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Full text of "Estudios"

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Princeton  Theological  Seminary  Library 


https://archive.org/details/estudios1516unse 


EDITORIAL:  '  SINDICAL  IZACION  CAMPESINA”. 
—  GEORGES  BERNANOS:  “EL  MUNDO  DE  MA¬ 
ÑANA”.  —  PABLO  ANTONIO  CUADRA:  “EN- 

f 

TRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA”.  —  LUIS  FELIPE 
VIVANCO:  “MANUEL  MACHADO,  EL  POETA 
DE  ADELFOS,  1874-1947”.  —  KARL  VOSSLER: 
“POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA”.  — 
ROQUE  ESTEBAN  SCARPA:  “LAS  ELEGIAS  -  EL 
DESOÑADO”.  —  CRISTAL  DE  LIBRERIA. 

LA  AGUJA  DEL  TIEMPO:  El  porvenir  del  Hombre  —  Selec¬ 
ción  más  o  menos  natural  —  Delicadeza  de  sentimientos,  o 
la  culpa  no  es  de  nadie  —  Lamennais  de  actualidad  — 
Jugando  a  los  soldados  —  ¿Libertad  religiosa? 


ESTUDIOS 

Mensuario  de  Cultura  General 


Director: 

JAIME  EYZAGUIRRE 
Sub-Director : 
JULIO  PHEL1PPI 
Casilla  13370 
Santiago  de  Chile 


SUSCRIPCION  ANUAL  EN  EL  PAIS . •  $  85.— 

”  ”  ”  ”  EXTRANJERO  .  .  .  Dólares  3.— 


NUMERO  SUELTO . . . .  .  $  8.40 

”  ATRASADO . .  8.— 


AÑO  XV  —  N9  168 


ENERO  DE  1947 


A  LA  HORA  DE  ONCE 

ENCONTRARA  UD.  UN  AMBIENTE  TRANQUILO  Y 

AGRADABLE  EN 

“LA  NOVIA” 

HUERFANOS  ESQ.  DE  AHUMADA 


“SINDICALIZ ACION  CAMPESINA”  (Editorial), 


pág.  3.  —  “EL  MUNDO  DE  MAÑANA”,  por  Georges 
Bernanos,  pág.  3.  —  “ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ES¬ 
PADA”,  por  Pablo  Antonio  Cuadra,  pág.  16.  —  ‘  MA¬ 
NUEL  MACHADO,  EL  POETA  DE  ADELFOS, 
1874-1947,  por  Luis  Felipe  Vivanco,  pág.  32.  —  “LA 
POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA”,  por  Karl 
Vossler,  pág.  41.  —  “LAS  ELEGIAS  -  EL  DESOÑA¬ 
DO”,  por  Roque  Esteban  Scarpa,  pág.  62.  —  CRISTAL 
DE  LIBRERIA,  pág.  72. 

I*A  AGUJA  DEL  TIEMPO:  El  porvenir  del  Hombre,  pág1.  64; 
Selección  más  o  menos  natural,  pág:.  64;  Delicadeza  de  sen- 
■  timientos,  o  la  culpa  no  es  de  nadie,  pág.  66;  Lamennais  dé 
actualidad,  pág.  66;  Jugando  a  los  soldados,  pág.  67;  ¿liber¬ 
tad  religiosa?,  pág.  68. 


+ 


N®  168 


ENERO  DE  1947 


Una  gran  variedad  dentro  de  la  calidad  más  selecta 
ofrecen  nuestras  novedades  editoriales. 


EL  ABATE  MOLINA,  por  Januario  Espinosa.  Trazos  agra¬ 
dables  y  seguros,  que  perfilan  la  personalidad  de  uno  de  los  pri¬ 
meros  sabios  de  Chile.  Un  prólogo  de  singular  riqueza  histlórica, 
escrito  por  D.  Francisco  'Antonio  Encina,  proclama  el  triple  mé¬ 
rito  de  este  libro.  $  60.  Empastada:  $  100. 

LOS  HIJOS  DEL  SOL,  por  Rafael  Emilio  Housse.  Historia, 
religión,  ideales  y  costumbres  de  los  indios  quichuas  del  Perú, 
estudiados  y  descritos  con  la  reconocida  maestría  del  mismo  autor 
de  "Cristo  Jesús".  Un  volumen  de  Biblioteca  "Estrella".  $  70. 

ANTOLOGIA  POETICA  DE  RUBEN  DARIO.  Selección  de 
Norberto  Pinilla,  realizada  con  gran  acierto  en  un  volumen  de 
Biblioteca  "Zig-Zag".  Toda  la  fuerza  creadora  de  Darío  se 
percibe  en  este  libro  destinado  a  iniciar  al  lector  en  la  poesía  del 
Maestro.  $  10. 

ENTRE  ESPADAS  Y  BASQUINAS,  por  Hermelo  Arabena  W. 
A  los  Colegios  Primarios  y  Secundarios,  a  las  Instituciones  Ajt- 
madas,  a  los  Centros  Obreros  y  a  toda  persona  culta  que  ame 
esta  tierra,  ofrecemos  estas  Tradiciones  Chilenas,  fruto  de  ta¬ 
lento,  de  verdad  e  historia.  Un  volumen’  de  Biblioteca  “Estre¬ 
lla".  $  70. 

I,A  JORNADA  DE  LA  MUERTE,  por  Mayne  Reíd,  Aven¬ 
turas  que  galopan  en  las  praderas  del  oeste  de  Estados  Unidos, 
entre  búfalos,  sol  y  pieles  rojas.  Un  volumen  de  Colección  "La 
Linterna".  $  10. 

POR  SALVAR  A  UNA  MUJER,  por  Dornford  Yates.  Una 
aventura  que  cautiva  por  la  simpatía  de  sus  protagonistas,  la 
alcurnia  de  los  personajes  y  el  ambiente  magnífico  de  la  Eu¬ 
ropa  Central,  en  el  cual  se  desarrolla.  Un  volumen  de  Colec¬ 
ción  "Mi  Libro".  $  10. 

EL  PULGAR  DEL  INGENIERO,  por  A.  C.  Doyle.  Vuelve  el 
talento  del  autor  a  plantear  la  poderosa  interrogante  de  todas 
sus  narraciones.  Un  volumen  de  Colección  "La  Linterna".  $  10. 
EL  SEGUNDO  ABC  DE  JUAN  Y  JUANITA,  por  Amanda 
Labarca  H.  El  broche  de  oro  de  la  jornada  de  tres  mesels  ini¬ 
ciada  con  "El  primer  abe"  y  gracias  a  la  cual  €£  posible  la  ini¬ 
ciación  de  la  lectura  y  escritura  bajo  la  dirección  del  maestro,  de 
la  madre  o  de  .cualquier  adulto.  Volumen  en  rústica:  $  15. 
Edición  de  lujo:  $  30. 

Precios:  en:  el  exterior  calcúlese  U.S.  $  0.04  por  cada  peso  chileno. 

Despachamos  contra  reembolso  para  Chile,  sin  gastos  de  franqueo 
para  el  comprador.  En  todas  las  buenas  librerías. 


■rnií'r 


EMPRESA  EDITORA  ZIG  ZAG,  S.  A. 

Casilla  84-D  Santiago  de  Chile 


SINDICALIZACION 


CAMPESINA 


Los  problemas  sociales,  de  por  sí  complejos,  se 
oscurecen  aún  más  cuando  constituyen  el  campo  de  lucha 
entre  intereses  políticos  inmediatos.  Y  eso  es  lo  que  su¬ 
cede  con  la  sindicalización  campesina. 

Encierra  esta  cuestión,  tan  debatida  hoy  día,  dos 
aspectos  que  es  necesario  diferenciar:  su  alcance  electoral, 
y  la  cuestión  de  fondo,  consistente  en  la  necesidad  de 
incorporar  en  forma  más  activa  a  la  'masa  campesina  en 
nuestra  vida  social.  Este  doble  carácter  complica  las  po¬ 
siciones  que  han  adoptado  frente  a  la  materia  los  pode¬ 
rosos  grupos  en  lucLa.  Tanto  los  partidarios  como  los 
contrarios  a  la  sindicalización  esgrimen  razones  y  ar¬ 
gumentos  en  muchos  sentidos  verdaderos,  pero  que,  por 
referirse  a  planos  distintos,  no  se  excluyen  y  son  incom¬ 
pletos.  Es  ese  hecho,  precisamente,  el  que  da  al  asunto 
el  complejo  y  oscuro  carácter  que  ha  tomado. 

Enfocada  la  materia  en  sus  líneas  generales,  es  in¬ 
dudable  que  nuestra  población  campesina  no  ha  sido  in¬ 
corporada  aún  en  la  vida  social  activa.  Constituye  un 
sector  que,  como  consecuencia  del  régimen  de  inquilinato, 
de.  nuestra  extensa  geografía  y  de  sus  difíciles  medios  de 
comunicación,  ha  llevado  un  ritmo  de  evolución  social 
mucho  más  lento  que  el  obrero  de  las  ciudades.  Pero, 
por  otra  parte,  ese  mismo  hecho  ha  permitido  conservar 
muchos  valores  de  gran  importancia,  herencia  de  una 
tradición  cristiana.  El  “huaso"  no  sabrá  todavía  de 
reivindicaciones  sociales,  de  organizaciones  de  resistencia, 
de  lucha  y  derechos,  pero,  en  cambio,  mantiene  una 
personalidad  vigorosa  y  un  buen  sentido  ya  borrados  en 
la  masa  gris  y  uniforme  del  obrero  de  la  gran  ciudad. 

Frente  a  este  doble  hecho,  los  bandos  se  agrupan 
en  posiciones  intransigentes,  que  amenazan  causar  grave 
daño.  El  comunismo,  por  una  parte,  fiel  a  su  criterio 
marxista,  estima  que  sólo  puede  elevarse  el  nivel  del  cam¬ 
pesinado  incorporándolo  violentamente  en  la  lucha  social 
moderna.  No  le  importan  los  medios;  lo  esencial  es 
causar  agitación  y  forzar  a  los  individuos  a  alinearse  en 
la  lucha  de  clases.  Y  aquí  aparece  de  manifiesto  la  fina¬ 
lidad  política  inmediata:  no  interesa  el  bienestar  del  obre¬ 
ro  agrícola,  lo  que  importa  en  su  proletarización  espiri- 


tual  y  en  masa,  con  el  objeto  de  arrebatar  fuerzas  elec¬ 
torales. 

Los  daños  y  riesgos  de  semejante  posición  saltan  a 
la  vista.  No  se  puede,  mediante  la  violencia,  recuperar  en 
pocos  meses  el  retardo  de  muchos  años  en  que  se  encuen¬ 
tra  un  sector  social.  Intentar  hacerlo  es  criminal,  y  causa 
grave  injuria  tanto  al  bien  común  general  como  al  bien 
particular  de  los  propios  interesados.  El  odio,  la  violen¬ 
cia  y  la  lucha  a  que  son  lanzadas  masas  relativamente  in¬ 
capaces,  no  pueden  sino  acarrear  grandes  males. 

Pero,  por  otra  parte,  los  valores  positivos  que  el 
antiguo  inquilinato  pueda  tener  y  los  daños  que  acarrea 
la  posición  marxista,  tampoco  justifican  por  parte  de  los 
patrones  una  actitud  intransigente  y w cerrada  ante  los  in¬ 
tentos  serios  de  elevar  el  nivel  de  vida  de  sus  operacio¬ 
nes.  El  campesinado  debe  incorporarse  a  la  vida  social 
activa,  y  lo  hará  en  todo  caso,  con  o  sin  la  voluntad  de 
los  patrones.  En  el  primer  evento,  si  hay  una  com¬ 
prensión  justa  y  serena  de  la  realidad,  se  habrán  salvado 
muchos  valores  fundamentales:  en  ?1  segundo,  sólo  se 
facilitará  la  aplicación  de  la  tesis  marxista. 

Fundamental  ha  sido  en  la  historia  contemporánea 
de  todos  los  pueblos,  inclusive  Chile,  la  organización  y 
desarrollo  de  la  clase  obrera  industrial.'  Por  desgracia, 
como  consecuencia  del  cerrado  liberalismo  imperante  en 
el  siglo  XIX,  ese  proceso  tomó  desde  sus  comienzos  el 
carácter  de  lucha  de  clases  y  los  resultados  negativos  han 
sido,  entre  otros,  la  total  apostasía  del  proletariado  in¬ 
dustrial. 

El  fenómeno  que  se  inicia  en  estos  momentos  en 
orden  al  campesinado  chileno  tiene  el  mismo  alcance,  y 
sus  proyecciones  en  nuestra  historia  serán  tan  graves 
como  la  que  ha  arrojado  la  evolución  el  trabajo  en  la 
industria. 

De  la  actuación  de  los  patrones  depende,  en  alto 
grado,  que  no  se  repita  ese  fatal  desarrollo  y  que,  al  ad¬ 
quirir  el  obrero  conciencia  de  sus  derechos,  no  se  destru¬ 
yan,  al  mismo  tiempo,  los  valores  morales  en  que  debe 
cimentarse  la  grandeza  de  nuestra  patria.  Serenidad,  es¬ 
píritu  de  justicia  y  sincera  voluntad  de  cooperar  en  todo 
lo  que  sea  positivo  y  constructivo,  permitirá  encarar  con 
éxito  tan  trascendental  período. 


Pb. 


EL  MUNDO  DE  MAÑANA 


V 

No  pretendo,  en  modo  alguno,  hablar  en  nombre  de  -Fran¬ 
cia.  Tengo  la  convicción  de  hablar  en  nombre»  de  una  gran 
cantidad  de  franceses.  No  esperamos  gran  cosa  del  mundo 
de  mañana.  Podemos  esperar  en  el  mundo  de  pasado  ma¬ 
ñana.  Despreciamos  profundamente  a  los  que,  no  esperando 
más  que  -nosotros,  hacen,  sin  embargo,  pública  profesión  de 
optimismo  con  el  pretexto  de  que  no  hay  que  desanimar  a 
a  nadie.  ¡Ay!,  no  se  puede  mantener  la  esperanza  por  me 
dio  de  mentiras,  como  se  mantiene  la  apariencia  de  prospe¬ 
ridad  económica  por  medio  de  la  inflación.  Toda  inflación 
desemboca  tarde  o  temprano  en  la  quiebra. 

El  mundo  de  mañana  se  parecerá,  verosímilmente,  al  de 
ayer.  Para  renovarse  tendría  que  hacer  un  esfuerzo  inmen¬ 
so,  y  empezar  por  romper  un  sistema  de  costumbres  y  pre¬ 
juicios  ^que  le  permitieron,  ‘hasta  la  víspera  de  la  catástrofe, 
justificar  sus  faltas;  ahorrándose  así  el  sacrificio  y  la  hu 
anulación  de  repararlas  antes  de  que  fuera  demasiado  tarde. 

¿Es  capaz  de  semejante  esfuerzo  un  mundo  agotado  por  una 
guerra  de  cinco  años?  La  Historia  nos  responde  que  no.  El 
agotamiento  de  la  guerra  puede  actuar  al  modo  de  esas  abun¬ 
dantes  sangrías  gracias  a  las  cuales  los  alienistas  del  siglo 
XyUlI  pretendían  calmar  a  los  locos  furiosos.  Pero  el  mundo 
se  encuentra  encarado  con  problemas  tan  urgentes  de  resol-  / 
ver,  que  no  podría  permitirse  una  cura  de  espera,  de  calma, 
de  readaptación  a  los  tranquilos  trabajos  dé  la  paz.  Necesi¬ 
ta  renovarse,  es  decir,  crear.  Destruir  y  crear.  El  buen  sen¬ 
tido  más  simple  impide  pensar  que  se  pueda  exigir  nada 
parecido  a  un  mundo  que  no  solamente  acaba  de  vivir  una 
aventura  monstruosa^  desagradable,  sino  que  se  metió  en  ella 
con  inconsciencia,  mejor  dicho,  con  la  más  mala  conciencia, 
experimentando  hasta  el  último  momento  todos  los  subterfu¬ 
gios.  todas  las  mentiras.  No  creemos  que  tenga  el  valor  de 
renovarse.  Creemos  que  hará  algo  peor  qute  volver  a  las 
antiguas  mentiras,  que  inventará  otras  nuevas  y  disfrazará 
las  viejas.  Hará  la  comedia  de  la  revolución,  de  una  revo¬ 
lución  sin  riesgos,  de  una  revolución  igualitaria  en  la  que 
el  individuo  será  el  que  lleve  las  de  perder,  pero  que  refor- 


6 


GEORGES  BBRNANOS 


zara  aún  más  el  poder  del  Estado,  pues  la  causa  de  la  igual¬ 
dad  no  es  la  misma  que  la  de  la  libertad.  Hará  la  comedia 
de  la  revolución,  arrastrará  a  ella  a  las  juventudes  que  no 
piden  otra  cosa  que  dejarse  convencer,  que  ‘hablan  y  se  agi¬ 
tan  mucho  sin  cambiar  de  lugar,  que  se  definen  en  vez  de 
actuar.  Francia  desconfia  del  mundo  de  mañana.  No  sabrá 
esperar  a  que  los  aconte  cimientos  justifiquen  -esta  descon¬ 
fianza.  El  mundo  de  mañana  nos  da  serias  razones  para  pre- 
ver  que  no  será  más  que  un  compromiso.  Una  vez  metida 
en  este  compromiso,  Francia  no  sabrá  desembarazarse  de  él, 
y  se  perderá  en  él,  sin  recurso.  Francia  piensa  dejar  esta 
vez  a  las  Democracias  el  riesgo  y  la  responsabilidad  de  las 
soluciones  provisorias.  Francia  debe  reservar  el  porvenir. 
Ante  el  mundo  de  mañana,  deseo  que  la  actitud  de  Francia 
no  se  preste  a  ningún  equívoco  demasiado  fácil  de  explotar 
por  los  impostores.  Deseo  que  esta  actitud  sea  una  actitud 
de  rechazo.  * 

Este  deseo  no  expresa  ningún  pesimismo.  Reservar  el 
porvenir  no  es  desesperar  del  porvenir.  No  hay  espectáculo 
más  digno  de  lástima  que  el  de  esas  juventudes  que  se  va¬ 
naglorian  de  ser  optimistas,  porque,  habiendo  perdido  en  ab- 
* 

soluto  el  sentido  de  la  acción,  creen  haber  hecho  ya  mu- 
cho  con  decir  lo  que  ellas  querían,  y,  sobre  todo,  lo  que.  no 
querían.  Las  generaciones  que  han  señalado  su  lugar  en  la 
Historia  — o  mejor,  orientado  la  Historia —  nunca  han  for¬ 
mado  programas.  Así  sucede  con  todas  las  fuerzas  superio¬ 
res  de  la  acción  — es  decir,  de  la  creación — ,  comenzando  por 
la  creación  artística.  Un  verdadero  novelista  que  empieza  un 
libro,  parte  a  la  conquista  de  lo  desconocido,  no  domina  su 
obra  sino  en  la  última  página,  y  su  obra  le  resiste  hasta  el 
final  como  el  toro  estoqueado  ‘que  se  echa  a  los  pies  del  ma¬ 
tador,  reluciente  de  sangre  y  de  espuma.  Las  generaciones 
que  han  hecho  grandes  cosas,  siempre  han  terminado  por 
hacer  cosas  que  al  principio  no  habían  pensado.  Desconfío 
de  los  ingenuos  que  tornan  al  mundo  por  una  pizarra  negra 
sobre  la  que  se  escriben  fórmulas  que,  en  caso  de  error,  pue¬ 
den  ser  borradas  con  la  esponja. 

El  problema  que  se  plantea  hoy  en  día,  no  es  el  problema 
del  orden,  o  por  lo  menos,  este  problema  está  mal  planteado. 
El  problema  que  se  plantea  es  el  problema  de  la  libertad.  ¿So¬ 
brevivirá  la  libertad  a  la  crisis  que  acaba  de  pasar  el  mundo? 
¿Desaparecerá  poco  a  poco  de  las  leyes,  de  las  costumbres? 


EL  MUNDO  DE  MAÑANA 


7 


¿Se  borrará  su  noción  poco  a  poco  de  la  memoria  de  los 
hombres?  Quien  plantea  el  problema  de  la  libertad,  plantea 
el  problema  del  hombre.  ¿Cuál  es  el  "valor  exacto  de  la  ma¬ 
teria  humana  sobre  la  que  intentaremos  mañana  nuestras 
experiencias?  ¿Tenemos  el  derecho  de  razonar  como  si  es¬ 
tuviéramos  seguros  de  que  ella  no  ha  sufrido  ninguna  alte¬ 
ración  profunda?  Millones  y  millones  de  hombres  en  Italia, 
en  Alemania,  en  España,  en  Rusia,  han  hecho,  con  una  es¬ 
pecie  de  entusiasmo  religioso,  de  delirio  sagrado,  el  aban¬ 
dono  de  su  libertad  — y  no  hablo  de  esa  libertad  inferior  que 
consiste,  por  ejemplo,  en  el  derecho  de  disponer  libremente 
de  su  tiempo — ,  sino  de  la  libertad  de  juzgar,  de  pensar  y 
se  han  enorgullecido  de  pensar  ciegamente  como  el  amo  ado¬ 
rado  que  juzgaba  y  pensaba  por  ellos  (1).  4N0  han  muerto 
heroicamente,  alegremente,  millones  de  hombres  para  guar¬ 
dar  hasta  el  final  el  derecho  de  delegar  su  libre  arbitrio  en 
un  jefe  sin  reservas  y  sin  retorno,  no  ser  más  que  una  vo¬ 
luntad  que  se  tiende,  un  brazo  que  golpea/  al  servicio  de  un 
partido?  ¿(Sí,  o  nó,  respondedme?  Los  imbéciles  fingen  creer 
que  este  fenómeno  ha  tenido  un  carácter  superficial  y  que 
la  propaganda  y  la  pedagogía  podrán  terminar  con  sus  con¬ 
secuencias.  Pero  los  millones  de  hombres  de  que  acabo  de 
hablar  no  actuaban  así  por  ignorancia,  y  no  tenían  ninguna 
necesidad  de  que  se  les  enseñara  lo  que  es  la  libertad.  Pertene¬ 
cían  todos  a  viejas  cristiandades  históricas  y  sabían  perfec¬ 
tamente  (mucho  mejor,  quizás,  que  un  obrero  de  M.  Ford) 
la  significación  exacta  de  esa  palabra.  No  despreciaban  ni 
burlaban  el  nombre  y  la  cosa,  se  repetían  entre  ellos  la  frase 
atroz  de  Lenin:  “¿La  Libertad?  ¿Para  qué  sirve  eso?”.  Y  otros 
millones  de  hombres  a  través  del  mundo  los  aprobaban  y  los 
envidiaban,  abiertamente  o  en  secreto.  ¿'Hasta  ese  punto  ha 
sido  falseada  la  noción  de  libertad  en  las  conciencias?  Pues 
el  fenómeno  que  acabamos  de  analizar  tiene  seguramente 
muy  lejanas  causas.  Trasladémonos  a  los  alrededores  de  1900. 
Ni  un  hombre  entre  cien  mil  se  hubiera  atrevido  a  prever 


(1)  Creemos  que  hay  un  error  de  apreciación  en  Io(  referente  a 
España;  España  es  un  pueblo,  una  nación,  donde  el  concepto  de  Libertad 
tiene  aspectos  muy  diferentes  de  los  que  aun  mantiene  en  el  resto  de 
Europa.  El  grito  de  “¡Vivan  las  cadenas!’’  lanzado  por  el  pueblo  es¬ 
pañol  contra  la  libertad  napoleónica,  tenía  ya  un  sentido  mucho  más 
profundo  y  difícil  que  el  que  le  han  querido  dar  los  liberales  y  los 
democráticos  modernos.  —  N.  del  T. 


8  GEORGES  BERNA  NOS 


este  fenómeno,  ni  siquiera  a  imaginarlo.  Y,  sin  embargo,  se 
estaba  preparando.  Cuando  todos  los  intelectuales  del  mundo 
celebran  el  triunfo  final,  irrevocable,  de  la  Democracia,  el 
prestigio  de  la  libertad  se  degradaba  lentamente,  sin  que  nos 
diéramos  cuenta.  La  idea  de  Democracia  se  extendía  más 
y  más  por'  el  mundo,  hasta  el  punto  de  reinar  sin  discusión 
sobre  los  espíritus,  pero  ¿es  la  idea  de  libertad  necesaríamen 
te  solidaria  de  la  idea  de  democracia?  La  verdad  es  que  la 
idea  de  democracia  no  evocaba,  desde  hacía  mucho  tiempo 
más  que  un  ideal  igualitario  de  reformas  sociales  destinadas 
a  asegurar  la  comodidad  de  las  masas,  bajo  la  tutela  ere 
cien  te  del  Estado.  Bien  podían  estas  masas  hablar  todavía, 
por  costumbre,  de  la  libertad  de  pensar,  porque  como  su 
libertad  de  pensar  no  estaba  ya  amenazada  directamente,  des¬ 
de  hacia  tiempo,  esas  masas  no  le  daban  ningún  valor,  el  valor 
que  la  hubiera  atribuido,  por  ejemplo,  en  tiempos  de  la  In¬ 
quisición.  Aun  más:  tenían  el  culto  de  la  Ciencia,  del  Pro¬ 
greso.  Hubieran  podido  pensar  contra  la  Iglesia,  pero  ¿cómo 
se  habrían  atrevido  a  pensar  contra  la  Ciencia,  oponer  su 
voluntad  al  Progreso,  expresión  popular  del  Determinismo 
universal?  Hemos  visto  nacer  y  propagarse  en  las  masas  po¬ 
pulares  esa  religión  de  la  Ciencia.  Al  principio,  parecía  no 
tener  otro  > enemigo  que  la  superstición.  Pero  no  supimos 
prever  que  al  arruinar  indistintamente  las  supersticiones  y 
las  creencias,  llegáría  también  a  destruir  una  creencia  esen¬ 
cial,  indispensable,  sobre  la  que  se  funda  la  idea  de  libertad: 
la  fe  del  hombre  en  sí  mismo.  Al  exaltar  la  Humanidad,  la 
humillaba,  aplastaba  cada  vez  más  al  hombre  ante  la  na¬ 
turaleza,  elevaba  a  la  Humanidad  a  la  altura  desde  donde 
precipitaba  al  hombre,  el  mono  superior  en  evolución;  sacri¬ 
ficaba  el  hombre  a  la  Humanidad,  como  el  Totalitarismo  lo 
sacrificaba  al  Estado,  a  la  Nación.  El  culto  de  la  Humani 
dad  ha  substituido  a  esa  Religión  del  Hombre  cuya  más  alta 
expresión  es  el  Cristianismo  qüe  nos  diviniza,  quiero  decir, 
que  diviniza  a  cada  uno  de  nosotros,  hacer  participar  a  cada 
uno  de  nosotros  en  la  Divinidad,  da  a  cada  uno  de  nosotros, 
al  más  humilde  de  nosotros,  un  precio  infinito,  digno  de  la 
sangre  divina. 

Sacrificio  del  hombre  a  la  Humanidad,  de  la  Humanidad 
jal  Progreso,  para  llegar  ridiculamente  al  sacrificio  del  Pro¬ 
greso  mismo,  a  la  dictadura  de  lo  económico,  este  fué  el 
crimen  al  que  quedará  por  siempre  unido  el  nombre  de  De- 


EL  MUNDO  DE  MAÑANA 


9 


mocracia,  forma  burguesa  de  la  Revolución.  El  Contrato  So¬ 
cial  de  Rousseau  expresa  muy  bien  el  sentimiento,  o  al  menos 
el  complejo  de  los  sentimientos  exaltados  que  ha  arrojado  al 
Antiguo  Régimen  en  la  Revolución,  .  no  como  al  abismo  en 
que  debía  hundirse,  sino  como  a  la  cima  a  la  que  no  había 
dejado  de  aspirar.  La  independencia  del  individuo  frente  al 
Estado  es  llevada  aquí  hasta  1$  paradoja,  y  la  desconfianza 
hacia  la  Sociedad  adquiere  los  caracteres  de  una  condenación 
(el  hombre  nace  'bueno,  la  sociedad  lo  pervierte).  Pero  ya 
para  Robespierre  no  se  trataba  sino  de  Estado,  de  Nación,  y 
de  .un  Ser  Supremo  que  sirve  de  caución  metafísica  a  la  na¬ 
ción  y  al  Estado.  La  revolución  había  pasado,  de  ser  popu¬ 
lar  a  ser  burguesa.  Pues  la  Burguesía  siempre  ha  ligado  su 
suerte  a  la  del  Estado,  ún  poco  en  el  mismo  sentido  en  que 
la  Compañía  de  Jesús  ha  ligado  la  suya  al  poder,  cada  día 
más  extenso,  de  la  Autoridad  Pontificia.  ¿Acaso  no  se  vió, 
pocos  años  después  de  1879,  a  esa  misma  burguesía  cola¬ 
borar  con  Napoleón,  en  la  más  furiosa  tentativa  de  centra¬ 
lización  que  se  haya  visto  desde  los  lejanos  tiempos  de  los 
Antoninos  y  los  Severos? 

A  veces  me  reprochan  que  no  soy  demócrata.  No  soy  ni 
demócrata  ni  antidemócrata.  Estimo  simplemente  que  esa  pa 
labra,  demócrata,  no  ofrece  nada  de  claro  ni  de  satisfactorio 
para  el  espíritu.  Todo  el  mundo  ha  podido  y  puede  decirse 
democrático,  incluso  el  Fiihrer  y  Mussolini.  Los  demócratas 
antitotalitarios  son  sin  duda  gente  muy  simpática.  Por  des¬ 
gracia,  se  niegan  a  ver  la  democracia  en  los  hechos,  es  decir, 
en  su  desarrollo  real.  Be  niegan  a  verla  en  la  Historia.  Para 
recoger  una  comparación  ya  hecha,  supongamos  que  un  ha¬ 
bitante  de  Sirio  haya  podido  observar  la  evolución  general 
de  Europa  y  de  América  hasta  la  guerra  de  1914.  Imaginán¬ 
dolo  más  objetivo  que  nosotros,  más  extraño  a  nuestras  pa 
siones  o,  mejor,  de  una  clarividencia  sobrehumana,  angélica, 
el  vocabulario  pacifista  de  los  hombres  de  1900  no  lo  hubie¬ 
ra  engañado.  El  vocabulario  democrático  continuaba  siendo 
el  vocabulario  individualista  de  la  Declaración  de  los  Dere¬ 
chos  del  Hombre,  pero  la  Democracia  no  estaba  de  acuerdo 
con  su  vocabulario,  desde  hacía  mucho  tiempo.  En  1910,  los 
impostores  intelectuales  hablaban  el  lenguaje  de  Rousseau, 
•en  tanto  que  la  legislación  reforzaba  por  doquiera  el  -pode¬ 
río  del  Estado.  Si  hubiéramos  hecho  al  .habitante  de  Sirio 
la  pregunta  siguiente:  “¿Evolucionan  Europa  y  América  hacia 


10 


GEORGES  BERNA  NOS 


la  Democracia?”,  el  hombre  de  Sirio  habría  podido  responder: 
“Yo  no  sé  todavía  lo  que  entienden  ustedes  por  Democracia, 
pero,  para  ¡ajustarme  a  lo  que  veo,  a  lo  que  ustedes  verán 
muy  pronto,  diré  que  el  mundo  evoluciona  rápidamente  hacia 
guerras  económicas  y  militares,  tan  inexplicables  las  unas 
como  las  otras,  hacia  un  nacionalismo  ¡atroz  en  nombre  del 
cual  los  gobiernos  favorecerán  abiertamente  la  traición  de 
la  Ciencia  para  con  el  hombre,  la  insurrección  de  la  maqui¬ 
naria  contra  la  humanidad”.  . 

Repito  que  lo  que  falsea  o  esteriliza  toda  discusión  entre 
hombres  de  buena  voluntad,  es  el  equívoco  entre  la  palabra 
democracia  y  la  palabra  libertad.  Creemos  indispensable  po¬ 
ner  en  guardia  a  las  jóvenes  generaciones  contra  un  malen¬ 
tendido  que  dentro  de  pocos  años  les  costará  nuevos  ríos  de 
sangre.  Respeto  profundamente  la  imagen  que  se  forma  en 
ellos  mismos  cuando  pronuncian  esa  palabra  mágica.  Esta 
imagen  absolutamente  diferente  de  la  realidad,  es  a  mis  ojos 
una  herencia  sagrada,  pues,  a  esta  imagen  de  justicia  y  de 
fraternidad,  millones  de  hombres  han  sacrificado  sus  nobles 
vidas.  Me  atrevo,  sin  embargo,  a  preguntar  a  los  hombres  de 
buena  fe:  ¿Os  permiten  las  experiencias  de  estos  treinta  úl¬ 
timos  años  conservar  sobre  ese  asunto  las  ilusiones  dé  un 
obrero  parisiense  en  las  barricadas  de  1830  ó  de  1848?  A  pesar 
de  los  progresos  de  la  industria,  Francia  aun  era  eñ  1830  un 
gran  país  agrícola.  Contrariamente  a  lo  que  sucedía  en  In¬ 
glaterra,  la  propiedad  y  la  fortuna  estaban  extremadamente 
divididas  en  Francia.  (Balzac  ha  denunciado  en  una  de  sus 
más  famosas  novelas  el  peligro  de  esta  excesiva  división). 
Los  partidos  políticos  estaban  organizados  de  una  .  manera 
rudimentaria,  la  prensa  todavía  en  la  infancia,  el  periódico 
era  una  empresa  con  frecuencia  desinteresada  que  disponía 
de  un  capital  mínimo,  al  alcance  de  cualquiera.  En  tal  am¬ 
biente,  la  democracia  hubiera  podido  ejercer  patriarcalmente, 
en  familia;  no  en  las  oficinas  de  las  Sociedades  Anónimas, 
de  los  Trusts,  sino  en  la  plaza  del  pueblo,  en  el  café,  en  los 
talleres,  por  un  pueblo  al  que  la  civilización  capitalista  no  ' 
había  arrastrado  en  su  carrera  desbocada  y  alucinante,  y  que 
aun  tenía  sus  ocios.  Ay,  aün  hoy  en  día  la  palabra  democra¬ 
cia  sigue  significando  para  los  ingenuos  el  gobierno  ideal  de 
la  “gente  humilde”.  Estos  inocentes  no  parecen  darse  cuenta 


EL  MUNDO  DE  MAÑANA 


11 


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de  que  la  existencia  de  la  democracia  de  sus  sueños  en  un 
mundo  como  éste,  no  es  menos  inconcebible  que  la  existencia 
de  un  ejército  del  siglo  XVI  en  una  guerra  moderna,  y  que 
es  tian  ridículo  para  ellos  esperar  la  instauración  de  la  ver¬ 
dadera  democracia,  como  para  mí  esperar  la  restauración  de 
la  monarquía  de  San  Luis.  Todo  hombre  dotado  de  un  mí¬ 
nimo  de  sentido  histórico  debería  comprender  que  la  mística 
democrática  sobrevive  absolutamente  aislada  del  hecho  de¬ 
mocrático  que  debiera  corresponderle,  así  como  el  alma  se¬ 
parada  del  cuerpo.  Cuando  hablamos  así,  no  tratamos  de 
oponer  definiciones  tranquilizadoras:  “La  Democracia  será 
esto,  la  Democracia  será  lo  otro,  Churchill  ha  dicho,  Roosevelt 
afirma”.  ¿Qué  nos  importan  las  definiciones?  Un  idiota  de¬ 
bería  comprender  que  el  sufragio  universal  ha  de  cambiarse, 
dentro  de  un  régimen  capitalista,,  en  un  trust  como  los  otros, 
y  dentro  de  un  régimen  socialista  de  tendencias  totalitarias, 
en  instrumento  de  poder  al  servicio  del  Estado:  lo  que  era, 
por  lo  demás,  en  Alemania.  Pues  lo  que  ¡hizo  Hitler  fué  un 
plebiscito;  Hitler  ha  salido  de  las  entrañas  del  pueblo,  el 
pueblo  también  produce  monstruos;  más  aún,  es  el  único  ca¬ 
paz  de  producirlos.  ¿Se  me  permitirá  una  observación  a  este 
propósito,  aun  a  riesgo  de  que  nadie  la  comprenda?  La  igual¬ 
dad  proletariza  a  los  pueblos,  los  pueblos  devienen  masas,  y 
las  masas  darán  siempre  tiranos,  pues  el  tirano  es  la  expre¬ 
sión  de  la  masa,  su  sublimación.  ¡No  se  hace  una  sociedad 
con  masas  y,  sin  verdadera  sociedad,  no  es  posible  la  libertad 
organizada.  ¡Si  queréis  ser  libres,  comenzad  por  rehacer  una 
sociedad,  imbéciles! 

Amigos  muy  queridos  me  habían  pedido  unas  páginas 
para  estos  cuadernos.  Aquí  se  las  doy.  Nunca  he  pensado 
en  proporcionarles  un  programa;  me  contento  con  denunciar¬ 
les  cierto  número  de  imposturas.  Bajo  cualquier  nombre 
que  se  presente,  ninguna  experiencia  de  salvación  es  posible 
en  tanto  que  se  pretenda  pasar,  gracias  a  un  sistema  cual¬ 
quiera,  por  leyes  y  reglamentos,  del  estado  actual  del  mundo 
a  un  estado  de  seguridad  y  hasta  de  tranquilidad.  Tal  espe¬ 
ranza  es  absurda.  Podemos  ciertamente  encontrar  la  fór¬ 
mula  de  alguna  solución  provisoria,  pero  los  que  nos  sigan 
pagarán  en  este  caso  muy  caro  nuestro  egoísmo  y  nuestra 
cobardía,  y  maldecirán  justamente  nuestra  memoria.  Si  no 
nos  sentimos  capaces  de  este  crimen  contra  el  porvenir,  te- 


12 


GEQRGES  BERNA  NOS 


hemos  que  comprender  desde  ahora  que  nuestra  generación, 
y  muchas  otras  sin  duda,  deberán  ser  sacrificadas  al  trabajo 
de  restauración  necesaria,  que  este  sacrificio  les  será  exigido, 
total,  es  decir,  que  habrá  de  ser  hecho  en  la  angustia,  en  la 
duda,  porque  los  nuevos  caminos  que  vamos  a  abrir,  cueste 
lo  que  cueste,  no  nos  ofrecerán  ningún  hito,  ninguna  señal 
segura.  Cuando  escribo  la  palabra  restauración,  pienso  evi¬ 
dentemente,  para  empezar,  en  los  valores  espirituales.  Pero 
el  mismo  razonamiento  sería  perfectamente  válido  para  los 
valores  materiales.  Un  americano  eminente-  deploraba  el  otro 
día  delante  de  mí  la  actitud  de  la  inmensa  mayoría  de  sus 
conciudadanos,  que  no  se  hacían  en  este  momento  sino  una 
sola  pregunta:  cuál  de  los  candidatos,  Dewey  o  Roosevelt,  es 
el  más  capaz  de  mantener  los  salarios  más  altos.  Ninguna 
política  sabrá  mantener  definitivamente  los  altos  salarios, 
pero  los  electores  no  quieren  reconocer  esto.  Se  revuelven 
contra  la  perspectiva  de  una  crisis  dolorosa  que  salvaría  el 
porvenir  a  expensas  del  presente,  es  decir,  a  expensas  de  ellos 
mismos. 

El  mundo  realista  moderno,  en  su  repugnante  avaricia, 
en  su  cruel  orgullo,  no  sólo  ha  corrompido  las  tradiciones,  las 
instituciones,  las  leyes,  sino  que  también  ha  corrompido  a  los 
hombres.  Para  rehacer  una  sociedad  digna  de  este  nombre, 
es  preciso  rehacer  a  los  hombres.  Amigos  católicos  que  leéis, 
vosotros  diréis  probablemente  que  esa  preocupación  es  la 
nuestra,  pero  yo  os  digo  que  nos  hemos  hecho  muy  incapaces 
de  esa  tarea.  Nos  sentimos  vivos  entre  tantos  desdichados 
que  tienen  ya  toda  la  semejanza  con  los  muertos,  y  en  verdad 
que  somos  vivos,  si  es  que  vivir  es  respirar  todavía.  Sería 
menester  que  fuéramos,  dos  veces,  diez  veces  vivientes,  que 
tuviéramos  inmensas  disponibilidades  de  vida:  pero  vivimos 
sobre  un  pequeño  capital  de  vida,  y  no  sabríamos  sacar  de 
él  gran  cosa  para  nuestros  ¡hermanos,  sin  riesgo  de  perder 
el  aliento,  i  Dios  mío!  Al  hablar  así,  no  trato  de  convencer 
a  ninguno  de  aquéllos  a  quienes  esta  verdad  humilla,  y  por 
eso  la  rechazan.  Nada  es  más  fácil  que  persuadirse  a  sí 
mismo  de  que  se  está  vivo,  muy  vivo;  basta  con  gesticular 
mucho,  hablar  mucho,  cambiar  ideas  como  se  cambia  dine¬ 
ro,  ya  que  una  idea  llama  a  otra,  como  las  imágenes  en  el 
desarrollo  de  los  sueños.  Pero  apenas  se  examina  uno  lige¬ 
ramente  a  sí  mismo,  descubre  fácilmente  esas  fuentes  de 


EL  MUNDO  DE  MAN  ANA 


13 


energía  corrompida,  estéril.  Un  artista  las  conoce  mejor  que 
cualquier  otro,  pues  todo  trabajo  de  creación  consiste  pre¬ 
cisamente  en  'hacerlas  retroceder,  dominarlas,  hacer  callar 
a  toda  costa  ese  zumbido  monótono.  Cuando  se  piensa  en 
el  enorme,  en  el  colosal  material  que  la  prensa,  la  radio,  el 
libro  ponen  al  alcance  del  ¡primero  que  pasa,  comienza  uno 
a  darse  cuenta  de  que  del  cerebro  del  hombre  moderno, 
apenas  deja  de  ejercer  su  actividad  en  el  estrecho  circulo 
de  la  especialidad,  de  la  profesión,  trabaja  poquísimo  y  so¬ 
bre  un  corto  número  de  slogans.  Católicos:  no  basta  con 
exaltar  la  'verdad;  convendría  mejor  saber  el  valor  de  lo  que 
vamos  a  poner  a  su  servicio.  Sé  perfectamente  que  todo  lo  que 
escribo  sobre  la  desvalorización  del  hombre  moderno  exaspe¬ 
ra  a  algunos  de  nuestros  lectores.  ¿Qué  importa?  Me  equivo¬ 
caría  solamente  si  al  proclamar  esta  desvalorización  para  los 
otros,  me  negara  a  creerme  yo  mismo  desvalorizado.  Nada 
de  eso.  Sé  que  no  escapo  a  la  desvalorización  general,  he 
conocido  demasiado,  en  mi  juventud,  al  hombre  de  la  anti¬ 
gua  Francia,  de  la  antigua  Europa,  para  hacerme  ilusiones 
sobre  este  punto.  Que  la  superioridad  de  esos  hombres  sobre 
nosotros,  no  en  inteligencia  por  cierto,  sino  en  carácter,  o 
al  menos  en  “tonus”  vital,  viniera  solamente  de  las  costum¬ 
bres,  de  los  usos,  de  los  hábitos,  es  decir,  del  clima  moral  y 
mental  en  que  habían  sido  formados,  ¿qué  nos  importa?  En 
1914,  yo  tenía  ya  veintiséis  años.  He  vivido,  pues,  más  de 
medio  siglo,  en  un  mundo  en  el  cual,  para,  no  hablar  sino  de 
este  detalle,  el  uso  del  pasaporte  no  existía  sino  en  dos  países 
atrasados,  Rusia  y  Turquía.  En  todos  los  demás  países,  tan¬ 
to  en  Europa  como  a  un  lado  y  otro  del  Atlántico,  ningún 
policía,  sin  una  grave  razón  y  sin  estar  provisto  de  las  auto¬ 
rizaciones  necesarias,  se  hubiera  atrevido  a  pedir  sus  pape¬ 
les  a  un  viejo  correcto  — rico  o  pobre — ,  quien  por  otra  parte 
haibría  considerado  esta  curiosidad  como  un  insoportable  ul¬ 
traje  a  su  dignidad.  Es  indudable  que  un  muchacho  hecho 
desde  su  infancia  a  chocar  dócilmente,  muchas  veces  por  día, 
con  funcionarios  en  general  poco  corteses,  y  que  no  es  ni 
un  asesino,  ni  un  ladrón,  ni  un  espía  — en  resumen,  que  en¬ 
cuentra  perfectamente  natural  que  le  crean  por  su  palabra—, 
no  puede  tener  al  fin  y  al  cabo,  sino  una  mentalidad  poco  dife¬ 
rente  a  la  de  úno  de  los  pensionarios  de  esas  prisiones  ultra- 


14 


GEGRGES  BBRNANOS 


modernas,  como  las  que  nos  muestra  el  cine  americano,  y 
que  me  parecen  ser  la  perfecta  imagen  de  la  sociedad  futura. 

Podrán  encontrar  frívolo  este  ejemplo.  Los  que  así  pien¬ 
sen  demuestran  simplemente  la  incomprensión  del  problema. 
El  amor  humano  — el  amor  de  un  ser  por  otro  ser —  se  mide 
también  en  ciertos  detalles,  en  ciertos  matices  de  actitudes 
que  el  lenguaje  de  los  enamorados  llama  “atenciones”.  Cuan¬ 
do  en  un  país  el  más  modesto  ciudadano  se  revuelve  instin¬ 
tivamente  contra  toda  intromisión  en  su  vida  privada,  esta  es 
una  señal  más  definitiva  que  cien  mil  discursos,  conferencias 
o  informes  para  la  protección  de  las  libertades  indispensa¬ 
bles.  Cuando,  en  190S,  se  habló  en  Francia,  por  primera  vez, 
del  impuesto  a  la  renta,  muchos  observadores  juzgaron  ab¬ 
solutamente  imposible  hacer  aceptar  a  los  franceses  la  in¬ 
tervención  de  la  Administración  encargada  de  controlar  su 
cuenta  bahcaria  o  sus  beneficios  comerciales.  Pero,  desde 
entonces,  hemos  andado  mucho  camino.  Pronto  encontra¬ 
remos  muy  natural  que  los  médicos  sean  relevados  de  su  se¬ 
creto  profesional  para  permitir  al  Estado,  como  en  Alemania 
o  en  Rusia,  esterilizar  a  los  transmisores  de  enfermedades 
o  afecciones  hereditarias.  La  guerra  ha  probado,  prueba  cada 
día,  el  espantoso  servilismo  del  público  frente  a  cualquier 
reglamentó  o  restricción.  Cuando  esta  sociedad  sea  la  regla 
— tanto  en  la  guerra  como  en  la  paz —  ¿para  qué  discutir  los 
fundamentos  jurídicos  de  la  libertad?  ¿Para  qué  torturar 
el  espíritu  con  el  fin  de  hallar  la  fórmula  de  nuevas  insti¬ 
tuciones  liberales?  No  se  trata  de  edificar  con  gran  trabajo 
instituciones  liberales,  sino  de  tener  aún  hombres  libres  que 
meter  en  ellas. 

El  mundo  no  se  organiza  para  la  paz.  Se  organiza  para 
nuevas  guerras.  Ya  escribí  esto,  textualmente,  en  un  libro 
publicado  en  1930:  La  Grande  peur  des  Bien-Pensants.  Este 
mundo  se  organiza  para  nuevas  guerras,  porque  se  siente 
incapaz  de  organizarse  para  la  paz,  de  organizar  la  paz.  En 
el  punto  de  miseria  universal  a  que  hemos  llegado,  una  ver¬ 
dadera  paz  exigiría  de  las  naciones  victoriosas  una  clarivi¬ 
dencia,  una  audacia,  una  generosidad  de  la  que  no  se  sienten 
capaces.  ¿Quién  de  nosotros  se  atrevería  hoy  a  hablar  sin 
•reírse,  de  la  Carta  del  Atlántico?  El  cinismo  de  los  gobiernos 
se  manifiesta  hoy  a  ¡toda  luz;  los  que  amenazan,  hacen  res¬ 
tallar  el  látigo;  los  que  tiemblan,  no  ponen  el  menor  cuidado 
en  ocultar  su  temblor.  Sé  excusan  de  los  amigos  que  trai- 


EL  MUNDO  DE  MAÑANA 


15 


cionan,  y  llegarán  a  ¡hacer  un  mérito  de  tales  traiciones.  El 
mundo  no  se  organiza  para  la  paz,  porque  no  se  organiza 
para  la  libertad.  Cada  paso  dado  contra  la  libertad,  es  un 
paso  haqja  la  guerra. 

Francia  mira  a  este  mundo,  no  como  un  enemigo  al  que 
combatir,  sino  como  a  un  socio  poco  leal  con  el  que  es  pe¬ 
ligroso  colaborar,  sino  en  la  medida  absolutamente  indispen¬ 
sable  para  el  bien  común.  Mi  país  ya  no  tiene  ni  ejército, 
ni  'barcos.  Con  excepción  de  uno  solo,  sus  puertos  magní¬ 
ficos  están  barridos  por  las  olas,  muchas  de  sus  ciudades  en 
ruinas,  sus  ferrocarriles  destruidos.  No  se  tratará,  para  él, 
de  imponer  a  alguien  su  concepción  tradicional  de  la  vida, 
pero  no  debe  dejarse  llevar  en  la  enorme  impostura  que  se 
prepara.  Debemos  resignarnos  valientemente  a  que  este  re¬ 
chazo  sea  mal  comprendido  y  nuestras  intenciones  calumnia¬ 
das,  aún  por  amigos  sinceros.  Pero  tarde  o -temprano  se  sabrá 

% 

qué  servicio  hemos  prestado  al  mundo.  Francia  no  tiene 
ningún  medio,  lo  repito,  para  rechazar  una  paz  con  la  que 
no  estarán  de  acuerdo  su  razón  ni  su  conciencia,  pero  de 
todas  maneras  puede  negarle  su  testimonio  y  su  caución.  En¬ 
tre  los  que  me  leen,  más  de  uno  se  dirá,  sin  duda:  “Por.  me¬ 
diocre  que  sea,  ¿por  qué  no  habremos  de  entendernos  todos 
para  dejar  que  esta  paz  intente,  como  dicen  en  términos  de¬ 
portivos,  “su  ocasión”?  Pero  no  es  a  la  paz  a  la  que  dejáis 
una  ocasión,  sino  a  ideas  falsas,  a  cierta  concepción  abso¬ 
lutamente  falsa  del  orden  que  justamente  acaba  de  precipitar 
•a  la  civilización  en  el  caos.  Estas  ideas  falsas  disponen  del 
poder  material.  Razón  de  más  para  que  le  opongamos  lo  que 
nos  queda,  un  reducido  número  de  ideas  justas,  humanas,  me¬ 
diante  las  que  esperamos  todavía  salvarnos,  pero  a  las  que 
nos  negaríamos  a  sobrevivir  (1). 

GEOKGES  BERNANOS 


(1)  Este  ensayo  fue  escrito  en  1944.  Su  actualidad  adquiere 
ahora  una  potencia  mayor,  si  cabe,  que  la  que  tuvo  en  la  fecha  de 

su  redacción.  Bernanos,  que  mantiene  en  estos  días  una  fuerte  lucha 

con  los  medios  intelectuales  y  políticos  triunfantes  en  la  Francia  del 

momento  — con  todos  los  triunfantes  y  gubernamentales  del  presente — 
demuestra  en  estas  líneas  la  clarividencia  que  hoy  confirman,  en  nu¬ 

merosos  aspectos,  sus  más  recientes  escritos  de  polémica,  principalmente 
los  que  dirige  a  los  intelectuales  comunistas  de  la  última  hornada  fran¬ 
cesa.  —  N.  de  la  R. 


i 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA 


Hispanoamérica  ha  sido  crucificada  sobre  el  cruce  del  des¬ 
tino  universal.  Su  mano  izquierda  está  clavada  en  España,  so¬ 
bre  Europa,  como  un  brazo  de  puente  para  la  tradición.  Su 
derecha  está  clavada  en  Filipinas,  sobre  Asia,  como  una  orden 
que  señala  la  misión. 

Esa  ha  sido  la  obra  de  España.  Colocar  entre  los  cuatro 
puntos  cardinales  del  mundo  — en  el  encuentro  y  la  partida  de 
cualquiera  futura  empresa —  el  más  claro  fruto  de  su  agonía 
ecuménica,  el  hijo  de  sus  bodas  de  sangre  con  Roma,  el  mundo 
nuevo  de  la  :fe  y  de  la  esperanza:  ¡ Cristianoamérica ! 

Nuestra  historia  es  pasión.  Ocupamos  la  geografía  como 
una  cruz.  Cruz  o  cruce  de  rutas.  Cruz  y  cruce  de  sangTes.  Rutas 
y  sangres  que  se  han  unido  únicamente  por  la  Cruz. 

No  ocupamos  la  geografía  como  un  patio  de  recreo  ni  como 
una  plaza  de  comercio. 

No  somos  el  “Continente  de  la  Libertad”. 

No  nos  definimos  por  el  continente,  sino  por  el  contenido. 

Somos  'Hispanoamérica. 

Cristianoamérica . 

¿El  contenido  de  una  historia  sagrada. 

De  una  historia  que  comenzó  en  Roma,  continuó  en  Espa¬ 
ña,  siguió  hacia  América,  donde  se  detuvo  un  instante  de  siglos 
a  incorporar  el  sentido  total,  en  rutas  y  sangres,  de  lo  ecumé¬ 
nico,  y  seguirá  adelante,  en  marcha.  Como  una  cruzada.  Como 
los  mismos  Andes,  que  en  su  quietud  colosal  parecen  avanzar 
en  fila,  en  una  lenta  y  mitológica  .peregrinación  hacia  la  Cruz 
del  Sur. 

Para  que  llegara  la  Cruz  hizo  falta  la  espada. 

Apenas  olvidamos  la  cruz  cae  sobre  nosotros  la  espada. 

Pertenecemos  a  un  mundo  incómodo  que  se  bambolea  en¬ 
tre  el  templo  y  el  cuartel.  Entre  la  cruz  y  la  espada. 

Be  nos  acusa  de  ser  fanáticos  y  de  ser  belicosos. 

Hemos  creído  que  el  pueblo  quiere  a  los  curas  y  sigue  a 
los  militares  por  ignorancia  y  falta  de  civismo. 


17 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA  p 


Nuestro  pueblo  sigue  viviendo  su  historia.  Y  su  sentido 
de  3a  Historia  es  religioso  y  es  heroico. 

Valora  por  la  cruz  y  por  la  espada. 

Lo  que  sucede  con  frecuencia  es  que  usamos  la  cruz  y  la 
espada  para  engañarlo. 

Tenemos  un  siglo  de  querer  educar  al  pueblo.  Y  el  pueblo 
insiste  en  no  educarse. 

Le  dan  un  tratamiento  de  laicismo,  y  recae  en  su  religio¬ 
sidad. 

Le  dan  un  tratamiento  de  civismo,  y  en  la  primera  decisión 
sigue  al  capitán  y  no  al  político. 

El  pueblo  no  quiere  vivir  sin  Fe. 

El  pueblo  no  quiere  moverse  si  no  es  por  el  heroísmo. 

No  queramos  cambiar  su  tabla  de  valores.  Démosle  ver¬ 
daderos  valores. 

La  fe  que  busca.  Y  la  vida  heroica  que  le  satisface. 

.  ,Si  no  le  damos  la  Verdad  con  toda  decisión  y  con  toda 
sinceridad,  el  pueblo,  en  vez  de  entrar  a  ese  comedimiento  cí¬ 
vico,  a  esa  frialdad  electoral  a  que  parecen  aspirar  nuestros 
ideólogos  democráticos,  seguirá  apasionadamente  a  quienes,  in¬ 
ventando  falsos  dogmas  y  reduciendo  lo  heroico  a  grados  primi¬ 
tivos  de  cacicato,  lo  engañen  y  confundan  dándole  ídolos  en 
vez  de  cruz  y  mezquinos  puñales  en  vez  de  claras  espadas. 

Y  espada  no  significa  guerra. 

Espada  no  es  militarismo. 

Es  heroicidad. 

Sentido  heroico  de  la  vida  y  de  la  historia.  Y  este  sentido 
sólo  lo  da  la  fe. 

Y  la  cruz  es  un  estado  teológico.  No  teocrático. 

Mucho  se  habla  de  un  catolicismo  apolítico. 

Pronto  se  hablará  de  un  catolicismo  acivilizado. 

Si  hay  un  catolicismo  personal,  debe  haber  un  catolicismo 
familiar.  Y  si  lo  hay  familiar,  debe  haberlo  social.  Y  si  lo  hay 
social,  debe  haberlo  estatal.  Y  si  lo  hay  estatal,  debe  haberlo 
universal.  Y  ese  movimiento  creciente  es  uno  de  los  significa¬ 
dos  de  la  palabra  católico. 

No  hay  razón  para  querer  reconquistar  las  masas  y  no 
querer  reconquistar  los  (Estados. 


PABLO  ANTONIO  CUADRA 


H8 


Mientras  un  misionero  conquista  un  alma,  un  Estado  per¬ 
vierte  mil. 

Si  no  damos  la  familia  al  diablo,  no  tenemos  por  qué  re¬ 
galarle  el  Estado  al  diablo. 

Y  esta  es  la  política.  La  verdadera  política. 

El  reino  de  Dios  no  es  de  este  mundo.  Por  lo  mismo,  el 
reino  de  este  mundo  nos  debe  de  llevar  al  Reino  de  Dios. 

Creo  que  ya  podemos  dudar  de  aquella  lamentable  e  hipó¬ 
crita  consigna  bélica:  “Luchamos  por  la  civilización  cristiana’.’. 

Porque  una  Civilización,  o  una  cultura  cristiana  — girando 
alrededor  de  Cristo — ,  puede  encamar  a  Pedro  y  también  a  Ju¬ 
das,  persiguiendo  a  Cristo  o  vendiéndolo. 

Puede  también  encarnar  a  Juan  o  a  Barrabás,  ya  sea  acom¬ 
pañándole  dolorosamente  al  pie  de  la  cruz,  o  bien  suplantán¬ 
dolo  para  su  burla  y  su  muerte. 

En  este  sentido,  Cristo  centra  esa  cultura,  como  centró 
también  la  vida  entera  de  Israel,  y  aun  la  de  todo  el  universo 
aquélla  tarde  espantosa  de  su  crucifixión:  como  víctima. 

Como  blanco  de  nuestra  saliva,  de  nuestros  látigos,  de  nues¬ 
tros  clavos,  de  nuestras  espinas  y  de  nuestra  lanza  guerrera. 

Hemos  hablado  de  “Democracias”. 

Se  nos  ha  hablado  de  ellas  en  todos  los  tonos  del  fervor. 

Y  es  doloroso  confesar  que  para  muchos  cristianos  esa  ¡pa¬ 
labra  ya  ha  sido  incorporada  a  la  fe. 

Más  que  romana,  la  Iglesia  parece  ser  para  ellos:  católica, 
apostólica  y  democrática. 

¡No  es  que  yo  esté  en  contra,  como  no  lo  está  el  Sumo  Pon¬ 
tífice,  de  una  estructuración  democrática  de  las  naciones  que 
puedan  hacerlo.  ¿No  es  acaso  democracia,  en  su  más  pura  rea¬ 
lización,  la  tradición  de  las  Cortes  y  los  Municipios  hispanos, 
tradición  que  siempre  ha  sido  el  cimiento  de  mis  ideales  po¬ 
líticos? 

Pero  no  se  trata  de  esto.  Se  trata  de  que  estamos  levan¬ 
tando  del  fango  de  una  historia  indecente  una  palabra  conta¬ 
minada  con  los  más  sucios  crímenes  para  envolver  con  ella  el 
éuerpo  de  Cristo.  Queremos  hacer  de  la  historia  cristiana,  es¬ 
crita  por  el  Espíritu  Santo,  la  historia  misma  de  la  Democracia, 
sucia  de  actos  satánicos  y  decididamente  anticatólica  en  sus 
capítulos  modernos. 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA 


19 


En  América,  sobre  todo,  existe  ya  una  relación  viva  y  cons¬ 
tante  — como  la  relación  entre  la  Celestina  y  sus  falsas  donce¬ 
llas —  entre  la  estafa  al  pueblo,  la  persecución  al  cristiano,  el 
despojo  a  la  Iglesia  y  esa  palabra  ahora  canonizada.  Yo  no 
dudo  que  podemos  redimirla,  pero  tampoco  dudo  que,  mien¬ 
tras  no  esté  redimida,  es  inicuo  para  la  memoria  de  los  Santos 
y  de  los  Mártires  confundir  su  historia  con  esa  otra  historia 
tantas  veces  meretriz. 

Nuestra  democracia  hispanoamericana  no  ha  salido  aún  de 
sus  dos  más  infames  y  ya  seculares  realizaciones:  de  la  dicta¬ 
dura  de  Judas  y  de  la  candidatura  de  Barrabás. 

Buscad  en  toda  nuestra  historia  política  democrática  mía 
sincera  proclamación  del  reino  de  Cristo  e  inmediatamente  en¬ 
contraréis  la  sangre. 

Sólo  un  plebiscito  tiene  Cristo  a  su  favor:  El  plebiscito  de 
los  mártires. 

Nuestra  cristiana  democracia  no  ha  sido  otra  cosa  que  una 
renovación,  brutalmente  impía,  de  la  Pasión  de  Cristo. 

En  ciertas  épocas  es  Judas  el  que  monopoliza  las  formas  y 
doctrinas  de  gobierno.  Epocas  que  casi  siempre  se  abren  con 
el  tradicional  beso  al  Señor  en  la  vida  privada  y  la  consecuen¬ 
te  entrega  de  Cristo  a  la  muerte  en  la  vida  pública  o  estatal. 

Cuestión  de  monedas,  por  un  lado,  y  sentimiento' humano, 
muy  humano,  por  otro.  Porque  Judas  vende  al  Maestro,  porque 
no  está  de  acuerdo  con  su  mesianismo  divino.  Quiere,  judaica¬ 
mente,  un  leader  terrenal  y  político.  Prefiere  la  burocracia  a 
la  teología.  Se  indigna,  por  tanto,  con  Magdalena,  que  gasta 
su  fortuna  en  un  perfume  para  Cristo,  pudiéndoselo  dar  a  los 
.pobres.  Humanitarismo.  Los  bienes  de  la  Iglesia  deben  ser 
dados  al  pueblo.  El  fanatismo  divino,  el  oscurantismo,  debe  ser 
perseguido.  Eliminado.  Proclamación  material,  materialista, 
del  reino  de  éste  mundo.  Dictadura  de  Judas. 

¿Qué  es  la  Revolución,  buscando  la  redención  del  pueblo, 
y  crucificando  al  mismo  tiempo  al  Redentor,  sino  el  más  claro 
signo  de  que  la  política  gira  en  la  zona  de  influencias  de  Judas? 

Hace  cincuenta  años  — ¡y  todavía  la  medida  es  aplicable! — , 
una  democracia  — para  ser  democracia —  tenía  que  ser  antirre¬ 
ligiosa,  laica  y,  si  era  posible,  perseguidora. 


20 


PABLO  ANTONIO  CUADRA 


- T - j - 

Pero  Judas,  inevitablemente,  cae  en  el  tormento  de  su  pro¬ 
pio  crimen.  Vimos,  en  el  Evangelio,  devolverle  las  monedas  a 

fariseos. 

El  acto  suele  repetirse. 

Las  monedas  hoy  dia  se  tiran  en  otros  templos;  por  ejem¬ 
plo,  en  el  de  España.  La  dictadura  de  'España  sí  es  antidemo¬ 
crática.  Allí  el  crimen  sí  es  claramente  visible.  España  no  es 
cristiana  en  la  medida  de  Judas.  España  esta  señalada  con  el 
infame  signo  de  la  Cruz. 

Por  eso  se  arrojan  sobre  ella  las  monedas  de  Judas:  la  culpa. 

¡Con  el  dinero  de  Judas  es  necesario  comprar  — siempre — 
un  campo  de  sangre! 

¿No  basta,  no  estamos  saciados  ya  con  lo  que  se  ha  hecho 
en  obsequio  de  los  fariseos?  ¿No  nos  abrió  los  ojos  el  “hacel- 
dama”  de  la  guerra;  no  condenamos  a  voz  en  cuello  y  en  olím¬ 
picos  discursos  la  persecución  de  los  germanos  contra  los  cris¬ 
tianos  y  judíos;  no  ahorcamos  a^Judas  con  el  fascismo  hasta 
romper  la  cuerda  y  ver  esparcidas  sus  entrañas? 

Realmente.  Pero  es  que  Cristo  no  presenta  mayores  venta¬ 
jas.  La  obra  de  Judas  lo  ha  dejado  atado  a  la  columna,  y  en 
£ste  momento  uno  de  los  representantes  de  la  fuerza  lo  seña¬ 
la,  no  sin  ironía,  totalmente  vapuleado:  ¡Ecce  Homo! 

Convengamos,  nos  dirán,  que  un  Cristo  así  — con  una  -caña, 
un  manto  de  loco,  una  corona  de  espinas —  es  ridículo.  Lo  de 
Judas  es  un  error.  Pero  Pilatos  ha  comprendido  la  situación, 
y  Cristo  no  hace  nada  por  salvarse.  ¿Por  qué  se  empeña  en 
proclamarse  la  Verdad?  ¿No  sería  mucho  más  ventajoso,  en 
este  momento  de  victoria,  que  se  proclamara  la  Libertad? 

Esta  es,  precisamente,  la  hora  en  que  Barrabás  entra  en 
escena. 

El  cristianismo  de  Barrabás  consiste  en  haber  sido  elegido 
en  vez  de  Cristo. 

Barrabás  es  la  fácil  salida,  el  acomodamiento  cristiano,  la 
componenda  beneficiosa  ante  el  grito  de  la  masa  azuzada  o 
de  la  fuerza  dominante. 

Barrabás  es  el  que  encuentra  la  Libertad  a  costa  de  la 
Verdad. 

Barrabás  busca,  al  comienzo,  quizá  de  buena  fe,  escapar  de 
la  condena  del  mundo;  pero  cuando  el  dilema  se  agrava,  y  es 
Cristo  mismo  el  precio  de  su  escape,  su  pecado  es  el  de  la  co- 


i 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA 


21 


¡toar día,  Barrabás  -es  el  hombre  que  no  sabe  ser  mártir.  El 
perfecto  burgués  liberal.  El  nuevo  demócrata  cristiano. 

¿No  tiene  consigo,  completamente,  la  legalidad?  Alguno 
¡puede  descubrir  en  él  un  pasado  sucio,  pero  esto  no  tiene  valor 
ante  un  fallo  enteramente  limpio  y  perfectamente  electoral  de 
la  mayoría.  Cuando  la  democracia  escoge  el  error,  Cristo  debe 
someterse.  Aceptar  su  cruz.  Reanudar  su  pasión.  . 

✓ 

¿Cuántos  cristianos  no  han  cometido  una  barrabasada? 
¿Cuántos  son  los  que  han  preferido  la  corona  de  espinas  al 
gorro  frigio? 

Barrabasada  es  toda  libertad  a  costa  de  la  justicia. 

Barrabasada  es  cobardía:  aceptar  al  mundo  porque  su 
fuerza  se  impone,  contrariando  la  voz  del  Exodo  (23,  2) :  “No 
seguirás  a  los  muchos,  ni  responderás  en  litigio  inclinándote 
a  los  más”. 

Barrabasada  es  la  democracia  mayoritarla  contra  la  de¬ 
mocracia  solitaria  del  Redentor  crucificado. 

Barrabasada  es  rehuir  la  muerte,  la  mortificación  de  la 
lucha  contra  el  mundo  — ¡bajo  la  insignia  de  la  cruz — ,  y  dar 
por  salvado  al  mundo,  aceptar  la  salvación  del  mundo  por 
sus  propios  sistemas  y  fórmulas. 

Pero  el  mundo  ya  ha  sido  juzgado. 

Todos  sus  regímenes  e  instituciones  han  sido  llevados  a 
juicio:  los  fascios  han  flagelado  a  Cristo.  El  Parlamento  ha 
votado  su  muerte.  El  César  la  ha  autorizado.  La  mayoría 
democrática  ha  escogido  a  Barrabás.  El  burócrata  de  la  bolsa 
lo  ha  vendido.  Lo  que  hizo  falta  ayer  y  hace  falta  ahora 
es  espíritu  para  reconocer  — bajo  la  sangre  y  las  lágrimas — 
el  divino  rostro  de  la  Verdad. 

La  política  no  basta.  El  mundo  se  ha  llenado  de  sangre 
para  probarlo. 

Los  políticos  engañan.  El  mundo  está  poblado  de  sane¬ 
drines,  y  no  es  necesario  probarlo. 

Lo  que  se  necesita  es  una  revolución  integral  contra  la 
integral  revolución  que  ¡ha' hecho  desandar  al  mundo  su  ca¬ 
mino  de  resurrección  para  colocarlo  de  nuevo  en  el  calvario, 
entre  dos  ladrones. 

Cambio  absoluto  de  normas  contra  Judas  y  cambio  abso¬ 
luto  de  vida  contra  Barrabás. 


22 


PABLO  ANTONIO  CUADRA 


Ideas  firmes  en  la  Verdad.  Ideas  al  pie  de  la  Cruz. 

Vidas  entregadas  a  la  Verdad.  Vidas  crucificadas. 

El  cristianismo  o  es  subversivo  (en  el  más  entero  y  santo 
sentido  de  la  palabra)  o  no  es  cristianismo. 

Sea  cual  sea  el  régimen  que  la  Historia  exija  para  cada 
uno  de  nuestros  pueblos  (y  conste  que  la  obediencia  a  la  His¬ 
toria  es  uno  de  los  caminos  para  recobrar  la  Verdad),  la  re¬ 
dención  del  pueblo  no  se  logrará  con  gorros  frigios,  hoces  o 
martillos,  sino  con  la  tremenda  presencia  del  Amor. 

Y  ese  Amor  está  clavado  en  una  trágica  e  ineludible  Cruz. 

Hispanoamérica  necesita  todo  lo  contrario  de  un  catolicis¬ 
mo  apolítico.  Y  lo  contraño  de  un  catolicismo  apolítico  no 
es  un  catolicismo  político,  sino  una  política  católica. 

Hispanoamérica  necesita  que  su  política  tenga  ese  sentido 
creciente  — de  ambición  absoluta —  que  expresa  el  catolicismo 
cuando  el  hombre  es  católico  y  no  cuando  el  hombre  es  co¬ 
barde. 

Sentido  creciente  de  sobrepasar  el  catolicismo  liberal  de 
la  religión  dentro  de  casa.  De  sobrepasar  .el  catolicismo  ma- 
ritainiano  de  la  religión  dentro  de  la  ciudad.  De  sobrepasar,, 
incluso  el  catolicismo  de  algunos  buenos  patriotas,  de  la  reli¬ 
gión  dentro  de  la  nación.  ' 

Casa,  ciudad  y  nación  no  han  recibido  un  Cristo  quietista, 
sino  un  Cristo  crucificado.  Un  Cristo  de  brazos  abiertos,  que 
ha  puesto  la  señal  de  su  sangre  sobre  cada  punto  cardinal. 
Norte,  Sur.  Este.  Oeste. 

Un  Cristo  misionero/ 

Y  América  está  crucificada  sobre  esos  puntos  de  la  san¬ 
grienta  rosa  de  los  vientos  cristianos  para  una  misión. 

i  Casa,  ciudad  y  naciones  al  servicio  de  Cristo! 

“América  católica”,  cantó  Rubén  Darío. 

No  se  tiene  ese  nombre  para  que  nuestras  mujeres  recen  no¬ 
venas  a  los  Santos. 

Cristo  vino  a  vencer  al  mundo. 

El  cristiano  viene  a  vencer  al  mundo. 

Y  el  mundo  se  vence  en  todas  partes  donde  el  mundo 
presenta  combate. 

En  “el  hombre  inicuo  y  engañador”  que  llevamos  dentro 
de  nosotros  mismos.  (En  el  que  habita  la  ciudad  cristiana  y 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA 


23 


siembra  en  ella  la  perversidad'.  En  el  que  rige  naciones  y 
usa  su  poderío  para  destruir  la  libertad  y  la  obra  de  la  Iglesia 
de  Dios. 

Y  si  para  el  ¡hombre  basta  el  hombre,  para  el  mal  social 
hace  falta  la  obra  social.  Y  para  las  naciones  falta  hacen 
las  naciones. 

Hispanoamérica  ha  nacido  a  la  Historia  para  vencer  al 
mundo.  Y  su  primer  paso  es  unirse  para  no  ser  vencida  por 
el  mundo. 

Nadie  ha  dicho  Estados  Unidos  de  Hispanoamérica.  Mu¬ 
chos,  sin  embargo,  han  dicho  Hispanidad. 

No  se  trata  de  una  sociedad  de  provecho.  Sino  de  una 
“unidad  de  destino”. 

Unidad  de  servicio. 

Si  alguna  vez,  con  lenguaje  rubeniano,  se  ha  llamado  a 
esta  unidad:  Imperio,  la  palabra  no  debe  tomarse  en  lo  que 
tiene  de  antigua  ni  en  lo  que  tiene  de  moderna,  sino  en  lo 
que  tiene  de  molesta. 

Yo  la  usé  siempre  porque  les  resultaba  desagradable  a 
aquéllos  a  quienes  deseaba  desagradar. 

A  los  imperialistas. 

Muchos  confunden  la  Hispanidad  con  el  amor  a  España. 

Muchos  parecen  creer  que  la  Hispanidad  es  una  especie 
de  Panamericanismo  español.  Una  doctrina  de  Monroe,  eje¬ 
cutada  al  revés,  que  trata  de  arrancar  a  la  tierna  e  ingenua 
Hispanoamérica  de  las  manos  de  un  imperialismo  (yanqui) 
para  ponerla  en  manos  de  otro  imperialismo  (ibérico). 

Si  España  dejara  de  existir,  tragada  por  el  mar,  nosotros 
tendríamos  que  ser  más  hispanistas  aún. 

Porque  con  España  nuestro  hispanismo  puede  recurrir  a 
España.  Pero  sin  España  nuestro  hispanismo  tiene  que  re¬ 
poner  a  España. 

No  se  trata  de  amar  sentimentalmente  a  España,  sino  de 
continuarla.  . 

Amar  a  España  es  amamos  a  nosotros  mismos. 

España  es  tanto  la  madre  patria  de  España  como  de  Amé¬ 
rica. 

Oranada  de  España  es  úna  obra  de  conquista  española 
tanto  como  Granada  de  Nicaragua.  Y  el  hecho  de  que  An¬ 
dalucía  pertenezca  a  ‘España  explica  el  otro  hecho  de  que  Es- 


24 


PABLO  ANTONIO  CUADRA 


paña  pertenezca  a  Nicaragua.  Porque  todos  los  nicaragüenses, 
como  todos  los  andaluces,  tenemos  nuestros  antepasados  en  Es¬ 
paña.  Y  si  por  esa  razón  Andalucía  es  ahora  española,  por  la 
misma  razón  España  es  a^hora  — en  Nicaragua —  nicaragüense. 

He  sido  imperial. 

Es  decir:  no  he  sido  nunca  imperialista,  sino  cristiano.  Y 
hay  que  saber  medir  lo  que  significa  de  amor  a  la  libertad 
eso  de  ser  cristiano  hasta  las  últimas  consecuencias. 

i  . 

Proclamamos  la  necesidad  de  la  comunidad  hispanoame¬ 
ricana  movidos,  precisamente,  por  el  sentimiento  anti-imperia- 
lista  y  por  el  sentimiento  cristiano. 

Nuestra  libertad  no  puede  ni  debe  depender  de  la  buena 
o  mala  voluntad  de  los  Estados  Unidos  o  de  cualquier  otro 
gran  Estado  futuro.  Nuestros  pueblos  sólo  pueden  obtener  su 
plena  y  efectiva  libertad  ayuntándose  en  una  sólida  comuni¬ 
dad  hispánica  (cuya  necesaria  estructuración  futura  no  estoy 
en  capacidad  de  profetizar),  que  por  sólida  respete  y  proteja 
las  naturales  libertades  y  autonomías  de  las  diversidades  na¬ 
cionales,  y  por  hispánica  vertebre  todos  aquellos  elementos  que 
nos  son  comunes. 

'  .  \ 

'Esto  seria  formar  un  ‘“frente  unido”. 

“Defender  .la  libertad  contra  los  imperialismos”,  dicho  en 
lengua  de  mitin. 

Pero  un  “frente  unido”,  por  lo  mismo  que  defiende  la 
libertad,  y  por  lo  mismo  que  brota  de  una  gran  unidad  espi¬ 
ritual,  produce  una  fuerza,  una  (posibilidad  de  quehacer  po¬ 
sitivo,  una  capacidad  formidable  de  acción  cuyo  destino  no 
lo  dicta  claramente  la  'Historia. 

♦ 

Si  existiera  en  el  mundo  una  fuerza  cristiana,  como  la 
que  somos  capaces  de  presentar  todos  los  pueblos  hispanos 
unidos,  las  fuerzas  del  mal  no  operarían  libremente  —como 
hoy  día —  al  servicio  de  la  satan idad  en  la  destrucción  de  la 
Historia  y  de  la  Civilización  cristianas,  sino  que  se  verían  con¬ 
trarrestadas,  y  aun  posiblemente  vencidas,  por  las  fuerzas  del 
Bien  al  servicio  de  la  Cristiandad  y  de  la  reanudación  de  su 
historia. 

Esto  no  es  un  abominable  imperialismo  cristiano,  nunca 
— empero  — tan  abominable  como  un  imperialismo  ahti-cris- 
tiano,  sino  una  comunidad  de  pueblos  al  servicio  de  Cristo, 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA 


25 


que  es  tan  agradable  y  santo  como  un  hombre  al  servicio 
de  Cristo. 

¿Es  que  insistimos  en  una  nueva  Edad  Media? 

Soñamos  más  bien  en  una  Edad,  Entera  que  venga  a  com¬ 
pletar  la  Edad  Media.  " 

Sueño  lleno  de  dificultades  y  de  imposibles.  Y,  por  tanto, 
el  sueño  más  grato  para  un  hispano. 

Porque  para  él  no  hay  nada  más  posible  que  un  imposible, 
ni  nada  más  realizable  que  un  sueño. 

Esta  edad  que  vivimos  se  distingue  de  todas  las  otras,  por¬ 
que  lo  único  que  se  realiza  son  las  utopías. 

De  ahí  que  no  queramos  una  repetición,  sino  una  supera¬ 
ción  de  nuestra  propia  historia. 

Nadie  nos  tacharía  de  locos  si  quisiéramos  la  aparición  de 
otro  Bolívar.  / 

Tenemos  derecho  a  querer  nuevos  Bolívares  de  una  nueva 
gesta,  no  tan  pobre  en  sentido  religioso  como  la  libertadora, 
Sino,  al  contrario,  riquísima  en  religiosidad,  como  lo  fue  aqué¬ 
lla  en  ¡heroicidad  guerrera  y  romanticismo  libertario. 

¿El  ideal  cristiano  debe,  acaso  — por  prudencia  burguesa — , 
mantener  su  vuelo  a  ras  del  suelo  para  que  cualquiera  caída  no 
sea  dolorosa  ni  incómoda? 

¿Desde  cuándo  el  vuelo  de  un  pueblo  cristiano  no  puede 
ser  de  cóndor,  sino  el  pesado  y  rastrero  vuelo  de  una  ave  de 
corral? 

Ocupamos  la  geografía  como  una  cruz. 

Nuestro  destino  es  una  pasión. 

Pasión  por  redimir  la  Historia. 

Pasión  o  agonía  de  un  gran  cuerpo  de  pueblos  en  gestá, 
que  clava  manos  y  pies  sobre  el  destino  del  mundo,  y  que,  con 
su  propia  sangre,  sangre  también  en  cruz  o  ¡cruce,  está  elabo¬ 
rando  algo  nuevo,  el  hombre  nuevo,  la  resurrección  de  Europa, 
la  restauración  de  la  Cristiandad. 

Por  nuestra  crucifixión,  por  la  agonía  o  lucha  de  nuestro 
destino,  la  Hispanidad  tiene  no  sólo  una  dimensión  vocacional, 
sino  todas  a  la  vez.  Horizontalmente,  vinculando  pueblos  con 


26 


PABLO  ANTONIO  CUADRA 


un  mismo  destino.  Y  verticalmente,  anudando  razas  y  clases 
en  un  mismo  sentido  teológico  de  la  Historia  y  de  la  vida. 

La  Hispanidad  es  demasiado  dramática  para  ser  lírica. 

•Ella,  sólo  ella,  ha  heredado  la  dramática  obligación  de  ha¬ 
cer  en  sí  la  síntesis  de  los  tres  grandes  quehaceres  de  Occi¬ 
dente.  El  quehacer  de  Roma,  por  el  poder.  El  quehacer  de 
\  Atenas,  por  el  saber.  El  quehacer  de  Jerusalen,  por  el  Amor. 

Y  he  aquí  la  inquietud. 

Inquietud  definitiva  de  nuestra  raza. 

Por  eso  [Bolívar,  que  hubiera  podido  ser  un  capitán  redu¬ 
cidamente  nacional,  siente  el  quehacer  de  Roma  y  obra  impe¬ 
rialmente,  convirtiéndose  en  el  soldado  de  todo  un  Continente. 

Por  eso  Rubén,  que  hubiera  podido  ser  un  poeta  limitada¬ 
mente  nicaragüense,  siente  la  vocación  de  Atenas,  y  canta 
ecuménicamente,  como  vate  y  profeta  de  toda  la  Hispanidad. 

Por  eso  Hispanoamérica,  el  continente  más  abandonado 
para  la  herejía  y  el  cisma  por  las  incesantes  inmigraciones, 
por  el  difícil  problema  de  sus  distancias  cósmicas,  por  su  ín¬ 
dole  racial  soñadora  y  qiesiánica,  ha  sido  el  Continente  sin 
herejías.  El  Continente  de  la  religión  sin  límites,  sin  reduc¬ 
ciones;  porque  sellada  en  su  origen  por  el  sello  de  sangre  de 
Jerusalén,  vive  lo  católico  no  sólo  como  idea,  y  como  sentimien¬ 
to,  sino  como  realidad  física.  El  mestizaje  ha  convertido  a 
Hispanoamérica  en  raza  universal.  Católica.  ' 

Nuestra  obra  romana  es  lograr  la  unidad  de  civilización 
para  influir. 

Nuestra  obra  ateniense  es  lograr  la  unidad  de  cultura  para 
trascender. 

Nuestra  obra  jerosimilitana  es  lograr  la  unidad  religiosa 
para  misionar. 

Unidad,  no  de  suma,  sino  de  comunión. 

No  aritmética,  sino  apasionada. 

‘  Epitalamio  de  la  unidad:  Unidad  de  creación. 

Por  eso  Hispanoamérica  puede  sentirse  europea  y  puede 
sentirse  indigenista. 

América  comienza  en  los  Pirineos. 

Pero  también  Europa  acaba  en  la  Patagonia. 

Lo  malo  de  los  europeístas  es  que  sólo  se  sienten  europeos. 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESTADA 


27 


Lo  malo  de  los  indigenistas  es  que  sólo  se  sienten  indígenas. 

Son  los  vicios  de  nuestras  virtudes. 

Pero  ser  'hispano  es  sentirse  europeo  en  cuanto  indigenista. 
Y  sentirse  indigenista  en  cuanto  europeo. 

El  europeísta  que  sólo  se  siente-  europeo  no  llega  a  sentir 
lo  nuevo  del  'Nuevo  Mundo. 

No  es  creador. 

No  posee  el  dramatismo  católico  que  necesita  la  Hispani¬ 
dad  para  su  gran  síntesis  futura. 

No  es  hijo  de  los  Conquistadores.  (Se  queda  en  Europa, 
fuera  de  su  tiempo,  fuera  de  su  linaje). 

El  indigenista  que  sólo  se  siente  indigenista  no  llega  a 
sentir  lo  mundial  (lo  universal)  del  Nuevo  Mundo. 

Tampoco  es  creador. 

No  tiene  Historia. 

Tiene  tan  sólo  Arqueología. 

No  es  hijo  de  los  Indios.  (Se  queda  en  la  barbarie.  En  la‘ 
antropofagia  intelectual,  devorando  al  hombre  español  que 
todo  hispanoamericano  lleva  dentro  de  sí). 

El  indigenismo  revolucionario  de  las  izquierdas  es  una 
mezcla  híbrida  de  Marx  y  de  Las  Casas. 

I±a  cruz  del  mestizaje  tiene  cuatro  términos: 

I)  El  español,  que  se  cruza  con  el  indio,  hispanizando,  es 
decir,  oocidentalizando  al  indio.  2)  El  indio  que  se  cruza  con 
el  español,  venciendo  culturalmente  al  español  y  sumergién¬ 
dolo  en  el  Oriente  misterioso  de  su  concepción  de  la  vida  y 
del  mundo.  3)  El  español  racista,  que  no  se  cruza,  que  se  aisla 
¡robinsonicamente  en  su  cultura.  4)  El  indio  irreductible,  que 
se  aisla  cavernariamente  en  su  primitivismo. 

Existe  una  cruz  igual  de  mestizaje  hacia  arriba.  De  absor¬ 
ción  y  conquista  de  las  razas  blancas  inmigrantes. 

América  no  sólo  ¡tiene  que  hispanizar  su  raza  de  profun¬ 
didad  que  es  la  india. 

Otros  indios  hay,  quizá  más  difíciles  — razas  de  extensi- 
dad — ,  que  sin  tener  el  sentido  americano  de  la  tierra,  ni  la 
elegancia  espontánea  de  los  dueños  milenarios  de  nuestra  na¬ 
turaleza,  llegan  a  América  con  leguas  y  psicologías  foráneas 
a  enriquecer  nuestro  mundo  si  su  absorción  es  perfecta,  o  a 


2» 


PABLO  ANTONIO  CUADRA 


cuartear  la  solidez  espiritual  de  nuestra  cultura  si  su  incor¬ 
poración  es  débil  o  defectuosa. 

En  ambos  mestizajes  se  dan  los  cuatro  términos  de  la  cruz. 
Violencia  y  lucha  en  las  entrañas.  Pero  la  Hispanidad  está 
en  el  equilibrio  de  los  dos  primeros  términos.  En  la  mutua 
conquista.  En  la  mutua  incorporación  bajo  el  signo  cristiano. 

i  •  * 

Sólo  el  indigenismo  de  las  izquierdas  puede  ser  tan  absur¬ 
do  como  el  hispanismo  racista  — cifra  bastarda  frecuente  en 
las  derechas — ,  que  sólo  toma  en  cuenta  lo  español,  queriendo 
árbol  frondoso,  pero  sin  raíces,  sin  acordarse  que  sin  mestiza¬ 
je  la  Hispanidad  en  América  deja  de  ser  Hispanidad.  Que  sin 
indio  no  hay  americano,  porque  rompemos  las  conexiones 
(como  los  anglosajones  del  Norte  que  son,  trágicamente,  ex¬ 
tranjeros  en  su  tierra)  con  las  hondas  y  ricas  raíces  de  nues¬ 
tra  naturaleza  y  de  su  vitalidad  nativa. 

Recobremos  al  conquistador  y  al  misionero,  y  recobremos 
al  indio.  De  otra  manera,  nos  perdemos  con  el  indio  (indi¬ 
genismo  siniestro),  o  nos  perdemos  sin  el  indio  (hispanismo 
racista). 

Dentro  de  la  ecuación  de  mestizaje  la  -cifra  de  elevación 
la  da  lo  hispánico.  Lo  indígena  da  la  cifra  de  profundidad. 

En  el  barco  de  Hispanoamérica,  el  timonel  es  lo  español. 
Y  el  timón  lo  indio. 

Por  tanto,  una  vez  recobrada  la  dirección  histórica  — ¡el 
piloto  va  en  la  altura! — ,  el  indio  deja  de  ser  arqueología  para 
convertirse  en  algo  vivo  y  sustancial  para  esa  misma  historia 
— ¡sin  el  timón  que  va  en  la  profundidad,  rasgando  la  entraña 
misteriosa  del  elemento,  de  nada  sirve  el  timonel! — . 

Norteamérica  es  una  Europa  trasplantada  (Babel). 

Hispanoamérica  es  una  Europa  continuada  (Roma). 

En  la  bahía  de  (Nueva  York  se  levanta,  sobre  el  ¡mar,  la 
estatua  de  la  Libertad. 

En  la  altura  de  los  Andes  perfora  los  cielos  la  estatua  de 
la  Verdad. 

La  ciudad  norteamericana  es  una  asamblea  de  casas.  Ciu¬ 
dad  sin  centro.  Libertad  de  expresión  y  de  pensamiento. 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA 


29 


La  ciudad  hispanoamericana  nace  alrededor  de  un  centro 
que  es  la  Iglesia.  Ciudad  jerárquica.  Pensamiento  y  expresión 
de  la  libertad. 

Norteamérica  es  la  civilización  del  “pacto  social”. 

Hispanoamérica  es  la  cultura  del  “cuerpo  místico”. 

No  se  trata  de  dos  mundos  enemigos. 

Se  trata  de  dos  vocaciones  distintas. 

¡En  esto  nos  basamos  para  predicar  y  sostener  ardiente-' 
mente  la  primacía  del  hispanismo  sobre  el  panamericanismo. 

Anteponer,  en  el  orden  de  los  valores  culturales,  el  pan¬ 
americanismo  a  la  Hispanidad,  es  conceder  mayor  valor  a  las 
relaciones  geográficas  o  económicas  que  á  las  espirituales.  Lo 
cual  es  un  atentado  contra  el  espíritu  y  una  demostración  de 
decadencia  cultural. 

Nosotros  rechazamos  la  infiltración  de  los  Estados  Unidos 
más  por  cultura  que  por  política. 

Nuestra  cultura  es  creadora,  y  por  tanto,  casta. 

.Cuando  la  cultura  no  tiene  ese  sentido  de  defensa  — o  de 
autoctonía,  como  lo  llamaron  los  griegos — ,  se  convierte  en  ci¬ 
vilización  meretriz;  es  decir,  híbrida. 

Casi  todas  nuestras  ciudades  hablan  de  algo  nuevo.  Nueva 
España.  Nueva  Granada.  Nueva  Segovia. 

Nuestro  mundo  se  llama  Nuevo  Mundo. 

Nuestro  hombre  será  el  “hombre  nuevo”. 

Estamos  en  un  acto  de  creación. 

Vamos  a  las  bodas.  No  al  burdel. 

Por  esta  razón,  el  Protestantismo  no  sólo  es  peligro  re¬ 
ligioso.  Es  una  ofensa  política.  Y  más  aún,  una  amenaza 

cultural. 

Y  cuando  lo  atacámos  como  “disolvente  de  la  unidad  na¬ 
cional”,  no  nos  referimos  solamente  al  peligro  de  su  proseli- 
tismo  numérico;  es  decir,  a  la  cifra  de  hombres  que  resta,  de 
nuestra  unidad,  sino  más  bien  al  adulterio  que  comete  en 
nuestra  unidad,  a  la  cuña  bastarda  que  introduce  dentro  de 
nuestro  proceso  creador,  prostituyendo  una  comunidad  que- 
necesita  desarrollar  limpia  y  vitalmente  su  tradición  cultúraJ 
sobre  el  tálamo  católico. 


PABLO  ANTONIO  CUADRA 


30 


Para  un  hispano  nada  hay  más  frío  y  esterilizador  que 
la  estrangulación  de  lo  ecuménico  hasta  su  reducción  a  secta. 

El  Protestantismo  significa  para  el  hispanoamericano  la 
castración  más  Brutal.  Porque,  conservándole  las  ansias,  lo 
reduce  a  un  eunuco,  que  nunca  concebirá  en  sí  al  “hijo  del 
hombre”.  Nuestro  “hombre  nuevo”  queda  para  siempre  dete¬ 
nido  si  entra  al  alma  del  pueblo  este  foirth  control  de  su  más 
honda  y  entrañable  creación. 

Atacamos  al  Protestantismo  por  lo  qu^  entraña  de  enfria¬ 
miento  de  nuestra  dramaticidad  creadora. 

Nada  más  terrible  que  el  emparedamiento  espiritual  que 
produce  una  seudo- religión,  a  la  que  han  tapiado  las  puertas 
sacramentales  que  nos  daban  la  salida  hacia  Dios. 

El  Protestantismo  es  la  mediocridad  de  una  verdad  a 
medias. 

El  Protestantismo  es  el  enemigo  de  nuestra  unidad.  Es  la 
desunión. 

El  Comunismo  es  el  enemigo  de  nuestro  destino.  La  falsa 
unión. 

El  uno  no  nos  deja  crear. 

El  otro  nos  lleva  a  una  creación  monstruosa. 

o 

El  Protestantismo  disgrega  el  “cuerpo  místico”. 

El  Comunismo  lo  falsifica. 

El  Comunismo  es  el  reemplazo  satánico  de  la  comunión. 

Así  como  Cocteau  llamaba  al  licor  y  al  opio  “los  sacra¬ 
mentos  del  demonio”,  así  podemos  nosotros  considerar  al  Co¬ 
munismo  como  lo  contrario  del  misterio  del  cuerpo  místico. 

El  cuerpo  “mítico”. 

El  sueño  marxista  de  una  convivencia  sin  misterio,  de  un 
cuerpo  sin  alma,  de  una  hermandad  sin  Padre. 

Toda  la  inmensa  caridad  del  misterio  católico  es  aplasta¬ 
da  por  Satanás  contra  la  tierra  como  un  insecto. 

Y  en  vez  de  la  Iglesia  resulta  el  enjambre. 

La  comunidad  trabajadora  bajo  la  oscura  ley  implacable 
del  instinto. 

La  crueldad  infrahumana  de  rebajar  el  destino  del  hombre 
a  la  altura  elemental  del  hambre  y  la  sed. 

La  unión  comunista  produciría  en  América  un  hijo  ante¬ 
rior  a  los  Incas  y  los  Aztecas. 


ENTRE  LA  CRUZ  Y  LA  ESPADA 


31 


Recogeríamos  el  ‘fruto  en  la  boca  de  las  cavernas. 

O  Comunión  o  Comunismo. 

El  Protestantismo  suele  disfrazarse  del  Panamericanismo. 
Con  -traje  (geográfico. 

El  Comunismo  suele  disfrazarse  de  indigenismo.  En  des¬ 
nudez  histórica. 

Más  que  defensa,  la  Hispanidad  es  permanente  conquista. 

Hacia  fuera  y  hacia  dentro. 

Hacia  fuera;  en  todo  lo  que  podemos  hacer  e  influir  unidos. 

Hacia  dentro:  en  todo'  lo  que  podemos  hacer  e  incorporar 

uniéndonos. 

Cada*  nación  debe  tratar  de  hacer  su  síntesis  propia,  con¬ 
forme  las  leyes  comunes  e  históricas  de  esta  conquista. 

Cada  nación  conforme  sus  propias  peculiaridades. 

Porque  la  riqueza  de  nuestra  unidad  está  en  nuestra  di¬ 
versidad. 

Otros  busquen  ser  uniformes. 

Nosotros  somos  universales. 

Uni- diversos. 

i 

Cada  zona,  cada  país  tiene  su  misión. 

A  sus  nuevas  juventudes  corresponde  descubrir  y  luego 
conquistar  ese  destino. 

No  ceder.  No  ceder.  Y,  nuevamente:  no  ceder. 

No  rebajar  la  meta  del  gran  propósito. 

Si  alguno  cae:  entregue  su  -antorcha,  y  siga  el  relevo. 

No  se  hace  la  Historia  completa  en  una  generación. 

Cosa  pequeña  sería  la  Hispanidad  si  la  encerráramos  en 
nuestros  años. 

iSe  nos  iha  dado  el  porvenir.  El  porvenir  de  veinte  nacio¬ 
nes  en  haz. 

Soñemos.  Invitemos  a  los  soñadores  a  cantar  las  dimen¬ 
siones  jubilosas  de  esa  gran  fuerza  futura. 

Trabajemos.  Invitemos  a  los  conquistadores  a  emprender 
el  camino  de  la  aurora. 

“En  espíritu  unidos,  en  espíritu  y  ansias  y  lengua”. 


PABLO 


ANTONIO 


CUADRA 


MANUEL  MACHADO,  EL  POETA 
DE  “ADELFOS”  (1874-1947) 


¡Ay,  qué  anciano  soy,  Dios  santo!,  clamó  Rubén 
frente  al  mar  latino  en  un  poema  memorable  por  la 
humana  verdad  de  su  doctrina,  increíblemente  confiada 
a  la  virgen  y  alegre  claridad  expresiva  de  una  estrofa 
pequeña,  tan  quebrada  y  sonora  y  rigurosamente  ago¬ 
tada  en  su  límite  formal.  Qué  misterio  más  claro  el  de 
la*  palabra  poética  en  Rubén.  Tan  anciano,  tan  viejo 
como  el  mar  más  viejo  del  mundo  se  sentía  nuestro 
poeta  — y  era  tal  v'ez  la  contemplación  cercana  y  amiga 
de  ese  mismo  mar  la  que  le  hizo  tan  nuestro — , 'y  sentía 
su  antigüedad,  su  más  noble  y  condensada  ancianidad 
humana  — Adán  recién  nacido  a  la  muerte  a  las  puertas 
del  Paraíso —  en  roca,  en  aceite,  en  vino. 

En  roca:  la  piedra  al  sol  de  la  montaña  en  su  ma¬ 
teria  aérea  y  trascendida  y  la  piedra  castigada  y  soñadora 
del  acantilado.  En  aceite:  los  glaucos,  unánimes,  vastos 
y  pingües  olivares  y  el  tronco  partido  de  cada  olivo,  con 
su  cigarra  cantora  en  el  día  y  su  triste  coruja  durante 
la  noche.  “En  vino:  la  cepa  achaparrada  y  sarmentosa, 
pegada  a  la  tierra,  los  verdes  pámpanos  primaverales  y 
los  racimos  con  áureas  y  rosadas  transparencias  del  oto¬ 
ño,  el  lagar  con  canciones  y  la  fresca  bodega  en  penum¬ 
bra.  Y  en  todas  estas  cesas,  la  vejez  más  segura,  más 
virginal  v  sencilla  de  la  voz- creadora  del  hombre. 

También  nosotros  podemos  decir  hoy  de  la  poesía 
de  Manuel  Machado:  ¡Ay,  Dios  santo,  pero  qué  vieja, 
qué  viejísima  es  la  poesía  del  más  joven  de  nuestros  poe¬ 
tas  líricos  — viejísima  por  lírica —  y  cómo  su  antigüe¬ 
dad  se  siente  — ¡gracias,  Señor! —  en  vino,  en  aceite, 
en  roca  también  más  de  lo  que  a  primera  vista  parece. 
Pero  sobre  todo  en  vino:  en  el  vino  más  espiritual  — 
espirituoso —  y  añejo,  que  es  donde  está  la  verdad.  Poe¬ 
sía  de  estirpe  verlainiana,  de  la  misma  solera  — ¿sevilla¬ 
na  o  parisiense? —  que  la  de  aquel  que  fué,  al  par  que  el 
más  grato  y  más  leve,  el  primer  lírico  religioso  — por 


MANUEL  MACHADO,  EL  POETA  !  f  y¿ 


su  sagesse,  y  también  por  su  celeste  epitalamio,  por  su 
bonne  chanson —  de  su  tiempo. 

Sentir  la  propia  vejez  personal,  la  de  la  obra,  ver¬ 
dadera  ya-  y  no  sólo  sincera,  en  vino.  Y  en  aceite.  Y 
en  roca.  Tres  ejemplos  tan  distintos,  tan  distantes  entre 
sí,  pero  tan  misteriosos  y  evidentes  todos  tres.  Tres 
ejemplos  tan  ejemplares  para  la  poesía.  Y,  sobre  todo, 
el  vino  por  alado  y  ligero.  Todo  lo  que  tiene  alas' 
pertenece  a  una  raza  superior.  Por  eso-,  la  intensidad  lí¬ 
rica,  eliminando  los  contenidos  penosos,  como  quería 
Keats,  le  dará  alas  al  verso  para  la  transparencia  en  el 
vuelo  de  la  materia  trascendida,  de  la*  carne  que  se  bace 
— y  es  su  mayor  encanto —  habitación  pasajera  de  la 
gracia,  de  esa  gracia  que,  según  reciente  declaración  — 
medio  en  serio,  medio  en  broma,  y  más  en  broma  cuanto 
más  serió —  de  Manuel  Machado,  es,  en  todos  sentidos, 
la  inspiración  para  el  poeta.  La  Muse  qui  est  la  Grace, 
había  dicho  Claudel,  más  rotundamente  y  con  mayúscu¬ 
la,  al  escribir  sobre  ella  una  de  sus  cinco  grandes  Odas. 
El  vino,  que  es  la  verdad  de  la  obra  inspirada,  personal 
y  tradicional  a  un  tiempo,  podemos  decir  nosotros,  con 
minúscula  nada  más.  Y  esto,  no  sólo  para  el  andaluz 
Manuel  Machado,  sino  para  el  danés  Sóren  Kiefkegaard. 
que  no  podía  contentarse  con  el  desvitalizado  idealismo 
racionalista  de  su  tiempo,  al  que  debemos,  sin  embargo, 
algunos  bienes,  y  también  algunos  males,  en  el  orden  de 
la  cultura.  (Entre  paréntesis,  podemos  añadir,  ya  que 
hemos  mencionado  a  .Kierkegaard,  que  en  el  terreno  re¬ 
ligioso  el  protestantismo,  frente  al  catolicismo,  es  una 
religión  sin  vino,  es  decir,  para  el  buen  catador  de  cal¬ 
dos  espirituosos  — espirituales —  no  es  una  religión) . 

Sentimos  la  poesía  de  Machado,  los  que  la  senti¬ 
mos,  vieja  y  antigua  como  el  vino,  como  el  mar  más 
viejo  del  mundo.  Poesía  que  nació,  a  pesar  de;  su  breve 
y  airosa  presencia,  cuando  no  precisamente  por  ella,  car¬ 
gada  más  bien  de  siglos  que  de  años,  popular  y  cultísi¬ 
ma-,  siempre  fina  y  aristocrática,  con  blasón  y  elegancia 
heredados,  como  dijo  el  hermano  — el  del  mirar  tan  pro¬ 
fundo  que  apenas  se  podía  ver —  de  la  suya  propia. 

Y  este  es  el  secreto  de  la  verdadera  poesía:  la  de 
Verlaine  como  la  de  Rubén,  como  la  de  Antonio  o  la 
¡de  Manuel  Machado  que  en  el  momento  de  nacer  sea 


34 


LUIS  FELIPE  VI V ANCO  , 


v _ * — — — ■  . . . . — ■ — —  ■■■• 

tan  vieja,  que  más  allá  o  más  acá  de  todas  las  modas, 
de  todas  las  escuelas  y  todas  la  novelerías  diga  de  nuevo 
lo  que  ya  se  dijp,  como  quería  Unamuno,  y  no  sólo 
sea  nueva  — la  de  Verlaine  y  la  de  Rubén  lo  fueron  co¬ 
mo  escuelas  y  aun  como  modas — ,  sino  su  más  profunda, 
ya  que  no  su  única  novedad,  resida  en  su  ancianidad,  en 
su  manera  de  expresar  virginalmente  las  cosas,  diciendo- 
las  de  nuevo.  Esta  virginidad  de  lo  .viejo  no  quita  la 
personalidad,  al  contrario,  la  da.  Porque  la  personali¬ 
dad  es  tanto  más  fuerte  cuando  más  hondamente  arrai¬ 
gada  está  en  ese  cielo  de  la  carne  que  es  la  tierra  del  es¬ 
píritu,  según  la  enmienda  que  hace  el  mismo  Unamuno 
de  los  dos  famoso  versos  de  Lope: 

i 

Lope  de  Vega,  claro,  de  improviso: 
si  el  cuerpo  quiere  ser  tierra  en  la  tierra, 
el  alma  quiere  ser  cielo  en  el  cielo. 

Pero  debe  enmendársele  el  inciso: 
si  el  cuerpo  quiere  ser  cielo  en  la  tierra, 
el  alma  quiere  ser  tierra  en  el  cielo. 

Cuando  Manuel  Machado  empieza  a  publicar  sus 
versos  está  en  auge  la  influencia  en  la  poesía  española, 
a  través  de  Rubén  Darío,  y  bien  pronto,  aun  a  pesar  de 
él,  del  simbolismo  francés,  ese  movimiento  artístico- 
literario  que  a  estas  alturas  aun  no  sabemos  bien  lo  que 
ha  sido.  No  lo  sabemos  bien,  críticamente  bien;  pero 
i  qué  gran  lección  poética  la  del  simbolismo  y  qué  últi¬ 
mos  aciertos  espirituales  del  poeta  están  contenidos  en 
su  lección!  Porque  ha  afinado  y  agilitado  hasta  la  pura 
delicia  musical  el  instrumento  lírico  sin  olvidar  lo  más 
humano.  Empleando  el  lenguaje  crociano,  podríamos 
decir  que  el  simbolismo,  siempre  a  la  zaga  de  sus  grandes 
predecesores,  y  en  parte  iniciadores,  va  sustituyendo  todo 
lo  que  en  el  romanticismo  y  después  en  el  parnasianis- 
mo  había  de  poética  oratoria  por  verdadera  substancia 
aun  verdaderos  accidentes  líricos.  Tanto  es  así,  que  a 
sus  incondicionales  y  a  sus  exégetas  se  les  ha  reprochado 
con  frecuencia  el  que  al  defenderle  defendieran  la  esen¬ 
cia  misma  de  lo  lírico  más  que  a  una  escuela  determi¬ 
nada.  Dicho  de  otra  manera:  el  simbolismo  ha  susti¬ 
tuido  una  retórica  del  sentimiento  como  contenido  vital 


MANUEL  MACHADO,  EL  POETA 


35 


más  sincero  por  una  retórica  de  la  imagen  como  conte¬ 
nido  espiritual  más  verdadero.  Pero  siempre  queda  — a 
pesar  del  famoso  verso  de  Verlaine  en  su  arte  poética — 
una  retórica,  que  si  no  la  poesía  no  sería  en  última  ins¬ 
tancia,  como  lo  es,  una  cuestión  de  palabras  en  el  len¬ 
guaje.  Así  el  simbolismo  mantiene  al  hombre,  como 
viva  presencia  ordenadora,  frente  al  símbolo  y  reduce 
la  poesía,  que  ya  en  Baudelaire,  pero  sobre  todo  en 
Rimbaud  y  en  Mallarmé,  quería  ser  una  norma  supre¬ 
ma  de  conducta,  cuando  no  un  método  de  conocimiento, 
a  los  límites  de  la.  mera  literatura.  Por  eso,  en  el  umbral 
de  sus  creaciones  literarias  más  que  a  ninguno  de  los  tres 
grandes  poetas  citados  — poetas  del  orgullo,  cada  cual 
a  su  manera  de  decir,  según  la  exigencia  supraliteraria 
de  su  obra  poética — ,  debemos  colocar,  como  una  con¬ 
firmadora  excepción,  la  humildad  de  Verlaine;  de  ese 
cristiano,  pecador  y  humanísimo  Verlaine,  con  el  que 
nuestro  Machado  ha  tenido  voluntariamente  en  sus  co¬ 
mienzos  tantos  puntos  de  contacto,  más  a  menos  super¬ 
ficiales  o  profundos. 

¿Ha  sido  Manuel  Machado  simbolista?  ¿Ha  sido  al 
menos,  según  nuestra  versión  española  del  simbolismo, 
modernista?  En  general,  la  crítica  literaria  ha  contesta¬ 
do  afirmativamente  a  esta  pregunta;  pero,  al  contestar 
que  sí,  no  se  ha  dicho  toda  la  verdad.  Más  verdadero 
sería  decir  que,  por  lo  pronto,  Manuel  Machado  ha 
sido  desde  su  juventud  lo  suficientemente  viejo  por 
naturaleza,  y  también  por  gracia,  para-  poder  albergar 
en  su  versv.  la  más  noble  ancianidad  del  simbolismo  al 
par  que  su  novedad  más  urgente.  Por  eso,  porque  fué 
un  día  tan  viejo  en  su  juventud  se  mantiene  hoy  tan 
joven  en  su  vejez.  Y  a  lo  largo  de  sus  libros,  de  toda 
su  reducidad,  pero  suficiente  obra  lírica,  ha  venido  pre¬ 
valeciendo  lo  antiguo  sobre  lo  nuevo.  Hasta  que  esto, 
lo  nuevo,  desaparece  casi  por  completo  — siempre  con¬ 
viene  que  haya  una  dulce  reminiscencia  del  primer  amor 
literario —  y  queda  entonces  su  poesía  depurada,  dicien¬ 
do  nada  más  lo  que  ya  se  dijo,  y  hasta  diciéndolo  con 
las  mismas  formas  métricas,  populares  o  cultas,  emplea¬ 
das  también  por  el  pueblo  andaluz  y  por  los  demás  poe¬ 
tas  del  momento. 


j  •  4 

36  LUIS  FELIPE  VI V ANCO 


Aunque  hay  muchas  cosas  de  la  mujer,  del  placer 
y  de  la  pena,  de  la  vida  y  de  la  muerte,  del  vino,  como 
es  lógico,  y  hasta  de  la  misma  poesía,  que  parece  que 
nunca  habían  sido  dichas  en  español  — ni,  por  lo  tanto, 
en  ningún  otro  idioma —  hasta  que  Manuel  Machado  las 
dijo  con  sus  versos,  que  no  solamente  en  ellos.  Y  en 
este  parecer  — que  se  funda  en  el  dicho  y  no  sólo  en  la 
expresión —  está  el  secreto  de  la  personalidad,  tan  se¬ 
ñera  e  ingente  que  para  sí  la  quisieran  otros  poetas  de 
obra  más  extensa,  original  y  ambiciosa.  Porque  su  poe¬ 
sía  es  tan  personalmente  creadora  como  la  de  su  herma  - 
no  Antonio,  que  ya  es  decir,  y  es  precisamente  la  dife¬ 
rencia  tan  acusada  de  personas  la*  que  origina  la  diferen¬ 
cia  radical,  de  intención  y  de  logro,  que  hay  entre  ellas. 
Aunque,  a  veces,  se  oigan  acentos  de  las  voces  de  cada 
uno  de  los  dos  hermanos  en  la  voz,  personalísima,  del 
otro. 

Ambas  poesías,  la  de  Manuel  y  la  de  Antonio,  se 
mantienen  en  su  arranque  fieles  a  cierto  subjetivismo 
melancólico  — pero  no  elegiaco,  como  el  de  Villaespesa 
y  el  de  Juan  Ramón  Jiménez  por  esta  misma  fecha —  y 
a  cierta  soberana  actitud  de  reserva  ante  el  mundo,  que 
provienen,  inmediatamente,  a  pesar  de  su  más  remota 
ascendencia  becqueriana,  de  los  poemas  contemporáneos 
de  Rubén.  Y  ya  en  su  arranque,  ambas  poesías,  nos  han 
hecho  patentes  dos  personalidades  humanas  bien  distin¬ 
tas;  pero  es  sobre  todo  en  el  momento  ineludible  de  la 
salida  a  la  realidad  del  mundo  exterior  — momento  que 
les  llega  casi  a  la  par  a  los  dos  hermanos  con  la  madurez 
del  corazón —  cuando  sus  voces  poéticas  definitivamen¬ 
te  se  separan,  para  coincidir,  al  cabo  de  los  años,  en  esa 
heredada  vejez  de  fondo  y  de  forma-  — verdadera  poesía 
gnómica  española —  de  sus  cortas  sentencias  en  octosí¬ 
labos. 

Porque  Antonio  sale  de  sus  Galerías  y  de  sus  So¬ 
ledades,  de  sus  bellos  caminos  interiores  en  sombra,  don¬ 
de  ya  está  sentido,  de  una-  vez  para  siempre,  el  paisaje 
castellano,  a  la  revelación  intensa  y  delicada,  concreta¬ 
mente  metafísica  y  trascendentalmente  geográfica  y  mi¬ 
nuciosa*  de  ese  mismo  paisaje,  ahora  ya  con  sus  hombres, 
en  sus  Campos  de  Castilla.  Y  la  salida  de  Manuel,  desde 
su  Alma  y  sus  Caprichos,  no  es  única.  Por  una  parte 


MANUEL  MACHADO.  EL  POETA 


37 


sane,  en  Museo  y  Apolo,  a  una  interpretación  pictórica 
de  temas  de  nuestra  historia  y  de  nuestra  literatura,  co¬ 
rroborada  por  una  visión  literaria  de  temas  de  la  pintura 
universal  europea.  Estos  dos  libros,  en  los  que  todo  po¬ 
sible  didactismo  queda  sometido  al  imperio  suave  de 
una  sutil  emoción  estética  nada  más,  son  los  más  moder- 
,  nistas,  seguramente,  de  toda  su  obra  lírica.  Por  la  misma 
época,  otro  poeta,  cuyo  nombre  está  unido  al  de  los  dos 
hermanos,  más  aún  que  por  vínculos  literarios,  por  los 
de  una  duradera  y  ejemplar  amistad,  Antonio  de  Sayas, 
luego  Duque  de  Ámalfi,  dará  en  otros  dos  libros  suyos 
Retratos  antiguos  y  leyendas  — la  versión  española  de 
los  mismos  temas  con  arreglo  a  la  más  pura  ortodoxia 
parnasiana. 

Pero,  por  otra  parte,  ha  salido  Manuel  Machado, 
en  su  Canto  hondo  y  algunos  años  después  en  Sevilla,  a 
la  copla  popular  andaluza,  desnuda  y  libre,  escuetamen¬ 
te  imaginática,  sin '  imaginería  superpuesta;  es  decir,  a  la 
recreación  personal  de  lo  popular  y  anónimo  poético 
andaluz,  en  la  que  va  a  ser  un  precursor  de  otras  voces 
más  jóvenes  y  cercanas,  pero  va  a  quedar  impar  —ya 
que  los  que  con  tanta  fortuna  y  tanto  acierto  vinieron 
después  no  resultaron  demasiado  >  aficionados  a  ello — . 
Como  cantor  de  la  mujer  que,  bajo  el  cielo  de  Andalucía, 
sólo  se  concibe  niña  aun,  mocita  en  agraz,  mujer  her¬ 
mosa,  muy  hermosa  y  muy  mujer,  que  dijo  el  poeta,  o  ya 
vieja  como  Santa  Ana  - — en  su  relación  directa  con  el 
hombre. 

¡Qué  lejos  está  Manuel  Machado,  en  su  poesía  po¬ 
pular  andaluza,  de  toda  poesía  pura,  pero  también  de 
todo  romanticismo  sentimental  y  estéril!  ¡Qué  cerca,  en 
cambio,  el  poeta  de  “Adelfos"  de  sí  mismo  y  sus  trovos 
por  soleares  de  sus  “Cantares"  y  de  su  “Antífona"!  En 
este  feliz  ayuntamiento  de  lo  popular  y  lo  culto  es  donde 
se  ve  bien  claro  que  lo  popular  era  mucho  más  culto 
todavía,  y  que  la  vpz  inicial  del  poeta  era  tan  vieja  en 
medio  de  los  refinamientos  del  simbolismo,  porque  es¬ 
taba  llamada,  irremediablemente,  a  cantar  por  soleares. 
¡La  Soleá!  ¡La  soledad!  El  cantar  favorito  del  pueblo 
de  Andalucía,  como  dice  Becquer  en  el  prólogo  que  le 
puso  al  libro  de  cantares  de  Augusto  Ferrán;  esa  espe¬ 
cie  de  hai-kai  a  la  andaluza,  es  decir,  con  el  alma  y  con 


38 


LUIS  FELIPE  VI V ANCO 


hombría  frente  a  la  mujer,  con  todo  lo  que  hay  que  te¬ 
ner,  humanamente,  y  que  al  otr o,  al  que  es  una  especie 
de  soleá  a  la  europea,  aunque  nos  haya  venido  del  Japón, 
le  falta.  Su  voz,  desde  los  henchidos  cuartetos  en  ale¬ 
jandrinos  de  “Adelfos”,  estaba  llamada  a  cantar  y  su 
pensamiento  a  pensar  cordialmente  por  soleares  también, 
qué  es  una  manera  muy  española  de  pensar;  en  la  que 
coinciden  los  dos  hermanos. 

Y  esta  voz  popular,  llena  de  gracia  y,  al  par,  de 
seriedad,  que  aspira  al  anónimo,  no  le  abandonará  ya 
nunca.  Aunque  quiera  él.  Los  hombres  son  los  hom¬ 
bres,  y  hay  cosas  en  la  vida  .  .  .—  abandonar,  de  vez 
en  cuando,  a  ella  .  .  .,  para  volver  después  más  enamo¬ 
rado  a  sus  brazos.  Pero  tampoco  nos  explica  ella  sola 
la  producción  posterior  del  poeta.  Porque  ya  antes  de 
su  Cante  hondo  había  escrito  Manuel  Machado  un  libro 
excepcional  — El  mal  poema — ,  un  libro  que  es  una 
desviación  en  doble  sentido,  y  hasta,  si  queréis,  un  mal 
paso,  pero  en  el  que  nos  revela,  unida  a  una  actitud  hu¬ 
mana  más  sincera  que  verdadera,  la  esencia  misma  de  su 
personalidad  lírica.  Sí,  primero  en  “El  mal  poema”  y 
después  en  Ars  moriendi,  es  donde  hay  que  buscar  las 
cosas  dichas  por  Manuel  Machado  de  una  manera  más 
definitivamente  suya.  Y  en  el  primero  de  esos  dos  libros 
las  dice,  sobre  todo  en  octosílabos  de  pie  quebrado,  que 
fluyen  como  un  arroyuelo-  del  agua  remansada  en  las 
coplas  cerradas  y  graves  de  Manrique.  También  Siglo 
de  Oro,  han  coincidido  las  voces  de  los  dos  hermanos, 
lo  mismo  Antonio  que  Manuel  nos  han  dejado  escritos 
en  él  alguno  de  sus  mejores  poemas. 

En  El  mal  poema  se  ha  sentido  Manuel  Machado 
demasiado  cerca  de  la  nada,  o,  diciéndolo  a  la  española, 
de  la  falta  de  ganas  de  hacer  nada,  ni  siquiera  versos 
ni  poesía,  que  ya  preludió  en  “Adelfos”.  Y,  sin  em¬ 
bargo,  con  esa  falta  de  ganas  ha  hecho  uno  de  sus  me¬ 
jores  libros.  No  está,  en  ese  momento  de  desgana,  ni 
siquiera-  desengañado.  Porque  lo  fugitivo  — lo  impor¬ 
tante  es  el  instante  que  se  va —  no  tiene  la  pretensión  de 
permanecer  dolorosamente  en  él.  Y  es,  tal  vez,  ese  dolor 
de  la  imposible  permanencia  del  encanto  más  fugaz,  el 
que  le  falta  al  poeta,  y  esta  falta  la  que  le  hace  calificar 
de  malo  — en  realidad  no  lo  es  tanto —  a  su  poema. 


39 


MANUEL  MACHADO,  EL  POETA 


(Hay,  por  otra  parte,  una  evidente  preferencia  por  los 
poetas  malditos).  Y  en  el  Ars  moriendi  ¿no  falta  tam¬ 
bién  en  la  memoria  del  corazón  el  dolor  de  haber  vivi¬ 
do?  Quisiera  el  poeta  no  haber  vivido,  por  lo  menos 
no  haber  vivido  tanto,  y  se  siente  morir  donde  mismo 
no  ha  dejado  de  vivir,  en  la  mujer,  y  su  arte  es  el  mis¬ 
mo  ars  amandi  de  toda  su  vida:  el  arte  de  amar  un 
poco  y  dejarse  amar  mucho  para,  al  final,  encontrarse 
con  que  todo  lo  que1  no  se  ha  dado  se  ha  perdido.  Pero 
la  pérdida  no  le  duele  demasiado  y  no  necesita  más  con¬ 
suelo  que  la  galantería  del  más  bello  madrigal.  Aunque 
eso  sí,  después  de  tan  galante  preparación  a  la  muerte, 
y  habiendo  quedado  lleno  solamente  de  sospechas  de 
verdades,  no  volverá  a  escribir  más  versos  durante  mu¬ 
cho  tiempo. 

Así,  sentidos  y  dichos  por  el  renunciamiento  vo¬ 
luntario  más  que  por  la  aceptación  del  sacrificio,  sus 
versos  profundos,  aunque  como  en  Ars  moriendi  hayan 
renunciado  al  sin  querer  divino,  pueden  parecer  tan  su¬ 
perficiales.  '  Pero  también  sucede  lo  contrario:  que  sus 
versos  más  superficiales,  los  llamados  versos  de  circuns¬ 
tancias,  le  resulten,  por  la  nativa  ancianidad  que  persis¬ 
te  en  su  voz,  tan  profundos.  Muchos  versos  de  circuns¬ 
tancias  ha  escrito  Manuel  Machado,  y  hasta  podemos 
decir  que,  a  partir  de  su  despedida  prematura  de  la  vida 
que  no  quería  vivir,  ha  sido  sobre  todo  un  generoso, 
elegante  y  afortunado  poeta  de  circunstancias,  de  elogios 
y  dedicatorias,  de  álbum  y  de  abanico.  Y  en  todos  estos 
versos,  la  estrofa  más  alada,  la  rima  más  feble,  sirve  para 
decir  la  sentencia  más  honda.  Versos  de  circunstancias, 
sí,  y  hasta  toda  una  poesía  de  circunstancia  que  sabe  po¬ 
ner  el  encanto  de  su  prestigio  lírico  en  la  alusión  penosa 
del  compromiso  o  del  encargo.  Recogidos  a  lo  largo 
de  los  años  estos  versos,  con  el  título  de  Dedicatorias, 
llenan  un  libro  entero  del  tomo  de  sus  poesías  y,  ade¬ 
más,  con  el  mismo  título  una  .parte  del  libro  Phoenix, 
el  que  viene  inmediatamente  después,  al  cabo  de  catorce 
años,  de  Ars  moriendi,  y  que,  como  indica  su  nombre, 
contiene  la  voz  nueva  del  poeta,  renacida  de  sus  cenizas. 

Sin  embargo,  esta  voz,  en  su  nueva  juventud,  si¬ 
gue  siendo  tan  vieja,  tan  verdaderamente  poética  y  per¬ 
sonal  como  antes.  La  misma  agua  sigue  corriendo  por 


40 


LUIS  FELIPE  VI V ANCO 


el  mismo  cauce.  La  misma  poesía  por  los  mismos  versos. 
No  se  trata  de  ninguna  audaz  aventura  de  última  hora, 
de  ninguna  desdichada  adaptación  a  corrientes  más  ae- 
tuales.  Hay  asombro  reiterado,  pero  no  sorpresa.  Ma¬ 
nuel  Machado  sucede  a  Manuel  Machado.  Y  entre  los 
poemas  de  Phoenix  hay  uno  que,  al  reunir  en  sus  tres 
breves  estrofas  los  temas  de]  ^parque,  del  niño  y  de  la 
fuente  cantora  que  le  canta  la  pena  sin  contarle  la  histo¬ 
ria,  que  es  sólo  voz  de  leyenda  soñada  en  su  romanza 
sin  palabras,  nos  hace  tal  vez  más  evidente  que  ningún 
otro  ese  misterio  de  antes  de  nacer  — tan  cierto,  pero  tan 
arcano  como  el  de  después  de  morir — ,  que  hay  en  la 
mejor  poesía  de  Manuel  Machado: 

Esto  es  sumamente  serio 
y  encierra  un  sentido  grave 
La  fuente  tiene  un  misterio: 
dice  ...  lo  que  el  niño  sabe. 

Porque  él  lo  sabe,  y  atento 
a  la  parlera  corriente, 
tiene  lleno  el  pensamiento 
del  discurso  de  la  fuente. 

...  Pero  tú  no  entenderás 
la  voz  demasiado  oída. 

Eso  no  se  sabe  más  J 

que  al  principio  de  la  vida. 

Sí,  el  poeta,  renacido  en  el  tiempo,  es,  al  llegar 
aquí,  más  el  mismo  que  nunca,  de  tal  modo  que  su  re¬ 
nacimiento  no  ha  consistido  en  una  renovación  litera¬ 
ria,  sino  en  algo  tal  vez  más  importante  para  la  verdad 
de  su  poesía,  de  esa*  poesía  que  sigue  sabiendo  las  cosas 
que  no  se  saben  más  que  al  principio  de  la  vida  en  volver 
a  regalarnos  los  inmaculados  acentos  de  su  más  joven 
ancianidad  humana. 

Y  ahora,  volvamos  a  abrir,  por  su  primera  página, 
por  aquélla  en  que  está  escrito  el  primer  poema  de  Alma, 
su  primer  libro:  “Adelfas’'.  Que  aquí  está  la  vejez  en 
roca,  en  aceite,  en  vino  sobremodo;  la  que,  hoy  día,  íe 
hace  a  él  tan  joven  como  poeta  y  tan  verdaderamente 
lírica  y  humana  a  su  poesía. 

L  UIS  FE  LIPE  VIVAN  C  O 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


Introducción. 

Se  tiene  por  inconcuso  que  los  grandes  valores  per¬ 
manentes  de  la  invención  poética  española „  residen  en 
el  poema  heroico,  en  el  romance,  en  la  novela  picaresca, 
en  El  Quijote  y  en  el  teatro,  lo  que  es  tanto  como  decir 
que  el  más  vivo  hontanar  de  la  poesía  española  surte 
de  una  actitud  de  ánimo  activa,  cercana  a  la  realidad, 
sociable  y  belicosa.  ' 

Sin  duda  se  admite  al  margen  de  todo  esto  la  rele¬ 
vante  validez  de  los  místicos  españoles  como  autores  de 
influjo  educador  y  edificante,  pero  se  considera  éste, 
sobre  todo,  como  algo  vinculado  a  la  época,  y  desde  la 
ilustración,  alicaída  su  virtud,  hasta  cierto  punto.  De 
su  rica  lírica  religiosa,  sólo  se  han  conservado  vivos  unos 
pocos  cantos  devotos. 

Haciendo  por  tal  manera  el  finiquito,  se  olvida  una 
fluencia  de  poesía  que  deriva  tácita,  soterraba  casi,  á 
través  de  los  siglos:  su  vaso,  no  obstante,  comunica  se¬ 
cretamente  con  la  linfa  tumultuosa  de  los  romances,  las 
novelas  y  las  comedias.  Se  trata  de  una  poesía  repre¬ 
sada,  trasvenada,  encenegada  a  trechos,  poesía  de  la  so¬ 
ledad,  en  fin,  o  para  servirnos,  en  sentido  lato  y  desdog¬ 
matizado,  de  un  término  teológico:  poesía  del  quietismo. 
De  sus  conexiones  y  de  sus  formas  literarias  vamos  a 
ocuparnos  justamente. 

La  palabra  soledad. 

Con  la  palabra  soledad  suele  designar  el  español  la 
actitud  exterior  e  íntima  propia  esencialmente  de  este 
género-  de  poesía. 

Consideremos  por  de  pronto  el  vocablo.  La  tesis 
de  que  etimológica  y  fonéticamente  proceda  de  solitatem 
es  indefendible.  Tanto  la  conservación  de  la  i  pretónica 
como  e  en  soledad  (compárase  solidlata  =  soldada  -  so- 


42 


KARL  VOSSLBR 


litaríum  —  soltero)  como  la  gran  rareza  de  la  palabra 
latina  sólitas  permiten  suponer  jque  se  trata  de  un  pro- 
ducto  nuevo  del  suelo  ibérico.  Sólitas  en  el  sentido  apro¬ 
ximado  de  solitudo  solo  ha  podido  señalarse,  según  el 
Thesaurus  linguae  latinae  de  Munich,  en  Accio,  Apu- 
leyó  y  Tertuliano  y  siempre  en  singular.  Incluso  no  es 
imposible  que  en  cada  uno  de  estos  autores  latinos  sea 
la  palabra  elucubración  de  propia  minerva.  Es,  desde 
luego,  el  caso  .de  Tertuliano,  que  le  da  un  significado 
especial:  Monotes  et  henotes,  id  est  sólitas  et  unitas.-. 
(Tert.  adversus  Valentinianos  37).  Según  esto,  el  tér¬ 
mino  español  ‘'soledad’"  se  nos  aparece  como  una  nueva 
versión  docta,  es  decir,  como  una  creación  literaria,  su¬ 
gerida  al  parecer,  por  la  lírica  galaico-portuguesa  me¬ 
dieval. 

En  portugués  tiene  la  palabra  una  figura  fonética 
más  solariega  ciertamente,  aunque  en  modo  alguno  con¬ 
secuentemente  fijada  por  transmisión  léxica.  Aparece 
como  (1)  soédade,  (2)  so'ídade,  (3)  suídade  y  como 
vocablo  de  cuatro  sílabas,  en  la  mayoría  de  los  casos, 
en  los  cancioneros  de  los  siglos  XIII  y  XIV.  Su  signi¬ 
ficación  evidencia,  desde  un  principio,  un  psíquico  abis- 
mamiento  que  ha  de  caracterizarse  como  una  parva  poe¬ 
tización,  como  algo  esencialmente  lírico.  "Soledad”, 
"desamparo”,  "ausencia”,  adquieren  en  el  lenguaje  de 
los  trovadores  galaico-portugueses  la  significación  ex¬ 
presa  de  "duelo”,  "querella”,  "anhelo  ”,  "querencia”,, 
"languidez”  y  "nostalgia”. 

Que  so’ídade  de  mha  senhor  ei  .  .  . 

Nom  poss’eu,  meu  amigo, 
com  vossa  sóida  de 
viver .  .  . 

i 

son  formas  que  encontramos  en  el  cancionero  del  rey 
Denis  (1279-1325).  Vossa  soídade  no  quiere  decir 
aquí  "vuestra  soledad”,  sino  la  "nostalgia'  que  de  vos 
siento  por  causa  de  vuestra  ausencia”  (1).  En  la  poesía 


(1)  Véase  Henry  R.  Lang  “'Das  Liederbuch  des  Konigs  Denís  von 
Portugal  .  Halle  1894,  versos  748  y  2,078.  Del  mismo  v.  también  la 
edición  del  Cancionero  Gallego-Castellano,  New'-iYork,  1902,  especial- 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


43 


portuguesa  posterior  se  da,  incluso,  el  caso  de  identificar 
la  nostalgia  que  se  siente  por  el  ser  ausente  y  querido 
con  este  mismo  ser, querido  y  ausente. 

Suidade  minh'a, 

quando  vos  vería?  (Sá  de  Miranda) 
y: 

Minha  saüdade, 
caro  penhor  meu, 
a  quem  direi  eu 

tamanha  verdade?  (Camoens)  (2). 

Así  adquiere  la  palabra  suidade  la  significación  oca¬ 
sional  de  un  nombre  cariñoso.  Este  tiene  que  haber  es¬ 
tado  en  uso  en  tierras  portuguesas  mucho  antes  que  en 
Castilla  se  adoptase  Soledad  como  nombre  de  mujer  bajo 
la  mariana  advocación  de  María  de  la  Soledad. 

Puede  decirse  que  el  uso  desplazó  completamente  en 
Portugal  la  significación  objetiva  de  la  palabra  como 
"soledad-yermo”  por  el  sentido  nostálgico  y  amoroso, 
habiéndose  de  recurrir  para  expresar  aquella  significa¬ 
ción  a  otros  términos,  como  soidao,  solidao,  isolamento, 
retiro,  ermo,  deserto,  abandono,  desamparo  ausencia,  y 
al  vocablo  soleda|cfie,  de  oriundez  castellana.  Después  que 
sobrevino  esta  diferenciación  en  las  postrimerías  del  si¬ 
glo  XV,  se  instala  ya  definitivamente  el  término  soídade 
en  el  mundo  de  los  sentimientos  y  de  la  subjetividad. 

También  la  forma  fonética  se  va  modificando  poco 
a  poco.  Es  cierto  que  la  vieja  forma  soédade  se  conserva 
en  la  poesía  como  arcaísmo  hasta  entrado  el  siglo  XV, 
especialmente  en  el  caudal  literario  galaico-portugués. 
Incluso  modernos  artífices  del  lenguaje  como  Rosalía  de 
Castro  y  Curros  Enríquez  vuelven  a  usarla  con  tenden¬ 
cia  restauradora.  En  el  siglo  XIII  se  señala  la  segunda 
forma  fonética  soídade;  suidade,  la  tercera,  se  mantiene 
aún  hoy  viva  en  la  poesía  popular  gallega: 

mente  la  nota  de  la  p.  199  ss.  Es"  muy  instructivo  el  estudio  de  Ca¬ 
rolina  Michaelis  de  Vasconcellos  titulado  “A  saudade  portuguesa”,  2da, 
ed.  Porto,  1922. 

(2)  Michaelis  de  Vasc.  ob.  cit.  p.  107  ss. 


44 


KARL  VOSSLBR 


.Meu  amor,  meu  amorinho, 
ond'estas,  que  non  te  vexo? 
morro -me  de  su  id  a  des 
e  dia  e  noite  em  ti  pensó. 

(Ballesteros:  Cancioneiro  popular  da  Galiza,  1885-86). 

En  la  zona  lingüística  puramente  portuguesa,  don¬ 
de,  al  parecer,  no  ha  podido  señalarse  el  término  spédade, 
es  soídade  la  forma  más  antigua.  Predomina  en  Don 
Denis.  Pero  luego  se  impone  el  término  suídade,  acom¬ 
pañado  del  adjetivo  suidosc.  Se  les  suele  señalar  hasta 
fines  del  siglo  XVI.  Junto  a  esta  forma  aparece  — por 
primera  vez  en  el  siglo  XIV.  aunque  frecuentemente 
sólo  en  el  transcurso  del  XVI —  la  forma  portuguesa, 
hoy  imperante,  saudade,  más,  al  parecer,  con  el  acento 
concomitante  sobre  la  u  por  de  pronto  y  como  vocablo 
de  cuatro  sílabas,  y  sólo  más  tarde  con  tres  sílabas  y  la 
acentuación  accesoria  sobre  la  primera  a.  No  puede  tra¬ 
tarse  aquí  de  un  cambio  condicionado  por  motivos  de 
índole  fonética.  Las  formas  suidade  y  saudade  compi¬ 
ten  durante  largo  tiempo.  La  forma  en  au  es  la  más 
popular  y  la  que  acaba  siendo  considerada  como  la  for¬ 
ma  nacional  portuguesa.  Ya  a  fines  del  siglo  XVI  es 
exaltada  “a  saudade  portuguesa”  como  algo  propio  de 
la  idiosincrasia  nacional,  como  un  distintivo  de  excelen¬ 
cia  del  alma  lusitana  y  como  un  refinamiento  del  sentir, 
a  su  vez  objeto  de  burla  por  parte  de  los  castellanos  (3) . 

Pero  dejemos  esto  aquí  y  tratemos  por  lo  pronto 
de  averiguar  la  procedencia  de  la  fonía  au  y  cómo  se 
ha  introducido  en  tan  difundida  palabra.  Deben  haber 
intervernido  uno  o  varios  grupos  de  palabras  de  figura 
fonética  semejante  y  de  valor  aproximado  por  lo  que 
a  la  significación  se  refiere.  Se  ha  aludido  a  la  voz  ára¬ 
be  saudá,  “hipocondría,  mal  de  corazón,  melancolía, 
desánimo”:  pero  más  a  mano  tenemos  el  grupo  de  pa¬ 
labras  portuguesas  saude,  saudar,  saudades,  sanidade, 
salvar  — con  las  etimologías  salus.  salvus,  sanus,  por 
lo  tanto — ,  cuyo  influio  propugna  muy  hábilmente 
Carolina  Míchaélis,  de  Vasconcéllos,  refiriéndole  al  es- 


(3)  V.  Carolina  Michaelis  de  Vasconcéllos.  ob.  cit.  p.  75  y  155. 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


45 


tilo  epistolar,  a  resonancias  bíblicas,  a  votos  y  bendicio¬ 
nes  de  índole  religiosa,  dirigidos  a  amigos  ausentes. 

Podría,  finalmente,  a  mi  ver,  argüirse  el  influjo  de 
suaíve-suavis-,  palabra  que  con  afición  y  frecuencia  se 
ha  usado  vehementemente  por  los  trovadores  provenza- 
les,  así  como  más  tarde,  por  la  poesía  humanística.  La 
idea  de  atenuación  y  remisión  referida  a  estados  de  ánimo 
se  incluye  perfectamente  en  el  área  de  significado  de  la 
saudade  portuguesa.  Considérese,  por  ejemplo,  el  senti¬ 
do  de  estos  versos  de  Dom  Joam  de  Metieses  f. 

Faz  me  alguuma  saüdade 
vyrem  cousas  aa  memorea 
que  passey,  mas  na  verdade 
nam  me  dam  pena,  nem  glorea. 

(Cancionero  geral,  de  Résende.  Bibf,  d. 
lie.  Vereins,  Stuttgart,  t.  15,  p.  109). 

Las  transformaciones,  lo  mismo  de  la  forma  foné¬ 
tica  (4)  que  del  significado  de  la  saudade  portuguesa, 
han  de  considerarse,  creo,  yo,  dentro  de  la  más  íntima 
relación  tanto  con  la  historia  de  la  poesía  y  en  ella  con 
la  de  la  métrica,  como  con  la  del  pensamiento  lírico. 
Tiene  razón  Faria  y  Sousa  cuando  en  su  comentario  de 
Camoens  dice  que  saudade  es' “palabra  que  se  quiere  ha¬ 
cer  misteriosa  eri  portugués’'  (5).  Parecido  es  el  mo¬ 
derno  testimonio  de  Adolfo  de  Castro,  según  el  que 
saudade  viene  a  abarcar  todo  el  mundo  de  sentimientos 
y  pensamientos  que  las  circunstancias  de  la  soledad  nos 
sugieren  (6).  Hasta  qué  punto  saudade  supone  y  expre¬ 
sa  un  sentimiento  y  una  querencia  puramente  personales, 
individuales  incluso,  evidénciase,  por  ejemplo,  por  el 
hecho  de  que  el  diablo  mismo  experimente  su  saudade 


(4)  En  el  Diccionario  Etimológico  da  lingua  Portuguesa  (Río 
de  Janeiro, ,  1932)  nos  da  Antenor  Nascentes,  sub  voce  '‘saudade”,  la 
bibliografía  de  los  intentos  explicativos  de  la  forma  fonética  en  ‘au 

(5)  Véase  en  la  nueva  edición  crítica  de  “El  Quijote”,  por  Ro¬ 
dríguez  Marín,  Madrid,  1928,  t.  VII,  p.  354-64,  el  apéndice  XXXV 
que  lleva  por  título  “Soledad  =  Saudade”. 

(6)  Estudios  prácticos  de  buen  decir  y  de  arcanidades  del  habla 
españiola,  Cádiz,  1830,  p.  293. 


46 


KARlL  VOSSLBR 


especial.  En  el  Auto  da  barca  do  inferno  de  Gil  Vicente 
(1517),  dice  el  diablo  al  tahúr: 

Mas  tornemos  a  jogar, 
porque  tenho  saüdade 
de  te  ouvir  arrenegar 
do  "misterio  da  Trinidade. 

(Gil  Vicente,  Obras,  t.  I,  Coimbra,  1907,  p.  140). 

4  ‘Saudade y  “morrer  de  amor’  es  algo  cuya  resonan¬ 
cia  — dice  Carolina  Michaélis  de  Vasconcellos —  -nos 
llega  a  través  de  las  mejores  y  más  famosas  obras  de 
la  literatura  portuguesa.  Algo  que  alienta  en  el  delica¬ 
do  libro  de  Bernardina  Ribeiro  y  en  los  escritos  de  sus 
sucesores  Samuel  Usque  y  Gaspar  Frutuoso;  algo  de  que 
rebosa  la  lírica  de  Camoens,  y  buena  parte  de  sus  Lu- 
siadas,  así  como  la  más  sentida  poesía  de  Almeida  Garret. 
Y  esta  resonancia  se  percibe  hoy  en  las  canciones  popu¬ 
lares,  lo  mismo  que  en  el  canto  del  pueblo  ennoblecido 
por  los  viejos  trovadores  galaico-portugueses  (7).  No 
es  leve  cosa,  ni  mucho  menos,  lo  que  por  su  parte  se 
huelgan  los  portugueses  de  esta  palabra  y  de  la  actitud 
psíquica  y  la  plácida  blandura  vinculada  a  ella.  Ape¬ 
nas  se  pronuncia  en  Portugal  un  discurso  de  circuns¬ 
tancias  en  que  no  se  mencione  y  celebre  la  saudade  como 
la  más  amable  peculiaridad  de  la  nación.  Algo  parecido 
a  lo  que  ocurre  con  la  ' ‘placidez’'  en  la  Alemania  me¬ 
ridional.  Pero  es  que,  además,  en  el  Portugal  de  nues¬ 
tros  días  no  sólo  tenemos  el  saudoso,  sino  el  saudosista. 
En  1912  se  fundó  la  reviista  “A  Aguia”,  en  la  que  ha¬ 
bía  de  cultivarse  conforme  a  un  plan  y  cimentarse  ideo¬ 
lógicamente  el  ultraromanticismo  neo-portugués  del  sau- 
-  dosismo  (8).  Los  poetas  brasileños  de  la.  época  román¬ 
tica  y  post-romántica  no  quedan  a  la  zaga  de  los  por¬ 
tugueses  en  la  variación  de  los  motivos  saudosos  (9). 
Merced  a  éstos  y  parecidos  empeños,  en  virtud  de  este 


(7)  Car.  Mich  de  Vas.  ob,  cit.  p.  40  >ss. 

(8)  Ib  id.  p.  117  ss. 

(9)  V.  Arturo  Farinellí:  “A”  “saudade”  ¡portuguesa  e  brasileíra, 
e  a  obra  poética  de  Magalhaes”  en  las  Conferencias  brasileiras  proferidas 
em  Sao  Paulo  em  1927,  Sao  Paulo,  1930,  p.  159,-77. 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA  47 


culto  sentimental  premeditado,  la  palabra  saudade  que¬ 
dó  lastrada  hasta  tal  punto  de  valores  sentimentales  lí¬ 
ricos,  que  la  significación  originaria  y  objetiva  quedó 
por  completo  oculta  y  fué  olvidada.  En  los  textos  poé¬ 
ticos  sólo  he  dado  con  un  caso  en  que  pueda  percibirse 
una  resonancia  o  un  eco  de  la  significación  objetiva  de 
soledad.  En  la  estrofa  34  de  la  conocida  égloga  “Bas¬ 
to",  de  Francisco  de  Sá  de  Miranda  (1336,  aproxima¬ 
damente),  se  dice: 

A  suidade  ñaon  se  estrece, 

Porem  sofra  o  coracao, 

(Que  este  é  o  que  mais  me  empece) , 

Se  outro  senhor  nao  conhece 
Salvo  justi^a  e  rezao  (10) . 

Según  la  coherencia  del  conjunto,  el  sentido  sólo  puede 
ser,  poco  más  o  menos,  que  para  quien  es  incapaz  de 
lisonja  y  la  razón  y  la  justicia  sólo  acata,  la  soledad 
es  algo  inevitable.  Es  evidente  el  castellanismo  en  el 
giro  naon  se  estrece  (la  soledad  no  se  estuerce) .  * 

¿Ahora  bien,  cuando  eminentes  sabios  españoles  co¬ 
mo  Menéndez  y  Pelayo,  y  Rodríguez  Marín,  aseguran 
reiteradamente  que  la  soledad  castellana  equivale  en 
todo  a  la  saudade  portuguesa,  aluden  con  ello  a  la  sig¬ 
nificación  en  el  sentido  de  nostalgia,  Huelo  y  cuanto  con 
hondura,  delicadeza  y  copia  de  sentimiento  y  sensibi¬ 
lidad  se  relaciona.  No  porfiaremos,  ciertamente,  dema¬ 
siado,  en  este  punto  psicológico  de  su  ambición  nacio¬ 
nal.  Pero  el  hecho  es  que  sólo  de  uno  a  dos  siglos  más 
tarde '  aparece  el  término  soledad  en  los  textos  castella¬ 
nos  y  que  un  poeta  como  el  Arcipreste  de  Hita,  nunca 
lo  usa,  en  cuanto  se  me  alcanza,  en  su  “Libro  del  buen 
amor",  aunque  no  le  faltaran  en  verdad  circunstanciales 
ocasiones  para  hacerlo.  Es  también  digno  de  notarse 
que  en  el  siglo  XV  compiten  con  soledad  otras  palabras 
cultas:  solitud,  en  el  sentido  objetivo  de  soledad,  en  el 
Marqués  de  Santillana  (N.  B.  A.  E.,  t.  XIX,  p.  540) 
y  en  Carvajal  o  Carvajales;  solitut  (Antología  de  poe- 

(10)  (Poesías  de  Fr.  de  ¡Sa  de  Miranda,  ed.  Carolina  Mich  de 
Vasconcelos.  Halle,  1885,  p.  168  y  el  glosario  p.  910  sub  voce  estrecer. 


KARJL  vossler 


48 


tas  líricos  castellanos  p.  Menéndez  y  Pelayo,  t.  II,  Ma¬ 
drid,  1923,  p.  188)  y  en  Gómez  Manrique  (N.  B.  A. 
E.,  t.  XXII,  p.  44)  :  en  mí  triste  solitud;  soledumbre 
en  Fray  Hernando  de  Talayera  (N.  B.A.  E.,  t.  XVI, 
p.  37)  :  lugar  de  soledumbre;  es,  finalmente,  decisivo, 
por  lo  que  respecta  a  la  peculiar  índole  de  los  hábitos 
lingüísticos  propios  del  castellano,  el  hecho  de  que  en 
ninguna  época  ni  en  ningún  círculo  literario,  ni  siquiera 
entre  los  poetas  eróticos  cortesanos,  se  haya  sumergido 
y  anulado  la  significación  objetiva  de  la  palabra  sole¬ 
dad  en  la  psíquico-subjetiva,  en  la  medida  en  que  esto 
ha  ocurrido  en  portugués.  Cierto  que  el  sentido  de  la 
palabra  castellana  puede  calar  hasta  honduras  de  “des¬ 
esperanza”  y  “desesperación”,  como,  por  ejemplo,  en 
los  versos  de  Diego  López  de  Haro: 

que,  después  de  ser  perdido, 

bivo  en  tanta  soledad 

que  desseo  no  haber  sido  .  .  . 

(N.  B.  A.  E.,  XXII,  p.  745). 

Pero  la  resonancia  objetiva  no  se  extingue  del  todo. 
Incluso  puede  hacerse  Jugar  el  vocablo  con  esta  ambi¬ 
güedad,  lo  que  sería  Francamente  imposible  en  portugués. 
Cuando  Juan  Agraz  sutilmente  canta: 

E  dexar  quien  te  servía, 

Senyona,  tu  soledad, 
más  lo  siento  que  la  mía  * 

(Ibid,  p.  210). 

el  doble  sentido  de  la  palabra  cobra  realce  evidentemen¬ 
te:  “Que  quien  te  servía  haya  de  abandonarte,  o  haya 
de  ser  abandonado  por  ti,  esta  nostalgia  que  de  ti  sien¬ 
to  me  duele  más  que  mi  soledad”.  De  índole  semejante 
es  el  doble  sentido  que  se  insinúa  cuando  en  el  lenguaje 
antitéticamente  sutilizado  de  la  “Cárcel  de  Amor* 
(1492)  la  reina  madre  escribe  a  su  hija  Laureola:  “Be- 
viré  en  soledad  de  ti  y  en  compañía  de  los  dolores  que 
en  tu  lugar  me  dexas  .  .  .”  (N.  B.  A.  E.,  t.  VII,  p.  17) : 
o  cuando  Duarte  de  Brito,  que  de  preferencia  componía 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


49 


i.  .  --i . .  — . .  «  "•  . .  ■'  ■'  . . - . .  . . . — . — 

en  portugués,  exclama  en  castellano  cuando  en  esta  len¬ 
gua  escribe  una  apasionada  canción  a  su  amada: 

j  Oh  fuente  de  crueldad, 
de  lloros  y  sentimientos, 
robo  de  mi  libertad, 
y  soledad 

"de  mis  tristes  pensamientos! 

(Cancíoneiro  geral  de  Riésende,  Bibl.  d.  lit.  Ver. 
Stuttgart,  t.  XV,  1845,  p.  345). 

Obsérvese  que  los  matices,  ¡objetivo-subjetivos  de  la 
significación  se  difluyen  por  completo.  Hasta  podría 
sentarse  que  la  significación  sentimental  va  ocasional¬ 
mente  más  lejos  en  castellano  que  en  portugués,  y  ello, 
a  tal  punto,  que  el  sentido  de  “nostalgia”  y  “duelo” 
queda  a  su  vez  empedernido  y  objetivado  como  “tor¬ 
mento  de  la  nostalgia”.  Ocurre  así,  por  ejemplo,  en 
la  canción  erótica  del  Príncipe  de  Inglaterra,  en  el  “Dom 
Duardo”,  de  Gil  Vicente,  donde  se  dice: 

que  no  duerme  mi  dolor, 
ni  soledad  sola  una  hora 
se  me  pierde. 

(Obras  de  Gil  Vicente,  t.  III,  p.  175). 

Incluso  puede  especificarse  la  significación  al  extremo 
de  designarse  con  la  palabra  soledad  un  canto  de  pena 
o  una  canción  de  quejumbre  en  giros  como  éste  de  pro¬ 
nunciar  soledad  que  encuentro  en  Guevara: 

las  aves  roncas,  quejosas 
pronunciado  soledad 
con  sus  bozes  congoxosas 

(IN.  B.  A.  E.,  t.  XXII,  p.  504). 

O  en  parecidas  expresiones  en  boga  como  cantar  sole¬ 
dad,  cantar  soledades,  por  ejemplo,  en  la  epístola  á  Jor¬ 
ge  de  Meneses  de  Jorge  de  Montemayor,  (ciertamente 
de  formación  portuguesa) : 


50 


KARiL  VOSSLBR 


Y  ver  Juana  en  la  fuente  coger  flores 
su  soledad  cantando  a  Catalina. 

Cabalmente  en  estos  giros  vuelve  a  manifestarse  la  ten¬ 
dencia  castellana  a  exteriorizar  lo  subjetivo  y  especifi¬ 
car,  a  su  vez,  el  sentimiento.  Y  es  así  como  en  Anda¬ 
lucía,  donde  se  cruzaron  influencias  galaico-portuguesas 
y  castellanas,  llegó  a  designarse  con  soledad,  -  solear, 
soleá,  soleares  — una  forma  poético-musical  definida. 
Es  probable  que  sólo  de  modo  titubeante  y  lento  acabaJ 
ra  la  expresión  cantar  soledades  asiéndose  a  este  deter¬ 
minado  género  andaluz  de  las  soleares.  Originariamen¬ 
te  se  designaba  con  ella  todo  género  de  canción  melan¬ 
cólica.  Las  formas  definidas  de  las  soleares  de  nuestros 
días  pueden  comprobarse  retrospectivamente  hasta  el 
siglo  XVI,  por  lo  menos  en  lo  que  se  refiere  al  metro. 
Una  solear  consta  de  tres  o  cuatro  octosílabos  que  aso- 
nantan  el  segundo  con  el  cuarto  y  el  primero  con  el  ter¬ 
cero  (11).  Luego,  en  los  siglos  XVII  y  XVIII,  la  de¬ 
voción  de  la  Virgen  de  la  Soledad  contribuyó  no  poco, 
es  cierto,  al  cultivo  de  este  género  y  a  su  arraigo.  Aún 
en  la  lengua  de  nuestros  días,  en  los  piropos  de  los  an¬ 
daluces,  se  evidencia  cuán  popular  era  esta  devoción  de 
la  Virgen  de  la  Soledad:  “¡Ay  qué  ojos!'”  ¿te  los  ha 
prestao  la  Virgen  de  la  Soledad,  hija  mía*’  (12).  La 
forma  musical  de  la  solear  andaluza  se  precisa  como  una 
“tonadilla  en  compás  de  tres  por  ocho  y  tonalidad  me¬ 
nor,  modulando  a  veces  a  su  relativo  mayor  y  haciendo 
una  breve  pausa  en  la  subdominante  del  menor,  para 
comenzar  de  nuevo”.  En  tiempos  del  descubrimiento  y 
conquista  de  Nueva  Granada  (1538)  ya  debía  ser  po¬ 
pular  esta  forma.  Volvemos  a  encontrarla  hoy  en  Co¬ 
lombia.  Fray  Pedro  Fabo  del  Corazón  de  María  ha 
recogido  á  principios  del  siglo  XX  en  Colombia  oriental 
la  siguiente  copla: 


(11)  V,  Francisco  Rodríguez  Marín:  “El  alma  de  Andalucía  en 
sus  mejores  coplas  amorosas”,  Madrid,  1929,  p.  21  y  ss.  y  26  ss. 

(12)  Véase  W.  Beinbauer,  Ueber  Piropos,  en  “Volkstum  und 
Kultur  des  Romanen”,  7.  Jahrgang,  Hamburgo,  1934,  p.  13»3. 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


SI 


Empréstame  tus  ojitos 
para  completar  dos  pares; 
que  con  los  míos  no  puedo 
llorar  tantas  soledades  (13). 

Obsérvese  la  semejanza  con  la  copla  andaluza 

Empréstame  tus  ojos, 
tendré  dos  pares; 
que  con  uno  no  puedo 
yorar  mis  males. 

Rodríguez  Marín  nos  da  una  versión  tres  o  cuatrocien¬ 
tos  años  más  vieja,  procedente  del  Romancero  general: 

Si  te  duelen  soledades 
del  bien  que  alegre  te  estuvo, 
ayúdame  con  suspiros, 
del  alma  consejos  mudos. 

Además  de  la  solear  de  cuatro  versos  se  baila  y  canta  en 
Andalucía,  la  de  tres: 

¿De  qué  te  sirven  los  bienes 
mientras  tú  en  el  mundo  vivas, 
si  hora  de  salud  no  tienes? 

Y  aun  tenemos  una  forma  reducida,  la  llamada  solea- 
riya: 

Por  ti 

las  horitas  de  la  noche 
me  las  paso  sin  dormir. 

Debo  a  la  bondad  de  mi  colega  y  amigo  Augusto 
de  Olea  un  disco  Gramófono  (H.  Montes,  A.  E.  3192) 
con  tres  soleares.  La  impresión  musical  hace  pensar  en 
la  influencia  morisca,  incluso  en  el  origen  moro.  Esa 
es,  por  lo  menos,  la  opinión  del  autor  del  artículo  “so¬ 
lear"  de  la  Enciclopedia  Espasa-Calpe.  Por  otra  parte, 
puede  darse  como  cosa  segura,  verbal,  formal,  histó- 

(13)  Idiomas  y  etnografía  de  la  región  oriental  de  Colombia, 
Barna,  1911,  p.  228. 


5¡2 


KARL  VOSSL'ER 


ricamente,  la  influencia  galaico-portuguesa.  Las  mues¬ 
tras  examinadas  evidencian  como  en  la  solear  andaluza 
se  mezclan  la  chanza  y  la  queja.  Dice  José  Carlos  de 
Luna  -(14}  que  por  la  variedad  de  su  estilo  abarcan  las 
soleares  los  temas  más  opuestos,  y  que  de  la  queja  del 
sentimiento  torturado  pueden  pasar  a  la  broma  placen¬ 
tera,  al  requerimiento  audaz,  seguro  del  triunfo,  a  la 
ternura  velada  y  no  correspondida,  a  la  exageración  iró¬ 
nica,  a  la  obstinación  retadora,  al  juramento,  a  la  im¬ 
precación  y  a  la  súplica.  Esta  mutabilidad,  esta  concep¬ 
tista  duplicidad  de  sentido  de  la  forma  lírica  menor  y  li¬ 
gera,  aun  boy  ejerce  su  atracción  sobre  poetas  lírico- 
epigramáticos  como  Manuel  y  Antonio  Machado.  De 
Manuel  Machado,  sobre  todo,  tenemos  una  serie  de  deli¬ 
ciosas  soleares  en  tono  popular: 

La  veredita  es  la  misma  ... 

Pero  el  queré  es  cuesta  abajo, 
y  el  olvidar  cuesta  arriba. 

Me  va  faltando  el  sentío. 

Cuando  estoy  alegre,  lloro. 

Cuando  estoy  triste,  me  río. 

¿De  qué  me  sirve  dejarte, 
si  dondequiera  que  miro 
te  me  pones  por  delante? 

♦ 

Otra  prueba  del  mantenimiento  y  efectividad  del 
sentido  verbal  objetivo  cabe  el  subjetivo  y  en  él  inclu¬ 
so,  la  veo  en  el  hecho  de  que  de  la  soledad  castellana 
no  baya  podido  derivarse  un  calificativo  psíquico  como 
el  saudoso  portugués.  Sabido  es  que  saudoso,  forma 
abreviada  de  saudadoso,  no  quiere  decir  en  portugués 
“solitario"  o  “en  soledad" ,  sino  “anheloso  ,  absorto  , 
“nostálgico".  Cierto  que  no  han  faltado  intentos  imi¬ 
tativos  de  la  forma  portuguesa,  pero  el  soledoso,  por 
ejemplo,  que  así  ha  llegado  a  formarse,  ha  quedado  res¬ 
tringido  al  uso  poético  e  irónico  y  en  realidad  sólo  pue¬ 
de  escribirse  entrecomillado,  es  decir,  haciendo  un  guiño 
al  portugués.  Soledoso  suena  aún  como  una  traducción 

(14)  De  “cante  grande”  y  “cante  chico”,  Madrid,  1926,  ip.  33  s_ 


POESIA  DE  ¡LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


53 


y  es  percibido  por  el  sentimiento  lingüístico  castellano 
como  palabra  forastera,  y  evitado.  En  Sudamérica  pa¬ 
rece  ser  más  corriente.  Apenas  podría  hacerse  la  versión* 
literal  al  castellano  del  proverbio  portugués  “Ausencia 
tem  una  filha  que  se  chama  Saudade”.  Lo  propio  sería 
aquí  en  castellano  “ausencias  causan  olvido". 

En  pro  de  la  gravitación  subjetiva  de  la  saudade 
portuguesa  habla  la  circunstancia  de  no  encontrársela, 
que  yo  sepa,  aplicada  en  la  toponimia.  (A  no  ser  que  el 
título  de  una  obra  histórica  de  Gaspar  Fructuoso  — 
1552-91 — -  “Saudades  da  Terra",  que  cuenta  el  descu¬ 
brimiento  y  conquista  de  las  islas  atlánticas  Porto  San¬ 
to,  Madeira,  Desertas  y  Salvagens,  quiera  considerarse 
como  nombre  geográfico  de  dichas  islas.  Parece,  sin  em¬ 
bargo,  que  el  título  tiene  una  significación  poética,  a 
imitación  de  la  novela  de  Bernardin  Riveiro,  “Menina 
e  Moga"  — 1554-57 — ,  célebre  bajo  la  denominación 
“Historia  das  Saudades").  En  cambio,  se  encuentran 
lugares  llamados  Soledade  en  el  Brasil,  en  las  provin¬ 
cias  de  Minas  Geraes  y  Río  Grande  do  Sul.  Es  curioso 
que  en  el  radío  lingüístico  del  castellano  sólo  encontre¬ 
mos  la  palabra  Soledad  como  nombre  de  ciudades,  vi¬ 
llas,  aldeas  y  montes,  en  Centro  y  Suramérica:  en  Nue¬ 
vo  México,  en  México,  Perú,  Colombia,  Venezuela  y 
Argentina  (15),  mientras  en  el  solar  español  sólo  se  usa 
el  término  Soledad  para  designar  campos,  caseríos  ais¬ 
lados,  quintas  y  cenobios  (16).  De  todo  lo  anterior  se 
desprende  que  la  aplicación  del  término  Soledad  a  la 
toponimia  se  inició  de  modo  vacilante  y  tardío  y  que, 
antes  de  la  colonización  de  América,  si  es  que  se  obser¬ 
va  realmente,  sólo  es  en  casos  muy  aislados  y  con  gran 
timidez.  De  la  pequeña  ciudad  colombiana  Soledad,  en 
la  provincia  de  Bolívar,  sabemos  que  se  llamaba  antes 
Porquera. 


(15)  V.  Vivíen  de  Saint-Martin :  Noüveau  Díctíonnaire  de  Géogr. 
universelle  ,y  el  Atlas  Manual  de  Andree,  8^  edic. 

(16)  En  el  Diccionario  geográfico,  estadístico  e  histórico  de  Es¬ 
paña  de  don  Pascual  Madoz  — t.  XIV,  Madrid,  1849 — ,  figuran  con 
el  nombre  de  .Soledad  un  predio  en  las  cercanías  de  Palma  de  Mallorca, 
un  grupo  de  casas  cerca  de  Ellorregui,  Guipúzcoa,  y  una  hacienda  en 
los  alrededores  de  Cañete,  provincia  de  Cuenca. 


54 


KARL  VOSSLER 


Finalmente,  de  modo  muy  vigoroso,  aunque  tardío, 
ha  venido  a  afianzar  el  valor  objetivo  de  la  palabra 
castellana  soledad  el  hecho  de  que  desde  mediados  del 
siglo  XVIII,  aproximadamente,  empezara  a  usarse  co¬ 
mo  nombre  de  pila  femenino,  como  “nombre  de  advo¬ 
cación  mañana",  es  decir,  en  modo  alguno,  como  el 
viejo  portugués  suídade,  nombre  ocasional  de  cariño, 
sino  al  igual  que  los  demás  nombres  marianos,  que  tan 
archiespañoles  nos  suenan  hoy,  María  de  la  Concepción 
(Concha),  Asunción,  Encarnación,  Natividad,  Visita¬ 
ción,  Purificación,  así  como  Rosario,  Dolores,  Consue¬ 
lo,  Angustias,  Socorro,  etc.  En  cuanto  se  refiere  al  uso 
de  estos  nombres  marianos  en  lengua  castellana  he  ob¬ 
tenido  preciosa  información,  merced  al  interés  que  bon¬ 
dadosamente  se  ha  tomado  en  ilustrarme  mi  muy  ad¬ 
mirable  colega  y  amigo  don  Ramón  Menéndez  Pida!. 
A  la  considerada  pertinencia  — por  fuerza  impertinen¬ 
te —  de  mis  preguntas  y  de  mis  ruegos,  hizo  que  se 
realizaran  investigaciones  en  libros  parroquiales  de  Ma¬ 
drid,  Zaragoza,  Sevilla  y  Barcelona,  cuyos  resultados 
resumo  muy  brevemente  aquí.  Por  nuevps  e  instructi¬ 
vos  que  sean  los  detalles,  he  de  restringirme  a  lo  que 
puede  ser  de  utilidad  precisamente  para  contribuir  a  es¬ 
clarecer  el  caso  de  Soledad  como  nombre  de  pila. 

En  contra  de  lo  que  esperaban  todos  los  conocedores 
de  las  regiones  españolas,  no  encontramos  por  vez  pri¬ 
mera  este  nombre  en  Andalucía,  la  tierra  de  María  San¬ 
tísima,  ni  en  Sevilla,  sede  de  la  devoción  mañana,  aun¬ 
que  en  esta  ciudad  hubiese  ya  en  el  siglo  XVII  una  muy 
famosa  Cofradía  de  la  Soledad,  sino  en  Madrid,  en  el 
registro  de  un  bautizo'  de  la  Iglesia  de  San  Sebastián, 
del  año  1748,  es  decir,  mucho  tiempo  después  de  ser 
conocidas  las  imágenes  devotas,  los  santuarios  y  cofra¬ 
días  de  la  Soledad.  En  1630  se  publica  ya  en  Madrid 
el  libro  "Antonio  Ares:  Del  ilustre  origen  y  grandes 
excelencias  de  la  misteriosa  imagen  de  Na.  Señora  de  la 
Soledad  de  Madrid'".  No  puedo  decir  a  qué  imagen  se 
refiere  este  tratado,  si  a  la  "Virgen  de  la  Solitud",  ta¬ 
llada  por  Gaspar  Becerra,  en  1565,  o  a  alguna  otra 
imagen  devota.  Pero  los  antecedentes  de  esta  costumbre 
de  la  nominación  mañana  se  remontan  a  época  muy 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


55 


anterior.  La  devota  consideración  de  la  parte  de  Maria 
en  los  dolores  de  Jesús  había  dado  motivo  ya  en  la  Edad 
Media  a  la  institución  de  una  fiesta  especial,  la  Festum 
septem  dolorum  Beatae  Mariae  Virginia.  En  Alemania 
se  señaló  por  primera  vez  el  viernes  siguiente  al  tercer 
domingo  después  de  Pascua  como  fecha  para  esta  fiesta 
en  el  sínodo  provincial  de  1413  celebrado  en  Colonia. 
En  1727  fue  declarada  de  precepto  general  por  la  Igle¬ 
sia,  señalándose  el  viernes  después  del  domingo  de  Pasión 
para  celebrarla  (17).  Ahora  bien,  de  estos  siete  dolores 
el  causado  por  el  estado  de  la  desolación  tristísima  de  la 
Madre  de  Dios  después  del  santo  entierro,  es  el  último. 
Y  .este  séptimo  dolor  es  conmemorado  especialmente  el 
sábado  santo.  De  donde  el  que  también  en  los  ejercicios 
espirituales  de  San  Ignacio,  se  señale  el  séptimo  día  de 
la  semana  para  la  consideración  “de  la  soledad  de  Nues¬ 
tra  Señora  con  tanto  dolor  y  fatiga”. 

Planteándonos  ahora  la  cuestión  de  por  qué  en  la 
devota  España  tardaron  tanto  en  ser  usuales  estos  nom¬ 
bres  marianos  secundarios  (no  ha  podido  señalarse  do¬ 
cumentalmente  ninguno-  antes  del  año  1615),  de  las  in¬ 
quisiciones  de  Menéndez  Pidal  viene  a  inferirse  lo  si¬ 
guiente: 

En  tiempos  de  la  Contrarreforma  era  costumbre  en 
todo  el  radio  de  la  Iglesia  católica  romana  y  no  sólo  en 
la  zona  religiosa  española  atribuir  a  un  {santo,  a  un 
teólogo  eminente  o  a  un  asceta,  el  sobrenombre  del  mis¬ 
terio  a  cuya  plática,  defensa,  glorificación  o  devoción 
se  había  consagrado  especialmente.  Un  religioso  portu¬ 
gués  del  siglo  XV)L  se  llamaba  Emmanuel  de  Concep- 
tione,  Juan  Bautista  de  la  Concepción  en  español.  Soror 
María  ab  Incarnatione  una  carmelita  francesa,  etc.  Con 
frecuencia  pueden  haber  tenido  estos  atributos  más  el 
sentido  de  una  promesa  o  de  un  voto  que  el  de  algo  ya 
cumplido.  Pasar  del  atributivo  religioso  al  advocativo 
y  apelativó  es  cosa  fácil,  algo  que  en  medio  de  virtuosos 
profesionales  del  servicio  divino,  no  tropieza  con  obs¬ 
táculos.  Mucho  menos  natural,  diríase  que  imposible, 
tuvo  que  haber  sido  para  los  seglares  atribuirse  tama- 

(17)  V.  Ludwing  Eisenhofer:  Hanbduch  der  Katbalischcn  Litur- 
gik,  T.  I.  p.  596  s.  Freiburg  i.  Br.  1932. 


66 


KAJRjL  VOSSLEiR 


ños  títulos  de  gloria,  dedicativos  y  “noms  de  batailleV 
Lo  comente  era  la  humilde  y  devota  costumbre  de  dar 
a  los  recién  nacidos,  al  bautizarlos,  el  nombre  del  santo 
del  día  en  que  habían  nacido.  Por  necesidad  de  amparo 
y  en  señal  de  creyente  confianza  se  hacía  del  natalicio 
el  día  onomástico.  Mas  he  aquí  que  el  año  1614  se 
encendió  en  Sevilla  una  enconada  disputa  entre  las  ór¬ 
denes  mendicantes  sobre  la  doctrina  de  la  Inmaculada 
Concepción  de  María.  Las  discusiones  fueron  tomando 
incremento  y  se  propagaron  por  toda  España.  No  me¬ 
nos  de  ciento  sesenta  impresos  sobre  el  tema  salieron  $ 
la  luz  en  los  años  1615-65.  En  los  años  1615-19  se 
celebraron  grandes  fiestas  en  honor  de  la  ‘ ‘Inmaculada" 
en  Sevilla,  Granada,  Salamanca,  Baeza,  hasta  en  Lima 
del  Perú.  En  tal  sazón  escribió  Lope  de  Vega,  por  en¬ 
cargo  de  la  Universidad  de  Salamanca,  •  su  desenvuelta 
pieza  festival  “La  limpieza  no  manchada’’,  representada 
en  octubre  de  1618.  La  lectura  de  esta  obra  en  la  que 
sutilezas  dogmáticas,  fresca  poesía  popular,  agreste  y 
chancera  lozanía,  burla  estudiantil,  cantos  de  indios  y 
andanzas  de  negros,  alegorías  y  teatral  artificio  se  mez¬ 
clan  despreocupadamente,  nos  ofrece  un  trasunto,  más 
fiel  que  todas  las  estadísticas  bibliográficas,  de  la  exci¬ 
tación  que  se  había  apoderado  de  los  ánimos,  prendien¬ 
do  en  el  pueblo  todo,  con  motivo  de  la  disputa  teoló¬ 
gica  sobre  la  Inmaculada  Concepción  de  María  (18). 
Para  celebrar  la  fiesta  de  la  Inmaculada  se  había  fijado 
ya  desde  el  Concilio  de  Basilea  el  8  de  diciembre  y  en 
diciembre  de  1615  fue  bautizada,  por  primera  vez  una 
niña  nacida  en  Sevilla  con  el  nombre  de  María  de  la 
Concepción.  Y  en  1637  fue  bautizada,  también  en  Se¬ 
villa  y  con  el  mismo  nombre,  una  esclava  morisca.  En 
Madrid  se  da  el  primer  caso  el  primero  de  enero  de  1622 
en  Ja  Parroquia  de  San  Sebastián.  Queda  ya  abierta  la 
puerta.:.  A  partir  de  1625  y  1641,  respectivamente, 
encontramos  nombres  marianos  semejantes  — Presenta¬ 
ción,  Asunción,  Encarnación —  en  las  fes  de  bautismo 
de  Madrid  y  Sevilla,  y  algo  más  tarde  en  Zaragoza  y 
Barcelona.  La  creciente  popularidad  de  estos  nombres, 


(18)  Se  incluye  la  obra  en  el  t.  V  de  las  obras  de  Lope  de  Ve'ga 
p.  p.  la  Academia  española,  Madrid.  1  895,  fp.  1 95  ss. 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


57 


4e  los  cuales  Concepción  (Concha)  sigue  siendo  el  más 
frecuente,  queda  evidenciada  por  el  hecho  de  que  se  re¬ 
gistren  los  bautismos  con  dichos  nombres  marianos,  en 
meses  distintos  a  los  correspondientes  en  cada  caso  a  la 
fiesta  preceptuada  por  la  Iglesia.  Parece  que  en  muchos 
casos  daban  la  pauta  los  nombres  de  las  hermanas  de 
los  Conventos  vecinos. 


Otro  grupo  de  nombres  marianos  trae  su  origen  de 
menos  dogmáticos  y  litigantes  impulsos,  4c  una  devo¬ 
ción  de  índole  más  apacible,  ya  aparezcan  ligados  a  de¬ 
terminados  santuarios  e  imágenes  devotas,  ya  reposen 
en  momentos  psíquicos  y  estados  de  ánimo  atribuidos 
a  la  Santísima  Virgen.  No  es  fácil  aquilatar  exactamen¬ 
te  estos  motivos,  porque  muchas  imágenes  de  María,  es¬ 
tán  temperamentalmente  matizadas  y  las  designa,  según 
la  expresión  psíquica  que  representan,  como  ,  imagen 
"dolorosa",  "misericordiosa",  "auxiliadora",  etc.  Con 
frecuencia  la  elección  del  nombre  de  pila  está  determina¬ 
do  por  un  acontecimiento  eclesiástico,  una  gran  proce¬ 
sión,  etc.  Así,  por  ejemplo,  el  nombre  de  María  del 
Pilar,  vinculado  como  es  sabido  a  Zaragoza  como  sede 
de  la  Virgen  del  Pilar,  aparece  como  nombre  de  pila 
por  primera  vez  en  Madrid,  dando  a  ello  motivo  la  pro¬ 
cesión  del  año  1675.  A  su  vez  otros  nombres  tienen 
un  límite  local,  como  el  curioso  nombre  de  Monserrada, 
que  se  registra  ya  desde  fines  del  siglo  XVI.  Sólo  en¬ 
contramos  este  nombre  en  territorio  catalán,  como  ho¬ 
menaje  a  María  del  Moriteserrat.  María  del  Sagrario  es 
nombre  solariego  toledano,  María  de  la  Ailmudena  ma¬ 
tritense,  etc.,  etc. 


En  nuestra  María  de  la  Soledad  — por  modo  seme¬ 
jante  a  lo  que  acontece  con  Dolores  y  Angustias —  pa¬ 
recen  confluir  dos  clases  de  motivos:  a  la  memoración 
de  los  días  de  Semana  Santa  y  los  dolores  de  la  Santí¬ 
sima  Virgen,  viene  a  unirse  el  recuerdo  de  los  santua¬ 
rios  e  imágenes  de  Madrid,  de  Granada,  de  Sevilla,  alu¬ 
sivos  a  dichos  dolores.  En  los  cuadros  y  en  la  imagi¬ 
nería  apenas  empieza  a  precisarse  típicamente  María  de 
la  Soledad  antes  de  1670,  y  ello  ocurre  por  vez  prime¬ 
ra  en  Andalucía.  Pero  el  nombre  de  pila  Soledad  no  ha 
podido  encontrarse,  hasta  ahora,  en  los  libros  parro- 


68 


KARL  VOSSLER 


quiales  de  los  siglos  XVI  y  XVII,  examinados  por 
Menéndez  Pidal.  Se  incluye  entre  los  nombres  maria- 
nos  tardíos.  En  el  conocido  romance  “Supuesto  que 
me  han  pedido”,  sobre  nombres  y  cualidades  femeni¬ 
nas,  en  el  que  se  inserta  una  serie  de  nombres  marianos, 
como  Concepción,  Dolores,  Carmen,  Merced,  Esperan¬ 
za,  Rosario,  Pilar,  Guadalupe,  Loreto  y  Encarnación, 
buscaremos  Soledad  inútilmente.  Cierto  que  es  difícil 
precisar  la  fecha  del  romance,  que  ha  llegado  a  nosotros 
en  un  folleto  del  siglo  XVIII  (19).  Mas  puede,  no  obs¬ 
tante,  considerarse  corno  cosa  segura  que  Soledad  no 
pertenece  a  los  nombres  marianos  motivados  dogmáti¬ 
camente  y  que  sólo  de  indirecto  modo  le  fue  preparado 
el  terreno  por  la  controversia  sobre  la  Inmaculada  Con¬ 
cepción.  Por  su  naturaleza  alude  antes  Soledad  a  la 
devoción  burguesa,  doméstica  y  ya  un  poco  sentimen¬ 
tal  del  siglo  XVIII,  el  siglo  de  los  sainetes  populares  de 
Don  Ramón  de  la  Cruz,  según  observa  Menéndez  Pidal, 
a  quien  en  esta  cuestión  cedemos,  como  es  de  razón,  la 
última  palabra. 

La  aportación  de  hechos,  tanto  en  lo  que  se  refiere 
al  aspecto  verbal  como  en  lo  que  respecta  a  la  significa¬ 
ción,  desde  el  punto  de  vista  histórico,  tal  como  nos¬ 
otros,/  compendiadamente  y  a  grandes  rasgos,  la  hemos 
intentado  aquí,  podría  fácilmente  desvanecerse  en  la 
imprecisión  si  dejáramos  de  formarnos  un  concepto  cla¬ 
ro  de  qué  cosa  es  la  soledad  cabalmente.  Sólo  una  vez 
amurallado  el  fundamento  lingüístico  de  la  palabra 
soledad  en  el  terreno  lógico  del  concepto  correspondien¬ 
te,  podremos  pasar  a  la  consideración  de  la  historia  de 
la  poesía  que  se  encarama  y  enreda  en  esta  armazón  con 
,1a  fronda  de  su  ramaje  y  la  lujuria  de  sus  brotes. 

El  concepto  soledad. 

La  soledad  completa  no  se  da  en  el  reino  de  los 
seres  vivos.  Todo  ser  vivo  tiene  su  mundo,  su  medio, 
en  .  el  que  crece  y  se  desarrolla  y  del  que  sólo  le  arranca 
la  muerte.  Ni  es  lógicamente  imaginable  un  sujeto  so- 

(18)  V.  Agustín  Durán:  Romancero  general,  B.  A.  E.  t.  XVI. 
p.  407  ss.  (1355).  ' 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  E*N  ESPAÑA  69 


litaría, 1  un  sujejto  sin  objeto.  Si  el  sujeto  pensante  se 
aísla,  este  acto  se  logra  sólo  a  costa  de  hacerse  a  sí  mismo 
objeto  de  su  pensar,  de  oponer  su  yo  a  un  tú  o  a  un  no 
yo,  su  ser  así  a  un  ser  de  otro  modo,  su  unidad  a  una 
pluralidad  o  multiplicidad,  su  aquí  a  un  allí,  su  ahora 
a  un  antes  o  después,  su  estado  absoluto  a  una  relación, 
su  independencia  a,  una  dependencia,  su  libertad  a  una 
vinculación,  etc.  Sólo  se  da,  pues,  una  soledad  relativa 
o  aproximativia  y  nunca  una  soledad  total,  ya  se  aspire 
a  ésta  como  fin  último,  o  se  eluda.  Si  el  lenguaje  fuera 
lógico  nunca  debería  hablarse  de  .  soledad  pura  y  sim¬ 
plemente,  sino  de  una  inclinación  o  un  desvío  por  lo 
que  se  refiere  a  ella. 

Cuando  nos  restringimos  a  las  circunstancias  huma¬ 
nas  solemos  oponer  soledad  y  sociedad.  Ahora  bien: 
¿cuál  de’ los  dos  estados  ha  de  considerarse  como  el  más 
natural?  Por  lo  pronto  el  social,  no  hay  duda.  Así  lo 
vieron  los  antiguos,  así  lo  vió  Aristóteles  y  hoy  mismo 
nos  inclinamos  nuevamente  a  ver  el  caso  normal  y  na-  * 
tural  en  el  hombre  que  vive  en  sociedad  y  a  la  comuni¬ 
dad  se  atiene,  considerando,  en  cambio,  al  solitario  como 
una  excepción  más  o  menos  contra  o  extranatural.  La 
lengua  portuguesa,  de  la  que  partimos,  parece  también 
situarse  en  este  punto  de  vista.  Pues  si  el  estado  de  so¬ 
ledad  se  equipara  sin  más  al  de  anhelo,  nostalgia  y  lan¬ 
guidez,  tal  como  en  eb  sentido  verbal  de  saudade  ocurre 
y  hasta  cierto  punto  también  en  la  palabra  castellana 
soledad,  este  juego  de  significados  ha  de  basarse,  cierta¬ 
mente,  en  un  .modo  de  pensar  sociable  y  propicio  a  la 
comunidad. 

Pero  hay  también  épocas  -y  pueblos  en  que  el  in¬ 
dividuo  solitario  figura  como  norma,  como  prima  natu¬ 
raleza,  y  se  le  exalta  como  dechado,  repudiándose  en 
cambio  a  la  sociedad  como  cosa  bastardeada  y  contra¬ 
natural  o  a  lo  natural  remota.  Son  los  llamados  pue¬ 
blos  y  épocas  pesimistas,  que,  por  desánimo  o  por  el 
desengaño  de  una  desdichada  experiencia,  abominan  del 
estado  cultural  de  la  sociedad  que  padecen,  como,  por 
ejemplo,  los  indos,  la  Antigüedad  declinante,  los  días  de 
Cristo  y  ¡de  los  estoicos,  el  siglo  de  Rousseau  y  Kant, 
así  como  los  snobs  'primitivistas  de  nuestra  época  y, 


60 


KARL  VOSSLBR 


más  o  menos,  los  empollones  desabridos  de  todos  los 
tiempos.  Pero  es  que  pesimismo  y  optimismo  no  son 
algo  absoluto,  sino  direcciones  de  nuestro  saber  y  en¬ 
tender,  de  nuestro  querer  y  desear.  Son  algo  que  alter¬ 
na  en  el  tiempo  y  se  templa  en  virtud  de  este  cambio, 
al  modo  como  los  estilos  de  vita  activa  y  vita  contem¬ 
plativa  se  condicionan  y  reemplazan  o  se  combinan. 
Por  lo  demás  no  siempre,  ni  de  modo  absoluto,  trae  lo 
contemplativo  aparejada  la  cosa  de  la  soledad,  ni  lo  ac¬ 
tivo  va  de  la  mano  de  lo  social  siempre.  El  solitario 
puede  mantenerse  dentro  de  lo  activo  y  dentro  de  lo 
contemplativo  el  solitario,  excepcionalmente  por  lo  me¬ 
nos.  Claro  que  un  hombre  radicalmente  activo  se  ads¬ 
cribirá,  a  la  larga,  difícilmente  a  la  soledad,  ya  que  a 
la  postre  advertirá  que  es  desfavorable  a’ su  naturaleza, 
así  como,  viceversa,  el  contemplativamente  predispuesto 
huirá  de  la  sociedad  una  vez  y  otro,  y  buscará  su  sole¬ 
dad  por  lo  menos  temporalmente,  encontrando  en  ella 
consuelo,  recogimiento  y  sosiego.  Con  este  asunto  de 
sociedad  y  soledad  entramos  de  plano  en  el  terreno  ar¬ 
bitrativo  de  las  inclinaciones,  de  los  instintos,  del  agra¬ 
do,  de  la  llamada  cuestión  de  gustos,  y  con  ello  también 
en  el  reino  de  la  poesía. 

A  veces,  sin  embargo,  diríase  que  la  laxa  y  casi  ca¬ 
prichosa  relación  de  reciprocidad  entre  "solitario”  y 
"social”  ha  de  adquirir  una  rígida  intensidad.  Y  ocu¬ 
rre  esto,  efectivamente,  allí  donde  la  soledad  es  elevada 
a  valor  religioso  y  petrificada  en  lo  absoluto,  es  decir, 
allí  donde  es  desvalorizada  la  vida  entera  con  toda  su 
multiplicidad  y  toda  la  trabazón  de  sus  criaturas,  donde 
el  espíritu  absoluto  niega  todo  lo  vivo  como  mengua 
y  pecado.  El  budismo  representa,  con  rigor  pleno,  esta 
creencia.  El  cristianismo  sólo  se  sirve  de  ella  ocasional¬ 
mente,  sólo  cuando  se  trata  de  quebrantar  corazones  en¬ 
durecidos,  orgullos  desalmados.  Fué  el  apóstol  San  Pa¬ 
blo  quien  en  el  pensamiento  cristiano  introdujo  las  ideas 
de  la  impureza  y  abyección  de  la  naturaleza  humana  y 
el  concepto  del  pecado  original,  temados  del  pesimismo 
oriental  y  helenístico.  Con  ello  se  abrió  plaza,  hasta 
cierto  límite,  en  el  sagrado  de  la  Iglesia  cristiana  a  los 
anacoretas,  a  la  expiación  cenobítica  y  a  formas  de  vida 


POESIA  DE  LA  SOLEDAD  EN  ESPAÑA 


ax 


monástica.  Podría  tambáén  determinarse  conceptual¬ 
mente  la  cuestión  diciendo  que  a  los  occidentales  la  so¬ 
ledad  les  es  familiar  como  concepto  relativo  y  privativo, 
no  como  concepto  absoluto  y  universal.  La  soledad, 
por  mucho  que  se  intensifique,  jamás  coincide  totalmen¬ 
te  en  nuestra  conciencia  con  el  concepto  de  la  unidad  del 
universo.  Por  grande  que  nuestra  soledad  sea,  siempre 
tenemos  en  el  propio  pensamiento  algo  que  nos  acom¬ 
paña.  Sólo  en  el  grado  de  destrucción  extática  de  la 
conciencia  y  el  místico  olvido  de  sí  mismo  coinciden 
soledad  y  unidad  del  universo. 

Los  místicos  de  Occidente,  bajo  la  sugestión  de  los 
místicos  orientales,  aspiraron  también,  es  cierto,  a  este 
grado  último,  a  esta  noche  profunda,  cabalmente  en 
España.  Ahora  bien,  no  como  base  de  nuestra  conside¬ 
ración,  sino  como  caso  de  confín  solamente  tiene  im¬ 
portancia  para  nosotros  esta  fase.  Señala  el  punto  de 
crisis  en  el  tránsito  de  tono  pesimista  al  matiz  optimista 
de  la  idea  de  la  soledad,  o  bien  el  paso  de  la  afirmación 
a  la  negación  de  los  estados  sociales  y  los  estilos  socia¬ 
les  de  vida.  Dicho  de  otra  manera,  la  soledad  como 
noche  mística  supone  para  nosotros  una  fase  de  tránsi¬ 
to,  una  especie  de  zona  oscura  en  la  senda  espiritual,  y 
esto  desde  el  penitente  de  los  tiempos  medios  al  idílico 
humanista  y  desde  el  ascetismo  barroco  a  la  ilustración 
filosófica,  en  una  palabra:,  dentro  del  proceso  que  va 
del  desprecio  del  mundo  a  su  renovación  y  elucidación. 
Pero  no  vamos  a  silenciar  el  riesgo  de  esta  zona,  ni  a 
dejar  de  encararnos  con  el  hecho  de  que  frecuentemente 
ni  aún  los  mejores  logran  consumar  el  tránsito,  y  que¬ 
dan  en  la  noche  de  su  vital  negación  adormidos. 

(Traducción  de  Ramón  de  la  Serna). 


K  A  R  L 


V  O  S  6 


L  E 


R 


L 


A  S 


E 


L  E  G  I 


A 


(EL  DESOÑADO) 

En  el  alba  engendraste  mi  alma  perdurable. 

El  cuerpo  ya  era  sobre  la  seca  tierra, 

entre  niebla  e  inocencia  por  las  formas  herido. 

Fué  tu  voz  quien  condujo  el  destino  a  mis  ojos, 
revelando  al  dolor  la  razón  de  la  llaga. 

Recliné  en  tu  pecho  mi  fatiga  de  hombre 
y  soñaste  en  mi  nada  estas  alas  que  porto. 

El  aire  y  el  espacio  también  tú  los  creaste 
y  maduró  la  vida  sostenida  en  tu  sueño. 

Despertar  no  debía,  mas  en  mi  propio  cuerpo, 
un  grito  derribado  clamaba  por  el  sol. 

Y  dije  apasionado:  No  quiero  que  me  sueñes. 
Quiero  herirme  en  la  luz  y  en  la  tiniebla  ajena, 

.  ser  dueño  del  destino  y  el  sentido  profundo 
que  en  armonía  tejen  los  actos  de  los  hombres. 
Tengo  alas  que  vibran  y  que  en  tu  aire  denso 
cual  almendros  de  yelo  se  quiebran  tristemente. 

Y  este  amor,  esta  ansia  que  despierta  en  mi  sangre 
quiere  ser  en  las  carnes  inviolado  recuerdo. 

Oh,  cuanto  exista  mi  ser  cantara  tu  presencia, 
pues  raíz  eres  tú  que  para  mi  vida  labra 
el  sonido,  la  forma  y  el  hálito  de  amor. 

Con  el  lento  cansancio  de  quien  oye  palabras 
sabidas  de  antemano,  por  el  tiempo  ya  dichas, 
con  la  espesa  fatiga  del  que  dibuja  un  sueño 
que  la  primera  luz  destiñe  con  sus  pasos, 
tú  me  olvidaste.  Yo  ignoré  tus  lágrimas: 
mis  ojos  embebidos  en  su  claror  naciente 
ciegos'  estaban  para  todo  llanto. 

Sentí  caer  mis  alas  sobre  una  aurora  fría, 
en  un  silencio  vasto  de  mármoles  quebrados, 
donde  el  aire  paseaba  en  soledad  absorta 
y  la  muerte  brotaba  donde  lá  propia  vida, 
escondiendo  su  rostro  tras  laureles  eternos. 


i 


Ya  mis  ojos  se  hirieron  en  el  temprano  otoño, 
de  las  luces  y  formas,  mordidas  por  la  sombra. 

TTna  luz  muy  triste  coronó  mi  figura. 

Tener  el  infinito  sin  amor  es  la  nada 
y  querer  es  donarnos  al  más  incierto  ensueño 
y  en  un  perfil  morir  que  no  es  el  nuestro. 

Vi  mi  libertad  cual  una  ciudad  desierta, 
como  una  niebla  dura  donde  nada  creciera, 
vi  la  pena,  el  amor,  irguiendo  sus  espinas, 
el  tiempo  indiferente  que  nos  deja,  llevándonos, 
vi  nombres  ya  marchitos,  y  manos  desoladas, 
y  ser  sólo  el  recuerdo  en  memorias  de  humo. 


/ 


R  O  Q  U  E 


ESTEBAN 


S  c  arpa 


t 


LA  ACTJA  ®iL  TBilMilP1© 


•  EL  PORVENIR  DEL  HOMBRE. 

Al  cabo  de  un  año  largo,  se  ha  llegado  a  saber  que  la 
bomba  atómica  produce  efectos  más  duraderos  y  secretos  que 
los  inmediatos  a  su  explosión.  La  experiencia  de  Bikini  fué* 
hasta  cierto  punto  “consoladora”.  La  mayoría  se  imaginaba 
que  no  iba  a  quedar  ni  rastros  de  los  buques  de  guerra  que 
sirvieron  de  blanco,  y  que  todos  los  animales  desaparecerían. 
Pero  al  ver  que  algunos  barcos  ni  siquiera  se  habían  hun¬ 
dido,  y  que  muchos  animales  permanecían  vivos,  algunos  res¬ 
piraron  con  cierto  alivio.  Sin  embargo,  los  estudios  médicos 
realizados  hace  poco  tiempo  entre  los  sobrevivientes  de  Hiro¬ 
shima  y  Nagasaki,  han  sido  reveladores.  Los  efectos  de  la 
bomba  atómica  sobre  el  organismo  humano,  en  aquéllos  que 
aparentemente  no  sufrieron  heridas  o  mutilaciones  externas, 
son  espantosos.  Una  influencia  dañina  sobre  los  órganos 
genitales,  influencia  oculta,  de  lenta  y  segura  acción,  amena¬ 
za  a  lbs  hijos  y  nietos  de  los  que  se  “salvaron”  en  las  ciuda¬ 
des  bombardeadas.  Debilidades  congénitas,  ceguera,  predispo¬ 
sición  a  numerosas  enfermedades,  esterilidad,  y  la  amenaza 
de  una  generación  nacida  para  la  pronta  muerte,  es  el  re¬ 
sultado  general  de  estas  experiencias  de  los  físicos.  Es  decir, 
que  los  efectos  de  la  formidable  máquina  inventada  para  ter¬ 
minar  guerras,  han  de  producir  en  la  humanidad  tan  nefas¬ 
tas  consecuencias,  que  pueden  exterminarla  más  dolorosa  y 
seguramente  que  los  propios  conflictos  bélicos.  Delicias  del 
progreso  bien  llevado  y  de  la  satisfacción  intelectual  del  hom¬ 
bre  soberano. 


0  SELECCION  MAS  O  MENOS  NATURAL 

Una  de  las  cosas  inadmisibles  en  el  hitlerismo  fué  aquel 
culto  del  seudo-mejoramiento  del  hombre  mediante  procedi¬ 
mientos  antropotécnicos  e  intervenciones  en  la  íntima  liber¬ 
tad  e  integridad  de  la  naturaleza  física. 

Pero  ahora  vemos  que  los  científicos  de  los  pueblos  ven¬ 
cedores  empiezan  a  preocupare  intensamente  del  .posible 
“mundo  mejor”  y  aceptan,  con  otros  colores,  por  supuesto,  los 
principios  que  ayer  les  hacían  verter  lágrimas  de  indignación. 
En  publicaciones  francesas  recientes,  Georges  Mounin  y  Jean 


LA  AGUJA  DEL  TIEMPO 


65 


Rostand  estudian  la  posibilidad  de  una  humanidad  encanta¬ 
doramente  perfecta.  Rostand  sostiene  que  “de  ahora  en  ade¬ 
lante,  es  innegable  que  adoptando  por  nuestra  cuenta  los  mis¬ 
mos  métodos  que  se  han  probado  en  la  cría  de  animales  y 
en  agricultura,  y  que  nos  han  conducido  a  aumentar  la  can¬ 
tidad  y  calidad  de  la  lana,  lá  carne,  la  leche  y  los  huevos, 
podríamos,  en  el  espacio  de  unas  cuantas  generaciones,  ele¬ 
var  de  un  modo  muy  apreciable  el  nivel  físico  e  intelectual 
de  la  humanidad...  Pero  para  obtener  tal  resultado  — con¬ 
tinúa  el  conocido  biólogo  francés —  tendremos  que  recurrir  a 
procesos  de  selección  reproductora  que,  bien  conocidos  por 
los  criadores,  permitan,  partiendo  de  algunos  individuos  de 
“élite”,  transferir  a  la  mayoría  del  rebaño  (esta  es  la  pala¬ 
bra  que  usa:  TROUPE AU)  al  menos  una  parte  de  sus  cuali¬ 
dades  hereditarias”.  i 

En  el  párrafo  siguiente,  muestra  su  repugnancia  ante  la 
posibilidad  de  tratar  a  la  humanidad  como  a  los  animales,  y 
dice  que  “bajo  ningún  pretexto  consentiremos  en  tomarnos 
por  bestias,  aunque  la  biología  nos  asegure  que  éste  sea  el 
único  medio  de  acentuar  la  separación  entre  los  animales  y 
nosotros”.  Pero,  acto  seguido,  en  el  mismo  ensayo,  termina: 
“A  medida  que  se  extienda  la  ciencia  de  lo  hereditario,  a  me¬ 
dida  que  los  asuntos  de  reproducción  vayan  perdiendo  su  ca¬ 
rácter  de  indecencia  y  de  misterio,  a  medida  que  el  hombre 
adquiera  una  visión  más  precisa  de  cuanto  debe  a  la  técnica 
en  todos  los  dominios,  a  medida  que,  en  su  propio  interés, 
llegue  a  racionalizar  la  procreación,  tal  vez  se  acostumbre  a 
la  idea,  hoy  tan  chocante,  de  una  selección  humana”. 

•  DELICADEZA  DE  SENTIMIENTOS,  O  LA  CULPA  NO  ES 

DE  NADIE. 

Daniel  Rops  ha  publicado,  hace  unos  meses,  un  libro  ti¬ 
tulado  “Jesús  en  su  tiempo”,  profundo,  claro,  documentadísi¬ 
mo,  tratado  desde  un  punto  de  vista  cristiano,  en  el  que  se 
presenta  la .  vida  del  Redentor  considerada  históricamente, 
pero  sin  complacencias  racionalistas,  antes  al  contrario,  ani¬ 
mado  por  una  ardiente  fe  que  se  complementa  con  la  verdad 
histórica  y  el  análisis  de  los  hechos  reales.  Hay  un  pasaje  de 
este  libro,  relativo  al  proceso  de  Cristo,  que  dice:  “El  rostro 
de  Israel  perseguido  llena  la  Historia,  pero  no  puede  hacer 
olvidar  aquel  otro  rostro  manchado  de  sangre  y  de  escupi¬ 
tajos,  del  que  la  multitud  judía  no  tuvo  compasión”.  Este 
párrafo  ha  suscitado  varias  reacciones  indignadas.  Primero, 
el  profesor  Jules  Isaac,  en  una  carta  publicada  en  la  revista 
“Europe”,  ha  hecho  estallar  el  escándalo.  Después,  Stanislas 


66 


LA  AGUJA  DEL  TIEMPO 


Fumet,  lo  ha  continuado  en  “Les  Lettres  Francaises”.  Mon- 
sieur  Fumet  no  desdeña  colaborar  con  el  comunismo  en  estos 
momentos.  Es  uno  de  esos  casos  tristes  que  dejan  ver  las 
crisis  lamentables  por  que  pasan  los  pueblos  y  los  hombres 
en  los  años  turbados  y  confusos  que  vivimos.  El  autor  de 
tantas  obras  resplandecientes  ayer  por  su  catolicismo,  ha  fun¬ 
dado,  al  parecer  durante  la  guerra,  una  publicación  semanal 
y  una  organización  por  la  libertad,  que  le  va  llevando,  des¬ 
paciosa  y  entusiastamente,  por  la  cuesta  abajo  de  la  compla¬ 
cencia  colaboradora  con  los  negadores  esenciales  del  orden 
cristiano,  que  tiene  su  base  imprescindible  en  lo  sobrenatural. 

Fumet,  muy  del  momento,  muy  de  acuerdo  con  su  posi¬ 
ción  de  mano  tendida,  ataca  a  Daniel  Rops  (en  el  semanario 
comunista  citado)  por  este  párrafo.  Es  un  párrafo  antise¬ 
mita,  que  no  hay  derecho  a  escribir  en  estos  momentos,  cuan¬ 
do  han  sido  vencidos  los  odios  de  raza.  Fumet  se  olvida  de 
aquello  de  “Caiga  su  sangre  sobre  nosotros  y  sobre  nuestros 
hijos”,  que  no  lo  ha  escrito  precisamente  M.  Daniel-Rops*  sino 
©tro  autor  mucho  más  digno  de  crédito.  En  el  alegato  de 
Fumet  aparece,  con ,  relación  al  proceso  de  Cristo,  el  nombre 
“Gestapo”.  ¡Qué  delicadeza,  qué  humanitarismo  tan  sutil  es 
éste  a  que  hemos  llegado! 

*  LAMENNAIS  DE  ACTUALIDAD. 

Otro  escritor  católico,  según  dicen,  es  Loys  Masson,  que 
empieza  a  lucir  en  las  nuevas  letras  francesas.  Acaba  de  pu¬ 
blicar  un  ensayo  sobre  el  pobre  Lamennais,  en  el  que  enal¬ 
tece  la  memoria  del  famoso  renovador  v  recalcitrante  rebelde 
frente  a  la  Iglesia,  del  excomulgado  de  la  Chesnaie.  El  ar¬ 
tículo  empieza  con  un  aterrorizado  grito  ante  la  posibilidad 

de  que  la  Inquisición  sea  restaurada  en  el  mundo,  _ sin  que 

venga  a  cuento —  con  una  queja  por  “los  gruñidos  antisovié¬ 
ticos  de  Mr.  Bevin”.  Después  se  habla  de  la  amenaza  de  una 
internacional  negra  (sin  aludir  para  nada  a  la  de  una  inter¬ 
nacional  roja)  y  se  coloca  a  Lamennais  como  un  mártir  de 
las  ideas  renovadoras.  Todo  está  hecho  con  una  habilidad 
escurridiza  y  resbaladiza.  Se  procura  contemporizar,  no  decir 
nada  directo  contra  los  que  condenaron  a  Lamennais,  juzgar 
las  cosas  por  fuera,  pero  lo  cierto  es  que  el  fundador  de 
L  Avenir”  aparece  como  una  víctima  del  oscurantismo  y  co¬ 
mo  uno  de  los  hombres  importantes  que  la  Francia  actual 
debe  tener  presentes.  Que  no  se  aleje  Lamennais,  es  lo  que 
pide  M.  Loys  Masson,  cuyo  artículo  termina  con  esta  equili¬ 
brista  afirmación :  “Repito,  para  que  todo  equívoco  sea  disi¬ 
pado.  y  que  aquéllos  que  me  espían  y  observan  (pienso  en  el 


LA  AGUJA  DEL  TIEMPO 


67 


R.  P.  Bar  jen,  de  “Etudes”)  queden  desarmados:  al  hablar  de 
Lamennais,  no  es  que  yo  piense  rebelarme  como  él  y  con  él. 
Lo  cito  solamente  como  símbolo,  y  sin  duda  que  no  puedo 
encontrar  otro  más  brillante:  de  un  esfuerzo  constante,  des- 
interesado,  estoico  a  pesar  de  los  peligros,  hacia  una  religión 
liberada  de  las  incidencias  temporales,  mejor  dicho,  rejuve¬ 
necida.  Pues  este  excomulgado  es,  a  pesar  de  todo,  el  que 
nos  muestra  el  camino”. 

Ni  una  palabra  sobre  Lacordaire  y  los  otros.  La  verdad 
es  que  para  este  católico  que  no  quiere  rebelarse,  la  Iglesia 
es  un  asunto  de  poco  más  o  menos. 

9  JUGANDO  A  LOS  SOLDADOS. 

Molotov  pidió,  hace  ya  unos  meses,  una  reducción  mun¬ 
dial  de  los  armamentos  y  la  abolición  de  la  bomba  atómica. 
Stalin  declaró  que  los  rusos  no  tenían  más  que  sesenta  divisio¬ 
nes  en  Europa  Occidental,  en  tanto  que,  pocos  días  antes, 
anunciaba  que  200  divisiones  rusas,  en  pie  de  guerra,  esta¬ 
ban  apretadas  desde  el  Báltico  al  Mar  Negro.  Las  revelacio¬ 
nes,  las  acusaciones  y  las  refutaciones  se  suceden  en  los  pe¬ 
riódicos  eslavos  y  anglosajones,  con  intermitencias  de  calma, 
cuando  se  dedican  a  hacerse  carantoñas  pasajeras. 

De  1.700,000  hombres,  los  ingleses  tienen  473,000  en  Eu¬ 
ropa,  234,000  en  el  Cercano  Oriente,  150,000  en  la  India  y  Bir¬ 
mania,  20,000  en  las  Indias  Holandesas  ,y  38,000  en  el  Japón. 

Be  3.000,000  de  soldados,  los  americanos  tienen  329,000  en 
Europa,  26,000  en  Alaska,  Groenlandia  e  islandia,  50,000  en 
Corea,  29,000  en  China  Central,  65,000  en  las  Filipinas  y  otras 
islas  del  Pacífico,  140,000  en  el  Japón  y  50,000  en  Panamá. 

Y,  en  fin,  de  5.000,000  de  hombres,  los  rusos  mantienen 
725,000  en  la  Europa  ocupada,  946,000  en  los  países  satélites  y 
en  las  fronteras  turco-iranias,  75,000  en  Manchuria  y  190,000 
en  Corea. 

Ante  semejante  cuadro,  los  dos  grupos  presentes  no  de 
Sarán  de  indignarse.  Los  rusos  argumentarán  que  los  Esta¬ 
dos  Unidos  mantienen  fuera  de  sus  fronteras  el  23  %  de  sus 
fuerzas,  e  Inglaterra  el  54  %,  en  tanto  que  Rusia  no  ha  en¬ 
viado  al  extranjero  sino  el  36  %  de  las  suyas,  a  pesar  de  la 
longitud  de  sus  fronteras  terrestres.  Por  su  lado,  los  anglo¬ 
sajones  no  dejarán  de  hacer  ver  que  ellos  no  tienen  más  que 
80  divisiones  en  armas,  cuando  Rusia  mantiene  200  sólo  en 
Europa. 

Cerca  de  dos  años  después  del  final  de  las  hostilidades, 
hay  todavía  en  el  mundo  demasiados  soldados,  cruceros  y 
bombarderos.  Es  una  linda  manera  de  llevar  a  cabo  eí 
Desarme.  . 


68 


LA  AGUJA  DEL  TIEMPO 


#  ¿LIBERTAD  RELIGIOSA? 

Es  continua  la  campaña  del  protestantismo  por  una  pre¬ 
tendida  libertad  religiosa  en  los  países  católicos.  Por  su  ex¬ 
cepcional  autoridad  damos  a  continuación  un  reciente  artícu¬ 
lo  del  P.  Murphy,  jesuíta  norteamericano,  profesor  de  Teolo 
gía  del  Weston  College  de  Boston,  publicado  en  la  revista  ja- 
veriana  de  Bogotá. 

La  oposición  universal  de  la  jerarquía  católica  de  Ibero - 
América  a  la  “invasión  protestante”  es  una  auténtica  reac¬ 
ción  católica  contra  ía  propagación  de  la  herejía  entre  los 
hijos  de  Dios.  Serían  a  la  verdad  pastores  indignos  si  deja¬ 
ran  de  llamar  la  atención  de  sus  fíeles  acerca  de  la  amenaza 
a  la  integridad  de  su  fe  y  a  nuestra  unidad  católica.  Los  pue¬ 
blos  de  Suramérica  tienen  tanto  derecho  de  proponer  los  tér¬ 
minos  de  relaciones  interamericanas  como  los  Estados  Unidos. 

Los  países  iberoamericanos  deben  estar  alertas  contra  las 
actuales  tácticas  sutiles  de  sus  enemigos  religiosos.  No  hay 
nadie  que  ponga  en  tela  dé  juicio  que  las  Sectas  protestantes 
han  sido,  son  y  — podemos  suponerlo —  seguirán  siendo  ene¬ 
migas  del  catolicismo.  La  estrategia  actual  del  protestantismo 
consiste  en  hablar  alto  sobre  libertad  de  religión.  Muchos  de 
ellos  pretenden  que  el  moderno  movimiento  por  la  libertad 
debe  imputarse  directamente  a  su  influjo  en  el  mundo.  Cons 
tantemente  están  señalando  a  Inglaterra  y  Estados  Unidos 
con  sus  libertades  como  producto  del  pensamiento  protestan¬ 
te.  No  están,  en  cambio,  muy  prontos  para  proclamar  todos 
los  horrores  que  están  abrumando  a  la  Humanidad  a  causa 
de  la  libertad  que  pretenden  haber  patrocinado.  Es  táctica 
actual  de  los  protestantes  el  lanzar  a  la  Iglesia  Católica  a 
la  defensa,  sugiriendo  e  insinuando  que  los  católicos  no  con¬ 
ceden  libertad  de  religión,  que  los  países  católicos  privan  a 
las  sectas  no  católicas  de  su  derecho  natural  para  propagar 
sus  credos. 

Un  conocimiento  superficial  de  la  historia  nos  demostrará 
que  los  protestantes  no  amaron  siempre  en  tan  alto  grado 
esta  clase  de  libertad  que  ahora,  a  tambor  batiente,  predican 
al  mundo,  y  que  tan  descaradamente  exigen  de  los  países  ca¬ 
tólicos.  Basta  recordar  la  supresión,  a  veces  brutal,  del  cato¬ 
licismo  en  Inglaterra,  Noruega,  Suecia,  Finlandia  y  los  Esta¬ 
dos  Unidos  para  verificar  que  el  amor  a  la  libertad  no  ha 
sido  siempre  una  virtud  protestante.  Basta  recordar  el  ba¬ 
gaje  de  odio,  de  desfiguración  y  propaganda  que  amontona 
el  protestantismo  auténtico  para  verificar  que  este  clamor  de 
ahora  por  la  libertad  no  es  genuínamente  protestante.  Sería 
error  lamentable  sí  los  países  o  los  Gobiernos  de  Suramérica 
se  dejaran  arrastrar  por  esta  novísima  propaganda  por  la  li¬ 
bertad.  El  protestantismo  espera  con  esto  poner  trabas  a 


LA  AGUJA  ,DEL  TIEMPO 


69 


tos  gobiernos  para  que  se  vean  constreñidos  a  abrir  las  puer¬ 
tas  de  esos  países  a  la  diseminación  al  por  mayor  del  pro- 
testantimo  dívisionista.  Los  católicos  deben  recordar  en  todas 
partes  una  vez  más  el  “Syllabus  de  Errores  Modernos”,  reco¬ 
pilado  bajo  Pío  IX.  La  integridad  de  nuestra  fe  católica  y 
la  estabilidad  de  nuestra  católica  unidad  pueden  ser  aniqui¬ 
ladas  Lábilmente  por  medio  de  esta  moderna  doctrina  acerca 
de  la  libertad  espuria,  de  la  que  el  protestante  no  es  el  úl¬ 
timo  apóstol. 

Nuestra  fe  católica  nos  enseña  que  nadie  puede  lograr 
el  camino  de  salvación  eterna;  menos,  alcanzarla  en  cual¬ 
quier  religión  y  guiado  sólo  por  la  luz  de  la  razón.  Enseña 
ella  que  el  protestantismo  no  es  simplemente  una  forma  di¬ 
ferente  de^  la  única  verdadera  religión  cristiana,  en  la  que 
un  hombre  puede  agradar  a  Dios  de  la  misma  suerte  que 
cuando  está  dentro  de  la  Iglesia  católica.  El  protestantismo, 
en  todas  sus  múltiples  formas,  es  una  herejía,  y  como  tal, 
cuando  se  presenta  entre  católicos,  es  nada  más  que  un  lobo 
vestido  con  piel  de  oveja.  Y  porque  es  una  herejía  carece 
de  todo  derecho  delapte  de  Dios.  No  tiene  derecho  de  existir 
y,  por  ende,  no  posee  derecho  de  propagarse.  Esto  es  lo  que 
tenemos  que  sostener  como  católicos  si  creemos  que  la  Igle¬ 
sia  es  el  medio  divinamente  establecido  para  la  salvación.  La 
jerarquía  de  Iberoamérica  merece  la  alabanza  de  todos  los 
católicos  por  haber  mantenido  su  firme  posición  católica  acer¬ 
ca  de  este  conturbador  problema.  Es  la  actitud  de  la  Santa 
Sede,  que  ha  invitado  a  estas  sectas  a  volver  a  la  unidad  de 
la  fe  y  a  no  propagar  sus  odiosas  divisiones  so  capa  de  líber 
tad  religiosa. 

Aquí,  en  Estados  Unidos,  nosotros  conocemos  algo  de  ese 
amor  protestante  por  la  libertad.  Nuestra  historia  recuerda 
varios  ejemplos  de  su  odio  y  persecución  á  los  católicos.  Uno 
de  los  más  destacados  ejemplos  de  los  tiempos  recientes  fue 
la  furia  y  la  acometida  protestante  al  catolicismo  cuando  Al¬ 
fredo  Smith,  católico,  era  candidato  a  la  Presidencia  en  1928. 
Los  protestantes  echan  en  olvido  con  gran  facilidad  y  rapidez, 
sus  propias  tácticas  al  profesar  ahora  amor  a  la  libertad.  En 
la  época  actual  la  Iglesia  católica  es  el  blanco  constante  de 
los  tiros  de  los  jefes  protestantes.  La  queja  de  que  los  go¬ 
biernos  y  los  eclesiásticos  de  América  del  Sin*  resisten  la  in¬ 
filtración  protestante  se  ventila  ampliamente.  La  jerarquía 
de  los  Estados  Unidos  es  violentamente  criticada  porque  ha 
expresado  su  simpatía  a  los  Obispos  de  Iberoamérica  en  su 
lucha  contra  la  amenaza  protestante.  Se  acusa  a  los  cató¬ 
licos  de  Norteamérica  de  haber  forzado  al  Departamento  de 
Estado  a  rehusar  dar  pasaporte  a  ministros  protestantes  que 
están  impacientes  por  lanzar  su  última  campaña  divisiona- 


t 


LA  AGUJA  DHL  TIEMPO 


70 


ria  en  Suramérica.  Esos  ministros  parece  que  no  acaban  de 
entender  que  son  indeseables;  a  quienes  los  países  de  Ibero¬ 
américa  tienen  pleno  derecho  de  excluir,  ya  que  amenazan 
el  orden  interno  del  Estado.  Las  revistas  protestantes  andan 
constantemente  agitando  la  amenaza  de  la  jerarquía  católica 
en  los  Estados  Unidos.  En  ellas  se  presenta  a  los  eclesiásticos 
iberoamericanos  como  francos  o  secretos  fascistas,  aunque 
aquí  haya  un  número  más  que  regular  de  ministros  protes¬ 
tantes  que  son  simpatizantes  declarados  del  comunismo. 
Constantemente  vuelven  sobre  lo  que  ellos  llaman  el  atraso 
e  indolencia  de  la  Iglesia  en  Suramérica.  En  ellas  se  pinta 
a  los  fieles  de  Iberoamérica  como  llenos  de  superstición  e  ido¬ 
latría.  Mientras  a  sí  mismos  se  presentan  como  mensajeros 
de  la  luz  y  de  la  libertad  social  y  religiosa  ante  las  masas 
oprimidas  de  nuestro  continente.  Gobiernos  progresistas  son 
para  ellos  los  que  permiten  a  los  protestantes  la  entrada  en 
sus  países.  Los  gobiernos  que  les  ponen  coto  y  los  excluyen 
se  llaman  retrógrados. 

Sería  un  error  fatal  el  que  los  católicos  de  Iberoamérica 
se  sometieran  a  la  definición  de  libertad  que  dan  los  protes¬ 
tantes  norteamericanos.  Si  vosotros  no  aceptáis  su  definición 
de  libertad  al  punto  os  señalarán  a  todo  el  mundo  como  ene¬ 
migos  de  la  libertad  por  el  solo  hecho  de  hacerles)  frente. 
Nosotros  debemos  mantenernos  firmes  en  nuestra  definición 
de  libertad.  Los  protestantes  no  aceptan  esta  definición  ca¬ 
tólica,  porque  ven  claramente  que  ella  condena  su  idea  de 
libertad  y  su  posición.  No  hay  razón  para  que  nosotros  acep¬ 
temos  su  definición  de  libertad,  sobre  todo  sabiendo  como 
sabemos  que  ella  se  ha  inventado  para  condenar  la  única 
religión  autoritaria  que  queda  en  pie  en  el  mundo.  Hay  que 
recordar  siempre  que  la  definición  protestante  de  libertad  no 
tiene  nada  qué  ver  con  la  verdad  o  la  autoridad,  al  paso  que 
son  inseparables  de  nuestra  definición  de  libertad.  Nosotros 
sostenemos  que  enfrente  a  la  verdad  el  entendimiento  no  es 
libre  de  aceptar  o  rechazar.  Sostenemos  que  la  autoridad, 
sobre  todo  la  religión  revelada,  es  una  sabia  institución  di¬ 
vina  que  posee  el  derecho  de  ser  obedecida.  En  cuanto  a  la 
verdad,  muchas  son  las  sectas  protestantes  que  han  dejado- 
de  sostener  ya  que  poseen  toda  la  verdad  cristiana.  Por  lo 
que  atañe  a  la  autoridad,  los  protestantes  apelan  a  la  Biblia 
y  al  juicio  privado,  lo  cual  viene  a  significar  que*  no  existe 
ninguna  autoridad  religiosa  en  el  protestantismo.  Aquel  gé¬ 
nero  de  obediencia  que  profesan  están  sometido  a  un  Cristo 
forjado  por  ellos,  no  al  Cristo  conservado  en  la  doctrina  y  en 
la  tradición  católicas  y  cuya  autoridad  fué  comunicada  a  su 
Vicario  en  la  tierra.  En  el  momento  en  que  nosostros  rin¬ 
diéramos  nuestra  idea  católica  de  poseer  toda  la  verdad  re 


LA  AGUJA  DEL  TIEMPO 


71 


«i  -  -  -  _  _  -  - - — ...... — — — . .  -»  - — 

velada  y  la  autoridad  del  Vicario  de  Cristo,  daríamos  por 
buena  la  definición  protestante  de  libertad.  Pero  es  tan  ab¬ 
surda  dicha  definición  de  libertad,  que  hay  ministros  aquí 
en  los  Estados  Unidos  afiliados  a  organizaciones  controladas 
por  el  comunismo,  empeñadas  en  la  extensión  universal 
del  comunismo  y  en  la  destrucción  de  la  democracia.  Son 
muchísimos  los  ministros  protestantes  masones  que  ya  no 
profesan  nada  cfcel  cristianismo.  Tan  sorprendente  es  esta 
libertad  protestante  que  ya  no  logran  convenir  en  ninguno 
de  los  grandes  principios  cristianos,  y  sólo  convienen  en  su 
hostilidad  a  la  Iglesia  Católica.  Debemos,  pues,  permanecer 
firmes  en  nuestra  definición  de  libertad,  la  cual,  por  lo  que 
a  la  verdad  se  refiere,  no  admite  libertad  para  propagar  erro¬ 
res.  Debemos  aferramos  a  ella,  a  pesar  de .  que  se  nos  des¬ 
acredite  ante  el  mundo  como  intransigentes,  oscurantistas  y 
retrógrados  por  parte  de  los  protestantes. 

jr  & 


NOVEDADES  “SPLENDOR” 

ESTUDIO  COMPARADO  DE  LAS  RELIGIONES,  por 


H.  Pinard  de  la  Boullaye  (2  volúmenes)  . .  $.375 

LA  CRISTIANIZACION  DE  LAS  EMPRESAS,  por  M.  '  - 

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MENTAL,  por  José  Frobes,  S.  I.  (2  vols.,  con  1,500 


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J.  de  la  Vaissiere,  Sertillanges,  etc.  . .  .  66 

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TEMPORANEA,  por  Francisco  de  Hovre  .  154 

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LA  AUTORIDAD .  ÉN  LA  FAMILIA  Y  EíN  LA  ES¬ 
CUELA,  por  Kieffer  . . . .  90 


V  muchos  otros  libros,  que  está  recibiendo  constantemente  esta 
Librería,  de  Argentina,  España,  Francia,  Canadá,  etc. 

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Santiago:  Av.  B.  O’Higgins  1626  —  Cas.  3746  —  Tel,  89145 
Valparaíso:  Independencia  2042  —  Cas.  3296  —  Tel.  7168 


CRISTAL  DE  LIBRERIA 


“PARADOX,  REY”,  por  Pío  Baroja.  _  Colección  Austral.  Es- 

pasa-'Calpe  Argentina.  1947. 

t 

Baroja  tiene  la  virtud  de  la  sinceridad  que  da  a  sus  páginas  ese  tono 
sencillo,  de  cosa  hecha  sin  técnica,  caprichosamente,  que  las  hace  fácil¬ 
mente  legibles,  interesantes,  sin  que  se  pueda  atribuir  esa'  atracción  al  es¬ 
tilo  ni  a  lo  mismo  que  relata,  sino  que  procede  de  cierta  gracia,  de  cierta 
honradez  natural  que  amalgama  la  crítica  y  la  poesía. 

Baroja  es  un  escritor  con  gracia,  aun  cuando  ella  toque  la  malicia 
antiamericana  ("allí  donde  se  viva  naturalmente;  allí  donde  no  haya 
generales  americanos");  un  buen  definidor  de  tipos,  principales  o  episó¬ 
dicos,  acusados  por  dos  o  tres  rasgos  de  su  lenguaje  o  de  su  cultura.  Esta 
novela,  libre  de  una  técnica  definida,  pues  está  concebida  en  diálogo  con 
intermedios  líricos  y  una  valoración  anímica,  tanto  de  las  fuerzas  de  la 
naturaleza,  como  de  los  irracionales  y  los  humanos,  presenta  de  una 
manera  fácil  ese  pesimismo  trascendente  que  caracteriza  la  base  de  su 
pensamiento.  Se  le  ha  negado  habitualmente  vuelo  lírico  al  novelista,  pero 
quien  lea  con  atención  podrá  comprobar  una  poesía  en  tono  menor  en  su 
tono  nostálgico  o  desencantado;  buena  prueba  es  el  “Elogio  sentimental 
del  acordeón"  que  intercala  en  el  relato.  Lo  que  sucede  es  que  todos  re¬ 
paran  en  su  sarcasmo,  en  sus  opiniones  desgarradas:  "La  moralidad  no 
es  más  que  la  máscara  con  que  se  disfraza  la  debilidad  de  los  instintos. 
Hombres  y  pueblos  son  .inmorales  cuando  son  fuertes";  "Está  bien  que 
fundemos  escuelas,  pero  creo  que  debemos  establecerlas  sin  maestros  .  .  . 
sin  profesores,  sin  autoridad,  si  les  parece  mejor";  "El  profesor  es  una  es¬ 
pecie  de  papagayo  del  género  Psittacus,  familia  de  los  loros";  o  en  el 
tono  burlón  con  que  resuelve  la  disputa  salomónica  de  dos  hombres  que 
se  disputan  una  suegra;  "Tú,  el  que  la  quieres  mal,  eres  el  yerno.  Llé¬ 
vate  a  tu  mujer  y  a  tu  sruegra”.  Pero,  en  el  fondo,  hay  siempre  un  equi¬ 
librio  entre  esta  realidad,  mirada  con  un  lente  de  desencanto  y  esa  luz 
de  gloria  que  su  poesía  deja  caer  sobre  la  naturaleza  y  algunos  personajes. 

La  cualidad  esencial  de  Baroja  reside  en  que  su  lectura  es  fácil,  agra¬ 
da  aún  cuando  reaccionemos  ante  sus  opiniones,  interesa  y  entretiene. 
Su  filosofía  va  escurriéndose  entre  los  episodios  y  descripciones.  Crei¬ 
mos  habernos  entretenido  solamente  y  hemos  tocado  hondos  problemas 
humanos.  Por  virtud  de  su  maestría,  pudimos  compartir  las  vidas  ajenas 
y  crecer  en  sustancia  vital. 


S.  E.  S. 


yzsssxaxsz 

EN  EL  MANEJO  DE  NEGOCIOS  O  EN  LA  AD¬ 
MINISTRACION  DE  BIENES  SIGNIFICA  UN 
APORTE  VALIOSO  SERVIRSE  DE  UNA  EX¬ 
PERIMENTADA  Y  EFICIENTE 
ORGANIZACION 

NOS  ENCARGAMOS  PRINCIPALMENTE  DE: 

Cumplir  órdenes  de  compra-venta  de  valores  mobiliarios. 

Atender  al  registro  de  accionistas  de  sociedades  anónimas. 

Pagar  dividendos  sobre  acciones  o  debentures. 

Tramitar  la  compra  o  venta  de  bienes  inmuebles  y  efectuar 
remates  de  propiedades. 

Urbanizar  y  lotear  terrenos. 

Controlar  o  dirigir  la  formación  de  sectores  urbanos  o  barrios 
residenciales. 

Atender  a  los  señores  CORREDORES  DE  PROPIEDADES 
en  nuestro  carácter  de  liquidadores  de  negocios  de  compra  y  venta 
ya  formalizados,  para  los  efectos  de  servir  de  depositarios  del 
precio  de  compra  y  destinarlo  a  la  cancelación  de  los  gravámenes 
del  inmueble 

Servir  de  depositarios  en  la  formación  de  comunidades  que 
tengan  por  objeto  la  construcción  de  edificios  para  vienta  de  pisos 
y  departamentos. 

Administrar  edificios  de  departamentos  y  en  general  propie¬ 
dades  de  renta. 

Administrar  los  inmuebles  a  que  se  refiere  la  Ley  6071,  que 
dispone  que  los  pisos  o  departamentos  de  un  edificio  pueden  per¬ 
tenecer  a  distintos  propietarios. 

Fiscalizar  el  cobro  o  la  inversión  de  rentas  de  arrendamiento 
de  propiedades,  cuya  administración  está  confiada  a  tercera  per¬ 
sona. 

Tramitar  conversiones  de  deudas  hipotecarias  y  otras  opera¬ 
ciones  de  la  misma  índole. 

Atender  solicitudes  de  préstamos  a  largo  plazo,  en  bonos, 
sobre  predios  urbanos  o  agrícolas,  como  representantes  del  Banco 
Hip  o  t  eca  rio  -  Va  lp  a  ra  í  so . 

Desempeñar  los  cargos  de  albacea  con  o  sin  tenencia  de  bienes, 
depositario  o  secuestre,  liquidador  de  sociedades  civiles  anónimas 
y  comerciales  o  de  cualquie  ’a  clase  de  negocios.  Síndico  o  dele¬ 
gado  de  síndico  en  juicios  de  quiebra.  Guardador  testamentario 
general,  conjunto,  curador  adjunto,  curador  especial  y  curador  de 
bienes. 

De  acuerdo  con  disposiciones  especiales  de  la  Ley,  podemos 
administrar  los  bienes  que  se  hayan  donado  o  dejado  a  título  de 
herencia  o  legado  a  capaces  o  incapaoes,  pudiendo  sujetarse  a  esta 
forma  de  administración  los  bienes  que  constituyen  la  legítima 
rigorosa  durante  la  incapacidad  del  legitimario. 

Disponemos  permanentemente  para  la  venta,  de  sitios  en  los 
mejores  sectores  residenciales  de  Santiago. 

SOLICITE  INFORMACIONES  Y  FOLLETOS  EXPLICATIVOS 

DEPARTAMENTO  BE  COMISIONES  DE 


Banco  de  Chile  CONFIANZA 


Segundo  Pteo 


IMF».  “EL  ESFUERZO'  EYZAQUIRRE  IMS.  •  SANTI  ASO 


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