patria  del  deber  de  dar  algún  premio  á  los  laureles  de 
que  supo  coronarla,  y  no  dejar  quejosa  la  justicia,  que  reclama  nues- 
ti"a  eterna  gratitud.    Et  iste  quidem  vita  decessif,  non  solum  juvenibus, 
sed  uníversae  genti,  exemplum  virttUis  et  fortitiidinis  derelinquens. 
Murió,  dejando  á  la  juventud  de  su  país  y  á  la  América  toda,  ejem- 
plos de  virtud  y  de  valor.    Si  éste  no  es  su  carácter,  si  no  le  ajusta 
este  elogio,  será  preciso  correr  un  denso  velo  sobre  todas  sus  accio- 
nes en  los  principales  periodos  de  su  vida  política  y  militar,  y  dar  á 
la  opinión  pública  un  resguardo  de  su  vida.    La  verdad  no  se  anubla 
fácilmente.    Digamos,  pues,  que  en  el  fallecimiento  del  general  Bel- 
grano  perdió  la  América  un  modelo  de  virtud,  y  sus  hijos  todos  un 
estimulo  de  fortaleza  y  valor;  que  dió  de  una  y  otra  cualidad  ejem- 
plos que  sólo  es  dado  á  los  héroes  imitar;  y  que  en  la  escula  de  .sus 
contrastes  y  de  sus  felicidades  podrán  formarse  cumplidamente  los 
que  le  sucedan  en  los  honrosos  empleos  que  obtuvo  y  supo  desempe- 
ñar: non  solum  juvenibus,  sed  et  universae  genti,  exemplar  virtulis,  et 
fortitudinis  derelinquens.    Juventud  americana:  Pueblos  todos  de  la 
América  del  Sud:  se  apagó  la  antorcha  de  la  vida  de  este  héroe;  pero 
os  dejó  abiertos  los  senderos  que  conducen  al  templo  de  la  gloria:  ut 
sequamini  vestigia  ejus.    La  sencilla  narración  de  sus  hechos  os  hará 
patente  esta  verdad.  Comencemos. 


—  179  — 


Thema  ut  supra. 

Como  no  es  dado  á  los  mortales  echar  ímcoras  en  el  río  de  la 
vida,  que  corrifnilo  con  rapidez  arrastra  igualmente  al  que  lucha 
contra  sus  corrientes;  que  al  que  se  ai)andona  á  ellas,  el  general  Bel- 
grano  debió  llegar  al  término  de  sus  días.  Nada  hay  más  cierto  que 
el  que  éstos,  aunque  bien  empleados,  tienen  número  prefijo,  como  lo 
es  también  que  no  lo  tiene  el  nombre  que  con  ellos  se  ha  adquirido 
Bonae  vitae  viimerus  dlerum;  boniim  autein  nomen  permanehitin 
cevum.  (1). 

La  fama  es  un  olor  que  trasciende  y  ocupa  los  espacios  del  tiem- 
po, y  lleva  hasta  los  más  remotos  la  fragancia  de  las  virtudes  que 
marcaron  la  vida  de  los  héroes.  Así  es  que  el  curso  de  los  siglos, 
que  ha  convertido  en  ruinas  los  monumentos  más  robustos  del  arte  y 
aun  de  la  Naturaleza,  no  ha  podido  aniquilar  la  memoria  de  un 
Foción  justo,  de  un  Catón  austero,  de  un  modesto  Fabricio,  de  un  va- 
liente Mitridates,  ni  borrará  de  los  fastos  de  la  América  del  Sud  el 
honorable  nombre  del  general  Belgrano,  esculpido,  mejor  que  en  per- 
gamino y  en  bronces,  en  los  pechos  de  sus  conciudadanos.  Un  día 
pasará  á  otro  la  palabra,  un  año  al  que  le  sigue,  y  cuando  las  distin- 
tas generaciones  quieran  entrar  en  el  conocimiento  de  este  hombre 
memorable,  oirán  de  la  boca  de  sus  mayores  lo  que  del  virtuoso  y 
valiente  Eleázaro  se  escuchará  eternamente:  Et  iste  quidem  vita  de- 
cessit. 

El  general  Belgrano  ha  terminado  sus  días;  pero  os  ha  dejado 
en  herencia  su  virtud  y  su  valor,  para  estimularos  á  la  imitación  y  á 
la  gloria:  exemplar  virtutis,  et  fortitudinis  derelinquens.  Viven  y  vi- 
virán siempre  estas  notas  que  lo  carecterizaron  y  que  ahora  dan  ma- 
teria al  elogio  de  sus  méritos. 

Ejemplo  de  virtud.  En  efecto,  ¿quién  atentará  obscurecerlos  á 
presencia  de  unos  pueblos  expectadores  impai-ciales  de  su  conducta 
pública? 

Ahoguemos  en  un  profundo  olvido  los  años  de  su  vida  priva- 
da, los  años,  decimos,  de  su  juventud,  en  que  por  lo  común  se  con- 
funden el  genio  y  los  talentos  por  falta  de  piedra  de  toque  que  los 
descubra:  años  en  que  los  vicios  naturales  disputan  con  ardor  el  lugar  á 
las  virtudes,  y  en  que  éstas  ceden  ¡oh,  cuántas  veces!  el  campo  á  las 
pasiones;  años  en  que  vive  el  hombre  sin  otro  interés  que  el  de  vivir, 
sin  aspiraciones,  sin  miras,  y  sin  fijarse  en  el  porvenir  que  hará  su 


(1)  Ecclea.  41,  16. 


—  180  — 


gloria  ó  su  ignominia;  años  funestos,  dignos  de  cargar  con  todo  el 
peso  de  la  maldición  con  que  Job  improperaba  el  día  en  que  \ió  por 
primera  vez  la  luz.  No  dispensemos  elogios,  pero  ni  deri*amemos 
hieles  sobre  este  periodo  de  su  vida,  que  ningún  influjo  tuvo  en  la 
sociedad  de  que  fué  tniembro.  Su  corazón  fué  sin  duda  entonces  co- 
mo el  de  todos,  un  caos  en  que  se  abisman  los  defectos  y  las  virtudes, 
siendo  de  pocos  el  deslindar  extremos  tan  contrarios. 

Sigámoslo  en  la  carrera  de  su  vida  pública.  Desjjués  que  se  ha 
roto  el  barro  de  su  mortalidad,  como  el  de  las  hidras  de  Gedeón,  nos 
han  dado  en  los  ojos  de  lleno  las  luces  que  escondía. 

Ciudadanos  de  Buenos  Aires.  Nosotros  apelamos  á  vuestra  in- 
genuidad virtuosa  para  dar  principio  á  su  elogio  y  detallar  sus  virtu- 
des. En  los  momentos  en  que  el  general  Belgrano  empezó  á  figurar 
en  este  mundo  político,  vosotros  le  visteis  desplegar  aquel  amor  ar- 
diente á  su  patria,  ese  fuego  sagrado  que  fué  el  alma  de  todas  sus 
acciones  y  el  gérmen  prodigioso  de  sus  virtudes  públicas.  Cuando 
nos  explicamos  en  estos  precisos  términos,  no  es  bien  confundir  equi- 
vocadamente el  carácter  de  esta  pasión  tan  noble.  No  fué  en  él  aquel 
fuego  impetuoso,  erupción  violenta  de  ciertos  genios  volcanizados 
que  se  electrizan  sin  tino,  se  arrebatan  sin  objeto,  ó  si  lo  tienen,  pre- 
cipitan los  medios  de  realizarlo,  destruyen  asi,  y  asolan  cuanto  se 
presenta  adverso  á  sus  avanzadas  miras,  sin  calcular  sobre  los  funes- 
tos efectos  de  un  celo  mal  dirigido.  No  fué  aquel  fuego  fatuo,  sin 
actividad,  sin  ^vigor,  que  luce  y  no  da  calor  á  la  obra  que  se  medita, 
no  activa  su  ejecución,  no  hace  efectivos  los  planes  que  quizás  han 
demarcado  la  intención  sana  y  la  propensión  al  bien  que  se  desea. 
No  fué  aquel  fuego,  exhalación  del  moimmento,  que  apenas  se  objeta 
á  los  ojos,  cuando  ya  desaparece,  no  dejando  más  vestigios  que  la 
impresión  que  causó  momentáneamente  en  el  sentido.  No  fué  aquel 
fuego  que  dejando  helado  el  pecho  en  que  parece  haberse  concebido, 
sólo  obra  en  la  lengua  y  en  los  labios,  los  sacude,  y  ejecuta  despedir 
tantas  llamas,  cuantas  son  las  voces  huecas  que  articulan  para  poner 
en  buen  lugar  el  celo  que  se  aparenta,  aunque  estén  en  contradicción 
las  obras.  No  fué  aquel  fuego  que  se  ceba  en  el  objeto  que  interesa 
al  amor  propio,  á  la  conveniencia  individual,  sin  tendencia  al  bien 
común,  el  que  se  pretexta  únicamente  para  deslumhrar  la  vista  me- 
nos lince  y  sorprender  el  juicio  de  los  incautos.  Un  fuego  semejante, 
un  amor  de  esta  clase  no  es  el  que  forma  amantes  legítimos  de  la 
Patria:  amantes,  si,  estúpidos,  imprudentes,  desalentados;  amantes 
de  si  mismos,  de  perspectiva,  criminales,  á  quienes  ella  acusará  siem- 


—  181  — 


pre  anto  el  tribunal  incorrupto  dol  público;  como  asesinos  y  tiranos 
que  la  han  conducido  al  borde  del  8ei)ulcro.  Hé  aquí  clasificados  los 
efectos  de  ese  fuego,  de  ese  amor,  de  estc!  fenómeno  extravagante,  ó 
más  bien,  exhalación  maligna,  que  se  ha  encendido  en  el  porfiado 
choque  de  los  elementos  políticos  de  una  revolución  tenaz  y  com- 
plicada. 

No  es  este  el  sagrado  fuego  que  nutrió  y  dió  vida  al  general 
Belgrano.  Fué  el  dulce  amor  de  la  patria,  reglado  por  la  razón,  ci- 
mentado en  la  virtud,  guiado  por  la  experiencia,  animado  por  el  celo, 
sostenido  por  el  honor,  y  jamás  desmentido  por  hechos  capaces  de 
degradarlo:  (hdcis  amor  pafrüe.  Fué  aquella  pasión  noble,  que  se 
anida  en  pechos  generosos,  que  nació  en  el  suyo  previniendo  la  razón, 
creció  bajo  sus  auspicios,  se  refinó  en  las  adversidades  y  se  consumó 
en  su  muerte.  El  suelo  nativo,  las  cenizas  de  sus  mayores,  la  reli- 
gión del  país,  su  gobierno  político,  las  habitudes  comunes,  las  como- 
didades peculiares  del  lugar,  los  encantos  que  la  naturah^za  ofrece  en 
su  situación,  los  enlaces  contraidos  ó  por  la  naturaleza  ó  por  la  amis- 
tad, y  todo  lo  deducible  de  estas  ideas  generales,  que  hacen  la 
compleja  y  singular  de  la  patria  (idea  que  un  sabio  infundada- 
mente coloca  entre  las  quiméricas);  idea  que,  para  decirlo  así,  es  el 
ídolo  natural  del  hombre  que  vive  en  sociedad.  Hé  aquí  la  que  gra- 
bada en  el  corazón  del  joven  Belgrano,  desplegó  sin  perder  momento 
apenas  supo  pensar.  Dueño  ])or  suerte  de  un  entendimiento  despe- 
jado, capaz  de  calcular  sobre  los  intereses  de  esta  deidad  á  quien  con- 
sagró sus  desvelos:  de  un  corazón  resuelto,  y  con  sobrada  aptitud 
para  promoverlos;  de  una  alma  de  buen  temple,  y  penetrada  de  la 
obligación  de  sacrificarse  por  este  noble  objeto;  de  un  genio  superior 
á  los  obstáculos,  de  un  caudal  de  luces  que  supo  acopiar  en  tiempo, 
y  de  un  tino  especial  para  hacer  su  aplicación,  nada  omitió  desde  los 
primeros  pasos  en  su  carrera  pública  para  hacer  servir  estas  bellas 
cualidades  al  móvil  de  su  pasión  dominante.  Diga  lo  que  quiei-a  la 
emulación:  los  hechos  la  harán  siempre  enmudecer.  Asociado  con 
un  empleo  honorífico  á  un  tribunal  de  comercio,  cuyo  instituto  es  dar 
fomento  á  esta  fuente,  manantial  de  las  riquezas  del  país,  no  tuvo 
ociosa  su  pluma,  único  resorte  que  podía  entonces  tocar  para  promo- 
ver sus  creces,  y  empezó  á  verter  ideas  benéficas  con  ciertas  tenden- 
cias á  su  emancipación  futura,  sobreponiéndose  al  temor  que  debía 
inspirarle  el  celoso  empeño  con  que  la  antigua  metrópoli  enjuiciaba 
en  esta  materia  los  deslices  más  leves. 

Pero  este  era  un  reducido  teatro  para  dar  ensanche  á  las  activi- 


—  182  — 


dades  de  su  celo.  Otro  le  preparaba  la  Provirlencia  y  el  curso  de  los 
sucesos,  si  más  extenso,  también  más  implicado,  en  que  hiciesen 
im  principal  papel  sus  virtudes  políticas.  El  Omnipotente,  por  cuya 
voluntad  se  erigen  y  postran  los  tronos,  se  levantan  y  perecen  los 
imperios,  permitió  que  vacilase  el  cetro  de  ios  Borbones,  que  que- 
brantado en  Francia,  extendía  aun  en  España  su  dominación  á  este 
lado  de  los  mares.  Desquiciados  los  elementos  todos  del  poder,  y 
arrancados  de  sus  bases  por  la  audaz  intrepidez  de  un  hombre  solo, 
nacido  al  parecer  para  mudar  la  faz  del  mundo  político  y  fijar  la 
atención  del  orbe  entero,  se  precipitaba  desde  la  cima  de  su  esplen- 
dor y  grandeza,  al  abismo  de  su  abatimiento  y  exterminio.  Un  flujo 
y  reflujo  de  desgracias,  consiguientes  al  sacmlimiento  espantoso  de 
su  máquina,  paralizó  el  ejercicio  de  su  autoridad  en  esta  parte  inte- 
grante de  su  imperio,  que  él  miró  siempre  como  una  colonia  destina- 
da á  sentir  los  golpes  de  su  vara  despótica.  Nada  había  más  natu- 
ral que  el  desprendimiento  de  la  inmensa  porción  del "  mundo  nuevo 
de  una  pequeña  parte  del  antiguo,  en  los  momentos  en  que  estaba 
empeñada  en  uncir  al  carro  de  su  infortunio  los  preciosos  restos  que 
le  quedaban  de  libertad  y  de  gloria:  esto  le  daba  lecciones  prácticas 
para  engrosar  la  victima  que  debía  servir  de  pábulo  á  la  ambición 
del  tirano.  Buenos  Aires  recogió  el  fruto  de  estas  circunstancias  fe- 
lices k  la  América,  y  arrostrando  dificultades  que  no  es  fácil  analizar, 
arrojó  de  si  un  yugo  que  iba  á  doblar  su  peso  y  su  ignominia.  Desde 
este  acontecimiento  (hacemos  nuestras  las  expresiones  de  un  moder- 
no político,  cuyo  testimonio  no  debe  ser  sospechoso) '  este  generoso 
pueblo  es  el  punto  más  importante  del  globo,  y  el  que  decide  de  las 
más  grandes  empresas:  preside  á  la  suerte  de  un  país  como  la  Améri- 
ca Meridional,  y  al  destino  de  unas  hermosas  regiones,  en  cuya  com- 
paración, las  más  florecientes  comarcas  de  la  Europa  son  teatros  de 
miseria  y  pequenez. 

Entre  tanto  ¿podría  serle  indiferente  á  Belgrano  este  extraordi- 
nario suceso,  que  fué  siempre  el  término  de  sus  aspiraciones?  Exal- 
tada su  imaginación  con  el  porvenir  que  él  le  anunciaba,  fué  uno 
de  los  primeros  proclamadores  de  la  libertad  del  pais,  que  con  rostro 
firme  entró  en  proyectos  que  habrían  asustado  á  hombres  que  tocasen 
ya  el  fin  de  la  carrera  que  él  empezaba  entonces.  !Ohl  ¡A  cuántas 
virtudes  no  puso  en  ejercicio  para  emprenderlos  con  tino,  seguirlos 
con  firmeza  y  consumarlos  con  gloria!  Él  se  vió  asociado  por  el  voto 
de  sus  conciudadanos  á  la  primera  junta  de  gobierno,  en  que  vino  al 
fin  k  estrellarse  la  antigua  dominación:  junta  instalada  en  el  centro 


—  183  — 


del  poder  peninsular,  en  un  pueblo  europeo  por  sus  relaciones  com- 
plicadas de  sujeción  y  dependencia  absoluta,  por  los  sentimientos  do 
adhesión  que  inspiran  la  carne  y  sangre,  por  los  enlaces  fuertes  y 
suaves  de  la  amistad  que  enjendra  amores  recíprocos,  por  la  prefe- 
rente acción  é  influjo  de  las  gentes  de  Ultramar,  entroncadas  en  las 
familias  del  pueblo,  y  por  las  habitudes  que  forman  en  el  hombre  una 
segunda  naturaleza.  Junta  cuyo  valiente  impulso  puso  en  marcha  el 
carro  de  la  Patria,  despreciando  peligros,  trepando  cumbres  inaccesi- 
bles y  allanando  sendas  que  había  obstruido  la  astucia  unida  al 
poder  de  los  antiguos  dueños.  Junta,  en  fin,  cuya  erección  calmó 
las  ansiedades  de  los  amantes  del  país,  disipó  sus  dudas  y  fijó  el  sis- 
tema que  debieron  adoptar.  ¿Quedó  acaso  defraudada  la  esperanza 
de  los  que  quisieron  preferirlo  para  este  empleo  de  responsabilidad 
y  honor?  No  vieron  en  él  al  hombre  perezoso  que  ya  quiere,  ya  no 
quiere  alargar  sus  torpes  y  vacilantes  manos  al  bien  que  se  exige  de 
ellas;  menos  á  aquél  que  pone  mano  al  arado  y  vuelve  sus  ojos  á  los 
primeros  pasos  del  trabajo  que  emprende.  Vieron,  sí,  al  hombre 
acreedor  al  elogio,  con  que  el  P.  San  Ambrosio  realzaba  el  mérito  de 
su  hermano,  hombre  que  habiendo  gozado  del  aliento  de  la  vida, 
ignoró  su  debilidad:  vitam  vixit  debilitatem  ignoravit  (1).  Celoso,  ac- 
tivo, oficioso,  no  perdió  de  vista  un  instante  los  deberes  anexos  al 
cargo  con  que  lo  honró  su  patria;  mereció  su  confianza,  y  supo 
desempeñarla.  Desde  entonces  empezó  á  dar  íi  luz  las  notas  de 
aquel  carácter  suave  y  sostenido,  que  fué  la  divisa  de  todas  sus  ac- 
ciones y  la  base  de  todas  sus  empresas.  La  suavidad  siempre  igual 
y  constante  de  su  genio  le  sustrajo  del  común  de  aquellos  políticos 
caprichosos,  que  reservándose  los  halagüeños  gajes  de  la  autoridad  y 
honor  que  los  eleva,  se  vengan  con  los  que  los  necesitan,  de  los  cui- 
dados y  molestias  que  traen  consigo:  hombres  cuyo  trato  se  ha  de 
solicitar  espiando  ocasiones,  asechando  momentos  favorables  que  ha- 
cen pagar  mil  veces  el  beneficio  antes  de  recibirlo.  Adoptando  el 
consejo  del  Eclesiástico:  No  te  dejes  poseer  de  gloria  vana  por  la  inves- 
tidura de  honor  que  has  recibido;  ni  en  el  día  de  tu  honra  te  hinches 
y  ensoberbezcas  (2),  se  dejaba  ver,  cual  mero  particular,  cuando  bus- 
caban en  él  un  funcionario  público,  presentando  en  su  trato  el  her- 
moso contraste  del  valimiento  sin  fausto,  de  la  exaltación  sin  alta- 
nería, de  la  autoridad  sin  desdén,  y  sin  aquel  exterior  afectado  y 


(1)  Serm.  de  Obitn  Sat. 

(2)  Eodes.  c,  11.  V.  4. 


13 


—  184  — 


dominante,  que  lejos  de  inspirar  confianza,  infunde  en  el  ciudadano 
humilde  timidez  y  abatimiento- 
Pero  no  confundamos  la  suavidad  invariable  de  su  genio  con  la 
apatía,  debilidad  é  inercia  del  corazón.  No.  Él  supo  hermanar  ó  más 
bien,  recibió  del  cielo,  hermanadas  felizmente,  estas  bellas  cualida- 
des: amabilidad  de  genio,  fortaleza  de  corazón.  Si  aquélla  lo  hizo 
accesible,  ésta  lo  hizo  sostenido  en  sus  deberes,  invariable  en  los  dic- 
támenes, que  decían  tendencia  al  orden,  y  superior  á  los  asaltos  de 
la  adulación  y  engaño.  Ciudadanos:  ¿quién  de  vosotros  puede  lison- 
jearse de  haber  contrastado  su  firmeza,  torcido  sus  intenciones,  des- 
viado sus  benéficas  ideas,  y  haber  abierto  un  camino  para  arribar  á 
su  aprecio  y  granjear  su  benevolencia  por  los  viles  aunque  usados 
medios  del  aplauso  y  alabanza?  Amigo  decidido  de  lo  recto  y  justo, 
promotor  infatigable  del  bien  público,  y  declarado  rival  de  los  que 
aspiraban  á  ganar  su  confianza  tocando  otros  resortes  que  los  que 
pudieran  promover  estos  nobles  objetos,  sin  perder  un  solo  adarme 
de  aquella  suavidad  que  lo  hacia  amable,  hacia  sensible  su  firmeza, 
conciUándose  el  respeto  y  dando  en  sus  constantes  repulsas,  un  tes- 
timonio del  singular  carácter,  que  le  hizo  superior  á  los  débiles  espí- 
ritus que  se  resienten  á  la  voz  de  los  aplausos  y  hacen  su  caudal  de 
los  dejos  de  la  vil  adulación.  Los  ríos  y  los  arroyos  son  los  que  se 
hinchan  con  las  aguas,  cuando  el  mar,  que  recoje  en  «u  centro  todas 
las  del  globo,  nunca  sale  de  sus  limites.  Como  tuvo  el  dón  de  agra- 
dar sin  desvivirse,  de  respetar  sin  bajeza,  de  alabar  sin  aíhilación,  y 
Tie  estimar  el  mérito  donde  quiera  que  lo  hallaba,  éstas  eran  las  ar- 
mas para  atacarlo  con  éxito,  y  los  dotes  que  deseaba  divisar  en  los 
{jue  aspiraban  á  merecer  su  amistad:  dotes  que  adornando  su  perso- 
na, arrastraron  en  su  favor  la  opinión  pública  y  la  estimación  común. 

Y  ved  aquí  el  caudal  que  hizo  el  fondo  de  su  mérito,  y  le  dió 
opción  á  los  distinguidos  cargos  con  que  lo  honró  la  patria:  cargos 
de  honor  y  autoridad,  en  que  descubrió  sucesivamente  los  quilates  de 
sus  virtudes.  A  la  verdad,  no  el  favor  que  reparte  los  empleos,  pe- 
sados en  la  balanza  siempre  infiel  de  las  pasiones;  no  el  capricho 
que  halla  el  mérito  solamente  donde  quiere  encontrarlo;  no  la  casua- 
lidad, deidad  fingida  en  los  sucesos  humanos,  fué  el  principio  de  su 
elevación  á  los  altos  destinos:  su  mérito  conocido  y  experimentado 
on  los  primeros  ensayos  de  su  vida  política,  su  mérito,  le  condujo 
por  la  mano  al  templo  de  la  confianza  pública,  y  sobre  sus  aras  hizo 
el  solemne  juramento  de  desempeñarla  á  costa  de  su  vida.  ¡Oh! 
iCuántas  virtudes  no  supone  esta  resolución,  que  jamás  adoleció  de 


—  185  — 


inconstante!  La  patria  las  presintió  en  este  hijo  benemérito,  y  quiso 
hacerlas  servir  al  auge  de  sus  glorias.  Se  resuelve  á  depositar  en 
sus  manos  una  parte  de  sus  graves  empeños.  Lo  hizo,  y  el  suceso 
acreditó  su  acierto.  En  la  apurada  necesidad  de  auxiliar  á  las  pro- 
vincias, que  aun  gemían  bajo  la  influencia  inmediata  de  los  antiguos 
gefes,  para  que  sacudiendo  á  ejemplo  de  la  capital  el  yugo  opresor 
se  uniesen  á  sus  esfuerzos,  el  general  Belgrano  fué  el  primero  que  se 
encontró  digno  do  este  espinoso  y  delicado  encargo.  La  Junta  gu- 
bernativa clasificó  su  aptitud  y  lo  confió  á  su  prudencia  y  política. 
La  provincia  del  Paraguay:  hé  aquí  el  primer  teatro  que  le  depara, 
y  en  que  él  no  rehusa  hacer  de  actor  en  la  prosperidad  de  los  sucesos, 
ó  de  victima  en  la  trajedia  de  los  reveses  de  una  suerte  adversa.  Si 
la  incertidumbre  de  un  éxito  feliz,  radicada  en  el  concepto  de  unas 
gentes  en  quienes  la  servidumbre  se  había  convertido  en  naturaleza, 
los  usos  nacionales  en  sanciones  sagradas  que  no  es  licito  infringir, 
las  aspiraciones  en  crímenes  que  era  una  ley  castigar,  los  deseos  y 
aun  los  mismos  pen.samientos  relativos  k  otro  orden  que  el  antiguo, 
que  habían  consagrado  sus  mayores  con  una  ciega  y  humillante  su- 
misión, en  atentados  de  bultos  y  por  eso  imperdonables,  y  la  adhesión 
imprudente  á  su  suelo  donde  había  fijado  su  trono  el  despotismo,  en 
una  virtud  de  héroes;  si  este  aspecto,  pues,  desagradable  y  triste  es 
capaz  de  sorprender  la  animosidad  más  resuelta  y  la  más  prudente 
cautela,  el  fué  sin  duda  el  que  debió  retraer  al  general  Belgrano  de 
una  empresa  en  cuyo  progreso  se  agr^lpaban  los  peligros  y  se  conta- 
ban las  dificultades  por  los  pasos  que  se  daban  para  efectuarla.  Una 
prevención  funesta  contra  sus  miras  de  paz,  un  engaño  afectado  so- 
bre la  rectitud  y  sencillez  de  sus  intenciones,  un  estudiado  empeño 
en  sembrar  de  sospechas  y  recelos  las  sendas  por  donde  él  llevaba  en 
triunfo  la  libertad  y  la  gloria,  eran  otros  tantos  nublados  que  enca- 
potaban el  cielo  de  la  provincia  y  que  amenazaban  sumir  en  su  obs- 
curo caos  la  esperanza  de  reducirla.  No  se  le  ocultaba  á  su  penetra- 
ción lo  escarpado  de  esta  elevada  montaña;  pero  lo  empeñaba  el 
honor  y  era  forzoso  treparla  reptans  manihus,  et  pedibus.  Una  debía 
ser  la  voz  de  la  patria,  una  su  opinión,  unos  sus  sentimientos,  unos 
sus  intereses,  y  era  de  necesidad  promoverlos. 

Los  moradores  del  pueblo  de  la  Asunción,  capital  de  aquella 
provincia,  no  acostumbrados  á  registrar  en  sus  playas  otras  huellas 
que  las  de  sus  naturales;  sobrecogidos  de  estupor  y  recelo  al  ver  el 
aparato  con  que  se  acercaba  un  gefe  seguido  de  un  ejército  pendiente 
de  su  voz,  y  en  aptitud  de  resistir  las  contradicciones  más  sostenidas, 


~  186  — 


le  preguntaron  como  los  ancianos  de  Belén  al  profeta  Samuel:  paci- 
ficus  ne  est  ingresus  tuus?  (1).  ¿Es  tu  venida  de  paz?  Si,  les  respon- 
dió con  la  franqueza  propia  de  su  corazón.  Pacificus.  No  vengo  á 
traeros  la  güera,  sino  la  paz;  no  á  poneros  el  yugo,  sino  á  quebrar  el 
que  os  oprime;  no  k  haceros  despojos  de  mis  triunfos,  sino  á  facilitar 
los  vuestros;  no  á  teñir  con  sangre  mis  laureles,  sino  á  coronaros  con 
ellos;  Pacificus.  En  consecuencia,  ¡qué  medios  no  arbitró  para  hacer 
sensibles  sus  puras  intenciones!  ¡Qué  avenimientos  no  propuso!  iQué 
oposición  no  tuvo  que  sufrir  tenaz  y  violenta!  Si  no  realizó,  el  pro- 
yecto en  toda  la  extensión  que  él  esperaba,  si  no  unió  aquella  pro- 
vincia á  la  capital  de  Buenos  Aires,  á  lo  menos  le  inspiró  sus  senti- 
mientos, derramó  la  semilla  que  debia  brotar  en  tiempo,  hizo  suyos 
los  corazones  de  sus  principales  gefes,  y  dejó  abierta  la  senda  para 
volver  sin  tropiezo  en  calidad  de  enviado  á  recoger  el  fruto  de  sus 
primeros  trabajos,  y  consolidar  con  su  persuación  valiente,  la  idea 
que  ya  habían  concebido  de  sacudir  unas  cadenas  que,  si  sentían  su 
peso,  no  tenian  aliento  ni  valor  para  romperlas.  Empresa  que  hizo 
decir  á  una  gaceta  extrangeva  que  los  americanos  sabían  hacer  tanto 
con  la  pluma  como  con  la  espada. 

Este  encargo,  pues,  que  manejó  con  destreza,  con  tino  y  pruden- 
cia militar,  hará  época  siempre  en  la  carrera  de  su  vida  pública,  por 
más  que  la  emulación,  infatigable  en  perseguir  el  mérito,  haya  traba- 
jado en  ofuscarlo.  Levantó  el  grito,  si,  al  ver  que  en  los  primeros  im- 
pulsos no  había  correspondido  el  éxito  al  cálculo  de  los  medios,  y 
graduándolos  descaradamente  de  ineptos  para  los  fines  propuestos, 
hizo  recaer  sobre  su  autor  la  nota  de  temerario.  Pero  felizmente  la 
emulación  sufre  siempre  el  castigo  en  el  error  de  sus  juicios.  Juzgan 
por  lo  común  los  hombres  de  las  empresas  de  bulto  por  el  resultado 
de  ellas.  El  suceso  justifica  la  conducta:  exitus  acta  probat.  Hé  aqui 
un  error  que  ha  volcado  el  concepto  de  los  mayores  héroes,  y  reduci- 
do á  nada  sus  brillantes  acciones.  Quien  sólo  constituye  la  sabiduría 
de  sus  proyectos  en  el  buen  éxito  de  ellos,  no  merece,  decía  un  anti- 
guo poeta  (2),  que  le  salga  bien  proyecto  alguno.  El  sabio  nunca 
obra  á  la  ventura.  Usa  dé  prudencia  en  la  elección  de  los  medios, 
procede  tranquilamente  en  la  ejecución  de  sus  designios,  y  deja  los 
efectos  al  cuidado  de  una  oculta  providencia,  cuya  invisible  mano 
dirige  todo  á  sus  fines.  ¡Cuántas  veces  los  proyectos  mejor  concerta- 
dos claudican  por  accidentes  que  no  es  dado  prevenir,  porque  no  es 


(1)  Eeg.  1.  c.  16,  V.  4. 

(2)  Ovidio. 


—  187  — 


dado  prever  á  la  prudencia  humanal  Cabalmente,  esta  infeliz  cir- 
cunstancia inutilizó  en  parte  los  beneficios  y  prudentes  esfuerzos  del 
general  Bolgrano  3n  la  provincia  del  Paraguay;  circunstancia  que  no 
es  bien  sepultar  en  el  silencio  porque  defrauda  su  mérito,  ataca  y 
hiere  en  lo  más  delicado  de  su  concepto  y  da  margen  para  extender- 
nos algo,  aunque  no  cuanto  quisiéramos,  en  el  i'elato  de  sus  mejores 
virtudes,  si  no  fuera  tan  reducido  el  cuadro  en  que  deben  delinearse. 
La  malicia  de  los  antiguos  gefes  sorprendió  la  candidez  (démosle  este 
honesto  nombre)  de  aquellos  naturales,  exparcicndo  una  maligna 
especie,  que  fué  una  alarma  para  los  sensatos.  ¡Oh!  (les  dijeron  en 
tono  enfático  y  lastimero).  Esos  que  pisan  vuestras  playas  son  unos 
monstruos:  de  genere  giganteo;  gigantes  de  ambición,  cuyo  designio 
es  invadir  vuestras  pingües  posesiones,  enriquecer  con  vuestros  fru- 
tos, engordar  con  vuestra  substancia;  y  dar  pábulo  á  su  avaricia  con 
cuanto  brota  vuestro  fértil  suelo.  Gigantes  de  crueldad  y  tiranía, 
que  abrigan  en  sus  pérfidos  pechos  la  negra  intención  de  subyugaros, 
hollar  las  cenizas  de  vuestros  mayores,  arrancaros  vuestros  hijos,  y 
llevarlos  por  trofeo  de  su  victoria,  perturbar  vuestra  tranquilidad  y 
sembrar  de  males  incalculables  el  hermoso  pais  que  os  ha  tocado  en 
suerte.  Gigantes  de  irreligión  y  de  inmoralidad,  que  se  han  hecho 
famosos  por  los  datos  de  su  prostitución,  y  poderosos  en  obras  y  pa- 
labras de  iniquidad,  desmoralizarán  la  juventud,  debilitarán  su  fé, 
trastornarán  sus  ideas  de  religión;  potentes  a  sceculo  viri  famosi. 

Calumnia  horrible,  que  se  promueve  en  la  cátedra  de  la  verdad 
por  un  sacerdote  venerable  por  su  ciencia  y  virtud,  que,  seducido  por 
la  voz  pública  y  arrebatado  de  celo,  alienta  al  pueblo  á  rubricar  con 
su  sangre  las  verdades  que  consagra  la  religión.  Pero  calumnia  que 
echando  de  improviso  hondas  raíces  en  los  pechos  de  aquellos  ciuda- 
danos, brotó  en  ellos  la  generosa  resolución  de  repeler  con  la  fuerza 
un  bien,  que  desgraciadamente  no  reconocían  unos  y  otros  afectaban 
ignorar. 

¡Ambición!  crueldad,  irreligión,  inmoralidad!  Nombres  abomi- 
nables que  debían  borrarse  del  diccionario  de  los  hombres  libres,  ó 
que  aspiran  á  serlo  por  los  medios  que  dicta  la  razón  y  apoya  la  jus- 
ticia. ¡Oh!  Si  fuera  posible  al  hombre  descorrer  en  un  momento  el 
velo  que  naturalmente  cubre  su  corazón,  de  cuánto  pudor  se  hubiera 
llenado  el  rostro  de  aquellos  impostores  al  presentarles  el  general 
Belgrano  el  suyo  tal  cual  eral  Corazón  que  nunca  experimentó  los  ata- 
ques déla  ambición:  corazón  sensible  á  la  miseria  ajena.  Su  vida  pú- 
blica es  un  dilatado  campo  que  ofrece  en  todos  sus  períodos,  monu- 


—  188  — 


mentos  de  esta  verdad.  Si  el  deseo  de  elevarse  por  los  grados  del  honor 
y  de  la  gloria  es  una  de  las  notas  que  caracterizan  al  coríizón  del  am- 
bicioso, lo  fué  ciertamente  el  del  general  Belgrano;  y  lejos  entonces 
de  envilecerlo  este  dictado,  lo  haría  acreedor  al  elogio  de  sus  compa- 
triotas, cuya  felicidad  fué  el  objeto  de  este  noble  sentimiento  que 
afectó  su  corazón.  El  amor  á  la  gloria  no  fué  en  él  aquella  conste- 
lación maligna  que  despierta  en  el  hombre  las  pasiones  más  apaga- 
das, las  aviva,  las  estimula  y  al  fin  las  precipita.  No  fué  aquella 
sed  insaciable  de  gloria  humana,  que  prostituye  al  que  aspira  impa- 
ciente por  llegar  á  la  cumbre  de  ella,  y  que  lo  ejecuta  k  tomar  arbi- 
trios y  medidas,  aparentar  pretextos,  vencer  dificultades,  urdir  artifi- 
cios y  tramoyas,  apurar  todos  los  ardides,  abatirse  á  conde.scendencias 
viles,  disimular,  disfrazarse,  hacer  todas  las  transformaciones  y  figu- 
ras, resortes  precisos  para  buscar  ignominiosamente  la  gloria  y  la 
fortuna,  ó  para  vivir  y  mantenerse  á  la  sombra  de  ella.  No  por  cier- 
to. Ya  se  ha  diclio.  Fué  un  noble  sentimiento  radicado  en  el  honor 
y  desplegado  en  acciones  heroicas,  para  cimentar  la  felicidad  de  su 
patria,  á  que  ha  consagrado  sus  servicios:  sentimiento  que  sólo  se 
anida  on  pechos  generosos,  nacidos  para  llevar  á  cabo  empresas 
grandes.  ¿Cuál  fué,  pues,  la  ambición  que  esclavizó  su  alma  hasta 
hacerla  degenerar  en  cruel?  ¿La  sagrada  hambre  del  oro?  ¡Ah!  Pa- 
sión vil,  degradante,  y  que  ha  ennegrecido  el  mérito  de  tantos  vale- 
rosos guerreros,  qup  han  dejado  por  despojo  de  sus  triunfos  la  mise- 
ria del  pais  que  conquistaron.  El  general  Belgrano  aunque  nacido 
en  el  seno  de  la  abundancia  y  familiarizado  desde  sus  primeros  años 
con  el  brillo  de  este  metal  apeticido,  hubo  en  su  suerte  un  corazón 
insensible  á  sus  encantos;  encantos,  si,  á  que  en  expresión  de  un  an- 
tiguo, no  pueden  resistir  los  hombres,  ni  aun  los  dioses  (1).  Pueblos 
todos,  los  que  fuisteis  testigos  de  su  conducta  pública,  dad  honor  á 
la  verdad.  Vosotros  debéis  tomar  la  palabra  y  hacer  el  elogio  que 
merece  un  hombre,  un  patriota,  un  ciudadano,  un  magistrado,  un 
militar,  que  por  ninguno  de  estos  honorables  títulos  se  juzgó  acree- 
dor á  engrosar  con  la  sustancia  de  sus  comi)atriotas,  ni  se  interesó  en 
un  dozavo  ageno,  ¿qué  digo?  ni  en  lo  suyo,  adquirido  justamente  por 
sus  distinguidos  servicios.  Vosotros  visteis  pasar  y  correr  por  sus 
manos,  crecidas  sumas,  sin  reservarse  para  sí,  como  pudiera,  lo  que 
le  era  debido  por  su  elevado  empleo  ó  por  sus  honrosas  comisiones. 
Vosotros  le  visteis  respetar  los  bienes  de  sus  conciudadanos  como  un 


(1)  Horacio. 


—  189  — 


sagi-ado  que  no  es  lícito  violar  con  las  licencias  de  una  sórdida  ava- 
ricia; y  que  no  pudo  provocar  á  todos  como  otro  Sanmel  ú  las  tribus 
congregadas,  para  que  le  reconviniesen  por  sus  liaberes  inicuamente 
usurpados.  Entonces  se  habría  oído  la  voz  de  cada  uno  aplaudiendo 
su  virtud:  ñeque  opresisti,  ñeque  tiúisti  de  mam  elicujus  qiúdpian  (1). 

¿Quién  ignora  que  antepuso  más  de  una  vez  el  peligro  de  perecer 
á  manos  de  la  indigencia,  que  arrebatar  de  las  de  los  miserables  el 
pan  que  se  habían  proporcionado  con  el  sudor  de  su  rostro?  ¿Quién 
ignora  que  invitado  por  el  gobierno  en  cierta  ocasión  á  valerse  del 
apurado  recurso  de  las  haciendas  de  la  campaña,  para  subvenir  á  sus 
tropas,  que  gemían  oprimidas  del  hambre  y  de  la  escasez,  contestó 
resueltamente  que  nunca  habían  comido  sus  soldados  un  pan  sin  pa- 
garlo, y  que  no  se  atrevía  á  dejar  por  una  sola  vez  tan  pernicioso 
ejemplo?  Así  que  pudo  á  cara  descubierta  decir  con  la  misma  libertad 
que  el  santo  Job:  si  mi  tierra  clama  contra  mí;  si  he  comido  sus  fru- 
tos sin  pagarlos;  si  apremié  alguna  vez  el  corazón  de  los  que  la  han 
cultivado,  consiento  que  en  lugar  de  mieses  me  produzca  espinas.  Si 

adversum  me  térra  clamat. .  :  prof amento  oriatar  mihí  trihulus, 

et  pro  Jiordeo  spina  (2).  ¿Qué  más  en  prueba  de  su  desinterés  y  de  su 
humanidad?  Un  corazón  ambicioso!  Los  que  así  piensan,  si  hay 
quien  piense  de  este  modo,  luchando  con  la  evidencia  de  los  hechos, 
no  señalarán  un  dato  en  que  apoyen  su  pensar  avanzado,  derramen  luz 
sobre  los  períodos  de  su  carrera  militar,  y  política;  y  después  de  regis- 
trar de  buena  fé  todas  sus  operaciones, no  hallarán  una  que  envíe  la  idea 
de  esa  vergonzosa  cualidad  que  quizá  se  atreva  á  adjudicarle  la  malicia. 
No  dirán  que  aceptó  alguna  vez  esas  generosas  y  brillantes  demostra- 
ciones que  acaso  con  el  pretexto  de  significar  carifio  ó  testificar  agrade- 
cimiento, ha  introducido  la  urbanidad  demasiadamente  bizarra.  No  di- 
rán que  el  tren  magnifico,  el  fausto  ostentoso,  el  soberbio  aparato  eran 
indicios  de  la  usurpación  injusta  del  oro  ajeno,  con  que  engrosó  su 
sustancia.  Se  presentó  á  vista  del  mundo,  observador,  extrangero  en 
su  patria,  sin  hogar,  sin  casa  propia;  sin  posesiones,  sin  heredades,  y 
lo  que  es  más,  sin  aprovecharse  de  los  momentos'  prósperos  y  sin 
pensar  en  cautelarse  los  reveses  de  la  foi  tuna.  No  dirán  que  la  disi- 
pación, la  prodigalidad,  las  diversiones,  los  desempeños  de  un  honor 
mal  entendido,  fueron  los  desagües  de  sus  usurpaciones.  Su  vida  la- 
boriosa, siempre  ocupada,  su  rivalidad  declarada  al  ocio  vil  y  al  per- 
nicioso descanso,  su  imaginación  fecunda  en  proyectos,  cuya  ejecución , 


(1)  Eeg.  c.  12.  V.  4. 

(2)  Job.  3.  I  Y.  40. 


—  190  — 


no  pemiitia  momentos  al  desahogo,  sus  empresas  nunca  interrumpi- 
das, sus  viajes  dilatados  y  frecuentes  para  promover  la  felicidad  de  la 
patria,  á  quien  llamaba  su  esposa,  su  contracción  al  ejercicio  penoso 
de  las  armas,  y  el  desempeño  de  las  graves  obligaciones  que  son 
anexas  á  esta  hom'osa  ocupación:  esto  y  muclio  más,  que  no  es  fácil 
detallar,  despide  un  rayo  Je  luz  que  disipa  aquel  nublado  que  pudo 
haber  cogelado  á  la  malicia.  No  dirán,  en  fin,  que  se  acordó  de  sus 
rentas,  sino  cuando  se  acordó  de  las  urgencias  del  estado,  á  cuyo  fa- 
vor cedió  siempre  la  mitad;  ni  que  se  aprovechó  del  oro  y  las  rique- 
zas sino  cuando  se  presentó  la  ocasión  de  sublevor  la  miseria  y  hacer 
felices  los  pueblos  en  bien  de  la  humanidad.  Hablamos  con  docu- 
mentos intachables,  que  no  puede  tergiversar  la  emulación  más  lince. 

La  cuantiosa  suma  de  cuarenta  mil  pesos  que  le  adjudicó  la  pa- 
tria, y  con  que  desahogó  parte  de  su  gratitud  por  dos  acciones  bri- 
llantes, con  que  fijó  la  libertad  de  su  suelo;  suma  que  habría  servido 
de  sabroso  pábulo  á  otro  corazón  no  como  el  suyo,  sólo  dió  materia  á 
su  piedad  generosa  en  bien  de  4  pueblos  que  carecian  de  escuelas 
públicas  pai-a  instrucción  de  la  juventud,  por  falta  de  preceptores  que 
llenasen  este  empleo.  Acción  noble,  rasgo  de  liberalidad  poco  imitable 
y  que  llevará  á  la  posteridad  la  memoria  del  varón  de  misericordia, 
que  dió  un  ejemplo  de  humanidad  que  no  se  repite  muchas  veces. 
Tenemos  á  la  vista  la  carta  contestación  al  gobierno,  en  que  signifi- 
ca su  gratitud  por  este  donativo,  que  confiesa  muy  superior  á  su  mé- 
rito, y  en  que  da  oportunamente  documentos  de  desinterés,  tan  nece- 
sario en  los  funcionarios  públicos.  El  oro,  decía  Horacio  (1),  más 
poderoso  que  el  rayo,  trastorna,  y  derriba  las  murallas  más  sólidas. 
Quizá  ésta  fué  la  sentencia  que,  grabada  en  su  corazón,  le  inspiró  el 
desprendimiento  de  este  principio  de  corrupción,  que  pudiera  viciar 
su  integridad,  y  tuvo  la  dulce  complacencia  de  ocurrir  con  sus  inte- 
reses á  la  urgencia  de  los  pueblos  antes  que  disfrutar  de  ellos  con 
peligro  de  su  honor  y  mengua  de  la  justicia.  ¡Ohl  Tarija,  Jujuy,  Tu- 
cumán  y  Santiago  del  Estero,  mientras  abriguen  en  su  seno  senti- 
mientos de  gratitud,  consagrarán  sus  lágrimas  á  la  memoria  de  un 
hombre  que  les  ha  dejado  los  rastros  más  sensibles  de  su  caridad  y 
de  su  amor. 

Pero  hagámonos  presentes  por  unos  momentos  al  último  de  su 
vida.  Rodeemos  el  lecho  del  dolor  en  que  exhaló  su.s  últimos  suspi- 
ros. ¿Qué  espectáculo  se  nos  presenta  á  los  ojos?  ¿Hominem  mollibus 


(1)  Lib.  3»  oda  2». 


vestitum?  ¿Divisamos  allí  los  vestigios  de  su  ambición  en  la  abundan- 
cia en  que  muere?  ¿Vemos  en  él  uno  de  aquellos  varones  de  las  ri- 
quezas, viri  divitiarum,  que  duerme  su  último  sueflo,  y  nada  hallan 
después  de  lo  que  atesoraron  en  los  excesos  de  su  sórdida  avaricia? 
(1).  lAyl  ¡Qué  al  contrariol  Habia  dicho  una  verdad,  repitiendo  lo 
que  el  profeta  de  Idumea;  Desnudo  salí  del  vientre  de  mi  madre  y  des- 
nado vuelvo  a  la  tierra,  de  que  fui  formado  (2).  Sepa  todo  el  mundo, 
pues  es  insto  que  lo  sepa  para  honor  de  la  virtud  y  de  este  virtuoso 
americano  que  supo  cultivarla,  que  después  de  probar  en  campaña  los 
amargos  resabios  de  la  escasez  extrema  de  la  indigencia  míis  cruel,  ha- 
bría bajado  á  la  tumba  en  brazos  de  la  miseria,  á  no  haber  hallado  asilo 
en  los  sentimientos  que  inspiran  la  carne  y  sangre,  siendo  acreedor 
de  justicia  á  una  gruesa  cantidad  de  sus  sueldos,  que  su  delicadeza 
jamás  le  permitió  reclamar.  ¿Qué  idea  pues  no  da  de  si  un  corazón 
tan  magnánimo,  tan  generoso  y  tan  desinteresado?  ¿De  qué  virtudes 
no  es  susceptible  una  alma  tan  llena  de  humanidad?  ¿Y  cuál  seria  el 
fondo  de  su  religión,  fecundo  manantial  que  las  produce?  Tenda- 
mos otra  vez  la  vista  por  el  cuadro  de  sus  acciones  públicas;  ellas 
nos  ahorrarán  el  trabajo  de  descubrirla. 

Dado  á  la  luz  por  unos  padres  que  recibieron  en  herencia  de  sus 
mayores  menos  los  bienes  de  fortuna  que  los  sentimientos  de  reli- 
gión, él  entró  en  parte  de  esta  misma  herencia,  recibiendo  eu  la  leche 
con  que  lo  alimentaron,  el  jugo  de  la  vei-dad,  y  aquel  germen  de  pro- 
pensiones cristianas  que  se  desarrolla  en  los  progresos  de  la  edad, 
crece  con  la  instrucción  y  se  robustece  con  el  ejemplo.  No  tuvo  la 
desgracia  de  traer  su  origen  de  unos  padres  que  reduciendo  los  debe- 
res de  la  religión  á  los  que  prescribe  la  hombría  de  bien,  según  el 
mundo,  lejos  de  negociar  la  salvación  de  sus  hijos,  negocian  su  ruina 
y  prostitución.  Así  es  que  no  vió  en  ellos  los  síntomas  de  una  vida 
enteramente  mundana  ó  meramente  política,  ni  aquel  lenguaje  falaz 
de  la  concupiscencia,  que  sorprende  á  la  juventud  menos  incauta.  No 
oyó  de  sus  labios  aquellas  bufonadas  impías,  aquellas  conversaciones 
escandalosas  que  hacen  la  sal  de  las  sociedades  del  siglo;  pero  que 
según  la  escritura  de  la  verdad,  corrompen  las  buenas  costumbres 
(3),  irritan  las  pasiones  de  la  juventud,  la  domestican  con  el  vicio,  y 
la  animan  y  estimulan  á  sacudir  el  dulce  yugo  de  la  vergüenza  y  de 
la  fé.    ¿Qué  esperáis  de  estos  principios?  ¿Qué  frutos  debo  dar  este 


(1)  Psalm.  75  V  6. 

(2)  Job  I  V.  21. 

(3)  8.  Pab.  I  ad.  Corint  15  v.  33. 


—  192  — 


arbolillo  plantado  en  el  seno  de  nna  familia  que  supo  regarlo  con  las 
aguas  saludables  de  una  doctrinn  y  nutrirlo  con  ejemplos  de  religión 
y  de  piedad?  ¿Será  con  el  tiempo  uno  de  aquellos  necios  que  á  pesar 
de  los  más  irresistibles  convencimientos,  digan  en  su  corazón:  no  hay 
Dios?  (1)  ¿Será  uno  de  aquellos  desvergonzados  jóvenes,  que  si  por 
casualidad  lo  confiesan,  no  es  el  Dios  que  los  apóstoles  predicaron  á  las 
naciones,  sino  un  Dios,  que  ellos  se  fingen  á  medida  de  su  antojo, 
un  Dios  materia,  violentado  como  un  autómata,  por  una  fatal  necesi- 
dad á  todo  cuanto  liace;  ó  un  Dios  espirita,  pero  sin  providencia,  que 
abandona  al  hombre,  obras  de  sus  manos,  á  su  propia  conducta,  sin 
prescribirle  leyes  ni  exigir  de  su  dependencia  homenaje  alguno,  antes 
mira  con  la  misma  indiferencia  el  incienso  que  la  ciega  superstición 
ofrece  á  los  Ídolos,  que  el  que  la  religión  quema  al  pié  de  los  altares? 
¿Será  uno  de  aquellos  nuevos  apóstoles  de  la  impiedad,  que,  no  co- 
nociendo más  Dios  que  la  naturaleza,  se  conforman  decididamente 
con  sus  deseos,  procuran  satisfacer  todas  sus  inclinaciones,  se  dejan 
arrastrar  vilmente  de  sus  groseros  apetitos,  colocando  de  este  modo 
la  naturaleza  sobre  el  trono  del  Altisimo,  la  criatura  sobre  el  Criador, 
y  permitiendo  los  desórdenes  más  vergonzosos,  como  un  culto  debido 
á  esta  extraña  divinidad?  ¿Será  como  aquellos  espíritus  fuertes,  para 
quienes,  rotas  las  barreras  del  espíritu  humano,  la  revelación,  este 
freno  para  contener  sus  excesos,  es  de  un  peso  intolerable?  ¿Espíri- 
tus, para  cuya  penetración  nada  hay  sagrado;  todo  lo  quieren  com- 
prender; espíritus  que  ponen  en  problema  las  verdades  más  incontes- 
tables, impugnan  los  primeros  principios  de  las  costumbres,  y  se 
avanzan  á  hacer  vacilar  los  fundamentos  de  la  religión,  y  aun  del 
gobierno  político;  espíritus,  en  fin,  que  á  la  sombra  de  ciertos  térmi- 
nos estudiados,  ciertas  voces  brillantes  que  han  inventado — Libertad 

DE  PENSAR,  PROGRESOS  DEL  ENTENDIMIENTO,  LUCES  DEL  SIGLO — Se  to- 
man la  licencia  de  opinar,  decidir  y  dogmatizar  con  temeridad  sacri- 
lega, hasta  apostárselas  á  la  misma  divinidad?  (2).  ¡Oh!  Estaba  re- 
servada para  el  siglo  diez  y  nueve  la  aparición  de  este  espantoso 
cometa,  que  con  su  cauda  arrastra  miserablemente  la  juventud  incau- 
ta. ¿Será  pues  el  joven  Belgrano  víctima  de  sus  furias?  No  hay  que 
temerlo.  Las  luces  que  derramó  en  su  entendimiento  su  educación 
primera,  sabrán  sobreponerse  á  las  densas  tinieblas  que  esparcen  los 
apóstatas  de  la  verdad.  La  antorcha  de  la  religión  lo  conducirá  sin 
desviarse  por  las  antiguas  y  trilladas  sendas  de  sus  mayores.  Vivii'á 


(1)  Psalm  Xni  V.  I. 

(2)  NicoL.  Jamíu— jIwíWoío  cotUm  los  malos  libm. 


—  193  — 


contento  con  la  ignorancia  de  lo  que  no  le  es  permitido  investigar, 
obediente  al  precepto  del  apóstol:  non  plus  sapere  quam  oported  supe- 
re (1).  Asi  es  que  sus  obras  jamás  fueron  en  contradicción  de  estas 
virtudes.  ¿Quién  oyó  de  su  boca  una  espresión  menos  recta  relativa 
íi  la  creencia  de  los  sagrados  misterios?  ¿Quién  le  vió  arrojar  veneno 
por  sus  labios  en  sarcasmos  groseros,  invectivas  malignas,  sátiras 
mordaces,  expresiones  ajenas  del  pudor,  para  ridiculizar,  envilecer  y 
hacer  desprecio  de  la  religión  que  había  profesado?  ¿Quién  le  vió 
faccionarse  con  esos  hombres  que  tienen  el  descaro  de  hacer  mérito 
de  sus  miserias  y  alarde  de  ellas,  en  los  cafés,  en  las  calles  y  en  las 
plazas;  hombres  astutos  en  dar  á  sus  fragilidades  el  más  bello  colo- 
rido, y  en  vestir  á  la  virtud  del  ridiculo  traje  del  vicio;  espíritus  liber- 
tinos y  disolutos,  que  se  ocupan  en  armar  nuevos  lazos  á  la  sencillez 
y  al  recato,  en  dar  lecciones  de  incredulidad  con  sus  conversaciones,  y 
ejemplos  de  irreligión  con  sus  costumbres?  ¿Quién  le  vió  hacer  estu- 
dio de  esos  libros  de  moda,  que  por  desgracia  digna  de  eterno  llanto, 
infestan'nuestros  países,  después  de  haber  inundado  toda  la  Europa, 
sembrados  de  blasfemias  contra  la  Divinidad,  y  de  vergonzosos  y  crasos 

errores  en  la  moral  cristiana?  ¿Quién  vió  en  el  general  Belgrano  ? 

Pero  ¿á  qué  ejecutar  con  reconvenciones,  cuando  de  su  religión  dan 
testimonio  sus  ol)ras?  El  árbol  se  conoce  por  sus  frutos.  Quién  tan 
ciego  que  no  divisó  en  él  aquella  adhesión  al  culto  público,  expresión 
auténtica  de  su  fé,  y  dato  inequivocable  de  su  religión?  ¿Quién  no 
fué  testigo  de  su  asistencia  frecuente  en  los  templos  á  los  solemnes 
y  privados  sacrificios?  y  de  aquel  empeño  con  que  promovió  y  llevó 
á  cabo  varios  establecimientos  piadosos,  tan  edificantes  á  los  pueblos, 
que  se  llamaron  felices  al  vei'se  bajo  la  protección  de  sus  armas? 
¿Quién  no  admiró  aquel  celo  inflexible  con  que,  como  otro  Matatías 
— zelando  zelum  Dei,  castigaba  los  excesos  de  los  que  estaban*  á  la 
raya  de  su  inspección  y  poder,  al  extremo  de  sujetarse  á  pena  riguro- 
sa una  palabra  obscena  é  indecente  del  soldado?  ¿Quién  no  vió  aquel 
tesón  con  que  acostumbró  á  sus  tropas  á  los  ejercicios  de  devoción  y 
piedad  y  al  desempeño  de  las  obligaciones  de  cristiano?  Celo  piado- 
so, activo,  é  incansable,  que  tuvo  el  glorioso  efecto  (según  la  expre- 
sión de  un  respetable  oficial,  que  cuenta  entre  sus  mayores  honras, 
el  haber  militado  bajo  el  inmediato  influjo  de  su  virtud  y  valor)  de 
que  su  ejército  fuese  observado  por  su  táctica  y  disciplina  como  un 
ejército  de  soldados  valientes  y  aguerridos,  y  por  su  moderación  reli- 
giosa, como  un  cuerpo  de  hombres  de  instituto  piadoso.    Asi  la  en- 


(1)  Ad.  Eom.  12,  v,  3, 


—  194  — 


vidia,  fecunda  en  imputaciones  falsas,  jamíis  acusará,  al  general  Bel- 
grana  de  viles  condescendencias,  de  contemplaciones  políticas,  de 
capitulaciones  infames  con  la  impiedad  y  el  desorden;  y  subscribirá  k 
pesar  suyo  á  los  elogios  de  que  se  hizo  digno  por  el  tesón  infatigable 
con  que  aplicó  la  segur  al  árbol  del  escándalo,  hasta  arrancarlo  del 
ejército  en  que  había  echado  altas  i'aíces,  convencido  con  el  P  S.  Ci- 
priano, de  que  su  disimulo  con  los  delincuentes  lo  haria  componer 
con  ellos  un  cuerpo  de  pecado:  umin  faciunt  et  egentium,  et  aspicien- 
tium  crimen.  ¿En  qué  país  no  ha  resonado  la  fama  de  su  piedad  re- 
ligiosa con  que  tributaba  al  cielo  el  homenaje  de  su  gratitud,  recono* 
ciéndolo  en  sus  militares  encuentros,  por  autor  único  de  sus  triunfos, 
y  besando  la  mano  que  lo  humillaba  en  sus  desgracias?  ¡Con  qué 
confianza,  con  qué  ternura  libraba  en  las  manos  de  la  Reina  de  los 
Angeles  el  feliz  éxito  de  sus  empresas,  y  cuán  sensibles  pruebas  les 
dió  esta  Madre  de  su  protección  y  ampai'o  en  dos  apurados  lances  en 
que  se  vió  comprometido  su  honor,  é  indecisa  la  suerte  de  la  América 
del  SudI  Salta,  Tucumán,  vosotros,  pueblos  afortunados,  funestas 
tumbas  del  orgullo  europeo,  si  vosotros  fuisteis  oculares  testigos  de 
las  victorias  de  este  General  americano,  también  de  su  piedad  y  cris- 
tiana conducta.  En  vestros  templos  se  postró  humillado  á  rendir 
gracias  á  su  soberana  libertadora,  y  como  á  otra  Judit  más  digna  de 
los  elogios,  que  mei'eció  la  antigua  hebrea  de  los  moradores  de  Betu- 
lia,  le  tributó  constantemente  los  suyos,  dejando  en  legado  pío  á  to- 
dos sus  compatriotas  este  ejemplo  de  religión  que  debieran  emitar, 
persuadidos  que  si  Dios  no  guarda  la  casa,  en  vano  trabajan  los 
que  se  afaman  en  construirla. 

Después  de  esto  ya  no  debe  admirarnos  que  los  pasos  de  este 
hombre  i'eligioso  vienen  marcados  todos  con  el  sello  de  la  moralidad 
cristiana.  Si  él  fué  conducido  en  brazos  de  su  celo  patriótico  al  inte- 
rior del  Perú  á  la  cabeza  de  un  respetable  ejército  con  el  objeto  de  pro- 
mover la  libertad  del  pais,  auxiliando  los  pueblos  que  anhelaban  sa- 
cudir el  oneroso  yugo  que  tantos  años  humillaba  su  cerviz,  fueron 
precursores  de  sus  marchas  su  religión  y  piedad.  Los  ejércitos  en 
campaña  siempre  se  han  mirado  en  su  tránsito  como  unos  torrentes 
impetuosos  que  talan  los  campos  y  heredades,  ó  como  unas  lavas  ar- 
dientes que  convierten  en  ruinas  cuanto  se  opone  á  su  curso.  Las 
tropas  del  general  Belgrano  eran  mansos  y  pacíficos  ríos,  que  derra- 
mando sus  aguas  por  los  países  por  donde  corren,  dejan  por  vestigios 
la  prosperidad  y  la  abundancia.  Presidían  en  ellas  el  orden,  la  mo- 
ralidad, el  decoro  en  honor  de  ellas  mismas  y  del  gefe  que  dignamen- 


—  195  — 


te  las  comandaba.  Asi  es  que  atravesaban  las  provincias  como  unos 
viajeros  modestos  y  prudentes,  que  saben  respetar  los  derechos  del 
suelo  donde  pisan,  que  no  atacan  las  propiedades  de  sus  dueños,  y 
compran  el  pan  que  se  alimentan  y  aun  el  agua  que  beben.  Nos 
contentamos  les  decían,  como  los  israelitas  al  rey  de  Hesebon,  con 
que  nos  deis  paso  franco.  Por  lo  demíis,  vendednos  por  nuestro  di- 
nero los  víveres  y  el  agua  con  que  hemos  de  alimentarnos:  Alimenta 
precio  hende  nobis,  nt  vescamus:  aqunm  pecunia  trihue,  et  sic  vivemus 
Tantiim  esí  nt  nohis  eoncedas  Iransilum.  No  temáis  que  nos  desviemos 
del  camino  que  llevamos  para  inferiros  un  mal:  non  decli  nábimus  neo 
ad  dexteiam,  nec  ad  sinis  terrani  (1).  Asi  lo  decían,  y  correspondía  el 
efecto  á  la  palaljra.  Si  alguna  vez  la  licencia  del  soldado  abrió  un 
flanco  funesto  á  esta  conducta  invariable,  ocurrió  luego  á  cerrarla  la 
rigidez  del  castigo,  dando  á  entender  que  con  el  buen  orden  de  las  tro- 
pas no  era  compatible  la  diferencia  criminal  de  su  general  con  los  par- 
ticulares que  se  atrevían  á  infringirlo.  La  irreprehensibilidud  de  sus 
costumbres  públicas,  la  severidad  de  su  disciplina,  la  aplicación  ince- 
sante de  su  celo,  que  no  le  permitía  descanso,  á  pesar  de  lo  débil  de 
su  constitución  y  de  graves  y  habituales  dolencias  de  que  se  sintió 
aquejado,  la  actividad  de  su  genio,  que  lo  bilocaba,  para  esplicarnos 
así,  y  lo  presentaba  casi  un  momento  mismo  en  la  tienda  de  sus  ofi- 
ciales, en  el  cuartel  del  soldado,  en  los  puestos  de  guardia,  en  el 
cuerpo  de  sus  tropas,  desplegadas  en  ciertos  puntos  para  ensayos  mi- 
litares, ó  reunidos  en  los  pueblos,  en  las  academias  particulares  esta- 
blecidas por  su  orden  para  instrucción  de  oficiales  y  sargentos,  en  los 
hospitales,  de  noche,  de  dia,  k  todas  horas,  haciéndose  todo  Argos  pa- 
ra vigilar  sobre  estos  ramos  sujetos  á  su  protección  y  cuidado;  hé 
aquí  el  origen  de  la  orden  admirai)le,  que  los  hizo  respetables  á  las 
provincias  todas,  que  anhelaban  tener  en  sus  distritos  unos  cuerpos 
que  harían  su  felicidad,  secundarían  su  fortuna,  y  borrarían  con  sus 
huellas  de  honor  las  que  otros  habían  impreso  antes  de  deshotu'a  é 
ignominia.  ¡Ay!  Sin  advertirlo  hemos  tropezado  con  esta  época  fu- 
nesta. Período  vergonzoso,  no  ocupes  una  sola  página  en  el  abulta- 
do libi'o  de  nuestra  historia  política,  y  si  ocurres  alguna  vez  á  nuestra 
memoria,  sólo  sea  para  que  resalte  con  más  viveza  la  gloria,  la  vir- 
tud, el  decoro  del  héroe  que  admiramos,  como  brilla  con  más  viveza 
la  luz  en  medio  de  las  tinieblas. 

Repetimos,  pues,  que  aquel  complejo  de  cualidades  que  se  reúne 
rara  vez  en  un  sujeto  solo,  lo  puso  en  actitud  de  organizar  su  ejército 


(1)  Deutenom  2.  v.  28. 


—  196  — 


y  llamar  la  atención  de  los  más  prevenidos  en  contra  de  su  concepto, 
hasta  producirse  on  los  decorosos  términos  de  que  él  era  el  único  in- 
dicado para  llevar  el  pabellón  de  la  libertad  al  interior  del  reino. 
Los  pueblos  del  Perú,  penetrados  de  este  mismo  sentimiento,  que 
hace  tanto  honor  al  general  Belgrano,  en  la  urgencia  de  cimentar  un 
muro  que  estorbase  el  paso  á  los  enemigos  que  atentaban  ocuparlo, 
levantaron  la  voz,  y  lo  llamaron  como  á  su  intento  el  Mac-,edonio  á 
Pablo:  transiens  in  Macedoniam,  adjuva  nos  (1).  El  gobierno  conoce 
la  necesidad  de  acceder  á  los  deseos  de  unos  pueblos  que  se  unían  á  la 
aspiración  común,  y  reclamaban  la  presencia  de  un  hombre  que  él 
solo  valía  por  mil.  El  oye  el  grito  imperioso  de  la  patria:  ella  lo 
llama,  y  obedece. 

¡Pero,  en  qué  circunstancias!  Detengámonos  unos  momentos,  que 
ellas  nos  conducen  á  registrar  de  nuevo  el  cuadro  de  sus  virtudes. 
Había  regresado  á  su  nativo  suelo  de  la  corte  de  Londres  para  donde 
fué  destinado  por  autoridad  suprema  á  realizar  vastos  designios,  que 
sólo  podían  concebirse  en  el  seno  de  las  luces,  designios  que  intenta- 
ron frustrar  la  envidia  y  la  mala  fé  y  que  despertaron  la  emulación 
empeñada  en  derrocar  la  confianza  que  la  patria  había  depositado  en 
su  talento,  y  política;  pero  á  que  él  supo  sobreponerse,  escudado  en 
la  rectitud  de  sus  intenciones.  En  aquel  talento,  en  que  se  consume 
mas  tiempo  en  adivinarse  los  pensamientos  que  en  hablarse,  no  ma- 
nejó otra  arma  para  desvanecer  maquinaciones,  que  su  noble  senci- 
llez, su  genio  abierto,  franco  é  ingenioso,  sin  reducir  k  la  clase  de 
misterios  sus  miras  de  paz  y  conveniencia  pública  y  menos  usar  de 
travesuras  políticas,  polilla  de  la  buena  fé,  y  moneda  prohibida  entre 
los  hombres  de  bien.  Allí  fué  (ionde  invitado  á  realizar  un  proyecto, 
que  en  aquella  época  se  presentaba  al  parecer  benéfico  á  la  patria, 
descubrió  en  su  terminación,  no  sabemos  qué  de  implicado  y  miste- 
rioso, y  azorado  de  la  vehemencia  del  celo,  soltando  las  velas  á  su 
corazón  anclado  en  su  rectitud,  sin  temer  escollos  ni  peligros,  se  negó 
á  las  insinuaciones  y  exigencias,  en  que  no  divisaba  toda  la  pureza, 
que  era  el  carácter  de  sus  procedimientos,  y  salvando  lances  en  que 
pudieran  escollar  su  honor  y  su  virtud,  volvió  al  seno  de  su  patria  á 
prestar  reconocimiento  y  respectos  k  la  autoridad  que  entonces  regía; 
pero  haciendo  ver  antes  en  prueba  de  su  atinada  prudencia,  que  es 
mucho  más  desbaratar  coaliciones,  que  concertarlas,  desvanecer  eu- 
blados,  que  congregarlos,  precaver  desconfianzas,  que  sembrarlas,  y 
extinguir  emulaciones,  mucho  raás  que  despertarlas. 


(1)  Act.  Aport.  c.  16,  v.  9. 


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¿Quién  no  pensaríi  que  abría  con  esta  sola  conducta  un  profundo 
cimiento  al  templo  de  la  gloria?  ¡Ali!  Kl  mundo  político  es  un  teatro 
deleznable  y  movedizo,  donde  so  mudan  con  frecuencia  las  escenas, 
y  donde  todo  se  agita  con  rapidez  por  contrarias  direcciones.  El  gene- 
ral Balgrano,  apenas  pisa  su  suelo,  ve  empeñada  por  el  gobierno  la 
actividad  de  su  celo  en  una  comisión  importante,  en  que  en  vez  de 
satisfacciones  sufrió  un  amargo  contraste,  fraguado  por  la  malicia;  y 
cuando  su  previsión  debiera  retraerlo  do  entrar  en  nuevos  servicios, 
que  lejos  de  merecer  gratitud,  excitarían  rivalidades  y  enconos;  se  re- 
solvió k  sacrificar  su  quietud,  y  aun  su  existencia,  descubriendo  en 
BU  deferencia  al  precepto  otra  virtud,  que  rola  entre  los  demás,  daba 
realces  k  su  mérito: — Su  obediencia.  Si,  su  obediencia,  que  servirá 
siempre  de  reproche  á  la  altanería,  al  orgullo  y  escandalosa  animosi- 
dad de  las  que  poniendo  carteles  de  su  adhesión  al  orden,  lo  han  per- 
turbado mil  veces,  cuando  no  han  podido  hacer  servir  á  sus  propios 
intereses  los  de  la  patria,  á  quien  dicen  han  jurado  fidelidad.  El  ge- 
neral Belgrano,  único  en  esta  línea  (permítaseme  este  desahogo  á  la 
ingenuidad  y  á  la  justicia  que  onlena  dar  á  cada  uno  lo  que  es  suyo), 
tuvo  esta  virtud  por  norte  de  sus  operaciones.  Sin  perder  un  punto 
de  vista  la  sentencia  del  orador  romano:  obedecemos  á  la  ley  para  fter 
libres,  hizo  instituto  de  prestarse  no  solo  á  cuantas  dictó  el  estado 
para  su  estabilidad  y  mejor  rejitnen,  sinó  á  las  mínimas  insinuaciones 
de  la  autoridad  suprema.  Tan  pronto  en  obedecer  como  absoluto  en 
mandar,  protestaba  gustoso  á  las  potestades  superiores  la  misma  su- 
misión que  exigía  de  sus  soldados.  Asi  se  vio  más  de  una  vez  que 
desnudándose  del  rango  que  investía,  defirió  á  los  mas  duros  precep- 
tos, sin  perdonar  fatigas,  molestas  perigrinaciones,  extremas  escase- 
ces, miserias  inauditas  sufridas  en  ásperos  y  dilatados  caminos  á  la 
frente  de  un  ejército  que  él  amaba  y  cuyos  trabajos  habría  reputado 
un  crimen  mirar  con  indiferencia,  viniendo  al  fin  á  ser  victima  sacrifi- 
cada en  las  aras  de  esta  virtud  tan  suya.  Ella  pues,  fué  un  im- 
pulso suave,  pero  demasiado  fuerte,  que  lo  ejecutó  imperiosamente 
á  abandonar  su  suelo,  y  dirigir  sus  marchas  al  Tucumán,  con  el 
objeto  de  recibirse  del  mando  de  un  ejéi-cito  que  debía  reorganizarse 
para  operar  con  él  en  el  interior  del  reino.  No  permitió  intervalos  en- 
tre recibir  la  orden  y  ejecutarla,  sin  cpie  el  desaire  que  había  sufrido 
su  honor  defraúdese  su  obediencia.  Aunque  sensible  á  los  golpes 
que  le  dió  la  emulación,  callaba  sus  justos  resentimientos,  luego  que 
dejaba  oir  la  voz  imponente  de  la  patria,  que  lo  llamaba  en  su  auxi- 
lio. Prestarse,  cuando  la  obediencia  halaga,  es  sabroso  al  amor  pro- 


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pío;  pero  es  duro  é  insufrible  cuando  hiere  y  lastima.  Tales  son  las 
circunstancias  en  que  el  general  Belgrano  obedeció  sin  réplica,  y  se 
vió  de  repente  convertido  de  simple  ciudadano,  á  que  le  redujo  un 
injusto  contrasto,  en  general  en  gefe  de  un  ejército,  en  que  libraba  la 
patria  su  regeneración  política.  Sea  esto  dicho  en  honor  de  la  ver- 
dad. Tomarlo  á  su  cargo  fué  lo  mismo  que  entrar  un  alma  en  un 
cuerpo  desmembrado  y  disuelto,  darle  vida,  y  ponerlo  en  aptitud  de 
ejercer  con  magestad  sus  funciones.  Convencido  de  que  un  cuerpo 
insubordinado  á  su  cabeza  seria  el  mayor  de  los  desórdenes,  la  mayor 
contradicción  á  las  leyes,  el  mayor  estorbo  para  comunicarse  el  vigor 
de  la  cabeza  á  tos  miembros,  y  en  fin,  como  se  explica  un  sabio  eco- 
nomista, sería  un  pólipo  del  corazón  político,  fué  su  primer  cuidado 
montar  su  ejército  sobre  el  pié  de  una  dependencia  absoluta  de  su 
voz.  Segregó  de  él  los  miembros  que  pudieran  corromperlo;  hizo  su- 
ya la  voluntad  de  los  gefes  subalternos:  les  inspiró  amor  al  orden;  y 
los  sujetó  á  su  severa  y  constante  disciplina.  ¡Oh!  Quien  podrá  arre- 
batarle esta  gloria?  Es  verdad  que  no  encendió  el  hacha  de  la  guerra, 
ni  proporcionó  laureles  á  un  ejército  tan  digno  de  coronarse  con 
ellos.  Las  circunstancias,  que  comunmente  deciden  de  los  destinos, 
no  permitieron  esta  satisfacción  á.  su  celo.  Pero  estacionado  en  San 
Miguel  de  Tucuman,  y  en  ademán  de  internarse  al  Perú  á  dar  la  loy 
á  un  enemigo,  que  respetó  su  posición  militar,  y  no  se  atrevió  á  in- 
sultarlo. ¿Cuántos  bienes  no  acarreó  á  nuestras  provincias?  ¿Cuántos 
males  no  sofocó  en  su  origen? 

La  emulación,  que  en  su  vez  usurpa  las  acciones  de  la  fina  polí- 
tica, para  asestar  con  impunidad  sus  tiros,  se  avanzó  á  reputar  inútil 
y  degradante  este  periodo  de  su  carrera  militar;  pero  los  servicios  del 
general  Belgrano  y  las  virtudes  en  que  supo  cimentarlos,  la  cubrirán 
de  pudor,  aunque  sin  escarmiento. 

Para  poner  en  claro  esta  verdad,  y  dar  á  este  digno  gefe  toda  la 
reputación  que  pretende  menguarle  la  malicia,  no  hay  más  que  vol- 
ver los  ojos,  al  infeliz  estado,  á  que  se  vió  reducida  la  patria  en  aque- 
lla época  memorable.  Él  hará  resaltar  la  importancia  de  su  detención 
en  aquel  punto.  «Divididas  las  provincias,  desunidos  los  pueblos,  y 
aun  los  mismos  ciudadasos  por  unos  principios,  que  si  no  es  dificil 
analizar,  es  un  deber  político  ocultar  bajo  el  velo  de  un  silencio  reli- 
gioso; rotos  los  lazos  de  la  unión  social,  inutilizados  los  resortes  to- 
dos para  mover  la  máquina  que  dió  algunos  pasos  hácia  nuestra  li- 
bertad, pero  retrogradó  sucesivamente  al  impulso  de  las  pasiones; 
minada  la  opinión  pública;  erigidos  los  gobiernos  sobre  bases  débiles 


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y  viciosas;  chocados  entre  si  los  intereses  comunes  y  particulares  de 
los  pueblos,  negándose  alguno  al  reconocimiento  de  una  autoridad 
común  que  fijase  sus  deberes,  y  terminase  de  un  modo  imponente  sils 
querellas;  en  diametral  oposición  las  opiniones;  convertidos  en  dog- 
mas los  principios  más  distantes  del  bien  común;  enervadas  las  fuer- 
zas del  estado;  agotadas  las  fuentes  de  la  pública  prosperidad;  para- 
lizados los  arbitrios,  para  darles  un  curso  conveniente;  pujante  en 
gran  parte  el  vicio,  y  extinguidas  las  virtudes  sociales,  ó  por  no  co- 
nocidas, ó  por  irreconciliables  con  el  sistema  de  una  libertad  mal  en- 
tendida; conducidos,  en  fin,  los  pueblos  por  unos  senderos  estraños, 
pero  análogos  á  tan  funestos  principios,  á  una  espantosa  anarquía. . .» 
En  estos  precisos  términos  se  esplica  el  Retlactor  del  congreso  nacio- 
nal instalado  en  Tucumán.  ¡Qué  teatro  tan  espantoso!  ¡Qué  situa- 
ción tan  espinosa  y  tan  desagradable!  Hé  aquí  el  campo  de  abrojos, 
en  que  pone  sus  plantas  el  general  Belgrano,  á  presencia  de  una 
asamblea  que  lo  observa,  de  un  enemigo  orgulloso  que  amenaza  dis- 
putarle el  terreno,  que  aun  presentaba  vestigios  de  su  antigua  humi- 
llación, de  rivales  poderosos  que  minaban  su  concepto,  y  que  llevaban 
con  agrio  su  preferencia  para  el  empleo  que  ocupaba.  Nada  de  esto 
le  intimida.  Como  no  aprendió  entre  los  azares  del  juego  á  sufrir 
los  caprichos  de  la  suerte  y  las  variedades  de  la  vida,  sino  en  los  amar- 
gos lances  que  ésta  le  había  presentado  en  los  empleos  y  comisiones 
que  obtuvo,  cuidó  de  no  temer  lo  que  estaba  acostumbrado  á  esperar. 
A  todo  se  expuso,  se  dió  á  todo,  menos  al  terror  que  debían  inspirar- 
le circunstancias  tan  tristes.  ¡Ah!  ¿Por  qué  pretendemos  deslumhrar- 
nos? ¿Por  qué  queremos  cubrir  de  sombras  el  resplandor  que  hiere 
nuestros  ojos?  Pueblos  de  Salta,  Jujuy,  Tucumán,  Santiago,  Rioja, 
Catamarca,  Córdoba,  y  todas  sus  comprensiones  ¿qué  papel  hubierais 
representado  en  la  tragedia  de  que  iba  á  ser  teatro  funesto  vuestro 
suelo,  si  el  general  Belgrano  y  sus  disciplinadas  tropas  no  hubieran 
inspirado  desde  lejos  á  los  enemigos,  un  favor  á  que  no  pudieran  so- 
breponerse? ¿Cómo  hubiérais  puesto  diques  al  torrente  que  iba  á 
derramarse  sobre  vosotros,  en  que  se  hubiera  anegado  vuestra  suerte 
si  él  no  hubiera  sido  el  dique  insuperable  al  empuje  de  sus  aguas? 
¿Quién  os  hubiera  librado  de  las  garras  del  León,  que  se  precipitaba 
ya  sobre  la  presa,  que  irritaba  su  voracidad,  si  este  nuevo  Hércules 
no  les  hubiera  mostrado,  aunque  en  distancia,  la  invencible  maza  de 
su  autoridad  y  poder  para  arruinarla?  Digamos  más,  pues  nada  di- 
remos, de  que  no  puedan  salir  de  garantes  los  pueblos  mismos.  En 
el  dislocamiento  de  las  provincias  todas,  en  la  efervescencia  de  las  pa- 

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siones  atizadas  por  el  encono  y  el  orgullo,  en  el  reclamo  de  soñados 
derechos,  parte  de  una  razón  delirante,  en  el  ardor  de  las  aspiracio- 
nes fomentadas  por  la  invidia,  en  el  choque  de  las  autoridades,  en- 
carnizado por  intereses  que  en  nada  respetan  al  bien  común;  en  este 
laberinto  en  que  amenazaba  perderse  para  siempre  la  felicidad  á  que 
aspiraban,  el  general  Belgrano  fué  el  que  encendió  la  antorcha  para 
entrar  por  sus  confusas  sendas,  sin  temor  de  extraviarse;  fué  el  The- 
seo  que  dió  muerte  al  Minotauro  de  la  discordia  civil,  y  domó  el  ge- 
nio altanero  de  los  díscolos,  aquel  genio  que  en  el  retrete  de  sus 
almas  engendra  en  ellos  el  misterio  de  sus  antipatías  y  aversiones, 
de  sus  arrebatadas  conmociones,  de  sus  precipitados  furores  contra 
el  orden.  ¿A  qné  grado  de  respectabilidad  no  elevó  al  soberano  Con- 
greso Nacional,  haciendo  obedecer  sus  providencias,  dirigidas  todas  á 
unir  los  pueblos,  que  por  una  fatalidad  habían  desenlazado  los  vín- 
culos de  la  unidad,  pero  sin  romperlos;  confesaban  la  autoridad,  pe- 
ro sin  obedecerla;  rehuían  el  yugo  de  la  subordinación,  pero  sin  sacu- 
dirlo? Tiempos  difíciles  y  escabrosos,  en  que  el  general  Belgrano, 
este  hombre  de  orden  y  de  rectitud,  justificó  esta  verdad:  que  el  celo 
vigoroso  é  inflexible  precave  los  progresos  del  mal,  cuando  el  celo 
tolerante  y  contemplativo  los  promueve.  Sordo  á  los  gritos  de  los 
patronos  de  la  humanidad  mal  entendida,  persiguió  el  desorvlen  con 
ardoroso  empeño  y  excarraentó  á  los  malvados,  convencido  de  que  si 
en  exasperar  los  espíritus  hay  peligro,  se  arriesga  todo  en  contem- 
plarlos. 

|0h!  Como  el  profeta  Jeremías  maldijo  el  primer  día  de  su  vida 
(1),'^ deberíamos  llenar  de  imprecaciones  aquel  en  que  adoptamos  la 
funesta  máxima  de  librar  al  tiempo  el  castigo  de  los  males,  dejando 
entretanto  quejosa  la  justicia,  ilusorias  las  leyes  y  triunfante  el  vicio, 
con  desdoro  de  la  virtud,  vergüenza  de  la  razón,  descrédito  de  la  au- 
toridad, inminente  peligro  del  estado  é  impugnidad  de  los  perversos. 
¡Cielos!  ¡Cuándo  amanecerá  el  día  en  que  se  abran  las  puertas  del 
templo  de  la  justicia,  se  depositen  las  llaves  en  manos  de  la  razón  y 
sólo  las  maneje  el  recto  celo!  Este  debía  llamarse  por  antonomasia, 
el  día  de  la  América  del  Sud,  que  nos  traería  desde  lejos,  como  un  dón 
precioso,  la  oliva  de  la  paz  y  el  laurel  de  la  victoria.  ¡Gran  Belgra- 
no! Cerraste  los  ojos,  sin  que  ellos  viesen  este  día  grande,  término 
de  RUS  aspiraciones;  pero  dejaste  en  el  curso  arreglado  de  sus  acciones 
cristianas  una  semilla  de  rectitud  y  justicia,  que  brotará  y  dará  en 
tiempo  el  gigante  árbol  de  nuestra  felicidad. 

¡Con  cuánto  ardor  no  la  promovió  este  digno  americano,  desdo 


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que  la  patria  libró  h  su  celo  este  importante  encargo!  Si  nos  fuese  per- 
mitido dilatarnos  masen  seguir meimdamente  sus  pasos  en  su  carrera 
militar  y  política  ¡cuántas  virtudes  descubririamos  relativas  á  este 
glorioso  objeto!  Veríamos  en  la  alternativa  de  sucesos  favorables  y 
adversos  con  que  la  suerte  quizo  probar  su  constancia,  un  héroe  due- 
ño de  un  corazón,  á  quien  nunca  engrió  la  gloria,  nunca  abatió  la 
desgracia,  nunca  la  varia  fortuna  pudo  hacerle  vacilar,  y  desviarlo  un 
solo  instante  del  serio,  irrevocable  propósito  de  hacer  servir  sus  ta- 
lentos, sus  industrias,  su  política,  su  opinión,  sus  fuerzas  físicas  y 
morales  en  bien  de  toda  la  América.  Veríamos  que  hecho  muchas 
veces  el  blanco  de  los  tiros  injustos  de  la  capciocidad  empeñada  en 
derrocar  los  cimientos  de  su  honor,  se  mostró  insensible  y  superior 
á  los  viles  artificios  de  sus  émulos,  y  les  dió  en  su  desprecio  lecciones 
de  generosidad  y  de  paciencia  cristiana,  mucho  más  cuando  ahogando 
en  su  pecho  los  frecuentes  desaires  que  le  proporcionaron  sus  negras 
combinaciones,  se  prestó  siempre  al  servicio  de  su  patria,  como  si 
ésta  hubiera  coronado  sus  esfuerzos.  Cualidad  singular  que  admiran 
todos,  pero  que  imitan  pocos.  Veríamos  en  la  secreta  corresponden- 
cia con  la  autoridad  suprema,  vaciado  su  corazón  en  protexta  de  sus 
rectas  intenciones,  haciéndolas  presente  los  abusos  que  retardaban  el 
progreso  de  la  causa  común,  clamando  por  el  remedio  de  ciertas  en- 
fermedades, que  afectaban  el  cuerpo  militar  y  político,  resistiendo 
proyectos  ligeramente  meditados,  no  entrando  por  partidos  difíciles 
de  llevar  al  término  de  lo  justo,  descubriendo  maquinaciones  infa- 
mes, y  proporcionando  medios  y  modos  de  deshacerlas.  Veríamos  en 
él  un  corazón  que  jamás  quemó  inciensos  en  el  templo  de  la  fortuna, 
que  nunca  dobló  la  rodilla  al  ídolo  del  favor;  que  abrigaba  un  odio 
eterno  á  la  vil  adulación,  accesible  solamente  al  mérito  y  al  honor. 
Verdad  es,  y  es  justo  confesarlo,  que  fué  sorprendido  alguna  vez,  y 
que  repartió  favores,  y  depositó  confianza  en  sujetos  indignos  de  esta 
honrada  preferencia;  pero  ¿á  quién  no  engaña  el  vicio  cuando  se  pre- 
senta con  el  rostro  de  la  virtud?  Hay  hombres,  que  sus  pasos  en  la  ca- 
rrera de  la  maldad  son  un  tegido,  una  tela  de  trama  y  de  ardides, 
que  ponen  mañosamente,  para  no  ser  conocidos,  sobre  los  ojos  más 
linces.  Veríamos,  en  fin,  un  hombre  cuya  alma  noble  y  bien  comple- 
xionada fué  insensible  á  los  accesos  de  la  envidia,  pasión  vergonzosa 
y  degradante,  pero  que  el  mundo  político  ha  colocado  en  el  rol  de  las 
virtudes,  para  clasificar  sus  efectos  y  darles  el  mismo  nombre.  El 
general  Belgrano  recibió  en  su  suerte  un  alma  generosa,  que  jamás 
adoleció  de  pasiones  tan  viles.  Asi  es  que  cuando  los  triunfos  de  sus 


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compañeros  de  armas  eran  un  tortor  durísimo  para  los  que  elevados 
á  su  rango  no  habían  tenido  parte  en  ellos;  cuando  la  negra  envidia 
mojaba  la  pluma  en  sangre  para  criticar  con  la  mordacidad  más  acre 
las  brillantes  acciones  de  los  que  han  trabajado  y  trabajan  con  crédi- 
to en  pro  de  la  sagrada  causa;  sólo  él  hacía  resonar  en  los  pueblos  el 
clarín  do  la  fama,  á  que  son  acreedores,  é  infundía  en  sus  tropas  una 
nol)le  emulación,  avivando  en  ellas  con  las  ajenas  glorias  el  deseo  de 
adquirirlas  por  las  sendas  del  honor  j  la  virtud.  General  San  Martin: 
tu  nombre  está  grabado  en  la  memoria  de  los  hal)itantes  de  S;in  Mi- 
guel-de Tucumán:  porque  prevalecerá  á  las  injurias  del  tiempo  y  á 
las  frialdades  de  un  ••riminal  olvido,  un  monumento  erigido  en  aquel 
pueblo  por  el  general  Belgrano  pura  eternizar  tus  triunfos. 

Al  \er  pues  un  hombre  inmoble  como  si  á  él  se  lo  hubiese  ilicho 
lo  que  el  joven  profetn:  Daniel  Snt  in  finido  tío:  es  devir,  inmoble,  y 
como  insensil)le  al  resplandor  de  la  gloria,  al  golpe  de  las  desgracias, 
á  los  azares  de  la  suerte,  á  los  tiros  de  la  vil  emulación,  que  fueron 
para  él  saetas  débiles  de  párvulos,  Saqiiae  iMrvulorum,í\\  suave  mur- 
murio de  las  alabanzas,  á  los  asaltos  de  la  envidia,  á  los  retoques  del 
orgullo  y  ambición,  al  aliciente  de  las  riquezas,  á,  las  molestias  de  la 
escasez  y  la  miseria;  nos  vemos  obligados  á  pensar,  sin  temor  de 
excedernos,  que  el  cielo  le  concedió  por  gracia,  anchura  de  corazón, 
semejante  con  la  proporción  debida  al  que  le  cupo  en  suerte  al  más 
sabio  de  los  reyes:  dedit  Deus  Salomovi  latitudiiiem  Cordis  (1).  A  un 
hombre  de  esta  importancia  difícilmente  se  subroga.  Su  falta  ha 
dejado  un  vacio  enorme  en  la  patria,  porque  siempre  será  cierto  que 
se  reputará  abundantemente  poblada,  cuando  uno  solo  virtuoso  y  pru- 
dente habite  en  ella:  nb  uno  sensato  inhabitabitur  patria  (2).  Su  falta, 
si,  lo  repetimos,  y  sus  funestos  efectos  arrancarán  á  la  emulación  más 
terca  la  ingenua  confesión  que  no  pudo  el  amor  á  la  verdad.  Ah. 
¡Patria!  Entretanto  que  este  hombre  de  virtudes,  de  religión  y  de  honor 
tenía  en  sus  manos  el  extremo  de  la  cadena  de  oro  que  enlazaba  y 
unía  tus  comunes  intereses,  tú  eras  verdaderamente  patria,  centro  de 
las  dulces  esperanzas  de  tus  hijos,  que  veían  próximo  el  término  de 
sus  ansias.  Pero  faltó  tu  apoyo,  tu  columna,  la  base  de  tu  existen- 
cia, y  has  dado  un  vaivén  escandaloso.  ¿Es  esta  una  verdad,  ó  exa- 
jeraraos?  A  fé  que  no  lo  decimos  en  los  confines  del  Norte,  ó  en  los 
desiertos  de  Nitria.  Nos  explicamos  de  este  modo  á  presencia  de 
unos  pueblos,  tristes  expectadores  de  la  profunda  herida  que  ha 


(1)  Lib.  3.  Eeg.  c  4.  v.  29. 

(2)  Ecclesiast.  c.  16.  v.  5. 


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abierto  á  la  patria  este  contraste  funesto.  |Inmortal  Belgrano!  Si  él 
recuerda  con  gloria  tu  existencia,  y  coloca  en  tus  sienes  una  corona 
de  honor,  también  arrasa  de  lágrimas  los  ojos  de  sus  virtuosos  hijos. 
Te  ausentastes  de  nosotros;  te  siguieron  tus  virtudes;  pero  nos  dejas- 
tes  en  herencia  tus  ejemplos,  para  precaver  con  su  imitación  las  ulte- 
riores desgracias  que  amenazan  á  la  patria:  et  iste  quiáem  vita  decessit 
non  solum  juvenibus  sed  et  universae  jentí  exemplum  virtudis  derelin- 
quens.    Y  también  de  valor  y  fortaleza:  et  fortitudinis. 

Proposición  segunda 

Cuando  la  posteridad,  haciendo  justicia  al  valor,  intrepidez  y 
animosidades  no  comunes  del  general  Belgrano,  recuerde  los  datos 
que  ha  dejado  de  estas  cualidades  brillantes;  cuando  vuelva  sus  ojos 
imparciales'  á  los  lugares  que  fueron  teatro  de  sus  acciones  gloriosas, 
cuanda  vea  en  los  fastos  de  la  América  del  Sud  el  nombre  de  este 
general,  que  tantos  dias  de  gozo  supo  dar  á  su  afligida  patria  en  los 
períodos  más  tristes  de  su  peligrosa  marcha  al  templo  de  la  libertad; 
cuando  lea  allí  mismo  que  él  fué  el  apóstol  que  plantó  y  el  Apólo 
que  regó  con  sus  sudores  la  semilla  de  este  bien  en  la  distante  pro- 
vincia del  Paraguay,  y  el  vencedor  en  San  Miguel  y  en  Salta,  donde 
levantó  un  muro  que  nunca  han  podido  derribar  las  huestes  enemigas, 
pai'a  abrirse  paso  al  país,  a  cuya  conquista  anhelaban;  cuando  trai- 
ga á  la  memoria  los  inmensos  trabajos,  los  inminentes  peligros  que 
arrostró  con  ánimo  varonil,  llamando  á  bis  puertas  de  la  muerte,  y 
entrando  por  ella  iiiunhas  veces  sin  temor  de  encontrarla,  ó  resuelto 
á  caer  bajo  los  filos  de  su  cruel  guadaña;  cuando  se  le  agolpen  estos 
memora1)les  sucesos,  que  entonces  hicieron  su  honor  y  gloria,  y  des- 
pués su  fama  y  su  nombre  eterno;  habrá  de  persuadirse  que  el  gene- 
ral Belgrano  fué  otro  joven  hijo  del  anciano  Isai,  que  desde  niño  bus- 
có entre  los  Osos  y  Leones  ocasión  de  ejercitar  su  valor,  adiestrarse  á 
no  temer  los  peligros,  y  anteponer  á  su  vida  la  satisfacción  del 
triunfo;  ó  que  oi'iundo  de  los  gigantes  que  atentaron  osados  la  con- 
quista del  cielo,  había  heredado  sus  animosidades.    Esta  ilusión  no 
hubiera  rebajado  una  línea  k  su  mérito;  pero  lo  realza  más  el  haberlo  ' 
él  formado  erapesando  por  donde  otros  lo  consuman,  sin  haberse  en- 
sayado para  adquirirlo,  y  sin  haber  recibido  en  la  sangre  el  germen 
de  su  valor.    No  vió  en  sus  ascendientes  héroes  que  hubieran  escul- 
pido su  nombre  con  la  punta  de  la  espada  en  los  mármoles  y  bron- 
ces, ni  llegó  á  su  noticia  que  tíñese  alguna  vez  los  campos  de  Marte 
la  sangre  de  sus  mayores.    Además  de  que  nacido  en  la  época  de  la 


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paz.  en  un  país  en  que  las  espadas,  instrumentos  antes  de  su  desola- 
ción, se  habían  convertido  en  rejas  de  arados  para  cultivar  sus  tie- 
rras, y  las  lanzas  enhoces  para  recojer  sus  mieses;  no  vió  en  él 
aquellos  estímulos  que  agitan  la  juventud  para  aspirar  á  la  gloria 
por  la  brillante  carrera  de  las  armas. 

Su  primera  inclinación  fomentada  por  sus  progenitores,  su  genio 
suave  y  placentero,  su  ánimo  poco  exaltado,  su  trato  dulce  y  apaci- 
ble, su  aplicación  á  la  carrera  de  las  letras  (que  cultivó  hasta  alcan- 
zar un  grado  en  leyes,  y  recibirse  de  abogado  en  la  chancilleria  de 
Valladolid),  su  pasión  por  la  lectura  de  los  buenos  libros,  ejercicio 
que  enjendra  el  deseo  del  retiro,  el  amor  á  la  quietud  y  el  gusto  de 
enriquecerse  de  bellos  pensamientos,  de  selectas  noticias,  y  hacer  su 
único  caudal  del  cúmulo  de  conocimientos  útiles  á  la  vida;  ninguno  de 
estos  dotes  con  que  lo  adornó  naturaleza,  ofrecía  la  idea  de  un  co- 
razón que  abrigase  la  mívs  remota  tendencia  al  ruidoso  estrépito  de 
las  armas.  Quizá  en  la  famosa  lid  en  que  Marte  y  Minerva  se  dis' 
putan  con  la  más  noble  ambición  la  preferencia,  esta  deidad  cauti- 
vó entóneos  con  sus  bellos  encantos  su  espíritu  pacífico,  cuando  aque- 
lla derramó  en  su  seno  semillas  de  valor,  que  brotaron  en  sus  mayores 
años.  Sea  de  esto  lo  que  fuere,  lo  cierto  es  que  en  el  momento  que 
entró  la  patria  en  el  glorioso  empeño  de  hechar  por  tierra  los  omi- 
nosos Goliades,  que  enristraban  sus  lanzas  é  insultaban  su  decoro, 
apareció  este  David,  dando  en  sus  primeros  ensayos  las  muestras  de 
su  animosidad,  y  haciendo  ver  su  aptitud  para  defender  su  pueblo. 
Tal  fué  que  los  que  admiraron  los  primeros  pasos  en  la  carrera  que 
empezaba,  le  vieron  también  crecer  de  día  en  día,  y  manifestarse  su- 
perior á  su  misma  actividad:  David  proficiens,  et  semper  se  ipso  robus- 
tior  (1).  De  las  quietudes  silenciosas  del  bufete  se  trasladó  al  tumulto 
de  las  armas,  y  sin  dejar  su  genio  pacífico,  y  tranquilo,  se  hizo,  digá- 
moslo asi,  de  otro  genio  ardiente  y  brioso,  ofreciendo  de  este  modo 
á  la  expectación  de  sus  conciudadanos  el  hermoso  contraste  en  que 
templado  el  genio  para  el  genio,  engendró  en  su  corazón  aquel  valor 
frío,  aquella  presencia  de  ánimo  en  los  mayores  peligros,  aquella  re- 
solución imperturbable  que  forma  el  carácter  de  los  grandes  genera- 
les, y  que  decidió  siempre  en  sus  empresas.    Apelemos  á  los  hechos. 

A  este  fin  trasladémosnos  otra  vez  á  los  montuosos  campos  de 
la  provincia  del  Paraguay,  en  que  resonará  constantemente  el  eco  de 
su  nombre,  para  recordar  á  aquellos  naturales  que  al  general  Belgra- 
no  debieron  la  primera  centella  de  libertad  que  prendió  en  sus  pe- 


(1)  Eeg.  2.  0.  V,  1. 


—  áÓ5  — 


chos.    Si  nos  fuese  permitido  usar  del  bello  apólogo,  de  que  tantas 
veces  con  superior  motivo  usa  el  profeta  rey  en  muchos  de  sus  sal- 
mos, cómprometeriamos  á  los  árboles  y  ríos,  á  los  elem(!ntos  todos, 
intachables  expectadores  de  su  animosidad  en  los  aciagos  lances  en 
que  se  vió  como  aislada  su  esperanza,  á  que  nos  diesen  un  detalle 
circunstanciado  de  sus  heroicas  impetuosidades.    Éstos,  insensibles, 
haciéndole  la  justicia,  que  le  escasean  arbitrariamente  sus  semejan- 
tes, fijarían  vuestra  atención  sobre  las  sangrientas  huellas  que  estampó 
en  el  suelo  de  aquella  vasta  provincia,  para  sostener  el  honor  de  sus 
armas  y  desempeñar  la  honrosa  comisión  que  ñó  la  patria  á  su  talen- 
to y  valor.    Nos  dirían,  señalando  los  despojos  de  su  arrojo  militar: 
hé  aquí  el  dilatado  espacio,  la  ruta  de  sus  marchas,  y  en  ella  los 
rastros  de  su  intrépido  denuedo,  que  se  dejan  observar  en  las  espesas 
montañas  por  donde  con  extraordinarios  esfuerzos  se  abrió  camino, 
obstruido  hasta  entonces  á  toda  humana  planta;  en  los  incultos  pá- 
ramos, donde  la  naturaleza  próvida,  pero  demasiado  estéril  en  su 
auxilio,  le  negó  alguna  vez  el  socorro  preciso  para  sus  tropas,  ñeles 
compañeras  de  sus  gloriosos  trabajos,  sin  que  por  esto  trepidase  un 
momento  su  constancia;  en  los  caudalosos  ríos,  cuyas  corrientes,  no 
debiendo  dividirse  al  imperio  de  su  voz,  se  concillaban  respeto  y  un 
aire  de  magestad  soberbia,  capaz  de  imponer  á  cualquier  corazón 
menos  varonil  que  el  suyo.    Hé  aquí,  añadiría  el  pueblo  de  Candela- 
ria, situado  á  las  márgenes  del  magi^stuoso  y  rápido  Paraná,  testigo 
de  la  atrevida  resolución  de  vadearlo  de  un  modo  y  por  unos  medios 
resei'vanos  á  la  industria  de  un  general  que  aliaba  en  los  apuros  mil 
recursos  en  el  fondo  de  sus  luces,  y  animosidad  bastante  para  apro- 
vecharse de  ellos;  y  testigo  también  de  aquel  arresto  de  tres  bravos 
oficiales  con  sólo  siete  soldados,  que  revestidos  del  mismo  valor  que 
su  esforzado  jefe,  que  conmnicaba  á  todos  sus  marciales  alientos,  de- 
sembarcai'on  á  vista,  y  bajo  el  fuego  de  los  cañones  del  ejército  ene- 
migo acampado  en  la  opuesta  orilla,  y  presentaron  batalla  con  una 
intrepidez  digna  de  otra  oposición  más  sostenida,  logrando  por  fruto 
de  su  arrojo  la  ignominiosa  fuga  de  aquellos  provincianos,  la  toma 
de  una  bandera,  y  toda  la  artillería  con  algunas  municiones.  Acción 
heroica,  que  algún  día  más  despejado  de  las  nubes,  que  levanta  la 
contradicción  al  mérito,  se  cantará  de  un  modo  capaz  de  eternizarla. 

Nos  dirían:  éste  es  el  célebre  Paraguay,  lugar  en  que  teniendo  á 
la  vista  el  general  Bclgrano  un  numeroso  ejército,  entusiasmado  con 
la  engañosa  idea  de  que  la  religión  y  su  defensa  lo  empeñaba  en  un 
combate,  previno  el  ánimo  de  sus  jefes  subalternos,  que  presagiaba 


—  206  — 


prudentemente  adversos  á  sus  decididas  intenciones,  y  superior  al 
miedo  que  debia  sobrocojerlo,  viéndose  inferior  en  fuerzas  y  elemen- 
tos para  acometer  con  éxito,  después  de  alentar  á  sus  tropas,  cual 
otro  Macabeo:  no  os  intimide  su  muchedumbre,  ni  temáis  su  vigoroso 
encuentro:  Ne  timueritis  multitudinem  eorum,  et  impetum  eonm  ne 
fortnidetis  (1),  dió  órdenes  de  ataque,  destacando  un  corto  número  de 
sus  soldados,  y  quedando  con  el  resto  aun  más  escaso  para  último 
refugio  de  un  desgraciado  evento,  que  él  debia  suponer  y  que  quiso  antes 
sufrir  que  degradar  su  valor  con  una  retirada  intempestiva,  que  ha- 
bría añadido  grados  de  animosidad  al  ejército  enemigo.  Cuatrocientos 
hombres,  ¿quién  podrá  creerlo?  salieron  á  desafiar  á  un  numeroso  ejér- 
cito de  paraguayos,  que  cantaban  la  victoria,  antes  de  conseguirla. 
Arrojo  al  parecer  temerario,  pero  forzoso,  para  sostener  el  decoro  de  las 
armas.  Él  tuvo  por  glorioso  efecto  la  precipida  fuga  del  general  es- 
pañol, de  su  mayor  general,  de  toda  su  infantería,  que  abandonando 
el  puesto  azorada,  se  refugió  en  los  inmediatos  bosques,  dejando  en  ma- 
nos de  la  nuestra  todos  los  carros  de  municiones  de  boca  y  guerra  y  par- 
te de  su  botín.  Esta  acción  habría  terminado  la  contienda  con  gloria  de 
la  patria,  honor  de  sus  valientes  tropas  y  del  digno  jefe  que  presidía 
en  sus  resoluciones.  Pero  la  voz  de  un  cobarde  basta.  No  tire- 
mos lincas  transversales  sobre  el  cuadro  de  sus  triunfos.  Los  huma- 
nos son  siempre  esclavos  de  imprevistas  circunstancias,  y  ellas  jamás 
podrán  rebajar  el  mérito  de  sus  acciones  gloriosas. 

Nos  dirían,  en  fin,  provocando  nuestro  asombro:  estas  son  las 
márgenes  del  famoso  Tacuary,  cuyas  corrientes  dieron  dificultoso  y 
arriesgado  tránsito  al  general  Belgrano,  que  obligado  á  suspender 
sus  marchas  por  el  ocurso  de  más  de  tres  mil  hombre,  que  vadeando 
el  torente  por  otro  paso  excusado,  le  salieron  al  frente,  se  advirtió 
en  nuevos  apurados  empeños,  y  en  las  críticas  circunstancias  de  mo- 
rir ó  de  vencer.  Encendido  el  fuego  y  seguido  con  viveza  de  parte  á 
parte,  cayó  desgraciadamente  en  manos  del  enemigo  la  vidisión  de  su 
mayor  general,  que  cubría  el  flanco  derecho. — No  desmaya  su  valor. 
Se  le  envía  un  parlamentario  á  intimarle  que  se  rinda  á  discreción,  con 
la  amenaza  de  ser  pasado  á  cuchillo  con  el  resto  de  sus  tropas.  No 
se  intimida  su  ánimo.  Las  desgracias  lo  estimulan,  las  amenazas  lo 
irritan.  Contesta  pues  provocando  á  un  combate  decisivo.  El  ene- 
migo avanza  inmediatamente,  y  él  se  prepara  á  rechazarlo,  ciento 
treinta  y  cinco  bravos,  que  le  acompañan  y  hacen  todo  su  lucido  ejér- 
cito, son  las  fuerzas  que  le  opone.    ¡Ohl  Gloria  eterna  á  su  entereza 


(1)  Lib.  I.  Mac.  0.  4.  v.  8. 


—  207  — 


y  valor.  Avanzan  hasta  ponerse  bajo  los  fuegos  del  ejército  enemi- 
go, y  haciendo  los  suyos  con  la  mayor  viveza,  logran  recostarlos  á 
los  bosques  inmediatos,  donde  volvió  en  sí  de  la  sorpresa  que  le  cau- 
só el  atrevimiento,  y  desnuedo  de  las  tropas  de  la  patria.  Este  solo 
heeho  es  una  completa  apología  de  la  animosidad  é  intrepidez  de  su 
corazón.  Porque  ¿qué  hemos  de  decir,  al  verlo  empeñado  en  la  ac- 
ción más  arriesgada  que  con  dificultad  puede  evadir  la  nota  de  teme- 
raria, y  de  que  sólo  puede  salvarlo  su  ardor  extraordinario?  ¿Qué 
hemos  de  decir  al  ver  que  abandonado  á  su  mismo  corazón,  á  quien 
ciento  y  treinta  soldados,  aunque  hubieran  sido  los  gigantes  de  la 
fábula,  no  podían  vitalizar,  á  presencia  de  numerosas  tropas,  que  lo 
insultan  con  firmeza,  vota  decididamente  por  su  muerte,  y  vuelto  á 
uno  de  sus  enemigos  que  poseído  de  estupor  miraba,  y  admiraba  su 
resolución  y  aliento:  vamos,  le  dice,  vadnos  á  ellos,  lo  mismo  es  morir 
de  cuarenta  años,  que  de  sesenta!  ¿Qué  hemos  de  decir,  pues,  que  sea  un 
elogio  digno  de  su  frío  valor?  Que  hizo  en  punto  menor  lo  que  Alejan- 
dro el  grande,  si  no  con  mayor  brío,  quizá  con  más  peligro.  La  muer- 
te, que  fué  funesto  el  despojo  de  esta  sangrienta  lucha,  y  que  cebó  su 
voracidad,  aun  más  que  en  la  suya,  en  las  tropas  enemigas,  respetó  á 
este  hijo  de  la  victoria,  reservado  á  otras  empresas.  Una  entrevista 
que  tuvo  con  su  general  en  jefe,  y  una  capitulación  honrosa,  que  re- 
portó por  efecto  de  su  vigorosa  resistencia,  fué  un  triunfo  en  las  cir- 
cunstancias, y  el  primer  golpe  que  se  dió  oportunamente  para  que- 
brantar el  yugo  que  tantos  años  gravitaba  sobre  el  cuello  de  aquella 
vasta  pi-ovincia.  Si  el  evento  es  alguna  vez  capaz  de  justificar  las 
avanzadas  resoluciones,  éste  es  el  que  graduará  de  acertada  y  á  todas 
luces  prudente  la  del  general  Belgrano;  y  será  también  una  lección 
práctica  á  los  que  le  sucedan  para  tomar  partido  en  los  apuros  que 
comprometen  al  honor,  y  decidirse  á  ser  víctima  primero  que  perderlo. 
Habrá,  no  obstante,  quienes  rehusen  estudiarla,  no  queriendo  hacer 
de  las  fábulas,  modelos  de  su  valor.  Pero  felizmente  abonan  estos 
heroicos  hechos,  oculares  testigos,  que  no  tienen  interés  en  abultar- 
los. Ellos  á  la  verdad  se  objetan  increíbles  á  la  reflexión  más  adver- 
tida. Y  esto,  que  sube  de  punto  su  intrepidez  militar,  hace  ver  sin 
equivocación  que  si  hay  Alejandros  que  con  inferiores  fuerzas  se 
atrevan  á  desafiar  á  poderosos  Daríos,  hay  también  quien  reproduzca 
sus  animosidades. 

Más,  ¿quién  podrá  persuadirse  que  éstos  no  fueron  sino  ensayos 
y  reseñas  de  su  valor?  Las  ciudades  de  Salta  y  San  Miguel  de  Tu- 
cumán  eran  los  teatros  destinados  para  llamar  la  atención  de  los  in- 


—  208  — 


crédulos,  y  hacerles  entender  que  los  Camilos  y  Aristides,  los  Leóni- 
das y  Pausanias,  los  Scipiones  y  Aníbales  no  pueden  envanecerse  de 
ser  solos  en  la  generosa  resolución  de  comprar  á  precio  de  su  sangre 
las  glorias  de  su  patria.  Infllamado  el  ánimo  del  general  Belgrano 
con  la  memoria  de  estos  héroes,  modelos  de  valor,  se  hizo  admirar 
reproduciendo  sus  brillantes  acciones  en  los  apurados  lances  en  que 
tuvo  que  provocar  á  la  muerte,  que  apostada  día  y  noche  parece  ha- 
bía colgado  sobre  su  cabeza  su  funesta  guadaña,  acechando  el  mo- 
mento oportuno  para  segarlo.  ¡San  Miguel  del  Tucumán!  ¿Cómo  se 
borrarán  de  tu  memoria  aquellos  días  fatales  en  que  se  presentaron  á 
tu  vista  los  horizontes  todos  ocupados  de  un  nublado  espantoso  que 
habiendo  descargado  en  la  ciudad  de  Salta,  amenazaba  desplomarse 
sobre  tus  habitantes  y  anegar  el  país  en  un-torrente  de  males,  siendo 
el  máximo  de  todos  tu  humillante  esclavitud?  Jamás  oirás  sin  indig- 
nación el  nombre  de  aquel  desnaturalizado  americano  que,  bien  ha- 
llado entre  el  ruido  de  las  cadenas  que  arrastraron  sus  padres,  tomó 
el  vil  empeño  de  hacerte  gemir  bajo  su  enorme  peso,  forzar  tu  liber- 
tad, y  obligarte  á  doblar  la  rodilla  ante  el  ídolo  que  detestabas. 
Aunque  habías  dicho  en  tu  corazón,  non  serviam,  no,  no  rendiré  ho- 
menaje al  injusto  opresor  de  mis  derechos,  ellos  iban  á  ser  conculca- 
dos, prostituida  tu  más  noble  aspiración,  fijando  en  tu  suelo  el  pen- 
dón de  tu  ignominia.  Tú  viste  con  horror,  abierto  á  tus  piés,  este 
profundo  abismo,  en  que  se  hundirían  forzosamente  tu  honor  y  tu 
esperanza.  Objeto  en  aquel  momento  de  la  expectación  de  los  pue- 
blos en  quienes  iba  á  refluir  tu  abatimiento  ó  tu  gloria,  resonó  en  tus 
oídos  aquella  voz  seductiva  que  los  enviados  de  Antioco  dirigie- 
ron al  valiente  Matatías,  que  se  resistió  constante  á  sacrificar  en 
Modín,  á  quemar  incienso  en  aras  menos  puras.  Llega  tú  la  prime- 
ra, cumple  el  mandato  del  rey,  como  lo  han  hecho  todas  las  gentes 
que  quedan  á  la  espalda;  Accede  prior,  et.  facjussum  regis,  sicut  fece- 
runt  omnes  jentes,  et  viri  Juda.  Él  te  contará  siempre  entre  las  ciu- 
dades fieles  y  amigas  de  su  imperio;  te  colmará  do  riquezas  é  inesti- 
mables, dones;  er'/s  tu  inter  amicos  liegis,  et  amplificatus  auro,  et 
argento,  et  numeribas  muHis  (1).  ¡Promesa  halagüeñal  pero  que  me- 
reció la  respuesta  que  recibieron  de  Matatías  los  enviados  del  tirano: 
aunque  todos  obedezcan  al  rey  Antioco,  nosotros  no  daremos  oídos  á 
sus  palabras  pérfidas:  El  si  omnea  gentes  Regi  Antiocho  obediuunt,. . . . 
non  audiemus  verba  \Regis  (2).  Repulsa  digna  de  un  pueblo  que  jamás 


(1)  Mac.  I.  c.  2.  V.  18. 

(2)  Ibid.  w.  19.  22. 


—  209  — 


dió  un  paso  atrás  en  la  marcha  al  templo  de  la  gloria.  Pero  ¿en 
quién  confias,  ó  pueblo  generoso?  ¿en  qué  manos  libras  tu  defensa  y 
libertad,  do  un  enemigo  orgulloso  y  atrevido,  que  no  admite  medio 
entre  tu  humillación  ó  tu  exterminio?  ¿Qué  oposición  intentas  hacer 
á  unas  tropas  ergidas  con  sus  triunfos,  ambiciosas  de  gloria  y  que  les 
parece  ver  atravesar  por  los  aires  el  carro  de  la  victoria,  precursor  de 
la  que  cuentan  reportar  de  un  pueblo  sin  fortificación,  sin  baluartes, 
sin  torres  de  que  cuelguen  broqueles  para  armar  los  fuertes  en  bata- 
lla? ¿Quién  es  el  valiente  que  dé  la  cara  al  enemigo  y  se  prometa  un 

triunfo?    |0h!  Judas  fortis  viribus  á  jeventute  sua  ipse  aget  be. 

llum  populi  (1).  El  general  Belgrano,  este  Macabeo  ilustre,  grande 
en  valor  desde  su  juventud,  éste  es  el  destinado  por  la  providencia 
para  burlar  los  esfuerzos  de  los  que  aspiran  á  imponerte  la  ley,  y  do- 
blar tu  esclavitud*  El  cubrirá  de  confusión  á  unos  hombres  nacidos 
para  ser  el  oprobio  y  el  escándalo  de  su  país,  instrumentos  viles  de 
un  terco  despotismo  y  que  llevarán  hasta  el  sepulcro  la  marca  de  su 
ignominia.  El  excarmentará  su  insolente  atrevimiento  y  les  hará  ver 
que  est  Deus  in  Israel,  que  hay  un  Dios  imparcial  que  proteje  la  jus- 
ticia y  ampara  la  inocencia.  En  efecto;  en  los  apuros  del  pueblo,  que 
sufre  de  cerca  los  insultos  de  los  incircuncisos,  nos  parece  oir  al  im- 
pávido Belgrano,  que  se  reconviene  con  las  mismas  expresiones  que 
el  ilustre  Matatías:  v<z  mihi!  \Ay  de  mil  ¿He  nacido  para  ver  la  ruina 
de  mi  pueblo?  ?Natus  sum  videre  contritionem  populi  tnei?  ¿Me  entre- 
garé á  una  inacción  delincuente,  cuando  va  á  ser  presa  de  sus  fieros 
enemigos?  Et  sedere  illic,  cum  datur  in  manibus  inimicorum?  (2).  Re- 
convención vehemente,  rayo  disparado  del  seno  de  su  honor,  que  hie- 
re su  corazón  sensible,  lo  alarma,  lo  ejecuta.  Semejante  al  león 
cuando  se  dispone  al  avance,  da  una  mirada  magestuosa  á  las  tropas 
que  se  acercan,  y  vuelto  á  las  suyas  que  alienta  con  su  presencia:  es- 
forzaos, les  dice,  esforzaos,  hijos  míos,  y  obrad  con  el  valor  que  os  es 
propio:  vos  ergo  filiis  confortamini  et  viriliter  agite  (3).  Entre  tanto, 
inaduit  se  lorica  sicut  gigas,  se  vistió  de  coraza  como  un  gigante,  se 
guarneció  de  armar  para  combatir,  y  cubrió  lo.s  reales  con  su  espada 
(4).  Campo  de  las  Carreras,  que  tantas  veces  presentastes  á  los  pa- 
cíficos habitantes  del  pueblo  de  San  Miguel  de  Tucumán  el  divertido 
espectáculo  de  dos  generosos  brutos,  que  descendiendo  á  la  arena 
traban  la  porfiada  lid,  en  que  ponen  á  prueba  su  aliento  y  velocidad 

(1)  Macb.  1.  c.  2.  V.  66. 

(2)  Macb.  1.  c.  2.  v.  7. 

(3)  Macb.  I.  c.  2.  64. 

(4)  IWd.  c.  3.  V.  3». 


210  — 


en  la  carrera  que  emprenden;  presto  te  verás  convertido  en  campo  de 
sangre,  donde  en  un  combate  duro  y  peligroso  comprarás  á  precio  de 
ella  el  laurel  de  la  victoria.  Fué  un  hecho.  El  ejército  que  no  igno- 
raba la  desventaja  de  las  tropas  de  la  patria,  recientemente  reunidas, 
que  afectaba  tener  en  poco  á  sü  digno  general,  que  se  había  abierto 
paso  hasta  aquel  punto  con  gloria;  presentó  batalla  con  seguridad 
del  éxito.  Acometer  y  triunfar  eran  sinónimos  en  el  dialecto  de  su 
vanidad  y  orgullo.  El  bravo  Belgrano,  reuniendo  todo  su  espíritu, 
como  disipado  antes  en  los  diversos  objetos  que  ocuparon  su  aten- 
ción,, apenas  se  vió  á  menos  de  tiro  de  cañón  del  enemigo,  ordena  se 
desplifiguen  por  su  izquierda  tres  columnas  de  infantería,  única  evo- 
lución en  que  habían  podido  ensayarse  en  tres  días  anteriores;  corto 
período  para  adiestrar  su  valor,  marchando  entre  tanto  la  caballería 
en  batalla  con  menos  disciplina,  pero  con  igual  aliento.  Hé  aquí  el 
momento  ci-ítico  de  los  inauditos  esfuerzos,  de  las  resoluciones  intré- 
pidas, del  acaloramiento  vivo  y  sostenido  de  este  gefe  empeñado  en 
una  acción,  cuyo  resultado  dió  tanta  gloria  á  la  patria,  infundió  tan- 
to pavor  á  sus  porfiados  rivales,  y  extinguió  en  ellos  la  esperanza  de 
uncirla  al  carro  de  su  dominación  despótica.  ¿Cómo  es  posible  se- 
guirlo en  los  varios  pncuentros  que  sufrió  su  tropa  invadida  por  di- 
versos puntos  á  la  vez,  desorganizada  y  siempre  en  peligro  de  su  des- 
greño, que  pusiese  en  manos  del  enemigo  el  triunfo?  No  entremos, 
pues,  en  los  pormenores  de  este  porfiado  combate,  que  es  difícil  de- 
tallar. El  hecho  es  que  trocada  la  suerte  siempre  inconstante  de  las 
armas  á  la  xiva,  voz  de  este  general  intrépido,  que  despreciaba  los 
peligros,  se  sobreponía  á  los  riesgos  y  se  presentaba  á  la  muerte  con 
el  mismo  rostro  que  miraría  la  corona  de  sus  triunfos,  se  apoderó  el 
miedo  del  ejército  enemigo;  entró  el  desorden  en  sus  disciplinadas 
tropas,  y  cayeron  bajo  los  filos  del  alfange  exterininador  los  tiranos. 
Un  viva  la  patria,  cuyos  ecos  hicieron  impresión  en  la  masa  de  aque- 
llos pérfidos  invasores,  fué  un  trueno  que  amilanó  sus  fuerzas,  y  una 
fuga  vergonzosa  el  término  de  su  arrogancia  estúpida.  Et  repulsi 

sunt  inimici  p'roe  timore  ejus  et  directa  est  salus  in  manu  ejus  (1). 

¡Día  veinticuatro  de  Septiembre!  dia  señalado  en  los  fastos  de  la  Amé- 
rica del  SudI  Jamás  ocurrirás  á  la  memoria  de  sus  dignos  hijos,  sin 
que  se  agolpen  las  acciones  de  valor,  que  desde  entonces  han  hecho 
respetable  y  acreedor  á  los  mayores  elogios  el  nombre  del  general 
Belgrano. — Tucumán  cantó  el  triunfo:  sus  ecos  resonarán  en  los  pue- 
blos; y  Buenos  Aires,  principal  admirador  de  este  gran  suceso,  lo 


(1)  Macb.  L  c  3.  V.  6. 


—  211  — 


cantará  incesantemente,  mientras  abrigue  en  su  seno  patriotas  im- 
parciales,  que  hagan  justicia  al  mérito  de  sns  hijos.  Este  desempeño 
militar,  glorioso  por  todas  sus  circunstancias,  es  por  sí  solo  otro  do- 
cumento intachable  de  la  intrepidez  de  un  hombre,  que  no  entró  en 
esta  arriesgada  acción  confiado  en  la  multitud  de  sus  tropas,  menos 
en  su  destreza  y  pericia  militar.  Ellas  en  su  mayor  número  eran  reclu- 
tas arregladas  en  unos  pocos  momentos,  afectados,  sí,  del  amor  á  su 
país,  del  deseo  de  su  libertad,  y  del  ódio  mortal  al  despotismo.  Pero 
cuíin  cierto  es  que  no  está  el  vencer  vinculado  al  número  del  ejército 
sino  al  valor  y  fortaleza  que  deposita  el  cielo  en  los  héroes  que  des- 
tina para  triunfo!  Non  iii  muUiiudine  excersitua  victoria  belli,  sed  de 
ceoalo  fortitudo  est  (1).  El  enemigo  experimentó  en  su  derrota  esta 
verdad,  pero  no  sacó  de  ella  el  fruto  del  excarmiento.  Su  tenacidad 
orgullosa  dió  al  general  Belgrano  ocasión  á  añadir  un  laurel  más  á 
sus  sienes. 

Sí:  poseídos  de  un  terror  pánico,  que  dió  alas  al  resto  de  sus  tro- 
pas, sin  volver  el  rostro  al  campo  de  su  ignominia,  huyó  despavorido 
á  abrigarse  en  la  ciudad  de  Salta:  pensando  desde  alli  imponer  á  su 
vencedor  en  Tucumán.  Pero  le  hizo  traición  miserablemente  su  con- 
fianza. No  había  cerrado  el  general  Belgrano  la  cláusula  á  sus  vic- 
torias. Los  enemigos  vinieron  á  insultar  su  valor  á  San  Miguel,  él 
tira  á  buscarlos  oficiosamente  á  Salta;  y  en  ambas  posiciones  serán 
victima  y  trofeo  de  su  valiente  esfuerzo:  Persecutus  est  iniquos  pers- 

crutans  eos  qui  conturbabant  populum  suum  (2).    Semejante  al 

Macabeo,  fuerte  desde  su  juventud,  cuyo  valor  reproducía,  salvando 
peligros  y  venciendo  dificultades,  se  presentó  con  su  ejército  en  las 
cercanías  de  Salta,  por  donde  menos  podía  esperarlo  el  enemigo,  y 
agitado  de  aquella  bravura  militar,  que  hace  fuego  y  no  levanta  lla- 
ma, dió  disposiciones  prontas  y  ejecutivas  á  pesar  de  torrentes  de 
agua  que  enviaba  el  cielo,  opuesto  al  parecer  á  sus  designios.  De 
una  en  otra  vino  á  la  última  de  un  ataque  general,  en  que  empeñado 
su  honor,  insumió  el  tiempo  de  tres  horas  y  media,  tiñó  de  sangre  el 
campo,  la  plaza  y  calles  de  la  ciudad,  y  obligó  al  enemigo  tenaz  y 
endurecido,  á  ceder  el  honor  de  las  armas  y  del  triunfo.  No  hacemos 
una  historia,  sino  un  elogio  del  general  vencedor.  Pero  en  aquel  caso 
era  de  seguir  sus  pasos,  desde  que  se  presentó  en  el  campo  de  Casta- 
ñares, y  empezó  desde  aquel  punto  á  hacerse  espectable  al  general 
vencido,  que  presagió  en  su  sorpresa  su  derrota.    Le  veríamos  con 

(1)  Macb.  I.  c.  3.  V.  9. 

(2)  Maob.  I.  c.  3.  V.  5. 


—  212  — 


un  valor  propio  de  su  corazón  resuelto  y  animoso,  arengar  á  sus  tro- 
pas, comunicarle  su  espíritu,  exortales  con  velieinencia  á  anteponer 
la  libertad  á  la  independencia  vil,  el  honor  á  la  ignominia,  la  gloria 
de  triunfar  á  la  vergüenza  de  ser  presa  de  un  tirano,  la  muerte  misma  al 
onimoso  yugo  de  la  esclavitud.  Le  veríamos  entrar  por  las  calles  de 
Salta,  impenetrables  á  otro  ejército  que  el  suyo,  con  la  misma  impa- 
videz que  á  la  sala  de  un  convite,  llevando  en  su  frente  despejada  y 
serena,  escrito  el  lema  que  fué  siempre  su  divisa:  Morir,  ó  vencer. 
Le  veríames  exponerse  á  las  balas  en  consorcio  de  sus  bravos  oficiales, 
y  soldados,  que  tanto  honor  dieron  á  su  valiente  gefe,  sin  afectarse 
un  momento  de  aquella  timidez  vergonzosa  que  embaraza  el  áni- 
mo, sobrecoje  la  razón,  amilana  el  espíritu  y  paraliza  las  mejores 
ocurrencias  en  el  calor  del  combate.  Le  veríamos  acudir  con  la  pre- 
visión más  acertada  á  los  impli.;ados  lances,  en  que  tantas  veces  fluc- 
túa la  esperanza  del  triunfo,  frustrando  las  atinadas  disposiciones 
del  enemigo,  y  asustándolo  con  la  frialdad  de  su  valor  iuitrépido.  Le 
veríamos  desentenderse  de  una  irrupción  violenta  de  su  sangre  que 
lo  puso  muy  cerca  de  los  momentos  últimos  de  su  vida,  por  darse 
todo  al  ardoroso  empeño  de  concluir  con  gloria  una  acción  que 
iba  á  poner  el  sello  á  su  valor  militar  y  á  la  libertad  de  los  pue- 
blos que  todo  lo  esperaban  de  su  actividad  y  celo.  Le  veríamos  dar 
cuartel  generosamente  á  los  rendidos,  sin  interesarse  en  humillantes 
diferencias,  que  fomentan  el  orgullo  del  que  vence  y  doblan  la  aflic- 
ción á  los  vencidos.  Le  veríamos  aprovecharse  de  la  victoria  hasta 
donde  le  permitieron  las  circunstancias,  que  sólo  las  penetra  quien 
las  palpa  y  se  acomoda  á  ellas  prudentemente,  prestando  oídos  á  los 
dictámenes  de  un  juicio  resto,  y  cerrándolos  á  la  insulsa  crítica  de  los 
necios,  dispuestos  siempre  á  descargar  el  golpe  de  su  vara  censoria 

sin  tino  y  sin  objeto.    Le  venamos  Pero  contentémonos  con  la 

mención  rápida  de  este  triunfo  glorioso;  y  después  de  acordarlo  á  los 
justos  apreciadores  del  mérito,  dejemos  á  su  corazón  el  oficio  y  cui- 
dado de  ponderarle  y  concluir  su  pintura.  Permítasenos,  si,  repro- 
ducir aquí  el  elogio,  que  dispensó  á  este  valiente  jefe  y  á  sus  aguerri- 
das tropas  el  presidente  del  soberano  poder  legislativo,  que  contestando 
de  un  modo  digno  de  su  augusta  representación  al  gobernador  de  la 
provincia,  que  le  consagraba  á  sus  respetos  las  banderas  rendidas  del 
ejército  enemigo,  y  en  ellas  un  testimonio  auténtico  del  triunfo,  se 
explicó  asi  á  presencia  de  un  pueblo  expectador  de  esta  magnífica  ce- 
remonia: «Esas  banderas  que  presentáis  á  la  asamblea  general  cons- 
«tituyente  de  los  pueblos  libres  de  las  Provinciaa  Unidas  del  Rio  de 


—  213  — 


«la  Plata,,  es  una  seílal  evidente  de  la  completa  victoria  que  han  obte- 
«nido  las  armas  de  la  patria,  arrancándolas  de  las  manos  de  loa  ene- 
amigos  de  la  América,  on  la  memorable  jornada  de  veinte  de  febrero, 
«bajo  la  conducta  de  vuestro  hijo  el  general  Belgrano:  Congratulaos 
«de  tener  un  hijo  (jue  hace  un  ornamento  al  suelo  en  que  ha  nacido». 
Hé  aquí  en  estas  pocas  palabras  el  elogio  más  completo  de  su  mérito. 

Jornadas  Vilcapugio  y  Ayouna  ¿nos  obligaréis  á  interrumpirlo? 
Desgraciadas  acciones,  que  tanta  materia  disteis  de  placer  á  la  vil 
emulación  ¿desfiguraréis  el  cuadro  de  las  que  dieron  honor  al  general 
Belgrano?  ¡Ah!  El  hombre  es  tanto  más  grande  en  las  desgracias, 
cuando  no  cede  á  su  peso,  cuando  ellas  no  lisonjean  su  recto  amor  k 
la  gloria.  En  los  héroes,  que  se  arrogan  injustamente  este  nombre, 
las  calamidades  extinguen  luego  aquel  fuego,  que  encendido  en  ellos 
á  soplos  de  una  fortuna  próspera,  no  es  el  que  anima  á  las  almas  no- 
bles y  sublimes,  á  los  heroicos  defensores  de  la  patria  en  sus  peligros 
y  que  les  sirve  de  apoyo  en  sus  mismas  desgracias.  El  general  Bel- 
grano aprendió  en  la  escuela  de  los  infortunios  públicos,  á  endurecer 
su  corazón,  hasta  hacerlo  superior  á  las  visicitudes  de  las  cosas  hu- 
manas. Triunfando,  manifestó  su  valor,  y  batido  en  el  campo  de 
Marte,  áun  que  lo  abandonó  la  fortuna,  no  lo  desamparó  su  corazón. 
Asi  es  que  ambaá  suertes  han  servido  de  taller  para  formar  su  grande 
alma,  y  para  darnos  en  él  aquel  genio  singular  pue  debe  presidir  en 
las  empresas  de  los  destinados  para  fijar  la  felicidad  y  gloria  de  los 
estados.  No  eclipsó,  pues,  la  que  adquirió,  vencedor,  el  contraste  de 
vencido.  Cuando  la  Providencia  no  aliga  el  éxito  de  las  batallas  al 
valor  de  los  ejércitos,  todo  se  resiste  el  de  un  general:  en  quien  po- 
nen su  confianza.  Ni  la  esta.úón  oportuna  elegida  con  produncia,  ni 
la  pericia  y  táctica  de  sus  tropas,  ni  el  misterioso  secreto  de  sus  mar- 
chas, ni  el  sistema  premeditado  de  sus  ataques;  nada  lleva  al  fin,  na- 
da conduce  á  un  éxito  favorable.  Todas  estas  disposiciones  anuncia- 
ban en  Vilcapugio  un  triunfo.  Pero  lo  arrebataron  de  las  manos  de 
los  vencedores  en  Tucumán  y  Salta,  acontecimientos,  que  no  están  al 
alcance  de  la  industria  y  del  valor,y  caen  bajo  otro  orden  superior,  de 
que  no  puede  sustraerse  la  cautela  del  hombre.  ¿Desmayará  el  general 
Belgrano  al  golpe  de  este  infortunio?  Nada  menos.  El  fué  una  piedra 
de  toqué  que  descubrió  más  los  quilates  de  su  ánimo  varonil.  Cede  á  la 
suerte  del  momento,  y  semejante  ai  León  que  ruge  en  la  caza,  se  retiró  á 
asecharla,  reconcentrando  su  aliento  y  comunicándolo  á  sus  tropas  que 
se  reunieron  en  macha.  A  nuestros  oidos  llegó  la  enérgica  proclama, 
parto  de  su  valor  intrépido,  que  desde  aquel  lugar  dirige  á  sus  soldados 


—  214  — 


dispersos,  viva  voz  con  que  reanima  su  constancia,  enciende  el  fuego  de 
sus  pechos,  y  los  dispone  á  un  nuevo  ataque,  que  si  no  les  prepara  lau- 
reles y  coronas  á  lo  menos  sirva  de  un  testimonio  auténtico  de  que 
ha  sabido  buscarlos  por  las  sendas  del  honor,  y  de  que  abrigaba  en 
su  seno  un  corazón  en  que  jamás  se  anidó  la  cobardía.  Asi  es  que 
otro  menos  resuelto  habría  sido  presa  del  miedo  vergonzoso,  y  equi- 
vocándolo con  la  prudencia,  virtud  favorita  de  los  tímidos,  habría 
creído  en  su  derrota  el  fin  de  su  carrera.  El  general  Belgrano,  dueño 
siempre  de  si  mismo,  veía  en  sus  contrastes  un  nuevo  estimulo  á  su 
valor,  é  insensible  á  los  golpes  de  la  suerte,  de  ellos  mismos  hacia 
escala  para  mayores  empresas. 

Esta  satisfacción  le  era  sobrada  á  un  jefe,  que  apesar  de  sus 
gigantes  esfuerzos,  no  tuvo  asalariada  la  Aáctoria,  ni  la  tuvieron 
siempre  los  Pompellos,  Aníbales  y  Scipiones,  sin  que  por  eso  sus  nom- 
bres dejen  de  leerse  con  admiración  en  las  páginas  que  enriquecie- 
ron sus  triunfos.  ¡Campos  de  Ayouma!  Vosotros  que  presentasteis 
otra  vez  al  Alto  Perú  la  escena  de  Vilcapugio,  fuisteis  también  admi- 
radores imparciales  de  la  enfTgía  de  este  valiente  jefe  que  tuvo  inde- 
cisa muchas  horas  la  victoria,  y  á  medio  abrir  las  puertas  del  templo 
augusto  de  Jano.  ¡Oh!  ¡á  qué  precio  tan  subido  vendió  á  sus  enemi- 
gos el  triunfo  de  .su  derrotal  Ellos  mismos  hicieron  el  más  cumplido 
elogio  del  valor  de  unas  tropas  que  jamás  hubieran  desplegado  sin  la 
presencia  de  su  digno  general,  que  parece  repartía  por  grados  el 
aliento  á  todos  los  subalternos.  Su  triunfante  retirada,  salvando  lo  me- 
jor de  su  ejército,  fué  una  prueba  de  su  ánimo  inpertérrito,  y  de  un 
pecho,  á  quien  no  imponían  los  reveses  de  la  fortuna,  capaz  en  el 
momento  de  quedar  pendiente  sin  el  menor  subsidio  de  un  clavo  de 
su  rueda. 

¿Qué  añadiremos  á  estos  documentos  de  su  heroica  fortaleza?  Si 
nos  atrevemos  á  decir,  que  á  su  valor  debió  el  estado  el  principio  de 
su  tranquilidad  pública,  y  la  suspensión  de  aquel  flujo  y  reflujo  de 
acontecimientos  que  le  hicieron  gustar  tantas  veces  la  hiél  de  los  dis- 
gustos. Si  añadimos  que  su  integridad  severa,  é  imponente  domó  el 
orgullo  de  los  empeñados  en  levantar  en  el  seno  mismo  de  los  pue- 
blos el  Idolo  funesto  de  la  discordia,  oráculo  infernal  que  ha  presa- 
giado su  ruina.  Si  nos  avanzamos  á  reconocer  en  su  vigorosa  reso- 
lución el  origen  de  la  gloria  de  la  patria,  el  ascenso  á  la  cumbre  del 
honor,  á  que  aspiraba,  y  la  llave  maestra  que  le  abrió  las  puertas 
para  entrar  al  templo  de  la  fama;  |ohI  este  modo  de  esplicarnos  so- 
narla en  los  oidos  de  los  obstinados  perseguidores  del  mérito,  como 


—  215  — 

un  atrevido  insulto  á  la  verdad,  que  sólo  puedo  fraguarse  en  una  ima- 
ginación recalentada  á  soplos  de  una  pasión  violenta.  ¿Pero,  hay  mks 
que  librar  h  las  pruebas  el  ascenso?  ¿Cuánto  tiempo  no  sufrieron  las 
provincias  de  esta  parte  de  América  la  dependencia  indirecta  de  la 
dominación  de  Ultramar,  aun  después  de  negarle  sus  respetos?  ¿Cuím- 
to  tiempo  no  vieron  llamear  en  la  fortaleza  la  bandera  española,  in- 
dicante nada  equívoco  de  la  sumisa  obediencia  que  rendían  h  su  an- 
tiguo dueño?  ¿Cuánto  tiempo  no  tuvieron  en  expectación  las  naciones 
del  globo,  fiando  á  las  lentitudes  de  una  negociación  tímida  y  miste- 
riosa, el  último  decisivo  golpe  al  carro  del  despotismo,  á  que  estuvo 
por  trfis  siglos  uncida  toda  la  América?  ¿Cuánto  tiempo  no  ahogaron 
en  su  pecho  los  habitantes  de  estos  dilatados  países  los  ardientes  vo- 
tos, los  vivos  deseos  de  ver  figurar  á  su  patria,  y  entrar  en  el  rol  de 
las  primeras  naciones  del  mundo  conocido?  ¿Cuánto  tiempo  no  lison- 
jearon las  esperanzas  de  la  Península,  de  aprovecharse  de  un  momen- 
to favorable  para  reasumir  su  antigua  dominación  y  castigar  nuestro 
noble  atrevimiento,  momento  que  divisaban  en  nuestra  irresolución 
para  declararnos  libres?  Reunidos  los  pueblos  por  medio  de  sus  di- 
putados en  San  Miguel  de  Tucumán  para  terminar  este  máximo  ne- 
gocio, objeto  de  la  aspiración  común,  cuyo  retardo  ponía  en  prueba 
la  paciencia  y  despertaba  recelos,  ¿cuántas  consideraciones,  cuántos 
obstáculos,  cuántas  contradicciones  intestinas,  que  dilaceraban  el 
cuerpo  político  y  rompían  la  unión  que  debía  servir  de  base  á  este 
gigante  edificio,  no  retardaban  y  hacían  difícil  su  construcción?  ¿Cuán- 
to fué  la  consternación  de  aquella  asamblea,  depositarla  del  poder  y 
confianza  de  los  pueblos,  cuando  circunspecta  y  detenida  en  descubrir 
los  cimientos,  sobre  que  debía  elevarlo,  sólo  advirtió  un  suelo  move- 
diso,  que  se  pulverizaba  al  choque  de  vientos  encontrados  que  no  es- 
taba á  sus  alcances  calmar? 

iBelgranol  Tu  memoria  nos  es  grata,  cuando  recordando  las  de- 
licadas y  espinosas  circunstancias,  que  impedían  dar  la  última  mano 
á  una  obra  empezada  con  ardor,  y  suspensa  por  desgracia,  nos  parece 
que  vuelve  á  nosotros  aquel  memorable  día  en  que  animado  tu  celo 
de  un  fu(ígo  que  se  cebaba  en  las  dificultades  y  hallaba  su  pábulo  en 
los  peligros,  te  presentarte  en  la  sala  del  congreso  soberano,  y  como 
si  llevaras  en  una  mano  el  destino  de  la  América,  y  en  la  otra  el  po- 
der de  las  provincias  para  obrar  en  su  favor,  con  noble  sencillez,  úni- 
co idioma  de  que  debe  usar  un  representante  político,  á  quien  no  le 
está  bien  envolver  en  misterios  la  verdad,  expusiste  la  conveniencia 
y  necesidad  de  la  pronta  declaración  de  la  independencia  del  país,  y 

15 


—  216  — 


las  consecuencias  fatales  de  la  demora  de  este  bien,  de  este  honor  k 
que  anhelaba.  Con  nerviosa  elocuencia,  avivada  por  el  celo,  hizo 
aquella  impresión  que  es  propia  en  unos  ánimos  despuestos  á  dar  este 
día  de  gloria  á  la  América  del  Sud;  y  desponiondo  la  timidez  y  recelo, 
prudentes  en  las  circunstancias,  se  revistieron  de  aquelhi  energía  y 
alentada  resolución,  que  es  el  alma  en  las  gigantes  empresas,  y  que 
supo  infundirles  la  valentía  de  tu  espíritu.  En  ella  solo  hallaron  la 
base  que  echaban  menos  para  cimentar  una  obra  de  este  taniaño.  Tú 
la  einpesaste,  sin  que  fueran  capacesjde  arredrar  tu  valor  las  melancó- 
licas ideas  que  se  agolpaban  á  vista  del  porfiado  sacudimiento  de  los 
elementos  todos,  que  conspiraban  á  la  ruina  de  los  pueblos,  cuyos 
hechos  estaban  en  contradición  con  sus  deseos.  ¡Honor  eterno  á  tu 
vigor  y  aliento! 

Conciudadanos,  ¿lo  desconoceremos  todavía?  ¿Será  preciso  discu- 
rrir otra  vez  por  todos  los  períodos  de  su  vida,  entrar  con  más  interés 
en  el  pormenor  de  todas  sus  acciones,  penetrar  el  escondido  retrete  de 
su  pecho,  para  registrar  allí  y  tocar  con  las  manos  (permítaseme  esta 
expresión)  el  germen  de  su  valor,  de  ese  valor  noble  en  sus  miras, 
tranquilo  en  los  mayores  peligros,  segnro  en  los,  consejos,  superior 
en  los  arbitrios,  resuelto  en  las  ocasiones,  y  constante  en  las  desgra- 
cias? Una  rápida  ojeada  sobre  todos  sus  pasos,  descubre  sin  equivo- 
cación estas  prendas,  sin  fijar  la  reflexión  en  los  sucesos  remarcables 
que  acabamos  de  exponer.  Pues  que,  ¿no  arguUe  un  corazón  lleno 
dej animosidad,  emprender  la  carrera  de  las  armas  cargando  desde  el 
principio  con  las  responsabilidades,  que  gravarían  el  ánimo  de  los 
proyectos"en  ella?  Se  vió  transformado  de  repente  en  general  en  jefe 
de  un  ejército,  salvando  los  grados  y  ejercicios  militares,  que  son  la 
escuela  en  que  se  adquieren  los  conocimientos  para  tan  alto  y  delica- 
do empleo.  No  es  una  grandeza  de  ánimo  estar  á  la  cabeza  de  tro- 
pas numerosas  y  aguerridas,  en  quienes  descargaba  sin  cesar  los 
ímpetus  de  su  celo,  el  golpe  de  su  justicia  y  el  rigor  de  su  exacta 
disciplina,  sin  temer  el  escandaloso  reproche,  que  pudieron  hacerle 
sufrir  instigadas  de  la  indigencia,  de  la  hambre,  de  la  desnudez,  y 
que  estuvieron  casi  siempre  condenadas,  reproche  de  que  solo  pudo 
eximirlo  el  ascendiente  que  le  habían  dado  el  respeto,  el  amor  y  la 
pasión  á  un  jefe  que  tomaba  parte  en  sus  miserias  y  se  desvivía  por 
sublevarla.s?  No  es  valentía  y  superioridad  de  espíritu  resolverse  á 
entrar  en  varios  y  complicados  proyectos,  dirigidos  todos[al  bien  ge- 
neral del  pais,  acechado  siempre  de  rivales  poderosos,  que  emulaban 
sus  extraordinarios  desempeños,  urdían  tramas  á  su  honor,  desfigura- 


\ 


—  217  — 


bnn  sus  hechos,  ficriminaban  sus  más  sencillas  acciones,  mofaban  sus 
virtudes  y  estaban  siempre  dispuestos  <'i  arrebatai-le  la  gloria  que  po- 
dían darle  sus  triunfos?  ¿No  es  intrepidez  exponerse  á  graves  é  inmi- 
nentes peligros  en  los  dilatados  viajes,  que  no  rehusó  emprender  en 
prosecución  de  la  margarita  preciosa,  con  que  deseaba  enriquecer  su 
país,  y  cuyo  hallazgo  hará  su  felicidad?  La  provincia  del  Norte  lo 
vió  dos  veces  en  su  seno;  dos  las  provincias  interiores:  una  la  corto 
del  Janeiro,  y  otra  la  de  Londres,  dejando  en  todos  los  pueblos  hue- 
llas visibles  de  su  virtud  y  de  su  animosidad.  En  unos  insultado  con 
la  indigna  propuesta  de  ser  infiel  á  su  patria;  en  otros  atropellado  y 
puesto  en  vergonzosa  prisión,  y  en  todos  expuesto  á  ser  el  juguete  de 
la  suerte  siempre  voltaria  é  inconstante.  No  fué  un  electo  de  su  áni- 
mo varonil  Pero  no  nos  hagamos  interminables.    Estos *y  otros 

que  la  policía  dicta  cubrir  con  el  velo  del  silencio,  son  datos  inequi- 
vocables  de  su  valor,  cuya  constancia  nos  releva  de  la  obligación  de 
prueba.  Estos  son  también  unas  verdades,  que  la  moderación  y  ge- 
nerosidad del  héroe  que  elogiamos  no  permitieron  asomasen  á  los  la- 
bios de  los  interesados  en  sus  glorias  queriendo  dar  en  el  vencimien- 
to de  si  mismo  la  más  luminosa  prueba  de  la»  superioridad  de  su 
espíritu  y  nobleza  de  su  corazón.  Los  que  atenten  ofuscarlas  con 
imputaciones,  que  han  querido  contar  entre  los  misterios  de  su  fina 
política,  desmienten  la  opinión  pública,  la  clara  voz  de  la  fama,  que 
ha  hecho  volar  su  nombre  más  allá  de  los  mares,  donde  le  hacen  jus- 
ticia con  arreglo  á  su  gigante  mérito.  Seamos,  pues,  imparciales,  y 
tomemos  una  parte  principal  en  los  elogios  de  un  ciudadano  que 
bajo  todos  respectos  ha  dado  honor  al  país  en  que  ha  nacido,  presen- 
tándose adornado  de  aquellas  cualidades,  que  en  sentir  de  San  Cle- 
mente Alejandrino,  constituyen  á  un  héroe  verdaderamente  magnáni- 
mo.— Valiente  espíritu,  corazón  grande,  liberalidad  generosa:  magni 
et  excelsi  animi  species  sunt  ingens  spiritus,  magnitudo  animi,  et  libe- 
ralitas  (1). 

Pero  este  hombre  tan  benemérito  de  la  patria,  al  fin  ha  muerto  por- 
que era  hombre.  La  muerte,  que  arrostró  tantas  veces,  y  que  supo 
respetarlo;  la  muerte,  que  vió  día  y  noche  delante  de  sus  ojos,  levanta- 
da siempre  su  esqueletada  mano,  para  descargar  el  golpe.  La  muer- 
te hizo  presa  de  su  vida,  y  arrebató  á  la  patria  este  importante 
ciudadano,  dejándola  envuelta  en  lágrimas  y  luto:  á  esta  patria  que 
él  tantas  veces  supo  vestir  de  gloria.  Péro  no  sorprendió  su  corazón. 
La  vió  venir  con  aquel  mismo  valor  que  antes  la  había  buscado,  y 


(1)  S.  Cleu.  Ales.,  lib.  7.  stromt.  circa  médium. 


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lejos  de  intimidarle  su  aspecto,  dió  ensanches  á  su  espíritu,  que  can- 
sado de  suírir  los  caprichos  de  la  suerte,  vió  en  el  fin  de  sus  dias  el 
principio  de  su  descanso.  Apenas  sus  dolencias  le  intimaron  el  fallo 
decisivo,  desaparecieron  para  él  los  dictados,  que  condecoraban  su 
persona,  y  solo  presentó  á  la  expectación  pública  el  titulo  de  cristia- 
no. Como  tal,  cerró  los  ojos  á  lo  perect»dero  y  contentible,  y  los 
abrió  para  ver  de  cerca  la  eternidad.  Bendito  sea  Dios,  repetía  de 
continuo  anegado  en  sollozos,  yo  debí  morir,  ¡cuántas  veces!  penetrado 
de  una  hala,  ó  á  los  filos  de  una  espada;  pero  benéfico  el  cielo,  me  ha 
dispensado  momentos  que  yo  debo  aprovechar.  ¡Oh!  ¡qué  bien  supo 
aprovecharlos!  Como  si  su  corazón  jamíis  hubiera  estado  envuelto 
en  otras  ideas  que  las  que  le  rodeaban  en  el  lecho  de  su  dolor,  se  re- 
conceníró  en  si  mismo,  é  insensible  á  las  ilusiones  de  una  vana  espe- 
ranza, se  persuadió  firmemente  que  era  llegado  el  momento  de  cora- 
parecer  ante  el  tribunal  incorrupto  del  juez  de  vivos  y  muertos,  en 
cuya  presencia  no  hay  viviente  que  pueda  justificarse,  y  tx'ató  desde 
luego  de  prevenir  su  juicio,  juzgándose  antes  á  si  mismo.  Estimula- 
do de  su  dolor,  y  tirado  <le  la  cadena  de  sus  remordimientos,  se  pos- 
tra á  los  pies  de  un'  ministro  de  .Jesucristo,  que  él  libremente  elige, 
desabrocha  su  pecho,  abre  los  senos  de  su  conciencia,  confiesa  sus 
fragilidades,  más  con  lágrimas  que  con  palabras,  y  al  paso  que  se 
desprende  el  alma  del  peso  de  sus  miserias,  siente  que  renace  su  es- 
peranza, y  nada  teme  tanto  como  dejar  de  ser  lo  que  es,  y  volver  á 
ser  lo  que  ha  sido.  Si  algo  le  ha  quedado  de  zozobra  á  su  espíritu, 
viene  á  calmarla  aquel  mismo  á  quien  se  había  ofendido  como  hom- 
bre; había  confesado  siempre  como  cristiano.  Le  adora  humillado, 
lo  recibe  contrito,  protesta  públicamente  la  fé  en  que  ha  vivido  y 
quiere  morir,  y  arroja  su  confianza  en  los  brazos  de  un  Dios  que  tan- 
tos testimonios  le  daba  de  su  bondad.  Asi  dispuesto,  ingresas  est  viam 
universos  carnis,  dejó  de  existir,  y  con  él  un  modelo  ajustado  de  vir- 
tud: golpe  fatal,  que  arrancará  siempre  lági-imas  de  los  ojos  de 
los  patriotas  despreocupados  y  sensatos.  ¡Ah!  Esta  era  la  oca- 
sión de  apostrofar  á  la  muerte,  reconvenirla  y  provocarla  á  que 

justificase  su  conducta  Pero  esto  sería  insultar  la  Providencia. 

Adoremos  sus  juicios,  que  son  un  abismo  insondable  á  las  luces  de 
su  moral  (1).  Así  mueren  los  que  convencidos  con  el  apóstol  que 
pasa  rápidamente  la  figura  de  este  mundo  (2),  viven  en  él  como  si 
no  viviesen,  ocupados  únicamente  en  llenar  la  extensión  de  sus  debe- 


(1)  Paalm.  35.  v.  7. 

(2)  S.  Paul.  I.  ad.  corint.  7.  v.  31. 


—  219  — 


res.  Así  mueren  los  que  defiriendo  á  la  verdad  revelada,  creen  que 
hay  una  alma  inmortad,  que  no  acaba  junto  con  el  cuerpo  de  pecado 
y  que  nunca  han  dado  oído  á  ios  delirios  de  los  que  reputan  la  eter- 
nidad en  que  ella  va  k  sumergirse,  una  ilusión,  un  engaño,  que  han 
difundido  los  que  quieren  tener  á  los  mortales  pendientes  de  su  voz, 
y  atados  á  la  cadena  durísima  de  la  fé.  Asi  mueren  los  que  á  pesar 
del  tumulto  de  que  viven  agitados,  no  pierden  de  vista  el  momento 
de  su  fin,  y  en  la  calma  de  las  pasiones  se  acuerdan  que  hay  un  Dios 
k  quien  temer;  una  religión  sacrosanta,  que  respetar;  unas  verdades  á 
que  humillar  su  razón,  y  una  luz  inaccesible,  á  que  deben  ceder  los 
conocimientos  más  sublimes.  Saludables  ideas,  de  que  no  pueden 
substraerse  los  necios  é  insensatos  filósofos,  y  que  para  su  confusión 
y  tormento,  se  agolpan  á  su  espíritu,  en  el  crítico  y  apurado  momen- 
to de  su  muerte. 

iDios  inmortal!  Gracias  sean  dadas  á  tu  paternal  bondad,  por- 
que al  ilustre  difunto  que  lloramos,  quisiste  prevenirlo  con  tu  mano 
poderosa,  para  que  jamás  se  alistase  en  las  banderas  que  juran  estos 
tardos  y  estultos  de  corazón:  jamás  anduviese  en  el  consejo  de  los 
impíos;  jamás  se  estacionase  en  el  camino  de  los  pecadores  públicos; 
jamás  se  sentase  en  la  pestilente  cátedra  de  su  impiedad  (2).  Ciuda- 
danos, compatriotas,  que  escucháis  estas  verdades,  con  que  él  cultivó 
su  espíritu,  id  de  continuo  á  recordarlas  al  sepulcro  en  que  yace. 
Llevad  en  vuestra  compañía  á  vuestros  hijos,  que  son  los  que  como 
él^han  de  figurar  algún  día  en  el  teatro  de  este  mundo  político,  y  si 
alguno  se  atreve  á  pisar  la  losa  que  cubre  sus  despojos,  detente,  de- 
cidle luego,  detente,  mira  que  pisas  las  cenizas  del  héroe  de  tu  patria: 
siste  heroem  calcas.  Recóbrate,  y  advierte  que  en  esta  logobrez  silen- 
ciosa descansa  aquel  ciudadano  que  la  honró  con  su  conducta,  aquel 
magistrado  qne  la  gobernó  con  rectitud,  aquel  militar  que  la  defen- 
dió con  firmeza,  aquel  patriota  que  perdió  la  vida  por  dársela  á  la 
patria,  aquel  hombre  de  bien  que  jamás  le  hizo  traición,  a.quel  ame- 
ricano honrado,  modelo  de  virtud  y  de  valor.  Aprended  todos  de  él 
á  amarla  .sin  interés,  á  servirla  sin  aspiración,  á  procurar  sus  glorias, 
posponiendo  la  vuestra,  á  sacrificar  vuestra  vida  en  las  aras  de  la  su- 
ya. Aprende<l  á  unir  la  política  con  la  virtud,  la  cautela  con  la  sen- 
cillez, la  reserva  con  la  verdad,  la  humanidad  con  la  justicia,  la  seve- 
ridad con  el  agrado,  la  integridad  con  la  condescencia,  la  prudencia 
con  el  valor,  y  el  amor  á  la  patria  con  todas  las  virtudes.  Convenceos 
con  su  ejemplo,  que  no  hay  patria  sin  unión,  no  hay  unión  sin  orden, 

(1)  Psalm.  1».  V,  1. 


—  220  — 


no  hay  orden  sin  subordinación,  ni  subordinación  sin  una  autoridad 
imponente  que  la  sostenga,  unas  leyes  sabias  que  la  establezcan,  una 
religión  sacrosanta  que  la  apoye.  Ved  aquí  las  lecciones  que  os  dió 
en  vida,  y  las  que  os  dá  en  los  ejemplos  que  ha  dejado  de  virtud  y 
(le  valor:  exemplum  virtutis,  et  forlitmlinis  derelinquens.  No  los  per- 
dáis un  solo  punto  de  vista.  Consagradlo  con  vuestra  imitación. 
Ella  tejerá  á  vuestras  sienes  una  corona  de  honor;  ella  os  hará  legí- 
timos herederos  de  su  espíritu;  dignos  hijos  del  suelo  americano,  y 
ella  al  fin  os  pondrá  en  la  senda  que  conduce  derechamente  al  tem- 
plo de  la  inmortalidad  y  de  la  gloria. 


CARTAS  HISTÓRICAS 


Fbay  Cayetano  Rodríguez  al  Dr.  Agustín  Molina 

Buenos  Aires,  Mayo  10  de  1812. 

 Me  tocas  el  punto  de  la  gloriosa  Asamblea  de  que  fui  in- 
digno vocal. 

 Apenas  quisimos  ser  superiores  por  ocho  días,  ya  les  pare- 
ció que  les  queríamos  arrebatar  para  siempre  la  supremacía. — Disol- 
vatur. 

Lo  más  gracioso  es  que  después  han  estampado  su  manifiesto 
lleno  de  mentiras  y  cosas  en  que  ni  hemos  pensado,  para  acallar  los 

gritos  del  pueblo  que  brama  con  semejante  hecho  

Yo  celebro  muchísimo  la  disolución  de  la  Asamblea,  porque  según 
los  asuntos  que  pasó  el  Gobernador  para  decidirlos,  nos  habíamos 
visto  amargos:  tales  eran  la  imposición  de  títulos  á  los  pueblos  sobre 
todos  los  ramos;  la  supresión  de  la  inquisición  (qué  te  parece?);  la 
aprobación  de  la  independencia  de  Caracas,  para  establecer  la  nues- 
tra, y  otras  semejantes,  cuya  decisión  exigían  de  la  Asamblea,  y  no 

querían  que  ésta  fuese  superior  

Se  nos  ha  acusado  de  que  queríamos  levantar  el  partido  de  Saa- 
vedra,  y  de  aquí  el  pecado  imaginario  

26  de  Junio  de  1812. 

Procuren  por  Dios,  nombrar  un  apoderado  de  ese  pueblo,  que 
tenga  cabeza  y  le  haga  honor.  Denle  instrucciones  completas  é  in- 
fúndanle  pensamientos  liberales  para  que  la  mezquindad  de  ideas  no 
haga  bastardear  nuestro  sistema.  Aquí  hay  unos  tontos  (bien  que 
pocos,  pero  tienen  manejo)  que  creen  todavía,  y  lo  persuaden,  que  los 
pueblos  interiores  deben  ser  pupilos  de  Buenos  Aires,  y  entre  ellos 
no  deben  mandar  sino  las  bayonetas,  haciéndoles  entrar  por  donde 
quiera  la  capital.   Maldito  sea  este  modo  de  pensar,  tan  contrario  á 


—  224  — 


las  ideas  que  se  han  desplegado  en  los  papeles  públicos  y  han  en- 
golosinado los  pueblos.  Nada.  Cada  pueblo  es  una  parte  de  la  sobe- 
berania  y  de  todos  y  cada  uno  debe  arrancarse  !a  voluntad  con  que 
legalice  Jas  acciones  y  ulteriores  actos  del  gobierno.  Lo  demás  es 
una  maldad  y  echará  un  borrón  ignominioso  al  sistema  que  se  adop- 
ta.—Por  Dios  piensen  de  este  modo.  Pueyrredón  piensa  asi  por  for- 
tuna nuestra. 

Da  encanto  leer  el  acta  de  la  independencia  de  Caracas,  fundada 
en  estos  principios  que  ya  supongo  habrás  leído  

10  de  Diciembre  de  1812. 

Tú  habrás  leído  mi  anaci'eóntica  al  pasaje  del  Huaso.  ¡Qué 
sonsera! 

 Las  décimas  que  me  atribuye  Belgrano:  Da  un  grito  al 

Sud,  son  efectivamente  mías.  Las  hice  con  motivo  de  su  triunfo,  pa- 
ra romper  una  loa  que  se  representó  al  pié  de  la  pii'ámide  de  la  pla- 
za, en  honor  de  la  victoria  de  Tucumán  y  del  digno  gefe  que  la  había 
alcanzado  bajo  los  auspicios  de  María  

 ¡Cuánto  mo  alogro  que  te  ame  este  hombre!  (Belgrano). 

Es  buen  criollo,  de  talento,  de  juicio,  metido  en  el  sistema  con  desin- 
terés; no  conoce  la  felonía  y  es  noble  por  carácter.  Cuanto  más  lo 
trates,  has  de  descubrir  en  él  estas  bellas  cuaUdades.  Dios  reserva  á 
los  hombres  para  las  circunstancias. 

Enero  10  de  1813. 

 La  Asamblea  se  acerca;  veremos  cuál  es  su  fin  y  qué  go- 
bierno sanciona.  Gritan  muchos  porque  la  independencia  se  declara; 
otros,  temiendo  salir  del  cascarón  en  que  estuvieron  siempre  metidos, 
dicen  que  aun  no  es  tiempo.  Este  ha  de  ser  un  punto  de  discusión 
bastante  agrio. 

Aun  Ies  parece  corto  el  tiempo  de  nuestra  esclavitud  y  mucho 
rango  para  un  pueblo  americano  el  ser  libre. 

Vamos  pues  Fernandeando  por  activa  y  pasiva,  casados  con  nues- 
tras malditas  habitudes,  más  arraigadas  que  el  sebo  de  las  tripas  

Febrero  10  de  1813. 
El  31  de  Enero  se  abrió  la  Asamblea  con  pompa  y  magnificencia. 


—  225  — 


Abril  9  de  1813. 

Corre  que  suspende  la  Asamblea  sus  funciones  por  dos  meses, 
para  dar  lugar  k  los  Diputados  de  los  pueblos  del  Perú  á  que  se  reú- 
nan. Hasta  que  estén  todos  no  quieren  tocar  punto  alguno  de  Cons- 
titución. Me  agrada  mucho  esta  deferencia  con  los  pueblos.  Este 
es  el  modo  de  afirmar  las  cosas  con  buenas  bases  y  poner  una  barre- 
ra á  los  reclamos  y  resentimientos. 

Mayo  10  de  1813. 

 Se  discute  fuertemente  si  ha  de  rolar  la  capitalia  entre  los 

pueblos  de  las  Provincias  Unidas  ó  si  ha  de  fijarse  capital.  No  sé  en 
qué  quedarán.  Muchos  piensan  que  rolen.  Todo  esto  me  cuadra, 
porque  van  conociendo  los  derechos  de  los  pueblos  y  que  Buenos  Ai- 
res no  se  trague  á  todos. 

Noviembre  10  de  1813. 

Que  viva  pues  la  Patria,  eterna  viva; 

viva  también  Belgrano, 

viva  este  americano 
íi  quien  ella  debió  no  ser  cautiva: 
que  siempre  sea  feliz,  siempre  señora 
y  de  crudos  tiranos  vencedora. 

Febrero  10  de  1814. 

San  Martín  escribe  con  mucha  animosidad,  y  creo  que  se  hace 
cargo  del  ejército  por  reiterada  renuncia  de  Belgrano.  De  éste  nada 
sabemos  aquí  Esperarnos  que  Díaz  Vélez  que  está  al  llegar,  le- 
vantará el  velo  á  grandes  misterios  que  aquí  se  encubren  y  la  curio- 
sidad de  muchos.  A  éste  lo  han  acribillado  aquí  con  pésimos  infor- 
mes de  su  conductn.  El  diablo  que  los  entienda.  Chiclana  acribilla 
á  Vélez,  Ocampo  á  Belgrano,  y  éste  acusa  á  Ocampo  por  abusos.  Esto 
segundo  es  lo  cierto.  Pero  han  dado  en  que  han  de  poner  en  zancos 
á  este  ente  de  la  Rioja.    Ya  Nazareth  potet  aliquid  boni  scire. 

Abril  10  de  1814. 

Con  que  te  ha  gustado  el  Metastasio?  Le  llamas  divino:  lo  me- 
rece. Creo  que  merece  iguales  elogios  que  el  Petrarca  tan  decanta- 
do de  los  italianos.    Yo  tengo  un  poetita  destinado,  para  tí,  Valdés 


—  226  — 


y  no  te  lo  he  mandado  porque  ignoro  si  lo  tienes.  Dimelo,  son  tres 
tomitos;  su  autor  fué  amigo  intimo  del  insigne  Delio,  á  quien  dirige 
canciones  

 Mucho  siento  también  la  novedad  de  Belgrano.  Sus  ému- 
los la  celebrarán.  Pero  el  tiempo  levantará  el  velo  á  estas  máquinas 
ocultas.  La  nobleza  de  Belgrano  no  permite  fundar  sospechas  con- 
tra él.    Ya  conocerán  su  falta. 

Cada  dia  que  me  levanto  de  cama,  echo  una  maldición  a  las  pa- 
siones de  los  hombres  que  arruinan  nuestra  patria,  persiguiendo  á 
sus  mejores  hijos.  Corre  también  que  viene  Fonte  preso  para  acá  y 
Chiclana  destorrado  á  Faraatina.  Tú  nada  me  dices  y  lo  supongo 
falso.  No  permita  Dios  que  el  Tucumán  se  enrede  y  todo  se  lo  lleve 
Satanás  

Mayo  26  de  1814. 

 Ya  triunfó  nuestra  armadilla         quedando  Montevideo 

sin  buques,  sin  marinos,  sin  puertos,  sin  auxilio  por  puerto  y  mar, 
y  enteramente  aislado. 

Antes  de  ayer,  vísperas  del  25,  célebre  en  nuestros  fastos,  se 
arrimaron  á  Buenos  Aires  los  cuatro  buques  apresados,  que  son:  la 
fragata  Neptuno,  el  bergantín  San  José,  la  corbeta  Paloma  y  otra 
corbeta  llamada  de  los  Catalanes,  con  48  oficiales  de  mar  y  tierra  y 
más  de  500,  todos  prisioneros  de  guerra  El  mismo  dia  á  la  tar- 
de los  desembarcaron  á  la  vista  de  inmenso  pueblo  que  habia  acu- 
dido á  la  alameda  en  el  bajo  del  Fuerte.  No  te  puedo  ponderar  la 
emoción  universal  y  alegría  de  las  gentes,  la  burla  de  los  muchachos, 
la  algazara  del  huasismo  que  vinieron  en  tropel  del  campo  á  ser  ex- 
pectadores  del  triunfo  

 Predicó  Funes,  y  le  entendimos  tan  poco  y  tan  nada,  que 

no  sabré  decirte  lo  que  dijo.  Dicen  que  habló  de  la  ticción  del  día. 
Pero  como  ya  este  hombre  me  desagrada,  me  interesa  poco  en  saber 
sus  cosas  

Junio  10  de  1814. 
La  patria  es  una  nueva  musa  que  influye  divinamente. 

Junio  26  de  1814. 

Montevideo  se  entregó  en  los  días  21,  22  y  23  del  corriente  

El  23  á  las  ánimas  llegó  el  primer  aviso  por  un  barquillo  pequeño 
que  vino  al  efecto,  y  ayer  de  mañana  llegaron  los  partes  circunstan- 


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ciados,  que  se  anunciaron  al  alba  con  repiques  de  campanas,  cañones 
y  mil  diabluras  de  las  que  inventa  el  gozo  cuando  toca  en  la  raya  de 
extraordinario. 

Julio  26  de  1814. 

Me  dices  que  calla  ini  musa.  No  ha  callado.  He  hecho  muchísi- 
mas cosas.  Sepulto  mi  nombre  cuanto  puedo,  porque  así  conviene 
en  las  circunstancias  en  que  me  hallo.  ¿Cómo  puede  callarse,  cuando 
hablan  las  piedras? 

Octubre  26  de  1814. 

Yo  he  edificado  mi  casa  sobre  la  inmóvil  piedra  de  mi  retiro, 
queriendo  siquiera  en  esto  parecer  sabio  y  serlo  para  mí  mismo. 

Noviembre  26  de  1814. 

No  andes,  por  Dios,  diseminando  mis  versos  contra  europeos. 
Me  han  de  ahorcar.  Respiran  venganza  por  manos,  piés  y  costados. 
Estoy  poniendo  en  limpio  mis  borradores  y  te  los  enviaré  para  que 
aumentes  tu  colección.  Lánguidos  ó  no,  al  fin  son  versos  y  están  en 
consonancia. 

26  de  Octubre  de  1814. 

 Parece  que  nuestras  cosas  van  bien  por  el  Perú,  á  menos 

que  Pezuela  quiera  burlar  nuevamente  nuestras  precauciones,  fingien- 
do retiradas  y  miedos  que  no  tiene. 

Supongo  que  Rondeau  está  al  cabo  de  estos  ardides,  mucho  más 
con  lo  pasado.  Este  general  no  ha  llevado  á  bien  la  comisión  de  Al- 
vear  para  esos  destinos,  con  desaire  de  su  representación,  y  me  dicen 
ha  escrito  á  aqui  al  gobierno,  renunciando  en  tal  caso  su  comando,  y 
de  aquí  se  le  responde  que  en  caso  de  caminar  Alvear  para  el  ejérci- 
to, no  irá  como  general  militar,  sino  como  representante  del  Gobier- 
no Superior. 

No  creo  que  esta  salida  deslumbre  á  Rondeau,  que  aun  mantie- 
ne apesar  de  su  moderación,  los  sentimientos  de  la  toma  de  Montevi- 
deo, cuya  gloria  le  arrebataron.  Así  ha  escrito  reservadamente  á  su 
mujer  (que  como  tal  vomitó  por  no  empacharse)  que  él  no  ha  de  ma- 
durar peras  para  que  otros  se  las  coman,  que  una  basta  y  no  más. 
Me  añaden  que  también  le  dice  que  200  leguas  antes  ha  de  aiTojarlo 
para  atrás  en  caso  que  vaya  á  tomarse  el  mando  del  ejército.  No 


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permita  Dios  desavenencias  mutuas.  Pero  yo  le  hallo  razón  para 
sentirse. 

  Con  que  nuestras  gentes  vescilla  Regís  prodeunt? 

He  contado  aquí  la  especie  á  algunos  que  uniéndola  con  la  ¡dea 
de  Fonte  de  avistarse  con  Pezuela,  la  hallan  de  mala  data.  Yo  nunca 
paso  ni  pasaré  por  que  quieran  sucumbir  voluntariamente  á  España. 
Aquí  flamea  aún  la  bandera  española  en  el  Fuerte,  con  rabia  univer- 
sal. Dicen  que  así  conviene  porque  no  somos  todavía  nación  recono- 
cida por  las  demás  potencias.  Pero  sellamos  dinero,  que  es  raás¿  te- 
nemos armas  de  la  Patria;  hemos  quitado  de  todas  partes  el  busto  de 
Fernando,  y  otras  mil  cosas.    Ve  si  puedes  salvar  esta  contradicción. 

Diciembre  10  de  1814. 

 Ahora  tres  días  salió  ya  Alvear  con  despacho  de  capitán 

general  de  las  provincias  del  Perú^hasta  el  Desaguadero.  Va  con  toda 
BU  familia,  muchas  provisiones  de  guerra  y  algún  dinero.  Dios  quie- 
ra que  orégano  sea  y  que  el  Perú  pase  esto,  á  menos  que  sea  ya  ne- 
gociación concluida  con  aquellos  gefes.  Pero  me  temo  un  descalabro. 

Enero  18  de  1815. 

Dile  á  Moure  que  Belgrano  que  ha  caminado  á  Londres,  lleva 
consigo  la  obra  del  milenario  del  Padre  Guerra  para  hacerla  impri- 
mir.   Este  es  tiro  hecho. 

Buenos  Aires,  26  de  Abril  de  1815. 

Gracias  á  Dios  que  podemos  escribir  con  regularidad,  libres  del 
espionaje  eterno  de  nuestros  opresores.  Cayó  el  malchto  partido  que 
era  forzoso  alabar  para  no  ser  víctimas. 

Oyó  Dios  los  clamores  de  innumerables  infelices  que  lo  eran  ba- 
jo el  poder  de  esos  Faraones  destinados  para  el  castigo  de  Buenos 
Aires  y  de  las  provincias  americanas  del  Sur.  ¿Cuándo  pensaron  caer 
estos  demonios  en  carne?    Pero  cayeron  

Desde  la  repulsa  de  Alvear  en  el  Perú,  empezó  á  flaquear  el  ci- 
miento del  edificio.  La  representación  de  aquel  ejército  hecha  á 
Rondeau,  descubrió  misterios  que  ignorábamos  y  empezamos  á  atar 
cabos.  Cuando  Alvear  emprendió  viaje  al  ejército,  se  despidió  aqui 
hasta  Lima,  llevando  correspondencia  para  aquella  ciudad.  Esto 
alarmó  á  todos  y  nos  dió  á  entender  había  inteligencia  con  Pezuela. 
El  ejército  olió  sin  duda  la  cosa  y  de  aquí  fueron  también  sus  adver- 


—  229  — 


tenciiis.  En  este  intermedio  se  hizo  colocar  el  mocito  de  Director 
Supremo,  para  llevar  adelante  sus  ideas  de  dominación,  y  la  Asam- 
blea compuesta  de  hombres  á  su  devoción  (salvo  algunos),  entró  por 
esta  locura  para  llorar  adelante  el  partido  cuyo  corifeo  era  Alvear. 
Este  desatino  fué  la  última  leña  que  se  echó  al  fuego.  Se  incendió 
este  pucMo  y  los  circunvecinos.  Empezaron  á  negar  necesaTiamente 
la  obediencia,  respaldados  de  la  gente  de  la  otra  banda,  bajo  el  co- 
mando do  Artigas  que  la  ocupó  hasta  Santa  Fé.  Alvear  que  se  veía 
con  8.000  hombres  de  tropa,  entró  en  el  proyecto  de  afianzarse,  in- 
vadiendo á  sus  enemigos.  Echó  dos  bandos  horrorosos  en  que  se 
ponia  pena  de  la  vida  hasta  por  respirar  contra  su  persona  y  sus  de- 
terminaciones, y  destacó  2.000  hombres  á  Arrecifes  para  contener  la 
montonera  que  venía  sobre  nosotros,  llamada  por  este  pueblo  para 
parapetar  la  insurrección  (pie  se  meditaba.  Cuando  salió  este  trozo 
de  ese  ejército  de  Buenos  Aires,  ya  había  sido  testigo  del  horroroso 
espectáculo  que  nos  presentó  el  mocito,  colgando  en  la  horca  la  ma- 
drugada del  (Ha  de  Rcfurrección,  á  un  misr'rable  oficial  ¡i  quien  fusiló 
ocultamente  dos  horas  antes  en  la  cárcel,  sin  más  causa  formada  que 
una  acusación  clandestina  de  que  seducía  las  tropas  contra  él;  hecho 
que  indignó  á  todo  el  pueblo  cuando  volvió  sobre  sí.  Con  estos  an- 
tecedentes salieron  los  ejércitos  y  en  Arrecifes  los  comandantes  Igna- 
cio Alvarez  y  el  coronel  Valdcnegvo  (quien  estuvo  á  punto  de  ser 
colgado)  se  echaron  sobre  el  general  Viana  y  otros  oficiales  subalter- 
nos, y  presos  los  mandaron  á  una  estancia,  y  en  consorcio  de  los  sol- 
dados negaron  la  obediencia  á  Alvear,  excitándolo  á  que  dejase  el 
mando  ó  venían  sobre  él  y  el  resto  de  su  gente.  Al  mismo  tiempo 
los  cívicos  á  quienes  había  quedado  encomendada  la  ciudad  por  la 
ausencia  de  las  tropas,  acampadas  en  San  Isidro,  hicieron  movimien- 
to, y  con  los  pocos  fusiles  que  les  habían  dejado  y  1300  que  compra- 
ron ese  mismo  dia  á  los  buques  ingleses,  se  armaron  para  sacudir  el 
yugo  y  proclamaron  la  libertad  del  pueblo.  Alvear,  que  estaba  en 
San  Isiíh'O  con  el  resto  de  las  tropas,  en  vez  de  entrar  en  partido  y 
calmar  el  cielo  que  se  aparataba  condensas  nubes,  se  obstinó  absolu- 
tamente y  sordo  á  las  re(-otnendaciones  amistosas  del  Cabildo  que  le 
convidaba  con  1¡>  paz,  determinó  invadir  el  pueblo  y  derramar  la  san- 
gre de  sus  hermanos.  Con  efecto,  la  noche  del  Sábado  15  hizo  mo- 
vimiento hacia  el  pueblo;  pero  una  lluvia  que  fué  un  diluvio,  le  atajó 
los  pasos  y  le  dió  Ingar  para  que  el  Domingo,  conocida  su  iniquidad, 
se  pusieran  los  cívicos  en  término  de  defensa,  resueltos  á  sepultarse 
antes  de  entregarse  á  Alvear.    Éste  vió  al  fin  su  desengaño,  obser- 


—  230  — 


vando  que  de  hora  en  hora  se  le  desertaba  su  oficialidad  y  soldados 
y  lo  iban  dejando  solo,  y  aconsejado  también  por  el  comodoro  inglés, 
comandante  de  la  fragata  Capitana,  que  salió  garante  de  su  vida, 
entregó  el  mando  y  se  embarcó  con  él,  donde  hasta  ahora  permanece. 

En  seguida  reasumió  el  Cabildo  si  mando  del  Pueblo,  y  empezó 
el  ejercicio  de  su  autoridad  por  la  prisión  de  los  compañeros  de  Al- 
vear,  los  Posadas,  los  Larreas,  los  Vieites  y  demás,  entrando  en  la 
cuenta  los  canónigos  Figueredo,  Vidal  y  nuestro  Valentín  Gómez, 
como  uno  de  los  primeros  papeles. 

Se  deshizo  la  Asamblea,  y  se  invitará  á  los  pueblos  para  un  Con- 
greso General,  como  es  debido,  donde  convenga  y  quizá  sea  en  Tucu- 
mán.  Se  ha  elegido  de  Gobernador  de  este  pueblo  á  Rondeau  y  se 
le  mandó  diputación  para  que  se  detenga  todo  el  tiempo  que  él  esti- 
me necesario  para  concluir  su  obra  del  Perú,  y  después  venga  como 
un  sujeto,  quizás  el  linico  capaz  de  consolidar  la  unión  de  estos  pue- 
blos y  quitar  recelos  que  nacen  aún  de  los  vastagos  que  han  quedado 
del  árbol  corrompido. 

Mi  discípulo  Pérez  que  llamábamos  el  Chato,  va  con  los  pliegos, 
junto  con  el  oficial  Hortiguera.  y  hoy  mismo  salen  por  la  posta. 
También  va  Laguna  con  ellos.  Éste  te  contará  menudamente  las 
cosas  y  te  horrorizarás  al  oír  que  meditaban  nuestra  entrega  á  la  Pe- 
nínsula. 

Se  ha  creado  una  .Junta  de  observación  que  ha  trazade  el  plan 
para  el  nuevo  Gobierno  de  las  Provincias,  cuyos  vocales  van  fii-mados 
en  esa  proclama  echada  por  ellos  y  están  arreglando  el  descuaderno 
enorme  que  trajo  la  ambición  y  el  despotismo.  Ah!  mi  Agustín,  qué 
robos  tan  enormes,  qué  injusticias!  Qué  corrupción  de  costumbres! 

Qué  escándalos  en  los  mismos  gobernantes  y  dependientes!  En 

las  cartas  que  me  pillaron  iba  mucho  de  esto,  porque  ya  me  rebosa- 
ba.   Yo  no  sé  cómo  no  me  han  ahorcado. 

Mayo  18  de  1815. 

 El  célebre  Monteagudo,  cuando  se  revolucionó  ahora  dos 

años  contra  el  Gobierno,  en  compañía  de  los  suyos,  estampó  en  una 
gaceta  que  cada  revolución  era  un  paso  á  la  libertad.  Supongo  que 
si  es  amant^  de  ella  se  habrá  aplicado  el  cuento;  y  todos  los  demás 
siguen  en  la  prisión.  Se  les  está  formando  las  causas,  que  estoy  vien- 
do no  sé  por  qué  fatalidad,  son  interminables.  En  fin  todo  se  podrá 
sufrir,  como  no  vuelvan  á  mandarnos  el  Notario  célebre  que  nos  in- 


—  231  — 


terceptó  las  cartas,  quien  llamándose  viejo  é  inocente,  echa  la  culpa 
á  sus  secretarios.    Éstos  dan  cuenta  imaginaria. 

Todos  son  santos  y  mi  capa  no  parece.  So  ha  calculado  por  los 
papeles  que  se  encuentran  de  Aduana  y  Secretaría,  que  han  entrado 
al  erario  desde  el  primer  35  de  Mayo,  20  millones,  .sin  lo  que  liabia 
pasado  por  alto  en  mano  de  tanto  lobo.  Ya  podíamos  haber  funda- 
do un  imperio  y  estamos  al  principio. 

Al  pobre  de  nuestro  Valentín  aun  no  le  han  tomado  confesión; 
nada  aparece  contra  él  en  materia  de  abusos  y  sólo  se  le  acumula 
hasta  ahora  el  haber  influido  visitando  á  Alvear  en  el  campamento 
para  que  abocase  al  pueblo  y  entrase  á  sangre  y  fuego.  Si  esto,  lo 
que  él  niega,  reconvencido  privadamente,  se  le  veriñca,  tiene  el  pobre 
con  si  la  indignación  del  pueblo.  Ya  sufría  antes  la  adversión  uni- 
versal por  el  concepto  común  de  partidario  de  la  facción  y  principal 
influyente  de  la  Asamblea  y  en  los  negocios  públicos. 

Junio  26  de  1815. 

Recibí  tu  carta  que  empieza  por  la  alabanza  de  mi  oda  «Día 
augusto  de  la  Patria».  Tú  siempre  lees  las  cosas  cuando  te  levantas 
do  la  cama,  es  decir,  con  lagañas;  cuando  la  hice  me  pareció  mediana, 
á  pocos  días  me  pareció  cualquier  cosa,  y  no  quiero  leerla  más  por- 
que no  me  dé  en  rostro.  Con  que  si  al  autor,  que  por  lo  común  se 
apasiona  de  sus  producciones,  le  asienta  tal  mal  su  obra,  qué  diremos 
de  los  demás  

Junio  26  de  1815. 

No  se  puede  abrir  el  libro  de  nuestra  revolución  sin  llorar  en 
cada  página.  Qué  pueblos  tan  estúpidos,  tan  tontos,  tan  exóticos 
en  sus  pensamientos!  Ya  ves  las  ideas  liberales  que  ha  desplegado 
Buenos  Aires  en  consecuencia  del  sacudimiento  último  de  los  tiranos. 
Apesar,  pues,  de  esto,  se  duda,  se  ataca  vergonzosamente  su  buena 
fé  y  se  hace  sistema  de  separarse  de  sus  ideas  de  unión  y  consolida- 
ción de  fuerzas  pax*a  fijar  nuestro  destino.  El  inconstante  Artigas, 
que  acaba  de  asegurar  con  la  proclama  impresa,  junto  con  el  mani- 
fiesto de  este  Cabildo,  dándanos  las  mejores  esperanzas  de  unión,  ha 
vuelto  á  sus  antiguas  maneras.  Ha  hecho  un  congreso  en  la  Banda 
Oriental,  y  el  gran  Córdoba  y  la  sucia  Santa  Fé  se  han  dignado  man- 
dar á  él  sus  Diputados,  para  trazar  el  modo  de  separarse  enteramen- 
te de  esta  capital.    Se  creerá  esto?  La  consecuencia  ha  sido  mandar 

16 


—  232  — 


decir  Artigas  á  Buenos  Aires  que  le  manden  200.000  pesos,  3.000  fu- 
siles y  cuanto  sacó  de  Montevideo  en  su  rendición. 

Ve  aquí  ya  animada  la  cosa  otra  vez  y  descubierto  el  plan  hostil 
de  este  hombre  terco. 

Julio  10  de  181.5. 

Ya  he  averiguado  por  qué  no  se  publicó  tu  oda,  aunque  ha  gus- 
tado y  han  sentido  la  casualidad.  Te  encargaron  laureles  en  ella  á 
Artigas,  y  como  este  hombre  malo  ha  vuelto  á  incitliren  sus  antiguas 
-  maldades  y  se  ha  concitado  de  nuevo  el  odio  de  Buenos  Aires,  me  he 
alegrado  infinito  que  no  se  haya  impreso:  hubiera  sido  detextada,  co- 
mo ha  sido  la  mía  hecha  á  Alvear,  antes  de  su  caída;  aunque  tú  y  yo 
hemos  sido  suplicados  para  hacerlas.  Nunca  hagas  laudatorias  á  su- 
getos  particulares.  El  que  hoy  es  santo  mañana  es  diablo,  y  queda 
uno  en  descubierto. 

.Julio  26  de  1815. 

 Me  alegro  que  hayas  borrado  de  los  cascos  de  Laguna  la 

idea  de  federalismo  extemporáneo  que  nos  conduciría  á  nuestra  rui- 
na.   Qué  buenos  pueblos  para  contar  con  ellos  en  caso  necesario! 

Además  de  que  el  gobierno  federativo  es  débil  por  su  constitu- 
ción, lo  es  más  con  nosotros  por  nuestras  ningunas  virtudes.  Cons- 
tituyámonos primero  y  desjjués  pensaremos  qué  forma  de  gobierno 
es  adaptada  á  nuestra  situación  local,  al  genio  nacional  de  los  habi- 
tantes, á  nuestras  relaciones  exteriores  y  al  caTácter  de  la  Potencia  éi 
que  debemos  unirnos,  que  pueda  y  deba  garantir  nuestras  resolucio- 
nes; todo  esto  debe  entrar  en  el  cálculo  para  fijar  la  clase  de  gobier- 
no que  debemos  adoptar.  Lo  demás  es  loquear  sin  término  y  recla- 
mar derecho.'*  para  distribuirse  en  el  abuso  de  ellos. 

Septiembre  10  de  1815. 

Ahora  encuentras  mil  escollos  para  que  el  Congreso  sea  en  Tu- 
curaán,  Y  dónde  quieres  que  sea!  En  Buenos  Aires?  No  sabes  que 
todos  se  excusan  de  venir  á  un  pueblo  á  quien  miran  como  opresor 
de  sus  derechos  y  que  aspira  á  subyugarlos?  No  sabes  que  aquí  las 
bayonetas  imponen  la  ley  y  aterran  hasta  los  pensamientos?  No  sa- 
bes que  el  nombre  porteño  está  odiado  en  las  Provincias  Unidas  ó 
desunidas  del  Ilio  de  la  Plata?  ¡Qué  avanzamos  con  un  Congreso  que 
no  han  de  presiilir  la  confianza  y  buena  fé!  Si  te  parece  que  aqui 
mismo  se  desea  la  reunión  en  este  pueblo,  te  engañas  


—  233  — 


Dices  que  no  hay  talentos?  Sobran.  Yo  quisiera  mejores  cora- 
zones, buena  fé,  amor  al  bien  común,  unión,  virtmles.  Esto  subroga 
muy  bien  á  los  talentos  sublimes,  á  los  grandes  ingenios,  y  reniego 
de  esto  cuando  falta  tQdo  aquello  

La  discusión  sacude  á  los  ingenios,  y  liasla  las  piedras  á  golpes 
echan  fuego. 

26  de  Octubre  de  1815. 

  Corre  y  ha  salido  en  la  Gaceta  que  Bonaparte  está  en  la 

isla  de  Santa  Elena;  ya  se  nos  va  allegando.  De  repente  ha  de  apa- 
recer en  América.  Quién  sab(!  si  no  es  el  genio  que  nos  prepara  la 
suerte  para  ñjar  destino  

(No  expresa  el  raes)  18  de  1815. 

 Estamos  con  el  sentimiento  de  la  falta  de  razón  en  algu- 
nos pueblos  que  no  quieren  entrar  en  los  nacionales  partidos  que 
adoptamos.  Córdoba  y  Santa  Fé  se  han  enloquecido  como  sabias. 
Quieren  hacer  república  aparte  con  el  Paraguay.  Por  momentos  me 
parece  que  no  somos  dignos  de  constituirnos  ni  .ser  gente.  Hacomo 
muchas  locuras,  y  cuando  pensamos  con  formalidad  se  levantan  nu- 
blados tan  gruesos  y  ordinarios  que  deben  avergonzarnos. 

Se  habia  determinado  que  el  canónigo  Zavaleta,  hermano  de  don 
Clemente,  en  compafüa  del  marqués  de  Yavi,  fuese  en  comisión  á  esos 
pueblos  hasta  Jujuy  á  imponerles  verbalmente  de  estos  modos  de 
pensar,  ya  que  no  lo  entienden  por  escrito.  Pero  ya  á  punto  de  .salir 
se  ha  suspendido,  no  sé  por  qué. 

Julio  10  de  1817. 

Estoy  misticón  apesar  de  los  versos  de  boleras.  Qué  quieres 
que  hagal    Me  los  pidieron,  y  la  pasión  dominante  es  terrible. 

Pero  no  están  muy  colorados.  Peores  son  los  tuyos  hechos  con 
Moldes,  con  el  vaso  en  la  mano,  que  son  nefandos. 

Noviembre  10  de  1817. 

Sigue  el  Congreso.  Se  ha  tratado  estos  días  aquel  punto  del 
Reglamento  ó  Estatuto  provisorio,  sobre  sugetar  los  cívicos  inmedia- 
tamente al  Director,  no  al  Cabildo.  Pero  han  tenido  que  dejarlo  co- 
mo estaba,  porque  han  presentido  un  disgusto  general  en  el  pueblo, 


—  234  — 


que  no  lleva  á  bien  tanta  autoridad  en  el  Poder  Ejecutivo,  temiendo 
que  despotice  

Noviembre  18  de  1817. 

Ha  aportado  á  estas  playas  el  célebre  Montcagudo.  Se  ha  arro- 
jado á  los  piés  del  Director,  pidiendo  que  lo  destine  á  cualquier  parte, 
con  tal  que  sea  en  América.    Está  arrestado  en  un  cuartel. 

Mañana  se  paseará  por  las  plazas  como  un  héroe          Ha  traído 

un  libro  titulado  Los  tres  meses  de  América.  Su  autor  es  el  famoso 
Deparat,  cuyos  discursos,  estractados  de  la  historia  del  Congreso  de 
Viena,  habrás  leído  en  el  Censor  en  algunos  números.  Pone  por  las 
nubes  á  nuestra  revolución;  la  hace  superior  á  la  de  Norte  América  y 
dice  mil  cosas  á  favor  nuestro.  Se  va  á  traducir  en  castellano  y  darla 
á  la  prensa.  Andan  meditando  hacer  una  medalla  de  oro  con  sus 
respectivos  geroglificos  y  mandarle  junto  con  una  carta  de  ciudadano 
de  las  Provincias  Unidas. 

Lo  merece  

Diciembre  10  de  1817. 

Me  preguntas  sobre  los  manifiestos  del  Congreso.  Tot  sunt  plá- 
cito quot  copita. 

El  primero  en  respuesta  al  papelote  de  Baltimore  es  obra  de 
Serrano.  Creo  que  le  falta  energía  y  muclias  cosas  que  debía  decir. 
El  manifiesto  de  la  independencia  se  trabajó  porMedrano:  lo  presentó 
aqui  y  se  despreció.  Es  porque  el  estilo  era  práctico  y  demasiado  su- 
blime. Se  mandó  hacer  otro  á  Passo  y  también  se  reprobó  con  frente 
serena,  porque  dicen  que  había  hecho  un  papel  jurídico  y  no  un  ma- 
nifiesto. ¿Cómo  estará  Passitos?  Contémplalo.  Y  luego  sale  Sáenz 
con  el  .suyo  de  puros  hechos  y  algunos  falsos,  y  ni  un  derecho  que 
abone  nuestra  causa;  pero  éste  se  aprueba,  porque  audaces  fortuna 
jurit. 

Ks  el  corre  para  mi  y  otros  indecentes. 

Pero  sUentium  meum  irribi  et  tibi  etiam  

Acaba  de  llegar  en  un  buque  un  mariscal  de  campo,  Milans  de 
Pons,  catalán,  con  toda  su  familin,  que  ha  huido  de  E.spaña  porque 
estaba  condenado  á  muerte  por  constitucional  y  compañero  del  gene- 
ral Laré  qvie  fué  fusilado  por  esta  causa.    Qué  españolesi 

lia  tenido  aqui  buena  acogida. 


—  235  — 


Octubre  3  de  1819. 

Mucho  me  desconsuela  la  indecisión  de  los  médicos  acerca  de 
la  salud  de  Belgrano.  Yo  estoy  que  aunque  la  recupere  no  quedará 
capaz  de  empeñarse  en  dirigir  personalmente  su  ejército.  Qué  hori- 
zonte tan  feo  se  me  presenta  en  medio  del  Perú  cuando  echando  la 
vista  por  todas  partes,  no  hallo  quien  reemplace  á  Belgrano!  Tengo 
momentos  tan  aciagos  y  tristes,  que  quisiera  no  existir.  Los  hom- 
bres no  se  desmienten  y  al  fin  dan  lo  que  son.,  y  lo  sacrifican  todo  á 

sus  viles  ideas         Me  han  dicho  en  reserva  que  hay  división  en  el 

ejército,  unos  por  Cruz,  otros  por  Bustos.  Pero  los  dos  juntos  hacen 
la  mitad  de  Belgrano. 

3  de  Diciembre  de  1819. 

 Con  que  has  topado  con  mis  versos?    Yo  sigo  mi  protesta 

y  el  cumplimiento  de  mi  voto;  y  si  alguna  vez  canto  será  sobre  mi 
patria  en  luto  y  desolación.  Tan  feamente  concibo  las  cosas.  Ojalá 
errara  mis  cálculos. 

Abril  10  de  1820. 

En  el  momento  que  escribo  está  mi  alma  más  negra  que  un  car- 
bón, y  maldigo  como  Job,  el  momento  en  que  salí  al  mundo  para  ver 
nuestra  ignominia.  Así  es  que  hasta  hablar  de  esto  me  roe  las  tripas, 
y  el  alma  se  me  devana  cuando  pienso  en  la  absoluta  dislocación  de 
las  cosas,  el  trastorno  de  todo  el  sistema,  la  anarquía  espantosa  en 
que  hemos  venido  á  parar,  la  vergüenza  pública  á  que  nos  hemos  ex- 
puesto á  la  faz  del  mundo  entero,  y  el  desamparo  y  orfandad  políti- 
cas en  que  nos  ha  constituido  la  maldad  inaudita  de  cuatro  hombres 
resentidos.  El  pueblo  de  Buenos  Aires  está  convertido  en  una  hoi-da 
de  bandidos,  al  extremo  que  es  menester  que  cada  casa  tenga  armas 
para  defenderse  de  los  mismos  ciudadanos.  Presenta  el  expectáculo 
más  triste  á  los  ojos  sensatos. 

Asi  está  la  campaña.  Así  se  van  poniemlo  los  pueblos  y  todo 
va  á  pasar  á  la  i'iltima  total  disolución.  Seremos  en  breve  presa  del 
primero  que  nos  quiera  dominar.  Han  invandido  el  sagrado  depósito 
del  Congreso;  las  decisiones  secretas,  las  comunicaciones  reservadas 
las  han  echado  á  luz  por  la  prensa,  comprometiéndonos  y  compro- 
metiendo á  las  naciones  que  ya  comunicaban  con  nosotros  para  zan- 
jar nuestra  independencia  de  un  modo  el  más  honroso,  etc.  En  fin, 
han  echo  diabluras,  y  de  un  golpe  han  desbaratado  el  trabajo  de 
diez  años  de  un  modo  incomponible  


—  236  — 


En  medio  de  esto  he  tenido  el  placer  de  nuestro  hermano  Dá- 
maso, como  me  escribes. 

Frías  también  me  escribe  desde  Santiago,  aunque  no  me  manda 
la  carta  por  no  exponerla. 

Es  imponderable  el  gozo  que  ha  anegado  el  corazón  de  mi  madre 
y  de  toda  mi  familia;  cada  uno  se  dice  en  los  transportes  de  su  ale- 
gría; inveni  oragman  qunm  perdiderant. 

Después  de  más  de  veinte  años  de  no  tener  letra  suya  y  de  un 
espantoso  olvido  su  cara,  te  parece  habrá  sido  poco  el  contento 
de  todos?  

Con  que  pillaste  mi  prevaricato?  Y  si  supieras  que  lie  cometido 
algunos  más  ¿qué  dirías?  Ya  te  remití  los  versos  del  finado  Sola,  ¿qué 
quieres  que  haya? 

Los  malditos  tentadores  El  corazón  La  costumbre  

La  miseria  La  condescendencia  vil,  etc.,  etc.  Qué  tales  estímu- 
los! Mi  enmienda  se  ha  reducido  á  no  hacerlos  tan  colorados  punzo- 
nes: allá  de  medio  color  

 Belgrano  ha  llegado  acá  há  seis  días.  Está  bastante  malo: 

du  lan  todos  de  su  salud  y  aun  de  su  vida.  El  P.  Maestro  Guerra 
también  está  deshauciado  y  sacramentado. 


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Páginas 


Juicio  Critico   III 

Prólolo   1 

Capitulo  1   3 

Notas  del  Capitulo  1   1 

Capitulo  II   13 

Notas  del  Capitulo  II   19 

Capitulo  III   21 

Notas  del  Capitulo  III   33 

Capitulo  IV   35 

Notas  del  Capitulo  IV   49 

Capitulo  V   53 

Notas  del  Capitulo  V   79 

Epilogo   89 

Poesias   91 

Poema — Consagrado  al  solemne  sorteo  celebrado  en  la  Plaza 
Mayor  de  Buenos  Aires,  pai-a  la  libertad  de  los  esclavos  que 

pelearon  en  su  defensa   93 

El  sueño  de  Eulalia  contado  á  Flora   96 

Oda  al  augusto  dia  de  la  Patria   102 

Oda  al  Brigadier  Don  Carlos  María  de  Alvear   105 

Oda  al  paso  de  los  Andes  y  Victoria  de  Chacabuco.    .    .    .  108 

Himno  en  las  fiestas  Mayas   110 

Himno  á  la  Patria   111 

Canción  á  la  memoria  del  Dr.  Mariano  Moreno   113 

Canción  patriótica  en  celebridad  del  25  Mayo  de  181"í.    .    .  114 

Canto  encomiástico  gratulatorio   115 

Sonetos  en  memoria  del  dia  25  de  Mayo  de  1810  ....  116 

A  la  memoria  de  Maipo   118 

A  una  moza  muy  hablativa   119 

A  una  moza  pintora   119 

Al  partir  de  Buenos  Aires  á  Tucumán   120 

A  la  ciudad  de  Buenos  Aires.    ,   120 

A  la  memoria  del  Dr.  D.  Mariano  Moreno   121 

Al  Rio  de  la  Plata   121 

A  Moldes   122 

A  los  colorados   122 


ÍNDICE 


Páginas 

Canción  encomiástica  al  General  Don  José  de  San  Martin  .    .  122 

Boleras  patrióticas   123 

Cuento  al  caso   123 

Décimas   12G 

El  Anzuelo   127 

Octava— En  el  dia  que  se  instaló  la  Universidad  de  Bs.  Aires  .  127 

Sermones   129 

Sermón  de  la  Natividad  de  Nuestra  Señora   131 

Panegírico  de  San  Francisco  de  Asís  y  de  Santo  Domingo  de 

Guzmán   145 

Elogio  fúnebre  de  Belgrano   176 

Cartas  históricas   221