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Full text of "Estudios"

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¡n  2018  with  funding  from 
Princeton  Theological  Seminary  Library 


https://archive.org/details/estudios8891unse 


ESTUDIOS 


iCARLOS  VERGARA  B.:  “POSICIONES 
ANTE  EL  CONFLICTO  EUROPEO ".  —  FRAN¬ 
CISCO  VIVES:  “ PRINCIPIOS  DE  TEOLOGIA 
SOCIAL ". 

JUAN  M.  RESTREPO:  “ JESUS ",  DE  RI¬ 
CARDO  D AVILA''— DOCTOR  MANUEL  F.  BE¬ 
CA:  “ MATERIALISMO  Y  ESPIRITU ALISMO 
EN  PSICOLOGIA''.—  LOS  LIBROS. 

RICARDO  ASTABURUAGA  ECHENIQUE: 
“SUR". — JOSE  LUIS  CERDA:  “POEMAS". — MO¬ 
MENTOS  DEL  ARTE— CRISTAL  DE  LIBRERIA. 


89 


Santiago  de  Chile 


MAYO  1940 


ESTUDIOS 

mensuario  de  cultura  general 


DIRECTOR: 

JAIME  EYZAGUüvRE 

Casilla  13370 
Santiago  de  Chile 


SUSCRIPCION  ANUAL  EN  EL  PAIS .  $  42.— 

„  „  „  EXTRANJERO .  ...  Dólar  1.50 

NUMERO  SUELTO .  $  S.60 

„  ATRASADO .  $  4.20 


SE  RECIBEN  SUSCRIPCIONES  EN  LA  ADMINISTRACION 

HUERFANOS  972.  OFICINA  501  —  TELEFONO  671S9 

SANTIAGO  DE  CHILE 


ATENCION:  DE  16.30  a  19  HORAS. 


ASO  YIII  —  N.o  89 


MAYO  DE  1940 


ÍNDICE 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


Pág. 


“POSICIONES  ANTE  EL  CONFLICTO  EUROPEO”,  por 

Carlos  Vergara .  . .  4 

“PRINCIPIOS  DE  TEOLOGIA  SOCIAL”,  por  Monseñor 

Francisco  Vives . .  ...  15 

LOS  LIBROS:  “Los  precursores  de  Lenin”,  por  Maurice 
Paleologue,  P.  22. 


RELIGION  Y  CIENCIA 


“JESUS”,  DE  RICARDO  D AVILA  SILVA”,  por  Juan  M. 

Restrepo .  24 

“MATERIALISMO  Y  ESPIRITUALISMO  EN  PSICOLO¬ 
GIA”,  por  el  Dr.  Manuel  Francisco  Beca .  37 


LOS  LIBROS:  “La  Iglesia  Patrística  y  el  Milenarismo”,  por 
Florentino  Alcañiz  S.  J.,  P.  45.  —  “Nuestro  her¬ 
mano”,  por  Carmen  Valle,  P.  58. 


LETRAS  Y  ARTE 

“SUR”,  por  Ricardo  Astaburuaga  Echenique .  62 

“AUSENCIA”,  “ENCUENTRO  EN  EL  TIEMPO”,  “VOZ 

SIN  ESPERANZA”,  Poemas  de  José  Luis  Cerda  ...  67 

MOMENTOS  DE  ARTE:  Arte  Español,  P.  70.  —  Pinturas 
de  Augusto  Izquierdo,  P.  71. 

CRISTAL  DE  LIBRERIA:  “La  infancia”,  por  Luis  Oyar- 
zún,  P.  72, 


MAYO  DE  1940 


I 


EN  EL  MANEJO  DE  NEGOCIOS  O  EN  LA  ADMINISTRACION 
DE  BIENES  SIGNIFICA  UN  APORTE  VALIOSO  SERVIRSE  DE 
LA  EXPERIMENTADA  Y  EFICIENTE  ORGANIZACION. 

NOS  ENCARGAMOS  PRINCIPALMENTE  DE: 

t 

Cumplir  órdenes  de  compra  y  venta  de  valores  mobiliarios. 

Atender  al  registro  de  accionistas  o  sociedades  anónimas. 

Pagar  dividendos  sobre  acciones  o  debentures. 

Tramitar  la  compra  o  venta  de  bienes  inmuebles  y  efectuar 
remates  de  propiedades. 

Urbanizar  y  lotear  terrenos. 

Controlar  o  dirigir  la  formación  de  sectores  urbanos  o  barrios 
residenciales. 

Atender  a  los  señores  CORREDORES  DE  PROPIEDADES 
en  nuestro  carácter  de  liquidadores  de  negocios  de  compra  y  venta 
ya  formalizados  para  los  efectos  de  servir  de  depositarios  del 
precio  de  compra  y  destinarlo  •  a  la  cancelación  de  los  graváme¬ 
nes  del  inmueble. 

Servir  de  depositarios  en  la  formación  de  comunidades  que 
tengan  por  objeto  la  construcción  de  edificios  para  venta  de  pisos 
y  departamentos. 

Administrar  edificios  de  departamentos  y  en  general  propie¬ 
dades  de  renta. 

Administrar  los  inmuebles  a  que  se  refiere  la  Ley  6071  que 
dispone  que  los  pisos  o  departamentos  de  un  edificio  pueden  per¬ 
tenecer  a  distintos  propietarios. 

Fiscalizar  el  cobro  o  la  inversión  de  rentas  de  arrendamien¬ 
to  de  propiedades  c  ya  administración  está  confiada  a  tercera 
persona. 

Tramitar  conversiones  de  deudas  hipotecarias  y  otras  opera¬ 
ciones  de  la  misma  índole. 

Atender  solicitudes  de  préstamos  a  largo  plazo,  en  bonos, 
sobre  predios  urbanos  o  agrícolas,  como  representantes  del  Banco 
Hipotecario- Valparaíso. 

Desempeñar  los  cargos  de  Albacea  con  o  sin  tenencia  de  bie¬ 
nes,  depositario  o  secuestre,  liquidador  de  sociedades  civiles  anó¬ 
nimas  y  comerciales  o  de  cualquiera  clase  de  negocios.  Síndico 
o  delegado  de  síndico  en  juicios  de  quiebra.  Curador  testamen¬ 
tario  general,  conjunto,  curador  adjunto,  curador  especial  y  cura¬ 
dor  de  bienes. 

De  acuerdo  con  disposiciones  especiales  de  la  Ley,  podemos 
administrar  los  bienes  que  se  hayan  donado  o  dejado  a  título  de 
herencia  o  legado  a  capaces  o  incapaces,  pudiendo  sujetarse  a  esta 
forma  de  administración  los  bienes  que  constituyen  la  legítima 
rigurosa  durante  la  incapacidad  del  legitimatario. 

Disponemos  permanentemente  para  la  venta,  de  sitios  en  los 
mejores  sectores  residenciales  de  Santiago. 

SOLICITE  INFORMACIONES  Y  FOLLETOS  EXPLICATIVOS 


I 


DEPARTAMENTO  DE  COMISIONES  BE 
BANCO  DE  CHILE  -  CONFIANZA  -  SEGUNDO  PISO 


Sociología  y  Política 


“POSICIONES  ANTE  EL  CONFLICTO  EUROPEO”,  por  Carlos 
Vergara,  Profesor'  de  Filosofía  dei  Derecho  y  de  Derecho  del 
Trabajo  en  la  Universidad  de  Chile. 

f  y  *  •  i 

•  •  , 

¿  Qué  actitud  le  corresponde  asumir  al  cristiano  frente  al 
actual  conflicto  europeo  ?  ¿  Qué  posibilidades  se  divisan  a  la  reali¬ 
zación  de  una  cultura  de  tipo  cristiano?  He  aquí  los  interrogantes 
que  se  plantea  el  autor. 


“PRINCIPIOS  DE  TEOLOGIA  SOCIAL”,  por  Monseñor  Francisco 
Vives,  Pro-Rector  de  la  Universidad  Católica  de  Chile  y  Pro- 
.  fesor  de  Filosofía  del  Derecho. 

“La  vida  social  supone  una  concepción  metafísica  de  la  vida, 
una  doctrina,  la  que  supone  a  su  vez  ciertos  principios  acerca  del 
hombre  y  de  su  misión  eivla  tierra.” 


LOS  LIBROS 

“Los  precursores  de  Lenin”,  por  Maurice  Paleologue.  * 

•r  • 


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Posiciones  ante  el  conflicto  europeo 


Nadie  puede  ser  indiferente  ante  la  horrible  matanza  que 
ahora  se  realiza  en  el  Viejo  Mundo  y  que  parece  marcar  el  de¬ 
finitivo  crepúsculo  de  esa  civilización .  Menos  que  nadie  los  cris¬ 
tianos,  que  dentro  del  sentido  hondo  de  su  unidad  han  de  experi¬ 
mentar  dentro  de  si  el  dolor  de  los  hermanos,  cualquiera  que  sea 
la  raza  de  éstos  o  el  ámbito  geográfico  en  que  se  encuentren 
ubicados.  Por  otra  parte,  toda  guerra  lleva  envuelta,  a  la  par 
que  apasionados  problemas  de  orden  político  temporal,  repercu¬ 
siones  en  el  campo  de  los  espíritus  que  no  es  posible  eludir.  Pre¬ 
cisamente  a  este  aspecto  de  no  escondida  gravedad  quiere  ahora 
referirse  nuestra  revista  y  en  su  deseo  de  contribuir  a  clarificar 
las  ideas,  que  la  pasión  partidista  se  esmera  en  envolver  en  densa 
obscuridad,  ha  abierto  sus  páginas  a  los  hombres  serenos  y  ha 
pedido  a  éstos  su  opinión  libre,  su  autorizada  línea  de  orientación 
ante  estas  dos  interrogantes  capitales:  ¿Qué  actitud  le  cabe  asu¬ 
mir  al  cristiano  frente  al  actual  conflicto  europeo  ?  ¿  Qué  pers¬ 
pectivas  de  realización  se  divisan  para  una  cultura  de  tipo  cris¬ 
tiano  ? 

Hoy  “Estudios”  reproduce  la  respuesta  de  don  Carlos  Ver- 
gara  Bravo,  Profesor  de  Filosofía  del  Derecho  y  de  Derecho  del 
Trabajo  de  la  Universidad  de  Chile,  cuya  infatigable  obra  de  bien 
entre  las  clases  desheredadas  le1  señalan  como  un  cruzado  de  la 
causa  de  la  redención  social  y  un  difusor  ardiente  del  pensamiento 
social  de  la  Iglesia. 


¿  QUE  ACTITUD  LE  CABE  ASUMIR  AL  CRISTIANO  FRENTE 

AL  ACTUAL  CONFLICTO  EUROPEO? 

La  desorientación,  la  angustia  y  el  envilecimiento  progresivo 
a  que  va  siendo  sometida  la  conciencia  en  estos  tiempos  de  lace- 
ramientos  del  espíritu,  del  sentimiento  y  de  la  inteligencia,  impi¬ 
den  al  común  de  los  mortales  percibir  la  luz  de  la  claridad  que 
empieza  a  alumbrar  los  más  lejanos  horizontes  de  la  vida  humana; 
y  el  mayor  número  de  hombres  no  tiene  siquiera  una  clara  visión 
de  las  cosas  próximas,  aun  de  las  materiales  en  que  se  des¬ 
envuelve  su  cotidiana  actividad  temporal.  Es  así  como  los  errores 
cometidos  por  gentes  de  ayer,  son  los  mismos  en  que  incurren 
las  gentes  de  ahora.  Parece  que  esto  fuera  como  una  ley  que  re¬ 
gulase  el  desenvolvimiento  de  lo  humano  en  todos  los  tiempos  y 
latitudes;  sin  embargo,  “hoy”  ha  adquirido  tales  caracteres 
que  tiene  relieves  de  exactitud  histórica.  Entiendo  por  este  “hoy”, 
lo  que  debemos  denominar  “nuestro  tiempo”,  es  decir,  el  que  em¬ 
pieza  con  la  triple  revolución  de  los  sentimientos,  de  las  inteli¬ 
gencias  y  de  las  técnicas  productoras  de  riquezas,  que  se  mani¬ 
fiesta  en  la  Reforma,  el  Renacimiento  y  los  grandes  inventos  y 
descubrimientos.  Esta  revolución  no  ha  llegado  a  su  etapa  final: 
desde  su  inicial  desarrollo  hasta  el  segundo  decenio  de  este  siglo 
se  ha  planteado  en  su  momento  de  tesis;  hace  poco  se  ha  iniciado 
su  fase  antitética,  y  su  desarrollo  total  culminará  en  la  síntesis 


< 


POSICIONES  ANTE  EL  CONFLICTO  EUROPEO  5 


ansiada  por  la. cual  se  empieza  a  luchar  tan  tenazmente.  Todos 
los  momentos  históricos  secundarios  comprendidos  entre  los  si¬ 
glos  XV  y  XX,  han  sido  sucesivos  planteamientos  de  procesos 
dialécticos  menores,  dentro  de  aquellos  Grandes  Procesos  de  re¬ 
novación  significados  por  la  Reforma,  Renacimiento  y  Descubri¬ 
mientos.  Digo  secundarios,  porque  junto  a  ellos,  reconociéndolos 
a  veces  como  simultaneidades  causales,  se  han  presentado  otros, 
de  carácter  e  importancia  primordiales,  como  la  Revolución  Fran¬ 
cesa  en  el  orden  político  y  la  Revolución  Rusa,  en  el  orden  social. 
De  donde  se  puede  decir  que  nuestro  día,  nuestro  grande  y  largo 
día  moderno,  está  constituido  por  un  proceso  contradictorio,  todo 
él  de  antítesis,  frente  a  la  Edad  o  Día  Histórico  anterior,  que 
habiendo  roto  la  unidad  preexistente,  se  ha  disgregado  en  movi¬ 
mientos  que  por  distinto  modo  y  casi  paradógicamente,  tienden, 
no  obstante  su  composición  inorgánica,  discreta  y  desunitiva,  a  bus¬ 
car  el  camino  que  reintegre  las  formas  humanas,  borrando  o  fusio¬ 
nando  todas  las  antinomias  biológicas,  históricas  y  sociológicas,  en 
la  gran  síntesis  de  la  Comunidad  Universal  de  los  hombres.  Esta 
marcha  de  la  humanidad  en  busca  de  su  forma  de  unidad  or¬ 
gánica,  aparecería,  pues,  jalonada  en  su  vida  moral,  estética,  in¬ 
telectual,  política  y  económica  y  para  completar  los  jalones  de 
su  ruta,  es  preciso  señalar  otros  dos  procesos  fundamentales:  el 
movimiento  comunitario  que  significa  el  nacional-socialismo  ale¬ 
mán,  cuyo  creciente  desenvolvimiento  ascensional  presenciamos, 
y  la  revolución  espiritualista  cristiana,  cuyo  fermento  vitalizador 
germina  ya  vigoroso  en  todos  los  cuadros  humanos.  Vemos  tam¬ 
bién  en  estas  manifestaciones,  una  sucesión  completa,  ya  rpie 
cada  una  de  ellas  supone  la  que  la  ha  precedido,  hasta  llegar  a 
los  dos  términos,  en  que  vuelve  a  aparecer  el  eterno  dualismo 
que  caracteriza  al  hombre  y,  consiguientemente,  a  todas  las  ma¬ 
nifestaciones  de  su  actividad,  que  Pablo  de  Tarso  supo  expresar 
admirablemente  en  su  concepción  del  Hombre  Viejo  y  el  Hombre 
Nuevo;  aquél,  el  principio  del  Paganismo  que  en  su  mayor  exal¬ 
tación  y  perfeccionamiento  lo  más  que  pudo  alcanzar  fué  hacer 
demasiado  humano  a  sus  dioses,  con  lo  que  endiosó  al  Hombre  y 
destruyó  a  Dios;  éste,  el  Hombre  Nuevo,  que  es  el  despertar  de 
Cristo  en  el  Hombre,  también  una  especie  de  deificación  de  la 
criatura,  pero  que  por  inverso  modo,  humanizó  a  Dios  sin  des¬ 
truir  al  Hombre. 

Esta  es,  pues,  la  hora  del  día  que  vivimos:  la  de  la  lucha 
entre  el  hombre  que  se  substituye  a  Dios  colocándose  en  su  lugar, 
y  el  hombre  que,  manteniéndose  siempre  y  solamente  hombre, 

cree  en  Dios,  lo  adora,  lo  ama,  lo  sirve,  y  con  El  y  en  El  y  por 

El,  realiza  una  obra  divina. 

Pero,  apreciar  racionalmente  una  situación  humana  cual¬ 
quiera,  ya  sea  individual  o  colectiva,  requiere  considerarla  en  la 
totalidad  de  las  manifestaciones  de  la  racionalidad,  esto  es,  de  la 
triple  serie  de  motivos  o  intereses  primordiales  que  forman  el 
substracto  del  hombre:  los  que  conciernen  al  espíritu,  al  alma  y 
al  cuerpo;  lo  que  equivale  decir  que,  sin  romper  la  unidad  del 

todo  orgánico  que  somos,  hay  en  nosotros  a  manera  de  una  tri¬ 

ple  naturaleza,  cuya  integridad  conoceremos  si  analizamos  sus 
operaciones  y  facultades  esenciales.  Estas  facultades  las  descu¬ 
brimos  fácilmente  en  un  estudio  atento  y  profundo  de  nuestra 
estructura.  Así,  podemos  decir  que  en  la  íntima  constitución  de 


6 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


nuestro  ser  actúan  diversos  principios  que,  a  manera  de  centro 
y  eje  alrededor  del  cual  gira  todo  un  plano  de.  actividades,  sirven 
de  asiento  a  lo  que  debemos  considerar  como  la  total  integridad 
de  nuestra  vida  racional.  Estos  principios  de  orden  físico,  afec¬ 
tivo,  volitivo,  intelectivo,  ético,  estético  y  espiritual,  son  las  di¬ 
versas  esferas  a  través  de  las  cuales  desarrollamos  toda  nuestra 
existencia,  nuestros  pensamientos,  nuestros  sentimientos  y  nuestra 
actividad  toda.  Contemplada  así  de  este  modo  la  existencia  del 
todo  unitario  orgánico  de  nuestra  persona  humana,  se  puede  jus¬ 
tipreciar  adecuada  y  racionalmente,  una  situación  y  una  actitud 

/ 

determinadas,  cualesquiera  que  sean  sus  sujetos  actuantes  o  pa¬ 
cientes,  hombres,  grupos  o  pueblos.  Tales  situaciones  y  actitudes 
serán  justas  y  humanas,  si  son  racionales,  y  serán  racionales,  si 
en  cada  una  y  en  todas  las  series  de  intereses  esenciales  y  en 
cada  una  y  en  todas  las  operaciones  provenientes  de  los  princi¬ 
pios  o  facultades  fundamental^,  se  observa  tal  condición  de 
racionalidad.  » 

Las  manifestaciones  del  pensamiento  y  de  la  actividad  de 
los  hombres,  que  constituyen  el  proceso  de  la  Historia  Universal, 
van  revistiendo  las  formas  adecuadas  a  los  momento»  históricos, 
de  la  Edad  o  Epoca,  a  las  condiciones  mesológicas,  étnicas  y  de¬ 
mográficas,  a  las  circunstancias  económicas,  y  al  tipo  o  prepon¬ 
derancia  cultural.  En  este  último  aspecto,  es  necesario  insistir 
que  la  “civilización  occidental”,  más  exactamente  dicho,  la  “cultu¬ 
ra  europea”,  en  la  integridad  de  su  espíritu,  de  su  alma  y  de 
su  organismo,  está  formada  por  estos  elementos  vitales:  griego  - 
romano  -  germano  -  cristiano.  El  elemento  griego  que  le  dió  sus 
valores  estéticos  y  filosóficos;  el  romano,  sus  valores  políticos  y 
jurídicos;  el  germano,  su  poderosa  individualidad;  el  cristianismo, 
los  permanentes  valores  humanos  de  la  personalidad,  de  la  espi¬ 
ritualidad  y  de  la  libertad.  La  cultura,  nuestra  cultura,  se  inte¬ 
grará  y  seguirá  el  camino  de  su  perfeccionamiento,  en  la  propor¬ 
ción  en  que  armonicen  jerárquicamente  sus  diversos  elementos 
constitutivos;  se  desintegrará  y  se  deformará  en  la  cantidad  en 
que  se  aminore  o  eclipse  la  influencia  de  alguno,  y  peligrará  su 
existencia  en  el  grado  en  que  el  espíritu  y  el  alma  de  la  cultura 
estén  inspirados  y  contenidos  por  uno  solo  de  ellos;  entonces,  lo  que 
es  solamente  una  parte  querrá  ser  el  todo  y  si  esta  aspiración  |,e 
realiza,  la  cultura  se  desintegrará  en  las  culturas  particulares 
iniciales  de  que  son  representativos  los  elementos  humanos  de 
nuestra  cultura  europea. 

Lo  que  he  llamado  nuestro  gran  día  moderno,  no  es,  desde 
este  punto  de  vista,  otra  cosa  que  la  lucha  desencadenada  por  la 
primacía  del  elemento  germano  de  la  cultura;  así  lo  constatan 
los  hechos  y  las  doctrinas  que  representan  el  germanismo,  como 
ser,  el  luteranismo,  el  idealismo,  el  nacionalismo,  el  marxismo  y 
el  racismo. 


A  la  luz  de  las  consideraciones  anteriores,  se  puede  decir 
cuál  debe  ser  la  posición  del  cristiano  frente  al  actual  conflicto 
europeo  y  qué  actitud  le  cabe  asumir. 

¿  Cuáles  son  las  manifestaciones  de  la  vida  humana  en  la 
totalidad  de  sus  principios  y  facultades  y  de  sus  operaciones  futí- 


POSICIONES  ANTE  EL  CONFLICTO  EUROPEO 


(laméntales,  en  cada  uno  de  los  dos  bandos  en  lucha?  ¿Cuál  es 
el  desenvolvimiento  de  los  intereses  individuales  y  colectivos  en 
los  pueblos  que  pelean? 

La  espiritualidad  de  la  existencia  y  la  vida  de  la  persona 
humana  en  la  integridad  de  su  dignidad,  de  su  libertad  y  de  su 
conservación,  ¿  qué  respeto  merecen  a  los  contendientes  ? 

¿Es  la  guerra,  en  cualquiera  de  sus  formas  bélicas  o  no 
propiamente  bélicas,  instrumento  adecuado  para  que  la  Humani¬ 
dad  encuentre  su  camino,  su  camino  que  la  lleve  al  Orden  Nuevo 
en  que  adquirirá  la  plenitud  de  su  desenvolvimiento? 

En  estas  preguntas  se  ve  que  la  posición  del  cristiano  frente 
al  actual  conflicto  europeo  dependerá  del  respeto  a  la  persona 
humana,  a  los  principios  y  valores  espirituales  y  de  considerar 
la  tendencia  ideológica  o  finalista  que  se  le  pueda  atribuir  a  las 
partes.  Las  causas,  en  su  indagación  remota,  han  quedado  seña¬ 
ladas  en  el  cuadro  relativo  al  momento  histórico  que  vivimos; 
y  en  sus  circunstancias  próximas  no  tienen  mayor  importancia 
para  determinar  una  actitud.  Cualesquiera  que  sean,  favorables 
o  contrarias  a  alguno  de  los  bandos  en  lucha,  son  de  insignifi¬ 
cancia  frente  al  desarrollo  de  los  sucesos  y  a  los  procedimientos 
de  que  se  eche  mano  y  a  las  proyecciones  que  pueda  haber  en 
el  porvenir. 

Concretado  el  análisis  a  la  estructura  nacional  de  los  beli¬ 
gerantes,  a  través  de  la  organización  del  Estado,  de  la  Economía 
y  de  la  Sociedad,  se  puede  llegar  a  estas  conclusiones: 

Entre  los  aliados  subsiste  con  todos  sus  errores  y  deforma¬ 
ciones  el  Estado  Liberal,  emergido  como  de  fuente  inmediata,  de 
la  Revolución  Francesa;  su  Economía  es  el  ordenamiento  injusto 
e  inmoral  que  ha  implantado  el  capitalismo  evolucionado  en  su 
forma  actual  de  dictadura,  económica;  y  la  estructura  de  su 
Sociedad  es  la  que  corresponde  a  la  concepción  individualista, 
carente  de  contenido  humano  porque  desconoce  la  existencia  y 
significado  de  la  persona  y  porque  mantiene  una  estructura  inor¬ 
gánica,  atómica  y  no  comunitaria.  Su  organización  nacional  ha 
llevado  al  máximo  el  desarrollo  y  prepotencia  de  los  intereses 
individuales,  permitiendo  que  se  substituyan  al  bien  común  de  la 
colectividad.  En  la  escala  de  valores,  ya  sea  aparentemente 
muchas  veces,  conservan  siempre  su  primacía  nominal  los  prin¬ 
cipios  espirituales  y  aunque  no  se  reconozca  la  persona  en  toda 
su  integridad,  ésta  puede,  sin  embargo,  aun  hecha  jirones  a 
menudo,  mantener  su  dignidad,  su  libertad  y  su  conservación  o, 
por  lo  menos,  luchar  para  obtener  estos  derechos. 

Entre  los  totalitarios,  designación  que  encuadra  a  los  go¬ 
biernos  que  han  captado,  en  una  revivencia  del  absolutismo  de  los 
monarcas  de  los  siglos  XVI  y  XVII,  todos  los  poderes  públicos, 
para  colocarlos  al  servicio  de  un  grupo  político,  el  Partido  Unico 
a  quien  incumbe  la  salud  del  pueblo,  uniéndolo  bajo  la  égida  de 
una  idea  abstracta  que  sirve  de  principio  inspirador  y  base  de  la 
estructura  nacional,  como  la  clase,  la  raza,  la  nación  o  la  pseudo- 
religión,  (Rusia,  Alemania,  Italia,  España),  en  estos  pueblos,  el  Es¬ 
tado  ha  adoptado  una  forma  regresiva,  histórica  y  moralmente,  el 
absolutismo  del  Estado,  al  cual  se  subordinan  totalmente  la  orga¬ 
nización  de  la  Economía  y  de  la  Sociedad.  A  primera  vista  podría 
creerse  que  es  la  forma  del  Estado  la  que  está  subordinada  a  la 
Economía.  Pero  esto  no  sucede  ni  aun  en  el  gobierno  que  funda- 


8 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


menta  su  política  en  la  concepción  marxista  del  materialismo 
liistórico-dialéctico.  En  Rusia,  toda  la  economía  está  sujeta  a  ser¬ 
vir  los  intereses,  permanencia  y  robustecimiento  del  Estado  Pro¬ 
letario,  Estado  de  clase.  Este  sometimiento  de  la  Economía  al  Es¬ 
tado  estaría  bien,  si  se  tratase  de  un  estado  de  Derecho,  .nacional, 
social,  orgánico-funcional;  pero  se  trata  de  gobiernos,  poderes  gu¬ 
bernamentales,  que  al  igual,  por  lo  demás,  en  este  punto,  a  los 
gobiernos  democráticos,  han  absorbido  al  Estado  y  abrogádose  sus 
funciones,  ello,  según  el  modo  de  pensar  y  de  actuar  del  grupo 
(élite  selecta  de  capacidad  directiva)  que  constituye  una  auténtica 
oligarquía.  Su  organización  social,  igualmente,  queda  entregada  al 
servicio  del  Estado,  esto  es,  del  Partido  y  a  sus  intereses  deben 
servir  todas  las  instituciones  y  establecimientos  confesionales,  cul¬ 
turales,  científicos,  educativos,  etc. 

Veámoslo,  en  uno  de  estos  Estados,  en  Alemania: 

Solamente  hay  vida  colectiva,  pues,  en  su  afán  de  socializar 
al  hombre,  lo  han  despersonalizado  aún  a  mayores  extremos  que 
en  los  Estados  democráticos.  En  el  camino  de  estas  deshumaniza¬ 
ciones,  no  obstante  que  buscan  formas  humanizadoras,  han  exigi¬ 
do  una  nueva  concepción  de  la  vida  dentro  de  la  cual  deben  en¬ 
cuadrarse  todas  las  manifestaciones  espirituales,  morales  e  inte¬ 
lectuales:  la  religión,  la  filosofía,  el  arte,  la  ciencia,  la  literatura; 
ésto  sin  mencionar  los  instrumentos  de  propaganda,  como  toda 
clase  de  prensa  y  publicaciones;  el  conformismo  integral,  dentro  de 
la  unificación  total.  Nada  de  desigualdades  de  ningún  género,  nin¬ 
guna  barrera,  ninguna  diferencia:  el  mismo  compás,  el  mismo  pa¬ 
so,  la  misma  marcha;  la  vista  levantada  y  el  brazo  extendido,  lle¬ 
vando  en  la  frente  el  signo  de  selección  racial.  Una  sola  religión, 
una  sola  raza,  una  sola  nación,  un  solo  pueblo,  un  solo  Estado, 
un  solo  partido;  la  igualdad  absoluta  dentro  de  la  comunidad  ab¬ 
soluta,  comunidad  impuesta  forzadamente,  no  espontánea  y  natu¬ 
ral  con  la  intimidad  y  fusión  y  conocimiento  de  la  voluntad  de  ser 
colectiva,  ni  siquiera  aceptada  por  racional,  aunque  angustiosa,  de¬ 
terminación  de  la  conciencia.  Una  nueva  humanidad. 

Todo  esto  parecería  algo  ideal,  enfervorizados  si  no  fuese 
que  es  esencialmente  no  humano,  porque  el  hombre,  animal  racio¬ 
nal,  ama,  piensa,  quiere,  siente,  reflexiona,  tiene  sensaciones  y  ne¬ 
cesidades,  y  por  lo  mismo,  la  variedad  y  la  pluralidad  son  exigen¬ 
cias  de  su  natural  desenvolvimiento,  y  como  persona  humana,  ne¬ 
cesita  del  pleno  goce  de  los  atributos  de  la  personalidad,  esto  es, 
la  dignidad,  la  libertad  y  la  conservación  de  la  vida. 

Sin  embargo,  en  un  balance  exhaustivo  y  comparativo  de  la 
organización  de  la  Política,  de  la  Economía  y  de  la  Sociedad,  tal 
como  se  presentan  entre  los  atiglo-franceses  y  los  alemanes,  se 
llegaría  a  este  resultado:  los  objetivos  próximos  de  la  estructura 
que  van  estableciendo  los  alemanes,,  en  lo  político  y  económico, 
están  más  de  acuerdo  con  la  justicia  y  la  moral;  se  acercan  más 
a  una  estructura  humana  y  cristiana.  Digo  los  objetivos  próximos, 
pues,  más  adelante  me  referiré  a  sus  miras  finales,  y  los  limito  al 
campo  político  y  económico,  pues,  en  el  meramente  social,  las 
realizaciones  que  ya  señalé  anteriormente,  se  alejan  de  toda  con¬ 
cepción  verdaderamente  humana. 

Queda  todavía  por  apreciar  el  desarrollo  de  los  sucesos  y  los 
procedimientos  en  uso.  En  estos  aspectos  la  condenación  debe  ser 
franca,  enérgica  y  total  para  ambos  contendientes;  no  sin  desconocer 


POSICIONES  ANTE  EL  CONFLICTO  EUROPEO 


y 


que  los  pueblos,  al  igual  que  la  persona  humana,  tienen  el  derecho 
a  expandirse,  a  desenvolver  su  personalidad  racional,  y  a  un  espa¬ 
cio  vital,  pero  respetando  tal  personalidad  y  tal  espacio,  en  los 
pequeños  y  más  atrasados,  aunque  en  éstos  puedan  intervenir,  si 
atraviesan  un  estado  de  salvajismo  o  de  barbarie  para  ejercer 
una  racional  y  justa  tutela  jurídica  y  social,  en  el  orden  de  la 
cultura  y  de  la  civilización.  A  este  respecto,  piénsese  que  inter¬ 
venir  de  manera  tutelar,  no  es  conquistar,  ni  es  colonizar;  éstas 
son  formas  contrarias  al  Derecho  y  a  los  altos  intereses  de  la 
Humanidad. 

La  guerra  no  es  medio  adecuado  para  crear  un  nuevo  orde¬ 
namiento  de  los  pueblos;  la  guerra  es  la  violencia  trasladada  del 
plano  de  la  acción  individual  al  dé  la  actividad  colectiva  organi¬ 
zada,  pertrechada  y  equipada;  es  la  violencia  desencadenada  entre 
naciones.  Tiene,  pues,  en  su  contra  todas  las  condenaciones  que 
siempre  merece  la  violencia  y  muchísimo  mayores  cuando  se  la 
erige  en  principio  y  en  sistema.  En  este  punto  se  ve  la  superiori¬ 
dad  moral  de  los  anglo-franceses,  porque  todavía  no  han  incurrido 
en  el  crimen  de  lesa  humanidad  de  constituir  la  violencia  en  prin¬ 
cipio  inspirador  y  en  norma  de  conducta,  por  lo  menos,  en  el  te¬ 
rreno  de  la  teoría,  aunque  en  Ja  realidad  aun  inaparente,  la  prac¬ 
tiquen  en  mil  formas  más  o  menos  disfrazadas  o  más  o  menos 
efectivas  y  concretas. 

Las  miras  finales  de  los  beligerantes  es  la  cuestión  más  in¬ 
teresante  que  puede  estudiarse  en  la  actual  contienda.  El  teleologis- 
mo  de  esta  lucha  ya  ha  quedado  insinuado  en  el  análisis  de  nues¬ 
tro  momento  histórico.  Será,  pues,  cosa  no  muy  difícil,  deducir  sus 
consecuencias.  Pero  estas  no  son  en  realidad  meras  deducciones. 
Si  en  número  suficiente  de  casos  suficientemente  comprobados, 
constatamos  también  suficientemente  la  uniformidad  con  que  se 
repite  una  expresión,  que  contiene  unos  mismos  pensamientos, 
puedo  inducir  científicamente,  que  lo  que  veo  en  Ja  idea  clara  y 
distinta  de  una  cosa,  debo  afirmarlo  de  ella, 

Ahora  bien,  en  la  idea  clara  y  distinta  del  nacional-socialis¬ 
mo  alemán  (no  me  puedo  referir  a  los  anglo-franceses,  porque  ni 
unos  ni  otros  sostienen  un  sistema  único,  ni  una  idea  concreta,  ni 
un  determinado  principio,  por  parte  de  ellos  no  es  guerra  ideo¬ 
lógica),  veo  la  concepción  racista,  la  filosofía  racista,  la  idea- 
fuerza  racista  y  en  la  quintaesencia  del  racismo,  no  puede  verse 
otra  idea  que  las  que  afirman  todos  sus  teorizantes  del  Tercer 
Reich.  A  saber:  “El  alma  de  la  raza  es  el  valor  absoluto,  al  cual 
deben  subordinarse  orgánicamente  los  restantes  valores:  Estado, 
arte,  religión.”  “La  condición  de  toda  educación  cristiana  es  el 
reconocimiento  de  este  hecho:  no  es  el  cristianismo  quien  nos  ha 
traído  una  moral:  el  cristianismo  debe  sus  valores  durables  al 
carácter  germánico.  Los  valores  del  carácter  germánico  son  lo 
que  hay  de  eterno  en  el  cristianismo;  a  ellos  debe  subordinarse 
el  resto  de  su  doctrina.”  “Con  el  cristianismo  penetfa  en  el  mundo 
un  valor  espiritual  nuevo,  que  reivindica  el  primer  puesto  entre 
las  actividades  humanas:  el  amor,  la  caridad.  Hoy  día,  todo  ale¬ 
mán  sincero  reconoce  que  con  esta  doctrina  del  amor,  que  abraza 
igualmente  a  todas  las  criaturas  del  mundo,  sin  diferenciación  de 
razas,  se  daría  un  golpe  fatal  al  alma  de  Ja  Europa  nórdica.  La 
idea  del  amor  no  contiene  ninguna  fuerza  capaz  de  crear  un  tipo 
de  hombre.  Hace  degenerados,  débiles,  esclavos,  sensuales.  El  sím- 


10 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


bolo  elegido  por  Cristo  para  expresar  esta  metafísica  y  esta  fe  en 
el  amor,  es  la  Cruz.  Pues  bien:  el  símbolo  de  la  doctrina  del  Cor¬ 
dero  crucificado  representa  para  nosotros  la  relajación  de  todas 
.las  fuerzas  humanas  auténticas;  el  crucifijo  nos  deprime,  nos  hu¬ 
milla;  él  manifiesta,  como  ningún  otro,  la  oposición  categórica 
que  existe  entre  el  cristianismo  y  el  pensamiento  nórdico.”  Ya  es 
bastante:  en  el  pensamiento  de  Rosenberg,  de  quien  son  las  fra¬ 
ses  transcritas,  la  oposición  es  categórica  entre  el  cristianismo  y 
el  racismo.  Podría  muy  bien  agregarse,  o  Cristo  o  Hitler. 

¿Es  ésto  lo  que  desea  en  definitiva  el  nacional-socialismo? 
No  cabe  duda,  en  frases  de  Rosenberg.  ¿Y  en  las  de  Hitler? 
Dice  éste:  “el  nacional-socialismo  no  es  un  partido  político,  sino 
una  doctrina.  Es  una  filosofía  completa  de  la  vida  nacional,  social, 
religiosa,  un  evangelio  nuevo,  específicamente  germánico;  la  mís¬ 
tica  religiosa  y  la  organización  social,  únicas  capaces  de  colocar 
nuevamente  a  la  nación  alemana  a  la  cabeza  de  las  naciones  del 
mundo.”  “ El  cristianismo  tampoco  pudo  contentarse  con  levan¬ 
tar  sus  propios  altares,  tuvo  que  proceder  a  la  destrucción  de  los 
altares  paganos .  .  .  Los  hombres  que  quieren  sacar  a  nuestro  pue¬ 
blo  alemán  de  su  actual  situación,  tienen,  pues,  que  buscar  y  de¬ 
terminar  simplemente  la  forma  de  suprimir  lo  que  existe  de  he¬ 
cho.  Una  doctrina  llena  de  la  más  infernal  intolerancia,  no  será 
destruida  más  que  por  lá  doctrina  que  le  imponga  el  mismo  espí¬ 
ritu,  que  luche  con  la  misma  voluntad  ávida  y  que  además  lleve 
en  sí  misma  un  pensamiento  nuevo.  .  .”  La  oposición  es  irreduc¬ 
tible  entre  cristianismo  y  germanismo  para  el  inspirador  y  para  el 
organizador  del  nacional-socialismo. 

¿  Cómo  se  presenta  para  sus  propagandistas,  catedráticos, 
sabios,  juristas  y  demás  fieles  ejecutores?  En  frase  del  redactor  del 
“Schwarze  Korps”,  órgano  oficial  de  los  S.  S.  y  de  la  Gestapo,  el 
cristianismo  y  el  humanismo  son  dos  fenómenos  que  “no  tienen 
ya  más  que  un  valor  histórico;.  .  .  cosa  muerta;  no  podríamos  uti¬ 
lizar  ni  su  ideología,  ni  su  ética  extraña  a  nuestra  raza,  en  la 
construcción  del  futuro  alemán .  .  .  esas  dos  actitudes,  debemos  com¬ 
batirlas  violentamente  porque  son  peligrosas  para  el  espíritu  nór¬ 
dico.” 

En  frase  del  periódico  “Durchbruch”,  órgano  del  “movimiento 
de  la  fe  alemana”,  “puesto  que  la  cruz  debe  desaparecer,  voltéala 
alemán,  líbrate  de  la  imagen  del  Cristo”.  Y  de  altos  funcionarios  del 
Estado  quienes  delante  de  los  Comisarios  Eclesiásticos  Evangélicos, 
consideran  “ridículo  por  parte  del  cristianismo  el  creer  en  Jesucris¬ 
to,  como  Hijo  de  Dios”.  Y  de  Bergman:  “Un  Estado  que  hace  leyes 
eugenésicas,  con  intención  de  curar  al  hombre  alemán,  antes  de  na¬ 
cer,  cree  ya  en  él  Redentor  nórdico,  y  ha  rechazado  ya  al  Cristo 
paciente  y  redentor,  enemigo  de  la  vida,  creado  por  la  imagina¬ 
ción  de  los  pueblos  del  Sur”.  Y  de  Walther  Darré:  “La  conversión 
de  los  germanos  al  cristianismo,  es  decir  a  la  doctrina  de  la  ad¬ 
quisición  de  cualidades  por  la  Unción,  minó  las  bases  de  la  nobleza 
germánica.  .  .  le  retiró  definitivamente  su  personalidad  propia  en 
el  terreno  moral  y  su  posición  social  en  el  pueblo .  .  .  ”.  Y  de  Baklur 
von  Schirach,  “aquel  que  sirve  a  Adolfo  Hitler,  el  Fiihrer,  sirve  a 
Alemania,  aquel  que  sirve  a  Alemania,  sirve  a  Dios”.  Y  de  Goering: 
“La  fuerza  de  la  raza,  fuente  del  Derecho  en  Alemania,  es  divina”. 
Y  de  los  miembros  de  la  Academia  de  Derecho  Alemán :  “En  Ale¬ 
mania  es  la  raza  quien  crea  y  condiciona  la  moral  y  el  Derecho”. 


POSICIONES  ANTE  EL  CONFLICTO  EUROPEO  11 

■ - , - . - 

Y  de  Frank:  “La  voluntad  del  Führer  debe  ser  el  fundamento  de 
nuestro  sistema  jurídico”.  Y  de  Gerber:  “La  palabra  del  Führer 
y  de  sus  inmediatos  colaboradores,  vale  actualmente  más  que  todo 
derecho  adquirido  y  legalmente  definido”.  Y  de  Goering:  “El  de¬ 
recho  y  la  voluntad  del  Führer  son  una  misma  cosa”. 

Si  la  doctrina  nacional-socialista  es  tan  categórica  en  estable¬ 
cer  la  absoluta  oposición  con  el  cristianismo  y  la  necesidad  de  ¡a 
destrucción  de  éste  para  construir  una  nueva  Alemania  y  un  orden 
nuevo  en  el  mundo,  ¿  podrá  parecer  temeraria  mi  afirmación  de 
que  el  triunfo  de  Alemania  sería  un  grave  peligro  para  el  cristia¬ 
nismo?  más  que  esto,  ¿despertar  de  las  entrañas  mismas  de  las 
potencias  inferiores  del  hombre,  fuerzas  de  rebelión  demoníaca?  Si 
uso  los  mismos  términos  nacional-socialistas,  por  ejemplo,  el  de 
anti-raza,  para  caracterizar  lo  que  se  oponga  al  racismo,  necesa¬ 
riamente  tendría  que  llegar  a  decir  que  el  cristianismo  es  la  anti¬ 
raza;  y  siguiendo,  lógicamente,  habría  de  decir  también' que  el  ra¬ 
cismo  es  el  anti-Cristo;  no  en  el  sentido  apocalíptico,  sino  en  el 
meramente  histórico  y  filosófico  de  negación  de  la  doctrina  de 
Cristo. 

En  conclusión,  consideradas  las  proyecciones  que  el  triunfo 
alemán  tendría  en  el  futuro,  ningún  cristiano  puede  ser  partidario 
de  Alemania  en  la  actual  contienda;  no  por  sus  objetivos  próximos, 
en  los  cuales  le  asiste  tal  vez  más  justicia  y  moralidad  que  a  sus 
contrarios,  sino  por  sus  objetivos  finales,  que  llevan  necesariamente 
a  una  lucha  entre  el  germanismo  y  e!  cristianismo,  como  elementos 
integrantes  de  nuestra  cultura, 

¿Ahora  bien,  puede  el  cristiano  permanecer  como  simple  expec- 
tador?  En  ningún  caso;  su  actitud  debe  ser  eminentemente  activa, 
dinámicamente  activa,  poniendo  en  movimiento  todas  sus.  fuerzas, 
revistiéndose  de  ias  armas  de  la  luz  y  combatiendo  espiritual,  inte¬ 
lectual,  moral  y  socíalmente  para  obtener  la  paz,  poniendo  en  juego 
todos  los  medios  posibles,  de  toda  especie,  a  fin  de  evitar  este  es¬ 
cándalo  del  racismo,  el  mayor  escándalo  que  ha  presenciado  ta 
humanidad  y  su  página  más  negra  y  pecadora..  Esto,  sin  perjuicio 
de  reconocer  ía  justicia  y  moralidad  o  por  lo  contrario  la  injusticia 
o  la  ilicitud  de  los  sucesos  particulares  y  episódicos  de  la  contienda, 
respecto  de  cualquiera  de  los  pueblos  y  gobiernos  que  luchan. 
Pero  sin  participár  ni  atizar,  ni  aplaudir  las  acciones  bélicas  pro¬ 
piamente  dichas;  pues,  el  cristiano  es  siempre  pacifista;  a  ello  lo 
obliga  la  ley  de  amor,  el  místico  testamento  eucarístico  y  los  man¬ 
damientos  de  la  montaña. 


II.  —  ¿QUE  PERSPECTIVAS  DE  REALIZACION  SE  DIVISAN 
PARA  UNA  CULTURA  DE  TIPO  CRISTIANO? 

Primeramente,  veamos  algo  acerca  de  “una  cultura  de  tipo 
cristiano”.  No  podrá  ser  la  actual,  porque  ésta  se  ha  germanizado 
y  perdido  sus  características  cristianas;  los  elementos  restantes 
que  la  integran  han  supeditado  lo  cristiano;  perdido  su  espíritu, 
han  quedado  el  alma,  el  cuerpo  y  la  fuerza  vital,  esto  es,  los  ele¬ 
mentos  greco  -  romano  -  germano;  deshumanizada  por  la  pérdida 
de  su  espíritu,  sufre  carencia  de  amor,  ausencia  de  hálito  vivifi¬ 
cador  y  falta  de  finalidad  para  buscar  y  alcanzar  la  plenitud  de 


12 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


la  perfección  temporal  La  supeditación  del  cristianismo  por  los 
restantes  elementos  culturales  y  el  predominio  del  espíritu  no  cris¬ 
tiano  de  éstos,  han  producido  la  forma  actual  de  la  cultura,  forma 
deficiente,  inadecuada,  cuyo  ordenamiento  no  constituye  orden  sino 
la  apariencia  de  tal. 

Por  esto  impera  el  más  franco  desorden  social,  político,  eco¬ 
nómico  y  moral:  el  orden  legal  existente  se  aparta  de  la  justicia; 
una  juridicidad  ideal  que  pugna  por  abrirse  paso  se  divorcia  pro¬ 
fundamente  de  la  legalidad  o  superlegalidad  que  en  el  terreno  de 
la  legislación  positiva  o  en  el  de  la  jurisprudencia  y  la  costumbre, 
oponen  a  aquel  ideal  de  justicia,  un  dique  o  barrera  infranquea¬ 
ble  por  las  propias  vías  legales  y  ordinarias. 

El  orden  humano,  - —  de  necesaria  ✓  construcción  para  que 
pueda  desenvolverse  una  cultura  de  tipo  cristiano,  —  habrá  de 
edificarse  sobre  esta  base:  aceptación,  sujeción,  mantenimiento  y 
cumplimiento  de  los  principios  y  normas  que  ya  señalé  desde  el 
doble  aspecto  individual  de  la  persona  humana  y  colectivo  de  la 
estructura  del  Estado,  de  la  Economía  y  de  la  Sociedad.  A  su  vez, 
este  nuevo  orden  requiere  preparación  y  formación  nuevas,  una 
pre-cultura  o  modalidades  que  permitan  la  encarnación  del  espí¬ 
ritu  cristiano  en  la  forma  adecuada  que  cree  un  ordenamiento 
racional  de  las  sociedades. 

El  desarrollo  de  las  condiciones  o  modalidades  de  prepa¬ 
ración  y  formación  son  premisas  ineludibles  para  la  existencia  del 
orden  humano  que  permita  el  desenvolvimiento  de  una  cultura 
cristiana.  La  gran  dificultad  para  ello  estriba  en  esta  necesidad  de 
medio  y  de  fin;  para  acreditarlo  bastará  considerar  el  triple  pro¬ 
ceso  que  se  presenta  en  todo  momento  y  toda  edad  históricos. 
Efectivamente,  su  iniciación  es  un  primer  período  de  tendencia 
predominantemente  inmaterial:  la  inspiran  motivos  morales  o  as¬ 
piraciones  y  exigencias  que  constituyen  un  objetivo  más  espiritual 
que  material;  pero,  en  virtud  de  la  dialéctica  de  su  movimiento, 
trocan  sus  objetivos  y  contenidos,  y,  a  modo  de  reacción  contra 
lo  anterior,  se  inclinan  preferentemente  a  las  cosas  naturales  o 
de  la  materia,  para  concluir  en  una  tendencia  de  síntesis  en  que 
los  objetivos  son  políticos  o  humanos.  Los  llamo  así,  “políticos”, 
porque  a  la  manera  que  la  política  de  los  Estados  debe  inspirarse  en 
la  coexistencia  armónica  de  todas  las  aspiraciones  y  en  una  reali¬ 
zación  que  sea  la  resultante  de  satisfacer  los  anhelos  de  bienestar 
de  toda  la  “ciudad  política”,  así,  también  en  esta  forma  sintética 
deben  armonizarse  jerárquicamente  todos  los  elementos  y  valores 
espirituales  y  materiales.  Los  llamo  “humanos”,  porque  en  la  orien¬ 
tación  y  curso  de  esta  fase,  se  descubre  un  principio  de  realiza¬ 
ción  unitaria  con  miras  al  bien  integral  de  la  persona  humana, 
en  que  todas  las  actividades,  sin  perder  su  individualidad  y  auto¬ 
nomía  peculiares,  buscan  cómo  constituir  a  la  manera  del  com¬ 
puesto  humano,  un  todo  orgánico. 

Este  triple  proceso  se  presenta  en  toda  Edad  y  en  cada  uno 
de  sus  momentos  históricos.  Así,  si  queremos  ubicar  nuestro  mo¬ 
mento  en  este  gran  Día  moderno,  como  he  designado  a  esta 
Edad,  lo  señalaríamos  como  el  período  en  que  se  cruzan  las  ten¬ 
dencias,  exigencias  y  aspiraciones  de  la  tercera  fase  de  una  Edad 
que  concluye  y  de  la  primera  de  otra  que  comienza.  A  aquélla, 
que  muere,  denominaría,  con  Lasbax,  “Ciudad  Natural”,  o  “Era 
de  las  Frisiocracias”  y  a  la  Edad  que  nace,  “Ciudad  Humana” 


POSICIONES  ANTE  EL  CONFLICTO  EUROPEO 


13 


o  “Era  de  las  Antropocracias”.  Se  va  el  momento  de  los  intereses 
políticos,  en  que  la  síntesis  propia  de  él,  como  tercer  término  de 
la  Ciudad  Natural,  ha  sido  y  se  está  buscando  todavía  por  las 
formas  nacionalistas,  socialistas  y  dictatoriales;  llega  el  momento 
de  los  intereses  o  de  las  manifestaciones  ideales,  primer  término 
de  la  Ciudad  Humana,  en  que  las  fuerzas  obscuras  del  materia¬ 
lismo  de  la  Ciudad  Natural  se  presentan  en  formas  aparentemente 
ideales,  Bolchevismo,  Fascismo,  Nazismo.  La  fase  que  sucederá  a 
ésta  que  nos  toca  en  suerte  vivir,  se  caracterizará  por  una  ma¬ 
yor  crudeza  en  las  manifestaciones  de  la  vida  de  los  movimientos 
actuales ;  y  sólo  la  tercera  fase  de  la  era  que  empieza  podría 
corresponder  a  la  iniciación  de  la  auténtica  síntesis  humana;  esto 
es,  a  una  cultura  de  tipo  verdaderamente  cristiano.  De  manera 
que  antes  de  su  advenimiento  tendrán  que  presentarse  todas  las 
manifestaciones  de  la  vida  propia  de  las  fases  o  momentos  de 
tesis  y  de  antítesis  (primero  y  segundo)  que  debe  preceder  al  de 
síntesis  (tercero)  de  la  Edad  de  las  antropocracias. 

La  aplicación  de  estas  apreciaciones  al  piano  de  la  realidad 
actual,  especialmente  confrontándolas  con  los  acontecimientos 
europeos,  da  este  balance:  hay  que  esperar  un  acrecentamiento  de 
poder  de  las  dictaduras  nacionalistas,  hasta  que  sus  zonas  de  in¬ 
fluencias  abarquen  las  mayores  extensiones  territoriales.  Dentro 
de  este  cuadro  se  verá  a  Alemania  hacer  crujir  a  toda  Europa, 
éjercer  un  poder  de  Arbitro  Supremo,  si  no  por  el  dominio  polí¬ 
tico  o  económico,  al  menos  por  la  dominación  ideológica  del  Na¬ 
cional-Socialismo.  Este  invadirá  a  América  y  sacudirá  otras  enor¬ 
mes  extensiones  de  Asia,  Africa  y  Australia.  A  veces,  lo  hará  por 
interpósita  nación  o  gobierno,  como  Rusia,  Italia,  Japón,  pues  no 
se  debe  olvidar  que  de  estos  cuatro  pueblos  los  dos  últimos  cons¬ 
tituyen,  con  Alemania  a  la  cabeza,  el  Eje  Totalitario,  en  cuya 
órbita  se  mueven,  el  primero  de  ellos  que,  por  lo  demás,  trabaja 
por  su  propia  cuenta,  y  pequeñas  entidades  geográficas,  como 
España,  o  entes  colectivos  que  actúan  a  manera  de  cuñas  o  de 
puntos  de  enlace,  en  casi  todos  los  países,  cada  uno  de  ellos  con 
estructuras  rígidamente  homogéneas,  aunque  su  conjunto  sea  de 
una  heterogeneidad  desconcertante  por  sus  denominaciones  y  ten¬ 
dencias  aparentemente  antagónicas;  tales  son  los  grupos  o  gru- 
poides  nacionalistas,  nacistas,  fascistas,  falangistas,  inconfor¬ 
mistas,  células,  milicias,  etc.  No  es  improbable  que  todos  o 
casi  todos  ellos  en  un  momento  dado,  informados  por  la  au¬ 
sencia  de  principios  puramente  espirituales,  convergerán  en 
un  rápido  movimiento  insospechado,  hacia  el  Hinterland  Na¬ 
cional-Socialista,  de  tipo  alemán,  de  tipo  italiano,  de  tipo  ruso  o 
de  un  cuño  nuevo  que  todavía  puede  aparecer.  No  habrá  dispa¬ 
ridades  en  definitiva:  el  economismo,  que  es  su  razón  de  ser,  y 
el  totalitarismo,  que  es  su  filosofía,  los  precipitará  en  su  común 
denominador  materialista,  que  como  todos  los  materialismos,  llᬠ
mense  filosófico,  dialéctico,  histórico,  humanista  o  racionalista, 
habrá  de  concluir  en  un  grandioso  movimiento  contra  el  cristia¬ 
nismo.  Esto  será  fácil  entonces,  pues  ya  al  presente,  las  dos  más 
audaces  realizaciones  totalitarias,  la  de  tipo  nacista  y  la  de  tipo 
soviético,  son  íormps  de  inspiración  comunista,  de  contenido  co¬ 
lectivista  y  de  realización  socialista  y  en  su  esencia  y  actitudes 
transcendentes  más  allá  de  lo  económico,  movimientos  ateístas  de 
los  sin  Dios,  que  combaten  al  Cristo  mismo,  vale  decir  al  Cato- 


14 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


•  • 


licismo,  ya  que  éste  representa  la  máxima  universalización  de 
aquél. 

Véase  en  todo  esto  cómo  la  Historia  se  repite,  respetando 
naturalmente  las  diferentes  necesarias  condiciones  de  tiempo,  cir¬ 
cunstancias  y  lugares:  hoy  como  hace  quince  siglos,  nos  encon¬ 
tramos  frente  a  la  Invasión  Germánica;  ayer  el  Cristianismo  salvó 
los  valores  de  las  culturas  greco  -  romana,  mañana  salvará  tam¬ 
bién  el  patrimonio  espiritual  de  la  Humanidad.  Cuando  llegue  ese 
tiempo  de  salvación,  Alemania  desempeñará  en  Europa  el  histó¬ 
rico  papel  que  le  corresponde  y  que  hoy  se  esfuerza  en  destruir; 
realizará  entonces  su  misión  que  es  de  paz,  no  de  guerra;  de  unión, 
no  de  opresión;  de  congregación  humana  y  no  de  conforma¬ 
ción  y  uniformismo  irracionales;  se  verá  la  verdadera  Alemania, 
a  la  eterna  Alemania,  ia  de  los  pensadores  y  poetas,  la  de  los 
artistas,  filósofos  y  jurisconsultos,  levantarse  sobre  la  Alemania 
actual,  la  del  feudalismo  medioeval,  la  de  la  orden  Teutónica,  la 
del  individualismo  y  del  estatismo  luteranos,  la  de  los  Guillermos 
y  Bismarckes;  ésta  es  la  Alemania  de  Thor  y  las  Walkirias;  aqué¬ 
lla  es  la  de  Bonifacio  y  los  monjes  civilizadores;  ésta  la  del  Ra¬ 
cismo  persecueionista  e  invasor;  aquélla  la  del  Cristianismo  y  la  . 
de  ¡a  paz  de  Occidente. 

Una  cultura  de  tipo  cristiano,  o  dicho  de  otro  modo,  nuestra 
cultura  desenvolviéndose  en  la ,  integridad  de  sus  elementos  y  en 
las  condiciones  de  coordinación  y  subordinación  según  el  orden 
jerárquico  de  su  natural  prelación,  vendrá  en  los  tiempos  seña¬ 
lados,  pues  aunque  lejanos,  tales  son  las  perspectivas  que  hemos 
entrevisto.  Mientras  tanto  nos  cabe  a  todos  los  hombres  de  buena 
voluntad,  de  concepciones  espirituales,  de  verdadera  personalidad, 
una  tarea  eminente:  preparar  los  caminos,  servir  de  precursores 
a  la  construcción  del  Orden  Nuevo  que  ha  de  permitir  el  desen¬ 
volvimiento  cristiano  de  nuestra  cultura;  tener  fe  en  los  destinos 
del  hombre,  no  obstante  los  amargos  trances,  las  pruebas  durísi¬ 
mas  y  los  días  de  heroicidad  dramática  que,  aun  en  mayor  grado 
que  hoy,  atravesará  la  Humanidad,  con  alternativas  de  regreso  y 
de  progreso,  en  su  camino  de  perfección  temporal. 

CARLOS  VERGARA  BRAVO 


EL  IM PARCIAL 


DIARIO  DE  LA  TARDE 

'  LAS  MEJORES  INFORMACIONES 

NO  EXPLOTA  LA  CRONICA  ROJA 

!¡  DEPARTAMENTO  DE  PROPAGANDA  EN 

¡!  S  A  N  DIEGO  67 


Mons.  Francisco  Vives. 


Principios  de  Teología  Social 

Las  energías  que  deben  renovar  la 
faz  de  la  vtierraA  tienen  que  proceder 
del  interior  del  espíritu.  (Encíclica 
Summi  Pontificatus) . 

A  muchos  parecerá  extraño  el  título  de  este  estudio; 
sin  embargo,  si  se  reflexiona  un  poco  acerca  del  problema 
social,  fácilmente  se  comprende  que  en  su  conjunto  la  vida 
social  supone  una  concepción  metafísica  de  la  vida,  una 
doctrina,  la  que  supone  a  su  vez  ciertos  principios  acerca 
del  hombre  y  de  su  misión  en  la  tierra. 

Al  decir  concepción  metafísica  no  sólo  afirmamos  una 
idea  espiritual,  sino  también  cualquier  sistema  que  preten¬ 
da  ser  una  explicación  del  mundo. 

Brevemente  vamos  a  procurar  precisar  esos  principios 
a  la  luz  de  la  filosofía  cristiana.  Con  frecuencia  vamos  a 
citar  las  Encíclicas  papales  para  que  con  claridad  y  auto¬ 
ridad  aparezca  la  doctrina  de  la  Iglesia  o  sus  principios  de 
Teología  social. 

En  una  palabra,  queremos  establecer  las  normas  de 
conducta  social  que  se  derivan  del  cristianismo. 

1. — La  razón  esclarecida  por  la  fe  ha  creado  un  tipo 
de  civilización.  La  comparación  de  la  antigüedad  pagana 
con  nuestro  mundo  actual,  nos  confirma  plenamente  en 
la  creencia  de  la  profunda  influencia  del  cristianismo  en  la 
creación  de  la  cultura. 

Es,  pues,  de  importancia  orientadora  saber  cuales  son 
aquellos  principios  que  aceptados  como  verdades  por  los 
pueblos  encaminan  a  estos  a  un  modo  de  vivir  peculiar. 

Es  evidente  que  la  creencia  en  Dios,  la  espiritualidad 
del  alma;  la  creencia  en  la  vida  futura,  dan  a  la  vida  hu 
mana  un  matiz  totalmente  diferente  a  aquel  que  ignora  o 
niega  estas  verdades. 

Dios  y  Jesucristo  son  la  clave  para  comprender  la  vi 
da  humana.  “Por  encima  de  toda  realidad  está  el  único  v  su- 
premo  ser,  Dios,  creador  omnipotente  de  todas  las  cosas. 
Juez  sapientísimo  y  justísimo  de  los  hombres”  (1).  Igno 
rar  a  Dios  es  el  más  ./grave  y  funesto  error  social:  la  vida 
humana  sin  El  no  tiene  sentido  ni  valor.  San  Pablo  a 
lo  romanos  les  muestra  los  tristes  efectos  del  olvido  de 


(1)  Encíclica  Divini  Redemptoris  N.o  26. 


16 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


Dios:  “dicentes  se  esse  sapientes  stulti  facti  sunt”  ‘“los  que 
se  decían  sabios  pasaron  en  ser  unos  necios”  (2). 

Ley  de  la  justicia  divina  es  que  el  desconocimiento 
de  su  amor  traiga  como  lógica  consecuencia  la  degrada¬ 
ción  y  la  muerte. 

Y  lo  que  decimos  de  Dios  debemos  decirlo  de  su  Cris¬ 
to.  ‘“Narra  el  Sagrado  Evangelio  que  cuando  Jesús  fué  cru¬ 
cificado,  las  tinieblas-  invadieron  toda  la  superficie  de  la 
tierra,  símbolo  espantoso  de  lo  que  sucede,  y  sigue  suce¬ 
diendo  espiritualmente,  dondequiera  que  la  incredulidad, 
ciega  y  orgullosa  de  sí,  ha  excluido  de  hecho  a  Cristo  de 
la  vida  moderna,  especialmente  de  la  pública,  y  con  la  fe 
en  Cristo  ha  sucedido  también  la  fe  en  Dios”.  (3) 

Sustraer  al  hombre  de  la  influencia  de  la  idea  de  Dios 
y  de  la  enseñanza  de  la  Iglesia  ha  significado  “hacer  rea¬ 
parecer  aún  en  regiones  en  que  por  tantos  siglos  brilla¬ 
ron  los  fulgores  de  la  civilización  cristiana,  las  señales  de 
un  paganismo  corrompido  y  corruptor,  cada  vez  más  cla¬ 
ras,  más  palpables,  más  angustiosas.  Las  tinieblas  se  ex¬ 
tendieron  mientras  crucificaban  a  Jesús”  (4) . 

Nuestra  convicción  acerca  del  valor  y  trascendencia 
de  la  misión  de  Cristo  la  encontramos  plenamente  proba¬ 
da  en  el  Santo  Evangelio.  ‘“No  os  llaméis  maestro,  porque 
uno  solo  es  vuestro  maestro,  Cristo”  (5) .  El  es  “la  luz 
verdadera  que  alumbra  a  todo  hombre  que  viene  a  este 
mundo”  (6).  “Yo  soy  la  luz  del  mundo,  el  que  me  sigue  no 
camina  a  obscuras,  sino  que  tendrá  la  luz  de  la  vida”  (7). 

Jesucristo  se  impone  con  la  necesidad  imperiosa  de  re¬ 
conocer  su  evangelio  como  el  código  moral  de  la  humani 
dad  “Señor,  ;a  quién  iremos?  ¡Tú  sólo  tienes  palabras  de 
cida  eterna”!  (S). 

2. — Para  esta  doctrina,  el  mundo,  y  las  cosas  del  mun 
do,  están  en  el  plano  de  lo  divino. 

“Es,  pues,  conforme  a  la  razón,  y  ella  lo  quiere  tam 
bién  así,  que  en  último  término  todas  las  cosas  de  la  tierra 
sean  ordenadas  a  la  persona  humana  para  que  por  su  me¬ 
dio  halle  el  camino  hacia  el  Creador”  (9). 

■  “Todo  es  vuestro,  vosotros  sois  de  Cristo,  Cristo  es 
de  Dios”  (10). 

(2)  Romanos  1-22. 

(3)  Encíclica  Summi  Pontificatus  N.o  13. 

(4)  Encíclica  Summi  Pontificatus  N.o  13. 

(5)  Mt.  XXIII.  —  10. 

(6)  Jn .  I .  —  9 . 

(7)  Jn.  VIII.  —  12. 

(8)  Jn.  VI.  —  69.  1 

(9)  Encíclica  Divini  Redemptoris.  N.o  30. 

(10)  I  Corintios  III.  —  23. 


PRINCIPIOS  DE  TEOLOGIA  SOCIAL 


17 


Si  sobre  Dios,  Cristo  y  el  mundo  existe  una  doctrina 
que  implica  un  concepto  filosófico,  y  una  fe,  no  es  menos 
cierto  que  la  doctrina  sobre  el  hombre  es  también  fundamen¬ 
tal. 

El  hombre  es  para  el  cristianismo  un  pequeño  mundo 
que  excede  con  mucho  en  valor  a  todo  el  inmenso  muir 
do  inanimado. 

“En  esta  vida,  como  en  la  otra.  Dios  es  el  fin  del  hom¬ 
bre;  la  gracia  santificante  lo  eleva  al  grado  de  hijo  de  Dios 
y  lo  incorpora  al  reino  de  Dios  en  el  cuerpo  místico  de 
Cristo”  (11). 

Lo  anterior  no  significa  el  olvido  de  una  justa  y  or¬ 
denada  vida  social  que  precisamente  pide  y  recibe  de  la 
vida  sobrenatural  su  desarrollo  y  perfección. 

3. — Veamos  ahora  las  aplicaciones  o  corolarios  de  los 
principos  anteriores  : 

La  primacía  o  superioridad  del  hombre  sobre  la  ma¬ 
teria.  establece  la  justa  jerarquía  de  los  valores.  El  hombre 
es  lo  primero  en  el  mundo.  El  mundo  entero  no  puede 
compararse  con  el  valor  de  ..un  alma;  sin  reticencias,  abso¬ 
lutamente,  Jesucristo  ha  dicho:  “¿de  qué  le  servirá  a  un 
hombre  ganar  el  mundo  entero,  si  pierde  su  alma?  (12). 

Por  eso  aparece,  a  la  luz  de  este  principio  como  injus¬ 
ta  toda  organización  social,  “en  que  millares  de  hombres 
buscan,  en  vano,  trabajo  honrado,  que  no  solamente  man¬ 
tenga  su  vida  y  la  de  los  suyos,  sino  que  represente  ade¬ 
más,  una  necesaria  y  decorosa  expansión  de  las  energías 
complejas  de  la  naturaleza,  cuyo  ejercicio  mejora  y  honra 
la  dignidad  de  la  persona”  (13). 

A  la  luz  de  esta  verdad,  el  más  grave  daño  social  es  la 
pérdida  de  las  almas;  he  aquí  la  razón  principalísima  por 
que  interviene  la  Iglesia  en  la  vida  social”. 

“Todos,  casi  únicamente  — dice  Pío  XI —  se  empresio¬ 
nan  con  las  perturbaciones,  calamidades  y  ruinas  tempo 
rales.  Y  ¿qué  es  todo  esto,  mirándolo  con  ojos  cristianos, 
como  es  razón,  comparado  con  la  ruina  de  las  almas?  Sin 
embargo,  se  puede  decir  sin  temeridad  que  las  condicio 
nes  de  la  vida  social  y  económica  son  tales,  que  una  gran 
parte  de  los  hombres  encuentran  las  mayores  dificultades 
para  atender  a  lo  único  necesario,  a  la  salvación  eterna.” 

( 14) .  * 

La  vida  social,  así  planteada  o  establecida,  significa  el 
desconocimiento  del  verdadero  y  justo  orden  social  que 

(11)  Encíclica  Divini  Redemptoris.  N.o  27. 

(12)  S.  Marc.  VIII.  —  36. 

(13)  Alocución  de  S.  S.  Pío  XII. 

(14)  Ene.  Quadragesimo  Anno.  N.o  132. 


18 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


pide  que  el  hombre  encuentre  en  la  sociedad,  es  decir,  en 
el  orden  temporal,  su  perfección  física,  intelectual  y  mo 
ral,  y  facilidades  para  su  perfección  sobrenatural. 

“La  sociedad  es,  pues,  para  el  hombre  y  no  el  hombre 
para  la  sociedad11  (15). 

“El  aumento  de  bienes  exteriores  y  materiales  — de 
cía  hace  poco  a  los  Obispos  norteamericanos  S.  S.  Pío  XII 
—debe  ser  estimado  por  las  múltiples  y  oportunas  facilida¬ 
des  que  dan  a  la  existencia  humana,  pero  no  puede  ser  su¬ 
ficiente  para  el  hombre  que  ha  sido  creado  para  altos  y 
nobles  destinos”  (16).  .. 

El  catolicismo  social,  afirma,  pues,  la  primacía  de  lo  es¬ 
piritual  en  la  recta  organización  de  la  sociedad. 

4. — Consecuencia  lógica  de  lo  anteriormente  dicho  es 
la  dignidad  e  inviolabilidad  de  la  persona  humana. 

Ninguna  doc-trina  exige  tanto  al  hombre  como  el  cris¬ 
tianismo  “la  sustancia  ética  de  la  revelación  del  Sinaí  y  el 
espíritu  del  Sermón  de  la  montaña  y  de  la  Cruz”  (17).  le 
colocan  en  el  plano  de  la  más  alta  moralidad ;  no  hay  de¬ 
ber,  por  pequeño  que.  sea,  -que  no  encuentre  en  el  cristia¬ 
nismo  el  estímulo  necesario  y  suficiente  para  ser  cumplido 
y  junto  con  señalar  claros  y  precisos  los  deberes  al  hombre 
como  consecuencia  lógica  nacen  para  él  sus  derechos  que 
en  armonía  con  las  reglas  de  convivencia  social  crearían  la 
ciudad  perfecta  de  la  tierra. 

En  la  Encíclica  Divini  Redemptoris  señala  el  Papa  Pió 
XI  los  principales  derechos  del  hombre  (18);  para  el  Pontí¬ 
fice  “negarlos,  abolidos  o  impedir  su  ejercicio”  es  un  aten¬ 
tado  contra  la  sociedad  misma  que  tiene  por  objeto  el  res¬ 
guardo  de  los  derechos  de  la  persona  humana. 

Del  análisis  que  puede  hacerse  de  esos  derechos  vemos 
que  de  cada  uno  nace  de  un  altísimio  deber  humano :  así  “el 
derecho  a  la  vida,  a  la  integridad  del  cuerpo, y  a'  los  medios 
necesarios  para  la  existencia”  nacen  de  la  obligación  que 
tenemos  de  conservar  la  vida” ;  “el  derecho  a  tender  nues¬ 
tro  último  fin  por  el  camino  trazado  por  Dios”  es  el  corola¬ 
rio  lógico  del  deber  que  tenemos  de  rendir  culto  a  Dios ;  “el 
derecho  de  asociación  de  propiedad  y  del  uso  de  la  propie¬ 
dad”  comt>  “el  derecho  de  libertad  e  independencia”  son  el 
reconocimiento  en  la  vida  social  del  deber  de  trabajar,  de 
ejercer  nuestras  facultades  y  obtener  mediante  el  ordena¬ 
do  ejercicio  de  éstas,  nuestra  perfección  humana  y  sobre¬ 
natural  . 

(15)  Ene.  Divini  Redemptoris.  N.o  29. 

(16)  Ene.  Sertum  Lactitia. 

(17)  Ene.  Summi  Pontificatus.  N.o  3. 

(18)  Divini  Redemptoris.  N.o  27. 


i 


PRINCIPIOS  DE  TEOLOGIA  SOCIAL 


19 


Pero  la  dignidad  humana  no  nace  solo  de  este  armonio¬ 
so  sistema  ético  sino  principalmente  del  concepto  del  hom¬ 
bre  dignificado  por  la  gracia. 

El  cristiano  no  solamente  es  el  hombre  que  practica 
una  moral ;  no  es  sólo  el  hombre  que  realiza  determinados 
actos  del  culto;  ni  es  aquel  ser  que  va  anheloso  buscando 
el  camino  de  la  salvación;  el  cristiano  es  el  hijo  de  Dios:  es 
el  ser  primero  del  mundo  a  quien  Dios  ha  querido  hacerlo 
partícipe  de  su  vida  sobrenatural  y  elevarlo  a  la  dignidad 
de  hijo  de  Dios. 

“Mirad  que  gran  amor  nos  ha  mostrado  el  Padre  :  que 
los  llamemos  hijos  de  Dios  y  lo  seamos  en  reaidad”  (19). 

La  cónsidaración  de  ser  el  hombre  un  ser  espiritual  10 
eleva  a  gran  dignidad  y  lo  coloca  por  sobre  el  universo  co¬ 
mo  acertadamente  lo  dijo  Pascal  en  su  conocido  pensa¬ 
miento  :  “el  hombre  es  una  débil  caña,  la  más  frágil  de  la 
naturaleza,  pero  es  una  caña  pensante.  No  hace  taita,  en 
verdad,  que  se  arme  contra  él  universo,  para  despedazar¬ 
le,  pues  basta  para  matarle  un  vapor  o  una  gota  de  agua. 
Pero  al  matarle  el  universo,  el  hombre  es  aun  más  sabio 
que  quien  le  mata,  porgue  saoe  que  muere  y  la  ventaja  que 
el  universo  tiene  sobre  él,  es  saber  mientras  que  el  univer 
so  no  sabe  nada,,  toda  nuestra  dignidad  consiste,  pues,  en. 
el  pensamiento.  Eso  es  lo  que  debe  preocuparnos,  y  no  el 
espacio  o  la  duración  que  no  podríamos  llenar”  Pensemos 
cuanto  crece  en  dignidad  si  consideramos  su  condición  de 
hijo  de  Dios,  no  sólo  en  sentido  metáíorico  sino  en  la  es¬ 
plendida  realidad  que  significa  la  comunicación  de  la  gra¬ 
cia  . 

Por  eso  el  Papa  Pío  XII  ocupando  la  Secretaría  de  Es¬ 
tado  en  el  año  1938  decía  a  los  católicos  franceses  de  las  Se¬ 
manas  Sociales :  “los  ataques  a  la  persona  humana,  que  en  su 
soberana  sabiduría  el  Creador  e  infinita  bondad  ha  querido 
dotar  de  incomparable  dignidad,  deben  necesariamente  en¬ 
gendrar  un  desequilibrio  y  un  -desorden,  en  los  cuales  los 
individuos  y  la  sociedad  serán  las  víctimas.  Después  del 
paganismo  de  la  antigüidad  no  ha  existido  contra  la  perso¬ 
na  humana  una  'tan  vasta  conspiración  como  la  actual.  De 
una  parte  el  Comunismo  “despoja  al  hombre  de  la  liber¬ 
tad”,  principio  espiritual  de  la  conducta  moral  y  quita  a  la 
persona  moral  su  dignidad”  “y  de  otra  parte  a  nombre  de 
una  verdadera  deformación  del  Estado  se  desconoce  que  el 
hombre  en  cuanto  a  persona  posee  derechos  que  ha  reci¬ 
bido  de  Dios  y  que  han  de  mantenerse  incólume  frente 
a  la  colectividad,  sin  que  nadie  pueda  negarlos,  abolirlos  o 
simplemente  despreciarlo^” 


(19)  S.  Juan  1.a  Ep.  III. 


1. 


20 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


5. — La  eminente  dignidad  del  hombre  no  es  patrimonio 
espiritual  de  un  grupo  de  pueblos,  esa  dignidad  comprende 
a  todos  los  hombres  y  a  todos  los  pueblos. 

De  la  igual  dignidad  parte  la  igualdad  trascendental 
del  género  humano. 

“Efectivamente  la  primera,  página  de  la  escritura  nos 
narra  con  grandiosa  simplicidad,  como  Dios,  a  guisa  de  co 
roña  de  su  obra  creadora,  hizo  al  hombre  a  su  imagen  y  se- 
mejenza,  y  la  misma  Escritura  nos  enseña  que  lo  enrique¬ 
ció  de  dones  y  privilegios  sobrenaturales,  destinándolo  a 
una  felicidad'  eterna  inefable.  Nos  muestra,  además,  como 
de  la  primera  pareja  proceden  los  demás  hombres,  de  los 
que  nos  hace  seguir  con  plasticidad  de  lenguaje  jamás  imi¬ 
tado,  la  división  en  varios  grupos  y  la  dispersión  por  las  di¬ 
versas  parte  del  mundo.  Aún  cuando  se  alejaron  de  su  Crea¬ 
dor,  Dios  no  cesó  de  considerarlos  como  hijos,  que  según 
sus  misericordiosos  designios,  todavía  estaban  destinados 
a  reunirse  un  día  nuevamente  en  su  amistad. 

Pero  este  común  origen  y  destino  ha  de  tener  como 
consecuencia  la  amistad  de  los  pueblos  entre  sí,  y  la  unión 
en  caridad  de  los  hombres. 

Así  pues,  “a  la  luz  de  esta  unidad,  de  derecho  y  de 
hecho,  de  la  humanidad  entera,  no  se  nos  presentan  los 
individuos  desligados  entre  sí  como  granos  de  arena,  sino 
por  el  contrario,  unidos  por  relaciones  orgánicas,  armóni¬ 
cas  y  mutuas,  diversas ‘según  que  varían  los  tiempos,  por 
impulso  natural  y  destino  interno”. 

Falsa  es,  pues,  la  pretendida  superioridad  de  una  ta¬ 
za  sobre  otras,  y  aberración  parece  el  pretender  estable¬ 
cer  cercanía  con  la  animalidad,  negando  la  vida  del  espí¬ 
ritu  y  la  posibilidad  de  educación  a  ciertos  pueblos  que 
múltiples  circunstancias  los  han  hecho  perder  algunas  no 
dones  fundamentales  de  la  moral  natural. 

ó. — La  trascendencia  de  la  doctrina  nos  lleva  por  úl¬ 
timo  a  considerar  el  valor  áupremo  que  tiene  en  la  vida  hu 
mana  la  ética. 

No  exagera  S.  S.  Pío  XII  al  declarar  en  su  ya  citada 
encíclica  que  “la  raíz  profunda  de  los  males  que  deplora¬ 
mos  en  la  sociedad  moderna  es  el  negar  y  rechazar  una 
norma  de  moralidad  universal,  así  en  la  vida  individual 
como  en  la  vida  social  y  en  las  relaciones  internacionales”. 

Un  gobernante  de  la  Europa  hace  poco  declaraba  a 
su  confidente:  “Hace  bien  en  especular  más  sobre  los  vi¬ 
cios  que  sobre  las  virtudes  de  los  hombres.  La  Revolu¬ 
ción  Francesa  hacía  un  llamado  a  la  virtud.  Mejor  será 
que  nosotros  hagamos  lo  contrario...  Los  éxitos  políti¬ 
cos,  tal  y  como  yo  los  necesito,  sólo  se  obtienen  median- 


PRINCIPIOS  DE  TEOLOGIA  SOCIAL 


21 


te  la  corrupción  sistemática  de  las  clases  dirigentes  y  po¬ 
seedoras...  Yo  hago  una  política  de  fuerza,  lo  que  quiere 
decir  que  emplee  todos  los  medios  útiles,  sin  preocuparme 
ni  por  las  costumbres  ni  por  un  pretendido  código  del  ho 
ñor.  .  .  La  ventaja  que  tengo  sobre  esos  pueblos  de  bur¬ 
gueses  demócratas  estriba,  precisamente,  en  que  no  me 
detiene  ninguna  consideración  de  doctrina  o  de  sentimien 
to...  Nosotros-,  Señor  mío,  aspiramos  al  poder  con  todas 
nuestras  fuerzas  y  todas  nuestras  fibras ;  temblamos  de 
impaciencia  y  de  codicia,  y  lo  gritamos  ante  todo  el  mun¬ 
do.  Sólo  nosotros  somos  fanáticos  de  la  dominación.  La 
voluntad  del  poder  no  es  para  nosotros  una  mera  frase,  es 
nuestra  sangre  y  nuestra  vida...  si  no  se  tiene  la  volun¬ 
tad  de  ser  cruel,  no  se  lleg'a  a  nada .  .  .  En  todos  los  tiem¬ 
pos  el  poder  se  ha  fundado  en  lo  que  los  burgueses  llaman 
el  crimen...  Sí,  nuestro  camino  <?s  barroso,  peto  no  co¬ 
nozco  a  nadie  que  no  se  haya  ensuciado  los  pies  en  el  ca¬ 
mino  de  la  gloria”. 

Nosotros  sabemos,  sin  embargo,  “que  la  salvación  de 
los  pueblos  no  viene  de  los  medios  externos,  de  la  espa¬ 
da,  que  puede  imponer  condiciones  de  paz,  pero  no  crea 
la  paz.  Las  energías  que  deben  renovar  la  faz  de  la  tierra, 
tienen  que  proceder  del  interior,  del  espíritu.  El  orden 
nuevo  del  mundo,  de  la  vida  nacional  e  interna,  una  vez 
que  cesen  las  amarguras  y  las  crueles  luchas  actuales,  no 
deberá  en  adelante  apoyarse  sobre  la  incierta  arena  de 
normas  mudables  y  efímeras,  abandonadas  al  arbitrio  del 
egoísmo  colectivo  e  individual.  Deben  más  bien  alzarse 
sobre  el  fundamento  inconcluso,  •  sobre  la  roca  inconmovi¬ 
ble  del  derecho  natural  y  de  la  revelación  divina.  Ahí  de¬ 
be  conseguir  el  legislador  humano  el  espíritu  de  equili¬ 
brio,  el  sentimiento  eficaz  de  la  responsabilidad  moral,  sin 
los  que  fácilmente  se  traspasan  los  límites  entre  el  uso 
legítimo  y  el  abuso  del  poder.  Unicamente  así  tendrán  sus 
decisiones  consistencia  interna,  noble  dignidad  y  sanción 
religiosa,  y  no  fluctuarán  a  merced  del  egoísmo  y  de  la 
pasión”  (20) . 

FRANCISCO  VIVES 


(20)  Encíclica  Summi  Pontificatus.  N.o  32. 


22 


SOCIOLOGIA  Y  POLITICA 


LOS  LIBROS 

LOS  PRECURSORES  DE  LENIN,— -Por  Maurice  Paleologue .  Edi¬ 
ciones  Zig-Zag.  1940. 

Obra  documental,  amena,  sin  embargo.  Paleologue  nos  tra¬ 
za  en  limpio  y  agradable  estilo  un  bosquejo  de  la  historia  rusa  a 
partir  de  Pedro  el  Grande.  Ese  es  el  ancestro  más  remoto,  entre 
los  dictadores,  del  revolucionario  que  movió  las  obscuras  fuerzas 
del  pueblo  ruso,  hacia  su  propia  entraña.  Porque  es  eso  lo  que  Pa¬ 
leologue  nos  quiere  decir.  El  individuo  ruso  posee  una  extraña  fa¬ 
cultad,  una  especie  de  locura  que  pone  en  juego  todas  sus  turbias 
potencias  —  más  anímicas  que  musculares — :,  sin  preocuparse  de 
si  ese  juego  es  creación  o  destrucción.  Con  tal  de  manipular  en 
pasión  e  intensidad  todo  el  estado  de  cosas,  al  ruso  no  le  impor¬ 
ta  siquiera  la  idea  por  la  cual  se  sacrifica:  fanatismo  religioso, 
absurdas  y  abstractas  concepciones  políticas,  enrevesadas  teorías 
de  cultura.  Al  fin  y  al  cabo  todo  parte  de  él  y  todo  debe  resol¬ 
verse  en  él.  Sin  darse  cuenta,  todo  lo  que  hace  el  pueblo  ruso  va 
hacia  sí  mismo:  daño  y  beneficio.  Y  si  está  en  caos  es  únicamente 
porque  su  “psicosis  revolucionaria”  prima  sobre  todo  otro  orden  de 
móviles  espirituales.  Lenin  fué  un  producto  ruso  de  primera  cla¬ 
se  que  adivinó  esta  “psicosis”,  la  organizó  y  con  ella  derribó  el 
zarismo.  Es  decir,  trazó  un  camino  y  una  meta  al  deseo  colectivo. 
Pero,  una  vez  conseguida  esa  meta  —  limitada  como  todas  las  me¬ 
tas  a  que  se  puede  llegar  con  medios  humanos  —  ¿  qué  va  a  ser 
del  pueblor  ruso?  —  se  pregunta  Paleologue.  Su  deseo,  su  pasión, 
su  locura,  sobrepasan  todo  lo  que  puede  alcanzar,  todo  lo  que  ac¬ 
tualmente  posee,  todo  lo  que  poseyó  .Cada  ruso  es  una  energía 
suelta,  disparada  hacia  un  caos.  Mientras  no  se  cure  su  “psicosis 
revolucionaria”,  no  podrá  haber  un  orden  en  Rusia,  como  no  lo 
hubo  ni  en  la  “Santa  Rusia”,  ni  en  los  Soviets  de  hoy. 

Edición  Zig-Zag,  pulcra  y  bien  presentada.  Traducción  acep¬ 
table. 


Z.B. 


i  SSOOUIN  A" 

]  Cera  para  pisos*:  “PRESERVOL”. 

!  _ ._ . 

|  Mata  moscas,  etc.:  “IN8ECTOL”. 

f  Limpia  metales:  “METALOL”. 

|  • 

j  Desinfectante:  “CRESOFENOL”. 

i  —  :-;— 

j  En  almacenes,  mercerías  y  en 

AGUSTINAS  1121 


i 


i 

i 

i 

1 


t 

I 

i 


Religión  y  Ciencias 


“JESUS”,  DE  RICARDO  DAVILA”,  por  Juan  M.  Restrepo, 
Decano  y  Profesor  de  la  Facultad  Pontificia  de  Teología  d©  San¬ 
tiago.  . 

Un  análisis  crítico  objetivo  y  documentado  de  la  reciente 
obra  de  Ricardo  Dávila,  sobre  “Jesús”. 


“MATERIALISMO  Y  ESPIRITU ALISMO  EN  PSICOLOGIA”, 
por  el  Doctor  Manuel  Francisco  Beca,  Segundo  Jefe  de  ¡a  Clínica 
Psiquiátrica  Universitaria  y  Miembro  de  la  Academia  de  Medi¬ 
cina  de  San  Lucas. 

El  fracaso  del  materialismo  pai;a  dar  una  explicación  sa¬ 
tisfactoria  a  los  fenómenos  psíquicos. 


LOS  LIBROS 


“La  Iglesia  Patrística  y  el  Milenarismo”,  por  Florentino  Al- 
cañiz,  S.  J. 

“Nuestro  Hermano”,  por  Carmen  Valle. 


x 


) 


Juan  M.  Restrepo. 


‘JESUS”  de  Ricardo  Dávila  Silva  (a) 

El  libro  que  va  a  ocuparnos,  que  en  Europa  nada  de 
extraño  tendría,  es  algo  extremadamente  raro  en  Sud 
América :  el  conocimiento  de  tan  diversas  lenguas,  la  mag¬ 
nífica  biblioteca  fruto  sólo  de  largos  años,  la  lectura  pacien¬ 
te  de  miles  de  horas,  la  consagración  de  toda  una  vida  al 
estudio  del  argumento  religioso  que  él  supone,  todo  esto 
en  nuestro  continente  y  mucho  más  en  un  seglar  es  algo 
verdaderamente  excepcional.  Esa  obra  constituye  en  el 
campo  religioso  uno  de  los  esfuerzos  más  importantes  rea¬ 
lizados  en  lengua  española  durante  los  últimos  años.  Tra¬ 
tando  el  libro  de  la  materia  que  me  corresponde  enseñar  en 
la  Facultad  de  Teología  de  la  Universidad  Católica  de  Chi¬ 
le  no  podía  guardar  silencio,  sobre  todo  teniendo  en  cuenta 
los  juicios  de  la  prensa,  todos  someros,  y  algunos  parcial¬ 
mente  errados.  Queremos  presentar  un  juicio  serio,  como  la 
obra  lo  exige.  En  ella  encontraremos  mucho  que  admirar, 
y  en  los  reparos  cue  nos  veremos  obligados  a  formular,  nos 
guía  sólo  el  amor  a  la  verdad  y  el  deseo  sincero  de  que 
nuestra  crítica  no  sólo  permanezca  en  la  serena  región  in¬ 
telectual,  sino  también  que  se  halle,  animada  de  ese  espíri¬ 
tu  de  caballerosidad  que  brota  de  todas  las  páginas  del  au 
tor;  si  con  él  discutimos,  serán  discuciones  entre  caballe 
ros. 

El  título  de  la  obra  podría  engañarnos  haciéndonos 
creer  que  se  trata  de  una  vida  de  Cristo;  no  es  este  sin  em¬ 
bargo  el  intento  del  autor.  Su  propósito  lo  expone  con  cía 
ridad  meridiana,  en  el  subtítulo  y  en  el  preámbulo;  no  pre¬ 
tende  hacer  una  obra  directamente  positiva,  sino  una  crí¬ 
tica  del  libro  de  Guignebert:  Jésus”  (1),  que  como 
muy  bien  explica  D.  “en  el  hecho  forma  un  como  índic? 
de  todas  las  negaciones  acumuladas  durante  una  centuria 
acerca  de  la  persona  del  Cristo’*  (p.  11).  Al  darle  este  rum 
bo  a  su  trabajo  se  ha  dejado  D.  llevar  de  su  predilección 
por  la  crítica  literaria  e  histórica,  en  la  que  siempre  ha  so¬ 
bresalido.  Ciertamente  tal  refutación  no  es  inútil,  pero  a 
mi  parecer  no  merece  Guignebert  que  se  le  consagren  43b 


(a)  RICARDO  DAVILA  SILVA  (LEO  PAR):  “Jesús,  Ensayo  de 
crítica’’.  Santiago  de  Chile,  ediciones  Ercilla,  1940,  en,  8.°,  p.  457. 
(1)  CH.  GUIGNEBERT:  “Jésus”,  en  la  biblioteca  “L’évolution  de 
l’hunianité”,  París,  1933.  La  Renaissance  du  livre,  en  8.°,  XVII,  p. 
692. 


* 


“JESUS”  DE  RICARDO  DAVILA 


25 


nutridas  páginas;  el  eximio  talento  y  la  vasta  erudicción 
que  muestra  el  autor  chileno,  hubieran  hallado  campo  más 
amplio  y  más  fructuoso  si  hubiera  con  ellos  construido  una 
obra  directamente  positiva  sobre  Jesús.  Su  intento  exclu¬ 
sivo  de  critica  lo  obliga  a  seguir  paso  a  paso  al  profesor  de 
la  Sorbona,  hace  al  libro  de  muy  difícil  lectura,  y  sobre  to¬ 
do  obscurece  el  propio  pensamiento  del  crítico  que  se  pierde 
en  enmarañadas  disputas,  de  tal  modo  que  en  puntos  de  ca¬ 
pital  importancia  no  llega  el  lector  a  hacerse  completa  luz 
sobre  la  opinión  de  D.  Con  el  estudio  y  erudicción  que  la 
implacable,  pero  serena  requisitoria  contra  Guignebert  en¬ 
cierra,  se  hubiera  podido  escribir  una  magnífica  vida  de 
Cristo. 

Esto  no  quiere  decir,  sin  embargo,  que  la  obra  de  D. 
carezca  de  interés  o  de  valor,  los  tiene  muy  grandes,  y  esta¬ 
mos  seguros  de  que  ella  va  a  ser  de»  gran  provecho  para 
aquéllos  lectores  — -sobre  todo  no  católicos —  (pie  posean 
el  valor  necesario  para  leer  seriamente  las  436  páginas  de 
discución  cerrada  en  materias  para  no  pocos  muy  ajenas 
de  sus  conocimientos  habituales. 

Hacer,  pues,  crítica,  es  lo  que  pretende  D.  Y  en  esto 
aparece  maestro  consumado.  Con  serenidad  tranquila,  coi* 
claridad  meridiana,  con  erudición  no  pequeña,  con  sentido 
común  muy  raro,  va  analizando  capítulo  por  capítulo,  argu¬ 
mento  por  argumento,  prueba  por  prueba,  el  libro  de  Guig¬ 
nebert,' y  va  destrozando  y  pulverizando  sus  sofismas  has¬ 
ta  demostrar  hasta  la  saciedad  que  la  obra  francesa  carece 
de  sentido  histórico,  está  plagada  de  contradicciones,  y 
guiada  sólo  por  prejuicios  infundados,  principalmente  por 
la  negación  gratuita  de  todo  lo  sobrenatural.  Y  eso,  que 
con  absoluta  honradez,  antes  de  la  refutación  expone  Ib 
con  cuidadosa  exactitud  los  argumentos  del  contrario,  ci¬ 
tando  sus  propias  palabras.  En  este  sentido  la  impresión 
producida  por  el  libro  es  magnífica,  imposible  demostrar 
más  palmariamente  la  vacuidad  de  la  crítica  racionalista 
que  achaca  a  los  católicos  la  falta  de  proceder  histórico, 
siendo  así  (pie  ella  pisotea  a  cada  paso  las  leyes  fundamen¬ 
tales  de  la  historia,  para  no  verse  forzada  a  admitir  reali¬ 
dades  que  sus  prejuicios  infundados  han  excluido  de  ante¬ 
mano.  / 

Pero,  mucho  más  importante  que  este  aspecto  nega¬ 
tivo.  es  conocer  el  pensamiento  de  D.  sobre  los  puntos 
fundamentales  de  la  vida  de  Jesús.  Vamos  por  eso  a  pro¬ 
curar  sacar  del  denso  tejido  polémico  los  hilos  (pie  forman 
la  trama  de  la  concepción  que  D.  tiene  sobre  Jesús.  Y  co¬ 
mo  sería  imposible  realizar  esta  ardua  tarea  respecto  a  to 
das  las  partes  de  la  existencia  del  Xazareno,  concretare¬ 
mos  nuestro  estudio  a  tres  puntos  que  son  básicos  y  cap¡- 


26 


RELIGION  Y  CIENCIAS 


tales  en  toda  vida  de  Cristo ;  valor  concedido  a  las  fuentes 
históricas;  juicio  sobre  los  milagros,  posición  ante  el  pro¬ 
blema  decisivo  de  la  resurrección. 

I,_  OPINION  DE  DAVILA  SOBRE  LAS  FUENTES 

DE  LA  VIDA  DE  JESUS 

i 

Las  ideas  del  autor  sobre  este  punto  básico  en  toda  vi¬ 
da  de  Cristo  se  encuentran  en  los  primeros  capítulos:  “Pro¬ 
legómenos  críticos”  (p.  13-44)  y  “Las  fuentes  de  la  biogra¬ 
fía”  (45-77).  Estos  dos  capítulos  son  de  los  mejores  de  la 
obra  del  autor  chileno,  y  en  ellos  aparecen  de  relieve  sus 
excelentes  cualidades  de  crítico. 

En  el  capítulo  de  los  prolegómenos,  hallamos  los  si¬ 
guientes  puntos  importantes  en  el  pensamiento  de  D.  En 
primer  lugar  descarta  con  irrefutables  razones  “aquel  injus¬ 
tificable  y  demoledor  aserto  que  ve  en  los  frutos  del  espí¬ 
ritu,  en  los  productos  de  la  imaginación,  y  del  arte  la  mera 
ex  cathedra  interpolado  ;  es  éste  un  verdadero  Deus  ex  ma- 
el  colectivismo  creador,  teoría  crasa  que  aplicaba  a  los  es¬ 
critos  canónicos,  los  presenta  a  la  manera  de  una  sábana  de 
retazos,  forpiados  por  la  selección  y  zurcido  de  trozos  co¬ 
piados  con  elección  y  con  modificación  de  otros  escritores : 
triste  concepción  que  destruye  la  unidad  maravillosa  que 
resplandece  en  esas  obras.  Muestra  también  la  infundada  ar¬ 
bitrariedad  de  los  que  para  evitar  toda  dificultad  molesta, 
producida  por  un  texto,  la  cortan  por  lo  sano,  declarándolo 
ex  cathedra  interpolado ;  es  éste  un  verdadero  Deus  ex  ma¬ 
china,  cute  inutiliza  toda  labor  histórica  (p.  25).  El  sano  sem 
tido  crítico  de  D.  siente  cómo  estos  orocedimientos  constitu¬ 
yen  “una  concepción  pseudo-literaria  que  consiste  en  impo¬ 
ner  a  los  autores  antiguos  las  ideas  y  métodos  de  composi¬ 
ción,  las  modalidades  retóricas  de  las  actuales  literaturas”.  .  . 
(p.  28).  No  sin  merecida  ironía  descarga  después  rudos  gol¬ 
pes  de  muerte  contra  la  exagerada  estilometría  (p.31),  que 
quiere  elevarse  a  la  dignidad  de  juez,  único  e  inapelable  de 
la  genuidad  de  un  escrito.  Con  sobrada  razón  escribe  D. : 
“Imposible  imaginar  más  basto  y  grosero  instrumento  para 
tan  sutil  y  delicada  función  de  crítica  y  psicología”  (p.31). 
Con  ejemplos  tan  evidentes  que  nadie  podrá  rebatir,  mues¬ 
tra  “cuán  defectuoso  y  falaz  instrumento  de  análisis  resulta 
la  cuenta  de  las  palabras  y  sílabas”  (33)  y  las  diferencias  de 
estilo  que  se  encuentran  con  demasiada  frecuencia  en  los  es¬ 
critos  de  un  mismo  autor.  Indica  al  fin  (p.  34)  los  gravísi¬ 
mos  peligros  del  argumento  ex  silentio,  que  se  presta  a  toda 
clase  de  abusos.  Todos  estos  principios  los  aplica  D.  a  la  obra 
de  Guignebert  para  probar  su  falta  absoluta  de  carácter  his¬ 
tórico, 


“JESUS”  DE  RICARDO  DAVILA 


27 


Al  adherir  plenamente  a  D.  en  este  capítulo,  lo  felicita¬ 
mos  por  la'  valentía  con  cpie  refuta  teorías  infundadas,  que 
por  la  pseudo-autoridad  de  los  que  las  defienden  se  habían 
convertido  para  muchos  en  dogmas  de  crítica  histórica,  que 
a  pesar  de  las  absurdas  contradicciones  que  encierran,  de¬ 
bían  admitirse  a  ojos  cerrados. 

Siendo  la  crítica  del  valor  de  las  fuentes  de  la  vida  de 
Jesús,  el  problema  fundamental  para  todos  los  siguientes, 
es  de  suma  importancia  conocer  el  pensamiento  de  D.  so¬ 
bre  este  punto  tratado  en  el  capítulo  “Las  fuentes  de  la 
biografía’’.  En  el  caso  de  Jesús  las  fuentes  decisivas  son 
las  llamadas  canónicas:  los  Evangelios,  ios  Hechos  de  los 
apóstoles,  las  Epístolas  — aobre  todo  las  de  Pablo —  y  el 
Apocalipsis.  Comparadas  con  ellas,  los  otros  documentos 
son  fuentes  muy  secundarias,  y  por  eso  limitaremos  nues¬ 
tro  estudio  a  las  canónicas. 

¿Qué  piensa  D.  del  valor  histórico  de  los  escritos  ca¬ 


nónicos? 

En  cuanto  a  los  Hechos  de  los  apóstoles  ü.,  con  mu¬ 
chos  críticos  modernos,  aún  no  católicos,  defiende  abierta¬ 
mente  que  el  autor  de  ellos  es  el  mismo  del  tercer  Evange¬ 
lio,  Lucas,  compañero  de  Pablo;  en  los  Hechos  pretende 
Lucas  continuar  el  relato  evangélico ;  éste  nos  describe  la 
persona  de  Jesús  y  su  vida  en  la  tierra,  en  la  segunda  obra 
nos  narra  los  portentosos  principios  de  la  obra  que  había 
de  continuar  la  del  Redentor,  la  Iglesia.  No  es  pues,  de  ad¬ 
mirar  que  en  los  Hechos  no  abunden  los  datos  sobre  la  vi¬ 
da  de  Cristo,  porque  “felizmente,  Lucas  no  se  ha  conforma¬ 
do  al  canon  de  la  novísima  crítica,  que  hace  de  la  repetición 
majadera  requisito  fundamental  de  la  veracidad  y  plenitud 
de  la  información”  (p.  53).  Pone  con  gran  fuerza  de  relieve 
•  D.  el  valor  histórico  de  ese  libro  al  que  los  más  recientes 
estudios,  han  demostrado  conforme  con  los  complicadísi¬ 
mos  detalles  geográficos,  políticos  y  religiosos  de  la  época, 
y  lugares  que  describe.  * 

En  cuanto  a  las  Epístolas  de  Pablo  las  tiene  D.  por  ab¬ 
solutamente  históricas,  y  muestra  como  la  falta  de  abun¬ 
dantes  datos  sobre  la  persona  de  -Cristo  histórico  era  exi¬ 
gida  por  la  índole  de  ellas;  pero  al  mismo  tiempo  insiste 
en  la  falsedad  de  Guignebert  al  afirmar  que  -no ’  encierran 
muchas  circunstancias  sobre  la  vida  del  Salvador  (p.  54 L 
A  la  negación  del  valor  histórico  de  esas  cartas  hechas  ñor 
Guignebert  opone  D.  el  testimonio  explícito,  valiente  y 
leal  del  mismo  Pablo  (p.  55)  . 

Dejando  a  un  lado  otros  escritos  de  menor  importancia, 
pasemos  al  juicio  de  D.  acerca  de  los  Evangelios,  que  son 
sin  duda  la  fuente  principal  para  la  vida:  de  Cristo.  Después 
de  analizar  todas  las  dificultades  -  acumuladas*  por  Guigne- 


28 


RELIGION.  Y  CIENCIAS 


bert  para  reducir  esos  escritas  a  una  colección  incoherente 
de  documentos  sin  valor  alguno  (p.  58-70),  condensa  vi¬ 
gorosamente  toda  la  argumentación  del  prof.  francés  (p. 
70-71)  para  rebatirla  con  fuerza  irresistible  en  tres,  páginas, 
que  son  de  las  más  profundas  de  la  obra,  densas  de  hondo 
sentido  histórico  y  psicológico  (p.  71-74).  El  argumento 
preferido  por  D.  es  la  unidad  de  la  persona  complicadísima 
de  Cristo,  (pie  se  conserva  una  y  armónica  a  través  de  esos 
Evangelios  escritos  por  personas  no  letradas,  con  fines  di- 
#versos  y  con  independencia  unos  de  otros  :  ‘‘Carácter  seme¬ 
jante  no  puede  ser  inventado,  y  jamás  nadie  inventó  uno 
que  siquiera  de  lejos  se  le  pareciese.  Y  si  ese  carácter  no  es  ni 
puede  ser  creación  de  la  fantasía,  claro  está  que  el  persona¬ 
je  (pie  en  sí  reunió  todas  esas  cualidades  y  virtudes  es  un 
ser  histórico  a  quien  sus  biógrafos  lian  debido  conocer,  y  de 
quien  así  han  podido  rendir  intachable  testimonio”  (p.  72). 
Uno  de  los  aciertos  más  dignos  de  loa  en  esta  parte  del  li¬ 
bro  de  D,  es  la  importancia  trascendental  que  atribuye  a 
la  tradición  que  precedió  a  todos  los  escritos  conoideos.  Sm 
esa  tradición  previa  existente  en  numerosas  almas  impre¬ 
sionadas  hasta  el  fondo  de  su  ser  por  la  irresistible  figura 
del  Maestro,  sin  esa  tradición,  repito,,  es  imposible  enten¬ 
der  los  Evangelios,  que  no  son  otra  cosa  que  la  condensa¬ 
ción  y  organización  de  algunas  partes  de  ella,  enderezada 
al  fin  peculiar  de  cada  evangelista.  Profundo  sentido  crítico 
manifiesta  también  1).  al  presentar  con  fuerza  y  vigor  los  tí¬ 
tulos  especiales  de  historicidad  del  cuarto  Evangelio,  que  sin 
ningún  motivo  objetivo,  y  sedo  por  prejuicios  infundados 
es  declarado  por  Guignébert  y  por  muchos  otros  racionalis¬ 
tas  como  escrito  teológico  tendencioso,  desprovisto  de  to¬ 
do  valor  histórico. 

De  lo  expuesto  se  deduce  que  hasta  c!  católico  más 
exigente  suscribiría  gustoso  estas  ideas  de  D.  sobre  la 
historicidad  de  los  escritos  canónicos.  Por  mi  parte  con¬ 
fieso  «pie  estos  dos  son  los  capítulos  que  más  me  han  agra¬ 
dado  en  el  libro  del  critico  chileno,  (2) 


(2)  Aunque  no  entra  en  la  materia  escogida  para  nuestro  estu¬ 
dio,  diremos  dos  palabras  sobre  una  afirmación  de  D.  en  el  ca¬ 
pítulo  “Familia  de  Jesús  y  circunstancias  de  su  natividad”.  Nos 
detenemos  en  esa  afirmación,  porque  es  una  de  las  que  más  choca¬ 
rán  a  los  católicos.  En  ese  capítulo  (p.  104)  confunde  D.  dos 
dogmas  de  nuestro  credo  completamente  distintos.  A  la  concep¬ 
ción  milagrosa  de  Cristo  la  llama  inmaculada  concepción.  Esto  es 
completamente  erróneo;  la  Inmaculada  Concepción  se  refiere  no  a 
Cristo  sino  a  María.  Su  concepción  se  llama  inmaculada,  no  por¬ 
que  fuese  concebida  de  modo  diverso  a  los  demás  hombres,  sino 


“JESUS"  DE  RICARDO  DAVILA  29 


II.—  MILAGROS  DE  CRISTO 


Con  interés  peculiar  estudié  este  capítulo  tan  impor¬ 
tante  para  conocer  la  tendencia  de  un  autor.  Como  siempre 
lo  que  buscaba  no  era  la  refutación  de  GuigneberC  sino  el 
pensamiento  de  I>  En  él  hay  para  mí  algunos  puntos 
completamente  claros,  otros  permanecen  en  la  penumbra, 

Clara  es  en  primer  lugar  la  posición  en  que  se  coloca 
el  crítico  chileno:  no  pretende  inquirir  en  la  naturaleza  ín¬ 
tima  del  milagro  por  no  pertenecer  a  la  historia,  sino  esta¬ 
blecer  si  los  hechos  narrados  por  los  escritores  canónicos 
existieron  tal  como  ellos  los  refieren.  Pulverizando  las  ob¬ 
jeciones  de  Guignebert,  proclama  la'  realidad  de  esos  hechos 
apoyado  en  razones  puramente  históricas:  concurso  de  gen¬ 
te  alrededor  de  Jesús,  inexplicable,  sin  milagros, ;  sobriedad 
admirable  de  la  narración ;  concordancia  entre  los  evange¬ 
listas;  conformidad  de  los  milagros  con  la  persona  de  Je¬ 
sús;  bondad  encerrada  en  cada  prodigio;  carencia  de  repu 
dio  por  parte  de  los  adversarios  (p.  172  y  173,  compendio 
vigoroso  de  todo  el  pensamiento  de  I).).  Por  estos  motivos 
con  absoluta  imparcialidad  se  declara  defensor  decidido  de 
la  verdad  histórica  de  los  prodigios  de  Cristo:  según  D. 
ellos  se  produjeron  como  los  evangelistas  nos  los  cuentan. 

En  cuanto  a  la  explicación  íntima  y  última  de  esos  he¬ 
chos,  la  posición  de  D.  no  es  clara,  en  todos  sus  puntos.  De 
suyo,  él  pretiere  rehuir  toda  explicación.  Con  sobrado  acier¬ 
to  declara  que  la  determinación  última  de  hi  naturaleza  del 
milagro  no  está  en  el  campo  histórico,  sino  en  el  filosófico 
y  religioso  Jp.  173-174).  Con  sano  sentido  común  afirma 
que  es  absurdo  negar  a  priori  la  posibilidad  del  milagro  (p. 
1/3).  Pero  aquí  sucede,  como  en  otros  muchos  casos,  que 


porque  desde  el  primer  momento  de  su  ser  fué,  por  los  méritos  fu¬ 
turos  dé  Cristo,  libre  de  todo  pecado .  Pero  no  es  ésta  la  cuestión 
a  que  me  refiero,  sino  la  de  los  hermanos  de  Jesús,  asunto  dis¬ 
cutido  ya  por  innumerables  autores.  No  me  extiendo  sobre  este 
punto  porque  mi  colega  el  Pbro.  Daniel  Iglesias,  Profesor  de  Sa¬ 
grada  Escritura  en  la  Facultad  de  Teología  de  la  Universidad  Ca¬ 
tólica  de  Chile,  publicará  dentro  de  poco  un  artículo  sobre  él.  No 
tiene  derecho  D.  para  afirmar  que  la  palabra  griega  adelfos  se  de¬ 
ba  entender  en  el  Evangelio  en  el  sentido  de  hermano;  puede 
tener  ese  significado;  pero  como  consta  de  lugares  evidentes  de 
la  versión  griega  de  los  Setenta  del  Antiguo  Testamento,  esa  pa¬ 
labra  puede  también  significar  otros  parientes  cercanos .  Este 
sentido  es  muy  explicable  en  esa  versión  y  en  el  griego  del  Nuevo 
Testamento  que  tienen  tan  fuerte  sabor  semítico.  Para  saber  cuál 
sentido  tiene  de  hecho  esa  palabra  hay  que  acudir  a  la  tradición, 
a  esa  tradición  que  con  tanto  acierto  pone  de  relieve  el  escritor- 
chileno.  Baste  indicar  esta  idea  capital,  pues  dejamos  su  desarro¬ 
llo  para  nuestro  estimado  colega. 


30 


RELIGION  Y  CIENCIAS 


es  imposible  hacer  historia  sin  hacer  al  mismo  tiempo  algo 
de  filosofía.  Al  ponerse  D.  en  la  posición  — ultra  razonable 
por  lo  demás —  de  lio  negar  a  priori  la  posibilidad  del  mi¬ 
lagro,  ya  está  haciendo  sin  querer  filosofía;  pues  si  se  co¬ 
locase  en  la  hipótesis  de  Guignebert  de  negar  a  priori  esa 
posibilidad,  el  mismo  problema  histórico  quedaría  plantea¬ 
do  en  forma  completamente  distinta  como  aparece  claro  en 
el  profesor  de  la  Sorbona  y  en  tantos  otros. 

Más  todavía.  Aunque  D.  afirma  no  querer  entrar  en  la 
causa  última  del  milagro,  me  parece  que  quizás  inconscien¬ 
temente  la  toca  en  varias  ocasiones.  Creo  vislumbrar  a  tra¬ 


vés  del  capítulo  que  D.  — aunque  su  pensamiento  no  es  diᬠ
fano  en  esta  parte —  tiene  por  imposible  con  los  actuales 
conocimientos1  que  de  las  leyes  de  la  naturaleza  poseemos  dis¬ 
cernir  con  certeza  si  un  hecho  prodigioso  constituye  una 
verdadera  excepción  de  esas  leyes.  Por  diversas  insinuacio¬ 
nes  del  autor  me  inclino  a  creer  que,  como  el  Dr.  Alexis 
<  Carrel  y  otros  científicos  modernos,  piensa  D.  que  esos 
hechos  prodigiosos,  cuya  realidad  admite,  no  son  verdade¬ 
ras  excepciones  de  las  leyes,  sino  casos  en  ellas  compren¬ 
didos.  Lo  que  según  esos  autores  acaece  es  que  esas  leyes 
son  demasiado  complicadas  para  que  podamos  conocerlas 
perfectamente,  si  lográramos  un  completo  conocimiento 
de  ellas  veríamos  cómo  los  hechos  prodigiosos  caben  per¬ 
fectamente  dentro  de  ellas.  Si  este  fuera  el  pensamiento  de 
D.  — no  lo  afirmo  con  certeza —  sobre  el  milagro,  no  se¬ 
ría  el  concepto  católico.  Para  éste  el  milagro  es  una  verda¬ 
dera  excepción  de  la  ley,  excepción  hecha  sabiamente  por 
el  Legislador  supremo  a  fin  de  indicar  una  intención  espe¬ 
cial,  superior  al  curso  ordinario  de  la  naturaleza.  Admiti¬ 
mos  los  católicos  el  hecho  innegable  de  nuestra  ignorancia 
respecto  a  muchos  aspectos  de  las  leyes  de  la  naturaleza, 
pero  al  mismo  tiempo  sabemos  por  experiencia  propia  y 
por  experiencia  milenaria  que  esa  ignorancia  no  es  absolu¬ 
ta,  y  que  dentro  de  ciertos  límites,  y  en  determinadas  cir¬ 
cunstancias  podemos  con  certeza  excluir  la  causa  natural, 
y  nos  vemos  obligados  lógicamente  a  admitir  intervención 
peculiar  del  Creador  que  todo  lo  domina.  Algunos  párra¬ 
fos.  de  D.  parecen  indicar  que  él  admite  este  concepto,  aun¬ 
que  en  otros  se  vislumbra  más  bien  el  contrario.  No  pode¬ 
mos  definir  con  precisión  la  opinión  de  D.  en  un  punto  que 
expresamente  ha  querido  evitar.  En  todo  caso  la  posición 
del  autor 'al  admitir  la  verdad  histórica  de  los  prodigios  de 
Cristo,  al  afirmar  lo'  absurdo  de  la  negación  a  priori  de  la 
posibilidad  del  milagro,  y  al  exaltar  el  poder  de  Dios,  es 
ya  por  lo  menos  muy  cercana  a  la  del  católico  que  ye  en  el 
milagro  una  verdadera  excepción  del  orden  natural,  excep- 


I 


31 


“JESUS”  DE  RICARDO  DAVILA 


ción  que  lejos  de  romper  la  armonía  del  universo  la  engran¬ 
dece,  mostrando  la  unidad  entre  el  mundo  material  y  el  mo¬ 
ral  al  que  El  primero  está  subordinado.  Si -no  es  está  la  idea 
D.  es  muy  próxima  y  no  dudamos  de  que  su  excelente  vo¬ 
luntad  y  su  agudo  ingenio  lo  conduzcan  al  fin  a  ella. 

•  III.—  RESURRECCION  DE  CRISTO 

Es  ésta  el  punto  de  cisivo  para  juzgadle  la  naturaleza 
de  la  persona  de  'Cristo  y  de  la  verdad  de  la  religión  funda¬ 
da  por  él :  si  Cristo  resucitó  nuestra  fe  reposa  sobre  roca  m 
conmovible  ;  si  quedó  el  Salvador  aprisionado  en  las  garras 
de  la  muerte  y  de  la  corrupción,  el  cristianismo  es  una  po¬ 
bre  religión  basada  en  un  engaño  o  en  una  impostura,  y 
sus  secuaces  somos  los  más  infelices  de  los  hombres'.  Ve¬ 
amos  qué  piensa  D.,  sobre  este  punto,  el  más  trascendental 
en  la  racionabilidad  de  nuestra  fe. 

Dos  capítulos  consagra  el  autor  a  esta  materia:  “La 
Resurrección”  y  “La  fe  de  Pascua”  (p. 331-430).  Empieza 
D.,  como  es  natural,  examinando  las  críticas  de  Guignebert 
contra  la  sepultura  de  Cristo.  Para  el  profesor  de  la  Sorbo- 
na  el  relato  canónico  no  es  histórico.  Como  siempre  refuta 
,D.  vigorosamente  los  argumentos  del  francés,  pero  no  que¬ 
da  muy  preciso  su  pensamiento  propio,  y  a  mi  parecer  in¬ 
curre  en  este  punto  en  algunas  inexactitudes.  Omitiendo 
otras  de  menor  importancia  como  las  que  se  refieren  a  las 
vendas  y  al  sudario  (p.  339,  véase  Juan  19,40  y  20,  5-7), 
no  veo  que  fundamento  tenga  D.  para  hablar  de  una  sepul¬ 
tura  oculta.  Tal  suposición  no  sólo  no  encuentra  ningún 
apoyo  en  los  textos  o  en  la  tradición,  sino  que  se  opone  a 
ellos.  Ni  puede  tampoco  admitirse  como  dudoso  (p.  34). el 
¿que  los  sacerdotes  sacaran  el  cuerpo  de  la  tumba contra 
esta  hipótesis  arbitraria,  es  para  mí  argumento  evidente 
pensar  que  si  los  sacerdotes  hubieran  retirado  el  cadáver, 
al  ver  la  fuerza  que  tomaba  la  nueva  religión,  tan  aborreci¬ 
da  de  ellos,  hubiéranlo  mostrado,  y  en  esos  despojos  san¬ 
grientos  hubieran  ahogado  en  su  misma  cuna  el  naciente 
cristianismo. 

Más,  dejemos  la  cuestión  de  la  sepultura  que  para  D. 
tiene  relativamente  poca  importancia,  y  examinemos  el  ar¬ 
gumento  que  él,  con  sobra  de  razón  estima  decisivo  para 
probar  la  resurrección,  el  de  las  apariciones  de  Jesús  a  lo? 
discípulos.  D.  quiere  que  en  este  punto  se  distingan  perfec¬ 
tamente  las  apariencias  de  los  ángeles  de  las  de  Cristo 
(344). 

Las  apariciones  de  los  ángeles  según  D.  son  “fenóme¬ 
nos  del  todo  subjetivos,  una  alucinación,  producto  de  la  fan¬ 
tasía  de  los  actores,  y  sin  raíz  en  la  realidad  material  (p. 
(344).  Todas  ellas  son  “fenómenos  de  autosugestión  desarro- 


« 


32 


RELIGION  Y  CIENCIAS 


liados  en  las  mentes  enfermizas  y  exaltadas  (soy  yo  el  que 
subrayo)  de  los  actores'...”  “Xo  cabe  creer  en  ángeles  de 
cuyas  naturalezas,  caracteres,  forma,  atributos,  de  cuya  ne¬ 
cesidad  nadie  tiene  ni  puede  concebir  una  idea  adecuada. 
Llamémosle  seres  poéticos  —inexistentes,  por  tanto —  como 
los  infinitos  que  se  forjaran  las  mitologías,  persa,  hindú  y 
greco-romana”...  (todas  estas  palabras  están  sacadas  tex¬ 
tualmente  del  autor  en  pág.  344).  Confieso  ingenuamente 
cpie  no  reconozco  en  estas  afirmaciones  a  la  imparcial  crítica 
de  D. ;  en  esta  parte  se  apoderó  de  él  un  poco  el  sueño  como 
de  Homero.  Comete  aquí  D.  el  pecado  que  con  crítica  impla¬ 
cable  combate  a  través  de  todo  el  libro  de  Guignebert :  deci¬ 
dir  una  cuestión  histórica  por  prejuicios  filosóficos.  Porque 
para  decidir  si  las  visiones  de  los  ángeles  son  ó  no  reales,  no 
procede  por  los  métodos  de  crítica  histórica,  sino  por  la  afir¬ 
mación  íilosóficQ-religiosa  de  que  los  ángeles  no  existen.  Por 
un  prejuicio  filosófico  (pie  no  demuestra  niega  la  afirmación 
de  fuentes  que  con  tanta  brillantez  ha  defendido  como  histó¬ 
ricas.  Y  lo. peor  del  caso  es  que  la'  afirmación  de  que  las  vi¬ 
siones  de  angeles  son  fenómenos  de  mentes  enfermizas  y 
exaltadas  crea  para  D.  una  gravísima  dificultad  para  demos¬ 
trar  la  realidad  de  las  de  ‘Cristo.  Admitido  ese  estado  enfer-, 
mizo  y  exaltado  en  los  apóstoles,  ¿quién  aceptará  las  otras 
visiones  como  verdaderas?  Y  además  ese  aserto  contradice 
lo  cpie  abiertamente  afirma  D.  en  toda  esta  parte  sobre  la 
sanidad  mental  de  los  apóstoles. 

Examinemos,  pues,  el  juicio  de  D.  sobre  las  apariciones 
de  Cristo  qué  según  todos,  de  ser  reales,  forman  el  argumen¬ 
to  decisivo  en  favor  de  la  resurrección. 

A  pesar"  de  (pie  he  leído  y  releído  estos  dos  capítulos  no 
he  logrado  llegar  a  formarme  una  idea  clara  del  pensamien¬ 
to  del  autor.  Porque  lo  que  dice  en  las  páginas  345  y  364  es 
para  mí  absolutamente  desconcertante  y  no  puedo  combinar¬ 
lo  con  todo  el  racionio  del  crítico  chileno.  Si  nos  atenemos  a 
lo  que  expresa  en  esas  páginas  las  apariciones  de  Cristo  son 
también  puramente  imaginarias  con  la  diferencia  respecto  a 
las  de  los  ángeles  que  éstas  se  fundaban  en  la  imaginación  de 
un  ser  inexistente  —  los  ángeles  —  y  las  de  Cristo  en  el  re¬ 
cuerdo  de  su  persona;  pero  las  dos  eran  resultado  de  la  ima¬ 
ginación  creadora  de  los  discípulos  y  amigos  del  Salvador. 
Hablando  de  las  apariciones  de  Cristo  dice  D. :  “Se  le  con¬ 
templaba  tan  real  como  divisa  uno  en  sueños  lo  que  viera 
en  la  vigilia,  o  como  persiste  en  la  retina  la  imagen  luminosa 
aún  después  dé  entornados  los  párpados.  Había  respecto  de 
Jesús  una  base  material  de  visión  y  reconstrucción  que  faci¬ 
litó  la  obra  creadora  de  los  discípulos”  (págs.  345,  346).  De 
esto  parece  deducirse  con  certidumbre  que  las  apariciones 
de  Cristo  fueron  según  D.  un  fenómeno  de  pura  alucinación  ; 


“JESUS"  DE  RICARDO  DAVILA 


33 


creyeron  los  amigos  de  Jesús,  verlo,  oírlo,  palparlo;  pero  Je¬ 
sús  no  se  presentaba  a  ellos;  era  sólo  su  recuerdo  el  (pie  pro¬ 
ducía  estas  imaginaciones.  Tales  alucinaciones,  tales  imagi 
naciones  por  vividas  que  se  las  suponga  no  pueden  probar 
en  modo  alguno  la  resurrección.  De  un  ser  amado  (pie  yace 
putrefacto  en  la  tumba  pueden  tenerse  las  mismas  imagina¬ 
ciones,  sin  que  ese  ser  querido  salga  por  eso  del  imperio  frió 
de  la  muerte. 

Y,  sin  embargo,  en  los  dos  capítulos  consagrados  a  este 
punto  parece  que  1).  no  pretende  probar  otra  cosa  que  las 
apariciones  de  Cristo  fueron  reales,  no  imaginarias.  "De  ser 
efectivas  dichas  apariciones  resultaría  (pie  -en  historia  pura 
e  imparcial  el  Maestro  habría  de  hecho  resucitado"  (pág. 

360) .  Para  que  e.1  argumento  tenga  valor  debe  entenderse  el 
término  efectivo  en  el  sentido  de  real,  opuesto  a  imaginario. 
Lina  imaginación  acerca  de  un  muerto  por  vivida  y  violenta 
que  sea  no  prueba  su  resurrección;  ésta  se  muestra  sólo  por 
una  aparición  en  que  sfc  presenta  realmente  el  que  antes  fue 
difunto  y  ahora  está  vivo.  No  veo,  pues,  cómo  pueda  conci¬ 
llarse  toda  la  larga,  prolija  y  sólida  argumentación  de  1). 

•para  probar  contra  Guignebert  la  efectividad  de  las  aparicio¬ 
nes  con  las  ideas  antes  expuestas.  Pero  el  hecho  es  que  con 
dialéctica  invencible  defiende  la  efectividad  de  esas  apari¬ 
ciones. 

Contra  Guignebert  demuestra  ü.  (pie  los  textos  que  na¬ 
rran  las  apariciones  revisten  todos  los  caracteres  de  veraci¬ 
dad  y  (pie  consecuencia  necesaria  de  ella  es  admitir  que  las 
apariciones  fueron  efectivas  y  la  resurrección  verdadera  (pág. 

361) ..  Con  singular  acierto  y  fuerza  va  rebatiendo  todas  las 
dificultades  de  Guignebert.  Contra  la  dificultad  de  muchos, 
repetida  por  Guignebert,  de  que  las  apariciones  en  Judea 
carecen  de  base  histórica,  muestra  cómo  Marcos  y  Mateo 
no  las  excluyen  y  cómo  las  apariciones  judaicas  poseen  en 
su  favor  testimonios  de  la  más  anciana  antigüedad  (págs. 
364-367).  Recorre  más  adelante  uno  por  uno  los  textos  pues¬ 
tos  en  duda  por  Guignebert  (págs.  368-379).  Después  de 
un  resumen  de  las  razones  para  refutar  las  de  Guignebert 
(págs.  379-390),  como  conclusión  se  declara  abierta  y  fran¬ 
camente  defensor  de  las  apariciones  efectivas  y  termina  esta 
parte  con  las  siguientes  palabras :  "Si.  pues,  no  se  quiere 
caer  en  todas  las  imposibilidades  e  incongruencias  de  la 
tesis  contraria,  hay  que  aceptar  como  acaecimiento  históri¬ 
co  las  apariciones  sujetivas  (soy  yó  el  que  subrayo)  de  Je¬ 
sús  a  los  apóstoles"  (pág.  390).  Realmente  esas  palabras 
me  dejan  desconcertado;  no  sé  a  punto  fijo  qué  entiende  D. 
por  aparición  sujetiva;  si  es  mera  imaginación  fundada  en 
en  el  recuerdo  vivido  de  la  persona  de  Jesús,  no  veo  mira 
qué  ha  roto  tantas  lanzas  contra  Guignebert  que  con  Renán 


34 


RELIGION  Y  CIENCIAS 


no  tendrá  la  menor  dificultad  en  admitir  tales  apariciones 
meramente  sujetivas.  En  todo  caso  con  ellas  no  podrá  nun¬ 
ca  probar  IX,  como  intenta,  la  resurrección  de  Cristo:  una 
mera  imaginación  de  un  muerto  no  prueba  que  él  haya  vuel¬ 
to  a  la  vida.  Espero  por  eso  que  D.  entienda  esas  aparicio¬ 
nes  como  objetivas,  es  decir,  como  causadas  por  Cristo  vuel¬ 
to  a  la  vida  en  cuerpo  y  alma.  Estas  solas  pueden  probar  la 
resurrección  que  es  lo  que  intenta  el  crítico  chileno. 

Negada  por  Guignebert  la  historicidad  de  los  textos  que 
narran  las  apariciones  y  consiguientemente  la  realidad  de 
la  resurrección  le  resta  todavía  una  ardua  tarea  :  explicar  la 
existencia  de  esos  textos  y  la  de  la  tradición  tan  cercana  a 
la  muerte  de  Cristo;  en  una  palabra,  explicar  la  fe  de  los 
cristianos  primitivos  en  la  resurrección,  fe  a  la  que  ninguna 
realidad  respondía  »y  que  era  sólo  un  estado  psicológico 
“puro  engendro  de  la  iantásía  que  da  ser  a  sus  anhelos  y 
visiones”  (pág.  397).  Con  proligidad  minuciosa  va  siguien¬ 
do  D.  al  profesor  francés  y  le  muestra  la  ineficacia  de  sus 
razones  y  las  múltiples  contradicciones  en  que  con  tama 
frecuencia  incurre  (págs.  398-429). 

De  toda  la  manera  como  discurre  D.  en  estamparte,  de 
la  fuerza  ‘con  que  en  muchas  ocasiones  impugna  la  explica¬ 
ción  de  Guignebert  que  pretende  calificar  las  apariciones 
de  alucinaciones  sujetivas  (véase,  por  ejemplo,  págs.  407  y 
408),  del  valor  decisivo  que  da  a  esas  apariciones  para  pro¬ 
bar  la  resurrección,  de,  todo  esto,  juzgo  como  evidente  que 
D.  admite  que  las  apariciones  de  Cristo  fueron  realmente 
objetivas,  es  deyir,  causadas  por  la  misma  persona  del  Cru¬ 
cificado  vuelto  en  cuerpo  y  alma  a*  la  vida.  Si  no  las  eni  en¬ 
diera  así  sería  para  mí  toda  la  labor  de  D.  una  lucha  con¬ 
tra  molinos  de  viento,  todos  sus  raciocinios  serían  infanti¬ 
les  y  todos  sus  discursos  constituirían  un  enigma  sin  senti¬ 
do.  Creo,  por  consiguiente,  poder’  afirmar  que  la  mente  del 
crítico  chileno  es  que  Cristo  vuelto  a  la  vicia  se  presentó  a 
sus  discípulos  y  amigos  y  que  esas  visitas  postumas  abso¬ 
lutamente  reales  contituyen  para  D.  el  argumento  irreira- 
gable  de  una  verdadera  resurrección  que  él  quiere  demos¬ 
trar.  Cómo  se  componga  esto  con  lo  afirmado  en  las  páginas 
345  y  346  no  lo  puedo  entender.  Quizás  la  obscuridad  depen¬ 
da  del  propósito  decidido  de  D.  de  permanecer  'en  el  campo 
histórico  sin  entrar  en  el  filosófico.  Pero  en  este  caso  ese 
intento  es  imposible;  no  se  puede  probar  el  fenómeno  his¬ 
tórico  sin  antes  definirlo  al  menos  del  modo  general.  Para 
probar  la  resurrección  por  las  apariciones,  es  preciso  deter¬ 
minar  claramente  !a  naturaleza  de  éstas,  decidir  si  se  trata 
de  fenómenos  de  alucinación  puramente  sujetivos  a  los  que 
ningún  objeto  real  exterior  responde  en  el  momento  en  que 
se  tienen*  o  de  visiones  objetivas  causadas  por  el  mismo 


“JESUS”  DE  RICARDO  DAVILA  35 


Jesús  redivivo  q-ue  aparece  a  sus  discípulos.  Seria  para  mí 
uu  placer  que  el  escritor  chileno  nos*  declarase  sin  ambages 
su  posición  en  este  punto  decisivo  para  la  prueba  de  la  re¬ 
surrección  de  jesús  por  el  argumento  de  las  apariciones. 

Con  esto  damos  término  a  nuestro  juicio  sobre  el  libro 
de  Dávila.  Hemos  tenido  que  formular  reparos  no  peque¬ 
ños,  sin  que  ellos  quiten  el  inmenso  mérito  de  la  obra.  Dᬠ
vila  no  es  católico ;  pero  su  sano  juicio*  su  recta  intención; 
su  amor  a  la  verdad  y  su  noble  alma  lo  tienen  ya  muy' próxi¬ 
mo  al  catolicismo.  En  su  elevado  corazón  ya  se  ha  verifica¬ 
do  el  prodigio  con  que  cierra  su  libro:  “Jesús  en. el  fondo 
de  toda  alma  humana  ha  descubierto  un  nuevo  continente 
de  moralidad  y  de  dignificación  en  .  que  los  transitorios  in¬ 
tereses  '  materiales  están  supeditados  por  la  eterna  tensión 
del  espíritu  hacia  el  ideal”  (pág.  436).  El  amor  entusiasta 
y  delirante  con  que  el  corazón  de  Dávila  vibra  por  Jesús,  la 
idea  grandiosa  que  tiene  de  su  persona  lo  unirán  cada  día 
más  profundamente  a  El,  hasta  lDg"ir.a  hace»  le  comprender 
totalmente,  en  cuanto  es  dado  al.  hombre,  el  misterio  de  la 
Encarnación  de  Cristo  y  la  verdad  infalible  de  la  que  es 
su  continuación  viviente  a  través  del  tiempo  y  del  espacio, 
la  Iglesia  católica. 


Juan  M.  Restrepo  S.  J. 


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DE  ALTA  CALIDAD  ! 

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Doctor  Manuel  Francisco  Beca 


Materialismo  y  espiritualismo 

en  psicología 


“Quienes  no  aceptamos  que  la  psicología 
pueda  ser  considerada  con  rigor  dentro  de 
las  ciencias  naturales,  consideramos  legítimo 
esclarecer  sus  problemas  no  sólo  desde  el 
punto  de  vista  biológico  sino  también  desde 
el  filosófico.” 

H.  DELGADO. 

“Se  puede  decir  en  cierto  sentido  que  el 
materialismo  es  la  metafísica  de  los  que  no 
quieren  hacerla.” 

A.  BINET. 


“Repugna  instinti vamente  —  decía  Glande  Bcrnard  — 
creer  que  la  materia  pueda  tener  la  propiedad,  de  pensar  y 
de  sentir”  y,  sin  embargo,  “creemos  que  la  ciencia  conduce 
a  admitir  que  la  materia  engendra  los  fenómenos  que  sus 
propiedades  manifiestan”...,  “porque  confundimos  las  cau¬ 
sas  de  los  fenómenos  con  sus  condiciones”. 

Así  es,  en  efecto.  Parece  absurdo  al  sentido  común  atri¬ 
buir  los  procesos  psíquicos,  especialmente  los  intelectuales, 
a  transformaciones  de  energías  materiales,  a  intercambios 
físico-químicos,  a  productos  de  elaboración  celular;  parece 
un  contrasentido  hablar  de  psicología  sin  alma,  explicarse 
las  actividades  mentales  como  simple  resultado  de  leyes 
biológicas  o  aun  físicas,  v,  sin  embargo,  ha  habido  investí- 
gadores,  hombres  con  espíritu  y  método  científico,  que  han 
pretendido  interpretar  los  fenómenos  psíquicos  como  efecto 
e  producto  de  la  materia.  Han  fracasado.  Así  como  nadie 
se  atreve  ahora  a  sostener  como  antes,  que  la  vida  pueda 
explicarse  por  la  tísico-química  y  obedecer  exclusivamente 
a  sus  leyes,  sino  que  es  preciso  reconocer  en  ella  un  princi¬ 
pio  que  la  coloca  dentro  v  al  servicio  del  orden  general  de 
ia  naturaleza ;  así  tampoco  nadie  osa  pensar,  como  A.  Vogt, 
que  la  idea  o  los  afectos  sean  secreciones  del  cerebro.  Se 
acepta  siquiera  un  ‘vitalismo’  para  tratar  de  comprender, 
la  vida,  y  un  “animismo”  para  explicarse  lo  psíquico,  aun¬ 
que  esto  equivalga  a  una  nueva  incógnita,  a  explicar  la  vida 
por  la.  vicia  misma  y  lo  psíquico  por  lo  anímico,  que  no  es 
sino  un  sinónimo. 

Es  el  fracaso  incontesado  del  materialismo.  Sin  embar¬ 
go,  , sus  teorías  Vuelven  de  vez  en  cuando  a  estar  en  boga, 
de  un  modo  o  de  otro,  en  forma*  disfrazada,  galoneada  de 
hipótesis  científicas.  Xo  se  trata  ya  de  una  obra  como  la  de 


MATERIALISMO  Y  ESPIRITUALISMO  EN  PSICOLOGIA  37 


Ferriére,  destinada  exclusivamente  a  contradecir  la  psicolo- 
ía  espiritualista,  tratando  de  probar  (pie  lo  psíquico  es  me¬ 
ra  función  cerebral,  ni  se  trabaja  con  el  prejuicio  anti reli¬ 
gioso  de  este  autor  —  que  confesara  en  el  prólogo  de  su  libro, 
famoso  en  el  siglo  XIX,  titulado  “El  alma  es  la  función  del 
cerebro”,  —  que  su  obra  tenía  por  objeto  “considerar  al 
hombre  no  como  un  dios  caído  que  recuerda  los  cielos,  sino 
como  un  simple  anillo  en  la  cadena  de  los  seres”. 

Actualmente  el  materialismo  aparece  sólo  en  conclusio¬ 
nes  deducidas  de  investigaciones  científicas  que  parecen  re¬ 
volucionar  con  su  importancia  no  únicamente  la  ciencia  ex¬ 
perimental.  sino  también  la  filosófica.  El  punto  de  partida, 
el  hecho  científico  es  exacto,  y  la  aplicación,  muchas  veces 
honrada,  pero  falsa ;  resultado  del  entusiasmo  del  descubri¬ 
dor.  Ya  a  principios  del  siglo  escribía  A.  Binet,  refiriéndose 
al  materialismo:  “En  la  actualidad  constituye  una  doctrina 
poderosa,  habiéndose  introducido  subrepticiamente  en  el 
pensamiento  de  muchos  sabios,  sin  que  estos  se  hubieran 
dado  cuenta  de  ello.  Hpy  infinidad  de  físicos  y  de  fisiólogos 
que  hablan  y  pensan  como  materialistas,  aunque  tengan  el 
propósito  de  permanecer  en  el  terreno  de  los  hechos  expe¬ 
rimentales  y  manifiestan  un  absoluto  desdén  por  la  meta¬ 
física...  Se  puede  decir  en  cierto  sentido,  que  el  materia¬ 
lismo  es  la  metafísica  de  los  que  no  quieren  hacerla”. 

Así  es  como  h&y,  frente  a  cada  nuevo  descubrimiento 
biológico  que  explica  una  pequeña  parte  del  rodaje  de  la 
vida,  se  cree  abarcar  un  mundo  entero,  aun  toda  esa  rica 
sinfonía  v  vasto  panorama  que  es  la  actividad  psíquica  del 
hombre.  Se  descubren  las  secreciones  internas,  y  surge  la 
ilusión  de  ver  las  causas  de  las  pasiones,  del  amor,  del  odio, 
de  las  tragedias  humanas,  de  la  emoción,  del  miedo,  de  la 
alegría  y  del  dolor.  Pavlov  descubre  los  reflejos  condiciona¬ 
dos  y  ‘piensa  que  por  ellos  todo  se  explica.  “Las  diferentes 
clases  de  hábitos  basados  en  la  disciplina,  aprendizaje  y 
educación  —  escribe  Pavlov  —  no  son  sino  una  larga  cade¬ 
na  de  reflejos  condicionados”.  Se  descubren  lesiones  cere¬ 
brales  en  alguna  enfermedad  mental  y  se  afirma  que  allí,  en 
el  sitio  afectado,  estaba  el  origen  de  la  facultad  psíquica 
perturbada,  que  en  ese  punto  residiría  la  causa  de  tal  o 
cual  manifestación  del  espíritu. 

Es  que  se  confunden  “las  causas  de  los  fenómenos  con 
sus  condiciones”,  como  decía  Claude  Bernard.  Las  estructu¬ 
ras  anatómicas  y  los.  mecanismos  fisiológicos  son  medios  de 
acción  de  un  principio  espiritual,  son  sus  instrumentos,  pero 
no  son  ese  principio,  no  son  ese  espíritu,  no  son  el  alma. 
Los  hechos  y  potencias  psíquicas  del  hombre  no  pueden  te¬ 
ner  su  origen  en  lo  material,,  (pie  cambia,  que  es  mutable, 


38 


RELIGION  .Y  CIENCIAS 


que  es  extenso  y  limitado;  mientras  la  persona  psicológica 
y  sus  actos  son  estables,  tienen  su  modo  individual  de  ser, 
que  perdura  a  través  de  los  años  y  los  acontecimientos;  y 
mientras  el  pensamiento,  la  conciencia,  la  voluntad,  son  co¬ 
sas  intangibles,  inextensas.  La  personalidad  humana  y  sus 
facultades  psíquicas'  son,  pues,  superiores  a  un  trozo  de  te¬ 
jido  cerebral  o  a  una  secreción  glandular,  son  de  otro  rango, 
de  un  orden  más  elevado,  espiritual,  que  no  puede  ser  el  re¬ 
sultado  de  un  orden  inferior,  material. 

Sin  embargo,  esto  que  parece  sencillo  y  de  sentido  co¬ 
mún.  es  problema  difícil,  y  muchas  veces  mal  resuelto,  es¬ 
pecialmente  para  el  sabio  que  creyendo  en  la  omnipotencia 
de  la  investigación  científica,  espera  de  la  -ciencia  la  expli¬ 
cación  de  las  cansas  últimas  y  universales  de  los  fenóme¬ 
nos.  vitales  y  de  los  procesos  psíquicos. 

Comenzaremos  por  revisar  los  errores  o  factores  de 
error  derivados  de  la  relación  entre. el  psiquismo. superior  y 
las  estructuras  cerebrales,  o  sea,  los  argumentos  que  de  la 
anatomía  normal  y  patológica  del  cerebro  extrae  el  mate¬ 
rialismo  para  crear  una  psicología  sin  alma,  que  explicaría 
la  actividad  mental  como  causada  por  elementos  o  forma¬ 
ciones  del  cerebro. 

I  )esde  antes  de  nuestra  era.  se  creía  ya  que  el  cerebro 
era  el  órgano  del  pensamiento.  Aristóteles  participó  después 
de  esta  misma  opinión,-  defendiendo  aun  la  existencia  de 
Partes  especializadas  dentro  del  cerebro,  o  sea,  de  localiza- 
dones,  destinadas,  por  lo  menos,  a  la  actividad  sensorial, 
t  uando  más  tarde.  Descartes  en  virtud  de  un  espiritualismo 
exagerado,  de  un  idealismo,  separa  el  alma  del  cúerpo,  apar¬ 
ta  lo  psíquico  de  lo  orgánico,  se  produce  por  reacción  una 
corriente  contraria  que  tiende  a  localizar  todos  los  procesos 
mentales,  aun  los  más  superiores,  en  relación  con  determi¬ 
nadas  regiones  cerebrales,  como  pretendía  Gall,  el  principal 
intérprete  de  esta  tendencia.  Sólo  mucho  después  del  des¬ 
crédito  en  que  cavó  su  “frenología”  fué  posible  t}l  nacimien¬ 
to  de  nuevas  hipótesis  localizadoras,  partiendo  de  la  anato¬ 
mía  patológica,  o  mejor  dicho  de  la  anátomo-clínica,  con  un 
carácter  verdaderamente  científico. 

Para  estimar  el  valor  del  argumento  materialista,  adu¬ 
cido  a  este  respecto,  es  preciso  distinguir:  Ungí  cosa  es  el 
problema  científico  de  la  existencia  de  centros  cerebrales  re¬ 
lacionados  con  determinada  función  psíquica,  y  otra  cosa  es 
el  argumento  filosófico  que  trata  de  probar  que  si  tales 
centros  existen,  en  ellos  radica  la  causa  y  origen  de  dicha 
función  psíquica.  Por  ejemplo,  el  centroide  la  palabra,  de 
Broca,  sobradamente  conocido,  es  un  hecho  científico  de¬ 
mostrado,  pero  eso  no  significa  que  allí  se  origine,  la  palabra 


MATERIALISMO  Y  ESPIRITUALISMO  EN  PSICOLOGIA  39 


—  propiedad  específicamente  humana,  —  sino  solamente  que 
su  presencia  es  indispensable  para  que  la  palabra  se  pro¬ 
duzca. 

Ahora  bien,  desde  el  punto  de  vista  de  la  ciencia,  esta 
comprobada  la  existencia  de  centros  motores  y  sensitivos, 
desde  la  corteza  cerebral  hasta  la  médula  espinal,  de  cen¬ 
tros  vegetativos  que  rigen  el  funcionamiento  de  los  órganos 
internos  y  del  metabolismo  general,  en  la  base  del  cerebro, 
de  múltiples  centros  correlacionadores  distribuidos  a  lo  lar¬ 
go  del  sistema  nervioso.  Pero  no  se  han  descubierto  centros 
de'  las  facultades  superiores,  ni  intelectuales,  ni  de  la  con¬ 
ciencia,  ni  de  la  voluntad.  Mucho  se  ha  hablado  de  la  im- 
nortancia  de  los  lóbulos  frontales  del  cerebro  respecto  a  las 
funciones  intelectuales,  pero  los  hechos  demuestran  que  ni 
su  ablación  quirúrgica,  ni  su  atrofia,  son  de  la  monta  que  se 
suponía.  Las  ventriculografías  o  radiografías  practicadas 
previa  inyección  de  aire  en  las  cavidades  cerebrales,  permi¬ 
ten  apreciar  que  en  atrofias  frontales  de  diverso  grado,  no 
siempre  hay  una  demencia  acentuada.  Otro  tanto  demuestra 
la  autopsia  del  cerebro,  que  puede  revelar  atrofias,  sin  que 
el  sujeto  hubiera  perdido  groseramente  la  inteligencia  du¬ 
rante  su  vida.  Se  cita  también  casos  de  ablación  quirúrgica 
del  hemisferio  cerebral  derecho,  5  operados  por  Dandy 
(1928)  y  3  por  Gardner  (1933),  con  sobrevida  má.s  o  menos 
larga  de  los  enfermos,  uno  de  los  cuales,  perteneciente  al 
último  de  los  cirujanos  mencionados,  vivió  21  meses,  sin 
trastornos  mentales  de  importancia.  Según  Pierre  Marie,  lo 
oue  la  extracción  de  los  lóbulos  frontales  determina  es  una 
desorientación  espacial,  ligada  probablemente  a  una  falta 
de  síntesis  de  las  impresiones  espaciales  de  origen  laberín¬ 
tico  y  visual.  Las  lesiones  en  esa  región  acarrearían  cie-rta 
dificultad  de  la  atención  voluntaria. y  de  las  operaciones  de 
deducción  y  de  síntesis.  “Esto  es  interesante  —  comenta 
Henri  Bon,  al  citar  tales  datos,  —  pero  no  podría  constituir 
en  centro  de  la  vida  intelectual”. 


Esto  demuestra  que  las  funciones  localizables  hasta  el 
presente  son  sólo  sensitivas,  motoras  y  vegetativas,  que  se 
refieren,  por  lo  tanto,  ál  alma  vegetativa  y  sensitiva,  pero 
no  al  alma  intelectual,  no  al  principio  de  vida  humana.  Este 
principio,  con  sus  facultades  superiores,  la  razón  y  la  volun¬ 
tad,  no  es  susceptible  de  localizarse,  es  espiritual,  como  ya 
lo  dijimos.  Localizables  son- sólo  sus ‘instrumentos,  los  me¬ 
dios  que  tiene  para  actuar.  De  tal  manera  que,  aun  cuando 
(i  psiquismo  inferior  pudiera  explicarse  como  simple  pro¬ 
ducto  material,  las  actividades  mentales  superiores,  propia¬ 
mente  intelectuales,  necesitan  una  interpretación  espiritua¬ 
lista. 


40 


RELIGION  Y  CIENCIAS 


» 


Por  otra  parte,  la  anatomía-patológica,  macro  y  micros¬ 
cópica,  de  las  psicosis  —  es  decir,  lo  que  se  encuentra  en  el 
cerebro  de  los  enfermos  mentales,  —  no  es  tan  rica  ni  siste¬ 
mática  como  para  decir  que  Ja  anormalidad  del  psiquismo 
resulta  siempre  de  una  lesión  cerebral,  y  después  —  filosó¬ 
ficamente  —  que  la  enfermedad  del  cuerpo  ha  producido 
una  enfermedad  del  alma.  Así,  mientras  en  la  parálisis  ge¬ 
neral,  por  ejemplo,  hay  una  clara  inflamación  del  cerebro, 
en  cambio  en  la  esquizofrenia,  la  más  frecuente  y  grave  de 
las  psicosis,  no  hay  lesiones,  ni  siquiera  microscópicas,  que 
sean  claras  e  intensas.  Tanto  es  así  que  hoy  se  tiende  a  con¬ 
siderar  esta  psicosis  —  que  puede  llevar  al  sujeto  a  la  lo¬ 
cura  furiosa,  a  la  demencia,  al  delirio  crónico  o  a  la  muerte. 
—  como  el  resultado  de  una  alteración  profunda  del  metabo¬ 
lismo  general  del  organismo,  con  repercusión  secundaria, 
sobre  el  cerebro  y  el  psiquismo,  sin  que  pueda  tampoco  ase¬ 
gurarse  que  éste  enferme  a  causa  de  la  alteración  del  en¬ 
céfalo.  Lo  importante  en  este  caso  no  es,  pues,  la  lesión  ce¬ 
rebral,  sino  la  modificación  metabólica,  o  sea,  del  organismo 
y  su  nutrición  en  general,  y  la  auto-intoxicación  consecu¬ 
tiva.  / 


Esto  último  prueba,  además,  que  no  sólo  el  cerebro,  si¬ 
no  el  cuerpo  entero,  tiene  importancia  para  el  psiquismo,  v 
oue  el  alma  informa  todo  el  cuerpo  y  no  únicamente  a  aquél. 
En  el  mismo  sentido  habla  la  influencia  de  las  glándulas  de 
secreción  interna  sobre  el  psiquismo,  principalmente  sobre 
los  afectos  y  la  conducta  humana.  Pgro,  ¿no  prueba  esta  in¬ 
fluencia  orgánica  cine  el  alma  afecta  de  este  modo  no  puede 
ser  espiritual?  El  hecho  de  que  la  secreción,  aumentada  o  dis¬ 
minuida  de  la  glándula  tiroides,  por  ejemplo,  acelere  o  retarde 
los  procesos  intelectuales  o  que  el  estado  de  la  hipófisis 
modiiique  la  personalidad,  ¿no  implica  merma  del  rango 
de  la  inteligencia  y  del  alma?  No,  de  ninguna  manera. 

En  primer  lugar,  en  el  influjo  sobre  la  inteligencia  se 
trata  seguramente  de  una  acción  sobre  el  cerebro,  modifi¬ 
cando  así  la  condición  para  el  desempeño  de  la  facultad  in¬ 
telectual,  el  instrumento,  pero  no  el  alma,  que  es  su  causa. 
En  segundo  lugar,  la  influencia  de  las  glándulas  endocrinas, 
del  funcionamiento  de  otros  órganos/ del  metabolismo  de 
cualquier  substancia  orgánica,  sobre  la  personalidad  total 
o  la  conducta,  no  prueba  sino  la  posibilidad  de  acción  del 
^uerpo  sobi  e  el  alma,  sin  que  ésta  disminuya  en  su  natura¬ 
leza.  I  i  ueba  la  unión  sustancial  entre  ambos  principios  — 
o  co-principios.  —  pero  no  el  desmedro  de  uno  de  ellos. 
Prueba  la  acción  mutua  entre  lo  físico,  y  lo  psíquico,  inter¬ 
acción  que  un  médico  más  que  nadie  observa  a  cada  mo¬ 
mento.  La  emoción  y  la  angustia,  por  ejem>lo,  producen 


MATERIALISMO  Y  ESPIRITUALISMO  EN  PSICOLOGIA  41 


cambios  en  la  circulación  sanguínea  y  en  todo  el  sistema 
neuro-vegetativo  ;  una  r  neurosis  determina  parálisis  crotoras 
y  viscerales,  y  puede  llegar  a  crear  alteraciones  orgánicas 
verdaderas  e  irreversibles.  A  la  inversa,  un  hipertiroidismo 
produce  en  el  psiquis  un  tinte  especial  y  una  aceleración  de 
los  procesos  mentales;  una  inyección  del  extracto  glandular 
correspondiente  puede  aumentar  la  virilidad  o  feminidad, 
no  sólo  física,  sino  'también  psíquica. 

No  puede  negarse  el  cuerpo,  como  no  puede  negarse 
el  alma.  Negar  el  cuerpo  o  menospreciar  su  importancia  es 
aceptar  un  alma  angélica,  es  producir  entre  lo  orgánico  y 
lo  psíquico  un  abismo  que  no  existe,  y  que  hace  imposible 
la  explicación  de  tos  hechos  arriba  anotados.  Es  idealismo, 
es  esplritualismo  exagerado  o  mal  concebido.  Negar  el  al¬ 
ma  es  por  el  contrarió, •desconocer  cosas  tan  intangibles,  •pe¬ 
ro  reales,  como  la  conciencia  y  la  voluntad;  es  aceptar  un 
dominio  incontrarrestable  del  organismo;  es  determinismo, 
es  abolición  de  la  voluntad  y  de  la  moral. 

Tampoco  cuerpo  y  alma  pueden  marchar  separada¬ 
mente,  sino  en  unión  substancial.  Lo  demás  es  dualismo, 
divorcio  de  elementos  inseparables;  y  tanto  el  dualismo  ul¬ 
tra  espiritualista  o  idealista  de  Descartes,  como  el  dualis¬ 
mo  materialista,  o  sea,  la  teoría  del  paralelismo  psico-físico, 
son  falsas  concepciones  de  la  personalidad  humana,  que  la 
fraccionan,  la  atomizan,  mientras  las  ciencias  biológicas  y 
psicológicas  nos  demuestran  cada  día  más  claramente  la 
^unidad  del  compuesto  hombre,  tanto  en  su  actividad  orgᬠ
nica  como  en  sus  procesos  mentales. 

Sostener  con  Descartes  que  el  alma  es  algo  superior 
e  intangible,  o  defender  el  paralelismo  psico-físico  para  el 
'cual  el  pensamiento  y  la  conciencia  son  epifenómenos  sin 
valor  en  los  actos,  son  pues,  posiciones  anacrónicas.  El 
dualismo  cartesiano  ya  no  tiene  partidarios,  salvo  entre 
ciertos  psicólogos  idealistas.  El  paralelismo  aún  cuenta  con 
adeptos,  debido  a  que  es  una  teoría  materialista  que  salva 
muchas  objeciones  planteadas  a  la  otra  hipótesis  materia¬ 
lista,  que  es  monista,  que  admite  la  unión  del  alma  y  cuer¬ 
po.  aunque  con  dependencia  de  la  primera  respecto  a  este 
último,  lo  (pie  ha  valido  el  nombre  de  “causalidad  psicoló¬ 
gica”.  Respecto  a  ella,  el  paralelismo  es  un  perfecciona¬ 
miento,  pues  como  dice  A.  Binet  al  describirlo,  “la  idea  que 
constituye  la  base  de-  esta  doctrina  lio  es  otra  cosa  que  el 
fetichismo  de  la  mecánica;  en  ella  se  inspira  el  paralelismo, 
como  la  doctrina  materialista  (monista),  pero  con  más  habi¬ 
lidad  que  esta  última,  puesto  que  esquiva  la  cuestión  peli¬ 
grosa  de  la  interacción  de  lo  físico  v  de  lo  moral”.  Sin  em¬ 
bargo,  no  escapa  al  propio  Binet  la  debilidad  de  esta  teo- 


42 


RELIGION  Y  CIENCIAS 


ría.  Esquivar  es  no  resolver  el  problema  a  que  precisamen¬ 
te  estaba  abocada  la  hipótesis,  o  sea,  el  de  la  relación  en¬ 
tre  lo  psíquico  y  lo  físico. 

Es  preciso  admitir  la  unidad ;  pero  sin  que  por  otra 
parte,  esto  signifique  confusión.  Decir  que  alma  y  cuerpo 
se  unen  como  una  sola  cosa  no  quiere  decir  que  ambos  son 
la  misma  cosa,  ni  que  aquella  derive  de  éste.  El  monismo 
y  la  teoría  de  la  causalidad  psico-física,  que  esto  sostienen, 
son  otros  dos  errores,  tanto  o  más  graves  que  cualquier 
dualismo. 

La  verdad  está  en  el  medio:  ni  lo  psíquico  sólo  expli¬ 
ca  todo  y  se  basta  independientemente  del  cuerpo,  ni  el 
cuerpo  solo  es  explicación  que  satisfaga.  Cuerpo  y  alma  se 
unen  en  un  compuesto  único,  se  compenetran  o  influencian 
mutuamente;  pero  tampoco  se  confunden.  Entre  materia¬ 
lismo  e  idealismo,  entre  dualismo  y  monismo,  allí  está  la 
verdad  :  en  el  llamado  interaccionismo  psico-físico. 

Este  concepto  tiene  gran  importancia  para  la  inter¬ 
pretación  de  los  hechos  psicológicos  y  de  los  actos  mora¬ 
les.  Porque  de  la  posición  filosófica  frente  a  la  unión  en¬ 
tre  alma  y  cuerpo,  depende  la  apreciación  psicológica  de  los 
datos  que  suministre  la  observación  objetiva  de  los  casos, 
y  la  reflexión  subjetiva.  En  efecto,  si  se  admite  una.  in¬ 
fluencia  incontrarrestable  del  cuerpo,  de  lo  orgánico,  por 
‘sobre  los  psíquico  y  espiritual,  se  caerá  en  el  determinis- 
mo,  biológico  o  psicológico.  Todos  seríamos  esclavos  abso¬ 
lutos  de  nuestra  materia.  La  responsabilidad  será,  enton¬ 
ces,  nula  o  despreciable.  Si,  en  cambio,  se  concede  impor¬ 
tancia  exclusiva  a  lo  espiritual  y  racional, .  se  caerá  en  el 
error  del  determinismo  idealista,  que  no  aceptará  ninguna 
atenuante  a  la  conducta,  si  ésta  no  sigue  rigurosamente  el 
dictado  de  la  razón.  Son  dos  extremos  errados  que  deben 
evitarse.  En  el  caso  del  determinismo  biológico,  el  hombre 
se  creerá  autorizado  para  realizar  todos  los  impulsos,  jus¬ 
tificándose  con  el  cumplimiento  de  una  ley  biológica.  En 
el  caso  del  determinismo  idealista’  su  sentimiento  de  culpa¬ 
bilidad  lo  absorberá  y  le  impedirá  actuar,  o  bién,  los  escrú¬ 
pulos  y  remordimientos  lo  llevarán  a  la  desesperación. 

Ambos  deterininismos  implican  negación  o  disminu¬ 
ción  del  libre  albedrío.  Considerando,  en  cambio,  en  su  debi¬ 
da  jerarquía  los  impulsos  instintivos,  orgánicos  en  cierto 
sentido,  y  el  camino  que  señala  la  razón,  facultad  puramen¬ 
te  espiritual,  se  comprende  que.  e'1  hombre  pueda  elegir  li¬ 
bremente,  sin  estar  determinado  absolutamente  por  ningu¬ 
no  de  los  dos  elementos,  aunque  sí  influenciado  por  ambos, 
en  mayor  o  menor  grado,  por  uno  o  por  otro,  según  los  ca¬ 
sos  y  las  circunstancias.  En  este  terreno  se  mueve  la  volun- 


MATERIALISMO  Y  ESPIRITU ALISMO  EN  PSICOLOGIA  43 


tad  para  producir  un  acto,  o  la  cesación  o  privación  de  una 
acción  determinada. 

Negar  el  libre  albedrío  y  la  voluntad,  es  moda  dentro 
de  la  psicología'  moderna.  Frente  a  una  tendencia  psicoló¬ 
gica  demasiado  idealista,  se  ha  reaccionado  cayendo  en  el 
extremo  opuesto.  Desde  que  el  psicoanálisis  descubrió  la 
importancia  del  inconsciente,  del  mundo  de  los  instintos, 
destronando  a  la  Diosa  Razón,  antes  omnipotente,  parece 
que  las  facultades  intelectuales,  conscientes  y  espirituales 
hubieran  sido  borradas  del  mapa  de  la  psicología.  Muchos 
actos  humanos  se  han  explicado  gracias  al  psicoanálisis, 
pero  exagerando  sus  conclusiones,  se  pretende  interpretar 
todo  por  el  instinto,  como  si  fuéramos  solamente  instinto, 
como  si  no  poseyésemos  un  alma  racional. 

Para  quienes  conciben  así  la  teoría  psicoanalítica,*  y 
así  la  aplican  a  la  pedagogía  y  a  la  moral,  la  voluntad  no 
puede  ser  libre,  y  por  lo  tanto,  no  éxiste,  ni  tampoco  la 
responsabilidad.  Este  determinismo  psicológico,  que  co¬ 
rresponde  al  determinismo  biológico,  porque  el  instinto  es¬ 
tá  en  buena  parte  orgánicamente  condicionado,  tiene  to¬ 
dos  los  vicios  del  organismo  que  hemos  analizado  a  propó¬ 
sito  de  las  teorías  materialistas  derivadas  de  las  localizacio¬ 
nes  cerebrales  o  de  las ''secreciones  internas.  Es  la  resu¬ 
rrección  del  paralelismo  o  de  la  causalidad  psico-física.  El 
instinto  tiene  su  influencia  en  las  determinaciones  del  hom¬ 
bre,  en  la  voluntad,  pero  no  debe  confundirse  con  ella  ni 
anular  su  importancia.  El  instinto  es  una  fuerza  con  que  el 
alma  actúa,  impulsando  al  individuo,  pero  no  es  la  causa 
única  ni  última  de  la  actividad  humana.  Comprender  el 
papel  de  las  energías  instintivas  como  único  motor  y  cau¬ 
sa  de  todo  acto  v  producción  del  hombre,  es  volver  a  caer 
en  el  error  señalado  por  Glande  Bernard,  de  “confundir  las 
causas  de  los  fenómeno*  con  *  sus  condiciones”.  Es  el  vicio 
de  toda  i  las  psicologías  sin  alma. 

Reconocer,  en  cambio,  en  el  juego  de  la  voluntad  los 
motivos  intelectuales  y  los  móviles  instintivos,  es  la  única 
forma  de  comprender  su  acción;  y  el  único  modo  de  evitar 
dualismos  y  determinismos.  Es  la  fórmula  psicológica  del 
interaccionismo  psico-físico.  o  sea,  la.  aceptación  del  com¬ 
puesto  hombre,  con  sus  co-principios,  cuerpo  y  alma,  en  ac¬ 
ción  mutua  y  conjunta.  Desde  el  punto  de  vista  psicológico 
hay  que  agregar :  hombre  libre;  libre  para  elegir  entre  los 
motivos  a-  los  móviles  que  orientan  o  impulsan  el  acto  vo¬ 
luntario.  Como  escribe  muy  acertadamente  Honorio  Del¬ 
gado:  “En  el  acto  de  voluntad  el  yo  es  quien  decide,  y  no  los 
motivos  ni  los  móviles,  pues  la  volición  consiste  en  emplear 
rnotu  propio  la  causalidad  del  instinto  según  la  determina- 
) 


I 


44 


RELIGION  Y  CIENCIAS 


ción  de  la  idea.  Por  eso  no  puede  reducirse  el  imperio  de  la 
voluntad  al  de  la  vida  instintiva,  como  tampoco  es  legíti¬ 
mo  identificarlo  con  la  capacidad  intelectual.  Pero  gracias 
a  las  '  tendencias  instintivas  su  dinámica  tiene  la  substan¬ 
cia  y  dirección  de  las  fuerzas  y  fines  propios  de  la  natura¬ 
leza  humana,  y  gracias  al  pensamiento  logra  la  forma  y  el 
orden  racional  de  los  principios  universales;  con  las  ten¬ 
dencias  promueve  y  diferencia  la  espontaneidad  contin¬ 
gente  del  ser  humano,  con  el  pensamiento  transfigura  esa 
espontaneidad  insertándola  en  el  reino  del  espíritu ;  y  así. 
gracias  al  cultivo  y  al  desarrollo  de  la  inteligencia,  la  ra¬ 
zón  no  sirve  sólo  para  facilitar  y  regular  el  comercio  mate¬ 
rial  con  el  mundo,  sino  que  hace  posible  lograr  el  conoci¬ 
miento  de  los  fines  más  altos  para  las  posibilidades  del  ins¬ 
tinto  que  de  otro  modo  permanecería  ciego  e  incapaz  de 
elevación,  con  un  ordo  amoris  nunca  actual”. 

Esta  es  la  expresión  en  la  dinámica  de  la  voluntad,  en 
la  instancia  más  específicamente  humana,  de  la  unión  subs¬ 
tancial  de  alma  y  cuerpo  formando  un  solo  todo :  el  hombre. 

Dr.  Beca. 


|  Ei  mejor  tónico  cerebrai  j 


“FITOSAN" 


i 


i  del  INSTITUTO  SANITAS  ! 


A  base  de  fósforo  calcio  y 

magnesio. 


.L 


LOS  LIBROS 


"LA  IGLESIA  PATRISTICA  Y  EL  MILENARISN/,0” 
Exposición  histórica  por  Florentino  Alcañiz,  S.  J.,  Doc¬ 
tor  y  Profesor  agregado  de  la  Universidad  Gregoriana 
y  Profesor  de  Teología  del  Seminario  Pontificio  Mayor 
Sardo. 


Constituye  motivo  de  vieja  discusión  entre  teólogos  y  escri- 
turistas  la  interpretación  que  ha  de  darse  a  ciertos  pasajes  de  la 
Sagrada  Escritura  relativos  a  la  segunda  venida  del  Señor  y  a  la 
extensión  y  carácter  del  reino  del  Mesías.  Algunos  estiman  que 
entre  la  derrota  del  Anti-Cristo  y  el  juicio  universal  habrá  un 
largo  espacio  de  tiempo  en  el  cual  se  establecerá  en  la  tierra  un 
reino  de  los  santos  con  Cristo.  Se  produciría  una  primera  resu¬ 
rrección  de  entre  los  muertos,  simultánea  con  la  vuelta  del  Señor, 
de  los  escogidos  que  con-  El  reinarían;  todas  las  potestades  de  la 
tierra  quedarían  sometidas  a  Cristo;  vendría  por  último  la  resu¬ 
rrección  total  del  resto  de  los  muertos  para  el  juicio  universal  y 
la  entrega  del  reino  de  Jesús  al  Padre.  Esta  doctrina  es  conocida 
con  el  nombre  de  “Milenarismo”  (o  Quiliaísmo,  término  griego  de 
igual  significación),  en  razón  de  los  mil  años  que  el  Apocalipsis 
fija  al  reino  de  los  santos,  denominación  bien  impropia,  sin  duda, 
si  se  tiene  presente  la  existencia  de  sostenedores  del  reino  tem¬ 
poral  de  Cristo  que  no  han  recurrido  para  fundamentar  su  opinión 
al  testimonio  de  ese  Libro  Santo,  sino  a  otros  pasajes  de  la  Es¬ 
critura.  Los  adversarios  de  este  sistema  estiman,  por  su  parte, 
que  la  segunda  venida  de  Cristo,  el  juicio  universal  y  el  fin  del 
mundo,  ocurrirán  en  un  solo  y  mismo  día,  no  dando  así  espacio 
para  un  reino  temporal  de  Jesús  con  sus  santos. 

No  nos'  interesa  en  esta  ocasión  exponer  ni  analizar  los  ar¬ 
gumentos  que  en  pro  o  en  contra  de  ambas  tesis  se  sostienen . 
Nuestro  objetivo  no  es  otro  que  detenernos  en  un  aspecto  histó¬ 
rico  de  la  cuestión  debatida:  ¿qué  eco  encontró  el  Milenarismo 
en  los  primeros  siglos  del  Cristianismo?  ¿cuál  fué  la  actitud  de 
los  Padres  de  la  Iglesia  frente  a  esta  doctrina?  La  respuesta  que 
la  historia  dé  a  estas  interrogantes  es  de  innegable  importancia. 
Sabemos  que  la  Iglesia  reconoce  dos  fuentes  de  la  Revelación:  la 
Sagrada  Escritura  y  1a,  Tradición.  Esta  última,  según  definición 
de  ios  Concilios  Tridentino  y  Vaticano,  que  reproduce  el  Catecis¬ 
mo  Católico  del  Cardenal  Gasparri,  es  Hel  conjunto  de  verdades 
reveladas,  que  recibidas  por  los  Apóstoles  de  labios  del  mismo 
Jesucristo,  o  dictadas  a  los  mismos  Apóstoles  por  el  Espíritu  Santo, 
han  llegado  como  de  mano  en  mano  hasta  nosotros  y  han  sido  con¬ 
servadas  por  una  continua  sucesión  en  la  Iglesia  Católica”  (Concilio 
Vaticano:  ‘‘De  revelatione”).  Según  esta  definición  de  la  Iglesia, 
para  que  una  doctrina  se  estime  incorporada  a  la  Tradición  se  nece¬ 
sita  establecer  el  origen  apostólico  de  ella  y  su  transmisión  continua 
en  el  tiempo.  La  precisión  del  primer  punto  —  que  ahora  nos  in¬ 
teresa  —  obliga  a  conocer  a  fondo  el  pensamiento  de  la  Iglesia 
en  sus  primeros  siglos  e  indagar  lo  que  los  Padres  creyeron  y 
enseñaron  entonces  como  verdad  de  fe.  Se  comprenderá  aun  me¬ 
jor  cuán  grande  es  la  importancia  que  existe  en  establecer  con 
nitidez  la  doctrina  de  los  Padres,  si  se  tienen  presente  estas  pa- 


46 


RELIGION  Y  CIENCIA 


labras  de  León  XIII  en  sil  Encíclica  “Providentissimus  Deus”,  que 
fijan  con  claridad  las  reglas  de  interpretación  de  la  Sagrada  Es¬ 
critura:  “El  Concilio  Vaticano  se  adhirió  a  la  doctrina  de  los  Pa¬ 
dres,  cuando,  renovando  el  decreto  Tridentino  sobre  la  interpre¬ 
tación  de  la  palabra  divina  escrita,  declaró  ser  lki  mente  que  “en 
cosas  de  fe  y  costumbres,  pertenecientes  a  la  edificación  de  la 
doctrina  cristiana,  se  ha  de  tener  por  verdadero  sentido  de  la  Sa¬ 
grada  Escritura,  aquel  que  tuvo  y  tiene  la  Santa  Madre  Iglesia, 
a  la  cual  pertenece  el  juzgar  acerca  del  verdadero  sentido  e  inter¬ 
pretación  de  las  Escrituras  santas;  y  por  lo  tanto,  que  a  nadie 
es  lícito  interpretar  la  misma  Sagrada  Escritura  contra  este  sen¬ 
tido  o  también  contra  el  unánime  consenso  de  los  Padres”.  Con 
la  cual  ley,  llena  de  sabiduría,  en  ninguna  manera  la  Iglesia  re¬ 
tarda  o  coerce  la  investigación  de  la  ciencia  bíblica;  sino  más 
bien  la  mantiene  libre  de  error,  y  ayuda  en  gran  manera  al  ver¬ 
dadero  progreso.  Porque  a  cualquier  doctor  privado  está  patente 
un  grande  campo,  en  el  cual  con  paso  seguro  se  ejercite  preclara¬ 
mente  su  industria  de  interpretar  y  con  utilidad  para  la  Iglesia. 
Ciertamente  en  los  lugares  de  la  divina  Escritura  que  carecen  to¬ 
davía  de  exposición  cierta  y  definida,  puede  de  esta  manera  acon¬ 
tecer  por  suave  disposición  de  Dios  providente,  que  con  este  es¬ 
tudio  previo,  madure  el  juicio  de  la  Iglesia” .  I 

Estas  sabias  normas  de  León  XIII,  a  la  par  que  definen  en 
forma  concluyente  que  el  consenso  unánime  de  los  Padres  ha  de 
estimarse  como  interpretación  auténtica  de  la  Escritura,  dejan 
amplio  campo  de  investigación  a  los  doctores  para  acumular  ante¬ 
cedentes  que  permitan  proyectar  luz  sobre  los  pasajes  obscuros 
de  1a,  Biblia,  a  fin  de  obtener  asi,  según  sus  palabras,  “que  con  este 
estudio  previo  madure  el  juicio  de  la  Iglesia”.  Entre  estos  puntos 
sujetos  aun  a  controversia  y  respecto  de  los  cuales  la  Cátedra  in- 
falibre  nada  ha  definido  todavía,  se  cuenta  el  Milenarismo.  Todo 
lo  que  conduzca  a  una  recta  interpretación  en  esta  materia,  cum¬ 
ple  con  los  deseos  de  León  XIII  y  ha  de  ser  acogido  por  los  ca¬ 
tólicos  amantes  de  la  Escritura  y  de  la  Tradición  con  verdadero 
amor.  De  ahí  que  el  esfuerzo  del  ilustre  jesuíta,  P.  Florentino 
Alcañiz,  por  esclarecer  la  posición  de  los  Padres  de  la  Iglesia 
frente  al  Milenarismo,  constituya  una  actividad  particularmente 
meritoria  y  muy  digna  de  ser  destacada.  Hasta  ahora  la  mayoría 
de  los  partidarios  y  adversarios  de  ese  sistema  se  han  detenido 
más  bien  a  analizar  el  pro  y  ei  contra  de  los  argumentos  teoló¬ 
gicos  y  escriturístieós  y  no  han  ahondado  mucho  en  las  fuentes 
históricas  de  la  Patrística.  Se  explica  así  que  las  conclusiones  a 
que  lleguen  no  sean  muy  precisas  y  concordantes.  Y  así  mientras 
Terrien  habla  de  unanimidad  de  los  Santos  Padres  en  contra  del 
Milenarismo  (“La  Gracia  y  la  Gloria”,  T.  II,  P.  420),  Pesch,  re¬ 
conoce  la  existencia  de  Padres  milenaristas,  pero  afirma  que  la 
tradición  patrística  se  inclina  más  bien  en  contra  de  dicha  doc¬ 
trina  (“De  Novissimis”) .  Resultaba  pues  de  urgencia  un  trabajo 
expreso  sobre  esta  materia  y  le  ha  cabido  llenar  este  vacío  al 
Padre  Alcañiz,  Doctor  y  Profesor  de  la  Universidad  Gregoriana 
de  Roma  y  del  Seminario  Pontificio  Sardo.  Su  obra  sobre  “La 
Iglesia  Patrística  y  el  Milenarismo”,  publicada  con  las  debidas 
licencias,  es  el  estudio  más  completo  y  documentado  que  hasta 
la  fecha  se  ha  hecho  en  este  asunto.  Su  objetividad  es  indiscu¬ 
tible,  pues  no  pretende  hacer  una  obra  de  tesis  teológica  sino  un 


IGLESIA  PATRISTICA  Y  MILENARISMO 


47 


trabajo  de  investigación  histórica  al  través  de  los  centenares  de 
volúmenes  que  constituyen  la  literatura  patrística.  Los  resultados 
a  que  llega  y  que  expone  con  detenimiento  én  su  obra,  los  resume 
Alcañiz  en  el  capítulo  VI  de  la  misma,  que  creemos  de  interés 
reproducir  íntegro  a  continuación,  limitándonos  a  añadir  a.1  pie 
algunas  notas  de  ampliación  del  texto  tomadas  de  otros  lugares 
del  libro  y  que  se  dan  entre  comillas  cuando  reproducen  frases 
textuales  del  autor  y  no  su  pensamiento  resumido. 

He  aquí  lo  que  nos  dice  el  .Padre  Alcañiz  sobre  el  Milena- 
rismo  en  los  cinco  primeros  siglos  de  la  Iglesia: 


SIGLO  1 

En  el  siglo  I,  los  documentos  que  explican  hasta  cierto  punto 
los  últimos  acontecimientos  de  la  Iglesia,  son  milenaristas .  En 
este  siglo  no  aparece  el  antimilenarismo .  El  autor  de  uno  de  los 
dos  testimonios  o  documentos  a  que  hacemos  referencia  fué  con 
mucha  probabilidad  discípulo  de  S.  Santiago.  Los  dos,  qué  son  la 
Didaché  (1)  y  la  Epístola  de  Bernabé  (2),  se  remontan  a  los  após¬ 
toles  porque  no  tienen  origen  en  el  Apocalipsis  de  S.  Juan  (3). 
En  ellos  aparece  la  doble  resurrección,  el  reino  milenario,  la  reno¬ 
vación  del  mundo,  la  destrucción  de  los  impíos,  la  paz,  la  felicidad 
de  la  Tierra,  y  la  duración  de  seis  mil  años  del  mundo,  hasta  el 
advenimiento  de  Cristo.  La  Didaché  y  la  Epístola  de  Bernabé  nada 
dicen  sobre  otros  puntos  del  Milenarismo. 

SIGLO  II 

Más  abundantes  son  en  el  siglo  II  los  testimonios  sobre  el 
Milenarismo.  Aparece  en  escena  el  Apocalipsis  de  S.  Juan  y  le 
añade  nuevos  elementos.  Otro  de  los  discípulos  de  los  apóstoles, 
S.  Papías,  inicia  el  siglo  y  hace  suyo  el  juicio  aprobado  por  los 
apóstoles  y  por  los  discípulos  de  los  apóstoles  sobre  el  Milenarismo, 
pero  añadió  algunos  elementos  del  Milenarismo  llamado  grosero 
(4)  que  no  están  de  acuerdo  con  lo  que  ellos  enseñaron.  Con  S. 
Papías  empezaron  a  mezclarse  en  el  Milenarismo  algunas  cosas 
que  en  los  siglos  posteriores  alejaron  a  muchos  espíritus  de  esta 
idea;  los  banquetes  y  el  premio  que  tendrán  los  justos  resucitados, 
y  la  descripción  de  la  felicidad  de  la  Tierra  llegaron  a  ser  objeto 


(1)  Didaché  o  Doctrina  de  los  Doce  Apóstoles  (70/80) .  Au¬ 
tor  de  nombre  desconocido  y  según  Vacant  “discípulo  y  amigo  ín¬ 
timo  de  S .  Santiago  el  Menor” . 

(2)  Documento  muy  estimado  en  la  Iglesia  dése  los  pri¬ 
meros  siglos.  Siempre  los  Padres  consideraron  al  Apóstol  S.  Ber¬ 
nabé  como  autor  de  este  escrito,  pero  hoy  se  ha  abandonado  esta 
opinión.  El  autor,  “católico  de  origen  judío  discípulo  de  la  escuela 
Alejandrina”  es  de  nombre  desconocido. 

(3)  El  Apocalipsis  apareció  en  el  siglo  II. 

(4)  A  través  de  las  distintas  explicaciones  del  milenio  pue¬ 
den  advertirse  tres  corrientes:  “Milenarismo  grosero  que  consiste 
“  en  creer  que  después  de  la  muérte  y  resurrección,  los  justos 
“  contraerán  matrimonio  y  procrearán  hijos;  tendrán  la  circunci- 
“  sión,  sacrificios  de  animales  y  todo  a  lo  que  obliga  lá  ley  de 


48 


RELIGION  Y  CIENCIA 


de  fábulas.  La  mudanza  de  la  Tierra  ya  aparece  en  Bernabé,  pero 
unida  a  la  idea  de  sobriedad. 

Un  poco  después,  aun  cuando  vivió  muchos  años  en  la  misma 
época  de  S.  Papías,  surgió  un  nuevo  defensor  del  Milenarismo, 
cuya  doble  aureola  de  ciencia  y  martirio  confirió  no  poca  autori¬ 
dad  a  esta  opinión,  S.  Justino,  noble,  filósofo  y  mártir  (ca  100/10- 
163/7) .  A  los  elementos  del  Milenarismo  que  se  destacan  en  el 
siglo  I,  S.  Justino  añade  otros  nuevos  bajo  la  influencia  del  Apo- 
calisis,  por  ejemplo,  la  santa  Jerusalén  reedificada  y  constituida  en 
centro  del  reino  milenario,  y  la  existencia  de  los  viadores  durante 
el  milenio  (5),  en  los  cuales  viadores  se  cumplirán  las  profecías 


41  Moisés.  Además,  cree  que  se  cumplirá  exacta  y  literalmente  to- 
“  do  lo  que  el  Apocalipsis  y  Ezequiel  describen  de  la  Ciudad  Santa 
“  de  Jerusalén  y  de  la  abundancia  y  felicidad  de  la  tierra  durante 
“  el  Reino  del  Mesías.  (Montes  fluirán  leche  y  miel,  etc.).  El 
“  Milenarismo  mitigado  o  espiritual  nunca  se  refirió  al  matrimo- 
“  nio  ni  a  las  ceremonias  de  la  Ley  Mosaica  que  practicarían  los 
“  justos  después  de  la  resurrección,  ni  a  los  banquetes  que  ten- 
“  drían  a  manera  de  premio.  Lo  que  la  Escritura  dice  de  la  Je- 
“  rusalén  celestial  o  de  la  felicidad  de  la  Tierra,  lo  toman  en  for- 
“  ma  alegórica”.  Rechaza  todo  aquello  que  pone  en  ridículo  a 
los  santos  por  ser  inadecuado,  pueril  o  inconveniente. 

Hay  una  tercera  corriente  que  es  la  del  Milenarismo  mixto, 
que  “si  bien  repugna  del  matrimonio  y  de  la  Ley  Mosaica  para 
“  los  justos  resucitados,  dice  que  los  justos  tendrán  banquetes  y 
“  acepta  la  interpretación  literal*  de  la  descripción  de  la  Jerusa- 
“  lén  que  desciende  del  cielo”.  Hay  en  este  Milenarismo  grados 
según  los  elementos  que  toman  del  Milenarismo  grosero . 

Muchos  herejes  durante  la  Epoca  Patrística  abrazaron  el 
Milenarismo  grosero.  Los  Padres  milenaristas  y  los  recientes  qui- 
liastas  católicos  defienden  el  Milenarismo  espiritual  o  mitigado. 
Algunos  Padres  —  muy  pocos  —  enseñaron  también  el  Milena¬ 
rismo  mixto. 

(5)  “Según  los  milenaristas,  al  tiempo  del  Advenimiento  de 
Cristo  habrá  tres  clases  de  hombres:  La  primera,  de  los  impíos 
impenitentes  que  serán  exterminados,  en  parte  por  las  últimas 
plagas  a  que  se  refiere  el  Apocalipsis,  y  en  parte  por  la  destruc¬ 
ción  del  Anticristo.  No  quedará  ninguno  para  durante  el  reino.  De 
éstos  está  escrito:  “Enviará  el  Hijo  a  sus  ángeles  y  recogerán  del 
mundo  los  escándalos”  y  antes  “Así  como  se  recoge  la  cizaña  y 
se  quema,  así  será  en  la  consumación  del  siglo’/ (Mat.  13,  -30,  40). 

“La  segunda  será  de  aquellos  “que  no  adoraron  a  la  bestia 
ni  a  su  imagen  ni  recibieron  su  señal  en  sus  frentes  y  en  sus 
manos”  (Apoc.  20,  4)  ¿i  saber,  de  los  hombres  buenos,  fervorosos 
e  intrépidos.  Estos  pasarán  a  ser  cuerpos  gloriosos  sin  morir  y 
“serán  arrebatados”  delante  de  Cristo  en  los  aires  y  permanecerán 
siempre  con  El. 

“La  tercera  clase  estará  formada  por  aquellos  que  se  en¬ 
tregaron  al  Anticristo  más  por  debilidad  y  temor  que  por  perver¬ 
sidad  e  impiedad.  Serán  naturalmente  el  mayor  número.  Una  vez 
restablecido  el  orden  y  manifestada  la  gloria  y  majestad  de  Cristo, 
estos  hombres  se  arrepentirán  y  se  convertirán  a  Dios  sincera¬ 
mente.  De  ellos  y  de  sus  descendientes  estará  formada  la  Iglesia 
de  los  viadores  durante  el  milenio.”  ' 


IGLESIA  PATRISTICA  Y  MILENARISMO 


49 


fa*  ^  ' 

sobre  la  universalidad  y  el  florecentísimo  estado  del  reino  mesiá- 
nico  que  se  encuentran  a  cada  paso  en  la  Escritura.  Y  si  S.  Jus-, 
tino  conoció  los  escritos  de  S .  Papías,  su  sagacidad  de  hombre 
de  ciencia  lo  libró  de  aceptar  algún  juicio  erróneo  formulado  por 
/rite,  Por  primera  vez  puede  desprenderse  de  ios  escritos  de  S. 
Justino,  la  existencia  de  los  antimilenaristas  y  no  pocos  en  núme¬ 
ro.  Así,  pues,  en  el  siglo- II  muchos  opinan  a  favor  y  muchos  en 
contra  del  Milenarismo,  pero  S.  Justino  no  concede  a  ambos  los 
mismos  derechos;  está  firmemente  persuadido  que  su  sentencia,  es 
cierta  y  por  esta  razón,  a  ios  que  no  la  aceptan,  aun  cuando  no  se 
atreve  en  verdad  a  llamarlos  herejes,  ciertamente  sí  que  los  llama 
cristianos  “que  no  piensan  rectamente  en  todas  las  cosas”.  (“Qui 
recte  in  ómnibus  non  sentiunt”). 

Hasta  aquí  hemos  visto  el  Milenarismo  en  Palestina  por  me¬ 
dio  de  la  Didaché;  en  Asia  Menor  por  Papías;  en  Roma  por  S. 
Justino,  y  ahora  S.  Teófilo  Antioqueno,  (ca  181/2)  que  con  mu¬ 
cha  probabilidad  lo  sostiene  en  Siria.  Del  Milenarismo  de  S.  Teó¬ 
filo  no  sabemos  otra  cosa  que  él  admitía  junto  con  los  otros  mi- 
lenaristas,  el  estado  plenamente  feliz  de,  la  tierra. 

Mientras  S.  Teófilo  enseñaba  el  Milenarismo  en  Siria;  nue¬ 
vamente  en  Asia  Menor,  patria  del  quiliaísmo  apocalíptico  “una 
gran  luminaria”,  S.  Melitón,  Obispo  de  Sardes  (  .1  antes  de  194/5) 
dió  un  nuevo  impulso  al  Milenarismo  con  su  extraordinaria  auto¬ 
ridad,  de  tal  manera  que  aun  en  el  siglo  V,  Genadio  recuerda  a 
los  miíenaristas  “Melitonianos^” .  Poco  después,  en  la  misma  Asia 
Menor,  el  Obispo  Efesino  Polícrates  (ca  196),  siguió  con  toda  pro¬ 
babilidad  los  pasos  de  S.  Melitón'.  Fué  hombre  erudito  que  reco¬ 
rrió  muchas  Iglesias  (6)  y  que  insistió  principalmente  en  la  pri¬ 
mera  resurrección  de  los  justos. 

Casi  en  el  mismo  tiempo  (ca  140  —  ca  202)  8.  Irineo,  Obispo 
de  Lyon,  y  sin  dificultad  principe  de  los  miíenaristas  en  el  siglo  II, 
defendía  el  quiliaísmo  en  Francia .  El  Milenarismo  de  S .  Ireneo 
tiene  su  origen  en  el  Asia  Menor,  donde  S .  Ireneo  creció  siendo 
maestro  suyo  S.  Policarpo.  Se  advierte  en  S.  Ireneo  una  influen¬ 
cia  mayor  que  en  los  otros  del  Apocalipsis,  por  ejemplo,  en  el 
cielo  nuevo  y  en  la  tierra  nueva,  en  la  nueva  Jerusalén  que  des¬ 
ciende  del  cielo  después  del  juicio  universal,  etc.  Tampoco  faltan 
en  S.  Ireneo,  vestigios  del  Milenarismo  de  Bernabé,  como  por  ej., 
los  seis  mil  años  del  mundo,  la  felicidad  de  la  Tierra,  etc.  Aquí 
está,  claro  que  no  fué  el  Apocalipsis  la  única  fuente  del  Milenaris¬ 
mo  de  S.  Ireneo;  lo  cual  se  confirma  por  otra  parte,  porque  la 
ligadura  de  Satanás  y  el  número  de  mil  años  no  se  encuentran 
en  el  Obispo  de  Lyon.  Además,  S.  Ireneo  añadió  algo  nuevo,  a 
saber,  la  diversidad  de  mansiones  después  dél  juicio  universal;  y 
la  consiguiente  distribución  de  los  hombres  durante  los  mil  años 
del  reino  por  lo  que  sólo  después  del  último  juicio  se  contemplará 
a  Dios  cara  a  cara.  Si  bien  hasta  aquí  no  está  del  todo  completo, 
puede  decirse  que  son  muy  pocos  los  elementos  del  Milenarismo 
que  faltan  en  S.  Ireneo.  Así  vemos  que  recibió  la  influencia  de 
S.  Papías,  pues  habla  de  la  comida  y  bebida  de  los  justos  que  han 
de  resucitar.  Aunque  se  ha  afirmado  que  en  los  siglos- 1  y  II  no 
se  encuentra  ningún  escritor  antimilenarista,  esto  no  es  exacto 

(6)  Gustaba  de  visitar  las  Iglesias  y  conversar  con  sus 
Obispos,  según  se  desprende  de  sus  cartas. 


50 


RELIGION  Y  CIENCIA 


en  lo  que  se  refiere  al  siglo  II.  S.  Justino  en  Roma,  recuerda  a 
“muchos”;  S.  Ireneo  en  Francia,  a  “varios”;  y  todavía  más  dura¬ 
mente  que  S.  Justino  los  trata  S.  Ireneo;  aquél  llamaba  a  los 
añtimilenaristas  cristianos  que  “no  pensaban  en  todo  rectamente”, 
éste  los  llama  hombres  que  se  contradicen  “ignorantes,  de  las  dis¬ 
posiciones  de  Dios”  cuyos  “juicios  son  copiados  de  las  ideas  de 
los  herejes”,  o  sea  que  se  dejan  engañar  por  las  palabras  de  los 
herejes,  que  “tienen  pensamiento  herético”,  etc.  (7). 

SIGLO  III 

i 

Este  siglo  empieza  con  el  testimonio  de  un  insigne  milena- 
rista,  Tertuliano  (ca  160-222/3)  que  fué  el  primero  en  dar  a  co¬ 
nocer  el  Milenarismo  a  la  Iglesia  Africana .  El  Milenarismo  de 
Tertuliano  dista  poco  del  de  S.  Justino  y  de  S.  Ireneo;  sin  em¬ 
bargo,  nada  dice  ’  de  los  viadores  (es  muy  probable  que  en  otra 
obra  precedente,  "La  Esperanza  de  los  Fieles”  —  De  Spe  Fede- 
lium  — ,  (8)  en  que  exponía  detalladamente  el  Milenarismo,  hi¬ 
ciera  referencia  a  ellos)  .  Nada  dice  de  la  ligadura  de  Satanás  y 
de  la  lucha  entre  Gog  y  Magog,  en  lo  cual  aparecen  las  huellas  de 
S.  Justino  y  de  S.  Ireneo.  Es  propia  de  Tertuliano  (aunque  acaso 
ya  estaba  insinuada  en  S.  Ireneo  la  idea  que  la  resurrección  de 
los  justos  durante  el  milenio  se  hará  poco  a  poco  (9) .  Tertuliano 
quita  }a  comida  y  bebida  a  los  justos  resucitados.  La  ciudad  de 
JeruSalén  de  la  cual  hace  mención  el  Apocalipsis,  será  el  centro 
del  reino  milenario.  En  cuanto  a  todo  lo  que  el  Apocalipsis  añade, 
Tertuliano  calla  y  no  dice  si  lo  acepta  o  no.  Una  vez  efectuado 
el  juicio  universal,  los  justos  subirán  al  cielo  alcanzando  asi  la 
glorificación  del  cuerpo  que  es  su  última  perfección.  El  Milena¬ 
rismo  encontró  campo  fértil  en  Africa,  porque  se  ve  que  Tertulia¬ 
no  habla  de  él  como  de  un  dogma  comunmente  aceptado,  y  no  se 
encuentran  en  esta  región,  indicios  de  antimilenarismo. 

De  Africa  volvemos  de  nuevo  a  Roma  donde  por  fin  encon¬ 
tramos  al  primer  escritor  antimilenarista,  Calo,  Presbítero  (siglo 
II-III)  que  persiguió  el  Milenarismo,  pero  aquel  Milenarismo  gro¬ 
sero  que  enseñaba  Cerinto  (10).  Pero  del  otro  que  S.  Justino  y 
S.  Ireneo  defendían,  con  toda  probabilidad  nada  importante  dijo, 
de  otra  manera  Ensebio  (11)  que  reunió  los  argumentos  contra 


(7)  En  sus  escritos  S.  Ireneo  afirma  continuamente  que 
su  juicio  sobre  el  Milenarismo  es  el  juicio  de  los  “Presbíteros” 
que  “vieron  a  Juan  el  discípulo  del  Señor”-;  presbíteros  que  “fue¬ 
ron  discípulos  de  los  Apóstoles”. 

(8)  “Esta  obra,  citada  por  el  mismo  Tertuliano,  no  ha  lle¬ 
gado  hasta  nosotros.” 

(9)  “No  todos  los  santos  resucitarán  al  principio  del  reino, 
sino  sólo  aquellos  cuyos  méritos  sean  mayores.”  En  seguida  irán 
resucitando  los  demás  por  orden  de  méritos . 

(10)  Cerinto  (siglo  I)  Heresiarca  contemporáneo  de  los 
Apóstoles.  Imbuido  en  la  Filosofía  Alejandrina  abrazó  la  religión 
cristiana.  Enseñó,  especialmente  en  Asia,  su  herejía  que  es  una 
síntesis  de  la  Filosofía  Oriental,  del  Judaismo  y  del  Cristianismo, 
en  la  cual  hay  muchos  errores  sobre  la  Creación  y  la  Cristología. 
Profesaba  un  Milenarismo  grosero,  carnal  y  judaico. 

(11)  Eusebio,  Obispo  de  Cesárea  (ca  265-340) .  Nació  en 


IGLEStA  PATRISTICA  Y  MILENARISMO 


51 


el  Milenarismo  y  que  transcribió  los  de  Caio  contra  Cerinto,  los 
habría  tomado  también,  si  hubieran  existido.  Caio  no  fué  quiliasta, 
pues  atribuyó  el  Apocalipsis  a  Cerinto;  antes  bien,  aun  quiso  quitar 
el  Evangelio  de  S.  Juan  a  causa  de  la  confesión  de  la  divinidad 
del  Verbo  que  aparece  en  este  Evangelio  (12). 

Por  aquel  tiempo  (siglo  II-TIT)  más  o  menos,  S.  Hipólito» 
Mártir,  defendía  el  Milenarismo  en  Roma.  Era  éste  un  Milenaris* 
mo  propio  de  él.  Discípulo  de  Ireneo,  aunque  pensador  y  filósofo 
independiente,  establece  a  las  almas  de  los  justos  en  un  lugar 
bajo  la  tierra,  tranquilo  y  resplandeciente  esperando  el  adveni¬ 
miento  de  Cristo,  entonces,  una  vez  efectuados  la  resurrección  y  el 
juicio  universal,  los  justos  con  Cristo  recibirán  el  reino  en  la  Tie¬ 
rra,  de  donde  —  probablemente  —  todos  de  una  vez,  o  poco  a 
poco,  pasarán  al  cielo. 

En  el  tiempo  en  que  S.  Hipólito  enseñaba  en  Roma  este 
Milenarismo  vago,  en  Egipto  el  Obispo  Nepos  (siglo  II-III)  escri¬ 
bía  un  libro  a  propósito  para  convencer,  y  destinado  seguramente 
a  atacar  la  escuela  alegórica  Alejandrina,  en  el  cual  enseñaba  no 
un  Milenarismo  vago,  sino  por  el  contrario  un  Milenarismo  del  todo 
claro,  de  tal  manera  que  así  arrastró  a  las  Iglesias  enteras.  El 
Milenarismo  de  Nepos,  aparece  bastante  completo  y  es  plenamente 
Apocalíptico;  claramente  expresadas  están  la  ligadura  y  lá  liber¬ 
tad  de  Satanás  y  la  lucha  entre  Gog  y  Magog  que  hasta  aquí 
nunca  se  habían  discernido  bien  en  los  otros  milenaristas .  Sin 
embargo,  para  explicar  estas  palabras  del  Apocalipsis  (rebelión 
de  Gog  y  Magog)  Nepos  dice  que  durante  el  milenio  habrá  en 
los  extremos  de  la  tierra  (13)  algunas  naciones  ignorantes  de 
Dios  que  vivirán  sometidas  a  los  justos,  de  las  cuales  naciones 


Palestina.  Tuvo  “no  poca  influencia  sobre  el  Emperador  Constan¬ 
tino’’.  Suscribió  al  Concilio  de  Nicea,  pero  y  según  parece,  con  el 
objeto  de  agradar  al  emperador,  no  se  separó  de  los  Arríanos  ni  usó 
nunca  la  palabra  OMOXJSIOS,  El  Concilio  ecuménico  reprende  du¬ 
ramente  a  Eusebio;  “¿Quién  ignora...  que  Ensebio...  se  haya 
“  entregado  (a  interpretaciones  reprobables)  y  sus  opiniones  es- 
“  tén  con  las  de  aquellos  que  aceptan  la  impiedad  de  Arrio?  Si 
“  algunos  por  defenderlo  dijeran  que  Eusebio  ha  suscrito  al  Sínodo 
“  conestíamos  que  sea  así.  Pero  ha  honrado  la  verdad  sólo  con  los 
“  labios...  su  corazón  muy  lejos  está  de  ella.  Si  creyera  de  co- 
“  razón.  .  .  ciertamente  que  pediría  licencia  para  sus  escritos.  .  . 
“  y  daría  satisfacción  por  sus  epístolas.  Pero  nada  de  esto  ha 
“  hecho.  Ha  quedado  como  Etíope,  sin  mudar  la  piel’’. 

Su  gran  erudición  histórica  le  ha  valido  el  nombre  de  “Pa¬ 
dre  de  la  Historia  Eclesiástica”.  Fué  antimilenarista  y  recopiló 
todos  los  argumentos  en  contra  del  quiliaísmó,  en  forma  que  casi 
todos  los  testimonios  desfavorables  son  tomados  de  la  obra  de 
Eusebio . 

Es  conveniente  tener  en  cuenta  que  dudaba  de  la  autentici¬ 
dad  del  Apocalipsis  y  que  más  bien  se  inclinaba  a  negársela  por¬ 
que  también  recopiló  los  argumentos  en  contra. 

(12)  Algunos  críticos  piensan  que  Caio  pertenecía  a  los 
alogos,  o  sea  a  los  que  negaban  la  divinidad  del  Verbo.  Pero  sobre 
esto  no  hay  certidumbre. 

(13)  Apoc.  XX,  7. — Satanás  seducirá  a  las  gentes  que  es¬ 
tán  en  los  cuatro  ángulos  de  la  tierra .  . . 


52 


RELIGION  Y  CIENCIA 


estarían  compuestos  los  ejércitos  de  Gog  y  Magog.  No  da  comida 
ni  bebida  a  los  justos  resucitados .  * 

Sin  embargo,  no  todo  el  Egipto  estaba  a  favor  del  Milena- 
rismo,  ya  que  por  el  mismo  tiempo  en  que  el  libro  de  Nepos 
arrastraba  a  las  Iglesias  Arsinoíticas,  lo  atacaba  Orígenes  (185/6 — 
254/5)  jefe  de  la  escuela  alegórica  en  la  ciudad  de  Alejandría. 
Esta  es  la  segunda  persecución  de  los  quiliaístas  que  aparece  en 
la  historia.  Pero  Orígenes  de  Alejandría,  como  Caio  de  Roma,  se 
ocuparon  de  impugnar  el  Milenarismo  grosero.  No  se  encuentra 
en  este  autor  ninguna  palabra  que  se  refiera  al  otro  Milenarismo. 

No  así  S.  Dionisio,  Obispo  (ca  200  —  ca  265)  que  fué  dis¬ 
cípulo  de  Orígenes  en  Alejandría.  Atemorizado  por  el  progreso 
del  Milenarismo  que  el  libro  de  Nepos  había  causado  en  Egipto, 
y  además  porque  algunos  se  pusieran  muy  groseros  en  la  inter¬ 
pretación  de  algunos  puntos,  invitó  a  los  presbíteros  jefes  del  mi¬ 
lenarismo  a  una  controversia  pública  donde  el  principal  entre  ellos 
se  sometió  siendo  testigo  el  propio  S .  Dionisio,  restituyéndose 
así  la  concordia .  Después  escribió  S .  Dionisio  un  libro  comba¬ 
tiendo  la  obra  de  Nepos  (14) .  Lo  que  se  puede  probar  es  que 
Nepos  no  enseñó  el  Milenarismo  grosero;  de  donde  se  sigue  que 
si  S.  Dionisio  lo  combatió  no  fué  por  tratarse  de  un  Milenaris¬ 
mo  grosero  sino  porque  él  era  contrario  a  todo  Milenarismo.  Que 
si  ésto  es  así,  entonces  puede  decirse  que  el  primer  Padre  que 
rechazó  el  quiliaísmo  fué  S.  Dionisio.  A  pesar  de  todo,  ésta  es 
una  cuestión  obscura,  puesto  que  acerca  de  ella  tenemos  testi¬ 
monios  opuestos.  Del  mismo  S.  Dionisio  consta  que  la  controver¬ 
sia  sobre  el  Apocalipsis  fué  bastante  agria;  algunos  católicos  lle¬ 
naron  de  injurias  este  libro  y  se  lo  atribuían  a  Cerinto.  S.  Dio¬ 
nisio,  en  cambio,  creía  que  estaba  inspirado  por  Dios,  aunque  no 
creía  que  hubiera  sido  escrito  por  S.  Juan  Evangelista.  Final¬ 
mente,  del  testimonio  de  S.  Dionisio  se  puede  conjeturar  que  aun 
en  Alejandría,  sede  de  la  Escuela  alegórica,  no  había  pocos  mi- 
lenaristas . 

Si  nos  trasladamos  de  Egipto  a  Europa  central,  encontra¬ 
mos  en  Hungría  a  8.  Victorino,  Obispo  Petavionense  (siglo  III) 
que  según  el  testimonio  de  S.  Jerónimo,  defendía  el  Milenarismo; 
lo  cual  consta  de  un  fragmento  que  se  salvó  de  la  destrucción  de 
las  obras  de  S.  Victorino,  y  constaría  todavía  más  ampliamei>te 
si  la  “Scholia  iñ  Apocalypsim”  (15)  de  S.  Victorino  no  estuviera 
desfigurada  por  un  aritimilenarista  (con  probabilidad  S.  Jeróni¬ 
mo)  S.  Victorino  se  acercó  al  Milenarismo  de  Bernabé*-'  asignando 
seis  mil  años  de  duración  al  mundo  y  estableciendo  en  el  séptimo 
milenio  a  manera  de  sábado,  el  reinado  en  la  Tierra  de  Cristo 
con  sus  elegidos. 


(14)  Dionisio,  después  de  declarar  que  los  discípulos  de  Ne¬ 
pos  no  siguen  el  Evangelio  y  desprecian  las  Epístolas  y  causan 
la  defección  y  cisma  de  las  Iglesias  íntegras,  añade  en  otra  parte 
de  sus  escritos:  “Estoy  admirado  de  la  constancia  de  los  herma¬ 
nos,  de  su  ardientísimo  deseo  de  conocer  la  verdad,  y  de  su  do¬ 
cilidad  e  inteligencia”. 

“Ciertamente  los  hombres  que  son.  cismáticos  y  que  despre¬ 
cian  las  Escrituras  no  suelen  ser  tales  como  los  pinta  San  Dio¬ 
nisio  en  estas  últimas  palabras.” 

(15)  “Comentarios  sobre  el  Apocalipsis”. 


IGLESIA  PATRISTICA  Y  MILENARISMO  53 


Mientras  S.  Victorino  enseñaba  en  Hungría,  en  Grecia,  S. 
Metodio,  Obispo  de  Olimpo  (250-312)  pensador  fecundo  e  indepen¬ 
diente,  defendía  el  reino  de  mil  años,  que  él  llama  “día”  del  jui¬ 
cio  —  el  día  del  Señor  es  como  mil  años  —  y  una  vez  éste  ter¬ 
minado,  alcanzada  la  ciispide  de  la  glorificación  del  cuerpo,  como 
ya  lo  decía  Tertuliano,  “pasaremos  a  la  mansión  que  está  sobre 
el  cielo...  a  cosas  más  altas  y  mejores”.  No  habrá  viadores  du¬ 
rante  el  milenio,  la  conflagración  y  renovación  del  mundo  vendrá 
al  principio  del  reino.  Hay  razón,  como  se  ve,  para  afirmar  que 
S.  Hipólito  no  estaba  en  desacuerdo  con  San  Metodio. 

Entretanto,  en  la  Iglesia  Africana  —  probablemente  —  Co- 
modiano,  obispo  según  la  opinión  de  algunos,  (siglo  III)  explicaba 
en  versos  .bastante  mediocres  el  Milenarismo  puro  y  completo  to¬ 
mado  del  Apocalipsis.  Nada  falta  en  este  Milenarismo  y  es  mi¬ 
tigado  con  excepción  de  una  o  dos  expresiones  que  se  refieren  a 
la  ciudad  de  Jerusalén  y  a  la  fertilidad  de  la  tierra  y  que  apare¬ 
cen  sumamente  materialistas .  Hay  viadores  en  los  tiempos  del 
reino  y  engendran  hijos . 

Por  ,1o  tanto,  en  el  trascurso  del  tercer  siglo  de  la  Iglesia, 
se  encuentran  seis  escritores  milenaristas,  tres  antimilenaristas, 
de  los  cuales  dos  impugnan  el  milenarismo  grosero  y  uno  rechaza 
todo  el  milenarismo  (aun  cuando  no  se  puede  asegurar  este  caso 
con  certeza)  (16) . 

SIGLO  IV 

» 

Nuevamente  en  la  Iglesia  Africana  inicia  el  catálogo  de  los 
milenaristas  uno  de  los  principales  defensores  del  quiliaísmo:  el 
orador  Lactancio  (ca  260  —  siglo  IV)  quien  expone  en  forma 
extensa  y  completa  el  Milenarismo  Apocalíptico.  En  Lactancio  no 
falta  ninguno  de  los  puntos  principales  del  quiliaísmo;  cree  que 
durante  el  milenio  no  morirá  ninguno  de  los  viadores;  que  se  con¬ 
servarán  algunas  naciones  (como  opinaba  Nepos)  “para  que  triun¬ 
fen  sobre  ellas  los  justos  y  las  sometan  a  perpetua  servidumbre”, 
que  los  cuerpos  de  los  hombres  que  resucitarán  en  el  milenio,  re¬ 
cibirán  plena  y  completa  glorificación  al  fin  del  reino,  que  Sata¬ 
nás  será  libertado  poco  antes  del  fin .  Lactancio  no  concede  nada 
que  sea  grosero  a  los  justos  que  han  de  resucitar,  habla  muy  so¬ 
briamente  de  la  Jerusalén  celestial;  pero  la  descripción  de  la  fe¬ 
licidad  de  la  Tierra  no  parece  poco  paradisíaca.  Lactancio,  que 
pertenecía  a  la  Iglesia  Africana  en  la  cual  como  ha  podido  verse, 
el  Milenarismo  era  comúnmente  aceptado,  propuso  esta  cuestión 
como  cosa  cierta  y  que  se  contiene  en  forma  patente  en  las  Es¬ 
crituras.  El  mundo  durará  siete  milenios  incluyendo  el  reino. 

Después  de  Lactancio  y  seguramente  también  en  Africa, 
Quinto  Julio  Hilariano  (364)  presenta  el  Milenarismo  Apocalíp¬ 
tico  en  forma '  completa  ¡y  moderada .  ''La  descripción  paradisíaca 
de  la  tierra  que  .hace  Lactancio  no  aparece  reproducida  aquí;  la 
ciudad  de  Jerusalén  será  la  ciudad  de  los  bienaventurados  des¬ 
pués  del  juicio  universal;  habrá  viadores  en  el  reino  milenario  a 
quienes  no  seducirá  Satanás.  De  éstos,  sin  embargo,  se  trata  en 
forma  obscura .  Antes  del  advenimiento  de  Cristo  transcurrirán 
seis  mil  años. 


(16)  (Este  es  el  caso  de  S.  Dionisio). 


54 


RELIGION  Y  CIENCIA 


Por  ese  mismo  tiempo,  en  Italia  8.  Zenón,  Obispo  de  Verona 
(  _l  a  fines  del  siglo  IV)  “cultísimo  entre  ios  Padres  latinos”  es- 
taba  a  favor  del  Milenarismo;  eil  los  pocos  escritos  que  de  él  nos 
han  llegado,  enseña  que  habrá  un  reino  de  Cristo  después  de  su 
segundo  advenimiento  a  la  Tierra,  distinto  del  reino  de  los  cielos, 
y  que  se  prolongará  hasta  el  tiempo  de  la  resurrección  general  . 
También  declara  la  primera  y  la  segunda  resurrección. 

En  Italia,  sin  embargo,  no  todos  apoyaban  el  Milenarismo, 
un  contemporáneo  de  S.  Zenón,  8.  Filastro,  Obispo  de  Brescia 
(  _l  a  fines  del  siglo  IV)  coloca  a  los  “quilionetas”  entre  los  heré¬ 
ticos.  Llama  quilionetas  a  los  que  enseñaban  un  milenarismo  gro¬ 
sero  ,  Del  otro  Milenarismo  nada  escribió  S .  Filastro,  pero  proba¬ 
blemente  no  era  milenaxista,  ya  que  no  contaba  al  Apocalipsis 
entre  los  libros  inspirados.  Hasta  aquí,  como  hemos  visto,  casi 
todos  los  autores  que  no  aceptan  el  Milenarismo  rechazan  el  Apo¬ 
calipsis  o  S.  Juan  Evangelista. 

En  este  tiempo  la  herejía  de  Apolinario  (17)  hizo  progresos  es¬ 
parciendo  muchos  errores,  entre  los  cuales  se  contaba  el  milena¬ 
rismo  grosero  y  judaico,  por  esta  razón  aparecen  gran  cantidad 
de  testimonios  de  los  Padres  contra  los  errores  de  Apolinario  y 
su  torpe  Milenarismo.  De  este  modo,  S.  Basilio  Magno  (ca  330- 
379),  8.  Gregorio  Nacianzeno  (ca  329-389/90)  y  poco  después  S. 
Epifanio  (ca  315-403)  combatieron  los  errores  de  Apolinario  y  en¬ 
tre  ellos  el  Milenarismo  grosero.  Sobre  el  otro  Milenarismo  callan, 
excepción  hecha  de  S .  Epifanio,  quien  admite  con  S .  Metodio, 
cuyas  palabras  transcribe,  un  reino  de  los  justos  en  la  Tierra 
después  del  juicio  y  conflagración  “presidiendo  y  moderando  Cristo 
todas  las  cosas”,  entretanto  los  ángeles  estarán  en  el  cielo;  los 
justos  resucitados  durante  el  reino  tomarán  “un  alimento  y  bebida 
exquisitos”;  en  cuanto  a  que  el  fin  de  este  reino  coincida  con  la 
transmigración  de  los  justos  al  cielo,  nada  afirma  S.  Epifanio; 
pero  probablemente  en  ésto  como  en  lo  demás,  S.  Epifanio  seguía 
la  opinión  de  S.  Metodio,  según  el  cual,  después  de  los  mil  años, 
los  justos  pasarán  del  reino  terrestre  aj  reino  celestial .  También 
por  Epifanio  consta  que  en  su  tiempo  y  por  lo  menos  en  Chipre 
donde  él  era  Obispo,  había  “algunos”  que  rechazaban  el  Apoca¬ 
lipsis,  “muchos”  lo  interpretaban  en  forma  alegórica,  y  en  conse- 
queneia,  muchos  lo  interpretaban  literalmente,  o  sea,  profesaban 
el  Milenarismo  Apocalíptico. 

Mientras  S .  Epifanio  escribía  estas  cosas  en  Chipre,  en  Ita¬ 
lia  8,  Ambrosio  (ca  333-397)  el  doctor  máximo  (18),  establecía 
la  doble  resurrección,  esto  es,  la  primera  y  la  segunda,  y  entre 
las  dos  colocaba  “los  tiempos”  o  sea  un  tiempo  largo.  La  primera 
resurrección  será,  la  de  los  justos,  los  cuales  resucitarán  para  con¬ 
sejo  y  no  para  juicio  (19),  pues  no  serán  juzgados;  la  segunda 
será,  la  de  los  impíos  que  no  resucitaron  con  la  asamblea  de  los 
justos,  y  que  resucitarán  para  juicio.  De  este  y  de  los  demás 
indicios  aparece  que  S.  Ambrosio  defendía  el  Milenarismo. 

Poco  después  de  S.  Ambrosio,  Sulpieio-Severo  (ca  363-420/5) 


(17)  Apolinario,  Obispo  de  Laodicea  (ca  362-390)  negó  la 
integridad  de  la  naturaleza  humana  de  Cristo. 

(18)  S.  Ambrosio  es  uno  de  los  “cuatro  doctores  máximos”. 

(19)  “Por  tanto  no  prevalecerán  los  impíos  en  el  juicio;  ni 
los  pecadores  en  la  asamblea  de  los  justos”.  (Salmo  I,„5). 


IGLESIA  PATRISTICA  \  MILENARISMO 


55 


monje  de  Aquitania,  defendía  el  Milenarismo  en  Francia.  No  sa¬ 
bemos  en  forma  directa  cómo  era  su  Milenarismo  porque  todos 
los  lugares  quiliásticos  de  sus  obras  han  sido  suprimidos  (20). 

De  éste  es  contemporáneo  El  Ambrosias! a  (370)  o  “Comen¬ 
tarios  a  las  13  Epístolas  de  S.  Pablo”  de  autor  desconocido  y  que 
en  otro  tiempo  se  atribuyó  a  S.  Ambrosio.  Sostiene  el  Milena¬ 
rismo  Apocalíptico.  Opina  que  Gog  y  Magog  son  demonios  por¬ 
que  hombres .  mortales  (“naciones  que  están  en  los  cuatro  ángulos 
de  la  Tierra”)  no  podrían  luchar  contra  los  ejércitos  de  los  san¬ 
tos  resucitados. 

En  el  siglo  IV,  por  lo  tanto,  habiéndose  levantado  nuevas 
herejías  que  propagaban  los  errores  de  un  milenarismo  grosero 
y  judaico,  los  Padres  se  alzaron  en  mayor  número  que  en  el  siglo 
precedente,  para  combatir  este  Milenarismo  grosero.  Se  cuentan 
cuatro  Padres  que  impugnan  el  quiliaísmo  herético;  y  hay  siete 
que  adhieren  al  Milenarismo  católico,  entre  los  cuales  uno  solo  se 
cuenta  en  forma  probable  (21)  . 

SIGLO  V 

En  el  siglo  V  después  de  violentas  y  repetidas  sátiras  de  S. 
Jerónimo  contra  el  Milenarismo,  los  milenaristas  callan,  porque  la 
gran  autoridad  de  S.  Jerónimo  y  de  S.  Agustín,  impuso  silencio 
a  los  quiliastas;  sin  embargo,  el  fuego  ardía  bajo  las  cenizas,  se¬ 
gún  el  mismo  S.  Jerónimo  atestigua  diciendo  que  había  una  “mul¬ 
titud  muy  grande”  de  católicos  que  aceptaban  el  Milenarismo. 

Con  el  siglo  V  empiezan  las  más  considerables  persecucio¬ 
nes  del  Milenarismo  hechas  por  S,  Jerónimo  (ca  332-419),  y  que 
fácilmente  le  confieren  la  palma  de  príncipe  de  los  antimilenaris- 
tas.  Muy  frecuentemente  se  burla  del  Milenarismo.  Pero  el  qui¬ 
liaísmo  que  él  ataca  es  el  grosero  y  judaico.  Sin  embargo  hay 
algo  que  decir  sobre  estas  invectivas  de  Jerónimo  y  es  que  él 
tenía  el  convencimiento  —  ciertamente  muy  excusable  —  de  que 
los  Padres,  tanto  los  antiguos  como  los  modernos,  y  los  católicos 
milenaristas  profesaban  el  Milenarismo  grosero;  para  S.  Jeró¬ 
nimo  sólo  existía  un  Milenarismo  en  el  mundo,  a  saber,  el  gro¬ 
sero  que  era  común  a  católicos  y  herejes,  Pero,  si  bien  el  santo 
Doctor  atacó  durísimamente  el  quiliaísmo,  confiesa  expresamente 
que  él  no  se  atrevería  a  condenarlo  a  causa  de  la  reverencia  que 
le  inspiran  los  Padres  y  los  mártires.  Estas  palabras  manifiestan 
con  claridad  el  respeto  de  S.  Jerónimo  por  los  doctores  católicos. 
Sin  embargo,  dió  una  solución  falsa  a  la  cuestión,  engañado  por 
un  error  histórico  (22) . 

Se  puede  adivinar  el  efecto  de  las  palabras  de  S.  Jerónimo 


(20)  S.  Jerónimo  cita  el  “Diálogo  Galo”  de  Sulpicio  Severo 
entre  las  obras  Milenaristas  de  su  tiempo.  Pero  en  este  Diálogo 
o  “Collativ”  se  encuentra  que  han  sido  suprimidas  las  partes  que 
tratan  sobre  diversos  puntos  del  Milenarismo;  esto  ha  sido  obra 
seguramente  de  algún  adversario  del  quiliaísmo,  y  no  es  un  caso 
único  en  la  literatura  milenarista.  Sucedió  lo  mismo  con  los  cinco 
capítulos  que  le  dedica  S.  Ireneo;  más  aún  los  “Comentarios” 
sobre  el  Apocalipsis  de  S.  Victorino  que  son  milenaristas,  fueron 
transformados  en  antimilenaristas . 

(21)  Sulpicio  Severo. 

(22)  “Produce  admiración  que  S.  Jerónimo  no  se  atreviera 


56 


RELIGION  Y  CIENCIA 


en  S.  Agustín  (354-430) .  Este  habría  abrazado  el  Milenarismo 
que  por  io  que  se  ha  visto  era,  comúnmente  aceptado  en  la  Iglesia 
Africana;  pero  en  el  Libro  XX  sobre  la  Ciudad,  que  S.  Agustín 
escribió  después  de  publicar  S.  Jerónimo  sus  principales  y  ma¬ 
yores  Comentarios  antimilenaristas,  se  alejó  del  Milenarismo . 
Consta  por  otra  parte,  cuánta  confianza  tenía  S.  Agustín  en  la 
interpretación  que  S.  Jerónimo  hacía  de  las  Escrituras  (23). 

El  Milenarismo  que  enseñaba  S.  Agustín  en  un  principio  se 
acerca  al  de  S.  Metodio;  el  reino  milenario  —  séptimo  milenio 
del  mundo  —  empieza  después  del  juicio  universal;  en  él  no  hay 
viadores,  y  una  vez  terminado,  los  justos  subirán  al  cielo.  Ha¬ 
biendo  cambiado  después  su  juicio,  y  como  conociera  mejor  que 
*8.  Jerónimo  la  historia  del  quiliaísmo,  resolvió  la  cuestión  rec¬ 
tamente  por  medio  de  un  doble  Milenarismo:  el  espiritual  y  el 
grosero;  condena  abiertamente  el  quiliaísmo  grosero,  en  cuanto  al 
espiritual  afirma  que  es  “tolerable”. 

Contemporáneo  de  S.  Agustín  es  Juan  Casiano  (ca  360  — 
ca  435)  en  Francia,  quien  tratando  al  pasar  esta  cuestión,  con¬ 
denó  con  duras  palabras  el  Milenarismo  grosero. 

En  aquel  tiempo  florecían  en  Egipto  los  errores  de  Apoli- 
nario;  por  esta  razón  S.  Cirilo,  de  Alejandría  (_|_  444)  los  combate 
y  entre  ellos  combate  aquellos  que  se  refieren  al  quiliaísmo  gro¬ 
sero;  él  piensa,  no  obstante,  que  después  de  la  resurrección,  el 
juicio  y  1a,  conflagración  del  mundo,  Cristo  ha  de  reinar  con  sus 
santos  en  la  Tierra  y  entonces  se  cumplirán  aquellas  espléndidas 
promesas  de  Isaías  y  otros  profetas  sobre  el  imperio  del  Mesías. 
En  cuanto  a  si  después  subirán  los  santos  al  cielo,  o  si  se  que¬ 
darán  siempre  en  la  tierra,  nada  claro  hay  en  S.  Cirilo;  puede 
decirse  sí,  que  se  inclina  a  esto  último. 

Poco  después  de  S.  Cirilo,  Teodoreto,  Obispo  Cirense  (ca 
336  —  ca  458)  combate  el  Milenarismo  grosero  de  los  herejes,  que 
atribuye  por  error  a  Nepos,  engañado  por  los  escritos  de  Eusebio 
y  Jerónimo.  Finalmente,  Genadio,  sacerdote  de  Marsella  (V)  hizo 
una  descripción  del  Milenarismo  de  los  principales  Padres  que, 
salvo  uno  o  dos  errores,  está  muy  exacta.  Sostiene  que  él  no 
adhiere  a  ningún  género  de  Milenarismo  y,  de  ninguna  manera 
condena  tampoco  a  los  Padres  antiguos.” 

He  aquí,  en  palabras  textuales  de  Alcañiz,  el  resumen  que  en 
el  capítulo  VI  de.  su  obra  hace  de  sus  averiguaciones  históricas 
y  cuyos  resultados  difieren  bastante  de  lo  hasta  ahora  sostenido 
por  algunos  autores.  Al  término  de  su  libro,  el  ilustre  investiga¬ 
dor  jesuíta  elabora  un  cuadro  sintético  que  asimismo  reproducimos 
a  continuación. 

Jaime  Eyzagmrre. 


a  “condenar”  este  milenarismo  carnal  y  judaico  que  admitía  ma¬ 
trimonio,  voracidad  del  vientre,  circuncisión  y  otras  cosas  que  él 
atribuye  a  creencia  de  milenaristas  católicos;  ¿cómo  no  ve  que 
son  cosas  intolerables  para  oídos  cristianos?” 

En  el  curso  de  esta  exposición  histórica  se  ha  probado  pre¬ 
cisamente  que  sólo  los  herejes  abrazaron  el  Milenarismo  carnal 
y  grosero.  Habría  que  copiar  entero  un  largo  capítulo  de  esta 
misma  obra  en-  que  se  trata  de  explicar  la  actitud  de  S.  Jerónimo. 

(23)  Antes  de  la  “Ciudad”  de  S.  Agustín  se  habían  pu¬ 
blicado  los  Comentarios  de  S.  Jerónimo  sobre  los  Profetas  en  que 
ataca  durísimamente  el  quiliaísmo. 


el  Milenarismo  I  |  Rechazan  el  Milenarismo 


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58 


RELIGION  Y  CIENCIA 


“NUESTRO  HERMANO",  por  Carmen  Valle.  Editorial 
San  Francisco,  Padre  Las  Casas,  1939. 

En  esta  época  de  inquietudes  y  dolores  sin  medida,  vuélvense 
los  ojos  a  la  Figura  que  resiste  la  corrupción  del  tiempo,  que  es 
palabra  de  salud  y  alimento  de  eternidad.  Como  nunca  se  multipli¬ 
can  ahora  las  Vidas  de  Cristo,  se  analizan  sus  actitudes  y  se  re¬ 
claman  con  vehemencia  sus  fuerzas.  Ya  son  los  teólogos,  ya  los 
historiadores,  ya  los  literatos  los  que  se  detienen  a  rendir  su  ad¬ 
mirada  ofrenda  y  a  expresar  su  gemido  de  anhelo.  Ya  es  sólo  el 
amor,  límpido  de  intelectualismos,  el  que  arranca  a  la  pluma  la 
continuada  súplica  de  esperanza.  Es  este  el  caso  de  Carmen 
Valle  en  su  bellísima  obra:  “Nuestro  Hermano”.  ¡Qué  riquísimo 
manojo  de  artista,  qué  olorosa  plegaria,  qué  diáfana  confianza  en 
el  Dulce  Medianero  que  vino  a  guardar  el  fuego  del  cielo  en  los 
débiles  cofres  de  la  carne!  Suave  himno,  palabra  sincera  que  bro¬ 
ta  por  impulsos  secretos  y  que  corre  en  fuentes  a  esos  golfos  abier¬ 
tos  sin  medida.  Carmen  Valle  no  buscó  destinar  sus  condiciones 
portentosas  de  estilista  a  cantar  los  pobres  vuelos  del  hombre,  a 
coger  la  música  de  la  naturaleza  y  arrancar  al  árbol  y  a  la  flor 
y  al  nido  su  ritmo.  Nada  de  eso  quiso  hacer.  Lo  dejó  todo  para  en¬ 
tregarse  al  que  es  Principio  y  Fin  de  las  cosas.  Con  el  salmista, 
proclama  ella  en  la  primera  página  de  su  libro:  “Dedico  yo  mi  obra 
al  Rey”.  Pero  al  captar  el  Todo,  vino  ella  a  coger  la  parte.  Cristo 
lo  llena  todo;  por  El  y  para  El  fueron  creadas  todas  las  cosas.  Y 
al  buscar  Carmen  Valle  el  reino  de  Dios  y  su  justicia,  percibió  és¬ 
te  y  su  añadidura,  supo  interpretar  la,  ternura  del  Rey  y  la  belle¬ 
za  que  El  logra  reflejar  en  sus  súbditos,  en  las  obras  de  sus  manos. 

Y  entonces,  de  manera  insensible  para  ella,  fué  saliendo  de  su  plu¬ 
ma  el  cántico  de  las  criaturas,  la  ofrenda  azul  y  plata  de  los  as¬ 
tros,  la  sinfonía  del  -mar  sin  riberas,  de  la  flor  perfumada  y  del 
pajarillo  multicolor.  Hay  ecos  de  San  Francisco  en  estas  páginas, 
que  no  huyen  de  la  naturaleza,  que  saben  encontrar  el  dedo  de 
Dios  en  cada  partícula  de  lo  creado.  , 

Y  esta  dependencia  de  todo  el  orbe  respecto  de  Cristo  se  le 
presenta  a  Carmen  Valle  como  una  plegaria  de  adviento,  como  un 
grito  de  esperanza  por  el  retorno  presto  del  Amado  esposo,  del 
Rey  que  ha  de  venir  en  persona  a  tomar  posesión  de  la  heredad. 
Porque  —  son  sus  palabras  —  “para  ser  Rey  nació  Jesús;  lo  dijo 
,su  boca  que  es  la  puerta  de  toda  Verdad.  Y  será  Rey.  No  lo  pon¬ 
ga  en  duda  el  mundo  desgraciado.  Será  Rey  verdadero,  no  escon¬ 
dido  en  el  pecho  de  los  cristianos,  ni  en  la  hostia  del  sacrificio . 
Será  un  Rey  dominador,  manso  justo  y  magnífico”.  ¡Qué  fuente 
de  dulce  consuelo  comunica  al  lector  este  pensamiento  de  Carmen 
Valle,  tan  ajustado  a  la  liturgia  de  la  Iglesia  y  tan  hermanado 
al  de  las  almas  de  los  primeros  cristianos  que  en  su  carrera  al 
encuentro  del  Señor  acogían  con  gozo  el  martirio!  ¡Qué  dinamis¬ 
mo  tan  extraordinario  es  capaz  de  producir  la  conciencia  de  es¬ 
te  retorno  de  Jesús!  Dinamismo  que  quiebra  todos  los  cálculos 
humanos,  que  se  funda  en  el  ilimitado  poder  de  la  caridad  y  de  la 
Gracia,  y  que  buscá  de  anticipar  el  reino  de  Dios  con  una  ac¬ 
tividad  sin  medida  en  beneficio  de  los  pobres  y  oprimidos,  la  por¬ 
ción  dilecta  del  Señor. 

La  obra  de  Carmen  Valle  es  una  confirmación  admirable 

de  lo  que  puede  dictar  el  Espíritu  Santo  a  las  almas  sencillas  que 


LOS  LIBROS 


59 


se  entregan  con  confianza  y  fe  a  beber  la  Santa  Escritura.  Todos 
están  llamados  a  hartarse  de  este  caudal  y  a  recibir  allí  lo  que 
necesitan:  “Cada  mente  de  teólogo  —  dice  la  autora  — ,  de  sabio, 
de  poeta  y  el  balbuceo  aun  de  una  ignorante  mujer  pueden  coger, 
para  transmitirlo  a  sus  hermanos,  un  haz  infinitamente  pequeño 
de  los  matices  de  ese  divino  sol’’.  Sí,  todos,  porque  el  Evangelio 
es  un  llamado  universal  a  las  almas,  una  donación  sin  límite.  Y 
para  dar  cabida  a  este  don.  hay  que  presentarse  vacío.  No  es  la 
mayor  ciencia  humana  lo  que  vendrá  a  proporcionar  luz,  sino  la 
mayor  fe,  la  mayor  humildad,  el  mayor  amor.  El  caso  de  Santa 
Teresita  del  Niño  Jesús  es  bien  decidor  al  respecto.  El  Evangelio 
es  el  don  (je  Dios  a  los  pobres.  Los  que  se  despojan  de  todo,  lo  re¬ 
ciben;  los  ricos,  en  cambio,  son  devueltos  sin  nada. 

La  autora,  vitalmente  adherida  al  pensamiento  de  Roma,  ha' 
comprendido  en  toda  su  intensidad  la  importancia  del  llamado  de 
Benedicto  XV  a  la  lectura  de  la  Biblia.  Ella  que  posee  una  vasta 
cultura  no  ha  titubeado  en  colocar  por  sobre  los  libros,  aun  más 
dignos  y  afamados,  al  único  de  total  inspiración  de  Dios.  Y  al 
componer  su  maravilloso  trabajo,  no  tuvo  otra  mira  que  “incitar 
a  más  de  uno  a  beber  en  la  fuente  de  las  Sagradas  Escrituras,  cu¬ 
yas  incomparables  citas  forman  el  grueso  y  el  valor  del  volu¬ 
men’’.  Ese  concepto  de  que  la  Escritura  es  bebida  y  alimento  del 
alma,  que  Carmen  Vane  señalo,  no  es,  como  podría  temerse  por 
algunos,  una  exageración  de  raíz  protestante.  Por  el  contrario,  se 
aviene  con  el  pensamiento  de  San  Jerónimo  de  que  :  “Cultivemos 
nuestra  inteligencia  mediante  la  lectura  de  los  Libros  Santos;  que 
nuestra  alma  encuentre  allí  su  alimento  de  cada  día’’  (In.  Tit. 
3,  9)  ;  y  con  lo  que  Benedicto  XV  subraya  en  la  Encíclica  “Spiri- 
tus  Paraclitus”:  “Lo  que  se  ha  de  buscar  ante  todo  en  la  Escritura 
es  el  alimento  que  sustentará  nuestra  vida  espiritual,  y  la  hará 
adelantar  en  la  vía  de  la  perfección.  Con  este  fin  San  Jerónimo  se 
acostumbró  a  meditar  día  y  noche  la  ley  del  Señor  y  a  alimen¬ 
tarse  en  las  Sagradas  Escrituras  del  pan  descendido  de]  cielo  y 
del  maná  celestial  que  encierra  en  sí  todas  las  delicias”. 

No  es,  pues,  el  celo  hiperbólico  de  mentes  obsesionadas,  ni 
el  peligroso  contagio  de  doctrinas  protestantes,  el  que  lleva  a 
Carmen  Valle  a  amar  las  Escrituras  como  agua  de  vida,  cómo  ali¬ 
mento  del  alma,  sino  que  el  obedecimiento  a  un  impulso  de  pura 
estirpe  católico-romana.  Es  la  autoridad  de  la  Iglesia,  la  palabra 
misma  del  Papa,  quien  señala  la  Biblia  como  “la  vía  ordinaria  qye 
lleva  al  conocimiento  y  al  amor  de  Nuestro  Señor”;  quien  hace  su¬ 
yo  el  fuerte  anatema  de  San  Jerónimo  de  que  “Ignorar  las  Escri¬ 
turas  es  ignorar  a  Cristo”;  y  quien  declara  de  que:  “Jamás  cesa¬ 
remos  de  exhortar  a  todos  los*  cristianos  a  que  hagan  su  lectura 
cotidiana  de  la  Biblia”.  El  que  mire,  pues,  con  reticencias  la  lectura 
del  Libro  Santo,  rehúsa  el  don  del  Espíritu  divino,  injuria  a  la 
Iglesia  que  ha  construido  con  ese  material  toda  su  liturgia  y  el 
fundamento  íntegro  de  su  oración  oficial,  y  al  rebelarse  contra 
las  órdenes  del  Papa  se  transforma  en  un  auténtico  protestante. 

Por  su  amor  sin  medida  a  la  palabra  de  Dios  y  por  su  adhe¬ 
sión  sin  límite  a  la  voz  de  orden  de  la  Iglesia,  la  obra  de  Carmen 
Valle  merece  toda  la  gratitud  de  los  cristianos  y  un  lugar  de  honor 
entre  las  producciones  religiosas  nacionales. 


Jaime  Eyzaguirre 


H  ISTOIRE  DE  L  ‘  A  R  T 


DEPUIS  LES  PREMIERS  TEMPS  CHRETIENS 
JUSQU’A  NOS  JOURS 

Obra  publicada  bajo  la  dirección  de  ANDRE  MICHEL, 
completa  en  18  volúmenes.  Cada  volumen  con  numerosos 
grabados,  heliograbados  fuera  del  texto,  en  rústica  o 

empastado. 

TOMO  I  — Des  débuts  de  l’Art 
chrétien  a  la  fin  de  la  période 
romane*  2  Volúmenes. 

TOMO  II. — Formation,  Expantion 
et  Evolution  de  I’Art  gothique. 

2  Volúmenes. 

TOMO  III. — Le  realisme.  Les  dé¬ 
buts  de  la  Renaissance.  2  Vol. 
TOMO  IV. — La  Renaissance. 

2  Volúmenes. 

TOMO  V. — La  Renaissance  en  Al- 
lemagne  et  dans  les  pays  du 
Nord.  Formation  de  l’Art  classi- 
que  moderne.  2  Volúmenes. 
TOMO  VI. — L’Art  en  Europe  au 

XVII  siecle.  2  Volúmenes. 
TOMO  VII. — L’Art  en  Europe  au 

XVIII  siecle.  2  Volúmenes. 
TOMO  VIII. — L’Art  en  Europe  et 

en  Amérique  au  XIX  siécle  et 
au  debut  du  XX.  4  Volúmenes. 

Librería  Erciila 

AGUSTINAS  1639 


“EL  CHILENO” 


DIARIO  POPULAR  INDEPENDIENTE 

/  v  •  • 

Base  kleológico-social:  las  normas  pontificias. 
Independiente  de  todo  partido  político. 

Fiscal ista.  —  Noticioso.  — ■  Servicio  completo  extranjero. 


OFICINAS:  ROSAS  1281 


I 


♦ 


*  .  Y  /  * 

L  E  T  RAS  Y  ARTE 


'  ? 

“SUR”,  por  Ricardo  Astaburuaga  Echenique. 

“El  árbol  y  la  nube  sureños:  quizá  eso  es  el  sur.  La  eterna 
dualidad  entre  el  movimiento  y  lo  estático...” 


“AUSENCIA”.  —  “ENCUENTRO  EN  EL  TIEMPO”.  —  “VOZ 
^IN  ESPERANZA”,  poemas  de  José  Luis  Cerda. 

MOMENTOS  DE  ARTE: 

Arte  Español. 

Pinturas  de  Augusto  Izquierdo. 

CRISTAL  DE  LIBRERÍA: 

“La  Infancia*,  por  Luis  Ovarzún. 


* 


i 


SUR 


A  menudo  atraviesa  un  tren  quebrando  y  deshaciendo  todo 
aquello  de  correlativo  que  existe  entre  un  ambiente  y  otro;  a  me¬ 
nudo  se  oye  el  roncar  de  una  sierra  haciendo  caer  algún  poderoso 
árbol  que  esconde  en  sí  las  estupendas  tragedias  araucanas;  al  pa¬ 
so  del  tren  vemos  a  menudo,  aquellos  clamorosos  árboles  retorci¬ 
dos  por  un  luego,  como  gigantescas  manos  pidiendo  un  desconocido 
auxilio . 

Entre  el  tren,  la  sierra  y  el  árbol  quemado  se  desarrolla  todo 
aquello  de  material  e  intransigente  que,  en  el  viajero  común,  cons¬ 
tituye  la  primera  sensación  al  cruzar  inocentemente  aquella  faja 
de  tierra  y  árboles.  .. 

Si  pudiéramos,  materialmente,  separar  al  observar  un  paisa¬ 
je,  las  diferentes  impresiones  que  se  perciben,  impresiones  múlti¬ 
ples  y  desligadas  como  si  llegaran,  a  nuestro  cerebro  por  diferentes 
vehículos,  dejaríamos  completamente  da  lado  todo  aquello  del  tren, 
ia  sierra  y  el  árbol  quemado;  colocaríamos  en  su  verdadero  y  pre¬ 
ciso  sitio,  con  su  ancianidad,  su  altura  invisible,  sus  raíces  exten¬ 
didas,  con  todo  su  ramaje,  a  todos  los  árboles  que  constituyeron 
el  sur  de  los  españoles  y  de  las  luchas .  Entonces  tendríamos  com¬ 
pletamente  realizada  aquella  imperceptible  correlación  entre  un 
ambiente  y  otro  que  el  tren,  la  sierra  y  el  árbol  quemado  quebran¬ 
taban  . 

El  viajero,  al  internarse  en  un  bosque  horas  y  horas  bajo  los 
árboles,  todos  verdes,  todos  húmedos  y  vegetales,  adquiere,  poco 
a  poco,  la  melancólica  sensación  que  aquello  está  en  realidad  col¬ 
gado  desde  el  cielo  como  un  gigantesco  jardín  de  Babilonia.  In¬ 
finito  número  de  lazos  unen  un  punto  invisible  con  la  tierra.  Es 
un  enorme  pájaro  verde  que  ya  va  a  volar  pero  que  equellos  hilos 
anulan  su  deseo  y  lo  retienen  perennemente  con  sus  suaves  coli¬ 
nas  como  dorsos  de  pequeños  y  lanudos  corderitos  uno  junto  al 
otro  formando  un  rebaño  inmenso  y  verde.  Es  un  estiramiento 
ondulante  y  eterno  hacia  lo  alto,  como  una  fuga  sin  fin.  O  un 
caer  flexible  y  rápido  derramado  en  una  fina  lluvia  por  cada  ár¬ 
bol.  Más  bien  es  una  comunión  viva  y  positiva  que  el  viajero  sien¬ 
te,  entre  la  tierra  y  Dios .  Aquello  misterioso  del  árbol  cuyo  fin  no 
3e  conoce .  Aquello  misterioso  del  cobijo  obscuro  y  frondoso,  sin 
horizonte.  El  viajero  desea,  en  su  panteísmo,  adorar  al  medio  de 
unión  entre  el  misterio  y  su  propia  alma.  Es  una  sensación  mís¬ 
tica.  Una  sensación*  repleta  de  dulzura  y  temor. 

El  árbol  sureño,  exquisita  máquina  elaboradora  de  toda  cla- 
ae  de  parasitarias  piantitas,  hiedra  y  heléchos  que  poco  a  poco  van 
minando  su  vida  y  salud,  quedando  un  tronco  viejo  y  mohoso  cu¬ 
bierto  de  hojas  y  verdura.  La  tragedia  de  aquel  que  elabora  y  crea 
es  destruido  y  minado  por  la  creación  o  el  producto.  El  árbol  su¬ 
reño,  con  su  extraordinaria  y  sucesiva  creación  de  nuevos  parási¬ 
tos,  al  levantar  su  corteza  nos  da  aquel  halo  caliente  y  vegetal 
producto  de  función,  aquel  halo  que  se  nos  introduce  en  nuestra 
nariz  hasta  hacernos  estornudar.  Nos  hace  presentir  la  invisible 
elaboración  de  nuevas  células  reproductoras,  el  violento  movimien¬ 
to  de  la  savia  haciendo  revivir  los  últimos  rincones  internos  de  su 


SUR 


63 


cuerpo  vegetal;  pareciera  que  sintiéramos  el  movimiento  de  ínfi¬ 
mos  músculos  haciendo  subir  la  sangre  que  se  desparrama .  Todo 
su  movimiento  sereno  y  acompasado;  en  general,  ese  ambiente 
generoso  y  selvático,  nos  produce,  sin  embargo,  una  tranquila  im¬ 
presión  de  algo  majestuoso,  tradicional,  que  siempre  está  a  punto 
de  morir,  como  si  nos  sentáramos  en  el  trono  de  algún  famoso  y 
aguerrido  rey.  No  sé  si  os  habéis  fijado  en  la  inmovilidad  de  un 
automóvil  a  cien  kilómetros.  Así  el  árbol  como  el  sur  entero.  Una 
selva  africana  con  el  exterior  de  un  buey  rumiando. 

¡Ah!  la  nube  sureña.  Femenina:  maternal,  abraza  la  tierra 
toda  y  los  flancos  de  las  montañas.  Un  abrazo  caliente,  puramen¬ 
te  rosado,  que  aprieta  cada  colina  exprimiéndole  sus  jugos  y  ocul¬ 
tándola  ante  el  pavor  del  espacio.  Masculina:  toda  como  un  cen¬ 
tauro,  grande  como  la  atmósfera,  del  cual  sólo  vemos  el  vientre. 
No  es  sucia  ni  desengañada  de  su  profesión,  como  la  de  la  ciudad. 
No  es  coqueta  y  móvil  como  la  de  los  campos  Es  profunda  y  tra¬ 
dicional  como  lo  que  encierra. 

Sin  embargo,  sentimos  aquel  humano  achatamiento,  por  decir¬ 
lo  así,  que  en  todos  ejerce  la  nube  haciéndonos  entrar  en  nuestras 
casas  cuando  se  acerca  o  mirar  tristemente  los  arreboles  rojos  y 
moribundos  cuando  se  va.  Tiene  aquella  crueldad  del  ser  amado. 

El  árbol  y  la  nube  sureños:  quizás  eso  es  el  sur.  La  eterna 
dualidad  entre  el  movimiento  y  lo  estático .  Dualidad  compleja  e 
indefinible:  lo  estático  movible  y  el  movimiento  suave  y  casi  im¬ 
perceptible  .  El  árbol  y  la  nube  se  asemejan .  La  lucha  entre  el 
rápido  crecimiento  de  una  semilla  para  ver  en  pocas  horas  el  ta¬ 
llo  y  el  fruto;  y  la  lenta  evolución  majestuosa  y  milenaria  de  lo  ro¬ 
ñoso  del  árbol  y  la  morbosidad  de  la  nube.  A  veces  pensamos,  y 
el  viajero  seguramente  lo  siente,  que  lo  humano  en  el  Sur  es  la 
lucha  entre  la  lluvia  y  el  sol.  , 

M 

LLUVIA 

Un  sendero  angosto  y  zigzagueante  por  dulces  colinas  que  se 
pierden  en  los  árboles  que  siguen  sus  curvas.  Algunos  troncos  en 
el  suelo  lo  atraviesan,  húmedos  que  al  tocarlos  exprimen  delicio¬ 
sas  gotitas  de  albo  rocío.  Silencioso  y  abrumador  el  sendero  se 
cansa  entre  subidas  y  bajadas,  algunas  vertiginosas  que  terminan 
en  una  sonora  cascada  donde  se  limpia  y  se  lava  para  emprender¬ 
las  hacia  otra.  Alguna  vaquilla  semi-salvaje  acaricia  los  mohosos 
troncos  como  si  pensara  en  el  pasto;  algún  rayo  de  sol  se  cuela 
por  las  hojas  depositando  en  el  suelo  millones  de  briznas  de  luz  y 
humedad.  Se  sube  a  un  montículo  y  siente  el  grave  soñar  del  lago 
recostado  en  el  lago;  se  pierde  y  reaparece  tranquilamente  a  qui¬ 
nientos  metros  sobre  otro  lago  idéntico  al  primero  creyendo  que 
es  el  mismo  y  jugando  inocentemente  a  la  escondida.  Un  breve  pa¬ 
jarito  rompe  el  cielo  y  vuela  hacia  el  norte  o  una  cuncuna  lo  atra¬ 
viesa  proporcionándole  un  suave  cosquilleo.  De  vez  en  cuando  se 
ensancha  hasta  producir  una  chata  casita  con  un  gallinero,  y  nue¬ 
vamente  se  angosta  por  entre  los  árboles  y  troncos  caídos .  El 
viajero  siente  instintivamente  el  deseo  de  reir. 

Es  un  paisaje  bello  y  risueño  como  si  los  lagos  se  elevaran 
por  sobre  todo  y  se  unieran  en  una  conversación  finísima  y  extra7 
humana.  El  sendero  se  obscurece  con  la  noche  y  es  tan  límpido  y 


64 


LETRAS  Y  ARTE 


suave  que  en  él  se  reflejan  las  estrellas  y  es  tan  límpido  y  suave 
el  lago  que  también  en  él  las  estrellas  se  reflejan  sin  titilar. 

Una  gota  gruesa  y  salobre  atraviesa  el  espacio  depositándose 
en  una  hoja  que  la  recibe  con  un  estremecimiento.  Luego  otra  co¬ 
mo  una  lágrima  de  Venus  y  otra  y  otra  y  otra.  Se  desparrama  por 
el  bosque  la  lluvia  abrazadora.  Cada  gota  se  alarga  hasta  cons¬ 
tituir  un  fino  hilo  de  cielo  a  tierra.  Y  los  árboles  llueven  más  que 
el  cielo  y  la  tierra  se  torna  gris  como  los  árboles  y  el  cielo.  Así 
ui  lluvia  es  una  multitud  de  paredes  líquidas  que  se  interponen 
ante  todo  teniéndolas  que  rasgar  como  con  cuchillo.  Es  el  momen¬ 
to  en  que  el  silencio  de  los  pájaros  con  fuerza  se  hace  notar,  el 
quejido  de  los  árboles  aumenta  ante  la  magnitud  del  esfuerzo  al 
soportar  todo  aquello  que  cae,  aquella  unión  entre  la  nube  y  la  tie¬ 
rra,  por  su  intermedio.  Es  el  momento  en  que  el  sol  aparece  en  la 
lucha  quebrando  las  ínfimas  gotitas  y  formando  múltiples  arco 
iris  de  luminosas  coronas  de  majestad  y  potencia.  Triunfa  el  sol 
o  la  nube  y  su  lluvia.  Si  la  nube,  litieve  ocho  meses,  si  el  sol,  llue¬ 
ve  dos  minutos .  ' 

Dos  minutos  y  la  última  gota  cae  nuevamente  sobre  la  hoja 
que  nuevamente  se  estremece.  Cae  con  cierta  languidez  que  hace 
pensar  en  la  derrota.  La  derrota  de  la  nube  que  se  aleja  en  hon¬ 
rosa  retirada.  La  última  gota  de  angustia  y  terror  del  moribundo 
ante  el  esplendor  de  un  sol  todavía  desconocido,  es  algo  así  como  el 
árbol  frondoso  de  nuestro  viajero  que  se  pierde  sin  límites  y  sólo 
se  adivina  junto  a  nuestra  alma.  Ha  triunfado  el  sol  o  sale  la  luna 
y  todo  adquiere  un  vaho  soñoliento  y  ligeramente  embriagador  que 
ahuyenta  el  aíre  y  pone  verde  las  cosas,  como  si  todo  fuera  nada 
más  que  agua,  agua  verde  en  las  copas  de  los  cerros,  agua  azul 
en  las  puntas  de  las  piedras.  Todo  se  refleja  en  el  otro  y  se  ad¬ 
quiere  una  mirada  ligeramente  bizca  a  causa  de  los  reflejos. 

A  veces  también  una  fuerte  detonación  anuncia  el  final  de  la 
lucha,  como  un  gong  atmosférico  revela  la  fuerza  del  sol  y  la  tie¬ 
rra  se  estremece  y  caen  las  últimas  gotas  que  vuelan  en  el  espa¬ 
cio  olvidando  su  trayectoria  definida  y  de  antemano  limitada.  Es 
así  como  el  sol  triunfa  sobre  la  pobre  lluvia  de  dos  minutos,  y  es 
así  también,  como  la  lluvia  muere  tras  la  nube,  su  madre. 

Ocho  meses  y  la  tierra  pierde  su  carácter  transformándose  en 
un  río  de  árboles  y  casas.  Un  río  misterioso  cuya  dirección  no  co¬ 
nocemos,  cuya  longitud  nos  parece  infinita  y  eterna;  eterna  nos 
parece  su  duración.  Todo  rueda  infinitamente  junto  al  agua  pro¬ 
duciendo  un  ruido  sordo  y  entrelazado.  Ofrece  una  orquestación 
amplia  y  sin  matices;  un  árbol  que  continuamente  va  cayendo  has¬ 
ta  el  suelo  para  elevarse  nuevamente  con  el  mismo  sonido  que 
cuando  cae.  Su  ritmo  es  un  continuo  doblegarse  entre  un  vals  y 
un  swing. 

Pierde  su  carácter  la  tierra,  el  de  servir  de  marco  a  lo  huma¬ 
no  y  adquiere  una  feérica  idealización,  al  estilo  de  una  ópera  de 
VVagner.  Una  inmensa  masa  de  carne  desconocida  que  se  traslada 
a  otro  lugar.  Carne  verde  y  gris,  ruidosa  y  completamente  fría. 
Ya  el  cobijo  obscuro  y  el  misterio  de  las  copas  de  los  árboles  no  se 
siente,  es  sólo  la  caída  infecunda  y  rodante  derramada  por  cada 
árbol,  ya  no  es  lluvia,  es  masa  y  muerte. 

Sí,  en  esta  grandiosa  lluvia  de  ocho  meses  la  tierra  se  torna 
infecunda,  tanto  para  el  animal  como  para  el  vegetal.  Recibe,  lo 
cual  la  aleja  de  su  fin,  el  de  dar.  Sólo  da  muerte  a  un  ambiente  cu- 


SUR 


65 


ya  vida  entresaca  el  soj.  Es  como  si  la  tierra  tuviera  miedo  y  se 
encogiera  en  un  sobretodo  gris  dejando  deslizar  lo  que  afuera  ha 
quedado.  Sin  embargo  la  humedad  y  lo  mohoso  se  adquieren  en  es¬ 
te  tiempo,  para  luego  exprimirlos  en  suaves  gotas  riéndose  co- 
quetonamente  del  sol.  La  nube  se  deja  caer  cruelmente  y  es  un 
pulpo  quien  estruja.  Todo  es  de  una  desolación  magnífica  y  ple¬ 
namente  humilde,  en  que  la  naturaleza  se  subordina  al  tiempo  y  es 
como  un  corolario  de  sus  caprichos  de  niños,  es  decir,  indetermi¬ 
nables. 

Nuestro  viajero  vaga  por  esta  lluvia  de  ocho  meses  con  el  sen¬ 
timiento  constante  de  tener  un  peso  sobre  la  cabeza. 

SOL 

I 

IJna  flauta  constantemente  suena  desde  el  primer  indicio  de 
luz,  con  un  sonido,  un  do,  largo,  perfecto  y  claro.  Un  pastor  invisi¬ 
ble  y  colocado  fuera  de  la  naturaleza,  es  quien  la  toca,  es  un  do 
frío  y  ajeno  al  ambiente,  turbándolo  y  haciendo  resonar  ecos  eté¬ 
reos.  Súbitamente  el  ruido  sordo  e  impreciso  de  un  timbal  apagan¬ 
do  momentáneamente  el  de  la  flauta.  Al  mismo  tiempo  una  masa 
negra  se  eleva  pesadamente  y  a  cierta  altura  se  detiene,  entonces 
el  golpeteo  del  timbal  se  hace  rítmico  y  seco,  podríamos  localizar 
su  sonido.  Sabemos  que  es  una  montaña  sin  luz  lo  que  se  ha  eleva¬ 
do.  Pero  nuevamente  la  flauta  hiere  nuestros  oídos  y  los  árboles 
de  las  montañas  adquieren  silueta;  conjuntamente  un  calor  inde¬ 
finido  e  infinitamente  tenue  rodea  la  atmósfera.  La  flauta  adquie¬ 
re  también  su  suave  calor  y  una  ligera  cadencia  unida  al  ya  ale¬ 
jado  y  rítmico  del  timbal.  Todo  continúa  en  esa  frialdad  sin  aire 
y  dolorosa,  como  si  alguien  cayera  a  un  abismo.  Así  como  se  elevan 
las  montañas,  poco  a  poco  se  van  levantando  los  objetos  hasta  los 
más  ínfimos  y  el  aire  va  saliendo  de  los  huecos  que  antes  ocupa¬ 
ban.  El  ruido  de  la  flauta  se  va  uniendo  melódicamente  al  del  oboe 
y  los  violines,  prorrumpiendo  en  ritmos  unidos  en  una  melodía 
sórdida  e  interna.  Justo  es  el  momento  en  que  ya  se  notan  los  de¬ 
dos  de  la  mano.  Las  trompetas  se  unen  a  la  orquesta  constituyen¬ 
do  los  matices  del  verde  al  azul,  nace  el  color.  Se  oye  ya,  todo  un 
movimiento  profuso  y  rico  cuando  la  profundidad  y  la  altura  se 
desenlazan  constituyendo  el  espacio  que  se  despierta  para  boste¬ 
zar  en  un  abismo  y  desperezarse  en  un  cerro.  El  pastor  se  intro¬ 
duce  a  la  escena  resumiendo  en  sí  el  nacimiento  de  la  luz  y  la 
fuerza  de  la  orquesta,  entonando  un  saludo  majestuoso  y  como  in¬ 
vitando  a  una  alegría  pictórica  de  riqueza  y  movimiento.  El  do¬ 
lor  del  primer  parto  se  entremezcla  y  el  saludo  con  el  timbal  re¬ 
suena  sobrio.  El  agua  comienza  a  llenar,  junto  al  aire,  el  ambien¬ 
te  y  su  despertar  finaliza  el  nacimiento  de  la  orquesta  que  se  uni¬ 
fica  a  la  tierra  en  cada  planta  no  pudiéndose  ya  realmente  aislar¬ 
la  del  concierto  general  e  informe  de  la  luz  envolviendo  los  obje¬ 
tos.  Es  así  como  la  vida  se  adelanta  al  sol,  que  al  levantarse  y 
apoyar  su  cabellera  en  la  nube,  da  la  impresión  de  un  mero  acci¬ 
dente,  como  un  rápido  y  creciente  sonido  de  violin'es  en  medio  de 
la  frase.  Sin  embargo,  yendo  al  objeto  mismo,  el  sol  crea  el  volu¬ 
men  y  así  es  el  tiempo  quien  nace,  el  tiempo  pequeño  del  día.  Las 
cosas  adquieren  sombra,  estela  móvil  y  suave,  que  produce  tanto 
orgullo.  El  de  saberse  obstáculo  a  la  luminosidad  de  otras,  sin  dar¬ 
se  cuenta  ellas  mismas,  que  las  cosas  que  han  quedado  en  som- 


tí6 


LETRAS  Y  ARTE 


bras  adquieren  formas  fantásticas  y  profundamente  propias  a  cau¬ 
sa  de  la  sombra  que  de  otras  recibe  y  la  suya  propia.  El  orgullo 
del  saberse  obstáculo  del  mismo  sol,  que  al  parecer  no  puede  de¬ 
rramar  su  calor  de  vida  en  todas  y  por  todas  partes.  El  orgullo, 
en  fin,  de  saberse  positivamente  por  medio  de  la  sombra  miembro 
de  la  tierra. 

El  sol  trae  con  su  calor  y  su  volumen  un  hálito  de  carne,  viva, 
transparente,  distinta  de  aquella  de  la  larga  lluvia  de  ocho  meses. 
Carne  que  no  cae  sino  sube  en  un  espiral  humoso  y  verdeante  que 
produce  espejismos  y  da  peso  al  aire,  produciendo  al  introducirse 
en  nuestros  rincones  pulmonares  una  sensación  de  alimento.  De 
masa  humana  en  las  últimas  células  de  cada  objeto  haciéndole  bri¬ 
llar  y  refulgir.  El  aire  es  pesado  por  la  cantidad  de  vida  que  se 
obliga  a  transportar,  siendo  medio  de  unión  entre  el  sol  y  la  tie¬ 
rra,  vida  animal  repleta  de  vitaminas  reproductoras,  que  dan  lugar 
a  la  transformación  viva  de  cada  árbol  produciendo  aquel  estor¬ 
nudo  a  nuestro  viajero  que  levantó  su  corteza. 

En  el  sol  hay  alegría,  la  de  poder  ver  y  observar  todo  cuanto 
nos  rodea  a  nuestro  antojo,  recibiendo  así  la  seguridad  del  sentirse 
rodeado  de  materia  viva  y  amiga  que  nos  impide  el  temor  de  la 
soledad,  de  la  muerte,  que  en  la  lluvia  percibimos.  La  alegría  de 
la  luz,  y  la  alegría  de  recibir  para  dar  frutos  puros  y  nuevos, 
inexistentes  un  momento  antes.  Nuevamente  la  alegría  de  un  co¬ 
bijo  que  oculta  el  espacio  y  la  soledad. 

— Mari,  mari,  papay. 

Se  abren  las  puertas  de  la  choza  y  un  niñito  sale  desnudo  a  la 
vertiente  donde  trata  de  lavarse.  Una  mujer  sale  y  da  de  comer 
a  los  pollos  que  gritan.  Un  hombre  sale  y  se  interna  en  un  bosque 
vecino  para  volver  con  leña,  se  prende  un  fuego  que  no  brilla,  la 
mujer  barre,  el  niño  juega  y  el  hombre  trabaja  en  un  vecino  huer¬ 
to.  Todo  solo  en  medjo  de  la  vida  de  la  naturaleza.  Y  este  hombre 
y  este  nino  y  esta  mujer  forman  parte  integrante  de  la  naturaleza. 
Viven  con  su  ritmo  y  no  sueñan. 

RICARDO  ASTABURUAGA  ECHENIQUE 


De  José  Luis  Cerda 


A  USENCIA 

Yo  escuché  que  tus  ojos  hablaban 
con  cansancio  de  eternos  viajeros, 
y  decían  de  lunas  extrañas, 
de  mares  sin  naves  ni  puertos. 

T e  soñé  por  veredas  lejanas, 
peregrina  de  ocultos  senderos, 
dibujando  caminos  azules 
sobre  el  mapa  de  un  vasto  desierto . 

Y  veía  en  tu  cuerpo  recién  florecido 
un  blanco  velero, 

sin  timones  ni  contramaestres , 
sin  grumetes  u  sin  marineros, 

i 

galopando  en  los  húmedos  lomos 
de  los  líquidos  potros  del  cielo. 

9 

•  4  .  ■  í  ■  .  », 

Yo  quería  salir  a  buscarte 
pero  estaba  clavado  en  el  suelo. 

i 

« 

Y  tenías  tan  nuevos  los  ojos, 
tan  tibio  el  cabello , 

tan  llenas  de  sangre  las  venas, 
los  labios  tan  tiernos, 
que  tu  ausencia  quemaba  mi  carne 
y  cubría  de  polvo  mis  huesos. 

Y  dejabas  mi  tiempo  y  mi  espacio 
tiritando  de  frío  y  de  miedo. 


ENCUENTRO  EN  EL  TIEMPO 


No  había  más  mariposas 
que  los  ángeles  del  cielo 
y  ya  te  estaba  esperando 
centinela  en  mi  silencio. 

•f  '■ 

Escuchábanse  tus  pasos 
deshojándose  en  el  tiempo 
disfrazados  en  la  carne 
de  huesos  que  son  recuerdo. 

Y  era  yo  quien  encendía 
la  sangre  de  tus  abuelos 

y  hacía  reír  tu  risa 

en  labios  que  ya  están  muertos. 

Era  yo  quien  anudaba 
tu  camino  y  mi  sendero. 

i  4 

Hasta  cuajarse  aquel  día 

i 

en  que  llegaste  quebrando 
las  cartográficas  redes 
de  los  mares  y  los  vientos. 

Cuando  se  trizó  el  espacio 
entre  tu  cuerpo  y  mi  cuerpo. 


% 


VOZ  SIN  ESPERANZA 


Golondrinas  angustiadas 
van ,  sin  nafta,  por  mi  pecho, 
taladrando  lentamente 
los  sótanos  del  recuerdo , 
marineras  enlutadas 
en  las  rosas  desiguales 

de  los  mares  y  los  vientos. 

•  $ 

Lo  sabía  desde  siempre 
pero  no  quise  creerlo : 

Eran  tus  ojos  de  ausencia 
mensajeros  de  otros  puertos, 
tus  manos  blancas,  tan  leves, 
prisioneras  de  otro  cielo, 
y  anidaban  en  tu  boca 
mariposas  de  silencio. 

T ú  lo  escribiste  en  la  bi  isa 
y  yo  no  supe  leerlo 
y  en  círculos  y  cuadrados, 
en  esferas  y  poliedros, 
la  presencia  de  tu  ausencia 
Va  amortajando  mi  cuerpo. 


MOMENTOS  DE  ARTE 


De]  conjunto  de  te¬ 
las  españolas  que  el 
señor  Justo  Bou  expu¬ 
siera  en  la  Casa  Ey<- 
zaguirre,  la  que  más 
se  destacaba  y  que 
más  reunía  la  atención 
del  espectador,  era  sin 
duda,  la  Hilandera  de 
Ignacio  Zuloaga,  cua¬ 
dro  que  por  su  profun¬ 
do  sentido  español  y  la 
recia  poesía  que  encie¬ 
rra,  constituye  una  de 
las  grandes  obras  de 
este  pintor. 

Sobre  un  fondo  uniforme  y  sin  áurora,  de  colores  envueltos  en 
un  verde-gris  trágico  y  opaco,  de  nubes  dislocadas  ascendiendo  a 
una  velocidad  vertiginosa  hacia  un  infinito  extraño,  de  montañas  de 
estático  ritmo  ascendente,  de  casas  castellanas  de  pequeñas  ventanas 
descoloridas,  casas  de  corto  techo  y  agrupadas  en  rincones;  sobre  • 
este  fondo  tempestuoso  de  Castilla,  piedra  y  cielo  en  el  ambiente, 
se  yergue  sola  la  Hilandera.  Sobre  una  montaña  se  levanta 
resumiendo  en  su  actitud  el  paisaje.  Dos  luces  la  iluminan,  la 
ancha  faja  roja  de  la  falda  que  levanta  el  traje  verde  como  un 
viento  interior  y  la  faz  escueta  y  sobria  mirando  nuevamente 
un  infinito  extraño,  mientras  hila  con  orgullo  una  lana  sin  fin. 

La  vieja  España  eternamente  quieta  y  móvil  hilando  sobre  una 
montaña. 


PINTURAS  DE  AUGUSTO  IZQUIERDO 

En  "Amigos  del  Arte”  se  ha  realizado  una  exposición  de 
óleos  y  gouaches  del  pintor  señor  Augusto  Izquierdo,  que  revela 
claramente,  por  su  originalidad  en  el  color  y  por  la  fuerza  en 
la  constitución  de  los  matices,  como  asimismo  por  la  unidad  de 
espíritu  que  caracteriza  al  conjunto,  que  el  artista  ha  logrado 
manifestar  plenamente  su  propia  concepción  pictórica. 

Sus  dos  paisajes  de  costa,  en  que  la  tierra  aparece  sola  y 

desnuda  bajo  un  cielo  límpido,  quebrada  por  sus  propias  colinas 

que  dan  una  impresión  dolorosa,  matizada  con  brochazos  de  co¬ 
lor  obscuro  que  dan  cabida  al  volumen,  demuestran  el  recio  ca¬ 
rácter  impresionista  del  pintor.  Una  tela,  denominada  Paisaje  en 
Otoño,  en  que  una  luz  amarilla  cae  sobre  un  conjunto  de  árboles, 

revela  una  diafanidad  de  color  que  hace  adquirir  cierto  carácter 

espiritual  al  ambiente  del  cuadro.  Sus  gouaches  son  concretas 
demostraciones  de  la  sensibilidad  pictórica  y  poética  del  señor 
Izquierdo,  quien  ha  logrado  una  gran  pureza  y  transparencia 
reveladoras  de  gran  técnica . 

R.  A.  E. 


CRISTAL  DE  LIBRERIA 


LA  INFANCIA. — Por  Luis  Oyarzún.  Ediciones  “Revista  Nueva”, 
Santiago,  1940. 

Desde  algún  tiempo  hacía  falta  en  Chile  ensayos  de  literatura 
seria,  honda,  reflexiva.  Sobrecargados  con  el  peso  de  un  paisaje 
muerto,  extravagante,  estereotipado,  llenes  de  color  superficial  y 
tosca,  nuestro  espíritu  se  perdía  en  los  senderos  de  la  letra  pura, 
fría;  en  su  aspecto  más  lamentable,  lindando  con  lo  grosero  y  pe¬ 
gadizo  del  personaje,  y  llegando,  por  el  lado  mejor,  a  lo  más,  a 
cristalizarse  en  imágenes  sin  médula.  La  obra  del  joven  Oyarzún 
trae  un  bagaje  de  pequeñas  maravillas  que  inician  un  ascenso  a 
lo  profundo.  Desde  el  primer  momento  entramos  con  respeto  a 
un  mundo  bello,  decorado  con  el  leve  teinblor  de  lo  intocado.  A 
nuestros  ojos  se  extiende  un  panorama  tan  enorme  y  condensado 
en  tantas  sensaciones  diminutas  e  inéditas,  que  se  llega  a  pensar 
de  golpe  en  el  asombro  experimentado  por  aquel  humilde  holandés 
que  descubrió  el  microscopio. 

Se  sitúa  en  nuestra  mente  Proust,  Dostoiewsky,  Joyce;  pero 
esas  son  figuras  de  muchos  lados,  con  algo  de  inasible,  tal  vez  más 
cósmico,  más  completo,  más  apasionado  y  por  momentos,  sin  du¬ 
da,  heroico.  No.  Lo  de  Oyarzún  es  más  modesto,  menos  exalta¬ 
do,  más  familiar,  de  menos  resonancia,  si  se  quiere.  Pequeño,  y  en 
el  caos  lógico  de  esas  cimas,  perdido;  pero  incrustado  allí  corrio 
una  vetita  de  oro.  Quizás  un  crítico  de  ceño  adusto  dude:  el  valor 
es  el  valor.  Pero  aquí  se  trata  menos  de  literatura:  es  sencilla¬ 
mente  un  artista  logrado.  Qué  más  exigir?  Cierto;  el  genio  de¬ 
be  tratar  el  clima  total  del  hombre  durante  toda  su  dimensión  vi- 

i 

tal;  pero  aun  así,  el  lapso  humano  resumido  en  “La  Infancia”,  tra¬ 
ducido  en  gracia  estética  con  verdad  incomparable,  es  algo  más 
que  mera  promisión:  es  belleza  en  sazón,  es  gesto  maduro,  ha  ad¬ 
quirido  carácter  de  estado  en  plenitud. 

Hay  un  estilo  propio,  agradable,  lento  como  el  preludio  de 
Chopin,  ese  de  la  gota  de  agua.  Su  voz  se  envuelve  en  pañuelos, 
su  mirada  va  a  extinguirse  en  las  rendijas,  dulcemente,  resignada 
ante  el  advenimiento  del  crepúsculo.  Un  idioma  rico,  donde  la 
más  tenue  visión  encuentra  un  hermoso  aposento.  Oyarzún  enfoca 
el  mundo,  el  acontecer,  el  misterio,  a  través  de  un  cristal  hecho 
de  niño  tierno:  “Es  un  niño  lleno  de  miedo,  en  la  noche”.  _ Allí  vi¬ 
gilan  la  ternura  ,el  deseo  sutil  e  incoherente  de  la  soledad  que 
eternamente  busca,  palpando  como  un  ángel  ciego,  toda  expre¬ 
sión  menuda,  todo  canto  leve,  toda  pequeña  sonrisa  situada  al  fon¬ 
do  de  cada  ser;  seres  que  toman  la  apariencia  del  detalle  múltiple 
y  familiar.  Todo  allí  es  sensación,  potencialidad  vibrante,  sensiti¬ 
va,  nerviosa.  Al  principio,  una  pequeña  y  conmovedora  sinfonía 
pastoral,  donde  el  espíritu  se  estremece  al  contacto  simple  y  puro 
de  los  atisbos  de  un  niño,  donde  el  instinto  está  clarificado  en  ple¬ 
nitud  sensorial,  en  amable  y  grá„cil  esperanza.  El  sol,  la  lluvia,  la 
tempestad  que  insiste  como  un  lamento  vegetal  y  aéreo .  .  .  luego, 
otra  vez  ei  padre  sol:  .  .  .  “De  repente,  una  maravillosa  espada  de 
sol  penetra  por  el  resquicio  de  un  postigo...”;  el  padre  sol,  pode¬ 
roso,  inconfundible,  evidente  y  aceptado,  como  algo  infinito  que 
forma  parte  de  la  gratitud  de  todo  el  ser.  Y  hay  allí  retazos  de 
paisaje  que  son  llamados  de  cósmica  concentración:  “Y  la  sole¬ 
dad  detenida  en  los  patios,  y  nada  más  que  la  familia  reunida  en 
torno  al  brasero,  y  afuera  sólo  la  presión  de  la  naturaleza,  de  los 


CRISTAL  DE  LIBRERIA 


73 


pájaros,  de  los  árboles  que  ahora  son  inteligentemente  humanos, 
sobrenaturales...”  Y  allí  reposa  la  natural  felicidad  del  hombre, 
copiosa  y  exuberante,  y,  sobre  todo,  íntima,  estrecha,  recogida 
simplemente  como  los  lagos  profundos.  Es  lo  que  el  hombre  anhe¬ 
la  desde  su  sangre  y  se  ha  olvidado  de  buscar,  distraído  y  ator¬ 
mentado  en  su  ajetreo  de  grosero  interés. 

Si  hay  algo  permanente  y  susceptible  de  encarar  a  la  belleza 
misma  en  el  hombre,  es  el  sentimiento,  llevado  en  la  obra  de  Luis 
Oyarzún,  a  un  grado  muy  alto ,  de  expresión .  Y  aquí  no  se  trata 
de  un  sentimiento  visto  de  fuera  y  elaborado  interpretativamen¬ 
te  a  través  del  pobre  rostro.  El  autor  se  instala  dentro  de  él,  den¬ 
tro  de  lo  que  ha  sido  en  fantasía,  en  llanto,  en  ansia,  en  suerte; 
en  realidad  confusa  y  primitiva,  secreta  e  íntima.  Con  un  acento 
progresivo,  la  belleza  avanza  en  su  lirismo  penetrando  los  poros 
apretados  del  silencio.  Hay  paz,  serenidad,  simple  contemplación, 
a  veces.  Y  lo  que  transcurre  allí  es  un  suceso  de  grito  religioso, 
atávico,  todo  aquello  que  se  agolpa  de  súbito  en  el  corazón  del 
hombre,  en  los  trances  supremos,  como  cuando  la  muerte  mues¬ 
tra  de  improviso  su  sed  insaciable,  cogiendo  las  gargantas  en  un 
llamado  angustioso:  infancia.  Infancia;  el  clamor  primario  del 
comienzo,  el  impulso  fraterno  y  germinal  de  nuestra  felicidad.  Y 
ya  nadie,  ahora,  podrá  arrebatárnosla.  Nuestra  niñez  original  en¬ 
caja  en  cada  frase,  expuesta  como  una  banderita  en  la  cumbre 
que  había  sido  poco  accesible.  Oyarzún  es  el  pequeño  gran  ar¬ 
tista  que  ha  plasmado  su  contorno  indefinido  y  vago,  para  darnos 
la  gracia  del  sumergimiento,  de  la  piedad  en  nuestro  recuerdo 
más  primitivo  y  lleno  de  esa  obscura  voluntad  de  persistir.  Bas¬ 
ta  hojear  el  libro,  en  un  instante  blanco,  estúpido,  desesperanzado, 
para  retornar  al  mundo  que  yace  con  su  pasión  distante  y  som¬ 
bría  en  el  fondo  de  nuestra  angustia,  de  nuestro  carácter,  de 
nuestra  médula;  sepultado  en  nuestra  orgullosa  silueta  de  perso¬ 
nas  trascendentes  y  ocupadas. 

Tal  vez  a  Luis  Oyarzún  le  falte  un  ápice  de  fuerza;  algo  de 
fervor  y  exaltación  que  le  permita  ir  más  allá  de  la  belleza,  del 
arte;  y  sin  embargo,  conteniéndolos.  Meterse  en  la  encrucijada 
robusta  y  sombría  del  hombre,  preñada  de  porvenires  obscuros, 
de  realizaciones  intangibles  y  heroicas.  Pero  esto  es  ya  conside¬ 
ración  que  no  conviene  prolongar,  puesto  que,  la  índole  misma  del 
tema  escogido  para  su  anuncio,  de  la  obra  hecha  por  Oyarzún,  no 
contempla  esas  posibilidades  de  grandeza  “más  grande” .  Sería 
de  desear,  en  lo  futuro,  que  el  artista  se  preocupase  de  resolver 
su  mirada  en  horizontes  más  dilatados  y  totales,  más  extensos  en 
cantidad.  Pues  si  bien  Dios,  todo  entero,  cabe  en  el  cáliz  de  una 
anémona,  es  menos  incomprensible  y  más  humano,  cuando  se  des¬ 
pliega  en  un  campo  de  anémonas;  hay  una  sensación  de  albura 
más  penetrante  a  nuestros  limitados  medios;  los  que  así  pueden 
procurarnos  más  sugerencias. 

Pero  Oyarzún  dice  del  agua:  “...nos  impregna  de  hogar  co¬ 
mo  una  aureola  doméstica”.  Lo  mismo  podemos  exclamar  de  su 
libro,  de  su  poema  disfrazado  de  novela:  nos  “impregna  de  ho¬ 
gar”.  . .  Vale  decir,  amor. 


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