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ESTUDIOS
REVISTA MENSUAL
Secretario de Redacción: JAIME EYZAGITIRRE
CASILLA 3746 — SANTIAGO DE CHILE
AÑO IV
DICIEMBRE de 1935
Kúm. 37
Se reciben suscripciones en las Librerías:
*
Zamorano y Gaperán
Compañía 1015
LIBRERIA CLARET
Avda. 10 de Julio 1140
(ENTRE SAN DIEGO Y GALVEZ)
Cultura Católica
Delicias 1626
Valor de SUSCRIPCION por un año: $ 22 —
En venta en tas principales
Librerías de Santiago y Provincias
<•
37
Pá*8.
“LOPE DE VEGA, POETA DE NAVIDAD” por Jai¬
me Eyzaguirre . * . . 2
“¿EXISTE EN CHILE LA AUTONOMIA MUNICI¬
PAL?”, por José María Cifuentes . 9
“LA FILOSOFIA BERGSONIANA FRENTE AL PEN¬
SAMIENTO CONTEMPORANEO”, por
Armando Roa . 14
“LA MUERTE DE ABEL”, por Manuel Atria ...... 37
“RAICES BIBLICAS DE LA VIDA INTERNACIONAL
MODERNA”, por Alberto Cruchaga .... 39
“ECOS DEL EXTRANJERO”: “El X Congreso itaha.
no de filosofía” . . . . 52
“La Iglesia en Méjico” . 56
‘ ‘El Presidente Roosevelt y el Catolicismo’ ’ 60
“REVISTA DE IDEAS V DE HECHOS”: “Iglesia y
Política” . . .. 63
“Presupuesto Nacional” . . 66
“NOTAS BIBLIOGRAFICAS”: “Salazar: Portugal y
su jefe”, por Antonio Ferro . 70
“La literatura histórica chilena y el con¬
cepto actual de la historia”, por Francisco
A. Encina . 72
GRABADOS DE FRANCISCO DONOSO
2
Lope de Vega, Poeta de Navidad
Menguada idea del Fénix de ios Ingenios tendrá el que lo
suponga sólo poeta de humanos afectos. Símbolo viviente de
la España áurea, encarnación de sus intemperancias a; la
vez que de sus nobles ideales, lleva arraigada hasta el fondo
del ser la virtud de la fe. Lope cree y porque cree ama. Su
amor, muchas vces arrastrado por el lodo de la sensualidad
que no respetó ni su traje talar, sabe también en no pocos
casos divinizarse, impelido por esa misma fe en la Infinita.
Misericordia. Y como, según propia confesión, “no vivía en sí
mismo, cuanto en la persona que amaba Lope logra en
tales casos de unión con Dios arrestos verdaderamente místi¬
cos.
Pero él no sabe sólo ser poeta de la fe y de la caridad,
sino también de la esperanza. Lope cree, Lope ama, pero
a su vez, Lope espera. Y así, a fuer de cristiano de verdad,
que no por pecador deja, de confiar en los méritos de Cristo,
sabe confundir su anhelo de perfección, sus ansias de posesión
de Dios, con las aspiraciones de los viejos patriarcas del pri¬
mer testamento que suspiran por la venida del Mesías. La
liturgia de la Iglesia, que en el Miércoles de las cuatro
témporas de Adviento exclama con el profeta Isaías : ¡ Oh
cielos, derrama "vuestro rocío ; y lluevan las nubes al Justo ;
ábrase la tierra y brote el Salvador y nazca, con El la justi¬
cia”, sírvele entonces al poeta del amor divino de rica fuen¬
te inspiradora. Y haciendo suyo el pensamiento de la Esposa
de Cristo, canta él con ferviente devoción:
, 1 i
V
’ % ■ ' ■; ' , V-
3 .
La tierra estaba afligida
lloraba, el género humano,
porque se tardaba el Justo
esperado tantos años.
Pedía rocío al cielo,
y a ¡las nubes aquel santo,
que, para salvar al mundo,
fuese en la tierra engendrado.
La bendición de Abraham
los venerables ancianos
pedían a Dios, diciendo,
deshechos len tierno llanto:
“¡Venga de lo alto
favor a lo humano!
¡De la altura venga
quien nos defienda!’'
La oración de los patriarcas es al fin -escuchada y Dicm
decide enviar a su Hijo a la tierra. *Y como heraldo de tan
buena nueva, manda El primeramente al Arcángel Gabriel a
anunciar a María, mujer obscura para el mundo, pero grata a
los ojos del Padre, el honor que le estaba reservado desdo
la eternidad de engendrar a Su Unigénito.
Lope, que sigue paso a paso el misterio de la Encarna¬
ción se transporta también entonces en alas de las musas a la
pobre casita de Nazaret:
Pensando estaba María
©n alta contemplación,
quién ha,bía de ser Madre
dei Hijo eterno de Dios.
De los sagrados Profetas
la soberana lección
1© había puesto el deseo,
que el alma le suspendió.
Leyó que una virgen santa,
y sin obra díe varón,
un hijo concebiría,
siendo ella cristal, él, Sol.
— ¡Felicísima doncella!,
le dice llena de amor,
porque entonces no sabía
que por ella se escribió:
— ¡Quién tan venturosa fuera,
quie, por serviros a vos,
mereciera ser esclava
de las que de vos lo son!
Desde aquí, virgen hermosa,
adoro y respeto yo
aquel campo, que ha de dar
fruto die tal bendición.
Cuando esto dice la Niña,
(Niña en los ojos de Dios,
que con el Niño que espera
las tendrá para los dos),
bate las alas un Angel
de Ha esfera superior,
coronando el aire claro
de cándido resplandor.
En la humilde Nazaret
el alto vuelo paró,
donde ha de pararse el Cielo
y nueve meses su Autor.
Tomó forma de un mancebo
más hermoso que Absalón;
ni era mucho, pues su Dueño
verdadera la tomó.
Las rodillas por el suelo,
dijo que era embajador
de la paz de Dios y el hombre,
con qu/e Dios hombre quedó.
4
Más bendita fué María en creer, que en concebir
y de más gracia y honor a Dios en esta ocasión.
Y pasan los meses y los designios providenciales tocan a
su término. El Hombre-Dios, añorado cuatro mil años y que
de tan prodigiosa manera se anuncia a María, llega al fin
a la tierra, ¿Acaso en un palacio confortable de una gran
ciudad, acariciado por las brisas primaverales y sonreído por
las flores? No. Ni m¡ás ni menos que el último hijo de pe¬
cado. Pero, dejemos a Lope que en bella prosa nos describa
el escenario en que ha de operarse este misterio incomprensi¬
ble de humildad y caridad divinas: “Comenzó el riguroso in¬
vierno a serlo tanto, que los pastores de Belén se junta-
Vísita a Santa Isabel
ban las noches a hacer grandes hogueras en los campos; j
hincando algunos troncos, acercándolos de mimbres, y otras
ramas de robles y tarayes, hacían resistencia al viento, como
en las salas de las ciudades los aforrados canceles a los seño¬
res. Las ovejuelas alrededor del fuego balaban ateridas, y,
juntándose unas con otras en los rediles, pasaban las frías no¬
ches, amaneciendo la escarcha sobre sus lanas, como en las
copas de los inmóviles árboles tal vez los cándidos copos de
ía blanca nieve dejaban vestidos de una misma librea los
cielos y los campos. Los pastores, envueltos en sus gabanes
toscos, deseaban la venida del sol, cuyos rayos la deshiciesen
para descubrir las sendas. Caíanse las aves muertas por la
gran falta del grano y hojas de loe árboles, que, ya por estar
caídas, ya por estar cubiertas, no las hallaban. Los osos se
sustentaban en las obscuras cuevas del humor de sus mano,
y los demás animales venían hambrientos hasta las mismas
5
cabañas de ios pastores, cuyos perros con ladridos fuertes,
que por todos aquellos valles rimbombaban, despertaban los
pastores, que con los estallidos de las hondas los ahuyentaban
del rededor de las cabañas”.
Pues bien, en medio de tal inclemencia, José y María,
cuya hora se acercaba, arriban a empadronarse a Belén. “Lle¬
gado a este dichoso punto, prosigue Lope, y hallándose los dos
en 1a. ciudad referida, la más rigurosa noche de aquel in¬
vierno, sin posada por su pobreza, y por la multitud de la
gente, que con el mismo intento de pagar el tributo había ve¬
nido ; retirados a un diversorio, o portal, que a los últimos
barrios de la ciudad estaba debajo de una peña, y donde los
que venían a negocios de la ciudad acostumbraran atar y dar
de comer a sus anim/ales, hizo Joseph un pesebre para los
que él traía; si acaso no estaban allí en aquella sazón dejados
por otros dueños”.
Y allí, entre pastos y animales, se inicia la redención del
género humano, llega a la tierra en envoltura mortal el Hijo
de Dios. Lope, lleno de lírica emoción, le describe: “Estaba
el glorioso Infante desnudo en la tierra, tan hermoso, limpio
y blanco como los copos de la nieve sobre las alturas de los
montes, o las cándidas azucenas en los cogollos de sus verdes
hojas”.
Y después el vate, como sobrecogido ante ese cúmulo de
paradojas inexplicables que ha visto deslizarse ante su vista,
medita profundamente :
Que nazca un hombre en Be-
Hijo de Dios natural, [lén,
y que aposente un portal,
del cielo y la tierra el bien;
que al Rey de entrambos le den
dos anímalos calor,
y que tan alto Señor
cifre en pajas su poder,
¿qué puede ser?
Que el mayor círculo cuadre
la carne del viejo Adán
en el nuevo, a quien hoy dan
humana, aunque Virgen Madre;
que envíe su Hijo el Padre,
siendo tan .bueno y tan Dios,
que son iguales los dos,
a la tierra a padecer,
¿qué puede ser?
Que salga fuera de sí
la naturaleza humana,
de ver a la soberana
bajar a la tierra así;
que se junten hoy aquí
la virginidad y ei parto;
y que el amor no esté harto
de ver a Dios padecer,
¿qué puede ser?
Que bajen pobres pastores
de los ángeles llamados;
que las fuentes y los prados
se cubran de leche y ñores;
que tenga Dios acreedores,
siendo nuestros los pecados;
y que a sombra de tejados
por deudas se venga a ver,
¿qué puede ser?
6
Que esté una doncella santa
virgen después de parida,
y que pariendo la vida
esté con pobreza tanta;
que el cielo la llame santa,
y esté sin oasa en iel suelo;
y que al mismo Rey del cielo
na tenga en qué le envolver,
¿qué puede ser?
Que Dios no tenga pañales,
y el hombre vista brocado;
que esté Dios desamparado,
y el hombre en casa reales;
que Dios ande entre animales,
y el hombre en camas de sfeda
que Dios descansar no pueda,
y el hombre tenga placer,
¿qué puede ser?
Y Lope, ahondando en el misterio, intuye el fondo subli
me y trágico de ese nacimiento :
Presentación al Templo
Las pajas del pesebre,
Niño de Belén,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Dioráis entre las pajas
de frío que tenéis,
hermoso Niño mío,
y de calor también.
Dormid, Cordero santo;
mi vida, no (lloréis,
que si os escucha el lobo
vendrá por Vos, mi bien.
Dormid entre las pajas,
que, aunque frías las véis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Las que, para abrigaros,
tan blandas hoy se ven,
serán mañana espinas
en corona cruel.
Mas, no quiero deciros,
— aunque Vos lo sabéis —
palabras de presar
en días de placer.
Que aunque tan grandes don¬
en pajas las cobréis, [das
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
7
Dejad el tierno llanto
divino Emmanüel;
que perlas entre pajas,
Se pierden sin por qué.
No piense vuestra Madre
que ya Jeruselén
previene sus dolores,
y illore con Joseph.
Que aunque pajas no sean
corona para Rey,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.
Pero ¿a qué helar con vaticinios dolorosos, la alegría de
las almas sencillas de los humildes pastores que Dios escogió
con preferencia a todos los hombres para adorar a su Hijo?
Dejemos, piensa el poeta, que los corazones puros se explayen,
y que la tierra y el cielo canten su gozo :
Campanitas de Belén,
tocad al Alba, que sale
vertiendo divino aljófar
sobre el sol que della nace;
que los ángeles tocan,
tocan y tañen.
Que es Dios-Hombre el Sol
y el Alba su Madre;
Din, din, din, que vino en fin;
don, don, don, San Salvador;
dan, dan, dan, que hoy nos le dan
Tocan y tañen a gloria en el cielo,
y en la tierra, tocan a paz.
Los pastores, que oyen las campanitas, que oyen el lla¬
mado de los ángeles, se levantan presurosos y corren a ado^
rar al Niño:
Bras, Gil, Llórente y Violante:
todos a Belén venid;
veréis al Niño David,
que ha de matar al gigante
en el anillo de cobre
de nuestro círculo pobre:
pero al ver
tanto placer,
déjate caer
con el temor;
que este humanado Pastor
es tan divino Zagal,
que es Niño y Dios inmortal . . .
Y sigue el jolgorio inocente cuando el Divino Infante es
presentado al templo cuarenta días después de nacer y le es
impuesto el Santo Nombre de Jesús:
Alegría, zagales,
valles y montes,
•que el Zagal de María
ya tiene nombre.
Corred, arroyuelos,
cándida leche:
los corderos retocen,
canten las fuentes;
y las aves alegres
en sus canciones:
que el Zagal de María
ya tiene nombre.
8
El Santo Nombre do Jesús, ¡qué de hermosas reflexiones
sugiere al vate de inspiración cristiana! Lope pone ante él
todo el arrebato de su amor, la sencillez y profundidad de su
fe y el dulce abandono de su esperanza. El Nombre Augusto
tiene para él la virtud de detener el pecado, de abatir las pa¬
cones, de preservar al alma de las asechanzas del mal:
Si cada vez que un hombre murmurase
del amigo, del prójimo y ausente,
Jesús dijese, es nombre suficiente
a que la voz y el ánimo templase.
Si cada vez que del honor tratase
del que infama y corrige vanamente,
Jesús dijese, y con humilde frente
a las Divinas Letras se humillase:
Es imposible que el furor más ciego,
3 ; y la venganza más soberbia y loca,
con tal roclo no templase el fuego.
Que el nombre de Jesús tanto provoca
a amar a Dios y al prójimo, que luego
penetra el corazón desde la boca.
Sí, el Dulce Nombre de Jesús, sólo El opera el milagro
de transformar al Lope sensual en el Lope de los místicos
arrebatos. Muchas veces, al recomenzar su vida llena de ac¬
cidentes, él lo pronuncia con fe y esa fe le salva. Pero
después viene de nuevo la carne a aguijonearle y el Nombre
Divino cede su sitio al de un amor pecaminoso. Lope, al fin,
es el símbolo de la humanidad . . .
Así, en sucesiva serie de ascensiones y caídas, cumple
su destino el Fénix de los Ingenios y muere con Jesús en Ios-
labios. Porque, no hay que olvidarlo, Lope supo ser siempre
el poeta de la esperanza. . .
B Y Z A G U X B¡ R E
«9
JAIME
9
l«sé María CtfuMtes
¿Existe en Chile la Autonomía Municipal?
El Poder legislativo y numerosas Municipalidades han
acordado tributar diversos homenajes a la memoria del pro¬
motor de la Comuna Autónoma en nuestro país, Don Manuel
José Irarrázaval. Se nos ocurre que el mejor de todo sería el
de restablecer en nuestro país la autonomía comunal.
La ley que la implantó en 1891 fue, en realidad, muy
mezquina en materia de recursos ; pero ocurrió que en la prác-
tea, ni la mitad de ellos se entregaron a las Municipalidades
y como la autonomía no las capacitaba para hacer milagros,
sucedió que no pudieron prestar debidamente ni les servicios
más primordiales que incumben a esta clase de corporaciones.
En consideración a su pobreza se fué quitándoles paula¬
tinamente las funciones que debían corresponderles y al fin
hemos llegado a tener en Chile una simple caricatura del
régimen municipal.
En Francia — donde existe mucho centralismo — los pre¬
supuestos locales representan la mitad del presupuesto fiscal.
En Chile, considerando el servicio de la deuda pública, repre¬
sentan los presupuestos municipales el 7 % del presupuesto
fiscal: 100 millones contra 1,350 millones.
Es que en Chile todos los servicios públicos, aun aque¬
llos del más evidente carácter municipal están a cargo del
gobierno central y son dirigidos absolutamente desde San¬
tiago.
Vamos a pasar breve revista de los casos más edificantes.
La Instrucción primaria figura en el presupuesto fiscal
para 1936 con 129 millones de pesos.
¿Por qué está centralizado este servicio en vez de ser un
servicie municipal?
¿Son incapaces las municipalidades, si se les atribuyen Los
mismos fondos que para tal fin se atribuyen al fisco, de man¬
tener iguales escuelas primarias? Los usufructuarios ideoló- '
gicos o pecuniarios del centralismo responderán afirmativa¬
mente; pero si hay un servicio susceptible de ser descentrali-
10
zado, con ventajas indubitables de orden administrativo y
aun educacional es éste.
El servicio de camino figura en el presupuesto fiscal pa¬
ra 1936 con 51 millones de pesos.
¿Por qué está centralizado este servicio del más evidente
carácter municipal?
Los servicios de agua potable y alcantarillado figuran en
el presupuesto fiscal para 1936 con más de 14 millones .
¿Habrá servicios de un carácter municipal más indiscu¬
tible ?
La pavimentación de calles y aceras ¿se imaginaría nadie
que fuese un servicio centralizado en la capital de la Repúbli¬
ca ¡Pues en Chile lo es!
¿Qué es lo que son entonces las Municipalidades en Chi¬
le?
Unas entidades que no necesitan recursos porque no pres¬
tan servicios y que no prestan servicios porque no tienen re¬
cursos .
Creemos que el presupuesto fiscal podría ser descargado
a lo menos en 200 millones de pesos, y el presupuesto munici¬
pal incrementado en igual suma, con sólo entregar a las Mu¬
nicipalidades aquellos servicios que son inherentes a la natu¬
raleza de estas instituciones, cediéndoles naturalmente los
impuestos fiscales suficientes.
De este modo se descentralizaría la administración, se
daría vida e importancia, a las Municipalidades, se invertirían
con mayor justicia los tributos, y todo esto tendría ventajas
de orden social, político, administrativo y financiero.
La Constitución en su articulo 107 ; los programas de los
partidos políticos, las promesas unánimes de todos los candi¬
datos a parlamentarios, hablan muy acentuadamente de des¬
centralización. Pero ¿qué es lo que ocurre en nuestro país?
Que cada día se da un paso más en el camino de la centrali¬
zación más desaforada que se había visto en país alguno de
la tierra.
El efecto que esta situación está produciendo se ve a las
claras: Santiago se congestiona; las ciudades de provincia se
paralizan.
Un breve cuadro del incremento de la población en unas
11
cuantas ciudades de la República nos ilustrará mejor que lar¬
gas disertaciones sobre la materia.
Habitantes según los censos de los años que se indican:
1907 1 930
Santiago . 332,724 696,231
Valparaíso . 162,447 193,205
Concepción . 55,330 77,589
Iquique . 40,171 46,458
Talca . 38,040 45,020
Chillán . . . . . 34,269 39,511
Quillota .. 11,449 14,859
San Felipe . . . 10,426 11,963
República . 3.231,496 4.287,445
Obsérvese el cuadro anterior. En 1907 Santiago tenía un
10.7 % de la población total . En 1930 tenía un 16,2 % . Hoy,
«con 803.000 habitantes, pasa ligeramente del 18 % .
Si este mismo ritmo continúa, en 1950 Santiago absorberá
la cuarta parte de la población del país y a fines del siglo, la
mitad. Entre tanto, proporcionalmente las otras ciudades
irán siendo cada vez más insignificantes.
Todavía más sugestiva que la concentración demográfica
es la concentración de la riqueza en la capital. El índice más
inequívoco de la holgura económica personal es la calidad de
imponible en la contribución global sobre la renta. Pues bien:
en 1928 residía en Santiago el 38,3 % de los imponibles del
país; en 1931, el 42 % y en 1934 el 48,3 %. Si se mantiene
este coeficiente de progresión, en 30 años más estarán en San¬
tiago todos los imponibles de Chile. No quedarán en provin¬
cias sino las personas de ínfimos recursos. La razón principal
de este fenómeno está en que todas las ventajas y todas las in¬
fluencias, van concentrándose cada vez más en la capital.
Agentes subalternos de las grandes Direcciones Centrales
que en esta residen, supeditan en los pueblos provicianos to¬
das las actividades locales, absorven todas las iniciativas. Los
respetables vecinos de Los Angeles no son dignos de resolver
sobre el pavimento de las calles y aceras que corren frente a
12
«us casas: son loe tutores de Santiago los únicos que pueden
hacerlo con acierto y con honradez.
Direcciones Generales de servicios, Caja de toda especie
imparten, desde Santiago, el movimiento a los más ínfimos re¬
sortes de la actividad nacional.
El silabario que romlpe un alumno de una escuela de
Quinchao deberá ser reemplazado después de interminables
papeleos por la Dirección General de aprovisionamiento del
Estado. El pantano que se forma en un camino de la región
de los lagos será asunto de una laboriosa tramitación que con
buena fortuna obtendrá resolución adecuada de la Dirección
general de caminos, y así lo demás.
En estas condiciones sería preferible que las Municipali¬
dades no existieran, porque resultan un rodaje perfectamete
inútil del mecanismo constitucional y administrativo del país.
Decir que no sólo existen sino que son autónomas es una
irrisión.
En Chile van transformándose las Municipalidades en
Academia en que se discuten teóricamente las necesidades co¬
rnuales cuya solución práctica debe obtenerse de las oficinas
centrales que residen en Santiago.
Naturalmente estas oficinas que disponen de influencias
poderosas, proclaman como dogma la excelencia irreemplaza¬
ble de su tecnicismo y defienden como conquista de la buena
administración, las que son conquistas de su interesado predo¬
minio .
Unas veces se alega la justicia de abrir horizontes a la
carrera de los empleados; otras la conveniencia de obtener
precios más bajos; otras el hecho de disponer de elementos
técnicos más preparados ; en suma, una serie de pequeñas
ventajas o razones que indudablemente tienen alguna base,
pero que, en todo caso no pueden compararse con las razones
y ventajas que abonan la descentralización.
Por otra parte se ha logrado convencer a muchos de que
los habitantes de las provincias son niños muy pequeños, in¬
capaces de hacer nada razonable a poco que se sustraigan de
la tutela matera! de Santiago .
Problemas tan delicados como el cambio de nombre de
una calle no puede confiarse al criterio de una Municipali-
dad por lo que el artículo 78 de la respectiva ley orgánica lo
ha entregado a la resolución de una ley.
Las consecuencias de este centralismo son las de anular
todo espíritu de iniciativa y de progreso, en los pueblos de
provincia. Sus elementos más acomodados y prestigiosos se
transladan a Santiago y los que no pueden hacerlo pasan la
vida quejándose con razón del injustificado tutelaje de la
capital .
Para restablecer en Chile la Comuna autónoma, sería ne¬
cesario desprenderse sinceramente de absurdos prejuicios y
romper valientemente la red de intereses de todo orden que
se han creado alrededor del centralismo.
Pero sólo así podrá existir la Comuna autónoma con to¬
das sus ventajas de iniciativa y de progreso local, de justa
repartición de los tributos, de oportuna atención de las nece¬
sidades, de irreemplazable escuela de civismo, de sólida ga¬
rantía de libertad política, y de reconocimiento impostergable
de los derechos y de las aptitudes que tienen nuestros conciu¬
dadanos, residan o no al sur del zanjón de La. Aguada o al
norte del Hipódromo Chile.
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14
Armando Boa Rebolledo
La Filosofía Bergsoniana frente al
pensamiento contemporáneo
La filosofía prebergsoniana
Desde el Renacimiento se dibujaron netamente dos ten¬
dencias en la filosofía: una encabezada por Descartes comple¬
tamente racionalista y la otra por Bacon, empirista; el uno
pretendió que sólo la razón pura, sin trabas de ninguna espe¬
cie podía llegar al conocimiento de la verdad, el otro creyó
que sólo la experiencia daba una concepción exacta de las co¬
sas; en todo caso, amibos abandonaban desde ese instante las
enseñanzas de la filosofía eterna, y que consideraba tanto a la
razón como a la experiencia, fuentes indispensables de todo
conocimiento .
Pero ni Descartes, ni Bacon, vieron los gérmenes que sem¬
braban con sus erróneos sistemas y que más tarde darían
como resultado el derrumbe completo de lo que ellos mismos
enseñaron o defendieron.
Fueron sus discípulos los que se encargaron de sacar to¬
das las consecuencias de aquellos erróneos sistemas, y así du¬
rante los siglos XVII y XVIII, se disputan la primacía el
Idealismo y el panteísmo consiguiente, consecuencia lógica
del Racionalismo exagerado, y el Nominalismo con su corres¬
pondiente materialismo, consecuencia del Empirismo puro.]
Así es como desfilan por el escenario de la historia de la fi¬
losofía, los nombres de: Spinoza, Humle, Locke, Cond^lac,
Hobbes, La Mettrie, etc., etc., fundando sistemas del uno u
otro tipo ; siendo el nombre del genio profundo de LEIBNITZ,
el único oasis, en medio de la esterilidad completa del pensa¬
miento humano.
Tantos y tantos sistemas derivados de los dos fundado¬
res de la filosofía moderna, terminaron por encontrar su me¬
jor expresión y la síntesis más completa en la escuela crítica,
que fundara el ilustre filósofo de Konisberg: MANUEL
KANT.
Kant, vuelve en un principio a la misma teoría del
conocimiento del genio cumbre de todos los tiempos: Santo
Tomás de Aquino ; o sea, considera a la razón y a la expe¬
riencia como indispensables para conocer la verdad.
Pero el acierto del filósofo de Konigsberg, no pasará más
allá; pues al considerar el espacio y el tiempo como neta¬
mente subjetivos, y a todas las experiencias sometidas a
15
ellofi; así como más adelante al decir qne todos los conceptos,
están subordinados a las categorías del entendimiento, dá
patente libre al subjetivismo más completo; ya que toda la
realidad, el no yo, queda bajo la tutela del yo.
Así como Santo Tomás, hizo la gran Síntesis de la ver¬
dad, cuyos gérmenes se encontraban ya en Sócrates, Piar
ton y Aristóteles; Kant, hizo la gran síntesis del error.
De la filosofía crítica de Kant; deriva toda la del siglo
XIX ; que a grandes rasgos podríamos describir así:
Por un lado, el subjetivismo, desarrollado en forma com¬
pleta por Pichte, llamado “l’enfant terrible du Kantismo” ¿
por Schelling, en su Idealismo indiferente, y llevado a su
más alta expresión por Hegel en su Idealismo absoluto; al
considerar al mundo al alma y a Dios como la evolución de
la Idea en sus tres momentos: tesis, antítesis, y síntesis.
Por el otro lado, una corriente de repudio hacia el Idea¬
lismo, hacia lo absoluto, hacia lo lógico, como resultado úl¬
timo del cansancio producido en los espíritus por las escuelas
panteístas alemanas; una corriente que basándose sólo en el
aspecto empirista kantiano, niega el valor a la razón para
construir una metafísica, o sea una ciencia que llegue a la
última verdad; dándoselo en cambio a la experiencia y por
consiguiente a las ciencias particulares que ven y estudian
lo que está bajo el dominio de los sentidos; tal es la escuela
positivista fundada en Francia por Augusto Comte. El hom¬
bre dice Comte, no tiene medios para probar o negar la exis¬
tencia de Dios, de los espíritus, de las causas o de las esencias ;
por lo tanto debe abstenerse de estudiar estos problemas. Los
principios universales afirmados por la filosofía eterna son
indemostrables. Ignoraba Comte que caía en flagrante con¬
tradicción; pues el que proclamaba el reinado de las ciencias,
negaba la existencia de los universales ; y sin ellos ninguna
ciencia es posible. Como resultado del positivismo, nació la
escuela materialista de Büchner que ya no sólo se contentó
con negar la posibilidad del conocimiento metafíisico sino que,
mistificando los grandes adelantos de la ciencia de mediados
del siglo XIX, pretendió demostrar al mundo que sólo existía
la materia, y que el espíritu era sólo el producto de la ima¬
ginación de los filósofos.
“La ciencia, dice Lo Roy, en sus días de soberbia, era
imaginada como única extendida sobre un plano único, siem¬
pre y uniformemente competente, capaz de abarcar cualquier
objeto con la misma fuerza y de insertarlo en la trama de un
mismo encadenamiento ininterrumpido. Así pues, a despecho
de las atenuaciones verbales, aspirábase a una matemática
universal”. Y más adelanto continúa: “De esta ciencia con¬
cebida como la única poseedora de la verdad, se esperaba que
16.
en el porvenir satisficiera todas las necesidades del hombre
y sustituyera sin reservas las antiguas disciplinas espirituales.
Ya no más filosofía verdadera, toda metafísica parecía decep¬
ción y quimera, simple juego de fórmulas vacías o de ensue¬
ños pueriles, cortejo mastico de abstracciones y de fantasmas ;
y la Religión, por fin, se desvanecía ante la Ciencia, como una
poesía de crepúsculo ante el esplendor preciso del sol na¬
ciente”. (Le Roy: “Bergson”. Pág. 117).
Las frases precedentes del ilustre filósofo francés dan una
idea del estado en que se encontraba el pensamiento humano
en la segunda mitad del siglo pasado.
Hoy en que, empleando una frase del propio Le Roy, “los
prestigios ilusorios han caído; y en que en la religión de la
ciencia, no se ve más que una idolatría”, nos es difícil darnos
cuenta del caos profundo que reinaba en semejante estado.
El materialismo, lo grosero, lo bajo, lo miserable, se mostra¬
ban en todo su esplendor.
Es sobre este medio degradado y denigrante del saber y
de la cultura humana, que lo invade todo, donde obrará, apli¬
cando sin compasión el term ocauterio, el genio profundo d®
Enrique Bergson.
El intuicionismo de Bergson
Decidido Bergson a combatir sin cuartel tanto la tenden¬
cia panteísta como la positivista y materialista kantiana, fun¬
da la escuela intuicionista . Más tarde veremos cómo, huyen¬
do de uno y otro sistema, ha caído en el uno y en el otro y
como fuera de la filosofía eterna el mejor espíritu y el hom¬
bre más genial caerán siempre en ambigüedades y contradic¬
ciones.
El método intuicionista. — Bergson ha empezado . por ne¬
gar a la razón y a la experiencia su importancia para co¬
nocer la verdad; porque la razón es un método discursivo que
trabaja con conceptos que no son la realidad misma sino me¬
ras semejanzas de la realidad; por lo tanto, toma los objetos
desde el exterior, sin penetrar a lo profundo, a lo esencial que
hay en ellos ; como quien pretende conocer una ciudad porque
la ha visto desde lejos, sin penetrar a su interior y conocer sus
edificios, calles, parques y paseos; en una palabra, deforman y
falsean la realidad, dando sólo consideraciones estáticas de
ella, que conducen fatalmente a la unidad de substancia y al
panteísmo .
Por otra parte, la experiencia se vale de los sentidos, los
cuales sólo ven el fenómeno, lo accidental, lo exterior, sin pe¬
netrar tampoco a la esencia última y particular de la reali¬
dad.
17
Pero, a pesar de todo, -el hombre puede conocer las cosas
en sí, puede captarlas en su fluir incesante, sin acudir ni a la
razón ni a la experiencia, por medio de la intuición . Y al adop¬
tar este método de conocimiento, el ilustre filósofo francés, se
coloca en una posición completamente original dentro del pen¬
samiento contemporáneo; pues aunque ya otros habían preco¬
nizado la intuición, como Ravaisson, Boutroux y Main de Vi-
rain, ninguno le da la importancia que le ha dado Bergson.
¿Qué es la Intuición? Contestar a esta pregunta en forma
clara es bastante difícil, ya que ni el mismo fundador, la ha
podido delimitar. Porque, parece que en último extremo, la
Intuición sólo se puede conocer por Intuición.
Con Viquiera, podríamos decir que la intuición es la vi¬
sión directa y espontánea de lo concreto y real.
El conocimiento intuitivo sólo puede expresarse por imá¬
genes, que al menos, según Bergson, “tienen el valor de mante¬
nerse dentro de lo concreto y real”. No puede expresarse por
conceptos, ya que estos son propios de la Inteligencia que es la
facultad productora de la Ciencia ; y la Ciencia, para el pen¬
sador francés, no tiene otro objeto, que construir objetos arti¬
ficiales útiles para la vida, para la intervención en la realidad,
pero de ningún modo es una traducción adecuada de ésta”.
Mientras que la inteligencia se vale de la reflexión, la in¬
tuición lo hace del instinto ; porque en último término es un
instinto superior; el mismo Bergson ha dicho que la intuición
* ‘es esa especie de simpatía intelectual mediante la que nos tras¬
portamos al interior de un objeto para coincidir en lo que tiene
de único y en consecuencia de inexpresable”.
No es difícil criticar el sistema bergsoniano. En primer lu¬
gar, la intuición es impracticable ; el propio Bergson, se ha con¬
tentado con utilizarla en el análisis de los estados de concien¬
cia ; pero este método de estudiarse a sí mismo, captando todos
los estados del yo, no es otro que el de la percepción interna,
empleado ya desde hace tiempo por la Psicología.
En el estudio del no yo, ha fracasado ; desde luego, lo que
hay de único en cada ser son sólo los accidentes, ya que su esen¬
cia es común a toda la especie, y estos accidentes se captan por
medio de los sentidos; de tal manera que las diferencias in¬
dividuales y la realidad concreta caen bajo el dominio de la
experiencia, sin recurrir a método intuicionista alguno; y
de este modo, al pretender que todos los objetos son esencial¬
mente distintos, basándose en sus diferencias individuales ac¬
cidentales, ha caído, mientras huía de él, en el sensualismo
completo, ya que identifica el conocimiento intuitivo con el
sensual.
Por otra parte, al pretender que la razón falsea la rea¬
lidad, ha partido de un mal principio, tomando como tal el
18
conocimiento racional que alcanzaron Kant, Shelling, y Hegel,
pero olvidando las enseñanzas precisas que dá sobre el particu¬
lar la filosofía eterna de Santo Tomás de Aquino.
Olvida que la razón, con Santo Tomás, toma numerosos
objetos de la realidad y abstrae, valiéndose del entendimien¬
to agente, todo lo que en ellos hay de particular y accidental,
para conservar sólo lo que es común a todos, lo esencial, lo
específico y así forma los conceptos; y que estos conceptos, le¬
jos de falsear la realidad, expresan la realidad misma, puesto
que son tomados de ella.
Y es sobre estos conceptos realísimos, en cuanto expresan
la esencia que hay en cada cosa, por debajo de lo particular
que percibe Bergson, sobre los que actúa el entendimiento po¬
sible para conocerlos y encontrar la verdad. O sea, mientras
el saber bergsoniano sólo se reduce a la superficie de las co¬
sas, lo cambiante, accesorio y temporal, el saber tomista pe¬
netra y conoce lo profundo de los seres, lo inmutable, lo ne¬
cesario y lo eterno.
Bergson ha conseguido todo lo contrario de lo que desea¬
ba. Quiso ambiciosamente conocer las esencias individuales y
sólo ha conocido el mundo de los fenómenos; Santo Tomás,
más modesto, sólo aspiró a conocer lo común de las cosas, y co¬
noció las esencias universales, lo más grande y profundo a
que puede aspirar la mente humana .
La Metafísica Intuicionista. — Henri Bergson es el restau¬
rador de los grandes problemas metafísicos ; el primero que des¬
pués de medio siglo ha resucitado el remado de lo absoluto ;
cuando ya los que lo enterraron, satisfechos de su obra creían
que no se levantaría jamás.
Por este solo hecho el genio francés se ha conquistado un
sitial de honor entre los más grandes hombres de la historia
y se ha hecho acreedor al homenaje de gratitud que hoy le rin¬
den las generaciones contemporáneas y que mañana le tribu¬
tarán las generaciones venideras.
Trataré de bosquejar en la forma más rápida pero preci¬
sa los caracteres de la nueva metafísica.
Hubo en la antigüedad un filósofo perteneciente a la es¬
cuela jónica, Heráclito, que consideró al movimiento como la
esencia de todas las cosas. Para ello partió de los datos que
le proporcionaban los sentidos los cuales, por percibir sólo la
realidad fenoménica que cambia constantemente, captan el
movimento de las cosas pero no el ser de ellas. Debo recordar
que el movimiento en filosofía sólo expresa cambio : así se
mueve, por ejemplo un pedazo de mármol que es transformado
en estatua ; el ser es lo que permanece estable, en medio de los
cambios de cualidades que experimentan los objetos..
Pues bien, Heráclito, dedujo de sus observaciones que to-
19
do cambia constantemente, sin encontrar reposo alguno; los
seres salen del fuego o substancia divina, experimentan innu¬
merables transfomaciones y vuelven nuevamente al estado de
fuego. Y así eternamente por una ley fatal del destino, su¬
perior a los dioses y a los hombres.
Otra escuela, la eleática, cuyos más ilustres representan¬
tes fueron Parménides y Zenón de Elea, respondió a Herácli-
to, diciendo que sólo existía el ser en el mhindo, el cual estaba
en absoluto reposo, porque para moverse necesitaría del no
ser; de tal modo que todo movimiento es imposible y una
mera ficción de los sentidos. Al panteísmo transformista de
Heráclito sucedía el panteísmo idealista de los eleáticos. Ha¬
bían partido sólo de la razón pura, la cual concluye que sobre
los cambios fenoménicos hay algo estable que no cambia, que
permanece; así por ej., un perro cambia constantemente de
tamaño, de peso, de pelaje, etc., pero nuestra razón nos de¬
muestra que siempre hay algo permanente, que hace que ei
perro siga siendo perro y no otra cosa. Y como los eleáticos
consideraron superior el conocimiento racional al sensual, y
como por otra parte les era imposible conciliar la existencia
de dos cosas opuestas, el ser y el movimiento, optaron por ne¬
gar este último, afirmando que nada muda, que todo se encuen¬
tra desde la eternidad en el reposo más absoluto.
Este problema de la conciliación del conocimiento racio¬
nal con el empírico para salvar el ser y el movimiento, siguió
siendo por largo tiempo el rompe cabeza de los filósofos, ya
que de su solución dependerá toda la filosofía; y las escuelas
optaban por uno u otro según que le dieran la supremacía a
la razón o a los sentidos .
Para salvar la filosofía y la verdad de tal atolladero, fuá
preciso que naciera la inteligencia cumbre de la antigüedad:
Aristóteles. El, junto con Santo Tomás de Aquino, abrieron
con llave maestra el arcano más grande de la filosofía, ai con¬
ciliar la existencia del ser y del movimiento, enseñados por la
razón y 1a. experiencia, con la grandiosa teoría del acto y
la potencia.
Teoría Aristotélico' — Tomista del acto y la potencia
Ni la razón ni la experiencia pueden engañarnos, dijeron
Aristóteles y Santo Tomás; por lo tanto deben existir el ser
y el movimiento. Las cosas cambian, pero siempre hay en
ellas algo estable que permanece y que conserva la especie; es
preciso conciliar ambas existencias . Para ello dividieron los
seres en dos grandes grupos : el ser en acto y eí ser en potencia.
Un ser está en acto cuando posee, actualmente una deter¬
minada perfección, y está en potencia, cuando no la posee to-
$
20
davía, pero tiene capacidad para recibirla. Así por ej. : en
un block de mármol está la estatua de César en potencia ; pero
después que el escultor ha trabajado el mármol y lo ha trans¬
formado en la estatua de César, ésta pasa al estado de acto ;
primero era un ser potencial, ahora es un ser actual. No es del
caso entrar a clasificar las potencias en subjetivas y objetivas,
en activas y pasivas, etc. porque ya sería un estudio dedica¬
do especialmente a esta teoría.
Pues bien, el pasaje de un ser en potencia a un ser en
acto es el movimiento; y todo cambio en las cosas no es más
que este pasaje de la potencia al acto.
Como se ve, en la teoría aristotélico-tomista se salva per¬
fectamente la existencia del ser y del movimiento que nuestro
sentido común nos da a conocer en ^ada momento.
El olvido cada vez mayor, en que cayó el pensamiento to¬
mista después del Renacimiento, hizo olvidar la maravillosa
teoría, y se volvió a presentar con la misma gravedad el pro¬
blema que 1.000 años antes había preocupado a los filósofos
griegos.
Bergson ha sido una de las víctimas.
Tratando de solucionar el problema base de toda filosofía,
con la intuición, conocimiento que como ya lo he dicho se iden¬
tifica casi con el sensual, porque sólo se ve la cambiante rea¬
lidad fenoménica, Bergson ha caído en la misma teoría de
Ileráclito del movimiento perpetuo, del movimiento que no
principió nunca ni terminará jamás.
Bergson, al tratar de ver la realidad última y singular de
cada cosa, ha visto la realidad accidental, sin vislumbrar si¬
quiera el mundo grandioso de las esencias, que no cambian ni
pueden cambiar, que son inmutables; porque es necesario que
así sean como semejanzas que son de la esencia divina.
Para la metafísica bergsoniana, el Universo vive, crece
en una evolución creadora y se desenvuelve libremente, por
un aliento vital, el dán vital, que le es inherente, que es algo
así como el alma de la materia Nada permanece en reposo; “el
atomismo conceptual del pensamiento común nos conduce a es¬
tablecer una especie de primácía del descanso sobre el movi¬
miento, del hecho sobre el devenir * ’ pero nos engañamos. El
conocimiento como una cámara fotográfica, registra inmóvi-
ies las diferentes etapas del movimiento. Es una ilusión nues¬
tra el no captar la realidad cambiante y “tratar de explicar
la movilidad en función de la inmovilidad”. Los conceptos que
la inteligencia forma de la realidad son “como el relámpago
instantáneo que ilumina durante la noche una escena de tem¬
pestad”. (“Materia y Memoria”, Pág. 207). — “La realidad
que en su fondo es devenir pasa a través de nuestros concep¬
tos sin dejarse captar por ellos, como pasa un movimiento so-
21
bre puntos inmóviles”. (Le Roy: ‘Bergson”, Pág. 52). Nues¬
tro conocimiento “solidifica”, la fluidez constante del deve¬
nir tomando sólo lo exterior, lo artificial, lo útil para el hom¬
bre, pero dejando escapar lo interior, lo profundo, lo misterioso,
lo verdadero.
El aliento vital indiviso es Dios como fuente primera de
realidad infinita; de este Dios nacen continua y eternamente
todas las cosas; de él irradia el élan vital que dirigirá la evo¬
lución de los múndos ; pero este Dios no es estático, no es in¬
finito e inmutable como el Dios de la filosofía eterna, sino un
Dios que se está haciendo constantemente, continuamente, que
no alcanzará jamás la plenitud de la realidad y que se relacio¬
na con los mundos, para emplear la propia frase de Bergson,
como los cohetes que saltan al encender una gran pieza de fue¬
gos artificiales.
A pesar de que el pensador francés, en su carta al P. de
Tonquedec, dice que su Dios es libre y creador, es fácil com¬
prender que un Dios del cual necesariamente se desprenden
los objetos en su fluir eterno, no puede ser libre creador.
Ese sería el primer argumento para destruir el Dios intui-
cionista, toda vez que no se concibe un Dios imperfecto y la
libertad es talvez la más grande de las perfecciones.
El Dios intuicionista falla también en otros aspectos y el
más grave. Según Bergson, Dios se está haciendo momento a
momento; lo que prueba que está adquiriendo realidades que
no tenía y perdiendo las que ya poseía; en una palabra, es
tanto o más imperfecto que los hombres, y un Dios que no sea
inmutable., que no posea la plenitud del ser y que no pueda
adquirir nada porque en su perfección lo tenga todo, sencilla¬
mente no es Dios. El sistema bergsoniano, huyendo del panteís¬
mo ha caído en el panteísmo emanentista más perfecto ; de tal
modo que la escuela intuicionista no ha podido librarse de nin¬
guno de los errores que tanto combatió. Sin embargo, es justo
dejar constancia que Bergson, reconociendo al Dios monstruoso
y absurdo que había creado, aun antes de su conversión, cambió
de opinión. La lectura de los grandes místicos cristianos, que
hubo de emprender para escribir su último libro: “De las dos
fuentes de la religión y de la moral’ *, lo impresionó tan viva¬
mente que optó por considerar a Dios como un ser inmutable en
medio de un Universo en incesante devenir ; como un sol en me¬
dio de los planetas que jiran a su alrededor. Era el primer paso
que daba en el sendero de la verdad; era el primer rayp de
luz divina que iluminaba su mente y que, auxiliado por la gra¬
cia sobrenatural, habría de llevarlo más tarde hacia la grande¬
za, la exactitud y la belleza incomparables de la verdad iden¬
tificada con el cristianismo.
22
Psicología Bergsoniana
La psicología es el punto eje del intuicionismo, y en su
estudio y desarrollo, ha gastado Bergson sus mejores energías ;
es preciso sí, dejar en claro, que el filósofo francés no ha dedi¬
cado sus esfuerzos a la psicología misma, sino en cuanto sirve
para resolver el problema más importante de su metafísica:
la libertad humana.
Pero antes de entrar plenamente al estudio del alma huma¬
na es preciso decir dos palabras del concepto que Bergson tie¬
ne de la vida.
La vida es una tendencia, una dirección, una actividad
creadora ; y tendencia es “desenvolverse en forma de haz crean¬
do, por el solo hecho de su crecimiento, direcciones divergen¬
tes entre las cuales se dividirá su impulso Una de estas di¬
recciones constituirá la Inteligencia. Pero mientras la mate¬
ria inerte, cambia incesantemente en el espacio-tiempo con un
determinismo fatal, la vida cambia en el tiempo sólo, comple¬
tamente independiente del movimiento homogéneo del espacio ;
es una duración verdadera y por lo tanto la evolución creadora
de la vida ; es distinta completamente a la evolución estática
de Darwin y Spencer que al colocarla en el espacio la llevaron
al más grosero materialismo. Precisamente por evolucionar en
el tiempo en direcciones diferentes los seres vivos son libres.
Porque la vida es esencialmente creación y libertad.
La materia podemos considerarla desde el punto de vista
cuantitativo y cualitativo. Desde el primer punto de vista
1a, materia, no hace excepción a la ley inexorable del devenir;
cambiando, pero cambiando homogéneamente sin pérdida ni
ganancia de substancia, y aquí se diferencia notablemente de
la vida que, exenta de todo mecanismo, cambia heterogénea y
libremente.
Desde el punto de vista cualitativo, la materia está some¬
tida a la ley de la degradación; se gasta, se pierde, se agota;
es un movimiento descendente, fatal; “la tendencia a la conser¬
vación no se realiza nunca más que de un modo imperfecto”;
la muerte se caracteriza por la aparición del mecanicismo, de es¬
tas dos leyes universales y fatales del destino. En resumen,
mientras la vida es un movimiento ascendente, tanto más ele¬
vado cuanto más perfecto, siendo Dios el punto álgido de este
movimiento ; la materia es un movimiento degradante y des¬
cendente del devenir eterno. En este punto como en otros el
sistema bergsoniano se parece tanto al de ECeráclito que casi
se confunden ; basta ver que estas concepciones son las mismas
con que diferenciaba la materia y la vida el ilustre filósofo de
la antigüedad.
23
Dadas estas someras explicaciones entro al problema psi¬
cológico mismo.
La filosofía de Bergson es la filosofía de la duración y en
ninguna parte puede aplicarse esto en todo su valor como en
la psicología.
Ya (pie la inteligencia ha aparecido en la evolución de las
especies para crear un'a ciencia utilitaria, es preciso abando¬
narla para conocer la verdad.
Emplea entonces la Intuición con el objeto de captar, me¬
diante el conocimiento, la actividad en su fluir y en lo que tie¬
ne de concreto y específico y basándose en este1 sistema que no
es otro que el de la percepción interna, utilizado hace ya tiem¬
po por la psicología, ha levantado todas sus teorías.
Empieza por reconocer la existencia del cuerpo y del es¬
píritu en el hombre; pero ni el uno ni el otro se asemejan en
nada a los que ha descrito y admitido la filosofía eterna. Y
para evitar confusiones más adelante, definiré de acuerdo con
Santo Tomás, la materia y el espíritu.
Materia es toda substancia extensa, compuesta de partes,
divisible, sujeta a figura y medida determinada.
Espíritu es una substancia inextensa, simple, indivisible,
inteligente, libre y capaz de existir y obrar por sí misma. El
alma de los brutos no es espíritu, ya que no tiene inteligencia
y voluntad libre, ni puede existir y obrar por sí misma.
Fácil será ahora notar las diferencias entre una y otra
psicología ; ya que hay quienes haq. encontrado marcada seme¬
janza entre ambas.
El espíritu para Bergson es eminentemente conciencia, aun¬
que no coincide exactamente ; y la conciencia es memoria y du¬
ración, conservación del pasado en el presente. En “La evolu¬
ción creadora ”, Pág. 10, dice: “La -conciencia retiene el pasado
y anticipa el porvenir. .. porque está llamada a efectuar una
elección ; para elegir es preciso pensar lo que se podrá hacer y
recordar las consecuencias ventajosas y nocivas de lo que ha
hecho ya; es preciso prever y recordar
Bergson sólo estudia y descubre los caracteres de la con¬
ciencia: no la define, pues según él no hay necesidad de defi¬
nir “una cosa tan concreta, tan constantemente presente a la
experiencia de todos nosotros” . (Evolución creadora, Pág. 10).
Todos los seres vivos tienen conciencia desde el más elevado al
más bajo, porque la conciencia es esencial a la vida y sin esta
aquella es imposible : sólo se exceptúan de esta ley los parásitos,
que acostumbrados a llevar una existencia rutinaria, siempre
con los mismos caracteres y alternativas la han perdido como
que junto con ella han perdido también el movimiento espon¬
táneo, que es esencial a la conciencia; “porque la conciencia
inmanente originariamente a toda vida, se duerme donde no hay
24
movimiento espontáneo y se exalta cuando la vida tiende hacia
la actividad libre*’. ^ ~
La conciencia es duración, pura ; no está en el espacio co¬
mo la materia, sino que exclusivamente en el tiempo y así co¬
mo la primera evoluciona libremente, porque no está condicio¬
nada por el factor espacio, causa última de la intensidad, del
número y de la casualidad, la segunda evoluciona mecánicamen¬
te con leyes fatales y necesarias porque su ubicación en el es¬
pacio tiempo la hace sufrir la acción de la intensidad, del nú¬
mero y de la casualidad. Es tan distinta la actividad de la ma¬
teria. y del espíritu, que la reacción cerebral no es siquiera una
sensación .
Antes de seguir adelante, es preciso recordar que para
Bergson existen dos memorias: de Repetición y de Represen¬
tación .
La memoria de Repetición está íntimamente unida al cuer¬
po, es un mecanismo motor, ubicado en el espacio-tiempo, que
se forma por la repetición continua de los mismos actos y que
nada tiene que ver con el espíritu. Constituye lo que en lengua
corriente se denomina hábito .
La memoria de Representación, es el privilegio del espíritu
que puede recordar su pasado . Se identifica con la conciencia
de que hemos hablado anteriormente y de la que seguiré ocu¬
pándome. Se identifica con la duración real.
Es aquí, precisamente, en donde puede verse en toda su
grandeza el genio cumbre francés, combatiendo la psico-física
y las teorías materialistas asociacionistas de Taine y Stuart Mili.
Para probar que el pensamiento no es producido por el cerebro
sino que por el espíritu; que la vida no es el resultado del cho¬
que de las moléculas en ángulo determinado, como pretendió
Buchner, el apóstol de la presunción y la falsedad en el si¬
glo pasado, sino que es producida por un principio vital in¬
manente, y, finalmente, que las acciones del hombre no están
predestinadas, sino que, por el contrario, son completamente
libres, como que la libertad forma parte de la esencia del
espíritu. En su noble fin de restaurar el espíritu, la vida y
.la libertad, ha caído en innumerables errores; porque la ver¬
dad es inmutable, y todo el que abandona la filosofía eterna
caerá fuera de ella, pese a lo grande que sea su idealismo y a
lo noble que sean sus propósitos.
Seguiremos, adelante, estudiando esta parte fundamen¬
tal de la filosofía bergsoniana.
Ya hemos dicho, que el espíritu es idéntico con la dura¬
ción o sea con el “fluir y compenetración de cualidades. Es
por lo tanto ajeno al espacio” .
“Nuestra conciencia está siempre henchida de cualida¬
des cambiantes. Produce continuamente innumerables, infi-
25
nitas diferencias cualitativas, entrelazadas y encadenadas
una a otras”.
El yo se convierte constantemente en otro distinto ; pera
conserva las acciones pasadas y actúa incesantemente en el
presente y aún en el futuro. Pero es preciso repetir que la
esencia del alma o del yo, es <la duración concreta, real y he¬
terogénea; el yo está sometido al devenir eterno, no en el
tiempo estático y homogéneo en que se desenvuelve la mate¬
ria inerte, sino que en el tiempo dinámico y heterogéneo de
la vida .
Siendo la duración heterogénea, la esencia del alma, es
necesario saber qué entiende por duración el filósofo francés.
El tiempo de la mecánica, no dura, no expresa más que
“relaciones estáticas entre simultaneidades”; para el hom¬
bre de ciencia “la hora no es un intervalo, sino una coinci¬
dencia, un alineamiento instantáneo y el tiempo se resuelve
en un polvillo de inmovilidades como en esos relojes neumá¬
ticos cuya aguja avanza por sacudidas, no marcando sino
una sucesión de reposo”. (Le Roy: “Bergson”, Pág. 1657).
La inteligencia humana con su tétrica presencia ha pe¬
trificado el tiempo, lo ha falseado, porqpe es útil para ella
detenerlo en su veloz carrera, traduciéndolo en una serie de
puntos inmóviles sobre el espacio. En una palabra es una
concepción especial del tiempo ; un tiempo completamente ho¬
mogéneo.
En la psicología es inaceptable esta falsa concepción del
tiempo porque sus fenómenos son irreversibles, y según la
propia frase de Bergson: “no se pueden prolongar ni acortar
a voluntad”. (“Evolución creadora”; Pág. 10).
Pero definir la duración real, es sumamente difícil ; co¬
pio a continuación la forma en que la describe Le Roy, el más
grande de los discípulos de Bergson:
La duración es una evolución metódica de momentos, ca¬
da uno de los cuales contiene la resonancia de los preceden¬
tes y anuncia el que va a seguir; es un enriquecimiento que
no se detiene nunca y una perpetua aparición de novedad ; es
un devenir indivisible, cualitativo, orgánico, extraño al espa¬
cio, refractario al número. Evocad la imagen de una co¬
rriente de conciencia que atravesara una continuidad espec¬
tral tiñéndose alternativamente de cada uno de los matices.
O más bien, imaginad una sinfonía que tuviera sentimiento
de sí misma y fuera creadora de sí: he aquí cómo conviene»
concebir la duración.
Las frases precedentes, dan a conocer confusamente lo
que es la duración; y resumiendo podríamos decir que, mien¬
tras el tiempo homogéneo se desarrolla en línea recta, el he¬
terogéneo lo hace en una línea zigzageante, con miles y mi-
26
íes de cambios y alternativas, pero no separados en forma de
puntos sucesivos, sino que perfectamente unidos y en una
continuidad ininterrumpida y perfecta; no es tiempo forma¬
do por la agregación de segundos que forman minutos, y mi¬
nutos que forman horas, sino que, careciendo de unidades,
es imposible de medir cuantitativamente, sí sólo cualitativa¬
mente .
Pues bien, siendo la conciencia sólo duración real, y sien¬
do la duración, el tiempo sin unidades, las que sólo son pro¬
pias del espacio, o del tiempo-espacio de la física, resulta que
ia conciencia carece de cantidad, de número y de causalidad.
Con ello quiere probar la falsedad del materialismo y de la
psicofísica, pero sobre todo la libertad humana, el problema
más grande de su filosofía.
Prueba que está libre de la cantidad diciendo, que si los
estados de conciencia fueran mensurables, se compondrían
de partes contenidas en un todo, como la materia; porque es
absurdo creer, por ejemplo, que un amor es más grande que
otro porque se compone de mayor número de amorcitos; co¬
mo quien dice que un trozo de metal es más grande que otro
porque contiene míayor número de moléculas. Los materialis¬
tas psico-físicos del siglo XIX se equivocaron, tomando por
diferencia de cantidad lo que es solo diferencia de cualidad,
y colocando en el espacia lo que sólo está en el tiempo.
Critica enseguida a la escuela asociacionista materialista
de Taine y Stuart Mili, que considera al espíritu como una
multitud de estados de conciencia, como unidades distintas y
separables, diciendo que los estados de conciencia carecen de
número. Es de advertir sí, que para Bergson, a la inversa de
Kant, “no hay número sino en lo co-existente, y, por lo tan¬
to en lo simultáneo y especial”. Para Kant el número está
sólo en el tiempo; ya que es la síntesis de lo sucesivo y no
de lo simultáneo.
De acuerdo con lo anterior en la conciencia no hay nú¬
mero de estados, como pretenden Taine y Stuart Mili, por¬
que para que así fuera en un momento dado debieran coexis*-
tir varios estados; y para ello se necesitaría espacio, lo que
es absurdo. Por lo demás nuestra Intuición o percepción
interna nos demuestran que cuando ha aparecido un estado
ya ha desaparecido el otro y así sucesivamente. De tal mo¬
do que la multiplicidad es sólo cualitativa y no cuantitativa.
La libertad, humana
La libertad humana se desprende lógicamente de las ar¬
gumentaciones anteriores.
Las escuelas panteístas y materialistas del siglo XIX ha-
27
bían erigido en dogma de fe el deterninismo en todas las
acciones humanas. Había una ley fatal que para los panteís-
tas era la evolución divina y para los materilistas las leyes
del universo, que arrastraban necesariamente al hombre al
abismo, sin que los esfuerzos desesperados sirvieran de nada
para librarse del golpe dei destino. Se caía rendido y ago¬
biado por el peso de la fuerza como el roble gigante y orgu¬
lloso caía ante el paso de las tempestades.
Es imposible pintar el estado en que se sumergió a la hu¬
manidad con semejantes teorías durante el Siglo XIX, sólo
Schopenhauer pudo sintetizarlo en forma no igualada en su
escuela panteísta-pesimista, que levanta como Dios a la vo¬
luntad y que sumerge al mundo en el pesimismo más atroz
v en la desesperación impotente del que no alcanzará jamás
la felicidad esperada.
Era preciso salvarse del caos y de la locura de rebelión,
de rabia, de tristeza y de desesperación en que se caería den¬
tro de poco.
Es a Bergson a quien cabe íntegro semejante honor; no
sólo se salvó a sí mismo sino que salvó a la humanidad y a la
civilización colocando muy en alto y como punto último de
su filosofía, la libertad.
Pero aquí como en otras partes su acierto ha sido muy
útil en el momento que lo empleó, pero tiene graves errores,
si se quisiera seguir con su método y con sus conclusiones ©a
el futuro.
A primera vista, el devenir necesario del yo nos lleva
directamente al determinismo ; pero Bergson volviendo a lo
que ya ha explicado, dice que sólo la concepción especial que
nosotros introducimos en todo nos lleva a semejante resulta¬
do, y que es esa precisamente la base de todas las teorías de¬
terministas .
Pero para librarse de semejante ilusión se debe tener
presente la noción de duración en el tiempo solo, de que ya
he hablado.
También, y a fin de evitar confusiones, debo dejar esta¬
blecido que la libertad bergsoniana no se identifica con la li¬
bertad de la filosofía eterna.
Para Santo Tomás, la libertad es atributo de la volun¬
tad.
La voluntad es la facultad del alma humíana por medio
de la cual ama necesariamente el bien último y universal y
libremente los bienes particulares, para 'alcanzar aqufel; y
la libertad es el atributo de la voluntad mediante la cual el
hombre puede poner o no poner en igualdad de condiciones,
acciones libres y contradictorias pudiendo suspender la ac¬
ción una vez empezada o concluirla completamente.
28
El libre albedrío es la igual posibilidad de los dos con¬
trarios .
Bergson al hablar de la libertad se expresa así: “la pala¬
bra libertad tiene para mí an sentido intermedio entre los
que acostumbra a darse a los dos términos de libertad y libre
albedrío :
“De un lado, yo creo que la libertad consiste en ser com¬
pletamente uno mismJo, en obrar de conformidad consigo mis¬
mo; esto sería pues, hasta cierto punto, la libertad moral de
los filósofos, la independencia de la persona frente a todo lo
que no es ella. Pero no se trata exactamente de esta libertad,,
ya que la independencia que yo describo no tiene siempre un
carácter moral. Además no consiste en depender de sí, como
un efecto depende de la causa que necesariamente lo determi¬
na. Por ahí volvería al sentido del libre albedrío. Sin embar¬
go tampoco acepto este sentido completamente, ya que el
libre albedrío, en el sentido habitual del término, implica la
igual posibilidad de los dos contrarios, y no es posible, según
mi opinión, formular ni siquiera concebir aquí la tesis de la
igual posibilidad de los dos contrarios, sin engañarse grave¬
mente sobre la naturaleza del tiempo.
“Podría, por tanto, decir que el objeto de mi tesis, sobre
este punto particular, ha sido precisamente hallar una posición
intermedia entre la libertad moral y el libre albedrío. La liber¬
tad tal como yo la entiendo está situada entre dos términos,
pero no a igual distancia de uno y de otro. Si fuese absoluta¬
mente preciso confundirla con uno de los dos, yo optaría por el
libre albedrío”. (Le Roy: “Bergson”, Pág. Í68) .
Desde otro punto de vista que no fuera la intuición, “el
acto aparece necesariamente, ya como la resultante de una com¬
posición mecánica de elementos, ya como una incomprensible
creación ex nihilo”, lo que es a todas luces un absurdo ya que
el esfuerzo que se exige para sacar algo de la nada es infinito y
las fuerzas del hombre son finitas e incapaces por lo tanto de
crear nada.
Las escuelas deterministas se dividen en fisiológicas y psí¬
quicas; según las primeras, los actos son determinados por la
fisiología cerebral y según los otros unos estados de concien¬
cia son determinados por otros ; ambos caen en un error, porque
llevan el espacio a fenómenos del tiempo someten los estados psí¬
quicos a las leyes de la casualidad, de la física, en razón de
que siendo inextensos no pueden someterse a la causalidad. Por
lo demás para que la causalidad pueda efectuarse son precisas
unidades substanciales independientes que obran la una sobre
la otra, produciendo el efecto, unidades que como ya lo pro¬
bamos no existen en los estados mentales ; por lo tanto no rige
en ella la ley de la causalidad, que lleva al determinismo. “Es
29
sólo una figura retórica, el decir que una pasión o un deseo
determinan la acción. La pasión y el deseo no son unidades ac¬
tivas sino sólo momentos, aspectos del estado total del sujeto.
Por lo tanto, lo único que podemos decir es que el estado del
sujeto ha dado lugar a la acción, ha terminado en la acción”..
Los estados mentales son imprevisibles, indeterminados por¬
que en ellos además de no existir la causalidad, por no haber
número ni espacio, son esencialmente durables y no se puede
substituir el tiempo, por la simultaneidad de coexistencia como
lo hace la ciencia para predecir el futuro. Y cuando los hom¬
bres predicen su futuro de acuerdo con determinadas condicio¬
nes del ambiente no hacen otra cosa que aplicar el pasado al
futuro; pero de ninguna manera aplican leyes inmutables al
espíritu.
Resumiendo : la psicología bergsoniana, admite la existencia
de la materia y del espíritu; que éste se confunde casi con la
conciencia, y la conciencia es memoria, o sea prolongación del
pasado en el presente. El espíritu no es substancia ; no está so¬
metido ni a la existensión, ni al número, ni a la causalidad, y por
último sus acciones son espontáneas y completamente libres:
'"El cerebro es para él un órgano de pantomina y de pant omina
solamente ; su papel consiste en minar la vida del espíritu ... La
actividad cerebral es a la actividad mental lo que la batuta del
director a la sinfonía”. Bergson es un vitalista eminente, para
quien, el espíritu es la evolución creadora, el élan vital, que or¬
ganiza y trata de absorver la materia y al Universo todo para
conducirlo en su fluir eterno a las regiones misteriosas de lo
ignoto y de lo desconocido.
Bergson representa la reacción más audaz al materialismo
psicológico del siglo XIX ; y si es cierto como ya lo he dicho que
su sistema está plagado de errores, no es menos cierto que
ha dado el punto de partida a la reacción espiritual verdade¬
ra más formidable de la historia, y que encabezada por Ja¬
ques Maritain arrollará a su paso t^do lo bajo y lo perverso
para volver a los días felices y ya lejanos en que el mundo
teniendo en su centro a Santo Tomás de Aquino navegaba
con la bandera del cristianismo al tope, mostrando como un
sol irradiante de luz en medio de la tempestad la belleza, la
grandeza, la bondad y la sabiduría infinitas e inconmesura-
bles de Dios.
Crítica de la psicología Bergsoniana
La psicología es el resultado inevitable y necesario de su
método de conocimientos y de su metafísica. Ya he dicho que la
Intuición bergsoniana se acerca demasiado al conocimiento sen¬
sual, que no pasa más allá del mundo relativo de los fenómenos
y es por eso que Bergson, al tratar de crear una metafísica, ha
30
caído en nn relativismo com/pletamente antimetafísico. Insisto
al criticar la Intuición como método de conocimiento, que sólo
hablo de la Intuición Bergsoniana porque la Intuición inte¬
lectual que percibe rápidamente la verdad, en lo más pro¬
fundo de las cosas y que comprende las relaciones entre ellas
y su creador casi espontáneamente, ha sido el método corrien¬
te de los genios, como que en ella reside su característica
esencial y la diferencia con el talento que también llega a
la verdad pero lentamente, por medio del silogismo o método
discursivo .
Pues bien, Bergson al hacer su introspección, sólo ha ob¬
servado los cambios fenoménicos y accidentales del yo, que
verdaderamente están en el tiempo ; porque estos cambios
son movimientos y el tiempo en último extremo, y abstracción
hecha de nuestro modo subjetivo de considerarlo, se identifi¬
ca con la mutación, con el movimiento. Y nosotros estamos
en el tiempo porque tenemos pasado, presente y futuro, por¬
que adquirimos incesantemente nuevas realidades que antes
no teníamos, nos movemos hacia la perfección, hacia Dios.
He aquí una de las razones por qué Dios no es temporal sino-
eterno ; basta darse cuenta que si es perfecto es porque no
hay ninguna realidad fuera de él que deba adquirir, es por¬
que en su ser simplísimo en el cual se identifican la esencia
con la existencia existen en cantidad infinita todas las per¬
fecciones. Identificándose las unas con las otras, cualidades
que sólo la imperfección de nuestra razón nos hace concebir
separadas, y siendo perfecto, es inmutable, o sea, no puede
ganar ni perder nada, porque lo tiene todo ; y si es inmutable
no está en el tiempo sino que en la eternidad, que es la du¬
ración indefinida del ser, que es el eterno presente. La pala¬
bra duración indica en este caso un concepto estático, lo con¬
trario de la concepción bergsoniana, esencialmente dinámi¬
ca.
Volviendo atrás, he dicho que Bergson, sólo observó los
fenómenos de su alma, pero no su alma misma; de ser así ha¬
bría reconocido que en medio del cambio incesante, hay algo
que permanece sin cambio, desde el principio hasta 61 fin de
la vida, hay un yo que fué, es y será el mismo ayer, hoy y
mañana y es precisamente esa permanencia del yo en me¬
dio del incesante movimiento accidental, lo que nos lleva rec¬
tamente a concluir que el alma, no es una mera asociación de
estados mentales estáticos, como pretendieran los materia¬
listas, ni dinámico, como quiso Bergson, sino que una subs¬
tancia de la cual educen los pensamientos, como del tronco
del árbol las ramas y las flores a quienes el viento inu&vo
incesantemente en su rondar eterno. Porque una cosa es el
pensamiento que cambia y otra el yo que piensa.
31
Que esta substancia es simple, lo prueba la unidad del yo
en todos sus actos, y, finalmente que es espiritual, lo prueba
el hecho de que sea simple y no conste por consiguiente de
partes que son esenciales a la materia, y porque si constara
de partes cada una pensaría como le diera la real gana, de
tal modo que simultáneamente tendríamos varios pensamien¬
tos, lo que es absurdo; también prueba la espiritualidad, la
universalidad y abstracción del pensamiento que no podría
ser producido por una substancia concreta y singular como
la materia, de acuerdo con el viejo axioma que dice: Nunca
el efecto puede ser superior a la causa porque nadie puede
dar lo que no tiene; y finalmente el hombre es atraído hacia
el bien último universal e inmaterial; se embriaga en ,su
contemplación amorosa, empleando todos los actos de su vi¬
da, todos sus bienes particulares para glorificarlo y alcanzar¬
lo ; como hay otro axioma que dice : toda cosa se deleita con
lo que le es semejante; es necesario que el yo sea espiritual.
Si estoy de acuerdo con Bergson que la esencia del al¬
ma como conjunto ininterrumpido de fenómenos psíquicos es
la duración leal, debo declarar aquí, como verdad infalible,
que la esencia del alma como forma substancial del yo ver¬
dadero es el espíritu.
Sería largo entrar a explicar aquí cómo los grandes psi¬
cólogos contemporáneos, apoyados en los últimos adelantos
de la fisiología cerebral, han sido impotentes para demostrar
la producción de los fenómenos psíquicos por el cerebro puro
y decepcionados han optado por las teorías de la filosofía
eterna que enseña que los fenómenos anímicos son producidos
por el cuerpo y el alma, ya que ambos elementos constituyen
el yo humano ; haciendo el uno el papel de materia prima y
el otro, el de forma substancial racional.
En cuanto a la libertad bergsoniana, diremos que ha sido
un mero sueño del ilustre pensador; no se concibe libertad
en algo que fluye incesante y fatalmente ; dice Bergson que
el yo, apesar de todo, es libre porque, no siendo espaciales
los actos de la conciencia, no están sometidos a la causalidad.
Hay que confesar que el argumento es sumamente ingenioso
pero siempre tenemos derecho a preguntarnos si el yo son esos
fenómenos que están cambiando momento a momlento ; si el yo se
está haciendo junto con el estado de conciencia sin ser distinto
de ella, sino que por el contrario identificándose ¿quién es el
libre?, ¿no es la vida, por si acaso, algo ciego como la misma
ley del destino?
Y para defender la libertad, afirma que el alma no es
substancia, porque si así fuera sería extensa y ocuparía es¬
pacio, quedando sometida entonces a la «causalidad y al deter-
minismo. . ¡ , ; V i . «'!
32
Ignora el filósofo intuicionista que 1a- extensión no es
cualidad necesaria de la substancia, porque substancia /es
todo lo que existe en sí y no en otro por inherencia; pues
bien, el espíritu es substancia porque existe en sí y no en
otro por inherencia y, sin embargo, no es extenso ni ocupa
espacio. Sólo la substancia material, cuya esencia es la co¬
locación de partes fuera de partes, teniendo por lo tanto ex¬
tensión, ocupa espacio.
Be tal modo que la substancia espiritual no ocupa espa¬
cio y con ella Bergson pudo haber salvado íntegra su teoría
de la duración sólo en el tiempo sin caer en el relativismo y
superficialidad atroz >en que ha concluido.
Pero aún es más; ha dicho que las causas que no ocupan
espacios no pueden obrar produciendo efectos, lo que es ab¬
surdo porque causa, y en este caso hablamos de causa eficien¬
te, es un principio que contiene en sí la razón suficiente del
paso de una cosa del no ser al ser; y principio es todo aquello
de lo cual procede una cosa; de tal modo que en ninguno de
los dos conceptos va envuelta la idea de extensión y espacio;
además que no vemos por qué la causalidad deba ser espa¬
cial .
Como se ve, la libertad bergsoniana no resiste el más le¬
ve análisis; no es a él precisamente a quién corresponde la
gloria de haber expuesto o defendido la teoría que hace va¬
rios siglos lainzaifon al¡ mundo, primero los Padres de 3¡a
Iglesia con San Agustín a la cabeza y después los grandes es¬
colásticos siguiendo a Santo Tomás.
Como Bergson dice de paso que 'la libertad humana en
la forma en que la ha concebido la filosofía eterna significa
una incomprensible creación ex-nihilo, se hace necesario res¬
ponderle exponiendo en resumen la concepción escolástica de
la libertad.
Solución del problema de la Libertad. Molinisxno y Tomáscno
Ya he dicho anteriormente qué entendía la escolástica
por libertad. Esta libertad puede ser de tres clases: l.° Be
contradicción o acción, o sea libertad de obrar o no obrar;
2.* Be especificación u opción, que se refiere a la facultad de
elegir el objeto que más le place a la voluntad, y 3.® libertad
moral para escoger el bien o el mal moral en relación con su
fin supremo.
Que el hombre es libre lo prueban :
I. — El testimonio de conciencia. La conciencia me ates¬
tigua que hay actos que dependen de mi exclusiva voluntad,
que puedo quererlos o no quererlos en igualdad de eondieio-
33
nes, 'ejercitando muchas veces acciones que van contra nuestro
deber y contra nuestro propio bien.
II. — La consecuencia del sentimiento de libertad. Sabe¬
mos que los actos que hacemos, cuando obramos sin coerción
externa, nos son completamente imputables, de tal modo que
nos alabamos cuando hemos dado un buen paso o hemos eje¬
cutado una buena obra, en tanto que nos arrepentimos y nos
sometemos al suplicio del remordimiento en caso contrario.
Si fuéramos necesariamente determinados a obrar, sería ab¬
surdo alegrarse por un mérito que nos nos pertenece, ni en¬
tristecerse por algo de que no somos culpables. Por lo de¬
más la existencia de la justicia de las penas y homenajes, pro¬
viene de la persuación de que el mismo hombre es autor de
sus actos y por lo tanto libre.
Los propios deterministas, negándolo en la teoría lo han
afirmado rotundamente en la práctica.
III. — Argumento intrínseco, basado en [La relación <W
entendimiento con la voluntad. El acto de voluntad va pre¬
cedido de otro por el cual el entendimiento juzga que un ac¬
to o un objeto es un bien relativo, lleno de defectos e imper¬
fecciones; el entendimiento lo estudia y se lo entrega a la vo¬
luntad la cual después de todo puede quererlo o no querer¬
lo, obrando a favor o en contra del entendimiento. Así, por
ejemplo, el entendimiento nos muestra como perjudiciales las
pasiones desenfrenadas, pero la voluntad se reserva el derecho
de determinarse por las pasiones o en contra de las pasiones.
El doble aspecto de los objetos, uno bueno y otro defec¬
tuoso, da la razón subjetiva de la determinación inherente a
nuestros actos libres.
En resumen, nuestro entendimiento nos muestra los ob¬
jetos como bienes relativos y nuestra voluntad sin coacción
alguna los acepta o los rechaza.
Este argumento es irrefutable, y ha sido la piedra donde
han chocado furiosas las diatribas y ios sarcasmos de los ma¬
terialistas impotentes para destruirlo por el recto camino de
la ruzón. Pero Bergson ha dicho que la libertad en esta forma
considerada, significaría que el hombre tiene poder para sacar
las cosas de la nada.
Dos palabras sobre el Molinismo y el Tomismo para dejar
estos hechos en claro.
Si en la libertad humana, en la forma probada más arri¬
ba, no tuviera ninguna intervención el Ser supremo, el emi¬
nente ituicionista francés, tendría toda la razón. Pero las
cosas no pasan en forma tan sencilla. Trataré de explicarme.
La dependencia esencial que todo ser finito tiene de Dios
lleva consigo la necesidad y existencia de una influencia fí-
34
sica, real y positiva de Dios sobre toda y cada una de las
criaturas, tanto por parte de su ser, como por parte de sus
operaciones y efectos.
Dios crea las criaturas y las conserva, conservación que
no es más que una creación continuada; y además influye en
ellas consideradas como causas segundas; eficientes porque
como primer motor contiene la razón suficiente de la causa¬
lidad eficiente de las criaturas y por consiguiente de su ac¬
ción; luego se debe admitir la existencia de un influjo real
y positivo de Dios con respecto a esas criaturas. Todos los
escolásticos se muestran conformes con esta deducción lógica ;
pero el desacuerdo empieza cuando se trata de determinar el
modo como obra Dios para que las causas segundas y sobre to¬
do las libres producán sus efectos. Dos escuelas se disputan
el predominio.
Los Molinistas, para quienes Dios obra simultáneamente
con el hombre cuando este ya se ha determinado; de tal mo¬
do que el efecto es el resultado de la acción de amjbos; ya
que el paso de una cosa del no ser exige un esfuerzo infinito,
que no lo posee al hombre cuyas fuerzas son en extremo li¬
mitadas. Esto es lo que se ha llamado la correlación simul¬
tánea .
De tal modo que, según Molina, el hombre se determina
libremente a la acción con independencia de Dios, el cual só¬
lo participa una vez que esta se ha puesto en acto, de tal mo¬
do que sólo obra sobre el término pero no sobre el principio.
El Molinismo es insuficiente para salvar la causalidad
universal y primera de Dios sobre las causas finitas, toda vez
que hay algo que empezó a existir sin intervenir Dios .
Por lo demás, toda determinación es un paso de la po¬
tencia al acto, lo que exige la acción previa de un ser que
ya esté en acto con respecto a esa determinación. Decir lo
contrario es faltar a la lógica y caer en absurdo y contra¬
dicción .
La pretendida ciencia media de los Molinistas agrava
más aun el problema, dejando a Dios determinado por el hom¬
bre.
Los tomistas están de acuerdo también con los Molinis¬
tas en el concurso simultáneo; pero mientras los segundos
prefieren salvarguardiar los derechos del hombre y colocarlos
sobre los de Dios, los primeros salvan ambos derechos.
Los tomistas sostienen que nada puede pasar de la poten¬
cia al acto, sin que obre un ser previamente en acto, y, por
consiguiente, que el hombre, al moverse de la potencia de
obrar al acto de obrar, necesita necesariamente de la ayuda
de Dios, acto primlero y universal.
Molina da como base de su teoría la necesidad de mante-
35
ner la libertad humana, «seriamente amagada por Santo To¬
más.
Se equivoca, al mismo tiempo que parece olvidar que
Dios es infinitamente todopoderoso.
Santo Tomás ha dicho: “En el libre albedrío de tal ma¬
nera habla Dios que además de darle la virtud para obrar,
obrando Dios, obra también el libre albedrío”.
“Dios posee, eficacia de causalidad infinita y universa-
lísima que se extiende a la substancia del acto voluntario y
a su modo que es la libertad ; porque penetra hasta lo más
íntimo de la operación de la voluntad humana”.
Antes de terminar, debo recordar, que nuestro conoci¬
miento de Dios es analógico y no unívoco, porque estamos
en distinto plano. Mientras él es infinito y perfecto, profun¬
damente sabio y poderoso, nosotros somos débiles, finitos e
imperfectos; de tal modo que pretender conocer cómo salva
Dios su premoción con la libertad humana, dejando de lado
el misterio, es absurdo; porque siempre habrá misterio en la
relación de lo humano con lo divino; si así no fuera, nuestro
entendimiento y el de Dios se identificarían.
De tal modo, que nuestra ignorancia de la manera como
obra la premoción no nos dá derecho para negarla ; como que
la ignorancia que reina hoy sobre la forma en que obren las
posibles causas del cáncer, no nos dá derecho para deducir
que el cáncer no tenga causa.
En resumen, el tomismo, colocándose en el verdadero ca¬
mino, afirma por un lado que Dios mueve al hombre a la ac¬
ción y por él otro lado, que el hombre es libre para determi¬
narse en la forma que mejor le parezca. Son los dos extremos
de la cadena; y los eslabones intermediarios son el misterio
impenetrable de la unión del hombre con su creador.
La Escolástica, Filosofía etteraa
Fácil será darse cuenta por la crítica que he hecho a la
filosofía bergsoniana que un sistema fundado en una edad en
qne la ciencia no existía y que ha logrado recorrer incólume,
siempre confirmada, constantemente combatida, jamás recha¬
zada, mil años, se ha hecho acreedora al calificativo de Filo¬
sofía eterna .
Hoy como ayer, representa la verdad única y última den¬
tro del campo del pensamiento humano.
Alrededor de ella, para defenderla o para • destruirla, se
han colocado todos los pensadores y genios del Universo.
Ante ella, se descubrieron: Descartes, Fenelón, Leibnitz,
Kant, Shelling y Hegel.
36
Por ella, entre muchos se ha convertido al catolicismo el
hombre más profundo del siglo XX: Jaeques Maritain.
Y hoy con él a la cabeza como en los tiempos de Santo To¬
más de Aquino, de San Buenaventura, de San Alberto Magno,
de Duns Scoto, de Kogelio Bacón, de Hugo y Ricardo de San
Víctor, de Suárez y de Juan de Santo Tomás, marcha ade¬
lante, siempre adelante, orgullosa de su pasado y de su pre¬
sente, segura de su futuro.
Una filosofía contra la cual la ciencia materialista, el
racionalismo panteísta y el empirismo excéptico nada han
podido durante diez siglos, cuando tantos sistemas filosóficos
han nacido para morir luego, merece con justicia el dictado de
Filosofía Eterna.
Desde lo alto de su torre de granito, escruta tranquila¬
mente el horizonte; ve pasar serena, a los hombres y a los si¬
glos, segura de que siendo 1a. verdad es inmutable, y nada de¬
be temer; las tormentas de la vida pasan a su lado, la miran
y continúan desvantando sin hacerle nada, absolutamente na¬
da.
Una filosofía que no cambia y a quien la ciencia en su
portentoso adelanto no desmiente, está necesariamente por
fuera del tiempo y por sobre los hombres : pertenece a la eter¬
nidad.
El mejor tónico oerebral
F i t o s a n
del Instituto Sanitas.
A base de fósforo, calcio y magnesio.
37
Letras
La Muerte de Abel
Cuando el hijo que cuidaba rebaños fué muerto por el que
trabajaba la tierra, algo nuevo e inexorable se abatió sobr© el
mundo. Una cósmica tristeza, un luto de nubes densamente plo¬
mas tiñó el cielo; y en la tierra, la sombra d© las nubes exten**
díase más lívidamente que la mancha de sangre que había que¬
dado en el monte. De súbito la soledad, tuvo doloroso sentido;
ahora era el abandono, la separación, la huida; y una sensación
de vacío, de ausencia, turbaba hasta la inmutable serenidad de
los árboles y de las montañas.
Adán no quiso ver a sus hijos después de la tragedia. El
que trabajaba la tierra se había marchado hacia lugares) desco¬
nocidos; pero el cuerpo del otro quedó allí, en la soledad, ape¬
gado al suelo materno, como besándolo, e inmóvil, como tronco
de árbol desgajado por el huracán; Adán vió el cuerpo tendido.
En un principio, la muerte no le pareció tan terriblemente im¬
placable. Pensó en la paz del sueño, en esa tranquilidad que in¬
vade el alma momentos antes de que aparezca la aurora. Aque¬
llo qu© rodeaba el cuerpo del hijo era una paz más definitiva
aún, la paz de las cosas inmóviles.
Sus ojos, todavía abiertos, miraban hacia arriba. Apenas
se alcanzaban a divisar dos medias pupilas, tal como dos hiñas
negras en cuarto menguante. Pero las miradas de esas medias
pupilas no veían ya las cosas de esta tierra. Perdidas en una le¬
janía interior, en una soledad sin horizontes, inmovilizadas, te¬
nían más expresión que cuando se apoyaban en el mundo, y no
se ahondaba en ellas ningún terror de lugares desconocidos. Adán
vió esas pupilas y tuvo la seguridad de qu© el hijo no sufría y
de que quizás era más feliz que el qu© se había fugado. Pero
vió también el arroyo de sangre seca qu© 1© manchaba el rostro
y entonces algo dentro de él empezó a rebelarse, y sin querer se
estuvo sollozando largo rato.
A pesar de todo, la muerte no era tan terribletaiente impla¬
cable. Algo en ella hablaba d© paz y otro algo de esperanza. Re*i
eordaba Adán el horror de la primera vida, nacida de mujer, ese
revolcarse del cuerpo extrangulado de angustia, esos gemidos de
ia mujer que llenaban el silencio de la noche solitaria como los
aullidos de los lcbos; atribulada angustia de espera desesperada.
Y después, el llanto del niño recién nacido, nota quejumbrosa,
repetida, que se le hincaba en la carne cansada como espina infi¬
nita. ¡Ah, sin duda el horror de la muerte cumplida no podía
compararse con el de la vida naciente! . . .
Entonces, ¿por qué esa inquietud, que no tenía objeto, de¬
lante de? cuerpo siin vida del hijo? ¿Acaso porqu© el hijo había
conseguido la paz infinita él no podría ser feliz? ¿Acaso el
mundo era más espantoso ahora que, para alguien, el sufrimien¬
to había cesado? Adán no alcanzaba a comprender qué cosa eifc.
la muerte, y no sabía si desearla con un deseo ilimitado ó si
temerla como, al mal sin esperanzas. Sentía que la soledad, del
mundo tenía una escapatoria; pero adivinaba también que, para
los qu© seguían viviendo, esa escapatoria era una soledad más
inmensa, un vacío sin apeltación. Además, algo en esas pupilas
38
muertas le recordaba el terror de la noche; y algo en esa mancha
de sangre, el odio del enemigo implacable.
Bajó del monte. La paz se quedó con el cuerpo tendido y
tan soló la inquietud se volvió con su alma atribulada. Quizás
se acercaba la noche y amarga sombre iba borrando los contor¬
nos de los árboles y de las montañas. Quizás efl[ viento, detenido
por una mano de silencio, ahondaba la desolación del paisaje. Y
quizás, antes de qne la noche total cayera sobre el mundo, ho¬
rrible mancha de sangre, como el arroyo seco sobre el rostro del
hijo muerto, arreboló las nubes del crepúsculo.
- En verdad, la muerte no era una cosa tan implacable.
Pero pasaron los días. Los buitres — aquellas aves que
miraban torvamente y tenían garras y pico fuerte y curvo como
medias lunas de piedras — dibujaron su prehistórica geometría
en el cielo cobre el cadáver del hijo que cuidaba rebaños. Vinie¬
ron Tas fieras y estuvieron varias noches repartiéndose! el botín
sangriento. Luego los gusanos se comieron poco a poco el cere¬
bro hasta que el cráneo fué una pequeña bóveda blanca con dos
agujeros que miraban aü cielo. Después el montón de huesos roídos
ya no tenía forma humana. Estaban allí, acusadores, y no eran
nada más que polvo de Ja tierra o flor nauseabunda.
Y entonces, cuando Adán vió lo que quedaba de lo qne
había sido sn hijo, un horror comparable sólo al de la primera
noche que pasó fuera del paraíso, le turbó el espíritu amargado.
La paz de la muerte ya no era una paz, era una podredumbre.
El hedor qne exhalaba el cadáver del hijo, el macabro espectáculo
de los pocos pedazos de carne sanguinolenta aun pegada a los
huesos, las cuencas de los ojos vacíos, la mandíbula inferior caída
al lado del cráneo como una cosa inútil ... Y arriba los buitres
daban vueltas enloquecidos o felices.
Adán sintió que aquello qne, cuando vió al hijo recién muer¬
to, había comenzado a romperse dentro de sn espíritu, lo mismo
que una fruta podrida se rompía ahora. Era el horror de la de¬
solación que subía a la superficie de sn alma, y giraba allí, enci¬
ma de sn corazón causado, como un buitre impaciente. Adán sa¬
bía que aquello qne había sucedido con el hijo que cuidaba re¬
baños, sucedería con todos los hombres; con él mismo, con el
hijo que había huido, con la mujer y todas las mujeres. Era este
el tremendo castigo; la angustia de la paz, del silencio, de la
noche y de todas esas cosas que son como vacíos del mundo.
La muerte había dicho su primera palabra. De nada valía
cualquier gesto de protesta. Había que aceptar lo sucedido sin
rebeldías y desanudar e! nudo de desesperanzas que le envolvía
e] corazón. Tal era el orden de las cosas desordenadas, la ley
suprema de la humanidad caída. Someterse a ella constituía qui¬
zás la sabiduría más excelsa. Y sin embargo, Adán no se resig¬
naba a someterse. Veía a sn alrededor la vida de los animales
y de los árboles y la serena inmutabilidad de las piedras. Den-}
tro de sí mismo bullían fuerzas e inquietudes, y se entremezcla¬
ban sus angustias como las hojas de un matorral. No, no podía
resignarse a ser un montón de polvo que se derrama. Y nunca,
como en aquella hora, sintió con mayor intensidad la inenarra¬
ble nostalgia del paraíso perdido.
MANUEL
A T R I A
39
Alberto Cruchaga Ossa
Asesor Jurídico del Ministerio
Relaciones Exteriores
Raíces Bíblicas de ia Vida Internacional
Moderna
n
(Conclusión)
El historiador alemán Dr. Flathe, catedrático de Meissen,
describe en los siguientes términos el cuadro que presentaba
la vida internacional a la caída de Napoleón en 1815:
“Acababa de verificarse, a consecuencias de la revolución
francesa y de las guerras que engendró, un cambio como no
se había visto otro igualmente general y trascendental en
Europa desde la invasión de los bárbaros.
De la embocadura del Tajo hasta el Volga y del Estrecho
de Mesina hasta el confín septentrional de Escandinavia ha¬
bía quedado conmovido en sus cimientos el estado político
de Europa; había caído deshecho lo que habían creado los
siglos, lo que por la edad y la tradición se creyó indestructi¬
ble.
Una serie no interrumpida de guerras cada vez mayores
había cambiado el centro de gravedad política en Europa,
borrado las fronteras naturales, señalado nuevos derroteros
y dado un aspecto nuevo a las relaciones internacionales pací¬
ficas de los pueblos”.
Como expresa el profesor alemán, se encontraba la huma¬
nidad en 1815 ante una de aquellas situaciones en que busca
por instintiva necesidad un guía seguro que la oriente y le
proporcione y garantice la paz.
No faltaron en ese grave momento de la historia quienes
recordaran lo que Balmes escribiría años después: “¿queréis
seguras, breves, universales fórmulas para resolver los gran¬
des problemas_de la historia de la humanidad? Leed la narra¬
ción del inspirado por Dios, escuchad al hombre sublime a
40
quien fué concedido hablar con Jehová en la cumbre del Si-
naí”.
Después de firmar los tratados de paz, de arreglo de
fronteras, de liquidación de obligaciones y demás que resol¬
verían las cuestiones petndientes entre los Estados de Europa*
tres de los más poderosos soberanos del Continente, los Em¬
peradores de Austria y Rusia y el rey de Prusia, suscribieron
en París el 26 de Septiembre de 1815, o sea, hace ciento veinte
años, un tratado cuya traducción es la siguiente :
“En nomlbre de la Santísima e Indivisible Trinidad, Sus
Majestades el Emperador de Austria, el Rey de Prusia y el
Emperador de¡ todas las Rusias, a consecuencia de los grandes
acontecimientos que se han producido en Europa en el cur¬
so de los tres últimos años, y principalmente de los beneficios
que se ha dignado la Divina Providencia prodigar a los Esta¬
dos cuyos gobiernos han puesto sólo en ella su confianza y su
esperanza; convencidos íntimamente de que es preciso fundar
el curso que tomarán las potencias en sus mutuas relaciones
sobre las verdades sublimes que nos enseña la eterna religión
del Dios Salvador.
Declaran solemnemente que la presente acta no tiene otro
objeto que manifestar a la faz del universo su determinación
inquebrantable de no tomar por regla de su conducta, tanto
en la administración de sus respectivos Estados como en sus
relaciones políticas con todos los demás gobiernos, más que
los preceptos de esta santa religión, preceptos de Justicia, de
caridad y de paz que, lejos de ser únicamente aplicables a la
vida privada, deben por el contrario influir directamente so¬
bre las resoluciones de los príncipes y guiar todos sus actos,
como que son el único medio de consolidar las instituciones
humanas y remediar sus imperfecciones.
En consecuencia, sus Majestades han convenido en los ar¬
tículos siguientes:
Artículo l.°. — Conforme a las palabras de las Santas Es¬
crituras que ordenan a todos los hombres mirarse como her¬
manos, los tres monarcas contratantes permanecerán unidos
por los lazos dei una fraternidad verdadera e indisoluble y,
considerándose como compatriotas, se prestarán en toda oca¬
sión y lugar asistencia, ayuda y socorro; mirándose para con
sus súbditos y ejércitos como padres de familia, los dirigirán
con el mismo espíritu de fraternidad que están animados para
proteger la religión, la paz y la justicia.
Artículo 2.°. — En consecuencia, el único principio en vi¬
gor entre dichos gobiernos y sus súbditos será el de servirse
recíprocamente, demostrarse por una benevolencia inalterable
41
la afección mutua de que deben estar animados, no conside¬
rarse todos más que como miembros de una misma nación cris¬
tiana sin que así mismos se consideren los tres príncipes alia¬
dos más que como delegados por la Providencia para gobernar
tres ramas de una misma familia, a saber: Austria, Prusia y
Rusia ; confesando así que la nación cristiana de que ellos y sus
pueblos forman parte no tienen en realidad otro soberano que
Aquel a quién sólo pertenece en propiedad el poder, porque
en El sólo, se encuentran todos los tesoros de amor, ciencia y
sabiduría infinita, es decir, Dios, nuestro divino Salvador Je¬
sucristo, el Verbo del Altísimo, — la palabra de vida. — Bus
Majestades recomiendan, en consecuencia, con la mayor soli¬
citud a sus pueblos, como único medio de gozar de la paz que
nace de la buena conciencia y que es la única durable, forti¬
ficarse cada día más en los principios y el ejercicio de los
deberes que el Divino Salvador ha enseñado a los hombres.
Artículo 3.°. — Todas las potencias que quieran confesar
solemnemente los sagrados principios que han dictado la pre¬
sente acta y que reconozcan cuán importante es para la feli¬
cidad de las naciones, demasiado tiempo agitadas, que estas
verdades ejerzan en lo sucesivo sobre los destinos humanos to¬
da la influencia que les corresponde, serán recibidas con tanta
satisfacción como afecto en esta Santa Alianza.
Hecho por triplicado y suscrito en París el año de gra¬
cia de mil ochocientos quince, el veintiséis de Septiembre. Si¬
guen las firmas y sellos de : Francisco — Federico Guillermo
— Alejandro”.
Como se ve, este tratado internacional, que ha dado nom¬
bre a una época de la historia, fue suscrito no por medio de
plenipotenciarios como es habitual en los pactos de su género
sino por tres monarcas que obraron por sí mismos en ejerci¬
cio de sus atribuciones soberanas.
Este detalle ya es de por sí digno de nota porque el he¬
cho, muy raro en las prácticas diplomáticas, de que un trata¬
do sea suscrito por soberanos, según observa el moderno autor
francés Basdevant, parece dar a lo firmado “un carácter de¬
finitivo que se cree de ordinario preferible evitar ” y que en
los casos corrientes se quiere sólo alcancen los tratados con su
ulterior ratificación .
De los tres soberanos signatarios de la Santa Alianza ha¬
bía un católico, otro cismático y otro protestante, pero ante
aquel grupo de soberanos que declaran buscar en* la Biblia las
luces sobrenaturales que guardan sus venerables páginas, tal-
42
vez no fuera del todo impropio recordar aquellas palabras
del libro de los Reyes: “Jonatás alargó la mano y la mojó
en un panal de miel y volvió la mano hacia su boca y se le
aclararon los ojos’7.
Mucho se ha escrito sobre la sinceridad y verdadera inten¬
ción con que los tres signatarios de la Santa Alianza pusie¬
ron su firma al pie del importante documento.
Bel emperador de Rusia hay declaraciones oficiales reite¬
radas que podrían mirarse como indicios de sinceridad y de
que procedía no en servicio de las tradicionales razones de
Estado sino con prescindencia de ellas.
“Ha llegado el tiempo — decía el Zar en uno de esos do¬
cumentos — en que los soberanos europeos deben hacer hablar
a sus conciencias y callar a sus Ministros para arreglar la
suerte de los pueblos’7.
“El asunto es de tal naturaleza — decía en otra ocasión
el mismo emperador insistiendo en idéntica idea — que los
Ministros no podrían prestarme ayuda alguna77.
El Ministro francés Rayneval veía en la Santa Alianza se¬
gún escribía al diplomático La Perronays “ideas y sentimien¬
tos que la filosofía aprobaría pero que la política difícilmente
puede compartir77.
Más tarde el duque de Richelieu, que según el Dr. Flathe
“tenía perfecto conocimiento de las exigencias de la época
y el talento y habilidad necesarios para realizar las reformas
convenientes dentro de los límites que imponían las circunstan¬
cias 7,? resolvería el ingreso del gobierno francés de Luis XVIII
a la Santa Alianza.
Invitado el Papa Pío VII a adherir al mismo convenio
internacional, se excusó según anota el ya citado catedrático
de Mejssen y “contestó que, siendo él, como todos sus prede¬
cesores, depositario de la verdad cristiana, no necesitaba nin¬
guna nueva exposición de la misma77.
Inglaterra, por boca del jefe del Gabinete duque de We-
llington, se negó a entrar en la Santa Alianza, invocando su
derecho público, que exigía para la eficacia de actos de tal
género la firma o intervención de un Ministro responsable, sin
que fuera para el efecto suficiente por sí sóla, por todo lo res¬
petable que pudiera considerársela, la firma de un rey que,
-según el viejo aforismo inglés, reina pero no gobierna.
43
Excusada la firma inglesa por ese escrúpulo jurídico, el
-Gabinete de Saín James declaró en cambio que los principios
de la Santa Alianza eran de su aceptación, y semejante afir¬
mación tuvo apariencias de sincera, porque en el Congreso de
Aqnisgran celebrado en 1818 los plenipotenciarios inglíeses
Castlereagh y Wellington pusieron sus firmas junto a las
de Metternich y Richalieu al pie de un protocolo de quince
de Noviembre de ese año que significaba confirmar y ratifi¬
car los principios de la Santa Alianza.
En el preámbulo de ese protocolo se dice que es firmado
en servicio de las “miras pacíficas y benévolas que comparten
todos los soberanos’ ’ y para consolidar así “la tranquilidad
general”.
Agrega el mismo protocolo de 1818 que, después de re¬
flexionar detenidamente sobre “los principios conservadores
de los grandes intereses que constituyen el orden de cosas res¬
tablecido en Europa bajo los auspicios de la Providencia Di¬
vina”, los firmantes han reconocido y declarado unánimente:
Primero. — Que están firmemente decididos a no apartar¬
se, ni en sus relaciones mutuas ni en las que los ligan a los
demás Estados, del principio de unión íntima que ha presidido
hasta aquí a sus relaciones e intereses comunes, unión hecha
más fuerte e indisoluble por los lazos de fraternidad cristiana
que los soberanos han constituido entre ellos.
Segundo. — Que esta unión, tanto más real y duradera
cuanto que no tiende a ningún interés aislado, a ninguna com¬
binación momentánea, no puede tener por objeto más que el
mantenimiento de la paz general fundado en el respeto reli¬
gioso de los compromisos establecidos en loe tratados y de la
totalidad de los derechos que de ellos derivan”.
Cuando el Emperador de Austria, que fué uno de los fir¬
mantes iniciales de la Santa Alianza, recibió la proposición
rusa, el Primer Ministro austriaco Metternich contestó a su
colega ruso Nesselrode: “esta noble y gran fraternidad de los
soberanos vale más que todos los tratados”.
Metternich es mirado como uno de los genios de la diplo¬
macia y uno de sus más autorizados biógrafos lo cousidera
“ sagaz y prqdente como pocos, de amabilidad fascinadora, de
tacto seguro y trato facilísimo” y además de todo eso “nada
escrupuloso”.
44
Algunas de aquellas cualidades del Primer Ministro aus¬
tríaco le hicieron, sin duda, mirar como necesario que su so¬
berano no fuera sordo al llamado del emperador ruso, pero
talvez sin gran decisión de no poner en ejercicio su reconocida
falta de escrúpulos pura hacer letra muerta de aquellas eleva¬
das estipulaciones; y aun para tomar posiciones contrarias a
las que ellas señalaran, apenas la razón de Estado no perdida
de vista lo aconsejara.
En sus Memorias dice y repite Metternich que el pacto
de la Santa Alianza “no debía ser a los ojos de su autor el
Zar Alejandro, más que una manifestación moral, y que para
los otros signatarios ni siquiera tenía esa significación”.
Un diplomático corso en aquel tiempo ai servicio de Ru¬
sia, Pozzo di Borgo, dijo que “Metternich quería hacer de
Austria el planeta al cual sirvieran las demás potencias de
satélites”; al servicio de esa idea y no de la de servir las ge¬
nerosos y desinteresados ideales del evangelio hizo que su so¬
berano firmara sin dilación la Santa Alianza, pero Gentz,
un confidente del célebre Ministro austríaco, y menos dis¬
creto que él, ha escrito que “Metternich cuando hablaba de la
Santa Alianza lo hacía mofándose de ella”.
Talvez no fué Metternich el único de los firmantes de
aquella alianza que entraron a ella no con intención de darle
el escrupuloso cumplimiento de que no era capaz el refinado
diplomático austríaco, sino más bien para burlarla y combatir¬
la .
Siempre ha tenido partidarios el sistema de los griegos
que creyeron más fácil tomarse a Troya desde adentra que
desde afuera.
Dijo San Pablo a los corintios que “un poco de levadura
corrompe toda la masa” y ese poco bastaría para que se ma¬
lograra entera aquella Santa Alianza, puesto que hojear la
historia es lo mismo que ver que no llegó a dar los resultados
que pudieron esperarse de ella la obra de “los tr<e$ magos ”,
como llamó a la Santa Alianza un estadista contemporáneo
de la escuela de Metternich en frase recogida por un repu¬
tado escritor de nuestros días, René Pinon.
Los historiadores y publicistas han optado en general por
imitar a Metternich, pues cuando hablan de la Santa Alianza
es para burlarse de ella.
45
No puede ser ese motivo suficiente para acatar irreflexi¬
vamente ese juicio y dejar de ver lo que hay de interesante y
de digno de recuerdo y estudio en un memorable episodio de
la historia diplomática.
Es un hecho innegable y significativo que en un momen¬
to tan importante y de tan serias responsabilidades para los
gobernantes como el de la crisis de 1815, fue la Santa Alian¬
za lo único que en cuanto a principios generales o sistema
doctrinario establecieron las potencias, después de arreglar
sus cuestiones específicas, como medio de asegurar la anhela¬
da paz entre las naciones.
A aquel pacto, ampliamente abierto como decía su texto,
a la adhesión de todos los países, llegaron a incorporarse for¬
malmente y esto ya en 1818, antes de alcanzar tres años de
edad cincuenta y un Estados, más o menos la misma cantidad
de los Estados que son miembros actuales de la Sociedad de
las Naciones, que llegan a cincuenta y cinco, y con la adhe¬
sión que los principios de la Santa Alianza encontraban de
parte de algunos de los poquísimos Estados europeos no sig¬
natarios de ella como la Santa Sede, resulta que del sistema
adoptado por el pacto de 1815 derivó un orden de cosas que
no por no haber sido duradero deja de ser muy digno de
nota.
Incuestionablemente ese sistema fue en los momentos en
que se concibió y formtuló capaz de satisfacer la ideología
predominante de la época y de lograr los fines que con él
se persiguieron, pues a raíz del Congreso de Aquisgrán en
que, como se ha dicho, fueron confirmados en 1818 y suscri¬
tos por Inglaterra los principios de la Santa Alianza, el siem¬
pre burlón Metternich decía: “Ahora cada cual puede irse a
su casa y entregarse tranquilamente y por mucho tiempo a
sus quehaceres ; y si se pudiera prohibir a los embajadores re¬
ferir a sus Gobiernos lo que ven y piensan, resultaría supri¬
mida la única causa de diferencias que todavía queda”.
Si aquel largo tiempo de tranquilidad que anunciaba Met¬
ternich como fruto de la Santa Alianza no fué tan largo, no
hay por qué atribuirlo a maldad del sistema y no a que él su¬
cumbió víctima de los “peligros de falsos hermanos” de que
habla San Pablo a los corintios; a que a poco andar las razo¬
nes de Estado, y entre ellas talvez la acción del diplomático
46
sagaz y nada escrupuloso, que quería hacer de Austria el pla¬
neta y de las demás potencias sus satélites, volvieron a preva¬
lecer y a hqcer que la Santa Alianza fuera explotada con fi¬
nes políticos distantes de su institución y llegara pronto a
no tener de Santa más que el nombre.
III
Un comentario del Pacto de la Sociedad de las Naciones
- que publicó en 1919 el profesor Scelle de la Universidad de
Itíjón, comienza con estas palabras:
“La guerra universal que durante casi cinco años en¬
sangrentó al mundo ha suscitado en todas partes el ardien¬
te deseo de una paz durable”.
“El conflicto que acaba de terminar aparece ya a nos¬
otros sus contemporáneos, que no podemos todavía dominar
todos sus aspectos ni pesar todas sus repercusiones, como
el más formidablfe acontecimiento quie haya registrado la
historia desde la caída del Iipperio Romano”.
“Ante el temor de otra catástrofe análoga el espíritu
humano busca apasionadamente las nuevas fórmulas de las
relaciones interna eionales”.
“Pocas épocas de la historia tienen un carácter de tran¬
sición tan manifiesto. Sólo el período tormentoso de la re¬
volución y de las guerras napoleónicas puede compararse ai
nuestro ” . '
Las aspiraciones de la humanidad que en 1815 buscaron
expresión en la Santa Alianza la tuvieron en el grave mo¬
mento de la historia a que se refiere el profesor francés, en
el Pacto de la Sociedad de las Naciones.
En lo que así se discurrió en 1919 no todas son de se¬
mejanzas con lo que concibieron en París los tres coronados
artífices de Ja Santa Alianza.
La ideología y hasta el lenguaje de los tres soberanos
de 1815 no andan tan distantes de las concepciones interna¬
cionales que prevalecieron en las negociaciones de 1919, cu¬
yo principal inspirador, el Presidente Wilson, habla en uno
de sus famosos catorce puntos en estos términos:
“El trato acordado a Rusia por sus naciones hermanas
durante los próximos meses será la piedra de toque que re-
47
velará la buena voluntad y la comprensión de esas naciones,
para con las necesidades de Rusia, con abstracción de sus
propios intereses y con inteligente simpatía
En todo esto salta a la vista lo mismo que dió vida a la
Santa Alianza: la necesidad de manifestar la insuficiencia de
las normas de derecho para regir las relaciones internacio¬
nales en las horas culminantes de la historia humana.
Wilson habla en 1918 de naciones hermanas, de buena
voluntad, de comprensión y simpatía, como los firmantes de la
Santa Alianza hablaban en 1815 de fraternidad, de caridad
y de afección mutua.
Alguien ha observado que en el preámbulo de los trata¬
dos suelen aparecer “emanaciones morales de la diploma-
* cia” que aun no logran incorporarse a la parte dispositiva,
al derecho positivo propiamente tal que por el tratado se
crea.
En el preámbulo del Pacto de la Sociedad de las ¿Naciones,
que vino a ser la final resultante de los catorce puntos de
Wilson, se habla de relaciones internacionales fundadas no
sólo en la justicia sino también en el honor, fórmula que acu¬
sa también la idea de no circunscribir al solo campo del dere¬
cho las normas de la vida internacional.
Como la triple alianza fué firmada por sus tres artífices
sin valerse de personeros ni intermediarios, en el Pacto de la
Sociedad de las Naciones estampó su propia firma en forma
inusitada y en representación de su país el principal autor del
Pacto, Presidente Wilson, firma que esta vez por significativa
circunstancia quedaría sin efecto alguno, por haber negado-
el Senado de los Estados Unidos su aprobación requerida por
la Constitución republicana para la ratificación de lo que
Wilson había suscrito creyendo, de seguro, su poder más cer¬
cano de lo que en realidad era del de los soberanos de 1815.
Esas y otras analogías mantuvieron vivo en no pocos el
recuerdo de la Santa Alianza en los días en que ante la ex¬
pectación del mundo se operaba trabajosamente la gestación
del Pacte de la Sociedad de las Naciones.
Un colaborador del “Journal des Débats*’, Auguste Gau-
vain escribía el 17 de Marzo de 1919 :
“La Sociedad de las Naciones es la mejor válvula de se¬
guridad que se pueda imaginar. Después de 1815 los signata-
48
rios de los tratados de Viena debieron reunirse año a año
para deliberar sobre los medios de llenar las grietas que a ca¬
da instante se abrían en su obra. Apenas habían reconstruido
un muro, se partía otra de las fachadas. Los desórdenes y
las intervenciones se sucedían casi sin interrupción, y, final¬
mente, se quebró el mecanismo de la Santa Alianza . No pasa¬
rá lo mismo con la Sociedad de las Naciones si se la consti¬
tuye fuertemente”.
En uno de sus escritos habla Mr. León Bourgeois del
* 'derecho tal como lo llegará a producir el progreso de la
conciencia humana”, pero aún antes de que esa perfección
del derecho se realice y generalice, parece que hay circunstan¬
cias de la vida humana en que las conciencias no se satisfa¬
cen con el derecho, que no es más que un “mínimum ético”,
como dijo el profesor Gellinek, de la Universidad de Viena.
No es imposible hallar rasgos demostrativos de que no
han faltado países que en el pasado hayan tomado muy en
cuenta para su proceder internacional causas ajenas a las
obligaciones jurídicas .
Así el 26 de Octubre de 1852 el Ministro de Relaciones
Exteriores chileno don Antonio Varas escribía al Encargado
de Negocios del Ecuador: “Amo mucho la honra de un país
como humano y como digno de estimación por eu conducta
conforme a la justicia y a los más nobles sentimientos que
tanto enaltecen al hombre”.
“Semejante proceder revelaría falta de humanidad, de¬
fecto que si repugna en un particular, en una nación su defor¬
midad llegaría al extremo”, agrega la misma citada comuni¬
cación oficial chilena.
La tendencia que dictó tales conceptos se ha seguido acen¬
tuando con el transcurso de los años.
“Un Estado que borre de la lista de sus obligaciones
la piedad y el altruismo viola los deberes fundamentales que
nuestra época considera le incumben”, dijo en 1927 el pro¬
fesor Krauss de la Universidad de Goettingue, el que obser¬
va a la vez que “el principio de la solidaridad internacio¬
nal se ha desarrollado en el curso de los últimos años casi
con la rapidez de crecimiento de una planta tropical”.
Humanidad, piedad, altruismo, solidaridad, son eoneep-
49
tos que se funden con ventaja en el concepto cristiano de la
earidad .
“ Tened caridad, que; es el vínculo de. la perfección’7, der
cía San Pablo a los colosenses, y no faltan otros que con
el Ap'ósitoji de Jias «Naciones (hayían contribuido a predicar
que la caridad, así llamada, sin cambio de nombre ni dis¬
fraces que la desfiguren, es también entre las naciones el
vínculo de la perfección.
En 1928, el Presidente de los Estados Unidos Mr. Coo-
lidge emitió en la inauguración de la Sexta Conferencia Pa¬
namericana de la Habana dos conceptos siguientes:
“ Aunque la ley es necesaria para guiar adecuadamente
la acción humana y permanecerá siempre siendo la fuente
de libertad y la garantía final de todos nuestros derechos,
existe otro elemento e,n nuestras experiencias que siempre
debe ser tomado en consideración. Sabemos que la letra ma¬
ta pero el espíritu dá vida”. Esta frase, que está entre co¬
millas en el discurso de Mr. Coolidge, es la tan conocida de
una epístola de San Pablo a los corintios.
Sigue así el mismo discurso presidencial escuchado en
La Habana en 1928: ‘‘Frecuentemente en nuestras relacio¬
nes internacionales deberemos contemplar el espíritu más que
la letra de la ley, y debemos tener presente que la suprema
ley es la consideración, la cooperación, la amistad y la ca¬
ridad, y que a falta de éstas no puede haber paz, progreso,
libertad ni República.
“Estos son los atributos que elevan las relaciones hu¬
manas del terreno puramente físico y del orden de la exis¬
tencia animal hasta la esfera superior que confina con lo
divino. Si nosotros entramos en una nueva era en nuestros
asuntos será porque el mundo reconoce y ajusta su vida a
este espíritu, que es la expresión más perfecta de la regla
de oro”.
“Debemos — agregó el Presidente de los Estados Uni¬
dos — orientar nuestro viaje de exploración hacia la comple¬
ta comprensión y amistad. Una vez tomada esa ruta, no de¬
ben hacernos retroceder los temores de los tímidos, los con¬
sejos de los ignorantes o los designios de los malévolos.
Con la ley y la caridad por guías, con aquella fe que crece
50
cuando requiere sacrificios, echaremos finalmente anclas en
el puerto de la justicia y la verdad”.
Hace poco más de dos meses se han pronunciado muy
cerca de aquí las siguientes palabras que no disuenan de las
del Presidente Coolidge en 1928, y que están tomadas de uno
de los diarios de Santiago:
“Las naciones siempre viven con retraso respecto a la
mentalidad individual”.
“Mientras algunos países queman el café, en otros no
se bebe café : mientras en algunas naciones sobra trigo, en
otras partes la gente se muere de hambre.
“Por esto no basta un esfuerzo mental para obtener la
paz. Es necesario un esfuerzo moral, de cooperación
maílla ’ ’ .
“Es necesario un fuerte patriotismo, un patriotismo pu¬
ro, un patriotismo depurado, más consciente de sus deberes
para la patria, pero también para el resto de los hombres.
“Y para esto no hay mejor guía ni mejor lema que el
que nos enseñara Aquel que dijo : Paz en la tierra a los hom¬
bres de buena voluntad, pero sólo a los de buena voluntad.”.
Esto no se ha dicho, como pudiera creerse, en la vecina
Basílica de la Merced ni por un sacerdote católico, sino en
el Teatro Municipal y por un Embajador de la República Es¬
pañola y experto conocedor de la situación internacional pre¬
sente del mundo y sus necesidades, el Excelentísimo señor
don Salvador de Madariaga.
Encontrar en tales bocas semejantes lecciones no puede
menos de traer a la mente el recuerdo de aquellas palabras
de San Pablo a los hebreos: “Dice el Señor: Al dar mis leyes
las escribiré en los corazones de los hombres y en sus enten¬
dimientos”.
Reveladoras indicios son todos esos que una vez más
demuestran que quienes no se empecinan en cerrar los ojos
fácilmente ven la verdad, y si son sinceros la confiesan, por¬
que, con más razón aún que cuando las escribió el Padre
Gratry hace setenta años, pueden decirse ahora estas pala¬
bras: “Parece que hemos llegado a una edad de las nacio¬
nes e¿n que Dios quiere imponer a los hombres deberes inte¬
lectuales más grandes”.
Sin más que razonar los que razonan honradamente sue-
51
len llegar como se ve a la conclusión de que no hay solucio¬
nes mejores para los problemas internacionales que las que,
como decía Balmes hace cerca de un siglo, se encuentran < ‘se¬
guras, breves y universales” sin más que abrir el Evangelio,
San Pablo dijo a los romanos que “palabra abreviada
hará el Señor sobre la tierra” y abreviadas son las lecciones
de la Biblia acerca de la vida internacional, pero como se lee.
en el libro de los Jueces, “vale más un racimo de Efraín que
todas las vendimias de Abiezer”.
¡Si esas soluciones prevalecieran! “Tratad, a menudo
de imaginar”, decía el Padre Gratry “lo que sería la huma¬
nidad si todos los hombres se amaran unos a otros”.
Como San Plablo a los corintios, “estamos en apuros pe¬
ro no sin recurso” pueden y deben decirse los hombres y, so¬
bre todo, los católicos que estudian su Eeligión, por arduos
que sean los días que les toque vivir en la tierra, con la vista
y el pensamiento en la Biblia, depositarla de la ciencia divi¬
na que enseñó a Salomón con toda sabiduría las mejores nor¬
mas posibles de vida internacional.
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52
Ecos del Extranjero
El X Congreso italiano de Filosofía
Es un fenómteno averiguado hasta, la saciedad en el or¬
den fisiológico que, al verse un organismo invadido por cual¬
quiera enfermedad, va echando mano a sus medios de defensa
en proporción determinada por la violencia del ataque ; así
cuando éste, de inocuo que por ventura parecía en un prin¬
cipio, se torna amenazante y siniestro, el organismo recoge
desesperadamente sus medios de defensa y los lanza, en un
supremo esfuerzo para rechazar y aniquilar al invasor sal¬
vando de este ntodo su existencia vacilante.
Fenómeno semejante ocurre en el orden moral. Sólo que
el organismo fisiológico, obediente exacto de las leyes esta¬
blecidas para él, no pierde momento en preparar la defensa ;
el organismo moral, en cambio, intervenido por la voluntad
humana, sujeta a desfallecimiento y extravíos, muy a menu¬
do deja que el mal se arraigue, brote y se propague, adqui¬
riendo conciencia de él únicamente cuando está a punto de
acabar con todo. Reacciona, sin embargo, y trata de recu¬
perar con la intensidad de su esfuerzo restaurador la tar¬
danza en haberlo iniciado.
Es lo que contemplamos hoy en el mundo moderno. El
virus individualista inyectado en la sociedad cristiana por
Lutero, Descartes y Rousseau, ha llegado ya a la plenitud de
sus frutos venenosos. No hay nada que no se halle entene¬
brecido en lo intelectual, debilitado en lo voluntario, dividi¬
do en lo social. Se niega la certeza como adhesión firme de
la inteligencia a un orden objetivo; se rechaza toda norma
absoluta para la voluntad libre del hombre; se prescinde,
combatiéndola, de toda unión en el orden social. La sociedad
dejó infiltrarse en su seno el virus nocivo; pero a pesar de
las voces de alarma, que no faltaron sólo ahora se da cuenta,
azorada, de que su existencia misma peligra, y encarga a sus
élites que arbitren los medios de salvación.
Por eso se ven ahora multiplicarse con exhuberante pro¬
fusión toda clase de reuniones o asambleas en que se congrí
gan los estudiosos a fin de señalar normas de aplicación in¬
mediata para remediar los males actuales. Entre éstos, me¬
recen atención preferente los congresos de índole filosófica.
Mal de inteligencia es lo que padece el mundo moderno, cuyos
males arrancan de ese entendimiento intelectual: Si tenéis da-
madp tu ojo, todo tu cuerpo estará obscurecido, dice
cristo. La mirada del alma, la inteligencia, está dañada y
por eso el espíritu todo se halla obscurecido, desorientado.
El décimo congreso italiano de Filosofía que se reunió
tres meses ha en la ciudad de Salsomaggiore, es una de las tan¬
tas manifestaciones que han aflorado y afloran desde algún
tiempo al impulso del instinto social de conservación. Reunido
en la dicha ciudad por celebrarse el centenario de, J. Domingo
Romagnosi, la personalidad de este filósofo, precursor, en
cierto sentido, del materialismo moderno, ocupó el primero' de
los temas consagrados a discutirse en la asamblea. Los res¬
tantes temas, en cambio — la lógica de las ciencias y el rea¬
lismo — son un vivido indicio de la orientación que han to¬
mado las preocupaciones y los afanes de 'los intelectuales
modernos, y de que han visto certeramente el punto a don¬
de deben llevar la reacción salvadora.
Eso sí que no están todavía muy seguros de los caminos
por seguir. El “Osservatore Romano’ ’ cita a este propósito
interesantes reflexiones que el P. A. Messineo, S. J. publi¬
ca en la “Civilta Cattolica”: “No es necesario ocultar, —
dice el escritor jesuítico, — que esta labor revisionista de las
posiciones conceptuales dominantes en Italia procede en for¬
ma muy incierta y un tanto caótica, de tal modo que no per¬
mite todavía prever sus futuros perfiles y sistematización.
Por el momento, el pensamiento italiano anda desorientado;
pero por encima de todo se dibuja confusamente en el hori¬
zonte la meta, que parece ser una filosofía más en 'consonan¬
cia con las fuentes de nuestro pensamiento y más vecina al
sentido común del cual se había apartado el idealismo, una
filosofía que sea afirmación integral de la verdad y retorno
a nuestra tradición, la cual, — convenimos plenamente con
el honorable Oreslano — es esencialmente católica”.
Volvamos al Congreso.
S. E. Orestano, en el discurso pronunciado en el teatro
de Salsomaggiore atribuyó a Ranagnosi la paternidad de la
teoría que reconoce a la propiedad una función social. Pero,
como lo hace notar el “Osservatore Romano”, la función so¬
cial de la propiedad había sido proclamada muy en alto por
todos los filósofos escolásticos, y atribuir la invención de estq
doctrina a Romag;nosi sólo puede ser producto de la ignoran¬
cia en que se encuentra el espíritu del mundo moderno res¬
pecto de la Filosofía medioeval. Y no solamente, agregamos
nosotros, se enseña explícitamente por Santo Tomás y los
otros grandes escolásticos la función social de la propiedad,
sino que, en la raíz misma de la teoría del Angélico Doctor
acerca de la personalidad humana, que por esencia es socia¬
ble — dice él, de acuerdo con Aristóteles — late fuerte q in¬
tensamente aquella doctrina. La Edad Media, aaaba, ¿no
es, en sus siglos áureos, una confirmación brillante del es-
54
píritu social con que se consideraba entonces a la propiedad?
Allí están los municipios, universidades y gremios para dar
contundente respuesta.
Media jornada del Congreso se consagró a estudiar el
tema relatado por el profesor Pastore: La lógica de la inves¬
tigación científica. Fuera de que, como dice el Osservaífcore,
el estilo del profesor Pastore se resintió de escasez de clari¬
dad y de orden, por cuya raz^n se hizo muy dificultoso el
seguirlo en sus disquisiciones, no se ve muy bien qué cosa
pueda ser esta lógica científica. El común de los hombres
se ha habituado a entender por lógica una disciplina de la
mente, un instrumento de que la inteligencia naturalmente
se sirve en la elaboración de los conceptos referentes a cual¬
quier materia de conocimiento siguiendo un camino deter¬
minado por las leyes internas del pensamiento; ahora bien,
¿i qué tiene que ver la ciencia de las cosas con todo aquello
que formalmente, intrínsecamente, constituye la ciencia lógi¬
ca? En los trabajos científicos, ciertamente que la lógica es
necesaria, en cuanto es necesaria la actividad ordenada de
la mente que por inducción o deducción arriba a determina¬
das conclusiones; pero que las ciencias deban poseer una ló¬
gica particular, diversa de la lógica racional y que, a su
vez, esta última deba alterarse radicalmente como quiere el
profesor Pastore, parece inconciliable con el común concepto
de Lógica.
Más graves, aún, son las afirmaciones que este intelec¬
tual lanzó rechazando toda la lógica que va desde Aristóteles
hasta Kant y que él reemplaza con una nueva disciplina que
llama lógica diel p otenziamento , una especie de mecánica que
supone la igualdad entre la numerabilidad matemática y la
lógica, la existencia de modelos y de máximas lógicas posi¬
bles de construirse en un laboratorio ad, hoc y otras afirma¬
ciones semejantes. Comportación de cuán acertadas aparecen
las reflexiones del P. Messineo acerca de lo vacilante y des¬
orientado que aparece todavía la restauración intelectual fi¬
losófica. No se puede, tampoco, exigir mucho más. Es natu¬
ral que, en el cruce de dos Edades, los sedimentos de lo vie¬
jo se entremezclen con lo que adviene formándose, una con¬
fusión que, a medida que avanza el proceso histórico, ha de
terminar por la fusión de lo vital que había en lo que se va
con lo presente, resultando de esa fusión una síntesis, todo
claridad y harmonía.
El tema del realismo es, sin disputa, el más apasionante
de los tres que allí se trataron. La afirmación casi unánime
en favor del realismo filosófico fue tanto más inesperado cuan¬
to que había entre los congresales una buena falange de idea¬
listas aguerridos.
55
El profesor Tarozzi, primer relator del tema, desarrolló
algo que fué más una conmovedora confesión de la crisis es¬
piritual que lo ha inducido a revisar su bagaje folosófico, que
una demostración, destinada a confirmar la existencia de una
realidad distinta del yo. El supone que el realismo se en¬
cuentra suficientemente privado por las aspiraciones y nece¬
sidades fundamentales del alma humana. Argumento este de
orden afectivo y que deja pensar la situación anómala en
que se halla Tarozzi, próximo ya de lo trascendente, de lo
absoluto, que — no obstante — sólo se le presenta como pro¬
blemático, como probable, pero no como una realidad vivaz,
por cuya razón no se atreve a demostrarla con argumentos de
orden puramente intelectual y metaf isleo.
En cambio, el profesor Bontadini se- plantó decididamen¬
te en un dilema: o idealismo o neo^escolástica, porque si al
realismo se le da cualquier forma diversa de la neo-escolás¬
tica, cae fatalmente en el idealismo. La prueba aducida por
este pensador en confirmación de su dilema no convencerá a
nadie ^que conozca sólidamente la filosofía neo-escolástica : El
idealismo' en su esencia misma es tensión, esfuerzo, movimien¬
to; ahora bien, toda forma de realismo qute no sea la del nieo-
escolástjco encierra en sí algo de tensión; luego, de idealismo.
Argumento insostenible, que hace de la noética tomista una
concepción pasiva de la inteligencia completamente en desa¬
cuerdo con las doctrinas del Doctor Angélico y con el sen¬
tido común. Con muchísima razón, el P. Grammatico obser¬
va que débese tener en cuenta la diferencia qne media entre
los términos asignados al acto intelectual por los realistas e
idealistas respectivamente, más que a una oposición — qne,
por otra parte, no existe — entre un movimiento y su tér¬
mino .
Sobre esta apasionante materia se estableció un profun¬
do cambio de ideas. Los profesores Aliotta y Rava expusie¬
ron puntos de vista antitéticos, sosteniendo el primero qne
precisa combatir el idealismo con una crítica interna y de¬
mostrando. que todo idealismo contiene un dato real, indepen¬
diente del pensamiento ; mientras que el segundo quebró lan¬
zas, decidido, en favor de nn sistema qne desconoce toda rea¬
lidad científica al mundo exterior, al no-yo. Como el tiempo
urgía, no se prosiguió en la disensión sino que se leyeron las
inmensas comunicaciones enviadas al Congreso por diversos
intelectuales entre los que se contaban los PP. Boyer y Boz-
zetti, el prof. Della Rocca y Monseñor Olgiati.
Como conclusión de esta rápida reseña de ideas y de
orientaciones — nuevas y viejas — manifestadas en el seno
del X Congreso de Filosofía parece poderse afirmar que, no
obstante la diversidad y la oposición de tesis y de teorías,
56
existe, en los espíritus todavía inciertos — un deseo vago de-
emanciparse de las abstracciones filosóficas subjetivistas para
aferrarse de nuevo a un concreto real que responda a las
más comunes exigencias del pensamiento humano. No pode¬
mos, sin embargo, dejar de anotar que el máximo problema
del realismo ha sido tocado sólo de paso y no discutido a
fondo. Una discusión sobre el realismo debe afrontar pri¬
mero el problema de la naturaleza, del ser y de su trascen-
dentalidad, de cuya solución dependen las más altas reali¬
dades humanas, la vida moral del individuo y la vida civil de-
las Naciones.
La Iglesia en Méjico
A pesar de cierto respiro que la Iglesia Católica ha tenido-
en Méjico durante algún tiempo, debido a las zancadillas e
intrigas que se arman unos a otros los cabecillas políticos de
esa nación, no se han interrumpido las medidas persecutorias
contra Ella, antes bien se han completado con una flamante
Ley (Sic) dje nacionalización de bienes eclesiásticos, última
palabra en cuestión al desconocimiento de los derechos más
directamente inherentes a la personalidad humana.
Antes de la citada ley, y en el espacio de año y medio, po¬
co más o menos se habían confiscado 265 iglesias, destinán¬
dose todas ellas en seguida a usos profanos o bien francamen¬
te irreverentes. Pero para hacer más oficial la expoliación y
darle un carácter de permanencia se ha arbitrado esa farsa
jurídica que no engañará sino a quienes deseen ser engañados.
El documento lleva el 30 de Agosto del año en curso como
fecha en que fué firmado, siendo promulgado el 4 del siguien¬
te mes ele Septiembre.
Comiénzase por declarar propiedad nacional todos loa
templos destinados al culto público y los que alguna vez lo
hayan estado a partir del l.° d!e Mayo da 1927, así como
que en lo sucesivo se erijan con ese objeto; los obispad, c®, ca¬
sas mírales y Seminarios; los asilos o colegios de asociaciones,
corpora^icnícs o instituciones religiosas; los convento®, y cual¬
quier otro edificio qute hubrVire sido construido o destinado a
la administración, propaganda o enseñanza de un culto reli¬
gioso; los b tenes raíces y capitales impuestos sobre ellos que
estén poseídos o> administrados por asociaciones, corporacio¬
nes o instituciones religiosas, directamente o a través de in-
teTpósitas personas. Se ve muy clara la intención de asfixiar,
de sofocar, aun la más pequeña manifestación de índole re¬
ligiosa: de evitar cualquier subterfugio con que poderse eva¬
dir del atropello.
57
En los artículos siguientes, después de especificar cuida¬
dosamente cada uno de los términos a que se refiere la pre¬
cedente disposición, se declara que la nacionalización proce¬
derá independientemente de que resulten afectadas con ella
personas morales o instituciones de cualquiera índole. (Art
4.°) . De manera que nada detendrá a los gobernantes en su
empresa de despojar a la Iglesia de todos los medios para
llenar una misión divina que, por consiguiente, es indepen¬
diente de todo poder civil y superior a cualquiera autoridad
que mire por el bien terrestre de los hombres. El odio a lo
sobrenatural es tan grande en aquellos espíritus que le sacrifi¬
can cualquier derecho aunque sea de personas que nada ten¬
gan que ver con manifestaciones religiosas Al fin y al cabo,
son lógicos. No respetando lo divino, ¿por. qué respetar la-
puramente humano?
Ese afán enfermizo de concluir con el catolicismo — en¬
fermizo porque el odio parece haber trastornado las facul¬
tades mentales de los caudillos y de sus secuaces — se ha vis¬
to de manifiesto en la Ley reglamentaria de la anterior; casi
todos los artículos van encaminados, no sólo a fijar más los
procedimientos, sino a facilitarlos y a cerrar la puerta aun
a los reclamos V. gr. el art. l.° dice que los jefes de las ofi¬
cinas (de Hda.) “bajo pena de destitución” darán cuenta a la
Dirección General dfs Bienes S^iajciotales! dié las denuncias!
qtíé ante ellos se formulen. El art. 2.° faculta a esa Dirección
General para Revocar “de oficio”, antes de la citación para la
audiencia, de pruebas, las resoluciones que ilegalmente hayan
admitido una oposición; por “oposición” se entiende una
reclamación de las víctimas. Los restantes caminan ñor las
«*-
mismas vías.
El secreto de todo ese conjunto de procedimientos estri¬
ba en que, a despecho de las apariencias, el Gobierno meji¬
cano quiere instaurar un régimen de socialismo de -estado»
análogo al de Rusia, en el cual el Partido Nacional Revolu¬
cionario sería como el eje del gobierno, del mismo modo que
en la Unión Soviética el Partido Comunista. Y para instaurar
semejante régimen con visos de duración no hay más remedio
que comenzar por apoderarse del espíritu de los individuos
y, para ello, aniquilar fuerzas como la Iglesia Católica que,
consciente de su misión, sabe que a ella, y a ella sola, le com¬
pete el mirar todo lo referente a los negocios espirituales; a
quien cuida del fin le incumbe mirar porque no se acumulen
obstáculos que impidan llegar a] fin. El gobierno mejicano
quiere trasladarse y trasladar a los demás más allá de Jesu¬
cristo y del Calvario, a una época en que todavía no habían
resonado en el mundo aquellas palabras, fatídicas para todos
los opresores: “Dad al César lo que es deil César y a Dios lo
58
que es de Dios”, con las que el Divino Maestro establece los
límites del poder civil y sn subordinación — extrínseca, es
cierto — a otro poder más augusto y de origen más directa¬
mente divino, si se permite tal adverbio. ¡Irrisorias conse¬
cuencias del liberalismo : negando lo sobrenatural y la inde¬
pendencia de la Iglesia, ha engendrado un hijo que, intentan¬
do destruir a la Iglesia, sólo ha conseguido aniquilar a quien
lo había engendrado !
En sus ansias retrógradas — de retrogradar más de dos
mil años — el gobierno mejicano ha establecido amistosas
relaciones de connivencia con los dirigentes de Moscú y ha
asignado un sueldo pingüe al camarada Hernán Laborde en¬
cargado de preparar el terreno a la dictadura proletaria. Pa¬
ra evitar comentarios, léase mejor el documento que lo com¬
prueba, dirigido al susodicho Laborde :
En acuerdo especial celebrado con el señor Presidiente
de la República, me encargó expresar a XJd. lo siguiente, en
contestación a su carta de fecha 26 del p. p. Diciembre
d(e 1934.
El señor Arturo H. Villegas entregará a Ud. semanal mon¬
te la cantidad de $ 2.000 (Dos mil píesos) para ayudra de sus
gastos de propaganda, teniendo cuidado de atacar a nuestro
Gobierno para desorientar a las burguesías tanto nacional co¬
mo extranjera, especialmente la norteamericana. Deben pro¬
vocarse y fomentarse todas las huelgas que más sea posible
para llegar más rápido a la Dictadura del Proletariado, re¬
comendando a usted tomar parte activísima ¡en las de ferro¬
carrileros y tranviarios de esta propia capital. Debemos com¬
batir todas las religiones conocidas muy principalmente la
Protestante y la Romalna Católica, levantando censos de los
Caballeros de Colón y Guadalupanos, para imposibilitarlos
£n un momento dado como haya lugar y sea necesario, sin
contemplaciones de ningún género y cualesquiera que sean los
resultados. Deben ustedes organizar mítines de protesta con¬
tra la llamada proposición Rorah & Higgins y Burklet, denun¬
ciando ante la opinión internacional el impenalisimo yanqui,
para que en Europa se censure la intromisión americana en
asuntos de Méjico', tomamos como ejemplo lo que acontece en
la infortunada Cuba.
Hemos recibido noticias dé nuestro Agente Representan¬
te en la Rusia Soviética, camiatrada Lucio Cuiesta en las cua¬
les nos participa que nuestro movimiento proletario en los
Estados Unidos de Nortieu América será intensificado en la pre¬
sente primavera, debiendo secundar nosotros, d:sde los pun¬
tos limítrofes de nuestras fronteras dél norte.
Es de capital interés violentar la huelga de ferrccarr-le-
tos, para aprovechar la alarfma y descontento de las masas
59
campesinas, y que por esta razón no encontremos mía oposi¬
ción que en parte nos retardare consolidar el nuevo régimen
áe los trabajadores.
La huelga de tranviarios es otro factor importante capi¬
talino que no hay que descuidar.
El oficial mayor: José Hernández Delgado”.
Esta carta, ahorra tocio comentario, como dijimos. El co¬
rresponsal anota para un mejor rigor en las referencias que la
comunicación lleva un sobre de la Presidencia de la República,
con el águila y el letrero encima Estados Unidos Mejicanos, y
Jas palabras Presidencia de la República-Secretaría particular.
La Convención Agraria que se reunió en Méjico el 7 de
Septiembre, convocada por el Comité Organizador de la Uni¬
ficación Campesina del F. N. R. con el fin de formar la
liga de Comunidades agrarias del Distrito federal, semilla
de la futura Confederación Nacional Campesina, fue presidida
por Cárdenas, Portes Gil y Cedillo. Leyendo su declaración de
principios y su programa se ve que es un nuevo paso dado
para establecer la dictadura del proletariado. Algunos boto¬
nes de muestra: La Confederación Nacional Campesina s©
forma apoyándose en el acuerdo del ciudadano Presidente de
la República Lázaro Cárdenas publicado el 11 dei Julio de 1935,
buscando la defensa de los intereses del campesino y la eman¬
cipación económica y espiritual de todos los trabajadores del
campo organizados Para legrar este objeto actuará dentro
de un franco espíritu de lucha de clases, aceptando la coope¬
ración del Estado para la creación de este organismo. Sostiene
que la tierra y sus frutos pertenecen sólo a quienbs la traba¬
jan, con lo cual niega que haya otro título, fuera del trabajo,
a la accesión de la propiedad, postulado eminentemente anti¬
natural, anti-humano. Luchará porque la educación tenga una
orientación de acuerdo con las doctrinas del socialismo cien¬
tífico (?)... y porque sea accesible en todos sus grados a las
masas campesinas del país; nivelación absurda de formación
intelectual que denota desconocimiento de una realidad que
ofrece mil variados caminos a la actividad libre del hombre.
Y como último botón, la Confederación propugna por una equi¬
tativa y económica distribución de la tierra — acuerdo muy
atinado, claro está, pero que, desgraciadamente va a ser anula¬
do por lo que sigue llegando a la socialización de la mis¬
ma (!!!).
La situación mejicana es, como se desprende de todo lo
que antecede, tan clara como trágica: la marcha rápida hacia
un régimen que, negando la personalidad y los derechos tras¬
cendentes del hombre, desconoce el elemento humano del hom-
60
bre. Y esto, triste es decirlo, ocurre *ante la indiferencia de
los demás países del continente, que nada hacen hasta ahora
por evitar los vergonzosos hechos, no faltando algunos como
el nuestro que aún se permitan señalar la escuela rural mate¬
rialista y sin Dios de esa desdichada república, como el mo¬
delo más digno de imitarse.
Sólo nuestro Centro de Estudios Religiosos, a la vista de
lo que ocurre, ha hecho una presentación a los gobiernos de
Chile, Argentina y Brasil, solicitando sus buenos oficios en
favor de ios oprimidos católicos mejicanos. Ojalá que ella en¬
cuentre el eco que se m,erece y que los gobiernos a los cuales
va dirigida, conscientes de su carácter de civilizados, le den la
importancia debida.
El Presidenta Roosevelt y el catolicismo
En los últimos días de Setiembre celebraron los católicos
norteamericanos un gran Congreso Eucarístico en Cleveland
con asistencia de cien obispos y de 25 mil concurrentes entre
sacerdotes y laicos.
Había sido invitado el Presidente Roosevelt y como no pu¬
do concurrir, pidió a uno de los Secretarios de Estado,
Mr. Fárley, que es católico, que leyera en el Congreso el
significativo mensaje de adhesión que a continuación reprodu¬
cimos.
“No pudiendo asistir personalmente a las reuniones re¬
ligiosas que se llevaran a efecto en Cleveland el 23 de Setiem¬
bre, escribo cordialmente estas palabras de saludo y de au¬
gurio para vuestras solemnes e importantes decisiones.
“Los Congresos y reuniones religiosas a que me invitáis
son esencialmente necesarios para el bien de nuestro pueblo y
de nuestro país. Para conocer los principios de que emana la
justicia social y la libertad económica de que todos hablamos,
es necesaria una sabiduría superior a la que cualquier hombre
o grupos de hombres poseen generalmente. Para aplicar aque¬
llos principios, aun cuando los veamos con claridad, se exige
una fuerza que está sobre el individuo y que domina el ins¬
tinto del egoísmo personal y de grupo .
“Mi experiencia de la vida pública me hace recordar siem¬
pre la profunda verdad de las palabras de nuestro primer Pre¬
sidente: “Todas las resoluciones y costumbres que conducen
a la prosperidad política, requieren el sostén indispensable de
la religión y de la moral”. La religión nos fortalece a todos
porque nos enseña que todos somos hijos de un Padre celestial
común y que el mismo Padre Celestial >ayuda a todos. Sin El
ninguna nación puede durar largo tiempo. Tiene una gran
61
dignifica ción el hecho de que desde nuestros comienzos naciona¬
les, hasta hoy día, hayamos constantemente seguido estas máxi¬
mas, apoyándolas con la protección de nuestras leyes y de
nuestras instituciones.
“Vuestro Congreso contribuirá, por tanto, a esta grande y
esencial misión por el bien de nuestro país.
“Añadiré lo que hubiera dicho si hubiera estado presente:
mi saludo a todos los personajes que presidirán el Congreso y
a todos los ciudadanos que a él asistan. Que vuestras delibe¬
raciones tengan desde hoy éxito. Sinceramente vuestro. —
Franklin D. Roosevelt”.
Como si esto fuera poco, el Presidente ha querido también
manifestar su simpatía a la “Conferencia Nacional de la be¬
neficencia católica”, reunida en Octubre último en Peoria con
asistencia de más de tres mil delegados para celebrar el vigési¬
mo quinto aniversario de su fundación. Y a este fin, Roosevelt
envió el siguiente mensaje al Presidente de la Conferencia,
Monseñor Wagner:
“Con ocasión del vigésimo quinto aniversario de la ins¬
titución de la “Conferencia Nacional de la beneficencia cató¬
lica”, envió a todos sus miembros y a cuantos asisten a su reu¬
nión mis especiales congratulaciones.
“Quisiera estar coin vosotros y deciros cara a cara cuán
altamente aprecio la obra que desarrollan organizaciones co¬
mo la vuestra y cómo considero siempre más su necesidad pa¬
ra completar la estructura de nuestra organización nacional y
alcanzar el bienestar de todas las familias en nuestro país.
“La palabra angustia que domina desde ya más de seis
años ha tenido por lo míenos un lado bueno haciéndonos com¬
prender que si la tranquilidad económica y la justicia social
no están al alcance de todos, ninguno de nosotros puede real¬
mente tener bienestar y estar contento. Ciertamente no lo pue¬
de estar la nación en su conjunto. Se necesitará tiempo y lar¬
gos esfuerzos para alcanzar este ideal. Para mientras tanto, se
debe procurar poner remedio a estas deficiencias teniendo en
primer lugar cuidado de los pobres, de los abandonados.
“Vosotros desarrolláis una obra, presentáis posibilidades
y lanzáis un llamado como ninguna organización gubernativa
podría hacerlo. En mi declaración concerniente al “National
Youth administration”, he puesto en relieve la importancia de
la ayuda y de la colaboración de las organizaciones privadas
en toda obra verdaderamente nacional. Y lo vuelvo a repetir.
Vuestra obra es inmediata, personal, religiosa. Presentáis al
pueblo la oportunidad de ejercitar su generosidad y su espí¬
ritu de sacrificio. Lleváis consolaciones, no lleváis un mensa¬
je proveniente de un poder terreno sino de Dios”.
62
Compárese la actitud de este gobernante no católico res¬
pecto de la Iglesia, con la de los que rigen los destinos de
México , . .
DEPARTAMENTO DE PROPAGANDA
DEL DIARIO “EL IMPARCXAL ’ 1
Atiende al público en su oficina, Huérfanos 1256,
Teléfono 61563, de 9 a 12 1/2 y de 12 1/2 a 7 1/2.
Gustavo García Díaz
Agente general Exclusivo, Jefe Dpto. Propaganda.
9
63
Revista de Ideas y de ‘ Hechos
Iglesia y política
Se ha dado a la publicidad una Pastoral colectiva en que
los Obispos sientan de manera categórica e indiscutible las
relaciones de la Iglesia con la política.
No se trata de normas dictadas con fines oportunistas u
ocasionales, sino de principios claramente proclamados por
la Iglesia en todos los tiempos y países.
La doctrina que en este documento se sustenta y que para
algunos sonará acaso a nuevo e inusitado, es la que siempre
ha sostenido la cátedra de San Pedro y continuado la sede
Arzobispal de Santiago desde el siglo anterior.
Así el Excmo. Señor Valdivieso, al evacuar el 4 de No¬
viembre de 1863 una consulta del Cura de Talpén, se expre¬
saba en estos términos: “He tenido por regla abstenerme de
toda ingerencia activa en la política de mi país, fundado en
que la división de los partidos produce hondos y muchos re¬
celos y que un Obispo o un párroco, desde que se abanderiza
por un partido, aleja de sí y hace casi infructuoso su minis¬
terio respecto de sus. adversarios políticos. Además, vincu¬
lando uno el triunfo de la religión al de un partido, hace que
las venganzas del contrario se estrellen contra la Iglesia. No
quiero decir por esto que pretenda hacer a los eclesiásticos
indiferentes respecto de la suerte de la patria, ni menos res¬
pecto de la que preparan a la Iglesia sus enemigos, no. El
ministerio sagrado no puede hacernos insensibles a las legíti¬
mas afecciones de nuestro corazón, ni sería justo abandonar
a la seducción y al engaño al feligrés de recto corazón, que nos
pide consejo para dar su sufragio en favor del que pueda
contribuir a su defensa de la religión y prosperidad de la
patria. Lo que quiero decir es que, en mi concepto, no es con¬
veniente que los eclesiásticos nos abandericemos en ningún
partido puramente político”. (1).
Monseñor Errázuriz no ocultó tampoco su modo de pen¬
sar al respecto, sino que siemtpre lo expuso con toda claridad
y precisión. “Yo he deseado constantemente — dice en sus
memorias — deslindar, en lo posible, los campos del clero y
de los políticos, en asuntos de interés general. Así como creo
deber primordial defender en la política a la religión y to~
(1) “Obras científicas y literarias del Iltmo. y Rvdmo. Sr.
Don Rafael Valentín Valdivieso; 1904; Tomo III; Pág. 634.
64
mar parte, por lo tanto, en la primera por favorecer a la se¬
gunda, así creo, no sólo poco conveniente, sino peligrosa la
intromisión del clero en la política meramente partidista y
personal. Desearía, y cien veces lo he dicho, que, al acercar¬
se las votaciones, párrocos y eclesiásticos predicaran al pue¬
blo cuál es el deber de todo buen ciudadano, a saber, influir
con su voto en favor del bienestar social, favoreciendo con
él, al candidato que más garantías dé a la religión y a la
patria; hecho lo cual, debería abstenerse de toda interven¬
ción activa y nunca atacar a las personas. De ordinario no ha
menester el pueblo que se les nombre para conocer a los ad¬
versarios de la Iglesia, algunos de los cuales llegarían talvez
sin ello a ser mañana amigos. Y después de la lucha, en la
discusión de asuntos meramente políticos, si los eclesiásticos
como ciudadanos pueden tener su opinión, el carácter sacer¬
dotal les pide qnei sean más moderados y prudentes: vean en
esto los demás que, si obedeciendo al dictado de su concien¬
cia, defienden y sostienen con rigor los principios e intereses
religiosos, saben cuando de ello se trata, dominarse y sobre¬
ponerse a la pasión política. Tal sería a mis ojos el ideal”. (1).
Esta misma doctrina desarrolló también en una Pastoral
dirigida a todo el clero de la Arquidiócesis, la. supo aplicar
en cada uno de los actos de su pacífico gobierno y como un
legado de paz, la expuso en su último discurso público, ál
eumplir los 89 años de edad: “El amor, la caridad cristiana
•que tiende a reunir como hermanos a todos los hombres, la
trajo Cristo Nuestro Señor al mundo y la Iglesia la enseña
y enérgicamente la mantiene el gran Pío XI, al decir una y
otra vez al clero que él como la Iglesia, no pertenecen a par¬
tido alguno y debe mantenerse sobre todos los intereses para
cuidar sólo de lo que constituye su fin, el alma de los fieles,
la unión con Dios”.
Al obrar y pensar de esta manera, Monseñor Errázuri*
rio hacía, por otra parte, mías que cumplir estrictamente los
acuerdos del Concilio plenario de la América latina: “Abstén¬
gase prudentemente el clero de las cuestiones que se refieren
a cosas meramente políticas o civiles y sobre las cuales, den¬
tro de los límites de la doctrina y de la ley cristiana, caben
distintas opiniones y no se mezcle en las facciones políticas,
a fin de que la religión santa, que debe estar por encima
de todas las cosas humanas y unir los ánimos de todos los ciu¬
dadanos con el vínculo de la mutua caridad y benevolencia,
no aparezca faltando a su oficio y no se haga sospechoso su
saludable ministerio”.
(1) “Algo de lo que he visto”; Pág. 183.
65
Pero como en los últimos años se había suscitado serias
disputas entre los católicos en torno a las relaciones de la
Acción Católica y la Política, los Obispos creyeron oportuno
consultar al respecto a la Santa Sede. La respuesta que por
intermedio del Excmo. Señor Nuncio en Santiago envió el
Secretario de Estado, Emmo. Cardenal Pacelli, no es sino
una aplicación directa a nuestro país de la doctrina sosteni¬
da invariablemente por la Curia Romana: La Iglesia no se
desentiende de la alta política que mira al bien común y for¬
ma parte de la Etica general, pero en cambio permanece al
margen de la política contingente de partidos ; todo católico
está obligado a contribuir con su voto a que la política del
Estado se regule por los principios cristianos, condenándo¬
se de esta mianera -el abstencionismo absoluto; “un partido
político, aunque se proponga inspirarse en la doctrina de la
Iglesia y defender sus derechos, no puede arrogarse la repre¬
sentación de todos los fieles, ya aue su programa concreto no
podrá tener nunca un valor absoluto para todos y sus actua¬
ciones prácticas están sujetas a error”; debe dejarse a los
fieles la libertad que les cornéete como ciudadanos de consti¬
tuir particulares ocupaciones políticas y de militar en ellas
siempre que éstas den suficientes garantías de respeto a los
derechos de 1a. Iglesia y de las almas”; todos los católicos,
cualquiera que sea el partido en que militen, están obligados
a mantenerse unidos en torno a la jerarquía eclesiástica en
los momentos en que los intereses de la Iglesia aparezcan ame¬
nazados, debiendo en tales casos posponer sus intereses de
círculo en aras de la defensa de los principios religiosos (1).
Por desgracia la carta del Cardenal Pacelli no puso térmi¬
no a las discrepancias, sino que — al decir de la reciente pas¬
toral de los Obispos — ella fué “objeto de interpretaciones di¬
versas y contradictorias de parte de personas que no tienen
la facultad, competencia, ni 'autoridad para hacerlo”. En
privado y en público la lucha continuó, llegando a produ¬
cirse ruidosas polémicas como la sostenida entre el Pbro. Se¬
ñor Daniel Merino y el periódico “Trabajo”, en Mayo úl¬
timo, acerca del alcance de algunas disposiciones del citado
documento. “El Cardenal Pacelli nos deja ver — expresó
entonces el señor Merino — que su prohibición a la jerarquía
de la Iglesia de dirigir a los jóvenes de “tal suerte que éstos
se inclinen a uno, más que a otro de los partidos políticos”,
(1) Para conocer en detalle el contenido de la Carta del
Cardenal Paeelli, consúltese su texto oficial publicado por la Ac¬
ción Católica. Puede también tenerse a la vista con provecho, el
opúsculo del Pbro. Don Carlos Hamilton: “Obligaciones morales
de los católicos en materia política”, elogiosamente comentado y
recomendado por la revista vaticana “Civíltá Cattoiica”,
66
se refiere no a. todos los partidos políticos, sino sólo a aque¬
llos “que den suficientes garantías para la conveniente defen¬
sa de la causa y los derechos de la Iglesia”. Ahora bien, es¬
tas suficientes garantías para la conveniente defensa de la
buena causa no las da ninguno de los nuevos partidos, que
vienen a dividir en política a los católicos verdaderos de este
país, que ciertamente no son el 98 % de la población como lo
indica, el censo, incluyendo a una gran mayoría que de cató¬
licos tienen poco más que el nombre”.
Por su parte el periódico “Trabajo” alegó entonces (25
de Mayo) que: “En las normas del Cardenal Piacelli, “sufi¬
cientes garantías” no tiene un sentido cuantitativo, sino cua¬
litativo, es decir, no es necesario que el partido tenga mucha
fuerza, sino que por sus principios y su acción no vaya contra
los intereses de la Iglesia”'.
Esta dificultad ha sido claramente sanjada por la nueva
Pastoral colectiva del Episcopado que, junto con reproducir
en todas su partes con admirable claridad la doctrina de la
Santa Sede, afirma de manera concluyente que: “Los cató¬
licos tienen el derecho de agruparse en el partido que más les
agradare u organizar otros nuevos, con tal que estos partidos,
junto con velar por el bien de la Patria, den por sus progra¬
mas suficientes garantías de respeto a la religión y de con¬
veniente defensa de la causa y de los derechos de la Iglesia”.
El reciente documento episcopal ha venido a comprobar,
pese a la opinión de malévolos sectores, que la jerarquía de
la Iglesia en nuestro país se mantiene férreamente unida en
torno del pensamiento de Roma y dispuesta a acatar y hacer
cumplir estrictamente las órdenes encanadas de la Sede vati¬
cana. Ojalá que la actitud ecuánime y serena de nuestros pre¬
lados — elogiosamente recibida por publicaciones de tenden¬
cias tan diversas como “La revista católica”, '“Hoy”, “El
Diario Ilustrado”, “Trabajo”, “Él Mercurio*’, etc., — pon¬
ga término a las disensiones que han esterilizado no poco en
los últimos tiempo el trabajo de 'la Acción Católica y que
todos unidos dentro de esta última, por encima de intereses
de círculo y de partido, trabajen desinteresadamente por el
reinado social de Cristo.
Presupuesto nacional
Al discutirse en la Cámara de Diputados el proyecto de
ley de presupuestos presentado por el Gobierno, uno de sus
miembros, el señor Ríos Arias, hizo diversas observaciones que
bien valen la pena de ser reproducidos: “Este presupuesto —
son sus palabras — asciende a $ 1.218.000.000. De esta suma
se gastan en sueldos, sobresueldos, jubilaciones y otras remu-
67
neraciones a empleados, $ 850.000.000; en obras públicas
$ 168.000.000 y quedan sólo $ 200.000.000 para atender a todos
los demás gastos de la Administración Pública’”. El presu¬
puesto del Ministerio de Defensa Nacional ocupa un 30 % del
total sin peligro de guerra alguno, existiendo a la fecha tres
mil oficiales en retiro. “El número de jubilados y pensionados
que hay en el país es de 25 mil, que reciben del Estado anual¬
mente 135 millones de pesos”... “Se multiplican las oficinas
públicas, fiscales o semi-fiscales y los organismos autónomos.
Hay una Caja Hipotecaria, una Caja Agraria, una Caja de
Crédito Industrial, una Caja de Crédito Minero, una Caja
de Crédito Carbonero. ¿No sería posible fusionar estos diver¬
sos establecimientos de crédito en uno o dos organismos de
mayor eficiencia y con menores gastos? ¿No sería también po¬
sible estudiar y resolver la fusión de los diversos organismos
de previsión que hoy se encuentran diseminados en Cajas de
Seguro Obrero, de Empleados Públicos, de Empleados
Particulares, de Retiro del Ejército, Armada, de Retiro de
los Ferrocarriles, etc., etc. ? Creo que sí y estimo que este pro¬
blema, como el de reducir nuestro enorme tren burocrático,
o por lo menos detenerlo en su carrera de aumentos, es labor
que debe acometerse sin mayor dilación”.
¿ Cómo recibió la Cámara el discurso del señor Ríos Arias f
Con “aplausos en la sala”, nos lo dice la versión taquigráfica,
que a su vez nos informa pocos días después acerca de la apro¬
bación general y particular de ese mismo proyecto de presu¬
puesto tan criticado.
Ante lo ocurrido, el Directorio de la Unión Republicana
ha manifestado desde “La Unión” de Valparaíso lo siguiente:
“La Cámara entera había recibido con aplausos los discursos
que censuraban el Presupuesto y especialmente las palabras del
señor Ríos Arias, indicando la necesidad de transformar por
completo la administración y las finanzas fiscales, merecieron
unánime aprobación. Por más desacreditado que esté ese or¬
ganismo, resulta incomprensible que inmediatamente después,
en una sesión de chacota, apruebe los presupuestos sin modi¬
ficación alguna. Es que los discursos fueron inspirados por
el anhelo del país, que ya desborda y amenaza, mientras la
votación fué el reflejo fiel de la incapacidad de la Cámara. En
úna situación sensata, habría responsables aun más afectados
que los señores diputados, por este grave e inconcebible proce¬
der. La Cámara está formada casi totalmente por los partidos
políticos tradicionales que todavía pretenden dirigir al país;
son los jefes de esos partidos — dirigentes que en realidad no
dirigen nada, equilibristas perniciosos, mantenedores de una
politiquería que nos lleva al desastre — los más directamente
responsables de la grotesca y fatal acción de las Cámaras”. . .
68
Sin duda alguna que los problemas nacionales aumentan
día a día ante la indiferente actitud de los políticos. Se prefiere
invertir más de dos tercios del erario en el mantenimiento de
una máquina burocrática monstruosa, mientras la vida de las
comunas, absorvida enteramente por el voraz estatismo, lan¬
guidece faita por completo de recursos, y a mala situación so¬
cial, digna de un pueblo africano, se agudiza y toma caracteres
amenazadores.
Y lo curioso es notar que estos hechos los comprueban y
reconocen los propios políticos, sin que, por ello se mejore
un ápice la situación. El discurso ya citado del señor Ríos
Arias no constituye un episodio aislado . El señor Pedro Agui-
rre Lerda, en una concentración del Partido Radical, acaba de
hacer por su parte las siguientes declaraciones, que en el fon¬
do constituyen una censura a esta colectividad, usufructuaria
como pocas del poder y de ia educación en, el curso de los
últimos lustros: “Observad la salud pública. La mortalidad in¬
fantil en 38 países acusa una cifra máxima de 188 por mtil y
una mínima de 35 por mil. En Chile esa cifra es de 235 por
mil..
“En 1869, con una población de 1.800,000 había 260 locos
recluidos. Hoy, con 4.300,000 habitantes, tenemos 3,054 locos
en reclusión. Mientras la población ha aumentado en 138 %,
el número de locos recluidos ha crecido en 1175 % .
“Según estadística de un médico de la Beneficencia, cada
20 minutos muere un ciudadano de tuberculosis. Fallecen al
año más de 20,000. La principal causa es la sub-alimentación,
la insalubridad de la vivienda y la falta de abrigo .
“En una encuesta escolar en Santiago, de 144 escuelas visi¬
tadas, 113 fueron declaradas insalubres. '
“El cuadro es, pues, aterrador.
“Contemplad el problema educacional.
“Si el jefe de taller y el mayordomo de faena están capa¬
citados para educar al obrero en la eficiencia y comodidad de
su labor ; si los directores son técnicos que instruyen constan¬
temente a sus ayudantes ; si los empresarios comprenden sus
deberes sociales y económicos para con sus cooperadores; si
se dan facilidades a los empleados de la administración pú¬
blica para que perfeccionen constantemente sus conocimientos,
afianzaremos la eficencia de la industria, de la agricultura, del
comercio y de la administración pública y vigorizaremos la
democracia al dar opción a todos, en especial a’’ los que pre¬
maturamente han debido empezar la lucha por la vida, para
que mejoren constantemente su situación económica con las
armas del saber, el esfuerzo y la moralidad. Es así cómo en
los pueblos cultos, individuos que empezaron de vendedores
60
de diarios, de mecánicos o de linotipistas han llegado a ocu¬
par las más altas situaciones nacionales.
“Pero para ello se requieren previamente que formemos
en la conciencia del Gobierno el significado que tiene ia edu¬
cación pública en la vida del país.
“Citemos cifras para demostrar su abandono:
“Según el censo educacional de 1933, había:
a) Analfabetos registrados, mayores de 8 años, 811,000.
b) Ignorados, mayores de 8 años, 150,000.
“En 1934, quedaron ai margen de toda educación 400,000
niños, esto es, cerca del 50 °/o de la población escolar.
“En cuanto a los adultos, sólo se educa el 1 % de. anal¬
fabetos.
Para preparar a los individuos que deben trabajar en
las actividades productoras, las cifras no son menos expre¬
sivas :
Hay en la Agricultura 11,000 empleados, y sólo 4 escue¬
las prácticas de Agricultura, con una asistencia media de
340 alumnos.
Son 343,000 los obreros que trabajan en las labores cam¬
pesinas, y para educarlos en sus especialidades funcionan 6
escuelas-granjas, con una matrícula total de 720 alumnos.
Trabajan en la industria 20,000 empleados, y para pre¬
pararlos hay 4 escuelas industriales, con 927 matriculados.
Para servir una población de trabajadores industriales
de 185,000 individuos, hay sólo 58 escuelas voeacionales o
con grado vocacional.
Ya veis, pues, que no se hace esfuerzo alguno para me¬
jorar la efieencia productora del país por medio de la edu¬
cación, lo que permitiría también una acción práctica en la
formación de nuestra democracia.
Observad las contribuciones .
Mientras todos los gobiernos modernos procuran evitar
ios impuestos indirectos, porque son inversamente proporcio¬
nales, nuestra política tributaria se inclina más y más a las
contribuciones indirectas, que encarecen enormemente la vi¬
da. En el presupuesto de 1936, los impuestos directos figuran
con 27 %, y los indirectos, con 73 %.
No es raro, pues, que un diario de Santiago haya dicho
que, según publicaciones de la Sociedad de las Naciones los
precios al por mavor, habían subido en 13 países, de 7 a 29 %,
y en Chile a 140
70
Notas Bibliográficas
“SALAZAR: PORTUGAL Y SU JEFE”, por Antonio Ferro. — Bi¬
blioteca “Ercilla”. — Vol. LI - 324 páginas. — SANTIAGO.
Antonio de Oliveira Salazar, el Presidente del. Consejo de
Portugal, ha sido conocido entre nosotros sólo desde el año pa¬
sado. Una hermosísima conferencia del inolvidable Omer Emeth,
dos elocuentes estudios del Encargado de Negocios de Portugal,
señor Salazar y Moscoso, y artículos aparecidos en “Acción Chi¬
lena”, en “Falange” y en “Estudios”, (Núm. 23), llamaron la
atención del público hacia este Jefe de Gobierno, singular por su
histeria, por su obra y por sus características.
La justificada curiosidad que despierta tan extraordinario
personaje, se encuentra ampliamente satisfecha en el espléndido
libro de Antonio Ferro, cuya traducción española — que debemos
agradecer a Luis Alberto Sánchez — ofrece la Editorial “Ercilla”
a los lectores hispano-americanos.
Antonio Ferro es periodista. Periodista portugués. Sien¬
te en carne viva la mano enérgica de Salazar y oye diariamente
las historias y leyendas que se tejen alrededor de la vida y de
las ideas del Presidente del Consejo; de este profesor universi¬
tario desconocido aún de los propios portugueses hasta el día en
que los militares lo llaman al gobierno y que permanece ca3i in¬
visible — pese a. su labor formidable — durante varios, años
mientras ejerce las funciones de Ministro de Finanzas y de Jefe
del Gabinete. Antonio Ferro resuelve un día entrevistar al amo
del país. Prepara su interrogatorio; luego... media docena de
cunyersaciones en un automóvil, en su modesto estudio particular,
a lo largo de un camino, en el despacho de Ministro, etc.; por
fin ... el libro que esperábamos.
Se ha pretendido trazar un paralelo entre este diálogo sen¬
cillo y los coloquios de Emil Ludwig con Mussolini. Po,bre com¬
paración; sólo es común en ambas obras el diálogo y Ha posición
de uno de los interlocutores. Pero Ferro no es un fabricante de
biografías, ni Salazar responde a trompetazos para que lo escu¬
chen las generaciones, actuales y futuras. Sin embargo, la senci¬
llez, la franqueza y la humildad que flotan en todas las páginas,
constituyen realmente historia y más que eso: doctrina viva en
acción.
“Antonio Ferro — nos dice Salazar en la introducción — ha
preparado su indagación con cuidado. Ha prepuesto las pregun¬
tas que ha querido — y qué preguntas a veces — ha conducido
el diálogo, deteniéndose bruscamente o haciéndolo desviar de su
curso natural, cada vez que le ha parecido necesario. . . Dócil¬
mente, yo he contestado en términos precisos a tal interrogato¬
rio — o, mejor, a tan largo examen — sin tratar de evadir los
temas más arduos, ni detenerme en los que me hubieran compla¬
cido más”.
Política nacional. He aquí el primer argumento que ata¬
ca Salazar. La viabilidad de la política nacional y la desapari¬
ción de los partidos políticos.
71
"Cuando yo digo política nacioiiaS — expresa en la página
30 — entiendo que la nación, nuestra nación, es una realidad
viviente que anhelamos sea inmortal; que la nación es un todo
orgánico compuesto por individuos diferenciados por aptitudes di¬
versas y por actividades desemejantes ellas mismas, jerarquiza¬
das en su diferenciación; que hay intereses de ese todo perfecta¬
mente distintos de los intereses individuales y, a veces, antagó¬
nicos a los intereses individuales inmediatos de la generalidad,
y mucho más aún de los de. un grupo o de una clase de ciuda¬
danos; que, para provecho del interés nacional, se deben recono¬
cer las agrupaciones naturales o sociales de los hombres. — fami¬
lia, sociedad, sindicato profesional, asociación para finalidades
ideales, autarquía local — pero no obligatoriamente las, agrupa¬
ciones de naturaleza y fines políticos, organizados para la con¬
quista del poder y el inevitable acaparamiento del Estado”.
Analiza luego el error que entrañan los llamados gobiernos
de concentración de partidos y los gobiernos, nacionales. "Tales
gobiernos no llevan a cabo sus propósitos de un modo perdurable:
Comienzan por un equívoco, a saber: que la política nacional es
necesaria sólo en ciertos momentos históricos; y luego se trans¬
forman en gobiernos de partidos, por zonas, si es que puedo ex¬
presarme así. . . En el caso más favorable se dejan a un lado los
problemas de orientación general, para evitar el choque de men¬
talidades opuestas y acaban por convertirse en gobiernos de sim¬
ple expediente”. Tampoco le merecen mayor confianza los go¬
biernos que, ante los clamores, del público, se constituyen por
fuera y encima de los partidos. "Subrayo por fuera y encima pa¬
ra explicar que no son contra los partidos, y para, indicar que ese
es precisamente el germen de su muerte. . . Estar fuera, de los
partidos pero no contra ellos, es el error substancial de tal polí¬
tica”.
En este mismo tono, enérgico, claro, sencillo, se expresa
Salazar sobre todos los grandes y pequeños problemas que le
plantea el' infatigable periodista. La cuestión social, república o
monarquía, la Unión nacional, el nuevo Estatuto portugués, co¬
munismo, socialismo, fascismo, política, colonial, la dictadura, de¬
mocracia, censura periodística; todos estos y numerosos otros son
colocados en el tapete por Ferro. Siempre, a la pregunta mali¬
ciosamente presentada, responde el estadista portugués con una
idea segura, y oportuna. Extraña, por esto, que el culto traductor
de la obra, sugiera en su nota preliminar que Oliveira Salazar
carece de orientación (lef inida. El propio entrevistado declara:
"Los hombres, de Estado, según entiendo, tienen su sistema de
ideas, o simplemente, sus ideas, cuando no han conseguido hacer
de ellas una síntesis superior”. Y a través ed las páginas de la
obra, puede seguirse un pensamiento, como hilo tenue pero no
interrumpido, un eje sobre el cual giran las ideas políticas y so¬
ciales del Jefe de Estado; esta médula doctrinaria no se nombra,
por eso algunos no la han visto; pero se llama doctrina cristiana.
Tí
72
“LA LITERATURA HISTORICA. CHILENA Y EL CONCEPTO
ACTUAL DE LA HISTORIA”, por Francisco A. Encina;
Editorial Nascimento, 1985; 820 páginas. ... .
Libro es este que por abarcar tan variados y profundos pro¬
blemas historiográficos, es digno de un análisis por demás dete¬
nido. No pretendemos intentarlo en esto,, oportunidad, sino única¬
mente referirnos a un Capítulo que por abarcar juicios hasta
ahora poco corrientes merece que se le analice con particular in¬
terés. Se trata del que el autor titula: “La decadencia”, y en el
cual traza un cuadro completo de la personalidad y aptitudes de
Don Diego Barros Arana.
El señor Encina no se suma servilmente al coro de admi¬
radores ciegos del citado cronista. Reconoce en él, es verdad, y
con toda justicia, sus extraordinarias aptitudes de investigador,
pero se permite señalar sus graves defectos, que ' esteriílizaron en
gran parte su obra y que la obligan hoy día a someterse a una
madura revisión.
Pero oigamos al propio señor Encina: “El recuerdo de los
condiscípulos coincide en pintar a Barros Arana como alumno
tardo intelectualmente, cuya aplicación y ¡laboriosidad le permi¬
tían cumplir sin brillo las sencillas tareas escolares de su época.
No había exteriorizado ninguna disposición especial; el aprendiza¬
je de 7a historia no había sido para él más fácil que el de las
matemáticas... En el juicio de los condiscípulos entra, sin duda,
por mucho la, ausencia de>' vivacidad y de ingenio. Ya en el apo¬
geo de la vida, la falta de espiritualidad y de gracia colocaba al
gran historiador en situación definida aún en el grupo de sus ami¬
gos. . . Permaneció atado a los odios personales y a sus sectaris¬
mos hasta la senectud. La serena indulgencia para con los hom¬
bres y las ideas, característica del ocaso de las mentalidades su¬
periores, no alumbró el final d° su larga jornada intelectual; por
el contrario, la idea de vengarse oóstumamente de los que odió,
se tornó casi en una obsesión, si hemos de juzgar por las distan¬
ciadas conversaciones que tuvimos con él en los años últimos.
Las pocas páginas que nos levó de una especie' de “Memorias” se
acercaban más a la sátira burda que a la ironía del señor Errá-
zuriz. Ignoramos 1a, suerte de estas páginas; pues habiéndole en¬
carecido con demasiada franqueza que no empequeñeciera su per¬
sonalidad — con todas sus limitaciones, la mayor de la América
española en el terreno histórico — acabó por fastid’arse y por
no volver a hablarnos, del. asunto... Los que conocieron joven
a Barros Arana coinciden en afirmar que su volterianismo fué.
primitivamente, el de Portales, con menos gracia y sin el sentido
humano mjo la ausencia de espíritu libresco V imprimió en el
gran Ministro... Su juicio, casi siempre ecuánime, supo guar¬
dar la compostura y la dignidad de la forma, aún en ’os momen¬
tos en que sus pasiones lo arrastran a la parcialidad en el fon¬
do, salvo cuando entra en juego su anti-religiosidad”.
Años atrás, en unos estudios, de crítica literaria, Don Pedro
N. Cruz se permitió hacer observaciones análogas a las del señor
Encina, que fueron calificadas por los fetichistas adoradores de
Barros Arana, como un nroducto del odio clerical a la memoria
del egregio historiador. Ahora es un liberal, en su tiemno, discí¬
pulo del célebre cronista, el que se atreve a estampar la verdad
sm atenuaciones. Y nótese que es el segundo acatólico cm° a<d lo
hace, pues antes que él, el propio Conservador de la Biblioteca
Barros Arana,, tuvo la independencia suficiente para juzgar a Don
Diego en debida forma.
¿Qué pensarán de todo esto sus ya escasos pero fervientes
discípulos?...
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