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Princeton Theological Seminary Library
https://archive.org/details/estudios1516unse
EDITORIAL: ' SINDICAL IZACION CAMPESINA”.
— GEORGES BERNANOS: “EL MUNDO DE MA¬
ÑANA”. — PABLO ANTONIO CUADRA: “EN-
f
TRE LA CRUZ Y LA ESPADA”. — LUIS FELIPE
VIVANCO: “MANUEL MACHADO, EL POETA
DE ADELFOS, 1874-1947”. — KARL VOSSLER:
“POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA”. —
ROQUE ESTEBAN SCARPA: “LAS ELEGIAS - EL
DESOÑADO”. — CRISTAL DE LIBRERIA.
LA AGUJA DEL TIEMPO: El porvenir del Hombre — Selec¬
ción más o menos natural — Delicadeza de sentimientos, o
la culpa no es de nadie — Lamennais de actualidad —
Jugando a los soldados — ¿Libertad religiosa?
ESTUDIOS
Mensuario de Cultura General
Director:
JAIME EYZAGUIRRE
Sub-Director :
JULIO PHEL1PPI
Casilla 13370
Santiago de Chile
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” ” ” ” EXTRANJERO . . . Dólares 3.—
NUMERO SUELTO . . . . . $ 8.40
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AÑO XV — N9 168
ENERO DE 1947
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AGRADABLE EN
“LA NOVIA”
HUERFANOS ESQ. DE AHUMADA
“SINDICALIZ ACION CAMPESINA” (Editorial),
pág. 3. — “EL MUNDO DE MAÑANA”, por Georges
Bernanos, pág. 3. — “ENTRE LA CRUZ Y LA ES¬
PADA”, por Pablo Antonio Cuadra, pág. 16. — ‘ MA¬
NUEL MACHADO, EL POETA DE ADELFOS,
1874-1947, por Luis Felipe Vivanco, pág. 32. — “LA
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA”, por Karl
Vossler, pág. 41. — “LAS ELEGIAS - EL DESOÑA¬
DO”, por Roque Esteban Scarpa, pág. 62. — CRISTAL
DE LIBRERIA, pág. 72.
I*A AGUJA DEL TIEMPO: El porvenir del Hombre, pág1. 64;
Selección más o menos natural, pág:. 64; Delicadeza de sen-
■ timientos, o la culpa no es de nadie, pág. 66; Lamennais dé
actualidad, pág. 66; Jugando a los soldados, pág. 67; ¿liber¬
tad religiosa?, pág. 68.
+
N® 168
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Casilla 84-D Santiago de Chile
SINDICALIZACION
CAMPESINA
Los problemas sociales, de por sí complejos, se
oscurecen aún más cuando constituyen el campo de lucha
entre intereses políticos inmediatos. Y eso es lo que su¬
cede con la sindicalización campesina.
Encierra esta cuestión, tan debatida hoy día, dos
aspectos que es necesario diferenciar: su alcance electoral,
y la cuestión de fondo, consistente en la necesidad de
incorporar en forma más activa a la 'masa campesina en
nuestra vida social. Este doble carácter complica las po¬
siciones que han adoptado frente a la materia los pode¬
rosos grupos en lucLa. Tanto los partidarios como los
contrarios a la sindicalización esgrimen razones y ar¬
gumentos en muchos sentidos verdaderos, pero que, por
referirse a planos distintos, no se excluyen y son incom¬
pletos. Es ese hecho, precisamente, el que da al asunto
el complejo y oscuro carácter que ha tomado.
Enfocada la materia en sus líneas generales, es in¬
dudable que nuestra población campesina no ha sido in¬
corporada aún en la vida social activa. Constituye un
sector que, como consecuencia del régimen de inquilinato,
de. nuestra extensa geografía y de sus difíciles medios de
comunicación, ha llevado un ritmo de evolución social
mucho más lento que el obrero de las ciudades. Pero,
por otra parte, ese mismo hecho ha permitido conservar
muchos valores de gran importancia, herencia de una
tradición cristiana. El “huaso" no sabrá todavía de
reivindicaciones sociales, de organizaciones de resistencia,
de lucha y derechos, pero, en cambio, mantiene una
personalidad vigorosa y un buen sentido ya borrados en
la masa gris y uniforme del obrero de la gran ciudad.
Frente a este doble hecho, los bandos se agrupan
en posiciones intransigentes, que amenazan causar grave
daño. El comunismo, por una parte, fiel a su criterio
marxista, estima que sólo puede elevarse el nivel del cam¬
pesinado incorporándolo violentamente en la lucha social
moderna. No le importan los medios; lo esencial es
causar agitación y forzar a los individuos a alinearse en
la lucha de clases. Y aquí aparece de manifiesto la fina¬
lidad política inmediata: no interesa el bienestar del obre¬
ro agrícola, lo que importa en su proletarización espiri-
tual y en masa, con el objeto de arrebatar fuerzas elec¬
torales.
Los daños y riesgos de semejante posición saltan a
la vista. No se puede, mediante la violencia, recuperar en
pocos meses el retardo de muchos años en que se encuen¬
tra un sector social. Intentar hacerlo es criminal, y causa
grave injuria tanto al bien común general como al bien
particular de los propios interesados. El odio, la violen¬
cia y la lucha a que son lanzadas masas relativamente in¬
capaces, no pueden sino acarrear grandes males.
Pero, por otra parte, los valores positivos que el
antiguo inquilinato pueda tener y los daños que acarrea
la posición marxista, tampoco justifican por parte de los
patrones una actitud intransigente y w cerrada ante los in¬
tentos serios de elevar el nivel de vida de sus operacio¬
nes. El campesinado debe incorporarse a la vida social
activa, y lo hará en todo caso, con o sin la voluntad de
los patrones. En el primer evento, si hay una com¬
prensión justa y serena de la realidad, se habrán salvado
muchos valores fundamentales: en ?1 segundo, sólo se
facilitará la aplicación de la tesis marxista.
Fundamental ha sido en la historia contemporánea
de todos los pueblos, inclusive Chile, la organización y
desarrollo de la clase obrera industrial.' Por desgracia,
como consecuencia del cerrado liberalismo imperante en
el siglo XIX, ese proceso tomó desde sus comienzos el
carácter de lucha de clases y los resultados negativos han
sido, entre otros, la total apostasía del proletariado in¬
dustrial.
El fenómeno que se inicia en estos momentos en
orden al campesinado chileno tiene el mismo alcance, y
sus proyecciones en nuestra historia serán tan graves
como la que ha arrojado la evolución el trabajo en la
industria.
De la actuación de los patrones depende, en alto
grado, que no se repita ese fatal desarrollo y que, al ad¬
quirir el obrero conciencia de sus derechos, no se destru¬
yan, al mismo tiempo, los valores morales en que debe
cimentarse la grandeza de nuestra patria. Serenidad, es¬
píritu de justicia y sincera voluntad de cooperar en todo
lo que sea positivo y constructivo, permitirá encarar con
éxito tan trascendental período.
Pb.
EL MUNDO DE MAÑANA
V
No pretendo, en modo alguno, hablar en nombre de -Fran¬
cia. Tengo la convicción de hablar en nombre» de una gran
cantidad de franceses. No esperamos gran cosa del mundo
de mañana. Podemos esperar en el mundo de pasado ma¬
ñana. Despreciamos profundamente a los que, no esperando
más que -nosotros, hacen, sin embargo, pública profesión de
optimismo con el pretexto de que no hay que desanimar a
a nadie. ¡Ay!, no se puede mantener la esperanza por me
dio de mentiras, como se mantiene la apariencia de prospe¬
ridad económica por medio de la inflación. Toda inflación
desemboca tarde o temprano en la quiebra.
El mundo de mañana se parecerá, verosímilmente, al de
ayer. Para renovarse tendría que hacer un esfuerzo inmen¬
so, y empezar por romper un sistema de costumbres y pre¬
juicios ^que le permitieron, ‘hasta la víspera de la catástrofe,
justificar sus faltas; ahorrándose así el sacrificio y la hu
anulación de repararlas antes de que fuera demasiado tarde.
¿Es capaz de semejante esfuerzo un mundo agotado por una
guerra de cinco años? La Historia nos responde que no. El
agotamiento de la guerra puede actuar al modo de esas abun¬
dantes sangrías gracias a las cuales los alienistas del siglo
XyUlI pretendían calmar a los locos furiosos. Pero el mundo
se encuentra encarado con problemas tan urgentes de resol- /
ver, que no podría permitirse una cura de espera, de calma,
de readaptación a los tranquilos trabajos dé la paz. Necesi¬
ta renovarse, es decir, crear. Destruir y crear. El buen sen¬
tido más simple impide pensar que se pueda exigir nada
parecido a un mundo que no solamente acaba de vivir una
aventura monstruosa^ desagradable, sino que se metió en ella
con inconsciencia, mejor dicho, con la más mala conciencia,
experimentando hasta el último momento todos los subterfu¬
gios. todas las mentiras. No creemos que tenga el valor de
renovarse. Creemos que hará algo peor qute volver a las
antiguas mentiras, que inventará otras nuevas y disfrazará
las viejas. Hará la comedia de la revolución, de una revo¬
lución sin riesgos, de una revolución igualitaria en la que
el individuo será el que lleve las de perder, pero que refor-
6
GEORGES BBRNANOS
zara aún más el poder del Estado, pues la causa de la igual¬
dad no es la misma que la de la libertad. Hará la comedia
de la revolución, arrastrará a ella a las juventudes que no
piden otra cosa que dejarse convencer, que ‘hablan y se agi¬
tan mucho sin cambiar de lugar, que se definen en vez de
actuar. Francia desconfia del mundo de mañana. No sabrá
esperar a que los aconte cimientos justifiquen -esta descon¬
fianza. El mundo de mañana nos da serias razones para pre-
ver que no será más que un compromiso. Una vez metida
en este compromiso, Francia no sabrá desembarazarse de él,
y se perderá en él, sin recurso. Francia piensa dejar esta
vez a las Democracias el riesgo y la responsabilidad de las
soluciones provisorias. Francia debe reservar el porvenir.
Ante el mundo de mañana, deseo que la actitud de Francia
no se preste a ningún equívoco demasiado fácil de explotar
por los impostores. Deseo que esta actitud sea una actitud
de rechazo. *
Este deseo no expresa ningún pesimismo. Reservar el
porvenir no es desesperar del porvenir. No hay espectáculo
más digno de lástima que el de esas juventudes que se va¬
naglorian de ser optimistas, porque, habiendo perdido en ab-
*
soluto el sentido de la acción, creen haber hecho ya mu-
cho con decir lo que ellas querían, y, sobre todo, lo que. no
querían. Las generaciones que han señalado su lugar en la
Historia — o mejor, orientado la Historia — nunca han for¬
mado programas. Así sucede con todas las fuerzas superio¬
res de la acción — es decir, de la creación — , comenzando por
la creación artística. Un verdadero novelista que empieza un
libro, parte a la conquista de lo desconocido, no domina su
obra sino en la última página, y su obra le resiste hasta el
final como el toro estoqueado ‘que se echa a los pies del ma¬
tador, reluciente de sangre y de espuma. Las generaciones
que han hecho grandes cosas, siempre han terminado por
hacer cosas que al principio no habían pensado. Desconfío
de los ingenuos que tornan al mundo por una pizarra negra
sobre la que se escriben fórmulas que, en caso de error, pue¬
den ser borradas con la esponja.
El problema que se plantea hoy en día, no es el problema
del orden, o por lo menos, este problema está mal planteado.
El problema que se plantea es el problema de la libertad. ¿So¬
brevivirá la libertad a la crisis que acaba de pasar el mundo?
¿Desaparecerá poco a poco de las leyes, de las costumbres?
EL MUNDO DE MAÑANA
7
¿Se borrará su noción poco a poco de la memoria de los
hombres? Quien plantea el problema de la libertad, plantea
el problema del hombre. ¿Cuál es el "valor exacto de la ma¬
teria humana sobre la que intentaremos mañana nuestras
experiencias? ¿Tenemos el derecho de razonar como si es¬
tuviéramos seguros de que ella no ha sufrido ninguna alte¬
ración profunda? Millones y millones de hombres en Italia,
en Alemania, en España, en Rusia, han hecho, con una es¬
pecie de entusiasmo religioso, de delirio sagrado, el aban¬
dono de su libertad — y no hablo de esa libertad inferior que
consiste, por ejemplo, en el derecho de disponer libremente
de su tiempo — , sino de la libertad de juzgar, de pensar y
se han enorgullecido de pensar ciegamente como el amo ado¬
rado que juzgaba y pensaba por ellos (1). 4N0 han muerto
heroicamente, alegremente, millones de hombres para guar¬
dar hasta el final el derecho de delegar su libre arbitrio en
un jefe sin reservas y sin retorno, no ser más que una vo¬
luntad que se tiende, un brazo que golpea/ al servicio de un
partido? ¿(Sí, o nó, respondedme? Los imbéciles fingen creer
que este fenómeno ha tenido un carácter superficial y que
la propaganda y la pedagogía podrán terminar con sus con¬
secuencias. Pero los millones de hombres de que acabo de
hablar no actuaban así por ignorancia, y no tenían ninguna
necesidad de que se les enseñara lo que es la libertad. Pertene¬
cían todos a viejas cristiandades históricas y sabían perfec¬
tamente (mucho mejor, quizás, que un obrero de M. Ford)
la significación exacta de esa palabra. No despreciaban ni
burlaban el nombre y la cosa, se repetían entre ellos la frase
atroz de Lenin: “¿La Libertad? ¿Para qué sirve eso?”. Y otros
millones de hombres a través del mundo los aprobaban y los
envidiaban, abiertamente o en secreto. ¿'Hasta ese punto ha
sido falseada la noción de libertad en las conciencias? Pues
el fenómeno que acabamos de analizar tiene seguramente
muy lejanas causas. Trasladémonos a los alrededores de 1900.
Ni un hombre entre cien mil se hubiera atrevido a prever
(1) Creemos que hay un error de apreciación en Io( referente a
España; España es un pueblo, una nación, donde el concepto de Libertad
tiene aspectos muy diferentes de los que aun mantiene en el resto de
Europa. El grito de “¡Vivan las cadenas!’’ lanzado por el pueblo es¬
pañol contra la libertad napoleónica, tenía ya un sentido mucho más
profundo y difícil que el que le han querido dar los liberales y los
democráticos modernos. — N. del T.
8 GEORGES BERNA NOS
este fenómeno, ni siquiera a imaginarlo. Y, sin embargo, se
estaba preparando. Cuando todos los intelectuales del mundo
celebran el triunfo final, irrevocable, de la Democracia, el
prestigio de la libertad se degradaba lentamente, sin que nos
diéramos cuenta. La idea de Democracia se extendía más
y más por' el mundo, hasta el punto de reinar sin discusión
sobre los espíritus, pero ¿es la idea de libertad necesaríamen
te solidaria de la idea de democracia? La verdad es que la
idea de democracia no evocaba, desde hacía mucho tiempo
más que un ideal igualitario de reformas sociales destinadas
a asegurar la comodidad de las masas, bajo la tutela ere
cien te del Estado. Bien podían estas masas hablar todavía,
por costumbre, de la libertad de pensar, porque como su
libertad de pensar no estaba ya amenazada directamente, des¬
de hacia tiempo, esas masas no le daban ningún valor, el valor
que la hubiera atribuido, por ejemplo, en tiempos de la In¬
quisición. Aun más: tenían el culto de la Ciencia, del Pro¬
greso. Hubieran podido pensar contra la Iglesia, pero ¿cómo
se habrían atrevido a pensar contra la Ciencia, oponer su
voluntad al Progreso, expresión popular del Determinismo
universal? Hemos visto nacer y propagarse en las masas po¬
pulares esa religión de la Ciencia. Al principio, parecía no
tener otro > enemigo que la superstición. Pero no supimos
prever que al arruinar indistintamente las supersticiones y
las creencias, llegáría también a destruir una creencia esen¬
cial, indispensable, sobre la que se funda la idea de libertad:
la fe del hombre en sí mismo. Al exaltar la Humanidad, la
humillaba, aplastaba cada vez más al hombre ante la na¬
turaleza, elevaba a la Humanidad a la altura desde donde
precipitaba al hombre, el mono superior en evolución; sacri¬
ficaba el hombre a la Humanidad, como el Totalitarismo lo
sacrificaba al Estado, a la Nación. El culto de la Humani
dad ha substituido a esa Religión del Hombre cuya más alta
expresión es el Cristianismo qüe nos diviniza, quiero decir,
que diviniza a cada uno de nosotros, hacer participar a cada
uno de nosotros en la Divinidad, da a cada uno de nosotros,
al más humilde de nosotros, un precio infinito, digno de la
sangre divina.
Sacrificio del hombre a la Humanidad, de la Humanidad
jal Progreso, para llegar ridiculamente al sacrificio del Pro¬
greso mismo, a la dictadura de lo económico, este fué el
crimen al que quedará por siempre unido el nombre de De-
EL MUNDO DE MAÑANA
9
mocracia, forma burguesa de la Revolución. El Contrato So¬
cial de Rousseau expresa muy bien el sentimiento, o al menos
el complejo de los sentimientos exaltados que ha arrojado al
Antiguo Régimen en la Revolución, . no como al abismo en
que debía hundirse, sino como a la cima a la que no había
dejado de aspirar. La independencia del individuo frente al
Estado es llevada aquí hasta 1$ paradoja, y la desconfianza
hacia la Sociedad adquiere los caracteres de una condenación
(el hombre nace 'bueno, la sociedad lo pervierte). Pero ya
para Robespierre no se trataba sino de Estado, de Nación, y
de .un Ser Supremo que sirve de caución metafísica a la na¬
ción y al Estado. La revolución había pasado, de ser popu¬
lar a ser burguesa. Pues la Burguesía siempre ha ligado su
suerte a la del Estado, ún poco en el mismo sentido en que
la Compañía de Jesús ha ligado la suya al poder, cada día
más extenso, de la Autoridad Pontificia. ¿Acaso no se vió,
pocos años después de 1879, a esa misma burguesía cola¬
borar con Napoleón, en la más furiosa tentativa de centra¬
lización que se haya visto desde los lejanos tiempos de los
Antoninos y los Severos?
A veces me reprochan que no soy demócrata. No soy ni
demócrata ni antidemócrata. Estimo simplemente que esa pa
labra, demócrata, no ofrece nada de claro ni de satisfactorio
para el espíritu. Todo el mundo ha podido y puede decirse
democrático, incluso el Fiihrer y Mussolini. Los demócratas
antitotalitarios son sin duda gente muy simpática. Por des¬
gracia, se niegan a ver la democracia en los hechos, es decir,
en su desarrollo real. Be niegan a verla en la Historia. Para
recoger una comparación ya hecha, supongamos que un ha¬
bitante de Sirio haya podido observar la evolución general
de Europa y de América hasta la guerra de 1914. Imaginán¬
dolo más objetivo que nosotros, más extraño a nuestras pa
siones o, mejor, de una clarividencia sobrehumana, angélica,
el vocabulario pacifista de los hombres de 1900 no lo hubie¬
ra engañado. El vocabulario democrático continuaba siendo
el vocabulario individualista de la Declaración de los Dere¬
chos del Hombre, pero la Democracia no estaba de acuerdo
con su vocabulario, desde hacía mucho tiempo. En 1910, los
impostores intelectuales hablaban el lenguaje de Rousseau,
•en tanto que la legislación reforzaba por doquiera el -pode¬
río del Estado. Si hubiéramos hecho al .habitante de Sirio
la pregunta siguiente: “¿Evolucionan Europa y América hacia
10
GEORGES BERNA NOS
la Democracia?”, el hombre de Sirio habría podido responder:
“Yo no sé todavía lo que entienden ustedes por Democracia,
pero, para ¡ajustarme a lo que veo, a lo que ustedes verán
muy pronto, diré que el mundo evoluciona rápidamente hacia
guerras económicas y militares, tan inexplicables las unas
como las otras, hacia un nacionalismo ¡atroz en nombre del
cual los gobiernos favorecerán abiertamente la traición de
la Ciencia para con el hombre, la insurrección de la maqui¬
naria contra la humanidad”. .
Repito que lo que falsea o esteriliza toda discusión entre
hombres de buena voluntad, es el equívoco entre la palabra
democracia y la palabra libertad. Creemos indispensable po¬
ner en guardia a las jóvenes generaciones contra un malen¬
tendido que dentro de pocos años les costará nuevos ríos de
sangre. Respeto profundamente la imagen que se forma en
ellos mismos cuando pronuncian esa palabra mágica. Esta
imagen absolutamente diferente de la realidad, es a mis ojos
una herencia sagrada, pues, a esta imagen de justicia y de
fraternidad, millones de hombres han sacrificado sus nobles
vidas. Me atrevo, sin embargo, a preguntar a los hombres de
buena fe: ¿Os permiten las experiencias de estos treinta úl¬
timos años conservar sobre ese asunto las ilusiones dé un
obrero parisiense en las barricadas de 1830 ó de 1848? A pesar
de los progresos de la industria, Francia aun era eñ 1830 un
gran país agrícola. Contrariamente a lo que sucedía en In¬
glaterra, la propiedad y la fortuna estaban extremadamente
divididas en Francia. (Balzac ha denunciado en una de sus
más famosas novelas el peligro de esta excesiva división).
Los partidos políticos estaban organizados de una . manera
rudimentaria, la prensa todavía en la infancia, el periódico
era una empresa con frecuencia desinteresada que disponía
de un capital mínimo, al alcance de cualquiera. En tal am¬
biente, la democracia hubiera podido ejercer patriarcalmente,
en familia; no en las oficinas de las Sociedades Anónimas,
de los Trusts, sino en la plaza del pueblo, en el café, en los
talleres, por un pueblo al que la civilización capitalista no '
había arrastrado en su carrera desbocada y alucinante, y que
aun tenía sus ocios. Ay, aün hoy en día la palabra democra¬
cia sigue significando para los ingenuos el gobierno ideal de
la “gente humilde”. Estos inocentes no parecen darse cuenta
EL MUNDO DE MAÑANA
11
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de que la existencia de la democracia de sus sueños en un
mundo como éste, no es menos inconcebible que la existencia
de un ejército del siglo XVI en una guerra moderna, y que
es tian ridículo para ellos esperar la instauración de la ver¬
dadera democracia, como para mí esperar la restauración de
la monarquía de San Luis. Todo hombre dotado de un mí¬
nimo de sentido histórico debería comprender que la mística
democrática sobrevive absolutamente aislada del hecho de¬
mocrático que debiera corresponderle, así como el alma se¬
parada del cuerpo. Cuando hablamos así, no tratamos de
oponer definiciones tranquilizadoras: “La Democracia será
esto, la Democracia será lo otro, Churchill ha dicho, Roosevelt
afirma”. ¿Qué nos importan las definiciones? Un idiota de¬
bería comprender que el sufragio universal ha de cambiarse,
dentro de un régimen capitalista,, en un trust como los otros,
y dentro de un régimen socialista de tendencias totalitarias,
en instrumento de poder al servicio del Estado: lo que era,
por lo demás, en Alemania. Pues lo que ¡hizo Hitler fué un
plebiscito; Hitler ha salido de las entrañas del pueblo, el
pueblo también produce monstruos; más aún, es el único ca¬
paz de producirlos. ¿Se me permitirá una observación a este
propósito, aun a riesgo de que nadie la comprenda? La igual¬
dad proletariza a los pueblos, los pueblos devienen masas, y
las masas darán siempre tiranos, pues el tirano es la expre¬
sión de la masa, su sublimación. ¡No se hace una sociedad
con masas y, sin verdadera sociedad, no es posible la libertad
organizada. ¡Si queréis ser libres, comenzad por rehacer una
sociedad, imbéciles!
Amigos muy queridos me habían pedido unas páginas
para estos cuadernos. Aquí se las doy. Nunca he pensado
en proporcionarles un programa; me contento con denunciar¬
les cierto número de imposturas. Bajo cualquier nombre
que se presente, ninguna experiencia de salvación es posible
en tanto que se pretenda pasar, gracias a un sistema cual¬
quiera, por leyes y reglamentos, del estado actual del mundo
a un estado de seguridad y hasta de tranquilidad. Tal espe¬
ranza es absurda. Podemos ciertamente encontrar la fór¬
mula de alguna solución provisoria, pero los que nos sigan
pagarán en este caso muy caro nuestro egoísmo y nuestra
cobardía, y maldecirán justamente nuestra memoria. Si no
nos sentimos capaces de este crimen contra el porvenir, te-
12
GEQRGES BERNA NOS
hemos que comprender desde ahora que nuestra generación,
y muchas otras sin duda, deberán ser sacrificadas al trabajo
de restauración necesaria, que este sacrificio les será exigido,
total, es decir, que habrá de ser hecho en la angustia, en la
duda, porque los nuevos caminos que vamos a abrir, cueste
lo que cueste, no nos ofrecerán ningún hito, ninguna señal
segura. Cuando escribo la palabra restauración, pienso evi¬
dentemente, para empezar, en los valores espirituales. Pero
el mismo razonamiento sería perfectamente válido para los
valores materiales. Un americano eminente- deploraba el otro
día delante de mí la actitud de la inmensa mayoría de sus
conciudadanos, que no se hacían en este momento sino una
sola pregunta: cuál de los candidatos, Dewey o Roosevelt, es
el más capaz de mantener los salarios más altos. Ninguna
política sabrá mantener definitivamente los altos salarios,
pero los electores no quieren reconocer esto. Se revuelven
contra la perspectiva de una crisis dolorosa que salvaría el
porvenir a expensas del presente, es decir, a expensas de ellos
mismos.
El mundo realista moderno, en su repugnante avaricia,
en su cruel orgullo, no sólo ha corrompido las tradiciones, las
instituciones, las leyes, sino que también ha corrompido a los
hombres. Para rehacer una sociedad digna de este nombre,
es preciso rehacer a los hombres. Amigos católicos que leéis,
vosotros diréis probablemente que esa preocupación es la
nuestra, pero yo os digo que nos hemos hecho muy incapaces
de esa tarea. Nos sentimos vivos entre tantos desdichados
que tienen ya toda la semejanza con los muertos, y en verdad
que somos vivos, si es que vivir es respirar todavía. Sería
menester que fuéramos, dos veces, diez veces vivientes, que
tuviéramos inmensas disponibilidades de vida: pero vivimos
sobre un pequeño capital de vida, y no sabríamos sacar de
él gran cosa para nuestros ¡hermanos, sin riesgo de perder
el aliento, i Dios mío! Al hablar así, no trato de convencer
a ninguno de aquéllos a quienes esta verdad humilla, y por
eso la rechazan. Nada es más fácil que persuadirse a sí
mismo de que se está vivo, muy vivo; basta con gesticular
mucho, hablar mucho, cambiar ideas como se cambia dine¬
ro, ya que una idea llama a otra, como las imágenes en el
desarrollo de los sueños. Pero apenas se examina uno lige¬
ramente a sí mismo, descubre fácilmente esas fuentes de
EL MUNDO DE MAN ANA
13
energía corrompida, estéril. Un artista las conoce mejor que
cualquier otro, pues todo trabajo de creación consiste pre¬
cisamente en 'hacerlas retroceder, dominarlas, hacer callar
a toda costa ese zumbido monótono. Cuando se piensa en
el enorme, en el colosal material que la prensa, la radio, el
libro ponen al alcance del ¡primero que pasa, comienza uno
a darse cuenta de que del cerebro del hombre moderno,
apenas deja de ejercer su actividad en el estrecho circulo
de la especialidad, de la profesión, trabaja poquísimo y so¬
bre un corto número de slogans. Católicos: no basta con
exaltar la 'verdad; convendría mejor saber el valor de lo que
vamos a poner a su servicio. Sé perfectamente que todo lo que
escribo sobre la desvalorización del hombre moderno exaspe¬
ra a algunos de nuestros lectores. ¿Qué importa? Me equivo¬
caría solamente si al proclamar esta desvalorización para los
otros, me negara a creerme yo mismo desvalorizado. Nada
de eso. Sé que no escapo a la desvalorización general, he
conocido demasiado, en mi juventud, al hombre de la anti¬
gua Francia, de la antigua Europa, para hacerme ilusiones
sobre este punto. Que la superioridad de esos hombres sobre
nosotros, no en inteligencia por cierto, sino en carácter, o
al menos en “tonus” vital, viniera solamente de las costum¬
bres, de los usos, de los hábitos, es decir, del clima moral y
mental en que habían sido formados, ¿qué nos importa? En
1914, yo tenía ya veintiséis años. He vivido, pues, más de
medio siglo, en un mundo en el cual, para, no hablar sino de
este detalle, el uso del pasaporte no existía sino en dos países
atrasados, Rusia y Turquía. En todos los demás países, tan¬
to en Europa como a un lado y otro del Atlántico, ningún
policía, sin una grave razón y sin estar provisto de las auto¬
rizaciones necesarias, se hubiera atrevido a pedir sus pape¬
les a un viejo correcto — rico o pobre — , quien por otra parte
haibría considerado esta curiosidad como un insoportable ul¬
traje a su dignidad. Es indudable que un muchacho hecho
desde su infancia a chocar dócilmente, muchas veces por día,
con funcionarios en general poco corteses, y que no es ni
un asesino, ni un ladrón, ni un espía — en resumen, que en¬
cuentra perfectamente natural que le crean por su palabra—,
no puede tener al fin y al cabo, sino una mentalidad poco dife¬
rente a la de úno de los pensionarios de esas prisiones ultra-
14
GEGRGES BBRNANOS
modernas, como las que nos muestra el cine americano, y
que me parecen ser la perfecta imagen de la sociedad futura.
Podrán encontrar frívolo este ejemplo. Los que así pien¬
sen demuestran simplemente la incomprensión del problema.
El amor humano — el amor de un ser por otro ser — se mide
también en ciertos detalles, en ciertos matices de actitudes
que el lenguaje de los enamorados llama “atenciones”. Cuan¬
do en un país el más modesto ciudadano se revuelve instin¬
tivamente contra toda intromisión en su vida privada, esta es
una señal más definitiva que cien mil discursos, conferencias
o informes para la protección de las libertades indispensa¬
bles. Cuando, en 190S, se habló en Francia, por primera vez,
del impuesto a la renta, muchos observadores juzgaron ab¬
solutamente imposible hacer aceptar a los franceses la in¬
tervención de la Administración encargada de controlar su
cuenta bahcaria o sus beneficios comerciales. Pero, desde
entonces, hemos andado mucho camino. Pronto encontra¬
remos muy natural que los médicos sean relevados de su se¬
creto profesional para permitir al Estado, como en Alemania
o en Rusia, esterilizar a los transmisores de enfermedades
o afecciones hereditarias. La guerra ha probado, prueba cada
día, el espantoso servilismo del público frente a cualquier
reglamentó o restricción. Cuando esta sociedad sea la regla
— tanto en la guerra como en la paz — ¿para qué discutir los
fundamentos jurídicos de la libertad? ¿Para qué torturar
el espíritu con el fin de hallar la fórmula de nuevas insti¬
tuciones liberales? No se trata de edificar con gran trabajo
instituciones liberales, sino de tener aún hombres libres que
meter en ellas.
El mundo no se organiza para la paz. Se organiza para
nuevas guerras. Ya escribí esto, textualmente, en un libro
publicado en 1930: La Grande peur des Bien-Pensants. Este
mundo se organiza para nuevas guerras, porque se siente
incapaz de organizarse para la paz, de organizar la paz. En
el punto de miseria universal a que hemos llegado, una ver¬
dadera paz exigiría de las naciones victoriosas una clarivi¬
dencia, una audacia, una generosidad de la que no se sienten
capaces. ¿Quién de nosotros se atrevería hoy a hablar sin
•reírse, de la Carta del Atlántico? El cinismo de los gobiernos
se manifiesta hoy a ¡toda luz; los que amenazan, hacen res¬
tallar el látigo; los que tiemblan, no ponen el menor cuidado
en ocultar su temblor. Sé excusan de los amigos que trai-
EL MUNDO DE MAÑANA
15
cionan, y llegarán a ¡hacer un mérito de tales traiciones. El
mundo no se organiza para la paz, porque no se organiza
para la libertad. Cada paso dado contra la libertad, es un
paso haqja la guerra.
Francia mira a este mundo, no como un enemigo al que
combatir, sino como a un socio poco leal con el que es pe¬
ligroso colaborar, sino en la medida absolutamente indispen¬
sable para el bien común. Mi país ya no tiene ni ejército,
ni 'barcos. Con excepción de uno solo, sus puertos magní¬
ficos están barridos por las olas, muchas de sus ciudades en
ruinas, sus ferrocarriles destruidos. No se tratará, para él,
de imponer a alguien su concepción tradicional de la vida,
pero no debe dejarse llevar en la enorme impostura que se
prepara. Debemos resignarnos valientemente a que este re¬
chazo sea mal comprendido y nuestras intenciones calumnia¬
das, aún por amigos sinceros. Pero tarde o -temprano se sabrá
%
qué servicio hemos prestado al mundo. Francia no tiene
ningún medio, lo repito, para rechazar una paz con la que
no estarán de acuerdo su razón ni su conciencia, pero de
todas maneras puede negarle su testimonio y su caución. En¬
tre los que me leen, más de uno se dirá, sin duda: “Por. me¬
diocre que sea, ¿por qué no habremos de entendernos todos
para dejar que esta paz intente, como dicen en términos de¬
portivos, “su ocasión”? Pero no es a la paz a la que dejáis
una ocasión, sino a ideas falsas, a cierta concepción abso¬
lutamente falsa del orden que justamente acaba de precipitar
•a la civilización en el caos. Estas ideas falsas disponen del
poder material. Razón de más para que le opongamos lo que
nos queda, un reducido número de ideas justas, humanas, me¬
diante las que esperamos todavía salvarnos, pero a las que
nos negaríamos a sobrevivir (1).
GEOKGES BERNANOS
(1) Este ensayo fue escrito en 1944. Su actualidad adquiere
ahora una potencia mayor, si cabe, que la que tuvo en la fecha de
su redacción. Bernanos, que mantiene en estos días una fuerte lucha
con los medios intelectuales y políticos triunfantes en la Francia del
momento — con todos los triunfantes y gubernamentales del presente —
demuestra en estas líneas la clarividencia que hoy confirman, en nu¬
merosos aspectos, sus más recientes escritos de polémica, principalmente
los que dirige a los intelectuales comunistas de la última hornada fran¬
cesa. — N. de la R.
i
ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA
Hispanoamérica ha sido crucificada sobre el cruce del des¬
tino universal. Su mano izquierda está clavada en España, so¬
bre Europa, como un brazo de puente para la tradición. Su
derecha está clavada en Filipinas, sobre Asia, como una orden
que señala la misión.
Esa ha sido la obra de España. Colocar entre los cuatro
puntos cardinales del mundo — en el encuentro y la partida de
cualquiera futura empresa — el más claro fruto de su agonía
ecuménica, el hijo de sus bodas de sangre con Roma, el mundo
nuevo de la :fe y de la esperanza: ¡ Cristianoamérica !
Nuestra historia es pasión. Ocupamos la geografía como
una cruz. Cruz o cruce de rutas. Cruz y cruce de sangTes. Rutas
y sangres que se han unido únicamente por la Cruz.
No ocupamos la geografía como un patio de recreo ni como
una plaza de comercio.
No somos el “Continente de la Libertad”.
No nos definimos por el continente, sino por el contenido.
Somos 'Hispanoamérica.
Cristianoamérica .
¿El contenido de una historia sagrada.
De una historia que comenzó en Roma, continuó en Espa¬
ña, siguió hacia América, donde se detuvo un instante de siglos
a incorporar el sentido total, en rutas y sangres, de lo ecumé¬
nico, y seguirá adelante, en marcha. Como una cruzada. Como
los mismos Andes, que en su quietud colosal parecen avanzar
en fila, en una lenta y mitológica .peregrinación hacia la Cruz
del Sur.
Para que llegara la Cruz hizo falta la espada.
Apenas olvidamos la cruz cae sobre nosotros la espada.
Pertenecemos a un mundo incómodo que se bambolea en¬
tre el templo y el cuartel. Entre la cruz y la espada.
Be nos acusa de ser fanáticos y de ser belicosos.
Hemos creído que el pueblo quiere a los curas y sigue a
los militares por ignorancia y falta de civismo.
17
ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA p
Nuestro pueblo sigue viviendo su historia. Y su sentido
de 3a Historia es religioso y es heroico.
Valora por la cruz y por la espada.
Lo que sucede con frecuencia es que usamos la cruz y la
espada para engañarlo.
Tenemos un siglo de querer educar al pueblo. Y el pueblo
insiste en no educarse.
Le dan un tratamiento de laicismo, y recae en su religio¬
sidad.
Le dan un tratamiento de civismo, y en la primera decisión
sigue al capitán y no al político.
El pueblo no quiere vivir sin Fe.
El pueblo no quiere moverse si no es por el heroísmo.
No queramos cambiar su tabla de valores. Démosle ver¬
daderos valores.
La fe que busca. Y la vida heroica que le satisface.
. ,Si no le damos la Verdad con toda decisión y con toda
sinceridad, el pueblo, en vez de entrar a ese comedimiento cí¬
vico, a esa frialdad electoral a que parecen aspirar nuestros
ideólogos democráticos, seguirá apasionadamente a quienes, in¬
ventando falsos dogmas y reduciendo lo heroico a grados primi¬
tivos de cacicato, lo engañen y confundan dándole ídolos en
vez de cruz y mezquinos puñales en vez de claras espadas.
Y espada no significa guerra.
Espada no es militarismo.
Es heroicidad.
Sentido heroico de la vida y de la historia. Y este sentido
sólo lo da la fe.
Y la cruz es un estado teológico. No teocrático.
Mucho se habla de un catolicismo apolítico.
Pronto se hablará de un catolicismo acivilizado.
Si hay un catolicismo personal, debe haber un catolicismo
familiar. Y si lo hay familiar, debe haberlo social. Y si lo hay
social, debe haberlo estatal. Y si lo hay estatal, debe haberlo
universal. Y ese movimiento creciente es uno de los significa¬
dos de la palabra católico.
No hay razón para querer reconquistar las masas y no
querer reconquistar los (Estados.
PABLO ANTONIO CUADRA
H8
Mientras un misionero conquista un alma, un Estado per¬
vierte mil.
Si no damos la familia al diablo, no tenemos por qué re¬
galarle el Estado al diablo.
Y esta es la política. La verdadera política.
El reino de Dios no es de este mundo. Por lo mismo, el
reino de este mundo nos debe de llevar al Reino de Dios.
Creo que ya podemos dudar de aquella lamentable e hipó¬
crita consigna bélica: “Luchamos por la civilización cristiana’.’.
Porque una Civilización, o una cultura cristiana — girando
alrededor de Cristo — , puede encamar a Pedro y también a Ju¬
das, persiguiendo a Cristo o vendiéndolo.
Puede también encarnar a Juan o a Barrabás, ya sea acom¬
pañándole dolorosamente al pie de la cruz, o bien suplantán¬
dolo para su burla y su muerte.
En este sentido, Cristo centra esa cultura, como centró
también la vida entera de Israel, y aun la de todo el universo
aquélla tarde espantosa de su crucifixión: como víctima.
Como blanco de nuestra saliva, de nuestros látigos, de nues¬
tros clavos, de nuestras espinas y de nuestra lanza guerrera.
Hemos hablado de “Democracias”.
Se nos ha hablado de ellas en todos los tonos del fervor.
Y es doloroso confesar que para muchos cristianos esa ¡pa¬
labra ya ha sido incorporada a la fe.
Más que romana, la Iglesia parece ser para ellos: católica,
apostólica y democrática.
¡No es que yo esté en contra, como no lo está el Sumo Pon¬
tífice, de una estructuración democrática de las naciones que
puedan hacerlo. ¿No es acaso democracia, en su más pura rea¬
lización, la tradición de las Cortes y los Municipios hispanos,
tradición que siempre ha sido el cimiento de mis ideales po¬
líticos?
Pero no se trata de esto. Se trata de que estamos levan¬
tando del fango de una historia indecente una palabra conta¬
minada con los más sucios crímenes para envolver con ella el
éuerpo de Cristo. Queremos hacer de la historia cristiana, es¬
crita por el Espíritu Santo, la historia misma de la Democracia,
sucia de actos satánicos y decididamente anticatólica en sus
capítulos modernos.
ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA
19
En América, sobre todo, existe ya una relación viva y cons¬
tante — como la relación entre la Celestina y sus falsas donce¬
llas — entre la estafa al pueblo, la persecución al cristiano, el
despojo a la Iglesia y esa palabra ahora canonizada. Yo no
dudo que podemos redimirla, pero tampoco dudo que, mien¬
tras no esté redimida, es inicuo para la memoria de los Santos
y de los Mártires confundir su historia con esa otra historia
tantas veces meretriz.
Nuestra democracia hispanoamericana no ha salido aún de
sus dos más infames y ya seculares realizaciones: de la dicta¬
dura de Judas y de la candidatura de Barrabás.
Buscad en toda nuestra historia política democrática mía
sincera proclamación del reino de Cristo e inmediatamente en¬
contraréis la sangre.
Sólo un plebiscito tiene Cristo a su favor: El plebiscito de
los mártires.
Nuestra cristiana democracia no ha sido otra cosa que una
renovación, brutalmente impía, de la Pasión de Cristo.
En ciertas épocas es Judas el que monopoliza las formas y
doctrinas de gobierno. Epocas que casi siempre se abren con
el tradicional beso al Señor en la vida privada y la consecuen¬
te entrega de Cristo a la muerte en la vida pública o estatal.
Cuestión de monedas, por un lado, y sentimiento' humano,
muy humano, por otro. Porque Judas vende al Maestro, porque
no está de acuerdo con su mesianismo divino. Quiere, judaica¬
mente, un leader terrenal y político. Prefiere la burocracia a
la teología. Se indigna, por tanto, con Magdalena, que gasta
su fortuna en un perfume para Cristo, pudiéndoselo dar a los
.pobres. Humanitarismo. Los bienes de la Iglesia deben ser
dados al pueblo. El fanatismo divino, el oscurantismo, debe ser
perseguido. Eliminado. Proclamación material, materialista,
del reino de éste mundo. Dictadura de Judas.
¿Qué es la Revolución, buscando la redención del pueblo,
y crucificando al mismo tiempo al Redentor, sino el más claro
signo de que la política gira en la zona de influencias de Judas?
Hace cincuenta años — ¡y todavía la medida es aplicable! — ,
una democracia — para ser democracia — tenía que ser antirre¬
ligiosa, laica y, si era posible, perseguidora.
20
PABLO ANTONIO CUADRA
- T - j -
Pero Judas, inevitablemente, cae en el tormento de su pro¬
pio crimen. Vimos, en el Evangelio, devolverle las monedas a
fariseos.
El acto suele repetirse.
Las monedas hoy dia se tiran en otros templos; por ejem¬
plo, en el de España. La dictadura de 'España sí es antidemo¬
crática. Allí el crimen sí es claramente visible. España no es
cristiana en la medida de Judas. España esta señalada con el
infame signo de la Cruz.
Por eso se arrojan sobre ella las monedas de Judas: la culpa.
¡Con el dinero de Judas es necesario comprar — siempre —
un campo de sangre!
¿No basta, no estamos saciados ya con lo que se ha hecho
en obsequio de los fariseos? ¿No nos abrió los ojos el “hacel-
dama” de la guerra; no condenamos a voz en cuello y en olím¬
picos discursos la persecución de los germanos contra los cris¬
tianos y judíos; no ahorcamos a^Judas con el fascismo hasta
romper la cuerda y ver esparcidas sus entrañas?
Realmente. Pero es que Cristo no presenta mayores venta¬
jas. La obra de Judas lo ha dejado atado a la columna, y en
£ste momento uno de los representantes de la fuerza lo seña¬
la, no sin ironía, totalmente vapuleado: ¡Ecce Homo!
Convengamos, nos dirán, que un Cristo así — con una -caña,
un manto de loco, una corona de espinas — es ridículo. Lo de
Judas es un error. Pero Pilatos ha comprendido la situación,
y Cristo no hace nada por salvarse. ¿Por qué se empeña en
proclamarse la Verdad? ¿No sería mucho más ventajoso, en
este momento de victoria, que se proclamara la Libertad?
Esta es, precisamente, la hora en que Barrabás entra en
escena.
El cristianismo de Barrabás consiste en haber sido elegido
en vez de Cristo.
Barrabás es la fácil salida, el acomodamiento cristiano, la
componenda beneficiosa ante el grito de la masa azuzada o
de la fuerza dominante.
Barrabás es el que encuentra la Libertad a costa de la
Verdad.
Barrabás busca, al comienzo, quizá de buena fe, escapar de
la condena del mundo; pero cuando el dilema se agrava, y es
Cristo mismo el precio de su escape, su pecado es el de la co-
i
ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA
21
¡toar día, Barrabás -es el hombre que no sabe ser mártir. El
perfecto burgués liberal. El nuevo demócrata cristiano.
¿No tiene consigo, completamente, la legalidad? Alguno
¡puede descubrir en él un pasado sucio, pero esto no tiene valor
ante un fallo enteramente limpio y perfectamente electoral de
la mayoría. Cuando la democracia escoge el error, Cristo debe
someterse. Aceptar su cruz. Reanudar su pasión. .
✓
¿Cuántos cristianos no han cometido una barrabasada?
¿Cuántos son los que han preferido la corona de espinas al
gorro frigio?
Barrabasada es toda libertad a costa de la justicia.
Barrabasada es cobardía: aceptar al mundo porque su
fuerza se impone, contrariando la voz del Exodo (23, 2) : “No
seguirás a los muchos, ni responderás en litigio inclinándote
a los más”.
Barrabasada es la democracia mayoritarla contra la de¬
mocracia solitaria del Redentor crucificado.
Barrabasada es rehuir la muerte, la mortificación de la
lucha contra el mundo — ¡bajo la insignia de la cruz — , y dar
por salvado al mundo, aceptar la salvación del mundo por
sus propios sistemas y fórmulas.
Pero el mundo ya ha sido juzgado.
Todos sus regímenes e instituciones han sido llevados a
juicio: los fascios han flagelado a Cristo. El Parlamento ha
votado su muerte. El César la ha autorizado. La mayoría
democrática ha escogido a Barrabás. El burócrata de la bolsa
lo ha vendido. Lo que hizo falta ayer y hace falta ahora
es espíritu para reconocer — bajo la sangre y las lágrimas —
el divino rostro de la Verdad.
La política no basta. El mundo se ha llenado de sangre
para probarlo.
Los políticos engañan. El mundo está poblado de sane¬
drines, y no es necesario probarlo.
Lo que se necesita es una revolución integral contra la
integral revolución que ¡ha' hecho desandar al mundo su ca¬
mino de resurrección para colocarlo de nuevo en el calvario,
entre dos ladrones.
Cambio absoluto de normas contra Judas y cambio abso¬
luto de vida contra Barrabás.
22
PABLO ANTONIO CUADRA
Ideas firmes en la Verdad. Ideas al pie de la Cruz.
Vidas entregadas a la Verdad. Vidas crucificadas.
El cristianismo o es subversivo (en el más entero y santo
sentido de la palabra) o no es cristianismo.
Sea cual sea el régimen que la Historia exija para cada
uno de nuestros pueblos (y conste que la obediencia a la His¬
toria es uno de los caminos para recobrar la Verdad), la re¬
dención del pueblo no se logrará con gorros frigios, hoces o
martillos, sino con la tremenda presencia del Amor.
Y ese Amor está clavado en una trágica e ineludible Cruz.
Hispanoamérica necesita todo lo contrario de un catolicis¬
mo apolítico. Y lo contraño de un catolicismo apolítico no
es un catolicismo político, sino una política católica.
Hispanoamérica necesita que su política tenga ese sentido
creciente — de ambición absoluta — que expresa el catolicismo
cuando el hombre es católico y no cuando el hombre es co¬
barde.
Sentido creciente de sobrepasar el catolicismo liberal de
la religión dentro de casa. De sobrepasar .el catolicismo ma-
ritainiano de la religión dentro de la ciudad. De sobrepasar,,
incluso el catolicismo de algunos buenos patriotas, de la reli¬
gión dentro de la nación. '
Casa, ciudad y nación no han recibido un Cristo quietista,
sino un Cristo crucificado. Un Cristo de brazos abiertos, que
ha puesto la señal de su sangre sobre cada punto cardinal.
Norte, Sur. Este. Oeste.
Un Cristo misionero/
Y América está crucificada sobre esos puntos de la san¬
grienta rosa de los vientos cristianos para una misión.
i Casa, ciudad y naciones al servicio de Cristo!
“América católica”, cantó Rubén Darío.
No se tiene ese nombre para que nuestras mujeres recen no¬
venas a los Santos.
Cristo vino a vencer al mundo.
El cristiano viene a vencer al mundo.
Y el mundo se vence en todas partes donde el mundo
presenta combate.
En “el hombre inicuo y engañador” que llevamos dentro
de nosotros mismos. (En el que habita la ciudad cristiana y
ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA
23
siembra en ella la perversidad'. En el que rige naciones y
usa su poderío para destruir la libertad y la obra de la Iglesia
de Dios.
Y si para el ¡hombre basta el hombre, para el mal social
hace falta la obra social. Y para las naciones falta hacen
las naciones.
Hispanoamérica ha nacido a la Historia para vencer al
mundo. Y su primer paso es unirse para no ser vencida por
el mundo.
Nadie ha dicho Estados Unidos de Hispanoamérica. Mu¬
chos, sin embargo, han dicho Hispanidad.
No se trata de una sociedad de provecho. Sino de una
“unidad de destino”.
Unidad de servicio.
Si alguna vez, con lenguaje rubeniano, se ha llamado a
esta unidad: Imperio, la palabra no debe tomarse en lo que
tiene de antigua ni en lo que tiene de moderna, sino en lo
que tiene de molesta.
Yo la usé siempre porque les resultaba desagradable a
aquéllos a quienes deseaba desagradar.
A los imperialistas.
Muchos confunden la Hispanidad con el amor a España.
Muchos parecen creer que la Hispanidad es una especie
de Panamericanismo español. Una doctrina de Monroe, eje¬
cutada al revés, que trata de arrancar a la tierna e ingenua
Hispanoamérica de las manos de un imperialismo (yanqui)
para ponerla en manos de otro imperialismo (ibérico).
Si España dejara de existir, tragada por el mar, nosotros
tendríamos que ser más hispanistas aún.
Porque con España nuestro hispanismo puede recurrir a
España. Pero sin España nuestro hispanismo tiene que re¬
poner a España.
No se trata de amar sentimentalmente a España, sino de
continuarla. .
Amar a España es amamos a nosotros mismos.
España es tanto la madre patria de España como de Amé¬
rica.
Oranada de España es úna obra de conquista española
tanto como Granada de Nicaragua. Y el hecho de que An¬
dalucía pertenezca a ‘España explica el otro hecho de que Es-
24
PABLO ANTONIO CUADRA
paña pertenezca a Nicaragua. Porque todos los nicaragüenses,
como todos los andaluces, tenemos nuestros antepasados en Es¬
paña. Y si por esa razón Andalucía es ahora española, por la
misma razón España es a^hora — en Nicaragua — nicaragüense.
He sido imperial.
Es decir: no he sido nunca imperialista, sino cristiano. Y
hay que saber medir lo que significa de amor a la libertad
eso de ser cristiano hasta las últimas consecuencias.
i .
Proclamamos la necesidad de la comunidad hispanoame¬
ricana movidos, precisamente, por el sentimiento anti-imperia-
lista y por el sentimiento cristiano.
Nuestra libertad no puede ni debe depender de la buena
o mala voluntad de los Estados Unidos o de cualquier otro
gran Estado futuro. Nuestros pueblos sólo pueden obtener su
plena y efectiva libertad ayuntándose en una sólida comuni¬
dad hispánica (cuya necesaria estructuración futura no estoy
en capacidad de profetizar), que por sólida respete y proteja
las naturales libertades y autonomías de las diversidades na¬
cionales, y por hispánica vertebre todos aquellos elementos que
nos son comunes.
' . \
'Esto seria formar un ‘“frente unido”.
“Defender .la libertad contra los imperialismos”, dicho en
lengua de mitin.
Pero un “frente unido”, por lo mismo que defiende la
libertad, y por lo mismo que brota de una gran unidad espi¬
ritual, produce una fuerza, una (posibilidad de quehacer po¬
sitivo, una capacidad formidable de acción cuyo destino no
lo dicta claramente la 'Historia.
♦
Si existiera en el mundo una fuerza cristiana, como la
que somos capaces de presentar todos los pueblos hispanos
unidos, las fuerzas del mal no operarían libremente —como
hoy día — al servicio de la satan idad en la destrucción de la
Historia y de la Civilización cristianas, sino que se verían con¬
trarrestadas, y aun posiblemente vencidas, por las fuerzas del
Bien al servicio de la Cristiandad y de la reanudación de su
historia.
Esto no es un abominable imperialismo cristiano, nunca
— empero — tan abominable como un imperialismo ahti-cris-
tiano, sino una comunidad de pueblos al servicio de Cristo,
ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA
25
que es tan agradable y santo como un hombre al servicio
de Cristo.
¿Es que insistimos en una nueva Edad Media?
Soñamos más bien en una Edad, Entera que venga a com¬
pletar la Edad Media. "
Sueño lleno de dificultades y de imposibles. Y, por tanto,
el sueño más grato para un hispano.
Porque para él no hay nada más posible que un imposible,
ni nada más realizable que un sueño.
Esta edad que vivimos se distingue de todas las otras, por¬
que lo único que se realiza son las utopías.
De ahí que no queramos una repetición, sino una supera¬
ción de nuestra propia historia.
Nadie nos tacharía de locos si quisiéramos la aparición de
otro Bolívar. /
Tenemos derecho a querer nuevos Bolívares de una nueva
gesta, no tan pobre en sentido religioso como la libertadora,
Sino, al contrario, riquísima en religiosidad, como lo fue aqué¬
lla en ¡heroicidad guerrera y romanticismo libertario.
¿El ideal cristiano debe, acaso — por prudencia burguesa — ,
mantener su vuelo a ras del suelo para que cualquiera caída no
sea dolorosa ni incómoda?
¿Desde cuándo el vuelo de un pueblo cristiano no puede
ser de cóndor, sino el pesado y rastrero vuelo de una ave de
corral?
Ocupamos la geografía como una cruz.
Nuestro destino es una pasión.
Pasión por redimir la Historia.
Pasión o agonía de un gran cuerpo de pueblos en gestá,
que clava manos y pies sobre el destino del mundo, y que, con
su propia sangre, sangre también en cruz o ¡cruce, está elabo¬
rando algo nuevo, el hombre nuevo, la resurrección de Europa,
la restauración de la Cristiandad.
Por nuestra crucifixión, por la agonía o lucha de nuestro
destino, la Hispanidad tiene no sólo una dimensión vocacional,
sino todas a la vez. Horizontalmente, vinculando pueblos con
26
PABLO ANTONIO CUADRA
un mismo destino. Y verticalmente, anudando razas y clases
en un mismo sentido teológico de la Historia y de la vida.
La Hispanidad es demasiado dramática para ser lírica.
•Ella, sólo ella, ha heredado la dramática obligación de ha¬
cer en sí la síntesis de los tres grandes quehaceres de Occi¬
dente. El quehacer de Roma, por el poder. El quehacer de
\ Atenas, por el saber. El quehacer de Jerusalen, por el Amor.
Y he aquí la inquietud.
Inquietud definitiva de nuestra raza.
Por eso [Bolívar, que hubiera podido ser un capitán redu¬
cidamente nacional, siente el quehacer de Roma y obra impe¬
rialmente, convirtiéndose en el soldado de todo un Continente.
Por eso Rubén, que hubiera podido ser un poeta limitada¬
mente nicaragüense, siente la vocación de Atenas, y canta
ecuménicamente, como vate y profeta de toda la Hispanidad.
Por eso Hispanoamérica, el continente más abandonado
para la herejía y el cisma por las incesantes inmigraciones,
por el difícil problema de sus distancias cósmicas, por su ín¬
dole racial soñadora y qiesiánica, ha sido el Continente sin
herejías. El Continente de la religión sin límites, sin reduc¬
ciones; porque sellada en su origen por el sello de sangre de
Jerusalén, vive lo católico no sólo como idea, y como sentimien¬
to, sino como realidad física. El mestizaje ha convertido a
Hispanoamérica en raza universal. Católica. '
Nuestra obra romana es lograr la unidad de civilización
para influir.
Nuestra obra ateniense es lograr la unidad de cultura para
trascender.
Nuestra obra jerosimilitana es lograr la unidad religiosa
para misionar.
Unidad, no de suma, sino de comunión.
No aritmética, sino apasionada.
‘ Epitalamio de la unidad: Unidad de creación.
Por eso Hispanoamérica puede sentirse europea y puede
sentirse indigenista.
América comienza en los Pirineos.
Pero también Europa acaba en la Patagonia.
Lo malo de los europeístas es que sólo se sienten europeos.
ENTRE LA CRUZ Y LA ESTADA
27
Lo malo de los indigenistas es que sólo se sienten indígenas.
Son los vicios de nuestras virtudes.
Pero ser 'hispano es sentirse europeo en cuanto indigenista.
Y sentirse indigenista en cuanto europeo.
El europeísta que sólo se siente- europeo no llega a sentir
lo nuevo del 'Nuevo Mundo.
No es creador.
No posee el dramatismo católico que necesita la Hispani¬
dad para su gran síntesis futura.
No es hijo de los Conquistadores. (Se queda en Europa,
fuera de su tiempo, fuera de su linaje).
El indigenista que sólo se siente indigenista no llega a
sentir lo mundial (lo universal) del Nuevo Mundo.
Tampoco es creador.
No tiene Historia.
Tiene tan sólo Arqueología.
No es hijo de los Indios. (Se queda en la barbarie. En la‘
antropofagia intelectual, devorando al hombre español que
todo hispanoamericano lleva dentro de sí).
El indigenismo revolucionario de las izquierdas es una
mezcla híbrida de Marx y de Las Casas.
I±a cruz del mestizaje tiene cuatro términos:
I) El español, que se cruza con el indio, hispanizando, es
decir, oocidentalizando al indio. 2) El indio que se cruza con
el español, venciendo culturalmente al español y sumergién¬
dolo en el Oriente misterioso de su concepción de la vida y
del mundo. 3) El español racista, que no se cruza, que se aisla
¡robinsonicamente en su cultura. 4) El indio irreductible, que
se aisla cavernariamente en su primitivismo.
Existe una cruz igual de mestizaje hacia arriba. De absor¬
ción y conquista de las razas blancas inmigrantes.
América no sólo ¡tiene que hispanizar su raza de profun¬
didad que es la india.
Otros indios hay, quizá más difíciles — razas de extensi-
dad — , que sin tener el sentido americano de la tierra, ni la
elegancia espontánea de los dueños milenarios de nuestra na¬
turaleza, llegan a América con leguas y psicologías foráneas
a enriquecer nuestro mundo si su absorción es perfecta, o a
2»
PABLO ANTONIO CUADRA
cuartear la solidez espiritual de nuestra cultura si su incor¬
poración es débil o defectuosa.
En ambos mestizajes se dan los cuatro términos de la cruz.
Violencia y lucha en las entrañas. Pero la Hispanidad está
en el equilibrio de los dos primeros términos. En la mutua
conquista. En la mutua incorporación bajo el signo cristiano.
i • *
Sólo el indigenismo de las izquierdas puede ser tan absur¬
do como el hispanismo racista — cifra bastarda frecuente en
las derechas — , que sólo toma en cuenta lo español, queriendo
árbol frondoso, pero sin raíces, sin acordarse que sin mestiza¬
je la Hispanidad en América deja de ser Hispanidad. Que sin
indio no hay americano, porque rompemos las conexiones
(como los anglosajones del Norte que son, trágicamente, ex¬
tranjeros en su tierra) con las hondas y ricas raíces de nues¬
tra naturaleza y de su vitalidad nativa.
Recobremos al conquistador y al misionero, y recobremos
al indio. De otra manera, nos perdemos con el indio (indi¬
genismo siniestro), o nos perdemos sin el indio (hispanismo
racista).
Dentro de la ecuación de mestizaje la -cifra de elevación
la da lo hispánico. Lo indígena da la cifra de profundidad.
En el barco de Hispanoamérica, el timonel es lo español.
Y el timón lo indio.
Por tanto, una vez recobrada la dirección histórica — ¡el
piloto va en la altura! — , el indio deja de ser arqueología para
convertirse en algo vivo y sustancial para esa misma historia
— ¡sin el timón que va en la profundidad, rasgando la entraña
misteriosa del elemento, de nada sirve el timonel! — .
Norteamérica es una Europa trasplantada (Babel).
Hispanoamérica es una Europa continuada (Roma).
En la bahía de (Nueva York se levanta, sobre el ¡mar, la
estatua de la Libertad.
En la altura de los Andes perfora los cielos la estatua de
la Verdad.
La ciudad norteamericana es una asamblea de casas. Ciu¬
dad sin centro. Libertad de expresión y de pensamiento.
ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA
29
La ciudad hispanoamericana nace alrededor de un centro
que es la Iglesia. Ciudad jerárquica. Pensamiento y expresión
de la libertad.
Norteamérica es la civilización del “pacto social”.
Hispanoamérica es la cultura del “cuerpo místico”.
No se trata de dos mundos enemigos.
Se trata de dos vocaciones distintas.
¡En esto nos basamos para predicar y sostener ardiente-'
mente la primacía del hispanismo sobre el panamericanismo.
Anteponer, en el orden de los valores culturales, el pan¬
americanismo a la Hispanidad, es conceder mayor valor a las
relaciones geográficas o económicas que á las espirituales. Lo
cual es un atentado contra el espíritu y una demostración de
decadencia cultural.
Nosotros rechazamos la infiltración de los Estados Unidos
más por cultura que por política.
Nuestra cultura es creadora, y por tanto, casta.
.Cuando la cultura no tiene ese sentido de defensa — o de
autoctonía, como lo llamaron los griegos — , se convierte en ci¬
vilización meretriz; es decir, híbrida.
Casi todas nuestras ciudades hablan de algo nuevo. Nueva
España. Nueva Granada. Nueva Segovia.
Nuestro mundo se llama Nuevo Mundo.
Nuestro hombre será el “hombre nuevo”.
Estamos en un acto de creación.
Vamos a las bodas. No al burdel.
Por esta razón, el Protestantismo no sólo es peligro re¬
ligioso. Es una ofensa política. Y más aún, una amenaza
cultural.
Y cuando lo atacámos como “disolvente de la unidad na¬
cional”, no nos referimos solamente al peligro de su proseli-
tismo numérico; es decir, a la cifra de hombres que resta, de
nuestra unidad, sino más bien al adulterio que comete en
nuestra unidad, a la cuña bastarda que introduce dentro de
nuestro proceso creador, prostituyendo una comunidad que-
necesita desarrollar limpia y vitalmente su tradición cultúraJ
sobre el tálamo católico.
PABLO ANTONIO CUADRA
30
Para un hispano nada hay más frío y esterilizador que
la estrangulación de lo ecuménico hasta su reducción a secta.
El Protestantismo significa para el hispanoamericano la
castración más Brutal. Porque, conservándole las ansias, lo
reduce a un eunuco, que nunca concebirá en sí al “hijo del
hombre”. Nuestro “hombre nuevo” queda para siempre dete¬
nido si entra al alma del pueblo este foirth control de su más
honda y entrañable creación.
Atacamos al Protestantismo por lo qu^ entraña de enfria¬
miento de nuestra dramaticidad creadora.
Nada más terrible que el emparedamiento espiritual que
produce una seudo- religión, a la que han tapiado las puertas
sacramentales que nos daban la salida hacia Dios.
El Protestantismo es la mediocridad de una verdad a
medias.
El Protestantismo es el enemigo de nuestra unidad. Es la
desunión.
El Comunismo es el enemigo de nuestro destino. La falsa
unión.
El uno no nos deja crear.
El otro nos lleva a una creación monstruosa.
o
El Protestantismo disgrega el “cuerpo místico”.
El Comunismo lo falsifica.
El Comunismo es el reemplazo satánico de la comunión.
Así como Cocteau llamaba al licor y al opio “los sacra¬
mentos del demonio”, así podemos nosotros considerar al Co¬
munismo como lo contrario del misterio del cuerpo místico.
El cuerpo “mítico”.
El sueño marxista de una convivencia sin misterio, de un
cuerpo sin alma, de una hermandad sin Padre.
Toda la inmensa caridad del misterio católico es aplasta¬
da por Satanás contra la tierra como un insecto.
Y en vez de la Iglesia resulta el enjambre.
La comunidad trabajadora bajo la oscura ley implacable
del instinto.
La crueldad infrahumana de rebajar el destino del hombre
a la altura elemental del hambre y la sed.
La unión comunista produciría en América un hijo ante¬
rior a los Incas y los Aztecas.
ENTRE LA CRUZ Y LA ESPADA
31
Recogeríamos el ‘fruto en la boca de las cavernas.
O Comunión o Comunismo.
El Protestantismo suele disfrazarse del Panamericanismo.
Con -traje (geográfico.
El Comunismo suele disfrazarse de indigenismo. En des¬
nudez histórica.
Más que defensa, la Hispanidad es permanente conquista.
Hacia fuera y hacia dentro.
Hacia fuera; en todo lo que podemos hacer e influir unidos.
Hacia dentro: en todo' lo que podemos hacer e incorporar
uniéndonos.
Cada* nación debe tratar de hacer su síntesis propia, con¬
forme las leyes comunes e históricas de esta conquista.
Cada nación conforme sus propias peculiaridades.
Porque la riqueza de nuestra unidad está en nuestra di¬
versidad.
Otros busquen ser uniformes.
Nosotros somos universales.
Uni- diversos.
i
Cada zona, cada país tiene su misión.
A sus nuevas juventudes corresponde descubrir y luego
conquistar ese destino.
No ceder. No ceder. Y, nuevamente: no ceder.
No rebajar la meta del gran propósito.
Si alguno cae: entregue su -antorcha, y siga el relevo.
No se hace la Historia completa en una generación.
Cosa pequeña sería la Hispanidad si la encerráramos en
nuestros años.
iSe nos iha dado el porvenir. El porvenir de veinte nacio¬
nes en haz.
Soñemos. Invitemos a los soñadores a cantar las dimen¬
siones jubilosas de esa gran fuerza futura.
Trabajemos. Invitemos a los conquistadores a emprender
el camino de la aurora.
“En espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua”.
PABLO
ANTONIO
CUADRA
MANUEL MACHADO, EL POETA
DE “ADELFOS” (1874-1947)
¡Ay, qué anciano soy, Dios santo!, clamó Rubén
frente al mar latino en un poema memorable por la
humana verdad de su doctrina, increíblemente confiada
a la virgen y alegre claridad expresiva de una estrofa
pequeña, tan quebrada y sonora y rigurosamente ago¬
tada en su límite formal. Qué misterio más claro el de
la* palabra poética en Rubén. Tan anciano, tan viejo
como el mar más viejo del mundo se sentía nuestro
poeta — y era tal v'ez la contemplación cercana y amiga
de ese mismo mar la que le hizo tan nuestro — , 'y sentía
su antigüedad, su más noble y condensada ancianidad
humana — Adán recién nacido a la muerte a las puertas
del Paraíso — en roca, en aceite, en vino.
En roca: la piedra al sol de la montaña en su ma¬
teria aérea y trascendida y la piedra castigada y soñadora
del acantilado. En aceite: los glaucos, unánimes, vastos
y pingües olivares y el tronco partido de cada olivo, con
su cigarra cantora en el día y su triste coruja durante
la noche. “En vino: la cepa achaparrada y sarmentosa,
pegada a la tierra, los verdes pámpanos primaverales y
los racimos con áureas y rosadas transparencias del oto¬
ño, el lagar con canciones y la fresca bodega en penum¬
bra. Y en todas estas cesas, la vejez más segura, más
virginal v sencilla de la voz- creadora del hombre.
También nosotros podemos decir hoy de la poesía
de Manuel Machado: ¡Ay, Dios santo, pero qué vieja,
qué viejísima es la poesía del más joven de nuestros poe¬
tas líricos — viejísima por lírica — y cómo su antigüe¬
dad se siente — ¡gracias, Señor! — en vino, en aceite,
en roca también más de lo que a primera vista parece.
Pero sobre todo en vino: en el vino más espiritual —
espirituoso — y añejo, que es donde está la verdad. Poe¬
sía de estirpe verlainiana, de la misma solera — ¿sevilla¬
na o parisiense? — que la de aquel que fué, al par que el
más grato y más leve, el primer lírico religioso — por
MANUEL MACHADO, EL POETA ! f y¿
su sagesse, y también por su celeste epitalamio, por su
bonne chanson — de su tiempo.
Sentir la propia vejez personal, la de la obra, ver¬
dadera ya- y no sólo sincera, en vino. Y en aceite. Y
en roca. Tres ejemplos tan distintos, tan distantes entre
sí, pero tan misteriosos y evidentes todos tres. Tres
ejemplos tan ejemplares para la poesía. Y, sobre todo,
el vino por alado y ligero. Todo lo que tiene alas'
pertenece a una raza superior. Por eso-, la intensidad lí¬
rica, eliminando los contenidos penosos, como quería
Keats, le dará alas al verso para la transparencia en el
vuelo de la materia trascendida, de la* carne que se bace
— y es su mayor encanto — habitación pasajera de la
gracia, de esa gracia que, según reciente declaración —
medio en serio, medio en broma, y más en broma cuanto
más serió — de Manuel Machado, es, en todos sentidos,
la inspiración para el poeta. La Muse qui est la Grace,
había dicho Claudel, más rotundamente y con mayúscu¬
la, al escribir sobre ella una de sus cinco grandes Odas.
El vino, que es la verdad de la obra inspirada, personal
y tradicional a un tiempo, podemos decir nosotros, con
minúscula nada más. Y esto, no sólo para el andaluz
Manuel Machado, sino para el danés Sóren Kiefkegaard.
que no podía contentarse con el desvitalizado idealismo
racionalista de su tiempo, al que debemos, sin embargo,
algunos bienes, y también algunos males, en el orden de
la cultura. (Entre paréntesis, podemos añadir, ya que
hemos mencionado a .Kierkegaard, que en el terreno re¬
ligioso el protestantismo, frente al catolicismo, es una
religión sin vino, es decir, para el buen catador de cal¬
dos espirituosos — espirituales — no es una religión) .
Sentimos la poesía de Machado, los que la senti¬
mos, vieja y antigua como el vino, como el mar más
viejo del mundo. Poesía que nació, a pesar de; su breve
y airosa presencia, cuando no precisamente por ella, car¬
gada más bien de siglos que de años, popular y cultísi¬
ma-, siempre fina y aristocrática, con blasón y elegancia
heredados, como dijo el hermano — el del mirar tan pro¬
fundo que apenas se podía ver — de la suya propia.
Y este es el secreto de la verdadera poesía: la de
Verlaine como la de Rubén, como la de Antonio o la
¡de Manuel Machado que en el momento de nacer sea
34
LUIS FELIPE VI V ANCO ,
v _ * — — — ■ . . . . — ■ — — ■■■•
tan vieja, que más allá o más acá de todas las modas,
de todas las escuelas y todas la novelerías diga de nuevo
lo que ya se dijp, como quería Unamuno, y no sólo
sea nueva — la de Verlaine y la de Rubén lo fueron co¬
mo escuelas y aun como modas — , sino su más profunda,
ya que no su única novedad, resida en su ancianidad, en
su manera de expresar virginalmente las cosas, diciendo-
las de nuevo. Esta virginidad de lo .viejo no quita la
personalidad, al contrario, la da. Porque la personali¬
dad es tanto más fuerte cuando más hondamente arrai¬
gada está en ese cielo de la carne que es la tierra del es¬
píritu, según la enmienda que hace el mismo Unamuno
de los dos famoso versos de Lope:
i
Lope de Vega, claro, de improviso:
si el cuerpo quiere ser tierra en la tierra,
el alma quiere ser cielo en el cielo.
Pero debe enmendársele el inciso:
si el cuerpo quiere ser cielo en la tierra,
el alma quiere ser tierra en el cielo.
Cuando Manuel Machado empieza a publicar sus
versos está en auge la influencia en la poesía española,
a través de Rubén Darío, y bien pronto, aun a pesar de
él, del simbolismo francés, ese movimiento artístico-
literario que a estas alturas aun no sabemos bien lo que
ha sido. No lo sabemos bien, críticamente bien; pero
i qué gran lección poética la del simbolismo y qué últi¬
mos aciertos espirituales del poeta están contenidos en
su lección! Porque ha afinado y agilitado hasta la pura
delicia musical el instrumento lírico sin olvidar lo más
humano. Empleando el lenguaje crociano, podríamos
decir que el simbolismo, siempre a la zaga de sus grandes
predecesores, y en parte iniciadores, va sustituyendo todo
lo que en el romanticismo y después en el parnasianis-
mo había de poética oratoria por verdadera substancia
aun verdaderos accidentes líricos. Tanto es así, que a
sus incondicionales y a sus exégetas se les ha reprochado
con frecuencia el que al defenderle defendieran la esen¬
cia misma de lo lírico más que a una escuela determi¬
nada. Dicho de otra manera: el simbolismo ha susti¬
tuido una retórica del sentimiento como contenido vital
MANUEL MACHADO, EL POETA
35
más sincero por una retórica de la imagen como conte¬
nido espiritual más verdadero. Pero siempre queda — a
pesar del famoso verso de Verlaine en su arte poética —
una retórica, que si no la poesía no sería en última ins¬
tancia, como lo es, una cuestión de palabras en el len¬
guaje. Así el simbolismo mantiene al hombre, como
viva presencia ordenadora, frente al símbolo y reduce
la poesía, que ya en Baudelaire, pero sobre todo en
Rimbaud y en Mallarmé, quería ser una norma supre¬
ma de conducta, cuando no un método de conocimiento,
a los límites de la. mera literatura. Por eso, en el umbral
de sus creaciones literarias más que a ninguno de los tres
grandes poetas citados — poetas del orgullo, cada cual
a su manera de decir, según la exigencia supraliteraria
de su obra poética — , debemos colocar, como una con¬
firmadora excepción, la humildad de Verlaine; de ese
cristiano, pecador y humanísimo Verlaine, con el que
nuestro Machado ha tenido voluntariamente en sus co¬
mienzos tantos puntos de contacto, más a menos super¬
ficiales o profundos.
¿Ha sido Manuel Machado simbolista? ¿Ha sido al
menos, según nuestra versión española del simbolismo,
modernista? En general, la crítica literaria ha contesta¬
do afirmativamente a esta pregunta; pero, al contestar
que sí, no se ha dicho toda la verdad. Más verdadero
sería decir que, por lo pronto, Manuel Machado ha
sido desde su juventud lo suficientemente viejo por
naturaleza, y también por gracia, para- poder albergar
en su versv. la más noble ancianidad del simbolismo al
par que su novedad más urgente. Por eso, porque fué
un día tan viejo en su juventud se mantiene hoy tan
joven en su vejez. Y a lo largo de sus libros, de toda
su reducidad, pero suficiente obra lírica, ha venido pre¬
valeciendo lo antiguo sobre lo nuevo. Hasta que esto,
lo nuevo, desaparece casi por completo — siempre con¬
viene que haya una dulce reminiscencia del primer amor
literario — y queda entonces su poesía depurada, dicien¬
do nada más lo que ya se dijo, y hasta diciéndolo con
las mismas formas métricas, populares o cultas, emplea¬
das también por el pueblo andaluz y por los demás poe¬
tas del momento.
j • 4
36 LUIS FELIPE VI V ANCO
Aunque hay muchas cosas de la mujer, del placer
y de la pena, de la vida y de la muerte, del vino, como
es lógico, y hasta de la misma poesía, que parece que
nunca habían sido dichas en español — ni, por lo tanto,
en ningún otro idioma — hasta que Manuel Machado las
dijo con sus versos, que no solamente en ellos. Y en
este parecer — que se funda en el dicho y no sólo en la
expresión — está el secreto de la personalidad, tan se¬
ñera e ingente que para sí la quisieran otros poetas de
obra más extensa, original y ambiciosa. Porque su poe¬
sía es tan personalmente creadora como la de su herma -
no Antonio, que ya es decir, y es precisamente la dife¬
rencia tan acusada de personas la* que origina la diferen¬
cia radical, de intención y de logro, que hay entre ellas.
Aunque, a veces, se oigan acentos de las voces de cada
uno de los dos hermanos en la voz, personalísima, del
otro.
Ambas poesías, la de Manuel y la de Antonio, se
mantienen en su arranque fieles a cierto subjetivismo
melancólico — pero no elegiaco, como el de Villaespesa
y el de Juan Ramón Jiménez por esta misma fecha — y
a cierta soberana actitud de reserva ante el mundo, que
provienen, inmediatamente, a pesar de su más remota
ascendencia becqueriana, de los poemas contemporáneos
de Rubén. Y ya en su arranque, ambas poesías, nos han
hecho patentes dos personalidades humanas bien distin¬
tas; pero es sobre todo en el momento ineludible de la
salida a la realidad del mundo exterior — momento que
les llega casi a la par a los dos hermanos con la madurez
del corazón — cuando sus voces poéticas definitivamen¬
te se separan, para coincidir, al cabo de los años, en esa
heredada vejez de fondo y de forma- — verdadera poesía
gnómica española — de sus cortas sentencias en octosí¬
labos.
Porque Antonio sale de sus Galerías y de sus So¬
ledades, de sus bellos caminos interiores en sombra, don¬
de ya está sentido, de una- vez para siempre, el paisaje
castellano, a la revelación intensa y delicada, concreta¬
mente metafísica y trascendentalmente geográfica y mi¬
nuciosa* de ese mismo paisaje, ahora ya con sus hombres,
en sus Campos de Castilla. Y la salida de Manuel, desde
su Alma y sus Caprichos, no es única. Por una parte
MANUEL MACHADO. EL POETA
37
sane, en Museo y Apolo, a una interpretación pictórica
de temas de nuestra historia y de nuestra literatura, co¬
rroborada por una visión literaria de temas de la pintura
universal europea. Estos dos libros, en los que todo po¬
sible didactismo queda sometido al imperio suave de
una sutil emoción estética nada más, son los más moder-
, nistas, seguramente, de toda su obra lírica. Por la misma
época, otro poeta, cuyo nombre está unido al de los dos
hermanos, más aún que por vínculos literarios, por los
de una duradera y ejemplar amistad, Antonio de Sayas,
luego Duque de Ámalfi, dará en otros dos libros suyos
Retratos antiguos y leyendas — la versión española de
los mismos temas con arreglo a la más pura ortodoxia
parnasiana.
Pero, por otra parte, ha salido Manuel Machado,
en su Canto hondo y algunos años después en Sevilla, a
la copla popular andaluza, desnuda y libre, escuetamen¬
te imaginática, sin ' imaginería superpuesta; es decir, a la
recreación personal de lo popular y anónimo poético
andaluz, en la que va a ser un precursor de otras voces
más jóvenes y cercanas, pero va a quedar impar —ya
que los que con tanta fortuna y tanto acierto vinieron
después no resultaron demasiado > aficionados a ello — .
Como cantor de la mujer que, bajo el cielo de Andalucía,
sólo se concibe niña aun, mocita en agraz, mujer her¬
mosa, muy hermosa y muy mujer, que dijo el poeta, o ya
vieja como Santa Ana - — en su relación directa con el
hombre.
¡Qué lejos está Manuel Machado, en su poesía po¬
pular andaluza, de toda poesía pura, pero también de
todo romanticismo sentimental y estéril! ¡Qué cerca, en
cambio, el poeta de “Adelfos" de sí mismo y sus trovos
por soleares de sus “Cantares" y de su “Antífona"! En
este feliz ayuntamiento de lo popular y lo culto es donde
se ve bien claro que lo popular era mucho más culto
todavía, y que la vpz inicial del poeta era tan vieja en
medio de los refinamientos del simbolismo, porque es¬
taba llamada, irremediablemente, a cantar por soleares.
¡La Soleá! ¡La soledad! El cantar favorito del pueblo
de Andalucía, como dice Becquer en el prólogo que le
puso al libro de cantares de Augusto Ferrán; esa espe¬
cie de hai-kai a la andaluza, es decir, con el alma y con
38
LUIS FELIPE VI V ANCO
hombría frente a la mujer, con todo lo que hay que te¬
ner, humanamente, y que al otr o, al que es una especie
de soleá a la europea, aunque nos haya venido del Japón,
le falta. Su voz, desde los henchidos cuartetos en ale¬
jandrinos de “Adelfos”, estaba llamada a cantar y su
pensamiento a pensar cordialmente por soleares también,
qué es una manera muy española de pensar; en la que
coinciden los dos hermanos.
Y esta voz popular, llena de gracia y, al par, de
seriedad, que aspira al anónimo, no le abandonará ya
nunca. Aunque quiera él. Los hombres son los hom¬
bres, y hay cosas en la vida . . .— abandonar, de vez
en cuando, a ella . . ., para volver después más enamo¬
rado a sus brazos. Pero tampoco nos explica ella sola
la producción posterior del poeta. Porque ya antes de
su Cante hondo había escrito Manuel Machado un libro
excepcional — El mal poema — , un libro que es una
desviación en doble sentido, y hasta, si queréis, un mal
paso, pero en el que nos revela, unida a una actitud hu¬
mana más sincera que verdadera, la esencia misma de su
personalidad lírica. Sí, primero en “El mal poema” y
después en Ars moriendi, es donde hay que buscar las
cosas dichas por Manuel Machado de una manera más
definitivamente suya. Y en el primero de esos dos libros
las dice, sobre todo en octosílabos de pie quebrado, que
fluyen como un arroyuelo- del agua remansada en las
coplas cerradas y graves de Manrique. También Siglo
de Oro, han coincidido las voces de los dos hermanos,
lo mismo Antonio que Manuel nos han dejado escritos
en él alguno de sus mejores poemas.
En El mal poema se ha sentido Manuel Machado
demasiado cerca de la nada, o, diciéndolo a la española,
de la falta de ganas de hacer nada, ni siquiera versos
ni poesía, que ya preludió en “Adelfos”. Y, sin em¬
bargo, con esa falta de ganas ha hecho uno de sus me¬
jores libros. No está, en ese momento de desgana, ni
siquiera- desengañado. Porque lo fugitivo — lo impor¬
tante es el instante que se va — no tiene la pretensión de
permanecer dolorosamente en él. Y es, tal vez, ese dolor
de la imposible permanencia del encanto más fugaz, el
que le falta al poeta, y esta falta la que le hace calificar
de malo — en realidad no lo es tanto — a su poema.
39
MANUEL MACHADO, EL POETA
(Hay, por otra parte, una evidente preferencia por los
poetas malditos). Y en el Ars moriendi ¿no falta tam¬
bién en la memoria del corazón el dolor de haber vivi¬
do? Quisiera el poeta no haber vivido, por lo menos
no haber vivido tanto, y se siente morir donde mismo
no ha dejado de vivir, en la mujer, y su arte es el mis¬
mo ars amandi de toda su vida: el arte de amar un
poco y dejarse amar mucho para, al final, encontrarse
con que todo lo que1 no se ha dado se ha perdido. Pero
la pérdida no le duele demasiado y no necesita más con¬
suelo que la galantería del más bello madrigal. Aunque
eso sí, después de tan galante preparación a la muerte,
y habiendo quedado lleno solamente de sospechas de
verdades, no volverá a escribir más versos durante mu¬
cho tiempo.
Así, sentidos y dichos por el renunciamiento vo¬
luntario más que por la aceptación del sacrificio, sus
versos profundos, aunque como en Ars moriendi hayan
renunciado al sin querer divino, pueden parecer tan su¬
perficiales. ' Pero también sucede lo contrario: que sus
versos más superficiales, los llamados versos de circuns¬
tancias, le resulten, por la nativa ancianidad que persis¬
te en su voz, tan profundos. Muchos versos de circuns¬
tancias ha escrito Manuel Machado, y hasta podemos
decir que, a partir de su despedida prematura de la vida
que no quería vivir, ha sido sobre todo un generoso,
elegante y afortunado poeta de circunstancias, de elogios
y dedicatorias, de álbum y de abanico. Y en todos estos
versos, la estrofa más alada, la rima más feble, sirve para
decir la sentencia más honda. Versos de circunstancias,
sí, y hasta toda una poesía de circunstancia que sabe po¬
ner el encanto de su prestigio lírico en la alusión penosa
del compromiso o del encargo. Recogidos a lo largo
de los años estos versos, con el título de Dedicatorias,
llenan un libro entero del tomo de sus poesías y, ade¬
más, con el mismo título una .parte del libro Phoenix,
el que viene inmediatamente después, al cabo de catorce
años, de Ars moriendi, y que, como indica su nombre,
contiene la voz nueva del poeta, renacida de sus cenizas.
Sin embargo, esta voz, en su nueva juventud, si¬
gue siendo tan vieja, tan verdaderamente poética y per¬
sonal como antes. La misma agua sigue corriendo por
40
LUIS FELIPE VI V ANCO
el mismo cauce. La misma poesía por los mismos versos.
No se trata de ninguna audaz aventura de última hora,
de ninguna desdichada adaptación a corrientes más ae-
tuales. Hay asombro reiterado, pero no sorpresa. Ma¬
nuel Machado sucede a Manuel Machado. Y entre los
poemas de Phoenix hay uno que, al reunir en sus tres
breves estrofas los temas de] ^parque, del niño y de la
fuente cantora que le canta la pena sin contarle la histo¬
ria, que es sólo voz de leyenda soñada en su romanza
sin palabras, nos hace tal vez más evidente que ningún
otro ese misterio de antes de nacer — tan cierto, pero tan
arcano como el de después de morir — , que hay en la
mejor poesía de Manuel Machado:
Esto es sumamente serio
y encierra un sentido grave
La fuente tiene un misterio:
dice ... lo que el niño sabe.
Porque él lo sabe, y atento
a la parlera corriente,
tiene lleno el pensamiento
del discurso de la fuente.
... Pero tú no entenderás
la voz demasiado oída.
Eso no se sabe más J
que al principio de la vida.
Sí, el poeta, renacido en el tiempo, es, al llegar
aquí, más el mismo que nunca, de tal modo que su re¬
nacimiento no ha consistido en una renovación litera¬
ria, sino en algo tal vez más importante para la verdad
de su poesía, de esa* poesía que sigue sabiendo las cosas
que no se saben más que al principio de la vida en volver
a regalarnos los inmaculados acentos de su más joven
ancianidad humana.
Y ahora, volvamos a abrir, por su primera página,
por aquélla en que está escrito el primer poema de Alma,
su primer libro: “Adelfas’'. Que aquí está la vejez en
roca, en aceite, en vino sobremodo; la que, hoy día, íe
hace a él tan joven como poeta y tan verdaderamente
lírica y humana a su poesía.
L UIS FE LIPE VIVAN C O
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA
Introducción.
Se tiene por inconcuso que los grandes valores per¬
manentes de la invención poética española „ residen en
el poema heroico, en el romance, en la novela picaresca,
en El Quijote y en el teatro, lo que es tanto como decir
que el más vivo hontanar de la poesía española surte
de una actitud de ánimo activa, cercana a la realidad,
sociable y belicosa. '
Sin duda se admite al margen de todo esto la rele¬
vante validez de los místicos españoles como autores de
influjo educador y edificante, pero se considera éste,
sobre todo, como algo vinculado a la época, y desde la
ilustración, alicaída su virtud, hasta cierto punto. De
su rica lírica religiosa, sólo se han conservado vivos unos
pocos cantos devotos.
Haciendo por tal manera el finiquito, se olvida una
fluencia de poesía que deriva tácita, soterraba casi, á
través de los siglos: su vaso, no obstante, comunica se¬
cretamente con la linfa tumultuosa de los romances, las
novelas y las comedias. Se trata de una poesía repre¬
sada, trasvenada, encenegada a trechos, poesía de la so¬
ledad, en fin, o para servirnos, en sentido lato y desdog¬
matizado, de un término teológico: poesía del quietismo.
De sus conexiones y de sus formas literarias vamos a
ocuparnos justamente.
La palabra soledad.
Con la palabra soledad suele designar el español la
actitud exterior e íntima propia esencialmente de este
género- de poesía.
Consideremos por de pronto el vocablo. La tesis
de que etimológica y fonéticamente proceda de solitatem
es indefendible. Tanto la conservación de la i pretónica
como e en soledad (compárase solidlata = soldada - so-
42
KARL VOSSLBR
litaríum — soltero) como la gran rareza de la palabra
latina sólitas permiten suponer jque se trata de un pro-
ducto nuevo del suelo ibérico. Sólitas en el sentido apro¬
ximado de solitudo solo ha podido señalarse, según el
Thesaurus linguae latinae de Munich, en Accio, Apu-
leyó y Tertuliano y siempre en singular. Incluso no es
imposible que en cada uno de estos autores latinos sea
la palabra elucubración de propia minerva. Es, desde
luego, el caso .de Tertuliano, que le da un significado
especial: Monotes et henotes, id est sólitas et unitas.-.
(Tert. adversus Valentinianos 37). Según esto, el tér¬
mino español ‘'soledad’" se nos aparece como una nueva
versión docta, es decir, como una creación literaria, su¬
gerida al parecer, por la lírica galaico-portuguesa me¬
dieval.
En portugués tiene la palabra una figura fonética
más solariega ciertamente, aunque en modo alguno con¬
secuentemente fijada por transmisión léxica. Aparece
como (1) soédade, (2) so'ídade, (3) suídade y como
vocablo de cuatro sílabas, en la mayoría de los casos,
en los cancioneros de los siglos XIII y XIV. Su signi¬
ficación evidencia, desde un principio, un psíquico abis-
mamiento que ha de caracterizarse como una parva poe¬
tización, como algo esencialmente lírico. "Soledad”,
"desamparo”, "ausencia”, adquieren en el lenguaje de
los trovadores galaico-portugueses la significación ex¬
presa de "duelo”, "querella”, "anhelo ”, "querencia”,,
"languidez” y "nostalgia”.
Que so’ídade de mha senhor ei . . .
Nom poss’eu, meu amigo,
com vossa sóida de
viver . . .
i
son formas que encontramos en el cancionero del rey
Denis (1279-1325). Vossa soídade no quiere decir
aquí "vuestra soledad”, sino la "nostalgia' que de vos
siento por causa de vuestra ausencia” (1). En la poesía
(1) Véase Henry R. Lang “'Das Liederbuch des Konigs Denís von
Portugal . Halle 1894, versos 748 y 2,078. Del mismo v. también la
edición del Cancionero Gallego-Castellano, New'-iYork, 1902, especial-
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA
43
portuguesa posterior se da, incluso, el caso de identificar
la nostalgia que se siente por el ser ausente y querido
con este mismo ser, querido y ausente.
Suidade minh'a,
quando vos vería? (Sá de Miranda)
y:
Minha saüdade,
caro penhor meu,
a quem direi eu
tamanha verdade? (Camoens) (2).
Así adquiere la palabra suidade la significación oca¬
sional de un nombre cariñoso. Este tiene que haber es¬
tado en uso en tierras portuguesas mucho antes que en
Castilla se adoptase Soledad como nombre de mujer bajo
la mariana advocación de María de la Soledad.
Puede decirse que el uso desplazó completamente en
Portugal la significación objetiva de la palabra como
"soledad-yermo” por el sentido nostálgico y amoroso,
habiéndose de recurrir para expresar aquella significa¬
ción a otros términos, como soidao, solidao, isolamento,
retiro, ermo, deserto, abandono, desamparo ausencia, y
al vocablo soleda|cfie, de oriundez castellana. Después que
sobrevino esta diferenciación en las postrimerías del si¬
glo XV, se instala ya definitivamente el término soídade
en el mundo de los sentimientos y de la subjetividad.
También la forma fonética se va modificando poco
a poco. Es cierto que la vieja forma soédade se conserva
en la poesía como arcaísmo hasta entrado el siglo XV,
especialmente en el caudal literario galaico-portugués.
Incluso modernos artífices del lenguaje como Rosalía de
Castro y Curros Enríquez vuelven a usarla con tenden¬
cia restauradora. En el siglo XIII se señala la segunda
forma fonética soídade; suidade, la tercera, se mantiene
aún hoy viva en la poesía popular gallega:
mente la nota de la p. 199 ss. Es" muy instructivo el estudio de Ca¬
rolina Michaelis de Vasconcellos titulado “A saudade portuguesa”, 2da,
ed. Porto, 1922.
(2) Michaelis de Vasc. ob. cit. p. 107 ss.
44
KARL VOSSLBR
.Meu amor, meu amorinho,
ond'estas, que non te vexo?
morro -me de su id a des
e dia e noite em ti pensó.
(Ballesteros: Cancioneiro popular da Galiza, 1885-86).
En la zona lingüística puramente portuguesa, don¬
de, al parecer, no ha podido señalarse el término spédade,
es soídade la forma más antigua. Predomina en Don
Denis. Pero luego se impone el término suídade, acom¬
pañado del adjetivo suidosc. Se les suele señalar hasta
fines del siglo XVI. Junto a esta forma aparece — por
primera vez en el siglo XIV. aunque frecuentemente
sólo en el transcurso del XVI — la forma portuguesa,
hoy imperante, saudade, más, al parecer, con el acento
concomitante sobre la u por de pronto y como vocablo
de cuatro sílabas, y sólo más tarde con tres sílabas y la
acentuación accesoria sobre la primera a. No puede tra¬
tarse aquí de un cambio condicionado por motivos de
índole fonética. Las formas suidade y saudade compi¬
ten durante largo tiempo. La forma en au es la más
popular y la que acaba siendo considerada como la for¬
ma nacional portuguesa. Ya a fines del siglo XVI es
exaltada “a saudade portuguesa” como algo propio de
la idiosincrasia nacional, como un distintivo de excelen¬
cia del alma lusitana y como un refinamiento del sentir,
a su vez objeto de burla por parte de los castellanos (3) .
Pero dejemos esto aquí y tratemos por lo pronto
de averiguar la procedencia de la fonía au y cómo se
ha introducido en tan difundida palabra. Deben haber
intervernido uno o varios grupos de palabras de figura
fonética semejante y de valor aproximado por lo que
a la significación se refiere. Se ha aludido a la voz ára¬
be saudá, “hipocondría, mal de corazón, melancolía,
desánimo”: pero más a mano tenemos el grupo de pa¬
labras portuguesas saude, saudar, saudades, sanidade,
salvar — con las etimologías salus. salvus, sanus, por
lo tanto — , cuyo influio propugna muy hábilmente
Carolina Míchaélis, de Vasconcéllos, refiriéndole al es-
(3) V. Carolina Michaelis de Vasconcéllos. ob. cit. p. 75 y 155.
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA
45
tilo epistolar, a resonancias bíblicas, a votos y bendicio¬
nes de índole religiosa, dirigidos a amigos ausentes.
Podría, finalmente, a mi ver, argüirse el influjo de
suaíve-suavis-, palabra que con afición y frecuencia se
ha usado vehementemente por los trovadores provenza-
les, así como más tarde, por la poesía humanística. La
idea de atenuación y remisión referida a estados de ánimo
se incluye perfectamente en el área de significado de la
saudade portuguesa. Considérese, por ejemplo, el senti¬
do de estos versos de Dom Joam de Metieses f.
Faz me alguuma saüdade
vyrem cousas aa memorea
que passey, mas na verdade
nam me dam pena, nem glorea.
(Cancionero geral, de Résende. Bibf, d.
lie. Vereins, Stuttgart, t. 15, p. 109).
Las transformaciones, lo mismo de la forma foné¬
tica (4) que del significado de la saudade portuguesa,
han de considerarse, creo, yo, dentro de la más íntima
relación tanto con la historia de la poesía y en ella con
la de la métrica, como con la del pensamiento lírico.
Tiene razón Faria y Sousa cuando en su comentario de
Camoens dice que saudade es' “palabra que se quiere ha¬
cer misteriosa eri portugués’' (5). Parecido es el mo¬
derno testimonio de Adolfo de Castro, según el que
saudade viene a abarcar todo el mundo de sentimientos
y pensamientos que las circunstancias de la soledad nos
sugieren (6). Hasta qué punto saudade supone y expre¬
sa un sentimiento y una querencia puramente personales,
individuales incluso, evidénciase, por ejemplo, por el
hecho de que el diablo mismo experimente su saudade
(4) En el Diccionario Etimológico da lingua Portuguesa (Río
de Janeiro, , 1932) nos da Antenor Nascentes, sub voce '‘saudade”, la
bibliografía de los intentos explicativos de la forma fonética en ‘au
(5) Véase en la nueva edición crítica de “El Quijote”, por Ro¬
dríguez Marín, Madrid, 1928, t. VII, p. 354-64, el apéndice XXXV
que lleva por título “Soledad = Saudade”.
(6) Estudios prácticos de buen decir y de arcanidades del habla
españiola, Cádiz, 1830, p. 293.
46
KARlL VOSSLBR
especial. En el Auto da barca do inferno de Gil Vicente
(1517), dice el diablo al tahúr:
Mas tornemos a jogar,
porque tenho saüdade
de te ouvir arrenegar
do "misterio da Trinidade.
(Gil Vicente, Obras, t. I, Coimbra, 1907, p. 140).
4 ‘Saudade y “morrer de amor’ es algo cuya resonan¬
cia — dice Carolina Michaélis de Vasconcellos — -nos
llega a través de las mejores y más famosas obras de
la literatura portuguesa. Algo que alienta en el delica¬
do libro de Bernardina Ribeiro y en los escritos de sus
sucesores Samuel Usque y Gaspar Frutuoso; algo de que
rebosa la lírica de Camoens, y buena parte de sus Lu-
siadas, así como la más sentida poesía de Almeida Garret.
Y esta resonancia se percibe hoy en las canciones popu¬
lares, lo mismo que en el canto del pueblo ennoblecido
por los viejos trovadores galaico-portugueses (7). No
es leve cosa, ni mucho menos, lo que por su parte se
huelgan los portugueses de esta palabra y de la actitud
psíquica y la plácida blandura vinculada a ella. Ape¬
nas se pronuncia en Portugal un discurso de circuns¬
tancias en que no se mencione y celebre la saudade como
la más amable peculiaridad de la nación. Algo parecido
a lo que ocurre con la ' ‘placidez’' en la Alemania me¬
ridional. Pero es que, además, en el Portugal de nues¬
tros días no sólo tenemos el saudoso, sino el saudosista.
En 1912 se fundó la reviista “A Aguia”, en la que ha¬
bía de cultivarse conforme a un plan y cimentarse ideo¬
lógicamente el ultraromanticismo neo-portugués del sau-
- dosismo (8). Los poetas brasileños de la. época román¬
tica y post-romántica no quedan a la zaga de los por¬
tugueses en la variación de los motivos saudosos (9).
Merced a éstos y parecidos empeños, en virtud de este
(7) Car. Mich de Vas. ob, cit. p. 40 >ss.
(8) Ib id. p. 117 ss.
(9) V. Arturo Farinellí: “A” “saudade” ¡portuguesa e brasileíra,
e a obra poética de Magalhaes” en las Conferencias brasileiras proferidas
em Sao Paulo em 1927, Sao Paulo, 1930, p. 159,-77.
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA 47
culto sentimental premeditado, la palabra saudade que¬
dó lastrada hasta tal punto de valores sentimentales lí¬
ricos, que la significación originaria y objetiva quedó
por completo oculta y fué olvidada. En los textos poé¬
ticos sólo he dado con un caso en que pueda percibirse
una resonancia o un eco de la significación objetiva de
soledad. En la estrofa 34 de la conocida égloga “Bas¬
to", de Francisco de Sá de Miranda (1336, aproxima¬
damente), se dice:
A suidade ñaon se estrece,
Porem sofra o coracao,
(Que este é o que mais me empece) ,
Se outro senhor nao conhece
Salvo justi^a e rezao (10) .
Según la coherencia del conjunto, el sentido sólo puede
ser, poco más o menos, que para quien es incapaz de
lisonja y la razón y la justicia sólo acata, la soledad
es algo inevitable. Es evidente el castellanismo en el
giro naon se estrece (la soledad no se estuerce) . *
¿Ahora bien, cuando eminentes sabios españoles co¬
mo Menéndez y Pelayo, y Rodríguez Marín, aseguran
reiteradamente que la soledad castellana equivale en
todo a la saudade portuguesa, aluden con ello a la sig¬
nificación en el sentido de nostalgia, Huelo y cuanto con
hondura, delicadeza y copia de sentimiento y sensibi¬
lidad se relaciona. No porfiaremos, ciertamente, dema¬
siado, en este punto psicológico de su ambición nacio¬
nal. Pero el hecho es que sólo de uno a dos siglos más
tarde ' aparece el término soledad en los textos castella¬
nos y que un poeta como el Arcipreste de Hita, nunca
lo usa, en cuanto se me alcanza, en su “Libro del buen
amor", aunque no le faltaran en verdad circunstanciales
ocasiones para hacerlo. Es también digno de notarse
que en el siglo XV compiten con soledad otras palabras
cultas: solitud, en el sentido objetivo de soledad, en el
Marqués de Santillana (N. B. A. E., t. XIX, p. 540)
y en Carvajal o Carvajales; solitut (Antología de poe-
(10) (Poesías de Fr. de ¡Sa de Miranda, ed. Carolina Mich de
Vasconcelos. Halle, 1885, p. 168 y el glosario p. 910 sub voce estrecer.
KARJL vossler
48
tas líricos castellanos p. Menéndez y Pelayo, t. II, Ma¬
drid, 1923, p. 188) y en Gómez Manrique (N. B. A.
E., t. XXII, p. 44) : en mí triste solitud; soledumbre
en Fray Hernando de Talayera (N. B.A. E., t. XVI,
p. 37) : lugar de soledumbre; es, finalmente, decisivo,
por lo que respecta a la peculiar índole de los hábitos
lingüísticos propios del castellano, el hecho de que en
ninguna época ni en ningún círculo literario, ni siquiera
entre los poetas eróticos cortesanos, se haya sumergido
y anulado la significación objetiva de la palabra sole¬
dad en la psíquico-subjetiva, en la medida en que esto
ha ocurrido en portugués. Cierto que el sentido de la
palabra castellana puede calar hasta honduras de “des¬
esperanza” y “desesperación”, como, por ejemplo, en
los versos de Diego López de Haro:
que, después de ser perdido,
bivo en tanta soledad
que desseo no haber sido . . .
(N. B. A. E., XXII, p. 745).
Pero la resonancia objetiva no se extingue del todo.
Incluso puede hacerse Jugar el vocablo con esta ambi¬
güedad, lo que sería Francamente imposible en portugués.
Cuando Juan Agraz sutilmente canta:
E dexar quien te servía,
Senyona, tu soledad,
más lo siento que la mía *
(Ibid, p. 210).
el doble sentido de la palabra cobra realce evidentemen¬
te: “Que quien te servía haya de abandonarte, o haya
de ser abandonado por ti, esta nostalgia que de ti sien¬
to me duele más que mi soledad”. De índole semejante
es el doble sentido que se insinúa cuando en el lenguaje
antitéticamente sutilizado de la “Cárcel de Amor*
(1492) la reina madre escribe a su hija Laureola: “Be-
viré en soledad de ti y en compañía de los dolores que
en tu lugar me dexas . . .” (N. B. A. E., t. VII, p. 17) :
o cuando Duarte de Brito, que de preferencia componía
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA
49
i. . --i . . — . . « "• . . ■' ■' . . - . . . . . — . —
en portugués, exclama en castellano cuando en esta len¬
gua escribe una apasionada canción a su amada:
j Oh fuente de crueldad,
de lloros y sentimientos,
robo de mi libertad,
y soledad
"de mis tristes pensamientos!
(Cancíoneiro geral de Riésende, Bibl. d. lit. Ver.
Stuttgart, t. XV, 1845, p. 345).
Obsérvese que los matices, ¡objetivo-subjetivos de la
significación se difluyen por completo. Hasta podría
sentarse que la significación sentimental va ocasional¬
mente más lejos en castellano que en portugués, y ello,
a tal punto, que el sentido de “nostalgia” y “duelo”
queda a su vez empedernido y objetivado como “tor¬
mento de la nostalgia”. Ocurre así, por ejemplo, en
la canción erótica del Príncipe de Inglaterra, en el “Dom
Duardo”, de Gil Vicente, donde se dice:
que no duerme mi dolor,
ni soledad sola una hora
se me pierde.
(Obras de Gil Vicente, t. III, p. 175).
Incluso puede especificarse la significación al extremo
de designarse con la palabra soledad un canto de pena
o una canción de quejumbre en giros como éste de pro¬
nunciar soledad que encuentro en Guevara:
las aves roncas, quejosas
pronunciado soledad
con sus bozes congoxosas
(IN. B. A. E., t. XXII, p. 504).
O en parecidas expresiones en boga como cantar sole¬
dad, cantar soledades, por ejemplo, en la epístola á Jor¬
ge de Meneses de Jorge de Montemayor, (ciertamente
de formación portuguesa) :
50
KARiL VOSSLBR
Y ver Juana en la fuente coger flores
su soledad cantando a Catalina.
Cabalmente en estos giros vuelve a manifestarse la ten¬
dencia castellana a exteriorizar lo subjetivo y especifi¬
car, a su vez, el sentimiento. Y es así como en Anda¬
lucía, donde se cruzaron influencias galaico-portuguesas
y castellanas, llegó a designarse con soledad, - solear,
soleá, soleares — una forma poético-musical definida.
Es probable que sólo de modo titubeante y lento acabaJ
ra la expresión cantar soledades asiéndose a este deter¬
minado género andaluz de las soleares. Originariamen¬
te se designaba con ella todo género de canción melan¬
cólica. Las formas definidas de las soleares de nuestros
días pueden comprobarse retrospectivamente hasta el
siglo XVI, por lo menos en lo que se refiere al metro.
Una solear consta de tres o cuatro octosílabos que aso-
nantan el segundo con el cuarto y el primero con el ter¬
cero (11). Luego, en los siglos XVII y XVIII, la de¬
voción de la Virgen de la Soledad contribuyó no poco,
es cierto, al cultivo de este género y a su arraigo. Aún
en la lengua de nuestros días, en los piropos de los an¬
daluces, se evidencia cuán popular era esta devoción de
la Virgen de la Soledad: “¡Ay qué ojos!'” ¿te los ha
prestao la Virgen de la Soledad, hija mía*’ (12). La
forma musical de la solear andaluza se precisa como una
“tonadilla en compás de tres por ocho y tonalidad me¬
nor, modulando a veces a su relativo mayor y haciendo
una breve pausa en la subdominante del menor, para
comenzar de nuevo”. En tiempos del descubrimiento y
conquista de Nueva Granada (1538) ya debía ser po¬
pular esta forma. Volvemos a encontrarla hoy en Co¬
lombia. Fray Pedro Fabo del Corazón de María ha
recogido á principios del siglo XX en Colombia oriental
la siguiente copla:
(11) V, Francisco Rodríguez Marín: “El alma de Andalucía en
sus mejores coplas amorosas”, Madrid, 1929, p. 21 y ss. y 26 ss.
(12) Véase W. Beinbauer, Ueber Piropos, en “Volkstum und
Kultur des Romanen”, 7. Jahrgang, Hamburgo, 1934, p. 13»3.
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA
SI
Empréstame tus ojitos
para completar dos pares;
que con los míos no puedo
llorar tantas soledades (13).
Obsérvese la semejanza con la copla andaluza
Empréstame tus ojos,
tendré dos pares;
que con uno no puedo
yorar mis males.
Rodríguez Marín nos da una versión tres o cuatrocien¬
tos años más vieja, procedente del Romancero general:
Si te duelen soledades
del bien que alegre te estuvo,
ayúdame con suspiros,
del alma consejos mudos.
Además de la solear de cuatro versos se baila y canta en
Andalucía, la de tres:
¿De qué te sirven los bienes
mientras tú en el mundo vivas,
si hora de salud no tienes?
Y aun tenemos una forma reducida, la llamada solea-
riya:
Por ti
las horitas de la noche
me las paso sin dormir.
Debo a la bondad de mi colega y amigo Augusto
de Olea un disco Gramófono (H. Montes, A. E. 3192)
con tres soleares. La impresión musical hace pensar en
la influencia morisca, incluso en el origen moro. Esa
es, por lo menos, la opinión del autor del artículo “so¬
lear" de la Enciclopedia Espasa-Calpe. Por otra parte,
puede darse como cosa segura, verbal, formal, histó-
(13) Idiomas y etnografía de la región oriental de Colombia,
Barna, 1911, p. 228.
5¡2
KARL VOSSL'ER
ricamente, la influencia galaico-portuguesa. Las mues¬
tras examinadas evidencian como en la solear andaluza
se mezclan la chanza y la queja. Dice José Carlos de
Luna -(14} que por la variedad de su estilo abarcan las
soleares los temas más opuestos, y que de la queja del
sentimiento torturado pueden pasar a la broma placen¬
tera, al requerimiento audaz, seguro del triunfo, a la
ternura velada y no correspondida, a la exageración iró¬
nica, a la obstinación retadora, al juramento, a la im¬
precación y a la súplica. Esta mutabilidad, esta concep¬
tista duplicidad de sentido de la forma lírica menor y li¬
gera, aun boy ejerce su atracción sobre poetas lírico-
epigramáticos como Manuel y Antonio Machado. De
Manuel Machado, sobre todo, tenemos una serie de deli¬
ciosas soleares en tono popular:
La veredita es la misma ...
Pero el queré es cuesta abajo,
y el olvidar cuesta arriba.
Me va faltando el sentío.
Cuando estoy alegre, lloro.
Cuando estoy triste, me río.
¿De qué me sirve dejarte,
si dondequiera que miro
te me pones por delante?
♦
Otra prueba del mantenimiento y efectividad del
sentido verbal objetivo cabe el subjetivo y en él inclu¬
so, la veo en el hecho de que de la soledad castellana
no baya podido derivarse un calificativo psíquico como
el saudoso portugués. Sabido es que saudoso, forma
abreviada de saudadoso, no quiere decir en portugués
“solitario" o “en soledad" , sino “anheloso , absorto ,
“nostálgico". Cierto que no han faltado intentos imi¬
tativos de la forma portuguesa, pero el soledoso, por
ejemplo, que así ha llegado a formarse, ha quedado res¬
tringido al uso poético e irónico y en realidad sólo pue¬
de escribirse entrecomillado, es decir, haciendo un guiño
al portugués. Soledoso suena aún como una traducción
(14) De “cante grande” y “cante chico”, Madrid, 1926, ip. 33 s_
POESIA DE ¡LA SOLEDAD EN ESPAÑA
53
y es percibido por el sentimiento lingüístico castellano
como palabra forastera, y evitado. En Sudamérica pa¬
rece ser más corriente. Apenas podría hacerse la versión*
literal al castellano del proverbio portugués “Ausencia
tem una filha que se chama Saudade”. Lo propio sería
aquí en castellano “ausencias causan olvido".
En pro de la gravitación subjetiva de la saudade
portuguesa habla la circunstancia de no encontrársela,
que yo sepa, aplicada en la toponimia. (A no ser que el
título de una obra histórica de Gaspar Fructuoso —
1552-91 — - “Saudades da Terra", que cuenta el descu¬
brimiento y conquista de las islas atlánticas Porto San¬
to, Madeira, Desertas y Salvagens, quiera considerarse
como nombre geográfico de dichas islas. Parece, sin em¬
bargo, que el título tiene una significación poética, a
imitación de la novela de Bernardin Riveiro, “Menina
e Moga" — 1554-57 — , célebre bajo la denominación
“Historia das Saudades"). En cambio, se encuentran
lugares llamados Soledade en el Brasil, en las provin¬
cias de Minas Geraes y Río Grande do Sul. Es curioso
que en el radío lingüístico del castellano sólo encontre¬
mos la palabra Soledad como nombre de ciudades, vi¬
llas, aldeas y montes, en Centro y Suramérica: en Nue¬
vo México, en México, Perú, Colombia, Venezuela y
Argentina (15), mientras en el solar español sólo se usa
el término Soledad para designar campos, caseríos ais¬
lados, quintas y cenobios (16). De todo lo anterior se
desprende que la aplicación del término Soledad a la
toponimia se inició de modo vacilante y tardío y que,
antes de la colonización de América, si es que se obser¬
va realmente, sólo es en casos muy aislados y con gran
timidez. De la pequeña ciudad colombiana Soledad, en
la provincia de Bolívar, sabemos que se llamaba antes
Porquera.
(15) V. Vivíen de Saint-Martin : Noüveau Díctíonnaire de Géogr.
universelle ,y el Atlas Manual de Andree, 8^ edic.
(16) En el Diccionario geográfico, estadístico e histórico de Es¬
paña de don Pascual Madoz — t. XIV, Madrid, 1849 — , figuran con
el nombre de .Soledad un predio en las cercanías de Palma de Mallorca,
un grupo de casas cerca de Ellorregui, Guipúzcoa, y una hacienda en
los alrededores de Cañete, provincia de Cuenca.
54
KARL VOSSLER
Finalmente, de modo muy vigoroso, aunque tardío,
ha venido a afianzar el valor objetivo de la palabra
castellana soledad el hecho de que desde mediados del
siglo XVIII, aproximadamente, empezara a usarse co¬
mo nombre de pila femenino, como “nombre de advo¬
cación mañana", es decir, en modo alguno, como el
viejo portugués suídade, nombre ocasional de cariño,
sino al igual que los demás nombres marianos, que tan
archiespañoles nos suenan hoy, María de la Concepción
(Concha), Asunción, Encarnación, Natividad, Visita¬
ción, Purificación, así como Rosario, Dolores, Consue¬
lo, Angustias, Socorro, etc. En cuanto se refiere al uso
de estos nombres marianos en lengua castellana he ob¬
tenido preciosa información, merced al interés que bon¬
dadosamente se ha tomado en ilustrarme mi muy ad¬
mirable colega y amigo don Ramón Menéndez Pida!.
A la considerada pertinencia — por fuerza impertinen¬
te — de mis preguntas y de mis ruegos, hizo que se
realizaran investigaciones en libros parroquiales de Ma¬
drid, Zaragoza, Sevilla y Barcelona, cuyos resultados
resumo muy brevemente aquí. Por nuevps e instructi¬
vos que sean los detalles, he de restringirme a lo que
puede ser de utilidad precisamente para contribuir a es¬
clarecer el caso de Soledad como nombre de pila.
En contra de lo que esperaban todos los conocedores
de las regiones españolas, no encontramos por vez pri¬
mera este nombre en Andalucía, la tierra de María San¬
tísima, ni en Sevilla, sede de la devoción mañana, aun¬
que en esta ciudad hubiese ya en el siglo XVII una muy
famosa Cofradía de la Soledad, sino en Madrid, en el
registro de un bautizo' de la Iglesia de San Sebastián,
del año 1748, es decir, mucho tiempo después de ser
conocidas las imágenes devotas, los santuarios y cofra¬
días de la Soledad. En 1630 se publica ya en Madrid
el libro "Antonio Ares: Del ilustre origen y grandes
excelencias de la misteriosa imagen de Na. Señora de la
Soledad de Madrid'". No puedo decir a qué imagen se
refiere este tratado, si a la "Virgen de la Solitud", ta¬
llada por Gaspar Becerra, en 1565, o a alguna otra
imagen devota. Pero los antecedentes de esta costumbre
de la nominación mañana se remontan a época muy
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA
55
anterior. La devota consideración de la parte de Maria
en los dolores de Jesús había dado motivo ya en la Edad
Media a la institución de una fiesta especial, la Festum
septem dolorum Beatae Mariae Virginia. En Alemania
se señaló por primera vez el viernes siguiente al tercer
domingo después de Pascua como fecha para esta fiesta
en el sínodo provincial de 1413 celebrado en Colonia.
En 1727 fue declarada de precepto general por la Igle¬
sia, señalándose el viernes después del domingo de Pasión
para celebrarla (17). Ahora bien, de estos siete dolores
el causado por el estado de la desolación tristísima de la
Madre de Dios después del santo entierro, es el último.
Y .este séptimo dolor es conmemorado especialmente el
sábado santo. De donde el que también en los ejercicios
espirituales de San Ignacio, se señale el séptimo día de
la semana para la consideración “de la soledad de Nues¬
tra Señora con tanto dolor y fatiga”.
Planteándonos ahora la cuestión de por qué en la
devota España tardaron tanto en ser usuales estos nom¬
bres marianos secundarios (no ha podido señalarse do¬
cumentalmente ninguno- antes del año 1615), de las in¬
quisiciones de Menéndez Pidal viene a inferirse lo si¬
guiente:
En tiempos de la Contrarreforma era costumbre en
todo el radio de la Iglesia católica romana y no sólo en
la zona religiosa española atribuir a un {santo, a un
teólogo eminente o a un asceta, el sobrenombre del mis¬
terio a cuya plática, defensa, glorificación o devoción
se había consagrado especialmente. Un religioso portu¬
gués del siglo XV)L se llamaba Emmanuel de Concep-
tione, Juan Bautista de la Concepción en español. Soror
María ab Incarnatione una carmelita francesa, etc. Con
frecuencia pueden haber tenido estos atributos más el
sentido de una promesa o de un voto que el de algo ya
cumplido. Pasar del atributivo religioso al advocativo
y apelativó es cosa fácil, algo que en medio de virtuosos
profesionales del servicio divino, no tropieza con obs¬
táculos. Mucho menos natural, diríase que imposible,
tuvo que haber sido para los seglares atribuirse tama-
(17) V. Ludwing Eisenhofer: Hanbduch der Katbalischcn Litur-
gik, T. I. p. 596 s. Freiburg i. Br. 1932.
66
KAJRjL VOSSLEiR
ños títulos de gloria, dedicativos y “noms de batailleV
Lo comente era la humilde y devota costumbre de dar
a los recién nacidos, al bautizarlos, el nombre del santo
del día en que habían nacido. Por necesidad de amparo
y en señal de creyente confianza se hacía del natalicio
el día onomástico. Mas he aquí que el año 1614 se
encendió en Sevilla una enconada disputa entre las ór¬
denes mendicantes sobre la doctrina de la Inmaculada
Concepción de María. Las discusiones fueron tomando
incremento y se propagaron por toda España. No me¬
nos de ciento sesenta impresos sobre el tema salieron $
la luz en los años 1615-65. En los años 1615-19 se
celebraron grandes fiestas en honor de la ‘ ‘Inmaculada"
en Sevilla, Granada, Salamanca, Baeza, hasta en Lima
del Perú. En tal sazón escribió Lope de Vega, por en¬
cargo de la Universidad de Salamanca, • su desenvuelta
pieza festival “La limpieza no manchada’’, representada
en octubre de 1618. La lectura de esta obra en la que
sutilezas dogmáticas, fresca poesía popular, agreste y
chancera lozanía, burla estudiantil, cantos de indios y
andanzas de negros, alegorías y teatral artificio se mez¬
clan despreocupadamente, nos ofrece un trasunto, más
fiel que todas las estadísticas bibliográficas, de la exci¬
tación que se había apoderado de los ánimos, prendien¬
do en el pueblo todo, con motivo de la disputa teoló¬
gica sobre la Inmaculada Concepción de María (18).
Para celebrar la fiesta de la Inmaculada se había fijado
ya desde el Concilio de Basilea el 8 de diciembre y en
diciembre de 1615 fue bautizada, por primera vez una
niña nacida en Sevilla con el nombre de María de la
Concepción. Y en 1637 fue bautizada, también en Se¬
villa y con el mismo nombre, una esclava morisca. En
Madrid se da el primer caso el primero de enero de 1622
en Ja Parroquia de San Sebastián. Queda ya abierta la
puerta.:. A partir de 1625 y 1641, respectivamente,
encontramos nombres marianos semejantes — Presenta¬
ción, Asunción, Encarnación — en las fes de bautismo
de Madrid y Sevilla, y algo más tarde en Zaragoza y
Barcelona. La creciente popularidad de estos nombres,
(18) Se incluye la obra en el t. V de las obras de Lope de Ve'ga
p. p. la Academia española, Madrid. 1 895, fp. 1 95 ss.
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA
57
4e los cuales Concepción (Concha) sigue siendo el más
frecuente, queda evidenciada por el hecho de que se re¬
gistren los bautismos con dichos nombres marianos, en
meses distintos a los correspondientes en cada caso a la
fiesta preceptuada por la Iglesia. Parece que en muchos
casos daban la pauta los nombres de las hermanas de
los Conventos vecinos.
Otro grupo de nombres marianos trae su origen de
menos dogmáticos y litigantes impulsos, 4c una devo¬
ción de índole más apacible, ya aparezcan ligados a de¬
terminados santuarios e imágenes devotas, ya reposen
en momentos psíquicos y estados de ánimo atribuidos
a la Santísima Virgen. No es fácil aquilatar exactamen¬
te estos motivos, porque muchas imágenes de María, es¬
tán temperamentalmente matizadas y las designa, según
la expresión psíquica que representan, como , imagen
"dolorosa", "misericordiosa", "auxiliadora", etc. Con
frecuencia la elección del nombre de pila está determina¬
do por un acontecimiento eclesiástico, una gran proce¬
sión, etc. Así, por ejemplo, el nombre de María del
Pilar, vinculado como es sabido a Zaragoza como sede
de la Virgen del Pilar, aparece como nombre de pila
por primera vez en Madrid, dando a ello motivo la pro¬
cesión del año 1675. A su vez otros nombres tienen
un límite local, como el curioso nombre de Monserrada,
que se registra ya desde fines del siglo XVI. Sólo en¬
contramos este nombre en territorio catalán, como ho¬
menaje a María del Moriteserrat. María del Sagrario es
nombre solariego toledano, María de la Ailmudena ma¬
tritense, etc., etc.
En nuestra María de la Soledad — por modo seme¬
jante a lo que acontece con Dolores y Angustias — pa¬
recen confluir dos clases de motivos: a la memoración
de los días de Semana Santa y los dolores de la Santí¬
sima Virgen, viene a unirse el recuerdo de los santua¬
rios e imágenes de Madrid, de Granada, de Sevilla, alu¬
sivos a dichos dolores. En los cuadros y en la imagi¬
nería apenas empieza a precisarse típicamente María de
la Soledad antes de 1670, y ello ocurre por vez prime¬
ra en Andalucía. Pero el nombre de pila Soledad no ha
podido encontrarse, hasta ahora, en los libros parro-
68
KARL VOSSLER
quiales de los siglos XVI y XVII, examinados por
Menéndez Pidal. Se incluye entre los nombres maria-
nos tardíos. En el conocido romance “Supuesto que
me han pedido”, sobre nombres y cualidades femeni¬
nas, en el que se inserta una serie de nombres marianos,
como Concepción, Dolores, Carmen, Merced, Esperan¬
za, Rosario, Pilar, Guadalupe, Loreto y Encarnación,
buscaremos Soledad inútilmente. Cierto que es difícil
precisar la fecha del romance, que ha llegado a nosotros
en un folleto del siglo XVIII (19). Mas puede, no obs¬
tante, considerarse corno cosa segura que Soledad no
pertenece a los nombres marianos motivados dogmáti¬
camente y que sólo de indirecto modo le fue preparado
el terreno por la controversia sobre la Inmaculada Con¬
cepción. Por su naturaleza alude antes Soledad a la
devoción burguesa, doméstica y ya un poco sentimen¬
tal del siglo XVIII, el siglo de los sainetes populares de
Don Ramón de la Cruz, según observa Menéndez Pidal,
a quien en esta cuestión cedemos, como es de razón, la
última palabra.
La aportación de hechos, tanto en lo que se refiere
al aspecto verbal como en lo que respecta a la significa¬
ción, desde el punto de vista histórico, tal como nos¬
otros,/ compendiadamente y a grandes rasgos, la hemos
intentado aquí, podría fácilmente desvanecerse en la
imprecisión si dejáramos de formarnos un concepto cla¬
ro de qué cosa es la soledad cabalmente. Sólo una vez
amurallado el fundamento lingüístico de la palabra
soledad en el terreno lógico del concepto correspondien¬
te, podremos pasar a la consideración de la historia de
la poesía que se encarama y enreda en esta armazón con
,1a fronda de su ramaje y la lujuria de sus brotes.
El concepto soledad.
La soledad completa no se da en el reino de los
seres vivos. Todo ser vivo tiene su mundo, su medio,
en . el que crece y se desarrolla y del que sólo le arranca
la muerte. Ni es lógicamente imaginable un sujeto so-
(18) V. Agustín Durán: Romancero general, B. A. E. t. XVI.
p. 407 ss. (1355). '
POESIA DE LA SOLEDAD E*N ESPAÑA 69
litaría, 1 un sujejto sin objeto. Si el sujeto pensante se
aísla, este acto se logra sólo a costa de hacerse a sí mismo
objeto de su pensar, de oponer su yo a un tú o a un no
yo, su ser así a un ser de otro modo, su unidad a una
pluralidad o multiplicidad, su aquí a un allí, su ahora
a un antes o después, su estado absoluto a una relación,
su independencia a, una dependencia, su libertad a una
vinculación, etc. Sólo se da, pues, una soledad relativa
o aproximativia y nunca una soledad total, ya se aspire
a ésta como fin último, o se eluda. Si el lenguaje fuera
lógico nunca debería hablarse de . soledad pura y sim¬
plemente, sino de una inclinación o un desvío por lo
que se refiere a ella.
Cuando nos restringimos a las circunstancias huma¬
nas solemos oponer soledad y sociedad. Ahora bien:
¿cuál de’ los dos estados ha de considerarse como el más
natural? Por lo pronto el social, no hay duda. Así lo
vieron los antiguos, así lo vió Aristóteles y hoy mismo
nos inclinamos nuevamente a ver el caso normal y na- *
tural en el hombre que vive en sociedad y a la comuni¬
dad se atiene, considerando, en cambio, al solitario como
una excepción más o menos contra o extranatural. La
lengua portuguesa, de la que partimos, parece también
situarse en este punto de vista. Pues si el estado de so¬
ledad se equipara sin más al de anhelo, nostalgia y lan¬
guidez, tal como en eb sentido verbal de saudade ocurre
y hasta cierto punto también en la palabra castellana
soledad, este juego de significados ha de basarse, cierta¬
mente, en un .modo de pensar sociable y propicio a la
comunidad.
Pero hay también épocas -y pueblos en que el in¬
dividuo solitario figura como norma, como prima natu¬
raleza, y se le exalta como dechado, repudiándose en
cambio a la sociedad como cosa bastardeada y contra¬
natural o a lo natural remota. Son los llamados pue¬
blos y épocas pesimistas, que, por desánimo o por el
desengaño de una desdichada experiencia, abominan del
estado cultural de la sociedad que padecen, como, por
ejemplo, los indos, la Antigüedad declinante, los días de
Cristo y ¡de los estoicos, el siglo de Rousseau y Kant,
así como los snobs 'primitivistas de nuestra época y,
60
KARL VOSSLBR
más o menos, los empollones desabridos de todos los
tiempos. Pero es que pesimismo y optimismo no son
algo absoluto, sino direcciones de nuestro saber y en¬
tender, de nuestro querer y desear. Son algo que alter¬
na en el tiempo y se templa en virtud de este cambio,
al modo como los estilos de vita activa y vita contem¬
plativa se condicionan y reemplazan o se combinan.
Por lo demás no siempre, ni de modo absoluto, trae lo
contemplativo aparejada la cosa de la soledad, ni lo ac¬
tivo va de la mano de lo social siempre. El solitario
puede mantenerse dentro de lo activo y dentro de lo
contemplativo el solitario, excepcionalmente por lo me¬
nos. Claro que un hombre radicalmente activo se ads¬
cribirá, a la larga, difícilmente a la soledad, ya que a
la postre advertirá que es desfavorable a’ su naturaleza,
así como, viceversa, el contemplativamente predispuesto
huirá de la sociedad una vez y otro, y buscará su sole¬
dad por lo menos temporalmente, encontrando en ella
consuelo, recogimiento y sosiego. Con este asunto de
sociedad y soledad entramos de plano en el terreno ar¬
bitrativo de las inclinaciones, de los instintos, del agra¬
do, de la llamada cuestión de gustos, y con ello también
en el reino de la poesía.
A veces, sin embargo, diríase que la laxa y casi ca¬
prichosa relación de reciprocidad entre "solitario” y
"social” ha de adquirir una rígida intensidad. Y ocu¬
rre esto, efectivamente, allí donde la soledad es elevada
a valor religioso y petrificada en lo absoluto, es decir,
allí donde es desvalorizada la vida entera con toda su
multiplicidad y toda la trabazón de sus criaturas, donde
el espíritu absoluto niega todo lo vivo como mengua
y pecado. El budismo representa, con rigor pleno, esta
creencia. El cristianismo sólo se sirve de ella ocasional¬
mente, sólo cuando se trata de quebrantar corazones en¬
durecidos, orgullos desalmados. Fué el apóstol San Pa¬
blo quien en el pensamiento cristiano introdujo las ideas
de la impureza y abyección de la naturaleza humana y
el concepto del pecado original, temados del pesimismo
oriental y helenístico. Con ello se abrió plaza, hasta
cierto límite, en el sagrado de la Iglesia cristiana a los
anacoretas, a la expiación cenobítica y a formas de vida
POESIA DE LA SOLEDAD EN ESPAÑA
ax
monástica. Podría tambáén determinarse conceptual¬
mente la cuestión diciendo que a los occidentales la so¬
ledad les es familiar como concepto relativo y privativo,
no como concepto absoluto y universal. La soledad,
por mucho que se intensifique, jamás coincide totalmen¬
te en nuestra conciencia con el concepto de la unidad del
universo. Por grande que nuestra soledad sea, siempre
tenemos en el propio pensamiento algo que nos acom¬
paña. Sólo en el grado de destrucción extática de la
conciencia y el místico olvido de sí mismo coinciden
soledad y unidad del universo.
Los místicos de Occidente, bajo la sugestión de los
místicos orientales, aspiraron también, es cierto, a este
grado último, a esta noche profunda, cabalmente en
España. Ahora bien, no como base de nuestra conside¬
ración, sino como caso de confín solamente tiene im¬
portancia para nosotros esta fase. Señala el punto de
crisis en el tránsito de tono pesimista al matiz optimista
de la idea de la soledad, o bien el paso de la afirmación
a la negación de los estados sociales y los estilos socia¬
les de vida. Dicho de otra manera, la soledad como
noche mística supone para nosotros una fase de tránsi¬
to, una especie de zona oscura en la senda espiritual, y
esto desde el penitente de los tiempos medios al idílico
humanista y desde el ascetismo barroco a la ilustración
filosófica, en una palabra:, dentro del proceso que va
del desprecio del mundo a su renovación y elucidación.
Pero no vamos a silenciar el riesgo de esta zona, ni a
dejar de encararnos con el hecho de que frecuentemente
ni aún los mejores logran consumar el tránsito, y que¬
dan en la noche de su vital negación adormidos.
(Traducción de Ramón de la Serna).
K A R L
V O S 6
L E
R
L
A S
E
L E G I
A
(EL DESOÑADO)
En el alba engendraste mi alma perdurable.
El cuerpo ya era sobre la seca tierra,
entre niebla e inocencia por las formas herido.
Fué tu voz quien condujo el destino a mis ojos,
revelando al dolor la razón de la llaga.
Recliné en tu pecho mi fatiga de hombre
y soñaste en mi nada estas alas que porto.
El aire y el espacio también tú los creaste
y maduró la vida sostenida en tu sueño.
Despertar no debía, mas en mi propio cuerpo,
un grito derribado clamaba por el sol.
Y dije apasionado: No quiero que me sueñes.
Quiero herirme en la luz y en la tiniebla ajena,
. ser dueño del destino y el sentido profundo
que en armonía tejen los actos de los hombres.
Tengo alas que vibran y que en tu aire denso
cual almendros de yelo se quiebran tristemente.
Y este amor, esta ansia que despierta en mi sangre
quiere ser en las carnes inviolado recuerdo.
Oh, cuanto exista mi ser cantara tu presencia,
pues raíz eres tú que para mi vida labra
el sonido, la forma y el hálito de amor.
Con el lento cansancio de quien oye palabras
sabidas de antemano, por el tiempo ya dichas,
con la espesa fatiga del que dibuja un sueño
que la primera luz destiñe con sus pasos,
tú me olvidaste. Yo ignoré tus lágrimas:
mis ojos embebidos en su claror naciente
ciegos' estaban para todo llanto.
Sentí caer mis alas sobre una aurora fría,
en un silencio vasto de mármoles quebrados,
donde el aire paseaba en soledad absorta
y la muerte brotaba donde lá propia vida,
escondiendo su rostro tras laureles eternos.
i
Ya mis ojos se hirieron en el temprano otoño,
de las luces y formas, mordidas por la sombra.
TTna luz muy triste coronó mi figura.
Tener el infinito sin amor es la nada
y querer es donarnos al más incierto ensueño
y en un perfil morir que no es el nuestro.
Vi mi libertad cual una ciudad desierta,
como una niebla dura donde nada creciera,
vi la pena, el amor, irguiendo sus espinas,
el tiempo indiferente que nos deja, llevándonos,
vi nombres ya marchitos, y manos desoladas,
y ser sólo el recuerdo en memorias de humo.
/
R O Q U E
ESTEBAN
S c arpa
t
LA ACTJA ®iL TBilMilP1©
• EL PORVENIR DEL HOMBRE.
Al cabo de un año largo, se ha llegado a saber que la
bomba atómica produce efectos más duraderos y secretos que
los inmediatos a su explosión. La experiencia de Bikini fué*
hasta cierto punto “consoladora”. La mayoría se imaginaba
que no iba a quedar ni rastros de los buques de guerra que
sirvieron de blanco, y que todos los animales desaparecerían.
Pero al ver que algunos barcos ni siquiera se habían hun¬
dido, y que muchos animales permanecían vivos, algunos res¬
piraron con cierto alivio. Sin embargo, los estudios médicos
realizados hace poco tiempo entre los sobrevivientes de Hiro¬
shima y Nagasaki, han sido reveladores. Los efectos de la
bomba atómica sobre el organismo humano, en aquéllos que
aparentemente no sufrieron heridas o mutilaciones externas,
son espantosos. Una influencia dañina sobre los órganos
genitales, influencia oculta, de lenta y segura acción, amena¬
za a lbs hijos y nietos de los que se “salvaron” en las ciuda¬
des bombardeadas. Debilidades congénitas, ceguera, predispo¬
sición a numerosas enfermedades, esterilidad, y la amenaza
de una generación nacida para la pronta muerte, es el re¬
sultado general de estas experiencias de los físicos. Es decir,
que los efectos de la formidable máquina inventada para ter¬
minar guerras, han de producir en la humanidad tan nefas¬
tas consecuencias, que pueden exterminarla más dolorosa y
seguramente que los propios conflictos bélicos. Delicias del
progreso bien llevado y de la satisfacción intelectual del hom¬
bre soberano.
0 SELECCION MAS O MENOS NATURAL
Una de las cosas inadmisibles en el hitlerismo fué aquel
culto del seudo-mejoramiento del hombre mediante procedi¬
mientos antropotécnicos e intervenciones en la íntima liber¬
tad e integridad de la naturaleza física.
Pero ahora vemos que los científicos de los pueblos ven¬
cedores empiezan a preocupare intensamente del .posible
“mundo mejor” y aceptan, con otros colores, por supuesto, los
principios que ayer les hacían verter lágrimas de indignación.
En publicaciones francesas recientes, Georges Mounin y Jean
LA AGUJA DEL TIEMPO
65
Rostand estudian la posibilidad de una humanidad encanta¬
doramente perfecta. Rostand sostiene que “de ahora en ade¬
lante, es innegable que adoptando por nuestra cuenta los mis¬
mos métodos que se han probado en la cría de animales y
en agricultura, y que nos han conducido a aumentar la can¬
tidad y calidad de la lana, lá carne, la leche y los huevos,
podríamos, en el espacio de unas cuantas generaciones, ele¬
var de un modo muy apreciable el nivel físico e intelectual
de la humanidad... Pero para obtener tal resultado — con¬
tinúa el conocido biólogo francés — tendremos que recurrir a
procesos de selección reproductora que, bien conocidos por
los criadores, permitan, partiendo de algunos individuos de
“élite”, transferir a la mayoría del rebaño (esta es la pala¬
bra que usa: TROUPE AU) al menos una parte de sus cuali¬
dades hereditarias”. i
En el párrafo siguiente, muestra su repugnancia ante la
posibilidad de tratar a la humanidad como a los animales, y
dice que “bajo ningún pretexto consentiremos en tomarnos
por bestias, aunque la biología nos asegure que éste sea el
único medio de acentuar la separación entre los animales y
nosotros”. Pero, acto seguido, en el mismo ensayo, termina:
“A medida que se extienda la ciencia de lo hereditario, a me¬
dida que los asuntos de reproducción vayan perdiendo su ca¬
rácter de indecencia y de misterio, a medida que el hombre
adquiera una visión más precisa de cuanto debe a la técnica
en todos los dominios, a medida que, en su propio interés,
llegue a racionalizar la procreación, tal vez se acostumbre a
la idea, hoy tan chocante, de una selección humana”.
• DELICADEZA DE SENTIMIENTOS, O LA CULPA NO ES
DE NADIE.
Daniel Rops ha publicado, hace unos meses, un libro ti¬
tulado “Jesús en su tiempo”, profundo, claro, documentadísi¬
mo, tratado desde un punto de vista cristiano, en el que se
presenta la . vida del Redentor considerada históricamente,
pero sin complacencias racionalistas, antes al contrario, ani¬
mado por una ardiente fe que se complementa con la verdad
histórica y el análisis de los hechos reales. Hay un pasaje de
este libro, relativo al proceso de Cristo, que dice: “El rostro
de Israel perseguido llena la Historia, pero no puede hacer
olvidar aquel otro rostro manchado de sangre y de escupi¬
tajos, del que la multitud judía no tuvo compasión”. Este
párrafo ha suscitado varias reacciones indignadas. Primero,
el profesor Jules Isaac, en una carta publicada en la revista
“Europe”, ha hecho estallar el escándalo. Después, Stanislas
66
LA AGUJA DEL TIEMPO
Fumet, lo ha continuado en “Les Lettres Francaises”. Mon-
sieur Fumet no desdeña colaborar con el comunismo en estos
momentos. Es uno de esos casos tristes que dejan ver las
crisis lamentables por que pasan los pueblos y los hombres
en los años turbados y confusos que vivimos. El autor de
tantas obras resplandecientes ayer por su catolicismo, ha fun¬
dado, al parecer durante la guerra, una publicación semanal
y una organización por la libertad, que le va llevando, des¬
paciosa y entusiastamente, por la cuesta abajo de la compla¬
cencia colaboradora con los negadores esenciales del orden
cristiano, que tiene su base imprescindible en lo sobrenatural.
Fumet, muy del momento, muy de acuerdo con su posi¬
ción de mano tendida, ataca a Daniel Rops (en el semanario
comunista citado) por este párrafo. Es un párrafo antise¬
mita, que no hay derecho a escribir en estos momentos, cuan¬
do han sido vencidos los odios de raza. Fumet se olvida de
aquello de “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros
hijos”, que no lo ha escrito precisamente M. Daniel-Rops* sino
©tro autor mucho más digno de crédito. En el alegato de
Fumet aparece, con , relación al proceso de Cristo, el nombre
“Gestapo”. ¡Qué delicadeza, qué humanitarismo tan sutil es
éste a que hemos llegado!
* LAMENNAIS DE ACTUALIDAD.
Otro escritor católico, según dicen, es Loys Masson, que
empieza a lucir en las nuevas letras francesas. Acaba de pu¬
blicar un ensayo sobre el pobre Lamennais, en el que enal¬
tece la memoria del famoso renovador v recalcitrante rebelde
frente a la Iglesia, del excomulgado de la Chesnaie. El ar¬
tículo empieza con un aterrorizado grito ante la posibilidad
de que la Inquisición sea restaurada en el mundo, _ sin que
venga a cuento — con una queja por “los gruñidos antisovié¬
ticos de Mr. Bevin”. Después se habla de la amenaza de una
internacional negra (sin aludir para nada a la de una inter¬
nacional roja) y se coloca a Lamennais como un mártir de
las ideas renovadoras. Todo está hecho con una habilidad
escurridiza y resbaladiza. Se procura contemporizar, no decir
nada directo contra los que condenaron a Lamennais, juzgar
las cosas por fuera, pero lo cierto es que el fundador de
L Avenir” aparece como una víctima del oscurantismo y co¬
mo uno de los hombres importantes que la Francia actual
debe tener presentes. Que no se aleje Lamennais, es lo que
pide M. Loys Masson, cuyo artículo termina con esta equili¬
brista afirmación : “Repito, para que todo equívoco sea disi¬
pado. y que aquéllos que me espían y observan (pienso en el
LA AGUJA DEL TIEMPO
67
R. P. Bar jen, de “Etudes”) queden desarmados: al hablar de
Lamennais, no es que yo piense rebelarme como él y con él.
Lo cito solamente como símbolo, y sin duda que no puedo
encontrar otro más brillante: de un esfuerzo constante, des-
interesado, estoico a pesar de los peligros, hacia una religión
liberada de las incidencias temporales, mejor dicho, rejuve¬
necida. Pues este excomulgado es, a pesar de todo, el que
nos muestra el camino”.
Ni una palabra sobre Lacordaire y los otros. La verdad
es que para este católico que no quiere rebelarse, la Iglesia
es un asunto de poco más o menos.
9 JUGANDO A LOS SOLDADOS.
Molotov pidió, hace ya unos meses, una reducción mun¬
dial de los armamentos y la abolición de la bomba atómica.
Stalin declaró que los rusos no tenían más que sesenta divisio¬
nes en Europa Occidental, en tanto que, pocos días antes,
anunciaba que 200 divisiones rusas, en pie de guerra, esta¬
ban apretadas desde el Báltico al Mar Negro. Las revelacio¬
nes, las acusaciones y las refutaciones se suceden en los pe¬
riódicos eslavos y anglosajones, con intermitencias de calma,
cuando se dedican a hacerse carantoñas pasajeras.
De 1.700,000 hombres, los ingleses tienen 473,000 en Eu¬
ropa, 234,000 en el Cercano Oriente, 150,000 en la India y Bir¬
mania, 20,000 en las Indias Holandesas ,y 38,000 en el Japón.
Be 3.000,000 de soldados, los americanos tienen 329,000 en
Europa, 26,000 en Alaska, Groenlandia e islandia, 50,000 en
Corea, 29,000 en China Central, 65,000 en las Filipinas y otras
islas del Pacífico, 140,000 en el Japón y 50,000 en Panamá.
Y, en fin, de 5.000,000 de hombres, los rusos mantienen
725,000 en la Europa ocupada, 946,000 en los países satélites y
en las fronteras turco-iranias, 75,000 en Manchuria y 190,000
en Corea.
Ante semejante cuadro, los dos grupos presentes no de
Sarán de indignarse. Los rusos argumentarán que los Esta¬
dos Unidos mantienen fuera de sus fronteras el 23 % de sus
fuerzas, e Inglaterra el 54 %, en tanto que Rusia no ha en¬
viado al extranjero sino el 36 % de las suyas, a pesar de la
longitud de sus fronteras terrestres. Por su lado, los anglo¬
sajones no dejarán de hacer ver que ellos no tienen más que
80 divisiones en armas, cuando Rusia mantiene 200 sólo en
Europa.
Cerca de dos años después del final de las hostilidades,
hay todavía en el mundo demasiados soldados, cruceros y
bombarderos. Es una linda manera de llevar a cabo eí
Desarme. .
68
LA AGUJA DEL TIEMPO
# ¿LIBERTAD RELIGIOSA?
Es continua la campaña del protestantismo por una pre¬
tendida libertad religiosa en los países católicos. Por su ex¬
cepcional autoridad damos a continuación un reciente artícu¬
lo del P. Murphy, jesuíta norteamericano, profesor de Teolo
gía del Weston College de Boston, publicado en la revista ja-
veriana de Bogotá.
La oposición universal de la jerarquía católica de Ibero -
América a la “invasión protestante” es una auténtica reac¬
ción católica contra ía propagación de la herejía entre los
hijos de Dios. Serían a la verdad pastores indignos si deja¬
ran de llamar la atención de sus fíeles acerca de la amenaza
a la integridad de su fe y a nuestra unidad católica. Los pue¬
blos de Suramérica tienen tanto derecho de proponer los tér¬
minos de relaciones interamericanas como los Estados Unidos.
Los países iberoamericanos deben estar alertas contra las
actuales tácticas sutiles de sus enemigos religiosos. No hay
nadie que ponga en tela dé juicio que las Sectas protestantes
han sido, son y — podemos suponerlo — seguirán siendo ene¬
migas del catolicismo. La estrategia actual del protestantismo
consiste en hablar alto sobre libertad de religión. Muchos de
ellos pretenden que el moderno movimiento por la libertad
debe imputarse directamente a su influjo en el mundo. Cons
tantemente están señalando a Inglaterra y Estados Unidos
con sus libertades como producto del pensamiento protestan¬
te. No están, en cambio, muy prontos para proclamar todos
los horrores que están abrumando a la Humanidad a causa
de la libertad que pretenden haber patrocinado. Es táctica
actual de los protestantes el lanzar a la Iglesia Católica a
la defensa, sugiriendo e insinuando que los católicos no con¬
ceden libertad de religión, que los países católicos privan a
las sectas no católicas de su derecho natural para propagar
sus credos.
Un conocimiento superficial de la historia nos demostrará
que los protestantes no amaron siempre en tan alto grado
esta clase de libertad que ahora, a tambor batiente, predican
al mundo, y que tan descaradamente exigen de los países ca¬
tólicos. Basta recordar la supresión, a veces brutal, del cato¬
licismo en Inglaterra, Noruega, Suecia, Finlandia y los Esta¬
dos Unidos para verificar que el amor a la libertad no ha
sido siempre una virtud protestante. Basta recordar el ba¬
gaje de odio, de desfiguración y propaganda que amontona
el protestantismo auténtico para verificar que este clamor de
ahora por la libertad no es genuínamente protestante. Sería
error lamentable sí los países o los Gobiernos de Suramérica
se dejaran arrastrar por esta novísima propaganda por la li¬
bertad. El protestantismo espera con esto poner trabas a
LA AGUJA ,DEL TIEMPO
69
tos gobiernos para que se vean constreñidos a abrir las puer¬
tas de esos países a la diseminación al por mayor del pro-
testantimo dívisionista. Los católicos deben recordar en todas
partes una vez más el “Syllabus de Errores Modernos”, reco¬
pilado bajo Pío IX. La integridad de nuestra fe católica y
la estabilidad de nuestra católica unidad pueden ser aniqui¬
ladas Lábilmente por medio de esta moderna doctrina acerca
de la libertad espuria, de la que el protestante no es el úl¬
timo apóstol.
Nuestra fe católica nos enseña que nadie puede lograr
el camino de salvación eterna; menos, alcanzarla en cual¬
quier religión y guiado sólo por la luz de la razón. Enseña
ella que el protestantismo no es simplemente una forma di¬
ferente de^ la única verdadera religión cristiana, en la que
un hombre puede agradar a Dios de la misma suerte que
cuando está dentro de la Iglesia católica. El protestantismo,
en todas sus múltiples formas, es una herejía, y como tal,
cuando se presenta entre católicos, es nada más que un lobo
vestido con piel de oveja. Y porque es una herejía carece
de todo derecho delapte de Dios. No tiene derecho de existir
y, por ende, no posee derecho de propagarse. Esto es lo que
tenemos que sostener como católicos si creemos que la Igle¬
sia es el medio divinamente establecido para la salvación. La
jerarquía de Iberoamérica merece la alabanza de todos los
católicos por haber mantenido su firme posición católica acer¬
ca de este conturbador problema. Es la actitud de la Santa
Sede, que ha invitado a estas sectas a volver a la unidad de
la fe y a no propagar sus odiosas divisiones so capa de líber
tad religiosa.
Aquí, en Estados Unidos, nosotros conocemos algo de ese
amor protestante por la libertad. Nuestra historia recuerda
varios ejemplos de su odio y persecución á los católicos. Uno
de los más destacados ejemplos de los tiempos recientes fue
la furia y la acometida protestante al catolicismo cuando Al¬
fredo Smith, católico, era candidato a la Presidencia en 1928.
Los protestantes echan en olvido con gran facilidad y rapidez,
sus propias tácticas al profesar ahora amor a la libertad. En
la época actual la Iglesia católica es el blanco constante de
los tiros de los jefes protestantes. La queja de que los go¬
biernos y los eclesiásticos de América del Sin* resisten la in¬
filtración protestante se ventila ampliamente. La jerarquía
de los Estados Unidos es violentamente criticada porque ha
expresado su simpatía a los Obispos de Iberoamérica en su
lucha contra la amenaza protestante. Se acusa a los cató¬
licos de Norteamérica de haber forzado al Departamento de
Estado a rehusar dar pasaporte a ministros protestantes que
están impacientes por lanzar su última campaña divisiona-
t
LA AGUJA DHL TIEMPO
70
ria en Suramérica. Esos ministros parece que no acaban de
entender que son indeseables; a quienes los países de Ibero¬
américa tienen pleno derecho de excluir, ya que amenazan
el orden interno del Estado. Las revistas protestantes andan
constantemente agitando la amenaza de la jerarquía católica
en los Estados Unidos. En ellas se presenta a los eclesiásticos
iberoamericanos como francos o secretos fascistas, aunque
aquí haya un número más que regular de ministros protes¬
tantes que son simpatizantes declarados del comunismo.
Constantemente vuelven sobre lo que ellos llaman el atraso
e indolencia de la Iglesia en Suramérica. En ellas se pinta
a los fieles de Iberoamérica como llenos de superstición e ido¬
latría. Mientras a sí mismos se presentan como mensajeros
de la luz y de la libertad social y religiosa ante las masas
oprimidas de nuestro continente. Gobiernos progresistas son
para ellos los que permiten a los protestantes la entrada en
sus países. Los gobiernos que les ponen coto y los excluyen
se llaman retrógrados.
Sería un error fatal el que los católicos de Iberoamérica
se sometieran a la definición de libertad que dan los protes¬
tantes norteamericanos. Si vosotros no aceptáis su definición
de libertad al punto os señalarán a todo el mundo como ene¬
migos de la libertad por el solo hecho de hacerles) frente.
Nosotros debemos mantenernos firmes en nuestra definición
de libertad. Los protestantes no aceptan esta definición ca¬
tólica, porque ven claramente que ella condena su idea de
libertad y su posición. No hay razón para que nosotros acep¬
temos su definición de libertad, sobre todo sabiendo como
sabemos que ella se ha inventado para condenar la única
religión autoritaria que queda en pie en el mundo. Hay que
recordar siempre que la definición protestante de libertad no
tiene nada qué ver con la verdad o la autoridad, al paso que
son inseparables de nuestra definición de libertad. Nosotros
sostenemos que enfrente a la verdad el entendimiento no es
libre de aceptar o rechazar. Sostenemos que la autoridad,
sobre todo la religión revelada, es una sabia institución di¬
vina que posee el derecho de ser obedecida. En cuanto a la
verdad, muchas son las sectas protestantes que han dejado-
de sostener ya que poseen toda la verdad cristiana. Por lo
que atañe a la autoridad, los protestantes apelan a la Biblia
y al juicio privado, lo cual viene a significar que* no existe
ninguna autoridad religiosa en el protestantismo. Aquel gé¬
nero de obediencia que profesan están sometido a un Cristo
forjado por ellos, no al Cristo conservado en la doctrina y en
la tradición católicas y cuya autoridad fué comunicada a su
Vicario en la tierra. En el momento en que nosostros rin¬
diéramos nuestra idea católica de poseer toda la verdad re
LA AGUJA DEL TIEMPO
71
«i - - - _ _ - - - — ...... — — — . . -» - —
velada y la autoridad del Vicario de Cristo, daríamos por
buena la definición protestante de libertad. Pero es tan ab¬
surda dicha definición de libertad, que hay ministros aquí
en los Estados Unidos afiliados a organizaciones controladas
por el comunismo, empeñadas en la extensión universal
del comunismo y en la destrucción de la democracia. Son
muchísimos los ministros protestantes masones que ya no
profesan nada cfcel cristianismo. Tan sorprendente es esta
libertad protestante que ya no logran convenir en ninguno
de los grandes principios cristianos, y sólo convienen en su
hostilidad a la Iglesia Católica. Debemos, pues, permanecer
firmes en nuestra definición de libertad, la cual, por lo que
a la verdad se refiere, no admite libertad para propagar erro¬
res. Debemos aferramos a ella, a pesar de . que se nos des¬
acredite ante el mundo como intransigentes, oscurantistas y
retrógrados por parte de los protestantes.
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“PARADOX, REY”, por Pío Baroja. _ Colección Austral. Es-
pasa-'Calpe Argentina. 1947.
t
Baroja tiene la virtud de la sinceridad que da a sus páginas ese tono
sencillo, de cosa hecha sin técnica, caprichosamente, que las hace fácil¬
mente legibles, interesantes, sin que se pueda atribuir esa' atracción al es¬
tilo ni a lo mismo que relata, sino que procede de cierta gracia, de cierta
honradez natural que amalgama la crítica y la poesía.
Baroja es un escritor con gracia, aun cuando ella toque la malicia
antiamericana ("allí donde se viva naturalmente; allí donde no haya
generales americanos"); un buen definidor de tipos, principales o episó¬
dicos, acusados por dos o tres rasgos de su lenguaje o de su cultura. Esta
novela, libre de una técnica definida, pues está concebida en diálogo con
intermedios líricos y una valoración anímica, tanto de las fuerzas de la
naturaleza, como de los irracionales y los humanos, presenta de una
manera fácil ese pesimismo trascendente que caracteriza la base de su
pensamiento. Se le ha negado habitualmente vuelo lírico al novelista, pero
quien lea con atención podrá comprobar una poesía en tono menor en su
tono nostálgico o desencantado; buena prueba es el “Elogio sentimental
del acordeón" que intercala en el relato. Lo que sucede es que todos re¬
paran en su sarcasmo, en sus opiniones desgarradas: "La moralidad no
es más que la máscara con que se disfraza la debilidad de los instintos.
Hombres y pueblos son .inmorales cuando son fuertes"; "Está bien que
fundemos escuelas, pero creo que debemos establecerlas sin maestros . . .
sin profesores, sin autoridad, si les parece mejor"; "El profesor es una es¬
pecie de papagayo del género Psittacus, familia de los loros"; o en el
tono burlón con que resuelve la disputa salomónica de dos hombres que
se disputan una suegra; "Tú, el que la quieres mal, eres el yerno. Llé¬
vate a tu mujer y a tu sruegra”. Pero, en el fondo, hay siempre un equi¬
librio entre esta realidad, mirada con un lente de desencanto y esa luz
de gloria que su poesía deja caer sobre la naturaleza y algunos personajes.
La cualidad esencial de Baroja reside en que su lectura es fácil, agra¬
da aún cuando reaccionemos ante sus opiniones, interesa y entretiene.
Su filosofía va escurriéndose entre los episodios y descripciones. Crei¬
mos habernos entretenido solamente y hemos tocado hondos problemas
humanos. Por virtud de su maestría, pudimos compartir las vidas ajenas
y crecer en sustancia vital.
S. E. S.
yzsssxaxsz
EN EL MANEJO DE NEGOCIOS O EN LA AD¬
MINISTRACION DE BIENES SIGNIFICA UN
APORTE VALIOSO SERVIRSE DE UNA EX¬
PERIMENTADA Y EFICIENTE
ORGANIZACION
NOS ENCARGAMOS PRINCIPALMENTE DE:
Cumplir órdenes de compra-venta de valores mobiliarios.
Atender al registro de accionistas de sociedades anónimas.
Pagar dividendos sobre acciones o debentures.
Tramitar la compra o venta de bienes inmuebles y efectuar
remates de propiedades.
Urbanizar y lotear terrenos.
Controlar o dirigir la formación de sectores urbanos o barrios
residenciales.
Atender a los señores CORREDORES DE PROPIEDADES
en nuestro carácter de liquidadores de negocios de compra y venta
ya formalizados, para los efectos de servir de depositarios del
precio de compra y destinarlo a la cancelación de los gravámenes
del inmueble
Servir de depositarios en la formación de comunidades que
tengan por objeto la construcción de edificios para vienta de pisos
y departamentos.
Administrar edificios de departamentos y en general propie¬
dades de renta.
Administrar los inmuebles a que se refiere la Ley 6071, que
dispone que los pisos o departamentos de un edificio pueden per¬
tenecer a distintos propietarios.
Fiscalizar el cobro o la inversión de rentas de arrendamiento
de propiedades, cuya administración está confiada a tercera per¬
sona.
Tramitar conversiones de deudas hipotecarias y otras opera¬
ciones de la misma índole.
Atender solicitudes de préstamos a largo plazo, en bonos,
sobre predios urbanos o agrícolas, como representantes del Banco
Hip o t eca rio - Va lp a ra í so .
Desempeñar los cargos de albacea con o sin tenencia de bienes,
depositario o secuestre, liquidador de sociedades civiles anónimas
y comerciales o de cualquie ’a clase de negocios. Síndico o dele¬
gado de síndico en juicios de quiebra. Guardador testamentario
general, conjunto, curador adjunto, curador especial y curador de
bienes.
De acuerdo con disposiciones especiales de la Ley, podemos
administrar los bienes que se hayan donado o dejado a título de
herencia o legado a capaces o incapaoes, pudiendo sujetarse a esta
forma de administración los bienes que constituyen la legítima
rigorosa durante la incapacidad del legitimario.
Disponemos permanentemente para la venta, de sitios en los
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