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Full text of "Estudios sobre personajes y hechos de la historia venezolana"

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This  book  is  due  at  the  LOUIS  R.  WILSON  LIBRARY  on  the 
last  date  stamped  under  "Date  Due."  If  not  on  hold  it  may  be 
renewed  by  bringing  it  to  the  library. 


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in  2012  with  funding  from 

University  of  North  Carolina  at  Chapel  Hill 


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http://archive.org/details/estudiossobreperOOarca 


PEDRO   M.   ARCAYA 


ESTUDIOS  SOBRE  PERSONAJES  Y  HECHOS  DE  LA 
HISTORIA    VENEZOLANA 


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PEDRO      M.    ARCAYA 


ESTU  DIOS    SOBRE 

PERSONAJES   Y    HECHOS 

DE    LA    HISTORIA    VENEZOLANA 

POR    EL    DOCTOR 

PEDRO    MANUEL    ARCAYA 

DE    LA  ACADEMIA   NACIONAL  DE    LA  HISTORIA 


.eN®v. 


CARACAS 

Tipografía  "Cosmos' 

1911 


•  ACC 


Library,  Univ.  of 
North  Carolinm 

No  por  vcni¿a<^,  pues  bien  sé  que  nada  valen, 
me  he  decidido  á  recopilar  en  el  presente  volumen  los 
humildes  trabajos  míos  que  contiene,  i;  los  cuales 
andaban  dispersos  en  folletos  y  en  los  diarios  y  re- 
vistas donde  fueron  publicados  por  primera  vez. 
Solamente  me  ha  movido  la  consideración  de  que 
ellos  están  inspirados  en  ideas  distintas  de  las  que 
hasta  ahora  han  privado  en  los  historiadores  nacio- 
nales, acerca  de  los  personajes  y  sucesos  de  nuestra 
historia,  \;  creo  que  es  conveniente  la  exposición  de 
los  varios  criterios,  pues  la  diversidad  de  las  apre- 
ciaciones que  se  hagan  en  el  período  presente,  que 
podemos  llamar  de  gestación  de  la  literatura  histó- 
rica venezolana,  hará  posible  la  síntesis  nece- 
saria que  sin  duda  se  intentará  realizar  en  el 
porvenir.  Me  ha  parecido,  además,  propicia  la 
época  del  Centenario  de  la  Independencia  nacional 
para  la  circulación  de  este  libro,  con  el  cual  aspiro 
á  contribuir,  aunque  muy  pobremente,  al  análisis 
del  Medio  y  de  las  tendencias  del  alma  colectiva 
venezolana,  cuyo  exacto  conocimiento  es  condición 
indispensable  para  iodo  proyecto  de  mejoramiento 
de  la  Patria. 

El  señor  Esteban  Ballesté,  dueño  de  la  importante 
Tipografía  "Cosmos"  ha  tomado  á  su  cargo  la 
edición  de  este  volumen.  Expresóle  en  estas  líneas 
mi  reconocimiento. 

PEDRO  M.  JRCAYA. 

Caracas:    ¡9/1. 


bolívar 


bolívar 


Pensamos  que  ya  es  tiempo  de  prescindir,  para 
estudiar  la  personalidad  de  Bolívar,  del  criterio 
metafísico  que  ha  venido  informando  de  luengos 
años  atrás  nuestra  literatura  histórica  y  emplear  más 
bien  los  fecundos  métodos  positivos,  llevados  por 
Spencer  al  campo  de  la  ciencia  social  en  general  y 
aplicados  por  Taine  en  los  dominios  de   la  historia. 

Conforme  estas  ideas  modernas  es  como  nos 
proponemos  estudiar  aquí  el  Libertador.  Empresa 
ardua  que  ni  con  mucho  podemos  realizar  á  caba- 
lidad.  Mas,  bastaría  á  satisfacernos  que  nuestro  hu- 
milde trabajo  estimulase  la  producción  de  otros,  ins- 
pirados por  la  ciencia  y  en  los  cuales  las  cabezas 
pensadoras  de  la  juventud  venezolana  esclareciesen 
los  problemas  que  apenas  nos  es  posible  esbozar  en 
estas  lijeras  apuntaciones. 


Sabido  es  que  nuestro  Héroe  venía  exclusivamente 
de  la  raza  ibera.  Raza  autóctona  de  la  península 
hispana,  casi  pura  y  homogénea,  de  rasgos  físicos 
y  psicológicos  determinados,  perteneciente  á  la  rama 
mediterráneo-semita,  de  cráneo  más  ó  menos  alargado 
(dolicocéfalo)  y  color  blanco  moreno,  de  sensibilidad 

9 


PEDEO  M.  AKCAYA 


irritable  é  intenso  amor  propio.  (1)  Los  ascen- 
dientes de  Bolívar  eran  de  sus  mejores  tipos.  Familias 
de  hidalgos  formadas  en  el  batallar  constante  de  la 
Edad  Media.  (2)  Por  línea  recta  de  varón  hallamos 
la  de  su  apellido:  Bolívar,  antiquísima  en  el  solar 
vasco  y  cuyo  nombre  recuerda  en  lengua  eúskara 
la  pradera  y  el  molino,  esto  es,  rememora  el  género  de 
vida  de  los  primitivos  iberos;  de  allí  el  escudo  antiguo 
de  sus  armas,  la  rueda  de  molino  sobre  plata,  que  luego 
trocaron  en  faja  azul,  con  panelas  (corazones),  sobre 
verde,  símbolos  heráldicos  del  valor  guerrero  y  de 
las  heridas  recibidas  en  el  combate.  Por  mujeres 
encontramos  otras  viejas  familias  castellanas  y  vas- 
cas, como  la  de  Villegas,  de  la  que  hubo  esforzados 
combatientes  en  las  Navas  de  Tolosa,  las  de  Pala- 
cios, Sojo,  Ponte,  Guevara,  casa  que  en  sus  comienzos 
disputó  la  primacía  á  los  Condes  de  Castilla  y  des- 
pués dio  asunto  á  la  musa  del  romancero,  Samaniego 
y  algunas  más,  que  todas  debieron  su  renombre  al 
esfuerzo  desplegado  en  la  magna  cruzada  contra  los 
Árabes. 

Veamos  el  estado  de  alma  de  estas  gentes  cuando 
se  inició  su  éxodo  de  España  en  el  siglo  XVI. 

Fácilmente  se  comprende  que  la  influencia  de  siete 
siglos  de  guerras,  de  leyendas  y  romances,  obrando 


(1)  V.  H.  Taine.  Essais  de  critique  et  d'  histoire  le.  edition. 
París,  Hachette,  1896  y  Alfred  Fouillée,  Le  peiiple  espagnol  en  la 
Revue  des  deux  Mondes.  1'-'  de  octubre  de  1899. 

(2)  La  j^enealogía  de  Bolívar  se  publicó  por  Arístides  Rojas. 
Estudios  históricos,  vol.  I.  Acerca  de  los  conquistadores,  ascen- 
dientes de  Bolívar,  véase  á  Oviedo  y  Baños. 

10 


sobre  el  espíritu  de  un  pueblo  predispuesto  por  su 
constitución  mental  étnica  á  transformar  toda  idea 
sugerida  y  todo  recuerdo  lejano  en  visión  interna,  de 
contornos  precisos  y  colores  vivos,  capaz  de  impulsar 
á  la  acción  fuerte  y  sostenida,  produjese  á  la  postre  los 
caracteres  portentosos  de  ese  siglo  XVI,  caballerescos 
é  idealistas  unos,  fanáticos  los  más,  aventureros  otros, 
crueles  muchos,  pero  todos  dotados  de  acerada  ener- 
gía, voluntad  inquebrantable  y  ardoroso  entusiasmo. 
Verdad  es  que  á  fines  de  ese  mismo  siglo,  causas 
múltiples  que  no  hay  para  que  recordar  aquí,  co- 
menzaron en  la  península  á  deformar  aquellos  carac- 
teres, á  convertir  los  caballeros  en  empleómanos,  los 
apóstoles  en  frailes  inútiles,  los  grandes  capitanes  y 
estadistas  de  las  Cortes  de  Carlos  V  y  Felipe  11  en  los 
favoritos  burócratas  de  los  demás  Felipes  y  Carlos, 
hasta  presentar  en  el  siguiente  siglo  XVII  «el  espec- 
táculo grandioso  y  lúgubre  de  un  entusiasmo  conver- 
tido en  ritualidades,  á  manera  de  una  lava  ardiente 
que  después  de  los  deslumbramientos  y  magnificen- 
cias de  su  incendio,  cae,  se  endurece  y  cubre  la  lla- 
nura con  sus  arroyos  negros  é  inmóviles»  según  la 
bella  frase  de  Taine.  Mas  precisamente  cuando  aún 
brillaba  aquel  incendio  en  todo  su  esplendor,  cuando 
estaba  todavía  entera  la  savia  de  la  raza,  dejaron  la 
madre  patria  los  ascendientes  de  Bolívar.  De  las  pro- 
vincias vascas,  de  las  montañas  de  Burgos  y  León,  de 
las  llanuras  de  Castilla,  las  rías  de  Galicia  y  las  costas 
de  Andalucía  bajan  á  esta  América,  semejantes  á  ban- 
dadas de  aves  procelarias  que  presintiesen  cercanos 
cambios  en  las  condiciones  ambientes  del  cielo  na- 
tivo y  volasen  á  otros  climas  donde  posible  les  fuese 

11 


PEDr.O  M.  ARO  AYA 


emplear  la  fuerza  de  sus  alas  y  hallar  aire  apropiado 
á  sus  pulmones. 

Venían  á  la  conquista  de  Venezuela.  Sus  nombres 
están  en  nuestras  antiguas  crónicas  junto  con  los  de 
los  otros  pobladores  de  estas  tierras.  Allí  Juan  de 
Villegas,  llegado  con  Alfínger  á  Coro  en  1.528  y  luego 
figura  importante  en  toda  aquella  época;  allí  Juan 
Cuaresma  de  AAelo,  Bartolomé  García,  Francisco  de 
Madrid,  Francisco  MaMonado,  Juan  de  Guevara  y 
muchos  más.  Y  en  verdad  que  la  conquista  venezola- 
na fué  campo  de  audacias  y  heroísmos  sin  cuento. 
Aquellas  expediciones,  idas  de  Coro  hasta  los  confines 
de  Guayana  y  los  valles  de  Nueva  Granada,  repre- 
sentan el  máximun  de  esfuerzos  de  que  es  capaz  la 
naturaleza  humana.  Tómense  en  consideración  el 
calor  tórrido,  las  selvas  intrincadas,  la  fiebre  de  los 
llanos  y  la  nieve  de  las  cumbres,  los  ríos  caudalosos 
que  atravesar  y  las  tribus  indígenas  que  someter,  en 
medio  de  un  país  completamente  desconocido  y  se 
comprenderá  la  magnitud  de  la  empresa  que  realiza- 
ron aquellos  hombres. 

Terminada  la  conquista  quedaron  los  descendien- 
tes de  los  primeros  pobladores  dedicados  á  las  artes 
de  la  paz,  durante  el  largo  período  que  constituye 
la  época  colonial;  á  los  antepasados  de  Bolívar  los 
vemos  en  los  Regimientos  y  Alcaldías  de  Caracas 
erigiendo  iglesias,  ocupados  en  el  cultivo  de  la  tierra 
y  la  explotación  de  minas. 

Examinemos,  pues,  las  influencias  que  hicieron 
surgir  por  fenómeno  atávico,  de  los  pacíficos  agri- 
cultores de  fines  del  siglo  XVlll,  al  guerrero  indo- 
mable, heredero  de  las  energías  y  heroísmo  de  sus 

12 


lejanos  abuelos  los  conquistadores  de!  siglo  XVI  y 
los  más  antiguos  caballeros  de  la  cruzada  española. 

Es  cuestión  controvertida  en  antropología  la  déla 
posibilidad  de  adaptación  de  las  razas  europeas  á  los 
climas  tropicales,  afirmándola  algunos  sabios  como 
Quatrefages  y  negándola  muchos  otros.  Esta  última 
opinión  predomina  hoy  y  en  verdad  que  su  certeza  se 
impone  á  todo  el  que  estudie  la  evolución  social  de 
estos  países.  Déjanse  sentir,  en  las  razas  blancas 
puras,  aún  en  la  más  resistente  al  medio  tropical, 
que  es  la  española,  al  cabo  de  mayor  ó  menor  nú- 
mero de  generaciones,  los  efectos  destructores  del 
medio.  El  sistema  generalmente  más  afectado  es  el 
nervioso,  por  eso  los  temperamentos  locos,  como 
diría  Maudsley,  los  casos  de  enagenación  mental, 
las  parálisis  y  demás  neuropatías.  (3) 

Si  á  esta  influencia  general  del  medio,  de  que, 
como  es  evidente,  no.  podían  librarse  las  familias  de 
las    cuales    procedía  Bolívar,  agregamos  en  su  caso 

(3)  El  Doctor  Gil  Fortoul  recuerda  el  caso  de  una  población 
de  degenerados  en  el  interior  de  la  República,  proveniente  de 
los  conquistadores  españoles  del  siglo  XVI,  sin  mezcla  de  otras 
razas.  Observó  un  número  exorbitante  de  sordos,  mudos  y 
locos.  Atribuye  la  degeneración  á  las  repetidas  uniones  entre 
próximos  parientes.  Sin  embargo,  nos  permitimos  advertir  que 
según  las  últimas  conclusiones  de  la  ciencia  el  matrimonio  entre 
consanguíneos  no  es  por  sí  sólo  causa  de  degeneración  de  la 
prole,  sino  que  acumula  en  ésta  los  factores  degenerativos  que 
puedan  existir  en  los  cónyuges  por  común  herencia  de  unos 
mismos  ascendientes.  De  manera,  pues,  que  en  el  caso  citado, 
en  definitiva  la  causa  es  la  acción  del  medio.  Esto  confirma 
nuestra  opinión  del  texto.  V.  Gil  Fortoul.  El  Hombre  y  La 
ílistoria.  París.  Garnier.  1896. 


13 


'EDRO  M.  ABCAYA 


particular  que  la  mayor  parte  de  ellas  provenían,  según 
hemos  visto,  de  los  conquistadores  de  Venezuela, 
hallaremos  algunos  datos  más  sobre  qué  fundar  las 
conclusiones  que  nos  proponemos  establecer. 

«La  conquista,  dice  Fouillée,  y  aún  la  inmigración 
pura  y  simple  producen  siempre  una  regresión  mo- 
ral.»   Obsérvase   así   principalmente    en  las  guerras 
de  conquista  de  los  pueblos  europeos,  en  los  países 
nitertropicales  no  civilizados.  La  causa  de  este  fenó- 
meno consiste  en  diversas  influencias,  entre  las  cuales 
además  de  las  que  indica  Fouillée,  (codicia,  ruptura 
de  los  antiguos  nexos  de  familia)  hay  que  recordar 
como  primordial  la  sugestión  ejercida  por  el  espec- 
táculo de  la  vida  primitiva,  azuzando  los  viejos  ins-l 
tintos  latentes  y  despertando  á  veces  en  el  hombre 
civilizado  «e\  salvaje  que  cada  quien  porta  adormecido 
ó  encadenado  en  la  caverna  de  su  propio  corazón.»} 
Mas  no  impunemente  se  puede  retroceder  en  ningún 
sentido,  en  la  escala  de  la  evolución  humana,  sin  que 
toda  la  máquina  nerviosa  se  resienta  y  sufra  y  es  por 
eso  que  la   regresión  moral  de   que   habla   Fouillée 
concluye  muchas  veces   por  traducirse  en  una  su- 
perexitación  nerviosa  mórbida  del  organismo.  A  estas 
causas  psicológicas  hay  que  agregar  las  terribles  in- 
fluencias físicas  del  paludismo  y  otros  venenos  orgáni- 
cos cuyos  efectos  tienen  que  ser  máó  violentos  en  los 
que  andan  en  expediciones  guerreras  por  estas  zonas, 
resultando  necesariamente  de  la  combinación  de  todos 
estos  factores,  ese  estado  mental  propiamente  patoló- 
gico, que  á  la  postre  se  observa  en  muchos  de  los 
conquistadores  de  las  tierras  intertropicales,  desde  las 
antiguas  incursiones  españolas  en  iA.mérica  hasta  las 

14 


bolívar 

últimas  de  los  ingleses  y  franceses  en  el  África  Ecua- 
torial. Es  indudable  que  muchas  de  estas  observa- 
ciones pueden  aplicarse  á  los  primeros  antepasados 
de  Bolívar  en  América;  y  efectivamente,  ni  aún  el 
mismo  Juan  de  Villegas,  tan  alabado  por  nuestros 
cronistas,  se  halla  exento  de  complicidad  en  crímenes 
como  los  perpetrados  por  Carvajal.  Era  muy  intensa 
Ja  fascinación  ejercida  por  aquel  cuadro  terriblemente  1 
iiermoso  de  la  conquista,  orgía  de  sangre  y  heroísmo  | 
codicia  y  crueldad. 

En  resumen:  esa  superexitación  psicopática  de 
los  primeros  antepasados  de  Bolívar,  trasmisible  por 
herencia  á  sus  descendientes  y  los  efectos  del  medio 
tropical,  también  sucesivamente  actuando  y  acumu- 
lándose por  herencia  en  cada  generación,  constituían 
á  las  familias  de  que  venía  el  Libertador  en  materia 
eminentemente  apta  para  la  producción  de  anormali- 
dades psíquicas. 

Como  explicable  fenómeno  biológico  nos  aparece 
así  el  genio  poderoso  de  Simón  Bolívar.  En  efecto,  los 
modernos  estudios  del  profesor  Lombroso  y  su  es- 
cuela (4)  han  puesto  en  claro  la  naturaleza  epüep- 
toide  del  genio,  cuyas  impulsiones  se  clasifican  como 
una  de  las  formas  de  las  psicosis  degenerativas 
(progenerativas  quiere  Ch.  Richet)  de  la  familia 
de  las  epilepsias,  entendiendo  con  este  concepto  las 
irritaciones  de  la  corteza  cerebral.  No  es  esta  la 
oportunidad  de  recordar  los  fundamentos  científicos 

(4)     V.  Cesare  Lorabroso'  L'homme  de  genie.  París.  Alean. 
1889. 

15 


PEDRO  31.  ATÍCAVA 


de  este  postulado  ni  el  valor  de  las  críticas  de  que  ha 
sido  objeto,  bastándonos  admitir  su  enunciado.  (5) 

El  caso  de  Bolívar  pudiera  servir  como  prueba  de 
las  teorías  del  célebre  sabio  italiano.  En  él  se  advierte 
en  su  más  alto  grado  la  señal  característica  del  ge- 
nio: la  inspiración  obrando  en  el  héroe  como  gran- 
diosa, extraña  fuerza  impulsiva.  Oigamos  á  Lombro- 
so:  "La  identidad  del  genio  y  de  la  epilepsia  nos  la 
prueba  sobre  todo  la  analogía  del  acceso  epiléptico 
con  el  momento  de  la  inspiración,  por  esa  incons- 
ciencia activa  y  potente  que  crea  en  el  uno  y  pro- 
duce convulsiones  en  los  otros." 

En  las  metarmórfosis  hereditarias  de  la  degene- 
ración, debida  al  medio,  del  sistema  nervioso  de  su 
raza,  tocó  en  lote  á  Simón  Bolívar  la  psicosis  genial. 
Cuando  se  estudien  las  manifestaciones  patológicas 
que  haya  presentado  su  familia,  indudablemente  que 


(5)  «Nadie  hasta  ahora,  hay  que  confesarlo,  dice  el  profe- 
sor Giuseppe  Sergi,  ha  sabido  crear  una  teoría  mejor  que  la  de 
Lombroso  sobre  el  genio,  á  pesar  de  que  se  han  esbozado  mu- 
chas después  y  de  que  se  ha  tentado  derribar  la  suya"  (Gil 
uomini  di  genio,  en  la  Nuova  Antología  de  Roma,  1^  de  fe- 
brero, 1900).  En  efecto  las  críticas  de  algunos  psicopatólo" 
gos  versan  realmente  sobre  cuestiones  de  detalles.  Las  hipó" 
tesis  biológicas  evolutivas  de  Max  Nordau,  Morselü  y  otros 
sóbrelos  orígenes  del  genio  no  concuerdan  con  los  datos  déla 
biología  sobre  que  se  las  quiere  fundar.  La  teoría  sociológica 
de  Gabriel  Tarde  sobre  el  oficio  del  genio  en  las  sociedades,  sí 
puede  concordar  con  la  de  Lombroso  que  sólo  es  relativa  á  su 
génesis.  En  este  estudio  ambas  las  aplicamos  á  Bolívar.  Nada 
hay  que  decir  de  las  antiguas  teorías  metafísicas  de  los  filoso- 
fadores de  la  historia;  carecen  de  toda  base  en  la  ciencia 
positiva. 

16 


BOLÍVAR 

se  encontrarán  algunas  otras  formas,  de  naturaleza 
inferior,  de  la  misma  degeneración:  epilepsia  común, 
vesanias,  quizás  locura.  (6) 

En  el  mismo  Bolívar  hallamos  muchos  de  los  ras- 
gos presentados  por  Lombroso  como  indicio  de  les  orí- 
genes y  nexos  psiquiátricos  del  genio.  Recordaremos 
algunos.  (7)  Esterilidad.  El  Libertador  no  dejó  des- 
cendencia de  su  matrimonio,  ni  tampoco,  que  se  sepa, 
hijos  ilegítimos;  esta  observación  es  también  del 
Doctor  Lisandro  Alvarado.  Actos  inconcientes.  Preo- 
cupados los  historiadores  patrios  de  los  asuntos  polí- 
ticos, descuidaron  los  detalles  personales  que  pudieran 
arrojar  mucha  luz  acerca  del  Libertador;  sin  embargo, 
de  algunas  acciones  de  esa  naturaleza  se  conserva  me- 
moria: por  ejemplo  en  Angostura,  en  un  convite  dado 
por  Irwing,  Comisionado  Norte  Americano,  Bolívar  al 

(6)  Para  esas  investigaciones  liabría  el  temor  de  despertar 
susceptibilidades,  pero  así  como  nadie  puede  creer  que  sea  por 
halagar  preocupaciones  aristocráticas  que  se  estudian  los  orí- 
genes nobiliarios  de  Bolívar,  tampoco  debe  verse  en  lo  otro 
sino  un  interés  puramente  científico.  En  Europa  se  examinan 
cuidadosamente  las  manifestaciones  psiquiátricas  de  las  fami- 
lias de  los  grandes  hombres;  multitud  de  noticias  en  ese  sen' 
tido  acumula  Lombroso  en  su  obra  ya  citada  y  con  frecuencia 
aparecen  estudios  análogos  en  las  principales  Revistas;  por 
ejemplo  el  trabajo  del  Dr.  ¿1.  Sadger,  sobre  Goethe,  en  la  Deuts- 
che Revue,  de  Stugard,  1'^  de  abril  de  1.900. 

(7)  Los  datos  que  siguen  en  éste  y  el  inmediato  párrafo 
están  tomados  de  las  Leyendas  Históricas,  por  el  Doctor  A. 
Rojas.  Neurosis  de  los  hombres  célebres  de  Venezuela,  (artículo 
del  doctor  L.  Alvarado.)  Historias  de  Venezuela  (Baralt,  etc.) 
Vidas  de  Bolívar.  Documentos  para  los  anales  de  Venezuela, 
Autobiografía  de  Páez,  etc.,  etc. 

17 


PBDRO  M.  AECAYA 


llegar  á  los  postres  sube  de  pronto  á  la  mesa  del 
banquete  y  va  de  un  extremo  á  otro  pisando  cuanto 
en  ella  había  y  exclama  ante  los  circunstantes  sor- 
prendidos: «así  iré  del  Atlántico  al  Pacífico  hasta 
acabar  con  el  último  español.»  Delirio.  De  tal  puede 
calificárselo  ocurrido  en  Casacoima,  sobre  lo  cual  no 
nos  detendremos  por  ser  un  incidente  muy  conocido. 
Hiperestesia  psíquica.  Muchos  sucesos  prueban  la 
vivísima  sensibilidad  de  Bolívar,  generadora  de  ac- 
ciones impulsivas,  instantáneas,  provocadas  por  cual- 
quier motivo  que  le  chocase,  por  ejemplo  cuando  en 
1812  arroja  del  pulpito  á  un  sacerdote  que  predicaba 
contra  la  Causa  patriota;  por  eso  también  la  inquie- 
tud de  su  carácter,  la  impaciencia  que  le  dominaba, 
los  accesos  de  melancolía  precedidos  y  seguidos  por 
períodos  de  anormal  animación,  verdaderas  crisis 
nerviosas,  en  fin,  que  en  los  últimos  años  de  su  vida 
produjeron  en  él  aquel  raro  estado  de  ánimo  que  él 
mismo  describe  en  su  correspondencia,  análogo  al 
de  su  primera  juventud  después  de  la  muerte  de  su 
esposa  en  1802.  Volviendo  á  esa  época,  vemos  cómo 
repuesto  entonces  por  los  consuelos  de  su  maestro 
Rodríguez,  pasa  de  la  tristeza  más  profunda  á  los 
mayores  excesos  contrarios.  «En  Londres  gasté  ciento 
cincuenta  mil  francos  entres  meses.  Me  fui  después 
á  Madrid  donde  sostuve  un  tren  de  príncipe.  Hice 
lo  mismo  en  Lisboa,  en  fin,  por  todas  partes  os- 
tento el  mayor  lujo  y  prodigo  el  oro  á  la  simple  apa- 
riencia de  los  placeres,"  escribía  en  1804  á  la  baro- 
nesa Tobriand  Aristeguieta;  en  esa  misma  carta  ha- 
bla de  estar  ''atormentado  por  vagas  incertidum- 
bres,"  Páez    observa   su    inquietud    en  las  marchas 

18 


ÜOLIVAll 


durante  las  cuales  procuraba  distraerse  entonan- 
do canciones  patrióticas;  así  mismo  la  excesiva 
movilidad  del  cuerpo  y  el  brillo  de  la  mirada.  Loco- 
motividad. Desde  inuy  joven  se  fuéá  Europa  y  luego 
pasó  largos  años  en  viajes  por  aquel  continente  y 
después  en  América.  En  la  guerra  de  Independencia 
perdió  varias  campañas  por  ese  prurito  de  movimien- 
to, que  á  su  vez  lo  impulsó  á  aquellas  gloriosísimas 
expedicione?=^á  través  de  los  Andes.  Agotamiento  pre- 
coz. Este  rasgo,  indicado  por  Sergi,  se  encuentra  en 
Bolívar,  quien  á  los  47  años  de  edad,  en  que  murió 
de  tuberculosis  pulmonar,  representaba  ser  un  sexa- 
genario, según  observaciones  de  testigos  contem- 
poráneos. 

La  mayor  parte  de  estas  anomalías  constituyen 
indicios  marcados  de  enfermedades  nerviosas.  En  este 
sentido  dice  el  doctor  Lisandro  Alvarado  que  se  puede 
ver  á  Bolívar,  bajo  el  aspecto  puramente  médico,  como 
un  cerebro  al  parecer  desequilibrado.  (8)  Y  el  doctor 
Arístides  Rojas  habla  de  las  locuras  de!  genio.  El 
mismo  Libertador  en  carta  al  General  Urdaneta,  de 
octubre  de  1830,  dice:  «Yo  sufría  antes  bilis  y  con- 
tracción de  nervios  y  ahora  ha  resultado  mi  antiguo 

reumatismo »  «Mi  bilis  se  ha  convertido  en  atra- 

bilis,  lo  que  ha  influido  poderosamente  en  mi  genio 
y  carácter.>> 


(8)  Revisando  este  estudio  para  publicarlo,  leo  en  "Los 
Ecos  del  Zulia"  una  muy  reciente  conferencia  del  doctor  Mar- 
cial Hernández,  entendido  médico  y  escritor  de  Maracaibo, 
sobre  Bolívar;  sus  observaciones  llevan  las  mismas  tendencias 
que  las  citadas  en  el  texto,  del   doctor  Alvarado. 


19 


PEDRO  M.  ARCAYA 


Caben  aquí  los  siguientes  conceptos  de  Enrico 
Ferri.  (9). 

"Para  la  ciencia  contemporánea  la  degeneración 
"no  es  sinónimo  de  degradación  y  de  inferioridad, 
"porque  á  menudo  está  acompañada   de  mejoras  y 

"perfeccionamientos La  teoría  Lombrosiana  de  que 

"el  genio  es  una  manifestación  de  degeneración  ep¡- 
"  leptoide  es  una  de  esas  intuiciones  de  la  humani- 
"dad  primitiva,  que  después  de  millares  de  años 
"comienza  hoy  solamente  á  apoderarse  de  la  opi- 
"nión  pública  bajo  las  demostraciones  evidentes  de 
"la  ciencia  positiva.  Anormales  en  su  constitución^ 
"con  numerosos  estigmas  de  degeneración  orgáni- 
"ca  y  psíquica,  los  hombres  de  genio  son  una  prue- 
"ba  de  los  efectos,  á  veces  bienhechores,  de  las 
"energías  evolutivas  de  la  degeneración  humana,  que 
"está  fatalmente  condenada  á  la  esterilidad  y  el  ago- 
"tamiento  en  sí  misma,  pero  sólo  después  de  ha- 
"ber  derramado  la  luz  de  alguna  verdad  incógnita 
"sobre  la  masa  vegetante  de  los  hombres  norma- 
"  les,  de  los   hombres   del  sentido  común.". 

Pero  examinemos  más  á  fondo  el  punto  tratan- 
do de  relacionar  los  datos  que  hemos  hallado  so- 
bre la  naturaleza  anormal  del  alma  de  Bolívar, 
con  el  atavismo  étnico  que  atrás  dejamos  indica- 
do como  origen  de  la  similitud  que,  en  sus  cuali- 
dades fundamentales,  se  advierte  en  él  con  sus  más 
lejanos  antepasados.  Asentemos  en  primer  término 
que  la  producción  intensa  en  un   individuo    de   los 

(9)  E.  Ferii.    Les  anorniaux.  Reviie  des  Reviics.  París,  Febrero 
de  1899. 

20 


BOLIVAK 

rasgos  fundamentales  de  toda  una  raza  histórica  y 
la  reaparición  al  cabo  de  múltiples  generaciones  de 
tipos  semejantes,  constituye  realmente  un  fenómeno 
de  atavismo  más  bien  que  de  herencia  ordinaria. 
Bástenos  en  este  punto  referirnos  á  las  definiciones 
de  Ribot.  (10). 

Ahora  bien :  así  como  del  atavismo  orgánico 
puede  decirse  que  constituye  una  manifestación  te- 
ratológica  regresiva  (Max  Nordau.  Degenerescence) 
así  también  en  el  atavismo  psicológico  puede  afir- 
marse que  hay  una  anormalidad,  ora  también  regresiva 
cuando  es  de  cualidades  antisociales,  ora  progresiva 
cuando  es  de  cualidades  anímicas  de  especie  superior. 
Por  eso  semejante  manifestación  teratológica  cabe 
perfectamente  en  el  cuadro  de  las  anomalías  cuyo 
conjunto  constituye  el  genio  (11)  y  en  muchos  casos^ 
principalmente  en  los  genios  de  acción,  puede  ser  eso 
lo  que  les  comunique  su  fuerza,  lo  que  suministre  la 
lava  ardiente  que  se  removerá  en  las  convulsiones 
como  seísmicas  de  la  epilepsia  creadora.  Y  es  lo  que 
ocurre  con  Bolívar,  encarnado  n  de  las  cualidades 
fuertes  de  la  antigua  y  extinta  alma  española. 

Hipólito  Taine  llama  á  Napoleón  hermano  pos- 
tumo del  Dante  y  Miguel  Ángel  y  lo  clasifica  entre 
ios  genios   de  la  vieja   Italia,  de  algunas    de   cuyas 


(tO)  Th.  Ribot.  L'heredité  psichologique.  5e.  edition.  Pa- 
rís. Alean.  1894. 

(ll)  A\á5  ó  menos  en  este  sentido  se  expresa  Lombroso  en 
el  prefacio  de  su  libro  ya  citado,  apoyándose  en  las  investiga- 
ciones de  Gegenbaiier,  que  demuestran  que  no  es  siempre  el 
atavismo  una  inferioridad  regresiva,  sino  que  más  bien  consti- 
tuye á  veces  un  elemento  de  progreso. 

21 


PDIÍO   M.    ARCA  VA 


razas  medioevales   descendía.     Con    más   razón  po- 
demos contar  á  Bolívar  entre  los  capitanes,  los  poe- 
tas, los  místicos  del   gran  siglo  español,  el  décimo 
sexto.     Reúne  la  firmeza  de  sus  héroes  á  la  sensi- 
bilidad de  sus  artistas,  con   el  tinte  especial  en  sus 
concepciones  y  sus  obras  que  caracteriza  á  los  hom- 
bres de  esa  época  y  de  ese  pueblo  y  los  distingue 
df  las  demás  grandes  personalidades  de  la  historia, 
imaginaos  en  conjunto  á  Hernán  Cortés,  el  gue- 
rrero conquistador  de  reinos  y  San  Francisco  Javier, 
el  taumaturgo  conquistador  de  almas;  poned  el  sen- 
timiento de  un  Murillo,  el  misticismo  lúcido  de  Santa 
Teresa  de  Jesús,  la  clara  inteligencia  de  un  Cervantes 
y  agregad  también  algo  de  la  inflexibilidad  (dadle  otro 
nombre  f=-\  os  place)  de  un  Fernando  Alvarez  de  To- 
ledo y  se  os  representará  el  alma  extraña  de  Bolívar. 
Y  esto  que  ya  en  general  aparecerá    como  evi- 
dente postulado  á  quien  quiera  que  haya  estudiado, 
con  observación    psicológica,  la  vida  de  Bolívar,  re- 
sulta   con  innegable  certeza  al  analizar    minuciosa- 
mente aquel  gran  temperamento.  Dice  Taine  que  uno 
de  los  rasgos    distintivos    del  hombre   español    es 
la   necesidad    de  la   sensación  violenta,  al   igual  de 
su   carácter   duro  y  enérgico,  tenaz  y  resistente.  De 
allí  las  pasiones  fuertes   que  estallan  como  volcán, 
Y  en  verdad  que  encontramos  á  cada  paso  situacio- 
nes que   lo  confirman  en  el  romancero   y  el  teatro 
español,  es  decir,    en   la  vida  de  ?quel  pueblo   allí 
pintada  en  sus   más  salientes  formas.    En   la  exis- 
tencia de  Bolívar  aparecen  casos  que  semejan  copias 
engrandecidas  de  aquellas  situaciones.  Recordad   el 
reto  colectivo   de  Don  Diego  González  de    Lara,    el 


22 


bolívar 

primo  del  Cid,  quien  exaltado  por  el  asesinato  de  su 
rey  ante  los  muros  de  Zamora  increpa  y  desafía  á 
todos  sus  habitantes.  «Os  reto  los  Zarnoranos  por 
traidores  fementidos.»  Bolívar  indignado  por  las 
crueldades  de  algunos  Jefes  enemigos  lanza  el  terri- 
ble grito  de  Trujillo:  «españoles  y  canarios,  contad 
con  la  muerte  aunque  seáis  inocentes.»  Ved  si  no 
hay  allí  en  el  héroe  de  la  ficción  y  el  héroe  his- 
tórico la  misma  incontenible  explosión  de  cólera, 
la  «detente  terrible  et  roide»  que  nos  dice  el  his- 
toriador francés,  del  alma  española. 

Tenaz  resolución  de  expulsar  del  suelo  hispa- 
no al  moro  invasor,  de  los  caballeros  medioevales, 
ardiente  celo  porque,  aún  por  la  fuerza,  dominasen 
en  todo  el  mundo  los  dogmas  del  romano  catoli- 
cismo, de  los  Inquisidores  y  los  monjes  del  Rena- 
cimiento, voluntad  inflexible  de  romper  el  yugo  es- 
pañol, en  §imón  Bolívar,  he  allí  manifestaciones 
diversas,  pero  que  al  observador  psicólogo  tienen 
que  aparecer  como  originadas  de  la  misma  raíz 
biológica,  es  decir,  de  la  estructura  íntima  de  la 
raza,  forjada  en  el  trascurso  de  largos  siglos. 
En  la  guerra  magna  los  discursos,  las  proclamas, 
los  actos  todos  de  Bolívar  están  inspirados  por  entu- 
siasmo rayano  en  misticismo:  con  un  pequeño  gru- 
po invade  á  Venezuela  en  1813,  con  un  puñado  de 
amigos  desembarca  en  Ocumare  en  1816,  con  escaso 
núm.ero  de  soldados,  hambrientos  y  desnudos,  tras- 
monta los  Andes  é  invade  á  Nueva  Granada  en 
1819.  Y  siempre  va  pleno  de  confianza,  seguro  del 
éxito.  Es  el  mismo  entusiasmo  enérgico  que  ins- 
piraba á  los  viejos  Iberos  en  sus  luchas  contra  Roma: 

23 


PEDRO  M.  AKCAYA 


en  cierta  ocasión  después  de  una  victoria  de  sus 
contrarios,  enviaron  á  decir  á  éstos:  «os  dejaremos 
salir  de  España,  si  nos  dais  un  traje,  un  caballo  y 
una  espada  por  cabeza."  El  mismo  que  inspiraba  á 
Pelayo  y  á  sus  conmilitones  cuando  en  las  monta- 
ñas de  Asturias  resistieron  las  turbas  sarracenas.  El 
mismo  que  lanzó  después  los  conquistadores  de  la 
América  á  empresaó  pasmosas. 

En  todo  se  nota  la  influencia  de  los  atavismos 
étnicos;  en  las  nobles  cualidades  como  en  los  defectos, 
fían  observado  los  psicólogos  franceses  que  hemos 
tenido  ocasión  de  citar,  la  radical  incapacidad  de 
ios  iberos  para  adaptarse  á  las  condiciones  vul- 
gares y  necesarias  de  la  vida  ordinaria.  Y  es  lo 
que  se  patentiza  en  Bolívar;  nadie  como  él  para 
las  acciones  brillantes,  la  lucha  incansable,  la  pro- 
clama épica;  nadie  que  tuviese  la  majestad  de  su 
palabra  en  medio  de  las  multitudes  delirantes,  en 
sus  entradas  triunfales  á  las  metrópolis  de  América. 
Mas  aquel  hombre  «hecho  como  el  fuego  del  cielo 
para  brillar  entre  las  tempestades»  no  se  hallaba  bien 
en  la  tranquilidad  de  un  gabinete  de  administración, 
entre  las  estadísticas  fastidiosas,  relaciones  de  su- 
cesos vulgares  de  apartadas  poblaciones,  examen 
minucioso  de  los  pequeños  detalles  de  la  vida  na- 
cional, en  que  un  Washington,  por  ejemplo,  encon- 
traba el  mejor  empleo  de  sus  facultades  políticas. 
Lo  que  el  mismo  Bolívar  decía  al  Congreso  de  Cúcuta 
en  1821  era  la  verdad:  «el  bufete  es  para  mí  un 
lugar  de  suplicio.»  Por  eso  que  abandonase  los  cui- 
dados del  Gobierno  á  los  hombres  que  lo  rodeaban, 
entre  los   cuales   muchos  había   que   no    aspiraban 

24 


sino  al  propio  provecho,  originándose  así  los  desór- 
denes de  ios  últimos  días  de  Colombia. 

Veamos  la  influencia  del  momento  histórico  y  de 
las  ideas  ambientes  en  el  espíritu  de  Bolívar.  Po- 
sible es  que  si  hubiera  nacido  siglos  atrás,  su  ge- 
nio activo  y  militante  habría  hecho  de  él  uno  de 
aquellos  brillantes  caballeros  de  la  Corte  de  Cados  V 
y  quizá  en  alguna  de  sus  crisis  nerviosas  habría 
concluido  por  cambiar  la  espada  por  el  hábito,  como 
el  mismo  Emperador,  como  un  Ignacio  de  Loyola  ó 
un  Francisco  de  Borja.  Mas  nacido  Bolívar  en  otra 
época,  de  sentimientos  tan  fuertements  sugestivos 
como  los  de  aquel  siglo,  pero  que  impulsaban  por 
distintas  direcciones,  su  genio  se  inspiró  en  otros 
ideales.  La  sugestión  guerrerra  ciertamente  era  la 
misma:  por  virtud  de  las  luchas  grandiosas  de  la 
Revolución  y  el  Imperio,  manteníase  muy  alto  el  con- 
cepto de  la  gloria  militar.  Mas  en  materia  de  creen- 
cias no  eran  las  doctrinas  religiosas  las  que 
conmovían  el  mundo  sino  las  doctrinas  sociales,  los 
propósitos  políticos. 

El  ideal  de  la  Independencia  de  Sur  América, 
soñada  p^r  Miranda,  estaba  en  perfecta  armonía 
con  la  constitución  mental  hereditaria  de  Bolívar. 
Había  allí  un  concepto  que  evocaba  imagen  con- 
creta, visión  interna  de  contornos  precisos  y  colores 
vivos.  Genio  de  imaginación  y  de  acción,  en  ese 
pensamiento  hallaba  campo  grandioso  donde  espa- 
ciarse y  donde  ver  en  encendida  perspectiva  todas 
las  apariciones  de  la  gloria  futura.  A  su  necesidad  de 
acción  se  le  presentaban  allí  vistas  ilimitadas:  bata- 
llas que  ganar,  enemigos  potentes  que  vencer,  pueblos 

25 


PEDRO  M.  AKCAYA 


por  electrizar,  en  una  palabra:  cómo  renovar  en  la 
historia  el  fíat  genésico.  De  allí  que  el  propósito  de 
la  Independencia  se  convirtiese  en  Bolívar  en  mag- 
na obsesión.  Era  un  poseído.  Por  eso  que  fuese 
capaz  de  realizarlo.  Debía  polarizar  el  alma  de  sus 
contemporáneos,  fascinarlos  con  las  súbitas  fulgu- 
raciones de  su  inteligencia  y  con  las  manifestaciones 
de  su  incontrastable  voluntad.  Verdadero  fenómeno 
de  sugestión  colectiva,  análogo  al  realizado  por  las 
demás  grandes  personalidades  de  la  historia.  (12) 
Mas  para  la  génesis  de  este  fenómeno  se  requiere  lo 
que  precisamente  hemos  visto  ocurría  en  Bolívar:  el 
arraigamiento  profundo  de  la  ¡dea  en  el  apóstol, 
mediante  la  concordancia  de  aquella  con  todas  las 
condiciones  de  la  organización  psicológica  de  éste. 
Triunfante  ya  la  causa  de  la  Emancipación,  co- 
mienzan á  manifestarse  en  el  Libertador  las  tenden- 
cias del  estadista  y  desde  luego  resulta  con  incues- 
tionables caracteres  la  influencia  étnica.  Aún  desde  los 
primeros  años  de  su  juventud,  mostró  instintiva 
repugnancia  para  entrar  en  la  comunión  de  los 
degenerados  discípulos  de  Rousseau,  pues  jamás 
fué  sacerdote  del  culto  que  entonces  predominaba 
de  la  razón  razonante,  con  sus  preces  constituidas 
por  series  de  palabras  vacías,  conceptos  inhábiles 
para  evocar  ninguna  imagen  precisa  de  hechos  reales, 
''sustantivos  abstractos/'  y  nunca  Bolívar,  cuyo  ce- 
rebro estaba  pleno  de  fuego    abrasador,  podía  con- 

(12)  V.  G.  Tarde.  Les  lois  de  I'imitat  ion.  2e.  edition.  París. 
Alean.  1895.  G.  L  Bon.  Psicologie  des  foules.  2e.  edition.  Pa- 
rís. Alean.  1896. 

26 


bolívar 

tentarse  con  un  credo  que  parecía  hecho  para  Ro- 
bespierre,  el  declamador  automático,  el  pedante 
inepto  y  sanguinario  de  la  Revolución  Francesa.  Pero 
más  que  su  inteligencia  poderosa,  bastante  para 
hacerle  ver  los  defectos  de  las  doctrinas  reinantes 
en  su  tiempo,  influían  á  apartarlo  de  ellas  sus  im- 
pulsos inconcientes.  Era  que  en  los  estratos  heredi- 
tarios de  su  alma,  otra  concepción  del  Estado  y  el 
Gobierno  existía,  también  metafísica  y  como  la  de 
Rousseau  absorvente  y  exclusiva,pronta  á  manifestarse 
en  su  tiempo:  ya  lo  veremos.  El  profundo  Taine  ha 
observado  en  Napoleón,  cómo  por  su  atavismo  itálico 
adoptó  él  la  teoría  del  Estado  tal  como  se  entendía 
en  el  viejo  imperio  Romano.  Estudíese  la  historia  de 
Bolívar  imparcial  mente  y  se  hallará  que  como  doc- 
trina de  Gobierno  sustentaba  la  necesidad  de  un 
poder  ilimitado,  la  tutela  ejercida  sobre  la  Nación 
para  salvarla,  á  su  modo  de  ver,  de  la  anarquía  y 
el  desorden:  en  una  palabra,  la  dicta  iura  suya  con- 
siderándose él  como  llamado  á  misión  providencial; 
en  el  fondo  la  misma  vieja  concepción  de  los  monar- 
cas españoles. 

Sus  actos  en  los  últimos  actos  de  su  mando  prue- 
ban claramente  cómo  ciertos  sentimientos  dormidos 
de  su  raza,  latentes  hasta  entonces  en  los  dominios 
inconcientes  de  su  espíritu,  surgían  de  ese  fondo 
oscuro  á  las  cimas  iluminadas  de  la  conciencia  y  se 
apoderaban  de  la  dirección  del  grande  hombre.  A 
fines  de  1828  manda  suspender  las  cátedras  de 
legislación  universal,  de  derecho  político,  de  cons- 
titución y  ciencia  administrativa,  sustituyéndolas  con 
una  de  fundamentos  y  apología  de  la  religión  cató- 

27 


PEDRO  M.  AECAVA 


lica  romana  y  de  su  historia,  y  prohibe  las  logias 
masónicas.  (13)  Después  restablece  los  conventos  y 
se  convierte  en  protector  decidido  de  la  Iglesia,  de  tal 
modo  que  partidarios  suyos  se  hacen  casi  todos  los 
Obispos  y  clérigos  de  Colombia. 

Era  que  ya  en  Bolívar  hablaban  los  muertos,  los 
familiares  del  Santo  Oficio  de  los  tiempos  de  la  Co- 
lonia, los  caballeros  semimonjes   de  la  Edad  Media. 

Hé  aquí  que  de  los  personajes  característicos, 
en  la  ficción  ó  en  la  historia,  del  alma  española, 
pasó  rápidamente  en  la  personalidad  de  Bolívar  el 
Don  Juan  derrochador  y  espléndido  de  los  primeros 
años  de  su  juventud.  Apareció  luego,  como  fantas- 
magórica visión,  entre  el  ruido  de  las  batallas,  el  Cid 
Campeador,  es  decir,  el  guerrero  heroico  combatiente 
por  la  patria.  Y  á  la  postre  queda  en  primer  término 
la  severa  figura  del  Felipe  II  histórico,  no  el  cruel  y 
sanguinario  de  las  leyendas  sajonas,  sino  el  que  era 
personificación  de  la  austeridad  de  su  raza, el  represen- 
tante hereditario  de  aquellos  cántabros  de  que  habla 
Estrabón,  siempre  vestidos  de  negro,  silenciosos  é 
insociables. 

Gustavo  Le  Bon  apellida  el  genio  la  flor  mara- 
villosa de  la^  raza.  Imagen  exacta.  En  este  estudio 
sobre  Bolívar  hemos  visto  el  viejo  árbol  en  su  suelo 
originario;  hemos  asistido  á  su  trasplantamiento  á  la 
selva  tropical;  el  calor  tórrido  secó  muchas  ramas, 
hizo  caer  agostadas  muchas  hojas,  pero  al  cabo  bro- 
tó en  la  copa  del  viejo  árbol  una  flor  extraña,  conden- 
sación de  toda  su  savia.    Los  venenos  orgánicos  am- 


(13)     Barait  y  Díaz.  Historia  de  Venezuela. 
28 


HOLIVxVR 

bientes,  la  sangre  humana  con  que  fué  abonado  el 
suelo  comunicaron  á  la  flor  colores  raros,  formas  des- 
conocidas, reflejos  fascinadores.  Vino  la  tempestad 
y  ai  raneó  el  extraño  brote  y  lo  elevó  á  los  cielos.  A 
la  luz  del  relámpago  vieron  los  hombres  el  brillo  fan- 
tástico de  sus  pétalos  y  se  ha  hablado  de  misterio 

Pero  estudiad  como  naturalistas  la  flor  tropical  en 
sus  elementos  irreductibles  y  permanentes;  ved  el 
tronco  de  donde  salió  y  hallaréis  los  datos  suficien- 
á  su  clasificación  botánica.  Y  en  el  museo  de  la 
historia  otras  flores  hermanas  suyas  encontraréis 
provenientes  de  la  misma  planta. 


CORO,  1900. 


JOSÉ  ANTONIO  PAEZ 


JOSÉ  ANTOlSriO  PAEZ 


Por  extremo  interesante  es  para  el  psicólogo  el 
estudio  de  esta  personalidad,  una  de  las  más  resal- 
tantes de  la  historia  venezolana. 

Pocos  han  tenido  como  Páez  el  don  de  esclavizar 
las  voluntades  de  otros  hombres  y  de  llevarlos  dóciles 
á  todas  partes,  á  la  guerra,  al  sacrificio,  á  la  insu- 
rrección, á  sostener  un  orden  legal  ó  á  derrocarlo, 
extraña  facultad  de  sugestión  que  constituye  en  Ve- 
nezuela el  prestigio  de  los  Caudillos  guerreros  y 
explica  la  trama  de  nuestra  historia. 

Páez  por  su  raza,  (1)  mezcla  de  elementos  blan- 


(1)  En  su  Autobiografía  nombra  el  general  Páez  á  un  pa- 
riente suyo,  Domingo  Páez,  "natural  de  Canarias."  Esto  hace 
ver  que  los  ascendientes  directos  de  nuestro  héroe  eran  de 
aquellas  Islas,  pero  es  indudable  también  que  tenía  mucho  de 
la  raza  autóctona  de  Venezuela.  Además  hemos  hallado  los 
siguientes  datos  hasta  ahora  desconocidos:  En  1776  intentó 
•queja  Juan  Victoria  Páez  (padre  del  General)  ante  el  Gober- 
nador Agüero,  contra  el  Alcalde  de  San  Felipe,  Don  Miguel 
Casadevante,  porque  este  le  prohibía,  con  el  pretexto  de  no  ser 
blanco,  el  uso  de  pistolas  en  las  cabezas  de  la  silla  de  montar. 
Páez  alegaba  estar  en  la  posesión  de  la  calidad  de  blanco  del 
estado  llano  ó  sea  de  sangre  limpia,  (expresión  que  en  el  len- 
guaje de  la  época  comprendía  también  á  los  mestizos,)  pues  se- 
gún un  justificativo  judicial,  que  en  1765   hizo   evacuar  en  un 

33 


PEDRO  31.  AKCAYA 


eos  é  indígenas,  estaba  en  las  mismas  condiciones 
étnicas  de  la  inmensa  mayoría  del  pueblo  venezo- 
lano. Instintos  guerreros  heredaba  de  uno  y  otro  de 
sus  factores.  Del  componente  indígena  le  venía  lo 
que  á  la  generalidad  de  los  soldados  venezolanos; 
la  nostalgia  inconsciente  de  la  vida  nómade,  el  ins- 
tinto de  vagar  por  los  bosques  en  esas  pequeñas  par- 
tidas que  llamamos  guerrillas  y  que  no  son  en  el 
fondo  sino  la  reviviscencia  de  las  hordas  precolom- 
binas. 

En  Páez  el  deseo  atávico  de  la  guerra,  la  nece- 
sidad innata  de  la  actividad  tumultuosa  de  los  campa- 
mentos, alcanzó  por  ese  incógnito  concurso  de  cir- 
cunstancias que  hace  desiguales  los  individuos  aún 
dentro  del  círculo  de  comunes  rasgos  hereditarios, 
tal  intensidad,  era  tanta  la  fuerza  nerviosa  de  su  or- 
ganismo que  en  la  algazara  de  los  combates  se  des- 
bordaba en  convulsiones  semejantes  á  los   ataques 

pueblo  del  Llano  su  hermano  Juan  José  Páez,  los  dos  eran 
hijos  legítimos  de  Juan  José  Páez  y  Luisa  de  Mendoza,  el 
primero  vecino  de  San  Felipe  é  hijo  natural  de  Don  Gabriel  del 
Campo  y  de  una  Páez,  de  Valencia,  y  la  esposa,  hija  legítima 
de  Luis  Rodríguez  de  Mendoza,  isleño  canario  y  de  María 
Venancia  de  la  Mota,  caraqueña,  hija  natural  de  Isabel  de 
la  Mota,  todos  "blancos  limpios,  sin  raza  de  moro,  judío, 
confeso  ni  penitenciados  por  el  Santo  Oficio."  El  Gobernador 
Agüero,  sin  detenerse  á  decidir  á  acerca  de  la  calidad  de  blan- 
co del  postulante  lo  amparó  contra  la  injusticia  del  Alcalde 
Casadevante  disponiendo  que  "las  Justicias  de  la  ciudad  de 
'San  Felipe  y  demás  jueces  de  ella  no  impidan  á  dicho  Páez  el 
"  uso  de  pistolas  en  la  silla  de  montar  y  demás  armas  lícitas 
■'  y  permitidas  sin  ningún  pretexto,  causa  ni  motivo-"  (Docu- 
mentos del  Archivo  del  Registro  Principal  de  Caracas. — Limpie- 
za de  sangre.  Expediente  sobre  los  Páez). 

34 


JCSE    ANTONIO  PAEZ 


de  la  epilepsia.  Las  condiciones  de  su  temperamen- 
to le  hicieron  adoptar  en  sus  mocedades  las  rudas 
faenas  del  pastor  nómade  de  los  llanos.  Vino  la  guerra 
y  en  pocos  años  el  humilde  pastor  se  hizo  Señor  de  la 
pampa.  Proceso  singular  en  el  cual  vemos  cómo  el 
Jefe  nato  se  hace  caudillo  efectivo  de  una  extensa 
grey  humana. 

En  los  primeros  choques  expone  audazmente  la 
vida.  En  la  mano  la  pesada  lanza  realiza  prodigios 
de  valor  y  de  fuerza.  En  la  lucha,  sorda  á  veces,  pa- 
ladina otras,  que  se  establece  entre  el  prestigio  de 
Páez  y  el  de  otros  valerosos  oficiales  patriotas,  triunfa 
el  de  aquél.  Sus  rivales  se  convierten  en  subalternos 
suyos.  En  ocasiones  le  es  menester  reafirmar  su  triun- 
fo por  actos  que  demuestran  que  está  vigente  la  su- 
perioridad de  su  fuerza  y  de  su  coraje.  (2) 

Al  cabo  es  el  Jefe  indiscutible,  el  caudillo  obedecido 
y  amado.  Proclámanlo  así  en  1816.  Ya  puede  llevar 
aquellos  hombres  á  todas  las  heroicidades.  No  son 
meros  soldados  que  comanda,  en  el  sentido  técnico 
de  la  palabra.  Son  su  gente.  Quiéralo  él  y  en  segui- 
miento suyo  se  lanzarán  ciento  cincuenta  jinetes  á 
combatir  toda  la  caballería  de  Morillo.  Mándelos  y  á 
nado  se  echarán  á  tomar  flecheras  enemigas.  Llé- 
velos á  la  batalla  de  Carabobo  y  como  una  tromba 
caerán  sobre  las  contrarias  huestes 

La  guerra  removiendo  en  aquellos  hombres  el 
sedimiento  hereditario  de  sus  instintos  combativos 
ha  removido  también  todo  el  fondo  étnico  de  su  es- 
píritu. Llevóse  el  torrente  la   tierra  móvil,  es    decir, 


(2)     Véase  el   bello  estudio  de  don    Arístides  Rojas,    titu- 
lado "Aramendi"  en  sus  Leyendas  Históricas. 


35 


FEDIÍO  il.  APX'AYA 


el  respeto  á  las  fórmulas  legales,  superpuesto  du- 
rante la  colonia  val  desnudo  quedó  la  roca  primi- 
tiva, la  que  como  dice  Taine,  determina  la  inclina- 
ción general  del  suelo.  Revivió  la  necesidad  psíquica 
de  someterse  á  un  jefe,  de  obedecerlo  ciegamente, 
como  antaño,  en  la  época  precolombina,  se  obedecía 
á  un  régulo  ó  cacique.  Y  este  jefe,  este  caudillo  re- 
clamado por  la  voz  de  la  raza,  resonando  sordamente 
en  las  regiones  inconscientes  del  alma,  no  podía  ser 
el  que  otros,  obrando  en  nombre  de  la  legalidad  y  de 
la  jerarquía  militar  regu!ar,  quisieran  imponer  á  aque- 
llos hombres,  no  podía  ser  el  plumario  Santander 
sino  Páez,  que  con  sus  hazañas  había  hablado  á  su 
imaginación,  con  sus  palabras  había  ganado  su 
afecto  y  por  su  fuerza  física,  en  fin,  representaba 
para  aquella  grey  el  hombre  del  palo  de  que  nos 
habla  Letourneau,  el  macho  más  robusto  de  la  horda 
humana  primitiva.  No  podía  gobernarlos  sino  Páez^ 
que  era  quien  en  suma  tenía  el  título  del  prestigio. 

Palabra  esta  que  indica  un  fenómeno  psicológi- 
co peculiar  del  pueblo  venezolano.  Aquí,  como  ya 
dijimos,  el  yor^á^/^/o  es  sugestión,  es  el  dominio  que 
un  hombre  ejerce  sobre  la  voluntad  de  un  grupo 
determinado  de  otros  hombres,  que  le  siguen  á  donde 
quiera  llevarlos  y  que  constituyen  su  gente.  Es 
afecto  y  respeto.  Indudablemente  es  poderosa  esta 
sugestión  y  para  que  un  fenómeno  tal  pueda  produ- 
cirse, es  menester  que  concurran,  en  laí^  masas  po- 
bladoras, circunstancias  especiales  de  raza  y  de  edu- 
cación. 

Estas  circunstancias  existen  en  Venezuela,  en 
cuyo  pueblo  gravita  aún  con  peso  enorme,  la    heren 

36 


JOSÉ   ANTONIO    PAEZ 


cía  psíquica  de  las  tribus  bárbaras  de  las  que  des- 
cendemos. En  la  escala  de  nuestra  evolución,  á  po- 
cos tramos,  es  decir  á  cortos  siglos  atrás,  hallamos 
al  indígena  de  nuestros  bosques  y  al  negro  de  las 
selvas  africanas.  Unos  y  otros  vivían  bajo  el  régimen 
de  jefes  absolutos  y  á  sus  caciques  ó  reyes  venerá- 
banlos á  iveces  como  dioses. 

En  el  fondo  inconsciente  del  alma  popular,  co- 
mo estrato  hereditario  de  ese  multisecular  proceso  psí- 
quico de  la  sumisión  de  los  hombres  á  un  seme- 
jante suyo,  ha  quedado  la  sugestionabilidad,  el  fácil 
sometimiento,  voluntario  en  apariencia,  determinado 
en  realidad  por  las  remotas  causas  explicadas,  al 
querer  de  un  jefe.  Cuando  hay  varios  caudillos  que 
aspiran  á  imponerse  en  el  alma  de  las  multitudes 
se  comprende  que  unos  se  vayan  con  determinado 
jefe  y  otros  con  algún  rival  suyo,  pero  se  advierte 
que  en  el  fondo  obra  en  todos  la  misma  tendencia 
inconsciente. 

En  la  Europa  moderna,  donde  las  masas  pobla- 
doras poseen  una  herencia  psíquica  diferente  de  la 
nuestra,  es  imposible  la  producción  del  fenómeno 
prestigio  tal  como  se  ha  dado  en  Venezuela.  Muy 
distinto  es  el  menear  de  las  turbas  en  aquellos  países 
de!  caudillo  venezolano,  del  jefe  de  los  grupos  huma- 
nos que  llamamos  círculos  y  partidos  en  la  paz  y  ejér- 
citos en  la  guerra.  Scipio  Sighele  se  ocupa  en  uno 
de  sus  libros  de  los  meneurs  europeos.  Son  ge- 
neralmente hombres  que  exagerando  las  aspiraciones 
de  las  turbas  logran  encabezarlas.  Mas  su  influjo, 
potente  en  un  momento  dado,  puede  desaparecer  con 
la  mayor    rapidez  y    por  lo    común  las   multitudes 

37 


TEDEO  M.  Alie  A  YA 


europeas  más  que  á  la  persona  del  menear  siguen 
las  ideas  que  él  propaga  y  encarna.  Sin  duda 
que  en  ese  influjo  hay,  como  dice  Sighele,  un  caso 
de  sugestión  colectiva,  pero  en  Venezuela  esta  su- 
gestión es  mucho  más  honda;  no  necesita  el  cau- 
dillo proclamar  ¡deas;  le  basta  obrar;  encaríñanse  las 
multitudes,  no  á  sus  ideas,  porque  muchas  veces 
nuestros  caudillos  no  las  tienen,  sino  á  su  perso- 
nalidad misma,  (3)  Es  menester  para  esto  que 
tengan  las  masas  una  especial  constitución  psí- 
quica hereditaria  y  ya  hemos  visto  sus  factores  re- 
motos. 

En  los  principios  de  la  Edad  Media,  cuando  los 
bárbaros  del  Norte  efectuaron  la  conquista  del  Impe- 
rio romano,  y  después,  cuando  las  invasiones  de  los 
Normandos,  se  observó  en  el  viejo  mundo  un  fenó- 
meno semejante:  la  obediencia  espontánea  de  cada 
grupo  de  guerreros  á  un  jefe  determinado.  Allí  el  ori- 
gen del  régimen  feudal.  (4) 

(3)  Observad  como  las  palabras  varían  de  sentido  según 
las  circunstancias  de  cada  pueblo.  A  un  extranjero  á  quien  le 
hubierais  dicho,  por  ejemplo,  que  el  General  Colina,  el  bravo 
León  coriano,  tenía  prestigio  en  Occidente,  no  le  evocaría  esta 
expresión  la  idea  que  á  un  venezolano  conocedor  de  las  con- 
diciones de  su  país;  es  decir,  la  de  un  enorme  grupo  de  hombres 
de  todas  las  comarcas  occidentales,  pronto  á  convertirse  en 
ejército  á  la  voz  de  Colina  como  en  1870,  1874  y  1892,  y 
dispuesto  á  obedecerle  ciegamente. 

(4)  Fustel  de  Coulanges  sostiene  que  e!  origen  del  régimen 
feudal  se  debió  á  contratos  razonados,  en  que  no  influía  en 
nada  el  sentimiento,  pasados  entre  un  señor  poderoso  y  el  hom- 
bre humilde,  que  buscaba    su    protección;  pero  la  opinión  con- 

38 


JOSÉ   ANTONIO  PAEZ 


ün  pensador  venezolano,  Rufino  Blanco  Fom- 
bona,  hace  decir  al  protagonista  de  su  novela  "El 
Hombre  de  hierro,"  refiriéndose  al  jefe  de  un  grupo 
alzado:  es  un  señor  feudal.  Verdaderamente  son  vi- 
sibles para  los  espíritus  observadores,  las  analogías 
del  caudillaje  con  el  feudalismo. 

Pero  no  pudo  desarrollarse  aquí  un  verdadero 
feudalismo  organizado,  por  impedirlo  las  ideas  rei- 
nantes en  la  época  moderna,  tan  distintas  de  las  que 
imperaban  en  la  Edad  Media.  De  Francia  y  los  Es- 
tados Unidos  nos  vinieron  los  dogmas  de  la  Repú- 
blica, la  democracia,  la  igualdad,  la  libertad  y  demás 
conceptos  análogos  que  no  han  logrado  penetrar  en 
las  regiones  inconscientes  del  alma  popular,  es  decir, 
no  han  podido  variar  el  fondo  psíquico  donde  se 
elaboran  las  acciones  humanas,  pero  que  imperando 
aunque  superficialmente,  en  el  espíritu  de  las  gentes 
ilustradas  y  traducidos  en  las  leyes  escritas,  han 
constituido  un  medio  ambiente  hostil  al  desarrollo 
de  la  planta  que  tendía  á  crecer  espontáneamente  en 
Venezuela:  el  feudalismo  militar,  semejante  al  de  la 
Europa  medioeval  y  al  del  Japón  de  hasta  estos 
últimos  tiempos. 

Poned  una  semilla  en  suelo  abonado  y  variad 
luego  las  condiciones  climatéricas  propias  para  el 
desarrollo  del  árbol,  aunque  no  lo  bastante  para  im- 


traria,  es  decir,  de  los  que  creen  originado  el  feudalismo  por 
sentimientos  de  abnegada  fidelidad  y  de  afecto  de  un  grupo 
de  hombres  á  un  caudillo  determinado,  nos  ha  parecido  siem- 
pre más  exacta  y  así  lo  demuestran  todas  las  fórmulas  de  las 
instituciones  feudales. 


39 


PEDKO  M.  ARCAYA 


pedir  su  crecimiento.  Crecerá  el  árbol  pero  no  lo- 
zano ni  fructífero. 

También  han  influido  causas  naturales  para  im- 
pedir la  transformación  del  caudillaje  personal  en 
feudalismo  hereditario  y  regular,  en  especial  el  mesti- 
zaje. Dadas  las  divergentes  influencias  hereditarias 
que  en  cada  individuo  obran,  es  difícil  que  el  hijo  de 
un  caudillo  herede  el  carácter  de  su  padre.  (5) 

Volviendo  al  caso  concreto  de  nuestro  estudio, 
Páez  realizó  con  más  fuerza  que  ningún  otro  caudillo 
venezolano,  esa  obra  extraña  de  sugestión.  Para  com- 
prender la  intensidad  de  este  fenómeno  recordemos 
la  escena  de  Carabobo  que  nos  refiere  D.  Eduardo 
Blanco,  cuando  el  Negro  Primero  «rompe  con  ambas 
manos  el  sangriento  dormán  y  poniendo  á  descu- 
bierto el  desnudo  pecho,  donde  sangran  copiosamente 
dos  profundas  heridas,  exclama  balbuciente:  «mi  ge- 
neral  vengo  á  decirle  adiós porque  estoy  muer- 
to.» Siempre  que  leemos  este  relato  nos  aparece  ilu- 
minada con  viva  luz  la  historia  de  Venezuela,  por- 
que vemos  de  relieve  la  magna  influencia  de  nues- 
tros caudillos  militares  sobre  sus  parciales.  El  Ne- 
gro Primero  no  combatía  por  la  Patria  ni  por  la 
Independencia,  ideas  complejas  que  no  cabían  en  su 
cerebro  de  primitivo.  Se  inmolaba  por  servir  al  jefe 
y  en  las  ansias  de  la  muerte  el  último  recuerdo  suyo 
era  para     él.  Su    alma   ruda  movida  por  aquel  vivo 


(5)  Cuando  á  pesar  de  la  dificultad  indicada  en  e!  texto  se 
da  el  caso  deque  el  hijo  de  un  Caudillo  herede  sus  condiciones 
de  carácter,  indefectiblemente  hereda  también  el  prestigio; 
ejemplo  de  esto  las  dos  generaciones  de  les  A\onagas,  de  la 
Independencia  y  la  Federación  en  Oriente. 

40 


JOSÉ    ANTONIO  PAEZ 


afecto  llegaba  á  las  cumbres  del  heroísmo.  En 
verdad  ese  sentimiento  de  aquel  primitivo  debía  de 
tener  muy  hondas  raíces,  debía  de  estar  penetrado  de 
toda  la  savia  de  su  raza,  elaborada  en  secular  herencia 
psíquica,  para  que  pudiera  producir  la  florecencia 
magnífica  de  aquella  acción  de  épica  grandeza.  (6) 

Imaginaos  al  caudillo  que  siente  en  sí  mismo  la 
fuerza  que  hemos  visto,  que  se  sabe  dueño  de  la 
voluntad  de  otros  hombres;  que  comprende  que  por  él 
pueden  muchos  semejantes  suyos  lanzarse  á  todos 
los  sacrificios,  que  no  ignora  que  esa  fuerza  le  viene 
de  la  naturaleza  misma  y  comprenderéis  que  el  per- 
sonalismo, el  régimen  monocrático,  debía  ser  el 
término  necesario  de  la  evolución  política  del  país. 

Cuando  terminó  la  guerra  de  la  Independencia, 
esta  conclusión  debía  aparecer  evidente  para  quien 
tuviera  espíritu  observador.  Cada  uno  de  los  caudillos 
militares  tenía  fuerza  propia,  más  ó  menos  grande, 
según  la  extensión  de  su  prestigio,  pero  en  modo 
alguno  dependiente  de  las  facultades  del  cargo  que 
invistiese  en  la  artificial  organización  política  del  país. 

Los  sucesos  de  1826  patentizaron  esta  verdad  y 
dejaron  ver  que  Páez  era  Señor  de  Venezuela  por  la 
gracia  de  su  prestigio. 


(6)  Casos  semejantes  han  ocurrido  en  nuestras  guerras  ci- 
viles. Por  ejemplo,  Nepomuceno  Guerrero,  que  muere  sonriente 
y  satisfecho  en  El  Palito  porque  prueba  así  á  su  jefe  Zamora 
el  vivo  afecto  que  le  profesaba.  Es  un  error  creer  que  á  los 
caudillos  síguenlos  únicamente  á  la  guerra  los  hombres  per- 
didos y  menesterosos.  De  Coro,  por  ejemplo,  salieron  con  Za- 
mora en  1859  y  con  Colina  en  varias  épocas  muchos  agricul- 
tores de  relativo  bienestar  y  que  ningún  provecho  para  sí  mis- 
mos buscaban  en  la  guerra-  Seguían  abnegadamente  á  su  jefe. 

41 


PEDRO  M.  ARCAYA 


Cierto  que  había  también  entonces  un  gran  nú- 
cleo de  espíritus  legalistas  que  guardaban  las  tra- 
diciones de  orden  y  regularidad  de  la  época  colo- 
nial y  que  inspirados,  además,  en  las  ideas  filosófi- 
cas de  su  tiempo,  tenían  fe  en  la  posibilidad  de  es- 
tablecer en  Venezuela  un  ordenado  régimen  republi- 
cano y  democrático.  Esa  fe  los  hacía  capaces  de  rea- 
lizar grandes  cosas  por  el  logro  de  sus  ideales.  En 
nuestros  días  el  criticismo  científico,  explicándonos 
los  orígenes  del  hombre  y  de  las  sociedades,  su 
lenta  evolución,  la  fijeza  de  los  caracteres,  así  fí- 
sicos como  psicológicos  de  las  razas,  si  trae  al 
espíritu  luz  bastante  para  poder  atinar  con  la  clave 
de  los  procesos  sociológicos,  deja  en  el  alma  el  des- 
consuelo de  que  se  está  en  cada  caso  en  presencia  de 
un  hecho  determinado  por  remotas  causas.  Con  el 
convencimiento  de  esta  verdad  no  se  puede  tener 
alientos  paia  luchar  contra  las  fuerzas  de  la  impasi- 
ble naturaleza. 

Por  sobre  caudillos  y  civiles  legalistas,  estaba  el 
Libertador  Bolívar,  á  quien  se  debía  la  Independencia 
de  Colombia.  No  hay  que  confundir  á  Bolívar  con  los 
caudillos  militares  de  que  venimos  ocupándonos 
y  cuyo  tipo  más  perfecto  era  Páez.  Son  personali- 
dades infinitamente  distintas.  Bolívar  era  el  Genio.  Su 
ascendiente,  el  dominio  que  ejerció  en  estos  países, 
'tenía  otras  explicaciones  que  la  del  prestigio  or- 
dinario en  Venezuela  de  los  jefes  como  Páez,  bien 
que  en  el  fondo  hubiera  también  un  fenómeno  de 
magna  sugestión  colectiva.  En  otro  estudio  nos  he- 
mos ocupado  del  Libertador.  Bástenos  recordar  aquí 
la    conclusión,  á  que  entonces   llegamos,  de  que  en 

42 


JOSÉ   ANTONIO     PEEZ 


Bolívar  obraba,    activa  y  formidable,   la   vieja  alma 
española  del  sigo  décimo  sexto. 

Esta  observación  puede  explicarnos  por  qué  el 
alma  de  las  multitudes,  en  las  diferentes  comarcas 
de  la  Gran  Colombia,  especialmente  en  Venezuela, 
se  fué  apartando  de  Bolívar  y  se  inclinó  cada  vez 
más  á  los  caudillos  militares  de  la  respectiva 
región,  como  Páezenlos  Llanos,  y  Monagas  en  Oriente, 
á  medida  que  en  Bolívar  se  iba  pronunciando  su 
atavismo  ibero.  Quizás  donde  los  historiadores  han 
estado  buscando  secundarias  causas  de  intrigas  y 
ambiciones,  el  observador  que  estudie  hondamente 
el  asunto  hallaría  explicada  la  caída  de  Bolívar  por 
recónditas  divergencias  psicológicas  entre  su  alma 
y  la  de  los  pueblos  que  regía. 

Es  que  el  alma  de  los  pueblos  sur  americanos 
no  es  la  de  la  España  de  los  conquistadores,  por 
más  que  estos  impusieran  aquí  su  idioma  y  muchas 
de  sus  costumbres;  los  factores  étnicos,  indígena  y 
africano,  han  formado  un  alma  especial  á  estos  pue- 
blos. 

Bolívar,  con  la  intuición  de  su  genio,  adivinó 
todo  lo  que  la  ciencia  contemporánea  puede  expli- 
carnos sobre  el  particular.  Comprendió  que  estaba 
ya  demás  en  Colombia,  aunque  á  última  hora  las 
instancias  de  sus  amigos  le  hicieron  desistir  de  su 
resolución  de  irse  del  país.  Vio  que  era  irremedia- 
ble la  disolución  de  la  Gran  República  que  había 
creado  y  pesimista,  auguró  que  los  restos  sangrien- 
cos  de  la  Patria  se  los  disputarían,  en  largos  perío- 
dos dolorosos,  los  caudillos  militares,  hijos  de  la 
tierra  americana. 


43 


PEDEO  M.  ARCAYA 


Cesó,  pues,  en  definitiva,  el  influjo  de  Bolívar 
en  la  cosa  pública  de  Venezuela  desde  fines  de 
/  1829,  El  alma  de  las  multitudes  estaba  con  Páez, 
á  quien  al  cabo  sometiéronse  los  demás  jefes  mi- 
litares del  país  y  vino  á  ser  así  el  caudillo  por  ex- 
celencia, el  hombre  úú  prestigio  máximo,  en  suma, 
el  Señor,  el  régulo  necesario  de  la  sociedad  venezo- 
lana, cualquiera  que  fuese  el  nombre  que  en  el  voca- 
bulario de  las  leyes  escritas  se  quisiera  dar  á  aquel 
poder  suyo,  que  no  debía  en  realidad  sino  á  la  na- 
turaleza misma  que  lo  había  hecho  nacer  Caudillo, 
en  toda  la  extensión  de  la  palabra,  en  un  país  des- 
tinado por  las  leyes  inexorables  de  la  herencia  psí- 
quica á  someterse  á  un  Jefe. 

Los  civiles  legalistas  de  Venezuela  en  su  gran 
mayoría  habíanse  también  desviado  de  Bolívar  por- 
que discrepaban  en  doctrinas,  siendo  liberales  las 
de  aquéllos  y  conservadoras  las  del  Libertador. 

Idearon  entonces  los  hombres  del  grupo  lega- 
lista rodear  á  Páez,  para  transformarlo  de  Caudillo 
en  Magistrado,  ya  que  era  forzoso  que  continuase 
gobernando  el  pais  bajo  el  nombre  de  Presidente 
Constitucional  de  Venezuela.  De  allí  el  régimen  le- 
"'  gal  iniciado  en  1830. 

En  los  tiempos  medioevales  de  la  Europa,  el 
cristianismo  había  ideado  otra  transformación  res- 
pecto de  los  jefes  de  las  bandas  feudales:  la  del  Cau- 
dillo en  el  Caballero.  No  pudo  quitarle  la  espada, 
pero  en  la  empuñadura  puso  la  cruz,  y  del  arma 
homicida  formó  el  símbolo,  como  dice  Paul  Bour- 
get,  de  la  fuerza  inspirada  por  la  justicia  y  tempe- 
rada por  la  misericordia. 

44 


JOSÉ    ANTONIO  PAEZ 


Hasta  qué  punto  logró  el  Cristianismo  la  trans- 
formación deseada,  dícenlo  los  magníficos  tipos  de 
valor  y  de  heroísmo  que  produjo  la  Edad  Media 
Es  que  para  desbastar  las  almas  rudas  nada  pue- 
de tanto  como  el  Catolicismo,  con  sus  fórmulas  au- 
gustas y  sus  ritos  grandiosos. 

En  Venezuela  la  falta  de  sentimientos  morales 
y  religiosos,  como  medio  ambiente  de  las  almas, 
porque  después  que  nos  independizamos,  nuestro 
medio  ambiente  espiritual  lo  han  formado  las  ideas 
políticas,  casi  exclusivamente,  tal  falta,  decimos,  in- 
fluyendo por  una  parte  en  "el  aminoramiento  de  la 
moralidad  nacional,  ha  contribuido  también  á  la  di- 
vergencia que  cualquier  observador  notará  fácilmente 
entre  el  tipo  de  la  generalidad  de  los  caudillos 
venezolanos,  salvo  innegables  excepciones,  y  el  tipo 
del  caballero  armado  de  la  Edad  Media  europea. 

La  obra  intentada  por  nuestros  proceres  de  1830: 
la  transformación  del  Caudillo  Páez  en  Magistrado 
Constitucional,  sometido  á  las  leyes  escritas,  era 
mucho  más  ardua,  porque  lo  natural  era  que  aquel 
hombie,  que  bien  comprendería  que  su  poder  lo 
debía  á  su  prestigio  y  no  á  las  leyes,  quisiera  ejercerlo 
¡limitadamente.  Y  de  nada  valdría  que  Páez  convi- 
niera en  que,  por  mera  fórmula,  se  dictase  una  Cons- 
titución de  que  pensase  prescindir  en  la  práctica,  como 
después  Monagas  con  aquella  célebre  frase:  la  consti- 
tución sirve  para  todo.  Lo  que  importaba  era  obtener 
la  sincera  sumisión  de  Páez  al  régimen  legalista.  Hasta 
donde  era  posible,  se  logró  el  magno  propósito,  para 
cuya  realización  fué  menester  la  concurrencia  de  varios 
factores;  gran    fe,  tenacidad   inquebrantable  en  los 

45 


PEDRO  M.  AECAYA 


proceres  civiles,  y  un  gran  fondo  de  honradez  ingé- 
nita en  Páez  y  especialmente  el  singular  respeto  suyo 
por  las  opiniones  de  los  que  consideraba  superiores 
,á  él  en  inteligencia  y  saber.  Cualidad  buena  y  defecto 
á  la  vez  esto  último,  porque  si  los  mentores  eran 
Michelena,  Vargas  ó  <5oublette,  todo  bien  era  de  es- 
perarse, pero  si  el  director  era  Miguel  Peña  ó  Pedro 
José  Rojas,  tenían  que  resultar  sucesos  como  los  de 
1826  y  1861. 

Venezuela  inició,  pues,  su  vida  propiamente  in- 
dependiente bajo  halagüeñas  ilusiones. 

Mas  para  quien  observara  bien  las  cosas  no 
había  sino  un  bello  simulacro  de  República.  El  régi- 
men legal  no  se  sostenía  por  su  propio  peso  sino  por 
la  voluntad  de  Páez.  Y  era  imposible  que  sucediese 
de  otro  modo.  Ya  arriba  vimos  cómo  en  Venezuela 
el  lazo  que  mantiene  la  organización  social  no  es  esa 
cosa  abstracta  que  se  llama  la  ley,  sino  el  sentimiento 
vivo  del  afecto  ó  el  temor  del  hombre  por  el  hom- 
bre. (7) 

(7)  Obsérvese  cómo,  estando  en  cada  época  la  moral  en 
función  de  las  condiciones  vitales  de  cada  Sociedad,  en  Vene- 
zuela el  delito  político  más  reprobable  ante  el  seguro  instinto 
del  alma  popular  que  lo  rechaza  indignada  cada  vez  que  ocurre, 
es  el  de  la  traición  de  un  militar  en  ai  mas  á  su  jete.  Ahóndese 
este  punto  y  se  comprenderá  que  es  el  instinto  de  conservación 
el  que  obra  en  estos  casos,  una  sociedad  que  se  sostiene  no 
por  el  vínculo  de  las  leyes,  sino  por  el  prestigio  de  sus  cau- 
dillos se  disolvería  si  se  hiciera  habitual  la  traición.  En  rea- 
lidad estudiando  la  materia  sin  prejuicios,  hay  que  convenir 
que  los  caudillos,  con  la  fuerza  de  su  prestigio  son  quienes 
han  impedido  más  de  una  vez,  en  esas  convulsiones  de  la  bar- 
barie latente  que  constituyen  nuestras  guerras  civiles,  que  se  dé 

46 


JOSÉ  ANTOISIO  PAEZ 


Los  acontecimientos  de  1835  demostraron  todo 
esto. 

En  1840  otro  grupo  legalista,  que  se  distanció 
del  de  los  hombres  del  poder,  inició  una  ruda  pro- 
paganda contra  el  orden  existente  formando  el  par- 
tido de  oposición  que  terminó  por  llamarse  Partido 
Liberal. 

Los  hombres  sinceros,  entre  los  iniciadores  de 
este  Partido,  Larrazábal  y  Rendón  por  ejemplo,  ama- 
mantados en  la  retórica  metafísica  de  su  época,  creían 
posible  el  establecimiento  en  Venezuela  de  una  ver- 
dadera democracia  al  estilo  de  Suiza  y  Norte  América 
y  les  inspiraba  horror  el  largo  influjo  que  en  la  cosa 
pública  venia  ejerciendo  Páez,  pues  juzgaban  que 
derivaba  de  una  tenebrosa  maquinación  entre  éste 
y  los  civiles  que  lo  rodeaban,  á  quienes  apellidaron 
oligarcas.  Imaginábanse  que  desapareciendo  Páez  y 
los  suyos,  se  asentaría  un  régimen  impersonal  de 
republicanismo  verdadero. 

Aquellos  hombres  no  habían  observado  jamás 
su  propio  país.  Humanistas,  habían  formado  su  gus- 
to literario  en  los  clásicos  latinos;  como  filósofos 
estaban  inspirados  en  doctrinas  políticas  abstractas. 
Para  ellos  las  cosas  debían  pasar  en  Venezuela 
como  en  Roma  ó  Francia. 

No  veían  que  en  suma  el  influjo  de  Páez 
no  estaba  fundado  en  la  voluntad  del  grupo  civi- 
lista que  le  rodeaba,  sino  que  procedía  de  ese  fenó- 

la  pura  regresión  al  salvajismo  de  nuestros  pueblos.  En  tales 
épocas,  en  los  caudillos  reside  únicamente  la  potestad  de  man- 
tener una  organización,  siquiera  rudimentaria,  en  el  cuerpo 
social  que  tiende  á  disolverse. 

47 


PEDRO  M.  ARCAYA 


meno  del  prestigio,  que  ellos  no  podían  comprender 
porque  no  lo  habían  visto  mencionado  en  sus  li- 
bros. No  entendían  que  en  realidad  aquella  situa- 
ción representaba  lo  mejor  á  que  podía  aspirarse» 
dadas  las  condiciones  sociales  del  país,  porque  se 
habia  obtenido  que  el  Caudillo  sometiese  su  gran 
fuerza  propia  á  la  regulación  de  la  ley  escrita,  si- 
quiera conservando  en  acción  su  vigorosa  perso- 
nalidad. No  sentían  la  necesidad  de  proceder  con 
tiento,  si  era  que  pretendían  el  progreso  de  las  cos- 
tumbres políticas,  porque  creyendo  ellos  en  la  bon* 
dad  original  del  hombre,  imaginándose  que  el  pue- 
blo estaba  apto  para  el  ejercicio  de  todos  los  de- 
rechos, no  sospechaban  el  salvaje  dormido  en  el 
fondo  del  alma  popular,  pronto  á  despertarse  con 
el  ruido  de  las  discusiones  enconadas  y  tumul- 
tuosas. 

Otros  hombres  del  grupo  oposicionista,  como  An- 
tonio Leocadio  Guzmán,  no  se  hacían  tales  ilusiones 
porque  en  realidad  en  nada  creían  y  para  ellos  sólo 
se  trataba  de  una  fórmula  para  llegar  al  poder,  con  la 
bandera  de  la  oposición,  por  el  favor  popular. 

Aquel  fanatismo  y  estas  ambiciones  aunadas  origi- 
ginaron  la  prédica  irreconciliable,  difamadora,  impla- 
cable, de  la  prensa  oposicionista  de  1840  a  1846 
contra  Páez  y  el  grupo  de  sus  mentores  y  partidarios. 

El  resultado  fué  la  formación  de  un  gran  círculo 
de  hombres  unidos  por  el  común  sentimiento  del 
odio  hacia  el  grupo  oligarca. 

Pero  por  las  leyes  naturales  que  hemos  visto 
actuando  en  cada  momento  en  la  historia  venezolana, 
el  círculo  antipaecista  debía  necesariamente  someterse 

48 


JOSÉ    ANTOXIO  pIeZ 


á  su  vez  á  un  Caudillo,  al  jefe  reclamado  por  la  voz 
de  la  raza,  al  representante  hereditario  del  régulo  ó 
cacique  de  los  tiempos  precolombinos.  Imposible  es 
concebir  en  Venezuela  la  existencia  de  partidos  polí- 
ticos que  no  concluyan  por  hacerse  personalistas  de 
un  Caudillo. 

Zamora  tuvo  la  intuición  de  esta  verdad  y  sintién- 
dose con  las  viriles  dotes  necesarias  para  asuinir  el 
peligroso  cargo  se  lanzó  á  la  guerra  en  1846.  Fortuna 
fué  que  entonces  resultara  para  el  círculo  revolucio- 
nario un  Caudillo  de  sus  condiciones,  humano  en  el 
fondo,  verdadero  conductor  de  hombres.  Jefe  nato, 
capaz  de  subordinar  al  salvaje  que  despertaba  la 
guerra  civil  y  cuyo  tipo  era  Rangel,  «el  indio  chato, 
empulpado,  desnudo  de  la  cinta  arriba»,  que  con  vivos 
colores  nos  pinta  el  Doctor  Villanueva.  Esta  revivis- 
cencia del  hombre  primitivo  resurge  en  cada  guerra 
civil;  durante  la  federal  se  llamó  Espinoza  en  los  Lla- 
nos y  Merced  Petit  y  Marcos  Pina,  en  Coro.  El  rudo 
ser  carnicero  que  hace  menos  de  cinco  siglos  poblaba 
nuestros  bosques  y  llanuras,  igual  al  de  la  Europa  pre- 
histórica, reaparece  con  todos  sus  instintos  destructo- 
res y  sanguinarios;  arroja  la  escasa  vestidura  que  sobre 
su  cuerpo  colocó  la  menguada  civilización  ambiente, 
pierde  los  pocos  sentimientos  de  justicia  y  de  morali- 
dad que  en  su  espíritu  superpuso  el  trato  con  las  gen- 
tes cultas  y  vuelve  á  ser  el  bruto  feroz,  habitador  de 
la  selva.  Por  eso  es  tan  impía  la  obra  de  desencade- 
nar la  guerra  civil  en  este  país.  Es  despertar  mons- 
truos dormidos. 

Aun  después  de  iniciada    la  guerra   civil  de  1846, 


49 


PEDRO  il.  ARCAYA 


Larrazábal  y  los  retóricos  de  su  escuela  seguían 
viendo  las  cosas  al  través  del  prisma  de  su  fana- 
tismo político.  No  percibían  al  «indio  chato»  que 
andaba  por  los  montes  cometiendo  asesinatos,  sino 
que  columbraban  la  imaginaria  silueta  de  un  «ciu- 
dadano armado»  que  ejercitaba  «el  sagrado  derecho 
de  insurrección»  y  de  haber  dado  lugar  á  que  ocu- 
rriera tal  insurrección  acusaban  al  Gobierno. 

Fracasó  la  intentona  de  Zamora,  pero  la  evolución 
fatal  se  dio,  á  pesar  de  las  frases  de  los  retóricos 
y  cuando  creyeron  haber  laborado  por  la  destruc- 
ción de  un  personalismo  resultó  que  contribuyeron 
á  establecer  un  régimen  puramente  monocrático  y 
hasta  dinástico,  el  de  los  Monagas,  que  se  hicieron 
jefes  del  círcilo  liberal  y  á  quienes  sostuvieron 
todos  los  que  tanto  habían  declamado  contra  los  oli- 
garcas. 

Páez  quedó  como  Caudillo  del  círculo  caído  y  á  la 
cabeza  de  sus  parciales  hizo  las  revoluciones  de  1848 
y  1849.  Pero  fracasó:  ya  no  era  el  hombre  de  Las 
Queseras. 

Aun  después  de  sus  derrotas  conservaba  partida- 
rios adictos.  Iba  disminuyendo  el  número  de  éstos 
porque  la  muerte  segaba,  en  su  proceso  natural, 
á  los  que  habían  sido  sus  contemporáneos. 

Al  cabo,  cuando  cayeron  los  Monagas  en  1858, 
no  era  Páez  propiamente  el  Caudillo  que  había  sido 
antes,  sino  una  figura  histórica,  supervivencia  de  épo- 
cas idas. 

Olvidóse  de  esto  su  mentor  Rojas  é  hízole  incurrir 
en  1861  en  el  grave  error  de  la  Dictadura.  Lamenta- 
so 


JOSÉ    AííTOXIO  PAEZ 


ble  fué  que  el  anciano  guerrero  sellara  así  su  larga 
historia  derribando  la  situación  de  orden  y  regulari- 
dad que  presidía  Gual. 

Verdaderamente,  la  obra  intentada  por  este  patricio 
benemérito  y  por  Manuel  Felipe  de  Tovar,  Fermín 
Toro  y  sus  colaboradores,  estaba  desainada  al  desas- 
tre,, porque  ellos  pretendían  establecer  aquí  un  puro 
régimen  legalista  cuando  las  leyes  inexorables  socio- 
lógicas condenaban  el  país  á  la  monocracia.  Más 
audaces  que  sus  antecesores  de  1830,  prescindieron 
de  apoyarse  en  el  prestigio  de  ningún  jefe  militar. 
Su  empresa,  si  irrealizable,  es  por  todo  extremo  digna 
de  la  mayor  admiración;  porque  en  llevarla  á  cabo  se 
empeñaron  con  sincera  honradez,  no  con  artificiosas 
declamaciones.  Sin  embargo,  sobre  los  nombres  de 
aquellos  patricios  han  caído  muchas  injurias,  cuando 
en  realidad  fueron  los  últimos  republicanos  de  Vene- 
zuela. Tiempo  es  que  la  generación  presente  les  rinda 
justicia. 

Rojas  ha  debido  dejar  que  el  derrumbamiento  de 
aquellos  patriotas  lo  consumaran  los  revolucionarios 
federales,  pero  no  comprometer  en  tan  injustificable 
aventura  al  viejo  Procer. 

Establecida  la  Dictadura  se  concretó  la  lucha  en- 
tre dos  caudillos:  el  del  bando  gubernamental,  el 
anciano  Páez,  que  no  era  ya  Caudillo  sino  de  nom- 
bre y  el  del  bando  revolucionario,  el  magnánimo  Fal- 
cón,  que  estaba  en  todo  el  apogeo  de  su  magnífica 
personalidad.  No  era  en  realidad  lucha  de  doctrinas 
la  que  se  sostenía  en  el  fondo,  por  más  que  lo  ase- 
gurasen los    pomposos  documentos  escritos,  hechos 

51 


PIÍDKO  il.  ARCAYA 


paraocjitar  siempre  la  verdad  en  Venezuela.  Por  e! 
poder  solamente  se  combatía. 

Natural  era  que  triunfase  el  Caudillo  de  más  alien- 
tos:  Falcón  el  Joven,  sobre  Páez  el  Viejo. 

Cayó  así  definitivamente  el  anciano  guerrero.  Con- 
vertido en  sombra  viviente  de  otras  épocas  prolongó 
aún  sus  días  la  suerte,  para  que  pudiese  recopilar 
sus  recuerdos.  Triste,  abatido  y  desengañado  murió 
en  extraño  suelo  aquél  que  tanto  combatió  por  la 
independencia  del  suyo.  El  hijo  de  la  llanura  ardien- 
te expiró  en  el  frío  clima  del  Norte,  aterida  el  alma. 
¡Cómo  refleja  la  vida  de  este  hombre  nuestra 
existencia  nacional!  Heroísmo  guerrero,  ardor  sin 
medida  para  la  lucha  épica,  vagas  aspiraciones  por 
el  derecho,  pero  falta  de  voluntad  fuerte  para  rea- 
lizarlas, veleidades,  facilidad  de  ceder  á  todas  las 
sugestiones,  fracasos  y  al  cabo  tristes  desengaños! 

Es  que  el  alma  ruda  del  heroico  llanero  compen- 
diaba la  psiquis  venezolana. 


CARACAS :  1''  DE  ENERO  DE  1908 


El  caDitán  General  de  la  Libertad 


EL  CAPITÁN  GENERAL  DE  LA  LIBERTA!) 


A  raíz  del  sometimiento  délos  indígenas  de  Sur 
y  Centro  América  comenzaron  las  rebeliones  de  los 
conquistadores  contra  la  autoridad  del  Rey  de  Espa- 
ña; abiertamente  á  veces,  de  modo  embozado  en  oca- 
siones. Sucesos  trágicos  cuyo  escenario  era  el  vasto 
mundo  nuevo  y  en  los  cuales  el  heroísmo  y  la  crueldad 
de  aquellos  hombres  extraordinarios,  todas  sus  ex- 
celsas cualidades  como  sus  instintos  criminales 
pusiéronse  más  de  relieve,  si  cabe  decirlo,  que  en 
la  obra  misma  de  la  conquista. 

Una  de  esas  rebeliones  fué  la  de  los  hermanos 
Contreras,  de  Nicaragua.  Llama  poderosamente  la 
atención  de  quien  recorre  los  anales  de  las  Colonias 
españolas  de  América  en  busca  de  datos  socioló- 
gicos que  sirvan  para  el  esclarecimiento  de  la  tor- 
mentosa modalidad  de  la  vida  nacionnal  de  nuestras 
Repúblicas  criollas. 

Esa  rebelión  se  anticipó  á  los  tiempos,  tomando 
como  palabra  de  combate  el  mágico  vocablo  de 
libertad  para  encubrir  el  verdadero  propósito  desús 
autores,  de  adueñarse  del  poder  á  fin  de  ejercerlo  de 
un  modo  absoluto,  para  saciar  su  ambición  incon- 
tenible. ¡Cuántos  de  los  hombres  que  han  figurado 
en  nuestras  civiles  contiendas  han  obrado  lo  mismo! 


PEDRO  M,  ARCAYA 


En  el  alzamiento  de  los  Contreras  fueron  más 
crueles  los  medios  porque  mas  rudas  eran  las  costum- 
bres de  su  tiempo  y  por  causas  que  importa  analizar, 
porque  son  las  mismas  que  determinaron  los  críme- 
nes de  la  conquista  y  dieron  á  aquella  época  los  tin- 
tes sombríos  que,  al  lado  de  la  luz  que  irradian  los 
actos  de  heroísmo  de  los  guerreros  conquistadores, 
la  constituyen  en  uno  de  los  cuadros  más  sugestio- 
nantes de  la  humana  historia. 

Veamos  el  trágico  relato  de  aquella  rebelión,  (l) 
En  1550  vivían  en  Granada  de  Nicaragua  los  her- 
manos Hernando  y  Pedro  de  Contreras,  jóvenes  de 
veinticinco  y  veinte  años,  respectivamente,  hijos  de 
Rodrigo  de  Contreras  que  ya  había  muerto  y  de  Doña 
María  de  Peña  loza. 

Rodrigo  de  Contreras  era  natural  de  Segovia  de 
España  y  vino  á  Indias  como  Gobernador  de  Nica- 
ragua, cargo  de  que  fue  depuesto  algunos  años  an- 
tes de  moiir.  La  familia  Contreras  pertenecía  á  la  casta 
noble  de  Segovia.  Preciábase  de  descender  de  Fernán 
Sasa,  sobrino  del  conde  de  Castilla  Fernán  González 
y  de  tener  abolengo  de  reyes  por  el  matrimonio  de 
Diego  González  de  Contreras  á  fines  del  siglo  XIV,  con 
una  princesa  húngara,  prisionera  que  fué  del  Sultán 


(l)  Hemos  seguido  ú  Calvete  de  Estrella  en  su  libro  "Re- 
belión de  Pizarro  en  el  Perú  y  vida  de  D.  Pedro  Gasea." 
Respecto  de  Pedro  Arias  Dávila  tomamos  las  noticias  que 
á  él  se  refieren  de  la  conocida  obra  de  Gonzalo  Fernández 
de  Oviedo  y  Valdez,  "tlistoria  General  y  natural  de  las  Indias." 
En  cuanto  á  datos  genealógicos  de  la  familia  Contreras  hemos 
tenido  á  la  vista  á  Juan  Flores  de  Ocariz,  "Genealogías  del  nue- 
vo Reyno  de  Granada." 

56 


EL   CAPITÁN    GEXERAL   DE   LA   LTEEllTAD 

Bayacetü  y  cuya  libertad   obtuvo  el    Rey  Enrique  111 
de  Castilla  quien  la  casó  con  el  Coníreras. 

Doña  María  de  Peñaloza  era  hija  del  célebre  Pe- 
dro Arias  Dávila.  Gobernador  de  "Castilla  de  Oro" 
(región  del  Istmo,)  uno  de  los  más  audaces  y  crueles 
hombres  venidos  de  España  á  la  conquista  de  estos 
países;  entre  sus  muchos  crímenes  figura  la  injusta 
muerte  de  Vasco  Núñezde  Balboa,  el  descubridor  del 
Océano  Pacífico. 

Por  una  y  otra  línea  descendían  pues  Hernando 
V  Pedro  de  Contreras  de  gentes  de  espíritu  aven- 
turero. 

La  influencia  de!  clima  tropical  obrando  en 
aqnellas  naturalezas  predispuestas  por  la  herencia  á 
la  exaltación  morbosa  que  conduce  al  crimen,  con- 
tribuyó, sin  duda,  á  la  formación  de  su  carácter  vio- 
lento y  tormentoso.  La  psicosis  tropical  que  con  fre- 
cuencia ataca  á  los  europeos  en  la  Zona  tórri- 
da comienza  á  ser  estudiada  por  la  ciencia  mé- 
dica; en  el  África  la  llaman  "sudanitis."  Hombres  apa- 
cibles en  su  patria  tórnense  bajo  el  trópico  crueles  é 
irritables.  "La  intoxicación  de  la  idea,  dice  Le  Dantec 
(2)  es  tal  que  el  hecho  más  fútil  toma  proporciones 
gigantescas;  de  allí  escenas  de  una  ferocidad  extraor- 
dinaria, rencores  y  odios  que  conducen  á  duelos  á 
gentes  pacíficas  que  habían  partido  de  Francia  vién- 
dolo todo  de  color  de  rosa,  comunicándose  sus  ilu- 
siones, no  teniendo  en  los  labios  sino  frases  de  amis- 
tad; allá  lejos  todo  ha  cambiado,  el  color  de  rosa  se  ha 
vuelto  rojo,  el  hombre  se  ha  transformado  en  tigre." 


(2)     Precis  de  Pathologie  exotique.     París.     1905. 
57 


PEDRO  M.  ARCAYA 


¡Cuántos  psicópatas  de  esta  especie  en  la  larga 
lista  de  los  conquistadores  de  la  América! 

En  el  caso  de  los  Contreras  su  irritabilidad  se  exa- 
cerbaba cada  vez  más  por  creerse  humillados,  sin 
influencias  en  el  Gobierno  de  su  localidad,  cuando 
allí  habían  sido  verdaderos  Señores  su  padre  y  su 
abuelo.  Anhelaban  además  vengarse  del  Obispo  de 
León  que  había  contribuido  á  la  caída  de  Rodrigo  de 
Contreras.  Comenzaron  á  forjar  planes  de  revueltas, 
animados  por  los  exhortaciones  de  Juan  Bermejo, 
Salguero,  Benavides,  Altamirano  y  otros  individuos, 
desterrados  del  Perú,  que  habían  ido  á  parar  á  Nica- 
ragua. 

Resolvieron  por  último  alzarse  en  Nicaragua,  y  pa- 
sar á  Panamá;  apoderarse  allí  de  los  buques  que  en- 
contraran; dominar  la  Mar  del  Sur  y  seguir  luego  al 
Perú,  donde  contaban  reunir  los  elementos  de  la  rebe- 
lión de  Gonzalo  Pizarro  que  acababa  de  sofocar  el 
Presidente  Fray  Pedro  Gasea,  que  aún  estaba  allá.  Se 
imaginaban  triunfar  del  fraile  y  hacerse  dueños  de 
la  América. 

Estando  en  estas  maquinaciones  fué  desterrado 
Hernando  de  Contreras,  de  Granada  y  confinado  á 
León,  capital  de  la  misma  provincia  de  Nicaragua, 
por   pendencia  que  tuvo  con  un  vecino  de  Granada. 

En  León  encontró  nuevos  adeptos,  dispuestos  á 
acompañarle  en  la  revuelta  que  tramaba,  de  modo 
que  decidió  dar  el  golpe  iniciándolo  con  la  muerte 
del  Obispo  Fray  Antonio  de  Valdivieso. 

En  efecto,  el  26  de  febrero  del  año  citado,  de  1550 
reunido  con  algunos  parciales,  se  declaró  en  rebelión; 

58 


EL  CAPITÁN   GENERAL   DE   LA   LIBERTAD 

cercó  la  casa  del  Obispo  y  él  en  persona,  acompañado 
de  un  fraile  dominico,  muy  enemigo  del  Prelado,  y  de 
un  mestizo,  penetró  á  la  habitación  de  Valdivieso  á 
quien  dio  de  puñaladas  y  estocadas  hasta  dejarlo 
sin  vida. 

"Muerto  que  hubo  el  Obispo,  dice  Calvete  de  Es- 
"trella,  hízose  llamar  Capitán  General  de  la  libertad,  y 
"con  la  gente  perdida  (que  ya  tenía  muy  de  su  mano) 
"se  juntó  otra  é  hizo  su  Maestre  de  Campo  á  Juan 
"Bermejo,  robó  el  dinero  que  estaba  en  la  caja  del  Em- 
"perador,  de  aquella  ciudad^  sin  que  nadie  osase 
"á  se  lo  impedir.  Luego  que  hubo  hecho  esto,  se  fué 
"con  su  gente  al  puerto  de  la  Posesión,  que  es  en  aque- 
"11a  Provincia  en  la  Mar  del  Sur;  y  tomó  dos  navios 
"que  en  él  halló,  uno  que  venía  cargado  de  ¡a  Nueva 
"España,  que  llamaban  el  galeón  de  Chile  y  otro  que 
"estaba  allí  cargado,  que  era  el  de  Valdolivas,  que 
"iban  al  Perú,  y  una  fragata,  y  procuró  de  traer  á  su 
"opinión  la  gente  que  en  los  navios  había.  Y  porque  no 
"pudiese  ir  aviso  á  Tierra  firme  de  lo  que  él  hacía, 
"quemó  un  navio  y  la  carabela  que  estaban  en  aquel 
"puerto  y  antes  que  saliese  de  León  envió  á  Juan  Ber- 
"mejo  con  veintiocho  soldados  para  que  allí  recogiese 
"lamas  gente  y  quemase  todas  las  fragatas:  porque  no 
"diesen  con  alguna  de  ellas  aviso  (por  el  desaguadero) 
"á  los  del  Nombre  de  Dios.  Supo  la  venida  Luis  Ca- 
"rrilio,  alcalde  ordinario  de  aquella  ciudad  (3),  de  Juan 
''Bermejo  y  juntó  hasta  ciento  y  veinte  hombres  para 

(3)  Calvete  de  Estrella  se  refiere  aquí  á  la  ciudad  de  Gra- 
nada, aunque  está  oscuro  el  texto,  pero  así  se  desprende  de  un 
pasage  anterior  de  su  libro. 

59 


PEDIÍO   M.    Ar.CAYA 


"le  ir  á  pender  y  matar;  y  como  !a  más  de  la  gente 
"tenía  hecha  de  su  opinión  Pedro  de  Contreras,  se  pa- 
usaron para  Juan  Bermejo.  Y  aunque  Luis  Carrillo 
"resistió  con  todo  valor  y  ánimo,  fue  muerto  con  al- 
"gunos  otros  y  si  no  acudiera  la  Doña  María  de  Peña- 
"loza,  mataran  muchos  más  de  aquella  ciudad;  de  la 
'cual  se  apoderó  luego  Juan  fkrmejo,  y  quemó  todas 
"las  fragatas,  sino  fue  una  que  por  ser  de  un 
"amigo  y  haberle  dado  cien  pesos,  la  dejó  sin  que- 
"mar,  hecha  agujeros,  que  fue  la  que  se  aderezó  des- 
"pués  para  llevar  el  aviso  al  Nombre  de  Dios;  y  re- 
"cogiendo  Bermejo  allí  la  más  gente  que  pudo,  llevó 
"consigo  á  Pedro  de  Contreras  al  puerto  de  la  Pose- 
"sión,  donde  estaba  su  hermano  Hernando  de  Contre- 
"ras  aguardándole  para  pasar  á  Panamá,  como  tenía 
determinado." 

Embarcáronse  los  Contreras  y  Bermejo  con  po- 
co menos  de  trescientos  hombres,  en  la  Posesión, 
el  23  de  marzo  y  siguieron  costa  abajo,  salteando 
las  naves  que  encontraban.  En  la  Punta  de  la  Hi- 
guera apresaron  un  barco  que  iba  de  Panamá,  y  su- 
pieron que  el  once  de  marzo  había  llegado  allá 
el  Presidente  Fray  Pedro  Gasea,  quien  después  de 
dejar  completamente  pacificado  el  Perú  marchaba  á 
España  con  grandes  tesoros  para  el  Rey.  Se  su- 
ponía que  á  la  sazón  cruzaría  Gasea  el  istmo  para 
embarcarse  luego  en  el  Puerto  del  Nombre  de  Dios, 
en  el  Atlántico. 

Perplejos  se  hallaron  los  Contreras  porque  com- 
prendieron que  Gasea  debía  de  traer  ccnsigo  fuer- 
zas respetables  para  custodia  de  su  persona  y  los  te- 

60 


EL  CAriTÁN  GEKEr.AL  PE  LA    LIBERTAD 

soros  que  portaba  y  más  aún,  porque  la  sola 
presencia  del  alto  personaje  en  el  istmo,  donde  ha- 
bían pensado  formar  su  base  de  operaciones,  era  un 
gran  obstáculo  para  sus  planes,  porque  puesto  que 
se  apoderasen  de  Panamá  por  sorpresa,  estando  Gas- 
ea en  la  otra  costa,  como  lo  estaría  todavía,  tendrían 
seguidamente  que  combatir  con  él. 

Pero  audaces  como  eran  aquellos  hombres  re- 
solvieron seguir  adelante  su  empresa  hasta  llevarla  á 
feliz  remate  ó  perecer.  Determinaron  sorprender  á 
Panamá;  desbaratar  así  el  núcleo  de  fuerzas  realistas 
que  podían  hallar  ahí  y  marchar  sin  dilación  al  al- 
cance de  Gasea,  para  sorprenderlo  también  y  captu- 
rarlo. Temerario  proyecto  en  verdad  porque  no  era 
el  fraile  hombre  que  pudiera  ser  fácilmente   vencido 

Fray  Pedro  Gasea  es  una  de  las  figuras  más  poi' 
tentosas  déla  España  del  siglo  XVI;  uno  de  los  más 
típicos  representantes  del  alma  de  su  raza. 

Aquel  religioso,  humilde  en  su  porte,  fanáti- 
co al  extremo  de  figurar  en  los  Consejos  de  la  In- 
quisición, tenía  sin  embargo  ánimo  tan  esforzado 
y  tan  claro  criterio  en  el  manejo  de  los  hombres 
que  pudo  ser  escogido  por  Carlos  V  para  empresa 
arduísima,  como  fue  la  de  hacer  frente  nada  menos 
que  a!  turco  Barbarroja,  que  aliado  con  los  Franceses 
y  en  secreta  inteligencia  con  los  moriscos  de  Va- 
lencia trataba  de  desembarcar  en  aquella'  costa,  lo 
cual  le  impidieron  las  acertadas  medidas  de  Gasea. 
Tal  fama  adquirió,  que  cuando  llegó  al  Empera- 
dor la  noticia  del  alzamiento  de  Gonzalo  Pizarro 
en  el   Perú  juzgó  que  el   más  á  propósito   para  so- 

61 


meterlo  era  Gasea,  por  su  gran  habilidad  y  corazón 
valeroso.  Nuestro  fraile  aceptó  el  cargo,  pero  exi- 
giendo tan  extraordinarias  facultades  corno  nun- 
ca tes  había  tenido  ningún  representante  de  la  auto- 
lidad  real,  aunque  en  materia  de  títulos  sólo  pidió 
el  modesto  de  Presidente  de  la  Real  Audiencia 
y  no  el  de  Virrey.  Todo  lo  que  quiso  le  fue  con- 
cedido. Llegó  Gasea  á  las  hidias ;  en  abieiía 
insurrección  estaba  el  valerosísimo  Pizarro  en  el  Pe- 
rú, con  poderosas  fuerzas,  mas  de  tal  modo  hábil 
y  resuelto  procedió  aquel  que  al  cabo,  en  la  ba- 
t  ;lla  de  Xaquixaguana,  cayó  el  guerrero  en  manos 
del  fraile  quien  lo  hizo  luego  ajusticiar. 

Con  este  hombre,  que  volvía  triunfante  á  Es- 
paña, decidieron  combatir  los  Contreras.  Audaz 
resolución  adoptaban.  Es  que  la  psieosis  tropical, 
la  irritación  intensa  por  el  desprecio  de  que  se 
creían  objeto  de  parte  de  la  Corte  española,  los  im- 
pulsaba á  todos  los  extremos.  "Hernando  de  Contre- 
"ras,  dice  el  escritor  citado,  llamaba  a!  Einperador 
"tirano  y  que  no  le  bastaba  haber  quitado  á  Nica- 
"ragua  y  á  Tierra  firme  que  Pedro  Arias  de  Avila  ha- 
"bía  ganado,  y  descubierto  el  Perú  por  haber  allí  en- 
"viado  á  Francisco  Pizarro  y  Diego  de  Almagro, 
"mas  aún  que  quitara  los  indios  que  su  padre  y 
"madre  tenían  en  Nicaragua  y  que  le  haría  enten- 
"der  que  no  gozaría  de  los  dineros  que  entonces  le 
"traían  del  Perú  ni  de  los  que  allá  quedaban.  Y 
"Juan  Bermejo  con  mucha  gravedad  decía:  "Vive 
"Dios  que  en  cuantos  días  viva  el  Rey  de  Castilla 
"no  entre  su  voz  en  el  Perú  ni  enviará  otro  con  ca- 


62 


EL   CAriTAN   GENERAL  DE   LA   LIBERTAD 

"yadilla  á  Tierra  firme,  porque  todo  se  proveerá  de 
"otra  manera  que  lo  pasado  y  de  suerte  que  aquel 
"justo  de  Gonzalo  Pizarro  resucite  con  más  fuerza 
"que  tenía  cuando  vivía." 

"Lo  de  la  cayadilla  decía  por  Gasea  que  acos- 
"tumbraba  á  traer  por  aquellas  Provincias  del  Perú 
"y  de  Tierra  firme  un  bordoncillo  á  manera  de  ca- 
"yado." 

Desembarcó  Hernando  de  Contreras  en  la  ma- 
drugada del  20  de  abril,  con  Juan  Bermejo,  Sal- 
guero y  como  doscientos  soldados,  cerca  de  Pana- 
má, Pedro  de  Contreras,  Castañeda  y  otros  queda- 
ron á  bordo,  con  orden  de  llegar  al  propio  puerto 
de  Panamá.  Adelantóse  Hernando  de  Contreras  con 
ios  más  resueltos  de  sus  soldados  y  detrás  venía 
Bermejo  con  el  mayor  número.  Estaban  las  autori- 
dades de  Panamá  completamente  desapercibidas 
cuando  llegó  Contreras  que  fácilmente  se  apoderó 
de  la  ciudad. 

Los  rebeldes  cometieron  grandes  excesos.  Al 
Obispo  lo  tuvieron  gran  rato  en  el  rollo  de  la  pla- 
za. Tomaron  el  oro  del  Emperador  que  hallaron  en 
poder  del  Tesorero  Juan  Gómez  de  Anaya  y  á  éste 
lo  prendieron. 

Daban  voces,  dice  Calvete,  Libertad,  Libertad, 
por  Hernando  de  Contreras,  Capitán  General  de  la 
Libertad! 

En  el  alboroto  que  hubo  en  Panamá  con  la  en- 

"  trada  de  los  alzados,  lograron  salirse  Juan  de  Guz- 

mán,  Gómez  de  Tapia  y  otros   del    bando  del  Rey, 

63 


PEDRO  M.  AECAYA 


que  tomaron  la  vía  del  Nombre  de  Dios  para  avisar 
á  Gasea  de  lo  que  ocurría. 

Hernando  de  Contreras  siguió  precipitadamente 
á  sus  alcances  y  dejó  orden  á  Bermejo  que  le  ase- 
gurase las  espaldas,  impidiendo  cualquier  conato 
de  los  panameños  y  que  corriera  luego  á  incorporár- 
sele. Creía  Contreras  sorprender  á  Gasea  llegando  á 
su  campamento  al  mismo  tiempo  que  los  fugitivos 
de  Panamá. 

Bermejo  con  el  grueso  de  los  rebeldes  entró  á 
esta  plaza,  pero  no  tomó  ninguna  de  las  precau- 
ciones ordenadas  por  Contreras,  sino  que  creyendo 
que  el  único  peligro  temible  era  la  resistencia  que 
pudiera  hacer  Gasea  marchó  á  incorporarse  á  Con- 
treras, dejando  desguarnecida  á  Panamá.  Los  veci- 
nos, tan  luego  como  salió  Bermejo,  resolvieron  á 
su  vez  ponerse  en  armas  por  el  Rey,  Tenían  fé 
en  el  triunfo  de  Gasea,  cuyo  prestigio  era  grande 
por  el  éxito  que  obtuvo  en  el  Perú.  Residían  á 
la  sazón  en  Panamá  muchos  hombres  de  guerra, 
veteranos  de  la  conquista.  Apoyando  la  autoridad 
real  pensaban  obtener  grandes  recompensas.  Fácil 
le  fué  al  Obispo  Arias  de  Acebedo  obtener  que  se 
pusieran  en  movimiento.  Organizáronse  militarmen- 
te, reconociendo  como  Jefe  á  Martín  Ruiz  de  Mar- 
chena  y  formaron  un  cuerpo  como  de  trescientos 
hombres.  Tomaron  cuatro  barcos  quo  estaban  en 
el  puerto  y  los  armaron  para  combatir  los  dos 
navios  en  que,  per  aquella  costa,  andaba  Pedro  de 
Contreras. 

Bermejo  enterado  de  lo  que  pasaba  en  Panamá 

64 


EL   CAPITAX   GEKEIÍAL   DE   LA    LinERTAD 

resolvió  devolverse  á  recuperar  la  ciudad  y  cas- 
tigar duramente  á  sus  habitantes.  Avisó  á  Hernan- 
do de  Contreras  aconsejándole  que  desistiera  del 
proyecto  de  sorprender  á  Gasea,  que  sin  duda  es- 
taría ya  en  guardia  y  que  se  juntasen  todos  en 
Panamá   para  decidir  lo    conveniente. 

Mas  como  Bermejo  halló  en  Panamá  una  resis- 
tencia inesperada,  acordó  retirarse  á  corta  distancia 
del  poblado  á  aguardar  á  Hernando  de  Contreras 
y  á  Salguero,  que  antes  había  despachado  con  al- 
gunos soldados,  vía  del  Nombre  de  Dios  y  á  quien 
ya  había  mandado  retroceder. 

Los  realistas  de  Panamá  decidieron  á  su  vez  salir 
del  pueblo  y  combatir  á  los  rebeldes  en  sus  propias 
posiciones;  á  su  cabeza  iban,  el  Jefe  militar  que 
habían  reconocido,  Ruiz  de  Marchena,  y  el  mismo 
Obispo  Arias  de  Acebedo  que  era  realmente  el  Cau- 
dillo de   aquella    gente. 

Habiéndosele  reincorporado  Salguero  determinó 
Bermejo  esperar  á  los  realistas  en  un  cerro  de  difícil 
acceso.  Trabóse  un  tremendo  combate  en  que  al  prin- 
cipio llevaron  la  ventaja  los  rebeldes.  Pero  el  Obispo 
Arias  de  Acebedo  á  la  cabeza  de  un  grupo  de  negros 
esclavos,  que  consigo  llevaban  los  panameños,  deci- 
dió la  acción,  escalando  el  cerro  con  gran  arrojo.  En 
seguimiento  suyo  precipitáronse  los  soldados  del  Rey 
y  la  batalla  se  convirtió  en  sangriento  pugilato. 
Cuerpo  á  cuerpo  peleaban  rebeldes  y  realistas  y  el 
choque  fué  tan  recio  que  casi  todos  los  combatientes 
de  uno  y  otro  bando  resultaron  heridos  y  al  cabo, 

65 


PEDRO  M.  ARCAYA 


deshechos  los  rebeldes,  siguieron  combatiendo  con 
indomable  coraje  hasta  perecer. 

Estaba  vencida  la  rebelión.  Hernando  de  Con- 
treras  que  al  recibir  el  aviso  de  Berm.ejo  había  con- 
tramarchado  á  reunirse  con  él,  llegó  al  campo  de  la 
carnicería  cuando  todo  había  concluido.  Gasea  por 
su  parte,  en  cuenta  de  lo  que  acontecía,  por  avisos  que 
le  llegaron  de  Granada  y  por  lo  que  le  comunicaron  los 
primeros  fugitivos  de  Panamá,  venía  ahora  hacia  es- 
ta población;  supo  en  el  camino  el  movimiento  y 
victoria  de  los  realistas  panameños  y  apresuróse  á 
dictar  todas  las  medidas  del  caso  para  capturar  á 
Hernando  de  Contreras  que  quedaba  ya,  junto 
con  sus  pocos  soldados,  cercado  en  medio  del  istmo. 
Su  única  esperanza  de  salvación  era  lograr  embar- 
carse en  los  buques  de  su  hermano.  Oculto  en  las 
selvas  de  la  costa  del  Pacífico  vigilaba  con  ansiedad 
el  mar,  tratando  de  percibir  las  naves  salvadoras  pa- 
ra acercarse  á  la  playa.  Un  día,  transido  de  sed,  se 
aproximó  á  la  resbaladiza  orilla  de  un  río.  Cayó  y 
pereció  ahogado.  5u  cadáver  fué  descubierto  por  los 
panameños.  Cortáronle  la  cabeza  que  pusieron  en  el 
rollo.  Los  otros  fugitivos  que  fueron  aprehendidos 
€n  los  montes  murieron  á  manos  del  verdugo. 

Gasea,  que  llegó  sin  demora  á  Panamá,  había 
mandado  activar  la  persecución  de  Hernando  y  sus 
tristes  compañeros  y  dispuso  lo  conveniente  para 
la  captura  de  los  dos  navios  de  Pedro  de  Contre- 
ras, revolviendo  luego  hacia  El  Nombre  de  Dios 
donde  se  embarcó  para  España. 

Pedro  de  Contreras,  que  supo  oportunamente  el 

66 


EL  CAPITÁN  GENERAL  DE  LA  LIBERTAD 

desastre  de  Bermejo,  recorrió  algunos  días  las  cos- 
tas en  solicitud  de  su  hermano  y  de  los  otros  re- 
beldes que  anduvieran  fugitivos.  No  hallando  á  nadie 
en  su  recorrida  pensó  irse  al  puerto  de  Guatulco 
para  artillar  sus  buques  y  juntar  más  gente  y  luego 
asilarse  en  alguna  isla,  para  piratear  desde  ella  las 
costas  del  continente.  Pero  no  le  dio  tiempo  el 
Capitán  Zamorano  á  quien  encomendó  Gasea 
su  persecución,  con  los  barcos  que  habían  armado 
los  panameños,  llevando  á  bordo  fuerzas  superio- 
res á  las  de  Contreras.  Este,  viéndose  acosado,  me- 
tióse por  un  río  y  lo  navegó  aguas  arriba  mientras 
encontró  fondo.  No  pudiendo  seguir,  abandonaron 
los  rebeldes  los  navios,  de  que  se  apoderó  Zamo- 
rano y  ellos  echáronse  á  tierra  y  se  internaron  en 
las  montañas  de  las  orillas.  Fueron  activamente  per- 
seguidos y  unos  perecieron  de  hambre  y  trabajos, 
otros  cayeron  en  poder  de  sus  contrarios  y  fueron 
ajusticiados.  De  este  número  fué  Pedro  de  Con- 
treras. 

Así  terminó  aquella  aventura  audaz  pero  des- 
graciada. 

Doña  María  de  Peñaloza  mientras  ellos  combatían 
oraba  por  su  causa;  lejos  de  desanimarlos  habíalos 
alentado  en  su  temeraria  empresa.  Era  digna  hija 
del  conquistador  Pedro  Arias  Dávüa. 

"Depuso  un  testigo,  dice  Calvete,  que  él  llevaba 
"á  Doña  María  de  mano  andando  ella  la  Semana 
"Santa  las  estíciones  y  que  iba  acompañándola  Ramos, 
"su  criado  y  Alguacil  de  la  ciudad  de  Granada  y 
"Doña  María  le  dijo:    ya    estará  Hernando  de  Con- 

67 


PEDKO  M.   AUCA  YA 


"treras  en  Panamá,  según  el  tiempo  le  ha  hecho. 
"Y  que  él  respondió:  "sí,  señora,  ya  habrá  dado  las 
"buenas  Pascuas  á  aquellos  indios."  Y  allende  desto, 
"en  casa  de  Doña  María  se  hacían  alegrías  de 
"lo  que  él  hacía  y  decían:  ¡Viva  el  General  Hernando 
"de  Contreras!" 


CORO;  MARZO  DE  1907. 


El   Capitán  Martín  de  Arteaga 


EL  CAPITÁN  MARTIN  DE  ARTEAGA 


Entre  los  muchos  «hidalgos  y  hombres  nobles» 
que  con  Ambrosio  de  Alfinger  vinieron  á  Vene- 
zuela en  1528  nombra  Oviedo  y  Baños  (1)  á  Mar- 
tín de  Arteaga. 

Fué  este  español  uno  de  aquellos  guerreros,  lle- 
nos de  valor  y  de  osadía  que  realizaron  la  obra, 
admirable  por  más  que  la  hayan  manchado  san- 
grientos crímenes,  de  la  conquista  venezolana. 

La  historia  de  Martín  de  Arteaga  compendia  los 
inauditos  esfuerzos  de  los  fundadores  de  la  colo- 
nia, es  decir  de  la  sociedad    venezolana. 

La  primera  expedición  en  que  salió  Arteaga 
de  Coro,  fué  la  de  Federmann  hacia  Barquisimeto 
y  los  Llanos  en  1530,  de  la  cual  dejó  el  alemán 
una   interesantísima  relación. 

Ocasión  tuvo  allí,  Martín  de  Arteaga,  de  exhibir 
su  gran  valor.  En  una  batalla  con  los  indios  que 
meaban  en  las  cercanías  de  Acarigua  fué  él  quien 
salvó  la  vida  á  Federmann,  atacado  personalmente 
por  un  gandul. 

Regresaron  á  Coro  y  estando  nuestro  héroe 
aquí,  se  incorporó   á  la    gr?n   expedición  de  Espira 

(l)     Historia  de  la  conquista  y  población  de  Venezuela. — 
Edición  de  Madrid.  1885 — Tomo  1,  Pág.  45. 

71 


PEDRO  M.  ARCAYA 


(íiohermuth.)    Enumerando  Castellanos  (2)  los  capi- 
tanes que  acompañaron  al  alemán  nos  dice: 
«Llevó  por  ser  persona  de  gran  cuenta 
A  Martín  de  Arteaga  vizcaíno.» 
En  todos  los  encuentros  que  tuvieron  con  los  in- 
dios peleó  bravamente  Arteaga.    Refiere  Castellanos 
menudamente  un  recio  combate  que  tuvo  lugar  más 
allá  del  Meta: 

«¿  Quién  08  podrá  decir  lo  que  hacía 
El  valiente  Martino  de  Arteaga  ?» 
Exclama  el  poeta  cronista.  Siguieron  adelante 
Espira  y  los  suyos.  Llegaion  al  alto  Orinoco.  Mo- 
raban por  allí  los  indios  Guaipies,  quienes  de  sor- 
presa salieron  á  combatir  á  treinta  españoles  que 
iban  de  vanguardia  ó  descubierta.  Oigamos  á  Cas- 
tellanos: 

«Vinieron  escuadrones  bien  armados, 
Haciendo  como  suelen  gran  estrago, 
Contra  treinta  íinísimos  soldados 
Que  iban  adelante  descubriendo  : 
Los  cuales  viéndose  dellos  cercados 
«Santiag-o  y  á  ellos»  van  diciendo 
J)os  de  caballo  hay  en  la  savana 
Un  Damián  de  Barrios  y  \u\  Liz;ana. 
También  estaba  Martín   d  Arteaga 
Entre  soldados  buenos  escogido, 
Mas  agora  no  sabe  que  se  hag-a 
Que  el  brazo  diestro  tiene  mal  tullido. 
La  fuerza  de  los  indios  los  estraga. 

Y  el  escuadrón  cristiano  va  rompido  : 
A  Dios  el  Arteaga  se  encomienda 

Y  en  el  rigor  entró  de  la  contienda 
A  un  fuej'te  gandul  se  fué  derecho, 
Tomando  lanza  con  enferma  mano, 

(2)     Elegías  de  varones  ilustres  de  Indias. 
72 


EL  CAPITAX  MARTÍN  DE  AETEAGA 


Mas  según  el  suces^o  deste  hecho, 
El  golpe  que  dio  fue  de  brazo  sano, 
Pues  que  le  traspasó  pavés  y  pecho; 
Y  lioy  hace  juramento  de  cristiano 
Que  después  en  el  brazo  ni  en  la  vena 
Jamás  sintió  dolor  que  le  dé  pena. 
Rompiendo  fué  por  otros  escuadrones 
Sin  ponelJe  temor  las  puntas  duras.» 

Llegaron  nuestros  expedicionarios  hasta  las  ri- 
beras del  Rio  Negro  ó  quizás  del  Yapura,  pero  de 
allá  resolvieron  regresar  á  Coro.  A  esta  ciudad 
volvió  pues  Arteaga. 

En  1540  salió  Felipe  de  Hutten  en  busca  del 
Dorado.     Con  él  iba  también  Martín  de  Arteaga. 

La  marcha  de  Hutten  desde  Coro  hasta  el  Bra- 
sil parece  una  de  esas  fantásticas  correrías  de  los 
héroes  de  las  leyendas  medioevales,  de  los  caba- 
lleros errantes  que  se  iban  por  el  mundo  á  con- 
quistar reinos  fabulosos,  leyendas  con  las  que  se 
había  nutrido  el  espíritu  del  noble  alemán. 

"Hijo  del  burgo -maestre  de  Konigshofer  (nos 
"dice  Jules  Humbert  (3)  Felipe  de  Hutten  de  Bir- 
"kenfeld  pertenecía  á  una  familia  de  Franconia  de 
"la  cual  salió  también  el  poeta  Ulnach  de  Hutten. 
"í^inguna  figura  atrae  más  que  la  de  este  joven 
"leal  y  desinteresado.  Dios  sabe,  escribía  él  mismo 
"á  su  primo  Bernardo  de  Hutten,  que  no  ha  sido 
"la  codicia  la  que  me  ha  impulsado  sino  un  deseo 
"extraordinario  de  que  estaba  animado,  desde  hace 
"tiempo,  de  venir  á  Indias. 


(3)     L'occupation  ailemande  au  Venezuela. 
73 


PEDRO  M.  ARCA YA 


En  esta  memorable  expedición  de  Hutten  figura 
Arteaga  como  uno  de   los  caudillos  principales. 

A  la  salida  de  Coro  mandaba  la  retaguardia, 
íiutten  se  adelantó  á  esperarlo  más  allá  de  la  Se- 
rranía. En  estas  montaíias,  probablemente  en  Chu- 
ruguara,  tuvo  Arteaga  que  pelear  con  los  Jirajaras. 
Reunido  con  tiutten  se  internaron  ambos  con  sus 
soldados  en  los  Llanos;  pasaron  el  Guaviare  y 
fueron  más  allá  del  Papaneme.  Estaban  ya  en  el 
territorio  donde  hoy  son  los  límites  del  Brasil  y 
Colombia.  Continuas  eran  las  escaramuzas  con  los 
indios.  En  cierta  ocasión  salieron  á  caballo  Hutten 
y  Arteaga,  solos  contra  un  crecido  número  de  bár- 
baros y  vióse  en  lance  apurado  el  alemán  porque 
un  gandul  lo  hirió  y  hubiéralo  rematado  si  no  viene 
Arteaga  en  su  auxilio  dando  muerte  al  indio. 

Fue  por  allí  donde  tuvo  lugar  la  gran  batalla 
de  los  Omeguas  (4)  pues  reunidos  estos  indios  y 
los  demás  de  aquellos  lugares,  en  inmenso  número, 
atacaron  á  los  expedicionarios.  Fué  recia  la  pelea  y 
sólo  á  su  inaudito  valor  debieron  los  españoles  la 
victoria. 

«Vieron  la  muchedumbre  de  la  gente 
Tantos  paveses,  dardos,  lanzas  tantas 
Como  de  espesa  selva  verdes  plantas 
Parecióles  tener  el  horizonte 
Que  por  allí  divisan  encubierto, 
Y  con  grave  temor  á  prima  fronte 

(4)  Este  nombre  le  dan  el  padre  Simón  y  Oviedo  y  Baños. 
En  cuanto  á  Castellanos  da  más  bien  A  entender  que  la  pelea 
fué  cun  los  Choques. 

74 


EL  CAPITÁN   MARTÍN   DE  ARTBAGA 


El  mas  fuerte  se  tiene  ya  por  muerto 


Partieron  luego  con  gentiles  bríos 
Alanceando  por  una  ladera, 
Mas  hieren  á  Gonzalo  de  los  Ríos 
Y  el  caballo  de  Pedro  de  Ribera; 
Enciéndense  sangrientos  desafíos, 
]Si  inguno  de  Victoria  desespera: 
Ansí  mismo  rompiendo  por  la  plaga 
Hirieron  el  caballo  de  Arteaga. 

Allí  ninguno  de  otro  ya  confía 
Sino  de  solo  Dios  y  de  su  espada.» 

"Esta  fué  la  celebrada  batalla  de  los  Omeguas, 
"dice  Oviedo  y  Baños,  en  que  la  nación  española 
"manifestó  los  quilates  de  su  valor  y  la  fuerza  de 
"su  fortuna,  pues  siempre  será  memorable  en  las 
"edades  futuras  ver  derrotado  un  ejército  de  quince 
"mil  combatientes  de  una  nación  belicosa,  por  el 
"corto  número  de  treinta  y  nueve  españoles  y  éstos 
"consumidos  y  postrados  al  continuado  tesón  de 
"tan  repetidos  trabajos  como  habían  padecido  en 
"sil   dilatado  viaje." 

Razón  tuvo  Castellanos,  considerando  estos  altos 

heclios,  para  poner  en  boca    de   Felipe  de  Hutten  el 

discurso  siguiente : 

«Porque  dónde  jamás  hemos  hallado 
En  todas  las  antiguas  escrituras 
Haber  tan  pocos  conquistado 
Tantas  y  tan  acerbas  desventuras  ? 
Unas  veces  por  largo  despoblado, 
Otras  rompiendo  grandes  espesuras 
y  hambres  é  indisposiciones  : 
Subyectar  ferocísimas  Naciones 
Y  no  solo  tenemos  competencias 
Con  enemigos  bravos  y  sangrientos 

75 


TEDRO  >t.  AliCAYA 


jVIas  taml)ién  nos  combaten  las  potencias 
De  fuegos,  aguas,  furiosos  vientos 

Y  tierras  de  malignas  influencias 

Y  rt  nal  mente  todos  elementos: 
Con  todos  ellos  hemos  peleado, 

Y  de  todos  nos  hemos  escapado. y 

Creyeron  un  momento  aquellos  hombres  perci- 
bir el  país  fabuloso  que  buscaban,  el  Dorado  desús 
sueños  de  gloria  y  de  fortuna. 

"Desde  este  lugar  (dice  el  Padre  Simón)  donde 
"hicieron  alto  por  un  buen  espacio  de  tiempo  divisa- 
"ron  todos  los  soldados  un  pueblo  de  tan  extendida 
"grandeza,  que  aunque  estaban  cerca,  nunca  pudieron 
"ver  el  extremo  de  la  otra  parte,  bien  poblado,  las  ca- 
"lles  derechas  y  las  casas  juntas,  que  todo  lo  alcan- 
"zaban  á  ver  con  distinción  y  mucha  más  una  que 
"estaba  en  medio  de  todas  que  las  sobrepujaba  con 
"mucho  exceso:  preguntándole  al  Cacique,  guía,  qué 
"casa  tan  eminente  y  señalada  era  aquella,  respon- 
"dió  ser  del  Cacique  de  aquel  pueblo,  la  cual  era  de 
"aquella  grandeza  que  veían  porque  le  servía  de  mo- 
"rada  y  templo  donde  tenía  algunos  ídolos  y  dioses 
"macizos  de  ero,  de  grandor  de  muchachos  de  cua- 
"tro  y  cinco  años  y  una  mujer,  que  era  diosa,  de  es- 
"tatura  natural,  también  del  miomo  metal  y  otras 
"grandes  riquezas  puestas  allí,  como  en  depósito,  su- 
"yas  y  de  sus  vasallos  que  eran  innumerables." 

Trataron  de  acercarse  Felipe  de  Hutten  y  Martín 
de  Arteaga  á  la  ciudad  que  les  figuraba  su  exaltada 
imaginación,  pero  fueron  heridos  por  unos  indios, 
viéndose  muy  en  peligro  de  muerte  el  alemán. 


70 


KL   C'AFITAN    MARTIN    DE    AKTEAGiA 


Después  se  retiraron  para  reorganizarse  y  vol- 
ver á  entrar  al  país  encantado.  Pero  luego  las  enfer- 
medades que  les  sobrevinieron  y  que  los  redujeron 
á  un  estado  miserable  los  obligaron  á  resolver  su 
vuelta  á  Coro,  en  busca  de  recursos  con  que  empren- 
der la  gran  conquista  de  la  -^iudad  que  creyeron 
vislumbrar. 

En  la  retirada  hubo  de  pelearse  nuevamente  y 
volvió  á  salir  herido  Arteaea  de  un  flechazo;  se  vio 
en  trance  de  morir  y  durante  el  resto  de  su  vida 
quedó  í>ufriendo  de  las  consecuencias  de  esta  grave 
lesión. 

Conocido  es  el  triste  fin  de  Felipe  de  Hutten, 
asesinado  de  orden  de  Carvajal.  De  modo  que  los 
subalternos  del  heroico  alemán,  entre  ellos  Arteaga 
hubieron  de  regresar  á  Coro  sin  su  Jefe  amado. 

El  Licenciado  Pérez  de  Tolosa  inició  luego  eti 
Venezuela  una  nueva  época.  Desistió  de  Icis  lejanas 
expediciones  en  busca  del  Dorado  y  concretó  su 
atención  á  fundar  pueblos  y  establecer  la  industria 
agrícola  en  el  país. 

Desde  entonces  quedó  viviendo  Arteaga  en  Coro. 
Es  de  suponerse  que  le  tocaron  en  Encomienda  los 
indios  de  Cariagua  (hoy  5an  Luis,  capital  del  Dis- 
trito Bolívar)  con  el  dominio  de  las  tierras  respec- 
tivas, porque  de  documentos  posteriores  resulta  que 
esa  Encomienda  era  hereditaria  en  sus  descendientes. 
Todavía  vivía  en  Coro  Martín  de  Arteaga  por  los 
años  de  1570  á  1580  en  que  escribió  Castellanos  su 
obra,  donde  en  repetidos  pasajes  hace  mención  de 
Arteasra  como  residente  en  esta  ciudad. 


77 


PEDRO  M.  ARCAYA 


El  viejo    guerrero    no  hacía  sino  recordar  5U5 

hazañas  pasadas.  Así  escribió    para  Castellanos  una 

relación  de  la  primera  entrada  de  Ferdemann  en  que 

como  hemos  visto  acompañó  al  alemán.  Oigamos    al 

cronista: 

«Con  ellos  fué  tarabién  este  camino 
El  Padre  Fray  Vicente  Requejada 

Y  él  me  dio  relación  de  esta  joi'nada 

Y  el  buen  Capitán  Martín  de  Arteaga 
Que  escrita  me  la  dio  más  largamente, 

Y  no  sé  con  qué  lengua  satisfaga 
Méritos  de  valor  tan  excelente, 
Pues  según  su  valor  la  mayor  paga 
No  es  ni  puede  ser  equivalente  : 

El  cual  a\in  vive  hoy  dentro  de  Coro 
31  as  lleno  de  virtudes  que  de  oro.» 


CORO :  AGOSTO  DE  1906. 


— ^— ^^í^^-^— 


ALFONSO   GIL 


ALONSO  GIL 


Completamente  olvidado  está  en  su  tierra  natal  el 
nombre  de  este  distinguido  patriota  que  fué  uno  de 
!o5  más  brillantes  oficiales  córlanos  del  Ejército  de 
la  Gran  Colombia  y  uno  de  los  gloriosos  combatien- 
tes en  la  magna  jornada  de  Ayacucho. 

Con  vista  de  documentos  auténticos,  como  son 
los  despachos  militares  de  Gil,  venimos  á  ocuparnos 
siquiera  someramente,  en  revivir  su  memoria  en  las 
generaciones  presentes  como  acto  de  justicia  his- 
tórica. 

Nació  Alonso  Gil  en  Coro  á  fines  del  siglo  XVlll. 
Fueron  sus  padres  Don  Pedro  Gil  y  Doña  Beatriz 
Garcés.  La  familia  Gil  era  oriunda  del  Tocuyo  de  don- 
de había  venido  á  Coro  y  aquí  se  estableció,  á  media- 
dosdel  mismo  siglo  XVIII,  Don  Alonso  Gil  de  Reínoso, 
abuelo  del  que  nos  ocupa. 

Sin  duda  entró  Alonso  Gil  en  servicio  de  Colom- 
bia en  1821,  junto  con  sus  parientes  los  hermanos 
Garcés  Manzanos  y  otros  jóvenes  córlanos,  cuando 
fué  libertada  nuestra  Provincia  por  el  General  Urda- 
neta  y  es  de  creerse  que  Gil  tomase,  en  consecuencia, 
parte  activa  en  la  porfiada  guerra  de  que  luego  fué 
teatro  Coro  por  los  alzamientos  de  los  realistas. 

81 


PEDRO  M.  ARCAYA 


Pero  á  los  primeros  años  de  servicio  de  Alonso 
Gil  no  se  refieren  los  documentos  que  nos  sirven  de 
guía. 

Lo  hallamos  ya  en  el  Perú  como  Capitán  de  la 
segunda  compañía  del  batallón  "Caracas"  en  el  Ejér- 
cito que  comandaba  el  Gran  Sucre.  Con  tal  grado 
estuvo  en  Ayacucho. 

Debemos  concretarnos,  pues,  á  este  hecho  cul- 
minante en  la  vida  militar  de  Gil,  porque  haber  com- 
batido en  Ayacucho  es  gloria  cuyo  brillo  fulge  más 
que  la  que  hubiera  él  adquirido  en  sus  anteriores 
campañas.  Esa  gloria  la  compartieron  con  Gil  mu- 
chos ctroscorianos  que  como  oficiales  ó  soldados  se 
hallaron  en  la  gran  jornada,  la  mayor  parte  en  el  ba- 
tallón "Caracas." 

Recordemos  algunos  episodios  de  la  inmortal 
batalla. 

El  General  Sucre  organizó  en  tres  Divisiones  el 
Ejército  patriota,  comandadas  respectivamente  por 
Córdova,  Lámar  y  Lara.  En  la  primera  División  figu- 
raba el  Batallón  "Caracas." 

Al  comenzar  la  batalla,  Sucre  montado  en  un 
soberbio  caballo  castaño  oscuro  recorrió  los  cuerpos 
del  Ejército,  para  arengarlos  sucesivamente.  "Conclu- 
"yó,  dice  el  Procer  Manuel  Antonio  López  en  su  her- 
"moso  libro  Recuerdos  históricos,  pasando  al  frente 
"de  mi  Batallón,  el  Vencedor  y  allá  lo  estoy  viendo 
"y  uno  por  uno  vibran  en  mis  oídos  sus  acentos.  Su 
"tipo,  todas  sus  facciones,  son  las  de  la  delicadeza, 
"la  circunspección  y  el  pundonor;  el  timbre  de  su  voz 
"es  f¡n,o  y  firme  como  él.  Viste   levita    azul    cerrada 


ALONSO    Olí. 


"con  una  simple  hilera  de  botones  dorados,  sin  banda 
"ni  medallas;  pantalón  azul,  charreteras  de  oro,  es- 
"pada  al  cinto.  Geraldino  y  dos  más  le  acompañan. 
"Tocados  por  su  presencia  como  por  una  corriente 
"eléctrica,  al  llegar  él  echamos  arma  al  hombro,  nos 
■'saluda  cortesmeiite  moviendo  la  mano  derecha,  de- 
'  ja  descansar  la  izquierda  con  la  rienda  sobre  el  pico 
"delantero  de  su  galápago  húngaro,  á  tiempo  que  la 
"inquietud  de  su  castaño  contrasta  con  su  tranquili- 
"dad  británica  deactitud  y  de  expresión " 

Veamos  la  parte  que  tomó  el  Batallón  «Ca 
''racas»  en  Ayacucho.  Al  pasar  Sucre  á  su  frente 
le  dirigió  estas  elocuentes  palabras: 

"Caracas!  Guirnalda  de  reliquias  beneméritas 
"que  recordáis  tantas  victorias  cuantas  cicatrices 
"adornan  el  pecho  de  vuestros  veteranos!  Ayer  asom- 
"brásteis  al  remoto  Atlántico  en  Maracaibo  y  Coro; 
"hoy  los  Andes  del  Perú  se  humillarán  á  vuestra  in- 
"trepidez.  Vuestro  nombre  os  manda  á  todos  á  ser 
"héroes.  Es  el  de  la  patria  del  Libertador,  el  de  la 
"ciudad  sagrada  que  marcha  con  él  al  frente  de  la 
''América.  Viva  e!  Libertador !  Viva  la  cuna  de  la  Li- 
bertad!" 

No  se  engañó  Sucre.  Todos  bs  Jefes,  oficiales  y 
soldados  del  Batallón  "Caracas"  fueron  héroes  en 
Ayacucho. 

iniciado  ya  el  combate  resolvió  el  Jefe  Supremo 
que  el  Batallón  "Caracas"'  permaneciese  inactivo  has- 
ta que  llegara  el  momento  oportuno  en  que  se  le  or- 
denase atacar.  De  modo  que  aunque  pertenecía  á  la  Di- 
visión de  Córdova  no  tomó  parte  en  la   primera  céle- 

83 


PEDRO  31.  ARCAVA 


bre  caríía  de  este  Jefe,  quien  la  dio  á  !a  cabeza  de 
otros  batallones. 

Por  fin  llegó  un  Ayudante  del  Estado  Mayor 
con  la  esperada  voz,  ¡  arriba  "Caracas!"  por  la  cual  an- 
siaban aquellos  guerreros,  ya  impacientes  de  ver  que 
otros  combatían  y  ellos  no. 

«Caracas»  marchó  al  fuego  heroicamente;  con 
pocos  disparos  derrotó  un  escuadrón  que  amagaba 
oponérsele  y  ya  se  sentía  pesaroso  de  que  fuese  tan 
exigua  su  participación  en  la  batalla  cuando  de  pron- 
to advierte  que  es  contra  lo  más  granado  del  ejército 
enemigo,  puede  decirse,  que  tenía  que  combatir. 
Erguidos  y  altaneros  se  le  presentan  de  frente  el  «In- 
fante» y  el  «Burgos»  mientras  á  su  izquierda  des- 
cienden los  dos  «Jeronas.» 

Yá  tenía  ocasión  el  «Caracas»  de  pelear  recia- 
mente! 

Oigamos  á  López  de  quien  son  también  les  de^ 
talles  que  anteceden,  que  casi  textualmente  hemos 
copiado  de  su  libro  arriba  citado: 

"A  medio  avance  perdió  »Caraca5»  á  su  Jefe,  el 
"Comandante  León,  que  cayó  mal  herido  y  aunque 
"reemplazado  al  punto  por  el  Mayor  Juan  Bautista 
'"Arévalo,  su  falta  puso  á  más  dura  prueba  el  temple 
"de  ese  batallón  en  tan  rigoroso  empeño.  Mas  cómo 
"salió  de  él,  auxiliado  apenas  por  su  derecha,  dígalo 
"el  General  Camba  (realista)  que  refiere  así  el  resul- 
"tado  :  «El  choque  con  la  División  Monet,  aunque  no 
'había  llegado  á  formar  en  la  orilla  occidental  del 
'mencionado  barranco  más  que  la  primera  brigada 
"quemandaba  Don  Juan   Antonio  Pardo,  fué  horri- 


ALOXSO  GIL 


"bleniente  sangriento  por  todas  partes,  recibiendo  de 
"la  nuestra  un  leve  balazo  el  mismo  General  (Monet) 
"y  quedando  muertos  tres  Jefes  de  cuerpo;  pero  arro- 
"llada  esta  brigada,  la  segunda  no  pudo  acabar  de 
"pasar  el  barranco  sin  desordenarse.»  En  efecto  y 
"dominando  ya  «Caracas»  el  largo  seno  por  donde  el 
"enemigo  desembocaba,  derrumbó  á  bayoneta  á  los 
"que  resistían  y  aún  alcanzó  á  escarmentará  balazos 
"á  los  que  venían  en  su  apoyo,  que  volvieron  cara  en 

"confusión <Caracas»  había  ganado    el    nombre 

sin  igual  de  Batallón  Ayacucho.» 

Pero  el  mejor  elogio  del  «Caracas»  está  en  el 
siguiente  Decreto  que  copiamos  de  la  colección  de 
O'Leary  (tomo  XXII  pág.  588): 


'ANTONIO  JOSÉ   DE  SUCRE,  etc.,  etc. 


''Considerando :  que  la  bizarra  conducta  del  Ba- 
"tallón  «Caracas»  en  la  jornada  de  Ayacucho  lo  hace 
"acreedor  á  un  título  ilustre  en  el  ejército  :  que  este 
"cuerpo  en  solo  el  presente  año  ha  marchado  cons- 
"tantemente  desde  Venezuela  hasta  el  campo  de  la 
"libertad  del  Perú  y  que  llevando  el  nombre  esclare- 
cido de  la  patria  de  S.  E.  e!  Libertador  debe  conser- 
"varsele  con  brillo  y  gloria,  he  venido  en    decretar: 

"!*•»  El  Batallón  <-<Caraca5»  tendrá  en  adelante 
el  sobre  nombre  de  «Vencedor  en  Ayacucho»  y  lo 
inscribirá  en  sus  banderas  entre  una  corona  de  lau- 

"reles.» 

85 


PEDIÍO  M.     AKCAYA 


"2?     Este  Decreto    se  someterá  á  la  aprobación 
'del  Libeitador  y  al  Gobierno  de  la  República.» 

"Dado  en  el  Cuartel  Genera!  en  Huaurango  á  Í9 
Me  diciembre  de  1824. — 14^ 

A.  J.  DE  5UCRE.^> 


La  conducta  de  Alonso  Gil  á  la  cabeza  de  la 
compañía  que  mandaba  en  este  batallón  debió  ser 
notable  pues  días  después  recibió  el  siguiente  oficio 
que   original  tenemos  á  la   vista : 

"República  de  Colombia. — Ejército  Ausiliar  Li- 
"bertadordel  Perú. — Cuartel  jeneral  en  Guamanga  á 
"19  de  diciembre  de  1824-14. 

"Al  Capitán  déla  2-  compañía  del  Batallón  «Ca- 
'racas^)-  Alonso  G;i. 

"Atendiendo  á  los  tr.éritos  y  servicios  de  V.  y 
"á  su  distinguida  comportación  en  la  batalla  de  Ni h- 
"CUCtiO  que  ha  dado  la  libertad  al  Perú,  he  venido 
"en  nombre  de  5.  E.  el  LIBERTADOR  y  del  Go- 
"bierno  de  la  República  en  concederle  el  grado  de 
"Teniente  Coronel  con  la  antigüedad  del  nueve  del 
"corriente. 

86 


ALOXSO  GIL 


"Este  oficio  servirá  á  V.  de  título  en  forma,  mien- 
'tras  que  aprobado  su  ascenso  por  el  Gobierno  Su- 
'"premo,  le  espide  el  correspondiente  despacho. 

"Dios  guardo  á  V. 

"ANT?  J.  DE  SUCRE. 

"AGUSTÍN  GERALDINO. 
"Srio. 

"Anotado  en  elE.M.  J. 


"El  Corl.  Jefe, 
"FRCO.  B.  OCONOR  (?)» 


Bolívar  le  concedió  en  la  Paz  el  27  de  agosto 
de  1825  la  medalla  de  Ayacucho  y  el  mismo  día  lo 
nombró  miembro  de  la  Orden  de  Libertadores  de 
Venezuela. 

Santa  Cruz  lo  condecoró  con  la  medalla  de 
Bolívar  por  decreto  expedido  en  Lima  el  V-  de  se- 
tiembre de  1826  "para  que  lleno  de  un  noble  or- 
gullo por  la  parte  que  le  ha  cabido  en  empresa  tan 
"heroica  (la  independencia  del  Perú),  pueda  trasmi- 
"tirla  á  sus  descendientes  como  un  testimonio  de 
"recompensa  á  sus  virtudes.» 

Causará  extrañeza  é  quienes  hayan  recorrido  las  co- 
lecciones de  documentos  de  Blanco-Azpurúa  y  O'Leary 

87 


PEDEO  M.   AKCAYA 


que  haya  sido  ascendido  Alonso  Gil  por  su  conducía 
en  Ayacucho  y  no  conste  asi  en  la  nómina  que  figu- 
ra en  la  página  454  del  tomo  IX  de  la  primera  colec- 
ción citada  y  en  la  página  592,  tomo  XXII  de  O'Leary 
pero  cesará  esa  extrañeza  al  fijarse  que  los  ascensos 
indicados  en  dicha  nómina  fueron  los  primeros  que 
accfdó  Sucre  á  los  principales  Jefes  del  Ejército  y 
algunos  oficiales  que  sin  duda  combatirían  á  su  vis- 
ta ;  pero  agrega  que  "al  pasarse  por  las  divisio- 
"nes  las  noticias  de  los  señores  Oficiales  y  tropa 
"que  se  han  distinguido  se  concederían  las  promo- 
"ciones  á  que  fuesen  acreedores."  En  estas  promo- 
ciones posteriores  quedó  comprendida  la  de  Gi 
pues  no  deja  duda  el  documento  auténtico  que  arri- 
ba inseríamos. 

Pero  sí  ocurrió  y  creemos  que  no  solo  cuanto  á 
él  sino  también  cuanto  á  los  demás  que  obtuvieron 
ascensos  análogos,  que  quedaron  virtualmente  sin 
efecto,  porque  el  Congreso  de  Colombia  se  limitó  á 
a{  robar  los  primeros  que  concedió  Sucre  en  su  De- 
creto de  premios.  Las  demás  promociones  hechas 
con  el  carácter  de  provisorias  por  este  Jefe,  como  la 
de  Gil,  quedaron  olvidadas Amortiguado  el  entu- 
siasmo de  los  primeros  días  nadie  volvió  á  men- 
cionar los  héroes  de  Ayacucho.  Se  iniciaba  la  épo- 
ca de  las  rivalidades  y  rencillas  intestinas. 

Lo  cierto  es  que  en  1827  en  lugar  del  grado  de 
Teniente  Coronel  que  había  querido  darle  Sucre,  te- 
nía en  Caracas  Alonso  Gil  el  de  "Capitán  primer  Co- 
mandante graduado"  del  Batallón  «Junín».  El  Li- 
bertador, por  despacho  otorgado  en  esa  Capital    el 


ALOXSÜ  GIL 


26  de  enero  de  dicho  año  lo  ascendió  á  «Segundo 
Comandante  vivo  y  efectivo.» 

En  1830  el  General  Páez  le  dio  el  empleo  de 
«Primer  Comandante    efectivo»  del  mismo  Batallón. 

En  1836  falleció  en  Coro  Alonso  Gil. 

Luego,  el  olvido! 


CORO,  1906. 


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LOS  CACIQUES  DE  CORO 


LOS  CACIQUES  DE  CORO 


Sabido  es  que  las  leyes  españolas  de  Indias 
conservaron  como  título  de  honor  el  de  Cacique, 
que  con  preferencia  se  dabaá  los  Jefes  de  las  parcia- 
lidades indígenas  que  ocupaban  estos  países  al  tiempo 
de  la  conquista  y  á  sus  descendientes. 

Las  tribus  caquetías  que  poblaban  las  regiones 
de  lo  que  hoy  es  Estado  Falcón,  reconocían  como 
caudillo  á  Manaure,  Manaore  ó  Manabre,  que  de 
estos  diversos  modos  escriben  su  nombre  los  his- 
toriadores primitivos. 

Parece  que  su  autoridad  no  era  heredada  sino 
que  la  debía  á  su  fama  de  hechicero,  creyendo  los 
indios  que  á  su  voluntad  podía  hacer  que  lloviese, 
sanar  enfermedades  y  efectuar  toda  suerte  de  mila- 
gros. 

De  cualquier  modo  que  sea,  lo  cierto  es  que  go- 
bernaba como  señor  absoluto.  Por  eso,  entendido 
con  él,  fué  tan  fácil  á  Ampies  la  fundación  de  Coro. 
Conocidos  detalles  son  los  de  la  fastuosa  visita,  que 
traído  en  lujosa  hamaca  por  escogido  número  de  sus 
subditos  y  portando  valiosos  obsequios,  hizo  el  Jefe 
Indio  al  conquistador  español. 

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PP:T)P,0  M.     AllCAVA 


Sobre  el  particular  son  curiosas  algunas  es- 
trofas del  poeta  cronista  Juan  de  Castellanos. 

Después  de  referir  que  Ampies  vino  á  Coro  con 
ayuda  de  un  indio  principal,  señor  de  fiureburebo 
(hoy  Jurijurebo)  en  Paraguaná,  que  después  de  bau- 
tizado se  llamó  D.  Fernando  García,  con  el  cual 
había  Ampies  entrado  en  tratos  por  haberle  devuelto 
sus  hijos,  mujer  y  herinana  que  unos  españoles 
habían  robado  y  llevado  á  Curazao  donde  residía 
Ampies  como  dueño  de  esa  isla,  dice,  con  relación 
á  D.  Fernando  García  y  la  india  Doña  Teresa: 

"Estos  trajeron  al  cristiano  bando 
Al  indio  que  Manaure  se  llamaba, 
El  cual  sobre  caciques  tuvo  mando 
y  toda  la  comarca  subyectaba  : 

Y  hízolo  venir  el  Don  Fernando 
A  cuanto  nuestra  gente  deseaba  : 
Fue  Manaure  varón  de  gran  momento, 
De  claro  y  de  sagaz  entendimiento. 
Tuvo  con  españoles  obras  blandas, 
Palabras  bien  medidas  y  ordenadas : 
En  todas  sus  conquistas  y  demandas 
Temblaban  del  las  gentes  alteradas : 
Hacíase  llevar  en  unas  andas 

Con  chapas  de  oro  bien  aderezadas, 

Y  el  amistad  y  paz  después  de  hecha 
La  tuvo  con  cristianos  muy  estrecha. 
Usaba  de  real  magnificencia, 

Sin  se  le  conocer  parecer  vario, 
A  sanos  y  á  subyectos  á  dolencia 
Siempre  les  proveyó  lo  necesario  : 
De  tal  manera,  que  sin  advertencia 
Se  hizo  poco  á  poco  tributario  : 
Pero  jamás  disgusto  ni  molestia 
Pudieron  perturbarle  su  modestia. 
Nunca  vido  virtud  (jue  no  loase, 

Q4 


LOS  CACIQUES  DE  COKO 


Ni  pecado  que  no  lo  corrigiese  ; 
Jamás  palabra  dio  que  la  quebrase, 
Ni  cosa  prometió  que  no  cumpliese  : 

Y  en  cualquier  lugar  que  se  hallase 
Ninguno  le  pidió  que  no  le  diese  ; 
En  su  mirar,  hablar  y  en  su  manera. 
Representaba  bien  aquello  que  era. 
Ampies,  Tiendo  persona  tan  urbana. 
En  medio  de  tan  rudo  barbarismo, 
Pióle  noticia  de  la  fe  cristiana, 
Siendo  bien  instruido  por  él  mismo  ; 

Y  después  recibió  de  buena  gana 
El  agua  del  santísimo  bautismo  : 
Llamóse  P.  Martín  y  después  desto 
Baptizó  de  su  casa  todo  el  resto. 
Demás  de  la  muger,  hijas  y  hijos, 
Se  baptizaron  todos  los  vasallos 
Que  tenia  por  granjas  y  cortijos  ; 
Corrieron  españoles  los  caballos 
Por  más  solemnizar  los  regocijos  ; 
El  Pon  Martín  holgaba  de  mirallos, 
Admirado,  suspenso  y  espantado 
Pe  ver  irracional  tan  bien  mandado. 
Fue  siempre  del  Ampies  amigo  caro 
Satisfaciendo  bien  sus  voluntades, 
Pe  todos  clementísimo  reparo 

Y  socorro  de  sus  necesidades  : 
No  supo  de  sus  bienes  ser  avaro 
Ni  maculó  jamás  las  amistades  ; 
Fue  ílel  en  palabras  y  en  el  hecho  ; 

Y  libre  de  maldad  siempre  su  pecho.» 

Menos  conocida  era  la  suerte  que  en  lo  sucesivo 
tocó  á  Manaure.  Pero  los  documentos  que  ha  pu- 
blicado el  moderno  editor  español  de  la  Historia 
de  la  Conquista  por  Oviedo  y  Baños,  dan  luz  en 
esta  materia.  En  efecto,  allí  se  ve  que  Ambrosio 
Alfínger  despojó  á    Manaure  de  varias    canoas  de 

95 


PEDRO  M.  ARCAYA 


SU  propiedad  y  las  mandó  á  vender  al  pueblo  de 
AAaracaibo  y  luego  prendió  al  Cacique,  el  cual  tan 
pronto  como  recobró  la  libertad  se  alzó,  retirándose 
á  las  montañas  con  muchos  de  los  suyos,  lleván- 
dose gran  cantidad  de  oro.  Estos  hechos  fueron  ar- 
ticulados en  el  interrogatorio  de  testigos  para 
la  pesquisa  contra  los  alemanes  en  la  residencia 
que  por  comisión  real  les  tomó  Pérez  de  Tolosa 
en  1545. 

¿  Adonde  fué  á  parar  el  cacique  Caquetío  ? 

A  creer  las  noticias  que  un  siglo  después  re- 
cogió el  Padre  Jacinto  Carvajal,  llegaría  hasta  los 
Llanos  que  corren  entre  el  Sineruco  y  el  Meta,  donde 
la  leyenda  situaba  una  laguna  misteriosa  llamada 
de  «Caranaca.»  "Está  circundada  y  fortalecida  esta 
"laguna  (dice  Carvajal  en  su  libro  «Descubrimiento 
"del  Río  Apure»)  de  una  bellicossissima  nación  de 
"yndios  que  la  habita,  a  los  quales  nombran  caque- 
"tíos  y  los  naturales  de  los  llanos  le  llaman  tiaos  á 
"los  mismos  yndios,  Ay  tradiciones  que  aquestos 
"proceden  de  una  inmensidad  de  indios  que  se  re- 
"tiraron  de  la  ciudad  de  Coro  a  la  venida  primera  de 
"los  españoles  a  las  conquistas  de  estas  partes.  El 
"cacique  que  indujo  á  este  retiro  a  tan  crecido  nú- 
"mero  de  jentes  se  llamava  el  gran  Manavre,  cuya 
"memoria  vive  por  estas  partes  muy  fresca.  Passo 
"en  prosecución  de  su  retiro  por  los  llanos  de  Apure, 
"assi  por  esta  como  por  la  otra  vanda  del,  adonde  por 
"ser  tanta  la  soberanía  de  aqueste  cacique  y  tan  cre- 
"cid©  el  gentío  suio,  e  visto  yo  cerros  hechos  a  manos 
"de  sus  yndios,  para  yr  haciendo  noche  por  los  llanos 

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LOS   CACIQUES   DE  CORO 


"de   Apure,  que  para  caminar  de  día  le    cargavan  a 

"ombros  sus  yndios  en  guandos Y  assi  me  es  fácil 

"pressumir  que  son  yndios  caquetíos  los  que  se- 
''ñorean  la  celebrada  como  riquissima  laguna  de 
''Caranaca,  para  cuyo  hallazgo  de  señorío  tan  opu- 
"lento  salieron  de  la  ciudad  y  provincia  de  Coro, 
"adonde  ay  opiniones  que  dejo  ocultos  este  gran 
"cacique  ó  emperador  de  aquella  tierra  toda  y  gran 
"Manaure  grandiosísimos  tesoros."  Decíase  que  en 
la  laguna  de  Caranaca  habían  arrojado  los  indios 
montones  de  oro  y  así  se  ve  que  era  la  leyenda  del 
Dorado,  deformada,  la  que  recogió  el  Padre  Carvajal. 
Mas  no  es  imposible  que  Manaure  llegase  hasta  las 
regiones  del  Meta  ya  que  desde  Coro  hasta  allá  es- 
taban esparcidas  las  tribus  caquetías  y  ya  que  aún 
sobre  las  que  moraban  fuera  de  los  límites  del  hoy 
Estado  Falcón  parece  haber  alcanzado  nuestro  cacique 
sino  efectivo  dominio,  sí  respeto  é  influencias. 

Pero  si  es  indudable  que  Manaure  se  ausentó 
de  las  comarcas  corianas,  es  posible  que  en  ellas 
quejasen  algunos  deudos  suyos. 

Lo  cierto  es  que  ya  en  la  segunda  mitad  del 
siglo  16  figuró  como  primer  cacique,  con  título 
despachado  por  el  Gobierno  español,  de  los  pueblos 
caquetíos  de  la  provincia  de  Coro,  un  indio  llamado 
Don  Sancho  de  Uriacoa. 

Le  sucedió  en  el  cacicazgo  su  hijo  primogé- 
nito Don  Luis  Caguallo,  quien  después  abdicó,  en 
1635,  por  no  tener  hijos,  en  favor  de  su  hermano 
Don  Juan  Martínez  Manaure.  A  éste  siguió  su  pri- 
mogénito, llamado  también   don  Juan  Martínez  Ma- 

97 


PEDRO  M.  AECAYA 


naure,  á  quien,  á  su  vez,  heredó  <su  hijo  mayor  Don 
Juan  Basilio  Manaure.  Este  sostuvo  pleito,  que  ganó, 
por  el  Cacicazgo,  ante  el  Consejo  de  Indias,  con  otro 
indígena  principal  llamado  Don  Tomás  Sánchez,  año 
de  1705. 

A  Don  Juan  Basilio  lo  heredó  su  hijo  mayor 
Don  Domingo  Martínez  Manaure.  confirmado  en  la 
posesión  de  su  cacicazgo  por  los  Alcaldes  de  Coro, 
en  1742.  En  éste  ó  algún  hijo  suyo  se  extinguió 
el  título   de  Cacique. 

La  jurisdicción  de  estos  Jefes  indios  más  era 
nominal  que  efectiva  y  aún  su  influencia  no  parece 
que  haya  sido  grande  entre  los  indios  de  Coro.  Por 
otra  parte,  cada  pueblo  tenía  sus  capitanes  propios, 
llamados  también  á  veces  Caciques  del  respe'^tivo 
lugar,  que  más  oían  al  Protector  de  Indios  que  al  Ca- 
cique general.  El  cargo  de  Protector  se  daba  comun- 
mente á  los  prohombres  de  la  localidad,  de  raza  es- 
pañola. 

Tenían  sí  los  Martínez  Manaure  una  renta  cons- 
tituida sobre  los  tributos  que  pagaban  los  Indios. 
Cada  cacique  entrante  acostumbraba  ir  á  España 
a  presentar  sus  respetos  al  Monarca.  Algunos  ca- 
saron en  la  Península,  durante  esos  viajes,  como 
sucedió  con  el  último  de  los  nombrados. 


CORO,  1905. 


Papeles  Viejos  e  Ideas  Modernas 


PAPELES   VIEJOS   E   IDEAS   MODERNAS 


Pocos  documentos  conocemos  que  arrojen  tan 
intensa  luz  para  el  estudio  de  la  sociología  venezolana, 
como  los  papeles  relativos  á  las  Misiones  de  los  Reli- 
giosos Capuchinos  en  la  Provincia  de  Caracas,  que 
figuran  en   la  colección  de  Blanco  y  Azpurúa,  (1)  á 

saber:  "Noticia  del  estado  de  estas   misiones para 

"efecto  de  dar  cuenta  á  Su  Magestad"  del  año  de 
"1745  y  "Exposición  al  Ilustrísimo  Prelado  de  Vene- 
"zuela  por  el  Misionero  Apostólico  y  Prefecto  de  las 
"Misiones  de  Caracas"  del  año  de  1758. 

Estas  Misiones  comenzaron  la  reducción  de  los 
indígenas  desde  1658.  Se  concretaron  especialmente 
á  la  región  de  los  Llanos  por  ser  allí  donde  que- 
daban todavía,  en  gran  número,  indios  incultos 
que  no  hablan  podido  ser  sometidos  por  los  con- 
quistadores, aunque  también  fundaron  los  religiosos 
algunos    pueblos    en    jurisdicción  de  Barquisimeto. 

No  podía  ser  más  rudimentario  el  estado  so- 
cial de  las  tribus  á  que  estos  documentos  se  re- 
fieren: Yaruros,  Guamos,  Cacuaros,  Guaiquerís  y 
otras. 


(l)     Documentos  para  la  vida  pública  del  Libertador.  1875» 
página  388  y  siguientes. 

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PEDRO  M     ARCAYA 


"Los  indios  que  ha  habido  y  hay  en  el  territorio 
''de  esta  Provincia  y  en  sus  dilatados  Llanos  fuera 
"de  los  primeros  que  se  poblaron  al  principio  déla 

''Conquista  (2) viven  more  pecudum,  como  bár- 

"baros  y  brutos. . .  ."(como  atajos  de  ganados,  como 
las  fieras  de  los  montes,  leemos  en  otros  pasajes). 
"No  tienen  estos  indios  pueblo  alguno,  sino  es 
"Rancherías  ó  Aduares  y  éstos  de  poca  gente,  que 
"apenas  llegará  cada  uno  á  veinte  y  cinco  familias 
"y  estas  son  de  ordinario  de  su  misma  parentela; 
"nacido  de  la  oposición  que  tienen  unas  parcialida- 
"des  con  otras. ...  y  así  se  recelan  juntarse  los  unos 
"con  los  otros  aunque  sean  de  la  propia  nación." 

"No  saben  estos  indios  de  agricultura  ni  jamás 
"por  lo  común  (á  excepción  de  los  caribes  y  tal  cual 
"otra  nación)  siembran  maíz  ó  yuca  que  es  el  pan 

"ordinario  de  la  tierra Las  demás  naciones,  que 

"son  muchas,  no  siembran  cosa  alguna,  pues  todo  su 
"mantenimiento  pende  del  arco  y  flecha  con  que 
"cazan  y  pescan . . . ." 


(2)  Estos  indios  ya  poblados,  que  exceptúan  los  Misio- 
neros de  la  triste  descripción  que  en  seguida  hacen,  eian  sin 
duda  los  Caquetíos,  de  la  misma  raza  que  pobló  gran  parte  del 
territorio  coriano  y  ocupaba  una  gran  faja  de  terreno  que  se  ex- 
tendía desde  Coro,  por  el  litoral  oriental,  hasta  los  valles  del 
Yaracuy  y  Barquisimeto  y  de  allí  continuaba  por  los  llanos  de 
Cojedes,  Portuguesa  y  Barinas,  hasta  las  regiones  de  Casanare 
y  el  Meta  en  territorio  colombiano.  El  nivel  moral  é  intelectual 
de  esta  ra/a  indígena  era  notablemente  superior  al  de  la 
mayor  parte  de  las  otras  tribus  del  país.  Este  punto  lo  tenemos 
largamente  estudiado  en  nuestros  Estudios  sobre  los  abo- 
rígenes de.  Estado  Falcón. 

102 


PAPELES  VIEJOS  E  IDEAS  MODERNAS 


Respecto  de  su  estado  mental  nos  dicen  que 
"como  quiera  que  sus  talentos  son  san  cortos  y 
"ellos  tan  brutales,  todos  los  indios  que  cogemos 
"adultos  ninguno  absolutamente  llega  á  poder  apren- 
"der  la  lengua  española." 

En  cuanto  á  moralidad  hallamos:  "Tienen  todas 
'las  mujeres  que  pueden  agregar,  sin  que  entre  ellos 
"se  guarde  formalidad    ni  ceremonia    de    matrimo- 

"nio "    "Para  ellos  la  muerte  parece  ser  cosa  in- 

"diferente  según  la  facilidad  con  que  se  matan  los 
"unos  á  los  otros,  por  medio  de  yerbas  y  raíces 
"venenosas." 

Ningunas  ideas  religiosas  tenían  estas  gentes : 
"En  los  indios  de  estos  llanos  que  viven  more  pe- 
''cudum,  que  no  tan  sólo  no  tienen  ídolos  ni  adora- 
"ción  alguna  falsa  ni  verdadera,  ni  luz  de  lo  eter- 
"no  ni  conocimiento  de  ley  alguna,  ni  aun  de  la  na- 
"tural  (que  se  hace  increíble  á  todo  teólogo  si  no  lo 
"experimentara)  no  hay  modo  para  persuadirlos  y 
"reducirlos  á  la  fe,  sino  es  enseñándolos  primero  á 
"ser  racionales  y  como  aún  esta  racionalidad  es  tan 
"opuesta  á  la  natural  libertad  con  que  se  han  cria- 
"do  y  á  sus  propiedades  bestiales,  es  necesario 
"que  su  resolución  empiece  en  ellos  por  la  fuerza 
"que  los  constriña  á  vivir  según  el  derecho  natural 

"de  las  gentes "    "No  tienen  otro  Dios  que  el  de 

"su  vientre"  vemos  en  otro  lugar. 

Perplejo  habrían  dejado  á  Quatrefages  estas  no- 
ticias, si  las  hubiera  conocido,  porque  están  en  abierta 
contradicción  con  las  conclusiones  de  su  conocida 
obra  sobre  la  "especie  humana,  en  la   cual  el  sabio 

103 


PEDEO  M.  AIÍCAYA 


francés  basa  su  clasificación  del  reino  humano  en 
la  religiosidad  y  la  moralidad,  que  supone  que  son 
fenómenos  findameníaies  en  el  hombre  de  todas 
las  épocas  y  países.  (1) 

Ahora  bien,  ¿son  calumnias  forjadas  por  los 
Misioneros  las  que  contienen  estos  documentos? 

De  tal  manera  coinciden  los  datos  que  dejamos 
copiados,  con  los  rasgos  que  ha  fijado  la  ciencia  con- 
temporánea como  característicos  del  hombre  primi- 
tivo, que  ninguna  ilusión  es  posible  y  hay  que  con- 
venir en  la  veracidad  de  estas  noticias.  Perfectamen- 
te delineado  aparece  en  ellas  el  hombre  de  las 
primeras  edades,  el  lobo  inquieto,  hambriento  y 
errabundo  de  que  nos  habla  Taine,  (2)  perpetuado  en 
nuestros  llanos,  por  efecto,  quizás,  del  medio  físico, 
hasta  la  época  en  que  allí  lo  hallaron  los   Misioneros. 

En  estos  mismos  documentos  vemos,  con  viva 
luz,  el  contraste  del  hombre  primitivo  con  el  civili- 
zado, en  cuyo  espíritu,  por  obra  de  evolución  lentísi- 
ma, efectuada  en  incontable  número  de  siglos,  han 
podido  nacer  los  más  altos  ideales,  los  más  puros  y 
delicados  sentimientos. 

Es  el  contraste  entre  el  pobre  ser  cuya  descrip- 
ción acabamos  de  leer  y  el  misionero  empeñado  en 
la  obra  de  su  civilización. 

¡hidividualidades  verdaderamente  admirables 
estos  sacerdotes!  ¿Qué  los  impulsaba  á  ellos,  hom- 
bres de  notable  cultura  intelectual,  á  venirse  á  habi- 


(1)  Véase  Quatrefages^  L'espéce  humaine,  4e  edition,  pag. 

16. 

(2)  L'ancien  régime,  23e  edition,  pág.  271. 

104 


PAPELES   VIEJOS  E  IDEAS  IMODERXAS 


íar  entre  bárbaros,  con  riesgo  manifiesto  de  la  vida, 
no  sólo  por  los  posibles  desmanes  de  los  indios,  sino 
también  por  los  efectos  mortíferos  del  clima?  ¿Qué 
lo9  movía  á  abandonar  sus  hogares,  á  romper,  para 
siempre,  los  dulces  lazos  de  la  familia?  Tan  sólo  una 
gran  virtud:  la  caridad,  el  anhelo  de  salvar,  por  la 
fe  de  Cristo,  los  míseros  salvajes,  las  pobres  almas 
incultas,  en  cuya  oscuridad  no  había  penetrado  ja- 
más ningún  rayo  de  luz,  cuya  dureza  no  había  sido 
nunca  tocada  por  ninguna  palabra  de  afecto. 

Y  cuando  recordamos  que  también  el  hombre 
europeo  fué  allá  en  la  edad  prehistórica,  igual  al 
salvaje  de  nuestros  Llanos,  vemos,  en  el  misionero 
y  el  indio,  los  dos  eslabones  terminales  de  la  gran 
cadena  humana  y  advertimos  la  fuerza  misteriosa  de 
la  evolución,  que  del  abyecto  ser  egoísta,  "sin  más 
Dios  que  su  vientre,"  pudo  formar  la  noble  perso- 
nalidad, capaz  del  martirio  y  de  todos  los  sacrifi- 
cios por  el  bien  de  otros  hombres  y  la  íntima  sa- 
tisfacción de  la  propia  conciencia.  Y  ante  el  in- 
menso progreso  realizado,  nos  explicamos  cómo  al- 
gunos sabios  modernos  vislumbran  destinos  aún 
más  encumbrados  para  la  humanidad  y  partiendo  del 
postulado' de  que  es  ella  indefinidamente  perfectible, 
esperan  que  en  lejanísimo  futuro  podrá  realizarse 
sobre  la  tierra  la  república  ideal  de  la  ciencia  y  la 
justicia. 

Pero  al  cerrar  el  libro  acuden  en  tropel  á  la 
mente  múltiples  interrogaciones.  ¿  Cuántos  siglos 
necesitó  el  hombre  europeo  para  el  desarrollo  de  su 
civilización  ? 

105 


PEDRO  M.  AKCAYA 


Si  de  ese  mismo  hombre  europeo,  desde  tan  an- 
tigua data  civilizado,  ha  podido,  con  razón,  decirse  que 
aún  lleva  en  la  caverna  de  su  propio  corazón,  enca- 
denado ó  dormido,  pero  siempre  vivo,  al  salvaje  pri- 
mitivo ¿  no  estará  en  nuestra  alma,  en  el  alma  naciO' 
nal,  menos  profundamente  dormido?  El  peso  de  tres 
ó  cuatro  siglos  ¿habrá  sido  suficiente  para  soterrar- 
lo en  las  más  ocultas  capas  del  espíritu  popular  ? 

Y  al  meditar  sobre  nuestra  vida  nacional  vemos 
siempre  patente  el  contraste  de  antaño;  los  nobles 
sentimientos  del  misionero  y  los  instintos  brutales 
del  salvaje.  De  un  lado  los  altos  pensamientos  del 
filósofo,  las  obras  primorosas  del  artista,  los  perío- 
dos afiligranados  de  nuestros  prosistas,  los  versos 
hondamente  sentidos  de  nuestros  poetas,  los  mag- 
nos propósitos  de  nuestros  estadistas  ilustres,  todo 
en  suma  cuanto  constituye  la  civilización  en  nues- 
tra vida  moderna,  como  antaño  la  representó  la  ca- 
ridad del  misionero.  Del  otro  lado  la  criminalidad, 
especialmente  el  siniestro  homicidio,  extendiendo  su 
sombra  pavorosa  por  nuestras  ciudades  y  nuestros 
campos,  el  odio  engendrando  ¡cuántas  veces!  la 
guerra  fratricida,  rojo  resplandor  de  incendios,  si- 
luetas feroces  de  hombres  semidesnudos,  tintas  las 
manos  en  sangre,  que  por  la  selva  i>e  desparraman 
en  pequeños  grupos 

Y  nos  parece  columbrar  el  alma  nacional,  extraña 
entidad  psicológica,  aún  no  estudiada,  con  su  faz  lu- 
minosa vuelta  al  sol  del  ideal  y  sus  lados  tenebro- 
sos  que  miran  al  insondable  abisnio  de  la  barbarie- 


CORO,  1906. 
106 


Imperialismo  Norte-americano 


IMPERIALISMO  KORTE-AMERICAN  O 


Grande  alarma  han  causado  las  publicaciones  del 
periódico  americano  The  Sun,  en  las  que  se  advierte 
que  ya  las  miradas  de  los  hombres  de  Estado  de  ia 
Gran  Nación  Anglo-americana  comienzan  á  dirigirse 
hacia  estos  pueblos,  considerándolos  como  campo 
propicio  para  el  desarrollo  de  las  nuevas  tendencias 
que  informan  su  política  exterior. 

Reviste  pues,  capital  importancia  el  estudio  de 
esas  tendencias  y  la  averiguación  de  si  en  rea- 
lidad tiene  hondas  raíces  en  el  seno  de  aquellos 
pueblos  la  idea  de  engrandecimientos  territoriales, 
capaz  de  poner  en  peligro  la  existencia  de  las  na- 
cionalidades latino-americanas, 

A  ese  análisis  nos  concretaremos  en  este  ar- 
tículo, tomando  como  base  de  nuestras  apreciaciones 
lo  que  encontramos  expuesto  por  eminentes  pensa- 
dores del  Norte,  cuyas  ideas,  por  la  autoridad  de 
sus  propagandistas,  la  frecuencia  con  que  se  expresan 
y  el  entusiasmo  con  que  se  las  acoge,  por  fuerza 
debemos  admitir  que  son  las  que  privan  en  las  ma- 
sas pobladoras  de  la  Federación  Anglo-sajona. 

Pocas  previsiones  de  estadista  han  quedado 
confirmadas  por  los  hechos  tan  espléndidamente 
como  las  que  en  V^enezuela  formuló  el  ilustrado  Doc- 

109 


PEDRO  31.  AKCAYA 


tor  Ricardo  Becerra  con  ocasión  de  la  guerra  hispano- 
americana. Cuando  en  muchos  cerebros  desprovis- 
tos de  sólidas  nociones  históricas  y  solo  saturados 
de  añejos  y  ya  ridículos  odios  contra  España,  halla- 
ba fácil  acogida  la  especie  de  que  los  Estados  Uni- 
dos iban  á  arriesgar  la  vida  de  sus  marinos  y  sol- 
dados, y  principalmente  á  gastar  sus  dineros,  en 
una  guerra  con  España  para  libertar  á  cubanos  y 
tagalos,  pueblos  en  toda  época  despreciados  por  los 
sajones  y  cuando,  por  admitir  esa  absurda  especie, 
se  le  daba  absolución  á  las  más  flagrantes  viola- 
ciones de  todas  las  reglas  constitutivas  del  moderno 
derecho  de  gentes,  cometidas  abiertamente  por  los 
americanos  al  declarar  aquella  guerra,  fué  entonces 
cuando  la  autorizada  palabra  del  Doctor  Becerra  se  dejó 
oír,  denunciando  los  propósitos  de  los  Estados  Uni- 
dos como  muy  apartados  de  encaminarse  á  la  indepen- 
dencia de  las  colonias  españolas  y  ditigidos  á  sus- 
tituirse ellos  en  el  dominio  de  esas  tierras.  Pocos 
meses  han  trascurrido  y  la  ocupación  militar  de  Cuba 
y  Puerto  Rico  y  los  fusilamientos  en  Filipinas,  donde 
los  indígenas  combaten  al  extranjero  invasor  é  in- 
cendian las  ciudades  de  su  suelo  para  librarse  de 
ajeno  yugo,  como  antaño  hiciéronlo  Sagunto  y  Nu- 
mancia,  todo  esto  ha  venido  á  demostrar  cuan  en 
lo  cierto  estaba  Becerra  y  cuan  lejos  de  la  verdad 
andaban  los  que  suponían  en  Mac-Kinley  el  caba- 
llero andante  de  estos  tiempos,  presto  á  pelear  por 
la  libertad  de  pueblos  extranjeros. 

Y  ahora,  triunfantes  de  España  los  Estados  Uni- 
dos, fuertes  por  el  apoyo  moral  de  la  Inglaterra  y 
en    la    confianza  que  les  inspira  la   potencia  de  sus 

lia 


niPEEIALISMO  NORTE-AMERICANO 


máquinas  de  guerra  y  el  oro  de  sus  arcas,  no  hacen 
misterio  de  sus  miras  de  expansión  territorial  que 
forman  el  objetivo  de  su  política  internacional.  Y  no 
ocultan  que  esa  expansión  habrá  de  efectuarse  á  costa 
de  las  nacionalidades  latinas  de  este  continente. 

Es  esta  ya  una  doctrina  que  tiene  su  nombre  • 
imperialismo  para  unos  y  expansión  para  otros ;  que 
tiene  sus  apóstoles  reclutados  entre  las  más  alta^  per- 
sonalidades de  aquel  país;  que  cuenta  con  partida- 
rios convencidos  entre  los  cuales  figuran  en  primer 
término  Mr.  Mac-Kinley  y  sus  compañeros  de  Go- 
bierno. Naturalmente  que  tiene  adversarios  que  la 
rechazan  rudamente,  los  cuales  en  oposición  á  im- 
perialismo, han  tomado  como  palabra  de  orden  la 
de  americanismo.  Pero  lo  cierto  parece  ser  que 
los  imperialistas  cuentan  con  la  mayoría  de  la  Na- 
ción. Cada  día  ganan  terreno  en  la  conciencia  po- 
pular. 

Oigamos  los  expositores  del  Imperialismo  ó  de 
la  expansión,  cuyas  ideas  las  tomamos  princi- 
palmente de  las  dos  Revistas:  The  Forum  y  The 
North  American  Review,  en  que  colaboran  los  más 
reputados  publicistas  yankees,  casi  todos  profeso- 
res de  las  Universidades  de  mayor  renombre  ó  per- 
sonalidades de  viso  .  en  otros  órdenes  de  aquella 
sociedad. 

Siempre  han  tenido  cuidado  los  propagandis- 
tas de  doctrinas  políticas  entre  los  pueblos  sajones, 
de  apoyarse  en  las  tradiciones  del  pasado,  sea  pa- 
ra demostrar  que  sus  opiniones  son  el  desarrollo 
de    las  que  han   venido   practicándose  de    antiguo, 

111 


PEDRO  ir.     AP.CAYA 


sea  para  comprobar  que  en  circunstancias  aná- 
logas á  las  supuestas  de  actualidad,  los  hombres 
venerados  del  pasado  habrían  obrado  en  el  sentido 
de  las  doctrinas  nuevas,  por  más  que  en  su  tiempo 
hubiesen  procedido  de  distinta  manera.  Es  esto  lo 
que  hace  Mr.  Charles  Kendall  Adams,  Presidente  de 
la  Universidad  de  Visconsin,  en  el  número  de  marzo 
último  de  The  Formn,  con  un  artículo  titulado  Colo- 
nies  and  other  Dependoncies,  del  cual  traducimos  los 
siguientes  párrafos:  "Nuestra  historia  nacional  es 
"la  historia  de  nuestra  expansión.  Es  probable  que 
"Washington  jamás  pensase  en  la  posibilidad  de  que 
"obtuviésemos  tierras  al  Oeste  del  Missisipí.  Cierta- 
"mente  que  ninguna  disposición  se  insertó  en  la 
"Constitución  que  se  relacionase  con  el  manejo  de 
"nuevos  dominios.  Pero  á  pesar  de  esto,  iniciamos  la 
"política  de  expansión  desde  los  comienzos  del  siglo. 
"Basta  la  enumeración  de  las  diversas  adquisiciones 
"con  sus  respectivas  fechas,  para  demostrar  que  esta 
"política  no  ha  sido  la  característica  accidental  de  tal 
"ó  cual  período  ó  partido.  La  compra  de  Luisiana 
"en  1803,  la  adquisición  de  Florida  en  1819,  la  ane- 
"xión  de  Texas  en  1845,  la  adquisición  de  Oregón 
"en  1846,  las  de  California  y  Nueva  México  en  1848, 
"ia  compra  Gadsden  en  1853,  lo  de  Alaska  en  1867; 
"han  sido  hechos  por  los  cuales  no  solo  se  ha  indi- 
"cado  la  fijeza  de  nuestra  conducta  política,  sinotam- 
"bién  se  ha  aumentado  en  más  del  doble  el  territorio 
"para  el  que  se  hizo  la  Constitución." 

El  autor   cree  en   algo  como  una  ley  providen- 
cial que  lleva  á   los  Estados  Unidos  á  dominar  otros 

112 


IMPBUIALISMO  NORTE-AMERICANO 


pueblos  para  bien  de  la  humanidad.  A  la  objeción 
deque  es  principio  fundamental  en  la  democracia 
americana  que  nadie  puede  ser  obligado  á  sujetar- 
se contra  su  voluntad  á  un  gobierno  en  cuya  for- 
mación no  ha  intervenido,  principio  cuya  conse- 
cuencia, en  buena  lógica,  sería  impedir  á  los  Esta- 
dos Unidos  gobernar  pueblos  que  no  deseen  so- 
metérseles, contesta  así:  Ya  lo  dijo  Guizot,  que  "na- 
''da  hay  que  atormente  más  la  historia  que  la  lógica", 
"y  también  es  cierto  que  la  lógica  y  el  aferramiento 
''son  el  espantajo  de  los  hombres  de  Estado  de  es- 
'^casas  dotes  intelectuales.  Desde  el  momento  en  que 
"se  toma  una  frase  ó  máxima  fuera  de  su  significa- 
"ción  primitiva  para  aplicarla  como  perpetuo  control 
"de  todos  los  asuntos  corrientes,  se  cae  en  un  sisíe- 
"ma  de  inerte  doctrinarismo.  Pocos  americanos  obje- 
"tarán  el  principio  general  de  que  los  gobiernos  deri- 
"van  su  justo  poder  del  consentimiento  de  los  go- 
"bernados,  pero  hemos  impuesto  un  gobierno  á  los 
"negros  é  indios,  sin  tomarnos  el  trabajo  de  pedirles 
"su  consentimiento.  Pudiéramos  ir  más  lejos  y  decir 
"que  las  mujeres  del  país  son  gobernadas  por  leyes 
"para  las  cuales  no  se  ha  tomado  su  parecer." 

Admira  Mr.  Adams  la  organización  colonial  in- 
glesa y  desea  que  los  Estados  Unidos  la  imiten,  y 
fundándose  en  el  ejemplo  de  la  misma  Inglaterra  y  el 
de  la  antigua  Roma,  combate  la  idea  de  que  la  expan- 
sión territorial  pueda  ser  causa  de  debilitación  de 
la  potencia  americana.  No  duda  que  los  Estados 
Unidos  lograrán  apropiarse  los  perfectos  métodos 
de  administración  de  los  ingleses,  pues  dice  que  el 

113 


PEDRO  M.  AKOATA 


pueblo  americano  no  podría  admitir  que  exista 
ningún  probiema  político  ó  social  cuya  solución  le 
sea  imposible.  Termina  este  artículo  con  los  siguien- 
tes párrafos:  "Es  incuestionablemente  el  querer  del 
"pueblo  que  debemos  guardar  y  apropiarnos  lo  que 
"hemos  tomado.  Esta  política  está  de  acuerdo  con  la 
"inflexibilidad  del  destino.  Por  medio  de  repetidas  ane- 
"xiones  hemos  avanzado  hacia  el  Pacífico.  En  los  si- 
"glos  venideros  el  Grande  Océano  del  Oeste  quizá 
"llegará  á  ser  tan  importante  comercialmente  como 
"el  del  Este.  A  avanzar  más  aún  nos  impele  la  no 
"interrumpida  tendencia  del  país.  Dejar  de  coger  lo 
"que  la  fortuna  del  estricto  derecho  de  guerra  nos  ha 
"dado,  sería  detener  la  gran  corriente  histórica  de 
"nuestro  engrandecimiento,  desperdiciar  la  mejor  de 

"las  oportunidades  y  confesarnos  inhábiles La  su- 

"pervivencia  de  los  mejor  dotados  parece  ser  una  ley 
"de  las  naciones  como  de  los  individuos.  Conforme 
"lo  ha  advertido  Mr.  Kidd,  la  zona  templada  está  ya 
"ocupada.  Los  prodigiosos  descubrimientos  con  que 
"la  ciencia  ha  hecho  adelantar  recientemente  las  ma- 
"nufacturas  y  los  medios  de  trasporte  están  obligan- 
"do  á  un  movimiento  hacia  los  trópicos,  tal  como  la 
"historia  no  recuerda  otro  mayor." 

"¿No  tomará  el  pueblo  de  los  Estados  Unidos  par- 
"te  en  ese  movimiento  universal?  Y  si  participa  de 
"él  dejará  sin  protección  sus  intereses  distantes?  No 
"es  dificultoso  predecir  la  solución  de  estas  cuestio- 
"nes.  Y  este  movimiento  no  es  imperialismo  sino  sim- 
"plemente  la  aplicación  de  los  métodos  del  gobierno 
"republicano  á  gentes  que  jamás  han  conocido  otro 

114 


IMPERIALISMO  KORTE- AMERICANO 


"sistema  que  la  anarquía,  la  rapacidad  y  la  crueldad." 
En  la  misma  entrega  de  The  Forum  el  Profesor 
L.  S.  Rovve,  de  la  Universidad  de  Pensilvania,  publica 
un  artículo  bajo  el  mote:  Influence  of  the  war  in 
our  pablic  Ufe.  Encuentra  que  las  consecuencias  de 
la  guerra  con  España  han  sido  por  todo  extremo 
beneficiosas  para  la  vida  pública  de  Norte  América, 
por  cuanto  han  desarrollado  un  intenso  sentimiento 
de  nacionalismo,  que  pone  á  la  República  en  capa- 
cidad de  ejecutar  grandes  empresas.  Dice  que  de 
antiguo  se  venía  trabajando  para  inspirar  al  pueblo 
americano  el  deseo  de  poder  é  influencias  en  el  mundo, 
pero  que  la  guerra  última  es  la  que  ha  logrado  hacerlo 
despertar  con  fuerza  irresistible,  lo  cual  halla  ex- 
celente el  autor,  porque  opina  que  así  se  apartará  la 
política  de  su  patria  de  las  mezquindades  internas 
para  asumir  responsabilidades  más  altas,  elevándose 
por  ello  el  nivel  de  la  moralidad  cívica,  á  semejanza 
de  lo  que  ha  sucedido  en  Inglaterra,  que  es  por  lo 
visto  el  pueblo  ideal  para  los  americanos.  El  úl- 
timo conflicto,  termina  este  escritor,  representa  una 
de  las  etapas  "en  un  lento  pero  incesante  proceso 
"en  que  Inglaterra  y  los  Estados  Unidos  han  de- 
"sempeñado  y  seguirán  desempeñando  el  papel  más 
"importante :  la  sustitución  del  orden  social  á  la 
"anarquía,  la  instabilidad  y  el  desgobierno.  Nues- 
"tras  adquisiciones  territoriales  durante  la  presente 
'centuria,  las  declaraciones  de  1823  y  1865,  el  es- 
"tablecimiento  de  la  influencia  inglesa  en  la  India, 
"China  y  Egipto,  no  son  sino  períodos  de  un  gran 
"movimiento — un  movimiento  que  nos  llevará  inevi- 

115 


PEDRO  M.  ARCA YA 


''tablemente  á  nuevas  responsabilidades  en  los  asuntos 
''de  la  América  latina. — Visto  bajo  ebte  aspecto  e! 
"conflicto  fue  incontenible  como  la  guerra  escla- 
vista." 

Efectivamente,  para  quien  haya  estudiado  atenta- 
mente el  desenvolvimiento  histórico  de  la  demo- 
cracia norte-americana,  es  manifiesto  que  sus  idea- 
les han  sido  los  mismos  del  pueblo  inglés,  como 
que  ambas  naciones  son  de  la  misma  raza  cuyo 
carácter  se  ha  conservado  fundamentalmente  igual. 
Cierto  es  que  en  la  administración  pública  inglesa 
existe  una  mucho  mayor  suma  de  moralidad  que 
en  la  americana,  pero  ésto  se  explica  por  la  más 
antigua  serie  de  tradiciones  respetables  y  la  más 
sólida  base  de  los  gobiernos  ingleses.  Pero  real- 
mente, á  lo  menos  el  poder  judicial  de  los 
Estados  Unidos  tiende  cada  vez  más  á  igualarse  al 
gran  modelo  inglés.  Por  lo  demás,  idioma,  costum- 
bres, religión,  leyes,  jurisprudencia,  todo  se  asemeja 
en  Norte  América  á  Inglaterra.  Y  así  también  son 
iguales  sus  defectos  entre  los  cuales  descuella  en 
primera  línea  el  inmenso  orgullo  sajón,  que  les  hace 
despreciar  y  considerar  como  razas  inferiores  á  las 
suyas,  todas  las  razas  extranjeras,  principalmente 
las  de  color  (indios  y  negros)  y  mestizas,  entre 
las  cuales  se  cuenta  á  las  poblaciones  de  Centro  y 
Sur  América.  Ese  mismo  orgullo  y  la  religiosidad 
que  forma  el  fondo  del  carácter  de  las  razas  sajo- 
nas (sus  enemigos  dicen  que  es  hipocresía),  les  han 
hecho  concebir  como  una  misión  de  lo  alto,  la  de 
subyugar  éstas  que  juzgan   razas    inferiores. 

116 


IMPERIALISMO  NORTE-AMERICANO 


Y  como  también  aguijonea  á  los  sajone-i 
el  deseo  del  lucro,  vemos  que  á  las  consideracio- 
nes morales  y  místicas,  se  unen  en  extraño  con- 
junto otras  de  puro  interés  propio.  Así  se  advierte 
por  ejemplo  en  el  célebre  Ministro  inglés  Mr.  Cham- 
berlain,  que  ora  proclama  como  una  necesidad  huma- 
na la  alianza  de  los  pueblos  que  hablan  inglés,  ^/z 
la  grande  obra  de  la  civilización  tropical  (artículo  pu- 
blicado en  Scribner's  Magazine,  de  New  York  y  la 
Revue  des  Revaes,  de  París,  en  diciembre  último),  ora 
indica  como  una  útil  operación  mercantil  la  ocu- 
pación de  todas  las  tierras  que  puedan  acapararse, 
sosteniendo  la  teoría  de  que  el  Comercio  sigue  al  pa- 
bellón [the  trade  follows  the  flag),  según  leemos 
en  los  discursos  que  en  estos  últimos  meses  ha 
pronunciado  en  reuniones  de  negociantes  de  los  gran- 
des centros  comerciales  de  Inglaterra  y  los  cuales  ha 
publicado  The  Times  de  Londres. 

Esto  inclira  al  observador  ¡mparcial  á  pen- 
sar que  más  bien  pueden  ser  las  considera- 
ciones de  mere  interés,  y  no  las  místicas  de  des- 
tino providencial,  las  que  mueven  á  los  sajones  á  sus 
guerras  de  conquista,  pues  se  advierte  cómo  han  sido 
de  inicuas  y  atroces  todas  esas  guerras,  hasta  las  más 
recientes,  entre  ellas  la  inglesa  del  Sudán,  cuyos  ho- 
rrores son  indignos  de  la  civilización  moderna,  se- 
gún los  describe  con  vivos  colores  el  Oficial  del  ejér- 
cito de  Kitchener,  Mr.  Ernest  N.  Bennet  en  la  Contem- 
porary  Reuiew,  de  Londres,  en  enero  de  este  año, 
sin  que  se  haya  logrado  desvirtuar  sus  terribles  acu- 
saciones. Y  respecto  á  los  Estados  Unidos,  se  conoce 

117 


TEDEO  51.  ARCA  YA 


muy  bien  su  despiadada  conducta  con  los  pieles  ro- 
jas, destruidos  sistemáticamente,  al  extremo  de  que 
tales  procederes  han  sublevado  los  sentimientos  hu- 
manitarios de  algunos  raros  pensadores  americanos, 
tomo  Mr,  Francis  E.  Leupp,  que  escribe  sobre  el  par- 
ticular en  el  número  de  diciembre  del  Forum.  En 
cuanto  á  la  iniciada  colonización  de  Filipinas,  el  con- 
cepto que  de  ella  se  han  formado  los  tagalos,  está 
demostrado  elocuentemente  con  la  encarnizada  guerra 
que  sostienen. 

Pero  ya  sea  por  sincera  creencia  en  una  misión 
divina  de  civilización,  ya  sea  por  interesados  cálculos, 
lo  cierto  es  que  los  Estados  Unidos  se  vanaglorian 
hoy  de  estar  llamados  á  subyugar  estos  pueblos  la- 
tinos. La  idea  es  popular  entre  los  yankees  y  ya  en 
las  inserciones  anteriores  hemos  visto  cómo  se  la 
expresa  sin  ambajes.  Continuemos  con  otras  citas. 
En  The  North  American  Review,  de  marzo,  encontra- 
mos un  curioso  artículo  del  ex-senador  W.  A.  Peffer, 
en  que  ahogándose  por  la  anexión  de  Filipinas,  se 
sientan  principios  que  son  por  todo  extremo  sugesti- 
vos. Este  articulista  es  profundamente  religioso, 
en  todo  ve  la  mano  de  Dios  y  se  regocija  de  que 
el  pueblo  americano  sea  creyente.  "Somos,  dice,  un 
"pueblo  cristiano,  que  cree  en  la  existencia  de  una  Pro- 
"videncia  Suprema,  que  en  sus  designios  y  cuando  lo 
"juzga  oportuno,  impulsa  al  mundo  hacia  adelante. 
"La  historia,  mirada  desde  este  punto  de  vista, 
"es  la  rememoración  de  las  obras  de  Jehová 
"en  el  desenvolvimiento  del  carácter  humano  y 
"la    evangelizacíón    de    la  tierra.     Las    naciones    y 

118 


IMPERL^LISMO  NORTE-AMEBICANO 


"los  individuos,  decía  recientemente  un  fervoroso  clé- 
'*rigo,  tienen  aquí  abajo  su  misión,  y  es  de  acuerdo 
"con  esta  teoría  que  creemos  que  los  Estados  üni- 
"dos  están  llamados  á  una  obra  grande.  A  los  Ju- 
"díos  les  tocó  abolir  la  idolatría,  establecer  la  cre- 
"encia  en  un  Dios  y  el  deber  de  obedecer  su  Ley. 
"Yo  soy  el  Señor  tu  Dios,  no  tendrás  otros  dioses  sino 

"á  mí "  Los  Griegos  enseñaron  el  mundo  á  pensar 

"y  hablar  con  elocuencia,  y  los  Romanos  hicieron 
"práctico  el  sistema  del  derecho.  ¿Sería  demasiado 
"agregar  queá  los  Anglo-americanos  les  está  encar- 
"gada  la  obra  de  esparcir  el  Evangelio  de  la  fra- 
"ternidad  entre  los  hombres,  poblar  la  tierra  y  go- 
"bernarla?"  Es  digno  de  leerse  uno  de  los  argumen- 
tos que  emplea  este  escritor  para  convencer  á  sus 
lectores  de  la  necesidad  de  anexar  las  Filipinas. 
"Los  Portorriqueños  no  estaban  alzados  contra  Es- 
"paña  sino  al  contrario,  satisfechos  de  su  gobierno;  no 
"nos  pidieron  ayuda  ni  reclamaron  nuestra  simpatías 
"ni  demandaron  auxilios  para  multitudes  hambrien- 
"tas.  ¿  Por  qué,  pues,  ya  que  tomamos  esa  isla  no 
"habríamos  de  tomar  la  de  Luzón?  Y  si  tomamos 
"la  de  Luzón  por  qué  no  hacer  lo  mismo  con  otra 
"y  otras  hasta  relevar  á  España  de  toda  responsa- 
"bilidad  de  soberanía  en  esa  porción  del  mundo?". 
La  consecuencia  en  lógica  extricta,  de  tales  premi- 
sas, es  que  se  cometió  una  iniquidad  con  España 
al  arrebatarle  sin  pretextos  á  Puerto  Rico  y  que  esa 
iniquidad  no  podría  servir  de  antecedente  para  arre- 
batarle también  su  libertad  á  los  filipinos.  Pero  la 
ley    de    Dios,  descubierta  por    Mr.  Peffer,  justifica 

119 


PBDEO  M.  ARO  AYA 


todo  ésto  y  en  lo  que  otros  ven  una  injusticia,  él 
encuentra  un  sólido  argumento  para  otras  mayores. 
Deduzca  ahora  cada  quien  lo  que  su  criterio  le  in- 
dique acerca  de  esta  pregunta  que  se  hace  Mr.  Pef- 
fer  :  "Los  Indios  han  dejado  de  ser.  Cabe  que  al- 
"guien  imagine  que  pudiera  haber  sido  de  otro  mo- 
'do?  ¿Y  no  es  esa  la  historia  de  la  civilización:  los 
"más  débiles  dando  paso  á  los  más  fuertes,  la  su- 
"pervivencia  de  los  rnás  aptos?" 

Verdad  es  que  algunos  eminentes  estadistas 
yankees  combaten  esas  exrañas  ¡deas  de  conquista 
que  andan  mezcladas  con  ensueños  místicos,  pero 
nada  pueden  contra  el  torrente  invasor.  En  la  misma 
North  American  Review,  ha  publicado  Mr.  Andrevv 
Carnegie,  sesudos  artículos  con  el  título  de  Americanis- 
mus  versas  Imperlalismus,  de  los  que  tomamos  los 
siguientes  párrafos:  "Esos  pueblos  (los  filipinos) 
"aman  sus  hogares  y  su  país,  sus  mujeres  y  sus 
"hijos    al    igual    de    nosotros    y   en    ellos    ponen 

"sus  complacencias Tienen  nuestros  mismos  sen- 

"timientos,  sin  excluir  el  de  la  dignidad  nacional, 
"que  los  hace  combatir  hasta  perecer.  Ah!  también 
"sos  los  mismos  los  clamores  de  las  madres  filipinas 
"y  americanas  en  la  desesperación  de  su  dolor  por 
"los  hijos  que  perecen,  caídos  los  unos  defendiendo  la 
"patria  y  los  otros  invadiendo  ageno  suelo!  Y  sin 
"embargo,  los  invasores  han  sido  enviados  allá  per 
"los  que  creen  que  su  "deber"  es  apoderarse  de  las 
"Filipinas  en  nombre  de  la  civilización,  ¡Deber!  aus- 
"tera  deidad!  cuan  extrañas  cosas  se  ejecutan  á  veces 
"en  tu  nombre !" 

120 


IMPERIALISMO  NORTE- AMERICANO 


Pero  estas  voces  generosas,  inspiradas  por  los 
más  altos  sentimientos  humanitarios,  pasan  desa- 
percibidas entre  la  grita  del  Imperialismo.  De  esos 
mismos  artículos  de  Mr.  Carnegie  tomamos  la  si- 
guiente cita  que  trae  de  las  palabras  de  un  Obispo 
protestante,  Mr.  Doane:  "Nada  puede  variar  los 
"hechos  ni  cambiar  la  situación,  ni  hacer  retroceder 
"el  movimiento  avanzante  de  la  voluntad  de  Dios, 
"que  tiende  á  la  final  sustitución  de  la  civilización, 
"la  libertad  y  la  religión  de  los  pueblos  que  hablan 
"el  inglés  en  lugar  del  viejo  dominio  de  las  razas 
"latinas  y  de  la  Religión  Romana.  Dios  ha  esco- 
"gido  al  pueblo  Americano  para  ser  el  instrumento 
"de  su  querer  en  un  movimiento  más  trascendental 
"que  el  de  la  Reforma  en  Inglaterra,  la  libertad  de 
"Italia  y  la  unidad  germana.  Sometidos  á  El  con 
"la  serena  confianza  de  la  fe  que  sabe  esperar,  de- 
"bemos  ahora  ponernos  á  la  altura  de  nuestros  de- 
"beres  actuales." 

En  fiarpefs  Magazine  de  diciembre,  el  Profesor 
Bushnell  Hart  considera  risible  la  especie  de  que 
sea  ahora  únicamente  que  los  Estados  Unidos  ten- 
gan colonias,  pues  arguye  que  í^iempre  las  han  te- 
nido bajo  el  nombre  de  territorios,  desde  el  comienzo 
de  su  historia.  Opina,  sin  embargo,  que  como  las 
nuevas  adquisiciones  están  distantes,  se  hace  nece- 
saria la  formación  de  un  Departamento  Colonial  es- 
pecial, que  gobierne  estas  dependencias  bajo  prin- 
cipios oligárquicos.  Porque  también  ha  sido  materia 
ampliamente  discutida  entre  los  yankees,  si  los 
pueblos  conquistados  á  España  (y  naturalmente  los 

121 


PEDRO  M.     ARCAYA 


que  en  lo  sucesivo  puedan  conquistarse  á    otras  na- 
ciones) habrán  de  gozar  de  ios  dereclios  de  la  ciuda- 
danía  americana.  Óigase  sobre   ésto  al    profesor  J. 
B.  Me.  Master,  de  la  Universidad  de   Pensilvania,  en 
artículo  que  trae    The  Fomm,  de  diciembre   bajo  el 
mote:   Annexation  and   universal  saffrage,  del    cual 
son  dignas  de    retenerse   las  siguientes  expresivas 
frases:  "El  suelo  extranjero  adquirido  por  el  Congre- 
"so  es  una  propiedad  y  no  una  parte  de  los  Estados 
"Unidos  {property  not  part  of  the  ünites  States),  esos 
"territorios  se  hallan  fuera   de,  y  no   bajo  la   Cons- 
"titución  {are  without  and  not  under  the  Constitution) 
"Por  tanto,  al  darles  el  Congreso   un  gobierno,  está 
"en  libertad  de  establecerlo  de  la   especie  que  mejor 
"plazca  al  Soberano  Cuerpo  Legislativo,  sea  atendien- 
"do  á  los  principios  del  self  government,  sea  dese- 
"chándolos  total  ó  parcialmente,  pues  no  hay  la  me- 
"nor  obligación  de  garantizar  ni  aún  un  sufragio  res- 
"tringido  á  los  habitantes  de  los  nuevos  territorios 
"que  adquiramos." 

El  Hon  Charles  Denby^  antiguo  Ministro  de  los 
Estados  Unidos  en  China,  en  el  mismo  número 
de  The  Forum,  enfáticamente  dice:  "es  nuestro  deber 
"intervenir  en  todo  lo  que  ocurra  en  el  exterior  en 
"que  haya  intereses   nuestros  de  por  medio." 

También  los  poetas  han  cantado  el  himno  de 
las  nuevas  ideas. 

En  "Mac  Clure's  Magazine"  de  febrero,  Mr  Rud- 
yard  Kipling,  publica  un  poema  titulado  The  white 
Marís  Barden,  en  que  trata  de  transfigurar  la  polí- 
tica del  Imperialismo,  presentándola  como  un  sacri- 

122 


I5IPEIIIALISM0  NOETE-AMEIIICAXO 


ficio  que  deben  hacer  los  pueblos  sajones,  de  su 
tranquilidad  y  sus  riquezas,  trabajando  abnegada- 
mente por  el  bien  de  oirás  razas  atrasadas  é  in- 
feriores, á  civilizar  las  cuales  están  llamados  ellos 
por    obligación  moral,   dirigiéndolas  acertadamente. 

Es  pues,  una  nueva  cruzada  la  que  se  predica 
entre  los  sajones.  Sólo  que  cuando  Pedro  el  Er- 
mitaño, y  los  que  después  le  imitaron  en  plena  Edad 
Media,  se  andaban  por  la  Europa  con  el  crucifijo 
en  la  mano,  predicando  la  guerra  Santa,  viajaban 
descalzos,  vestido  de  harapos,  sosteniéndose  de  las 
limosnas  públicas,  y  los  Reyes  y  Magnates  que  se 
iban  á  Palestina  se  llamaban  San  Luis  de  Francia 
y  Godofredo  de  Bullón,  al  paso  que  en  esta  cruzada 
sajona  sus  predicadores,  si  en  la  una  mano  portan 
la  Biblia  protestante  en  que  han  descubierto  el  pre- 
cepto de  las  conquistas  territoriales,  en  la  otra  llevan 
el  libro  de  su  contabilidad  mercantil  para  el  exacto 
cálculo  de  sus  gastos   y  ganancias. 

A  imitación  de  las  viejas  doctrinas  del  dere- 
cho divino  de  los  reyes,  sostienen  estos  demócratas 
la  teoría  del  derecho  divino  de  su  raza.  A  los  tra- 
dicionales principios  de  justicia  de  la  ley  interna- 
cional, sustituyen  otros  en  que  predomina  el  cuidado 
de  los  propios  intereses,  aún  á  costa  de  la  indepen- 
dencia de  los  demás  pueblos. 

¿  Llegarán  á  verse  realizados  esos  sueños  de 
universal  dominación  ? 

¿Perecerán  estas  nacionalidades  latinas,  cuya  len- 
ta formación  fué  el  resultado  de  tantos  esfuerzos,  desde 
aquellos  de  los  conquistadores  españoles,  que  á  costa 

123 


PEDRO  M.  ARCA YA 


de  brillantísimas  proezas  implantaron  en  estas  tie- 
rras los  principios  cardinales  de  la  civilización  eu- 
ropea, hasta  los  que  realizaron  nuestros  libertado- 
res con  las  expléndidas  manifestaciones  de  su  genio 
y  los  infinitos  heroísmos  de  su  corazón  en  epopeya 
magna,  no  superada  en  los  anales  de  ninguna  otra 
raza  ? 

El  peligro  es  evidente  para  la  vida  de  estos  pue- 
blos. Y  se  comprende  su  mayor  gravedad  al  pensar 
en  la  profunda  degeneración,  conjunto  raro  de  inca- 
pacidad y  de  desorden  á  que  hemos  llegado  en  la 
mayor  parte  de  las  naciones  ibero-americanas.  En 
medio  de  este  desbarajuste  corren  riesgo  de  extin- 
guirse todas  las  energías  del  carácter  nacional  y 
con  ellas  la  independencia  de  estas  Repúblicas, 
cuya  única  salvación  sería  el  respeto  que  pudiera 
inspirarla  incontrastable  virilidad  de  sus  hijos. 

¿  Podremos  regenerarnos  resolviéndonos  á  ser 
pueblos  serios,  como  lo  son  ya  hoy  Chile  y  la 
Argentina? 

El  problema  es  arduo.  El  porvenir  se  presenta 
oscuro  é  indescifrable,  y  quedaría  expuesta  á  error 
toda  previsión  actual. 


CORO,  1899. 


Mñm  sie  n  ñm  iiies  ne  ii  Goiooío 


Apiitacioiies  sotos  las  clases  sociales  de  la  Colonia 


Dice  Don  Ricardo  Becerra  en  su  Vida  de  Ki- 
randa,  que  próxima  á  romper  sus  estrechos  mol- 
des y  darse  á  su  elección  otros  más  conformes  con 
el  espíritu  del  tiempo  y  sus  necesidades,  apareció 
al  comienzo  del  siglo  XIX  la  sociedad  venezolana, 
siendo  por  entonces  "sus  principales  elementos  cons- 
"titutivos,  la  superposición  legal,  por  dicha  bien  re- 
"lajada,  de  las  tres  razas  que  poblaban  escasamen- 
"te  parte  de  su  inmenso  territorio:  una  propiedad 
"agraria  en  formación,  pero  ya  floreciente,  si  bien 
"reunida  en  pocas  manos  y  sostenida  en  parte  por 
"el  trabajo  esclavo;  gran  caudal  de  riqueza  pecua- 
"ria,  en  lo  general  mal  organizada;  un  comercio  le- 
"gal  empobrecido  por  el  contrabando  y  por  las  mu- 
"chas  restricciones  á  que  estaba  sujeto;  ciases  ar- 
"tesanas  muy  atrasadas;  una  aristocracia  colonial  con 
"más  propiedades  que  blasones;  fuertes  y  sanas  cos- 
"tumbres  en  el  hogar  de  la  familia  ciudadana;  cierto 
"bienestar  natural  bastante  generalizado;  y  en  pun- 
"to  á  desarrollo  de  las  inteligencias  y  formación  de 
"los  caracteres,  tanta  audacia,  energía  y  luces  en 
"unos  pocos,  como  ignorancia  é  inercia  en  el  ma- 
"yor  número;  de  todo  lo  cual  resultaba  una  oligar- 

127 


PEDRO  M    ARCAYA 


"quía  apta  para  dirigir'  é  impulsar,  pero  difícil  de 
"transformarse  con  inmediatos  buenos  resultados  en 
"una  democracia  regularmente  ordenada.  Cuando  so- 
"nó  la  hora  de  la  lucha,  aquellos  elementos  y  las  in- 
"dicaciones  siempre  importantes  de  la  naturaleza 
"física,  señalaron  á  cada  idea  su  acantonamiento  y 
"sus  soldados.  La  revolución,  cuya  iniciativa  fué  obra 
"de  unas  pocas  pero  muy  firmes  cabezas,  cundió  de 
"preferencia  en  las  ciudades  y  villas  más  importan- 
"tes,  excepción  hecha  de  las  de  Maracaibo  y  Coro,  y 
"fué  secundada  por  los  hombres  más  distinguidos 
"y  pudientes  de  las  diversas  capas  sociales,  agri- 
"cultores,  propietarios,  jurisconsultos,  médicos,  lite- 
"ratos,  una  juventud  llena  de  bríos  y  ganosa  de  glo- 
"ria;  muchos  artesanos  y  algunos  proletarios,  La 
"tradicionista  ó  colonial,  aparte  el  elemento  español 
"radicaba  su  mayor  fuerza  en  las  clases  rurales  más 
"humildes,  acostumbradas  á  ver  en  el  Rey  ó  en  su 
"representante  á  su  natural  defensor  contra  los  an- 
"tiguos  encomenderos  convertidos  en  opulentos  ha- 
"cendados,  mantúvose  tenaz  en  sus  bravias  llanu- 
"ras,  hasta  la  época  en  que  el  heroísmo  semibárbaro, 
"fruto  natural  de  esas  regiones,  una  vez  encarnado 
"en  la  persona  de  Páez,  logró  ganar  para  la  causa 
"independiente  la  fuerza  y  simpatías  de  aquella  de- 
"mocracia  indómita  y  agreste." 

Más  adelante  el  mismo  autor  discriminando  las 
causas  de  la  decidida  afección  de  los  córlanos  por 
el  Rey,  expone  que  es  probable  que  la  determina- 
ra en  mucho  el  sentimiento  de  la  emulación  con 
Caracas  que  apunta    el  Oidor  Heredia  en  sus  Memo- 

128 


■CLASES  SOCIALES  DE  LA  COLONIA 


fias  sobre  la  revolución  de  Venezuela,  pero  que  "el 
""hecho  procedía  de  una  causa  superior  más  general 
**y  comprensiva  que  la  de  simples  rivalidades  luga- 
*'reña5  y  es  acreedora,  por  lo  mismo,  á  la  preferente 
"^ consideración  de  ia  historia.  La  América  tuvo  tam- 
**bién  su  época  feudal,  acaso  más  áspera  y  dura  que 
*'la  de  Europa,  y  el  recuerdo  desús  violencias  y  des- 
""manes  perduraba  en  el  pueblo  y  particularmente  en- 
"tre  los  Indígenas  acostumbrados  á  guarecerse  contra 
"ellos  al  amparo  del  Rey,  cuando  las  clases  ilustra- 
^'das  y  pudientes  de  la  Colonia,  herederas  de  los  an- 
"tiguos  usufructuarios  de  ese  régimen,  hablaron  de 
"romper  con  España  y  proclamaron  la  Independen- 
"cia.  Naturalmente,  una  causa  que  amenazaba  en  apa- 
"riencia  privar  á  los  humildes  de  aquella  protec- 
"ción  y  sólo  les  ofrecía  en  cambio  abstracciones 
^'mentales  incomprensibles  para  su  inteligencia,  debió 
"suscitar  en  las  masas  sentimientos  de  aversión, 
"desconfianza  ó  cuando  menos  de  indiferencia.  Y 
"así  sucedió,  en  efecto,  sólo  que,  mientras  en  unas 
"partes  prevalecieron  la  inercia  y  la  indolencia,  en 
"otras  como  en  Coro,  Maracaibo,  Pasto,  Santa  Marta 
"etc,  el  descontento  degeneró  en  una  franca  hosti- 
"lidad,  que  sus  autores  llevaron  durante  la  lucha 
"hasta  la  más  obstinada  resistencia.» 

Estas  explicaciones  del  señor  Becerra  acerca  de 
la  hostilidad  popular  contra  la  causa  patriota,  han 
corrido  con  fortuna  inspirando  otras  tesis  que  en  el 
mismo  orden  de  ideas  han  desarrollado  algunos  pen- 
sadores patrios. 

Así  el  muy  ilustrado  Dr.  L.  Vallenilla  Lanz,  en  su 

129 


PEDRO  31.  ARCA  YA 


estudio  La  Evolución  Democrática,  publicado  en  «El 
Cojo  Ilustrado»  del  1*?  de  novlenbre  de  1.905  nos 
habla  «de  la  fuerte  y  poderosa  oligarquía»  constituida 
por  «los  nobles»  de  Caracas,  agregando.  «Y  no  era 
"únicamente  Caracas  el  asiento  de  aquella  aristocracia: 
"en  cada  una  de  las  capitales  de  Provincia  y  de  las 
"ciudades  cabeceras  de  Partido  capitulares,  como  Bar- 
"celona,  Barquisimeto,  Coro,  Calabozo,  San  Felipe, 
"Guanare,  Mérida,  Trujillo  Valencia  etc.  y  hasta  en 
"algunas  villas  importantes,  existían  grupos  de  no- 
"bles  con  iguales  ó  peores  exclusivismos,  formando 
"una  oligarquía  opresora  y  tiránica,  cuyo  poder  es- 
"tuvo  siempre  en  pugna  con  los  agentes  enviados  de 
"España,"  y  concluye  que  «en  todo  el  proceso  justifi- 
"  cativo  de  la  Revolución  no  debe  verse  sino  el  odio 
"de  los  "nobles"  hacia  las  autoridades  españolas,  la 
"lucha  por  la  dominación  entablada  de  mucho  tiempo 
"atrás  por  aquella  clase  social,  poderosa  y  ab- 
"  servente.» 

Otros  escritores,  partiendo  de  la  misma  hipó- 
tesis, para  ellos  indudable,  de  la  existencia  de  esa 
poderosa  "aristocracia"  colonial  y  de  la  opresión 
que  ejercía  sobre  las  masas  populares,  han  querido 
hallar  en  la  Colonia  la  raíz  de  los  partidos  políti- 
cos en  que  después  se  dividió  la  República,  asen- 
tando que  la  lucha  entre  ^amarillos»  y  «godos»  fué 
de  «pobres»  y  «ricos,»  de  la  "plebe"  con  "las  cla- 
ses elevadas."  Pudiera  suceder  que  estas  últimas  con- 
clusiones, por  referirse  ya  á  cuestiones  políticas  que 
hasta  no  hace  mucho  tiempo  eran  de  candente  in- 
terés, más  que  sereno  juicio  histórico,    sean  la  ex- 

130 


CLASES  SOCIALES  DE  LA  COLONIA 


presión  de  afecciones  sectarias.  Pero  si  el  secta- 
rismo político  ha  podido  influir  en  los  escritores  á 
que  este  párrafo  se  refiere,  creemos  que  su  opinión 
es  digna  de  tomarse  en  cuenta  porque  patentiza  las 
consecuencias,  evidentementa  falsas,  que  pueden  de- 
ducirse de  la  tesis  de  Becerra  demostrando  así  su 
inexactitud  y  porque  dejan  ver  cómo  y  aún  más  que 
las  afecciones  de  partido  de  que  dejamos  hecha  men- 
ción, influye  en  muchos  espíritus  el  recuerdo  de  la 
historia  romana,  haciendo  vislumbrar  al  través  de  sus 
brumas  figuras  imaginarias  en  lugar  de  las  reales  de 
nuestra  historia. 

Examinaremos  en  este  estudio  hasta  dónde  es 
verdad  lo  de  la  "aristocracia  colonial,"  que  tan  pode- 
rosa se  cree  que  era  en  los  albores  de  la  Independen- 
cia, analizando  la  evolución  de  las  clases  en  el  perío- 
do colonial.  En  otro  trabajo  quizás  nos  ocuparemos 
en  los  orígenes  de  los  partidos  políticos  de  la  Re- 
pública, para  averiguar  qué  influencia  pudo  tener  en 
su  formación  la  enemiga  que  se  dice  de  "los  pobres" 
hacia  "los  ricos,  de  los  hijos  de  los  «plebeyos»  ha- 
cia los  hijos  de  los  «nobles»  de  la  Colonia. 

Para  comenzar  y  como  aquí  estos  llamados  "no- 
bles" eran  en  su  casi  totalidad  de  origen  español  y 
regía  en  la  Colonia  el  derecho  de  la  madre  Patria,  debe- 
mos examinar  previamente  las  distinciones  sociales 
en  España.  Había  allá  "nobles"  y  "plebeyos,"  deno- 
minados estos  últimos  "pecheros"  y  también  "gentes 
del  estado  llano." 

La  más  efectiva  de  las  distinciones  de  estas 
clases  era  que  los   pecheros,  como  su  nombre  lo  in- 

131 


FEDIÍO  M.  ÁRCAYA 


dica,  estaban  sujetos   á  un  impuesto  especial    que 
no  tributaban  los  nobles.  Tampoco  éstos,  á  diferen- 
cia de  aquellos,  podían  ser  encarcelados  por    deudas 
no  provenientes  de  fraude  ó  delito.    Tenían  los  no- 
bles derecho  de  usar  los  escudos  de  armas  de   sus 
familias  grabándolos  en  sus  sellos  y  en  las  puer- 
tas de  sus  casas.    Cuando  los  condenaban  á  muer- 
te   la   ejecución    debía    efectuarse    de   modo     que 
se  patentizase   la  calidad    del  reo,  privilegio  que  á 
nosotros   nos    parecerá  incongruente,   pero   que  era 
de  importancia  para    aquellos  viriles   hidalgos,  que 
aún  en  el  trance  supremo  tenían  carácter  entero  para 
reclamar  lo  que  creían  de  su  derecho.  Así,  cuando  á 
Don  Rodrigo  Calderón  lo  mandó  ejecutar  el  Rey  Fe- 
lipe IV,  tanto  exigió  él  estando  ya  en   el  patíbulo, 
que  en  el  modo  de  darle  muerte  se  observaran  las  so- 
lemnidades acostumbradas  con  los  de  su  clase,  que 
quedó  proverbial  la  frase  'Tan  orgulloso  como  Don 
Rodrigo  en  la  horca." 

Dividíase  la  nobleza  española  en  el  siglo  XVI  en 
dos  grandes  categorías:  la  primera  era  la  alta  aris- 
tocracia, que  comprendía  los  grandes  de  España, 
títulos  y  magnates;  por  su  naturaleza  misma  limi- 
tada á  un  grupo  relativamente  corto  de  ciertas  casas 
de  antigua  raigambre,  como  eran  las  de  Mendoza, 
Rojas,  Sandoval,  Manrique,  Fonseca  y  otras;  y  la 
segunda  era  la  de  los  simples  hidalgos,  casta  nu- 
merosísima en  la  Península,  como  que  aún  desde  la 
Edad  Media  villas  enteras  las  habitaban  exclusiva- 
mente familias  hidalgas  y  al  cabo,  en  el  sigio  XVIII, 
toda  la  población  de  las    tres  provincias  vascas  se 

132 


CLASES  SOCIALES   DE  LA  COLONIA 


consideró  en  globo  como  perteneciente  á  esta  cla>íe 
en  la  cual  se  confundían  también  las  ramas  segundo- 
nas,  no  tituladas,  de  la  alta  aristocracia. 

Subdividíanse  á  su  vez  las  gentes  plebeyas  en 
dos  categorías :  cristianos  viejos  y  descendientes  de 
moros  ó  judíos  conversos. 

h  la  conquista  de  Venezuela  no  concurrió  nin- 
gún individuo  de  la  alta  aristocracia  española  y  casi 
lo  mismo  puede  decirse  del  resto  de  la  América. 

Pero  junto  con  hombres  del  estado  llano  se  aba- 
lanzaron á  estas  conquistas  multitud  de  hidalgos  de 
las  Castillas,  Extremadura,  provincias  Vascas  y  An- 
dalucía. Puede  decirse  que  el  sometimiento  del  Nue- 
vo Mundo  fué  obra  de  ellos;  bastará  mencionar  á 
Cortés  y  Pizarro. 

En  suma,  los  hidalgos  eran  la  clase  guerrera 
que  tan  tenaz  lucha  sostuviera  contra  los  Moros  y 
cuyas  últimas  y  más  decisivas  energías  se  emplearon 
en  la  conquista  Americana. 

La  alta  nobleza  españolacuyos antepasados  cons- 
tituyeron verdaderamente  en  los  siglos  medios  una 
aristocracia  dominante  y  poderosa,  perdió  desde  los 
tiempos  de  Carlos  V  y  Felipe  11  su  importancia  po- 
lítica, pero  conservó  los  altos  cargos  de  Palacio  y 
frecuentemente  salían  de  su  seno  en  los  siglos  XVI 
y XVII  los  primeros  ministros  déla  Monarquía,  como 
el  conde-duque  de  Olivares  y  otros. 

Los  hidalgos,  á  diferencia  de  los  grandes  de  que 
acabamos  de  hacer  mención,  eran  por  lo  general  gen- 
tes pobres.  Del  modo  de  vivir  muchos  de  ellos  nos 


133 


PECno  M.     AlíCAYA 


queda  inmortal  descripción  en  la  historia  de  Don  Qui- 
jote que  era  de  ios  "de  lanza  en  astillero,  adarga  an- 
"íigua,  rocín  flaco  y  galgo  corredor.  Una  olla  de 
"algo  más  vaca  que  carnero,  salpicón  las  más  noches, 
"duelos  y  quebrantos  los  sábados  consumían  las  tres 
partes  de  su  hacienda."  En  pobres  villorrios  vivían 
soñando  aventuras  y  grandezas. 

Y  cuenta  que  Don  Quijote  podía  figurar  entre  los 
ricos  de  su  clase,  porque  casa  propia  y  algunas  par- 
celas de  tierra  poseía.  ¡Feliz  se  habría  considerado  el 
mismo  Cervantes,  también  hidalgo  aventurero,  con 
tener  el  escaso  haber  de  su  héroe! 

Muchos  vinieron  á  la  conquista  americana,  de 
estos  hidalgos  pobres  de  fortuna,  ricos  de  ánimo,  de 
espíritu  aventurero,  clara  inteligencia,  voluntad  te- 
naz, crueles  los  más,  generosos  algunos,  pero  todos 
con  una  alta  noción  de  su  propia  dignidad  é  im- 
buidos en  los  sentimientos  caballerescos  de  los  ro- 
mances y  novelas  de  su  época. 

Formaron  ellos  el  tronco  de  la  "nobleza"  colo- 
nial; ya  aquí  no  eran  propiamente  los  privilegios  de 
su  nacimiento  los  que  los  constituyeron  en  clase 
directora,  sino  sus  servicios  como  conquistadores 
y  primeros  pobladores  de  estas  tierras,  de  modo  que 
al  igual  de  ellos  estaban  en  estos  países  los  indivi- 
duos del  estado  llano  de  de  la  Madre  patria  que  por 
sus  méritos  se  hicieron  notables  aquí.  Por  ejemplo^ 
Sebastián  de  Benalcazar,  muchacho  guardador  de 
puercos  en  España  que  habiendo  pasado  á  estas  In- 
dias en  servicio  de  algún  caballero,  demostró  tanta 

134 


CLASES  SOCIALES  DE  LA  COLONIA 


capacidad  y  valor  que  al  cabo  fué  uno  délos  más  en- 
cumbrados caudillos  de  la  Conquista  y  como  tal  con- 
currió á  la  fundación  del  Nuevo  Reino  de  Granada. 

Los  Reyes  declararon  hidalgos  á  los  conquis- 
tadores, pues  aunque  los  más  lo  eran  por  su  nacimien- 
to como  hemos  visto,  era  natural  que  siendo  comu- 
nes sus  peligros  con  los  que  no  lo  eran,  todos  en  el 
Nuevo  Mundo  quedaran  igualados.  (1) 

Teniendo  en  cuenta  estos  antecedentes,  figuré- 
monos la  Sociedad  venezolana  á  mediados  del  si- 
glo XVI.  Perfectamente  delineadas  estaban  tres  cas- 
tas :  la  una  dominante,  que  entonces  sí  se  podía  lla- 
mar opresora,  la  de  los  blancos  españoles  igualados 
entre  sí  por  las  leyes  dictadas  en  su  favor  como  pri- 
meros pobladores;  la  de  los  indios,  aún  numerosos, 
sujetos  á  todos  los  caprichos  de  los  blancos  que  sé 
los  habían  repartido  en  Encomiendas,  y  la  de  los  ne- 
gros, todavía  pocos,  importados  del  África  como  es- 
clavos, palabra  que  resume  todo  lo  que  pudiéramos 
decir  acerca  de  su  opresión. 

Pero  si  entonces  era  homogénea  cada  una   de 


(l)  "Para  honrar,  dice  la  ley  VI,  título  VI,  libro  IV  de  la 
"  Recopilación  de  Indias,  las  personas,  hijos  y  descendientes 
"  legítimos  de  los  que  se  obligaren  á  hacer  población  y  la 
"  hubieren  acabado  y  cumplido  su  asiento,  los  hacemos  hijos- 
"  dalgo  de  solar  conocido "  Aunque  esta  ley  solo  favore- 
cía á  los  jefesó  Caudillos  de  la  Conquista,  la  costumbre  amplió 
sus  disposiciones,  de  modo  que  en  las  informaciones  de  nobleza 
de  los  criollos  venezolanos  se  hacía  comunmente  mérito  de  des- 
cender el  postulante  de  los  conquistadores  y  primeros  poblado- 
res de  estas  tierras,,  como  prueba  de  calidad. 

135 


FEDUO  M.  AEGAYA 


las  tres  castas  veamos  las    diferenc¡?ciones  que   la 
evolución  social  fue  introduciendo  en  ellas. 

Comenzcindo  por  la  casta  dominadora,  la  de  los 
blancos,  pronto  se  distinguieron  éstos  entre  sí  según 
el  grado  de  riquezas  ó  influencia  logradas  en  el  país. 
Por  otra  parte,  como  algunos  habían  venido  casados 
de  España  y  otros  se  enlazaban  con  mujeres  de  raza 
española,  de  las  colonias  vecinas,  conservóse  en 
muchas  familias  descendientes  de  los  conquistado- 
res, la  raza  europea  pura.  Sus  hijas  casaban  con 
nuevos  individuos  venidos  de  España  que,  ora  por 
ser  allá  de  los  hidalgos  que  hemos  visto,  (2)  ora  por 
llegar  con  empleos  importantes  á  la  colonia,  inves- 
tían cierta  significación  en  el  país  y  al  entrar  por 
matrimonio    en   esas    familias,    se    mancomunaban 


(2)  Con  motivo  de  la  desaparición  de  la  segunda  parte, 
manuscrita,  de  la  tlístoria  de  Venezuela  por  Oviedo  y  Baños, 
se  forjó  la  leyenda  de  que  ios  ascendientes  de  las  familias 
"nobles"  de  Caracas  eran  hombres  perdidos  é  insignificantes 
que  habían  venido  de  España  fugitivos  por  sus  delitos,  supo- 
niéndose que  así  lo  decía  Oviedo.  Nada  más  falso  que  esa 
leyenda.  Los  conquistadores,  como  decimos  en  el  texto,  eran 
en  su  mayor  parte  hidalgos  que  aunque  pobres,  como  casi 
todos  los  de  su  casta  en  la  Madre  Patria,  pertenecían  á  viejí- 
simas y  muy  conocidas  familias  y  así  lo  dice  el  propio  Ovie- 
do y  Baños  en  la  primera  parte,  publicada,  de  su  Historia,  res- 
pecto de  muchos  de  ellos.  En  cuanto  á  los  españoles  que  vi- 
nieron después  y  enlazándose  con  las  hijas  y  nietas  de  los 
conquitadores  fueron  los  inmediatos  ascendientes,  en  línea 
recta  masculina,  de  los  "nobles"  venezolanos  del  siglo  XVIII, 
están  llenos  los  archivos  de  documentos  auténticos,  proba' 
torios  da  que  casi  todos  procedían  de  la  misma  cepa  de  los 
hidalgos  de  la  Península. 

136 


PEDRO  M.  ARCAYA 


con  ellas,  seguían  sus  hijos,  aunque  yá  sólo 
por  mujeres  resultaban  provenir  de  los  primeros 
pobladores,  sosteniendo  los  privilegios  á  estos  con- 
cedidos por  los  Reyes,  y  continuaban  las  viejas 
tradiciones  de  la  familia,  cuidando  de  conservar  sus  ge- 
nealogías para  demostrar  en  todo  tiempo  que  eran  de 
la  raza  de  los  fundadores  de  la  Colonia.  Estos  ya  leja- 
nos vastagos  de  los  conquistadores  constituían  la 
nobleza  ó  sea  el  mantuanismo  colonial  venezolano 
de  fines  del  siglo  XVIIl  y  principios  del  siglo  XIX.  Pe- 
ro esa  casta  no  era  una  aristocracia  política,  ni 
mucho  menos  un  grupo  exclusivamente  gobernante. 
Ni  aún  en  los  siglos  XVI  y  XVII  en  que  de  hecho 
gobernaban  al  país  los  conquistadores  y  sus  des- 
cendientes, hubo  en  las  poblaciones  venezolanas  ^5/a¿/o 
de  hijosdalgo,  como  existia  en  algunos  ciuda- 
des españolas,  en  las  cuales  formando  corporación 
los  «nobles,»  eran  verdaderamente  una  aristocracia 
municipal,  con  especiales  privilegios  corporativos  en 
el  manejo  de  los  intereses  locales.  Nuestras  ciuda- 
des eran,  politicamente,  behetrías^  voz  árabe  que  en- 
tre otras  acepciones  tiene  en  el  lenguage  legal  es- 
pañol la  de  «lugar  sin  cuerpo  de  nobleza».  Así  lo 
hizo  constar  el  propio  Cabildo  de  Caracas  en  su  acta 
del  22  de  setiembre  de  1692,  al  negarse  á  cumplir 
dos  Reales  Cédulas  expedidas  á  favor  del  cubano  Don 
Manuel  de  Urbina,  mandando  que  se  le  guardasen  en 
Caracas  especiales  excenciones  como  noble  que  era.  (3) 


(3)     Libros  Capitulares.    Archivo  de   la  Municipalidad  de 
Caracas. 

137 


CLASES  SOCIALES  DE  LA  COLONIA 


Ciertamente  que  las  leyes  de  Indias  daban  á  los 
descendientes  de  los  conquistadores  el  derecho  de 
ser  preferidos  para  ciertos  cargos  Municipales  (4) 
pero  no  lo  gozaron  exclusivamente  sino  hasta  prin- 
cipios del  siglo  XVIII.  Como  se  trataba  de  un  de- 
recho que  sólo  le  correspondía  alegarlo  á  indivi- 
duos particulares,  sin  existir,  por  la  ausencia  del 
estado  de  hijosdalgo,  ninguna  corporación  que  lo 
sostuviese  para  la  colectividad  de  los  nobles,  era 
natural  que  con  la  mayor  afluencia  de  españoles  y 
con  el  ascenso  constante  de  las  otras  clases  socia- 
les del  país,  ya  desde  mediados  del  siglo  XVIII  no 
se  tuviera  en  cuenta  ninguna  preferencia  al  respec- 
to indicado.  En  cuanto  á  las  otras  distinciones  en- 
tre nobles  y  plebeyos,  de  las  leyes  españolas,  la  más 
importante  que  era  la  de  no  pechar  los  primeros, 
había  dejado  de  ser  aquí  por  virtud  del  especial  sis- 
tema de  tributos  en  la  Colonia.  Fué,  pues,  entra- 
do el  siglo  XVllI  cuando  los  «nobles>,  á  quienes 
en  lo  político,  poco  ó  nada  venía  distinguiéndolos 
ya  de  la  clase  de  los  blancos  del  estado  llano  en  que 
luego  nos  ocuparemos  y  que  veían  á  muchos  par- 
dos en  holgada  situación  económica  y  por  tanto  go- 
zando de  cierta  importancia  relativa,  se  afanaron 
para  patentizar  que  constituían  la  clase  social  su- 
perior en  establecer  distinciones  de  mera  apariencia 
que  apenas  servían  para  disfrazar  la  verdad  de  que  ya 


(4)  Recopilación  de  las  leyes  de  indias.  Libro  V.  Títu- 
lo II.  Ley  V.  Que  para  alcaldes  ordinarios  se  tenga  considera- 
ción á  los  descendientes  de  los  descubridores,  pacificadores  y 
pobladores. 

138 


PEmiO  M     AKCAYA 


era  complétala  igualdad  legal  (y  casi  lograda  en  el  he- 
cho) entre  nobles  y  blancos  del  estado  llano  y  que  en- 
tre éstos  y  las  demás  castas  libres  eran  indecisas  y  fá- 
ciles de  franquear  las  fronteras.  Esas  distinciones  que 
se  quiso  establecer  consistían  en  el  uso,  por  parte  de 
los  nobles,  de  ciertas  prendas  del  vestir  á  que  creían 
tener  derecho  exclusivo  por  una  errada  interpretación 
de  las  leyes  suntuarias  españolas,  cuyo  objeto  (ab- 
surdo como  el  de  casi  todas  las  leyes  que  preten- 
den proteger  al  individuo  de  las  consecuencias  de  sus 
propios  actos)  no  había  sido  sino  premunir  á  las  gen- 
tes de  ciertos  excesos  del  lujo.  En  particular  creían 
los  nobles  que  sólo  sus  mujeres  podían  vestir 
mantos.  (5)  De  alli  el  adjetivo  mantuano  que  en  el 
lenguaje  corriente  sustituyó  el  de  noble.  Y  en  verdad, 


(5)  Las  leyes  suntuarias  españolas  que  regían  hasta  muy 
entrado  el  siglo  XIX  están  contenidas  en  el  título  Xlll  ("De  los 
trajes  y  vestidos  y  uso  de  los  muebles  y  alhajas")  del  libro  VI 
de  la  Novísima  Recopilación.  Sus  prohibiciones  alcanzaban  así 
á  nobles  como  á  plebeyos  pero  tanto  en  la  Madre  Patria  como 
en  las  Colonias  el  vulgo  las  interpretó  en  el  sentido  de  que 
su  objeto  era  que  las  clases  sociales  se  diferenciaran  en  los 
vestidos,  cuando  en  realidad  era  que  nadie  malgastara  sus  dine- 
ros en  cosas  de  lujo,  ot)jeto  á  la  verdad  también  absurdo  y 
sólo  explicable  por  las  erradas  nociones  económicas  que  enton- 
ces privaban.  De  esta  equivocada  explicación  de  las  miras  de 
aquellas  leyes  nació  la  creencia  de  que  los  "nobles"  tenían  dere- 
cho á  vestir  de  otro  m®do  que  los  "pecheros."  En  Venezuela,  sin 
embargo,  no  comenzó  á  pretenderse  tal  derecho  sino  muy  en- 
trado el  siglo  XVIII.  En  efecto,  en  la  misma  acta  antes  citada, 
del  Cabildo  de  Caracas  de  fines  del  siglo  XVII,  se  lee  que  enton- 
ces no  se  acostambraban  semejantes  distinciones,  usando  entre 
otras  cosas,  dice  el  acta,  "quitasoles  los  negros  lo  mismo  que 

139 


CLASES   SOCIALES  DE  LA  COLONIA 


en  la  sustitución  del  adjetivo  anduvo  acertado  como 
siempre  el  instinto  popular,  porque  ya  aquella  no 
era  una  aristocracia,  no  constituía  una  nobleza  en 
el  sentido  histórico  de  la  palabra,  no  era  el  grupo  efec- 
tivamente gobernante  que  en  el  tiempo  de  la  conquis- 
ta y  hasta  el  siglo  XVII  habían  formado  sus  antepa- 
sados sino  una  burguesía^  en  la  acepción  moderna  de 
este  vocablo,  una    clase    social  cuyas    distinciones 


Io5  blancos."  Por  eso  creemos  que  el  vocablo  "mantuanismo" 
para  designar  la  clase  cuyas  mujeres  pretendían  tener  derecho 
exclusivo  á  usar  "mantos,"  proviene  del  siglo  XVIIl  y  no  de 
los  anteriores.  Los  "mantuanos"  eran,  generalmente,  de  pura 
raza  europea,  de  modo  que  es  completamente  errónea  la  ex' 
plicación  moderna,  según  la  cual  el  término  "mantuano"  pro- 
cedía del  siglo  XVI  y  que  se  aplicaba  entonces  solamente  á  las 
indias  nobles,  que  se  supone  usaban  "mantos"  y  con  quienes 
se  cree  que  debieron  de  casar  los  conquistadores  y  así  lia" 
marse  "'mantuanos"  á  sus  descendientes.  Nada  de  esto  último 
es  cierto.  Por  lo  demás,  .aunque  la  palabra  "mantuano''  se 
aplicó  para  designar  toda  la  casta  de  los  llamados  nobles, 
sólo  los  exaltados  entre  ellos  pleiteaban  por  tan  absurdos 
motivos  y  eso  más  por  satisfacer  pasiones  del  momento  con- 
tra determinadas  personas  que  por  espíritu  de  casta.  Por  otra 
parte  tales  pretensiones  á  diferencias  en  los  vestidos  nunca 
les  fueron  reconocidas  á  los  '"mantuanos"  que  las  alegaban. 
Siempre  las  autoridades  superiores  de  la  Colonia  y  la  Real 
Audiencia  de  5anto  Domingo  las  rechazaban  como  absurdas 
y  hasta  las  ridiculizaban.  Por  ejemplo,  el  Gobernador  Ricar- 
dos dispuso,  como  hemos  leído  en  un  expediente  sobre  un 
asunto  de  esta  especie,  en  el  Archivo  del  Registro  Principal 
de  Caracas  (Pleito  de  A\aría  del  Carmen  de  Mora,  viuda  de 
Giran,  con  el  Cabildo  de  Coro,  sobre  calidad  de  sus  hijos) 
que  el  verdugo  saliese  cierto  día  por  las  calles  de  Caracas, 
vestido  de  toda  gala  y  portando  "peluca,"  que  era  una  de 
las  prendas  que  se    creía  que  sólo  los  "nobles"  podían    usar. 

140 


PEDKO  M.  ARCAYA 


efectivas  con  las  otras  del  país  venían  siendo  de  he- 
cho cada  vez  menos  significativas,  pero  algunos  de 
cuyos  miembros,  aferrados  en  patentizar  diferencias 
que  el  tiempo  iba  borrando,  querían  mantenerlas 
siquiera  en  los  vestidos,  cuando  sus  ascendientes 
en  la  época  en  que  verdaderamente  gobernaban  el  país, 
no  las  habían  reclamado.  Quedando  á  eso  redu- 
cidas las  pretensiones  de  distinción  que  para  la  «no- 
bleza,» querían  asi  fundar  algunos  de  sus  indivi- 
duos, claro  es  que  sobre  ellas  más  que  el  odio 
debía  recaer  la  burla  de  las  otras  clases  y  desapa- 
recerían por  la  fuerza  misma  de  las  cosas,  abandonán- 
dolas desde  fines  del  siglo  XVllI  aún  aquellos  cuyos 
padres  las  sostuvieron  antes.  Era  yn  muy  tenue  el  hilo 
psicológico  de  que  pendían  tales  sentimientos  de  dis- 
tinción de  clases,  de  modo  que  fácilmente  debía  rom- 
perlo el  empuje  de  las  nuevas  ideas.  Por  eso,  entre  los 
iniciadores  de  la  Independencia  pudieron  figurar  tan- 
tos de  los  llamados  mantuanos,  partidarios  de  las 
ideas  democráticas  de  la  Revolución  Francesa  y  la  de 
Norte  América.  Vallenilla  Lanz,  aplicando  lo  que  dice 
Taine  sobre  la  psicología  de  los  nobles  franceses, 
piensa  que  las  ideas  democráticas  de  nuestros  man- 
tuanos quedaron  en  el  «piso  superior.»  Más  acertado 
nos  parece  decir  que  los  principios  de  legalismo  repu- 
blicano quedaban  en  el  «piso  superior,»  en  las 
regiones  superficiales  del  espíritu,  no  sólo  en  los 
«nobles»  sino  en  todos  los  habitantes  del  país,  ocu- 
pando el  fondo  inconsciente,  ora  las  tendencias  he- 
reditarias al  sometimiento  absoluto  á  un  caudillo, 
órala  necesidad    de   la  actividad  tumultuosa  de  los 

141 


CLASES  SOCIALES  DE  LA  COLOXIA 


campamentos,  ora  algo  como  vaga  nostalgia  de  la  vi- 
da libre  nómade;  por  lo  cual,  á  la  postre,  en  vez 
de    la    República  soñada  debía    imponerse  la  mo- 

nocracia No   creemos  que   en  ese  fondo 

psíquico,  en  la  roca  primitiva,  entrasen  instintivas 
repulsiones  de  raza  en  el  grupo  de  los  «nobles» 
porque  éstas  nunca  existieron  en  el  carácter  espa- 
ñol. Basta  recordar  la  facilidad  del  cruzamiento  de 
la  raza  blanca  con  las  otras  del  país,  de  lo  cual 
provinieron  como  veremos,  las  castas  meztizas,  cosa 
que  no  ha  ocurrido  donde  1  as  preocupaciones  de  raza 
han  pasado  á  ser  como  instintos  poderosos,  por 
ejemplo,  en  la  India  y  aún  en  cierto  modo  en  Norte 
xAmérica.  Verdaderamente  los  prejuicios  de  colores 
son  los  que  en  los  hombres  de  origen  español  han 
estado  en  el  piso  superior  del  espíritu,  fácilmente 
desalojables  por  otros  sentimientos. 

Veamos  en  detalle  el  proceso  de  transformación 
de  la  clase  c(»nquistadora  del  siglo  XVI,  en  la  bur- 
guesía «mantuana>  de  fines  del  siglo  XVIII  y  prin- 
cipios del  XIX. 

En  España  la  clase  hidalga,  que  era  la  misma 
de  nuestros  conquistadores,  se  transformó  lenta- 
mente en  la  clase  media,  confundiéndose  paulati- 
namente con  los  descendientes  de  los  antiguos  pe- 
cheros, levantados  en  el  comercio,  las  industrias, 
la  agricultura  ó  las  profesiones  liberales,  de  modo 
que  ya  á  principios  del  siglo  XIX  la  nobleza  no  era 
en  España  la  clase  numerosísima  que  vimos  en  el 
siglo  XVÍ    dividida  en  dos    categorías;  no  abrazaba 

142 


PEDRO  M.  ARCAYA 


yá  de  hecho  sino  la  primera  de  éstas:  los  grandes 
del  Reino  y  títulos. 

La  causa  de  esta  transformación  estaba  en 
que  habiendo  sido  los  hidalgos, como  vimos,  á  manera 
de  los  soldados  de  un  gran  ejército  cuyos  jefes  fue- 
ron en  la  Edad-Media  los  ricos-hombres,  las  condi- 
ciones respectivas  debían  necesariamente  variar 
cuando  variaron  las  circunstancias  que  las  origi- 
naron. 

Los  ricos-hombres,  convertidos  en  grandes  de 
España,  pudieron  continuar  formando  cuerpos  polí- 
ticos, constituyendo  una  «nobleza»  al  abrigo  de  las 
leyes  que  vinculaban  en  sus  familias  grandes  for- 
tunas. Los  mayorazgos,  haciendo  estable  la  propie- 
dad en  favor  de  la  familia  é  impidiéndole  su  libre  dis- 
posición al  individuo,  fueron  la  causa  de  que  pudie- 
ran los  descendientes  de  los  Ricos  hombres  de  la 
Edad  Media,  guardar  alto  rango  en  los  siglos  XVI, 
XVII  y  XVIll  porque  así  lograron  mantener  y  sobre 
esa  base  acrecentar  las  riquezas  adquiridas  por  sus 
abuelos  los  Jefes  feudales  en  sus  guerras  de  conquista. 
Coincide  el  origen  de  los  mayorazgos,  destinados  á 
preservar  las  fortunas  de  las  familias  nobles,  con 
el  término  de  la  guerra  contra  los  Moros,  fuente  de 
la  cual  en  los  siglos  medios  sacaban  periódica- 
mente grandes  proventos  los  Señores  del  feudalis- 
mo español.  Parece  que  hubieran  comprendido  que 
sólo  podía  salvarlos  de  la  pérdida  de  su  rango 
la  preservación  de  las  fortunas  ya  obtenidas  porque 
lograr  otras  en  lo  sucesivo  habría  de  serles  difícil. 
En  efecto  aunque  los  mayorazgos  comenzaron  á  es- 

143 


CLASES  SOCIÁLÍ'.S  DE  LA  COLOXIA 


tablecerse  en  el  siglo  XIV  no  floreció  propiamente  la 
institución  sino  desde  el  comienzo  del  siglo  XVI.  Sólo 
así  pudieron  seguir  siendo  ricos  los  nobles  españoles, 
hombres  indolentes  y  ostentosos,  que  no  sólo  por 
orgullo  sino  también  por  incapacidad  eran  impo- 
tentes para  el  trabajo  y  la  industria.  Esto  lo  demos- 
tró la  experiencia  cuando  en  el  siglo  XIX,  abolidas 
las  vinculaciones,  desaparecieron  en  España  fortunas 
colosales  ca:no  la  del  Duque  de  Osuna,  Don  Ma- 
riano Tellez  Girón,  á  cuyas  manos  habían  venido  á 
parar  los  bienes  antes  vinculados  en  varias  casas  de 
la  vieja  nobleza. 

A  ejemplo,  pues,  de  los  grandes  la  clase  hidal- 
ga, queriendo  en  la  Madre  Patria  conservarse  como 
tal  clase,  guardando  la  memoria  de   sus    antepasa- 
dos y  su  posición  social,  se  afanó    en    la    creación 
de  innumerables  mayorazgos.  Mas  siendo  pobres  sus 
individuos  y  no  pudiendo  disponer  ningún  padre  de 
familia  según  el  equitativo  derecho  español,  sino    de 
una  cuota  parte  de  su  fortuna,  por  constituir  el  resto 
la    legítima  de  todos  los  hijos,  fácilmente  se  com- 
prende que  los  mayorazgos  de  la  inmensa  mayoría  de 
los  hidalgos  eran  de  escasísimo  valor  y  así  podía  ha- 
blar Jovellanos   de   los  «muy    cortos  que  mantienen 
"en  la  ociosidad  y  el  orgullo  un  gran  número  de  hidal- 
"gos  pobres,  tan  perdidos  para  las  profesiones  útiles 
"que  desdeñan,  como  para  las  carreras  ilustres  que 
"no  pueden  seguir.»  No  los  salvaron,  pues,  tan  débi- 
les barreras  de  que  fueran  arrastrados  en  la  evolu- 
ción social  cuyo  producto  fué  la    «clase  media»   del 
siglo  XIX. 

144 


PEDRO  M.  AECAYA 


Y  si  esto  pasó  en  la  Madre  Patria,  donde  innú- 
meras familias  hidalgas  trataron  de  afirmar  para  su 
posteridad  la  posición  que  lograban,  inmovilizán- 
dola, puede  decirse,  con  los  mayorazgos,  ¿cómo  no 
había  de  ser  mas  rápida,  más  radical,  la  evolución 
en  Venezuela,  de  los  hidalgos  conquistadores  del 
siglo  XVI  á  los  «burgueses»  de  fines  del  siglo 
XVÍll,  cuando  eran  en  la  colonia  casi  desconocidos 
los  mayorazgos? 

En  efecto  muy  pocos  existían.  Quizás  uno  que 
gozaba  la  familia  de  Bolívar  y  algunos  pocos  mas  en 
Caracas,  el  llamado  de  los  Cornieles  en  Trujillo  y  uno 
que  otro  en  el  resto  del  país,  esos  eran  todos  los  ma- 
yorazgos que  se  fundaron  en  Venezuela  durante  la 
Colonia.  En  Coro  ninguno  hubo.  Había  aquí  otras  vin- 
culaciones, pero  distintas  de  los  mayorazgos  y  de  ten- 
dencias mas  bien  igualitarias:  se  dejaba  un  terreno  de 
gran  extensión,  propio  para  la  cría,  constituyéndosele 
en  Vínculo  de  la  familia  del  fundador;  esto  es,  que 
todos  sus  descendientes  tuvieran  derecho  de  esta- 
blecerse en  aquel  terreno  y  disfrutarlo  en  comuni- 
dad perpetua,  sin  que  ninguno  pudiera  renunciar  ja 
más  ese  derecho,  ni  venderlo  á    extraños.  (6) 

También  una  vinculación  de  familia  muy  usada 
durante  la  colonia  fué  la  de  las  Capellanías,  cuyo  ob- 
jeto era  favorecer  el  Sacerdocio  pero  que  indirecta- 
mente servían  á  los  individuos  que  tenían  derecho 
á  gozarlas,  por  llamamiento  del  fundador,  para  cur- 
ie) De  esta  clase  eran  los  Vínculos  de  Curaidebo  y  Cu- 
mujacoa  en  Paraguaná,  Curiniagua  en  la  Serranía,  Yuquique  en 
Casicure  y  algún  otro. 

145 


CLASES  SOCIALES  DE  LA  COLOXIA 


sar  estudios  universitarios  aún  distintos  de  los  de 
la  carrera  sacerdotal.  La  Capellanía  era  una  funda- 
ción que  se  hacía  en  favor  de  los  clérigos  de  la 
familia  del  instituyente,  asegurando  al  agraciado  una 
pequeña  renta  con  los  réditos  ó  censos  de  deter- 
minada cantidad  de  dinero,  que  á  este  efecto  sepa- 
raba el  fundador  de  su  patrimonio,  con  la  obligación 
para  el  clérigo  de  celebrar  cierto  número  de  misas  por 
el  alma  de  aquel  ó  de  las  personas  por  él  indica- 
das. Los  clérigos  favorecidos  gozaban  de  la  capella- 
nía desde  que  tomaban  menores  órdenes,  y  mientras 
se  ordenaban  de  Presbíteros  hacían  celebrar  por  otros 
las  misas  instituidas,  quedándoles  un  pequeño  bene- 
ficio; asi,  pues,  en  las  familias  cuyos  antepasados  ha- 
bían establecido  capellanías,  los  mozos  que  querían 
cursar  estudios  se  tonsuraban  y  aún  recibían 
las  primeras  órdenes;  gozaban  así  como  clérigos  las 
rentas,  tan  pequeñas  por  lo  común  que  apenas  al- 
canzaban para  su  pobre  vida  estudiantil,  de  las  ca- 
pellanías que  les  tocaban,  y  abandonando  después  el 
hábito  talar  dejaban  éstas  á  otros  parientes.  Los  más 
seguían,  sin  embargo,  la  carrera  del  sacerdocio  y  en- 
tonces era  para  toda  su  vida  el  beneficio. 

Fuera,  pues,  de  esas  escasas  vinculaciones,  todos 
los  bienes  de  la  familia  se  partían  por  igual  entre 
los  hijos,  siendo  entonces  tan  limitada  como  hoy  la 
facultad  de  los  padres  de  mejorar  por  testamento 
algún  hijo  con  perjuicio  de  los  otros. 

Las  reglas  de  la  división  igual  de  las  herencias 
entre  1®5  hijos  y  la  privación  de  la  libertad  de  tes- 
tar fueron    ideadas  en    Francia    precisamente    para 

146 


PEDRO  M.  ARCAYA 


destruir  de  raíz  la  nobleza  de  aquel  país,  En¡'-  la  colo- 
nia venezolana  siempre  rigieron  leyes  análogas,  sin 
que  sus  efectos  igualitarios  fuesen  contrabalancea- 
dos, como  en  la  Madre  Partía,  por  la  institución  de 
los  mayorazgos,  no  porque  su  establecimiento  lo 
prohibieran  las  leyes  á  los  habitantes  de  la  colonia^ 
sino  porque  fundarlos  no  entró  en  sus  costumbres, 

Y  para  que  no  entrara  había  razón  suficiente 
en  la  naturaleza  misma  del  país.  Se  comprende  que 
en  Europa,  escasa  la  tierra  y  altos  y  seguros  sus 
arriendos,  pudiera  dejarse  un  fundo  agrícola  en  ma- 
yorazgo, porque  el  fundador  aseguraba  de  ese  modo 
á  quienes  en  lo  futuro  lo  gozasen,  por  lo  menos 
hasta  donde  la  previsión  humana  podía  alcanzar, 
una  renta  segura  con  sólo  que  arrendaran  el  terreno 
si  no  lo  querían  cultivar  por  sí  mismos.  ¿Pero  en  Ve- 
nezuela, en  la  época  colonial,  como  podían  fundarse 
mayorazgos  de  segura  renta?  Calcúlese  cuan  poco 
debían  de  valer  entonces  las  tierras,  tenién- 
dose en  cuenta  que  hoy  mismo  son  baratísimas. 
No  podía  ni  puede  aún  ser  de  otro  modo  dada  la 
escasez  de  la  población  venezolana.  Dedúzcase 
pues,  si  ninguna  persona  de  sentido  común  podía 
pensar  en  fundar  mayorazgos  presuponiendo  al- 
guna renta  derivada  de  arrendamientos  de  tierras  in- 
cultas por  extensas  que  fuesen;  y  tampoco  nadie  que 
tuviera  buen  criterio  podía  pensar  que  fuera  tan  es- 
table como  para  cimentar  la  fundación  de  algún  per- 
petuo mayorazgo  el  valor  de  las  cultivadas,  ni  aún 
las  plantadas  de  cacao,  que  era  el  fruto  más  valio- 
so y  que  por  serlo  de  árboles  de  larga  vida  pudiera 

147 


CLASE3  SOCIALES  DE  LA  COLOXIA 


decirse  que  representaban  un  valor  algo  fijo.  Todo 
el  que  tuviera  práctica  de  las  cosas  del  país  debía  sa- 
ber que  esas  haciendas  no  pueden  subsistir  sin  una 
atención  constante  para  combatir  la  exuberante  natu- 
leza  tropical  en  la  cual  la  selva  lucha  siempre  por 
volverá  adueñarse  ae  las  escasas  parcelas  de  terreno 
que  le  roba  el  trabajo  humano. 

La  partición  igual,  ordenada  por  la  ley,  de  los 
bienes  hereditarios  y  la  ausencia  de  mayorazgos, 
produjeron  sus  naturales  consecuencias,  y  de  allí 
que  en  la  clase  délos  mantuanos  apenas  pocos  in- 
dividuos fuesen  «ricos,»  aún  en  la  limitada  acep- 
ción relativa  que  á  la  palabra  podía  darse  en  el 
país.  Quienes  lean  superficialmente  algún  título  de 
concesión  de  tierras  ó  algún  otro  papel  de  aquella 
época,  pueden  imaginarse  lo  contrario  viendo  lar- 
gos nombres  retumbantes,  nombres  «de  corrientes 
de  aire^  como  diría  un  personaje  de  El  Emigrado 
de  Bourget  por  ejemplo:  Don  Juan  Damián  Pérez 
de  Medina,  Doña  Mariana  Montero  del  Barco  y  Sa- 
linas Ortiz,  Don  Pedro  Perozo  de  Cervantes,  en  Coro ; 
Don  Felipe  Rodríguez  de  la  Madriz  y  Noriega,  Don 
Juan  Pérez  de  las  Llamozas,  Don  Cristóbal  Váz- 
quez de  Montiel,  en  Caracas,  y  como  esos  ejem- 
plos enunciados  alazar,  eran  altisonantes  los  nom- 
bres casi  todos  que  se  leen  en  papeles  viejos,  de 
los  Capitanes,  Regidores,  Alcaldes,  &,  de  la  colonia 
Sugieren  la  idea  de  que  quienes  los  llevaban  eran 
hombres  poderosos,  «magnates,»  dueños  de  gran- 
des riquezas,  y  vistos  al  través  de  los  recuerdos  de 
la  historia  romana  aparecen    ante  los  espíritus  im- 

Í48 


TEDRO  M.   ARCAYA 


presionables  algo  así  como  los  representantes  en 
la  época  colonial  de  los  Apios  Claudios  y  Servios  Sul- 
picios  de  la  vieja  Roma. 

Pero  también  á  algún  espíritu  irónico  podrían 
recordarle  esos  nombres,  el  Don  Gonzalo  González 
de  la  Gonzalera,  de  Pereda  y  quizás  estaría  más  en 
lo  cierto. 

Mas,  prescindiendo  de  las  ideas  que  sugieran 
los  nombres,  la  verdad  es  que  entre  aquellos  se- 
ñores no  eran  magnates  ni  ricos  sino  un  muy  es- 
caso número,  que  por  condiciones  especiales  de  su 
laboriosidad  ó  por  circunstancias  determinadas  lo- 
graban acumular  haberes  relativamente  importantes. 
La  clase  «mantuana»  en  globo  estaba  muy  lejos  de  ser 
tan  rica  como  se  cree.  De  ella  en  Coro  apenas  hubo  en 
el  siglo  XVIll  un  individuo  cuyo  capital  excediera  de 
cien  mil  pesos,  incluyendo  haciendas,  rebaños,  ca- 
sas y  demás  propiedades  de  toda  especie,  llamado 
Don  Juan  de  la  Colina.  En  Caracas  que  era  ía  ca- 
pital y  donde  las  mayores  riquezas  se  habían  jun- 
tado ¿cuántos  de  aquellos  «nobles»  eran  millonarios? 
De  seguro  que  ninguno  lo  era,  calculándose  sus  pro- 
piedades á  los  precios  venales  de   la  época. 

Puede  hacer  ilusión  á  algunos  la  enumeración  de 
grandes  capitalistas  que  hace  Don  José  Domingo 
Díaz  entre  los  iniciadores  de  la  Revolución  vene- 
zolana, admirándole  que  tales  hombres  prohijaran 
aquel  movimiento.  Mas,  de  ser  cierta  toda  esa  rique- 
za, punto  que  requiere  investigarse,  no  puede  decirse 
que  un  corto   número  de  individuos  acaudalados  en 

149 


CLASES  SOCIALES  DE  LA   COLONIA 


una  clase  numerosa,  cuyos  otros  miembros    eran  po- 
bres,  convirtiera  en  potentada  toda  esa  clase. 

Esta  pobreza  de  la  clase  «noble»  lo  mismo  que 
de  todas  las  del  país,  (que  no  era,  por  lo  demás,  enton- 
ces «miseria»  general  como  en  otras  épocas  posterio- 
res á  la  emancipación)  se  explica  por  las  condicio- 
nes económicas  de  una  comarca  de  escasa  población, 
sin  caminos  y  á  la  sazón  sin  comercio  casi  con  el  ex- 
terior. Ni  en  la  época  en  que  los  conquistadores  tu- 
vieron bajo  mano,  para  que  trabajaran  en  su  bene- 
ficio, á  los  indios  de  las  Encomiendas  pudieron 
crear  riquezas  en  Venezuela,  porque  no  había  ele- 
mentos para  ello. 

En  suma,  los  «nobles»  acomodados  ó  acau- 
dalados de  la  Colonia,  salvo  una  que  otra  excepción 
en  familias  de  Caracas,  eran  propietarios  rurales  cu- 
ya riqueza  consistía  en  algunas  casas  mal  amuebla- 
das en  la  capital  de  su  Provincia  (Coro,  Barquisime- 
to,  Trujillo,  Mérida,  etc.)  donde  residían  en  ciertas 
épocas  del  año,  especialmente  cuando  ejercían  al- 
gún cargo  Municipal,  extensas  tierras  agrícolas,  in- 
cultas en  su  mayor  parte  y  en  medio  de  las  cuales 
tenían  algún  fundo  de  cacao  ó  caña,  con  algunos 
esclavos  para  su  labor,  grandes  sabanas  de  cría 
donde  pastaban  rebaños,  numerosos  en  los  Llanos, 
escasos  en  las  otras  partes  del  país.  En  Coro,  por 
ejemplo,  casi  ninguno  llegó  á  poseer  ni  mil  reses 
vacunas.  Esas  propiedades  agrícolas  ó  pecuarias  las 
tenían  por  lo  común  gravadas  con  hipotecas,  pagan- 
do réditos  ó    censos   perpetuos  á   los  conventos  y 

150 


PEDRO  3Í     AROAYA 


fundaciones  de  capellanías  que  eran  los  pequeños 
bancos  de  la  época. 

Para  vigilar  por  sí  mismos  la  explotación  de 
sus  fundos,  generalmente  residían  en  ellos.  Su  vida 
poco  se  diferenciaba  de  la  de  los  propietarios  ru- 
rales de  hoy. 

Por  otra  parte,  el  medio  tropical  obrando  sobre 
aquellas  gentes,  que  eran  de  raza  blanca  no  mez- 
clada, produjo  sus  efectos  psicológicos  y  fisioló- 
gicos enervantes,  á  pesar  de  que  entre  las  gentes 
de  ascendencia  europea  las  más  resistentes  á  la  in- 
fluencia tropical  han  sido  las  oriundas  de  España 
y  Portugal.  La  abulia  con  sus  naturales  consecuen- 
cias de  decaimiento  y  abandono  no  era  rara  entre 
aquellos  hombres,  y  así,  ya  desde  el  siglo  XVII  se 
vio  á  familias  descendientes  de  conquistadores 
terminar  en  la  ruina  y  la  oscuridad.  Verdad  es 
que  esa  misma  influencia  degenerativa  del  medio 
haciendo  de  aquella  casta  materia  apta  para  la 
producción  de  anormalidades  psicológicas,  pudo  ser 
causa  de  que  de  su  seno  surgiese  un  genio  tan 
extraordinario  como  Bolívar;  en  él  en  grado  exce- 
sivo, en  Ribas,  Bermúdez,  Montilla  y  muchos  otros 
de  su  misma  raza  con  menor  intensidad,  revivie- 
ron por  fenómeno  atávico,  las  dormidas  tenden- 
cias de  los  conquistadores  del  siglo  XVI ;  ahora 
hablaban  de  Independencia  y  Libertad  porque  eran 
las  ideas  reinantes,  pero  el  fondo  psíquico  perma- 
necía el  mismo,  esto  es  la  necesidad  de  las  sensacio- 
nes violentas,  el  placer  de  las  batallas,  la  satisfacción 
de  innatos  anhelos  de   gloria   y   poderlo, 

151 


CLASES   SOCIALES  DE  LA  COLONIA 


Pero  la  mayoría  de  la  clase  que  estudiamos  más 
bien  la  componían  hombres  de  caracteres  tímidos 
y  encogidos,  verdad  que  no  desconocerá  en  cada 
localidad  quien  haya  manoseado  los  papeles  viejos 
de  los  archivos,  donde  leyendo  testamentos,  escri- 
turas de  contratos,  particiones  de  bienes,  pleitos,  se 
aprende  á  conocer  la  gente  de  antaño,  casi  como  si 
se  la  tratara.  Todo  el  que  tenga  el  hábito  del  es- 
tudio de  archivos  encuentra  exactísima  la  frase  de 
Taine,  que  refiriéndose  á  los  franceses  de  fines  del 
antiguo  régimen  y  comienzos  de  la  revolución  que 
estudió  en  los  documentos  mismos  de  la  época, 
dice  que  á  veces  en  el  silencio  de  los  Depósitos  don- 
de estaban  acumulados  esos  documentos,  le  entraban 
deseos  de  hablar  á  los  muertos  cuyos  nombres  leía, 
de  tal  manera  se  le  representaba  claramente  su  modo 
de  vivir  y  de  pensar. 

Las  «encomiendas»  de  indios  fueron  patrimonio 
de  los  conquistadores  y  sus  descendientes  hasta 
principios  del  siglo  XVIII.  Pudiera  parecer  que  éstas 
bien  suplían  la  falta  de  grandes  mayorazgos,  dan- 
do á  las  familias  de  los  conquistadores  poderío  y 
riquezas  permanentes.  Pero  en  primer  término  con- 
tra esa  conclusión  hay  el  hecho  de  que  las  encomien- 
das no  eran  hereditarias  sino  vitalicias  y  cuando  mas 
por  dos  ó  tres  vidas,  esto  es,  que  se  trasmitían  de 
padres  á  hijos  por  dos  ó  tres  generaciones.  Por  lo 
demás  las  «encomiendas»  de  Venezuela  nunca  fue- 
ron lo  que  en  México  y  el  Perú,  es  decir  de  gran- 
des comunidades  indígenas,  sino  de  pequeños  gru- 
pos. Así  los  encomenderos  de  ios  dirajaras  y  Ajaguas 

152 


PEDRO  M.  ARCA YA 


de  Coro,  de  principios  del  siglo  XVIII,  apenas  te- 
nían, cada  uno  un  corto  número  de  indios  bajo  su 
gobierno.  Creemos  que  lo  mismo  ocurría  en  las  de- 
más localidades  de  Venezuela,  pues  los  únicos 
pueblos  numerosos  eran  los  de  Misiones.  Es  un 
estudio  que  está  por  hacerse  el  de  las  Encomiendas 
de  aquella  época,  pero  indudablemente  se  llegará  á 
la  conclusión  de  que  nunca  fueron  tan  impor- 
tantes como  para  convertir  en  poderosos  á  quienes 
las  gozaban. 

Como  antes  dijimos,  las  funciones  Municipales 
vinieron  á  compartirlas  desde  mediados  del  siglo 
XVIII,  junto  con  los  blancos  europeos,  recién  lle- 
gados al  país,  otros  criollos  que  no  pertenecían  á 
la  clase  de  los  mantuanos  ó  nobles  sino  á  la  de 
los  «blancos  del  estado  llano,»  mas  ordinariamente 
llamados  de  «sangre  limpia.» — Esta  distinción  en- 
tre mantuanos  y  blancos  llanos,  ha  pasado  desaper- 
cibida á  los  escritores  que  se  han  ocupado  en  estas 
cuestiones.  De  allí  que  no  se  den  cuenta  de  como 
la  existencia  de  esta  clase  de  blancos  del  «estado 
llano»  con  prerrogativas  que  casi  los  igualaban  á 
los  blancos  mantuanos,  fue  un  correctivo  del  ex- 
clusivismo que  de  otro  modo  habría  existido  entre 
las  clases  de   la  colonia. 

Homogéneas  eran,  ya  lo  vimos,  en  el  siglo  XVI 
cada  una  de  las  tres  castas:  blanca,  negra  é  india, 
psro  eso  poco  duró.  A  raíz  misma  de  la  conquista 
comenzaron  á  nacer  los  mestizos^  hijos  de  los  con- 
quistadores con  las  indias  de  la  tierra.  No  fueron, 
ni  con  mucho,  frecuentes  en  Venezuela,  como  sí  en 

153 


CLASES   SOCIALES   DE   LA   COLOXTA 


otras  partes  de  la  América,  los  matrimonios  de 
aquellos  con  estas,  lo  cual  se  explica  porque  las  po- 
bres indias  venezolanas  estaban  muy  lejos  de  ser 
como  las  princesas  de  México,  Centro  América  y  el 
Perú.  Pero  fuera  de  matrimonio  fué  grande  el  nú- 
mero de  los  mestizos  nacidos.  Algunos  los  educa- 
ban sus  padres  consigo,  como  si  fueran  hijos  legíti- 
mos, dándoles  su  apellido,  de  modo  que  cuando 
salían  con  buenas  cualidades,  talento  ó  valor  guerrero, 
se  incorporaban  á  la  clase  de  los  conquistadores.  Así 
figuraron  en  las  últimas  guerras  del  siglo  XVi  mes- 
tizos como  del  Barrio,  Ruiz  Vallejo,  Fajardo  y  otros, 
nacidos  durante  los  primeros  años  de  establecidos 
en  el  país  los  españoles.  De  modo  que  en  suma 
entre  esos  mestizos  y  los  blancos  puros  ninguna  dife- 
rencia legal  ni  aún  social  había,  porque  la  circunstancia 
de  ser  hijos  naturales  poco  debía  de  influir  en  el  con- 
cepto de  sus  contemporáneos,  cuando  en  España,  por 
la  misma  época,  los  bastardos,  numerosos  en  todas 
las  casas  de  la  nobleza,  eran  contados  como  miem- 
bros de  esta  y  como  tales  figuraban  hasta  en  las  genea- 
logías de  las  familias,  como  puede  verse  por  ejemplo 
en   la  «Historia  de  la  Casa  de  Lara»  por  Salazar. 

Pero  estos  casos  de  mestizos  incorporados  en 
los  últimos  años  del  siglo  XVI  á  la  casta  conquista- 
dora, fueron  poco  frecuentes.  Los  más  de  ellos  for- 
maron el  núcleo  de  la  clase  de  los  blancos  del  es- 
tado llano,  pues  con  sus  familias  se  enlazaban  los  eu- 
ropeos del  mismo  estado  en  la  Madre  Patria,  que  vi- 
niendo al  país  después  de  efectuada  la  conquista 
no  podían  gozar  de  las    prerrogativas    de  primeros 

154 


rSDliO  T-I.    AIICAYA 

pobladores.  Por  lo  demás  en  los  pueblos  de  indí- 
genas, ya  reducidos  y  civilizados,  en  algunas  familias^ 
es  decir  las  de  sus  capitanes  y  caciques  que  tenían 
relativa  importancia,  contraían  matrimonio,  ora  los 
descendientes  de  los  primeros  mestizos,  ora  eu- 
ropeos venidos  después,  de  modo  que  el  proceso  de 
formación  de  la  casta  mestiza  continuó  durante  los 
sig'os  XVll  y  XVIIl. 

Las  leyes  y  las  costumbres  daban  el  califica- 
tivo de  blancos  á  todos  esos  mestizos  en  que  la 
raza  blanca  sólo  estaba  mezclada  con  la  indígena. 
Asi  es  frecuente  hallar  en  los  archivos,  justificativos 
en  que  se  prueba  que  se  era  hijo  de  fulano  de  tal 
blanco  y  de  mengana  india  (aún  no  siéndose  legíti- 
mo) y  se  pedía,  acordándola  al  Magistrado,  la  decla- 
ratoria de  estar  el  promovente  «en  posesión  de  es- 
tado de  blanco.»- 

Por  lo  demás  no  sólo  eran  los  mestizos  los  que 
constituían  la  clase  «blanca  l!ana^>,  sino  también  mu- 
chas familias  de  pura  raza  blanca,  provenientes  de 
europeos  pecheros  venidos  con  sus  mujeres  poste- 
riormente á  la  conquista  y  de  los  isleños  canarios  la- 
bradores, que  arribaban  al  país  en  gran  número.  Aún 
familias  descendientes  délos  primeros  conquistadores 
y  pobladores  pero  que,  por  residir  en  apartados 
campos,  habían  dejado  de  figurar  en  e!  grupo  de 
los  «nobles-^  de  la  respectiva  ciudad  cabeza  de  parti- 
do, quedaban  englobados  en  esta  clase  de  los  blan- 
cos llanos. 

Estos  últimos  eran  hábiles  para  casi  todos  los 
empleos   de   la  colonia  y  para  el  sacerdocio,  la  abo- 

155 


CLASE?  SOCIALES  DE  LA  COLONIA 


gacía  y  demás  carreras  liberales.  Todo  lo  que  ellos 
iban  ganando  en  importancia  perdíalo  la  clase  "man- 
tuana"  y  al  cabo  ya  á  principios  del  siglo  XIX  una 
y    otra  casi  se  confundían. 

Ahora  bien,  si  por  un  lado  la  clase  de  los 
"blancos  de  sangre  limpia"  se  confundía  con  la 
"nobleza"  por  ser  ya  vagas  y  confusas  las  fron- 
teras comunes,  por  otra  parte  se  confundía  con  las 
demás  clases  del  pueblo,  por  ser  así  mismo  inde- 
cisos los  límites  entre  ellas. 

Para  ser  considerado  como  blanco  de  sangre 
limpia  ya  hemos  visto  que  bastaba  probar  que  se 
descendía  de  europeos  por  algún  ramo,  aunque 
confesara,  declarándolo  expresamente,  el  mismo  in- 
teresado, que  por  otros  costados  descendía  de 
la  raza  india.  Lo  único  que  debía  probar  era  no 
tener  de  la  raza  africana  por  ningún  ascendiente. 
Ahora  bien,  como  la  prueba  se  hacía  por  testigos, 
fácilmente  se  hallaban  quienes  declararan  que  la  abuela 
mulata,  por  ejemplo,  era  india.  Casos  auténticos 
encontrará  en  cada  pueblo  el  que  se  ponga  á  exa- 
minar papeles  viejos. 

De  todo  esto  se  deduce  que  no  eran  tan  in- 
salvables las  diferencias  de  castas  en  la  colonia 
como  se  cree. 

A  primera  vista  parece  que  había  un  valladar 
infranqueable  entre  pardos  y  blancos,  porque  si- 
guiéndose por  los  nombres  se  cree  que  eran  estos 
últimos  los  puros  descendientes  de  los  Europeos, 
pero  no  hay  razón  para  creer  en  esa  distinción  absoluta 

156 


PEDRO  M     ARO AYA 


cuando  se  recuerde  el  punto  que  hemos  dejado 
establecido,  esto  es  que  el  calificativo  de  blanco 
era  una  denominación  legal  que  abarcaba  también 
á  los  mestizos. 

La  exclusión  injusta  y  temeraria  que  las  leyes 
hacían  de  los  pardos,  esto  es,  de  los  que  descendían 
de  negros,  ora  en  mezcla  con  blancos  ó  con  in- 
dios, para  los  cargos  públicos  y  las  carreras  hono- 
ríficas, venía  á  tener  su  correctivo  en  las  costum- 
bres, mediante  la  facilidad  con  que  se  comprobaba 
que  e!  color  oscuro  que  se  tenía  era  por  sangre 
india  aunque  en  realidad  lo  fuera  por  la  africana. 
Corregían  también  aquella  dureza  las  gracias  y  dis- 
pensas especiales  que  los  pardos  de  alguna  signi- 
ficación obtenían  del  Monarca  español,  cuando  las 
circunstancias  demasiado  evidentes  de  su  naci- 
miento les  impedían  el  socorrido  expediente  de  los 
justificativos  de  mestizaje  indígena. 

De  los  indios  sólo  se  conservaban  de  raza  pura, 
llevando  el  calificativo  de  tales,  algunos  en  los 
pueblos  de  raigambre  autóctona.  Los  que  habitaban 
las  ciudades  si  se  habían  mezclado  con  blancos 
confundíanse  con  estos  últimos,  si  con  negros  for- 
maban entre   los   pardos. 

Negros  no  se  llamaban  por  lo'  común  sino  á 
los  esclavos  y  á  los  libertos,  diciéndose  de  éstos 
negros  libres.  Los  descendientes  de  los  últimos, 
como  generalmente  no  eran  de  pura  raza  africana,  se 
confundían   con   los   pardos. 

Volviendo  á  los  indios,  debemos  observar  que 
en    muchas   partes  del   país  no   se    guardaban  ya 

157 


CLASES  SOCIALES  DE  LA   COLONIA 


en  el  siglo  XVIII  las  leyes  que  prohibían  á  las 
gentes  de  otras  castas  establecerse  en  los  pueblos 
de  aquellos,  de  modo  que  ya  confundidas  las  cas- 
tas no  eran  indios  puros  muchos  de  los  habitan- 
tes de  esos  pueblos,  cuyas  condiciones  por  lo  de 
más  variaban  según  las  circunstancias  de  las  loca- 
lidades. No  es  exacta,  en  cuanto  á  que  sea  apli- 
cable á  todos  los  pueblos  indígenas,  la  triste  pin- 
tura que  de  ellos  hace  Baralt,  el  cual  tuvo  sin  duda 
en  mira  los  de  su  provincia  :  Maracaibo.  Los  de 
Coro  mejoraron  grandemente  bajo  el  régimen  co- 
lonial, esto  es  los  restos  que  sobrevivieron  á  las 
persecuciones  y  emigraciones  ocurridas  en  la  pri- 
mera  época  de  la  conquista. 

Lucha  de  clases  propiamente  entre  nobles,  blan- 
cos del  estado  llano  y  pardos,  nunca  la  hubo  durante 
la  colonia.  Pudiera  creer  lo  contrario  quien  re- 
cuerde los  ridículos  pleitos  de  fines  del  siglo  XVIII 
sobre  prohibición  de  uso  de  mantos,  discusiones  so- 
bre derecho  á  llevar  esterillas  á  las  Iglesias  y  otras 
necedades  que  se  hallan  en  los  archivos,  pero  leyen- 
do esos  mismos  procesos  al  cabo  se  advierte  que 
muchos  de  los  litigios  que  en  la  apariencia  eran  de 
«mantuanos»  contra  «pardos»,  no  eran  en  el  fondo 
sino  de  <nnantuanos»  mismos  unos  contra  otros, 
con  el  pretexto  de  los  vestidos  de  sus  criadas  ó  pro- 
tegidas. 

Estudiando  detenidamente  la  época  colonial  se 
observa  que  la  lucha  sorda  que  existía  en  aquella 
sociedad  no  era  de  «clases,»  sino  de  individuos,  aún 
parientes  entre  sí  y    pertenecientes  á  la  misma  capa 

158 


PEDRO  M.  ARCAYA 


social,  A  lo  más  se  agrupaban  los  miembros  de  algu- 
na familia  contra  los  de  otra  rival,  como  por  ejemplo 
los  Cerradas  contra  los  Gavidias  en  Mérida.  En  la  clase 
mantuana  estas  enemistades,  á  veces  hondas,  de  unos 
grupos  contra  otros  eran  frecuentes.  No  lo  eran  me- 
nos las  de  los  pardos  entre  sí.  Si  pueden  atribuirse 
á  orgullo  ó  vanidad  los  pleitos  de  oposiciones  á  ma- 
trimonios que  promovían  los  «mantuanos»  cuando 
algún  individuo  de  su  familia  quería  casar  con  perso- 
na de  otra  clase,  no  hallamos  á  que  atribuir  (y  es  la 
causa  que  verdaderamente  creemos  que  obraba  en  uno 
y  otro  caso),  sino  á  la  litigiosidad  de  la  gente  de  en- 
tonces los  no  menos  numerosos  pleitos  de  análogas 
oposiciones,  hechas  por  familias  pardas  á  matrimo- 
nios que  con  sus  hijas  querían  contraer  otros  par- 
dos. Son  curiosos  los  expedientes  de  estos  asuntos 
que  existen  en  los  archivos. 

Esa  litigiosidad  de  la  gente  aquella  época  llama- 
ba la  atención  de  los  raros  viajeros  que  visitaban  á 
Venezuela.  Por  todo  se  pleiteaba  entonces  en  los  Tri- 
bunales, por  linderos  de  tierras,  por  incumplimiento  de 
contratos,  por  injurias.  Los  pleitos  matrimoniales  no 
eran  sino  una  de  tantas  manifestaciones  de  aquel 
espíritu  querellante. 

Y  en  esa  litigiosidad  no  podemos  ver  sino  un 
derivativo  de  la  belicosidad  innata  y  atávica  de  la  ra- 
za. Contenidos  los  instintos  combativos,  impedida 
su  manifestación  violenta  por  la  severa  justicia  y  la 
ruda  penalidad  de  aquella  época,  se  transformaban 
y  producían  las  querellas  innumerables  que  iban 
á  ventilarse  ante    los  jueces.    Ya  vendría    la  época 

159 


CLASES  SOCIALES  DE  LA  COLOXIA 


en  que,  suelto  el  freno  del  temor  á  la  ley  penal, 
destruida  la  presión  formidable  que  impedía  la  expan- 
sión de  aquellos  impulsos,  producirían  ellos  sus  verda- 
deras y  naturales  consecuencias.  Ya  no  se  pelearía 
con  textos  latinos  en  los  Tribunales  sino  á  sable  y 
fusil  en  los  campamentos. 

Pero  ni  en  las  luchas  de  la  Colonia  en  los  Tri^ 
bunales  ni  en  las  de  la  República  á  tiros  y  lanzadas, 
se  trataba  de  rivalidades  de  castas  sino  de  indivi- 
duos. 

La  hipótesis  de  que  los  gobernantes  españoles 
se  apoyaban  en  «el  pueblo»  contra  los  «mantuanos,» 
contra  los  imaginarios  «grandes  señores»  de  aquella 
época,  no  la  puede  admitir  quien  conozca  las  cir- 
cunstancias de  la  sociedad  de  entonces.  En  las  disi- 
dencias de  unas  familias  contra  otras,  sin  duda  los 
gobernantes  españoles  se  interesarían  á  veces  por 
una  de  las  partes  contra  la  adversaria,  pero  de  allí  á 
suponer  que  daban  el  apoyo  de  su  autoridad  á  «las 
clases  populares»  contra  las  «elevadas»  hay  enorme 
diferencia  y  no  puede  ser  mayor  el  error,  desde  lue- 
go que  no  habiendo  lucha  de  clases  mal  podían  in- 
tervenir los  magistrados  españoles  en  cuestiones  que 
no  existían. 

En  uno  que  otro  caso  podía  existir  rivalidad  pa- 
sajera entre  «mantuanos»  y  «pardos»  en  las  ciuda- 
des principales,  pero  esas  manifestaciones  esporádi- 
cas puede  decirse,  dei  espíritu  de  la  división  de  cla- 
ses, distaban  mucho  de  constituir  una  animosidad 
permanente. 

160 


PEDP^O  M.  ARCAYA 


La  causa  de  que  no  existiera  tal  animosidad,  á 
pesar  de  que  era  tan  fácil  de  que  la  produjese  la  dife- 
rencia que  implicaban  los  términos  extremos  de  «man- 
tuanos»  y  «pardos,»  consistía  en  que  las  ideas  de- 
mocráticas no  penetraren  durante  la  colonia  en  las 
clases  populares,  sino  precisamente  en  las  de  «man- 
tuano5>  y  «blancos.»  No  teniendo  pues  conciencia 
los  pardos  de  la  injusticia  que  se  cometía  con  darles 
un  calificativo  especial  que  los  constituía  en  clase 
inferior,  porque  las  ideas  de  la  igualdad  natural  de 
los  hombres,  proclamadas  por  los  filósofos  fran- 
ceses, no  habían  penetrado  hasta  ellos,  claro  es  que 
aceptaban  la  condición  en  que  nacían  como  un  he- 
cho natural,  sobre  cuya  injusticia  no  entraban  á  racio- 
cinar. Los  que  de  algún  modo  se  elevaban  no  tra- 
taban de  combatir  la  iniquidad  de  la  diferencia  le- 
gal, sino  que  procuraban  individualmente  incorpo- 
rarse, mediante  justificativos  subrepticios  ó  por 
dispensas  compradas,  á  la  clase  de  los  «blancos  del 
estado  llano.»  No  ha  sucedido  así  en  los  países  en 
donde  ha  habido  verdadera  lucha  de  clases.  Los  ple- 
beyos de  Roma  combatieron  por  la  igualdad  hasta 
lograrla ;  no  buscaban  sus  miembros,  aisladamente, 
incoporarse  á  la  casta  patricia. 

La  lucha  de  clases  habría  estallado  formidable 
después  de  la  Independencia,  cuando  las  ideas  de 
igualdad  se  expandieron  por  todas  partes,  si  las  an- 
tiguas castas  mantuana  y  blanca  hubieran  querido 
perpetuar  la  distinción  entre  ellas  y  la  de  pardos.  Ya 
conscientes  éstos  entonces  del  ultraje  que  implicaba 
aquella  clasificación,  habría  habido    sangrientas    ri- 

161 


CLASES  SOCIALF.S  DE  LA  COLONIA 


validades  colectivas.  Pero  se  evitaron  porque  preci- 
samente las  ideas  de  igualdad  las  proclamaron 
los  «blancos»,  iniciadores  del  movimiento  separatista 
y  los  de  ellos  que  fueron  partidarios  del  Rey 
quedaron  arrollados  en  el  torrente  de  la  Indepen- 
dencia. 

En  la  Colección  de  Blanco  y  Azpurúa  figura  un 
documento  en  el  cual  el  Cabildo  de  Caracas  en  1796  pro- 
testaba contra  el  comportamiento  de  ciertos  empleados 
españoles  que  protegían  á  los  mulatos  y  pardos. 
Pero  no  vemos  en  todo  eso  ni  en  los  actos  posterio- 
res sobre  gracias  que  la  influencia  de  aquellos  em- 
pleados logró  obtener  en  pro  de  los  pardos,  sino  ri- 
validad ocasional,  por  móviles  sin  duda  persona- 
lísimos,  entre  personages  del  Cabildo  y  los  funciona- 
rios españoles  á  quienes  ellos  acusaban.  Como  esos 
empleados  habían  informado  á  España,  y  era  la 
verdad,  que  ninguna  diferencia  importante  existía 
ya  entre  las  castas  coloniales,  los  del  Cabildo, 
por  hacer  aparecer  como  falsos  informantes  á  sus 
rivales  españoles,  escribían  al  Rey  pintando  con  vi- 
vos y  exageradísimos  colores  una  distinción  que  ya 
iba  esfumándose.  De  seguro  que  si  los  funcionarios 
españoles  hubieran  informado  en  otro  sentido,  los  del 
Cabildo  habrían  dicho  lo  contrario. 

No  es  extraño  pues  que  al  cabo  de  pocos  años 
el  Cabildo,  que  en  realidad  no  tenía  tales  ideas 
aristocráticas,  apareciera  promoviendo  la  Revolución 
en  1810. 

La  indecisión  de  las  clases  populares  por  la  idea 
de  la  .Independencia  en  su  inicio,  no  dependió  en  mo- 

162 


PEDRO  M.     AUCAYA 


do  alguno  de  odio  ó  desconfianza  hacia  ios  «man- 
tuanos»  propagandistas  del  movimiento,  sino  de  las 
ideas  religiosas  muy  extendidas  entonces  eu  el  pue- 
blo, en  cuyas  filas  prosperaban  innumerables  her- 
mandades y  cofradías  devotas.  El  nombre  del  Rey, 
del  lejano  personaje  nimbado  de  mitos  y  leyendas, 
figuraba  en  las  oraciones,  pues  en  los  templos  se  diri- 
gían preces  á  Dios  por  su  salud.  A  las  almas  sencillas 
debía  de  parecer  sacrilegio  atentar  contra  su  autoridad. 
Para  destruir  esa  influencia  era  menester  mover  el  ru- 
do espíritu  de  las  masas  y  no  podían  hacer  ésto  las 
¡deas  abstractas  sino  las  afecciones  vivas. 

Era  menester  que  se  removiese  por  la  guerra  el 
fondo  psíquico,  para  que,  despiertos  los  instintos 
de  la  raza,  volviesen  los  ojos  las  masas  al  Jefe,  al  Cau- 
dillo, al  representante  del  Cacique  precolombino 
Y  precisamente  los  primeros  Caudillos  que  pro- 
dujo la  guerra  estuvieron  en  las  filas  realistas.  Bas- 
ta nombrar  á  Boves  para  comprender  que  detrás  de 
él  iban  las  multitudes,  no  por  amor  al  realismo 
que  representaba  sino  por  su  prestigio  personal. 
Cuando  en  el  bando  patriota  aparecieron  Caudillos 
populares  como  Páez,  claro  es  que  las  masas  se 
decidirían  por  la  Independencia,  no  por  afecto  por 
esta  idea  sino  por  amor  á  los  Jefes  que  la  pro- 
clamaban. 

El  ejemplo  de  Becerra,  la  resistencia  del  pue- 
blo de  Coro  á  la  idea  de  la  Independencia,  explicada 
según  él  por  la  desconfianza  de  «los  humildes» 
hacia  los  «magnates»  que  lanzaron  tal  idea,  es- 
tuvo   muy    mal    escojido    porque    precisamente  en 

163 


CLARES  SOCIALES  DE   LA  COLONIA 


Coro  en  nada,  materialmente  en  nada,  influyó  ningún 
rencor  de  clases,  para  la  casi  unánime  resolución  en 
la  Provincia  de  sostener  la  cause  del  Rey.  Origi- 
nóse esa  decisión  por  la  rivalidad  general  de  los  có- 
rlanos contra  Caracas,  donde  se  había  iniciado  el 
movimiento  separatista  y  especialmente  contribuyó 
á  mantener  vivos  los  sentimientos  realistas  la  in- 
fluencia de  las  ideas  religiosas,  por  la  asociación 
de  conceptos  que  se  había  formado  entre  los  nombres 
de  Dios  y  el  Rey. 

Ya  para  1821  se  había  formado  en  la  Provin- 
cia un  partido  patriota,  que  aunque  corto  en  com- 
paración del  realista,  componíanlo  hombres  deci- 
didos. En  la  lucha  tenaz  que  luego  hubo  entre  am- 
bos bandos  cada  quien  se  decidió  según  sus  senti- 
mientos, convicciones  ó  aún  conveniencias  personalí- 
simas  sin  que  en  nadie  influyeran  prejuicios  de  clases. 
La  mayor  parte  de  los  llamados  "mantuanos"  si- 
guieron la  causa  española  y  por  ella  hasta  per- 
dier®n  el  suelo  nativo ;  pero  lo  mismo  hicieron 
muchos  pardos.  En  cambio  el  partido  republi- 
cano lo  encabezaban  un  grupo  de  "mantuanos" 
(parientes  cercanos  délos  que  figuraban  en  la  causa 
realista)  y  de  "pardos,"  unidos  bajo  la  común  y 
única  denominación  de  patriotas.  En  los  pueblos  de 
indios  si  fué  unánime  hasta  lo  último  y  verdadera- 
mente heroica  la  fidelidad  al  Rey,  más  no  era  por 
aversión  hacia  los  "mantuanos"  pues  precisamente 
los  más  de  éstos  estaban  en  las  mismas  filas  del  Rey. 
La  conducta  de  los  pueblos  indígenas  en  aque- 
lla emergencia   se    explica  por  la   misma  causa  ge- 

164 


PEDRO  M.  AE.CAYA 


neral  anotada,  esto  es,  la  fuerza  de  las  ideas  reli- 
giosas. Influyó  también  la  leyenda  de  la  alianza  de 
su  antecesor  Manaure  con  los  conquistadores  es- 
pañoles. Olvidadas  las  penalidades  y  opresión  de 
los  primeros  tiempos  de  la  conquista,  ignorando  que 
Manaure,  perseguido  por  Alfinger,  había  tenido  que 
romper  la  alianza  é  irse  lejos,  sólo  sabían  los  indios 
de  fines  del  siglo  XVIII  y  principios  del  XIX  lo  que 
sus  Curas  Doctrineros  y  Protectores  blancos  les  de- 
cían, que  la  sumisión  de  sus  antepasados  al  Monar- 
ca español  había  sido  obra  de  un  pacto  libremente 
contratado  y  fielmente  cumplido,  cuya  fé  debían  ellos 
guardar  en  recuerdo  de  su  Cacique  leyendario,  el 
gran  Manaure  el  cual 

«.Tamas  palabra  dio  que  la  quebrase 
«Ni  cosa  prometió  que  no  cumpliese» 

como  decía  el  cronista  poeta  Castellanos.  Tocada  así 
hábilmente  por  los  españoles  la  fibra  de  la  lealtad 
en  esta  raza  caquetía,  cuya  sinceridad  é  hidalguía 
eran  proberviales,  vibró  intensamente  y  los  indios 
de  todos  los  pueblos  de  Coro,  especialmente  los  de 
Paraguaná,  pelearon  hasta  morir  para  perpetuar  el 
renombre  de  leales  de  sus  mayores. 


CORO,  1908. 


-'^®^--^g)^- 


í !  Mí 


FEDERACIOH  Y  DEMOCRACIA  EN  VENEZUELA 

Ctonisrencia  leída  en  el  Liceo  de  Ciencias  Políticas  de  Caracas 
el  13  de  marzo  da  1910 


Señor  Ministro  de  Instrucción  Pública: 

Señores  Rector  y  Vicerrector  de  la  Universidad : 
Damas  y  caballeros: 

Señores  Miembros  del  Liceo: 

Grande  honor  me  habéis  discernido,  jóvenes  que 
componéis  el  Liceo  de  Ciencias  Poéticas,  al  darme 
sitio  entre  vuestros  socios  honorarios,  ilustres  en  el 
campo  de  las  ciencias  jurídicas  y  en  las  lides  de! 
Foro.  Profundamente  os  lo  agadezco,  porque  bien 
comprendo  que  sólo  la  benevolencia  os  ha   movido. 

He  elegido  para  la  presente  conferencia  un  tema 
que  á  primera  vista  parece  extraño  al  género  de  es- 
tudios de  esta  Corporación,  pues  me  propongo  exa- 
minar 5i  han  equivalido  á  luchas  de  clases  sociales 
las  contiendas  de  nuestros  Partidos  históricos,  es- 
pecialmente la  Guerra  federal.  Pero  á  poco  adver- 
tiréis que  cuestiones  como  ésta  y  todas  las  demás 
que  tengan  por  objeto  investigar  los  móviles  de  las 
conmociones  políticas  del  País  no  deben  seros  indi- 
ferentes. 

En  efecto,  para  formaros  cabal  concepto  de 
nuestro  medio  social,  para  penetrar  las  causas  pro- 
fundas que  determinan  su  estado  y  poder  luego,  como 
legisladores  ó  como  políticos,   tener  noción   precisa 

169 


PEDRO  M.  ARCA YA 


de  SUS  conveniencias,  necesidades  y  sentimientos, 
debéis  estudiar  la  historia  venezolana  conforme  á 
los  modernos  métodos,  que  son  de  riguroso  análisis 
y  de  serena  observación  de  los  hechos,  no  de  entusias- 
mos ni  de  afecciones  ni  antipatías  personales.  Es 
así  como  debéis  prepararos  á  vuestra  misión  de  hom- 
bres públicos  del  porvenir  á  que  estáis  llamados  por 
la  naturaleza  misma  de  vuestros  estudios. 

Hora  es  ya  de  que  en  las  aulas  donde  se  cursa 
el  derecho  penetre  la  convicción  de  que  el  papel  del 
hombre  versado  en  las  ciencias  políticas  no  debe  li- 
mitarse á  las  meras  funciones  profesionales  del  abo- 
gado que  litiga  en  los  Tribunales,  ni  del  Juez  que 
en  ellos  dicta  sentencias,  sino  que  debe  afanarse  en 
llevar  á  las  regiones  donde  se  ventilan  los  altos  pro- 
blemas que  interesan  á  la  vida  pública  de  la  Nación, 
la  palabra  de  su  ciencia,  pues,  como  sociólogo,  le 
corresponde  mostrar  cuál  es  la  solución  más  conve- 
niente de  esos  problemas  y  cómo  pueden  facili- 
tarla ó  dificultarla  los  factores  de  cuyas  agitacio- 
nes ha   resultado    la    trama  de    nuestra  historia. 

Si  de  esta  convicción  os  poseéis,  haréis  un 
gran  servicio  á  la  Patria,  y  devolveréis  á  nuestro 
gremio  el  esplendor  y  la  importancia  que  en  todos 
ios  países   cultos  goza. 

Como  humilde  contribución  á  esta  clase  de 
estudios  he  escrito  la  pobre  conferencia  que  paso 
á  leeros  y  la  cual  será  la  nota  del  tedio  en  esta 
fiesta,  después  de  la  vibrante  palabra  del  eminen- 
te pensador,  Doctor  Díaz  Rodríguez,  orgullo    de    la 

170 


FEDEBACIÓÍT  Y  DEMOCRACIA  EN  VENEZUELA 

Patria  y  gloria  de  las  letras  castellanas,  que  me  ha 
precedido  en  esta  Tribuna. 

* 

modesto   Doctor  Lisandro  Al- 
interesante  «Historia  de  la  Gue- 
zuela»,  citando    estas    palabras 
dio  Guzmán  en  el  Congreso  de 
3nde  han   sacado   que  el  pueblo 
ga  amor  á  la  Federación  cuando 
esta  palabra    significa.    Esta 
'    de  otros    que    nos    dijimos : 
'  revolución  necesita  bandera,  ya 
i  de  Valencia    no  quiso  bautizar 
|n   el  nombre  de   federal,  invo- 
^sa   idea,   porque  si  los  contra- 
;ran  dicho  Federación,  nosotros 
Centralismo !" 

la  verdad  el  señor  Guzmán.  El 
de  los  antecedentes  de  la  Guerra 
demuestra.  Es  asunto  decidido  por 
la  crítica  histórica  que  aquella  Revolución  no  podía 
tener  por  móvil  verdadero  el  ideal  abstracto  de 
nnplantar  instituciones  federalistas  que  ninguna 
razón  de  amar  tenían  los  que  se  alzaron.  Acordes 
en  esta  conclusión  están  Alvarado  en  su  libro  cita- 
do y  el  profundo  sociólogo  Doctor  José  Gil  For- 
toul  en  su  reciente  y  monumental  «Historia  Cons- 
titucional de  Veuezuela.>  (1) 


(l)  A  la  misma  conclusión  había  llegado  el  autor  de  esta 
conferencia  en  el  estudio  «La  Federación  en  Venezuela,»  publi- 
cado en  El  Semanario  de  Coro,  Núm.  23,  del  17  de  junio  de  1899. 


171 


PEDRO  M.  ARCAYA 


de  sus  conveniencias,  necesidades  y  sentimientos, 
debéis  estudiar  la  hiistoria  venezolana  conforme  á 
los  modernos  métodos,  que  son  de  riguroso  análisis, 
y  de  serena  observación  de  los  he<  ^^^®?}'\*^  '    ^ 

mos  ni  de  afecciones  ni  antipa^j,-^^^^^^^^. 
así  como  debéis  prepararos  á  vne3iicia  pa- 
bres  públicos  del  porvenir  á  quea  toda,  el 
la  naturaleza  misma  de  vuestros^^^^^^  P^' 

Hora  es  ya  de  que  en  las  aiemias  y 
el  derecho  penetre  la  convicción  dles   con- 
hombre  versado  en  las  ciencias  ncieza    de 
mitarse  a  las  meras  funciones  pn 
gado  que  litiga  en   los  Tribunale^^y  ana- 
en  ellos  dicta  sentencias,  sino  quíiagistra- 
llevar  á  las  regiones  donde  se  ven^.^e^^^j^^^ 
blemas  que  interesan  á  la   vida  p^^^^     *^_ 
la   palabra    de    su  ciencia,  pues,  ce 
corresponde  mostrar  cuál  es   la  soluc»  cá- 
niente    de  esos  problemas   y  cómo   imi- 
tarla ó  dificultarla  los   factores  de  cu^JL".    agitacio- 
nes ha   resultado   la    trama  de    nuestra  historia. 

Si  de  esta  convicción  os  poseéis,  haréis  un 
gran  servicio  á  la  Patria,  y  devolveréis  á  nuestro 
gremio  el  esplendor  y  la  importancia  que  en  todos 
ios  países   cultos  goza. 

Como  humilde  contribución  á  esta  clase  de 
estudios  he  escrito  la  pobre  conferencia  que  paso 
á  leeros  y  la  cual  será  la  nota  del  tedio  en  esta 
fiesta,  después  de  la  vibrante  palabra  del  eminen- 
te pensador,  Doctor  Díaz  Rodríguez,  orgullo    de    la 

170 


FEDEEACIÓK  Y  DEMOCRACIA  EN  VENEZUELA 

Patria  y  gloria  de  las  letras  castellanas,  que  me  ha 
precedido  en  esta  Tribuna. 

*  * 

El  sabio  cuanto  modesto  Doctor  Lisandro  Al- 
varado,  termina  su  interesante  «Historia  de  la  Gue- 
rra Federal  en  Venezuela»,  citando  estas  palabras 
de  D.  Antonio  Leocadio  Guzmán  en  el  Congreso  de 
1867.  "No  sé  de  donde  han  sacado  que  el  pueblo 
"de  Venezuela  le  tenga  amor  á  la  Federación  cuando 
"no  sabe  ni  lo  que  esta  palabra  significa.  Esta 
"idea  salió  de  mí  y  de  otros  que  nos  dijimos: 
"supuesto  que  toda  revolución  necesita  bandera,  ya 
"que  la  Convención  de  Valencia  no  quiso  bautizar 
"la  Constitución  con  el  nombre  de  federal,  invo- 
"quemos  nosotros  esa  idea,  porque  si  los  contra- 
"rios,  señores,  hubieran  dicho  Federación,  noóotros 
"hubiéramos  dicho  Centralismo  !" 

Decía  entonces  la  verdad  el  señor  Guzmán.  El 
estudio  imparcial  de  los  antecedentes  de  la  Guerra 
Federal  así  lo  demuestra.  Es  asunto  decidido  por 
la  crítica  histórica  que  aquella  Revolución  no  podía 
tener  por  móvil  verdadero  el  ideal  abstracto  de 
implantar  instituciones  federalistas  que  ninguna 
razón  de  amar  tenían  los  que  se  alzaron.  Acordes 
en  esta  conclusión  están  Alvarado  en  su  libro  cita- 
do y  el  profundo  sociólogo  Doctor  José  Gil  For- 
toul  en  su  reciente  y  monumental  «Historia  Cons- 
titucional de  Veuezuela.>  (1) 


(l)  A  la  misma  conclusión  había  llegado  el  autor  de  esta 
conferencia  en  el  estudio  «La  Federación  en  Venezuela,»  publi- 
cado en  El  Semanario  de  Coro,  Núm.  23,  del  17  de  junio  de  1899. 

171 


PEDRO  31     ARCATA 


Pero  ^mbo5  atribuyen  á  la  expresada  Revolu- 
ción caracteres  y  tendencias  que  no  creemos  que 
realmente  tuviera.  Bien  comprendemos  todo  el  peso 
y  respetabilidad  de  las  opiniones  emitidas  por  es- 
tos ilustres  maestros,  mas  como  es  profunda  nues- 
tra convicción  en  los  puntos  en  que  de  ellos  nos 
apartamos,  nos  atrevemos  á  exponer  nuestras  ideas 
5('bre  el  particular. 

Dice  Gil  Fortoul:  (2)  "La  verdad  es  que  el 
"caudillo  militar  Falcón  y  el  propagandista  civil  Guz- 
"mánal  disfrazar  con  un  nombre  cualquiera  sus  am- 
"biciones  personales  no  comprendieron  por  los  años 
"de  1858  y  1859  la  enorme  influencia  que  ese  solo 
"nombre  de  Federación  iba  á  ejercer  en  los  destinos 
"del  pueblo  venezolano.  El  término  Federación  se 
"transforma  radicalmente  en  el  cerebro  de  la  gente 
"iu'ulta  hasta  perder  su  signifcaación  puramente 
"política  de  autonomía  local  para  convertirse  en  ban- 
"dera  de  todo  género  de  reivindicaciones  democrá- 
"ticas  y  en  tendencia  á  una  definitiva  igualación  de 
"todas  las  clases  sociales."  Y  más  adelante  agrega:  (3) 
"iQuién  sabe  qué  odios  se  despertaron  en  tantas  al- 
"tas  almas  incultas,  qué  deseos  de  venganzas,  qué 
"recuerdos  de  injusticias  de  iniquidales!  ¿La  liber- 
"tad  política?  tlabía  sido  privilegio  del  amo,  del  doc- 
"tor,  del  hacendado.  La  Patria?  idea  confusa,  casi 
"tanto  como  la  de  los  llaneros  de  Páez  en  la  época  de 
"emancipación,  en  todo  caso  la  idea  de  Patria  apenas 
"se  distinguía  del  hecho  de  poseer  tierra.  Propietario 

(2)  Hiátoria  Constitucional  de   Venezuela  Tomo  2,  pág.  399. 

(3)  Op.  cit.    Tomo  2,  pág.  381. 

172 


¥KDERACTÜN  Y  DEMOCRACIA  EN  VENEZUELA 

"y  oligarca  eran  casi  sinónimos  para  el  peón.  De 
"todas  las  teorías  políticas  leídas  por  algunos  en  pe- 
"riódicos,  oídas  por  los  más  en  rápidas  conversacio- 
"nes,  la  única  que  podía  entrar  en  la  masa  anónima 
"era  la  igualdad  ó  igualación  de  clases.  Este  debía 
"ser  el  credo  de  los  pobres,  de  los  oprimidos,  de  los 
"despreciados  por  el  color  de  su  piel.  ¡Por  fin  el  ne- 
"gro  igual  al  blanco,  el  pobre     igua  al  rico,  el  pobre 

"rico! Tratábase    de    realizar  la  igualdad  abso- 

"luta,  la  igualdad  social, , . ." 

Alvarado  condensa  las  mismas  ideas  así:  "La 
"lucha  fue  en  realidad  por  la  democracia  y  la  fede- 
" ración    asunto  de  forma."  (4) 

-  En  verdad  Gil  Fortoul  estima  la  cuestión  so- 
cial en  la  guerra  federal  como  surgida  espontánea- 
mente del  proletariado  al  calor  de  aquella  contienda 
y  en  cierto  modo  á  pesar  de  los  directores  del 
movimiento,  que  sólo  intentaron,  según  él,  que  fuera 
de  carácter  político.  Pero  al  admitir  que  existió  en- 
tonces tal  cuestión  social  acepta,  aunque  sólo  en 
parte,  las  conclusiones  de  algunos  escritores  vene- 
zolanos de  la  generación  joven,  que  adscritos  al  cul- 
to del  Partido  Liberal  criollo  y  enamorados  al  mismo 
tiempo  de  las  ideas  del  radicalismo  francés,  que  tiene 
sus  visos  y  matices  de  socialismo,  se  afanan  en  juntar 
aquel  culto  á  estas  ideas,  suponiendo  que  ellas  ins- 
piraron al  Partido  Liberal  y  así  sostienen  que  aque- 
lla cuestión  se  agitó  en  la  guerra  federal,  pero   no 

á  pesar,  cerno  cree  Gil  Fortoul,  del   Partido  mismo 


(4)    Alvarado.    Historia  de  la  Guerra  Federal,  pág.  536. 
173 


PJfiDRü  M.  ARCAYA 


esto  es,  de  sus  directores  y  representantes,  sino  cons- 
cientemente suscitada  por  el  grupo  liberal,  empeña- 
do siempre  en  el  mejoramiento  y  exaltación  del  pro- 
letariado. Según  ellos,  la  lucha  de  los  partidos  oli- 
garca y  liberal  representó  desde  su  origen  una  con- 
tienda entre  las  clases  elevadas  y  la  plebe.  Un  párra- 
fo del  erudito  escritor  VallenlUa  Lanz,  publicado  en 
su  Historia  (5)  por  Gil  Fortoul  insinúa  así  tal  teoría: 
"La  aparición  del  Partido  Liberal  no  es  otra  cosa  que 
"la  continuación  de  la  lucha  social  empeñada  desde 
"la  Independencia,  la  manifestación  principalmente  de 
"ese  gran  desequilibrio  entre  las  razas  pobladoras  de 
"nuestro  territorio,  cuya  íntima  fusión  no  se  ha  veri- 
"ficado  sino  por  los  medios  violentos  de  la  revolu- 
"ción,  porque  no  de  otro  modo  han  podido  romperse 
"las  vallas  que  los  poderosos  prejuicios  de  clases  han 
"opuesto  á  la  evolución  igualitaria." 

Así  pues,  la  trama  de  nuestra  historia  política 
sería  el  desarrollo  de  una  lucha  de  clases,  sorda  du- 

(5)  "Historia  Constitucional  de  Venezuela."  Tomo  2,  pág. 
178  en  nota.  No  nos  parece  que  Vallenilla  Lanz,  sociólogo  tai- 
niano,  pueda  tener  religión  partidaria  que  influya  en  sus  jui- 
cios (como  tampoco,  naturalmente,  la  tienen  Gil  Fortoul  ni 
Alvarado)  y  así  nos  lo  hace  ver  su  artículo  "La  Evolución  Fe- 
deralista" publicado  en  El  Cojo  Ilustrado  del  15  de  noviembre 
de  1909.  Pero  hemos  insertado  el  párrafo  suyo  que  publica  Gil 
Fortoul,  porque  aparece  condensando  las  opiniones  que  comba- 
timos acerca  de  lucha  de  clases  en  la  génesis  de  nuestros  Par. 
tidos  políticos  criterio,  que  quizás  resulte,  en  el  libro  que  pre- 
para Vallenilla  Lanz,  modificado  por  el  estudio  que  sin  duda 
habrá  él  hecho  de  los  innumerables  factores,  de  carácter  dis- 
tinto al  de  odios  de  castas,  que  influyeron  en  la  formación  de 
aquellas  agrupaciones. 

174 


FEDERACIÓN  Y  DEMOCRACIA   EIí  VENEZUELA. 

rante  la  colonia,  patente  ya  desde  la  iniciación  de 
la  Independencia  Nacional,  francamente  declarada 
con  la  formación  del  Partido  Liberal  y  en  cruenta 
guerra  civil  transformada  con  la  revolución  federal. 
Desde  este  punto  de  vista  nuestras  contiendas  de  li- 
berales y  oligarcas  equivaldrían,  en  cierto  modo,  á 
las  de  plebeyos  y  patricios  de  la  vieja  Roma  y  aún 
á  las  del  proletariado  y  el  capitalismo  de  los  mo- 
dernos pueblos  europeos 

No  juzgamos  así  nosotros  la  evolución  política 
venezolana.  Ya  en  un  estudio  especial  que  publica- 
mos en  la  Revista  Mes  Literario,  de  Coro,  nos  ocu- 
pamos en  las  clases  sociales  durante  la  colonia  y 
llegamos  á  la  conclusión  de  que  no  hubo  en  aquella 
época  odios  colectivos  de  castas,  sino  qne  en  cada 
una  se  formaban,  ocasionalmente,  grupos  rivales, 
cuya  enemistad  habría  podido  degenerar  en  san- 
grientas contiendas,  á  no  impedirlo  el  freno  de  las 
severas  leyes  penales  españolas. 

En  cuanto  á  los  orígenes  del  Partido  Liberal  bas- 
ta recordar  los  nombres  de  quienes  lo  iniciaron  y 
siguieron  representándolo,  como  sus  directores  y 
propagandistas,  para  comprender  que  era  una  agrupa- 
ción puramente  política,  compuesta  de  hombres  de 
todas  las  clases,  unidos,  no  por  simpatías  ni  odios 
de  carácter  social  sino  por  el  deseo  de  conquistar  el 
Poder  y  de  lanzar  de  sus  alturas  á  quienes  lo  ejer- 
cían; á  éstos  calificaban  úq  oligarcas  no  en  el  senti- 
do deque  constituyesen  un  grupo  quefue^e  ni  aún  que 
pretendiese  ser  aristocrático;  sino  en  el  de  que  eran 
unos  pocos,  que  se  habían  adueñado  del  poder  y  no 

175 


PEDRO  M.   ARCAYA 


querían  abandonarlo.  No  les  atribuían  que  se  creye- 
ran con  derecho  á  ejercerlo  por  razón  de  su  naci- 
miento ni  de  sus  riquezas,  sino  que  lo  detenían  por 
el  favoritismo  de  Páez.  Léase  la  prensa  oposicionista 
de  aquella  época  y  se  verá  que  es  leyenda,  forjada 
posteriormente,  la  de  que  hubiera  lucha  de  clases  so- 
ciales en  las  cuestiones  meramente  políticas  y  aún 
diremos  personalísimas  (si  X,  blanco  ó  negro,  tenía 
tanto  tiempo  empleado,  si  N.  gozaba  de  tres  ó  cuatro 
sueldos,  si  los  banqueros  A.  y  B.  hacían  pingües 
negocios  al  amparo  del  favor  oficial)  que  se  ven- 
tilaban en  aquellos  periódicos. 

El  mismo  Don  Antonio  Leocadio  Guzmán,  el 
fundador  y  más  genuino  representante  de  nuestro 
liberalismo  criollo,  combatió  después  esa  leyenda: 
"Ya  que  se  tiende  á  suponer,  escribía  él  en  1869  que  el 
"Partido  Liberal  era  sólo  compuesto  de  individuos  del 
"pueblo:  tres  cuartas  partes  de  lo  que  lleva  el  nom- 
"bre  de  mantuanismo  pertenecían  á  la  comunión  li- 
"beral."  Y  enumerando  en  el  mismo  escrito  las 
altas  clases  que  formaban  ese  grupo,  se  expresa 
así:  "Un  partido  que  presidió  el  ilustre  Martín  Tovar 
"y  en  que  figuraban  tantos  hombres  connotados  y 
"aún  ilustres  ¿  no  éramos   sino  un  club  de  faccio- 

"sos  ? La  gravedad  y   moderación  que  tanto  re- 

"comiendan  á  nuestro  clero  no  permit'an  que  él 
"formase  una  sociedad,  pero  es  evidente  y  notorio 
"que  dos  terceras  partes  de  las  Dignidades  ecle- 
"siásticas  y  Venerables  Párrocos  pertenecían  al  Par- 
"tido  Liberal.  Los  Suárez  Aguado,  los  Cspinoza,  Díaz, 
"Ravelo,  Osío,   el  Iltmo.   Pérez  de  Velasco,   Rivero, 

176 


FEDERACIÓIs   Y  DEMOCRACIA  KN  VENEZUELA 

"Guzmán,  Pereira,  Betancourt,  Aguinagalde,  y  como 
"éstos,  esclarecidos  y  prominentes  ministros  del  Señor, 
"como  nuestro  actual  y  dignísimo  Prelado  el  virtuoso 
"y  patriota  Guevara,  dos  terceras  partes  por  lo  menos 
"del   respetable  clero  nacional." 

"Tampoco  formaban  sociedad  especial  los  ilus- 
""tres  Libertadores  y  sus  dignos  sucesores  en  el 
"Ejército  de  la  Patria,  que  casi  entero  en  sus  clases 
"elevadas  pertenecía  al  Gran  Partido  Liberal.  Desde 
"la  primera  espada  desenvainada  en  América  en  de- 
"fensa  de  la  libertad,  desde  el  honrado  y  despren- 
"dido  Rodríguez  del  Toro,  desde  Marino  que  me- 
"reció  tan  justamente  el  eminente  título  de  Liber- 
"tador,  véase  la  lista  de  aquellos  hombres  precla- 
"ros,  que  en  ella  se  encontrará  á  Carabaño,  Olivares, 
"Mejías,  Valero,  Beluche,  Borras,  Conde,  Monzón, 
"Cala,  Briceño,  Castelli,  el  desgraciado  Rodríguez^ 
"Castañeda,  Veroes,  los  tres  Jiménez,  Austria,  Gue- 
"vara,  los  Garcés,  Parejo,  Acevedo,  Morales,  Carrillo, 
"Carmona,  Lugo,  'Núñez,  Vallenilla,  el  valiente  Gar- 
"cia,  Hernández,  Pulido,  Renden,  Bustillos,  Zárraga, 
"y  como  ellos  bastarían  á  ennoblecer  cualquier  Par- 
"tido  los  dos  honradísimos  y  patriotas  Ayala,  los 
"Ibarra,  Montilla,  Salom,  Blanco,  Lara,  Silva,  los  Mo- 
"  nagas  y  otros  muchos  que  en  el  momento  no  pueden 
"estar  todos  en  la  memoria." 

"En  lo  civil  recuérdese  con  justicia  y  exactitud 
"la  inmensa  lista  de  hombres  eminentes  que  nos  per- 
"tenecieron. "  (6) 

(6)    Antonio  Leocadio  Gazmán.  Datos  Históricos  Tomo  2 
páginas  265  á  267. 

177 


PEDRO  M.   ARCAYA 


De  modo  que  si    nosotros  diéramos  importan- 
cia al   concepto  de  clases  sociales  en  la  historia  de 
Venezuela,    estaríamos    autorizados   para   ver  en  el 
Partido  que  tomó  el  nombre  de  Liberal  una  comu- 
nión aristocrática,  desde   luego  que    en   su  seno  es- 
taban los    elementos  que  caracterizan  tales  agrupa- 
ciones donde  quiera   que  han    existido:  la  nobleza 
de  la  sangre,  el  clero   y  los  viejos    Generales  y  en 
consecuencia  pudiéramos  también  creer  que  el  otro 
Partido,   el  de   Páez,  el  llamado   Oligarca,  era  el  de 
la  democracia,  de    la    plebe.     Pero  no  incurriremos 
nosotros  en    tal  error,  sino  que  sostenemos,  apoya- 
dos en  todos  los  hechos  que  así  lo  demuestran,  que 
ninguno  de  los  dos  Partidos  era  en  sus  hombres  ni 
en  sus   ideales   más    demócrata   ni  más  aristócrata 
que  el   otro.     En  Venezuela  jamás  lian  existido  sen- 
timientos   ni    intereses    colectivos    de    clases,  sino 
pasiones  de   grupos  de  individualidades,   salidas  de 
las  más  diversas  capas  y  unidas  ocasionalmente. 

Así  pues,  ni  militares,  ni  mantuanos,  ni  cléri- 
gos, ni  proletarios  obedecían  á  sugestiones  de  clases 
para  incorporarse  á  uno  ú  otro  bando,  liberal  ú 
oligarca,  a!  delinearse  ellos  en  nuestra  historia.  Cada 
quien  obraba  según  sus  simpatías  ó  intereses  per- 
sonalisimos. 

Causa  de  falsas  ideas  á  este  respecto  ha  sido 
!a  memoria  de  las  cuestiones  económicas  que  se 
agitaron  en  la  época  de  la  formación  de  los  Parti- 
dos.^xpIiquémoslas.  Aplicando  las  ideas  de  los 
economistas  liberales  otorgó  á  los  venezolanos  la 
ley  de  10  de  abril  de  1834   la  libertad  de  contratar, 

178 


FEDERACIÓN  Y  DEMOCRACIA  EN  VENEZUELA 

de  modo  que  pudieran  gravar  sus  bienes  en  segu- 
ridad de  sus  obligaciones  y  estipular  bases  para  su 
remate  en  caso  de  falta  de  pago,  como  así  mismo 
que  pudieran  pactar  intereses  ad  libitiim.  Gentes 
imprevisivas  comprometieron  sus  fincas  para  obte- 
ner numerario.  Malbaratáronlo  ó  saliéronles  fallidos 
sus  cálculos  respecto  de  las  empresas  en  que  lo  in- 
virtieron. Reclamaron  los  acreedores  y  para  pagarse 
hacían  rematar,  conforme  los  pactos  celebrados,  los 
inmuebles  que  les  servían  de  garantía.  Clamaban  en- 
tonces contra  la  ley  los  ejecutados,  como  si  ella  les 
hubiera  mandado  comprometer  imprudentemente  sus 
propiedades  ó  manejar  sin  tino  los  fondos  que  obtu- 
vieron. De  aquella  agitación  sacó  proveclio  el  Partido 
oposicionista  para  captarse  las  voluntades  de  los 
propietarios  rematados,  haciendo  propaganda  contra 
la  ley.  Aunque,  en  verdad,  en  las  filas  de  uno  y  otro 
bando  siguieron  siempre  figurando  ejecutantes  y 
ejecutados,  porque  eran  en  cada  caso  diversos  y 
complejos  los  móviles  de  la  determinación  de  in- 
corporarse á  ellos,  hay  que  suponer  que  los  deu- 
dores se  adhirieron  en  mayoría  al  Partido  Liberal 
porque  cuando  Monagas  llamó  después  sus  hombres 
al  poder,  apresuráronse  á  revocar  la  ley  de  abril 
y  á  promulgar  otra  legislación  inspirada  en  la  mira 
de  proteger  al  deudor,  creyendo  así  mejorar  la 
condición  de  los  que,  teniendo  bienes  que  compro- 
meter, se  hallaren  en  la  necesidad  de  tomar  dinero 
á  préstamo.  Pero  naturalmente  resultó,  contraprodu- 
cente esa  legislación,  como  sucede  con  todas  las 
que  han    rest-ingido    la  libertad  económica,  porque 

179 


PEDRO  M.    ARCAYA 


dificultándose  el  crédito  empeoró  la  condición 
de  aquellos  á  quienes  se  quería  proteger.  Al  cabo 
así  lo  comprendieron  los  mismos  Gobiernos  libe- 
rales y  paulatinamente  han  venido  introducién- 
dose en  nuestro  derecho  civil  muchos  de  los  princi- 
pios, antaño  repudiados,  de  la  ley  de  abril.  Sin  em- 
bargo, con  olvido  de  esta  evolución  del  derecho  ve- 
nezolano, hablase  aún  con  frecuencia  de  aquella  ley 
como  protectora  del  capital  y  de  las  agitaciones  que 
su  aplicación  produjo  como  de  una  contienda  entre  el 
capital  y  el  trabajo.  De  ahí  la  especie  de  que  los 
oligarcas  constituían  el  partido  de  los  ricos  y  los  libe- 
rales el  de  los  pobres,  atribuyéndose  á  estos  últimos 
ciertas  tendencias  socialistas,  cosa  que  habría  dejado 
atónitos  á  Don  Antonio  Leocadio  Guzmán,  Don  Felipe 
Larrazábal  y  los  demás  fundadores  del  Partido  Liberal 
que  nada  entendían  ni  querían  saber  del  socialismo.  El 
error  está  en  que  al  suponer  una  lucha,  al  estilo 
socialista,  entre  el  capital  y  el  trabajo,  por  virtud  de 
la  ley  de  abril,  se  argumenta  bajo  la  falsa  impresión 
de  que  el  capital  no  es  sino  el  dinero  contante  y  so- 
nante, cuando  la  verdad  es  que  también  constituían 
capitales  las  fincas  que  se  daban  en  hipoteca,  por 
manera  que  los  rozamientos  que  aquella  ley  originó 
eran  entre  dos  especies  de  capitalistas  (debemos  de- 
cir pequeños  capitalistas,  porque  aquellos  ricos  nues- 
tros como  pobres  habrían  figurado  en  más  prósperos 
países)  esto  es,  entre  los  que  tenían  sus  haberes  re- 
presentados en  dinero  que  habían  dado  á  préstamo 
y  quienes  los  tenían  representados  en  casas  y  pre- 
dios rurales  que   hipotecaron.  En    aquella  contienda 

180 


FEDERACIÓN   Y   DEMO'  RACIA   E>T   VENEZUELA 

no  eran  pártelos  peones,  los  braceros,  la  clase  obrera. 

Si  pues  no  hubo  lucha  de  clases  en  la  gé- 
nesis de  los  Partidos  ni  en  las  posteriores  contien- 
das suyas  del  46,  48  y  49,  menos  aún  podían  re- 
sultar esas  rivalidades  en  las  otras  guerras  civiles 
que  se  sucedieron  durante  el  Gobierno  de  los  Mo- 
nagas,  promovidas  por  círculos  fusionistas,  hasta  la 
Revolución  que  encabezó  Julián  Castro  en  1858. 
Triunfante  ésta  y  convertida  en  Gobierno,  sólo  podrían 
tomarse  como  alzamientos  colectivos  del  proletariado 
los  movimientos  revolucionarios  federalistas,  si  en 
el  origen  de  los  partidos  hubiera  habido  división 
de  clases,  de  modo  que  al  volver  al  poder  los  hom- 
bres que  representasen  la  tendencia  aristocrática  se 
alarmase  la  clase  popular.  Mas  como  no  hubo- tal, 
resultaría  inexplicable  que  de  pronto  fuera  causa  de 
guerra  una  rivalidad  hasta  entonces  no  manifes- 
tada. 

Pudiera  decirse  que  en  el  intermedio  se  había 
decretado  la  libertad  de  los  esclavos  y  argüirse  que  la 
incorporación  de  ellos  al  partido  federal  daba  á  la  guerra 
carácter  de  lucha  de  castas.  Así  habría  sido,  si  en  la 
Revolución  hubieran  formado  mayoría  ó  siquiera  hubie- 
ran representado  contingente  de  alguna  consideración 
los  antiguos  libertos  y  si  en  el  Partido  del  Go- 
bierno hubieran  figurado  todos  ó  la  mayor  parte 
de  los  antiguos  dueños  de  esclavos,  pero  nada  de 
eso  sucedió.  Quizás  los  más  de  los  expropieta- 
rios de  siervos  eran  del  Partido  Liberal ;  otra  cosa 
se  ha  afirmado  pero  sin  ningún  fundamento.  Re- 
cuérdese   lo   que  arriba    dejamos   dicho  acerca    de 

181 


PEDRO  M.  ARCAYA 


las  agitaciones  que  produjo  la  ley  de  10  de  abril 
pe  1834  y  que  por  ellas  se  incorporaron  á  aquel 
Partido  gran  número  de  propietarios  rurales.  Ahora 
bien :  decir  hacendado  en  aquella  época  era  decir 
dueño  de  esclavos.  Habíalos  también,  ciertamente, 
y  muchos,  en  el  Partido  Oligarca,  pero  la  misma 
identidad  de  situación  de  los  bandos  á  este  res- 
pecto impidió,  sin  duda,  que  los  agitadores  de  uno 
y  otro  hicieran  bandera  de  la  emancipación  de  los 
esclavos,  artículo  que  no  figuró  en  el  Programa 
del  Partido  Liberal.  Años  después  de  haber  ocupado 
esta  agrupación  el  poder  se  decretó  la  libertad  de 
ellos  por  la  voluntad  personal  de  Monagas,  acon- 
sejado y  fortalecido  por  su  Ministro  Planas.  Rea- 
lizado ya  aquel  acto  trascendental,  era  tan  evidente 
su  justicia,  que  nadie,  en  ninguno  de  los  dos  par- 
tidos, se  atrevió  á  alzar  la   voz   en  su  contra. 

Por  otra  parte,  el  número  de  los  esclavos  pro- 
piamente dichos,  era  ya  escaso  cuando  Monagas  los 
libertó  y  ellos  viejos  en  su  mayor  parte.  Más  eran 
y  jóvenes  los  manumisos,  pero  bien  sabían  éstos  que 
solo  á  temporal  servidumbre  pudieren  haber  estado 
sujetos.  Por  todas  estas  causas  y  porque  la  psicología 
de  los  libertos  era  en  el  fondo  la  misma  del  resto  de 
la  clase  proletaria,  aunque  los  revolucionarios  trataron 
de  que  ellos  se  alzaran  en  masa,  sólo  obtuvieron 
que  se  pusieran  en  armas  los  que  estaban  adscritos 
á  Caudillos  que  los  llevaron  á  la  guerra  y  á  quienes 
seguían  por  miedo  ó  afecto,  no  movidos  por  el  va- 
go temor  de  que  el  Gobierno  pudiera  volver  á  es- 
clavizarlos.  Otros    por   idéntico  afecto   ó    miedo  al 

182 


FEDERACIÓN  Y  DEMOCRACIA  EN  VENEZUELA 

caudillo  de  su  aldea  entraban  á  servir  en  las  filas  del 
Gobierno.  Así  pues,  los  alzamientos  de  los  libertos, 
no  tuvieron  en  la  Revolución  Federal  la  importancia 
que  después  se  les  ha  atribuido  ni  á  sus  ejércitos 
aportaron  contingente  apreciable;  si  á  ellos  se  hu- 
biera limitado  aquella  Revolución  no  habría  pasado 
de  un  insignificante  guerrilleo,  que  sin  ruido  y  en 
poco  tiempo  habría  quedado  vencido. 

En    cuanto  al    resto  de    la    casta    negra  cuya 
mayor  parte  era   ya    libre    desde   mucho   antes   de 
1854,  ninguna  solidaridad  existía  entre  ella  y  la  frac- 
ción de  los  libertos.     Los   negros,  como  las  gentes 
de  las  otras  razas,  se  dividieron  entre  los  dos  par- 
tidos contendores,  por    las  causas  locales  que  á  uno 
ú  otro  los  inclinaban.     Por  lo  demás,  ya  hacía  tiem- 
po, esto  es  desde  la  fundación  de  la  República,  que 
el  color   de  la  piel  no  influía  en  la  repartición    de 
las  dos  clases  que  se  pueden    determinar  en  nues- 
tra masa  social   y   las  que   conforme   están   hoy  se 
observan  en  todas  las  épocas  de  nuestra  vida  inde- 
pediente.  Forman  la  una  los  jornaleros,    los  peones 
y  los  conuqueros  que  labran   personalmente  la  tierra 
para  sacar  su  diaria  y  rústica   subsistencia;  he   aquí 
nuestro  proletariado,    la  clase  de  los  reclutables,  la 
parte  infeliz  como  expresivamente  dicen  en  la  tierra 
coriana ;  no  sólo  son  negros,  indios   ó  mulatos  quie- 
nes  la  forman;  allí  están  también  los  blancos  que 
se  hallan  en  idéntica  situación  económica;  ya  desde 
el  siglo  XVII  existían   descendientes   auténticos    de 
conquistadores,  como  una  rama   residente  en  Coro 
de  la  familia  del  Barrio,  que   eran   pobres  de  solem- 

183 


PEDRO  M.   ARCAYA 


nidad.  La  otra  clase  se  extiende  desde  el  pequeño 
industrial,  el  escribiente  de  las  oficinas  públicas  y 
el  dependiente  de  comercio,  por  cortos  que  sean 
sus  sueldos,  hasta  los  más  altos  funcionarios  y  ri- 
cos propietarios;  figuran  en  ella  todas  las  personas, 
cualesquiera  que  sean  su  origen  y  su  color,  que  ora 
por  tener  bienes  de  fortuna,  cortos  ó  cuantiosos,  ya 
sean  heredados  ó  adquiridos,  ora  por  la  posición 
oficial  ó  por  distinguirse  en  cualquier  sentido,  en  el 
trabajo  ó  por  el  talento,  aunque  sea  con  una  distinción 
puramente  relativa  y  local,  sobresalen  algo ;  esta  es 
laclase  de  los  no  reclatables,  condición  que  en  com- 
paración con  la  de  los  peones  reclutables  la  consti- 
tuye en  bloque  distinto,  aunque  en  el  hecho  pudie- 
ra subdividírsela  en  grupos,  raras  veces  com- 
pactos, pero  siempre  y  exclusivamente  desde  el 
punto  ds  vista  de  la  notabilidad  personal,  ora  de- 
penda del  dinero,  de  la  posición  oficial  ó  del  ta- 
lento, nunca  desde  el  punto  de  vista  del  nacimiento 
ni  del  color. 

Fácil  ha  sido  siempre  salir  en  Venezuela  de  la 
clase  proletaria  que  dejamos  descrita,  mediante  cual- 
quier esfuerzo  individual  que  de  siquiera  la  exigua 
notabilidad  que  para  lograrlo  basta.  «Como  viste  sa- 
co ya  no  lo  recluían»  es  frase  que  acaso  habréis  oído 
al  peón  humilde  con  relación  á  algún  antiguo  com- 
pañero y  si  en  ella  os  fijasteis  os  habrá  enseñado 
más  que  un  largo  discurso,  porque  deja  ver  cual  es 
la  injusticia  capital  que  pesa  sobre  la  parte  infeliz 
con  cuál  honda  resignación  la  sufre  y  cuan  débil 
el  esfuerzo  que  hasta  para  penetrar  á  la    otra  clase, 

184 


FEDELI.VCIÓIn    y  BEAIOÜllACIA  EN  VENEZUELA 

la  de  «!o5  no  recliitab!es.>  Vestir  saco  no  es  ser  Doc- 
tor, ni  Bachiller  ó  General;  no  es  ser  rico  ni  aristócra- 
ta, es  distinguirse  aunque  sea   muy  medianamente. 

Desde  luego  se  comprende  que  nuestro  prole- 
tariado se  compone  de  las  gentes  de  la  más  exigua 
iniciativa  en  un  país  donde  tan  poco  abunda.  Este 
solo  dato  nos  demuestra  la  imposibilidad  de  que  haya 
surgido  ni  de  que  llegue  á  surgir  movimiento  al- 
guno colectivo  de  este  proletariado,  mientras  no 
cambie  sus  condiciones  y  las  de  nuestro  medio  so- 
cial. Menester  será  que  varíen  las  circunstancias  eco- 
nómicas del  país  en  el  sentido  de  que  sea  mayor  la 
concurrencia  por  aumento  en  la  oferta  del  trabajo,  que 
sea  por  algunos  pocos  acaparada  la  tierra,  que  hoy  so- 
bra para  todo  el  que  quiera  labrarla  y  que  se  dificul- 
ten así  los  esfuerzos  individuales  de  los  infelices. 
Será  menester  además  que  aumenten  su  capacidad  men- 
tal y  su  energía  para  que  al  advertir,  como  sucede  hoy 
á  los  proletarios  europeos,  la  inutilidad  de  los  ahín- 
cos aislados  por  el  mejoramiento  personal  de  cada 
uno,  tengan  comprensión  y  voluntad  suficientes  para 
intentar  esfuerzos  colectivos. 

Pero  si  examinamos  más  en  concreto  la  cuestión 
que  nos  ocupa  y  nos  fijamos  en  los  primeros  alza- 
mientos de  la  Guerra  Federal,  ocurridos  en  las  sel- 
vas y  llanos  de  Portuguesa,  Barinas  y  Apure,  en  1858, 
que  por  haber  sido  acaudillados  por  oscuros  guerri- 
lleros han  dado  lugar  á  que  se  suponga  que  eran 
movimientos  inspirados  por  la  cuestión  social,  ve- 
remos que  se  explican  más  fácilmente  como  una  sim- 
ple regresión  á  la  vida  nómade  primitiva. 

185 


PKDEü  M.  ARCAYA 


Precisamente  hablando  de  los  aborígenes  de 
esas  comarcas,  decían  lo  siguiente  los  Padres  Capu- 
chinos en  el  Informe  que  sobre  las  Misiones  de  su 
cargo  evacuaron  en  1745.  (7) 

"Los  indios  que  ha  habido  y  hay  en  el  territorio 
"de  esta  Provincia  y  en  sus  dilatados  Llanos,  fuera 
"de  los  primeros  que  se  poblaron  al  principio  de  la 
"conquista  son  de  la  clase  de  los  que  viven  more 
'' peciidum,  sin  conocimiento  de  Dios  ni  adoración 
"falsa  ni  verdadera  ni  subordinación  á  justicia.  No 
"tienen  estos  indios  pueblo  alguno  en  su  gentilidad, 
"sino  es  Rancherías  ó  Aduares  y  éstos  de  poca  gente. 

" Son  muy    flojos,  perezosos  y  haraganes,  muy 

"amantes  de  la  libertad  como  las  fieras  de  los  mon- 
*'tes.     Andan  desnudos  y  en  la  misma  conformidad 

"que  salieron  del  vientre  de  sus  madres No  tienen 

"luz  de  lo  eterno,  ni  conocimiento  de  ley  alguna, 
"ni  aún  de  la  natural  (que  se  hace  increíble  á  todo 
"teólogo  si  no  lo  experimentara);  no  hay  modo  para 
"persuadirlos  y  reducirlos  á  la  fe  sino  es  enseñán- 
"dolos  primero  á  ser  racionales " 

Sólo  por  la  gran  fuerza  que  les  daba  su  fe  religio- 
sa y  á  costa  de  infinita  destreza  pudieron  los  frailes 
misioneros  reducir  aquellas  gentes  é  inculcarles  algu- 
nos rudimentos  de  civilización.  Transformar  de  una 
á  otra  generación  su  alma  hereditaria  no  era  posible  ; 
los  instintos  nómades  quedaron  latentes,  con  sueño 
inquieto,   en  el  fondo  de  su  espíritu  y  para  que  de- 

(7)     Corre  publicado    en   las  páginas  388  y  siguientes  de 
tomo  primero  de  los  "Documentos  para  la  vida  pública  del  Li" 
bertador." 

186 


FEDERACIÓN  Y  DEMOCRACIA   SN  VENEZUJELA 

íinitivamente  sedurmiesen  hubiera  sido  menester  que 
siguiera  resonando  la  sugestiva  voz  que  los  adorme- 
ció, quiero   decir  que  iiubiera  seguido  dándoseles  la 
enseñanza  religiosa  iniciada.     Pero  cesó  bruscamen> 
te  con  la  guerra  de  la  Independencia,  la  cual  habría 
bastado  para  hacerlas  retrogradar  al  puro  salvajismo 
si  la  severa  disciplina  que  desde  1815  se  estableció 
en  los  ejércitos  contendores  no  hubiera  logrado  man- 
tener el  orden.  Pero  la  regresión  vino  pronunciándose 
después  paulatinamente  y  al  cabo   resurgió  el    sal- 
vaje, más  peligroso  que  en  la  época  colonial,  porque 
la  sangre  castellana  y  la   africana  que  en  sus  venas 
se  habían  mezclado  á  la  de  sus  antepasados  indígenas 
le  comunicaban  coraje  y  osadía  y  he  allí  en  la  llanu- 
ra á  los  nómades,    á  los   rebaños  humanos  de   los 
aduares!    Incendian,  porque  tienen  la  nostalgia  an- 
cestral de  las  grandes  extensiones  desiertas,  matan 
los   ganados  que  la  civilización   llevó   á  la  pradera, 
porque  á  su   vista  se  remueven  en   ellos  los  impul- 
sos de  innúmeras  generaciones   de    cazadores  y  al 
fin,  sueltos  en  aquella  reviviscencia  de  la  tribu  todos 
ios  instintos  depredatorios  y  destructores  debía  surgir 
el  hombre  carnicero,  vecino  del   caníbal  de  las  pri- 
meras  edades,    Espinosa,    de    quien    nos    dice  Al- 
varado  que   "saciaba  su  venganza  antes  de    la  in- 
"molación  con  el  tormento  y  después  con  la  expia- 
"ción  ;  ora  clavaba  en   la  pared  un  cuerpo  ya  even- 
"trado,  ora  lo  aspaba    con  estacas    sobre  el  suelo, 
"ora  obligaba  al  hijo  de  la  víctima  porque  velase  el 
"cadáver  á  bailar  de  continuo  en  torno  de  éste,"  (8) 

(8)    Alvarado.  Ob.  cit.  pág.  84. 
187 


PEDEO  M.  AECAYA 


Y  naturalmente  apareció  también  el  mohán,  el  hechi- 
cero. Al  lado  de  Espinosa  nos  lo  muestra  el  Doc- 
tor Villanueva  en  su  «Vida  de  Zamora.>  (9)  Se 
llamaba  Tiburcio.  Encaramábase  á  los  pulpitos  de 
las  iglesias  y  lanzaba  feroces  profecías  de  exterminio 
y  muerte. 

Ahora  bien :  en  el  cerebro  del  salvaje  que  evi- 
dentemente había  vuelto  á  aparecer  en  los  Llanos 
era  imposible  que  germinasen  ideas  no  sólo  del 
orden  complejísimo  que  envuelve  el  vocablo  Fede- 
ración en  su  recto  sentido,  pero  ni  aún  del  género 
de  las  menos  complicadas,  pero  que  contienen  re- 
presentaciones mentales  variadas  como  las  de  igua- 
lación social  y  destrucción  de  privilegios,  que  se 
supone  movían  á  las  turbas  acaudilladas  por  Espi- 
nosa, Alvarez  y  Jesús  Agachado. 

Bástanos  recordar  las  observaciones  de  Herberí 
Spencer  (10)  acerca  del  hombre  primitivo  conside- 
rado bajo  su  aspecto  físico,  emocional  é  intelectual. 
"Su  conciencia  difiere  de  la  del  hombre  civilizado 
^*en  cuanto  se  compone  principalmente  de  represen- 
^'taciones,  de  sensaciones  y  de  sentimientos  simples 
"asociados  directamente  con  las  sensaciones  y  en 
"que  contiene   menos    sentimientos   que    impliquen 

"representaciones  de  consecuencias  mediatas Go- 

"bernados  por  emociones  despóticas  que  ¿e  supian- 
"tan,  en  lugar  de  seguir  la  determinación  de  un 
"consejo   de  emociones  en  donde  todas  desempeñen 

(9)  Villanueva.  "Vida  de  Zamora,"  244. 

(10)  Spencer.  "Datos  de  la  Sociología"  Cap.  11.  Traducción 
española  bajo  el  nombre  "El  universo  Social."  Tomo  2,  pág.  49- 

188 


FEDERACIÓJí   Y   DEMOCRACIA  EN   YEXEZUELA 

"su  papel,  el  hombre  primitivo  sigue  una  conduc- 
"ta  explosiva,  caótica.  Como  no  está  familiarizado 
"sino  con  los  hechos  particulares  que  entran  en 
"el  estrecho  campo  de  su  experiencia,  dicho  se 
"está  que  no  tiene  concepción  alguna  de  los  hechos 
"generales.  Una  verdad  general  implica  algún  ele- 
"mento  común  de  muchas  verdades  particulares,  im- 
"plica  por  tanto  una  correspondencia  más  extensa 
"y  más  heterogénea  de  las  verdades  particulares^ 
"implica  una  representación  superior  puesto  que 
"reúne  necesariamente  ideas  más  numerosas  y  más 
"variadas  en  la  ¡dea  general." 

"Le  falta  imaginación  constructiva.  Esta  laguna 
"encuéntrase  como  es  natural  en  todo  espíritu  que 
"vive  de  percepciones  simples,  que  se  contenta  de 
"ideas  concretas  y  que  es  incapaz  de  ideas  abstrac- 
"tas,  que  tal  es  en  suma  el  espíritu  del  hombre  pri- 
"mitivo " 

En  tal  estado  no  caben  en  la  mente  humana, 
respecto  de  organización  política  ó  social,  mas  ideas 
ni  sentimientos  que  los  muy  sencillos  de  la  sumi- 
sión, por  afecto  ó  miedo  á  un  Caudillo  cualquiera. 

Por  lo  demás  aquellos  movimientos  de  los  Llanos 
no  se  hicieron  en  son  de  Revolución  nacional.  Sus 
cabecillas  no  tenían  imaginación  para  idearla.  Se 
alzaban  inconscientemente  por  volver  á  la  vida  nóm.ade 
y  así  robaban  y  depredaban.  Después  que  la  Re- 
volución Liberal  estalló  formalmente  en  Coro  y  se 
extendió  por  toda  la  República^  entraron  á  sus  filas, 
porque  en  lucha  ellos  con  las  autoridades  de  sus 
lugares    venían  á  quedar,  por  la  fuerza  misma  de  los 

189 


PEDRO  M.   AKCAYA 


sucesos,  incorporados  á  la  revuelta  general.  No  los 
movió  odiosidad  especial  hacia  el  bando  oligarca 
cuando  se  alzaron,  bien  que  luego,  por  consecuen- 
cia de  la  guerra,  tomaron  eran  aversión  á  los  godos. 
Partidas  semejantes  se  formaron  años  después  en 
esos  mismos  Llanos  y  se  incorporaron  á  «los  azules» 
porque  ellos  constituían  entonces,  después  del  27 
de  abril,  la  Revolución  contra  el  orden  gubernamen- 
tal representado  por  el  Gobierno  del  General  Guz- 
mán  Blanco  y  sus  restos  se  agregaron  á  la  facción 
de  Salazar. 

El  verdadero  carácter  de  la  Revolución  Federal 
debe  buscarse  en  los  movimientos  organizados  que 
tuvieron  lugar  en  Coro  y  en  el  Centro  de  la  Re- 
pública en  1859.  No  eran  á  decir  verdad  una  ex- 
plosión del  salvajismo,  como  los  que  el  año  ante- 
rior encabezara  Espinosa  en  los  Llanos;  por  ejem- 
plo, las  tropas  que  salieron  de  Coro  con  Zamora^ 
arrastradas  por  su  prestigio  y  el  de  Falcón,  estaban 
constituidas  por  exelentes  elementos  populares,  aun- 
que á  la  postre  la  larga  duración  de  la  guerra  y 
la  desorganización  de  las  guerrillas  después  de  Copié, 
hizo  que  estas  retrocedieran,  en  muchas  partes  de 
la  República,  á  una  condición  parecida  á  la  de  los 
grupos  de  Espinosa.  Tampoco  representaban  la  ten- 
dencia federalista  que  proclamaban,  idea  abstracta 
por  la  cual  nadie  era  capaz  de  hacer  ningún  es- 
fuerzo. Eran  sí  las  agitaciones  de  un  partido  polí- 
tico poderoso,  que  caído  del  mando  aspiraba  á  reivin- 
dicarlo, que  oyendo  las  declamaciones  de  sus  ad- 
versarios se    sentía  profundamente  herido  y  se  creía 

190 


FEDERACIÓN   Y   DEMOCRACIA    EN   VENEZUELA 

perseguido  de  muerte,  que  teniendo  en  su  seno  mili- 
tares prestigiosos  que  representaban  grandes  fuer- 
zas efectivas  y  numerosos  é  importantes  elementos 
civiles,  juzgaba  fácil  empresa  la  de  derribar  sus  ad- 
versarios, de  un  Partido  en  fin,  que  tenía  el  con- 
vencimiento de  constituir  la  porción  de  los  buenos, 
de  los  magnánimos,  de  los  generosos  en  la  Na- 
ción venezolana  y  juzgaba  que  era  guerra  santa, 
la  que  por  su  propio  triunfo  emprendiera.  Pero  en 
su  aversión  á  los  contrarios,  á  los  godos,  no  entraba 
como  factor  la  antipatía  de  castas  ni  colores.  Tan 
odiados  eran  por  los  federales  «los  godos»  negros 
como   los  blancos. 

No  podía  ser  de  otro  modo  porque  los  inicia- 
dores y  primeros  propagandistas  de  la  Revolución 
distaban  mucho  de  pertenecer  á  \a  parte  infeliz  que 
arriba  describimos.  Casi  todos,  comenzando  por 
Falcón  y  Zamora,  eran  propietarios  y  hombres 
de  significación  política  y  social.  Tómese  por  ejem- 
plo la  lista  de  los  federales  que  firmaron  el  pronun- 
ciamiento de  Caracas  de  1'-^  de  agosto  de  1859  y 
se  verán  los  nombres  de  muchos  de  aquellos  man- 
tuanos  cuyo  compañerismo  tanto  ufanaba  á  D.  An- 
tonio Leocadio  Guzmán.  Esos  iniciadores  y  primeros 
propagandistas  fueron,  en  verdad,  perdiendo  su  im- 
portancia en  las  filas  revolucionarias  á  medida  que 
la  guerra  se  prolongaba  y  surgían  nuevos  Caudillos 
locales,  pero  el  espíritu  de  la  Revolución  siguió  sien- 
do el  mismo :  guerra  á  «los  godos,»  ésto  es,  á  los 
partidarios  del  Gobierno,  á  la  gente  mala  por  ser 
adversaria ;  no  á  ricos  ni  á  blancos  en  general.  Sólo 

191 


PEDRO  M    ARC>VYA 


que  el  concepto  de  godo  á  medida  que  los  guerri- 
lleros federales  rctrogadaban  al  nivel  del  hombre 
primitivo^  transformábase  en  ellos  en  la  vaga  ¡dea 
de  los  malos  seres  fantásticos  que  los  antepasados 
nómades  columbraban,  medrosos,  en  la  selva.  (11)  Mas 
por  lo  mismo  que  era  tan  vago  ese  concepto  pa- 
voroso, iuiposible  resulta  que  se  concretara,  como 
cree  Gil  Furtoul,  en  las  ideas  de  «hacendado»  ni  de 
«blanco.» 

Aparece  contradictoria  la  hipótesis  de  que  la 
Federación  representara  una  lucha  de  clases,  con 
el  hecho  de  que  al  cabo  de  triunfar  el  Partido  que 
se  cree  que  encarnaba  las  aspiraciones  colectivas  del 
proletariado  quedara  éste  tanto  ó  más  oprimido  que 
antes.  Escritores  ap  .sionados  suprimirían  la  difi- 
cultad con  negar  el    hecho  apuntado  á  pesar  de  su 

(11)  Parece  indudable  que  los  guerrilleros  federales  á  que 
nos  referimos  en  el  texto  consideraban  á  los  soldados  que  los 
combatían  y  á  los  cuales  veían  conformados  del  mismo  modo 
que  ellos,  como  simples  agentes  de  los  verdaderos  godos,  los 
bravos,  especie  de  ogros  que  en  su  concepto  moraban  en  in" 
cógnitas  comarcas.  De  allí  la  frase  godos  de  uña  en  el  rabo, 
tan  frecuentemente  usada  en  los  campamentos  federales  y  que 
repitió  el  General  Guzmán  Blanco  en  su  libro  "En  defensa  de 
la  Causa  Liberal,"  página  192-  ¿Sería  que  las  creencias  de  los 
guerrilleros  entraban  por  un  curioso  fenómeno  de  sugestión 
colectiva  á  formar  parte  del  siibstratiim  de  las  inteligencias  su" 
pcriores  que  estaban  en  contacto  con  ellos?  ¿Sería  éste  uno  de 
los  casos  que  dice  A\ax.  Nordau  de  sugestiones  sufridas  sin  ser 
notadas  por  la  conciencia  pero  sí  percibidas  por  los  centros 
cerebrales?  ¿Habría  una  persistencia  de  aquellas  sugestiones 
en  la  influencia  que  tuvo,  después  de  la  guerra  federal,  el  epí 
teto  "godo"  en  nuestra  historia  política? 

192 


FEDERACIÓN  Y  DEMOCRACIA  EN  VENEZUELA 

evidencia,  pero  Gil  Fortoul,  respetuoso  á  la  verdad 
no  lo  contradice  sino  que  quiere  explicarlo  diciendo 
que  "los  evangelistas  del  régimen  federativo,  tan 
"convencidos  como  sus  adversarios  de  la  conve- 
"niencia  ó  ventaja,  para  ellos,  de  una  oligarquía 
"territorial  ó  militar  ó  intelectual,  hicieron  después 
"en  el  Gobierno  cuanto  les  fué  posible  para  retro- 
"traer  la  Federación  á  su  esencia  de  teoría  política, 
"bautizando  con  ella  la  constitución  para  no  con- 
"tradecir  el  programa  de  su  partido,  pero  despo- 
"jándola  del  concepto  de  igualación  de  clases  que 
"durante  los  años  de  lucha  armada  predominó  en 
"el   pueblo." 

No  vemos  nosotros  así  la  marcha  de  los  su- 
cesos determinados  por  aquella  guerra.  La  opre- 
sión evidentemente  mayor  á  que,  después  del  triunfo 
federal,  quedó  sometida  la  clase  proletaria,  no  fue 
por  obra  de  reacción  antidemocrática  meditada  por 
los  directores  de  la  Revolución  victoriosa,  sino  re- 
sultado necesario  del  régimen  que  por  virtud  de  la 
misma  larga  guerra  se  impuso  al  país. 

En  efecto,  como  ya  dijimos,  los  elementos  de 
antigua  significación  política  y  social  que  dirigían 
la  Revolución  en  sus  comienzos  fueron  después,  en 
su  mayor  parte,  suplantados  por  los  Caudillos  que 
lograron  hacerse  régulos  de  las  partidas  ó  guerri- 
llas surgidas  en  casi  todo  el  País  desde  principios 
de  1860. 

Los  más  de  estos  Caudillos  provenían  cierta- 
mente de  la  clase  proletaria,  pero  como  no  fue  sino 
de   Partidos  la  lucha,    ninguna   solidaridad  existía 

193 


PEDRO  Jtf.  AECAYA 


entre  ellos  y  su  clase  originaria  de  la  cual  salían 
por  el  hecho  mismo  de  encumbrarse.  No  era  con 
el  «proletariado,»  con  «los  pobres,»  en  general  é  in- 
determinadamente con  quienes  podían  creerse  solida- 
rizados aquellos  hombres  cuya  mente  no  se  alimen- 
taba sino  de  percepciones  simples.  Era  con  el  grupo 
de  individuos,  sus  compadres  y  parciales  que  cons- 
tituían su  «prestigio»  con  el  que  se  sentían  ligados. 
A  estos  individuos  protegería  cada  uno  de  aquellos 
Caudillos  en  el  ejercicio  del  mando  absoluto  que 
por  consecuencia  de  la  guerra  lograron  al  triunfar 
la  Federación,  pero  esa  protección  era  en  cambio  de 
que  siguieran  sumisos  á  su  voz,  prontos  para  volver 
á  nuevas  contiendas,  siempre  que  á  él,,  al  Jefe,  así 
conviniera;  cosa  análoga  en  el  fondo,  aunque  más 
burda  en  la  forma,  á  la  protección  que  los  señores 
feudales  de  la  Edad  Media  otorgaban  á  sus  vasa- 
llos y  verdaderamente  una  nueva  opresión  que  pesaba 
sobre  los  humildes.  Y  en  cuanto  á  los  proletarios 
adheridos  al  Partido  oligarca,  mejor  dicho  á  los 
Caudillos  que  figuraron  en  ese  bando  y  aún  respecto 
de  los  proletarios  que  combatieron  en  las  filas  fede- 
rales pero  que  pertenecían  á  la  comunión  de  algún 
Caudillo  rival  del  que  obtuvo  el  mando  de  la  res- 
pectiva localidad,  no  había  ya  el  valladar  de  tradi- 
ciones legalistas  siquiera  exiguas,  que  contuvieran 
el  desbordamiento  de  la  voluntad  omnímoda  y  ca- 
prichosa de  los  régulos  triunfadores,  y  sin  mayor 
esfuerzo  se  comprende  que  debía  de  ser  sobre  los 
adversarios  humildes,  sobre  las  pobres  gentes  sin  el 
amparo  de  relaciones  ni  influencias  sobre  quienes  más 

194 


FEDERACIÓN  Y  DEMOCRACIA  EN  VENEZUELA 

gravitara    el  peso    de  su  ojeriza,  más  temible  mien- 
tras menos   extenso  fuera  el   radio  de  su  acción. 

Después  Guzmán  Blanco,  refrenando,  mediante 
la  definitiva  constitución  de  una  fuerle  é  incontras- 
table monocracia  central,  al  caudillaje  feudal  que 
surgió  de  la  Guerra  de  los  cinco  años,  hizo  que 
los  régulos  locales  fueran  más  mesurados  y  así  no 
estuvieron  tan  expuestos  á  duras  persecuciones  los 
humildes  que  no  fuesen  partidarios  suyos.  Pero  el 
reclutamiento  arbitrario,  arraigado  en  el  largo  tu- 
multo de  aquella  guerra  no  volvió  á  ser  siquiera 
morijerado  con  la  reorganización  de  las  milicias 
que  hasta  los  Gobiernos  de  Gual  y  Tovar  existieron 
en  el  País  y  que  en  mucho  amparaban  á  los  pobres, 
siquiera  haciendo  fijo  el  tiempo  de  su  servicio,  al 
paso  que  después  ocurrieron  frecuentes  casos  de 
estar  algunos  infelices  hasta  diez  años  en  los  cuar- 
teles. En  suma,  triunfante  definitivamente  el  Par- 
tido Liberal  siguió  más  visible  la  distinción  de  las 
dos  clases :  redutables  y  no  recltitables,  que  arriba 
explicamos.  (12) 

(12)  He  aquí  descrita  en  breves  y  expresivos  rasgos,  en  el 
Mensaje  del  Primer  Magistrado  de  la  Nación,  señor  General 
Juan  Vicente  Gómez,  al  Congreso  de  1909,  la  situación  del 
País,  (por  lo  que  respecta  á  lo  que  decimos  en  el  párrafo  anota- 
do del  texto,)  tal  como  la  encontró  nuestro  Supremo  Magis- 
trado al  iniciar  su  Gobierno,  al  cabo  de  medio  siglo  de  triun- 
fante la  Causa  Federal.  "El  tributo  de  sangre  y  de  servicio 
"militar  no  puede  corresponderle  á  una  sola  clase  social  é  im- 
"ponérsele  á  ésta  por  fuerza  y  capricho  en  una  democracia  sin 
"falsearla  á  beneficio  de  otra  clase  privilegiada.  Apelo  á  vuestra 
"humanidad  y  á  vuestro  sentimiento  del  deber  republicano,  al 

195 


PEDRO  3Í.   AECAYA 


De  ese  resultado,  forzosa  consecuencia  de  una 
larguísima  guerra,  nadie  en  particular  puede  ser  res- 
ponsable, ni  hombres  ni  grupos  del  partido  triun- 
fante ni  del  vencido  y  sí  todos  en  conjunto  cul- 
pables, liberales  y  oligarcas,  por  la  vehemencia  de 
sus  pasiones  y  la  estrechez  de  sus  miras.  Pero  en 
verdad,  ¿no  son  la  imprevisión  y  la  impulsivilidad 
rasgos   hereditarios  del  carácter  nacional  ? 

Creemos  haber  dejado  ya  demostrada  nuestra 
tesis:  que  ni  por  sus  antecedentes  ni  por  sus  carac- 
teres ni  por  sus  resultados  puede  considerarse  la 
Guerra  Federal  como  una  lucha  del  proletariado  ve- 
nezolano por  su  emancipación.  Bueno  es  dejar  afir- 
mada, sobre  la  inconmovible  base  de  los  hechos 
demostrados,  esta  consecuencia:  que  nunca  tuvie- 
ron nuestros  partidos  históricos  cimientos  estables 
ni  los  diferenció  ningún  criterio  preciso.  En  prin- 
cipios teóricos  no  discrepaban  y  tampoco  encarna- 
ban opuestos  intereses  de  clases  rivales. 

Se  odiaron  y  combatieron  por  el  fanatismo  que 
les  inspiró  la  arraigada  creencia  de  cada  uno  en  la 
propia  bondad  y  en  la  maldad  del  adversario.  Léanse 
los  opuestos  escritos  de  Guzmán  y  de  Serrano,  por 
ejemplo,  y  se  verá  que  para  el  uno  los  li- 
berales eran  los  mansos,  los  benignos  y  los  oligar- 
cas los  crueles  y  lo  inverso  para  el  otro.  Especial- 

'  impetrar  de  vosotros  una  ley  que  corrija  la  odiosa  forma  de 
"esclavitud  mantenida  por  la  práctica  del  reclutamiento,  á  des_ 
"pecho  de  la  Constitución  y  que,  al  conciliaria  doctrina  con 
*  las  costumbres,  devuelva  al  pueblosuderecho  ylafé  en  la  efec- 
tividad de  los  principios  proclamados  en  nuestros  Códigos." 

196 


FEDERACIÓN   Y   DEMOí-EACIA   Í^N   VENEZUELA 

mente  esa  convicción  de  que  el  Partido  Liberal  re- 
presentó en  nuestra  historia  la  tendencia  de  la  tole- 
rancia y  la  magnanimidad,  que  es  lo  mismo  en  el 
fondo  que  afirmar  que  en  él  se  encarnó  el  Espíritu 
del  Bien  y  que  el  Partido  Oligarca  representó  el  Es- 
píritu del  Mal,  tan  arraigada  estuvo,  aún  en  liberales 
ilustrados,  que  después  seriamente  la  expusieron  en 

'ibros  de  historia  por  vía  de  filosófica  explicación 

Es  en  esa  «oposición  de  tendencias»-  y  no  en  la 
hipótesis  de  una  lucha  de  clases,  en  lo  que  basa- 
ron siempre  los  viejos  liberales  «puritanos»  la  dis- 
tinción de  los  Partidos.  (13) 

¡Cuan ardientes  fanatismos  no  generarían  en  las 
épocas  de  lucha  tales  convicciones,  tan  propias  para 
satisfacer  los  espíritus  incultos  de  los  Jefes  que  en 
uno  y  otro  bando  movían  las  masas  porque  apenas 
son  una  leve  transformación  de  la  vieja  creencia  de 
todas  las  primitivas  colectividades  humanas  en  la 
inspiración  y  la  protección  justificadora  del  Dios  de 
la  tribu,  esto  es  del  Buen  Espíritu,  para  todos  sus 
actos,  aun  los  más  crueles! 


(13)  En  efecto:  muy  distinto  es  el  criterio  de  los  verdaderos 
representantes  de  las  tradiciones  del  liberalismo  criollo,  es 
decir,  de  los  viejos  "puritanos"  al  de  los  escritores  jóvenes, 
de  la  escuela  "radical  socialista"  que  habiendo  figurado  en  la 
política  militante  en  alguna  de  las  agrupaciones  en  que  se  divi- 
dió el  Partido  Liberal,  han  querido  amoldar  á  sus  ideas  la  his- 
toria de  este  Partido  suponiéndole  ideales  análogos  á  los  de  la 
escuela  de  sus  afecciones  é  imaginando,  como  dejamos  dicho 
en  esta  conferencia,  la  teoría  de  la  lucha  del  proletariado  por 
su  emancipación  en  Venezuela. 

197 


PEDRO  31.     ARCAYA 


Pero  por  lo  mismo  que  sólo  por  fanatismo  y 
apasionamiento  se  peleaba,  porque  esos  bandos  no 
representaban  opuestos  intereses  permanentes  que 
á  la  postre  los  hubieran  obligado  á  convivir  fuera  del 
campo  de  la  lucha  armada,  combatiéronse  en  crudas 
guerras  exterminadoras.  Menos  vigoroso  el  oligarca 
pereció  el  primero  y  pudo  Guzmán  Blanco  procla- 
mar alborozado  su  total  destrucción ;  no  habría  su- 
cedido si  realmente  encarnara  aquel  círculo  los  in- 
tereses colectivos  de  las  clases  superiores.  Pero  lue- 
go, por  lógico  resultado  de  la  misma  carencia  de 
intereses  comunes  que  representar,  dividióse  el  Par- 
tido Liberal  en  tantas  fracciones  personalistas  cuan- 
tos Caudillos  prestigiosos.  Dejó  así  la  expresión 
«Partido  Liberal»  de  tener  la  significación  concreta 
que  seguía  evocando,  de  grupo  organizado,  para  ad- 
quirir en  la  realidad  el  sentido  de  Secta  ó  Religión 
Liberal,  porque  sólo  de  común  perduró  entre  las 
varias  fracciones  liberales,  con  frecuencia  enemigas 
unas  de  otras,  el  culto  á  la  vieja  historia  del  Partido 
de  que  arrancaban. 

Afortunadamente,  señores,  las  ráfagas  destructo- 
ras de  leyendas,  que  soplan  de  todos  los  ámbitos 
de  la  humana  inteligencia  en  nuestra  época  de  aná- 
lisis y  de  crítica,  impiden  que  renazcan  los  viejos 
fanatismos  y  con  ellos  las  discordias  del  pasado. 

Felicitémonos  de  que  así  sea,  para  que  unidos  todos 
los  venezolanos  tengamos  como  supremo  objetivo  de 
nuestros  comunes  esfuerzos  la  gloria  y  la  grandeza 
de  la  Patria' 


198 


UN  LIBRO  ARGENTINO 


U]Sr  LIBRO  ARGENTINO 


En  los  últimos  días  del  próximo  pasado  mes  de 
marzo,  nuestro    honorable  amigo   el  Doctor   Arturo 
Ayala,  que  oyó  nuestra  conferencia  sobre  «Federación  y 
Democracia  en  Venezuela»,  leída  por  nosotros  en  el 
Liceo  de  Ciencias  Políticas,  á  mediados  del  mismo  mes 
y  conocía  nuestro  estudio  «José  Antonio   Páez»,  pu- 
blicado en  El  Cojo  Ilustrado  del  1*?  de  enero  de  1908, 
nos  dijo  que   era  notable   la  coincidencia  de  varias 
de    nuestras    observaciones,  relativas  á    Venezuela, 
con  las  que  acerca  de  la  Argentina,  en  los  primeros 
años  de   su  vida  independiente,    traía  un  libro  pu- 
blicado en  aquel  país  y  del  cual  poseía  un  ejemplar — 
el  único  llegado  á  Venezuela.  Despertada  así  nuestra 
curiosidad,   pedímosle  que   nos   facilitara  ese  ejem- 
plar; á  ello  accedió  gustoso  el  Doctor  Ayala  y   así 
vinimos  á  conocer  la   obra :  «La  Anarquía  Argentina 
y  el  Caudillismo.  Estudio  psicológico  de  los  oríge- 
nes nacionales  hasta  el  año  XXIX  por  Lucas   Aya- 
rragaray»,  publicado  en  Buenos  Aires  fCasa  de   Félix 
Lajoane  y  C'^   Editores,    143    Calle  Perú)*  en    1904, 
Con  intenso  interés  hemos  leído  este  libro.  Pro- 
funda satisfacción    nos  ha    causado  ver   cómo,  sin 
conocer   nosotros  la  obra  del    pensador    argentino, 
habíamos   llegado   á  conclusiones    muy  parecidas  á 

201 


PEDRO  M.   AKCAYA 


las  suyas  en  nuestros  estudios  sobre  la  evolución 
política  venezolana.  Y  es  porque  ambos  tenemos  los 
mismos  maestros:  Spencer  yTaine;  porque  son  muy 
semejantes  los  medios  sociales  que  hemos  anali- 
zado, y  porque,  para  verlos  bien,  nos  hemos  quitado 
de  los  ojos  del  entendimiento  las  telarañas  de  las 
reminiscencias  clásicas.  Nada  en  efecto  que  más  ex- 
ponga á  incurrir  en  falsísimos  conceptos  que  exa- 
minar la  evolución  de  estos  países  «mestizos»,  pro- 
curando amoldarla  á  la  de  Eoma  ó  de  las  modernas 
sociedades  europeas.  Diferentes  los  factores  étnicos, 
por  fuerza  debió  resultar  en  la  América  latina  una 
«alma»  distinta  de  la  europea  y  por  consiguiente 
especiales  aspectos  de  la  vida  social.  Partiendo  de 
este  postulado,  basta  recordar  los  datos  desbordan- 
tes que  patentizan  la  singularidad  déla  psiquis  lati- 
no americana  y  observar  sus  varios  matices  en  cada 
una  de  las  Repúblicas  criollas  y  entonces,  en  el  cuadro 
que  se  pinte  al  escribir  algún  capítulo  de  la  historia 
de  estos  países,  aparecerán  figuras  que  tendrán  vida 
que  sentirán  con  la  misma  alma  que  cuando  eran 
personas  de  carne  y  hueso  y  hablarán  su  propio 
idioma;  no  los  incognoscibles  retratos  que  diseñan  los 
pintores  clásicos,  esto  es,  los  que  escriben  la  historia 
por  los  métodos  viejos,  queriendo  insuflará  los  per- 
sonajes de  nuestros  anales  almas  «romanas»  ó 
«francesas»  ó  «yankees»  y  poniéndolos  á  discurrir, 
ora  con  el  criterio  de  los  «plebeyos»  ó  «los  patri- 
cios» de  Roma,  ora  con  el  de  los  «paisanos»  ó  «bur- 
gueses» ó  «nobles»  de  Francia,  ya  con  el  de  los  «fede- 
ralistas» norte  americanos,   lo  cual  proviene  de  que 

202 


UN    LIBRO  AROEXTlXO 


para  los  escritores  á  quienes  inspira  el  espíritn  «clÁ- 
sico»,  tan  magistralmente  descrito  por  Taine,  no 
hay  «almas»  nacionales,  sino  imaginarios  «tipos», 
cosmopolitas  é  iguales  en  todos  los  tiempos,  el  tipo 
del  «noble»,  en  el  cual  engloban  desde  el  patricio 
latino  hasta  el  mantuano  venezolano  de  la  época  co- 
lonial, junto  con  el  lord  inglés  y  el  aristócrata  fran- 
cés; el  <pohre>  y  el  «plebeyo»  y  allí  meten  desde  las 
gentes  que  se  iban  al  Monte  Aventino  en  Roma  hasta 
los  <peones^  de  nuestro  país,  junto  con  los  prole- 
tarios europeos;  el  «rico»  y  hacen  una  curiosa  asi- 
milación del  potentado  europeo,  con  sus  enormes 
tesoros,  al  propietario  rural  de  míseros  países  sur- 
americanos  como  el  nuestro,  cuya  «riqueza»  á  ve- 
ces consiste  sólo  en  tierras  incultas  que  nada  pro- 
ducen y  del  plutócrata  yankee  al  comerciante  de 
nuestras  plazas,  casi  siempre  lleno  de  deudas  y  ex- 
puesto á  la  quiebra  por  las  guerras  civiles.  De  allí 
que  en  lasdisquisiciones  de  estos  escritores  el  «peón» 
se  esfuma  en  el  tipo  clásico  en  que  lo  engloban  y 
ya  lo  ponen  á  hablar  como  el  «plebeyo»  romano, 
ya  como  el  «proletario»  francés  y  por  eso  también 
que  la  silueta  real  del  «mantuano»  de  la  colonia, 
caballero  en  su  muía,  viajando  por  fragosos  cami- 
nos en  la  atención  de  unas  cortas  haciendas,  plan- 
tadas en  el  centro  de  grandes  posesiones  incultas, 
ó  atendiendo  el  «rodeo  de»  vacas  alzadas  en  la  sa- 
bana, se  transfoma  en  la  imagen  del  gran  señor, 
habitador  de  suntuosos  palacios,  de  gustos  delica- 
dos, de  orgullo  inconmensurable,  al  estilo  de  los 
barones  de  las  novelas  de  Walter  Scott. 

203 


PEDRO  M.     ARCAYA 


,  Los  que  nos  inspiramos  en  el  método  de  Taine 
procedemos  de  otro  modo.  Tratamos  de  observar 
los  hechos  como  son  en  cada  pueblo;  no  nos 
atenemos  á  nombres,  aunque  suenen  como  los  que 
en  otros  países  corresponden  á  determinados  con- 
ceptos, para  creer  que  significan  lo  mismo,  porque 
recordamos  cómo  varían  las  acepciones  de  los  tér- 
minos, especialmente  los  que  se  refieren  á  ideas  abs- 
tractas ó  á  condiciones  sociales,  al  pasar  de  un 
medio  á  otro  de  diferente  mentalidad  hereditaria- 
Que  al  pintar  el  cuadro  como  fue  la  cosa,  se  vean 
en  el  lienzo  personajes  grotescos  que  gesticulan  y 
gritan,  en  lugar  de  figuras  magestuosas  que  en  ac- 
titudes solemnes  hilvanen  discursos  llenos  de  ló- 
gica, que  en  vez  del  "ciudadano  armado  luchando 
"por  la  santa  causa  de  la  libertad,"  resulte  dise- 
ñado el  indio  salvaje  ó  el  negro  cruel  ó  el  blanco 
loco  ó  el  híbrido  inconsciente  que  se  «alzaron,»  no 
por  tal  «libertad»  sino  por  afecto  ó  miedo  al  Cau- 
dillo de  su  aldea  que  los  llevó  á  la  guerra,  que 
todo  eso  y  más  resulte,  no  es  culpa  del  pintor, 
quien  llenará  á  cabalidad  su  oficio  en  ciñéndose  á 
la  verdad.  Mas  como  precisamente  cuando  se  pinta 
la  vida  tal  cual  es,  se  tropieza  á  cada  paso  con  la 
tragedia  y  sobre  todo  en  la  existencia  agitada  y 
tormentosa  de  los  países  latino  americanos,  el  his- 
toriador psicólogo  hallará  el  resorte  íntimo  del  per- 
sonaje grotesco  ó  desequilibrado,  la  fibra  sensible 
que  al  vibrar,  agitada  por  los  sucesos  trágicos,  le 
hará  tomar  actitudes  que  no  por  no  ser  «clásicas» 
son  menos  dignas  de  la  estatuaria.    Pero    que    no 

204 


UN   LIBRO  ARGENTINO 


busque  esa  fibra  en  ¡deas  abstractas  que  no  pueden 
tener  influencia  sino  en  entendimientos  superiores ; 
no  la  encontrará  sino  en  los  sentimientos  que  arrai- 
gan en  las  capas  inconscientes  del  alma  heredita- 
ria, en  el  valor,  en  la  lealtad  que  en  sus  formas  pri- 
mitivas es  fidelidad  aún  á  prueba  de  todas  las  de- 
cepciones, en  el  orgullo,  padre  del  honor,  en  la 
piedad  que  dormida  á  veces  en  el  fondo  del  es- 
píritu, hace  súbita  irrupción  en  las  regiones  cons- 
cientes de  algunas  almas  crueles,  en  el  respeto  á 
algún  culto  religioso,  en  los  poderosos  afectos  de 
la  sangre  ! 

Según  la  potencia  visual  y  representativa  del 
pintor,  el  cuadro  será  más  ó  menos  preciso  en  sus 
detalles  ó  abarcará  un  campo  más  ó  menos  ex- 
tenso. 

Esto  es  en  suma  lo  que  enseña  el  método  de 
Taine.  Sus  humildes  discípulos  de  por  acá,  al  pro- 
curar imitarlo,  no  copiamos  servilmente  al  gJan  fran- 
cés, como  algunos  pudieran  imaginarlo.  Si  lo  hicié- 
ramos, desde  luego,  iríamos  contra  su  sistema  mismo, 
porque  la  vida  latino  americana  no  es  la  europea 
y  resultaría  incongruente  aplicar  á  nuestras  cosas 
lo  que  dice  Taine  de  las  de  Francia,  por  ejemplo. 
Pero  su  método  de  observación  es  aplicable  á  la 
historia  de  todos  los  países.  A  él  le  mostró  la 
contextura  íntima  del  alma  inglesa  y  le  dio  la  clave 
explicativa  de  su  literatura ;  le  enseñó  las  tenden- 
cias profundas  del  alma  francesa  y  así  le  paten- 
tizó la  trama  de  la  vida  política  de  su  nación.  Bien 
empleado   en   estos   países    puede  hacer    que    nos 

205 


PEDRO  31.  ARO  A  YA 


demos    razón  exacta  de    los  sucesos    que  los  han 
agitado,   averiguando  sus  causas  profundas. 

El  señor  Ayarragaray  ve  hondo  y  extenso.  Por 
eso  su  libro  es  lúcido ;  abarca  toda  una  época  y 
presenta,  con  vivos  colores,  los  hombres  y  las  cosas 
de  la  Argentina  en  el  tiempo   que  estudia. 

Débiles  nuestros  ojos  sólo  hemos  podido  co- 
lumbrar y  diseñar  aspectos  fragmentarios  de  la 
evolución  de  nuestro  país.  Pero  creemos  haberlos 
visto  como  son.  En  efecto,  si  se  fuera  á  esbozar 
el  tipo  sociológico  de  la  nacionalicad  hispano  ame- 
ricana, con  los  rasgos  comunes  que  los  mismos 
factores  étnicos  han  determinado  en  nuestros  países, 
se  hallaría  una  singular  coincidencia  entre  algunos 
de  los  muchos  observados  por  Ayarragaray  en  la 
Argentina  y  los  pocos  que  nosotros  hemos  podido 
ver  en  Venezuela, 

Hagamos  un  suscinto  extracto  del  libro  que  nos 
ocupa,  con  las  observaciones  que  cada  materia  nos 
sugiera  relativamente  á  Venezuela. 

LA  r.AZA 

Negros,  blancos  é  indios  mezcláronse  para  for- 
mar el  pueblo  venezolano.  Los  mismos  elementos 
contribuyeron  á  la  constitución  del  pueblo  argen- 
tino. Según  Ayarragaray  se  puede  calcular  la  población 
de  su  país  á  fines  del  siglo  XVIll  en  300.000  habi- 
tantes de  los  cuales  eran  negros  y  mulatos  30.000 
y  el  resto  indios  y  mestizos,  siendo  pocos  los  blan- 
cos de  pura  raza. 

206 


UN  LIBRO  ARGENTINO 


Ahora  bien :  esta  semejanza  de  los  elementos 
étnicos,  mientras  subsistió,  explica  la  analogía  de  los 
sentimientos  predominantes  en  ambos  países.  La 
diferencia  de  matices  resulta  de  haber  sido  distinta 
la  proporción  de  esos  elementos.  En  efecto,  se  cal- 
cula que  en  Venezuela,  en  los  primeros  años  del 
siglo  XIX,  vivían  800.000  habitantes,  de  los  cuales 
eran  blancos  europeos  12.000,  blancos  criollos  200.000 
(entre  estos  quizás  más  de  la  mitad  mestizos)^  in- 
dios de  raza  pura  120.000,  esclavos  negros  72.000 
y  pardos  (los  que  tenían  sangre  africana  en  mayor 
ó  menor  grado)  400.000.  Era  pues  mucho  mayor  el 
elemento  negro  en  Venezuela  que  en  la  Argentin?. 
Cuando  se  modificó  allá  de  un  modo  apreciable  la 
raza,  por  virtud  de  la  inmigración,  variaron  tam- 
bién las  manifestaciones  de  la  vida  argentina,  has- 
ta el  extremo  de  ser  hoy  muy  distintas  de  la-nues- 
tra.  Influyó  en  esto  la  situación  de  los  países;  aquél 
fuera  de  los  trópicos  y  por  consiguiente  habitable 
por  la  gente  europea  que  arribó  en  tropel  á  sus  pla- 
yas ;  el  nuestro  en  la  zona  tórrida  y  hostil  á  la  per- 
fecta aclimatación  de  la  raza  blanca. 

Quizás  también  la  influencia  enervante  del  me- 
dio tropical  y  la  mayor  extensión  del  mestizaje,  con- 
tribuyeron á  hacer  en  Venezuela  menos  recios  que 
en  la  Argentina  los  caracteres,  circunstancia  perju- 
dicial por  un  respecto,  en  cuanto  ha  generado  la 
indolencia  nacional  para  las  industrias  y  el  tra- 
bajo, y  muy  favorable  por  otro  lado^  porque  im- 
pidió que  nuestras  luchas  civiles  fueran  tan  feroces 
y  nuestras  monocracias  tan  sanguinarias  como  las 
de  la  Argentina  en  r5u    época    revoltosa. 

207 


PEDKO  M.  ARCAYA 


Pero  lo  que  interesa  hacer  constar  es  que  el 
progreso  actual  de  la  Argentina  se  debe  á  la  in- 
migración. Así  se  expresa  Ayarragaray :  "La  acción 
"del  extranjero  fue  trascendental  desde  nuestros 
"orígenes,  en  la  evolución  y  desarrollo  de  la  civi- 
"lización  política  argentina.  Promovió  regular  y 
"metódicamente  un  cierto  estado  de  conciencia  pú- 
"blica,  rudimentario  en  verdad,  pero  bastante  como 
"barrera  contra  el  desborde  de  la  anarquía  criolla." 

"Contribuyó  más  que  ningún  otro  factor  para 
"fundar  nuestra  estabilidad  política;  sus  capitales 
"y  sus  esfuerzos  cooperaron  eficazmente  en  los  pro- 
"gresos   institucionales." 

Mas  es  tan  poderosa  la  herencia  psicológica 
criolla,  que  cuando  es  contrarrestada  como  sucede 
en  la  Argentina,  por  el  nuevo  factor  que  la  inmi- 
gración aporta,  no  desaparecen  completamente  sus 
efectos,  sino  que  transforman  su  apariencia  resul- 
tando otros  fenómenos  que  bien  vistos  tienen  la 
misma  vieja  raíz  hereditaria.  Es  por  ésto  que  en  la 
vida  pública  argentina  no  ha  podido  aún  predomi- 
nar completamente  el  régimen  legalista,  aunque  sí 
es  indudable  que  salió  ya  definitivamente  aquel  país 
del  período  tormentoso  en  que  aún  se  debaten  sus 
hermanos  tropicales.  Los  resabios  que  todavía  que- 
dan allá  arrancan  de  aquel  período  y  el  objeto  del 
autores  patentizarlo  ante  sus  conterráneos. 

"Si  abrigamos,  dice,  el  honesto  propósito  de 
"reformar  nuestra  mentalidad  de  ciudadanos  es  me- 
"nester  discernir  el  pasado,  sin  los  prejuicios  y  lu- 
"gares  comunes  de  la  mitología   política  argentina." 

208 


UN    LIBRO  ARGENTINO 


"Contribuir  á  disipar  errores  y  exageraciones, 
"fruto  de  la  subversión  moral  y  del  simplismo  anár- 
"quico  de  las  edades  heroicas,  es  moralizar  el  juicio 
"público  y  quizás  ofrecer  al  renacimiento  de  los  es- 
"píritus   el  resorte  que  le  falta." 

"Apreciadas  con  el  sentido  de  la  intuición  his- 
"tórica,  las  incoherencias  de  nuestros  orígenes  polí- 
'^ticGS,  se  aperciben  dentro  del  caos  en  el  cual  im- 
"peró  solitario  al  parecer,  un  acaso  violento  y  ca- 
"prichoso,  los  instintos  y  aptitudes  fundamentales 
"del  genio   nacional." 

En  la  Argentina  como  en  Venezuela  "el  candor 
"de  los  entusiasmos  patrióticos,  que  con  frecuen- 
"cia  convirtió  los  anales  de  nuestros  orígenes,  en 
"disertaciones  de  parada,  hasta  el  punto  de  pro- 
"moverse  todos  sus  actores  á  la  dignidad  de  pró- 
"ceres  y  graduar  cualquier  motín  como  reacción  rc- 
"generadora,  contribuyó  á  cercenar  la  libertad  de 
"nuestra   apreciación   crítica   y  filosófica." 

EL  CAUDILLISMO 

En  perfecto  acuerdo  resulta  lo  que  expusimos 
en  nuestro  estudio  sobre  Páez,  acerca  de  la  signi- 
ficación de  los  caudillos  en  la  historia  venezolana 
con  lo  que  nos  dice  Ayarragaray  que  ocurrió  en  las 
primeras  décadas  de  la  nacionalidad  argentina.  Sólo 
discrepamos  en  ésto :  que  Ayarragaray  da  en  la 
génesis  del  caudillismo,  al  elemento  hereditario  es- 
pañol, la  influencia  preponderante  que  nosotros  atri- 
buímos á  los  factores  indígena  y  africano,  aunque 
sin  desconocer  él   la  importancia  de  éstos. 

209 


PEDRO  M.  AKCAYA 


"El  caudillismo,  expone,  fue  siempre  nuestra 
^constitución  positiva  y  en  vano  la  impostura  de 
"los  partidos  ó  la  ingenuidad  de  los  teóricos,  pre- 
^'tendieron  encubrir  con  instituciones  importadas, 
"las  monstruosidades  congénitas  de  nuestra  cons- 
"titución  política." 

"No  busquéis,  por  lo  tanto,  en  el  partido  poli- 
"tico  rudimentario  del  pasado,  ni  tendencias,  ni  or- 
"ganización  doctrinaria  ó  clásica,  sino  aquella  que 
"le  imprime  el  jefe  militar  que  lo  encabeza,  más 
"dispuesto,  naturalmente  al  motín  que  á  las  ocu- 
"paciones  sedentarias  y  técnicas,  que  reclama  un 
"gobierno  regular." 

En  la  Argentina  como  en  Venezuela,  fue  en 
ocasiones  el  Caudillo  quien  únicamente  pudo  con- 
tener la  regresión  á    la  pura    barbarie. 

"Por  arbitrario  que  nos  imaginemos,  dice  el 
"autor,  semejante  sistema— el  Caudillismo — suple  al 
"menos,  en  los  primeros  tiempos,  las  instituciones 
"coloniales  disueltas  ó  desprestigiadas." 

"Cuando  una  ruda  mano  caudillesca,  domina 
"el  desorden  y  entroniza  su  poder,  gracias  al  can- 
"sancio  general  y  al  desquicio  de  las  fuerzas  polí- 
"ticas,  á  raudales  mana  la  prosperidad  material, 
"indicando  la  riqueza  de  las  fuentes  que  el  desorden 
"revolucionario  tenía  cegadas." 

En  todos  les  capítulos  de  su  libro  nos  repite 
Ayarragaray  la  verdad  de  que  el  Caudillismo  y  no 
la  ley  fue  el  régimen  de  la  Argentina  hasta  media- 
dos del   siglo  último.  "Indudablemente  del  seno  de 

210 


TJN  LIBRO  ARGENTINO 


*^la  violencia  y  de  la  anarquía  imperantes,  después 
"de  la  Revolución  de  Mayo,  el  poder  que  subsiste 
**y  se  consolida,  es  el  del  Caudiilo  militar,  ya  se 
''le  proclame  comandante  ó  general,  que  los  grados 
"militares  no  tienen  en  aquella  revuelta  vida  el 
"significado  que  se  les  acuerda  en  los  pueblos  cal- 
atos y  de   instituciones  regulares." 

En  nuestra  conferencia  arriba  citada  dijimos 
que  en  Venezuela  el  «Caudillo»'  (por  ejemplo  el 
régulo  de  las  guerrillas  federales  en  la  guerra  de 
los  cinco  años)  nunca  ha  estado  al  servicio  de  in- 
tereses colectivos  de  «clases»  determinadas,  sino  que 
siempre  ha  entendido  proteger,  como  es  lo  natural, 
al  grupo  concreto  de  sus  amigos  y  partidarios.  Lo 
mismo  ocurrió  en  la  Argentina.  "Cuando  se  llega 
"al  poder  no  es  en  virtud  de  un  triunfo  político 
"entre  ideas  y  tendencias  controvertidas,  ni  tampoco 
"por  movimientos  regulares  de  opinión.  Se  llega 
"á  él  por  asalto,  con  la  «espada  libertadora,»  entre 
"el  fragor  del  tumulto,  de  los  esfuerzos  violentos, 
''para  amparar  las  personas  y  bienes  de  los  bande- 
'' rizos  y  anonadar  los  adversarios" 

''No  tratéis  de  encontrar,  pues,  complicaciones 
"de  finos  intereses  sociales  en  la  técnica  y  en  el 
"genio  de  nuestra  política  primitiva,  porque  una  vez 
"despojada  de  sus  exterioridades  adventicias,  es  la 
"adhesión  al  caudillo  el  sentimiento  que  genera  toda 
"la  acción  partidaria.  Y  en  consecuencia  es  tan  per- 
"sonal  la  querella,  que  cuando  la  rebelión  asesta 
"su  golpe,  redúcelo  por  lo  común  al  caudillo  man- 
"  datarlo,   porque  se  cree  con   razón  que  sus  manos 

211 


PEDRO  M    AECAYA 


"son  las  que  mueven  todos  los  resortes.  Y  como 
"en  realidad  no  hay  régimen  orgánico  ni  sistema 
"político,  «la  tiranía,»  «el  desorden,»  «la  libertad,» 
"la  regeneración,»  es  un  hombre,  ó  cuando  mucho, 
"un  grupo  limitado  de  hombres." 

"A  todos  los  augures  y  grandes  sacerdotes  del 
"partido  unitario,  asistíales  la  convicción  que  muerto 
"Dorrego,  concluían  con  él  la  anarquía  y  el  cau- 
"dillismo  federal.  En  efecto:  es  en  este  concepto 
"simplista  y  personal  de  nuestra  mentalidad  cívica 
"colectiva,  que  reposaron  todos  los  resortes  de  la 
"política  criolla,  lo  mismo  que  los  procedimientos 
"del  motín." 

"El  golpe  de  martillo  volteaba  la  cúspide  de 
"la  pirámide,  pero  la  mole  quedaba  enhiesta,  con  su 
"sólida  base,   sus  aristas  y  sus  planos." 

"En  el  régimen  esbozado,  todo  se  espera  de 
"la  acción  personal  del  Caudillo  y  como  la  socie- 
"dad  es  nueva  y  amorfa,  cada  dominador  inculca 
"sus  instintos  y  coloca  su  máscara  sobre  la  fiso- 
"nomía   del  país." 

"Como  todo  es  él  y  todo  dimana  de  él,  por 
"contragolpe  las  inteligencias  atribuyen,  naturalmente, 
"á  esa  fuente  única  de  poder,  cualquier  beneficio  ó 
"dolor  social.  En  una  proclama  de  1811,  con  mo- 
"tivo  de  los  contrastes  guerreros  después  de  la  dis- 
"persión  del  Desaguadero,  incúlpase  al  gobierno  el 
"origen  de  tantos  desastres." 

"Cuando  el  desorden  anárquico  cunde,  el  año 
"XV,  los  autores    del    «estatuto  provisional, »lo  atri- 

212 


UN   LIBRO  ARGENTINO 


**buyen  también  ai  «^escandaloso  desorden  que  ba- 
rbián origina io  los  gobiernos  anteriores.>>  Por  con- 
siguiente el  procedimiento  es  simple;  para  cambiar 
"de  destino  basta  cambiar  violentamente  el  personal 
*"  político." 

En  nuestra  conferencia  ya  varias  veces  citada, 
digimos  que  el  resorte  íntimo  del  alma  de  los  «Cau- 
d¡llos>  que  guerrearon  en  cada  uno  de  los  dos  ban- 
dos históricos  venezolanos  «godo»  y  «liberal,»  la 
fibra  sensible  que  los  hacía  capaces,  en  ocasiones,  de 
actos  verdaderamente  heroicos  por  el  triunfo  de  su  res- 
pectivo partido,  era  el  concepto  simplista  y  primitivo, 
propio  para  satisfacer  y  conmover  su  espíritu  incul- 
to, por  tener  más  los  caracteres  de  un  sentimiento  mís- 
tico que  de  una  ¡dea  meditada,  de  que  combatían  por 
la  «Buena  Causa,»  de  que  el  bando  propio  era  el  de 
«los  buenos»  y  el  contrario  el  de  «los  malos.»  Móvil 
parecido  halló  Ayarragaray  al  estudiar  la  psicología 
de  los  Caudillos  argentinos:  el  concepto  megaló- 
mano del  deber!' 

"La  sensibilidad  de  los  partidos  no  respondía 
"sino  á  lo  exagerado  ó  heroico;  el  hombre  dirigente, 
"el  jefe  de  los  grupos,  era  el  hombre  bravio  en 
"procedimientos  y  en  ideas.  La  acción  regular  y 
"pacífica  no  tenía  misión.  El  gobierno,  cualquiera 
"que  fuera,  era  «un  tirano,»  el  adversarlo  un  «fac- 
"cioso.»  El  día  de  sufragio,  se  citaba  álosbande- 
"rizos  para  concurrir  al  atrio  como  á  una  batalla 
"campal  y  la  acción  de  todo  partido  era  siempre 
"radical  y  tendía  á  «hacer  rasa  de  lo  existente.» 
"En  realidad  los   tiempos  eran    trágicos  y  he- 

213 


PJíDRü  M.  AROAYA 


"roico  el  carácter  de  la  actividad  cívica;  deesefon- 
" do  común  de  iiábitos  y  de  prejuicios,  el  caudillo 
"y  las  facciones  tomaban  su  temperamento  y  unos 
"y  otros  indistintamente  se  imponían  empresas  en 
"armonía  con  el  genio  turbulento  de  la  política." 

"Lanzados  en  el  torbellino  de  la  lucha  prome- 
"tían  «no  reservar  la  vida»  para  salvar  «el  honor  de 
"la  Provincia,s>  ni  descansar  antes  de  «libertar  á 
"Buenos  Aires    de    la   tiranía  ominosa  y   bárbara." 

"Cada  caudillo  tiene  una  «regeneración»  que 
"cumplir  y  una    «causa    santa»   que  hacer  triunfar." 

"El  General  Soler,  unos  de  los  tantos  militares 
"holgazanes,  que  vivaqueaban  en  la  política,  ¿no  fe- 
"chaba  sus  proclamas  grotescas  en  «En  el  Campo 
"de  la  Libertad,»  como  Artigas  en  el  de  «la  Puri- 
"ficación»  y  aquél  aseguraba  á  sus  paisanos  que 
"pronto  les  quitarla  el  yugo,  jurando  salvarlos  «ó 
"perecer  con  ellos?" 

"Y  López  de  Santa  Fe,  Andresito  de  Corrientes, 
"Ibarra,  Facundo  y  Ramírez,  toda  la  banda  milita- 
"rista  que  calza  botas  y  arrastra  sable,  formulan 
"declaraciones  enfáticas,  y  cometen  abusos  y  atro- 
" pellos,  mas  que  por  instintos  de  montoneros,  por- 
"que  imaginan  con  su  jacobinismo  indígena  que 
"restablecerán  «el  reinado  de  la  felicidad  pública» 
"y  concluirán  con  «los  usurpadores  y  tiranos,> 
"monstruos  que  deshonran  la  humanidad." 

"El  Cabildo  de  Buenos  Aires  felicitó  á  Artigas 
"por  haber  contribuido  á  libertar  la  ciudad  de  «la 
"tiranía  ominosa  y  bárbara  de  la  Asamblea  General 
"Constituyente." 

214 


UN   LIBRO   ARGENTINO 


"El  mismo  Bustos,  tan  apático  y  de  imagina- 
"ción  tan  corta,  como  jefe  de  una  liga'  de  goberna- 
"dores,  se  hace  autorizar  por  su  dócil  Legislatura, 
"para  levantar  tropas  con  el  propósito  de  obtener 
"las  libertades  de  la  Provincia  de  Córdova  y  pro- 
"tegerálos  pueblos  oprimidos! " 

"Alvarez  Thomas,  el  XV,  subleva  su  tropa  tam- 
"bién  para  proteger  á  Buenos  Aires  contra  la  tiranía 
"del  que  la  avasallaba," 

"Y  López  y  Ramírez  la  invaden  «para  libertarla 
"del  Directorio  y  del  Congreso  !" 

"Aun  Rivadavia  y  sus  amigos,  no  escapan  á 
''esta  misión  de  cruzados  que  como  campeones  de 
"la  libertad  y  caudillos  andantes,  se  imponían  los 
"gobiernos  y  los  partidos,  gracias  al  CDncepto  épico 
"difundido  en  el  país,  por  la  violencia  soberana ! 
"En  efecto,  propónense  después  del  golpe  contra  Las 
"Meras  salvarlas  Provincias  de  sus  caudillos." 

"En  síntesis,  no  se  conciben  ninguno  de  los 
"estados  civiles  y  situaciones  políticas,  como  me- 
"dioo  y  fines  pacíficos  y  regulares,  como  modalida- 
"des  de  una  existencia  social  ordenada,  sino  á  ma- 
"nera  de  entidades  lejanas,  promesas  ó  premios, 
"que  sólo  están  al  alcance  de  los  varones  fuertes 
"capaces  de  empresas  extraordinarias." 

"En  la  rudimentaria  mentalidad  del  caudillo  pro- 
"lifera  á  menudo  la  idea  única,  como  un  Fruto  es- 
"pontáneo  de  la  simplicidad  de  su  espíritu;  la  cua\ 
"lejos  de  encontrar  vallas  ó  contrapesos,  se  expan- 
"de  como  una  selva   tropical  en    tierra  virgen  para 

215 


PEDRO  M.    AECAYA 


"ahogar  toda  otra  germinación  intelectual    y  moral, 
"capaz  de  neutralizar  sus  ciegos  impulsos.» 

"Escucha  desde  luego,  para  proceder,  el  tumul- 
"to  interior  y  violento  de  sus  instintos  y  de  sus  fa- 
"natismos  de  iluminado.  Y  como  cree  en  e!  camino 
"único  y  en  la  causa  única,  cree  lógicamente  en  la 
"causa  santa;  fuera  de  las  filas  que  acaudilla  no 
"hay  salud.» 

Al  lado  del  «Caudillo  andante»,  movido  por  la 
fe  en  la  «^santidad»  de  su  causa,  tipo  que  en  nuestra 
historia  lo  caracterizó  admirablemente  el  Generaj 
Ezequiel  Zamora^  fanático  por  el  «liberalismo»  has- 
ta caer  combatiendo  bravamente,  envuelto  en  su 
«bandera  amarilla»;  al  lado  de  los  personajes  en 
quienes  reviven  el  romancero  y  las  leyendas,  nos 
pinta  Ayarragaray,  en  la  historia  argentina,  deriva- 
dos de  ciertas  influencias  hereditarias  hispanas,  otros 
como  Bustos  y  Estanislao  López,  en  cuyo  carácter 
«en  lo  más  hondo  de  sus  sentimientos»  se  encuen- 
tran «como  núcleos  primordiales  las  truhanerías  del 
picaro.» 

"Ya  sabéis  que  este  fue  el  difundido  tipo  cas- 
"tellano  del  arbitrista  sin  escrúpulos,  dado  á  ios 
"lances  equívocos  y  las  piraterías  menudas  é  in- 
"delicadas,  tan  generalizado  en  la  península  en  cier- 
"ta  época,  que  él  solo  dio  tema  á  la  literatura  pica- 
"resca  que  tuvo  su  auge  en  el  siglo  XVIi  y  cuyas 
"habilidades  de  pilludo  se  trasuntan  en  el  Laza- 
arillo,  en  El  Gran  Tacaño  y  en  el  mismo  Sancho. 
"Es  el  aventurero,  que  urde    diariamente    celadas  y 

216 


UN   LIBRO   ARGENTINO 


"aguza  el  ingenio  para  vivir  del  azar,  escapando  al 
"trabajo  metódico. 

"El  picaro  miente  impávido,  cuando  de  la  men- 
"tira  saca  provecho  y  es  cortesano  de  poderosos  ó 
"de  inferiores,  guiado  por  un  fino  instinto  y  una 
"maliciosa  y  vulgar  ductilidad,  adquirida  en  la  vida 
"de  aventuras  á  través  del  campamento,  de  las  in- 
"trigasde  la  política  ó  de  la  vagancia  desclasificada." 

Este  personaje  es  también  comunísimo  en  la 
historia  venezolana  por  razón  de  la  misma  heren- 
cia. Llamárnosle  aquí  «hombre  vivo.»  Muchos,  ya 
ricos  y  poderosos,  han  muerJo,  como  su  ¡lustre 
abuelo  Don  Gil  Blas  de  Santillana,  «ennoblecidos» 
esto  es,  gozando  de  todas  las  consideraciones  y 
respetos  sociales. 

EL  PRESTIGIO 

Examinada  la  psicología  del  caudillo  mismo,  es 
otra  cuestión  la  naturaleza  del  influjo  que  ejerce 
en  las  masas.  En  Venezuela,  como  digimos  en  nues- 
tro estudio  sobre  Páez,  ese  influjo  lo  llamamos /?/*^5- 
tigio,  vocablo  que  en  nuestra  terminología  política 
tiene  significados  tan  venezolanos,  que  cuando  se  ha- 
bla por  ejemplo,  del  prestigio  del  General  Tal  en  el 
lugar  Cual,  esa  palabra  quiere  decir :  «el  grupo  de 
"individuos  que  en  el  lugar  cual  siguen  las  inspiracio- 
"nes  y  son  los  partidarios  del  General  Tal.»  Es  que 
el  término  prestigio  ha  designado  entre  nosotros  así  el 
influjo  ejercido  como,  más  materializado  su  sentido, 
el  grupo  de  hombres  sobre  el  cual  se  ejerce,  y  también 

217 


PEDRO  M.  ARCA  YA 


al  rltífe  mismo  que  lo  goza:  el  General  tal  es  un 
prestigio.  Aún  en  su  primera  acepción,  como  digimos 
en  aquel  estudio,  significa  en  Venezuela  algo  más 
hondo  y  singular  de  loque  pudiera  pensarse  al  leer 
en  los  diccionarios  su  definición;  es  porque  se  tra- 
ta de  un  fenómeno  psicológico  especial  al  cual,  á 
falta  de  otra  voz  que  !o  explique  mejor,  hésele  dado 
en  nuestro  país  ese  nombre  de  p/'^<s//g"/o;  mostramos 
cuan  poderoso  ha  sido  el  de  algunos  caudillos  his- 
tóricos comoPáez  y  ¡o  explicamos  poruña  sugestión 
del  Caudillo  sobre  las  multitudes,  hecha  posible  por 
las  especiales   condiciones  del  medio  y  de  la  raza. 

Mientras  que  en  la  Argentina  esas  condiciones 
fueron  parecidas  á  las  nuestras,  ocurrió  la  misma 
cosa,  aunque  parece  que  no  se  usó,  por  lo  menos 
tanto  como  en  Venezuela,  el  término  prestigio  para 
designar  este  hecho,  pero  que  existió  nos  lo  deja 
ver  el  libro  de  Ayarragaray:  «Es  menester,  nos  dice, 
"colocar  este  hombre  de  acción  estrecha  y  violenta 
"(el  Caudillo),  con  su  fuerza  de  irradiación  pasio- 
"nal,  frente  á  su  grey  sencilla  y  por  lo  tanto  su- 
"gestionable  y  contemplar  á  unos  y  otros,  una  vez 
"recibida  la  comunión  de  la  fórmula  simple  de  la 
"causa,  el  emblema  del  combate  en  favor  de  la  li- 
"bertad  ó  ya  en  contra  del  tirano,  del  unitario  ó 
"del  federal! 

"Estos  vocablos  no  suscitaban  en  las  inteli- 
"gencias  incultas  ideas  concretas  y  definidas,  sino 
"quimeras  difusas  é  imágenes  truncas,  flotantes  en 
"sus  almas   sencillas,  como  realidades  en   embrión. 


218 


UN^    LIBKO   ARGENTINO 


"En  semejante  estado  de  espíritu,  es  preciso 
"buscar  los  secretos  de  la  psicología  de  la  anarquía 
"y  del  caudillismo  de  Artigas,  Carreras,  Facundo, 
"Ramírez  ó  Rosas,  que  tienen  á  las  veces  la  ceguera 
"y  la  violencia  de  los  «azotes  de  Dios." 

"Sus  cerebros  eran  vírgenes,  casi  semibárbaros 
"y  el  simplismo  de  sus  conceptos  y  de  su  fe,  no 
"había  sido  aún  dislocado,  ni  por  el  choque  de  las 
"teorías  adversas,  ni  por  la  amplitud  de  conoci- 
"mientos  y  desengaños,  frutos    de  la    experiencia." 

"¡Sólo  la  ignorancia  es    fervorosa   y  violenta!" 

LOS  PARTIDOS  POLÍTICOS 

Siempre  nos  ha  parecido  un  grandísimo  error 
el  de  creer  que  los  partidos  políticos  que  se  llama- 
ron en  Venezuela  «ministerial»  y  «constitucional» 
(apodado  por  sus  contrarios  de  «oligarca,»  «godo,» 
«conservador>  y  «centralista»)  el  uno  y  «Oposi- 
cionista» al  principio  y  luego  «Liberal»  y  «Federal» 
el  otro,  (gracias  á  Dios,  desaparecidos  ya  por  ex- 
tinción absoluta  el  primero  y  por  irremediable  frac- 
cionamiento el  segundo,)  correspondieran,  realmen- 
te, á  los  conceptos  clásicos  de  «conservatismo»  y 
«liberalismo»  y  más  grave  error  todavía,  el  de  supo- 
ner que,  siquiera  alguna  vez,  satisficieran  verdadera- 
mente alguna  necesidad  racional  de  nuestra  socie- 
dad ó  produjeran  algún  resultado  útil.  Al  contra- 
rio, nuestro  criterio,  francamente  expuesto  en  más 
de  un  escrito,  es  que  las  luchas  de  esos  bandos, 
lejos  de   haber  hecho  progresar  al  país,  precipitaron 

219 


PEDBO  M.  ARCAYA 


SU  regresión  en  todas  las  manifestaciones  de  su 
actividad.  Habiendo  pasado  rápidamente  de  lab  dis- 
cusiones por  la  prensa  y  en  lo  que  llamaban  «comi- 
cios>x  á  la  lucha  armada,  como  no  podía  menos 
que  suceder  con  gentes  incultas  é  impulsivas,  cual 
las  de  uno  y  otro  partido  en  1846,  es  manifiesto, 
á  quien  quiera  ver  las  cosas  como  fueron,  que 
aquellos  bandos,  en  sus  continuas  guerras,  eran 
simplemente  «coaliciones  de  caudillos,»  á  las  ór- 
denes, respectivamente,  de  algunos  de  ellos  mismos 
á  quien  por  su  mayor  «contingente»  reconocían 
como  Jefe  Supremo  y  movidos,  ora  por  la  ambi- 
ción de  mando,  ya — y  era  lo  más  frecuente — por- 
que los  fanatizaba,  como  arriba  dejamos  expuesto» 
la  creencia  de  estar  combatiendo  por  una  «causa 
santa» — la  propia — y  contra  «los  malos  elementos» 
— los   adversarios. 

De  allí  que  hayamos  siempre  considerado  como 
discursos  escolásticos  ó  tesis  de  retórica  política, 
indicadoras  en  sus  autores  de  un  «espíritu  clá- 
sico,» irremediablemente  inclinado,  por  íntima  con- 
textura, á  salirse  de  la  realidad  para  remontarse  á 
las  abstracciones,  ya  como  divagaciones  «místicas» 
reveladoras  de  una  incapacidad  mental  absoluta  para 
la  observación  y  de  una  afición  innata  á  fabricar 
religiones  con  conceptos  vacuos,  á  toda  la  litera- 
tura— cuando  es  de  buena  fe — que  se  ha  usado  en 
Venezuela  para  engrandecer  aquellas  contiendas,  su- 
poniendo que  eran  lides  por  «ideas»  contrarias,  ó 
por  rivalidades  de  «clases,»  ó  por  «principios»  opues- 


220 


UX   LIBRO  ARGENTINO 


tos  Ó  lucha  de  la  «tendencia   de  la  bondad»  contra 
la  «tendencia  cruel.» 

Lo  mismo  piensa  Ayarragaray    respecto  de  los 
«partidos  históricos»  argentinos. 

"Aún  gravita  sobre  nosotros»  dice,  "un  prejui- 
"cio  que  nos  induce  á  considerar  los  antiguos 
"partidos  nacionales,  como  tipos  cuya  organización 
"y  tendencias  fuera  posible  parangonar  con  congé- 
"neres  clásicos.  Nuestro  empirismo  de  concepto, 
"jamás  se  detuvo  á  considerar  el  ambiente  social 
"anticientífico,  incapaz  de  suministrar  elementos 
"militantes  al  doctrinarismo  y  á  sus  formas  abs- 
"tractas." 

"Las  clasificaciones  arbitrarias  que  así  mismos 
"se  daban  los  grupos  y  los  caudillos,  tienen  una 
"acepción  propia  en  el  vocabulario  y  en  el  criterio 
"político  criollo,  pero  sin  determinar  en  la  acción 
"pública  de  los  mismos,  ni  disidencias  fundamen- 
"tales   ni  prácticas  antagónicas." 

"Ser  unitario  ó  federal  no  implicaba  una  evo- 
"lución,  ni  en  las  aptitudes  mentales,  ni  en  los  há- 
"bitos,  que  el  determinismo  histórico  había  impre- 
"so  en  el  temperamento  político  argentino. — Lo  uno 
"y  lo  otro  no  se  traducían  en  sistemas  netos  y  po- 
"sitivos  de  gobierno  y  en  general  no  pasaban  de 
"simples  denuestos,  que  para  lesionar  su  prestigio 
"se  lanzaban  alternativamente  las  facciones  en  lucha.'' 
"Unitarismo  y  federalismo  eran  nombres  huecos 
"é  insignificantes,  que  no  sabían  ó  no  podían  ex- 
"  pilcar  los  caudillos  de  ambos  partidos,  Juan  La- 
"valle   y  Juan   Manuel  Rosas  y  que   á  sus    pro^é- 

221 


FEDlíü  M.  ARCAYA 


"litos  se  los  denotaban  con  cintillas  y  escarapelas." 

"Naturalmente  los  sistemas  políticos  se  dis- 
''ciernen  en  cada  país  y  se  practican,  de  acuerdo 
"con  su  constitución  fisiológica  y  su  grado  de  cul- 
"tura.  Así  las  mismas  declaraciones  y  cláusulas 
"se  alteran  en  esencia  una  vez  que  atraviesan  el 
"ambiente  nacional,  se  impregnan  con  su  espíritu 
"y  se  adaptan  á  su  índole  para  funcionar  de  acuer- 
"do  con  el  mecanismo  general  de  los  intereses  y 
"de   las  ideas   imperantes." 

"Aspirar  á  promover,  por  las  similitudes  exte- 
"riores  de  organizaciones  políticas,  ya  en  los  cau- 
"dillos,  ya  en  una  población  analfabeta,  las  ideas, 
"sentimientos  y  acciones  complementarias,  que  las 
"mismas  despertaron  en  los  caballeros  de  Virginia, 
"ó  en  los  laboriosos  habitantes  de  Massachusets,  es 
"desconocer  totalmente  las  leyes  de  la  evolución 
"mental  y  de  la  influencia  social  de  las  institu- 
"ciones." 

"En  el  fondo  de  las  formas  múltiples  asumi- 
"das  por  el  espíritu  partidista,  no  existe  otro  ele- 
"mento  real  y  positivo  que  la  adhesión  personal  al 
"caudillo,  en  el  cual  se  reflejan,  como  en  un  es- 
"pejo,  las  rudas  é  informes  tendencias  de  la  fac- 
"ción  que  encabeza." 

"/  Qué  será  de  la  federación  sin  Rosas  !  exclama- 
"ban  azorados  los  federales  cada  vez  que  el  as- 
"tuto  déspota  amenazábalos  con  su  retiro." 

"Batir  al  adversario,  derrocarlo,  perseguirlo,  con- 
"quistar  el  poder,  eran  actos  de  federalismo  ó  uni- 
"tarismo,  según  la  clasificación  del  enemigo  contra 

222 


PEDRO  M.     ARCAYA 


"el  cual  se  ejecutaban  tales  escándalos.  Pero  unos 
"y  otros  eran  incapaces  para  concebir  los  princi- 
"pios  de  su  causa  sino  á  través  de  la  adhesión  per- 
"sonal  al  Caudillo." 

"¿Qué  resultaba  de  esta  falta  de  tendencias  doc- 
"trinarias  y  regulares  ?  Que  una  vez  llevados  al  go- 
"bierno,  los  planes  de  organización  constitucional 
"más  ó  menos  centralista  ó  segregatista,  que  otrora 
"fueron  materia  de  declamaciones  patrióticas  y  «cru- 
"zadas,»  en  la  práctica  eran  todos  igualmente  tirá- 
"nicos  é  incongruentes  !" 

"Si  el  Caudillo  victorioso  ostentaba  cintillo  rojo, 
"el  adversario  se  ceñía  vincha  celeste  ó  viceversa. 
"Así,  contra  Ramírez  se  fomenta  á  Ereñú,  contra 
"Facundo  se  azuza  á  La  Madrid  y  contra  Dorrego 
"se  subleva  á  Lavalle." 

"No  existe,  presiéntese  desde  luego,  á  pesar  de 
"la  variedad  aparente  de  matices  en  los  programas, 
"sino  un  temperamento  político  y  un  personaje  gené- 
"rico  y  típico." 

"Si  se  lucha  es  por  la  prepotencia  de  Saave- 
"dra,  de  Alvear,  de  Artigas,  de  Lavalle,  de  Rosas 
"ó  de  Facundo;  las  tendencias  son  secundarias  y 
"apenas  difieren  en  la  práctica ;  en  todo  caso  el 
"Caudillo  una  vez  entronizado,  dejará  las  divaga- 
"ciones  de  doctrina  y  los  formulismos  constitu- 
"cionales  á  los  legistas  y  bachilleres  del  grupo  para 
"que  descansen  de  las  fatigas  del  motín  ó  de  las 
"veladas  del  campamento,  parafraseando,  en  esta- 
" tutos  efímeros,    las   lecturas    fragmentarias    y    no 

223 


UN   LIBRO  ARGENTINO 


"siempre  comprendidas,  de  los  filósofos  europeos  de 
"la  política." 

"En  realidad,  no  existió  en  el  país  durante  la 
"época  que  estudiamos,  sino  un  solo  temperamen- 
"to  político;  no  se  perciben  dos  países,  como  in- 
"sinúa  Sarmiento;  uno  bárbaro  y  otro  civilizado; 
"dos  tipos,  uno   liberal   y  otro  absolutista." 

"No  hubo  mandatario  que  no  se  propusiera  re- 
"generar  el  país,  ni  libreto  constitucional  que  no 
"fuera  una  «arca  santa,»  ni  grupo  que  no  monopo- 
"lizara  ignotos  «principios5>  en  cuyas  aras  sacrifi- 
"cábase  la  paz  y  la  riqueza  pública,  mientras  los  «pa- 
"triotas»  de  la  fracción  ejercían  la  caudillería  an- 
'^dante." 

"Los  programas  sonoros  y  vacuos  no  salvaban 
"los  límites  de  las  formas  y  divagaciones  filosó- 
"ficas  ó  más  bien  se  ceñían  á  un  romanticismo 
"político  inculcado  por  el  temperamento  inquieto. 
"Su  actividad  era  heroica  y  trágica  y  resolvíase 
"en  «epopeyas»  contra  déspotas  y  opresores  ó  en 
"prosecución,  con  afanosos  sacrificios  de  una  liber- 
"tad   incorpórea. 

"/I  tales  rudimentos  se  reduce  el  histórico  fede- 
''ralismo  y  unitarismo,  que  tantas  disquisiciones  es- 
"colásticas  han  producido  entre  nosotros." 

"En  la  contienda  no  existen  sino  los  términos 
"y  las  soluciones  extremas:  el  predominio  abso- 
"luto  del  uno  con  la  exclusión  absoluta  del  adver- 
"sario.  Diséñase  esta  política  en  un  esquema  sim- 
"ple:  el  triunfador  oprime  y  el  vencido  conspira." 

224 


PEDRO  M.   ARCAYA 


''Efectuado,  pues,  fríamente  el  arqueo  de  las 
'^  ideas  y  pomposas  disidencias  históricas  de  nues- 
''tros  partidos,  ellas  quedan  reducidas  á  miserables 
"  desechos  r 

LA  FEDERACIÓN 

Ciertos  escolásticos  escritores  argentinos  que- 
riendo «ennoblecer»  la  historia  de  los  tumultos 
hispano-americanos,  han  imaginado  que  los  movi- 
mientos armados  de  los  Caudillos  que  tomaban 
como  bandera  ia  «Federación,»  correspondían  á  una 
generosa  y  alta  aspiración  popular,  sosteniendo  que 
desde  que  se  emanciparon  de  España,  clamábase 
en  estos  países  por  el  régimen  federativo,  como 
lógica  consecuencia  de  viejas  tradiciones  históricas 
de  autonomismo  local  que  durante  la  Colonia  se 
encarnaron  en  la  institución  de  los  Cabildos  y 
que  tenían  su  raigambre  en  las  comunidades  es- 
pañolas de  la  Edad  Media,  cuyo  recuerdo  conser- 
varon los  conquistadores Esta  leyenda  ha  en- 
contrado gran   acogida   en  Venezuela. 

Destruyela  Ayarragaray  con  su  crítica  impla- 
cable é  inspirada  en   la   verdad. 

"Los  Cabildos,  nos  dice,  fueron  en  la  vida  real 
"de  la  Colonia,  simples  dependencias  burocráticas, 
"sin  funciones  políticas,  sin  actividad  propia,  com- 
"puestos  de  pulperos  enriquecidos,  muy  enhiestos 
"en  verdad,  pero  que  se  reunían  de  tarde  en  tarde 
"para  tratar  asuntos  triviales.  Fue  el  movimiento  re- 
"volucionario  que  les  dio  funciones  fugaces  é  irre- 
"  guiares." 

225 


UN   LIBRO  ARGí  ÍÍT:N0 


"Y  56  explica  perfectamente  su  situación  pre- 
"caria  ;  desbaratada  la  institución  comunal  de  Es- 
"paña  en  los  campos  de  Villalar  y  ahogados  sus 
"residuos  por  el  absolutismo  de  la  casa  de  Austria, 
"mal  pudieron  pensar  sus  reyes  en  establecer  en 
"Indias  academias  de  gobiernos  representativos  y 
"cenáculos  de  prácticas  democráticas.  La  leyenda  ha 
"sido  entre  nosotros  pródiga  con  los  Cabildos.  Varias 
"causas  contribuyeron   á    fomentarla." 

De  modo  análogo  á  como  ha  explicado  Valle- 
nilla  Lanz,  entre  nosotros,  en  su  artículo  publicado 
en  El  Cojo  Ilustrado  á  fines  de  1909,  los  movimien- 
tos federalistas  efectuados  en  el  seno  de  la  Gran 
Colombia  y  en  los  primeros  años  después  de  sepa- 
rada de  Venezuela,  esto  es,  por  el  anhelo  de  los 
caudillos  que  formó  la  guerra  de  la  Independencia, 
á  dominar  sus  patrias  chicas,  explica  Ayarragaray 
las  revoluciones  separatistas,  que  bajo  el  pretexto 
federativo  se  iniciaron  en  la  Argentina  desde  su 
emancipación   de  España. 

"Estas  secesiones,  nos  dice,  no  eran  en  reali- 
"dad  movimientos  federalistas,  porque  carecían  de 
"caracteres  constitucionales  y  políticos  y  es  capri- 
"choso  parangonarlos  con  los  tipos  clásicos;  son 
"el  exponente  del  analfabetismo  cívico  y  del  humor 
"antisocial  de  poblaciones  mestizas." 

"El  desierto  y  la  falta  casi  absoluta  de  inte- 
"reses  económicos,  dislocan  naturalmente  el  orga- 
"nismo  político  en  subdivisiones  regionales,  que  no 
"tenían  otra  capacidad  autonómica,  que  su  exten- 
"sión    territorial,  y  la  dilatada  arrogancia  del  Cau- 

226 


PEDKO  M     ARCAYA 


"dillo,  cuya  estrechez  lugareña  de  pensamiento,  no 
"volaba   más  allá  del  campanario." 

"Cada  clan  era  naturalmente  una  patria,  con  su 
"himno,  su  piquete,  su  escudo,  su  bandera,  reves- 
"tido  también  con  la  misión  interprovincial  de  in- 
"vadir  las  aldeas  vecinas  para  libertarlas,  si  eran 
"* gobernadas  por  mandones  que  no  ostentaban  vincha 
"del  mismo  color  que  la  suya," 

En  la  Argentina  hubo  una  evolución  del  can- 
tonalismo caudillesco  de  los  primeros  años  de  la 
República  hacia  el  centralismo,    por   varias  causas. 

"En  consecuencia,  el  mandón  vecinal,  nos  dice 
"Ayarragaray,  tan  bravio  y  celoso  de  su  autoridad  en 
"el  periodo  cantonalista,  decayó  para  trasmutarse  bajo 
"la  evolución  impresa  por  el  centralismo  político,  en 
"agente  subalterno — perinde  ac  cadáver— del  «Cau- 
"dillo  máximo»  de  influencia  nacional,  que  resumió 
"en  su  potestad  omnímoda,  todo  el  absolutismo  ar- 
"bitrario  de  poderes,  hasta  entonces  disperso  ó  com- 
" partido  con  los  Caudillos  locales." 

Véase  cómo  la  observación  de  hechos  pare- 
cidos condujo  á  Ayarragaray  y  al  que  esto  es- 
cribe hasta  encontrar  la  misma  expresión  «Caudillo 
máximo»  para  designar  al  Jefe  nacional  prestigioso, 
con  influjo  no  sólo  directamente  sobre  la  «masa 
anónima»  sino  también  sobre  otros  régulos  ó  Cau- 
dillos subalternos  que  por  su  «prestigio»  podían 
asimismo  mover  fracciones  más  ó  menos  grandes 
de  la  propia  masa.  Tal  expresión,  en  efecto,  la 
usamos  en  nuestro  estudio  «José  Antonio  Páez.» 

227 


TIN   LIBRO  ARGENTINO 


En  Venezuela  no  pasamos  propiamente  por  un 
período  «cantonalista*  de  los  caracteres  del  de  la 
Argentina,  porque  aquí  hubo  que  combatir  mucho 
más  reciamente  contra  el  poderoso  enemigo  común  : 
el  partido  realista,  y  así  fue  menester  que  los  Caudillos 
de  la  Independencia  coordinasen  sus  esfuerzos  en  esa 
dirección.  Surgió  también  en  Venezuela  para  estable- 
cer una  fuerte  unidad  de  los  elementos  revoluciona- 
rios, y  tanta  que  le  dio  base  para  libertar  la  América, 
surgió,  decimos,  una  personalidad  genial:  la  de  Bolívar. 
A  no  haber  sido  por  esas  circunstancias  y  de  no  haber 
ocurrido  el  pronunciamiento  de  Coro  por  la  causa 
del  Rey  y  la  consiguiente  invasión  de  Monteverde 
en  1812,  probablemente  las  «Provincias^*  se  habrían 
segregado  y  aun  subdividido.  Los  «teóricos»  habrían 
visto  en  estas  secesiones,  como  en  la  Argentina,  la 
última  expresión  del  federalismo  histórico  que  han 
imaginado ;  los  «positivistas»  la  obra  de  los  cau- 
dillos locales  para  gobernar  á  sus  anchas  sus  feu- 
dos. Después  de  terminada  la  guerra  de  la  Inde- 
pendencia fue  cuando  comenzaron  á  ocurrir  en  Va- 
nezuela  los  movimientos  «federalistas,»  pero  en  forma 
esporádica  y  efímeros  de  suyo,  porque  la  «Federa- 
c¡ón>  no  era  para  Marino^  Monagas  y  Bermúdez 
sino  aquello  de  que  á  falta  de  pan  buenas  son 
tortas,  esto  es:  sólo  la  proclamaban  cuando  veían 
m\iy  difícil  ascender  á  la  dignidad  de  «Caudillo 
máximo» ;  conformábanse  entonces  con  mandar  la 
<<patria  chica»  y  gritaban  «Federación.»  Pero  en  el 
fondo  su  anhelo  era  más  alto:  mandarla  República 
toda.    Al  cabo,  después  de   1835,  muerto  Bermúdez 

228 


PEDRO  M.  AítCAYA 


y   desprestigiado  Marino,    quedó  sólo    de  los  anti- 
guos caudillos  federalistas,    el  General  José  Tadeo 
Monagas,  con  su  gran  prestigio  oriental.     Allanado 
le   estaba,  bien    mediante  una  inteligencia  con  Páez, 
bien    poniéndose   al    frente    del  Partido  Liberal,  el 
camino  del  Poder  Supremo  de  la    República   (á  lo 
primero   apeló  para  subir,  á    lo   segundo  para  sos- 
tenerse.)   Era  evidente  que  no  estaba  ya  en  sus  in- 
tereses  la  Federación.    No  volvió,  pues,  á    mencio- 
narla y  la  «idea  federal»   quedó   casi  apagada,  por- 
que en  realidad  no  existían,  por  otra  parte,  elemen- 
tos orgánicos    que  la  hicieran    nacer  viable   en    la 
conciencia  nacional.     Después,  en  1859,  se  tomó  — 
según  la  explícita   confesión   posterior   de  Don  An- 
tonio  Leocadio  Guzmán — la    palabra    «Federación» 
como  bandera    ó  grito  de  combate  de  la    Revolu- 
ción de  los  «liberales»   contra  los  «godos,»  que  es- 
talló en  Coro  en  aquel   año.    Ya  no  representó  en- 
tonces   en    Venezuela,  como  Mempre   en   la  Argen- 
tina  y  como  en  nuestro  mismo    país,    en    las    re- 
voluciones  de  Monagas,    Bermúdez  y   Marino  hasta 
1835,  el   anhelo   del     caudillo   loca!    para  gobernar 
solamente   su  provincia,   sino   que  encarnaba  la  as- 
piración de  un  bando,  esto  es,  de  una  «coalición  de 
prestigios»  por  llevar  al  poder  al  Caudillo   máximo 
cuyo  encumbramiento  era  el  triunfo  del  bando  todo, 
por    encontrarse    dispuestos   los    prestigios    meno- 
res á  obedecer  al  Jefe  Nacional  reconocido.    Algunas 
pocas  almas  ingenuas  é  ilusas  no  faltaban  á  quienes 
sí  movía  el  culto  á  la  «idea»  federal    misma,  pero, 
aun  en  ellas,  íntimamente  ligada  á  la    religión    del 

229 


UX  LIBEO  ARGENTINO 


'partido.  En  suma,  el  término  «Federación»  llegó 
á  condensar,  durante  la  cruda  guerra  de  los  cinco 
años,  la  autolatría  del  bando  revolucionario,  la  mís- 
tica creencia  en  la  «santidad»    de  su  causa. 

Si  la  Revolución  hubriera  triunfado,  como  pudo, 
y  habría  sido   un  bien    relativo    para  el    país,    en 
agosto  de  1859,  ni  habrían  ocurrido   los    desastres 
posteriores   de  pérdidas  de  vidas    y  haciendas,    ni 
hubieran  tenido  oportunidad  de  formarse  nuevos  y 
más    arraigados   «prestigios»  locales,  como  los  que 
engendró  la   larga  duración  de  la  guerra   y  que  al 
cabo,  cuando  triunfó  la  «Causa  Federal»   se  apode- 
raron   del   mando  de    los   «Estados.»    No    hubiera 
sido  extraño   que    terminaran  aquellas    cosas   con 
«secesiones»  ó  «independencias»  de  las  nuevas  En- 
tidades, por  obra   de  sus   caudillos  para  mandar  á 
su  arbitrio  y  sin  control,  siquiera  en  su  «clan»  como 
en   la  Argentina  á  raíz  de  la  independencia.  Y  efec- 
tivamente inició  tal  proceso  el  General  Pulgar,  du- 
rante  el  período  azul,  en  el  Zulia.    Pero  la  tenden- 
cia segregatista  estaba  contrarrestada  por  la  solida- 
ridad que  en   los  caudillos   amarillos  entre  sí  y  lo 
mismo  en    los  azules,   imponía    el   fetiquismo    del 
respectivo  color,  todavía  vivaz  entonces,  lo  cual  obli- 
gaba   á  los   de  cada  grupo  á  mancomunar  sus  es- 
fuerzos para  combatir  al  bando  adversario.     Larga 
como    fue    la  guerra    del   69   al  72  entre  aquellos 
partidos,  al  cabo  Guzmán  Blanco,  el  Caudillo  máximo 
de  los   amarillos,    á  cuya  acertada  dirección  debie- 
ron  ellos   el   aniquilamiento    de  sus    enemigos  los 
azules,  consiguió  por  el  hecho  mismo  de  haber  lo- 

230 


PEDRO  31.   AKCAYA 


grado  coordinar  los  esfuerzos  del  robusto  bando  que 
encabezó,  tal  suma  de  poder  que  le  fue  posible, 
entonces,  realizar  el  propósito  que  su  temperamento 
autoritario  le  inspiró,  de  rebajar  aun  á  los  caudillos 
locales  amarillos,  para  hacer  incontrastable  la  auto- 
ridad nacional  por  él  ejercida  y  ser  él  el  «Jefe,  Cen- 
tro y  Director»  como  se  tituló,  del  «Partido  Liberal,» 
esto  es,  Centro  de  toda  la  actividad  política  del 
país  porque  ya  el  otro  partido,  adversario  del  «li- 
beral» había  quedado  destruido  hasta  como  «núcleo 
social.» 

Consiguió  el  General  Guzmán  Blanco  su  ob- 
jeto (á  pesar  de  que  los  caudillos  locales  amarilhs 
le  hicieron  algunas  revoluciones)  de  centralizar  tan 
fuertemente  la  política,  que  llevó  la  ingerencia  del 
poder  nacional  en  las  cuestiones  locales  á  extre- 
mos que  no  se  habían  conocido  antes;  pero  en 
suma  no  hizo  sino  precipitar  con  la  energía  de  su 
carácter,  la  evolución  que  venía  marcándose  en  Ve- 
nezuela desde  que  se  independizó  y  cuyo  término 
lógico  debía  ser  la  ccnstitución  de  una  poderosa 
monocracia  central  de  la  cual  dependieran  todos  los 
resortes  de    la    vida  pública  en  el  país. 

Pero  la  «Federación»  no  sólo  en  el  espíritu  de 
los  «liberales»  que  se  hicieron  adversarios  de  Guz- 
mán Blanco,  sino  en  el  de  este  mismo,  tan  centra- 
lista en  sus  procedimientos,  y  en  el  de  sus  par- 
ciales, siguió  actuando  como  palabra  tabú,  como 
concepto  sagrado.  Y  no  fingidamente;  no  evocaba, 
en  efecto,  en  ellos  la  idea  abstracta  de  un  régimen 
político    de   autonomías   locales,    sino    lo    que    ya 

231 


TIN  LIBKO  ARGENTINO 


vimos  que  significó  durante  la  guerra  cuyo  recuer- 
do despertaba:  la  autolatría  del  bando  federal,  la 
mística  creencia  en  la  «santidad»  de   su  causa. 

LIBEEALISMO  AMAKILLO 

Por  la  falta  de  observación  de  las  cosas  como 
son,  hay  gentes  que  de  buena  fe  creen  que  el  li- 
beralismo amarillo  venezolano  ha  representado  ó  re- 
presenta doctrinas  políticas  avanzadas  y  oiiantadas 
en  el  sentido  de  la  civilización  moderna,  cuando  en 
realidad  este  «liberalismo  criollo»  de  Don  Antonio 
Leocadio  Guzmán,  el  Doctor  José  Manuel  García  y 
demás  «cerebros»  que  lo  fundaron,  y  del  General 
Ezequiel  Zamora,  Patino,  Chayo  Petit  y  demás  gue- 
rrilleros federales  que  por  la  «Causa»  tan  bravamente 
combatieron,  este  amarillismo  venezolano,  subsisten- 
te no  ya  como  Partido  organizado,  pero  sí  como 
«Credo»  hasta  nuestros  días,  es  una  cosa  especia- 
lísima  de  nuestro  país  y  completamente  distinta 
del  liberalismo  clásico  europeo.  Arranca  de  nues- 
tra constitución  mental  hereditaria  y  creció  en  el 
ambiente  intelectual  que  nos  han  formado  los  «cuar- 
tos de  ¡deas,»  los  conceptos  fragmentarios,  simplis- 
tas y  metafísicos,  los  «sustantivos  abstractos,»  á 
que  en  nuestra  ignorancia  y  superficialidad  hemos 
sido  tan  afectos,  y  de  los  cuales  hemos  venido  ali- 
mentándonos hasta  estos  últimos  años,  en  que  ya 
están  penetrando  nuevas  corrientes  en  algunas  ca- 
pas de  la  intelectualidad  venezolana,  siquiera  sea 
en  raros  observadores. 


232 


PEDRO  M.   ARCAYA 


Creemos  que  fué  Taine  quien  dijo  que  la  vir- 
tud y  el  vicio  son  «productos^>  como  el  azúcar  y 
el  vitriolo.  No  lo  afirmamos,  pero  lo  que  sí  es  cierto 
es  que  nuestro  «liberalismo  amarillo^>  fué  el  hijo 
de  nuestra  mentalidad  silvestre  y  bravia,  como  la 
vera  y  el  apamate  son  los  hijos  de  nuestras  tierras 
incultas  y  de  nuestro  ardiente  sol  tropical. 

Por  lo  mismo,  pues,  que  fue  como  un  árbol 
montaraz  con  savia  vigorosa  y  raíces  hondas,  pu- 
do este  liberalismo  criollo  producir  una  hermosa  flo- 
recencia  de  virtudes  guerreras  y  nobles  abnegacio- 
nes partidarias,  pero  fueron  flores  de  selva,  así  como 
los  efímeros  brotes  amarillos  que  cubren  las  copas 
de  los  verales,  buenos  solamente  para  alimentar  las 
abejas  de  los  bosques  y  muy  distintos  de  las  flo- 
res matizadas  de  los  jardines.  La  florecencia  efí- 
mera del  árbol  silvestre  no  pudo  cuajar  en  frutos 
de  paz  y  de"justicia,  que  éstas  no  los  produce  sino 
el  árbol   de  los  huertos  cultivados. 

La  savia  del  liberalismo  amarillo,  chupada  por 
sus  raíces  en  lo  más  profundo  de  nuestra  menta- 
lidad étnica,  es  el  sedimento  hereditario  del  alma  ve- 
nezolana, por  razón  de  nuestro  abolengo  indo-africa- 
no, de  creencias  en  fantasmas  y  endriagos  y  por  razón 
del  abolengo  hispano,  de  fanatismos  impulsivos.  Por 
causas  históricas  fue  desviada  esa  tendencia  de  la 
dirección  en  que  bien  orientada  y  disciplinada  pudo 
haber  sido  la  base  de  una  sólida  moralidad  y  por 
consiguiente  de  un  progreso  efectivo  en  todos  los 
órdenes  de  nuestra  actividad,  esto  es,  de  la  direc- 
ción hacia  el  misticismo  religioso,  hacia  las  prácticas 

233 


UN  LIBRO  ARGENTINO 


de  la  religión  positiva  y  del  Catolicismo  tradi- 
cional. De  ese  desviamiento  resultó  que  la  tenden- 
cia hereditaria  que  hemos  visto  se  manifestó  enton- 
ces en  el  campo  de  la  política,  generando  en  el  alma 
de  los  Caudillos,  representantes  del  alma  de  las  mul- 
titudes, el  culto  á  las  ^^Causas  santas»  que  los  fanati- 
zaron. La  más  «santa»  en  la  historia  de  Venezuela  fue 
el  liberalismo  amarillo;  en  sus  fórmulas  verbales  en- 
contrábanse indigestas  doctrinas  democráticas  y  repu- 
blicanas, en  confusos  programas  huecos,  porque 
esas  eran  las  fragmentarias  ideas  ambientes  recogi- 
das en  sus  lecturas  de  libros  europeos  por  los  «doc- 
tores y  apóstoles»  de  la  secta  pero  como  iguales  ideas 
fragmentarias,  parecidos  programas  huecos  eran 
también  del  Partido  contrario,  claro  es  que  en  ellos 
no  podía  estar  el  secreto  de  sus  divisiones.  La 
mayor  fuerza  del  liberalismo  amarillo  estuvo  en  su 
más  profunda  convicción  autolátrica,  en  su  mayor 
capacidad   de  fe. 

De  allí  que  el  liberalismo  amarillo  fuese  y 
continúe  siendo  muy  distinto  del  doctrinarismo  po- 
lítico y  muy  análogo  á  un  sectarismo,  con  su  culto 
á  falsas  leyendas  que  no  pueden  discutir  los  «par- 
tidarios», sus  fórmulas  consagradas  en  loor  de  «las 
gloriosas  conquistas  del  Gran  Partido»,  su  mística 
«ciudad  del  pueblo»  á  estilo  de  la  «ciudad  de  Dios» 
de  San  Agustín,  su  objeto  material  de  adoración, 
«la  bandera  amarilla»,  su  símbolo  «Dios  y  Federa- 
ción» que  ha  quedado  en  el  Escudo  Nacional  como 
supervivencia  de  las  épocas  en  que  el  «liberalismo 
amarillo»   fue  religión   oficial  y  por  sobre  todo  con 

234 


PEDRO  M.     ARCAYA 


SUS  prejuicios  respecto  de  «los  godos»,  prejuicios 
que  constituyeron  propiamente  el  signo  característico 
del  liberalismo  amarillo  histórico  y  lo  que  mejor 
demuestra  sus  orígenes  y  afinidades  con  las  viejas 
creencias   en   endriagos   y  fantasmas. 

Nos  parece  recordar,  si  no  estamos  equivoca- 
dos, que  Luis  López  Méndez  tildaba  á  ciertos  es- 
critores «liberales  amarillos»  que  á  manera  de  las 
brujas  medioevales  evocasen  siempre,  para  espan- 
tar las  gentes  «el  fantasma  godo»  pero  lo  que  él 
creía  que  se  hacía  de  mala  fe,  no  era  así,  sino  que 
nacía  de  la  esencia  misma  del  «liberalismo  ama- 
rillo», pues  su  rasgo  fundamenta!  y  distintivo,  su 
razón  de  ser,  es  el  «horror  á  los  godos»,  á  «la 
oligarquía»  como  decía  la  primera  bandera  amari- 
lla de  1846,  de  la  Sociedad  Liberal,  á  los  «godos 
malos»,  en  suma,  el  viejo  horror  hereditario  de  las 
tribus  indias  y  africanas  hacia  los  vampiros,  los 
ogros^  los  malos  espíritus,  pobladores  de  las  sel- 
vas. La  condición  irreflexiva  é  inconsciente  y  por 
tanto  «mítica»  de  este  «horror»  se  observa  fácilmente, 
porque  nunca,  salvo  en  espíritus  desequilibrados  por 
el  fanatismo,  se  ha  traducido  en  odiosa  personas  de 
carne  y  hueso,  pues  al  tratarse  de  éstas,  «el  amarillo» 
ha  tenido  que  reconocer  que  el  «godo»  fulano  ó  zu- 
tano es  un  individuo  que  no  merece  por  lo  co- 
mún tal  «horror»  sino  muy  frecuentemente  su  apre- 
cio, lo  cual  afortunadamente  ha  evitado  que  la  aver- 
sión á  los  «godos»  de  los  mitos,  origínase,  fue- 
ra de  raras  ocasiones,  sistemáticas  persecuciones  á 
los  «godos»    verdaderos,  aunque  sí  produjo  la  con- 

235 


UN  LIBRO  ARGENTINO 


secuencia  lamentable  de  haber  mantenido,  hasta 
estos  últimos  años,  en  que  ya  está  desapareciendo, 
una  atmósfera  de  desconfianzas  necias  en  nuestros 
círculos  políticos. 

EL    GODISMO 

Por  lo  que  dejamos  dicho,  el  godismo  vino  á  ser 
considerado  por  la  secta  liberal  amarilla  como  el 
culto  del  diablo  por  los  católicos  de  la  Edad  Media. 

Ahora  bien,  hay  una  tendencia  natural  en  los 
hombres,  aunque  sea  en  escasas  minorías  hacia  las 
cosas  prohibidas.  En  especial  cuando  una  secta 
detiene  el  poder  y  atribuye  el  Mal  á  un  Espíritu  que 
supone  el  adversario  de  su  Dios,  siempre  ha  ha- 
bido quienes,  doliéndoles  el  espectáculo  de  las  mi- 
serias é  injusticias  que  observan,  y  teniendo  en  el 
fondo  la  misma  credulidad  primitiva  de  los  hom- 
bres de  la  religión  dominante,  razonan  entonces  con 
igual  criterio  pero  sacando  deducciones  inver- 
sas y  se  dicen  que  desde  que  la  secta  triunfante  no 
puede  hacer  la  felicidad  sobre  la  tierra  es  porque  su 
Dioses  verdaderamente  el  Espíritu  Malo  y  el  Bueno 
el  que  ella  detesta.  De  allí  han  resultado  en  la 
historia  de  las  religiones  las  anti-iglesias  y  los  cul- 
tos satánicos.  Siempre  Ahrimanes  tuvo  sus  fieles 
no  porque  entendieran  adorar  al  Mal  sino  precisa- 
mente por  lo  contrario. 

Habiendo  pues,  adquirido  en  la  historia  venezo- 
lana, como  consecuencia  de  la  guerra  federal,  el 
carácter  de  una  secta  el  liberalismo  amarillo,  debía 
ocurrir  el  mismo  fenómeno  que  dejamos  expuesto. 

236 


PEDRO  M.  ARCAYA 


No  habiendo  podido  realizar  porque  no  era  posible 
ni  había  elementos  como  realizarlo  en  el  país,  ni  aún 
todavía  en  ninguna  parte  de  la  tierra  puede  verifi- 
carse por  completo,  el  reinado  del  Bien — esto  es,  de  la 
Libertad,  de  la  Justicia  y  de  la  Equidad — pero  ni  aún 
habiendo  podido  hacer  efectivas  las  más  elementales 
garantías  de  seguridad  individual,  que  en  el  hecho 
habían  desaparecido  por  consecuencia  de  la  misma 
guerra  federal  y  que  no  bastaron  á  restablecer, 
poniéndolas  al  abrigo  de  los  régulos  locales  que 
formó  aquella  larga  contienda,  ni  el  Decreto  de  Garan- 
tías, ni  la  Constitución  que  se  dictó  después  y  hablan- 
do la  secta  dominante,  de  loa  godos,  como  los  adversa- 
rios natos  del  Espíritu  del  Bien  que  decía  inspirarla  era 
natural  que  se  formase  una  «anti-iglesia»,  un  «culto  sa- 
tánico,2>  el  godismo  que  con  la  misma  mentalidad 
primitiva  de  sub  contrarios  dedujo,  con  la  interpre- 
tación mítica  de  los  hechos  que  ha  predominado 
en  nuestras  masas  que  eran  los  amarillos,  los 
inspirados  por  el  Mal,  la  secta  de  la  tiranía,  de  la 
arbitrariedad  y  del  peculado  y  que  el  «godismo» 
encarnaba  el  Bien  en  sus  manifestaciones  del  res- 
peto al  derecho,  la  honradez    y  la  buena  fe. 

Fué  por  eso  que  el  godismo  que  hasta  la  guerra 
federal  se  consideró  un  epíteto  injurioso,  rechazado  por 
aquellos  á  quienes,  atribuyéndoles  que  arrancaban 
del  antiguo  partido  realista,  les  había  sido  aplica- 
do por  sus  adversarios,  vino  á  ser,  siquiera  en 
círculos  privados,  en  «conciliábulos»  como  han  sido 
siempre  los  de  todas  las  sectas  perseguidas,  un  ca- 
lificativo aceptado  por  los  «antiamarillos»  como  sím- 

237 


TIN   LIBRO   ARGENTINO 


bolo  de  un  culto  misterioso,  frente  al  oficial  del  ama- 
rillismo.  He  ahí  el  «residuo  oligarca,»  «la  sombra 
pavorosa  de  Ángel  Quintero,»  «los  impenitentes»  á 
que  se  refería  Guzmán  Blanco  en  sus  documentos. 

De  ese  carácter  del  «godismo»  resultó  que  su 
rasgo  fundamental  fuese  «el  odio  oligarca»,  el  pre- 
juicio contra  los  «amarillos,»  inculpándolos  de  ser  los 
causantes  de  los  males  de  la  Patria,  cosa  análoga  en 
el  fondo  al  viejo  «odio  amarillo»  contra  los  «go- 
dos». De  allí  que  el  «godismo»  sea  tan  incon- 
gruente é  inaceptable  como  el  liberalismo  amarillo 
para  todo  espíritu  que  quiera  elevarse  por  so- 
bre la  estrechez  del  medio  y  de  allí  también  que  el 
horror  "godo"  hacia  los  "amarillos"  aunque  afortu- 
nadamente no  traducido,  como  tampoco  según  vi- 
mos el  de  éstos  hacia  aquellos,  en  aversión  á  perso- 
nas de  carne  y  hueso,  pues  á  tal  desequilibrio  men- 
tal no  ha  podido  conducirnos  el  fanatismo,  sí  haya 
contribuido^  poderosamente  al  mantenimiento  de  ri- 
dículos prejuicios  y  animosidades  políticas  que  no 
tienen  razón  de  ser  y  especialmente  á  la  antifilosó- 
fica conclusión  de  que  los  "amarillos"  son  los  au- 
tores de  los  males  sufridos  por  la  Patria.  Esta 
conclusión  y  su  corolario  de  que  era  menester  que  los 
"amarillos"  fuesen  destruidos  sino  hasta  como  "núcleo 
social"  siquiera  como  partido  político  poderoso  fue 
la  razón  íntima  de  ser  del  "godismo",  que  precisa- 
mente por  eso  no  es  doctrina  política  "conservadora" 
y  puede  aunarse  aún  con  teorías  radicales. 

Mas  es  absurdo  todo  eso  para  el  impasible 
observador  de  la  evolución  política  del  país,  porque 

238 


PaDRO  ií.  AKCAY.i. 


5i  é!  sonríe  ante  la  ingenua  pretensión  de  los  "ama- 
rillos" de  que  su  bando  encarnó  la  Causa  de  la 
libertad  y  del  progreso,  debe  rechazar  también  la 
antifilosófica  aserción  "goda"  que  dejamos  expuesta, 
pues  el  "liberalismo  amarillo"  y  sus  hechos  como  el 
"godismo"  y  ios  suyos,  la  mentalidad  estrecha  y  la 
acometividad  impulsiva  de  la  mayoría  de  los  hombres 
de  uno  y  otro  partido,  obedecían  á  causas  remotas 
de  que  ellos  en  particular  no  eran  responsables. 

La  posteridad  será  indulgente  para  los  delitos 
pasionales  de  nuestros  partidos,  aún  para  el  de  la 
guerra  civil  porque  esta  no  la  produjo  sino  el  des- 
viamiento  de  cualidades  que  no  son  en  el  fondo, 
bajas  ni  despreciables  sino  más  bien,  en  cierto  modo, 
nobles  porque  son  la  abnegación  aunque  mal  enten- 
dida de  las  multitudes  sacrificándose  por  los  Cau- 
dillos de  sus  afecciones  y  el  valor  verdaderamente 
heroico  con  que  se  juega  la  vida  en  nuestras  estéri- 
les contiendas.  Las  generaciones  venideras  reserva- 
rán su  severidad  para  los  actos  de  fría  crueldad  y 
para  los  de  codicia  y  fraude  de  quienes  de  ellos,  in- 
dividualmente se  hayan  hecho  reos. 

Quien  como  el  que  esto  escribe  juzga  incongruen- 
tes así  el"  amarillismo"  como  el  "godismo"  y  por 
tanto  deseable  que  no  revivan  en  partidos  organiza- 
dos, no  es  porque  sienta  "horror"  de  ninguna  especie 
hacia  ninguno  de  los  dos,  sino  por  el  convenci- 
miento de  que  no  habiendo  representado  ellos  doc- 
trinas políticas  sino  fanatismos  primitivos,  su  reor- 
ganización á  ningún  resultado  útil  conduciría. 

239 


UN   LIBRO  ARGENTINO 


FALSAS    TESIS 

Sin  embargo  en  estos  últimos  años  algunos 
escritores  que  no  quieren  reconocer  la  verdad  de  que 
el  liberalismo  amarillo  no  ha  sido  sino  la  secta  del 
'horror  á  los  godos",  esto  es  el  horror  supersticio- 
so á  entes  imaginarios  ni  quieren  someterse  á  la  tra- 
dición «puritana»,  forma  atenuada  de  aquella  supers- 
tición, de  que  el  liberalismo  ha  sido  simplemen- 
te la  encarnación  del  «Espíritu  de  ¡a  tolerancia»  en 
lucha  con  el  de  la  «Intransigencia»,  se  han  empeña- 
do en  que  represente  las  aspiraciones  del  «proleta- 
riado» queriendo  asi  que  equivalga  el  «socialismo» 
ó  por  lo  menos  a!  radicalismo  socialista  francés  de 
nuestros  días.  Esta  tesis  es  históricamente  por  com- 
pleto falsa  como  lo  hemos  demostrado  en  la  Confe- 
rencia de  que  hicimos  mención  al  comienzo  de  este 
estudio. 

También  aunque  no  con  tanto  aparato  ni  pu- 
blicidad, se  ha  sostenido  por  otros  que  «godismo» 
equivale  á  «legalismo».  Verdad  es  que  durante  los 
gobiernos  llamados  «godos»  hasta  1846  se  observa- 
ron mucho  más  las  prácticas  legales  que  en  los 
gobiernos  «liberales»  subsiguientes,  pero  ello  se  de- 
bía á  que  aún  quedaba  en  el  país  un  gran  fondo  co- 
mún de  tradiciones  de  orden  y  á  que  los  «godos* 
tuvieron  la  ventaja  de  que  su  Caudillo  Páez  fuera 
más  dirigible,  hasta  entonces,  en  el  sentido  de  la  le- 
galidad que  el  Caudillo  Monagas  que  luego  acepta- 
ron  «los  liberales».  Por  lo  demás  en  uno  y  otro  par- 

¿40 


PEDRO  M    ARCA YA 


tido  había  un  corto  grupo  "legalista"  que  era  una  mi- 
noría en  comparación  de  los  respectivos  elementos 
personalistas  de  cada  bando.  El  error  de  los  lega- 
listas fue  haberse  dividido  por  necias  cuestiones  de 
colores  en  lugar  de  formar  un  grupo  compacto;  así 
trataron  de  hacerlo  en  1858,  pero  las  desconfianzas  y 
prejuicios  de  "godismo"  y  "amarillismo"  los  separa- 
ron. El  grupo  legalista  del  partido  amarillo  no  pudo^ 
volver  á  tener  ninguna  importancia  posterior  habien- 
do quedado  sus  elementos  como  Renden,  Urrutia  y 
otros  completamente  supeditados  por  el  Caudillaje 
militar  que  hasta  1870  encarnó  y  dirigió  al  amari- 
llismo y  por  la  Jefatura  central  que  después  de  1870 
asumió  Guzmán  Blanco. 

El  grupo  legalista  de  los  "godos"  resistió  al- 
go más  á  las  tendencias  personalistas  de  la  mayo- 
ría de  su  bando  y  de  allí  los  admirables  gobier- 
nos de  Gual  y  Tovar,  de  agosto  del  59  hasta  agosto 
de  1861,  en  los  cuales  predominó  la  honradez  ad- 
ministrativa y  el  régimen  impersonal  de  la  ley  es- 
crita; hasta  donde  podía  sostenerse  en  medio  de  una 
cruda  guerra  civil.  Desgraciadamente  los  directores 
de  la  política  en  esos  gobiernos  no  pudieron  sus- 
traerse á  la  superstición  que  hemos  visto  del  "horror 
á  los  amarillos"  pues  debieron  empeñarse  en  termi- 
nar con  la  diplomacia  y  no  con  el  rigor  la  revolución  que 
éstos  hacían.  Pero  al  cabo  el  grupo  legalista  de  los 
godos  fue  derribado  por  los  personalistas  de  su  pro-^ 
pió  color  entronizándose  la  dictadura  Paez— Rojas.. 
Desde  ese  momento  no  se  ve  en  que  se  diferenciasen. 


241 


UN   LIBRO  ARG ENTUMO 


respecto  á  "legalismo"  ni  á  ninguna  otra  cosa  los 
godos  de  los  amarillos. 

Por  lo  demáí>  aun  en  el  primitivo  grupo  legalista 
de  los  "godos"  sino  en  todos  los  individuos  de  esa  fra- 
ción  sí  en  muchos  de  ellos,  tuvo  auge  una  exageración 
del  concepto  del  derecho,  hija  también  de  la  simplista 
mentalidad  criolla.  Era  la  creencia  en  la  eficacia 
absoluta  de  la  ley,  en  las  sanciones  y  las  penas  del 
derecho  positivo  como  correctivo  de  la  Sociedad, 
no  sólo  para  el  castigo  de  los  delitos  comunes,  sino 
también  para  disciplinar  la  vida  social  en  todas  sus 
manifestaciones.  De  allí  que  uno  de  los  conceptos 
primitivos  del  godismo  fuese  el  de  política  fundada 
en  la  severidad  de  la  ley.  En  el  fondo  de  todo  eso 
había  un  concepto  quijotesco,  por  irreal  del  derecho. 
No  se  tenía  en  cuenta  la  realidad  viviente  sino  el  tipo 
abstracto  del  delito,  de  la  infracción  ó  del  quebran- 
tamiento de  la  regla,  en  cualquier  orden  del  derecho, 
así  del  penal  como  del  político,  suponiéndo- 
sele á  la  infracción  igual  entidad  y  malicia  y  par- 
tiéndose del  postulado  de  que  debía  ser  castigable 
en  Venezuela  del  mismo  modo  que  lo  sería  en  todo 
otro  país  y  en  todos  los  tiempos.  Nada  más  lógico, 
basándose  en  tales  premisas  que  la  aplicación  ine- 
xorable da  la  ley  que  ad  hoc  se  forjaba.  Este  criterio, 
hijo  legítimo  del  espíritu  clásico  es  sumamente  peli- 
groso en  nacionalidades  incipientes. 

Error  es  pretender  que  el  derecho  se  pueda 
imponer,  cuande  la  verdad  es  que  para  ser  eficaz 
debe  ser  orgánico  en  las  sociedades  y  constituir  su 
conciencia     colectiva.      Al    olvidar    esta  verdad   es 

242 


PEDRO  M.   A  ROA  Y  A. 


fácil  incurrir  en  crasos  errores,  generadores  de  la- 
mentables consecuencias,  como  el  en  que  incurrie- 
rron  los  <vgodos»  venezolanos  con  aquella  ley  sobre 
conspiradores  de  los  primeros  años  de  nuestra  Re- 
pública, que  los  castigaba  de  muerte  y  el  más 
grave  de  su  inexorable  aplicación  en  casos  como 
el  del  Coronel  Paría.  Tenían  en  mientes  el  tipo  clá- 
sico del  delito  de  conspiración,  tal  como  podía  fi- 
gurárselo por  ejemplo,  un  legista  inglés:  «por  de- 
finición» el  conspirador  es  uno  de  los  mayores  cri- 
minales, porque  ataca  la  existencia  misma  del  «Es- 
tado», luego  «la  espada  de  la  ley»  debe  caer  sobre 
su  cabeza.  No  veían  que  las  «conspiraciones^^  las 
llamábamos  con  otro  nombre,  «revoluciones»  y  re- 
presentaban una  cosa  especial  nuestra,  muy  distinta 
de  las  conspiraciones  europeas;  eran  «productos»  de 
nuestro  medio,  de  nuestra  raza  y  del  grado  de  nues- 
tra civilización,  eran  los  movimientos  de  ban- 
dos personalistas  contra  gobiernos  también  necesa- 
riamente personalistas,  y  por  lo  mismo  no  se 
les  estimaba  como  crímenes  en  la  conciencia  pú- 
blica nacional  y  sólo  podía  considerárseles  como 
tales  abstrayéndose  del  medio.  No  observaban  que 
las  revoluciones  en  nuestra  tierra  sólo  podían  es- 
tallar con  fuerza  bastante  á  trastornar  el  orden 
público  mediante  la  existencia  de  una  gran  masa 
de  opinión  formada  por  el  prestigio  personal  de 
los  caudillos  conspiradores  y  no  comprendían  que 
era  contraproducente  castigar  de  muerte  á  algún 
cabecilla,  porque  otros  prestigios  personalistas 
se   formarían    y  el    trágico    recuerdo  de   las     pe- 

243 


UN  LIBRO  ARGENTINO 


ñas  sería  fermento'  poderoso  para  nuevas  revueltas. 
Ese  concepto  quijotesco  que  del  derecho  se 
formaron  algunos  de  los  «godos»  del  grupo  le- 
galista y  que  lograron  hacer  prevalecer  en  ciertos 
casos  durante  los  gobiernos  en  que  influyeron, 
aunque  no  arrancaba  sino  de  un  error  del  enten- 
dimiento, fue  considerado  por  sus  adversarios  como 
indicio  de  crueldad  ó  dureza  del  corazón  y  atribu- 
yéndolas también,  por  generalización,  á  todos  los 
■í^godos»  se  formó  la  leyenda  de  su  intransigencia, 
que  amplificada  y  deformada  durante  la  guerra  fe- 
deral se  convirtió  en  la  superstición  que  arriba 
vimos. 

EL    MODERNISMO 

Pero  ya  que  en  el  pasado  no  han  sido  el  li- 
beralismo amarillo  ni  el  godismo  sino  sectas  de- 
dicadas al  culto  de  falsas  leyendas  y  al  manteni- 
miento de  odios  ridículos,  ¿no  podrían  en  el  por- 
venir encarnar  las  tendencias  que  hoy  se  disputan 
el  predominio  en  los  pueblos  civilizados,  esto  es  el 
radicalismo  (forma  mitigada  del  socialismo)  y  el 
conservatismo? 

Este  desiderátum  que  frecuentemente  se  ex- 
pone creyéndose  que  con  la  organización  de  parti- 
dos doctrinarios  bajo  las  denominaciones  ya  usadas 
y  conocidas,  podría  la  política  venezolana  encausarse 
por  los  rumbos  del  parlamentarismo  lo  considera- 
mos nosotros  contraprudecente.  Sería  ello  respec- 
to de  las  sectas  políticas  cuya  esencia  hemos 
estudiado     una  heregía    modernista,    la    pretensión 

244 


PEDRO  M.   ARCAYA 


de  que  vinieran  ahora  á  dejar  la  razón  de  su 
existencia,  que  es  su  mutuo  «horror>>  supersticioso, 
para  trasmutarse  en  cuerpos  de  doctrinas  nuevas  é 
incomprensibles  á  las  masas  para  las  cuales,  por 
otra  parte,  amarillismo  y  godismo  seguirán  siendo, 
nuestros  tales  términos  evoquen  sentimientos  vi- 
vos, lo  que  ya  hemos  visto  que  han  sido  en  el 
pasado,  y  continuarán  evocándolos  mientras  la 
orientación  de  nuestra  mentalidad  no  cambie,  de 
modo  que  no  variando  esa  orientación  el  mo- 
dernismo «amarillo»  ó  «godo»  sólo  sería  in- 
teligible para  los  escasos  convencidos  de  la  heregía 
pero  la  reorganización  de  los  «partidos  históri- 
cos» haría  volver  en  la  realidad  al  pueblo  á  nuevas 
cruentas  luchas  por  las  mismas  necias  supersticio- 
nes «políticas»  de  antaño. 

Ahora  bien:  cuando  haya  variado  nuestra 
mentalidad  en  el  sentido  de  hacer  posible  la  coexis- 
tencia pacífica  y  legal  de  verdaderos  partidos  po- 
líticos, estaremos  ya  educados  para  las  serenas 
prácticas  republicanas;  entonces  sí  será  posible 
hablar  con  seriedad  y  no  en  farsa,  de  ten- 
dencias políticas  distintas  y  habrá  elementos  para 
efecitvas  organizaciones  partidarias  que  sin  duda 
serán  la  del  proletariado  socialista  y  la  de  la 
burguesía  conservadora  (pues  el  conservatis- 
mo  englobara  entonces  como  ya  hoy  en  Francia 
al  liberalismo  clásico).  Pero  ese  día,  ya  desarrolla- 
do también  el  sentido  crítico  de  las  masas  no  se  le 
ocurrirá  á  esos  verdaderos  partidos  políticos  del  fu- 
tuturo  disfrazarse  ó  pintarrajearse  de  amarillos  ó  go- 

245 


TJN   LIBRO  ARGENTINO 


dos,  conceptos  que  ya  no  serán  para  esa  época  sino 
asunto  de  estudios  históricos  de  los  eruditos.  Verda- 
deramente que  si  hombres  ya  completamente  civi- 
lizados resolvieran  llamarse  amarillos  ó  godos  en 
medio  de  una  sociedad  perfectamente  equilibrada  é 
ilustrada  causaría  eso  tanto  asombro  como  si  salieran 
por  las  calles  con  plumas  en  la  cabeza,  arco  y  car- 
caj en  la  espalda,  y  tiznado  el  rostro  á  la  manera 
del   antepasado  indígena. 

De  modo  que  el  desiderátum  de  actualidad  no 
está  en  la  reorganización  departidos  viejos,  aunque 
se  pretenda  que  signifiquen  cosas  nuevas,  ni  aún  en 
la  formación  de  partidos  nuevos  con  modernas  deno- 
minaciones, sino  en  la  transformación  del  medio  por 
la  instrucción,  el  trabajo,  la  disciplina  de  las  ae- 
tividades  y  su  armonía  mediante  la  justicia  más  se- 
vera y  sobre  todo  la  transformación  de  los  ele- 
mentos étnicos  mediante  la  inmigración. 

EL  SUFRAGIO  UNIVEESAL. 

Para  muchas  gentes  todos  los  trastornos  de 
los  países  hispano-americanos  vienen  de  que  no 
se  quiere  cumplir  las  leyes.  Viven  en  la  ilusión 
de  que  bastaría  nn  «acto  de  voluntad»  para  que 
ellas  resultasen  eficaces.  Es  el  fruto  del  «espíritu 
clásico»  para  el  cual  las  leyes  escritas  lo  son  todo, 
siempre  que  las  inspire  «la  razón,»  porque  así  pueden 
reglar  la  conducta  del  «hombre,»  el  maniquí  filo- 
sófico igual  por  definición  en  todo   el  globo. 

De  allí  la  creencia  en  la  eficacia  del  sufragio 
universal,   en  nuestras  nacionalidades  criollas.  ¿Las 

246 


PEDRO  M.  ARCAYA 


revoluciones? — Pues,  claro  que  se  evitarían  con  la 
libertad  de  elecciones  ! — Los  que  así  piensan  son 
-«víctimas  del  libro.»  En  sus  entendimientos  han 
forjado  abstracciones  que  se  suplantan  á  las  rea- 
lidades que  no  ven.  Hubieran  observado  las  cosas  y 
no  pensarían  así.  Bastaríales  recordar  cómo  han  sido 
en  los  países  hispano  americanos  las  elecciones  las 
veces  en  que  los  Gobiernos  han  dado  cierta  «libertad» 
para  la  «contienda  cívica.»  Los  fraudes  más  escandalo- 
sos, la  violencia  de  los  «ciudadanos»  unos  contra 
otros,  la  combatividad  y  la  mentira  llevadas  á  los 
extremos  de  la  delincuencia,  esas  son  las  elecciones 
criollas  cuando  son  «libres.»  Los  agentes  electora- 
les mas  útiles,  los  mas  apreciados  por  los  bandos 
en  tales  ocasiones  son  el  valiente,  el  guapo  como 
decimos  nosotros,  capaz  de  amedrentar  á  los  con 
trarios  é  impedirles  que  voten  ó  capaz  de  robarse 
las  urnas  en  riña  abierta  y  el  leguleyo,  el  picaro 
tinterillo  apto  para  falsear  registros  y  actas.  Las 
violencias  y  falsías  son  «ardides»  graciosos  y  plau- 
sibles.    Oigamos  á  Ayarragaray. 

«En  nuestros  fastos  electorales  del  pasado, 
«cuando  hay  una  elección,  de  hecho  conviértese  el 
«comicio  en  un  tumulto  armado.  No  existen  más 
«que  dos  términos  de  sufragio  —6  el  fraude  manso 
«simula  la  legalidad  ó  el  fraude  sangriento  que  su- 
«prime  violentamente  toda  contienda.  En  estas  cir- 
«cunstancias  se  cae  sobre  el  atrio  con  furia,  se  hie- 
«ren  los  conjueces,  se  rompen  los  registros  y  se 
«asaltan    los    grupos   contrarios Es    en  esta 


247 


CJN  LIBRO  ARGENTINO 


«democracia  demagógica,    el    sufragio   universal  el 
«más  inadecuado  de  todos  los  sistemas» 

Vuelve  aquí  la  cuestión  que  siempre  se  presenta,  la 
necesidad  de  que  se  civilize  completamente  el  pueblo 
para  que  pueda  entonces  ejercer  funciones  que 
mientras  tanto  nada  significa  que  en  las  consti- 
tuciones escritas  se  le  atribuyan. 

GUERRA  A  LA  MITOLOGÍA  POLÍTICA.— EL 
CRITERIO  POSITIVISTA 

No  tienen  desperdicio  estos  párrafos  de  Aya- 
Tragaray. 

«En  Epipto,  dice  Clemente  de  Alejandría  (citado 
«por  Taine)  los  santuarios  de  los  templos  están 
«cubiertos  por  velos  tejidos  de  oro;  pero  si  pene- 
«tráis  al  fondo  del  edificio  y  buscáis  la  estatua,  un 
«sacerdote  avanza  con  aire  grave,  cantando  un  him- 
«no  en  lenguaje  egipcio  y  eleva  un  poco  el  velo 
<<para  mostraros  el  Dios.  ¿Qué  veis  entonces?  Un 
«cocodrilo,  una  serpiente  indígena  ó  algún  otro  ani- 
«mal  peligroso.  El  Dios  de  los  egipcios  aparece* 
«es  una  bestia  que  se  arrastra  sobre  un  tapiz  de 
«púrpura». 

«Si  os  queréis  dar  cuenta  de  aquello  que  cn- 
«cierran  en  las  mayorías  de  los  casos,  nuestra  mi- 
«tología  política^  no  os  dejéis  perturbar  por  los  sal- 
amos entonados  por  la  impostura  y  el  convencio- 
«nalismo  pueril,  levantad  los  tejidos  de  oro,  con  los 
«cuales  la    leyenda  cubre    el  santuario» 

«Erígense  en  los  calendarios  políticos  dos  per- 
«sonajes  centrales,  solitarios:  uno  es  el  mito  bueno, 

248 


PEDRO  M.   ARCA  Y  A. 


«el  otro  es  el  mito  malo,  en  armonía  con  el  método 
«de  las  tragedias  clásicas.» 

«El  criterio  colectivo  se  ha  extraviado  y  sub- 
«vertido  por  la  idolatría». 

«La  consagración  y  el  predominio  anacrónico 
«del  mito  es  una  de  nuestras  modalidades  retros- 
«pectivas». 

Recordemos  con  Ayarragaray  que  «sólo  la  ig- 
norancia es  fervorosa  y  violenta»  y  acostumbrémo- 
nos á  examinar  nuestro  pasado  con  el  criterio  de 
la  observación  y  del  análisis.  Dejemos  las  «creen- 
cias» para  el  dominio  de  la  fe  religiosa  de  cada  uno, 
pero  en  las  cosas  de  la  historia  no  «creamos»  por 
actos  de  fe  ó  de  entusiasmos  retrospectivos  sino 
que  escudriñemos. 

Que  sea  por  lo  menos  éste  el  criterio  de  la 
gente  pensadora  y  paulatinamente  irán  desapare- 
ciendo los  resabios  á  revivir  los  «partidos  históri- 
cos»— las  «causas  santas»  del  pasado — con  sus  fa- 
natismos  combativos. 

Y  no  hay  que  confundir  el  escepticismo  des- 
tructor de  las  leyendas  políticas  forjadas  por  los 
viejos  bandos,  con  la  falta  de  ideal.  Muy  alto  es 
el  nuestro  porque  es  el  triunfo  de  la  verdad  sin  el 
cual  nada  sólido  puede  fundarse. 

Caracas:    abril  de  1910 


249 


FACTORES  INICIALES  DE  LA  EVOLUCIÓN 
política  VENEZOLANA 


FACTOIIES  ItlICIALES  DE  LA  EVOLUCIÓN  POLÍTICA  UENEZOLAflA 

Creemos  con  el  Doctor  Le  Bon  (1)  que  detrás 
de  las  instituciones,  las  artes,  las  creencias  y  los 
trastornos  políticos  de  cada  pueblo  se  encuentran 
determinados  caracteres  morales  é  intelectuales,  de 
los  que  deriva  su  evolución  y  constituyen  el 
alma  nacional,  por  lo  menos  la  base  inconsciente 
del  espíritu  popular,  formada  por  el  lento  depósito 
de  los  sentimientos  que  dejaron  en  herencia  las  ge- 
neraciones extinguidas. 

En  esas  regiones  inconscientes  del  alma,  en 
sus  rincones  tenebrosos,  se  agitan  en  silencio  los 
muertos.  ¡Cuántas  revoluciones,  cuya  explicación  se 
busca  en  las  pasiones  fugaces,  en  la  voluntad  frá- 
gil de  los  vivos,  son  obra  de  los  muertos  silencio- 
sos, es  decir  de  los  instintos  hereditarios  de    la  raza! 

Algunos  escritores  han  calificado  de  prejuicios 
científicos  estas  nociones,  pero  ningún  observador, 
nadie  que  haya  estudiado  el  proceso  evolutivo  de 
una  sociedad  humana  cualquiera,  negará  la  indis- 
cutible verdad  que  encierran. 

Mas  tampoco  deberemos  prescindir  de  otro  fe- 
nómeno comprobado  por  la  ciencia:  la  sugestión  que 
se  traduce  en  las  sociedades  humanas  por  la  imita- 
ción, por  la  acogida  rápida  y  ferviente  que  obtienen 


(l)     L.    Bon    Lois    psicologiques    de     lévolution   des  peu- 
ples.—péig.   9.   2e  édit— París,    1895. 

253 


FACTORES   INICIALES 


ciertas  ideas,  las  cuales  lanzadas  por  un  pensador  ó 
un  apóstol  logran  cautivar  un  pueblo  é  irradian  lue- 
go por  el  mundo  conmoviendo  las  almas.  (2) 

En  Venezuela  observamos  desde  los  comienzos 
de  la  Independencia  Nacional  el  dogma  político  de 
los  derechos  del  hombre,  la  idea  fascinadora  de  la 
igualdad,  sugestionando  la  mayoría  de  la  clase  le- 
trada del  país  y  logrando  extirpar  algunos  senti- 
mientos que  parecían  arraigados,  es  decir,  las  preo- 
cupaciones de  nobleza  y  de  color.  Pero  si  tal  su- 
cedió fué  porque  esos  sentimientos  no  eran  en  rea- 
lidad profundos,  pues  no  formaban  parte  de  la 
mentalidad  orgánica,  si  así  podemos  expresarnos,  de 
la  raza  española ;  al  paso  que  las  ideas  importadas 
de  gobierno  libre,  republicano  y  responsable,  por 
más  que  se  las  tradujo  en  leyes  escritas,  fueron  im- 
potentes para  modificar  los  instintos  más  antiguos 
del  pueblo  venezolano,  en  materia  de  gobierno,  he- 
redados de  las  razas  incultas  primitivas,  la  negra  y 
la  india,  á  cuyo  nivel,  por  fenómeno  de  regresión, 
descendió,  en  este  orden  de  su  mentalidad,  la  raza 
conquistadora;  instintos  inconscientes  que  impulsan 
á  obedecer  sin  límites  y  á  mandar  sin  medida,  ím.- 
petus  belicosos  surgidos  de  las  profundidades  del 
espíritu,  al  removerse  el  viejo  sedimento  formado 
por  la  acumulación  hereditaria   de   los   sentimientos 


(2)     Este  fenómeno    lo  ha    esclarecido    principalmente, 

aunque    exagerando    mucho  su    importancia,    Gabriel  Tarde, 

en     su    hermoso    libro    Les  Lois    de   l'imitation. — París. — 2e. 
édition.— 1895. 

254 


PEDRO  M.   ARCAYA 


guerreros  de  las  incontables  generaciones  cuya  vida 
fue  una  lucha  continua,  en  las  llanuras  venezolanas 
ó  las  selvas  del  África.  Tendencias  ingénitas  és- 
tas del  alma  nacional,  que  á  la  postre  debían  ge- 
nerar, con  el  triunfo  de  la  revolución  de  1859  y 
su  corolario,  la  Revolución  de  abril  de  1870,  la  ins- 
titución natural,  determinada  por  la  formación  ét- 
nica de  nuestro  pueblo,  es  decir,  el  régimen  mono- 
crático. 

Los  que  sólo  se  fijan  en  las  constituciones  es- 
critas tendrán,  sin  duda,  muy  distinto  criterio  y 
afirmarán  que  la  evolución  efectuada  hasta  1864 
fue  en  sentido  democrático,  porque  las  leyes  eran 
cada  vez  más  liberales,  pero  el  sociólogo  que  ob- 
serve las  manifestaciones  íntimas  de  la  vida  nacio- 
nal no  podrá  llegar  á  conclusiones  diferentes  de  las 
nuestras. 

La  historia  de  Venezuela  como  nación  inde- 
pendiente muestra,  á  quien  la  estudie  con  espíritu 
observador,  el  doble  juego  de  las  ideas  políticas 
importadas  del  extranjero,  obrando  en  un  número 
restringido  de  individualidades,  que  son  las  que 
han  escrito  las  constituciones  ú  ocupádose  en  es- 
tudiarlas, y  aun  en  ellas  obrando  de  una  manera 
harto  superficial,  y  por  otra  parte  los  instintos  he- 
reditarios de  la  gran  masa,  la  mentalidad  étnica, 
refractando  aquellas  y  transformándolas  por  com- 
pleto. 

De  modo  que  todos  los  fenómenos  de  nuestra 
historia  tienen  raíces  hondas  de  las  cuales  han  bro- 

255 


FACTORES  INICIALES 


tado.  Son  consecuencias  necesarias  de  causas  re- 
motas. 

Como  es  por  demás  sabido,  dos  razas  in- 
cultas, la  india,  la  negra,  y  una  civilizada,  la  es- 
pañola, mezcladas  en  nuestro  suelo  constituyeron 
los  factores  étnicos  del  pueblo  venezolano.  La 
fusión,  casi  lograda  ya  desde  fines  de  la  época  colo- 
nial, se  ha  venido  haciendo  cada  vez  más  íntima  des- 
pués de  la  Independencia,  de  modo  que  una  nueva 
raza  mixta  es  la  que  hoy  forma  la  inmensa  mayoría, 
la  casi  totalidad  de  la  población  de  Venezuela. 

De  estos  tres  elementos  primitivos  el  más  im- 
portante, por  su  número,  fué  el  indígena,  que  á 
pesar  de  la  gran  disminución  que  sufrió  por  las 
guerras  de  la  conquista  y  luego  por  las  penalidades 
del  régimen  de  las  Encomiendas,  se  perpetuó  for- 
mando la  base  de  la  población  del  país.  Debemos 
insistir  sobre  este  punto  porque  la  opinión  contra- 
ria la  vemos  sostenida  por  el  Doctor  Becerra  (3)  y 
también  por  el  Doctor  Gil  Fortoul  (4)  quien  cree 
que  el  elemento  indio  sólo  subsiste  en  Venezuela 
representado  por  los  restos  de  las  tribus  inferiores. 
Pero  la  verdad  es  que  si  en  Caracas  y  Aragua  que- 
daron destruidas  las  tribus  guerreras,  de  cualidades 
superiores,  en  Coro  se  conservaron  restos  de  los 
Caquetíos,  la  raza  indígena  más  alabada  por  los  cro- 
nistas 


(3]     Becerra — Vida     de    Miranda. — Discurso    preliminar, 
pág.  XC. 

[4]     Gil    Fortoul — El  Hombre  y  la    Historia,    página    15. 

256 


PEDRO  M.  ARCAYA 


«Por  ser  en  sus  costumbres  mas  sincera 

«Con  cierta  presunción  de  hidalguía» 
como  dice  Castellanos  (5)  y  restos  suficientes  para 
formar  el  elemento  principal  de  la  raza  mixta  actual 
de  varios  de  los  Distritos  del  Estado  Falcón.  En  la 
misma  región  coriana,  en  la  serranía,  habitaban  los 
cJirajaras,  gente  belicosa  que  se  extendía  por  varias 
comarcas  de  Venezuela  y  que  sufrió  infinito  por  las 
persecuciones  de  los  españoles;  sus  restos,  sin  em- 
bargo de  que  estuvieron  sujetos  al  régimen  de  las 
Encomiendas,  quedaron  hasta  formar  el  fondo  étnico 
de  ia  población  de  nuestros  actuales  Distritos  Fe- 
deración y  Bolívar. 

Hasta  una  corta  tribu  de  Ajaguas  que  vivía  en 
territorio  coriano,  en  las  montañas  de  Buruica  y  Au- 
taquire,  preservóse  de  una  total  destrucción  y  su 
descendencia,  mezclada  con  otras  razas,  puebla  hoy 
gran   parte  de  nuestro  Distrito  Democracia.  (6) 

En  el  Distrito  ürdaneta^  que  ha  pertenecido  á 
los  Estados  Lara  y  Falcón,  predomina  evidentemente 
la  raza  indígena.  En  el  mismo  Estado  Lara  y  en 
los  Llanos  del  Occidente  y  Centro  de  la  República, 
el  elemento  étnico  preponderante  es  también  el  in- 
dígena. Unas  naciones,  entre  ellas  la  Caquetía  que 
también   se  extendía  por  allá,  se  sometieron  desde 


(5)  Juan  de  Castellanos — Elegías  de  Varones  ilustres  de 
indias,    pág.  182,    3a.  edición    de    Rioadeneira,  Madrid,  1874. 

(6)  En  todos  estos  particulares  nos  ocupamos  exten- 
samente, en  nuestro  libro  inédito  sobre  los  Aborígenes  del 
Estado    Falcón. 

257 


FACTORES  INICIALES 


los  primeros  tiempos  de  la  Conquista.  Otras,  más 
insociables,  continuaron  vagando  por  las  llanuras 
hasta  que  también  fueron  reducidas,  en  los  siglos 
XVII  y  XVIIl,  á  la  vida  política,  por  los  Misioneros 
capuchinos  (7)  que  con  estos  indios  fundaron  nu- 
merosos pueblos  que  aún  subsisten. 

Respecto  del  Oriente,  conocida  por  demás  es 
la  admirable  obra  de  evangelización  de  los  indios, 
llevada  á  cabo  por  los  Misioneros  que  desde  me- 
diados del  siglo  XVII  se  establecieron  allí  y  entre 
quienes  descollaron  los  Padres  Yangües,  Tauste, 
Tapia  y  Ruiz  Blanco,  los  cuales  conservaron  para 
la  civilización  las  tribus  de  aquellos  lugares,  li- 
brándolas de  la  crueldad  y  codicia  de  los  poblado- 
res blancos  y  enseñándolas  á  vivir  como  raciona- 
les y  al  mismo  tiempo  preservaron  del  olvido  los 
idiomas  de  los  aborígenes,  en  los  libros  que  deja- 
ron escritos  y  que  hoy  reimprimen  los  sabios.  (8) 

En  los  Andes  la  raza  indígena  se  mantuvo  en 
número  bastante  para  formar  también  el  núcleo  de 
la  población  actual.  En  la  Cordillera  venezolana  no 
sólo  se   libraron  de  una  total  ruina   los  aborígenes, 


[7]  Véanse  los  papeles  relativos  á  esas  misiones  que 
figuran  en  el  tomo  I  de  la  colección  de  Blanco  y  Azpu- 
rúa    titulada   Documentos  para  la  vida  pública  del  Libertador. 

[8]  Véase:  Historia  corográfica  <^  de  la  Nueva  Andalu- 
cía por  Fr.  Antonio  Caulen  [fue  reimpresa  en  Caracas  en 
1841 J;  "Conversión  de  Píritu  Sf  por  F.  Matías  Ruiz  Blanco" 
[reimpresa  en  Madrid]  y  la  colección  titulada  "Algunas 
obras  raras  sobre  la  lengua  Cumanogota  publicadas  de  nuevo 
por  Julio  Platzman".    5  volúmenes — Leipzig,   1888. 

258 


PEDRO  M.   ARCAYA 


sino  que  todavía  á  principios  del  siglo  XIX,  aun- 
que ya  completamente  cristianizados  y  reducidos, 
conservaban  muchas  de  sus  costumbres  primitivas. 
<<En  1811,  nos  dice  Tulio  Pebres  Cordero,  en  la 
«fiesta  trascendental  de  la  jura  de  la  Independencia 
«y  bendición  de  las  primeras  banderas  de  la  Patria, 
«según  tradición  publicada  por  D.  José  I.  Lares, 
«las  tribus  de  Indios  de  casi  toda  la  provincia  de 
«Mérida  estaban  allí  también,  tocando  sus  atambo- 
«res  y  chirimías»,  (9) 

Nuestros  historiadores  al  tratar  de  la  raza  in- 
dígena se  han  fijado  solamente  en  las  tribus  que 
continuaron  incultas,  ó  no  completamente  reducidas, 
en  las  regiones  de  Guayana  y  El  Zulia  y  como  el 
número  de  estos  indios  era  corto,  han  deducido 
que  dicha  raza  fue  casi  totalmente  destruida  por 
los  españoles.  No  han  puesto  atención  en  el  gran 
número  de  indios  que,  desde  la  conquista,  entraron 
á  habitar  las  ciudades  fundadas  por  los  blancos  ó 
que  tenidos  en  Encomiendas  en  las  haciendas  de 
éstos  formaron  con  el  tiempo  diversos  pueblos,  ni 
en  los  que  fueron  reducidos  por  los  misioneros,  de 
todos  los  cuales  quedó  numerosa  descendencia, 
perpetuada  en  las  más  de  las  comarcas  venezolanas, 
aunque  mezclada  con  las  otras  dos  razas  blanca  y 
negra. 

Verdad  es  que  la  población  aborigen  dismi- 
nuyó muchísimo   por    obra  de    la  Conquista,  pero 

(9)  Tulio  Pebres  Cordero,  Granitos  de  Historia,  Los   Aboríge- 
nes de  Me'rida.    En  El  Centavo,  diario  de  Mérida,  1900. 

259 


FACTORES  INICIALES 


todavía  fueron  más  los  indios  que  quedaron  que  los 
blancos  y  negros  venidos  al  país. 

La  raza  india  es  pues  la  que  mayor  aporte  tiene 
en  la  nueva  raza  mixta  venezolana.  La  mayor  par- 
te de  los  individuos  que  figuraban  como  blancos 
en  los  últimos  censos  de  la  época  colonial  eran  en 
realidad  mestizos. 

Mas  no  por  lo  que  dejamos  asentado  incurrire- 
mos en  sostener  el  error  de  que  en  Venezuela  ha 
quedado  predominando  como  raza  pura  la  indígena. 
Como  ya  lo  hemos  dicho,  en  casi  todos  nuestros  Es- 
tados se  la  encuentra  íntimamente  mezclada  con  la 
blanca  y  la  negra.  Estas  dos  últimas  razas  aunque 
aportaron  menor  contingente  numérico  á  la  forma- 
ción del  pueblo  venezolano,  tienen  una  importancia 
sociológica  igual,  por  lo  menos,  á  la  del  elemento 
indígena,  por  la  mayor  vitalidad  y  resistencia  de 
los  negros  y  por  la  gran  superioridad  en  la  escala 
de  la  civilización,  de  los  blancos  que  trasmitieron 
á  la  nueva  raza  mixta  su  lengua,  su  religión  y  mu- 
chos de  sus  hábitos. 

De  acuerdo  en  ésto  con  el  Doctor  Gil  Fortoul 
diremos  «El  venezolano  de  hoy  no  es  el  español, 
«ni  el  indio,  ni  el  negro.  Es  imposible  asegurar  á 
«qué  familia  humana  pertenecemos,  decía  Bolívar. 
«No  pertenecemos  sin  duda,  á  ninguna  de  las  fa- 
«milias  humanas  anteriores  á  la  época  que  iluminó 
«el  genio  del  Libertador,  pertenecemos  á  la  familia 
«corvstituida  por  la  fusión  de  tres  elementos  étni- 
«cos  distintos  y  nuestro  carácter  nacional,  nuestros 

260 


PEDRO  M.  ABCAYA 


«ideales  y  en  suma  nuestro  espíritu,   es  una  resul- 
«tante  étnica  y  social».  (10). 

Veamos  el  régimen  político  á  que,  antes  de 
su  fusión  en  el  suelo  venezolano,  estuvieron  sujetas 
las  tres  razas  indicadas,  para  determinar  la  natura- 
leza de  los  sentimientos  hereditarios  de  nuestro 
pueblo  en  materia  de  gobierno. 

El  estado  político  de  la  población  precolombia- 
na  de  Venezuela  era  extremadamente  rudimentario. 
Algunas  naciones,  especialmente  de  los  Llanos,  vi- 
vían en  pequeñas  hordas  anárquicas,  grupos  fami- 
liares que  vagaban  de  un  lado  á  otro  como  hatajos 
de  ganados,  representando  en  toda  su  pureza  al 
hombre  primitivo,  el  lobo  inquieto  y  errante,  que 
en  manadas  inició  en  la  selva  la  vida  social.  De 
esa  clase  eran  las  tribus  que  redujeron  los  misio- 
neros de  la  provincia  de  Caracas,  durante  los  siglos 
XVII  y  XVIII,  á  saber:  Guamos,  Guaiquerís,  Yaruros 
y  otros.  No  había  entre  ellos  organización  política 
de  ninguna  especie:  sólo  tenían  Capitanes  en  sus 
guerras,  cargo  que  tomaba  el  indio  de  más  valor 
ó  astucia  en  el  combate.  Era  natural  que  éste  se 
impusiera  luego  á  sus  compañeros  de  la  pequeña 
grey  humana  y  los  dominase  despóticamente  por 
el  miedo  de  sus  rudos  golpes.  En  suma  el  estado 
de  aquellas  exiguas  hordas  concuerda  con  la  des- 
cripción que  nos  hace  la  ciencia  de  las  primeras 
sociedades  humanas. 


[10]  Gil  Fortoul— Op.  elt.  pág.  27. 
261 


FACTOKES  INICIALEa 


Oigamob  á  Letourneau.  (11)  «Los  centros  de  for- 
«mación  del  género  humano,  han  debido  segura- 
emente  estar  situados  en  regiones  de  clima  tropical, 
<<que  no  podemos  aún  determinar,  pero  en  donde  la 
«flora  debía  ser  rica  en  frutos  feculentos  y  comes- 
«tibles.  En  los  bosques  de  esas  comarcas,  más  ó 
«menos  tórridas,  nuestros  lejanísimos  abuelos  pi- 
«thecomorfos  han  vagado  en  hordas  todavía  anár- 
«quicas,  á  la  manera  de  los  antropoides  actuales.  En 
«sus  bandas,  muy  poco  numerosas,  no  había  nin- 
«guna  organización  consciente.    El  macho  más  ro- 

«busto   dominaba  tiránicamente  todo  el   grupo 

«Los  caprichos  individuales  no  han  podido  sufrir 
«otro  freno  que  la  resistencia  de  los  vecinos;  el  único 
«derecho  incontestable  era  el  de  la  fuerza. 

Pero  además  de  las  míseras  naciones  indígenas 
de  que  acabamos  de  hacer  mención,  otras  había  en 
nuestro  suelo,  al  tiempo  de  la  Conquista,  de  nivel 
intelectual  y  moral  relativamente  mucho  más  alto 
y  en  quienes,  por  consiguiente,  existía  un  régimen  po- 
lítico algo  adelantado. 

Ya  no  había  en  éstas  el  despotismo  intermiten- 
te del  macho  más  robusto,  sino  el  poder  sólidamente 
establecido  sobre  la  tribu,  y  á  veces  hasta  sobre  mu- 
chas tribus  que  ocupaban  vastas  regiones,  de  un  Ca- 
cique, es  decir  de  un  Caudillo  valeroso  ó  de  un  he- 
chicero hábil.  La  posición  del  Cacique  era,  sin  duda, 
las  más  de  las  veces  determinada  por  las  condicio- 
nes personales  del  individuo  que,  sin  elección  formal 


(11)    L'évolütion  politique—?aris,  1890,  pág.  526. 
262 


PEDRO    M.     ARCAYA 


de  la  comunidad,  lograba  imponerse  á  los  demás. 
Quizás  era  hereditario  el  Cacicazgo  en  ciertas  fami- 
lias, pero  aún  en  este  caso  es  de  suponer  que  no 
había  orden  regular  de  sucesión.  De  todos  modos, 
el  poder  del  Cacique  no  estaba  fundado  en  el  miedo 
puramente  físico  ó  animal  de  sus  rudos  golpes,  como 
en  la  horda  originaria,  sino  en  el  respeto  supersticio- 
so que  lograba  inspirar  ó  en  la  admiración  de  sus 
hazañas  guerreras.  Esto  unido  al  afecto,  que  gene- 
ralmente sabía  captarse,  de  un  grupo  numeroso  de 
la  tribu,  suficiente  para  contener  las  veleidades  de 
los  demás  miembros  de  ella.  En  este  estado  se  halla- 
ban los  Caquetíos,  varias  naciones  de  Oriente,  los  in- 
dios de  Caracas  y  en  general  la  mayor  parte  de  los 
del  litoral  y  muchas  tribus  del  interior. 

Pero  el  poder  de  estos  Caciques  no  tenía  límites. 
Manaure,  el  Jefe  de  los  Caquetíos,  no  sólo  los  regía 
con  mando  absoluto  sino  que  hasta  se  hacía  temer  de 
ellos  como  un  dios.  Guaramental,  célebre  cacique  de 
las  regiones  orientales  se  daba  ínfulas  de  rey :  vivía 
con  gran  número  de  mujeres  dentro  de  las  fortifica- 
ciones de  un  pueblo,  donde  lo  custodiaban  centena- 
res de  sus  subditos  y  todos  le  obedecían  ciegamente. 

En  suma :  los  Caciques  podían  á  su  voluntad 
matar  ó  dar  como  esclavos  á  sus  indios  y  apoderarse 
de  cuantas  mujeres  de  la  tribu  le  gustasen.  Algunos 
eran  buenos,  por  ejemplo  Manaure,  si  hemos  de  creer 
los  elogios  que  de  él  nos  hace  el  cronista  Juan  de 
Castellanos,  pero  abusar  ó  no  de  su  poder  dependía 
únicamente  de  la  voluntad  de  los  Caciques,  no  porque 

263 


rACTORES  INICIALES 


encontrasen  en  la  tribu  resistencias  originadas  de 
ideas,  desconocidas  en  aquellas  pobres  gentes,  de 
dignidad  ni  de  derechos  de  la  personalidad  humana. 
Tales  ideas,  ni  aún  en  sus  primeros  rudimentos,  no 
podían  nacer  en  la  escasa  mentalidad  de  nuestros 
indios.  Su  capacidad  era  por  demás  corta. 

De  los  que  redujeron  en  los  Llanos  los  Misio- 
neros nos  dicen  éstos  que  eran  bárbaros  y  brutos. 
De  los  de  Oriente  que,  como  hemos  visto  estaban  ya 
á  un  nivel  superior,  nos  dice  uno  de  sus  civilizado- 
res, el  Padre  Tauste,  que  eran  «gentío  en  cualquier 
«estado  muy  rudo  é  incapaz.>  Sólo  á  los  Caquetios 
de  Coro  califica  Castellanos   de 

«Apacibles,  benignos  y  obedientes 
<^En  el  lenguaje  todos  elegantes.» 
De  donde,  sin  duda,  ha  deducido   D.  Francisco  Pí  y 
Margall  que  estos  indios  hablaban  «uno  de  los  más 
sonoros  idiomas  de  América.» 

Pero  esta  elegancia  del  idioma  caquetío  que  im- 
plicaría cierta  superioridad  de  dicha  lengua  sobre  las 
demás  de  los  Indios  venezolanos  y  por  consiguiente 
alguna  mayor  altura  intelectual  de  la  gente  que  la 
hablaba,  tenía  que  ser  puramente  ralativa,  si  como 
nos  inclinan  nuestros  estudios  á  creerlo,  el  caquetío, 
idioma  ya  muerto  y  de  que  no  quedan  rastros  sino 
en  nombres  de  lugares,  era  un  dialecto  mixto,  ca- 
ribe y  arhuaco,  y  por  tanto  debía  participar  de  la  po- 
breza y  salvajez  de  los  demás  dialectos  afines. 

Completamente  desconocidos  fueron  en  nuestra 
población  precolombiana  los  clanes  democráticos  de 

264 


PEDEO  M.  ARCAYA 


los  Pieles  Rojos  norte  americanos,  confederados  me- 
diante pactos  formales,  con  sus  asambleas  donde  se 
discutían  los  intereses  comunes  de  las  tribus.     (12) 

Veamos  ahora  las  ideas  de  gobierno  de  los  Afri- 
canos, especialmente  de  los  que  ocupaban  la  porción 
central  del  continente  negro,  de  donde  vinieron  los 
esclavos  importados  á  Venezuela, 

En  aquellas  gentes  la  evolución  social  estaba 
quizás  más  adelantada  por  algunos  respectos  que 
en  las  tribus  precolombianas  de  Venezuela.  En  cuan- 
to á  régimen  político  habían  pasado  del  cacicazgo 
ó  caudillaje  vitalicio  á  la  monarquía  hereditaria,  en 
pequeños  estados,    con   cierta  organización  diferen- 


(12)  Sobre  lo  que  dejamos  dicho  de  nuestros  Indios  con- 
súltense las  obras  antes  citadas  de  Juan  de  Castellanos,  Cau" 
lín  y  Ruiz  Blanco  y  los  documentos  así  mismo  citados  arriba, 
de  las  Misiones  de  la  Provincia  de  Caracas.  Consúltense  tam" 
bien  "Noticias  Historíales^  por  el  Padre  Simón,  edición  de  Bo- 
gotá: "fíistoría  de  la  conquista  y  población  de  Venezuela'"  por 
Oviedo  y  Baños  y  los  documentos  que  la  acompañan  en  la 
edición  de  Fernández  Duro.  "Narratio'n  du  premier  voyage  de 
Nicolás  Ferderman,  le  jeune,"  edición  francesa  en  la  colección 
Ternaux;  la  Historia  de  las  Indias,  por  Fernández  de  Oviedo  y 
Valdez,  edición  de  Madrid  en  4  tomos;  la  Geografía  de  Vene- 
zuela por  Codazzi.  La  cita  del  padre  Tauste  está  tomada  de 
su  libro  Arte  y  Vocabulario  de  la  lengua  de  los  Indios  Chaimas 
etc.,  página  primera.  (En  la  colección  citada  que  publicó  Platz- 
man). — tacita  de  Pí  y  Margall  es  de  su  magnífica  obra  "His- 
toria general  de  América",  volumen  primero,  pág.  608.  Sobre 
los  dialectos  caribes  véase  el  libro  de  Lucien  há^m," Matériaux 
pour  servir  á  V  établissement  d'  une  grammaire  compare'e  des 
dialectes  déla  famille  Caribe",  París,  1893. 

265 


FACTORES     INICIALES 


ciada  de  funcionarios  que  ejercían  determinados 
cargos. 

Pero  el  gobierno  de  aquellos  reyezuelos  era 
terriblemente  opresivo  y  tiránico. 

Letourneau  ha  propuesto  denominar  zona  ser- 
vil la  región  intertropical  del  África,  p3r  la  pesadí- 
sima opresión  á  la  cual  tenían  sujetos  á  sus  mora- 
dores los  reyes  de  aquellas  comarcas. 

Al  rey  de  Adra,  uno  de  los  minúsculos  monar- 
cas negros,  había  que  servirlo  de  rodillas.  En  pre- 
sencia del  de  Loango  hasta  los  grandes  de  la  corte 
tenían  que  arrojarse  á  sus  pies  y  arrastrarse  en  el 
polvo  en  señal  de  sumisión;  verdadero  culto  se  ren- 
día á  este  monarca ;  en  el  idioma  del  país  se  le 
llamaba  dios. 

En  el  Dahomey  todos  los  hombres  eran  esclavos 
del  rey,  todas  las  mujeres  estaban  á  su  disposición. 
Esta  era  la  ley  del  país. 

uno  de  los  actos  más  frecuentes  (y  considerado 
como  perfectamente  legítimo)  de  aquellos  sobera- 
nos, era  la  venta  de  sus  subditos  á  los  comercian- 
tes  que   hacían  el  infame  tráfico  de  esclavos.     (13) 

Podemos  llegar,  pues,  á  la  conclusión  de  que  en 
dos  de  los  elementos  étnicos  del  pueblo  venezola- 
no, las  razas  india  y  negra,  fué  siempre  absoluto  el 
poder  de  sus  gobernantes,  sin  freno  moral  ni  po- 
lítico de  ninguna  especie. 


(13]  Sobre  lo  que  dejamos  dicho  acerca  del  estado  político 
de  los  negros  véanse  los  libros  de  Letourneau  titulados  L'évo- 
lution  politique,  París,  1890  y  L'éuolut'on  de  la  morale,  París 
1894.  Véase  también  la  Sociología  de  Spencer. 

266 


PEDKO  M     AKCAYA 


En  el  código  de  la  moral  de  estas  razas,  como  en 
el  de  todos  los  pueblos  salvajes,  figuraba  como  pri- 
mer mandamiento,  como  nos  dice  Letourneau:  «Obe- 
diencia al  amo  en  todo  y  por  todo.> 

Calcúlese  el  larguísimo  período  no  ya  de  años^ 
sino  de  siglos,  durante  los  cuales  este  régimen  es- 
tuvo obrando  sobre  las  razas  nombradas  ¡es  decir 
desde  su  aparición  sobre  la  faz  déla  tierra!  En  efec- 
to: hay  que  desechar  las  hipótesis  de  civilizaciones 
prehistóricas  de  que  hubieran  gozado  para  luego  de- 
generar, el  indio  venezolano  ó  el  negro  del  África 
central,  pues  tales  suposiciones  no  están  apoyadas 
€n  datos  suficientes.  ' 

Recordemos  también  que  en  estas  gentes  los 
■oprimidos  de  hoy  eran  muchas  veces  los  señores  del 
día  siguiente,  por  la  instabilidad  de  las  sociedades 
primitivas,  pues  frecuentemente  sucedía  que  toda  la 
tribu,  con  su  rey  ó  cacique  á  la  cabeza,  pasaba  á  ser 
esclava  de  otra  tribu  vencedora. 

¡Cuan  profundamente  debió  grabarse  en  la  men- 
talidad de  estas  razas  la  impresión  psíquica  de  obe- 
decer sin  limites  y  de  mandar  sin  freno !  -«El  hom- 
-«bre  es  el  más  educable  de  los  animales,  nos  dice  el 
«autor  tantas  veces  citado,  Letourtaeau.  Sus  centros 
<nerviosos  están  admirablemente  organizados  para 
<guardar  impresiones  queá  fuerza  de  renovarse  crean 
«sentimientos  instintivos.» 

La    ciencia  contemporánea    nos    demuestra    la 

267 


FAOTCÍIES   INICIALES 


trasmisión  hereditaria  de  tales    sentimientos    como 
una  tendencia  inconsciente  del  espíritu.     (14) 

Veamos  ahora  la  mentalidad  del  tercero  de  nues- 
tros elementos  étnicos,  la  raza  blanca  en  el  siglo 
XVI,  es  decir  cuando  entró,  con  las  otras  dos  razas, 
en  la  fusión  de  la  que  había  de  surgir  el  pueblo 
venezolano.  Al  referirnos  á  la  raza  blanca  nos 
concretaremos  á  la  española,  pues  aunque  también 
vinieron  alemanes  ai  país,  fueron  muy  pocos  en 
número. 

Sería  por  demás  larga  la  exposición  del  de- 
senvolvimiento histórico  de  la  monarquía  española. 
Bástenos  decir  que  su  evolución  duró  luengos  siglos 
y  que  por  las  doctrinas  de  los  juristas  y  los  teó- 
logos el  Rey  era  <el  amo  y  señor  natural>,  ser  de 
naturaleza  superior,  inspirado  directamente  por  la 
divinidad,  Pero,  contrapesando  esta  noción  del  po- 
der absoluto  de  los  reyes,  se  había  desarrollado  en 
el  alma  de  los  pueblos  europeos  y  entre  ellos  mas 
notablemente  de  los  pueblos  de  España,  Francia  é 
Inglaterra,  por  las  doctrinas  del  cristianismo  y  por 
las  enseñanzas  del  derecho  romano,  la  idea  de  la 
justicia,  del    derecho  de   cada  uno  á  lo  suyo. 

Los  mismos  reyes  reconocían  que  habían  sido 
instituidos  para  impartir  la  justicia  y  que  debía  ser 
ella   la  inspiradora  de   todos  sus    actos  (15). 


<14)     Véase    el    libro    de    T.  Ribot — L'  heredité psicologique, 
París,  5e  éditión,  1894. 

[15]     "Dios    les    diera  el   pobló  para  que    lo   defendiesen 
"et    que   lo  gobernasen    bien  —  deben  regnar  con  temor  de 

268 


PEDRO  M.   ARO A YA 


En  suma:  la  idea  del  poder  absoluto  del  Rey 
no  estaba  sola  en  la  mente  española,  como  sí  es- 
tuvo, en  la  de  las  dos  razas  en  que  antes  nos  ocu- 
pamos la  idea  del  mando  absoluto  de  sus  caciques 
ó  monarcas.  Contrabalanceábala  la  noción  de  la 
justicia.  Ya  el  hombre  en  Europa  no  era  el  pobre 
ser  primitivo,  conservado  por  fatalidades  del  me- 
dio físico,  en  el  África  y  en  nuestro  suelo,  sino  el 
hombre  culto  con  el  complejo  sistema  de  su  alta 
mentalidad,  con  los  sentimientos  delicados,  las  as- 
piraciones nobles  que  sobre  el  fondo  de  la  bru- 
talidad originaria  había  venido  depositando  el  lento 
proceso  histórico  de  la  civilización  como  nuevas 
capas  hereditarias    del  espíritu  humano. 

Por  obra  de  esa  noción  de  la  justicia  y  de 
los  sentimientos  originados  por  el  trabajo  transfor- 
mador de  la  cultura,  se  había  arraigado  sólidamen- 
te el  respeto  de  la  ley  escrita,  como  expresión  del 
derecho  y  la  justicia  y  la  idea  de  que  su  infracción 
debía  ser  castigada,  cualquiera  que  fuese  el  infrac- 
tor. De  allí  la  noción  de  la  responsabilidad  de  los 
funcionarios  públicos,  pues  si  el  Rey,  según  la  teo- 


Dios    et    fazer    buenas   obras    et    con    mansedumbre    et    en 

iudgando  juicio    derecho",   leemos    en    el    Fuero  Juzgo,  "Vi- 

"carios    de    Dios    son    los     reyes,    cada    uno    en     su     reyno, 

"puestos  sobre    las    gentes    para    mantenerlas  en  justicia 

E  los  santos  dijeron  que  el  Rey  es  puesto  en  la  tierra  en 
"lugar  de  Dios  para  cumplir  la  iusticia  e  dar  á  cada  uno 
"su  derecho",  leemos  en  las  Partidas  [Ley  V,  tít.  I,  P-^rt.  2]. 
Véanse  las  demás  leyes  de  ese  título  y  los  siguientes  hasta 
el  XIV. 

269 


FACTORES  INICIALES 


ría  dominante,  sólo  á  Dios  era  responsable  de  sus 
acciones,  sí  se  consideraba  á  todos  sus  Ministros 
y  oficiales  sujetos  á  rendir  estrecha  cuenta  de  sus 
procedimientos. 

Por  otra  parte,  la  evolución  feudal  había  con- 
vertido los  primitivos  núcleos  dispersos  en  una 
organización  profundamente  diferenciada.  Por  ab- 
soluto que  fuese  en  teoría  el  poder  del  Rey,  te- 
nía de  frente,  en  la  práctica,  los  privilegios  de  los 
grandes  y  de  las  comunidades  ó  ciudades  del  rei- 
no, privilegios  que  se  apoyaban  sobre  una  base 
histórica  respetable,  por  sus  servicios  durante  la 
guerra  contra  los  Moros.  La  Iglesia  Católica  go- 
zaba también  de  fueros  inviolables.  Todo  ésto 
constituía  en  la  Península  una  sólida  trabazón  de 
intereses  que  daba  poco  campo  á  la  arbitrariedad 
de  los  gobernantes. 

Pero  estos  hábitos  de  legalidad  los  perdieron 
rápidamente  los  españoles  al  establecerse  en  el 
Nuevo  Mundo.  El  concepto  de  la  justicia  se  eclip- 
só  en  el  alma  de  la  raza    conquistadora. 

No  sorprende  al  sociólogo  este  fenómeno.  Es 
frágil  en  el  espíritu  humano  'el  sentimiento  de  la 
justicia,  como  todos  los  que  constituyen  la  mora- 
lidad, aun  en  las  razas  donde  más  raíces  han 
echado.  Son  una  adquisición  relativamente  moder- 
na, si  se  compara  la  data  de  su  génesis  con  la 
época  lejanísima  en  cuya  penumbra  se  esboza  la 
confusa  silueta  del  hombre  de  las  cavernas,  del 
rudo  carnicero  cuyo  único  ideal  era  la  diaria  ma- 
nutención. 

270 


PEDRO  M.  ARCAYA 


El  fondo  del  salvajismo  primitivo  puede  que- 
dar de  nuevo  al  descubierto,  si  por  causas  diversas 
se  llega  á  destruir  la  capa  superpuesta  de  los  sen- 
timientos superiores.  Entre  las  causas  que  más 
contribuyen  á  su  disolución  en  las  razas  civiliza- 
das, figura,  como  una  de  las  más  poderosas,  el 
hecho  de  que  lleguen  á  dominar  otras  razas  que 
se  hallen  más  abajo  en  la  escala  de  la  civilización 
humana,  ejerciendo  este  dominio  en  contacto  inme- 
diato con    ellas   en    lejanas  colonias. 

La  facilidad  de  abusar  de  la  debilidad  de  es- 
tas gentes  y  quizás  también,  como  ya  en  otra  oca- 
sión lo  hemos  dicho,  el  despertamiento  en  el  hom- 
bre civilizado  de  los  instintos  del  hombre  prehis- 
tórico, dormidos  en  el  fondo  del  alma,  pero  laten- 
tes allí,  ante  el  espectáculo,  de  súbito  surgido  á 
su  contemplación,  de  la  primitiva  vida  humana, 
sugestionando  con  intensa  fuerza  el  espíritu  de  los 
conquistadores,  todo  ésto  ha  producido  siempre 
una  regresión  notable  en  la  moralidad  de  los  colo- 
nizadores de  países  bárbaros. 

En  la  raza  española  durante  la  conquista  la 
regresión  fue  espantosa.  En  vano  Bartolomé  de  las 
Casas  y  otros  sacerdotes  predicaban  la  justicia. 
Olvidados  de  ella  los  guerreros  castellanos  se  de- 
dicaron en  su  mayoría  á  esclavizar  los  indios  y  á 
despojarlos  de  sus  haberes. 

En  algunos  casos  el  retroceso  fue  tal,  tan  gran- 
de la  sugestión  de  la  vida  primitiva,  que  adoptan- 
do las   costumbres   de    los    salvajes,    pintados  los 

271 


FACTORES  INICIALES 


rostros,  desnudos  y  armados  de  flechas  optaban 
algunos  soldados  por  quedarse  en  la  selva,  y  vivir 
entre  los  bárbaros,  como  aquel  Francisco  Martín  de 
que  nos  hablan  los  cronistas. 

En  resumen :  la  raza  conquistadora  tendió  á 
bajar  al  nivel  moral    é  intelectual  de    la    indígena. 

Por  otra  parte  no  se  hallaban  en  el  suelo  de 
la  América  los  valladares  de  instituciones  antiguas 
y  poderosas  ante  las  cuales  los  espíritus  aventure- 
^  ros  y  audaces  poco  podían  lograr  en  la  Madre  Pa- 
tria. Todo  era  permitido  en  Indias  al  guerrero  con- 
quistador. 

Dadas  las  condiciones   que  dejamos  analizadas 

debía  resultar,  como    lógica   consecuencia,   la  natu- 

¥   raleza    del    régimen    colonial   de    Venezuela  en   su 

primera,  tormentosa  época,  esto  es   la  disgregación 

de  la  opresión,  la  anarquía  y  el  desorden. 

En  aquellos  remotos  comienzos  de  nuestra  his- 
toria está  la  clave  de  nuestros  trastornos. 

Coro,  febrero  de  1906. 


272 


Discurso  de  recepción  en  la 

Academia  Nacional  de  la  Historia 

el  11  de  diciembre  de  1910 


DISCURSO   DE  RECEPCIÓN    EN    LA  ACADEMIA 

NACIONAL  DE  LA    HISTORIA    EL    II    DE    DICIEMBRE 

DE  1910 


9'' 


efiobeá  (^Acar¿éj?¿¿c aá : 


Al  hablaros  desde  esta  tribuna  debo,  en  pri- 
mer término,  y  es  también  natural  impulso  de  mi 
ánimo,  expresaros  la  profunda  gratitud  que  siento 
por  vosotros  á  causa  de  la  honra  que  me  ha- 
béis discernido.  Quisisteis  que  fuera  vuestro  com- 
pañero en  las  importantes  labores  que  la  Patria  os 
ha  encomendado.  Me  escogisteis  para  sustituir  en 
este  Cuerpo  un  ciudadano  eminente,  cuya  muerte 
todos  deploramos:  el  Dr.  Jesús  Muñoz  Tébar.  ¿Cómo, 
pues,  comenzar  sin  manifestaros  mi  sincero  agra- 
decimiento? Generosidad  suma  ha  sido  la  vuestra, 
porque  con  mi  elección  no  habéis  premiado  méritos 
que  no  he  adquirido,  y  sólo  hay  que  interpretarla 
como  estímulo  para  que  pueda  alcanzarlos  á  vues- 
tro lado.  En  ello  me  esforzaré  en  cuanto  me  sea 
dable. 

Justo  es  así  mismo  que,  antes  de  ocuparme  en 
el  tema  histórico  que  habré  de  desarrollar  en  mi 
discurso,  os  hable  de  la  alta  personalidad  que  he  ve- 
nido á  suceder  en  esta  Academia. 

275 


DISCURSO   DE  RECEPCIÓN 


Fue  el  Dr.  Jesús  Muñoz  Tébar  ciudadano  de 
grandes  virtudes  en  su  vida  privada,  y  noble  ejem- 
plo, como  hombre  público,  de  que  aún  aparecen  en 
la  Patria  caracteres  íntegros,  para  quienes  la  íntima 
satisfacción  de  una  conciencia  recta  vale  más  que  los 
halagos  de  la  riqueza.  Suya  fué  la  frase,  y  era  la 
expresión  de  la  verdad,  de  que  los  caudales  públicos 
confiados  á  su  administración,  los  manejaba  en  caja 
de  cristal.  En  efecto,  nunca  el  peculado  manchó  sus 
manos. 

Hombre  de  ciencia:  sus  trabajos  sobre  matemá- 
ticas y  astronomía  dan  fé  de  su  hondo  saber.  In- 
geniero: las  varias  obras  que  dirigió  ó  en  cuya  cons- 
trucción colaboró,  son  monumentos  que  recordarán 
su  nombre  á  las  generaciones  venideras. 

Penetró  también  el  Dr.  Muñoz  Tébar,  y  por  eso 
pertenecía  á  esta  docta  Academia,  en  el  campo  de 
los  estudios  históricos,  en  sus  lindes  con  la  sociolo- 
gía, esto  es,  en  su  zona  más  fecunda,  donde  se  la- 
bora en  la  investigación  de  las  causas  que  deter- 
minan el  estado  político  de  las  naciones.  El  de  los 
países  latino- americanos  fue  objeto  por  parte  suya, 
del  bien  meditado  libro  «El  Personalismo  y  el  Lega- 
lismo»,  que  publicó  en  Nueva  York  en  1890,  y  en 
cuyo  estudio  me  detendré. 

Rechaza  el  autor  las  conclusiones  de  la  escuela 
que  ve  la  manifestación  de  tendencias  hereditarias 
en  el  modo  de  ser  de  todo  pueblo.  No  acepta  las 
teorías  que  enseñan  que  es  en  las  regiones  incons- 
cientes del  alma  de  cada  uno  de  los  individuos  que 

276 


PEDRO  M.     ARCAYA 


forman  una  sociedad  donde  se  producen  las  reaccio- 
nes de  cuya  integración  resulta  la  esencia  de  la  ac- 
tividad social. 

La  noción  de  la  herencia  no  tiene,  pues,  en  el  li- 
bro del  Dr.  Muñoz  Tébar,  la  importancia  que  le  damos 
los  discípulos  de  Taine  y  de  Le  Bon.  El  criterio  que 
lo  inspira  es  que  la  diferencia  de  la  educación  pro- 
duce la  diversidad  de  las  llamadas]  razas  humanas, 
porque  de  aquella  diferencia  proviene  la  variedad  de 
las  costumbres  nacionales,  á  las  que  se  amolda 
desde  que  nace,  todo  individuo. 

Partiendo  de  este  criterio  fundamental,  dice  el 
autor  que  ni  la  raza  ni  la  menor  antigüedad  de  nues- 
tra independencia,  son  causas  de  las  diferencias  so- 
ciales y  políticas  que  se  observan  entre  la  república 
de  los  yankees  y  las  repúblicas  de  los  criollos. 
«Ellas  tienen  su  origen  en  las  diversas  costumbres 
«predominantes  en  Inglaterra  y  en  España  á  la  época 

«áe  nuestra  independencia Nuestro  personalismo 

«político  «es  lógica  consecuencia  de  las  costumbres 
«españolas  que  no  cambiamos  cuando  cambiamos 
«nuestras  instituciones  políticas»,  pues  «como  retoño 
«del  gobierno  teocrátito,  ó  sea  del  derecho  divino  de 
«los  reyes,  surgió  la  teoría  (sobre  que  descansa  todo 
«el  sistema  personalista)  de  los  hombres  providen- 
«ciales  ó  predestinados»,  por  lo  cual  «si  se  exami- 
«nan  las  leyes,  decretos,  hojas  periódicas,  obras  li- 
«terarias  y  políticas,  publicadas  en  las  repúblicas 
«hispano-americanas  desde  la  independencia  hasta 
«nuestros  días,  ha  de  verse  con  espanto]  que  la  teoría 

277 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


«áe  lo5  hombres  necesarios  ha  estado  en  continuo 
«vigor,  que  los  hombres  han  sido  amados  apasionada- 
«mente,  que  á  muchos  se  les  ha  venerado  como  á  ído- 
«los  omnipotentes;  mientras  que  al  mismo  tiempo  las 
«instituciones  han  sido  miradas  como  irrealizables 
«utopías  ó  como  vanas  palabras,  á  las  cuales  no  se  ha 
«dispensado  ni  favor  ni  cariño  ni  respeto.  Ente- 
«ramente  lo  contrario  de  lo  que  ha  sucedido  en  los 
«Estados  Unidos>. 

Por  tanto,  el  problema  que  está  por  resolver  en 
estos  países,  según  el  autor,  es  la  reforma  de  las 
costumbres,  para  que  estas  se  inspiren  en  el  res- 
peto de  las  leyes  y  tal  desiderátum  puede  realizarse 
por  la  influencia  de  las  leyes  mismas,  de  la  re- 
ligión, de  la  policía,  las  escuelas,  y  aún  las  diver- 
siones públicas.  En  suma,  cree  el  Dr.  Muñoz  Té- 
bar  que,  mediante  una  bien  dirigida  educación, 
podría  llegarse  en  estos  pueblos  á  la  república 
verdadera.  Grande  es  su  fe  en  la  aptitud  origi- 
naria del  hombre,  en  todos  los  tiempos  y  razas,  de 
tal  modo  que  confía  en  el  éxito  de  una  tentativa 
cuya  posibilidad  expone  así: 

«Imaginémonos  llevadas  á  Berlín,  no  una  sino 
«varias  parejas  de  australianos,  y  véase  que  to- 
«mamos  de  la  especie  humana  los  seres  que  se 
«juzgan  más  degradados.  Lograda  allí  una  procrea- 
«ción  de  todas  las  parejas,  recójanse  los  hijos  al 
«nacer,  sepáreselos  para  siempre  de  sus  padres, 
«dótenselos  con  buenas  ayas  que  los  alimenten 
«bien  y   les  proporcionen  toda    clase  de   cuidados; 

278 


PEDRO  M.  ARCA YA 


«cuando  niños  de  algunos  años,  acaricíenselos  con 
«el  entrañable  amor  con  que  levantamos  nuestros 
«hijos;  envíenselos  á  la  mejor  escuela  del  Muni- 
«cipio  y  luego  á  la  mejor  Universidad  y  favorez- 
^cámoslos  cuando  ya  hombres  con  toda  clase  de 
«influencias  benefactoras.  ¿Podrá  decirse  entonces 
«que  este  grupo  de  australianos,  se  diferencia  in- 
«telectual  y  moralmente  de  los  hijos  de  Berlín? 
«Nosotros  ncs  atrevemos   á  decir  que  nó>. 

Contrarios  á  esta  hipótesis  del  Dr.  Muñoz  Té- 
bar  son  los  hechos  que  demuestran  la  persisten- 
cia hereditaria  de  ciertos  rasgos  psicológicos  á  pe- 
sar de  que  los  combata  la  educación.  Conocida 
es  la  frase  de  Le  Bon  de  que  para  dar  á  un  afri- 
cano la  instrucción  de  un  inglés  ilustrado,  bastan 
algunos  años,  pero  que  mil  apenas  serían  suficien- 
tes para  lograr  que  en  todas  las  circunstancias  de 
la  vida    pensara   y  obrara  como  éste. 

Yo  me  inclino  á  la  opinión  del  sociólogo  fran- 
cés. No  es  que  considero  radicalmente  inferiores 
unas  razas  respecto  de  otras;  á  todas  las  creo 
capaces  de  perfeccionarse  en  el  sentido  de  que  pue- 
den llegar  á  cierto  grado  de  civilización,  pero  es  si 
sus  innatas  cualidades  buenas  se  utilizan  para 
orientarlas  debidamente,  y  si  no  se  las  trastorna, 
pretendiendo  llevar  al  pueblo  por  rumbos  distintos 
de   los   que  puede  seguir. 

Es  un  hecho  manifiesto  é  innegable  que  se 
heredan  los  rasgos  físicos,  como  el  color  de  la 
piel,  la    contextura    de   los  cabellos,  y   la  conforma- 

279 


DISCURSO  DE  KECERCIÓN 


ción  del  cuerpo;  de  allí  que  se  puedan  fijar,  por 
ejemplo,  los  tipos  chino  é  inglés,  patentizándose  su 
divergencia.  Bien  se  sabe  que  algunas  enfermeda- 
des así  funcionales  como  de  la  clase  de  las  vesa- 
nias, son  hereditarias.  No  es  menos  cierto  que 
existen  en  algunas  familias  especiales  aptitudes 
artísticas,  como  el  ingenio  musical  ó  el  pictórico. 
Luego,  si  pasamos  á  considerar  la  voluntad,  no  se 
comprende  por  qué  no  hubiera  de  depender  en 
mucho  su  mayor  ó  menor  desarrollo,  del  factor  de 
la  herencia.  Y  siendo  ésto  así,  resulta  evidente 
que  el  carácter  nacional,  integración  de  los  carac- 
teres de  los  individuos  que  componen  cada  na- 
ción, tiene  su  raíz  en  la  herencia  psicológica 
legada  por  las  incontables  generaciones  del  pasado. 

Así  me  explico  la  ingénita  diversidad  de  ap- 
titudes de  las  diversas  razas  humanas,  para  cier- 
tos esfuerzos  del  entendimiento  y  de  la  volición. 
La  cuestión  del  legalismo  y  del  personalismo  no 
es,  en  este  concepto,  sino  una  manifestación  de 
las  íntimas  tendencias  que  arraigan  en  las  profun- 
didades inconscientes  del  alma  de  cada  pueblo. 
Predominen  las  facultades  efectivas  sobre  las  re- 
flexivas, el  sentimiento  sobre  la  inteligencia  y  la 
voluntad,  sea  débil  esta  última  é  incapaz  de  una 
tensión  constante,  y  el  pueblo  será  personalista; 
á  la  voluntad  colectiva  que  falta  ó  es  vacilante,  se 
sustituirá  necesariamente  el  querer  de  un  régulo  ó 
caudillo,  sostenido  por  afectos  poderosos,  aunque 
en    ocasiones   lo    combatan   odios   no    menos   ar- 

280 


PEDRO  M.   AllCAYA 


dientes.  Por  este  proceso  han  pasado,  en  verdad, 
todas  las  razas  del  globo,  y  de  allí  pudiera  ar- 
güirse  que  no  existe  la  diversidad  que  he  afirma- 
do, pero  yo  la  doy  como  existente,  después  que 
una  larga  evolución,  en  determinados  medios,  ha 
fijado,  en  algunas,  ciertos  caracteres  psíquicos  que 
en  otras  no  concurren,  porque  permanecieron  en  el 
estado  inicial  de  la  humanidad  toda,  ó  evoluciona- 
ron  de   distinto  modo   que  aquellas. 

Viene,  pues,  de  más  hondo  de  lo  que  pen- 
saba el  Dr.  Muñoz  Tébar  la  raíz  del  personalis- 
mo en  los  pueblos  latino-americanos.  Ya  vimos 
que  él  buscaba  su  causa  en  el  elemento  español  ^ 
no  ya  por  herencia  psicológica,  que  no  admitía, 
sino  por  trasmisión  de  costumbres. 

Otros  escritores  se  expresan  en  sentido  con- 
trario, y  fijándose  en  los  rasgos  efectivamente  de- 
mocráticos, y  en  cierto  modo  federalistas,  de  las 
municipalidades  de  la  Edad  Media  española,  dicen 
que  arranca  desde  allá  la  imaginaria  afición  que 
juzgan  siguió  siendo  tradicional,  durante  la  colonia, 
en  los  pueblos  ibero-americanos,  por  el  régimen 
federal. 

A  mi  entender,  tanto  el  Dr.  Muñoz  Tébar,  como 
estos  otros  escritores,  cualquiera  que  sea  la  verdad 
de  sus  respectivas  apreciaciones  cuanto  á  la  his- 
toria de  España,  yerran  al  aplicar  á  estos  países 
las  solas  conclusiones  que  de  ese  estudio  deducen, 
pues  olvidan  que  nuestra  raza  es,  y  era  ya  cuando 
nos   independizamos,  distinta    de  la  hispana,  por  lo 

281 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓX 


cual  la  psicología  de  ésta — traducida  en  sus  cos- 
tumbres políticas — sólo  puede  considerarse  como 
un  factor  y  no  como  una  identidad,  respecto  de 
la  psicología  de  los  países  latino-americanos. 

.  En  verdad,  no  estaba  regida  España  en  los  si- 
glos XV  y  XVI,  como  el  Dr.  Muñoz  Tébar  creía, 
por  monocracias  de  la  especie  de  las  que  en  el 
siglo  XIX  gobernaron  en  algunos  países  de  la 
América.  El  poder  del  Rey  basábase,  más  bien 
que  en  el  prestigio  de  su  persona,  en  el  respeto 
supersticioso  de  la  Nación  á  la  regia  institución 
misma,  considerada  á  la  luz  de  las  tradiciones  ro- 
manistas como  encarnación  de  la  voluntad  popu- 
lar y  por  la  teología  católica,  como  el  Ministerio 
de  Dios  en  las  cosas  temporales  de  la  sociedad; 
á  ese  término  había  llegado,  normal,  y  en  cierto 
modo  progresivamente,  la  evolución  del  concepto 
de  la  Reyedad,  arrancando  del  personalismo  de  los 
Caudillos  que  encabezaron  las  bandas  bárbaras, 
destructoras  del    romano  poderío. 

Por  otra  parte,  el  individualismo  español  no 
se  prestaba  á  las  sumisiones  incondicionales,  y 
así  no  fue  posible,  en  el  grupo  de  los  conquista- 
dores de  estas  Indias,  la  producción  del  fenómeno 
del  «prestigio  personal  del  Caudillo»,  con  tanta  in- 
tensidad como  después  resultó  en  nuestros  países. 
No  han  sido,  pues,  las  costumbres  españolas, 
las  causante<s  únicas  de  nuestros  personalismos. 
Pero  tampoco  son  exactas  las  conclusiones  de  quie- 
nes se  empeñan    en  afirmar  la   existencia  de  tradi- 

282 


TEDRO  M.     AnCAYA 


ciones  democráticas  y  federalistas  en  la  época  colo- 
nial. De  que  los  conquistadores  no  fueran  fácil- 
mente sugestionables,  hasta  convertirse  los  más  en 
instrumentos  de  uno  solo,  no  se  deduce  que  fue- 
ran gentes  capaces  de  practicar  la  vida  republica- 
na como  los  puritanos  que  colonizaron  á  Norte  Amé- 
rica. Aquellos  hombres  no  querían  someterse  los 
unos  á  los  otros,  porque  cada  uno  aspiraba,  ínti- 
mamente, á  ser  el  Señor,  el  Amo,  de  la  nueva  tie- 
rra, con  lo  cual  queda  dicho  que  ninguna  dispo- 
sición podían  tener  tampoco  de  sujetarse  á  la  Ley- 
Fue  por  su  carácter  eminentemente  anárquico, 
levantisco  é  individualista,  que  se  hizo  imposible — 
por  la  falta  de  prestigios  sólidos  que  dieran  base 
para  combatir  el  formidable  poder  real — el  éxito 
del  intento  que,  de  adueñarse  del  Nuevo  Mundo, 
quisieron  realizar  algunos  conquistadores  como  Gon- 
zalo Pizarro,  Hernando  Contreras,  y  hasta  el  des- 
equilibrado Lope  de  Aguirre.  fié  allí  la  causa  de 
que  no  surgiera  desde  entonces  el  Caudillo  omni- 
potente, no  porque  lo  impidieran  sentimientos  «de- 
mocráticos», que  no  existían,  ni  imaginario  respeto 
á  la  institución   municipal. 

Pero  durante  el  largo  período  de  la  colonia, 
fusionáronse  la  raza  conquistadora  y  la  indígena, 
y  entró  como  nuevo  factor  la  africana.  Cuando  se 
independizaron  estos  países,  ya  las  condiciones 
étnicas  eran  distintas  de  las  del  tiempo  de  la  con- 
quista, y  diferentes  debían  ser  los  fenómenos  so- 
ciales   y    políticos  que  resultarían.     La    mezcla  de 

283 


DI8CUB80  DE  RECEPCIÓN 


las  razas  había  originado  en  cada  una  de  nuestras 
repúblicas  criollas,  almas  nacionales,  distintas  de 
ia  española,  y  en  las  cuales  quedó,  por  herencia 
de  sus  varios  factores,  un  sedimento  donde  se  agi- 
tan impulsos  inconscientes  que  determinaron  ia 
constitución  efectiva  de  nuestros  organismos  polí- 
ticos. El  Caudillo  moderno  encontraría  grandes 
masas  de  hombres  valerosos,  obedientes  á  su  voz, 
y  los  cuáles,  ni  serían  rivales  suyos,  como  lo  eran 
los  conquistadores  entre  sí,  ni  serían  incapaces, 
como  los  indios  de  antaño,  de  guerrear  formalmen- 
te, sino  al  contrario,  aptos  para  las  más  recias 
luchas. 

Predominó  siempre  en  el  elemento  indígena, 
para  el  trabajo  personal  la  apatía  y  en  la  vida  po- 
lítica rudimentaria  de  sus  tribus  la  sumisión  á  un 
Cacique,  el  cual  gobernaba  á  su  antojo  la  peque- 
ña comunidad;  efecto,  sin  duda,  de  una  debilidad 
congénita,  y  por  consiguiente  hereditaria  de  la  vo- 
luntad, resultante  del  medio  ambiente  físico  que 
obrando  sobre  centenares,  y  quizás  miles  de  gene- 
raciones, produjo  tal  consecuencia.  Este  abolengo 
indígena  explica  la  facilidad  con  que  han  podido 
algunos  hombres  imponerse  á  pueblos  enteros,  como 
Rosas  á  la  Argentina,  en  Hispano-América,  pero 
no  da  razón,  por  lo  mismo  que  no  es  el  abolen- 
go único,  de  los  fenómenos  todos  de  la  política 
de  estos  pueblos.  La  raza  indígena  sola  no  cam- 
biaría sus  régulos  ni  contra  ellos  se  alzaría;  la  he- 
rencia ó  revoluciones  de  cuartel   ó  intrigas    de  pa- 

284 


TEDUO  M.    AE.CAYA 


lacio,  encumbrarían  al  Señor,  al  cual,  desde  luego, 
obedecería  la  Comunidad.  Realmente,  los  factores 
que  mas  han  contribuido  á  la  génesis  de  los  pres- 
tigios y  por  consiguiente  del  personalismo  y  de 
las  guerras  civiles — contiendas  entre  personalismos 
rivales — han  sido  las  razas  negra  y  blanca.  El  ele- 
mento africano,  superior  por  muchos  conceptos  a' 
indígena,  de  mayor  energía  física  y  capaz  de  más 
vivas  pasiones,  influyó  en  la  producción  de  los  Cau- 
dillos de  nuestras  luchas  intestinas,  hombres  fuer- 
tes y  resistentes  á  tedas  las  fatigas,  fáciles  de  exal- 
tarse en  las  contiendas  políticas  y  por  las  tenden- 
cias semi-místicas  de  su  espíritu,  predispuestos  á 
considerar  como  «causas  santas»,  merecedoras  de 
todos  los  sacrificios,  las  de  los  bandos  en  que  se 
dividieron,  desde  su  emancipación,  los  países  his- 
pano-americanos.  Ese  mismo  elemento  es  el  que 
ha  comunicado  á  nuestros  soldados  su  gran  vigor 
corporal  y  depositado  en  sus  almas  la  simiente  he- 
reditaria de  la  fidelidad  á  sus  Jefes,  hasta  sacri- 
ficarse   en  ocasiones  por  ellos. 

De  la  psicología  española  adviértese  fácilmente 
en  el  alma  latino-americana  un  rasgo  hereditario, 
que  en  mucho  ha  contribuido  al  arraigamiento  de 
los  personalismos.  Es  la  facultad  de  la  imaginación 
transformadora  de  las  realidades  concretas  en  visio- 
nes fantasmagóricas,  pero  á  las  cuales  da  la  inte- 
ligencia, que  por  lo  demás  permanece  extrañamente 
lúcida  y  creadora,  contornos  precisos  como  si  se 
tratara    de   cosas    verdaderas.     La    fábula  de  Don 

285 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓJST 


Quijote,  soñando  estar  en  suntuosos  castillos  y  en 
presencia  de  grandes  señores,  cuando  en  verdad 
se  hallaba  en  pobres  mesones,  entre  arrieros  y  la- 
briegos, es  una  fina  observación  de  las  tendencias 
íntimas  del  alma  de  la  raza  ibera  á  engrandecer 
los  hechos  mas  vulgares.  Por  eso  los  españoles  de 
la  Edad  Media  y  del  Renacimiento,  convirtieron  en 
héroes  de  romances  sus  guerreros,  y  esos  mismos 
sentimientos  los  lanzaban  á  las  más  extraordina- 
rias aventuras,  para  imitar  las  figuras  que  forja- 
ban. En  nuestros  países  la  propia  tendencia  pro- 
dujo las  leyendas  que  nimbaron  de  gloria  los  nom- 
bres de  muchos  Caudillos.  La  imaginación  popular 
exaltada,  lo  transformó  en  Héroes  Magnos  y  la 
voluntad  de  las  multitudes  se  rindió  á  la  suya. 

De  todo  esto  se  deduce  lo  que  ya  en  otra 
oportunidad  he  observado:  que  en  estos  países  no 
puede  ser  el  sentimiento  abstracto  del  respeto  á 
la  Ley  bastante,  por  sí  solo,  para  mantener  el  orden 
social,  sino  que  es  menester  especialmente,  que  el 
gobernante  logre  para  su  personalidad  misma  el 
afecto  del  pueblo.  Conclusión  ésta  que  equivale  á 
decir  que,  teniendo,  como  hemos  visto,  tan  hondas 
raigambres  en  las  repúblicas  criollas,  las  tenden- 
cias personalistas,  mas  práctico  resulta  el  ideal  de 
su  utilización  en  pro  de  la  estabilidad  social,  me- 
diante la  sumisión  del  Magistrado  querido  de  las 
multitudes  á  las  prescripciones  de  bien  meditadas 
leyes,  que  el  de  empeñarse,  vanamente,  en  su  desa- 
parición, á  que  aspiraba  el  doctor  Muñoz  Tébar  en 
el  libro  que  he  venido  examinando. 

286 


PEDRO  M.  ARCAYA 


Mas  ya  me  he  detenido  largo  tiempo  en  comen- 
tarlo, y  es  hora  de  que  entre  á  tratar  la  materia 
que  he  escogido  como  tema  de  mi  humilde  trabajo 
de  recepción  en  esta  respetable  Academia,  á  saber : 
«La  Insurrección  de  los  Negros  de  la  Serranía  de 
Coro  en  1795». 

El  doctor  José  Gil  Fortoul  en  su  Historia  Cons- 
titucional de  Venezuela,  (1)  menciona  este  suceso, 
diciendo  que  con  él  comenzó  el  movimiento  revolu- 
cionario de  la  emancipación.  También  el  doctor 
Eloy  G.  González  en  su  estudio  «El  Centenario  de 
la  Imprenta  de  Venezuela»,  publicado  en  El  Cojo 
Ilustrado  en  1905,  lo  cita  como  uno  de  los  antece- 
dentes de  nuestra  Independencia. 

Extraño  es  que  de  un  acontecimiento  como  el 
que  nos  ocupa,  tan  sonado  cuando  ocurrió,  nada 
digan  Barait,  Austria,  Montenegro  ni  Yanes.  Solo 
Depons,  en  su  conocido  libro  de  comienzos  del  siglo 
XIX  «Viaje  ala  Parte  Oriental  de  Tierra  Firme»  (2) 
lo  refiere,  aunque  errando  respecto  de  la  fecha  en 
que  tuvo  lugar,  pues  da  la  de  1797. 

El  señor  Camilo  Arcaya,  mi  finado  padre,  pu- 
blicó en  la  Revista  Armonía  Literaria,  de  Coro,  á 
principios  de  la  última  década  del  pasado  siglo,  un 
suscinto  trabajo  sobre  este  mismo  tema,  siguiéndo- 
se por  tradiciones,  en  verdad  fidedignas,  porque  he 
podido  comprobar  la  exactitud  de  los  datos,  aunque 


(1)  Tomo  l^,pág.  23. 

(2)  Voyage  á  la  parte  oriéntale  de  la  terre  ferme. — Tomo 
III,  pág.  156. 

287 


DISCURSO   DE  RECEPCIÓX 


escasos,  que  contiene  aquel  trabajo,  especialmente 
acerca  de  la  participación  del  doctor  Pedro  M.  Chi- 
rino  en  la  defensa  de  la  ciudad  contra  los  alzados. 

Cuanto  á  documentos  sobre  el  particular,  ape- 
nas que  sepa,  se  han  publicado  los  tres  que  figuran 
en  las  páginas  259,  260  y  261,  bajo  los  números 
195, 196  y  197  del  tomo  1  de  los  «Documentos  para 
la  Historia  de  la  Vida  Pública  del  Libertador,  pu- 
blicados por  disposición  del  general  Guzmán  Blan- 
co^>,  y  uno  que,  con  varios  errores,  aparece  inserto 
en  el  libro  del  doctor  Julio  C.  Salas,  titulado  «Tie- 
rra Firme». 

Es  pues,  muy  poco  lo  que  se  ha  dado  á  la 
prensa  acerca  del  asunto  que  he  escogido,  pero 
afortunadamente  hallé  en  el  Archivo  del  Registro 
Principal  de  esta  ciudad  los  autos,  casi  completos, 
del  proceso  que  en  Coro  se  inició  por  orden  de 
la  Real  Audiencia  y  el  cual  se  continuó  en  Cara- 
cas por  este  mismo  Alto  Tribunal,  sobre  el  origen, 
desarrollo  y  término  de  la  insurrección  que  estu- 
dio, quiénes  la  llevaron  á  cabo  y  cómo  fué  de- 
belada (3).  Minuciosísimo  en  detalles  de  todo  gé- 
nero es    este  expediente.    Teniendo  á  la    vista   las 


(3)  Este  expediente  se  encuentra  enumerado  bajo  la  le- 
tra C  de  1795,  en  el  «índice  de  causas  criminales  de  1607  á 
1799«>,  así:  Coro.  Expediente  sobre  levantamiento  de  los  ne- 
gros de  aquella  ciudad.  /  piezas,  la  primera  con  304  fo- 
lios, la  segunda  con  278,  la  tercera  con  167,  la  cuarta  con 
503,  la  quinta  con  308,  la  sexta  con  271,  y  la  séptima  con 
7.  Pero  hoy  otra  pieza  más  relativa  ii  este  mismo  proceso, 
aunque  enumerada  en  el  índice  en  «Coro— Independencia — 
1795»,  con  200  folios. 

288 


PEDRO  M.  ARCAYA 


notas  que  de  él  he  extraído,  así  como  traslados  de 
otros  documentos  sobre  juntas  de  Guerra  celebradas 
en  Caracas  en  1795,  que  he  encontrado  en  el  mis- 
mo Archivo,  puedo  hacer  una  exacta  narración  de 
los  acontecimientos  que  son  objeto  del  presente  es- 
tudio; es,  no  solo  de  interés  histórico  el  punto,  sino 
también  sociológico,  por  las  observaciones  que  aque- 
llos sucesos  sugieren. 

Comenzaré  por  hacer  una  breve  reseña  de  la 
esclavitud  en  Venezuela,  especialmente  en  Coro,  y 
delinearé  el  cuadro  que  presentaba  el  medio  donde 
estalló  la  sublevación. 

Desde  el  principio  del  siglo  XVI  comenzó  la 
importación  de  esclavos  en  América.  Permitióseie 
á  Ovando  en  1501  que  trajera  algunos,  siempre 
que  fueran  de  los  negros  nacidos  en  España  en  po- 
der de  cristianos  pues  ya  había  esclavos  de  ese 
color  en  la  Madre  Patria,  Pero  al  amparo  de  esta 
concesión,  introdujéronse  á  la  Española  negros  afri- 
canos, y  como  éstos  solían  huir  á  los  montes  é  in- 
citaban á  los  indios  á  alzarse,  la  Reina  Isabel  revocó 
aquel  permiso.  Pocos  años  después  volvió  el  Rey 
Fernando  á  autorizar  la  trata  de  negros.  Comprá- 
banlos en  el  mercado  de  Lisboa  y  demostrando  la 
experiencia  que  eran  más  vigorosos  que  los  indios, 
resultó  que,  dolidos  de  estos  últimos  los  Padres  Do- 
minicos de  la  Española,  los  Frailes  Jerónimos,  el 
Licenciado  Suazo,  y  aún  el  célebre  Padre  Bartolomé 
de  las  Casas,  instaron  al  Rey  porque  se  aumentase 
la  importación  de  negros  á  estas  Indias,  sin  adver- 

289 


DISCURSO  DK  RECEPCIÓN 


tir  que  tan  injusta  era  su  esclavitud  como  la  de 
nuestros  aborígenes.  Así  fué  que  en  1517  resolvió 
el  Gobierno  Español  despachar  cuatro  mil  negros 
para  las  islas,  sin  perjuicio  de  celebrar  contratos 
para  que  se  trajesen  otros,  como  el  que  se  pactó 
con  Lorenzo  de  Gomenot.  (4) 

Pronto  se  plantaron  en  Santo  Domingo  grandes 
haciendas,  cultivadas  por  los  africanos,  y  sus  rudas 
labores  hicieron  más  próspera  la  colonia,  con  el 
desarrollo  de  la  agricultura,  que  antes  lo  fuera  con 
la   explotación  de  las   minas. 

Ya  arraigada,  pues,  estaba  la  esclavitud  en 
América,  cuando  se  inició  la  colonización  de  Ve- 
nezuela. Así  desde  los  primeros  años  de  la  con- 
quista, junto  al  blanco  guerrero  estaba  el  esclavo 
negro  que,  en  ocasiones,  al  lado  de  su  amo  com- 
batía también   esforzadamente. 

Disemináronse  los  africanos  en  las  varias  po- 
blaciones que  fundaron  los  españoles,  pero  en  ma- 
yor número  fueron  agrupados  en  las  minas  de 
Buria  donde,  á  mediados  del  siglo  XVI,  trabajaban 
más  de  ochenta  negros.  Alzáronse,  como  refiere 
la  historia,  acaudillados  por  uno  de  ellos  mismos 
á  quien  los  colonos  llamaban  Miguel,  y  el  cual,  si- 
guiendo los  usos  de  su  país,  pero  haciendo  una 
grotesca  caricatura  de  las  instituciones  españolas, 
convirtióse  en  régulo  absoluto  de  sus  antiguos 
compañeros.    ¡Primera   manifestación  del  fenómeno 


(4)     E.    Gaylord  Bourne.     España  en    América.     Páginas 
237  y  238. 

290 


PEDRO  M.    ARCAYA 


que  tantas  veces  en  nuestra  vida  nacional  debía 
repetirse,  de!  alzamiento  de  partidas  que  aparente- 
mente movidas  por  ideas  políticas,  y  en  realidad 
obedeciendo  á  impulsos  inconscientes  que  parten 
de  las  capas  hereditarias  del  espíritu,  se  han  ido 
á  los  montes  apellidando  guerra  por  cosas  que  no 
pueden   entender! 

Más  esclavos  había  menester  la  colonia  á  me- 
dida que  se  desarrollaba  su  agricultura,  y  así  su 
número  aumentó  progresivamente.  Por  los  años 
de  1732  ocurrió  entre  los  que  moraban  en  el  lito- 
ral comprendido  entre  Puerto  Cabello  y  Tucacas, 
unidos  á  los  indios  de  esas  comarcas,  una  suble- 
vación análoga  á  la  del  negro  Miguel  del  siglo  XVI, 
aunque  mucho  más  seria.  Encabezábala  el  negro 
Andresote,  esclavo  de  un  vecino  de  Valencia  y  el 
cual  logró  juntar  muchos  parciales,  poniéndose  al 
cabo  en  comunicación  con  los  holandeses  de  Cu- 
razao, para  donde  embarcaba  frutos  de  la  tierra, 
recibiendo  en  cambio  armas  y  municiones  con  que 
pudo  resistir  las  entradas  que  para  sojuzgarlo  hi- 
cieron las  tropas  reales.  Pero  murió  él,  y  al  fin 
redujéronse  sus  partidarios,  previo  indulto  del  Go- 
bernador, por  las  exhortaciones  de  los  Padres  Fray 
Salvador   de  Cádiz  y  Fray  Tomás  de  Pons  (5). 

Concretándome  al  partido  de  Coro,  sé,  por  do- 
cumentos que  he  podido  consultar  en  los  archivos 

(5)  Documentos  para  la  vida  pública  del  Libertador- 
Tomo  I— pág.  411  y  otros  documentos  inéditos  consulta- 
dos   por   el    autor. 

291 


DI3CirKS0  DE  RECEPCIÓN 


de  aquella  ciudad,  que  hasta  fines  del  primer  cuar- 
to del  siglo  XVIll  se  importaron  allá  africanos — 
llamábanlos  bozales-vendidos  por  los  agentes  de  la 
Compañía  inglesa  que  gozaba  el  triste  privilegio 
de  tan  inhumano  tráfico.  Aquellos  crueles  merca- 
deres traían  herrados  los  negros  con  la  marca  de 
la  Compañía,  la  cual  se  copiaba  en  las  escrituras 
de  venta  y  también  en  sus  traslados  que  aún  que- 
dan en  los  protocolos  de  aquella  época.  No  pare- 
ce que  después  se  introdujeran  más  esclavos  á  di- 
cha localidad,  aunque  sí  aumentó  su  número  por 
la  multiplicación  de    su    descendencia. 

Para  la  época  de  los  sucesos  que  vengo  á 
narrar  se  calculaba  que  vivían  en  la  jurisdicción 
de  Coro  tres  mil  doscientos  sesenta  y  un  esclavos, 
de  toda  edad  y  de  ambos  sexos,  de  los  cuales  no- 
vecientos sesenta  en  la  ciudad  misma  y  lugares  cir- 
cunvecinos, incluyendo  los  flancos  setentrionales  de 
la  cercana  sierra,  es  decir,  en  lo  que  hoy  forma  el 
Distrito  Miranda  y  parte  del  de  Colina;  de  quinientos 
á  seiscientos  en  las  montañas  y  valles  de  Cabure  y 
San  Luis  (Hoy  Distritos  Petit  y  Bolívar),  como  cua- 
trocientos cuarenta  en  jurisdicción  de  Casigua  y  re- 
partidos los  demás,  en  menores  grupos,  en  las  otras 
parroquias  del  partido.  Solo  en  territorio  de  la  de 
Agua  Larga   no  habitaba  ningún  esclavo. 

Los  que  moraban  en  jurisdicción  de  Cabure  y 
San  Luis,  estaban  distribuidos  en  las  haciendas 
que  regaban  los  ríos  de  Hueques,  Cariagua  y  los 
Mitares  y  en  las  de  secano    del  valle  de  Curimagua 

292 


PEDRO  M.    ARCAYA 


y  alturas  circundantes.  Con  excepción  de  los  fun- 
dos de  la  Caridad  y  la  Concepción  de  Hueques,  que 
eran  de  relativa  aunque  no  grande  importancia,  to- 
das aquellas  haciendas  eran,  realmente,  pequeñas 
labranzas  de  caña  de  azúcar  para  fabricar  papelón ; 
cultivábanse  también  frutos  menores,  en  escasa  can- 
tidad. 

Paulatinamente  la  esclavitud  en  esos  lugares  se 
transformó,  de  hecho,  en  una  especie  de  servidum- 
bre de  la  gleba.  Formaban  en  cierto  modo  los  es- 
clavos, cuerpo  con  la  hacienda  donde  trabajaban,  y 
junto  con  sus  plantaciones  y  edificios  se  les  in- 
ventariaba en  cada  caso.  Como  era  apenas  lo  la- 
brado por  el  amo  un  cortísimo  espacio  del  terre- 
no sobre  el  cual  tenía  ó  creía  tener  dominio,  solía 
permitir  á  sus  esclavos  que  hicieran  sus  conucos 
en  el  resto,  y  al  cabo  se  veía  rodeada  la  labranza 
del  señor  de  otras  más  cortas,  pertenecientes  á  los 
siervos,  é  hízose  costumbre  que  éstos  sólo  trabaja- 
sen en  la  hacienda  del  amo  el  tiempo  necesario 
para  <<sacar  la  tarea»  que  se  les  asignaba,  bastando 
al  efecto  medio  día,  y  aún  menos  en  ocasiones. 
El  resto  en  los  días  de  labor  y  el  sábado  todo,  ade- 
más, naturalmente  de  los  feriados,  era  el  tiempo 
que  podían  emplear  los  esclavos  en  beneficio  pro- 
pio. En  cambio  de  estas  concesiones,  eximiéronse 
los  amos  de  suministrar  alimentos  á  los  que  no 
tenían  consigo  en  sus.  casas,  aunque  á  todos  y  por 
propio  interés  cuidaban  en  sus  enfermedades,  pro- 
porcionándoles medicinas.    Viviendo  así  los  esclavos 

293 


DISCURSO  DE  KECEPCIÓN 


en  sus  chozas,  al  lado  de  sus  mujeres  é  hijos,  y 
cultivando  sus  conucos,  debía  lentamente  desarro- 
llarse en  ellos  la  conciencia  de  su  personalidad  y 
la  idea  de  que  eran  víctimas  de  una  gran  injusticia. 
Admira  como  los  amos,  hombres  de  sentimientos 
rectos  y  caritativos  ordinariamente,  no  compren- 
dieran también  la  iniquidad  de  la  esclavitud.  Pero 
nada  hay  mas  cierto  que  la  variabilidad  y  perfec- 
cionamiento de  la  moral  humana,  mediante  el  lento 
proceso  de  la  civilización.  Ideas  que  hoy  nos  pa- 
recen evidentes,  no  lo  eran  para  nuestros  antepa- 
sados, y  limitábanse  en  cuanto  á  la  esclavitud  los 
que  eran  bondadosos,  á  temperar  en  lo  que  de  ellos 
dependiese,  los  rigores  de  un  sistema  que,  en  sí 
mismo  considerado,  no  hallaban  injusto.  Quizás 
nuestros  descendientes  llegarán  así  mismo  á  es- 
candalizarse del  estado  social  de  la  humanidad  ac- 
tual, y  se  preguntarán  también,  si  en  las  lejanías 
del  futuro  se  realizaren  los  ideales  que  ya  agitan  las 
multitudes  en  el  viejo  mundo,  como  es  que  nosotros 
hemos  podido  considerar  como  una  mercancía,  su- 
jeta á  la  ley  de  la  oferta  y  la  demanda,  el  trabajo 
del  hombre,  y  sobre  esa  base,  fundado  las  rela- 
ciones económicas  de  capitalistas  y  asalariados.  Mas 
si  se  posesionaren  de  nuestra  mentalidad  y  de  las 
causas  que  la  han  determinado,  tal  cual  es,  verán 
que  no  hemos  podido  pensar  de  o'ro  modo,  y  ncs  ab- 
solverán. Procedamos  nosotros  lo  mismo  respecto 
de  nuestros  mayores,  y  advertiremos  que  al  sostener 
la   esclavitud  no   obraban  por  perversión    del   alma, 

294 


PEDKO  M.  ARCAYA 


sino  sugestionados  por  falsos  conceptos,  que  des- 
de la  más  remota  antigüedad  venían  reinando  en  el 
mundo. 

Volviendo  á  nuestro  asunto,  en  la  misma  con- 
dición que  dejo  explicada,  se  hallaban  los  es- 
clavos de  las  haciendas  agrícolas  de  las  otras  pa- 
rroquias en  que  estaba  dividido  el  partido. 

Cuanto  á  los  esclavos  que  moraban  en  los  fun- 
dos pecuarios  y  los  destinados  al  servicio  doméstico 
de  sus  amos,  estaba  su  vida  organizada  de  otro 
modo,  pero  en  suma  no  eran  maltratados,  y  se  les 
dejaba  también  tiempo  para  que  pudieran  hacer 
algo  en  provecho  de  ellos  mismos. 

Algunos,  ora  entre  los  esclavos  de  los  fundos 
de  agricultura,  ora  da  los  pastores  ó  domésticos, 
lograban  formar  peculio  y  rescataban  su  libertad 
ó  la  de  sus  hijos.  Otros  dejaban  herencia  cuan- 
do morían.  Tengo  á  la  vista  un  traslado,  sacado 
del  protocolo  que  llevó  en  Coro  en  1760  el  Es- 
cribano don  José  Bernardo  de  la  Peña,  del  testa- 
mento que  otorgó  el  13  de  noviembre  de  ese  año 
un  Juan  Nicolás,  esclavo  del  Presbítero  Dr.  D.  Fran- 
cisco de  la  Colina.  Muy  regular  patrimonio  dejó 
aquel  siervo  á  su  viuda  é  hijos,  que  eran  libres  (6). 

(6)  Copio  algunas  cláusulas  de  este  testamento.  Dice 
el  otorgante  que  fue  casado  dos  veces,  y  durante  el  se- 
gundo matrimonio,  aunque  la  esposa  nada  aportó,  adquirie- 
ron varios  bienes  que  á  la  sazón  poseían,  y  sobre  los  cua- 
les testaba,  enumerándolos  así:  «Declaro  por  mis  bienes 
noventa  reses  vacunas  de  rejo  con  más  cuatro  toros  y 
cuatro  novillos,   y  las   demás     reses   que    parecieren    de    mi 

295 


DISCURSO   DE    KECKPCIÓN 


Otro  caso  recuerdo  de  una  esclava  que  testó 
algunos  bienes,  y  como  no  tenía  descendencia,  dis- 
puso  que  se  aplicaran  á    misas  por  su  alma. 

Verdaderamente,  no  eran  opresores  los  amos 
bajo  cuyo  dominio  podían  adquirir  tales  peculios 
sus  esclavos,  lo  cual  no  obsta  á  que  condene  como 
inicua  una  institución  que  arrebataba  al  siervo, 
para  las  labores  del  Señor,  siquiera  una  parte  de 
su  tiempo,  sin    compensación. 

Como    el  proceso  de    la  emancipación  de    los 


jierro,  las   cuales   están    en    la   Palma    Partido  de  Acatuto  al 
cuidado    y    cargo    de    José    Eugenio,  mi  yerno.     Itt  un  hata- 
jo  de    yeguas,   las    que    pareciesen    con   mi  jierro,  que  no  se 
á    punto   fixo   las    que   son    dho    ataxo   de    yeguas   se    halla 
en    el   Hato  del   Sercado    de  mi  amo,    el  Señor  Vicario,  se- 
ñor don    Francisco    de    la  Colina.     Itt  en  dicho  atajo  de  ye- 
guas   tres    burros    y   un    caballo.     Itt    en   dichas  yeguas  tres 
muletas  y    dos  crías    de    caballo.     Itt,   ocho    burras    mansas 
que  están    en    la    Sierra  donde  tengo  mi  residencia.     Itt,  doce 
muías    mansas    de    harria    y  una  de    silla.     Itt,    declaro    que 
tengo    en    Paraguaná    al    cuidado    de    Joseph    Diego  algunas 
yeguas    y   cabras   que    no   se  á    punto    fixo  lo   que  es,  pero 
mediante    la    confianza   que    tengo  del    dho,    es    mi  voluntad 
que   se  esté  y    pase    por   todo    lo    que   el    dixere.     Itt    de- 
claro que   tengo  en  esta  ciudad    al    cuidado    de  Rafael  Ruiz 
ocho    burros---    » —  tiace    el    testador     otras    declaraciones 
sobre    pequeñas   sumas    que    se    le   adeudaban,    y    también 
dice    que    había    comprado    un    derecho    en    las    tierras    de 
Acatuto,    de    cuyo  precio    aun    debía    una    parte,   y    dispone 
algunos    cortos    legados    piadosos.     Termina    el    instrumsnto 
así:     «Y    para   cumplir  y    pagar    este  mi   testamento  mandas 
y    legados    en  el    contenidas,   dejo    y    nombro   por   mi  Alba- 
cea    testamentario    á    dho     mi    amo    el  Sr.    D.    Francisco    de 
la   Colina  --   á  quien    suplico    lo  acepte  por  amor  de  Dios.  .-- 
Dejo    y  nombro  por   mis    legítimos  y    universales  herederos 
á  los  dhos    mis   hijos    Juan    Bernardo    y    á    María  del  Rosa- 
rio de   Silva,  mi  nieta,    hija  lexitima  de    mi    hija    María  del 
Carmen    Difta   y    de  Joseph    Eugenio,    mi    yerno,    para    que 
los   gocen    por    iguales  partes » 

296 


PKDUO  11.   AUCA  Y  A 


esclavos,  ora  por  propio  rescate,  ora  porque  los 
amos,  como  era  frecuente,  les  hacían  gracia  de 
la  libertad,  manumitiéndolos  por  escrituras  ó  tes- 
tamentos, se  inició  desde  la  fundación  de  la  co- 
lonia, al  cabo  el  número  de  los  negros  libres  fue 
relativamente  numeroso  y  mezcláronse  muy  pronto 
con  las  otras  castas,  saliendo  de  esta  mezcla  los 
pardos,  término  colectivo  que  abarcaba  á  todos  los 
que  en  sus  venas  tenían  sangre  africana,  aunque 
fuera  en  corta   proporción 

Al  fin  los  negros  libres  y  los  pardos  llegaron 

á    formar  en  conjunto   la    más  numerosa  categoría 

de  la  población  del  partido  de  Coro;  eran  de  once 
á  doce  mil  personas. 

Entre  los  negros  libres  merece  especial  men- 
ción por  lo  mucho  que  sufrió  durante  los  sucesos 
que  son  objeto  de  este  trabajo,  la  colonia  de  los 
loangos  ó  minas.  La  constituían  los  esclavos  que 
fugados  de  Curazao,  gran  mercado  de  negros  á  la 
sazón,  arribaban  en  numerosas  partidas  á  las  cos- 
tas de  Coro  en  busca  de  su  libertad,  que  adqui- 
rían al  pisar  nuestro  territorio.  En  frágiles  canoas 
se  arriesgaban  á  atravesar  el  mar  que  separa 
aquella  isla  del  continente.  Vagaron  hasta  ya  en- 
trada la  segunda  mitad  del  siglo  XVIII  por  el  li- 
toral oriental  coriano  (Costa  arriba)  donde,  para 
1761,  se  calculaba  que  vivían  como  cuatrocientos 
de  estos  negros  en  eotado  semi-salvaje;  las  auto- 
ridades de    Coro   los  mandaron   doctrinar  por:  «/zo 

297 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


tener  de  cristianos  sino  el  nombre^  (7). — Muchos 
de  ellos  y  luego  todos  los  que  siguieron  viniendo 
de  Curazao  en  la  segunda  mitad  de  aquel  siglo,  se 
redujeron  á  la  misma  ciudad  de  Coro  y  á  una  par- 
te de  la  serranía  que  mora  al  Sur,  en  las  tierras 
entonces  realengas  de  Macuquita.  En  su  mayor 
parte  eran  africanos  de  nacimiento,  y  de  allí  los 
nombres  que  se  les  daba  en  Coro  de  negros  loan- 
gos  y  gente  de  Guinea;  en  cuanto  al  de  minas, 
con  el  cual  también  se  les  designaba,  me  parece 
que  era  vocablo  del  patuá  de  Curazao. 

Grande  influencia  tuvieron  en  aquellas  gentes 
las  prédicas  de  los  sacerdotes  católicos  y  cobraron 
suma  afición  á  las  ceremonias  religiosas.  Eta  na- 
tural que  guardasen  muchas  de  las  supersticiones 
africanas,  pero,  por  lo  menos,  el  catolicismo,  to- 
cando la  fibra  sensible  de  aquellas  almas  primiti- 
vas, que  no  era  ni  podía  ser  la  fría  razón,  sino  el 
sentimiento,  pudo  transformar  á  muchos  de  los 
seres  impulsivos  y  violentos  que  vinieron  del  Áfri- 
ca, en  hombres  que  al  temer  por  la  suerte  de  su 
alma  en  la  otra  vida,  en  que  creían  firmemente, 
se  penetraban  de  ciertos  sentimientos  de  moralidad 
que  les  eran  desconocidos  y  que  de  otro  modo 
no  hubieran  podido  entrar  en  sus  corazones.  En 
el  curso  del  proceso  originado  por  los  hechos  que 
vengo  á  narrar,  hubo  de  tomársele  declaración 
jurada  ante  uno   de  los  Jueces  de  la   Real  Audien- 

(7)     Documentos  consultados   por    el   autor  en    el  Archi. 
vo    de   Coro. 

298 


PEDRO  M.    ARCA  YA 


cia,  en  Caracas,  á  Felipe  Guillermo,  negro  loango 
de  los  que  he  mencionado,  y  á  quien  se  le 
atribuía  complicidad  en  la  Revolución.  Negábala, 
y  reconviniéndosele  para  que  dijera  la  verdad,  con- 
testó que  era  como  había  declarado,  porque  él  no 
se  expondría  á  perder  su  alma,  jurando  falsamen- 
te, para  salvar  la  vida,  expresión  que  emanada  de 
aquel  pobre  negro,  tiene  un  valor  psicológico  de 
singular  importancia,  porque  hace  ver  cuan  honda 
había  sido  la  penetración  de  la  moral  religiosa  en 
aquellos  rudos  espíritus.  En  este  sentido  sí  creo 
en  la  eficacia  de  la  educación  con  respecto  á 
la  raza  africana,  esto  es,  cuando  se  le  habla  en 
nombre  de  la  Religión,  apelando  á  la  fe,  para  ba- 
sar en  ella  la  distinción  del  bien  y  del  mal;  no 
cuando  en  nombre  de  la  razón  abstracta  se  le  ha 
querido  enseñar  cívicos  deberes  republicanos;  la 
profunda  pasión  que  siempre  inspira  sus  senti- 
mientos, constituye  á  esta  raza  en  materia  apta 
para  la  producción  de  batalladores  impulsivos,  he- 
roicos en    ocasiones,  pero   no   de   repúblicos. 

En  la  ciudad  de  Coro  habitaban  los  loangos  la 
parte  Sur  de  la  ciudad,  llamada  Los  Ranchos,  y 
luego  denominada  también  «Barrio  de  Guinea», 
nombres  que  aun  se  conservan.  En  aquel  barrio 
tenían  los  negros  sus  diversiones,  que  eran  ordi- 
nariamente bailes  al  son  del  tambor  africano,  que 
duraban  hasta  media  noche,  con  los  cantos  de  su 
patria  lejana,  en  su  idioma  nativo,  y  sin  duda  de  la 
misma  monotonía   de    los  que,    ahora  en    españoN 

299 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


aún  se  oyen  durante  la  noche  en  los  «trapiches»  de  la 
sierra  de  Coro,  entonados  por  los  «peones»,  que  des- 
cienden de  la  gente  africana,  resonando  como  ecos 
lejanísimos  de  un  remoto  pasado,  como  la  voz  de 
innumerables  generaciones  desaparecidas,  que  fren- 
te á  las  mudanzas  accidentales,  determinadas  por  los 
sucesos  históricos,  afirman  la  permanencia  de  los 
íntimos  sentimientos  que  acumularon  para  legarlos 
a  sus  descendientes. 

En  la  pobre  y  oscura  vida  de  Coro,  las  diver- 
siones de  los  loangos  eran  la  única  nota  de  públi- 
ca alegría,  y  como  espectadores  solían  asistir  á 
ellas  el  Justicia  Mayor  y  los  prohombres  de  la  ciu- 
dad, y  á  veces  hasta  las  señoras. 

Los  mas  de  los  negros  de  los  Ranchos,  tenían 
también  sus  labranzas  en  Macuquita,  donde  residían 
de  fijo  muchos  de  ellos.  Sus  mujeres  eran  comun- 
mente de  Coro,  negras  ó  mulatas  libres. 

Estos  negros  fueron  organizados,  durante  el  úl- 
timo cuarto  del  siglo  XVIII,  en  un  cuerpo  de  mili- 
cias separado  del  de  los  negros  libres  criollos,  y 
denominado  «Compañía  de  loangos»,  con  un  capi- 
tán de  su  nación,  llamado  Domingo  de  Rojas,  el 
cual  los  gobernaba  en  todo,  y  era  á  su  vez  prime- 
ra autoridad  del  vecindario  de  Macuquita.  Bajo 
su  mando  descendían  de  la  Sierra  en  la  Semana 
Santa,  formaban  en  las  procesiones,  y  después  ha- 
cían ejercicios  militares. 

Figuraba  entre  los  loangos  un  tipo  interesante. 
Llamábase  José    Caridad  González.    Traído    de  las 

300 


PEDRO  M.    ARCAYA 


costas  del  África  á  Curazao,  se  fugó  muy  joven  y 
llegó  á  Coro,  donde  se  ocupó  en  diversos  oficios 
y  adquirió  porte  y  maneras  que  lo  distinguieron 
de  sus  coterráneos.  Inteligente  y  laborioso,  apren- 
dió muy  bien  el  español,  <'ca5i  como  los  Patri- 
cios», dicen  los  documentos  que  de  él  hacen  refe- 
rencia, y  además  de  su  idioma  africano  y  del  pa- 
tuá  de  Curazao,  hablaba  también  el  francés.  Con- 
secuente con  sus  compañeros  de  infortunio  que 
dejó  en  la  isla,  trabó  correspondencia  con  ellos,  y 
con  sus  indicaciones  les  facilitaba  la  fuga  al  Con- 
tinente, á  donde  en  efecto  muchos  pudieron  arribar 
siguiendo  sus  consejos. 

Aumentándose  el  vecindario  de  Macuquita,  co- 
menzaron los  negros  á  labrar  tierras  vecinas,  que 
ellos  sostenían  que  eran  también  realengas,  pero 
que  afirmando  ser  suyas,  les  impedían  cultivar  D. 
Juan  Antonio  Zárraga,  y  su  yerno  D.  José  Zabala- 
Tomó  á  su  cargo  José  Caridad  la  personería  del 
grupo  loango  en  esa  cuestión,  patrocinado  por  el 
Dr.  Pedro  M.  Chirino,  Abogado  coriano,  su  protector, 
que  llegó  á  dispensarle  tantas  atenciones,  que  á  cada 
momento  iba  á  su  casa  el  africano.  Aconsejóle  que 
fuera  hasta  España  en  la  reclamación  de  esas  tie- 
rras, y  así  ío  hizo  José  Caridad,  logrando  traer  una 
Real  Cédula  en  sentido  favorable  á  su  causa.  Con 
esto  creció  grandemente  su  influjo  con  los  loangos 
y  adquirió  renombre  entre  los  negros  criollos.  Pro- 
púsose sustituir  á  Domingo  Rojas  en  la  Capitanía 
q,ue  este    desempeñaba,    mas    como    Rojas  tuviera 

301 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓX 


también  sus  parciales  entre  ios  negros  y  sus  pro- 
tectores en  la  clase  directora,  no  lo  consiguió,  pero 
sí  que  se  hicieran  dos  Compañías  de  los  loangos, 
dejando  con  la  una  á  Rojas,  y  drándole  á  él,  José 
Caridad,  el  mando  de  la  otra,  como  lo  dispuso  pro- 
visionalmente en  1794  el  Justicia  Mayor  de  Coro. 
Ramírez  Velderrain.  Mas,  probablemente  por  in- 
fluencias del  señor  Zavala  con  el  Gobernador  Car- 
bonell,  éste  se  negó  á  ratificar  tal  nombramiento, 
y  acordó  la  Capitanía  de  la  nueva  Compañía  á 
otro  negro  loango  llamado  Luis  de  Rojas.  En  es- 
tas gestiones  hacía  José  Caridad  frecuentes  viajes 
á  Caracas,  de  donde  regresó  á  Coro  en  abril  de 
1795,  desesperanzado  del  logro  de  sus  pretensio- 
nes. Ya  volveré  á  tratar  de  él,  y  para  con- 
cluir con  lo  relativo  á  los  negros  loangos,  di- 
ré que  el  número  de  hombres  de  armas  to- 
mar de  este  grupo,  ascendía  á  algo  más  de  dos- 
cientos  individuos  en   1795. 

Para  completar  el  estudio  del  medio  social  co- 
riano,  ya  que  he  hecho  referencia  de  los  esclavos 
y  negros  y  pardos  libres,  mencionaré  á  los  blan- 
cos y   los  indios. 

El  término  de  blancos,  más  bien  que  indicati- 
vo de  raza  puramente  de  este  color,  era  una  ca- 
lificación legal  que  abarcaba,  así  á  los  individuos 
de  casta  europea,  como  á  los  mestizos,  esto  es,  á 
las  personas  que  tenían  sangre  indígena  mezcla- 
da con  la  blanca,  legítimamente  ó  por  bastardía, 
gubdividíanse  los  blancos  en    nobles    y  del  estado 

302 


PKPRO  M.  AKCAYA 


llano,  (en  el  que  predominaba  el  mestizage),  gru- 
pos cuyas  fronteras  estaban  indecisas.  Los  nobles, 
comúnmente  llamados  los  mantuanos,  de  raza  blan- 
ca no  mezclada,  eran  descendientes  de  los  con- 
quistadores, con  cuyas  nietas  se  habían  enlazado 
otros  hidalgos  pobres,  de  los  que  en  busca  de 
fortuna  solían  arribar  á  América,  provenientes  de 
Castilla,  las  provincias  vascas,  Andalucía  é  Islas 
Canarias.  Entre  los  mantuanos  de  Coro  figuraban 
como  ya  dije,  los  más  de  los  dueños  de  las 
haciendas  y  esclavos  de  la  Serranía.  Distaban  sin 
embargo  de  ser  ricos  y  llevaban  una  vida  modes- 
ta, cual  convenía  á  la  pobreza  del  lugar.  Durante 
ciertas  temporadas  del  año  residían  en  Coro,  don- 
de tenían  sus  casas  de  habitación;  el  resto  de  su 
tiempo  lo  pasaban  en  sus  pequeñas  haciendas  agrí- 
colas ó  fundos  pecuarios.  Con  frecuencia,  aunque 
todos  emparentados  unos  con  otros,  se  dividían 
por  cuestiones  fútiles  de  etiqueta  ó  por  pleitos  de 
tierras  en  parcialidades  rivales.  Para  1795  eran 
dos  las  que  existían  entre  los  mantuanos  de  Coro 
con  su  respectivo  séquito  en  las  otras  clases;  una 
de  Don  José  Zavala  y  la  familia  Zárraga  y  la  otra 
del  Dr.  Pedro  iV\.  Chirino,  su  cuñado  Don  José  Te- 
nería y  algunos  individuos  mas  de  sus  cercanos 
deudos. 

La  clase  blanca  en  globo  se  estimaba  en  algo 
menos  de  cuatro  mil  personas,  de  las  cuales  ei 
subgrupo  de  los  mantuanos,  no  llegaba  á  formar 
más  de  una  octava  ó  decima  parte. 

303 


DISCURSO  DK  RECEPCIÓN 


Los   indios   formaban    la  base  étnica  de  la  po- 
blación; en  efecto,  los   pardos    tenían  tanto  de  san- 
gre  africana   como  de  la    indígena;   entre  los  blan- 
cos,  los  mas  eran  realmente    mestizos,    y   todavía 
quedaba  un  gran    número  de  individuos  en  quienes 
permanecía  ó  se  presumía  que  quedaba,  sin    mez- 
cla, la  sangre  de  los  autóctonos.    Como  indios  pu- 
ros estaban  clasificados  los  mas   de  los  habitantes 
de    las  parroquias  constituidas    antaño  como   pue- 
blos de  indios,  con   los   restos  de  las  tribus  abo- 
rígenes  que   sobrevivieron  á    la    Conquista.    Esta- 
ban subdivididos   en  libres,  llamados  también  exen- 
tos, que  eran  los  descendientes    de    los    Caquetíos 
del   litoral,   antiguos  aliados    de    los    españoles    y 
se  estimaban   en   más    de  siete   mil   almas,   distri- 
buidas en   varios  pueblos,  y  en  tributarios,  llama- 
dos también  demorados,  descendientes  de  los  Jira- 
jaras  y   AJaguas    que,  por   haber    resistido    á   los 
conquistadores,  estuvieron  antiguamente  «repartido5> 
en   Encomiendas    y    después    quedaron    obligados, 
como  los  demás  indios   de  Venezuela  y  aún  de  casi 
toda  la  América,  al  pago   de    un    tributo    anual    ó 
demora;  éstos  eran  pocos,  pues   apenas  componían 
cinco  pueblos:  San    Luis,   Pecaya,  Agua  Larga,  Uta- 
quire    y  Pedregal,  y  su  número,  en  todo,  ascendía 
á   algo  menos  de  mil  personas. 

Los  pueblos  de  indios,  así  de  los  exentos 
como  de  los  tributarios,  estaban  también  habitados 
por  gentes  de  otras  castas,  á  pesar  de  las  prohi- 
biciones legales    que   regían    sobre    este  particular, 

304 


PKDRO  31.    ARCA  YA 


y  fue  beneficioso  que  se  eludieran  porque  así  los 
indígenas,  en  contacto  con  las  demás  castas,  y  mez- 
clándose con  ellas,  quedaron  al  cabo  al  mismo 
nivel  del  resto  de  la  masa  popular,  resultando  ésta 
más  homogénea,  de  modo  que  la  división  de  in- 
dios y  pardos,  casi  no  tenía  sino  una  significa- 
ción legal.  Costumbres  y  modo  de  vivir  eran  muy 
semejantes. 

Sobre  los  pueblos  de  indios,  de  una  y  otra 
categoría,  ejercían  suma  influencia  los  prohombres 
de  la  ciudad,  del  grupo  de  los  mantuanos,  en 
contra  de  lo  que  pudiera  creerse  razonando  a  priori 
sobre  el  odio  de  castas,  que  ahora  se  suele  su- 
poner que  debió  existir  en  la  raza  conquistada  ha- 
cia los  nietos  de  los  conquistadores.  En  particu- 
lar, para  la  época  que  estudio,  era  oído  y  consul- 
tado con  afecto,  por  los  indios,  el  Dr.  Pedro  M. 
Chirino,  descendiente  de  los  antiguos  Encomende- 
ros de  los  pueblos  tributarios  y  «Protector  Gene- 
ral» él  mismo  y  descendiente  de  los  antiguos  Pro- 
tectores de  los  indios  libres  Caquetíos.  Estos  úl- 
timos, además  de  sus  capitanes  ó  Caciques  en 
cada  pueblo  y  del  Protector  General  referido,  te- 
nían un  Gacique  General  (título  casi  puramente 
honorífico)  que  lo  era  por  herencia  Don  Domingo 
Martínez  Manaure. 

Es  Curimagua,  donde  prendió    la  insurrección 
que    entro    á     narrar,   un   valle     largo    de    cuatro 
leguas  y  ancho  de  una,  en  el  corazón  de  la  sierra 
de    Coro.    Frescas  y   límpidas,  aunque  no   abundo- 
sos 


DISCURSO   DE   Rf^CEPCIÓN 


535  agua5,  aire  puro,  vegetación  exhiiberante,  clima 
sane,  suelo  ondulado,  aunque  á  ratos  algo  quebra- 
do; tales  condiciones  hicieron  que  el  lugar  fuera 
ocupado  por  los  españoles  desde  el  tiempo  de  la 
conquista.  Abruptos,  aunque  no  muy  altos,  son 
los  cerros  circundantes  y  el  valle  mismo  está 
sobre  el  nivel  del  mar  de  ocho  á  novecientos  me- 
tros. Paró  ese  terreno  á  principios  del  siglo  XVIIÍ 
en  poder  de  los  cónyuges  Don  Cristóbal  Chirino  y 
Doña  Nicolasa  de  la  Colina  que  lo  dejaron  en 
vínculo  para  su  descendencia;  por  eso  á  fines  del 
mismo  siglo  XVIII  las  varias  haciendas  allí  tunda- 
das  pertenecían  á  las  diversas  ramas  de  la  fami- 
lia Chirino,  que  llevaban  ora  el  mibmo  apellido, 
ya  otros,  según  la  descendencia  era  por  línea 
masculina  ó  femenina.  Las  tierras  altas  que  cir- 
cundaban el  valle  por  el  Norte,  Este  y  Oeste  eran 
también  de  individuos  de  las  mismas  familias  ó 
de  otros  vecinos  de  Coro  y  las  del  Sur,  de  los  in- 
dios de  San   Luis. 

Ya  vimos  que  los  esclavos  labraban  por  su 
cuenta  pequeños  conucos  en  estas  haciendas  y  que 
en  suma  sus  obligaciones  respecto  de  los  amos, 
se  habían  convertido  en  una  especie  de  impuesto 
de  trabajo.  En  cada  fundo  vivían  también  mu- 
chos colonos  libres,  con  permiso  de  les  dueños  de 
las  tierras,  ora  pagando  á  éstos  un  pequeiío  ca- 
non de  arrendamiento  anual,  según  la  extensión  de 
sus  labranzas,  ora  moliendo  á  medias  sus  cañas 
en  el  trapiche  del  propietario,    conio    aún    hoy    se 

306 


TEDRO  M.  ARCAVA 


estila  en  aquellos  lugares.  Debía  chocar  á  los  la- 
bradores esclavos,  que  estaban  en  continuo  roce 
con  los  libres,  la  diferencia  de  que  mientras  ellos 
trabajaban  para  el  amo,  aunque  fuera  algunas  ho- 
ras, los  otros  no  lo  hacían  sino  para  sí  mismos ; 
fue  ésta,  sin  duda,  la  causa  principal  que  les  hizo 
ver  de  bulto  la  injusticia  de  su  condición  y  los 
predispuso  á  alzarse. 

Preparados  así  los  ánimos,  llegó  á  Venezuela 
el  «Código  Negro»,  dado  por  el  Rey  de  España. 
En  cuanto  á  la  esclavitud  en  Coro,  quizás  menos 
dura  para  los  siervos  era  la  condición  en  que  se 
hallaban  que  la  que  les  resultaría  con  la  aplica- 
ción de  aquel  Código.  Por  lo  menos  ellos  mismos 
!o  entendieron  así,  porque  proponiéndoles  algunos 
amos  ponerlo  en  ejecución,  lo  cual  envolvería 
para  lo."^  esclavos  la  pérdida  del  sábado  que  la 
costumbre  les  había  dado,  negáronse  á  ello,  y  así 
siguieron  las  cosas  como  venían.  Pero  la  noticia 
de  que  había  llegado  una  Real  Cédula  sobre  la 
esclavitud  se  transformó  por  las  ilusiones,  que 
ojalá  hubieran  resultado  realidades!  de  los  sier- 
vos, en  la  creencia  de  que  el  Rey  había  ordena- 
do su  total  emancipación.  Contribuyeron  á  ello 
también  los  rumores  que  llegaban  al  interior  de 
que  el  Cabildo  de  Caracas  se  oponía  al  cumpli- 
miento de  aquel  Código,  esto  es,  suplicaba  su  re- 
visión, por  considerar  atentatorias  algunas  de  sus 
cláusulas  á   los  derechos    de    los  propietarios. 

Ya  desde    1790    circulaba   entre    los   esclavos 

307 


DISCURSO  DE  RECKPCIÓN 


la  especie  de  que  eran  libres  por  la  voluntad  de 
Monarca,  pero  que  los  amos,  de  acuerdo  con  las 
autoridades  de  la  ciudad,  habían  logrado  evadir  el 
cumplimiento  de  la  Real  Orden,  ün  mohán  ó  he- 
chicero que  recorría  las  haciendas  especulando  con 
la  candidez  de  los  esclavos,  los  hizo  afirmarse  en 
esa  creencia,  que  al  cabo  fue  en  ellos  convicción 
profundísima,  cuando  corrió  el  rumor  de  que  José 
Caridad  González  decía  haber  visto  en  España  la 
Cédula  de  la  emancipación  de  los  esclavos.  Dijé- 
ralo  efectivamente  el  loango  para  ir  preparando, 
como  después  se  creyó,  una  revolución,  ó  fuera 
que  algunos,  para  dar  valor  á  la  especie,  la  pre- 
sentaran como  emanada  de  él,  lo  cierto  es  que  los 
siervos  la  aceptaron  como  una  verdad  indiscutible 
y  desde  entonces  adquirió  sumo  prestigio  entre 
ellos  el  nombre  del  africano,  que  había  tenido  la 
fortuna  de  ver  la  Cédula  libertadora,  y  á  quien  su- 
ponían hasta  amigo  del  Rey,  el  leyendario  perso- 
naje Señor  de  vidas  y  haciendas  y  fuente  de  toda 
merced. 

Los  amos,  tratados  hasta  esa  época  por  los 
esclavos  con  respeto  y  cariño,  mientras  en  su  ru- 
dimentaria mentalidad  los  consideraban  con  dere- 
cho sobre  ellos — que  si  hubieran  sido  capaces  de 
mayor  reflexión,  nunca  les  hubieran  reconocido  tal 
derecho— fueron  vistos  desde  luego  con  ojeriza  cre- 
ciente. Espiaban  los  criados  sus  conversaciones, 
y  cuando  veían  que  querían  hablar  reservadamen- 
te ó  que  leían   con  interés  (todo    esto   ocurría    en 

308 


PEDRO  M.  AR.CAYA 


las  haciendas  de  Curiinagua)  las  cartas  que  re- 
cibían de  Coro,  imaginábanse  que  forjaban  planes 
para  eludir  algún  nuevo  requirimiento  del  Rey, 
respecto  á    su   liberación. 

Pero  aquella  sorda  agitación  limitábase  á  los 
esclavos,  mejor  dicho,  á  cierto  número  de  ellos, 
porque  otros,  bien  hallados  con  su  suerte  ó  me- 
nos fáciles  en  creer  los  rumores  que  circulaban, 
permanecían   tranquilos. 

Otra  causa  ocurrió  luego,  es  decir,  después  de 
1790,  que  produjo  cierta  conmoción  general  en 
todas  las  clases  sociales  de  Coro,  y  muy  espe- 
cialmente en  la  gente  pobre,  así  libre  como  escla- 
va. Fue  el  caso  que  llegó  á  la  ciudad  como  Re- 
caudador de  los  Reales  Derechos  un  individuo,  pro- 
bablemente español,  llamado  don  Juan  Manuel  de 
Iturbe,  el  cual  se  empeñó  en  cobrar  con  el  mayor 
rigor  todas  las  contribuciones  que  ordenaba  el  de- 
recho fiscal  español,  pero  que  en  gran  parte  ha- 
bían caído  en  desuetud  en  Coro.  Trató  de  hacer 
efectivos  en  numerario  ios  tributos  de  los  indios 
demorados  que  hacía  tiempo  no  los  pagaban,  y 
si  acaso  con  frutos  de  la  tierra,  y  muy  especial- 
mente tomó  grande  afán  en  la  recaudación  del 
impuesto  de  alcabala  en  todas  las  transacciones, 
aun  las  que  versaban  sobre  objetos  de  poco  va- 
lor. En  la  Aduana  de  Caujarao,  establecida  de 
tiempo  atrás,  para  el  cobro  de  los  peajes,  ordenó 
á  su  Administrador,  que  lo  era  un  Luis  Barcenas, 
que  detuviese  á  todas  las  personas  que  bajasen  de 

309 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


la  Sierra  á  vender  á  Coro  los  productos  de  sus 
labranzas  y  valorando  lo  que  venían  á  realizar,  co- 
brase anticipadamente  la  alcabala.  Una  idea  de  las 
vejaciones  á  que  daba  lugar  el  cobro  de  este  im- 
puesto, nos  la  da  el  párrafo  que  copio  en  se- 
guida, tomado  de  la  declaración  de  José  Leonardo 
Chirino,  ante  la  Real  Audiencia:  «Allá  hacia  Cu- 
«rimagua  hay  muchos  alcabaleros,  y  si  uno  va  á 
«comprar  una  resesita  á  Baragua  ú  otra  parte, 
«paga  la  alcabala  allá,  y  cuando  pasa  por  el  pue- 
«blo  de  San  Luis,  aunque  no  venda  en  él  la  res,  se 
«la  aforan  y  vuelve  á  pagar  la  misma  alcabala, 
«luego  trae  la  resesita  á  Curimagua  y  la  vende  por 
«panelas,  porque  allí  no  hay  dinero  y  baja  con  las 
«panelas  á  Coro,  y  cuando  llega  á  Caujarao  le 
«quitan  una  prenda  y  le  dan  una  papeleta,  y  ha 
«de  traer  otra  de  la  Administración,  y  si  no  la 
«trae  en  aquel  día,  porque  tal  vez  no  pudo  vender 
«ó  se  dilató  con  otro  motivo  que  no  pudo  venir, 
«-el  alcabalero  de  Caujarao  vende  la  prenda  ó  se 
«queda  con  ella  aunque  valga  más  que  la  alcabalas 
A  las  mujeres  les  embargaban  en  garantía  del 
impuesto  sus  rosarios,  zarcillos  y  hasta  los  pañue- 
los  con   que  se  cubrían   la   cabeza. 

La  Administración  de  las  Rentas  era  indepen- 
diente de  la  Municipalidad  y  hasta  de  la  autoridad 
del  Justicia  Mayor,  primer  magistrado  político  del 
lugar.  Aún  del  Sub-Delegado  de  la  Real  Hacien- 
da, don  José  Zavala,  era  en  cierto  modo  indepen- 
diente, porque  cada  uno  tenía  atribuciones    distin- 

310 


PEDKO  M.    AIICAYA 


ías,  el  Recaudador  Iturbe.  De  modo  que  el  Justicia 
y  los  Cabildantes  nada  podían  hacer  para  conte- 
ner ?»quello5  abusos,  sino  representar  al  Capitán 
General,  el  cual  á  su  vez  tenía  que  someter  el  pun- 
to á  la  Intendencia  de  Hacienda. 

En  efecto,  el  Cabildo  en  virtud  de  proposicio- 
nes del  Síndico  Procurador  don  José  Tellería,  hizo 
una  exposición  al  Gobierno  de  Caracas,  en  queja 
contra  Iturbe.  A  éste  parece  que  lo  apoyó  Zavala 
entonces,  y  en  suma,  mientras  seguía  el  asunto  los 
largos  trámites  del  caso,  continuaban  en  Coro  las 
exacciones.  Esto  contribuyó  también  á  que  en  el 
concepto  de  la  gente  del  común,  que  no  sabía  de 
las  divisiones  de  los  poderes  coloniales,  y  para 
quienes  todas  las  autoridades  formaban  un  bloque 
solidario,  quedaran  mal  parados  los  cabildantes  su- 
poniéndolos cómplices  ó  consentidores  de  los  actos 
de  la  Recaudación  de  Rentas.  La  agitación  que  es- 
tos hechos  produjeron  fue  especialmente  violenta 
entre  los  esclavos  y  labradores  libres  de  la  Sie- 
rra, porque  eran  los  que  más  frecuentes  transac- 
ciones de  ínfimo  valor  hacían  en  la  ciudad,  con 
la  venta  de  los  frutos  de  sus  labranzas.  Los  in- 
dios tributarios  se  manifestaban  también  quejosos 
por  el  cobro  de  los  tributos,  pero  confiaban  más 
en  el  éxito  de  las  gestiones  de  sus  personeros  en 
Coro.  En  cuanto  á  los  Caquetíos,  que  también  su- 
frían con  el  impuesto  de  la  alcabala,  considera- 
ban seguro  que  en  su  obsequio  se  haría  una  ex- 
cepción, dada  su  tradicional  fidelidad  al  Rey,  y  ser 

311 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


ellos  los  más  constantes  sostenedores  de  la  au- 
toridad colonial,  siempre  que  se  les  requería  al 
servicio  de  las  armas  por  temor  á  corsarios  ene- 
migos, de  modo  que  entre  ellos  no  llegaron  las 
quejas   al  extremo    que   en  la    ¿ente  de   la    Sierra. 

Pero  en  esta  última  misma  no  habría  pasado 
la  agitación  al  terreno  de  los  hechos,  á  no  haber 
mediado  otro  factor  que  entro  á  estudiar  y  es 
el  que  conexiona  la  insurrección  que  nos  ocupa, 
ocurrida  en  una  oscura  región  de  la  olvidada  co- 
lonia venezolana,  con  los  hechos  más  trascenden- 
tales de  la  historia  moderna,  porque  á  ese  factor 
se  debió  que  esta  insurrección  fuese  el  eco  pri- 
mero que  en  estos  países  tuvo  la  Revolución  Fran- 
cesa.   Veamos    cómo. 

Desde  que  se  inició  en  Europa  aquel  gran  mo- 
vimiento, sus  noticias  comenzaron  á  agitar  los  áni- 
mos en  Venezuela.  La  caída  de  la  monarquía  se- 
cular de  los  Capetos,  la  prisión  y  muerte  del  Rey, 
del  descendiente  de  San  Luis,  eran  sucesos  que 
de  tal  modo  chocaban  con  las  ideas  y  sentimien- 
tos tradicionales  de  estos  pueblos,  acostumbrados 
á  venerar  los  Reyes,  por  la  institución  que  encar- 
naban, como  personajes  superiores  á  los  demás 
hombres,  v  destinados  por  el  Supremo  Hacedor 
para  el  gobierno  de  las  sociedades,  que  se  com- 
prende cuan  honda  debió  ser  la  sensación  de  los 
espíritus  ante  aquellas  novedades,  que  si  bien  pu- 
sieron espanto   en   los   más,  á    algunos    sugestio- 

312 


PEDRO  M.   ARCAYA 


naron  con  el  prestigio  de  las  nuevas  doctrinas    y 
en  todos   despertaron   ardiente  curiosidad. 

«Desde    las  primeras  noticias  que  se  recibieron 
«de  la   alteración  de  la  Francia,  se  dejaba  conocer 
«su   aplauso    señaladamente   en    el   Puerto    de    La 
«Guayra  (dice   un  documento    publicado  en  la  co- 
«lección    de   Blanco   Azpurua  (8)  en  palabras  suel- 
«tas    y  en   los  semblantes  de    los  habitadores  ex- 
«tranjeros  ó  descendientes  de  ellos  y    de    algunos 
«incautos  españoles  sus    amigos,  manifestando  to- 
•«dos  sobradamente  la  alegría    que  sentían  en  cada 
«paso  favorable  al  establecimiento  de  la  República, 
«y  el  sentimiento  de    los  sucesos  contrarios,  cuyos 
^<efectos   se   descubrieron  más,  cuando  declarada  la 
«guerra  contra  España   por    Francia,    lograban  los 
«Franceses    alguna  victoria  ó    la  perdían,  acreditan - 
«dolo  sin  equivocación   quando  se  supo  que  se  ha- 
«bía  ocupado   la  plaza  de  San  Sebastián,  pues  tras- 
«pasando   entonces   los   límites    de  la    moderación 
«y  compostura,  la   aplaudían  en  sus    convites,  pa- 
«seos  y  festines   privados;  lo  mismo  que  repetían 
«en   otras  iguales  ocasiones  entre   ellas  quando  la 
«pérdida    del  castillo  de  San  Fernando  de  Figueras.» 

Termina  este  documento  diciendo  que  que- 
daron «por  último  en  los  ánimos  de  algunos  jó- 
«venes  inexpertos  é  imprudentes,  imprimidas  las 
^>máxima5  revolucionarias  y  opuestas  diametralmen- 
«ie  al  gobierno  Monárquico». 

En  una  acta  inédita  de  una    Junta  de  Guerra 


(8)    Tomo  I,  página  371. 

313 


DISCURSO  DE   RECEPCIÓN 


celebrada  en  Caracas  en  1795,  cuyo  traslado  he 
tenido  á  la  vista  tomado  del  Archivo  del  Regis- 
tro Principal,  se  dice  «que  en  varias  Juntas  ante- 
priores  formadas  desde  el  mes  de  setiembre  de 
«1793,  con  motivo  de  las  conbersacioncs  pasqui- 
-«nes  y  papeles  cediciosos  que  se  esparcieron  en 
«esta  ciudad  y  se  atribuyeron  á  la  influencia  de 
«los  Franceses  que  estubieron  en  ella  y  en  la 
«Guayra  y  han  salido  para  Puerto  Rico  y  Cádiz,  se 
«meditaron  las  providencias  que  parecieron  mas 
«adequadas....> 

A  Coro  llegaron  también  por  diversas  vías 
esos  rumores,  y  eran  objeto  de  la  pública  curio- 
sidad, que  tomó  caracteres  de  alarma  cuando,  en 
el  curso  de  le  guerra  franco-española,  solían  apa- 
recer en  las  costas  de  Coro,  especialmente  en  el 
Puerto  de  La   Vela,    corsarios  franceses. 

Los  hacendados  de  Curimagua,  hombres  si  no 
de  gran  inatrucción,  sí  inteligentes  y  algo  leídos, 
comentaban  aquellos  sucesos  en  sus  casas,  sin 
cuidarse  de  que  los  oyeran  los  criados  y  esclavos. 
Especialmente  eran  frecuentes  las  pláticas  de  Don 
José  Teliería  con  un  mejicano,  huésped  suyo,  lle- 
gado á  Coro  en  1794  y  llamado  D.  José  Nicolás 
Martínez,  el  cual  se  había  ido  á  residir  á  la  ha- 
cienda de  Teliería  en  la  Sierra,  Discurrían  de  aque- 
llos acontecimientos,  hablaban  de  cómo  en  Fran- 
cia había  venido  abajo  el  orden  antiguo  de  las  so- 
ciedades, proclamándose  la  igualdad  y  la  República 
y  ajusticiándose   al  Rey.    Comentaban  el   curso  de 

314 


PEDRO   M.     AllCAYA 


!a  guerra  y  preveían  de  la  posibilidad  de  que  los 
franceses,  cuyos  corsarios  infestaban  el  litoral,  hi- 
cieran un  desembarco  y  se  apoderaran  de  Coro. 
Ya  en  los  primeros  meses  de  1795  el  señor  Te- 
ilería,  despechado  por  la  mayor  influencia  que  el 
Gobierno  General  concedía  al  señor  Zavala  en  los 
asuntos  administrativos  de  Coro,  y  quejoso  de  que 
aún  no  se  hubiera  resuelto  favorablemente  la 
reclamación  que,  á  instancias  suyas,  se  había  he- 
cho sobre  el  asunto  de  las  alcabalas,  agregaba 
que  no  iría  él  á  defender  á  Coro  si  lo  atacaban 
los  franceses,  que  lo  defendieran  Zavala  y  los  su- 
yos; que  él  con  su  familia,  se  retiraría  á  la  Sie- 
rra. Los  jóvenes,  algunos  casi  niños,  hijos  de  los 
hacendados,  repetían  á  su  vez,  en  las  familiarida- 
des propias  de  su  edad,  á  los  esclavos,  las  expre- 
siones que  oían  de  sus  padres ;  y  fácilmente  se 
comprende  que  en  esos  jóvenes  despertaran  entu- 
siasmo las  nuevas  doctrinas.  Así  un  mozo  Urbi- 
na  decía  que  las  ideas  de  los  franceses  daban  una 
gran  luz;  el  joven  don  Bonifacio  Manzanos  dijo  á 
una  esclava,  y  ésta  lo  repitió  á  los  suyos,  que 
ya  habfa  llegado  el  tiempo  en  que  todos  debían 
ser   ¡guales   sin   que  el   color  significara  nada. 

Aquí  sorprendemos  en  su  inicio  el  proceso  de 
la  infiltración  de  las  nuevas  Ideas,  que  al  fin  ha- 
bían de  estallar  con  el  movimiento  de  la  In- 
dependencia Nacional  y  la  proclamación  de  la 
República.  Si  estas  cosas  se  hablaban  desde  1794 
en  el   corazón  de  la  Sierra  de  Coro,  si  hasta  aque- 

315 


DI9CITESO  DE  RECEPCIÓN 


lias  apartadas  comarcas  habían  ido  las  doctrinas 
francesas,  penetrando  en  gentes  de  la  clase  direc- 
tora, sin  esfuerzo  se  advierte  que  igual  fenómeno 
debía  ocurrir  en  toda  la  extensión  de  la  colonia, 
y   con  mayor  intensidad  en  las  ciudades. 

Pero  con  las  ideas,  cuando  pasan  á  medios 
intelectuales  diferentes  por  su  constitución  heredi- 
taria de  aquellos  en  que  fueron  generadas,  ocurre 
algo  parecido  á  loque  con  la  corriente  eléctrica  al  atra- 
vesar ciertas  sustancias;  nada  queda  de  la  corriente, 
pero  deja  hecha  la  descomposición  de  la  sustan- 
cia en  sus  elementos  primitivos.  Así  me  figuro 
las  ideas  como  nna  especie  de  excitante  psi- 
cológico. No  quedan  de  ellas  al  penetrar  en  espí- 
ritus no  apropiados  para  recibirlas,  sino  fórmulas 
verbales  en  la  memoria,  pero  hacen  salir  á  la  luz, 
desde  las  más  recónditas  regiones  del  alma,  los 
elementos  primitivos  que  allí  dormían  sueño  secu- 
lar. En  nuestra  masa  popular,  las  ideas  republi- 
canas han  obrado  de  la  manera  explicada,  en 
ciertas  individualidades  en  quienes  han  removido 
el  Caudillo,  al  régulo  nacido  con  tendencias  domi- 
nadoras, hasta  entonces  no  sospechadas,  y  al 
cual  cuando  se  manifiesta  con  el  gesto  heroico, 
siguen  las  multiludes  hereditariamente  suges- 
tionables. 

En  el  caso  que  examinamos,  mediante  ese  pro- 
ceso de  ideas  no  comprendidas  despertando  ten- 
dencias inconscientes,  los  conceptos  de  República 
é    igualdad,  conmovieron  tan   hondamente  á  un  la- 

316 


PEDKO  31.  ARCAYA 


briego  de  Curimagua,   que    le  inspiraron  el   proyec- 
to   de  la   insurrección  que  he  venido  á  narrar. 

Llamábase  este  hombre  José  Leonardo  Chiri- 
no,  llevando  tal  apellido  como  hijo  de  un  negro 
esclavo  de  la  familia  Chirino,  aunque  él  nació  li- 
bre, porque  era  hijo  de  india,  también  libre.  For- 
móse como  jornalero  y  colono  aparcero  en  las  ha- 
ciendas de  los  Chirinos,  y  habiendo  contraído  ma- 
trimonio con  una  esclava  de  Don  José  Tellería 
entró  á  servir  en  su  casa,  y  lo  acompañó  varias 
veces  á  Haití  y  Curazao,  donde  solía  ir  Tellería  en 
negocios.  Desbastóse  así  algo  el  José  Leonardo» 
que  no  era  torpe.  Con  frecuencia  se  separaba  de 
Coro  y  venía  á  trabajar  á  los  lugares  del  Centro, 
aunque  en  ninguna  parte  se  fijaba,  sino  que  vol- 
vía siempre  "casa  de  Tellería,  por  tener  allí  su  mu- 
jer é  hijos.  Como  éstos  habían  nacidos  esclavos, 
el  conflicto  en  que  resultaban  frecuentemente  los 
derechos  del  padre  con  los  de  los  amos,  agriaban 
á  aquel,  y  de  allí  su  odio  disimulado  á  la  familia 
á  quien  servía.  Acreditado  de  valiente  en  lances 
personales,  y  de  carácter  dominante,  al  cabo  ad- 
quirió entre  ios  esclavos  y  labradores  libres  de 
Curimagua,  lo  que  en  nuestro  vocabulario  político 
moderno  llamaríamos  prestigio.  Cuando  fue  debe- 
lada la  revolución  que  motiva  este  trabajo,  y  he- 
chos prisioneros  los  secuaces  de  José  Leonardo,  el 
principal  de  ellos,  Cristóbal  Acosta,  declaró  que  se 
había  perdido  «por  su  mala  cabeza  y  la  seducción 
«que   les  hizo  Leonardo,  el  cual    hacían    que  tenía 

317 


DISCUKSO   DE   KECEPCiéiSr 


«pacto  con  el  diablo  por  las  prontas  caminatas  de 
«trechos  largos  que  hacía,  y  así  también  se  \o 
«decía  y  fue  quien  ios  condujo  á  de!inquir^>. — Aqus 
hallamos  la  raíz  indo-africana  del  prestigio  caudi- 
llesco  de  nuestras  guerras  civiles:  es  la  sugestión 
6  seducción  de  un  carácter  fuerte  sobre  las  volun- 
tades débiles  de  hombres  en  cuyos  cerebros  hay 
tendencias  inconscientes,  dejadas  por  incontables 
generaciones  que  vivieron  venerando  como  ídolos  y 
suponiéndoles  poderes  mágicos,  á  sus  régulos  y 
Caciques, 

José  Leonardo,  cuando  vivía  en  Curimagua, 
casi  siempre  estaba  en  la  hacienda  y  casa  de  Don 
José  Tellería,  y  ya  desde  fines  de  1794  ó  princi- 
pios de  1795,  comenzó  á  poner  atención  á  las  con- 
versaciones de  ios  amos,  y  á  averiguar  por  medio 
de  otros  criados,  lo  que  ellos  decían,  y  lo  que  re- 
petían los  jóvenes  á  que  antes  he  hecho  re- 
ferencia. Fué  así  como  tuvo  noticia  de  que  había 
algo,  que  él  llauíaba  la  ^ley  de  los  franceses»,  cuya 
realización  haría  la  felicidad  del  pueblo.  Uníase 
á  todo  esto  su  ya  antigua  aversión  al  señor  Te- 
llería, las  excitaciones  de  la  sorda  agitación  en  que 
se  hallaban  los  esclavos,  como  he  explicado, 
creyendo  que  el  Rey  había  ordenado  su  emancipa- 
ción, y  los  labradores  libres  por  los  excesos  de  ¡os 
alcabaleros,  todo  lo  cual  hizo  despertar  en  su  alma 
un  rudimentario  sentimiento  de  justicia,  imaginán- 
dose que  él  era  capaz  de  remediar  tantos  males, 
esto   es  el   rudimento   de  lo  que  el  escritor  argen- 

318 


FEDUO  31.  AIíCAYA 


tino  Ayarragaray,  refiriéndese  á  los  Caudillos  de 
la  época  tormentosa  de  su  país,  llama  el  concepto 
megalómano  del  deber. 

Circulaban  ya  también  los  rumores  del  alza- 
miento de  los  negros  de  Haití,  y  José  Leonardo 
que  los  había  visto  años  atrás  y  así  sabía  que 
no  le  eran  superiores,  afirmóse  en  su  íntima  creen- 
cia  de  que  él  podía  encabezar   una  revolución. 

Agitado  ya  aquel  labriego  por  tales  con- 
fusas quimeras,  se  comunicó  con  varios  compa- 
ñeros suyos  llamados  Juan  Bernardo  Chiquito, 
Cristóbal  Acosta  y  otros.  Comenzaron  así,  desde 
fines  de  marzo  de  1795,  á  tramar  un  alzamiento 
y  á  pensar  en  su  realización.  Espiaron  más  estre- 
chamente á  los  hacendados  que  nada  sospechaban 
de  sus  esclavos,  para  colegir  por  lo  que  de  ellos 
oyeran,  cuál  fuese  la  oportunidad  mejor,  por  la 
supuesta  inminente  aproximación  de  los  Franceses, 
para  dar  el  grito  de  rebelión  en  rnedio  del  tras- 
torno general  que  esperaban.  Ciertas  expresiones 
de  los  señores,  mal  entendidas  por  los  siervos  que 
los  espiaban,  les  hicieron  creer  que  aquellos  es- 
taban convencidos  de  la  próxima  caída  del  régimen 
español,  y  aún  llegaron  á  sospechar  que  sus  amos 
estaban  en  comunicación  con  los  franceses.  En 
el  desquicia niento  del  orden  existente,  vio  José 
Leonardo  la  oportunidad  de  asumir  el  papel  de  ca- 
becilla. Decidido  así  á  dar  el  grito  de  rebelión, 
no  comunicó,  sinembargo,  su  proyecto,  fuera  de  los 
primeros  con  quienes   lo    había    consultado,  sino  á 

319 


DISCURSO  DE  RECEPCION^ 


otros  muy  pocos  individuos  que  destinaba  á  ser 
sus  principales  tenientes.  En  cuanto  á  los  solda- 
dos, él  contaba  con  su  prestigio  para  reunirlos  en 
un   momento    dado. 

En  esos  días,  ya  á  mediados  de  abril,  llegó 
á  Coro,  como  arriba  dejé  dicho,  José  Candad 
González.  Inmediatamente  expuso  José  Leonardo  á 
sus  compañeros  que  había  recibido  corresponden- 
cia suya  y  estaba  en  comunicación  con  él;  que 
José  Caridad  le  decía  que  aprovechase  la  oportu- 
nidad de  la  presencia  de  los  corsarios  franceses  en 
las  costas,  para  dar  el  grito  de  rebelión,  que  ya 
él,  José  Caridad,  estaba  de  acuerdo  con  los  ex- 
tranjeros, los  cuales  apoyarían  el  movimiento  de  los 
esclavos;  que  él  mismo,  al  acercarse  éstos  á  la 
ciudad,  se  alzaría  dentro  de  ella  con  los  ioangos 
de  su  devoción,  que  Coro  estaba  á  la  sazón  des- 
guarnecida y  sin  armas,  pero  que  pronto  vendría 
una  Compañía  de  Caracas,  de  modo  que  no  había 
que  perder  tiempo,  que  una  vez  tomada  Coro,  in- 
vadirían á  Puerto  Cabello  y  Maracaibo,  contando 
con    el   apoyo  del  Francés. 

Según  luego  veremos,  José  Caridad  fue  muer- 
to en  las  calles  de  Coro  sin  habérsele  temado 
declaración.  Todos  los  prisioneros  afirmaban  su 
complicidad,  pero  era  refiriéndose  á  José  Leonar- 
do; éste  negó  después,  cuando  fué  interrogado  ju- 
dicialmente, haber  dicho  lo  que  sobre  el  particular 
se  le  atribuía  y  protestó  no  haber  estado  jamás 
en  correspondencia   con    José  Caridad.    De    modo 

320 


PEDRO  M.  ARCAYA 


que  e!  único  punto  dudoso  que  queda  acerca  de 
aquella  insurrección,  es  si  efectivamente  fue  su  ins- 
pirador el  José  Caridad,  ó  si  éste  fue  inocente  y 
de  su  nombre  sólo  por  alucinar  á  sus  compañeros 
y  sin  autorización  suya  hizo  uso  José  Leonardo. 
Lo  primero  se  creyó  en  Coro  á  raíz  de  la  insu- 
rrección, y  se  supuso  que  de  tiempo  atrás  venía 
José  Caridad  con  aquel  plan,  que  sus  viajes  á  La 
Guaira  y  á  Caracas  no  tenían  otro  objeto  verda- 
dero que  entenderse  con  algún  agente  revoluciona- 
rio, que  en  suma  él  era  el  auténtico  Jefe  de  la 
Revolución,  y  José  Leonardo  apenas  instrumento 
suyo.  Pero  en  su  oportunidad  veremos  que  la  Real 
Audiencia  parece  haber  pensado  de  otro  modo. 

De  cualquier  modo  que  fuera,  lo  cierto  es  que 
José  Leonardo,  ya  á  principios  de  mayo,  activó 
con  el  mayor  secreto,  de  acuerdo  con  los  pocos  es- 
clavos y  labradores  libres  que  estaban  ü  tanto  de 
sus  propósitos,  el  proyecto  de  la  insurrección,  apro- 
vechando haber  ido  á  Coro  Don  José  Tellería  Hi- 
cieron circular  la  voz  de  que  á  su  regreso  pensaba 
él  organizar  todos  los  esclavos  militarmente  para 
que  hicieran  guardias  en  los  caminos  en  espectati- 
va  de  los  franceses,  lo  cual  alarmó  á  todos  los 
siervos  y  los  predispuso  á  cualquier  tumulto,  pues 
mucho  temían,  como  cosa  de  que  no  tenían  idea, 
el   servicio  militar. 

Para  dar  el  grito  de  insurrección,  promovieron 
los  conjurados  un  baile  en  el  trapiche  de  la  ha- 
cienda  de  Macanillas  en  la  tarde  del   domingo    10 

321 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


de  mayo.  Reuniéronse  allá  José  Leonardo  y  al- 
gunos más,  y  ya  en  la  noche  pasaron  á  la  hacien- 
t1a  de  El  Socorro,  donde  se  declararon  paladina- 
mente alzados.  Proclamaban  la  «ley  de  los  Fran- 
jeses»,  la  República,  la  libertad  de  los  esclavos  y 
; a  supresión  de  los  impuestos  de  alcabalas  y  de- 
mias que   se    cobraban  á  la  sazón.     Pero    es    fácil 

emprender  que  no  podían  tener  plan  coherente  ni 
sibían  lo  que  significaban  las  palabras  «ley  de  los 
rranceses»  y  «república».  En  suma,  José  Leonar- 
do   procedía   casi    inconscientemente,    movido    por 

iitimas  tendencias  de  dominio  que  en  él  se  ha- 
r-i'an  despertado  haciendo  resucitar  al  régulo  afri- 
cano. 

Por  lo  demás,  en  la  embriaguez  producida  por 
I  licor   que    desde  la  tarde  libaban  abundantemen- 
íí  y  por  la   excitación  derivada  de  la  misma  reso- 
:  ición  que   habían    tomado,  comenzaron  á  bullir  en 
i  5  cerebros  de  los  alzados  quimeras  y  planes  cri- 
i  inales  de  dar  muerte  á  todos   los  blancos   y    re- 
!  irtirse  como  esposas    ó   concubinas    sus  mujeres 
•    hijas.    El    proyecto    de  asesinato   comenzaron  á 
■j onerlo  en  práctica    en    la  misma  hacienda  de    El 
Socorro,  donde    mataron   á   Don  José  Nicolás  Mar- 
[  nez  é    hirieron   gravemente,  abandonándolo    sola- 
1  i.nte    cuando  lo  creyeron  ya  muerto,  al  joven   II- 
t'fonso   Tellería.    Saquearon    luego  la  casa  y  des- 
líes pasaron  á  la  vecina  hacienda  de  Varón  donde 
iú  ieron    con    gran    número  de  machetazos,  á  Doña 
.'.colasa   Acosta  y  asesinaron  á   Don    José    María 

322 


l'EDRO  M.   AltCAYA 


Manzanos.  Siguieron  á  las  haciendas  de  Sabana 
Redonda  y  La  Magdalena,  cuyos  dueños  lograron 
ponerse  en  salvo  huyendo  al  monte,  entre  ellos  el 
joven  Don  Manuel  de  Urbina  qae  por  caminos  ex- 
traviados se  dirigió  á  Coro  Incendiaron  las  casas 
de  estos  dos  fundos,  y  volviendo  al  Socorro,  ya 
en  la  madrugada  del  once,  formaron  allí  su  cuar- 
tel general. 

Entonces  José  Leonardo  distribuyó,  dice  un 
documento  del  proceso,  la  gente  en  la  forma  si- 
guiente: 

«A  Juan  de  Jesús  Lugo,  Indio  de  San  Luis, 
«y  Juan  Bautista  Chiquito  del  Socorro  destinó  á 
«prevenir  los  esclavos  de  Canire  y  libres  del  Na- 
«ranjal  y  demás  inmediaciones,  para  que  apostán- 
«dose  unos  en  la  Cumbre  de  Guate  que  devían 
«custodiar  prohiviendo  toda  comunicación,  ios  de- 
<^mas  estuvieran  juntos  para  el  amanecer  incorpo- 
«rarse  con  su  teniente  Juan  Cristóbal  que  estaba 
«destinado  al  saqueo  de  San  Luis  y  de  todas  sus 
«inmediaciones  con  la  prisión  y  vejaciones  que 
«hicieron  sufrir  al  correjidor  que  á  tener  mas  pre- 
«sencia  de  espíritu,  hubiera  acaso  podido  destruir 
«á  los  insurrectos  desde  este  momento  en  que  va- 
«rios  vecinos  lo  animaron  á  convocar  gente  que 
'-'^atacara  á  los  rebeldes>v. 

«Pero  lejos  de  aprovechar  aquel  momento  crí- 
«tico  con  una  generosa  resolución,  su  ánimo  aba- 
«tido  desanimó  á  los  demás,  aconsejándoles  mas 
«bien   que  la   resistencia  la    unión   con   los  bandi- 

323 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓX 


«dos  que  abrasaron  muchos  persuadidos  del  deses- 
«perado  estado  de  las  cosas  inficionando  á  otros 
«con  el  mal  ejemplo  que  fue  muy  perjudicial». 

«A  dos  Josef  Nicolases  de  las  Macanillas,  Can- 
«delario  del  Socorro  á  Prudencio  de  Barón  á  Josef 
«Diego  de  Cartagena,  Juan  Antonio  Coello  del  Llano 
«de  Chacha  y  otros  destino  para  la  Cumbre  de 
«Curimagua  con  el  mismo  fin  y  el  de  aguardar  en 
«ella  á  Don  Josef  de  Tellería  que  sabía  había  de 
«llegar  aquella  mañana,  y  dio  orden  expresa  que 
«lo  mataran » 

«Es  positivo  que  cuando  Leonardo  dio  esta  or- 
«den,  la  repugnaron  varios,  pero  habiendo  añadido 
«el  que  si  dejaban  vivo  á  Tellería  se  destruían 
«todos  sus  proyectos,  desde  el  instante  que  lle- 
«gara  á  la  Seiranía,  se  conformaron  todos». 

«A  Joaquín  el  de  Barón  lo  destacó  con  otros 
«para  cuidar  lo  mismo  respecto  de  la  hacienda  y 
«cumbre  del  Carmen,  y  que  cumplido  esto  para 
«romper  el  día  recorriese  destrozando  todo  hasta 
«las   Macanillas  que  era  el  punto  de  reunión». 

«Evacuadas  puntualmente  las  comisiones  con- 
«feridas  á  todas  las  patrullas  para  el  mediodía  del 
«día  once  con  los  asesinatos  de  Don  Josef  de  Te- 
«llería  y  Don  Pedro  Francisco  Rosillo,  que  fueron 
«las  últimas  víctimas  d¿  esta  Serranía,  se  reunie- 
«ron  todos  en  la  Hazda  de  Macanillas  en  donde 
«se  empezó  á  tratar  del  acometimiento  de  la  ciudad, 
«y  quedó  resuelto  ponerlo  en  ejecución  desde  el 
«mismo    momento». 

324 


riíDRO  3t.  AilCAYA 


Aquí  parece  haber  flaqueado  el  ánimo  de  José 
Leonardo,  porque  en  vez  de  ir  él  mismo  á  la  ca- 
beza de  su  gente  sobre  Coro,  resolvió  que  todos 
los  allí  congregados  marcharan  al  mando  de  Juan 
Cristóbal  Acosta,  que  era  el  de  mayores  arrestos 
en  el  concurso;  cuanto  á  él,  dijo  que  debía  que- 
darse organizando  otro  grupo  con  el  cual  iría  en 
su  seguimiento.  Repitióles  que  en  Coro  no  habría 
resistencia,  porque  al  acercarse  ellos  se  alzaría  allá 
José  Caridad  con  los  loangos  y  otros  hombres 
del  pueblo. 

Así,  pues,  la  misma  tarde  del  once,  salió  Juan 
Cristóbal  camino  de  Coro  como  con  doscientos 
hombres,  más  que  menos;  en  el  tránsito  maltrata- 
ron é  hirieron  al  Presbítero  Dr.  Nicolás  de  Talave- 
ra. — Mientras  tanto  José  Leonardo  mandó  aviso  á 
la  gente  del  vecino  caserío  de  cSan  Diego,  donde 
ya  estaban  reunidos  como  más  de  sesenta  hombres, 
para  que  marcharan  á  incorporarse  á  Juan  Cristo- 
bal,  con  el  cual  efectivamente  se  reunieron  en  el 
camino  de  Coro  en  la  propia  noche.  De  once  á 
doce  de  ella  llegó  á  Caujarao,  una  legua  al  Sur  de 
la  ciudad,  el  grupo  insurrecto,  con  algo  menos  de 
trescientos  hombres,  aunque  después  el  Justicia 
Mayor  Ramírez  Vaslderrain,  para  hacer  ms  meri- 
torio su  triunfo,  afirmaba  que  eran  más  de  cua- 
trocientos. 

Veamos  lo  que  mientras  tanto  ocurría  en  Coro- 
En  la  tarde  del  once  había  llegado  allá  Don  Ma- 
nuel de   Urbina    con    la  noticia  del  alzamiento    de 

325 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


los  negros,  que  luego  fue  confirmado  por  otros 
avisos.  Cuál  sería  la  alarma  consiguiente,  lo  deja 
ver  el  oficio  que  pocas  horas  después  dirigió  Ra- 
mírez Valderrain  al  Capitán  General  diciéndole: 
«La  inopinada  insurrección  de  los  negros  esclavos 
«de  la  montaña  frontera  de  esta  ciudad,  aclaman- 
«do  á  la  libertad  con  algunos  libres  ya  negros,  ya 
«mulatos  que  por  fuerza  llaman  á  su  partido  se 
«acaba   de  saber  á  las  tres  de  la  tarde  de  este  día 

«por  repetidos  avisos Contemple   V.  5.  la  cons- 

«ternación  en  que  se  hallará  esta  ciudad,  casi  en 
«el  todo  indefensa  por  falta  de  Armas,  Pólvora  v 
«Municiones.  He  tocado  generala  y  se  han  presen- 
«tado  con  generoso  valor  y  resignación  todos  los 
«hombres  blancos  y  pardos  que  hay  en  el  pobla- 
«do  con  sus  espadas  y  armas  cortas  y  algunas 
«pistolas,  por  no  tener  provisión  de  otras,  á  du- 
«ras  penas  se  han  podido  formar  de  un  corto 
«número  de  cartuchos,  fiando  toda  la  diligencia 
«á  doscientas   lanzas>. 

«El  tumulto  es  grande,  la  necesidad  la  últi- 
«ma,  y  con  ese  motivo  pasé  oficio  al  Subdelega- 
«do  de  la  Real  Hacienda  Don  José  Zavala  me  su- 
«ministrase  los  caudales  del  Rey  Nuestro  Señor 
«de  que  necesitaba  para  mantener  la  gente  de  ar- 
«mas  que  pudiera  juntar,  pues  había  llamado  las 
«compañías  de  indios  de  los    pueblos  vecinos » 

En  aquella  emergencia  fue  propiamente  el  Dr. 
Don  Pedro  M.  Chirino  quien  encabezó  de  hecho 
la  defensa  de    la   ciudad,  acompañado   de  los  Dres. 

326 


PEDRO  M.   ARCA  YA 


Don  Diego   de  Castro   y  Don  Pedro  García  de  Que- 
vedo.    Así     lo    refería     m¡    padre  en    su    artículo 
arriba  citado,  y  del    mismo   modo    resulta    de    los 
documentos    del  proceso    que    vengo    examinando. 
En   un   informe  del  propio   Ramírez    Valderrain    al 
Gobernador  Caibonell,  se  expresa  así:    «Sólo  debo 
«decir  por    memorable    particularidad   que   de    los 
«abogados    que  hay    en   esta    ciudad  se  señalaron 
«tres  que  lo  fueron  los  Dres.  Don    Pedro    Chirino, 
«Don  Diego   de  Castro  y   Don  Pedro  García   asis- 
«tiéndome  desde  el  momento  de  la  noticia,  con  sus 
«consejos    y  ocurrencias,  habiendo  encargado  des- 
ude la    noche    del  día  once  al  Dr.  Don  Pedro  Chi- 
«rino    de  una    división  del  cuerpo  de  Tropas,  con 
«la  que  operó  toda  ella,   hasta  el   día  doce  del  co- 
«rriente  en  calidad  de  cabo    pral,  con    la    especial 
«gallardía  de    haber  empuñado  las  armas  los  tres, 
«y  puéstose  en  la  primera    fila    de    la   formación 
«que  se  hizo   para  batir  los  insurgentes,  dando  tal 
«ánimo  con    esta   acción  al    común  que    se    tenía 
«por   cobarde  el  que  no  hacía  esfuerzos  al  empeño 
«de   suerte  que  puede  decirse  de  ellos  que  han  he- 
«cho,  no  sólo  los  deberes  de  su    obligación    en  el 
«consejo,    sino  realizado  éste  en  la  práctica  y  ope- 
«ración  personal>. 

En  efecto  el  Teniente  Justicia  Mayor  Don  Ma- 
riano Ramírez  Valderrain,  nada  hubiera  podido  ha- 
cer sin  el  apoyo  de  los  principales  ciudadanos  de 
la  población.  A  pesar  de  su  pomposo  título  y  su 
sonoro  apellido,  aquel    pobre   señor  no    pasaba  de 


327 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


ser  un  humilde  funcionario  que  vivía  oscuramen- 
te de  las  escasas  obvenciones  de  su  cargo,  sin 
sueldo  fijo.  Siendo  además  forastero,  aunque  ya 
casado  en  Coro  no  tenía  significación  personal 
bastante  para  reunir,  por  sí  solo,  los  vecinos  en 
la  resistencia  que  organizaba  contra  los  insurrec- 
tos. Fue,  pues,  con  el  concurso  eficaz  del  Dr.  Chi- 
rino  y  los  otros  dos  abogados  referidos,  como 
pudo  pensar  él  en  hacerle  frente  á  la  rebelión- 
Por  lo  demás,  fue  tal  el  espanto  que  ésta  origi- 
nó, que  en  la  noche  del  once  abandonaron  la  ciu- 
dad muchas  familias  yéndose  hacia  La  Vela  y 
Paraguaná,  y  también  muchos  hombres,  algunos 
de  cuenta,  y  funcionarios  como  Don  José  Zavala, 
fuga  de  la  cual  después  lo  acusó  Ramírez  Val- 
derrain  ante  el  Capitán  Genera!,  como  luego  ve- 
remos. 

Si  rápidos  habían  sido  el  alzamiento  y  la  mar- 
cha de  los  negros,  no  fue  menos  activa  la  orga- 
nización de  la  defensa  desde  las  tres  de  la  tarde 
del  onee,  de  modo  que  ya  en  las  primeras  horas 
de  la  noche,  se  habían  constituido  militarmente 
noventa  y  un  vecinos  de  la  ciudad,  más  veinte  y 
dos  indios  milicianos  de  Santa  Ana  y  dos  de  Mi- 
tare  que  casualmente  se  hallaban  en  Coro  y  cerca 
de  treinta  que  llegaron  en  la  misma  noche  de  los 
cercanos  pueblos  del  Carrizal  y  Gauibacoa  á  donde 
se  pidieron  la  propia  tarde.  Como  se  ve,  el  núme- 
ro de  vecinos  de  la  ciudad  que  ocurrieron  á  tomar 
las  armas  fue  escaso,  lo  cual  se  explica  por  el  pá- 

328 


PEDRO  ir.  ARCAYA 


nico  que  produjeron  las  noticias  de  los  asesinatos 
cometidos  por  los  negros.  Muchos  de  los  que  en 
la  tarde  5e  habían  manifestado  dispuestos  á  coo- 
perar á  la  resistencia,  se  fugaron  en  la  noche,  si- 
guiendo el  ejemplo  del  Ministro  de  la  Real  íiacien- 
da,  señor  Zavala. 

Así,  pues,  no  alcanzaba  por  todo  sino  de  cien- 
to treinta  á  ciento  cuarenta  individuos  la  fuerza 
con  que  se  contaba  para  resistir  á  los  negros  en 
la  noche  del  11  al  12  de  mayo,  pero  aunque  és- 
tos eran  más,  en  cambio  carecían  casi  completa- 
mente de  armas  de  fuego.  La  gente  de  Coro  tenía 
pocos  fusiles,  pero  contaba  con  dos  cañoncitos  pe- 
dreros que  apresuradamente  fueron  puestos  en  es- 
tado de  servicio. 

Mientras  tanto  José  Caridad  González,  á  la 
cabeza  de  veinte  y  un  negros  loangos,  había  ocu- 
rrido en  la  tarde  del  once,  cuando  se  tocó  la  ge- 
nerala, donde  Ramírez  Valderrain  pidiendo  se  les 
diesen  las  armas  de  fuego  que  hubiera  para  defen- 
der ellos  la  ciudad  contra  los  alzados  de  la  Sierra. 
Aunque  ningún  informe  había  hasta  entonces  con- 
tra los  loangos,  su  color  mismo  los  hacía  sospe- 
chosos, de  modo  que  el  Justicia  Mayor,  lejos  de 
darles  las  armas  que  solicitaban,  los  prendió,  de- 
jándolos arrestados  con  una  guardia  armada  para 
que  los   custodiara. 

Otra  guardia  se  mandó  á  Caujarao,  á  situar- 
se en  la  Aduana,  en  las  primeras  horas  de  la  pro- 
pia noche  del  once  para    que  avisara  la  aproxima- 

329 


DISCURSO   DE   RECEPCIÓN 


ción  del  enemigo.  A  éste  !o  dejamos  llegando  á 
dicho  vecindario  como  de  once  á  doce  de  esa  mis- 
ma noche.  La  pequeña  guardia  de  la  Aduana  fue 
sorprendida,  muriendo  tres  individuos  de  los  que 
la  componían.  Una  segunda  descubierta  de  la  gen- 
te de  Coro  trajo,  pues,  á  la  ciudad  la  noticia  de 
estar  ya   en    Caujarao    los  negros. 

Salió  inmediatamente  Ramírez  Valderrain  con 
toda  su  gente,  excepto  la  guardia  que  había  dejado 
custodiando  los  loangos,  y  se  situó  en  la  parte  Sur 
de  la  ciudad,  en  el  llano  que  media  entre  ésta  y 
las  alturas  de  Caujarao.  De  allá  descendieron  los 
alzados  á  las  siete  de  la  mañana  del  doce  y  se 
formaron  también  en  el  llano,  desplegando  su  bande- 
ra, hecha  de  una  tela  morada  que  habían  hallado 
en  una  de  las  haciendas  de  la  Sierra.  Mandaron 
donde  Ramírez  Valderrain  á  un  tal  Bello  que  ha- 
bían capturado  en  Caujarao,  pidiendo  que  se  les 
entregara  la  ciudad  y  explicando  el  objeio  de  su  re- 
belión que  era  por  la  libertad  de  los  esclavos  y  la 
supresión  délas  alcabalas,  ofreciendo  no  hacer  mal 
á  las  personas,  pero  el  mismo  Bello  dio  cuenta  de 
la  desorganización  y  falta  de  armas  de  los  negros, 
lo  que  hacía  fácil  su  derrota.  Sin  responder,  pues, 
Ramírez  Valderrain  á  sus  proposiciones,  marchó 
sobre  ellos.  Poco  duró  el  combate,  porque  á  los 
disparos  de  los  pedreros  y  los  fusiles  se  amedren- 
taron los  alzados  y  declaráronse  en  derrota.  Sin 
duda  no  contaban  ellos  con  la  resistencia  que  ha- 
llaron,  cuando  más  bien  venían  atenidos,  como  vi- 

330 


PEDRO  M.     ARCAYA 


mo5  arriba,  á  que  en  las  calles  mismas  de  Coro  se 
alzaría  á  su  aproximación  José  Caridad  González, 
según  se  los  hiciera  ver  José  Leonardo,  y  su  falta 
los  desanimó  extremadamente.  En  la  corta  refrie- 
ga perecieron  de  los  negros  veinte  y  cinco  indivi- 
duos, y  al  retirarse  dejaron  en  el  campo,  además, 
otros  veinticuatro  entre  heridos  y  extenuados  por 
la  fatiga,  los  cuales  dice  Ramírez  Valderrain  en  su 
parte  al  Capitán  General:  «decapité  el  mismo  día 
«por  la  tarde,  por  no  tener  forma  de  mantenerlos 
«con  guardias  en  la  Cárcel,  y  así  administrados  de 
«los  Sacramentos  de  la  Penitencia,  les  apliqué  la 
«pena.> 

Los  derrotados  fueron  perseguidos  hasta  Río 
Seco,  al  sur  de  Caujarao. 

Veamos  ahora  la  suerte  de  José  Caridad.  De 
las  declaraciones  que  antes  de  ejecutarlos  y  ver- 
balmente  se  les  tomaron  á  los  heridos  capturados, 
resultaba  indiciado  el  africano  como  principal  mo- 
tor de  la  rebelión,  aunque  todas  las  declaraciones 
se  remitían  á  lo  que,  respecto  de  él,  afirmó  José 
Leonardo  á  los  alzados,  al  mandarlos  sobre  la 
ciudad.  En  tal  virtud,  y  para  custodiarlo  con  ma- 
yor seguridad,  dispuso  Ramírez  Valderrain  que 
fueran  trasladados  José  Caridad  y  sus  loangos, 
de  la  casa  de  su  prisión  provisional  á  la  Cárcel 
Pública  ;  al  hacerse  así  en  la  tarde  del  mismo  día 
doce  de  mayo,  trataron  de  fugarse,  (según  ofició 
el  Justicia  Mayor  al  Capitán  General  Carbonell) 
José  Candad  y  dos  de  sus  compañeros,  y  entonces 

331 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN" 


«se  desfilaron  unos  lanceros  y  dos  de  espada,  y 
<i'alcanzando  los  tres  negros,  les  dieron  muerte  ins- 
«tantáneamente.»  Fuera  así,  ó  que  Ramírez  Valde- 
rrain,  temeroso  de  un  nuevo  acometimiento  de  los 
alzados  de  la  Sierra,  dispusiera  formalmente  la  su- 
maria ejecución  del  africano,  su  muerte,  sin  habérsele 
tomado  delaración  ninguna,  dejó  dudosa  la  partici- 
pación que  en  la  revuelta  se  le  atribuía,  y  si  aca- 
so ésta  existió,  quedó  inaveriguable  si  él  trabaja- 
ba por  propia  inspiración  ó  si  estaba  en  correspon- 
dencia con  agentes  revolucionarios  en  La  Guayra,  de 
donde  venía. 

Volviendo  á  los  derrotados,  con  ellos  tropezó 
todavía  en  la  mañana  del  12.  y  más  allá  de  Río 
Seco,  el  cabecilla  José  Leonardo,  que  con  otros 
pocos  compañeros  bajaba  de  la  Sierra,  juzgando 
que  ya  debía  estar  Coro  en  poder  de  los  suyos. 
En  vano  trató  de  reorganizarlos,  y  no  le  quedó  más 
recurso  que  devolverse  con  ellos  para  Curimagua, 
donde  todos  llegaron  la  tarde  del  mismo  día.  Alia 
hizo  escribir  al  Cacique  de  Pecaya  el  siguiente  bi- 
llete : 

«Señor  Cacique  y  el  Señor  Capitán  y  el  señor 
«Gobernador.  Muy  señores  míos  hallándome  en 
«este  empeño  de  ver  si  se  acaban  estos  pechos 
«que  nos  matan,  propongo  á  usted  la  gente  que  me 
«puedan  dar  para  ir  á  hacerle  una  demanda  buena 
«á  Coro,  á  ver  si  lo  cogemos  para  tener  un  buen 
«alivio.  Con  eso  no  pagarán  demora,  y  "es  cuanto 
«se  ofrece  por  ahora  rogar  á  Dios  me  los  guarde  mu- 

332 


PEDUO   M.    ARCAYA 


«chos  años. — De  su  afectísimo  servidor  que  besa  sus 
■«manos, — Josef  Leonardo  Chirino». 

Pero  de  nada  valieron  \o^  esfuerzos  del  Cabeci- 
lla en  el  sentido  de  volver  á  enardecer  su  gente.  Todo 
les  era  ya  adverso.  En  Cabure  los  hermanos 
Morillo,  mulatos,  estaban  reuniendo  gente  para  com- 
batir la  insurrección.  A  poco  de  haber  enviado 
José  Leonardo  el  billete  arriba  trascrito,  supo  que 
más  bien  debía  estimar  como  enemigos  los  indios 
de  Pecaya,  porque  ya  estaban  en  armas  por  el  Rey. 
Así  desde  la  propia  noche  del  12  al  13,  fue  comple- 
ta la  dispersión  de  los  alzados  en  varias  partidas 
fugitivas,  y  el  mismo  José  Leonardo  y  los  otros  ca- 
becillas corrieron  á   ocultarse  en  los  montes. 

Perseguidos  todos  sin  descanso  por  las  patru- 
llas que  salían  de  la  ciudad,  diariamente  caían  mu- 
chos prisioneros. 

En  este  mismo  día  escribía  Ramírez  Valderrain 
al  Gobernador  Carbonell :  «He  degollado  nueve  de 
«los  aprehendidos,  sin  más  proceso  que  el  de  la 
«voz,  porque  así  ha  convenido,  pues  la  noche  del 
«día  de  ayer  me  habían  cohechado  las  mujeres  de 
«los  negros  loangos  al  carcelero,  y  siento  mucho  lo 
«que  hay  que  obrar,  executo  á  verdad  savida,  sin 
forma  de  juicio  escrito*. 

Del  13  á  la  mañana  del  14,  siguió  reuniendo 
gente  Ramírez  Valderrain  y  le  llegaron  las  milicias 
de  indios  de  Moruy  y  Santa  Ana.  El  14  en  la  tarde 
despachó  dos  expediciones  hacia  la  Sierra,  una  al 
mando  de  don  Manuel   Carrera  que  marchó  por  vía 

333 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


de  Quiragua  y  otra  regida  por  don  Jnan  de  Echave 
por  el  camino  de  Macoruca,  con  el  fin  de  impedir  la 
reorganización  de  los  insurrectos  y  capturar  los  que 
pudieran. 

Quedó  Ranírez  Valderrain  con  trescientos  hom- 
bres en  la  plaza,  y  ya  para  el  17  tenía  quinientos, 
porque  diariamente  entraban  los  milicianos  de  los 
pueblos. 

El  18  del  mismo  mes  de  mayo,  el  Alcalde  don 
José  Gregorio  de  Castro  que  durante  la  insurrec- 
ción estaba  en  los  pueblos  del  interior  del  Partido, 
trajo  á  Coro  treinta  y  cinco  prisionsros  que  había 
capturado  con  la  ayuda  de  los  indios  de  Pecaya,  San 
Luis  y  Pedregal,  y  los  cuales  hizo  ajusticiar  inme- 
diatamente Ramírez  Valderrain  «á  golpe  de  pistola», 
como  lo  ofició  al  Gobernador  Carbonell. 

El  Teniente  de  Paraguaná,  de  propia  autoridad, 
decapitó  en  esos  mismos  días  en  Pueblo  Nuevo, 
cinco  de  los  insurrectos,  que  en  su  fuga  habían  ido 
á  parar  allí. 

Carrera  y  Echave  encontraron  en  paz  la  serra- 
nía, en  cuyos  montes  no  había  ya  alzados  sino 
medrosos  fugitivos.  De  los  que  capturaron,  hicie- 
ron ellos  mismos  ajusticiar  tres   individuos. 

Mientras  tanto  el  Capitán  General  Carbonell,  á 
la  primera  noticia  de  la  insurrección,  había  enviado 
á  Coro  al  Ingeniero  Militar  don  Francisco  Jacot, 
con  el  nombramiento  de  Comandante  de  las  Armas 
y   llevando    cincuenta  fusileros    veteranos    con    el 

334 


PEDRO   M.    AUCA  YA 


armamento  y  pertrechos  necesarios.  Jacot  llegó  á 
Coro  á  fines  de  mayo. 

El  23  del  propio  mes,  Ramírez  Valderrain,  por 
sentencia  escrita  dictada  en  un  proceso  sumarísi- 
mo,  condenó  á  muerte,  que  se  ejecutó  sin  demora, 
degollándoseles,  á  otros  veinte  y  un  negros  captu- 
rados en  la  Sierra,  entre  los  cuales  figuraban  Chi- 
quito y  otros  de  los  cabecillas.  También  condenó 
á  diez  años  de  servicio  á  siete  indios  de  los  pocos 
de  esta  casta  que  entraron  en  la  insurrección ;  lo 
mismo  á  veinte  y  dos  negros  loangos,  aunque  con. 
tra  éstos  no  resultaba  sino  la  sospecha  de  que 
siendo  de  la  intimidad  de  José  Caridad  González, 
debían  de  haber  estado  de  acuerdo  con  él.  A  azo- 
tes fueron   condenadas  tres  mujeres. 

Para  concluir  con  las  ejecuciones  capitales  orde- 
nadas por  Ramírez  Valderrain,  diré  que  el  17 
de  junio  hizo  decapitar  «á  golpe  de  cuchillo>  á  tres 
negros  y  un  mulato. 

Desde  que  llegó  don  Francisco  Jacot  á  Coro,  se 
hizo  patente  su  emulación  con  Ramírez  Valderrain. 
Unas  veces  oficiaba  al  Capitán  General  acusándolo 
de  débil,  otras  de  cruel.  Especialmente  hizo  ver 
que  se  usaba  mucha  lenidad  can  los  loangos,  de- 
biendo sacarse  de  Coro,  no  sólo  los  veinte  y  dos 
que  había  sentenciado  Ramírez  Valderrain,  sino 
también  todos  los  demás  que  en  el  asunto  de  las 
milicias  se  habían  mostrado  parciales  de  José 
Caridad  y  contrarios  á  los  Rojas"  Estos  últimos 
dieron  á  Jacot  la  lista  de   sus  propios  coterráneos 

335 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


que  juzgaban  peligrosos.  De  allí  que  el  Capitán 
General  Carbonell  ordenara  (y  así  lo  ejecutó  Ramí- 
rez Valderrain  en  julio  del  mismo  año  de  1795),  que 
se  enviasen  á  Puerto  Cabello  en  calidad  de  reclu- 
tas, cincuenta  y  tres  de  dichos  negros. 

Varios  de  los  esclavos  que  habían  sido  captu- 
rados, alegaban  por  medio  de  sus  defensores,  que 
comunmente  lo  eran  sus  mismos  dueños,  que  no 
de  grado  sino  por  fuerza  habían  tomado  parte  en 
el  alzamiento.  Sobre  ellos  nada  se  reeolvió  en  Co- 
ro, quedando  presos  provisionalmente.  Luego  ve- 
remos lo  que  decidió  la  Audiencia. 

Pero  el  Caudillo  de  la  insurrección,  el  célebre 
José  Leonardo,  no  había  sido  aún  capturado.  Lo 
dejamos  huyendo  de  Curimagua,  después  de  la  de- 
rrota de  los  suyos.  Su  cabeza  fue  puesta  á  pre- 
cio. Oculto  por  las  selvas  anduvo  algunos  me- 
ses, hasta  que,  confiado  en  la  amistad  de  un 
antiguo  conocido  suyo,  llegó  á  su  casa  en  las  cer- 
canías de  Baragua,  pidiéndole  qué  comer.  Aquel 
hombre  lo  que  hizo  fue  capturar  al  fugitivo  después 
de  recia  lucha,  pues  el  infeliz  resistió  desespera- 
damente, pero  su  contrario  estaba  acompañado  de 
otros  individuos.  Reclamó  el  desapiadado  aprehen- 
sor  el  premio  ofrecido,  y  puso  en  manos  de  la 
autoridad  á  José  Leonardo.  Esto  ocurrió  á  prin- 
cipios de  agosto  del  mismo  año  de  1795,  y  segui- 
damente fue  el  reo  trasladado  á  Coro  y  puesto  en 
manos  de  Ramírez  Valderrain.  En  sus  declaracio- 
nes ante  este  funcionario,  hizo  referencia  José  Leo- 

336 


PEDRO  M.  AItCAYA 


nardo  de  las  conversaciones  que  él  ó  los  suyos 
habían  oído  entre  Don  José  Tellería  y  el  señor 
Martínez,  en  que  arriba  me  ocupé,  y  aún  re- 
firió una  historia  de  que  uno  de  los  mozos  Telle- 
rías  ó  Urbinas  había  dicho  que  á  su  tío  el  Dr. 
Chirino  le  habían  escrito  los  franceses  «pidiéndole 
á  Coro»,  todo  lo  cual  alegaba  el  procesado  como 
excusa  de  la  revolución  que  ellos,  los  esclavos  y 
criados  de  aquellos  sañores,  habían  heche^-para 
librarse  del  servicio  militar  á  que  creían  que  pen- 
saba someterlos  Don  José  Tellería,  y  que  ahora 
José  Leonardo  insinuaba  que  podía  haber  sido 
ideado  en  virtud  de  algún  plan  de  los  amos  contra 
el  Gobierno.  Tales  especies  circularon  luego  en  la 
ciudad  diciéndose  que  eran,  no  la  exposición  de 
meras  sospechas  que  lanzaba  el  reo  en  son  de  ex- 
cusarse, sino  declaraciones  precisas  que  formula- 
ba contra  el  Dr.  Chirino  y  que  á  éste  podían  per- 
der, y  hablábase  de  que  un  fraile,  amigo  suyo,  el 
Padre  José  Giran,  había  ido  á  la  cárcel  á  exhor- 
tar al  reo,  con  amenazas  de  eterna  condenación,  á 
fin  de  que  retirase  tales  declaraciones.  Animóse  la 
rivalidad  que  hemos  visto  entre  los  dos  grupos 
de  la  clase  directora,  el  del  referido  Dr.  Chirino  y 
el  de  Don  José  Zavala,  y  como  sobre  Ramírez  Val- 
derrain  tenía  suma  influencia  el  Dr.  Chirino,  em- 
peñóse  Zavala  en  sacar  de  su  jurisdicción  al  preso-  w 

Hizo  que  Don  Francisco  Jacot,  á  quien  él  dirigía' 
lo  pidiera  á  Ramírez  Valderrain,  so  pretexto  de  cus- 
todiarlo mejor  en  su  cuartel,  pero    no  dando  resul- 

337 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


tado  esta  exigencia  por  la  negativa  del  Justicia, 
sacó  á  relucir  Zavala  una  Real  Cédula  de  la  Au- 
diencia de  Caracas  por  la  cual  se  le  había  enco- 
mendado, desde  antes  de  ocurrir  el  levantamiento 
de  los  negros,  la  averiguación  del  paradero  de  un 
individuo  sospechoso  de  planes  revolucionarios,  que 
se  le  había  denunciado  á  la  Audiencia  que  podía 
haber  arribado  á  Venezuela.  Decía  ahora  Zavala 
que  bien  podría  resultar  que  este  individuo  fuera 
el  Martínez  asesinado  en  la  Sierra,  ya  que  era  fo- 
rastero, y  que  convenía  investigarlo  con  la  decla- 
ración de  José  Leonardo,  acerca  de  las  conversa- 
ciones que  él  le  hubiera  oído,  para  saber  de  qué 
modo  se  expresaba  aquel  señor,  por  lo  cual  pedía 
á  Ramírez  Valderrain  que  le  pasara  el  reo  á  su 
poder  para  examinarlo.  Lo  rehusó  el  Justicia  y 
una  idea  de  la  violencia  de  las  rencillas  locales 
que  se  agitaban  con  el  pretexto  de  esta  cuestión 
de  competencia,  nos  la  da  la  siguiente  nota,  de 
Ramírez  Valderrain  al  Capitán  General  Carbonell: 
«Don  Joseph  de  Zavala  no  cesa  de  perturbar  el 
«sosiego  y  tranquilidad  pública  por  cuantos  me- 
«dios  le  inspira  su  genio  orgulloso  y  lo  siento  en 
«la  prosecución  de  esta  causa;  que  lleno  de  ver- 
«gonzosa  emulación  al  verme  aplaudido  del  pue- 
«blo  por  el  triunfo  que  reporté  contra  los  negros, 
«al  paso  que  á  él  se  le  mofa  por  él  la  cobardía 
«con  que  huyó,  el  día  del  combate  por  los  mon- 
«tes  y  médanos  de  esta  ciudad,  desamparando  las 
<'i'ofic¡na5  reales  y   dejando   una  de  las    llaves  que 

338 


PEDKO  M.    ARCA  Y  A. 


«mantiene  de  sus  caudales  en  poder  del  zambo 
«Socorro,  el  sastre,  la  que  envió  al  Tesorero  inte- 
«rino  para  que  usase  de  ella  cuando  debió  perder 
«antes  mil  vidas  por  su  defensa ;  esta  circuns- 
"'^tancia  que  puesta  en  consejo  de  guerra,  lo  hace 
«Reo  de  muerte  y  que  por  consideración  no  se  la 
«juzgue  en  aquel  acto,  debía  contenerlo  en  la  más 
«tranquila  moderación,  pero  muy  lejos  de  eso,  se 
«empeña  en  alucinarlo  todo  y  ser  un  pernicioso 
^ciudadano,  dirigiendo  sus  miras  á  opuestos  in- 
«tereses  para  inspirar  al  zambo  Leonardo  aquellas 
«ideas   que  sean  capaces   de  entorpecer  el  asunto>^ 

Estas  ardientes  rencillas  á  poco  que  se  ahon- 
de en  la  historia  de  la  colonia,  se  hallan  en  todas 
sus  ciudades.  Sólo  el  freno  de  la  severa  penali- 
dad española  podía  impedir  que  degeneraran  en 
sangrientas  riñas,  y  ni  aún  esto  se  logró  evitar 
en  Mérida  entre  los  bandos  de  Gavidias  y  Serra_ 
das.  Tales  gérmenes  anárquicos  debían  en  nuestra 
vida  republicana  ser  importantes  factores  de  las 
guerras  civiles  que   han    asolado    al  país. 

Un  Don  Jerónimo  Tinoco  que  á  la  sazón  llegó 
á  Coro  mandado  por  el  Capitán  General  para  in- 
formarle acerca  del  estado  político  del  partido,  en- 
vió á  Carbonell  relaciones  tendenciosas,  en  que, 
sin  decitlo  claramente,  sugería  la  sospecha  (evi- 
dentemente infundada)  de  que  el  alzamiento  de  los 
negros  podía  haber  sido  el  aborto,  por  la  preci- 
pitación por  parte  de  José  Caridad  y  José  Leonar- 
do  en    beneficio    de    ellos   y    su  casta,  de  un  plan 

339 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


más  vasto,  para  cuya  trama  vendría  á  Coro  el 
mejicano  Martínez  y  en  que  quizás  estuvieran  los 
mismos  que  fueron  víctimas  de  la  insurrección,  y 
cuyo  director  sería  el  Dr.  Chirino,  quien,  confiado 
en  José  Caridad,  dada  la  protección  que  siempre 
le  había  dispensado,  posible  era  que  lo  hubiese 
empleado  como  agente  suyo  en  llevar  y  traer  de 
La  Guaira  á  Coro  correspondencia  revolucionaria» 
pero  que  el  africano,  queriendo  á  última  hora  obrar 
por  cuenta  propia,  y  prescindiendo  entonces  del 
Dr.  Chirino,  hubiera  incitado  á  José  Leonardo  á 
la  guerra  de  castas  en    que  éste  se  lanzó  (9). 

Tales  sospechas  alarmaron  extraordinariamente 
á   la   Real   Audiencia.    Mandó    á   Coro   como  Juez 

(9)  En  concepto  de  Tinoco  la  misma  muerte  (que  é! 
llamaba  ejecución)  de  José  Caridad  González,  sin  habérsele 
tomado  declaración,  hacía  sospechar  que  pudiera  haber  exis- 
tido algún  interés  en  que  no  testificase  para  que  no  revelase 
secretos  de  que  estuviera  en  posesión.  Por  lo  demás,  si  fue 
injusto  Tinoco  en  sugerir  sospechas  de  planes  que  realmen- 
te no  había,  sí  fue  perspicaz  en  advertir  que  en  el  grupo 
que  rodeaba  al  Dr.  Chirino,  germinaban  ya  simpatías  y  afec- 
tos á  las  nuevas  ideas.  En  efecto,  andando  los  años,  el 
partido  republicano  de  Coro,  que  aunque  escaso  existió  allá 
durante  la  guerra  de  la  Independencia  y  de  1821  á  1823  sos- 
tuvo cruda  guerra  contra  el  bando  realista,  lo  encabezaron 
precisamente  los  más  cercanos  deudos  del  Dr.  Chirino  (ya 
fallecido  desde  principios  del  siglo  XIX)  á  saber:  sus  sobri- 
nos y  yernos  Don  Mariano  de  Arcaya  y  Don  Manuel  de 
ürbina  (el  mismo  que  trajo  á  Coro  en  1795,  como  dejo 
dicho  en  el  texto,  la  noticia  del  alzamiento  de  los  negros), 
su  sobrino  el  Dr.  José  María  de  Tellería  (hijo  de  Don  José, 
el  asesinado  en  ese  alzamiento),  sus  cuñados  (del  Dr.  Chi- 
rino) Don  fienrique  y  Don  Jacobo  Garcés,  los  Garcés  Man- 
zanos hijos  de  Don  fienrique,  los  Gil  Garcés,  también  sobri- 
nos por  afinidad  del  Dr.  Chirino  y  los  Alánzanos,  deudos 
suyos. 

340 


PEDRO  M    ARCAYA 


Delegado  para  que  en  lugar  de  Ramírez  Valderrain, 
se  avocara  el  conocimiento  de  la  causa  de  José 
Leonardo  y  sus  cómplices,  al  Oidor  Honorario  de 
aquel  Alto  Tribunal,  Licenciado  Don  Juan  Esteban 
Valderrama  quien,  provisto  de  las  más  amplias  fa- 
cultades, llegó  á  Coro  á  principios  de  octubre  de 
1795.  Pero  la  Real  Audiencia  resolvió  luego  cono- 
cer directamente,  ella  misma,  del  proceso.  En  tal 
virtud  dispuso  que  fueran  trasladados  á  Caracas 
José  Leonardo  y  los  principales  de  los  negros 
loangos  que  habían  sido  llevados  á  Puerto  Cabe- 
llo y  que  viniesen  también  á  la  capital  Don  Ma- 
riano Ramírez  Valderrain,  Don  Francisco  Jacot  y 
Don  José  Zavala.  De  los  tres  últimos  re  recabaron 
los  más  minuciosos  informes,  pero  ni  Jacot  ni  Za- 
vala pudieron  afirmar  nada  respecto  de  las  sospe- 
chas que  Tinoco  había  sugerido  contra  el  Dr.  Chi- 
rino.  Más  bien  Zavala  dijo  que  ni  aún  contra  José 
Caridad  tenía  ningún  dato  preciso  como  para  afir- 
mar su  participación  en  la  revuelta.  Jacot  expuso 
que  no  creía  que  hubiera  habido  complicidad  de  los 
hacendados  de  Curimagua  en  ningún  plan  revolu- 
cionario, pero  sí  imprudencia,  que  les  costó  la  vida 
por  haber  provocado  la  insurrección  de  sus  esclavos, 
con  haber  hablado  delante  de  ellos  acerca  de  las  co- 
sas que  ocurrían  en  Francia,  del  alzamiento  de  los 
negros  de  Haití  y  de  la  guerra  íranco-española.  En 
esto  si  estaba  en  lo  cierto  el  señor  Jacot  y  así  mis- 
mo lo  apreció  el  Fiscal  de  la  Real  Audiencia. 

El  interrogatorio    de  José  Leonardo  fue  larguí- 

341 


« 


DISCUESO  BE  RECEPCIÓN 


k 


simo,    durando  varios    días   consecutivos.     Demos- 
tró el   procesado  ser    un   hombre    astuto,    de   fácil 
comprensión   natural   y  adoptó,  sin    consejo  de  na- 
die,   porque    el   desgraciado  careció   de  patrocinan- 
te, un    plan  de  defensa  hábil^  haciendo  ver  que  su 
proyecto    no  era  sino    congregar    los    negros   para 
ocurrir  pacíficamente    á    Coro,  en    queja  contra  al- 
gunas injusticias   de   los  amos,   referir  las  conver- 
saciones   que    les  oían    contra    el    Gobierno    espa- 
ñol  y  especialmente  pedir  que  cesasen    los  abusos 
de  los  Recaudadores  en    el   cobro   de  las  alcabalas; 
que    fueron  otros  de    los    negros    los    que,   come- 
tiendo los    asesinatos,    hicieron   degenerar   la    reu- 
nión  pacífica  que   él  proyectaba  en    un  alzamiento 
y  que  ya    en    ese  estado    propuso    él,    que  en  to- 
mándose la    ciudad    como    creía  fácil    tomarla,   se 
llamara  á    los    indios    de    Paraguaná     para  que  la 
gobernaran,    y  no  á  los  franceses,  de  quienes  nada 
sabía ;    natural    era,    adoptado    este     sistema,    que 
negara  también  haber  tenido  ninguna  comunicación 
con   -losé    Caridad    González,  y    en  efecto,   protestó 
que  jamás  lo  había  tratado.     Por  lo  demás  de  nada 
le  habrían    de  servir   sus    excusas    al    pobre    reo, 
siendo  tantas    las  pruebas  legales  que    obraban  en 
autos  de  que    él  fue   el  Jefe,  por  todos  reconocido 
y   obedecido,   de  la   insurrección.     Algunos    de  los 
íoangos  que  aún   estaban  en    Puerto   Cabello,  por- 
que   los    más    habían    sido  embarcados  en  bajeles 
de   guerra  españoles,  fueron   también  traídos  á  Ca- 
racas   y   examinados   detenidamente    por    la    Real 
Audiencia. 

342 


PEDTÍO  M.   ARCAYA 


Ella  sentenció  definitivamente  el  proceso  el 
diez  de  diciembre  de  mil  setecientos  noventa  y 
seis.  Comienza  el  fallo  por  decir  que  se  hace 
prescindencia  de  <^lo5  Reos  que  fueron  degollados 
«por  sentencias  á  la  voz  y  escritas  dadas  por  el 
«mismo  Teniente  (Ramírez  Valderrain)  en  el  citado 
«día  doce  v  siguientes  (de  mayo  de  1795),  sin 
«formalidad  de  proceso,  cuando  no  se  podía  te- 
«ner  seguridad  en  las  cárceles  y  se  recelaba  que 
«continuase  la  insurrección,  como  se  ha  hecho 
«presente  á  su  Magestad».  En  cuanto  á  José  Leo- 
nardo, dispusieron  los  Jueces  sentenciadores  «que 
«debían  declarar  y  declararon  que  el  zambo  libre 
«Josef  Leonardo  Chirinos,  preso  en  uno  de  los 
«calavosos,  del  Quartel  del  Batallón  veterano  de 
«esta  ciudad  (Caracas),  es  Reo  principal  convicto  y 
«confeso  de  la  expresada  sublevación  y  por  tanto 
«lo  condenavan  á  muerte  de  horca  que  se  ejecu- 
«tará  en  la  plaza  principal  de  esta  Capital  a  donde 
«sera  arrastrado  desde  la  Cárcel  Real  y  verifica- 
«da  su  muerte,  se  le  cortara  la  cavesa  y  las  ma- 
«nos  y  se  pondrá  aquella  en  una  jaula  de  fierro 
«sobre  un  palo  de  veinte  pies  de  largo  en  el 
«camino  que  sale  de  esta  misma  ciudad  para  Coro 
«y  para  por  los  Valles  de  Aragua,  y  las  manos 
«serán  remitidas  a  esa  misma  ciudad  de  Coro  para 
«que  una  de  ellas  se  clave  en  un  palo  de  la 
«propia  altura,  y  se  fixe  en  la  inmediación  de  la 
«Aduana  llamada  de  Caujarao,  camino  de  Curima- 
«gua,  y  la   otra  en  los    propios    términos  en  la  al- 

343 


I 


DISCURSO  DE  RECEPCIÓN 


I 


«tura  de  la  sierra  donde  fue  muerto  D.  Josef  Te- 
•«llería,  remitiendo  el  Justicia  Mayor  a  quien  se 
«comete,  testimonio  de  la  ejecución.  Imponiéndo- 
«se,  como  se  impone  pena  de  la  vida  á  cual- 
«quiera  persona  que  se  atreva  a  estorvar  la  de 
«esta    sentencia». 

También  fué  condenado  á  muerte,  en  rebeldía, 
el  reo  prófugo  José  Diego  Ortiz,  alias  Cartagena. 
De  los  presos  que  quedaban  en  la  Cárcel  de  Coro, 
fueron  absueltos,  aunque  solo  de  la  Instancia,  man- 
dándoseles poner  en  libertad,  unos  doce  indivi- 
duos ;  ocho  fueron  condenados  á  cuatro  años  de 
presidio,  uno  á  siete  años  y  cuatro  á  diez  años 
de  la  p.opia  pena.  Algunos  de  los  condenados  á 
presidio  por  Ramírez  Valderrain,  fueron  mandados 
poner  en  libertad  «prevenidos  de  cuidar  siempre 
■«toda  conversación  y  comunicación  que  pueda  causar 
*nota  o  sospecha  de  su  fidelidad».  Respecto  de  los 
siete  indios  que  sentenció  Ramírez  Valderrain,  fué 
confirmada  su  condenatoria  á  presidio,  mas  en 
cuanto  á  los  loangos  fueron  declarados  enteramen- 
te libres  de  complicidad  en  la  sublevación  «y  que 
«son  fieles  servidores  del  Rey  y  del  público,  man- 
«dando  que  sean  restituidos  al  cuidado  de  sus  ca- 
«sas  y  familias,  los  tres  que  se  hallan  en  esta  ciu- 
<'!dad  Juan  Felipe  Guillermo,  Francisco  Castro  y  Do- 
«mingo  Cornelio  y  todos  los  que  hallan  en  Puerto 
<Xabello  y  en  los  bajeles  de  su  Magestad».  Esto 
equivalía  también  en  cierto  modo,  á  una  postuma 
absolución  de  José   Caridad  González,   porque  no  se 

344 


l'EDRO   M.    AllCAYA 


comprende  que  él  fuera,  como  se  había  creído  al 
principio  el  ajtor  de  la  revuelta,  sin  que  estuvie- 
ran en  comunicación  con  sus  coterráneos  y  más 
íntimos  adictos  del  grupo  loango. 

No  sé  que  día  se  ejecutó  la  sentencia  ca- 
pital recaída  contra  el  desgraciado  José  Leonardo. 
Supongo  que  debió  ser  en  el  mismo  mes  de 
diciembre  de  mil  setecientos  noventa  y  seis. 

Hemos     visto,     pues,    como     quedó    ahogada 
en  sangre    la   insurrección    narrada       Por    lo    de- 
más, el    Capitán   General    reiteró    á    la   Intendencia 
de  Hacienda    de  Caracas,    á    raiz  de    las  noticias  de 
la  insurrección,   las  quejas   del  pueblo  de    Coro  en 
el  asunto  de  las   Alcabalas,  y   desde  julio   de  1795 
se  le    ordenó  á  Iturbe  que  él    y    sus   dependientes 
procediesen  con   mayor    prudencia  y   equidad  en  la 
recaudación  de  tal  impuesto.     Después    se  dispuso 
la  destitución  del   Administrador  de   la   Abuana  de 
Caujarao,    Luis  Barcenas,  y  á   Iturbe  se  le  amones- 
tó  «que    proceda  con   ía   mayor  moderación,  pulso 
«y  prudencia  en  el  cobro   de  las  Rentas  Reales,  sin 
«dar  el  menor  motivo  de  queja,  apercibido  que  de 
«lo   contrario  se  tomaría  contar  el  la  correspondien- 
«te  providencia,   á    más  de   ser  responsable  de  las 
«malas  resultas    que    puedan    ocasionarse».      Res- 
pecto de   tributos    de  los  Indios    demorados,  se  re- 
solvió que  se  siguiera   cobrándoseles  en  la  forma  y 
cantidad    que  de  antiguo    venía   haciéndose,  según 
la  costumbre  y  no  con  el   rigor  que    Iturbe  quería 
emplear. 

345 


DISCURSO  DK  RECEPCIÓN 


Cesaron  así  las  extorsiones  de  que  se  queja- 
ban los  alzados,  mas,  ¡cuántas  vidas  perdidas  sin 
que  aún  se  lograra  realizar  el  alto  ideal  de  la  su- 
presión de  la  esclavitud  que  por  sobre  los  delitos 
que  en  su  ignorancia  cometieron  los  insurrectos  de 
1795,  flota  como  bandera  gloriosa  que  hacía  de 
aquellos  pobres  labriegos  los  soldados  avanzados  de 
las  huestes  que,  pocos  años  después,  al  proclamar 
la  emancipación  del  continente  americano,  proclama- 
rían también  los  principios  de  la  libertad,  la  igual- 
dad y  la  fraternidad,  bases  de  la  civilización  con- 
temporánea, y  en  virtud  de  los  cuales  la  esclavi- 
tud, ya  herida  de  muerte  por  los  decretos  de  Bolívar» 
desaparecería  completamente  de  nuestro  suelo  por 
la  bendecida  ley  de  1854! 


346 


índice 


índice 


PAGINAS 


BOLÍVAR 7 

Estudio  publicado  en  El  Águila  de  Coro,  á  fines 
de  1900    y  en  El  Cojo   Ilustrado   de    Caracas,    N  °. 
218,  correspondiente  al  15  de  eneio  de  1901. 
JOSE  ANTONIO  PAEZ 31 

Publicado  en    El  Cojo    Ilustrado,   N  ^ .    385,   del 
1  °.  de   enero  de  1908. 
EL    CAPITÁN    GENERAL    DE  LA    LIBERTAD    ....       53 

Publicado    en    Mes   Literario    de    Coro,    Año   I, 
N  ®.  6,    del   31  de  marzo  de  1907. 
EL  CAPITÁN  MARTIN    DE  ARTEAGA 69 

Publicado    en    Restauración    de    Coro,    N  °.    72, 
del  14  de    agosto    de  1906. 
ALONSO     GIL     . 79 

Publicado  en  Restauración  de  Coro,   H°.  76,  del 
20    de   agosto  de  1906. 
LOS   CACIQUES    DE   CORO 91 

Publicado  en    Arte  y  Letras  de  Coro,  de  setiem- 
bre   de    1905. 
PAPELES    VIEJOS    E  IDEAS    MODERNAS     ....       99 

Publicado  en  El  Cojo  Ilustrado,  N  °.  337,  del  1  ^. 
de   enero    de    1906. 

IMPERIALISMO    NORTE    AMERICANO 107 

Publicado  en    El  Heraldo  de  Coro  y  en  la  Revis- 
ta    Latino     Americana    de    París,    Nms.     83    y    84, 
del  20   y   30   de  junio    de   1899. 
APUNTACIONES    SOBRE    LAS    CLASES     SOCIALES 

DE    LA    COLONIA 125 

Publicado  bajo    el    título  Apuntaciones   sobre 
evolución  social  en  Venezuela  en  Mes  Literario  de  Coro, 


IXDIOE 


PAGINAS 

Ano  III,  Nnis.  IV  y  V.  (Diciembre  1908  y  enero 
de  1909)  y  ahora  reimpreso  con  adiciones  y  en- 
miendas. 

FEDERACIÓN  Y  DEAIOCRACIA  EN  VENEZUELA- 
CONFERENCIA  leída  en  el  liceo  de  cien- 
cias políticas  de  caracas,  el  13  DE  MAR- 
ZO DE  1910 167 

Publicada  eñ  la  Revista  Universitaria,  de  Caracas, 
No.  33,  correspondiente  al  mes  de  marzo  de  1910. 

ÜN    LIBRO    ARGENITNO 199 

Estudio  publicado  en  El  Cojo  Ilustrado,  Núms.  442 
y  443,  correspondientes  al  15  de  mayo  y  1°   de  jnnio 
de  1910  y  ahora  reimpreso  con  agregaciones  y  corree 
ciones. 
FACTORES  INICIALES  DE   LA  EVOLUCIÓN  POLÍTICA 

VENEZOLANA 259 

Estudio  publicado  bajo  los  motes  La  evolución  po- 
lítica de  Venezuela. — Factores  étnicos,    en  El  Cojo  Ilus- 
trado del  15  de  febrero  de  1906  (No.  340). 
DISCURSO    DE  RECEPCIÓN    EN  LA    ACADEMIA  NA- 
CIONAL DE  LA  HISTORIA 273 

Publicado  en  folleto.