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Full text of "Estudios"

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Princeton  Theological  Seminary  Library 


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ESTUDIOS 

REVISTA  MENSUAL 

Secretario  de  Redacción:  JAIME  EYZAGITIRRE 
CASILLA  3746  —  SANTIAGO  DE  CHILE 


AÑO  IV 


DICIEMBRE  de  1935 


Kúm.  37 


Se  reciben  suscripciones  en  las  Librerías: 

* 

Zamorano  y  Gaperán 

Compañía  1015 

LIBRERIA  CLARET 

Avda.  10  de  Julio  1140 

(ENTRE  SAN  DIEGO  Y  GALVEZ) 

Cultura  Católica 

Delicias  1626 


Valor  de  SUSCRIPCION  por  un  año:  $  22  — 

En  venta  en  tas  principales 

Librerías  de  Santiago  y  Provincias 


<• 


37 

Pá*8. 

“LOPE  DE  VEGA,  POETA  DE  NAVIDAD”  por  Jai¬ 
me  Eyzaguirre . * . .  2 

“¿EXISTE  EN  CHILE  LA  AUTONOMIA  MUNICI¬ 
PAL?”,  por  José  María  Cifuentes .  9 

“LA  FILOSOFIA  BERGSONIANA  FRENTE  AL  PEN¬ 
SAMIENTO  CONTEMPORANEO”,  por 
Armando  Roa .  14 

“LA  MUERTE  DE  ABEL”,  por  Manuel  Atria  ......  37 

“RAICES  BIBLICAS  DE  LA  VIDA  INTERNACIONAL 

MODERNA”,  por  Alberto  Cruchaga  ....  39 

“ECOS  DEL  EXTRANJERO”:  “El  X  Congreso  itaha. 

no  de  filosofía” . .  . .  52 

“La  Iglesia  en  Méjico” .  56 

‘ ‘El  Presidente  Roosevelt  y  el  Catolicismo’ ’  60 

“REVISTA  DE  IDEAS  V  DE  HECHOS”:  “Iglesia  y 

Política” . .  ..  63 

“Presupuesto  Nacional” . .  66 

“NOTAS  BIBLIOGRAFICAS”:  “Salazar:  Portugal  y 

su  jefe”,  por  Antonio  Ferro .  70 

“La  literatura  histórica  chilena  y  el  con¬ 
cepto  actual  de  la  historia”,  por  Francisco 
A.  Encina . 72 

GRABADOS  DE  FRANCISCO  DONOSO 


2 


Lope  de  Vega,  Poeta  de  Navidad 

Menguada  idea  del  Fénix  de  ios  Ingenios  tendrá  el  que  lo 
suponga  sólo  poeta  de  humanos  afectos.  Símbolo  viviente  de 
la  España  áurea,  encarnación  de  sus  intemperancias  a;  la 
vez  que  de  sus  nobles  ideales,  lleva  arraigada  hasta  el  fondo 
del  ser  la  virtud  de  la  fe.  Lope  cree  y  porque  cree  ama.  Su 
amor,  muchas  vces  arrastrado  por  el  lodo  de  la  sensualidad 
que  no  respetó  ni  su  traje  talar,  sabe  también  en  no  pocos 
casos  divinizarse,  impelido  por  esa  misma  fe  en  la  Infinita. 
Misericordia.  Y  como,  según  propia  confesión,  “no  vivía  en  sí 
mismo,  cuanto  en  la  persona  que  amaba Lope  logra  en 
tales  casos  de  unión  con  Dios  arrestos  verdaderamente  místi¬ 
cos. 

Pero  él  no  sabe  sólo  ser  poeta  de  la  fe  y  de  la  caridad, 
sino  también  de  la  esperanza.  Lope  cree,  Lope  ama,  pero 
a  su  vez,  Lope  espera.  Y  así,  a  fuer  de  cristiano  de  verdad, 
que  no  por  pecador  deja,  de  confiar  en  los  méritos  de  Cristo, 
sabe  confundir  su  anhelo  de  perfección,  sus  ansias  de  posesión 
de  Dios,  con  las  aspiraciones  de  los  viejos  patriarcas  del  pri¬ 
mer  testamento  que  suspiran  por  la  venida  del  Mesías.  La 
liturgia  de  la  Iglesia,  que  en  el  Miércoles  de  las  cuatro 
témporas  de  Adviento  exclama  con  el  profeta  Isaías :  ¡  Oh 
cielos,  derrama  "vuestro  rocío ;  y  lluevan  las  nubes  al  Justo  ; 
ábrase  la  tierra  y  brote  el  Salvador  y  nazca,  con  El  la  justi¬ 
cia”,  sírvele  entonces  al  poeta  del  amor  divino  de  rica  fuen¬ 
te  inspiradora.  Y  haciendo  suyo  el  pensamiento  de  la  Esposa 
de  Cristo,  canta  él  con  ferviente  devoción: 

,  1  i 

V 

’  %  ■  '  ■;  '  ,  V- 


3  . 


La  tierra  estaba  afligida 
lloraba,  el  género  humano, 
porque  se  tardaba  el  Justo 
esperado  tantos  años. 

Pedía  rocío  al  cielo, 
y  a  ¡las  nubes  aquel  santo, 
que,  para  salvar  al  mundo, 
fuese  en  la  tierra  engendrado. 


La  bendición  de  Abraham 
los  venerables  ancianos 
pedían  a  Dios,  diciendo, 
deshechos  len  tierno  llanto: 

“¡Venga  de  lo  alto 
favor  a  lo  humano! 

¡De  la  altura  venga 
quien  nos  defienda!’' 


La  oración  de  los  patriarcas  es  al  fin  -escuchada  y  Dicm 
decide  enviar  a  su  Hijo  a  la  tierra.  *Y  como  heraldo  de  tan 
buena  nueva,  manda  El  primeramente  al  Arcángel  Gabriel  a 
anunciar  a  María,  mujer  obscura  para  el  mundo,  pero  grata  a 
los  ojos  del  Padre,  el  honor  que  le  estaba  reservado  desdo 
la  eternidad  de  engendrar  a  Su  Unigénito. 

Lope,  que  sigue  paso  a  paso  el  misterio  de  la  Encarna¬ 
ción  se  transporta  también  entonces  en  alas  de  las  musas  a  la 
pobre  casita  de  Nazaret: 


Pensando  estaba  María 
©n  alta  contemplación, 
quién  ha,bía  de  ser  Madre 
dei  Hijo  eterno  de  Dios. 

De  los  sagrados  Profetas 
la  soberana  lección 
1©  había  puesto  el  deseo, 
que  el  alma  le  suspendió. 

Leyó  que  una  virgen  santa, 
y  sin  obra  díe  varón, 
un  hijo  concebiría, 
siendo  ella  cristal,  él,  Sol. 

— ¡Felicísima  doncella!, 
le  dice  llena  de  amor, 
porque  entonces  no  sabía 
que  por  ella  se  escribió: 

— ¡Quién  tan  venturosa  fuera, 
quie,  por  serviros  a  vos, 
mereciera  ser  esclava 
de  las  que  de  vos  lo  son! 

Desde  aquí,  virgen  hermosa, 
adoro  y  respeto  yo 


aquel  campo,  que  ha  de  dar 
fruto  die  tal  bendición. 

Cuando  esto  dice  la  Niña, 
(Niña  en  los  ojos  de  Dios, 
que  con  el  Niño  que  espera 
las  tendrá  para  los  dos), 

bate  las  alas  un  Angel 
de  Ha  esfera  superior, 
coronando  el  aire  claro 
de  cándido  resplandor. 

En  la  humilde  Nazaret 
el  alto  vuelo  paró, 
donde  ha  de  pararse  el  Cielo 
y  nueve  meses  su  Autor. 

Tomó  forma  de  un  mancebo 
más  hermoso  que  Absalón; 
ni  era  mucho,  pues  su  Dueño 
verdadera  la  tomó. 

Las  rodillas  por  el  suelo, 
dijo  que  era  embajador 
de  la  paz  de  Dios  y  el  hombre, 
con  qu/e  Dios  hombre  quedó. 


4 


Más  bendita  fué  María  en  creer,  que  en  concebir 

y  de  más  gracia  y  honor  a  Dios  en  esta  ocasión. 


Y  pasan  los  meses  y  los  designios  providenciales  tocan  a 
su  término.  El  Hombre-Dios,  añorado  cuatro  mil  años  y  que 
de  tan  prodigiosa  manera  se  anuncia  a  María,  llega  al  fin 
a  la  tierra,  ¿Acaso  en  un  palacio  confortable  de  una  gran 
ciudad,  acariciado  por  las  brisas  primaverales  y  sonreído  por 
las  flores?  No.  Ni  m¡ás  ni  menos  que  el  último  hijo  de  pe¬ 
cado.  Pero,  dejemos  a  Lope  que  en  bella  prosa  nos  describa 
el  escenario  en  que  ha  de  operarse  este  misterio  incomprensi¬ 
ble  de  humildad  y  caridad  divinas:  “Comenzó  el  riguroso  in¬ 
vierno  a  serlo  tanto,  que  los  pastores  de  Belén  se  junta- 


Vísita  a  Santa  Isabel 


ban  las  noches  a  hacer  grandes  hogueras  en  los  campos;  j 
hincando  algunos  troncos,  acercándolos  de  mimbres,  y  otras 
ramas  de  robles  y  tarayes,  hacían  resistencia  al  viento,  como 
en  las  salas  de  las  ciudades  los  aforrados  canceles  a  los  seño¬ 
res.  Las  ovejuelas  alrededor  del  fuego  balaban  ateridas,  y, 
juntándose  unas  con  otras  en  los  rediles,  pasaban  las  frías  no¬ 
ches,  amaneciendo  la  escarcha  sobre  sus  lanas,  como  en  las 
copas  de  los  inmóviles  árboles  tal  vez  los  cándidos  copos  de 
ía  blanca  nieve  dejaban  vestidos  de  una  misma  librea  los 
cielos  y  los  campos.  Los  pastores,  envueltos  en  sus  gabanes 
toscos,  deseaban  la  venida  del  sol,  cuyos  rayos  la  deshiciesen 
para  descubrir  las  sendas.  Caíanse  las  aves  muertas  por  la 
gran  falta  del  grano  y  hojas  de  loe  árboles,  que,  ya  por  estar 
caídas,  ya  por  estar  cubiertas,  no  las  hallaban.  Los  osos  se 
sustentaban  en  las  obscuras  cuevas  del  humor  de  sus  mano, 
y  los  demás  animales  venían  hambrientos  hasta  las  mismas 


5 


cabañas  de  ios  pastores,  cuyos  perros  con  ladridos  fuertes, 
que  por  todos  aquellos  valles  rimbombaban,  despertaban  los 
pastores,  que  con  los  estallidos  de  las  hondas  los  ahuyentaban 
del  rededor  de  las  cabañas”. 

Pues  bien,  en  medio  de  tal  inclemencia,  José  y  María, 
cuya  hora  se  acercaba,  arriban  a  empadronarse  a  Belén.  “Lle¬ 
gado  a  este  dichoso  punto,  prosigue  Lope,  y  hallándose  los  dos 
en  1a.  ciudad  referida,  la  más  rigurosa  noche  de  aquel  in¬ 
vierno,  sin  posada  por  su  pobreza,  y  por  la  multitud  de  la 
gente,  que  con  el  mismo  intento  de  pagar  el  tributo  había  ve¬ 
nido  ;  retirados  a  un  diversorio,  o  portal,  que  a  los  últimos 
barrios  de  la  ciudad  estaba  debajo  de  una  peña,  y  donde  los 
que  venían  a  negocios  de  la  ciudad  acostumbraran  atar  y  dar 
de  comer  a  sus  anim/ales,  hizo  Joseph  un  pesebre  para  los 
que  él  traía;  si  acaso  no  estaban  allí  en  aquella  sazón  dejados 
por  otros  dueños”. 

Y  allí,  entre  pastos  y  animales,  se  inicia  la  redención  del 
género  humano,  llega  a  la  tierra  en  envoltura  mortal  el  Hijo 
de  Dios.  Lope,  lleno  de  lírica  emoción,  le  describe:  “Estaba 
el  glorioso  Infante  desnudo  en  la  tierra,  tan  hermoso,  limpio 
y  blanco  como  los  copos  de  la  nieve  sobre  las  alturas  de  los 
montes,  o  las  cándidas  azucenas  en  los  cogollos  de  sus  verdes 
hojas”. 

Y  después  el  vate,  como  sobrecogido  ante  ese  cúmulo  de 
paradojas  inexplicables  que  ha  visto  deslizarse  ante  su  vista, 
medita  profundamente : 


Que  nazca  un  hombre  en  Be- 
Hijo  de  Dios  natural,  [lén, 

y  que  aposente  un  portal, 
del  cielo  y  la  tierra  el  bien; 
que  al  Rey  de  entrambos  le  den 
dos  anímalos  calor, 
y  que  tan  alto  Señor 
cifre  en  pajas  su  poder, 

¿qué  puede  ser? 


Que  el  mayor  círculo  cuadre 
la  carne  del  viejo  Adán 
en  el  nuevo,  a  quien  hoy  dan 
humana,  aunque  Virgen  Madre; 
que  envíe  su  Hijo  el  Padre, 
siendo  tan  .bueno  y  tan  Dios, 
que  son  iguales  los  dos, 
a  la  tierra  a  padecer, 

¿qué  puede  ser? 


Que  salga  fuera  de  sí 
la  naturaleza  humana, 
de  ver  a  la  soberana 
bajar  a  la  tierra  así; 
que  se  junten  hoy  aquí 
la  virginidad  y  ei  parto; 
y  que  el  amor  no  esté  harto 
de  ver  a  Dios  padecer, 

¿qué  puede  ser? 


Que  bajen  pobres  pastores 
de  los  ángeles  llamados; 
que  las  fuentes  y  los  prados 
se  cubran  de  leche  y  ñores; 
que  tenga  Dios  acreedores, 
siendo  nuestros  los  pecados; 
y  que  a  sombra  de  tejados 
por  deudas  se  venga  a  ver, 
¿qué  puede  ser? 


6 


Que  esté  una  doncella  santa 
virgen  después  de  parida, 
y  que  pariendo  la  vida 
esté  con  pobreza  tanta; 
que  el  cielo  la  llame  santa, 
y  esté  sin  oasa  en  iel  suelo; 
y  que  al  mismo  Rey  del  cielo 
na  tenga  en  qué  le  envolver, 
¿qué  puede  ser? 


Que  Dios  no  tenga  pañales, 
y  el  hombre  vista  brocado; 
que  esté  Dios  desamparado, 
y  el  hombre  en  casa  reales; 
que  Dios  ande  entre  animales, 
y  el  hombre  en  camas  de  sfeda 
que  Dios  descansar  no  pueda, 
y  el  hombre  tenga  placer, 

¿qué  puede  ser? 


Y  Lope,  ahondando  en  el  misterio,  intuye  el  fondo  subli 
me  y  trágico  de  ese  nacimiento : 


Presentación  al  Templo 


Las  pajas  del  pesebre, 
Niño  de  Belén, 
hoy  son  flores  y  rosas, 
mañana  serán  hiel. 

Dioráis  entre  las  pajas 
de  frío  que  tenéis, 
hermoso  Niño  mío, 
y  de  calor  también. 

Dormid,  Cordero  santo; 
mi  vida,  no  (lloréis, 
que  si  os  escucha  el  lobo 
vendrá  por  Vos,  mi  bien. 

Dormid  entre  las  pajas, 
que,  aunque  frías  las  véis, 


hoy  son  flores  y  rosas, 
mañana  serán  hiel. 

Las  que,  para  abrigaros, 
tan  blandas  hoy  se  ven, 
serán  mañana  espinas 
en  corona  cruel. 

Mas,  no  quiero  deciros, 

— aunque  Vos  lo  sabéis — 
palabras  de  presar 
en  días  de  placer. 

Que  aunque  tan  grandes  don¬ 
en  pajas  las  cobréis,  [das 

hoy  son  flores  y  rosas, 
mañana  serán  hiel. 


7 


Dejad  el  tierno  llanto 
divino  Emmanüel; 
que  perlas  entre  pajas, 

Se  pierden  sin  por  qué. 

No  piense  vuestra  Madre 
que  ya  Jeruselén 


previene  sus  dolores, 
y  illore  con  Joseph. 

Que  aunque  pajas  no  sean 
corona  para  Rey, 
hoy  son  flores  y  rosas, 
mañana  serán  hiel. 


Pero  ¿a  qué  helar  con  vaticinios  dolorosos,  la  alegría  de 
las  almas  sencillas  de  los  humildes  pastores  que  Dios  escogió 
con  preferencia  a  todos  los  hombres  para  adorar  a  su  Hijo? 
Dejemos,  piensa  el  poeta,  que  los  corazones  puros  se  explayen, 
y  que  la  tierra  y  el  cielo  canten  su  gozo  : 


Campanitas  de  Belén, 
tocad  al  Alba,  que  sale 
vertiendo  divino  aljófar 
sobre  el  sol  que  della  nace; 
que  los  ángeles  tocan, 
tocan  y  tañen. 


Que  es  Dios-Hombre  el  Sol 
y  el  Alba  su  Madre; 

Din,  din,  din,  que  vino  en  fin; 
don,  don,  don,  San  Salvador; 
dan,  dan,  dan,  que  hoy  nos  le  dan 
Tocan  y  tañen  a  gloria  en  el  cielo, 
y  en  la  tierra,  tocan  a  paz. 


Los  pastores,  que  oyen  las  campanitas,  que  oyen  el  lla¬ 
mado  de  los  ángeles,  se  levantan  presurosos  y  corren  a  ado^ 
rar  al  Niño: 


Bras,  Gil,  Llórente  y  Violante: 
todos  a  Belén  venid; 
veréis  al  Niño  David, 
que  ha  de  matar  al  gigante 
en  el  anillo  de  cobre 
de  nuestro  círculo  pobre: 
pero  al  ver 


tanto  placer, 

déjate  caer 

con  el  temor; 

que  este  humanado  Pastor 

es  tan  divino  Zagal, 

que  es  Niño  y  Dios  inmortal .  . . 


Y  sigue  el  jolgorio  inocente  cuando  el  Divino  Infante  es 
presentado  al  templo  cuarenta  días  después  de  nacer  y  le  es 
impuesto  el  Santo  Nombre  de  Jesús: 


Alegría,  zagales, 
valles  y  montes, 

•que  el  Zagal  de  María 
ya  tiene  nombre. 

Corred,  arroyuelos, 
cándida  leche: 


los  corderos  retocen, 
canten  las  fuentes; 

y  las  aves  alegres 
en  sus  canciones: 
que  el  Zagal  de  María 
ya  tiene  nombre. 


8 


El  Santo  Nombre  do  Jesús,  ¡qué  de  hermosas  reflexiones 
sugiere  al  vate  de  inspiración  cristiana!  Lope  pone  ante  él 
todo  el  arrebato  de  su  amor,  la  sencillez  y  profundidad  de  su 
fe  y  el  dulce  abandono  de  su  esperanza.  El  Nombre  Augusto 
tiene  para  él  la  virtud  de  detener  el  pecado,  de  abatir  las  pa¬ 
cones,  de  preservar  al  alma  de  las  asechanzas  del  mal: 

Si  cada  vez  que  un  hombre  murmurase 
del  amigo,  del  prójimo  y  ausente, 

Jesús  dijese,  es  nombre  suficiente 
a  que  la  voz  y  el  ánimo  templase. 

Si  cada  vez  que  del  honor  tratase 
del  que  infama  y  corrige  vanamente, 

Jesús  dijese,  y  con  humilde  frente 
a  las  Divinas  Letras  se  humillase: 

Es  imposible  que  el  furor  más  ciego, 

3  ;  y  la  venganza  más  soberbia  y  loca, 
con  tal  roclo  no  templase  el  fuego. 

Que  el  nombre  de  Jesús  tanto  provoca 
a  amar  a  Dios  y  al  prójimo,  que  luego 
penetra  el  corazón  desde  la  boca. 

Sí,  el  Dulce  Nombre  de  Jesús,  sólo  El  opera  el  milagro 
de  transformar  al  Lope  sensual  en  el  Lope  de  los  místicos 
arrebatos.  Muchas  veces,  al  recomenzar  su  vida  llena  de  ac¬ 
cidentes,  él  lo  pronuncia  con  fe  y  esa  fe  le  salva.  Pero 
después  viene  de  nuevo  la  carne  a  aguijonearle  y  el  Nombre 
Divino  cede  su  sitio  al  de  un  amor  pecaminoso.  Lope,  al  fin, 
es  el  símbolo  de  la  humanidad . . . 

Así,  en  sucesiva  serie  de  ascensiones  y  caídas,  cumple 
su  destino  el  Fénix  de  los  Ingenios  y  muere  con  Jesús  en  Ios- 
labios.  Porque,  no  hay  que  olvidarlo,  Lope  supo  ser  siempre 
el  poeta  de  la  esperanza. . . 


B  Y  Z  A  G  U  X  B¡  R  E 


«9 


JAIME 


9 


l«sé  María  CtfuMtes 

¿Existe  en  Chile  la  Autonomía  Municipal? 

El  Poder  legislativo  y  numerosas  Municipalidades  han 
acordado  tributar  diversos  homenajes  a  la  memoria  del  pro¬ 
motor  de  la  Comuna  Autónoma  en  nuestro  país,  Don  Manuel 
José  Irarrázaval.  Se  nos  ocurre  que  el  mejor  de  todo  sería  el 
de  restablecer  en  nuestro  país  la  autonomía  comunal. 

La  ley  que  la  implantó  en  1891  fue,  en  realidad,  muy 
mezquina  en  materia  de  recursos ;  pero  ocurrió  que  en  la  prác- 
tea,  ni  la  mitad  de  ellos  se  entregaron  a  las  Municipalidades 
y  como  la  autonomía  no  las  capacitaba  para  hacer  milagros, 
sucedió  que  no  pudieron  prestar  debidamente  ni  les  servicios 
más  primordiales  que  incumben  a  esta  clase  de  corporaciones. 

En  consideración  a  su  pobreza  se  fué  quitándoles  paula¬ 
tinamente  las  funciones  que  debían  corresponderles  y  al  fin 
hemos  llegado  a  tener  en  Chile  una  simple  caricatura  del 
régimen  municipal. 

En  Francia  —  donde  existe  mucho  centralismo  —  los  pre¬ 
supuestos  locales  representan  la  mitad  del  presupuesto  fiscal. 
En  Chile,  considerando  el  servicio  de  la  deuda  pública,  repre¬ 
sentan  los  presupuestos  municipales  el  7  %  del  presupuesto 
fiscal:  100  millones  contra  1,350  millones. 

Es  que  en  Chile  todos  los  servicios  públicos,  aun  aque¬ 
llos  del  más  evidente  carácter  municipal  están  a  cargo  del 
gobierno  central  y  son  dirigidos  absolutamente  desde  San¬ 
tiago. 

Vamos  a  pasar  breve  revista  de  los  casos  más  edificantes. 

La  Instrucción  primaria  figura  en  el  presupuesto  fiscal 
para  1936  con  129  millones  de  pesos. 

¿Por  qué  está  centralizado  este  servicio  en  vez  de  ser  un 
servicie  municipal? 

¿Son  incapaces  las  municipalidades,  si  se  les  atribuyen  Los 
mismos  fondos  que  para  tal  fin  se  atribuyen  al  fisco,  de  man¬ 
tener  iguales  escuelas  primarias?  Los  usufructuarios  ideoló-  ' 
gicos  o  pecuniarios  del  centralismo  responderán  afirmativa¬ 
mente;  pero  si  hay  un  servicio  susceptible  de  ser  descentrali- 


10 


zado,  con  ventajas  indubitables  de  orden  administrativo  y 
aun  educacional  es  éste. 

El  servicio  de  camino  figura  en  el  presupuesto  fiscal  pa¬ 
ra  1936  con  51  millones  de  pesos. 

¿Por  qué  está  centralizado  este  servicio  del  más  evidente 
carácter  municipal? 

Los  servicios  de  agua  potable  y  alcantarillado  figuran  en 
el  presupuesto  fiscal  para  1936  con  más  de  14  millones . 

¿Habrá  servicios  de  un  carácter  municipal  más  indiscu¬ 
tible  ? 

La  pavimentación  de  calles  y  aceras  ¿se  imaginaría  nadie 
que  fuese  un  servicio  centralizado  en  la  capital  de  la  Repúbli¬ 
ca  ¡Pues  en  Chile  lo  es! 

¿Qué  es  lo  que  son  entonces  las  Municipalidades  en  Chi¬ 
le? 

Unas  entidades  que  no  necesitan  recursos  porque  no  pres¬ 
tan  servicios  y  que  no  prestan  servicios  porque  no  tienen  re¬ 
cursos  . 

Creemos  que  el  presupuesto  fiscal  podría  ser  descargado 
a  lo  menos  en  200  millones  de  pesos,  y  el  presupuesto  munici¬ 
pal  incrementado  en  igual  suma,  con  sólo  entregar  a  las  Mu¬ 
nicipalidades  aquellos  servicios  que  son  inherentes  a  la  natu¬ 
raleza  de  estas  instituciones,  cediéndoles  naturalmente  los 
impuestos  fiscales  suficientes. 

De  este  modo  se  descentralizaría  la  administración,  se 
daría  vida  e  importancia,  a  las  Municipalidades,  se  invertirían 
con  mayor  justicia  los  tributos,  y  todo  esto  tendría  ventajas 
de  orden  social,  político,  administrativo  y  financiero. 

La  Constitución  en  su  articulo  107 ;  los  programas  de  los 
partidos  políticos,  las  promesas  unánimes  de  todos  los  candi¬ 
datos  a  parlamentarios,  hablan  muy  acentuadamente  de  des¬ 
centralización.  Pero  ¿qué  es  lo  que  ocurre  en  nuestro  país? 
Que  cada  día  se  da  un  paso  más  en  el  camino  de  la  centrali¬ 
zación  más  desaforada  que  se  había  visto  en  país  alguno  de 
la  tierra. 

El  efecto  que  esta  situación  está  produciendo  se  ve  a  las 
claras:  Santiago  se  congestiona;  las  ciudades  de  provincia  se 
paralizan. 

Un  breve  cuadro  del  incremento  de  la  población  en  unas 


11 


cuantas  ciudades  de  la  República  nos  ilustrará  mejor  que  lar¬ 
gas  disertaciones  sobre  la  materia. 

Habitantes  según  los  censos  de  los  años  que  se  indican: 

1907  1  930 


Santiago .  332,724  696,231 

Valparaíso .  162,447  193,205 

Concepción .  55,330  77,589 

Iquique .  40,171  46,458 

Talca .  38,040  45,020 

Chillán  . .  . .  .  34,269  39,511 

Quillota  ..  11,449  14,859 

San  Felipe . . .  10,426  11,963 


República .  3.231,496  4.287,445 


Obsérvese  el  cuadro  anterior.  En  1907  Santiago  tenía  un 
10.7  %  de  la  población  total .  En  1930  tenía  un  16,2  % .  Hoy, 
«con  803.000  habitantes,  pasa  ligeramente  del  18  % . 

Si  este  mismo  ritmo  continúa,  en  1950  Santiago  absorberá 
la  cuarta  parte  de  la  población  del  país  y  a  fines  del  siglo,  la 
mitad.  Entre  tanto,  proporcionalmente  las  otras  ciudades 
irán  siendo  cada  vez  más  insignificantes. 

Todavía  más  sugestiva  que  la  concentración  demográfica 
es  la  concentración  de  la  riqueza  en  la  capital.  El  índice  más 
inequívoco  de  la  holgura  económica  personal  es  la  calidad  de 
imponible  en  la  contribución  global  sobre  la  renta.  Pues  bien: 
en  1928  residía  en  Santiago  el  38,3  %  de  los  imponibles  del 
país;  en  1931,  el  42  %  y  en  1934  el  48,3  %.  Si  se  mantiene 
este  coeficiente  de  progresión,  en  30  años  más  estarán  en  San¬ 
tiago  todos  los  imponibles  de  Chile.  No  quedarán  en  provin¬ 
cias  sino  las  personas  de  ínfimos  recursos.  La  razón  principal 
de  este  fenómeno  está  en  que  todas  las  ventajas  y  todas  las  in¬ 
fluencias,  van  concentrándose  cada  vez  más  en  la  capital. 

Agentes  subalternos  de  las  grandes  Direcciones  Centrales 
que  en  esta  residen,  supeditan  en  los  pueblos  provicianos  to¬ 
das  las  actividades  locales,  absorven  todas  las  iniciativas.  Los 
respetables  vecinos  de  Los  Angeles  no  son  dignos  de  resolver 
sobre  el  pavimento  de  las  calles  y  aceras  que  corren  frente  a 


12 


«us  casas:  son  loe  tutores  de  Santiago  los  únicos  que  pueden 
hacerlo  con  acierto  y  con  honradez. 

Direcciones  Generales  de  servicios,  Caja  de  toda  especie 
imparten,  desde  Santiago,  el  movimiento  a  los  más  ínfimos  re¬ 
sortes  de  la  actividad  nacional. 

El  silabario  que  romlpe  un  alumno  de  una  escuela  de 
Quinchao  deberá  ser  reemplazado  después  de  interminables 
papeleos  por  la  Dirección  General  de  aprovisionamiento  del 
Estado.  El  pantano  que  se  forma  en  un  camino  de  la  región 
de  los  lagos  será  asunto  de  una  laboriosa  tramitación  que  con 
buena  fortuna  obtendrá  resolución  adecuada  de  la  Dirección 
general  de  caminos,  y  así  lo  demás. 

En  estas  condiciones  sería  preferible  que  las  Municipali¬ 
dades  no  existieran,  porque  resultan  un  rodaje  perfectamete 
inútil  del  mecanismo  constitucional  y  administrativo  del  país. 

Decir  que  no  sólo  existen  sino  que  son  autónomas  es  una 
irrisión. 

En  Chile  van  transformándose  las  Municipalidades  en 
Academia  en  que  se  discuten  teóricamente  las  necesidades  co¬ 
rnuales  cuya  solución  práctica  debe  obtenerse  de  las  oficinas 
centrales  que  residen  en  Santiago. 

Naturalmente  estas  oficinas  que  disponen  de  influencias 
poderosas,  proclaman  como  dogma  la  excelencia  irreemplaza¬ 
ble  de  su  tecnicismo  y  defienden  como  conquista  de  la  buena 
administración,  las  que  son  conquistas  de  su  interesado  predo¬ 
minio  . 

Unas  veces  se  alega  la  justicia  de  abrir  horizontes  a  la 
carrera  de  los  empleados;  otras  la  conveniencia  de  obtener 
precios  más  bajos;  otras  el  hecho  de  disponer  de  elementos 
técnicos  más  preparados ;  en  suma,  una  serie  de  pequeñas 
ventajas  o  razones  que  indudablemente  tienen  alguna  base, 
pero  que,  en  todo  caso  no  pueden  compararse  con  las  razones 
y  ventajas  que  abonan  la  descentralización. 

Por  otra  parte  se  ha  logrado  convencer  a  muchos  de  que 
los  habitantes  de  las  provincias  son  niños  muy  pequeños,  in¬ 
capaces  de  hacer  nada  razonable  a  poco  que  se  sustraigan  de 
la  tutela  matera!  de  Santiago  . 

Problemas  tan  delicados  como  el  cambio  de  nombre  de 
una  calle  no  puede  confiarse  al  criterio  de  una  Municipali- 


dad  por  lo  que  el  artículo  78  de  la  respectiva  ley  orgánica  lo 
ha  entregado  a  la  resolución  de  una  ley. 

Las  consecuencias  de  este  centralismo  son  las  de  anular 
todo  espíritu  de  iniciativa  y  de  progreso,  en  los  pueblos  de 
provincia.  Sus  elementos  más  acomodados  y  prestigiosos  se 
transladan  a  Santiago  y  los  que  no  pueden  hacerlo  pasan  la 
vida  quejándose  con  razón  del  injustificado  tutelaje  de  la 
capital . 

Para  restablecer  en  Chile  la  Comuna  autónoma,  sería  ne¬ 
cesario  desprenderse  sinceramente  de  absurdos  prejuicios  y 
romper  valientemente  la  red  de  intereses  de  todo  orden  que 
se  han  creado  alrededor  del  centralismo. 

Pero  sólo  así  podrá  existir  la  Comuna  autónoma  con  to¬ 
das  sus  ventajas  de  iniciativa  y  de  progreso  local,  de  justa 
repartición  de  los  tributos,  de  oportuna  atención  de  las  nece¬ 
sidades,  de  irreemplazable  escuela  de  civismo,  de  sólida  ga¬ 
rantía  de  libertad  política,  y  de  reconocimiento  impostergable 
de  los  derechos  y  de  las  aptitudes  que  tienen  nuestros  conciu¬ 
dadanos,  residan  o  no  al  sur  del  zanjón  de  La.  Aguada  o  al 
norte  del  Hipódromo  Chile. 


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14 


Armando  Boa  Rebolledo 

La  Filosofía  Bergsoniana  frente  al 
pensamiento  contemporáneo 

La  filosofía  prebergsoniana 

Desde  el  Renacimiento  se  dibujaron  netamente  dos  ten¬ 
dencias  en  la  filosofía:  una  encabezada  por  Descartes  comple¬ 
tamente  racionalista  y  la  otra  por  Bacon,  empirista;  el  uno 
pretendió  que  sólo  la  razón  pura,  sin  trabas  de  ninguna  espe¬ 
cie  podía  llegar  al  conocimiento  de  la  verdad,  el  otro  creyó 
que  sólo  la  experiencia  daba  una  concepción  exacta  de  las  co¬ 
sas;  en  todo  caso,  amibos  abandonaban  desde  ese  instante  las 
enseñanzas  de  la  filosofía  eterna,  y  que  consideraba  tanto  a  la 
razón  como  a  la  experiencia,  fuentes  indispensables  de  todo 
conocimiento . 

Pero  ni  Descartes,  ni  Bacon,  vieron  los  gérmenes  que  sem¬ 
braban  con  sus  erróneos  sistemas  y  que  más  tarde  darían 
como  resultado  el  derrumbe  completo  de  lo  que  ellos  mismos 
enseñaron  o  defendieron. 

Fueron  sus  discípulos  los  que  se  encargaron  de  sacar  to¬ 
das  las  consecuencias  de  aquellos  erróneos  sistemas,  y  así  du¬ 
rante  los  siglos  XVII  y  XVIII,  se  disputan  la  primacía  el 
Idealismo  y  el  panteísmo  consiguiente,  consecuencia  lógica 
del  Racionalismo  exagerado,  y  el  Nominalismo  con  su  corres¬ 
pondiente  materialismo,  consecuencia  del  Empirismo  puro.] 
Así  es  como  desfilan  por  el  escenario  de  la  historia  de  la  fi¬ 
losofía,  los  nombres  de:  Spinoza,  Humle,  Locke,  Cond^lac, 
Hobbes,  La  Mettrie,  etc.,  etc.,  fundando  sistemas  del  uno  u 
otro  tipo ;  siendo  el  nombre  del  genio  profundo  de  LEIBNITZ, 
el  único  oasis,  en  medio  de  la  esterilidad  completa  del  pensa¬ 
miento  humano. 

Tantos  y  tantos  sistemas  derivados  de  los  dos  fundado¬ 
res  de  la  filosofía  moderna,  terminaron  por  encontrar  su  me¬ 
jor  expresión  y  la  síntesis  más  completa  en  la  escuela  crítica, 
que  fundara  el  ilustre  filósofo  de  Konisberg:  MANUEL 
KANT. 

Kant,  vuelve  en  un  principio  a  la  misma  teoría  del 
conocimiento  del  genio  cumbre  de  todos  los  tiempos:  Santo 
Tomás  de  Aquino ;  o  sea,  considera  a  la  razón  y  a  la  expe¬ 
riencia  como  indispensables  para  conocer  la  verdad. 

Pero  el  acierto  del  filósofo  de  Konigsberg,  no  pasará  más 
allá;  pues  al  considerar  el  espacio  y  el  tiempo  como  neta¬ 
mente  subjetivos,  y  a  todas  las  experiencias  sometidas  a 


15 


ellofi;  así  como  más  adelante  al  decir  qne  todos  los  conceptos, 
están  subordinados  a  las  categorías  del  entendimiento,  dá 
patente  libre  al  subjetivismo  más  completo;  ya  que  toda  la 
realidad,  el  no  yo,  queda  bajo  la  tutela  del  yo. 

Así  como  Santo  Tomás,  hizo  la  gran  Síntesis  de  la  ver¬ 
dad,  cuyos  gérmenes  se  encontraban  ya  en  Sócrates,  Piar 
ton  y  Aristóteles;  Kant,  hizo  la  gran  síntesis  del  error. 

De  la  filosofía  crítica  de  Kant;  deriva  toda  la  del  siglo 
XIX ;  que  a  grandes  rasgos  podríamos  describir  así: 

Por  un  lado,  el  subjetivismo,  desarrollado  en  forma  com¬ 
pleta  por  Pichte,  llamado  “l’enfant  terrible  du  Kantismo”  ¿ 
por  Schelling,  en  su  Idealismo  indiferente,  y  llevado  a  su 
más  alta  expresión  por  Hegel  en  su  Idealismo  absoluto;  al 
considerar  al  mundo  al  alma  y  a  Dios  como  la  evolución  de 
la  Idea  en  sus  tres  momentos:  tesis,  antítesis,  y  síntesis. 

Por  el  otro  lado,  una  corriente  de  repudio  hacia  el  Idea¬ 
lismo,  hacia  lo  absoluto,  hacia  lo  lógico,  como  resultado  úl¬ 
timo  del  cansancio  producido  en  los  espíritus  por  las  escuelas 
panteístas  alemanas;  una  corriente  que  basándose  sólo  en  el 
aspecto  empirista  kantiano,  niega  el  valor  a  la  razón  para 
construir  una  metafísica,  o  sea  una  ciencia  que  llegue  a  la 
última  verdad;  dándoselo  en  cambio  a  la  experiencia  y  por 
consiguiente  a  las  ciencias  particulares  que  ven  y  estudian 
lo  que  está  bajo  el  dominio  de  los  sentidos;  tal  es  la  escuela 
positivista  fundada  en  Francia  por  Augusto  Comte.  El  hom¬ 
bre  dice  Comte,  no  tiene  medios  para  probar  o  negar  la  exis¬ 
tencia  de  Dios,  de  los  espíritus,  de  las  causas  o  de  las  esencias  ; 
por  lo  tanto  debe  abstenerse  de  estudiar  estos  problemas.  Los 
principios  universales  afirmados  por  la  filosofía  eterna  son 
indemostrables.  Ignoraba  Comte  que  caía  en  flagrante  con¬ 
tradicción;  pues  el  que  proclamaba  el  reinado  de  las  ciencias, 
negaba  la  existencia  de  los  universales ;  y  sin  ellos  ninguna 
ciencia  es  posible.  Como  resultado  del  positivismo,  nació  la 
escuela  materialista  de  Büchner  que  ya  no  sólo  se  contentó 
con  negar  la  posibilidad  del  conocimiento  metafíisico  sino  que, 
mistificando  los  grandes  adelantos  de  la  ciencia  de  mediados 
del  siglo  XIX,  pretendió  demostrar  al  mundo  que  sólo  existía 
la  materia,  y  que  el  espíritu  era  sólo  el  producto  de  la  ima¬ 
ginación  de  los  filósofos. 

“La  ciencia,  dice  Lo  Roy,  en  sus  días  de  soberbia,  era 
imaginada  como  única  extendida  sobre  un  plano  único,  siem¬ 
pre  y  uniformemente  competente,  capaz  de  abarcar  cualquier 
objeto  con  la  misma  fuerza  y  de  insertarlo  en  la  trama  de  un 
mismo  encadenamiento  ininterrumpido.  Así  pues,  a  despecho 
de  las  atenuaciones  verbales,  aspirábase  a  una  matemática 
universal”.  Y  más  adelanto  continúa:  “De  esta  ciencia  con¬ 
cebida  como  la  única  poseedora  de  la  verdad,  se  esperaba  que 


16. 


en  el  porvenir  satisficiera  todas  las  necesidades  del  hombre 
y  sustituyera  sin  reservas  las  antiguas  disciplinas  espirituales. 
Ya  no  más  filosofía  verdadera,  toda  metafísica  parecía  decep¬ 
ción  y  quimera,  simple  juego  de  fórmulas  vacías  o  de  ensue¬ 
ños  pueriles,  cortejo  mastico  de  abstracciones  y  de  fantasmas ; 
y  la  Religión,  por  fin,  se  desvanecía  ante  la  Ciencia,  como  una 
poesía  de  crepúsculo  ante  el  esplendor  preciso  del  sol  na¬ 
ciente”.  (Le  Roy:  “Bergson”.  Pág.  117). 

Las  frases  precedentes  del  ilustre  filósofo  francés  dan  una 
idea  del  estado  en  que  se  encontraba  el  pensamiento  humano 
en  la  segunda  mitad  del  siglo  pasado. 

Hoy  en  que,  empleando  una  frase  del  propio  Le  Roy,  “los 
prestigios  ilusorios  han  caído;  y  en  que  en  la  religión  de  la 
ciencia,  no  se  ve  más  que  una  idolatría”,  nos  es  difícil  darnos 
cuenta  del  caos  profundo  que  reinaba  en  semejante  estado. 
El  materialismo,  lo  grosero,  lo  bajo,  lo  miserable,  se  mostra¬ 
ban  en  todo  su  esplendor. 

Es  sobre  este  medio  degradado  y  denigrante  del  saber  y 
de  la  cultura  humana,  que  lo  invade  todo,  donde  obrará,  apli¬ 
cando  sin  compasión  el  term ocauterio,  el  genio  profundo  d® 
Enrique  Bergson. 

El  intuicionismo  de  Bergson 

Decidido  Bergson  a  combatir  sin  cuartel  tanto  la  tenden¬ 
cia  panteísta  como  la  positivista  y  materialista  kantiana,  fun¬ 
da  la  escuela  intuicionista .  Más  tarde  veremos  cómo,  huyen¬ 
do  de  uno  y  otro  sistema,  ha  caído  en  el  uno  y  en  el  otro  y 
como  fuera  de  la  filosofía  eterna  el  mejor  espíritu  y  el  hom¬ 
bre  más  genial  caerán  siempre  en  ambigüedades  y  contradic¬ 
ciones. 

El  método  intuicionista. — Bergson  ha  empezado .  por  ne¬ 
gar  a  la  razón  y  a  la  experiencia  su  importancia  para  co¬ 
nocer  la  verdad;  porque  la  razón  es  un  método  discursivo  que 
trabaja  con  conceptos  que  no  son  la  realidad  misma  sino  me¬ 
ras  semejanzas  de  la  realidad;  por  lo  tanto,  toma  los  objetos 
desde  el  exterior,  sin  penetrar  a  lo  profundo,  a  lo  esencial  que 
hay  en  ellos ;  como  quien  pretende  conocer  una  ciudad  porque 
la  ha  visto  desde  lejos,  sin  penetrar  a  su  interior  y  conocer  sus 
edificios,  calles,  parques  y  paseos;  en  una  palabra,  deforman  y 
falsean  la  realidad,  dando  sólo  consideraciones  estáticas  de 
ella,  que  conducen  fatalmente  a  la  unidad  de  substancia  y  al 
panteísmo . 

Por  otra  parte,  la  experiencia  se  vale  de  los  sentidos,  los 
cuales  sólo  ven  el  fenómeno,  lo  accidental,  lo  exterior,  sin  pe¬ 
netrar  tampoco  a  la  esencia  última  y  particular  de  la  reali¬ 
dad. 


17 


Pero,  a  pesar  de  todo,  -el  hombre  puede  conocer  las  cosas 
en  sí,  puede  captarlas  en  su  fluir  incesante,  sin  acudir  ni  a  la 
razón  ni  a  la  experiencia,  por  medio  de  la  intuición .  Y  al  adop¬ 
tar  este  método  de  conocimiento,  el  ilustre  filósofo  francés,  se 
coloca  en  una  posición  completamente  original  dentro  del  pen¬ 
samiento  contemporáneo;  pues  aunque  ya  otros  habían  preco¬ 
nizado  la  intuición,  como  Ravaisson,  Boutroux  y  Main  de  Vi- 
rain,  ninguno  le  da  la  importancia  que  le  ha  dado  Bergson. 

¿Qué  es  la  Intuición?  Contestar  a  esta  pregunta  en  forma 
clara  es  bastante  difícil,  ya  que  ni  el  mismo  fundador,  la  ha 
podido  delimitar.  Porque,  parece  que  en  último  extremo,  la 
Intuición  sólo  se  puede  conocer  por  Intuición. 

Con  Viquiera,  podríamos  decir  que  la  intuición  es  la  vi¬ 
sión  directa  y  espontánea  de  lo  concreto  y  real. 

El  conocimiento  intuitivo  sólo  puede  expresarse  por  imᬠ
genes,  que  al  menos,  según  Bergson,  “tienen  el  valor  de  mante¬ 
nerse  dentro  de  lo  concreto  y  real”.  No  puede  expresarse  por 
conceptos,  ya  que  estos  son  propios  de  la  Inteligencia  que  es  la 
facultad  productora  de  la  Ciencia ;  y  la  Ciencia,  para  el  pen¬ 
sador  francés,  no  tiene  otro  objeto,  que  construir  objetos  arti¬ 
ficiales  útiles  para  la  vida,  para  la  intervención  en  la  realidad, 
pero  de  ningún  modo  es  una  traducción  adecuada  de  ésta”. 

Mientras  que  la  inteligencia  se  vale  de  la  reflexión,  la  in¬ 
tuición  lo  hace  del  instinto ;  porque  en  último  término  es  un 
instinto  superior;  el  mismo  Bergson  ha  dicho  que  la  intuición 
*  ‘es  esa  especie  de  simpatía  intelectual  mediante  la  que  nos  tras¬ 
portamos  al  interior  de  un  objeto  para  coincidir  en  lo  que  tiene 
de  único  y  en  consecuencia  de  inexpresable”. 

No  es  difícil  criticar  el  sistema  bergsoniano.  En  primer  lu¬ 
gar,  la  intuición  es  impracticable ;  el  propio  Bergson,  se  ha  con¬ 
tentado  con  utilizarla  en  el  análisis  de  los  estados  de  concien¬ 
cia  ;  pero  este  método  de  estudiarse  a  sí  mismo,  captando  todos 
los  estados  del  yo,  no  es  otro  que  el  de  la  percepción  interna, 
empleado  ya  desde  hace  tiempo  por  la  Psicología. 

En  el  estudio  del  no  yo,  ha  fracasado ;  desde  luego,  lo  que 
hay  de  único  en  cada  ser  son  sólo  los  accidentes,  ya  que  su  esen¬ 
cia  es  común  a  toda  la  especie,  y  estos  accidentes  se  captan  por 
medio  de  los  sentidos;  de  tal  manera  que  las  diferencias  in¬ 
dividuales  y  la  realidad  concreta  caen  bajo  el  dominio  de  la 
experiencia,  sin  recurrir  a  método  intuicionista  alguno;  y 
de  este  modo,  al  pretender  que  todos  los  objetos  son  esencial¬ 
mente  distintos,  basándose  en  sus  diferencias  individuales  ac¬ 
cidentales,  ha  caído,  mientras  huía  de  él,  en  el  sensualismo 
completo,  ya  que  identifica  el  conocimiento  intuitivo  con  el 
sensual. 

Por  otra  parte,  al  pretender  que  la  razón  falsea  la  rea¬ 
lidad,  ha  partido  de  un  mal  principio,  tomando  como  tal  el 


18 


conocimiento  racional  que  alcanzaron  Kant,  Shelling,  y  Hegel, 
pero  olvidando  las  enseñanzas  precisas  que  dá  sobre  el  particu¬ 
lar  la  filosofía  eterna  de  Santo  Tomás  de  Aquino. 

Olvida  que  la  razón,  con  Santo  Tomás,  toma  numerosos 
objetos  de  la  realidad  y  abstrae,  valiéndose  del  entendimien¬ 
to  agente,  todo  lo  que  en  ellos  hay  de  particular  y  accidental, 
para  conservar  sólo  lo  que  es  común  a  todos,  lo  esencial,  lo 
específico  y  así  forma  los  conceptos;  y  que  estos  conceptos,  le¬ 
jos  de  falsear  la  realidad,  expresan  la  realidad  misma,  puesto 
que  son  tomados  de  ella. 

Y  es  sobre  estos  conceptos  realísimos,  en  cuanto  expresan 
la  esencia  que  hay  en  cada  cosa,  por  debajo  de  lo  particular 
que  percibe  Bergson,  sobre  los  que  actúa  el  entendimiento  po¬ 
sible  para  conocerlos  y  encontrar  la  verdad.  O  sea,  mientras 
el  saber  bergsoniano  sólo  se  reduce  a  la  superficie  de  las  co¬ 
sas,  lo  cambiante,  accesorio  y  temporal,  el  saber  tomista  pe¬ 
netra  y  conoce  lo  profundo  de  los  seres,  lo  inmutable,  lo  ne¬ 
cesario  y  lo  eterno. 

Bergson  ha  conseguido  todo  lo  contrario  de  lo  que  desea¬ 
ba.  Quiso  ambiciosamente  conocer  las  esencias  individuales  y 
sólo  ha  conocido  el  mundo  de  los  fenómenos;  Santo  Tomás, 
más  modesto,  sólo  aspiró  a  conocer  lo  común  de  las  cosas,  y  co¬ 
noció  las  esencias  universales,  lo  más  grande  y  profundo  a 
que  puede  aspirar  la  mente  humana  . 

La  Metafísica  Intuicionista. — Henri  Bergson  es  el  restau¬ 
rador  de  los  grandes  problemas  metafísicos ;  el  primero  que  des¬ 
pués  de  medio  siglo  ha  resucitado  el  remado  de  lo  absoluto ; 
cuando  ya  los  que  lo  enterraron,  satisfechos  de  su  obra  creían 
que  no  se  levantaría  jamás. 

Por  este  solo  hecho  el  genio  francés  se  ha  conquistado  un 
sitial  de  honor  entre  los  más  grandes  hombres  de  la  historia 
y  se  ha  hecho  acreedor  al  homenaje  de  gratitud  que  hoy  le  rin¬ 
den  las  generaciones  contemporáneas  y  que  mañana  le  tribu¬ 
tarán  las  generaciones  venideras. 

Trataré  de  bosquejar  en  la  forma  más  rápida  pero  preci¬ 
sa  los  caracteres  de  la  nueva  metafísica. 

Hubo  en  la  antigüedad  un  filósofo  perteneciente  a  la  es¬ 
cuela  jónica,  Heráclito,  que  consideró  al  movimiento  como  la 
esencia  de  todas  las  cosas.  Para  ello  partió  de  los  datos  que 
le  proporcionaban  los  sentidos  los  cuales,  por  percibir  sólo  la 
realidad  fenoménica  que  cambia  constantemente,  captan  el 
movimento  de  las  cosas  pero  no  el  ser  de  ellas.  Debo  recordar 
que  el  movimiento  en  filosofía  sólo  expresa  cambio :  así  se 
mueve,  por  ejemplo  un  pedazo  de  mármol  que  es  transformado 
en  estatua ;  el  ser  es  lo  que  permanece  estable,  en  medio  de  los 
cambios  de  cualidades  que  experimentan  los  objetos.. 

Pues  bien,  Heráclito,  dedujo  de  sus  observaciones  que  to- 


19 


do  cambia  constantemente,  sin  encontrar  reposo  alguno;  los 
seres  salen  del  fuego  o  substancia  divina,  experimentan  innu¬ 
merables  transfomaciones  y  vuelven  nuevamente  al  estado  de 
fuego.  Y  así  eternamente  por  una  ley  fatal  del  destino,  su¬ 
perior  a  los  dioses  y  a  los  hombres. 

Otra  escuela,  la  eleática,  cuyos  más  ilustres  representan¬ 
tes  fueron  Parménides  y  Zenón  de  Elea,  respondió  a  Herácli- 
to,  diciendo  que  sólo  existía  el  ser  en  el  mhindo,  el  cual  estaba 
en  absoluto  reposo,  porque  para  moverse  necesitaría  del  no 
ser;  de  tal  modo  que  todo  movimiento  es  imposible  y  una 
mera  ficción  de  los  sentidos.  Al  panteísmo  transformista  de 
Heráclito  sucedía  el  panteísmo  idealista  de  los  eleáticos.  Ha¬ 
bían  partido  sólo  de  la  razón  pura,  la  cual  concluye  que  sobre 
los  cambios  fenoménicos  hay  algo  estable  que  no  cambia,  que 
permanece;  así  por  ej.,  un  perro  cambia  constantemente  de 
tamaño,  de  peso,  de  pelaje,  etc.,  pero  nuestra  razón  nos  de¬ 
muestra  que  siempre  hay  algo  permanente,  que  hace  que  ei 
perro  siga  siendo  perro  y  no  otra  cosa.  Y  como  los  eleáticos 
consideraron  superior  el  conocimiento  racional  al  sensual,  y 
como  por  otra  parte  les  era  imposible  conciliar  la  existencia 
de  dos  cosas  opuestas,  el  ser  y  el  movimiento,  optaron  por  ne¬ 
gar  este  último,  afirmando  que  nada  muda,  que  todo  se  encuen¬ 
tra  desde  la  eternidad  en  el  reposo  más  absoluto. 

Este  problema  de  la  conciliación  del  conocimiento  racio¬ 
nal  con  el  empírico  para  salvar  el  ser  y  el  movimiento,  siguió 
siendo  por  largo  tiempo  el  rompe  cabeza  de  los  filósofos,  ya 
que  de  su  solución  dependerá  toda  la  filosofía;  y  las  escuelas 
optaban  por  uno  u  otro  según  que  le  dieran  la  supremacía  a 
la  razón  o  a  los  sentidos  . 

Para  salvar  la  filosofía  y  la  verdad  de  tal  atolladero,  fuá 
preciso  que  naciera  la  inteligencia  cumbre  de  la  antigüedad: 
Aristóteles.  El,  junto  con  Santo  Tomás  de  Aquino,  abrieron 
con  llave  maestra  el  arcano  más  grande  de  la  filosofía,  ai  con¬ 
ciliar  la  existencia  del  ser  y  del  movimiento,  enseñados  por  la 
razón  y  1a.  experiencia,  con  la  grandiosa  teoría  del  acto  y 
la  potencia. 

Teoría  Aristotélico' — Tomista  del  acto  y  la  potencia 

Ni  la  razón  ni  la  experiencia  pueden  engañarnos,  dijeron 
Aristóteles  y  Santo  Tomás;  por  lo  tanto  deben  existir  el  ser 
y  el  movimiento.  Las  cosas  cambian,  pero  siempre  hay  en 
ellas  algo  estable  que  permanece  y  que  conserva  la  especie;  es 
preciso  conciliar  ambas  existencias .  Para  ello  dividieron  los 
seres  en  dos  grandes  grupos :  el  ser  en  acto  y  eí  ser  en  potencia. 

Un  ser  está  en  acto  cuando  posee,  actualmente  una  deter¬ 
minada  perfección,  y  está  en  potencia,  cuando  no  la  posee  to- 


$ 


20 

davía,  pero  tiene  capacidad  para  recibirla.  Así  por  ej. :  en 
un  block  de  mármol  está  la  estatua  de  César  en  potencia ;  pero 
después  que  el  escultor  ha  trabajado  el  mármol  y  lo  ha  trans¬ 
formado  en  la  estatua  de  César,  ésta  pasa  al  estado  de  acto ; 
primero  era  un  ser  potencial,  ahora  es  un  ser  actual.  No  es  del 
caso  entrar  a  clasificar  las  potencias  en  subjetivas  y  objetivas, 
en  activas  y  pasivas,  etc.  porque  ya  sería  un  estudio  dedica¬ 
do  especialmente  a  esta  teoría. 

Pues  bien,  el  pasaje  de  un  ser  en  potencia  a  un  ser  en 
acto  es  el  movimiento;  y  todo  cambio  en  las  cosas  no  es  más 
que  este  pasaje  de  la  potencia  al  acto. 

Como  se  ve,  en  la  teoría  aristotélico-tomista  se  salva  per¬ 
fectamente  la  existencia  del  ser  y  del  movimiento  que  nuestro 
sentido  común  nos  da  a  conocer  en  ^ada  momento. 

El  olvido  cada  vez  mayor,  en  que  cayó  el  pensamiento  to¬ 
mista  después  del  Renacimiento,  hizo  olvidar  la  maravillosa 
teoría,  y  se  volvió  a  presentar  con  la  misma  gravedad  el  pro¬ 
blema  que  1.000  años  antes  había  preocupado  a  los  filósofos 
griegos. 

Bergson  ha  sido  una  de  las  víctimas. 

Tratando  de  solucionar  el  problema  base  de  toda  filosofía, 
con  la  intuición,  conocimiento  que  como  ya  lo  he  dicho  se  iden¬ 
tifica  casi  con  el  sensual,  porque  sólo  se  ve  la  cambiante  rea¬ 
lidad  fenoménica,  Bergson  ha  caído  en  la  misma  teoría  de 
Ileráclito  del  movimiento  perpetuo,  del  movimiento  que  no 
principió  nunca  ni  terminará  jamás. 

Bergson,  al  tratar  de  ver  la  realidad  última  y  singular  de 
cada  cosa,  ha  visto  la  realidad  accidental,  sin  vislumbrar  si¬ 
quiera  el  mundo  grandioso  de  las  esencias,  que  no  cambian  ni 
pueden  cambiar,  que  son  inmutables;  porque  es  necesario  que 
así  sean  como  semejanzas  que  son  de  la  esencia  divina. 

Para  la  metafísica  bergsoniana,  el  Universo  vive,  crece 
en  una  evolución  creadora  y  se  desenvuelve  libremente,  por 
un  aliento  vital,  el  dán  vital,  que  le  es  inherente,  que  es  algo 
así  como  el  alma  de  la  materia  Nada  permanece  en  reposo;  “el 
atomismo  conceptual  del  pensamiento  común  nos  conduce  a  es¬ 
tablecer  una  especie  de  primácía  del  descanso  sobre  el  movi¬ 
miento,  del  hecho  sobre  el  devenir  *  ’  pero  nos  engañamos.  El 
conocimiento  como  una  cámara  fotográfica,  registra  inmóvi- 
ies  las  diferentes  etapas  del  movimiento.  Es  una  ilusión  nues¬ 
tra  el  no  captar  la  realidad  cambiante  y  “tratar  de  explicar 
la  movilidad  en  función  de  la  inmovilidad”.  Los  conceptos  que 
la  inteligencia  forma  de  la  realidad  son  “como  el  relámpago 
instantáneo  que  ilumina  durante  la  noche  una  escena  de  tem¬ 
pestad”.  (“Materia  y  Memoria”,  Pág.  207). — “La  realidad 
que  en  su  fondo  es  devenir  pasa  a  través  de  nuestros  concep¬ 
tos  sin  dejarse  captar  por  ellos,  como  pasa  un  movimiento  so- 


21 


bre  puntos  inmóviles”.  (Le  Roy:  ‘Bergson”,  Pág.  52).  Nues¬ 
tro  conocimiento  “solidifica”,  la  fluidez  constante  del  deve¬ 
nir  tomando  sólo  lo  exterior,  lo  artificial,  lo  útil  para  el  hom¬ 
bre,  pero  dejando  escapar  lo  interior,  lo  profundo,  lo  misterioso, 
lo  verdadero. 

El  aliento  vital  indiviso  es  Dios  como  fuente  primera  de 
realidad  infinita;  de  este  Dios  nacen  continua  y  eternamente 
todas  las  cosas;  de  él  irradia  el  élan  vital  que  dirigirá  la  evo¬ 
lución  de  los  múndos ;  pero  este  Dios  no  es  estático,  no  es  in¬ 
finito  e  inmutable  como  el  Dios  de  la  filosofía  eterna,  sino  un 
Dios  que  se  está  haciendo  constantemente,  continuamente,  que 
no  alcanzará  jamás  la  plenitud  de  la  realidad  y  que  se  relacio¬ 
na  con  los  mundos,  para  emplear  la  propia  frase  de  Bergson, 
como  los  cohetes  que  saltan  al  encender  una  gran  pieza  de  fue¬ 
gos  artificiales. 

A  pesar  de  que  el  pensador  francés,  en  su  carta  al  P.  de 
Tonquedec,  dice  que  su  Dios  es  libre  y  creador,  es  fácil  com¬ 
prender  que  un  Dios  del  cual  necesariamente  se  desprenden 
los  objetos  en  su  fluir  eterno,  no  puede  ser  libre  creador. 

Ese  sería  el  primer  argumento  para  destruir  el  Dios  intui- 
cionista,  toda  vez  que  no  se  concibe  un  Dios  imperfecto  y  la 
libertad  es  talvez  la  más  grande  de  las  perfecciones. 

El  Dios  intuicionista  falla  también  en  otros  aspectos  y  el 
más  grave.  Según  Bergson,  Dios  se  está  haciendo  momento  a 
momento;  lo  que  prueba  que  está  adquiriendo  realidades  que 
no  tenía  y  perdiendo  las  que  ya  poseía;  en  una  palabra,  es 
tanto  o  más  imperfecto  que  los  hombres,  y  un  Dios  que  no  sea 
inmutable.,  que  no  posea  la  plenitud  del  ser  y  que  no  pueda 
adquirir  nada  porque  en  su  perfección  lo  tenga  todo,  sencilla¬ 
mente  no  es  Dios.  El  sistema  bergsoniano,  huyendo  del  panteís¬ 
mo  ha  caído  en  el  panteísmo  emanentista  más  perfecto ;  de  tal 
modo  que  la  escuela  intuicionista  no  ha  podido  librarse  de  nin¬ 
guno  de  los  errores  que  tanto  combatió.  Sin  embargo,  es  justo 
dejar  constancia  que  Bergson,  reconociendo  al  Dios  monstruoso 
y  absurdo  que  había  creado,  aun  antes  de  su  conversión,  cambió 
de  opinión.  La  lectura  de  los  grandes  místicos  cristianos,  que 
hubo  de  emprender  para  escribir  su  último  libro:  “De  las  dos 
fuentes  de  la  religión  y  de  la  moral’ *,  lo  impresionó  tan  viva¬ 
mente  que  optó  por  considerar  a  Dios  como  un  ser  inmutable  en 
medio  de  un  Universo  en  incesante  devenir ;  como  un  sol  en  me¬ 
dio  de  los  planetas  que  jiran  a  su  alrededor.  Era  el  primer  paso 
que  daba  en  el  sendero  de  la  verdad;  era  el  primer  rayp  de 
luz  divina  que  iluminaba  su  mente  y  que,  auxiliado  por  la  gra¬ 
cia  sobrenatural,  habría  de  llevarlo  más  tarde  hacia  la  grande¬ 
za,  la  exactitud  y  la  belleza  incomparables  de  la  verdad  iden¬ 
tificada  con  el  cristianismo. 


22 


Psicología  Bergsoniana 

La  psicología  es  el  punto  eje  del  intuicionismo,  y  en  su 
estudio  y  desarrollo,  ha  gastado  Bergson  sus  mejores  energías  ; 
es  preciso  sí,  dejar  en  claro,  que  el  filósofo  francés  no  ha  dedi¬ 
cado  sus  esfuerzos  a  la  psicología  misma,  sino  en  cuanto  sirve 
para  resolver  el  problema  más  importante  de  su  metafísica: 
la  libertad  humana. 

Pero  antes  de  entrar  plenamente  al  estudio  del  alma  huma¬ 
na  es  preciso  decir  dos  palabras  del  concepto  que  Bergson  tie¬ 
ne  de  la  vida. 

La  vida  es  una  tendencia,  una  dirección,  una  actividad 
creadora ;  y  tendencia  es  “desenvolverse  en  forma  de  haz  crean¬ 
do,  por  el  solo  hecho  de  su  crecimiento,  direcciones  divergen¬ 
tes  entre  las  cuales  se  dividirá  su  impulso Una  de  estas  di¬ 
recciones  constituirá  la  Inteligencia.  Pero  mientras  la  mate¬ 
ria  inerte,  cambia  incesantemente  en  el  espacio-tiempo  con  un 
determinismo  fatal,  la  vida  cambia  en  el  tiempo  sólo,  comple¬ 
tamente  independiente  del  movimiento  homogéneo  del  espacio ; 
es  una  duración  verdadera  y  por  lo  tanto  la  evolución  creadora 
de  la  vida ;  es  distinta  completamente  a  la  evolución  estática 
de  Darwin  y  Spencer  que  al  colocarla  en  el  espacio  la  llevaron 
al  más  grosero  materialismo.  Precisamente  por  evolucionar  en 
el  tiempo  en  direcciones  diferentes  los  seres  vivos  son  libres. 
Porque  la  vida  es  esencialmente  creación  y  libertad. 

La  materia  podemos  considerarla  desde  el  punto  de  vista 
cuantitativo  y  cualitativo.  Desde  el  primer  punto  de  vista 
1a,  materia,  no  hace  excepción  a  la  ley  inexorable  del  devenir; 
cambiando,  pero  cambiando  homogéneamente  sin  pérdida  ni 
ganancia  de  substancia,  y  aquí  se  diferencia  notablemente  de 
la  vida  que,  exenta  de  todo  mecanismo,  cambia  heterogénea  y 
libremente. 

Desde  el  punto  de  vista  cualitativo,  la  materia  está  some¬ 
tida  a  la  ley  de  la  degradación;  se  gasta,  se  pierde,  se  agota; 
es  un  movimiento  descendente,  fatal;  “la  tendencia  a  la  conser¬ 
vación  no  se  realiza  nunca  más  que  de  un  modo  imperfecto”; 
la  muerte  se  caracteriza  por  la  aparición  del  mecanicismo,  de  es¬ 
tas  dos  leyes  universales  y  fatales  del  destino.  En  resumen, 
mientras  la  vida  es  un  movimiento  ascendente,  tanto  más  ele¬ 
vado  cuanto  más  perfecto,  siendo  Dios  el  punto  álgido  de  este 
movimiento  ;  la  materia  es  un  movimiento  degradante  y  des¬ 
cendente  del  devenir  eterno.  En  este  punto  como  en  otros  el 
sistema  bergsoniano  se  parece  tanto  al  de  ECeráclito  que  casi 
se  confunden ;  basta  ver  que  estas  concepciones  son  las  mismas 
con  que  diferenciaba  la  materia  y  la  vida  el  ilustre  filósofo  de 
la  antigüedad. 


23 


Dadas  estas  someras  explicaciones  entro  al  problema  psi¬ 
cológico  mismo. 

La  filosofía  de  Bergson  es  la  filosofía  de  la  duración  y  en 
ninguna  parte  puede  aplicarse  esto  en  todo  su  valor  como  en 
la  psicología. 

Ya  (pie  la  inteligencia  ha  aparecido  en  la  evolución  de  las 
especies  para  crear  un'a  ciencia  utilitaria,  es  preciso  abando¬ 
narla  para  conocer  la  verdad. 

Emplea  entonces  la  Intuición  con  el  objeto  de  captar,  me¬ 
diante  el  conocimiento,  la  actividad  en  su  fluir  y  en  lo  que  tie¬ 
ne  de  concreto  y  específico  y  basándose  en  este1  sistema  que  no 
es  otro  que  el  de  la  percepción  interna,  utilizado  hace  ya  tiem¬ 
po  por  la  psicología,  ha  levantado  todas  sus  teorías. 

Empieza  por  reconocer  la  existencia  del  cuerpo  y  del  es¬ 
píritu  en  el  hombre;  pero  ni  el  uno  ni  el  otro  se  asemejan  en 
nada  a  los  que  ha  descrito  y  admitido  la  filosofía  eterna.  Y 
para  evitar  confusiones  más  adelante,  definiré  de  acuerdo  con 
Santo  Tomás,  la  materia  y  el  espíritu. 

Materia  es  toda  substancia  extensa,  compuesta  de  partes, 
divisible,  sujeta  a  figura  y  medida  determinada. 

Espíritu  es  una  substancia  inextensa,  simple,  indivisible, 
inteligente,  libre  y  capaz  de  existir  y  obrar  por  sí  misma.  El 
alma  de  los  brutos  no  es  espíritu,  ya  que  no  tiene  inteligencia 
y  voluntad  libre,  ni  puede  existir  y  obrar  por  sí  misma. 

Fácil  será  ahora  notar  las  diferencias  entre  una  y  otra 
psicología ;  ya  que  hay  quienes  haq.  encontrado  marcada  seme¬ 
janza  entre  ambas. 

El  espíritu  para  Bergson  es  eminentemente  conciencia,  aun¬ 
que  no  coincide  exactamente ;  y  la  conciencia  es  memoria  y  du¬ 
ración,  conservación  del  pasado  en  el  presente.  En  “La  evolu¬ 
ción  creadora  ”,  Pág.  10,  dice:  “La  -conciencia  retiene  el  pasado 
y  anticipa  el  porvenir. ..  porque  está  llamada  a  efectuar  una 
elección ;  para  elegir  es  preciso  pensar  lo  que  se  podrá  hacer  y 
recordar  las  consecuencias  ventajosas  y  nocivas  de  lo  que  ha 
hecho  ya;  es  preciso  prever  y  recordar 

Bergson  sólo  estudia  y  descubre  los  caracteres  de  la  con¬ 
ciencia:  no  la  define,  pues  según  él  no  hay  necesidad  de  defi¬ 
nir  “una  cosa  tan  concreta,  tan  constantemente  presente  a  la 
experiencia  de  todos  nosotros” .  (Evolución  creadora,  Pág.  10). 
Todos  los  seres  vivos  tienen  conciencia  desde  el  más  elevado  al 
más  bajo,  porque  la  conciencia  es  esencial  a  la  vida  y  sin  esta 
aquella  es  imposible :  sólo  se  exceptúan  de  esta  ley  los  parásitos, 
que  acostumbrados  a  llevar  una  existencia  rutinaria,  siempre 
con  los  mismos  caracteres  y  alternativas  la  han  perdido  como 
que  junto  con  ella  han  perdido  también  el  movimiento  espon¬ 
táneo,  que  es  esencial  a  la  conciencia;  “porque  la  conciencia 
inmanente  originariamente  a  toda  vida,  se  duerme  donde  no  hay 


24 


movimiento  espontáneo  y  se  exalta  cuando  la  vida  tiende  hacia 

la  actividad  libre*’.  ^  ~ 

La  conciencia  es  duración,  pura ;  no  está  en  el  espacio  co¬ 
mo  la  materia,  sino  que  exclusivamente  en  el  tiempo  y  así  co¬ 
mo  la  primera  evoluciona  libremente,  porque  no  está  condicio¬ 
nada  por  el  factor  espacio,  causa  última  de  la  intensidad,  del 
número  y  de  la  casualidad,  la  segunda  evoluciona  mecánicamen¬ 
te  con  leyes  fatales  y  necesarias  porque  su  ubicación  en  el  es¬ 
pacio  tiempo  la  hace  sufrir  la  acción  de  la  intensidad,  del  nú¬ 
mero  y  de  la  casualidad.  Es  tan  distinta  la  actividad  de  la  ma¬ 
teria.  y  del  espíritu,  que  la  reacción  cerebral  no  es  siquiera  una 
sensación . 

Antes  de  seguir  adelante,  es  preciso  recordar  que  para 
Bergson  existen  dos  memorias:  de  Repetición  y  de  Represen¬ 
tación  . 

La  memoria  de  Repetición  está  íntimamente  unida  al  cuer¬ 
po,  es  un  mecanismo  motor,  ubicado  en  el  espacio-tiempo,  que 
se  forma  por  la  repetición  continua  de  los  mismos  actos  y  que 
nada  tiene  que  ver  con  el  espíritu.  Constituye  lo  que  en  lengua 
corriente  se  denomina  hábito . 

La  memoria  de  Representación,  es  el  privilegio  del  espíritu 
que  puede  recordar  su  pasado .  Se  identifica  con  la  conciencia 
de  que  hemos  hablado  anteriormente  y  de  la  que  seguiré  ocu¬ 
pándome.  Se  identifica  con  la  duración  real. 

Es  aquí,  precisamente,  en  donde  puede  verse  en  toda  su 
grandeza  el  genio  cumbre  francés,  combatiendo  la  psico-física 
y  las  teorías  materialistas  asociacionistas  de  Taine  y  Stuart  Mili. 
Para  probar  que  el  pensamiento  no  es  producido  por  el  cerebro 
sino  que  por  el  espíritu;  que  la  vida  no  es  el  resultado  del  cho¬ 
que  de  las  moléculas  en  ángulo  determinado,  como  pretendió 
Buchner,  el  apóstol  de  la  presunción  y  la  falsedad  en  el  si¬ 
glo  pasado,  sino  que  es  producida  por  un  principio  vital  in¬ 
manente,  y,  finalmente,  que  las  acciones  del  hombre  no  están 
predestinadas,  sino  que,  por  el  contrario,  son  completamente 
libres,  como  que  la  libertad  forma  parte  de  la  esencia  del 
espíritu.  En  su  noble  fin  de  restaurar  el  espíritu,  la  vida  y 
.la  libertad,  ha  caído  en  innumerables  errores;  porque  la  ver¬ 
dad  es  inmutable,  y  todo  el  que  abandona  la  filosofía  eterna 
caerá  fuera  de  ella,  pese  a  lo  grande  que  sea  su  idealismo  y  a 
lo  noble  que  sean  sus  propósitos. 

Seguiremos,  adelante,  estudiando  esta  parte  fundamen¬ 
tal  de  la  filosofía  bergsoniana. 

Ya  hemos  dicho,  que  el  espíritu  es  idéntico  con  la  dura¬ 
ción  o  sea  con  el  “fluir  y  compenetración  de  cualidades.  Es 
por  lo  tanto  ajeno  al  espacio” . 

“Nuestra  conciencia  está  siempre  henchida  de  cualida¬ 
des  cambiantes.  Produce  continuamente  innumerables,  infi- 


25 


nitas  diferencias  cualitativas,  entrelazadas  y  encadenadas 
una  a  otras”. 

El  yo  se  convierte  constantemente  en  otro  distinto ;  pera 
conserva  las  acciones  pasadas  y  actúa  incesantemente  en  el 
presente  y  aún  en  el  futuro.  Pero  es  preciso  repetir  que  la 
esencia  del  alma  o  del  yo,  es  <la  duración  concreta,  real  y  he¬ 
terogénea;  el  yo  está  sometido  al  devenir  eterno,  no  en  el 
tiempo  estático  y  homogéneo  en  que  se  desenvuelve  la  mate¬ 
ria  inerte,  sino  que  en  el  tiempo  dinámico  y  heterogéneo  de 
la  vida . 

Siendo  la  duración  heterogénea,  la  esencia  del  alma,  es 
necesario  saber  qué  entiende  por  duración  el  filósofo  francés. 

El  tiempo  de  la  mecánica,  no  dura,  no  expresa  más  que 
“relaciones  estáticas  entre  simultaneidades”;  para  el  hom¬ 
bre  de  ciencia  “la  hora  no  es  un  intervalo,  sino  una  coinci¬ 
dencia,  un  alineamiento  instantáneo  y  el  tiempo  se  resuelve 
en  un  polvillo  de  inmovilidades  como  en  esos  relojes  neumᬠ
ticos  cuya  aguja  avanza  por  sacudidas,  no  marcando  sino 
una  sucesión  de  reposo”.  (Le  Roy:  “Bergson”,  Pág.  1657). 

La  inteligencia  humana  con  su  tétrica  presencia  ha  pe¬ 
trificado  el  tiempo,  lo  ha  falseado,  porqpe  es  útil  para  ella 
detenerlo  en  su  veloz  carrera,  traduciéndolo  en  una  serie  de 
puntos  inmóviles  sobre  el  espacio.  En  una  palabra  es  una 
concepción  especial  del  tiempo ;  un  tiempo  completamente  ho¬ 
mogéneo. 

En  la  psicología  es  inaceptable  esta  falsa  concepción  del 
tiempo  porque  sus  fenómenos  son  irreversibles,  y  según  la 
propia  frase  de  Bergson:  “no  se  pueden  prolongar  ni  acortar 
a  voluntad”.  (“Evolución  creadora”;  Pág.  10). 

Pero  definir  la  duración  real,  es  sumamente  difícil ;  co¬ 
pio  a  continuación  la  forma  en  que  la  describe  Le  Roy,  el  más 
grande  de  los  discípulos  de  Bergson: 

La  duración  es  una  evolución  metódica  de  momentos,  ca¬ 
da  uno  de  los  cuales  contiene  la  resonancia  de  los  preceden¬ 
tes  y  anuncia  el  que  va  a  seguir;  es  un  enriquecimiento  que 
no  se  detiene  nunca  y  una  perpetua  aparición  de  novedad ;  es 
un  devenir  indivisible,  cualitativo,  orgánico,  extraño  al  espa¬ 
cio,  refractario  al  número.  Evocad  la  imagen  de  una  co¬ 
rriente  de  conciencia  que  atravesara  una  continuidad  espec¬ 
tral  tiñéndose  alternativamente  de  cada  uno  de  los  matices. 
O  más  bien,  imaginad  una  sinfonía  que  tuviera  sentimiento 
de  sí  misma  y  fuera  creadora  de  sí:  he  aquí  cómo  conviene» 
concebir  la  duración. 

Las  frases  precedentes,  dan  a  conocer  confusamente  lo 
que  es  la  duración;  y  resumiendo  podríamos  decir  que,  mien¬ 
tras  el  tiempo  homogéneo  se  desarrolla  en  línea  recta,  el  he¬ 
terogéneo  lo  hace  en  una  línea  zigzageante,  con  miles  y  mi- 


26 


íes  de  cambios  y  alternativas,  pero  no  separados  en  forma  de 
puntos  sucesivos,  sino  que  perfectamente  unidos  y  en  una 
continuidad  ininterrumpida  y  perfecta;  no  es  tiempo  forma¬ 
do  por  la  agregación  de  segundos  que  forman  minutos,  y  mi¬ 
nutos  que  forman  horas,  sino  que,  careciendo  de  unidades, 
es  imposible  de  medir  cuantitativamente,  sí  sólo  cualitativa¬ 
mente  . 

Pues  bien,  siendo  la  conciencia  sólo  duración  real,  y  sien¬ 
do  la  duración,  el  tiempo  sin  unidades,  las  que  sólo  son  pro¬ 
pias  del  espacio,  o  del  tiempo-espacio  de  la  física,  resulta  que 
ia  conciencia  carece  de  cantidad,  de  número  y  de  causalidad. 
Con  ello  quiere  probar  la  falsedad  del  materialismo  y  de  la 
psicofísica,  pero  sobre  todo  la  libertad  humana,  el  problema 
más  grande  de  su  filosofía. 

Prueba  que  está  libre  de  la  cantidad  diciendo,  que  si  los 
estados  de  conciencia  fueran  mensurables,  se  compondrían 
de  partes  contenidas  en  un  todo,  como  la  materia;  porque  es 
absurdo  creer,  por  ejemplo,  que  un  amor  es  más  grande  que 
otro  porque  se  compone  de  mayor  número  de  amorcitos;  co¬ 
mo  quien  dice  que  un  trozo  de  metal  es  más  grande  que  otro 
porque  contiene  míayor  número  de  moléculas.  Los  materialis¬ 
tas  psico-físicos  del  siglo  XIX  se  equivocaron,  tomando  por 
diferencia  de  cantidad  lo  que  es  solo  diferencia  de  cualidad, 
y  colocando  en  el  espacia  lo  que  sólo  está  en  el  tiempo. 

Critica  enseguida  a  la  escuela  asociacionista  materialista 
de  Taine  y  Stuart  Mili,  que  considera  al  espíritu  como  una 
multitud  de  estados  de  conciencia,  como  unidades  distintas  y 
separables,  diciendo  que  los  estados  de  conciencia  carecen  de 
número.  Es  de  advertir  sí,  que  para  Bergson,  a  la  inversa  de 
Kant,  “no  hay  número  sino  en  lo  co-existente,  y,  por  lo  tan¬ 
to  en  lo  simultáneo  y  especial”.  Para  Kant  el  número  está 
sólo  en  el  tiempo;  ya  que  es  la  síntesis  de  lo  sucesivo  y  no 
de  lo  simultáneo. 

De  acuerdo  con  lo  anterior  en  la  conciencia  no  hay  nú¬ 
mero  de  estados,  como  pretenden  Taine  y  Stuart  Mili,  por¬ 
que  para  que  así  fuera  en  un  momento  dado  debieran  coexis*- 
tir  varios  estados;  y  para  ello  se  necesitaría  espacio,  lo  que 
es  absurdo.  Por  lo  demás  nuestra  Intuición  o  percepción 
interna  nos  demuestran  que  cuando  ha  aparecido  un  estado 
ya  ha  desaparecido  el  otro  y  así  sucesivamente.  De  tal  mo¬ 
do  que  la  multiplicidad  es  sólo  cualitativa  y  no  cuantitativa. 

La  libertad,  humana 

La  libertad  humana  se  desprende  lógicamente  de  las  ar¬ 
gumentaciones  anteriores. 

Las  escuelas  panteístas  y  materialistas  del  siglo  XIX  ha- 


27 


bían  erigido  en  dogma  de  fe  el  deterninismo  en  todas  las 
acciones  humanas.  Había  una  ley  fatal  que  para  los  panteís- 
tas  era  la  evolución  divina  y  para  los  materilistas  las  leyes 
del  universo,  que  arrastraban  necesariamente  al  hombre  al 
abismo,  sin  que  los  esfuerzos  desesperados  sirvieran  de  nada 
para  librarse  del  golpe  dei  destino.  Se  caía  rendido  y  ago¬ 
biado  por  el  peso  de  la  fuerza  como  el  roble  gigante  y  orgu¬ 
lloso  caía  ante  el  paso  de  las  tempestades. 

Es  imposible  pintar  el  estado  en  que  se  sumergió  a  la  hu¬ 
manidad  con  semejantes  teorías  durante  el  Siglo  XIX,  sólo 
Schopenhauer  pudo  sintetizarlo  en  forma  no  igualada  en  su 
escuela  panteísta-pesimista,  que  levanta  como  Dios  a  la  vo¬ 
luntad  y  que  sumerge  al  mundo  en  el  pesimismo  más  atroz 
v  en  la  desesperación  impotente  del  que  no  alcanzará  jamás 
la  felicidad  esperada. 

Era  preciso  salvarse  del  caos  y  de  la  locura  de  rebelión, 
de  rabia,  de  tristeza  y  de  desesperación  en  que  se  caería  den¬ 
tro  de  poco. 

Es  a  Bergson  a  quien  cabe  íntegro  semejante  honor;  no 
sólo  se  salvó  a  sí  mismo  sino  que  salvó  a  la  humanidad  y  a  la 
civilización  colocando  muy  en  alto  y  como  punto  último  de 
su  filosofía,  la  libertad. 

Pero  aquí  como  en  otras  partes  su  acierto  ha  sido  muy 
útil  en  el  momento  que  lo  empleó,  pero  tiene  graves  errores, 
si  se  quisiera  seguir  con  su  método  y  con  sus  conclusiones  ©a 
el  futuro. 

A  primera  vista,  el  devenir  necesario  del  yo  nos  lleva 
directamente  al  determinismo ;  pero  Bergson  volviendo  a  lo 
que  ya  ha  explicado,  dice  que  sólo  la  concepción  especial  que 
nosotros  introducimos  en  todo  nos  lleva  a  semejante  resulta¬ 
do,  y  que  es  esa  precisamente  la  base  de  todas  las  teorías  de¬ 
terministas  . 

Pero  para  librarse  de  semejante  ilusión  se  debe  tener 
presente  la  noción  de  duración  en  el  tiempo  solo,  de  que  ya 
he  hablado. 

También,  y  a  fin  de  evitar  confusiones,  debo  dejar  esta¬ 
blecido  que  la  libertad  bergsoniana  no  se  identifica  con  la  li¬ 
bertad  de  la  filosofía  eterna. 

Para  Santo  Tomás,  la  libertad  es  atributo  de  la  volun¬ 
tad. 

La  voluntad  es  la  facultad  del  alma  humíana  por  medio 
de  la  cual  ama  necesariamente  el  bien  último  y  universal  y 
libremente  los  bienes  particulares,  para  'alcanzar  aqufel;  y 
la  libertad  es  el  atributo  de  la  voluntad  mediante  la  cual  el 
hombre  puede  poner  o  no  poner  en  igualdad  de  condiciones, 
acciones  libres  y  contradictorias  pudiendo  suspender  la  ac¬ 
ción  una  vez  empezada  o  concluirla  completamente. 


28 


El  libre  albedrío  es  la  igual  posibilidad  de  los  dos  con¬ 
trarios  . 

Bergson  al  hablar  de  la  libertad  se  expresa  así:  “la  pala¬ 
bra  libertad  tiene  para  mí  an  sentido  intermedio  entre  los 
que  acostumbra  a  darse  a  los  dos  términos  de  libertad  y  libre 
albedrío : 

“De  un  lado,  yo  creo  que  la  libertad  consiste  en  ser  com¬ 
pletamente  uno  mismJo,  en  obrar  de  conformidad  consigo  mis¬ 
mo;  esto  sería  pues,  hasta  cierto  punto,  la  libertad  moral  de 
los  filósofos,  la  independencia  de  la  persona  frente  a  todo  lo 
que  no  es  ella.  Pero  no  se  trata  exactamente  de  esta  libertad,, 
ya  que  la  independencia  que  yo  describo  no  tiene  siempre  un 
carácter  moral.  Además  no  consiste  en  depender  de  sí,  como 
un  efecto  depende  de  la  causa  que  necesariamente  lo  determi¬ 
na.  Por  ahí  volvería  al  sentido  del  libre  albedrío.  Sin  embar¬ 
go  tampoco  acepto  este  sentido  completamente,  ya  que  el 
libre  albedrío,  en  el  sentido  habitual  del  término,  implica  la 
igual  posibilidad  de  los  dos  contrarios,  y  no  es  posible,  según 
mi  opinión,  formular  ni  siquiera  concebir  aquí  la  tesis  de  la 
igual  posibilidad  de  los  dos  contrarios,  sin  engañarse  grave¬ 
mente  sobre  la  naturaleza  del  tiempo. 

“Podría,  por  tanto,  decir  que  el  objeto  de  mi  tesis,  sobre 
este  punto  particular,  ha  sido  precisamente  hallar  una  posición 
intermedia  entre  la  libertad  moral  y  el  libre  albedrío.  La  liber¬ 
tad  tal  como  yo  la  entiendo  está  situada  entre  dos  términos, 
pero  no  a  igual  distancia  de  uno  y  de  otro.  Si  fuese  absoluta¬ 
mente  preciso  confundirla  con  uno  de  los  dos,  yo  optaría  por  el 
libre  albedrío”.  (Le  Roy:  “Bergson”,  Pág.  Í68) . 

Desde  otro  punto  de  vista  que  no  fuera  la  intuición,  “el 
acto  aparece  necesariamente,  ya  como  la  resultante  de  una  com¬ 
posición  mecánica  de  elementos,  ya  como  una  incomprensible 
creación  ex  nihilo”,  lo  que  es  a  todas  luces  un  absurdo  ya  que 
el  esfuerzo  que  se  exige  para  sacar  algo  de  la  nada  es  infinito  y 
las  fuerzas  del  hombre  son  finitas  e  incapaces  por  lo  tanto  de 
crear  nada. 

Las  escuelas  deterministas  se  dividen  en  fisiológicas  y  psí¬ 
quicas;  según  las  primeras,  los  actos  son  determinados  por  la 
fisiología  cerebral  y  según  los  otros  unos  estados  de  concien¬ 
cia  son  determinados  por  otros ;  ambos  caen  en  un  error,  porque 
llevan  el  espacio  a  fenómenos  del  tiempo  someten  los  estados  psí¬ 
quicos  a  las  leyes  de  la  casualidad,  de  la  física,  en  razón  de 
que  siendo  inextensos  no  pueden  someterse  a  la  causalidad.  Por 
lo  demás  para  que  la  causalidad  pueda  efectuarse  son  precisas 
unidades  substanciales  independientes  que  obran  la  una  sobre 
la  otra,  produciendo  el  efecto,  unidades  que  como  ya  lo  pro¬ 
bamos  no  existen  en  los  estados  mentales ;  por  lo  tanto  no  rige 
en  ella  la  ley  de  la  causalidad,  que  lleva  al  determinismo.  “Es 


29 


sólo  una  figura  retórica,  el  decir  que  una  pasión  o  un  deseo 
determinan  la  acción.  La  pasión  y  el  deseo  no  son  unidades  ac¬ 
tivas  sino  sólo  momentos,  aspectos  del  estado  total  del  sujeto. 
Por  lo  tanto,  lo  único  que  podemos  decir  es  que  el  estado  del 
sujeto  ha  dado  lugar  a  la  acción,  ha  terminado  en  la  acción”.. 

Los  estados  mentales  son  imprevisibles,  indeterminados  por¬ 
que  en  ellos  además  de  no  existir  la  causalidad,  por  no  haber 
número  ni  espacio,  son  esencialmente  durables  y  no  se  puede 
substituir  el  tiempo,  por  la  simultaneidad  de  coexistencia  como 
lo  hace  la  ciencia  para  predecir  el  futuro.  Y  cuando  los  hom¬ 
bres  predicen  su  futuro  de  acuerdo  con  determinadas  condicio¬ 
nes  del  ambiente  no  hacen  otra  cosa  que  aplicar  el  pasado  al 
futuro;  pero  de  ninguna  manera  aplican  leyes  inmutables  al 
espíritu. 

Resumiendo :  la  psicología  bergsoniana,  admite  la  existencia 
de  la  materia  y  del  espíritu;  que  éste  se  confunde  casi  con  la 
conciencia,  y  la  conciencia  es  memoria,  o  sea  prolongación  del 
pasado  en  el  presente.  El  espíritu  no  es  substancia ;  no  está  so¬ 
metido  ni  a  la  existensión,  ni  al  número,  ni  a  la  causalidad,  y  por 
último  sus  acciones  son  espontáneas  y  completamente  libres: 
'"El  cerebro  es  para  él  un  órgano  de  pantomina  y  de  pant omina 
solamente ;  su  papel  consiste  en  minar  la  vida  del  espíritu ...  La 
actividad  cerebral  es  a  la  actividad  mental  lo  que  la  batuta  del 
director  a  la  sinfonía”.  Bergson  es  un  vitalista  eminente,  para 
quien,  el  espíritu  es  la  evolución  creadora,  el  élan  vital,  que  or¬ 
ganiza  y  trata  de  absorver  la  materia  y  al  Universo  todo  para 
conducirlo  en  su  fluir  eterno  a  las  regiones  misteriosas  de  lo 
ignoto  y  de  lo  desconocido. 

Bergson  representa  la  reacción  más  audaz  al  materialismo 
psicológico  del  siglo  XIX ;  y  si  es  cierto  como  ya  lo  he  dicho  que 
su  sistema  está  plagado  de  errores,  no  es  menos  cierto  que 
ha  dado  el  punto  de  partida  a  la  reacción  espiritual  verdade¬ 
ra  más  formidable  de  la  historia,  y  que  encabezada  por  Ja¬ 
ques  Maritain  arrollará  a  su  paso  t^do  lo  bajo  y  lo  perverso 
para  volver  a  los  días  felices  y  ya  lejanos  en  que  el  mundo 
teniendo  en  su  centro  a  Santo  Tomás  de  Aquino  navegaba 
con  la  bandera  del  cristianismo  al  tope,  mostrando  como  un 
sol  irradiante  de  luz  en  medio  de  la  tempestad  la  belleza,  la 
grandeza,  la  bondad  y  la  sabiduría  infinitas  e  inconmesura- 
bles  de  Dios. 

Crítica  de  la  psicología  Bergsoniana 

La  psicología  es  el  resultado  inevitable  y  necesario  de  su 
método  de  conocimientos  y  de  su  metafísica.  Ya  he  dicho  que  la 
Intuición  bergsoniana  se  acerca  demasiado  al  conocimiento  sen¬ 
sual,  que  no  pasa  más  allá  del  mundo  relativo  de  los  fenómenos 
y  es  por  eso  que  Bergson,  al  tratar  de  crear  una  metafísica,  ha 


30 


caído  en  nn  relativismo  com/pletamente  antimetafísico.  Insisto 
al  criticar  la  Intuición  como  método  de  conocimiento,  que  sólo 
hablo  de  la  Intuición  Bergsoniana  porque  la  Intuición  inte¬ 
lectual  que  percibe  rápidamente  la  verdad,  en  lo  más  pro¬ 
fundo  de  las  cosas  y  que  comprende  las  relaciones  entre  ellas 
y  su  creador  casi  espontáneamente,  ha  sido  el  método  corrien¬ 
te  de  los  genios,  como  que  en  ella  reside  su  característica 
esencial  y  la  diferencia  con  el  talento  que  también  llega  a 
la  verdad  pero  lentamente,  por  medio  del  silogismo  o  método 
discursivo . 

Pues  bien,  Bergson  al  hacer  su  introspección,  sólo  ha  ob¬ 
servado  los  cambios  fenoménicos  y  accidentales  del  yo,  que 
verdaderamente  están  en  el  tiempo ;  porque  estos  cambios 
son  movimientos  y  el  tiempo  en  último  extremo,  y  abstracción 
hecha  de  nuestro  modo  subjetivo  de  considerarlo,  se  identifi¬ 
ca  con  la  mutación,  con  el  movimiento.  Y  nosotros  estamos 
en  el  tiempo  porque  tenemos  pasado,  presente  y  futuro,  por¬ 
que  adquirimos  incesantemente  nuevas  realidades  que  antes 
no  teníamos,  nos  movemos  hacia  la  perfección,  hacia  Dios. 
He  aquí  una  de  las  razones  por  qué  Dios  no  es  temporal  sino- 
eterno  ;  basta  darse  cuenta  que  si  es  perfecto  es  porque  no 
hay  ninguna  realidad  fuera  de  él  que  deba  adquirir,  es  por¬ 
que  en  su  ser  simplísimo  en  el  cual  se  identifican  la  esencia 
con  la  existencia  existen  en  cantidad  infinita  todas  las  per¬ 
fecciones.  Identificándose  las  unas  con  las  otras,  cualidades 
que  sólo  la  imperfección  de  nuestra  razón  nos  hace  concebir 
separadas,  y  siendo  perfecto,  es  inmutable,  o  sea,  no  puede 
ganar  ni  perder  nada,  porque  lo  tiene  todo ;  y  si  es  inmutable 
no  está  en  el  tiempo  sino  que  en  la  eternidad,  que  es  la  du¬ 
ración  indefinida  del  ser,  que  es  el  eterno  presente.  La  pala¬ 
bra  duración  indica  en  este  caso  un  concepto  estático,  lo  con¬ 
trario  de  la  concepción  bergsoniana,  esencialmente  dinámi¬ 
ca. 

Volviendo  atrás,  he  dicho  que  Bergson,  sólo  observó  los 
fenómenos  de  su  alma,  pero  no  su  alma  misma;  de  ser  así  ha¬ 
bría  reconocido  que  en  medio  del  cambio  incesante,  hay  algo 
que  permanece  sin  cambio,  desde  el  principio  hasta  61  fin  de 
la  vida,  hay  un  yo  que  fué,  es  y  será  el  mismo  ayer,  hoy  y 
mañana  y  es  precisamente  esa  permanencia  del  yo  en  me¬ 
dio  del  incesante  movimiento  accidental,  lo  que  nos  lleva  rec¬ 
tamente  a  concluir  que  el  alma,  no  es  una  mera  asociación  de 
estados  mentales  estáticos,  como  pretendieran  los  materia¬ 
listas,  ni  dinámico,  como  quiso  Bergson,  sino  que  una  subs¬ 
tancia  de  la  cual  educen  los  pensamientos,  como  del  tronco 
del  árbol  las  ramas  y  las  flores  a  quienes  el  viento  inu&vo 
incesantemente  en  su  rondar  eterno.  Porque  una  cosa  es  el 
pensamiento  que  cambia  y  otra  el  yo  que  piensa. 


31 


Que  esta  substancia  es  simple,  lo  prueba  la  unidad  del  yo 
en  todos  sus  actos,  y,  finalmente  que  es  espiritual,  lo  prueba 
el  hecho  de  que  sea  simple  y  no  conste  por  consiguiente  de 
partes  que  son  esenciales  a  la  materia,  y  porque  si  constara 
de  partes  cada  una  pensaría  como  le  diera  la  real  gana,  de 
tal  modo  que  simultáneamente  tendríamos  varios  pensamien¬ 
tos,  lo  que  es  absurdo;  también  prueba  la  espiritualidad,  la 
universalidad  y  abstracción  del  pensamiento  que  no  podría 
ser  producido  por  una  substancia  concreta  y  singular  como 
la  materia,  de  acuerdo  con  el  viejo  axioma  que  dice:  Nunca 
el  efecto  puede  ser  superior  a  la  causa  porque  nadie  puede 
dar  lo  que  no  tiene;  y  finalmente  el  hombre  es  atraído  hacia 
el  bien  último  universal  e  inmaterial;  se  embriaga  en  ,su 
contemplación  amorosa,  empleando  todos  los  actos  de  su  vi¬ 
da,  todos  sus  bienes  particulares  para  glorificarlo  y  alcanzar¬ 
lo  ;  como  hay  otro  axioma  que  dice :  toda  cosa  se  deleita  con 
lo  que  le  es  semejante;  es  necesario  que  el  yo  sea  espiritual. 

Si  estoy  de  acuerdo  con  Bergson  que  la  esencia  del  al¬ 
ma  como  conjunto  ininterrumpido  de  fenómenos  psíquicos  es 
la  duración  leal,  debo  declarar  aquí,  como  verdad  infalible, 
que  la  esencia  del  alma  como  forma  substancial  del  yo  ver¬ 
dadero  es  el  espíritu. 

Sería  largo  entrar  a  explicar  aquí  cómo  los  grandes  psi¬ 
cólogos  contemporáneos,  apoyados  en  los  últimos  adelantos 
de  la  fisiología  cerebral,  han  sido  impotentes  para  demostrar 
la  producción  de  los  fenómenos  psíquicos  por  el  cerebro  puro 
y  decepcionados  han  optado  por  las  teorías  de  la  filosofía 
eterna  que  enseña  que  los  fenómenos  anímicos  son  producidos 
por  el  cuerpo  y  el  alma,  ya  que  ambos  elementos  constituyen 
el  yo  humano ;  haciendo  el  uno  el  papel  de  materia  prima  y 
el  otro,  el  de  forma  substancial  racional. 

En  cuanto  a  la  libertad  bergsoniana,  diremos  que  ha  sido 
un  mero  sueño  del  ilustre  pensador;  no  se  concibe  libertad 
en  algo  que  fluye  incesante  y  fatalmente ;  dice  Bergson  que 
el  yo,  apesar  de  todo,  es  libre  porque,  no  siendo  espaciales 
los  actos  de  la  conciencia,  no  están  sometidos  a  la  causalidad. 
Hay  que  confesar  que  el  argumento  es  sumamente  ingenioso 
pero  siempre  tenemos  derecho  a  preguntarnos  si  el  yo  son  esos 
fenómenos  que  están  cambiando  momento  a  momlento ;  si  el  yo  se 
está  haciendo  junto  con  el  estado  de  conciencia  sin  ser  distinto 
de  ella,  sino  que  por  el  contrario  identificándose  ¿quién  es  el 
libre?,  ¿no  es  la  vida,  por  si  acaso,  algo  ciego  como  la  misma 
ley  del  destino? 

Y  para  defender  la  libertad,  afirma  que  el  alma  no  es 
substancia,  porque  si  así  fuera  sería  extensa  y  ocuparía  es¬ 
pacio,  quedando  sometida  entonces  a  la  «causalidad  y  al  deter- 

minismo.  .  ¡  ,  ;  V  i  .  «'! 


32 


Ignora  el  filósofo  intuicionista  que  1a-  extensión  no  es 
cualidad  necesaria  de  la  substancia,  porque  substancia  /es 
todo  lo  que  existe  en  sí  y  no  en  otro  por  inherencia;  pues 
bien,  el  espíritu  es  substancia  porque  existe  en  sí  y  no  en 
otro  por  inherencia  y,  sin  embargo,  no  es  extenso  ni  ocupa 
espacio.  Sólo  la  substancia  material,  cuya  esencia  es  la  co¬ 
locación  de  partes  fuera  de  partes,  teniendo  por  lo  tanto  ex¬ 
tensión,  ocupa  espacio. 

Be  tal  modo  que  la  substancia  espiritual  no  ocupa  espa¬ 
cio  y  con  ella  Bergson  pudo  haber  salvado  íntegra  su  teoría 
de  la  duración  sólo  en  el  tiempo  sin  caer  en  el  relativismo  y 
superficialidad  atroz  >en  que  ha  concluido. 

Pero  aún  es  más;  ha  dicho  que  las  causas  que  no  ocupan 
espacios  no  pueden  obrar  produciendo  efectos,  lo  que  es  ab¬ 
surdo  porque  causa,  y  en  este  caso  hablamos  de  causa  eficien¬ 
te,  es  un  principio  que  contiene  en  sí  la  razón  suficiente  del 
paso  de  una  cosa  del  no  ser  al  ser;  y  principio  es  todo  aquello 
de  lo  cual  procede  una  cosa;  de  tal  modo  que  en  ninguno  de 
los  dos  conceptos  va  envuelta  la  idea  de  extensión  y  espacio; 
además  que  no  vemos  por  qué  la  causalidad  deba  ser  espa¬ 
cial  . 

Como  se  ve,  la  libertad  bergsoniana  no  resiste  el  más  le¬ 
ve  análisis;  no  es  a  él  precisamente  a  quién  corresponde  la 
gloria  de  haber  expuesto  o  defendido  la  teoría  que  hace  va¬ 
rios  siglos  lainzaifon  al¡  mundo,  primero  los  Padres  de  3¡a 
Iglesia  con  San  Agustín  a  la  cabeza  y  después  los  grandes  es¬ 
colásticos  siguiendo  a  Santo  Tomás. 

Como  Bergson  dice  de  paso  que  'la  libertad  humana  en 
la  forma  en  que  la  ha  concebido  la  filosofía  eterna  significa 
una  incomprensible  creación  ex-nihilo,  se  hace  necesario  res¬ 
ponderle  exponiendo  en  resumen  la  concepción  escolástica  de 
la  libertad. 

Solución  del  problema  de  la  Libertad.  Molinisxno  y  Tomáscno 

Ya  he  dicho  anteriormente  qué  entendía  la  escolástica 
por  libertad.  Esta  libertad  puede  ser  de  tres  clases:  l.°  Be 
contradicción  o  acción,  o  sea  libertad  de  obrar  o  no  obrar; 
2.*  Be  especificación  u  opción,  que  se  refiere  a  la  facultad  de 
elegir  el  objeto  que  más  le  place  a  la  voluntad,  y  3.®  libertad 
moral  para  escoger  el  bien  o  el  mal  moral  en  relación  con  su 
fin  supremo. 

Que  el  hombre  es  libre  lo  prueban : 

I. — El  testimonio  de  conciencia.  La  conciencia  me  ates¬ 
tigua  que  hay  actos  que  dependen  de  mi  exclusiva  voluntad, 
que  puedo  quererlos  o  no  quererlos  en  igualdad  de  eondieio- 


33 


nes,  'ejercitando  muchas  veces  acciones  que  van  contra  nuestro 
deber  y  contra  nuestro  propio  bien. 

II.  — La  consecuencia  del  sentimiento  de  libertad.  Sabe¬ 
mos  que  los  actos  que  hacemos,  cuando  obramos  sin  coerción 
externa,  nos  son  completamente  imputables,  de  tal  modo  que 
nos  alabamos  cuando  hemos  dado  un  buen  paso  o  hemos  eje¬ 
cutado  una  buena  obra,  en  tanto  que  nos  arrepentimos  y  nos 
sometemos  al  suplicio  del  remordimiento  en  caso  contrario. 
Si  fuéramos  necesariamente  determinados  a  obrar,  sería  ab¬ 
surdo  alegrarse  por  un  mérito  que  nos  nos  pertenece,  ni  en¬ 
tristecerse  por  algo  de  que  no  somos  culpables.  Por  lo  de¬ 
más  la  existencia  de  la  justicia  de  las  penas  y  homenajes,  pro¬ 
viene  de  la  persuación  de  que  el  mismo  hombre  es  autor  de 
sus  actos  y  por  lo  tanto  libre. 

Los  propios  deterministas,  negándolo  en  la  teoría  lo  han 
afirmado  rotundamente  en  la  práctica. 

III.  — Argumento  intrínseco,  basado  en  [La  relación  <W 
entendimiento  con  la  voluntad.  El  acto  de  voluntad  va  pre¬ 
cedido  de  otro  por  el  cual  el  entendimiento  juzga  que  un  ac¬ 
to  o  un  objeto  es  un  bien  relativo,  lleno  de  defectos  e  imper¬ 
fecciones;  el  entendimiento  lo  estudia  y  se  lo  entrega  a  la  vo¬ 
luntad  la  cual  después  de  todo  puede  quererlo  o  no  querer¬ 
lo,  obrando  a  favor  o  en  contra  del  entendimiento.  Así,  por 
ejemplo,  el  entendimiento  nos  muestra  como  perjudiciales  las 
pasiones  desenfrenadas,  pero  la  voluntad  se  reserva  el  derecho 
de  determinarse  por  las  pasiones  o  en  contra  de  las  pasiones. 

El  doble  aspecto  de  los  objetos,  uno  bueno  y  otro  defec¬ 
tuoso,  da  la  razón  subjetiva  de  la  determinación  inherente  a 
nuestros  actos  libres. 

En  resumen,  nuestro  entendimiento  nos  muestra  los  ob¬ 
jetos  como  bienes  relativos  y  nuestra  voluntad  sin  coacción 
alguna  los  acepta  o  los  rechaza. 

Este  argumento  es  irrefutable,  y  ha  sido  la  piedra  donde 
han  chocado  furiosas  las  diatribas  y  ios  sarcasmos  de  los  ma¬ 
terialistas  impotentes  para  destruirlo  por  el  recto  camino  de 
la  ruzón.  Pero  Bergson  ha  dicho  que  la  libertad  en  esta  forma 
considerada,  significaría  que  el  hombre  tiene  poder  para  sacar 
las  cosas  de  la  nada. 

Dos  palabras  sobre  el  Molinismo  y  el  Tomismo  para  dejar 
estos  hechos  en  claro. 

Si  en  la  libertad  humana,  en  la  forma  probada  más  arri¬ 
ba,  no  tuviera  ninguna  intervención  el  Ser  supremo,  el  emi¬ 
nente  ituicionista  francés,  tendría  toda  la  razón.  Pero  las 
cosas  no  pasan  en  forma  tan  sencilla.  Trataré  de  explicarme. 

La  dependencia  esencial  que  todo  ser  finito  tiene  de  Dios 
lleva  consigo  la  necesidad  y  existencia  de  una  influencia  fí- 


34 


sica,  real  y  positiva  de  Dios  sobre  toda  y  cada  una  de  las 
criaturas,  tanto  por  parte  de  su  ser,  como  por  parte  de  sus 
operaciones  y  efectos. 

Dios  crea  las  criaturas  y  las  conserva,  conservación  que 
no  es  más  que  una  creación  continuada;  y  además  influye  en 
ellas  consideradas  como  causas  segundas;  eficientes  porque 
como  primer  motor  contiene  la  razón  suficiente  de  la  causa¬ 
lidad  eficiente  de  las  criaturas  y  por  consiguiente  de  su  ac¬ 
ción;  luego  se  debe  admitir  la  existencia  de  un  influjo  real 
y  positivo  de  Dios  con  respecto  a  esas  criaturas.  Todos  los 
escolásticos  se  muestran  conformes  con  esta  deducción  lógica ; 
pero  el  desacuerdo  empieza  cuando  se  trata  de  determinar  el 
modo  como  obra  Dios  para  que  las  causas  segundas  y  sobre  to¬ 
do  las  libres  producán  sus  efectos.  Dos  escuelas  se  disputan 
el  predominio. 

Los  Molinistas,  para  quienes  Dios  obra  simultáneamente 
con  el  hombre  cuando  este  ya  se  ha  determinado;  de  tal  mo¬ 
do  que  el  efecto  es  el  resultado  de  la  acción  de  amjbos;  ya 
que  el  paso  de  una  cosa  del  no  ser  exige  un  esfuerzo  infinito, 
que  no  lo  posee  al  hombre  cuyas  fuerzas  son  en  extremo  li¬ 
mitadas.  Esto  es  lo  que  se  ha  llamado  la  correlación  simul¬ 
tánea  . 

De  tal  modo  que,  según  Molina,  el  hombre  se  determina 
libremente  a  la  acción  con  independencia  de  Dios,  el  cual  só¬ 
lo  participa  una  vez  que  esta  se  ha  puesto  en  acto,  de  tal  mo¬ 
do  que  sólo  obra  sobre  el  término  pero  no  sobre  el  principio. 

El  Molinismo  es  insuficiente  para  salvar  la  causalidad 
universal  y  primera  de  Dios  sobre  las  causas  finitas,  toda  vez 
que  hay  algo  que  empezó  a  existir  sin  intervenir  Dios . 

Por  lo  demás,  toda  determinación  es  un  paso  de  la  po¬ 
tencia  al  acto,  lo  que  exige  la  acción  previa  de  un  ser  que 
ya  esté  en  acto  con  respecto  a  esa  determinación.  Decir  lo 
contrario  es  faltar  a  la  lógica  y  caer  en  absurdo  y  contra¬ 
dicción  . 

La  pretendida  ciencia  media  de  los  Molinistas  agrava 
más  aun  el  problema,  dejando  a  Dios  determinado  por  el  hom¬ 
bre. 

Los  tomistas  están  de  acuerdo  también  con  los  Molinis¬ 
tas  en  el  concurso  simultáneo;  pero  mientras  los  segundos 
prefieren  salvarguardiar  los  derechos  del  hombre  y  colocarlos 
sobre  los  de  Dios,  los  primeros  salvan  ambos  derechos. 

Los  tomistas  sostienen  que  nada  puede  pasar  de  la  poten¬ 
cia  al  acto,  sin  que  obre  un  ser  previamente  en  acto,  y,  por 
consiguiente,  que  el  hombre,  al  moverse  de  la  potencia  de 
obrar  al  acto  de  obrar,  necesita  necesariamente  de  la  ayuda 
de  Dios,  acto  primlero  y  universal. 

Molina  da  como  base  de  su  teoría  la  necesidad  de  mante- 


35 


ner  la  libertad  humana,  «seriamente  amagada  por  Santo  To¬ 
más. 

Se  equivoca,  al  mismo  tiempo  que  parece  olvidar  que 
Dios  es  infinitamente  todopoderoso. 

Santo  Tomás  ha  dicho:  “En  el  libre  albedrío  de  tal  ma¬ 
nera  habla  Dios  que  además  de  darle  la  virtud  para  obrar, 
obrando  Dios,  obra  también  el  libre  albedrío”. 

“Dios  posee,  eficacia  de  causalidad  infinita  y  universa- 
lísima  que  se  extiende  a  la  substancia  del  acto  voluntario  y 
a  su  modo  que  es  la  libertad ;  porque  penetra  hasta  lo  más 
íntimo  de  la  operación  de  la  voluntad  humana”. 

Antes  de  terminar,  debo  recordar,  que  nuestro  conoci¬ 
miento  de  Dios  es  analógico  y  no  unívoco,  porque  estamos 
en  distinto  plano.  Mientras  él  es  infinito  y  perfecto,  profun¬ 
damente  sabio  y  poderoso,  nosotros  somos  débiles,  finitos  e 
imperfectos;  de  tal  modo  que  pretender  conocer  cómo  salva 
Dios  su  premoción  con  la  libertad  humana,  dejando  de  lado 
el  misterio,  es  absurdo;  porque  siempre  habrá  misterio  en  la 
relación  de  lo  humano  con  lo  divino;  si  así  no  fuera,  nuestro 
entendimiento  y  el  de  Dios  se  identificarían. 

De  tal  modo,  que  nuestra  ignorancia  de  la  manera  como 
obra  la  premoción  no  nos  dá  derecho  para  negarla ;  como  que 
la  ignorancia  que  reina  hoy  sobre  la  forma  en  que  obren  las 
posibles  causas  del  cáncer,  no  nos  dá  derecho  para  deducir 
que  el  cáncer  no  tenga  causa. 

En  resumen,  el  tomismo,  colocándose  en  el  verdadero  ca¬ 
mino,  afirma  por  un  lado  que  Dios  mueve  al  hombre  a  la  ac¬ 
ción  y  por  él  otro  lado,  que  el  hombre  es  libre  para  determi¬ 
narse  en  la  forma  que  mejor  le  parezca.  Son  los  dos  extremos 
de  la  cadena;  y  los  eslabones  intermediarios  son  el  misterio 
impenetrable  de  la  unión  del  hombre  con  su  creador. 

La  Escolástica,  Filosofía  etteraa 

Fácil  será  darse  cuenta  por  la  crítica  que  he  hecho  a  la 
filosofía  bergsoniana  que  un  sistema  fundado  en  una  edad  en 
qne  la  ciencia  no  existía  y  que  ha  logrado  recorrer  incólume, 
siempre  confirmada,  constantemente  combatida,  jamás  recha¬ 
zada,  mil  años,  se  ha  hecho  acreedora  al  calificativo  de  Filo¬ 
sofía  eterna . 

Hoy  como  ayer,  representa  la  verdad  única  y  última  den¬ 
tro  del  campo  del  pensamiento  humano. 

Alrededor  de  ella,  para  defenderla  o  para  •  destruirla,  se 
han  colocado  todos  los  pensadores  y  genios  del  Universo. 

Ante  ella,  se  descubrieron:  Descartes,  Fenelón,  Leibnitz, 
Kant,  Shelling  y  Hegel. 


36 


Por  ella,  entre  muchos  se  ha  convertido  al  catolicismo  el 
hombre  más  profundo  del  siglo  XX:  Jaeques  Maritain. 

Y  hoy  con  él  a  la  cabeza  como  en  los  tiempos  de  Santo  To¬ 
más  de  Aquino,  de  San  Buenaventura,  de  San  Alberto  Magno, 
de  Duns  Scoto,  de  Kogelio  Bacón,  de  Hugo  y  Ricardo  de  San 
Víctor,  de  Suárez  y  de  Juan  de  Santo  Tomás,  marcha  ade¬ 
lante,  siempre  adelante,  orgullosa  de  su  pasado  y  de  su  pre¬ 
sente,  segura  de  su  futuro. 

Una  filosofía  contra  la  cual  la  ciencia  materialista,  el 
racionalismo  panteísta  y  el  empirismo  excéptico  nada  han 
podido  durante  diez  siglos,  cuando  tantos  sistemas  filosóficos 
han  nacido  para  morir  luego,  merece  con  justicia  el  dictado  de 
Filosofía  Eterna. 

Desde  lo  alto  de  su  torre  de  granito,  escruta  tranquila¬ 
mente  el  horizonte;  ve  pasar  serena,  a  los  hombres  y  a  los  si¬ 
glos,  segura  de  que  siendo  1a.  verdad  es  inmutable,  y  nada  de¬ 
be  temer;  las  tormentas  de  la  vida  pasan  a  su  lado,  la  miran 
y  continúan  desvantando  sin  hacerle  nada,  absolutamente  na¬ 
da. 

Una  filosofía  que  no  cambia  y  a  quien  la  ciencia  en  su 
portentoso  adelanto  no  desmiente,  está  necesariamente  por 
fuera  del  tiempo  y  por  sobre  los  hombres :  pertenece  a  la  eter¬ 
nidad. 


El  mejor  tónico  oerebral 

F  i  t  o  s  a  n 


del  Instituto  Sanitas. 

A  base  de  fósforo,  calcio  y  magnesio. 


37 


Letras 


La  Muerte  de  Abel 


Cuando  el  hijo  que  cuidaba  rebaños  fué  muerto  por  el  que 
trabajaba  la  tierra,  algo  nuevo  e  inexorable  se  abatió  sobr©  el 
mundo.  Una  cósmica  tristeza,  un  luto  de  nubes  densamente  plo¬ 
mas  tiñó  el  cielo;  y  en  la  tierra,  la  sombra  d©  las  nubes  exten** 
díase  más  lívidamente  que  la  mancha  de  sangre  que  había  que¬ 
dado  en  el  monte.  De  súbito  la  soledad,  tuvo  doloroso  sentido; 
ahora  era  el  abandono,  la  separación,  la  huida;  y  una  sensación 
de  vacío,  de  ausencia,  turbaba  hasta  la  inmutable  serenidad  de 
los  árboles  y  de  las  montañas. 

Adán  no  quiso  ver  a  sus  hijos  después  de  la  tragedia.  El 
que  trabajaba  la  tierra  se  había  marchado  hacia  lugares)  desco¬ 
nocidos;  pero  el  cuerpo  del  otro  quedó  allí,  en  la  soledad,  ape¬ 
gado  al  suelo  materno,  como  besándolo,  e  inmóvil,  como  tronco 
de  árbol  desgajado  por  el  huracán;  Adán  vió  el  cuerpo  tendido. 
En  un  principio,  la  muerte  no  le  pareció  tan  terriblemente  im¬ 
placable.  Pensó  en  la  paz  del  sueño,  en  esa  tranquilidad  que  in¬ 
vade  el  alma  momentos  antes  de  que  aparezca  la  aurora.  Aque¬ 
llo  qu©  rodeaba  el  cuerpo  del  hijo  era  una  paz  más  definitiva 
aún,  la  paz  de  las  cosas  inmóviles. 

Sus  ojos,  todavía  abiertos,  miraban  hacia  arriba.  Apenas 
se  alcanzaban  a  divisar  dos  medias  pupilas,  tal  como  dos  hiñas 
negras  en  cuarto  menguante.  Pero  las  miradas  de  esas  medias 
pupilas  no  veían  ya  las  cosas  de  esta  tierra.  Perdidas  en  una  le¬ 
janía  interior,  en  una  soledad  sin  horizontes,  inmovilizadas,  te¬ 
nían  más  expresión  que  cuando  se  apoyaban  en  el  mundo,  y  no 
se  ahondaba  en  ellas  ningún  terror  de  lugares  desconocidos.  Adán 
vió  esas  pupilas  y  tuvo  la  seguridad  de  qu©  el  hijo  no  sufría  y 
de  que  quizás  era  más  feliz  que  el  qu©  se  había  fugado.  Pero 
vió  también  el  arroyo  de  sangre  seca  qu©  1©  manchaba  el  rostro 
y  entonces  algo  dentro  de  él  empezó  a  rebelarse,  y  sin  querer  se 
estuvo  sollozando  largo  rato. 

A  pesar  de  todo,  la  muerte  no  era  tan  terribletaiente  impla¬ 
cable.  Algo  en  ella  hablaba  d©  paz  y  otro  algo  de  esperanza.  Re*i 
eordaba  Adán  el  horror  de  la  primera  vida,  nacida  de  mujer,  ese 
revolcarse  del  cuerpo  extrangulado  de  angustia,  esos  gemidos  de 
ia  mujer  que  llenaban  el  silencio  de  la  noche  solitaria  como  los 
aullidos  de  los  lcbos;  atribulada  angustia  de  espera  desesperada. 
Y  después,  el  llanto  del  niño  recién  nacido,  nota  quejumbrosa, 
repetida,  que  se  le  hincaba  en  la  carne  cansada  como  espina  infi¬ 
nita.  ¡Ah,  sin  duda  el  horror  de  la  muerte  cumplida  no  podía 
compararse  con  el  de  la  vida  naciente! .  .  . 

Entonces,  ¿por  qué  esa  inquietud,  que  no  tenía  objeto,  de¬ 
lante  de?  cuerpo  siin  vida  del  hijo?  ¿Acaso  porqu©  el  hijo  había 
conseguido  la  paz  infinita  él  no  podría  ser  feliz?  ¿Acaso  el 
mundo  era  más  espantoso  ahora  que,  para  alguien,  el  sufrimien¬ 
to  había  cesado?  Adán  no  alcanzaba  a  comprender  qué  cosa  eifc. 
la  muerte,  y  no  sabía  si  desearla  con  un  deseo  ilimitado  ó  si 
temerla  como,  al  mal  sin  esperanzas.  Sentía  que  la  soledad,  del 
mundo  tenía  una  escapatoria;  pero  adivinaba  también  que,  para 
los  qu©  seguían  viviendo,  esa  escapatoria  era  una  soledad  más 
inmensa,  un  vacío  sin  apeltación.  Además,  algo  en  esas  pupilas 


38 


muertas  le  recordaba  el  terror  de  la  noche;  y  algo  en  esa  mancha 
de  sangre,  el  odio  del  enemigo  implacable. 

Bajó  del  monte.  La  paz  se  quedó  con  el  cuerpo  tendido  y 
tan  soló  la  inquietud  se  volvió  con  su  alma  atribulada.  Quizás 
se  acercaba  la  noche  y  amarga  sombre  iba  borrando  los  contor¬ 
nos  de  los  árboles  y  de  las  montañas.  Quizás  efl[  viento,  detenido 
por  una  mano  de  silencio,  ahondaba  la  desolación  del  paisaje.  Y 
quizás,  antes  de  qne  la  noche  total  cayera  sobre  el  mundo,  ho¬ 
rrible  mancha  de  sangre,  como  el  arroyo  seco  sobre  el  rostro  del 
hijo  muerto,  arreboló  las  nubes  del  crepúsculo. 

-  En  verdad,  la  muerte  no  era  una  cosa  tan  implacable. 

Pero  pasaron  los  días.  Los  buitres  —  aquellas  aves  que 
miraban  torvamente  y  tenían  garras  y  pico  fuerte  y  curvo  como 
medias  lunas  de  piedras  —  dibujaron  su  prehistórica  geometría 
en  el  cielo  cobre  el  cadáver  del  hijo  que  cuidaba  rebaños.  Vinie¬ 
ron  Tas  fieras  y  estuvieron  varias  noches  repartiéndose!  el  botín 
sangriento.  Luego  los  gusanos  se  comieron  poco  a  poco  el  cere¬ 
bro  hasta  que  el  cráneo  fué  una  pequeña  bóveda  blanca  con  dos 
agujeros  que  miraban  aü  cielo.  Después  el  montón  de  huesos  roídos 
ya  no  tenía  forma  humana.  Estaban  allí,  acusadores,  y  no  eran 
nada  más  que  polvo  de  Ja  tierra  o  flor  nauseabunda. 

Y  entonces,  cuando  Adán  vió  lo  que  quedaba  de  lo  qne 
había  sido  sn  hijo,  un  horror  comparable  sólo  al  de  la  primera 
noche  que  pasó  fuera  del  paraíso,  le  turbó  el  espíritu  amargado. 
La  paz  de  la  muerte  ya  no  era  una  paz,  era  una  podredumbre. 
El  hedor  qne  exhalaba  el  cadáver  del  hijo,  el  macabro  espectáculo 
de  los  pocos  pedazos  de  carne  sanguinolenta  aun  pegada  a  los 
huesos,  las  cuencas  de  los  ojos  vacíos,  la  mandíbula  inferior  caída 
al  lado  del  cráneo  como  una  cosa  inútil ...  Y  arriba  los  buitres 
daban  vueltas  enloquecidos  o  felices. 

Adán  sintió  que  aquello  qne,  cuando  vió  al  hijo  recién  muer¬ 
to,  había  comenzado  a  romperse  dentro  de  sn  espíritu,  lo  mismo 
que  una  fruta  podrida  se  rompía  ahora.  Era  el  horror  de  la  de¬ 
solación  que  subía  a  la  superficie  de  sn  alma,  y  giraba  allí,  enci¬ 
ma  de  sn  corazón  causado,  como  un  buitre  impaciente.  Adán  sa¬ 
bía  que  aquello  qne  había  sucedido  con  el  hijo  que  cuidaba  re¬ 
baños,  sucedería  con  todos  los  hombres;  con  él  mismo,  con  el 
hijo  que  había  huido,  con  la  mujer  y  todas  las  mujeres.  Era  este 
el  tremendo  castigo;  la  angustia  de  la  paz,  del  silencio,  de  la 
noche  y  de  todas  esas  cosas  que  son  como  vacíos  del  mundo. 

La  muerte  había  dicho  su  primera  palabra.  De  nada  valía 
cualquier  gesto  de  protesta.  Había  que  aceptar  lo  sucedido  sin 
rebeldías  y  desanudar  e!  nudo  de  desesperanzas  que  le  envolvía 
e]  corazón.  Tal  era  el  orden  de  las  cosas  desordenadas,  la  ley 
suprema  de  la  humanidad  caída.  Someterse  a  ella  constituía  qui¬ 
zás  la  sabiduría  más  excelsa.  Y  sin  embargo,  Adán  no  se  resig¬ 
naba  a  someterse.  Veía  a  sn  alrededor  la  vida  de  los  animales 
y  de  los  árboles  y  la  serena  inmutabilidad  de  las  piedras.  Den-} 
tro  de  sí  mismo  bullían  fuerzas  e  inquietudes,  y  se  entremezcla¬ 
ban  sus  angustias  como  las  hojas  de  un  matorral.  No,  no  podía 
resignarse  a  ser  un  montón  de  polvo  que  se  derrama.  Y  nunca, 
como  en  aquella  hora,  sintió  con  mayor  intensidad  la  inenarra¬ 
ble  nostalgia  del  paraíso  perdido. 


MANUEL 


A  T  R  I  A 


39 


Alberto  Cruchaga  Ossa 

Asesor  Jurídico  del  Ministerio 

Relaciones  Exteriores 

Raíces  Bíblicas  de  ia  Vida  Internacional 

Moderna 

n 

(Conclusión) 

El  historiador  alemán  Dr.  Flathe,  catedrático  de  Meissen, 
describe  en  los  siguientes  términos  el  cuadro  que  presentaba 
la  vida  internacional  a  la  caída  de  Napoleón  en  1815: 

“Acababa  de  verificarse,  a  consecuencias  de  la  revolución 
francesa  y  de  las  guerras  que  engendró,  un  cambio  como  no 
se  había  visto  otro  igualmente  general  y  trascendental  en 
Europa  desde  la  invasión  de  los  bárbaros. 

De  la  embocadura  del  Tajo  hasta  el  Volga  y  del  Estrecho 
de  Mesina  hasta  el  confín  septentrional  de  Escandinavia  ha¬ 
bía  quedado  conmovido  en  sus  cimientos  el  estado  político 
de  Europa;  había  caído  deshecho  lo  que  habían  creado  los 
siglos,  lo  que  por  la  edad  y  la  tradición  se  creyó  indestructi¬ 
ble. 

Una  serie  no  interrumpida  de  guerras  cada  vez  mayores 
había  cambiado  el  centro  de  gravedad  política  en  Europa, 
borrado  las  fronteras  naturales,  señalado  nuevos  derroteros 
y  dado  un  aspecto  nuevo  a  las  relaciones  internacionales  pací¬ 
ficas  de  los  pueblos”. 

Como  expresa  el  profesor  alemán,  se  encontraba  la  huma¬ 
nidad  en  1815  ante  una  de  aquellas  situaciones  en  que  busca 
por  instintiva  necesidad  un  guía  seguro  que  la  oriente  y  le 
proporcione  y  garantice  la  paz. 

No  faltaron  en  ese  grave  momento  de  la  historia  quienes 
recordaran  lo  que  Balmes  escribiría  años  después:  “¿queréis 
seguras,  breves,  universales  fórmulas  para  resolver  los  gran¬ 
des  problemas_de  la  historia  de  la  humanidad?  Leed  la  narra¬ 
ción  del  inspirado  por  Dios,  escuchad  al  hombre  sublime  a 


40 


quien  fué  concedido  hablar  con  Jehová  en  la  cumbre  del  Si- 
naí”. 

Después  de  firmar  los  tratados  de  paz,  de  arreglo  de 
fronteras,  de  liquidación  de  obligaciones  y  demás  que  resol¬ 
verían  las  cuestiones  petndientes  entre  los  Estados  de  Europa* 
tres  de  los  más  poderosos  soberanos  del  Continente,  los  Em¬ 
peradores  de  Austria  y  Rusia  y  el  rey  de  Prusia,  suscribieron 
en  París  el  26  de  Septiembre  de  1815,  o  sea,  hace  ciento  veinte 
años,  un  tratado  cuya  traducción  es  la  siguiente  : 

“En  nomlbre  de  la  Santísima  e  Indivisible  Trinidad,  Sus 
Majestades  el  Emperador  de  Austria,  el  Rey  de  Prusia  y  el 
Emperador  de¡  todas  las  Rusias,  a  consecuencia  de  los  grandes 
acontecimientos  que  se  han  producido  en  Europa  en  el  cur¬ 
so  de  los  tres  últimos  años,  y  principalmente  de  los  beneficios 
que  se  ha  dignado  la  Divina  Providencia  prodigar  a  los  Esta¬ 
dos  cuyos  gobiernos  han  puesto  sólo  en  ella  su  confianza  y  su 
esperanza;  convencidos  íntimamente  de  que  es  preciso  fundar 
el  curso  que  tomarán  las  potencias  en  sus  mutuas  relaciones 
sobre  las  verdades  sublimes  que  nos  enseña  la  eterna  religión 
del  Dios  Salvador. 

Declaran  solemnemente  que  la  presente  acta  no  tiene  otro 
objeto  que  manifestar  a  la  faz  del  universo  su  determinación 
inquebrantable  de  no  tomar  por  regla  de  su  conducta,  tanto 
en  la  administración  de  sus  respectivos  Estados  como  en  sus 
relaciones  políticas  con  todos  los  demás  gobiernos,  más  que 
los  preceptos  de  esta  santa  religión,  preceptos  de  Justicia,  de 
caridad  y  de  paz  que,  lejos  de  ser  únicamente  aplicables  a  la 
vida  privada,  deben  por  el  contrario  influir  directamente  so¬ 
bre  las  resoluciones  de  los  príncipes  y  guiar  todos  sus  actos, 
como  que  son  el  único  medio  de  consolidar  las  instituciones 
humanas  y  remediar  sus  imperfecciones. 

En  consecuencia,  sus  Majestades  han  convenido  en  los  ar¬ 
tículos  siguientes: 

Artículo  l.°. — Conforme  a  las  palabras  de  las  Santas  Es¬ 
crituras  que  ordenan  a  todos  los  hombres  mirarse  como  her¬ 
manos,  los  tres  monarcas  contratantes  permanecerán  unidos 
por  los  lazos  dei  una  fraternidad  verdadera  e  indisoluble  y, 
considerándose  como  compatriotas,  se  prestarán  en  toda  oca¬ 
sión  y  lugar  asistencia,  ayuda  y  socorro;  mirándose  para  con 
sus  súbditos  y  ejércitos  como  padres  de  familia,  los  dirigirán 
con  el  mismo  espíritu  de  fraternidad  que  están  animados  para 
proteger  la  religión,  la  paz  y  la  justicia. 

Artículo  2.°. — En  consecuencia,  el  único  principio  en  vi¬ 
gor  entre  dichos  gobiernos  y  sus  súbditos  será  el  de  servirse 
recíprocamente,  demostrarse  por  una  benevolencia  inalterable 


41 


la  afección  mutua  de  que  deben  estar  animados,  no  conside¬ 
rarse  todos  más  que  como  miembros  de  una  misma  nación  cris¬ 
tiana  sin  que  así  mismos  se  consideren  los  tres  príncipes  alia¬ 
dos  más  que  como  delegados  por  la  Providencia  para  gobernar 
tres  ramas  de  una  misma  familia,  a  saber:  Austria,  Prusia  y 
Rusia ;  confesando  así  que  la  nación  cristiana  de  que  ellos  y  sus 
pueblos  forman  parte  no  tienen  en  realidad  otro  soberano  que 
Aquel  a  quién  sólo  pertenece  en  propiedad  el  poder,  porque 
en  El  sólo, se  encuentran  todos  los  tesoros  de  amor,  ciencia  y 
sabiduría  infinita,  es  decir,  Dios,  nuestro  divino  Salvador  Je¬ 
sucristo,  el  Verbo  del  Altísimo,  —  la  palabra  de  vida. — Bus 
Majestades  recomiendan,  en  consecuencia,  con  la  mayor  soli¬ 
citud  a  sus  pueblos,  como  único  medio  de  gozar  de  la  paz  que 
nace  de  la  buena  conciencia  y  que  es  la  única  durable,  forti¬ 
ficarse  cada  día  más  en  los  principios  y  el  ejercicio  de  los 
deberes  que  el  Divino  Salvador  ha  enseñado  a  los  hombres. 

Artículo  3.°. — Todas  las  potencias  que  quieran  confesar 
solemnemente  los  sagrados  principios  que  han  dictado  la  pre¬ 
sente  acta  y  que  reconozcan  cuán  importante  es  para  la  feli¬ 
cidad  de  las  naciones,  demasiado  tiempo  agitadas,  que  estas 
verdades  ejerzan  en  lo  sucesivo  sobre  los  destinos  humanos  to¬ 
da  la  influencia  que  les  corresponde,  serán  recibidas  con  tanta 
satisfacción  como  afecto  en  esta  Santa  Alianza. 

Hecho  por  triplicado  y  suscrito  en  París  el  año  de  gra¬ 
cia  de  mil  ochocientos  quince,  el  veintiséis  de  Septiembre.  Si¬ 
guen  las  firmas  y  sellos  de :  Francisco  —  Federico  Guillermo 
—  Alejandro”. 

Como  se  ve,  este  tratado  internacional,  que  ha  dado  nom¬ 
bre  a  una  época  de  la  historia,  fue  suscrito  no  por  medio  de 
plenipotenciarios  como  es  habitual  en  los  pactos  de  su  género 
sino  por  tres  monarcas  que  obraron  por  sí  mismos  en  ejerci¬ 
cio  de  sus  atribuciones  soberanas. 

Este  detalle  ya  es  de  por  sí  digno  de  nota  porque  el  he¬ 
cho,  muy  raro  en  las  prácticas  diplomáticas,  de  que  un  trata¬ 
do  sea  suscrito  por  soberanos,  según  observa  el  moderno  autor 
francés  Basdevant,  parece  dar  a  lo  firmado  “un  carácter  de¬ 
finitivo  que  se  cree  de  ordinario  preferible  evitar ”  y  que  en 
los  casos  corrientes  se  quiere  sólo  alcancen  los  tratados  con  su 
ulterior  ratificación . 

De  los  tres  soberanos  signatarios  de  la  Santa  Alianza  ha¬ 
bía  un  católico,  otro  cismático  y  otro  protestante,  pero  ante 
aquel  grupo  de  soberanos  que  declaran  buscar  en*  la  Biblia  las 
luces  sobrenaturales  que  guardan  sus  venerables  páginas,  tal- 


42 


vez  no  fuera  del  todo  impropio  recordar  aquellas  palabras 
del  libro  de  los  Reyes:  “Jonatás  alargó  la  mano  y  la  mojó 
en  un  panal  de  miel  y  volvió  la  mano  hacia  su  boca  y  se  le 
aclararon  los  ojos’7. 

Mucho  se  ha  escrito  sobre  la  sinceridad  y  verdadera  inten¬ 
ción  con  que  los  tres  signatarios  de  la  Santa  Alianza  pusie¬ 
ron  su  firma  al  pie  del  importante  documento. 

Bel  emperador  de  Rusia  hay  declaraciones  oficiales  reite¬ 
radas  que  podrían  mirarse  como  indicios  de  sinceridad  y  de 
que  procedía  no  en  servicio  de  las  tradicionales  razones  de 
Estado  sino  con  prescindencia  de  ellas. 

“Ha  llegado  el  tiempo  —  decía  el  Zar  en  uno  de  esos  do¬ 
cumentos — en  que  los  soberanos  europeos  deben  hacer  hablar 
a  sus  conciencias  y  callar  a  sus  Ministros  para  arreglar  la 
suerte  de  los  pueblos’7. 

“El  asunto  es  de  tal  naturaleza  —  decía  en  otra  ocasión 
el  mismo  emperador  insistiendo  en  idéntica  idea  —  que  los 
Ministros  no  podrían  prestarme  ayuda  alguna77. 

El  Ministro  francés  Rayneval  veía  en  la  Santa  Alianza  se¬ 
gún  escribía  al  diplomático  La  Perronays  “ideas  y  sentimien¬ 
tos  que  la  filosofía  aprobaría  pero  que  la  política  difícilmente 
puede  compartir77. 

Más  tarde  el  duque  de  Richelieu,  que  según  el  Dr.  Flathe 
“tenía  perfecto  conocimiento  de  las  exigencias  de  la  época 
y  el  talento  y  habilidad  necesarios  para  realizar  las  reformas 
convenientes  dentro  de  los  límites  que  imponían  las  circunstan¬ 
cias  7,?  resolvería  el  ingreso  del  gobierno  francés  de  Luis  XVIII 
a  la  Santa  Alianza. 

Invitado  el  Papa  Pío  VII  a  adherir  al  mismo  convenio 
internacional,  se  excusó  según  anota  el  ya  citado  catedrático 
de  Mejssen  y  “contestó  que,  siendo  él,  como  todos  sus  prede¬ 
cesores,  depositario  de  la  verdad  cristiana,  no  necesitaba  nin¬ 
guna  nueva  exposición  de  la  misma77. 

Inglaterra,  por  boca  del  jefe  del  Gabinete  duque  de  We- 
llington,  se  negó  a  entrar  en  la  Santa  Alianza,  invocando  su 
derecho  público,  que  exigía  para  la  eficacia  de  actos  de  tal 
género  la  firma  o  intervención  de  un  Ministro  responsable,  sin 
que  fuera  para  el  efecto  suficiente  por  sí  sóla,  por  todo  lo  res¬ 
petable  que  pudiera  considerársela,  la  firma  de  un  rey  que, 
-según  el  viejo  aforismo  inglés,  reina  pero  no  gobierna. 


43 


Excusada  la  firma  inglesa  por  ese  escrúpulo  jurídico,  el 
-Gabinete  de  Saín  James  declaró  en  cambio  que  los  principios 
de  la  Santa  Alianza  eran  de  su  aceptación,  y  semejante  afir¬ 
mación  tuvo  apariencias  de  sincera,  porque  en  el  Congreso  de 
Aqnisgran  celebrado  en  1818  los  plenipotenciarios  inglíeses 
Castlereagh  y  Wellington  pusieron  sus  firmas  junto  a  las 
de  Metternich  y  Richalieu  al  pie  de  un  protocolo  de  quince 
de  Noviembre  de  ese  año  que  significaba  confirmar  y  ratifi¬ 
car  los  principios  de  la  Santa  Alianza. 

En  el  preámbulo  de  ese  protocolo  se  dice  que  es  firmado 
en  servicio  de  las  “miras  pacíficas  y  benévolas  que  comparten 
todos  los  soberanos’ ’  y  para  consolidar  así  “la  tranquilidad 
general”. 

Agrega  el  mismo  protocolo  de  1818  que,  después  de  re¬ 
flexionar  detenidamente  sobre  “los  principios  conservadores 
de  los  grandes  intereses  que  constituyen  el  orden  de  cosas  res¬ 
tablecido  en  Europa  bajo  los  auspicios  de  la  Providencia  Di¬ 
vina”,  los  firmantes  han  reconocido  y  declarado  unánimente: 

Primero. — Que  están  firmemente  decididos  a  no  apartar¬ 
se,  ni  en  sus  relaciones  mutuas  ni  en  las  que  los  ligan  a  los 
demás  Estados,  del  principio  de  unión  íntima  que  ha  presidido 
hasta  aquí  a  sus  relaciones  e  intereses  comunes,  unión  hecha 
más  fuerte  e  indisoluble  por  los  lazos  de  fraternidad  cristiana 
que  los  soberanos  han  constituido  entre  ellos. 

Segundo. — Que  esta  unión,  tanto  más  real  y  duradera 
cuanto  que  no  tiende  a  ningún  interés  aislado,  a  ninguna  com¬ 
binación  momentánea,  no  puede  tener  por  objeto  más  que  el 
mantenimiento  de  la  paz  general  fundado  en  el  respeto  reli¬ 
gioso  de  los  compromisos  establecidos  en  loe  tratados  y  de  la 
totalidad  de  los  derechos  que  de  ellos  derivan”. 

Cuando  el  Emperador  de  Austria,  que  fué  uno  de  los  fir¬ 
mantes  iniciales  de  la  Santa  Alianza,  recibió  la  proposición 
rusa,  el  Primer  Ministro  austriaco  Metternich  contestó  a  su 
colega  ruso  Nesselrode:  “esta  noble  y  gran  fraternidad  de  los 
soberanos  vale  más  que  todos  los  tratados”. 

Metternich  es  mirado  como  uno  de  los  genios  de  la  diplo¬ 
macia  y  uno  de  sus  más  autorizados  biógrafos  lo  cousidera 
“  sagaz  y  prqdente  como  pocos,  de  amabilidad  fascinadora,  de 
tacto  seguro  y  trato  facilísimo”  y  además  de  todo  eso  “nada 
escrupuloso”. 


44 


Algunas  de  aquellas  cualidades  del  Primer  Ministro  aus¬ 
tríaco  le  hicieron,  sin  duda,  mirar  como  necesario  que  su  so¬ 
berano  no  fuera  sordo  al  llamado  del  emperador  ruso,  pero 
talvez  sin  gran  decisión  de  no  poner  en  ejercicio  su  reconocida 
falta  de  escrúpulos  pura  hacer  letra  muerta  de  aquellas  eleva¬ 
das  estipulaciones;  y  aun  para  tomar  posiciones  contrarias  a 
las  que  ellas  señalaran,  apenas  la  razón  de  Estado  no  perdida 
de  vista  lo  aconsejara. 

En  sus  Memorias  dice  y  repite  Metternich  que  el  pacto 
de  la  Santa  Alianza  “no  debía  ser  a  los  ojos  de  su  autor  el 
Zar  Alejandro,  más  que  una  manifestación  moral,  y  que  para 
los  otros  signatarios  ni  siquiera  tenía  esa  significación”. 

Un  diplomático  corso  en  aquel  tiempo  ai  servicio  de  Ru¬ 
sia,  Pozzo  di  Borgo,  dijo  que  “Metternich  quería  hacer  de 
Austria  el  planeta  al  cual  sirvieran  las  demás  potencias  de 
satélites”;  al  servicio  de  esa  idea  y  no  de  la  de  servir  las  ge¬ 
nerosos  y  desinteresados  ideales  del  evangelio  hizo  que  su  so¬ 
berano  firmara  sin  dilación  la  Santa  Alianza,  pero  Gentz, 
un  confidente  del  célebre  Ministro  austríaco,  y  menos  dis¬ 
creto  que  él,  ha  escrito  que  “Metternich  cuando  hablaba  de  la 
Santa  Alianza  lo  hacía  mofándose  de  ella”. 

Talvez  no  fué  Metternich  el  único  de  los  firmantes  de 
aquella  alianza  que  entraron  a  ella  no  con  intención  de  darle 
el  escrupuloso  cumplimiento  de  que  no  era  capaz  el  refinado 
diplomático  austríaco,  sino  más  bien  para  burlarla  y  combatir¬ 
la  . 

Siempre  ha  tenido  partidarios  el  sistema  de  los  griegos 
que  creyeron  más  fácil  tomarse  a  Troya  desde  adentra  que 
desde  afuera. 

Dijo  San  Pablo  a  los  corintios  que  “un  poco  de  levadura 
corrompe  toda  la  masa”  y  ese  poco  bastaría  para  que  se  ma¬ 
lograra  entera  aquella  Santa  Alianza,  puesto  que  hojear  la 
historia  es  lo  mismo  que  ver  que  no  llegó  a  dar  los  resultados 
que  pudieron  esperarse  de  ella  la  obra  de  “los  tr<e$  magos ”, 
como  llamó  a  la  Santa  Alianza  un  estadista  contemporáneo 
de  la  escuela  de  Metternich  en  frase  recogida  por  un  repu¬ 
tado  escritor  de  nuestros  días,  René  Pinon. 

Los  historiadores  y  publicistas  han  optado  en  general  por 
imitar  a  Metternich,  pues  cuando  hablan  de  la  Santa  Alianza 
es  para  burlarse  de  ella. 


45 


No  puede  ser  ese  motivo  suficiente  para  acatar  irreflexi¬ 
vamente  ese  juicio  y  dejar  de  ver  lo  que  hay  de  interesante  y 
de  digno  de  recuerdo  y  estudio  en  un  memorable  episodio  de 
la  historia  diplomática. 

Es  un  hecho  innegable  y  significativo  que  en  un  momen¬ 
to  tan  importante  y  de  tan  serias  responsabilidades  para  los 
gobernantes  como  el  de  la  crisis  de  1815,  fue  la  Santa  Alian¬ 
za  lo  único  que  en  cuanto  a  principios  generales  o  sistema 
doctrinario  establecieron  las  potencias,  después  de  arreglar 
sus  cuestiones  específicas,  como  medio  de  asegurar  la  anhela¬ 
da  paz  entre  las  naciones. 

A  aquel  pacto,  ampliamente  abierto  como  decía  su  texto, 
a  la  adhesión  de  todos  los  países,  llegaron  a  incorporarse  for¬ 
malmente  y  esto  ya  en  1818,  antes  de  alcanzar  tres  años  de 
edad  cincuenta  y  un  Estados,  más  o  menos  la  misma  cantidad 
de  los  Estados  que  son  miembros  actuales  de  la  Sociedad  de 
las  Naciones,  que  llegan  a  cincuenta  y  cinco,  y  con  la  adhe¬ 
sión  que  los  principios  de  la  Santa  Alianza  encontraban  de 
parte  de  algunos  de  los  poquísimos  Estados  europeos  no  sig¬ 
natarios  de  ella  como  la  Santa  Sede,  resulta  que  del  sistema 
adoptado  por  el  pacto  de  1815  derivó  un  orden  de  cosas  que 
no  por  no  haber  sido  duradero  deja  de  ser  muy  digno  de 
nota. 

Incuestionablemente  ese  sistema  fue  en  los  momentos  en 
que  se  concibió  y  formtuló  capaz  de  satisfacer  la  ideología 
predominante  de  la  época  y  de  lograr  los  fines  que  con  él 
se  persiguieron,  pues  a  raíz  del  Congreso  de  Aquisgrán  en 
que,  como  se  ha  dicho,  fueron  confirmados  en  1818  y  suscri¬ 
tos  por  Inglaterra  los  principios  de  la  Santa  Alianza,  el  siem¬ 
pre  burlón  Metternich  decía:  “Ahora  cada  cual  puede  irse  a 
su  casa  y  entregarse  tranquilamente  y  por  mucho  tiempo  a 
sus  quehaceres ;  y  si  se  pudiera  prohibir  a  los  embajadores  re¬ 
ferir  a  sus  Gobiernos  lo  que  ven  y  piensan,  resultaría  supri¬ 
mida  la  única  causa  de  diferencias  que  todavía  queda”. 

Si  aquel  largo  tiempo  de  tranquilidad  que  anunciaba  Met¬ 
ternich  como  fruto  de  la  Santa  Alianza  no  fué  tan  largo,  no 
hay  por  qué  atribuirlo  a  maldad  del  sistema  y  no  a  que  él  su¬ 
cumbió  víctima  de  los  “peligros  de  falsos  hermanos”  de  que 
habla  San  Pablo  a  los  corintios;  a  que  a  poco  andar  las  razo¬ 
nes  de  Estado,  y  entre  ellas  talvez  la  acción  del  diplomático 


46 


sagaz  y  nada  escrupuloso,  que  quería  hacer  de  Austria  el  pla¬ 
neta  y  de  las  demás  potencias  sus  satélites,  volvieron  a  preva¬ 
lecer  y  a  hqcer  que  la  Santa  Alianza  fuera  explotada  con  fi¬ 
nes  políticos  distantes  de  su  institución  y  llegara  pronto  a 
no  tener  de  Santa  más  que  el  nombre. 

III 

Un  comentario  del  Pacto  de  la  Sociedad  de  las  Naciones 
-  que  publicó  en  1919  el  profesor  Scelle  de  la  Universidad  de 
Itíjón,  comienza  con  estas  palabras: 

“La  guerra  universal  que  durante  casi  cinco  años  en¬ 
sangrentó  al  mundo  ha  suscitado  en  todas  partes  el  ardien¬ 
te  deseo  de  una  paz  durable”. 

“El  conflicto  que  acaba  de  terminar  aparece  ya  a  nos¬ 
otros  sus  contemporáneos,  que  no  podemos  todavía  dominar 
todos  sus  aspectos  ni  pesar  todas  sus  repercusiones,  como 
el  más  formidablfe  acontecimiento  quie  haya  registrado  la 
historia  desde  la  caída  del  Iipperio  Romano”. 

“Ante  el  temor  de  otra  catástrofe  análoga  el  espíritu 
humano  busca  apasionadamente  las  nuevas  fórmulas  de  las 
relaciones  interna eionales”. 

“Pocas  épocas  de  la  historia  tienen  un  carácter  de  tran¬ 
sición  tan  manifiesto.  Sólo  el  período  tormentoso  de  la  re¬ 
volución  y  de  las  guerras  napoleónicas  puede  compararse  ai 
nuestro  ” .  ' 

Las  aspiraciones  de  la  humanidad  que  en  1815  buscaron 
expresión  en  la  Santa  Alianza  la  tuvieron  en  el  grave  mo¬ 
mento  de  la  historia  a  que  se  refiere  el  profesor  francés,  en 
el  Pacto  de  la  Sociedad  de  las  Naciones. 

En  lo  que  así  se  discurrió  en  1919  no  todas  son  de  se¬ 
mejanzas  con  lo  que  concibieron  en  París  los  tres  coronados 
artífices  de  Ja  Santa  Alianza. 

La  ideología  y  hasta  el  lenguaje  de  los  tres  soberanos 
de  1815  no  andan  tan  distantes  de  las  concepciones  interna¬ 
cionales  que  prevalecieron  en  las  negociaciones  de  1919,  cu¬ 
yo  principal  inspirador,  el  Presidente  Wilson,  habla  en  uno 
de  sus  famosos  catorce  puntos  en  estos  términos: 

“El  trato  acordado  a  Rusia  por  sus  naciones  hermanas 
durante  los  próximos  meses  será  la  piedra  de  toque  que  re- 


47 


velará  la  buena  voluntad  y  la  comprensión  de  esas  naciones, 
para  con  las  necesidades  de  Rusia,  con  abstracción  de  sus 
propios  intereses  y  con  inteligente  simpatía 

En  todo  esto  salta  a  la  vista  lo  mismo  que  dió  vida  a  la 
Santa  Alianza:  la  necesidad  de  manifestar  la  insuficiencia  de 
las  normas  de  derecho  para  regir  las  relaciones  internacio¬ 
nales  en  las  horas  culminantes  de  la  historia  humana. 

Wilson  habla  en  1918  de  naciones  hermanas,  de  buena 
voluntad,  de  comprensión  y  simpatía,  como  los  firmantes  de  la 
Santa  Alianza  hablaban  en  1815  de  fraternidad,  de  caridad 
y  de  afección  mutua. 

Alguien  ha  observado  que  en  el  preámbulo  de  los  trata¬ 
dos  suelen  aparecer  “emanaciones  morales  de  la  diploma- 
*  cia”  que  aun  no  logran  incorporarse  a  la  parte  dispositiva, 
al  derecho  positivo  propiamente  tal  que  por  el  tratado  se 
crea. 

En  el  preámbulo  del  Pacto  de  la  Sociedad  de  las  ¿Naciones, 
que  vino  a  ser  la  final  resultante  de  los  catorce  puntos  de 
Wilson,  se  habla  de  relaciones  internacionales  fundadas  no 
sólo  en  la  justicia  sino  también  en  el  honor,  fórmula  que  acu¬ 
sa  también  la  idea  de  no  circunscribir  al  solo  campo  del  dere¬ 
cho  las  normas  de  la  vida  internacional. 

Como  la  triple  alianza  fué  firmada  por  sus  tres  artífices 
sin  valerse  de  personeros  ni  intermediarios,  en  el  Pacto  de  la 
Sociedad  de  las  Naciones  estampó  su  propia  firma  en  forma 
inusitada  y  en  representación  de  su  país  el  principal  autor  del 
Pacto,  Presidente  Wilson,  firma  que  esta  vez  por  significativa 
circunstancia  quedaría  sin  efecto  alguno,  por  haber  negado- 
el  Senado  de  los  Estados  Unidos  su  aprobación  requerida  por 
la  Constitución  republicana  para  la  ratificación  de  lo  que 
Wilson  había  suscrito  creyendo,  de  seguro,  su  poder  más  cer¬ 
cano  de  lo  que  en  realidad  era  del  de  los  soberanos  de  1815. 

Esas  y  otras  analogías  mantuvieron  vivo  en  no  pocos  el 
recuerdo  de  la  Santa  Alianza  en  los  días  en  que  ante  la  ex¬ 
pectación  del  mundo  se  operaba  trabajosamente  la  gestación 
del  Pacte  de  la  Sociedad  de  las  Naciones. 

Un  colaborador  del  “Journal  des  Débats*’,  Auguste  Gau- 
vain  escribía  el  17  de  Marzo  de  1919 : 

“La  Sociedad  de  las  Naciones  es  la  mejor  válvula  de  se¬ 
guridad  que  se  pueda  imaginar.  Después  de  1815  los  signata- 


48 


rios  de  los  tratados  de  Viena  debieron  reunirse  año  a  año 
para  deliberar  sobre  los  medios  de  llenar  las  grietas  que  a  ca¬ 
da  instante  se  abrían  en  su  obra.  Apenas  habían  reconstruido 
un  muro,  se  partía  otra  de  las  fachadas.  Los  desórdenes  y 
las  intervenciones  se  sucedían  casi  sin  interrupción,  y,  final¬ 
mente,  se  quebró  el  mecanismo  de  la  Santa  Alianza .  No  pasa¬ 
rá  lo  mismo  con  la  Sociedad  de  las  Naciones  si  se  la  consti¬ 
tuye  fuertemente”. 

En  uno  de  sus  escritos  habla  Mr.  León  Bourgeois  del 
*  'derecho  tal  como  lo  llegará  a  producir  el  progreso  de  la 
conciencia  humana”,  pero  aún  antes  de  que  esa  perfección 
del  derecho  se  realice  y  generalice,  parece  que  hay  circunstan¬ 
cias  de  la  vida  humana  en  que  las  conciencias  no  se  satisfa¬ 
cen  con  el  derecho,  que  no  es  más  que  un  “mínimum  ético”, 
como  dijo  el  profesor  Gellinek,  de  la  Universidad  de  Viena. 

No  es  imposible  hallar  rasgos  demostrativos  de  que  no 
han  faltado  países  que  en  el  pasado  hayan  tomado  muy  en 
cuenta  para  su  proceder  internacional  causas  ajenas  a  las 
obligaciones  jurídicas . 

Así  el  26  de  Octubre  de  1852  el  Ministro  de  Relaciones 
Exteriores  chileno  don  Antonio  Varas  escribía  al  Encargado 
de  Negocios  del  Ecuador:  “Amo  mucho  la  honra  de  un  país 
como  humano  y  como  digno  de  estimación  por  eu  conducta 
conforme  a  la  justicia  y  a  los  más  nobles  sentimientos  que 
tanto  enaltecen  al  hombre”. 

“Semejante  proceder  revelaría  falta  de  humanidad,  de¬ 
fecto  que  si  repugna  en  un  particular,  en  una  nación  su  defor¬ 
midad  llegaría  al  extremo”,  agrega  la  misma  citada  comuni¬ 
cación  oficial  chilena. 

La  tendencia  que  dictó  tales  conceptos  se  ha  seguido  acen¬ 
tuando  con  el  transcurso  de  los  años. 

“Un  Estado  que  borre  de  la  lista  de  sus  obligaciones 
la  piedad  y  el  altruismo  viola  los  deberes  fundamentales  que 
nuestra  época  considera  le  incumben”,  dijo  en  1927  el  pro¬ 
fesor  Krauss  de  la  Universidad  de  Goettingue,  el  que  obser¬ 
va  a  la  vez  que  “el  principio  de  la  solidaridad  internacio¬ 
nal  se  ha  desarrollado  en  el  curso  de  los  últimos  años  casi 
con  la  rapidez  de  crecimiento  de  una  planta  tropical”. 

Humanidad,  piedad,  altruismo,  solidaridad,  son  eoneep- 


49 


tos  que  se  funden  con  ventaja  en  el  concepto  cristiano  de  la 
earidad . 

“ Tened  caridad,  que;  es  el  vínculo  de.  la  perfección’7,  der 
cía  San  Pablo  a  los  colosenses,  y  no  faltan  otros  que  con 
el  Ap'ósitoji  de  Jias  «Naciones  (hayían  contribuido  a  predicar 
que  la  caridad,  así  llamada,  sin  cambio  de  nombre  ni  dis¬ 
fraces  que  la  desfiguren,  es  también  entre  las  naciones  el 
vínculo  de  la  perfección. 

En  1928,  el  Presidente  de  los  Estados  Unidos  Mr.  Coo- 
lidge  emitió  en  la  inauguración  de  la  Sexta  Conferencia  Pa¬ 
namericana  de  la  Habana  dos  conceptos  siguientes: 

“  Aunque  la  ley  es  necesaria  para  guiar  adecuadamente 
la  acción  humana  y  permanecerá  siempre  siendo  la  fuente 
de  libertad  y  la  garantía  final  de  todos  nuestros  derechos, 
existe  otro  elemento  e,n  nuestras  experiencias  que  siempre 
debe  ser  tomado  en  consideración.  Sabemos  que  la  letra  ma¬ 
ta  pero  el  espíritu  dá  vida”.  Esta  frase,  que  está  entre  co¬ 
millas  en  el  discurso  de  Mr.  Coolidge,  es  la  tan  conocida  de 
una  epístola  de  San  Pablo  a  los  corintios. 

Sigue  así  el  mismo  discurso  presidencial  escuchado  en 
La  Habana  en  1928:  ‘‘Frecuentemente  en  nuestras  relacio¬ 
nes  internacionales  deberemos  contemplar  el  espíritu  más  que 
la  letra  de  la  ley,  y  debemos  tener  presente  que  la  suprema 
ley  es  la  consideración,  la  cooperación,  la  amistad  y  la  ca¬ 
ridad,  y  que  a  falta  de  éstas  no  puede  haber  paz,  progreso, 
libertad  ni  República. 

“Estos  son  los  atributos  que  elevan  las  relaciones  hu¬ 
manas  del  terreno  puramente  físico  y  del  orden  de  la  exis¬ 
tencia  animal  hasta  la  esfera  superior  que  confina  con  lo 
divino.  Si  nosotros  entramos  en  una  nueva  era  en  nuestros 
asuntos  será  porque  el  mundo  reconoce  y  ajusta  su  vida  a 
este  espíritu,  que  es  la  expresión  más  perfecta  de  la  regla 
de  oro”. 

“Debemos  —  agregó  el  Presidente  de  los  Estados  Uni¬ 
dos  —  orientar  nuestro  viaje  de  exploración  hacia  la  comple¬ 
ta  comprensión  y  amistad.  Una  vez  tomada  esa  ruta,  no  de¬ 
ben  hacernos  retroceder  los  temores  de  los  tímidos,  los  con¬ 
sejos  de  los  ignorantes  o  los  designios  de  los  malévolos. 
Con  la  ley  y  la  caridad  por  guías,  con  aquella  fe  que  crece 


50 


cuando  requiere  sacrificios,  echaremos  finalmente  anclas  en 
el  puerto  de  la  justicia  y  la  verdad”. 

Hace  poco  más  de  dos  meses  se  han  pronunciado  muy 
cerca  de  aquí  las  siguientes  palabras  que  no  disuenan  de  las 
del  Presidente  Coolidge  en  1928,  y  que  están  tomadas  de  uno 
de  los  diarios  de  Santiago: 

“Las  naciones  siempre  viven  con  retraso  respecto  a  la 
mentalidad  individual”. 

“Mientras  algunos  países  queman  el  café,  en  otros  no 
se  bebe  café :  mientras  en  algunas  naciones  sobra  trigo,  en 
otras  partes  la  gente  se  muere  de  hambre. 

“Por  esto  no  basta  un  esfuerzo  mental  para  obtener  la 
paz.  Es  necesario  un  esfuerzo  moral,  de  cooperación 
maílla  ’  ’ . 

“Es  necesario  un  fuerte  patriotismo,  un  patriotismo  pu¬ 
ro,  un  patriotismo  depurado,  más  consciente  de  sus  deberes 
para  la  patria,  pero  también  para  el  resto  de  los  hombres. 

“Y  para  esto  no  hay  mejor  guía  ni  mejor  lema  que  el 
que  nos  enseñara  Aquel  que  dijo :  Paz  en  la  tierra  a  los  hom¬ 
bres  de  buena  voluntad,  pero  sólo  a  los  de  buena  voluntad.”. 

Esto  no  se  ha  dicho,  como  pudiera  creerse,  en  la  vecina 
Basílica  de  la  Merced  ni  por  un  sacerdote  católico,  sino  en 
el  Teatro  Municipal  y  por  un  Embajador  de  la  República  Es¬ 
pañola  y  experto  conocedor  de  la  situación  internacional  pre¬ 
sente  del  mundo  y  sus  necesidades,  el  Excelentísimo  señor 
don  Salvador  de  Madariaga. 

Encontrar  en  tales  bocas  semejantes  lecciones  no  puede 
menos  de  traer  a  la  mente  el  recuerdo  de  aquellas  palabras 
de  San  Pablo  a  los  hebreos:  “Dice  el  Señor:  Al  dar  mis  leyes 
las  escribiré  en  los  corazones  de  los  hombres  y  en  sus  enten¬ 
dimientos”. 

Reveladoras  indicios  son  todos  esos  que  una  vez  más 
demuestran  que  quienes  no  se  empecinan  en  cerrar  los  ojos 
fácilmente  ven  la  verdad,  y  si  son  sinceros  la  confiesan,  por¬ 
que,  con  más  razón  aún  que  cuando  las  escribió  el  Padre 
Gratry  hace  setenta  años,  pueden  decirse  ahora  estas  pala¬ 
bras:  “Parece  que  hemos  llegado  a  una  edad  de  las  nacio¬ 
nes  e¿n  que  Dios  quiere  imponer  a  los  hombres  deberes  inte¬ 
lectuales  más  grandes”. 

Sin  más  que  razonar  los  que  razonan  honradamente  sue- 


51 


len  llegar  como  se  ve  a  la  conclusión  de  que  no  hay  solucio¬ 
nes  mejores  para  los  problemas  internacionales  que  las  que, 
como  decía  Balmes  hace  cerca  de  un  siglo,  se  encuentran  < ‘se¬ 
guras,  breves  y  universales”  sin  más  que  abrir  el  Evangelio, 

San  Pablo  dijo  a  los  romanos  que  “palabra  abreviada 
hará  el  Señor  sobre  la  tierra”  y  abreviadas  son  las  lecciones 
de  la  Biblia  acerca  de  la  vida  internacional,  pero  como  se  lee. 
en  el  libro  de  los  Jueces,  “vale  más  un  racimo  de  Efraín  que 
todas  las  vendimias  de  Abiezer”. 

¡Si  esas  soluciones  prevalecieran!  “Tratad,  a  menudo 
de  imaginar”,  decía  el  Padre  Gratry  “lo  que  sería  la  huma¬ 
nidad  si  todos  los  hombres  se  amaran  unos  a  otros”. 

Como  San  Plablo  a  los  corintios,  “estamos  en  apuros  pe¬ 
ro  no  sin  recurso”  pueden  y  deben  decirse  los  hombres  y,  so¬ 
bre  todo,  los  católicos  que  estudian  su  Eeligión,  por  arduos 
que  sean  los  días  que  les  toque  vivir  en  la  tierra,  con  la  vista 
y  el  pensamiento  en  la  Biblia,  depositarla  de  la  ciencia  divi¬ 
na  que  enseñó  a  Salomón  con  toda  sabiduría  las  mejores  nor¬ 
mas  posibles  de  vida  internacional. 


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52 


Ecos  del  Extranjero 

El  X  Congreso  italiano  de  Filosofía 

Es  un  fenómteno  averiguado  hasta,  la  saciedad  en  el  or¬ 
den  fisiológico  que,  al  verse  un  organismo  invadido  por  cual¬ 
quiera  enfermedad,  va  echando  mano  a  sus  medios  de  defensa 
en  proporción  determinada  por  la  violencia  del  ataque ;  así 
cuando  éste,  de  inocuo  que  por  ventura  parecía  en  un  prin¬ 
cipio,  se  torna  amenazante  y  siniestro,  el  organismo  recoge 
desesperadamente  sus  medios  de  defensa  y  los  lanza,  en  un 
supremo  esfuerzo  para  rechazar  y  aniquilar  al  invasor  sal¬ 
vando  de  este  ntodo  su  existencia  vacilante. 

Fenómeno  semejante  ocurre  en  el  orden  moral.  Sólo  que 
el  organismo  fisiológico,  obediente  exacto  de  las  leyes  esta¬ 
blecidas  para  él,  no  pierde  momento  en  preparar  la  defensa ; 
el  organismo  moral,  en  cambio,  intervenido  por  la  voluntad 
humana,  sujeta  a  desfallecimiento  y  extravíos,  muy  a  menu¬ 
do  deja  que  el  mal  se  arraigue,  brote  y  se  propague,  adqui¬ 
riendo  conciencia  de  él  únicamente  cuando  está  a  punto  de 
acabar  con  todo.  Reacciona,  sin  embargo,  y  trata  de  recu¬ 
perar  con  la  intensidad  de  su  esfuerzo  restaurador  la  tar¬ 
danza  en  haberlo  iniciado. 

Es  lo  que  contemplamos  hoy  en  el  mundo  moderno.  El 
virus  individualista  inyectado  en  la  sociedad  cristiana  por 
Lutero,  Descartes  y  Rousseau,  ha  llegado  ya  a  la  plenitud  de 
sus  frutos  venenosos.  No  hay  nada  que  no  se  halle  entene¬ 
brecido  en  lo  intelectual,  debilitado  en  lo  voluntario,  dividi¬ 
do  en  lo  social.  Se  niega  la  certeza  como  adhesión  firme  de 
la  inteligencia  a  un  orden  objetivo;  se  rechaza  toda  norma 
absoluta  para  la  voluntad  libre  del  hombre;  se  prescinde, 
combatiéndola,  de  toda  unión  en  el  orden  social.  La  sociedad 
dejó  infiltrarse  en  su  seno  el  virus  nocivo;  pero  a  pesar  de 
las  voces  de  alarma,  que  no  faltaron  sólo  ahora  se  da  cuenta, 
azorada,  de  que  su  existencia  misma  peligra,  y  encarga  a  sus 
élites  que  arbitren  los  medios  de  salvación. 

Por  eso  se  ven  ahora  multiplicarse  con  exhuberante  pro¬ 
fusión  toda  clase  de  reuniones  o  asambleas  en  que  se  congrí 
gan  los  estudiosos  a  fin  de  señalar  normas  de  aplicación  in¬ 
mediata  para  remediar  los  males  actuales.  Entre  éstos,  me¬ 
recen  atención  preferente  los  congresos  de  índole  filosófica. 
Mal  de  inteligencia  es  lo  que  padece  el  mundo  moderno,  cuyos 
males  arrancan  de  ese  entendimiento  intelectual:  Si  tenéis  da- 
madp  tu  ojo,  todo  tu  cuerpo  estará  obscurecido,  dice 
cristo.  La  mirada  del  alma,  la  inteligencia,  está  dañada  y 


por  eso  el  espíritu  todo  se  halla  obscurecido,  desorientado. 

El  décimo  congreso  italiano  de  Filosofía  que  se  reunió 
tres  meses  ha  en  la  ciudad  de  Salsomaggiore,  es  una  de  las  tan¬ 
tas  manifestaciones  que  han  aflorado  y  afloran  desde  algún 
tiempo  al  impulso  del  instinto  social  de  conservación.  Reunido 
en  la  dicha  ciudad  por  celebrarse  el  centenario  de,  J.  Domingo 
Romagnosi,  la  personalidad  de  este  filósofo,  precursor,  en 
cierto  sentido,  del  materialismo  moderno,  ocupó  el  primero'  de 
los  temas  consagrados  a  discutirse  en  la  asamblea.  Los  res¬ 
tantes  temas,  en  cambio  —  la  lógica  de  las  ciencias  y  el  rea¬ 
lismo  —  son  un  vivido  indicio  de  la  orientación  que  han  to¬ 
mado  las  preocupaciones  y  los  afanes  de  'los  intelectuales 
modernos,  y  de  que  han  visto  certeramente  el  punto  a  don¬ 
de  deben  llevar  la  reacción  salvadora. 

Eso  sí  que  no  están  todavía  muy  seguros  de  los  caminos 
por  seguir.  El  “Osservatore  Romano’ ’  cita  a  este  propósito 
interesantes  reflexiones  que  el  P.  A.  Messineo,  S.  J.  publi¬ 
ca  en  la  “Civilta  Cattolica”:  “No  es  necesario  ocultar,  — 
dice  el  escritor  jesuítico,  —  que  esta  labor  revisionista  de  las 
posiciones  conceptuales  dominantes  en  Italia  procede  en  for¬ 
ma  muy  incierta  y  un  tanto  caótica,  de  tal  modo  que  no  per¬ 
mite  todavía  prever  sus  futuros  perfiles  y  sistematización. 
Por  el  momento,  el  pensamiento  italiano  anda  desorientado; 
pero  por  encima  de  todo  se  dibuja  confusamente  en  el  hori¬ 
zonte  la  meta,  que  parece  ser  una  filosofía  más  en  'consonan¬ 
cia  con  las  fuentes  de  nuestro  pensamiento  y  más  vecina  al 
sentido  común  del  cual  se  había  apartado  el  idealismo,  una 
filosofía  que  sea  afirmación  integral  de  la  verdad  y  retorno 
a  nuestra  tradición,  la  cual,  —  convenimos  plenamente  con 
el  honorable  Oreslano  —  es  esencialmente  católica”. 

Volvamos  al  Congreso. 

S.  E.  Orestano,  en  el  discurso  pronunciado  en  el  teatro 
de  Salsomaggiore  atribuyó  a  Ranagnosi  la  paternidad  de  la 
teoría  que  reconoce  a  la  propiedad  una  función  social.  Pero, 
como  lo  hace  notar  el  “Osservatore  Romano”,  la  función  so¬ 
cial  de  la  propiedad  había  sido  proclamada  muy  en  alto  por 
todos  los  filósofos  escolásticos,  y  atribuir  la  invención  de  estq 
doctrina  a  Romag;nosi  sólo  puede  ser  producto  de  la  ignoran¬ 
cia  en  que  se  encuentra  el  espíritu  del  mundo  moderno  res¬ 
pecto  de  la  Filosofía  medioeval.  Y  no  solamente,  agregamos 
nosotros,  se  enseña  explícitamente  por  Santo  Tomás  y  los 
otros  grandes  escolásticos  la  función  social  de  la  propiedad, 
sino  que,  en  la  raíz  misma  de  la  teoría  del  Angélico  Doctor 
acerca  de  la  personalidad  humana,  que  por  esencia  es  socia¬ 
ble  —  dice  él,  de  acuerdo  con  Aristóteles  —  late  fuerte  q  in¬ 
tensamente  aquella  doctrina.  La  Edad  Media,  aaaba,  ¿no 
es,  en  sus  siglos  áureos,  una  confirmación  brillante  del  es- 


54 


píritu  social  con  que  se  consideraba  entonces  a  la  propiedad? 
Allí  están  los  municipios,  universidades  y  gremios  para  dar 
contundente  respuesta. 

Media  jornada  del  Congreso  se  consagró  a  estudiar  el 
tema  relatado  por  el  profesor  Pastore:  La  lógica  de  la  inves¬ 
tigación  científica.  Fuera  de  que,  como  dice  el  Osservaífcore, 
el  estilo  del  profesor  Pastore  se  resintió  de  escasez  de  clari¬ 
dad  y  de  orden,  por  cuya  raz^n  se  hizo  muy  dificultoso  el 
seguirlo  en  sus  disquisiciones,  no  se  ve  muy  bien  qué  cosa 
pueda  ser  esta  lógica  científica.  El  común  de  los  hombres 
se  ha  habituado  a  entender  por  lógica  una  disciplina  de  la 
mente,  un  instrumento  de  que  la  inteligencia  naturalmente 
se  sirve  en  la  elaboración  de  los  conceptos  referentes  a  cual¬ 
quier  materia  de  conocimiento  siguiendo  un  camino  deter¬ 
minado  por  las  leyes  internas  del  pensamiento;  ahora  bien, 
¿i qué  tiene  que  ver  la  ciencia  de  las  cosas  con  todo  aquello 
que  formalmente,  intrínsecamente,  constituye  la  ciencia  lógi¬ 
ca?  En  los  trabajos  científicos,  ciertamente  que  la  lógica  es 
necesaria,  en  cuanto  es  necesaria  la  actividad  ordenada  de 
la  mente  que  por  inducción  o  deducción  arriba  a  determina¬ 
das  conclusiones;  pero  que  las  ciencias  deban  poseer  una  ló¬ 
gica  particular,  diversa  de  la  lógica  racional  y  que,  a  su 
vez,  esta  última  deba  alterarse  radicalmente  como  quiere  el 
profesor  Pastore,  parece  inconciliable  con  el  común  concepto 
de  Lógica. 

Más  graves,  aún,  son  las  afirmaciones  que  este  intelec¬ 
tual  lanzó  rechazando  toda  la  lógica  que  va  desde  Aristóteles 
hasta  Kant  y  que  él  reemplaza  con  una  nueva  disciplina  que 
llama  lógica  diel  p otenziamento ,  una  especie  de  mecánica  que 
supone  la  igualdad  entre  la  numerabilidad  matemática  y  la 
lógica,  la  existencia  de  modelos  y  de  máximas  lógicas  posi¬ 
bles  de  construirse  en  un  laboratorio  ad,  hoc  y  otras  afirma¬ 
ciones  semejantes.  Comportación  de  cuán  acertadas  aparecen 
las  reflexiones  del  P.  Messineo  acerca  de  lo  vacilante  y  des¬ 
orientado  que  aparece  todavía  la  restauración  intelectual  fi¬ 
losófica.  No  se  puede,  tampoco,  exigir  mucho  más.  Es  natu¬ 
ral  que,  en  el  cruce  de  dos  Edades,  los  sedimentos  de  lo  vie¬ 
jo  se  entremezclen  con  lo  que  adviene  formándose,  una  con¬ 
fusión  que,  a  medida  que  avanza  el  proceso  histórico,  ha  de 
terminar  por  la  fusión  de  lo  vital  que  había  en  lo  que  se  va 
con  lo  presente,  resultando  de  esa  fusión  una  síntesis,  todo 
claridad  y  harmonía. 

El  tema  del  realismo  es,  sin  disputa,  el  más  apasionante 
de  los  tres  que  allí  se  trataron.  La  afirmación  casi  unánime 
en  favor  del  realismo  filosófico  fue  tanto  más  inesperado  cuan¬ 
to  que  había  entre  los  congresales  una  buena  falange  de  idea¬ 
listas  aguerridos. 


55 


El  profesor  Tarozzi,  primer  relator  del  tema,  desarrolló 
algo  que  fué  más  una  conmovedora  confesión  de  la  crisis  es¬ 
piritual  que  lo  ha  inducido  a  revisar  su  bagaje  folosófico,  que 
una  demostración,  destinada  a  confirmar  la  existencia  de  una 
realidad  distinta  del  yo.  El  supone  que  el  realismo  se  en¬ 
cuentra  suficientemente  privado  por  las  aspiraciones  y  nece¬ 
sidades  fundamentales  del  alma  humana.  Argumento  este  de 
orden  afectivo  y  que  deja  pensar  la  situación  anómala  en 
que  se  halla  Tarozzi,  próximo  ya  de  lo  trascendente,  de  lo 
absoluto,  que  —  no  obstante  —  sólo  se  le  presenta  como  pro¬ 
blemático,  como  probable,  pero  no  como  una  realidad  vivaz, 
por  cuya  razón  no  se  atreve  a  demostrarla  con  argumentos  de 
orden  puramente  intelectual  y  metaf  isleo. 

En  cambio,  el  profesor  Bontadini  se-  plantó  decididamen¬ 
te  en  un  dilema:  o  idealismo  o  neo^escolástica,  porque  si  al 
realismo  se  le  da  cualquier  forma  diversa  de  la  neo-escolás¬ 
tica,  cae  fatalmente  en  el  idealismo.  La  prueba  aducida  por 
este  pensador  en  confirmación  de  su  dilema  no  convencerá  a 
nadie  ^que  conozca  sólidamente  la  filosofía  neo-escolástica :  El 
idealismo'  en  su  esencia  misma  es  tensión,  esfuerzo,  movimien¬ 
to;  ahora  bien,  toda  forma  de  realismo  qute  no  sea  la  del  nieo- 
escolástjco  encierra  en  sí  algo  de  tensión;  luego,  de  idealismo. 
Argumento  insostenible,  que  hace  de  la  noética  tomista  una 
concepción  pasiva  de  la  inteligencia  completamente  en  desa¬ 
cuerdo  con  las  doctrinas  del  Doctor  Angélico  y  con  el  sen¬ 
tido  común.  Con  muchísima  razón,  el  P.  Grammatico  obser¬ 
va  que  débese  tener  en  cuenta  la  diferencia  qne  media  entre 
los  términos  asignados  al  acto  intelectual  por  los  realistas  e 
idealistas  respectivamente,  más  que  a  una  oposición  —  qne, 
por  otra  parte,  no  existe  —  entre  un  movimiento  y  su  tér¬ 
mino  . 

Sobre  esta  apasionante  materia  se  estableció  un  profun¬ 
do  cambio  de  ideas.  Los  profesores  Aliotta  y  Rava  expusie¬ 
ron  puntos  de  vista  antitéticos,  sosteniendo  el  primero  qne 
precisa  combatir  el  idealismo  con  una  crítica  interna  y  de¬ 
mostrando.  que  todo  idealismo  contiene  un  dato  real,  indepen¬ 
diente  del  pensamiento ;  mientras  que  el  segundo  quebró  lan¬ 
zas,  decidido,  en  favor  de  nn  sistema  qne  desconoce  toda  rea¬ 
lidad  científica  al  mundo  exterior,  al  no-yo.  Como  el  tiempo 
urgía,  no  se  prosiguió  en  la  disensión  sino  que  se  leyeron  las 
inmensas  comunicaciones  enviadas  al  Congreso  por  diversos 
intelectuales  entre  los  que  se  contaban  los  PP.  Boyer  y  Boz- 
zetti,  el  prof.  Della  Rocca  y  Monseñor  Olgiati. 

Como  conclusión  de  esta  rápida  reseña  de  ideas  y  de 
orientaciones  —  nuevas  y  viejas  —  manifestadas  en  el  seno 
del  X  Congreso  de  Filosofía  parece  poderse  afirmar  que,  no 
obstante  la  diversidad  y  la  oposición  de  tesis  y  de  teorías, 


56 


existe,  en  los  espíritus  todavía  inciertos  —  un  deseo  vago  de- 
emanciparse  de  las  abstracciones  filosóficas  subjetivistas  para 
aferrarse  de  nuevo  a  un  concreto  real  que  responda  a  las 
más  comunes  exigencias  del  pensamiento  humano.  No  pode¬ 
mos,  sin  embargo,  dejar  de  anotar  que  el  máximo  problema 
del  realismo  ha  sido  tocado  sólo  de  paso  y  no  discutido  a 
fondo.  Una  discusión  sobre  el  realismo  debe  afrontar  pri¬ 
mero  el  problema  de  la  naturaleza,  del  ser  y  de  su  trascen- 
dentalidad,  de  cuya  solución  dependen  las  más  altas  reali¬ 
dades  humanas,  la  vida  moral  del  individuo  y  la  vida  civil  de- 
las  Naciones. 

La  Iglesia  en  Méjico 

A  pesar  de  cierto  respiro  que  la  Iglesia  Católica  ha  tenido- 
en  Méjico  durante  algún  tiempo,  debido  a  las  zancadillas  e 
intrigas  que  se  arman  unos  a  otros  los  cabecillas  políticos  de 
esa  nación,  no  se  han  interrumpido  las  medidas  persecutorias 
contra  Ella,  antes  bien  se  han  completado  con  una  flamante 
Ley  (Sic)  dje  nacionalización  de  bienes  eclesiásticos,  última 
palabra  en  cuestión  al  desconocimiento  de  los  derechos  más 
directamente  inherentes  a  la  personalidad  humana. 

Antes  de  la  citada  ley,  y  en  el  espacio  de  año  y  medio,  po¬ 
co  más  o  menos  se  habían  confiscado  265  iglesias,  destinán¬ 
dose  todas  ellas  en  seguida  a  usos  profanos  o  bien  francamen¬ 
te  irreverentes.  Pero  para  hacer  más  oficial  la  expoliación  y 
darle  un  carácter  de  permanencia  se  ha  arbitrado  esa  farsa 
jurídica  que  no  engañará  sino  a  quienes  deseen  ser  engañados. 
El  documento  lleva  el  30  de  Agosto  del  año  en  curso  como 
fecha  en  que  fué  firmado,  siendo  promulgado  el  4  del  siguien¬ 
te  mes  ele  Septiembre. 

Comiénzase  por  declarar  propiedad  nacional  todos  loa 
templos  destinados  al  culto  público  y  los  que  alguna  vez  lo 
hayan  estado  a  partir  del  l.°  d!e  Mayo  da  1927,  así  como 
que  en  lo  sucesivo  se  erijan  con  ese  objeto;  los  obispad, c®,  ca¬ 
sas  mírales  y  Seminarios;  los  asilos  o  colegios  de  asociaciones, 
corpora^icnícs  o  instituciones  religiosas;  los  convento®,  y  cual¬ 
quier  otro  edificio  qute  hubrVire  sido  construido  o  destinado  a 
la  administración,  propaganda  o  enseñanza  de  un  culto  reli¬ 
gioso;  los  b  tenes  raíces  y  capitales  impuestos  sobre  ellos  que 
estén  poseídos  o>  administrados  por  asociaciones,  corporacio¬ 
nes  o  instituciones  religiosas,  directamente  o  a  través  de  in- 
teTpósitas  personas.  Se  ve  muy  clara  la  intención  de  asfixiar, 
de  sofocar,  aun  la  más  pequeña  manifestación  de  índole  re¬ 
ligiosa:  de  evitar  cualquier  subterfugio  con  que  poderse  eva¬ 
dir  del  atropello. 


57 


En  los  artículos  siguientes,  después  de  especificar  cuida¬ 
dosamente  cada  uno  de  los  términos  a  que  se  refiere  la  pre¬ 
cedente  disposición,  se  declara  que  la  nacionalización  proce¬ 
derá  independientemente  de  que  resulten  afectadas  con  ella 
personas  morales  o  instituciones  de  cualquiera  índole.  (Art 
4.°) .  De  manera  que  nada  detendrá  a  los  gobernantes  en  su 
empresa  de  despojar  a  la  Iglesia  de  todos  los  medios  para 
llenar  una  misión  divina  que,  por  consiguiente,  es  indepen¬ 
diente  de  todo  poder  civil  y  superior  a  cualquiera  autoridad 
que  mire  por  el  bien  terrestre  de  los  hombres.  El  odio  a  lo 
sobrenatural  es  tan  grande  en  aquellos  espíritus  que  le  sacrifi¬ 
can  cualquier  derecho  aunque  sea  de  personas  que  nada  ten¬ 
gan  que  ver  con  manifestaciones  religiosas  Al  fin  y  al  cabo, 
son  lógicos.  No  respetando  lo  divino,  ¿por.  qué  respetar  la- 
puramente  humano? 

Ese  afán  enfermizo  de  concluir  con  el  catolicismo  —  en¬ 
fermizo  porque  el  odio  parece  haber  trastornado  las  facul¬ 
tades  mentales  de  los  caudillos  y  de  sus  secuaces  —  se  ha  vis¬ 
to  de  manifiesto  en  la  Ley  reglamentaria  de  la  anterior;  casi 
todos  los  artículos  van  encaminados,  no  sólo  a  fijar  más  los 
procedimientos,  sino  a  facilitarlos  y  a  cerrar  la  puerta  aun 
a  los  reclamos  V.  gr.  el  art.  l.°  dice  que  los  jefes  de  las  ofi¬ 
cinas  (de  Hda.)  “bajo  pena  de  destitución”  darán  cuenta  a  la 
Dirección  General  dfs  Bienes  S^iajciotales!  dié  las  denuncias! 
qtíé  ante  ellos  se  formulen.  El  art.  2.°  faculta  a  esa  Dirección 
General  para  Revocar  “de  oficio”,  antes  de  la  citación  para  la 
audiencia,  de  pruebas,  las  resoluciones  que  ilegalmente  hayan 
admitido  una  oposición;  por  “oposición”  se  entiende  una 

reclamación  de  las  víctimas.  Los  restantes  caminan  ñor  las 

«*- 

mismas  vías. 

El  secreto  de  todo  ese  conjunto  de  procedimientos  estri¬ 
ba  en  que,  a  despecho  de  las  apariencias,  el  Gobierno  meji¬ 
cano  quiere  instaurar  un  régimen  de  socialismo  de  -estado» 
análogo  al  de  Rusia,  en  el  cual  el  Partido  Nacional  Revolu¬ 
cionario  sería  como  el  eje  del  gobierno,  del  mismo  modo  que 
en  la  Unión  Soviética  el  Partido  Comunista.  Y  para  instaurar 
semejante  régimen  con  visos  de  duración  no  hay  más  remedio 
que  comenzar  por  apoderarse  del  espíritu  de  los  individuos 
y,  para  ello,  aniquilar  fuerzas  como  la  Iglesia  Católica  que, 
consciente  de  su  misión,  sabe  que  a  ella,  y  a  ella  sola,  le  com¬ 
pete  el  mirar  todo  lo  referente  a  los  negocios  espirituales;  a 
quien  cuida  del  fin  le  incumbe  mirar  porque  no  se  acumulen 
obstáculos  que  impidan  llegar  a]  fin.  El  gobierno  mejicano 
quiere  trasladarse  y  trasladar  a  los  demás  más  allá  de  Jesu¬ 
cristo  y  del  Calvario,  a  una  época  en  que  todavía  no  habían 
resonado  en  el  mundo  aquellas  palabras,  fatídicas  para  todos 
los  opresores:  “Dad  al  César  lo  que  es  deil  César  y  a  Dios  lo 


58 


que  es  de  Dios”,  con  las  que  el  Divino  Maestro  establece  los 
límites  del  poder  civil  y  sn  subordinación  —  extrínseca,  es 
cierto  —  a  otro  poder  más  augusto  y  de  origen  más  directa¬ 
mente  divino,  si  se  permite  tal  adverbio.  ¡Irrisorias  conse¬ 
cuencias  del  liberalismo :  negando  lo  sobrenatural  y  la  inde¬ 
pendencia  de  la  Iglesia,  ha  engendrado  un  hijo  que,  intentan¬ 
do  destruir  a  la  Iglesia,  sólo  ha  conseguido  aniquilar  a  quien 
lo  había  engendrado  ! 

En  sus  ansias  retrógradas  —  de  retrogradar  más  de  dos 
mil  años  —  el  gobierno  mejicano  ha  establecido  amistosas 
relaciones  de  connivencia  con  los  dirigentes  de  Moscú  y  ha 
asignado  un  sueldo  pingüe  al  camarada  Hernán  Laborde  en¬ 
cargado  de  preparar  el  terreno  a  la  dictadura  proletaria.  Pa¬ 
ra  evitar  comentarios,  léase  mejor  el  documento  que  lo  com¬ 
prueba,  dirigido  al  susodicho  Laborde : 

En  acuerdo  especial  celebrado  con  el  señor  Presidiente 
de  la  República,  me  encargó  expresar  a  XJd.  lo  siguiente,  en 
contestación  a  su  carta  de  fecha  26  del  p.  p.  Diciembre 
d(e  1934. 

El  señor  Arturo  H.  Villegas  entregará  a  Ud.  semanal  mon¬ 
te  la  cantidad  de  $  2.000  (Dos  mil  píesos)  para  ayudra  de  sus 
gastos  de  propaganda,  teniendo  cuidado  de  atacar  a  nuestro 
Gobierno  para  desorientar  a  las  burguesías  tanto  nacional  co¬ 
mo  extranjera,  especialmente  la  norteamericana.  Deben  pro¬ 
vocarse  y  fomentarse  todas  las  huelgas  que  más  sea  posible 
para  llegar  más  rápido  a  la  Dictadura  del  Proletariado,  re¬ 
comendando  a  usted  tomar  parte  activísima  ¡en  las  de  ferro¬ 
carrileros  y  tranviarios  de  esta  propia  capital.  Debemos  com¬ 
batir  todas  las  religiones  conocidas  muy  principalmente  la 
Protestante  y  la  Romalna  Católica,  levantando  censos  de  los 
Caballeros  de  Colón  y  Guadalupanos,  para  imposibilitarlos 
£n  un  momento  dado  como  haya  lugar  y  sea  necesario,  sin 
contemplaciones  de  ningún  género  y  cualesquiera  que  sean  los 
resultados.  Deben  ustedes  organizar  mítines  de  protesta  con¬ 
tra  la  llamada  proposición  Rorah  &  Higgins  y  Burklet,  denun¬ 
ciando  ante  la  opinión  internacional  el  impenalisimo  yanqui, 
para  que  en  Europa  se  censure  la  intromisión  americana  en 
asuntos  de  Méjico',  tomamos  como  ejemplo  lo  que  acontece  en 
la  infortunada  Cuba. 

Hemos  recibido  noticias  dé  nuestro  Agente  Representan¬ 
te  en  la  Rusia  Soviética,  camiatrada  Lucio  Cuiesta  en  las  cua¬ 
les  nos  participa  que  nuestro  movimiento  proletario  en  los 
Estados  Unidos  de  Nortieu América  será  intensificado  en  la  pre¬ 
sente  primavera,  debiendo  secundar  nosotros,  d:sde  los  pun¬ 
tos  limítrofes  de  nuestras  fronteras  dél  norte. 

Es  de  capital  interés  violentar  la  huelga  de  ferrccarr-le- 
tos,  para  aprovechar  la  alarfma  y  descontento  de  las  masas 


59 


campesinas,  y  que  por  esta  razón  no  encontremos  mía  oposi¬ 
ción  que  en  parte  nos  retardare  consolidar  el  nuevo  régimen 
áe  los  trabajadores. 

La  huelga  de  tranviarios  es  otro  factor  importante  capi¬ 
talino  que  no  hay  que  descuidar. 

El  oficial  mayor:  José  Hernández  Delgado”. 

Esta  carta,  ahorra  tocio  comentario,  como  dijimos.  El  co¬ 
rresponsal  anota  para  un  mejor  rigor  en  las  referencias  que  la 
comunicación  lleva  un  sobre  de  la  Presidencia  de  la  República, 
con  el  águila  y  el  letrero  encima  Estados  Unidos  Mejicanos,  y 
Jas  palabras  Presidencia  de  la  República-Secretaría  particular. 

La  Convención  Agraria  que  se  reunió  en  Méjico  el  7  de 
Septiembre,  convocada  por  el  Comité  Organizador  de  la  Uni¬ 
ficación  Campesina  del  F.  N.  R.  con  el  fin  de  formar  la 
liga  de  Comunidades  agrarias  del  Distrito  federal,  semilla 
de  la  futura  Confederación  Nacional  Campesina,  fue  presidida 
por  Cárdenas,  Portes  Gil  y  Cedillo.  Leyendo  su  declaración  de 
principios  y  su  programa  se  ve  que  es  un  nuevo  paso  dado 
para  establecer  la  dictadura  del  proletariado.  Algunos  boto¬ 
nes  de  muestra:  La  Confederación  Nacional  Campesina  s© 
forma  apoyándose  en  el  acuerdo  del  ciudadano  Presidente  de 
la  República  Lázaro  Cárdenas  publicado  el  11  dei  Julio  de  1935, 
buscando  la  defensa  de  los  intereses  del  campesino  y  la  eman¬ 
cipación  económica  y  espiritual  de  todos  los  trabajadores  del 
campo  organizados  Para  legrar  este  objeto  actuará  dentro 
de  un  franco  espíritu  de  lucha  de  clases,  aceptando  la  coope¬ 
ración  del  Estado  para  la  creación  de  este  organismo.  Sostiene 
que  la  tierra  y  sus  frutos  pertenecen  sólo  a  quienbs  la  traba¬ 
jan,  con  lo  cual  niega  que  haya  otro  título,  fuera  del  trabajo, 
a  la  accesión  de  la  propiedad,  postulado  eminentemente  anti¬ 
natural,  anti-humano.  Luchará  porque  la  educación  tenga  una 
orientación  de  acuerdo  con  las  doctrinas  del  socialismo  cien¬ 
tífico  (?)...  y  porque  sea  accesible  en  todos  sus  grados  a  las 
masas  campesinas  del  país;  nivelación  absurda  de  formación 
intelectual  que  denota  desconocimiento  de  una  realidad  que 
ofrece  mil  variados  caminos  a  la  actividad  libre  del  hombre. 
Y  como  último  botón,  la  Confederación  propugna  por  una  equi¬ 
tativa  y  económica  distribución  de  la  tierra  —  acuerdo  muy 
atinado,  claro  está,  pero  que,  desgraciadamente  va  a  ser  anula¬ 
do  por  lo  que  sigue  llegando  a  la  socialización  de  la  mis¬ 
ma  (!!!). 

La  situación  mejicana  es,  como  se  desprende  de  todo  lo 
que  antecede,  tan  clara  como  trágica:  la  marcha  rápida  hacia 
un  régimen  que,  negando  la  personalidad  y  los  derechos  tras¬ 
cendentes  del  hombre,  desconoce  el  elemento  humano  del  hom- 


60 


bre.  Y  esto,  triste  es  decirlo,  ocurre  *ante  la  indiferencia  de 
los  demás  países  del  continente,  que  nada  hacen  hasta  ahora 
por  evitar  los  vergonzosos  hechos,  no  faltando  algunos  como 
el  nuestro  que  aún  se  permitan  señalar  la  escuela  rural  mate¬ 
rialista  y  sin  Dios  de  esa  desdichada  república,  como  el  mo¬ 
delo  más  digno  de  imitarse. 

Sólo  nuestro  Centro  de  Estudios  Religiosos,  a  la  vista  de 
lo  que  ocurre,  ha  hecho  una  presentación  a  los  gobiernos  de 
Chile,  Argentina  y  Brasil,  solicitando  sus  buenos  oficios  en 
favor  de  ios  oprimidos  católicos  mejicanos.  Ojalá  que  ella  en¬ 
cuentre  el  eco  que  se  m,erece  y  que  los  gobiernos  a  los  cuales 
va  dirigida,  conscientes  de  su  carácter  de  civilizados,  le  den  la 
importancia  debida. 

El  Presidenta  Roosevelt  y  el  catolicismo 

En  los  últimos  días  de  Setiembre  celebraron  los  católicos 
norteamericanos  un  gran  Congreso  Eucarístico  en  Cleveland 
con  asistencia  de  cien  obispos  y  de  25  mil  concurrentes  entre 
sacerdotes  y  laicos. 

Había  sido  invitado  el  Presidente  Roosevelt  y  como  no  pu¬ 
do  concurrir,  pidió  a  uno  de  los  Secretarios  de  Estado, 
Mr.  Fárley,  que  es  católico,  que  leyera  en  el  Congreso  el 
significativo  mensaje  de  adhesión  que  a  continuación  reprodu¬ 
cimos. 

“No  pudiendo  asistir  personalmente  a  las  reuniones  re¬ 
ligiosas  que  se  llevaran  a  efecto  en  Cleveland  el  23  de  Setiem¬ 
bre,  escribo  cordialmente  estas  palabras  de  saludo  y  de  au¬ 
gurio  para  vuestras  solemnes  e  importantes  decisiones. 

“Los  Congresos  y  reuniones  religiosas  a  que  me  invitáis 
son  esencialmente  necesarios  para  el  bien  de  nuestro  pueblo  y 
de  nuestro  país.  Para  conocer  los  principios  de  que  emana  la 
justicia  social  y  la  libertad  económica  de  que  todos  hablamos, 
es  necesaria  una  sabiduría  superior  a  la  que  cualquier  hombre 
o  grupos  de  hombres  poseen  generalmente.  Para  aplicar  aque¬ 
llos  principios,  aun  cuando  los  veamos  con  claridad,  se  exige 
una  fuerza  que  está  sobre  el  individuo  y  que  domina  el  ins¬ 
tinto  del  egoísmo  personal  y  de  grupo  . 

“Mi  experiencia  de  la  vida  pública  me  hace  recordar  siem¬ 
pre  la  profunda  verdad  de  las  palabras  de  nuestro  primer  Pre¬ 
sidente:  “Todas  las  resoluciones  y  costumbres  que  conducen 
a  la  prosperidad  política,  requieren  el  sostén  indispensable  de 
la  religión  y  de  la  moral”.  La  religión  nos  fortalece  a  todos 
porque  nos  enseña  que  todos  somos  hijos  de  un  Padre  celestial 
común  y  que  el  mismo  Padre  Celestial  >ayuda  a  todos.  Sin  El 
ninguna  nación  puede  durar  largo  tiempo.  Tiene  una  gran 


61 


dignifica ción  el  hecho  de  que  desde  nuestros  comienzos  naciona¬ 
les,  hasta  hoy  día,  hayamos  constantemente  seguido  estas  máxi¬ 
mas,  apoyándolas  con  la  protección  de  nuestras  leyes  y  de 
nuestras  instituciones. 

“Vuestro  Congreso  contribuirá,  por  tanto,  a  esta  grande  y 
esencial  misión  por  el  bien  de  nuestro  país. 

“Añadiré  lo  que  hubiera  dicho  si  hubiera  estado  presente: 
mi  saludo  a  todos  los  personajes  que  presidirán  el  Congreso  y 
a  todos  los  ciudadanos  que  a  él  asistan.  Que  vuestras  delibe¬ 
raciones  tengan  desde  hoy  éxito.  Sinceramente  vuestro. — 
Franklin  D.  Roosevelt”. 

Como  si  esto  fuera  poco,  el  Presidente  ha  querido  también 
manifestar  su  simpatía  a  la  “Conferencia  Nacional  de  la  be¬ 
neficencia  católica”,  reunida  en  Octubre  último  en  Peoria  con 
asistencia  de  más  de  tres  mil  delegados  para  celebrar  el  vigési¬ 
mo  quinto  aniversario  de  su  fundación.  Y  a  este  fin,  Roosevelt 
envió  el  siguiente  mensaje  al  Presidente  de  la  Conferencia, 
Monseñor  Wagner: 

“Con  ocasión  del  vigésimo  quinto  aniversario  de  la  ins¬ 
titución  de  la  “Conferencia  Nacional  de  la  beneficencia  cató¬ 
lica”,  envió  a  todos  sus  miembros  y  a  cuantos  asisten  a  su  reu¬ 
nión  mis  especiales  congratulaciones. 

“Quisiera  estar  coin  vosotros  y  deciros  cara  a  cara  cuán 
altamente  aprecio  la  obra  que  desarrollan  organizaciones  co¬ 
mo  la  vuestra  y  cómo  considero  siempre  más  su  necesidad  pa¬ 
ra  completar  la  estructura  de  nuestra  organización  nacional  y 
alcanzar  el  bienestar  de  todas  las  familias  en  nuestro  país. 

“La  palabra  angustia  que  domina  desde  ya  más  de  seis 
años  ha  tenido  por  lo  míenos  un  lado  bueno  haciéndonos  com¬ 
prender  que  si  la  tranquilidad  económica  y  la  justicia  social 
no  están  al  alcance  de  todos,  ninguno  de  nosotros  puede  real¬ 
mente  tener  bienestar  y  estar  contento.  Ciertamente  no  lo  pue¬ 
de  estar  la  nación  en  su  conjunto.  Se  necesitará  tiempo  y  lar¬ 
gos  esfuerzos  para  alcanzar  este  ideal.  Para  mientras  tanto,  se 
debe  procurar  poner  remedio  a  estas  deficiencias  teniendo  en 
primer  lugar  cuidado  de  los  pobres,  de  los  abandonados. 

“Vosotros  desarrolláis  una  obra,  presentáis  posibilidades 
y  lanzáis  un  llamado  como  ninguna  organización  gubernativa 
podría  hacerlo.  En  mi  declaración  concerniente  al  “National 
Youth  administration”,  he  puesto  en  relieve  la  importancia  de 
la  ayuda  y  de  la  colaboración  de  las  organizaciones  privadas 
en  toda  obra  verdaderamente  nacional.  Y  lo  vuelvo  a  repetir. 
Vuestra  obra  es  inmediata,  personal,  religiosa.  Presentáis  al 
pueblo  la  oportunidad  de  ejercitar  su  generosidad  y  su  espí¬ 
ritu  de  sacrificio.  Lleváis  consolaciones,  no  lleváis  un  mensa¬ 
je  proveniente  de  un  poder  terreno  sino  de  Dios”. 


62 


Compárese  la  actitud  de  este  gobernante  no  católico  res¬ 
pecto  de  la  Iglesia,  con  la  de  los  que  rigen  los  destinos  de 
México , . . 


DEPARTAMENTO  DE  PROPAGANDA 
DEL  DIARIO  “EL  IMPARCXAL ’ 1 

Atiende  al  público  en  su  oficina,  Huérfanos  1256, 
Teléfono  61563,  de  9  a  12  1/2  y  de  12  1/2  a  7  1/2. 

Gustavo  García  Díaz 

Agente  general  Exclusivo,  Jefe  Dpto.  Propaganda. 


9 


63 


Revista  de  Ideas  y  de ‘  Hechos 

Iglesia  y  política 

Se  ha  dado  a  la  publicidad  una  Pastoral  colectiva  en  que 
los  Obispos  sientan  de  manera  categórica  e  indiscutible  las 
relaciones  de  la  Iglesia  con  la  política. 

No  se  trata  de  normas  dictadas  con  fines  oportunistas  u 
ocasionales,  sino  de  principios  claramente  proclamados  por 
la  Iglesia  en  todos  los  tiempos  y  países. 

La  doctrina  que  en  este  documento  se  sustenta  y  que  para 
algunos  sonará  acaso  a  nuevo  e  inusitado,  es  la  que  siempre 
ha  sostenido  la  cátedra  de  San  Pedro  y  continuado  la  sede 
Arzobispal  de  Santiago  desde  el  siglo  anterior. 

Así  el  Excmo.  Señor  Valdivieso,  al  evacuar  el  4  de  No¬ 
viembre  de  1863  una  consulta  del  Cura  de  Talpén,  se  expre¬ 
saba  en  estos  términos:  “He  tenido  por  regla  abstenerme  de 
toda  ingerencia  activa  en  la  política  de  mi  país,  fundado  en 
que  la  división  de  los  partidos  produce  hondos  y  muchos  re¬ 
celos  y  que  un  Obispo  o  un  párroco,  desde  que  se  abanderiza 
por  un  partido,  aleja  de  sí  y  hace  casi  infructuoso  su  minis¬ 
terio  respecto  de  sus.  adversarios  políticos.  Además,  vincu¬ 
lando  uno  el  triunfo  de  la  religión  al  de  un  partido,  hace  que 
las  venganzas  del  contrario  se  estrellen  contra  la  Iglesia.  No 
quiero  decir  por  esto  que  pretenda  hacer  a  los  eclesiásticos 
indiferentes  respecto  de  la  suerte  de  la  patria,  ni  menos  res¬ 
pecto  de  la  que  preparan  a  la  Iglesia  sus  enemigos,  no.  El 
ministerio  sagrado  no  puede  hacernos  insensibles  a  las  legíti¬ 
mas  afecciones  de  nuestro  corazón,  ni  sería  justo  abandonar 
a  la  seducción  y  al  engaño  al  feligrés  de  recto  corazón,  que  nos 
pide  consejo  para  dar  su  sufragio  en  favor  del  que  pueda 
contribuir  a  su  defensa  de  la  religión  y  prosperidad  de  la 
patria.  Lo  que  quiero  decir  es  que,  en  mi  concepto,  no  es  con¬ 
veniente  que  los  eclesiásticos  nos  abandericemos  en  ningún 
partido  puramente  político”.  (1). 

Monseñor  Errázuriz  no  ocultó  tampoco  su  modo  de  pen¬ 
sar  al  respecto,  sino  que  siemtpre  lo  expuso  con  toda  claridad 
y  precisión.  “Yo  he  deseado  constantemente  —  dice  en  sus 
memorias  —  deslindar,  en  lo  posible,  los  campos  del  clero  y 
de  los  políticos,  en  asuntos  de  interés  general.  Así  como  creo 
deber  primordial  defender  en  la  política  a  la  religión  y  to~ 


(1)  “Obras  científicas  y  literarias  del  Iltmo.  y  Rvdmo.  Sr. 
Don  Rafael  Valentín  Valdivieso;  1904;  Tomo  III;  Pág.  634. 


64 


mar  parte,  por  lo  tanto,  en  la  primera  por  favorecer  a  la  se¬ 
gunda,  así  creo,  no  sólo  poco  conveniente,  sino  peligrosa  la 
intromisión  del  clero  en  la  política  meramente  partidista  y 
personal.  Desearía,  y  cien  veces  lo  he  dicho,  que,  al  acercar¬ 
se  las  votaciones,  párrocos  y  eclesiásticos  predicaran  al  pue¬ 
blo  cuál  es  el  deber  de  todo  buen  ciudadano,  a  saber,  influir 
con  su  voto  en  favor  del  bienestar  social,  favoreciendo  con 
él,  al  candidato  que  más  garantías  dé  a  la  religión  y  a  la 
patria;  hecho  lo  cual,  debería  abstenerse  de  toda  interven¬ 
ción  activa  y  nunca  atacar  a  las  personas.  De  ordinario  no  ha 
menester  el  pueblo  que  se  les  nombre  para  conocer  a  los  ad¬ 
versarios  de  la  Iglesia,  algunos  de  los  cuales  llegarían  talvez 
sin  ello  a  ser  mañana  amigos.  Y  después  de  la  lucha,  en  la 
discusión  de  asuntos  meramente  políticos,  si  los  eclesiásticos 
como  ciudadanos  pueden  tener  su  opinión,  el  carácter  sacer¬ 
dotal  les  pide  qnei  sean  más  moderados  y  prudentes:  vean  en 
esto  los  demás  que,  si  obedeciendo  al  dictado  de  su  concien¬ 
cia,  defienden  y  sostienen  con  rigor  los  principios  e  intereses 
religiosos,  saben  cuando  de  ello  se  trata,  dominarse  y  sobre¬ 
ponerse  a  la  pasión  política.  Tal  sería  a  mis  ojos  el  ideal”.  (1). 

Esta  misma  doctrina  desarrolló  también  en  una  Pastoral 
dirigida  a  todo  el  clero  de  la  Arquidiócesis,  la.  supo  aplicar 
en  cada  uno  de  los  actos  de  su  pacífico  gobierno  y  como  un 
legado  de  paz,  la  expuso  en  su  último  discurso  público,  ál 
eumplir  los  89  años  de  edad:  “El  amor,  la  caridad  cristiana 
•que  tiende  a  reunir  como  hermanos  a  todos  los  hombres,  la 
trajo  Cristo  Nuestro  Señor  al  mundo  y  la  Iglesia  la  enseña 
y  enérgicamente  la  mantiene  el  gran  Pío  XI,  al  decir  una  y 
otra  vez  al  clero  que  él  como  la  Iglesia,  no  pertenecen  a  par¬ 
tido  alguno  y  debe  mantenerse  sobre  todos  los  intereses  para 
cuidar  sólo  de  lo  que  constituye  su  fin,  el  alma  de  los  fieles, 
la  unión  con  Dios”. 

Al  obrar  y  pensar  de  esta  manera,  Monseñor  Errázuri* 
rio  hacía,  por  otra  parte,  mías  que  cumplir  estrictamente  los 
acuerdos  del  Concilio  plenario  de  la  América  latina:  “Abstén¬ 
gase  prudentemente  el  clero  de  las  cuestiones  que  se  refieren 
a  cosas  meramente  políticas  o  civiles  y  sobre  las  cuales,  den¬ 
tro  de  los  límites  de  la  doctrina  y  de  la  ley  cristiana,  caben 
distintas  opiniones  y  no  se  mezcle  en  las  facciones  políticas, 
a  fin  de  que  la  religión  santa,  que  debe  estar  por  encima 
de  todas  las  cosas  humanas  y  unir  los  ánimos  de  todos  los  ciu¬ 
dadanos  con  el  vínculo  de  la  mutua  caridad  y  benevolencia, 
no  aparezca  faltando  a  su  oficio  y  no  se  haga  sospechoso  su 
saludable  ministerio”. 


(1)  “Algo  de  lo  que  he  visto”;  Pág.  183. 


65 


Pero  como  en  los  últimos  años  se  había  suscitado  serias 
disputas  entre  los  católicos  en  torno  a  las  relaciones  de  la 
Acción  Católica  y  la  Política,  los  Obispos  creyeron  oportuno 
consultar  al  respecto  a  la  Santa  Sede.  La  respuesta  que  por 
intermedio  del  Excmo.  Señor  Nuncio  en  Santiago  envió  el 
Secretario  de  Estado,  Emmo.  Cardenal  Pacelli,  no  es  sino 
una  aplicación  directa  a  nuestro  país  de  la  doctrina  sosteni¬ 
da  invariablemente  por  la  Curia  Romana:  La  Iglesia  no  se 
desentiende  de  la  alta  política  que  mira  al  bien  común  y  for¬ 
ma  parte  de  la  Etica  general,  pero  en  cambio  permanece  al 
margen  de  la  política  contingente  de  partidos ;  todo  católico 
está  obligado  a  contribuir  con  su  voto  a  que  la  política  del 
Estado  se  regule  por  los  principios  cristianos,  condenándo¬ 
se  de  esta  mianera  -el  abstencionismo  absoluto;  “un  partido 
político,  aunque  se  proponga  inspirarse  en  la  doctrina  de  la 
Iglesia  y  defender  sus  derechos,  no  puede  arrogarse  la  repre¬ 
sentación  de  todos  los  fieles,  ya  aue  su  programa  concreto  no 
podrá  tener  nunca  un  valor  absoluto  para  todos  y  sus  actua¬ 
ciones  prácticas  están  sujetas  a  error”;  debe  dejarse  a  los 
fieles  la  libertad  que  les  cornéete  como  ciudadanos  de  consti¬ 
tuir  particulares  ocupaciones  políticas  y  de  militar  en  ellas 
siempre  que  éstas  den  suficientes  garantías  de  respeto  a  los 
derechos  de  1a.  Iglesia  y  de  las  almas”;  todos  los  católicos, 
cualquiera  que  sea  el  partido  en  que  militen,  están  obligados 
a  mantenerse  unidos  en  torno  a  la  jerarquía  eclesiástica  en 
los  momentos  en  que  los  intereses  de  la  Iglesia  aparezcan  ame¬ 
nazados,  debiendo  en  tales  casos  posponer  sus  intereses  de 
círculo  en  aras  de  la  defensa  de  los  principios  religiosos  (1). 

Por  desgracia  la  carta  del  Cardenal  Pacelli  no  puso  térmi¬ 
no  a  las  discrepancias,  sino  que  —  al  decir  de  la  reciente  pas¬ 
toral  de  los  Obispos  —  ella  fué  “objeto  de  interpretaciones  di¬ 
versas  y  contradictorias  de  parte  de  personas  que  no  tienen 
la  facultad,  competencia,  ni  'autoridad  para  hacerlo”.  En 
privado  y  en  público  la  lucha  continuó,  llegando  a  produ¬ 
cirse  ruidosas  polémicas  como  la  sostenida  entre  el  Pbro.  Se¬ 
ñor  Daniel  Merino  y  el  periódico  “Trabajo”,  en  Mayo  úl¬ 
timo,  acerca  del  alcance  de  algunas  disposiciones  del  citado 
documento.  “El  Cardenal  Pacelli  nos  deja  ver  —  expresó 
entonces  el  señor  Merino  —  que  su  prohibición  a  la  jerarquía 
de  la  Iglesia  de  dirigir  a  los  jóvenes  de  “tal  suerte  que  éstos 
se  inclinen  a  uno,  más  que  a  otro  de  los  partidos  políticos”, 

(1)  Para  conocer  en  detalle  el  contenido  de  la  Carta  del 
Cardenal  Paeelli,  consúltese  su  texto  oficial  publicado  por  la  Ac¬ 
ción  Católica.  Puede  también  tenerse  a  la  vista  con  provecho,  el 
opúsculo  del  Pbro.  Don  Carlos  Hamilton:  “Obligaciones  morales 
de  los  católicos  en  materia  política”,  elogiosamente  comentado  y 
recomendado  por  la  revista  vaticana  “Civíltá  Cattoiica”, 


66 


se  refiere  no  a.  todos  los  partidos  políticos,  sino  sólo  a  aque¬ 
llos  “que  den  suficientes  garantías  para  la  conveniente  defen¬ 
sa  de  la  causa  y  los  derechos  de  la  Iglesia”.  Ahora  bien,  es¬ 
tas  suficientes  garantías  para  la  conveniente  defensa  de  la 
buena  causa  no  las  da  ninguno  de  los  nuevos  partidos,  que 
vienen  a  dividir  en  política  a  los  católicos  verdaderos  de  este 
país,  que  ciertamente  no  son  el  98  %  de  la  población  como  lo 
indica,  el  censo,  incluyendo  a  una  gran  mayoría  que  de  cató¬ 
licos  tienen  poco  más  que  el  nombre”. 

Por  su  parte  el  periódico  “Trabajo”  alegó  entonces  (25 
de  Mayo)  que:  “En  las  normas  del  Cardenal  Piacelli,  “sufi¬ 
cientes  garantías”  no  tiene  un  sentido  cuantitativo,  sino  cua¬ 
litativo,  es  decir,  no  es  necesario  que  el  partido  tenga  mucha 
fuerza,  sino  que  por  sus  principios  y  su  acción  no  vaya  contra 
los  intereses  de  la  Iglesia”'. 

Esta  dificultad  ha  sido  claramente  sanjada  por  la  nueva 
Pastoral  colectiva  del  Episcopado  que,  junto  con  reproducir 
en  todas  su  partes  con  admirable  claridad  la  doctrina  de  la 
Santa  Sede,  afirma  de  manera  concluyente  que:  “Los  cató¬ 
licos  tienen  el  derecho  de  agruparse  en  el  partido  que  más  les 
agradare  u  organizar  otros  nuevos,  con  tal  que  estos  partidos, 
junto  con  velar  por  el  bien  de  la  Patria,  den  por  sus  progra¬ 
mas  suficientes  garantías  de  respeto  a  la  religión  y  de  con¬ 
veniente  defensa  de  la  causa  y  de  los  derechos  de  la  Iglesia”. 

El  reciente  documento  episcopal  ha  venido  a  comprobar, 
pese  a  la  opinión  de  malévolos  sectores,  que  la  jerarquía  de 
la  Iglesia  en  nuestro  país  se  mantiene  férreamente  unida  en 
torno  del  pensamiento  de  Roma  y  dispuesta  a  acatar  y  hacer 
cumplir  estrictamente  las  órdenes  encanadas  de  la  Sede  vati¬ 
cana.  Ojalá  que  la  actitud  ecuánime  y  serena  de  nuestros  pre¬ 
lados  —  elogiosamente  recibida  por  publicaciones  de  tenden¬ 
cias  tan  diversas  como  “La  revista  católica”,  '“Hoy”,  “El 
Diario  Ilustrado”,  “Trabajo”,  “Él  Mercurio*’,  etc.,  —  pon¬ 
ga  término  a  las  disensiones  que  han  esterilizado  no  poco  en 
los  últimos  tiempo  el  trabajo  de  'la  Acción  Católica  y  que 
todos  unidos  dentro  de  esta  última,  por  encima  de  intereses 
de  círculo  y  de  partido,  trabajen  desinteresadamente  por  el 
reinado  social  de  Cristo. 

Presupuesto  nacional 


Al  discutirse  en  la  Cámara  de  Diputados  el  proyecto  de 
ley  de  presupuestos  presentado  por  el  Gobierno,  uno  de  sus 
miembros,  el  señor  Ríos  Arias,  hizo  diversas  observaciones  que 
bien  valen  la  pena  de  ser  reproducidos:  “Este  presupuesto  — 
son  sus  palabras  —  asciende  a  $  1.218.000.000.  De  esta  suma 
se  gastan  en  sueldos,  sobresueldos,  jubilaciones  y  otras  remu- 


67 


neraciones  a  empleados,  $  850.000.000;  en  obras  públicas 
$  168.000.000  y  quedan  sólo  $  200.000.000  para  atender  a  todos 
los  demás  gastos  de  la  Administración  Pública’”.  El  presu¬ 
puesto  del  Ministerio  de  Defensa  Nacional  ocupa  un  30  %  del 
total  sin  peligro  de  guerra  alguno,  existiendo  a  la  fecha  tres 
mil  oficiales  en  retiro.  “El  número  de  jubilados  y  pensionados 
que  hay  en  el  país  es  de  25  mil,  que  reciben  del  Estado  anual¬ 
mente  135  millones  de  pesos”...  “Se  multiplican  las  oficinas 
públicas,  fiscales  o  semi-fiscales  y  los  organismos  autónomos. 
Hay  una  Caja  Hipotecaria,  una  Caja  Agraria,  una  Caja  de 
Crédito  Industrial,  una  Caja  de  Crédito  Minero,  una  Caja 
de  Crédito  Carbonero.  ¿No  sería  posible  fusionar  estos  diver¬ 
sos  establecimientos  de  crédito  en  uno  o  dos  organismos  de 
mayor  eficiencia  y  con  menores  gastos?  ¿No  sería  también  po¬ 
sible  estudiar  y  resolver  la  fusión  de  los  diversos  organismos 
de  previsión  que  hoy  se  encuentran  diseminados  en  Cajas  de 
Seguro  Obrero,  de  Empleados  Públicos,  de  Empleados 
Particulares,  de  Retiro  del  Ejército,  Armada,  de  Retiro  de 
los  Ferrocarriles,  etc.,  etc.  ?  Creo  que  sí  y  estimo  que  este  pro¬ 
blema,  como  el  de  reducir  nuestro  enorme  tren  burocrático, 
o  por  lo  menos  detenerlo  en  su  carrera  de  aumentos,  es  labor 
que  debe  acometerse  sin  mayor  dilación”. 

¿  Cómo  recibió  la  Cámara  el  discurso  del  señor  Ríos  Arias  f 
Con  “aplausos  en  la  sala”,  nos  lo  dice  la  versión  taquigráfica, 
que  a  su  vez  nos  informa  pocos  días  después  acerca  de  la  apro¬ 
bación  general  y  particular  de  ese  mismo  proyecto  de  presu¬ 
puesto  tan  criticado. 

Ante  lo  ocurrido,  el  Directorio  de  la  Unión  Republicana 
ha  manifestado  desde  “La  Unión”  de  Valparaíso  lo  siguiente: 
“La  Cámara  entera  había  recibido  con  aplausos  los  discursos 
que  censuraban  el  Presupuesto  y  especialmente  las  palabras  del 
señor  Ríos  Arias,  indicando  la  necesidad  de  transformar  por 
completo  la  administración  y  las  finanzas  fiscales,  merecieron 
unánime  aprobación.  Por  más  desacreditado  que  esté  ese  or¬ 
ganismo,  resulta  incomprensible  que  inmediatamente  después, 
en  una  sesión  de  chacota,  apruebe  los  presupuestos  sin  modi¬ 
ficación  alguna.  Es  que  los  discursos  fueron  inspirados  por 
el  anhelo  del  país,  que  ya  desborda  y  amenaza,  mientras  la 
votación  fué  el  reflejo  fiel  de  la  incapacidad  de  la  Cámara.  En 
úna  situación  sensata,  habría  responsables  aun  más  afectados 
que  los  señores  diputados,  por  este  grave  e  inconcebible  proce¬ 
der.  La  Cámara  está  formada  casi  totalmente  por  los  partidos 
políticos  tradicionales  que  todavía  pretenden  dirigir  al  país; 
son  los  jefes  de  esos  partidos — dirigentes  que  en  realidad  no 
dirigen  nada,  equilibristas  perniciosos,  mantenedores  de  una 
politiquería  que  nos  lleva  al  desastre  —  los  más  directamente 
responsables  de  la  grotesca  y  fatal  acción  de  las  Cámaras”. . . 


68 


Sin  duda  alguna  que  los  problemas  nacionales  aumentan 
día  a  día  ante  la  indiferente  actitud  de  los  políticos.  Se  prefiere 
invertir  más  de  dos  tercios  del  erario  en  el  mantenimiento  de 
una  máquina  burocrática  monstruosa,  mientras  la  vida  de  las 
comunas,  absorvida  enteramente  por  el  voraz  estatismo,  lan¬ 
guidece  faita  por  completo  de  recursos,  y  a  mala  situación  so¬ 
cial,  digna  de  un  pueblo  africano,  se  agudiza  y  toma  caracteres 
amenazadores. 

Y  lo  curioso  es  notar  que  estos  hechos  los  comprueban  y 
reconocen  los  propios  políticos,  sin  que,  por  ello  se  mejore 
un  ápice  la  situación.  El  discurso  ya  citado  del  señor  Ríos 
Arias  no  constituye  un  episodio  aislado .  El  señor  Pedro  Agui- 
rre  Lerda,  en  una  concentración  del  Partido  Radical,  acaba  de 
hacer  por  su  parte  las  siguientes  declaraciones,  que  en  el  fon¬ 
do  constituyen  una  censura  a  esta  colectividad,  usufructuaria 
como  pocas  del  poder  y  de  ia  educación  en,  el  curso  de  los 
últimos  lustros:  “Observad  la  salud  pública.  La  mortalidad  in¬ 
fantil  en  38  países  acusa  una  cifra  máxima  de  188  por  mtil  y 
una  mínima  de  35  por  mil.  En  Chile  esa  cifra  es  de  235  por 
mil.. 

“En  1869,  con  una  población  de  1.800,000  había  260  locos 
recluidos.  Hoy,  con  4.300,000  habitantes,  tenemos  3,054  locos 
en  reclusión.  Mientras  la  población  ha  aumentado  en  138  %, 
el  número  de  locos  recluidos  ha  crecido  en  1175  % . 

“Según  estadística  de  un  médico  de  la  Beneficencia,  cada 
20  minutos  muere  un  ciudadano  de  tuberculosis.  Fallecen  al 
año  más  de  20,000.  La  principal  causa  es  la  sub-alimentación, 
la  insalubridad  de  la  vivienda  y  la  falta  de  abrigo . 

“En  una  encuesta  escolar  en  Santiago,  de  144  escuelas  visi¬ 
tadas,  113  fueron  declaradas  insalubres.  ' 

“El  cuadro  es,  pues,  aterrador. 

“Contemplad  el  problema  educacional. 

“Si  el  jefe  de  taller  y  el  mayordomo  de  faena  están  capa¬ 
citados  para  educar  al  obrero  en  la  eficiencia  y  comodidad  de 
su  labor ;  si  los  directores  son  técnicos  que  instruyen  constan¬ 
temente  a  sus  ayudantes ;  si  los  empresarios  comprenden  sus 
deberes  sociales  y  económicos  para  con  sus  cooperadores;  si 
se  dan  facilidades  a  los  empleados  de  la  administración  pú¬ 
blica  para  que  perfeccionen  constantemente  sus  conocimientos, 
afianzaremos  la  eficencia  de  la  industria,  de  la  agricultura,  del 
comercio  y  de  la  administración  pública  y  vigorizaremos  la 
democracia  al  dar  opción  a  todos,  en  especial  a’’  los  que  pre¬ 
maturamente  han  debido  empezar  la  lucha  por  la  vida,  para 
que  mejoren  constantemente  su  situación  económica  con  las 
armas  del  saber,  el  esfuerzo  y  la  moralidad.  Es  así  cómo  en 
los  pueblos  cultos,  individuos  que  empezaron  de  vendedores 


60 

de  diarios,  de  mecánicos  o  de  linotipistas  han  llegado  a  ocu¬ 
par  las  más  altas  situaciones  nacionales. 

“Pero  para  ello  se  requieren  previamente  que  formemos 
en  la  conciencia  del  Gobierno  el  significado  que  tiene  ia  edu¬ 
cación  pública  en  la  vida  del  país. 

“Citemos  cifras  para  demostrar  su  abandono: 

“Según  el  censo  educacional  de  1933,  había: 

a)  Analfabetos  registrados,  mayores  de  8  años,  811,000. 

b)  Ignorados,  mayores  de  8  años,  150,000. 

“En  1934,  quedaron  ai  margen  de  toda  educación  400,000 
niños,  esto  es,  cerca  del  50  °/o  de  la  población  escolar. 

“En  cuanto  a  los  adultos,  sólo  se  educa  el  1  %  de.  anal¬ 
fabetos. 

Para  preparar  a  los  individuos  que  deben  trabajar  en 
las  actividades  productoras,  las  cifras  no  son  menos  expre¬ 
sivas  : 

Hay  en  la  Agricultura  11,000  empleados,  y  sólo  4  escue¬ 
las  prácticas  de  Agricultura,  con  una  asistencia  media  de 
340  alumnos. 

Son  343,000  los  obreros  que  trabajan  en  las  labores  cam¬ 
pesinas,  y  para  educarlos  en  sus  especialidades  funcionan  6 
escuelas-granjas,  con  una  matrícula  total  de  720  alumnos. 

Trabajan  en  la  industria  20,000  empleados,  y  para  pre¬ 
pararlos  hay  4  escuelas  industriales,  con  927  matriculados. 

Para  servir  una  población  de  trabajadores  industriales 
de  185,000  individuos,  hay  sólo  58  escuelas  voeacionales  o 
con  grado  vocacional. 

Ya  veis,  pues,  que  no  se  hace  esfuerzo  alguno  para  me¬ 
jorar  la  efieencia  productora  del  país  por  medio  de  la  edu¬ 
cación,  lo  que  permitiría  también  una  acción  práctica  en  la 
formación  de  nuestra  democracia. 

Observad  las  contribuciones . 

Mientras  todos  los  gobiernos  modernos  procuran  evitar 
ios  impuestos  indirectos,  porque  son  inversamente  proporcio¬ 
nales,  nuestra  política  tributaria  se  inclina  más  y  más  a  las 
contribuciones  indirectas,  que  encarecen  enormemente  la  vi¬ 
da.  En  el  presupuesto  de  1936,  los  impuestos  directos  figuran 
con  27  %,  y  los  indirectos,  con  73  %. 

No  es  raro,  pues,  que  un  diario  de  Santiago  haya  dicho 
que,  según  publicaciones  de  la  Sociedad  de  las  Naciones  los 
precios  al  por  mavor,  habían  subido  en  13  países,  de  7  a  29  %, 
y  en  Chile  a  140 


70 


Notas  Bibliográficas 

“SALAZAR:  PORTUGAL  Y  SU  JEFE”,  por  Antonio  Ferro. — Bi¬ 
blioteca  “Ercilla”. — Vol.  LI  -  324  páginas. — SANTIAGO. 


Antonio  de  Oliveira  Salazar,  el  Presidente  del.  Consejo  de 
Portugal,  ha  sido  conocido  entre  nosotros  sólo  desde  el  año  pa¬ 
sado.  Una  hermosísima  conferencia  del  inolvidable  Omer  Emeth, 
dos  elocuentes  estudios  del  Encargado  de  Negocios  de  Portugal, 
señor  Salazar  y  Moscoso,  y  artículos  aparecidos  en  “Acción  Chi¬ 
lena”,  en  “Falange”  y  en  “Estudios”,  (Núm.  23),  llamaron  la 
atención  del  público  hacia  este  Jefe  de  Gobierno,  singular  por  su 
histeria,  por  su  obra  y  por  sus  características. 

La  justificada  curiosidad  que  despierta  tan  extraordinario 
personaje,  se  encuentra  ampliamente  satisfecha  en  el  espléndido 
libro  de  Antonio  Ferro,  cuya  traducción  española  —  que  debemos 
agradecer  a  Luis  Alberto  Sánchez  —  ofrece  la  Editorial  “Ercilla” 
a  los  lectores  hispano-americanos. 

Antonio  Ferro  es  periodista.  Periodista  portugués.  Sien¬ 
te  en  carne  viva  la  mano  enérgica  de  Salazar  y  oye  diariamente 
las  historias  y  leyendas  que  se  tejen  alrededor  de  la  vida  y  de 
las  ideas  del  Presidente  del  Consejo;  de  este  profesor  universi¬ 
tario  desconocido  aún  de  los  propios  portugueses  hasta  el  día  en 
que  los  militares  lo  llaman  al  gobierno  y  que  permanece  ca3i  in¬ 
visible  —  pese  a.  su  labor  formidable  —  durante  varios,  años 
mientras  ejerce  las  funciones  de  Ministro  de  Finanzas  y  de  Jefe 
del  Gabinete.  Antonio  Ferro  resuelve  un  día  entrevistar  al  amo 
del  país.  Prepara  su  interrogatorio;  luego...  media  docena  de 
cunyersaciones  en  un  automóvil,  en  su  modesto  estudio  particular, 
a  lo  largo  de  un  camino,  en  el  despacho  de  Ministro,  etc.;  por 
fin ...  el  libro  que  esperábamos. 

Se  ha  pretendido  trazar  un  paralelo  entre  este  diálogo  sen¬ 
cillo  y  los  coloquios  de  Emil  Ludwig  con  Mussolini.  Po,bre  com¬ 
paración;  sólo  es  común  en  ambas  obras  el  diálogo  y  Ha  posición 
de  uno  de  los  interlocutores.  Pero  Ferro  no  es  un  fabricante  de 
biografías,  ni  Salazar  responde  a  trompetazos  para  que  lo  escu¬ 
chen  las  generaciones,  actuales  y  futuras.  Sin  embargo,  la  senci¬ 
llez,  la  franqueza  y  la  humildad  que  flotan  en  todas  las  páginas, 
constituyen  realmente  historia  y  más  que  eso:  doctrina  viva  en 
acción. 

“Antonio  Ferro  —  nos  dice  Salazar  en  la  introducción  —  ha 
preparado  su  indagación  con  cuidado.  Ha  prepuesto  las  pregun¬ 
tas  que  ha  querido  —  y  qué  preguntas  a  veces  —  ha  conducido 
el  diálogo,  deteniéndose  bruscamente  o  haciéndolo  desviar  de  su 
curso  natural,  cada  vez  que  le  ha  parecido  necesario.  .  .  Dócil¬ 
mente,  yo  he  contestado  en  términos  precisos  a  tal  interrogato¬ 
rio  —  o,  mejor,  a  tan  largo  examen  —  sin  tratar  de  evadir  los 
temas  más  arduos,  ni  detenerme  en  los  que  me  hubieran  compla¬ 
cido  más”. 

Política  nacional.  He  aquí  el  primer  argumento  que  ata¬ 
ca  Salazar.  La  viabilidad  de  la  política  nacional  y  la  desapari¬ 
ción  de  los  partidos  políticos. 


71 


"Cuando  yo  digo  política  nacioiiaS  —  expresa  en  la  página 
30  —  entiendo  que  la  nación,  nuestra  nación,  es  una  realidad 
viviente  que  anhelamos  sea  inmortal;  que  la  nación  es  un  todo 
orgánico  compuesto  por  individuos  diferenciados  por  aptitudes  di¬ 
versas  y  por  actividades  desemejantes  ellas  mismas,  jerarquiza¬ 
das  en  su  diferenciación;  que  hay  intereses  de  ese  todo  perfecta¬ 
mente  distintos  de  los  intereses  individuales  y,  a  veces,  antagó¬ 
nicos  a  los  intereses  individuales  inmediatos  de  la  generalidad, 
y  mucho  más  aún  de  los  de.  un  grupo  o  de  una  clase  de  ciuda¬ 
danos;  que,  para  provecho  del  interés  nacional,  se  deben  recono¬ 
cer  las  agrupaciones  naturales  o  sociales  de  los  hombres.  —  fami¬ 
lia,  sociedad,  sindicato  profesional,  asociación  para  finalidades 
ideales,  autarquía  local  —  pero  no  obligatoriamente  las,  agrupa¬ 
ciones  de  naturaleza  y  fines  políticos,  organizados  para  la  con¬ 
quista  del  poder  y  el  inevitable  acaparamiento  del  Estado”. 

Analiza  luego  el  error  que  entrañan  los  llamados  gobiernos 
de  concentración  de  partidos  y  los  gobiernos,  nacionales.  "Tales 
gobiernos  no  llevan  a  cabo  sus  propósitos  de  un  modo  perdurable: 
Comienzan  por  un  equívoco,  a  saber:  que  la  política  nacional  es 
necesaria  sólo  en  ciertos  momentos  históricos;  y  luego  se  trans¬ 
forman  en  gobiernos  de  partidos,  por  zonas,  si  es  que  puedo  ex¬ 
presarme  así.  .  .  En  el  caso  más  favorable  se  dejan  a  un  lado  los 
problemas  de  orientación  general,  para  evitar  el  choque  de  men¬ 
talidades  opuestas  y  acaban  por  convertirse  en  gobiernos  de  sim¬ 
ple  expediente”.  Tampoco  le  merecen  mayor  confianza  los  go¬ 
biernos  que,  ante  los  clamores,  del  público,  se  constituyen  por 
fuera  y  encima  de  los  partidos.  "Subrayo  por  fuera  y  encima  pa¬ 
ra  explicar  que  no  son  contra  los  partidos,  y  para,  indicar  que  ese 
es  precisamente  el  germen  de  su  muerte.  .  .  Estar  fuera,  de  los 
partidos  pero  no  contra  ellos,  es  el  error  substancial  de  tal  polí¬ 
tica”. 

En  este  mismo  tono,  enérgico,  claro,  sencillo,  se  expresa 
Salazar  sobre  todos  los  grandes  y  pequeños  problemas  que  le 
plantea  el'  infatigable  periodista.  La  cuestión  social,  república  o 
monarquía,  la  Unión  nacional,  el  nuevo  Estatuto  portugués,  co¬ 
munismo,  socialismo,  fascismo,  política,  colonial,  la  dictadura,  de¬ 
mocracia,  censura  periodística;  todos  estos  y  numerosos  otros  son 
colocados  en  el  tapete  por  Ferro.  Siempre,  a  la  pregunta  mali¬ 
ciosamente  presentada,  responde  el  estadista  portugués  con  una 
idea  segura,  y  oportuna.  Extraña,  por  esto,  que  el  culto  traductor 
de  la  obra,  sugiera  en  su  nota  preliminar  que  Oliveira  Salazar 
carece  de  orientación  (lef inida.  El  propio  entrevistado  declara: 
"Los  hombres,  de  Estado,  según  entiendo,  tienen  su  sistema  de 
ideas,  o  simplemente,  sus  ideas,  cuando  no  han  conseguido  hacer 
de  ellas  una  síntesis  superior”.  Y  a  través  ed  las  páginas  de  la 
obra,  puede  seguirse  un  pensamiento,  como  hilo  tenue  pero  no 
interrumpido,  un  eje  sobre  el  cual  giran  las  ideas  políticas  y  so¬ 
ciales  del  Jefe  de  Estado;  esta  médula  doctrinaria  no  se  nombra, 
por  eso  algunos  no  la  han  visto;  pero  se  llama  doctrina  cristiana. 

Tí 


72 


“LA  LITERATURA  HISTORICA.  CHILENA  Y  EL  CONCEPTO 

ACTUAL  DE  LA  HISTORIA”,  por  Francisco  A.  Encina; 

Editorial  Nascimento,  1985;  820  páginas.  ...  . 

Libro  es  este  que  por  abarcar  tan  variados  y  profundos  pro¬ 
blemas  historiográficos,  es  digno  de  un  análisis  por  demás  dete¬ 
nido.  No  pretendemos  intentarlo  en  esto,,  oportunidad,  sino  única¬ 
mente  referirnos  a  un  Capítulo  que  por  abarcar  juicios  hasta 
ahora  poco  corrientes  merece  que  se  le  analice  con  particular  in¬ 
terés.  Se  trata  del  que  el  autor  titula:  “La  decadencia”,  y  en  el 
cual  traza  un  cuadro  completo  de  la  personalidad  y  aptitudes  de 
Don  Diego  Barros  Arana. 

El  señor  Encina  no  se  suma  servilmente  al  coro  de  admi¬ 
radores  ciegos  del  citado  cronista.  Reconoce  en  él,  es  verdad,  y 
con  toda  justicia,  sus  extraordinarias  aptitudes  de  investigador, 
pero  se  permite  señalar  sus  graves  defectos,  que '  esteriílizaron  en 
gran  parte  su  obra  y  que  la  obligan  hoy  día  a  someterse  a  una 
madura  revisión. 

Pero  oigamos  al  propio  señor  Encina:  “El  recuerdo  de  los 
condiscípulos  coincide  en  pintar  a  Barros  Arana  como  alumno 
tardo  intelectualmente,  cuya  aplicación  y  ¡laboriosidad  le  permi¬ 
tían  cumplir  sin  brillo  las  sencillas  tareas  escolares  de  su  época. 
No  había  exteriorizado  ninguna  disposición  especial;  el  aprendiza¬ 
je  de  7a  historia  no  había  sido  para  él  más  fácil  que  el  de  las 
matemáticas...  En  el  juicio  de  los  condiscípulos  entra,  sin  duda, 
por  mucho  la,  ausencia  de>'  vivacidad  y  de  ingenio.  Ya  en  el  apo¬ 
geo  de  la  vida,  la  falta  de  espiritualidad  y  de  gracia  colocaba  al 
gran  historiador  en  situación  definida  aún  en  el  grupo  de  sus  ami¬ 
gos.  .  .  Permaneció  atado  a  los  odios  personales  y  a  sus  sectaris¬ 
mos  hasta  la  senectud.  La  serena  indulgencia  para  con  los  hom¬ 
bres  y  las  ideas,  característica  del  ocaso  de  las  mentalidades  su¬ 
periores,  no  alumbró  el  final  d°  su  larga  jornada  intelectual;  por 
el  contrario,  la  idea  de  vengarse  oóstumamente  de  los  que  odió, 
se  tornó  casi  en  una  obsesión,  si  hemos  de  juzgar  por  las  distan¬ 
ciadas  conversaciones  que  tuvimos  con  él  en  los  años  últimos. 
Las  pocas  páginas  que  nos  levó  de  una  especie'  de  “Memorias”  se 
acercaban  más  a  la  sátira  burda  que  a  la  ironía  del  señor  Errá- 
zuriz.  Ignoramos  1a,  suerte  de  estas  páginas;  pues  habiéndole  en¬ 
carecido  con  demasiada  franqueza  que  no  empequeñeciera  su  per¬ 
sonalidad  —  con  todas  sus  limitaciones,  la  mayor  de  la  América 
española  en  el  terreno  histórico  —  acabó  por  fastid’arse  y  por 
no  volver  a  hablarnos,  del.  asunto...  Los  que  conocieron  joven 
a  Barros  Arana  coinciden  en  afirmar  que  su  volterianismo  fué. 
primitivamente,  el  de  Portales,  con  menos  gracia  y  sin  el  sentido 
humano  mjo  la  ausencia  de  espíritu  libresco  V  imprimió  en  el 
gran  Ministro...  Su  juicio,  casi  siempre  ecuánime,  supo  guar¬ 
dar  la  compostura  y  la  dignidad  de  la  forma,  aún  en  ’os  momen¬ 
tos  en  que  sus  pasiones  lo  arrastran  a  la  parcialidad  en  el  fon¬ 
do,  salvo  cuando  entra  en  juego  su  anti-religiosidad”. 

Años  atrás,  en  unos  estudios,  de  crítica  literaria,  Don  Pedro 
N.  Cruz  se  permitió  hacer  observaciones  análogas  a  las  del  señor 
Encina,  que  fueron  calificadas  por  los  fetichistas  adoradores  de 
Barros  Arana,  como  un  nroducto  del  odio  clerical  a  la  memoria 
del  egregio  historiador.  Ahora  es  un  liberal,  en  su  tiemno,  discí¬ 
pulo  del  célebre  cronista,  el  que  se  atreve  a  estampar  la  verdad 
sm  atenuaciones.  Y  nótese  que  es  el  segundo  acatólico  cm°  a<d  lo 
hace,  pues  antes  que  él,  el  propio  Conservador  de  la  Biblioteca 
Barros  Arana,,  tuvo  la  independencia  suficiente  para  juzgar  a  Don 
Diego  en  debida  forma. 

¿Qué  pensarán  de  todo  esto  sus  ya  escasos  pero  fervientes 
discípulos?... 


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