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Full text of "Estudios sobre la historia de América, sus ruinas y antigüedades, comparadas con lo más notable que se conoce del otro continente en los tiempos más remotos y sobre el orígen de sus habitantes"

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ESTUDIOS 
SOBRE  LA  HISTORIA  DE  AMÉRICA, 

sus  RUINAS  y   ANTIGÜEDADES. 


ESTUDIOS 


HISTORIA  DE  AMERICA, 


sus   RUINAS 


y  ANTIGÜEDADES. 


comparadas  con  lo  mis  notable 

qn«  se  conoce  del  otro  Continente  en  los  tiempos  más  remotos, 

y  Bobre  el  origen  de  sus  habitantes, 


roB 

MANUEL  LARRAINZAR. 


TOMO  II. 


MÉXICO. 

Imprenta  de  Villanueva  y  Villaget.iú. 

Calle  del  Cinco  de  Mayo,  núm.  4. 
1875. 


El  autor  de  la  obra  se  reserva  todo  derecho  sobre  su  publicación, 
reimpresión  y  traducción,  dentro  y  fuera  de  la  liepública  Mexicana. 


B.  VILLAGELIU  Y  CCMP.-EOITORES. 


ADVERTENCIA. 


iijN  el  Prologo  de  esta  obra  se  lia  dado  á.  cono- 
cer el  plan  que  me  he  propuesto  en  su  redacción, 
el  desarrollo  que  daría  á  mis  ideas^  y  por  consi- 
guiente cuanto  ella  debe  con  tener.  Creo,  sin  embar- 
go, conveniente  manifestar,  al  principiar  este  se- 
gundo volumen,  que  aunque  toda  la  obra  debe 
comprender  lo  más  notable  que  en  punto  á  ruinas 
y  antigüedades  existe  en  nuestro  territorio,  figu- 
rando en  ellas  las  de  cada  uno  de  los  Estados  de 
la  República,  las  de  la  América  Central,  las  de  la 
América  del  Sur  y  las  de  los  Estados  Unidos  del 
Norte,  para  que  abrace  todo  el  Continente  america- 
no, el  tomo  primero  solo  se  ha  contraído  á  las  rui- 
nas del  Palenque  por  el  lugar  preeminente  que 
ocupan  entre  todas  las  de  dicho  continentey  y  por- 
que teniendo  un  tijjo  que  les  es  propio,  y  las  dis- 
tingue de  las  demás,  debia  comenzar  por  ellas  las 
investigaciones  que  me  proponía  desarrollar,  acom- 

E8TUDI0S — TOMO  II — 2 


VI 

pañcindolas,  al  comenzar  ^  juicio  com^garaUxio ,  de 
las  indicaciones  que  era  preciso  hacer  para  exami- 
nar después,  con  todo  el  acopio  de  datos  que  esto 
proporcionara,  la  cuestión  de  origen,  que  es  el  ob- 
jeto de  la  segunda  parte. 

Este  orden  me  ha  parecido  conveniente  para 
que  las  construcciones  antiguas  j  cuanto  les  con- 
cierne vayan  presentándose  en  su  lugar  respectivo 
con  la  correspondiente  separación,  según  su  im- 
portancia, sin  mezclarlas  ni  confundirlas  entre  sí, 
pero  sin  perjuicio  de  tocar  anticipadamente^  y 
cuando  la  materia  lo  requiera,  algunos  puntos,  en 
que  por  las  analogías  ú  otras  circunstancias,  era 
preciso  hacerlo,  sin  esperar  que  les  llegara  su  tur- 
no en  el  orden  sucesivo  de  exposición. 

Ya  se  ha  visto  cuan  notable  es  lo  que  en  esas 
ruinas  se  presenta,  y  las  consideraciones  á  que  dan 
lugar.  Esto  se  irá  haciendo  más  patente  con  las  ob- 
servaciones que  seguirán  presentándose,  á  medida 
que  se  avance  en  el  cxíimen  'particular  de  cada  uno 
de  los  objetos  que  contienen,  y  lo  que  se  exponga 
respecto  de  las  otras,  cuya  importancia  aparecerá 
también  en  todo  su  conjunto  y  enhices  que  puedan 
tener. 

Las  ruinas  del  Palenque  y  las  americanas  en 
general  contienen,  como  dice  Mr.  Larenaudiere , 
muchas  cosas  que  son  todavía  misterios  (1),  y  por 
eso  es  tan  interesante  su  examen. 


(1)  L'univers.    Mexique  el  Guatemala.    París,  1843, 
pág.  325—326. 


VII 

En  mis  investigaciones  y  análisis  he  procurado 
valerme  de  los  medios  que  sujiere  la  arqueología 
en  todos  sus  ramos  y  combinaciones.  Abrazando 
como  se  ha  insinuado  ya,  la  vida  y  la  ciencia  de 
los  pueblos  de  la  antigüedad,  su  constitución  ci- 
vil, política  y  religiosa,  la  memoria  de  los  acon- 
tecimientos y  de  las  personas,  las  obras  del  arte, 
los  usos,  las  costumbres,  y  la  vida  privada  en 
todos  sus  detalles,  se  llega  por  medio  de  ella  al 
conocimiento  de  los  2)rogresos  de  la  humanidad 
desde  el  principio  del  mundo,  desde  la  cuna  del 
género  humano.  Ya  se  deja  entender  de  cuan 
alto  interés  y  mérito  es  cuando  osa  ciencia  se  apli- 
ca á  cada  nación  en  particular,  cuando  sus  re- 
sultados se  comparan  y  combinan  con  lo  quo  se 
descubre  en  las  demás,  y  la  serie  de  noticias  y  co- 
nocimientos que  todo  esto  debe  producir.  Por  eso 
se  ha  dividido  en  varias  clases,  y  se  ha  dado  á 
esos  trabajos  diversas  denominaciones,  tales  como 
las  de  arqueología  literaria,  paleográfica  y  diplo- 
mática, artística,  monumental  y  mecánica,  con  to- 
das sus  divisiones. 

En  los  puntos  que  me  he  propuesto  examinar, 
nada  he  omitido  de  cuanto  de  ella  pudiera  utilizar- 
se, para  que  con  estos  trabajos  vaya  formándose  la 
arqueología  americana,  tan  poco  cultivada  y  cono- 
cida, apesar  del  interés  que  inspira,  y  de  la  altíi 
importancia  que  tiene.  Por  eso  es,  que  después  de 
hacer  la  descripción  de  las  expresadas  ruinas  del 
Palenque,  he  comenzado  inmediatamente  en  algu- 
nos puntos  al  juicio  comparativo  con  las  más  nota- 


VIII 

bles  de  la  antigüedad  que  se  conocen  en  el  otro 
continente,  para  seguir  en  todo  lo  demás,  y  llenar 
así  el  cuadro  que  me  he  propuesto  trazar  en  el  cur- 
so de  esta  obra;  íntimamente  persuadido  de  que  en 
esta  materia  como  en  otras,  hay  todavía  mucho 
quehacer,  pues  además  de  lo  que  avanzan  y  descu- 
bren, aun  en  lo  ya  conocido,  una  observación  cons- 
tante y  un  examen  prolijo,  como  lo  enseña  la  ex- 
periencia; Séneca  ha  expresado  esta  misma  con- 
^dccion  en  las  siguientes  palabras.  «Multum,  mul- 
« tum  adhuc  restat  operis,  multumque  restabit, 
«  nec  ulli  nato  post  mille  soecula  precluditur  oca- 
«  sio  alipuid  adhuc  adjiciendi»  (1). 

Notorio  es  el  progreso  de  las  ciencias  físicas  y 
morales,  y  el  perfeccionamiento  sucesivo  de  las  ar- 
tes, de  las  obrab  y  de  todo  lo  conocido.  Nada  pue- 
de creerse  agotado,  y  mucho  menos  en  materia  de 
investigaciones  y  de  cosas  poco  conocidas.  Nues- 
tras Tui7ias  y  antigüedades,  como  ha  dicho  muy 
bien  uno  de  los  escritores  antes  citados  (2) ,  son  los 
restos  de  una  civilización  extinguida,  que  ha  ocu- 
pado tan  poco  la  atención  de  los  hombres  compe- 
tentes, «que  puede  decirse  que  el  campo  de  lasan- 
«  tigüedades  americanas  está  todavía  por  rosar, )^ 
y  como  presenta  variedad  en  su  conjunto,  en  su  ca- 
rácter, y  en  la  época  de  las  construcciones,  se  hace 

(1)  Séneca,  Epist.  46. 

(2)  Mr.  Larenaudiere.  L'univcrs,  Mexique  et  Guate- 
mala, loco  citato. 


IX 

preciso  darles  en  su  examen  é  investigación  el  or- 
den sucesivo  y  metódico  que  se  ha  indicado. 

Esto  me  ha  inducido  á  reservar  para  este  segun- 
do tomo  el  examen  de  las  demás  construcciones,  pa- 
ra no  dar  al  primero  demasiada  extensión,  termi- 
nar todo  lo  relativo  á  la  arquitectura,  y  proseguir 
después  con  la  escultura  y  cuanto  le  es  anexo  en 
el  examen  de  las  figuras  descritas,  con  todo  lo  de- 
más que  se  ha  indicado  en  el  plan  general  de  la 
obra,  procurando  la  mayor  concisión  posible,  para 
no  decir  más  que  lo  absolutamente  indispensable, 
conforme  al  precepto  de  Quintiliano,  de  no  decir 
más  ni  menos  de  lo  que  conviene:  «Quantum  opus 
est,  cuantum  satis  est»  (1). 

(1)  Quintil,  imtit.  orat.  lib.  1,  cap.  2. 


CAPITULO  XVII. 


1 .  Examen  de  otras  construcciones  en  este  continente, 
comparadas  con  las  de  las  naciones  antiguas.  Los  tem- 
plos. Notable  templo  construido  en  Gholula  y  deidad 
á  que  estaba  consagrado.  Los  de  Teotihuacan:  número 
que  habia  en  México:  descripción  del  de  Huitzilopocli- 
tli.  Los  de  Texcuco.  El  del  sol  en  la  América  del  Sur: 
los  de  la  Florida. — 2.  Comparación  de  estos  templos  con 
los  de  la  antigüedad:  los  de  Egipto:  los  de  Siria  y  la 
Arabia:  el  de  Belo  en  Babilonia:  el  de  Diana  en  Efcso: 
otros  templos  griegos:  descripción  del  de  Salomón:  el 
de  Lsambul  en  Nubia:  los  de  Lucqsor  y  Gaanack  y 
otros  notables.  Capillas  monolitas  de  SaisyButor. — 
3.  Comparación  entre  estos  templos,  el  del  Palenque 
y  los  demás  de  este  continente:  lo  que  de  ella  resulta: 
rasgos  de  semejanza  entre  el  palacio  del  Palenque  y 
el  templo  de  Belo. — 4.  Se  dá  lijera  idea  de  las  habita- 
ciones particulares,  de  varios  edificios  públicos  de  los 
indios,  y  de  algunos  palacios  y  casas  de  los  nobles. 
Recuerdos  que  exitan.  Gasas  de  los  pobres  y  de  los 
ricos. — 5.  Obras  y  trabajos  de  arquitectura  conocidos 
por  los  mexicanos. — 6.  Resto  de  construcciones  su- 
yas: comparación  con  las  del  Palenque. 


§1-      ■ 

Si  para  acabar  de  formarse  una  idea  del  estado 
de  la  arquitectura  en  este  continente,  no  se  limita 


— 2— 

el  examen  solo  á  las  ruinas  del  Palenque,  sino  que 
se  extiende  á  las  construcciones  que  se  encontra- 
Lan  en  pié  en  tiempo  de  su  descubrimiento,  podrán 
hallarse  puntos  de  comparación  que  ilustren  la 
cuestión  de  origen. 

Entro  estas  construcciones,  las  que  se  presentan 
desde  luego  en  primera  linea  en  todos  los  paises, 
son  los  templos  destinados  á  tributar  culto  al  Ser 
Supremo,  según  las  crencias  y  ritos  respectivos. 
El  número  que  habia  en  esta  parte  del  continente, 
cuando  fué  descubierto  por  los  españoles,  era  con- 
siderable. Dice  Torqilemada  que  pasaban  de  cua- 
renta mil,  y  Clavijero  supone  mayor  número  aún, 
pues  no  habia  lugar  habitado  que  no  tuviese  uno 
siquiera,  ni  pueblo  de  alguna  extensión,  donde  no 
hubiera  muchos  (1 ) .      . 

Figuraban  entro  los  más  notables  los  de  Cholula. 
Teotihuacan  y  México. 

Era  Cholula,  como  dicen  los  escritores  de  Amé- 
rica, y  antes  se  ha  expresado,  lo  que  la  Meca  para 
los  musulmanes,  y  Jerusalen  para  los  cristianos, 
la  ciudad  santa,  la  ciudad  sagrada,  notable  por  la 
grandeza  y  multiplicidad  de  sus  templos,  así  como 
por  la  pompa  de  sus  fiestas.  Respetada  de  los  pue- 
blos y  de  los  reyes,  venian  á  rendirle  homenaje 
desde  los  puntos  más  distantes:  las  romerías  se  mul- 

(1)  Clavijero.   Historia  antigua  de  México,  lib.  6^  pá- 
gioa  248. 


— 3— 

tiplicaban  de  una  manera  prodigiosa,  y  su  santua- 
rio se  enriquecia  con  las  ofrendas  reales  y  las  de  los 
particulares,  las  cuales  consislian  en  oro,  plata,  pie- 
dras preciosas,  plumas,  mantas  ú  otros  varios  ob- 
jetos, y  se  confirmaban  en  ella  las  señorías.  Su  co- 
mercio era  extenso;  sus  estofas  do  algodón  con  di- 
bujos primorosos,  y  sus  tejidos  de  pelo  de  conejo  y 
de  liebre,  eran  las  más  bellas,  lo  mismo  que  sus  va 
sijas,  incomparables  por  la  finura  y  el  brillo  de 
su  pintura,  y  sus  obras  de  carey  y  platería.  Notable 
era  también  por- su  teatro  y  su  música  (1). 

En  esta  ciudad  se  levantaba  en  honor  de  Quetzal, 
coatí  el  monumento  más  colosal  de  Nueva  España, 
capaz,  según  el  barón  de  Humboldt  (2),  de  rivali- 
zar por  sus  dimensiones  con  las  antiguas  pirámi- 
des de  Egipto,  d  las  cuales  se  parece  en  la  forma. 
Su  forma  es  como  todos  los  teocallis  ó  templos  mexi- 
canos según  se  ha  dicho  antes,  la  do  una  pirámide 
truncada,  con  cuatro  caras  vueltas  hacia  los  cuatro 
puntos  cardinales,  dividida  en  su  altura  en  otros 
tantos  pisos  ó  tramos,  con  un  suntuoso  templo  en 
la  cima,  en  que  se  hallaba  colocada  la  imagen  del 
dios  del  aire,  de  facciones  toscas,  con  una  especie 
de  mitra  en  la  cabeza,  que  remataba  en  un  pena- 
cho de  plumas  escarlatas,  adornado  el  cuello  con  un 
reluciente  collar  de  oro;  de  las  orejas  pendían  pre- 

(1)  Brasseur  de  Bourbourjj.  Historie  des  nalions  civi- 
lisées  du  Mexique,  lib.  7,  cap.  2,  páj.  420. — Diccionario 
de  Historia  y  Geografía,  palabra  Gliohila. 

(2)  Humboldt.  Vue  des  cordillieres,  pág.  27  y  sigs. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 3 


—4— 

ciosas  turquesas;  en  una  mano  empuíiaba  un  cetro 
adornado  de  piedras,  y  en  la  otra  llevaba  un  escu- 
do primorosamente  pintado,  que  era  el  símbolo  de 
su  gobierno  sobre  los  vientos  (1).  Es  dudoso,  según 
se  ha  indicado,  si  el  interior  de  la  pirámide  es  una 
colina  natural,  aunque  parece  más  verosímil  que 
sea  una  composición  artiñcial  de  tierra  y  piedras, 
cubierta  por  todas  partes  de  ladrillos  y  de  arcilla 
(2).  Hay  señales  de  que  tenia  en  el  exterior  relie- 
ves que  el  tiempo  y  los  elementos  han  borrado.  La 
altura  de  la  pirámide  es  de  ciento  sesenta  y  siete 
pies,  y  su  base  mil  cuatrocientos  veinte  y  tres  pies 
de  largo^  que  es  el  doble,  como  ya  se  ba  dicho,  de 
la  que  tiene  la  gran  pirámide  de  Cheops.  La  base; 
que  es  cuadrada,  ocupa  treinta  y  cuatro  acres,  y  la 
cumbre  más  de  un  acre.  Clavijero  dá  á  este  teoca- 
lli  ciento  noventa  y  cuatro  varas  de  altura.  Hum- 
boldt  ciento  sesenta  y  dos  pies,  y  mil  trescientos 
cincuenta  y  cinco  de  largo  en  el  lado  de  la  base,  y 
Bretón  cuatrocientos  treinta  y  nueve  metros  de  lar- 
go, y  cincuenta  y  cuatro  de  altura  perpendicular. 
Dice  Veytia  que  este  monumenio  fué  construido  vi- 
viendo Quetzalcoatl,  á  quien  pintan  como  hombre 
blanco  y  barbado,  vestido  de  un  traje  talar  Manco 
sembrado  de  cruces  rojas  (3) . 

(1)  Prescolt.  Hist.  de  la  conq.  de  México,  Ub.  3,  cap. 
6. — Torquemada.  Monarq.  ind.,  lib.  3,  cap.  13. — Gamar- 
go.  Hist.  de  Tlaxcala. 

(2)  Prescott.  Hist.  delaconq.de  México. 

(3)  Diccionorio  de  Historia  y  de  Geografía,  palabra 
Gholula. 


El  conquistador  de  Gholula  D.  Gabriel  de  Rojas 
describe  el  monumento  en  1581  de  la  manera  si- 
guiente: 

«  En  esta  ciudad  no  hay  más  fortaleza  que  un 
«  cerro  antiquísimo^  que  está  dentro  de  ella  /¿ec/to 
«  á  mano^  todo  de  adobes,  que  antiguamente  esta- 
«  ba  hecho  en  redondo,  y  ahora  con  las  cuadras  de 
« las  calles  está  cuadrado^  tiene  el  pedestal  de  bo- 
« jeo  2;400  pasos  comunes;  tiene  de  alto  este  pe- 
«  des  tal  cuarenta  varas;  encima  del  cual  pueden 
«  caber  diez  mil  personas;  después  vá  subiendo  el 
«  cerro  en  redondo  de  enmedio  de  este  pedestal 
«  otras  cuarenta  varas;  de  manera  que  todo  su  alto 
«  son  ochenta  varas,  á  la  sumidad  del  cual  puede 
«  subir  un  hombre  á  caballo;  en  lo  alto  de  él  está 
«  una  placeta  muy  llana  en  que  pueden  caber  mil 
«  hombres;  y  en  medio  de  esta  placeta  está  puesta 
«  una  cruz  grande  de  madera  con  el  pié  y  gradas 
«  hechas  de  cal  y  canto  en  el  propio  lugar  que  en 
«  tiempo  de  gentilidad  estaba  el  ídolo  chiconauh- 
«  quiaull  como  está  dicho»  (i). 

Los  dos  famosos  templos  de  Teotihuacan  consa- 
grados al  sol  y  á  la  hma^  que  sirvieron  de  modelo 
á  los  demás  templos,  tenian  en  su  base  ó  cuerpo 
inferior,  como  se  ha  visto  al  hablar  de  las  pirámi- 
des, el  primero  ciento  veinte  toesas  de  largo  y 
ochenta  y  seis  de  ancho,  y  el  segundo  ochenta  y 

(1)  Diccionario  universal  de  Historia  y  Geografía,  pa- 
labra Cbolula. 


seis  toesas  de  largo  y  setenta  y  tres  de  anclio,  de 
cuatro  cuerpos  con  sus  respectivas  escaleras  (i). 
Su  elevación  perpendicular  era,  según  un  escritor, 
de  cincuenta  y  cuatro  metros  el  uno,  y  el  otro  cua- 
renta y  cuatro,  calculando  la  base  del  primero  en 
doscientos  ocho  metros  de  largo  (2).  Contaban  cuatro 
plataformas  principales,  cada  una  de  ellas  dividida 
en  pequeños  escalones,  cuyos  restos  aún  se  distin- 
guen. Su  núcleo  es  de  barro  mezclado  con  piedras 
pequeñas.  Está  revestido  de  un  muro  de  tezontle. 
El  escritor  citado  considera  esta  construcción  muy 
parecida  á  una  de  las  pirámides  de  Sakhara,  que 
tiene  seis  plataformas,  y  que  según  el  viaje  de  Po- 
kocke  es  un  conjunto  de  polvo  amarillo  revestido 
por  fuera  de  piedras  en  bruto.  «La  cumbre  del  tem- 
«  pío  más  grande,  según  Prescott  (3),  dicen  que 
«  estaba  coronada  por  un  templo,  en  el  cual  habia 
«  una  colosal  imagen  de  la  deidad  patrona,  el  sol, 
{(  hecha  de  piedra,  y  de  una  sola  pieza,  y  que  mi- 
«  raba  hacia  el  Oriente.  Su  pecho  estaba  cubierto 
«  de  una  lámina  hr  uñida  de  oro  y  plata,  en  la  cual 
«  se  reflejaban  los  primeros  rayos  del  sol  levante. 
«  Un  anticuario  del  siglo  pasado  dice  haber  visto 
« los  fragmentos  de  la  estatua,  que  aún  existia  en- 
«  tera  cuando  entraron  los  españoles  en  el  país;  pe- 

^1)  Clavijero.  Ilist.  ant.  de  México,  Hb,  6,  pág.  247. 

(2)  Álbum  mexicano. — Diccionario  de  Historia  y  Geo- 
gra,  palabra  Pirámides  de  San  Juan  Teotihuacan. 

(3)  Prescott.  Hist.  de  la  conq.  de  México,  lom,  2,  lib. 
5,  cap.  4,  pág.  66. 


«  ro  quo  fué  demolida  por  el  infatigable  obispo  Zu- 
ce márraga,  cuya  mano  destructora  fué  más  falal 
«  que  la  del  tiempo  mismo  para  los  monumentos.» 

En  México  sólo,  según  afirman  algunos  autores, 
habia  más  de  dos  mil  teocallis  ó  casas  de  Dios.  El 
principal  estaba  consagrado  á  Ruitzilopochtli ,  Dios 
de  la  guerra.  Comenzó  por  una  pobre  cabana,  y 
se  levantó  después  majestuoso  entre  los  edificios 
de  la  gran  ciudad.  Clavijero  nos  habla  en  su  obra 
inmortal  do^us  dimensiones  y  suntuosidad  (1). 
El  muro  que  lo  rodeaba  de  ocho  pies  de  alto  era  de 
piedra  y  cal,  y  el  patio  dentro  del  recinto  interior 
del  muro  estaba  empedrado  con  piedras  lisas  y  bru- 
ñidas: tenia  cuatro  puertas  que  conducian  alas  cal- 
zadas principales.  El  vasto  edificio,  que  se  alzaba 
en  medio  del  patio,  era  cuadrilongo,  y  estaba  re- 
vestido de  ladrillos  cuadrados  é  iguales.  Tenia  cin- 
co cuerpos  casi  de  una  misma  altura,  y  desiguales 
en  longitud  y  latitud.  El  primero  media  de  Levanto 
á  Poniente  más  de  cincuenta  toesas,  y  cerca  de  cua- 
renta y  tres  de  Norte  á  Mediodía.  El  segundo  era 
una  toesa  menos  largo  que  el  inferior,  y  otra  me- 
nos de  ancho.  Los  otros  iban  disminuyendo  en 
las  mismas  proporciones,  de  modo  que  sobre  cada 
cuerpo  habia  un  espacio  ó  corredor^  por  el  cual  po- 
dían andar  tres  y  aun  cuatro  hombres  de  frente  gi- 
rando en  torno  del  cuerpo  superior.  Las  escaleras 

(t)  Ilist.  ant.  de  Mé.^ico,  tom.  1,  lib.  6,  pág.  240  y 
sig. 


•— 8— 

situadas  al  Mediodía  eran  bien  trabajadas^  y  cons- 
taban de  ciento  catorce  escalones,  cada  uno  del  alto 
de  un  pié.  Sobre  el  quinto  y  último  cuerpo  habia 
una  plataforma  ó  atrio  de  cuarenta  toesas  de  largo, 
y  treinta  y  cuatro  de  ancho.  En  la  extremidad  orien- 
tal, se  alzaban  dos  torres  á  la  altura  de  cincuenta  y 
seis  pies  ó  poco  mas  de  nueve  toesas,  cada  una  di- 
vidida en  tres  cuerpos:  el  inferior  de  piedra  y  cal, 
y  los  otros  dos  de  madera  bien  trabajada  y  pintada. 
El  cuerpo  inferior  ó  base,  era  propiamente  el  sa7i- 
tuario,  donde  habia  un  altar  de  piedra  de  cinco  pies 
de  alto.  Uno  de  estos  santuarios  estaba  consagrado 
á  Huitzilojmcliili  y  otro  á  TezcatUpoca.  Los  otros 
cuerpos  servían  para  guardar  los  utensilios  del  cul- 
to y  las  cenizas  de  algunos  reyes  y  señores.  Las 
dos  torres  terminaban  en  hermosas  cúpulas  de  ma- 
dera. «En  el  atrio  superior  estaba  el  altar  de  los  sa- 
«  criñcios  ordinarios,  y  en  el  inferior  el  de  los  sa- 
«  orificios  gladiatorios.  Delante  de  los  dos  santua- 
«  rios  habia  dos  hogares  de  piedra  de  la  altura  de 
«  un  hombre,  y  de  la  figura  de  las  piscinas  de  nues- 
« tras  iglesias,  en  los  cuales  de  día  y  de  noche  se 
«  mantenía  fíiego  perjoétuo.yy  La  altura  del  edificio 
no  era  menos  de  diez  y  nueve  toesas,  y  con  la  de 
las  torres  pasaba  de  veintiocho. 

Cerca  del  templo  habia  un  osarlo  que  en  la  par- 
te inferior  tenia  154  pies  de  largo.  Se  subia  á  la  su- 
perior por  una  escalera  de  treinta  escalones.  Eran 
tantos  los  cráneos  conservados  en  estos  edificios, 
que  algunos  españoles  contaron  en  una  parte  de 


— 9— 

ellos  hasta  ciento  treinta  y  seis  mil,  según  asegura 
Clavijero  (1). 

En  la  descripción  que  Prescott  ha  hecho  del  tem- 
plo mayor,  encontramos,  que  la  pared  que  lo  cir- 
cundaba, estaba  adornada  exteriormente  con  ser- 
pienies  realzadas;  que  sobre  cada  una  de  las  cua- 
tro puertas  que  miraban  á  los  cuatro  puntos  prin- 
cipales de  la  ciudad,  habia  una  especie  de  arsenal 
lleno  de  armas  y  pertrechos  de  guerra;  que  en  las 
paredes  de  los  santuarios  estaban  esculpidas  figu- 
ras que  representaban  el  calendario  ó  acaso  las  ce- 
remonias del  ritual;  que  Huitzilopochtli  tenia  en 
la  mano  derecha  un  arco,  en  la  izquierda  un  haz 
de  flechas  doradas  con  una  leyenda  mitológica-  al 
rededor  de  la  cintura  estaba  enroscada  una  serpien- 
te enorme  de  piedras  y  perlas;  en  el  pió  izquierdo 
veíanse  plumas  de  colibrí,  y  suspendida  al  cuello 
U7ia  cadena  de  corazones  de  oro  y  plata,  emblemá- 
tica de  los  sacrificios  en  que  tanto  se  gozaba  el 
dios;  que  el  santuario  adyacente  consagrado  ixl^es- 
catlipoca  con  tenia  la  imagen  de  esta  deidad  crea- 
dora del  mundo,  de  piedra  negra  bruñida,  adorna- 
da con  oro  y  plata  y  cuyo  ornamento  principal  era 
un  escudo  pulimentado  como  un  espejo,  emblema 
de  que  todas  la& cosas  se  reflejaban  en  ól  (2). 

Aprovechándose  el  abate  Brasseur  de  Bourbourg 


(1)  Ilist.  ant.  de  México,  tom.  1,  lib.  6,  pág.  246. 

(2)  Prescott.  Historia  de  la  conquista  de  México,  tom. 
1,  Hb.  4,  cap.  2. 


—10— 

de  todos  los  datos  reunidos  por  Las-Casas,  Torq ne- 
niada, Acosta,  Gomara  y  Clavijero,  ha  hecho  tam- 
bién una  descripción  circunstanciada  de  este  tem- 
plo, y  dice  que  la  base  del  teocalli  tenia  una  exten- 
sión de  300  pies  sobre  11)0  de  ancho  (1). 

En  Tezcuco  babia  igualmente  muchos  templos. 
El  principal  era  el  que  Nezahualcoyotl  consagró  á 
Tezcatlipoca  y  á  HuitzilopocMU.  Enfrente  de  és- 
te construyó  después  otro  dedicado  al  Creador  invi- 
sible del  universo,  que  según  un  manuscrito  de 
Pomar  (2)  y  la  opinión  de  IxñixocliÜi  (3) ,  era  una 
vasta  pirámide  con  cuatro  órdenes  de  terrazas  de 
una  altura  considerable.  «En  la  puerta,  dice  el 
«  abate  Brasseur  (4),  se  elevaba  en  el  centro  de  la 
«  plataforma  una  torre  de  nueve  pisos,  figurando  los 
«  nueve  cielos.  El  coronamiento  que  representaba 
«  el  divino  cielo  estaba  pintado  de  negro  por  fuera 
«  y  sembrado  de  estrellas;  interiormente  se  halla- 
«  ba  encrustrado  de  oro,  pedrería  y  plumas  precio- 
«  sas,  y  consagrado  al  dios  desconocido^  que  no 
«  estaba  representado  por  ninguna  figura,  termi- 
«  naba  por  tres  puntas.  En  el  noveno  piso  se  en- 
«  contraba  un  instrumento  llamado  cUililitli  que 
«  dá  su  nombre  al  templo  y  á  la  torre.  Entre  otros 


(1)  Brasseur  de  Bourbourg.  Historie  des  nationscivi- 
lisées  du  Mexique,  tom.  3,  íib.  12,  cap.  6. 

(2)  Relaciou  de  la  ciudad  de  Tetscuco  enviada  a  S.  M. 

(3)  Historia  de  los  cliichimecas,  tom.  1,  pág.  45.  ' 

(4)  Historie  des  nations  civilisées  du  Mexique,  tom.  3, 
lib.  11,  cap.  1. 


—11— 

« instrumentos  de  música  que  se  habian  reunido 
«  allí,  liabia  una  especie  de  vasija  de  metal  llama- 
«  da  tetzilacatl,  que  se  tocaba  como  las  campanas 
«  por  medio  de  un  martillo  del  mismo  metal.  Se 
« tocaban  todos  los  instrumentos  cuatro  veces  al 
«  dia,  y  el  chilitl  á  la  hora  que  oraba  el  rey.» 

Dando  el  abate  una  ida  general  de  esta,  clase  de 
construcciones,  dice  (1)  que  el  cuerpo  principal  de 
los  teocallis  era  una  pirámide  cuadrada,  por  lo  re- 
gular oblonga,  compuesta  de  muchas  bilada^s  que 
parecen  como  otras  tantas  pirámides  sobrepuestas, 
de  las  cuales  la  última  está  como  tronchada  en  la 
punta. 

En  todos  las  ciudades  de  cierta  importancia^  el 
teocalli  estaba  erigido  en  el  centro  de  un  gran  patio, 
formado  por  los  edificios  destinados  á  las  diferentes 
ceremonias  del  culto,  á  la  habitación  de  los  sacer- 
dotes, de  las  vestales  y  de -los  jóvenes  empleados 
en  el  servicio  del  santuario. 

El  templo  del  Sol  es  en  la  América  del  Sur  uno 
de  los  más  notables  de  este  continente.  Balbi  lo 
considera  el  más  suntuoso  y  magnífico  de  todos  los 
construidos  en  aquella  parte  de  la  América,  y  uno 
de  los  más  ricos  que  ha  habido  en  el  mundo.  Sus 
cuatro  paredes  estaban  tachonadas  con  planchas  de 
oro.   El  ídolo  que  en  él  se  veneraba  representaba 


(1)  Historie  des  nationsciviliséesduMexique,  tom.  3, 
lib.  12,  cap.  6. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 4 


—12— 

el  Sol,  colocado  sobre  unaplancMdeoro.  La  ima- 
gen era  toda  de  una  pieza;  el  rostro  redondo,  ro- 
.deado  de  rayos  y  de  llamas.  A.los  lados  se  halla- 
ban colocados  los  cuerpos  de  los  incas  embalsaína- 
dos,  sentados  en  tro7ios  de  oro  con  la  cara  bácia  la 
puerta  del  Poniente,  excepto  el  de  Bayna-Caipac 
cuyo  rostro  estaba  vuelto  hacia  la  imagen.  Tenia 
el  templo  otros  adornos  de  oro  y  puertas  cubiertas 
de  este  metal.  El  techo  era  de  madera.  No  cono- 
cían los  peruanos  el  uso  de  la  teja  ni  del  ladrillo. 
A  un'lado  habia  un  patio  cuadrado  con  un  pretil 
adornado  de  oro,  y  al  rededor  cinco  capillas,  consa- 
grada la  primera  á  la  luna.  Las  puertas  y  paredes 
de  ésta  tenian  láminas  de  plata,  y  la  cara  de  la  lu- 
na, representada  por  un  rostro  de  mujer,  era  igual- 
mente de  plata.  A  uno  y  otro  lado  de  la  imagen 
se  conservaban  los  cuerpos  embalsamados  de  las  em- 
peratrices: la  de  Mamaoello,  madre  de  Suayna-Ca- 
pac  tenia  la  cara  mirítndo  al  ídolo.  La  segunda  ca- 
pilla consagrada  á  Venus;  las  pléyadas  y  todas  las 
estrellas  en  general,  estaban  adornadas  de  plata 
como  la  anterior.  La  tercera  artezanada  de  oro, 
estaba  dedicada  al  trueno,  al  relámpago  y  al  rayo. 
En  la  cuarta  también  de  oro  se  veneraba  el  Arco- 
Tris,  y  la  quinta  enriquecida  come  las  otras,  era  la 
sala  de  audiencia  de  los  sacerdotes  que  servían  en  el 
templo  (1). 

(Ij  Adrián  Balbi.  Abrege  de  geographie.  Ameriqne 
du  Sud,  Perú. — Garcilazo  de  la  Vega,  primera  parte  de 
los  comentarios  reales  etc.^  lib.  3,  cap.  20  y  21. 


—13— 

En  la  historia  de  la  conquista  de  la  Florida  se 
encuentra  la  descripción  de  los  templos,  uno  de 
ellos  tallado  en  la  roca  de  ^orma  oval  de  doscientos 
pies  de  largo  y  ciento  veinte  de  alto,  al  cual  le  en- 
traba la  luz  por  una  abertura  en  medio  del  tecbo, 
y  en  él  se  tributaba  culto  al  sol. 

•  El  otro  de  estos  templos  llamado  Talo-Meco  ser- 
via de  sepulcro  á  los  caciques  ó  principales  del  país: 
veíanse  en  el  muchas  cajas  de  madera  sobre  ban- 
cos al  rededor  de  la  pared:  tenia  cien  pies  de  largo 
sobre  cuarenta  de  ancho,  y  una  altura  proporcio- • 
nada,  cubierto  de  cañas  y  adornado  el  techo  de 
conchas  de  diferentes  tamaños  vistosamente  coloca- 
das, y  figurando  festones  que  descendían  de  arriba 
á  abajo. 

En  las  puertas  á  la  entrada  del  templo  había  es- 
tatuas gigantescas  de  madera  colocadas  en  huera 
de  mayor  á  menor,  las  primeras  de  ocho  píes  de 
alto  y  las  demás  un  poco  menos,  armadas  con  cla- 
vas, las  segundas  con  mazos  de  armas  en  la  mano, 
las  terceras  con  remos  y  las  últimas  con  hachas  de 
cobre. 

En  lo  alto  de  las  paredes  había  una  cornisa  de 
conchas  y  festones  de  perlas.  Debajo  del  cíelo  raso 
y  de  esa  comisa  veíanse  dos  órdenes  de  estatuas 
puestas  una  sobre  otra,  de  hombres  y  mujeres,  ca- 
da una  con  su  nicho;  los  hombres  llevaban  armas 
en  la  mano  y  las  mujeres  nada. 

El  espacio  que  medía  entre  las  imágenes  de 


los  muertos  y  los  dos  órdenes  de  estatuas,  estaba 
sembrado  de  escudos  de  diversos  tamaños:  en  el 
centro  del  templo  había  tres  hileras  de  cajas  con 
perlas,  las  más  grandes  servían  de  base  á  las  me- 
dianas^ y  éstas  á  las  más  pequeñas^  y  además  pa- 
quetes de  pieles  de  gamuza. 

Al  rededor  del  templo  había  un  grande  almacén 
dividido  en  ocho  salas  llena'S  de  armas:  había  en 
la  primera  largas  picas  herradas  con  cobre;  en  la 
segunda  clavas  ó  masas;  en  la  tercera  mazos  de 
armas;  en  la  cuarta  venablos  adornados  con  borlas; 
en  la  quinta  varías  especies  de  remos;  en  la  sexta 
arcos  y  flechas  muy  hermosas;  en  la -sé tima  rode- 
las de  madera  y  de  cuero  adornadas  de  perlas  y 
borlas  de  color;  y  en  la  octava  escudos  de  cañas 
muy  bien  tejidas,  adornadas  con  borlas  y  granos 
de  perlas  (1). 


§2. 


Con  estos  datos  y  los  que  ya  tenemos  sobre  el 
templo  de  las  ruinas  del  Palenque,  podría  formar- 
se un  juicio  comparativo  en  la  parte  arquitectónica^ 
trayendo  á  la  memoria  algunos  de  los  más  célebres 
de  la  antigüedad,  sobre  los  cuales  se  han  hecho 
frecuentes  alusiones  en  esta  obra. 

Según  la  idea  que  de  los  templos  egipcios  nos 

(1)  Garcilazo  de  la  Vega.  Hist.  de  la  conq.  de  la  Flo- 
rida. 


—15— 

dá  Strabon,  consistian  en  un  gran  espacio  empe- 
drado de  una  media  yugada  de  ancho,  y  tres  ó 
cuatro  veces  más  largo.  De  allí  se  pasaba  á  un 
gran  vestíbulo,  después  á  otro  y  finalmente  á  un 
tercero^  cerca  del  cual  había  un  atrio  amplio  delan- 
te del  templo,  en  cuyo  fondo  se  veia  un  edificio  de 
mediano  tamaño,  que  era  propiamente  el  templo, 
sin  estatua*  alguna;  y  si  las  había,  eran  figuras  de 
algunos  anímales  sagrados,  adorados  por  los  egip- 
cios. Los  bosques  sagrados,  los  atrios,  los  pórticos 
y  las  arboledas  eran  augustos  y  majestuosos. 

Dice  S.  Clemente  Alejandrino  (1)  que  eran  no- 
tables y  hermosos  estos  bosques,  atrios  y  pórticos 
que  rodeaban  los  templos.  Los  atrios  y  vestíbulos 
estaban  adornados  de  columnas  magníficas,  las  pa- 
redes revestidas  de  raras  y  preciosas  piedras,  el 
interior  del  templo  brillante  de  oro,  de  plata,  ó  del 
rico  metal  conocido  por  electro^  y  los  lugares  más 
secretos  cubiertos  con  paños  de  tapicería  tejidos  de 
oro. 

Describe  Diódoro  de  Sicilia  (2)  el  templo  ó  mo- 
numento que  hizo  fabricar  Osimandias  rey  de  Egip- 
to, que  tenía  diez  estadios  en  cuadro.  La  entrada 
primera  estaba  construida  con  piedras  de  diversos 
colores;  tenia  dos  yugadas  de  largo  y  cuarenta  y 
cinco  codos  de  alto.  Al  entrar  se  veia  un  espacio  de 
cuatro  yugadas  en  cuadro,  rodeado  de  galerías  cu- 

(1)  S.  Clemente  Alejandrino.  Paedagoge,  lib.  3,  c.  2 

(2)  Diódoro  de  Sicilia,  lib.  2,  cap.  1. 


—16— 

biertas  y  sostenidas  por  columnas  de  una  sola  pieza, 
de  diez  y  seis  pies  de  alto,  y  trabajadas  figurando 
animales,  según  el  modo  y  gusto  antiguo;  de  este 
patio  se  entraba  á  otro  mayor  lleno  de  esculturas 
y  columnas,  todavía  más  ricas  y  hermosas  que  las 
otras.  Veíanse  allí  estatuas  colosales  y  la  descrip- 
ción de  la  guerra  de  OswiancUas  contra  los  Bac- 
trios.  En  el  fondo  se  encontraba  un  templo  donde 
estaba  representado,  sobre  madera  esculpida,  un 
congreso  de  jueces:  el  presidente,  colocado  en  me- 
dio de  todos,  tenia  la  imagen  de  la  verdad  pendien- 
te del  cuello.  A  la  salida  babia  otro  edificio  gran- 
de sobre  una  gran  plaza,  adornado  con  columnas 
y  galerías,  y  más  distante  la  biblioteca  con  esta 
inscripción:  «Z¿t  medicma  del  alma.y)  Existia  tras 
de  esa  biblioteca  un  templo  de  Júpiter  y  Juno,  con 
veinte  asientos,  y  la  estatua  del  rey  fundador. 

Hablando  Rufino  (1)  del  templo  de  Serapis  en 
Alejandría,  dice  que  estaba  elevado  sobre  un  gran 
terraplén  becbo  á  mano  de  hombre  con  extraordi- 
nario trabajo,  al  cual  se  subía  por  cien  gradas  de 
piedra;  y  estaba  sostenido  por  arcos  y  bóvedas  sub- 
terráneas, que  servían  para  diferentes  usos  del  tem- 
plo. Situado  en  el  centro,  y  rodeado  de  grandes  y 
magníficos  pórticos,  tenia  muchos  órdenes  de  ha- 
bitaciones para  los  ministros.  Ninguna  cosa  había 
que  igualase  la  belleza  y  magnificencia  de  este  lu- 
gar.   El  exterior  estaba  adornado  de  columnas  de 

(1)  Rufino.  Hist.  lib.  2,  cap.  22. 


—17— 

preciosos  mármoles,  y  el  interior  revestido  entera- 
mente de  oro,  plata,  ú  otros  metales  que  formaban 
una  cubierta  general:  el  oro  estaba  debajo,  la  plata 
encima,  y  los  otros  metales  cubrían  uno  y  otro.  Es- 
te edificio,  por  lo  que  se  vé,  era  de  arquitectura  grie- 
ga del  tiempo  de  los  Tolomeos. 

El  templo,  de  Júpiter  Ammon,  según  Quinto 
Curdo  (1),  estaba  en  medio  de  los  bosques,  y  ser- 
via de  fortaleza  á  los  pueblos  circunvecinos.  Tres 
grandes  paredes  formaban  su  cerco.  En  la  prime- 
ra se  veia  un  antiguo-palacio  donde  habitaban  en 
otro  tiempo  los  reyes  del  país;  en  la  regunda  las 
viviendas  de  las  mujeres  é  hijos  de  los  príncipes, 
así  como  el  templo  y  oráculo  de  Ammon\  y  en  la 
tercera  estaban  los  alojamientos  de  los  guardas  y 
soldados  del  príncipe. 

Los  templos  de  la  Siria  y  de  la  Arabia  eran  del 
níl^mo  gusto  que  los  del  Egipto:  los  antiguos  ára- 
bes no  tenían  templos,  ni  tampoco  los  más  de  los 
otros  pueblos  (2) . 

El  templo  dedicado  á  la  diosa  de  Siria  en  la  ciu- 
dad de  JBierójpoUs  era  de  los  más  célebres  de  todo 
el  Oriente.  Luciano  (3)  dice  que  estaba  situado  eu 
medio  de  la  ciudad  sobre  una  pequeña  altura,  cer- 

í     (1)  Quinto  Gurcio,  lib.  4. 

(2)  Biblia  de  Vence.  Disertación  sobre  los  templos 
de  los  antiguos,  §  13. 

(3)  Luciano  De  dea  Syr. 


—18— 

cado  por  doble  muro,  con  atrio  y  vestíbulo.  Sus 
puestas  eran  de  oro,  metal  que  brillaba  en  todos  sus 
puntos.  En  el  fondo  del  templo  babia  una  especie 
de  cámara  con  dos  estatuas  de  oro,  una  de  Juno 
sentada  sobre  dos  leones  y  la  otra  de  Júj^iter  sobre 
toros:  á  la  izquierda  se  veia  un  trono  vacío  desti- 
nado al  ^ol;  después  el  de  Apolo. 

Tenemos  en  Arabia  en  la  Meca  el  famoso  templo 
de  la  Caoba ^  que  según  la  tradición  de  los  árabes 
era  el  Santuario  destinado  desde  tiempo  inmemo- 
rial á  los  sacrificios  y  á  la  oración  y  á  todo  lo  más 
solemne  en  el  antiguo  y  nuevo  islanismo  construi- 
do por  Abraliam  é  Ismael. 

Situado  en  la  parte  meridional  de  la  ciudad  de 
Medina  al  pié  de  la  montaña^  ocupa  una  extensión 
considerable^  cerrada  con  pórticos,  que  por  fuera 
tenían  el  aspecto  de  simples  murallas  sin  niugun 
adorno,  de  quince  á  veinte  pies  solamente  de  ff!e- 
vacion,  formadas  de  mármol  blanco  tallado  en  pie- 
dras cuadradas  todas  iguales,  de  dos  codos  por  cada 
lado:  el  espesor  de  las  murallas  es  de  cuatro  codos, 
coronadas  por  cúpulas  doradas  que  cubren  por  den- 
tro toda  la  extensión  de  los  pórticos. 

El  espacio  encerrado  dentro  de  esta  muralla,  for- 
ma un  cuadrado  de  ocbenta  toesas  por  cada  lado; 
el  interior  no  pasa  de  setenta  y  cinco  toesas;  en  ca- 
da ángulo  se  eleva  un  edificio  en  forma  de  Mina- 
rate  con  tres  balcones  en  pisos  diferentes^  á  los  cua- 
les se  bube  por  una  escalera  interior^  destinados  á 


—19— 

llamar  desde  allí  al  pueblo  á  la  oración  en  las  ho- 
ras del  dia  y  de  la  noche  en  que  ésta  debe  practi- 
carse. 

Sobre  cada  minarate,  hay  una  aguja  de  doscien- 
tos pies  de  alto,  que  remata  en  una  punta  dorada 
sobre  la  cual  hay  una  media  luna:  los  balcones  en 
la  noche  se  vén  iluminados  por  muchas  lámpa- 
ras. 

Entre  cada  uno  de  estos  minarates,  y  en  medio 
de  la  fachada  exterior  de  la  muralla,  hay  un  estan- 
que ó  pila  de  doce  toesas  de  frente  revestido  de  már- 
mol con  algunos  pies  de  profundidad  con  agua 
traida  por  un  acueducto,  de  la  cual  se  sirven  para 
las  puriñcaciones  legales,  necesarias  entre  los  i/w- 
sulmanes  antes  de  sus  rezos  y  oraciones. 

La  muralla  tiene  tres  puertas  para  entrar  al  pór- 
tico, una  en  el  centro  y  dos  en  las  extremidades, 
y  cerca  de  cada  minar ate\  sus  batientes  son  de 
cobre. 

Una  vez  dentro  del  pórtico  se  descubre  una  cavi- 
dad ó  espacio  hueco  de  mil  doscientas  toesas  de  su- 
perficie, á  la  cual  se  baja  por  diez  y  seis  escalones 
de  mármol;  y  allí,  en  medio  de  ese  espacio  se  en- 
cuentra un  edificio  de  estructura  particular^  cua- 
drado, más  alto  que  ancho  y  largo,  en  el  cual  no 
se  vé  más  que  una  estofa  negra,  de  que  están  cu- 
biertas las  paredes,  á  excepción  de  la  plataforma 
que  es  de  planchas  de  oro,  y  ésta  es  la  humilde  casa 
de  Ahraham  construida  en  el  tiempo  de  sus  perse- 

ESTUDIOS — TOMO  II — h 


—.20— 

cusiones^  cuando  era  peregrino  y^errante  sobre  la 
tierra:  y  es  la  casa  conocida  bajo  el  nombre  de  Caoba 
ó  casa  cuadrada,  objeto  de  veneración  de  los  árabes ^ 
y  á  la  cual  dirijen  sus  más  ardientes  votos. 

El  material  de  que  está  hecha  la  casa  es  de  pie- 
dras del  país  unidas  y  ligadas  por  una  simple  ar- 
gamasa de  tierra  roja,  que  se  ha  endurecido  con  el 
tiempo:  está  perfectamente  orientada;  su  altura  es 
de  veinticuatro  codos  sobre  su  base;  su  longitud 
de  N.  á  S.  es  de  veinticuatro  codos,  y  de  O.  á  P. 
veintitrés.  La  terraza  de  que  está  cubierta  es  de 
piedras  planas  revestidas  de  oro:  el  medallón  que 
sigue  al  derredor  de  esta  terraza  es  también  de  oro 
macizo. 

El  lado  oriental  de  este  edificio  es  una  abertura 
en  forma  de  puerta,  por  donde  le  entra  la  luz;  no 
está  al  ras  de  la  tierra,  sino  cuatro  ó  cinco  codos 
más  alta,  y  cerrada  por  dos  batientes  de  oro  maci- 
zo adheridos  á  la  pared  por  goznes  ó  pernos  del  mis- 
mo metal;  el  umbral  es  una  sola  piedra  sobre  la 
cual  los  peregrinos  humilUan  su  frente,  y  la  besan 
con  el  mayor  respeto. 

El  edificio  está  cubierto  por  fuera  con  una  colga- 
dura negra;  pero  deja  ver  la  balaustrada,  que  se 
eleva  al  rededor  de  la  plataforma  superior,  y  debajo 
de  ella  se  coloca  una  banda  de  tejido  de  oro  al  re- 
dedor de  todo  el  edificio. 

Hacia  la  parte  Sudeste,  según  la  descripción  de 
Reland,  hay  una  piedra  gruesa,  que  parece  ser  un 


—21— 

bloco  de  mármol  negro  sin  pulir  ni  tallar,  ala  que 
se  dá  el  nombre  de  piedra  santa;  parece  ser  resto 
de  algún  antiguo  simulacro  conservado  por  la  su- 
perstición de  las  promesas  o'r«í  65:  creen  algunos  que 
pudiera  estar  consagrada  á  Saturno  y  otros  á  Ve- 
nus-^ y  aunque  Aíahoma  destruyó  los  Ídolos,  no  se 
atrevió  á  tocar  éste,  y  se  contentó  con  suponerle  un 
origen  religioso  persuadiendo  á  sus  discípulos  que 
los  pecados  de  los  hombres  hablan  privado  esta  pie- 
dra de  su  blancura,  y  que  no  la  tomarla  sino  des- 
pués del  juicio  final,  que  debia  purificar  toda  la  na- 
turaleza. 

Por  el  mismo  lado  oriental  se  vé  otro  edificio  cua- 
drado, cuyas  faces  tienen  diez  codos  cada  una,  y 
otros  tantos  de  elevación:  el  techo  colocado  sobre 
cuatro  columnas,  situadas  en  los  cuatro  ángulos 
del  edificio,  es  plano  y  de  tres  pisos;  hay  en  el  últi- 
mo una  pequeña  cúpula  dorada  con  una  media  lu- 
na, que  cubre  una  piedra  famosa  en  la  cual  se  cree 
ver  los  vestigios  impresos  de  los  pies  de  Abra/iam. 

Sobre  este  edificio,  tirando  hacia  el  Norte,  véese 
otro  antiguo  con  una  puerta  bastante  elevada  y 
una  escalera  á  la  entrada  de  diez  y  ocho  gradas, 
que  conduce  á  una  tribuna  cubierta  por  una  pi- 
rámide desde  la  cual  los  Imanes  tienen  la  cos- 
tumbre de  predicar  al  pueblo.  A  poca  distancia  y 
hacia  el  Norte  se  vé  el  fin  de  la  columnata^  que 
forma  el  cerco  interior  de  la  Caaba:  enfrente  déla 
parte  oriental  hay  una  puerta  antigua,  en  la  cual 


—22— 

Malioma  hacia  fijar  sus  ordenanzas  religiosas  y  ci- 
viles, y  cuyas  llaves  estaban  confiadas  hace  mu- 
chos siglos  á  la  tribu  de  los  lioraiohites. 

A  la  izquierda  y  á  treinta  codos  de  distancia  se 
encuentra  un  grande  edificio  cuadrado  con  dos 
puertas  y  dos  ventanas:  el  techo  es  dorado  y  con 
cuatro  pisos  coronado  por  una  cúpula  y  una  me- 
dia luna;  dentro  de  este  edificio  está  la  principal 
abertura  del  pozo  llamado  Zemzen  que  la  tradi- 
ción y  doctrina  de  los  Musulmanes  supone  ser  el 
mismo  que  el  ángel  descubrió  á  Agar  madre  de 
Ismael  cuando  fueron  arrojados  al  desierto. 

Más  abajo  hay  otros  dos  edificios  de  la  misma 
forma;  y  del  lado  del  Norte  un  marco  de  mármol 
de  seis  codos  de  alto  semicircular. 

Pero  lo  que  más  llama  la  atención  de  los  espec- 
tadores, es  la  columnata  dispuesta  en  círculo  al  re- 
dedor de  la  Caoba  ^  que  llena  casi  las  tres  cuartas 
partes  del  círculo  en  una  extensión  de  setecientos 
ochenta  codos  ó  mil  trescientos  sesenta  y  tres  pies, 
adornado  con  cincuenta  y  dos  columnas  de  már- 
mol blanco  de  veinte  codos  de  alto,  con  una  espe- 
cie de  turbante  por  capitel  y  sin  base,  juntas  unas 
y  otras  por  una  balaustrada,  sobre  la  cual  hay  co- 
locada una  tablilla  para  dos  mil  lámparas  de  plata, 
que  se  encienden  por  la  noche:  en  la  parte  supe- 
rior de  las  columnas  unidas  por  medio  de  barras  de 
plata,  hay  colgadas  con  cadenas  de  oro  lámparas, 
que  se  encienden  también  de  noche,  además  de  la 


—23— 

que  está  colgada  al  rededor  del  monumento  de 
Ahraham  y  los  otros  edificios. 

Fuera  de  la  columnata  hay  otros  tres  edificios 
cuadrados  y  abiertos,  sostenidos  por  columnas,  cu- 
yos tubos  son  de  diferentes  formas,  que  sirven  pa- 
ra las  tres  principales  sectas  del  mohometismo. 

La  vista  que  presenta  el  templo  por  fuera  es 
magnifica:  véense  en  la  parte  superior  arcadas  de 
cincuenta  y  cinco  columnas  por  cada  lado,  distantes 
diez  y  ocho  pies  unas  de  otras;  el  ancho  de  las  ga- 
lerías es  de  diez  y  ocho  pies;  la  bóveda  y  las  arca- 
das aparecen  muy  rebajadas,  lo  que  haria  presentar 
un  aspecto  muy  bajo,  si  no  fuera  por  las  cúpulas,  que 
forman  el  techo  de  plomo  dorado,  veintisiete  por 
cada  Jado^  con  dos  arcadas  cada  una,  que  terminan 
en  una  media  luna,  lo  que  les  dá  una  altura  de 
veintidós  pies  sobre  el  entablamiento.  Las  colum- 
nas que  cierran  las  arcadas  son  doscientas  veinte, 
las  cúpulos  ciento  ocho  sin  comprender  los  cuatro 
grandes  minarates,  y  las  arcadas  doscientas  diez 
y  seis  (i). 

Herodoio  (2)  ha  descrito  el  templo  de  Beto  en 
Babilonia  del  que  ya  se  ha  hablado  antes.  Dice  que 

(1)  Ilist.  gen.  des  cerem.  mours  ct  coutumes  relig, 
de  tous  les  peuples  du  monde  rcpresentées  en  243  figu- 
ras desinées  de  la  main  de  Bernard  Picard,  avecdesex- 
plic.  hist.  et  cur.  par  M.  l'Abbé  Banier  de  l'Acad.  rey.  des 
inscrip.  et  belles  arts,  et  par  M.  l'Abbé  le  Mascrier,  lom. 
U,  chap.  2,  citando  á  D'IIerbelot,  Bibl.  orient. — Baulain- 
villiers  vie  de  Mahomet,  y  Gagnier  vie  de  Mahomet. 

(2)  Herodoto.  lib.  1,  cap.  181—182. 


—24— 

era  de  figura  cuadrada,  de  dos  estadios,  ó  doscien- 
tos cincuenta  pasos  de  extensión.  En  medio  se  ele- 
vaba una  torre,  cuya  base  tenia  un  estadio,  ó  cien- 
to veinticinco  pasos.  Sobre  esta  torre  habia  otras 
ocho.  En  la  primera  que  estaba  en  el  mismo  pla- 
no del  pórtico,  se  advertía  una  figura  de  oro,  que 
representaba  á  Júpiter  sentado,  una  gran  mesa 
también  de  oro,  silla  y  escabel  con  los  pies  del  mis- 
*mo  metal,  y  por  delante  un  altar  igualmente  de 
oro,  con  otro  más  grande  para  ofrecer  sacrificios 
perfectos  ó  de  animales  cebados.  En  la  última  tor- 
re con  que  remataba  el  edificio,  babia  un  templo, 
donde  se  admiraba  una  almohada  magnífica  y  una 
núa  de  oro,  sin  estatua  alguna.  Calmet  en  su  di- 
sertación sobre  la  torre  de  Babel,  dice  como  se  ha 
visto,  que  en  vez  de  almohada  habia  una  cama  bien 
cubierta,  destinada  para  una  mujer  escojidaporel 
dios  Belo  con  quien  venia  á  pasar  la  noche.  A  los 
cuerpos  ó  torres  de  este  edificio  se  subia  por  esca- 
lones formados  en  la  parte  exterior.  DMoro  supo- 
ne que  en  el  remate  de  este  templo  estaban  coloca- 
das las  estatuas  de  Júpiter,  de  Jmio  y  de  Rea,  en 
lo  cual  difiere  de  Herodoto,  y  que  el  edificio  esta- 
ba hecho  de  ladrillo  y  de  betum  (i). 

(1)  Ya  se  ha  insinuado  que  se  ha  creído  que  esa  torre 
es  la  misma  que  Nemrod  fabricó  después  del  diluvio, 
Sivil.  apud  Joseph  autiq.  1.  4 — Euseb  1.  9,  Picpar.  Otros 
la  atribuyen  á  Belo,  Quint  Gurt.  1.  5.  A-bídin  ex  Maya- 
then  apud  Euseb.  Rop.  1.  IX.  Otros  á  Semíramís,  Diód. 
Clesias.  Slrab.  y  otros  á  Nabucodonosor,  Dav.  IX — 27 
Joseph  Antiq  1.  X  11. 


—23— 

Según  Vitruvio  (1)  como  se  ha  visto  en  la  des- 
cripción que  se  ha  hecho  antes  el  templo  de  Diana 
en  Efeso  era  sin  contradicción  uno  de  los  más  her- 
mosos que  se  erigieron  en  la  antigüedad.  Tenia 
al  rededor  dos  órdenes  de  columnas.  Su  longitud 
era  de  cuatrocientos  veinticinco  pies  sobre  doscien- 
tos veinte  de  ancho.  De  las  muchas  columnas  que 
hahia  en  el  templo,  ciento  veintisiete  de  sesenta 
pies  de  altura  hablan  sido  donadas  por  otros  tan- 
tos reyes;  trabajadas  con  un  gusto  esquisito  y  cu- 
biertas con  admirables  bajo-relieves,  y  sus  puertas 
eran  de  maderas  preciosas  (2) . 

Respecto  de  los  templos  de  los  griegos,  la  idea 
y  forma,  como  dice  Barthelemy,  la  hablan  tomado 
de  los  egipcios,  pero  dándoles  proporciones  más 
agradables,  ó  á  lo  menos  más  análogas  á  su  gus- 
to (3) .    Cuatro  eran  los  más  famosos  en  que  esta- 

(1)  Vitruvio,  lib.  3,  cap.  19. 

(2)  Los  diseños  y  planos  primitivos  de  este  templo  se 
atribuyen  á  Ctiéiphon  ó  Cherciphron.  Doscientos  años 
lardó  su  construcción.  Encerraba  riquezas  inmensas: 
la  estatua  primitiva  de  Diana  era  de  ébano  según  Pli- 
nio,  de  cedro  según  Vitruvio,  y  de  oro  según  Jenofonte. 
Deseando  Erostrato  inmortalizar  su  nombre,  incendió 
el  edificio,  como  se  ha  dicho,  la  noche  del  6  de  Junio  del 
año  386  antes  de  Jesucristo,  dia  en  que  nació  Alejan- 
dro Magno.  Nerón  lo  despojó  de  todas  sus  riquezas;  los 
escitas  lo  arruinaron,  y  los  godos  lo  saquearon  é  incen- 
diaron el  año  263  de  nuestra  era. 

(3)  Barthelemy,  Viage  del  jóyen  Anacarsis,  tom.  2, 
cap.  12,  pág.  208. 


—26— 

taban  representados  los  principales  órdenes  de  ar- 
quitectura, el  de  Diana  en  Efeso,  considerado  co- 
mo una  de  las  siete  maravillas  del  mundo;  el  de 
Apolo  en  la  ciudad  de  Mileto,  tan  notable  y  visto- 
so como  el  anterior,  con  sus  columnas  de  orden 
dórico;  el  de  Ceres  y  Proserpina  en  Eleusis  de 
orden  dórico  también,  y  tan  extraordinariamente 
grande  que  podia  contener  treinta  mil  personas;  el 
de  Júpiter  Olímpico  en  Atenas,  de  orden  corintio, 
comenzado  por  Pisistrato  y  concluido  trescientos 
años  después:  pocos  liabia  que  en  magnificencia 
pudieran  igualarle. 

En  la  época  de  los  emperadores  romanos  fueron 
reedificados  muchos  de  estos  templos,  que  el  tiem- 
po ó  las  llamas  hablan  destruido  ó  deteriorado,  ta- 
les como  el  de  Baco,  Gércb  y  Proserpina,  que  les 
consagró  el  dictador  Posthumio,'el  de  FJora  por  los 
ediles  Lucio  y  Clareo  Publicio  y  el  de  Jano  cons- 
truido por  Dulio  (1). 

Hizo  -Vespaciano  edificar  el  de  la  Paz,  que  fué 
uno  d^  los  más  notables  de  Roma  (2).  Encontrá- 
base en  él  la  gran  columna  de  mármol  que  Paulo 
V  mandó  después  trasportar  y  colocar  en  Santa 
María  la  Mayor. 

En  el  incendio  ocurrido  en  tiempo  de  Nerón  fue- 
ron enteramente  consumidos,  según  Tácito  (3),  los 

(1)  Tácito.  Hist.  lib.  2,  n"  4. 

(2J  Id.  id.  lib.  5,  n°  52. 

(3)  Annal,  tom.  4,  lib.  15,  n°  41. 


—27— 

más  antiguos  monumentos  religiosos,  el  que  Ser- 
vio Tulio  habia  erigido  á  la  Luna,  el  grande  altar 
y  templo  consagrado  a  Hércules  por  Evandro,  el 
de  Júpiter  Stator  dedicado  por  Rómulo,  y  el  de  Vesr 
ta  con  los  dioses  penates. 

El  templo  de  Salomón,  al  que  Tácito  llama  m~ 
mensos  o'pulentim  templuiri,  sobre  el  cual  he  becbo 
ya  algunas  indicaciones,  estaba  edificado  como  se 
ha  dicbo  sobre  el  monte  Moria  en  una  explanada 
de  quinientos  codos  en  cuadro  (i ) .  Se  subía  al  atrio 
por  gradas  y  tenia  cuatro  puertas.  Dividíase  en 
tres  partes  principales;  el  santuario,  de  veinte  co- 
dos de  ancho,  cuarenta  de  largo  y  veinte  de  alto; 
y  el  "vestíhclo,  oblongo,  con  diez  codos  de  ancho, 
veinte  de  alto  y  veinte  de  largo.  El  edificio  todo 
tenia  setenta  codos  de  largo,  veinte  He  ancho  en  el 
interior  y  treinta  de  alto.  Había  en  tres  de  los  la- 
dos apartamentos  de  tres  altos,  que  formaban  un 
gran  cuerpo  de  habitaciones  con  ventanas  y  tres 
órdenes  de  columnas  unas  sobre  otras.  Los  sacer- 
dotes tenían  allí  sus  viviendas  y  las  demás  servían 
para  almacenes.  Dos  vastos  atrios  rodeaban  el 
templo. 

Dice  Bretón,  que  Josefo  reputaba  este  edificio  co- 
mo el  más  admirable  en  su  arquitectura  y  grande- 
za. Estaba  construido  con  piezas  de  mármol  de  cua- 
renta cubitos  de  largo,  doce  de  espesor  y  ocho  de 

(1)  Ezequiel,  42—16. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 6 


—28— 

alto,  UDÍdas  con  tal  firmeza,  que  parecían,  una  sola 
masa.  Había  en  él  mil  cuatrocientas  cincuenta  y 
tres  columnas  de  mármol  de  Paros,  y  dos  mil  nove- 
cientas seis  pilastras  de  tanta  mole,  que  tres  hom- 
bres apenas  podían  abrazarlas.  Salomón  comenzó 
la  obra  el  segundo  mes  del  ano  cuarto  de  su  reina- 
do, cuando  se  cumplían  cuatrocientos  ochenta  de 
la  salida  de  Egipto,  y  la  concluyó  en  el  octavo  mes 
del  año  undécimo,  quedando  perfecta  en  el  espacio 
de  siete  años,  aunque  en  rigor  fueron  siete  y  me- 
dio (1).  Fué  admirado  este  templo  como  una  de 
las  maravillas  del  mundo,  destruido  por  los  cal- 
deos, reedificado  en  el  mismo  sitio  por  Zoróbabel, 
profanado  por  Antioclio  Fpifa^iio,  fortificado  por 
Judas  Machaveo  y  robado  y  destruido  por  Tito  á 
los  quinientos  ochenta  y  seis  años  de  su  fundación. 
En  el  lugar  en  que  estaba  hubo  de  construirse  la 
mezquita  de  Omar. 

Hay  otro  munumcnto  de  la  antigüedad,  que  es 
el  famoso  templo  /¿'Mm&íí/ en  la  Núbia,  como  se 
ha  indicado  ya,  comparable  con  los  más  hermosos 
de  Egipto.  Debemos  á  Belsonila.  descripción  de  es- 
te templo.  El  vestíbulo  tiene  cincuenta  y  siete 
pies  de  largo,  y  cincuenta  y  dos  de  ancho,  soste- 
nido por  pilastras  cuadradas  entre  la  primera  puer- 
ta y  la  del  S'cheor:  cada  pilastra  tenia  una  figura 
esculpida;  esta  especie  de  cariátides,  cuya  cabeza 
llegaba  hasta  la  bóveda,  se  parecen  á  las  de  Medí- 

(1)  3  Rey  6,  I.  38. 


—29— 

neir-Abbu;  los  pedestales  tienen  cinco  y  medio  pies 
cuadrados.  Arriba  lo  mismo  que  sobre  las  paredes i 
tenia7i  esculpidos  geroglí fieos  del  mejor  estilo,  ó  al 
menos  más  atrevidos  que  los  geroglificos  ordina- 
rios de  Egipto,  tanto  por  lo  que  respecta  al  templo 
como  por  lo  escojidode  los  asuntos,  pues  represen- : 
tan  batallas,  asalto  de  castillos  fortificados,  triun- 
fos alcanzados  por  los  etiopes,  sacrificios,  etc.  En  la 
segunda  sala  de  veintidós  pies  de  alto,  las  paredes 
estáiF  igualmente  cubiertas  de  geroglificos  bien 
conservados.  Cuatro  pedestales  de  cuatro  pies  cua- 
drados sostenían  la  bóveda.  En  la  extremidad  del 
santuario  se  levantaban  cuatro  figuras  colosales 
cuyas  cabezas  afortunadamente  no  han  sido  daña- . 
das.  Entre  los  objetos  representados  en  las  pare- 
des se  distinguen  los  siguientes:  un  grupo  de  etio- 
pes prisioneros;  un  héroe  que  amenaza  con  la  lanza 
á  un  hombre,  mientras  otro  ya  muerto  se  encuen- 
tra tirado  á  sus  pies,  y  el  asalto  de  un  castillo  for- 
tificado. La  fachada  del  monumento  es  magnífica: 
cuenta  ciento  diez  y  siete  pies  de  ancho  y  noventa 
y  siete  de  alto;  entre  la  cornisa  y  la  puerta  hay  se- 
senta pies  seis  pulgadas,  la  puerta  tiene  veintidós 
pies  de  alto,  con  cuatro  enormes  figuras  sentadas 
á  su  ingreso,  de  las  cuales  la  más  colosal  represen- 
ta á  Osiris,  teniendo  á  su  lado  una  figura  simbó 
lica  ^elta  hacia  él;  arriba  hay  una  cornisa  con 
geroglíficoSj-molduras  y  adornos,  y  sobre  ella  una 
fila  de  veintiún  monos  sentados  de  seis  pies  de  al- 
to y  seis  de  distancia  de  uno  á  otro. 
Entre  las  ruinas  de  Tébas  en  Egipto  se  vén  to- 


—30— 

davía  con  admiración  los  restos  de  los  templos  de 
Luqsor  y  Camak,  de  los  cuales  se  lia  dado  algu- 
na idea  al  hablar  de  la  arquitectura  egipcia. 

El  primero  según  Belsoni,  presentaba  á  los  ojos 
del  viajero  una.de  las  moles  más  expléndidas  de 
la  grandeza  egipcia  con  su  2')'i'Opileo,  sus  dos  obe- 
liscos, sus  estatuas  colosales,  sus  enormes  colum- 
nas, la  variedad  de  los  apartamentos,  con  el  sa7i~ 
tuario  dentro,  sus  bellos  frisos  y  sus  columnas  ma- 
ravillosas descritas  por  Hamüton^  y  quesegutllas 
medidas  tomadas  por  Lindray  tenian  once  pies  de 
diámetro,  con  estatuas  sepultadas  en  parte,  que  le- 
vantándose setenta  pies  de  la  tierra,  y  treinta  que 
se  calculan  ocultas  en  ella,  resultan  de  cien  pies  de 
alto. 

A  poca  distancia  de  este  templo  se  encuentra  el 
de  Carnak,  aun  más  maravilloso  por  la  grandeza 
de  sus  dimensiones.  Denon  lo  describe  así;  «De 
« las  cien  columnas  de  solo  el  pórtico,  las  más  pe- 
«  quenas  tienen  un  diámetro  de  siete  pies  y  medio 
«  y  las  más  grandes  de  doce,  el  espacio  ocupado 
«  por  la  circunvalación  del  templo  contenia  lagos 
«y  montañas.»  Sus  dimensiones  según  Belsoni 
eran  ciento  diez  pies  por  trescientos  veintinueve. 
La  altura  de  sus  columnas  sesenta  pies  sin  contar 
el  pedestal:  ciento  treinta  y  cuatro  eran  lasque 
sostenían  el  techo,  esculpidas  y  pintadas  de  varios 
colores. 

Hay  otros  varios  templos  notables  como  el  de  la 
isla  de  Fil(B  consagrado  á  Hathos,  el  de  Edfú  á 


—al- 
una triada  compuesta  de  Ea^Hat,  Eathor  y  Har- 
sant-To,  el  de  JEsnek  á  CiiafL  y  Dakke  en  Núbia. 

Llaman  también  la  atención  en  clase  de  cons- 
trucciones antiguas  las  dos  capillas  de  una  sola 
piedra  ó  monoUtas  traídas  sobre  el  Nilo  desde  Ele- 
fantina, que  Amasis  bizo  trasportar,  para  que  fue- 
sen colocadas  la  una  en  Sais  y  la  otra  en  Butos, 
sobre  lo  cual  escribió  una  Memoria  el  conde  de 
Caylus  llena  de  erudición  y  de  curiosos  cálculos  y 
detalles.  La  de  Sais  era  de  quinientas  setenta  mil 
trescientas  treinta  y  tres  libras;  calcúlese  el  peso 
y  el  tamaño  da  la  máquina  y  buque  destinados  á 
ese  trasporte,  y  el  número  de  bombres  y  años  em- 
pleados en  esta  operación.  Las  proporciones  del 
Moco  que  formaba  el  templo  ó  capilla  colocada  en 
Butos  eran  aproximadamente  do  peso  siete  ú  ocbo 
veces  mayor  que  el  del  bloco  de  Sais  (I), 


§3. 


Deteniendo  ahora  la  consideración  en  todo  lo 
expuesto,  resalta  desde  luego  á  la  vista  la  falta  de 
semejanza  marcada  entre  los  templos  que  se  ban 
descrito  y  el  del  Palenque,  y  los  demás  de  este 
continente,  pues  carecian  de  atrios,  pórticos,  ves- 

(1 )  Memoires  de  literarure  tires  des  registres  de  l'Aca- 
demie  royale  des  inscriptions,  tom.  15,  p;ig.  46. 


—32— 

tíbulos  y  galerías:  no  hay  en  lo  general  arcos,  co- 
lumnas y  bóvedas  subterráneas,  excepto  las  de  Mi- 
lla de  que  antes  se  ba  hablado,  ni  estatuas  colosa- 
1-s,  ni  adornos  de  metal,  ni  se  hallaban  rodeados 
de  bosques  sagrados.  No  dejan,  sin  embargo,  por 
eso  de  notarse  algunos  puntos  de  contacto,  tales 
como  la  extensión  y  capacidad  que  algunos  tenían, 
el  empedrado,  la  forma  piramidal  como  en  Egipto, 
el  uso  de  piedras  de  grandes  dimensiones,  escali- 
natas, ó  gradas  exteriores  como  en  el  de  Serapis, 
pilastras  en  vez  de  columnas  como  en  los  templos 
de  Núbia,  con  figuras  esculpidas,  y  geroglíficos, 
ó  caracteres  en  las  paredes. 

Si  se  comparan  las  ruinas  del  Palenque  con  el 
templo  y  torre  de  Belo,  según  el  diseño  que  hizo 
grabar  el  Conde  de  Caylus,  y  se  vé  en  el  tomo  lo 
de  la  Historia  de  la  Academia  real  de  Inscripciones 
y  Belfas  letras  pág.  56,  sa  notarán  algunos  rasgos 
de  semejanza,  tales  como  el  ser  la  base  cuadrada  y 
estar  orientada,  los  varios  cuerpos  de  que  el  edifi- 
cio se  compone,  qué  van  en  diminución,  aunque 
ésta  en  el  templo  de  ^elo  es  más  gradual,  y  no  tan 
destacados  aquellos,  como  aparece  en  el  Palenque, 
con  ventanas  en  cada  uno  de  esos  cuerpos.  Las  es- 
caleras son  como  las  del  templo  mayor  de  México 
dedicado  á  HuitzüopoclitU.  La  descripción,  empe- 
ro, que  hacen  algunos  escritores  de  las  diversas 
clases  de  animales,  que  se  encontraban  en  el  inte- 
rior del  templo  de  Belo,  y  las  estatuas  con  alas,  con 
dos  caras,  con  cuernos  de  camero,  pies  de  caballo 


-33— 


j  tales  como  los  mitólogos  pintan  á  los  ipocentau- 
ros,  no  conviene  con  el  aspecto  interior  de  las  rui- 
nas del  Palenque. 


§4. 


Si  de  los  templos  se  desciende  á  las  habitaciones 
particulares  y  edificios  públicos,  se  verá,  que  al 
penetrar  los  españoles  en  el  imperio  de  Moctezu- 
ma, encontraron  en  Zempoala  casas  hechas  de  cal, 
piedra  y  ladrillos  secados  al  sol,  y  las  más  humil- 
des de  adobe,  techadas  unas  y  otras  con  hojas  de 
palma  (1):  la  del  cacique  era  de  cal  y  canto,  á  ]a 
cual  se  subia  por  una  escalera  de  varias  gradas. 

En  Istapalapa  admiró  Cortés  la  belleza  dé  ar- 
quitectura de  algunos  edificios.  Eran  de  piedra, 
los  techos  de  cedro  y  las  paredes  tapizadas  de  al- 
godones finísimos  de  brillgintes  colores  (1).  Hablan- 
do de  los  que  tenia  el  Señor  de  aquel  lugar,  dice: 
que  eran  grandes  y  bien  labrados,  así  "de  obra  de 
cantería  como  de  carpintería  y  suelos,-  en  muchas 
partes  altos  y  bajos  jardines  de  árboles  y  ñores  olo- 
rosas, albercas  de  agua  dulce  muy  bien  labradas 
con  sus  escaleras  hasta  el  fondo,  una  muy  grande 
huerta  junto  á  la  casa,  y  sobre  ella  un  mirador  de 

(1)  Prescolt.  Historia  de  la  conquista  de  lIéxico,*tom. 
1,  cap.  7,  pág.  246.. 
(1)      Id.,  id.,  id.,  lib.  3,  cap.  8,  pag.  397. 


—34— 

muy  hermosos  corredores  y  salas,  con  paredes  de 
cantería  y  un  aoiden  al  rededor  enladrillado  y  tan 
ancho,  que  podían  ir  por  él  cuatro  personas  paseán- 
dose, tenia  «de  cuadro  cuatrocientos  pasos,  que 
«  son  en  torno  mil  seiscientos»  (1). 

La  casa  del  cacique  de  Iluaxtepec  estaha  rodea- 
da áejardmes,  que  ocupaban  dos  leguas,  con  ca- 
sas de  recreo  y  numerosos  estanqiies  llenos  de  va- 
rias clases  de  peces.  Los  jardines  estaban  planta- 
dos de  árboles,  arbustos  y  matas  exóticas  é  indíge- 
nas, notables  por  su  hermosura  y  fragancia,  ó  por 
sus  propiedades  medicínale?,  y  dispuestos  científi- 
camente. En  esos  jardines  sobresalía  una  inteli- 
gencia en  la  horticultura,  y  un  buen  gusto  desco- 
nocido entonces  hasta  de  las  más  cultas  sociedades 
de  Europa  (2) . 

Los  templos  y  edificios  principales  en  las  inme- 
diaciones de  ]México  estaban  cubiertos  de  una  es- 
pecie de  estuco  duro,  blanco,  que  n^lucia  como  es- 
malte, cuando  lo  herían  los  rayos  del  sol  (3) . 

El  palacio  de  Áxayacatl,  donde  fué  alojado  Cor- 
tés y  sus  tropas,  era  muy  amplio,  tapizados  los 
mejores  aposentos  de  hermosas  telas  de  algodón* 


(1)  Gayangos.  Cartas  y  relaciones  de  Hernán  Cortés 
al  emperador  Carlos  V.  2*  Carta,  pág.  83. 

(2)  Prescolt.  Historia  de  la  conquista  de  México,  tom. 

2,  lib.  6,  cap.  2,  pág.  158. 

(3)  Prescott.  Historia  de  la  conquista  de  México,  lib. 

3,  cap.  9,  pág.  402. 


—33— 

con  bancos  de  madera  de.una  sola  pieza,  lechos  de 
liojas  de  palma  entretejidas,  y  cobertores  y  cielos  de 
algodón  (t). 

El  palacio  de  Moctezuma  era  una  reunión  vasta 
S  irregular  de  edificios  bajos  de  piedra,  construidos 
con  tetzo)itle,  adornado  con  mármol.  En  la  facha- 
da, encima  de  la  puerta  principal,  estaban  escul- 
pidas las-  armas  é  insignias  de  Moctezuma,  que 
era  una  águila  con  un  ocelotl  en  las  garras.  «En 
« los  patios,  dice  Prescott,  habia  muchas  fuentes  de 
«  aguas  cristalinas,  alimentadas  por  el  copioso  de- 
«  pósito  del  cerro  de  Chapultepec  y  que  á  su  vez 
«  abastecían  más  de  cien  bafios,  que  habia  en  eJ 

« interior  del  palacio Los  aposentos  eran 

«  muy  extensos  aunque  no  muy  altos.  El  artesón 
«  era  de  fragmentos  de  cedro,  primorosamente  la- 
«  bradop,  y  el  piso  estaba  tapizado  de  esteras  de  pal- 
«  ma.  El  tapiz  de  las  paredes  consistía  en  telas  de 
«algodón  ricamente  teñidas,  pieles  de  animales  ó 
«  estofas  de  plumaje,  trabajados  imitando  pájaros^, 
«  flores  ó  insectos,  con  tal  primor  y  profusión, 
«  que  bien  pudieran  competir  con  las  tapicerías  de 
«Flandes»  (2). 

Tenia  también  Moctezuma  dentro  y  fuera  de 
México  muchas  casas  de  placer.     Las  de  dentro 


(1)  Prescott.  Historia  de  la  conquista  de  México,  tom. 
1,  lib.  3,  cap.  9,  pág.  409. 

(2)  Id.,  id.,  id.,  id.,  pág.  413. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 7 


—ac- 
ias consideraba  [Cortés  tan  maravillosas,  que  no 
encontraba  en  España  semejantes.  En  una  de  ellas 
había  ¡un  jardín  con  miradores;  las  losas  eran  de 
mármol  y  jaspe;  tenia  dos  estanques  para  toda  cla- 
se de/animales  acuátiles;  á  las  aves  se  les  daba  el 
mantenimiento  que  les  era  propio,  inclusas  las  do* 
rapiña,  estando  todas  al  cuidado  de  trescientos 
hombres;  otros  trescientos  tenían  á  su  cargo  los 
leones,  tigres,  lobos  y  otros  animales,  mantenidos 
con  gallinas:  tenia  también  una  casa  con  hom- 
bres y  mujeres  deformes,  y  gentes  que  los  cuida- 
ban (1). 

El  abate  Brasseur  de  Bourbourg  ha  hecho  una 
descripción  de  los  palacios  de  Moctezuma^  valién- 
dose al  efecto  de  las  noticias  que  contienen  las  obras 
de  Torquemada,  Herrera,  Gomara,  Bernal  Díaz 
del  Castillo,  y  Cortés.  Según  ella,  la  reunión  de 
edificios  que  formaban  su  mansión  ordinaria  esta- 
ba poco  distante  del  gran  templo.  Eran  de  tetzon- 
tle  colorado,  de  grande  extensión,  con  veinte  fuer- 
tas.  Habia  en  lo  interior  tres  vastos  patios  con  fuen- 
tes. El  mármol,  el  póríido  y  el  alabastro  tecali  se 
mostraban  bajo  todas  las  formas  en  los  apartamen- 
tos y  en  los  pórticos,  en  el  piso  bajo  y  en  el  supe- 
rior. Los  techos  y  plataformas  eran  de  madera  du- 
ra y  preciosa,  llenos  de  obras  maestras  de  escultu- 
ra y  carpintería  aztecas.    «Más  de  cien  cámaras  ó 


(1)  Gayangos.  Cartas  y  relaciones  de  Hernán  Cortés 
al  emperador  Carlos  V,  Carta  2» 


••  •  —37— 

«  salones,  más  de  cíen  baños,  lin  contar  las  salas 
«de  armas,  componian  esta 'suntuosa  habitación, 
a  El  oro,  la  plata  y  las  plumas  disputaban  el  espíen-^ 
«  dor  á  los  mármoles  de  \o?,pórUcos,  con  tapiceíias 
«  soberbias  y  esteras  de  una  finura  admirable.  Só- 
«  bre  las  paredes  y  ventanas  se  extendían  estofas 
«  no  menos  maravillosas /?c»^/'  la  belleza  del  tejido, 
«  la  elegancia  de  los  dibujos,  que  por  la  riqueza  de 

« los  colores En  lo  interior  se  quemaban 

«  sin  cesar  en  millares  de  br asemilles  perfumes,  que 
«  esparcian  un  olor  embriagante  (1).  Tres  milper- 
«  sonas  estabanr  diariamente  empleadas  en  el  ser- 
«  \dcio  del  monarca,  en  este  número  más  de  mil 
«  mujeres,  que  hacian parte  de  su  serrallo,  sacadas 
«  de  la  primera  nobleza  de  Anáhuac.  El  resto  de 
«la  casa  real  se  componía  de  los  miembros  del 
«  Consejo,  de  los  oficiales  de  la  guardia,  de  admi- 
«  nistradores  y  empleados  de  toda  especie,  ,servi- 
«  dores  y  gentiles  hombres  de  cámara  (2).  Sobre 
u  la  puerta  principal  del  palacio  una  especie  de  gri- 
«  fo  de  formas  fabulosas,  aUbgando  un  tigre,  repre- 
«  sentaba  la  divisa  de  los  hijos  do  Acar/iaiñchtli. 
«  Los  techos  del  palacio  formaban  una  serie  de  in- 
« mensas  terrazas,  algunas  de  las  cuales  eran  - 
u  tan  extensas,  que  habrían  podido  combatir  allí 

(1)  Torquemada.  Monarquía  indiana,  lib.  3,  cap.  23. 

(2)  Gomara.  Crónica  de  N.  España,  etc.,  cap.  67 — 71. 
Herrera.  Hist.  general  d«  las  Indias  occidentales,  déc. 
2,  lib.  7,  cap.  9. 


—38— 

«  en  justa  á  la  vez  treinta  hombres  á  caballo»  (1). 
Otro  edificio  con  pórticos  de  alabastro,  paredes 
y  estanques,  estaba  destinado  á  las  aves,  cuyas  plu- 
mas servían  para  los  cuadros  ó  estofas  de  mosaico, 
y  -se  empleaban  en  su  cuidado  trescientas  personas. 
Vastas  construcciones  formaban  la  casa  real  de  fie- 
ras, que  tenia  á  su  servicio  muchas  personas,  y 
donde  estaban  reunidas  todas  las  especies  vivien- 
tes, cuadrúpedos,  reptiles,  peces  y  anfivios  de  Mé- 
xico, y  países  lejanos  sujetos  al  imperio.  A  poca 
distancia  de  allí  se  veia  una  colección  horrible, 
compuesta  de  enanos,  pigmeos,  jorobados  y  todas 
las  deformidades  que  presenta  á  veces  la  natura- 
leza (2). 

AI  rededor  de  estas  casas  de  fieras  y  dé  volátiles 
estaban  los  jardines,  donde  se  cultivaban  todas  las 
familias  de  vegetales  y  de  arbustos  odoríficos,  y 
todas  las  variedades  medicinales:  sotos  siempre 
verdes  decoraban  de  trecho  en  trecho  una  sombra 
profunda  sobre  los  auiales,  regados  por  aguas  cris- 
talinas traídas. por  coiMuctos  subterráneos  á  las 
fuentes  de  mármol  y  de  pórfido  (3) .  * 

No  eran  menos  notables  el  palacio  y  otros  edifi- 

(1)  Brasseur  deBourbourg.  Historie  des  nations  ci- 
vilisées  du  Mexique,  tom.  A,  lib.  13,  chap.  1. 

(2)  Bernal  Diaz.  Hist.  de  la  conq.  cap.  9;). — Loreuza- 
iia.  Cartas  de  Cortés,  fol.  111. 

(3)  Brasseur  deBourbourg.  Historie  des  nations  civi- 
lisées  du  Mexique,  tom.  4,  liv.  13,  cliap.  1. 


—so- 
cios en  la  ciudad  de  Tescuco.  El  destinado  á  la  re- 
sidencia y  á  las  ceremonias  públicas  tenia,  según 
Prescott  (1),  mil  doscientas  treinta  y  cuatro  varas 
de  Oriente  á  Poniente,  y  novecientas  setenta  y  ocho 
de  Norte  á  Sur.  Estaba  rodeado  de  una  cerca  de 
argamasa  y  ladrillos  sin  cocer,  la  mitad  tenia  seis 
varas  de  grueso  y  nueve  de  altura,  y  la  otra  mitad 
el  mismo  grueso  y  quince  de  altura.  Dentro  de 
este  recinto  habia  dos  plazas:  la  una  que  servia  de 
mercado,  y  al  rededor  de  la  otra  estaban  las  cáma- 
ras de  los  diversos  consejos  y  las  salas  de  justicia. 
Habia,  además,  en  dicho  palacio  habitaciones  para 
los  embajadores,  y  extranjeros,  así  como  un  gran 
salón  donde  se  retiraban  los  poetas  y  sabios  á  es- 
tudiar, ó  á  conversar  bajo  sus  pórticos  de  mármol. 
En  esta  parte  del  palacio  estaban  también  los  ar- 
chivos de  monuHientos. 

«La  descripción  de  esta  mansión  real,  dice  el 
«  abate  Brasseur  (2)  con  la  de  sus  patios  y  sus  pór- 
« ticos,  sus  galerías  y  sus  vastas  salas,  sus  jardi- 
«  nes  adornados  de  estatuas,  de  ricas  pajareras,  de 
«  estanques,  de  lagos  artificiales,  de  sus  inmensas 
x(  rocas  esculpidas  con  sus  escaleras  gigantescas, 
«  ocupa  casi  un  volumen  entre  las  obras  de  Ixtli- 
«Xóchitl.)) 


(1)  Prescott,  Historia  de  la  conquista  de  México,  tom. 
I,  cap.  6, 

(2)  Brasseur  de  Bourbourg.  Historie  des  nalioní  ci- 
viUsées  du  Mexique,  tom.  3,  liv;  11,  chap.  1. 


—40— 

En  la  sala  principal  estaba  el  ieoinpaipcm,  que 
era  un  sillón  con  respaldo  de  oro  macizo,  incrus- 
trado  de  turquesas,  y  otras  piedras  preciosas,  con 
una  mesa  pequeña,  en  que  se  veia  un  broquel,  una 
masa,  un  carcax  y  detrás  un  cráneo  humano,  que 
tenia  encima  una  esnieralda  de  forma  -piroAnidal 
con  el  penacho  tecpilatl,  que  era  adorno  de  cabe- 
za de  los  reyes  de  Anáhuac.  Servían  de  tapiz  pia- 
les de  tigre  y  de  león,  y  estofas  tejidas  de  plumas 
de  águila  real,  y  las  paredes  estaban  cubiertas  con 
colgaduras  de  coneyo  de  toda  clase  de  colores,  re- 
presentando animales,  pájaros  y  i^lantas.  La  silla 
estaba  debajo  de  un  dosel  de  plumas  magníficas, 
sobre  el  cual  habia  un  manojo  de  rayos  de  oro  y 
pedrería.  La  sala  tenia  tres  divisiones.  La  prime- 
ra estaba  reservada  al  rey,  y  las  otras  klos catorce 
asignatarios,  que  conocían  en  uaion  de  otros  fun- 
cionarios de  los  negocios  civiles  y  criminales;  los 
seis  primeros  ocupaban  la  segunda  y  los  ocho  res- 
tantes la  tercera. 

Además  de  éste  tenia  Nazahualcoyotl  otros  pa- 
lacios. «Los  más  célebres  eran  los  de  Acatalalco, 
Tepatzin  y  2'ezcotzinco.  Estaban  los  dos  primeros 
situados  á  orillas  del  lago,  donde  se  velan  hermo- 
sos edificios  con  acueductos,  fuentes,  estanques, 
baños  y  laberintos.  Cultivábanse  alU  toda  especie 
de  árboles  y  ñores,  que  el  rey  hacia  venir  de  las 
provincias  más  distantes  de  la  capital.  Pero  de  to- 
dos los  jardines,  los  más  afamados  eran  los  de  Tetz- 
contzinco:  estaban  escalonades  en  terrazas  sobre 


—il- 
la pendiente  de  la  montaña  del  mismo  nombre;  se 
subia  á  ]a  cima  por  grandes  escaleras  talladas  en 
la  roca;  un  acueducto  conduela  aguas  considera- 
bles que  se  distribuían  en  cascadas  y  surtidores 
de  diversas  alturas»  (1). 

La  descripción  que  hace  Prescott  de  este  retiro 
ca7npestre  es  encantadora.  Las  escaleras  por  las 
cualeíi  se  subia  á  los  terrados  vestidos  de  jardines, 
eran  de  quinientos  veinte  escalones,  algunos  cor^ 
tados  en  la  viva  peña.  El  acueducto  que  conduela 
el  agua  tenia  algunas  millas  de  largo,  atravesaba 
el  valle  j  y  el  se^rro  y  estaba  sostetüdopor  enormes  pi- 
lares de  manipostería.  En  los  bosques liabia^¿)rí¿- 
cos^  pabellones  de  mármol  con  baños  cavados  en 
la  roca.  El  palacio  se  levantaba  en  la  base  del  co- 
llado con  narcos  esbeltos  y  espaciosas  galerías, y>  en- 
vuelto por  los  perfumes  de  los  jardines.  Este  reti- 
ro se  hallaba  como  á  dos  leguas  de  Tezcuco  (2) . 

El  serrallo  estaba  en  el  palacio  principal  de  Tez- 
cuco,  «tan  magnífico  y  lleno  de  belleza,  dice  Pres- 
te cott^  como  el  de  un  sultán  de  oriente  »  Todo  el 
edificio  constaba  de  trecientas  habitaciones,  algu- 
nas de  cincuenta  varas  en  cuadro,  y  se  dice  que  se 
emplearon  en  su  construcción  doscientos  mil  ope- 
rarios (3). 

(1)  Brasseur  de  Bourbourj.  Historie  des  nalions  ci- 
vilisées  du  Mexique,  tom.  3,  liv.  11,  chap.  1. 

(2)  Prescott.  Historia  de  la  conquista  de  México,  tom. 
1,  lib.  1,  cap.  6. 

(3)  Id.,    id.,    id.,    id. 


—42— 

Al  leer  la  descripción  de  estos  Palacios,  se  vie- 
nen naturalmente  á  la  memoria  algunos  de  los  más 
notables  de  la  antigüedad,  entre  otrob  el  de  Semí- 
ramis  en  Babilonia,  y  el  de  los  Césares  en  Roma  en 
el  Palatino,  que  como  se  ha  dicho  fué  tomando  in- 
mensas proporciones  hasta  tocar  con  el  monte  Es- 
quihno,  y  según  la  descripción  que  se  ha  hecho,  en 
esa  prodigiosa  extensión  se  comprendian  baños,  es- 
tanques, y  un  gran  número  de  edificios,  de  manera 
que  parecía  más  bien  ciudad,  que  la  mansión  de  uno 
solo.  ReconstruyóNeron  el  palacio  de  Augusto,  y  con 
tanta  magnificencia,  que  se  llamó  como  se  ha  dicho 
casa  de  oro,  adoMus  aurea.y)  Habia  en  él  salas,  gale- 
rías y  estatuas:  brillaba  el  oro  por  todas  partes,  has- 
ta en  el  pavimento;  el  mármol,  el  bronce,  los  ricos 
tapetes,  y  preciosos  ornamentos  decoraban  su  recin- 
to; era  una  maravilla,  permaneciendo  absortos  y 
extaciados  los  sentidos  entre  tantos  objetos  grandio- 
sos y  por  mil  títulos  sorprendentes. 

Las  habitaciones  de  los  nobles  entre  los  indios 
eran  bajas,  rara  vez  de  más  de  un  piso,  de  forma 
cuadrangular,  de  azotea,  con  patios  en  el  centro, 
rodeados  do  hermosos  pórticos  de  pórfido,  y  de  jas- 
pe, con  pilas,  fuentes,  y  en  algunas  con  jardi- 
nes (1).  En  la  ciudad  do  México  eran  de  una  pie- 
dra porosa  y  colorada  (tezontle),  cercados  los  techos 
con  parapetos.  De  trecho  en  trecho  «se  encontraba 
«  una  grawplaza  con  sus  por  Heos  de  piedra  ó  estuco, 

(1)  Prescott.  Historia  de  la  conquista  de  México^  tom. 
l.lib.  4,  cap.  1,  pag.  430. 


—43— 

c(  Ó  un  templo  piramidal  de  dimensiones  colosales, 
«  coronado  de  altísimas  torres,  y  con  altares  donde 
«  ardia  una  llama  inextinguiblen  (1) ; .  La  ca- 
lle real  se  extendía  en  linea  casi  recta  varias  mi- 
llas. La  población  no  bajaba  de  sesenta  mil  casas 
con  trescientas  mil  almas,  y  üil  vez  más  (2).  La 
ciudad  tenia  tres  leguas  de  circunferencia  (3) . 


§5. 


Para  acabar  de  formarse  una  idea  exacta  de  su  ar- 
quitectura, es  preciso  tener  presente  que  los  mexi- 
canos fabricaban  arcos  y  bóvedas,  que  bacian  uso 
de  (!r)rnisas,  y  otros  adornos,  que  sus  columnas 
eran  cilindricas  ó  cuadradas,  pero  sin  chapiteles. 
El  techo  de  las  casas  era  de  cedro,  de  abeto,  de 
ciprés,  de  pino  ó  de  ajametl\  las  columnas  de  pie- 
dra ordinaria  y  en  los  palacios  de  mármol,  y  aun 
de  alabastro,  que  algunos  españoles  creyeron  jaspe. 
Se  servían  también  de  ladrillos  cocidos,  y  hacian 


(1)  Prescott.  Hist.  delaconq.  de  México,  tom.  1,  lib. 
3,  cap.  9,  pág.  406. 

(2]  Id.,  id.,  id.,  id.,  lib.  4,  cap.  1,  pág.  432.— Pe- 
dro Mártir  De  orvo  novo,  dec.  b,  cap.  3. — Gomara,  Cró- 
nica etc.  pág.  78. — Herrera,  Hist.  general,  etc.,  dec.  2, 
lib.  7,  cap.  13. 

(3^  Prescott.  Hist.  de  la  conq.  de  Méx.,  lom.  1, 
pág.  433. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 8 


—44— 

USO  de  la  cal.  Cortaban  y  trabajaban  las  piedras  con 
instrumentos  de  piedra,  entre  otros  el  mármol, 
jaspe,  alabastro,  ó  ^Ys/Z^  (1). 

Las  casas  de  los  pobres  eran  de  cañas  y  ladrillos 
crudos  (adobes),  con  el  techo  de  heno  ú  hojas  de 
maguey:  las  de  los  ricos  eran  de  piedra  y  cal,  con 
dos  piezas,  salas,  cámaras  bien  distribuidas,  y  pa- 
tios; de  azotea,  con  paredes  blancas,  bruñidas  y 
relucientes,  el  piso  liso  é  igual;  algunas  estaban 
coronadas  de  almenas,  y  tenian  torres,  estanques 
y  jardines,  sin  puertas  de  madera,  sino  solo  corti- 
nas. 


§6. 


Hacia  el  grado  veintinueve  de  latitud  poco  más 
Óménosá2o0  millas  de  Chihuahua,  rumbo  al  No- 
roeste, se  encuentran  los  restos  de  un  vasto  edifi- 
cio al  que  se  dá  el  nombre  de  Casas  Grandes.  Se  su- 
pone construido  por  los  mexicanos  en  su  peregrina- 
ción. Tiene  tres  pisos  y  azotea,  sin  puerta  ni  entrada 
en  el  piso  inferior,  sino  en  el  segundo,  necesitándo- 
se de  escalera  para  penetrar  á  él.  En  el  centro  hay 
una  elevación  que  se  presume  seria  para  colocar  cen- 
tinelas y  descubrir  á  lo  lejos  al  enemigo.  El  plan  de 
construcción  es  el  mismo  de  los  edificios  que  se 

(1)  Clavijero.  Historia  antigua  de  México,  lib.  7,  pag. 
376  y  si^s. 


—45— 

vén  en  Nuevo  México:  piedras  grandes  y  vigas 
de  pino  bien  trabajadas. 

Comparando  esto  con  las  ruinas  del  Palenque, 
se  nota: 

1°  Que  los  edificios  están  hechos  de  piedra. 

2°  Una  construcción  en  el  centro  para  observar 
al  enemigo  cuando  se  acerque,  como  la  torre  en 
las  ruinas  del  Palenque,  si  es  que  tenia  este  des- 
tino. 

3°  La  entrada  en  el  segundo  piso  al  que  se  sube 
por  escaleras  de  piedra. 

Pero  hay  una  notable  diferencia,  y  es  que  en  esos 
edificios  habia  vigas,  y  en  los  del  Palenque  no  se 
ha  encontrado  ninguna. 


CAPITULO  XVIII. 


Analogías  en  orden  á  la  arquitectura:  no  se  parece 
la  del  Palenque  ala  griega,  ni  á  la  romana,  ni  á  la  gó- 
tica, ni  á  la  árabe,  ni  á  la  china,  ni  á  la  hindú:  califi- 
cación de  Dupaix — 2.  Sentir  del  barón  de  Plumboldt 
respecto  de  los  teocallis:  juicio  formado  por  Mr.  War- 
den:  parecer  de  Mr.  Farcy:  originalidad  que  encon- 
traba Mr.  Lenoir  en  las  obras  del  Palenque:  opinión 
de  Stephens  y  de  Mr.  Larenaudiere. — 3.  Carácter  pecu- 
liar de  su  arquitectura. — 4.  Rasgos  de  analogía  entre 
oslas  ruinas  y  las  construcciones  de  Egipto;  juicio  de 
varios  sabios  sobre  esta  semejanza  que  aparece  igual- 
mente en  las  demás  construcciones  de  este  continente. 


§t 


Examinadas  en  lo  particular  y  en  todos  sus  deta- 
lles varias  obras  de  arquitectura,  se  vé  por  lo  ex- 
puesto, que  la  del  Palenque  no  se  parece,  como  ya 
se  lia  dicho  untes,  á  la  griega,  cuyas  torneadas  co- 
lumnas y  vistosos  capiteles  tanta  impresión  hacen 
á  la  vista,  ni  á  la  romana  tan  suntuosa  y  olegante. 


—48— 

ni  á  la  gótica  llena  de  algunas  imperfecciones,  ni 
á  la  árabe,  á  la  que  no  faltan  formas  preciosas  que 
descubren  atrevimiento  y  cierta  perfecccion  en  la 
ejecución,  ni  á  la  china  cargada  de  adornos  fantás- 
ticos, ni  á  la  hindú  formada  en  el  corazón  de  las  ro- 
c^s  por  grandes  excavaciones;  y  aunque  la  vista 
del  Palacio  en  el  Palenque  hizo  creer  á  Del  Rio 
que  se  acercaba  á  la  gótica;  Dupaix  que  lo  exami- 
nó despacio  es  de  contrario  sentir.  «Las  obras  pa- 
ce lencanas,  dice,  son  originales  y  no  son  deudoras 
«  á  ninguna  nación  de  las  celebradas  del  orbew  (1). 


§2. 


Verdad  es  que  esta  opinión  se  encuentra  en  opo- 
sición con  la  de  otros  autores  respetables,  que  han 
creido  ver  en  los  edificios  del  Palenque  varios  pun- 
tos de  semejanza  con  los  de  otros  pueblos.  El  ha- 
ron  de  Hxiniboldt  cree  que  los  teocalUs  de  los  indios 
tienen  mucha  semejanza  con  los  templos  griegos: 
hace  expresa  mención  en  este  punto  del  templo  de 
Júpiter  Belo^  según  la  descripción  de  Herodoto  y 
Diódoro  de  Sicilia  (2),  y  cree  así  mismo  que.  la 
ciudad  destruida  del  Palenque  habia  sido  obra  de 


(1)  Dupaix.  3*""*  expedition. 

(2)  Vue  des  cordilleres  et  monuments  indigencs  de 
TAmerique  par  Mr.  le  barón  de  Humboldt. 


-49-  ^ 

los  toltecas  y  azteccas.  3Í)\  Prescott  como  se  ha 
visto^  encuentra  los  templos  mexicanos  parecidos 
en  su  forma á  las  2ini\g\m.?, pirámides  de  Egipto  (i) . 
Examinando  Wo/rden  la  colección  de  antigüedades 
mexicanas,  descubre  algunos  rasgos  de  semejanza 
con  varias  naciones  ^antiguas,  pero  coníiesa  que  la 
escuela  de  México  es  distinta  de  la  del  Palenque  (2) . 
Admirador  entusiasta  de  las  antigüedades  mexica- 
nas, Mr.  Charles  de  Farcy^  no  ha  encontrado  da- 
tos seguros,  á  pesar  de  sus  sabias  investigaciones, 
para  fijar  una  opinión  cierta  sobre  este  punto,  y 
cree  que  los  monumentos  antiguos  examinados  por 
Dupaix  tienen  una  arquitectura  distinta  de  la  del 
resto  del  mundo  (3) :  descubre  también  diferencias 
muy  marcadas  entre  la  arquitectura  mexicana  y  la 
del  Píilenque.  {^)  Tenemos  todavía  un  observador 
profundo,  Mr.  Alexan&re  Lenoir,  cuya  oi-inion  es 
tan  respetable,  y  que  ha  llevado  sus  investigaciones 
á  todos  los  punios  que  pudieran  arrojar  alguna  luz, 
y  después  de  manifestar  que  existe  alguna  analogía 
entre  los  monumentos  de  varias  naciones  conocidas 
como  los  asirlos,  los  griegos,  los  romanos,  los  ja- 
poneses, los  egipcios  principalmente,  y  las  de  los 
antiguos  americanos,  viene  á  concluir  en  la  origi- 


(1)  Hist.  delaconq.  de  México,  tom.  1,  cap.  3. 

(2)  Rapport  de  Mr.  Warden  sur  la  collection  ct  des- 
seins  d'antiquiiés  mexicainés  executés  par  Mr.  Franck. 

(3)  Dlscour  sur  les  deux  questions  ppoposées  au  con- 
grés  historique  par  Mr.  Charles  Farcy, 

(4)  Discours  preliminarie  par  Mr.  Charles  Farcy. 


—50— 

nalidad  de  las  obras  del  Palenque,  diciendo;  «el 
«  arte  del  Palenque  es  un  arte  excepcional,  como 
« la  nación  del  Palenque  fué  una  nación  distinta.» 
(1)  JStepheyís,  que  exprofeso  se  propuso  examinar 
esta  cuestión,  es  de  parecer  que  estas  ruinas  «no 
«  se  asemejan  á  las  obras  de  los  griegos  y  los  ro- 
«  manos,  y  que  en  Europa  nada  hay  parecido  á 
(( ellas»  (2) .  LarenaucUere  repite  casi  á  la  letra  es- 
ta opinión  de  Stepliens  (3) . 


§3. 


De  esta  variedad  de  opiniones,  y  en  medio  de  la 
oscuridad  y  confusión  de  muchas  de  ellas,  resulta 
confirmada  la  opinión  de  que  la  arquitectura  del 
Palenque  tiene  un  carácter  que  le  es  propio,  un 
(carácter  particular.  En  todas  sus  obras  se  encuen- 
tra empleada  la  cal  y  canto,  como  materiales  de 
construcción,  sin  hacer-  uso  para  nada  del  ladrillo, 
conocido  desde  los  tiempos  más  remotos,  ni  de  la 
madera,  que  desde  la  cuna  del  mundo  ha  sido  uno 
de  los  materiales  de  que  se  ha  hecho  uso  en  las 
construcciones.  Allí  los  templos  son  cubiertos,  sin 
bóvedas,  con  techos  horizontales,  ó  angulares  en 

(1)  A.  Lenoir.  Disoours,  íig.  27 — 28. 

(2)  Stephens.  lacidenls  oflravelin  Yucatán,  Ghiapas, 
etc.,  lom.  2,  cap.  26. 

(3)  L'univers.  Mexique  et  Guatemala,  pág.  327. 


—51— 

forma  de  caballete^  sin  columnas  que  lo  sostengan, 
notándose,  como  dice  Mr.  Lenoir,  la  solidez  (1). 
Después  de  reputar  Stephem  estas  ruinas  por  úni- 
cas en  su  especie,  sin  parecido  alguno  con  las  de 
otros  pueblos  conocidos,  ni  aun  con  las  de  los  egip- 
cios, de  las  cuales  las  cree  desemejantes,  dice  «que 
forman  un  nuevo  orden  entera  y  absolutamente 
anómalo.»  (2) 


§4. 


A  pesar  de  todo  esto,  preciso  es  confesar  que  en- 
tre las  ruinas  del  Palenque  y  lo  que  conocemos  de 
Egipto,  hay  rasgos  de  analogía,  que  si  no  consti- 
tuyen una  identidad  bien  marcada,  prestan  sobra- 
do fundamento  para  suponer  que  los  que  habitaron 
el  Palenque  poseyeron  muchos  de  los  conocimien- 
tos que  fueron  desarrollándose  y  perfeccionándose 
en  Egipto,  hasta  el  grado  de  producir  estas  obras 
admirables,  cuyos  restos  se  encuentran  en  la  Nú- 
bia,  sobre  las  márgenes  del  Nilo  y  en  otros  lu- 
gares célebres.  Cierto  es  que  hay  todavía  pocos 
datos  reunidos  que  pudieran  ilustramos  sobre  es- 

(1 )  Les  characteres  generaux  des  edifices  de  Palenque 
sont  la  simplicité,  la  gravité,  la  solidité. — A  Lenoir. — 
Discours  et  examen  des  planches,  núm.  124. 

(2)  Stephens.  Incidents  oftravel,  etc.,  tom.  2,  cap.  26. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 9 


—52— 

te  punto  que  de  algún  tiempo  á  esta  parte  viene 
ocupando  á  los  sabios;  pero  las  notables  investi- 
gaciones de  Mr.  Lenoir,  las  noticias  interesantes 
de  Mr.  Warden,  el  examen  atento  de  Mr.  Farcy 
y  las  juiciosas  observaciones  de  Baradere  y  Saint- 
Priest  forman  ya  un  foco  de  luz,  que  reunido  á 
otras  obras  de  eminentes  escritores,  han  becho 
avanzar  el  entendimisnto  más  allá  de  lo  que  era  de 
esperarse,  en  vista  de  lo  poco  que  se  ba  becbo  por 
conocer  mejor  las  antigüedades  del  Nuevo  Mundo. 

Algunos  de  estos  sabios,  en  medio  de  la  lucba 
de  encontradas  opiniones,  de  multitud  de  compa- 
raciones y  conjeturas  diversas,  ban  dejado  escapad 
su  juicio  sobre  la  semejanza  de  los  monumentos  del 
Palenque  con  las  obras  de  los  egipcios.  Así  lo  ba 
expresado  Charles  de  Farcy,  uno  de  los  que  con 
mayor  esmero  ban  estudiado  nuestras  antigüeda- 
des, ó  idéntica  opinión  se  encuentra  expuesta  por 
el  barón  de  ffimiholdt,  que  fué  de  los  primeros  que 
llamaron  la  atención  sobre  estas  ruinas,  á  pesar  de 
no  baberlas  visitado  durante  su  viaje  en  América, 
en  que  recogió  tantos  datos,  bizo  tantas  observa- 
ciones, y  la  dio  á  conocer,  rica  y  hermosa  como  ella 
es,  en  todo  el  mundo. 

En  efecto,  aun  prescindiendo  de  los  principios 
y  reglas  generales  de  construcción,  comunes  á  to- 
das las  naciones,  bailamos  que  los  edificios  del  Pa- 
lenque estaban  construidos  sobre  terrenos  elevados 
artificialmente,  que  la  forma  piramidal  prevalece 
en  ellos,  que  se  emplearon  en  su  construcción,  co- 


—53— 

mo  materiales  principales,  la  cal  y  canto  y  lajas 
enormes,  de  que  estaban  cubiertos  los  suelos,  te 
chos  y  paredes;  que  en  las  dimensiones  se  parecían 
también  á  las  egipcias,  lo  mismo  que  en  el  uso  de 
pilastras  y  en  la  solidez  de  las  obras,  pues  todavía 
se  conser^'an  á  pesar  del  trascurso  de  tantos  siglos, 
pudicndo  en  este  punto  equipararse,  según  dice 
Mr.  Zenoir,  alas  más  antiguas  del  mundo.  En  los 
templos  de  Egipto  no  habia  madera,  como  lo  afir- 
ma íVAgincourt  (1),  y  en  los  edificios  del  Palen- 
que no  se  ha  descubierto  basta  ahora  ni  un  pedazo 
siquiera  de  ella. 

Podria  por  medio  do  otras  comparaciones  sacarse 
rasgos  de  semejanza,  dignos  de  fijar  la  considera- 
ción; veríamos  cómo  el  techo  del  templo  de  Júpiter 
Ammon,  cerca  de  Syouah,  está  cubierto  de  piedras 
enormes  de  veintiséis  pies  de  ancho  y  veintitrés  de 
largo  cada  una  (2) ,  y  el  palacio  de  A^idera  con  pie- 
dras de  seis  á  siete  pies  de  ancho  y  un  largo  pro- 
porcionado (3) ,  lo  mismo  que  el  palacio  del  Palen- 
que cuyo  techo  está  también  formado  de  lajas,  al- 
gunas de  un  tamaño  considerable;  veríamos  las 
paredes  de  los  palacios,  templos  y  demás  monu- 
mentos públicos  egipcios  como  en  Karnak,  JEsnelí, 

(1)  D'Agincourt.  Storia  deirarte  col  mezzo  del  mo- 
numenli. — Iníroduzione . 

(2)  Champolioü.  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  1,  §  9,  pág.  26. 

(3)  Paul  Lúeas,  tom.  3,  pág.  3. 


—54— 

Andera  y  en  los  hipogeos  que  se  hayan  en  las  in- 
mediaciones de  BeniSasan,  cubiertas  de  cartones 
y  steles  de  geroglíficos,  lo  mismo  que  en  las  rui- 
nas del  Palenque^  veríamos  cerca  de  las  figuras  que 
adornan  las  pilastras  en  Benderah,  Luqsor  y  otros 
edificios,  geroglíficos  colocados  á  un  lado,  ó  sobre 
la  cabeza,  y  esto  mismo  se  advierte  en  las  pilastras 
que  adornan  el  palacio  del  Palenque;  veríamos, 
en  fin,  una  semejanza  casi  idéntica  entre  los  res- 
tos del  Palenque  y  el  palacio  diQA7idera  sobre  cuya 
puerta,  según  la  descripción  de  Granger  (1),  hay 
un  gloio  alado  parecido  al  que  se  encontró  enttfe 
los  escombros  de  las  ruinas  de  Ococingo,  con  un 
buen  pórtico,  y  paredes,  tanto  las  exteriores  como  las 
interiores  de  los  cuartos  cubiertas  de  arriba  á  aba- 
jo de  geroglíficos,  con  una  hermosa  cornisa  todo  al 
rededor  y  en  el  cual  hay,  como  en  el  palacio  del 
Palenque,  una  cámara  muy  oscura  adornada  con 
muchas  figuras  esculpidas  en  bajo  relieve;  notán- 
dose, además,  que  las  que  se  hallan  en  un  edificio 
arruinado  cerca  de  Luqsor,  se  presentan  de  perfil, 
que  es  la  manera  como  se  encuentran  grabadas  to- 
das las  del  Palenque  y  Ococingo. 

Estos  rasgos  de  semejanza  con  la  arquitectura 
egipcia  se  encuentran  también  en  otras  construc- 

(3)  Granger.  Voyage  eu  Egypte,  pág.  43.  «Sur  la  por- 
te qui  á  20  pieds  du  haut  et  10  de  large  on  voit  une  ma- 
niere d'ecusson.  compossé  d'un  glove  soutenu  pardeux 
especes  de  lottes  posees  sur  un  champ  d'asur  et  mode 
de  deux  alies  etendues.» 


—55— 

ciónos  de  este  continente,  tales  como  la  forma  fi- 
ramidal  de  ios  teocallis  mexicanos  y  la  de  los  tem- 
plos de  los  egipcios,  los  empedrados,  el  uso  do  la- 
drillos cuadrados  para  el  revestimiento  de  algunos 
edificios,  y  el  verse  muchos  de  ellos  cubiertos  en 
Egipto  de  terrazas  ó  azoteas,  como  las  q;ue  se  en- 
cuentran en  la  antigua  ciudad  de  México. 


m 


CAPITULO  XIX. 


1 .  Escultura  de  las  ruinas  del  Palenque:  naturaleza  del 
arte,  su  antigüedad  y  progreso. — 2.  Escultura  asiáti- 
ca.— 3.  La  egipcia:  estatua  de  Sesostris  en  el  museo 
de.Turin:  sarcófago  deRamses  en  el  museo  del  Lou- 
vre:  el  de  Arthout  en  el  de  Londres:  leones  de  la  fuen- 
te de  Moisés  en  Roma, — 4,  Escultura  griega:  cau- 
sas que  influyeron  en  su  perfección:  juicio  del  conde 
de  Caylus. — 5.  La  escultura  entre  los  israelitas. — 6. 
Carácter  de  la  escultura  etrusca. — 7.  Estatuas  de  los 
godos. — 8.  Examen  de  la  escultura  entre  los  roma- 
nos: estatua  de  Apo-io  y  cabeza  de  Nerón  en  el  museo 
del  Vaticano:  cabeza  de  Popea  y  estatua  de  Agripi- 
na  en  el  del  Capitolio:  cabeza  de  Adriano  en  el  de 
Borghese:  Antinoo  en  la  mlla  Mondragone:  sarcófa- 
gos notables:  juicio  de  Winckelman  sobre  el  Apolo  de 
Belvedere. — 9.  Influencia  de  la  idolatña  en  la  escul- 
tura y  su  antigüedad. — 10.  Comparación  de  las  obras 
del  Palenque  con  las  de  las  naciones  de  la  antigüedad: 
rasgos  que  se  descubren  en  las  figuras  de  los  palen- 
canos,  y  adelantos  que  suponen  en  otros  ramos. 


§1- 

Al  recorrer  el  campo,  en  que  pueden  encontrar- 
se algunos  rasgos  más  de  semejanza  con  los  pueblos 
de  la  antigüedad,  vamos  á  ocuparnos  de  la  escul- 
tura, que  es  una  de  lasarles  más  importantes.  Las 


figuras  de  las  ruinas  del  Palenque,  los  trajes  y 
adornos  que  llevan,  los  geroglíficos  y  molduras  gra- 
bados en  piedra,  son  otras  tantas  fuentes  de  donde 
pueden  sacarse  grandes  conjeturas,  que  nos  acer- 
quen tal  vez  á  la  certidumbre. 

Nótase  desde  luego  el  adelanto  á  que  babian  lle- 
gado estos  trabajos  entre  los  palencanos:  sus  figu- 
ras, lejos  de  tener  la  imperfección  que  indica  el  prin- 
cipio del  arte  en  las  épocas  remotas  de  los  pue- 
blos de  la  antigüedad,  dan  á  conocer,  por  el  con- 
trario, los  progresos  que  babian  becbo,  y  el  tiem- 
po que  llevaban  de  ejercitarse  en  esta  clase  de 
obras. 

La  escultura,  como  todas  las  artes,  fué  muy  im- 
perfecta en  su  origen.  Su  antigüedad  en  el  Asia  y 
en  Egipto  aparece  testificada, por  la  Escritura  (1), 
Herodoto  (2) ,  y  Diódoro  de  Sicilia  (3) .  Ha  sido,  sin 
embargo,  necesario  el  trascurso  de  mucbo?  años, 
para  que  bajo  el  cincel  y  el  martillo  del  escultor  se 
animen  los  objetos,  que  el  arte  ba  procurado  figu- 
rar, y  que  nos  arrabatan  de  admiración,  viendo  re- 
producido en  el  tosco  y  duro  mármol  la  reprenta- 
cion  viva  del  pensamiento  y,  de  las  pasiones  bu- 
manas  con  todos  sus  caracteres,  el  traslado  fiel,  la 
expresión  animada  del  amor  paterno,  de  la  piedad 
filial,  de  la  ternura,  del  valor  guerrero,  de  la  cari- 


(1)  Éxodo,  c.  29,  V.  4. 

(2)  Herodoto,  1.  2,  n.  4—149. 

(3)  Diódoro  1.  1,  p.  19—62,  1.  2,  págs.  122  y  123. 


— b9— 

dad  ardiente,  de  la  amistad  sincera,  de  todas  las 
afecciones  del  corazón  y  de  todos  los  recuerdos  del 
espíritu,  de  manera  que  cuando  la  escultura  ha  lle- 
gado á  su  perfección  resaltan  en  ella  no  solo  las 
proporciones,  la  armonía,  la  belleza  y  la  gracia, 
sino,  lo  que  es  aún  más  difícil,  los  afectos  del  sdma. 
Dividen  algunos  la  escultura  en  tres  ramos:  la 
plástica,  ó  arte  de  modelar;  la  estatuaria  ó  arte  de 
fundir  estatuas  en  bronce  ú  otro  metal,  y  de  formar- 
las de  mármol:  la  toréutica,  ó  arte  de  esculpir  ó 
más  bien  de  tallar  figuras  en  relieve  sobre  mate- 
rias duras.  Los  primeros  trabajos  en  cada  uno  de 
estos  ramos  fueron  sumamente  imperfectos^  siendo 
necesario  el  trascurso  de  mucho  tiempo  y  la  tras- 
misión sucesiva  de  los  conocimientos  que  iban  ad- 
quiriéndose, para  llegar  al  estado  en  que  aparecen 
más  florecientes.  En  Asia  y  en  Egipto  fué  donde 
se  dieron  los  primeros  pasos,  perfeccionándose  pau- 
latinamente las  obras  que  se  hacían,  pero  en  Gre- 
cia fué  donde  llegó  á  su  mayor  altura,  lustre  y 
explendor. 


52. 


Respecto  del  Asia,  Diódoro  (1)  nos  habla  de  los 
bajos  relieves  y  estatuas  que  adornaban  el  palacio 
de  Semiramis,  y  las  estatuas  de  oro  de  Júpiter ^ 

(1)  Diódoro,  1.  I,pásf3.  121  y  122. 

ESTUDIOS — TOMO  11—10 


—60— 


Juno  y  Rliea^  que  mandó  colocar  en  el  templo. 
Homero  (1)  habla  también  de  la  estatua  de  Miner- 
va, aunque  sin  detalles  que  den  á  conocer  el  gus- 
to y  progreso  que  se  hubiesen  hecho  entonces. 


§3. 


Las  ricas  colecciones  que  he  examinado  en  las 
bibliotecas  públicas  y  en  los  Museos  de  Europa,  me 
han  facilitado  el  poder  juzgar  por  mí  mismo  del 
carácter  de  las  figuras  y  estatuas  de  los  egipcios. 

Después  que  éstos  hubieron  de  producir  obras 
verdaderamente  admirables  de  arquitectura,  y  te- 
ner una  celebrida*  I  justamente  adquirida,  no  sobre- 
salían en  la  Cbc altara.  Eran  sus  estatuas  de  mal 
gusto,  sin  expresión,  sin  una  actitud  natural,  que 
indicase  el  ingenio  del  arte.  Vista  una  estatua,  no 
se  hacia  necesario  ver  más,  para  juzgar  del  estado 
del  arte.  Las  formas,  por  lo  común,  eran  colosales, 
pues  mostraban  grande  inclinación  á  las  figuras 
gigantescas,  para  dar  á  sus  obras  un  carácter  dura- 
ble é  imponente  por  las  proporciones  y  la  materia. 
Por  lo  regalar,  eran  cuadradas,  con  los  brazos  col- 
gados y  unidos  al  cuerpo,  con  las  piernas  y  los  pies 
juntos,  actitud  que  las  privaba  de  gracia  y  soltura, 
así  como  de  aquella  noble  expresión  que  imita  á 

(1)  Homero,  Iliada,  1.  6,  v.  302. 


—el- 
la naturaleza  en  sus  más  agradables  actitudes,  su- 
jetándolas á  una  especie  de  dureza  é  inmovilidad, 
ya  estuvieran  en  pié  ó  sentadas.  Sus  posiciones 
aparecían  forzadas,  careciendo  de  ñexibilidad,  aun 
en  aquellas  partes  del  cuerpo  donde  se  hace  preciso 
el  movimiento,  y  no  habia  en  ellas,  por  último,  ni 
animación,  ni  vida. 

Los  egipcios  empleban  en  la  escultura  toda  cla- 
S3  de  materias,  el  mármol,  el  alabastro,  la  serpen- 
tina, el  lapislázuli,  el  granito  y  el  pórfido.  Al- 
gunas de  sus  estatuas  tenian  cabezas  de  hombre, 
otras  de  animales,  muchas  con  los  pies  reunidos, 
y  adornados  aveces  de  diversos  atributos,  con  una 
especie  de  collar  en  relieve,  la  mayor  parte  desnu- 
das, ó  con  una  especie  de  delantal  con  pliegues. 
No  hacían  en  sus  ídolos  variación  alguna,  por  hon- 
rar  á  la  antigüedad  y  por  su  ¿  ran  respeto  á  las  ca- 
sas sagradas. 

La  estatua  de  Sesostris  en  el  Museo  de  Turin  es 
de  las  mejores  en  su  género.  En  el  Museo  del  Lou- 
vre  se  encuentra  el  sarcófago  de  Ramses  V  6  sea 
Amenofis,  (1493  años  antes  de  J.  G.)  que  presenta 
la  escultura  egipcia  en  que  ya  hay  mucho  que  ad- 
mirar. Es  notable  también  el  del  faraón  Artliout 
que  se  halla  en  el  Museo  de  Londres.  Se  creen  de 
escultura  egipcia  los  dos  hermosos  leones  coloca- 
dos en  la  fuente  de  Moisés  en  Roma  cerca  de  las 
temías  de  Dioclesiano,  que  llaman  la  atención  por 
su  completo^reposo. 


-62— 


§4. 


Los  griegos,  que  recibieron  de  los  egipcios  sus  pri- 
meros conocimientos,  se  contentaron  al  principio 
con  imitarlos,  mostrando  como  ellos  inclinación  por 
las  estatuas  gigantescas  (1).  Fueron  después  apar- 
tándose de  una  imitación  servil.  Aprovechándose 
de  todos  los  adelantos  de  los  egipcios  y  fenicios,  así 
como  délas  ventajas  que  les  proporcionaba  su  clima, 
sus  producciones  y  los- objetos  que  á  cada  paso  se 
presentaban  á  su  vista,  llevaron  su  progreso  hasta 
producir  esas  obras  maestras  del  arte,  que  tanto 
excitan  la  admiración  y  que  en  el  trascurso  de  los 
siglos  apenas  se  han  aproximado  á  ellas  los  más 
célebres  artistas  de  los  tiempos  modernos,  sin  haber 
podido  excederlas  jamás.  Sus  progresos  no  fueron, 
sin  embargo,  rc\pidos.  Pasaron  trescientos  años, 
desde  la  llegada  de  Cecrops,  y  la  época  áQ  Dédalo, 
en  que  comenzaron  á  desaparecer  las  imperfeccio- 
nes, variando  la  actitud  de  las  figuras  y  dándoles 
la  expresión  de  que  carecían.  Fueron  de  barro  sus 
primeras  obras  en  bajo  relieve,  apKcando  después 
el  cincel  á  la  madera,  de  que  eran  sus  estatuas, 
pues  según  Pausamas  antes  de  la  guerra  de  Troya 


(1)  Strabon,  1.  17,  pág.  llo9.— Pausanias,  1.  3,  c.  19, 
pag.  257. 


—63— 

todavía  no  las  trabajaban  de  piedra,  aunque  no  fal- 
tan autores  que  afirmen  lo  contrario,  apoyándose 
en  algunos  pasajes  de  Homero. 

El  conde  de  Caylus,  hablando  de  los  progresos 
de  la  escultura  en  Grecia,  dice  (1):  Esas  bellas  pro- 
porciones, si  fuera  permitido  decirlo,  que  corrigen 
la  naturaleza,  y  sirven  para  dar  más  elegancia  á  la 
expresión;  esa  bella  facilidad,  ese  hermoso  trabajo, 
esa  beUa  elección  de  la  materia,  ese  feliz  balanceo 
y  agradable  contraste  oculto  con  tanto  arte;  esa 
hermosa  simplicidad,  que  por  sí  sola  conduce  á  lo 
lo  sublime;  esa  variedad  tan  exacta  en  la  nobleza 
de  las  pasiones;  esa  conveniencia  en  la  expresión 
de  los  músculos  y  de  la  carne,  siempre  conforme 
con  la  edad  y  el  estado  de  las  personas;  la  divini- 
dad, en  íin,  representada,  llegaron  á  ser  la  mane- 
ra y  modo  de  obras  casi  generales  de  los  escultores 
griegos.  Las  piezas,  que  afortunadamente  nos  han 
conservado  los  romanos,  nos  sirven  todos  los  dias 
de  regla  y  de  estudio,  pues  son  todavía  más,  el  ob- 
jeto de  nuestra  admiración. 

Algunos  distinguen  cuatro  períodos  en  la  escul- 
tura griega.  El  estilo  antiguo  en  que  sus  obras  te- 
nían mucho  de  las  egipcias.  El  llamado  por.  algu- 
nos de  la  grandiosidad^  en  el  cual  figuran /'iíZmí, 


(1 )  Memoires  de  literature,  tirées  des  registre  de  l'Aca- 
demie  des  inscriptions  et  belles  lettres,  tom,  48.  De  l'ar- 
chitecture  ancienne  par  le  Comte  de  Gaylas,  pág.  516. 


escultor  de  Atenas,  que  ejecutó  sus  dos  grandes 
obras  de  Minerva  y  á.Q' Júpiter  Olímpico  en  oro  y 
marfil,  ccisíderadas  como  el  prodigio  del  arte.  El 
llamado  de  la  belleza  por  los  contornos  dulces  y  sua- 
ves de  las  estatuas,  y  su  gracia  y  morvidez.  Licipo 
figuró  en  este  período,  Polideto  también  y  Sicio- 
ne  llevó  el  arte  á  su  más  alto  grado  de  perfección: 
fué  rival  de  Fídias;  su  obra  más  notable  es  la  Ju~ 
no  de  Argos^  de  tamaño  colosal;  estaba  sobre  un 
trono,  con  la  cabeza  ceñida  do  una  corona,  encima 
de  la  cual  se  veian  esculpidas  las  horas  y  las  gra- 
cias, en  una  mano  tenia  una  granada  y  en  la  otra 
un  cetro;  era  de  oro  y  marfil,  como  las  de  Jícpiter 
y  Minerva  de  Fidias.  Se  dice  que  Alejandro  el 
Granule  ordenó  que  solo  tuviesen  el  derecho  de  re- 
tratarlo Apeles  en  la  pintura,  Pergotele  para  escul- 
pirlo en  piedras  preciosas  y  Leucipo  para  hacer  su 
estatua  de  bronce.  El  cuarto  período,  llamado  de 
imitacio7i,  porque  no  pudiendo  exceder  los  esfuer- 
zos para  la  perfección  hechos  en  el  tercero,  se  limi- 
taron solo  á  imitarlo.  Figuraron  en  este  período 
Perilio,  autor  del  toro  de  Falarias;  Ctecilia,  del 
gladiador  moribundo,  que  se  admira  en  el  Museo 
Gapitolino;  Carete,  del  coloso  de  Rodas;  y  Apolodo- 
ro  y  Táurico  hermanos,  autores  del  toro  Farne- 
ció."* 

Al  hablar  de  los  célebres  escultores  griegos,  no 
pueden  omitirse  los  nombres  de  Praxiteles,  de 
quien  se  conserva  un  sátiro  y  un  cupido,  reputa- 
dos como  obras  de  un  mérito  indisputable,  y  de 


—65)— 

S copas,  tan  afamado  por  sus  trabajos  en  el  templo 
de  Diana  enEfeso,  y  en  el  famoso  mausoleo  man- 
dado construir  por  la  reina  Árterjiisa,  así  como  por 
su  Venus  y  que  tiene  el  primer  lugar  entre  sus  obras. 
El  grupo  de  Laocoon,  que  se  considera  como  un 
trabajo  acabado,  fué  becho  por  Agesañdro,  PoUdo- 
ro  y  Athenodoro\  la  Vé^ius  de  Médicis  se  atribuye 
á  Cleomeneo,  hijo  de  Apollodoro;  es  desconocido  el 
autor  del  Apolo  de  Belbedere. 


§5. 


Entre  los  israelitas,  á  pesar  de  lo  inflexibles  que 
eran  en  punto  á  estatuas,  según  Tácito  (1),  pues  no 
las  sufrían  en  sus  ciudades,  y  ni  la  consideración 
á  sus  reyes,  ni  el  respeto  á  sus  emperadores,  eran 
capaces  de  obligarlos  á  recibirlas  (2) ,  por  lo  cual 
mucbos  dicen  que  no  babia  entre  ellos  escultores, 
vemos,  sin  embargo ;,  que  fundieron  el  becerro  de 
oro,  que  en  los  extremos  de  la  Arca  de  Alianza  bizo 
Moisés  colocar  dos  querubines  de  oro,  y  que  en  la 
construcción  del  Tabernáculo,  Besciliel  y  Olidb  fue  - 
ron  escojidos  para  inventar  y  ejecutar  todo  lo  que 
el  arte  puede  hacer  con  el  oro,  la  plata,  el  bronce, 
el  marfil,  las  piedras  preciosas  y  diferentes  made- 
ras (3). 

(1)  Tácito.  Hist.,  1.  b. 

(2)  Orígenes,  1.  4,  contra  celsum. 

(3)  Éxodo,  31—1. 


—66— 


§6. 


Los  etruscbs  fueron  copistas  de  los  egipcios.  Por 
eso  las  posturas  de  sus  figuras  eran  siempre  dere- 
chas, forzadas  y  toscas,  con  los  brazos  y  piernas 
inmobles,  carácter  común  á  los  primeros  ensayos 
del  arte  en  todos  los  pueblos  faltos  de  instrucción 
y  de  instrumentos  (1).  La  disposición  de  los  paños 
ó  vestiduras  era  siempre  austera,  fieras  las  actitu- 
des de  los  hombres  y  de  las  mujeres,  las  articu- 
laciones y  los  músculos  se  presentan  con  exagera- 
ción. La  energía  era  el  carácter  distintivo  de  la  es- 
cultura etrusca,  como  la  belleza  lo  era  en  la  grie- 
ga. En  sus  obras  se  encontraban,  sin  embargo, 
cosas  que  admirar:  su  escultura  guardaba  un  me- 
dio entre  la  de  los  egipcios  y  la  de  los  griegos;  bas- 
tante conocida  es  la  belleza  de  sus  vasos. 


§7. 


Las  estatuas  de  los  godos  adolecían  de  muchos 
de  los  defectos  de  las  de  los  egipcios,  con  los  bra- 
zos colgando  á  lo  largo  del  cuerpo,  y  las  piernas  y 

(\)  D'Aguincourt.  Stoná  dell  arte  col  mezzo  dei  mo- 
numenti,  yol  3.  pag.  15, 


—67— 

pies  uno  contra  otro,  sin  gesto,  compostura  ni  ele- 
gancia. 


§8. 


Entre  los  romanos  la  escultura  era  una  mezcla 
de  estilo  griego  y  etrusco.  Sus  primeros  ensayos 
fueron  imperfectos,  careciendo  por  mucho  tiempo 
de  estilo  propio.  Eran  sus  estatuas  al  principio  de 
tierra,  pintadas  de  un  color  rojo.  Sus  obras  de  es- 
cultura no  comenzaron  á  llamar  la  atención  sino 
cinco  siglos  después  de  la  fundación  de  Roma.  Apro- 
vechándose do  los  conocimientos  de  los  pueblos 
que  conquistaban,  supieron  producir  obras  dignas 
de  los  modelos  que  se  habian  propuesto  imitar. 
Llaman  mucho  la  atención  en  el  Museo  del  Vatica- 
no la  estatua  de  Apolo  y  una  cabeza  de  Nero7i^  lo 
mismo  que  en  el  Capitolio  una  cabeza  de  Pojypea 
y  la  estatua  de  Agripina.  La  cabeza  de  Adriano 
de  la  colección  Borgliese,  y  el  Antínoo  que  se  vé 
en  la  villa  Mondragone  cerca  de  Frascati,  son  obras 
notables  del  arte.  Hemos  visto  en  los  tiempos  mo- 
dernos á  Miguel  Ángel  reproducir  con  el  cincel  los 
rasgos  inmortales  de  las  obras  déla  más  bella  épo- 
ca de  Grecia.  Existen  en  los  Museos  otras  obras 
antiguas  de  reconocido  mérito,  y  algunos  sarcó- 
fagos, tales  como  el  que  se  creo  que  contuvo  el 
cuerpo  de  Santa  Elena,  y  el  que  está  ala  entrada 
dei  Vaticano,  que  se  presume  ser  de  una  hija  de 
Co7istantino  el  Grande.  Estos  sarcófagos  son  de 

ESTUDIOS — TOMO  II — 1 1 


—68— 

un  trabajo  acabado,  por  las  bajo  relieves,  que  dan 
á  conocer  todos  los  adelantos  que  en  aquellos  tiem- 
pos babia  hecho  la  escultura.  El  Apolo  de  Selbe- 
dere,  que  cuenta  más  de  tres  siglos  de  estar  en  el 
Museo  Vaticano,  presenta  según  Winkelman  la  más 
sublime  belleza  ideal  (1). 


§9. 


En  todas  esas  naciones,  la  idolatría  contribuyo 
mucho  á  los  progresos  de  la  escultura.  Puede  de- 
cirse que  nació  con  ella,  pues  toca  con  la  más  re- 
mota antigüedad ,  con  la  época  de  Abrahmn  y  de  Ja- 
coi,  en  que  el  culto  de  los  ídolos  ya  estaba  exten- 
dido en  los  pueblos  del  Asia  y  del  Egipto.  Esta 
antigüedad  se  encuentra  apoyada  en  el  testimonio 
de  la  Escritura  (2),  y  de  varios  autores  profanos 
como  Herodoto  (3)  y  Diódoro  (4).  Tosca  y  grosera 
era  al  principio:  el  ídolo  de  Juno,  tan  reverencia- 
do entre  los  argivos  estaba  hecho  de  un  trozo  de 
madera,  rudamente  labrado,  según  Pausanias  (5); 
no  obstante,  la  historia  también  nos  habla  de  los 
presentes  que  Eliezer  ofreció  á  Rebeca,  de  la  arca 

(1)  Storia  dell  Arli,  1.  X,  chap.  5. 

(2)  Éxodo,  cap.  20,  v  4. — Josué,  cap.  24,  v.  14. 
(e)  Herodoto,  1.  2,  n.  4,  ^  págs.  3  y  149, 

(4)  Diódoro,].  1,  págs.  19  y  63,  1.  2,  págs  122  y  123. 

(5)  Pausanias,  1.  2,  cap.  19. 


—69— 


de  alianza,  del  palacUum  de  los  troyanos,  y  otras 
obras  que  dan  más  aventajada  idea  del  estado  del  ar- 
te en  aquellos  tiempos. 


§  10. 

Pero  así  como  hablando  de  la  arquitectura  del 
Palenque  no  quise  ponerla  en  parangón  en  punto 
á  belleza  y  perfección  con  los  edificios  de  Atenas  ni 
de  CorintOj  ni  con  las  obras  maestras  de  Grecia  en 
iiQVír^o  á.Q  Per íclcs,  así  me  guardaré  mucho  al  ha- 
blar de  su  escultura,  de  citar  los  trabajos  acabados 
de  Fídias  y  de  Policleto,  ni  de  la  perfección  del  ar- 
te, como  aparece  bajo  los  pinceles  de  Zeuxis  y  Par- 
rosto.  Para  buscar  analogías  de  cuanto  se  ha  encon- 
trado en  el  continente  americano,  no  tanto  debe 
ocurrirse  á  Grecia  y  á  Roma,  pueblos  relativamen- 
te modernos  donde  las  artes  habían  llegado  á  su 
mayor  complemento,  sino  á  otros  más  remotos,  que 
tocan  más  de  cerca  las  primeras  edades  del  mundo. 
Juzgando,  sin  embargo,  por  las  obras  de  que  se  ha 
hecho  mención  encontradas  en  las  ruinas  del  Pa- 
lenque, se  nota  que  no  son  el  resultado  de  la  escul- 
tura en  su  infancia,  sino  ya  bastante  adelantada, 
con  el  auxilio  de  otras  artes  y  procedimientos  que 
deben  haberla  precedido. 

Sus  figuras  son  en  efecto,  perfectas,  sus  propor- 
ciones exactas,  su  actitud  noble  y  desembarazada/ 


—70— 

animada  su  expresión,  manifiesto  el  intento  del 
artista,  y  conocida  su  habilidad  hasta  en  los  más 
pequeños  detalles.  Es  superior  la  escultura  palen- 
cana  á  la  egipcia  (1),  y  superior  á  los  primeros  en- 
sayos de  muchos  pueblos  del  Asia  y  de  Europa. 
Ella  indica  que  los  conocimientos  que  poseían  los 
palencanos  en  este  ramo,  ó  los  hablan  adquirido 
de  alguna  nación  ya  muy  adelantada  en  la  carre- 
ra déla  cultura,  ó  eran  debidos  á  sus  propios  esfuer- 
zos, lo  cual  probaria  larga  existencia,  pues  no  se 
llega  rápidamente  á  la  perfección.  Los  progresos 
en  las  ciencias  y  en  las  artes  son  el  resultado  de 
repetidos  ensayos,  de  un  conjunto  de  circunstan- 
cias  favorables,  y  en  suma,  la  obra  lenta  del  tiem- 
po. Los  defectos  é  imperfecciones  de  las  obras  de 
los  griegos  no  comenzaron  á  correjirse  sino  trescien- 
tos años  después  del  arribo  de  Cecrops  y  las  prime- 
ras colonias  egipcias  y  fenicias.  En  las  figuras  de  los 
palencanos  se  descubren  rasgos  atrevidos  de  per- 
fección, hay  en  ellas  vida  y  movimiento,  almenes 
cuanto  es  posible  en  esa  clase  de  trabajo;  sus  par- 
tes son  no  la  imitación  imperfecta  que  se  contenta 
con  seguir  los  contornos  de  un  objeto,  sino  la  que 
expresa  lo  más  notable,  lo  que  el  ojo  ejercitado  y 
la  mano  hábil  de  un  artista  saben  únicamente  tra- 
zar. 
Si  todo  esto  se  descubre  .en  los  bajos  relieves  del 


(1)  Dupaix  encuentra  alguna  semejanza  en  la  actitud, 
contornos  y-  aspecto  de  las  estatuas  del  Palenque  con 
las  egipcias,  2°"*®  expedition,  63. 


—71— 

Palenque  y  Ococingo,  es  forzoso  concluir  que  el  di- 
bujo, el  grabado  en  hueco,  la  cinceladura  en  ma- 
dera, y  otros  procedimientos  que  á  éstos  han  debi- 
do precederles,  hablan  llegado  allí  aun  grado  bas- 
tante adelantado,  hasta  producir  las  obras  de  que 
nos  ocupamos.  Esto  se  conocerá  mejor  haciendo 
un  examen  más  detenido  de  ellas,  que  nos  condu- 
cirá á  las  reflexiones  y  conjeturas  á  que  natural- 
mente inclina  sobre  el  pueblo  que  las  ejecutó. 


CAPITULO  XX. 


1 .  Ángulo  facial  que  distingue  á  las  figuras  del  Palen- 
que: juicio  que  sobre  esto  han  formado  el  barón  de 
Humboldt  y  otros  escritores:  lo  que  expone  Stephens: 
opinión  de  Kingsborough. — 2.  Los  cráneos,  observa- 
ciones de  Mr.  Morton,  Gamper  yCramer:  práctica  de 
los  indios  de  amoldar  la  cabeza:  juicio  de  Pintland  y 
otros  autores  sobre  los  cráneos  del  Perú. — 3.  Clasifi- 

'  cacion  de  razas:  trabajos  de  Gramer:  sistema  de  Blu- 
membach^  de  Linch. — 4.  La  raza  americana. — o.  Ca- 
racteres de  los  habitantes  del  Palenque  deducidos  de 
las  figuras  que  los  representan:  facciones  de  la  ca- 
ra.— 6.  Rasgos  distintivos  de  la  raza  americana  según 
el  B.  de  Humboldt:  calificación  de  Mofras. 


§1- 

Uno  de  los  rasgos,  que  más  distinguen  las  figu- 
ras del  Palenque  de  las  de  los  pueblos  conocidos, 
es  el  aplastamiento  del  hueso  frontal ^  hasta  formar 
un  ángulo  facial  de  cerca  de  cuarenta  y  cinco  gra- 
dos^ según  Stephens  (1).  Midiéndolo  desde  la  co- 
ronilla hasta  la  extremidad  de  la  nariz,  describe 

(1)  Stephens.  lucidenls  of  travel  etc.,  tom.  2,  cap.  16. 


—74— 

una  curva,  que  equivale  á  la  cuarta  parte  deL  cír- 
culo (1).  Tal  singularidad  ha  hecho  creer  al  barón 
de  Híimholdt  y  á  otros  autores,  que  han  fijado  en 
esta  circunstancia  su  consideración,  que  la  raza  de 
los  habitantes  del  Palenque  era  distinta  de  todas 
las  conocidas  en  el  mundo  (2).  El  mismo"  autor  ha- 
ce mención  ¿e  la  costumbre  que  habia  entre  mu- 
chos de  los  habitantes  del  Nuevo  Mundo,  de  aplas- 
tar, comprimiendo  entre  almohadas  y  tablas  de  ca- 
beza, la  frente  de  los  niños  (3).  Warden  cree  po- 
der explicar  esta  costumbre,  consultando  la  histo- 
ria del  Asia  y  como  originaria  de  esta  región.  En 
Constantinopla  se  preguntaba,  inmediatamente  des- 
pués del  parto,  qué  forma  se  deseaba  que  se  diera' 
á  la  cabeza  del  recien  nacido  (4).  Hipócrates  decia 
que  ningún  pueblo  tenia  la  cabeza  más  larga  (ma- 
crocéfalo) que  una  nación  establecida  cerca  del 
Ponto-Euxino.  Los  capadacios  venidos  de  Arme- 
nia^ eran  macrocéfalos. 

Gongetura  Stephens,  que  ese  ángulo  facial,  tan 
marcado  en  los  palencanos,  proviene  del  mismo 
procedimiento,  que  empleaban  loschactaws.yotros 
indios,  comprimiendo  y  aplastando  la  cabeza  de  los 

(1)  Dupaíx,  S^'"^  expedition,  n°*27y  28.— Charles  Far- 
cy.  Discours,  ele. 

(2)  Humholdt.  Vuedes  cordilleres. — Dupaix,  lugar  ci- 
tado. 

(3)  Humboldt.  Viaje  á  las  regiones  equinoxiales  del 
Nuevo  Mundo,  tom.  4,  lib.  6,  cap.  25,  pág.  110.  • 

(4)  Revista  enciclopédica,  palabra  crdnmm. 


—7»— 

niños  (1),  aunque  es  preciso  advertir  que,  áapesar 
de  esta  práctica,  los  chactaws  no  se  parecian  á  las 
figuras  del  Palenque,  que  han  dado  ocasión  al  exa- 
men de  los  naturalistas.  Mofras  dice  que  tenian 
también  esa  costumbre  los  del  Perú,  el  Brasil  y  los 
caribes  de  las  Antillas  (2).  Se  asegura  también  lo 
mismo  respecto  de  algunas  tribus  de  la  Carolina  y 
de  Nuevo  México  (3). 

Sobre  esta  materia  es  digno  de  notarse  lo  que  se 
lee  en  la  obra  de  antigüedades  de  Lord  Kinsbo- 
rotigh.  «La  fisonomía  de  estas  figuras,  dice,  es 
muy  peculiar  y  notable^  no  es  europea,  ni  africana 
ni  traemos  á  nuestra  memoria  facciones  de  alguna 
nación  de  la  antigüedad,  cuyos  bustos  de  mármol, 
bronce,  ó  pórfido,  tales  como  aquellas  con  que  los 
egipcios  construían  sus  obras  importantes,  nos  ha- 
yan dado  conocimiento.  Parecen  ser  asiáticos,  pe- 
ro la  vigorosa  estatura,  y  grandes  narices  de  esta 
tribu  no  prueba  que  ellos  procedan  de  algunas  de 
las  regiones  del  Norte,  tales  como  los  tártaros  6 
Kamchatliüs ,  y  algunos  adelantan  hasta  ¡Sangalien 
y  las  islas  del  Norte  del  Japón,  para  descubrir  los 
antepasados  del  pueblo  que  en  edades  más  remotas 
colonizó  á  Yucatán,  ni  tampoco  so  parecen  á  los 


(1)  Slephens.  lacidenls  of  Iravel  in  Ghiapas,  etc., 
lom.  2,  cap.  16. 

(2)  Mofras.  Exploration  du  territoire  derOregon,  ded> 
Galifomies,  etc.,  tom.  k,  cap.  11.  '•' 

(3)  History  of  American  indianbyAdair.  Dr.  Scoules.  ' 
Zoological  Journal,  vol.  4,  pág.  304. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 12 


—76— 

chinos,  ni  á  los  del  Hindostán.  La  Asia,  pues,  de 
este  cabo  del  golfo  de  Persia,  yquizá  la  región  de 
Palestina,  fué  la  colmena  de  donde  vino  ese  en- 
jambre á  inundar  á  América  con  inauditas  super- 
ticiones,  y  á  enlazar  con  las  sencillas  tradiciones  de 
los  indios  la  historia  osoura  de  sus  propios  anales 
fabulosos.» 


§2: 


El  examen  de  los  cráneos,  su  forma  y  otras  va- 
riedades que  presentan,  han  ocupado  la  atención 
de  muchos  hombres  eminentes.  Tres  son  los  mé- 
todos de  investigación  que  se  han  puesto  en  prác- 
tica: el  de  Ca^nper  examinando  y  midiéndolas  fa- 
ces laterales;  el  de  Blumeniach  observando  el  con- 
torno y  la  extensión  del  arca,  vista  la  cabeza  por  la 
parte  superior,  colocadoel  ojo  á  alguna  distancia  de 
la  coronilla;  y  el  de  OwenViQuáo  los  cráneos  por  aba- 
jo, después  que  se  ha  separado  la  mandíbula  infe- 
rior. De  este  examen  han  resultado  varias  obser- 
vaciones, á  que  hubieron  de  darse  diversas  aplica- 
ciones; una  de  ellas  es  la  que  expresa  Cramer  de 
la  manera  siguiente:  «El  carácter  fundamental 
sobre  que  se  apoya  la  distinción  de  las  naciones, 
puede  hacerse  sensible  á  los  ojos  por  medio  de  dos 
líneas  rectas,  la  una  desde  elmeato  auditivo  á  la 
base  de  la  nariz;  la  otra  tangente  hacia  arriba,  ala 
salida  de  la  frente  y  hacia  abajo  en  la  parte  más 


—77— 

prominente  de  la  mandíbula  superior.  El  ángulo 
que  resulta  del  encuentro  de  estas  dos  líneas,  vista 
la  cabeza  de  per^l,  constituye,  puede  decirse,  el 
carácter  distintivo  de  los  C7'dneos,  no  solamente 
cuando  se  comparan  entre  las  diversas  especies  de 
animales,  sino  también  cuando  se  consideran  las 
diferentes  razas  humattas.y)  La  belleza  comparativa 
del  europeo  sobre  otras  razas  la  bace  consistir  es- 
te autor,  en  la  diferencia  que  existe  en  e\  ángulo  de 
la  cabeza,  pues  las  del  negro  africano  y  elkalmu- 
co  presentan  un  ángulo  de  setenta  grados,  al  paso 
que  en  la  cabeza  de  los  bombres  de  Europa  el  án- 
gulo es  de  ocbenta  grados;  haciendo  depender  la 
belleza  absoluta  de  algunas  obras  de  la  estatuaria 
antigua,  como  en  la  cabeza  de  Apolo  y  de  Medusa 
de  Suocles,  de  la  abertura  aún  más  grande  del  án- 
gulo. 

Mr.  Morton  es  de  los  que  con  mayor  esmero 
ha  aplicado  toda  su  atención  á  esta  materia.  En 
cuatrocientos  cráneos  de  las  tribus  septentrionales 
y  meridionales  de  América  que  examinó,  resultan 
ciertos  rasgos  de  conformidad,  aplicables  á  las  na- 
ciones antiguas  y  modernas  de  nuestro  continente, 
como  consta  de  los  cráneos  de  los  cementerios  pe- 
ruanos, de  las  tumbas  mexicanas  y  de  los  túmulos 
déla  América  del  Norte.  Esto  bastaría  por  sí  solo, 
aun  cuando  no  se  tuvieran  otras  constancias,  para 
formar  un  sistema  y  constituir  una"  raza  distinta 
délas  demás,  ó  que,  en  el  curso  de  los  tiempos  ha 
tenido  grandes  modificaciones  respecto  de  la  pri- 


—78— 

mera,  que  haya  servido  de  tronco  y  de  donde  trai- 
ga su  procedencia. 

Comparando  la  descripción  que  hace  Mr.  Mor- 
ton  (1)  con  lo  que  resulta  de  la  simple  vista  délas 
figuras  del  Palenque,  se  observan  ciertas  diferen- 
cias que  corroboran  el  juicio  que  se  ha  emitido 
acerca  de  ellas,  ó  que  por  lo  menos  lo  dejan  vaci- 
lante é  indeciso;  pues  no  aparecen  ni  esa  redondez 
tan  marcada  del  cráneo,  ni  los  huesos  salientes  de 
las  mejillas,  ni  anchas  las  ventanas  de  la  nariz,  ni 
otras  particularidades  que  hace  notar. 

Respecto  de  la  modificación  del  ángulo  facial, 
expone  también  la  práctica  que  ha  prevalecido  en- 
tre muchas  délas  tribus  aborígenas,  lo  mismo  que 
en  México,  en  el  Perú,  en  las  islas  Caribes,  el  Ore- 
gon,  y  algunas  de  las  tribus  que  antes  se  hallaban 
establecidas  á  orillas  del  golfo  de  México,  de  amol- 
dar la  cabeza,  dándole  formas  caprichosas  con  los 
procedimientos  de  que  hacian  uso  al  efecto.  (2) 

Los  natcliez  desde  tiempo  inmemorial  aplanaban 
la  cabeza  de  sus  hijos,  de  que  resultaba  la  defor- 
midad de  una  prolongación  del  cráneo  hasta  ter- 
minar en  una  punta.  Los  chacfaws  le  daban  la  mis- 


il) Phisical  type  of  the  american  indians  by  George 
Morton.  Inserto  en  la  obra  titulada  Historical  and  sta- 
tiscal  information  respecting  the  history,  condition,  and 
prospectus  of  indian  tribes. 

(2)  Morton  Phisical  typs  etc. — págs.  323  y  sig. 


—To- 
ma forma.  Igual  costumbre  tenían  los  waxsarvs, 
(1)  los  miiskagees  ó  creelis,  los  caéawha,  los  atéa- 
capas,  chatsaps,  Mllemoolis ,  cMcMtalis ,  kalapoo- 
yahz  j  otros. 

Pinlland,  Fiedemann,  Tchudi  y  Knox  opinan 
respecto  de  los  cráneos  peruanos,  que  estas  defor- 
midades ó  conformación  de  la  cabeza  no  provenían 
del  arte,  sino  de  alguna  peculiaridad  original  ó 
congenital.  Este  fué  también  el  sentir  de  Mr.  Mor- 
ton  al  publicar  su  Cránea  americana^  pág.  38,  y 
le  hizo  creer  en  una  raza  más  antigua  que  las  tri- 
bus incas,  pero  varió  de  concepto  al  examinar  una 
serie  de  cráneos  sacados  de  las  tumbas  del  Perú,  y 
los  estudios  posteriores  que  hizo. 

El  resultado  que  Mr.  Morton  obtuvo  en  sus  ob- 
servaciones fué  en  los  más  casos  un  ángulo  facial 
de  76  I  grados,  la  medida  más  baja  de  70  y  la  más 
alta  36  grados,  en  todos  los  cráneos  examinados; 
pocos  pasaron  de  80  grados  y  muchos  menos  de 
73°  (2). 


§3. 


Para  clasificar  la  especie  humana,  ó  investigar 
las  razas  diferentes  que  pueblan  el  mundo,  se  han 

(2)  Lawson.  Ilistory  of  Carolina,  pág.  33. 
(1)  Mortoa  Phisical  typs  etc.,  pág.  331. 


—so- 
propuesto,  varios  sistemas.  Unos  han  lomado  por 
base  el  tinte  del  cutis  y  el  color  del  pelo,  otros  co- 
mo Powuall  (1)  sugirieron  la  idea  de  observar  la 
configuración  del  cráneo,  que  Cramer  la  redujo  á 
ciencia,  tomando  el  ángulo  facial  por  criterio.  (2) 

Blume7ibach^  que  sobre  esto  hizo  un  estudio  de- 
tenido, divide  las  razas  en  tres  clases:  la  circacia- 
na,  central  ó  blanca;  la  etiópica  negra;  y  la  mon- 
gólica amarilla,  tomando  por  base  la  figura  del 
cráneo  y  el  color  de  los  cabellos,  del  cutis  y  del 
iris  del  ojo.  Mr.  Lincli  solo  admite  tres  razas  pri- 
mitivas, la  de  los  mongoles,  malais  y  america- 
nos. (3) 

La  raza  americana  ha  sido  clasificada  por  algu- 
nos entre  la  malesa,  otros  Ja  consideran  como  una 
degeneración  de  la  etiópica  y  mongólica.  Bory  de 
Saint  Vicent  la  enumera  entre  las  especies  de  la 
australiana.  (4)  l)esmoulÍ7is  forma  de  ella  una  es- 


(1)  Nueva  colección  de  viajes.  Londres,  1763,  tom.  2, 
pág.  73. 

(2)  Disertación  física  sobre  las  diferencias  reales  que 
presentan  las  fisonomías  en  los  hombres  de  los  diver- 
sos países.  Wrech,  1751. 

(3)  Mr.  Linck  Der  Urwelt. 

(4)  Diccionario  clásico  de  hist.  nat.,  tom.  7,  París, 
1835. 


—81— 

pecie  particular.  (1)  Lesson  la  reputa  como  una 
rama  de  la  hiperboria  ó  esquinal.  (2)  Klaproth  no 
la  admite  como  raza  distinta.  César  Cantil  cree 
que  «las  variedades  de  la  especie  humana  no  son 
«  más  que  alteraciones  causadas  por  el  clima,  por 
«  el  modo  de  vivir,  y  por  resultas  de  enfermedades 
«  esporádicas  que  han  llegado  á  hacerse  heredila- 
«rias,»  (3)  y  que  no  provienen  por  consiguiente 
de  diversidad  de  origen. 

Gran  variedad  de  opiniones  se  nota  sobre  este 
asunto.  Camper  funda  su  sistema  en  las  lineas  fa- 
ciales, que  combate  Omeyi,  Blumenhach  en  su  Nor- 
ma verticalis,  al  que  se  oponen  algunas  obj ede- 
nes, lo  mismo  que  al  de  Mor  ton.  Prichard,  (4)  al 
ver  la  deformidad  que  presenta  la  diversidad  de 
razas  las  reduce  á  dos  categorías,  la  Vella  y  Id^fea. 
Golineau,  que  en  su  magnífica  obra  (5)  se  propu- 
so examinar  la  cuestión,  las  reduce  á  tres  solamen- 
te^ la  blanca,  la  negra  y  la  amarilla,  sin  tomar  la 
car?iac¿o?i^ov  rasgo  distintivo,  designando  bajo  el 
nombre  de  blancos  la  raza  caucasa,  semítica,  ja- 
phética,  llama  negros  á  los  chamilas  y  amarillos 
ijawies)  la  rama  altaica,  mongol,  finesa  y  tárta- 
ra; tales  son,  dice,  los  tres  elementos  puros  y  pri- 

(1)  Historia  natural  de  las  razas  Immanas — 1816. 

(2)  lyianual  de  mammalogía,  1847. 

(3)  Historia  Universal.  Parle  1,  lib.  1,  cap.  3. 

(4)  Historie  nalurelle  de  riiomme. 

(5)  Essai  sur  i'incgalité  des  races huinaincs,  Cliap.  12 
Paris,  1853. 


—82— 

mitivos  de  la  humanidad,  no  reputando  á  los  sal- 
vajes de  América  de  piel  roja  ó  cobriza,  como  un 
tipo  puro  y  primitivo.  En  el  continente  america- 
no coloca,  sin  embargo,  el  sitio  primordial  de  la 
especie  amarilla.  (1)  La  raza  malaya  la  considera 
como  el  producto  de  laseangre  negra  mezclada  con 
el  tipo  amarillo,  (2)  y  los  elementos  fundamenta- 
les de  la  población  europea  [lejauoie  et  le  hlanc) 
dice,  que  se  combinaron  muy  al  principio  de  una 
manera  muy  complexa,  (3)  concluyendo  de  todo 
que  los  indígenas  de  América  son  de  raza  mongo- 
la diferentemente  afectada  con  la  mezcla  y  a  de  ne- 
gros ó  de  malayos.  (<i) 


§b. 


En  las  figuras  del  Palenque,  exceptuando  esa 
particularidad  del  ángulo  facial  tan  notable,  en  to- 
do lo  demás  se  advierten  los  caracteres  de  una  ra- 
za bien  formada,  y  de  buena  estatura.  Las  figuras 
están  trabajadas  con  maestría,  no  solo  por  la  regu- 
laridad y  exactitud  en  las  proporciones,  naturali- 
dad en  las  actitudes,  flexibilidad  en  los  movimien- 


(1)  Gobineau.  Essai  surrinegalités  des  races,  chap.  C. 

(2)  ídem,  idem,  idem,  tom.  2,  lib.  3,  chap.  ü. 

(3)  ídem,  idem,  idem,  tom.  3,  lib.  5,  chap.  7. 

(4)  ídem,  idem,  idem,  tom.  4,  lib.  6,  chap,  7. 


—83— 

tos,  y  musculaciones,  y  viveza  en  la  expresión, 
sino  por  la  habilidad  con  que  están  labrados  los 
adornos,  y  los  varios  ropajes,  y  atavíos  con  que  es- 
tán cubiertas.  Compréndese  en  todo  la  intención 
del  artista  por  la  naturalidad  con  que  está  eje- 
cutado. 

Examinando  atentamente  las  facciones  de  la  ca- 
ra, se  nota  que  tienen  las  narices  muy  largas, 
los  labios  gruesos  y  entreabiertos,  dos  de  las  figu- 
ras, que  se  hallan  á  los  lados  de  la  escalera  princi- 
pal del  Palacio,  con  los  labios  á  manera  de  los  de 
la  raza  etiópica  ó  africana,  y  en  algunos  más  regu- 
laridad, sin  rasgo  notable  caraterístico;  de  modo 
que  no  se  encuentra  en  ellas  la  belleza  de  la  raza 
caucasa  ó  blanca,  con  su  cabeza  ovalada  bien  for- 
mada, su  frente  prominente  y  su  barba  más  salida 
que  la  boca;  ni  la  cara  chata,  y  los  huesos  de  los 
carrillos  realzados  de  la  raza  mongola;  ni  la  nariz 
aplastada  y  los  labios  gruesos  de  la  raza  etiópica: 
tienen  caracteres  peculiares,  rasgos  que  les  son 
propios,  un  tipo  particular  que  los  distingue  de  los 
demás,  como  lo  tienen  los  edificios  en  que  están 
esculpidas,  de  suerte  que,  si  como  es  de  creerse,  se 
parecen  en  todo  á  los  antiguos  habitantes  de  aque- 
llos lugares,  debe  concluirse  que  formaban  ima  ra- 
za distinta,  que  se  ha  perdido  en  el  silencio  y  as- 
pereza de  esos  bosques,  por  acontecimientos  ente- 
ramente desconocidos. 


ESTUDIOS — TOMO  11 — 13 


—84- 


§6. 


Para  complemento  de  esta  materia,  haré  men- 
ción de  lo  que  sobre  la  raza  americana  en  general 
han  dicho  otros  dos  autores  recomendables. 

Dice  el  harón  de  Humholdt  lo  siguiente  (1):  ((Se 
pueden  dividir  los  naturales  del  Nuevo  Mundo  en 
dos  porciones  muy  desiguaLes  en  número;  pertene- 
cen á  la  primera  los  esquimales  de  Groeland,  del 
Labrador,  y  de  la  costa  septentrional  de  la  bahía 
(iQRudsonj  los  habitantes  del  estrecho  diQBeliering^ 
de  la  península  de  Alasha  y  del  golfo  del  príncipe 
Guillermo.  La  rama  oriental  y  la  occidental  de  esta 
raza  polar,  los  esquimales,  y  los  tehuagazes  están 
unidos  por  la  más  íntima  analogía  de  lenguas,  á  pe- 
sar de  la  enorme  distancia  de  ochocientas  leguas 
que  los  separan,  cuya  analogía  se  extiende,  según 
se  ha  probado  de  una  manera  indudable,  hasta  los 
habitantes  del  Nordeste  del  Asia,  pues  que  la  len- 
gua de  los  teliutclies  en  las  bocas  del  Anadyr  tie- 
ne las  mismas  raíces  que  la  lengua  de  los  esquma- 
les  que  habitan  la  costa  de  América  opuesta  á  la 
Europa.  Los  teliutclies  son  los  esquimales  del  Asia; 
su  raza  ocupa  solamente  el  litoral,  y  se  compone 
de  itchiofagos,  casi  todos  de  una  estatura  menor 
\ 

(1)  Viajes  á  las  regiones  equiuoxiales  del  Nuevo 
Mundo,  tom.  2,  lib  3,  cap.  9,  pág.  Ib4. 


—85— 

que  la  de  los  demás  americanos,  vivos,  volubles, 
y  habladores;  sus  cabellos  son  negros,  derechos,  y 
aplastados;  pero  su  piel  es  originariamente  blan- 
quimosa,  lo  cual  es  muy  caractcríslico  en  esta  raza, 
que  designaré  con  el  nombre  de  esquimales  tehuga- 
res.  Es  positivo  que  los  niños  de  los  groelandeses 
nacen  blancos,  algunos  conservan  su  blancura,  y 
aun  en  los  más  tostados  se  vé  á  veces  aparecer  el 
rojo  de  la  sangre  en  las  mejillas». 

«La  segunda  porción  de  los  indígenas  de  la  Amé- 
rica encierra  todos  los  pueblos  que  no  son  esquima- 
les tehugares,  comenzando  desde  el  rio  de  Cook 
hasta  el  estrecho  de  Magallanes.  Los  hombres  que 
pertenecen  á  esta  segunda  rama,  son  más  grandes, 
más  fuertes  y  aguerridos,  más  taciturnos,  y  ofre- 
cen también  mucha  variedad  en  su  color.  En  Mé- 
xico, el  Perú,  Nueva  Granada,  Quito,  en  las  orillas 
del  Orinoco,  del  Amazonas,  y  en  todos  los  puntos 
de  la  América  meridional  que  he  examinado,  tan- 
to en  las  llanuras,  como  en  las  alturas  Mas,  los 
niños  indios  á  la  edad  de  dos  ó  tres  meses  tienen 
la  misma  tez  bronceada  que  se  vé  en  los  adultos.» 

«En  el  Nordeste  de  la  América,  al  contrario,  se 
hallan  tribus  en  las  cuales  son  los  niños  blancos, 
y  toman  en  la  edad  viril  el  color  bronceado  de  los 
indígenas  del  Perú  y  de  México.» 

Duflot  de  Mofras  (1)  dice:  «Entre  los  indios  de 

(1)  Exploration  du  lerritoire  de  rOregon.  de  Galifor- 
nie,  et  de  la  mer  Vermeille,  tom  4,  chap.  11.  ^'^ 


—so- 
la cosía  del  Nordeste  se  encuentran  dos  razas  dis- 
tintas: la  del  Norte  que  habita  desde  el  estrecho  de 
Beliering  hasta  las  márgenes  del  rio  Colombia,  y 
la  del  Sur,  que  ocupa  la  región  meridional  del 
Oregon  y  la  California  hasta  el  rio  Colorado  y  la 
Alta  Sonora,  La  primera  presenta  más  especial- 
mente el  tipo  asiático.  Los  indios  que  la  componen 
son  de  talla  mediana,  tienen  la  cara  ancha^  la  fren- 
te deprimida,  los  juanetes  del  carrillo  salidos,  los 
ojos  muy  apartados  y  rasgados  en  forma  de  almen- 
dra, la  nariz  aguileña,  la  boca  grande,  y  la  barba 
terminando  en  punta.  La  segunda  se  acerca  más 
al  tipo  europeo.  La  talla  de  estos  indios  es  más  ele- 
vada, tienen  la  frente  más  derecha,  y  el  ángulo  fa- 
cial más  abierto;  solo  en  un  número,  los  labios 
y  la  nariz  son  lijeramente  achatados.  La  raza 
meridional  es  aún  más  negra  que  la  del  Norte,  pe- 
ro su  mezcla  aunque  más  oscura,  no  tiene  nada 
de  lo  brillante  que  distingue  á  las  naciones  africa- 
nas, y  no  podria  compararse  mejor  que  álos  tintes 
mates  producidos  por  la  aguada  ó  tinta  negrusca. » 


CAPITULO  XXI 


1-.  Vestidos  de  las  figuras  del  Palenque:  el  de  los  hom- 
bres: su  comparación  con  los  usados  en  las  naciones 
antiguas:  el  de  las  mujeres:  comparación  con  las  de 
la  antigüedad. — 2.  Descripción  de  los  diversos  tra- 
jes que  usaban  los  habitantes  de  esta  parte  del  con- 
tinente americano:  traje  militar  del  rey:  vestido  or- 
dinario y  común  del  pueblo:  el  de  los  ricos  y  perso- 
nas de  distinción:  el  de  los  jefes  aztecas:  el  de  Moc- 
tezuma: el  usado  por  los  Toltecas  5  Ghichimecas:  el 
de  los  chibchas. — 3.  Vestidos  usados  en  varias  na- 
ciones de  la  antigüedad. — 4.  Semejanzas:  diversos 
trajes  de  los  indios  de  Ghiapas. — 5.  Conjeturas  sobre 
las  telas  que  usaban  en  estos  vestidos:  antigüedad  de 
los  tejidos  de  lino:  cultivo  "del  algodón  en  América: 
tejidos  de  Gholula:  uso  de  la  seda:  la  lana,  su  anti- 
güedad y  uso  en  tiempo  de  los  patriarcas:  datos  de 
Clavijero  sobre  tejidos:  uso  que  se  hacia  de  las  pie- 
les.— 6.  Observaciones  que  se  deducen  de  lo  ex- 
puesto. 


§1 


La  mayor  parto  do  las  figuras  que  se  encuen- 
trau  en  los  bajos  relieves  del  Palenque  están  ves- 
tidas. Aun  las  que  parecen  desnudas,  llevan  cu- 


--88— 

bierta  alguna  parte  del  cuerpo,  como  lo  exigen  el 
pudor  y  la  decencia.  Las  diferencias  bien  marca- 
das que  se  notan  en  los  trajes,  hacen  que  por  ellos 
puedan  conocerse  los  dos  sexos. 

Por  lo  regular  el  vestido  de  los  hombres  consta 
de  varias  piezas:  una  que  llevan  muy  ajustada  al 
cuerpo,  como  lo  indican  el  remate- de  las  mangas, 
el  que  se  descubre  en  los  tobillos,  y  los  pliegues 
que  forma  en  algunas  partes,  á  manera  de  una 
camisa,  y  pantalones  muy  pegados  á  la  piel;  otra 
que  cubre  la  cintura,  á  manera  de  brial,  ó  una  es- 
pecio de  faldellin  corto,  cargado  de  bordados,  cor- 
dones, ú  otros  adornos,  atado  á  la  cintura  con  un 
cingulo;  y  un  jubón,  ó  cota  que  les  cubre  el  pecho 
y  la  espalda,  más  ó  menos,  con  adornos  sencillos, 
ó  sin  ellos. 

Este  traje  es  vistoso,  pero  pocas  analogías  pue- 
den sacarse  de  él;  pues  no  se  parece  ni  al  cluni- 
dion  y  túnicas  que  llevaban  los  babilónicos,  ni  á 
la  toga  y  túnica  de  los  romanos,  (1)  con  ninguna 
de  las  alteraciones  que  tuvo,  pues  era  ancha,  sin 
mangas  y  talar^  (2)  y  los  romanos  tampoco  cono- 
cieron los  calzones,  abrigando  sus  muslos  y  pier- 
ñas,  en  lugar  de  ellos,  con  fajas  ó  tiras  de  lien- 
zo. (3) 

(1)  Los  magistrados  llevaban  la  toga  pretesta  y  los 
senadores  el  clavicm. 

(2)  Gacciatore,  Atlante  Storico,  pág.  165. 

(3)  Suet.  Aug.  82. — Octavius  Ferrarius  de  re  vestia- 
ria,  lib.  1,  cap.  3  y  6. 


—89— 

Tampoco  se  parecían  ni  á  la  epltatile  (1)  ni  al 
diploís,  que  era  una  especie  de  capa,  ó  la  kena  (2) 
ni  al  -polliuin  de  los  griegos,  ni  á  la  túnica  y  man- 
to de  los  hebreos,  al  had  y  al  schesh  de  |que  habla 
Moisés,  (3)  ni  á  la  calasiris  de  los  egipcios,  (4) 
aunque  es  á  lo  que  más  se  acerca  el  traje  de  esas 
figuras.  Formaba  un  estilo  particular,  y  no  hay 
en  ellas  rasgos  de  identidad,  que  nunca  podrá  cons- 
tituirla el  uso  del  cingulo,  por  ejemplo,  que  es  co- 
mún á  los  habitantes  de  muchas  naciones  de  la 
antigüedad.  En  los  viajes  ó  en  campaña  lo  lleva- 
ban los  hebreos  sobre  la  túnica:  el  de  los  grandes, 
ricos,  y  especialmente  el  délas  mujeres^  eran  pre- 
ciosos y  magníficos.  «Los  de  los  sacerdotes  eran 
largos  y  anchos,  de  un  tejido  precioso  y  de  muchos 
colores,  semejantes  á  los  que  traen  hoy  los  orien- 
tales.» (b) 

No  hay  indicio  de  que  en  el  Palenque,  sus  ha- 
bitantes se  vistiesen  de  pieles,  como  lo  hacían  los 
persas  y  los  galos,  (6)  los  scitas  (7)  y  los  etiopes, 

(1)  Esta  especie  de  capa  ó  manto  servia  para  envol- 
verse, como  se  vé  eu  la  estatua  de  Perseo;  los  guer- 
reros lo  llevaban  envuelto  en  la  mano,  según  Polux. 

(2)  Gacciatore. — Nuevo  Atlante,  pág.  165. — Oetavius 
Fcrrarius  de  re  vestiaria,  lib.  I,  cap.  3y  G. 

(3)  Levílico  XVI. 

(4)  Ilerodoto,  lib.  2.  cap.  21. 

(5)  Biblia  de  Vence.  Disertación  sobre  los  antiguos 
vestidos  hebreos,  tom.  12,  §  3,  pág.  27. 

(6)  J.  César.  Goment.,  lib.  VI. 

(7)  Justin.,  lib.  3,  hist.  Sénec,  Epíst.  90. 


—90— 

constituyendo  el  traje  ordinario  de  los  profetas, 
aunque  no  faltan  algunas  fíguras  que  las  llevan 
en  aquellas  ruinas,  de  la  manera  que  se  hará. no- 
tar después  para  deducir  algunas  conjeturas. 

El  vestido  de  las  mujeres  no  consta  de  tantas 
piezas.  Solo  consiste  por  lo  regular  en  una  cami- 
sa, que  les  cubre  la  parte  superior  del  cuerpo;  de 
la  cintura  para  abajo  un  brial  lleno  de  cordones, 
formando  mallas  y  otros  adornos,  que  lo  hacen  muy 
vistoso,  atado  á  lá  cintura  con  un  cingulo  bordado, 
cuyos  extremos  cuelgan  con  gracia  por  delante  y 
á  los  lados.  Tampoco  en  esta  especie  de  vestidos 
se  encuentran  semejanzas,  pues  no  se  parece  á  la 
stola  y  manto  que  usaban  las  romanas,  terminan- 
do en  una  larga  cola,  (1)  asemejándose  únicamen- 
te en  ser  unos  y  otros  bordados  con  guarnición 
ancba  abajo;  (2)  ni  al  ciólas  que  también  usaron, 
ni  á  la  túnica  que  llevaban  como  los  hombres, 
porque  en  esas  figuras  el  traje  nace  de  la  cintura 
á  manera  de  enaguas^  aunque  más  estrecho  que 
éstas,  y  lleno  de  adornos,  haciéndole  más  vistoso 
el  cintuTon  ó  faja  con  que  le  ataban,  el  cual  usaban 
también  las  romanas,  sin  distinción  de  solteras  y 
casadas;  (3)  ni  al  pephmi  que  en  general  usaban 
las  griegas,  (4)  ni  al  airoso  y  elegante  vestido  de  las 


(1)  Cacciatore.  Atlante  Storico,  pág.  303. 

(2)  Adams.  Antigüedades  romanas,  págs.  224  y  226. 

(3)  Maro.  XIV,  Ibl. 

(4)  Ov.  Amor,  1,  7,  46.  Cacciatore.  Nuevo  Atlante, 
pág.  105. 


—91— 

Ateniensas  (1)  ni  al  extremadamente  sencillo  y  sin 
adornos  de  las  esparciatas;  (2)  ni  á  la.  palla  de  ]os 
latinos;  ni  á  la  túnica  con  que  se  cubrían  las  mu- 
jeres del  pueblo  de  Israel  que  tenian  mangas  y  ga- 
lones en  el  remate;  (3)  ni,  en  fin,  al  de  las  otras 
naciones  conocidas.  El  adorno  de  cabeza  no  érala 
stephana  ó  corona  griega,  ni  el  opisthosphe7idone 
de  que  haiblan  Aristófanes  y  Polux^  (4)  y  descri- 
bió Eustacio.  (o)  Son,  en  fin,  tan  peculiares  los 
trajes  de  esa  raza  desconocida,  y  tan  generales  los 
ra  sgos  de  semejanza,  que  de  ellos  Jio  puede  sacar- 
se ima  conjetura  fundada. 


§2. 


Danos  noticia  Clavijero  de  los  diversos  trajes 
que  usaban  los  habitantes  de  esta  parte  del  conti-' 
nente  americano.  El  traje  ^militar  de  un  rey  me- 
xicano era  una  armadura  con  ciertas  insignias, 
unas  medias  botas,  cubiertas  de  planchuelas  de 
oro  paralas  piernas,  llamadas  coj¿?/¿w¿í^Z;» en  los 
brazos  adornos  del  mismo  metal,  ó  braceletes  de- 


(1)  BartbGlemy.  Viaje  de  Anacarsis,  1.  2,  c.  20,  pág. 
297. 

(2)  ídem,  idém,  idem,  tom.  4,  cap.  48,  póg.  176. 

(3)  Biblia  de  Véucí?.  Üiserlacion  sobre  los  vestidos  de 
los  antiguos  hebreos,  lom.  2,  §  2,  pág.  25. 

(4)  IV,  96. 

(5)  V,  7. 

ESTUDIOS — TOMO  H — 14 


—92— 

nominados  matemecatl;  pulseras  de  piedras  pre- 
ciosas llamadas  onatemecatli^  pulseras  de  piedras 
preciosab  llamadas  matzapestU\  una  esmeralda  en- 
garzada en  oro  en  el  labio  inferior^  que  se  llama- 
ba tentatl\  pendientes  de  lo  mismo  para  las  orejas 
denominados  nacoclitli\  una  cadena  de  oro  y  pie- 
dras, esto  es  un  collar,  cozcopetlatl\  y  en  la  cabe- 
za un  penacho  de  plumas,  que  caian  sobre  la  es- 
palda, "y  era  la  principal  insignia  llamada  qnacMe- 
tli  (1). 

El  vestido  ordinario  y  común  del  pueblo  se  re- 
duela al  majtlatl  ó  faja,  y  al  timatli  ó  capa  entre 
los  hombres;  al  cueitl,  ó  enaguas,  y  buepilli,  ó  ca- 
misa sin  manga  entre  las  mujeres.  Eran  hechos 
de  pita  de  maguey,  palma  de  monte,  ó  tela  de  al- 
godón; el  de  los  ricos  era  de  esta  tela  más  fina  y  de 
varios  colores. 

Los  que  salieron  en  unión  de  varias  partidas  de 
indios  al  encuentro  de  los- españoles,  al  acercarse 
á  Zempoala,  y  que  parecían  ser  de  las  primeras  fa- 
milias, «estaban  cubiertos,  dice  Prescott,  de  túni- 
«cas  de  finísimo  algodón,  y  de  ricos  colores,  que  les 
«  bajaban  desde  el  cuello,  y  entre  la  clase  baja  des- 
ee de  la  cintura  hasta  los  tobillos.  Los  hombres  ves- 
te tian  una  especie  de  capa  á  la  morisca,  y  un  ce- 
«ñidor  ó  cinturon.  Tanto  los  unos  como  los  otros 
«  llevaban  adornos  de  oro  y  sarcillos  del  mismo 

(1)  Clavijero.  Hist.  Nal.  de  México,  tom.  1,  lib.  7, 
pág.  330. 


—93— 

«  metal  en  las  orejas  y  narices,  que  estaban  tala- 
«dradas.»  (1) 

Los  jefes  aztecas,  dice  el  mismo  autor,  que  sa- 
lieron al  encuentro  de  Cortés  cuando  hubo  de  en- 
trar á  México,  «venian  vestidos  de  gala,  y  según 
«  el  uso  del  país:  traian  maxtlatl,  ó  calzón  de  al- 
te godon  en  torno  de  la  cintura,  y  una  ancha  capa 
«  de  la  misma  tela,  ó  de  plumas,  flotando  gracio- 
«  sámente  sobre  las  espaldas.  En  el  cuello  y  los 
«  brazos  traian  collares,  y  braceletes  de  turquesas, 
«  á  veces  mezcladas  con  plumas;  y  de  las  orejas, 
«  del  labio  inferior,  y  aun  de  las  narices,  pendían 
«  piedras  preciosas,  ó  cadenas  de  oro  fino.»  (2) 

Los  habitantes  de  la  ciudad  de  México  mostra- 
ban cierta  superioridad  en  el  modo  de  vestir  res- 
pecto de  los  de  las  ciudades  de  orden  inferior.  «El 
tliiiíaiU,  ó  capa  suspendida  de  los  hombros  y  ata- 
da al  cuello,  hecha  de  algodón  de  distinto  grado 
de  finura,  según  las  proporciones  de  su  dueño,  y 
el  amplio  calzón  ceñido  á  la  cintura,  estaban  ave- 
ces adornados  con  ricas  y  elegantes  figuras,  y  guar- 
necidos de  flecos  ó  borlas.  Las  mujeres  vestían 
basquinas  de  diferentes  tamaños,  con  flecos  muy 
ricamente  adornados,  y  á  veces  traian  encima  una 
larga  túnica  que  les  llegaba  hasta  los  tobillos:  en 


(1)  Prescolt.  Hist.  de  la  conq.  de  México,  tom.  1,  cap. 
7,  pág.  245. 

(2)  ídem,  ídem,  ídem,  tom.  1,  lib.  3,  cap.  9,  pág.  403. 


—94— 

las  clases  altas  estos  vestidos  eran  de  algodón  fi- 
namente tejidos  y  hermosamente  bordados.  (1)  No« 
se  usaban  allí  como  en  otras  partes  de  Anáhuac 
velos  de  hilo  de  maguey,  sino  que  llevaban  la  ca- 
ra descubierta  con  el  pelo  suelto,  flotando  sobre  las 
espaldas. 

Hablando  del  traje  de  Motezuma,  emperador  de 
México,  dice  el  mismo  Prescott,  que  «vestía  la  ga- 
llarda y  ancha  capa  cuadrada  llamada  tilmatli^  de 
algodón  finísimo  con  las  puntas  bordadas  y  anuda- 
das al  cuello:  unas  sandalias  con  suelas  de  oro  y 
con  los  cordones  que  las  ataban  á los  tobillos,  tren- 
zados con  hilo  del  mismo  metal,  defendían  sus 
pies.  Tanto  la  capa,  como  las  sandáfias^  estaban 
salpicadas  de  perlas  y  piedras  preciosas,  entre  las 
cuales  se  hacían  notables  la  esmeralda  y  el  chal- 
cMvitl,  una  piedra  verde,  la  más  estimada  entre 
los  aztecas.  Su  cabeza  no  traíanlas  adorno  que  un 
fenaclw  de  plumas  verdes,  que  flotaban  ó  pendían 
hacia  atrás,  insignia  más  bien  que  regía,  propia 
de  los  guerreros.»  (2) 

Estas  indicaciones  de  Clavijero  y  de  Prescott 
se  vén  comprobadas  con  lo  que  respecto  de  trajes, 
vestidos  y  adornos,  se  encuentra  diseminado  en 
las  obras  de  los  autores  que  se  han  ocupado  de  las 

(1)  Prescott.  Hist.  de  la  conq.  de  México,  tom.  1,  lib. 
■  4,  cap.  2,  pág.  447. 

(2) 'Prescott.  Hist.  de  la  conq.  de  México,  tom.  1,  lib. 
3,  cap.  9,  pág.  404. 


—95— 

cosas  de  América.  El  vestido  de  los  hombres  de 
condición  ordinaria  entre  los  tol tecas,  consistía, 
según  el  abate  Brasseur  de  Bourhourg,  (1)  en  un 
taparabo,  ó  pequeño  calzoncillo,  y  en  una  capa, 
ó  manto  de  algodón.  En  tiempo  de  frió  se  ponian 
una  túnica  sin  mangas,  que  les  bajaba  hasta  la  ro- 
dilla. Su  calzado  eran  unas  sandalias  de  nequen. 
Las  mujeres  usaban  un  huipilj  ó  camisa  de  man- 
gas cortas  hasta  más  abajo  de  la  cintura,  y  enci- 
ma  una  enagua  ajustada,  más  ó  menos  larga  á  su 
gusto.  Guando  sallan  se  cubrían  con  un  manto, 
fondo  blanco,  adornado  de  dibujos  de  todos  cqIo- 
res,  que  les  llegaba  hasta  más  abajo  de  los  ríño- 
nes, con  una  especie  de  capuchón  á  la  morisca, 
llamado  iorquezal.  (2) 

Los  sacerdotes  estaban  vestidos  de  ropa  Mga 
negra  hasta  arrastrarla,  con  el  pelo  largo  y  tren- 
zado, caido  sobre  la  espalda;  solo  se  calzaban  para 
salir. 

Los  reyes  se  vestían  unas  veces  de  blanco  y  otras 
de  un  amarillo  oscuro  con  franjas  de  mil  colores. 
Sus  calzoncillos  y  túnicas  bajaban  hasta  las  rodi- 
llas. Las  suelas  de  sus  coturnos  eran  de  oro.  Se 
adornaban  con  collares,  pendientes  de  oro  y  pie- 
dras preciosas  y  otras  joyas.  Teman  en  sus  pala- 
cios para  recrearse  vastos  jardines,  bosques,  árbo  • 

(1)  Historie  des  nalions  civ-ilisées  du  Mexique,  tom. 
1,  lib.  3,  chap.  2. 
{2}  Ixtlixochitl.  Ilist.  4.  Relación. 


—se- 
les de  toda  especie,  aves  y  animales  diversos.  No 
podian  tener  más  que  una  mujer,  ni  volverse  á 
casar. 

De  los  chichimecos  y  teo-chichimecos,  dice  el 
abate  Brasseur  de  Boiirhourg^  antes  citado,  que  se 
vestían  de  pieles  leonadas  con  el  pelo  fuera  en  el 
estío,  y  por  dentro  en  el  invierno,  á  fin  de  garan- 
tirse contra  el  frió.  (1)  En  las  gentes  ricas  estas 
pieles  eran  curtidas,  ó  adornadas  con  arte.  Usaban 
también  telas  de  neq^ieti.  Los  j.efes  se  vestían  con 
piel  entera  de  animal,  sir^iéndosede  la  cabeza  como 
de  un  casco,  con  la  cola  tirada  liácia  atrás  hasta 
los  ríñones,  lo  cual  les  daba  un  aspecto  formidable. 
De  una  oreja  á  otra  se  ponían  una  gran  diadema 
de  plumas  en  forma  de  abanico  sobre  lo  alto  de  la 
fre'hte^  con  un  penacho  que  caia  hacia  atrás,  como 
una  cola  de  pájaro  entre  las  espaldas.  El  casco  es- 
taba adornado  algunas  veces  de  un  esj) ej o  pequeño  \ 
otros  lo  llevaban  en  la  cintura,  otros  atrás  para 
que  pudieran  mirarse  en  él  los  que  los  seguían.  Usa- 
ban también  como  adornos  piezas  de  metal  ruda- 
mente trabajadas,  piedras  finas,  y  collares  de  wam- 
pum  ó  Conchitas;  los  más  ricos  tenían  braceletes, 
y  otras  alhajas  artísticamente  cinceladas. 

Entre  los  neo-granadinos  los  chihchas  usaban 
uua  especie  de  túnica  de  algodón  hasta  poco  más 
abajo  de  la  rodilla,  y  unos  mantos  cuadrados^  que 


(1)  Hisioire  des  nations  civilisées  du  Mexique,  tom. 
2,  lib.  6,  chap.  1. 


—97— 

les  servían  de  capa,  con  nn  casquete  de  piel  de  ani- 
males feroces,  con  plumas  en  la  cabeza.  En  clase 
de  aderesos  usaban  medias  lunas  de  oro  y  plata  so- 
bre la  frente,  braceletes  de  cuentas  do  piedi^a  ó  hue- 
so y  además  adornos  de  oro  en  las  narices  y  orejas. 
Se  pintaban  el  rostro  y  el  cuerpo  con  achiote  {lexa 
(rrellana)  y  jagua,  que  era  un  color  negro  de  mu- 
cha duración.  Las  mujeres  usaban  una  manta  cua- 
drada en  que  se  envolvían,  atándola  en  la  cintura 
con  una  faja  ancha,  y  sóbrelos  hombros  otra  man- 
ta más  pequeña,  prendida  en  el  pecho  con  un  alfiler 
de  oro  ó  plata  con  cabeza  como  cascabel.  Hombres 
y  mujeres  usaban  el  pelo  largo,  los  primeros  hasta 
los  hombros  y  las  segundas  más  suelto  todavía  (1). 


§3. 


Si  d.e  este  examen  pasamos  al  délos  vestidos  usa- 
dos en  las  varias  naciones  de  la  antigüedad,  encon- 
tramos que  los  de  los  medos  eran  anchos  y  largos 
hasta  arrastrarlos,  con  grandes  mangas.  Se  deja- 
ban crecer  el  cabello,  y  llevaban  en  la  cabeza  una 
tiara  ó  especie  de  bonete  puntiagudo  (2) . 


(1)  Uricoechea.  Memoria  sobre  las  antigüedades  neo 
granadinas,  inserta  en  el  Boletin  de  geografía  y  estadís- 
tica, tom.  4,  pág.  128. 

(1)  Xenofonte,  1.  1,  pág.  127.— Plutarco  deFort-Aleí, 
págs.  329  y  330. 


—98— 

El  vestido  de  los  egipcios  era  sencillo.  Los  hom- 
bres llevaban  una  túnica  de  lino  bordada,  con  una 
franja  ^ue  les  llegaba  hasta  las  rodillas  y  una  es- 
pecie de  manto  de  lana  blanca  (1).  Las  personas 
de  distinción  usaban  trajes  de  algodón  y  col' ares 
preciosos.  Pharaon  hizo  vestir  á  José  con  ropa  de 
algodón,  y  puso  en  su  cuello  un  collar  de  oro  (2). 
La  clase  popular  usaba  generalmente  por  vestido 
una  túnica  corta  llamada  m/¿?52>e5,  ajustada  con  un 
cinturon  sobre  las  caderas,  con  mangas  cortas  á 
veces,  guarnecidas  de  franjas  en  el  vuelo  (3) .  Las 
mujeres  usaban  con  la  túnica  anchos  vestidos  de 
lino  ó  algodón  listados,  blancos  ó  de  color,  con 
mangas,  y  en  la  cabeza,  orejas  y  manos  llevaban 
diadema,  bucles  y  anillos  (4).  A^2><?/¿er  refiriéndose 
á  JDiódoro  (b)  dice  que  los  atitiguos  reyes  de  Egip- 
to tenian  la  costumbre  de  vestirse  con  las  pieles  de 
varios  animales,  como  de  toro,  león,  culebra  etc., 
para  conciliai:se  el  terror  ó  la  admiración  de  sus  sub- 
ditos, ó  p'or  cualquiera  otra  causa  y  razón  miste- 
riosa. 

El  traje  primitivo  de  los  griegos,  era  una  túni- 

(Ij  Génesis,  c.  39,  v.  12.— Heredóte,  1.  2,n.  37y  81.— 
Éxodo,  c.  9,  V.  31 . — Bianchini,  storia  univ.  ps.  556  y  507. 

(2)  Génesis,  c.  41,  v.  42. 

(3)  Historia  descrip.  y  piut.  de  Egipto  por  Ghampo- 
lion,  iom.  1,  pág.  359. 

(4)  Gampolion,  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  1,  pág.  270, 

(5)  Edipo,  cap.  16. — De  Diis.  Syrorum. 


—99—      ■ 

ca  muy  larga,  y  un  manto  cogido'con  un  broche. 
El  vestido  de  üUces^  según  Homero  (1),  se  compo- 
nía de  un  manto  de  púrpura  bordado /y  de  una  tú- 
nica de  estofa  muy  fina.  Los  trajes  de  las  mujeres 
eran  muy  largos,  y  desde  los  tiempos  heroicos  usa- 
ban adornos  de  oro,  braceletes  guarnecidos  y  are- 
tes de  tres  almendra?. 

Entre  los  Romanos  la  toga  en  los  hombres,  y  la 
stola  bordada  y  con  ancha  guarnición  en  las  muje- 
res, era  el  vestido  que  acostumbraban  (2).  Los 
•primeros  Uebavan  sobre  la"  toga  el  galán  cuando 
iban  á  los  espectáculos,  para  preservarse  del  frio^^^ 
y  cubrian  su  cabeza  con  el  pileo.  Usaron  después 
debajo  de  la  toga  una  túnica  que  les  llegaba  hasta 
las  rodillas,  con  el  cin turón  ó  ceñidor,  {cingiihm, 
cintuSy  zona,  velhaltum  ),  y  en  los  últimos  tiera-' 
pos  sobre  la  túnica  llevaban  la  penula,  especie  de 
capa  ó  sobretodo  muy  corto  y  estrecho,  con  capu- 
cha (3) .  Las  matronas  romanas  usaban  la  mit'/'a, 
que  era  una  faja  con  que  rodeaban  su  cabeza  (4). 
Llevaban  también  las  mujeres- el  a¿í^«r  que  ora 
un  vestido  redondo  muj'  corlo,  y  túnica  y  cintu- 
ron.(j). 


(í)  Odisea,  19,  v.  220. 

(2)- Adams,  Antigüedades  romanas,  lom.  3,  págs.  221 
y  220. 

(3)  Suet,  Ñero  48.  Pliu.  24,  Ivi. 

(4)  Colee,  de  antigs.  grieg.  y  rom.  deGrevio  y  Groiio- 
vio,  lib.  1 ,  cap. 

('ó)  Juv,  VI  258.— Suet,  col.  52. 

ESTUDIOS — TOMO  II — \'6 


—100- 


El  vestido  de  los  patriarcas  consistia  en  una  tú- 
nica con  mangas  largas  sin  pliegues,  y  una  espe- 
cie de  capa  de  una  sola  pieza  (i). 


§  4. 


LorH  Kinshorougj  citando  al  P.  Oarcla  (2),  en- 
cuentra semejanza  entre  el  vestido  de  los  indios, 
especialmente  el  de  los  Peruanos  con  el  de  los  Ju- 
díos, que  consistia  en  una  túnica,  ó  camisa  pareci- 
da á  una  sobrepelliz,  sin  mangas,  y  sobre  ella  en- 
vuelto un  manto;  con  sandalias  en  vez  de  zapatos. 
El  cíngulo  formó,  según  Gomara,  por  algún  tiem- 
po, parte  del  traje  de  los  indios.  El  mismo  Lord 
KinshoroMg  encuentra,  que  el  teuctli  ó  corona  se 
asemeja  más  al  adorno  de  la  cabeza  de  Aaraon, 
que  á  la  mitra  episcopal,  pues  no  era  más  qué  una 
lámina  de  oro,  de  seda  ó  listón,  que  usaban  el  rey  y 
los  sacerdotes.  Observa  también  que  los  mexicanos, 
como  los  judíos,  usaban  franja  y  bordado  al  rededor 
del  vestido,  y  cita  un  maníiscriío,  en  que  se  veia 
un  sacerdote  con  vestido  igual  al  su?no  sacerdote 
de  los  judíos,  el  Ffod  de  lino,  el  pectoral  y  la  guar- 
nición de  granados;  aunque  vemos  en  varios  au- 
tores que  todos  los  sacerdotes  de  los  hebreos  usa- 
ban dos  turneas,  una  superior,  y  otra  inferior,  que 

(1)  Génesis,  cap.  37,  v.  31,  cap.  9,v.  32,  cap.  49,  v.  11. 

(2)  García,  Origen  de  los  indios,  lib.  3,  cap.  2. 


—101— 

el  Efod^  que  llevaban  sobre  el  pecho^  era  un  teji- 
do de  oro,  y  el  racional  consistía  en  doce  piedras 
preciosas,  en  que  estaba  esculpido  el  nombre  d^ 
cada  una  de  las  doce  tribus^  y  una  plancha  con 
las  palabras  urim  y  tummin,  esto  es,  doctrÍ7ia  y 
verdad. 

El  sacien  de  los  sellas  era  un  vestido  con  man- 
gas, que  les  llegaba  hasta  las  rodillas. 

Algunos  hombres  estudiosos  creen  ver  rasgos 
de  semejanza  entre  los  trajes  de  los  indios  y  algu- 
nas naciones  antiguas  de  Oriente,  entre  otros  el 
abate  Brassetcr  de  Bourhourg,  que  es  de  los  que 
más  recientemente  se  han*ocupado  de  esta  clase  de 
investigaciones.  «Examinando,  dice  (1),  los  tra- 
jes de  uno  y  otro  sexo  en  los  bajos  relieves  que  ador- 
nan todavía  un  gran  número  de  ediñcios  antiguos 
en  Ghiapas,  Yucatán  y  la  América  Central,  se  en- 
contrará generalmente  una  gran  semejanza  con 
los  que  todavía  usan  los  indios  de  nuestros  días, 
y  una  analogía  también  muy  marcada  con  los  de 
juchas  naciones  antiguas  de  Oriente.  La  estofa 
rayada  de  uno  ó  muchos  colores,  conque  las  mu- 
jeres se  envuelven  todavía  al  rededor  del  cuerpo 
ajustándola  en  la  cintura,  como  una  enagua,  que 
baja  más  ó  menos  hasta  la  rodilla,  se  encuentra  ser 
exactamente  la  misma  que  la  que  se  vé  en  las  ii7uí~ 
ge?ies  de  Isis  y  de  las  mujeres  egi2)ciasy> . 

(1)  Historie  des  Daiions  civilisées  du  Mexique,  tora.  2, 
chap.  2,  pág.  67  y  68. 


—102— 

«En  los  (lias  camunes  se  contentan  cuando  salen 
con  cubrirse  la  cabeza  con  un  velo,  que  desciende 
Imsta  bajo  del  pecbo,  y  entonces  la  semejanza  es 
fan  sorprendente,  que  más  de  una  vez  nos  bemos 
detenido  para  mirarlas,  aunque  durante  mucbos 
años  las  bajamos  tenido  constantemente  ante  los 
ojos.  En  los  dias  de  fiesta  agregan  á  este  traje, 
como  en  otro  tiempo,  una  especie  de  túnica  con 
mangas  cortas  y  ancbas  de  una  tela  fina,  adornada 
de  dibujos  y  bordados  diversos,  que  comienzan 
desde  el  cuello,  y  cuelgan  un  poco  más  bajo  de 
la  cintura.» 

«En  los  tiempos  de  su  prosperidad  se  adornaban 
los  brazos  con  braceletes  con  pedrería  engastada, 
pendientes  en  las  orejas,  sortijas  cinceladas  con 
arte,  y  otras  joyas  no  menos  preciosas.  Tenian 
los  cabellos  largos^  y  peinados  con  mucbo  esmero, 
y  se  adornaban  la  cabeza  con  un  pedazo  de  estofa, 
cuya  forma  en  un  gran  número  de  lugares  recuer- 
da la  ¿"«Z^^^^íí^^  er7?)?c¿(í)). 

«Las  mujeres  yucatecas  eran  generalmente  her- 
mosas, y  según  uno  de  los  historiadores  de  este 
país,  (Gogolludo,  Hist.  de  Yucatán)  más  agrada- 
bles y  graciosas  que  las  españolas:  amaban  los  per- 
fumes y  las  flores,  se  untciban  con  esmero  lodo  el 
cuerpo,  y  se  bañaban  con  frecuencia  por  gusto,  y 
por  limpieza  » . 

Un  campo  más  vasto  presentan,  alas  investiga- 
ciones y  juicio  comparativo  del  homJ)re  observa- 


—103— 

(lor,  los  diversos  trajes  que  usan  los  indios  del  Es- 
tado de  Ghiapas,  en  que  se  encuentran  seme- 
janzas tan  sorprendentes  con  los  de  los  griegos,  y 
otras  naciones,  que  podian  tomarse  como  un  dato 
que  contribuirla  poderosamente  á  ilustrar  muchos 
hechos  históricos;  pero  la  raza  actual  que  puebla 
estos  lugares  no  es  descendiente  de  la  que  pobló  las 
ruinas  del  Palenque,  sino  de  las  que  emigraron  de 
diversas  partes  del  continente,  mezcla  de  las  que 
sucesivamente  fueron  dominando  en  él.  Más  ade- 
lante será  esto  quizá  objeto  de  nuestro  examen. 


§^;. 


No  puede  saberse  la  clase  de  telas  que  los  anti- 
guos habitantes  de  estas  ruinas  emplearían  en  sus 
vestido^,  pero  juzgando  por  lo  que  presentan  los 
bajos  relieves,  e|  de  creerse  que  fuesen  de  algodón, 
por  los  pliegues  y  ondulaciones  que  tienen,  pues 
aunque  los  tejidos  de  lino  eran  conocidos  desde  la 
más  remota  antigüedad,  especialmente  por  los 
egipcios  (1),  encuyopais,  según  Moisés,  era  culti- 
vada la  planta  desde  tiempo  inmemorial  (2j,  el  al- 
.godon  le  precedió,  y  en  América  y  en  climas  co- 
mo los  del  Palenque,  su  cultivo  es  conocido  y  fácil, 


(1)  GhampoUon,  Hist.  de. se.  y  piat.  de  Egipto,  tom. • 
l,pág.  298. 
(2j  Galmet,  tom.  2,  pág.  351  y  3b3,  tom.  7,páff.  144. 


—104-- 

y  abundantes  las  cosechas  qne  de  él  sé  levantan. 
Esto  hace  suponer  que  lo  empleaban  en  fabricar 
lienzos  á  proposito  para  vestirse,  y  lo  prueba  el  uso 
tan  general  que  de  él  hicieron  todas  las  razas  que 
poblaron  este  continente,  como  los  de  Cholula,  que 
sobresalían  en  hacer  estofas  de  algodón  y  de  hilo 
de  maguey.  Quién  sabe  si  la  seda  también  les  fué 
conocida  y  usasen  de  ella  en  los  adornos  y  vestidos 
de  gala;  pues  nadie  ignora  que  en  la  India  se  fabri- 
caban tejidos  de  seda,  cuando  ni  aun  noticiado  ella 
tenian  muchas  de  las  naciones  antiguas.  Asegura 
Plinio  que  comenzaron  á  fabricarse  en  la  isla  de 
Coz  (1);  en  Roma,  no  se  conocieron  hasta  fines  de 
la  República  (2) . 

La.  seda  que  usaran  podia  ser  ó  de  los  capullos  for- 
mados por  los  gusanos  de  seda,  que  en  muchas  par- 
tes de  la  India  se  criaban  en  las  mismas  moreras, 
ó  del  árbol  que  la  produce,  el  cual  no  es  difícil  de 
encontrarse  en  los  feraces  bosques  de  Chiapas.  Por 
lo  menos  yo  he  visto  allí  y  en  otros  varios  pun- 
tos de  tierra  caliente  un  árbol,  que  produce  capu- 
llos como  los  del  algodón,  pero  de  una  materia  ex- 
tremadamente fina,  y  en  el  tacto  aún  más  suave 
que  la  seda  común. 

Nuda  difícil  es  también  que  empleasen  la  lana,- 
tan  conocida  y  usada  por  los  pueblos  de  la  antigüe- 
dad, quizá  antes  que  el  algodón.  Bajo  el  gobierno 


(1)  Plinio  XI  22.  s.  26. 

f2)  Adams,  Antigüedades  romanas,  tom.  3,  pág.  261. 


—ios- 
patriarcal,  los.  pueblos  de  la  Mewpotania  y  de  la 
Palestina  cuidaban  de  trasquilar  sus  ganados  (I), 
de  cuya  lana  y  pieles  se  servían  para  usos  domés- 
ticos, y  á  los  hombres  les  fué  prohibido  por  Pha- 
raon  llevar  vestidos  tejidos  de  lana  y  lino  (2) ,  lo 
cual  prueba  su  antigüedad. 

Hago  estas  observaciones,  porque  las  creo  fun- 
dadas, á  pesar  de  que  respecto  de  algunas  obra  en 
contra  lo  que  con  relación  á  la  tejeduría  dice  Cla- 
vijero:  pues  según  él^  los  habitantes  de  esta  par- 
te del  co  atinente  americano  carecían  de  lana^  de 
seda  común,  y  cáñamo,  supliendo  la  lana  con  al- 
godón, la  seda  con  plumas,  el  cáñamo  con  icjastl 
ó  palma  de  montaña,  y  con  diferentes  especies  de 
maguey  (3). 

De  las  pieles  hacian  también  uso  para  cubrirse, 
y  se  tenia  seguramente  en  mucho  el  llevar  las  de 
algunas  lleras,  como  leopardos,  leones  y  tigres; 
pues  era  prueba  de  valor  cubrirse  con  los  despo- 
j  os  de  estos  animales  feroces,  que  habían  sucum- 
bido bajo  la  fuerza  del  hombre.  Una  de  las  figu- 
ras del  Palenque,  como  se  ha  visto,  tiene  cubierta 
la  cintura  para  abajo  con  una  piel  de  leopardo,  y 
otra  lleva  una  de  tigre  en  forma  de  casulla,  y  am- 
bas por  sus  atavíos  indican  ser  personas  de  gran- 


(1)  Génesis,  cap  31,  v.  9,  y  cap  38,  v.  12.  13. 
("2)  Deuteronomio»  cap  22,  v.  1 1 . 
(3)  Clavijero,  Historia  Antigua  de  México,  lib.  7,  pájf. 
382. 


-106— 


de  importancia.  En  la  antigüedad  hubo  varios  pue- 
blos que  se  vistiesen  de  pieles;  Juvenal  nos  habla 
de  los  mansos,  herm'cíos  y  vestimos  (1). 


§fi- 


De  todo  esto  se  colije  cuan  distantes  se  halla- 
ban los  Palen canos  del  estado  primitivo,  en  que  son 
desconocidas  las  prácticas  comunes  de  los  pueblos 
ya  civilizados.  Habitaban  en  palacios,  y  los  ador- 
naban con  obras  de  dibujo,  grabado  y  pintura: 
cubrian  su  cuerpo,  no  con  costras  de  árboles,  ho- 
jas y  juncos  entretejidos,  como  íx&q^mva  S t'radoéj 
Séneca,  y  otros  autores  de  muchas  naciones  en  su 
estado  de  ignorancia  y  de  barbarie  (2),  ó  con  pie- 
les de  animales  casi  sin  preparación  alguna,  ó  por 
lo  menos  muy  imperfecta,  como  Lucrecio,  Biódoro, 
Plutarco  y  Patisanias  lo  afirman  de  varios  pueblos 
antiguos  (3),  y  todavía  se  vé  entre  algunos  salva- 
jes ó  tribus  errantes  en  América,  sino  con  tejidos 
que  les  cubrian  sus  carnes,  y  les  servia  para  pre- 
sentarse con  gracia  y  elegancia:  no  eran  vestidos 
rústicos  y  sencillos,  sina  de  diversos  cortes  y  figura, 

(1)  Juvenal,  XIV.  19o.  '       *  ' 

(2)  Strabon,  1.  ll,pág.  781.— Séneca,  Ep.  90,  pág.  406. 

(3)  Lucrecio,  1.  6,  v.  101 1 .— Diódoro,  1.1,  págs.  1 2  y  28. 
].  2,  pag.  151.— Plutarco,  tom  2,*pág.  C46.— Pausa- 
nias,  1.  10,  cap.  38.— Virgilio,  Georg  1.  2,  v.  383.— Mar- 
tina, Historia  de  la  China,  tom.  1,  pag.20. 


—107— 

inventados  por  el  gusto,  y  cargados  de  adornos  y 
bordados.  De  manera  que  el  arte  de  tejer,  tan  co- 
nocido entre  los  pueblos  más  cultos  de  la  antigüe- 
dad (1),  se  bailaba  entre  ellos  muy  adelantado,  y 
respectivamente  lo  estaban  también  el  bordado  y 
todas  las  demás  que  le  son  anexas. 

De  aquí  provienen  los  muchos  y  agraciados 
adornos  de  los  trajes  palencanos,  inventados  segu- 
ramente para  distinguirse  y  atraerse  el  respeto  y 
consideración  de  los  demás.  Aunque  no  es  fácil 
por  ellos  solos  juzgar  con  toda  seguridad  la  clase 
á  que  pertenecen,  puede  conjeturarse  por  los  ata- 
víos ó  insignias  de  algunos,  si  son  militares  dis- 
tinguidos, ó  si  pertenecen  á  la  clase  sacerdotal,  ó 
á  la  gerarquía  del  orden  administrativo.  Puede  de- 
cirse lo  mismo  de  las  mujeres^  que  se  diferencian 
por  su  rango  de  la  clase  común  del  pueblo,  ó  escla- 
vos, y  que  es  fácil  percibir  entre  las  figuras  ves- 
tidas con  mas  sencillez,  ó  casi  desnudas. 

Entre  los  indios,  solo  los  nobles  podían  llevar 
en  la  ropa  adornos  de  oro  y  de  piedras  preciosas  (2) . 


(1)  Platón,  de  ley,  1.  3,  pág.  80o. 

(2)  Clavijero,  Hist  ant.  de  México,  tom.  1,  lib.  7. 


ESTUDIOS — TOMO  II — 16 


CAPITULO  XXII. 


1 .  Antigüedad  del  bordado:  materiales  y  colores  que  se 
.  empleaban  y  firmeza  que  se  les  daba.^ — 2.  Lujo  y  os- 
tentación que  se  nota  en  los  vestidos  de  las  figuras 
del  Palenque":  uso  de  las  franjas  en  los  vestidos:  tra- 
jes de  la  clase  popular  en  Egipto:  semejanza  con  el 
que  se  vé  en  las  figuras  del  Palenque:  cinturon  que 
tienen  éstas  y  su  carácter  particular:  semejanza  con 
el  de  las  figuras  egipcias:  su  uso  entre  los  romanos  y 
los  griegos. — 3.  El  calzado:  materia,  de.  que  se  hacia 
al  principio  y  lo  que  era  en  los  tiempos  antiguos:  lep- 
taschides:  sandalias  con  suela  de  madera:  coturnos: 
uso  del  calzado  entre  los  egipcios,  griegos  y  babilo- 
nios: opinión  de  Bochart  y  de  Bincio  sobre  el  de  los 
hebreos:  especie  de  calzado  que  usaban  los  romanos: 
color  del  zapato  según  el  sexo,  clase  y  condición. — 
4.  Variedad  del  calzado  en  las  figuras  del  Palenque 
y  su  descripción. 


§1. 


Es  muy  antiguo  el  uso  de  bordar  las  estofas,  ya 
sean  de  lino,  seda,  lana  ó  algodón.  En  tiempo  de 
Moisés  estaba  ya  muy  adelantado  este  arte,  usado 


— no- 
no solo  entre  los  hebreos,  sino  en  los  pueblos  del 
Asia.  Se  habla  en  el  Éxodo  de  la  agradable  varie- 
dad de  bordados  y  tejidos  de  diversos  colores  (1). 
Los  vestidos  del  gran  sacerdote  y  los  velos  del  ta- 
bernáculo estaban  bordados  (2) .  Dice  Homero^  que 
Helena  bordaba  maravillosamente,  lo  mismo  que 
Andromaca,  representando  en  sus  obras  los  com- 
bates sangrientos  entre  griegos  y  troyanos  (3) .  Es 
sabida  la  fama  que  tenian  las  mujeres  de  Sidon  por 
su  habilidad  en  bordar  y  mezclar  en  los  tejidos  ri- 
ca variedad  de  colores,  que  tanto  contribuía  á  la 
belleza  (4). 

El  descubrimiento  del  arte  de  bordar  con  la  agu- 
ja se  atribuye  á  los  fenicios;  por  eso  á  los  vestidos 
bordados  los  llamaban  afprincipio  2)7¿n<7Zí?«íJ5  (b). 

Para  el  bordado  se  hacia  uso  del  oro  y  de  las  pie- 
dras preciosas,  como  el  safiro,  rubí,  esmeralda,  to- 
pacio y  amatista.  Entre  los  varios  colores  que  se 
empleaban  para  dar  mayor  mérito  á  las  obras,  el 
más  apreciado  era  el  púrpura,  especialmente  la  de 
Tiro,  á  pesar  de  conocerse  el  azul  celeste;  el  viole- 
ta, naranjado,  escarlata,  carmesí  y  otros,  á  los  cua- 
les daban  ñrmeza  y  estabilidad  por  medio  de  di- 
versas operaciones,  en  que  entraban  como  ingre- 


(1)  Éxodo,  c.  26,  V.  1  y  31. 

(2)  Éxodo,  c.  28,  V.  8,  cap.  39,  v.  3. 

(3)  Iliada,  1.  3,  v.  125. 

(4)  Iliada,  1.  6,  v.  289. 

(5)  Plinio  VIII,  48,  s.  74. 


—lu- 
dientes algunos  minerales  y  plantas,  hojas  y  cor- 
tezas de  árboles,  de  manera  que  sin  conocer  las 
preparaciones  química^  que  hoy  se  emplean,  se  lo- 
graban colores  tanto  ó  más  firmes  que  los  presen- 
tes (1). 

Todo  esto  era  muy  costoso,  y  su  uso  estaba  re- 
ducido por  tanto  á  las  personas  ricas  ó  constituidas 
en  dignidad,  como  sucedía  entre  los  babilonios, 
donde  seguramente  habia  llegado  este  arte  de  ador- 
nar los  vestidos  con  bordados  de  varios  colores^  oro 
y  piedras  preciosas,  á  un  grado  muy  adelantado 
respecto  de  las  demás  naciones. 


(1)  El  arte  de  teñir  es  muy  antiguo.  Habla  Moisés  de 
estofas  teñidgis  de  azul  celeste,  púrpura  y  escarlata.  El 
segundo  de  estos  colores  se  descubrió  en  el  reinado  de 
Phenix  XII,  rey  de  Tiro,  según  Casíqfíoro,  más  de  IbOO 
años  antes  de  Jesucristo:  otros  creen  que  lo  fué  en  tiem- 
po de  Minos  /rey  de  Creta,  1439  años  antes  de  la  era 
cristiana;  pero  los  más  lo  atribuyen  á  Hércules  Tirio. 
Los  mejores  mariscos  de  que  se  sacaba  este  color  se  en- 
contraban cerca  de  la  isla,  donde  se  fundó  la  nueva  Ti- 
ro. La  Cochinilla  fué  desconocida  por  los  antiguos.  La 
escarlata  es  de  un  rojo  vivo  y  brillante;  se  daba  anti- 
guamente por  medio  de  unos  pequeños  granos  berme- 
jos, que  se  encuentran  sobre  una  especie  de  encina,  ar- 
bolillo  m\r$  común  en  la  Palestina,  en  la  isla  de  Creta 
y  otros  lugares:  estas  escrccencias  son  ocasionadas  por 
las  picaduras  de  unos  gusanitos  llamados  por  los  árabes 
Kermes,  y  por  otros  granos  de  escarlata  ó  vermellon. 


—•112— 


§2. 


En  las  figuras  del  Palenque  notamos  este  lujo  y 
ostentación  en  los  trajes,  los  cuales  no  solo  están 
ricamente  bordados,  formando  dibujos  agraciados 
y  vistosos^  sino  adornados  con  franjas  en  las  ex- 
tremidades^ cintas  y  rnallas  con  piedras  valiosas, 
especialmente  en  las  figuras  que  parecen  de  per- 
sonajes ilustres  ó  personas  constituidas  en  digni- 
dad. Dedúcese  de  esto  naturalménta  que  procedían 
de  una  nación  en  que  ya  estos  usos  se  hallaban  es- 
tablecidos, y  cuyo  gusto  en  las  arles  era  exquisito. 

-Los  egipcios  usaban  franjas  en  el  remate  de  sus 
vestidos  (1);  Cbampoliondescribiendo'el  traje  de  la 
clase  popular  di c;e:  ^ddicldise popular  usaba  general- 
mente por  vestido  una  túnica  corta  de  lino  llamada 
calasires,  ajustada  con  un  cin turón  sobre  las  cade- 
ras, con  cortas  mangas  á  veces,  y  guarnicio7ies  de 
franjas  en  el  vuelo»  (2).  Esto  á  la  verdad  tiene  una 
gran  semejanza  con  lo  que  vemos  en  las  figuras 
del  Palenque. 
Los  romanos  tuvieron  en  grande  estima  los  teji- 

(1)  Génesis,  c.  39,  v.  12.— Horodoto,  1.  2..  n.  37  y 
81. — Éxodo,  c.  9,  V.  31 .— Bianchini,  Storia  Xírav.  págs. 
536  y  567. 

(1)  Ghampolion.  Hist.  pint.  y  dcscrip.  de  Egipto,  tom. 
1,  pág.  269. 


—na- 
dos mezclados  de  varios  colores,  oro,  etc.  Usaron 
vestidos  bordados  que  llamaban  ^/¿rí^2o;ze5,  por  el 
motivo  que  antes  hemos  indicado,  y  atálicos  los 
que  tenian  oro  (1)^  porque  decían  que  el  rey  Átalo 
los  inventó.  Pero  como  eran  muy  caros,  su  adqui- 
sición solo  estaba  reservada  á  los  ricos,  que  podian 
emplear  en  esto  crecidas  sumas  y  vivían  con  mag- 
nificencia. 

Es  de  notarte  que  una  de  las  partes  del  vci-tido 
en  las  figuras  del  Palenque  én  que  más  esmero  se 
advierte,  ya  por  su  forma,  sus  adornos  ó  exquisito 
bordado,  es  el  ciníuron.  No  es  el  cordón  sencillo  ó 
el  simple  cinto,  con  que  los  hebreos  se  sujetaban 
la  túnica,  los  egipcios  el  vestido  que  usaban,  y  los 
asiáticos  para  estar  más  desembarazados  y  dar  ma- 
yor gracia  á  las  telas  de  que  se  servían  en.  sus  tra- 
jes,  sino  una  especie  de  cíngulo,  cuyas  extremida- 
des, que  á  veces  rematan  en  una  borla  grande,  les 
cae  por  delante  formando  lazos  complicados  y  ai- 
rosos, con  muchos  adornos  y  otros  también  á  los 
lados,  dejando  ver  la  hermosa  ancha  faja  bordada 
que  cubre  la  cintura.  Digna  es  de  observarse  cier- 
ta especie  de  semejanza  que  en  esto  se  encuentra 
con  las  figuras  egipcias,  pues  aunque  en  los  cintu- 
rones  ó  cingulos  no  hay  completa  identidad,  se  vé 
en  algunas  de  éstas  caer  hacia  adelante  hasta  cer- 
ca de  los  pies  por  entre  las  piernas,  y  también  ha- 
cia los  lados,  no  discrepando  mucho,  aun  en  su  for- 
ma y  bordados,  unas  de  otras. 

(í)  Proper,  III,  18,  19. 


—114— 

Los  romanos  usaron  también  de  cinturon  ó  ce- 
ñidor para  sujetarse  la  túnica,  en  tiempo  en  que  se 
vistieron  con  ella,  tanto  los  hombres  como  las  mu- 
jeres (1) ,  pero  no  era  esta  parte  del  traje  Jo  que  más 
llamaba  su  atención,  sino  la  toga  en  aquellos  y  en 
éstas  el  ciclas.  No  obstante,  el  que  no  llevaba  cin- 
turon le  tenian  por  afeminado,  despreciando  así  á 
los  africanos  que  no  lo  usaban  (2) . 

Entre  los  griegos  se  ataban  también  los  vestidos 
con  un  ceñidor;  los  atenienses  y  los  esparciatas  usa- 
ban al  efecto  de  unas  cintas  con  mucha  gracia. 

Esta  elegancia  que  se  nota  en  el  vestido  en  las 
figuras  del  Palenque  indica  cultura,  y  puede  ser- 
virnos para  conjeturar  su  buen  gusto^  la  delicade- 
za y  dulzura  en  sus  costumbres,  la  decencia  y 
compostura  en  sus  modales;  y  en  ñn,  cierta  supe- 
rioridad; porque  es  difícil  que  el  pueblo  que  en  lo 
exterior  gasta  tanto  esmero,  deje  de  tener  cuanto 
acabamos  de  indicar. 


§3. 


El  uso  del  calzado  no  ha  sido  común  á  todos  los 
pueblos^  ni  á  todos  los  tiempos.  Comenzó  cuando 
los  hombres  iban  saliendo  del  estado  salvaje  en 

(1)  Marc.  XIV,  151.— Ovidio,  Amor  1,  7,  46. 

(2)  SU  III,  2,  36.— Plauto  Peen  V.  2,  48. 


—na- 
que habían  vivido,  y  procuraban  sustituir  la  como- 
didad al  abandono,  satisfaciendo  las  necesidades 
de  la  vida. 

Es  de  creerse,  sin  embargo,  que  no  seria  de 
los  últimos  usos  que  se  hayan  adoptado,  pues- 
to que  el  calzado  tanto  defiende  los  pies  de  las  in- 
jurias que  pueden  recibir,  y  contribuye  mucho  á 
faciKtar  la  marcha,  especialmente  en  los  tiempos 
primitivos,  en  que  la  caza  era  una  de  las  preferen- 
tes ocupaciones  de  los  hombres. 

Gomo  por  mucho  tiempo  se  ignoró  el  arte  de  sua- 
vizar las  pieles  y  de  curtirlas,  es  de  *  uponerse, 
que  el  calzado  se  baria  al  principio  de  cuero  bruto, 
según  quedaba  después  de  despojar  de  élá  los  anima- 
les y  ponerlo  á  secar,  hasta  que  en  fuerza  de  algu- 
nos procedimientos  se  le  llegó  á  quitar  su  dureza, 
y  por  último  á  ponerlo .  flexible  y  adaptable  á  va- 
rios usos,  iiaciéudose  desde  entonces  más  general 
por  la  comodidad  que  prestaba. 

En  los  tiempos  antiguos  estaba  reducido  el  cal- 
zado á  una  especie  de  sandalias,  que  solo  defen- 
dían la  planta  del  pié,  y  "se  aseguraban  con  unas 
correas  en  la  garganta  del  mismo.  -Se  ensuciaban 
al  andar,  con  el  lodo  y  el  polvo,  y  de  aquí  provino 
la  costmnbre  de  lavar  los  pies  á  los  viajeros,  luego 
que  llegaban  á  hospedarse  en  alguna  casa,  repu- 
tándose este  acto  como  ünO  de  los  primeros  cuida- 
dos y  muestras  de  atención  que  se  les  debían. 
Así  vemos  que  entre  los  hebreos  jamás  faltábanlos 

ESTUDIOS — TOMO  ÍI — 1  7 


—116-*- 

patriarcas  á  este  acto  de  liospitalidad  y  cortesía  (1). 
.  Los  leptaschides  era  eJL'  calzado  más  noble  del 
género  de  sandalias,  compuesto  de  nna  suela  sujeta 
á  los  pies  con  .muckos  cordones  y  sin  palos  (2) . 
Pollux  habla  también  de  sandalias  con  suela  de 
madera  de  cuatro  dedos  de  espesor  con  correas  do- 
radas (3).  Los  cazadores  antiguos  usaban  cotur- 
nos como  los  que 'tiene  una  de  las  Dianas  del  Mu- 
seo Vaticano  {L). 

Los  egipcios  andaban  también  calzados,  peroles 
zapatos. d^  las  mujeres  eran,  tan  pequeños,  que  ape- 
nas podián  tenerse  en  pié,  arbitrio' de  que  se  valían 
para  obligarlas  á  estar -dentro  de  casa,  ó  bien- las 
manteniáii  con  los  pies  desnudos.  En  su  fabrfca^ 
cion  hicieron  uso  alguna  vez  del  -fü'pirus,  y  de 
las  hojas  de  palma  entretejidas  (5).         •        . 

Desde  los  tiempos  heroicos  los  griegos  •  usaban 
zapatos,  pero 'solóle  servían  de  ellos  para  salir  fuera 
de  casa  (6) .  Los  de  ],os  hombres  eran  una  especie  de 
botines  de  cuero  crudo  de  buey,  que  cubría  el  pié 
y  parte  de  la  pierna  (7).  El  de  los  atenienses  era 


(1)  Génesis,  c.  18,  v.  4,c.  19,  v.  2,c.  24,  v.  32.    ♦ 
{2}  TPollux,,lib.  7,  chap,  2'i,§  93. 
(3)  ídem,  jdem,  idem. 

f4)  Visconti,  Museo  Pió  Clemjeiilino^  tóm.  1.  pl.   3ü, 
pág.  259. 

(5)  Plutarco,  tom.  2,  pág.  124. 

(6)  Theith,  1.  3,  c.  7,  pág.  331.       ■  •    • 
\l)  Odisea^  1."  24,  v.  227.                          "          • 


•  —117— 

elegante,  é  mdicaba  un  pueblo  que  conocía  y  po- 
nía en  práctica  las  comodidades  de  la  vida:  las 
•mujeres  lo  usaban  de  difbrentes  colores,  y  ador- 
nado, de  planchas- d.e  márfilj  piata^  oro  y  piedras- 
preciosas;-  Licurrjo  solo  permitió  á  los  espartanos 
usar  calzado,  cuando  salían  á  la  guerra  ó  á  la  caza, 
y  cuando  viajaban  de  noche:  era  de  cuero  encar- 
nado, y  cubría  todo  el  pié;,  el  de  las  mujeres  casa- 
das y  viudas  era  un  poco  más  alto;  el  que  usaban 
las  doncellas  era  parecido  en  la  altura  á  un  coturno,-^ 

El  calzado  de  los  hahilonios  solo  tenía  una  sue- 
la muy  delgada  y  lijera,  atado  con  correas-  como 
lo  usaban  los  hebreos  (1).  Pretende  Boohart  ^\iq 
éstos  andaban  por  lo  común  descalzos  (2),  pero 
Binco  sostiene  Jo  contrario  (3).,  añadiendo-  qué  su 
calzado  no  era  enteramente  cerrado,  sino  que  dejaba 
ver  el  pié  y  una  parte  de  la  pantorrílla  (4) . 

Los  romanos,  en  fin,  usaban  varias  especies  de 
calzados  (o),  dos  con  especialidad,  el  zapato  llama- 
do calseViS ,  pXdA(i  por  delante  con. correa,  cordón  ó 
cinta  (6) ,  y  la  sandalia,  llamada  solía  que  sólo  cu- 
bría la  planta  del  pié,  y  se  sujetaba  con  correas  (7) . 


(1)  Strabon,  1.  16,  p-ág.  1082-. 

(•2)  Jerazai,  pág.  1,  lib.  2,  cap.  50.    ■■  -    ^  . 

(3)  Biiicü;  de  caléis  hebreofum,  lib.  1,  cap.  1,  art.  7.. 

(4)  ídem,  idém,  ibem,  lib.  1,  cap.  2.-  .     " 

(5)  Cicerón,  Fine.  v.  32. 

(6)  Cicerón,  de  Div,  II.  40.— Mart,  II  29.  57.      '  . 

(7)  Gellio,  XIII21.— Plinio,  XXXTV  6,  s.  14.. 


^lis- 
Usaban  el  primero  cuando  se  presentaban  de  toga 
(1),  y  el  segundo  por  lo  común  los  dias  de  fiesta 
(2) ,  pero  se  exponían  á  pasar  por  afeminados  los 
que  sallan  en  público  con  ellas  (3),  y  se  las  qui- 
taban para  comer  (4). 

El  calzado  de  los  hombres  era  negro  por  lo 
regular,  aunque  algunos  lo  llevaban  rojo,  ó  color 
de  escarlata  (b).  El  de  las  mujeres  blanco  (6),  y 
á  veces  encarnado,  color  de  púrpura  ó  amarillo  (7). 
Unos  y  otros  eran  bordados  con  oro,  plata^  perlas 
y  piedras  preciosas  en  tiempo  de  los  emperadores. 
(8) .  Era  el  de  los  senadores  distinto  del  de  los 
demás  ciudadanos,  de  color  negro,  y  les  llegaba 
basta  media  pierna,  con  una  media  luna  de  oro  ó 
plata  en  lo  más  alto  del  pió  (9).  El  de  los  militares 
era  una  bota,  ó  armadura,  para  defender  la  pier- 
na llamado  o ¿?re  (10) ,  y  el  llamado  cáliga  guarneci- 
do de  clavos  que  llevaban  los  simples  soldados  (11). 

(1)  Plinio  Epis,  VIL  3.— Suet,  Aug.  63. 

(2)  Horacio  Sat,  II  8,  77,  Ep.  1,  13.  15. 

(3)  Tito  Livio,  XXIX.  19.— Suet,  cal.  32. 

(4)  Mart.  IIL  50. 

(5)  Mart.  II,  29  8. 

(6)  Ovidio,  Art.  am.  III,  271. 

(7)  Virgilio,  Ec.  VIL  32.— En.  1,  34.— Gátulo,  52.  9. 
— Pers.  V,  169. 

(8)  Plinio IX,  35  36.— Plácito  Base,  II,  3,  39.— Séneca; 
22.  12. 

(9)  Horacio  Sat,  1,  6,  27.— Juvenal,  VII,192. 

(10)  Tito  Livio,  IX.  40. 

(11)  Juvenal,  XVL  24.— Suetonio,  Aleg.  25. 


■—119— 

Usaban  los  trájicos  una  especie  de'calzado  de  talón 
alto  cothurnus,  coturno,  inventado  por  Esquilo  (1) 
y  los  cómicos  el  llamado  socum,  zueco,  ó  borcegui 
(2) .  La  gente  del  campo  usaba  una  especie  de  galo- 
chos, como  los  pobres,  y  los  habitantes  del  anti- 
guo lacio  unas  abarcas  llamados  _pe/'í??¿e5,  de  cuero 
sin  curtir,  lo  mismo  que  los  marcios,  hermisos  y 
vestinos  cuando  llevaban  vestidos  de  pieles. 


§^. 


En  las  figuras  del  Palenque  se  nota  variedad 
en  los  calzados,  lo  cual  indica  que  conocían  varias 
especies  de  ellos.  En  unas  es  sola  la  sa?idal¿a,  que 
apenas  resguarda  la  planta  del  pié,  atada  con  una 
correa  ó  cordón,  cuyo  remate  es  un  lazo  gracioso, 
que  cae  sobre  el  empeine  del  pió.  En  otras  es  una 
especie  de  caclej  como  el  que  usan  actualmente  los 
iniios,  ó  abarca  que  cubre  la  planta  y  el  talón 
hasta  el  tobillo,  dejando  descubiertos  los  dedos  y 
el- resto  del  pié,  atado  con  una  correa  que  parece 
estar  unida  á  dos  orejas,  que  cubren  el  talón,  pues 
no  se  descubre  bien,  si  á  manera  de  los  cacles  pasa 
por  entre  el  dedo  pólice  del  pié,  atravesando  el 
empeine  para  mejor  asegurar  el  calzado,  y  sin  cuyo 

(1)  Virgilio,  Eg,  VIII.  10.  Juvenal,  VIII.  229.— Mari, 
III.  20,  IV.  49,  V.  5,  VIII.  3.— Horacio,  od.  11, 1.  12. 

(2)  Vjrgilio,  En.  VIL  90. 


—120—. 

arbitrio  es-  difícil  servirse  de  él,  pero  siempre  re- 
matando en  uñ  lazo  gracioso,  ó  á  veces  algún  otro 
adorno.  •  En  otras  parece  que.  el  calzado  es  una  es- 
pecié de  borceguí  ó  botín,  ya  qUe  les  cubre  sino 
toda  Una  gran  parte  del  pie  y  la  pantorrilla,  con 
remates,  vistosos  y  ajustados  con  correas,  y  aun 
parece  que  con  una  especie  de  botón.  Algunas  tie- 
nen los  pies  enteramente  desnudos,  con  especiali- 
dad las  que  por  su  traje  y  aspecto  manifiestan  ser 
mujeres. 


CAPITULO  XXIII. 


1 .  Los  cascos  de  las  figuras  del  palenque:  los  usados  por 
muchos  pueblos  de  la  antigüedad;  sus  adornos  y  ana- 
logías.que  de  ellos  resultan. — 2.  El  copilli  de  los 
ludios  y  coronas  de  la  antigüedad. — 3.  Uso  de  collares 
én  los  pueblos  antiguos:"  conocimientos  "que  supone  ■ 
§u.fat)ricacion:  el  que  se  tenia  de  los  metales  desde 
antes  del  diluvio:  su  fundición,  afinamiento  y  separa- 
ción; invención  de  algunos  instrumentos:  uso  del  co- 
bre y  del  fierro:  metales  de  que  hacian  uso  los  mexi- 
canos: hachas  de  cobpe  encontradas  en  los  sepulcros 
de  los  peruanos;  uso  del  cobre  én  tiempo  dé  Homero 
y  del  fierro  en  Egipto  y  la  Palestina:  invención  de  la. 
metalurgia:  antigüedad  de  los  adornos  de  oro  y  plata: 
cjllares  de  oro  y  piedras  preciosas. — 4.  Adelantos  de 
la  platería  en  los  tiempos  antiguos:  collareíí  usados 

.  por  los  egipcios.' valor  y. estimación  de  las  piedras  pre- 
ciosas desde  entonces  y  conocimiento  que  se  tenia 
del  modo  de  cortarlasy  pulirlas.— 5.  Aplicación  de  lo 
expuesto  á  las  figuras  del  Palenque,  y  observaciones 
sobre  la  antigüedad  de  sus  habitantes,  su  adelaqto  y 
cultura. — Progresos  de  la  platería  entre  los  indios: 
'obras  admirables  de  oro  y  plata  en  el  Perú:  piedras 
verdes  de  que  hacían  uso  los  indios.— 7.  Brazaletes, 
su  uso  en  la  antigüedad:  los  tienen  las  figuras  del  Pa- 
lenque: adelantos  que  esto  prueba  y  observaciones  á 
que  dá  lugar. 

.      §í.         '     ■     . 

Los  cascos  que  cubren  la  cabeza  de  algunas  fi- 
guras en  el  Palenque,  son  uno  de  los  atavíos  que 


—122— 

más  llaman  la  atención.  No  es  fácil  designar  la 
materia  de  que  estarían  heclios,  porque  nada  se  sa- 
be de  esta  nación  misteriosa.  Los  velites-,  soldados 
romanos,  lo  usaban  de  piel  de  alguna  fiera,  para 
parecer  más  terribles  (1),  otros  lo  llevaban  de  co- 
bre ó  bierro,  y  les  bajaba  basta  los  bombros  (2). 
Los  de.  la  primera  especie  fueron  muy  usados  en 
todos  los  pueblos  antiguos,  y  es  creíble  que  de  es- 
to fuesen  los  de  los  palencanos,  pues  en  algunos  de 
ellos  se  vé  la  figura  de  animales,  parabacerse  más 
temibles  ó  como  insignias  de  su  valor. 

No  es  igual  en  todas  estas  figuras  la  forma  dé  los 
cascos.  En  algunas  es  omo  un  solideo ^  en  otras 
como  una  mitra ^  en  otras  como  la  tiara  y  el  cida- 
ris  de  los  persas  (3),  ó  como  el  (/orro  de  los  frigios, 
y  algunos  tienen  una  forma* particular.  En  unas, 
altos  como  los  de  los  galos,  según  Diódoro^  y  en 
las  más  adornados  con  penacbos  de  plumas  muy 
vistosas,  que  en  nada  se  parecen  á  las  que  adornan 
las  cabezas  de  las  figuras  egipcias,  notándose  más 
bien  analogía  con  la  garsota  {crista)  de  los  solados 
romanos,  que  era  de  plumas  de  varios  colores  (4). 
Una  de  las  figuras  tiene  en  la  parte  superior  del 


(1)  Polibio,  C  20. 
(i)  Flor,  IV,  2. 

(3)  Los  persas  llevaban  en  la  batalla  una  especie  de 
sombrero  ó  gorro  llamado  tiara,  según  Herodoto.- — Hi§t. 
lib.  7,  cap.  61. — Los  caldeos  lo  usaban  también,  según 
S.  Gerónimo. — Goraent  in  Daniel,  cap.  3. 

(4)  Adams.  Antigüedades  romanas,  tom.  3,  pág.  109. 


—123— 

casco  un  pez,  así  como  otros  varios  distribuidos  en 
él  y  es  de  notarse  que  los  mirmillones,  que  eran 
una  clase  de  gladiadores  romanos,  usaban  un  cas- 
co cuyo  remate  superior  era  un  pez  (1)-. 

Los  bajos  relieves  nos  dan  á  conocer  el  esmero  con 
que  los  palencanos  adornaban  sus  cascos  ó  morrio- 
nes, pues  en  efecto  es  quizá  la  parte  más  vistosa  de 
su  traje.  Aparecen  no  solo  con  penachos  de  plumas, 
que  por  lo*  regular  están  inclinadas  hacia  atrás,  sino 
con  cintas,  cordones,  borlas,  florones  y  algunas  co- 
mo hojas  espatuladas  ó  láminas  de  metal  sobrepues- 
tas con  gracia  y  simetría.  Tienen,  además,  cincela- 
duras, que  indican  un  trabajo  esmerado,  como  el 
que  se  descubre  en  los  broqueles  y  armaduras  de  los 
guerreros,  cuyas  hazañas  han  cantado  Homero  y 
Virgilio  con  lenguaje  divino,  que  penetra  ei  cora- 
zón y  embarga  el  entendimiento. 

El  casco  6  mo7Tion  palenca7io  no  tiene  viscera, 
es  despejado  en  su  frente,  pero  en  algunos  la  parte 
de  atrás  llega  hasta  el  cuello,  colgando  sobre  la  es- 
palda varias  cintas,  que  se  desprenden  de  él  y  que 
forman  parte  de  su  adorno.  Los  grabados  de  los 
cascos  son  de  formas  caprichosas,  aunque  la  de  al- 
gunos animLÜes  que  en  ellos  se  descubren,  pueden 
indicar  algún  designio.  Nada  hay,  por  último, 
comparable  en  lo  que  conocemos  do  la  antigüedad 
con  estos  cascos  ó  morriones  tan  elegantes  y  visto- 
sos de  los  palencanos.  No  se  parecen  ni  al  gorro  ó 

(1)  Adams.  Anligiledades  romanas,  tom.  3,  pág.  53. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 18 


—124— 

bonete  que  usaban  los  sacerdotes  egipcios,  ni  á  la 
tiara  de  los  medos,  ni  al  apex  de  los  flaminsos,  ni  al 
casco  de  los  hebreos,  ni  á  los  adornos  que  se  descu- 
bren en  algunas  estatuas  asiáticas,  ni  al  mocUtmi, 
ni  al  poIuSj  ni  al  calatus,  ni  á  otra  especie  de  cas- 
cos, gorros  ó  bonetes  con  que  están  cubiertas  las 
cabezas  de  las  figuras  antiguas. 

El  modium,  emblema  de  la  riqueza  y  de  la  abun- 
dancia (1),  es  el  que  se  vé  en  la  cabeza  de  la  esta- 
tua de  Pintón  en  el  Museo  del  Vaticano  y  en  casi 
todas  las  divinidades  asiáticas,  como  la  de  Júpiter 
Labrad eo  de  Milasio,  la  Juno  de  Samos,  la  Neme- 
sis  de  Smirna  y .  la  Diana  de  Perga  y  Efeso  (2) ;  el 
foUis  sobre  la  de  la  Fortuna;  y  el  calatus  que  figura 
como  de  torres  sobre  las  de  otras  divinidades.  Del 
gorro  ó  bonete  egipcio,  que  no  se  parece  ni  al  mo- 
dium,  ni  al  calatus,  dá  una  idea  el  que  lleva  una 
estatua  que  describe  Visconti  (3).  Diódoro  habla 
de  este  distintivo  de  los  sacerdotes  egipcios  (4)  y 
también  Clemente  de  Alejandría  (5).  El  casco  que 
tiene  i/2";^err¿í  en  el  bajo  relieve  del  candelabro  en- 
contrado en  la  mlla  Adria7ia  de  que  también  se  ha 
ocupado  Visconti  (6),  con  triple  cimera  sostenida 


(1)  Visc'^nti.     Museo  Pío  Glemenlino,  tom.  2,  plan- 
cha 1,  pág.  18. 

(2)  Id.,  id.,  pág.  22. 

(3)  Museo  Giementino,  tom.  2,  plancha  16. 

(4)  Biódoro  I,  87.      ■ 

(5)  Clemente  de  Alejandría,  1,  6. — Stromaton,  cap.  4. 

(6)  Museo  Giementino,  tom.  4,  plancha  1,  pág.  56. 


—125— 

por  una  esfinje,  como  la  de  la  Minerva  del  Panteón 
con  la  egida  que  le  cubre  el  pecho  y  la  espalda:  y 
e^  que  lleva  Marte  sos  tenido  por  un  grifo,  adornado 
además  de  otros  animales,  dan  á.  primera  vista  un 
cierto  aire  de  semejanza,  aunque  remoto,  con  las 
figuras  del  Palenque,  lo  mismo  que  los  grandes 
penachos  de  los  coribantes  que  se  vén  en*  el  mismo 
bajo  relieve. 

Entre  los  indios,  los  nobles  y  oficiales  se  ador- 
naban la  cabeza  con  hermosos  penachos;  eran  de 
varios  colores,  y  algunos  tenian  adornos  de  oro  y 
piedras  preciosas  (1). 

El  Barón  de  Humboldt  habla  de  la  cofia  que  tie- 
ne un  busto  de  basalto  de  una  princesa  azteca,  pa- 
recida, aunque  con  alguna  ú  otra  diferencia,  al  velo 
ó  calajiUda  de  la  cabeza  de  Isis,  Sphinx,  Antinous 
y  otras  estatuas  egipcias  (2). 


§2. 


El  <?0jt?¿7// era  una  especie  de  mitra  que  servia, 
de  corona  á  los  reyes  de  México;  tiene  en  el  fondo 
alguna  semejanza,  pero  no  identidad,  con  las  co- 
ronas conocidas  de  la  antigüedad. 


(i)  Clavijero.   Ilist.  ant.  de  México,  tom.  1,  lib.  7i 
pág.  330. 
(2)  Hamboldt.   Vue  des  cordillercs. 


—126— 

No  eran  éstas  al'  principio  más  que  un  hilo  ó 
banda  llamada  diadema,  que  cenia  la  cabeza  de  los 
sacerdotes  y  los  reyes,  con  la  cual  sujetaban  el  ca- 
bello. Se  adornaron  después  con  hojas  de  flores  y 
piedras  preciosas.  La  del  Sumo  Sacerdote  de  los  ju- 
díos rodeaba  la  parte  inferior  de  Ja  mitra,  atada  por 
atrás  con  una  plancha  de  oro,  en  que  estaban  gra- 
badas estas  palabras:  (kSanctum  Domine. y^ 

De  cuatro  clases  fueron  las  coronas  que  usaron 
los  emperadores  romanos:  la  de  laurel;  la  radiata 
adornada  con  doce  rayos,  perlas  y  piedras  precio- 
sas; y  la  que  era  como  una  especie  de  bonete.  Los 
primeros  que  se  atribuyeron  el  uso  de  la  radiata, 
que  era  con  la  que  se  adornaban  las  estatuas  del 
Sol,  de  Jújñter,  y  otras  divinidades,  fueron  algu- 
nos reyes  de  Oriente.  La  usaron  también  en  Fgip- 
io.  El  primero  que  la  obtuvo  en  Roma  fué  Julio 
César. 

Las  coronas  fueron  privativas  de  los  dioses,  y 
eran  solo  de  verdura.  Isis  aparece  coronada  de  es- 
pigas, Saturno  de  hojas  tiernas  ó  de  pámpanos; 
Júpiter  de  encina,  y  de  laurel;  Juno  de  hojas  de 
membrillo,  Baco  de  uvas  y  de  pámpanos,  y  algima 
Vez  de  yedra;  Céres  de  espinas,  Pintón  de  ciprés, 
Minerva  de  yedra,  de  olivo,  ó  de  hojas  de  mo- 
ral; la  Fortuna  de  hojas  de  abeto;  Apolo,  Caliope, 
y  Clio,  de  laurel;  Cibeles  y  Paii  de  pino,  con  tor- 
res la  primera;  Luciría  de  diétamo,  Hércules  de  ála- 
mo, Venus  de  mirto  y  de  rosas.  Minerva  y  las  Gra^- 
cias,  de  olivo;  Vertumio  de  heno,  Romana  de  frutas, 


—127— 

los  dioses  Lares  de  mirto,  y  de  romero;  Flora  y 
\!x^  Musas  de  florea,  y  los  Ríos  de  cañas. 

Las  coronas  no  solo  eran  adorno  de  los  dioses  y 
los  reyes,  sino  que  sirvieron  también  para  premiar 
y  recompensar  el  mérito. 

La  corona  oval  se  componía  de  ramos  de  mirto  ó 
arrayan,  destinada  á  los  generales,  que  sin  efu- 
sión de  sangre  triunfaban  de  los  enemigos.  La  na- 
val estaba  formada  de  un  círculo  de  oro,  rodeada 
de  proas  y  popas  do  navios  y  galeras,  y  con  ella  se 
premiaba  á  los  que  abordaban  primero  las  naves 
enemigas.  La  castrence,  hecha  de  palas  y  estacas 
sobre  un  circulo  de  oro,  se  concedía  á  los  soldados 
cuyo  valor  facilitaba  la  entrada  al  campo  enemigo. 
La  mural,  compuesta  de  un  círculo  de  castillos  al- 
menados de  oro,  estaba  destinada  para  los  que  es- 
calaban una  plaza  ó  castillo,  y  elevaban  el  estan- 
darte en  las  murallas.  La  cívica^  de  ramas  de  encina 
verde,  era  la  recompensa  del  ciudadano  romano, 
que  defendía  la  vida  de  otro  ciudadano  en  sitio  ó  en 
batalla.  La  iriunfal,  compuesta  de  hojas  de  laurel, 
ser\áa  para  el  general  victorioso  en  los  combates. 
La  obsidional,  entretejida  de  grama  y  yerbas  sil- 
vestres, se  concedía  al  general  que  obligaba  al  ene- 
migo á  levantar  el  campo.  La  olímpica,  hecha  de 
cogoyos  de  olivo,  se  empleaba  para  premiar  al  que 
se  manejaba  á  satisfacción  de  la  patria,  en  las  co- 
misiones de  paz  y  concordia  entre  dos  enemigos. 

Las  coronas  que  obtenían  los  vencedores  en  los 
juegos  olímpicos  eran  de  olivo  silvestre  ó  de  laurel; 


—128—    . 

la  de  los  juegos  plticos  de  una  rama  del  querem  (BS- 
culus  la  corona,  y  luego  de  laurel;  las  de  los  jue- 
gos menores  fueron  primero  de  olivo,  después  de 
apio  y  por  último  de  pino. 

La  corona  de  oro  éntrelos  griegos  y  romanos  era 
una  recompensa  extraordinaria  al  valor:  los  que  la" 
obtenían  podian  llevarla  en  los  espectáculos  y  de- 
más reunión  es  públicas . 

Entre  los  indios  era  del  todo  desconocida  la  co- 

i. 

roña  con  el  uso  y  aplicaciones  que  acaban  de  indi- 
carse, y  éste  es  un  dato,  con  otros  varios  en  la  cues- 
tión de  origen  y  procedencia.  No  sucede  lo  mismo 
con  la  diadema,  que  era,  según  un  escritor,  «una 
«  especie  de  venda  ó  cinta  tejida  de  lana,  lino  ó  se- 
«  da  que  usaban  en  lo  antiguo  los  soberanos,  como 
«  símbolo  ó  distintivo  de  su  alta  dignidad.  La  dia- 
«  dema  cenia  la  frente  del  soberano,  y  generalmen- 
«  te  se  ataba  por  detrás  de  la  cabeza,  colgando  los 
«  extremos  sobre  la  espalda;  otras  veces  quedaban 

«  éstos  pendientes  á  los  dos  lados  de  la  cabeza 

«  Los  soberanos  áe,  Persia  y  América  anadian  la  dia- 
«  dema  á  sus  tiaras.» 


§3. 


Los  collares  son  una  especie  de  adorno  que  se 
encuentran  en  uso  entre  los  pueblos  más  antiguos 
del  mundo.  Supone,  como  todos  los  de  su  especie. 


-^129— 

conocimientos  que  lian  debido  precederle,  tales  co- 
mo el  de  los  metales,  su  fundición  y  su  trabajo, 
por  medio  de  instrumentos  adecuados  al  efecto,  co- 
mo el  martillo,  el  cincel  y  la  lima,  lo  mismo  que 
el  adelanto  en  otras  artes  de  gusto,  que  ban  becbo 
entrar  á  los  pueblos  en  el  lujo  y  la  ostentación. 

Se  sabe  que  antes  del  diluvio  eran  conocidos  los 
metales,  y  que  el  fierro  se  trabajaba  y  empleaba  en 
varios  usos  (i).  Este  fué  uno  de  los  conocimientos 
útiles  que  se  perdió  en  aquella  catástrofe  univer- 
sal, pues  como  dice  Platón,  el  mundo  estuvo  pri- 
vado algún  tiempo  de  los  metales  (2).  Sin  embar- 
go, pocos  siglos  después  del  diluvio  su  uso  era  ya 
conocido  en  Egipto  y  la  Palestina.  En  la  Escritu- 
ra se  dice  que  Abraham  era  muy  rico  en  oro  y  pla- 
ta, y  que  compró  á  Heth  un  sepulcro  en  cuatro- 
cientos sidos  (3) .  Joh  babla  de  probar  el  oro  por  el 
fuego  (4) ,  y  Diódoro  opina  que  los  egipcios  traba- 
jaban el  oro  de  mina  (o).  Su  descubrimiento  se  de- 
be, tal  vez  al  deslave  producido  por  las  corrientes 
impetuosas,  que  depositan  arenas  y  granos  de  oro 
én  el  lecbo  arenoso  de  algunos  rios,  ó  á  la  fuerza 
de  alguna  ráfaga  ó  súbito  impulso  del  rayo,  ó  bien 
á  la  pura  casualidad.  La  observación  constante,  las 


(1)  Génesis,  cap.  4,   v.  22. — ^Bianchini,  Storia  univ. 
tom.  1,  dec.  l,cap.  b,  §  2',  pág.  193. 

(2)  Platón,  de  leg,  1.  3,  pag.  805. 

(3)  Génesis,  c.  23,  v.  16. 

(4)  Génesis,  c.  43,  v.  12. 

(5)  Diódoro,  1.  3,  pág.  182. 


—130-:- 

tentativas  y  ensayos  repetidos  dañan  después  re- 
sultados más  ventajosos,  hasta  producir  conoci- 
mientos perfectos  en  el  ramo.  Esta  es  la  historia  de 
casi  todos  los  descubrimientos. 

Pero  no  bastaba  conocer  los  metales  para  produ- 
cir obras  de  platería,  como  vasos,  ú  otros  muebles 
y  adornos.  Era  preciso  para  esto  la  fundición^  el 
afinmniento ^  lix  separacioíi,  y  otras  operaciones  sin 
las  cuales  nada  puede  hacerse.  Se  cree  que  lo  pri- 
mero se  debió  al  incendio  de  los  bosques,  fundién- 
dose el  metal  contenido  en  el  terreno  que  ocupaban 
y  corriendo  sobre  su  superficie  (1).  Puede  haber 
sido  también  efecto  de  la  explocion  de  los  volcanes, 
y  en  algunos  casos  no  ser  esto  necesario,  por  en- 
contrarse el  oro  puro.,  como  se  ha  verificado  en  al- 
gunos países,  según  el  testimonio  de  Aristóteles^ 
Diódoro,  Strabon  y  otros  muchos  autores  antiguos 
y  nlodernos  (2).  El  afinamiento  y  scimr ación  vi- 
nieron después,  cuando  el  uso  de  los  metalas  era 
mayor,  cuando  los  hombres  se  hallaban  ilustrados 
por  la  esperiencia,  y  cuando  repetidos  ensayos  les 
habían  sujerido  algunos  procedimentos  que,  aun- 
que imperfectos,  correspondían  al  objeto,  tales  co- 
mo el  mezclaren  la  fundición  ciertas  tierras,  sales 
ú  otros  metales,  como  el  plomo  y  el  estaño,  de  cu- 


(1)  Lucrecio,  1.  5,  v.  12  y  41. 

(2)  Aristóteles.  DeMirab.  auscult.  p.  1153. — Diódoro, 
1.  2,  pág.  161,  1.  3.  pág.  203.— Plinio.  1.  3b,  sec.  20y  21. 
págs.  616y  618.— StraboD,  1.  3,  pág.  219,  1.  4,  págs. 
290  y  319. 


—131— 

ya.  mezcla  hicieron  uso  los  egipcios  según  Diodo- 
ro  (1).    El  azogue  aún  no  era  para  esto  conocido. 

Tal  vez  se  sirvieron  los  hombres  al  principio  de 
piedras  y  guijarros  para  trabajar  los  metales,  pero 
después  se  valdrian  al  efecto  de  ellos  mismos. ,  Atri- 
buian  á  Vulcano,  uno  de  sus  primeros  soberanos, 
la  invención  del  martillo,  del  yunque  y  de  las  te- 
nazas (2)..  En  el  cap.  41,  v.  lo  y  20  de  Job  se  ha- 
bla del  martillo  y  del  yunque.  Como  prueba  délos 
progresos  del  arte  pueden  citarse  las  armas  que  se 
usaban  en  la  Palestina  pocos  siglos  cl,espues  del  di- 
luvio. Abraham  iba  á  hacer  uso  de  su  espada  para 
inmolar  á  Isac  (3) ,  y  los  patriarcas  hacian  trasqui- 
lar sus  ovejas  (4) .  Los  egipcios  usaron  del  oro  y  del 
cobre  para  fabricar  instrumentos  de  agricultura  ('ó) , 
El  uso  del  cobre  precedió  al  del  fierro^  empleándo- 
se en  todo  lo  que  por  lo  común  se  aplicaba  éste; 
(6)  fabricándose  con  él  no  solo  armas,  (7)  sino  va- 

(1)  Diódoro,].  3,  pag.  182. 

(2)  Suidas,  1.  2,  pág.  8o. 
f3)  Génesis,  c.  22,  v.  Ifi. 

(4)  Génesis,  c.  31,  v.  19,  c.  38,  v.  12. 
.     (5)  Diódoro,  1.  l,.pág.  19. 

(6)  Hesiodo,  Teog.  v.  722  y  726. — Lucrecio,  lib.  .b,  v. 
128G. — Varron,  apudAug.  de  civ.  Dei,  lib.  7,  cap.  24. 
— Isid,  oríg.  K  8,  c.  11,  p.  71,  1.  16,  c.  19  y  20,  1.  17, 
c.  20. 

(7)  Homero.— Iliada,  1.  4,  v.  511-,  1.  13,  v.  612,  1.  23, 
V.  560  y  561.— Odisea,  1.  21,  v.  423.— Hesiodo,  Theog. 
V.  316.— Platón  in  Thes.  pág.  17.— Pau sanias,  1.  3,  c.  3, 
pág.  211. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 19 


^132— 

fias  herramientas  (1).  Sucedió  lo  mismo  entre  los 
romanos:  las  armas  y  herramientas  que  de  ellos 
quedan  son  de  cobre  (2).  El  conocimiento  del  fier- 
ro y  su  aplicación  vino  mucho  después  (3) ;  es  el 
metal  más  difícil  de  fundir.  Los  peruanos  y  los  me- 
xicanos no  lo  conocieron,  y  en  su  lugar  aplicaban 
el  oro,  la  plata  y  el  cobre  á  muchos  usos.  En  tiem- 
po de  Homero  se  usaba  mucho  el  cobre  para  la  fá- 
brica de  armas  y  herramientas,  como  se  vé  por  las 
citas  que  de  él  se  han  hecho;  en  América  sucedia 
otro  tanto  (4),  y  en  otras  naciones  también.  En  los 
sepulcros  de  ios  antiguos  habitantes  del  Perú  sé 
han  descubierto  hachas  de  cobre. 

Apesar  de  esto,  atendiendo  á  la  Sagrada  Escritu- 
ra, se  nota  en  varias  partes,  que  se  conocía  y  usa- 
ba del  fierro  en  Egipto  y  Palestina  (o).  Habla 
Moisés  de  su  dureza,  (6)  y  de  minas  de  ese  metal 
(7)  dice  que  el  lecho  de  Og,  rey  de  Bazan,  era  d^ 


fl)  Homero,  Iliada,  1.  5,  v.  722.— Odisea,  1.  3,  v.  244. 

(2)  Dionisio  Hahcarnaso,  1.  4,  pág.  221. — Tito  Livio, 
I.  1,  núm.  43. 

(3)  Hesiodo  Theog.  v.  722,  726,  733.— Lucrecio,  1.  5, 
V.  1286. — Varron,  Apud  Aug.  de  civ.  Dei,  1.  7,  cap.  24. 

(4)  Acosta. — Historia  natural  de  las  Indias,  1.   4,  c. 
3,  fol.  132. 

(o)  Job,  cap.  19,  V,  24,  c.  20,  v.  24,  c.  28,  v.  2,  c,  40. 
V.  13. 

(6)  Deut.  c.  8,  V.  9. 

(7)  Levítico,  c.  26,  v.  19.  Deuteromonio,  c.  28,  v.  23 
y  48. 


—133— 

fierro  (1).  Desde  entonces  ya  se  fabricaban  espadas 
de  fierro  (2),  cuchillos  (3),  hachas  (4),  é  instru- 
mentos para  tajar  piedras  (b),  lo  cual  prueba  mu- 
chos ensayos  y  adelantos.  Tubalcain  f ué  el  inven- 
tor de  la  metalurgia  (6),  y  en  apoyo  de  lo  expues- 
to pueden  citarse  varios  autores  profanos,  que  depo- 
nen sobre  el  conocimiento  que  en  Asia  y  en  Egip- 
to se  tenia  del  arte  de  trabajar  el  oro  y  la  plata  (7) . 

No  es  estraño,  pues,  ver  usados  entre  estas  mis- 
mas naciones,  desde  la  más  remota  antigüedad, 
multitud  de  adornos  de  oro  y  plata,  porque  era  re- 
sultado preciso  de  sus  progresos  en  todas  las  artes 
que  con  asombro  vemos  establecidas  en  ellas.  El 
uso  de  collares  de  oro  y  piedras  preciosas  no  ha 
sido  exclusivo  de  ningún  pueblo,  de  modo  que  pu- 
diera servirnos  para  sacar  analogías.  Cuando  Pha- 
raon  elevó  á  José  á  la  dignidad  de  primer  minis- 
tro suyo,  le  entregó  su  anillo ^  y  le  hizo  poner  un 
collar  de  oro  (8).  Las  personas  de  distinción  entre 
los  egipcios  llevaban  collares  preciosos.  En  los  pue- 
blos de  la  Palestina  se  usaban  también.  Las  mu- 


(1)  Deut.  c.  3,  V.  11. 

(2)  Números,  c.  35,  v.  16. 

(3)  Levít.,  c.  1,  V.  17. 

(4)  Deut.  c.  19,  V.  5. 

(5)  Deut.  c.  27,  v.  5. 

(6)  Génesis,  c.  4,  v.  21  y  22. 

(7)  Diódoro,  1.  2,  págs..l22  y  123,  1.   1,  pág.    19.- 
Plinio,  1.  31,  seo.  15,  pág.  614. 

(8)  Génesis,  c.  41,  v.  42. 


—134—      , 

jer^s  entre  los  griegos  los  llevaban  de  oro  desde  los 
tiempos  heroicos  (1).  Las  romanas  los  usaban  igual- 
mente do  oro,  ó  piedras  preciosas  (2).  Aunque  lo 
más,  regular  era  que  los  honibres  llevasen  al- cue- 
llo alguna  cadena  a  modo  de  trenza,  como  dice  Vir- 
güio  (3),  ó  de  sortijas  según  Tito  Limo  (4),  ó  un 
anilló  grande  de  oro  (5) ;  también  se  ponian  colla- 
res de  oro,  ó  piedras  preciosas  (6),  y  éste  era  uno 
de  los  premios  que  los  generales  distribuian  á  los 
oficiales  y  soldados  que  se  distinguían  y  se  ha- 
cían acreedores  á  esta  señal  de  consideración,  lle- 
vándolos con -cadenas  que  les  colgaban  hasta  el  pe- 
cho (7).  ■ 

Las  cadenas  de  oro  trenzadas  que  por  lo  común 
llevaban  los  romanos,  llamábanse  torq^iies\  el  círcu- 
lo de  oro  ó  gala,  círcuhcs  auri  ó  aures  (8);  la  com- 
puesta de  anillos  catena^  catella  ó  catonula.  Los 
aretes  con  que  se  adornaban  las  matronas  romanas 
se  llamaban  incmres.  Si  eran  de  perlas  margari- 


(1)  Odisea,  1.  11,   v.  32o  y  326.— Eliano,  var.  hist.  1. 
1,  c.  1. — ^Pausanias,  1.  9,  c.  41,  pág.  796. 

(2)  Virgilio,  Eneida  1,  658.— Ovidio,  Met.'X.  264.— Ci- 
cerón, Verr.  IV,  18.  ■ 

(3)  Virgilio,  Eneida  XII,  351. 

(4)  Tito  Livio,  XXXIX,  31. 

(5)  Virgilio,  Eneida  V,  559. 

(6)  Suet.  Galb.  18-.— Ovidio,  Met.  X,  116.— Plinio,  IX, 
35. 

(7)  Tácito,  Anal.  2,  9,  III,- 2T.— Sil.  leal.  XV,  52. 

(8)  Virg.  Am.,  v.  559. 


—135— 

toe,  Mecos  ó  uniones,  y  llevaban  tres  ó  cuatro  en  ca- 
da oreja.  Se  ponían  también  cadenas  como  los  hom- 
bres (1),  y  en  el  vestido  una  especie  de  collares  (2), 
ó  franja  bordada,  ó  faja  tejida  do  oro,  ó  una  orla  de 
púrpura  cosida  al  vestido  (3) .  Las  atenienses  se 
adornaban  la  cabeza  con  joyas  (4) ,  aretes  en  las  ore- 
jas, collares  en  el  cuello  y  se  ataban  sus  túnicas 
con  hebillas  de  plata  ú  oro  (t^). 

Todo  esto  convence  de  la  antigüedad  de  este  uso 
en  muchos  pueblos,  especialmente  en  los  del  Asia 
y  Palestina,  que  por  ser  los  primeros  poblados,  y 
donde  existieron  potencias  opulentas,  fueron  don- 
de más  progresos  hicieron  todas  las  artes,  no  solo 
las  de  primera  necesidad,  sino  las  de  lujo,  que  na- 
cen y  se  desarrollan  en  medio  de  la  abundancia. 


§4 


La  platería  fué  una  de  éstas.  Los  aretes  y  ani- 
llos de  oro  que  Eliccer  regaló  á  Rehecdi  {^),  los  va- 
sos de  oro  y  plata  que  los  israelitas  sacaron  presta- 


(1)  Tit.  Liv.,  lib.  30,  c.  9.— Orasio.  Epíst.  17,  b5. 

(2)  Val.  Mass.  V,  Fr.  2. 

(3)  Schaliei.  ia  Juvenal,  II,  12-5. 

(4)  Thucid.  lib.  VI,  61. 

(5)  Achiar  Var.  hist.   lib.  2,   c.  18. — Pesialosi,  Real 
Museo  Borbónico  tom.  1,  tav.  40,  págs.  191  y  sig. 

(6)  Génesis,  c.  24,  v.  47. 


—136— 

dos  de  Egipto  (1),  la  rueca  de  oro  y  la  cesta  de  pla- 
ta que  Alcampra, mujer  del  rey  de  Tebas  regaló  a 
Helena  (2) ,  las  alhajas  que  los  hebreos  ofrecieron  á 
Moisés  para  fabricar  lo  necesario  al  servicio  divino, 
el  adorno  ó  corona  de  oro  que  tenia  al  rededor  el  ar- 
ca de  alianza,  y  el  candelabro  de  siete  brazos  (3) ,  el 
broquel  de  Aquiles  en  que  se  empleó  el  cobre,  el  es- 
taño, el  oro,  la  plata,  y  en  el  que  el  dibujo,  los  gra- 
bados y  la  cinseladura  excitaban  la  admiración  (4); 
el  áQ  Néstor  j  la  armadura.6^te<?c?,  y  las  varias  obras 
de  que  habla  Hornero  (o),  son  otros  tantos  hechos, 
que  prueban  de  un  modo  irrefragable  los  conoci- 
mientos, que  ya  en  aquellos  tiempos  se  tenia  de  la 
metalurgia,  y  los  adelantos  de  la  platería. 

Dice  ChamjJoUon  que  los  egipcios  usaban  collares 
decuentas  de  cornalina,  barro  vidriado,  perlas  y 
piedras  preciosas,  y  de  oro  con  broches  (6).  «.Isaías 
«hace  una  enumeración  de  los  adornos  que  usaban 
«  las  doncellas  de  su  tiempo,  collares,  braceletes, 
«pulseras,  sortijas,  anillos,  aretes,  agujas  de  ca- 
«  beza,  mitras,  cadenas  de  oro,  perlas  que  pen- 


(1)  Éxodo,  cap.  12,  v.  3o. 

(2)  Odisea,  hb.  4,  v.  125. 

(3)  Éxodo,  cap.  25,  v.  11  y  31. 

(4)  Iliada,  1.  15.  474  475. 

(o)  Iliada,  1.  18,  v.  192  y  193,  1.  11,  v.  19,  1.  23,  v.  745. 
—Odisea,  1.  4,  v.  615,  1.  lo,  v.  416  y  459,  1.  6,  v.  232.  1. 
23,  V.  159  160. 

(6)  Ghampolion,  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  1,  pág.  278.      . 


—137— 

«  dian  sobre  la  frente,  espejos,  listones  y  cintas»  (1) 
El  uso  de  los  anillos  era  antiquísimo  según 
Kirclwmn  {^) .  Entre  los  hebreos,  étruscos,  egip- 
cios, griegos  y  romanos,  los  llevaban  por  dignidad 
ó  por  adorno.  Mario,  según  Plinio,  fué  el  primero 
que  lo  usó  de  oro.  Los  habia  también  de  piedras 
preciosas  y  era  grande  en  esto  el  lujo  entre  ios  ro- 
manos. Scifion  él  africano  lo  usaba  de  sardónica 
y  Lúculo  de  esmeralda  (3) .  Los  anillos  con  selló  se 
llamaban  cetype.  El  sello  de  Augusto  al  principio 
era  una  esfinge.  En  la  India  Oriental  tenian  la  cos- 
tumbre de  llevar  anillos  en  la  nariz,  en  los  labios, 
las  mejillas,  las  orejas  y  la  barba  (4).  En  Améri- 
ca se  agujeraban  los  indios  los  labios  y  las  narices 
para  adornarse  y  colgar  de  ellas  turquesas,  y  otras 
piedras  preciosas,  según  asegura  Sahagun  (o) . 

Pero  no  es  esto  solo.  Los  collares  y  otros  ador- 
nos y  obras,  en  que  se  aplicaban  las  piedras  precio- 
sas, dan  á  conocer  el  valor  y  estimación  con  que 
se  veian  estas  producciones  de  la  naturaleza,  y  ej 
conocimiento  que  se  tenia  del  §.rte  de  cortarlas  y 
pulirlas,  hasta  hacerlas  aparecer  brillantes,  hermo- 
.sas  y  como  joyas  sumamente  apreciables.  Verdad 
es,  que  el  corte  y  pulimento  de  los  diamantes  fué 

(1)  Biblia  de  Vence,  tom.  2. — Dicert.  sobre  los  vesti- 
dos de  los  antiguos  hebreos,  §  5,  pág.  32. 

(2)  De  aun,  cap.  2. 

(3)  Gorsi,  Delle  pielrc  antiche,  cap.  15 — 16. 

(4)  Moroni,  Dic.  de  erud  ecles.  parol.  anillo 

(s)  Hist.  gen.  de  Nueva  Esp.,  tom,  2,  lib.  8,  cap.  9. 


—138— 

inventado  ppr  Luis  de  Berquin^  natural  de  Bru- 
gés,  en  1476  (1);  pero  ya  desde  el  tiempo  de  Moi- 
sés se  conocían  en  parte  estos  procedimientos  y  aun 
ánteS;  piies  sé  montaban  y  engastaban  piedras  pre- 
ciosas y  se  grababa  en  ellas,  como  se  vé  en  el 
Eplior  y  q\  Racional dioi  gran  sacerdote  Aaron,  de 
que  nos  babla  la  Escritura  (2).  El  primero  conte- 
nia dos  ónix  móntalas  en  oro  (3) ,.  y  el  segundo 
doce  piedras  preciosas  de  diferentes  colores,  gra- 
bados en  ellas  los  nombres  de  las  doce '  tribus  (4). 
Este  trabajo  supone  el  uso  de  herramientas  adecua- 
das, práctica  y  conocimientos  artísticos  de  varios 
géneros,  á  lo  cual  darian  origen  el  estado  brillante 
en  que  algunas  de  estas  piedras  suelen  encontrar- 
se en  su  estado  primitivo,  según  algunos  natura- 
listas, (5)  bien  sea  en  las  minas  de  metales,  (6)  en 
los  ríos,  (7)  ó  en  la  superficie  de  la  tierra,  deposi- 
tadas por  los  torrentes  (8).  So  sabe  también  que 


(t)  Merveille  des  Indcs  orientales  par  Berquiu,  pág.  13. 

(2)  Éxodo,  cap.  28.-*-Job,  cap.  28,  v.  6. 

(3J  Éxodo,  cap.  28,  v.  9. 

(4)  Éxodo,  cap.  28,  v.  17.  "    • 

-    (5)  Tavernier,  t.  2,  1.  2,  c.  IC,  pág.  177,  c.  17,  p.  283. 
— Marielte,  Traite  des  pierres  gravees,  tom.  1,   p.  155. 

(9)  Theophrasto  de  lapid,  pág.  .396. — Icid  orig,  1.  IG, 
cap; 7. — Pliüio,  1.  37,  sec.  1 5  y  32. — Soliu, cap.  1  o,  pág.  26. 

(7)  Strabon,  1.  2,  pag.  156. — Theophrasto  de  lapid. 
pág.  396. — Colonne,  ílistoirenaturelle,  tom.  2,  pág.  301. 

(8)  Alonso  Barba,  tom.  2,  pág.  71 . — Hisloire  genérale 
des  voyages,  tom.  8,  pág.  549. — ülloa,  Voyage.tom.  1, 
pág.  393. 


—139— 

según  Plinio,  las  mejores  esmeraldas,  que  se  co- 
nocían y  de  que  se  hacia  uso,  eran  las  á^Scitia  y 
Egipto^  (1)  así  como  de  las  de  otros  países.  La  sor- 
tija que  PoUcrates  arrojó  al  mar,  y  que  se  encontró 
en  el  vientre  de  un  pez,  era  de  esmeralda. 


§8- 


Aplicando  todos  estos  hechos  á  las  figuras  del 
Palenque,  se  viene  en  conocimiento,  que  el  estar 
algunas  de  ellas  adornadas  con  collares,  prueba  que 
BUS  habitantes  descendían  de  un  pueblo  que  había 
salido  ya  de  su  infancia,  que  sus  usos  y  costumbres 
no  eran  los  de  las  hordashabitantes  de  los  bosques, 
que  sus  conocimientos  en  las  artes  no  estaban  redu- 
cidos á  la  satisfacción  de  las  primeras  necesidades, 
Sino  que  avanzados  en  cultura^  habían  entrado  en 
el  dominio  del  lujo,  al  cual  no  se  llegci  sino  en  la 
madurez,  y  por  último,  que  entre  los  palencanos 
s&  conocían  los  metales,  su  usa  y  aplicación,  el  mo- 
do de  elaborarlos,  y  también  el  valor  de  las  piedras 
preciosas,  el  arte  de  cortarlas  y  pulirlas,  no  menos 
que  ■  el  de  engastarlas,  fundir,  grabar  y  hacer  va- 
rias obras  de  oro  y  plata-.  Los  collares  y  cadenas 
que  tienen  esas  figuras  de  bajos  relieves,  algunas 
con  retratos,  medallas  y  pendientes,  que  caen  so- 
bre el  pecho,  así  lo  indican,  mostrando  un  gusto 

(1)  Plinio,  Hb.  37,  sec.  16. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 20. 


—140— 

delicado,  un  trabajo  exquisito,  un  conocimiento  en 
la  metalurgia,  platería,  lapidaría  y  ramos  que  le 
son  anexos,  que  no  pueden  menos  de  persuadir  la 
virilidad  y  cultura  de  un  pueblo  que  llevaba  mu- 
cho tiempo  de  vivir  en  sociedad,  que  tenia  palacios 
en  lugar  de  cabanas,  observatorios  en  lugar  de 
eminencias  naturales,  y  que  vestía  con  lujo  y  os- 
tentación, en  vez  de  cubrir  su  desnudez  con  hojas, 
ó  pieles  sin  curtir  de  los  animales  que  cazaban. 

El  uso  de  collares  y  adornos  de  varios  géneros  lo 
vemos  establecido  en  los  pueblos  de  la  antigüedad, 
pero  en  pueblos  que  ya  formaban  un  cuerpo  de  na- 
ción, en  la  Asia  y  el  Fgipto,  donde  se  levantaron 
imperios  poderosos,  gobiernos  fuertes,  ciudades 
opuJentas,  cuyo  brillo  vino  ¿reflejarse  en  el  Occi- 
dente, dando  origen  á  tantas  naciones,  cuya  mar- 
cha desde  una  débil  colonia,  hasta  el  grado  más 
alto  de  prosperidad  excita  la  admiración  del  filóso- 
fo observador. 


§6. 


En  comprobación  de  lo  expuesto,  y  de  los  adelan- 
tos que  habia  hecho  la  platería  en  este  continente 
cuando  fué  descubierto,  tenemos  el  testimonio  de 
los  escritores  de  las  cosas  de  América.  Dice  Clavi- 
jero que  «los  fundidores  mexicanos  hacían  con  el 
«  oro  y  la  plata  las  imágenes  más  perfectas  de  los 


—141— 

«  objetos  naturales»  (1).  Los  plateros  de  Madrid, 
segnn  B o ¿uri/ii  (2),  viendo  algunas  piezas  y  bra- 
celetes de  oro  con  que  se  armaban  los  reyes  y  capi- 
tanes indios,  confesaron  que  eran  inmitablesen  Eu- 
ropa. Hablando  Oviedo  de  las  joyas  de  Moctezuma 
dice:  «yo  vi  algunas  piedras  jaspes,  calcidonias, 
« jacintos,  comióles  e  plumas  de  esmeraldas,  é  otras 
«  de  otras  especies  labradas  ó  fechas,  cabezas  de 
«  aves  é  otras  hechas  animales,  é  otras  figuras,  que 
«  dudo  haber  e?i  España,  ni  en  Italia,  quien  las  su- 
(i  pieraluicer  con  tanta  perfecciona  (3).  Tenia  Moc- 
tezuma, dice  Cortés,  «contrahechas  de  oro  y  plata 
«  y  piedras,  y  plumas,  todas  las  cosas  que  debajo 
n  del  cielo  hay  en  su  señorío,  tan  al  natural  lo  de 
«  oro  y  piata,  que  no  hay  plato  o  en  el  mundo  que 
«  mejor  lo  hiciese;  y  lo  de  las  piedras  que  no  basta 
« juicio  á  comprender  se  hiciera  ta7i  perfecto;  y  lo 
a  de  pluma,  que  ni  de  cera,  ni  en  ningún  traslado 
«  se  podria  hacer  tan  maravillosamente»  (4). 

Los  objetos  de  oro  y  plata  con  piedras  preciosas 
engastadas,  que  Cortés  envió  á  Carlos  V  de  que 
hablan  Gomara  y  Clavijero,  en  cuya  lista  se  enu- 
meran collares,  braceletes,  y  muchas  piezas  curio- 


(1 )  Clavijero,  Historia  antigua  de  México,  tom.  1 ,  lib.  7 
pág.  373. 

(2)  Idia,  etc.,  pág.  78. 

(3)  Oviedo"  Historia  de  las  Indias,  lib.  33. 

(4)  Gayangos,  Cartas  y  relación  de  Hernán  Cortés,  §  4. 
— Segunda  carta-relacion  de  Hernán  Cortés  al  Empera- 
dor, fecha  en  Segura  de  la  Sierra  á  30  de  Octubre  de  1 520. 


—142— 

sas,  alienaron  de  admiración  á  los  artífices  euro- 
«  peos,  los  cuales,  como  aseguran  muchos  escrito- 
«  res  de  aquel  tiempo,  declararon  que  eran  real- 
«  mente  inimitaUesy)  (1). 

D.  Lúeas  Alaman^  ha  publicado  como  apéndice 
á  sus  Disertaciones  sobre  la  historia  de  la  Repúbli- 
ca mexicana,  varios  documentos  interesantes,  entre 
los  cuales  se  encuentra  la^  «Memoria  de  las  joyas, 
«  rodelas  y  ropas  remitidas  al  Emperador  Carlos 
«  V  por  D.  Fernando  Cortés  y  el  ayuntamiento 
«  de  Veracruz  con  sus  procuradores  Francisco  de 
«  Montejo  y  Alonso  Hernández  Portocarrero,  de 
«  que  se  hace  mención  en  la  carta  de  relación  de 
«  dicho  ayuntamiento  de  10  de  Julio  de  1520.» 

Como  objetos  destinados  á  tan  alto  Señor,  para 
darle  á  conocer  las  tierras  descubiertats,  y  someti- 
das á  su  dominio,  es  de  creerse  que  se  haya  escoji- 
do  lo  mejor,  y  puede  por  ellos  juzgarse  del  estado 
de  las  artes  entre  los  mexicanos,  especialmente  de 
la  platería. 

Entre  esos  objetos  figuran: 

1®  Una  rueda  de  m'o  grande,  con  una  figura  de 
monstruo  en  ella,  labrada  toda  de  follaje,  la  cual 
pesó  tres  mil  ochocientos  pesos  de  oro.  Era  la  mejor 
pieza,  y  el  mejor  oro  que  aquí  se  habia  encontrado. 


(1)  Clavijero,  Historia  autlgua  de  México  tom.  l,oap, 
7,  pág.  373. 


—143— 

2°  Dos  collares  de  oro  y  'pedrería,  uno  de  ocho 
hilos  con  doscientas  treinta  y-  dos  piedras  colora- 
das, y  ciento  sesenla  y  tres  verdes,  colgando  de  la 
orla  de  dicho  collar  veintisiete  cascabeles  de  oro, 
y  en  medio  cuatro  figuras  de  piedras  grandes  eri- 
gastadas  en  oro;  de  las  dos  de  en  medio  colgaban 
siete  pujantes,  y  de  las  otreis  los  cuatro  pujantes 
más  doblados.  El  otro  collar  tenia  cuatro  hilos  con 
ciento  dos  piedras  coloradas,  y  ciento  setenta  y  dos 
que  parecían  verdes;  al  rededor  de  dichas  piedras 
veintiséis  cascabeles  de  oro,  "y  diez  piedras  grandes 
engastadas  en  oro,  de  que  colgaban  ciento  cuaren- 
ta y  dos  pujantes  también  de  oro. 

4°  Cuatro  pares  de  antiparras,  dos  de  hojas  de 
oro  delgadas,  con  una  guarnición  de  cuero  de  ve- 
nado amarillo,  y  las  otras  dos  de  hoja  de  plata 
delgada,  con  una  guarnición  de  cuero  de  venado 
blanco,  y  los  restantes  de  plumaje  de  diversos  co- 
lores bien  trabajadas,  de  cada  uno  de  los  cuales  col- 
gaban diez  y  seis  cascabeles  de  oro,  y  guarnecidos 
de  cuero  de  venado  colorado. 

5°  Cien  pesos  de  oro  para  fundir. 

6°  En  una  caja,  una  pieza  grande  de  plumajes 
forrada  en  cuero,  que  en  los  colores  parecían  w^^tr- 
tas  atadas  en  dicha  pieza,  y  en  el  medio  una  pa- 
tena grande  de  oro,  que  pesaba  sesenta  pesos  de 
oro,  y  una  pieza  de  pedrería  azul,  un  poco  colora- 
da, y  al  cabo  de  ella  otro  plumaje  colgante. 

7°  Un  moscador  de  plumajes  de  colores  con  trein- 
ta y  siete  verjitas  cubiertas  de  oro. 


-^144— 

8°  Una  pieza  grande  de  plumajes  de  colores, 
que  se  ponían  en  la  cabeza  con  sesenta  y  ocho  pie- 
zas de  oro  al  rededor  que  será  cada  una  tan  grande 
como  medio  cuarto,  y  debajo  veinte  tor recitas  de 
oro. 

9°  Una  ristra  de  pedrería  azul,  con  una  figura 
de  monstruos  en  medio,  forrada  en  cuero,  quepa- 
rece  en  los  colores  martas  con  un  plumaje  peque- 
ño. 

10'^  Cuatro  harpones  de  plumajes,  con  sus  pun- 
tas de  piedra  atadas  con  un  hilo  de  oro,  y  un 
cetro  de  pedrería  con  dos  anillos  de  oro,  y  lo  de- 
más plumaje. 

11°  Un  bracelete  de  pedrería,  y  una  pieza  peque- 
ña de  plumas  negras  y  otros  colores. 

12°  Un  par  de  zapatones  de  cuero,  que  en  los 
colores  de  él  parecen  ^¿¿írteí,  y  las  suelas  blancas, 
cosidas  con  hilos  de  oró. 

13°  Un  espejo  puesto  en  una  pieza  de  pedrería 
azul  y  colorada,  con  un  plumaje  pegado,  y  dos  ti- 
ras de  cuero  pegadas,  y  otro  cuero  que  parecía  do 
marta.- 

1 4°  Tres  plumajes  de  colores  de  una  cabeza  gran- 
de de  oro  que  parece  de  caimán. 

15°  Unas  antiparras  de  pedrería  azul,  forradas 
en  cuero,  que  por  los  colores  parecían  martas,  con 
quince  cascabeles  de  oro. 


—145— 

16°  Un  maní'pulo  de  cuero  de  lobo,  con  cuatro 
tiras  de  cuero,  que  parecen  martas. 

17°  Unas  barbas  puestas  en  plumas  de  colores. 

1 8°  Dos  plumajes  de  colores  con  pedrería. 

19°  Otros  dos  plumajes  de  colores  para  dos  pie- 
zas de  oro,  que  se  ponían  en  la  cabeza,  hechas  á 
manera  de  caracoles  grandes. 

20°  Dos  pájaros  de  pluma  verde  con  sus  píes, 
picos,  y  ojos  de  oro,  que  se  ponían  en  una  pieza  de 
oro,  que  parecían  caracoles.  ''   *•" 

21°  Dos  güariques  grandes  de  piedra  azul  para 
la  cabeza  grande  del  caimán. 

22°  Una  caja  cuadrada  con  una  cabeza  de  cai- 
iflan  de  oro. 

23°  Un  capacete  de  pedrería  azul,  con  veinte 
cascabeles  de  oro  al  rededor,  y  dos  cuentas  encima 
de  cada  cascabel,  y  dos  guariques  de  palo  con  dos 
chapas,  de  oro. 

24°  IjiidL pájara  de  plumas  verdes  con  los  pies, 
pico  y  ojos,  de  oro. 

2o°  Otro  capacete  de  pedrería  azul,  con  veinti- 
cinco cascabeles  de  oro,  y  dos  cuentas  encima  de 
cada  uno,  también  de  oro,  colocados  al  rededor, 
con  guariques  de  palo,  y  chapado  oro,  y  un  pájaro 
de  plumaje  verde  con  los  pies,  pico  y  ojos  de  oro. 

26.  En  una  havu  de  caña  dos  piezas  grandes  de 


--146— 

oro,  que  se  ponían  en  la  cabeza,  á  manera  de  ca- 
racol, con  guariques  de  palo,  y  chapa  de  oro,  y 
.  dos  pájaros  de  plumaje  verde  con  los  pies,  pico  y 
ojos  de  oro. 

27.  Diez  y  seis  rodelas  de  pedrería  con  plumas 
de  colores  al  rededor,  y  una  tabla  ancha  esquina- 
da de  pedrería  con  plumajes  de  colores,  y  en  me- 
dio una.. cruz. de  rueda,  aforrada  en  ¿aero  con  colo- 
res como  martas. 

28.  ün  cetro  de  pedrería  colorado,  á  manera  de 
culebra,  con  la  cabeza,  dientes  y  ojos,  que  parecen 
de  nácar,-  y  el  puño  guarnecido  con  cuero  pintado, 
del  cual  colgaban  diez  plumajes  pequeños. 

29.  ün  moscador  de  plumas  puesto  en  una  ca- 
ña, guarnecido  de  cuero  pintado,  hecho  a  manqj;a 
de  veleta,  con  una  copa  de  plumaje  y  otras  muchas 
plumas  verdes  largas. 

30.  Dos  aves  hechas  de  hiló  y  de' plumajes,  con 
los  cañones  de  las  alas,  cola,  uñas  de  los  pies,  ojos 
y  los  cabos  de  los  picos  de  oro  puestas  en  sendas 
cañas  cubiertas  de  oro,  plumas  blancas  y  amari- 
llas debajo,  entremezcladas,  y  cierta  argentería  de 
oro  entre  las  plumas,  de  cada  una  de  las  cuales 
colgaban  siete  ramales  de  pluma. 

31.  Cuatro  pies  á  manera  de  lizas,  puestas  en 
sendas  cañas  cubiertas  de  oro,  con  las  colas,  aga- 
llas, ojos  y  boca  de  oro,  en  las  colas  plumajes  ver- 
des, y  en  la  boca  sendas  copas  de  plumas  de  coló- 


—147— 

res,  con  cierta  argentería  de  oro,  colgando  de  cada 
una  seis  ramales  de  plumas  de  colores. 

32.  Una  verjita  de  cobre  forrada  en  cuero,  con 
una  pieza  de  oro,  á  manera  de  plumaje,  y  encima 
y  alDajo  otras  de  colores. 

33.  Cinco  moscadores  de  plumas  de  colores,  cua- 
tro de  ellos  con  diez  cañoncitos  cubiertos  de  oro,  y 
uno  con  trece. 

34.  Cuatro  hartones  de  pedernal  blanco,  pues- 
íx)s  en  cuatro  varas  de  plumaje. 

3b.  Una  rodela  grande  de  plumajes,  guarnecido 
el  envés  con  un  cuero  de  un  animal  pintado,  y  en 
el  campo  en  medio  una  chapa  de  oro  con  o  tías 
cuatro  chapas  en  la  orla,  formando  todas  una 
cruz. 

36.  Una  pieza  de  plumaje  do  colores,  á  manera 
de  media  casulla,  aforrada  en  cuero  de  animal  pin- 
tado, con  trece  piezas  de  oro  en  el  pecho  muy  bien 
asentadas. 

37.  Otra  pieza  de  plumajes  de  colores,  de  la  cual 
colgaban  dos  orejas  de  pedrería,  con  dos  cascabe- 
les y  dos  cuentas  do  oro,  con  un  plumaje  encima 
de  plumas  verdes,  y  debajo  unos  cabellos  blancos 
que  colgaban. 

38.  Cuatro  cabezas  de  aiiinmleSj  dos  parecían  de 
lobo,  y  las  otras  dos  de  tigre,  con  cueros  pintados, 
y  cascabeles  de  metal  colgando.    -.umMS'Wbn  e 

ESTUDIOS — ^TOMO  II — 21 


—148— 

39.  Dos  cueros  de  animales  pintados,  que  pare- 
cen de  gato  cerval,  aforrados  en  mantas  de  algo- 
don. 

40.  Un  cuero  bermejo  y  pardillo,  y  otros  dos  que 
parecen  de  venado. 

41.  Cuatro  cueros  de  venados  pequeños,  de  que 
se  hacen  guantes. 

42.  Dos  libros  de  los  que  usaban  los  indios. 

43.  Media  docena  de  moscadores  de  plumas  de 
colores. 

44.  Una  poma  de  plumas  de  colores  con  argen- 
tería. 

4b.  Una  rueda  de -plata  grande,  que  pesaba  cua- 
renta y  ocho  marcos  de  plata,  y  braceletes,  y  hojas 
batidas,  que  pesaban  un  marco  cinco  onzas  cua- 
tro adarmes,  una  rodela  grande,  y  otra  pequeña 
del  mismo  metal,  con  peso  de  cuatro  marcos  dos 
onzas,  y  otras  al  parecer  también  de  plata,  que  pe- 
saban un  marco  y  siete  onzas. 

46.  Dos  piezas  grandes  de  algodón,  tejidas  de  la- 
bores de  blanco  y  negro  muy  ricas. 

47.  Dos  piezas  tejidas  de  pluma,  otra  de  varios 
colores,  y  otras  de  labores,  colorado,  negro  y  blan- 
co, sin  aparecerías  labores  por  el  envés. 

48.  Otra  pieza  de  labores,  y  en  medio  ruedas  ne- 
gras de  plumas. 


—149— 

49.  Dos  mantas  blancas  en  unos  plumajes  teji- 
das. 

bO.  Otra  manta  cxmíiesecülos^  y  colores  pegados. 

51.  Un  sayo  de  hombre. 

b2.  Una  pieza  blanca,  con  una  rueda  grande  de 
plumas  en  medio. 

53.  Dos  piedras  de  guascasa  pardilla,  con  unas 
ruedas  de  pluma,  y  otras  dos  de  guascasa  leonada. 

54.  Seis  piezas  de  pintura  de  pincel,  otra  pieza 
colorada  con  unas  ruedas,  y  otras  dos  piezas  azules 
de  pincel,  y  dos  camisas  de  mujer. 

55.  Once  almaisares. 

56.  Seis  rodelas  con  chapa  de  oro,  cada  una  de 
ellas,  y  media  mitra  también  de  oro  (1) 

Al  hablar  Prescott  de  la  embajada,  que  Mocte- 
zuma 11  envió  á  Cortés  con  varios  regalo?,  dice 
que  eran  «  escudos  yelmos  y  corazas  cubiertas  de 
«  láuiinas  de  plata,  y  con  adornos  de  oro  puro;  co- 
(í  llares  y  braceletes  del  mismo  metal;  sandalias, 
«  abanicos,  penachos,  y  crestones  de  variadas  plu- 
«  mas,  mezcladas  con  hiios  de  oro  y  plata,  y  salpi- 
«  cadas  de  piedras  preciosas  y  de  perlas,  pájaros 
«  y  otros  animales  perfectamente  imitados  en  oro  y 
«  plata,  de  una  hechura  acabada;  cortinas,  frazadas, 


(1)  Alaman,  disertaciones  sobre  la  Historia  de  Méxi  co 
lom.  1,  apéndice,  2, 


—150— 

«  y  túnicas  de  algodón  tan  fino  como  la  seda,  y  de 
«  ricos  y  variados  colores,  entretejidos  de  plumaje, 
«  que  rivalizaba  con  la  pintura  más  delicada.  A 
«  más  de  esto  habia  más  de  treinta  tercios  de  algo- 

«don Pero  lo  que  principalmente  llamaba  la 

«  atención  eran  dos  láminas  circulares  de  oro  y  pla- 
«  ta  del  tamaño  de  la  rueda  de  un  coche:  la  una  de 
«  ellas,  que  representaba  al  Sol,  tenia  esculpidas 
<(  plantas  y  animales,  que  seguramente  simboliza- 
«  ban  el  siglo  de  los  aztecas;  tenia  treinta  palmos 
«  de  circunferencia,  y  estaba  valuada  en  veinte 
<(  mil  pesos  de  oro.  La  rueda  de  plata  del  mismo 
«  tamaño  que  la  otra^  pesaba  cincuenta  marcos  (1). 

En  la  obra  del  P.  Sahagun  (2)  se  especifican  los 
objetos  que  formaban  el  primer  presente,  y  eran: 

1 .  Una  máscara  labrada  de  mosaico  de  turque- 
sas, con  una  culebra  doblada  y  retorcida  en  ella, 
formada  de  las  mismas  piedras,  unida  a  una  coro- 
na de  ricas  plumas,  que  lenia  una  medalla  de  oro 
redonda  y  ancha,  de  la  cual  se  desprendían  nueve 


(1)  PrescoU,  Hist.  de  la  Gonq.  de  México,  lom.  1,  lib. 
2,  cap.  6,  pág.  227. 

— Bernal  Diaz,  Hist.  de  la  Gonq.  de  México,  cap.  39. 

■ — Oviedo,  Hist.  de  las  Indias,  lib.  33,  cap.  1. 

— Las  Gasas,  Hist.  de  las  Indias,  lib.  3,  cap.  120. 

— Gomara,  Grónica,  cap.  27. 

— Herrera,  Hist.  gen.,  déc.  2,  lib.  5,  cap.  15. 

— Robertson,  Hist.  de  América,  tom.  2,  nota  75. 

(2)  Sahagun,  Hist.  de  la  Conq.  de  México,  tom.   4, 
lib.  12,  cap.  4. 


—151— 

sartales  de  piedras  preciosas,  que  echadas  al  cue- 
llo cubrían  los  hombros  y  toc'o  el  pecho. 

2.  Una  rodela  grande  de  piedras  preciosas,  con 
unas  bandas  de  oro  de  arriba  á  abajo,  y  otras  de 
piedras  atravesadas  sobre  las  de  oro.  De  la  rodela 
salia  una  bandera  de  ricas  plumas,  con.  una  meda- 
lla grande  de  mosaico,  para  ponerla  sobre  los  lo 
mos.  y  sartales  de  piedras  preciosas  con  cascabeles 
de  oro,  que  se  ataban  á  la  garganta  de  los  pies. 

3.  My^  cetro  de  obispo  todo  labrado  de  obra  de 
mosaico  de  turquesas,  y  la  vuelta  arriba  era  la  ca- 
beza de  una  culebra  revuelta  ó  enroscada. 

4.  Unas  colaras  cómalas  grandes  señoras  se  las 
suelen  poner. 

o.  Los  ornamentos  de  Tecastlipoca,  que  era  una 
cabellera  de  pluma  rica,  que  caia  hasta  cerca  de  la 
cintura,  sembrada  de  estrellas  de  oro;  orejones  de 
oro  con  case  beles  de  oro  también;  y  unos  sarta- 
les de  car  acólitos  marinos,  blancos  y  hermosos,  de 
los  cuales  colgaba  un  cuero  como^eío,  con  muchos 
cascabeles,  sembrados  y  colgados  por  todo  él. 

6.  Un  coselete  de  tela  blanca  pintada,  bordada 
la  orilla  abajo  con  plumas  blancas. 

7.  Una  manta  rica  de  tela  azul  claro,  labrada 
con  muchas  labores  de  azul  muy  fino,  que  se  po- 
nía en  la  cintura  atada  por  las  esquinas,  y  una 
medalla  de  mosaico  para  sobre  los  lomos. 


—152— 

8.  Sartales  de  cascabeles  para  la  garganta  de  los 
pies,  y  unas  co taras  blancas. 

9.  Los  ornamentos  y  atavíos  del  dios  Tlalacan- 
tecutli,  que  era  una  máscara  con  su  plumaje  y  ban- 
dera, como  la  anterior,  orejones  de  ChalcMviÜ, 
con  culebras  dentro  de  la  misma  piedra,  un  coséis- 
te  pintado  de  labores  verdes,  y  unos  sartales  ó 
collar  de  piedras  preciosas,  con  la  manta,  meda- 
lla, cascabeles  y  báculo  de  que  se  ha  becho  men- 
ción. 

10.  Ornamentos  del  mismo  Quetzalcoatl,  que 
consistían  en  una  mitra  de  cuero  de  tigre,  con  una 
capilla  de  plumas  de  cuervo  que  colgaba  de  ella, 
adornada  de  Mi\chalchivitl^Vdi.ndiQ,  orejeras  redon- 
das de  mosaico  de  turquesas,  con  un  grabado  de 
oro,  cascabeles  de  oro  para  los  pies,  rodela  de  plu- 
mas ricas,  báculo  de  mosaico  de  turquesas  con  pie- 
dras preciosas,  ó  perlas  en  la  vuelta  de  arriba,  y 
unas  Cutaras. 

\  1 .  Una  mitra  de  oro,  á  manera  de  caracol  ma- 
risco, con  unos  ropajes  de  plumas  ricas. 

12.  0\xd,  mitra  de  oro,  y  varios  objetos  y  joyas 
de  oro. 

El  segundo  regalo  que  envió  Moctezuma  al  mis- 
mo Cortés,  se  componía  de  estofas  y  adornos  de 
metal,  que  no  valían  menos  de  tres  mil  onzas  de 
oro.  y  además  cuatro  piedras  preciosas  de  conside- 
rable tamaño,  parecidas  á  las  esmeraldas,  llama- 


—1  Ba- 
das por  los  naturales  chalchuites,  muy  estimadas 
entre  ellos.  (1) 

Hablando  el  mismo  autor  de  la  comitiva  de  Moc- 
tezuma, cuando  salió  á  encontrar  á  Cortés,  dice 
que  « la  litera  imperial  deslumhraba  con  sus  h^Vr- 
«  ñidas  lammas  de  oro,  llevándola  en  hombros  los 
«  nobles,  así  como  también  un  dosel  ópaliode  vis- 
«  tosas  plumas,  salpicado  de  piedras  preciosas  y 
«  guarnecido  de  plata.» 

El  tesoro  de  Axayacail,  padre  de  Moctezuma, 
que  éste  puso  á  disposición  de  Cortés,  para  que 
junto  con  los  impuestos  recojidos  en  su  imperio, 
fuese  remitido  al  rey  de  España,  como  un  presente 
y  señal  de  vasallaje,  consistía  en  tal  abundancia 
de  oro,  que  se  formaron  tres  montones,  parte  fun- 
dido en  granos  brutos,  parte  en  barras,  y  el  resto, 
que  era  lo  más,  en  utensilios,  adornos  y  juguetes 
curiosos,  é  imitaciones  de  aves,  insectos  y  flores, 
todo  ejecutado  con  rara  fidelidad  y  primor;  en  co- 
llares, braceletes,  abanicos  y  otras  curiosidades, 
en  que  el  oro  y  rico  plumaje  estaban  salpicados  de 
perlas  y  piedras  preciosas,  «  siendo  muchos  de  es- 
«  tos  objetos  más  admirables  por  su  manufactura 
«  que  por  el  valor  de  los  materiales.»  El  importe 
de  todo,  reducido  á  moneda  común,  era  de  un  mi- 
llón cuatrocientas  diez  y  siete  mil  libras  esterlinas, 
ó  sean  más  de  siete  millones  de  pesos  (2) . 


(1)  Prescolt,  Hist.  df  la  Conq.  de  México,  tom.  1,  lib. 
2,  cap.  6,  pág.  233. 

(2)  ídem,  idem,  tom.  1,  lib.  4,  cap.  5 


—154— 

Si  se  dá  crédito  á  todo  lo  que  sobre  el  Nuevo  Mun- 
do han  escrito  algunos  autores,  asombrará  no  solo 
la  riqueza  encontrada  en  él;  sino  también  las  obras 
ejecutadas  con  los  metales  preciosos.  En  el  Perú 
las  paredes  del  templo  estaban  cubiertas  con  lámi- 
nas de  oro  y  engastadas  en  ellas  turquesas  y  esme- 
raldas. La  estatua  del  ¡Sol  deslumhraba  por  el  bri- 
llo del  oro  de  que  estaba  formada.  Cerca  del  tem- 
plo babia  fuentes^  cuyos  tubos  y  tazas  eran  de  oro. 
El  jardin  del  templo  de  Cusco  era  todo  de  oro  y 
plata  y  así  eran  los  jardines  de  las  casas  reales  del 
país.  «De  ambos  metales  babia  una  infinidad  de 
plantas,  árboles,  flores,  reptiles,  pájaros  y  anima- 
les de  toda  especie.  Ilabia  campos  sembrados  de 
granos  de  oro,  en  los  que  estaban  algunas  legum- 
bres, leñeras  y  barras  de  oro  y  plata,  colocadas  or- 
denadamente unas  sobre  otras;  estatuas  grandes 
de  hombres,  de  mujeres  y  de  niños;  graneros  don- 
de los  granos  eran  también  de  oro  puro.  Los  vasos 
del  teiñpló  eran  todos  de  esta  materia,  como  tam- 
bién los  instrumentos,  que  se  empleaban  en  al 
agricultura.  Todos  los  templos  del  Perú  estaban 
edificados  como  el  de  Cusco,  y  faltaba  poco  para 
que  las  casas  de  los  Incas  no  fuesen  tan  ricas  como 
los  templos.  Las  piedras  se  unían  mutuamente  con 
oro,  plata  y  plomo  juntamente  fundidos.  Atabali- 
pa,  rey  del  Perú,  ofreció  á  Pizarro,  general  de  los 
españoles,  darle  por  su  rescate  tantos  vasos  de  oro 
y  plata  cuantos  fuerain  necesarios  para  llenar  la  sa- 
la donde  estaba,  ó  según  otros,  todo  el  patio  cua- 
drado del  palacio  de  Caxamalca^  hasta  la  altura 


—188— 

que  pudiera  marcarse  con  la  mano.  Aceptó  Pizar- 
ro  estas  ofertas,  y  Atabalipa  las  satisfizo.»  (1) 

Muchos  de  estos  ol)jetos  dan  á  conocer  los';cono- 
cimientos  que  poseian  los  indios  en  el  benefidio  de 
los  metales,  y  en  el  arte  de  cortar  y  pulir  las  pie- 
dras preciosas,  lo  cual  era  común  á  varias  partes 
de  este  continente.  (2)  El  barón  de  Humboldt  ha- 
bla de  las  piedras  verdes  conocidas  con  «1  nombre 
de  amazonas,  muy  estimadas  por  los  indios,  en 
forma  de  cilindros  percepolitanos^  taladradas  lon- 
gitudinalmente, y  cubiertas  de  inscripciones  y  fi- 
guras, á  las  que  atribulan  varias  virtudes  contra 
todo  mal  de  nervios  ó  picaduras  de  serpientes,  y 
las  esmeraldas  perforadas  y  esculpidas,  que  se  en- 
cuentran en  las  cordilleras  de  la  Nueva  Granada 
y  de  Quito.  El  ^ulto  á  estas  piedras,  así-como  las 
virtudes  benéficas  atribuidas  al  jade  y  al  hemati- 
tes, los  asemejan  á  los  habitantes  de  los  montes  de 
Tracia(3). 

Los  braceletes  son  otro  de  los  adornos  má's  usa- 


(1)  Biblia  de  Vence.  Disertación  sobre  las  riquezas  de 
David,  tom.  6,  §  10,  pág.  473,  citando  á  Cheverau. 

— Historia  del  mundo,  tom.  4,  lib.  8,  cdp.  3,  pág.  238. 

(2)  Historie  genérale  des  voyages,  tom.  13,  págs.  578 
y  579. 

(3)  Humboldt,  viaje  á  las  regiones  equinoxiales,  tom. 
3,  1.  7,  cap.  22,  pág.  243. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 22 


— 18G-- 

dos  por  los  pueblos  de  la  antigüedad.  Los  egipcios 
los  llevaban  de  oro,  plata,  marfil,  bronce  con  es- 
maltas, etc  (1).  Entre  las  alhajas  que  los  hebreos 
ofrecieron  á  Moisés  á  fin  de  fabricar  lo  necesario 
para  el  servicio  divino,  se  enumeran  braceletes, 
aretes  y  otras  varias.  Los  habitantes  del  Asia  3Ie- 
nor  y  de  la  Palestina  seadornaban  con  ellos  (2) .  En- 
tre los  griegos  los  usaban  las  mujeres  muy  rica- 
mente trabajados  (3).  Entre  los  romanos  era  ador- 
no común  á  uno  y  otro  sexo,  enumerándose  entre 
los  premios  que  se  daban  á  los  militares  por  sus 
servicios  ó  acciones  distinguidas;  adornábanse  con 
ellos  el  brazo  {k),  y  los  ostentaban  con  orgullo  en 
los  espectáculos  y  juntas  públicas  (o).  Las  matro- 
nas romanas  usaban  también  braceletes  en  el  hí)m 
bro  izquierdo,  con  el  slroyliium  que  les  cubría  el 
peoho  y  les  servia  de  coree  (6) .  Los  galos  llevaban 
igualmente  braceletes,  según  S trabón^  así  como 
otros  varios  pueblos. 

Lo  mismo  que  se  ha  dicho  de  los  collares,  puede 
tener  lugar  respecto  de  este  otro  adorno  ó  distinti- 
vo que  vemos  en  las  figuras  del  Palenque  cerca  del 


(1)  Ghampoliou.  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto. 
(2;  Números,  c.  31,  v.  50. 

(3)  Odisea,  1.  11,  v.  32o  y  32G. 

— Pausanias,  1.  9,  cap.  41,  pág.  796. 

(4)  Tito  LLvio,  X,  44. 

(5)  Tito  Livio,  X,  47. 

(6)  Fert  Plaut,  Ment,  III,  3,  4. 


—157— 

puño,  á  no  ser  que  sea  el  remate  gracioso  de  las 
mangas  Ael  vestido,  aunque  lo  más  seguro  sea  lo 
primero.  Tales  usos  revelan  los  adelantos  de  es- 
tos habitantes,  más  civilizados  que  los  de  algunas 
de  las  naciones  que  poblaron  este  continente,  y  que 
fueron  sucediéndose  unas  á  otras,  basta  la  llegada 
de  los  españoles.  Rizóles  perder  la  conquista  su 
propia  fisonomía^  ahogándose  en  sangra  sus  glo- 
rias^ sus  usos  y  costumbres,  y  desapareciendo  el 
pueblo  querías  persoDiñcaba.  ¡Ojalá  se  hubieran 
^conservado,  y  estudiado  mejor  sus  tradiciones,  sus 
escritos,  su  vida  y  sus  costumbres,  para  revelar  al 
mundo  verdades,  que  tal  vez  han  quedado  ocultas 
para  siempre  bajo  un'velo  impenetrable! 


CAFITULOXXIV 


1 .  Figuras  notables  del  Palenque:  piel  que  llevaba  una 
de  ellas  sobre  la  espalda:  funciones  de  los  sacerdotes 
egipcios  y  trajes  é  insignias  con  que  se  distinguían. 
— 2.  Bajo  relieve  encontrado  en  un  hipogeo  de  Ávidos: 
su  semejanza  con  otro  de  las  ruinas:  comparaciones: 
— '3.  Indicaciones  sobre  otras  de  las  figuras  notables 
y  conjeturas  á  queda  lugar  todo  su  conjunto. — 4.  Pie- 
dra en  cuyo  centro  se  encuentra  colocada  la  cruz:  el 
Tau  de  los  egipcios  y  el  Lingan  de  los  indios:  signi- 
ficación que  tenia  la  cruz  en  varios  pueblos  de  la  an- 
tigüedad: lo  que  era  en  tiempo  de  Abraham:  el  patí- 
bulo de -la  cruz:  conocimiento  que  se  tenia  de  ella  an- 
tes de  Jesucristo:  cruces  encontradas  en  otros  lugares 
del  continente. — o.  Lo  que  era  entre  los  indios. — 6. 
Importancia  del  bajo  relieve  indicado:  palabras  con 
que  los  egipcios  expresaban  el  aumento  J  crecimien- 
to del  Nilo:  su  significación  en  el  sánscrito  j  manera 
como  figura  en  el  culto  hindú:  coincidencia  de  las 
ceremonias  de  los  indus  y  las  figuras  egipcias. — 7, 

•  Fragmentos  de  un  globo  alado  encontrado  en  las  rui- 
nas de  Ococingo. 


Entre  las  figuras  de  las  ruinas  del  Palenque,  de 
que  antes  se  ha  hablado  al  hacer  su  descripción, 
hay  algunas  que  por  el  lugar  en  que  se  haQan  co- 
locadas, por  su  posición,  su  aspecto^  sus  vestidos, 


—160— 

SUS  adornos  y  otras  circunstancias  llaman  extraor- 
dinariamente la  atención.  Encuén transe  también 
entre  ellas  objetos  que  merecen  un  detenido  exa- 
men. 

Una  de  estas  figuras  se  hace  notable  por  la  mag- 
nificencia, riqueza  y  elegancia  con  que  está  vesti- 
da»  por  las  insignias  que  lleva,  y  por  la  multitud  de 
adornos  que  la  cubren,  en  que-se  distinguen  joyas 
y  piedras  preciosas,  así  como  magníficos  y  sobre- 
salientes bordados.  Varios  geroglíficos  ocupan  la 
parte  superior  de  la  piedra  en  que  está  esculpida. 
El  calzado  de  este  personaje  tiene  la  misma  forma 
que  el  cacle,  que  nsan  los  indios;  pero.adornado  en 
la  orilla  y  en  la  parte  de  atrás,  con  pedrería  ó  pie- 
zas pequeñas  de  metal,  y  probablemente  con  algu- 
nos bordados:  le  cae  una  cinta  formando  un  lazo  so- 
bre el  empeine;  del  tobillo  para  arriba  suben  dos 
cintas  anchas  bordadas,  sembradas  de  trecho  en 
trecho  de  pedrería,  tachuelas,  6  pequeñas  láminas 
de  metal  simétricamente  colocadas,  cruzándose  una 
sobre  otra  hasta  llegar  á  la  rodilla,  en  que  rematan 
por  delante  en  una  especie  de  anillo,  formando 
así  sobre  la  pantorriila  un  adorno  muy  vistoso. 

Otra  de  las  figuras  .que  más  fijan  la  atención  por 
su  traje,  el  gusto  y  delicadeza  de  algunos  adornos, 
especialmente  los  del  casco  ó  turbante  que  cubre  la 
cabeza,  es  la  que  por  el  lugar  donde  está  colocada, 
y  por  su  aspecto  parece  ser  un  sacerdote  delareU- 
gion  de  los  antiguos  habitantes  del  Palenque.  El 
vestido  es  ajustado  al  cuerpo,  con  remates  muy 


—161— 

graciosos  en  los  puños  de  las  mangas,  y  cerca  de 
los  tobillos,  plegados,  adornados  con  cintas  y  bor- 
dados, cuya  descripción  queda  ya  hecha.  Llama 
la  atención  la  piel  que  cubre  su  espalda,  á  manera 
de  una  casulla,  sujeta  por  delante  con  anchas  cin- 
tas bordadas  y  llenas  de  pedrería,  de  las  cuales  se 
desprenden  unas  como  tocas  ó  toallas  que  llegan 
hasta  las  rodillas,  precisamente  lo  mismo  que  con 
la  delantera  de  las  castillas. 

Esa  forma  es  atendible,  y  también  lo  es  la.  piel  de 
que  está  hecha  esta  parte  del  vestido,  por  las  de- 
ducciones que  de  todo  esto  pueden  hacerse.  Se  sa- 
be que  los  sacerdotes  egipcios  no  estaban  reducidos 
en  sus  funciones  á  solo  el  servicio  de  los  templos, 
como  entre  los  griegos,  sino  que  formaban  uri  cuer- 
po de  Estado,  que  gobernaba  por  decirlo  así,  á  los  re- 
yes y  á  los  pueblos  en  nombre  de  los  dio  ses ,  tenien 
do  el  monopolio  de  la  administración  de  justicia  (1 ) . 
Usaban  trajes  que  los  hacían  respetables  y  excita- 
ban la  veneración  de  los  puebles,  trayendo  colga- 
das al  cuello  figuras  de  dioses  y  diosas,  collares 
y  anillos  en  los  dedos;  y  como  los  atributos  de  Ost- 
ris  eran  el  thireo,  la  piel  de  Pantera  y  la  capa,  era 
la  insignia .  de  sus  sacerdotes  una  jñel  de  pantera 
echada  sobre  la  túnica  de  lino  (2). 


(1)  Ghampolion.  Historia  descriptiva  y  piutoresca  de 
Egipto,  tom.  1,  pág.  173. 

(2)  Ghampolion.  Historia  pintoresca  y  descriptiva  de 
Egipto,  tom.  1.  pág.  177. 


—162- 


§2. 


En  un  hipogeo  de  la  ciudad  de  A  vidos  del  antiguo 
Egipto  se  encontró,  entre  las  ruinas,  un  bajo  relie- 
ve en  piedra  calcárea,  en  que  se  tributa  culto  y 
ofrecen  sacrificios  á  Osirís  y  á  Isis,  y  que  por  la 
faja  de  caracteres  de  que  está  circundado,  los  gru- 
pos que  se  vén  encima  y  al  lado  de  las  figuras, 
así"como  otros  objetos  que  contiene,  es  de  grande 
interés.  Uno  de  éstos,  que  más  llama  la  atención, 
^?>\(X.cruz  con  asa,  que  tiene  una  figura  en  la  mano 
derecha,  que  algunos  creen  ser  el  mlómeiro^  ins- 
trumento con  que  se  medían  las  inundaciones  del 
Nilo,  de  las  cuales  dependía  como  es  bien  sabido", 
la  fertilidad  del  Egipto.  Otro  es  la  iriel  de  jf an- 
tera, que  tiene  sobre  el  vestido  de  lino  el  sacerdo- 
te en  el  acto  de  hacer  el  sacrificio,  ó  algún  otro  ac- 
to religioso  á  los  genios  ó  deidades  que  tiene  en 
frente,  pues  hace  Ubacio7ies  sobre  un  altar,  cerca 
del  cual  se  halla  en  pié  (1). 

Sorprendente  es  el  aire  de  semejanza,  qué  en  su 
conjunto  presenta  á  primera  vista  este  bajo  relie- 
ve con  el  encontrado  en  las  ruinas  del  Palenque, 
del  cual  se  ha  hecho  mención.'  Hay  en  éste  también 
un  sacerdote  en  el  acto  de  ejecutar  alguna  función 
religiosa,  ó  hacer  alguna  ofrenda,  cubierto  igual- 

(1)  Pistolosi.   Real  Museo  Borbónico,  tom.  2,.pág.  10. 


—163— 

mente  con  una  piel  de  pantera,  leopardo  ó  tigre. 
La  cruz  que  en  aquel  lleva  en  la  mano  una  de  las 
figuras,  en  éste  se  vé  en  el  centro,  pues  aunque 
aquella  tiene  asa,  sabido  es  que  lo  esencial  en  el 
Tau  de  los  egipcios  era  la  forma  de  una  X,  que  te- 
nia la  asa  unida  y  era  enteramente  extraña  al  ge- 
roglífico.  En  uno  y  otro  bajo  relieve  se  vén  arriba 
grupos  de  caracteres  al  lado  de  las  figuras.  Todo  es- 
to si  bien  no  constituye  una  perfecta  identidad,  dá 
por  lo  menos  materia  á  conjeturas  muy  fundadas. 
Entre  los  monumentos  que  se  refieren  á  la  déci- 
ma octava  ó  décima  nona  dinastía  (137b  á  1180 
años  antes  de  Jesucristo)  se  encuentran  represen- 
tados los  aJ)isÍ7iios  de  una  manem,  que  tiene  tam- 
bién golpes  de  semejanza  con  estas  figuras  del  Pa- 
lenque, tales  como  la  Í2^;2?>¿i  de  muselina  traspa- 
rente, que  les  llegaba  hasta  las  rodillas,  atada  á 
la  cintura  con  una  correa  de  cuero,  ricamente  do- 
rado y  pintado.  Vimpiel  de  leopardo  sobre  las  es- 
paldas hacia  las  veces  de  capa;  teman  collares  que 
les  colgaban  sobre  el  pecho,  braceletes  en  los  pu- 
ños, zarcillos  de  metal  en  las  orejas  y  la  cabeza 
cargada  de  plumas  de  avestruz.  Aunque  esto  no 
puede  decirse  que  fuese  conforme  al  gusto  egipcio, 
no  podrá  negarse  que  de  él  pro  venia  y  que  se  des- 
cubre la  imitación  en  las  partes  principales  del 
vestido,  como  la  túnica  y  el  ceñidor;  pues  la  piel  de 
leopardo  está  tomada  de  los  negros  hirofantas  (1). 

(l)  Gobiaeau.  Essai  sur  rinegalité  des  races  humai- 
nes,  tom.  2,  1.  2,  chap.'8.  ■ 'i-  . 

ESTUDIOS — TOMO  II — 23 


—164-^ 


§   3. 


Ya  hemos  visto,  además,  que  otra  delasñguras 
del  Palenque  lleva  una  piel  que  bien  podia  ser  de 
leopardo^  envuelta  de  la  cintura  para  abajo,  con 
zarcillos,  un  collar  de  piedras  y  un  casco  muy  vis- 
toso y  bien  adornado,  con  un  bastón  misterioso  en 
la  mano,  del  cual  parece  que  forma  parte  otra  pie- 
za que  sostiene  con  la  otra  mano,  en  la  cual  se  vén 
uñ  husto  ó  retrato  en  el  centro,  y  un  poco  más  aba- 
jo una  cabeza  deforme. 

Deponen  los  autores  que  en  los  pueblos  de  la  an- 
tigüedad las  personas  distinguidas  portaban  un 
bastón  y  aun  un  cetro  (1),  cuyo  uso  quedó  después 
reducido  á  solo  los  reyes  (2).  El  que  tiene  esta  fi- 
gura parece  más  bien  un  estandarte,  pero  sea  lo 
que  fuere,  esto  indica  que  es  personaje  des tinguido 
y  que  el  uso  de  pieles  de  animales  feroces  era  una 
distinción  de  la  clase  constituida  en  dignidad. 

El  tuho,  que  lleva  en  la  boca  la  figura  de  que 

(1)  Herodoto,  1.  1,  n.  9í). 
—Strabon,  1.  16,  p.  1130. 

(2)  Los  indios  cuando  viajaban  acostumbraban  llevar 
un  bastón  negro  y  liso,  que  decian  ser  la  imagen  de  su 
dios  TecateutU,  y  con  él  se  creian  seguros  de  todo  pe- 
ligro. En  varias  partes  conservan  todavía  esa  costum- 
bre. 


—1  es- 
principalmente  nos  hemos  ocupado,  puede  también 
significar  sus  altas  funciones,  como  la  propagación 
de  la  palabra  consagrada  á  las  hazañas,  grandes 
hechos  y  verdades  interesantes.  Es  harto  conoci- 
da la  reputación  que  en  la  antigüedad  disfrutaban 
los  sacerdotes,  en  quienes  estaba  depositado  el  sa- 
ber, los  grandes  descubrimientos,  los  sucesos  más 
importantes,  especialmente  entre  los  egipcios;  y  de 
consiguiente  á  ellos  solos  les  era  permitido  trasmi- 
tirlos á  otros  países  y  á  las  futuras  generado  nes 
Esta  función  bien  puede  expresarse  por  el  instru- 
mento que  aquella  figura  lleva  en  la  boca  y  del 
cual  salen  unas  como  anchas  cintas  ó  llamas,  em- 
blema con  que  se  ha  significado  la  propagación  de 
la  palabra,  y  por  eso  la  Fama  la  pintan  los  mito- 
logistas con  un  clarín  en  la  boca. 


§4. 


Aún  más  digna  de  profunda  meditación  es  toda- 
vía la  hermosa  piedra  de  las  ruinas  del  Palenque, 
á  que  antes  se  ha  hecho  alusión,  en  cuyo  centro  se 
encuentra  colocada  unac/'wc:,  tan  marcada  en  su  for- 
ma y  proporciones,  que  no  puede  equivocarse  con 
ninguna  otra  cosa. 

El  gusto  exquisito,  el  esmerado  trabajo  de  este 
bajo  relieve,  la  profusión  de  sus  adornos,  las  figu- 
ras notables  colocadas  á  uno  y  otro  lado,  respeta- 


—166— 

bles  por  su  aspecto,  su  trajo  y  sus  funciones,  así 
como  la  multitud  de  símbolos,  emblemas  y  gerog- 
líficos  que  la  rodean,  indica  la  importancia  que 
daban  á  la  cruz  que  se  baila  en  el  centro. 

Nada  de  esto  babria,  si  ella  significase,  como  en- 
tre los  üzaeses,  un  instrumento  de  suplicio,  por  me- 
dio del  cual  se  bacian  perecer  las  víctimas  agoni- 
zantes entre  crueles  dolores  y  borribles  tormentos. 
Menos  puede  reputarse  por  un  signo  astronómico, 
como  quiere  3Ir.  Waldech  (1),  ni  como  una  figura 
geométrica  (2),  pues  aunque  según  i/r.  A.  Lenoir, 
la  cruz  que  se  forma  en  el  cielo,  por  la  unión  de 
la  eclíptica  y  el  ecuador,  fija  la  primavera  y  el  oto- 
ño, y  los  sacerdotes  egipcios  babian  consagrado  es- 
tos signos,  esto  no  exijia  tanto  aparato,  como  con 
el  que  está  representada,  ni  tanto  esmero  y  cuida- 
do en  todo  lo  que  en  esta  lámina  se  vé  trazado  ni 
mucbo  menos  esos  personajes,  cuya  actitud  indica 
el  acto  de  hacer  una  ofrenda,  ó  de  practicar  alguna 

ceremonia  digna  del  objeto  á  que  se  destinaba. 

» 
El  Tau  entre  los  egipcios,  que  tenia  la  figura  de 
T,  cuando  iba  acompañada  de  una  asa  ó  empuña- 
dura, que  es  la  manera  común  como  se  encuentra 
en  sus  monumentos  en  esta  forma  -f,  representa  en 
opinión  de  algunos  una  llave,  símbolo  del  Sol. 


(1)  Voyage  pittoresque  et  archeologiquc  dans  lapro- 
vince  de  Yucatán,  pag.  23. 

(2)  Lenoir.  Examen  des  planches,  3«"'«exped.  fig.  40. 


—167— 

De  la  Croce  (1)  y  S'aMoski  (2)  creen,  que  no  es 
más  que  el  emblema  del  Phalus,  opinión  criticada 
por  el  sabio  Raffei  (3) .  Hay,  sin  embargo,  cierta 
semejanza  entre  el  Tau  de  los  egipcios  y  el  Lin- 
fjuam  de  los  indios,  que  es  entre  ellos  el  5^/7?^í)^/¿«- 
lico^  signo  de  la  virtud  fecundante  y  generadora 
atribuida  á  las  aguas  del  Nilo. 

Al  bablar  Yisconti  de  una  estatua  del  Museo  Pió 
Glementino,  considera  el  tau  con  asa,  como  em- 
blema de  la  fuerza  vivificante  y  generadora,  que 
era  particular  de  I/orus  (4),  aunque  después  en 
una  adición  dijo,  que  no  era  míis  que  una  llave,  em- 
blema que  los  griegos  hablan  puesto  en  manos  de 
muchas  de  sus  deidades  (b) . 

Se  ha  creido  también  que  el  tau  con  ana  pueda 
servir  para  indicar  el  planeta  Venus.  Es  de  la  más 
remota  antigüedad  y  se  halla  en  una  piedra  graba- 
da que  existe  en  el  Museo  Romano,  colocado  cerca 
del  Sol  y  sobre  una  medalla  egipcia  acompañando 
al  Dios  Apis. 

Vése,  por  tanto,  que  cualquiera  que  sea  la  signi- 
ficación que  se  le  dé  en  alguno  de  los  sentidos  ex- 


fl)  Histoire  du  cristianisme  üaus  les  Indes,  1.  6. 

(2)  Pantheon  Agryp,  1.  II,  chap.  7,  §  6. 

(3)  RaíTei.  Osservazk)nisopraalcunimonumcnti,pág. 
53. 

(4)  Visconli.  Museo  Pió  Glementino,  tora.  2,  pág.  148. 

(5)  Id.,  id.,  id.,  id.,  pág.  loO. 


—168— 

presados,  no  puede  convenir  á  la  que  forma  el  ob- 
jeto de  este  examen. 

En  el  templo  principal  de  Núbia  hay  una  cruz 
sobre  el  emblema  que  representa  la  unión  de  las 
estaciones  entre  sí  (1),  pero  está  colocada  de  un  mo- 
do sencillo,  sin  ese  aparato  ó  importancia  que  tiene 
la  del  Palenque.  Los  signos  astronómicos  nunca  se 
han  anunciado  con  tanta  ostentación,  ni  han  sido 
objeto  de  culto.  En  todos  los  zodiacos  de  la  anti- 
güedad los  vemos  usados  como  cualquier  otro  sím- 
bolo ó  geroglífico,  con  que  se  dan  á  conocer  los  ob- 
jetos que  representan. 

Tampoco  puede  tenerse  la  cruz  como  emblema 
exclusivo  de  la  fé  cristiana^  para  deducirse^  por  su 
existencia  en  las  ruinas,  de  que  ó  la  población  del 
Palenque  es  posterior  al  establecimiento  del  cris- 
tianismo, ó  que  esta  religión  no  era  desconocida  á 
sus  habitantes  con  todos  sus  misterios,  incluso  el 
de  la  redención,  como  se  han  esforzado  en  probar 
multitud  de  escritores,  pretendiendo  hallar  algunas 
de  estas  noticias  en  los  escritos,  tradiciones  y  prác- 
ticas de  los  habitantes  del  Nuevo  Mundo,  hasta 
asegurar  como  probado  que  JSanto  Tomás  predicó 
el  Evangelio  en  estas  regiones  (2) . 

Boturini  es  uno  de  esos  autores  que  creen  en  la 
venida  de  Santo  Tomás  á  América  antes  dre  su  des- 


(Ij  Gage.  Voyage  en  Nuble,  planche  8. 
(2)  Torquemada,t.  3,  lib.  19,  caps.  48  y  49. 


—169— 

cubrimiento^  y  que  predicó  el  evangelio  en  el  Pe- 
rú y  en  la  Nueva  España  (1).  Hizolo  también  en 
el  Brasil  según  Tomás  Boselo  (2)  y  Malimida  (3) 
citados  por  iSolórsano  (4).  Respecto  del  Perú  lo 
afirma  igualmente  ei  Sr.  Piedrahita,  obispo  de 
Panamá,  expresando  algunas  particularidades  y  di- 
ciendo que  unos  le  llaman  Nemquetaha,  otros  Ba- 
cMca  y  oivo^  iSude  {^.  El  Sr.  Montegro,  obispo 
de  Quito,  lo  presenta  como  una  tradición  ú  opinión 
común  entre  los  indios  (6).  Esta  tradición  existia 
también  en  e\  Paraguay  (7).  El  Padre  OrdoñezYé 
en  los  emblemas  de  Quetzalcoatl  y  CvcJmlclian  de 
los  mexicanos  y  Chiapaneses,  representados  el  li- 
naje, los  becbos  y  la  predicación  de  Santo  Tomás. 
pretendiendo  apoyarla  en  las  profecías  de  los  sacer- 
dotes de  Yucatán  y  los  itzaeses,  referidas  por  V¿- 
llagutierrcs  en  su  Historia  de  la  conquista  de  la 
provincia  de  Itza,  lib  1 ,  cap.  4 ,  §  11  por  Fray  Die- 
go Cogollndo,  Historia  de  Yucatán  lib.  2,  cap.  1  i , 


(1)  Boluriiii.  Idea  de  una  hist.  gen.  déla  America.  Sep. 
§16,  n.  5. 

{2j  Lib.  4.  desig".  ecles.,  cap.  3,  pág-  132,  lib.  ü.  cap. 
12,  pág.  207. 

(3)  Lib.  3,  cap  2o. 

(4)  De  jure  ind.  loni.  1,  cap.  1,  u.  33,  pág.  13. 

(5)  Historia  de  la  conquista  del  nuevo  reino  de  Gra- 
nada, cap.  3. 

(6)  Itinerario  para  párrocos  de  indios,  lib.  2,  Irat.  8, 
u.  8,  pág.  279. 

(7)  Arias  Montano  Phaleg.  Honcio.  De  orig.  Americ. 
lib.  1,  cap.  2. 


—170— 

y  ^ov  Herrera,  déc.  4,  lib.  10,  cap.  4,  pág.  164. 
Por  extrañas  que  parezcan  las  opiniones  de  Ordo- 
ílez  sobre  éste  y  otros  puntos,  no  puede  negarse 
que  hay  ingenio,  agudeza  y  esfuerzo  en  la  razón 
para  apoyarlas. 

La  cniz  era  conocida  por  los  pueblos  más  anti- 
guos del  mundo,  especialmente  por  los  de  Egiipto 
y  la  India  (1).  Entre  los  primeros  se  reputaba  la 
cruz  con  asa,  conforme  liemos  indicado,  como  el 
emblema  de  la  vida  celestial  ó  divini,  y  así  vemos 
en  los  monumentos  egipcios,  que  sus  dioses  lalle- 
vaÍ3an  casi  siempre  en  la  mano  (2) ,  considerándo- 
se como  uno  de  los  caracteres,  que  distinguen  á  los 
principales  de  ellos  (3) . 

Ya  antes  habia  observado  el  Sr.  Núñez  de  la  Ve- 
ga, obispo  de  Chiapas,  que  en  algunos  geroglííi- 
cos  de  los  egipcios  estaba  representada  la  ir 2í 2;  mu- 
chos anos  antes  de  la  venida  de  Jesucristo,  y  en  ella, 
c(  la  salud  y  vida  qué  habia  de  dar  Dios  á  los  honi- 
M  bres,  permitiendo  que  así  fuese  para  que  creye- 
<(  sen  más  fácilmente  en  Cristo  crucificadoy)  (4). 
En  las  piedras  que  formaban  el  cimiento  del  templo 
de  Sera'pis  se  halló  esculpida  la  cruz. 

(1  j  Mr.  Leuoir.  Exám.  du  planches  cap.  n.  5. 

(2)  Ghampolion.  Hist.  descrip.ypiíjt.  de  Egipto,  tom. 
1,  pág.  193. 

(3)  Ghampolion.  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  2,  pág.  197. 

(4)  Núñez  de  la  Vega.  Constituciones  diocesanas,  1. 1, 
til.  2,  n.  102.  .     . 


—171— 

Gomo  instrumento  ó  medio  de  castigo  era  tam- 
bién conocida,  según  se  ha  indicado^  en  tiempo  de 
Abraliam.  Niño  suspendió  de  ella  k  2'arno  ó  Ta- 
fin,  rey  de  Medea,  conforme  al  testimonio  de  Dió- 
doro  (1).  El  patíbulo  de  la  cruz  se  acostumbraba 
entre  los  persas,  los  egipcios^  los  africanos,  los  ma- 
cedonios,  los  griegos  y  los  romanos  (2).  En  la  Es- 
critura bajo  la  palabra  7;¿i¿z&w/o  seliabla  de  la  criiz^ 
según  se  colije  de  los  capítulos  7,  8,  23,  de  los  Nú- 
meros y  del  libro  de  Esther. 

Así  es  gue,  si  muchísimos  anos  antes  de  la  ve- 
nida de  Cristo  había  sido  conocida  por  varios  pue- 
blos, tomándola  por  signo  de  distintos  objetos,  pre- 
ciso es  convenir  en  que  no  puede  cansiderarse  co- 
mo emUema  exclusivo  de  la  fé  cristiana^  ni  su  exis- 
tencia en  algunos  monumentos  antiguos  es  prueba 
de  la  predicación  del  Evangelio,  como  algunos  han 
creído;  juicio  que  también  ha  formado  el  sabio  y 
exacto  observador  Mr.  Lenoir  al  examinar  el  bajo 
relieve  en  que  se  halla  representada  en  las  ruinas 
del  Palenque  (3) .  • 

No  es  solo  en  estas  ruinas  donde  se  ha  encontra- 
do la  crnz^  bajo  la  forma  que  so  ha  visto  y  delinea- 


•     (1)  Lib.  2  de  su  Biblioteca,  pá"<?.  01. 

(2)  Marti'netti.  Tesoro  delle  antichitajudaiclie.caldei, 
indiani  etc..  tom.  1,  §  24,  pág-.  283. 

— Justo  Lipsio.  Tratado  de  la  cruz,  lib.  1,  cap.  1 1. 

(3j  A.  Lenoir.  Examen  des  planches,  3*"'*expedition, 
íig.  40. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 24 


—172— 

da  en  sus  caracteres,  ó  figurada  en  las  paredes  de 
sus  edificios.  Los  historiadores  hablan  de  algunos 
lugares  de  este  continente  donde  los  españoles  en  - 
centraron  muchas,  y  observaron  la  gran  venera- 
ción que  de  ellas  tenian  los  indios. 

Así  lo  refieren  Cogoíludo  respecto  de  Yucatán  (1 ) ; 
elP:  Mártir  de  Cumaná  (2);  torquemada,  Burgoa, 
García  y  el  P.  Brulio  de  Guatulco  (3);  el  P.  Román 
del  Paraguay,  (4)  y  Gomara  y  otros  autores  de 
las  encontradas  en  varias  partes  (íj)  . 

En  la  isla  de  Cozumel,  descubierta  por  Juan  de 


(IJ  Historia  de  Yucatán,  tom.  1,  Ub.  4,  cap.  ^. 

(2)  Pedro  Mártir.  Occean,  déc.  7.1ib.  4,  cap.  1. 

(3)  Toríiuemada.  Mon.  ind.,  tom.  3,  lib.  15,  cap.  4y. 
— Bürgoa  Gcog.  disc.  V,  cap  09. 

— García  Prado,  del  Evang.  lib.  5,  cap.  'ó. . 

— Brulio.  Ilist.  de  S.  Agustin  del  Perú,  lib.  Ij  cap.  ü. 

(4)  Conquista  espiritual  del  Paraguay,  §§  23  y  25. 

(5)  Hist.  de  la  conquista  de  Hernán  Cortés,  lom  1/ 
cap.  14. 

— Hornio.  De  orig.  Americ,  lib.  1,  cap.  2. 

— Solórsaao.  De  jur  iad.,  hb.  1,  cap.  1'4,  n.  iíG. 

— ^^Laet.  In  Disert.  cont.  Grot.,  fol.  G4  3^  Gü. 

— SaaTcdra.  Peregr.  Ind.  cont.  1,  fol.  22  y  28. 

—García.  Orig.  de  los  Ind.,  lib.  4,  cap.  20,  p;'jg.  189 
y  23,  pág.  243  y  24,  §  1^2,  pág.  300» 

— Garcilazo  déla  Vega,  tom.  1,  lib.  1,  capí  G. 

— Torquemada.  Mon  iud.,  tom.  1.  lib.  4,  cap.  4,  íü- 
lio  352. 

— Clavijero.  Hist.  ant.  de  México,  tom.  1,  lib.  4.  pág. 
231. 


— 173— •    . 

Gjijalya,  dice  Herrera  que  habia  un  templo,  que 
entre  otros  llamó  la  atención  de  los  españoles  cuan- 
do arribaron  allí,  por  su  forma^  que  era«una  tor- 
cí re  cuadrada,  ancha  del  pie  y  hueca  en  lo  alto, 
«  con  cuatro  grandes  ventanas,  con  sus  corredores, 
t<  y  en  lo  hueco  que  era  la  capilla  e staban  ídolos,  y 
«  á  las  espaldas  estaba  una  sacristía,  á  donde  se 
«  guardaban  las  cosas  del  servicio  del  templo;  y  al, 
«  ]^ié  de  éste  estaba  un  cercado  de  piedra  y  cal  alme- 
«  nado  y  enlucido,  y  en  medio  una  cruz  de  cal  de 
«  tre^  varas  en  alto,  á  la  cual  tenían  jior  el  Dios  de 
« la  Lluvia,  estando  muy  certificados  que  no  les 
«  faltaba,  cuando  devotamente  se  la  pedían:  y  en 
«  otras  partes  de  esta  isla  y  en  muchas  de  Yucatán 
«  se  vieron  cruces  de  la  ínisnut  manera,  y  pintadas, 
«y  no  de  latón,- porque  nunca  lo  hubo,  como  dice 
«  Gomara,  sino  de  piedra  y  palo^»  (1)  y  en  Campe- 
che también. 

Este  autor  del  cual  tomó  probablemente  Herrera 
lo  que  antes  se  ha  copiado,  describe  el  templo  de  la 
isla  de  Cozumel  ó  Ácu'zamitl,  como  él  la  llama,  y 
la  cruz  allí  encontrada  á  la  ciial  dá  diez  ¡labnos  de 
alto  (2). 

Torquemada  habla  también  del  templo  y  cri(z  de 

(1)  Herrera.  Hist.  de  lasiad,  occid.  Déc.  2,  lib.  3,  cap. 
1,  pág.  50  y  60  y  lib.  -2,  cap.  17,  pág.  48. 

(2)  Hist.  de  la  conq.  de  llern.  Corté.s,  loiii.  l,cap.  12, 
pág.  22. 


.      •  __i74-- 

la  expresada  isla  de  Gozumel  en  los  mismos  téTmi- 
nos  que  Herrera  (1).  ■■ 

Veytia  menciona  igualmente  lo  que  acerca  de 
ella  queda  referido  por  Gomara  y  por  Herrera,  y 
dice  que  «  se  hallaron  cruces  eii  Ghollolan,  en  To- 
ce lian,  en  Tezcoco  y  otras  partes,  y  generalmente 
«  era  tenida  la  señal  de  la  cruz  por  Dios  de  la  llu~ 
: «  vía  entre  todos  estos  natíiralesy>  (2) . 

Refiere  el  mismo  autor  citando  al  P.  García,  á  Fr. 
Esteban  de  Salazar  y  al  P.  Galancha  que  en  la  sier- 
ra de  Meztitlan  se  descubrió  una  cruz,  que  por  el 
lugar  en  que  se  hallaba,  su  forma  y  el  color  llama- 
ba mucho  la  atención;  pues  estaba  situada  en  una 
punta  de  la  sierra,  en  la  peña  tajada  en  lugar  altí- 
simo y  casi  inaccesible,  relevada -á  la  mano  dere- 
cha del  risco,  y  á  manera  de  tau^  en  esta  forma  T 
labrada  á  cuadros,  como  tablas  de  ajedrez,  un  cua- 
dro de  color  de  la  peña  que  es  blanquísima,  y  otro  de 
un  muy  perfecto  azul,  de  un  codo  .de  alto,  á  juzgar 
por  la  vista  á  gran  distancia,  «  y  en  frente  de  ella 
.«  una  media  luna  del  mismo  tamaño,  á  la  mano  iz- 
«  quierda  de  la  peña,  relevada  también  en  ella  y 
« labrada  también  de  los  mismos  cuadros  y  colo- 
f<  res»  (3).  Boturini  vio  esta  cruz. 


(Ij  Torquemada.  Mon.  ind.,  Ub,  4,  cap.  4,  pág.   352. 

(2)  Veytia.  Hist.  ant.  de  México,  tom.  1,  cap.  16.  pág. 
108, 

(3)  Veytia.  Hist.  ant.  de  México,  tom.  l,cap.  16,  pág. 
171  y  172. 


—175— 

Clavijero  hace  mención  en  una  nota,  no  solo  de 
las  cruces  de  Yucatán,  sino  de  las  de  la  Migteca, . 
Querétaro  y  Tepic,  y  la  de  l'ianquistepéc  descubier- 
ta por  i9o^wr¿/«' (1). 

«  Los  Incas,  dice  Warden,  tenianiína  cvíczáQ  un 
«  mármol  muy  hermoso,  ó  de  jaspe  el  más  puro, 
^-cperfecta/niente  imlida  y  hecha  de  una  sola  pieza; 
'« tenia  tres  cuartas  de  ana  de  largo  y  tres  dedos  de 
(t ancho,  y  estaba  colocada  en  un  lugar  sagrado  dé 
«  Palacio  Como  tm  objeto  de  gran  veneración.  Los 
«  españoles  la  enriquecieron  de  oro  y  de  piedras,  y 
« la  colocaron  en  la  catedral  de  Cuzco.  (Garcilazo  de 
«la  Vega,  lib.  2,  cap.  3).  Mr.  Ranking  cree  muy 
«  probable  que  esa  crw^haya  sido  llevada  por  Man- 
«  co-Capac;  porque  en  el  siglo  XIÍI  se  encontraban 
«  muchos  cristianos  de  toda  la  secta  de  los  Nesto- 
«  ríanos  al  servicio  de  los  Mogoles  (Marco  Polo, 
«vol.  1,  piíg.  501). 'El  conquistador  deí  reino  de 
«  Bengala  fue  un  cristiano»  (2) . 


§rj 


Tenemos  ya,  pues,  algunos  datos  para  juzgar, 
que  la  cruz  entpe  los  indios  no  era  una  figura  ca- 

(1)  Clavijero,  Hisl.  aat.  de  México,  tom.  I,  lib.  4,  pág. 
231. 

(2)  Warden.  Recherches  sur  les  antiquités  de  l'Ame- 
rique,  chap.  0.  . 


•—176— 

prichosa,  uña  delineacioíi  geométrica,  un  signo 
astronómico,  ni  representaba  tampoco  un  instru- 
mento de  suplicio,  sino  que  era  un  objeto  de  vene- 
ración y  respeto,  ya  figurándose  por  ella  el  Dios  de 
la  lluvia,  como  en  la  isla  de  Cozumel,  ó  ya  repre- 
sentando la  vida  celestial,  cOmo  entre  los  egipcios, 
ó  ya  en  fin  otro  objeto  respetable.  Ese  mismo  sig- 
no, que  entre  los  egipcios  era  emblema  de  la  vida 
celestial,  llegó  á  ser  con  el  tiempo  el  de  la  salvación 
del  género  humano,  y  por  consiguiente,  el  de  ía 
bienaventuranza  eterna.  Cree  Mr.  Lenoir  que  en- 
tre los  palencanos  tenia  un  sentido  simbólico  como 
entre  los  egipcios.  (1)  El  abate  Brasseur  de  Bour- 
bourg  dice  que  estos  símbolos  eran  considerados 
en  México  y  en  la  América  Central  como  qI  signo 
de  la  lluvia  y  de  la  germinación,  lo  mismo  que  en 
Egipto,  y  adorados  como  el  de  la  generación  uni- 
versal. (2)  Asegura  Ixtlixocbifl  que  un  b-ombre 
llamado  Quetzalcolmatl,  según  unos,  y  Hu,emac 
según  otros,  «fué  el  primero  que  plantó  y  adoró  la 
ficruz  qué  se  llamó  quialmiztcotl  chicahualizteotl, 
«ó  tonocaqualiuitl,  que  quiere  decir  Dios  de  las  llu- 
uvias  ó  de  la  salud,  y  árbol  del  alimento  y  de  lavi- 
da.y>  (3)  Si  es  esto  cierto,  se  tendrá  una  explica- 
ción natural  de  la  cruz  encontrada  en  las  ruinas  del 


(1)  A.  Lenoir.  Examen  des  planches  de  la  3*'"®'  ex- 
pedition,  etc.,  íig.  34. 

(2)  Recherches  sur  les  ruines  de  Palenque,  pág.  23. 

(3)  Historia  de  los  chichimecas,  traducida  por  Ter- 
naux,  lom.  l,pág.  3. 


—177— 

Palenque,  y  también  de  que  Quetzalcolniatl  fué 
de  los  que  allí  llegaron,  de  donde  salió  para  ve- 
nir á  los  lugares  en  que  aparece  fundando  á  Teo- 
tiliuacan. 


§6. 


No  es,  pues,  de  admirarse  que  este  hermoso  re- 
lieve haga  en  las  ruinas  un  papel  tan  notable,  y 
ocupe  un  lugar  tan  distinguido.  El  edificio 'aisla- 
do en  que  se  le  ha  encontrado,  levantado  sobre  un 
cerrito  de  piedras  sueltas  de  construcción  artificial, 
y  de  forma  piramidal;  el  estar  incrustado  en  lapa- 
red  llenando  todo  su  frente,  y  en  la  pieza  del  cen- 
tro que  puede  considerarse  como  la  principal;  los. 
ricos  y  esmerados  adornos  con  que  el  ediücio  estaba 
embellecido,  entre  los  cuales  se  encuentran/ como 
se  ha  dicho,  ñgnvas  de  plantas  y  /llores;  las  gran- 
des molduras  de  estuco,  y  la  rica  ornamentación, 
cuyos  restos  se  descubren  en  esa  misma  pieza;  las 
losas  de  asomlrosa  magnitud  con  caracteres^  que 
allí  se  ven;  y  los  personajes,  tan  notables  de  que  se 
ho,  hecho  mención;  todo  indica  la  importancia  de 
este  monumento,  y  que  tal  vez  él  solo  podría" bas- 
tar para  revelar  la  paocedencia  y  origen  de  los  ha- 
bitantes del  Nuevo  Mundo,  si  plenamente  llegara 
á  acertarse  en  la  solución,  ó  explicación  de  su  con- 
tenido. 


--178— 

•  Ya  se  ha  visto,  que  la  cruz  con  asa  entre  los  egip- 
cios se  consideraba  como  miUema  de  las  inunda- 
ciones del  Nilo,  del  cual  dependía  su  fertilidad^  y 
los  bienes  todos  que" de  ellas  resultaban.  Era  el 
instrumento  con  que  se  median,  y  se  anunciaba  al 
pueblo  el  progreso  y  aumento  de  ese  grande  é  im- 
portante acontecimiento,  pues  no  por  ser  común  ú 
ordinario,  dejaba  de  considerarse  como  origen  de 
la  mda  y  felicidad  de  aquella  nación.  Usaban  los 
egipcios,  para  expresar  este  aumento  ó  crecimien- 
to del  rio,  de  la  palabra  canol),  (1)  convertida  en 
canopos  por  los  griegos,  que  era  míí  jarro  ó  cánta- 
ro de  agua,  empleando  para  marcarlo  la  figura  X 
ó  una  tfi  pequeña,  (2)  que  con  el  tiempo  no  es  de 
admirarse  haya  dejado  de  ser  entre  los. egipcios  un 
me^ro  signo,  convirtiéndose  en  una  deidad  k  quien 
tributasen  culto. 

Esta  misma  palabra  por  la  analogía  del  lengua- 
je se  encuentra  en  el  sánscrito  trasformada  en 
cnmhli,  con  la  cual  se  significaba  un  jarro  ó  vaso 
que  dio  nombre  en  el  zodiaco  hindú  al  signo  aqua- 
rius.  «Este  cuynhh  G'hat'a,  ó  jarro,  dice  Paterson, 
«(3)  es  el  objeto  principal  en  la  celebración  del  cul- 

( 1)  Asiatic.  recherches  or  transactians  of  Ihe  society 
uoi'litud  in  Bengal  for  iquiriug  into  the  history  and  aii- 
tiquilíes,  the  arls,  Sciences,  and  literature  of  Asia.  Lon- 
don  1798.  vol.  8,  §  3,  pág.  75.  J.  D.  Paterson  arlicle  .oí 
the  origin  of  the  Hindú  religión. 

(2)  J.  D.  Paterson,  id.,  id. 

(3)  Id.,  id.,  id. 


—179— 

ato  hindú.  Se  le  considera  como  casi  la  misma  Dei- 
<ídad.  No  pueden  dispensarse  de  ella,  al  paso  que 
«pueden  omitir  enteramente  la  imagen  de  Durga.» 
Los  vaislinavas  hacen  uso  del  vaso  sagrado  mar- 
cándolo de  esta  manera  rH-  l^o^saivas  lo  seílala- 
ban  con  un  doble  triángulo  ^V;  uno  .de  los  trián- 
gulos signiñca.5í'u¿í,  que  reúne  en  sí  los  tres  gran- 
des atributos  de  la  pureza,  la  verdad  y  la  justicia; 
el  otro  triángulo  es  su  concierto  con  los  mismos 
caracteres  y  atributos  (i)  Los  adoradores  de  sacti, 
ó  el  principio  hembra,  señalaban  el  jarro  con  esta 
figura  ¿^^  á  cuyas  señales  seles  llama yaw^r¿í,  y 
son  caracteres  geroglíñcos,  de  los  cuales  se  encuen- 
tra gran  variedad  (2) .    . 

Es  de  notarse  la  coincidencia  sorprendente  que 
ha^  entre  las  ceremonias  del  hindú  y  las  figuras 
egipcias,  hasta  constituir  una  identidad,  quQPater- 
son  explica,  considerando  que  esta  ceremonia  se 
verificaba  en  el  equinoccio  autunal,  en  cuyo  tiempo 
prevalece  la  estación  de  las  tempestades  é  inunda- 
ciones, y  supone  que  son  sojuzgadas  durante  el 
paso  del  Sol  por  los  signos  Zeon  y  Virgo.  ¡Quién 
sabe  si  el  hermoso  relieve  de  que  nos  ocupamos, 
representarla,  supuestas  todas  las  circunstancias 
que  se  han  especificado,  esta  ceremonia  religiosa, 
y  si  la  cruz  que  se  halla  en  el  centro  es  el  ca/iob  de 
los  egipcios,  y  f!  cumbh  de  los  hindus  es  la  deidad 


(1)    Asiatic.  Recherches,  etc.,  etc.  Patersonetc,  etc. 
{2)    Id.,  id.,  id.,  id.,  id. 

ESTUDIOS— TOMO  11—23 


.    —1  so- 
que por  su  beneficencia  y  nobles  caracteres  era  ob- 
jeto de  culto  y  veneración! 

No  será  fuera  de  propósito^  hacer  mérito,  por  vía 
de  ilustración,  de  la  cruz  que  entre  los  bandd'has 
era  un  emblema  favorito,  y  de  la  cual  brotaban  ho- 
jas y  flores,- colocadas,  como  entre  los  católicos,  so- 
bre un  monte  calvario:  era  la  C7'4iz  de  los  mani- 
queos.  El  árbol  de  la  vida,  ó  del  conocimiento,  el 
tambu  lo  representaban  siempre  en  la  forma  de  una 
cruz  mamQuea.  Este  árbol  lo  llojaeibem  el  árbol  di- 
vino, el  árbol  de  los  dioses,  el  árbol  de  la  vida  y  del 
conocimiento,  productivo  de  todo  lo  bueno  y  de-, 
seable,  colocándolo  en  el  Paraíso  terrenal  (Agapi- 
tus  ap.  Photius  Bibliot.  403),  sostiene  que  esté  ár- 
bol divino  fué  el  mismo  Cristo  (1). 

En  el  Artista,  «  revista  mensual  de  bellas  astes 
y  literatura  dirijidapor  Jorge  Hammecken  y  Me- 
xia  y  Juan  M.  Villela»,  que  se  publica  en  esta 
capital  (México)  apareció  el  mes  de  Febrero  de  4874 
un  artículo  de  D.  Manuel  Orozco  y  Berra  bajo  el 
título  de  nÁlgo  acerca  de  la  civilización  mexicana 
«  y  de  la  cruz  del  Palenque,  y^  que  contiene  aprecia- 
ciones que  coinciden  en  parte  con  algunas  de  las 
indicaciones  que  se  han  hecho:  cita  á  Dupáix,  Hum- 
boldt  y  Prescott. 

El  primero  dice  lo  siguiente: 

«  Bien  mirada  y  sin  preocupación  no  es  en  ri- 

(!)  Asiaüo  reserches,  vol.  10,  %  2,  pág.  123. 


--181-- 

«  gor  la  Santa  cruz  latina  que  veneramos»  (1),  y 
no  vé  en  ella  ni  la  cruz  griega,  »í«  ni  la  latina  f. 

El  segundo  tenia  noticia  de  esta  cruz  del  Palen- 
que; pues  poseia  una  copia  del  bajo  relieve:  no  en- 
contraba perfecta  su  forma,  que  croia  era  más  bien 
como  la  del  tau,  y  en  virtud  de  ella  dice  que  no  le 
parecía  que  pudiera  caber  duda  alguna  «acerca  de 
«  una  figura  simbólica  en  forma'  de  cruz  era  un 
«objeto  de  veneración:»  que  entre  los  geroglí fieos 
aztecas,  el  que  designa  el  Sol  en  sus  cuatro  movi- 
mientos recordaba  la  forma  de  una  cruz  (2) :  la  en- 
contró, en  el  MS.  Borgiano,fol.  47,  MS.  n.  210, 
y  aparece  en  su  obra  «  vues descordill,  et mondes 
(ípeup.  americ,  pl..37,  fig.  8:»  era  un  emblema 
egipcio:  en  las  medallas  de  Sidon  del  siglo  3  se  vó 
una  cruz  en  el  remate  del  bastón  que  Astarté  tiene 
en  la  mano;  «  y  en  Scandinavia  un  signo  del  alfa- 
« l)eto  rwwiVo  figuraba  el  martillo  de  Thor  muy  pa- 
«  recido  á  la  cruz  del  relieve  del  Palenque:  sé  mar- 
«  caba  con  esta  runa  en  los  países  paganos  los  ob- 
a  jetos  que  se  querían  sacrificar.» 

El  tercero,  expone  que  según  el  testimonio  de 
los  conquistadores  la  cruz  era  objeto  de  culto  en  el 
Nuevo  Mundo  (3) . 

Después  de  extenderse  el  autor  de  dicho  artículo 

(1)  Dupaix.  3  Exp.  u.  40,  lám.  36. 

(2)  Humboldt.  Hist.  de  la  Geogr.  du  Nouveau  conti- 
nent.,  tom.  2,  nota  G,  pág.  3o4. 

(3)  Prescott.  Historia  de  la  conquista  de  México,  tora. 
t,  Apénd.  parte  primera,  pág.  303,  nota  24. 


—182— 

en  varias  observaciones,  para  llenar  el  objeto  que 
en  él  se  propuso  tratar,  dice  lo  siguiente  (1): 

«  La  cruz  es  un  signo  conocido  desde  muy  re- 
tí moto.  Entre  las  naciones  arianas  significaba  las 
<i  dos  maderas  con  que  se  encendía  el  fuego  sagra- 
«  do,  a^ni^  haciéndose  uso  déla  ^sldibTdipromatha 
«  de  que  se  deriva  el  nombre  Prometheo.  Fué  ob- 
« jeto  de  culto  en  Egipto  y  en  Siria.» 

Inserta  después  testualmente  las  palabras  del  co- 
mentador de  Dupaix,  y  son  las  siguientes: 

«Esta  cncz,  incontestablemente  anterior  arcris- 
<r  tianismo  no  puede  tener  relación  alguna  con  la 
a  religión  de  Cristo:  se  sabe  además,  que  este  sig: 
«  no  se  encuentra  frecuentemente  en  las  antigüe- 
«  dades  de  Guatemala  y  de  Yucaían,  y  según  al- 
«gunos  autores  que  han  escrito  acerca  de  aquellos 
«  antiguos  paises,  la  cruz  representaba  la  divini- 
<i  dad  de  las  lluvias. y> 

«  Se  podrá  suponer,  que  esta  ñgura,  revestida  de 
«  un  carácter  sagrado,  es  como  el  Tau  ó  cruz  con 
«  asa  de  los  egipcios,  y  que  aparece  también  en  los 
« monumentos  de  la  India,  aunque  con  algunas 
«  modificaciones.  Lo  dijimos  ya,  y  lo  repetimos, 
«  esta  cruz  está  en  el  cielo  formada  por  la  reunión 
«  de  la  eclíptica  con  el  ecuador,  fijando  despuntes 
« importantes  del  ano,  la  primavera  por  la  presen- 
tí ciadel  Sol  en  la  constelación  de  Aries,  que  está 

(1)  Artículo  cit.  El  Artista,  pág.  263. 


—183— 
«  acostado  sobre  esta  unión  crucial,  y  el  otoño  por  el 
«  descenso  que  el  Sol  hace  en  el  signo  de  Virgo,  co- 
« locado  en  el  segundo  signo  crucial.  Los  sacerdo- 
«  tes  egipcios  consagraron  estos  símbolos  astronó- 
«  micos,  y  para  designar  la  primavera  ponian  en 
« la  mano  de  Osiris  la -cruz  con  asa,  y  para  carao- 
« terizar  el  gtoño  la  ponian  en  la  mano  de  Isis, 
<í  anunciando  así  la  inundación  del  Nilo.y> 

La  cruz  con  asa  ó  el  Tau  en  mano  de  Isis  indica 
«  el  tiempo  de  lluvia  en  Abisinia,  del  mismo  modo 
«  que  anuncia  la  inundación  en  Egipto.  En  Garta- 
«  sse,  Núvia,  se  vé  un  bajo  relieve  en  el  templo 
«principal,  en  el  cual  hay  una  cruz  esculpida  ba- 
(f  jo  el  emblema  que  figura  la  unión  dé  las  estacio- 
«  nes  por  el  nudo  que  forman  las  grandes  divini- 
a  dades  egipcias,  Isis  y  Scité  madre  de  la  natura- 
a  loza.  Este  signo  es  en  la  India  la  mujer  del  dios 
(iDjagarnatha,  es  decir  el  lingam:  es  sabido  quo 
a  el  Tau  era  símbolo  del  Phalus,  do  Osiris,  ó  da  la 
«  fecundación»  (I).    . 

Expone  después  el  Sr.  Orozco  y  Berra  que,  Mis- 
« to  Lipcio  encuentra  entre  los  símbolos  egipcios 
«  uno  que  se  interpreta  ü/íZfl^  futura  (2),  y  se  en- 
«  cuentra  la  cruz  con  asa  en  Champolion  (3) .  La 

(l)  A.  Leuoir.  Aat.  mex.  Parallel  des  ano.  mon.  mex, 
avec  ceux  de  l'E^ipie  etc.,  pág.  79. 

(2j  Justus  Lipsius.  Tractatus  de  cruce.  Lat.  París 
1598,  lib.  3,  cap.  6. 

(3)  Precis  du  sist.  üerog.  des  anee,  ejipl.,  París  1828. 


—184— 
«  figura  del  signo  no  es  siempre  la  misma;  ya  to 
«  ma  la  figura  t+-i  de  la  cruz  llamada  china;  ya  se 
«complica  de  e sta otra  manera  *llC|  como  se  vé 
«  en  un  vaso  de  térra  cota  encontrado  en  Squier  (1) , 
«en  Centro  América.  El  signo  cíclico  de  la  fies- 
« ta  del  fuego  nuevo  entre  los  Aztecas^  es  el  Tau, 
«  aunque  en  posición  invertida  (2). 

La  cruz  se  mezcla  en  la  arquitectura  y  ornamen- 
tación de  los  templos  hiidhicos:  muchos  son  cruci- 
formes y  tienen  cruces  en  las  esculturas  que  ador- 
nan los  muros  y  pedestales  de  las  estatuas  (3) .  Exis- 
ten puntos  palpables  de  semejanza  entre  las  insti- 
tuciones, las  prácticas  y  las  ceremonias  del  J)ud^ 
Msmo  en  la  parte  exterior  con  la  de  la  iglesia  ca- 
tólica (4).  -    • 

,  La  cruz  del  Palenque,  dice  el  autor  del  artículo 
antes  citado;  anterior  al  nacimiento  de  Jesucristo, 
las  instituciones  y  creencias  semejantes  á  los  cris- 
tianos de  las  primitivas  tradicciones  de  los  Quichés 
indican  una  comunicación  por  las  costas  occiden- 
tales con  las  orientales  de  Asia  (S),  y  hace  mención 
en  su  apoyo  de  las  opiniones  de  Humboldt  y  de 
Prescott. 


(1)  Orozco  y  Berra.  Art.  y  lug.  citado. 
"  (2)  Nicaragua  its.  people  etc.,  N.  York,  lom.  2,  pág. 
92. 

(3)  t\  T.  B.  Clavel.   Hist.  pitoresque  dea  reJig.,  tora. 
1,  pág.  330. 

(4)  Orozco  y  Berra,  art.  cit.  pág.  270. 

(5)  Orozcp  y  Berra,  art.  citado,  pág.  270. 


— Í8S— 

Se  ha  hablado  antes  de  la  cruz  encontrada  en  la 
isla  de  Cozumel;  los  abates  Banier  y  Mascrier  en 
su  «  Historia  general  de  las  ceremonias,  prácticas 
«  y  costumbres  religiosas  de  todos  los  pueblos  del 
<i  mundo,))  al  hacer  algunas  indicaciones  sobre  la 
religión  délos  pueblos  de  Campeche,  Yucatán,  Ta- 
basco,  Cozumel  etc.,  dicen  que  en 'esa  isla  «  el  dios 
«  de  la  lUivia  era  adorado  hajo  la  forma  de  la  cruz 
«  y  que  en  tiempo  de  seca  iban  en  procesión  á  rq- 
«  garle  para  que  hiciera  llover)^  (1).. 

En  el  culto  tolteca  y  mexicano,  dice  el  Abate 
Brasseur  que  la  cruz  era  el  emUema  de  la  lluvia  (2) . 

Varia  era,  como  se  ha  visto,  la  significación  que 
este  símbolo  tenia  entre  los  ejipcios:  el  P.  Kircher 
cree  que  no  significaba  precisamente  entre  ellos  la 
vida  celestial,  como  pretenden  buidas,  Rufino  y 
otros  autores;  sino  el  movimiento  y  difusión  de  la 
mente  divina  en  la  producción  de  todas  las  cosas. 
«  Divine  Mentis  in  rerum  omniumproductio7ie  mo~ 
«  kim  et  diffucionenu  (3). 

Se  le  vó  múltiple  en  su  forma  en  la  escultura  sa- 
grada: cuando  aparece  con  dos  líneas  heterogéneas 

(1)  Hist.  gen.  des  cerem.  meurs  et  cout.  religde  tou3 

lespeuplesduiloüde  etc.,  par-M.l'Abé  Binier et  par 

l'Abbé  Mascrier,  lom.  7,  Part.  I*""  chap.  9. 

(2)  Hist.  des  nat.  civilises  du  Mexique  et  de  rAmeri- 
qúe  céntrale,  toln.  1,  chap.  3,  pág.  90. 

(3)  Abhanasii  Kircherí  e  S.  J.  Sphenix  Myatagaga. 
Para.  3,  oaput.  3. 


—186— 

circulares  y  rectilíneas,  como  ésta  2  ^^^  astróno- 
mos egipcios  significaban  á  Mercurio;  el  circulo 
denotaba  la  difusión  de  la  Divina  Mente  en  el  mun- 
do sidéreo,  y  por  la  cruz  la  difusión  en  los  elemen- 

tí)S. 

Lo  egipcios  Veian  con  suma  veneración  estos  ca- 
racteres misteriosos,  no  tanto  por  los  que  contenían 
cosas  ocultas,  sino  principalmente,  por  cierta  sim- 
patía natural  que  creían  podían  atraer  los  genios 
celestes  maléficos. 

Kircher  se  estiende  sobre  esta  materia,  dando  á 
conocer  que,  Cuando  los  egipcios  querían  significar 
todo  el  efluvio  ó  comunicaciOii  de  las  fuerzas  en  el . 
mundo  elemental,  trazaban  unr-  cruz  para  signifi- 
car la  fecundidad  del  e'spíritu  qu  )  todo  lo  penetraba; 
y  de  donde  la  tomaron  los  grie¡  :os  por  símbolo  de 
*7(^ww5  para  expresar  la  gene:  ación  de  la  diosa, 
y  cuando  lo  presentaban  esparcido  y  diseminado 
por  todas  las  partes  del  mundo,  y  que  se  viera  el 
espíritu,  el  alma  del  mundo,  el  Sol  dando  á  cada 
uno  la  forma,  vida,  esencia  y  duración  que  le  era- 
propia,  le  agregaban  el  semicírculo  de  la  luna  dlo^ 
cuernos,  del  car 7ier o. 

Maricilío  (1),  dio  á  esto  una  explicación  más. cla- 
ra y  extensa,  manifestando  la  combinación  de  sig- 
nos ó  caracteres,  y  el  papel  y  lugar  prominente 
que  entre  ellos  bacía  la  crí^^;  reputándola  como,  la 

(1)  Lib.  3. 


—187— 

figura  de  la  fuerza  y  de  la  fortaleza,  y  llegan  á 
significar  la  tida  futurxi  cuando  la  esculpían  en  el 
pecho  áQ  Ser  apis. 

Todos  estos  datos  podrán  servir  de  mucho,  cuan- 
do combinados  con  otras  observaciones  se  examine 
la  cuestión  de  origen. 


Al  tratar  en  este  capítulo  de  las  figuras  notables 
de  las  ruinas,  mé  parece  oportuno  volver  á  llamar 
lá.-atencion  sobre  el. fragmento  de  un  adorno  de  es- 
tuco .  que  se  encontró  sobre  una  de  las  puertas  in- 
teriores de  las  r aínas  de  Ococingo,  á  manera  de 
un  globo  en  el  centro,  según  la  parte  que  de  él 
queda;  del  cual  nace  una  ala  grande  que  se  cono- 
ce por  los  diversos  órdenes  de  plumas  que  la  com- 
ponen. 

Nadie  dejará  de  conocer,  aun  llevado  por  la  pri- 
mera impresión,  la  semejanza  que  hay  entre  este 
adorno,,  y  el  globo  alado  6?e?  >S'orde  los  egipcios. 
Tanto  en  uno  como  en  otro  el  ala  nace  de  cerca  del 
globo  que  o(Jupaer centro,  sirviendo  de  adorno  ala 
parte  súpérior;de  las  puertas,  aunque. con  la  dife- 
rencia'de  que  en  Ococingo  está  sobre  una  interior, 
y  entre  los  egipcios  ocupaba  el  pilono,  como  se  ve 
en  el  gran  templo  de  la  isla  de  Philp^  en  el  de 
.0?nbos,  Denderah,  en  Medinel  Abou,  el  palacio  de 
Louqsor  y  otros  edificios  .y  templos  de  Tébas.  .  Es 
•preciso  también  advertir  que  las  plumas  en  el  de 

ESTUDI08— 'TOMO  IT — IC 


—168— 

Ococingo  están  volteadas,  y  no  se  descubren  cerca 
del  globo  restos  de  las  serpientes,  que  tiene  este 
adorno  entre  los  egipcios.  Hay,  además,  en  el  de 
Ococingo,  tres  ordenes  de  plumas,  así  como  otros 
adornos,  y  en  el  gloho  alado  del  Sol  solo  dos,  acer- 
cándose más  en  su  figura  á  la  de  una  ala.  Por  no- 
tables, sin  embargo,  que  sean  estas  diferencias,  las 
cuales  prueban  realmente  que  no  hay  completa 
identidad,  no  puede  por  esto  negarse  la  semejanza 
que  en  uno  y  otro  se  advierte,  y  que  podrá  quizá 
servir  para  formar  fuertes  conjeturas,  en  unión  de 
otros  datos  que  ministran  los  restos  de  estas  ruinas 
poco  conocidah  (1). 

El  glol)o  teñido  de  colorado  y  amarillo,  con  alas 
de<:plegadas  era  entre  los  egipcios  el  símbolo  y  em- 
blema del  dios  Thoth  Jeracocefalo  ó  Ennete  Tri- 
mengisto,  que  representaba  la  sabiduría  divina;  j 
era  considerado  como  el  imtitutor  de  los  demás  dio- 
ses (2),  el  protector  de  las  ciencias,  el  inventor  de 
la  escritura  y  artes  útiles,  en  una  palabra,  como 
el  organizador  d^  la  sociedad  humana  (3) . 

(1 )  En  lá  plancha  XII  de  la  colección  de  Waldeck  se 
descubre  un  globo  alado  bajo  el  pié  derecho  de  una  fi- 
gura en  los  bajo  relieves  que  contiene. 

(2)  Erasmo  Pistolesi.  Real  Museo  Borbónico,  tom.  3 
lav.  O,  pág.  131  y  tav.  16,  pág.  202. 

(3)  Ghampolion.  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  2,  pag.  386. 


CAPITULO  XXV. 


1 .  Estuco  usado  por  los  palencanos:  uso  que  de  él  ha- 
ciau  los  egipcios:  su  empleo  eu  Asia  v  otros  países. — 
2.  El  grabado:  grabado  en  hueco:  Bajos  relieves  en 
Egipto  y  otras  naciones. — 3.  Bajos  relieves  notables 
de  los  griegos  y  romanos. — 4.  El  bajo  relieve  en  las 
ruinas  del  Palenque:  su  carácter  y  adelanto  que  reve- 
lan las  obras  en  ellas  ejecutadas:  comparación  con  las 
de  los  egipcios:  causa  por  qué  entre  éstos  lo  mismo 
que  entre  los  mexicanos  se  mantuvo  estacionaria  la 
escultura:  opinión  de  Stephens:  postura  de  las  figuras 
del  templo  de  las  Lajas  eu  las  ruinas  del  Palenque  y 
su  semejanza  con  las  egipcias:  otras  semejanzas  no- 
tables.— o.  Bajo  relieve  encontrado  en  Zaehila. — 6. 
Figuras  que  se  vén  en  el  claustro  de  Bolonia  y  en  la 
fachada  de  la  catedral  de  Módena. 


§1- 


El  estuco  es  uno  de  los  procedimientos  que  más 
usaron  los  palencanos  para  embellecer  sus  obras. 
Casi  lodos  los  bajos  relieves  que  decoran  sus  pare- 
des son  de  estuco,  que  tan  á  propósito  es  para  la  va- 
riedad de  dibujos,  los  caprichos  del  arte  y  las  más 
hermosas  formas.   Una  gran  parte  de  esas  obras 


—190— 

está  ya  destruida;  por  lo  que  queda  puede  juzgarse 
cómo  eran  las  demás.  Quizá  eu  ellas  estaba  conte- 
nida mucha  parte  de  la  historia  de  este  pueblo,  tal 
vez  perdida  para  siempre,  porque  fragmentos  mu- 
tilados, solo  servirán  para  hacer  deducciones  y  con- 
jeturas.  más  ó  menos  fundadas,  cuando  un  genio, 
priviligíado  como  el  de  Chamjpolion  áescxibTaila. 
significación  dé  los  caracteres  palencanos  (1),  des- 
cifre sus  grandes  steles,  explique  sus  figuras,  des- 
criba minuciosamente  sus  cuadros,  deduzca  de  ellos 
el  estado  de  la  civilización  y  de  las  artes,  y  descor- 
ra el  velo  que  hoy  roba  á  nuestros  ojos  lo  que  fué 
el  pueblo  que  habitó  estas  ruinas. 

La  blancura  dureza  y  finura,  que  se  nota  en  los 
bajo  relieves  de  los  palencanos,  hacen  creer  que 
era  el  estuco  de  que  se  vallan  el  mismo  de  los  ro- 
manos, compuesto  de  mármol  blanco  y  cal,  aun- 
que puede  ser  también  de  yeso  y  aguacola,  mez- 
cla que  aún  se  emplea  en  la  actualidad  en  obras 
de  esta  clase.  Los  egipcios  hacian  uso  de  uno  y 
otro  (2),  y  asi  lo  indican  los  relucientes  adornos. 


(1 )  El  abate  Brasseur  deBourbpurg  dedicó  últimamen- 
te á  esto  todos  sus  esfuerzos,  y  con  el  auxilio  de  la  obra 
del  P.  Landa  que  publicó,  sobre  las  caracteres  de  las  rui- 
nas de  Yucatán,  así  como  otros  datos  y  noticias  que  se 
procuró  en  las  bibliotecas  de  España,  pensaba  dar  cima 
á  este  trabajo,  y  aun  llegó  á  dar  á  luz  una  obra  que  en 
estos  momentos  no  tengo  á  la  vista. 

(2)  Ghampolioa.  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  1,  pág.  308. 


—191— 

que.  se  han  encontrado  entre  las  ruinas  y  escomr 
bros  de  sus  templos  y  palacios.  Es  de  suponerse 
que  esta  mezcla,  ú  otro  género  de  argamasa  seme- 
jante, fuese  euipleada  en  los  pueblos  del  Asía,  y  to- 
dos los  demás,  donde  las  artes  habían  hecho  algu- 
nos progresos,  atendiendo  á  la  magnificencia  de 
sus  edificios,  á  la  profusión  de  sus  adornos,  y  al  es- 
mero que  ponían  en  todo  lo  que  contribuía  á  em- 
bellecerlos. 


§2. 


A  los  adelantos  del  dibujo  debió  seguirse  nece- 
sariamente el  grabado,  que  tiene  más  realce,  y  dá 
á  conocer  mejor  los  contornos  de  las  figuras.  Afir- 
man varios  escritores  que  los  antiguos  habitantes 
de  Egipto  no  sabían  trabajar  en  bajo  relieve,  sino 
solo  grahar  en  hueco,  considerando  lo  primero  co- 
mo invención  más  moderna,  pero  es  fácil  concor- 
dar esta  opinión  con  la  descripción  que  se  nos  ha- 
ce de  sus  movimientos,  á  menos  que  no  haya  en 
ella  toda  la  exactitud  y  fidelidad  necesarias.  Re- 
cordamos, por  ejemplo,  la  que  hace  PaiU  Lúeas  diQ 
las  ruinas  de  Andera  (1),  la  de  Granger  (2),  á 
quien  se  elogia  de  discreto  y  puntual  hasta  en  los 

(1)  Voyage  de  Paul  Lupas,  tom.  2.  páj?,  37. 
)2)  Grager.  Voyage  en  Egypte,  pág.  43. 


—192— 

detalles^  y  la  que  nos  han  trasmitido  dos  misioneros 
sobre  las  ruinas  que  se  hallan  cerca  de  Lnqsor  en 
los  alrededores  de  Tebas  (1);  pues  todos  deponen  de 
la  existencia  de  Mjo  relieves,  asi  como  de  los  graba- 
dos enhueco,  aunque  en  la  descripción  del  mauso- 
leo de  Osimandias  solo  se  habla  de  éstos  últimos. 

Difícil  es  fijar  con  precisión  la  época  en  que  co- 
menzó cada  una  de  estas  dos  especies  de  grabado. 
Es  de  creerse  que  conocida  la  una,  poco  se  tardarla 
en  pasar  á  la  otra.  Fl  grabado  en  hueco  produce  el 
bajo  relieve,  cuando  se  aplica  el  molde  á  la  arcilla, 
argamasa,  metal  ú  otra  cosa  dispuesta  para  produ- 
cir el  objeto  que  contiene;  pero  tenemos  una  auto- 
ridad de  gran  peso,  que  es  la  de  ChampoUon,  el  sa- 
bio intérprete  del  Egipto,  quien  al  hablarnos  de  los 
hipogeos  del  Valle  de  Biban  el  Molouli  dice:  «  los 
«  numerosos  bajo  relieves  que  encierran  estas  tum- 
«  bas»  (2) ,  dándonos  la  descripción  de  la  que  per- 
tenece al  faraón  i2¿i^«5C5,  hijo  y  sucesor  de  Meca- 
moun.  Con  este  testigo  tan  autorizado  é  intacha- 
ble, no  cabe  ya  duda  del  uso  que  hacian  los  egip- 
cios del  bajo  relieve  para  la  decoración  de  sus  edi- 
ficios, asi  como  para  trasmitir  á  la  posteridad  he- 
chos y  sucesos  memorables.  Dice  D' Agincourt  ({mq 
eran  inclinados  á  los  medio  relieves,  porque  sobresa- 
liendo los  bordes  de  la  incavacion  defendían  los 


(1)  Voyagés  publiés  par  Thevenot,  torn.  2. 

(2)  Ghampolion.  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  1,  pág.  81. 


—ios- 
relieves  de  todo  choque  y  detrimento  (1).  Los  tajo 
relieves,  que  algunos  llaman  anaglyphaj  otvos  to- 
reumata,  aunque  este  nombre  solo  se  aplica  á  los 
ejecutados  en  metal,  y  los  griegos  y  latinos  typhis, 
eran  una  especie  de  escultura  (2),  siendo  de  creer- 
se que  lo  mismo  sucedería  entre  los  hebreos^  asi- 
rlos, y  demás  pueblos  del  Asia;  y  después  entre 
los  griegos  y  romanos  como  lo  indican  sus  obras, 
y  los  minuciosos  datos  que  de  ellos  nos  han  con- 
servado. 

El  grabado  sobre  piedra,  que  es  lo  que  particu- 
larmente se  llama  glíptica,  se  supone  que  nació  ei 
Egipto.  En  Asia  se  han  encontrado  trozos  de  ella 
anteriores  al  reinado  de  Alejandro.  Los  fenicios, 
los  hebreos  y  algunos  otros  pueblos  de  Oriente  lo 
aprendieron  de  los  egipcios,  que  lo  ejecutaban  en 
piedras,  ó  en  cristales,  trasmitiéndose  después, 
primero  á  los  griegos,  y  en  seguida  á  los  roma- 
nos. 

Inmenso  es  el  número  de  jii^dras  grabadas  de 
todas  las  nacionss  que  han  llegado  hasta  nuestros 
días.  Los  que  se  distinguieron  en  este  arte,  fue- 
ron: Teodoro  de  S amos,  Pyrgoteles,  Policleto,  Apo- 
linodes  y  Diosorides,  originarios  de  Grecia,  que 
vinieron  á  establecerse  en  Roma;   pero  el  gravado 

(1)  D'Agiucourl.  Storia  dell'arle  col  mezzo  dei  mo- 
numenti  etc.,  vol.  3,  pág.  11. 

(2)  Visconti.  Museo  Pió  Glementino,  lom.  4,  prefacio 
pág.  5. 


en  piedras  preciosas  no  reapareció  sino  hasía  el 
tiempo  de  Lorenzo  de  Médicis,  sobresaliendo  en- 
tonces el  célebre  florentino  Juan  delle  Cornivale. 

En  el  hajo  relieve  los  objetos  resaltan  mas  ó  me- 
nos sobre  el  fondo,  al  cual  se  adhiere  la  obra.  Es 
quizá  la  primera  producción  de  la  escultura.  «En 
la  India,  el  Egipto,  y  la  Persia,  los  muros  ex- 
teriores ó  interiores.de  los  templos  y  palacios  esta- 
ban cubiertos  de  lajos  relieves ,  así  como  áegerog- 
tíficos  entallados  en  la  piedra,  de  manera  que  pa 
recian  hundidos  en  el  campo  que  los  rodea.  Esta 
deprecion  presentaba  la  doble  ventaja  de  asegurar 
la  conservación  del  objeto  representado,  y  de  eco- 
nomizar el  trabajo  largo  y  penoso  que  habría  sido 
necesario,  para  quitar  toda  la  porción  de  piedra  só- 
lida, de  modo  que  la  parte  esculpida  estuviera  en 
relieve  en  el  fondo.  Si  se  considera  que  muchos  de 
los  monume7itos  egipcios  son  de  granito,  se  pensa- 
rá que  esta  consideración  debia  entrar  en  mucha 
parte  en  los  motivos  del  partido,  tomados  á  este 
respecto.»         • 

Los  griegos,  en  vez.de  decorar  el  frente  de  sus 
templos  con  solo  "bajos^relieves,  colocOih^-úi  en  él  fi- 
guras, lo  cual  era  más  económico  y  niás  cómodo, 
porque  el  artista  podia  trabajarlas"  en  su  casa.  El 
frontis  del  Pantenon  de  Atenas  así  estaba  decorado. 
La  toréutica,  ó  fabricación  de  los  bajo  relieves  en 
mármol,  se  llevó  en  Grecia  á  la  mayor  perfección. 

(1)    PÍinio.  84,  cap.  8/sec.  19,  §  1.    . 


— IOS— 

Phidias  fué  según  PH71Í0,  (1)  el  primero  que  hizo 
obras  de  esta  clase;  Policleto  las  perfeccionó. 

Los  egipcios  daban  muy  poca  salida  á  las  figu- 
ras de  sus  Mjos  relieves,  y  para  forinarles  campo, 
se  contentaban,,  como  se  ha  indicado,  con  cavar  los 
contornos.  En  los  bellos  siglos  de  la  escultura,  los 
griegos  cavaban  un  campo  proporcionado  á  las  fi- 
guras; el  relieve  de  las  del  friso  del  Partenon  es 
aplastado. 

La  descripción  del  hroquel  de  Aquiles  hecha  por 
Uomero  prueba  la  anligüedad  de  los  bajo  relieves 
en  metal.  Alcon  de'Mileo  en  Sicilia  es  según  Ovi- 
dio el  artista  más  antiguo  de  lajo  relieves  cincela- 
dos en  vasos  de  plata  (2) . 


§3. 


De  los  griegos,  donde  se  conocían  medio  siglo 
antes  de  la  guerra  de  Troya,  fueron  célebres  los  ba- 
jo relieves  de  Phidias  (3),  los  de  Alcanienes  en  el 
templo  de  Júpiter  Olímpico  (4) ,  los  de  Praxiteles 
en  el  templo  de  Hércules  (S)  y  los  do  Prosseas  y 


(1)  PUdío.  84,  cap.  8,  sec.  19.  §  1. 

(2)  Ovidio  Metamorfosis,  1.  13,  pág.  679. 

(3)  Pausanias,  Ática  24. 

(4)  Pausaniai.  id.  I  XI. 

(5)  Pausanias.  Beclica,  XL 

ESTUDIOS — TOMO  II — 27 


—196— 

Á)id7Yi^¿enes  ei'\eltQm])lo  de  Delfos  (1).  Decoraban 
también  con  ellos  en  mármol  el  frente  de  los  alta^ 
res,  y  los  sfelcR  ó  ciws  de  los  sepulcros  (2), 

Los  romanos  usaron  de  los  bajo  relieves  en  los 
arcos  de  triunfo,  para  eternizar  la  memoria  de  sus 
victorias^  y  eñ  las  columnas,  á  que  se  dio  el  nom- 
bre de  eochlides  en  forma  espiral  destinadas  al  mis- 
mo objeto,  como  la  Trajana  y  Antonina  en  Roma, 
levantadas  para  rivalizar  con  los  obeliscos  egij'icios, 
que  he  contemplado  desde  sus  bases,  extasiada  el 
alma  en  grandes  recuerdos.  En  tiempos  posterio- 
res los  usaban  también  en  los  sarcófagos  destina- 
dos á  contener  los  restos  mortales  de  los  difuntos, 
en  lugar  de  los  vasos  en  que  se  guardaban  las  ce- 
nizas (3). 

Los  Persas,  ejecutaban  en  la.s  montañas  bajos 
relieves:  el  de  Bi-Sidoun  tenia  cincuenta  metros  de 
altura;  era  un  grupo  de  prisioneros,  hay  en  oíins- 
cripciones  cuneiformes  sobre  siete  columnas  con 
noventa  y  nueve  líneas  cada  una,  destinadas  sin 
duda  á  perpetuar  la  memoria  de  algún  grande  acon- 
tecimiento (4). 

Mr.  Callier  habla  de  otros  bajos  relieves  de  esta 

(1)  Pausanius.  Phoci.a  XIX 
Prefacio,  pag.  14. 

(2j  Viscouti  oeuvres;  Museo  Pío  Clemenliuo,  tora.  4, 
prefacio,  pag.  14. 

(3)  Viscouti.  Museo  Pío  Clemcntino,  tom.  4,  Prefacio» 
págs.  18  y  19.  " 

(4)  Flaudin.  Voyage  en  Persa. 


—197— 
clase,  que  se  véná  tres  les  leguas  de  Beyroutli  (1). 

Chardin,  Le  BruD  y  Niebuher  nos  han  conserva- 
do muchos  bajo  relieves  de  los- muros  do  Tschelmi- 
nás  de  la  antigua  Persépolis, 


§4, 


En  las  ruinas  del  Palenque  se  vó  usado  el  hajo 
relieve^  no  solo  en  la  multitud  de  adornos  de  estu- 
co de  varias  formas  que  decoran  sus  paredes,  sino 
en  las  figuras  esculpidas  en  piedra,  dando  así  lu- 
gar á  que  pueda  juzgarse  mejor  de  su  perfección, 
de  la  exactitud  y  belleza  de  sus  proporciones,  do 
BUS.  bien  acabados  contornos,  y  de  la  expresión  y 
nobleza  de  sus  facciones. 

No  puede  negarse  que  todo  esto  es  el  resultado 
del  buen  gusto,  y  del  grado  de  adelanto  de  los  pa- 
lencanos,  usando  para  la  belleza  do  sus  edificios 
de  los  mismos  medios,  que  pusieron  en  práctica  las 
naciojies  más  célebres  é  ilustradas  de  la  antigüe- 
dad, y  quizá  con  ventaja,  porque  muchas  de  sus 
obras,  especialmente  Jas  figuras,  están  delineadas 
y  grabadas  con  más  perfección  que  las  de  Egipto, 


(1)  Voyage  en  Asie  Mineuret  ca  Arabio.  Seanco  pu- 
bliquc  de  Tlnslitut  2,  m^i.  1834. 


que,  como  es  bien  sabido,  es  la  fuente  donde  be- 
bieron las  demás  naciones  los  conocimientos,  que 
después  las  hicieron  tan  célebres. 

Pero  no  es  éste  solo  el  punto  de  semejanza  que 
en  esta  línea  se  encuentra  entre  las  ruinas  dal  Pa- 
lenque y  lo  que  conocemos  de  Egipto.  Ya  se  ha- 
brá advertido,  que  el  mayor  número  de  las  figu- 
ras del  Palenque  están  grabadas  de  perfil,  y  esto 
mismo  han  notado  varios  de  los  viajeros^  que  visi- 
taron las  ruinas  sorprendentes  que  se  hallan  en  las 
cercanías  de  Téhas  (1).  Igual  cosa  observa  íS tra- 
bón respecto  de  uno  de  los  monumentos  de  Luqsor 
•y  en  la  descripción  que  D'Agincourt  hace  de  los 
bajo  relieves  egipcios  en  esa  postura,  parece  que 
era  la  favorita  para  ellos  (2) ,  y  se  está  viendo  en 
las  del  Palenque. 

Algunas  de  las  piedras  esculpidas  que  decoran 
el  edificio  principal  de  estas  ruinas  contienen,  co- 
mo en  las  de  Téhas,  muchas  figaras  colocadas  en 
hilera  y  en  diferentes  posturas,  y  es  extraordina- 
rio, que  fuese  efecto  de  la  casualidad  encontrar  en 
las  rainas  de  ambos  pueblos  un  mismo  modo  de 
presentar  sus  figuras. 

• 

Atendiendo,  por  otra  parte,  á  lo  bien  formadas 


(1)  Collection  des  voyages  publiée  par  Thevenot, 
lom.  2. 

(1)  D'Agincourt,  Storia  dell'arte  colmezzodei  monu- 
minli  etc.,  tom.  4,  Pref.  pág.  8. 


—199— 

que  son,  "á  la  flexibilidad  de  sus  miembros  y  á  la 
exactitud  de  sus  proporciones,  se  advierte  semejan- 
za coií  las  egipcias,  pues  en  los  bajo  relieves  pa- 
lencanos  se  encuentran  algunas  bien  trazadas,  que 
indican  bastante  el  adelanto  del  arte,  aun  en  sus 
ídolos,  no  obstante  que  entre  ellos  lo  mismo  que 
entre  los  mexicanos,  la  escultura  sé  mantuvo  esta- 
cionaria en  los  objetos  relativos  á  la  religión,  por- 
que reputaban  obligación  sagrada  copiar  sin  varia- 
ción alguna  lo  que  recibían  de  sus  antecesores. 
No  era  lícito  á  los  egipcios,  dice  Platón  (I)  intro- 
ducir cosa  alguna  de  nuevo,  ó  pensar  en  otras,  y 
lo  mismo  sucedía,  sugun  el  harón  de  Ilumholdt  en 
México  y  en" el  Indostan,  pues  todo  cuanto  perte- 
nece al  rito  de  los  aztecas  y  de  los  hindus  estaba- 
sujeto  á  leyes  inmutables  (2). 

Para  convencerse  de  lo  expuesto,  bastará  citar 
la  descripción,  que  hace  ChampoUon,  de  las  repre- 
sentaciones, que  adornan  las  paredes  de  la  gran  sa- 
la de  S'peo  ó  templo  de  Ihsamhv.l,  cavado  en  la 
montana  en  que  se  nota  mucho  movimiento,  y  gru- 
pos de  figuras  de  grande  efecto  y  animación,  asi 
como  la  del  gran  palacio  de  Medinet  Babou^  en 
que  todo  es  colosal  y  admirable,  especialmente  los 
cuadros  del  segundo  patio,  en  que  brilla  toda  la 

(1)  Lib.  2  de  las  leyes. 

(2)  Humboldt.  Ensayo  sobre  el  reino  de  la  Nueva 
España,  tom.1,   lib.  2,  cap.  6,  pág.  191. 


—200— 

grandeza  faraónica  (1),  y  cuya  descripción  admi- 
i^a  por  todo  cuanto  en  ella  so  contiene. 

Mas,  á pesar  de  todo,  no  encuentra  Stejpliens^^ 
mejanza  alguna  entre  la  escultura  egipcia  y  la  del 
Palenque  (2) ,  asentando  que  tampoco  la  hay  con 
la  délos  HinÁus^  porque  los  objetos  de  éstos  en  lo 
general  son  más  feos,  «  son  representaciones  de  só- 
a  res  humanos  torcidos,  deformes  y  no  naturales, 
«  muy  frecuentemente  con  muchas  cabezas,  tres  ó 
«  cuatro  brazos,  ó  piernas,  separados  del  mismo 
«  cuerpo»  (3). 

Hay  una  cosa  digna  de  notarse,  y  es  que  las  ñ- 
guras  del  tenvployie  las  Lajas  en  estas  ruinas  del 
Palenque,  están  todas  de  frente,  y  llevan  en  la  ma- 
no una  especie  de  ramo,  ó  cosa  que  indica  ser  al- 
guna ofrenda,  como  antes  se  ha  dicho.  Quizá  seria 
una  de  las  prácticas  religiosas  de  ese  pueblo,  acom- 
pañada de  otros  ritos,  que  nos  son  desconocidos. 
Se  sabe  que  á  los  judíos  les  estaba  mandado  llevar 
en  las  manos  ramas  d(;  árbol,  como  una  ceremonia 
religiosa  (4),  y  en  sus  templos  ofrecían  joyas,  flo- 
res é  incienso,  adornándolos  con  ramas  de  árboles. 
Entre  los  romanos  los  altares  se  cubrían  con  hojas 


(1)  Champolion.  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  1,  págs.  243,  335  y  336. 

(2)  Stephens.  Incidcnts  of  travel  etc..  tom.  2,  cap  26, 

(3)  Id.,  id.,  id.,  id.,  id. 

(4)  Lcvítico,  cap.  23,  vers.  40, 


—201— 
y  verbena  (I),  j  se  adornaban  con  flores  (2).    Lo3 
indios  también  adornaban  sus  templos  con  flore?, 
ratíias  de  árboles  y  joyas. 

El  aire  de  semejanza,  que  se  advierte  en  lo  gene- 
ral entre  las  figuras  del  Palenque  y  las  de  Egipto, 
resalta  más  cuando  be  fija  atentamente  la  vista  en 
ellas.  Véese  entre  las  contenidas  en  la  obra  de 
Champoh'on  la  lámina  XIII  donde  aparee  3  un  rey 
armado,  sentado  en  su  carro:  entre  sus  adornos  bay 
un  rico  collar  y  geroglificos  al  lado,  como  en  las 
del  Palenque.  Én  la  lámina  XVI  se  vé  el  rey  com- 
batiendo en  persona  con  arco,  flechas  y  carcax;  en- 
frente bay  geroglificos.  En  la  lámina  XV,  que  po- 
ne á  la  vista  el.  acto  de  presentar  unas  ofrendas  al 
gran  dios  de  Tébas,  adornado  de  collar,  se  vén  al- 
gunas en  forma  de  cruz:  el  mismo  rey  tiene  una 
en  la  mano,  y  sobre  su  cabeza  hay  geroglificos. 


§0. 


Habla  Dnpaix  de  un  bajo  relieve  encontrado  en 
Z achila  cuya  descripción  ha  hecho  Gondra  (3). 

(Ij  Adams.  Antig.  rom.  torn.  2,  pág.  397. 
—Virgilio.  Eueida  XII  120.  Horat.  od.  IV  11,  7. 

(2)  Ovidio  Trist.  III,  13  15. 

— Stat.  Theb.  8,  298.  Selio  16  30. 

(3)  Gondra.   Explicación  de  las  láminas  pertenecien- 
tes &  la  historia  déla  conquista,  tom.  4,  lám.  15,  pág.  64. 


—202— 

Está  grabado  en  una  losa  muy  dura  y  pesada,  de 
tres  cuartas  de  longitud,  una  tercia  de  ancho,  y  tres 
pulgadas  de  canto.  Contiene,  dentro  de  una  orla 
en  cuadro,  cuatro  figuras  sentadas  y  perfiladas,  y 
en  el  centro  una  ara  con  dos  figuras  en  cada  lado. 
Tienen  alguna  barba,  en  el  tocado  de  una  apare- 
cen dos  hojas  de  palma,  semejante  al  que  los  sa- 
cerdotes egipcios  llevaban  al  ejercer  sus  funciones 
religiosas  en  la  temporada  de  las  cosechas.  «La  in- 
«  signia  del  dios,  á  quien  adornan,  y  que  cubre  el 
«  ara,  es  muy  semejante  al  adorno  que  termina  el 

«  tocado  ó  el  bonete  del  sacerdote Así  también 

«  en  el  Egipto  se  vén  figuras  á  un  mismo  tiempo 
«  sobre  el  altar  de  Osiris,  y  sobre  la  mitra  del  sa- 
«  cerdote  que  celebra,  las  hojas  de  plátano  (de  lo- 
«tus),  y  de  frutos  que  le  estaban  consagrados.  ?> 


§6. 


Para  complemento,  y  por  lo  que  pueda  influir 
en  las  ulteriores  indagaciones  que  se  hagan,  haré 
notar  que  en  la  figura  I  tabla  70,  que  nos  ha  adi- 
do D' A  ffincourt  (IJ,  véese  una  figura  en  el  claus- 
tro de  San  Esteban  de  Bolonia,  que  se  halla  en 
la  cornisa  de  la  columna,  y  que  por  su  actitud,  su 
forma  y  aspecto,  se  parece  á  la  que  sirve  de  apoyo 

(1)  D'Agiücourt.   S loria  deH'aríe  ele,  pág.  226. 


—203— 

á  uno  de  los  personajes  que  figuran  en  el  bajo  re- 
lieve en  las  ruinas  del  Palenque  (Lám.  núm.  29). 
Igual  semejanza  se  nota  en  la  que  forma  parte  de 
la  base  de  una  columna  de  la  fachada  de  la  Cate- 
dral 'de  Módena,  que  D'Agincourt  presenta  bajo  el 
número  4,  y  las  encontradas  en  las  ruinas  (Lámi- 
nas 9  y  34);  pues  tanto  la  una  como  la  otra,  se 
apoyan  sobre  figuras  de  animales  que  representan 
algún  mueble  que  los  tuviese. 


ESTUDIOS — TOMO  II — 28 


CAPITULO  XXVI 


1 .  Las  estatuas  entre  los  antiguos. — 2.  Su  carácter  en- 
tre los  egipcios:  colosos  del  Amenophion  de  Tébas: 
estatua  parlante  deMemnon:  la  de  Sesostris:  colosos. 
— 3.  Antigüedad  de  la  estatuaría:  su  uso  en  el  Asia 
y  otras  naciones:  las  más  notables  por  su  objeto,  por. 
ia' materia  de  que  estaban  hechas  ó  por  los  artistas 
que  las  ejecutaron:  las  de  Grecia  y  sus  escultores  no- 
tables: las  de  los  romanos. — 4.  Estatuas  encontradas 
en  el  Palenque  y  Ococingo:  comparación  con  una  es- 
tatua egipcia  de  las  más  notables,  y  semejanzas  que 
se  advierten:  observaciones  sobre  el  instrumento  den- 
tado que  tiene  sobre  el  pecho,  y  la  insignia  que  lleva 
en  la  mano:  adornos  que  tienen  las  figuras  en  la  ta- 
bla Isiaca  y  monumentos  publicados  por  Gaylus:  cor- 
don  y  tau  que  llevaban  los  sacerdotes:  la  efigie  en  el 
pecho  de  la  sacerdotisa  de  Cibeles. — 5.  Observaciones 
sobre  los  pantalones  que  se  notan  en  la  expresada 
estatua  del  Palenque. — 6.  No  se  han  tncontrado  en 
las  ruinas  cariátides  ni  atlantes. — 7.  La  escultura  en- 
tre los  mexicanos:  ídolos  en  laftsla  de  Cozuniel:  efigie 
de  Quetzalcoatl:  de  Huitzilopochtli:  colección  en  pie- 
dra eu  el  Museo  de  México  de  ídolos  y  otros  varios 
objetos. — 8.  Nacas  del  Peten. — 9.  Estatua  de  la  co-- 
lección  de  Waldeck. 

§1. 

Las  estatuas  formaban  entre  los  antiguos  una 
parte  principal  de  las  decoracioüoí  de  sus  grandes 


—206— 

obras  de  arquitectura.  Los  templos,  los  palacios, 
los  edificios  públicos,  eran  los  sitios  en  que  se  ad- 
miraba el  trabajo  de  artistas  célebres  que.  toman- 
do por  maestra  á  la  naturaleza,  procuraban  imitar- 
la en  sus  obras  bellas.  Sin  embargo,  llevados  ma- 
chas veces  del  gusto  dominante,  de  ideas  de  gran- 
deza, de  lo  estupendo  y  maravilloso,  se  separaban 
de  ella,  dando  á  sus  trabajos  un  aire  fabuloso  ó 
ideal,  defectuoso  en  sí,  pero  que  en  los  tiempos  en 
que  se  ejecutaron  constituían  el  mérito  del  artista. 


§2. 


Entre  los  egipcios  la  forma  colosal,  idea  que  to- 
maron de  los  etiopes,  según  Diódoro  citado  por 
Biancliini  (1),  era  el  gusto  dominante.  Por  eso 
sus  estatuas  tienen  grandes  dimensiones,  como  se 
vé  en  los  dos  célebres  colosos  qua  adornan  el  ^»te- 
nophion  de  Tebas,  de  cerca  de  sesenta  pies  de  al- 
tura, formados  de  uffa  sola  piedra  de  arenisca  mar- 
mórea, sacada  de  las  canteras  de  la  Tebaida  supe- 
rior, y  trabajadas  con  esmero,  escrupuloso  cuida- 
do y  elegancia  (2) ,  lo  mismo  que  la  famosa  está- 


(1)  Bianchini.  La  Storia  Universale  provata  coa  mo- 
numenli,  tom.  2,  cap.  18,  §  8,  pág.  134. 

(2)  Ghampolion.  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  1,  pág.  108. 


—207— 

tuaparlaíite  de  Mcmnon,  de  que  nos  hablan  aS'^/íí- 
bon  y  Pmisanias.  Son  igualmente  notables  las  que 
adornaban  el  gran  templo  de  /*/¿^¿i  en  Menfis,  en- 
tre las  cuales  se  cuenta  la  de  Sesostris  .de  treinta 
codos  de  altura,  según  el  testimonio  de  Rerodoto 
y  Diódoro  de,  Sicilia,  otra  estatua  pequeña  de  es- 
te mismo  rey,  toda  de  granito  negro,  de  seis  á  sie- 
te plés  de  altura,  existente  en  el  Museo  de  Turin, 
que  Champolion  reputa  como  ¡a  obra  7nO£Stra  de 
la  escultura  egipcia^  describiéndola  en  sus  más  pe- 
queños detalles  (1);  y  por  último,  las  demás  esta- 
tuas de  los  reyes  erigidas  en  los  patios  de  los  tem- 
plos egipcios. 

Los  atributos  que  se  notan  en  las  estatuas  son  el 
cetro ^  la  cruz  con  asa,  el  sistro,  el  vas^x^Se  con- 
tenia agua  del  Nilo,  la  flor  de.loto,  el  collar,  ó  ua 
retrato  incrustado,  ó  un  bajo  relieve.  Las  sirve  de 
base  un  pedestal  cuadrado  con  geroglíücos. 

En  cuanto  á  los  adornos  con  que  estaban  sobre- 
cargadas, observa  Viseonti  (2)  que  nada  hay  que 
se  parezca  dlmodium  de  las  antiguas  divinidades 
asiáticas;  no  obstante,  el  busto  de  SerajAs  estrella- 
do, que  aparece  en  la  citada  colección  (3),  tiene  el 
inodium  sobre  la  cabeza,  y  el  do  Isis  la  flor  de  lo- 
to sobre  una  media  luna  (4) . 

(Ij  Champolion.  Historia  descriptiva  y  piutoresca  de 
Egipto,  tom.  2,  pag.  522. 
(2)  Museo  Clementino,  tom.  2,  pág.  23. 
(3)"ldem,  idem,  tom.  6,  plancháis,  pág.  106. 
(4)  ídem,  idem,  plancha  16. 


--208— 

Además  de  las  grandes  estatuas  de  Sesostris, 
Mem7ion,  y  la  que  se  halla  en  uno  de  los  templos 
de  Tobas,  son  de  mencionarse  entre  los  colosos  el 
que  fué  trasportado  á  Roma  en  tiempo  de  Augus- 
to y  colocado  en  el  gran  Circo,  de  ciento  veinti- 
cinco pies  sin  el  pedestal,  y  los  dos  que  se  encuen- 
tran á  una  legua  de  la  orilla  occidental  del  Nilo, 
en  frente  de  Luqsor^  y  á  algunos  centenares  de  pa- 
sos de  Mediyiet-Ahou,  en  medio  de  la  llanura,  sen- 
tados, con  las  manos  sobre  las  rodillas  y  la  vista 
vuelta  hacia  el  Oriente;  son  conocidos  con  los  nom- 
bres de  Chama  y  Tama:  su  altura  desde  los  pies 
hasta  el  vértice  de  la  cabeza  es  de  quince  metros 
cincuenta  y  nueve  centímetros,  ó  de  ocho  pies  sin 
el  pedestal,  que  tiene  doce  pies  de  alto;  lo  que  les 
da  una  elevación  de  sesenta  pies.  La  longitud  del 
dedo  do  en  medio  de  la  mano  es  de  cuatro  pies  cin- 
co pulgadas:  pesa  el  pedestal  y  el  coloso  unidos, 
L30S,992  kilogramos,  ó  2  611,995  libras. 

La  estatuaría,  empero,  no  salió  del  estado  de 
imperfección  que  en  sus  obras  se  nota,  debido  en 
parte  á  la  falta  de  conocimientos  anatómicos,  pero 
principalmente  á  las  leyes,  que  no  permitían  álos 
artistas  hacer  alteración  alguna  en  lo  que  habían 
practicado  sus  predecesores,  sino  que  debían  su- 
justarse  alas  mismas  reglas  y  principios,  siendo 
ésta  la  causa  porque  sus  estatuas  tenían  en  las  for- 
mas y  posiciones  una  tiesura  desagradable,  (1)  y 

(1)  Pistolesi.  Museo  Borbónico,  tom.  8,  tav.  4fi,  pág. 
297  y  298. 


—209— 


se  las  vé  privadas  de  movimiento,  con  los  brazos 
colgados  *á  los  lados  y  pegados  al  cuerpo. 


§3. 


Son  las  estatuas  tan  antiguas  como  la  idolatría, 
á  laque  tal  vez  debieron  su  origen.  Al  principio 
serian  de  barro;  de  estas  obras  imperfectas  se  si- 
guieron las  de  madera,  piedras  duras  y  metales. 
Decia  Praxiteles,  que  de  los  moldes  de  barro  na- 
ció el  arte  de  hacer  fíguras  en  mármol  y  bronce, 
y  adelantando  en  su  ejecución,  llegóse  á  producir 
con  el  tiempo  las  inmortales  obras  de  los  griegos  y 
romanos. 

Decorados  estaban  los  suntuosos  edificios  del 
Asia  con  estatuas;  no  habia  ciudad  célebre  que  no 
las  tuviera.  En  el  palacio  de  Semíramis  en  Babi- 
lonia se  admiraban  las  estatuas  de  bronce  de  Júpi- 
ter,'Belo,  Niño,  de  la  misma  Semíramis,  y  de  los 
principales  oficiales  del  Estado  (1).  Hizo  colocar 
también  esta  célebre  soberana  en  uno  de  los  tem 
píos  tres  estatuas  de  oro  maciso:  la  de  Júpiter^  de 
cuarenta  pies  de  alto,  en  la  posición  de  un  hombre 
que  marcha;  la  de  Rhea,  sentada  sobre  un  carro  do 
oro  con  dos  leones  en  sus  rodillas,  y  dos  enormes 
dragones  de  piala  al  lado;  y  la  de  Juno^  que  tenia 

(1)  Diódoro,  lib.  2,  pág.  I2l  y  12'2. 


—210— 

agarrada  con  la  mano  derecha  una  culebra  por  la 
cabeza,  y  en  la  izquierda  un  cetro  lleno  de  piedras 
preciosas  (i). 

Contrayéndose  Eomero  al  palacio  de  Alcinous, 
dice  que  en  él  había  estatuas  de  oro  (2) ,  y  habla 
también  de  otras  que  entre  los  troyanos  eran  vis- 
las  con  mucha  estimación  y  respeto.  Apolodoro  da 
idea  del  Palladüim,  que  según  algunos  críticos  era 
la  estatua  de  Minerva  de  que  habla  Hornero  (3j . 

En  la  Grecia,  país  clásico  de  las  artes,  es  donde 
en  este  punto  hay  muchísimo  que  admirar.  Vemos 
en  Atenas,  Esparta,  Gorinto,  Sicione,  Samos  y  en 
otras  ciudades,  prodigadas  las  obras  de  escultura 
en  los  templos,  en  los  pórticos,  en  las  plazas  y 
otros  lugares  públicos.  El  culto  de  los  dioses  se 
excitaba  por  este  medio.  La  memoria  de  los  gran- 
des sucesos  se  perpetuaba  así,  trasmitiéndola  á  to- 
das las  generaciones.  El  ejemplo  de  los  grandes 
hombres,  célebres  por  sus  virtudes,  servicios  é 
ilustración,  estaba  siempre  á  la  vista  del  pueblo, 
para  que  los  imitase  y  no  olvidara  la  gratitud  que 
les  debía.  Esas  obras  ejecutadas  con  esmero,  ser- 
vían también  de  modelo  á  los  artistas,  que  en  el 
arte  deseaban  perfeccionarse.  En  el  conjunto  de 
ellas  se  admiraban  las  estatuas  de  los  dioses  y  de 
los  héroes  que  más  se  han  atraído  la  admiración: 

(1)  Diódoro,  lib.  2,pág.  123. 

(2)  Odisea,  1.7,  v.  100. 

(3)  Iliada,  1.  6,  v.  306. 


—211— 

veíase  á  Pindaro  coronado  con  una  diadema  y  su 
lira  en  la  mano,  en  la  Puerta  de  Pecilo  en  Atenas 
la  majestuosa  estatua  de  Solón,  lo  mismo  que  otras 
muchas  que  inmortalizaron  á  Praxíteles,  Policle- 
to,  Fidias,  Trasimedes,  Alcameno  y  otros  varios 
escultores  que  dieron  vida  con  su  cincel  á  tantas 
estatuas  consagradas  por  la  admiración,  la  piedad 
y  la  gratitud.  Citaremos  entre  otras  la  Véoius  de 
Guido  del  primero,  la  Juno  de  Argos  del  segundo, 
el  Júpiter  Olímpico  del  tercero,  y  el  Esculapio  de 
Epidauro  del  cuarto.  Las  obras  de  escultura  de  los 
griegos  nadie  las  lia  excedido;  á  los  primeros  cono- 
cimientos que  recibieron  de  Egipto  y  Asia,  unieron 
sus  propios  esfuerzos,  y  se  hicieron  inmortales. 
Provenia  la  belleza  de  las  estatuas  griegas  del  em- 
peño con  que  los  artistas  la  procuraban:  habiauna 
ley  entre  los  tebanos,  según  Pislolesi  (1),  en  que 
se  ordenaba  á  los  pintores  y  estatuarios  diesen  á 
sus  figuras  la  mayor  belleza  posible,  bajo  graves 
penas  pecuniarias. 

Entre  las  obras  mas  antiguas  de  escultura  de 
Grecia,  enumeranse: 

La  estatua  de  Juno  en  Samos  hecha  en  tiempo 
de  Proeles  por  Smilis. 

La  de  Minerva  en  el  Acrópolis  de  Atenas,  ejecu- 
tada por  Endocus. 

{1}  Pislolesi.  Real  Museo  Borbónico,  lom.  1,  tav.  5, 
pág.  47.  . 

ESTUDIOS — TOMO  11 — 29 


—212— 

El  combate  de  Hércides  y  Antiope  en  bronce, 
que  existia  en  Olimpia. 

La  caja  ó  cofre  de  Cypselo,  que  se  considera  ce- 
rno la  más  antigua. 

De  mencionarse  son  también  los  nombres  de  los 
escultores  más  antiguos  y  notables  de  esa  nación. 

Plinio  nombra  entre  ellos  á  Dipoenus  y  á  Sey- 
Ih's,  á  Bíipalus  y  á  AntJieremts. 

Phidias^  hijo  de  Gharminus  y  discípulo  de  Age- 
ladas,  de  Argos  y  de  Hippias,  fué  en  tiempo  de 
Pericles  el  que  llevó  en  Grecia  la  escultura  al  más 
alto  grado  de  elevación:  trabajó  en  bronce,  en  mar- 
fil y  en  mármol;  fué  también  pintor,  y  entre  sus 
obras  más  notables  menciónanse  el  Júpiter  de 
Olimpia  y  la  Minerva  delParthenon  de  Atenas. 

Alcaménes  se  distinguió  mucho;  tenia  según 
Pausanias,  el  primer  lugar  después  de  Phidias, 
que  fué  su  maestro:  notable  es  su  yé7ius  en  los  jar- 
dines, 

Ctesilaus  fué  también  escultor  notable:  sus  A7na- 
zonas  en  bronce,  destinadas  al  templo  de  Diana  en 
Efeso,  se  reputaban  como  las  mejores  después  de 
las  ejecutadas  por  Phidias  y  por  Polycletes. 

De  Myrou  se  citan  obras  de  mucho  mérito. 

Polycletes  fué  uno  de  los  más  grandes  artistas, 
natural  de  Sicyone,  y  discípulo  de  Ageladas,  flore- 


—213— 

ció  432  años  antes  de  Jesucristo.  Entre  sus  obras 
menciónanse  como  las  más  notables  la  estatua  de 
Juno  de  Argos,  de  marñl  y  oro;  la  de  D Móceme- 
nos^ su  DoryplorOj  sus  Canephoros,  un  Hércules 
y  la  conocida  bajo  el  nombre  de  Apaxijomenos:  eje- 
cutaba las  manos  con  una  belleza  admirable. 

Scopas,  natural  de  la  isla  de  Paros,  floreció  cer- 
ca de  boO  años  antes  de  la  era  vulgar:  se  citan  co- 
mo obras  notables  suyas  algunos  bajo  relieves,  y 
la  Venus  desnuda,  superior  según  algunos  á  la  eje- 
cutada por  Praxíteles. 

Pí'axüeles,  á  quien  se  atribuye  el  bello  estilo, 
vivió  casi  400  años  antes  de  la  era  vulgar:  sus 
obras  han  sido  objeto  de  admiración  y  de  los  más 
grandes  elogios;  entre  las  que  ejecutó  en  bronce 
cítanse  un  sátiro  llamado  Períboelos,  una  Venus, 
un  Apolo  j  el  Fauno  encantador  que  se  vé  en  el 
Museo  Napoleón  bajo  el  número  l>0,  en  la  sala  de 
las  estatuas:  bizo  dos  Venus,  una  desnuda  y  otra 
vestida. 

Zi/cipo,  nacido  en  Sicyone,  contribuyó  mucho 
á  los  progresos  de  la  escultura:  floreció,  según  Pli- 
nio,  en  la  114  olimpiada:  se  Je  atribuyen  muchas 
obras  de  bronce,  entre  las  cuales  figuran  un  coloso 
de  Júpiter  de  cerca  de  4S  pies  de  alto.  Alejandro 
le  escojió  para  hacer  su  estatua  en  bronce. 

Admirables  son  entre  las  obras  de  la  escuela 
griega  el  Apolo  de  Belvedere  con  el  chlamy  sobre  el 
brazo  que  se  vó  en  el  Museo  ÍTapoleon  bajo  el  nú- 


—214— 

mero  137,  y  aparece  grabado  en  el  Museo  Clemen- 
tino,  tom.  2,  pl.  14  y  IS,  y  en  la  racoUa  de  MafFei 
pl.  2. 

El  Gl-xdiadoT  Moribundo  grabado  en  el  Museo 
Capitolino,  tom.  3_.  pl.  67  y  G8. 

La  Yénus  de  Médicis,  obra  de  Cleomenes,  gra- 
bada en  Maífeij  pl.  37. 

El  Mercurio  que  bajo  el  número  129  aparece  en 
la  misma  colección. 

Baca  llamado  el  Sardan''ipalo,  grabado  en  la 
pl.  41  del  tomo  2  del  Museo  Pió  Clementino. 

La  áriadna  entre  los  grabados  del  mismo  Mu- 
seo número  44,  y  en  el  de  MaíFei  pl.  8^  de  la  que 
hay  una  copia  en  bronce  en  las  TulJerías,  y  la  de 
i/(?/efí^?^í(9  grabada  también  en  el  primero  bajo. el 
número  117,  pl.  34,  y  en  el  segundo,  pl.  141. 

En  el  Museo  Napoleón  se  bailan  también  las  es- 
tatuas de  Demóstenes,  Menandro,  y  Pasiiidipo  ba- 
jo los  números  72,  76  y  77,  sentadas. 

Después  de  los  griegos  poco  tendremos  que  ad- 
mirar entre  los  romanos,  que  fueron  sus  discípu- 
los. Sus  obras,  sin  embargo,  son  dignas  de  la 
época  de  su  poder  y  grandeza,  cuando  hartos  de 
conquistas,  fatigados  con  la  guerra  y  el  aparato 
bélico,  consagráronse  á  la  literatura  y  bellas  artes, 
especialmente  á  ñnes  del  siglo  V,  después  de  ha- 
ber sojuzgado  la  Etruria,  y  aproveobádoso  de  los 


—210— 

despojos  de  la  Grecia  y  de  Sicilia.  Estaba  Roma 
llena  de  estatuas;  las  habia  no  solo  en  los  templos 
y  lugares  públicos,  sino  también  en  las  casas  (1). 
No  las  tuvieron  en  sus  templos,  sino  hasta  el  rei- 
nado de  Tafquino  el  mayor,  ciento  setenta  aüos 
después  de  la  fundación  de  Roma  (2).  Hablando 
Petronio  del  número  de  estatuas  de  los  dioses,  di- 
ce que  Roma  contenia  más  dioses  que  habitantes. 
Pero  después  de  haber  hablado  de  las  obras  grie- 
gas, poco  se  encuentra  que  admirar  entre  los  ro- 
manos imitadores  suj^os:  nación  guerrera  en  que 
el  ruido  de  las  armas,  las  victorias  y  la  conquista 
la  embriagaban,  ocupándola  casi  exclusivamente 
por  mucho  tiempo,  hasta  que  el  infortunio  vino  á 
hacer  desaparecer  su  gloria  y  su  poder,  dejándo- 
nos solo  su  nombre  y  la  fama  de  sus  acciones. 

No  será,  sin  embargo,  del  todo  fuera  de  propó- 
sito consignar  aquí  algunas  observaciones  que  la 
den  algún  tanto  á  conocer. 

En  las  obras  ejecutadas  en  tiempo  de  los  prime- 
ros emperadores,  nótase  en  la  fisonomía  marcado 
el  carácter  de  los  personajes,  tales  como  seeticuen- 
tran  descritos  en  la  historia:  véese  en  Augusto  la 


(1)  Cic.  Verr.  Ib5. 

— Hor.  Od.  II,  18. 

— Juv.  VII,  182. 

(2j   Plutarco.  Dionisio  Halicarnaso. 

— Tertul.  Apolog,  c  2b. 

— Aug.,  1.  4  de  civit,  c.  21. 


—216— 

fiereza  de  su  triunvirato;  en  Agripa  al  hombre 
pensador  y  de  un  valor  experimentado;  el  furor  de 
Lima,  la  impudicia  de  Julia,  un  aire  amenazante 
en  Callgula,  la  estupidez  en  Claudio,  y  en  Nerón 
los  rasgos  del  asesino  de  su  madre. 

Notables  son  por  el  estilo  y  perfección  los  bus- 
tos de  Adriano,  Septimio  Severo^  Antonino  Pió, 
Lucio  Vero,  Elio  César,  Caracalla,  y  Claudio  Al- 
bino, que  bajo  los  números  83, 18b,  188, 189, 192, 
194  y  204  se  vén  en  el  Museo  .Napoleón;  y  la  esta- 
tua de  Augusto  grabada  en  el  2°  volumen  del  Mu- 
seo Clemenlino,  y  la  de  Trajano  bajo  el  número 
73,  que  se  halla  en  la  sala  de  los  Hombres  Ilus- 
tres del  Museo  Napoleón. 

La  primera  estatua  de  plata  que  se  hizo  en  Ro- 
ma fué  la  de  Augusto,  y  la  primera  de  oro  se  colo- 
có en  el  punto  más  elevado  del  Capitolio,  y  tenia 
esta  inscripción:  «A  Cornelio  Syla^  emperador 
afortunado.»  La  del  emperador  Nerón,  colocada 
cerca  de  la  tribuna  de  las  arengas,  era  de  plata  y 
pesaba  mil  libras;  la  que  estaba  en  el  Capitolio  en- 
frente del  templo  de  Júpiter  era  de  oro.  Calígula 
ordenó  que  se  le  erijieran  estatuas  de  este  metal, 
lo  mismo  que  Domiciano.  La  que  votó  el  Senado 
k  Marco  Aurelio  era  también  de  oro;  Id,  diQ  Cómodo 
pesaba  mil  libras.  La  de  Faustina  en  el  templo  de 
Venus  era  de  plata. 

Calígula  ordenó  que  se  le  erigieran  estatuas  de 
oro  y  plata. 


—217— 


I  4- 


Tales  son  las  obras  de  estatuaría  de  algunas  na- 
ciones célebres  de  la  antigüedad.  Si  la  mano  del 
tiempo  hubiera  respetado  los  monumentos  de  los 
habitantes  del  Palenque,  tal  vez  entre  ellos  exisli- 
rian  hoy  estatuas  en  que  tendríamos  que  admirar, 
como  en  sus  bajos  relieves,  los  progresos  que  ha- 
blan hecho  en  este  ramo.  Solo  tres  se  han  encon- 
trado: dos  en  las  ruinas  de  Ococingo  de  que  hace 
mención  Dupaix  (1),  y  una  en  las  del  Palenque, 
cuyo  grabado  figura  en  la  obra  de  Stephens  (2). 

Las  dos  primeras  son  de  una  piedra  de  color  c^ 
niciento.  Representa  la  una  el  cuerpo  entero  de 
un  hombre  sin  cabeza,  y  así  mutilado^  tiene  vara 
y  media  pulgada  de  altura,  con  los  brazos  cruza- 
dos sobre  el  pecho,  como  en  una  postura  reveren- 
cial, vestido  de  una  túnica  larga,  y  sobre  ella  un 
escapulario,  qvLCi^aiTece  ináicdiV  qI  traje  de  alguQ 
sacerdote  gentilicio  en  opinión  de  Dupaix:  está 
apoyada  sobre  un  pedestal,  con  el  que  forma  un 
todo  de  dos  varas  de  alto.  La  otra  representa  el 
cuerpo  de  una  mujer,  á  quien  faltan  la  cabeza, 

(1)  3««»*exp.,  n.  15  y  16. 

(2)  StephcDS.  Incidents  of  travel  etc..  vol.  2,  cap  20, 
pág.  348. 


—218— 

pies  y  manos,  vestida  de  túnica  con  una  especie 
de  falda,  dividida  delante,  á  manera  de  cortina, 
con  una  especie  de  delantal,  que  le  baja  hasta  los 
pies,  adornado  con  gracia  y  simetría.  Ambas  en 
sus  formas  aparecen  bien  hechas,  sin  defecto  no- 
Uble,  como  lo  tienen  las  de  los  hindús,  algunas 
egipcias,  ú  otras  que  indican  los  primeros  ensayos 
del  arte.  Habia  otras  en  el  mismo  sitio  hechas  pe- 
dazos, y  enteramente  desfiguradas. 

La  del  Palenque  estaba  completa,  tirada  en  el 
suelo  y  oculta  bajo  la  tierra  que  sobre  ella  habia 
ido  acumulándose.  Es  mayor  que  las  dos  anterio- 
res, pues  tiene  de  alto  diez  pies  y  seis  pulgadas, 
y  en  ella  llaman  la  atención  varias  cosas  que  ya 
se  han  indicado  antes,  y  de  que  ahora  se  hará  men- 
ción más  especifica.  En  primer  lugar  se  echa  de 
menos  la  fisonomía  peculiar  de  las  figuras  del  Pa- 
lenque, tan  marcada^  que  nó  puede  confundirse 
con  otra  alguna.  Es  redonda  la  cara,  sin  esa  larga 
nariz,  que  proviene  del  grande  ángulo  facial,  que 
se  advierte  en  las  demás;  no  tiene  orejas,  y  en  el 
extremo  del  brazo,  que  por  su  tamaño  y  disposi- 
ción corresponde  á  la  mano,  no  hay  dedos,  ni  se- 
ñal que  los  hubiese  habido;  tampoco  los  hay  en  los 
pies,  que  carecen  de  las  dimensiones  regulares. 
Probablemente  tuvo  la  estatua  desde  el  principio 
estas  imperfecciones,  porque  si  proviniesen  de  la 
injuria  del  tiempo,  con  mayor  razón  habrían  desa- 
parecido otras  partes  más  delicadas  en  el  trabajo. 
En  segundo  lugar  se  observa  un  tocado  en  la  cabe- 


— «lo- 
za, que  no  tiene  la  más  pequeña  semejanza  con*el 
de  las  otras  figuras  de  las  ruinas.  Es  una  especie 
de  morrión  alto,  estendido  á  los  lados,  cuya  parle 
trasera  cao  sobre  Jos  hombros,  con  dos  agujeros 
cerca  del  lugar  de  las  orejas,  que  evidentemente 
forman  parte  del  morrión,  por  estar  desapartados 
de  la  cara.  El  collar  que  adorna  su  cuello  es  liso, 
distinto  también  de  los  que  tienen  las  demás  figu- 
ras, y  le  cuelga  sobre  el  pecbo  un  instrumento  den- 
tado,  que  parece  apoyado  por  la  mano  derecha*.  El 
traje  no  se  vé  tan  pegado  al  cuerpo,  y  la  parte  que 
cubre  las  piernas  tiene  toda  la  forma  y  exterior  de 
im  pantalón,  con  unos  faldoncitos  atrás,  que  le 
cnen  de  la  cintura,  baístante  visibles  por  lo  que  ¡se 
descubre  á  los  lados. 

Comparando  esta  estatua  con  el  monumento 
egipcio  que  se  halla  én  el  Museo  de  Turin,  que  yo 
he  visto,  y  del  cual  Chamimlionhd.  dado  una  copia 
en  su  obra,  lámina  8o,  se  descubre  %ina  sernejfm- 
za]sorjyr endenté,  que  excita  al  exááieny  á  la  más 
profunda  meditación.  Es  un  grupo  de  dos  figuras 
de  piedra  calcárea  blanca  cristalizada,  que  repre- 
sentan, la  principal  al  áio^  AmonRa,  y  la  que  es- 
tá cerca  de  él  en  pié  al  faraón  Horus;  tallada  en  la 
misma  piedra.  Al  primer  aspecto  percíbese  un 
golpe  de  semejanza  entre  el  tocado  de  la  estatua 
del  Palenque  y  el  de  las  egipcias.  A  unas  y  otras 
les  cuelga  hasta  los  hombros,  y  es  alto  y  ancho, 
siendo  de  advertir  que  el  de  aquella  tenga  la  mis- 
ma figura  que  el  uroevs,  que  era  entre  los  egipcios 

ESTUDIOS — TOMO  II — 30 


—220— 

símbolo  del  poder  supremo,  y  con  el  que  está  ador- 
nado el  tocado  real  de  Honts,  que  difiere  del  de 
Amo/i  Jia,  y  aunque  el  collar  que  cuelga  sobre  el 
pecho  es  liso,  también  lo  es  el  que  tiene  Horus  en 
otros  pasajes  de  su  historia,  en  que  está  represen- 
tado de  diversas  maneras.  Llevan  ambos  en  la 
inano  lo  crnz  con  argolla  (1). 

Difícil  es  formar  una  conjetura  probable  acerca 
del  instrumento  dentado ,  que  tiene  sobre  el  pecho, 
pues  llama  mucho  la  atención  el  encontrarlo  del 
todo  idéntico  entre  los  geroglíficos  egipcios  en  mu  • 
chas  inscripciones,  especialmente  en  la  tahla  ge- 
nealógica de  Ahidos,  que  es  el  bajo  relieve  que  cu- 
bre la  pared  de  una  de  las  salas,  y  en  todos  los  que 
acompañan  las  representaciones  del  rey  Horus. 

\'éese  entre  los  signos  y  geroglíficos  que  cubren 
los  obeliscos  trasladados  á  Roma,  á  saber,  el  Fia- 
minio,  el  Lateranense,  el  Salustino  ó  Ludovisio, 
el  Constantinopolitano  y  el  Mahutoeus,  á  cuj'o 
examen  consagró  el  P.  Kircher  sus  esfuerzos  in- 
telectuales, derramando  mucha  luz  sobre  estos  mo- 
numentos de  la  antigüedad. 

Algunas  observaciones  importantes  se  encuen- 
tran consignadas  en  su  obra  titulada  «Romani  co- 
llegi  societatis  Jesu  Musoeum  celeberrimum»  &c.; 
pero  en  su  aSpUinga  Mistagogar^  es  donde  apare- 


(Ij  Champoliou,  Historia  descriptiva  y  pintoresca  de 
Egipto,  tom.  2,  pag.  478. . 


—221— 

ce  un  examen  más  detenido  de  los  geroglíficos  y 
signos  diversos  usados  por  los  egipcios;  y  allí  se 
registra  el  que  tanto  se  asemeja  al  instrumento 
dentado  de  que  antes  se  ha  hecho  mención,  que  es 
xl  i^Pentapyryon,  id  est,  catenoe  terrestrium,  ve- 
i<  getalium,  animalium,  hotninum,  et  geniorum 
«  receptacula,  secundum  términos  suos  replentis 
'(  et  conservan tis  (1). 

Se  encuentra  también  una  vez  en  la  inscripción 
de  la  Roseta.  Todo  esto  servirá  después  para  ulte- 
riores investigaciones. 

Respecto  de  la  insignia  que  tiene  en  la  otra  ma- 
no, y  que  representa  un  busto  con  adornos  gerog- 
líficos, que  cuelgan  hasta  tocar  el  pedestal,  en  el 
cual  hay  grabados  otros  varios:  tal  vez  será  el  de 
alguna  divinidad  ó  rey;  pues  los  sacerdotes  y  al- 
tos personajes  llevaban  por  lo  común  alguna  in- 
signia, que  indicaba  <á  quien  servian,  ó  estaban 
consagrados.  Entre  los  egipcios  la  imagen  de  la 
diosa  Thmei,  emblema  de  la  verdad,  pendia  del 
cuello  de  los  jueces,  pues  reglaba  y  dirijia  las  ope- 
raciones de  los  del  Amcuti,  que  pronunciaban  los 
terribles  juicios  sobre  el  destino  délas  almas.  Ha- 
blan Diódoro  y  Eliano  de  la  que  llevaba  el  juez 
supremo  (2).  Algunos  llevaban  o(ro  adorno  pen- 


[\)  Alanasii  Kircheri  c  Soc.  Jesn  Spliinx  Mystagoga, 
etc.,  Pars.  3,  cap.  2. 
(2)  Diódoro  I,  48. 
—Eliano  II,  14. 


^222— 

diente  del  cuello^  que  les  cubría  también  el  pecho, 
como  se  vé  en  la  tabla  Isíaca,  y  en  los  monumen- 
tos publicados  por  Caylus,  y  un  delantal  raj^ado, 
que  so  cree  era  de  palma  ó  papiro.  Los  sacerdotes 
tenian  una  especie  de  cordón,  que  pendia  de  la  ^ 
parte  de  atrás  del  delantal,  y  les  caia  entre  las 
piernas,  y  un  tau  en  la  mano  izquierda.  La  sacer- 
dotisa de  Cibeles  que  se  halla  en  el  l\Iuseo  Vatica- 
no, y  de  que  se  ocupa  Vísconti  {\),  tiene  colgada 
al  cuello  una  efigie  que  parece  ser  la  de  Júpiter. 
Estos  adornos  pectorales,  que  no  son  comunes,  se 
han  observado  también  en  el  Arquigalo  CapitoU- 
no,  como  en  el  simulacro  mutilado  de  una  sacer- 
dotisa de  C¿¿'e/e5  (2).  Según  algunos  escritores, 
los  sacerdotes  y  sacerdotisas  de  la  madre  Idea, 
acostumbraban  llevar  es  las  pequeños  imágenes  so- 
bre el  pecho  (3) .  Los  griegos  las  llamaban  Pros- 
íethidea. 


D. 


Resta  hacer  una  observación,  y  es  la  do  tenor 
la  estatua  T^ailenCiina.  jmntalojies,  cuyo  traje,  según 
los  escritores  de  la  antigüedad,  era  desconocido  en 


(2)  Visconii.  Musco  Pió  Clementino. 

(3)  Montfaucon.  A.  E.  tom.  1,  pág.  1.  pl. 
[2)  Dionisio  Halicarnaso,  lib.  2. 

— Euseb.  Prop.  Evanjj.,  lib.  2,  cap.  8, 


—223—  . 

aquellos  tiempos.  No  hay,  en  efecto,  noticia.de 
que  se  usaran  ni  en  Egipto,  ni  en  la  Palestina,  ni  en 
los  pueblos  de  Asia.  Se  asegura  que  tampoco  eran 
conocidos  de  loá  griegos  do  los  tiempos  heroicos, 
ni  de  los  romanos.  El  encontrarlos,  pues,  en  una 
estatua  del  Palenque,  puede  dar  materia  á  curiosas 
investigaciones. 


§  6. 


Es  por  último  de  observarse  que  entre  todas  las 
figuras  y  estatuas  de  estas  ruinas,  no  se  ha  encon- 
trado la  especie  de  cariátides,  cuya  invención  so 
atribuye  á  los  egipcios  (1),  ni  los  llamados  atlan- 
tes por  los  griegos,  ielamorcs  por  los  latinos,  que 
eran  figuras  humanas  puestas  en  lugar  de  susten- 
táculos naturales,  si  se  exceptúan  las  que  sirven 
de  apoyo  á  algunas  que  están  en  pie,  de  que  se  ha 
hecho  mención  antes. 


§7. 


La  escultura  entre  los  mexicanos  estaba  más 
adelantada  que  la  pintura.    Sus  estatuas  eran  por 


(1)    Pompouio  Mela  De  situ,  orbis,  lib.  1,  cap.  9. 
— Sophocles.  Oedip.  Colon,  v.  350. 


—224— 

lo  común  de  piedra  ó  de  madera,  y  las  hadan  tam- 
bién de  barro  (1).  No  se  servían  para  trabajarlas 
de  instrumentos  de  fierro,  sino  solo  de  piedra.  Ex- 
presaban todas  las  actitudes  y  posturas,  y  guarda- 
ban las  debidas  proporciones.  La  opinión  de  Mr. 
Aubín  les  es  muy  favorable,  pues  hablando  de  sus 
obras  de  escultura  dice:  «Muchas  de  estas  piezas, 
c<  comparables  por  la  ejecución  á  todo  lo  que  la 
w  edad  media  había  producido  de  más  perfecto  en 
«  Europa,  contrariaban  la  opinión  generalmente 
«  admitida  del  estado  estacionario  del  arte  indíge- 
<■(  na»  (2). 

La  destrucción  de  ídolos  efectuada  en  los  tiem- 
pos primitivos  de  la  conquista,  hizo  desaparecer 
obras  que  habrían  exparcido  mucha  luz  sobre  la 
estatuaria  entre  los  indios,  marcando  el  grado  de 
adelanto  á  que  habían  llegado,  de  modo  que  tiene 
uno  que  atenerse  á  los  pocos  datos  que  se  encuen- 
tran exparcídos  en  los  escritores  de  aquel  tiempo. 

En  la  isla  de  Cozumel,  según  CogoUudo  (1)  y 
lo  que  antes  se  ha  expuesto,  habia  un  templo  de 
Ahhulneh  de  una  extensión  considerable,  en  que 
se  admiraba  la  estatua  del  dios  que  allí  se  adoraba, 
de  una  talla  cousiderahle,  vestida  como  gv.errern 


(1)  Glavigero.    Historia  aütigua  de   México,  lom.   1, 
lib.  7,  pág.  372. 

(2)  Mr.  Aubin.  Memoire  sur  l'ecriture  figuratire,  etc. 
etc.,  des  mexlcaines. 

(3)  Cogoyudo.  Historia  de  Yucatán,  lib.  4,  cap.  b.  - 


con  una  flecha  en  la  mano,  hecha  de  tierra  cota, 
hveca,  y  sentada  sobre  una  especie  de  altar  ani- 
mado á  la  pared,  que  permitia  la  entrada  á  ella  de 
un  sacerdote  por  una  cámara  secreta  abierta  en  la 
espalda  de  la  estatua,  siempre  que  se  trataba  de 
pronunciar  algún  oráculo. 

El  Museo  de  México  posee  una  copia  de  la  efigie 
de  Quetzalcoatl,  cuyo  original  es  de  harro  cocido, 
de  una  tercia  y  dos  pulgadas  de  altura,  y  una  ter- 
cia y  una  pulgada  de  ancho.  Esta  pieza  es  de  mu- 
cha importancia,  por  el  papel  que  hace  el  persona- 
je en  la  historia  antigua,  y  de  que  tanto  se  han 
ocupado  los  escritores.  La  tradición  lo  pinta  con 
cara  blanca  y  barba,  viniendo  con  extranjeros  cu 
yos  vestidos  eran  negros.  Apareció  por  primera 
vez  en  Pámico\  se  le  creia  el  gran  sacerdote  de 
Tula,  y  fundador,  en  diversos  lugares,  de  congre- 
gaciones religiosas.  Los  sacrificios  que  ordenaba, 
para  honrar  á  la  humanidad,  eran  de  flores  y  fru- 
tos. En  Yucatán  se  le  llamaba  Cuculcan  y  en 
Tlaxcalay  l\\\QzoÍ7.mGoComextle{\).  Dejó  á  Méxi- 
co con  el  designio  de  volver  á  TlapaUan^  y  en  su 
viaje  desapareció  á  orillas  del  Coatzacoalco. 

Posee  también  el  espresado  Museo  otro  monu- 
mento notable  que  representa  á  IIuif:i1opochth\ 
Dios  de  la  guerra  de  los  Azteca?,  en  el  cual  creen 
algunos  que  estaba  personificado  el  sol,  el  diossu- 

(1)    Torquemada.  Monarquía  iudiaua  toni.  2,  lib.  lu, 
cap.  31,  pág.  228. 


—226— 

premo,  el  moderador  de  la  naturaleza,  semejante 
al  Cneph  de  los  egipcios,  q\  chiven  de  los  indios  y 
el  dios  criador  de  los  japoneses.  Es  de  aspecto  fie- 
ro e  inclinado  á  la  ferocidad.  Presidia  la  guerra 
como  el  Marfe  de  los  griegos  y  él  Onohuris  de  los 
egipcios. 

Hay,  además,  en  el  mismo  Museo  una  copiosa 
colección  en  piedra  y  en  barro  de  varios  objetos  y 
curiosidades  antiguas,  que  representan  deidades, 
diosos  penates,  retratos  de  hombres  y  mujeres,  é 
imitación  de  varios  animales. 


§8. 


En  una  expedición  que  d  Sr.  Fajardo  hizo  al 
Pete?i~'It:a,  para  ñjar  los  límites  entre  México  y 
(juatemala,  se  encontraron  varias  nacas  ó  idoUllos. 
Uno  dé  ellos  representa  la  urna  funeraria  del  ca- 
dáver de  una  niiía:  piros  dos  los  retratos  de  un  an- 
ciano y  "de  una  matrona;  y  otra  que  parece  ser  de 
una  deidad  ó  ídolo  con  una  especié  de  turbante, 
con  una  máscara  sobrepuesta,  y  dos  sonajas  en 
ásmanos.  La  impresión  que  produce  la  vista  de 
estas  figuras  es  la  de  mucha  semejanza  con  las- 
egipcias.  Tal  circunstancia  y  la  de  haber  sido  en- 
contradas en  el- /'í^^/f,  cuyos  habitantes,  se  supo-' 
ne,  que  son  descendientes  de  los  que  poblaron  á 
Yucatán  y  al  Palenque,  son  de  tenerse  en  consi- 
deración para  la  cuestión  de  origen. 


—227— 


S    9. 


En  la  colección  de  Waldech,  últimamente  publi- 
cada, figura  una  es  faina  (plancha  2o)  que  se  habia 
tenido  como  una  estatua  aislada,  pero  él  asegura 
que  eran  dos  que  servían  de  cariátides  á  la  plata- 
forma de  la  puerta  del  templo. 

•También  entre  éstas  se  ha  encontrado  alguna 
semejanza  con  las  de  los  egipcios,  Fl  harón  de 
Uumholdt  (1)  observa  que  la  cofia,  que  tiene  el 
busto  de  basalto  de  Mxid^  princesa  azteca,  se  parece 
al  Velo  ó  caJantica  de  la  cabeza  de  Isis,  Sphinx, 
Antinous^  y  otras  muchas  estatuas  egipcias. 

(i)  Vues  des  cordilleres. 


ESTUDIOS — TOMO  11—31 


CAPITULO  XXVII. 


Falla  de  pinturas  eu  las  ruiuas  como  ornato  de 
los  edificios:  dala  del  arle  de  pintar. — 2.  Gonocimien- 
lo  é  invención  de  la  pintura  atribuida  á  los  egipcios. 
— 3.  Conocimiento  de  los  colores,  la  pintura  y  el  ar- 
te de  iluminar:  antigüedad  de  éste  último.— 4.  Su 
principio  y  progreso  entre  los  griegos:  sus  pintores 
más  afamados. — o.  Provecho  que  sacaron  los  roma- 
nos de  los  adelantos  de  los  griegos:  perfección  de  los 
modernos. — 6.  La  pintura  entre  los  etruscos. — 7. 
Restos  de  pintura  descubiertos  eu  las  ruinas  del  Pa- 
lenque.-— 8.  Pinturas  encontradas  en  las  ruinas  de 
Yucatán. — 9.  Uso  que  hacian  de  los  colores  los  tzen- 
dales  y  mexicanos. — 10.  Estado  de  la  pintura  entre 
pslos  últimos  y  las  demás  naciones  de  Anáhuac:  pér- 
dida de  manuscritos  importantes  en  que  se  emplea- 
ha,  y  la  de  otros  monumentos  de  la  antigüedad. — 1 1 . 
Pinturas  y  manuscritos  que  se  salvaron. — 12.  Coló 
res  de  que  hacian  uso  los  mexicanos  y  tzendales;  y  lo 
que  era  en  general  la  pintura  entre  los  indios. 


§1. 


No  es  extraíi )  que  en  las  i-uluas  del  Puleiique  y 
Ococingo  no  se  encuentren  aino  algunos  restos  de 
pintura^  Cüaiidó  bg  sabe  íjüe  este  uñe,  píopiamen- 


—230— 

te  hablando,  data  del  tiempo  de  los  griegos,  que 
siendo  el  resultado  de  los  progresos  en  el  dibujo, 
no  ha  podido  llegarse  á  practicarlo,  sino  después 
de  muchos  descubrimientos  é  invenciones,  que 
han  sido  siempre  obra  lenta  del  tiempo,  del  esfuer- 
zo del  entendimiento,  y  de  un  concurso  de  cir- 
cunstancias, que  no  es  común  se  encuentren  reu- 
nidas. 

El  dibujo  debi(3  su  origen  á  la  casualidad,  la  es- 
cultura á  la  religión,  la  pintura  á  los  progresos  de 
las  demás  artes  (1). 

La  pintura  se  cree  que  nació  en  Grecia.  Sin  em- 
bargo, Diódoro  Sículo  habla  de  varias  pinturas 
mandadas  ejecutar  por  Semíramis  en  Babilonia. 


§2. 


Verdad  es  que  algunos  colores  que  se  han  en- 
contrado en  las  ruinas  de  Egipto,  tales  como  el  azul 
celeste  en  el  mausoleo  do  Osymandias,  y  otros 
muy  vivos  y  relucientes  en  el  Palacio  de  Andera, 
que  Granger  cree  que  era  el  templo  de  Isis,  así  co- 
mo varios  pasajes  de  la  Iliada  y  de  la  Odisea  de  Ho- 
mero mal  entendidos  y  aplicados,  han  dado  lugar 


(1)  Bartelemy.  Viaje  del  joven  Anacarsiá,  tom.  3,  cap. 
37,  pág.  356. 


—231-^ 

a  suponer  que  la  pintura,  propiamente  dicha,  era 
conocida  de  los  egipcios  desde  los  tiempos  más  re- 
motos. Atribúyeáe  á  ellos  su  invención  fundándo- 
se en  la  opinión  de  Plinio  (1);  pero  es  preciso  con- 
venir en  que  tal  juicio  es  poco  seguro,  pues  se  cree 
que  estos  monumentos  egipcios,  después  que  Cam- 
bises,  I52a  años  antes  de  Jesucristo,  dejó  en  ellos 
impreso  el  sollo  del  fuego  y  devastación,  fueron 
en  parte  reparados  por  los  griegos  en  tiempo  de 
los  Ptolomeos  y  sus  sucesores,  cuya  conducta  imi- 
taron más  tarde  los  romanos,  pudiendo  haberse  em- 
pleado entonces  esos  colores  y  hecho  otros  reparos, 
que  han  dado  ocasión  á  juicios  erróneos  de  parte  de 
los  que,  sin  fijar  en  esto  su  consideración,  han  te- 
nido indistintamente  por  obra  de  losegipciob  todo 
lo  que  entre  esas  ruinas  se  encuentra. 

Respecto  de  los  pasajes  de  Homero,  de  ellos  no 
puede  deducirse  con  claridad,  que  se  empleasen 
los  colores  por  medio  del  pincel,  para  representar 
los  objetos  tales  como  aparecen  en  la  naturaleza, 
que  es  lo  que  constituye  el  arte  de  pintar.  Ningu- 
na mención  se  hace  de  cuadro  alguno,  ni  de  figu- 
ra trazada  de  esta  manera.  Obras  tan  solo  de  bor- 
dadura  ó  de  platería  es  lo  que  se  cita  para  sostener 
aquella  opinión,  queriendo  persuadir  que  la  pin- 
tura ha  debido  precederles,  como  si  estuviesen  tan 
intimamente  enlazadas,  que  no  pudieran  existir 


(1)  Plinio.  1.  7,  sec.  o7,  p.  417.  L.  3o,  scc.  5,  p.  682. 
— Isid.  Orig.  1.  10,  c.  16. 


—232-- 

la  una  sin  la  otra.  Bien  puede  un  objeto  ser  repre- 
sentado con  todas  sus  proporciones  y  formas,  sin 
marcarse  éstas  por  medio  de  los'  colores,  con  que 
en  la  naturaleza  se  encuentran  revestidas:  para  lo 
primero  no  se  necesita  más  que  dibujarlo,  para 
lo  segundo  son  necesarios  otros  conocimientos  y 
prácticas  que  han  debido  ser  posteriores. 


Podrá  decirse  que  desdo  los  primeros  tiempos 
se  conocían  ya  varios  colores,  como  el  azul  celes- 
te, la  púrpura,  la  escarlata,  no  siendo  remoto  que 
conocidos  estos  colores  se  emplearan  para  dar  á 
las  figuras  más  realce  y  vida,  y  se  pintaran  con 
ellos  otros  objetos.  De  esta  manera  resultarla  te- 
ner el  arte  una  antigüedad  mucho  mayor  que  tra- 
yendo su  origen  de  los  griegos;  pero  es  preciso 
distinguir,  como  lo  hace  Barthelemy,  (1)  la  pin 
tura  propiamente  tal,  y  el  arte  de  iluminar.  La 
primera,  que  consiste  en  copiar  fielmente  la  na- 
turaleza, requiere  muchos  esfuerzos,  grandes  co- 
nocimientos, y  progreso  en  las  demás  artes,  mien- 
tras la  otra,  que  es  solo  la  aplicación  de  colores 
sobre  las  paredes,  cielos  rasos  de  los  templos,  y  pa- 


(1)  Bartelemy.  Viaje  del  joven  Anacarsis>  tom.  3,  cap* 
37,  pág.  338. 


—233— 

lacios,  y  sobre  los  geroglíñcos,  y  figuras  de  hombres 
y  animales,  lia  sido  practicada  en  varias  naciones 
desde  la  más  remola  antigüedad.  Los  egipcios  pre- 
tenden haberla  conocido  seis  mil  aílos  antes  que 
los  griegos  ( I ) ,  lo  cual  parece  excesivo;  pero  no  tie- 
ne duda,  que  el  medio  de  que  se  valieron  para  ex- 
presar sus  pensamientos  fueron  las  figuras,  des- 
pués los  geroglíñcos,  y  más  tarde  las  letras  ó  ca- 
racteres alfabéticos.  Hacian  mucho  uso  de  la  pin- 
tura, y  el  interior  de  sus  casas  estaba  adornado 
con  obras  do  este  arte,  en  que  se  advertia  gran 
variedad  de  colores  brillantes  y  bien  combinados. 
Los  griegos  conocian  ya  la  pintura  en  tiempo  de 
la  guerra  de  Troya,  opinión  conforme  á  la  de  Aris- 
tóteles, que  cree  anterior  á  dicha  época  su  inven- 
ción (2),  contra  la  de  Teofrasto  y  otros  que  juzgan 
fué  posterior.  (3) 


§  4. 


Sea  de  esto  lo  que  fuere,  los  griegos  tuvieron 
en  la  pintura  una  larga  infancia,  como  en  las  de- 
más artes,  y  sus  progresos  fueron  posteriores  á  la 
guerra  de  Troya,  hasta  llegar  á  producir  asombro 
la  perfección  con  que  sus  artistas  animaban  con  el 


(1)  Pliuio,  1.  'Jy,  spc.  o,  p.  G8. 

(2)  Aristóteles.  Apud.  Plin.,  1.  7,  p.  417. 

(3)  Teophraslo.  Apnd.  Plin.,  1.  7,  p.  417. 


—234—    • 

pincel  las  producciones  más  hermosas  de  la  natu- 
raleza. Ápolodoro  enseñó  á  expresar  las  formas 
(1);  Parrasio,  la  simetría  (2);  Zeuxis,  la  verdadera 
belleza  ;  Apeles  aprendió  lodo  lo  que  tenia  de  aven- 
tajado Pánphlo  su  maestro,  á  quien  excedió  cier- 
tamente (3);  i^y -o /o^^/¿ 65,  se  hacia  notable  por  lo 
acabado  de  sus  obras   {:^)\  Nlcias,  por  sus  golpes 


(Ij  Plutarco  le  atribuye  el  claro  oscuro:  PZ¿;í¿o  ha- 
ce de  él  grandes  elogios,  «fué  el  i»rimero,  dice,  que  con 
«justo  título  contribuyó  ú  la  gloria  del  pincel.» 

(2)  Conlemporíineo  de  Zeuxis;  «fué,  en  opinión  de 
«  un  escritor  notable,  el  primero  que  observólas  bellas 
«  proporciones;  sus  figuras  í-.e  distinguían  por  la  finura 
«  de  las  facciones,  la  expresión  espiritual,  lo  hermoso 
«  del  pelo,  y  lo  acabado  y  exacto  de  los  colores:»  entre 
sus  cuadros  notables  se  mencionan  el  demos,  ó  pueblo 
de  Atenas,  ea  que  se  veia  retratado  su  carácter  y  sus 
rasgos  notables.  Athleta  corriendo  con  ardor  al  com- 
bate; y  otro  en  el  momento  de  dejar  las  armas,  y  que 
se  creía  verle  peleando  su  Telepho,  su  AcJiihs,  y  su 
Agamenón. 

(3)  Era  de  la  isla  de  Cos,  según  unos,  y  de  Efeso  se- 
gún otros;  discípulo  de  PanpJiilins,  de  tanto  mérito, 
que  excedió  á  todos  los  pintores  que  le  habían  precedi- 
do.— Alejandro  quiso  que  solo  él  tuviera  el  permiso  de 
retratarlo:  su  obra  principal  fué  una  Vémis  Anadyo- 
iuenes;  pero  tenia  otras  muy  notables  como  el  cuadro 
de  la  calumnia,  del  cual  ha  hecho  una  descripción  Lu- 
ciano; el  de  Alejandro  lanzando  el  rayo;  la  imagen  de 
la  Guerra;  Castor  y  Polux;  Archelao  con  su  mujer  y  su 
hijo;  y  Aniigono  armado  de  coraza  á  caballo. 

(4)  Era  de  Rodas,  contemporáneo  de  Apelles',  entre 


^285—  . 

de  luz  y  sus  sombras  (1),  y  Arístides  por  la  expre- 
sión del  alma  que  comunicaba  á  sus  pinturas  (2). 
La  distribución  de  las  luces  y  las  sombras  se  debo 
á  Apolodoro  y  á  Zeuxis.  Dá  á  conocer  el  mérito  de 
este  último  su  célebre  ramo  de  uvas,  al  cual  enga- 
ñados acudían  á  picar  los  pájaros;  pero  fué  aún 
mayor  el  de  Parrasio,  pues  habiendo  pintado  un 
relo  delicado  á  manera  de  cortina,  hizo  que  Zeuxis 
se  engañará  creyendo  que  ocultaba  un  hermoso 
cuadro,  de  manera  que  si  Zeuxis  habia  logrado  en 
ganar  á  los  pájaros,  Parrasio  lo  habia  forzado  á 
engañarse  á  sí  mismo  (3) . 


los  varios  cuadros  que  pintó,  tales  como  el  de  Xausi- 
caá,  el  de  Philiscus  poeta  trágico  ocupado  ea  compo- 
ner una  tragedia,  un  atleta,  Aüligono,  Alejandro  y  el 
dios  Pan,  el  más  notable  era  Talysus,  en  el  cual  traba- 
jó 7  afios,  y  fué  colocado  en  Roma  en  el  templo  de  la 
Paz. 

[  I )  Piulaba  las  mujeres  con  mucho  esuiero  y  procu- 
raba que  las  figuras  apareciesen  desprendidas  ó  muy 
salien tes  del  cuadro,  Ulises'.  evocando  las  sombras  de 
los  muertos,  es  uno  de  sus  buenos  cuadros;  así  como 
también  una  Diana,  una  Galypso.  Andrómeda  y  Ale- 
jandro. 

(2)  Era  de  Tebas:  fué  el  primero,  según  Pliuio,  quien 
pintó  el  alma,  los  sentimientos  y  las  inquietudes  del 
espíritu:  son  notables  su  Biblis  muriendo  de  amor  por 
su  hermano  Caunus;  un  viejo  que  enseña  á  un  joven  á 
tocar  ía  lira;  y  su  enfermo  de  que  se  han  hecho  gran- 
des elogios. 

(3)  Zeuxis  fué  discípulo  de  Demofilo,  de  Himeray  de 

ESTUDIOS — TOMO  II — 32 


.236— 


§  S 


Los  romanos  se  aprovecharon  de  todos  los  adelan- 
tos de  los  griegos  y  produjeron  obras  maestras  en 
este  ramo.  Ocupados  en  los  primeros  tiempos  en  la 
guerra,  dejaron  trascurrir  más  de  400  años  sin 
cultivar  las  bellas  artes:  \di pintura  entre  ellos  no 
tuvo  entonces  importancia  alguna^  ni  se  hicieron 
notables  en  ella;  su  cultivo  y  sus  progresos  vinie- 
ron después;  puede  decirse  que  comenzó  300  años 
de  la  era  cristiana,  cuando  ya  hablan  sojuzgado 
muchos  pueblos,  cuando  sus  conqtiistas  les  hablan 
proporcionado  todas  las  ventajas  del  triunfo.  Fa- 
vius,  Pacuvms.  y  Turpülus  fueron  los  primeros 
que  se  dieron  á  conocer  por  algunas  obras,  y  des- 
pués Marcus,  y  Liidms  Acctius  Priseus\  á  que  se 
siguieron  otros  muchos.  La  Grecia  fué,  ccnio  se 
ha  indicado  antes,  la  que  le  proporcionó  grandes 
ventajas,  y  ya  se  ha  visto  en  tiempos  posteriores 
el  grado  de  perfección  á  que  llegó  en  manos  do 
Miguel  Ángel,  Rafael,  Guido  Reni  y  otros  artislas 


Neseas  de  Thasos,  cuyo  gran  talet  to  consistía  cu  el  ¿<?- 
llo  ideal  en  la  representación  de  las  mujeres,  como  lo 
indican  su  Penelope  y  su  Helena.  Notables  son  su  Jú- 
piter  sobre  un  trono  rodeado  de  todas  las  otras  divini- 
dades, y  su  Hércules  niño  aplastando  dos  serpientes. 


—237— 

célebres  como  él  Tizia7w,  que  según  Agincourt  (1) 
alcanzó  tanta  perfección  en  el  colorido,  como  el 
Corregió  en  el  claro-oscuro.  El  colorido  formado 
de  los  tinteá  y  medios  tintes  es  la  magia  de  la 
pintura,  que  produce  el  embeleso  y  la  admiración, 
cuando  se  contemplan  las  obras  maestras  del  arte; 
es  el  que  hace  resaltar  los  demás  caracteres  y  cir- 
cunstancias que  constituyen  su  mérito. 

El  pincel  de  Rafael  era  apropósito  para  dar  á  co- 
nocer los  sentimienlos  apasionados  y  los  grandes 
caracteres,  y  después  de  él  A?imbal  Caracho]  el  de 
Corregió  se  distinguió  por  la  belleza  y  la  gracia 
de  las  formas,  los  colores,  la  luz  y  las  sombras; 
y  el  del  Tiziano  por  la  verdad  de  la  representa- 
ción. 

La  antigüedad  no  alcanzó  lo  que  desde  los  siglos 
XV  y  XVI  no  han  dejado  de  admirar  los  ojos  más 
ejercitados,  que  lian  seguido  paso  ápaso  la  marcha 
y  los  progresos  del  arte.  De  las  pinturas  antiguas 
puede  juzgarse  por  ¿ilgunos  frescos  que  aún  se  vén 
en  las  termas,  en  los  baños,  en  los  sepulcros,  y  al- 
gunas otras  que  se  han  encontrado  en  Pompeya, 
el  Herculano,  Resina  y  otros  lugares;  lo  demás  so 
sabe  por  la  descripción  que  han  hecho  los  autores 
que  las  alcanzaron;  y  por  ellos  pueden  calificarse 
las  obras  de  Cleanthes,  de  Corinto,  de  Philodesei 
egipcio,  de  Telephones  de  Sycione,  de  Ardius,   y 

(1)  Agincourt.  Sloria  delle  arti,  vol.  o,  pág.  349. 


—238— 

de  Polígnoto  que  trabajó  en  los  Poesiles  de  Atenas, 
y  se  atrajo  tanta  fama  con  su  notable  cuadro  del 
•Sacrificio  dePolizeno  sobre  el  sepulcro  de  Aquiles, 
lo  mismo  que  Timanthe  con  su  Ajax^  el  sacrificio 
de  Efigenia^  y  %\i  Palamües  muerto  por  traición; 
y  por  último,  entre  otros  varios  Cleophanes,  á  quien 
se  debe  el  uso  de  un  solo  color  en  el  fondo,  á  Enavr- 
rus  el  dar  á  conocer  el  sexo,  y  á  Cimon  de  C leona, 
los  músculos  y  vasos  sanguíneos,  y  el  dibujo  más 
perfecto  de  los  miembros  y  del  ropaje. 

Del  estudio  detenido  de  las  obras  antiguas  se  de- 
duce, que  el  primer  designio  en  la  pintura  fué  sin 
duda  imitar  á  la  naturaleza  en  los  colores  y  en  las 
formas,  y  agradar;  sus  efectos  después  fueron  sien- 
do más  pro\^cbosos,  pues  ha  pasado  á  inspirar  el 
gusto  por  el  bien  y  lo  bello,  y  á  producir  sensacio- 
nes morales  de  diversas  clases.  Saliendo  la  pintu- 
ea  del  mundo  físico,  y  penetrando  en  el  mundo 
moral,  el  pintor  se  ha  ido  convirtiendo  en  émulo 
del  poeta  épicb  y  del  poeta  dramático,  del  historia- 
dor, del  orador  y  del  filósofo;  y  por  medio  del  pin- 
cel han  podido  darse  á  conocer  las  pasiones,  los  vi- 
cios, las  virtudes,  el  carácter  de  las  pasiones;  y 
bajo  este  punto  de  vista  ha  llegado  á  ser  de  mucha 
utilidad  é  importancia:  antes  sus  efectos  eran  más 
limitados,  como  aparece  desde  los  primefos  pasos 
que  se  dieron  hasta  llegar  á  los  tiempo^  rbás  avan- 
zados. 


—239- 


§  r,. 


Los  Etruscos,  según  Plinio,  cultivaron,  la  pintu- 
ra antes  que  los  griegos  y  los  romanos:  Winhel- 
maii  cree  que  esto  fué  desde  los  tiempos  más  re- 
motos: cerca  de  Tarquina  existian  sepulcros  ador- 
nados de  pinturas  (I ) . 

Entre  los  egipcios  la  pintura  se  mantuvo  siem- 
pre inferior  á  la  escultura,  por  muchas  de  las  cau- 
sas que  probablemente  influyeron  en  el  atraso  en 
que  ésta  también  permaneció  de  continuo.  Limi- 
tábanse por  lo  regular  á  cubrir  de  un  solo  color  ol 
objeto  que  representaban,  y  los  que  preferían  pa- 
.'réce  que  eran  el  verde,  amarillo,  colorado  y  azul, 
según  Rosellini  (2) ,  sin  graduación  de  sombras, 
porque  como  arte  poco  conocían  la  pintura,  ó  igno- 
raban el  claro  oscuro,  que  hace  resallar  y  aparecer 
desprendidas  las  figuras;  no  puede  disputárseles, 
sin  embargo,  el  haber  sido  el  más  antiguo  de  los 
pueblos  conocidos  que  la  practiron  (3);   todas  sus 


(1)  Winkelman.  Ilist.  de  l'Arl.,  liv.  8,  cap.  2,  §  20  et 
suiv. 

(1)  Roscllini.  Monumenti  dell  Egipto. 

(3)  Millia»  Dice,  dos  Beaux-arts,  peinture,  iom.  b, 
pág.  166i 


—240— 

figuras  eran  de  perfil,  y  solo  trazaban  los  contor- 
nos. 

Denon  (1)  ha  hecho  conocer  las  pinturas  de  los 
sepulcros  de  Tébas,  las  armas  de  que  hacían  uso, 
las  cotas  de  maya,  las  pieles  de  tigre,  sus  arcos, 
flechas,  careases,  picas,  dardos,  espadas,  cascos, 
látigos,  Scc,  sus  campos  sembrados,  los  instru- 
mentos aratorios  de  que  se  servían,  y  los  de  músi- 
ca y  de  suplicio  usados  entre  ellos. 

Los  Persas  aprendieron  de  los  artistas  egipcios, 
hicieron  mosaicos,  y  en  lo  que  más  sobresalieron 
fué  en  los  tapices  bordados. 

Entre  los  hindus,  la  pintura  se  reduela  á  repre- 
sentar figuras  religiosas  monstruosas,  animales 
fantásticos,  ídolos  con  muchos  brazos  y  cabezas, 
y  costumbres  y  retratos,  como  aparece  en  la  colec- 
ción de  M.  Tersan,  v  en  la  de  M.  Dow  (2). 


§7. 


En  las  ruinas  del  Palenque  se  descubren,  entre 
el  muzgo  y  el  color  producido  por  la  humedad  y 
filtraciones  de  Jas  aguas,  algunos  restos  de  pintu- 
ra, empleada  no  solo  en  lo  material  dé  los  edificios, 


(t)  Voyage  daas  la  Basse  et  Hautc  Egipt. 

(2)  Hist.  de  rindoustan. — Londres.  3  vol.  en  4« 


— Sil- 
Bino  para  dar  vida  á  otros  objetos,  como  cuadrúpe- 
dos, pájaros,  flores  y  frutas,  en  los  cuales  se  nota 
inteligencia  según  depone  el  capitán  Dupaix  (1). 
Stphens  dice  que  el  frente  del  edificio  principales- 
taba  cubierto  de  estuco  y  pintado  (2).  En  otra  par- 
te descubrió  restos  de  colorado,  azul,  amarillo,  ne- 
gro y  blanco  (3).  En  una  de  las  paredes  descostra- 
das reconoció  basta  seis  capas  de  yeso,  cada  una 
con  los  restos  de  los  colores  con  que  fueron  pin- 
tadas para  su  mayor  belleza.  Más  adelante,  ha- 
blando del  edificio  donde  estaba  el  hermoso  graba- 
do de  la  cruz,  descubrió  entre  los  adornos,  varias 
figuras  de  estuco,  plantas  y  flores,  pero  muy  ar- 
ruinadas (4).  Se  sabe  también  que  en  una  de  las 
excavaciones  que  hizo  el  capitán  Del  Rio  encontró, 
entre  otras  cosas,  en  un  vaso  ó  bote  de  barro  una 
hola  de  bermellón  (o).  Esto  prueba  del  modo  más 


(1)  Dupaix.  3'^"'®  expedilloii,  n.  41,  42  y  43. 

(2)  «The  building  \vas  constructerl  of  stoue,  wilh  a 
inoulor  of  lime  and  saud,  and  the  whole  front  was  co- 
vered  wilh  stucco  and  painled.)^ — Stcphens.  Incidents 
of  travel,  etc.,  vol.  2,  chap.  18,  pág.  310. 

(3)  «It  was  painted  and  in  diíferent  places  about  il 
we  discovered  the  remains  of  red,  bluc,  jcllow.  blank 
and  while.» — Stophens.  Incidents,  etc.,  vol.  2,  chap. 
18,  pág,  3M. 

(4)  "TheroofWas  incUned.  and  in  the  sides  were 
lichly  ornaincnted  with  stucco  figures,  plants  and  flo- 
wers;  bul  mostly  ruiued."  Slephéns,  Incidents  of  tra- 
vel, etc.,  vol.  2,  chap.  20,  pág.  347. 

(b)    Viaje  del  capitán  Del  Rio. 


—242— 

eoncluyente.  que  la  pintura  era  conocida  y  usada 
por  los  palencanos,  aunque  no  es  fácil  juzgar  por 
estos  vestigios  del  estado  que  entre  ellos  guardaba. 
Es  de  creerse  que  estuviera  en  proporción  con  las 
demás  artes,  y  que  los  conocimientos  que  poseían 
en  este  ramo  los  debiesen  á4os  que  traerían  con- 
sigo, tomados  de  los  primeros  ensayos  del  arte,  y  á 
los  que  ellos  se  procurarían  después  con  sus  pro- 
pios esfuerzos,  la  práctica,  y  dedicación  continua. 


§8. 


En  Yucatán,  en  las  ruinas  de  Chichen-Itza  vio 
Stephens  una  porción  de  pinturas.  Eran  figuras  en 
varías  actitudes.  Notábanse  en  el  tocado  de  la  ca- 
beza algunos  gorros,  y  aun  cascos,  ó  especie  de  tur- 
bante persa.  Los  colores  empleados  en  estas  pin- 
turas eran  el  amarillo,  colorado,  azul  y  rojizo  mo- 
reno, con  el  cual  representaban  la  carne  huma- 
na (1). 

En  las  de  Kawick  encontró  una  pintura  miste- 
riosa. Era  una  figura  humana  rodeada  de  geroglí- 
ficos.  Los  colores  eran  vivos,  dominando  entre 
ellos  el  colorado.  La  figura  tenia  30  pulgadas  de 


(1)  Stephens.  Iiicidents  of  tFvivel  i n  Yucatán,  vol.   2, 
chap.  17. 


alto  y  18  de  ancho,  hallándose  en  el  ángulo  de  un 
cuarto  (1). 

En  las  ruinas  de  Xul,  también  de  Yucatán,  des- 
cubrió otras  pinturas  en  un  arco  cubierto  con  figu- 
ras de  perfil,  que  le  trajeron  á  la  memoria  las  pro- 
cesiones fúnebres  de  las  paredes  en  las  tumbas  de 
Thebas.  Habia  en  un  cuarto  algunas  con  adornos 
de  plumas  y  otras  con  una  especie  de  gorro,  ama- 
nera de  torre,  llevando  sobre  la  cabeza  una  espe- 
cie de  canasta;  dos  de  ellas  apoyadas  en  las  manos 
con  los  pies  en  el  aire  y  todas  pintadas  de  colora- 
do (2)/ 


§S>- 


Los  tzendales  como  los  mexicanos,  empleaban 
los  colores  en  sus  geroglíücos,  cartas  topográficas, 
mapas  y  escritos  memorables.  Sus  obras  no  indi- 
can que  el  arte  estuviese  en  la  infancia,  al  me- 
nos no  parecen  imperfecciones  notables  (3). 


(1)  Stephens.  locidenls  of  Iravel  iii  Yucatán,  vol. 
2,  chap.  4. 

(2)  Incidents  of  Iravel  in  Yucatán,  vol.  2,  chap.  5. 

(3)  Eq  opinión  de  Lord  Kingsborough  las  pinturas 
de  Yucatán  de  diferente  estilo  que  las  mexicanas,  son 
bien  dibujadas,  guardando  exacta  proporción  con  las 
partes  del  cuerpo  humano.  Delicadas  en  su  ejecución, 
prueban  que  el  país,  á  que  se  refieren,  habia  alcanzado 
cierto  grado  de  perfeccionamiento  en  algunas  artes. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 33 


—'244— 


§Í0. 


Délos  mexicanos  y  demás  naciones  de  Análiuac 
se  sabe  que  no  estaban  atrasadas  en  la  pintura 
Hacian  uso  de  ella  para  su  historia,  expresándolo? 
sucesos  memorables^  como  las  que  se  encuentran 
en  la  colección  de  Mendoza,  y  en  la  obra  de  Geme- 
lli;  para  su  mitología,  astronomía,  cronología,  to- 
pografía, corografía,  leyes  y  gobierno;  y  finalmen- 
te, para  veneración,  recreación  y  gusto,  como  los 
retratos  ó  imágenes  de  sus  dioses,  reyes,  varones 
ilustres,  plantas,  animales,  ú  otras  producciones 
naturales  conque  adornaban  sus  palacios.  La  ma- 
yor parte  de  este  tesoro  se  perdió.  En  vano  se  bus- 
ca con  ahinco  tan  preciosos  monumentos,  pues  un 
celo  indiscreto  entregó  á  las  llamas  lo  que  debía  ha- 
berse conservado  para  conocer  mejor  al  pueblo  que 
se  destruía  á  sangre  y  fuego,  dejando  por  todas  par- 
tes huellas  de  devastación  y  de  muerte. 


§11. 

Salváronse,  sin  embargo,  de  esta  ruina  algunos 
monumentos,  pinturas  y  manuscritos,  que  hoy 
sirven  de  comprobante  á  lo  que  se  ha  escrito  sobre 


—245— 

estas  comarcas,  y  que  aún  encierran  mucho  de  lo 
que  no  es  todavía  bastante  conocido. 

Entre  las  pinturas  más  notables  que  se  salvaron 
y  han  sido  examinadas,  se  enumera  la  que  repre- 
senta el  diluvio  y  división  de  los  idiomas.  Estaba 
hecha  sobre  papel  de  maguey,  y  tenia  una  vara 
menos  tres  pulgadas  de  largo,  y  dos  tercias  menos 
pulgada  y  media  de  ancho.  Se  publicó  una  copia 
en  el  Giro  del  Mu/ido  de  Gemelli  Carreri,  y  en  la 
obra  grande  del  barón  de  Humboldt,  plancha  núm. 
32.  Suscitáronse  dudas  sobre  su  autenticidad,  pe- 
ro el  Sr.  Gondra,  que  se  ocupó  de  esta  materia, 
añrma  que  habia  pinturas  entre  los  aztecas,  mix- 
téeos, zapotecos,  tlaxcaltecas  y  michoacanos,  que 
representan  el  mismo  acontecimiento  (1). 

Otra  de  las  pinturas  ó  manuscritos  notables  que 
aún  existen  es  el  «Viaje  de  los  Aztecas  desde  Az- 
tlan,»  también  en  papel  de  maguey  bien  batido. 
Tiene  seis  varas,  diez  y  siete  pulgadas  de  largo,  y 
ocho  pulgadas  tres  líneas  de  ancho.  So  conserva 
en  el  Museo  de  -México. 

Zos  Códices  Mexicanos  que  existen  en  Europa, 
son  los  siguientes: 

I .°  La  colección  de  pinturas  del  Escorial,  que 


(Ij  G'judra.  Explicaciou  de  las  Liminas  perteno 
cienles  á,  la  Ilisloria  lutigua  de  México,  loiii.  3,  lára. 
l,pág.  5. 


—246— 

es  un  tomo  en  folio:  parecen  ser  libros  astrológi- 
cos ó  rituales  de  ceremonias  religiosas. 

2.°  El  de  Bolonia.  Tiene  once  palmos  romanos, 
y  parece  contener  constelaciones  astronómicas. 
Está  en  el  Instituto  de  Ciencias  deaquelJa  Ciudad. 

3.°  La  colección  de  Viena.  Tiene  sesenta  y  sie- 
te páginas  y  está  dividida  en  tres  partes.  La  pri- 
mera presenta  la  historia  déla  dinastía  azteca  has- 
ta la  fundación  de  Tenocbtitlan  en  13215  y  la  muer- 
to de  Moctezuma  II  en  1520.  La  segunda  es  una 
lista  de  los  tributos  que  cada  provincia  y  cada  pue- 
blo pagaban  á  los  soberanos  aztecas.  La  tercera 
pinta  la  vida  doméstica  y  las  costumbres  de  aque- 
llos pueblos.  El  Virey  de  México,  Don  Antonio  de 
Mendoza,  que  envió  esta  colección  á  Carlos  V,  hizo 
agregar  una  explicación  en  mexicano  y  español  á 
cada  página. 

4.»  El  Códice  Borgiano  de  Veletri.  Es,  en  con- 
cepto del  Barón  Humboldt,  el  más  bello  de  todos. 
Tiene  más  de  doce  varas  de  largo  en  sesenta  y  seis 
páginas.  Contiene  un  almanaque  ritual  y  astro- 
nómico^ y  está  en  piel  de  vciiado  ó  pergamino. 

^°  La  colección  que  se  conserva  en  la  Biblio- 
teca real  de  Berlin.  Consta  de  diferentes  pinturas 
aztecas,  que  reunió  el  Barón  de  Humboldt  durante 
su  permanencia  en  Nueva  España,  y  son  listas  de 
tributos,  genealogías,  historia  de  emigraciones  y 
un  calendario. 

6."  Aunque  la  Biblioteca  del  Vaticaiio  eu  Roma 


—247— 

posee  varios  códices  mexicanos,  el  de  que  habla 
Acosta  y  Kircher,  que  lie  visto  y  registrado  varias 
veces  durante  mi  permanencia  en  aquella  capital, 
tiene  ochenta  y  seis  páginas.  Compónese  de  go- 
roglíficos  que  designan  seis  períodos,  que  forman 
ciento  sesenta  y  seis  pequeños  cielos,  ó  dos  mil 
doscientos  noventa  dias.  Zoega  y  Fabrego  miran 
este  códice  y  el  de  Veletri  como  un  tonalamatl,  6 
almanaque  ritual. 

1 ."  El  Código  Telleniano  de  la  Biblioteca  de  Pa- 
rís, es  un  precioso  libro  en  que  están  copiados  mu- 
chos manuscritos  mexicanos.  Cada  figura  está 
acompañada  de  muchas  explicaciones  escritas,  á 
lo  que  parece  en  épocas  diferentes,  tanto  en  mexi- 
cano como  en  español.  Contiene  además  un  alma- 
naque ritual,  un  libro  de  astronomía  y  una  histo- 
ria mexicana  desde  el  año  de  1197  hasta  el  de  1561-. 
El  almanaque  tiene  las  doce  divinidades  toltecas  y 
aztecas,  y  las  fiestas  principales  de  los  diez  y  ocho 
meses  del  año:  el  libro  de  astronomía  indica  los 
dias  indiferentes,  felices  ó  desgraciados,  y  entre 
estos  once  que  los  mexicanos  consideraban  como 
los  más  peligrosos  para  la  tranquilidad  doméstica: 
la  historia  encierra  hechos  y  acontecimientos  muy 
notables,  y  están  comprendidos  trescientos  s<;sen- 
ta  y  cuatro  años  en  los  anales  del  imperio  mexi- 
cano. 


24t— 


§12. 


Los  mexicanos  en  sus  pinturas  hacian  uso  de  va- 
rios colores;  entre  los  que  empleaban  los  tzenda- 
les,  daban  una  decidida  preferencia  al  rojo,  que  lo 
extraían  del  acidóte.  Es  probable  que  los  granos 
de  este  arbusto,  molidos  y  reducidos  á  masa  con 
la  mezcla  del  ax  ó  alguna  otra  sustancia^  forma- 
sen las  bolas  de  bermellón  que  Del  Pao  encontró 
en  las  ruinas.  También  es  probable  que  usaran 
para  ese  color  del  palo  de  Campeche  ó  del  Brasil, 
que  tanto  abunda  en  sus  bosques,  ó  bien  de  un  ar- 
busto llamado  tezoatl,  que  mezclado  con  alumbre  ó 
una  tierra  mineral,  produce  un  colorado  muy  li- 
no. Para  el  azul  usarían  del  añil  (1),  ú otras  plan- 
las  quedan  este  color,  más  ó  menos  subido,  al  cual 
eran  igualmente  bastante  inclinados.  Para  eJ  ama- 
rillo se  valdrían  del  ocre  ó  del  jugo  del  jochípalli, 
planta  conocida  de  los  mexicanos.  Para  el  negro 
del  cuícolote,  fruto  de  un  árbol  muy  común  en 
aquellos  lugares,  del  que  basta  boy  se  bace  tinta 
para  escribir;  ó  del  carbón  de  ocote  mezclado  con 


(\)  Esta  planta  era  conocida  entre  los  mexicanos 
con  el  nombre  de  guiliquilipitzana.  Raynal  se  engañó 
al  creer  que  habia  sido  trasportada  de  la  India  Oriental 
al  Nuevo  Mundo,  según  manifiesta  Clavijero  en  su 
Hist.  Ant.  de  México,  tora.  1,  lib.  7,  pág.  368. 


—249— 

otras  sustancias.  Finalmente,  para  el  blanco  del 
tizate,  en  lengua  mexicana  tizatl,  ó  del  yeso,  pues- 
to qufo  lo  usaban  para  sus  bajo-relieves  y  obras  de 
estuco.  Se  ignora  de  qué  procedimientos  se  val- 
drían para  dar  consistencia  á  estos  colores,  pero  es 
de  suponerse  que  no  les  fuera  desconocido  el  me- 
dio de  mezclar  al  efecto  algunos  jugos  glutinosos 
de  plantas,  frutos,  ú  otras  cosas  semejantes.  Los 
mexicanos  hacian  uso  del  tzaitlitli  y  aceite  de 
cliia  (1). 

La  pintura  entre  los  indios,  apoyada  en  las  tra- 
diciones y  en  los  cánticos  formaban  su  bistoria. 
Tenian,  además,  otro  medio  de  conservar  la  me- 
moria de  los  sucesos,  según  se  ba  dicho,  y  eran 
bilos  do  diversos  colores  anudados  de  difei entes 
modos,  que  los  peruanos  llamaban  guipos,  y  los  me- 
xicanos, nepoliualtzitzin.  Las  pinturas  entre  és- 
tos no  eran  sin  embargo  una  bistoria  ordenada  y 
completa,  dice  Clavijero  (2),  sino  solo  monumen- 
tos ó  apoyos  de  la  tradición. 


(1)  Clavijero.  Historia  Antijul  de  México,  toiii.  1, 
lib.  7,  pág.  369. 

(2)  Clavijero.  Historia  Antigua  de  México,  tora.  1, 
lib.  7,  pág.  370. 


CAPITULO  XXVIII. 


1.  Escritura  palencana.  Medios  que  se  usaron  antes  de 
la  escritura  para  conservar  la  memoria  de  los  suce- 
sos.— 2.  Práctica  de  los  chinos.  Los  quipos  de  los  pe- 
ruanos. Los  nepahueltzitzin  de  los  mexicanos. — 3. 
Primeros  ensayos  que  se  hicieron  y  progresos  que 
fueron  lográndose  en  la  escritura. — 4.  Geroglíficos. 
— 5.  Escritura  silábica.  Su  invención.  Época  eu  que 
se  verificó.  Países  en  que  hubo  primero  de  conocer- 
se, y  cómo  fué  extendieudose  y  perfeccionándose. — 
6.  Sistema  gráfico  y  simbólico. — 7.  Escritura  ideográ- 
fica y  simbólica. — 8.  Número  de  geroglíficos  entre 
los  egipcios.  Su  escritura  hierátiCH.  Establecitiiiento 
de  la  dcmótica  y  fonética, — 9.  Variedad  de  opiuioues 
sobre  el  origen  de  la  escritura,  y  otros  puntos  con- 
cernientes á  ella,— 10.  Escritura  del  Palenque. — 11. 
La.s  inscripciones  de  Egipto  y  cómo  fueron  descifra- 
das.— 12.  Obstáculos  y  dificultades  con  que  se  tropie- 
za para  obtener  igual  resultado  respecto  de  los  ca- 
racteres del  Palenque.  Su  naturaleza  y  forma  en  que 
se  presentan:  comparación  con  los  egipcios.  Trabajo 
y  tiempo  empleados  por  Ordoñez  para  entender  un 
manuscrito  que  llegó  á  sus  manos. 


§1 


Pasemos  ahora  al  examen  de  la  escritura  palen- 
cana. Entre  los  medios  de  conservar  la  memoria 

EÍTÜDIOS — TOMO  11—34 


—252—      • 

(ie  los  acontecimientQS  notables,  y  de.  trasmitirlos 
hasta  la  más  remota  posteridad,  ninguno  hay  quo 
pueda  compararse  con  la  escritura.  No  solo  dá  idea 
completa  del  suceso  ó  hecho  que  se  reñere,  con  to- 
das sus  circunstancias,  sin  que  una  vez  consigna- 
do haya  lugar  á  duda  ó  error;  sino  que  es  el  más 
fácil,  el  más  capaz  de  llenar  su  objeto,  y  el 
menos  expuesto  á  alterarse  en  el  trascurso  del 
tiempo.  . 

Antes  de  conocer  la  escritura,  los  medios  de  que 
para  esto  se  vallan  los  hombres  eran  la  tradición 
y  los  monumentos.  El  primero,  ya  sea  por  sim- 
ples relaciones,  ó  por  cánticos,  como  lo  verilica- 
han  los  egipcios  (1),  los  fenicios  (2),  los  árabes  (3), 
los  chinos  (4),  los  galos  (o),  los  griegos  (6),  los 
mexicanos  (7)  y  los  peruanos  (8),  ó  por  medio  de 
la  trasmisión  sucesiva  de  unas  personas  á  otras, 
cual  lo  vemos  con  mucha  frecuencia.  El  segundo 
es  muy  imperfecto  por  sí  solo,  y  expuesto  á  per- 
derse, como  se  han  perdido  los  más  clásicos  de  la 
antig"üedad;  y  se  hacia  por  la  erección  de  un  altar, 

-  '■-  iior 
(Ij  Glem,  Alex.  Stromv,  1.  6,  pág:.  757. 
(2)  Sañchoraiat.  Apud.  Euseb,,  1.  1,  pág.  38. 
.(3)  Job,  c.  30,  V.  24. 

(4)  Lelr.  edif.,  t.  19,  pág.  477. 

(5)  Tacit.  de  mor  germ.,  n.  2. 
(fi)  Tacit.  Anal.,  1.  4,  n.  43. 

(7)  Theod.  de  Bry.  Rer.  Amor.",  t.  2,  part.  4,  p.  123. 

(8)  Hi.stoire  des  Incas,  tom.  1,  pág.  321,  t.  2,  pág.  56 
y57.  . 


—253— 

iirx  poste,  un  montón  de  piedras,  ó  por  la  planta- 
ción de  un  árbol.  Hó  aquí  los  arbitrios  de  que  se 
valian  los  primeros  hombres  para  perpetuar  los 
hechos  más  remarcables  de  su  tiempo,  y  de  los 
que  con  otros  igualmente  imperfectos,  se  valen  los 
pueblos  incultos,  sumergidos  en  la  barbarie,  don- 
de es  absolutamente  desconocido  el  arte  de  pintar 
la  palabra,  y  representar  de  esta  manera  el  suceso, 
cuya  memoria  quiere  trasmitirse  á  otros  para  que 
sea  conocido. 


§2. 


La  imperfección  do  estos  medios  hizo  que  algu- 
nos pueblos  adoptasen  además  otras  prácticas  auxi- 
liares y  supletorias,  (ales  como  IsíOlQ  cordones  anu- 
dados, de  que  se  sirvieron  los  chinos,  mucho  an- 
tes que  entre  ellos  se  conociese  la  escritura,  colo- 
cando los  nudos  á  ciertas  distancias  y  entrelazán- 
dolos de  manera,  que  por  un  sistema  combinado 
diesen  á  entender  lo  que  se  queria.  (1) 

Cuando  los  españoles  descubrieron  la  América, 
encontraron  establecido  este  mismo  uso  entre  los 
peruanos,  tan  perfecto,  que  servia  de  registro  pú- 
blico para  los  n nales  del  Estado,  las  observaciones 

(1)  Martiüi.  Hist.  de  la  Ghiu.'i,  t.  1,  pAg.  21. 


—254— 

astronómicas,  los  tributos  é  impuestos,  y  para  tras- 
mitir á  los  diversos  pueblos  del  imperio,  á  largas 
distancias,  las  noticias  que  querían,  usando  al 
efecto  nudos  grandes  y  pequeños,  que  pintaban 
de  varios  colores,  y  los  enlazaban  y  combinaban 
entre  sí,  conociéndose  coa  el  nombre  de  qicipos  (1), 
y  entre  los  mexicanos  con  el  de  nepahueUzitzin  (2) . 


§3. 


La  imperfección  de  tales  prácticas  trajo  la  nece- 
sidad de  buscar  un  medio,  más  pei^manente  de  fi- 
jar las  palabras.  Después  del  trascurso  de  mucbos 
años  de  meditación  constante,  y  de  varias  tenta- 
tivas, se  llegó  á  adoptar  el  arbitrio  de  trazar  los 
mismos  objetos  materiales  ó  sensibles  que  querían 
representarse,  de  manera  que  el  dibujo  y  la  pin- 
tura contribuyeron  eficazmente  á  la  adopción  de 
este  género  de  escritura,  que  nada  tenia  de  inge- 
nioso, pues  lo  más  natural  y  sencillo,  cuando  se 
desea  dar  á  conocer  un  objeto  material,  es  presen- 
tarlo á  la  vista,  sin  que  sea  necesaria  otra  cosa  pa- 


(1)  Hisloire  des  Incas,  1.  2,  pág.  27  y  53. 
— Conquista  del  Perú,  t.  1,  pág.  22. 

— Acosta.  Historia  de  las  Indias,  1.  6,  c.  8,  fol.  285. 

(2)  Clavijero.  Historia  Antigua  <ie  México,  t.  1,  lib. 
7,  pág.  371. 


—255— 

ra  excitar  la  idea  y  traerlo  á  la  memoria.  Asi  lo 
practicaron  los  chinos,  los  egipcios  y  los  fenicios. 
Este  método,  embarazoso  de  por  sí,  algo  se  sim- 
plificó, pintando,  en  lugar  de  todo  el  objeto,  los 
rasgos  principales  de  él,  pasando  de  aquí  á  los  sig- 
nos arbitrarios  para  representar  también  las  ideas, 
que  no  podían  sensibilizarse  por  medio  de  imáge- 
nes ú  objetos  materiales. 


§4. 


De  esta  práctica  se  originó  la  invención  do  los 
(jeroglíficos  que  se  atribuye  á  los  egipcios,  aunque 
Fourmont,  (1)  apoyado  en  Diódoro  de  Sicilia,  y 
Vives,  afirma  que  los  recibieron  de  los  Ethiopes. 
Diódoro  Sículo  dice,  en  efecto,  que  las  letras  délos 
Etiopes  y  los  geroglíficos  de  los  egipcios,  eran  do 
una  misma  especie,  y  así  lo  cree  también  Leudol- 
pho  (2),  unas  y  otras  eran  según  el  primero  de  es- 
tos autores  (3),  «mu}^  semejantes  á  varios  animales, 
a  á  los  miembros  de  los  hombres  y  herramientas  de 
u  los  artífices,  pues  que  en  ellos  no  so  declara,  ni 
«  perfecciona  la  oración,  que  intentan  hacer,  com- 


(1)  Memoires  de  rAcademie  royale  des  iuscriptionset 
belles  lettres,  tom.  7,  pág.  50o. 

(2)  Diódoro  Sículo.  Bibliot.,  lib.  3.,  ful.  144. 

(3)  la  comm.  ad.  hist,  Etiop.  cap.  1,  lib.  1,  fol.  54. 


—236  — 

«  poniendo  sílabas,  sino  la  significación  dé  imáge- 
«  nes  pintadas,  y  trasladándolas  esculpidas  á  la 
í(  memoria  con  el  ejercicio. «  (1) 

Era  en  ól  tanto  más  profunda  esta  confitsion, 
cuanto  que  creia  que  los  egipcios  habían  sido  una 
colonia  traida  por  Osiris  de  Etiopia,  de  la  cual  te- 
nían su  origen  no  solo  las  imágenes  y  letras  que 
recibieron  de  ella,  sino  muchas  leyes  y  costumbres 
que  guardaron.  Los  Etiopes  se  creian  la  gente  más 
antigua  del  mundo,  atribuyéndose,  según  Giraldi- 
no,  treinta  mil  años  de  antigüedad  (2). 

Sanchoniaton  afirma,  según  Ensebio,  que  esta 
manera  de  escribir  habia  sido  enseñada  por  Teutot 
ó  Mercurio,  que  fué  contemporáneo  de  Osiris,  y  así 
lo  creian  también  los  Egipcios  (3) . 

Lo  que  no  tiene  duda  es,  que  de  esta  práctica  hi- 
cieron uso  también  otras  naciones  de  la  antigüe- 
dad, adoptándose  varios  métodos,  que  sucesiva- 
mente fueron  perfeccionándose. 

El  principio  era  uno  mismo,  y  consistía  en  re- 
presentar con  una  sola  figura  muchas  cosas.  Asi 
lo  procticaron  con  más  ó  menos  variación  los  cM- 


(1)  Diódoro  Siculo,  loco  cilato,  fol.  14o. 

(2)  Alex.  Giraldino.  iu  Itiner.  ad  Región,  sub.  Equiu. 
Plag.  coustit.,  lib.  3,  fol.  41  y  lib.  4,  fol.  G4  y  lib.  6, 
fol.  10. 

(3)  Platón,  píig.  374. 
— Plut.,  tom.  2,  p.  738. 


—257— 

nos  en  el  Oriente,  los  mexicanos  en  Occidente,  los 
scytas  en  el  Norte  (1),  los  indios^  los  fenicios,  los 
etiopes  (2),  los  clruscos  (3),  y  los  salvajes  de  África 
y  América  (4).  Los  árabes  tuvieron  también  su  es- 
critura misteriosa. 

Los  geroglí fieos  presentan  originariamente  un 
carácter  figurativo,  dando  solo  idea  del  objeto  re- 
presentado, pero  sin  cualidad  ninguna  adicional, 
como  el  tiempo,  lugar  ú  otras.  Para  hacer  apare- 
cer las  ideas  adicionales,  é  individualizar  los  obje- 
tos, fué  preciso  usar  de  signos  distintivos,  toman- 
do algunas  de  las  cualidades  naturales,  tales  como 
el  color,  posición,  6cc.  De  la  unión  de  los  signos 
figurativos  y  distintivos  provino  la  escritura  sim- 
bólica, que  fué  el  segundo  paso  que  se  dio  en  el 
sistema  gráfico^  y  de  él  hicieron  uso  los  onexica- 
líos.  Vinieron  después  los  signos  enigmáticos,  in- 
ventados para  expresarlas  ideas  metafísicas,  echan- 
do mano  de  analogías-^  fueron,  por  tanto,  arhitra- 
rios,  convencionales,  y  especiales.  Los  egipcios  y 
los  chinos  hicieron  uso  de  este  sistema,  que  por  la 
combinación  de  los  tres  medios  indicados  llegó  á 
ser  ideogríifico,  expresando  las  ideas  por  medio  de 
imágenes  y  retratos,  ó  de  imégenes  símbolos. 


(1)  Essai  sur  les  hieroglyphcs,  pág.  47. 

(2)  Diódoro,  1.  3,pAg.  176.  '     " 

(3)  Essai  sur  les  hieroglyphes,  pág.  46. 

(4)  Letlres  edif.,  tom.  57,  paj.  2o8. 


— 258- 


§5. 


Tal  era  el  género  de  escrilura  que  en  aquellos 
tiempos  se  usaba,  tan  oscuro  é  imperfecto  por  las 
diversas  significaciones  que  se  podian  dar  á  los 
geroglificos;  pero  que  sirvió  de  mucho  para  ulte- 
riores progresos.  Ocurrióla  idea  feliz  de  represen- 
tar con  signos,  no  ya  el  objeto  mismo,  sino  el  so- 
nido articulado  con  que  se  expresaba,  y  al  efecto 
se  inventaron  ciertos  caracteres  que,  unidos  entre 
si,  pintasen  exactamente  la  palabra,  reducida  en 
los  tiempos  primitivos  á  muy  pocos  sonidos  articu- 
lados, lo  cual  facilitaba  en  gran  manera  el  modo 
de  darla  á  conocer,  ya  de  viva  voz,  ya  por  escri- 
to. Algunos  llaman  á  este  inéíoáo  escritura 'Silábi- 
ca, porque  se  empleaba  un  solo  signo  para  cada  sí- 
laba. Atribuyele  su  invención  á  los  asirios,  así 
como  su  variación  y  perfección  á  los  fenicios  (1). 

Era  éste  ya  un  paso  mu 3'  avanzado  en  los  pro- 
gresos del  entendimiento  humano.  Faltaba,  sin 
embargo,  todavía  asombrar  al  mundo  con  la  sim- 
plificación de  este  método  hasta  donde  fuera  posi- 
ble. Así  se  verificó,  y  un  genio  feliz  halló  en  fin 
el  modo  fácil  y  sencillo  de  lograrlo,  obteniendo  el 
asentimiento  general.    Tal  es  la  escritura  alfahé- 

(5)  Diódoro,  1.  b,  pág.  390. 


tica,  en  que  usándose  de  signos  para  expresar  ais- 
ladamente las  vocales,  y  uniéndose  á  los  demás  in- 
ventadas para  los  otros  sonidos  articulados,  hubo 
de  llegar  á  representar  con  toda  precisión  y  exac- 
titud, cuanto  puede  ocupar  á  la  inteligencia  hu- 
mana. 

Como  los  gQroglí fieos  no  eran  unos  mismos  en 
todas  las  naciones,  tampoco  lo  fueron  los  signos 
empleados  en  la  escritura  silábica,  ni  es  entera- 
mente igual  la  alfabética]  pues  además  de  la  con- 
formidad que  su  invención  requiere,  los  caracteres 
que  han  usado  varias  naciones,  han  conservado 
rasgos  de  esas  diferencias  primitivas,  como  se  ad- 
vierte en  las  lenguas  orientales  comparadas  con  las 
del  Occidente,  aunque  en  el  fondo  no  se  alterase  el 
principio  de  que  todas  partían.   Por  eso  se  advier- 
ten diferencias  en  el  modo  de  trazar  los  caracteres 
y  colocarlos:  unos  los  colocan  en  líneas  perpendi- 
culares, ó  de  arriba  á  abajo,  como  los  chinos,  japo- 
neses, tártaros,  los  naturales  de  Filipinas,  los  ha- 
bitantes de  Ceilan,  y  los  etiopes  antiguos,  y  otros 
horizontalmente.  Los  egipcios,  asirlos,  persas,  fe- 
nicios, árabes,  hebreos  y  caldeos,   escribían  do 
derecha  á  izquierda,  movimiento  embarazoso  ó  ir- 
regular, á  diferencia  de  los  abisinios,   brachma- 
nes,  malabares,  javanés,   sianeses,  los  del  Thi- 
bet,    Boutan,  antiguos  germanos,   griegos,  lati- 
nos, eslavones,  godos,  y  la  mayor  parte  de  las 
naciones  de  Europa,  que  escriben  de  derecha  á 

ESTUDIOS — TOMO  II — 3j 


—seo- 
izquierda,  modo  más  natural  y  expedito.  (1). 
No  se  sabe  á  punto  fijo  quién  fué  el  inventor  del 
alfabeto,  ni  la  época  en  que  se  verificó  el  descubri- 
miento, sobre  lo  cual  hay  entre  los  autores  opinio- 
nes encontradas.  Lo  que  puede  asegurarse  es,  que 
nació  en  alguno  de  los  países  más  civilizados,  don- 
de mayores  progresos  habia  hecho  el  entendimien- 
to humano.  Es  de  suponerse  que  fuera  en  uno  de 
los  que  primero  se  poblaron.  Así,  pues,  so  cree 
que  fué  inventado  el  alfabeto^  ó  por  los  asirlos,  ó 
por  los  egipcios,  mucho  ánles  de  la  época  en  que 
éstas  y  otras  naciones  brillaran  con  todo  su  expíen - 
dor. 

Según  Tácito  (2),  Plinio  (3)  y  Lucano  (4),  la  Fe- 
nicia y  el  Egipto  fueron  los  países  donde  se  inven- 
to, después  del  trascurso  de  muchos  ailos  en  que 
le  habia  precedido  la  escritura  simbólica,  y  cuando 
ya  ambas  tenían  nombre  é  importancia.  En  tiem- 
po de  Job  era  ya  conocida  en  la  Arabia,  y  Moisés, 
al  hablar  de  ella,  lo  hace  en  términos  que  revelan 
que  su  invención  no  era  moderna,  como  puede 
verse  en  varios  pasajes  de  la  Sagrada  Escritura  (íj)  . 


fl)  Memoires  de  TAcademie  des  inscriptious  el  belles 
Ictres,  lom.  7.  Reflexiones  de  Mr.  Freret  sur  les  prin- 
cipes generaux  deFart  de'eorire,  pág.  328. 

(2)  ¿.nal.  XI.  14. 


(3]  VII.  56. 

(4)  III.  220. 

(5)  Éxodo,  c.  1 

.7,  V 

.  14, 

C. 

34, 

V. 

27, 

c. 

24, 

,  V 

.  4y 

28 

— Xúmeroís,  c. 

23, 

T.  1, 

,  c. 

17, 

V. 

18. 

c. 

31, 

X. 

17y 

26, 

--261— 

Una  parte  de  los  críticos  cree  que  los  caracteres  de 
que  se  valió  Moisés,  son  los  mismos  que  los  de  los 
fenicios,  que  antiguamente  eran  idénticos.  Reco- 
noce Warbutoii  (1)  como  probable,  que  Moisés  ad- 
quirió en  Egipto  el  conocimiento  de  las  letras,  por- 
que el  alfabeto  hebreo,  que  empleó  para  componer 
el  Pentateuco,  es  mucho  más  extenso  que  el  que 
Cadmo  llevó  á  Grecia,  suponiéndose  que  cambió  la 
forma  de  las  letras  egipcias,  para  que  la  escritura 
simbólica  no  recordara  la  superstición  é  idolatría. 

Al  principio  solo  era  conocida  la  escritura  alfa- 
bética en  Egipto  y  algunos  pueblos  del  Asia,  entre 
los  cuales  se  comprende  la  Fenicia,  situada  sobre 
la  costa  occidental  del  mar  de  Libia.  De  aquí  pasó 
á  la  Grecia  el  año  de  io94  con  la  colonia  de  feni- 
cios, que  condujo  Cadmo  á  la  Beoda  (2),  llevando 
este  presente  sublime,  que  ha  cambiado  la  condi- 
ción del  género  humano  (3) .  Si  á  Cecrope  era  ya 
deudora  la  Asia  de  la  civilización  de  Egipto,  á  Cad- 
mo le  debió  la  Grecia  entera  el  estado  floreciente  á 


(\)  Easayo  sobre  los  «ícroglí fieos  egipcios,  cap.  41. 
pág.  171  y  sig. 

(2)  Pliuio,  1.  7,  sec.  o7,  pág.  412. 

— Bartelemy.  Viaje  del  jovou  Anacarsis,  lom.    I.  in- 
troducción, leparte,  pág.  12. 
— Heredólo,  1.  5,  n.  b8. 
— Diódoro,  1.  3,  p  i;r.  230. 
— Euseb.  Prosp.,  cvan.,  1.  10,  c.  5,  pág.  473. 

(3)  Herodoto  fija  este  aconteciraiento  l.hno  años  an- 
tes de  la  venida  de  Cristo. 


--^62— 

que  después  llegó.  Perfeccionóse -el  alfabeto  délos 
fenicios,  pues  en  el  usado  en  la  mayor  parte  de  los 
pueblos  de  Oriente  no  se  expresaban  las  vocales  de 
¡a  escritura;  debiéndose,  según  Dionisio,  á  Lino, 
maestro  de  Orplieo,  esta  clásica  innovación.  (1) 
Plutarco  dice  que  la  tetrada  multiplicada  cuatro 
veces  dio  las  primeras  letras  llamadas  fenicias  á 
causa  de  Cadmo;  á  las  descubiertas  después  Pala- 
medes  añadió  cuatro,  y  más  idiráe  S imojiides  otras 
cuatro  (2) .  Con  caracteres  alfabéticos  estaban  es- 
critas las  leyes  que  Solo'/i  publicó  el  año  1594  antes 
déla  era  cristiana;  y  se  han  encontrado  inscripcio- 
nes en  lengua  egipcia  anteriores  á  Moisés:  tan  an- 
tiguo así  era  su  uso.  De  la  Grecia  recibieron  los 
latinos  esta  especie  de  escritura  (3) ,  trasladada  por 
Evandro,  (4)  y  de  éstos  los  pueblos  de  Europa. 


§S. 


De  todo  lo  expuesto.se  deduce  que  la  reproduc- 
ción del  pensamiento  por  medio  de  si  (/nos  rejore- 
sentativos  ha.  tenido  tres  épocas  bastante  marca- 
das. La  primera,  en  que  se  hizo  Uso  de  geroglífi- 


(1)  Dionisio  apud  Diódoro,  1.  3,  pág.  36. 

(2)  Plutarco  Sympos,  IX.  tom.  8,  ^ks^.  945. 

(3)  Tácito,  Anal.,  1.  11,  n.  14. 

(4)  Tito  Livio,  1,7. 


—263— 

coSf  más  ó  menos  parecidos  ó  conexos  con  los  ob- 
jetos que  querían  representarse;  después  la  escri- 
tura silábica^  que  fué  un  paso  más  avanzado  para 
simplificar  este  medio  de  comunicación;  y  por  úl- 
timo la  escritura  alfabética,  que  es  el  esfuerzo 
más  grande  de  la  inteligencia  humana,  que  tanto 
ha  influido  en  la  suerte  del  mundo,  obrando  prodi- 
gios, elevando  al  hombre  á  toda  la  altura  de  su 
dignidad,  conduciéndolo  á  esos  progresos  é  inven- 
ciones que  causan  pasmo  y  admiración,  y  han  he- 
cho florecer  los  imperios,  manifestando  de  cuánto 
es  capaz  la  obra  más  perfecta  de  la  creación.  Los 
voces  se  formaban  por  semejanzas  é  imitación,  en- 
contrándose de  esta  manera  alguna  analogía  entre 
ellas  y  las  cosas  que  por  su  medio  querían  signi- 
ficarse. 

Se  conoce  desde  luogo,  que  el  trazo  de  la  figura 
de  los  objetos  materiales  fué  el  primer  paso  que 
^Q  aló  QJiQÍ  sistema  gráfico,  para  fijar  el  pensa- 
miento por  medio  de  figuras  que  lo  representasen. 
Mas  como  esto  solo  podía  servir  páralos  objetes  en 
general,  bien  pronto  se  conoció  la  necesidad  de  in- 
ventar algún  medio,  como  se  ha  indicado,  para 
singularizarlos,  y  evitar  el  error  de  confundir  to- 
dos los  de  una  misma  especie,  y  la  imperfección 
que  de  allí  resultaba.  Esto  dio  origen  á  los  símbo- 
los, que  unidos  á  las  principales  figuras,  presen- 
taban la  idea  más  completa,  procurando  siempre 
que  entre  el  símbolo  y  lo  que  representaba  hubie- 
ra alguna  analogía  ó  semejanza,  y  no  fuera  ente- 
ramente arbitrario. 


—264— 


§  7. 


Tal  sistema  elevado  ya  á  este  ^rado,  si  bien  con 
algunas  imperfecciones  para  representar  los  obje- 
tas materiales^  era  ineñcaz  ó  insuficiente  para  las 
ideas  puramente  metafísicas,  conociéndose  la  nece- 
sidad de  adoptar  signos  arbitrarios^  aunque  siem- 
pre se  buscaba  cierta  analogía  con  algún  objeto 
material.  Esta  escritura  ideográfica  obró  una  re- 
volución importante  en  el  sietema  gráfico:  pero 
como  sus  resultados  no  podían  sermásquelocaleb, 
como  nacidos  de  un  arreglo  convencional,  salidos 
de  estos  límites  eran  completamente  enigmáticos 
pa;*a  los  demás.  Se  trató  de  simplificar  el  método 
y  de  allanar  en  lo  posible  semejantes  dificultades 
é  inconvenientes,  y  de  estos  esfuerzos  nació  la  es- 
critura alfabética  compuesta  de  signos  fonéticos, 
que  representaban  no  ya  los  mismos  objetos,  sino 
los  sonidos  con  que  se  expresaban,  y  con  los  cua- 
les se  formaban  los  idiomas  de  las  naciones.  Así 
como  las  palabras  eran  el  signa  de  los  pensamien- 
tos, ocurrió  la  idea  de  que  los  signos  escritos  lo 
fuesen  directa  ó  indirectamente  de  las  ideas,  y  de 
esta  manera  se  estableció  esa  relación  íntima  entre 
el  idioma  y  la  escritura,  que  fué  la  variación  más 
perfecta  que  se  bizo  en  el  sistema  gráfico,  adopta- 
da generalmente  como  uaa  de  esas  invenciones  fe- 


—863— 

lices  que  tienen  el  ascenso  de  la  razón  humana. 
Necesario  fué  sin  embargo  el  trascurso  de  muchos 
años  y  esfuerzos  extraordinarios  de 'a  inteligencia, 
para  llegar  á  esta  teoría  tan  exacta  y  ventajosa, 
que  con  un  corto  número  de  signos  representa  los 
sonidos  y  combinaciones  infinitas  de  palabras,  fra- 
ses é  ideas,  que  es  el  resultado  más  grandioso  á 
que  podia  llegarse. 


§8. 


Lntre  los  egipcios  ascendía  á  ochocientos  el  nú- 
mero  de  cdiTSccíéves  geroffUficos  (1),  de  Jos  cuales 
se  formó  después  la  escritura  hierática,  que  eta 
una  verdadera  taquigrafía,  6  los  signos  abrevia- 
dos de  los  ge7'ogli fíeos  (2),  y  por  último  la  demóti- 
ca,  que  solo  se  diferencia  de  la  anterior  en  el  nú- 
mero menor  de  caracteres  ó  signos,  que  se  emplea- 
ban en  el  uso  común  (3).  En  la  práctica  usaban 
los  egipcios  de  todos  los  signos  para  escribir,  esto 
es,  de  los  gerogl't fieos,  simbólicos,  y  fonéticos.  En 
tiempos  posteriores  vino  á  reasumirse  en  las  nacio- 
nes en  uno,  que  es  el  alfabeto,  dando  al  sistema 
gr tífico  el  último  grado  de  simplificación . 


(1)  Champoliou.  Hist.  pint.  y  descrip.  de  Egipto,  to- 
mo 1,  pág.  3j8. 

(2)  ídem,  ídem. 

(3)  ídem»  ídem. 


—266— 

Este  orden  y  admirable  concierto  que  se  encuen- 
tra en  la  escritura  que  usaron  los  egipcios,  y  la  se- 
rie de  sus  progresos;  nos  induce  á  creer  que  fué 
Egipto  la  cuna  de  la  escritura  alfabética,  de  dondo, 
se  comunicó  á  las  demás  naciones  sucesivamente, 
lo  cual  está  apoyado  en  el  juicio  de  los  escritores 
antiguos  más  célebres.  «Toda  la  antigüedad  grie- 
*i  ga  y  romana,  dice  Champolion  (1),  Platón,  Ta- 
ce cito,  Plinio,  Plutarco,  Diódoro  de  Sicilia,  y  Var- 
M  ron,  atribuyen  á  Egipto  la  invención  de  la  es- 
«  cri tura  alfabética.»  Fija  Schoolcrafí  (2)  la  in- 
vención de  las  letras  en  Egipto  mil  ochocientos 
veintidós  años  antes  de  J.  C:  el  descubrimiento  se 
verificó  trescientos  treinta  y  un  años  antes  de  la 
era  del  Éxodo.  Moisés  mil  cuatrocientos  noventa 
y  un  años  antes  de  J.  C,  estaba  muy  versado  en 
el  uso  de  un  alfabeto  de  diez  y  seis  consonantes. 


§9- 


Lo  expuesto  parece  lo  más  fundado  y  verosímil 
que  puede  establecerse  sobre  e&ta  materia,  atendi- 
da la  gran  variedad  de  opiniones  que  reina  entro 


(1)  Champolion.  Hist.  desc.  y  piut.  de  Egipto,  tom. 
1,  pág.  345. 

(2)  Schoülcraft,  Historical  and  slatiscal  iuformation 
respccting  the  hislory,  coBdition  and  prospectus  of  Ihe 
indian  tribes  of  the  United  States,  §  2,  pág.  346. 


—267— 

los  autores  que  se  han  ocupado  de  ella^  especial- 
mente sobre  quien  fué  el  que  inventó  la  escritura, 
el  país  en  que  primero  apareció  y  el  tiempo  en  que 
comenzó  á  hacerse  uso  de  ella.  Nada  ha  podido 
hasta  ahora  descubrirse  y  fijarse  con  certeza:  todo 
lo  que  existe  es  imperfecto,  incompleto  y  destitui- 
do de  pruebas,  en  que  pueda  descansarse  con  toda 
seguridad. 

Court  de  Geielm,  al  ocuparse  de  esta  materia, 
dice  lo  siguiente:  «Todo  lo  relativo  al  or/^e;^  de  la 
«  escritura  no  es  sino  una  serie  de  problemas  más 
«  oscuros,  ó  más  difíciles  de  resolverlos  unos  que 
«  los  otros.»  (1) 

Algunos  autores  judíos  comprenden  la  escritura 
entre  las  cosas  creadas  por  Dios  la  tarde  del  primor 
sábado. 

NicJioh  (2),  Caffarel  {^)  y  Poxtel  {U)  la  reputan 
como  don  de  Dios. 

Otros  la  atribuyen  á  Adam,  tales  como  Saeclii- 
nus,  ÁltediuSj  Baulduc  (o),  y  Mathias  Bel  (6). 
El  Tostado  cree  que  usó  letras,  y  escribió  algunas 


(1)  Court  de  Gebelin.  Monde  primitif.  Orig.  du  lang. 
et  de  Tecrit.,  liv.  5,  sec.  1,  chap.  2. 

(2)  De  litteris  inventis.  Lond.,  1711. 

(3)  Curiosités  inouies.  Paris,  1129. 

(4,^  De  Foeuicium  litteris.  Par.  1552.,  cap.  4. 

(5)  De  Ecclesia  ante  Mosem. 

(6)  De  velene  literatura  Hunno.  Scythica,  1720. 

ESTUDIOS — ^TOMO  II — 3G 


«-268— 

cosas  (1),  y  del  mismo  pareceres  D.  Gabriel  Alva- 
rez  Pellicier  (2). 

Otros  la  consideran  anterior  al  diluvio,  citando 
en  su  apoyo  la  tradición  de  los  orientales,  y  las  co- 
lumnas de  Seth^  á  cu^^a  opinión  se  inclinan  San 
Agustín  (3),  Dnisins  (4),  MalU7ikrot  (o),  Gonzá- 
lez ['o),  Parson  {!)  j  Slmetford  [?s). 

Este  último  cree  que  la  escritura  alfabética  es 
posterior  al  diluvio  y  á  la  dispersión  de  las  gentes. 

Clíper  la  considera  anterior  á  Moisés  y  aun  á 
Joseph;  pues  según  él  las  órdenes  expedidas  por 
éste  á  las  provincias  egipcias,  selladas  con  el  ani- 
llo real,  estaban  escritas  con  caracteres  alfabéti- 
cos (9).  Salden  cree  que  era  ya  conocida  cuando 
nació  Jíoisés  (10). 

A  este  tenor  podrían  citarse  otras  muchas  opi- 


^1)  Abulenor  Supr.  Deutoroii.  Cap.  32. 

(2).  Hist.  de  la  Igles.  y  del  Mundo,  lib.  1,  cap.  22,  ful. 

223.  "-v: -■;■-;■. 

(5)  Cité  de  Dieu,  liv.  5,  chcap.  23.  • 

(4)  De  hebraica  antiquitate. 

(5)  De  nalivit.  litter.  c.  2. 

(fi)  De  duplici  térra,  pág.  139. 
(7)  Remaines  of  Japhet,  chap.  XI. 
(8j  ílist.  sacre  et  profane,  tom.   1,  liv.   7,  pág,  233. 
Leyde,  1736. 
^9)  Letre  á  la  Croco.  Let.  53. 
(10)  Otia  Theologica.  Amster.,  1084,  en  41  Disert. 


—269— 

niones;  pero  solo  haré  mención  de  las  siguientes. 
«  Los  Pelasffos,  ó  los  pueblos  de  la  dispersión, 
M  dice  Mazocchi  (1),  llevaron^  consigo  á  Grecia  y 
«  á  Etruria  las  letras,  invención  divina,  que  les 
((  liabia  sido  trasmitida  por  los  que^habian  sobre- 
«  vivido  al  diluvio.» 

Bianconi,  que  habia  hecho  un  estudio  detenido 
sobre  esta  materia,  se  expresa  así:  «Todo  parece 
«  probar  que  las  letras  fenicias  ó  hebreas  son  tan 
<(  antiguas  como  el  género  humano,  ó  al  menos 
((  anteriores  á  la  dispersión  de  las  gentes;  porque 
«  vemos  que,  los  pueblos  situados  al  Oriente  y  Oc- 
«  cidente  de  los  Hebreos  y  de  los  Plienicios,  em- 
c<  picaban  las  mis?nas  letras*)  (2). 

Pliíiio  unas  veces  atribuye  la  invención  de  las 
leiras  á  los  Phenicios,  lo  mismo  que  la  astrono- 
mía, la  navegación  y  el  arte  milílar  (3),  y  otras  á 
los  Asirios,  donde  siempre  hablan  sido  conoci- 
das Oí). 

iiSuidas  asegura  que  Adam  fué  el  inventor  de 
K  las  artes  y  de  las  letras;  pero  á  pesar  de  su  auto- 
«  ridad  la  mayor  parte  de  los  sabios  está  dividida 
«  entre  los  Asirios  y  los   Jügípciosi^l  mayor  nii- 


1)  Rcchcrches  sin- Irs  iircmifics  tablee  d"li(.iVcléo, 
pág.  120.  Xül.i  7.  ?vapl.,  77ÜU,  iu  íol. 

(2)  De  aniiquil.  liller,  p.  64.  Bonona,  1748. 

(3)  Hist.  Xat.,  lív.  o,  chap.  lí. 

(4)  ídem,  liv.  7,  chap.  Ii6, 


—270— 

«  mero  está  por  estos  últimos,  arrastrados  por  Pla- 
«  ton,  Diódoro,  Cicerón,  &c.,  que  hablan  de  Tliot 
«  ó  Mercurio  como  inventor  de  las  letras,  y  como 
«  el  que  distinguió  las  vocales  de  las  consonantes. 
«  Platón  llama  también  á  Mercurio  el  ilustre  fa- 
«  bricador  y  djpadre  de  las  letras. yy  (1) 

Kirclier  reputa  al  alfabeto  de  origen  egipcio  (2) . 

Wachter  ha  querido  probar  que  la  escritura  al- 
fabética nació  en  Egipto  antes  que  la  geroglifica, 
y  que  fué  llevada  á  Caldea  por  Belo,  á  Siria  por 
Agenor,  padre  de  Cadnius,  y  á  Atenas  por  Cec- 
rops  (3). 

Brosses,  citado  por  Couré  de  Gebelin,  después 
de  dividir  la  escritura  en  seis  órdenes: 

i*'  La  imagen  aislada; 

2°  Las  imágenes  seguidas,  á  la  mexicana; 

2°  Los  simbolos  alegóricos  ó  geroglíñcos,  repre- 
sentaciones de  las  cualidades,  á  la  egipcia; 

4°  Rasgos  representativos  de  las  ideas  ó  carac- 
teres, á  la  china; 

5''  Rasgos  representativos  de  las  sílabas,  á  la 
siamese; 


(1)  Gourt  de  Gebelin.    Monde  primitif.,  etc.,  Ub.  o, 
sec.  2,  chap.  1. 

(2)  CErlipe,  Egyptien  in  foL,  tom.   1. 

(3)  Natura?,  et  scripturoe  concordia.  Leipcick,  1752. 


—^271— 

6°  Los  caracteres  alfabéticos  v  destacados,  a  la 
europea  (1); 

Se  adhiere  á  creer  que  la  escritora  simbólica, 
compuesta  de  geroglíficos,  es  necesariamente  más 
antigua  que  laliíeral,  y  dice  respecto  de  ésta,  «qae 
«  no  puede  indicar  en  qué  tiempo  ni  por  quién  ha 
«  sido  introducida;  pero  que  se  puede  dejar  á  los 
«  Phemcios  gozar,  según  la  tradición  más  común , 
«  la  gloria  de  haber  inventado  este  bello  arte  de  la 
^^  escritura  org tínica.  Ellos  son  al  menos  los  in- 
«  ventores  de  ella  á  nuestro  juicio,  aílade  este  es- 
«  critor;  pues  que  consta  que  fueron  los  que  con 
«  sus  viajes  la  extendieron  en  los  países  más  occi- 
«  dentales.))  (2)  Admite,  en  fín,  la  idea  do  que 
«  las  figuras  simbólicas  han  dado  paso  á  las  figu- 
«  ras  literales,  fi  (3) 

Ingeniosos  son  los  sistemas  inventados  por  Van- 
Helmont  (4),  Wachter  (b)  y  iVelme  (6)  sobre  la 
forraacion  del  alfabeto,  atribuyéndolo  unos  á  la 
forma  que  toma  la  lengua  al  pronunciar  la  letra; 
otros  á  la  nariz;  otros  á  la  garganta  (7);  y  no  es 

(1)  Mechanismc  du  laug,  toin.  1,  pág.  310,  462 

(2)  Mechan  i  s  me  du  lang.,  tom.  1,  pAg.  iio. 

(3)  ídem,  pág.  450. 

(4)  Alphabeti  veri  naturalis  hebraici  delincatio,  etc. 
Sulzbaci,  1667. 

(o)  Nat.  et  script.  concordia,  chmp.  2,  3. 
(6)^Essai  sur  la  recherchc  de  Torig.  et  des  clem.  des 
lang.  etdcs  lit.  Lond.,  1772. 
{!)  Gourt.  de  Gebelin.  Monde  primitif.  etc.,  chap.  2. 


—272— 

menos  ingenioso  lo  expuesto  sobre  esta  misma  ma- 
teria por  M.  Ronland  Jones  (1). 

Si  en  medio  de  estos  sistemas  diversos^  y  con- 
tradictorios algunos,  se  prosigue  el  examen  sobre 
la  marcha  de  la  escritura  después  de  su  invención, 
se  tropezará  también  con  la  misma  variedad  de 
opiniones  y  dificultades,  que  dejan  inciertos  mu- 
chos puntos. 

Court  de  Gebclia  cree  que  la  escritura  lúe  efec- 
to de  la  casualidad,  y  enteramente  arbitraria  (2), 
fundada  sobre  la  i)nitacion,\o  mismo  que  el  len- 
guaje (3),  y  que  en  una  y  otro  eran  precisos  dos 
sentidos,  propio  ó  físico  el  uno,  y  figurado  el 
otro  (4);  lo  cual  es  conforme  con  lo  que  asientan 
Clemente  de  Alejandría  (o),  Horo  Apoion  (6). 
Warbuton  (7)  y  Malespines  (8);  dice  además,  que 
Ja  escritura  en  su  origen  fué  gero(jlífi.ca  (9),  que 


(Ij  Hierogliüc.  or  a  Gram.,  inlrod.   to  an  uiiiv.  hie- 
rogl.  lang. — Lond.  17G8. 

(2)  Monde  primilif.  Oríg.  du  \dí\v¿.  et  de  recriture, 
lib.  i>.  sec,  1,  chap,  3. 

(3)  ídem,  idcra.chap.  i>. 

(4)  ídem,  idem,  chap.  6. 

(5)  Stromater  cu- loa  Tapisieries,  liv.  5,  píig,   686  et 

F'Uiv. 

(6)  Geroglyphica  avec  cometil.  de  J.  Coru  Paw. 

(7)  Legalion  de  Moj'ses. 

(•8)  Essai  sur  les  Uierogljphes  Egypliens. 
(9)  Gourt  de  Gebclin.   Monde  primitif,  etc.,  chap.  4> 
pág.  401. 


—273-- 

üonsislia  en  pintar  los  objetos,  y  la  alfabética  los 
sonidos  de  la  voz;  reputa  este  último  por  gerogli- 
fico  también,  y  juzga  que  al  principio  solo  se  com- 
puso de  diez  y  seis  caracteres,  y  que  su  invención 
no  se  debió  a  los  egipcios,  sino  que  fué  Cadmea  ú 
Oriental,  y  conocida  antes  d-e  la  dispersión  de  los 
pueblos  (i),  encontrándose  desde  la  más  remota 
antigüedad  entre  los  chinos,  los  fenicios,  los  egip- 
cios, los  griegos,  los  caldeos,  los  etruscos  y  los  he- 
breos (2);  este  concepto  vuelve  á  repetirlo.  (3)  dán- 
dole á  Ja  escritura  una  antigüedad  de  /i,300  años 
antes  de  J.  C-,  y  separándose  de  los  que  la  fijaban 
en  Cadmo  para  la  Grecia,  y  en  Moisés  para  el 
Oriente,  y  considerando  á  la  ffe7V r/Ufica  aníerior  k 
la  alfabética. 

]\I.  Guignes  cree  que  la  geroglifica  fué  la  de  los 
primeros  hombres,  conservada  con  más  cuidado 
por  los  egipcios  lo  mismo  que  su  idioma,  en  el 
cual  se  encuentran  los  orígenes  de  las  otras  len- 
guas orientales  (4). 

Digno  es,  por  último,  de  consignarse  aquí  el  pa- 
caje de  Lucano,  que  dice  lo  siguiente  (o): 


())  Court  de  Gebelin.  Monde,  etc..  chap.  4.  p¿g-,  4U-J, 

(2)  ídem,  idem,  pág.  407. 

(3)  ídem,  chap.  14,  píig.  423. 

(4)  Mem.  de  iascr.,  tom.  34.  pág.  13,  edil,  in  4^ 

(5)  Pharsalia,  liv.  5,  v.  220  ct  suiv. 


—274— 

«Phoenicis  primi,  fámoe 

si  creditur,  ausi 
Mansuram  rudibus  vocem 
signare  figuris. 
'  Nondum  flumineas 

Memphis  continere  biblos 
Npverat,  et  sacris  tan- 

tam  volucresque  fercque, 
Sculptaque  servabant 

mágicas  animalia  linguas.» 

«Los  Phenici(3s,  si  se  cree  la  fama,  fueron  los 
«  primeros  que  se  atribuyeron  fijar  la  palabra  por 
«  figuras  materiales.  Menfis  no  sabia  todavía  com- 
(( poner  libros  con  plantas,  que  crecen  sobre  las  ori- 
u  Has  de  sus  rios;  sus  lenguas  mágicas  no  eran  con- 
«  servadas  sobre  el  mármol,  sino  por  figuras  de 
y  aves  y  animales.» 

Este  pasaje  de  Lucano  ha  dado  lugar  á  varias 
interpretaciones:  creen  unos  ver  indicada  en  él  la 
invención  do  los  geroglíficos^  y  otros  la  de  las  le- 
tras. Hugo  (1)  es  de  la  primera  opinión,  y  también 
el  P.  García  (2),  refiriéndose  á  varios  autores.  Pu- 
nió (3),  Quinto  Curcio,  (4)  Postel  (S),  Waiton  (G). 


(1)  Gap.  10,  ex  Püii.,  lib.  7.  cap.  5G. 

(2)  Oriíí.  de  las  Jnd.,  lib.  4,  cap.  22,  §  1 

(3)  Ilist.  Nat.,  lib.  D,  cap.  12. 

(4)  Lib.  4. 

(5)  De  litro.  Phenic. 

(6)  Proleg.  bibl.  poligl.  3.  n.  j. 


—275— 

Bochart  (l),y  Vosio  (2)  dicen  queZucano  habla  de 
letras  y  no  de  figuras  significativas  de  cosas:  lo 
mismo  opinan  Mela  (3)  y  Grocio  (4). 

En  apoyo  de  esta  opinión  puede  también  citarse 
á  Crísias  (o),  cuyo  pasaje  traducido  por  Casauho- 
no  (6),  es  de  esta  manera:  «Phenicum  inventum 
(ditera  nempe  loquax,»  ó  como  áicQ  Natal  Co- 
M  mite:  «Phenicum  inventum  literi  verbi  lo- 
quax  (7).» 


§10. 


Con  estas  nociones  preliminares  podrá  ya  for- 
marse un  juicio  de  la  clase  de  escritura  que  usaban 
los  palencanos,  de  que  todavía  quedan  algunos  res- 
tos. Las  investigaciones  que  hasta  ahora  se  han 
hecho  sobre  ella  no  han  dado  un  resultado  satis- 
factorio, que  rasgue  completamente  el  velo  que  las 
oculta  á  la  inteligencia  humana. '  Se  tienen,  sin 
embargo,  algunos  materiales,  que  pueden  contri- 
buir á  un  éxito  feliz.  El  infatigable  abate  Brasseur 


(t)  Geog.  sacr. 

(2)  De  Art.  gramen.  lib.  1,  cap.  7. 

(3)  De  situ  orbis,  lib.  1,  cap.  12. 

(4)  Yn  Nolis  ad  Lucan.  fol.  118  y  119. 

(5)  Arheneus,  lib.  1,  Delen.  napsph. 

(6)  Yü  Animadv.  ad  Arlhen.  cap.  22. 

(7)  In  Vers.  Alhen..  lib.  1,  cap.  25,  fol.  47. 

ESTUDIOS — TOMO  H — 3" 


—276  — 

de  Bourhourg  procuró  derramar  nueva  luz  sobre 
las  cosas  de  América,  escudriñando  los  archivos 
donde  pudieran  encontrarse  algunos  dalos,  exami- 
nando cuidadosa  y  atentamente  sus  historiadores, 
estudiando  sus  costumbres  y  leyes,  recogiendo  sus 
tradiciones  y  buscando  en  todas  partes  monumen- 
tos, papeles  y  manuscritos  que  pudieran  ilustrarle. 
Esto  le  hizo  descubrir  en  la  Biblioteca  Real  de  His- 
toria de  Madrid  un  precioso  é  importante  manus- 
crito de  Fray  Diego  de  Landa^  que  con  el  título 
de  «Relación  de  las  cosas  de  Yucatán,»  dióá  luz  en 
1864,  acompañado  de  varios  documentos  históri- 
cos y  cronológicos,  y  una  gramática  y  vocabulario 
de  la  lengua  maya,  y  contiene  la  nomenclatura 
completa  de  los  sigíios  del  calendario  maya^  que 
tanto contribuirápara  descifrar  las  inscripciones  in- 
crustadas en  los  edificios  de  Yucatán,  que  ocupan 
un  lugar  tan  notable  éntrelas  ruinas  del  continen- 
te americano.  Ha  reunido  á  ellos  los  5///?205  que 
constituyen  el  alfabeto,  el  cual,  aunque  incomple- 
to, es  de  grande  importancia  é  interés;  pues  con  su 
auxilio  podrán  leerse  quizá  los  caracteres  de  que 
están  cubiertas  las  ruinas,  no  solo  de  Yucatán,  si- 
no también  las  del  Palenque,  Cojmn  y  Quirigua, 
si  llega  á  descubrirse  entre  ellos  semejanza  é  iden- 
tidad, como  aparece  á  primera  vista  en  el  aspecto 
que  presentan  todas  estas  ruinas.  Puede,  pues, 
considerarse  como  la  primera  clave  de  esas  inscrip- 
ciones misteriosas,  según  el  juicio  del  mismo  aba- 
te Brasseur  de  Bourhourg,  que  habia  comenzado 
ya  algunos  trabajos  comparando  estos  caracteres 


—277— 

con  los  del  Códice  Mexicano  núm.  2  de  la  Biblio- 
teca Imperial  de  Paris,  y  con  el  que  reprodujo 
loi'd  Kinshorough  en  su  obra  de  antigüedades, 
habiendo  encontrado  todos  los  del  calendario  re- 
producidos por  Lauda  y  cerca  de  una  docena  de  sig- 
nos fonéticos.  Si  estos  trabajos,  y  los  esfuerzos  que 
continúen  haciéndose,  llegan  á  tener  el  mismo  re- 
sultado que  los  do  Champolioii  respecto  de  los  ca- 
racteres egipcios,  se  llegará  á  un  descubrimiento 
de  la  más  alta  importancia,  revelándose  al  mundo 
los  grandes  misterios,  y  quizá  la  historia  de  un 
pueblo  que  dejó  esculpida  en  piedra  la  memoria  de 
su  existencia. 


§  11. 


Después  que  Egipto  dejó  de  brillar  con  todo  su 
explendor,  y  fué  presa  de  la  tiranía  y  rapacidad  do 
los  conquistadores,  que  entregándolo  á  las  llamas 
y  destruyendo  sus  monumentos,  intentaron  borrar 
hasta  su  memoria,  un  velo  misterioso  cubria  su 
historia.  Entre  sus  ruinas  se  veian  numerosas  ins- 
cripciones, que  nadie  entendía,  y  que  por  largo 
tiempo  fueron  objeto  del  examen  y  meditación  de 
los  sabios.  Multiplicábanse  las  tentativas,  se  fati- 
gaba en  vano  1 1  ontendimienLo,  se  hacian  compa- 
raciones, se  formaban  ingeniosas  combluaciones , 
y  al  levantar  la  mano  de  ese  trabajo,  solo  se  tenia 


—278— 

la  convicción  de  su  mayor  dificultad,  y  casi  impo; 
siWe  descifracion. 

Conocidos  son  los  trabajos  de  Caiisini  (1),  deVa- 
leriani  (2),  de  Horopollini  (3),  y  de  Heorger  (4), 
sobre  esta  materia.  Entre  los  sabios  ilustres  que 
con  más  empeño  se  consagraron  al  servicio  de  Egip- 
to, se  enumeran  también  Ror- Apollo,  al  que  se 
deben  muchos  destellos  de  luz  sobre  la  interpreta- 
ción de  los  geroglíficos,  y  á  Anastasio  Kirclier,  sa- 
bio jesuíta  que  escribió  su  (í^spMngx  mistagogaí)  (b) 
y  su  (iMuseum  collegi  romanh')  (6).  Estos  escritos, 
y  los  de  varios  viajeros  ilustrados,  los  de  i/)*.  Fou- 
ricr,  y  los  trabajos  de  Belzoni,  ban  contribuido 
mucho  á  la  ilustración  de  la  materia,  pero  han  sido 
precisos  todos  esos  esfuerzos  reunidos,  y  el  trascur- 
so de  muchos  siglos,  para  rasgar  el  velo  misterio- 
so que  substraía  de  la  inteligencia  humana  los  sig- 
nos de  que  usaron  los  egipcios  para  expresar  sus 
pensamientos.  Tan  alta  gloria  estaba  reservada  al 


{\)  Causiüi.  Simbollica  Egypliorum  sapientia.  Pari- 
siis,  1641. 

(2)  Pielry  Valeriani.  Ilieroglyphica.  Francfurti,  1678. 

(3)  Horopollinis.  Hieroglyphica  gr.  lat.  cum  integris 
observationibus  et  notis  diversorum.  Curante  de  Paw 
Tiay  ad  Rhen,  1727. 

(4)  Heorger  Hieroglyphica.  Amsterdam,  1744. 

(5)  Athanassii  Kircheri  é  Societate  Jesu  Sphiogx 
mistagoga.  Amsterdam,  1676. 

(^)  Romani  collegi  socictatis  Jesu  Museum,  etc. 
Amsterdam,  1678. 


—279— 

inmortal  ChampoUon,  que  después  de  veinticinco 
años  de  incesantes  meditaciones  y  trabajo,  de  una 
atenta  y  profunda  comparación,  del  examen  de  mu- 
chos datos,  y  de  una  constancia  extraordinaria  en 
sus  tareas  analíticas,  aprovechándose  de  cuantas 
luces  se  hablan  esparcido  sobre  el  Egipto,  especial- 
mente de  los  escritos  del  Dr.  Yoting,  que  en  1813 
descubrió  el  valor  alfabético  de  los  signos  gcrogli- 
ficos  grabados  sobre  el  obelisco  de  Phile,  que  ex- 
presaban los  nombres  de  Plolomco  y  de  Bcrenice, 
y  rectiíicando  lo  que  este  descubrimiento  tenia  do 
defectuoso,  y  dándole  todo  su  desarrollo,  logró  al 
íin  en  Francia,  por  medio  de  la  inscripción  do  la 
Roseta  (1),  encontrar  la  clave  del  sistema  gráfico 
de  los  egipcios.  En  1822  pudo  ya  publicar  el  resul- 
tado de  sus  trabajos,  explicando  el  alfabeto  egipcio, 
que  ponia  al  alcance  de  todos  las  numerosas  ins- 
cripciones de  este  pueblo  antiguo,  que  fué  el  fanal 
que  iluminó  al  mundo  entero.  En  la  <iffístoria 
descriptiva  y  pintoresca  de  Egipto, y)  lamina  22,  se 
ha  publicado  ese  alfabeto  completo  con  su  corres- 
pondencia; descubrimiento  feliz,  que  basta  por  si 
solo  para  formar  una  do  las  épocas  más  notables 
del  saber  humano.  Con  su  auxilio  no  escapará  ya 
á  las  investigaciones  del  sabio  ninguna  de  las  ins- 


(1)  La  roí<?/a  es  un  bloco  de  basalto  negro  con  una 
inscripción  en  caracteres  gcroglificos  demóticos  y  grie- 
gos, descubierta  por  los  trabajadores  de  una  de  las  divi- 
siones del  ejército  francés,  al  cavar  los  cimientos  del 
fuerte  Saint-Jnlien.  Se  halla  en  el  Musco  Británico. 


—280  — 

cripciones,  que  aún  se  conserven  entre  las  ruinas 
de  aquella  célebre  nación.  Lo  mismo  sucedió  con 
lis  inscripciones  de  Palmira.  Más  de  un  siglo  ha- 
bía trascurrido  en  inútiles  esfuerzos  para  descifrar- 
las, hasta  que  el  abate  Barthelemy,  acostado  cons- 
tancia y  extraordinarios  afanes,  encontró  la  clave, 
descubriendo  que  participaba  del  alfabeto  hebreo  y 
siriaco,  explicándolo  todo  con  grande  erudición  (1). 


§  12. 

Quizá  otro  tanto  sucederá  al  fin  con  las  ruinas 
del  Palenque  y  Ococingo,  á  lo  cual  contribuirían 
los  últimos  trabajos  que  se  han  emprendido,  y  los 
descubrimientos  que  se  han  hecho.  Se  examina 
con  asombro  lo  que  queda,  y  al  fijar  la  vista  en  sus 
grandes  sleles,  en  Jos  caracteres  que  se  hallan  gra- 
bados cerca  de  sus  figuras,  una  ansiosa  curiosidad 
se  apodera  del  genio  investií^ador,  pero  solo,  aban- 
doijado  á  sus  propíos  esfuerzos,  el  desaliento  pene- 
tra en  su  corazón,  porque  no  encuentra  aún  datos 
bastantes  que  le  guien  en  medio  de  las  conjeturas, 
que  se  agolpan  y  se  suceden  unas  á  otras  como  va- 
nas ilusiones. 

Para  interpretar  el  antiguo  Egipto,  se  contaba 
(1)  Goguct.  Origine  dea  loisj  iom.  1,  lib>  %  pág.  38?^ 


—281— 

con  las  noticias  esparcidas  en  las  obras  de  los  res- 
petables escritores  de  la  antigüedad,  con  las  inves- 
tigaciones del  diligente  üerodoto,  que  mereció  de 
Cicerón  el  glorioso  titulo  de  padre  de  la  bistoria, 
que  examinó  el  Egipto,  la  Persia,  la  India,  la 
Arabia  y  la  Scytia,  y  cuyas  narraciones  ban  sido 
coníirmadas  después  con  las  luces  de  los  siglos  pos- 
teriores; estuvo -en  Tébas,  Heliopolis  y  en  mucbos 
de  los  países,  provincias  y  ciudades  de  que  bace 
mención,  procurando  beber  en  fuentes  puras  las 
noticias  que  nos  ba  trasmitido.  Se  contaba  con  las 
noticias  geográficas  é  bistóricas  de  Sí  rabón,  que 
viajó  y  examinó  con  escrupulosa  curiosidad  el 
Asia,  el  Egipto  y  la  Grecia,  no  contentándose  con 
lo  que  encontraba  escrito  en  otros  autores  sobre  los 
países  que  describe.  Se  toma  el  cúmulo  de  datos, 
que  en  fuerza  de  continuos  trabajos  é  investiga- 
ciones, por  espacio  de  treinta  anos,  reunió  el  pro- 
fundo Diódoro  Slculo.  Se  contaba  con  los  célebres 
estudios  sobre  la  bistoria  de  Egipto  de  Manelhon, 
para  los  cuales  consultó  los  anales  más  antiguos 
de  la  nación,  examinó  las  tradiciones,  registró  los 
monumentos  clásicos,  y  reunió  cuanto  podiadar  á 
conocer  á  este  gran  pueblo.  Se  contaba,  íinalmen- 
te,  con  los  trabajos  emprendidos  por  el  bistoriógra- 
fo  Sanchoniaton  .sobre  la  Fenicia,  y  los  áeJíeroso 
sobro  los  caldeos,  así  como  con. las  luces  de  los  sa- 
bios, que  con  sus  escritos  ban  ensancbado  en  to- 
dos los  ramos  la  esfera  de  los  conocimientos  buma- 
nos. 

¡Cuánta  diferencia  respecto  del  Paloiquef  Para 


—282— 

el  examen  é  interpretación  de  esas  ruinas  pocos  ó 
ningunos  datos  existen.  No  ha  muclio  tiempo  que 
han  comenzado  á  íijar  las  miradas  de  los  hombres 
ilustrados.  Aún  no  son  conocidas  en  todos  sus  de- 
tallos. Las  relaciones  que  se  encuentran  en  los  his- 
toriadores de  América  sohre  los  sucesos  de  la  con- 
quista, con  cuanto  pudieron  reunir  sohre  la  historia 
antigua  del  puehlo  conquistado,  la  religión,  las 
prácticas^  y  los  usos  y  las  costumbres  que  halla- 
ron establecidas,  no  ministran  la  luz  necesaria  pa- 
ra juzgar  con  acierto  sobre  cuanto  encierra  este 
continente.  ¡Quizá  muchos  de  los  datos,  cuya  fal- 
ta hoy  tanto  se  deplora,  perecieron  en  medio  del 
incendio,  de  la  sangre  y  devastación,  con  que  mar- 
caron su  conducta  los  conquistadores  del  Nuevo 
Mundo,  y  los  que  llevados  por  un  falso  celo  reli- 
gioso cooperaron  á  tales  actos  de  barbarie,  compa- 
rables á  los  de  Camhises  cuando  entró  en  Egipto  á 
sangre  y  fuego,  entregó  Tahas  al  pillaje  de  sus 
soldados,  destruyó  sus  templos,  incendiólas  habi- 
taciones, profinó  las  tumbas  do  los  reyes,  derribó 
sus  monumentos,  y  dejó  una  huella  de  sangre  y 
de  exterminio,  que  perpetuó  entre  sus  moradores 
su  memoria  excecrable. 

La  destrucción  de  los  ídolos,  la  ruina  de  los  tem- 
plos gentiles,  el  destrozo  de  las  pinturas,"  mapas, 
libros  y  manuscritos,  que  poseíanlos  antiguos  ha- 
bitantes de  este  continente,  nos  privaron  de  mu- 
chos conocimientos  útiles,  del  tesoro  de  noticias 
que  en  ellos  se  encontraban,  y  de  la  revelación  de 
los  misterios  que  por  todas  partes  se  presentan  to- 


r-283— 

davía  en  el  Nuevo  Mundo,  dejando  perplejo  al  sa- 
bio en  medio  de  sus  profundas  investigaciones.  No 
hay,  sin  embargo,  que  desesperar  en  esta  empresa 
gloriosa.  Mucho  ha  de  avanzarse,  y  tal  vez  se  lo- 
grará realizar  de  una  manera  satisfactoria  lo  que 
hizo  Champolion  respecto  del  Egipto  que  se  sepa 
con  certeza  qué  pueblo  habitó  las  ruinas  del  Palen- 
que, cuál  fué  su  historia,  desde  cuándo  fijó  su  mo- 
rada en  este  Continente,  qué  acontecimientos  me- 
morables acompañaron  su  existencia  y  produjeron 
su  aniquilamiento,  y  por  último,  cuáles  eran  su 
feU^ion,  sus  prácticas  y  costumbres,  con  todos  los 
detalles  de  su  vida  privada. 

Mucha  parte  de  esto  se  lograría  sin  duda,  si  pu- 
dieran leerse  las  inscripciones  que  decoran  las  rui- 
nas. Fijando  en  ellas  atentamente  la  vista,  se  des- 
cubre la  perfección  con  que  están  trazadas  las  di- 
versas figuras  con  que  se  expresan  las  ideas,  la 
regularidad  en  los  trazos,  la  hermosa  forma  de  al- 
gunos, la  finura  de  cincel  con  que  muchas  están 
esculpidas,  y  las  ideas  de  delineacion,  exactas  pro- 
porciones, y  variedad  que  en  ellas  se  descubren. 
En  las  inscripciones  del  Palenque  se  observa  lo 
mismo  que  en  la  de  los  obeliscos  egipcios,  el  uso 
de  cartones,  6  grumos  de  signos  g ero gli fieos  ins- 
critos dentro  de  un  cuadrado,  y  colocados  en  líneas 
verticales,  ú  horizontales,  como  lo  están  en  las 
steles,  ó  lápidas  llenas  de  caracteres,  y  en  los  que 
tienen  las  figuras  cerca  de  sí. 

En  cuanto  á  la  forma  hay  tal  variedad,  que  puede 
asegurarse  que  no  se  vén  dos  cartones  enteramente 

ESTUDIOS — TOMO  11—38 


—284— 

iguales.  Aun  cuando  se  encuentren  signos  qno, 
examinados  aisladamente,  se  parecen  á  los  inscri- 
tos en  otros  cuadrados;  ya  unidos  ó  combinados 
entre  sí  forman  un  conjunto  diverso.  Entre  estos 
signos  hay  algunos  que,  considerados  separada- 
mente, se  parecen  á  otros  de  los  egipcios,  como  la 
especie  de  instrumento,  ó  trabajo  de  escultura,  que 
se  vé  en  la  mano  de  la  estatua  que  se  encontró  en 
las  ruinas,  y  tiene  la  misma  figura  que  uno  de  los 
caracteres  con  que  se  denotaba  al  dios  Ammon^  so- 
bre lo  cual  se  han  hecho  antes  algunas  indicacio; 
ues;  pero  de  estos  pequeños  rasgos  de  identidad, 
uo  puede  deducirse  tal  semejanza,  que  dé  lugar  á 
creer  que  tuviesen  una  misma  significación,  por- 
que es  perceptible  la  variedad  que  existe  en  la  ma- 
yor parto  de  los  signos  empleados  en  su  escritura 
por  uno  y  otro  pueblo.  La  clave  del  uno  en  mane- 
ra alguna  puede  servir  para  descifrar  los  caracte- 
res del  otro.  Tal  diferencia  la  han  conocido  los 
sabios  escritores,  que  ex-profeso  han  meditado  so- 
bre esta  materia.  Encuentra  Dupaix  originalidad 
peculiar  en  los  del  Palenque,  y  no  teme  asegurar 
u  que  no  tienen  conexión  alguna  con  las  letras  sim- 
«  bólicas  de  los  antiguos  egipcios»  (1).  Este  es  el 
juicio  que  también  formó  Mr.  Lenoir  al  examinar- 
lo, no  encontrando  analogía  entre  los  geroglíficos 
del  Palenque  y  los  de  Egipto  y  México  (2) . 


(1)  Dupaix,  S*"»»  expedition,  núms.  41,  42  y  43. 
(2J  A.  Lenoir.  Examen  des  planches  3"°*eip.,  núms. 
41,  42  y  43. 


No  puede,  sin  embargo;  negarse  que  entre  unos 
y  otros  existe  una  semejanza  originaria,  aunque 
difieran  en  la  forma,  atendiendo  á  los  varios  pun- 
tos en  que  parece  convienen  uno  y  otro  sistema 
gráfico^  pues  ya  hemos  visto  que  empleaban  pus 
caracteres  en  inscripciones,  con  que  adornaban  las 
paredes  interiores  de  sus  edificios,  las  fachadas  de 
algunos,  y  los  monumentos  que  levantaban  para 
perpetuar  la  memoria  de  los  sucesos;  que  los  en- 
cerraban, cómelos  egipcios,  en  pequeños  cuadros, 
á  los  cuales  se  les  ha  dado  el  nombre  de  carlou- 
ches,  que  se  dice  contienen  nombres  propios  ex- 
tranjeros á  la  lengua  egipcia;  que  los  colocaban 
también  al  lado  de  sus  figuras,  explicando  lacóni- 
camente la  historia  del  personaje  ó  suceso  á  que 
hacian  alusión;  y  que  así  como  los  sacerdotes  egip- 
cios los  empleaban  para  escribir  los  anales  de  su 
nación,  sus  observaciones  astronómicas,  los  descu- 
brimientos que  se  hacian  en  las  ciencias  y  en  las  ' 
artes,  en  una  palabra,  para  todo  lo  que  era  digno 
de  conservarse,  el  mismo  uso  hacian  probablemente 
los  palencanos,  pues  aunque  en  las  excavaciones  y 
reconocimientos  que  se  han  hecho  no  se  ha  en- 
contrado manuscrito  alguno,  es  cosa  probada  que 
en  los  pueblos  más  antiguos  de  Chiapas  se  conser- 
vaban tradiciones,  que  indican  el  uso  que  hacian 
sus  progenitores  de  la  escritura  para  perpetuar  los 
grandes  sucesos  públicos,  escribiendo  los  fastos  do 
su  imperio,  y  1,(-  cosas  que  acaecían  más  notables 
ó  dignas  de  saberse. 

Uno  de  estos  manuscritos  vino  á  poder  del  cañó- 


nigo  Ordoñez  de  CMapas,  y  asegura  que  para  des- 
cifrar y  llegar  á  entender  el  texto  y  poligrafía  de 
ese  manuscrito,  le  habia  sido  preciso  consagrarse 
por  espacio  de  treinta  años  al  estudio  y  medita- 
ción, haciendo  numerosas  investigaciones,  adqui- 
riendo gran  caudal  de  noticias,  examinando  el  ge- 
nio ó  índole,  usos  y  costumbres  de  los  pueblos  de 
indios^  que  cubren  esta  parte  del  continente  ame- 
ricano^ y  aprendiendo  sus  idiomas.  Solo  en  fuerza^ 
de  tanta  constancia  é  inmenso  trabajo,  logró  des- 
cifrar, según  él  mismo  afirma  en  un  manuscrito 
suyo>  que  tuve  á  la  vista,  los  símbolos,  geroglífi- 
cos  y  emblemas,  sin  especificar,  empero,  nada,  ni 
entrar  en  explicaciones  que  reservaba  para  una 
obra  que  tenia  ánimo  de  escribir.  Suponía  que 
esos  caracteres  eran  fenicios,  y  que  habían  sido 
trasladados  á  esta  región  por  los  egipcios.  No  me 
ocuparé  por  ahora  en  calificar  la  fuerza  de  seme- 
*  ^ante  aserción,  y  las  muchas  observaciones  á  que 
dá  lugar;  basta  para  mi  intento  citar  el  hecho  de 
la  existencia  de  manuscritos  con  cifras  y  signos 
g  ero  gil  fieos,  que  hablaban,  del  gran  pueblo  que  ha- 
bitó las  ruinas  del  Palenque. 

Si  en  lugar  de  entregar  á  las  llamas  se  hubie- 
ran conservado  los  que  entre  los  indios  encontra- 
ron los  primeros  sacerdotes,  que  les  predicaban  la 
fé,  procurando  con  empeño  su  conversión;  si  se 
hubieran  estudiado  los  libros  en  que  estaba  con- 
signada su  historia,  sus  cuadernillos,  calendarios, 
y  repertorios  escritos  en  su  idioma,  muchos  de  los 
cuales  recogió  el  Sr.  Núñez  de  la  Vega,  obispo  do 


—287— 

Chiapas  y  Soconusco,  durante  el  tiempo  que  estu- 
vo gobernando  la  diócesis,  tendríamos  hechos  en 
vez.  de  conjeturas,  noticias  exactas  en  lugar  de  de- 
ducciones más  ó  menos  probables,  y  quizá  el  len- 
guaje escrito  de  los  palencanos  en  signos  tan  va- 
rios y  bien  trazados,  no  seria  hoy  un  enigma  ante 
el  cual  se  estrellan  las  m'ás  sagaces  tentativas  del 
entendimiento  humano.  Poseriamos  entonces  la 
ciencia  cierta  del  uso  que  hacian  de  la  escritura,  no 
solo  en  las  inscripciones  que  contienen  las  lápidas 
de  las  ruinas,  sino  en  libros  formales  para  conser- 
var la  historia  de  los  sucesos,  así  como  lo  más  dig- 
no de  saberse,  teniendo  este  dato  más  para  juzgar 
sin  equivocación  de  su  semejanza  con  los  egipcios. 
¡Deplorable  aberración,  que  por  extirpar  la  idola- 
tría, se  destruyeran  aquellos  preciosísimos  monu- 
mentos para  la  ciencia! 


CAPITUO:XXIX 


1.  Continuación  del  mismo  asunto.  Uso  qufi  hacíanlos 
paleucanos  de  signos  geroglíficos,  simbólicos  y  fono 
ticos. — 2.  Como  procediau  los  egipcios. — 3.  Género 
de  escritura  propia  de  los  palencanos.  No  tenian  no- 
ticia de  la  escritura  alfabética.  Consecuencias  impor- 
tantes que  de  esto  se  deducen. — 4.  Opiniones  qu'e  se 
han  expresado  respecto  de  la  escritura  alfabética  — 
5.  Tipo  de  originalidad  de  los  caracteres  del  Palen- 
que. Rasgos  de  semejanza  éntrelos  fenicios,  griegos 
y  latinos,  estudios  hechos,  sobre  el  alfabeto  fenicio, 
y  su  comparación  con  los  de  otros  pueblos:  compara- 
ciones. Alfabeto  de  lus  abisinios  y  brachmines.  Es- 
critura de  los  pueblos  de  Malabar,  Bengala,  Boutan, 
el  Thibet  y  otros;  de  los  tártaros  orientales,  guebros 
y  seracabios.  Comparación  de  los  del  Palenque  cou 
ios  conocidos,  y  lo  que  de  esto  resulta.  Juicio  de  Shc- 
malz. — 6.  Origen  del  lenguaje  escrito  de  los  abisi- 
nios.— 7.  Examen  analítico  de  la  escritura  de  varias 
naciones,  los  que  sobre  esto  dicen  el  P.  García, 
Herrera,  Torquemada,  Sahagun,  Acosta,  Garces  5  So- 
lórzano,  estudios  arqueológicos  de  D.  J.  M.  Melgar. 
Observaciones  deD.  Manuel  Orozco  y  Berra. — 8.  (je- 
roglíficos palencanos  y  mexicanos.  Trabajos  de  Mr. 
Aubin.  Caracteres  de  Yucatán.  Geroglíficos  de  los 
zapotecos.  Semejanzas.  Escritura  usada  por  las  tri- 
bus de  la  América  del  Norte.  La  del  Perú:  lo  que  so- 
bre esto  exponen  Acosta,  Garcilazo  de  la  Vega  y  Her- 
rera. 

§  1. 

Pasando  con  estos  datos  á  examinar  cuidadoia- 
mente  los  signos  empleados  por  los  palencanos  en 


—290— 

la  escritura,  se  deduce  que  hacían  uso,  lo  mismo 
que  los  egipcios,  de  tres  clases  de  signos:  geroglí- 
ficos^  simbólicos  y  fonéticos. 

Gomo  los  geroglíficos,  según  se  ha  dicho,  no  son 
más  que  la  reproducción  de  las  formas  del  objeto 
que  quiere  expresarse,  presentándolo  á  la  vista,  ó 
completamente  trazado,  ó  solo  sus  partes  principa- 
les para  darlo  á  conocer,  se  descubren  en  los  cario- 
?ies  (1)  delospale)icanoscdi.veiSliu.mdLn3i.s,  ojos,  pies, 
brazos  y  otras  partes  del  cuerpo,  y  la  figura  de  al- 
gunos animales,  ú  otros  objetos  materiales. 

Este  sistema,  imperfecto  por  su  propia  natura- 
leza, no  podía  servir  sino  para  expresar  un  núme- 
ro reducido  de  conceptos,  y  exigía  naturalmente 
el  uso  de  signos  simbólicos,  que  son  los  que  por 
medio  de  objetos  materiales  expresan  otros  concep- 
tos, buscando  analogías  más  ó  menos  directas,  ó 
inmediatas  entre  el  objeto  y  el  concepto  expresado. 
Así,  para  indicar  una  familia,  pintaban  un  árbol, 
cuyo  tronco  representaba  el  ^¿^í?recí?m«;^,  y  las  ra- 
mas y  frutos  los  parientes  por  línea  recta  y  trans- 
versal. Con  este  mismo  signo  significaban  un  pue- 
blo, ó  una  nación,  compuesta  de  muchos  pueblos, 
pero  añadiéndole  tantas  piedras,  6  lajas,   cuantas 


(1)  Los  cartones  egipcios  son  un  grupo  de  signos  ge- 
roglíficos contenidos  en  un  pequeüo  cuadrado,  formado 
por  dos  líneas  verticales  ú  horizontales,  unidas  por  los 
extremos,  y  que  se  apoyan  sobre  una  base  rectangular, 
según  la  definición  de  Champolion, 


— 291-- 

'  iudades,  lugares  ó  villorios  intentaban  simbolizar, 
por  eso  se  vén  antes  con  caracteres  otros  signos 
como  ramos,  cerros  y  otros.  El  símbolo,  usado  por 
los  mexicanos  para  significar  el  siglo,  era  el  sol 
medio  eclipsado  por  la  luna  y  circundado  de  una 
serpiente,  del  cual  usaban  también  los  egipcias  y 
los  caldeos. 


%% 


Los  egipcios,  procediendo  de  la  misma  manera, 
pintaban  un  gavilán  para  expresar  la  velocidad, 
porque  esta  ave  vuela  con  mayor  rapidez  que  nin- 
guna otra,  también  ora,  según  Champolion,  el  sím- 
bolo del  dios  Sol  (1) .  La  mano  derecha,  con  los  de- 
dos extendidos,  significaba  la  liberalidad,  y  lat-r- 
quierda,  teniéndolos  recojidos,  la  cco?iomía  de  la 
avaricia.  El  cocodrilo  ve^veseníeLbOiSiem^vé  el  mal 
(2).  El  ojo  ináiceíbtiíngilancia,  el  que  guarda  la  jus- 
ticia y  cuida  del  cuerpo;  un  ojo  abierto,  colocado  en 
la  extremidad  de  un  bastón,  designaba  idi  pruden- 
cia en  el  gobierno  de  un  Estado,  y  la  providencia 
de  los  'dioses  en  el  régimen  del  universo  (3).  El 
curso  oblicuo  de  las  estrellas  era  representado  p0;r 

(1)  Hist.  descrip.  y  pint.  de  Egipto,  lomo  L  pág.  40. 

(2)  Meraoires  de  literature  tires  des  registres  de  l'Aca- 
demie  royal  de  lascriptions  et  Belles  lettres.  Disert.  7, 
l'origiue  des  Elhiepes  dansl'AfriquepDrMr.  Fourmont 
le  cadet,  tom.  7,  pág.  50o. 

(3)  ídem,  ídem.  Reüexions  sur  les  art.  escrita  por  Mr. 
Freret,  tom.  9,  pág.  328. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 39 


—292— 

serpientes;  el  sol  por  un  escarabajo  (1),  y  así  otras 
cosas  que  no  podían  expresarse  con  el  objeto  mis- 
mo, por  ser  incorporales,  como  las  relaciones  y  ac- 
ciones de  los  seres,  las  ideas,  los  sentimientos,  las 
pasiones.  Los  sacerdotes  eran  los  únicos  que  le- 
mán la  ciencia  de  este  género  de  escritura,  que  se 
llamaba  sagrada,  (2)  y  quesegun  Fourmont(3)  y 
Vives,  (4)  como  se  ha  dicho,  recibieron  los  egipcios 
de  los  etiopes;  así  sucedió  también  con  las  letras 
Amonianas,  las  sagradas  de  Babilonia,  y  las  de  la 
ciudad  de  Meroe  (b) . 

Los  varios  sentidos  en  que  estos  símbolos  po- 
dían tomarse,  los  hacían  dudosos  é  inciertos,  ex- 
poniendo al  lector  á  caer  en  tantas  equivocaciones 
oomo  sentidos  admitía  el  signo  simbólico.  Era, 
pues,  necesario  remover  este  inconveniente,  y  dar 
á  la  escritura  mayor  exactitud  y  perfección,  y  esto 
se  lograba  con  los  sif/nos  fonéticos  ó  articulados . 
que  representaban  no  lob  mismos  objetos,  sino  las 
voces  usadas  en  el  idioma  para  expresarlos,  por 
cuyo  medio,  combinándolos  entre  sí,  podía  sin  em- 

(1)  ídem,  ideiii.  Memoire  daus  la  quelie  apees  avoir 
esaminé  rorigine  des  lettres  Phenicies,  etc.,  par  Mr. 
de  Guignes,  toio.  50,  pág.  20, 

(2)  Memoires  de  literaturc,  etc.,  tom.  tí,  pág,  4ü.  Di- 
sert.  de  Mr.  l'Abé  Anselme.  Des  monumeuts  qu'ont 
supleé  au  defaut  de  rccriture.  Marz  26,  171Í5. 

(3)  ídem,  ídem,  ídem,  tom.  7,  pág.  30]. 

(4)  Vives.  Opera  omnia,  lib.  1,  tom.  O,  cap.  1,  pág. 
10. 

(5)  Fancüurt.  Enciclopedia,  tom.  s. 


—293— 


barazo  de  ningan  género  expresarse  todos  los  coH' 
cseptos,  como  actualmente  se  hace  con  el  alfabeto, 
que  es  el  último  grado'  de  perfección  á  que  ha  lle- 


gado la  escritura. 


§3. 


La  multitud  de  signos  que,  mezclados  con  ge- 
roglííicos  y  figuras  simbólicas,  se  descubren  en  las 
inscripciones  de  las  ruinas  del  Palenque,  conven- 
cen del  uso  que  de  ellos  hacian  lospalencanos,  re- 
sultando de  su  combinación  su  género  de  escritura. 
Aunque  entre  los  signos  de  que  ésta  se  compone  y 
los  de  los  egipcios  no  haya  una  completa  conformi- 
dad, formándose  su  sistema  gráfico  de  caracteres 
ejpistálicos,  geroglí fieos  y  siin'bóUcos,  comoeldeloB 
egipcios,  tienen  este  rasgo  muy  marcado  deseme- 
janza; pues  no  puede  creerse  que  fuese  casual  esta 
coincidencia. 

una  deducción  cierta  puede  hacerse  de  todo  lo 
expuesto,  y  es  que  la  escritura  alfabética  era  des- 
conocida de  los  habitantes  del  Palenque,  y  de  con- 
siguiente, su  existencia  es  anterior  á  la  época  en 
que  se  verificó  este  descubrimiento.  A  no  ser  así, 
sus  caracteres  se  parecerían  á  los  de  alguna  de  las 
naciones  conocidas  del  mundo,  y  en  cuyos  anales 
podemos  leer  su  origen,  marcha  y  progresos,  has- 
ta tocar  con  los  tiempos  modernos. 


—294— 


§4. 


No  se  sabe  á  punto  fijo,  según  antes  se  ha  indi- 
cado, quién  fué  el  inventor  de  la  escritura  al fahé- 
iica.  Se  ha  visto  también  la  gran  variedad  de  opi- 
niones que  se  encuentra  en  los  autores  sobre  es- 
te punto;  paes  hay  entre  ellos,  como  se  ha  dicho, 
quien  la  suponga  coetánea  con  la  creación,  ó  por 
lo  menos  con  los  tiempos  primitivos  del  mundo,  y 
en  sentir  de  San  Agustín  y  otros  padres  de  la  Igle- 
sia, Dios  comunicó  á  Adán  el  arte  de  escribir  (1). 
Tostado  y  Pellicier  apoyan  la  opinión  del  uso  que 
hizo  Adam  de  las  letras  (2) .  José f o  atribuye  su 
invención  á  Setli,  {suidas  in  verh.  Seth)  y  Gene- 
brando  á  EnocJi  (3).  Otros  no  consideran  este  in- 
vento, sino  como  un  grande  esfuerzo  de  la  inteli- 
gencia humana,  al  cual  se  llegó  por  grados,  y  des- 
pués de  haber  practicado  los  diversos  medios,  que 
se  conocen,  de  dar  á  entender  los  pensamientos  por 
escrito.  Lucano  lo  atribuye  á  los  fenicios,  como  se 
ha  visto  (4),  Diódoro  de  Sicilia  á  los  sirios  (b),  y 


(1)  S.  Agustín.  QuoBSt  69,  in  Exod  et  lib.  18  decivit. 
Dei.  cap.  39. — Calmet,  Dic.  §  5,  verb.  littera,  §  invent, 
liter. 

(2j  Historia  de  la  Iglesia  y  el  mundo,  lib.  2,  cap.  22. 

(3)  Lib.  1,  Chron.  pág.  6. 

(4)  Pharsal.  lib.  3,  v.  220. 
(^)  Diódoro  de  Sicilia,  1.  ?>. 


—295— 

Calmet  dice,  que  cuando  esto  se  verificó,  no  era 
conocido  entre  los  egipcios,  ni  el  uso  diQ\  papel,  ni 
e\áQ\Qi'¿>  gerogli fieos  (1).  En  tiempo  de  Jacob  lo 
era  y&lsi escritura  alfabética,  y  entre  los  egipcios 
estaba  en  uso  en  tiempo  de  Thaut. 

Por  detenida  y  escrupulosamente  que  se  exami- 
nen los  autores  que  se  ban  ocupado  de  esta  mate- 
ria, se  vé  por  lo  expuesto  que  no  es  fácil  deter- 
minar la  época  en  que  se  inventó  el  alfabeto,  ni  la 
nación  que  tuvo  la  gloria  de  bacer  un  ballazgo  de 
esta  naturaleza.  Convienen  sí,  en  que  todas  las 
probabilidades  se  inclinan  á  favor  de  los  asirios  ó 
egipcios,  no  obstante  las  pretensiones  de  otros  pue- 
blos, especialmente  las  que  tienen  los  chinos  á  la 
antigüedad  y  primacía  en  el  conocimiento  é  inven- 
ción de  los  más  importantes  y  raros  descubrimien- 
tos en  las  ciencias  y  en  las  artes.  Plinio,  aunque 
cree  que  los  asirios  fueron  los  inventores,  dá  á  co 
nocer  la  variedad  é  incertidumbre  de  opiniones  que 
sobre  esto  babia  (2).  Han  supuesto  algunos,  que  la 
invención  se  debe  á  los  armenios^  pero  se  ba  adver- 
tido la  semejanza  que  tienen  con  los  caracteres  grie- 
gos (3),  así  como  los  fenicios  eran,  según  Bscali- 
gero^  apoyándose  en  las  creencias  de  Ensebio,  los 

fl)  Calmet,  Dio.  §  5,  verb.  littere,  §  honorem. 

(2;  Literas  semper  arbitror  assirias  fui.sse  sed  alii 
apud  Egyptie  a  Mercurio  seu  Gellius,  alii  apud  Syros 
repertus  volunt.  Useque  in  Gretiam  intullisse  Phenice 
Gadnius. 

Plinio,  1.  7,  cap.  56. 

f3)  Journal  des  savants.— 1738,  pág.  390. 


—296- 

mismos  que  usaban  los  samaritanos.  Tácito  {i). 
Plinio  (2),  y  Lucano  (3)  sirven  de  testo  á  muchos 
para  atribuir  á  Fenicia  y  á  Egipto  la  invención  de 
las  letras. 

Quinto  cursio,  hablando  de  la  famosa  ciudad  de 
Tiro  dice  que  los  Phenicios  inventaron  las  letras, 
ó  enseñaron  su  uso. — «Si  famcelibet  credere,  hice 
'(  genus  literas  aut  docuit,  aut  dedieit  (4). 

Cadnio  las  introdujo  en  Grecia  como  1300  años 
antes  de  la  venida  de  Cristo,  en  número  de  diez  y 
seis,  las  cuales  eran  las  siguientes  a,  b,  g,  d,  e,  i, 
k,  1,  m,  n,  o,  p,  r,  s,  t,  u.  Pahmedes  añadió  la 
ts,  d  B,  f  j.  Swionides  la  x,  e larga,  ps,  y  o  larga 
(S),  Plinio  afirma  que  los  alfabetos  griegos  y  lati- 
nos eran  originariamente  de  diez  y  seis  letras  (6) 
Eusebio  dice  también  que  el  primero  no  contenia 
al  principio  más  que  ese  número  de  letras  (7).  Los 
gramáticos  latinos  a.seguran  lo  mismo,  y  Bianconi 
también  (8)  shuckford  solo  cuenta  diez  y  seis  (9) . 
Los  Orientales,  tal  vez  los  Phenicios,  bien  pronto 
tuvieron  3  más  que  pasaron  i\  lo?  griegos,  y  eran 

f1)  Tácito,  An.  XI,  M. 

(2)  Plinio,  VIL  oG. 

(3)  Lucano.  III,  220. 

(4)  PJinio,  VII,  lib.  4,  cap.  1.      ' 

(5)  Plinio  VII,  56,  157,  Higin.  Fab.  277. 

(6)  Hist.  nal.,  lib.  7,  chap.  56. 

(7)  Chron,  u.  1617. 

(8)  De  antiq.  litt.,  p.  47. 

(9)  Histoire  du  monde  saóré  et  profane,  tom.  1,  págr. 
252. 


—297— 

iiamados  episenioiis ,  y  son.  el  vea7i,  la  tsade  y  el 
kaph  de  los  orientales  (1). 

Los  Hebreos  y  los  demás  Orientales  ios  aumen- 
taron hasta  veinte  y  dos  (2) . 

Muchos  asignan  dos  épocas  al  alfabeto  griego-, 
el  Pelasgo  y  el  Cadmo:  el  primero  solo  constaba  de 
diez  y  seis  letras,  y  el  segundo  de  veintidós  ó  vein- 
dcuatro  (3). 

Bouhier  admite  el  alfabeto  de  veintiséis  letras 
anterior  á  Cadmo,  y  su  uso  entre  los  Pelasgos,  que 
eran  los  primeros  pueblos  de  Grecia  y  una  parte 
de  la  Italia  (4). 

No  laltan  autores  juiciosos,  que  tengan  por  fal- 
so el  aumento  de  tales  letras.  Lo  que  no  puede  du- 
darse es  que  Moisés  encontró  ya  perfeccionada  la 
lengua  hebrea,  y  usada  la  escritura  alfabética:  el 
libro  de  Jol  fué  compuesto  2000  años  antes  de  J.  C 
y  1000  antes  de  Homero. 

La  mayor  parte  de  los  cristianos  creen  que  los 
caracteres  de  que  se  sirvió  Moisés  fueron  los  mis- 
mos de  los  fenicios.  Esta  opinión  tiene  apoyo  en  lo 


ilj  Court  de  Gebelin.  Monde primitif.  ele,  liv.  5,  sec 
%  chap.  15. 

(2)  ídem,  idem,  idem. 

(3j  Ídem,  idem,  chap.  16,  pág.  427. 

(4)  Recherches  et  disertations  sur  Heredóte,  pág. 
148. 


—298- 

quehan  escrito  sobre  este  ^unio  ScaHge?'0,  Bocar- 
to,  Vosio  j  otros,  pero  hay  discrepancia  sobre  el 
origen  de  los  expresados  caracteres  fenicios.  Los 
atribuyen  algunos  á  los  caldeos  ó  "asirlos,  quienes 
los  comunicaron  á  los  fenicios,  los  cuales,  propa- 
gándolos en  las  naciones  extranjeras,  se  atribuye- 
ron el  honor  de  la  invención.  Aseguran  otros  por  el 
contrario,  que  los  asirlos  y  los  caldeos  los  recibie- 
ron de  los  fenicios  (1 ) ,  lo  mismo  que  los  egipcios 
en  opinión  de  Lucano;  pues  éstos,  antes  de  ellos, 
no  usaban  otra  clase  de  escritura  que  animales  y 
figuras  mágicas  esculpidas  en  piedra. 

Naturalmente  se  deduce  de  estos  hechos,  que 
ios  que  construyeron  los  monumentos  del  Palen- 
que vinieron  á  este  continente,  como  se  ha  insinua- 
do ya,  antes  que  se  conociese  la  escritura  alfabéti- 
ca, ó  de  nación  donde  aun  no  se  usaba,  pues  de 
lo  contrario  habrían  tenido  algún  conocimiento, 
como  la  colonia  fenicia  que  conducida  por  Cadyno 
la  introdujo  en  Beocia,  y  Bvandro  de  la  Grecia  la 
llevó  al  Lacio,  según  7^iio  Limo  (2).  Si  esos  ha- 
bitantes descendían  de  Egipto,  Fenicia,  Asirla  ú 
otra  de  las  naciones  donde  más  se  aumentó  el  gé- 
nero humano,  y  mayoies  progresos  hablan  hecho 
las  ciencias  y  las  artes,  su  venida  es  probable  que 
toque  á  los  tiempos  más  remotos,  anteriores  á  la 
época  en  que  se  supone  conocida  la  escritura  entre 

(1)  Galmet.  II  tosoro  delle  antichitá  sacre  é  profane, 
tom.  1,  pág.  91. 

(2)  Tit.  Liv.  I,  7. 


—299— 

los  hebreos,  esto  es,  más  de  2,000  años  antes  de  J. 
C.  Lo  otro  no  es  de  suponerse;  pues  poseyendo 
tantos  conocimientos,  como  lo  indican  los  restos 
de  sus  obras,  no  es  de  creerse  que  trajeran  su  ori- 
gen de  algún  pueblo  oscuro  ó  inculto,  y  si  no  lo 
era,  la  escritura  alfabética  no  podia  serle  desconoci- 
da, y  debió  ser  uno  de  sus  principales  conocimien- 
tos. 


§6. 


En  este  supuesto,  ningún  dato  podria  ser  más 
seguro  para  averiguar  la  edad  y  origen  de  sus  ha- 
bitantes que  éste,  comparando  sus  caracteres  con 
los  de  los  pueblos  conocidos  de  la  antigüedad ,  pues 
aunque,  según  Mr.  de  Guigncs^  del  examen  atento 
que  liabia  hecho  de  diversas  lenguas  y  caracteres, 
resultaba  la  convicción  deque  todas  tenian  un  orí- 
gen  común,  esto  es,  que  las  unas  descendían  de 
las  otras  de  una  manera  indirecta,  pero  difícil  de 
descubrirse,  por  las  alteraciones  que  habían  tenido 
con  la  mezcla  de  otras  lenguas,  (1)  siempre  que- 
dan algunos  rastros  con  ios  cuales  podia  hacer- 
se la  comparación.     Pero  sucede  en  esto,  como 
en  todo  lo  demás,  que  los  caracteres  del  Palenque 
tienen  iin  tipo  de  or¡f/inalídad  que  asombra  ver- 


il^ Memoires  de  lilteralure  &.,  tom.  SO,  pag.  3  . 

ESTUDIOS— TOMO  H — 40 


—300— 

(laderamente.  Se  notan  los  rasgos  de  semejanza 
que  hay  entre  las  letras  de  los  fenicios  y  las  de 
los  griegos,  y  las  de  éstos  y  los  hitinos,  y  por  con- 
siguiente las  de  las  naciones  de  Europa;  las  ins- 
cripciones fenicias  se  encuentran  parecidas  al  an- 
tiguo alfabeto  hebreo,  y  las  cartaginesas  á  las  fe- 
nicias; (1)  los  caracteres  de  las  tablas  eugii/iinas 
insertas  en  Oniter,  y  las  que  se  hallan  en  algunos 
monumentos  cerca  de  Siena,  se  parecen  á  las  le- 
tras samaritanas  ó  fenicias  (2);  se  ha  descubierto 
en  fuerza  de  estudio  y  aplicación,  que  el  alfabeto 
de  los  abisinios  ó  etiopes,  que  constaba  de  doscien- 
tos caracteres,  no  difiere  mucho  de  los  hraltmines 
ó  brahmanes j  queiema.cerca.de  doscientos  cua^^en- 
ta;  se  conocen  las  afinidades  que  existen  en  el 
género  de  escritura  de  los  pueblos  de  Malahai, 
Bengala,  Bou  tan,  el  Thibet,  Ceylan,  Siana,  Ja- 
va, y  otras  naciones  y  el  de  los  antiguos  griegos, 
los  rasgos  de  semejanza  de  la  escritura  corrieníe 
de  los  tártaros  orientales  con  la  de  los  guebros, 
sirocaldeos,  y  antiguos  árabes,  y  la  desemejanza 
de  las  letras  etiópicas  y  de  las  fenicias  y  hebreas, 
en  que  algunos  hablan  creido  encontrar  puntos 
de  contacto. 

El  alfabeto  fhenicio,  sobre  el  cual  han  derrama- 


(t)  Cesar  Gaiitú.  Historia  Universal,  lib.  2,  cap.  1. 

(2)  Memoires  de  literalure  tirées  des  registres  de  V 
academie  des  iiiscriplions  et  belles  lellres,  tom.  2, 
pag.  310. 


—sói- 
do tanta  luz  las  investigaciones  y  trabajos  del  Aba- 
te Bnrthelemy  {{),  del  Dr.  Switon  (2),  y  las  pos- 
teriores de  Pelleriu  (3)  y  de  Dutens  (4),  ha  sido 
objeto  de  estudios  comparativos  de  mucha  impor- 
tancia. Court  de  Gebelin  dice  acerca  de  él  lo  si- 
guiente: 

«Arrojando  una  mirada  sobre  estos  alfabetos 
phenicios  de  Siria,  Creta,  Malta,  Sicilia,  España, 
«  etc.,  se  reconoce  siempre  el  alfabeto  primitivo, 
«  á  pesar  de  las  formas  diversas,  que  necesaria- 
«  mente  han  debido  tomar  en  el  curso  de  tantos 
((  siglos,  caracteres  empleados  en  tantos  lugares  di- 
«  f  eren  tes:  estas  diferencias,  que  no  quitan  nada 
«  á  la  relación  común,  son  también  una  contirma- 
«  cion  de  que  todos  los  alfabetos  vienen  de  nn  mis- 
«  Olio  origen;  pero  que  á  pesar  de  las  variedades 
«  que  so  perciben  en  ellos,  no  son,  cuando  se  les 
((  compara,  más  que  modificaciones  de  un  mismo 
«  carácter.  Mientras  más  se  reúnen  los  alfabetos 
u  antiguos,  más  se  les  verá  aproximarse  y  depo- 
i<  ner  altamente  esta  verdad  incontestablb^  que  no 
»  existió  más  que  im  alfabeto  'primitivo,  del  cual 


(1)  Mem.  de  l'Acad.  des  Inscr.  ct  Bel.  Let. 
— Journal  des  Savans. 

(2)  Transaclions  philosophiquos. 

(3j  Recueil  de  Mcdaillcs  iii  7,  vol,  del  Abate  Pérez 
Bayer. 

— Disert.  en  seguida  del  Saluslio  español. 

(i)  Explicatioñs  de  quelques  medailles.  Lond.,  1773, 
1774. 


—302— 

«  han  venido  los  demás,  y  que  subsiste  al  través 
c(  de  toda  la  extensión  del  antiguo  continente  des- 
c(  de  las  costas  de  la  China  hasta  las  de  Portu- 
«  gal  (1).)) 

Para  poner  de  manifiesto  este  concepto,  figuran 
en  su  obra  varias  planchas,  en  que  aparecen  com- 
parados con  el  siriaco  y  el  hebreo  los  alfabetos 
phenicio,  hebreo  de  las  medallas^  el  bastulo,  el 
ctrusco,  y  griego  de  las  inscripciones  de  Lacede- 
monia  que  tienen  oOOO  años,  el  irlandés,  el  theu- 
ton  y  el  thibetano,  que  se  escriben  de  derecha  á  iz- 
quierda (2),  y  el  phenicio,  el  hebreo,  el  zend  y  el 
pehlvi,  el  indio,  el  siriaco  X)2  años  antes  de  J.  C. 
el  mendien  277  años  de  J.  C,  el  cuphico^  el  árabe, 
el  palmirianO;,  el  armenio,  el  etiópico,  el  copio  y  el 
alphilas,  que  se  escriben  de  derecha  á  izquierda, 
(3)  ocupándose  en  los  capítulos  17,  sec.  2,  y /i, 
sec.  o,  del  libro  5,  en  el  análisis,  desarrollo  y  de- 
mostración del  concepto  antes  indicado,  y  de  todo 
lo  relativo  á  las  planchas  4  y  í)  en  que  se  dá  á  co- 
nocer, en  la  primera,  el  alfabeto  geroglífico  y  pri- 
mitivo de  IG  letras,  y  las  correspondientes  en  ca- 
racteres chinos,  españoles,  hebreos  de  las  meda- 
llas, phenicios,  hebreos  cuadrados,  griego  antiguo, 
y  etrusco,  y  en  la  segunda,  los  chinos,  los  fenicios 


(1)  Gourl  de  Gcbclin.  Moüdc  primilif.  etc.,  liv.  5, 
sec.  3,  chap.  4. 

(2)  Id.  id.  pl.  G. 

(3)  Id.  id.  pl.  7. 


de  España,  hebreo  de  las  medallas  e  inscripciones, 
fenicios  de  JNÍalta,  samari taños,  hebreo  cuadrado, 
griego  antiguo  y  etrusco;  de  iodo  lo  cual  deduce 
la  grande  relación  que  existe  entre  la  mayor  parte 
de  los  alfabetos  orientales  antiguos  ó  modernos  y 
el  siriaco,  que  dice  puede  considerarse  como  el 
origen  de  lodos  ellos  ( 1 ),  y  para  hacer  resaltar  más 
este  concepto,  agrega  que  hay  letras  siriacas  que 
son  exactamente  las  mismas  que  las  fenicias  y 
hebraicas,  y  que  el  antiguo  persa,  que  comprende 
el  zend  y  el  pehlvi  se  parece  también  al  siriaco:  An- 
quetil  encuentra  muchas  relaciones  entre  el  zend 
y  ei  pehlvi  y  las  de  Georgia  y  Armenia  (2). 

VA  Samkrelon^  alfabeto  de  los  Brainines  de  la 
India,  que  lo  reputan  como  el  más  antiguo,  com- 
puesto de  tío  caracteres,  trae  su  origen,  según  el 
mismo  Court  de  Ocbclin,  ilel  siriaco  y  del  hebreo, 
con  los  cuales  tiene  mucha  relación  (3). 

También  lo  traen  del  antiguo  siriaco,  según  el 
expresado  autor,  los  alfabetos  mongoles  dados 
á  conocer  por  el  sabio  Bayer\  lo  mismo  que  el,de 
Tibet^  que  Georgio  cree  procedente  del  oriental  {\). 

Mas  respecto  de  los  caracteres  del  Palenque,  ha 


(1)  Id,  id.  üb.  i;,  sec.  3,  chap.  4. 

(2)  Mera,  de  l'Acad.  des  luscr.  el  Bel.  lel„  tom.  56. 

(3)  Court  de  Gebeliu,  id.  liv.  5,  sec.  3,  chap.  4. 

(i)  Alphabetuní  TangulaDum  sive  Tibetanura  etc.—" 
Fr»  August»  Antón  Georgüi— Rom.,  176?,  in  i'^, 


—304— 

sucedido  lo  que  con  los  caracteres  chinos^  que  ape- 
sar  de  lo  que  acerca  de  ellos  expone  Court  de  Gebe- 
lin,  en  opinión  de  otros  escritores  no  se  parecen 
á  ninguno  de  los  conocidos,  y  que  ese  pueblo,  cu- 
ya existencia  toca  con  las  primeras  edadades  del 
mundo,  cuyo  or ir/en  se  ignora,  y  que  por  más  de 
un  titulo  es  tan  singular  y  notable,  se  le  ha  en- 
contrado por  muchos  sabios  una  tan  gran  confor- 
midad en  varias  cosas,  que  han  llegado  á  supo- 
nerlo una  colonia  salida  del  Egi-pto  (1). 

En  la  escritura  del  Talenque  no  se  descubre 
ninguna  semejanza  con  la  hebrea,  ni  con  la  sama- 
ritana,  la  etiópioca,  la  fenicia,  la  sánscrita,  la 
árabe,  la  china,  ni  á  la  de  los  alihancs.  No  se  pa- 
rece á  las  letras  púnicas,  ni  á  los  caracteres  sibe- 
rianos de  que  nos  habla  Gilberto  Cubero  en  su 
carta  88,  á  Otón  tSpcrling,  inserta  en  el  suple- 
mento de  Juan  Polcno  al  «Tesoro  do  antigüedades 
romanas  y  griegas»  tomo  /i,  página  27'ó,  tablas  1, 
2,  4;  y  lo  que  es  más  notable,  ni  con  la,  mexicana, 
aunque  Stcphens  cree  lo  contrario  (2)  pues  parece 
natural,  que  siendo  habitantes  do  un  mismo  con- 
tinente, y  no  muy  distantes  unos  do  otros,  su  es- 
critura, si  no  era  la  misma,  debia  tener  rasgos 
muy  marcados  de  semejéinza.  Por  último,  tampoco 


(1)  Memorics  de  lillcralurc.  Discrlation  de  Mr.  Gui- 
gucs,  lom.  üO,  pág.  lo. 

(2j  Slephens.  Incidcnts  of  travel  in  Central  America, 
Oliiapas  and  Yucatán,  tom.  2,  cap.  26,  pag.  4b5. 


—305— 

es  igual  á  la  egipcia,  no  obstante  que  bajo  diversos 
respectos  tiene  tantos  puntos  de  contacto,  al  grado 
de  sorprender  el  aire  de  semejanza  que  se  encuen- 
tra, como  se  ha  dicho,  entre  las  inscripciones  de 
estas  ruinas  con  las  del  templo  de  Carnalty  por  la 
manera  con  que  están  colocadas  las  íiguras,  y  por 
las  leyendas  geroglííicas  al  lado  de  ellas,  con  otros 
rasgos  que  no  se  escapan  á  un  examen  detenido  y 
á  un  ojo  escudriñador. 

Observando  atentamente  los  geroglí fieos  conte- 
nidos en  los  obeliscos  Mahntahú  y  Medid,  tales 
como  se  hallan  representados  en  la  obra  de  ^lon- 
seííor  Bianchini  (1),  q\  Pan  filio,  el  Lakranense  y 
el  Flaminio,  y  los  que  Kircher  ha  consignado  en 
sus  trabajos  anticuarios,  entre  otros  el  Celimonfa- 
no,  qXLíuIovíco,  el  Oonsfantinopolitano,  el  de  Flio- 
polis  y  el  Barherino,  nótase  que  los  signos  ó  ge- 
roglíílcos  forman  grupos  por  cuadrados  ó  circula- 
res; es  decir,  no  están  aislados,  como  las  letras,  y 
se  hallan  escritos  en  líneas  verticales  de  arriba 
abajo,  lo  cual  les  dá  un  aire  de  semejanza  con  los 
del  Palenque,  que  aparecen  encerrados  también  en 
cuadrados  compuestos  de  varios  caracteres.  Es  de 
advertirse  igualmente  que  el  obelisco  Pan  filio  es- 
tá coronado  en  uno  de  sus  lados  con  oX  globo  alado, 
que,  como  se  ha  visto  por  los  fragmentos  que  se 
encuentran  en  las  rimias  de  Ococingo,  coronaba 


(1)  Sloiia  uuiversale  provala  cou  mouuraeuli  é  figú- 
rala cou  siuboli  degli  anliclii.  lom.  G,  tav.  7  y  8. 


— 30G— 

una  de  las  puertas  que  quedan  en  pié.  En  el  0^»^- 
lisco  lateranense  se  vé  uno  ú  otro  de  los  caracté- 
racteres  parecidos  á  los  del  Palenque,  y  señalada- 
mente éste  P"  ^^  que  es  como  una  especie  de  ins- 
trumento, que  tiene  pegado  al  pecho  y  apoyado  por 
la  mano  derecha,  la  única  estatua  que  hasta  ahora 
se  ha  encontrado  en  las  ruinas,  sohre  el  cual  se  han 
hecho  ya  algunas  indicaciones. 

Ente  las  letras  etruscas  se  vé  una  de  es  la  forma 
0£  que  algo  se  parece  tamhien  á  uno  de  los  ca- 
racteres del  Palenque.  En  el  famoso  bajo  relieve 
del  apoteosis  de  Homero^  que  describe  Visconii, 
(1)  se  encuentra  una  flgura  que  algunos  toman 
por  Bias,  hijo  de  Apolonio,  que  está  apoyada  so- 
bre una  trípode^  cuyo  remate  ó  parte  extrema  su- 
perior en  esta  forma  ^S  se  asemeja  un  poco  á  al- 
guno de  los  caracteres  del  Palenque. 

Necesario  es  en  todo  esto,  tener  presente  las  al- 
teraciones que  en  el  trascurso  del  tiempo  puedan 
haber  lenido  los  caracteres,  y  obrado  en  ellos  tal 
cambio,  que  no  sea  fácil  solo  por  lo  que  queda  des- 
cubrir el  origen  de  lo  que  ¡¡rimitivamente  serian; 
pues  sabemos  que  las  lelras  latinas  fueron,  con 
corta  diferencia,  de  la  misma  figura  que  las  (frie- 
(jas^  y  es  de  presumirse  que  éstas  fuesen  seuiejan- 
tes  á  las  de  los  fenicios,  de  quienes  las  recibieron, 


(1)  Museo  Pío  Gleraenlino,  tom.  1,  plancha  B.  pág 
B52. 


—307— 

y  así  de  las  demás,  con  las  alteraciones  que  sufrie- 
ron sucesivamente. 

Los  cartones  del  Palenque^  tales  como  están,  no 
^on,  según  se  ha  dicho,  parecidos  á  los  conocidos 
de  las  naciones  de  la  antigüedad,  y  aunque  hay 
entre  ellos  signos  que  aislados  tienen  semejanza 
con  algunos  egíycios  y  griegos^  esto  solo  ha  dado 
margen  á  que  se  formen  juicios  encontrados.  Su- 
poniendo unos,  como  el  Padre  Ordoñez^  que  los 
(caracteres  del  Palenque,  si  no  traen  su  origen  de 
los  fenicios,  son  egipcios,  á  quienes  se  cree  dieron 
hospitalidad  los  antiguos  habitantes  de  estas  rui- 
nas, recibiendo  de  ellos  en  recompensa  su  mitolo- 
gía, su  historia  y  su  filosofía  simbólica  (1),  mien- 
tras que  otros  se  imaginan  que  son  griegos,  opi- 
nión de  que  hace  mérito  el  Padre  García^  refirién- 
dose á  lo  que  un  mestizo  le  contó  de  los  letreros, 
que  había  en  unos  edificios  muy  fuertes  de  cal  y 
canto  en  la  Provincia  de  Chiapas,  en  los  pueblos 
lacandones  (2),  que  no  pueden  ser  otros  más  que 
las  ruinas  del  Palenque.  Mucho  más  distan  de  los 
caracteres  cuneiformes,  y  otros  de  los  que  menos 
se  asemejan  á  los  de  los  egipcios  y  fenicios,  de 
manera  que,  juzgando  por  los  caracteres  mismos, 
es  más  fundado  atribuirles  un  origen  rgipcio,  al- 
terados en  su  forma,  ó  por  falta  de  exacto  conoci- 
miento de  ellos;  ó  por  el  trascurso  del  tiempo,  que 


(1)  Ordonez.  MS.  citado. 

(2)  García.  Oríjren  de  los  indios,  lib.  4,  cap.  21. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 41 


—sos- 
ha  obrado  esos  cambios  en  la  escritura  de  todas  las 
naciones. 

Son  muy  dignas  de  tenerse  presentes  acerca  de 
esto,  las  dos  cartas  escritas  á  Champoliou  por  el 
profesor  R.  Sclmialz,  en  que  describiendo  ¡as  fi- 
guras geroglíficas  de  diferentes  clases,  encontra- 
das en  los  reinos  de  Guatemala  y  Yucatán,  dice 
que  el  sistema  gráfico  de  los  monumentos  de  Oto- 
lun  cerca  del  Palenque,  «son  parecidos  á  los  gru- 
«  pos  alfabéticos  usados  por  los  antiguos  libros 
«  egipcios,  persas,  y  también  el  último  sistema 
«  gráfico  de  los  chinos  inventado  por  Ses-Kooug.r) 
y  que  en  los  manuscritos  de  los  mayos  y  guate- 
maltecos se  usaban  símbolos  cursivos  en  grupos, 
semejantes  á  algunos  demóticos  egipcios,  y  mu- 
chas modificaciones  de  los  antiguos  alfabetos  grá- 
ficos. En  la  segunda  do  estas  cartas  trata  del  al- 
fabeto Otolun  comparado  con  el  de  Zihia  (1). 


§  c. 


En  apoyo  de  lo  expuesto  puede  citarse  lo  que 
algunos  dáMos  sabios  orientalistas  han  descubier- 


(1)  Atlantic  Journal,  1832,  de  que  se  hace  mención 
en  la  obra  de  Buschmam  «De  los  nombres  de  los  luga- 
res aztecas,»  inserta  en  el  tomo  8"  del  Boletín  de  la  So- 
ciedad Mexicana  de  Geogra  fia  y  Estadística,  páginas 
29—91 . 


—309— 

to  respecto  del  lenguage  escrito  de  los  abismios^ 
llamado  etiópico,  que  no  es  sino  un  dialecto  del 
(iniigiio  caldco,  y  hermano  áeiarábir/o  hebreo,  por 
la  multitud  de  palabras  idénticas  que  en  ellos  se 
encuentran  y  por  la  semejanza  en  la  construcción 
gramaticcd,  por  escribirse  de  la  izquierda  á  la  de- 
recha, como  todos  los  caracteres  indios,  y  por  unir- 
se como  en  /Hvanaf/arl  las  vocales  á  las  consonan- 
tes, formando  un  sistema  silábico  extremadamen- 
te claro  y  conveniente,  y  más  simple  que  el  siste- 
ma de  las  letras,  tal  como  aparece  en  la  gramáti- 
ca del  sánscrito.  (1) 

No  teniendo  loB  abisiníos  de  origen  árabe  sím- 
bolos propios  para  representar  sonidos  artirulados, 
los  tomaron  de  los  fáganos,  llamados  por  los  grie- 
gos trogloditas,  á  causa  de  que  habitaban  en  ca- 
vernas naturales,  ó  escavaciones  hechas  por  ellos 
en  las  montañas,  quienes  se  supone  fueron  los 
primeros  habitantes  de  África,  donde  con  el  tiem- 
po edificaron  magníñcas  ciudades,  fundaron  semi- 
narios para  el  adelanto  de  las  ciencias  y  de  la  fi- 
losofía, y  fueron  si  no  los  inventores,  los  intro- 
ductores de  los  caracteres  simbólicos.  (fLos  ethiopes 
tí  de  Meroe  eran  el  mismo  pueblo  que  ios  egipcios, 
í(  y  por  consiguiente  que  los  primeros  hindus.»  (2) 


(1)  Asialic  researches,  vol.  3,  pág.  4, 

(2)  ídem,  Tol-  3,  pág.  5. 


-310- 


§7. 


Vénse  confirmadas  estas  observaciones  con  el 
examen  analítico  de  la  escritura  de  los  pueblos  de 
que  se  ha  hablado.  La  egipcia  según  se  ha  visto, 
la  formaban  tros  clases,  la  demótica^  la  hierática 
y  la  (jeroglifica.  De  la  primera,  con  cuyo  auxilio 
se  expresaban  los  nombres  propios,  solo  se  lian 
descubierto  cxmrenla  letras,  muchas  de  ellas  tie- 
nen una  semejanza  sorprendente  con  los  caracte- 
res semíticos,  y  los  de  los  antiguos  i)ersas.  La  se- 
gunda^ compuesta  de  lincamientos  que  en  su  aspec- 
to difieren  de  los  otros.  La  tercera  que  son  la  repre- 
sentación do  objetos  naturales^  ó  artificiales.  (1) 
Todas  proceden  en  líneas  horizontales,  y  cuando 
hay  muchos  caracteres  colocados  unos  sobre  otros, 
deben  leerse  de  arriba  á  abajo.  Los  geroglííicos 
están  dispuestos  por  lo  general  en  columnas  ver- 
ticales, y  se  suceden  paralelamente  de  derecha  á  iz- 
quierda. Eran  una  ciencia  misteriosa  según  Dió- 
doro  de  /Sicilia,  ignorada  enteramente  del  vulgo, 
y  reservada  á  la  clase  sacerdotal,  en  la  que  se  tras- 
mitía su  conocimiento  de  padres  á  hijos.  No  re- 
presentaban sonidos  sino  objetos,  como  dice  iS. 
Clemente,  obispo  de  Alejandría. 

(1)  Klaprolh.  Grammah'e  genérale,  theorie  des  signes, 
pág.  29  y  30. 


—311  — 

La  r.bv  ////'/  íi  de  la  Indias  cuyo  origen  se  pierde 
en  la  oscuridad  de  los  tiempos,  llegó  á  ser  tan  per- 
fecta y  tan  admirable,  que  Je  atribidan  un  origen 
divino,  y  la  llamaban  d/ivanafjare,  ó  escritura  de 
los  dioses.  De  ella  so  deriva  la  de  Tihcí,  la  de  las 
islas  de  Ccijlan,  y  Lis  demás  que  forman  el  <ur1i/í- 
piélayo  meridional  del  Asia.  De  este  alfabeto  se 
sirven  con  preferencia  para  escribir  el  sauscrilo, 
que  es  la  lengua  sagrada  de  los  hindus.  Su  direc- 
ción vá  de  izquierda  á  derecha,  y  so  compone  de 
calor  ce  vocales  y  diplongos  y  Ircinla  y  cualro  cou- 
soiíanles:  el  alfabeto  lubetano  era  do  izquierda  á 
derecha. 

Va\  sanscriío  están  redactados  los  libros  sa- 
grados de  los  liindus,  los  vedas  y  los  irwranas, 
sus  comentarios,  las  leyes  do  Meiií',  las  grandes 
obras  de  filoso  fia,  y  el  liamayan  y  Mahablwrah' . 
grandes  poemas  de  los  indios.  Ofrece  analogías 
singulares  con  el  zend^  parsi^  eslavon^  lati/i,  yrie- 
(jo,  [lóUco,  tudesco  é  irlandés,  y  en  general  con  los 
iáiom.dCn 'indo-yermáuícos.  «Es  notable  por  su  llt'\i 
bilidad  armónica  y  por  la  perfección  de  su  sistema 
gramatical,  pero  es  muy  complicado.»  Su  alfabe- 
to es  más  lilosófico  y  razonado  que  el  pUcnicio- 
y riego',  su  primera  serio  se  compone  de  nazales 
largas  y  breves;  la  segunda  de  consonantes  gutu- 
rales, y  sus  modificaciones  k,  k'h,  g,  g'h,  ng;  la 
tercera  de  las  iKdalah's  con  las  precedentes  tch, 
tcli'h,  dj,  dj'h,  ng;  la  cuarta  de  las  cereh rales,  á 
saber^  t,  tli,  d,  d'h,  n;  la  quinta  de  las  dentales  i, 


—312— 

th,  d,  d'h,  u;  la  sexta  de  las  labiales  p,  p'h,  b,  b'h, 
m;  la  sétima  las  semivocales  g,  r,  1,  v;  y  la  octava 
las  silvantes  y  aspiradas  s',  ch,  s^  h,  6cc. 

La  escritura  apitigua  de  los  ¡lersas  son  los  carac- 
teres cuneiformes  de  «las  inscripciones  cuyos  tra- 
zos tienen  la  forma  de  clavos,  ó  de  jmnta  de  una 
flech(f,  y  que  se  encuentran  sobre  los  más  antiguos 
monumentos  de  Id.  Asia  Persiana,  sobre  los  ladri- 
llos de  Balnlonia^  y  sobre  una  multitud  de  peque- 
ños cilindros,  que  representan  objetos  que  tienen 
relación  con  el  culto  y  los  misterios  de  las  anti- 
guas creencias  de  este  país.»  (1) 

Mr.  Gotefrend  llegó  en  1802  á  descifrar  algu- 
nas palabras  de  inscripciones  cuneiformes ,  pero 
sus  trabajos  son  poco  conocidos,  y  han  sido  califi- 
cados de  defectuosos  ó  incompletos;  quiso  después 
rehacerlos  Mr.  ^Saint-Mariin,  pero  se  necesitan 
todavía  investigaciones  muy  extensas;  publicó  sin 
embargo,  un  alfabeto  de  veinticinco  letras.  Los 
descubrimientos  posteriores  que  se  han  hecho,  in- 
dican cinco  especies  de  escritura,  y  esto  se  halla 
comprobado  con  los  ladrilloS'  de  Babilonia  y  las 
inscripciones  encontradas  por  el  Dr.  iSchulz  en  las 
ruinas  de  la  antigua  ciudad  de  fumamos  en  Ar- 
menia. 

La  escritura  zend  y  j^ehlmi,  en  que  están  escri- 
(l)  Klaprolh.  Grammairc  genérale,  etc.,  pág.  62. 


—sis- 
tos  los  libros  de  los  ff nebros,  ó  adoradores  del  sol, 
que  existen  todavía  en  Pcrsia  y  en  la  India ,  tie- 
nen identidad  con  el  antiguo  alfabeto  persa,  ex- 
traído por  el  ilustre  Silvestre  de  Sacy  de  las  ins- 
cripciones y  medallas  del  tiempo  de  los  Sassani 
des,  cuya  dinastía  acabó  con  la  conquista  de  la 
Persia  por  los  árabes,  á  pesar  de  que  este  alfabeto 
«no  muestra  ninguna  afinidad  con  los  caracte- 
res de  las  inscripciones  cuneiformes  de  Perséjjo- 
lis.»  (1). 

En  los  alfabetos  sassa/iíde,  zend,  y  pehlnn  se 
encuentran  cinco  letras,  que  tienen  alguna  rela- 
ción con  los  axvüicíévcs  pahnirianos^  hebreos,  y  5/- 
riacos;  diez  y  seis  que  presentan  semejanzas  sor- 
prendentes con  caracteres  de  origen  hindú.  Cree 
por  tanto  Mr.  Klaprotli,  que  el  antiguo  persa  no 
es  de  origen  semítico,  sino  que  tiene  el  mismo  orí- 
gen  que  el  diva-nagari  y  el  2^011  de  la  India. 

La  eseritura  armenia  se  componía  primitiva- 
mente de  treinta  y  seis  letras,  á  las  que  se  agre- 
garon después  dos  más.  Se  escribe  de  izquierda  á 
derecha. 

La  gem^giana  consta  de  treinta  y  ocho  letras, 
gran  número  de  ellas  se  parece  á  las  del  divar^ia- 
gari. 

La  escritura  etiópica  se  compone  de  treinta  y 
(1)  Klaprolb.  Grammaire  genérale,  etc.,  pág.  67. 


• 


—314— 

ocho  letras  primitivas,  que  llevan  en  sí  la  a  bre- 
ve, aumentadas  con  sesenta  trazos,  que  indican 
otras  vocales,  otras  seis  clases  de  sílabas.  Sigue 
la  dirección  de  izquierda  á  derecha.  ((Pudiera  ser, 
dice  Kloprotli,  que  fuese  muy  antigua,  ó  que  se 
derivara  de  un  carácter  hace  tiempo  perdido.»  (1) 
Ya  se  ha  visto  lo  que  acerca  de  ella  piensan  algu- 
nos orientalistas. 

La  manera  más  antigua  do  escribir  era  de  dere- 
cha á  izquierda:  así  lo  practicaban  también  los 
hítnoSf  y  la  conservaron  los  etruscos. 

Las  letras  samaritanas  eran  como  las  antiguas 
griegas  y  los  caracteres  rúnicos.  Se  atribuyen  á 
una  lengua,  que  parece  ser  la  céltica.  Se  las  en- 
cuentra grabadas  en  las  rocas ^  ficdras  y  hastones 
en  Dinamarca,  Noruega  y  la  Tartaria  septentrio- 
nal. Según  unos  fueron  llevadas  por  OMn^  y  se- 
gún otros,  no  son  más  que  letras  griegas  mal  for- 
madas. 

Al  recorrer  los  alfabetos  de  las  naciones  anti- 
guas, nótase  en  ellos  mucha  variedad  no  solo  en 
los  caracteres  do  que  liacen  uso,  sino  en  el  núme- 
ro y  orden  con  que  los  colocaban:  en  las  orienta- 
les era  esto  último  muy  remarcable;  veíase  por 
ejemplo  que  en  la  nación  lartara-mancjicu  tienen 
el  siguiente  alfabeto  ó  abecedario:  n,  k,  h,  p,  s,  t. 


(1).  Klaprotli.  Gramm.  geu.,  ele.  pág.  8Í5— 88. 


— 31í¡— 

1,  m,  y,  r,  f,  w,  z.  &cc.  La  japona  y,  m,  k,  f, 
1,  a,  X,  i,  b,  n^  c,  v,  t,  8cc.  La  tibetana,  k,  ch,  th, 
pb,  tz,  r,  b,  I,  p,  ñ,  n,  ni,  v,  y,  8cc.  En  los  al- 
fabetos de  las  naciones  del  Indostan,  Ava,  Pegu, 
y  Siam,  aparecen  en  este  orden:  k,  g,  ñ,  ch,  t,  tb, 
d,  db,  n,  p,  pb,  b,  bb,  m,  y  r,  1,  v,  y  en  el  Etió- 
pico tienen  este  otro,  b,  1,  bb,  m,  s,  r,  k,  b,  tb, 
n,  a,  c,  Y,  á.  z,  &:c.  (1) 

Esta  variedad  proviene  en  parte,  como  manifies- 
ta el  Abate  Hervas,  de  que  « todas  las  naciones 
orientales,  desde  la  Armenia  y  Georgiana  bácia 
Oriente,  usan  á  lo  menos  dos  clases  de  alfabetos: 
uno  de  ellos  es  sagrado,  y  otro  civil;  porque  juz- 
gan que  las  cosas  de  religión  no  se  deben  escribir 
con  las  letras  con  que  se  escriben  Las  cosas  civiles: 
asi  también  los  hebreos  escribían  las  cosas  sagra- 
das con  las  letras  que  llamamos  bebreas,  y  las  co- 
sas profanas  con  la  sama  ritan  a.  Los  Japones  úe- 
nen  varias  clases  de  alfabetos,  y  on  Pjersia  basta 
abora  es  común  el  uso  de  variedad  de  ellos.  Ge- 
líieUi  dice  (2)  que  estuvo  en  Persia,  y  que  en  ésta 
se  usaban  once  clases  diversas  de  alfabetos.»  (3) 


(1)  líf'rvás,  (Ialálo;jo  do  las  leiigiias,  loni.  G.  Iral.  3, 
cap.  ü,  p.  144. 

(2)  Giro  dil  Moiulo  di  l'iaiiriM  m  C,  u  i.  ri,    \o!.   '1.  V\h 
!,  cap.  í>,  p.  140. 

(3j  Catálogo  de  las  leuguas  do  las  naciones  couoci- 
das,  etc.:  su  autor,  el  Abale  D.  Lorenzo  ITorvas.  loni. 
C,  trat.  3,  secc.  1,  cap.  5,  pág.  14i)  y  148. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 42 


—316. 

Este  mismo  autor  publicó  una  colección  de  alfa- 
betos  célticos,  y  de  su  comparación  con  los  de  otros 
pueblos;  y  en  la  semejanza  de  culto  religioso  y  de 
escritura  entre  los  irlandeses,  caldeos  y  persas,  vio 
confirmada  « la  transmigración  que  los  irlandeses, 
según  SLi  historia  antigua  y  tradición,  hicieron 
desde  los  países  orientales  á  los  Caldeos  y  Persas 
hasta  los  más  occidentales  de  Europa.»  (1) 


§8. 


En  cuanto  á  los  geroglííicos,  el  uso  general  que 
todos  los  pueblos  han  hecho  de  ellos,  impele  á  creer 
que  los  Palencanos  tendrían  los  suj'os;  pues  asi  lo 
indican  los  vestigios  que  quedan  en  sus  edificios 
arruinados.  Esto  es  tanto  más  cierto,  cuanto  que  en 
los  demás  habitantes,  que  poblaron  este  continen- 
te, se  encuentran  usados.  Los  Mexicanos  se  vallan 
como  los  Egipcios,  de  figuras  de  animales,  miem- 
bros del  cuerpo  humano,  instrumentos,  armas, 
plantas,  árboles,  y  otros  objetos  maleriales  para 
representar,  ó  los  mismos  objetos,  ó  simbolizar  con 
ellos  otras  cosas,  con  que  guardaban  más  ó  menos 
analogía.  (2) 


[\)  Obra  y  lugar  citado,  pág.  140. 

(2)  García.  Origen  do  los  ludios,  lib.  k,  cap.  22.  §  7. 


— 317— • 

El  pasaje  de  la  obra  del  P.  García  en  que  se  vén 
consignados  estos  conceptos,  dice  á  la  letra: 

«  Los  Mexicanos  usaron  de  todas  las  figuras  que 
tuvieron  los  Etiopes,  Egipcios  y  Fenicios,  sin  fal- 
tarles las  que  parecían  letras,  y  todo  lo  declaraban, 
faltando  en  su  recta  pronunciación  la  b,  d,  f,  g, 
r,  s,  y,  según  Betancoxv)\  y  aun  hoy  se  venen  sus 
pinturas  animales,  aves,  perfectos,  imperfectos,  y 
divididos,  miembros  de  hombres,  como  cabezas, 
manos,  pies;  instrumentos,  armas,  árboles,  rami- 
lletes, y  otras  cosas,  conqueexpUcahansustanciaU 
mente  cuanto  imaginaban  y  querían  que  entendie- 
sen los  ausentes  y  venideros. y 

M  Todas  las  referidas  fiyuros^  y  otras  harto  no- 
tables, se  vén  en  los  lifrros  7nexicanos,  que  publi- 
có Pwr/¿rt>s'  (1),  y  después  Tevenot  (2)  en  el  se- 
gundo volumen  de  las  Relaciones,  y  Gemelli  (3) 
en  el  Siglo  Mexicano  y  en  el  Viaje  de  los  ^lexica- 
nos.  En  el  centro  del  Siglo  se  vén  figuras  que  se 
parecen  á  la  Dalcth,  al  Caph,  y  Resch  hebreas;  al 
modo  que  en  los  tambores  mágicos,  de  que  usan 
los  Lapones,  se  hallan  entre  las  figuras  Un  y  otras 
unidas  á  diferentes  lincas,  que  parecen  letras,  é 
igualmente  significaban  con  las  demás  figuras,  y 
cada  una  puede  significar  una  sentencia  de  muchas 

(1)  Ex  versione  hispánica.  &c. 

(2)  Tom.  2.  Relat.  varior.  Ilincr.  &c. 

(3)  Gire  dil  Mondo,   lib.  1,  cap.  5,  fol.  68,  y  cap.  3, 
pág.  Cu 


—sis- 
palabras,  como  entre  los  indios  dice  Lael,  lo  cual 
acredita,  que  la  semejéinza  de  letras  no  las  exclu- 
ye de  ser  íiguras.» 

Más  adelante  (1)  dice  lo  siguiente: 

«  Se  hallaron  entre  los  Mexicanos  y  otras  nacio- 
nes ce  Nueva  España  lihros  en  que  estaban  pinta- 
das historias,  divisiones  de  gentes,  de  tiempos,  de 
provincias,  las  leyes,  y  otras  artes,  con  notable 
destreza^  aunque  como  muchos  signiñcaban  'ki 
sticeso,  causaron  variedad  en  su  historia.» 

Para  acabar  de  formarse  una  idea  de  la  clase  de 
escritura  de  que  hacian  uso  los  Mexicanos,  debe 
tenerse  muy  presente  lo  que  en  otro  lugar  expone 
este  mismo  autor,  manifestando  que  «  si  el  ser  de 
los  geroglíficos^  como  dice  Walton,  consiste  en  te- 
ner alguna  cosa  oculta,  la  escritura  de  los  indios 
tiene  tantas,  que  después  del  desvelo  de  muchos 
hombres  curiosos,  doctrinados  do  los  indios,  aún 
no  han  podido  entender  muchos»  (2);  lo  mismo 
sucedió  á  los  primeros  religiosos  que  vinieron  a 
Nueva  España:  velan  íiguras  ridiculas  y  mons- 
truosas, que  creian  eran  ídolos  ó  supersticiones,  y 
quemaron  muchos  lihros,  «  Si  hubieran  discurri- 
do, dice  el  P.  García,  que  debajo  de  aquellas  es- 
pantables figuras  podían  ocultarse  las  antigüeda- 


(1)  (iarcia.  Oríy.  de  los  Ind.,  Ub.  4,  cap.  23,  pág.  246. 

(2)  García.  Oríg.  de  los  Ind.,  lib.  Ij  cap.  24,  §  1,  pá- 
gina 2^1  i 


— 3iy— 

des,  historias,  costumby^es  y  leyes  de  los  indios,  las 
habrían  guardado  y  conservado,  co7no  lo  hicieron 
después  que  las  conocieron^  aplicándose  con  gran- 
de anhelo  á  buscar  y  a  penetrar  las  pocas  que  es- 
condieron los  indios  ))  (i) 

«  Gonvéncense  que  en  todas  las  j^j/zi^í^ríis  ó  ca- 
racteres de  los  indios  hay  alguna  inteligencia  ocitl- 
ta  de  voz,  cosa,  oración  ó  suceso,  que  es  el  oficio 
que  (sin  alendeí  á  la  significación  de  la  voz)  te- 
nían al  principio  los  geroglí fieos  de  los  Ejfipcios  y 
Etiopes,  los  cuales  con  el  tiempo  y  el  estudio  fue- 
ron aumentando  especies  bien  difíciles  (como  se 
vé  en  JamUico)  (2),  y  explicaciones  que  los  in- 
dios materialísímos,  faltos  de  doctrina^  no  pudie- 
ron extender,  ó  no  advirtieron,  más  que  discurrir 
cómo  habían  de  formar  imagines  para  las  cosas 
que  no  las  tenían.))  (3) 

xVlgunas  de  estas  figuras  eran  muy  picUdas,  y 
conformes  con  lo  que  explicaban,  y  otras  toscas  y 
menos  propias,  ('i) 

En  Herrera  encuén transe  también  algunas  in- 
dicaciones sobre  esta  materia.  «  Niní^una  de  estas 


(1)  García,  loco  cilalo. 

(2)  De  Misteris,  soc.  7,  cap.  2  ct  scp. 

(3)  (jarcia,  loco  áutes  citato. 

(4)  García.  Oríg;  de  los  ludij  lib.  4^  cap.  22,  §  7j  páj: 
333. 


—320— 

naciones  indianas,  dice,  usó  de  letras,  ni  de  escri- 
tura, sino  de  signos  y  figuras.» 

<í  Conservaban  las  naciones  de  Nueva  España  Zíi 
memoria  de  sus  antiguallas.  En  Yucatán  y  en 
Honduras  liabia  unos  libros  de  hojas,  encuaderna- 
dos, en  que  tenian  los  indios  la  distribución  de  sus 
tieuipos,  y  conocimiento  de  las  plantas  y  anima- 
les, y  otras  cosas  naturales.  En  la  Provincia  de 
México  tenian  su  librería,  historias,  y  calendarios 
con  que  pintaban;  los  que  tenian  figuras,  con  sus 
piopias  imagines,  y  con  otros  caracteres  los  que 
no  tenian  imagen  propia,  y  así  figuraban  cuanto 
querian.yy  (1) 

Tenemos  además  la  autoridad  del  Obispo  de 
Tlaxcala  1).  Julián  (íarcés,  y  la  de  1).  Juan  Solór- 
zano,  quienes  hablando  de  lo  que  practicaban  los 
Mexicanos  para  trasmitir  alguna  cosa  notable,  di- 
ce el  primero,  que  «pintaban,  no  escribían;  esto 
es,  uo  usaban  letras,  sino  imagines,  cuando  que- 
rían manifestar  a  los  ausentes  alguna  cosa  memo- 
rable, ó  lugar  y  tiempo;»  (2)  y  el  segundo  dice, 
que  «los  Mexicanos  si  no  significaban  y  conserva- 
ban con  letras  lo  que  tenian  por  memorable,  las 
suplían  con  imágenes  y  figuras,  y  los  del  Perú 
con  quipos. y)  (3) 

(1)  Ilist.  de  las  Ind.  Occ.,déc.  3,  lib.  2,  cap.  18,  p.  75. 

(2)  Epist.  ad  Paulo  3,  apud  D.  Solorz.  de  jur.  Ind., 
lib.  2,  cap.  8,  n.  70. 

(3)  De  jur.  Ind.,  iom.  1,  cap.  8,  n.  96. 


—321  — 

Respecto  de  los  de  Nicaragua  dice  Herrera  lo  si- 
uniente:  (I) 

«Tenian  por  h'fra^  las  figuras  de  los  de  Culiía, 
y  los  libros  do  papel  y  pergamino  un  palmo  de 
ancho  y  doce  de  largo,  y  doblados  como  fuciles, 
adonde  señalaban  por  ambas  partes  de  azul,  colo- 
rado, y  otros  colores,  las  cosas  memorables  que 
acontecian  allí.  Tenían  pintadas  sus  leyes  y  ritos 
con  gran  semejanza  de  los  Mexicanos » 

Eran  de  dos  clases  los  jeroglíficos  mexicanos. 
Representaban  unos  los  mismos  objetos,  como  sus 
dioses,  sus  reyes,  sus  personajes,  animales  y  pla- 
netas, costas  marítimas,  curso  de  los  ríos,  ú  obje- 
tos topográficos,  como  el  croquis  de  una  población, 
la  carta  de  una  provincia,  etc.  Otros  eran  la  repre- 
sentación simbólica  de  las  ideas,  los  hechos,  acon- 
tecimientos que  recordaba  la  historia,  y  lodo  lo 
más  interesante  del  país,  los  rituales  de  su  culto, 
los  códigos  de  sus  leyes,  los  juicios  de  sus  tribu- 
nales, las  ordenanzas  de  policía,  los  tributos,  la 
genealogía  de  las  principales  familias,  ios  rasgos 
científicos  de  la  astronomía,  su  calendario,  y  mu- 
chas antigüedades  y  poesías.  Tenían,  además, 
para  esto  una  especie  de  escritura  fonética,  según 
se  ha  comprobado  con  el  testimonio  casi  unánime 
de  los  historiadores  y  los  códices,  pinturas  y  ma- 
nuscritos que  han  llegado  á  nuestras  manos. 

(Ij  Hist.  de  lasInd.Occ,  déc.  3,  lib.  4,  cap.  7.  p.  121. 


322 

Al  hablar  LasCasas  de  los  que  en  los  reinos  de 
Nueva  España  tenían  á  su  cargo  las  funciones  de 
cronistas  é  historiadores,  de  lo  que  contenían  sus 
trabajos  y  composiciones,  y  de  la  manera  como  los 
desempeñaban,  hasta  formar  una  verdadera  histo- 
ria; pues  comprendía  lo  más  escencial  aun  aten  - 
didas  las  reglas  que  para  escribirla  se  observan , 
dice,  «aunque  no  tuviesen  una  escritura  como  nos- 
«  otros,  tenian,  sin  embargo,  sus  figuras  y  carac- 
«  teres,  con  cuya  ayuda  entendían  todo  lo  cpie  que- 
iirian,  y  de  esta  manera  tenian  ^\x?>  grandes  li- 
«  bros  compuestos  con  un  artiñcio  tan  ingenioso  y 
«  tan  hábil,  que  podemos  decir  que  nuestras  le- 
«  tras  no  les  fueron  de  mmj  grande  utilidad.^)  (1) 
\\\  vio  algunos  de  esos  libros,  y  también  escribir 
á  los  mismos  indios. 

Torquemada  habla  también  de  las  figuras  y  ca- 
racteres de  que  se  componía  su  escritura.  (2)  Sa- 
//¿í/7?//¿  hace  igualmente  mención  de  ella  (3),  y  Acos- 
ta  dice,  que  «las  cosas  que  tenian  figuras  y  gerog- 
«  micos  las  pintaban  con  sus  propias  imágenes,  y 
«  para  las  cosas  que  no  habia  imagen  tenian  otros 
«  caracteres  significativos  de  aquello,  y  con  este 
«  modo  figuraban  como  querían. »  (^i) 

(1)  Hist.  apolo^.  (le  las  Ind.  Occ.,  lom.  h,  cap,  235. 
MS. 

(2)  Monarquía  Indiana,  lib.  1,  cap.  11. 

(3)  Hisl.  gen.  de  las  cosas  de  Nueva  España,  loni.  1. 
Prólogo,  pág.  f\,  y  tom.  3,  lib.  1,  cap.  20,  §  13. 

(4)  Hist.  Nal.  y  mor.  de  las  Indias,  lib.  G,  cap.  7. 


—323— 

El  pasaje  de  Torquemada  en  que  más  expresa- 
mente habla  de  esto,  es  como  sigue: 

«  Los  moradores  antiguos  de  ella  (Nueva  Espa- 
«  ña)  no  Unían  letras^  ni  las  cortt)cian;  así  tampo- 
«  co  no  las  historiabsin.  Verdad  es  que  usaban  de 
n  Hit  modo  de  escritura  (que  eran  pinturas)  con 
(( las  Guales  se  entendían;  porque  cada  una  de  ellas 
«  significaba íí?¿¿í  cosa;  y  á  veces  sucedía,  que  una 
«  sola  figura  contenia  la  mayor  parte  del  caso  suce- 
«  dido  ó  todo^  y  como  este  modo  de  historia  no  era 
w  común  á  todos,  solo  eran  los  Rabinos  y  Maestros 
u  de  ella^  los  que  lo  eran  en  el  arte  de  jiintar:  y  á 
«  esta  causa  sucedia,  que  la  manera  de  \Q?>cnracté- 
((  res  y  figuras  no  fueran  conocidas  y  de  una  mis- 
ce  ma  hechura  en  todas:  ])orlo  cual  era  fácil  variar 
<(  el '}uodo  de  la  historia.  \  muchas  desarrimarla 
«  de  la  verdad,  y  aun  a¡iiirliirhf  dd  lodo.ys  (i). 

La  manera  como  escribian  eni,  seguu  (i  roció  (2) . 
de  abajo  para  arriba,  aunque  habia  oti'os  en  Amé- 
rica que  lo  hacian  en  sentido  inverso:  tenian,  di- 
ce este  autor,  libros  como  en  la  China;  y  de  todo 
estose  han  sacado  ari-ninr^Tilíi  y.ww  la  cuestión 
de  origen. 

Sobre  esta  maiicia  <U'  c-i-iibii'  \\'di^^ ^n.  Acu'^ii  v\\\ 
pasaje  del  uíimIo  <Íl;ii¡.'ii(c    (ü) 


(1)  Torquemada.  Moii.  luJ.,   loni.   1,  lib.  1.  cap.  11. 

(2)  I^acl.  Kesp.  ad  disril.  ^ccuiul.  llii"imis  (¡ralü  de 
orig.  uent.  americ.  &r..  [i.  "7. 

(3)  Iliát.  N;it.   V  iiioi,.l  ,lr  1,1:    lihl.,  l(,!ii.  '_'.  lil>.  <;.caji. 
9,  pág.  10*1. 

ESTUDIOS — loMu  II — í:: 


—324— 

«  Su  modo  (de  los  indios)  no  era  escribir  ren- 
glón seguido,  sino  de  alto  á  abajo,  ó  á  la  redon- 
da. Los  latinos  y  griegos  escribian  de  la  parte 
izquierda  á  la  derecba,  que  es  el  común  y  vul- 
gar modo  que  usamos.  Los  bebreos  al  contrario, 
de  la  derecha  comienzan  bácia  la  izquierda;  y  así 
sus  libros  tienen  el  principio  donde  los  nuestros 
acaban.  Los  chinos  no  escriben  ni  como  los  grie- 
gos, ni  como  los  bebreos,  sino  de  alto  abajo:  por- 
que como  no  son  letras,  sino  dicciones  enteras,  que 
cada  una  figura  ó  carácter  significa  una  cosa,  no 
tienen  necesidad  de  trabar  unas  partes  en  otras,  y 
así  pueden  escribir  de  arriha  ahajo.  Los  de  Méxi- 
co, por  la  misma  razón,  no  escribian  en  renglón  de 
un  lado  á  otro,  sino  al  revés  de  los  chinos,  comen- 
zando de  abajo  iban  subiendo,  y  de  esta  suerte  iban 
en  la  cuenta  de  los  días,  y  de  lo  demás  que  notaban, 
aunque  cuando  escribian  en  sus  ruedas  ó  signos, 
comenzaban  de  en  medio,  donde  pintaban  el  sol, 
y  de  allí  iban  subiendo  por  sus  años  hasta  la  vuel- 
ta de  la  rueda.  Finalmente,  todas  cuantas  dife- 
rencias se  hallan  en  escrituras:  unos  escribian  de 
la  derecha  á  la  izquierda:  otros  de  la  izquierda  á 
la  derecha:  otros  arriba  abajo:  otros  de  abajo  arri- 
ba, que  tal  es  la  diversidad  de  las  imágenes  de  los 
hombres.» 

Gomara  dá  también  una  idea  de  la  escritura  me- 
xicana. 

«  No  se  han  hallado  dice,  letras  hasta  hoy  en 
las  Indias,  que  no  es  pequeña  consideración;  so- 


—325— 

lamente  hay  en  la  Nueva  España  unas  figuras  que 
sirven  por  letras,  con  las  cuales  notan  y  entien- 
den cualquier  cosa,  y  conservan  la  memoria  y 
antigüedades;  semejan  mucho  d  los  (jeroglíficos 
de  Egipto,  mas  no  encubren  tanto  el  sentido, 
aunque  ni  debe  ni  puede  sérmenos.  Estas  figuras 
que  usan  los  mexicanos  por  letras  son  grandes,  y 
así  ocupan  mucho;  entállanlas  enjyiedras  y  made- 
7^as,  pínta?ilas  en  paredes,  en  papel  que  liace^i  de 
algodón  y  lio  jas  de  matl:  los  libros  son  grandes, 
cojidos  como  pieza  de  paño,  y  escritos  por  ambas 
azeSj  haylos  también  arrollados  como  piezas  de 
jergón:  no  prouuncian  b,  g,  r,  s,  y  así  usan  mu- 
cho de  p,  c,  1,  X,  esto  es  la  lengu.!X  mexicana  y  ná- 
huatl, que  es  la  mejor,  más  copiosa,  y  más  enten- 
dida que  hay  en  Nueva  España,  y  que  usa  por  fi- 
guras.)^ (1) 

Por  último,  Clavijero  al  hablar  de  la  pintura 
éntrelos  mexicanos,  dice,  «  que  no  tenían  aque- 
llos pueblos  otros  historiadores  que  sus  pintores, 
ni  otros  escritos  que  las  ¡cinturas  en  que  conserva- 
ban la  memoria  de  los  sucesos. »  (2) 

Las  clases  de  pinturas  que  se  encontraron  entre 
ellos  eran  muchas,  como  se  ha  insinuado  ya, 
«  imágenes  ó  retratos  de  sus  dioses  y  hombres 

(1)  Gomara.  Ilist.  de  la  Gonq.  de  Hernando  Cortés, 
lom.  1,  cap.  8 i. 

(2)  Clavijero.  Hisl.  anl.  de  México,  lom.  1,  lib.  7, 
pág.  365  y  366. 


—326— 

ilustres,  ó  de  animales  y  plantas  de  que  es- 
taban llenos  los  palacios  reales  de  México  y  de 
Texcoco.  Otras  eran  Mstórícas,  que  expresaban 
sucesos  memorables^  como  los  trece  primeros  de 
la  colección  de  Mendoza,  y  la  del  viaje  de  los  Az- 
teques  que  se  halla  en  la  obra  del  viajero  Geme- 
lli.  Otras  wMológicas^  en  que  se  representábanlos 
misterios  de  su  religión,  y  á  esta  clase  pertenecen 
las  del  volumen  que  se  conserva  en  la  gran  Biblio- 
teca del  Instituto  de  Bolonia.  Otras  eran  códigos^  en 
que  estaban  compiladas  sus  leyes,  sus  ritos,  sus  cos- 
tumbres, y  los  tributos  que  los  pueblos  pagaban, 
como  son  todas  las  de  la  colección  de  Mendoza  desde 
la  décimácuarta  hasta  la  sexagécima  tercia.  Las  ha- 
bla cronológicas,  aslronómícas  y  astrológicas,  en 
que  se  figuraban  su  calendario,  la  posición  de  los  as- 
tros, los  aspectos  de  la  luna,  los  eclipses  y  los  pronós- 
ticosmetereológicos» ....  otras,  en  íin,  eran  topográ- 
ficas y  cor  o  gráficas,  las  cuales  servían  no  solo  pa- 
ra determinar  la  extensión  y  lindes  de  sus  posesio- 
nes, sino  la  situación  de  sus  puebios,  la  dirección 
de  las  costas  y  el  curso  de  los  rios.  (1) 

Los  trabajos  de  Mr.  Aubiu  sobre  esta  materia 
son  interesantes,  y  de  ellos  resulta  comprobado  el 
concepto  de  que  los  mexicanos  conservaban  con 
caracteres  y  figuras  sus  recuerdos  históricos.  (2) 


(1)  Clavijero.  Hisi.  ant.  deMéx.,  t.  1,  pág.  366  y  367. 

(2)  Memoria  sobre  la  pintura  didáctica  y  la  pintura 
figurativa  de  los  mexicanos.  Paris,  1849. 


—327— 

Respecto  de  los  antiguos  habitantes  de  Yucatán, 
además  de  Acosta,  en  la  parte  de  su  obra  en  que 
habla  do  ios  «  libros  de  hojas  á  su  modo  encuader- 
nados, en  que  tenian  los  indios  sabios  la  distribu- 
ción de  sus  tiempos,  y  conocimientos  de  plantas  y 
animales,  y  otras  cosas  naturales,  y  sus  antigua- 
llas, cosas  de  grande  curiosidad  y  diligencia, »  con- 
tamos con  el  testimonio  respetable  de  Landa,  que 
dice  «  usaban  de  ciertos  caracteres  ó  letras,  con 
los  cuales  escribían  en  sv.s  libros  sus  cosas  anti- 
guas y  sus  ciencias,  y  con  ellas ^  y  figuras^  y  c^- 
gunas  señales  en  las  /i guras,  entendían  sus  cosas, 
y  las  daban  á  entender  y  enseñaban.  Halláronse 
gran  número  de  libros  de  estas  sus  letras,  y  por- 
que no  tenian  cosa  en  que  no  hubiese  superstición 
y  falsedades  del  demonio,  se  les  quoiuirnji  lodos. 
lo  cual  á  maravilla  sentían,  y  les  daba  pona.»  (1) 

Hace  el  mismo  autor  algunas  indicacioiu's  muy 
interesantes  sobre  esos  caracteres.  Señala  veinti- 
séis signos  con  su  valor  fonético  correspondionlo 
en  nuestro  abecedario,  y  de  el  resuKa,  qui  '/•  s 
signos  corresponden  á  la  c ,  dos  á  la  />,  d'>s  á  la  /, 
dos  á  la  o,  dos  k  la  x,  dos  a  la  /',  y  los  que  expre- 
san la  c,  t,  e,  h,  i,  ca^  k,  m,  //,  y>,  ])p.  ru^  hv ,  y  z. 
No  aparecen  signos  correspondientes  á  la  d .  /'  y, 
_/,  >7,  q,  /•,  6\  V,  y  hay  ^uio  para  la  silal)a  ca  y  airo 
para  la  cu.    Este  descubrimiento  es  de  suma  im- 

(1)  Landa.  Relación  de  las  cosas  de  Yucatán,!  41, 
pág.  316. 


—328— 

portancia,  pues  con  su  auxilio  y  algunos  otros  tra- 
bajos podrán  leerse  algunos  manuscritos  antiguos, 
y  descifrarse  las  inscripciones  que  aún  se  conser- 
van en  aquellos  grandiosos  monumentos 

Tal  descubrimiento  pone  de  manifiesto,  además 
de  los  otros  datos  que  poseemos,  la  poca  exactitud 
con  que  Sahagun,  hablando  de  los  indios,  dice  lo 
siguiente: 

«  Estas  gentes  no  tenian  letras,  m  caracteres  al- 
gunos, ni  sabian  leer  ni  escribir^  comunicaban  por 
imágenes  y  pinturas,  y  todas  las  antiguallas  suyas 
y  libros  que  tenian  de  ellas,  estaban  pintados  con 
figuras  é  imágenes  de  tal  manera,  que  sabian  y 
tenian  memorias  de  cosas  que  sus  antepasados  ha- 
blan hecho,  y  dejado  eyi  sus  a?iales  por  más  de  mil 
años  atrás,  antes  que  viniesen  los  españoles  á  esta 
tierra.  Be  estos  libros  y  escrituras  los  más  de  ellos 
se  quemaron,  al  mismo  tiempo  que  se  destruyeron 
las  otras  idolatrías;  pero  no  dejaron  de  quedar  mu- 
chas escondidas,  que  las  hemos  visto,  y  aun  aho- 
ra se  guardan,  por  donde  hemos  entendido  sus  an- 
tiguallas ))  (1) 

Los  indios,  además  de  las  figuras  c  imágenes, 
usaban  de  otros  signos,  y  no  es  cierto,  por  tanto, 
que  no  tuvieran  caracteres  alfjunos:  las  paredes  de 


(1)  Hisl.  gen.  de  las  cosas  de  Nueva  España,  lom.  3, 
cap.  27,  pág.  80. 


—329— 

las  ruinas  de  Yucatán  y  del  Palenque^  llenas  es- 
tán de  ellos,  y  las  de  Copan,  Quirigua  y  otras  en 
que  se  vén  inscripciones,  también  lo  atestiguan. 

El  Abate  Brasseur  dé  Bourboiirg  no  solo  cree 
que  los  americanos  tenian  una  escritura  fonética, 
(!)•  «  sino  que  los  signos  de  \ücscrilurafi(jurativa 
de  México,  propiamente  dicha,  y  los  geroglificos 
egipcios,  son  los  que  más  se  acercan  (2):  el  signo 
que  entre  los  egipcios  representaba  las  ciudades 
principales,  era  idéntico  al  que  se  vé  con  la  misma 
forma  en  el  Códice  Vaticano,  y  en  los  manuscri- 
tos Letellier  y  Troano.»  (3) 

En  cuanto  á  los  códices,  pinturas  y  manuscritos 
que  existen,  basta  hacer  mención  de  la  colección 
de  pinturas  del  Escorial,  la  de  Viena,  Berlin,  los 
Códices  de  Bolonia,  del  Vaticano,  de  Veletri,  el 
Telleriano  Kunensii  que  posee  la  Biblioteca  de  Pa- 
rís, V  en  clase  de  manuscritos  el  Teo-Amoxtli.  y 
otros  de  que  nos  hablan  los  historiadores. 

Se  ha  dado  recientemente  noticia  de  otro  Códi- 
ce geroglífico  mexicano,  que  poseía  una  familia 
residente  en  Sevilla,  que  en  remuneración  de  al- 
gunos servicios,  y  como  obsequio  valioso,  pasó  á 
manos  del  Sr  D.  Juan  de  Tro  y  Orlalano,  Archi- 


(1)  Popel  vuh,  &c.  Pref..  pág.  8  y  sig-. 

(2)  Quaire  lettres  sur  leMexique.  París,  18C8.  Lettre 
4.  §  20,  pág.  38G. 

(3)  ídem,  Ídem,  §  5,  pág.  34. 


—330— 

vero  de  la  Real  Biblioteca  de  la  Historia  y  Profe- 
sor de  Paleografía  de  la  Universidad  de  Madrid, 
sobre  el  cual  Labia  comenzado  ya  algunos  traba- 
jos, y  encontrado  noticias  importantísimas  sobre 
la  historia  antigua  de  México. 

Este  Códice  fué  conocido  por  el  diligente  y  mu}' 
entendido  Abate  Brasseur  de  Bourbourg,  quien 
según  una  correspondencia  que  se  lia  publicado, 
penetrado  de  su  importancia,  lo  presentó  á  Napo- 
león III,  y  éste  dispuso  que  se  sacara  una  copia 
cromo-litográfica,  para  que  figurara  entre'  los  do- 
cumentos que  debían  acompañar  la  memoria  que 
se  presentaría  por  la  comisión  científica  que  vino 
á  México  encargada  de  explorar  el  país  y  sus  an- 
tigüedades. 

La  obra  se  llevó  á  cabo  por  los  más  notables  ar- 
tistas franceses,  bajo  la  inspección  y  dirección  de 
Mr.  Leonee  Angrand,  persona  muy  ilustrada,  y 
fué  revisada  y  corregida  por  el  Abate  Brasseur,  y 
por  los  que  compusieron  la  expresada  comisión 
científica. 

Pocos  ejemplares  se  imprimieron;  pero  es  tan 
maravillosa  la  identidad  de  la  copia  con  el  origi- 
nal, «  estando  exactamente  reproducidos^  además 
de  los  colores,  los  más  pequeños  detalles  del  ori- 
ginal, aun  los  que  nada  tienen  que  ver  con  el  tex- 
to, como  son  el  color  y  número  da  fibras  del  pa- 
pel, que  se  han  descubierto  por  haberse  arrancado 
la  pintura  en  algunos  puntos  de  las  hojas,»   que 


—331  — 

el  autor  de  esa  correspondencia  no  ha  vacilado  en 
asegurar,  «que  no  se  advierte  la  menor  diferencia 
después  de  un  detenido  examen  de  una  y  otra,» 
que  habia  visto  reunidas. 

El  Ministro  de  México  en  Madrid  hizo  esfuerzos, 
hegun  se  afirma,  para  adquirir  el  original;  pero  no 
le  fué  posible:  porque  el  Sr.  Tro  tenia  el  proyecto 
de  traducirlo,  y  hacer  sobre  él  algunos  estudios,  y 
lo  más  que  pudo  conseguir,  por  conducto  de  Mr. 
Angrand,  fué  un  ejemplar  de  la  copia  sacada,  des- 
tinada á  la  Biblioteca  Nacional  de  México;  cop'ia 
que  parece  ha  remitido  ya  el  Ministro;  y  el  origi- 
nal queda  en  poder  de  la  familia  del  Sr.  Tro.  que 
quiere  conservarlo  como  un  recuerdo.   (1) 

El  llamado  por  el  Abate  Brusseur  Codex  CM- 
malpojwca,  que  es  la  «  Historia  de  la  Nación  Me- 
xicana en  lengua  náhuatl  del  año  de  1576,»  no 
lo  considera  el  Abate  como  historia  verdadera^  si- 
no como  geológica,  por  el  doble  sentido  que  en  su 
concepto  entraña,  i^l) 

No  me  propongo  hacer  por  ahora  el  análisis  y 
examen  crítico  de  ese  Códice^  ni  emitir  opinión 


(1)  Noticia  tomada  de  la  carta  que  apareció  en  «El 
Porvenir»  del  23  y  24  de  Marzo  de  esté  año,  187G:  pe- 
riódico político,  científico  y  literario  que  se  publica  en 
México.  Año  3,  núm.  C04  y  GOo. 

(2)  Pieces  justificatives  n.  1.  Prologue,  p.  401. 

ESTUDIOS — TOMO  11—44 


—352- 

alguna  acerca  de  su  contenido;  pero  sí  puedo  desde 
luego  afirmar  que,  si  la  traducción  quede  él  se  ha 
hecho  descansa  sobre  fundamentos  que  merezcan 
fijar  la  atención;  si  como  él  cree  contiene  la  histo- 
ria geológica  más  completa  del  cataclismo  que 
abismó  la  mitad  del  continente  americano,  escrita 
por  los  Mexicanos  ó  sus  predecesores  hace  más  de 
seis  mil  afios;  y  si  la  parte  donde  sucedió  esto  fue- 
ron las  Antillas j  entonces  lo  que  por  ese  escrito  se 
habrá  obtenido,  sin  contrariar  la  historia,  sería  lle- 
Vcir  las  consecuencias  más  allá  de  lo  que  sin  in- 
conveniente puede  sostenerse;  seria  la  comproba- 
ción no  de  que  la  civilización  haya  tenido  su  orí- 
gen  en  América,  como  pretende  el  expresado  Aba- 
te, sino  la  existencia  de  la  Atla?itida,  que  se  halla 
apoyada  en  escritos  respetables  de  la  antigüedad ; 
y  esto  daría  la  solución  de  la  cuestión  de  origen  de 
la  población  de  América,  con  el  fácil  tránsito  áella 
de  los  habitantes  del  antiguo  mundo  y  los  anima- 
les y  producciones  que  se  han  encontrado,  y  délas 
analogías  y  semejanzas  que  se  descubren  en  los 
restos  que  quedan,  y  en  rodo  lo  demás  que  testifi- 
ca y  descubre  la  historia  de  estos  pueblos  compa- 
rada con  lo  que  nos  es  conocido  de  los  más  céle- 
bres de  la  antigüedad  en  sus  más  remotos  tiem- 
pos. 

D.  J.  M.  Melgar  y  Serrano;  dedicado  á  los  estu- 
dios arqueológicos,  ha  hecho  varias  publicaciones 
importantes  íntimamente  conexas  con  lo  que  se 
trata  en  este  capítulo,  y  que  prestan  sobrada  ma- 


—333— 

teria  para  ejercitar  el  ánimo  de  los  hombres  ins- 
truidos. 

Una  de  ellas  es  el  u  Examen  comparativo  entre 
los  signos  simbólicos  de  las  teogonias  y  cosmogo- 
nías antiguas,  y  los  que  existen  en  los  manuscri- 
tos mexicanos  publicados  por  Kingsboroug,  y  los 
bajos  relieves  de  Chichen-Itza,»  que  dio  á  luz  en 
Veracruz  en  1872,  Imp.  del  «Progreso,»  de  R. 
Laine  y  Comp.,  calle  de  Salinas  núm.  784. 

En  este  escrito  dice,  que  á  su  juicio  existe  una 
exactitud  sorprendente  entre  dichos  objetos  y  los 
shnbolos  usados  en  las  teogonias  y  cosmogonías  an- 
tiguas (i),  y  para  fundar  sus  observaciones  se  va- 
le de  las  obras  de  Mr.  Dupuis  sobre  el  origen  de 
los  cultos,  en  lo  cual  emplea  cerca  de  veintiuna 
páginas  de  su  opúsculo,  que  consta  de  veintiséis. 

En  la  lámina  43  del  MS.  del  Museo  Borgia  que 
existe  en  el  Colegio  de  la  Propaganda  de  Roma, 
vé,  en  los  signos  y  figuras  que  contiene,  represen- 
tada la  idea  cosmogónica  de  la  miion  de  Urano  y 
Gea,  ó  el  equinoccio  de  la  primavera,  el  de  otoño  y 
el  solsticio  de  invierno;  en  la  lámina  62  del  mismo 
manuscrito,  el  conejo  ó  Urano  fccunda.ndo  á  la 
rana  ó  Gea  en  las  cuatro  estaciones:  en  la  hoja  pri- 
mera del  MS.  de  Dresde  el  Toro  Mitriaco;  en  la  18 
columna  47  el  conejo  atravesado  y  derramaítdo  su 

(1)  Pág.  4. 


—334— 

saiígre  para  redimir  al  mundo  del  mal:  en  la  co- 
lumna 36  del  mismo  Códice  la  serpiente  en  varias 
faces  de  la  luna^  y  las  estrellas:  en  la  61,  el  conejo 
ó  el  dios  bueno  atacado  yor  la  serpiente,  ó  el  dios 
malo:  en  el  MS.  Troano,  lámina  IS,  el  campo  en 
la  primavera,  ó  Urano  con  su  gran  falo:  en  la  13 
el  escorpión  que  tiene  al  conejo  amarrado  con  una 
cuerda;  y  en  la  18  el  conejo  con  cola  de  escorpión 
y  una  espada  en  la  punta,  que  mata  á  otro  conejo, 
y  representa  la  conclusión  del  imperio  del  mal,  pa- 
ra que  el  mundo  sea  redimido  por  la  sangre  derra- 
mada por  el  del  bien. 

Pasa  en  seguida  a  examinar  la  fotografía  de 
una  pared  de  las  ruinas  de  Chichen-Itza  en  Yuca- 
tan,  y  descubre  en  las  diversas  figuras  que  apare- 
cen en  ella,  y  de  cuya  descripción  se  ocupa,  el 
equinoccio  deotoTio:  entre  esas  figuras  y  signos  ha- 
ce notar  la  gran  culebra  con  la  lengua  hifureaday 
un  sinnúmero  de  colas,  á  un  hombre  con  barba  lar- 
ga, vestido  talar,  y  una  especie  de  mitra,  rodelas, 
dardos  y  una  tea  ó  incensario;  á  otro  hombre  sin 
barbas  y  con  gorra  adornada  de  plumas,  vestido  ta- 
lar, y  dardos  en  la  mano,  y  hojas  saliéndole  de  la 
boca;  otro  en  fin,  con  facciones  de  oiegro  ó  etiope, 
gorra  y  plumas,  adornos  en  los  oidos,  y  dardos  é 
incensario  en  las  manos.  Vé  en  toda  esta  serie  el 
solsticio  de  invierno  á  media  íioche,  y  en  los  tres 
hombres  representadas  las  razas  blanca,  india  y 
negra.  (1) 

(1)  Pág.  21,  22  y  23. 


—330— 

Para  dar  más  fuerza  á  sus  observaciones  cita  va- 
rios pasajes  del  Popoi-buh,  MS.  Quiche,  publicado 
por  el  Abate  Brasseur  de  Bourbourg,  y  siguiendo 
la  descripción  que  hace  de  las  figuras  y  signos,  de- 
duce de  las  series  de  que  se  compone  el  equinoccio 
de  la  primavera^  el  solsticio  de  verano,  y  en  la  cu- 
lebra adornada  de  plumas  á  Queizalcoatl,  gran  sa- 
cerdote de  Serapis  ó  del  SoL  (1) 

Me  abstengo  por  ahora  de  toda  apreciación,  y  de 
emitir  opinión  alguna  sobre  este  trabajo,  y  las  in- 
dicaciones hechas  por  el  autor;  mi  objeto  al  hablar 
de  ellas  ha  sido  únicamente  darlas  á  conocer  y  que 
se  tengan  presentes  en  las  ulteriores  investigacio- 
nes que  se  hagan,  y  en  la  cuestión  de  origen,  de 
que  más  adelante  me  ocuparé. 

Otro  tanto  digo  respecto  de  otro  opúsculo  del  Sr. 
Melgar  publicado  también  en  Veracruz,  en  la  im- 
prenta de  R.  de  Zayas,  el  año  de  1873,  titulado: 
«  Juicio  sobre  16  que  sirve  de  base  á  las  primeras 
teogonias,  traducción  del  manuscrito  mayo  perte- 
neciente al  Sr.  Miró:  observaciones  sobre  algunos 
otros  datos  encontrados  en  los  monumentos  y  ma- 
nuscritos mexicanos,  que  prueban  las  comunica- 
ciones antiquísimas  que  existieron  entre  el  nuevo 
y  el  viejo  mundo,  por  J.  M.  Melgar.)) 

Comienza  en  este  opúsculo  por  copiar  la  cita  que 
(1)  Pág.  24  y  2o. 


— 33G— 

hace  el  Abate  Brasseur  de  Bourbourg  de  un  pasa- 
je de  la  obra  de  Ixilüxochitl,  en  la  que  hace  men- 
ción de  las  historias  que  poseían  los  Toltecas  desde 
la  creación  del  mundo,  y  del  Teo-Amoxtli,  li- 
bro divino  en  que  por  medio  de  pinturas  se  ha 
cia  constar  las  persecuciones  que  hablan  sufrido, 
sus  trabajos,  prosperidades  y  sucesos  dichosos,  la 
dinastía  de  sus  reyes  y  príncipes,  las  leyes  y  el 
gobierno  de  sus  antepasados,  las  sentencias  anti- 
guas y  buenos  principios,  la  descripción  de  los 
templos  y  de  los  dioses,  los  sacriíicios,  ritos  y  ce- 
remonias, y  lo  que  concernía  á  la  astrología,  filo- 
sofía, agricultura  y  demás  artes,  tanto  buenas  co- 
mo malas,  «  reasimiiendo  casi  todas  las  ciencias  y 
la  saMduría,  su  buena  y  mala  fortuna,  sin  contar 
una  porción  de  otras  cosas»  eran  en  fin,  según  el 
autor  citado,  la.^  pinturas  sagradas  guardadas  en 
los  archivos  reales  de  la  ciudad  de  Texcoco,  y  que- 
madas por  orden  del  primer  obispo  de  México;  des- 
cribe después  con  vivos  colores  las  erupciones  vol- 
cánicas y  los  terribles  trastornos  que  pasaron  en  la 
tierra,  por  todo  lo  cual  y  por  su  aspecto  terrífico 
fueron  adoptados  como  base  de  las  pri?neras  teo- 
gonias; toma  algunas  ideas  de  un  opúsculo  de  Gri- 
mar  publicado  en  1 867,  y  después  de  copiar  a  la 
letra  algunos  pasajes  de  Gourt  de  Gebelin  (1),  de 
Donfour  en  su  Historia  de  la  prostitución  (2)  déla 

(1)  Mundo  primitivo.  Prehm.  tom  9,  pág  51  y  4,pág. 

228. 

(2)  Gap.  14,  pá?.  216. 


—337— 

historia  cliichimeca  de  Ixtlilxocliitl,  y  del  Popol- 
buh  ó  libro  sagrado  de  los  Quichés  sobre  la  crea- 
ción (1),  la  fecundación  (2),  la  destrucción  de  los 
hombres  por  las  aguas  (3),  y  la  personificación  de 
las  fuerzas  subterráneas  (4),  y  de  recordar  la  opi- 
nión que  en  otro  escrito  habia  emitido  sobre  comu- 
nicaciones de  los  fenicios  y  escandinavos  con  esta 
parte  del  continente  americano,  venidos  los  unos 
por  el  Atlántico  y  los  otros  por  la  Islandia/  y  tra- 
yendo negros  los  primeros,  que  en  su  opinión  fue- 
ron los  que  fundaron  el  Palenqne  (5) ;  maniQesta 
que  en  el  tomo  ^i,  lámina  Iti  de  la  obra  deKinsbo- 
roug  ha  hallado  la  copia  de  la  base  de  la  pirámide 
de  XocMcalco,  en  que  se  vé  claramente  la  cfran 
culebra  ctihierta  de  phimas,  ó  Serapis  «  con  el  sig- 
no arriba  de  los  cuatro  puntos  cardinales,  los  tres 
círculos,  signos  de  la  Trinidad,  con  la  planta  re- 
presentando la  primavera,  y  tres  caracteres  en  es- 
ta forma  OqlJ,  que  son  fenicios  legítimos,  cuyo 
significado  es  «ro,»  nombre  del  aS'o/,  (G)  que  «á 
los  escandinavos,  magos  ó  caldeos,  pertenecen  el 
huevo  cosmogónico,  la  pared  de  Chichen-Itza,  con 
el  mito  Zoroástrico  de  los  tres  magos,»  8cc.,  que 
en  el  códice  de  Dresde  está  el  Toro  Mitriaco,  co- 


(1)  Gap.  1. 

(2)  Gap.  2. 

(3)  Cap.  3. 

(4)  Gap.  4. 
(üj  Pág.  11. 
(6)  Pág.  11, 


—338  — 

mo  se  ha  dicho,  y  en  el  Troano,  el  escorpión  signo 
(le  otoño,  matando  la  liebre,  signo  de  primavera, 
que  reemplazaba  á  Tauro  entre  los  Toltecas  (1 ) . 

Habla  en  seguida  del  MS.  Miró  publicado  par- 
te de  él  por  la  Ilustración  de  Madrid  en  su  núme- 
ro 29,  de  15  de  Mayo  de  1871,  y  cuya  traducción 
hecha  por  él  aparece  en  este  opúsculo:  «  Se  comien- 
za á  leer  de  derecha  á  izquierda  por  el  último  ren- 
glón, y  se  sigue  subiendo;  hay  una  interrupción 
que  es  donde  aparece  el  Sol.  En  la  parte  de  arriba 
es  en  la  que  está  el  hombre.» 

En  ese  MS.  se  cree  haber  encontrado  la  «descrip- 
ción del  hundimiento  de  la  Atlantida,  y  formación 
de  la  corriente  de  agua  caliente  que  vá  del  Ecua- 
dor al  Polo,  llamada  Oulf  Streeni;  pero  descrito 
con  tal  veracidad,  que  el  lector  cree  contemplar 
aquel  terrible  trastorno.)) 

Dá  á  este  manuscrito  el  primer  lugar,  calificán- 
dolo como  el  más  antiguo,  cuando  servían  de  Mse 
las  fuerzas  telúrgicas,  y  el  jigante  estaba  di vinisa- 
do:  el  Troano  ocupa  en  su  concepto  el  segundo 
lugar,  en  el  cual  dice,  que  aunque  se  mencionan 
algo  los  trastornos  de  la  naturaleza,  se  trasportan 
al  cielo  los  mitos;  y  el  tercero  el  de  Dresde,  «  que 
ya  es  un  curso  astronómico  seguido.» 

Hablando  luego  de  los  caracteres  "timyos,  «  en- 
(i;  Pág.  12. 


—339-- 

cuentra  en  ellos,  dice,  tal  sello  de  'prioridad  en  su 
origen,  que  se  inclina  uno  á  creer  que  son  de  los 
primeros  inventados:  no  como  los  hebreos,  los  fe- 
nicios, los  griegos,  ele,  (pie  son  signos,  cuyas  for- 
mas no  presentan  semejanza  con  objetos  naturales, 
aqíieUas  eran  figuras  humanas,  en  su  magor parte, 
es  decir,  lo  primero  que  debió  ocurrir  al  hombre 
imitar.»  (1) 

Respecto  de  la  pared  de  Cliiclten-Ifza,  juzga; 
'(  que  no  hay  ningún  monumento  de  mayor  im- 
portancia para  dar  á  conocer  con  claridad  las  bases 
en  que  los  antiguos  fundaban  sus  teogonias  y  cos- 
mogo7iías.^->  (2) 

En  los  idiomas  azteca  y  mayo  existen  los  voca- 
blos Atlantic  y  Atantic  que  definen  perfectamente 
las  condiciones  de  la  Atlantida. 

Sobre  comunicaciones  con  los  fenicios,  tiene 
como  pruebas  su  escritura  en  Xochicalco,  su  Alfa  y 
Omega  en  los  manuscritos  de  Oxford  (3) ;  «  la  es- 
critura muy  primitiva  como  la  de  los  mayos;  la 
medalla  encontrada  en  el  Palenque  y  la  pared  de 
Chichen-ltza;  «tengo,  dice,  el  huevo  cosmogónico 
en  piedra,  representando  los  dos  mitos,  el  de  la 
creación  y  el  de  la  generación:  tenemos  el  Popol- 
buh  ó  libro  sagrado  de  los  Quichés;  Génesis  gran- 

(1)  Pág.  antes  citada. 

(2)  Pág.  13. 

(3)  Tomo  1  de  Lord  Kingsboroug. 

ESTUDIOS — TOMO  H — 45 


—340— 

dioso,  y  que  bajo  el  disfraz  de  la  fábula  pinta  la  su- 
cesión de  formación  del  planeta,  los  trastornos 
que  sufrió,  y  que  sirvieron  de  base  á  las  teogonias 
de  todos  los  pueblos  del  mundo:  tenemos  los  ona- 
miscritos  mexicanos  publicados  por  Kinsborougb, 
el  Troano,  y  el  Miró;  y  á  mi  modo  de  \qv  tenemos 
los  idiomas  Mayo  y  Azteca,  fuente  donde  lal  vez 
deben  encontrarse  datos  preciosos  sobre  los  tiem- 
pos preMstóricos .  Y  respecto  al  Troglodita^  ú 
hombre  primitivo  ó  de  las  cavernas,  tengo  su 
imagen  en  un  ídolo  encontrado  cerca  de  Tlalisco- 
yan.»  (1) 

«  En  la  parte  de  Yucatán  y  Chiapas.  añade,  que 
es  donde  existen  los  nombres  de  provincias  de 
Persia,  como  Mix tan,  Cawistan,  Kabul  etc.,  hay 
un  idioma  que  se  llama  Zendal:  el  idioma  sagra- 
do de  los  Persas  en  el  cual  escribió  su  libro  Zo- 
Toastro,  llamado  Zend  Avesta,  también  se  llama 
Zend.  ¿No  será  significativa  esta  coincidencia?» 

(i  Tengo  otras  observaciones  que  hacer,  continúa 
diciendo.  Los  antiguos  después  de  designar  la  luz 
visible  con  las  letras  A  O  le  agregaban  la  vocal 
del  Sol,  que  es  Y,  lo  que  hace  Yao^  de  donde  vie- 
ne el  Yoiipiter  de  los  griegos,  y  el  Yak  de  los  he- 
breos: en  el  idioma  que  se  usaba  en  el  Palenque 
hay  Yalahan,  Gran  Señor,  Príncipe,  Rey,  aplica- 
do á  la  divinidad.  ¿Si  se  simplificara  el  sonido  no 

(1)  Pág.  13. 


—341— 

se  tendría  Yahari,  casi  el  mismo  que  el  de  Fao?yi 
«  ¿No  indica  esto  un  origen  semejante?»  (1) 

Encuentra  también  analogía  en  el  número  13, 
que  era  simbólico  para  los  toltecas^  aztecas  etc. ; 
el  primer  mes  mexicano  comenzaba  por  el  primer 
día  cipactU  hasta  el  13  de  Abril:  su  año  se  compo- 
nía de  20  trecenas,  que  son  13  meses  ó  260  días,  ^ 
meses  y  5  días  más,  que  con  los  nemontemí  hacían 
1 05  días,  que  son  8  trecenas,  y  para  su  corrección 
bisestil  usaban  del  número  13  (2):  índica  la  cau- 
sa porque  en  su  concepto  tenían  ese  número  como 
simbólico  ó  cabalístico  citando  un  pasaje  de  Marco 
Polo,  (3)  y  cree  por  último  lógico  suponer  que  los 
que  pudieron  escapar  del  hundimiento  de  la  Atlán- 
tica se  refugiaron  en  América.  (4) 


Hay  en  todas  estas  indicaciones  puntos,  que  en 
curso  de 
respectivo. 


el  curso  de  esta  obra  se  considerarán  en  el  lugar 


Prosiguiendo  adelante  en  la  investigación  de  to- 
do lo  relativo  á  la  escritura  usada  por  los  habitan- 
tes de  este  continente,  diremos  que  los  geroglifi- 
cos  que  usaban  los  zapotecos  eran  según  Dupaíx  (5) 


(1)  Pág.  14. 

(2)  Pág.  14. 

(3)  Tomo  1,  cap.  30,  pág.  63. 
f4)  Pág.  16. 

f5)  Dupaíx.  2'='"°  expeditiOD,!!.  14. 


—342— 

distintos  de  los  mexicanos,  y  no  lia  fallado  quien 
encuentre  algunos  rasgos  de  semej  anza  con  los  de 
los  egipcios.  Examinando  la  clase  de  escritura  usa- 
da por  los  pueblos  situados  al  Norte  de  Alema- 
nia se  ha  encontrado,  que  los  la/pones  y  los  saiyio- 
y celos  tenian  una  escritura  geroglííica  semejan- 
te á  la  de  los  mexicanos  y  egipcios,  hallándose 
en  la  ^^ihcriaj  monumentos  que  prueban  que  el 
uso  de  esta  escritura  ha  estado  muy  extendido 
en  todo  el  Norte  de  Europa  y  del  Asia.  Los  anti- 
guos scaldos  ó  pictos  del  Norte  tenian  sus  letras 
rúnicas  en  número  de  diez  y  seis  que  todavía  se 
usan  en  Islandia,  y  que  se  vén  en  Sv.ccia  en  ins- 
cripciones muy  antiguas.  Estas  letras  que  no  se  pa- 
recen ni  en  la  figura,  ni  en  el  orden,  ni  en  el  valor 
numeral,  ni  en  el  nombre,  á  las  de  los  griegos  y  ro- 
manos, podian  servir  en  Alemania  para  conservar 
las  antiguas  tradiciones.  Los  sajones  y  los  daneses 
conocían  es  la  escritura,  y  se  han  encontrado  algu- 
nos manuscritos  de  ella  en  Inglaterra.   (1) 

Sobre  esta  materia  tenemos  algunas  observa- 
ciones recientemente  hechas  por  D.  Manuel  Oroz- 
co  y  Berra  (2) :  comienza  por  establecer  la  diferen- 


(1)  Observations  sur  la  religión  des  galois  ct  sur  dos 
gerinains  par  Mr.  P'reret,  tome  41,  pag.  23  des  Memoi- 
res  de  lilleratiire  lirées  des  registres  de  rAcademie  des 
Inscriptions  et  Belles  letlres. 

(2)  El  Artista.  Febrero  de  1874.  Algo  sobre  la  civili- 
zación mexicana  y  la  cruz  del  Palenque,  pág.  98  y  sig. 


—343— 

cia  que  existe  entre  las  escrituras  geroglífica  de 
México  y  la  de  Yucatán.  «  Los  gerogiiíicos -azte- 
cas, dice,  tienen  su  delincación  peculiar,  y  se  com- 
ponen de  caracteres  mímicos,  simbólicos,  ideo- 
gráficos y  fonéticos,  mezclados  según  lo  piden  el 
arte  á  que  estaban  sujetos  y  la  índole  gramatical 
del  idioma  nahua;  signos,  distribución,  elemen- 
tos, valores  fónicos,  no  pueden  ser  confundidos 
•  •on  otros.  En  la  escritura  yucateca  cambia  to- 
do, desde  la  forma  de  los  signos,  el  dibujo  mus 
artístico,  y  de  una  manera  absoluta  en  que  según 
la  autoridad  del  P.  Landa,  (1)  quien  ha  dado  el 
abecedario  de  estos  caracteres,  son  en  totalidad  f o- 
j ícticos.  Existe  entre  ambas  la  diferencia  de  una  es- 
critura incompleta  en  estado  de  elaboración  y  una 
escritura  jíC/'/cí^te  entre  signos  arbitrar  ios  de  va- 
lor ocvXío,  y  q\  alfabeto  dewta  lengua.n 

Dase  á  esta  escritura  yucateca  el  nombre  de  es- 
critura calculi forme  (2),  ó  en  forma  de  cálculo,  y 
el  Sr.  Orozco  cree  que  á  este  género  pertenecen  los 
códices  de  Dresde  (3),  de  la  Biblioteca  imperial  (4) 


(1)  Belatioa  des  choses  de  Yucatán  de  Diego  de  Lau- 
da, pág.  320.  París,  ISGi. 

(2)  Leen  de  Rosny.  Les  ccritures  figuratives  et  ge- 
rogliphiques  des  difíerentes  peuples  anciens  et  moder- 
nes,  pág.  10.  París,  1870. 

(3)  Anliquities  of  México.  Kiusboroug,  tom.  3. 

(4)  Manuscrit  dit  mexicain  n.'  2  de  laBiblioteque  im- 
periale  photographice.  Paris,  1864. 


—344— 

de  Paris,  el  Troano  (1)  y  el  manuscrito  Miró  (2), 
y  que  los  monumentos  y  códices,  en  que  se  en- 
cuentra esta  clase  de  escritura,  no  corresponden  á 
la  misma  época,  ni  al  mismo  .  pueblo,  «  y  pudiera 
acontecer  no  estar  escritos  en  la  misma  lengua,» 
(3)  y  aunque  para  apoyar  esto  último  indica  la 
existencia  en  la  península  y  comarcas  adyacentes 
de  pueblos  con  lenguas  diversas,  no  me  parece  es- 
to bastante  fundado,  atendiendo  la  íntima  relación 
que  existe  entre  la  palabra  y  la  escritura  y  la  ma- 
nera casi  contemporánea  y  uniforme  con  que'  el 
lenguaje  y  la  escritura  han  ido  desarrollándose  en 
todos  los  países  y  pueblos  del  mundo,  según  el 
sentir  de  los  escritores  que  se  han  ocupado  de  esta 
materia;  y  parece  deducirse  aun  del  pasaje  mismo 
de  Stephens  que  cita  (4);  pues  al  dar  este  escritor 
á  conocer  el  lieclio  importante  de  que  los  geroglí- 
ficos  de]  Palenque  son  los  mismos  que  los  de  Co- 
pan y  Quirigua,  dice  que  aunque  el  país  interme- 
dio lo  ocupan  ahora  razas  de  indios,  que  hablan 
•muchas  lenguas  diferentes  y  enteramente  inteligi- 
bles por  cada  uno,  hay  motivo  para  creer  que  todo 
el  país  estuvo  ocupado  por  la  misma  raza  que  ha- 


(1 )  Publicado  por  el  A.  Brasseur  de  Bourbourgh.  Imp. 
irap.,  1860. 

(2)  Ilustración  de  Madrid.  Marzo  15  de  1871,  n.  29. 

(3)  El  Artista,  loco  citato,  pág.  100. 

(4j  Stephens.  Incidents  of  travel  in  Central  America, 
Chiapas  and  Yucatán,  voi.  2,  cap.  20,  pag.  343. 


— 34D-- 

biaba  la  propia  lengua,  ó  que  tenia  al  menos  los 
mismos  caracteres  escritos. 

Confiesa  el  Sr.  Orozco  que  no  tiene  noticias  res- 
pecto de  los  caracteres  yucatecos  (1),  y  en  cuanto 
ii  los  (¡ero  gil  fieos  f  oí  tecas,  comparándolos  con  los 
caracteres  antiguos  de  la  escritura  cMna^  los  re- 
puta idénticos,  fuera  de  los  evidentemente  repre- 
sentativos ó  figurativos  iguales  en  ambas,  vé  en 
todo  esto  una  verdadera  filiación,  y  conjetura  que 
a  los  chinos  comunicaron  su  escritura  á  la  Améri- 
ca, antes  de  abandonar  del  todo  sus  cuerdas  anu- 
dadas y  estancarse  en  los  caracteres  ideográficos. 
Su  enseñanza  se  modificó  según  la  índole  de  cada 
pueblo;  los  feruanos  no  pasaron  de  los  qitipos;  los 
toltecas  llegaron  á  los  signos  simbólicos,  ideográ- 
ficos, y  hacian  esfuerzos  para  seguir  á  los  fonéti- 
cos; se  alzaron  los  mayos  basta  el  alfabeto.  Debe 
esto  entenderse,  admitiendo  que  ]a  primitiva  en- 
señanza se  dio  á  los  pueblos  prehistóricos.»  (2) 

^lás  adelante  dice  lo  siguiente: 

«  Volviendo  á  mi  tema,  la  civilización  mexicana 
y  la  palencana,  se  distinguen  especialmente  por  el 
tiempo,  por  la  escritura,  y  por  el  lenguaje.  Son 
diversas  también  por  la  arquitectura,  diferencián- 
dose por  el  plan,  la  distribución,  los  adornos,  el 


(!)  El  Artista,  art.  citado,  pág.  100. 
(2)  ídem,  idem,  pág.  102. 


—346— 

arco  y  la  bóveda  en  los  ediñcios,  como  se  infiere 
de  IsiS  ¡nntícras  y  de  los  relieves,  eran  igualmente 
distintas  las  fisonomías  de  los  pueblos,  los  trajes  ó 
insignias;  no  aparecen  como  idénticos  los  dioses, 
y  sus  ti  adiciones  son  disímbolas:  en  sn7)ia,  en  ota- 
da se  relacionan.  La  civilización  palencana  fué 
primero  que  la  tolteca;  aquella  venia  en  decaden- 
cia cuando  ésta  florecía;  no  se  pusieron  en  contic-' 
to  sino  para  sustituirse  la  una  á  la  otra.  Es  ab- 
solutamente falso  que  los  mayas  sean  toltecas,  y 
aun  cuando  asienta  lo  contrario  el  MS.  Pérez,  es- 
to se  debe  entender  como  ya  dije,  cual  una  remi- 
nicencia  del  escritor,  que  olvidando  la  civilización 
primitiva,  encontraba  en  verdad  que  los  toltecas 
eran  los  autores  de  la  nueva  por  él  encontra- 
da.» (1) 

Hé  asentado  á  la  letra  este  párrafo  por  lo  que  en 
él  se  dice  de  la  escritura,  que  es  á  lo  que  se  con- 
trae únicamente  este  capítulo. 

Ya  antes  había  diclio  que  «  la  civilización  repre- 
sentada por  Quirigua  y  Copan,  el  Palenque,  Chi- 
chen-ltza  y  Uxmal  es  absolutamente  diversa  de  la 
tuUeca,  llamada  después  azteca  ó  mexicana)^ .  .  . 
y  que  «  la  escritura  geroglífica  de  Méxi- 
co y  la  de  Yucatán,  son  cosas  completamente  di- 
versas, no  tienen  otro  punto  de  contacto  que  la  es- 
critura,^^  (2) 


(Ij  El  Artista,  loco  citato,  pág.  107. 
(2)  Id.,  id.,  pág.  99. 


Las  tribus  de  la  América  del  Norte  tenian  regis- 
tros liistóricos  y  tradicionales  de  los  acontecimien- 
tos, y  se  vallan  para  ellos  de  geroglíficos  ó  símbo- 
los sobre  madera,  cantera,  pieles,  &:c .  Su  sistema 
gráfico,  según  Rafinisque,  diferia  del  de  los  mexi- 
canos (1),  y  dice  que  probablemente  fué  importa- 
do del  Asia.  Puede  compararse  con  los  símbolos  de 
los  kuriles,  yacuts  y  koriak  indicados  por  Hum- 
boldt. 

En  el  Perú,  en  vez  de  escritura,  se  servían  de 
qwqyos,  como  se  ha  dicho,  y  de  guijarros,  y  granos 
de  maíz,  para  conservar  la  memoria  de  los  sucesos, 
según  Montesinos  (2).  Acosta  dice  (3)  que  los  pe- 
ruanos no  se  servían  de  letras,  caracteres,  cifras, 
ó  pequeñas  íiguras,  como  los  chinos  y  los  mexica- 
nos, sino  en  parte  de  figuras  más  groseras  que  las 
de  éstos,  y  en  parte  de  quipos  de  hilo,  y  piedras 
pequeñas,  para  conservar  lo  que  querían  retener 
en  la  memoria.  Los  anales  de  Quito,  refiere  Ve- 
lasco  (-4),  se  reducían  á  ciertas  tablas  de  madera, 
de  piedra,  ó  de  arcilla,  divididas  en  muchos  com- 
partimientos, en  los  cuales  colocaban  pequeñas 
piedras  de  tamaño  y  color  diferente,  y  talladas  con 
arte  por  hábiles  lapidarios.  Por  la  combinación  de 

(1)  Tbe  American  uatiüus,  Scc,  tom.  1,  pág.  122  y 
sig. 

(2)  Memorias  históricas  sobre  el  Perú,  trad.  de  Mr. 
Ternaux. 

(3)  Hist.  Nal.  y  moral,  lib.  6,  cap.  8. 

(4)  HisttDria  de  Quito,  trad.  de  M.  Ternaux,  p.  1,1.  85, 

ESTUDIOS — TOMO  11—46 


—348— 

estas  piedras  coaservaban  su  historia  y  hacian  to- 
da clase  de  cálculos. 

El  pasaje  de  Acosta  antes  citado  es  digno  de  in- 
sertarse á  la  letra;  dice  así: 

K  Son  qíñpos  unos  memoriales  ó  registros  hechos 
de  ramales  en  que  diversos  ñudos  y  diversos  colo- 
res significan  diversas  cosas.  Es  increíble  lo  que 
en  este  modo  alcanzaron,  porque  cuanto  los  labros 
pueden  decir  de  historias,  leyes,  ceremonias,  y 
cuentas  de  negocios,  todo  eso  suplen  los  quipos  tan 
puntualmente,  que  admira.  Habia,  para  tener  es- 
tos qui'pos  ó  memoriales,  oficiales  diputados,  que 
se  llaman  hoy  dia  Quipe  Camayo,  los  cuales  eran 
obligados  á  dar  cuenta  de  cada  cosa,  como  los  es- 
cribanos públicos  de  acá,  y  así  se  les  debía  de  dar 
entero  crédito;  porque  para  diversos  géneros,  co- 
mo de  guerra,  de  gobierno,  de  tributos,  de  cere- 
monias, de  tierras,  hahia  diversos  quipos  ó  rama- 
les^ y  en  cada  manojo  de  éstos  tantos  ñudos,  ñu- 
ditos  é  Minios  atados,  unos  colorados,  otros  ver- 
des, otros  azules,  otros  blancos,  y  finalmente,  tan- 
tas diferencias,  que  así  como  nosotros  de  veinti- 
cuatro letras,  guisándolas  en  diferentes  maneras, 
sacamos  tanta  infinidad  de  vocablos,  así  éstos  de 
sus  ñudos  y  colores  sacaban  innumerables  signifi- 
caciones de  cosas . »  (1 ) 

Garcilazo  de  la  Vega  habla  de  ios  quipos  en  va- 
(1)  Acosta.  Hist.  Nat.  y  mor.  de  las  Ind.,  lib.  6,  c.  8. 


—349— 

rías  partes  de  su  obra  (1):  en  los  capítulos  8  y 
O  del  libro  6,  manifiesta  cómo  contaban  por  medio 
de  ellos,  y  la  fidelidad  que  babia  en  lo  qne  de  este 
modo  practicaban  los  contadores.  í<Quipu,  dice, 
quiere  decir  añudar,  y  ñudo,  y  también  se  toma 
por  la  cuenta,  porque  los  ñudos  la  daban  de  toda 
cosa.  Hacian  los  indios  hilos  de  diversos  colores, 
unos  eran  de  un  color  solo,  otros  de  dos  colores, 
otros  de  tres,  y  otros  de  más,  porque  los  colore*s 
simples  y  los  mezclados,  todos  tenian  su  significa- 
ción de  por  sí:  los  hilos  eran  muy  torcidos,  de  tres 
ó  cuatro  liñuelos  y  gruesos  como  un  huso  de  hier- 
ro, y  largos  de  á  tres  cuartas  de  vara;  los  cuales 
ensartaban  en  otro  hilo  por  su  orden  á  la  larga,  á 
manera  de  rapacejos.  Por  los  colores  sacaban  lo 
que  se  con  tenia  en  aquel  tal  hilo,  como  el  oro  por 
el  amarillo,  y  \di  plata  por  el  blanco,  y  por  el  colo- 
rado la  gente  de  guerra, » 

«  Los  que  no  tenian  colores,  iban  puestos  por  su 
orden,  empezando  de  los  de  más  calidad,  y  proce- 
diendo hasta  los  menos,  cada  cosa  en  su  género, 
como  en  las  mieces  y  legumbres.  Pongamos  por 
comparación  las  de  Espeúla,  primero  el  trigo,  lue- 
go la  cebada,  luego  el  garbanzo,  haba,  mijo,  Scc.» 

»  Y  así  también,  cuando  daban  cuenta  de  las  ar- 
mas, primero  ponían  las  que  tenian  por  más  no- 


(1)  GomeDtarios  reales  que  tratan  de  los  Incas,  &c.. 
Parte  prim.,  lib.  2,  cap.  26,  ylib.  o.  cap.  10. 


— 3b0— 

bles,  como  lanzas,  y  luego  dardos,  arcos  y  flechas, 
portas  y  hachas,  hondas,  y  las  deniás  armas  que 
tenían.» 

«  Y  hablando  de  los  vasallos,  daban  cuenta  de 
los  vecinos  de  cada  pueblo,  y  luego  en  junto  los  de 
la  Provincia.  En  el  primer  hilo  ponían  los  viejos 
de  sesenta  años  arriba;  en  el  segundo  los  hombres 
maduros  de  cincuenta  arriba;  y  el  tercero  conte- 
nia los  de  cuarenta;  y  así  de  diez  á  diez  años  has- 
ta los  niños  de  teta.  Por  la  misma  orden  contaban 

las  mujeres  por  las  edades 

había  hilitos  delgados  para  significar  las  viudas  ó 
viudos. 

«  Los  ñucos  se  daban  por  su  orden  de  unidad, 
decena,  centena,  millar,  decena  de  millar,  y  pocas 

veces  pasaban  á  la  centena  de  millar» 

pero  si  había  necesidad,  también  la 

►  contaban,  porque  en  su  lenguaje  podían  dar  todos 
los  números. 

«  En  lo  más  alto  de  los  hilos  ponían  el  número 
mayor,  que  era  el  decena  de  millar,  y  más  abajo 
el  millar,  y  así  hasta  la  unidad.» 


Los  encargados  de  estos  ñudos  ó  quipus  se  lla- 
maban Qtcipucamayu. 

«Estos  asentaban  por  sus  ñudos  el  tributo  que 
daban  cada  año  al  Inca,  poniendo  cada  cosa  por 


—351— 

SU  género,  especies  y  calidades.  Asentaban  la  gen- 
te que  iba  á  la  guerra,  la  que  moria  en  ella,  los 
que  nacian  y  fallecían  en  el  año,  por.  sus  meses. 
En  suma  decimos,  que  escribían  en  aquellos  ñu- 
dos todas  las  cosas  que  consistían  en  cuenta  de 
números,  basta  poner  las  batallas  y  reencuentros 
que  se  daban,  basta  decir  cuántas  embajadas  ha- 
blan traído  al  Inca,  y  cuantas  pláticas  y  razona- 
mientos habla  hecho  el  rey;  pero  lo  que  contenia  la 
embajada,  ni  las  palabras  del  razonamiento,  ni 
otro  suceso  historial,  no  podian  decirlo  por  los  ñu- 
dos;)-) sino  que  usfiban  de  otros  arbitrios,  tales  co- 
mo encomendarlos  á  la  memoria  de  los  quipucama- 
yus,  para  que  por  iradiciotí  se  trasmitiesen  de  pa- 
dres á  hijos;  encargándose  al  efecto  los  Amantas, 
que  eran  sus  ñlósofos  y  sabios  de  ponerlas  en  pro- 
sa en  cuentos  historiales,  para  que  pasando  de  ma- 
no en  mano  se  conservase  la  memoria;  ó  forman- 
do alegorías;  los  Raravicus,  que  eran  los  poetas, 
componían  con  el  mismo  objeto  versos  breves  y 
compendiosos.  «  En  suma,  decían  en  los  versos 
todo  lo  que  no  podian  poner  en  los  ñudos.  .  .  . 
y  de  esta  manera  guardaban  la  me- 
moria de  las  historias;»  porque  no  tenian  letras: 
lo  que  consistía  en  viva  voz  ó  por  escrito  no  podia 
referirse  por  los  ñudos;  <.(porque  clñudo  dice  el  nu- 
mero, más  no  la  ¡glabra.)) 

Los  quip%icamayii  por  los  ñudos,  los  liilos  y  los 
colores,  y  con  el  favor  de  las  cuentas  y  la  poesía 
escribían  y  retenían  la  tradición  de  los  hechos. 


—352-- 

Esta  fué  la  manera  de  escribir  que  los  Incas  tuvie- 
ron en  su  República.yi 

«  Por  la  misma  orden  daban  cuenta  de  sus  leyes 
y  ordenanzas,  ritos  y  ceremonias,  que  por  el  color 
del  hilo,  y  por  el  número  de  los  ñudos,  sacaban 
la  ley  que  prohibía  tal  ó  cual  delito,  y  la  pena 
que  se  daba  al  quebrantador  de  ella.  Decian  el  sa- 
crificio y  ceremonia  que  en  tales  fiestas  se  hacian 
al  Sol.  Declaraban  la  ordenanza  y  fuero,  que  ha- 
blaba en  favor  de  las  viudas  ó  de  los  pobres,  ó  pa- 
sajeros; y  así  daban  cuenta  de  todas  las  demás  co- 
sas, tomadas  de  memoria  por  tradiciones.»  (1)  ... 


En  Herrera  encuéntrase  también  lo  siguiente, 
al  hablar  de  los  usos  y  costumbres  del  Perú: 

«  Para  tener  cuenta  y  razón,  usaron,  dice,  los 
que  llaman  quipos,  y  tenian  un  aposento  colgado  de 
ellos,  que  servían  de  libros:  éstos  son  unos  rama- 
les de  cuerdas,  anudados  con  diversos  nudos,  y  di- 
versos colores,  con  lo  cual  suplían  cuanto  podian 
decir,  historias,  leyes,  ceremonias  y  cuentas  de  ne- 
gocios,  con  mucha  puntalidad;  y  para  tener  estos 
quipos  habia  oficiales  señalados  que  hoy  dia  se  lla- 
man Qioipo  Camayo,  los  cuales  como  los  escribanos, 
eran  obligados  á  dar  cuenta  de  cada  cosa,  y  se  les 

(\)  Garcilazo  de  la  Vega.  Comentarios  reales  que  tra- 
tan del  origen  de  los  Incas,  reyes  que  fueron  del  Perú, 
&c.  Primera  parte,  lib.  6,  cap.  8  y  9. 


—353— 

daba  entero  crédito,  porque  para  guerra,  tributos, 
gobierno  y  cuentas,  hahia  diversos  qicipos;  y  así 
como  nostros  con  veintitrés  letras  sacamos  tantos 
vocablos,  así  los  indios  con  sus  midos  y  diferen- 
cia de  colores,  sacaban  inmimerahles  significacio- 
nes de  cosas y  así  nunca  los  indios  tu- 
vieron letras,  sino  cifras  ó  memoriales  en  la  for- 
ma dicha.» 

«  Las  letras  se  inventaron  para  referir  y  signi- 
ficar inmediatamente  las  -palahras,  éstas  son  seña- 
les de  los  conceptos,  y  las  letras  2)  las  palabras  se 
ordenaron  para  dar  á  entender  las  cosas,  y  las  se- 
ñales que  no  significan  inmediatamente  palabras, 
sino  cosas,  no  son  letras. ))  (1) 


(1)  Ilist.  gen.  de  los  hechos  de  los  castellanos  en  las 
islas  y  tierra  firme  del  mar  océano.  Déc.  5,  lib.  4,  cap. 
l,pág.  84. 


CAPITULO  XXX. 


,  Continuación  del  mismo  asunto.  Inscripciones  en 
piedra. — 2.  Uso  de  planchas  de  metales  y  tablitas  de 
madera  para  grabar  en  ellas  los  caracteres;  de  hojas 
de  palma  y  corteza  de  árboles.  Libros  de  los  itzae- 
ses,  mapas  y  otros  escritos  de  los  de  Chiapas  y  Gua- 
temala — 3.  Antigüedad  del  papirus.  El  pergamino. 
Papel  de  algodón  y  de  lino. — 4.  Materia  de  que  se  ha- 
cia entre  los  mexicanos.  Libros  de  hojas  de  órooles 
encontrados  por  los  rusos  en  1721. — o.  Observaciones 
á  que  dá  lugar  la  invención  y  uso  del  papel. 


§1 


Resta  ahora  examinar  si  las  inscripciones  de  pie- 
dra pueden  presentar  algún  otro  dato  más,  para 
juzgar  sobre  su  origen  y  antigüedad. 

ESTUDIOS — TOMOII — 47 


—356— 

Reducido  al  principio  el  conocimiento  de  la  es- 
critura á  un  corto  número  de  personas,  era  limita- 
do el  uso  que  se  hacia  de  ella.  Ha  sido  necesario 
el  trascurso  de  muchos  siglos,  y  la  invención  del 
alfahetOj  para  verla  tomar  esa  extensión  prodigio- 
sa, que  ha  llenado  de  luz  al  mundo,  á  lo  que  en 
gran  parte  contribuyó  mucho  la  invención  del  pa- 
pel, facilitando  las  copias  y  su  adquisición,  y  dis- 
minuyendo el  alto  valor  que  todo  esto  tenia  an- 
tes. 

El  primer  uso  que  se  hizo  de  la  escritura,  fué 
sustituirla  á  los  medios  imperfectos  que  tenian  los 
pueblos  para  conservar  la  memoria  de  los  hechos 
más  notables.  Ya  no  se  pensó  en  levantar  un  mon- 
tón de  piedras,  en  sembrar  un  árbol,  erigir  una 
simple  columna,  ó  componer  algunos  cantares,  si- 
no en  hacer  inscripciones  en  las  rocas  y  piedras, 
para  perpetuar  la  memoria  de  los  hechos,  como  lo 
practicaron  los  egipcios,  los  pueblos  del  Norte  y 
otras  naciones.  Después  pasaron  á  erigir  colum- 
nas para  escribir  en  ellas  los  sucesos  notables. 
Eran,  según  se  ha  indicado,  los  registros  en  que 
se  conservaban  las  leyes  (1),  los  tratados  (2),  la 


(1)  Deuteronomio,  c.  27,  v.  S 

— Platón  in  crit.,  p.  1,107. 

— Dion.  Halicarn.,  1.  4,  p.  240. 

(2;  Strabon,  t.  3,  p.  259,  1.  10.  p.  68^. 

— Plut.,  t.  2,  p.  292. 

—Paus.,  1.  5,  c.  12  y  23,  1.  8,  c.  2ü. 


—357— 

historia  de  los  acontecimientos  (])  y  los  descubri- 
mientos importantes  (2);  de  modo  que  la  piedra  y 
el  ladrillo  fueron  la  primera  materia  en  que  se  es- 
cribió al  principio,  conforme  lo  testifican  Josefo 
(3),  Tácito  (4),  y  Lucano  (b),  y  lo  vemos  compro- 
bado por  la  relación  que  nos  hacen  los  autores  de 
algunos  hechos,  muchos  de  los  cuales  los  tomaron 
de  las  inscripciones  mismas  que  encontraron  en 
monumentos  erigidos  al  efecto.  • 

Sin  necesidad  de  aglomerar  muchas  autorida- 
des sobre  este  uso  de  los  pueblos  antiguos,  solo  ci- 
taremos en  comprobación  las  dos  columnas,  una 
de  piedra  y  la  otra  de  ladrillo,  en  que  los  hijos  de 
Seth  grabaron  los  conocimientos  que  hablan  ad- 
quirido, para  que  no  se  perdieran  con  el  diluvio, 
(6)  las  que  se  velan  exparcidas  en  Armenia,  país 
donde  se  detuvo  el  Arcado  Noó,  con  inscripciones, 
según  refiere  Mase  Chonorense  (cap.  lo,  pág.  40), 
las  de  Hér cides  y  Sesostris,  levantadas  para  per- 


(1)  Herod.  1.  2,  n.  102  y  lOG,  1.  Á,  n.  87. 
— Diód.,  1.  1,  p.  65  y  07,  1.  5,  p.  368. 
—Tácito.  Anal.  1.  2,  u.  60. 

(2)  Proclus  in  Tim.,  1.  1,  p.  31. 

— Galin.  adv.  Julián,  c.  1,  t.  9,  p.  376. 

(3)  Josefo.  Antiq.  Jud.  1.  4. 

— Adams.  Antig.  rom.,  tom.  4,  pág.  98. 

(4)  Tácito.  Anal  II.  CO. 

(5)  Lucano.  III.  223. 

(6)  Asiatic  researches,  vol.  3,  pág.  5. 


— 3b8— 

petuar  la  memoria  de  sus  famosas  expediciones  (1), 
muchas  observaciones  antiguas  astronómicas  de 
los  babilonios  grabadas  sobre  ladrillos  (2),  la  co- 
lumna de  piedra  en  que  estaba  escrita  una  ley 
de  Teseo,  que  se  conservaba  todavia  en  tiempo  de 
Demóstenes;  los  preceptos  y  doctrina  de  Mercurio 
Trimegisto  grabados  en  gerogliíicos  (3),  y  los  mo- 
numentos más  antiguos  de  literatura  cbiiia  graba- 
das en  piedra.   (4) 

Bien  sabido  es  que  los  preceptos  del  Decálogo 
y  las  leyes  de  Moisés  estaban  escritos  sobre  pie- 
dra. (5) 

Josué,  después  de  la  toma  de  la  ciudad  de  Sai, 
escribió  el  Deutcronomio  al  rededor  de  un  altar 
que  erigió  al  Señor.  «Et  scripsit  super  lajndes  Deu- 
teíonomium  »  5cc.  (6). 

Cerca  de  Budda  se  encontró  una  columna  mo- 
numental con  una  inscripción  en  sánscrito.  (7) 


(1)  Diódoro,  1.  1,  p.  23  y  G5,  1.  3,  p.  243,  1.  4,  p.  254. 
— ApoUod..  1.  2,  p.  100,  1.  3,  p.  142. 

(2)  Plinio,  1.  7,  p.  413. 

(3)  Manetho  ap,  Sincoll,  p.  40. 
(4j  Lettre.s  edif.,  t.  19,  p.  479. 
(b)  Éxodo  X.  28.  8. 

(6)  C.  8.  V.  32. 

— Deuleronomio,  c.  27,  v.  8. 
— Josué,  c.  8.  V.  32. 

(7)  Asiatic  researches,  vol.  1,  §  4,  p.  131, 


—359— 

En  Cande-Uda  hay  grabadas  rocas,  que  no  en- 
tienden los  malabares,  ni  gentros.  Hánse  encon- 
trado gran  número  de  ellas  de  tiempo  inmemorial 
en  los  monumentos  egipcios,  etruscos,  griegos  y 
latinos.  (1)  Entre  los  primeros^  vénse  geroglíficos 
suyos  escritos  en  los  obeliscos  y  pirámides,  en  las 
puertas  de  los  templos,  en  las  cámaras  ó  aposen- 
tos, en  las  salas  y  gabinetes,  y  en  las  paredes. 
Así  aparece  comprobado  en  el  Levítico,  26,  1,: 
Ezequiel,  c.  7,  v.  10 — 12,  y  lo  testifican  los  restos 
que  se  presentan  á  la  vista,  en  los  cuales  se  ha 
ejercitado  tanto  el  talento  de  los  sabios.  (2) 

Habla  Porfirio  de  algunas  columnas  antiguas 
de  la  isla  de  Creta,  en  que  estaban  escritas  las  ce- 
remonias de  los  sacrificios  de  los  corihaoites,  para 


(1)  Martiuetti.  CoUezioDe  clasica,  t,  2,  §  24,  p.  26. 

(2)  Hierogliphyca  iasculpebantur  etiam  in  lapidibus 
cubiculis,  et  conclavibus,  ut  scimus  ex  sacro  texlu  ex 
quo  supra.  Ex  Mane  thon  et  Diódoro  seimus  slelis  (aj 
iusculptc.  Hace  i>telae  de  quibus  passim  mentis  fit,  non 
omnes  erant  columne  propíQ  dicte,  cum  stelo  dicuntur 
eliam  lajiides  formen  qiiadratcB,  in  quibus  res  memoratu 
digne  inscribebatur  uli  refert  Scholiastos  Sophoclis 
apun  Tamblosum  Panth.  lib.  5,  cap.  5,  §  13.   (b) 


[a]  Stela  6  Stele  segua  Plinio,  es  el  pilar,  padrea  6  columna  en 
que  se  graba  alguna  cosa  paia  memoria  de  las  gentes.  Dic.  lat.  de 
Balbuena. 

[b]  Martinetti.  Collezionc  clasica,  tom.  6,  nota  al  párrafo  4,  en 
que  inserta  el  opúsculo  del  P.  Nic.  Consini.    Do  hiercgüñÍB,  pág,  95 


—seo- 
celebrar  las  fiestas  de  Cibeles.  Las  leyes,  los  tra- 
tados y  las  alianzas,  como  se  ha  dicho,  se  graba- 
ban sobre  columnas,  lo  cual  según  Tucydides  tam- 
bién se  practicaba  en  África. 

Aun  en  este  continente  se  encontró  establecido 
el  uso  de  escribir  en  rocas,  piedras  y  lozas.  Refie- 
re Cieca  que  en  unos  edificios  antiguos  del  Perú, 
cerca  de  Guamanga,  á  la  orilla  del  rio  Vinaque,  se 
halló  una  losa  en  la  cual  habia  ciertas  letras  que 
parecían  griegas.  (1) 

El  Barón  de  Huinboldt,  habla  de  la  tepu7nere- 
ma  ó  roca  pintada  que  se  halla  á  algunas  leguas  de 
la  Encaramada  en  medio  de  una  sabana,  y  de  otras 
que  bajando  el  Orinoco  se  observan  en  las  rocas 
inmediatas  á  grande  altura,  y  cerca  también  del 
CariqvÁare.  (2) 

En  una  peña  con  un  pico,  cerca  de  la  ciudad  de 
Zamora,  habia  esculpidos  cuatro  renglones,  cada 
uno  de  vara  y  media  de  largo,  cuyas  letras  tam- 
bién parecían  griegas.  (3)  Lamida  dice  (4)  que  en 
la  plaza  de  Mayapan  existían  siete  ú  ocho  piedras 
de  diez  pies  de  largo  cada  una,  bien  labradas,  que 
tenian  algunos  renglones  de  caracteres  ya  gas- 


(1)  Crónica  del  Perú,  Parle  primera,  csp.  87,  p.  160. 

(2)  Ilumboldt.  Viaje  á  las  regiones  equinocciales,  1. 
3,  lib.  8,  cap.  H),  pág.  11. 

(3)  García.  Origen  de  los  indios,  lib.  4,  cap.  21. 

(4)  Relación  de  las  cosas  de  Yucatán,  §  9,  p.  í>2. 


—sol- 
tados por  el  agua,  que  se  creía  contenían  la  me- 
moria (le  la  fundación  y  destrucción  de  la  ciudad. ' 
Katun  era  el  nombre  que  se  daba  á  las  piedras  gra- 
badas que  contenían  las  fechas  y  las  inscripciones 
relativas  á  los  acontecimientos  históricos,  y  se 
incrustaban  en  las  paredes  de  los  edificios  públi- 
cos, (i) 

El  coronel  D.  Juan  üalindo,  que  visitó  y  exami- 
nó las  ruinas  del  Palenque ,  aprovechando  la  opor- 
tunidad de  hallarse  cerca  de  ellas,  de  comandante 
del  distrito  del  Peteti,  asegura  en  las  observaciones 
que  en  1831  dirigió  á  la  Sociedad  de  Geografía  de 
París,  que  á  una  legua  distante  de  Tenosiqv.e,  so- 
bre el  borde  del  río  Usumasinta  hay  undi piedra  mo- 
numental^ que  contiene  caracteres,  que  quizá  se- 
rán inscripciones. 

Mr.  Tomará  ha  reconocido  caracteres  libios  en 
uno  de  los  túmulos  del  valle  del  Oliio  en  los  Esta- 
dos Unidos  de  América  (2) ;  en  Massachusetts  existe 
un  monumento  geroglítico  llamado  Writing-roch 
ó  dighton-rock;  que  es  una  roca  guies  situada  al 
Este  de  la  embocadura  del  rio  Tautoyi  con  caracte- 
res ininteligibles  esculpidos,  (3)  que  ha  dado  lugar 


(1)  Gogoyudo.  Hist.  de  Yucatán,  lib.  4,  cap.  4. 

(2)  Historical  and  statiscal  informationrespectingthe 
hist.  and.  prosp.  of  the  indian  tribes,  t.  1,  n.  18,  p.  37. 

(3)  Mr.  Warden.  Recherches  sur  les  antiquilés  de  1' 
Amerique  du  Nord,  chap.  3. 


— 3G2— 

á  mil  conjeturas,  creyendo  Mr.  Yuter  y  Manlton  que 
eran  de  origen  fenicio  (1),  y  también  M.  Gebelin, 
considerándolas  Matlden  como  impresos  por  los 
Atlantides  el  año  del  mundo  1902;  otras  se  han 
encontrado  en  el  Estado  de  Rodé  Island,  en  New  - 
'p07't,  en  Connecticut,  en  StaUeroh^  en  el  de  Ver- 
mont  en  Brotlelwrough ,  y  en  el  septentrional  y 
parte  occidental  del  lago  Erie  con  muchas  inscrip- 
ciones. 

El  conservar  la  memoria  de  algún  suceso  por  me- 
dio de  inscripciones  en  las  rocas  era  usado  comun- 
mente entre  los  egifcioB:  muhas  de  estas  inscrip- 
ciones se  han  encontrado  en  las  rocas  de  Isamhouh 
y  las  que  se  hallan  desde  Pñoe  á  Sijena  sobre  su- 
cesos militares,  tales  como  la  victoria  ganada  á  los 
Libios  por  Tonthemois  I  y  la  conquista  de  los  etio- 
pes por  Amenofis  III  (Memnon)  (2)  En  el  monte 
Sínaise  han  encontrado  también  algunas. 

Se  ha  hecho  por  un  escritor  (3)  la  observación, 
de  que  en  la  raza  de  los  asirios  habia  la  propen- 
sión de  esculpir  fíguras  c  inscripciones  en  la  su- 
perficie y  en  la  pendiente  de  las  montañas.  Las 
paredes  las  llenaban  de  escenas  históricas,  cere- 


(2}History  of  tb€  State  of  New  York   by  Mr.  Yaler 
and  Maltón,  p.  Sfi. 

(2)  Champolion.   Hist.  desc.  y  pint.  de  Egipto,  t,  2, 
pág.  254  y  250. 

(3)  Gotíiueau.  Essai  sur  rinegalité  des  races humai- 
nes,  t.  1,  liv.  2,  chap.  2. 


— 3t>3— 


monias  religiosas,  y  detalles  de  la  vida  privada, 
esculpidas  en  el  mármol  y  en  las  piedras. 


§2. 


Este  fué  por  mucho  tiempo  el  único  medio  que 
se  empleaba  para  escribir.  Después  comenzaron  á 
usarse  planchas  de  algunos  metales,  cuya  fundi- 
ción y  preparación  era  ya  conocida,  tales  como  el 
cobre  (1)  y  el  plomo.  (2) 

Los  artículos  de  la  liga  ofensiva  y  defensiva  que 
los  Romanos  celebraron  con  los  Judies,  cuando 
Judas  Macabeo  les  envió  una  embajada,  se  escri- 
bieron sobre  tablas  de  bronce,  y  así  fueron  envia- 
das á  Jerusalem.  (3) 

Empleáronse  igualmente  tablitas  de  n^adera  dis- 


(1)  Tito  Livio.  III.  57. 
—Tácito.  An.  IV.  43. 
—Ovidio,  Met.  1.  1. 

(2)  Plinio.  XIII.  2,  secc.  21,  p.  689. 
—Job.  XIX.  23  y  24. 

— Paus.,  1.  9,  c.  31. 

(3)  Machab.,  c,  6,  citado  ea  la  Hist.  gen.  des  cerem, 
et  moeurs  de  cout,  relig.  de  lous  les  peup,  du  mond., 
&c.,  par  M.  il.  l'Abbe  Banier  y  l'Abbe  Mascricr,  tom.  6, 

'"°Partie,  chap.  32,  pág.  150. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 48 


—364— 

puestas  al  efecto.  (1)  Los  romanos  las  untaban  de 
cera,  y  escribían  en  ellas  con  punzones  de  hierro, 
cobre,  ó  hueso:  reunidas  y  atadas  formaban  un  li- 
bro llamado  codex  (2)  ó  coudex.  Alas  tablitas suce- 
dieron las  hojas  de  palma,  y  en  seguida  lá  corteza 
finay  delgada  de  los  árboles.  (3)  El  tilo,  el  fres- 
no, el  castaño,  el  álamo  blanco,  el  olmo,  Scc,  sir- 
vieron para  esto.  (4). 

Plinio  dice,  que  antes  del  uso  del  papel  se  es- 
cribieron los  mandamientos  públicos  en  plomo,  y 
los  particulares  en  hierro. 

Tito  Livio  (5)  habla  de  ciertos  libros  de  tela  lin- 
tei  libri,  en  los  cuales  se  escribían  los  nombres  de 
los  magistrados  y  la  historia  de  la  Repi'iblica. 

Si  el  grabar  los  gerogiíficos  y  caracteres  en  pie- 
dra, era  tan  general  entre  los  pueblos  de  la  anti- 
güedad, hasta  el  grado  de  estar  ya  en  uso  antes 
del  diluvio  (G),  no  puede  servirnos  de  dato  para 
juzgar  de  dónde  traería  su  origen  esta  misma  prác- 


(i;  Isaías.  XXX.  8. 

— Horatio.  Art.  poet.  3Í^J. 

— Galmet,  t.  1,  p.  32. 

(2)  Varroii,  lib.  3.  De  vita  populi  roraani. 
— Séneca,  lib.  de  brevitate  vite,  cap.  21. 

(3)  Plinio,  lib.  XIII,  cap.  H. 

(4)  Bibjia  do  Vence.    Disertación  sobre  la  materia  y 
forma  de  los  libros,  tom.  11,  §  3,  pág.  33. 

(5)  Tito  Livio.  Déc.  1,  1.  4  y  10. 
(6j  Josefo.  Antiq.  lib.  11,  cap.  3. 


—36b— 

tica  adoptada  por  los  palencanos,  y  solo  podemos 
deducir  su  muclia  antigüedad,  puesto  que  fu^ 
abandonándose  á  medida  que  se  iba  extendiendo 
la  escritura,  y  empleándose  otras  materias  para  los 
escritos  de  aquel  tiempo. 

Si  sobre  los  habitantes  del  Palenque  nos  hubie- 
se quedado  algo  más  que  las  ruinas  que  nos  ocu- 
pan, podria  saberse  á  punto  cierto,  qué  otra  clase 
de  materias  usaban  para  escribir,  pues  aunque  es 
presumible  que  empleasen  en  esto  las  hojas  y  cor- 
tezas de  los  árboles,  la  piel  ce  los  animales,  lien- 
zos y  tablitas  enceradas,  porque  todos  estos  medios 
se  usaban  desde  la  más  remota  antigüedad,  (1)  y 
fueron  conocidos  y  empleados  muchos  de  ellos  por 
los  mexicanos  y  demás  razas  que  habitaron  este 
continente  (-);  podria  ministrarnos  alguna  luz  pa- 
ra las  observaciones  que  se  hicieran  fundadas  en 
tales  datos;  pero  nada  se  ha  encontrado  ni  descu- 
bierto hasta  ahora,  y  es  preciso  reducirse  á  puras 
conjeturas,  que  nos  aproximen  más  ó  menos  á  la 
verdad. 

El  papel  que  usaban  los  mexicanos,  según  Clor 


(\)  Plinio,  1.  13,  sec.  21. 

— Isidor.  Orig.  1.  6,  c.  12. 

— Galmet.  t.  3,  pág.  4S. 

(2)  Acosla,  1,  7,  c.  24. 

— Conquete  du  Pnru,  t.  I,  p.  21. 

— Voyage  daus  la  baye  de  Iludsoü,  1.  ",  p.  271  c 


—366— 

vijerOj  era  de  cierta  especie  de  maguey,  de  palma 
d&  isjotl,  de  la  corteza  sutil  de  ciertos  árboles  pre- 
parada con  goma,  de  seda  y  algodón,  y  de  pieles 
adobadas;  lo  conservaban  en  rollos  ó  plegado  como 
hiomhos. 

ViUaguiierre  depone  de  la  existencia  entre  los 
üxaeses  de  libros  hechos  de  corteza  de  árboles,  en 
cuyas  hojas,  que  á  manera  de  biombo  se  cerraban, 
abrían  ó  desplegaban,  estaban  escritas  sus  histo- 
rias con  figuras  y  geroglíficos.  (1)  El  P.  Román 
en  su  República  de  los  indios,  foL  64,  citando  al 
P.  Jiménez  dice,  que  los  dominicos  de  Chiapas  y 
Guatemala  entregaron  á  las  llamas  varios  mapas 
del  diluvio  y  otras  antigüedades  de  los  indios. 
Boturini  deplora  esta  destrucción  de  mapas  y  esta- 
tuas, como  la  pérdida  de  un  gran  tesoro  literario. 
(2)  Los  mayas,  ó  antiguos  habitantes  de  Yucatán, 
hacian  j?¿íj;eZ,  según  Landa  (3),  de  las  raíces  de 
un  árbol,  al  que  daban  un  lustre  blanco.  La  for- 
ma de  sus  libros  era  larga,  colocando  entro  desta- 
blas muy  galanas  las  hojas  en  que  escribían,  áo- 
hldiáaLS  con  pliegues,  escritas  de  una  y  otra  parte 
en  columnas,  según  los  pliegues.  Llamábanse  es- 
tos libros  Analti. 


(1)  Villagutierre,  1.  7,  cap.  1,  §  20. 

(2)  Boturini.  Idea  de  una  hist.  gen.,  etc.,  n.  19,  pág. 
120. 

(3)  Landa.    Relación  de  las  cosas  de  Yucatán,  §  7, 
pág.  44. 


—367— 

« Independientemente  de  las  leyendas  grabadas 
sobre  piedra,  y  sobre  madera,  dice  Morelet  (1), 
existian  entre  los  mayas  verdaderos  libros,  en  que 
figuraban  la  marcha  de  las  estaciones,  los  anima- 
les, las  plantas  útiles,  y  la  topografía  del  país.» 

Stephem  dice  (2) ,  que  en  Mani  (Yucatán)  fue- 
ron quemados  en  1571  interesantes  monumentos 
ó  Uhros  escritos  en  antiguos  caracteres,  que  conte- 
nian  sin  duda  datos  históricos  de  mucha  impor- 
tancia. 

El  respetable  testimonio  de  los  historiadores 
prueba,  como  se  ha  visto,  la  existencia  antiguado 
Uhros  en  este  continente,  ó  lo  que  es  lo  mismo, 
que  la  escritura  habia  salido  ya  de  su  primitivo 
estado,  y  que  más  extendida,  habia  superado  la 
dificultad  que  al  principio  embarazaba  tanto  su 
uso,  conociéndose  el  empleo  de  varias  materias  pa- 
ra consignar  en  ellas  los  hechos,  por  medio  de  ca- 
racteres permanentes  y  duraderos.  Si  los  habitan- 
tes del  Palenque  hicieron  uso  de  esos  medios,  que- 
da todavía  por  resolver  si  desde  el  principio  traje- 
ron consigo  su  conocimiento,  ó  si  lo  adquirieron 
después  con  la  comunicación  casual,  ó  reiteríída, 
con  alguno  de  los  pueblos  del  mundo  antiguo  que 
entonces  existian  con  explendor. 

(ij  Voyage  dans  rAmerique  céntrale,  lisie  de  Cuba 
el  le  Yucatán,  t.  I,  chap.  8,  p.  101. 

(2)  Incidents  of  travel  in  Yucatán,  vol.  2,  chap.  IN 


--3'68— 


No  hay  noticia  de  que  el  pai')el  fuese  conocido, 
á  pesar  de  la  grande  antigüedad  del  que  se  hacia, 
bajo  el  nombre  de  fa'pirus  ó  MUos  de  los  egipcios; 
pues  según  CJiampolion  se  han  encontrado,  her- 
méticamente cerrados  y  depositados  en  las  tumbas, 
contratos  escritos  en  papirus  con  caracteres  egip- 
cios anteriores  á  Moisés,  y  cuya  data  no  baja  de 
3,b00  años. 

«El  fapirus  era  una  especie  de  caha^  que  crece 
á  las  orillas  del  Nilo.  El  tronco  de  esta  planta  se 
compone  de  muchas  hojas,  puestas  unas  encima 
de  otras,  y  se  desprenden  y  separan  con  una  espe- 
cie de  aguja.  Se  las  extiende  después  sobre  una 
tabla  mojada  de  la  anchura  que  se  queria  dar  á  la 
hoja;  se  cubre  esta  primera  lámina  con  una  capa 
de  cola  muy  lina,  ó  de  agua  cenagosa  del  Nilo, 
calentada  y  preparada  con  este  objeto;  después  se 
pone  una  segunda  lámina  de  hojas  de  papel  sobre 
esta  cola^  y  se  deja  secar  todo  al  sol.  Las  hojas  del 
papiru,  que  están  más  próximas  al  corazón  de  la 
planta,  son  las  más  linas,  3'  se  hacia  de  ellas  el  pa- 
pel fino,  que  se  llama  papel  de  Augusto,  -papirus 
Augusto.  Las  hojas  que  estaban  inmediatamente 
después  de  estas  primeras,  servían  para  hacer  un 
papel  menos  fino  que  tenia  el  nombre  de  papel  de 


—369— 

J  ulio,  papinis  Julio.  El  Emperador  Claudio  inven- 
tó una  tercera  especie  menos  fina  que  el  papel  de 
Augusto,  y  menor  grano  que  el  de  Julio,  y  se  lla- 
mó papel  de  Claudio,  pap/ras  (Haudio.)>  (1) 

Conquistado  el  Egipto  por  ios  árabes  é  interrum- 
pido su  comercio  con  Europa  y  el  imperio  de  Cons- 
tan tinopla,  con  quienes  habia  estado  en  relación, 
se  escaseó  el  papel,  y  se  le  sustituyó  por  de  pron- 
to con  el  per  [lamino  (2) ,  llamado  así  por  la  ciudad 
á&Pérfiíniío,  úhienrjiemhrana,  porque  es  hecho  del 
cuero  que  cúbrelos  miembros  de  los  animales. 
Atribuyen  algunos  su  descubrimiento  á  haberse 
prohibido  por  uno  de  los  Ptolojneos  la  extracción 
del  papel  de  todos  sus  dominios,  con  objeto  de  pri- 
var de  él  á  Fiütiencs,  rey  de  Pérgamo,  á  causa  de 
el  empeño  que  en  él  notaba  por  aumentar  sus  bi- 
bliotecas. (3)  Sin  embargo,  el  crecido  costo  del 
pfi'fioi/iitirt^xl^x  dificultad  de  conseguir  todo  el 
que  se  necesitaba  |)ara  el  consumo,  hizo  que  bien 
pronto  se  empleara  el  papel  de  aU/odon,  el  cual  se- 
gún Ada7ns  ya  se  conocía  desde  tiempo  inmemo- 
rial en  la  India  y  en  la  China,  de  donde  pasó  á  la 
parte  oriiMilal  de  Europa,  y  después  á  España, 
Francia,  e  Italia.  (4)     Opina  Juan  Andrés  que  el 

(1)  Biblia  de  Veucé.  Disertación  sobre  i  ;  ria  y 
íorma  do  los  libros  antiguos,  v^  4,  pág.  34. 

'^'2)  Juan  Andrés.  Origen,  progresos  y  estado  actual 
de  la  literatura,  tom.  1,  cap,  7,  pág.  209. 

(3)  Adaras.  Antigüedades  romanas,  tom.  3,  pág.  102. 

(4)  ídem,  Ídem,  pág.  104. 


--370— 

papel  fué  inventado  en  la  China,  y  en  las  provin- 
cias más  orientales  del  Asia,  y  se  hacia  de  algodón 
y  seda.  (1)  Mo7itfaucon  cree  que  el  uso  del  papel 
de  algodón  comenzó  en  el  imperio  de  Oriente  el  si- 
glo IX,  (2)  de  cuya  opinión  es  tamhien  MaíTei.  (3) 
Afirman  algunos  que  á  principios  del  siglo  VIII, 
esto  es  el  año  de  706,  fué  introducido  en  Meca.  Dil- 
Ralde,  hablando  de  la  China  dice,  que  desde  el  si- 
glo VII,  ya  se  pagaba  al  emperador  tributo  por  el 
papel  que  se  hacia  de  capullos  de  seda,  (4)  que  de 
China  se  introdujo  en  Persia,  de  ésta  á  Meca  en 
706,  y  después  á  los  demás  países  á  donde  fué  co- 
nocido. 

El  papel  de  algodón  fué  llamado  cliarta  Bomby- 
ciña.  Es  mejor  que  el  hecho  de  papinis,  más  pro- 
pio para  escribir  y  de  mayor  duración.  El  manus  • 
crito  más  antiguo  de  papel  de  algodón  se  cree  que 
és  de  IOdO.  Montfaucoíi  cita  documentos  escritos 
en  papel  de  algodón  en  los  años  de  1 1 02  y  1 11 2  (o) . 
Tirahosclii  dice  que  el  painel  de  lino,  se  debe  á  la 
ciudad  de  Trevige  y  á  Pace  de  Taviano,  y  que 


(1)  Juan  Andrés.   Origen  y  progresos  de  la  hteratu- 
ra,  tom,  1,  cap.  10,  pág.  370. 

(2)  Monfaucon,  Paleografía  griega,  1.  1,  cap.  2.   Aca- 
demie  des  inscriptions,  tomo  9. 

(3)  MaíTei.  Historia  diplomática,  pág.  77. 

(4)  Du-Halde,  tomo  2, 

(5)  Paleografía  griega,  lib.  1.  cap.  2.  Disert,  sobre  el 
papel,  tomo  9. 


—371— 

empezó  á  usarse  á  mediados  del  siglo  XIV.  (1)  Es- 
caligero  pretende  que  el  papel  de  lino  fué  inven- 
tado por  los  alemanes.  (2)  Por  los  códices  más  an- 
tiguos, de  que  hacen  mención  los  autores,  encon- 
trados en  Inglaterra,  It<alia,  Alemania,  y  Francia, 
parece  qne  el  papel  de  Uno  q^  del  siglo  XIII,  no 
obstante  que  los  más  de  ellos  son  del  XIV. 

Las  investigaciones  del  docto  Mayans,  del  eru- 
dito Bayer,  y  otros,  dan  á  conocer  cuan  antiguo  es 
en  España  el  papel  común  y  el  de  lino.  /Sarmien- 
to fija  su  introducción  en  1260.  En  la  ciudad  de- 
Xa  ti  va,  del  reino  de  Valencia,  babia  una  fábrica 
de  papel,  según  el  testimonio  de  un  geógrafo  an- 
tiguo y  de  un  autor  árabe,  y  se  cree  que  fué  de  Z/- 
no^  por  la  abundancia  con  que  se  producia  en  esta 
ciudad,  donde  no  se  introdujo  el  algodón  sino  has- 
ta el  siglo  XIV.  (3) 

Alemania,  Inglatera,  é  Italia  buscan  la  antigüe- 
dad de  su  papel  entrado  el  siglo  XIV.  La  Francia 
cuenta  un  manuscrito  disputado  del  siglo  XIII. 
La  España  conserva  muchos  de  este  mismo  siglo, 
y  no  pocos  del  siglo  XII,  en  los  archivos  y  biblio- 
tecas públicas  y  privadas.  (4) 


(1)  Storia  della  lilteratura  itaUana.  tom.  b,  Ub.   1, 
cap.  4. 

(2)  Apud.  Fabr.  BibH.  ant.,  pág.  21. 

(3)  J.  Andrés.  Historia  do  la  literatura,  tom.  1,  cap. 
10,  p.  392. 

(4)  ídem,  idem. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 49      . 


§4, 


Entre  los  mexicanos  el  papel  se  hacia  de  pen- 
cas de  maguey^  que  echaban  á  podrir  y  sacaban 
nn  hilo,  que  lavado  y  ya  blando,  extendían  para 
componer  el  papel  de  que  liacian  uso,  grueso  ó 
delgado,  según  el  destino  que  le  daban,  bruñén- 
dolo después  para  poder  hacer  en  él  sus  pinturas. 
Usaban  también  de  hojas  de  palma  delgadas  y 
blandas  como  la  seda.  (1) 

Sobre  esto  tenemos  también  la  autoridad  respe- 
table de  dos  escritores  notables,  Clavijero  y  Pres- 
cott. 

Clavijero  dice  (2)  que  «  pintaban  sobre  papel,  ó 
pieles  adobadas,  ó  telas  de  hilo  de  maguey,  ó  de 
palma  llamada  icjotl.  Hacian  el  papel  con  hojas 
de  cierta  especie  de  maguey,  macerándolas  antes 
como  cáñamp,  y  después  lavándola^  extendién- 
dola y  puliéndola.  También  lo  fabricaban  con  la 
palma  icjotl\  con  la  corteza  sutil  de  ciertos  árbo- 
les preparada  con  goma;  con  seda,  con  algodón,  y 


(1)  Bolui'iüi.  Catálogo  del  Museo  Histórico,  §  último, 
n.  2. 

(2)  Clavijero.    Hist.  ant.  de  México,  tom.  1,  lib.  7, 
pág.  567. 


—373— 

con  otras  materias,  aunque  ignoramos  las  mani- 
pulaciones que  empleaban  en  este  género  de  ma- 
nufactura.» El  papel,  que  de  esta  manera  se  fa- 
bricaba^ era  bastante  semejante  al  cartón  de  Euro- 
pa, mucbo  más  blando  y  liso  y  podia  cómodamen- 
te escribirse  en  él.  Los  pliegos  eran  muy  grandes, 
y  los  conservaban  en  rollos  ó  plegados  como  los 
biombos. 

Prescott  majúíiesía  (1)  que  «sus  manuscritos 
estaban  hechos  en  telas  de  diferentes  clases:  unas 
veces  de  algodón,  otras  de  pieles  de  animales  per- 
fectamente preparadas;  para  escribirlo  se  vallan  de 
una  composición  de  miel  ij  goma,  pero  para  las 
obras  más  finas  usaban  de  hojas  hechas  con  el 
agave  americano,  llamado  por  los  naturales  ma- 
guey, que  crece  con  abundancia  en  las  mesas  cen- 
trales de  México.  Fabricaban  con  él  una  especie 
áa  pergamino  parecido  aipapirus  de  los  egipcios, 
y  cuyo  papel,  cuando  estaba  bien  fabricado  y  pu- 
limentado, dicen  que  era  más  suave  y  hermoso  que 

el  pergamino.  » Algunas  veces  las 

hojas  estaban  enrolladas;  pero  más  frecuentemen- 
te formaban  volúmenes  de  un  tamaño  moderado, 
entre  dos  tablas  de  madera,  lo  cual  les  daba  el  as- 
pecto de  un  libro. 

Habia  gran  copia  de  estos  manuscritos ,  que  fue- 


(1)  Prescolt.    llist.  de  la  Conq.  de  México  &c.,  1.  1 
lib.  1,  cap.  4,  pág.  60. 


—3  Vi- 
rón quemados  y  destruidos  como  se  ha  dicho,  por 
el  celo  indiscreto  de  algunos  prelados  religiosos,  y 
por  la  ignorancia  y  superstición  de  los  conquista- 
dores, que  no  conocían  el  valor  de  este  tesoro  en 
los  anales  de  la  humanidad. 

Los  itzaeses,  como  se  ha  visto,  tenian  libros  he- 
chos con  cortezas  de  árboles,  cuyo  uso  en  el  anti- 
guo mundo  se  remonta  á  los  siglos  más  remotos, 
pues  en  el  libro  de  Job  se  habla  de  rollos  de  ellas 
destinadas  á  escribir.  (1) 

Al  pasar  las  tropas  rusas  en  1721  por  el  pais  de 
los  calmucos,  encontraron  una  librería  cuyos  vo- 
lúmenes estaban  compuestos  de  hojas  de  árboles, 
con  un  barniz  que  hacia  aparecer  blancos  los  ca- 
racteres que,  reconocidos  en  Paris,  resultaron  ser 
tibetanos.  (2). 


§  5. 


De  estos  hechos  puede  inferirse  con  algún  fun- 
damento, que  no  siendo  conocido  el  papel  en  estas 
regiones,  la  época  en  que  fueron  pobladas  es  ante- 


(1)  Job.  31— 3o— 80. 

(2)  Tomo  3  de  las  Ins.  de  la  Academia  Real  de  las 
iasciipciones  citado  por  Martinetli  en  su  Gollezionc 
cUeicft,  1. 1,§24,  pág.  856. 


/— 37:ó— 

rior  á  este  precioso  descubrimiento,  y  con  poste- 
rioridad no  tuvieron  relación  con  las  naciones  don- 
de su  fabricación  y  su  uso  eran  conocidos;  pues  in- 
dudablemente babrian  adquirido  este  conocimien- 
to. Y  con  tanta  más  razón  así  hubiera  sucedido, 
cuanto  que  en  muchas  partes  abunda  la  materia 
de  que  podia  ser  fabricado;  y  tal  abundancia,  se- 
gún acontecía  en  los  países  conünantes  de  Egipto 
y  Arabia,  donde  el  algodón  según  Plinio  (1),  era 
producto  común  de  un  arbusto,  que  allí  se  daba 
con  facilidad,  habría  influido  en  que  de  él  se  hi- 
ciera el  papel,  como  se  verificó  entre  los  árabes. 
No  puede  eso,  pues,  atribuirse  á  otra  cosa,  ya  que 
entre  los  habitantes  de  América  hemos  encontra- 
do algunos  de  los  conocimientos  que  poseían  las 
demás  naciones,  y  aun  prácticas,  usos  y  costum- 
bres notoriamente  suyas. 

Pondré  fin  á  este  capitulo  haciendo  mención  de 
algunas  inscripciones:  la  antigüedad  registra  mu- 
chas^ bien  notables  por  cierto  bajo  el  punto  de  vis- 
ta gráfico  é  histórico,  que  el  tiempo  y  los  trabajos 
arqueológicos  han  ido  descubriendo. 

En  el  templo  de  Apolo  Amycleo  en  Laconia,  cons- 
truido 200  años  antes  de  la  guerra  de  Troya,  des- 
cubrió el  Abate  Foiirmont  una  de  caracteres  grie- 
gos en  bustrofeda  traducida  por  el  Abato  JSarthc- 


(1)  Plinio,  XIX,  cap.  1. 


—376— 

lemy  (1 ) ;  se  hallaron  después  otras  de  la  misma  cla- 
se en  las  propias  ruinas  de  Amyclea;  especialmen- 
te la  de  un  bajo  relieve  en  mármol  de  un  joven 
atleta  que  dio  á  conocer  Bernard  de  la  Bastie  (2); 
la  que  copió  Tournefort  de  la  base  de  una  estatua 
de  la  isla  de  Deler,  y  que  se  vé  en  la  Paleografía 
griega  de  Montfaucon;  (3)  las  encontradas  en  la 
vía  Apia  sobre  dos  columnas  del  tiempo  de  Anto- 
nino  Pío,  para  dar  á  conocer  la  relación  de  las  letras 
áticas  con  las  romanas:  (4)  y  la  descubierta  por 
M.  Galland  en  1671  en  una  iglesia  de  Atenas.  (5) 

En  caracteres  orientales  se  han  encontrado  al- 
gunas muy  interesantes,  que  han  sido  objeto  del 
estudio  é  investigaciones  de  los  hombres  de  le- 
tras, entre  otras  la  fenicia  hallada  en  las  ruinas  de 
Citium,  cuya  explicación  se  debe  al  Abate  Barthe- 
lemy  en  1758  (6),  de  que  se  ocupó  el  Dr.  Swinton, 
lográndose  la  ventaja  de  conocer  por  ella  doce  le- 
tras del  alfabeto  fenicio. 

Otra  inscripción  también  /e;¿¿>/<^  conservada  en 
Malta  publicada  en  17o3  (7),  dio  ocasiona  unadis- 

(1)  Mem.  de  l'Acad.  des  Inscr.  etBel.  Let.,  t.  39,pág. 
129  et  suiv. 

(2)  Nouv.  tresar  des  inscrip.  antiq.  de  Muratori,  1.  \, 
pl.  2. 

(3)  Palcographie  grequo,  pág.  122. 

(4)  ídem,  idem,  pág.  141. 

(5)  ídem,  idem,  pág.  135. 

(6)  Mem.  de  la  Acad.  des  Inscrp.  ct  Bell.  Lclr.,  t.  30. 

(7)  Mem.  de  Trevoux,  1736. 


—377— 

cusion  científica  entre  varios  literatos  de  aquella 
época,  inclusos  el  Dr.  Swinton  y  el  Abate  Barthe- 
lemy. 

No  son  menos  interesantes  las  ;;¿^/w^erM?^íí5,  con- 
tenidas en  la  obra  de  Dawkins  y  Wood  (1),  y  otras 
explicadas  por  el  Abate  Bartli  en  sus  investigacio- 
nes sobre  el  alfabeto  y  la  lengua  de  Palmira,  y  por 
elDr.  Swinton  en  las  Transacciones  filosóficas  (2). 
y  las  encontradas  por  Pococke  en  el  monte  Si- 
nai.   (3) 

Muchas  de  estas  inscripciones  lian  sido  de  gran- 
de utilidad,  y  en  medio  de  las  tinieblas  que  rodean 
las  primeras  edades  del  mundo,  se  obtiene  por  me- 
dio de  ellas  <(  un  rayo  de  luz  y  un  misterio  me- 
nos,» como  dice  el  Abate  Barthelemy,  (4)  que  tan- 
to se  dedicó  á  esta  clase  de  investigaciones. 

Los  momimentos  rúnicos  presentan  igualmente 
en  esta  línea  cosas  dignas  de  notarse:  las  rocas  de 
S\iecia  estaban  llenas  de  ¡//sfripcíoues,  algunas 
muy  antiguas;  Wormices  hizo  de  ellas  una  colec- 
ción, (b) 


(1)  Ruines  de  Palmyre. — Lond.  1753. 

(2)  Transad.  Philos.,  tom.  48— 1734,  pág.  698—71 7  y 
an.  1766,  p.  4. 

(3)  Tom.  1  de  ses  Voyages,.pl.  44 — 45. 

(4)  Mem.  de  la  Acad.  des  Insc.  et  Bel.  Let.,  tom.  4o 
in  13,  p.  200. 

(5)  Dánica  Litteratura.    1630  in  fol. 


—378— 

De  mencionarse  son  las  romanan  é  itálicas  de 
tiempos  remotos,  tales  como  la  de  Duilios,  á  quien 
se  erigió  el  célebre  monumento  conocido  con  el 
nombre  de  Columna  Rostral,  por  la  victoria  naval 
que  alcanzó  sobre  los  cartagineses;  la  de  Cor- 
nelio  8ci]}ion,  venidas  de  Corsé  y  Alerie,  del 
templo  de  la  Tempestad,  encontrada  en  Roma  en 
1 615  al  hacerse  escavaciones  cerca  déla  Puerta 
Carpena,  y  la  ^^AtilioCalatino,  quien  mereció  los 
elogios  de  Cicerón,  basta  llamarlo  el  «  primero  de 
su  siglo.» 

Pasaré  por  alto,  por  no  extenderme  demasiado, 
otras  inscripciones  etruscas  y  pelásgicas,  y  las 
contenidas  en  las  medallas  griegas,  hebraicas,  sa- 
mari tanas,  caldeas,  ¡íartas,  oseas,  phenicias,  y 
romanas,  de  que  se  han  ocupado  los  sabios  intér- 
pretes que  tanto  han  enriquecido  con  sus  obser- 
vaciones la  historia  y  la  literatura. 


CAPITULO  XXXI. 


,  Falta  de  datos  sobre  el  sistema  numérico  de  los  pa- 
lencanos:  el  de  los  tzendales:  el  de  los  egipcios:  los 
i,'riegos:  origen  de  las  cifras  actuales:  imperfección 
de  la  numeración  antes  de  la  propagación  de  las  ci- 
fras.— 2.  Aserciones  de  Paw:  sistema  numérico  de 
los  mexicanos  y  de  los  otomíes:  el  de  los  albauos,  y 
de  un  pueblo  de  Tracia. — 3.  Antigüedad  de  la  nume- 
ración: su  invención:  su  progreso  entre  los  griegos. 
— 4.  Procedencia  délas  cifras  do  los  árabes:  opinión 
de  Huet  acerca  de  esto. — 5.  La  falta  de  los  signos  de 
los  palencanos  priva  de  un  dato  importante  para  juz- 
gar: signos  de  los  egipcios:  semejanza  entre  su  modo 
de  contar  y  el  de  los  tzendales. — G.  los  mexicanos  se 
valieron  para  esto  de  geroglíficos,  los  peruanos  de 
quipos,  los  tzendales  de  los  signos  con  que  escribían: 
los  griegos  y  las  demás  naciones  no  tuvieron  por  mu- 
cho tiempo  caracléres  numéricos. 


§1 


La  ignorancia  de  lo  que  contienen  los  caracteres 
grabados  en  las  ruinas  del  Palenque,  y  la  falta  de 
datos  sobre  sus  habitante?,  nos  impiden  también 

ESTUDIOS — TOMO  II — 50 


—380— 

juzgar  acerca  de  su  sistema  numerario.  Suponien- 
do, sin  embargo,  que  fuese  el  mismo,  ó  parecido 
al  que  usaban  los  pueblos  que  componían  la  Pro- 
vincia de  Tzendales,  puede  afirmarse  que  con  él 
podia  contarse  y  expresarse  cualquiera  cantidad, 
por  grande  que  fuera.  En  su  idioma  tenian  pala- 
bras que  combinadas  entre  sí,  abrazaban  todos  los 
números  con  que  hoy  se  expresan  las  cantidades 
en  las  naciones  cultas.  Su  sistema  numérico  se 
componía  de  números  menores  y  mayores,  que 
más  propiamente  pueden  llamarse  simples  y  com- 
puestos. Los  primeros  son  desde  uno  hasta  diez,  y 
los  segundos  desde  diez  para  arriba.  No  se  sabe 
que  tuviesen  signos  particulares  para  escribir  las 
cantidades;  y  si  no  los  tenian,  es  indudable  que 
tampoco  conocieron  el  uso  y  valor  de  la  posición 
de  los  números,  y  la  progresión  décupla ^  que  tan 
sencillo,  fácil  y  admirable  hace  el  sistema  actual 
de  numeración.  Lo  ignoraban  los  egipcios;  los  grie- 
gos recibieron  de  los  árabes  las  cifras  de  que  hoy 
se  hace  uso;  y  puede  decirse,  que  hasta  que  se  pro- 
pagaron éstas  no  salió  el  sistema  de  numeración 
de  la  imperfección  que  tenia.  En  tiempo  de  Aris- 
tóteles ya  casi  todas  las  naciones  usaban  diez  nú- 
meros para  contar. 

El  modo  como  lo  verificaban  los  tzendales,  era 
expresar  el  número  hasta  diez  con  el  nombre  cor- 
respondiente, y  de  diez  para  arriba  contaban  acom- 
pañando éste  con  uno  de  los  simples,  que  desig- 
naba las  unidades.  Asi  para  expresar  once,  decian 


—381— 

diez  y  uno;  doce,  diez  y  dos;  trece,  diez  y  tres, 
hasta  llegar  á  veinte,  que  expresaban  con  la  pala- 
bra tah  ó  tom.  Seguían  el  mismo  órden^  aüadien- 
do  los  números  simples  hasta  contar  otros  veinte. 
A  esta  cantidad  de  cuarenta  la  llamaban  dos  vein- 
tes; á  la  de  cincuenta,  cinco  veintes;  á  la  de  se 
senta,  seis  veintes,  hasta  llegar  ¿i  cuatrocientos, 
que  expresaban  con  la  palabra  voc  ó  vac^  que  era 
un  sontle.  De  esta  cantidad  para  adelante  seguían 
el  mismo  sistema  hasta  llegar  á  ochocientos,  que 
componiaii  dos  sondes,  continuando  la  cuenta  por 
sontles  hasta  ocho  mil,  que  eran  veinte  sontles,  y 
llamaban  xiquípil.  Cuando  llegaban  á  cuatrocien- 
tos xiquipiles,  llamaban  un  sontle  de  xiqíiipües. 
Asi  seguían  multiplicando  hasta  llegar  al  xiquiiñl 
de  xiquijyiles,  como  nosotros  hasta  el  cuento  de 
cuentos. 

Los  mayas  ó  indios  de  Yucatán,  contaban  de 
cinco  en  cinco,  y  de  cuatro  cincos  hacian  veinte: 
sus  caracteres  eran  veinte:  los  primeros  de  los  cua- 
tro cincos  que  formaban  veinte,  servían  como  nues- 
tras dominicales  para  comenzar  todos  los  primeros 
dias  de  los  meses  de  á  veinte  dias.    (1) 


(1)  Landa.    Relación  de  h\s  cosas  de  Yucatán,  §  34, 
pág.  206. 


"382- 


§    2. 


A  algunos  parecerá  improbable  este  sistema^  es- 
pecialmente para  los  que  hayan  leido  la  obra  de 
Paw,  titulada  «Investigaciones  Filosóficas,»  en  la 
cual  tuvo  la  audacia  de  asegurar,  que  en  ninguna 
de  las  lenguas  de  América  sepodia  contar  más  allá 
de  tres.  Respecto  de  los  mexicanos  hizo  una  ex- 
cepción en  otra  parte  de  su  obra,  diciendo  que  con- 
taban hasta  diez.  Clavijero  lo  ha  confundido.  Bas- 
taba para  hacerlo  la  simple  aserción  de  este  sabio, 
tan  instruido  en  la  historia  antigua  de  América;  pe- 
ro quiso  hacer  más  patente  su  error,  presentando 
el  sistema  numérico,  tal  como  lo  usábanlos  mexi- 
canos, con  las  palabras  de  que  se  vallan  para  ex- 
presar las  cantidades  en  todas  sus  combinaciones; 
y  nos  ha  dado  la  figura  de  los  caracteres  numera- 
les de  que  se  vallan  para  expresar  todas  las  canti- 
dades. (1)  Afirma,  además,  que  tenia  los  nombres 
numerales  de  la  lengua  araucana  y  de  la  otomi, 
que  á  pesar  de  ser  reputada  por  una  délas  más  im- 
perfectas, podia  expresarse  en  ella  todo  número  de 
millones.  (2) 


(1)  Clavijero.  Hist.  ant.  de  México,  t.  1,  lib.   7,  pág. 
370. 

(2)  ídem,  ídem,  tom.  2,  disert.  6,  pág.  278. 


—383— 


El  sistema  numerario  de  los  albanos,  según  Stra- 
bon,  no  pasaba  de  ciento.  (1) 

En  Tracia  habia  un  pueblo  tan  rudo  que  no  sa- 
bia contar  más  que  basta  cuatro.  (2) 


La  numeración  es  muy  antigua  entre  las  nacio- 
nes. Difícil  es  designar  la  época  de  su  invención, 
que  unos  atribuyen  á  los  egipcios,  tan  adelantados 
en  la  astronomía,  para  cuyos  cálculos  es  indispen- 
sable la  aritmética  (3),  y  otros  á  los  fenicios,  pue- 
blo dado  al  comercio,  ('i)  Es  presumible  que  los 
babilonios  la  conocieran,  así  como  los  chinos,  que 
desde  los  tiempos  más  remotos  ya  tenian  nociones 
de  ella,  (b)  Los  griegos  la  perfeccionaron  mucho, 
dando  á  conocer  multitud  de  operaciones,  y  com- 
binaciones curiosas  y  útiles.    Sus  prog'resos  ha- 


(1)  SlraboD,  lib.  11,  pág.  7G7. 

(2)  Barthelemy.  Viaje  del  joven  Anacarsis,  t.  3,  cap. 
31,  pág.  161. 

(3)  Platón  inPhedra,  pág.  1240. 
— Laert.  in  proem.  sign  11,  p.  8. 

(4)  Strabon,  lib.  17, 

— Porfirio  in  vita  Pybgoi. 
— Proelo  Comer,  in  Eud. 

(5)  Martini,  Hist.  de  la  China,  1.  l,pág.  38, 


■—384— 

brian  sido  más  rápidos  si  por  mucho  tiempo  no 
hubieran  ignorado  las  cifras  árabes;  pues  para  ex- 
presar la  unidades,  decenas,  y  centenas^  usaban 
de  diferentes  letras,  y  esto  hacia  embarazosas  y 
complicadas  las  operaciones. 


§4. 


Estas  cifras  que  los  árabes  tomaron  de  los  indios 
en  el  siglo  VIII  (1),  y  que  después  se  extendieron 
por  toda  la  Europa^  formaron  una  verdadera  revo- 
lución en  las  matemáticas.  Creia  Huet  que  no 
traian  su  origen  ni  de  los  árabes  ni  de  los  indios, 
sino  que  eran  caracteres  griegos  alterados^  y  cor- 
rompidos por  la  ignorancia  de  los  escribientes  (2) ; 
pero  su  opinión  está  en  contradicción  con  la  de 
muchos  escritores  respetables,  entre  otros  Kir- 
cher  (3),  y  Papebrochio  (4),  refutándolo  el  Abate 
Juan  Andrés  con  sólidos  y  fundados  razonamien- 
tos. (S) 


(1)  Juan  Andrés.   Origen  y  progresos  de  la  literatu- 
ra, tom.  7,  cap.  2,  pág.  09. 

(2)  Huet.  Dem,  Evang.  prop.  IV 

(3)  Kircher  Arlmet,  part.  1,  cap.  último. 

(4)  Papebrochio.  Tract.  prel.  ad  tom.  3,  maj  paser  13. 
(b)  Juan  Andrés.    Origen,  progresos  y  estado  actual 

de  la  literatura,  tora.  1,  cap.  10,  pág.  407  y  sig. 


—385— 

Al  recorrer  el  sistema  numérico  de  los  pueblos 
de  la  antigüedad,  se  encuentra  uno  con  la  prefe- 
rencia y  predilección  que  tenia  el  número  doce  en 
muchos  de  ellos. 

Este  número,  puede  decirse  que  era  sagrado  y 
misterioso  en  toda  la  antigüedad.  Doce  eran  los 
signos  en  que  estaba  dividido  el  cielo:  doce  los 
grandes  Dioses  de  Egipto,  que  de  él  recibieron 
Grecia  y  Roma.  tSolon  adoptó  este  número  duode- 
cimal, y  lo  mismo  Platón:  Licurgo  dividió  su  Re- 
pública en  doce  tribus;  los  Etruscos  en  doce  canto- 
nes: Y  Chin  á  la  China  en  doce  Tclieoii. 

Los  pueblos  del  Norte  tenían  sus  doce  aros  ó 
Senado  de  grandes  dioses,  cuyo  jefe  era  Odin:  los 
Japoneses  también  contaban  en  su  mitología  doce 
dioses:  los  pueblos  de  la  ^/w/m  formaban  una  con- 
federación de  doce  ciudades;  y  doce  ciudades  de  la 
Jonia  se  reunieron  para  formar  un  templo  común. 

Lob  Romanos  colocan  doce  altares  al  pié  de  Ja- 
no,  genio  tutelar,  y  cabeza  de  las  revoluciones  ce- 
lestes, y  doce  escudos  sagrados  en  el  templo  de 
Marte. 

Varron  habla  de  las  doce  diosas  y  de  otras  doce 
deidades  miradas  como  genios  tutelares  de  la  agri- 
cultura. 

Los  Babilonios,  según  Herodoto,  hicieron  de 
doce  codos  la  famosa  estatua  de  oro  macizo,  que 
colocaron  en  su  templo. 


—386— 

Cecrops  dividió  á  los  Atenieses  en  cuatro  partes 
ó  trlhis,  y  á  cada  una  de  éstas  las  subdividió  en 
tres  pueblos,  que  formaban  el  número  doce^  que 
era  el  de  los  signos  del  Zodiaco. 

Doce  eran  los  Kctores  que  instituyó  Rómulo  pa- 
ra acompañar  siempre  al  primer  magistrado  de  los 
romanos. 

Adriano  erigió  en  Jerusalen  un  soberbio  edifi- 
cio llamado  Dodecapilone  ó  sea  templo  de  doce 
puertas. 

En  el  apoteosis  del  rey  del  Japón,  hacen  pasar 
el  cadáver  sucesivamente  por  doce  sepulturas,  se- 
gún el  P.  Kircher  cuya  ceremonia  se  asemeja  al 
apoteosis  de  Hércules,  de  que  hace  mención  San 
Ciernen  te  de  A  lejandría . 

Los  antiguos  pitagóricos  eligieron  el  dodecaedro 
para  representar  el  mundo,  «  y  los  antiguos  astró- 
logos, dice  Ifjimo  lo  han  reducido  todo  al  número 
doce,  sean  meses,  signos  del  Zodiaco  ele,  doce  eran 
las  esferas,  doce  los  genios  que  presidian  al  orden 
del  rmmdo,  doce  los  rios  del  infierno,  según  la  mi- 
iologia  de  los  píieMos  septentrioíiales,  y  doce  las 
potencias  de  los  maniqueos,  llamados  Foni.y> 

También  el  número  siete  se  miraba  con  singu- 
lar veneración,  reputándose  como  complemento  de 
una  cosa  á  que  nada  falta. 

"■Ahraliam  hizo  un  presente  á  Ábimelec  de  sie~ 


^387— 

te  carneros  para  que  se  ofreciesen  en  holocausto  al 
tSeíior:  los  amigos  de  Joh,  aunque  no  eran  hebreos 
sino  idumeos,  ofrecieron  en  sacrificio  siete  becer- 
ros y  siete  carneros.  David  hizo  inmolar  el  mis- 
mo número  de  víctiíjias  en  la  traslación  del  Arca: 
la  Semana  es  de  siete  (lias:  siete  semanas  designan 
la  fiesta  de  Pentecostés:  en  el  Apocalipsis  vemos 
siete  candeleros,  siete  sillas,  sirte  á/n/eJes,  siete  es- 
trellas etc. 

El  número  siete  se  toma  por  un  número  inde- 
terminado, ó  por  lo  mismo  que  muchas  veces  ó  mu- 
chos (1);  así  traduce  la  Vulgata  (2):  setenta  veces 
siete  es  un  modismo  para  denotar  siempre,  como 
se  vé,  (3)  y  también  en  Job:  en  este  sentido  se  di- 
ce en  castellano  pagar  con  las  setenas.  (4) 

En  América  se  vé  también  esta  predilección  por 
un  número  determinado.  Algo  se  ha  hablado  de 
esto  en  uno  de  los  capítulos  anteriores,  dando  á  co- 
nocer el  papel  principal  que  hacia  el  número  13 


(1)  P>.  cxvii.  04. 
—Lev.  XXVI.  28. 

(2)  I  Reg.  ii— 5. 

(3)  Gen.  IV.  24. 
— M?th.  XVIIÍ.  22. 
(/í)  Ruth.  IV.  lo. 
— Prov.  XXVI.  It). 
— ?s.  XI.  T. 

— Jor.  XV.  9. 

— Math.  XVIII.  22. 

ESTUDIOS — TOMO  II — bl 


—388-. 

en  todos  sus  cálculos  y  arreglos  cronológicos,  con- 
siderándolo como  siml3Ólico  y  cabalístico. 

Entre  los  indios  que  poblaron  la  península  de 
Yucatán  era  sagrado  este  número,  y  «procuraron 
usarlo  y  conservarlo  ingeniosa  y  constantemente 
sometiéndole  todas  las  divisiones  que  imaginaron 
para  concordar  y  arreglar  sus  calendarios  al  curso 
solar;  así  es  que  los  días,  años  y  siglos  fueron  con- 
tados por  períodos  de  trece  partes  »  (1)  como  se  ha 
hecho  no  lar  respecto  de  los  aztecas  y  toltecas. 


§  o. 


Si  los  palencanos  usaron  de  algunos  signos  pa- 
ra expresar  los  números,  y  nos  fueran  conocidos," 
podrían  servirnos  de  dato  para  juzgar,  comparan- 
do su  sistema  numérico  con  el  de  los  egipcios,  ú 
otros,  y  deducir  su  antigüedad.  Los  egipcios  en 
épocas  remotas  usaron  de  signos  simbólicos,  hie- 
ráticos,  y  demóticos,  para  expresar  las  cantida- 
des. Con  los  primeros  tenían  que  repetir  un  signo 
muchas  veces;  por  ejemplo  para  escribir  nueve,  re- 
petían muchas  veces  el  signo  de  la  unidad.  Con 
los  segundos'  se  abreviaba  más,  pero  era  necesario 
combinar  repitiendo  varios  números,  para  escribir 
algunas  cantidades.  Con  los  terceros  era  lo  mis- 
mo.   Entre  este  modo  de  contar  de  los  egipcios  y 

(1)  Cronología  de  Yucatán  de  D.  Juan  Pió  Pérez. 


— asó- 
los tzendales  se  descubre  alguna  semejanza,  mas 
en  los  caracteres  del  Palenque  no  se  encuentran 
signos  numéricos  parecidos  á  los  que  aquellos  usa- 
ban. 

No  puede  puntualizarse  desde  cuándo  era  cono- 
cido entre  los  egipcios  el  arte  de  contar,  y  expre- 
sar las  cantidades.  Esto  serviria  de  mucho  para 
deducir,  si  de  ellos  trae  su  origen  el  conocimien- 
to que  de  él  tuvieron  los  antiguos  habitantes  del 
Palenque.  Los  egipcios  en  la  aritmética  tuvieron 
su  infancia,  como  en  las  demás  ciencias:  comenza- 
ron valiéndose  de  piedrecitas,  granos,  etc. ,  para  ex- 
presar las  cantidades,  según  lo  afirma  Heredo  to  (1) ; 
pasaron  después  al  uso  de  caracteres,  porque  co- 
nocieron la  necesidad  de  dar  á  sus  cálculos  una 
forma  más  fija  y  permanente,  para  conservarlos  y 
sacar  de  ellos  toda  la  utilidad  posible.  Los  signos 
que  al  efecto  usaron,  no  fueron  sin  embargo,  ante- 
riores á  la  escritura;  por  el  contrario,  valiéronse 
de  ella  al  principio  para  dar  los  primeros  pasos  en 
el  arte  de  calcular,  y  después  los  expresaron  con 
caracteres  propios. 


§6. 


Los  mexicanos  expresaban  sus  cálculos  con  ge- 
roglíficos.  Los  peruanos  usaron  de  los  í?w2J9a9.  Los 

{{)  Herodoto,  1.  2,  n.  36. 


—390— 

Lzendales,  es  probable  que  se  valiesen  délos  signos 
de  que  formaban  su  escritura,  pues  no  hay  no- 
ticia que  tuvieran 'Caracteres  numéricos.  Tampo- 
co los  tuvieron  los  griegos  por  mucho  tiempo,  ni 
las  demás  naciones  conocidas. 

Dá  Gama  (1)  á  conocer  el  sistema  numerario  de 
los  mexicanos.  Los  caracteres  que  usaban  al  efecto 
eran  unos  puntos  gruesos  que  repetían  de  cinco  en 
cinco,  basta  llegar  á  veinte,  que  se  figuraba  con 
una  especie  de  laoidera,  y  era  el  primero  de  los 
tres  números  mayores,  de  que  solamente  usaban 
en  todas  sus  cuentas,  y  «con  los  cuales  y  los  nú- 
meros dígitos  podian  contar  basia  lo  infinito.  El 
segundo  número  mayor  era  cuatrocientos,  el  que 
figuraba  uBdi  pluma,  y  el  tercero  de  ocho  mil  re- 
presentado en  una  bolsa  ó  saquillo» .  Al  20  llama- 
ban polmalli  que  multiplicaban  por  los  dígitos;  de 
la  multiplicación  de  éste  por  sí  mismo,  resultaba 
el  segundo  número  mayor  ¿i 00,  que  nombraban 
tzontli;  y  el  producto  de  éste  multiplicado  por  20, 
era  el  tercer  número  mayor  8,000,  que  llamaban 
xiquipilli.  Su  aritmética  constaba  de  números  dí- 
gitos y  compuestos,  y  con  unos  y  otros  se  ejecuta- 
ban todas  las  operaciones  de  nuestra  aritmética 
vulgar,  aunque  por  modos  diferentes.  Los  núme- 
ros dígitos  se  contaban  desde  1  hasta  20,  pero  los 
separaban  de  5  en  5,  y  solo  tenían  nombres  pro- 


{\ )  Gama.  Descripción  histórica  y  cron.   de  las  dos 
piedras,  &c.  §  1,  pág.  15,  nota. 


—391  — 

pios  las  cinco  primeras  unidades,  porque  las  de- 
más eran  un  agregado  ó  ¡¿urna  de  ellos  mismos,  á 
excepción  de  cada  número  primero,  que  se  distin- 
guía con  nombre  particular.  (1)  De  las  operacio- 
nes que  hacian  y  el  modo  como  las  ejecutaban, 
resultaba  que  lograban  el  objeto  que  nosotros  con 
las  reglas  de  sumar,  restar,  multiplicar,  dividi- 
dir,  etc. 

Gomara  habla  de  esto  en  el  cap.  8b  del  tomo  1 
de  su  obra  expresando  los  nombres  correspondien- 
tes, y  manifestando  que  hasta  seis  cada  número 
era  simple,  y  después  decian  seis  y  uno,  seis  y  dos, 
etc.,  hasta  llegar  á  diez,  y  luego  continuaban  con 
el  mismo  sistema  diciendo:  diez  y  uno,  diez  y  dos, 
hasta  diez  y  cinco:  de  allí  en  adelante  decian:  diez 
cinqui  uno,  diez  seis  dos,  hasta  veinte,  por  si  y 
todos  los  números  mayores.  (2) 

Clavijero  dice  «  que  con  respecto  á  los  caracte- 
res numerales  debe  observarse  que  ponian  tantos 
puntos  cuantas  eran  las  unidades  hasta  veinte.  Es- 
té número  tiene  su  carácter  ó  figura  especial.  Do- 
blaban este  signo  hasta  veinte  veces  veinte,  esto 
es,  cuatrocientos.» 

El  signo  de  cuatrocientos  se  repetía  hasta  vein- 


(1)  Gama.    Descr.  hist.   y  crou.  de  las  dos  piedras. 
Apéndice  2,  n.  193,  pág.  129. 

(2)  Gomara.  Hist.  de  la  Conq.  de  Hernando  Cortés, 
tom.  1,  cap.  8o,  pág.  165— 16fi. 


—392— 

te  veceS;  ú  ocho  mil,  y  éste  se  repetía  con  estos 
cuatro  caracteres,  y  los  puntos  espresaban  todas 
las  cantidades,  á  lo  menos,  hasta  veinte  veces  ocho 
mil,  ó  ciento  sesenta  mil.  Es  de  creerse,  aunque  no 
lo  sabemos,  que  tuviesen  otro  signo  para  este  nú- 
mero. • 


CAPITULO  XXXII. 


,  Importancia  de  la  filología  para  la  historia  de  los 
pueolos  y  el  conocimiento  de  su  origen:  cómo  debe 
precederse  al  hacer  uso  de  ese  medio  indagatorio. — 
2.  Multiplicidad  de  idiomas  en  el  continente  america- 
no.— 3.  Lengua  mexicana. — 4.  Laotomí. — 5.  Latzen- 
dal:  idiomas  que  se  hablan  en  Ghiapas. — 6.  Conjetu- 
ra sobre  el  idioma  de  los  palencanos. — 7.  La  lengua 
maya,  sus  relaciones  con  la  chol,  y  laotomí. — 8.  Pro- 
cedimiento usado  por  varios  autores  sobre  compa- 
ración de  los  idiomas  de  América  con  los  de  al- 
gunas naciones  antiguas. — 9.  Oboervaciones  sobre 
las  analogías  que  resultan,  y  cómo  debe  procederse 
en  las  comparaciones. — 10.  Reflecciones  de  Mr.  Re- 
naudet  acerca  de  esto:  circunstcncias  que  además  de- 
ben tenerse  presentes. — 11.  Letras  de  que  carece  la 
lengua  mexicana,  diferente  valor  de  otras  en  la  tzen- 
dal,  y  las  que  faltan  en  el  huasteco,  misteco,  tarasco 
y  otras:  consecuei  cias  qne  se  deducen.— 12.  Lengua 
primitiva  antes  de  la  confusión  acaecida  en  Babel. — 
13.  Opinión  de  varios  orientalislns  sobre  las  lenguas. 
— 14.  Observaciones  sobre  la  leugua  zeud. — 15.  Ob- 
servaciones sobre  el  sánscrito  y  su  semejanza  con  la 
lengua  maya:  otras  semejanzas  que  se  deducen  de  su 
denominación:  opinión  de  Prichard  y  de  Valer:  paln- 
bras  de  los  dialectos  del  Brasil,  México  y  varias  tri- 
bus de  las  costas  orientales  de  América,  que  se  deri- 
van del  sánscrito:  lugares  donde  prevalece  la  i'engua 
malaya. — 16.  Parentesco  y  afinidad  de  las  lenguas 
americanas  entre  sí:  importancia  de  todos  estos  da- 
tos para  la  cuestión  de  origen. 


—394— 


§   1- 

La  filología  es  de  suma  importancia  para  la  his- 
toria de  los  pueblos,  especialmente  de  aquellos  que 
se  encuentran  mezclados  entre  sí,  y  cuyo  origen 
y  procedencia  se  ignoran.  No  puede,  por  tanto, 
desconocerse  de  cuánto  valor  es  este  medio  inda- 
gatorio respecto  de  los  antiguos  habitantes  de  las 
ruinas  del  Palenque,  y  los  demás  que  han  ocupa- 
do la  vasta  extensión  de  este  continente. 

H  De  todos  los  caracteres,  dice  Prichard,  por  los 
cuales  un  pueblo  se  distingue  de  los  otros,  la  len- 
gua es  el  más  prominente,  y  se  puede  mostrar  que 
en  muchos  casos  ha  sobrevivido  á  cambios  muy 
considerables  en  los  caracteres  físicos  y  morales.  (1) 
Es  el  medio  más  seguro  que,  á  falta  de  otros  datos, 
puede  conducirnos  á  la  verdad  en  la  cuestión  de 
origen,  y  á  veces  el  único ^  como  dice  Balbi.  no  solo 
por  ser  la  lengua  el  signo  característico  que  distin- 
gue una  nación  de  otra,  sino  porque  las  diferencias 
producidas  por  la  variedad  de  raza,  de  gobierno, 
de  usos,,  de  costumbres,  y  de  religión,  ó  no  existen 
ó  bien  ofrecen  matices  muy  imperceptibles.»  No 
vacila  por  tanto  dicho  autor  en  establecer  «  que  so- 


(1)  Prichard.  Histoire  naturolle  doriiomme,  1. 1,  snc. 
lo,  pág.  170.   ' 


—395— 

lo  por  el  examen  de  los  idiomas  que  hablan  los 
diversos  pueblos  de  la  tierra,  se  puede  llegar  al 
origen  primitivo  de  las  naciones  que  los  habitan. 
La  historia  no  puede  guiarnos  en  esta  investiga- 
ción, sino  hasta  los  tiempos  á  que  alcanza,  y  aun 
eso  no  es  posible,  sino  respecto  al  corto  número  de 
naciones  que  poseen  anales,  ó  á  aquellas  de  que 
se  conservan  recuerdos  por  historiadores  extran- 
jeros.» 

Es  preciso  buscar,  por  lo  mismo,  en  el  estu- 
dio de  las  relaciones  que  existen  entre  las  di- 
versas lenguas,  la  genealogía  de  los  pueblos,  que 
debe  considerarse  como  la  base  de  la  etnología. 
De  él  se  ha  echado  mano  con  buen  excito,  llegán- 
dose á  descubrimientos  muy  satisfactorios.  Para 
lograrlo  debe,  sin  embargo,  buscarse  la  afinidad 
no  solo  en  las  voces  sino  en  la  gramática.  La  co- 
munidad de  palabras  en  un  número  tal,  que  no 
pueda  ser  efecto  de  la  casualidad,  llega  á  ser  una 
prueba  de  su  identidad,  especialmente  si  se  encuen- 
tra apoyada  por  algunas  otras  circunstancias  ó  con- 
sideraciones que  alejen  todo  temor  de  errar. 

Ksta  identidad  se  hace  indefectible  é  indudable, 
cuando  la  analogía  se  deduce  del  sistema  grama- 
tical, y  de  sus  formas  principales,  de  manera  que 
la  una  pueda  trasformarse  en  la  otra  por  medio 
de  procedimientos  regulares.  Para  llegar  á  descu- 
brirla, es  preciso  no  echar  en  olvido  que,  supuesta 
la  comunidad  de  origen  del  género  hnmano,  y  el 

ESTUDIOS — TOMO  II — 1>2 


— 39C— 

haber  habido  un  tiempo  en  que  no  se  hablaba  más 
que  un  solo  idioma,  existe  en  todas  las  lenguas 
una  doble  afinidad:  la  primitiva  que  proviene  del 
origen  común;  y  la  de  familia  que  resalta  en  mul- 
titud de  palabras  que  tienen  el  mismo  sentido  y  el 
mismo  sonido,  y  en  las  coincidencias  sorprenden- 
tes que  se  advierten  en  la  construcción  gramati- 
cal^ como  sucede  en  el  persa,  el  sánscrito,  el  grie- 
go, y  el  eslavo. 

Las  formas  radicales  son  estables,  y  dan  resul; 
toldos  generales;  las  formas  gramaticales  varian 
sin  cesar,  como  que  provienen  de  las  modificacio- 
nes de  los  verbos  y  de  los  nombres,  producidas  por 
reglas  especiales  y  variaciones  en  la  sintaxis.  El 
examen  analítico  de  unas  y  otras  en  la  compara- 
ción de  las  lenguas  hará  descubrir  las  emigracio- 
nes de  los  pueblos,  su  itinerario,  y  marcha  pro- 
gresiva, sus  relaciones  entre  sí,  la  mezcla  de  ra- 
zas, y  el  parentesco,  afinidad,  é  identidad  de  orí- 
gen  que  haya  entre  ellos.  Existe  por  lo  común  en 
los  pueblos  una  tendencia  á  conservar  su  propio 
idioma,  de  manera  que  cuando  aparece,  aunque  no 
esté  acompañada  enteramente  de  la  igualdad  de 
caracteres  físicos,  que  por  el  clima  ú  otras  circuns- 
tancias sufren  algunas  alteraciones,  puede  dedu- 
cirse la  comunidad  de  origen,  así  como  la  contra- 
riedad de  la  fisiología,  y  de  la  lingüística  consti- 
tuye la  diversidad  de  familia,  y  la  mezcla  de  va- 
rios idiomas  la  reunión  de  diversos  pueblos  en  un 
mismo  lugar. 


—397— 

La  semejanza  de  familia,  qae  dan  a  conocer  las 
lenguas  comparadas,  resulta  principalmente  de  la 
analogía  en  la  construcción  gramatical,  y  en  las 
leyes  de  combinación  de  palabras  entre  sí,  ó  de  lo 
que  puede  llamarse  mecanismo  de  la  palabra.  «Su- 
cede generalmente,  dice  Prichard  (1),  que  cuando 
hay  añnidad  gramatical  entre  las  lenguas,  existe 
también  una  semejanza  más  ó  menos  grande  en 
ciertas  partes-de  su  vocabulario.»  Verdad  es  qué 
esta  semejanza  no  se  encuentra  á  veces  sino  en  un 
pequeño  número  de  palabras;  pero  estas  palabras 
serán  de  un  orden  particular,  tales  como  las  que 
le  sirven  en  su  estado  primitivo,  y  expresan  rela- 
ciones de  familia,  como  padre,  madre,  hermano, 
hermana,  hijo;  nombres  de  los  objetos  más  nota- 
bles del  mundo,  palabras  que  designan  las  diver- 
sas partes  del  cuerpo,  como  la  cabeza,  los  pies,  los 
ojos,  las  manos;  y  algunos  números  y  verbos,  que 
expresan  las  sensaciones  y  actos  corporales  más 
generales,  cemo  ver,  oír,  comer,  beber,  dormir, 
etc. 

Según  las  investigaciones  y  trabajos  de  los  filó- 
logos, no  so  ha  conocido  pueblo  alguno  que  no  ha- 
ya hecho  uso  de  expresiones  semejantes,  ni  tan 
bárbaro,  que  abandone  estas  palabras  primitivas 
para  tomar  las  de  un  idioma  extranjero;  de  mane- 
ra que  cuando  se  encuentra  en  los  dialectos  esta 


(1)  Prichard.  Histoire  naturelle  de  rhomme,  tom.  1, 
seo.  19. 


—sos- 
correspondencia,  debe  concluirse  que  no  formaban 
en  su  origen  más  que  una  sola  lengua,  la  lengua 
de  im  solo  ¡niehlo.  (1) 

Hay  además  otra  observación,  que  es  preciso  te- 
ner muy  presente,  y  es  la  de  que  los  nombres  an- 
tiguos de  los  luo-ares  conservan  el  recuerdo  de  la 
población  primitiva  de  un  país  mucho  tiempo  des- 
pués de  haber  desaparecido  por  el  exterminio,  la 
fuga,  ó  la  mezcla  de  los  vencidos  y  los  vencedo- 
res. 

Con  estas  indicaciones  puede  precederse  al  exa- 
men del  idioma  que  hayan  hablado  los  habitantes 
de  las  ruinas  del  Palenque,  comparándolo  con  el 
de  las  naciones  de  la  antigüedad,  pero,  por  des- 
gracia, Ja  falta  de  datos  seguros,  lijos  é  inequívo- 
cos, nos  obligan  á  formar  conjeturas  solamente, 
que  se  aproximen  á  la  verdad,  y  á  recorrer  lo  que 
nos  revelen  las  lenguas  que  se  hablaban,  cuando 
esta  parte  del  mundo  fue  descubierta,  y  cayó  bajo 
la  dominación  extranjera. 


i^  -. 


Muchos  eran  en  este  continente,  como  en  la  In- 
(W'á,  los  idiomas  que  se  hablaban.    Según  Glavije- 

(1)  Prichard.  Hisl,  oat.  de  Thomme,  tom.  1,  sec.  19, 
pág.  24o  y  246. 


—390— 

ro  pasaban  de  sesenta.  (1)  En  Oaxaca  solo,  dice 
Burgoa  refiriéndose  a  Dávila  Padilla,  babia  diez 
diferentes:  el  mexicano,  el  zapoteco,  el  misteco,  el 
nexicba,  el  cbinanteco,  la  lengua  mije,  la  zaqui, 
la  wabi,  la  cbontal,  y  la  cuicateca.  (2)  Además  de 
la  lengua  mexicana  bablada  por  los  pipiles,  babia 
según  Slepbens  (3),  en  toda  la  costa  del  Pacífico, 
veinticuatro  dialectos  peculiares  de  Guatemala.  En- 
tre los  peruanos  era  tanta  la  diversidad  que  exis- 
tia, según  Pedro  Cieca,  que  cada  provincia  tenia 
la  suya. 

Pero  ati  como  en  la  india  era  considerado  el 
sánscrito  como  la  principal,  y  origen  de  todas  las 
demás,  así  en  América  deberá  buscarse  laque  ten- 
ga este  carácter;  pues  observando  la  íntima  ana- 
logía y  conexión  que  hay  entre  ellas,  es  de  creer- 
se que  sean  otros  tantos  dialectos  de  la  que  usaron 
los  primeros  habitantes  de  este  continente. 


§  3. 

La  más  conocida  de  todas,  por  los  muchos  ma- 
nuscritos que  se  encontraron,  y  porque  era  la  que 

(t)  Clavijero.   Hist.  anl,  de  México,  tom.  2,  disert.  6, 
páp.  378. 

(2)  Burgoa.  Geografía  descriptiva  de  Oaxaca.  c.  23. 

(3)  Stephens.  Incident  of  travel  in  Central  America, 
Cbiapas  and  Yucatán,  tom.  1,  chap.  11. 


—400— 

se  hablaba  ea  la  corte  de  Moctezuma^  fué  la  mexi- 
cana. Suave,  abundante,  muy  expresiva,  de  es- 
tructura fácil  y  regular;  pues  tiene  reglas  fijas  y 
sabiamente  calculadas^,  se  presta  á  todos  los  modis- 
mos y  aplicaciones,  y  con  ella  pueden  significarse 
no  solo  los  objetos  materiales  sino  también  las  co- 
sas espirituales  y  conceptos  metafisicos.  (1)  Pue- 
de componerse  una  palabra  de  dos,  tres,  y  cuatro 
simples,  como  entre  los  griegos.  Hay  varias  que 
tienen  hasta  quince  ó  diez  y  seis  sílabas:  notlazo- 
maJiuizteo'pigcatatzin,  que  como  se  vé  consta  de 
veintisiete  letras,  quiere  decir,  c(  mi  apreciable  Se- 
ñor, padre  y  reverenciado  sacerdote.»  Es  más 
abundante  que  el  italiano  en  diminutivos  y  au- 
mentativos, y  más  que  la  inglesa,  y  todas  las  co- 
nocidas, en  nombres  verbales  y  abstractos.  Una 
lengua  tan  rica,  tan  regular,  y  de  expresiones  tan 
hermosas  no  puede  haber  sido,  como  dice  Clavije- 
ro, «  el  idioma  de  un  ¡niehlo  bárbaro. y)  (2)  Fué  la 
de  los  antiguos  toltecas,  y  de  las  siete  tribus  na- 
hual tacas,  que  por  todas  partes  han  dejado  monu- 
mentos, y  grandes  recuerdos  de  su  cultura  y  gran- 
deza. 

El  alfabeto  de  esta  lengua  carece  de  las  letras 
siguientes:  b,  c,  d,  f,  g,  j,  11,  ñ,  q,  r,  s.  Tiene  de 
más  la  ch  y  tz.  No  hay  en  ellas  nasales^  y  ningu- 


(1)  Clavijero.  Hist.  ant.  de  México,  t.  1,  lib.   7,   pág. 
356. 

(2)  ídem,  ídem,  pág.  353  y  sig. 


■—401  — 

na  palabra  comienza  por  1.  La  pronunciación  es 
suave  y  con  voces  muy  expresivas.  Cuenta  mu- 
chos sinónimos,  pero  carece  de  declinación,  y  hay 
unes  verbos  que  los  gramáticos  llaman  compulsi- 
vos, aplicalivos,  reverenciales  y  frecuentativos. 

Notable  es  el  trabajo  de  1),  Francibco  Pimentel 
sobre  este  idioma,  formado  con  vista  de  los  auto- 
res que  con  más  exactitud  han  escrito  acerca  de 
él.  Figura  en  su  «  Cuadro  descriptivo  y  compa- 
rativo de  las  lenguas  indígenas  de  México,»  (1) 
que  le  han  dado  tan  distinguido  lugar  entre  los 
filóloiros. 


Sobre  la  lengua  o/omí,  que  es  de  las  más  anti- 
guas y  usadas  ea  una  extensión  considerable  del 
país,  especialmente  hacia  el  Norte,  existen  varias 
gramáticas  y  diccionarios,  y  la  sabia  disertación 
del  P.  Fray  Manuel  Crisóstomo  Nájera,  que  der- 
ramó tanta  luz  acerca  de  ella,  descubriendo  la  gran- 
de erudición,  y  conocimientos  íilológicos  que  po- 
seía, y  que  justamente  han  llamado  la  atención  de 
varios  escritores  extranjeros  notables.  Según  el 
existe  entre  esta  lengua  y  el  chino,  no  solo  aiini- 
dad,  sino  un  verdadero  parentesco,  por  la  seme- 

*' 

(1)  Tomo  \,  pág.  133  y  sig.  hasta  la  216. 


— 402— • 

janza  que  se  advierte  en  la  estructura  de  uno  y 
otro  idioma,  asi  como  la  hay  entre  las  lenguas  del 
Perú  y  la  tarasca  de  Michoacan.  El  otomí  es  una 
lengua  esencialmente  monosilábica;  «pues  aunque 
hay  algunas  voces  de  dos  sílabas,  y  muy  raras  de 
tres,  en  unas  y  otras  cada  sílaba  es  una  palabra 
que  conserva  su  significado.»  (1)  Abunda  en /f «9- 
muñimos,  y  encuéntranse  en  ella  voces  para  ex- 
presar varias  ideas  metafísicas,  que  no  tienen  re- 
presentación material.  «Es  un  manantial,  según 
el  P.  Nájera,  de  imágenes  poéticas  y  un  depósito 
de  analogías  filosóficas,  que  en  la  misma  palabra 
definen  la  cosa,  ó  la  dan  á  conocer  en  sus  causas  ó 
efectos.»  Su  alfabeto  consta  de  treinta  y  cuatro  le- 
tras, trece  de  ellas  vocales  y  las  demás  consonan- 
tes: su  pronunciación  nasal,  gutural,  y  aspirada, 
la  hace  difícil,  y  mucho  más  el  expresar  esos  so- 
nidos con  letras  equivalentes. 


§  o. 


Apesar  de  los  caracteres  que  reúnen  estas  dos 
lenguas,  su  antigüedad  y  la  abundancia  de  la  me- 
xicana que  le  dá  tanta  superioridad,  si  hemos  de 
juzgar  por  los  monumentos  más  antiguos  encon- 


()J  Pimenlel.  Cuadro  descriptivo  y  comparativo  de 
las  lenguas  indígenas  de  México,  tom.  1,  pág.  123. 


—403— 

Irados  en  Ghiapas,  la  lengua  tze/idal  debe  consiáe- 
rarse  como  la  madre  de  todos  los  dialectos  que  se 
hablan,  si  no  en  todo  el  continente,  por  lo  menos  en 
los  pueblos  de  que  se  componía  la  expresada  pro- 
vincia; pues  en  todos  ellos  se  encuentran  palabras, 
frases,  modismos,  construcciones,  etc. ,  enteramen- 
te idénticos  á  los  que  se  usan  en  la  lengua  tzen- 
dal.  La  naturaleza  é  índole  es  el  mismo,  con  las 
variaciones  que  el  tiempo  ha  ido  introduciendo,  ó 
las  alteraciones  que  sufren  los  idiomas  con  las  re- 
laciones y  comunicaciones  de  otros  pueblos.  El 
idioma  primitivo  de  los  egipcios,  traido  de  las  re- 
giones superiores  del  Nilo,  la  lengua  copta,  que 
algunos  le  daban  una  existencia  de  cuatro  mil 
años,  no  se  conservó  pura  é  inalterable  después  de 
las  vicisitudes,  é  invasiones  que  sufrieron  de  los 
persas,  griegos,  y  romanos.  Se  sabe  también 
las  alteraciones  que  produjeron  sus  relaciones 
con  los  otros  pueblos  de  la  antigüedad.  «Las  an- 
tiguas relaciones  de  los  asirlos,  hebreos,  y  árabes 
con  Egipto,  dice  Champolion,  manifiestan  con 
suficiente  claridad,  por  qué  el  egipcio  tiene  algu- 
nas frases  de  sus  idiomas,  y  por  qué  ellos  han  adop- 
tado otras  egipcias.»  (i)  Sin  embargo,  apesar  de 
estas  variaciones  se  ha  considerado  como  una  len- 
gua madre  sin  relación  con  otra  alguna. 

De  la  tzendal^  respecto  de  las  demás  que  se  ha- 

(1)  Champolion.  Ilist.  dcscrip.  y  pint.  de  Egipto,  t. 
l,pág.  326. 

ESTUDIOS — ^TOMO  II— ü  3 


—404— 

biaban  en  Chiapas,  como  la  tzotzil,  chol,  quiche, 
cachiquel,  lacandon,  y  otras,  puede  decirse  lo 
mismo;  ha  sido  la  fuente  común  de  donde  todas 
han  nacido;  ya  se  atienda  á  la  abundancia  y  per- 
fección que  se  nota  en  ella,  aun  corrompida  con  las 
alteraciones  que  el  tiempo  y  la  comunicación  con 
otros  pueblos  ha  ido  produciendo;  ya  á  los  monu- 
mentos más  antiguos  que  se  han  encontrado  escri- 
tos en  este  idioma,  tales  como  los  repertorios^  ca- 
lendarios, y  cícademos  historiales,  de  que  hace 
mención  el  Sr.  Núñez  de  la  Vega,  (1)  la  Provan- 
za  de  Votan,  de  cuya  existencia  depone  el  P.  Or- 
doñez;  y  otros  manuscritos  que  se  perdieron,  al- 
gunos de  los  cuales  vieron  los  misioneros,  que 
trabajaron  en  la  conversión  á  la  fé,  de  los  habitan- 
tes de  aquella  provinóia  en  tiempo  de  la  conquista. 

Nadie  podrá  negar,  por  otra  parte,  que  es  de  su- 
ponerse, que  lo  primero  que  en  Chiapas  se  pobló, 
fueron  aquellos  lugares  donde  se  han  encontrado 
esos  célebres  monumentos  de  la  antigüedad,  cuyo 
origen  se  sospecha,  pero  que  hasta  ahora  no  está 
averiguado.  En  esta  parte  es  precisamente  donde 
se  halla  la  provincia  de  Tiéndales,  conocida  como 
tal  desde  los  tiempos  más  remotos,  una  de  las  más 
pobladas  y  belicosas,  y  que  aun  hoy  se  conoce  y 
distingue  con  este  nombre.  En  toda  ella  se  ha  ha- 
blado y  habla  la  lenguu  tzendal,  ó  algún  dialecto 


(1j  Constituciones  diocesanas.    Preámbulo  n.  32, 
XXVIII. 


—405— 

de  los  que  más  se  le  parecen,  lo  cual  induce  á  creer 
fundadamente,  que  el  idioma  de  los  primitivos  ha- 
bitantes del  Palenque  fué  el  tzendal. 

Hay  todavía  otra  prueba  más.  Las  tribus  erran- 
tes, que  ocupan  las  montañas  y  márgenes  de  los 
rios  próximos  al  Palenque  y  Ococingo,  conocidas 
con  el  nombre  de  Lancandones,  son  consideradas 
por  algunos  como  descendientes  de  los  antiguos 
habitantes  de  esos  lugares  célebres,  que  escaparon 
de  algún  grande  acontecimiento,  abrigándose  en 
las  entrañas  y  asperezas  de  los  bosques,  sierras, 
y  quebradas,  donde  han  conservado  su  libertad  é 
independencia  natural.  Estos  indios  hablan  la 
lengua  tzendal,  que  es  también  la  que  usan  los 
itzaex,  mopanes,  coboxes,  y  otras  tribus  salvaje^ 
con  pequeñas  alteraciones,  tribus  que  han  vivido 
aisladas  y  casi  desconocidas.  Lo  que  existe  no  pue- 
den haberlo  recibido  sino  de  sus  mayores,  y  de  con- 
siguiente el  idioma,  los  usos,  prácticas  y  costum- 
bres, han  venido  trasmitiéndose  de  unos  á  otros. 

Esta  lengua  tzendal  es  rica,  abundante,  y  expre- 
siva. Su  artificio,  sintaxis,  y  derivación  de  sus 
palabras,  indican  las  reglas  que  se  observan  en  la 
formación  de  todos  los  idiomas,  que  reproduciendo 
oralmente  el  pensamiento,  han  recibido  con  el 
tiempo  una  perfección  admirable.  Hay  en  eUa 
voces  primitivas,  de  las  cuales  se  forman  otras  por 
derivación,  ó  composición,  que  sirven  á  su  vez, 
para  componer  otras  palabras,  y  ensanchar  de  un 


—406— 

modo  prodigioso  la  esfera  de  los  pensamientos. 
Chicha,  por  ejemplo,  se  compone  de  dos  palabras, 
á  saber,  cM  y  hct,  que  ambas  significan  agua  dul 
ce.  ühatezmalali,  que  es  lo  que  los  españoles  pro- 
nunciaron Guatemala,  se  compone  de  cinco  pala- 
bras en  esta  forma  U-hate-z-7nal-M,  que  quiere 
decir  cerro  que  derrama  agua;  porque  U,  síncope  de 
Ustz,  significa  cerro,  líate,  es  el  relativo  que^  z. 
partícula,  que  cuando  precede  al  verbo,  indica  ter- 
cera persona,  mal,  verbo  que  significa  derramar, 
y  M,  es  nombre  cuyo  significado  es  agua.  A  este 
tenor  podían  citarse  otras  compuestas  de  varias 
voces,  tales  como  calmpalam-lia  que  quiere  decir 
agua  que  cae  de  lo  alto,  caquix-lia,  agua  de  gua- 
í^maya;  tezhu-mí-lia,  agua  de  gorriones;  Mché- 
(^iere  decir  monte  de  árboles;  coatl-tepetl,  céle- 
bre cerro;  chaanan,  en  lengua  tzendal  significa 
custodio;  culhuacan,  pueblo  de  culebras;  /wwi,  pue- 
blo; sí  leña,  hoc,  hueco;  sihoc,  palo  hueco  y  tam- 
bién carbón;  Tula,  que  se  pronuncia  Tul-M,  era 
el  nombre  de  un  rio.  Advertiré  de  paso,  que  se- 
gún algunas  noticias,  que  sobre  esta  lengua  tzen- 
dal he  encontrado  esparcidas  en  algunos  manus- 
critos, la  .letra  X  tiene  fuerza  de  C,  y  la  >6'  de  1i,  y 
que  hay  palabras  que  mudan  de  significación,  se- 
gún el  modo  como  se  emplean  en  la  oración,  por 
ejemplo,  Fa,  como  preposición  de  acusativo  sig- 
nifica Cu,  y  como  adverbio  de  allí: 


—407— 


§  fi. 


El  padre  Ordoñez,  que  habia  hecho  un  estudio 
formal  de  ésta  lengua,  y  entendía  la  mayor  parte 
de  los  dialectos  que  se  hablaban  en  los  pueblos  de 
Chiapas,  que  se  supone  traen  su  origen  de  ella, 
dice  que  fué  la  lengua  que  hablaron  los  fundado- 
res del  Palenque^  que  en  su  opinión  vinieron  de 
Tripoli,  ciudad  de  Siria,  donde  se  hablaba  el  an- 
tiguo egipcio,  y  de  consiguiente,  de  éste  trae,*se- 
gun  él,  su  origen  la  lengua  tzendal. 

Para  juzgar  sobre  la  fuerza  de  este  aserto,  no 
basta  la  simple  comparación  de  palabras  aisladas, 
es  preciso,  como  se  ha  insinuado  antes,  entrar  al 
examen  de  los  principios  constitutivos  de  cada  idio- 
ma, para  descubrir  sus  relaciones  y  puntos  de  con- 
tacto, trabajo  que  por  si  solo  demandarla  una  de- 
dicación exclusiva. 


§  7. 


Mr.  Waldeck,  que  ocupó  una  parte  de  su  obra 
sobre  la  lengua  Maya,  haciendo  varias  explicacio- 
nes y  observaciones,  que  pueden  servir  de  mucho 
para  investigaciones  filológicas  de  alguna  impor- 


—408— 

tancia,  encontró  tales  relaciones  entre  las  lenguas 
maya  y  cliol  que  cree  haberse  obrado  en  ellas  una 
fusión  en  época  atrasada,  manifestando  que  se  sir- 
vió de  esta  última,  para  compararla  con  la  otra.  (1 ) 
El  mismo  autor  dá  una  muestra  de  la  lengua  ma- 
ya en  las  palabras  siguientes:  pixan,  que  quiere 
decir  alma;  yacunal^OimoT;  coexivü,  avaricia;  caan, 
cielo;  naat,  entendimiento;  neii,  espejo;  houlanl, 
frió;  üch,  fruta;  kok,  fuego;  pecli,  garrapata;  M- 
holal,  conocimiento;  can  ó  cam,  culebra;  ku,  dios; 
hat,  granizo;  7noo,  guacamaya:  olil,  interior;  ain 
chmam,leig3ivt0j  caimán;  takus,  madera  seca;  ixini, 
maíz;  haa7i,  mecate;  ¿ot,  mudo;  cham,  muela;  acab, 
noche;  ta?i,  plomo;  kukum,  pluma;  c]m7i,  poco; 
halam,  tigre;  solimán,  veneno;  mol.  dedos  de  los 
animales;  tumbalal,  olvido;  tzmi.  pedernal;  chie, 
pulga;  mol,  recojer;  ziziquin,  tarde. 

Encuentra  Mr.  Aubin  grande  analogía  entre  es- 
ta lengua  maya  y  la  otomi.  El  abate  Brasseur  de 
Bourbourg  la  descubre  en  el  fondo  y  en  las  formas 
en  todas  las  lenguas  de  la  América  Central  (2)  y 
aunque  la  tzendal  la  enumera  entre  sus  dialectos, 
(3)  debe  esto  atribuirse  á  la  falta  de  conocimientos 
y  datos  bastantes,  para  fijar  y  calificar  la  natura- 


(1)  'Waldeck.  Voyage  &c.,  pág.  21. 

(2)  Histoire  des  nations  civilisées  du  Mexique,  &c., 
tom.  2,  liv.  b,  chap.  4,  pág.  118. 

(3)  Belalion  des  choses  de  Yucatán,  exquise  d'une 
grammaire  de  la  langue  maya,  pág.  459. 


—409— 

leza  de  esta  última  lengua,  que  por  las  circuns- 
tancias mencionadas,  y  algunas  otras  considera- 
ciones que  más  adelante  se  expresarán,  merece  el 
más  detenido  examen,  y  una  más  fundada  califi- 
cación; pudiendo,  aun  bajo  el  aspecto  indicado, 
atribuírsele  muchas  de  las  propiedades  y  ventajas 
que  se  encuentran  en  la  lengua  maya,  supuesta  la 
analogía  y  proximidad  que  existe  entre  una  y  otra. 

Uno  de  los  que  mejor  conocieron  la  lengua 
maya^  fué  D.  Pedro  Beltran  de  S.  Rosa,  que  es- 
•cribió  una  gramática  de  ella,  y  la  calificó  de  «gra- 
ciosa en  la  dicción,  elegante  en  los  periodos,  y  con- 
cisa en  el  estilo,  capaz  de  expresar  las  más  veces 
con  ua  pequeño  número  de  palabras  y  de  sílabas, 
el  sentido  de  muchas  frases.»  Su  alfabeto  carece 
de  las  letras  siguientes:  d,  f,  g,  j,  q,  r,  s,  v.  (1) 
Pimentel  hace  mención  de  la  ñ  y  omite  la  ^,  y  di- 
ce que  no  hay  en  este  idioma  cargazón  de  conso- 
nantes, y  sí  la  repetición  de  una  misma  vocal  en 
muchas  palabras,  que  es  polosilábico,  aunque  tie- 
ne muchos  monosílabos,  rico,  y  que  carece  el  nom- 
bre de  declinación  para  expresar  el  caso.  (2) 

Sensible  es  que  el  Sr.  Pimentel,  que  ha  hecho 
un  estudio  tan  extenso  de  las  lenguas  indígenas  de 
México,  no  haya  tenido  datos,  noticias  y  material 
bastante  para  tratar  de  las  que  se  hablan  en  Chia- 

(1)  Brasseur  de  Bourbourg-.  Lugar  citado. 

(2)  Pimentel,  Cuadro  descriptivo  y  comparativo  de 
las  lenguas  indígenas  de  México,  tom.  2,  pág.  6  y  sig. 


—410— 

pas,  especialmente  de  la  tzendal,  que  no  hace  sino 
indicar  en  su  cuadro  descriptivo  y  comparativo,  lo 
cual  nos  ha  privado  de  las  fundadas  y  sabias  ob- 
servaciones que  acerca  de  ellas  hubiera  hecho,  y 
que  habrían  derramado  alguna  luz  sobre  la  histo- 
ria primitiva  de  aquellos  pueblos. 


§8. 


Varios  autores,  al  examinar  las  antigüedades  de 
América,  se  han  ocupado  en  hacer  comparaciones 
aisladas  de  algunas  palabras  usadas  en  estas  re- 
giones, con  algunas  de  las  naciones  antiguas,  pre- 
tendiendo deducir  de  estas  semejanzas  conjeturas 
probables  sobre  el  origen  de  sus  habitantes. 

El  P.  García,  para  apoyar  la  opinión  de  que  los 
indios  proceden  de  las  diez  tribus  de  los  judíos, 
que  se  perdieron  en  el  cautiverio  de  Sahnanasar, 
rey  de  Asiría,  dice  que  todavía  conservan  varias 
palabras  hebreas,  como  Perú,  que  quiere  decir 
tierra  fértil^  y  viene  del  verbo  'pará,  que  signifi- 
ca fructificar:  para  en  el  Perú  es  lluvia.  Anua  es 
nombre  hebreo,  que  quiere  decir  graciosa,  ó  mise- 
ricordiosa. Aymahuarqui  se  llamaba  la  mujer  de 
un  inca  del  Perú,  y  Amia  Caona  una  reina  de  Yu- 
catán, ó  de  la  isla  española.  Ahha,  es  voz  hebrea; 
de  la  misma  se  usaba  en  el  Perú  para  denotar  el 
padre,  Mesico,  nombre  hebreo  que  se  dá  á  Cristo, 


—411— 

á  ios  reyes  y  á  los  sacerdotes;  éste  es  el  nombre  de 
la  capital  de  la  República,  antes  Nueva  España, 
derivado  según  algunos  de  Mesi  ó  Mexi,  que  era 
el  caudillo  de  la  colonia  que  pobló  esta  ciudad. 
Yucatán^  niuy  parecido  á  Yectan,  nombre  de  un 
hijo  de  ffcher.  Salu,  pueblo  del  Perú,  y  así  se 
llamaba  también  el  padre  de  Zamhrí^  israelita,  ca- 
pitán, y  del  linaje  de  Aaraon.  (1)  Lord  Kinsbo- 
roug,  citando  al  Dr.  Cabrera  en  su  Tratado  sobre 
el  Origen  de  los  Indios,  encuentra,  como  él,  seme- 
janza entre  los  nombres  propios  del  calendario  chia- 
paneco  y  el  hebreo:  Mox,  creen  que  es  igual  á 
Moisés;  F^/í  ,  pronunciado  por  los  chiapanecos  se 
asemeja  á  Isac;  Ghanan  es  lo  mismo  que  Canaan; 
Ahagh  nos  recuerda  á  Ahel,  y  CMnax,  parece  re- 
ferirse á  Silera^  como  Chohin  y  Enol)  á  Japhet  y 
Enoch.  Gobineau  dice  que  nada  estraño  es  que  se 
encuentren  palabras  hebreas  entre  los  indios,  co- 
nocido como  es  el  parentesco  que  habia  entre  las 
lenguas  semíticas  y  la  que  tienen  con  las  de  Asia, 
Judea,  Chanaan,  y  la  Libia.   (2) 

Los  que  les  dan  un  origen  romano,  encuentran 
conformidad  con  la  lengua  ¡atina.  Así  por  ejem- 
plo canini  en  el  Perú  significa  morder,  viene  de 
canis,  perro  en  latín;  Mitagoe^  al  que  le  cabe  ha- 


(1)  García.  Orig.  de  los  Ind.,  lib.  3,  cap.  7. 

(2)  Essai  sur  l'inegaHté  des  rasees  huraaines,  lib.  2, 
chap.  2. 

ESTUDIOS — TOMO  11—54 


—412— 

cer  algo,  de  7nito  enviar;  qiiiquig,  yo  misino,  de 
qui  relativo.  En  Pasto  llaman  ignis  al  fuego.  Se- 
gún Hornio  en  el  Brasil  llaman  anga  al  alma,  ara 
al  aire,  'potia  al  pecho,  ^;m/al  pié,  aya  k  la  abue- 
la, tonimeron  á  los  truenos,  y  en  \ ivgmidL  jiaome 
al  pan.  Según  el  P.  Fauste,  los  indios  de  Cumaná 
llaman  annoge  k  la  media  noche,  puera  k  lo  inte- 
rior del  cogoyo,  y  nu7ia  k  la  luna.  Según  Roche- 
fort,  los  caribes  llaman  nnmim  k  la  luna,  arca  al 
cofre,  canique  k  la  caña  de  azúcar,  y  arla  k  la  flo- 
resta. 

Los  que  opinan  que  los  primeros  pobladores  fue- 
ron españoles  en  tiempos  muy  anteriores  á  la  con- 
quista, alegan  entre  otros  fundamentos,  el  haber 
hallado  muchas  palabras  españolas  entre  los  in- 
dios, tales  como  tirani,  tirar,  arrancar;  llavini  cer- 
rar, jpiqíii  nigua,  ó  pulga  de  picar;  mii  una  especie 
de  conejos,  wdzo  el  gato,  pulla  de  pelo,  huay  voz 
que  dá  el  niño  recien  nacido,  hua  lloro,  ho7ne  el 
hombreen  la  provincia  de  Veragua;  y  por  último, 
muchos  vocablos  en  la  lengua  del  Perú,  que  son 
enteramente  castellanos,  aunque  con  distinta  sig- 
nificación, como  a.cci^  allí,  anca,  ancha,  casa,  ca- 
cha, calla  cana,  casco,  caspa,  chorro,  coto,  coca, 
llama,  majo,  masa,  macho,  manca, , marco,  moco, 
muía,  manta,  para,  pata,  peña,  pina,  pinta,  pin- 
to, tanta,  tinta,  tío,  y  otras.   (1) 


(1)  García.  Oríg.  de  los  Intl.,  lib.  4,  cap.  20. 


—413— 

Los  que  le  dan  un  origen  griego,  citan  los  voca- 
blos mamá  madre,  mamacuna  matrona,  mamaco- 
cha  la  mar,  ó  madre  de  las  aguas.  En  Michoacan 
llaman  mamá  á  la  madre,  y  tata  al  padre.  En 
Guatemala  llaman  tat  al  padre,  y  tata  al  mayor  en 
dignidad.   (1) 

El  P.  García,  Hornio  (2),  Pedro  Mártir,  Aldere- 
te,  y  Bochardo,  citan  muchas  palabras  en  que  hay 
semejanza  entre  los  indios  y  los  fenicios.  Así  es 
que  de  los  cananeos  vienen  las  voces  camjJech, 
ckamcham,  canacateoii,  caonaho,  'canamim^  cano/- 
vot,  canarcó,  canex,  catana;  y  de  los  fenicios  Car- 
tagena, caracas,  caramari^  carnuncarca,  caror- 
marnta,  cari,  caivari,  carmenga^caracallaj  oívdi's, 
pues  los  fenicios  comenzaban  con  kar,  Mr,  karja, 
karfu,  que  significa  ciudad,  los  nombres  que  po- 
nían á  muchas  poblaciones.  El  cacique  de  Cham- 
poton  se  llamaba  Mochocobac,  nombre  fenicio.  A 
los  ríos  les  nombraban  beer  y  nahar,  y  Casanaliar 
se  llama  un  rio  que  mezcla  sus  aguas  con  las  del 
Orinoco,  Oinar  otro  que  riega  á  Venezuela,  y 
Bará  el  que  según  algunos  dio  nombre  al  Perú . 
HaÁti  parece  que  viene  de  Héteos,  y  Anáhiiac  de 
los  Anakeos;  Habana  de  los  he  veos,  ó  de  la  ciudad 
de  Hava,  de  que  no  está  lejos  el  rio  Abana  de  Da- 
masco. Caribe  es  composición  de  Carijihc,  bata- 
llador, pues  corcb  en  fenicio  significa  batalla. 


(1)  García.  Oríg.  de  los  Ind.,  hb,  4,  cap.  21. 

(2)  Hornio.  De  orig.  Americ,  lib.  2,  cap.  10. 


—414— 

Hay  también  algunas  palabras  que  indican  se- 
mejanza con  las  chinas,  especialmente  los  nom- 
bres de  algunas  provincias  y  pueblos  del  Perú  y 
Nueva  España,  tales  como  Xaiidave  y  XununcU  en 
Popayan,  Cumha  en  Pasto,  Coquimbo  en  Chile, 
Cumhinaba^  Carraspa,  Pucará  QxieWem,  Mana- 
gua en,  Nicaragua,  Cha7npot07i,  Pofomcham  en 
Yucatán,  Campas,  Ta^nacaluga  enl<í\ie\Si  Eíi])íiñci, 
Tzinzonza^  Manchao^  Campeo  en  Michoacan,  chi- 
na y  chinamitas  indios  de  Yucatán,  clmiamjmne- 
cas,  cliinautla,  i^liina  en  Nueva  España.  En  Chi- 
na hay  la  provincia  de  Kita,  y  Catay,  parecido  a 
Quito.  Motecuma  es  nombre  japón.  Cliapaa,  po- 
blación de  chinos,  (i) 

Del  significado  de  teu,  dios  entre  los  turcos,  de 
tepe  cerro,  y  de  la  terminación  en  an  de  muchas 
palabras,  como  Michoacan,  Coatlan  y  varias  otras, 
deducen  algunos  el  origen  tártaro  y  turco.  Mango 
ó  Manco  se  llamó  un  inca  del  Perú,  y  este  era 
también  el  nombre  del  cuarto  Cam  de  los  tárta- 
ros. (2) 


§í). 


Sorprenden  a  la  verdad  estas  semejanzas,  pero 
desconfio  de  muchos  nombres  que  se  citan  en  com- 


(1^  García.  Oríg.  de  los  Ind.,  lib.  4,  cap.  23. 
(2)  ídem,  idem,  cap.  24. 


—415— 

probación  de  estas  varias  opiniones.  Pueden  pro- 
venir de  ignorancia  del  idioma  de  los  indios,  de 
corrupción  de  las  .mismas  palabras,  ó  de  su  ma- 
la pronunciación  en  castellano,  de  imitación  y  ana- 
logías adoptadas  con  lijereza,  y  sin  examen  ni  me- 
ditación, del  empeño  en  buscar  en  el  idioma  que 
se  habla  voces  equivalentes,  ó  menos  ásperas  y 
difíciles  de  pronunciar,  para  dar  a  conocer  una 
lengua  desconocida.  La  historia  do  América  nos 
ofrece  á  cada  paso  estos  cambios,  esta  falsa  inter- 
pretación; la  pronunciación  imperfecta  de  muchas 
voces,  por  no  encontrar  sonidos  que  á  ellas  corrcb- 
pon diesen;  el  poco  cuidado  en  cerciorarse  del  ver- 
dadero nombre  de  las  cosas,  y  modo  de  pronun- 
ciarlo; y  en  fin  la  misma  rudeza  de  los  conquista- 
dores, de  quienes  se  obtuvieron  los  primeros  datos 
y  noticias  del  Nuevo  Mundo,  que  han  dado  lugar 
cá  muchos  errores,  que  después  fueron  rectificán- 
dose. Para  convencerse  de  esto,  basta  observar 
lo  que  aun  en  la  actualidad  sucede  con  las  voces 
tomadas  de  las  lenguas  de  los  indios,  que  se  en- 
cuentran tan  corrompidas,  y  la  pronunciaciones 
tan  diferente,  que  de  ella  también  resulta  diversi- 
dad en  la  escritura,  hasta  variar  completamente 
en  muchos  casos  de  la  palabra  primitiva.  Las  obras 
de  los  extranjeros  están  plagadas  de  errores  de  es- 
ta naturaleza  al  ocuparse  de  nuestro  país,  y  otros 
que  lo  han  visitado,  tomándolo  por  asunto  de  sus 
escritos. 

Las  semejanzas  y  comparaciones  aisladas  no 
pueden  ser  un  medio  seguro  para  juzgar  con  acier- 


—416— 

to.  Menester  es  atender  no  solo  á  la  lexicología, 
sino  á  la  modulación  de  la  voz,  al  mecanismo  gra- 
matical, y  á  la  sintaxis,  á  la  pronunciación  nasal, 
gutural,  ó  infleccionés  que  resulten  de  la  contrac- 
ción de  la  lengua,  ii  órganos  de  la  palabra;  y  á  la 
armonía,  al  número,  y  al  ritmo.  Guando  este  exa- 
men extenso  no  puede  hacerse,  debe  uno  remon- 
tarse por  lo  menos  á  los  principios  constitutivos 
del  idioma,  analizar  su  naturaleza  é  índole,  sus 
frases  usuales,  y  estudiar  sus  detalles,  para  entrar 
después  en  una  comparación  filosófica  ó  ilustrada. 
Esto  es  lo  que  se  ha  hecho  con  los  idiomas  de  las 
naciones  del  viejo  mundo,  deduciéndose  de  allí  la 
genealogía  de  las  que  hoy  se  usan,  las  relaciones 
que  han  tenido  entre  sí,  su  mutua  influencia,  y  lo 
que  se  deben  unas  á  otras.  Sin  este  análisis  indis- 
pensable, nunca  se  obtendrán  resultados  seguros, 
y  solo  se  habrán  aumentado  las  conjeturas,  que 
alejándose  del  verdadero  objeto,  hagan  quizá  más 
difícil,  ú  oscura  la  investigación  de  la  verdad. 


§10. 


Por  palabras  aisladas,  dice  el  abate  Renaudet, 
(1)  no  puede  probarse  que  los  lugares  tengan  un 


(1)  Memoires  de  htlerature  lirées  des  registres  de 
rAcademie  royale  des  inscriptions  et  belles  lettres.  Me- 
moire  sur  rorigine  des  lacgues  greques,  t.  2,  p.  3oo. 


—417^ 

origen  común,  porque  pueden  las  unas  tomar  pa- 
labras de  las  otras,  y  conservar  lo  que  les  era  pro- 
pio 11  original,  que  consiste  en  la  inflexión  de  los 
nombres  y  verbos.  Así,  por  ejemplo,  el  caldeo,  el 
samaritano,  el  árabe,  el  etiópico,  traen  su  origen 
de  la  lengua  hebrea,  «  porque  la  analogía  de  la 
gramática  es  la  misma  en  todas  estas  lenguas,  aun- 
que las  palabras  particulares  de  cada  una  sean  di- 
ferentes. El  persa  y  el  turco  tienen  una  infinidad 
de  palabras  árabes,  pero  la  inflexión  de  los  nom- 
bres y  de  los  verbos  no  tiene  relación  alguna  con 
el  árabe,  y  no  puede  considerarse  esta  lengua  co- 
mo madre  respecto  de  ellas.  Lo  mismo  sucede  con 
el  egipcio:  desde  hace  dos  mil  años  ha  adoptado 
un  gran  número  de  palabras  griegas,  pero  la  gra- 
mática es  de  tal  modo  diferente  que  tiene  que  pa- 
sar por  original.» 

Y  no  basta  solo  proceder  de  la  manera  indicada 
para  llegar  á  un  resultado  seguro,  sino  que  es  pre- 
ciso estudiar  el  idioma  y  hacer  comparaciones  en 
la  época  á  que  las  investigaciones  se  refieren,  bus- 
car noticias  exactas  en  la  antigüedad,  y  beber  en 
fuentes  puras.  Juzgar  de  un  idioma  por  su  estado 
actual,  ó  el  que  tuvo  en  un  período  determinado,  es 
exponere  á  los  más  grandes  errores.  El  trascurso 
del  tiempo,  los  grados  de  cultura  por  los  que  van  pa- 
sando las  naciones,  sus  relaciones  con  los  demás  paí- 
ses, y  otras  muchas  circunstancias,  obran  cambios 
y  considerables  mundanzas  en  el  lenguaje;  de  ma- 
nera que  puede  asentarse  como  tesis  general  según 


—418— 

Gobineau  (1)^  que  ningún  idioma  se  conserva  des- 
pués de  un  contacto  íntimo  con  un  idioma  diferen- 
te. Esto  se  observa  aun  en  las  lenguas  modernas: 
la  alemana  no  es  la  antigua  teutónica  que  habla- 
ban sus  antepasados;  la  inglesa  se  ba  apartado  mu- 
cho de  su  origen,  á  la  francesa  apenas  le  quedan 
algunas  palabras  célticas;  y  en  la  española  pocos 
vén  de  lo  que  fué  en  su  principio.  Desde  el  siglo 
XI^  época  en  que  propiamente  comenzaron  á  cul- 
tivarse, ya  aparecen  notables  alteraciones;  la  le- 
tra, las  palabras,  su  construcción,  y  diferentes  gi- 
ros, todo  ha  variado.  ¿Qué  estraño  es,  pues,  que 
los  historiadores  de  América  corrompieran  muchas 
de  las  palabras  que  usaban  los  indios  para  deno- 
minar varias  cosas,  ó  alterasen  su  pronunciación, 
y  de  esto  resultaran  esos  rasgos  de  semejanza  que 
después  se  han  tomado  por  analogías,  por  pruebas 
de  origen,  é  identidad  de  usos  y  costumbres?  ¿Qué 
estraño  es  que,  sin  conocimiento  de  los  dialectos 
é  idiomas  que  se  hablaban,  sin  poder  apreciar  bien 
el  valor  de  las  letras,  y  la  fuerza  de  la  pronuncia- 
ción, al  escribir  estas  palabras,  se  pusieran  unas 
letras  en  lugar  de  otras,  y  de  aquí  se  originara 
una  alteración  sustancial? 


(1)  Gobineau.  Essai  sur  rinegalité  des  racees  humai- 
nes,  chap.  15. 


-^419— 


§  H. 

Se  ha  indicado  ya,  que  muchas  de  estas  lenguas 
carecían  de  algunas  de  las  letras  de  nuestro  alfa- 
beto, y  otras  tenían  distiata  fuerza  y  valor.  La 
mexicana,  por  ejemplo,  carecía  de  las  consonantes 
b,  d,  f,  r,  s,  (1)  y  la  X,  y  la  h,  no  tenían  en  la  tzen- 
dal  el  mismo  valor  5' la  misma  fuerza  que  en  espa- 
ñol. Estas  observaciones  pueden  extenderse  al 
huasteco,  que  le  faltan  varías  letras  de  nuestro  al- 
fabeto, tales  como  la  c,  f,  11,  ñ,  q,  r,  s,  cuyas  pa- 
labras son  la  mayor  parte  de  dos  sílabas,  que  abun- 
da en  voces  compuestas,  y  es  rico  en  sinónimos; 
al  mixteco,  que  carece  también  de  la  b,  c,  f,  g,  1, 
il,  p,  q,  r,  s,  que  tiene  combinaciones  con  palabras 
hasta  de  tres  consonantes  juntas^  y  otras  compues- 
tas hasta  de  diez  y  siete  silabas,  con  muchos  ho- 
mónimos, y  varias  particularidades,  como  la  de  no 
tener  mbneros,  para  distinguir  el  singular  del  plu- 
ral en  los  nombres,  r\\  género  que  los  dé  á  conocer, 
así  como  la  composición  de  los  verbos,  en  que  son 
varios  los  irregulares,  y  la  multitud  de  dialectos 
que  tiene;  a  la  lengua  mm)ic,  á  cuyo  alfabeto  fal- 
tan las  letras  c.  d,  f,  g,  j,  11,  ñ.  q,  r.  s,  y  signos 


(1)  Clavijero.  Ilist.  aut.  de  México,  t.  1,  lib,  7,  pAg. 
353. 

ESTUDIOS — TOMO  II— Dií 


—420— 

propios  que  marcan  los  géneros;  al  tonaco,  que 
carece  de  b,  c,  d,  f,  j,  11,  ñ,  q,  r,  s,  es  polosilá- 
bico,  y  no  tiene  declinación,  ni  signos  para  ex- 
presar el  género,  ai  tarasco  cuyo  alfabeto  cons- 
ta de  veintisiete  letras,  y  le  faltan  la  f,  j,  11,  fí,  q, 
que  no  tiene  signos  para  expresar  el  género,  en  el 
que  ninguna  palabra  comienza  por  b,  d,  g,  r,  con 
abundancia  de  verbos  irregulares,  y  la  composi- 
ción tan  notable,  que  del  uso  de  ella,  «  resulta  que 
una  sola  voz  diga  lo  que  muchas  en  nuestra  len- 
gua;» (1)  al  zaj)Oteco^  que  carece  de  las  letras  si- 
guientes: c,  d,  f,  j,  11,  ñ,  q,  s,  rico  en  vocales,  sin 
signos  para  expresar  el  número,  el  nombre  sin  de- 
clinación que  indique  el  caso,  que  tampoco  tiene 
nombres  colectivos,  si  no  es  por  medio  de  circun- 
loquios, y  en  el  cual  las  personas  en  los  verbos  se 
marcan  con  afijos,  y  los  modos  y  tiempos  con  par- 
tículas, supliéndose  el  infinitivo  con  el  futuro;  al 
opata  en  cuyo  alfabeto  faltan  las  letras  c,  f,  j,  1, 
11,  ñ,  q,  y;  al  cahita  la  1,  c,  d,  f,  g,  11,  ñ,  q,  x;  al 
taraiimar,  que  tiene  diez  y  nueve  letras  y  le  fal- 
tan la  c,  d,  f,  b,  ñ,  q,  x;  al  matlazaua  la  c,  f,  j,  1, 
11,  ñ,  q,  v;  al  cora  la  c,  d,  f,  g,  j,  1,  11,  ñ,  q,  s, 
abundante  en  diptongos  y  triptongos,  y  en  pala- 
bras bolo f  ras  ticas;  al  ínixe,  en  el  cual  se  nota  la 
falta  de  la  c,  d,  f,  g,  j,  1,  11,  q,  r,  s,  z,  y  signos 
para  marcar  el  género;  y  por  último,  al  quiche  po- 


(1)  Pimeiitel,    Cuadro  descriptivo  y  comparativo  de 
las  lenguas  indígenas  de  México,  tom.   1,  pág.  277. 


—421— 

silábico,  aunque  abundante  en  monosilabos,  riquí- 
simo en  adverbios,  sin  verbo  sustantivo  puro,  y 
cuyo  alfabeto  no  tiene  la  d,  f,  j,  11,  il,  s:  el  cachi- 
quel  y  el  zuiuhil  son  dialectos  de  este  idioma:  el 
Abate  Brasseur  de  Bourbourg,  aprovechándose  de 
los  trabajos  del  P.  Ximenez,  y  de  los  conocimien- 
tos que  adquirió  durante  su  permanencia  en  Gua- 
temala, publicó  en  1862  una  muy  interesante  gra- 
mática de  este  idioma,  y  un  vocabulario  de  las 
principales  raices  y  fuentes  comparadas  con  las 
lenguas  indo-germanas,  principalmente  las  de  orí- 
gen  teutónico,  manifestando  que  las  semejanzas  y 
analogías  se  encuentran  no  solo  en  las  radicales  y 
palabras,  sino  también  en  las  formas  gramatica- 
les. (1). 

Todo  esto  prueba,  que  juzgar  de  las  lenguas  por 
comparaciones  aisladas  es  muy  inseguro,  y  que 
nunca  podrá  servir  de  dato  cierto  sobre  analogías, 
para  deducir  de  ellas  el  origen  de  los  habitantes. 


§  12. 

Este  medio  de  investigación  no  exijiria  tanta 
prolijidad,  para  ser  seguro  y  provechoso  en  sus 
resultados,  sin  la  confusión  de  las  lenguas  acaecida 


(I)  Graramaire  de  la  langue   Quiche  espagnole-fran- 
^-aise,  &c.,  Avant.  propos.  pág.  12. 


—422— 

en  Babel.  Segan  el  texto  sagrado,  en  ios  tiempos 
que  precedieron  á  este  acontecimiento  antes  y  des- 
pués del  diluvio,  todos  hablaban  el  mismo  idioma. 
(1)  Hay  variedad  de  opiniones  sobre  cuál  baya  si- 
do la  lengua  primitiva.  Unos  creen  que  fué  la  be- 
brea,  (2)  otros  la  siriaca,  (3)  otros  la  caldea,  (4) 
etiopa  ó  armenia,  (5)  y  casi  todos  los  pueblos  del 
oriente  pretenden  elevar  su  idioma  al  rango  pri- 
mitivo. (6)  No  hay  por  tanto,  que  asombrarse  de 
las  semejanzas  que  se  encuentran  en  unos  y 
otros,  pero  la  diñcultad  consiste  en  designar,  de 
cuál,  de  los  que  se  formaron  después  de  la  confu- 
sión de  las  lenguas,  procede  el  del  pueblo  que  se 
trata  de  averiguar. 

La  primera  raza  de  los  persas  ó  bindus,  los  ro- 
manos, griegos,  godos,  egipcios,  y  etiopes,  habla- 
ban al  principio  un  mismo  idioma,  según  algunos 
escritores,  y  profesaban  la  misma  fé  popular.  Los 
j  udíos,  los  árabes,  los  asirlos  ó  segundos  persas,  y 
una  tribu  numerosa  de  abisinios  hablaban  unidio- 


(1)  Génesis  I.  26,  y  XI.  5. 
— Acl.  XVIL  26. 

(2)  Disert.  sobre  el  primer  idioiaa,  tornada  de  la  df» 
Calmet,  §  6- 

(3)  ídem,  idem.  §  7. 

— Terdoreto  Qiuest.  60  y  61  iii  Gol 
— Amira  Pref.  in  Gramm. 

(4)  Miricio  Pref  in  Gram. 

(5)  Disert.  antes  citada,  §  7. 

(6)  ídem,  idem,  §  3. 


—423-- 

ma  diferente.  Los  pobladores  de  China  y  el  Japón 
tuvieron  el  mismo  origen  que  los  hindus,  y  los 
tártaros  fueron  desde  el  principio  de  una  raza  di- 
ferente de  las  otras  dos  en  lenguaje,  costumbres, 
y  carácter,    (i). 

La  lengua  fenicia  diíiere  poco  de  la  siriaca,  y 
ambas,  dice  el  abate  Barthelemy,  deben  ser  con- 
sideradas como  dialectos  de  una  lengua  general, 
esparcida  en  otro  tiempo  en  el  Oriente  y  en  el  Áfri- 
ca, que,  siguiendo  la  diversidad  de  los  países,  ha 
tomado  el  nombre  de  fenicia,  púnica,  siriaca,  cal- 
dea, hebrea,  árabe,  y  etiópica  modificada,  pero  que 
tiene  poco  más  ó  menos  el  mismo  genio  y  las  mis- 
mas raíces.  (2) 

Dice  Prichard  que  la  lengua  hablada  por  la  ra- 
za septentrional  y  oriental  de  los  Siro-árabes  (3) 
fué  el  siriaco,   que  era  el  de  los  antiguos  hebreos 


(1)  Asiatic  rechearches,  vol.  3,  pág.  i. 

(2j  Reflexioiis  genérales  sur  les  rappoits  des  langues 
tom.  57,  art.  2  des  Memoires  de  literaturc  de  l'Acade- 
mie  des  iuscriptions  ct  belles  lettres. 

(3)  «Las  naciones  Siro-Arabcs,  llamadas  por  Eicli- 
liorn  y  otros  escritores  alemanes,  naciones  semiticas, 
ocupaban,  como  lo  hemos  observado,  una  región  del 
Asia  intermediaria  de  los  que  habitaban  por  una  parte 
la  raza  egipcia  y  por  otra  las  razas  kindo-eur opeas;  di- 
ferian además  de  estas  dos  razas  por  sus  caratéres  fí- 
sicos y  morales.» — Prichard,  Hist.  nat.  de  Thomme,  &c. 
tom.  1,  sec.  16,  p.  190. 


—424  — 

hasta  el  momento,  en  que  los  abramides  ocuparon 
la  tierra  prometida  de  Chanaan,  y  adoptaron  elca- 
naneo,  ó  hebreo  propio.  Estos  idiomas,  que  con  el 
fenicio  eran  uno  mismo,  según  Gesenius,  fué  ha- 
blado por  los  hebreos  desde  su  llegada  á  Palestina 
hasta  la  cautividad  de  Babilonia;  y  con  lijeras  di- 
ferencias era  quizá  (1)  el  délos  Estados  de  Tiro, 
Sedan,  y  las  colonias  cartaginesas. 

La  lengua  egipcia  tiene  mucha  más  analogía  en 
lo&  principios  esenciales  de  su  construcción  gra- 
matical con  los  idiomas  africanos,  según  La  opi- 
nión de  Prichard,  (2)  que  con  ninguna  de  las  len- 
guas habladas  de  otros  pueblos,  y  en  las  del  Asia 
septentrional'hay  numerosos  indicios  de  parentesco 
con  los  idiomas  de  la  raza  indo-europea. 

La  etiópica  se  cree  sin  contradicción  que  es  un 
dialecto  de  la  caldea,  y  sin  embargo,  además  de 
la  diferencia  total  por  los  caracteres,  por  la  figura, 
y  por  la  manera  de  escribir  de  la  izquierda  á  la 
derecha,  contraria  á  la  de  todos  los  pueblos  orien- 
tales, á  excepción  de  los  armenios,  tiene  inflexio- 
nes tan  particulares,  y  palabras  tan  del  caldeo  y 
sus  diferentes  dialectos,  que  por  ellos  jamás  se  ex- 
plicarla una  página  del  etiope.   (3) 

(1)  Prichard.  Ilist.  nat.  de  rhommc,  tom.  1,  sec.  Ifi, 
pAlx.  193. 

(2)  Idein,  idem,  sec.  15,  pág.  188. 

(3)  Mem.  de  la  Acad.  des  Insc.  et  Bel.  Let.,  iom.  2. 
Deux.  part.  de  TAbbé  Bernaudet,  pág.  163. 


--42ü— 


§13. 


Varios  orientalistas,  hablando  de  las  lenguas^ 
dicen  que  en  el  Occidente  prevalecen  todas  las  len- 
uiias  antiguas  y  modernas  de  Irán,  Turan,  Ara- 
bia, Etiopía,  Egipto,  las  partes  septentrionales  del 
África,  y  toda  la  Europa,  comprendida  la  Islandia, 
formando  una  faja  desde  los  puntos  más  orientales 
de  Asia  hasta  la  extremidad  del  Oriente  hacia  el 
Nord-oeste.   (1) 


U. 


Con  motivo  de  estas  observaciones,  voy  á  con- 
signar aquí  la  que  me  ocurre  sobre  la  lengua  Zend, 
que  es  la  lengua  en  que  según  Anquetil,  están  es- 
critos los  libros  atribuidos  á  Zoroastro,  conside- 
rándola como  la  madre  de  las  antiguas  lenguas  de 
la  Persia.  (2)  Consta  de  cuarenta  y  ocho  caracte- 
res, de  los  cuales  diez  y  seis  son  vocales,  y  treinta 
V  dos  consonantes.    Se  acerca  al  armenio,   v  al 


(1)  Asiatic  researchPS  vol.  11  §  2,  págs.  107  y  1Ü8. 

(2)  Recherches  sur  rancienne  langue  de  la  Perse. — 
Memoires  de  rAcademie  royale  des  Incriplion  et  Belles 
Letres  tom.  3G,  pág.  131. 


georgiano;  lo  consideran  algunos  como  el  idioma 
más  antiguo  del  Asia,  anterior  ai  pJielvi,  y  al^ar- 
si,  y  aunque  lengua  muerta  no  ha  dejado  de  ser  el 
idioma  sagrado  de  las  gueh^os.  Pricharcl  lo  repu- 
ta como  el  más  antiguo  de  los  medos,  persas  y 
bractianos,  con  relaciones  muy  extrechas  con  el 
saíishrU  y  p^^okrít,  antigua  lengua  del  Indostan, 
(1)  y  Leyden  como  uno  de  los  tres  dialectos  más 
antiguos  que  se  derivan  del  sánscrito.  (2)  No  obs- 
tan te  que  entre  el  zend  y  los  caracteres  del  Palen- 
que no  se  nota  semejanza,  llama  la  atención  que 
el  nombre  de  este  idioma  se  parezca  al  de  tzendal, 
que  como  se  ha  dicho  antes  es  la  lengua  propia  de 
los  que  probablemente  construyeron  esas  ruinas, 
y  la  principal,  sobre  todo  en  la  provincia  de  Chia- 
pas. 


§io. 


Sube  de  punto  la  importancia  de  esta  observa- 
ción, si  se  considera  que  el  sa/íscrit  es  la  lengua 
más  culta  de  las  tres  usadas  en  la  India;  que 
algunos  sabios  orientales  han  encontrado  una  sor- 
prendente afinidad  entre  ésta  y  las  otras  lenguas 
de  Europa,  que  de  ella  se  derivan,  y  las  que  se  ha- 


(1)  Histoire  naturelle  derhomme  tom.  1,  sec.  17,  pág. 
223. 

(2)  Asiatic  rechearches  vol  10,  §  3,  pag.  282. 


—427— 

biaban  en  las  partes  orientales  de  América;  (1)  que 
la  lengua  malaya  llamada  por  los  europeos  ma- 
lay,  que  contiene  muchas  palabras  del  sanscrít, 
entre  las  cuales  han  encontrado  tanta  conexión  Mr. 
W.  Jones  y  Mr.  Mardsden,  (2)  y  que  es  polisilábica 
como  él;  la  poli,  y  otras  distintas  de  la  India  (3) , 
tienen  mucha  semejanza  con  la  lengua  i/(2?/¿i,  que 
era  la  lengua  primitiva  de  los  antiguos  habitantes 
de  Yucatán,  (4)  cerca  de  las  ruinas  del  Palen- 
que. 

En  la  India  hay  uii  rio  llamado  Malií  de  que  pue~ 
de  haberse  formado  maya,  nombre  de  la  tribu  nu- 
merosa que  pobló  á  Yucatán,  y  que  ha  dejado  mo- 
numentos notables  de  su  existencia.  Maya  ó  Mo- 
ya se  llamaba  uno  de  las  tres  hijos  de  SoUvá'ham, 
de  quien  los  Bhots  establecidos  en  Dilli  y  el  Pau- 
jal)  en  la  India  creian  descender.  (5)  Maia  es  tam- 
bién el  nombre  de  un  rio  de  la  Rusia  asiática,  que 
nace  en  la  vertiente  occidental  de  los  nxoniQ^Stano- 
vai  en  el  distrito  de  Olihostsk  al  S.  O.  de  la  ciudad 
de  este  nombre  Mayase  llamábala  hija  de  Atlan- 


(1)  Asiaíic  researches  vol  11,  pAgs.  105  y  sigs. 

(2)  Id.  id.  yol.  10,  §3,  pá<;.  168.^ 

(3)  ídem,  ídem,  pág.  IGl. 

(4)  Maayha,  que  los  españoles  pronuu<ñau  maya,  di- 
ce el  P.  Ordoñez,  quiere  decir  7io  tiene  ayua,  que  es 
precisamente  lo  que  se  vé  ou  Yucalau. 

(5)  Asiatic  researches  vol  9,  §  3,  pag.  212,  cilaudo  á 
Dognignan,  Hist.  of  the  Hons,  vol.  5,  p.  50. 

ESTUDIOS — ^TOMO  II — 56 


—428— 

te,  madre  de  Mercurio,  á  quien  los  romanos  ha- 
cían fiestas  en  el  mes  de  Mayo,  é  igualmente  se 
llama  una  de  las  pléyades,  y  una  diosa  venerada 
en  el  Tmlostan.  Los  habitantes  de  la  península  de 
Malava,  nación  emprendedora,  eran  llamados  por 
los  siameses  Khelí,  y  3íasú  por  los  barmas,  y  en 
la  expresada  península  de  Yucatán  muchos  nom- 
bres de  sus  indios  caciques  y  poblaciones  termi- 
nan en  Khelí:  Caneck  se  llamaba  el  cacique  ó  rey 
de  los  Itzaex,  cuando  se  emprendió  la  conquista  y 
reducción  de  los  lacandones,  y  de  las  diversas  tri- 
bus que  poblaban  la  provincia  de  Verapaz.  Valer 
encuentra  grande  analogía  entre  la  lengua  maya, 
<d\fOConcM  de  Guatemala,  3^  la  lii'asteca  del  Nor- 
te, y  Prichard  dice  que  hay  lugar  á  creer  que  di- 
cha lenorua  era  la  de  Cuba,  Jamaica  v  Santo  Do- 
mingo.  (1) 

Por  último,  en  los  dialectos  del  Brasil,  México, 
los  Caribes,  y  otras  tribus  que  habitaban  las  cos- 
tas orientales  de  x\mérica,  hay  muchas  palabras 
que  claramente  se  derivan  del  sa//sc/-¡fo.  (2)  En- 
tre las  varias  analogías  dadas  á  la  palabra  México 
cuya  verdadera  pionunciacion  es  Macliico,  se  en- 
cuentra la  voz  Matsya  ó  Macli'lía  del  sánscrito,  que 
significa  pescado,  formando  de  ella  sus  derivados 
Matsyacaj  Maclilrica.  3íec7¿oaca/f,  según  Clavi- 


(1)  Hisloire  naturclle  derhomme  tom.  2,  sec  37,  §  2. 
■pkg.  99. 

(2)  Asialic  researchcs  vol.  11,  p;'i2:.  lOíJ  y  sig. 


—420— 

jero,  signiñca  lugar  de  pescado;  en  hindú,  Macli'- 
M-c'-lian'-a,  es  un  lugar  de  pescadores,  ó  Meclioa- 
can.  TeocalU  significa  en  lengua  mexicana,  casa 
()  nicho  de  Dios;  en  hindú  liaucU  es  casa,  y  en 
varias  partes  de  la  península  Deu-caul  es  la  casa 
de  Dios.  TeoUhuacan,  según  Gemelli,  signifi- 
ca lugar  de  Dios,  y  en  hindú  BevoMca-e-ha- 
na^  aunque  no  usado,  significa  lo  mismo.  Tla- 
loc  entre  los  mexicanos  era  el  nomhre  del  dios 
de  las  aguas,  l^dagha  anuncia  en  hindú  la  ener- 
gía de  las  aguas.  (1)  La  lengua  de  Nootka, 
según  Anderson,  se  parece  mucho  á  la  mexi- 
cana. 

La  lengua  maloAja  en  opinión  de  Marsden  predo- 
mina en  el  Archipiélago,  al  que  dá  su  nomhre,  y 
que  comprende  las  islas  de  Sunda,  Philipinas,  las 
Molucas,  y  las  costas  del  mar  del  Sur,  entre  Mada- 
gascar  por  un  lado  y  las  islas  orientales  por  el 
otro,  en  una  extensión  de  doscientos  grados  de 
longitud.  (2)     . 


§16. 

Antes  de  concluir  el  examen  de  esta  materia,- 
preciso  es  advertir,  que  aunque  son  muy  escasos 


(1)  Asialic  rcsearches,  vol.  11,  pág.  lOi)  y  sig. 

(2)  ídem,  ídem,  vol.  10,  §  3,p.ig.  166. 


—430— 

entre  nosotros  los  conocimienlos  filológicos,  y  no 
ha  sido  todavía  objeto  de  seria  meditación  la  com- 
paración de  los  diferentes  idiomas  que  se  hablan 
en  América,  para  lo  cual  no  se  cuenta  con  otros 
materiales,  que  los  escritos  de  los  primeros  misio- 
neros, que  con  tanto  celo  se  consagraron  á  la  pro- 
pagación de  la  fé  católica  en  este  continente,  y  con 
los  trabajos  aislados  de  algunos  otros  escritores 
ilustrados,  se  percibe  desde  luego  que,  á  pesar  de 
esa  multitud  de  lenguas  y  dialectos  que  se  han  ido 
descubriendo,  existe  entre  todas  ellas  cierto  paren- 
tesco y  afinidad,  que  no  puede  ocultarse,  no  solo 
por  la  semejanza  de  palabras,  sino  en  la  estructu- 
ra característica  de  esos  idiomas. 

Este  concepto  se  encuentra  confirmado  por  las 
observaciones  hechas  por  muchos  de  nuestros  es- 
critores, y  antiguos  historiadores. 

Las  trabajos  de  Uervas,  Ilumboldt,  Vater,  Smith, 
Gallatin,  Du-Ponseau,  Mr.  Aubin,  y  el  Abate 
Brasseur  de  Bourbourg,  han  contribuido  también 
á  ilustrar  mucho  esta  materia. 

«  En  América,  dice  el  Barón  de  Humboldt,  des- 
de el  país  de  los  Esquinales  hasta  las  orillas  del 
Orinoco,  y  desde  estas  ardientes  orillas  hasta  los 
hielos  del  estrecho  de  Magallanes,  las  lenguas  ma- 
dres, enteramente  diferentes  por  sus  raíces,  tienen 
'por  decirlo  así,  una  misma  fisonomía.  Reconócen- 
se  analogías  sorprendentes  de  estructura  gramati- 
cal, no  solo  en  las  lenguas  perfeccionadas,  como  la 


—431— 

lengua  del  Inca,  el  aymara,  el  guaraní,  el  mexi- 
cano y  el  cora,  sino  también  en  las  lenguas  extre- 
madamente groseras.  Idiomas  cuyas  raíces  no  se 
parecen  más  que  á  las  raíces  del  eslavo  y  del  vas- 
co, tienen  semejanzas  de  mecanismo  interior  que  se 
encuentran  en  el  sánscrito^  el  persa,  el  griego  y  las 
lenguas  germánicas.» 

De  mucho  peso  es  también  en  esta  materia  la 
opinión  de  Mr.  Gallatín,  tan  versado  en  las  cosas 
de  América.  «En  medio  de  la  gran  diversidad,  di- 
ce, que  presentan  las  lenguas  americanas  cuando 
se  las  considera  solamente  bajo  la  relación  de  sus  vo- 
cabularios, existe  entre  ellas  realmenteenla  extrvx- 
tiira  y  formas  gramaticales  una  semejanza  que  ha 
sido  percibida  por  los  filólogos  americanos.  El  re- 
sultado de  sus  investigaciones  parece  confirmar 
la  opinión,  sostenida  por  los  Señores  de  Ponceau, 
Pickering,  y  otros  escritores,  de  que  las  lenguas 
habladas  en  América  no  solo  por  nuestros  indios, 
sino  también  por  todas  las  poblaciones  indíge- 
nas, que  se  encuentran  desde  el  Océano  Ártico 
hasta  el  Cabo  de  Hornos,  tienen  un  cierto  sello  que 
es  común  á  todas,  y  que  no  permite  asimilarlas  á 
ninguna  de  las  lenguas  conocidas  del  antiguo  con- 
tinente.» (1) 

En  este  último  punto  discrepa  de  la  opinión  de 
otros  escritores  no  menos  autorizados,  que  hanfor- 

(1)  Aüligüededes  americauas,  vol.  2. 


—432— 

mado  un  juicio  contrario  con  observaciones  fun- 
dadas. 

El  mismo  barón  de  liumboidt,  al  hablar  de  las 
lenguas  americanas  se  expresa  en  otra  parte  en  los 
siguientes  términos:  w Cuando  se  considera  la  cons- 
trucción particular  de  las  lenguas  americanas,  se 
cree  reconocer  ,  el  origen  de  aquella  opinión  muy 
antigua,  y  generalmente  extendida  en  las  misio- 
nes, de  que  las  lenguas  americanas  tienen  analo- 
gía con  el  hebreo  y  el  vascuense.  Tanto  en  el  con- 
vento de  Caripe  como  en  el  Orinoco,  en  el  Pe7'ú, 
como  en  México  he  oido  anunciar  esta  idea,  y  par- 
ticularmente á  religiosos  que  tenian  algunas  no- 
ciones del  hebreo  y  del  vascuense.»  (1)  En  segui- 
da dice:  «Yo  creo  que  el  sistema  gramatical  délos 
idiomas  americanos  ha  fortificado  á  los  misione- 
ros del  siglo  XVI,  en  sus  ideas  sobre  el  origen  asiá- 
tico de  los  pueblos  del  Nuevo  Mundo.»  (2) 

Más  adelante  se  verá  la  importancia  de  todos 
estos  datos,  que  aquí  se  reúnen  como  en  su  propio 
lugar,  y  que  servirán  después  para  resolver  la 
cuestión  de  origen. 


(1)  Viaje  á  las  regiones  equinocciales,  1"  2  1.  3,  cap. 
9,  pág.  142. 

(2)  ídem,  ídem,  pág.  143. 


CAPITULO  XXXIII. 


1.  GonlÍQuacion  del  mismo  asunto:  ulilidaJ  é  impor- 
tancia do  la  filología. — 2.  Ventajas  que  del  estudio  de 
las  lenguas  se  han  sacado  para  la  historia. — 3.  Juicio 
de  Brosses,  Saint-Palaye,  Suizer,  Bibliandro  y  otros 
autores. — 4.  Estudio  comparativo  de  los  idiomas. — 5. 
•  Causas  que  al  principio  impidieron  sus  progresos,  y 
lo  que  hoy  puede  lograrse  en  ese  punto. — ü.  Errores 
en  que  incurrieron  varios  autores:  cómo  fueron  evi- 
tándose después,  y  los  adelantos  que  se  han  obtenido. 
— 7.  Ventajas  que  de  todo  esto  pueden  sacarse  en  el 
estudio  de  las  lenguas  de  América:  datos  y  noticias 
que  se  han  reunido. — 8.  Lenguas  matrices  de  lo  que 
antes  se  conocía  con  el  nombre  de  Nueva  España. — 
9.  Lengua  mexicana.— 10.  Lengua  otomí. — 11.  Len- 
gua tarasca. — 12.  Lengua  pirinda. — 13.  Lengua  cora. 
— 14.  Lengua  maya. — 15.  Lengua  mixteca, — 16.  Len- 
gua totonaca. —17.  Lengua  hiaqui. — 18.  Lengua  pe- 
ricú. — 19.  Lengua  guaicura. — 2u.  Lengua  cochimi. — 
21.  Importancia  del  examen  comparativo  de  estas 
lenguas. — 22.  Sus  dialectos. — 23.  Lenguas  de  que  ha- 
ce mención  D.  Francisco  Pimentel. — 24.  Lenguas  y 
dialectos  de  la  América  Ceutra]:juicio  acerca  de  ellas 
de  Juarros,  Gabarrete  y  el  Abate  Brasseur. — 25.  Gra- 
mática y  vocabulario,  que  este  último  publicó,  de  la 
lengua  quiche:  lo  que  sobre  ella  expone  el  Sr.  Pimen- 
tel. Otras'lenguas  que  se  hablaban  en  Nicaragua. 


■434— 


«1. 


Al  trazar  las  primeras  líneas  del  capítulo  ante- 
rior, algo  se  insinuó  sobre  la  importancia  de  la  fi- 
lología y  la  lingüística,  para  descubrir  el  origen 
de  las  naciones,  y  lo  que  debía  tenerse  presente,  á 
fin  de  que  este  medio  indagatorio  pudiera  con  cer- 
teza conducirnos  al  conocimiento  de  la  verdad.  Su 
utilidad  é  importancia  no  se  limitan  á  esto  sola- 
mente, sino  que  contribuyen  también  mucbo  al 
esclarecimiento  de  la  bistoria  Ellas  dan  á  conocer 
las  empresas  ejecutadas  por  los  pueblos,  sus  des- 
cubrimientos sucesivos,  sus  usos  y  costumbres,  ^ 
el  progreso  gradual  de  la  inteligencia  humana  en 
los  diversos  grupos  que  fueron  formándose  después 
de  la  creación,  especialmente  con  posterioridad  al 
grande  acontecimiento  del  diluvio  universal^  y  á 
la  confusión  de  las  lenguas  en  los  campos  de  Se- 
naar. 


§2. 


Mucho  tiempo  bá  que  se  han  reconocido  las  ven- 
tajas que  pueden  sacarse  del  estudio  de  las  len- 
guas. Platón^  aunque  incidiendo  en  algunos  er- 


— 43S— 

rores,  las  dio  á  conocer  en  su  diálogo  titulado  Cra- 
tilo  y  en  Herodoto.  En  Diódoro  Sículo,  y  Julio  Cé- 
sar, se  encuentran  indicaciones  importantes.  Tito 
Limo  se  valió  de  observaciones  gramaticales  para 
inferir  la  extensión  de  las  conquistas  de  los  JStms- 
eos,  y  su  dominación  en  los  siglos  anteriores  á  la 
fundación  de  Roma,  f^ trabón  deduce  de  los  nom- 
bres griegos  de  algunos  puntos  de  España  el  esta- 
blecimiento en  ella  de  los  griegos.  En  tiempos  más 
recieates  vemos  escritores  notables,  que  se  han 
valido  de  este  medio  para  ilustrar  la  historia  de  di- 
ferentes pueblos,  entre  otros  el  Abate  Jlervás,  para 
fijar  la  situación  primitiva  de  varias  naciones  eu- 
ropeas, y  sus  más  antiguas  trasmigraciones^  con- 
cretándose particularmente  á  Fsimña,  estudiando 
y  cotejando  con  el  mejor  éxito  sus  lenguas,  y  sa- 
cando de  ellas  lo  que  no  se  encontraba  en  sus  an- 
tiguas historias,  ó  aparecía  oscuro,  incompleto,  ó 
desfigurado.  ¡De  cuanto  ha  servido  el  vascnense, 
que  era  el  idioma  de  los  iberos,  para  determinar  su 
establecimiento  en  Italia,  y  en  el  Occidente  de  la 
Europa!  Por  los  nombres  de  varias  ciudades  y  lu- 
gares ha  llegado  á  comprobarse,  que  ellos  fueron 
los  primeros  pobladores  de  las  costas  de  Francia, 
del  Genovesado  y  de  Toscana, 


§3. 


Si  este  punto  necesitara  de  ulterior  esclareci- 
miento, podrian  traerse  en  su  apoyo  el  juicio  y  au 

ESTUDIOS — TOMO  II — 57 


—436— 

ioriílad  de  escritores  ilustres  que  se  lian  ocupado  de 
la  materia.  Mr.  Brosses  (1)  reconoce  la  importan- 
cia y  utilidad  del  arte  etimológico,  que  forma  una 
parte  tan  esencial  en  el  conocimiento  de  los  idio- 
mas. Siendo  las  palabras  la  pintura  natural  ó  me- 
tafísica de  las  ideas,  por  los  nombres  impuestos  á 
las  cosas,  se  llega  por  medio  de  ellas  á  conocer 
cuáles  lian  sido  las  percepciones  primitivas  del 
hombre,  el  germen  que  estas  hayan  producido  en 
su  entendimiento,  y  el  desenvolvimiento  que  les  ha- 
ya dado  después. 

Mr.  jS^aint  Palay e,  (2)  encarece  el  estudio  délas 
lenguas:  «Seria,  dice,  quitar  uno  de  los  principales 
objetos  sobre  los  cuales  debe  ejercitarse  el  espíritu 
filosófico,  descuidar  el  estudio  de  las  lenguas,  y  des- 
preciar la  averiguación  de  las  eti^nologías,  que  han 
formado  una  de  sus  partes  más  esenciales.» 

«¿La  autoridad  de  Leihiitz  no  seria  capaz  de 
atraer  á  los  que  piensan  de  otra  manera?  Este  gran- 
de hombre  ha  sentido  toda  la  utilidad  de  este  estu- 
dio para  desenmarañar  los  orígenes  de  las  naciones^ 
pero  nosotros  nos  atrevemos  á  ir  más  lejos  y  no  te- 
memos adelantar,  que  esta  parte  de  la  literatura, 
considerada  filosóficamente,  puede  ser  üiucho  más 
importante.  ¿No  es  en  efecto  el  medio  más  seguro  de 
instruirse  sólidamente  de  los  progresos,  que  el  espí- 


(1)  Median,  des  lang.,  cliap.  11,  p.  38 — 100. 

(2)  Mem.  des  Inscr.,  t.  41,  p.  r>10. 


—437— 

ritu  humano  haya  hecho  eíi  una  nación,  y  el  acre- 
centamiento sucesivo  de  sus  conocimientos,  estu- 
diar el  origen  y  progresos  de  la  lengua  que  haha- 
hlado,  y  seguir,  por  decirlo  así,  el  cariicter  de  su 
espíritu  siguiendo  la  marcha  de  sus  ideas,  obser- 
vando de  qué  manera  se  ha  formado  esta  lengua, 
y  cómo  se  han  introducido  los  diferentes  cambios 
que  ha  experimentado,  sea  en  las  palabras  que  re- 
presentan las  ideas,  sea  en  la  construcción  gra- 
matical que  junta  y  reúne  las  mismas  palabras?» 

No  es  menos  expresivo  Suízer,  (1)  que  repútala 
Mstorki  etimológica  de  las  lenguas  como  la  mejor 
historia  de  los  progresos  del  espíritu  humano. 
«Nada,  dice,  más  precioso  para  el  íilósofo;  veriaen 
ella  cada  paso  que  el  hombre  ha  dado,  para  llegar 
poco  á  poco  á  la  razón,  y  á  los  conocimientos;  des- 
cubriría los  primeros  rayos  del  espíritu  y  del  genio 
los  gérmenes  del  juicio,  los  primeros  descubrimien- 
tos de  la  razón  naciente.  .  .  .  Seria  de  desear,  con- 
tinúa diciendo,  que  se  recogiera  todo  lo  más  cierto 
que  nos  queda  sobre  la  genealogía  de  las  pala- 
bras.» 

« 

Lo  mismo  opinan  Bibliandro  (2),  DeLye{2), 

(1)  Mem.  de  Berhu,  torn.  23.  Mera,  sur  riníluence  re- 
ciproque de  la  raison  sur  les  language,  etc. 

(2)  De  ratione  coinmuni  omuinm  Huguarum,  Ub.  3. 
Zurich.  1548.  4'^ 

(3)  Etimologeron  de  Jumas. 


—438— 


Bousquet  (1),  Lamber t  B os  (2)  y  otros  varios  de 
que  podia  hacerse  especial  mención. 


§  /i. 

Y  si  esto  se  dice  considerando  cada  idioma  en 
particular,  ¿cuáles  serán  los  resultados  tomándolos 
en  su  conjunto,  y  haciendo  un  estudio  comparati- 
vo de  ellos?  Entonces,  no  hay  duda,  que  se  llega- 
rla á  los  resultados  más  asombrosos;  porque  reco- 
nociendo todo  lo  que  una  lengua  debe  á  sí  misma, 
y  lo  que  ha  tomado  de  otras,  se  descubrirla  el  en- 
lace que  los  pueblos  tienen  entre  sí,  se  remontaría 
uno  al  origen  de  todos,  se  les  seguiría,  como  dice 
(Jourt  de  Gebelin  (3),  en  sus  diversas  emigracio- 
nes y  subdivisiones  en  muchos  cuerpos  de  nación, 
se  penetraría  en  sus  tradiciones,  en  sus  dogmas, 
en  sus  usos  y  costumbres;  se  descubriría  lo  que 
cada  uno  ha  cojido  de  los  demás,  y  se  verían  en 
fin,  en  toda  su  extensión,  los  conocimientos  que 
poseían,  y  en  qué  se  habían  aventajado  los  unos  á 
los  otros,  teniéndose  de  esta  manera  la  historia  de 
los  progresos  de  la  humanidad. 


(1)  Bibhoth.  Italique,  t.  17,  pág.  80. 

(2)  Etimología  Groeca,  1713. 

{"}>)  Monde  primitif.  Orig.  du  lang.  et  de  recrit.,  liv. 
1,  chap.  12,  pág.  31  y  32. 


—439— 


O. 


La  falta  de  reglas  conocidas,  y  de  un  método  fi- 
jo y  seguro,  que  dieran  á  conocer  la  ruta  que  de- 
bía seguirse  en  esta  clase  de  trabajos  é  invebtiga- 
ciones,  impidió  al  principio  llegar  por  medio  de 
ellas  á  grandes  resultados.  Vemos,  sin  embargo, 
que  aunque  en  esto  no  se  distinguieron  mucho  los 
griegos  y  romanos,  no  lo  descuidaron  del  lodo,  y 
los  destellos  de  luz  que  Platón  y  Varroa  lanzaron 
en  sus  escritos,  sirvieron  de  mucho  á  los  que  des- 
pués de  ellos  se  consagraron  á  estos  estudios. 

Los  modernos  han  tenido  un  material  mayor  y 
mejor  ordenado,  de  que  disponer  en  sus  investiga- 
ciones etimológicas,  y  en  el  estudio  comparativo  de 
las  lenguas;  pues  han  contado  con  gramáticas,  vo- 
cabularios, inscripciones,  medallas,  libros,  esta- 
tuas y  monumentos,  para  poder  juzgar  de  la  anti- 
güedad de  las  familias  exparcidas  por  todo  el  mun- 
do, de  las  generaciones  que  se  han  sucedido,  de 
los  cambios  que  se  han  operado,  de  los  descubri- 
mientos que  se  han  hecho,  y  conocimientos  suce- 
sivos que  han  ido  adquiriéndose,  y  de  la  historia, 
en  fin,  de  los  pueblos  que  han  existido. 

Por  poco  que  se  fije  la  atención  en  los  escritos  de 
Bochart,  de  Postel,  Scaligero,  Tomasino,  Huet, 
Hickes,  Eccard,  Watoher,  Leibnitz^  Beckman,  Bi- 


—440— 

Miander,  Ferrari,  Muratori,  Mazzochio,  Luis  Vi- 
ves, Morales  y  Burdbeck,  por  ellos  se  conocen  des- 
de luego  todas  las  ventajas,  que  pueden  sacarse  de 
esta  clase  de  investigaciones,  haciéndolas  extensi- 
vas á  las  lenguas  principales  que  se  hablaban  en 
América  al  veriíicarse  su  descubrimiento.  ¿Quién 
en  medio  de  los  distintos  rumbos  que  tomaron  esos 
autores,  y  evitando  las  sendas  tortuosas  en  que  al- 
gunos de  ellos  se  empeñaron,  y  los  errores  en  que 
incidieron,  no  sigue  mejor  ruta,  y  llega  á  resulta- 
dos más  positivos,  poniendo  en  práctica  mejores 
medios  que  los  que  ellos  usaron  respecto  de  los 
idiomas  á  que  consagraron  sus  estudios?  Con  paso 
más  ñrme  y  seguro,  con  procedimientos  menos 
aventurados,  podrá  ya  formarse  un  cuerpo  de  doc- 
trina más  uniforme,  sin  los  defectos  que  se  han 
descubierto,  y  los  estravíos  cometidos  en  lo  que  an- 
tes se  habia  practicado,  y  se  alcanzará  al  ñn  la 
verdad. 

La  observación  etimológica,  es,  no  tiene  duda, 
de  grande  utilidad  para  la  historia,  y  el  conoci- 
miento de  los  progresos  del  entendimiento  huma- 
no, pero  usada  con  recta  inteligencia  y  sano  juicio, 
y  con  mucho  criterio  y  circunspección,  sin  dejarse 
arrebatar  de  extravagantes,  forzadas,  pueriles  y  ri- 
diculas interpretaciones,  como  lo  han  hecho  varios 
autores;  y  se  vé  en  la  etimología  de  los  nombres 
kermes  y  Theos,  de  que  muchos  se  han  ocupado, 
y  de  que  hablan  Pompeyo  Festo  y  Vosío,  y  en 
otros  varios. 


—441— 


§   G. 


El  empeño  de  Thomasino  en  probrar  que  todas 
las  lenguas  eran  dialectos  hebreos,  Je  hizo  incurrir, 
por  la  exajeracion,  en  muchos  errores  y  equivoca- 
cienes,  apesar  de  la  grande  erudición  con  que  es- 
cribió su  glosario.  (1)  Oorojño  incurrió  también 
en  el  mismo  defecto  respecto  de  la  lengua  cim- 
brica.  (2) 

Muchos  de  estos  defectos,  y  el  esclusivismo  sobre 
todo,  conque  hablan  sido  considerados  ciertos  idio- 
mas, fué  desapareciendo  á  medida  que  el  análisis 
se  aplicaba  y  se  fijaba  mejor  lo  que  en  esta  línea  de- 
bía practicarse.  Por  eso  vemos  ya  en  el  siglo  XVII 
algunos  trabajos,  quo  aunque  muy  distantes  toda- 
vía de  poderse  llamar  completos,  son  menos  defec- 
tuosos y  censurables  que  muchos  de  los  que  habían 
precedido.  Funrjeri^  (3)  por  ejemplo,  en  su  voca- 
bulario busca  el  origen  de  las  palabras  latinas 


(1)  Glossariura  universalo  hcbraicum,  aulorc  Ludo- 
vico  Thomariuo.  París,  1697  fol. 

(2)  Ilermathine  Joaunis  Goropi  Becani.   Aniuerpioe, 

lüOO. 

(3)  Joanuis    Fungeri  origiualiouum  scu  climologici 
triglatai  florileginura.  Liigduiii,  1G28,  4° 


—442— 

en  las  griegas  y  hebreas.  Vosio,  aprovechándose 
de  lo  que  sobre  esto  habían  escrito  Terencio,  Var- 
ron,  Pompeyo,  Festo,  y  otros,  dio  un  paso  más.  Des- 
pués de  él  apareció  Erico^  cuyos  esfuerzos  no  sé 
limitaron  á  fdíabras  latinas  solamente;  sino  que 
sus  observaciones  se  extendieron  al  inglés,  alemán, 
francés,  italiano  y  español. 

Estos  trabajos  han  venido  renovándose  hasta 
producir  en  tiempos  más  recientes  los  de  los  orien- 
talistas, que  se  han  ocupado  del  estudio  de  las  len- 
guas semíticas.  Las  obras  de  J.  chr.  Adelung  y  J. 
P.  Vater  (1),  de  Lor  (2),  Faber  (3),  y  Klaproth  (4), 
que  contienen  apreciaciones,  reglas,  y  observacio- 
nes de  mucha  importancia,  revelan  el  profundo  co- 
nocimiento y  el  estudio  y  meditación  con  que  han 
considerado  esta  materia. 

Las  indicaciones  de  Scaligero  sobre  el  sajiscri- 
to  (5);  las  que  sobre  el  mismo  idioma  han  he- 


(1)  Mithridates  oder  algenueiue  spranchecuiide  voii 
3  chr.  Adedung  uud  J.  P.  Valer.— Beiiin,  1806.  1817. 

(2)  Seconde  leltre  adressée  a  la  asiatique  du  París 
par  L.  de  Lor. — París,  1823. 

(3)  Singlosse  oder  CruudscElze  dor  spracliforichung, 
Ton  J.  Faber  Karlsrulie,  1826. 

(4)  Asia  Polyjrlota  ven  J.  Klaproth. — París,  1823. 

— Memories  relalifs  k  l'Asia  par  J.  Klaproth.   París, 
1826.  1828. 

(5)  Les  laugues  d'Europe,  pág.  310. 


—443- 


cho  M.  Rapp  y  después  M.  Chavie  (1)  y  los  traba- 
jos de  comparación  de  M.  Oppert  entre  el  griego  y 
el  latin  y  las  lenguas  arianas,  pueden  ser  de  mu- 
cha utilidad. 


§7. 


De  todo  esto  puede  hacerse  uso  muy  ventajoso 
respecto  de  las  lenguas  que  se  han  hablado  en 
América,  comparándolas  con  las  más  antiguas  del 
otro  continente. 

Muy  imperfectos  é  incompletos  son  los  pocos  en- 
sayos y  tentativas  que  se  han  hecho,  debido  en  mu- 
cha parte  al  conocimiento  escaso  que  los  hombres 
competentes  han  tenido  de  esos  idiomas,  á  la  difi- 
cultad de  reunir  los  materiales  necesarios  para  una 
empresa  de  esta  clase,  a  la  suma  de  conocimientos 
que  es  preciso  poseer,  y  al  tiempo  y  dedicación 
que  demanda  su  realización. 

Los  trabajos  de  los  misioneros,  que  se  ocuparon 
en  estas  regiones  de  la  propagación  de  la  fé  católi- 
ca, formando  instrucciones  doctrinales,  gramáti- 
cas y  diccionarios  de  algunos  de  los  idiomas  que 


(1)  La  science  positive  des  langues  indo-europenes 
&c.  dans  la  Revue  de  linguistique,  tom.  1,  art.  d'intro- 
duction. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 58 


—444— 

en  ellas  se  hablaban,  son  el  tesoro  precioso  con 
que  para  esto  se  cuenta. 

El  Abate  D.  Lorenzo  Hervás,  en  su  «Catálogo 
de  las  lenguas  de  las  naciones  conocidas,»  ha  reu- 
nido sobre  las  lenguas  americanas  datos  y  noti- 
cias de  tal  importancia,  que  podrán  servir  mucho 
para  clasificarlas,  conocer  las  que  de  preferencia 
deben  estudiarse,  y  ordenar  el  plan  que  debe  se- 
guirse en  el  examen  comparativo  que  de  ellas  se 
haga,  pues  para  formarlo  se  valió  de  los  mejores 
informes  que  estaban  á  su  alcance,  indicando  los 
países  en  que  se  hablaban. 


§8. 


Según  esos  datos,  las  lenguas  matrices  de  Nue- 
va España  son:  (1) 

La  mexicana. 

Otomí. 

Tarasca. 

Pirinda. 

Cora. 

Maya. 

Misteca. 


(1)  Hervás.  Catálogo  de  las  lenguas  conocidas,  etc., 
lom.  1,  cap.  G,  §  2.  pág.  187. 


—445— 


Totonaca. 

Hiaqui. 

Pericú. 

Guaicura. 

Gochimí. 


§9. 


La  primera  se  hablaba  en  casi  todo  el  país.  Era 
conocida  aun  más  allá  de  los  confines  del  grande 
imperio  que  los  españoles  encontraron  establecido 
en  esta  parte  del  continente  americano. 

<í  Se  hablaba  y  habla,  dice  el  Abate  Hervás  (1), 
en  países  muy  distantes  de  México,  y  adonde  no 
llegó  nunca  el  dominio  de  los  mexicanos;  esto  es 
en  muchos  países  no  continuados  ó  unidos,  que  es- 
tán situados  desde  el  grado  11  hasta  el  26  de  lati- 
tud boreal,  y  se  conjetura  que  se  hable  también  á 
los  38  y  más  grados  de  la  misma  latitud;  pues  de 
países  de  tal  latitud  salieron  aquellas  gentes  que 
llevar 071  á  México  la  lengua  mexicana. » 

Gita  en  su  apoyo  á  Clavijero^  que  refiriéndose  á 
Torquemada  y  Betancoiirt,  dice  que  en  un  viaje 
que  hicieron  los  españoles  en  1606,  desde  Nuevo 


(1)  Catálogo  de  las  lenguas  conocidas,  etc.,  tom.  1» 
cap.  6^  n,  99,  pág.  291  y  sig. 


—446— 

México  hasta  el  rio  Tizón,  distante  seiscientas  mi- 
llas de  aquella  provincia  hacia  el  Noroeste,  vieron 
muchos  indios  que  hablaban  la  lengua  mexicana; 
y  en  efecto,  asi  lo  expresa  el  citado  autor.  (1) 

De  esto  infiere  también,  que  haya  sido  no  solo 
la  lengua  propia  de  los  aztecas,  sino  de  los  tolte- 
cas  y  chicMínecas  también,  y  quizá  de  otras  na- 
ciones que  hayan  ocupado  y  habitado  gran  parte 
de  la  América  septentrional  antes  de  la  formación 
del  imperio  mexicano.  (2)  Acosta  cree  que  se  es- 
tendió y  fué  introduciéndose  después  en  todos  los 
países  que  iban  conquistando  los  Señores  de  Mé- 
xico, aunque  le  dá  menos  extensión  que  á  la  de 
Cuzco  de  la  América  del  Sur,  que  corria  mil  leguas, 
y  ala  de  México  le  suponía  poco  menos.  (3)  Kla- 
proth,  que  sobre  los  idiomas  americanos  ha  hecho 
un  estudio  detenido  é  investigaciones  interesan- 
tes, dice  (4)  que  la  lengua  más  extendida  sobre  la 
mesa  de  México  es  la  mexicana  ó  azteca,  aunque 
interrumpidida  por  el  territorio  de  otras  lenguas, 
y  «  se  extiende  cerca  de  mil  millas,  desde  el  37*^ 
de  latitud  Norte  hasta  las  cercanías  del  lago  de  Ni- 
caragua.y) 

(1)  Clavijero.  Hist.  ant.  de  México,  iom.  2,  disert,  1, 
pág.  212.  Edic.  de  1826.  Londres. 

(2)  Hervás.  Catálogo  de  las  lenguas  conocidas,  etc., 
tom.  1,  trat.  1,  n.  3,  p.  121,  y  cap.  6,  n.  99,  p.  293. 

(3)  Acosta.  Hist.  nat.  y  mor.  de  losind.,  tom,  2,  cap. 
26,  p.  225. 

(4)  Enciclopedie  moderne,  t.  15,  art.  Langues. 


—447— 

D.  Francisco  Pimentel  no  cree,  que  los  chichi- 
mecas  hablasen  la  misma  lengua  que  los  antiguos 
toUecas  y  nahuatlacas.  Para  fundar  su  juicio  dá 
razones  de  mucho  peso  y  dice,  (1)  «  que  los  úni- 
cos pueblos  antiguos  de  Anáhuac  que  hablaron  el 
mexicano,  fueron  los  tol tecas  y  nahuatlacas;  los 
chichimecas  le  adoptaron;  pero  antes  tenian  un 
idioma  diferente,  hoy  desconocido,  que  acaso  no 
existe,  ó  se  conserva  entre  algunos  de  sus  compa- 
ñeros del  Norte,  que  no  salieron  de  sus  tierras,  ó 
se  quedaron  en  el  camino.)) 


§10. 


Reputa  el  Abate  Eervás  la  lengua  Oiomí,  como 
una  de  las  más  antiguas  que  se  hablaban  en  esta 
parte  del  continente  americano  (2).  Los  otomites 
según  Clavijero  (3)  se  conservaron  por  muchos  si- 
glos en  la  barbarie,  viviendo  en  las  cavernas  de 
los  montes  y  sustentándose  de  la  caza.  Eran  repu- 
tados por  la  nación  más  tosca  de  Anáhuac,  tanto 
por  la  dificultad  que  presentaba  su  idioma  para  en- 


())  Pimentel.  Cuadro  descriptivo  y  comparativo  de 
las  lenguas  indígenas  de  México,  tom.  2,  pág.  157  y  58. 

(2)  Catálogo  de  las  leng.,  trat.  1,  cap.  6,  n.  99,  pág. 
298. 

(3)  Hist.  ant.  de  México,  t.  1,  lib.  2,  pág.  96  y  97. 


—448— 

tenderlo,  como  por  su  vida  servil;  «pues  aun  en 
los  tiempos  de  los  reyes  mexicanos  eran  tratados 
como  esclavos.  Su  lenguaje  es  lleno  de  aspiracio- 
nes guturales  y  nasales,  pero  no  carece  de  abun- 
dancia y  de  expresión.))  Herrera  lo  califica  de 
muy  duro  y  corto  ^  una  misma  cosa  dicha  aprisa  ó 
despacio,  alto  ó  bajo,  hace  variar  la  significación 
de  las  palabras  (1).  Por  eso  cree  el  Abate  Hervás 
que  se  asemeja  mucho  á  la  china,  pues  cambia  la 
significación  de  las  palabras  con  el  acento  vario  de 
sus  sílabas;  por  lo  cual  dice  vc^ViQldi  gramática  oto- 
ynita  se  debe  escribir  como  se  escribe  la  cliina\  di- 
ferenciando en  la  escritura  con  el  acento  vario  de 
sus  letras.»  (2) 

Esta  semejanza  con  el  cMno  se  encuentra  con- 
firmada por  el  estudio  notable  del  P.  Nájera,  de 
que  se  hizo  mención  en  el  capítulo  anterior,  hasta 
creer  que  no  solo  hay  afinidad,  sino  un  verdadero 
parentesco  entre  uno  y  otro  idioma.  Una  de  las  di- 
ficultades que  presenta  es  la  de  la  pronunciación, 
pues,  como  dice,  «en  el  sistema  de  escritura  he- 
brea, griega,  y  la  actual  europea,  no  ¡mede  si7i 

gravísimas  dificultades  escribirse  el  othomi 

Por  lo  tanto  «necesita  de  un  género  de  escritura  en 
el  que  hubiere  signos  con  que  fijar  el  significado  de 


(1)  Herrera.  Hist.  gen.  de  los  hechos  de  los  castella- 
nos, etc.,  déc.  3,  lib.  5,  cap.  19,  p.  180. 

(2)  Hervás.  Gatál.  de  las  leng.,  etc.,  tom.  1,  trat,  1, 
cap.  6,  n.  102,  p.  309. 


—449— 

las  palabras,  que  con  las  mismas  letras  y  todo  pue- 
den tenerlo  diverso.  Esto  se  podría  conseguir  aca- 
so con  la  escritura  china. -i)  (1) 

Mr.  Klaproth reputa  el  othomi,  después  del  mexi- 
cano, como  el  más  estendido  en  Nueva  España, 
notable  por  el  gran  número  de  monosílabos,  y  por 
la  frecuencia  de  sus  aspiraciones  nasales  y  gutura- 
les. (2) 


§  11 


La  lengua  tarasca  la  caliíica  Hervás  de  muy  pu- 
lida y  cortada  (3);  D.  Francisco  Pimentel  la  des- 
cribe en  su  obra  varias  veces  citada.  (4)  Además 
de  lo  que  al  hablar  de  ella  se  expresa  en  el  capítu- 
lo anterior,  hay  según  él  que  notar,  que  en  punto 
á  combinación  de  letras,  la  aspiración  es  de  mucho 
uso,  y  puede  decirse  que  domina;»  que  es  polisilá- 
bica; que  tiene  muchas  partículas  componentes; 
que  abundan  las  onomatopeyas;  que  no  hay  sig- 
nos para  expresar  el  género;  ni  comparativos,  que 


(1)  Disertación  sobre  la  lengua  othomí. 

(2)  Enciclopedio  moderne,  ait.  Langues,  toni.  15. 

(3)  Catálogo  de  las  lenguas,  etc.,  tom.  1,  trat.  1,cap. 
6,  n.  102,  p.  308. 

(4)  Cuadro  descriptivo  3' comparativo  de  las  lenguas 
indígenas  de  México,  tom.  1,  pág.  273  y  sig. 


—450- 


es  preciso  suplir  con  verbos  ó  adverbios  que  indi- 
quen comparación  ó  exceso;  ni  preposiciones  pro- 
piamente dichas j  sino  una  solamente. 


§12. 


De  la  lengua  'pirinda  hace  también  una  descrip- 
ción, dándola  á  conocer  en  sus  partes  esenciales. 
«Casi  todas  las  palabras  acaban  en  vocal. »  Su  com- 
posición es  elegante;  es  rica  en  número  de  voces; 
carece  de  signos  para  marcar  el  género,  y  de  de- 
clinación para  el  caso;  los  nombres  diminutivos  se 
expresan  por  medio  de  partículas  intercalares,  lo 
mismo  que  el  comparativo  y  superlativo;  y  abun- 
dan en  ella  los  verbos  defectivos  é  irregulares.  (1) 


§13. 


El  alfabeto  de  la  lengua  cora  es  como  sigue:  a, 
b,  ch,  e,  h,  i,  k,  m,  n,  o,  p,  r,  t,  u,  v,  x,  y,  z;  tz. 
Abundan  en  ella  los  diptongos  y  triptongos,  es  po- 
silábica;  el  cambio  del  acento  basta  para  diferen- 
ciar el  sentido  de  muchas  palabras;  posee  muchos 
sinóminos  y  palabras  holafrásticas;  el  nombre  ca- 


(1)  Pimentel.    Cuadro  desc.  y  cora,  de  las  leng.   iad. 
de  México,  tom.  1,  pág.  497  y  sig. 


—451  — 


rece  de  declinación  para  expresar  el  caso;  y  tiene 
signos  para  marcar  el  género;  pero  carece  de  ellos 
para  designar  las  personas  en  los  verbos,  los  cua- 
les no  tienen  infinitivo.  (1) 


$i4. 

Sobre  la  lengua  utaya  se  ban  beclio  ya  algunas 
indicaciones.  Solo  añadiré  que,  según  Landa,  (2) 
era  muy  dificuKosa,  y  costó  gran  trabajo  á  los  re- 
ligiosos franciscanos  aprenderla,  valiéndose  Fray 
Luis  Villalpando,  para  lograrlo,  de  señas  y  piedre- 
zuelas.  Escribió  doctrina  cristiana  en  dicba  lengua, 
y  bay  una  gramática  y  diccionario  formado  por  él, 
de  que  habla  Clavigero  (3.)  y  también  Pimen- 
tcl.  (/i) 

Kl  P.  Beltrandá  en  su  gramática  algunas  reglas 
sobre  la  pronunciación,  (b)  El  mecanismo  de  los 
verbos  es  de  tal  naturaleza  que  «las  personas  se 
marcan  por  medio  de  los  pronombres  personales  ó 


(1)  Pimentel.  Obra  citada,  t.  'i,  p.  69  y  sig. 

('2)  Relación  do  las  cosas  do  Yucatán,  §  17,  p.  94. 

(3)  Hisl.  ant.  de  México,  lomn  ^   íli^frl.  «.  p.  398. 

(4)  Obra  antes  citada,  p.  5. 

(b)  «Arte  del  idioma  maya,»  r<:duculo  á  susciutas  re- 
glas y  semi-lexicou  yucateco  por  Bernardo  de  Ilegal. 
1746.    4'» 

ESTUDIOS — TOMO  II — 59 


—452— 

posesivos,  y  los  tiempos  y  modos  con  partículas  y 
terminaciones.» 

El  Abate  Brasseur  descubrió  en  este  idioma  la 
riqueza  y  elegancia  de  formas  que  habia  encontra- 
do en  la  lengua  quiche ,  con  la  cual  tenia  analogías 
muy  sorprendentes  y  numerosas  y  variadas  sínco- 
pas (1),  y  creia  que  en  tiempos  anteriores  babia  si- 
do la  lengua  universal  de  Cbiapas  y  la  América 
central.  (2) 

Gallatin  bace  también  sobre  ella  algunas  obser- 
vaciones, valiéndose  al  efecto  de  la  gramática  de 
Pedro  Beltran.   (3) 


§  it;. 


De  la  lengua  mixteca  se  ba  bablado  también  ya, 
dando  á  conocer  los  rasgos  principales  que  la  dis- 
tinguen de  las  demás.  La  acentuación  en  ella  es 
tan  importante,  según  el  P.   Alvarado  (4),   que 


(1)  Esquisse  d'ime  grammaire  de  lalaogueMaya  d'a- 
pres  celles  de  Beltrau  et  de  Rus. 

(")  llistoire  des  nalions  civilisées  du  Mexique  et  de 
rAmerique  Céntrale,  tom.  3,  liv.  9,  chap.  2,  pág.  3ií. 

(3)  Transactios  of  the  American  ethnological  Society, 
vol.  1.  New  York.  1845. 

(4)  Vocabulario  de  la  lengua  mixteca  por  los  PP.  de 
la  orden  de  Predicadores,  por  Fr.  Francisco  de  Alvara- 
do. México,  lo9.>. 


—453— 

muchas  palabras  varían  de  significación  con  solo 
el  acento^  y  modo  blando  ó  lleno  de  pronunciarlas. 
Su  composición  ofrece  algunas  cosas  notables  por 
la  justa  posición  é  intercalación  de  palabras  y  partí- 
culas que  se  juntan,  el  mecanismo  de  la  conjuga- 
ción es  sencillo. 


§  16. 


Respecto  de  la  lengua  tokmaca,  hay  que  obser- 
var que  ninguna  de  sus  dicciones  acaban  en  1,  y, 
q.  ZciDibrano  Bonilla^  que  escribió  el  arte  de  esta 
lengua  (i),  esplica  el  modo  de  pronunciar  algunas 
de  las  letras  de  su  aliabelo.  Para  la  composición 
de  palabras  usaban  la  agregación  de  algunas  le- 
tras, y  tiene  además  muchas  partículas  componen- 
tes. Carece  de  signos  para  expresar  el  comparati- 
vo y  superlativo,  los  cuales  tienen  que  suplirse 
con  adverbios  que  signiñcan  más  ó  muy.  En  cam- 
bio, el  verbo  es  susceptible  de  muchas  modifica- 
ciones, que  lo  hacen  ser  muy  expresivo;  y  tiene 
muchos  adverbios. 


(1)  «Arte  de  lengua  lotonaoa  conforme  al  de  Antonio 
de  Nebrija»  por  D.  José  Zambrano  Bonilla,  con  una 
doctrina  en  la  lengua  de  Naolingo  por  D.  Francisco  Do- 
mínguez. México,  1752. 


í  54- 


§   17. 


La  lengua  híaqui  em  la  dominante  en  las  misio- 
nes de  Sinaloa^  en  donde  se  hablaba  también  la 
luhar  y  la  zoe^  que  Hervás  reputa  por  matrices  (1). 
Cuenta  con  muchos  dialectos,  hasta  asegurar  elP. 
Rivas  (2)^  que  el  número  de  las  leugua.s  que  allí  se 
hablaba  era  casi  infinito;  pues  sucedía  que  en  un 
mismo  pueblo  eran  diferentes  las  de  sus  barrios; 
y  aunque  bárbaros,  dice  que  admira  ver  cómo  sién- 
dolo, «observan  sus  reglas,  su  formación  de  tiem- 
pos y  casos,  derivaciones  de  nombres 

y  hay  muchas  que  ni  en  vocablo  ni  en  ar- 
te tienen  conveniencia  las  unas  con  las  otras.»  (3) 


18. 


La  lengua  Pericú  se  hablaba  en  California  des- 
de*el  cabo  de  S.  Lúeas,  que  forma  la  extremidad 


(1)  Catálogo  de  las  lenguas  conocidas,  tom.  1,  trat. 
1,  cap.  6,  n.  105,  p.  317—19. 

(2)  Hist.  de  los  triunfos  de  nuestra  santa  fé  eu  las 
misiones  de  la  provincia  de  los  jesuítas  en  Nueva  Es- 
paña, por  Andrés  Pérez  de  Rivas  de  la  Compañía  de 
Jesús,  lib.  6,  cap.  11.  Madrid,  IGío.  Fol. 

(3)  Obra  y  lugar  citado. 


boreal,  y  so  exlendia  su  uso  en  un.  espacio  demás 
de  cincuenta  leguas.  Esta  lengua  desapareció  con 
la  nación  que  la  hablaba.  (1) 


§  10. 


La  lengua  gimcura  se  hablaba  también  en  Cali- 
fornia hacia  el  Norte  en  un  espacio  de  sesenta  le- 
guas hasta  Loreto.  (2)  No  se  encuentran  en  ella 
las  letras  f,  g,  1,  o,  x,  z,  y  s,  excepto  qüIscTi.  Los 
sustantivos  no  tienen  variación  de  casos:  faltan  to- 
dos los  que  no  representan  cosas  materiales,  y  no 
hay  pronombre  relativo;  «  casi  ningún  sustantivo 
puede  ponerse  solo  sin  agregar  el  posesivo,  ó  pro- 
nominal adjetivo.»  Existen  pocas  preposiciones  y 
conjunciones.  (3) 


§  20. 


La  lengua  cochimi  abrazaba  una  extensión  con- 
siderable, y  de  ella  existían  varios  dialectos  en  las 


(1)  Ilervás.  Gatál.  de  las  lenjj.,  etc.,  tom.  1,  tral.  1 . 
cap.  7,  n.  112,  p.  347—48. 

(2)  Ilervás.  Obra  y  lugar  citado. 

(3)  Pimentel.  Guad.  desc.  y  comp.  de  las  leng.,  etc., 
Vom.  2,  p.  209  y  sig. 


— 4b6— 

misiones  que  se  habian  formado  en  los  países  me- 
diterráneos de  la  expresada  península  de  Califor- 
nia. (1)  Glavigero,  citado  por  Pimentel  (2),  dá  al- 
guna idea  de  esta  lengua.  Dice  que  en  California 
es  la  más  extendida,  y  muy  difícil;  que  está  llena 
de  aspiraciones,  y  tiene  algunos  modos  de  pronun- 
ciar que  no  pueden  explicarse.  Los  nombres  nume- 
rales no  pasan  de  cinco,  y  el  año  no  lo  dividen  en 
meses,  sino  en  seis  estaciones. 


§21. 


El  conocimiento  y  examen  comparativo  de  estas 
lenguas  es  de  suma  importancia  para  la  cuestión 
de  origen;  porque  según  la  opinión  unánime  de  los 
historiadores  de  México,  del  Norte  vinieron  mu- 
chas naciones  ó  tribus  que  fueron  derramándose 
y  poblando  esta  parte  del  continente  americano. 


§22. 


Muchos  y  muy  variados  eran  los  dialectos  de  to- 
das estas  lenguas.     El  mazaiñli,  el  concha  y  el 


(1)  Ilervás.  Ubra  citada,  pág.  349. 

'1)  Pimentel.  Ciiad.  desc,  &c.,  p.  219  y  sig. 


—457— 

chiiiarra  reputados  por  dialectos  mexicanos.  El 
mazaliui  lo  es  de  la  otomi,  que  tiene  tantos,  según 
D.  Francisco  Pimentel  (1),  cuantos  son  los  pueblos 
donde  se  habla. 

Poco  conocidos  son  los  de  las  lenguas  tarasca  y 
pirinda;  la  cora  tiene  tres,  el  muutziztt,  el  teakua- 
citzizti  y  el  Atcaliari. 

Se  tienen  como  dialectos  de  la  lengua  maya  el 
cakcM^  el  poconcM,  el  cakchiquel  y  el  j^ocoman 
(2).  El  Abate  Brasseur  cuenta  además  como  tales, 
el  mopan,  el  peten,  el  chol,  el  tzendal  (3),  el  zotziL 
Y  el  ma7i  (4). 

Trece  eran  los  conocidos  de  la  lengua  Míxteca, 
aunque  Herrera  (o)  los  reputaba  lenguas  diferen- 
tes, bien  examinadas  se  ha  visto  que  todas  prove- 
niande  una  lengua  matriz,  por  las  analogías  descu- 
biertas en  ellas.  Los  principales  son  el  tepuzculu- 
la  y  el  yanhuitlan  (G).  Los  demás  son  tantos,  es- 
pecialmente por  las  diferencias  en  la  pronuncia- 
ción, que  en  un  mismo  pueblo,  dice  el  autor  cita- 


(1)  ídem,  Ídem,  t.  1,  pág.  140. 

(2)  Hervás.  Cat.  de  las  leng.,  tom.  1,  cap.  6,  n.  100, 
p.  304. 

j3j  De  éste  se  ha  hablado  en  el  cap.  auterior. 
(4)  Esquisse  d'une  graramaire  de  la  lengue  Maya. 
(o)  Ilisl.  gen.  de  los  hechos  de  los  castellanos,  etc. 
Dic.  3,  lib.  3,  cap.  12,  p.  123. 

(6)  Arte  de  Fr.  Antonio  de  los  Reyes.  México,  1593. 


do,  «se  habla  en  un  barrio  de  una  manera  y  en  otro 
«de  otra  (I).» 

Los  de  la  lengua  totonaca  son  cuatro:  el  titihel- 
hati,  el  chahalmasti,  el  ípapano  y  el  ultimólo. 

Varios  son  los  de  la  lengua  Maqui,  bajo  cuya 
denominación  designaban  los  PP.  Misioneros  la 
lengua  principal  de  Sinaloa^  donde  se  hablaba 
también  la  serl  y  la  tepegnano;  la  guaimo^  la  tu~ 
bar  y  la  zoe,  eran  consideradas  como  matrices  (2). 
El  P.  Rivas  juzgaba  casi  infinito  el  número  de  dia- 
lectos. Aunque  «á  veces,  dice,  se  hallan  muchos 
«  pueblos  de  una  misma  lengua,  también  sucede 
«  que  en  un  mismo  pueblo  sean  diferentes  las  de 
«  los  barrios  (3) .  >->  Menciónanse  como  tales  el  ztia- 
qice,  el  ocoroni,  el  mayo,  el  telmaca^  el  conico/dy 
el  cMcorata,  el  gavimeta,  el  ahame  y  el  giiazave 
(ó  guayave)  (¿i),  lo  cual  so  encuentra  conñrmado 
con  lo  expuesto  por  otros  misioneros. 

Más  adelante  (5)  habla,  aunque  sin  entrar  en  de- 
talles y  explicaciones,  de  otras  varias  lenguas  y 
dialectos  como  la  topia,  acqjce,  tepehuano.  Parras 


(1)  ídem. 

(2)  Hervás.  Gatal.  de  his  leng.,  loiu.  1,  Irat.  1,  cap. 
G,  n.  105,  p.  317,  319  y  sig. 

(3)  Hist.  de  los  triunfos  de  nuestra  S.  fé,  ele  lib.  1, 
cap.  6. 

(4)  Hervás,  obra  y  lugar  citados,  p.  322. 
(o)  ídem,  n.  106,  p.  327  y  sig. 


—459— 

y  Zacateca,  guiándose  por  lo  que  expone  el  P.  Ri- 
vas  en  el  lib.  11,  cap.  I ,  de  su  obra  antes  citada. 
Al  03uparse  de  la  7'araJmmara  alfa  j  baja,  de 
Sonora,  y  demás  naciones  que  se  hallaban  dise- 
minadas al  Norte  de  Sinaloa,  donde  penetraban  los 
zelosos  propagadores  del  Evangelio,  hace  mención 
de  la  lengua  tarahumara;  y  de  la  chinijm,  guaza- 
par  i,  ternorí,  ¡Mo  y  tw/'oAí'o  como  dialectos  suyos; 
del  eiideve,  opata  y  piona  j  de  otras  cuatro  lenguas 
principales,  á  saber  la  Eure,  la  nacamari,  la  na- 
cosura;  y  las  que  hablaban  las  naciones  confinan- 
tes conocidas  con  los  nombres  de  baticco,  cnmupa, 
huasdaha  y  bahispe,  que  se  congetura  tendrían  en- 
tre sí  alguna  afinidad.   (1) 

Las  demás  tribus  ó  naciones,  que  se  encontrabau 
diseminadas  desde  la  embocadura  del  rio  Colorado 
hasta  más  allá  del  rio  Suanco,  hablaban  varias 
lenguas,  entre  las  cuales  había  afinidad.  Las  len- 
guas eran  la  y  a  ¡na,  la  qiiiquimay  la  cacarnarica , 
la  pima^  y  la  sabaipure  (2)  á  las  cuales  es  preciso 
agregar  la  coanapa,  la  bajiopa^  y  la  cutguane  rela- 
cionadas con  la  ^r//«a  según  aparece  de  los  escri- 
tos de  Clavijero  (3)  y  el  P   Burriel.  (4) 


(1]  HervrtS.  obra  y  luu;ar  autos  citado.>,  n.  109,  p.  332 
hasta  la  337. 

(2)  Idein,  idem,  pá^.  '6\\. 

(3)  Storia  dolía  California.  Venecia,  1789,  8'*,  2    vol. 

(4)  Noticia  de  la  California,  etc.,  por  Andrés  Burriel. 
Madrid.  l7o7.  4".  vol.  3. 

ESTUDIOS — TOMO  H — 60 


—460— 

Se  tenían  como  dialectos  de  la  kngiia  guaicura 
el  loretano,  el  cora,  el  iichitié,  y  el  aripe,  que  han 
desaparecido  con  las  tribus  ó  naciones  que  las  ha- 
blaban.  (1) 

La  ¡etigua  cochÍ7ni  tenia  cuatro  dialectos.   {'!) 


§23. 


Además  de  estas  lenguas  y  dialectos,  en  la  obra 
tantas  veces  citada  del  Sr.  Pimentel  aparece  la 
descripción  del  opata  ó  teguina,  del  taraJmmar, 
del  caldia,  el  tepelman,  el  'pima,  el  quiche,  el  eu- 
deve^  el  mixe,  el  mazaliua^  el  comnnche,  el  mii- 
izun,  el  iaiclip^  el  tejano,  asi  como  algunas  muy 
tijeras  indicaciones  sobre  la  existencia  del  cacJii- 
qiiel,  el  zuhihil,  el  chañaba!,  el  chiapaneco,  el 
chol,  el  fzendaJ,  el  zoqiie,  el  fzotzil,  el  j'o/yí?,  el  //- 
pan,  e\  papayo,  oí  piro,  el  tuhar,  el  cuica  teco,  el 
mazateco,  el  cltuclion,  el  pame,  el  serrano,  el  í"(^- 
mancJie,  y  varios  idiomas  de  la  Alta  California 

Respecto  de  la  lengua  ^^^v^V,  aunque  solo  pudo  te- 
ner á  la  vista  para  dar  una  idea  de  ella  el  confe- 
sionario, la  construcción  de  las  oraciones  de  la 


[i]  Hervás.  Catálogo  de  las  lenguas  conocidas,  etc., 
tom.  1,  trat.  l,cap.  7,  pág.  34S. 
(2)  ídem,  p.  349. 


—461— 

doctrina  cristiana,  y  un  compendio  de  voces  mixes 
para  enseñar  á  pronunciar  dicha  lengua,  la  des- 
cribe diciendo  que  su  alfabeto  se  compono  de  las 
letras  a,  b,  ch,  e,  h,  i,  k,  m,  n,  ñ,  o,  p,  t,  u,  v, 
X,  y  tz;  que  su  pronunciación  es  muy  dura  y  di- 
fícil; que  es  muy  frecuente  la  reunión  de  dos  con- 
sonantes en  una  sílaba;  el  encontrar  duplicadas 
algunas  vocales,  y  palabras  en  que  concurren  jun- 
tas tres  y  hasta  cuatro  de  ellas;  es  de  bastante  uso 
en  ella  la  composición  do  palabras;  no  encontró 
signos  especiales  para  marcar  el  género,  el  nombre 
carece  de  declinación  para  designar  el  caso,  abun- 
dan los  nombres  verbales,  el  pronombre  como  pre- 
fijo ó  afijo  dá  á  conocer  las  personas  del  verbo,  es  • 
te  carece  de  subjuntivo  y  de  infinitivo,  que  se  su- 
plen con  el  futuro;  hay  varias  clases  de  verbos, 
entre  los  cuales  se  enumeran  los  pasivos,  recípro- 
cos y  compulsivos;  y  la  preposición  se  pospone  á 
su  régimen.  (1) 

El  Abate  Brasseur  encuentra  semejanza  entre 
las  lenguas  Diije,  la  choche,  la  zotzil  y  la  tzendal, 
lo  cual  en  su  concepto  señala  su  próximo  paren- 
tesco con  la  maya:  « los  sonidos  guturales  y  bre- 
ves de  que  abunda,  son,  dice,  una  prueba  casi  po- 
sitiva, de  que  más  que  ser  derivado  del  idioma  de 
Yucatán,  es,  según  toda  probabilidad,  un  dialecto 


i 

(1)  Cuadro  descriptivo  y  comparativo  de  las  lenguas 
indígenas  de  México,  tom.  2,  pág.  173  y  sig. 


—462— 


más  ó  menos  corrompido  por  el  tiempo  y  la  dife- 
rencia de  las  circunstancias.»  (1) 


§24. 


En  la  América  Central  era  también  grande  el 
número  de  lenguas  y  dialectos,  que  se  hablaban 
en  los  señorios  y  provincias  que  componian  lo  que 
después  de  la  conquista  se  llamó  Reino  de  Guate- 
jnala.  El  Presbítero  D.  Domingo  Juarros  dice  que 
tenia  por  cierto,  (^  que  ninguno  de  los  reinos  del 
Nuevo  Mundo  tenia  tantos  y  tan  diversos  idiomas 
como  el  de  Guatemala,»  (2)  Solo  veintiséis  desig- 
na con  sus  nombres,  y  son  los  siguientes: 


Quiche. 

Kachiquel. 

Zubtujil. 

Mam. 

Pocomam. 

Pipil  ó  Nahuate. 

Pupuluca. 


(i)  Hist.  des  Dat,  civil,  du  Mexique  et  de  rAmerique 
Céntrale,  tom.  3,  liv.  9,  chap.  2,  pág.  35. 

(2)  Compendio  de  la  Historia  de  le  ciudad  de  Guate- 
mala, t.  2,  trat.  4,  parle  \\  cap.  6,  p.  32. 


^463— 

Sinca. 

Mexicana. 

Chorti . 

Alaguilac. 

Caichi. 

Poconcbi. 

Ixil. 

Zotzil. 

Tzendal. 

Chapaneca. 

Zoque. 

Coxoh. 

Chañabal. 

Chol. 

üzpanteca. 

Lenca. 

Aguacateea. 

Maya. 

Quecchi. 

D.  Francisco  Gavarrete  dice  que  casi  lodos  estos 
idiomas  se  conservan  vivos  actuahnente.  Mencio- 
na diez  Y  siete,  reputando  el  cachiquel  y  zutuhii, 
como  dialectos  del  Quiche.  Cree  que  el  Maya  «  es 
el  más  antiguo,  y  la  lengua  madre  de  la  mayor 
parte  de  las  que  se  han  mencionado. »  ( I ) 

El  Abate  Brasseur,  aprovechándose  de  diferen- 


(l)  (jcoj^'iaña  de  la  República  de  Gualemala  por  F. 
G.,  2*  edic.,  Guatemala,  1868.  Parte  í»,  pág.  81. 


—464— 

tes  obras  y  varios  manuscritos,  que  logró  tener  á 
la  vista,  especialmente  el  ((Tesoro  de  las  lenguas 
Quiche,  Cahcliiquel,  y  TzutuMh  del  P.  Francisco 
Jiménez,  compuso  una  Gramática  de  la  lengua 
qvAclió  y  un  vocabulario.  (1)  Tanto  esta  lengua 
como  la  Cakchiquel  y  la  Tzutubil  las  considera  co- 
mo diaJectos  (2)  y  también  la  mame  y  la  jioko- 
m(f''nie.  En  todas  ellas,  junto  con  la  maya  y  la  tze7i' 
daly  encuentramuchos  vínculos  de  parentesco.  (3) 


§  2b. 

La  gramática  de  ese  autor  dá  á  conocer  comple- 
tamente el  idioma  en  todos  sus  detalles;  la  diferen- 
cia que  existe  en  la  pronunciación  de  varias  letras 
de  nuestro  abecedario,  y  las  que  en  él  faltan  ente- 
ramente, por  no  tener  sonido  correspondiente.  Ha- 
ce nolar  que  no  ba}'  en  este  idioma  variación  de 
géneros,  ni  de  casos  por  distintas  terminaciones, 
(4)  cómo  se  forman  los  nombres  compuestos  (b),  la 


(1)  Grammaire  de  la  languc  Quichée,  espagnol  frau- 
gaisc  mise  en  parallele  avec  ses  deux  dialectes  cakechi- 
quel  et  Tzutuhil  etc.,  parí'  Abbé  Brasseur  de  Bour- 
bongli,  etc.  París,  1862. 

(2)  Avant  propos,  p.  9, 

(3)  ídem,  Ídem,  p.  16  y  17. 

(4)  Gramática  de  la  lengua  Quichée,  cap.  2,  §  1,  p.  4 

y  5. 

(Í5)_ldera,  ídem,  §  2. 


— 4G5  — 

falta  de  terminación  propia  para  el  comparativo  y 
superlativo  (i),  lo  difícil  que  es  en  los  verbos,  por 
la  confusión  v  diversidad  de  sus  formaciones,  v 
calidad  extraordinaria  que  tienen  parala  composi- 
ción (2),  sus  varias  clases  {^);  la  multitud  que  hay 
de  adverbios  y  sus  diferentes  especies  {'t):  los^adje- 
tivos  numerales,  y  orden  que  siguen  en  sus  cuen- 
tas. (5)  Concluye  comparándola  con  sus  dialectos 
cakchiquel  y  tzutubil  mostrando  las  diferencias 
que  entre  ellos  se  notan.   (C) 

D.  Francisco  Pimentel  es  el  último  que  ha  es- 
crito sobre  estas  lenguas,  teniendo  á  la  vista  va- 
rias obras,  muy  particularmente  la  gramática  del 
Abate  Brasseur,  de  qne  acaba  de  hablarse,  la  cual 
le  sirvió  principalmente  para  hacer  la  descripción 
de  la  expresada  lengua.  (7)  Pone  el  alfabeto  de 
que  se  compone,  que  es  la  común,  menos  la  d,  f, 
j,  11,  ñ,  s,  que  en  él  faltan,  y  agrega  tz  y  la  tch. 
y  según  lo  que  indica  no  hay  en  esa  lengua  car- 
sazon  de  consonantes,  y  más  bien  dominan  las  vo- 
cales,  encontrándose  á  veces  repelidas  algunas  de 


(1)  Gramática  de  la  lengua  Oniohée.  cap.  :.. 

(2)  Ibid.,  cap.  7  y  48. 

(3;  Ibid.  cap.  8,  9,  12,  13  y  14. 
(4)  Ibid.  cap.  10,  p.  134  y'sig. 
fS)  Ibid.  cap.  19,  pAg.  142  y  sig. 

(6)  Gramática  de  la  lenorua  Quiche,  cap.  il,  p.    15G 

y  sig. 

(7)  Cuadro  descrip.  y  comp.  de  las  leng.,  etc..  tom. 
2,  p.  121  y  sigr. 


— 4Gtj — 

éstas.  El  idioma  es  polisilábico:  las  figuras  de  dic- 
ción se  cometen  en  varios  casos;  parece  abundar 
enonomatopeyas;  no  hay  declinación  para  expre- 
sar el  caso;  de  los  verbos  se  derivan  nombres  ver- 
bales; hay  cuatro  clases  de  verbos,  falta  el  sustan- 
tivo, que  se  suple  con  otros;  es  rica  y  regular  en 
su  sistema  de  derivación;  y  tiene  muchísimos  ad- 
verbios, (i)  Difiere  en  muchos  puntos  del  Abate 
Brasseur,  y  su  opinión  la  dá  á  conocer  en  las  no- 
tab  que  acompañan  á  la  descripción. 

Es  de  observarse,  que  además  de  las  lenguas  re- 
feridas por  Juarros  habia  otras^  como  se  hadichO; 
encontrándose  entre  ellas  la  choloteca,  coribici, 
chontal  y  oratina.  que  según  Herrera  se  hablaban 
en  Nicaras'ua.   rl) 


(1)  Cuadro  Jescrip.,  ot.v,  torn.  '2.  pág.  119  hasta  la 
loO  inclvisive. 

('2)  Hist  gen.  de  lus  hechuí  áe  lo-  castellanos.  Dec. 
3,  lib,  4,  cap.  7.  p.  l'^i. 


CAPITULO  XXXIV. 


1.  Continuación  de  la  misma  materia.  Lenguas  de  la 
América  del  Sur;  su  gran  número  y  diversidad. — 2. 
Lengua  Quichua  ó  del  Gozco:  sus  dialectos. — 3.  La 
Araucana  de  Chile,  y  sus  dialectos. — 4.  La  Guariní 
en  el  Paraguay,  y  sus  dialectos:  otras  muchas  len- 
guas y  dialectos  que  allí  se  hablaban. — 5.  La  Abipo- 
na  del  Chaco  en  Buenos  Aires. — 6.  Las  que  se  habla- 
ban en  el  Tucuman  y  el  Paraguay. — 7.  Las  del  Uru- 
guay.— 8.  Las  que  entre  todas  estas  lenguas  se  tenian 
por  matrices. — 9.  La  lengua  Tupi  del  Brasil:  idiomas 
de  origen  desconocido. — 10.  Observaciones  sobre  el 
idioma  caribe. — 11.  Otras  muchas  lenguas  y  dialec- 
tos, además  de  los  mencionados. — 12.  Lenguas  y  dia- 
lectos de  la  Nueva  Granada. — 13.  Del  Perú.— 14.  Del 
reino  de  Quito;  número  de  dialectos  que  cada  una 
tenia. — 15,  Las  de  las  Provincias  de  Popayan  y  de 
Veraguas. — 16.  Lenguas  de  los  que  antes  habitaban 
en  los  Estados  Unidos  de  la  América  del  Norte  y  sus 
dialectos. — 17.  Conclusión  que  saca  el  Abate  Hervás 
del  estudio  prolijo  que  habia  hecho  de  las  lenguas 
americanas. — 18.  Lenguas  sobre  que  debe  fijarse 
principalmente  el  estudio  comparativo  de  ellas. — 19. 
Juicio  de  Herrera,  Torquemada,  y  el  Abate  Ilervás 
sobre  la  generalidad  de  la  lengua  mexicana:  impor- 
tancia de  su  estudio  comparativo  para  la  cuestión  de 

ESTUDIOS — TOMO  11 — 61 


—468— 

origen:  obras  que  sobre  ella  pueden  consultarse.— 
20.  Importancia  para  la  misma  cuestión  de  las  len- 
guas quichua,  guariní,  araucana,  aljonquina,  huro- 
na,  y  apalanchina. — 21.  Noticias  y  descubrimientos 
que  resultarán  de  la  comparación  de  estas  lenguas 
con  las  de  Groelandia;  opinión  de  Richer:  naciones 
americanas  en  las  costas  de  California;  y  datos  que 
se  tienen  sobre  las  lenguas  que  allí  se  hablaban.— 
22,  Examen  é  investigaciones  que  deben  hacerse  en 
esos  países,  el  Labrador,  y  otros. 


§1 


¡Si  después  de  considerar  las  lenguas  que  se  ha- 
blaban y  aun  hablan  en  México  y  en  la  América 
Central,  dirij irnos  nuestras  investigaciones  á  la 
América  del  Sur,  encontraremos  allí  también  un 
número  inñnito  y  gran  variedad  de  ellas.  Los  au- 
tores, que  acerca  de  esto  nos  han  trasmitido  algu- 
nas noticias,  hablaban  con  asombro.  -Aunque  en 
el  Peni  había  unaHengua  general,  la  de  los  //^- 
cas^  llamada  Quichua,  que  se  hablaba  en  el  reino 
de  Qíiito,  en  gran  parte  del  Tucuman,  y  en  no  pe- 
quena  de  Chile,  porque  cuando  en  1525  entraron 
los  españoles,  los  Incas  dominaban  desde  Pasto 
hasta  Maulerio  de  Chile  y  buena  parte  de  la  famo- 
sa cordillera  de  los  Andes,  (1)  y  su  lengua  según 


(i)  Hervás.  Catálogo  de  las  lenguas,  tom.  1,  trat.  1, 
cap.  4,   n.  61,  p.  231—232, 


—469— 

Aconta  corría  más  de  ínil  leguas;  (1)  porque  á  me- 
dida que  iban  conquistando  tierras,  iban  también 
introduciéndola.  3íu¡/  grande  era  según  el  mismo 
autor  la  diversidad  dé  lenguas;  Garcüazo  de  la 
Vega  dice,  (2)  que  «  cada  provincia,  cada  nación, 
y  en  muchas  partes  cada  pueblo  tenia  su  lengua 
por  sí,  diferente  de  sus  vecinos:  los  que  se  enten- 
dían en  un  lenguaje,  se  tenían  por  parientes;  y 
así  eran  amigos  y  confederados:  los  que  no  se  en- 
tendían por  la  variedad  de  las  lenguas^  se  tenían 
por  enemigos  y  contrarios,  y  se  hacían  cruel  guer- 
ra hasta  comerse  unos  á  otros,  como  si  fueran  bru- 
tos de  diversas  especies.» 


§2. 


En  otro  lugar  repite  el  mismo  concepto  en  cuan- 
to á  la  diversidad  de  lenguas.  Dice  de  la  general, 
que  también  llamábase  Cozco,  que  los  Incas  obli- 
gaban á  aprenderla  á  los  que  caían  bajo  su  domi- 
nio, poniendo  ei^  las  provincias  y  pueblos  indios 
instruidos  que  la  enseñasen^  y  prefiriendo  en  los 
oficios  de  la  república  los  que  mejor  la  hablaban. 
El  descuido  hizo  que  volviera  la  confusión  y  di- 


(1)  Hist.  nat.  y  mor.  de  los  Ind.,  lom.  2,  lib.  7,  cap- 
28,  p.  125. 

(2)  Goment.  reales,  lib.  1,  cap.  14. 


—470— 

versidad,  llegando  la  quichua  á  corromperse  tan- 
to, que  casi  parecía  otra  lengua  diferente.  (1) 
Cuando  se  conservaba  en  toda  su  pureza,  era  fa- 
mosa por  su  grande  armonía  y  artificio,  y  por  su 
generalidad.  Sus  dialectos  principales  son: 

El  Chinchasuyo. 

El  Lamano. 

El  Quiteño. 

El  Calchaqui  ó  Tucumano. 

El  Cuzcoano,  que  es  la  verdadera  quichua  ó  que- 
chua. (2) 


§3. 


Además  de  esta  lengua  que,  como  se  ha  visto, 
era  general  en  la  vasta  extensión  en  que  domina- 
ban los  Incas j  como  lo  era  la  mexicana  en  todo  el 
territorio  á  donde  llegaban  triunfantes  las  armas 
del  poderoso  monarca,  que  tenia  su  residencia  en 
esta  hermosa  comarca;  habia  en  las  principales 
naciones  lenguas  dominantes  ó  matrices  con  sus 
dialectos  respectivos.     En  Chile  lo  era  la  arauca- 


(1)  Gom.  real.,  hb.  7,  cap.  2,  p.  223. 

(2)  Hervás.  Catálogo  de  las  leng.,  etc.,  tom.  1,  Irat. 
1,  cap.  4,  n.  62,  p.  241. 


—471  — 

na  {{),  j  se  consideraban  como  dialectos  suyos  el 

Chilocno. 

Cuneo. 

Huilicho. 

Puelche. 

Pehuenche. 

Picunche. 

Ranquelche. 

Moluche. 

Villmoluche.  (2) 


§4. 


En  el  Paraguay  la  lengua  Guaraní  era  conside- 
rada como  matriz,  admirable  por  su  artificio,  fe- 
cunda en  dialectos,  y  célebre  por  las  misiones  en 
que  se  hablaba,  que  tuvieron  tantos  años  á  su  cargo 


(1)  Arte  de  la  lengua  general  del  reino  de  Chile  etc. 
por  Andrés  Pebres,  jesuíta,  Lima  1765. — Dicclonaiio 
chileno. 

(2)  Alfonso  de  Ovalle.  Histórica  relación  del  reino  de 
Chile.  Roma  1646.  4''  lib.  1,  cap.  I,  p.  24. 

— Juan  Ignacio  Molina.  Saggio  sulla  storia  naluralle 
delChüi.  Bolonia,  1782. 

— Hervás.  Cat.  de  las  leng.,  lom.  1,  trat.  I,  cap.  1,  p. 
123ysig. 


—472- 


los  PP.  de  la  Compañía  de  Jesús,  trabajando  en 
ellas  con  un  celo  verdaderamente  apostólico.  (1) 
Son  dialectos  suyos  el         . 


Guarayo. 
Chirigua 
Omagua.  (2) 


Chiriguano  ó  Ciriono. 


Este  último,  aunque  ha  sido  considerado  como 
uno  de  los  mejores  idiomas  de  la  América  meri- 
dional, le  falta  la  gran  perfección  gramatical,  que 
se  halla  en  la  guarinl. 

Con  el  omagua  tienen  afinidad  el  jurimagua, 
payagua,  yagua ^  cocama,  cocamülo,  y  huevo,  yete, 
agua,  y  ;paraguano.  (3) 

Hablábanse  además  otras  varias  lenguas,  que 
algunos  escritores  hacen  subir  á  ciento  cincuenta, 
numerándose  entre  ellas  la  chiquita  con  sus  cua- 
tro dialectos,  que  son  el  Tao,  Piñoco,  Manad,  y 
Pejwquí  y  las  siguientes  que  se  tenian  como  di- 
versas de  las  conocidas  y  eran  la 


(1)  Josephi  Emmauuelis  Peramás  de  vito  etmorebus 
tredecirae  virarum  paraguayaorum  Faventia.    1793. 

— Saggio  di  storia  americana  etc.  dalFAb.  Filippo  Sal- 
vador Gilij.  Roma,  1790. 

(2)  Hervás.  Gatál.  délas  leng.,  etc.,  tom.  1,  trat.  1, 
cap.  2,p.  143—147—254. 

(3)  ídem,  idem,  p.  269  y  270. 


—473— 
Batage. 
Corabé. 
Guberé. 
Gurucanó. 
Guramino . 
Eccboré. 
Otuque. 
Paicoué. 
Paraba. 
Pauná. 
Puizoca. 
Quíteme. 
Tapi. 
Tapuri. 
Jarabe. 
Baure.  (1) 

La  lengua  Zamuca  repútase  yov  matriz,  y  tieuQ 
tres  dialectos,  que  son  el  caípatorode,  el  marotoco^ 
y  el  ug areno.  (2) 

La  Lide,  que  se  hablaba  en  dos  poblaciones  del 
Chaco ^  y  de  la  que  hay  una  gramática  impresa  en 
1733  del  P.  Machani,  tiene  varios  dialectos;  y  son 
el  toconati^  y  el  cacáíia.  La  lengua  vuela,  distin- 
ta de  las  demás,  se  hablaba  también  en  el  Chaco 

(1)  Hervás.  Catálogo  de  las  Icng.,  tom.  1,  trat.  1,  cap. 
2,  n.  20,  p.  158y  sig. 

(2)  ídem,  idem,  p.  162—163. 


—474- 


y  tenia  dos  dialectos,  uno  de  ellos  se  llamaba  vue- 
lo, y  otro  omoanpo.   (1) 


§s. 


La  lengua  aH]pona^  también  de  las  misiones  del 
Chaco,  en  la  parte  de  Buenos  Aires  ó  la  Plata,  era 
igualmente  considerada  como  matriz  de  varios  dia- 
lectos, (2)  entre  los  cuales  cree  el  A.  Hervás  que 
debe  comprenderse  la  toM,  (3)  la  mocohi,  la  yapi- 
t alaga  y  la  mhaya.  (4) 


§  <3. 


El  idioma  yacuniré  era  muy  diferente  de  todos 
los  idiomas  conocidos  en  el  Tuciiman.  (t>) 

ludi'áleiígwdi's,  payuna  Y  guano,  que  se  hablaban 
en  el  Paraguay,  eran  diversas  de  todas  las  demás; 


(1)  Hervás.  Obra  y  lugar  citados,  pág.  173  y  174. 

t2)  Historia  de  abipponibus,  autore  Mariano  Dobriz- 
hoffer  per  anuos  XVIII  Paraguaricp  missionario. — Vien- 
nre,  1784. 

(3)  Obra  y  lugar  antes  citado,  n.  27,  p.  176. 

(4)  ídem,  idem,  n.  29,  p.  180—182. 

(5)  ídem,  idem,  n.  32,  p.  184. 


—475— 


habia  también  otras  llamadas  giiachica,  memaga, 
y  échihie.  (1) 


§7. 

En  el  Uruguay  las  lenguas  principales  eran  la 

Guanana  ó  gualacha. 

Guayaqui  ó  guayaki 

Caaigua. 

Güenoa.  (2) 

De  la  primera  de  estas  lenguas  hay  una  gramá- 
tica escrita  por  el  P.  jesuíta  Francisco  Diaztaño,  á 
la  cual  se  agregó  después  un  vocabulario;  la  se- 
gunda era  poco  diversa  de  la  primera;  la  tercera 
era  difícil  de  entender;  pues  cuando  las  caiguás 
pronunciaban  sus  palabras,  «  no  parecían  hablar, 
dice  el  P.  Techo,  sino  dar  süvidos,  ó  formar  acen- 
tos confusos  en  su  garganta  »  (3);  la  cuarta  tenia 
por  dialectos  el  yaro.  minuane,  holtane.  y  char- 
rúa. (4) 


(1)  Ídem  idcin.  n.  34,  p.  18G  y  u.  3I>.  p.  187  y  192. 

(2)  Historia  provinci£eParaquariíE  Socielatis  Jcsu,  au- 
torc  Nicolás  Techo  cjusd.  societ.  Leodis,  1G73. 

(3)  Techo.  Hist.  Paraquariíe  lib.  9,  cap.  14,  p.  251. 

(4)  Hervás.  Gat.de  las  leng.  etc.,  tom.  1.  Iral.   1. 
cap.  2,  p.  197. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 62 


—470— 


§8. 


Algunos  de  Jos  escritores,  que  más  se  han  con- 
sagrado al  estudio  y  examen  de  las  lenguas  ame- 
ricanas^ creen  que  entre  todas  las  que  se  han  men- 
cionado, pueden  tenerse  como  matrices  las  siguien- 
tes:. 

Pelche. 

Guaraní. 

Chiquita. 

Zamuca. 

Mataguaya. 

Lule. 

Vilela. 

Malbalac. 

Lenguas,  (1) 


§  9- 

La  lengua  tupi  era  la  que  generalmente  se  ha- 
blaba en  el  Brasil,  y  sus  dialectos  entre  otros  ya- 

(1)  Hervás.  ídem,  n.  17.  p,  147. 


—477— 

rios,  tiénense  como  tales  el  carey  o,  ta^ioyo,  tupi- 
tiaco,  timimino,ytdbayare{\).  Enúmeranse  ade- 
más cincuenta  y  una  lenguas  de  origen  descono- 
cido, usadas  por  las  naciones  que  poblaban  esa 
parte  del  continente  americano,  y  son  las  siguien- 
tes: 

Goaitaca. 

Aimore. 

Guayana. 

Goanase. 

Inguarana. 

Cararin. 

Anace. 

Aroa. 

Teremembre. 

Payacu. 

Grens. 

Kiriri. 

Curumare. 

Tapirapez. 

Aeroa. 

Bacure. 

Parisi. 

Barbuda. 

Borara. 

(1)  ídem,  Ídem,  p.  148. 


—478— 

Potentu. 

Maromonie. 

Papayas. 

Cu  ralis. 

Barbada. 

Carayá  ó  Carara. 

Yacarayaba. 

Araya. 

Cayapa. 

Cavalheira. 

Imare. 

Coroada. 

Machacarai. 

Comanacbo. 

Patacba.  , 

Guegne. 

Timbira. 

Acroamirine. 

Paracati. 

Anapuru. 

Guanarare, 

Aranbi, 

Caicoi. 

Aturari. 

Menbari. 

Goaregoare. 

Jesarusu. 


—479— 

Amanipuque. 
Payayace.  (1) 

Algunos  escritores  hacen  subir  á  ciento  cincuen- 
ta el  número  de  las  lenguas  habladas  en  el  Brasil. 

A  este  tenor  podria  enumerar  otras  muchas  len- 
guas y  dialectos  usados  en  esta  parte  de  América; 
mas  para  esto  seria  preciso  dar  á  mis  escritos  más 
ensanche  del  que  me  he  propuesto.  Tengo  por 
tanto  que  limitarme,  en  lo  que  aun  resta  que  de- 
cir en  esta  materia,  á  lijeras  indicaciones,  para  no 
dejar  incompleto  el  cuadro  que  me  he  propuesto 
trazar. 


§10. 


En  los  estudios  que  he  hecho,  me  ha  llamado  la 
atención  encontrar  como  el  más  universal  en  las 
naciones  de  lo  que  se  denominaba  Tierra  Firiiie, 
el  idioma  caribe,  que  era  el  que  se  hablaba  en  las 
AjitiUas,  fijando  en  esto  mucho  la  atención  por  las 
diversas  opiniones,  que  se  han  emitido  sobre  el 
origen  de  la  población  de  América. 

Los  primeros  dialectos  con  que  me  encuentro  de 

(1)  llervás.  Catálogo  de  las  leng.,  etc.,  tom.  1,  Irat. 
1,  cap.  2,  ii.*19,  p.  154. 


—4  Su- 
este idioma  universal  son  veinticinco  de  que  hace 
mención  el  P.  Gilij  (1)  y  son  los  siguientes:  ake- 
recato,  akiricato,  areveriano,  arinacato,  avaricoto, 
cumanacato,  guakiririe,  guanero,  kirikiripo,  ma- 
curoto,  makiritaro,  mapaya,  nanon,  oye,  palenke, 
poreko_,  parcácoto,  pandacoto^  uara-múcuru,  ua- 
raca-pachili,  uarinocoto,  y  uokcari. 

Busching  (2)  hace  mención  de  otros  varios  y 
son  araco,  aravari,  arenquepano,  aricari,  arvaco, 
avakiari,  avaramafío,  calibo  ó  caribe,  canga,  cata- 
paturo,  cateco,  catsipagoto,  eparagolo,  evaipono- 
mo,  gatoguamchano,  gujano,  mayo,  marashuaco, 
macaono,  mukikero,  muraco,  paragoto,  salmano, 
samagoto,  shebayo,  taoyo,  vazevaco,  y  urabo. 


§  11. 


Lo  expuesto  dá  á  conocer  cuan  distantes  estaban 
de  la  exageración  los  escritores  que,  asombrados 
de  la  diversidad  de  lenguas  que  iban  descubrién- 
dose en  la  América  meridional,  creian  que  su  nú- 
mero era  infinito.  Además  do  las  ya  expresadas, 
todavía  se  encuentran  entre  otras  muchas,  como 
matrices  la  Saliva  con  sus  dialectos  ature,  ^;/rí/'0(2, 


(1)  Saggio  di  storia  americana,  etc.,  dall' Abale  Fili- 
po  Salvador  Giiij. — Roma  1780. 

(2)  Geografía  etc.,  tom.  21,  §  X. 


—481— 

y  cuaca;  la  Maip^ire  con  ocho  dialectos,  que  son  el 
avanCj  meepv.re,  cavene,  parene,  guipanave,  kirru- 
pa,  achagua,  y  aUire;  la  oiomaca,  de  que  es  dia- 
lecto el  iaparita;  la  Betoi,  cuyos  dialectos  son  el 
ele,  airica,  situsa,  j  jicara;  y  la  Yarv.ra  ó  Ja- 
poen. 


§12. 


En  la  Nv.eva  Granada^  aunque  la  lengua  mozca 
ó  muizca  era  predominante,  y  se  hablaba  en  los 
países  que  dominaba  el  Zippa  (ó  soberano)  de 
Bogotá,  de  un  pasaje  de  Piedraltita,  (1)  en  que 
trata  de  las  varias  naciones  que  allí  habia,  se  de- 
duce, que  existían  por  lo  menos  seis  más  denomi- 
nadas: 

Patagora. 

Pancha, 

Sutago. 

Chitarera. 

Lache. 


[\)  Historia  general  de  las  conquistas  del  Nuevo  rei- 
no de  Granada  por  D.  Lúeas  Fernandez  Piedrahita, 
Parte  1,  Ub.  1,  cap.  4,  p.  14. 


—48! 


§13. 


En  el  Perú,  además  de  la  lengua  quichua,  que, 
como  se  lia  visto  era  tan  general,  hablábase  tam- 
bién la  aimará,  de  que  existe  una  gramática  muy 
copiosa,  formada  por  Ludo  vico  Bertonio  de  la  com- 
pañía de  Jesús  (1):  se  tienen  como  dialectos  de  es- 
ta lengua  el  canclii,  cana,  colla,  collagiia,  lupaca, 
pacase,  cara7ica,  cliorcha,  j  pac  asa.  (2) 

Mencionan  se  también  las  lenguas  yunca,  fu- 
quina,  y  moja:  esta  última  tenia  entre  otros  dia- 
lectos el  haure,  ticameri:  la  majiena,  la  cayuhaVa: 
la  itonama,  y  la  sajnbocona. 

La  lengua  mobima  tiene  pronunciación  áspera, 
y  no  pocas  palabras  que  acaban  en  consonante. 


§  u. 

El  reino  de  Quito,  según  el  Abate  Hervás,  pre- 
sentaba « íin  verdadero  caos  de  lenguas  y  oíaciones 


(1)  Arte  breve  de  la  lengua  aimara.  Roma,  1603. 

(2)  Hervás.   Gal.  de  las  leng.  etc.,  tom.  \,  trat.  1, 
cap.  4,  p.  242. 


—483— 

diferentes  y>  (1):  solo  en  las  misiones  del  Marauon 
enumera  cincuenta  y  cuatro  habladas  por  las  na 
clones  comprendidas  en  ella.  Diez  y  seis  no  men- 
cionadas en  ese  número,  con  excepción  de  una,  y 
diversas  entrb  si  en  la  pronunciación,  y  en  gran 
número  de  palabras,  eran  consideradas  como  ma- 
trices, y  son  las  siguientes: 

1  Andoa. 

2  Campa. 

3  Chayavita. 

4  Gomaba. 

5  Cuniba. 

G  Encabellada, 

7  Yebera. 

8  Maina. 

9  Municlie. 

10  Pana. 

11  Pira. 

12  Simigaccurari. 

13  Lucumbia. 
1/4  Urarina. 

15  Yamio. 

16  Yinori.  (2) 


(1)  Catálogo  de  las  lenguas  etc.,  tom.  1,  trat.  1,  cap. 
o,  p.  217. 

(2)  ídem,  idem,  n.  81,  p.  262  y  263. 

ESTUDIOS — TOMO  11—63 


—484— 

Todas  estas  lenguas  tenian  sus  dialectos,  que  se 
designan  con  sus  nombres  respectivos:  la  primera 
9,  la  segunda- 7,  la  tercera  2,  la  cuarta  4,  la  quin- 
ta 2,  la  sexta  6,  la  sétima  2,  la  octava  A,  la  nove- 
na 2,  la  décima  2,  la  undécima  3,  la  duodécima 
o,  la  décimatercia  3,  la  décimacuarta  4,  la  déci- 
maquinta  A,  y  la  décimasesta  S,  y  son  por  todas 
65.  (1) 

Se  mencionan  16  lenguas  más,  en  que  no  se  des- 
cubría afinidad  algUna,  23  que  hablan  desapare- 
cido, y  10  del  todo  desconocidas.  (2) 

En  los  gobiernos  antes  denominados  de  la  ciu- 
dad de  Quito,  de  Atacamos,  Guayaquil,  Cuenca, 
Macas,  Jaeen  y  Quijos  se  conocían  ciento  diez  y 
siete  lenguas  diversas,  que  se  designan  con  sus 
nombres,  y  se  creia  que  serian  quizá  dialectos  del 
idioma  quitiis  ó  scira  que  tenia  afinidad  con  la 
qiiicMia.  (3) 


15. 


En  la  Provincia  de  Popayan  se  hablaban,  anti- 
guamente cincuenta  y  dos  idiomas,  que  se  desig- 


(1)  ídem,  Ídem,  idem. 

(2)  ídem,  n.  n.  82,  83,  84,  p.  2G4. 

(3)  ídem,  idem,  §  2,  n.  89,  p.  272. 


—485— 

naii  igualmente  con  sus  nombres  respectivos:  (1) 
en  la  de  Do/den  se  usaba  la  lengua  dártela  repu- 
tada comunmente  como  matriz,  y  que  el  A.  Her- 
vás  juzga  ser  dialecto  caribe.  (2) 

En  la  Provincia  de  Veraguas  la  lengua  que  ge- 
neralmente se  hablaba  era  la  guaimie,  que  se  con- 
jetura también  ser  dialecto  caribe.  (3) 


§46. 


Recorriendo  la  parte  de  la  América  septentrio- 
nal, que  forman  boy  los  Estados  Unidos  de  Nor- 
te América  desde  el  Missisipí  basta  la  costa  orien- 
tal, incluso  el  Canadá,  descúbrese,  según  la  noticia 
que  de  estas  regiones  dan  los  escritores  antiguos, 
que  las  lenguas  más  universales  que  allí  se  habla- 
ban eran  la  Mirona  y  la  algonqxúna. 

«  En  la  América  septentrional,  dice  el  P.  Lafi- 
teauy  (4)  todas  las  lenguas  de  las  naciones  que  la 
habitan,  si  se  exceptúan  los  indios  sioux  y  algu- 
nos otros  que  no  conocemos  bien,  y  que  están  más 
allá  del  rio  Missisijú,  se  reducen  á  dos  lenguas. 


(1)  rdem,  Ídem,  §  3,  n,  92,  p.  276-277. 
(2j  ídem,  ídem,  n.  93,  p.  279—280. 

(3)  ídem,  tom.  1.  trat.  1,  cap.  5.  n.  94,  p.  281. 

(4)  Moeurs  des  sauvagcs  amcricaines  comparée  aux 
raoeurs  des  premiers  temps,  tom.  4,  disc.  ult.,  p.  184. 


—486— 

matrices,  que  son.  la  algonqimia  y  la  hurona.  Es- 
tas tienen  tantos  dialectos,  cuantas  son  las  nacio- 
nes particulares.  Guando  digo  que  las  lenguas  al- 
gonquina  y  liurona  son  las  matrices,  hablo  según 
la  opinión  común;  porque  entre  tanto  número  do 
lenguas,  que  entro  sí  tienen  gran  relación,  es  di- 
fícil, por  no  decir  que  es  imposible,  discernir  las 
IcJiguas  primitivas  de  las  que  son  dialectos,» 

De  estas  dos  lenguas,  la  hurona j  dice  Rasles, 
que  «  es  la  más  magestuosa  y  la  más  difícil.  Esta 
dificultad  proviene,  no  solamente  de  sus  acentos 
guturales,  sino  también  de  la  diversidad  de  sus 
pronunciaciones;  pues  muchas  veces  dos  palabras 
compuestas  de  las  mismas  voces  radicales,  tienen 
significaciones  totalmente  diversas.»  (1) 

«Cada  nación  bárbara,  continúa  diciendo  el  mis- 
mo autor,  tiene  su  lengua  particular:  así  la  tienen 
los  ahnaquis,  los  hurones,  los  iroqueses,  los  algon- 
quinos,  los  illinoises,  loa  miamis,  etc.  No  hay  li- 
bro alguno  para  aprenderlas,  y  aunque  hubiera 
muchos,  estos  serian  inútiles.  liJl  uso  pr ¿íctico  es 
el  maestro  único  que  puede  enseñar. y)  (2) 

Varios  son  los  dialectos  de  la  lengua  hurona. 


(1)  Lettres  edificantes,  et  curiouses  ecrites  des  mis- 
.sions  etrangeres  par  quelques  missionaires  jesuiles, 
Recuiel  23.— París,  1738,  p.  213.— Carta  del  P.  SebcS- 
tian  Rasles  escrita  el  año  1723. 

(2)  Lettres  edif.  etc.,  carta  del  P.  Basles,  citada. 


—487— 

que  según  los  que  la  entienden  y  hablan  es  noble, 
magestuosa,  y  más  regular  que  los  de  los  iroqwses, 
que  emanan  de  ella:  su  pronunciación  es  tosca  y 
muy  gutural;  y  su  acento  difícil  de  aprender. 

«La  lengua  de  los  iroqueses  onao)üagvs,  según 
el  P.  Lafiteau  en  su  obra  antes  citada,  es  la  que 
más  se  acerca  á  la  Imrona  por  su  pronunciación  y 
sus  terminaciones.  Por  estose  estima  más  que  las 
otras  lenguas.  En  la  pronunciación  hacen  una  es- 
pecie de  cadencia  y  de  saltillo,  que  no  desagra- 
dan.» El  de  los  agmis  la  califica  de  muy  suave  y 
menos  gutural;  pues  casi  todas  sus  aspiraciones 
son  delicadas  y  poco  sensibles.  La  lengua  omiie- 
icout  le  parecía  ser  dialecto  de  la  agnie\  los  que  la 
usaban  afectaban  delicadeza  ni  hablarla;  y  para 
hacerla  más  suave,  mudaban  la  r  en  1,  y  trunca- 
ban la  mitad  do  las  palabras,  por  lo  cual  era  nece- 
sario adivinar  la  última  sílaba;  y  esta  delicadeza 
afectada  y  el  tono  que  le  daban  eran  desagrada- 
bles. La  geiourna  y  la  tsonnont-ouana  evdiTX  toscas; 
aunque  las  más  enérgicas  y  abundantes  de  todas 
las  troquesas. 

Siete  eran  los  dialectos  algonquinos  que  se  ha- 
blaban en  las  naciones  situadas  entre  los  grados 
43  y  46  de  latitud  boreal  y  311  y  316  de  longitud, 
según  el  Abate  Hervás^  quien  las  designa  con  sus 
nombres  respectivos:  seis  algonquinos  y  tres  hu- 
rones ó  iroqueses  eran  los  do  las  riberas  del  rio  S. 
Lorenzo  hasta  Mont-real:  cinco  algonquinos  y  un 
hurón,  al  rededor  del  lago  Euron,  que  so  comu- 


—488— 

nica  con  los  lagos  superiores:  diez  algonquinos  en- 
tre el  Missisipi  y  los  lagos  Michigan  y  Erie:  sie- 
te hurones  en  los  contornos  del  lago  Ontario;  y 
siete  algonquinos  ó  hurones  en  las  cercanías  del 
rio  Ontonas  á  46  grados  de  latitud  horeal  y  300  de 
longitud.  (1) 

La  lengua  apalachina  era  la  más  universal  en 
la  Florida,  en  la  Luisiana  y  en  el  Ohío,  con  mu- 
chos dialectos,  que  pasan  de  veinticuatro,  según  la 
relación  que  de  ellos  hacen  los  autores.  (2) 


§17. 


El  Abate  Hervás,  después  de  hacer  un  prolijo 
examen  de  las  lenguas  de  América,  asienta  lo  si- 
guiente: 

«  Aunque  en  América  son  grandes  el  número  y 
la  diversidad  de  idiomas,  se  podrá  decir  que  las 
naciones  de  solas  once  lenguas  diferentes  ocupan 
la  mayor  parte  de  ella.  Estas  once  lenguas  son  las 
siguientes: 

(1)  Hervás.  Catál.  de  las  leng.,  etc.,  tom.  U  trat.  1, 
cap.  7,  p.  380  y  sig. 

(1)  Rochefort.  Histoire  naturalle  et  morale  des  isles 
Anlilles,  cap.  8,  art.  12,  p.  427. 

— Cárdenas.  Ensayo  cronológico  para  la  historia  de 
Ja  Florida  etc.,  año  1550,  p.  120,  año  1658,  p.  147,  año 
1570,  p.  140,  año  1572,  p.  145. 


—489— 

«Araucana. 

Guaraní. 

Quichua. 

Caribe. 

Mexicana. 

Tarahumara . 

Pima. 

Hurona. 

Algonquina. 

Apalachina  y 

Groenlándica. 

w  Las  cuatro  primeras  de  estas  once  son  de  la 
América  meridional,  y  las  siete  últimas  de  la  sep- 
tentrional. La  caribe  se  habla  en  las  dos  Améri- 
cas.»  (1) 

Esta  clasificación,  cualquiera  que  sea  el  grado 
de  exactitud  que  se  le  suponga,  facilitará  mucho 
el  estudio  que  se  haga  de  estos  idiomas,  comparán- 
dolos con  los  más  antiguos  del  otro  continente; 
porque  la  atención  podrá  ya  contraerse  á  determi- 
nado número,  que  irá  reduciéndose  á  medida  que 
se  avance  en  el  examen  etimológico  y  estructura 
particular  de  cada  uno  de  ellos;  y  cesará  el  asom- 
bro que  causaba  la  simple  contemplación  de  lo  que, 
para  obtener  algún  resultado,  tendría  que  practi- 
carse, si  hubieran  de  recorrerse  todos  ó  la  maypr 
parte  de  los  que  eran  conocidos. 

(1)  Hervás.  Galál.  de  las  leng.  etc.,  tom.  1,  trat.  1, 
cap.  7,  u.  12C,  p.  393. 


-.490— 


§18. 


Este  estudio  comparativo  debe  fijarse  principal- 
mente en  las  lenguas  más  generales  y  conocidas, 
como  la  Mexicana,  la  Quichua,  la  Guariní,  la  Arau- 
cana, y  la  Algonquina,  Hurona,  y  Apalancliiyia, 
que  reúnen  la  ventaja  de  haber  sido  ya  estudia- 
das, y  sobre  las  cuales  pueden  reunirse  datos  y 
noticias  altamente  interesantes,  que  contribuirán 
á  ilustrar  mucho  los  estudios  que  sobre  ellas  se 
hagan. 


§19. 


Ya  se  ha  visto  la  vasta  extensión  de  este  conti- 
nente, en  que  se  hablaba  la  lengiia  mexicana. 
Henderá  al  hacer  mención  de  ella  se  expresa  en 
los  términos  siguientes:  (1)  «No  se  puede  decir  la 
diversidad  de  lenguas  de  Nueva  España;  porque 
son  muchas  y  muy  diferentes,  y  la  más  elegante 
es  la  Mexicana,  que  como  la  Esclavona  se  comu- 
nica por  todo  el  Levante,  y  la  latina  en  la  cris- 
tiandad; así  ésta  por  Nueva  España;  y  en  todos  los 
pueblos  hay  intérpretes,  qne  llaman  Naguatlatos; 


(1)  Herrera.  Hist.  de  las  Ind.  occid.,  Dec.  4,  lib.  9, 
cap.  b,  p.  184. 


porque  como  el  imperio  mexicano  se  iba  dilatando 
por  la  tierra,  también  se  fué  extendiendo  é  intro- 
duciendo por  ella. 

Tm^quemada  le  dá  la  misma  extensión,  pues  di- 
ce lo  siguiente:  (1)  <(  Esta  lengua  mexicana  es  ge- 
neral en  esta  Nueva  España,  y  casi  corre  por  to- 
das las  provincias  de  ella,  con  que  suelen  enten- 
derse unos  de  una  lengua  con  otros  de  otra;  porque 
como  los  mayordomos  y  calpixques  de  los  reyes 
mexicanos  y  tezcucanos  corrían  por  toda  ella^  co- 
brando las  rentas  reales,  dejaban  noticia  de  ella^ 
y  por  ella  se  entendían.»  í^^ 

El  Abate  Hervás  vá  un  poco  más  lejos.  (2)  «  El 
id¿07na  mexicano,  dice^  es  el  que  ha  sido  y  es  más 
U7iiversal  y  extendido  en  toda  ¡a  A^nérica,  y  fué 
lenguaje pai'ticular  de  una  gran  nación,  que  cons- 
tantemente conservó  por  tradición  y  en  sus  pintu- 
ras la  noticia  de  baber  entrado  en  América  por  el 
Norte  de  ésta,  y  determinadamente  por  la  parteen 
que  ésta  se  dividía  del  Asia  por  un  gran  canal,  ó 
estrecho  marítimo,  que  casi  dos  siglos  bá  fué  des- 
cubierto por  personas  cuyo  nombre  hasta  ahora  se 
ignora,  y  se  llamó  Estrecho  de  Anian.)> 

Esta  última  circunstancia  es  de  tal  importanci^i 

(1)  Torqueraada.  Mon.  ind.,  tomo  1,  lib.  4,  cap.  17,  p. 
184. 

(2)  Hervíis.  Catálogo  de  las  lenguas  conocidas  etc.. 
tom.  1,  trat.  1,  cap.  6,  n.  99,  p.  291  y  sig. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 64 


—492— 

para  la  historia  y  la  cuestión  de  origen,  que  con 
el  estudio  comparativo  de  la  lengua  mexicana  po- 
drian  quizá  abrirse  nuevos  horizontes,  rectificarse 
muchos  hechos,  y  leerse  en  las  pinturas,  en  los 
códices,  y  en  los  escritos  que  se  conservan,  y  los 
que  puedan  descubrirse,  muchas  cosas  de  las  que 
continúan  cubiertas  con  un  velo,  que  está  todavía 
por  descorrerse.  No  debe  echarse  en  olvido  que  es- 
ta era  la  lengua  que  hablaban  los  ToUecas  y  Na- 
huatlacas,  cuya  aparición  en  este  continente  se  re- 
monta á  muchos  siglos  antes  de  su  descubrimien- 
to. Su  historia  está  enlazada  con  grandes  aconte- 
cimientos, y  reconocida  por  todos  los  escritores  la 
influencia  que  ejercieron  en  los  adelantos  sucesi- 
vos, y  grado  de  cultura  á  que  llegaron  los  mora- 
dores antiguos  de  este  país. 

Grande  es  el  catálogo  que  presenta  D.  Francisco 
Pimentel  de  las  obras  que  pueden  tenerse  á  la  vis- 
ta sobre  el  idioma  mexicano,  (i)  D.  José  Agustín 
Aldama  se  aprovechó  de  los  trabajos  de  todos  los 
que  le  precedieron,  y  escribió  el  «  Arte  de  la  len- 
gua Mexicana.»  México  1765  8°,  obra  que  puede 
consultarse  con  provecho,  lo  mismo  que  el  «  Dic- 
cionario Hispano-Mexicano»  de  Fr.  Alonso  Moli- 
na impreso  en  México  en  155b  y  reimpreso  en 
1571  folio,  el  «Arte  de  la  lengua  Mexicana»  del 
mismo  autor  reimpreso  en  1576  4"  las  que  dejó  es- 

(1)  Cuadro  descriptivo  y  comparativo  de  las  lenguas 
indígenas  de  México,  tom.  1 ,  pág.  1 59  y  sig.  hasta  la  1 64 . 


—493— 

critas  Fr.  Bernardino  de  Sahagun  que  era  tan  co- 
nocedor y  que  tan  profundamente  instruido  estaba 
en  ei  idioma  mexicano,  que  practicó  muchos  años; 
el  título  de  estas  obras  son  «  Arte  de  la  lengua  Me- 
xicana» MS.  y  el  (<  Diccionario  trilingüe  latino, 
español  y  mexicano.))  MS. 

Existia  en  la  Bibloteca  de  la  Universidad  de  Mé- 
xico otra  obra  manuscrita  del  P.  Juan  Iragarri,  ti- 
tulada «  Vocabulario  y  diálogos  Mexicanos  »  MS. 
á  las  cuales  podian  unirse  «  El  maestro  genuino 
del  elocuentísimo  idioma  Nahualy)  del  Br.  D.  Jo- 
sé Antonio  Pérez  de  la  Fuente,  las  «  Comparacio- 
nes varias  en  las  dos  lenguas  Castellana  y  Mexi- 
cana» de  Fr.  Miguel  Val,  el  «  Arte  de  la  lengua 
Mexicana»  de  Fr.  Diego  Galdo.  El  Arte  y  Diccio- 
nario de  la  lengua  Mexicana  del  Illmo.  D.  Fr. 
Juan  Ayora,  el  «  Arte  de  las  lenguas  hebrea,  grie- 
ga, y  mexicana  »  de  B.  D.  Cayetano  Cabrera,  y  las 
«  Instituciones  gramaticales  para  aprender  con  per- 
fección y  facilidad  la  lengua  Mexicana  »  MS.  que 
existia  en  el  convento  de  la  Merced  de  México. 


§20. 

La  lengua  Quichtca,  que  tenia  por  límite  el  im- 
perio de  los  Incas,  y  que  tan  enlazada  está  con  la 
historia,  los  grandes  acontecimientos,  y  la  proce- 
dencia de  las  gentes  que  poblaron  esa  parte  del 


—494— 

continente  americano,  debe  fijar  también  mucho 
la  atención  del  filólogo.  Hay  sobre  ella  noticias  y 
datos  importantes.  Fray  Domingo  de  S,  Tomás  fué 
quizá  el  primero  que  la  dio  á  conocer  en  su  «  Gra- 
mática general  de  la  lengua  del  Perú. »  Valladolid, 
1560  8° 

Después  de  esta  lengua  be  mencionado  la  Gua~ 
raní  notable  por  su  artificio  y  fecundidad,  y  por- 
que de  ella  se  valieron  los  PP.  jesuítas  para  atraer 
y  civilizar  las  innumerables  naciones  disemina- 
das en  el  Paraguay,  de  que  se  ban  ocupado  mu- 
chos escritores,  entre  otros  Muratori.  Conocida  es 
la  «  Gramática  y  vocabulario  que  de  ella  publicó 
el  P.  Antonio  Ruiz  de  Montoya ^)  en  la  cual  bada- 
do  á  conocer  su  belleza  y  estructura. 

La  lengua  Araucana  6  chilena  digna  es  también 
de  particular  atención  y  examen;  pues  como  se  sa- 
be era  la  que  se  hablaba  desde  la  isla  de  Chiloe 
extendiéndose  en  todo  el  reino  de  Cliile,  que  era 
en  tiempo  de  la  gentilidad  bastan  te  vasto  y  pobla- 
do, habitado  por  las  naciones  Araucana,  Cunea  y 
ITuüiche,  y  multitud  de  tribus  de  diferentes  deno- 
minaciones. (1)  Aunque  se  tachan  por  varios  es- 
critores de  incultas  y  bárbaras,  por  no  haberse  en- 

(1)  El  Abate  D.  Juan  Ignacio  Molina.  Saggio  sulla 
storia  naturalle  del  Ghili.  Bologna,  1782. 

— Histórica  relación  del  reino  de  Chile  por  Alfonso  de 
Ovalle,  jesuita.  Roma  1646. 


—495— 

coütrado  escrituras,  edificios,  ni  otros  monumen- 
tos semejantes,  que  denotaran  su  cultura  y  civili- 
dad, el  artificio  gramatical  de  su  lengua  era  tal, 
que  el  Abate  Ilervás  no  teme  calificarlo  de  «  des- 
medidamente más  ingenioso  que  el  de  la  China  » 
(1)  que  se  jacta  de  haber  cultivado  las  ciencias 
desde  la  más  remota  antigüedad.  Entre  varias 
obras  que  pudieran  citarse  de  las  que  la  dan  á  co- 
nocer, existe  el  «Arte  de  la  lengua  general  del  rei- 
no de  Chile»  etc.  por  Andrés  Pebres,  jesuíta.  Lima, 
1765,  y  el  Diccionario  Chileno. 

Entre  las  lenguas  indicadas  se  hallan  la  algon- 
quiíia,  la  hurona,  y  la  apalaiidiina,  cuya  impor- 
tancia para  las  investigaciones  históricas  y  la  cues- 
tión de  origen  les  viene  de  los  países  en  que  se  han 
hablado,  y  son  los  que  se  hallan  situados  en  la 
costa  oriental  de  América,  y  la  parte  septentrional 
que  tocan  con  el  estrecho  de  Behering,  y  tienen 
enfrente  el  Asia,  cuya  inmediación  vino  á  confir- 
marse con  los  viajes  de  Cook,  descubriéndose,  en 
el  intervalo  de  trece  leguas  que  las  separan,  islas 
rodeadas  de  muchos  bajos,  teatro  de  grandes  suce- 
sos y  alteracianes  físicas  del  globo,  pues  están  to- 
davía cubiertas  con  un  velo,  que  no  ha  podido  des- 
correrse, y  en  cuyo  examen  se  han  estrellado  el 
ingenio,  la  inteligencia,  la  constancia,  la  audacia 
y  el  valor. 


(1)  Gatál.  de  las  leng.  etc.,  tomo  1.    Inlrod.  art.  3, 
p.  22. 


—496- 


Qárderias  (1)  dá  noticia  de  la  gramática,  voca- 
bularios y  libros  sobre  estas  lenguas,  escritos  por 
los  jesuítas  ocupados  en  las  misiones.  Eontan  y 
otros  autores  (2)  hablan  también  de  esto. 


§  21. 


¿Quién  no  conoce,  al  hacerse  estas  ligeras  indi- 
caciones, todas  las  noticias  y  descubrimientos  que 
pueden  lograrse  con  el  estudio  y  examen  compa- 
rativo de  estas  lenguas  y  las  que  se  hablaban  en 
la  Groenlandia  poseída  por  los  Noruegos  desde  el 
año  de  834? 

¿Quién  no  trae  á  la  memoria  todo  lo  que  se  ha 
escrito  sobre  la  Islandia,  las  expediciones  de  Zee/, 
hijo  de  Erico  Rufo,  y  sus  descubrimientos  en  la 
América  Septentrional,  que  adelantó  al  de  ColoJí 
que  se  habia  tenido  por  el  descubridor  del  Nuevo- 
Mundo,  atrayéndole  esto  una  gloria  inmortal? 

Opina  Richer  que  la  lengua  groenlándica, 
es  diferente  de  todas  las  demás  lenguas,  y  afir- 
ma que  «no  se  asemeja  á  la  de  Noruega,  ni  á  la  de 


(1)  Ensayo  cronológico  para  la  Hist.  gen.  de  la  Flori- 
da por  D.  Gabriel  de  Cárdenas  Gano.  Madrid,  1727. 

(2)  Voyaje  du  Barón  de  la  Hontan  dans  TAraerique 
septentrionale. 


—497— 

«Islandia,  ni  á  las  lenguas  de  los  de  los  que  habitan 
«  en  la  América  Septentrional  (I).»  No  deben  caer 
en  desaliento  los  trabajos  que  se  emprendan;  pues 
siguiendo  las  reglas  y  adelantos  que  ha  hecho 
la  filología  en  sus  procedimientos,  se  rectifica- 
rán muchos  hechos,  y  se  obtendrán  resultados  sa- 
tisfactorios;  para  lo  cual  podrán  servir  de  mucho 
las  indicaciones  de  Woldire  (2).  Torfeo  y  otros 
escritores,  que  se  han  ocupado  de  esas  regiones. 

Los  reconocimientos  hechos  en  diversos  tiempos 
en  las  costas  de  California^  las  observaciones  de 
Buaclie  (3) ,  el  descubrimiento  de  las  naciones  ame- 
ricanas llamadas  Níitka  y  Unalashka^  y  de  la  bahía 
de  Northon  situadas  entre  los  grados  49  y  64  de 
latitud,  de  las  cuales  se  habla  en  la  relación  del 
tercer  viaje  de  CooK  (í)  y  en  los  viajes  de  los  ru- 
sos (b),  bastarían  para  estimular  este  trabajo;  pues 
no  hay  duda,  que  con  el  conocimiento  de  los  idio- 


(1)  Histoire  des  ierres  pelaires  par  Mr.  Richer.  Pa- 
ris/l777. 

(2)  Scriptorum  á  Socielate  Hafüienci  etc.,  pars  secun- 
da. IlafinioD,  1740.  Mr.  Woldire  de  lingua  groenlándica. 

(3)  Felipe  Buache,  considcralions  geographiques  et 
phisiques  sur  les  nouvelles  descouvertes  an  nord  de  la 
gran  mer.  Paris,  1753. 

(4)  Troisiamc  voyaje  de  Cook  Iraduit  de  Tangíais, 
París,  1783.  Apend.  al  vol.  4,  p.  81,  etc. 

(5)  Nouvelles  descouvertes  des  ruses  entre  l'Asie  el 
rAmerique,  auvrage  traduit  de  Tangíais  de  Mr.  Coxe, 
Neuchalel,  1781.  Part.  1,  cap.  12. 


—498— 

mas  podría  discernirse  la  afinidad  ó  diferencia  que 
tengan  entre  sí,  ó  con  los  lenguajes  de  las  nacio- 
nes inmediatas,  y  deducir  su  jjrocedencia. 

Ya  ha  comenzado  á  fijarse  en  esto  la  atención,  y 
délos  pocos  datos  reunidos,  deduce  el  Abate  B'e^r- 
vás  (1),  que  los  habitantes  de  la  bahíade  Nortlwn  y 
Unalaslika  pueden  fácilmente  comerciar  ó  tratar 
con  los  que  en  la  extremidad  asiática  se  encuen- 
tran enfrente  y  poco  distantes  de  ellas.  Las  len- 
guas que  se  hablan  desde  el  estrecho  de  Beherina 
hasta  el  Japón  son  tres,  las  de  los  Tschutcos  y  Ko- 
ríacos,  la  de  Kamtchatca,  y  la  de  los  KíiTÜes.  Ya 
se  ha  dado  á  conocer  la  posición  que  guardan  esas 
poblaciones,  y  la  importancia  que  tienen  en  la  cues- 
tión de  origen.  Hervás  no  encuentra  afinidad  al- 
guna entre  los  idiomas  de  unos  y  otros.  Podría 
quizá  provenir  del  corto  número  de  palabras,  que 
tomó  como  punto  de  comparación .  Tampoco  la  ha- 
lló con  la  cocMíní  de  California,  pero  sí  descubrió 
alguna  con  las  lenguas  Eskimesa  y  Groenlándica, 
que  ocupan  los  puntos  más  septentrionales  de  Amé- 
rica. 

§  22. 

Una  investigación  más  detenida,  aprovechándo- 
se de  los  descubrimientos  y  noticias  que  de  esos 

(1)  Cat.  de  las  leng.,  etc.,  tom.  1,  trat.  1,  cap.  7,  p. 
359. 


—499— 

países  han  ido  adquiriéndose,  dará  resultados  más 
positivos  y  ciertos.  Se  lia  deplorado  los  pocos  da- 
tos que  arrojaba  de  si  la  relación  de  los  viajes  de 
Cook^  y  las  memorias  de  Roggero  Curtís  comuni- 
cadas por  Barrington  á  la  sociedad  real  de  Lon- 
dres (1),  para  poder  juzgar  con  acierto  sobre  esta 
materia.  La  inmensa  tierra  del  Labrador,  tan  im- 
portante en  la  cuestión  de  origen,  no  habia  sido 
bastante  conocida  y  explorada  con  todas  sus  cos- 
tas sembradas  de  islas.  De  los  groenJandios  y  es- 
quimeses  todavía  no  se  sabe  todo  lo  que  era  de  de- 
searse, ni  se  conocen  bastante  sus  relaciones  anti- 
guas con  los  ¡apones,  los  noruegos,  é  íslafideses, 
apesar  de  las  noticias  interesantes  que  nos  han 
trasmitido  Saxo  Gramático  (2),  Mallet  (3),  Richer, 
(4)  Le-Clerc  citado  por  Richer  (b),  Scheffer  (6), 


(1)  Publicadas  en  las  transacciones  filosóficas  y  en  el 
vol.  25,  de  opúsculos  interesantes  impresos  en  Milán, 
en  1777. 

(2)  Saxonis  Grammatici  danorum  historiae  libri  XVI, 
Irescenlis  annis  conscripli.  Bailler,  1534,  fol. 

(3)  Introduction  ;\  rhistoire  de  Danemarquc  por  Ma- 
llet. Copenague,  1755. 

(4)  Histoire  des  Ierres  pelaires  par  Richer.  Paria 
1778. 

(5)  Storia  della  Rusia  tralla  dalT  opera  di  Le-Clerc 
Yercezía,  1786. 

(6)  Joan.  Schcfferi  Lapponia.  Francofurli,  1673. 

ESTUDIOS — TOMO  II — 65 


—500— 

Lindheim  (1),  Idrnan  (2),  el  P.  Lafiteau  (3),  y 
otros  escritores. 

Resta  todavía  inucho  que  hacer  en  esta  línea, 
y  aquí  puede  aplicarse  también  con  mucha  exacti- 
tud la  sentencia  de  Séneca  que  sirve  de  epígrafe 
al  Prólogo  de  esta  obra. 


(1)  Nova  acta  regiíe  socielatis  scieütiarum  upsalien- 
cis.  üpsalioe,  1775. 

(2)  Recherches  sur  l'ancien  peuple  finois  d'apres  les 
rapporls  de  la  iangue  finoise  avec  la  greque  par  Nils 
Idman.  Strasbourg,  1778. 

(3)  Moeurs  des  sauvages  americains  etc.  par  le  P. 
Lafiteau.  París,  1724. 


CAPITULO  XXXV. 


1.  Continuación  del  mismo  asunto.  Importancia  que, 
para  obtener  resultados  más  positivos  y  ciertos  socre 
la  cuestión  de  origen,  presentan  las  islas  que  se  ex- 
tienden hasta  el  Japón,  y  lo  que  acerca  de  esto  expo- 
nen Riclier,  Ilervás,  Goxc,  Steller,  y  Klaproth:  dase 
una  idea  de  las  lenguas  que  en  ellas  se  hablan. — 2. 
Lo  que  piensa  Klaproth  de  la  lengua  Malaya,  y  de 
las  americanas. — 3.  Lo  que  debe  pr.icticarsc  respec- 
to de  estas  lenguas,  y  resultados  que  se  obtendrán. — 
4.  Progresos  que  se  han  hecho,  y  ventajas  que  se 
han  alcanzado  con  estos  estudios. — 5.  Obras  que  pue- 
den ser  muy  útiles  en  los  trabajos  que  se  empren- 
dan sobre  las  lenguas  de  América:  indicaciones  y  re- 
glas que  en  ellos  deben  seguirse. — 6.  Lo  que  se  ha 
logrado  por  este  medio  indagatorio;  indicaciones  de 
Klaproth.  Gramática  poliglota  de  Samuel  Barnard. 
— 7.  Nueva  edición  de  la  obra  de  D.  Francisco  Pimen- 
tel  titulada  «Cuadro  descriptivo  y  comparativo  de  las 
lenguas  indígenas  de  México,  ó  tratado  de  filología 
mexicana,  ctc.w — 8.  Dialectos  mexicanos. — 9.  Len- 
guas Sonorenses. — 1 Ü.  El  Comanchc. — 1 1 .  El  Tejano 
ó  coahuilteco. — 12.  Lenguas  de  Nuevo  México. — 13. 
El  Mutzun.— 14.  El  Guaicura.— 15:  El  Cochimí.— IG. 
El  Seri. — 17.  Analogías  entre  varios  idiomas. — 18. 
Idiomas  que  pertenecen  á  la  familia  Maya.—X'í.  El 
Totonaco  comparado  con  otros  idiomas. — 20.  Compa- 
ración del  Chino  y  el  Othomí. — 21.  Comparación  de 
otros  idiomas. — 22.  El  Apache. 


-502— 


§   1. 


Después  de  lo  expuesto  en  los  capítulos  anterio- 
res, y  continuando  la  investigación  que  en  ellos  se 
ha  insinuado,  fácilmente  se  advierte,  que  no  es  de 
menos  importancia  lo  que  en  esta  línea  pudiera 
adelantarse  respecto  de  esa  cordillera  ó  cadena  de 
islas  que  hay  sobre  las  Filipinas,  que  enfrente  de 
la  China  se  llaman  Lieoii-Kiou  ó  Lieu-Kieu,  y  se 
extienden  desde  la  Formosa  hasta  el  Japón,  for- 
mando quizá  en  tiempos  remotos  un  continente 
con  la  Corea  y  la  península  áQKamtchatka.  ¿Quién 
no  vé  las  consideraciones  á  que  se  presta  para  ul- 
teriores descubrimientos  el  encontrarse  la  lengua 
malaya  en  la  península  de  Malaca^  en  el  continen- 
te de  Asia,  en  las  islas  Maldivias,  en  la  ^Sonda,  las 
Molucas,  las  Filipnas^  las  Marianas,  la  Nueva 
Guinea,  el  Archipiélago  de  S.  Lorenzo  y  muchí- 
simas otras  del  mar  del  ^Sur  poco  distantes  de  Amé- 
rica? ¿En  la  de  Sandwich,  las  de  Pascua,  las  Mar- 
quesas, las  de  Otad  ti,  de  la  Sociedad,  y  de  la  Nue- 
va Zelandia?  La  posición  geográfica  que  guardan, 
el  aspecto  que  presentan,  sus  producciones,  sus 
habitantes,  sus  prácticas,  usos,  y  costumbres,  to- 
do sirve  de  estímulo  para  buscar  en  las  investiga- 
ciones filológicas  lo  que  la  historia  no  ha  podido 
presentarnos. 

En  comprobación  de  lo  expuesto  puede  traerse 


# 


—503  — 

á  la  vista  lo  que  se  registra  en  algunos  autores. 
El  Abate  Hervás,  tantas  veces  citado,  al  hablar  de 
las  letiffuas  tártaras,  (1)  dice  citando  á  Riclier  (2), 
que  en  la  parte  oriental  de  la  S iberia  está  la  pe- 
nínsula de  Kamtclialka  entre  los  grados  Kl  y  62 
de  latitud  y  173  y  182  de  longitud,  ácuyo  gobier- 
no pertenecían  en  aquel  tiempo  los  isleños  del  e$- 
treclw  de  Anian,  los  del  continente  de  Asia,  desde 
el  promontorio  más  septentrional  basta  el  cabo 
austral  de  dicha  península,  y  los  de  las  islas  Au- 
riles,  que  son  como  continuación  de  dicho  cabo 
hasta  el  Japón,  Desde  dicho  promontorio,  que  sue- 
le llamarse  Tzuktzchi  ó  Tchutski,  ó  Tschutski,  y 
se  halla  casi  á  70  grados  de  latitud  hasta  los  bo  á 
que  corresponde  el  centro  de  la  península,  hay 
muchas  islas,  que  «  forman  varios  archipiélagos 
hasta  América,  á  la  cual  los  isleños  que  están  en 
la  latitud  de  GI)''  pasan  de  isla  en  isla,  trasnochan- 
do siempre  en  alguna.  J)Qhdi\o  áQ  Kamtchaíkah.íxs>- 
ta  cerca  del  Japón  hay  también  varias  islas,  que 
se  suelen  llamar  Kuriles,  y  en  gran  parte  pertene- 
cen al  imperio  ruso.)) 

Coxe  (3)  dice  que  la  nación  llamada  tschustka, 
ó  tchutsca,  ó  tzuktzcha  está  en  la  extremidad  orien- 

(1)  Cat.  de  las  leng.,  etc.,  lom.  2,  trat.  2,  cap.  6,  art. 
4,  §2,  p.  249,  §3,  p.  260. 

(2)  Hisloire  des  Ierres  pelaires  vol.  2,  Siberie  art.  1 . 
p.  251. 

(3)  Nouvelles  decouvertes  des  ruses  entre  l'Asie  et 
VAmerique,  cap.  1,  p.  205. 


—504— 

tal  del  Asia.  Confina  por  el  Norte  con  el  mar  Gla- 
cial,  por  el  Sur  con  el  rio  Anadiar,  y  por  el  Oriente 
con  el  mar  Oriental,  que  es  el  estrecho  de  Aniau. 
Bsta  7iacion  fué  la  que  jtrimero  dio  noticia  á  los 
rusos  de  que  estaba  cercana  la  América.  Muller  la 
publicó  por  la  primera  vez  y  después  Rohertson, 

Entre  la  América  y  el  Asia^  desde  la  punta  más 
septentrional  del  estrecho  de  Aniaii  hasta  Kamt- 
chatca  hay  muchísimas  islas,  según  Coxe^  que 
forman  tres  archipiélagos:  el  de  Añadir  que  com- 
prende las  islas  de  los  tchutsMs;  el  de  Aleu7itien, 
á  que  pertenecen  las  de  Behering,  Cobre,  etc. ,  y  el 
de  Oloturien.  Las  islas  que  hay  según  Steller,  en- 
tre los  grados  51  y  S4  de  latitud  desde  Kamtchat- 
ca  hacia  América  forman  una  cadena  como  las 
Kuriles  con  la  punta  de  Kamtchatca.  La  de  Behe- 
ring  está  entre  los  grados  5S  y  60  de  latitud,  dos 
grados  distante  de  Ramtchatca,  y  al  Norte  hay 
bancos  de  arena  y  picos,  y  otras  islas,  que  conge- 
tura  Steller  fueron  pobladas  por  omericanos^  y 
aun  Kamtchatka  también. 

(( Las  naciones  tchutsca,  coriaca,  Kamtchadal, 
y  Kuril,  son,  según  Hervás  (1),  las  asiáticas  más 
orientales  que  se  conocen  y  hay  ój^uede  haber  has- 
ta América;  porque  á  ésta  están  inmediatas  algu- 
nas de  ellas,  y  otras  están  en  la  tierra  firme,  y  en 
las  islas  que  el  mar  separa  de  América.)) 

(1)  Gatál.  de  las  leng.  etc.,  tomo  2.  trat.  2,  cap.  6,  § 
4,  n.  295,  p.  266—267. 


—505— 

Los  habitantes  de  Kamichatca  y  de  las  islas, 
que  se  extienden  desde  su  extremidad  austrial  has- 
ta el  Japón,  forman  naciones,  en  las  cuales  se  ha- 
blan varias  lenguas.  La  de  Kamtchatca  tiene  dos 
dialectos,  y  la  Km^iaca  dos.  Los  Kamtchadales 
hablan  una  mitad  con  la  garganta  y  otra  mitad 
con  la  boca:  su  pronunciación  es  lenta  y  difícil,  (i) 

w  Los  ÁorMí^cs  hablan  alto  y  como  gritando,  sus 
palabras  son  largas,  y  cortas  sus  sentencias:  las 
palabras  empiezan  y  acaban  comunmente  con  vo- 
cal» .... 

<(  Los  Kuriles  hablan  despacio  con  distinción  y 
agrado:  sus  palabras  se  componen  de  vocales  y 
consonantes,  y  de  estas  naciones  salvajes  son  las 
mejores,  porque  son  los  más  finos,  honrados,  y 
hospitalarios.»  (2) 

Son  diversas  las  lenguas  Koriaca,  Kamtchadal 
yKuril.  (3) 

Klajnvth,  que  es  autoridad  tan  respetable  en 
esta  clase  de  investigaciones  dice  lo  siguiente:  (4) 


(1)  Hisloire  de  Kamtchatca,  des  isles  Kurikiki  etdes 
centres  voisime  publie  en  langue  rusienne:  trad.  par 
Mr.  E.  Lyon.  17G7.  vol.  2,  part.  3,  cap.  1,  p.  79. 

(2)  Hervás.  Galál.  de  las  leng.  etc.,  tom.  2,  trat.  2. 
cap.  6,  §  4,  p.  272. 

Í3)  ídem,  idem,  idem,  p.  280. 

(4)  Enciclopedie  moderno  etc.  par  M.  Courtin,  tom. 
lo,  par.  langue,  p.  65 — 6G. 


—506— 

«  La  parte  más  oriental  de  la  Siheria  nos  ofrece 
algunas  débiles  y  miserables  tribus,  que  son  sioi 
embargo  de  grande  interés  para  el  esUidio  de  las 
lenguas;  porque  las  que  hablan  forman  cuatro 
tróficos  distintos.  Estos  son  los  YouMogi^^es,  que 
habitan  el  Oriente  de  los  Turcos,  sobre  los  bordes 
del  mar  glacial  y  del  Indigirka:  los  Koriastes  en 
el  Norte  de  Kamtchatca;  los  Kamtcliadales  en  esta 
casi  isla;  en  la  extremidad  de  la  Asia  las  TcliouM- 
chi  que  parecen  ser  un  pueblo  venido  de  América; 
pues  hablan  la  misma  lengua  que  sus  vecinos  en 
esta  parte  del  mundo^  del  cual  no  están  separadas, 
sino  por  el  extrecho  de  Beliering.  La  lengua  de 
los  TchouMclii  pertenece  indudablemente  á  la  de 
los  Americanos  polares,  entre  los  cuales  es  preciso 
colocar  á  los  Groenlandeses,  á  los  Eskimales  y  á 
ios  habitantes  de  Kadiak. » 

u  La  lengua  de  los  Kouriles  se  extiende  en  dife- 
rentes dialectos  desde  el  punto  meridional  de 
Kamtchatca  por  las  islas  Kouriles  y  el  Yeso  has- 
ta el  estrecho  que  separa  esta  tierra  del  Japón. 
Mas  al  Oeste  se  habla  sobre  toda  la  grande  isla  de 
TarraJiai,  y  aun  sobre  el  continente  de  la  Tarta- 
ria en  la  embocadura  del  Amour  por  los  Giliaks  y 
otras  tribus  de  la  misma  raza.  Este  idioma  forma 
tronco  aparte,  y  ofrece  poca  semejanza  con  las 
otras  lenguas.» 


-307— 


§2. 


Respecto  de  la  lengua  malaya  hablada  en  las  is- 
las del  mar  del  Sur  y  otros  puntos  poco  distantes  de 
América,  de  que  antes  se  ha  hecho  mención,  dice 
este  mismo  autor  lo  siguiente  (1);  «El  fenómeno 
más  asombroso  en  etnografía  es  la  grande  extensión 
de  las  diferentes  lenguas  y  razas  malezas.  Su  cen- 
tro está  en  las  grandes  islas  de  Sumatra  y  Ja\ja. 
De  alli  van  al  Occidente  hasta  Madagascar,  y  al 
Oriente  de  las  islas  de  la  Sonda,  Célebes,  Molucas 
y  Philipinas  hasta  la  isla  Formosa  sobre  la  costa 
de  la  China;  de  allí  la  raza  maleza  se  extiende  por 
las  islas  Marianas,  las  Carolinas,  el  archipiélago 
de  Mulgrave,  las  islas  de  Fidgi,  de  los  Amigos,  de 
los  Navegantes,  de  la  Sociedad,  y  los  archipiéla- 
gos vecinos  hasta  las  islas  Marianas;  al  Sur  hasta 
la  Nueva  Zelandia;  y  al  Norte  á  las  islas  de  Sand- 
wich. Todas  estas  islas  están  habitadas  por  hom 
bres  que  hablan  lenguas  que  tienen  entre  sí  U7ia 
analogía  fundamental,  y  que  se  relacionan  en  ge- 
neral á  la  de  los  Malayas,  aunque  también  presen- 
tan entre  sí  matices  considerables.  Todas  las  con- 
geturas  sobro  la  causa  primitiva  de  esta  grande 
estension  de  la  raza  malaya  deben  parecer  vanas; 
porque  no  conocemos  ningún  documento  que  nos 

(1)  ídem,  ídem,  idcm. 

ESTUDIOS — tOMO  II — 66 


•    —sos- 
pueda  esclarecer  sobre  este  punto,  ni  aun  tradicio- 
nes propias  para  guiarnos  en  esta  investigación. » 

Más  adelante,  echando  una  mirada  sobre  las  di- 
ferentes lenguas  del  continente  americano,  dice  (1 ) 
que  a  se  ha  creido  poderse  servir  de  la  compara- 
ción de  las  lenguas,  para  llegar  á  un  resultado  so- 
bre el  origen  de  la  población  de  América.  En  efec- 
to, se  ha  encontrado  en  los  idiomas,  que  hablan  las 
diferentes  naciones  del  Nuevo  Mundo,  un  buen 
número  de  palabras  que  se  parecen  por  el  sonido 
y  por  la  significación  á  palabras  de  las  lenguas 
del  antiguo  continente.  Sin  embargo  estas  aproxi- 
maciones son  raras,  y  provienen  del  parentesco 
general  de  las  lenguas  más  bien  que  de  las  fami- 
lias .  .  .  . » 

«Una  misma  lengua  reina  en  toda  la  extremi- 
dad boreal  de  la  América^  y  es  la  de  los  Tchoukt- 
chi  ¿esquimales.  Su  dominación  comienza  aun  en 
Asia  como  antes  lo  hemos  visto,  y  se  extiende 
hasta  Groenlandia.  Más  al  Su/-,  se  encuentra  una 
multitud  de  poblaciones  y  tribus,  que  hablan  un 
(jran  número  de  idiomas  diferentes^  que  es  casi 
imposible  clasificar  con  un  poco  de  certeza.  Sin 
embargo,  el  tronco  que  se  distingue  mejor,  es  el 
de  los  pueblos  de  la  familia  algonquina,  á  la  que 
pertenecen  también  los  Lcnni-Lenape.  Los  bordes 
del  Missouri  están  habitados  por  otra  raza,  la  de 

(1)  ídem,  Ídem,  p.  74  y  73. 


—509— 

los  Sio'ux  o¡¡age\  sus  idiomas  ofrecen  entre  sí  una 
semejanza  de  familia.  La  mesa  central  de  \di  Amé- 
rica septentrional  comprende  los  vastos  países, 
que  se  extienden  al  Norte  de  México,  j  que  en  su- 
parte  más  elevada  forman  la  continuación  de  la 
mesa  de  este  último  país.  La  más  grande  oscuri- 
dad reina  sobre  la  mayor  parte  de  los  idiomas  usa- 
dos en  esta  inmensa  región,  cuyo  dominio  etno- 
(jráfico  es  invadido  por  la  lengua  mexicana.  En 
espera  de  los  materiales,  que  nos  faltan,  para  cla- 
sificar convenientemente  los  numerosos  idiomas 
de  las  naciones  que  habitan  esta  mesa,  debe  uno 
contentarse  con  seílalar  cuatro  troncos  diferentes: 
el  de  los  Tarahmnara,  el  de  los  Pones ^  el  de  los 
AttacapaSj  y  el  de  los  Cetimachas.y) 


§  3. 


Estas  pocas  indicaciones  dan  á  conocer  cuanto 
puede  ejecutarse  respecto  de  las  lengims  america- 
nas. Con  un  campo  virgen,  que  está  todavía  por 
cultivarse,  alo  que  hasta  ahora  se  ha  practicado  no 
puede  dársele  otro  nombre  que  el  de  puras  tentati- 
vas y  ligeros  ensayos.  Un  examen  más  detenido 
y  perfecto  conduciría  á  los  mejores  resultados,  y 
aunque  las  lenguas  matrices  se  presentan  en  pri- 
mera linea,  por  ser  las  más  conocidas,  y  porque 
sobre  ellas  hay  mayor  acopio  de  datos  y  noticias, 
que  pueden  desde  luego  utilizarse  para  la  cues- 


— olO— 

tion  de  origen,  debia  comenzar  por  las  lenguas  que 
se  hablaban  en  las  poblaciones  de  Asia,  África,  y 
América  que  se  hallan  más  inmediatas  las  unas 
de  las  otras;  como  son  las  del  estrecho  de  Behe- 
ring,  el  sido  en  que  se  supone  la  existencia  de  la 
Aslantida,  y  las  islas  regadas  en  el  Océano. 

En  este  examen  debe  fijarse  la  atención  no  tan- 
to en  la  afinidad  jyrimitiva  y  analogías  que  entre 
sí  tengan,  sino  en  la  afinidad  de  familia  y  su  re- 
lación con  las  conocidas  del  mundo  antiguo  en  los 
tiempos  más  remotos  especialmente.  Esta  afinidad 
de  familia  resalta  cuando  al  comparar  los  idiomas, 
se  encuentran  en  ellos  muchas  palabras  con  un 
mismo  sentido,  y  un  mismo  sonido,  y  coinciden- 
cias en  la  construcción  gramatical,  como  se  obser- 
va en  el  persa,  el  sánscrito,  el  alemán,  y  el  es- 
lavo. 

Sirve  de  estímulo  para  esta  clase  de  trabajos  los 
que  han  practicado  con  tan  buen  éxito  muchos  es- 
critores. Las  investigaciones  de  Goropio  Becano 
?>6bvQ>  \^  lengua  céltica  (1);  los  estudios  áQ  Lazio 
sobre  esa  misma  lengua  y  la  teutónica  (2) ;  las  de 
Cluverio  (3);  las  ilustraciones  de  Rudvccliio  (4); 

(1)  Gallica  Joannis  GoropüBecani.  Antuerpioe,  1480. 

(2)  De  gentium  aliquos  migralionum  aiitore  Wolfan- 
go  Lazio.  Basileoe,  1557. 

{3}  PhilippiCluvcri.  Germania  antiqua.  LudguniBa- 
tavorum,  1616. 

(4)  Olavi  Rudbckii  Aslantica,  sive  Manheim  Upsaloe, 
1679. 


—bil- 
las observaciones  fundadas  de  Eccard  (1),  el  estu- 
dio de  Leíhiitz  sobre  esta  materia  (2),  de  que  otros 
tanto  se  han  aprovechado,  y  la  discusión  ilustra- 
da suscitada  por  Vallancey  sobre  la  lengua  céltica, 
han  ido  facilitando  el  examen  comparativo  de  ellas, 
y  poniendo  de  manifiesto  todos  los  resultados  que 
por  este  medio  pueden  obtenerse. 

Esto  se  hizo  patente  desde  los  primeros  pasos 
que  se  dieron  en  este  examen,  en  que  tanto  se  dis- 
tinguieron Tesco  Ambrosio  (3),  y  BiUiandro  (4); 
Duret  recogió  todas  las  noticias  que  sobre  la  di- 
versidad de  lenguas  y  naciones  se  hablan  publica- 
do y  las  ordenó  en  una  obra,  en  que  habla  de  se- 
se'jita  de  ellas,  (o)  Guichart,  se  propuso  probar 
que  todas  las  lenguas  provienen  de  una  sola  ma- 
triz, que  se  creía  fuese  la  hebrea  (6) ,  en  j  o  cual 


(1)  Joannis  Georgio  Eccard  historia  studii  etimologi- 
ci  linguíE  germanicse  etc.  Hanoveroe,  1712. 

(2)  Misoellanea  Beroliuensia.  Berolini,  171ü.  Gk  G.j- 
L.  Brebis  designatio  meditationum  de  originibus  gen- 
tiiim,  ductis  potissimum  ex  indicio  linguarum. 

(3)  Introduclio  in  chaldaciam  linguam,  atque  arme- 
nicam,  et  decem  alias  linguas  á  Thesco  Ambrosio.  Pa- 
pire,  1539. 

(4)  De  ralione  communi  oinnium  liuguarum  et  lille- 
rarum  commealarius.  Theodoro  Bibliaudro.  Teguri,. 
lo48. 

(5)  Tresor  de  l'histoire  des  laügues  de  cet  uuivers  par 
Glaude  Duret.  2  edit.  Yvarden,  1619. 

(6)  L'liistoire  elimologique  des  langues  etc.  per  Elien- 
ne  Guichart.  Paris,  1618. 


—512— 


fué  secundado  i^ov3fo7Íiio  (1)  y  apoyado  con  gran- 
de esfuerzo  y  erudición  por  Thomasino,  {'!),  quién 
aürma  que  tanto  Jas  lenguas  europeas  como  las 
americanas  provienen  de  la  hebrea  -  (3) 


§4. 


Después  de  estos  trabajos  ¿quién  no  vé  en  la  pu- 
blicación sucesiva  de  la  oración  dominical  en  cien 
lenguas^  (4)  á  la  que  se  agregó  después  la  ventaja 
de  dar  á  conocer  los  alfabetos  respectivos  (5) ,  y  más 
tarde  lo  que  se  hizo  en  doscientos  idiomas  y  dia- 
lectos (6),  todo  el  fruto  que  iban  produciendo? 


(1)  Exercitationes  de  lingua  primeva,  ejusque  appen- 
dicibus  etc.  autora  Stephano  Merino.  Ulbrajesti,  1694. 

(2)  Glossarium  universale  hebracium,  quo  ad  hebrai- 
ca lingua  et  dialecti  pene  ornes  revocanlur  á  Ludovico 
Thomasino,  Parissis,  1697.. 

— Methode  d'etudier  les  langues.  Paris,  1693. 
(3j  ídem.  Prefalio  Pars  4,  §  iilt.,  p.  102. 

(4)  Orationis  dominic?»  versiones  proeter  aiithenticam 
fere  centum  lingiiis  ....  Barnino  Hagio  traditse.  Be- 
roüni,  1680. 

(5)  Orationis  dominicas  versiones  propeceulum  collec- 
toB  ei  illiislvatne  ohm  ab  Andrco  Mullero,  nuuc  edilura 
alphabetis  diversarum  lingiiarum  pene  septuaginta, 
sludioSebasliani  Goltofredi  Starckii.  Berolini,  1703. 

(6)  Schullzio:  orienlaHsch,  iindoccidentahschsprach. 
meister  etc.  Leipig,  1748. 


—513— 

¿Quién  no  descubre  en  las  apreciaciones  de  Ihi- 
ffalde  sobre  la  lengua  china  (1),  de  Kirclier  y 
otros  autores  sobre  el  >5'¿í;z5mí  (2),  de  Guarnaci^ 
Gori,  y  Maffei  sobre  la  etrusca  (3),  y  de  Moret 
sohre  el  vascuense  (4),  la  influencia  que  en  ellas 
habia  tenido  el  estudio  de  esos  autores?  ¿Podrá 
dejar  de  traslucirse  en  los  escritos  eruditos  de  Jor- 
dán sobre  los  Orígenes  slavos  ó  esclavones  (S),  en 
los  de  Schoe'pflino  sobre  la  Alsacia  (6),  en  los  de 
Le-Clerc  sobre  la  Rusia  (7) ,  y  en  los  de  Ortelio  so- 

(1)  Description  de  rempire  de  la  Chine  et  de  la  Tar- 
taria chinoise  por  J.  B.  Du-Halde,  jesuíta.  Paris,  1735. 

(2)  Athanasii  Kircheri  é  S.  J.  China  illus  Irata.  Ans- 
terdalani,  1667. 

— Zend-Avcsla  par  Auquetil  du  Perrou.    Paris,  1771. 
— Asiatic  recherches  etc.  caleutá,  1788. 
— Sidharunban,  sue  Gramática  Samserdamico  autore 
Fr.  Paulino  á  S.  Bartholomeo.  Roma,  1790. 

(3)  Origine  italiche  de  Monsignore  Mario  Guarnaci. 
Roma,  1786. 

— Gori  difera  dell  alfabeto  etrusco. 
— MafTei.  Observacioni  litterar. 

(4)  Investigaciones  históricas  de  las  antigüedades  del 
reino  de  Navarra,  por  josef  Moret,  jesuita.    Pamplona, 

1065. 

(5)  Joan  Ghristophori  de  Jordán  deoriginibus  slavis. 
Viudobonoe,  1745. 

(6)  Alsatia  ilustrata  céltica,  romana,  francicaá  Joann 
Daniele  Schocpílino.  Colmarla.',  1751. 

(7)  Storia  della  Rusia  tratta  dall  opera  de  Le-Clerc. 
Venecia  1785. 


—5  li- 
bre la  lengua  húngara  (1),  cuanto  se  aprovecharon 
de  los  que  antes  de  ellos  habían  tratado  esta  ma- 
teria? ¿Podrá  ponerse  en  duda  cuánto  contribuye- 
ron á  ilustrarla  Calmet  y  Scaligero  con  sus  obser- 
vaciones sobre  el  origen  de  las  lenguas?  (2)  ¿Ha- 
bria  llegado  á  formarse  sin  estos  trabajos  previos 
la  obra  notable  que  se  publicó  en  S.  Petersburgo 
con  el  título  de  «  Linguarum  totius  orbis  vocabu- 
laria  comporativa  Augustissima?  cura  collecta,  seí- 
licet  primaí  linguas  Europaí  et  Asííe  complexae 
pars  secunda.  Petropolí,  1789?  (3) 


Respecto  de  las  lenguas  de  América  pueden  ser 
muy  útiles,  además  de  las  gramáticas  y  vocabu- 
larios respectivos,  las  observaciones  de  Roche fort 
sobre  la  lengua  carihe  (4),  de  Hontan  sobre  la  hu- 


(1)  Jo.  Oerlelii  liarmonia  linguarum  ele.  Welteber- 
joe,  1746. 

(•2)  Prolegomena  et  dissertationes  in  S.  Scriplurá  li- 
bros ab  Augustino  Calmet,  ord.  Benedictina.  Lucre, 
1739. 

(3)  Josephi  Justi  Scaligeri  opuscula  varia.  Parissis. 
1610. — Diatriva  de  europoearum  lioguis. 

(4)  Hist.  natur.  des  isles  Antilles  par  luir.  Bochefort. 
Lyon,  1668. 


—515— 

roña  ó  algonquina  (1),  de  Andersoíi  sobre  la  ^roe«- 
lándíca  (2) ,  y  de  Esteban  Kraclie7niniliow  sobre 
tres  dialectos  Koriacos,  tres  Kamtchadales ^  y  la 
lengua  de  los  buriles.  (3) 

Resta  solamente,  para  terminar  este  capítulo, 
hacer  algunas  observaciones,  sobre  las  reglas  que 
deberán  tenerse  presentes  en  el  estudio  compara- 
tivo de  las  lenguas,  que  la  experiencia  y  un  dete- 
nido examen  presentan  como  las  más  adecuadas 
para  útiles  é  importantes  descubrimientos  por  es- 
te medio  indagatorio,  que  puede  servir  aún  para 
llenar  en  muchos  casos,  como  dice  un  escritor,  ese 
grande  intervalo  que  media  entre  el  principio  del 
mundo  y  la  formación  de  la  historia. 

Cuando  se  trata  de  investigar  el  origen  del  len- 
guaje se  pierde  uno  entre  tinieblas,  y  vaga  entre 
mil  congeturas;  porque  se  toca  con  los  tiempos  pre- 
his(Ó7'icos,  con  la  cuna  del  género  humano;  pero  no 
sucede  lo  mismo  cuando  se  trata  de  la  procedencia 
b  semejanza  de  unas  lenguas  con  otras,  en  que  se 
tienen  como  auxiliares  el  análisis  y  la  compara- 
ción. Una  vez  conocidas  las  palabras  radicales  ó 


(1)  Nouveaux  voyages  de  Mr.  le  Barón  de  la  Ilontan 
dans  rAmerique.  Ilaye,  1703. 

(2)  Hist.  natur.  de  l'Islandc,  du  Groenland  ele.  trad. 
de  l'allemand  de  Mr.  Anderson.  Paris,  1750. 

(3j  Voyage  en  Siberie,  contenant  la  description  de 
Kamtchalka  par  Krachenmininkow  trad.  du  ruse.  Pa- 
rís, 1768. 

ESTUDIOS — TOMO  11—67 


—516— 

primitivas,  no  es  difícil  descubrir  los  accesorios^  y 
las  alteraciones  que  hayan  ido  sufriendo  en  el 
trascurso  de  los  tiempos,  y  en  su  trasmigración 
por  las  varias  generaciones  y  pueblos  que  se  han 
sucedido  unos  en  pos  de  otros,  ya  sea  por  el  cre- 
cimiento incesante  del  género  humano,  ó  ya  por 
las  relaciones  establecidas  después  de  la  dispersión 
de  las  gentes,  ó  por  las  emigraciones,  guerras  y 
conquistas  que  hayan  ocurrido.  Viene  á  ser  este 
por  tanto  el  medio  más  seguro  para  caracterizar  la 
calidad,  semejanza  ó  diferencia  de  las  naciones, 
su  origen,  su  número,  sus  trasmigraciones,  y  los 
primeros  pobladores  de  cada  lugar.  El  historiador 
y  el  geógrafo  sacan  de  este  estudio  inmensas  ven- 
tajas, y  exquisitas  noticias  de  la  más  alta  impor- 
tancia. 

La  perfección  intrínseca  de  un  idioma  consiste 
en  las  palabras  y  en  su  artificio  gramatical;  que 
se  reduce  á  la  diversidad  de  nombres  en  sustan- 
tivos y  adjetivos,  á  la  diferencia  de  números  y  ca- 
sos, al  uso  de  las  preposiciones  y  advervios,  y  á  la 
variedad  de  las  conjugaciones  de  los  verbos,  y 
la  respectiva  diferencia  de  modos  y  tiempos  en  ca- 
da uno  de  ellos. 

Se  ha  observado  que,  en  las  naciones  que  proce- 
den de  una  misma  tribu,  su  lenguaje  conserva 
siempre  una  afinidad  con  el  idioma  hablado  por 
ésta,  que  se  descubre  luego  en  las  palabras,  en  el 
artificio,  y  en  la  pronunciación.  Si  alguna  causa 


—517— 

las  obliga  á  recibir  otros  lenguajes,  siempre  se 
conservan  palabras  primitivas  más  ó  menos  altera- 
das, y  acentos  vocales  propios  de  su  antigua  y  na- 
tiva pronunciación.  En  las  investigaciones  que  se 
hagan  es  preciso  no  perder  Je  vista  esta  indicación. 

La  etimología  hace  en  todo  esto  un  gran  papel; 
pues  como  dice  un  académico  (1),  es  el  arto  de 
aclarar  lo  que  ocultan  las  palabras,  y  despojarlas 
de  lo  que,  por  decirlo  así,  les  es  estraüo,  para  traer- 
las á  la  simplicidad  que  tienen  en  su  origen.  Con 
razón  Cicerón  \di\\dim.2i\idi.verUoquium.  Thomasino 
no  vacila  en  darle  el  nombre  de  ciencia  (2) :  las 
etimologías,  dice,  «nos  hacen  dar  la  vuelta  almun- 
«do,  y  remontarnos  á  la  mas  alta  antigüedad,  y 
«bástalos  siglos  más  apartados,  que  nos  naturali- 
«zan  de  alguna  manera  con  tantos  reinos  diversos, 
«y  que  hacen  que  los  extrangeros  no  sean  extran- 
«geros  entre  nosotros » 

«  Una  colección  de  eiinioJogias,  dice  Court  de 
Gebelin  (3) ,  sería  ya  un  compendio  de  todas  las 
ciencias,  y  un  gran  adelanto  para  el  estudio,  pre- 
sentaría todas  esas  difiniciones  que  los  sabios  po- 
nen á  la  cabeza  de  sus  obras,  y  haría  ver  además 


(1)  Mem.  de  l'Acad.  des  Inscr.  el  Belles  let.  tom.  38, 
p.  2,  et  suiv. 

(2)  Methode  d'eludier  les  langues  tom  1,  p.  76  y  70. 
París,  1693. 

(3)  Monde  pnmitif  etc.  orig.  des  lang.  et  de  Tecrit. 
liv.  1,  chap.  12,  p.  27. 


— sis- 
las  razones  que  hicieron  acoger  esas  palabras  pa- 
ra expresar  las  ideas  que  presentan.» 

Con  este  medio  se  descubre,  comparando  las 
lenguas,  lo  que  cada  pueblo  ba  añadido  ó  cambia- 
do^ y  lo  que  los  unos  ban  tomado  de  los  otros,  co- 
mo se  vé  en  el  francés,  lleno  de  palabras  latinas; 
griegas,  teutónicas  y  celtas;  el  latiyí  de  palabras 
griegas,  teutónicas,  celtas  y  bebreas,  el  hebreo  de 
ejipcias,  caldeas  y  árabes;  y  el  griego  de  celtas, 
egipcias,  caldeas,  etc.  (1). 

Más  para  proceder  con  acierto  en  esta  materia, 
es  preciso  clasificar  todas  las  palabras  yor  fami- 
lias; examinar  las  de  uso  familiar  con  las  altera- 
ciones que  hayan  experimentado;  no  despreciar 
las  compuestas  de  dos  radicales;  y  evitar  toda  eti- 
mología forzada;  no  confundir  las  letras  accesorias 
de  que  se  compongan  con  las  de  la  primitiva;  aten- 
diendo á  las  que  hayan  sido  sustituidas  por  otras, 
y  la  manera  con  que  están  escritas  más  que  á  la 
pronunciación;  teniendo  presente  que  las  diferen- 
cias pueden  provenir  de  la  pronunciación,  del  va- 
lor que  tengan,  de  la  composición,  ó  de  la  coloca- 
ción; y  que  al  comparar  dos  palabras  de  lenguas 
diversas,  no  debe  concluirse  que  la  una  provenga 
de  la  otra,  sino  cuando  no  puedan  relacionarse  á 
otra. 

Para  conocer  los  cambios  y  alteraciones  de  la 
(1)  ídem,  ídem,  Ídem,  p.  31. 


—519— 

palabra,  al  trasmitirse  de  una  lengua  á  otra,  es 
preciso  no  olvidar  que  la  vocal  de  una  palabra  ra- 
dical cambia  sin  cesar;  que  es  indiferente  que  sea 
simple,  nasal,  ó  aspirada;  que  ésta  se  cambia  en 
vocal  simple;  en  algunos  casos  las  entonaciones 
se  sustituyen  las  unas  á  las  otras,  y  hay  vocales 
que  se  cambian  en  consonantes,  y  éstas  en  voca- 
les. (1). 

Como  el  discurso  no  es  más  que  la  pintura  de 
las  ideas,  y  éstas  de  los  objetos,  se  sigue  que  debe 
haber  relación  entre  una  idea  y  el  sonido  que  la 
representa,  y  que  las  diferencias  que  se  observan 
en  diversos  pueblos,  consisten  en  la  forma  y  no  en 
el  fondo,  en  los  accesorios  y  no  en  lo  esencial.  (2). 

De  esta  comparación  debe  resultar  el  conocimien- 
lo  exacto  y  más  perfecto  de  los  idiomas,  ((compa- 
rer  é  est  comioitre.))  (3).  Por  ella  se  verá  que  las 
palabras  no  son  más  que  la  pintura  de  nuestras 
ideas,  y  éstas  de  los  objetos  que  conocemos.  Es 
preciso,  por  tanto  que  exista  relación  entre  unas  y 
otras:  todas  las  palabras  tienen  su  razón  de  ser; 
las  de  la  lengua  primitiva  fueron  muy  limitadas, 
como  que  representaban  únicamente  las  sensacio- 
nes y  necesidades  diarias,  los  objetos  mas  familia- 


(1)  ídem,  Ídem,  liv.  3,  chap.  4,  p.  26a  et  suiv. 
(2;  ídem,  idem,  liv.  4,  chap.  8,  p.  282  et  suiv. 
(3)  Gramea  univ.  et  compar.,  p.  30. 


— b20~ 

res,  y  las  acciones  más  comunes.  (1).  El  perfeccio- 
namiento sucesivo  ha  ido  viniendo  después  con  los 
progresos  del  entendimiento;  como  que  consiste  en 
poder  expresar  todas  las  ideas  posibles  y  todos  los 
objetos  de  los  conocimientos  humanos. 


§  6. 


Muchos  adelantes  se  han  hecho,  y  grandes  ven- 
tajas se  han  conseguido  con  este  estudio  compara- 
tivo. El  conocimiento  del  antiguo  tlieuton  ha  faci- 
litado el  de  Jas  lenguas  alemana,  flamenca,  holan- 
desa, inglesa,  danesa  y  sueca.  El  del  latin  abre 
ancho  paso  en  el  del  español,  portugués,  italiano, 
francés  y  otros.  El  de  las  lenguas  de  Oriente  el 
del  hebreo,  caldeo,  fenicio  etiópico,  ciriaco,  árabe. 
Los  esfuerzos  hechos  para  descubrir  las  etimolo- 
gías de  la  lengua  francesa  con  la  latina,  de  ésta 
con  la  griega,  y  de  esta  última  con  las  orientales, 
así  como  de  los  dialectos  teutones  celtas,  scitas  y 
tártaros,  han  contribuido  mucho  á  los  conocimien- 
tos más  precisos  y  exactos  que  se  tienen  sobre  es- 
ta materia.  Mr.  Court  de  Gebelin  con  un  trabajo 
prolijo,  erudito  y  esmerado,  presenta  para  el  es- 
tudio de  los  idiomas,  en  la  obra  que  he  citado,  (2) 

(1)  Court  de  Gebilin,  obra  citada,  Hv.  4,  chap.  23,  p. 
272  et  suiv. 

(2)  Monde  primilif.  orig.  des  lang.  el  de  Tecrit.  liv. 
3,  p.  152—186—189—198—238—204. 


—521— 

tablas  comparativas  de  palabras  que  son  de  gran- 
de utilidad. 

En  la  obra  notable  de  D.  Juan  Carlos  E.  Busch- 
mann  sobre  los  nombres  de  lugares  aztecas  hay 
indicaciones,  que  pueden  ser  de  mucho  provecho 
en  esta  clase  de  investigaciones:  en  ella  se  dice 
que  «  el  nombre  propio  es  notable  por  su  inmuta- 
(( bilidad  y  duración,  el  nombre  del  lugar  aun  más 
que  el  de  la  persona.» 

«  Por  su  figeza  y  duración  se  pueden  conside- 
M  rar  los  nombres  propios  como  monumentos  pre- 
«  ciosos  de  los  tiempos  remotos;  hablan  muchas 
«veces  con  letras  y  escritura  donde  la  historia 
«  no  se  puede  apoyar  aun  en  monumentos  escri- 
tos.» (I). 

Klaproth  (2),  cuya  autoridad  en  esta  materia  es 
tan  respetable,  confirma  muchas  de  las  indicacio- 
nes que  se  han  hecho.  Entre  todas  las  lenguas  rei- 
na á  su  juicio,-  un  parentesco  que  se  reconoce  prin- 
cipalmente en  las  raíces,  que  son  los  gérmenes  de 
las  palabras,  y  se  componen  ordinariamente  de 
dos  consonantes  separadas  por  una  vocal,  ó  de  una 
consonante  precedida  ó  seguida  de  una  vocal.  Las 


(1)  De  l03  nombres  aztecas,  cap.  1,  iatrod.  §  1  inser- 
ta en  el  tomo  8  del  Boletín  do  la  Sociedad  mexicana  de 
Geografía  y  Estadística. 

(2)  Enciclopedie  modernc  etc.  par  Mr.  Gurtin  par  lan- 
gue  tomo  15,  pág.  36  et  suiv. 


—522— 

raices  son  pocas,  y  forman  la  ciencia  de  las  pala- 
bras; el  arte  de  la  etimología  ayuda  á  conocerla,  y 
no  es  arbitrario  é  imaginario,  como  algunos  han 
creido;  sino  que  en  su  marcba  es  guiado  en  gene- 
ral por  reglas  constantes,  fundadas  en  hechos  in- 
dudables, y  en  principios  ciertos,  y  no  hay  nece- 
sidad más  que  hacer  una  exacta  aplicación  de  ellas . 
El  cambio  de  vocales  y  consonantes,  dice  este  au- 
tor, se  presenta  á  cada  paso:  desaparece  con  fre- 
cuencia la  vocal  que  se  encuentra  en  las  raíces  en- 
tre dos  consonantes;  mientras  más  antiguas  son 
las  palabras,  son  más  cortas-  y  más  completas:  las 
formas  radicales  son  estables;  las  gramaticales  con- 
sisten en  las  modificaciones  de  los  verbos  y  de  ios 
nombres;  y  para  descubrir  si  hay  coincidencia,  de- 
be compararse  el  sonido  y  el  sentido  de  la  palabra. 

En  el  curso  de  mis  estudios  he  encontrado,  ade- 
más, una  obra  que  puede  ser  de  grande  utilidad 
en  los  trabajos  que  sobre  esto  se  emprendan,  y  es 
la  gramática  'poliglota  de  Samuel  Barnard  (1),  que 
es  una  tabla  general  ó  Sinopsis  de  las  semejanzas 
que  presentan  los  diez  idiomas  que  se  propuso  exa- 
minar, entre  los  cuales  figuran  el  hebreo,  el  cal- 
deo, el  siriaco,  el  griego,  y  el  latín,  explicando 
por  medio  de  notas  los  modos  peculiares  de  decli- 


(1)  Poliglot  Grammar.  of  the  hebrew,  chaldee,  siriac, 
greek,  latiu,  englishj  french,  italiem,  spanish,  aud  ger- 
man  languages  reducted  to  one  common  rule  of  siniaz, 
etc.  by  Samuel  Barnard.  Philadelphia,  1825, 


—523— 

nación,  conjugación,  y  construcciones  idiomáticas 
de  cada  uno  de  ellos. 

Apoyándose  en  la  Biblia,  dice,  que  hubo  un 
tiempo  en  que  no  existia  más  que  una  habla,  un 
modo  de  articulación,  y  un  juego  ó  determinado 
número  de  palabras,  común  á  todos  los  habitantes 
de  la  tierra;  que  á  este  periodo  siguió  la  confusión 
de  la  torre  de  Babel  (1),  respecto  déla  articidacion 
de  las  palabras  que  hablan  sido  adoptadas  como 
signos  de  las  ideas,  quedando  el  habla ^  las  pala- 
bras, y  los  signos  radicalmente  los  mismos,  y  con- 
tenidos en  los  estambres  [Stamina)  la  raíz  de  to- 
das las  lenguas,  como  lo  observó  siguiendo  los 
principios  de  analogía,  hasta  convencerse  que  exis- 
to en  las  lenguas  muy  grande  semejanza,  que  se 
hace  muy  notable,  cuando  puede  á  la  vez  traerse 
á  la  vista  el  mayor  número  de  ellas,  dilatándose 
el  entendimiento  á  proporción  que  se  presentan  los 
objetos  á  su  investigación  y  diligente  examen.  (2) 

El  paso,  por  tanto,  que  debe  darse,  como  dice,  es 
el  de  la  comparación  analítica  y  sinóptica  de  va- 
rios idiomas.  Poniéndolo  en  práctica,  llegó  á  la 
conclusión  de  que  los  principios  fundamentales  de 
la  gramática  están  contenidos  en  Idi  I enffua  hebrea, 
trasmitidos  con  pocas  variaciones  á  las  lenguas  en 


(1)  Génesis,  chap.  XI,  ver.  1. 

(2)  Samuel  Barnard.   Poliglot  gramraar.   Prefac,  p. 
5,  n.  3  y  5. 

ESTUDIOS — TOMO  11—68 


—524— 

general.  Siguiendo  el  mismo  método  de  este  au- 
tor podría  descubrirse  la  semejanza  que  las  len- 
guas americanas  tengan  entre  si,  y  la  que  conser- 
ven de  su  procedencia,  comparándolas  con  las  más 
antiguas  del  otro  continente. 

Esto  es  fácil  de  practicarse  por  la  simplicidad 
caracteristica  de  estos  idiomas.  Haciendo  uso  de  la 
etimología  gramatical  y  de  la  etimología  compa- 
rativa, llegarán  á  descubrirse  no  solo  las  diferen- 
tes clases  de  palabras  de  este  idioma,  sus  modifi- 
caciones y  su  derivación;  sino  la  referencia  ó  pro- 
cedencia que  tengan  las  de  unos  de  los  otros;  for- 
mando así  un  árbol  etimológico,  en  que  aparezcan 
las  raíces,  y  se  ponga  de  manifiesto  el  origen,  con 
lo  cual  quedarán  resueltas  multitud  de  cuestiones, 
en  que  se  han  estrellado  todos  los  esfuerzos  que  se 
han  hecho  hasta  ahora;  para  esto  se  necesita  el  ta- 
lento del  filólogo,  la  paciencia  y  constancia  del 
hombre  estudioso,  la  madurez  que  dan  los  años,  y 
la  experiencia  y  aptitud  necesarias  para  analizar 
con  detenimiento  cada  una  de  las  partes,  que  en 
su  conjunto  forman  osearte  asombroso  de  dar  á  co- 
nocer por  medio  de  la  palabra  nuestras  ideas  y 
pensamientos. 


§7. 


Ya  en  prensa  este  capítulo,  he  podido  tener  á  las 
manos  la  segunda  edición  hecha  en  la  tipografía  de 


— o2o— 

Isidoro  Epstein,  de  la  obra  de  D.  Francisco  Pi- 
mentel  titulada  «  Cuadro  descriptivo  y  comparati- 
vo de  las  lenguas  indígenas  de  México,  ó  tratado 
de  lilología  mexicana,  etc.  »  edición  notablemente 
superior  á  la  primera,  enriquecida  con  taparte  re- 
lativa á  la  clasificación  y  comparación  entre  sí  de 
los  idiomas  de  que  trata,  que  tanto  se  echaba  de 
menos,  y  que  es  de  una  importancia  y  un  mérito 
especial.  El  autor  ha  derramado  sobre  esta  materia 
una  luz  que  antes  no  se  tenia;  y  su  trabajo  tan 
notable  bajo  tales  aspectos  lo  coloca  en  un  lugar 
distinguido  entre  los  filólogos  de  nuestra  época. 

Conocida,  como  es,  la  parte  descriptiva  de  esos 
idiomas  por  las  pocas  indicaciones  que  se  han  he- 
cho, ahora  me  limitaré  á  la  parte  añadida  en  la 
nueva  edición,  y  aunque  no  he  tenido  tiempo  más 
que  para  hojearla  lijeramente,  he  visto  desde  lue- 
go muchas  observaciones  que  revelan  un  estudio 
muy  detenido,  conocimientos  especiales  adquiri- 
dos en  fuerza  de  una  aplicación  constante  y  labo- 
riosa, y  una  mirada  inteligente  y  comprensiva  en 
esta  clase  de  investigaciones. 


§  8. 


Los  dialectos  mexicanos  ocupan  en  este  nuevo 
estudio  un  lugar  preferente  y  aparecen  como  tales 

El  Conchos . 


—526— 

El  Sinaloense. 

El  Jalisciense. 

El  Akualulco, 

El  Pipil  de  Guatemala  y 

El  Niquiran  de  Nicaragua.   (1) 


§9, 


Las  lenguas  sonorenses,  que  sonlaopata,  eude- 
ve,  cahita,  pima,  tepeliuan,  tarahumar,  y  cora, 
«tienen  entre  sí,  según  el  Sr.  Pimentel,  tanta 
analogía,  que  pertenecen  á  la  misma  familia, »  ana- 
logía que  es  más  remota  con  el  mexicano  (2) ,  y  es- 
te juicio  lo  comprueba  con  com'par aciones  grama- 
ticales en  el  alfabeto,  en  las  sílabas,  en  la  compo- 
sición, en  las  palabras  bolofrásticas,  en  la  decli- 
nación, en  el  número,  en  los  derivados,  en  las  ver- 
bales y  participios,  en  los  pronombres,  en  las  pre- 
posiciones, y  en  los  verbos,  en  los  cuales  tienen 
de  común,  el  carecer  de  infinitivo,  que  se  suple 
con  ol  futuro,  ó  de  otras  maneras,  y  en  la  falta  de 
modo  sustantivo. 

Este  parentesco  y  afinidad  también  resulta  de  la 
com'par ación  léxica  de  los  espresados  idiomas.  (3) 

•^1)  Pimentel.  Guad.  descrip.  y  comp.,  &c.,  tomo  1, 
cap.  2,  p.  61  y  siguienles. 

(2)  ídem  ídem,  cap.  11,  p.  304. 

(3)  ídem,  idem,  cap.  12,  pág.  327. 


—527— 

Hay  notables  analogías  entre  el  Joda  de  Sonora 
y  de  Chihuahua^  y  el  Opata;  lo  mismo  que  entre 
el  Pápago  y  el  Pima:  el  Sabaipure  que  se  habla  en 
Sonora  y  el  Papago  son  semejantes,  y  distintos  el 
Cajuenche  y  el  Pima;  el  Topia  ó  Acaxee  y  el  Xi- 
xime  pertenecen  al  grupo  mexicauo,  familia  opa- 
ta-pima;  el  Guazave  ó  Vacoregue  y  el  Cahita  tie- 
nen un  parentesco  reconocido;  y  el  Golotlan  es  afin 
del  Cora.   (1) 

Repütanse  como  dialectos  Yumas  el  Cuchan,  el 
Mojave,  el  Cocomaricopa,  el  Diegueño  y  el  Yabi- 
pai;  y  aunque  hay  afinidad  entre  el  Pima  y  el  Yu- 
ma,  este  no  puede  considerarse  como  dialecto  de 
aquél.   (2) 

ElHuichola,  idioma  poco  conocido  del  Estado 
de  Jalisco,  es  una  rama  del  grupo  mexicano,  y  de 
la  familia  opata-pima.  (.3) 

Los  idiomas  que  componen  la  familia  sonoren- 
se  son: 

1 .  El  Opata,  tequima  ó  teguina,  sonora  ó  sono- 
rense. 

2.  El  Eudevé,  heve  ó  hegue,  dohme  ó  dohema, 
batuco. 

3.  El  Jova,  joval,  ova. 

(1)  ídem,  idein,  cap.  13,  pág.  369  y  sig. 

(2)  Ídem,  idem,  cap.  14,  pág.  391  y  sig. 

(3)  ídem,  Ídem,  cap.  1.^,  pág.  413  y  sig. 


— b28— 

4.  El  Pima,  Nevóme,  Chotama  ú  Otama,  y  sus 
dialectos  Tecoripa,  y  Sabagui. 

5.  El  Tepehuan  ó  tepeguan  con  sus  dialectos. 

6.  El  Pápago  ó  Papabicotam. 

7ál0.  El  Yuma,  que  comprende  el  Cuchan; 
el  Cocomaricopa  ú  Opa;  el  Mojave  ó  mabao;  el  Die- 
gueño  ó  cuñeii;  el  Yabipai,  yampai.  3'ampaio. 

11.  El  Cajuencbe,  cucapa  ó  Jallicuamai,  dudo- 
so en  su  clasificación. 

12.  El  Sabaipuri. 

13.  ElJulime. 

14.  El  Tarabumar  con  sus  dialectos,  entre  ellos 

a.  El  varogio  ó  chinipa. 

b.  El  Guazápere. 

c.  El  Pacbera. 

15.  El  Cabita.  Sus  dialectos  más  conocidos  son 

a.  El  Yaqui. 

b.  El  Mayo. 

c.  El  Tebueco  ó  Zuaque. 

16.  El  Guazave  ó  Vacoregue. 

17.  El  Chora,  chota,  cora  de  Nayarit  ó  Nayarita, 
para  distinguirlo  del  cora  de  California:  también 
al  Pima  suelen  llamar  cora.  Tiene  3  dialectos. 

a.  EIMuntzicat. 

b.  El  Teacucítzin. 

c.  El  Ateanaca. 


—529— 
18.  El  Colollan. 
19"  El  Tubar  y  sus  dialectos. 

20.  El  Huichola. 

21 .  El  Zacateco  dudoso  en  su  calificación. 

22.  ElAcaxec,  Topia  comprendiendo  el  Sabaibo, 
el  Tebaca  y  el  Xiximé,  este  último  dudoso  en  su 
calificación. 


10. 


Aunque  el  ComancUe  debe  enumerarse  entre 
las  lenguas  de  los  Estados  Unidos  del  Norte,  por- 
que la  nación  en  que  se  habla  se  halla  situada  en- 
tre Tejas  y  Nuevo  México,  y  dejó  de  pertenecer  á 
México  desde  el  aiío  1848,  hácese  mención  de  él 
por  la  analogía  que  tiene  con  el  mexicano,  y  muy 
especialmente  con  la  familia  opata-píma. 

Esta  analogía  resulta  del  alfabeto,  cuyos  soni- 
dos son  correspondientes;  en  las  sílabas,  en  ser  po- 
lisilábico, en  los  números  para  conocer  el  singu- 
lar y  el  plural,  en  la  falta  de  signos  para  marcar 
el  género  y  el  caso;  en  el  modo  con  que  se  suplen 
los  derivados;  y  en  los  pronombres  y  en  el  ver- 
bo.  (1). 

Se  consideran  como  idiomas  afines  del  Coman- 
che  los  siguientes: 

(1)  Pimentel.  Cuadro  desc.  y  com.  etc.,  tomo  2,  cap. 
17,  pág.  25  y  sig. 


—530— 

1.  El  Shoshone,  chochone. 

2.  El  wihinasli. 

3.  El  utah,  yutali,  yuta.  (1). 

4.  El  Pah-utah,  ó  payuta.  El  cheraegue  ó  che- 
meliuevi. 

t).  El  Colmillo  ó  cawio. 

6.  ElKeclií. 

7.  ElNetela. 

8.  El  Kizh,  Kiz,  Kij  y  el  Fernandeño. 

9.  ElMoqui. 

10.  El  Galgua  ó  Kiowai.  (2). 

El  alfabeto  del  comanclie  se  compone  de  las  le- 
tras siguientes:  a.  b.  c.  ch.  d.  e.  é.  g.  h.  i.  j.  k, 
1.  m.  n.  o.  p.  r.  rr.  s.  t.  u.  v.  y.  z.  tz:  es  polisi- 
lábico, aunque  tiene  algunos  monosílabos:  no  ca- 
rece de  voces  onomatopeyas  y  metafísicas:  bay  en 
este  idioma  número  singular,  dual  y  plural:  care- 
ce de  signos  especiales  para  marcar  el  género,  y 
de  declinación  para  expresar  el  caso:  casi  todos  los 
verbos,  ó  al  menos  muchos  de  ellos,  acaban  en  ó 
aguda,  (3).  y  tiene  varios  dialectos.   (4). 

(1)  Busclimanu.  Spuren  der  Aztckischen  Sprache,  p. 
297—349. 

(2)  Pimentel.  ídem,  tomo  2,  cap.  18,  pág.  45  3'  sig. 

(3)  ídem,  ídem,  tom.  2,  cap.  10,  pág.  5  y  sig. 

(4)  Schooleraft.  Indian  tribes. 

— Whiple.  Señale  documents  v.  13. 
— ^Buschmann.    Spuren  der  aztikischen,    Sprachen 
apud  Pimentel  loco  cítate. 


—531  — 


§H. 

El  lejano  ó  coahuilteco  tiene  analogía  con  el 
sonorense  y  el  comanche;  pues  consta  su  alfabeto 
de  las  mismas  letras:  es  polisilábico;  denota  el  ca- 
so con  partículas  como  fcl  mexicano  y  el  sonoren- 
se, y  hay  semejanza  en  el  pronombre  y  el  verbo, 
su  alfabeto  consta  de  19  letras,  y  son  la  a.  c.  ch.  e. 
g.  h.  i.  j.  1.  m.  n.  o.  p.  q.  s.  t.  u.  y.  tz.  Tiene 
pronunciaciones  algo  forzadas,  especialmente  la 
c'.  q\  V.  p'.  r,  cuando  llevan  la  señal  con  que 
quedan  anotadas.   (1). 


§12. 

Numéranse  entre  las  lenguas  de  Nuevo  México 
el  Keres,  el  Tesuque,  el  Taos,  el  Jemes  y  el  Zuñi, 
las  cuales  ademas  de  sus  analogías  entre  sí,  las 
tienen  también  con  el  mexicano,  el  sonorense  y 
elcomancbe,  en  los  sonidos,  en  las  palabras,  en  la 
pronunciación  gutural  y  aspirada,  en  ser  poli- 
silábicos, y  en  el  uso  que  hacen  de  la  composi- 
ción.  (2). 

(1)  ídem,  Ídem,  tomo  2,  cap.  19  y  20,  pág.  75  y  sig. 

(2)  ídem,  idem,  tomo  2,  cap.  21.  pAg.  91  y  sig. 

ESTUDIOS — TOMO  11—69 


—5532— 


§  13. 

El  Mutzun  es  uno  de  los  idiomas  de  la  Alta  Ca- 
lifornia, pertenece  al  grupo  mexicano,  aunque 
más  apartado  que  la  familia  opata  y  la  comanche; 
y  lo  demuestran  las  letras  de  que  consta  su  alfa- 
beto, con  exepcion  de  la  ñ;  es  polisilábico;  tiene 
palabras  holofrásticas  como  el  mexicano  y  las  len- 
guas ópatas;  es  rico  en  palabras,  abunda  en  meta- 
plasmos,  y  tiene  pocas  onomatopeyas;  carece  de  ar- 
tículo propiamente  dicho,  y  de  signos  para  desig- 
nar el  caso;  las  personas  del  verbo  se  marcan  con 
los  pronombres;  y  no  hay,  como  en  el  mexicano, 
comanche,  y  lenguas  ópatas,  verbo  sustantivo  pu- 
ro; sino  que  se  suple  por  elipsis,  ó  por  medio  del 
verbo  estar;  y  las  preposiciones  se  posponen  á  su 
réfifimen. 

Son  afines  suyos  el  Rumoen,  que  se  habla  en 
las  cercanías  de  Monterey,  el  Achastli,  el  soledad, 
y  el  costeño. 

El  alfabeto  del  ww^52í?¿  consta  de  20  letras  que 
son  a.  ch.  e.  g.  h.  i.  j.  k.  1.  m.  n  ñ.  o.  p.  r.  s.  t. 
u.  y.  z:  es  policilábico;  se  usan  mucho  en  él  las 
figuras  de  dicion;  no  tiene  signos  para  marcar  el 
género,  y  el  caso  se  expresa  por  medio  de  preposi- 
ciones pospuestas;  Jas  personas  se  marcan  en  el 
verbo  por  medio  del  pronombre  antepuesto  ó  pos- 


—533— 


puesto;  carece  de  verbo  sustantivo,  y  no  tienen 
voz  pasiva  semejante  á  la  nuestra,  ni  á  la  latina; 
es  rico  en  verbos  derivados  y  en  advervios.  (1). 


§14. 


El  Guaicura,  vaicuro,  ó  Monqui  es  idioma  que 
se  habla  en  la  Baja  california;  cree  el  Sr.  Pimen- 
tel  que  debe  colocarse  en  el  grupo  mexicano,  az- 
teca, sonorense,  comanche:  su  alfabeto  carece  de 
las  letras  f.  g.  1.  e.  x.  z.  ó.  s:  es  polisilábico  como 
el  mexicano,  sonorense,  y  comanche;  no  tiene  fi- 
nales para  marcar  el  caso;  los  pronombres  señalan 
las  personas  del  verbo,  y  el  advervio  y  la  conjun- 
ción se  posponen  á  su  régimen  (2) . 


§  IK. 

También  el  CocMmi  es  idioma  de  la  Baja  cali- 
fornia, lo  mismo  que  el  Laimon:  hay  analogía 
entre  estos  dos  idiomas,  y  el  mexicano;  son  po- 
lisilábicos; el  mecanismo  del  verbo  en  ellos  es 
esencialmente  lo  mismo,  y  la  preposición,  el  ad- 


(1)  Pimenlel.    Cuad.  descrip.  y  comp.  ele,,  lom.  2, 
cap.  22,  23  y  24,  pág.  145  y  sig. 

(2)  ídem,  idem,  cap.  2o,  pág.  193  y  sig. 


—534— 


verbio  y  la  conjunción  se  posponen  en  esos  idio- 
mas, como  en  el  mexicano,  el  opata  etc.  (1) 


§  16. 

El  ser  i  ó  ceri,  idioma  de  Sonora,  es  poco  cono- 
cido; hay  palabras  que  empiezan  con  dos  conso- 
nantes, y  otras  en  que  se  encuentran  duplicadas 
las  vocales  y  consonantes.  Se  tienen  como  afines 
suyos  el  Guaima  ó  Gayana,  y  el  upanguaimo.   (2) 

§  17. 

Entre  el  mixteco  y  el  Zapo  teco  existe  la  más  es- 
trecha analogía  gramatical,  aunque  con  algunas 
diferencias  en  el  sistema  léxico;  y  al  compararlos 
con  el  mexicano  se  notan  diferencias  tales,  que  no 
es  posible,  como  dice  M.  Charency,  colocarlos  en 
la  misma  familia  (3);  Buschmann  reconoce  es- 
la  diferencia,  (4)  y  el  Sr.  Orosco  y  Berra,  tam- 
bién, (b) 

El  Sr.  Pimentel  consagró  uno  de  los  capítulos 

(1)  ídem,  Ídem,  cap.  27,  pág.  211  y  sig. 

(2)  ídem,  ídem,  cap.  27,  pág.  229  y  sig. 

(3)  Nolice  sur  quelques  familles  de  langues  du  Me- 
xique. 

(4^  Spuren  des  aztekischen  sprache. 
(5)  Geografía  de  las  lenguas  de  México. 


—535— 

de  su  interesante  obra  al  examen  de  estos  idio- 
mas, y  opina  que  «lo  que  hay  común  morfológica- 
mente entre  esas  lenguas  es  el  polisilabismo  y  la 
polisíntesis,»  y  las  diferencias  notables  las  encuen- 
tra: 1.  En  el  sistema  de  derivación:  2.  En  los  sig- 
nos de  derivación:  3.  En  las  onomatopeyas:  4. 
En  el  número:  En  el  pronombre:  ^ó.  En  la  voz  pa- 
siva de  los  verbos:  7.  En  el  verbo  sustantivo:  8. 
En  los  gerundios,  y  9.  En  el  sistema  léxico.  (1) 

Se  reputan  como  afines  del  Misteco-zapoteco 

1.  El  Chuchon  y  el  Popoloco. 

2.  El  Cuicateco,  el  Chatino,  el  Papabuco  y  el 
Amusgo. 

3.  El  Mazateco  y  el  Solteco. 

4.  El  Chinanteco.  (2) 

De  la  comparación  del  mixe  y  el  zoque  resulta, 
que  ambos  pertenecen  á  una  misma  familia:  la 
pronunciación  del  primero  es  dura  y  difícil,  y  es- 
to lo  distingue  del  mexicano  y  lo  acerca  al  miste- 
co-alto;  dialecto  cargado  de  consonantes  y  de  pro- 
nunciación áspera.  El  P.  Burgoa  la  atribuye  á  los 
lugares  montañosos  y  llenos  de  barrancos  en  que 
habitaban  los  que  lo  hablaban,  lugares  en  los  cua- 
les el  silvido  continuado  del  viento  y  el  ruido  de  los 
arroyos  los  obligaba  á  hablar  á  gritos  para  enten- 
derse: abundan  en  esos  idiomas,  como  en  el  mexi- 

(1)  ídem,  Ídem,  cap.  36,  pág.  445  y  sig. 
(2;  ídem,  ídem,  cap.  37,  pág.  459  y  sig. 


—536— 

cano,  los  nombres  verbales,  encontrándose  ana- 
logía en  alguna  de  sus  terminaciones:  hay  en  ellas 
pronombres  simples  y  compuestos:  el  verbo  no 
tiene  infinitivo^  como  tampoco  lo  tiene  el  mexica- 
no, ni  el  tuixteco-zapo  teco.  (1) 

Del  Matlazinco  ó  Pirinda  se  ha  hablado  en  otro 
lugar;  y  solo  añadiré;  que  comparado  con  el  mix- 
teco-zapoteco  se  observa,  como  dice  el  Sr.  Pimen- 
tel,  qíie  tiene  el  mismo  carácter  morfológico;  pero 
no  puede  colocarse  en  el  mismo  grupo,  ni  menos 
en  la  misma  familia,  por  la  diferencia  de  forma 
de  signos  gramaticales;  su  sistema  léxico  es  dis- 
tinto; pues  solo  palabras  aisladas  se  encuentran 
semejantes.   (2) 

Por  las  indicaciones  que  se  han  hecho  antes,  al 
hablar  de  varios  idiomas,  se  tiene  ya  alguna  idea 
de  las  lenguas  Maya,  Quiche,  Huasteca  y  Mame: 
comparándolas  entre  si,  se  vé  que  no  hay  en  ellas 
cargazón  de  consonantes  en  lo  general  de  las  pala- 
bras; sino  que  más  bien  domina  la  vocal;  tienen 
muchos  monosílabos,  y  abundan  en  onomatope- 
yas:  carecen  de  declinación  para  expresar  el  caso: 
no  hay  signos  para  marcar  el  género;  y  en  el  ma- 
ya se  usan  con  nombres  de  persona  algunas  partí- 
culas, que  significan  el  que  y  la  que.  De  manera 
que  en  su  sistema  fonético  hay  cara^itéres  que  los 

(1)  Pimentel.  Guad.  desc.  y  comp.  etc.,  tom.  3,  cap. 
40  pág.  33  y  sig. 

(2)  ídem,  idem,-  cap.  42,  pág.  93  y  sig. 


—537— 

dislinguen  de  las  demás  lenguas  de  que  se  lia  ha- 
blado: abundan  en  monosílabos,  y  las  voces  poli- 
sílabas son  generalmente  cortas.  «  La  forma  de 
los  signos  gramaticales  difiere,  exceptuando  raras 
analogías,  entre  la  familia  maya  y  el  grupo  mexi- 
cano, opata,  el  tarasco,  mixteco,  zapoteco,  pirin- 
da,  etc.  Lo  mismo  que  con  los  signos  gramatica- 
les sucede  con  las  palabras,  con  el  sistema  léxico, 
fuera  de  algunas  semejanzas  aisladas.»  (1) 


§18. 

El  Sr.  Pimentel  menciona  entre  los  idiomas  que 
pertenecen  á  la  familia  Maya  ios  siguientes,  por 
las  analogías  que  tienen  con  dicho  idioma. 

1 .  Yucateco  ó  Maya. 

2.  Punetune. 

3.  Lacandon  ó  Xoquinoc, 
•4.  Peten  ó  Itzae. 

5.  Chauabal,  comiteco,  jocolobal. 

6.  Chol  ó  Mopan. 

7.  Ghorté,  chorte. 

8.  Cakchi,  caichi,  cakgi,  etc. 

9.  Ixil^  izil. 

10.  Coxoh. 

11.  Quiche,  utlateca. 

(l)  ídem,  Ídem,  cap.  47,  pág.  229  y  sig. 


—538— 

12.  Zutuhil,  Zutugil,  Atiteca,  Zacapula. 

13.  Cacliiquel,  cachiquil. 

14.  Tzotzil,  zotzil^  tzinacanteco,  cinacanteco. 

15.  Tzendal,  zendal. 

IG.  Mame,  mem,  saklohpakap,  tapachulano. 

17.  Poconchi^  ó  Pocoman. 

18.  Ache,  Achi. 

19.  Huaxteco  con  sus  dialectos. 

20.  El  Haitiano,  quizqueja,  ó  itis  con  sus  afines 
el  Cubano,  Bórica  y  Jamaica  (de  clasificación  du- 
dosa).  (1) 


§19. 


El  Totonaco  ha  sido  también  puesto  en  paran- 
gón con  los  otros  idiomas,  y  aunque  bay  puntos 
en  que  se  encuentra  discrepancia  entre  los  escri- 
tores que  se  han  ocupado  de  esto,  existen  compro- 
badas las  analogías  que  tiene  con  el  mexicano  en 
el  alfabeto,  y  combinación  de  letras,  en  las  sílabas, 
en  la  falta  de  artículo  propiamente  dicho,  diferen- 
ciándose en  el  verbo,  y  en  el  uso  de  finales  diver- 
sas, más  bien  que  de  prefijos  ó  pronombres  abre- 
viados, para  marcar  las  personas.  (2) 

(i)  Guad,  descrip.  y  comp.  etc.,  tomo  3,  cap.  48,  pág. 
277  y  sig.  296. 
(2j  ídem,  idem,  cap.  50,  pág.  345  y  sig. 


-539— 


§20. 


La  lengua  Othorni  comparada  con  el  chino  ha 
sido  objeto  de  un  estudio  muy  detenido  por  parte 
del  Sr.  Pimentel:  notable  es  el  trabajo  que  sobre 
esto  presenta  en  la  segunda  edición  de  su  obra: 
véese  en  ella  el  acopio  de  datos  con  que  procedió, 
y  no  escasea  la  cita  de  escritores  notables,  cuyo 
juicio  y  calificaciones  ha  tenido  á  la  vista  para 
formar  el  suyo  propio,  guiado  por  una  critica  ló- 
gica y  razonada,  y  un  prolijo  análisis  en  que  re- 
saltan los  conocimientos  ñlológicos  del  autor,  dán- 
donos por  resultado  la  opinión  fundada  de  que  el 
othomi  y  el  chino  solo  tienen  alguna  analogía 
morfológica;  <(  pero  que  tocante  al  sistema  gra- 
matical difieren  en  lo  esencial,  y  solo  se  parecen 
en  algunos  procedimientos  secundarios,  que  son 
comunes  á  lenguas  de  clases  y  grupos  diversos  » 
(1)  y  por  consiguiente,  que  no  siendo  esa  analo- 
gía más  que  \im.\i2iác>imGXiíe  morfológica,  no  puede 
en  manera  alguna  ser  genealógica. 

Omito,  por  falta  de  tiempo,  entrar  por  ahora  en 
algunos  pormenores,  y  emitir  los  conceptos  que 
me  ha  sugerido  ei  trabajo  del  Sr.  Pimentel,  y  los 
que  se  sucitan  al  leer  lo  que  sobre  esto  nos  es  co- 

(1)  ídem,  Ídem,  oap.  32,  pág.  399. 

ESTUDIOS — TOMO  H — 70 


—540— 


nocido  del  P.  Nájera,   de  Du  Ponceau,  y  de  Mr. 
Charencv. 


§21 


Nada  dirc  tampoco  de  las  consecuencias  que 
puedan  sacarse  de  su  comparación  con  el  Maza- 
hua  y  el  Pirinda.  el  Pame,  el  Jonaz  y  el  Serrano, 
y  solo  liaré  notar  que  en  el  mazaJma  hay  diccio- 
nes más  largas  que  en  el  otliomi  hasta  de  seis  sí- 
labas; y  que  en  ninguno  de  los  dos  hay  signos  es- 
peciales para  marcar  el  género  y  el  caso. 

De  la  comparación  con  el  Pirinda  resulta  ser 
éste  y  el  othomí  idiomas  distintos  en  su  mecanis- 
mo gramático^  descubriéndose  en  su  vocabulario 
diferencias  esenciales. 

Entre  el  Pame  y  el  Othomí  hay  analogía  foné- 
tica, y  en  el  sistema  seguido  para  dar  á  conocer  el 
tiempo  y  las  personas  en  los  verbos:  el  jonaz  tiene 
relación  con  el  pame,  y  se  acerca  por  consiguien- 
te en  este  respeto  al  othomí.  «  El  Serrano  es  tan 
parecido  al  othomí,  que  pudiera  creérsele  uno  de 
sus  dialectos.))  (1) 

(1)  ídem,  ídem,  cap.  53— ai— 55,  pág.  421  y  sig. 


— í)41— 


§  22. 


Aunque  el  Apache  ha  sido  ya  objeto  del  estudio 
de  varios  escritores,  v  sobre  él  se  han  hecho  in- 
vestigaciones  notables,  todavia  no  es  bastante  co- 
nocido para  hacer  sobre  él  justas  apreciaciones, 
su  importancia  para  la  historia  no  puede  descono- 
cerse, siquiera  por  ser  el  idioma  que  se  habla  en 
una  de  esas  regiones  del  Norte,  de  donde  vinieron 
tantas  gentes  á  poblar  lo  interior  de  esta  parte  del 
continente  americano,  cuyas  emigraciones  están 
intimamente  ligadas  con  la  historia  primitiva  del 
pais  en  sus  épocas  más  remotas. 

Existe  analogía  léxica  entre  el  A'paxhe  y  el  Otlw- 
ml  de  palabras  aisladas^  pero  de  esta  analogía  no 
puede  deducirse  ni  fusión  completa,  ni  comuni- 
dad de  origen;  apesar  de  las  tradiciones,  sobre 
emigración  de  los  otlwmies  de  los  países  septen- 
trionales. 

En  cuanto  al  idioma  que  hablan,  los  sonidos  son 
guturales  y  silvantes:  hay  en  él  bastantes  mono- 
sílabos en  general,  y  las  palabras  de  varias  síla- 
bas por  lo  común  son  cortas:  las  personas  del  ver- 
bo se  marcan  con  el  pronombre  generalmente  pre- 
fijo. (1) 

(1)  ídem,  ídem,  cap.  56,  pág.  483  y  sig. 


—542— 

Estas  pocas  indicaciones  ponen  de  manifiesto  la 
importancia  del  estudio  comparativo  de  todos  es- 
tos idiomas;  y  las  revelaciones  que  por  medio  de 
él  pueden  obtenerse,  haciéndolo  estensivo  al  de  ias 
regiones  del  antiguo  continente,  de  donde  puedan 
haber  procedido  los  que  en  épocas  remotas  pobla- 
ron el  nuevo  mundo. 


FIN  DEL  TOMO  SEGUNDO. 


FÉ  DE  ERllATAS. 


Pig. 


Lín. 


JDice 


Lóase 


10 

19 

encru?tado 

11 

6 

ehilitl 

12 

6 

Haina-capac 

18 

2 

puestas 

23 

23 

inours 

30 

39 

Hatos 

37 

10 

brascrilles 

40 

21 

Nazahualcoyotl 

66 

19 

Stona 

90 

17 

ciólas 

98 

28 

Campolion 

122 

21 

garrota 

124 

14 

que 

134 

16 

gaia 

136 

10 

Glauco 

136 

16 

decuentas 

141 

4 

inmitables 

177 

22 

paocedencia 

178 

25 

Bortitud 

incrustado 

chililitli 

Huainacapac 

puertas 

moeurs 

Hator 

braserillos 

Nezahualcoyotl 

storia 

ciclas 

champolion 

garzota 

con 

gola 

de  Glauco 

de  cuentas 

inimitables 

procedencia 

uorlherd 


II 


Páí 


Lín. 


Dice 


Léase 


192 
197 
214 
214 
217 
220 
222 
226 
234 
234 
234 
235 
235 
256 
257 
263 
270 
273 
273 
274 
300 
304 
306 
329 
334 
335 
338 
359 
359 
362 
368 
370 
377 


19 
2 

15 
18 
18 
26 
16 
20 

5 
18 
20 
21 
25 
22 
24 
21 

7 
10 
14 

8 
21 
14 

9 
24 
18 

T9 

15 
19 
24 

1 
20 
24 

4 


Mecamonn 

Nicbulier 

Meleagno 

Pasilidipo 

gentilicio 

Spliinf^a 

pequeños 

as 

Pauplilo 

xVthleta 

peleando 

Ulises: 

quien 

procticaron 

irnej^enes 

objetes 

al" 

dándole 

á  !a 

ftrcque 

sirocaldeos 

á  la 

Ente 

Ortalano 

befurcada 

sinnúmero 

Streem 

Mano  tlion 

apun 


Mennonn 

Niebhur 

Meleagro 

Posilidipo 

{gentílico 

sphingx 

pequeñas 

las 

Pampliilo 

el  Athleta 

peleando; 

ülises 

que 

practicaron 

imaojenes 

oV)jetos 

el 

dando 

la 

feraque 

sirocaldeos 

la 

Entre 

ortolano 

bifurcada 

sin  número 

stream 

Manethon 

apud 


Yuter  y  Maulton  Yater  y  Maltón 
papiru  papirus 

Monfaucon  Mountfaucon 

palmerianas  palmirianas 


III 


V&g. 


Lili. 


Dico 


LCiise 


381 

C 

cinco  veintes 

dos  veintes  y  diez 

339 

14 

Incident 

Tncidents 

441 

19 

Tomarino 

Tomasino 

442 

3 

Pompeyo,  Festo 

Pompeyo  Festo 

458 

21 

acojée 

a cajee 

471 

o 

chilocno 

cliiloeno 

473 

5 

curamino 

curomina 

id. 

G 

Eccboríí 

Ecorobé 

id. 

8 

Paicouá 

Paiconé 

id. 

12 

Quiteme 

Quitema 

id. 

22 

Machan  i 

Machón  i 

474 

11 

Pajuna 

Payagua 

475 

1 

memaga 

inemaga 

477 

11 

Inguarona 

Yuguarana 

id. 

12 

cararin 

carariu 

id. 

22 

Aeroa 

Acroa 

id. 

25 

Borara 

Borora 

478 

2 

Maromonie 

Maroinonii 

id. 

3 

Papayas 

Payayas 

id. 

13 

Muchacarai 

Machacar  i 

id. 

18 

Acroainirine 

Acroamirim 

id. 

21 

Guanarasc 

Guanaro 

id. 

23 

Caicoi 

Caicai 

480 

2 

akerecato 

akorccoto 

id. 

3 

akiricato 

akiricoto 

id. 

3 

ariuacato 

arinacoto 

id. 

4 

cumanacato 

cumanacoto 

id. 

4 

guakiriric 

guakirié 

id. 

5 

makiritaro 

makiretari 

id. 

6 

mapaya 

niapoye 

id. 

6 

por eco 

parcco 

id. 

C 

pandacoto 

paudacoto 

IV 


Pág      Lín 


Dice 


LCase 


— 



■■ 

480 
id. 

9 
12 

arenquepano 
gatoguanchano 

arenguepono 
gotoguanchano 

481 

5 

jicara 

j  i  rara 

483 
id. 

19 

simigaccurari 
Yamico 

simigaecurari 
Yamea 

índice. 


Advertencia 


CAPITULO  XVII. 

Páginas. 


1.  Exáraen  de  otras  construcciones  en  este 
continente,  comparadas  con  las  de  las  nacio- 
nes antiguas.  Los  templos.  Notable  templo 
construido  en  Cholula  y  deidad  á  que  estaba 
consagrado.  Los  de  Teotihnacan:  número  que 
habia  en  México:  descripción  del  de  Iluitziio- 
pochtli.  Los  de  Texcuco.  El  del  sol  on  la 
América  del  Sur:  los  de  la  Florida 

2.  Comparación  de  estos  templos  con  los  de 
la  antigüedad:  los  de  Egipto:  los  do  Siria  y 

ESTUDIOS — TOMO  II — 71 


II 

Páginas, 

la  Arabia:  el  de  Belo  en  Babilonia:  el  de  Dia- 
na en  Efeso:  otros  templos  griegos:  descrip- 
ción del  de  Salomón:  el  delsambul  en  Nubia: 
los  de  Lucqsor  y   Carnack  y  otros  notables. 

Capillas  monolitas  de  Sais  y  Butor 14 

8.  Comparación  entre  estos  templos,  el  del 
Palenque  y  los  demás  de  este  continente:  lo 
que  de  ella  resulta:  rasgos  de  semeianza  en- 
tre el  palacio  del  Palenque  y  el  templo  de 
Belo ,.       31 

4.  Se  dá  lijera  idea  de  las  habitaciones  parti- 
culares, de  varios  edificios  públicos  de  los  in- 
dios, y  de  algunos  palacios  y  casas  de  los  no- 
bles. Recuerdos  que  exitan.  Casas  de  los  po- 
bres y  de  los  ricos 33 

6.  Obras  y  trabajos  de  arquitectura  conoci- 
dos por  los  mexicanos 43 

6.  Resto  de  construcciones  suyas:  compara- 
ción con  las  del  Palenque. 44 

CAPITULO  XYIII. 

1.  Analogías  en  orden  á  la  arquitectura:  no 
se  parece  la  del  Palenque  á  la  griega,  ni  á  la 
romana,  ni  á  la  gótica,  ni  á  la  árabe,  ni  á  la 
china,  ni  á  la  hindú:  calificación  de  Dupaix. .       41 

2.  Sentir  del  barón  de  Humboldt  respecto  de 
los  teocallis:  juicio  formado  por  Mr.  Warden: 
parecer  de  Mr.  Farcy:  originalidad  que  en- 
contraba Mr.  Lenoir  en  las  obras  del  Palen- 
que: opinión  de  Stephens  y  de  Mr.  Larenau- 
diere 48 


III 

Pfigínas- 

§    3-     Carácter  peculiar  de  su  arquitectura 50 

§  4.  Rasgos  de  analogía  entre  estas  ruinas  y 
las  construcciones  de  Egipto:  juicio  de  varios 
sabios  sobre  esta  semejanza  que  aparece  igual- 
mente en  las  demás  construcciones  de  este 
continente 51 

CAPITULO  XIX. 

§  1.  Escultura  de  las  ruinas  del  Palenque:  na- 
turaleza del  arte,  su  antigüedad  y  progreso...       57 

§     2,     Escultura  asiática 59 

§     3.     La  egipcia:  estatuado  Sesostriscn  el  mu- 
seo de  Turiu:  sarcófago  de  Ramses  en  el  mu- 
seo del  Louvre;  el  do  Arthout  en  el  de  Lon- 
dres: leones  do  la  fuente  de  Moisés  en  Roma.      60 
§     4.     Escultura  griega:  causas  que  influyeron  en 

su  perfección:  juicio  del  conde  de  Caylus 62 

§    5.     La  escultura  entre  los  israelitas 65 

§     6.     Carácter  de  la  escultura  etrusca 66 

§    7.     Estatuas  de  los  godos 66 

§  8.  Examen  de  la  escultura  entre  los  roma- 
nos: estatua  de  Apolo  y  cabeza  de  Nerón  en 
el  museo  del  Vaticano:  cabeza  de  Popea  y  es- 
tatua de  Agripina  en  el  del  Capitolio:  cabeza 
de  Adriano  en  el  de  Borghcsc:  Antinoo  en  la 
villa  Mondragone:  sarcófagos  notables:  juicio 
de  Winckelman  sobre  el  Apolo  de  Belvedere.  67 
§     0.     Influencia  de  la  idolatría  en  la  escultura  y 

su  antigüedad 68 

§  10.  Comparación  de  las  obras  del  Palenque 
con  las  de  las  naciones  de  la  antigüedad:  ras- 


IV 

Páginas. 

gos  que  se  descubren  en  las  figuras  de  los  pa- 
lenoanos,  y  adelantos  que  suponen  en  otros 
ramos 69 

CAPITULO  XX. 

1.  Ángulo  facial  que  distingue  á  las  figuras 
del  Palenque:  juicio  que  sobre  esto  han  for- 
mado el  barón  de  Ilumboldt  y  otros  escrito- 
res: lo  que  expone  Stephens:  opinión  de  Kings 
borough 7^ 

2.  Los  cráueoíJ,  observaciones  de  Mr.  Mor- 
ton,  Camper  y  Cramer:  práctica  délos  indios 
de  anioldfir  la  cabeza:  juicio  do  Pintland  y 
otros  autores  sobre  los  cráneos  del  Perú. . . .       76 

3.  Clasificación  de  razas;  trabajos  de  Cra- 
mer: sistema  de  Bluraembacli  y  de  Linch. ...       79 

4.  La  raza  americana 80 

5.  Caracteres  de  los  habitantes  del  Palen- 
que deducidos  délas  figuras  que  los  represen-         ' 
tan:  facciones  de  la  cara 82 

6.  Rasgos  distintivos  de  la  raza  americana 
según  el  B.  de  Ilumboldt:  calificación  de 
Mofras 84 

CAPITULO  XXI. 

1.  Vestidos  de  las  figuras  del  Palenque:  el 
de  los  hombres:  su  comparación  con  los  usa- 
dos en  las  naciones  antiguas;  el  de  las  muje- 
res: comparación  con  las  de  la  antigüedad.       87 

2.  Descripción  de  los  diversos  trajes  que 
usaban  los  habitantes  de  esta  parte  del  con- 


Páginas. 

tioente  americano;  trajo  militar  del  rey:  ves- 
tido ordinario  y  común  del  pueblo:  el  de  los 
ricos  y  personas  de  distinción:  el  de  los  jefes 
aztecas:  el  de  Moctezuma:  el  usado  por  los 
Toltecas  y  Chichimecas:  el  de  los  chibchas. .       91 

3.  Vestidos  usados  en  varias  naciones  de  la 
antigüedad 97 

4.  Semejanzas:  diversos  trajes  de  los  indios 

de  Chiapas 100 

6.  Conjeturas  sobre  las  telas  que  usaban  en 
estos  vestidos:  antigüedad  de  los  tejidos  de 
lino:  cultivo  del  algodón  en  América:  tejidos 
de  Cholula:  uso  de  la  seda:  la  lana,  su  anti- 
güedad y  uso  en  tiempo  de  los  patriarcas:  da- 
tos de  Clavijero  sobre  tejidos:  uso  que  se  ha- 
cia de  las  pieles 103 

6.  Observaciones  que  se  deducen  de  lo  ex- 
puesto   , 106 

CAPITULO  XXIÍ. 

1.  Antigüedad  del  bordado:  materiales  y  co- 
lores que  se  empleaban  y  firmeza  que  se  les 
daba 109 

2.  Lujo  y  ostentación  que  se  nota  en  los  ves- 
tidos de  las  figuras  del  Palenque:  uso  de  las 
franjas  en  los  vestidos:  trajes  do  la  clase  po- 
pular en  Egipto:  semejanza  con  el  que  se  vé 
en  las  figuras  del  Palenque:  cinturon  que  tie- 
nen éstas  y  su  carácter  particular:  semejanza 
con  el  de  las  figuras  egipcias:  su  uso  entre  los 
romanos  y  los  griegos 112 


VI 

Páginas. 

3.  El  calzado:  materia  de  que  se  hacia  al 
principio  y  lo  que  era  en  los  tiempos  anti- 
guos: leptaschides:  sandalias  con  suela  dé  ma- 
dera: coturnos:  uso  del  calzado  entre  los  egip- 
cios, griegos  y  babilonios:  opinión  de  Bochart 
y  de  Bincio  sobre  el  de  los  hebreos:  especie 
de  calzado  que  usaban  los  romanos:  color  del 
zapato  según  el  sexo,  clase  y  condición 114 

4.  Variedad  del  calzado  en  las  figuras  del 
Palenque  y  su  descripción 119 

CAPITULO  XXIII. 

1.  Los  cascos  de  las  figuras  del  Palenque; 
los  usados  por  muchos  pueblos  de  la  antigüe- 
dad, sus  adornos  y  analogías  que  de  ellos  re- 
sultan      121 

2.  El  copilli  de  los  indios  y  coronas  de  la 
antigüedad 125 

3.  Uso  de  collares  en  los  pueblos  antiguos: 
conocimientos  que  supone  su  fabricación:  el 
que  se  tenia  do  los  metales  desde  áotes  del 
diluvio:  su  fundición,  afinamiento  y  separa- 
ción: invención  de  algunos  instrumentos:  uso 
del  cobre  y  del  fierro:  metales  de  que  hacían 
uso  los  mexicanos:  hachas  de  cobre  encontra- 
das en  los  sepulcros  de  los  peruanos:  uso  del 
cobre  en  tiempo  de  Homero  y  del  fierro  en 
Egipto  y  la  Palestina:  invención  de  la  meta- 
lurgia: antigüedad  de  los  adornos  de  oro  y 
plata:  collares  de  oro  y  piedras  preciosas. . .     128 

4.  Adelantos  de  la  platería  en  los  tiempos 
antiguos:  collares  usados  por  los  egipcios,  va- 


VII 

Páginas. 

lor  y  estimación  de  las  piedras  preciosas  des- 
de entonces,  y  conocimiento  que  se  tenia  del 
modo  de  cortarlas  y  pulirlas 135 

5.  Aplicación  de  lo  expuesto  á  las  figuras  del 
Palenque,  y  observaciones  sobre  la  antigüe- 
dad de  sus  habitantes,  su  adelanto  y  cultura.     139 

6.  Progresos  de  la  platería  entre  los  indios: 
obras  admirables  de  oro  y  plata  en  el  Períi: 
piedras  verdes  de  que  hacían  uso  los  indios . .     140 

7.  Brazaletes,  su  uso  en  la  antigüedad:  los 
tienen  las  figuras  del  Palenque:  adelantos  que 

esto  prueba  y  observaciones  á  que  dá  lugar. .     155 

CAPITULO  XXIV. 

1.  Figuras  notablej  del  Palenque:  piel  que 
llevaba  una  de  ellas  sobro  la  espalda:  funcio- 
nes de  los  sacerdotes  egipcios  y  trajes  é  insig- 
nias con  que  se  distinguían 159 

2.  Bajo  relieve  encontrado  en  un  hipogeo  de 
Ávidos:  su  semejanza  con  otro  de  las  ruinas: 
comparaciones 162 

3.  Indicaciones  sobre  otras  de  las  figuras  no- 
tables, y  c.onieturas  á  que  dá  lugar  todo  su 
conjunto 164 

4.  Piedra  en  cuyo  centro  se  encuentra  colo- 
cada la  crvz:  el  Tau  de  los  egipcios  y  el  Lin- 
gan  de  los  indios:  significación  que  tenia  la 
cruz  en  varios  pueblos  de  la  antigüedad:  lo 
que  era  en  tiempo  de  Abraham:  el  patíbulo 
de  la  cruz:  conocimiento  que  se  tenia  de  ella 


VIII 

Páginas. 

antes  de  Jesucristo:  cruces  encontradas  en 
otros  lugares  del  continente 165 

5.  Lo  que  era  entre  los  indios 175 

6.  Importancia  del  bajo  relieve  indicado:  pa- 
labras con  que  los  egipcios  expresaban  el  au- 
mento y  crecimiento  del  Nilo:  su  significa- 
ción en  el  sánscrito,  y  manera  como  figura  en 
el  culto  hindú:  coincidencia  délas  ceremo- 
nias de  los  indus  y  las  figuras  egipcias 177 

7.  Fragmentos  de  un  globo  alado  encontra- 
do en  las  ruinas  de  Ococingo 187 

CAPITULO  XXV. 

1.  Estuco  usado  por  los  palencanos:  uso  que 
de  él  hacian  los  egipcios:  su  empleo  en  Asia  y 
otros  países 189 

2.  El  grabado:  grabado  en  hueco:  bajos  re- 
lieves en  Egipto  y  otras  naciones 191 

B.  Bajos  relieves  notables  de  Jos  griegos  y 
romanos 195 

4.  El  bajo  relieve  en  las  ruinas  del  Palen- 
que: su  carácter  y  adelanto  que  revelan  las 
obras  en  ellas  ejecutadas:  comparación  con 
las  de  los  egipcios:  causa  por  qué  entre  éstos, 
lo  mismo  que  entre  los  mexicanos,  se  mantuvo 
estacionaria  la  escultura:  opinión  de  Stephens: 
postura  de  las  figuras  del  templo  de  los  Lajas 
en  las  ruinas  del  Palenque  y  su  semejanza  con 

las  egipcias:  otras  semejanzas  notables. ...      197 

5.  Bajo  relieve  encontrado  en  Zaehila 202 


IX 

/'ágluaa. 

6.  Figuras  que  se  vea  eii  el  claustro  do  Bo- 
lonia y  en  la  fachada  de  la  catedral  de  Mó- 
dena 202 

CAPITULO  XXVI. 

1.  Las  estatuas  entre  los  antiguos 205 

2.  Su  carácter  entre  los  egipcios:  colosos  del 
Amenopbion  de  Tébas:  estatua  parlante  de 
Memnon:  la  de  Sesostris:  colosos 206 

3.  Antigüedad  de  la  estatuaria:  su  uso  en  el 
Asia  y  otras  naciones:  las  más  notables  por 
su  objeto,  por  la  materia  de  que  estaban  he- 
chas, ó  por  los  artistas  que  las  ejecutaron:  las 
de  Grecia  y  sus  escultores  notables:  las  de  los 
romanos 209 

4.  Estatuas  encontradas  en  el  Palenque  y 
Ocociugo:  comparación  con  una  estatua  egip- 
cia de  las  más  notables,  y  semejanzas  que  se 
advierten:  observaciones  sobre  el  instrumen 
to  dentado  que  tiene  sobre  el  pecho,  y  la  in- 
signia que  lleva  en  la  mano:  adornos  que  tie- 
nen las  figuras  en  la  tabla  Isiaca  y  monumen- 
tos  publicadoíí  por  Caylus:  cordón  y  tan  que 
llevaban  los  sacerdotes:  la  efigie  en  el  pecho 

de  la  sacerdotisa  de  Cibeles 217 

5.  Observaciones  sobre  los  pantalones  que  se 
notan  en  la  expresada  estatua  del  Palenque.     222 
0.     Xo  se  han   encontrado  en  las  ruinas  ca- 
riátides üi  atlantes -23 

7.  La  escultura  entre  los  mexicanos:  ídolos 
en  la  isla  do  Coxumcl:  efigie  do  Quetzalcoatl: 

ESTUDIOS — ^TOMO  11 — 72 


X 

Páginas. 

de  Huitzilopochtli:  colección  eu  piedra  en  el 
Museo  de  México  de  ídolos  y  otros  varios  ob- 
jetos       223 

§    P.     Nacas  del  Peten 226 

§    9.    Estatua  de  la  colección  de  Waldeck ....     227 

CAPITULO  XXVII. 

§  1.  Falta  de  pinturas  en  las  ruinas  como  or- 
nato de  los  edificios:  data  del  arte  de  pintar.     229 

§     2.     Conocimiento  é  invención  de  la  pintura 

atribuida  á  los  egipcios 230 

§  3.  Conocimiento  de  los  colores,  la  pintura  y 
el  arte  de  iluminar:  antigüedad  de  éste  úl- 
timo      232 

§     4.     Su  principio  y  progreso  éntrelos  griegos: 

sus  pintores  más  afamados 233 

§  5.  Provecho  que  sacaron  los  romanos  de  los 
adelantos  de  los  griegos;  perfección  de  los 
modernos 236 

§     6     La  pintura  entre  los  etruscos. , . 239 

§  7.  Restos  de  pintura  descubiertos  en  las  rui- 
nas del  Palenque. ^.  . .     210 

§     8.     Pinturas  encontradas  en   las  ruinas   de 

Yucatán 242 

§     9.     Uso  que  liacian  de  los  colores  los  tzenda- 

les  y  mexicanos 243 

§  10.  Estado  déla  pintura  entre  estos  ultimes 
y  las  dem;?s  naciones  de  Análiuac:  pérdida  de 
manuscritos  importantes  en  que  se  empleaba, y 
de  otros  monumentos  de  la  antigüedad , .     244 

§     11.     Pinturas  y  manuscritos  que  se  salvaron.     244 


XI 

Páginas. 

§  12.  Colores  de  que  hadan  uso  los  mexica- 
nos y  tzendales:  y  lo  que  era  en  general  la 
pintura  entre  los  indios 2-48 

CAPITULO  XXVIII. 

§  1.  Escritura  palencana.  Medios  que  se  usa- 
ron antes  de  la  escritura  para  conservar  la 

memoria  do  los  sucesos 251 

§  2:  Práctica  de  los  chinos.  Los  quipos  de  los 
peruanos.  Los  nepahueltzitzin  do  los  mexi- 
canos ...... 2n3 

§  3.  Primeros  ensayos  que  se  hicieron  y  pro- 
gresos que  fueron  lográndose  en  la  escritura.     254 

§    4.     Geroglificos 255 

§  5.  Escritura  silábica.  Su  invención.  Época 
en  que  se  verificó.  Países  en  que  hubo  prime- 
ro de  conocerse,  y  como  fué  estendiéndoso  y 

perfeccionándose 258 

§     6.     Sistema  gráfico  y  simbólico 262 

§     7.     Escritura  ideográfica  y  simbólica 264 

§  8.  Número  de  geroglificos  entre  los  egipcios. 
Su  escritura  hie;'ática.  Establecimiento  de  la 

demótica  y  fonética 265 

§  9.  Variedad  do  opiniones  sobre  el  origen  de 
la  escritura,  y  otros  puntos  concernientes  á 

ella 266 

§     10.    Escritura  del  Palenque 275 

§  11.  Las  inscripciones  de  Egipto  y  cómo  fue- 
ron descifradas 277 

§     12.    Obtáculos  y  dificultades  con  que  so  tro- 
pieza para  obtener  igual  resultado  respecto  de 


XII 

Páginas. 

los  caracteres  del  Palenque.  Su  naturaleza  y 
forma  en  que  se  presentan:  comparación  con 
los  egipcios.  Trabajo  y  tiempo  empleados  por 
Ordoñez  para  entender  un  manuscrito  que  lie 
gó  á  sus  manos 280 

CAPITULO  XXIX. 

1.  Continuación  del  mismo  asunto.  Uso  que 
hacian  los  palencanos  de  signos  gerogllficos, 
simbólicos  y  fonéticos 289 

2.  Como  procedían  los  egipcios. 291 

3.  Género  de  escritura  propia  de  los  palen- 
canos. No  tenian  noticia  de  la  escritura  alfa- 
bética. Consecuencias  importantes  que  de  es- 
to se  deducen 293 

4.  Opiniones  que  se  han  expresado  respecto 

de  la  escritura  alfabética 294 

5.  Tipo  de  originalidad  de  los  caracteres  del 
Palenque.  Rasgos  de  semejanza  entre  los  fe- 
nicios, griegos  y  latinos,  estudios  hechos  sobre 
el  alfabeto  fenicio,  y  su  comparación  con  los 
de  los  otros  pueblos:  comparaciones.  Alfabe- 
to de  los  abisinios  y  brachmines.  Escritura 
de  los  pueblos  de  Malabar,  Bengala,  Boutan, 
el  Thibet  y  otros;  de  los  tártaros  orientales, 
guebros  y  seracabios.  Comparación  de  los  del 
Palenque  con  los  conocidos,  y  lo  que  de  esto 
resulta.  Juicio  de  Scbmalz » 299 

6.  Origen  del  lenguaje  escrito  en  los  abisi- 
nios       308 

7.  Examen  analítico  de  Jq,  escritiírq,  de  va- 


XIII 

Páfiioas. 

rias  naciones,  lo  que  sobre  esto  dice  el  P. 
García,  Herrera,  Torquemada,  Sahagun,  Acos- 
ta,  Garóes  y  Solórzano,  estudios  arqueolójíi- 
cos  de  D.  J.  M.  Melgar.  Observaciones  de  D. 

Manuel  Orozco  y  Berra  310 

8.  Geroglíücos  palencanos  y  mexicanos.  Tra- 
bajos de  Mr.  Aubin.  Caracteres  de  Yucatán. 
Geroglificos  de  los  zapotecos.  Semejanzas. 
Escritura  usada  por  las  tribus  de  la  América 
del  Norte.  La  del  Perú:  lo  que  sobre  esto  ex- 
])oncn  xicosta,  Garcilazo  de  la  Vega  y  Her- 
rera      316 

CAPITNLOXXX. 

1  Continuación  del  mismo  asunto.  Inscrip- 
ciones en  piedra 355 

2  Uso  de  las  planchas  do  metales  y  tablitaa 
de  madera  para  grabar  en  ellas  los  caracte- 
res; de  hojas  de  palma  y  corteza  de  árboles. 
Libros  de  los  itzaeses,  mapas  y  otros  escritos 

de  los  de  Chiapas  y  Guatemala 363 

3.  Autigüedad  del  papirus.  El  pergamino. 
Papel  de  algodón  y  de  lino ....     368 

4.  Materia  de  que  se  hacia  entre  los  mexica- 
nos.  Libros  de  hojas  de  árboles  encontrados 

por  los  rusos  en  1721 ■ 372 

5.  Observaciones  á  que  dá  lugar  la  inven- 
ción y  uso  del  papel 374 


XIV 

Páginas. 


CAPITULO  XXXI. 

1.  Falta  de  datos  sobre  sistema  numérico  de 
los  palencanos:  el  de  los  tzendales:  el  de  los 
egipcios:  los  griegos:  origen  de  las  cifras  ac- 
tuales: imperfección  de  la  numeración  antes 

de  la  propagación  de  las  cifras 379 

2.  Aserciones  de  Paw:  sistema  numérico  de 
los  mexicanos  y  délos  otomíes:  el  de  los  alba- 
nos,  y  de  un  pueblo  de  Tracia 382 

3.  Antigüedad  de  la  numeración:  su  inven- 
ción: su  progreso  entre  los  griegos 383 

4.  Procedencia  de  las  cifras  de  los  árabes: 
opinión  de  Huet  acerca  de  esto 384 

5.  La  falta  de  los  signos  de  los  palencanos 
priva  de  un  dato  importante  para  iuzgar:  sig- 
nos de  los  egipcios:  semejanza  entre  su  modo 

de  contar  y  el  de  los  tzendales 388 

6.  Los  mexicanos  se  valieron  para  esto  de 
geroglíficos,  los  peruanos  de  quipos,  los  tzen- 
dales de  los  signos  con  que  escribían:  los  grie- 
gos y  las  demás  naciones  no  tuvieron  por  mu- 
cho tiempo  caracteres  numéricos 389 

CAPITULO  XXXII. 

1.  Importancia  de  la  filología  para  la  histo- 
ria de  los  pueblos  y  el  conocimiento  de  su  orí- 
gen:  cómo  debe  procederse  al  hacer  uso  de  ese 
medio  indasratorio   394 


XV 

Páginas. 

§    2.     Multiplicidad  de  idiomas  en  el  contiaente 

americano 39!í 

§    3.     Lengua  mexicana 399 

§    4.     La  otomi 401 

§     5.     La   tzendal:  idiomas   que  se   hablan  en 

Chiapas 402 

§  6.  Conjetura  sobre  el  idioma  de  los  palenca- 
nos 407 

§  7.  La  lengua  maya,  sus  relaciones  con  la 
chol,  y  la  otomí 407 

§  8.  Procedimiento  usado  por  varios  autores 
sobre  comparación  de  los  idiomas  de  Améri- 
ca con  los  de  algunas  naciones  antiguas. .  .       410 

§  9.  Observaciones  sobre  las  analogías  que  re- 
sultan, y  cómo  debe  precederse  en  las  compa- 
raciones       414 

§  10,  Reflecciones  do  Mr.  Renaudet  acerca  de 
esto:  circunstancias  que  además  deben  tener- 
se presentes 416 

§  11.  Letras  de  que  carece  la  lengua  mexica- 
na, diferente  valor  de  otras  en  la  tzcnda!,  y 
las  que  faltan  en  el  huasteco,  misteco,  taras- 
co y  otras:  consecuencias  que  se  deducen ....     419 

§     12.     Lengua  primitiva  antes  de  la  confusión 

acaecida  en  Babel 421 

§     13.     Opinión  de  varios  orientalistas  sobre  las 

lengua.s 425 

§     14.     Observaciones  sobre  la  lengua  zcnd 425 

I     15.     Observaciones  sobre  el  san.scrito  y  su  se 
mejanza  con  la  lengua  maya:  oti  aa  semejanzas 


XVI 

Páginas. 

que  se  deducen  de  su  denominación;  opinión 
de  Prichard  y  de  Vater:  palabras  de  los  dia- 
lectos del  Brasil,  México  y  varias  tribus  de 
las  costas  orientales  de  América,  que  se  deri- 
van del  sánscrito:  lugares  donde  prevalece  la 
lengua  malaya 426 

§  16.  Parentescoy  afinidad  de  las  lenguas  ame- 
ricanas entre  sí:  importancia  de  todos  estos 
datos  para  la  cuestión  de  origen 429 

CAPITULO  XXXIII 

§     1.     Continuación  del  mismo  asunto:  utilidad 

ó  importancia  de  la  filologia 434 

§  2.  Yentajas  que  del  estudio  de  las  lenguas 
se  han  sacado  para  la  historia 434 

§     3.     Juicio  de  Brosses,  Saint-Pelaye;  Suizer, 

Bibliandro  y  otros  autores 435 

§    4.     Estudio  comparativo  de  los  idiomas. . .  .     438 
§    5.     Causas  que  al  principso  impidieron  sus 
progresos,  y  lo  que  boy  puede  lograrse  en  ese 
punto 439 

§  6.  Errores  en  que  incurriron  varios  autores: 
cómo  fueron  evitándose  después,  y  los  adelan- 
tos que  se  han  obtenido 441 

§  7.  Yentajas  que  de  todo  esto  puede  sacarse 
en  el  estudio  de  las  lenguas  de  América:  datos 
y  noticias  que  se  han  reunido 443 

§     8.     Lenguas  matrices  de  lo  que  antes  se  co- 

nocia  con  el  nombre  de  Nueva  España 444 


xvn 

PAginas. 

§    9.    Lengua  mexicana 445 

§    10.    Lengua  Otomí 447 

§    11.    Lengua  Tarasca 449 

§    12    Lengua  pirinda 450 

§    13.    Lengua  cora 450 

§    14.    Lengua  Maya 451 

§    16.    Lengua  mixteca 452 

§    16.    Lengua  totonaca 458 

§    17.    Lengua  haiqui.. .,..,. ,..'., 454 

§    18.    Lengua  pericíi 454 

§    19.     Lengua  guaicura 455 

§    20.    Lengua  cochimí 456 

§    21.    Importancia  del  examen  comparativo  de 

estas  lenguas 456 

§    22.    Sus  dialectos 456 

§    23.    Lenguas  de  que  hace  mención  D.  Fran* 

cisco  Pimentel 460 

^  24.  Lenguas  y  dialectos  de  la  América  Cen- 
tral; juicio  acerca  de  ellas  de  Juarros,  Gabar* 

rete  y  el  Abate  Bras?eur 462 

§  25.  Gramática  y  vocabulario,  que  este  últi- 
mo publicó,  de  la  lengua  quiche:  lo  que  sobre 
ella  expone  el  Sr.  Pimentel.    Otras  lenguas 

que  se  hablan  en  Nicaragua 464 

CAPITULO  XXXIV 

§  1.  Continuación  de  la  misma  materia.  Len- 
guas de  la  América  del  Sur;  su  gran  numero 

ESTUDIOS—TOMO  11—73 


XVIII 

Páginas. 

y  diversidad 467 

§  2.  Lengua  Quichua  ó  del  Cozco:  sus  dialec- 
tos      469 

§    3.     La  Araucana  de  Chile  y  sus  dialectos., .     470 
§    4.     La  Guarini  en  el  Paraguay,  y  sus  dialec- 
tos: otras  muchas  lenguas  y  dialectos  que  allí 
se  hablaban 471 

S    5.    La  Abipona  del  Chaco  en  Buenos  Aires.    474 
§    6.    Las  que  se  hablaban  en  Tucuraan  y  Pa- 
raguay      474 

§    7.     Las  del  Uruguay 475 

§  8.  Las  que  entro  todas  estas  lenguas  se  te- 
nían por  matrices 476 

§  9.  La  lengua  Tupi  del  Brasil:  idiomas  de  orí- 
gen  desconocido 476 

§    10.    Observaciones  sobre  el  idioma  caribe. . .     479 
§     U.     Otras  muchas  lenguas  y  dialectos,  ade- 
más de  los  mencionados 480 

§  12.  Lenguas  y  dialectos  de  la  Nueva  Gra- 
nada      . . 481 

§     13.     Del  Perü 482 

§  14.  Del  reino  de  Quito:  número  de  dielectos 
que  cada  uno  tenia. 482 

§  15.  Las  de  las  Provincias  de  Popayan  y.  de 
Veraguas ^ 484 

§  16.  Lenguas  de  los-que  antes  habitaban  en 
los  Estados  Unidos  de  la  América  del  Norte 
y  sus  dialectos 485 

§    17.     Conclusión  que  saca  el  Abate  Hcrvás  del 


XIX 

Páginas. 

estudio  prolijo  que  había  hecho  de  las  len- 
guas americanas 488 

18.  Lenguas  sobre  que  debe  fijarse  princi- 
palmente el  estudio  comparativo  de  ellas ....     490 

19.  Juicio  de  Herrera,  Torqueraada  y  el  Aba- 
te Hervás  sobre  la  generalidad  de  la  lengua 
mexicana:  importancia  de  su  estudio  compara- 
tivo para  la  cuestión  de  origen:  obras  que  so- 
bre ella  pueden  consultarse 490 

20.  Importancia  para  la  misma  cuestión  de 
las  lenguas  quichua,  guariuí,  araucana,  aljon- 
quina,  hurona  y  apalanchiua , . . , .       493 

21.  Noticias  y  descubrimientos  que  resulta- 
rán de  la  comparación  de  estas  lenguas  con 
las  de  Groelandia;  opinión  de  Richer:  nacio- 
nes americanas  en  las  costas  do  California;  y 
datos  que  se  tienen  sobre  las  lenguas  que  allí 

se  hablaban 496 

22.  Examen  é  investigaciones  que  deben  ha- 
cerse en  esos  países,  el  úabrador,  y  otros.  . .     498 

CAPITULO  XXXV. 

1.  Continuación  del  mismo  asunto.  Impor- 
tancia que,  para  obtener  resultados  más  posi- 
tivos y  ciertos  sobre  la  cuestión  do  origen, 
presentan  las  islas  que  se  extienden  hasta  el 
Japón,  y  lo  que  acerca  de  esto  exponen  Ri- 
cher,  Hervás,  Coxe,  Steller,  y  Klaproth:  dásc 
una  idea  de  las  lenguas  que  en  ellas  se  ha- 
blan       602 


3X 

Páginas. 

§  2.  Lo  que  piensa  Klaproth  de  la  lengua  Ma- 
laya, y  de  las  americanas 507 

§    3.    Lo  que  debe  practicarse  respecto  de  estas 

lenguas,  y  resultados  que  se  obtendrán 509 

§    4.     Progresos  que  so  han  hecho,  y  ventajas 

que  se  han  alcanzado  con  estos  estudios 512 

§  5.  Obras  que  pueden  ser  muy  útiles  en  los 
trabajos  que  se  emprendan  sobre  las  lenguas 
de  América:  indicaciones  y  reglas  que  en 
ellos  deben  seguirse 514 

§  6.  Lo  que  se  ha  logrado  por  este  medio  in- 
dagatorio: indicaciones  de  Klaproth.  Gramá- 
tica poliglota  de  Samuel  Barnard 520 

§  7.  Nueva  edición  de  la  obra  de  D.  Francis- 
co Pimentel  titulada  "Cuadro  descriptivo  y 
comparativo  de  las  lenguas  indígenas  de  Mé- 
xico, ó  tratado  de  filología  mexicana,  etc.". .     624 

§  8.    Dialectos  mexicanos  625 

§  9.    Lenguas  Sonorenses 526 

§  10.    El  Comanche 529 

§  11.    El  Tejanoócoahuilteco 531 

§  12.    Lenguas  de  Nuevo  Módico 531 

§  13.    ElMutzun 532 

§  14.    El  Guaicura 533 

§  15.    El  Cochimí 533 

§  16.    ElSeri  684 

§  17.    Analogías  entre  varios  idiomas 534 

§  18.  Idiomas  que  pertenecen  á  la  familia  Ma- 
ya , 537 


XXI 

Páginas* 

§    19.     El  Totonaco  comparado  con  otros  idio- 
mas   / 538 

§    20.     Comparación  del  Chino  y  el  Othomí .  . ,  539 

§    21,     Comparación  de  otros  idiomas 540 

§    22.    El  Apache 541 


Las  láminas  deberán  colo- 
carse al  fin  de  la  obra. 


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