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Full text of "Excursiones por Casanare"

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UBRARYOF  PRINCETON 

 1 

JUN  -4 


THEOLOGICAL  SEMINARY 


F2263   .D45  1909 
Delgado,  Daniel. 
Excursiones  por  Casanare  / 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2014 


https://archive.org/details/excursionesporcaOOdelg 


EXCURSIONES  POR  CASANAE  ' 

POR  EL 


R.  P.  F.  DANIEL  DELGADO  DE  LA  VIRGEN  DEL  ROSARIO 

Agustino  Recoleto  ( Calendario  ) 


CON  LAS  UCENCIAS  NECESARIAS 


APR  1  5  2002 


EXCURSIONES  POR  CASANARE 


POR  EL 


R.  P.  F.  DANIEL  DELGADO  DE  LA  VIRGEN  DEL  ROSARIO 

Agustino  Recoleto  (Candelario) 


CON  LAS  LICENCIAS  NECESARIAS 


LIBRARY  OF  PRINCETON 


APR  1  5  2002 


THEOLOGICAL  SEMINARY 


PRIMERA  PARTE 


BOGOTA 

IMPRENTA    DE    "LA  LUZ 

^1909 


-  1 

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A  la  memoria 

de  los  Ilustrísimos  y  Reverendísimos  Señores  Obispos 
D.  Fr.  EZEQUIEL  MORENO 
y 

D.  Fr.  NICOLAS  CASAS 

Dignísimos  Vicarios  Apostólicos  de  Casanare, 
dedica  este  modesto  trabajo 

|ÍL  ^UTOR 


LICENCIA  DE  LA  ORDEN 


Habiendo  leído  detenidamente  el  opúsculo  titulado 
Excursiones  por  Casanare,  que  escribió  el  Reverendo  Padre 
Fray  Daniel  Delgado  del  Rosario,  los  infrascritos  creen 
que  se  puede  proceder  á  su  publicación,  por  no  haber  en- 
contrado cosa  alguna  que  á  ello  se  oponga. 

Fray  Regino  Maculet  de  la  Merced 
Fray  Ignacio  Sanmiguel  del  Rosario 
Bogotá,  i.°  de  Octubre  de  1908. 


En  vista  del  juicio  emitido  por  los  Reverendos  Padres 
censores,  facultamos  al  Reverendo  Padre  Fray  Daniel  Del- 
gado del  Rosario  para  que  publique  el  folleto  titulado  Ex- 
cursiones por  Casanare,  servatis  servandis. 

Fray  Manuel  Fernández  de  San  José 

Provincial. 
Bogotá,  12  de  Octubre  de  1908. 


Gobierno  Eclesiástico — Bogotá,  Octubre  27  de  igo8 
Puede  imprimirse. 

f  BERNARDO 

Arzobispo  de  Bogotá. 


PROLOGO 


Quien  conozca  la  historia  de  Colombia  habrá  admi- 
rado la  estupenda  labor  de  los  misioneros  católicos  en  la 
evangelización  de  las  tribus  salvajes.  A  los  Reverendos 
Padres  Candelarios,  á  los  hijos  de  San  Ignacio  y  de  San 
Francisco  de  Asís  y  á  los  religiosos  de  la  Orden  de  Predi- 
cadores corresponde  la  gloria  de  obra  tan  meritoria,  á  la 
cual  sólo  han  puesto  grandes  obstáculos,  cuando  no  des- 
tructora mano,  la  persecución  religiosa  y  nuestras  frecuen- 
tes guerras  civiles. 

Guiados  esos  beneméritos  apóstoles  de  Cristo  por  su 
amor  á  Dios  y  por  la  santa  aspiración  de  sacar  de  las  som- 
bras de  la  muerte  á  tantos  seres  desgraciados  que  vagan 
buscando  miserable  alimento  por  los  montes  y  por  las  ori- 
llas de  los  ríos,  han  renunciado  todas  las  comodidades  de 
la  vida  civilizada  para  sufrir  trabajos  sin  cuento  en  monta- 
ñas insalubres  y  pobladas  de  fieras,  ó  en  inmensas  llanuras 
desprovistas  de  todo  humano  socorro.  Estos  milagros  de 
abnegación  sólo  se  realizan  en  el  seno  de  la  Iglesia  Cató- 
lica, cuyo  espíritu  y  doctrina  han  llevado  sus  ministros 
hasta  las  más  bárbaras  gentilidades.  Galardón  de  sus  sacri- 
ficios ha  sido  el  ver  cumplida  aquella  magnífica  promesa 
de  la  Santa  Escritura:  Dabo  tibi  gentes  hcereditatem  tuam. 
¡Cuántos  misioneros  han  recibido  el  frío  abrazo  de  la 
muerte  en  una  cueva  solitaria  ó  en  las  garras  de  bestias 
feroces! 

En  su  carrera  civilizadora,  los  misioneros  no  se  han 
limitado  á  enseñar  las  verdades  cristianas,  á  derramar  en 
la  frente  de  los  salvajes  las  aguas  regeneradoras,  á  darles 
vida  espiritual  con  el  Pan  Divino:  ellos  han  fundado  ciu- 
dades, abierto  caminos,  descuajado  montañas  seculares, 
estudiado  la  fauna  y  la  flora,  y  hecho  importantes  investí- 


gaciones  geológicas  é  inapreciables  servicios  á  la  ciencia 
del  lenguaje. 

Los  Reverendos  Padres  Candelarios,  creadores  en  Bo- 
gotá de  un  célebre  Instituto  religioso,  y  fundadores  de  la 
célebre  casa  llamada  Convenio  del  Desierto  de  la  Candela- 
ria, tienen  muy  gloriosa  página  en  la  historia  nacional. 
Hacía  muchos  años  que  trabajaban  con  éxito  brillante  en 
la  Santa  Viña  cuando  en  1863  fueron  expulsados  de  sus 
conventos.  Felizmente  conservó  el  espíritu  de  esa  venera- 
ble Comunidad  el  inolvidable  Padre  Juan  Nepomuceno 
Bustamante,  quien  hizo  dos  viajes  á  Europa  con  el  objeto 
de  traer  á  Colombia  religiosos  españoles  que  hiciesen  re- 
vivir el  benéfico  Instituto.  Dios  recompensó  sus  cristianos 
anhelos  dándole  una  santa  muerte  y  enviando  á  su  país 
insignes  obreros. 

Del  seno  de  la  renaciente  Comunidad  han  salido  mu- 
chos religiosos  á  evangelizar  á  las  tribus  salvajes  de  Casa- 
nare.  Inmortales  maestros  de  esa  heroica  misión  fueron 
el  [lustrísímo  Señor  Fray  Ezequiel  Moreno,  Prelado  santo 
y  celebérrimo  por  su  firmeza  apostólica  en  combatir  y 
condenar,  hasta  en  sus  últimos  momentos,  las  malas  doc- 
trinas, y  el  Ilustrísimo  Señor  Fray  Nicolás  Casas,  de  pre- 
clara memoria.  El  ejemplo  de  estos  venerables  religiosos 
ha  sido  fecundo. 

Testimonio  de  las  magnas  labores  de  los  Padres  Can- 
delarios es  no  solamente  el  nacimiento  á  la  vida  cristiana 
de  muchos  salvajes  que  yacían  sumidos  en  la  más  lamen- 
table ignorancia,  sino  los  trabajos  literarios  que,  con  el 
propósito  de  ilustrar  al  pueblo  colombiano  y  de  cumplir 
con  más  facilidad  su  laudable  misión,  han  emprendido  y 
coronado. 

Entre  estas  obras,  cabe  citar: 

i.°  Los  seis  importantes  volúmenes  de  Los  Padres 
Candelarios  en  Colombia,  publicados  de  1897-1903  por  el 
Reverendo  Padre  Santiago  Matute; 

2.0  Los  Hechos  de  la  Revolución  en  las  misiones  de  Ca- 


—  VI!  — 


sanare,  opúsculo  dado  á  luz  en  1900  por  el  Hustrísimo  Se- 
ñor Casas; 

3.0  El  Doctor  Novase  ¡tés,  curiosa  novela  de  costum- 
bre-;, compuesta  por  el  Reverendo  Padre  Fabo; 

4.0  0  con  Jesucristo  ó  contra  Jesucristo,  interesantísimo 
estudio  del  Hustrísimo  Señor  Moreno  sobre  la  imposibi- 
lidad de  conciliar  el  liberalismo  con  el  catolicismo,  publi- 
cado en  Pasto  en  1898; 

5.0  Instrucciones  del  misino  Prelado  al  Clero  de  su  Dió- 
cesis, opúsculo  de  sabia  doctrina,  editado  en  Barcelona 
en  1903;  y 

0.°  El  Ensayo  de  Gramática  hispano-goahiva,  publi- 
cado en  1895  por  los  Reverendos  Padres  Manuel  Fernán- 
dez y  Marcos  Bartolomé. 

Esta  última  obra  es  de  altísimo  mérito  y  de  evidente 
utilidad  así  para  los  misioneros  que  han  menester  hablar 
el  goahivo,  como  para  los  cultivadores  de  la  ciencia  del 
lenguaje.  Los  autores  de  esta  gramática,  sobre  haber  dado 
una  brillante  muestra  de  su  versación  en  la  hermosa  len- 
gua de  Castilla  y  en  las  disciplinas  gramaticales,  revelan 
cuán  asiduas  é  inteligentes  fueron  sus  investigaciones  y 
procedimientos  para  constituir,  por  vez  primera  y  sin  ele- 
mento alguno  de  escritura  goahiva,  la  gramática  de  este 
dialecto.  El  estudio  de  sus  orígenes,  empresa  en  extremo 
difícil,  dará  tal  vez,  comparándole  con  otros  dialectos  con- 
géneres, algunas  luces  sobre  su  parentesco  con  las  lenguas 
asiáticas  (1)  y  sobre  la  raza  á  que  pertenece  la  tribu  goa- 
hiva. Así  en  1767  un  sabio  helenista,  el  Reverendo  Padre 
Coerdeur  suministró,  estudiando  la  clásica  lengua  de  la 
India,  los  primeros  elementos,  de  incomparable  precio, 
para  descubrir  el  parentesco  entre  el  sánscrito  y  las  len- 
guas de  la  Europa.  Los  estudios  hechos  en  Colombia  so- 
bre el  chibeha  y  el  goajiro  se  deben  á  misioneros  católicos. 

A  enriquecer  la  literatura  de  los  Padres  Candelarios 


(1)  Acaso  la  voz  Dioni,  Dios,  se  derive  de  la  raíz  sánscrita  dio, 
brillar,  de  la  cual  se  formó  el  sustantivo  devas,  divinidad. 


—  VIII  — 


Viene  hoy  la  obra  del  Reverendo  Padre  Daniel  Delgado. 
En  ella  habla  el  piadoso  é  ilustrado  misionero,  en  estilo 
ameno  y  castizo,  de  sus  tareas  de  apóstol  agustiniano  en 
las  vastas  selvas  y  llanuras  de  Casanare;  hace  su  descrip- 
ción geográfica;  muestra  los  estragos  que  ha  producido  en 
las  misiones  el  flagelo  revolucionario;  suministra  datos 
muy  curiosos  sobre  los  pueblos  de  aquella  región;  exhibe 
al  misionero  como  impulsor,  cuando  no  como  creador  de 
empresas  agrícolas;  trae  interesantes  noticias  acerca  de  los 
hábitos  y  costumbres  casanareños,  é  ilustra  con  juiciosas 
observaciones  la  flora  colombiana,  ora  indicando  sus  pro- 
piedades, ora  dando  nombre  técnico  á  árboles  y  plantas. 

No  es  esto  solo.  El  autor  ya  deleita  ásus  lectores  con 
la  descripción  de  una  cacería  ó  de  una  pesca,  ya  les  lleva 
á  contemplar,  con  poética  elación,  la  inmensidad  de  los 
Llanos  y  la  majestad  y  secular  fiereza  de  la  montaña  de 
Banadía,  donde  estuvo  su  vida  en  grave  peligro.  En  todo 
el  libro  se  siente  ese  espíritu  de  piedad,  ese  amor  á  Jesús  y 
á  su  Madre  Santísima  que  hace  llevaderos  y  á  veces  dulces 
los  trabajos  del  misionero.  El  Reverendo  Padre  Delgado 
ha  prestado  con  sus  escritos  muy  valiosas  luces  á  la  etno- 
grafía y  á  la  geografía  de  Colombia,  y  rectificado  el  erró- 
neo y  no  raro  concepto  de  que  el  conquistador  Quesada 
ha  debido  fundar  en  Casanare  la  capital  de  la  República. 

Pronto  dará  á  luz  la  segunda  parte  de  su  interesante 
narración,  en  la  que  tratará  del  curso  de  las  misiones  en  los 
últimos  años. 

¡Cuán  elocuente  es  la  lección  que  este  libro,  las  no- 
tables obras  precitadas  y  la  vida  de  todos  los  Padres  Can- 
\/ delarios,  en  su  mayor  parte  españoles,  consagrada  á  Dios, 
al  estudio  y  á  la  salvación  de  las  almas,  dan  á  aquellos 
que,  so  pretexto  de  celo  por  las  glorias  nacionales  y  de 
amor  al  Clero  colombiano,  condenan  ó  niegan  la  luminosa, 
abnegada  y  benéfica  labor  de  los  sacerdotes  extranjeros  en 
nuestro  suelo! 

GABRIEL  ROSAS 
Bogotá,  Diciembre  de  1908. 


CAPITULO  I 

Resumen:  Casanare — Descripción  geográfica,  poética  y  política — Erro- 
res sobre  el  censo  antiguo — Censo  actual — Poblaciones — Aspecto 
religioso — Administración  espiritual — Cómo  lo  encontraron  los 
Padres  Candelarios — Primeros  trabajos  de  estos  misioneros — Erí- 
gese en  Vicariato  Apostólico — Fundación  de  pueblos  indígenas. 

Con  el  nombre  de  Casanare  desígnase  un  vastísimo 
territorio  de  más  de  quinientos  treinta  miriámetros  cuadra- 
dos de  superficie  enclavado  en  la  región  oriental  de  la  Re- 
pública. Sus  límites  son:  al  Norte,  los  ríos  Arauca  y  Sara- 
re;  al  Sur,  el  Meta  y  el  Upía;  al  Oriente,  una  línea  imagi- 
naria formada  por  el  meridiano  que  pasa  por  el  antiguo 
Apostadero  del  Meta  y  por  El  Viento;  y  al  Occidente,  la 
Cordillera  Oriental  andina.  El  río  Arauca  y  el  meridiano 
expresado  separan  á  Casanare  de  Venezuela;  los  otros  lí- 
mites, del  resto  de  Colombia. 

Atendiendo  á  la  naturaleza  del  suelo  divídese  natural- 
mente en  dos  grandes  regiones:  la  montuosa  formada  pol- 
las vertientes  orientales  de  la  Cordillera,  cuya  altura  alcan- 
za en  la  Sierra  Nevada  del  Cocuy,  5,080  metros  sobre  el  ni- 
vel del  mar,  y  la  de  los  Llanos,  que  tiene  una  superficie  de 
cinco  mil  leguas  cuadradas. 

De  la  región  montuosa,  poblada  casi  toda  ella  de  bos- 
ques salvajes,  nacen  los  grandes  ríos  que  bañan  el  territo- 
rio casanareño:  el  Arauca,  que  da  sus  aguasal  Orinoco; 
el  Ele,  Cravo  N.,  Casanare,  Ariporo,  Pauto,  Duya,  Cravo  S., 
Cursiana,  Túa  y  Upía,  los  cuales,  directa  ó  indirectamente 
entran  al  Meta,  tributario  á  su  vez,  del  Orinoco.  Casi  to- 
dos los  nombrados  son  navegables. 


Los  Llanos  están  cubiertos  de  inmensos  pajonales 
cortados  de  trecho  en  trecho  por  ríos  y  bosques.  La  gran 
selva  de  Banadía  ocupa  una  extensión  de  centenares  de 
leguas  cuadradas.  "  La  esplendidez  y  magnificencia  de  los 
Llanos,  dice  un  historiador,  no  puede  comprenderse  sino 
viéndolos.  La  pluma  es  impotente,  las  palabras  y  las  fra- 
ses son  inadecuadas,  y  todas  las, descripciones  demasiado 
pálidas  para  dar  á  conocer  este  inmenso  territorio  que,  se- 
mejante á  la  mar  en  calma,  se  extiende  hasta  donde  la  vis- 
ta no  puede  alcanzar,  y  confunde  sus  límites  con  la  bóve- 
da azulada  en  el  horizonte."  Yo  añadiré  que  aún  anduvo 
un  tantico  mezquino  el  P.  Rivero  en  sus  elogios  á  los  Lla- 
nos, sobre  todo  observados  desde  la  cordillera.  Y  en  un 
día  despejado!  Y  á  la  salida  del  sol! . .  ¡Qué  majestad!  ¡qué 
belleza!  ¡qué  tamañito  se  siente  el  espectador!  Pero  tam- 
bién ¡qué  horror  y  qué  desfallecimiento  se  experimenta, 
cuando,  en  la  estación  de  las  lluvias,  es  preciso  atravesar 
esas  llanuras  solitarias,  inundadas  por  las  crecientes  de  los 
ríos,  bajo  un  sol  abrasador;  ó  en  verano,  cuando  por  ne- 
cesidad se  hacen  jornadas  de  diez  y  veinte  leguas  sin  en- 
contrar una  gota  de  agua! 

Y  no  se  diga  que  el  mencionado  padre  no  recorrió 
los  Llanos  en  invierno  y  en  verano.  Harto  fue  lo  que  sufrió 
por  la  gloria  de  Dios  este  bendito  padre  en  los  muchos 
años  que  fue  huésped  de  las  pampas  casanareñas!  Pero 
debo  advertir  que  en  esto  de  ponderar  la  magnificencia  de 
los  Llanos  de  Casanare,  hay  mucho  de  poesía.  Sobre  el 
terreno  estudiaremos  lo  que  en  esto  haya  de  verdad. 

Políticamente  considerado  es  Casanare  un  sér  indefi- 
nible. Empresa  más  hacedera  sería  averiguar  lo  que  fue. 

Antiguamente,  con  el  pomposo  título  de  Gobernación 
ó  Provincia  de  los  Llanos  de  Santiago,  gozaba  de  no  po- 
cas prerrogativas;  al  fin  y  al  cabo  era  uno  de  tántos  hijos 
de  la  vieja  Santafé.  A  fines  del  siglo  dieciocho  tenía  Casa- 
nare tres  ciudades:  Santiago  de  las  Atalayas  (residencia 
del  Gobernador),  Pore  y  Chire;  tres  corregimientos:  Meta, 


Támara  y  Casanare;  cinco  parroquias  y  trece  pueblos.  Por 
los  años  de  1824  vino  á  formar  parte  de  Boyacá,  y  treinta  y 
cuatro  años  más  tarde  constituía  una  provincia  del  mismo 
Estado  Soberano,  dividida  en  cinco  cantones,  cuya  capi- 
tal era  la  ciudad  de  Pore.  Cambió  de  amo  en  1869,  cons: 
tituyendo  el  Territorio  Nacional  de  Casanare,  dependien- 
te del  Supremo  Gobierno.  Eleváronlo  después  á  la  cate- 
goría de  Intendencia;  y  más  tarde,  creyéndolo  segura- 
mente el  Gobierno  Nacional  más  acertado,  formó  parte  de 
la  Intendencia  Nacional  del  Meta. 

Ni  aun  después  de  tántos  vaivenes  de  fortuna  han  de- 
jado tranquilo  al  asendereado  Casanare.  Actualmente  ni 
«s  Gobernación,  ni  Provincia  de  Boyacá,  ni  Territorio 
Nacional,  ni  Intendencia,  ni....  nada.  Me  equivoqué: 
tiene  su  algo  de  cada  cosa:  díganlo  Boyacá  y  Tundama  y  la 
Intendencia  Nacional  del  Meta,  á  cuyas  manos  han  ido  á 
parar  los  despojos  del  territorio  casanareño!  Puede  decirse 
que  Casanare  ha  pasado  por  todas  las  fases  administrati- 
vas posibles;  pero  es  preciso  confesar  que  ninguna  de 
ellas  ha  producido  los  frutos  apetecidos.  Lo  que  no  se 
hizo  después  de  creada  la  Intendencia;  lo  que  no  hizo, 
digo,  el  Sr.  Caro  por  medio  de  los  intendentes  Sres.  Dr. 
Elisio  Medina  y  D.  Marco  A.  Torres  E.,  jamás  lo  hubiera 
hecho  nadie  en  idénticas  condiciones;  y  sin  embargo,  los 
esfuerzos  de  uno  y  otro  se  estrellaron  contra  mil  y  mil 
obstáculos  insuperables.  Se  vio,  pues,  que  los  variados 
ensayos  que  en  esta  región  se  hicieron  para  darle  vida  y 
encaminarla  por  la  ruta  del  progreso,  no  tuvieron  nunca 
resultados  satisfactorios.  Sólo  quedaba  un  medio  (á  mi 
parecer,  el  único)  capaz  de  regenerar  á  Casanare;  y  este 
medio  es  el  llevado  á  cabo  por  el  Excmo.  Sr.  General  Re- 
yes. No,  Casanare  no  hubiera  salido  nunca  de  su  nada, 
con  sus  propias  fuerzas;  necesitaba  que  Boyacá  y  Tunda- 
ma le  dieran  calor  y  vida,  le  comunicaran  sus  energías  y 
encaminaran  por  la  vía  del  progreso. 

El  determinar  la  población  de  este  territorio  es  uno 


—  4  — 


délos  puntos  que  ha  dado  lugar  á  errores  groserísimos.  AI 
hablar  los  historiadores  y  geógrafos  de  los  indios  que  lo 
poblaban,  échase  de  ver  una  marcada  y  contagiosa  ten- 
dencia á  exagerar  su  número.  De  aquí  el  que  hayan  des- 
barrado inconscientemente  muchos  de  los  que  han  trata- 
do este  asunto. 

Conténtanse  con  decir,  verbigracia,  que  «  no  tienen 
número  las  capitanías  y  parcialidades  de  todo  el  chiricoís- 
mo  y  de  la  Nación  goahiva;  »  «que  hay  tantos  como  are- 
nas en  el  mar  y  estrellas  en  el  cielo,»  etc.  etc.  Y  no  podían 
ser  menos,  porque  «sólo  en  las  riberas  del  río  (?)  Cuiloto 
había  más  de  cien  mil  indios.» 

Sin  embargo,  los  mismos  autores  de  quienes  tomo 
estos  datos  nos  relatan  un  viaje  que  en  remotos  tiempos 
hizo  un  padre  misionero,  y  no  vuelven  á  decir  palabra 
de  tan  crecido  número  de  infieles.  Y  eso  que  el  padre  ex- 
pedicionario recorrió  buena  parte  del  río  Casanare,  y  pro- 
bablemente remontó  el  Cravo  N.  y  el  Lipa,  y  estuvo  en 
las  sabanas  de  Cuiloto;  y  después  de  tan  larga  peregrina- 
ción se  topó  con  un  reducidísimo  número  de  indios  que 
tuvo  que  sacar  de  sus  madrigueras  para  que  fiebres  y  ti- 
gres no  acabaran  con  ellos.  No  ignoro  que  posteriormen- 
te se  fundaron  las  misiones  de  Cuiloto,  formadas  por  los 
pueblos  Cravo,  Cuiloto,  Ele  y  Lipa;  pero  estas  misiones 
poco  prosperaron,  y  el  número  de  pobladores  fue  siempre 
muy  escaso. 

Después  de  habernos  enterado  del  asunto,  nos  atreve- 
mos á  asegurar  que  en  los  siglos  diecisiete  y  dieciocho 
(que  fue,  según  nuestro  pobre  entender,  el  tiempo  en  que 
alcanzó  Casanare  su  mayor  grado  de  prosperidad  y  gran- 
deza) no  pasaron  de  cien  mil  los  habitantes  civilizados  é 
infieles  que  poblaban  este  territorio.  El  número  de  pue- 
blos que  entonces  tenía  era  el  doble  de  los  que  ahora  tie- 
ne. San  Joaquín  de  Lipa,  San  José  de  Ele,  La  Concepción 
de  Cravo,  Betoyes,  Barroblanco,  Santiago  de  las  Atalayas, 
Surimena,  Casimena,  Agua-azul,  Guanapalo,  Guayabal, 


Santa  María,  Purare,  Patute,  Cravo,  Surivana  y  otros  que 
sería  fastidioso  enumerar,  sólo  han  dejado  de  su  existen- 
cia leves  vestigios  que  van  desapareciendo  bajo  las  selvas 
yá  seculares  que  han  surgido  de  entre  sus  ruinas.  Otros  de 
los  pueblos  antiguos  todavía  existen;  pero  no  son  ni  som- 
bra de  lo  que  fueron.  En  este  caso  se  encuentran  las  cé- 
lebres ciudades  de  Pore  y  Chire. 

Pero  dejemos  estas  disquisiciones,  y  fijemos  un  poco 
nuestra  atención  en. la  población  civilizada  de  Casanare, 
■en  nuestros  días. 

Si  mucho  se  ha  errado  respecto  del  número  de  indíge- 
nas, no  se  ha  errado  menos  en  lo  referente  á  la  población  ci- 
vilizada. Y  nada  tiene  de  extraño;  tal  vez  hasta  que  los  pa- 
dres misioneros  actuales  se  encargaron  de  hacer  el  censo, 
no  hubo  jamás  otro,  llevado  á  cabo  con  escrupulosidad. 
Tengo  para  mí  que  la  población  de  Casanare,  descontan- 
do los  infieles,  llegó  al  máximum  en  los  años  de  1895  y 
ijffi,  y  pst-n  debe  atribuirse,  sin  duda,  al  movimiento  de 
inmigración  que  se  inició  al  crearla  Intendencia. 

Dos  años  después  ordenó  el  Illmo.  Sr.  Casas  que  los 
misioneros  levantasen  personalmente  y  con  toda  escrupu- 
losidad el  censo  de  este  territorio.  El  resultado  fue  el  si- 
guiente: población  civilizada,  17,145  habitantes;  infieles 
(número  aproximado),  2,000.  Compárense  ahora  estos 
otros  datos,  suministrados  por  las  estadísticas  de  la  Repú- 
blica: población  de  Casanare  en  el  año  1825,  19,080  habi- 
tantes; en  1851,  18,573;  número  increíble  si  se  tiene  en 
cuenta  que  veinte  años  más  tarde  se  computaban  en  8,685 
habitantes. 

En  el  año  que  termina  se  ha  levantado  de  nuevo  el 
padrón  de  este  territorio;  ignoro  el  resultado  total,  pero 
es  opinión  general  que  la  población  actual  no  pasa  de 
1 6,000  habitantes. 

Los  pueblos  principales  de  Casanare  son  los  que  á 
continuación  se  expresan :  Támara,  Arauca,  Xunchía,  Chá- 
raeza,  Tame,  Orocué,  Pore,  Moreno,  Ten,  Manare,  Chire, 


—  6  — 


Sácama,  San  Lope,  Macaguane,  Arauquita,  Todos-Santos, 
Marroquín,  El  Maní,  La  Parroquia  ó  Trinidad,  San  Sal- 
vador ó  Puerto  de  Casanare,  Zapatosa,  San  Pedro  de 
Upía,  Tauramena  y  Santa  Elena.  Algunos  de  ellos  son 
simplemente  corregimientos.  De  cada  uno  en  particular 
diré  algo  en  su  lugar  respectivo. 

Bueno  fuera  hacer  ahora  una  breve  reseña  histórica 
de  Casanare  por  su  aspecto  religioso;  pero  ¡qué  campo 
tan  dilatado  se  presenta  ante  mis  ojos!  Tendría  que  dedi- 
car á  este  objeto  no  uno,  sino  muchos  capítulos;  y  aun 
así  y  todo,  poco  podría  decir  de  aquellos  sacerdotes  y 
doctrineros  que  emprendieron  la  conquista  espiritual  de 
este  vastísimo  territorio;  ni  de  aquellos  abnegados  misio- 
neros que  consagraron  su  virtud,  saber  y  vida  á  transfor- 
mar los  indios  erráticos  y  supersticiosos  en  ciudadanos 
modelos  de  virtud  y  laboriosidad;  ni  finalmente,  de  los 
laudabilísimos  esfuerzos  que,  en  todo  tiempo,  han  hecho 
ambas  potestades,  eclesiástica  y  civil,  en  favor  de  los  ha- 
bitantes de  esta  sección  de  la  República.  A  su  tiempo  se 
publicará  un  trabajo  completísimo  sobre  esta  materia,  y 
que  trae  entre  manos  un  padre  misionero. 

Extinguidas  las  antiguas  y  célebres  misiones,  comen- 
zó Casanare  á  vivir  una  vida  lánguida  y  anémica,  sin  que 
esto  quiera  decir  que  las  autoridades  eclesiásticas  á  que 
estaba  sometido  no  extendieran  sus  miradas  paternales 
sobre  esta  importantísima  región.  Si  no  fuera  por  no  au- 
mentar demasiado  las  dimensiones  de  este  capítulo,  de 
buen  grado  consignaría  en  este  lugar  lo  mucho  que  en 
bien  de  Casanare  hicieron  los  prelados  de  Bogotá  y  Tunja. 

Yá  en  el  año  1833  fue  preconizado  Obispo  Auxiliar 
del  Arzobispado  de  Santafé  el  Illmo.  Sr.  D.  Fray  José 
Antonio  Chaves,  para  que,  residiendo  en  Casanare,  aten- 
diese á  la  administración  espiritual  de  este  territorio.  Des- 
pués fueron  nombrados  sucesivamente  (con  la  misma 
obligación  de  residir  en  Casanare)  el  Illmo.  Sr.  Barreto, 
el  Sr.  Dr.  D.  Francisco  de  P.  Reyes  y  el  Illmo.  Sr.  Hi- 
guera. 

I 


-  7  — 


Mientras  que  el  últimamente  nombrado  contribuía 
con  cuantos  medios  le  sugería  su  celo  apostólico  á  la  evan- 
gelización  de  este  país,  segregábase  del  Arzobispado  la 
nueva  Diócesis  de  Tunja;  y  bien  notorios  son  los  nobilí- 
simos esfuerzos  de  su  primer  Pastor,  el  Illmo.  y  Revdmo. 
Sr.  García,  para  llevar  adelante  la  empresa  del  Sr.  Hi- 
guera. 

¿Y  quién  ignora  que  una  de  las  preferentes  atencio- 
nes del  Illmo.  Sr.  Perilla,  segundo  Obispo  de  Tunja,  fue 
la  evangelización  y  adelanto  de  Casanare?  Si  mucho  bien 
se  ha  hecho  á  esta  región  desde  que  los  Padres  Agustinos 
Recoletos  (candelarios)  se  encargaron  de  su  administra- 
ción espiritual,  débese  en  gran  parte  al  Illmo.  y  Revdmo. 
Sr.  Perilla. 

Siempre,  pues,  se  atendió  á  Casanare  en  la  mejor  for- 
ma que  se  pudo;  pero  forzoso  es  confesar  que  «ya  sea  por 
lo  especial  de  las  circunstancias.de  esta  región,  ya  sea  que 
para  empresas  de  misiones  donde  todo  es  trabajo,  peli- 
gro, sufrimiento  de  todo  género,  se  necesite  vocación  es- 
pecial de  Dios,»  (i)  ya,  en  fin,  porque  nunca  tuvo  Casana- 
re el  clero  suficiente  para  su  buena  administración  espiri- 
tual, el  hecho  es  que  corría  precipitadamente  hacia  su 
ruina. 

«Campo  de  desolación  puede  decirse  que  era  Casana- 
re, campo  agostado  por  la  acción  abrasadora  del  simún  del 
vicio,  de  la  pasión  sin  freno,  de  la  indiferencia  religiosa  en 
casi  toda  su  plenitud.  La  voz  de  la  religión  había  ido  ex- 
tinguiéndose poco  á  poco;  la  palabra  divina  apenas  reso- 
naba de  vez  en  cuando,  á  largos  intervalos,  y  no  más  que 
en  determinados  lugares  y  tiempos;  los  Sacramentos  casi 
no  estaban  en  uso,  fuera  del  bautismo  y  del  matrimonio, 
que  se  administraban  de  tiempo  en  tiempo,  cuando  el  celo 
ó  la  devoción  á  algunas  fiestas  traía  por  aquí  algún  minis- 
tro de  Dios,  pues  entonces  apenas  había  para  todo  Casa- 
nare dos  ó  tres  sacerdotes  que  tuviesen  residencia  fija.». . . 

(i)  Illmo.  Sr.  Casas. 


«El  amancebamiento  era  casi  general;  el  vicio  reinaba 
por  todas  partes;  la  bebida,  el  juego,  la  deshonestidad,  el 
negocio. ...  en  fin,  da  pena  decirlo  todo:  digamos  en  dos 
palabras  que  quien  reinaba  aquí  sin  oposición  y  á  sus  an- 
chas, era  el  mal,  el  espíritu  del  pecado;  y  que  Dios,  Dios 
Sacramentado,  no  existía  en  Casanare,  ó  era  sólo  en  algún 
rincón  de  él,  y  aun  en  éste,  acaso  no  de  un  modo  continuo 
y  constante.»  (i) 

Tal  es  el  cuadro  que  ofreció  Casanare  en  casi  todo  el 
siglo  diecinueve,  y  tál  el  que  contemplaron  nuestros  mi- 
sioneros cuando  por  primera  vez  lo  visitaron  en  el  año 
de  1891. 

Orocué  fue  el  primer  pueblo  donde  desplegaron  su 
apostólico  celo  los  nuevos  misioneros,  mientras  se  inspec- 
cionaba el  dilatado  campo  de  operaciones;  Orocué,  cuyo 
terreno  moral  era  á  la  sazón  «como  el  material  en  el  que 
está  asentado,  azoico,  sin  vida,  arcilla  pura,  cuando  no 
durísimo  arrecife,  donde  apenas  podía  germinar  una  bue- 
na semilla.» 

Al  Illmo.  Sr.  Moreno,  de  perdurable  memoria,  como 
jefe  que  era  de  aquella  pequeña  expedición,  cupo  la  suerte 
de  recorrer  los  pueblos  de  Casanare  con  el  fin  de  informar 
sobre  el  terreno  á  sus  superiores  eclesiásticos. 

Entretanto,  los  padres  que  habían  quedado  en  Oro- 
cué emprenden  la  reducción  de  la  pequeña  capitanía  de 
indios  goahivos  que  vagaban  por  las  orillas  del  Meta,  y, 
vencidos  obstáculos  sin  medida,  potentes  para  acobardar 
al  más  intrépido  misionero,  fundan  el  pueblecito  indígena 
de  Barranco-pelado. 

Llegan  nuevos  operarios  evangélicos,  establecen  el 
simpático  pueblo  de  salivas  (San  Juanfto  ó  Tagaste),  que 
fue  objeto  de  las  caricias  é  ilusiones  de  sus  fundadores,  y 
demarcan  en  Caño  de  María,  otro  nuevo  pueblo  de  pia- 
pocos, para  hacerlo  tan  floreciente  como  el  de  San  Juanito. 


(1)  Illmo.  8r.  Casas.  Ilerlios  de  la  Revolución  en  Cosanare,  pñgs.  55 

y  56. 


—  9  — 

Mientras  esto  acontecía,  llegaba  á  Casanare  otro  re- 
fuerzo de  misioneros,  los  cuales  hacían  teatro  de  su  celo 
los  pueblos  de  la  Cordillera.  Támara,  Nunchía,  Arauca, 
Pore,  Moreno  y  otros  pueblos  comenzaron  á  sentir  la  be- 
néfica influencia  de  la  acción  de  los  misioneros. 

La  elección  que  para  primer  Vicario  Apostólico  hizo 
Nuestro  Santísimo  Padre  León  xill  en  la  persona  del  P. 
Moreno  (q.  g.  h.),  comunicó  á  los  misioneros  nuevos 
alientos  para  continuar  la  empresa  regeneradora  de  Casa- 
nare. 

Al  Illmo.  Sr.  Moreno  sucedió  el  lllmo.  Sr.  Casas,  quien 
con  su  virtud  y  saber  dio  tal  impulso  al  adelantamiento 
de  las  misiones,  que  pudo  gloriarse  de  escribir,  para  gloria 
de  Dios,  que  «después  de  bien  enterado  de  lo  que  fueron 
las  misiones  antiguas,  se  lisonjeaba  de  que  tal  vez  nunca 
habían  estado  tan  bien  servidas  como  á  la  sazón  lo  esta- 
ban.» Escribía  en  el  año  de  1899. 

No  exageraba  nuestro  distinguido  Hermano:  en  cada 
uno  de  los  pueblos  principales  del  Vicariato  había  dos  ó 
tres  misioneros  que  cultivaban  con  santa  emulación  esta 
parte  de  la  viña  del  Señor;  el  culto  divino  y  las  asociacio- 
nes piadosas  auguraban  brillante  porvenir;  la  educación  é 
instrucción  de  la  juventud  florecía  en  Casanare  como  aca- 
so jamás  se  había  visto,  y  las  obras  materiales  que  en  este 
tiempo  se  llevaron  á  cabo  confirman  elocuentemente  el 
aserto  del  Illmo.  Sr.  Casas. 

Pero  forzoso  me  es  acabar  este  capítulo,  aunque  tenga 
que  dedicar  el  siguiente  al  mismo  asunto. 

Es  tanto  lo  que  se  puede  decir  de  Casanare! . . . 


CAPITULO  II 


Resumen  :  Desastres  de  la  Revolución  de  1899 — Expulsión  y  regreso  de 
los  misioneros — Reanudan  los  trabajos  apostólicos — Notable  sermón 
del  [limo.  Sr.  Casas — Nuevo  impulso  á  la  instrucción  pública — Cir- 
cunscripciones eclesiásticas — Dificultad  para  la  administración  es- 
piritual de  Casanare — Pueblos  indígenas. 

El  estado  floreciente  de  las  misiones  de  Casanare, 
que  de  erial  infecundo  se  iba  transformando  por  la  divina 
gracia  en  ameno  jardín  de  virtudes,  no  pudo  resistir  al  te- 
rrible golpe  asestado  inhumanamente  por  la  injustificable 
rebelión  que  trastornó  el  orden  público  el  año  de  1899  y 
siguientes. 

No  entra  en  nuestro  propósito  hacer  un  relato  de  los 
tristes  sucesos  que  entonces  se  desarrollaron  en  Casanare, 
y  que  tan  amargamente  describió  el  Illmo.  Sr.  Casas  en  la 
obrita  antes  mencionada.  Las  potestades  del  infierno  se 
conjuraron  contra  la  obra  redentora  de  las  misiones,  y  el 
Illmo.  Señor  Obispo,  Vicario  Apostólico,  fue  su  primera 
víctima.  Después  de  soportar  desacatos  é  injurias  gravísi- 
mas y  recibir  la  intimación  de  prisión,  se  vio  el  ilustre  pre- 
lado en  la  dolorosa  necesidad  de  abandonar  su  territorio 
para  tratar,  aunque  en  vano,  de  poner  en  salvo  á  sus  mi- 
sioneros que  estaban  encarcelados.  Estos  no  tardaron  mu- 
cho tiempo  en  seguir  camino  del  destierro!... 

Y  los  indios  casanareños,  esos  indios  infelices  que 
centenares  de  veces  habían  visto  llenos  de  júbilo  á  los  PP. 
Misioneros  bajar  por  las  aguas  de  los  ríos  Casanare  y 
Meta,  los  vieron  ahora  con  asombro  embarcados  en  una 
balsa  como  inmunda  mercadería!... 

Quedó,  pues,  Casanare  sin  misioneros,  sin  sacerdotes! 
Acatemos  los'  inescrutables  designios  de  la  Providencia 


—  II  — 


Divina,  y  no  investiguemos  ahora  las  causas  morales  que 
pudieron  determinar  acontecimientos  tan  dolorosos! 

Corría  el  año  de  1903.  Cuando  ya  en  el  resto  de  la 
República  había  cesado  el  pavoroso  ruido  de  las  armas  de 
guerra,  y  en  Casanare  resonaban  aún  los  últimos  disparos 
fratricidas,  lanzáronse  los  misioneros  á  proseguir  su  obra 
civilizadora,  aunque  fuera  preciso  reedificar  sobre  las  rui- 
nas que  en  pos  de  sí  había  dejado  la  pasada  tormenta.  . .  . 

Y  llegaron  á  Casanare!. . .  Y  contemplaron  con  inde- 
cible amargura  los  campos,  desolados;  la  piedad,  amorti- 
guada; las  virtudes,  marchitas!  Solamente  ellos  podrían 
darnos  una  idea  del  estado  del  Vicariato  á  raíz  de  la  últi- 
ma guerra. 

Empero  no  desfallecieron  ante  espectáculo  tan  aterra- 
dor; inmediatamente  comenzaron  á  desplegar  su  actividad 
y  celo  por  la  salvación  de  las  almas,  luchando  contra  las 
pasiones  é  indolencia  que  se  habían  apoderado  de  los  ca- 
sanareños,  á  consecuencia  del  estado  anormal  de  cosas. 
No  quiero  decir  que  todos  los  habitantes  de  este  territorio 
fueran  de -esta  tristísima  condición;  preciso  es  confesar 
que,  si  no  en  gran  número,  no  faltaron  almas  varoniles  y 
privilegiadas  que  sin  flaquear,  sin  desfallecer  por  un  solo 
momento,  se  mantuvieron  fieles  á  las  enseñanzas  cristia- 
nas y  aun  las  defendieron  contra  los  ataques  de  la  infide- 
lidad y  la  apostasía;  como  después  de  furiosa  tormenta 
quedan  siempre  algunos  robustos  cedros  que  han  resistido 
la  violencia  del  vendaval. 

La  primera  empresa  de  los  misioneros  fue  recorrer 
todos  los  pueblos  y  vecindarios  del  Vicariato  para  satisfa- 
cer las  necesidades  más  urgentes  de  los  fieles,  y  después 
estableciéronse  formalmente  en  los  pueblos  de  Támara,. 
Manare,  Nunchía  y  Chámeza,  mientras  llegaba  nuevo  re- 
fuerzo de  operarios  evangélicos  que  completasen  el  núme- 
ro necesario  para  la  buena  marcha  de  las  misiones. 

Providencia  del  Señor  fue,  y  no  pequeña,  que  á  prin- 
cipios del  año  de  1904  estuviesen  establecidos  los  misio- 


—  12  — 


ñeros;  pues  en  este  tiempo  comenzó  á  desarrollarse  con 
rapidez  espantosa  el  terrible  azote  de  la  viruela  que  diez- 
maba los  pueblos  sin  la  menor  conmiseración.  Entonces 
eran  de  verse  los  ministros  del  Señor,  recorriendo  las  ca- 
sas de  los  apestados,  consolando  á  unos,  ayudando  á  otros 
en  la  forma  que  podían,  é  impartiendo  á  todos,  los  auxi- 
lios de  la  religión.  Penosa  tarea  si  se  atiende  á  que,  en  mu- 
chas ocasiones,  eran  solicitados  estos  auxilios  por  enfer- 
mos que  distaban  del  pueblo  dos  y  más  días  de  camino! 
Afortunadamente  no  estaban  solos  en  estas  labores:  las 
Hermanas  de  la  Caridad,  esos  ángeles  humanos  que  fin- 
can todo  su  placer,  toda  su  dicha  en  socorrer  y  aliviar  á 
los  desgraciados,  fueron,  como  en  todas  ocasiones,  los 
auxiliares  más  decididos  y  eficaces  del  misionero. 

En  estos  santos  afanes  encontró  el  Illmo.  Sr.  Casas  á 
sus  misioneros  cuando  llegó  á  Támara  después  de  haber 
realizado  penoso  viaje.  Si  el  Illmo.  Sr.  Casas,  Vicario  Apos- 
tólico de  Casan  are,  regresó  á  su  territorio,  del  cual  había 
salido  huyendo  cual  si  fuera  un  malhechor,  un  asesino. 
Aún  parecen  resonar  en  mis  oídos  aquellas  tiernas  pala- 
bras llenas  de  amor  y  mansedumbre  que  dirigió  á  sus  fie- 
les congregados  en  el  templo,  á  los  siete  días  de  su  regreso 
á  Casanare.  Era  el  domingo  de  Resurrección.  Después  de 
recordarnos  aquellas  palabras  Paxvobis,  que  el  Señor  dijo 
á  sus  discípulos  al  presentarse  á  ellos  resplandeciente  de 
gloria  después  de  la  horrible  tragedia  de  su  Pasión,  pro- 
rrumpió en  estas  palabras:  «Eso  mismo,  Pax  vobis,  os 
digo  de  todo  corazón  al  venir  de  nuevo  á  estar  entre  vos- 
otros. Sí;  paz  hayáis,  Pax  vobis,  queridos  hermanos  nués- 
tros,  colaboradores  nuéstros  en  la  obra  del  apostolado  que 
ejercemos;  paz  á  vosotros,  y  en  vosotros  á  todos  vuestros 
antecesores  en  estas  misiones,  que,  como  valerosos  con- 
fesores de  la  fe,  como  mártires  de  la  Religión,  sufrieron  en 
estos  lugares  persecución  é  insultos,  amenazas  y  ultrajes, 
temores  sin  cuento,  y  por  fin,  un  destierro  violento,  cruel 
é  inicuo! . . .»  a  Pax  vobis:  paz,  la  p.iz  del  Señor  sea  con  vos- 


—  13  — 


otras,  amadísimas  Hermanas  de  la  Caridad,  que  por  tanto 
tiempo  fuisteis  víctimas  y  mártires  de  esa  misma  caridad, 
sufriendo  por  la  defensa  y  sostenimiento  de  la  religión  en 
estos  lugares  am:irguras  sin  medida,  afanes  incesantes,  es- 
caseces y  privaciones;  que  sufristeis  en  el  alma  cuanto  en 
el  cuerpo  y  el  espíritu  sufrían  vuestros  Padres  espirituales, 
los  misioneros;  que  con  tristeza  infinita  presenciasteis  la  ex- 
pulsión de  ellos,  y  con  amargura  indecible  tolerasteis  su 
ausencia,  y  con  su  ausencia  la  carencia  de  los  consuelos 
espirituales!.  . .»  (i) 

«Pax  vobis:  paz  también  á  vosotros,  niños  y  niñas 
educados  por  los  Padres  y  las  Hermanas,  que  en  medio 
de  la  tribulación  habéis  sabido  manteneros  fieles  á  la  ense- 
ñanza cristiana  que  recibisteis.  . . .»  «Pax  vobis:  paz  á  vos- 
otros, autoridades  y  subditos,  superiores  é  inferiores,  para 
que  cada  uno  sepa  cumplir  fielmente  con  sus  deberes,  y 
cumpliéndolos  contribuya  eficazmente  cada  cual  al  des- 
arrollo del  bien  público  y  social.  Pax  vobis:  paz  hayáis,  hi- 
jos carísimos,  amigos  fieles  de  la  Religión  y  sus  ministros, 
que  sin  flaquear  estuvisteis  á  ellos  adheridos  frente  á  fren- 
te de  los  adversarios  en  la  forma  y  manera  que  pudis- 
teis »  «Pax  vobis,  en  fin,  paz  también  á  los  adversarios 

y  perseguidores  que  hemos  tenido  en  el  tiempo  pasado,  y 
tengamos  aún  en  el  presente;  hoy  es  día  de  paz  univer- 
sal. ...»  «Es  día  de  gracia  y  de  perdón  general. .  . . »  «y 
esa  paz,  esa  gracia  y  ese  perdón,  como  fieles  imitadores  de 
Jesús,  nuestro  Divino  Maestro,  se  íos  damos  de  corazón  á 
nuestros  mismos  enemigos,  olvidando  todo  lo  pasado,  per- 
donando todo  el  mal  hecho,  todas  las  iniquidades  cometi- 
das con  nosotros  y  con  nuestros  hermanos  é  hijos  espiri- 
tuales. Pax  vobis  les  decimos  de  todas  veras;  paz  y  perdón 
os  damos,  desechando  de  nuestra  memoria  todos  los  agra- 
vios, y  de  nuestro  corazón  todo  resentimiento.  No  abriga- 


(1)  Desde  que  fueron  desterrados  los  misioneros  basta  que  llegó  á 
Casanare  el  M.  R.  P.  Santos  Ballesteros  transcurrieron  catorce  meses. 
A  este  tiempo  se  refiere  el  Illmo.  Sr.  Casas. 


—  14  — 


mos  contra  ellos  animosidad  de  ningún  género,  no  quere- 
mos vindicta  ni  satisfacción  dolorosa. . . .»  «Como  Jesu- 
cristo Nuestro  Señor  en  la  cruz,  así  nosotros  pedimos  al 
Eterno  Padre  perdón  para  todos  ellos,  excusándolos  con 
que  no  supieron  lo  que  se  hicieron;  no  comprendieron, 
ciegos,  que  toda  su  maldad  se  volvía  contra  ellos  mis- 
mos »  «Convertios  á  Dios  de  todo  corazón,  volved  al 

camino  real  de  la  verdad,  de  la  justicia  y  de  la  salvación, 
apartándoos  de  la  senda  de  perdición,  que  hasta  ahora  ha- 
béis seguido;  arrepentios  de  veras,  y  esto  nos  basta;  no 
queremos  más;  os  perdonamos  de  todo  corazón  y  pedimos 
al  Señor  que  os  perdone  y  reciba  en  su  gracia.» 

El  Illmo.  Señor  Obispo  terminó  esta  primera  parte 
de  su  discurso  prometiendo  que,  como  garantía  firme  de 
la  paz  y  la  gracia  que  á  todos  deseaba,  daría  al  fin  de  la 
misa  la  bendición  papal  con  la  indulgencia  plenaria  anexa 
á  ella,  conforme  al  encargo  especial  que  le  hizo  Su  Santi- 
dad León  xill.  Continuó  después  con  la  idea  de  la  Resu- 
rrección á  la  vida  pasada,  con  la  de  nueva  regeneración  en 
la  vida  moral,  en  la  sumisión  á  las  autoridades  eclesiásti- 
cas, en  el  trabajo,  instrucción  de  la  juventud,  etc.  etc.;  en 
una  palabra,  desarrollando  el  programa  que  se  proponía 
cumplir  durante  su  nueva  permanencia  en  Casanare. 

Después  de  proveer  á  las  necesidades  más  urgentes 
del  Vicariato,  la  instrucción  de  la  niñez  y  juventud  casa- 
nareña,  que  más  de  dos  años  hacía  que  estaba  paralizada, 
fue  el  primer  cuidado  á  que  dedicó  su  paternal  solicitud  el 
Illmo.  Sr.  Casas.  Y  efecto  de  esta  solicitud  fue  el  que  pron- 
to comenzaran  á  funcionar  en  Támara  el  colegio  de  niñas 
bajo  la  dirección  de  las  Hermanas  de  la  Caridad,  y  la  es- 
cuela de  varones  á  cargo  de  un  padre  misionero.  Poco 
después  abriéronse  sucesivamente  las  de  Manare,  Nun- 
chía,  Ten,  Marroquín  y  alguna  otra. 

La  vasta  extensión  del  Vicariato  Apostólico  continuó 
dividida  para  su  mejor  administración  en  siete  Circuns- 
cripciones, de  este  modo:  i.a  Támara,  con  Ten  y  Pore; 


—  i5  — 


2.a  Manare,  con  Moreno,  Chire,  Sácama,  San  Lope,  Puer- 
to de  Casanare,  Tame  y  Macagnane;  3.a  Nunchía,  con 
Marroquín;  4.a  Chámeza,  con  Pajarito,  Zapatosa,  Tanra- 
mena,  Santa  Elena  y  San  Pedro  de  Upía;  5.a  Oracné,  con 
Santa  Elena  de  Cursiva  y  El  Maní;  6.a  San  Jnauito,  con 
la  Trinidad;  7.a  Arauca,  con  Todos-Santos,  Arauquita  y 
Cravo.  El  Llano,  donde  están  la  generalidad  de  los  hatos 
y  fundaciones,  quedó  repartido  entre  todas  las  Circuns- 
cripciones. Exceptuando  en  las  de  Orocnc  y  San  Jnauito 
(con  sus  pueblos  y  vecindarios  anexos)  á  las  cuales  no  se 
pudo  atender  por  entonces,  en  las  demás  Circunscripcio- 
nes había  dos  ó  tres  padres  misioneros  para  la  buena  ad- 
ministración espiritual  de  las  mismas. 

Quedaban,  pues,  cinco  casas-misiones,  que  suponen 
por  lo  menos  diez  sacerdotes,  para  administrar  unos 
16,000  habitantes.  ¿Parece  excesivo  el  número  de  misio- 
neros? No  se  olvide  que  Casanare  no  es  un  solo  pueblo, 
ni  una  reunión  de  pueblos  al  estilo  de  nuestra  España,  ni 
siquiera  como  los  del  interior  de  Colombia.  Puede  decirse 
que  en  Casanare  hay  tantos  pueblos  como  familias;  pues 
como  podrá  observarse  en  los  capítulos  siguientes,  los  ha- 
bitantes que  moran  en  poblado  no  constituyen  ni  la  ter- 
cera parte  de  la  población,  total;  lo  cual  no  deja  de  ser 
gravísimo  inconveniente  para  su  buena  administración,  y 
trabajo  ímprobo  para  el  pobre  misionero  que  tiene  que 
recorrer  el  dilatado  campo  del  Vicariato  para  cumplir  fiel- 
mente con  su  ministerio  apostólico. 

Voy  á  terminar  este  capítulo,  pero  antes  quiero  decir 
dos  palabras  sobre  los  pueblos  de  indígenas. 

Bien  sabido  es  lo  que  sucedió  con  el  pequeño  pueblo 
de  Barrancopelado,  que  fue  incendiado  alevosamente  du- 
rante la  revolución  del  año  de  1895.  Los  indios  goahivos 
que  lo  poblaban  se  desparramaron  por  los  Llanos  de  Ca- 
sanare y  San  Martín,  sin  que  tuvieran  resultado  práctico 
cuantos  esfuerzos  se  hicieron  para  volver  á  reunidos.  El 
pueblo  de  indios  sálivqs,  San  Juánito,  que  iba  prosperan- 


—  ló- 


elo de  una  manera  consoladora,  dejó  de  existir  en  1899, 
víctima  de  voraz  incendio.  La  iglesia,  casa  de  los  padres, 
escuelas  y  casa  de  las  Hermanas,  ranchos  de  los  indios, 
todo  fue  pasto  de  las  llamas.  ¡Tantos  afanes,  tántos  des- 
velos y  sacrificios  que  costó  á  los  misioneros,  para  per- 
derlo todo  en  un  instante!  Mas  no,  Dios  Nuestro  Señor 
no  valora  las  acciones  de  los  hombres  por  el  éxito  obte- 
nido. 

Tál  era,  á  grandes  rasgos,  el  estado  de  Casanare  á 
principios  del  año  de  1904. 

CAPITULO  III 

Resumen  :  Támara — Su  historia  y  censo — Su  industria  y  sus  productos 
agrícolas — Los  misioneros  fomentan  la  industria  algodonera — Ca- 
minos :  cómo  los  componen  y  cuántos  comunican  con  el  interior — 
Progreso  y  porvenir  de  Támara — Estado  de  la  instrucción. 

Tal  vez  se  espera  leer  en  este  capítulo  lo  que  todavía 
no  he  pensado  yo  escribir,  á  saber:  la  continuación  de  la 
reseña  histórica  de  las  misiones  hasta  la  fecha  en  que  es- 
tamos. 

Como  ante  todo  pretendo  que  estos  apuntes  sean  ur> 
como  recuerdo  de  mi  permanencia  en  Casanare,  quiero 
seguir  en  ellos  el  mejor  orden  cronológico  posible,  ciñén- 
dome  escrupulosamente  á  lo  yá  escrito  en  mi  cartera;  lo 
cual  no  impedirá  que  al  dar  noticia  de  los  pueblos  y  lu- 
gares que  vaya  recorriendo,  consigne  los  hechos  recientes 
acaecidos  hasta  el  día.  Así  quedará  reunido  en  pocas  lí- 
neas cuanto  diga  acerca  de  los  expresados  pueblos. 

Pero  antes  de  lanzarnos  en  busca  de  aventuras  por 
caminos  y  encrucijadas,  paréceme  muy  puesto  en  razón 
dar  algunos  datos  de  la  población  que  será  en  adelante  el 
punto  de  partida  para  mis  correrías. 

Támara,  residencia  del  Vicario  Apostólico  de  Casana- 
re, es  una  de  las  poblaciones  más  importantes  de  esta  re- 
gión; hállase  situada  en  las  inmediaciones  del  célebre  río 
Pauto,  sobre  pequeña  explanada  que  se  eleva,  en  los  últi- 


—  i7  — 


mos  estribos  de  la  gran  Cordillera  Oriental  andina,  á  1,360 
metros  sobre  el  nivel  del  mar  y  á  unos  900  sobre  los  Lla- 
nos. Su  clima  es  templado  y  apacible  en  todo  el  año,  pero 
muy  húmedo  á  causa  de  las  frecuentes  nieblas  que,  duran- 
te la  estación  lluviosa,  suben  de  la  llanura  empujadas  por 
violentos  huracanes. 

La  época  de  su  fundación  se  remonta  á  la  primera 
mitad  del  siglo  XVI,  Cuando  Gonzalo  Jiménez  de  Quesada 
solicitó  y  obtuvo  autorización  para  conquistar  á  costa  suya 
los  afamados,  ricos  y  poblados  territorios  de  Panto  y  Papa- 
inciie,  Támara  era  yá  pueblo  de  indios  (doctrina,  como  en- 
tonces se  decía),  y  en  él  había  una  pequeña  fuerza  de  es- 
pañoles para  defensa  y  resguardo  del  naciente  pueblo; 
pero  subsistió  muy  poco  tiempo:  al  recibirse  la  fatal  noti- 
cia del  desastre  de  Quesada  y  trágico  fin  de  la  expedición 
del  Dorado,  retiráronse  los  españoles,  y,  con  ellos,  el  sa- 
cerdote doctrinero.  Lo*  indios  támaras  (1),  que  estaban 
encomendados  en  Quesada,  y  de  quienes  afirma  la  Histo- 
ria que  eran  «los  más  cerriles  y  trabajosos  para  poblar,» 
«repartiéronse  como  fieras  por  los  arcabucos  y  montes  en 
distancia  y  contorno  de  cinco  á  seis  leguas  de  camino,  y 
allí  se  estaban  hilando  para  pagar  los  tributos  y  trasegan- 
do estos  sitios  para  pescar  y  sustentar  la  vida,  con  menos 
cuidado  de  sus  almas  que  el  que  tuvieran  de  una  bestia.» 

(I)  Probablemente  fue  dado  este  nomine  á  los  indígenas  de  estos 
lados  por  Ir  9  españoles  que  acompañaban  á  Hernán  Pérez  de  Quesida, 
en  memoria  de  un  pueblo  de  igual  nombre  (Támara),  enclavado  en  la 
prov  ncia  de  Patencia  (Esp;iñ  ■).  El  vucablo  es  de  origen  árabe  y  signi- 
fica "  dátiles  en  racimo  "  Haré  observar  de  paso  (y  en  contra  de  varias 
Geografías  de  Colombia)  que  Támara  nimia  ha  sido  célebre  por  sus 
dátiles,  mientras  que  los  de  la  población  española  de  igual  nombre  son 
famosísimos. 

Parece  que  los  indios  de  estos  lugares  eran  de  origen  muisca  y  con- 
servaban esta  lengui.  "  Los  indios  de  Támara  y  Pauto  llámanse  moscas, 
y  los  conquistadores  los  llamaron  así  por  su  multitud."  "  Los  indios  de 
Bogotá  y  Tunja  se  llaman  mozcas.  .  .  . ;  deben  estar  mudados,  pues  1"'S 
de  Pauto  hoy  te  llaman  moscas,  alterando  la  x  en  «."  (Documentos  ¡ré- 
ditos. Misiones  de  Casauare).  El  P.  Riviro  loa  Lace  muiscas;  el  P. 
Cassani,  moscas;  etc.  etc. 


—  i8  — 


En  tan  lamentable  estado  halló  á  Támara  su  primer 
misionero,  el  P.  José  Dadey,  S.  J.  (i),  de  quien  puede  afir- 
marse con  toda  justicia  que  fue  su  fundador  y  llevó  á  cabo 
la  conquista  espiritual  y  completa  reducción  de  los  «me- 
dio desbastados  y  nada  políticos»  támaras.  Esta  nueva 
fundación  tuvo  lugar  el  año  de  1628. 

Desde  entonces  comenzó  á  prosperar:  edificáronse 
casas  y  tornóse  la  capilla  en  iglesia;  pero  cuando  el  celoso 
misionero  comenzaba  á  cosechar  los  frutos  de  su  apostóli- 
ca empresa,  vióse  vejado  y  calumniado,  y  hubo  de  abando- 
nar su  querido  pueblo  en  cumplimiento  de  órdenes  supe- 
riores. Y  lo  dejó  tan  próspero  y  floreciente,  que  luego  fue 
erigido  en  parroquia  y  entregado  para  su  administración 
al  clero  secular. 

Fueron  muy  celebrados  en  Casanare  los  tejidos  de 
algodón  fabricados  en  Támara.  Sus  «copiosos  telares» 
abastecían  de  lienzos  y  otros  géneros  á  gran  parte  de  las 
misiones  de  Casanare  y  aun  á  las  lejanas  de  Guayana. 

A  fines  del  siglo  xvm  era  capital  de  la  provincia  de 
los  Llanos,  y  corregimiento  que  comprendía,  entre  otras, 
las  poblaciones  de  Pore,  Nunchía  y  Labranzagrande.  En 
la  última  centuria  ha  sufrido  las  mismas  contingencias 
que  Casanare.  Perteneció  al  Estado  Soberano  de  Boyacá; 
hizo  parte  del  Territorio  Nacional  de  Casanare,  dependien- 
te del  Supremo  Gobierno,  y  después,  de  la  Intendencia 
Nacional  del  mismo  nombre.  Bajo  este  último  régimen 
administrativo  alcanzó  su  mayor  desarrollo  y  prosperidad: 
hízosele  capital  de  la  Intendencia;  fundáronse  colegios  de 
varones  y  señoritas;  trájose  imprenta  (acaso  la  primera 
que  se  introdujo  á  Casanare),  y  en  ella  se  publicaron  su- 
cesivamente los  periódicos  que  se  llamaron  Gaceta  Orien- 
tal, Gaceta  de  Casanare  y  El  Hogar;  y  finalmente,  al  crear- 
se el  Vicariato  Apostólico  de  Casanare,  Támara  fue  desig. 
nada  para  residencia  del  Vicario. 

(I)  Era  milanés,  de  ilustre  familia.  Publicó  el  primer  Arte  y  Voca- 
bulario de  la  lengua  mutica,  y  murió  en  Bogotá,  á  30  de  octubre  de 
1600. 


—  i9  — 


Los  habitantes  que  hoy  día  tiene  Támara  calcúlanse 
en  más  de  3,000.  El  censo  de  1897  'e  c'a  2<&55  habitantes, 
de  los  cuales  522  vivían  en  el  casco  de  la  población,  y 
2,323  en  los  vecindarios  ó  veredas.  Supuestas  las  terribles 
y  asoladoras  epidemias  que  han  atormentado  á  este  pueblo 
en  los  últimos  años,  parece  que  debiera  haber  disminuido 
considerablemente  el  número  de  sus  pobladores;  pero  por 
fortuna  no  ha  sucedido  así,  merced  á  la  pequeña  corrien- 
te de  inmigración  que  continuamente  le  viene  de  los  pue- 
blos del  otro  lado  de  la  cordillera.  Socotá,  Jericó,  Lagu- 
naseca,  Chita,  etc.,  etc.,  son  los  pueblos  á  quienes  debe 
Támara  quizá  su  propia  existencia.  Foinentárase  y  encau- 
zárase  de  modo  conveniente  dicha  inmigración,  y  Támara 
ocuparía  el  primer  lugar  de  Casanare. 

Los  edificios  son,  por  lo  general,  de  construcción  li- 
gera, techados  con  paja;  pero  también  los  hay  cubiertos 
de  teja  ó  de  planchas  de  hierro,  entre  los  cuales  sobresa- 
len la  iglesia,  la  casa  municipal  y  el  colegio  de  las  Herma- 
nas de  la  Presentación. 

En  sus  inmediaciones  existen  riquísimas  fuentes  ter- 
males, cuya  temperatura  se  aproxima  á  la  de  ebullición; 
manantiales  de  agua  salada,  de  los  cuales  se  benefician  al- 
gunos en  pequeña  escala. 

Hállanse  en  sus  bosques  maderas  preciosísimas,  como 
el  granadillo,  que  es  de  color  morado  oscuro,  muy  pesada 
y  susceptible  de  hermoso  pulimento;  el  moral  ó  morera, 
de  color  castaño  naranjado,  finísima  y  brillante;  el  nigüi- 
to,  de  vivo  color  amarillo;  el  cedro  de  varias  especies  y 
colores,  etc.,  etc. 

Cultívanse  con  notables  rendimientos  en  cantidad  y 
calidad,  café,  maíz,  caña  de  azúcar,  'plátano  ó  banano 
de  múltiples  variedades,  algodón,  añil,  etc.,  etc.;  y  crecen 
espontáneamente  en  las  selvas  y  á  orillas  de  los  ríos,  el 
árbol  de  la  quina,  el  caucho,  la  vainilla  y  bellísimas  pará- 
sitas (orquídeas). 

El  café,  del  cual  se  exportaba  al  exterior  antes  de  la 


—  20 


última  guerra  más  de  4,000  quintales,  ha  sido  siempre 
para  esta  población  su  principal  fuente  de  riqueza;  pero 
en  estos  últimos  años  se  ha  descuidado  mucho  su  cultivo 
por  la  baja  de  precio  de  este  artículo.  (1) 

La  vainilla  (epidendntm  v anilla)  (2),  es  otra  de  las  plan- 
tas que,  de  rendir  utilidades,  podría  explotarse  aquí  con 
éxito  notable.  Esta  orquídea  crece  espontáneamente  en  las 
vegas,  á  orillas  de  los  ríos  y  quebradas.  En  ciertos  parajes 
húmedos  abunda  tánto,  que  podría  cogerse  en  cantidad 
considerable  sin  esfuerzo  ninguno.  Aquí  nadie  se  preocu- 
pa de  ella,  y  no  es  extraño,  pues  gentes  hay  que  ni  siquie- 
ra saben  que  tenga  aplicación  alguna.  Aún  recuerdo  con 
pesar  lo  sucedido  hace  un  mes  con  un  pobre  campesino. 
Había  éste  oído  por  ventura  que  la  vainilla  era  muy  esti- 
mada y  creyó  cosa  sencilla  encontrar  en  el  pueblo  quien 
la  comprara,  y  en  esta  persuasión  trajo  consigo  cosa  de 
dos  libras  del  aromático  fruto.  ¡Quién  lo  creyera!  Ofreció 
su  mercadería  á  cinco  centavos  oro  la  libra,  y  no  halló 
comprador!  Los  ensayos  que  algunos  PP.  misioneros  han 
hecho  para  cultivar  esta  especie  han  dado  los  resultados 
más  apetecibles. 

En  estos  últimos  años  se  ha  comenzado  la  exporta- 

(1)  Hace  tres  años  vendíase  la  carga  (dos  quintales)  de  café  á  cua- 
tro pesos  oro.  Ahora  hay  compradores  que  pagan  diez  y  aun  doce  pesos 
por  carga. 

(2)  Varios  son  los  nombres  con  que  se  distingue  esta  orquídea. 
Santiago  Cortés,  en  su  Flora  Colombiana,  vol.  r,  menciona  la  vanilla  lu- 
tescenu  (Maquin  Tandon)  y  la  planifolia  (Andrew).  El  Dr.  Monserrat  y 
Archs  (La  Creación,  tom.  vn),  se  inclina  á  creer  que  la  mencionada 
vanilla,  planifolia  es  la  epidendrum  vanilla  de  Linneo,  y  vanilla  aromáti- 
ca de  Swartz.  Dejando  esta  cuestión  para  que  la  resuelvan  los  botáni- 
cos, tan  sólo  enumeraré  los  caracteres  con  que  distingue  el  Dr.  Monse- 
rrat á  la  vanilla  aromática;  caracteres  que  convienen  perfectamente  á 
la  vainilla  de  los  bosques  casanareños.  Son  los  siguientes:  tallos'cilín-' 
dricos,  nudosos;  hojas  sésiles,  oblongas,  ovales,  agudas,  enteras,  carno- 
sas, coriáceas,  ligeramente  ondeadas  en  sus  bordes.  El  fruto  es  una 
caja  lisa,  lampiña,  en  un  principio,  verde,  y  después  de  un  color  rojiza 
oscuro,  carnosa,  unilocular. 


—  21  — 


ción  de  parásitas,  pero  es  de  temer  que  se  agote  pronto 
esta  riqueza,  toda  vez  que  se  destruyen  frecuentemente  los 
árboles  en  que  se  crían.  Se  pueden  calcular  en  unos  cin- 
cuenta quintales  de  orquídeas  las  que  salen  cada  año  de 
Támara  para  el  exterior. 

El  algodonero,  si  se  persevera  en  su  cultivo  yá  inicia- 
do, dejará  indudablemente  más  provecho  á  los  habitantes 
de  Támara.  Hasta  el  año  próximo  pasado,  fuera  de  alguna 
que  otra  persona,  nadie  se  preocupaba  de  cultivar  esta  rica 
planta;  pero  desde  que  aquí  fue  recibida  la  semilla  enviada 
por  el  Ministerio  de  Instrucción  Pública,  y  los  padres  mi- 
sioneros estimularon  á  los  tamareños  al  cultivo  de  ella,  se 
ha  comenzado  con  entusiasmo  á  realizar  pruebas  que  han 
dado  éxito  satisfactorio.  Por  lo  pronto,  el  algodón  que  se 
cosecha  en  Támara  comienza  á  figurar  como  factor  impor- 
tante en  el  escaso  número  de  artículos  de  venta,  suscepti- 
bles de  convertirse  en  dinero.  Actualmente  lo  compran  á 
ocho  centavos  oro  la  libra  tamareña  (libra  y  media  espa- 
ñola), por  supuesto  que  sin  desmotar;  y  al  llevarse  á  cabo 
el  proyecto  de  introducir  máquinas  sencillas  de  hilar  y  te- 
jer, proyecto  acariciado  por  el  malogrado  Illmo.  Sr.  Casas 
y  que  su  inmediato  sucesor  el  M.  R.  P.  Ballesteros  ha  pro- 
seguido con  entusiasmo,  dará  indudablemente  resultados 
más  ventajosos. 

En  Támara  faltan  caminos  y  más  caminos;  mejor 
dicho,  lo  que  falta  es  mejorar  los  yá  existentes,  que  no  se- 
rían pocos,  si  en  buen  estado  estuvieran.  Los  caminos  ta- 
mareños pocos  gastos  han  ocasionado  á  la  Nación;  todos 
son  abiertos  sin  más  instrumento  que  los  pies  del  hombre 
y  los  cascos  y  pezuñas  del  ganado;  el  ardiente  sol  del  vera- 
no es  el  único  ingeniero  encargado  de  mejorarlos. 

Ciertamente  que  todos  los  años  se  emplea  buena  parte 
del  trabajo  personal  subsidiario  en  la  reparación  y  mejora 
de  algunos  caminos,  pero,  ¿cómo  se  hace  esta  reparación  y 
esta  mejora?  Del  modo  más  sencillo:  córtase  con  el  ma- 
chete la  maleza  que  en  las  orillas  de  ellos  crece,  y  retíranse 


—  22  — 


bonitamente  los  componedores  para  que  el  gran  ingeniero, 
el  sol,  complete  la  obra.  Si,  lo  que  sucede  frecuentísima- 
menle,  cae  un  árbol  (ó  dos  ó  veinte)  y  queda  sobre  el  ca- 
mino aguisa  d'j  arco  triunfal  muy  á  propósito  para  desca- 
labrar, cuando  menos,  al  distraído  viajero;  ó  bien  queda 
de  través  en  el  camino  como  descomunal  traviesa,  allí 
permanece  eternamente.  Cuando  el  tránsito  se  halla  total- 
mente obstruido,  el  remedio  es  sencillo  en  extremo;  con 
media  docena  de  mandobles  ábrese  una  pica  ó  trocha  á  la 
derecha  ó  izquierda  del  camino  obstruido,  aunque  sí  des- 
víe la  dirección  del  mismo  media  legua,  si  necesario  fuere. 
A  estas  sencillas  operaciones  quedan  reducidas  la  repara- 
ción y  mejora  de  los  caminos  de  Támara,  que,  después  de 
todo,  son  las  mismas  que  se  estilan  en  todo  Casanare. 

El  camino  más  breve  que  pone  á  Támara  en  comuni- 
cación con  el  interior  de  la  República  es,  sin  disputa,  el 
llamado  de  Minas,  el  cual  se  bifurca  en  lo  más  alto  del  pá- 
ramo, siguiendo  un  ramal  para  Chita  y  Jericó,  y  otro  para 
Socotá  y  Lagunaseca;  pero  es  tan  horroroso  que  no  puede 
ser  transitado  sino  con  gravísimo  peligro  para  el  viajero. 
Otro  es  el  que  pasa  por  Ten  y  se  junta  al  de  Sácama;  y  el 
tercero  es  el  que  por  Nunchía  conduce  á  Labran/ agrande 
y  Sogamoso.  Estos  dos  tienen  el  gravísimo  inconveniente 
de  los  ríos,  que,  particularmente  en  ciertas  épocas  del  año, 
son  barreras  infranqueables.  Todos  tres  comunican,  como 
queda  dicho,  con  el  interior  de  Colombia.  Hay  otro  cami- 
no que,  si  no  por  su  buen  estado,  al  menos  por  su  tras- 
cendental importancia,  es  el  más  interesante  para  Támara. 
Refiérome  al  que  comunica  á  esta  población  con  los  puer- 
tos de  La  Plata  y  Remolinos,  sobre  el  río  Pauto.  Pero  lo 
malo  es  que  el  camino  en  cuestión  tiene  tan  poco  de  ca- 
mino como  los  anteriores,  á  pesar  de  invertirse  en  él  la  m  i- 
yor  parte  del  trabajo  person  d  subsidiario.  Diré  para  termi- 
nar que  las  vías  de  comunicación  de  Támara,  como  ohser- 

/  va  muy  bien  el  ingeniero  Sr.  Brisson,  son  la  mejor  defensa 

•  ar  natural  de  ella. 


Por  fortuna  no  parece  lejano  el  día  en  que  se  inaugu- 
rará una  nueva  éra  de  prosperidad  para  este  pueblo,  así 
como  para  los  del  resto  de  la  Cordillera.  Los  Gobiernos 
nacional  y  departamental  están  animados  de  los  más  lau- 
dables deseos,  y  lo  que  se  está  haciendo  en  casi  toda  la 
República  ¿por  que  no  hemos  de  esperar  que  se  realizará 
también  en  estas  apartadas  regiones?  Hace  tres  ó  cuatro 
años  ¡qué  digo!  hace  un  año  no  más  ¿quién  no  hubiera 
tenido  por  visionario  y  soñador  al  que  hubiese  asegurado 
que  en  el  año  de  1906  veríamos  enlazadas  por  el  telégrafo 
las  poblaciones  principales  de  Casanare,  región  inculta  y 
salvaje,  morada  de  fieras  y  endriagos,  y  colosal  cementerio  de 
las  víctimas  de  las  liebres  f  Pues  lo  que  el  año  próximo  pa- 
sado parecía  una  quimera,  un  sueño  fantástico,  lo  vemos 
convertido  en  realidad  consoladora.  Marroquín,  Nu nenia, 
Porc,  La  Trinidad  y  Orocué,  ven  cruzados  sus  bosques  y 
sabanas  por  los  hilos  eléctricos;  y  probablemente  dentro 
de  pocos  meses  podremos  añadir  á  los  anteriores  los  nom- 
bres de  Támara,  Moreno  y  otras  poblaciones  casanare- 
ñas.  (1) 

No  se  ha  limitado  el  Gobierno  Nacional  á  poner  á 
Casanare  en  comunicación  telegráfica  con  el  mundo  civi- 
lizado; la  instrucción  pública,  la  educación  déla  juventud, 
que  es  la  esperanza  de  la  familia  y  de  la  sociedad,  es  aten- 
dida de  la  manera  más  decidida,  eficaz  y  digna  de  todo 
encomio.  De  este  asunto  trataremos  en  el  lugar  correspon- 
diente. En  Támara  hay  funcionando  dos  escuelas  que 
bien  pudiera  llamar  colegios;  la  de  varones  y  la  de  niñas, 
dirigidas  por  un  padre  misionero  y  las  Hermanas  de  la 
Caridad,  respectivamente.  A  ellas  acuden  más  de  cien 
alumno-;.  Existe,  además,  otra  rural  en  el  vecindario  de 
Chiflas,  á  orillas  del  Pauto.  Gozo  da  ver  cómo  estos  niños, 
que  hace  un  año  se  diferenciaban  muy  poco  de  los  salva- 


(I )  Yii  va  á  hicer  un  añi  que  si  inauguró  en  Támara  la  estacum 
telegráfica. 


—  24  — 


jes,  obedeciendo  alegres  al  ronco  sonido  del  cuerno,  co- 
rren y  retozan  para  llegar  á  su  querida  escuelita. 

Quiera  Dios  que  la  buena  semilla  que,  con  mano  ge- 
nerosa se  está  sembrando  en  este  pueblo,  dé  á  su  tiempo 
los  apetecidos  frutos  que  todos  anhelamos! 


%4 


CAPITULO  IV 

Resumen:  De  Támara  á  Manare — Río  Ariporo — Monos  araguatos — 
Bálsamo  de  copaiba  ó  aceite  de  palo — Descripción  de  Manare — Ca- 
rácter refractario  de  sus  habitantes — El  carate  y  modo  de  curarlo — 
Agricultura  ó  industria— La  Virgen  de  Manare — La  sarrapia — Pa- 
norama de  los  Llanos — Moreno:  historia  de  su  fundación — Su  des- 
arrollo y  decadencia — Necesidad  de  la  presencia  del  misionero. 


Yá  había  comenzado  en  toda  la  Cordillera  la  estación 
lluviosa  con  gran  lujo  de  relámpagos  y  truenos,  y  las  ve- 
redas se  encontraban  no  muy  á  propósito  para  viajar;  esto 
no  obstante,  dispuso  el  Illmo.  Sr.  Casas  que  emprendiéra- 
mos viaje  á  Manare  para  tener  el  consuelo  de  postrarnos 
á  las  plantas  de  la  Reina  casanareña  y  recibir  de  ellá  luces 
y  energías  con  que  emprender  la  regeneración  espiritual 
del  Vicariato. 

Dejámos  á  Támara  en  uno  de  esos  días  bellísimos 
que  tan  sólo  se  disfrutan  en  Casanare  después  de  haber 
caído  las  primeras  lluvias  del  invierno;  el  sol  aumenta  su 
calórico  y  brillantez;  la  vegetación  toma  ese  color  verde 
subido  que  tan  grato  es  á  la  vista,  y  la  atmósfera  límpida 
y  transparente  queda  saturada  de  balsámicos  efluvios  que 
adormecen  el  espíritu  y  lo  trasladan  á  regiones  eternalesl 

Afortunadamente,  el  mío  no  se  adormeció,  ni  salió  de 
sus  prisiones,  pues  de  lo  contrario  ¡sabe  Dios  de  qué  ta- 
lante hubiera  salido  mi  figura  de  aquellos  profundos  loda- 
zales que  comienzan  en  las  afueras  del  pueblo  y  terminan 
dos  leguas  más  adelante!  Fuera  de  esto,  poco  interés  des- 
pierta lo  restante  del  camino.  De  trecho  en  trecho  se  en- 
cuentran algunos  menguados  ranchitos  con  su  correspon- 
diente cafetal  y  algunas  matas  de  pláfanos.  Las  guacama- 


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yas,  loros  y  pericos,  que  son  verdadera  plaga  en  estos  lu- 
gares, nos  distraen  admirablemente  con  sus  variados  y 
vivos  colores  las  primeras,  y  los  segundos,  con  su  enreve- 
sado idioma,  aprendido,  según  fama,  de  los  indios goahivos. 

Después  de  seis  horas  de  continuo  caminar,  dimos 
vista  á  las  cuatro  ó  cinco  casitas  que  componen  la  vereda 
de  Bujío,  situadas  al  pie  de  Samaricote,  cerro  singular  en 
esta  región  por  el  imponente  aspecto  que  le  dan  los  áridos 
y  elevados  picachos  que  le  coronan.  Nada  de  particular 
diré  de  este  sitio  que  tan  pocos  atractivos  tiene,  fuera  de 
proporcionar  á  los  padres  misioneros  un  rato  de  solaz  en 
sus  viajes  por  estos  lados,  y  nada  más.  El  resto  de  la  tarde 
transcurrió  en  las  faenas  de  siempre:  desensillar,  amarrar 
las  bestias,  y  rezar  el  Oficio  divino  mientras  preparan  los 
plátanos  fritos.  Si  aún  queda  algo  de  tiempo,  allá,  enfren- 
te de  nuestra  posada,  hay  un  árbol  cargado  de  oropéndo- 
las (cassicus  Alfredi)  que  darán  mucho  que  aprender  á  los 
curiosos. 

Al  día  siguiente  proseguimos  el  viaje  sin  contratiem- 
po ninguno  y  ljegámos  al  Ariporo,  río  importante  de  Ca- 
sanare,  el  cual,  después  de  recoger  las  aguas  del  Tate,  Ari- 
caporo  y  Chire,  las  tributa  al  Casanare,  una  legua  antes 
de  que  éste  desemboque  en  el  Meta.  Su  profundidad  en 
el  vado  no  pasaba  entonces  de  un  metro,  pero  hay  ocasio- 
nes en  que  es  impracticable. 

Al  otro  lado  comienza  la  montaña  del  Ariporo.  En  ella 
vi  por  primera  vez  multitud  de  monos  araguatos  (myce- 
tes  seniadus)  que  son  de  color  rojo  y  tienen  una  gran  bol- 
sa en  la  garganta  á  guisa  de  coto.  Esta  bolsa  les  sirve  de 
caja  de  resonancia  para_  producir  los  terribles  aullidos 
que  se  oyen  á  una  legua,  y  que  Jánto  se  asemejan  al  gru- 
ñido de  los  marranos.  Su  cola  es  prensil,  y  pasan  todo  el 
santo  día  encaramados  en  los  árboles  cantando  ó  lamen- 
tando lo  que  ellos  se  sabrán.  Tuve  la  satisfacción  de  co- 
nocer el  copaifera  officinalis,  L.,  árbol  del  que  se  extrae  pbr 
incisión  el  bálsamo  de  copaiba,  llamado  aquí  aceite  de  palo. 


La  madera  de  esta  leguminosa  es  incorruptible  como  nin- 
guna otra.  Cuando  reconstruímos  la  casa  cura]  de  Arauca, 
nos  llamó  la  atención  un  hermoso  horcón  de  esta  madera. 
Veinte  años  hacía  que  estaba  ocupando  su  lugar,  clavado 
en  terreno  pantanoso,  y  lo  encontramos  en  tal  estado  de 
conservación  que  mereció  continuar  en  su  puesto,  preferi- 
do á  otros  nuevos  pero  de  diferente  madera.  Estaba  como 
petrificado.  Poco  se  preocupan  estas  gentes  de  extraer  el 
óleo-resina  de  copaiba.  Sucede  lo  propio  que  con  la  vai- 
nilla. Como  nadie  lo  compra!...  Cuando  mucho,  cajean 
alguna  que  otra  mata  para  untarse  el  pelo. 

Sin  más  novedades  llegamos  al  término  de  nuestro 
viaje,  al  caer  de  la  tarde. 

Sobre  pintoresca  meseta  cortada  en  su  mitad  por  una 
cinta  de  bosque,  elévase  la  iglesia  y  las  pocas  casitas  que 
forman  el  pueblo  de  Manare. 

Su  primitiva  posición  fue  en  el  sitio  denominado  Lla- 
norredondo,  de  donde  fue  trasladado  á  las  riberas  del 
Tate.  Posteriormente,  acaso  á  mediados  del  siglo  XVIII, 
los  PP.  Jesuítas  encargados  de  esta  misión  netamente  in- 
dígena se  establecieron  con  los  indios  en  el  lugar  que 
ahora  ocupa  el  pueblo.  Construyóse  entonces  un  magnífi- 
co templo  (el  mayor  de  Casanare),  dedicado  á  la  milagro- 
sa imagen  de  Nuestra  Señora  de  los  Dolores,  y  dos  boni- 
tas ermitas  á  ambos  lados  de  aquél.  Un  voraz  incendio 
redujo  á  cenizas  gran  parte  de  la  obra;  techaron  de  palma 
lo  que  restaba  y  nuevo  incendio,  ocasionado  por  una  ex- 
halación, vino  á  mermar  el  edificio.  Finalmente,  constru- 
yóse el  actual,  dentro  del  antiguo,  y  fue  techado  de  teja. 
Después  de  la  expulsión  de  los  PP.  Jesuítas  quedó  este 
curato  á  cargo  de  sacerdotes  seculares. 

Su  clima  es  saludable;  pero  malsano  en  las  hondona- 
das del  contorno.  El  número  de  sus  habitantes  asciende  á 
300,  de  los  cuales  apenas  un  centenar  moran  en  el  pueblo 
los  restantes  viven  desparramados  por  las  vegas  del  río 
Tate  y  las  del  Aricaporo.  Como  s¿  ve,  el  pueblo  es  pequeño 


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en  demasía,  pero  hay  que  confesar  que  nunca  ha  sido  ma- 
yor de  lo  que  es  ahora.  El  conservarse  en  estado  estacio- 
nario, débese  en  primer  lugar  á  que  no  proporciona  á  sus 
pobladores  otras  ventajas  materiales  que  las  suministra- 
das por  su  rutinaria  é  incipiente  agricultura,  es  decir,  que 
en  Manare  no  hay  oportunidad  de  ganar  el  cuartillo;  y 
•después,  á  la  necia  y  suicida  pretensión  de  sus  vecinos 
{indígenas  en  su  mayoría),  quienes  miran  de  mal  ojo  á 
todo  extraño  que  intenta  avecinarse  en  e!  pueblo.  A  este 
propósito  recuerdo  las  amargas  quejas  que  me  daba  un 
pobre  hombre  de  Sácama  que  á  la  sazón  vivía  en  Manare. 
Lamentábase  de  lo  inhospitalarios  que  eran  los  indios  ma- 
nareños  con  los  que  del  Reino  venían  á  quedarse  entre 
ellos.  «Sobre  todo,  decía,  cuando  han  bebido  bastante 
guarapo,  nos  echan  en  cara  que  hemos  venido  á  quitarles 
las  tierras  que  Ies  dio  el  rey  de  España,  y  que  tienen  ellos 
los  papeles  del  rey.  El  otro  día,  añadió,  fuimos  á  pregun- 
tar ;i  D.  X. ...  y  nos  dijo  que  era  cierto  lo  del  rey;  pero 
que  ahora  yá  no  tenemos  rey,  sino  gobierno;  y  desde  que 
tenemos  libertad,  podemos  sembrar  todos  en  las  tierras 
que  queramos;  pero  yo,  terminó  diciendo  el  sacameño, 
siempre  me  voy  á  Sácama,  porque  estos  indios  son  muy 
trabajosos.»  No  le  faltaba  razón  para  expresarse  en  estos 
términos  que  tan  poco  honor  hacen  á  los  indios  de  Mana- 
re. Si  no  fuera  poique  no  han  faltado  misioneros  en  este 
pueblo  desde  nuestra  primera  entrada  en  Casanare,  no  es 
aventurado  asegurar  que  á  este  pueblo  hubiera  sucedido 
lo  propio  que  á  Chire. .  . . 

Esto  no  obstante,  debo  dejar  consignado  quejos  ma- 
nareñosjian  sido  en  todas  ocasiones,  prósperas  ó  adver- 
sa^, los  más  dóciles  y  sumisos  á  los  padres  misioneros;  en 
tan  alto  grado,  que  el  Illmo.  Sr.  Casas,  para  premiar  la 
nunca  desmentida  fidelidad  de  los  mismos,  escogió  á  Ma- 
nare para  establecer  el  Colegio  en  que  habían  de  educar- 
se las  niñas  de  todo  el  Llano,  hajo  la  dirección  de  las 
Hermanas  de  la  Caridad;  á  cuyo  efecto  hizo  construir  el 


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amplio  local  que  visitamos  en  este  viaje  y  que  ahora  yá  no 
existe. 

La  mayor  parte  de  los  indios  de  Manare  tienen  el 
cuerpo  pintado  de  carate,  enfermedad  horrible  que,  si 
bien  no  ocasiona  fuertes  dolores  al  paciente,  le  deja  en  un 
estado  repugnante  por  las  muchas  manchas  blancas,  azula- 
das ó  negras  que  aparecen  en  todo  el  cuerpo.  Y  lo  peor  es 
que  la  enfermedad  en  cuestión  es  contagiosa  en  extremo; 
una  gota  de  sangre  de  individuo  caratoso,  ingerida  en  una 
fruta,  en  café  tibio  ó  en  cualquiera  otra  bebida  ó  alimento, 
es  suficiente  para  comunicar  á  varias  personas  tan  repug- 
nante enfermedad.  ¡A  qué  menguadas  venganzas  se  presta 
el  terrible  carate!  Desgraciadamente  no  son  raros  estos  ca- 
sos, como  podríamos  comprobar  con  recientes  ejemplos. 

Hasta  hace  muy  pocos  años  se  consideraba  incura- 
ble dicha  enfermedad;  ahora,  aunque  con  medios  crueles 
y  dolorosos  se  consigue  su  curación,  corno  lo  hemos  visto 
personalmente.  Para  ello  es  de  necesidad  guardar  riguro- 
sa dieta  por  espacio  de  diez  ó  doce  días,  suministrando 
entretanto  al  paciente  notables  cantidades  de  sublimado 
corrosivo  (solimán).  Algunos  no  aguantan  este  régimen  y 
se  ponen  á  punto  de  morir;  otros  adquieren  llagas  doloro- 
sas  en  la  garganta;  pero  los  más  quedan  libres  del  carate. 
Lo  cierto  es  que  había  muchos  que  sufrían  esta  enferme- 
dad y  ahora  los  hemos  visto  enteramente  libres  de  ella. 
Esta  enfermedad  estaba  muy  extendida  en  la  época  de  la 
conquista,  pero  era  mirada  de  distinto  modo  del  que  lo  es 
ahora,  pues  asegura  el  P.  Cassani  que  « los  tunebos  ha- 
cían gala  de  tener  carate,  en  tanto  extremo,  que  la  moza 
que  estaba  sana  no  hallaba  casamiento  hasta  que  se  le  pe- 
gaba el  mal.» 

Yá  queda  dicho  que  los  manareños  se  dedican  en  su 
totalidad  á  las  labores  agrícolas,  especialmente  al  cultivo 
del  arroz  y  el  maíz;  del  primero  coséchanse  unas  doscien- 
tas cargas,  y  casi  otras  tantas  del  segundo.  La  yuca  y  el 
plátano  también  se  producen  en  abundancia.  Tampoco 


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les  falta  la  pequeña  industria  de  sombreros,  que  fabrican 
con  cierta  especie  de  palmas;  así  como  en  Támara  los  ha- 
cen con  las  venas  del  cogollo  de  caña-brava  (gítierium 
saccharoides). 

En  una  sola  cosa  aventaja  Manare  á  los  demás  pue- 
blos de  esta  región;  posee  la  milagrosa  imagen  de  Nuestra 
Señora  de  los  Dolores,  llamada  vulgarmente  la  Virgen  de 
Manare.  El  día  6  de  enero  de  cada  año  se  dan  cita  milla- 
res de  casanareños  para  pagar  á  su  celestial  Patrona  el  tri- 
buto de  veneración,  gratitud  y  reconocimiento;  entonces 
el  pequeño  pueblo  de  Manare  se  transforma  en  ciudad 
populosa;  mas  de  este  particular  trataremos  en  otro  lugar. 
Sólo  diremos  aquí  que  el  Illmo.  Sr.  Casas  trabajó  con 
santo  entusiasmo  por  arbitrar  recursos  con  qué  construir 
un  hermoso  templo  que  fuera  digno  de  tan  excelsa  Reina. 
No  fueron  pequeños  los  esfuerzos  que  hizo,  ni  desprecia- 
bles los  resultados  que  obtuvo;  empero,  la  desastrosa  gue- 
rra que  le  obligó  á  abandonar  su  territorio  dio  en  tierra 
con  tan  laudables  proyectos.  Quizá  en  día  no  lejano  po- 
drán realizarse. 

Uno  de  los  pocos  días  que  permanecimos  en  Manare 
lo  dedicámos  á  hacer  una  excursión  botánica  por  los  alre- 
dedores del  pueblo.  Era  nuestro  fin  principal  dar  con 
unos  árboles  de  sarrapia  (dipterix  odorata)  que,  según  refe- 
rencias, debían  de  estar  en  un  próximo  bosquecito.  Así 
fue,  en  efecto:  después  de  media  hora  de  dále  que  le  das 
al  machete,  lográmos  penetrar  en  la  mata  de  monte  (así 
diré  sirviéndome  de  la  jerga  llanera),  yencontrámos  cinco 
arbolillos  del  fruto  medicinal  y  aromático.  Después  de  sa- 
ciar la  curiosidad  y  coger  varias  estacas  para  plantarlas  en 
la  casa  cural,  nos  encaminamos  hacia  el  Cuzco,  que  es  una 
altísima  meseta  que  domina  dilatado  horizonte.  Vistos 
desde  aquí  los  Llanos,  nada  desmerecen  de  la  descripción 
hecha  por  el  Padre  Rivero:  «son  como  la  mar  en  cal- 
ma cuyos  límites  se  confunden  con  la  azulada  bóveda 

en  el  horizonte.»  Y  á  la  vendad,  no  hay  co^a  más  impo- 


— .  3°  — 


líente  ;i  la  par  que  placentera  que  contemplar  los  Llanos 
desde  una  meseta  como  la  del  Cuzco:  alternando  como 
en  gigantesco  mosaico,  divísanse  ondulados  bosques  que 
cubren  las  orillas  de  los  ríos  Pauto,  Tate,  Ariporo,  Ca- 
sanare,  etc.;  extensas  lagunas  (esteros),  en  cujas  afilas  re- 
verberan los  últimos  rayos  del  sol  moribundo....  ;  inmen- 
surables sabanas  que  se  pierden  allá,  en  el  horizonte!  .. . 
Y  bosques,  y  ríos,  y  esteros,  y  sabanas  están  velados  por  li- 
gera bruma  que  comunica  al  panorama  los  atractivos  del 
misterio! 

Con  estas  impresiones  emprendimos  viaje  de  retorno 
á  Manare,  por  una  escarpada  ladera  sembrada  de  chapa- 
rros. 

Dejamos  este  pueblecito,  y,  por  un  camino  en  regu- 
lar estado,  nos  trasladamos  á  Moreno,  después  de  repasar 
el  río  Ariporo. 

El  pueblo  de  Moreno,  que  está  situado  al  pie  de  los 
últimos  estribos  de  la  cordillera,  fue  fundado  á  principios 
del  pasado  siglo  en  memoria  del  procer  de  la  Independen- 
cia, General  Juan  N.  Moreno.  A  unos  dos  kilómetros  hacia 
el  mediodía  divísanse  entre  árboles  y  maleza  las  ruinas  del 
antiguo  pueblo  llamado  La  Fragua  (i)  que  subsistió  hasta 
los  años  de  1825.  En  esta  época  su  menguado  vecindario, 
que  tenía  sus  viviendas  al  rededor  de  una  capilla  de  pal- 
ma, trasladóse  á  la  fundación  del  General  Moreno,  situada 
al  pie  de  la  cordillera,  quedando  así  constituida  la  base 
de  la  futura  población  que  había  de  perpetuar  la  memoria 
del  revoltoso  general,  paladín  de  la  anexión  de  Casanare 
á  Venezuela,  vencedor  de  Patria  y  Briceño  en  la  acción 
de  Cerinza,  aprendiz  de  dictador,  inquieto  y  turbulento  en 
todos  los  sucesos  de  Casanare. . . . 

En  sus  comienzos  fue  Moreno  una  bonita  población; 

(1)  ¿Será  este  el  famoso  lugar  donde  acampó  Fredemán?  No  pare- 
ce que  lo  sea,  por  más  que  lo  afirman  autores  de  gran  valía.  Al  hablar 
de  los  antiguos  pueblos  de  Casanare  nos  prometemos  dilucidar  el 
punto. 


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su  espaciosa  plaza  hallábase  rodeada  de  airosos  edificios 
cubiertos  todos  de  teja  (i);  sus  calles  eran  rectas  y  anchas 
como  las  de  la  ciudad  de  Pore.  Más  adelante  edificóse  en 
el  costado  norte  de  la  plaza  un  elegante  edificio  destinado 
á  oficinas  de  la  Gobernación  y  al  mismo  tiempo  se  cons- 
truía la  iglesia,  fábrica  nada  singular,  pero  sólida  y  ade- 
cuada á  las  necesidades  del  pueblo  y  enriquecida  con  dos 
retablos  tallados  y  dorados,  procedentes  de  la  iglesia  de 
Manare. 

Siguió  Moreno  su  evolución  progresiva  en  circuns- 
tancias ventajosísimas,  pero  á  expensas  de  su  vecina,  la  no- 
ble ciudad  de  Pore.  El  máximum  de  vida  de  Moreno 
coincide  exactamente  con  el  aniquilamiento  y  total  ruina 
de  Pore. 

Durante  los  años  que  corrieron  de  1870  á  1885  llegó  al 
apogeo  de  su  grandeza  (material  é  inmoral);  todavía  son 
proverbiales  las  orgías,  bailes  y  juegos  de  Moreno.  No  le 
faltó  su  correspondiente  colegio  de  enseñanza  (que  en  ma- 
teria de  instrucción  justo  es  confesar  que  Moreno  va 
siempre  á  la  cabeza  de  muchos  pueblos  casanareños); 
pero  desde  hace  unos  diez  años  comenzó  á  decaer  tan  rá- 
pidamente, que  cuando  lo  visitámos  por  vez  primera  pa- 
recía un  montón  de  ruinas. 

Debo  añadir  que  actualmente  comienza  á  levantarse 
de  su  postración;  se  han  edificado  amplios  y  cómodos  lo- 
cales para  oficinas  municipales,  para  la  instrucción  pública 
y  la  casa  cura!;  hase  reedificado  el  templo  que  estaba  en  rui- 
nas, y  se  han  hecho  otras  varias  mejoras  de  relativa  impor- 
tancia para  la  población,  todo  debido  en  gran  parte  al  espí- 
ritu emprendedor  y  progresista  de  los  Sí  es.  Bernales,  se- 
cundados por  los  vecinos  y  los  PP.  misioneros  de  Manare. 

Pero,  con  todo,  lo  diré  de  una  vez,  Moreno  no  tiene 
PP.  misioneros  permanentemente. ...  y  es  cosa  averigua- 
da que  en  Casanare,  como  en  ninguna  otra  parte,  son  el 


(I)  En  Casanare  van  siendo  cada  día  más  raros  los  edificios  de  teja. 


primer  factor  para  la  prosperidad  de  los  pueblos.  Si  aqué- 
llos faltan,  éstos  van  pereciendo  miserablemente  por  con- 
sunción. La  historia  de  los  pueblos  casanareños  atestigua 
á  voz  en  grito  lo  que  acabo  de  afirmar;  un  pueblo  sin  mi- 
sionero, sin  sacerdote,  es  un  cuerpo  sin  alma,  que  á  la  lar- 
ga entra  en  descomposición  y  desaparece. 

Casi  todos  sus  habitantes  se  dedican  á  la  ganadería, 
como  sucede  en  casi  todos  los  pueblos  del  Llano;  aqué- 
llos se  calculan  en  800,  de  los  cuales  solamente  la  mitad 
habitan  en  el  casco  de  la  población;  los  demás,  en  hatos 
y  fundaciones. 

CAPITULO  V 

Resumen  :  Visita  á  Ten — Datos  históricos— Indios  tunebos— Una  entre- 
vista con  el  Capitán  Segundo — Sus  pueblos  y  censo— Su  porvenir. 
Sus  posesiones  — Su  agricultura  é  industria—  Farmacopea  tuneba. 
Religión  de  los  tunebos  —  Religiosidad  de  los  léñanos. 

Si  cuando  realizamos  el  viaje  anterior  yá  había  co- 
menzado la  estación  de  las  lluvias,  al  emprender  este  que 
vamos  á  referir,  estábamos  en  pleno  invierno.  A  pesar  de 
esta  circunstancia  tan  poco  favorable,  aprovechó  el  Illmo. 
Señor  Obispo  la  pequeña  tregua  que  todos  los  años  da  el 
invierno,  conocida  aquí  con  el  nombre  de  veranito  de 
agosto,  para  hacer  la  santa  visita  pastoral  y  celebrar  las 
fiestas  de  la  Patrona  de  Ten. 

Con  el  dicho  Señor  Obispo  y  el  P.  Santos  Balleste- 
ros dejé  á  Támara  en  un  hermoso  día  del  expresado  mes. 
El  camino  (no  hay  para  qué  decirlo)  no  solamente  estaba 
malo,  rematadamente  malo,  sino  que  en  algunos  puntos 
había  desaparecido  por  completo,  siéndonos  preciso  echar 
mano  del  machete  para  hacerlo  nosotros;  violento  hura- 
cán había  arrancado  de  cuajo  muchos  árboles,  y  éstos  ha- 
bían obstruido  el  camino.  Con  el  retraso  y  contrariedades 
consiguientes  llegámos  al  vecindario  apellidado  Cacical 
(muy  poblado  antes  de  la  guerra  y  ahora  casi  desierto), 


33  — 


donde  se  produce  el  mejor  café  de  Támara,  y  después  á 
La  Palma,  otro  vecindario  algo  más  importante  que  el 
anterior.  Todo  el  trayecto  recorrido  está  cubierto  de  exu- 
berante vegetación;  hay  pocas  casitas;  sus  habitantes  se 
dedican  á  la  agricultura,  particularmente  al  beneficio  del 
café.  Descansámos  un  rato  y  comenzamos  á  subir  la 
cuesta  que  termina  en  el  alto  del  Mosco,  para  bajar  otra 
mucho  más  larga  que  acaba  en  la  hoya  del  río  Ariporo. 
En  las  vegas  de  este  río  no  solamente  se  cosecha  el  café, 
sino  también,  y  en  mayor  cantidad,  Ia_caña  dulce.  Obser» 
vámos  varias  enramadas  con  su  trapiche  correspondiente. 
Costeárnos  el  río  por  su  banda  derecha,  toda  ella  poblada 
de  espinosos  guaduales,  y  después  de  vadearlo  con  no  po- 
eos  trabajos,  ganamos  la  pequeña  explanada  sobre  la  cual 
está  asentado  el  pequeño  pueblo  de  Ten,  en  el  vértice  del 
ángulo  que  al  juntarse  forman  los  ríos  Tenecito  y  Ariporo. 
Nos  hospedámos  en  el  rancho  destinado  al  servicio  muni- 
cipal, que  estaba  engalanado  con  festones  y  arcos  de  flo- 
res silvestres. 

Al  siguiente  día  de  nuestra  llegada,  mientras  se  reunía 
la  gente  que  habitaba  en  los  campos,  tuve  ocasión  de  dar 
un  paseo  por  nuestro  pueblo  y  conocer  lo  más  importante 
de  él.  Por  cierto  que  si  el  curioso  no  se  va  en  derechura  á 
la  iglesia,  lo  demás  que  puede  ver  es  bien  poca  cosa.  Los 
edificios,  que  no  llegan  á  veinte,  son  de  bahareque  y  pal- 
ma y  están  como  acorralados  por  los  ríos  y  el  bosque. 

Del  mismo  género  de  construcción  es  la  iglesia,  po- 
bre en  demasía,  pero  bastante  bien  conservada,  atendido 
el  corto  número  de  vecinos  del  pueblo;  por  más  que,  si 
he  de  hablar  con  exactitud,  debo  confesar  que  en  esta 
ocasión  se  me  antojó  algo  mejórele  lo  que  es  en  realidad, 
sin  dada  por  estar  adornada  con  todos  los  trapos  de  colo- 
res que  pudieron  encontrarse  en  el  pueblo,  con  espejillos, 
estampas,  figurines,  etc.  etc.  No  puede  pedirse  más  á  esta 
pobre  gente! 

Hasta  hace  unos  diez  ó  quince  años,  conservaba  la, 

3 


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iglesia  algunos  objetos  y  ornamentos  pertenecientes  á  la 
época  en  que  era  Ten  parroquia  importante  de  Casanare; 
mas  todo  fue  consumido  por  voraz  incendio  que  ni  si- 
quiera perdonó  á  la  imagen  de  la  Patrona,  Nuestra  Seño- 
ra, bajo  el  misterio  de  su  Asunción  gloriosa.  En  Ten,  al 
igual  de  otras  iglesias  de  Casanare  donde  no  residen  pa- 
dres misioneros,  sólo  quedan  recuerdos  dolorosos:  restos 
de  un  pulpito  elegante,  imágenes  mutiladas,  artísticos  cán- 
detelos de  madera  carbonizados,  cuadros  magníficos  me- 
dio podridos,  etc.  etc.;  esto  es  lo  que  posee  la  iglesia  de 
que  trato,  tan  floreciente  en  otro  tiempo! 

Muy  embebecido  estaba  yo  tratando  de  obtener  algu- 
nos datos  sobre  el  pueblo,  cuando  me  notificaron  que 
acababan  de  llegar  varios  indios  tunebos;  y  como  no  me 
faltaban  ganas  de  pasar  un  rato  con  estos  individuos,  tras- 
ládeme al  domicilio  del  señor  Alcalde,  adonde  ellos  habían 
ido  á  formular  una  demanda  contra  un  blanco.  Inútil  será 
decir  que  acosé  á  preguntas  al  pobre  Capitán,  que  era  el 
único  que  de  cristiano  entendía;  y  como  él  se  allanaba  á 
ello  de  buen  grado,  máxime  después  de  haberle  brindado 
con  un  recortadillo,  entablámos  una  interesante  conversa- 
ción que  voy  á  referir  con  toda  fidelidad.  En  ella  se  echa- 
rá de  ver  el  crédito  que  debe  darse  á  las  noticias  que  de  si 
mismos  dan  estos  pobres  indios. 

Comenzó  diciendo  el  Capitán  Segundo  que  su  gente 
de  Barronegro  se  componía  tan  sólo  de  seis  ó  siete  hom- 
bres y  unas  catorce  mujeres;  pero  que  en  otros  parajes  te- 
nían parientes  crecidos.  «En  Mundonuevo,  añadió,  hay 
cien  hombres  y  cien  mujeres,  total. . . .  trescientos;  en  Gua- 
chiría  también  hay  tunebos,  cien  familias;  en  Macaguane, 
muchas  más! » 

Y  después  de  discurrir  un  breve  rato,  prosiguió  con 
la  mayor  frescura:  «En  Bogotá  hay  también  mucha  gente 
tuneba. ...»  No  pude  contenerla  risa  al  oír  semejante 
desatino.  Luégo,  explicándose  más  claramente,  compren- 
dí que  no  se  trataba  de  la  capital  de  la  República,  sino  de 


Bocotá,  ranchería  tuneba  sita  en  las  inmediaciones  de  Ba- 
nadía.  A  cada  momento  lamentábase  de  la  pobreza  de  los 
tunebos,  y  en  prueba  de  ello  aducía  que  no  tenían  más  bie- 
nes que  sus  sementeras,  y  que  los  cachicamos,  marranos 
de  monte  y  picures  se  los  comen  y  no  les  dejan  plata.  Pre- 
guntado si  quería  hacerse  cristiano,  respondió  que  con 
mucho  gusto,  si  le  daba  una  muda  de  ropa  y  plata.  Poco 
después  cambió  de  parecer  y  dijo  que  ni  él  ni  los  suyos 
querían  bautizarse,  porque,  decía:  atunebo  no  entiende  de 
aguas  y  siendo  más  bonito  que  los  blancos. .  .  .  tunebo  rezan- 
do mucho  en  su  lengua  á  Diosy  reza  en  cristiano  y  en  tune- 
bo, esc  blanco  no  sabe  rezar  en  tunebo.'»  Terminó  su  perora- 
ta diciendo  que  «.esc  tunebo  ha  sido  gente  buena,  no  matan- 
do blancos  como  los  goahivos.» 

Así  por  este  estilo  fue  ensartando  disparates  á  dispa- 
rates. ¡Aténgase,  pues,  uno  á  las  noticias  que  los  indios  dan 
de  sí  mismos,  y  á  las  relaciones  que  de  aquéllos  hacen  los 
blancos! 

Con  posterioridad  á  este  viaje  he  visitado  varias  veces 
estos  lugares,  y  aun  he  estado  en  el  propio  Barronegro,  ha- 
biendo podido  observar  y  averiguar  cuanto  se  puede  saber 
sobre  los  tunebos.  Es  indiscutible  que  los  indios  de  Barro- 
negro,  Mundonuevo,  Guachiria,  Tierradentro,  etc.,  los  cua- 
les componen  un  total  de  unas  cien  almas,  son  rezagos  de 
las  antiguas  misiones  de  Casanare.  En  el  primer  tercio  del 
siglo  pasado  eran  numerosos;  solamente  los  de  Barrone- 
gro pasaban  de  cincuenta;  pero  posteriormente  una  peste 
asoladora  casi  acabó  con  ellos,  hasta  el  punto  de  que  no 
quedaron  sino  tres  hombres.  Las  fiebres  los  diezman  con 
mucha  frecuencia,  y  además,  según  decía  el  Capitán  Se- 
gundo, se  jogan  muchos  en  el  río  Casanare;  «mejor,  aña- 
día; los  tunebos  quieren  morirse  y  no  dejar  raza.»  Con 
todo,  en  Barronegro  hay  actualmente  unos  diez  hombres 
y  otras  tantas  mujeres;  pero  al  fin  y  á  la  postre  se  saldrán 
con  la  suya.  Los  tunebos  están  llamados  á  desaparecer 
muy  pronto.  En  el  año  que  termina  han  dado  un  paso 


-  36  - 

que  puede  precipitar  su  ruina  total.  Desde  muy  antiguo 
poseían  la  gran  porción  de  terreno  que  se  extiende  por  la 
banda  derecha  del  río  Casanare,  desde  más  arriba  de  la 
quebrada  Casirvita  hasta  la  denominada  Macaguán,  cuyos 
títulos  de  propiedad  decían  poseer.  Pues  bien,  esta  pro- 
piedad que  para  ellos  había  sido  sagrada,  acaban  de  ven- 
derla por  cuatro  baratijas,  por  una  nonada.  Y  cuenta 
que  la  finca  no  es  pequeña;  en  recorrer  uno  de  los  lotes 
vendidos  gasté  cuatro  horas  á  caballo.  No  ignoro  que 
este  terreno  permanecía  (y  permanece  no  obstante  la  ena- 
jenación) inculto  casi  por  completo,  por  más  que  su  fe- 
racidad es  exuberantísima;  los  tunebos  no  habían  de  cul- 
tivarlo ni  habían  de  sacar  producto  ninguno  de  él,  pero  á 
lo  menos  no  impedían  que  los  pobres  emigrantes  del  in- 
terior de  la  República  que  bajan  á  establecerse  en  Casana- 
re, roturasen  los  bosques,  hicieran  sus  sementeras  y  aun 
se  dedicaran  á  la  cría  de  ganado  en  sus  fértiles  sabanas; 
mientras  que  ahora,  los  nuevos  amos  parece  que  preten- 
den desterrar  á  los  pocos  habitantes  que  hay  en  esos  si- 
tios. A  unos  yá  se  les  ha  notificado  que  abandonen  sus 
cultivos,  á  otros  permítenles  continuar  en  sus  labranzas  á 
condición  de  percibir  la  mitad  de  los  frutos  (i).  Que  esto 
se  hiciera  en  regiones  donde  los  terrenos  valen  algo,  po- 
día pasar;  pero  que  esto  suceda  aquí,  donde  no  faltan  ra- 
zones poderosas  aun  para  subvencionar  á  los  infelices  que 
se  establecen  en  estos  lugares,  es  cosa  que  nunca  he  lle- 
gado á  comprender.  Según  mi  leal  entender,  estos  terre- 
nos debieron  haber  pasado  á  manos  del  Gobierno,  toda 
vez  que  se  autorizaba  á  los  tunebos  la  venta  de  ellos.  Pero, 
en  fin,  lo  que  á  mi  juicio  es  un  mal,  la  cosa  yá  no  tiene 
remedio. 

Los  tunebos  tienen  más  que  suficiente  con  Barrone- 
gro.  El  lugar  donde  viven,  que  es  una  feracísima  selva 
casi  plana,  es  de  clima  templado.  Cultivan  la  caña  dulce, 


(1)  Parece  que  todo  esto  se  redujo  á  amenazas,  pues  nadie  que  yo 
sepa  ha  sido  obligado  á  dejar  sus  sementeras. 


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maíz,  yuca,  plátano  de  diferentes  especies  y  variedades, 
etc.  etc.  Tienen  su  pequeña  industria  figulina,  y  fabrican 
objetos  de  cordelería,  como  chinchorros,  balsas,  chivas, 
etc.,  en  lo  cual  se  ve  que  son  más  inteligentes  que  los  goa- 
hivos,  quienes  han  olvidado  hasta  la  fabricación  de  chin- 
chorros. 

No  se  le  olvidó  al  Capitán  Segundo  ponderarme  con 
entusiasmo  los  célebres  medicamentos  tunebos;  la  caraña 
y  la  otoba.  Extraen  la  caraña  del  árbol  que  los  botánicos 
distinguen  con  el  nombre  de  ¿cica  caranna.  La  benefician 
por  un  método  análogo  al  empleado  para  la  extracción 
del  bálsamo  de  copaiba.  Pocas  utilidades  Ies  reporta  hoy 
día  este  medicamento  que  hace  pocos  años  estuvo  tan  en 
boga  entre  estas  gentes.  Empléanla  ahora  con  gran  suceso 
para  combatir  ciertas  enfermedades  de  los  niños  conoci- 
das aquí  con  el  genérico  nombre  de  sufismo.  Y  lo  curioso 
es  el  método  que  para  la  curación  emplean,  método  que 
consiste  en  poner  al  paciente  unas  ligas  untadas  con  cara- 
ña!...  Usanla  también  como  preservativo  de  dichas  do- 
lencias, y  aseguran  que  jamás  se  eusnta  un  niño  que  lleve 
caraña  de  esa  guisa! 

La  otoba,  llamada  aggtta  por  los  tunebos,  constituye 
el  otro  específico.  Poniendo  en  agua  hirviendo  los  frutos 
del  árbol  myristica  sebifera  (Swartz),  después  de  triturarlos 
convenientemente,  sobrenada  en  el  líquido  uya  especie 
de  manteca,  la  otoba.  Aseguran  los  tunebos  que  no  hacen 
más  manipulaciones.  El  árbol  mencionado  abunda  en  la 
montaña  de  Banadía,  particularmente  en  las  márgenes 
del  río  Cusay,  de  donde  la  extraen  los  tunebos.  Hubo  un 
tiempo  en  que  la  oteba  alcanzó  tanta  fama  como  los  re- 
medios del  Dr.  Lobb;  hasta  se  escribió  un  libro  para 
ponderar  las  excelencias  de  tan  milagroso  medicamento; 
ahora  ha  vuelto  á  ocupar  el  humilde  lugar  que  le  corres- 
ponde en  la  farmacopea  tuneba.  Eso  sí,  me  juró  el  Capi- 
tán Segundo,  que  no  había  específico  más  eficaz  para  com- 
batir la  derritación  del  estómago. 


-  38  - 


Hase  atribuido  á  estos  indígenas  que  adoran  al  sol.  (i) 
Esta  aserción  es  errónea,  en  mi  concepto.  Los  tune- 
bos creen  en  un  Dios  que  todo  lo  gobierna  con  su  provi- 
dencia, y  á  El  elevan  sus  plegarias.  Esta  idea  está  íntima- 
mente enlazada  con  la  creencia  en  la  vida  futura,  creencia 
que  tienen  los  indios,  aunque  algo  corrompida.  Cierta- 
mente dirigen  al  sol  una  especie  de  himno  sagrado  con 
que  le  piden  lluvia  para  sus  sementeras,  calor  para  los  tu- 
nebos que  tienen  frío,  etc.  etc.;  pero  esta  deprecación  no 
es,  en  ellos,  incompatible  con  la  creencia  en  un  Dios  único, 
creador  del  universo,  toda  vez  que  la  idea  que  de  Dios 
tienen  es  bien  clara  y  distinta.  Es  preciso  confesar  que 
todo  lo  mezclan  con  mil  supersticiones  groseras,  imputa- 
tables  á  su  crasa  ignorancia.  No  se  olvide  que  estos  indios 
descienden  de  cristianos.  No  es  raro  ver  en  sus  ranchi- 
tos  la  alta  guadua  clavada  en  la  prominencia  más  cercana 
y  coronada  por  el  signo  de  nuestra  Redención. 

Cuatro  días  permanecimos  en  Ten  consagrados  al  di- 
vino ministerio.  No  faltó  trabajo;  pues  hay  que  confesar 
en  honor  de  la  verdad  que  los  tenanos  son  en  general 
buenos  cristianos,  y  que  por  consiguiente,  aprovechan 
siempre  la  ida  de  los  padres  misioneros  para  recibir  los 
santos  sacramentos.  El  Illmo.  Sr.  Casas  administró  la 
confirmación  á  unos  sesenta  niños;  celebráronse  ocho  ó 
diez  matrimonios  y  no  pocos  bautismos.  Fiestas  profanas 
no  las  hubo;  en  Ten  se  contentan  con  las  religiosas.  El 
mismo  Illmo.  Señor  formó  una  Junta  Católica  para  allegar 
recursos  con  que  comprar  una  imagen  déla  Patrona.  Más 
de  dos  años  han  transcurrido  desde  entonces  y  nada  ó 
casi  nada  se  ha  hecho.  Habiendo  cumplido  con  nuestro 
cometido,  sólo  nos  faltaba  emprender  viaje  de  retorno  á 
nuestro  Támara,  adonde  llegamos  después  de  seis  horas 
de  continuo  caminar. 

(1)  De  esta  afirmacióa  se  hace  eco  el  Illmo.  Sr.  Rueda.  Vid.  Infor- 
me que  el  Obispo  de  Stbastópolis  y  Vicario  de  Casanare  presenta  á  8.  S.  el 
Minittro  de  Hacienda  Nacional,  sobre  visita  d  las  tribus  de  Casanare. 


CAPITULO  VI 


TIesumen-  :  Reconstrucción  del  Vicariato — Viaje  del  Illmo.  Sr.  Casas  á 
Bogotá — El  río  Pauto — Nunchía — -Ríos  Nunchía,  Payero  y  Toca- 
ría— Aventuras  de  viaje — Puente  de  hamaca- — Marroquín — Las 
Barras — Bello  panorama  de  los  Llanos — Mongua  y  Tópaga. 

El  Illmo.  Sr.  Casas  había  llegado  al  territorio  de  su  ju- 
•risdicción  animado  de  los  más  ardientes  deseos  de  em- 
¡prender  con  energía  y  ánimo  esforzado  la  reconstrucción 
•del  Vicariato  Apostólico  de  Casanare.  No  ignoraba  que 
para  llevar  á  cabo  tamaña  empresa  tenía  que  luchar  vale- 
rosamente contra  los  mil  obstáculos  que,  en  regiones  apar- 
tadas como  ésta,  suelen  hacer  fracasar  los  más  estudiados 
proyectos  y  las  más  nobles  aspiraciones;  pero  en  el  breve 
tiempo  que  había  permanecido  en  Casanare  después  de  la 
pasada  guerra,  vio  palpablemente  que  sus  esfuerzos,  por 
grandes  que  fueran,  podían  carecer  de  resultado  práctico 
■{cuando  mucho,  éste  sería  dudoso  y  tardío)  si  el  propio 
Illmcs  Señor  no  se  personaba  en  la  capital  de  la  República 
para  gestionar  con  las  autoridades  correspondientes  lo- 
pertinente  al  caso. 

En  otro  capítulo  trataremos  con  más  amplitud  de  es- 
tas gestiones  que  hizo  el  Illmo.  Sr.  Obispo  y  del  resultado 
■obtenido,  el  cual,  sea  dicho  de  paso  colmó  sus  esperan- 
zas. Ahora  tan  sólo  diré  que  me  cupo  el  grande  é  inme- 
recido honor  de  acompañar  en  su  viaje  á  S.  S.  Illma.  Por 
eso,  fiel  á  mis  propósitos  de  antemano  señalados,  voy  á 
hacer  de  él  una  ligera  reseña. 

Era  el  día  8  de  noviembre  del  año  1904  cuando  aban- 
donámos  la  capital  del  Vicariato  y  emprendimos  el  viaje 
que  motiva  este  capítulo.  El  camino  que  llevamos  nada 
desmereció  de  los  otros  recorridos,  con  la  desventaja  de 
estar  todo  él  expuesto  á  los -ardorosos  rayos  del  sol,  cosa 
que  no  sucede  con  los  otros  caminos  de  la  Cordillera. 

Desde  que  se  domina  la  pequeña  prominencia  de. 
Cruz-verde,  es  de  descenso  todo  el  camino,  hasta  llegar  at 


—  4°  — 


4 


río  Pauto,  cuyas  aguas  negras  durante  todo  el  invierno,  se 
revuelcan  estrepitosamente  en  su  lecho  sembrado  de  gran- 
des pedruscos.  Durante  tres  horas,  antes  de  bajar  á  la  pla- 
ya,  aparece  el  turbulento  río  á  cortos  intervalos,  ora  ocul- 
tándose en  los  senos  de  las  montañas  que  le  sirven  de  gra- 
nítica muralla,  ora  empeñando  reñido  combate  con  los 
enormes  bloques  que  se  oponen  á  su  antojadiza  marcha, 
ora,  en  fin,  deslizándose  tranquilo  y  majestuoso  por  las  pri- 
meras sabanas  del  Llano;  pero  entretanto  siempre  se  oye 
el  ruido  atronador  del  chocar  unas  piedras  con  otras  al 
ser  arrastradas  por  la  impetuosa  corriente. 

Vadear  el  Pauto  es  en  todas  ocasiones  empresa  asaz 
arriesgada  y  llena  de  graves  peligros,  por  ser  su  corriente 
veleidosa  y  cambiar  de  lecho  principal  con  suma  frecuen- 
cia. Su  cauce  tiene  cuatrocientos  metros  de  anchura,  pero 
sólo  en  los  meses  crudos  de  invierno  corren  las  aguas  por 
*■*  todo  él;  fuera  de  este  tiempo,  el  caudal  de  sus  aguas  va 
repartido  entre  diez,  quince  y,  á  veces,  veinte  brazos. 
Guando  yá  toca  á  su  ocaso  la  época  lluviosa,  decrece  no- 
tablemente. Cinco  brazos  contamos  en  esta  ocasión,  así 
que  no  sufrimos  retraso  ni  peligro  alguno.  En  diferentes 
ocasiones  hase  tratado  de  construir  un  puente  para  evitar 
las  muchas  desgracias  que  hay  que  lamentar  todos  los 
años,  pero  nada  se  lia  hecho  hasta  el  día,  no  obstante  las 
muchas  facilidades  que  existen  para  ello. 

En  lo  restante  de  la  jornada,  nada  de  particular  se  nos 
ofreció. 

Dos  leguas  antes  de  llegar  á  Nunchía,  franqueamos  el 
río  del  mismo  nombre,  el  cual,  como  el  Pauto,  no  opone 
dificultades  para  ser  vadeado  en  esta  época  del  año;  así 
que,  sin  más,  llegamos  á  aquel  pueblo,  habiendo  empleado 
eri  la  jornada  seis  horas  y  media. 
■tAJ  Después  de  Arauca  (y  acaso  Orocué)  es  Nunchía  la 
población  más  importante  de  Casanare.  Dícese  común- 
mente de  ella  que  es  de  reciente  fundación,  como  que 
hasta  hace  muy  pocos  años  vivían  sus  fundadores.  En  la 


—  4i  — 


Colección  de  Documentos  inéditos  del  General  Cuervo  apa- 
rece una  estadística  de  los  Llanos  de  Santiago,  correspon- 
diente al  año  1784,  y  en  ella  figura  Nunchía  como  parro- 
quia. Bien  puede  ser  que  la Jlamada  fundación  sea  sim- 
plemente traslación  del  lugar  que  antes  ocupaba,  como 
acontece  con  casi  tocios  los  pueblos  de  Casanare,  ninguno 
de  los  cuales  ocupa  el  lugar  de  su  asiento  primitivo.  Es 
residencia  de  padres  misioneros,  y  actualmente  asiento  del 
Alcalde  Provincial,  dependiente  del  Gobernador  de  Tun- 
dama.  Por  ser  la  población  principal  en  la  vía  de  Labran- 
zagrande  y  Sogamoso,  es  muy  frecuentada  por  cuantos  se 
dirigen  á  los  Llanos  en  negocios  de  ganado.  Está  situada  á 
360  metros  sobre  el  nivel  del  mar. 

Dos  días  permanecimos  en  Nunchía  ultimando  los 
preparativos  del  viaje;  el  día  once  celebramos  misa  á  las 
cuatro  de  la  madrugada  y  salimos..  .  .  á  las  ocho!  Está- 
bamos en  Casanare! 

En  las  puertas  del  pueblo  encuéntrase  el  viajero  con 
otro  interesante  río  de  Casanare,  el  Tocaría,  que  mide  cin- 
cuenta metros  de  ancho;  sigue  la  misma  dirección  que  el 
Nunchía,  y,  después  de  pasar  el  último  contrafuerte  de  la 
Cordillera,  se  les  agrega  el  Payero,  para  confundirse  los 
tres  en  un  solo  río  con  el  nombre  de  Tocaría. 

Tranquilos  seguíamos  nuestra  ruta  tratando  de  reco- 
brar el  tiempo  perdido  involuntariamente  en  Nunchía, 
cuando  un  aguacero  torrencial,  decesos  con  que  suele  des- 
pedirse el  invierno,  nos  obligó  á  hacer  alto  en  El  Gacal, 
no  obstante  ser  aún  medio  día.  No  hubo  otro  remedio; 
era  preciso  secar  la  ropa  que  llevábamos  en  el  cuerpo,  lo 
mismo  que  los  bayetones  que  debían  servirnos  de  lecho. 
Varias  fogatas  que  hicimos  en  el  corredor  de  la  casa  fue- 
ron los  auxiliares  más  eficaces  para  el  caso.  A  causa  de  la 
lluvia,  que  continuó  cayendo  hasta  que  se  ocultó  el  sol 
tras  la  serranía,  no  fue  pequeño  el  trabajo  que  nos  costó 
encontrar  peones  que  nos  ayudaran  al  día  siguiente  á  pasar 
el  río  Payero;  pero  apenas  cesó  la  lluvia  y  corrió  la  voz  de 


-  42  — 


que  e!  Illmo.  Sr.  Obispo  era  quien  los  solicitaba,  se  nos 
ofrecieron  nada  menos  que  nueve  de  ellos.  Y  con  todos 
llegamos  á  la  orilla  del  temible  río.  . . . 

Estábamos  enfrente  de  un  viejo  puente  de  hamaca,  cosa 
por  mí  nunca  vista.  Amarrados  fuertemente  á  gigantescos 
árboles  de  las  opuestas  riberas,  y  enlazados  toscamente  en- 
tre sí,  había  más  de  doscientos  bejucos  tejidos  á  manera  de 
hamaca.  Tál  es  el  puente  del  Payero,que  mide  más  de  cua- 
renta metros  de  ancho.  Un  poco  palo  arriba  se  me  hacía 
meterme  en  aquella  ingeniosa  red  de  bejucos,  que,  suspen- 
dida sobre  un  abismo,  se  mecía  blandamente  al  pisarla.  Y  lo 
más  sensible  era  que  los  tales  bejucos  estaban  medio  po- 
dridos. Todos  los  años  hacen  de  nuevo  este  puente,  pero 
en  esta  ocasión  yá  llevaba  unos  tres  años  de  vida;  esto  no 
obstante,  pasaron  los  peones  con  maletas  al  hombro  como 
si  tal  cosa.  Y  no  les  faltaba  razón  para  obrar  así,  porque 
la  seguridad  y  excelencia  de  los  puentes  de  hamacas  están 
bien  confirmadas  por  la  experiencia  de  luengos  años. 
Cuando  Quesada  envió  al  Capitán  Sanmartín  al  descubri- 
miento de  los  Llanos,  «encontraron  los  soldados  un  puen- 
te hecho  de  bejucos  delgados  y  mal  tejidos,  amarrados 
fuertemente  en  sus  extremos  á  dos  árboles»  (i);  y  añade  la 
Historia  que  los  españoles  no  creyeron  de  rondón  que 
fuera  puente  cabal,  sino  astucia  de  los  indios  para  que  se 
cayeran  al  río.  Al  fin,  como  deseaban  pasar,  lo  probaron 
y  «aunque  daba  tántos  vaivenes  como  si  fuera  un  colum- 
pio» lograron  pasar  sin  novedad.  Lo  mismo  logramos 
nosotros  en  esta  ocasión,  después  de  haber  empleado  cosa 
de  una  hora  en  trasladar  las  bestias  al  otro  lado  del  río, 
amarradas  á  fuertes  rejos  y  guiándolos  desde  ambas  ripas. 
En  breve  llegámos  á  Pie  Vanegas,  donde  nos  desmontá- 
mos  un  rato  con  ánimo  de  descansar  y  continuar  luego 
hasta  Marroquín.  No  conseguímos  esto  último  por  habér- 
senos hecho  tarde;  y  como  al  día  siguiente  era  domingo, 


(1)  Fr.  Pedro  S.món,  Noticias  Historiales. 


—  43  — 


mandamos  un  propio  á  Marroquín  para  que  de  este  pue 
blo  nos  enviasen  lo  necesario  para  celebrar  misa. 

Hasta  las  siete  del  siguiente  día  esperamos  al  peón, 
quien  á  la  postre  llegó  con  las  manos  en  los  bolsillos;  al 
entrar  en  la  montaña  de  Marroquín  se  desencadenó,  según 
dijo,  terrible  tormenta  que  le  impidió  avanzar  hasta  el  pue- 
blo. En  vista  de  esto,  reanudamos  el  viaje,  y  en  cuatro  ho- 
ras franqueámos  la  montaña  y  llegamos  á  Marroquín.  Este 
pueblecito,  situado  á  720  metros  sobre  el  nivel  del  mar, 
consta  de  unas  veinte  casitas  de  palma  y  bahareque,  cons- 
truidas al  rededor  de  la  plaza,  que  constituye  el  mejor  po- 
trero del  vecindario.  Sus  habitantes  se  dedican  á  la  agri- 
cultura y  ganadería.  Hay  una  pequeña  capilla  construida 
con  los  escombros  que  han  quedado  de  la  antigua  iglesia; 
en  ella  reunimos  la  poca  gente  que  había  en  el  pueblo,  re- 
zámos  el  santo  Rosario  y  predicó  el  Illmo.  Sr.  Obispo,  Vi- 
cario Apostólico  de  Casanare. 

El  día  catorce,  celebrado  el  santo  sacrificio  de  la  misa, 
abandonamos  el  último  pueblo  del  Vicariato,  y  por  cami- 
no casi  plano  llegamos  al  Morro,  que  así  llaman  al  puerto 
que  hace  el  río  Cravo  S.  ó  Labrancero  al  romper  el  últi- 
mo estribo  de  la  Cordillera  Oriental  andina  para  penetrar 
en  el  Llano.  Poco  más  adelante,  en  la  quebrada  del  Al- 
morzadero,  que  es  el  límite  del  Vicariato,  cambia  por  com- 
pleto la  dirección  y  calidad  del  camino. 

Después  de  bajar  del  Alto  del  Ciego,  el  camino  pare- 
ce una  quimera;  estamos  en  Las  Parras,  las  tan  traídas  y 
llevadas  Barras  que  han  dado  margen  á  tántas  aventuras 
andantescas.  Las  altísimas  montañas  que  estrechan  al  La- 
brancero, se  van  aproximando  cada  vez  más,  casi  se  tocan 
en  ciertos  lugares,  y  el  Labrancero  corre  con  furia  por  su 
angosto  lecho.  Las  montañas  son  tan  escarpadas  que  no 
admiten  camino  ninguno.  Para  hacerlo  fue  menester  fijar 
unos  barrotes  de  hierro,  perpendiculares  al  muro  y  cubrir- 
los de  tablones  y  tierra.  Pero  los  barrotes  desaparecieron 
y  han  sido  reemplazados  por  vigas  de  madera,  cubiertas 


—  44  — 


ele  ramaje  y  tierra,  que  se  pudren  con  suma  facilidad  por 
caerles  encima  el  agua  que  destilan  diferentes  manantia- 
les. De  aquí  el  peligro  continuo  para  los  transeúntes.  Y 
éste  aumenta  en  ciertos  lugares  en  que  es  preciso  achicar- 
se, so  pena  de  sufrir  alguna  descalabradura  contra  la  peña 
que  forma  una  especie  de  bóveda.  Conté  veintitrés  puen- 
\s  tes  ó  series  de  barras,  y  gastamos  en  pasarlas  veinte  minu- 
tos. Se  me  olvidaba  advertir  que  por  arrostrar  estos  peligros 
hay  que  pagar  una  cuota  que  emplean,  así  dicen,  en  la  re- 
paración del  camino. 

Dejando  en  nuestro  tránsito  á  Labranzagrande  y 
otros  puntos  menos  importantes,  llegamos  al  alto  de  San 
Ignacio.  Si  el  frío  lo  hubiera  consentido,  de  buen  grado 
me  habría  detenido  un  rato  para  contemplar  el  espectáculo 
que  se  ofrecía  á  nuestra  vista,  espectáculo  de  que  raras  ve- 
ces se  disfruta.  El  Oriente,  la  región  de  los  Llanos,  est  iba 
cubierto  de  espesas  tinieblas;  una  densa  bruma  lo  oculta- 
baá  nuestros  ojos;  mientras  que  el  Occidente  aparecía  ba- 
ñado en  difusa  claridad:  montes,  valles,  ríos,  árboles. .  .  . 
todo  se  distinguía  con  admirable  precisión.  Y  pensaba  yo: 
las  tinieblas  en  que  aparece  sumido  Casanare;  ¿significa- 
rán acaso  la  barbarie?  ¿O  será  que  los  Llanos,  con  ese 
manto  vaporoso,  quieren  ocultar  sus  primores  á  las  mi- 
radas indiscretas  de  los  guates? 

Descendimos  á  paso  lento  por  la  vertiente  opuesta 
del  San  Ignacio,  deseosos  de  llegar  cuanto  antes  á  un  cli- 
ma más  benigno.  En  Mongua  no  lo  hallámos,  cosa  que 
no  es  de  extrañar,  porque  hasta  Casanare  llega  la  fama  de 
su  desapacible  temperatura;  y  á  la  primera  luz  del  siguiente 
día  continuamos  la  marcha  á  Sogamoso.  A  tres  leguas  de 
Mongua  se  encuentra  el  pueblecillo  de  Tópaga;  es  de  hu- 
milde apariencia  y  de  escasos  atractivos;  sin  embargo,  para 
mí  ha  sido  siempre  en  extremo  simpático,  aun  antes  de 
visitarlo  por  primera  vez.  Y  mis  simpatías  por  este  pue- 
blecito  no  provienen  de  haberlo  ocupado  mis  paisanos 
antes  del  combate  de  Los  Molinos,  en  la  guerra  de  la  In- 


dependencia,  combate  en  que  no  llevaron  la  peor  parte; 
sino  de  otros  recuerdos  para  mi  más  caros.  A  mi  modo 
de  ver,  Tópaga  influyó  no  poco  en  el  desarrollo  y  progre- 
so de  las  misiones  antiguas  de  Casanare,  cuando  los  pa- 
dres jesuítas  consintieron  desinteresadamente  en  permu- 
tar la  floreciente  doctrina  de  TÓpaga  por  la  incipiente 
ranchería  de  Pauto,  en  Casanare.  No  es  propio  de  este  lu- 
gar decir  cuanto  se  me  ofrece  á  este  propósito;  solo  diré 
que  por  este  sacrificio,  sin  duda  derramó  Dios  Nuestro 
Señor  raudales  de  bendiciones  sobre  las  misiones  de  Ca- 
sanare. Gozo  da  leer  las  descripciones  que  los  historiado- 
res hacen  de  Tópaga  al  verificarse  la  permuta  en  el  año 
de  1660.  «Tópaga,  dice  el  padre  Cassani,  comprendía  en 
su  distrito  muchas  poblaciones  de  indios;  el  culto  divino 
estaba  tan  bien  servido  como  pudiera  en  Europa;  la  igle- 
sia era  capaz,  toda  de  cal  y  canto,  con  retablos  dorados, 
todo  género  de  ornamentos  ricos,  lámparas  y  candeleros 
de  plata.»  Y  el  padre  Rivero  agrega  que  «el  célebre  misio- 
nero padre  Monteverde  llevó  maestros  de  música  que  en- 
señasen á  cantar,  y  habiendo  comprado  órgano  y  chiri- 
mías y  otros  instrumentos  músicos  de  todo  género,  pare- 
cía la  iglesia  en  sus  festividades  una  catedral.»  Esto  era 
Tópaga  en  aquellos  felices  tiempos. 

La  iglesia  actual  (que  debe  de  ser  la  misma  de  que 
habla  el  padre  Cassani)  se  conserva  en  buen  estado,  y  lo 
que  en  ella  se  guarda  todavía  está  de  acuerdo  con  lo  ase- 
gurado por  los  citados  padres.  La  brevedad  de  nuestra 
permanencia  en  Tópaga  no  me  permitió  admirar  la  iglesia 
detenidamente.  Era  preciso  llegar  aquella  misma  noche  á 
Sogamoso,  y  llegámos,  gracias  á  Dios,  aunque  con  c!  mo- 
limiento consiguiente  á  un  largo  viaje. 


CAPITULO  VII 


"Resumen  :  De  Bogotá  á  Arauca — Una  pesquería  en  el  río  Tale — Dos 
sistemas  bárbaros  de  pesquería — Chire  y  Corozal — Ríos  Casanare  y 
Tame — Tristes  recuerdos — Historia  antigua  de  una  guerra  entre 
los  indios. 

Es  indudable  que  el  Illmo.  Sr.  Casas  fue  á  Bogotá 
con  ánimo  de  regresar  á  su  Vicariato  en  el  inmediato  mes 
de  enero.  Si  no  cumplió  sus  propósitos,  no  fue  culpa  suya; 
más  aún,  á  haber  previsto  que  al  salir  de  Casanare  y  des- 
pedirse temporalmente  de  sus  amados  misioneros,  daba 
eterno  adiós  á  los  proyectos,  designios  y  esperanzas  que 
su  gran  corazón  abrigaba  de  dar  impulso  serio  á  la  obra 
de  las  misiones,  no  emprendiera  quizá  el  penoso  viaje  de 
que  trata  el  capítulo  anterior.  Empero,  así  lo  tenía  dispues- 
to Dios  Nuestro  Señor  en  sus  eternos  consejos. 

Dejando  para  otra  ocasión  este  asunto  que  no  es  del 
dominio  de  la  presente,  diré  únicamente  lo  que  ahora 
hace  al  caso,  á  saber,  que  el  susodicho  Illmo.  Sr.  que- 
dóse en  Bogotá,  y  en  la  nueva  organización  de  las  misio- 
nes me  tocó  en  suerte  la  de  Arauca,  población  situada  en 
el  país  de  las  amazonas,  que  es  lo  mismo  que  decir  en  los 
cuernos  de  la  luna.  Allá  tendrá  que  venir  conmigo  quien- 
quiera que  se  sienta  con  fuerzas  para  arrostrarlos  peligros 
de  este  capítulo. 

Afortunadamente  yá  nos  es  conocida  la  mitad  del  ca- 
mino; así  que  bien  podemos  correr  por  él  á  ojos  cerrados. 
-Sin  embargo,  debo  confesar  en  descargo  de  mi  conciencia 
que  no  debí  de  correr  yo  con  tánta  ligereza,  cuando  no 
obstante  haber  dejado  la  capital  de  la  República  el  día 
28  de  enero  de  1905,  sólo  después  de  un  mes  justo  y  ca- 
bal llegué  á  la  del  Vicariato,  con  los  padres  que  iban  á  res- 
tablecer la  misión  de  Orocué.  En  Támara  me  reuní  con 
el  padre  Bruno  Castillo,  en  cuya  compañía  debía  seguir 
hasta  Arauca;  pero  nuestra  salida  tampoco  pudo  realizar- 
se hasta  el  día  17  de  marzo,  fecha  en  que  comenzaban  á 


—  47  — 

verdear  las  pampas  casanareñas,  reanimadas  por  las  pri- 
merizas^ lluvias .invernales» 

Tampoco  nos  es  totalmente  ignorado  el  camino  que 
de  Támara  conduce  á  Manare.  En  este  pueblecito  tenía- 
mos que  deliberar  sobre  el  camino  que  habíamos  de  se- 
guir; podíamos  escoger  el  de  Cravo  ó  el  de  Banadía;  para 
atravesar  las  interminables  sabanas  de  Cravo,  es  indispen- 
sable llevar  dos  ó  tres  bestias  á  prevención,  so  pena  de 
quedarse  uno  á  pie  en  la  mitad  del  viaje,  por  ser  el  trayec- 
to largo  (de  70  á  80  leguas)  y  las  jornadas  forzadas.  Este 
era  un  obstáculo  invencible,  por  no  disponer  nosotros  sino 
de  las  caballerías  indispensables.  El  de  Banadía  quizá  no 
es  más  breve,  pero  nos  favorecía  singularmente  á  nosotros 
que  podíamos  salvar  embarcados  la  tercera  parte  del  tra- 
yecto. Además,  está  sombreado  en  una  extensión  de  mu- 
chas leguas,  cosa  que  en  los  Llanos  se  apetece  siempre, 
con  ser  que  pocas  veces  se  consigue.  No  deja  de  tener  sus 
inconvenientes  (y  bien  graves,  por  cierto),  pero  con  todo, 
por  él  nos  decidimos. 

Quedó,  pues,  allanada  una  dificultad  no  pequeña, 
pero  ¡cuántas  no  faltaban  todavía  por  allanar! 

— Que  necesitamos  dos  baquianos;  que  tenemos  que 
conseguir  una  morocha;  que  hay  que  tostar  y  moler  café  y 
comprar  una  cafetera  para  prepararlo  en  la  montaña;  pero 
y  el  tasajo?  y  los  topochos  para  el  sancocho?. . . 

Faltábanos  todavía  un  mundo  de  cosas! 

Pero  no  te  afanes,  caro  lector,  que  ni  el  viaje  es  ma- 
ñana, ni  á  ti  te  corresponde  hacer  estos  menesteres.  Mien- 
tras que  otros  se  entretienen  en  ello,  desciende  conmigo 
de  la  meseta  manareña  y  dirijámonos  por  entre  palmeras 

umbrosas  á  las  agrestes  riberas  del  río  Tate.  Allí  se  recrea-      /  ' 

•     •  ■  .i    .1   1  u-        '  ^° 

ra  m;  memoria  recordando  la  excursión  amena  que  hice 

en  esta  ocasión  y  que  ahora  voy  á  referir  brevemente.  f&  *~r 

Tratábase  de  una  gran  pesquería  organizada  por  cier- 
to respetable  señor  de  arco  y  flecha,  gran  cazador  de  dan- 
tas y  jabalíes. 


-  48  - 


Por  un  pequeño  claro  que  hay  al  comenzar  el  bos- 
que, vi  pasar  á  los  de  la  comitiva  con  sendas  mochilas  al 
hombro.  Dirigíanse  al  Tate,  afluente  del  Ariporo,  riquísi- 
mo en  pescado.  No  bien  llegados  al  río,  se  aliviaron  de  la 
carga  y  se  dividieron  en  dos  cuadrillas:  unos  se  fueron 
l  ío  abajo  á  construir  la  troja  (i),  otros  (mujeres  en  su  ma- 
yor parte)  se  dedicaron  á  machacar  y  exprimir  en  el  río 
las  raíces  del  venenoso  barbasco  (2),  cuyo  jugo  mezclado 
con  el  agua  tiene  la  propiedad  de  embriagar  á  los  peces. 

Bien  pronto  comenzaron  los  inocentes  pececillos  á 
sentir  los  efectos  de  tan  mortíferas  raíces;  unos  salían  á 
flor  de  agua  y  se  dejaban  llevar  mansamente  de  la  corrien- 
te; otros  saltaban  hacia  la  orilla  y  quedaban  coleteando 
sobre  la  arena;  aquí  se  veían  descender  desmayadamente 
á  lo  más  profundo  del  río;  allá  saltaban  sobre  las  piedras  y 
car  amero  s  para  librarse,  aunque  en  vano,  de  la  muerte.. .  . 

Y  entretanto,  las  implacables  mujerzuelas  continua- 
ban la  tarea  de  dale  que  dale  á  las  raíces  contra  las  piedras 
para  acelerar  la  mortandad! 

Terminada  la  construcción  de  la  troja  y  agotado  el 
barbasco,  cada  cual  requirió  su  mochila,  y  á  una  señal  del 
caporal,  lanzáronse  río  abajo  hombres  y  mujeres  quienes, 
entre  gritos  de  contento,  iban  llenando  las  mochilas  de  sa- 
broso pescado.  Los  niños,  armados  de  arcos  y  flechas  asae- 
tea ban  sin  piedad  á  los  peces  grandes  que  habían  resisti- 
do la  acción  del  barbasco.  Los  peces  de  la  troja  fueron 
repartidos  equitativamente  entre  todos. 

Total  de  ¡a  jomada:  catorce  ó  dieciséis  arrobas  de 
pescado  entre  chico  y  grande. 

(1)  Tejido  de  ramas  y  bejucos  á  manera  de  cesto  largo  que  fijan 
con  estacas  en  medio  del  río,  para  aprisionar  los  peces  que  arrast  n  la 
corriente. 

(2)  El  barbasco  empleado  generalmente  en  Manare  para  la  pesca 
es  el  ahephrotia  emarginata,  leguminosa  arborescente.  En  otros  punto8 
de  Cnsanare  y  aun  en  el  mismo  Manare  usan  con  idéntico  fin  la  pulpa 
del  fruto  del  jaboncillo  (sapindus  saponaria)  que  aquí  llaman  barbveo 
de  jaloncülo. 


—  49  — 

Como  se  ve,  no  deja  de  ser  productiva  la  industria, 
pero  al  mismo  tiempo  es  cruel,  bárbara,  porque  se  des- 
truye así  infinidad  de  pececillos  que  para  nada  se  aprove- 
chan, y  á  la  larga  se  acaba  con  el  pescado.  Además,  eslas 
aguas  barbasqneadas  (perdóneseme  |el  vocablo)  son  cau- 
sa de  muchas  enfermedades  en  el  ganado  que  las  bíbe; 
así  como  el  pescado,  cogido  de  ese  modo,  ocasiona  mu- 
chas veces  indigestiones  fatales.  Que  lo  digan  los  pobres 
goahivos  inventores  de  este  género  de  pesquerías. 

Mucho  más  humanitaria  á  la  vez  que  aristocrática  y 
divertida  es  la  pesca  con  dinamita.  Exige  pocos  prepara- 
tivos. Designado  el  pozo  que  va  á  ser  objeto  de  explota- 
ción, dispónense  en  rededor  de  él  los  nadadores,  enciénde- 
se la  mecha  del  cartucho  y  arrójase  al  agua.  Silencio  pro- 
fundo y  ansiedad  angustiosa  reinan  en  todos  los  especta- 
dores. . . .  De  repente  óyese  el  estallido  potente,  ronco  de 
la  dinamita  y,  simultáneamente,  del  lecho  del  río  elévase 
una  blanca  columna  de  agua  y  de  peces.  Toda  la  superfi- 
cie del  río  aparece  cubierta  de  peces  de  todos  tamaños, 
desde  la  diminuta  sardina  hasta  el  colosal  bagre.  Enton» 
ees  es  cuando  los  nadadores  deben  ostentar  todas  las  re« 
conditeces  del  sport  natatorio.  Arrójanse  unos  al  agua  y 
van  lanzando  á  la  playa  los  peces  que  sobrenadan,  mien- 
tras que  otros  se  zabullen  para  aparecer  luégo  con  un  pes- 
cado en  la  boca  y  dos  en  las  manos.  La  operación  se  re- 
pite sin  interrupción.  Después  de  cinco  minutos,  no  más, 
los  habitantes  de  las  aguas  se  van  recobrando  del  susto; 
yá  es  difícil  cogerlos.  Aquí  entran  en  juego  las  flechas, 
disparadas  con  certera  puntería  por  los  indios  manareños. 
Pescado  que  deja  ver  sus  plateadas  escamas,  es  traspasa- 
do sin  misericordia  por  las  agudas  púas  de  macana.  El 
éxito  más  ó  menos  feliz  de  la  pesquería  depende  de  la  ri- 
queza del  pozo  y  de  la  agilidad  de  los  nadadores.  En  esta 
ocasión  se  cogieron  unas  cinco  arrobas  de  diferentes  pe- 
ces, como  bagres,  bocachicos  ó  caporos  y  doradas. 


—  5o  — 

Empero,  preciso  es  regresar  á  nuestro  Manare,  don- 
de todo  está  dispuesto  para  emprender  marcha. 

Habiéndonos  despedido  de  la  Virgen  de  Manare,  sa- 
limos del  pueblecito.  Al  bajar  de  la  meseta  sentimos  un 
calor  sofocante;  la  brisa  que  con  tánta  fuerza  sopla  en  los 
meses  de  verano,  había  cesado  por  completo;  parecía ^sa- 
lir  fuego  de  las  pequeñas  sabanas  que  íbamos  atravesan- 
do. En  el  Ariporo  nos  apeamos  un  rato,  mientras  decli- 
naba el  sol,  y  lo  propio  hicimos  en  la  ranchería  que  fue 
ciudad  de  Chire,  reducida  hoy  á  unas  casuchas  de  palma 
con  unos  sesenta  habitantes.  Todavía  en  la  época  de  los 
Cantones  era  Chire  cabecera  de  ídem  y  tenía  entonces  cer- 
ca de  300  habitantes.  Hoy  yá  no  tiene  ni  iglesia. 

En  cinco  horas  y  media  llegámos  á  Coroza!,  impor- 
tante vecindario  de  cerca  de  200  habitantes,  situado  al 
borde  de  una  gran  sabana,  cercana  á  la  cordillera.  Está 
atravesado  de  Norte  á  Sur  por  una  preciosa  y  cristalina 
acequia  de  agua  potable  que  va  lamiendo  los  solares  de  la 
mayor  parte  de  las  casas.  Abundan  en  sus  cercanías  los 
espinosos  corozos  {alplionsia  oleífera),  palmera  de  la  cual 
toma  el  nombre  el  vecindario.  Noté  que  nadie  se  dedica 
por  aquí  á  extraer  el  aceite  de  esta  planta;  como  la  palma 
real,  produce  un  vinete  muy  agradable  al  paladar. 

Al  día  siguiente  emprendimos  la  jornada  á  las  ocho 
„  ,  j>  menos  veinte  minutos,  y  en  tres  cuartos  de  hora  llegámos 
al  primer  brazo  del  rio  Lasanare,  el  cual,  a  pesar  del  pleno 
verano,  iba  respetabilísimo.  Cuarenta  minutos  empleamos 
en  pasar  el  río.  Conté  veinte  brazos.  No  puede  vadearse 
sino  en  estos  meses;  en  lo  restante  del  año  hay  que  bajar 
hasta  el  puerto  de  San  Salvador,  para  pasarlo  en  canoa. 
El  camino,  que  sigue  por  llano,  al  pie  de  la  Cordillera,  es 
magnífico,  y  lo  hacen  singular  las  muchas  quebradas  de 
agua,  pura  que  lo  atraviesan  y  que  están  orladas  por  dife- 
rentes especies  de  palmeras.  Sirven  al  viajero  de  un  alivio 
inapreciable  en  medio  del  sol  abrasador  que  se  experi- 
menta. Una  de  éstas  es  la  Tocaragna,  en  cuyas  orillas  está 


—  5i  — 


la  hacienda  de  cacao  que  tan  floreciente  estuvo  antes  de 
la  últi.na  guerra;  sigue  la  Caribabare,  donde  los  padres 
jesuítas  establecieron  la  célebre  procuración  y  hacienda 
del  mismo  nombre,  de  las  cuales  tan  malignamente  ha- 
blaron y  escribieron  los  enemigos  de  los  mismos  padres; 
aún  está  por  descubrir  el  tan  traído  y  llevado  tesoro  de  Ca- 
ribabare, por  más  que  algunos  ilusos  han  trabajado  lo  in- 
decible en  su  descubrimiento  (i).  Las  Pahuas  y  Zaparay 
son  los  nombres  de  otras  dos  quebradas  de  agua  abun- 
dante; la  últimamente  nombrada  se  hizo  célebre  por  la 
sangrienta  emboscada  de  que  fue  víctima  en  la  pasada 
contienda  civil  el  General  Abelardo  Fernández. 

A  las  cuatro  menos  cuarto  pasámos  el  río  Tame.  Es 
el  más  peligroso  que  he  pasado,  excepto  los  ríos  Casa- 
nare  y  Pauto;  el  único  vado  que  tiene  pasa  por  sobre  una 
laja  cubierta  de  piedras  sueltas  de  gran  tamaño. 

Y  estamos  llegando  yá  á  Tame.  ¡Qué  recuerdos  tan 
tristes  nos  traían  á  la  memoria  aquellos  bosques  de  pal- 
meras, aquellas  fértiles  sabanas,  aquella  dilatada  llanura 
que  se  extendía  á  nuestros  pies!  Todas  estas  soledades 
fueron  un  tiempo  morada  de  innumerables  tribus  salvajes 
en  que  los  misioneros  ejercieron  con  tánto  fruto  su  sagra- 
do ministerio.  Me  parecía  ver  aún,  entre  la  neblina  que 
cubría  el  Llano,  las  belicosas  capitanías  de  ayricos,  china- 
tos,  j ¡raras,  haciendo  las  paces  con  tunebos,  betoyes  y  goa- 
hivos  para  salir  todos  al  encuentro  de  sus  padres,  los  mi- 
sioneros. .  .  .  ¡Oh  témpora! . . . 

Y  al  subir  la  empinada  cuesta  que  termina  en  Tame 
no  pudimos  menos  de  conmemorar  aquellos  célebres  y 
originales  preliminares  de  la  paz  ajustada  entre  dos  capi- 
tanías de  indios.  Por  esta  misma  cuesta  subieron  los  fero- 


(1)  Cnribabare  no  es  menos  célebre  por  la  horrible  matanza  de  in 
dios  goahivos  organizada  por  D.  Pedro  del  C.  Gutiérrez.  Murieroa 
como  200  indios. 

Eu  su  lugar  correspondiente  se  tratará  de  éste  y  otros  sucesos  re- 
lacionados con  ¡03  indígenas. 


—  52  — 


ees  chinatas  con  el  fin  de  acabar  con  la  recién  fundada 
misión  de  Tame!  Y  puesto  que  hemos  de  demorarnos  tres 
días  en  este  punto,  y  es  bien  posible  que  ignores  esta  de- 
liciosa escena  salvaje,  voy  á  aprovechar  esta  oportunidad 
para  transcribirla  de  unos  apuntes  viejos,  sacados  de  las 
crónicas  antiguas,  los  cuales  apuntes  dicen  así: 

«  La  benéfica  paz  que  se  gozaba  en  Tame,  á  la  sazón 
capital  y  corte  de  las  reducciones  indígenas,  había  sido 
turbada.  Dos  ejércitos  numerosos,  sedientos  de  sangre 
humana,  se  encontraban  frente  á  frente.  Allá  estaban,  de 
un  lado,  en  apretada  columna  y  con  arreos  de  guerra,  las 
belicosas  tribus  de  jiraras  y  chiflatos,  quienes  de  lejanas 
tierras  habían  ido  animados  con  el  deseo  de  saciar  sus 
apetitos  salvajes  en  los  reducidos  indios  que  moraban  en 
Tame;  de  otro,  los  habitantes  indígenas  de  esta  población, 
los  cuales,  dejada  á  un  lado  la  mansedumbre  cristiana,  y 
recobrados  sus  feroces  instintos,  hallábanse  organizados, 
con  sus  arcos  levantados  en  alto  y  dando  brincos  y  alari- 
dos, señal  para  entrar  en  batalla.  Todo  presagiaba  terrible 
combate! 

«De  pronto  los  capitanes  de  ambos  ejércitos,  y  con 
ellos  toda  su  gente,  arrojaron  al  suelo  arcos  y  flechas, 
quedándose  tan  sólo  con  las  macanas.  Un  silencio  pro- 
fundo reinó  en  todo  el  campamento.  Aquél  fue  seguido 
de  infernal  gritería  cuando  todos  á  una  comenzaron  á  pu- 
blicar á  grandes  voces  las  injurias  y  agravios  inferidos  á 
sus  personas,  á  sus  mujeres,  á  sus  padres,  á  su  nación, 
tratándose  mutuamente  de  viles,  embusteros,  canallas  y 
de  cuantos  baldones,  improperios  y  desvergüenzas  caben 
en  su  lengua.  Este  grandioso  espectáculo  duró  un  buen 
rato,  pasado  el  cual,  comenzaron  á  menudear  terribles  é 
implacables  macanazos. ...» 

No  se  crea  que  estoy  relatando  algunos  de  los  mu- 
chos combates  que  tan  frecuentes  son  entre  las  tribus  sal- 
vajes. Todo  menos  eso;  los  dos  ejércitos  celebraban  á  la 
sazón  los  preliminares  de  la  paz  que  acababa  de  ajustarse 


—  53  — 

diplomáticamente,  á  gusto  y  contentamiento  ele  toda  la 
nación. 

Véase  lo  sucedido. 

Corría  el  año  de  ióór.  A  una  legua  de  Tame  y  con  el 
nombre  de  Espinosa  de  las  Palmas,  habíase  fundado  una 
pequeña  ciudad  de  españoles.  Cierto  día  fue  asaltada  por 
los  indios  de  Tame,  quienes  dieron  traidora  muerte  á  to- 
dos los  peninsulares,  sin  perdonar  al  Adelantado  Alonso 
Pérez  de  Guzmán,  refugiándose  aquéllos  inmediatamente 
en  la  espesura  de  los  bosques. 

No  tardó  mucho  tiempo  en  llegar  á  Bogotá  la  noti- 
cia de  tamaña  felonía;  y  al  instante  envió  la  Real  Audien- 
cia las  provisiones  del  caso  para  castigar  á  los  delincuen- 
tes. El  castigo  fue  terrible.  Allá,  en  las  riberas  del  río 
Arauca,  fueron  ahorcados  en  sendos  árboles  los  amotina- 
dos más  notables,  si  bien  no  todos,  pues  los  más  bravos, 
los  más  belicosos  se  habían  retirado  á  las  impenetrables 
selvas  de  los  ríos  Ele  y  Cuiloto;  los  demás,  arrepentidos 
de  su  crimen,  volvieron  á  residir  de  nuevo  en  el  pueblo  de 
Tame.  Los  facciosos  eligieron  por  capitán  al  indio  Casta- 
ño, valiente,  altivo  y  arriesgado,  prendas  con  que  se  gran- 
jeó las  voluntades  de  sus  camaradas,  y  poco  tiempo  des- 
pués concibió  el  proyecto  de  hacer  un  ejemplar  escar- 
miento en  los  indios  que  de  nuevo  se  habían  reducido  á 
la  obediencia  de  los  españoles. -Quería  exterminar  el  pue- 
blo de  Tame.  Para  esto  alióse  con  los  feroces  chinatos, 
gente  siempre  dispuesta  á  la  lucha. 

Era  un  hermoso  día  del  mes  de  noviembre.  El  nu- 
meroso ejército  de  jiraras  y  chinatos  subía  apresuradamen- 
te por  la  tortuosa  vereda  que  conduce  á  Tame.  Por  no 
guardar  la  cautela  y  precaución  debidas,  fueron  vistos  por 
unos  indios  cristianos  y  denunciados  á  las  autoridades  del 
pueblo.  Yá  se  deja  adivinar  el  pánico  que  tal  noticia  pro- 
duciría. No  obstante,  el  padre  Antonio  Monteverde,  mi- 
sionero en  Tame,  sobreponiéndose  á  la  situación,  organi- 
zó la  defensa  del  pueblo  y  salió  después  al  encuentro  de 


—  54  — 


los  rebeldes  para  tratar  de  disuadirlos  de  su  empeño  sal- 
vaje, resolución  arriesgada  que  exponía  al  susodicho  pa- 
dre á  una  muerte  segura.  Así  fue  en  efecto,  pues  apenas 
hubo  sido  visto  por  los  asaltantes,  éstos  echaron  mano  á 
sus  arcos  con  el  propósito  de  asaetearlo  sin  piedad  ningu- 
na. Por  fortuna,  el  padre  que  más  bien  atendía  al  inmi- 
nente riesgo  de  sus  hijos,  que  á  su  propia  vida,  despre- 
ció las  amenazas  y  comenzó  á  apostrofar  á  losjiraras  con 
valor  cristiano,  echándoles  en  cara  su  apostasía,  su  infi- 
delidad, su  atrevimiento  en  venir  de  tan  lejanas  tierras  á 
cometer  maldad  tan  enorme.  .  .  .  Finalmente,  cambiando 
de  tono  les  bl  indó  con  la  paz,  asegurándoles  que  si  la  re- 
chazaban, él  estaba  dispuesto  á  morir  en  defensa  de  su 
pueblo. 

Los  razonamientos  del  misionero  produjeron  los 
efectos  apetecidos:  Castaño  y  los  suyos  se  rindieron  al 
padre  v  le  prometieron  estipular  paces  y  confirmarlas  á 
usanza  suya. 

Con  el  padre  al  frente,  entraron  al  pueblo  y  se  en- 
contraron con  los  indios  que  lo  defendían,  dispuestos  to- 
dos en  orden  de  batalla.  Mucho  costó  al  padre  misionero 
evitar  un  rompimiento  al  verse  los  dos  ejércitos.  Predicó- 
les la  mansedumbre,  y  todo  el  pueblo  se  llenó  de  júbilo  al 
saber  que  los  recién  llegados  no  eran  yá  enemigos  sino 
muy  hermanos  suyos  que  deseaban  vivir  con  ellos  en  paz 
v  buena  armonía.  Dispusiéronse  entonces,  como  dije  al 
principio,  dispararon  todos  sus  flechas  contra  el  suelo, 
arrojaron  luégo  los  arcos,  y  principiaron  á  publicar  los 
agravios  que  mutuamente  se  habían  hecho,  tratándose  de 
embusteros,  canallas,  culebras,  etc.  etc. 

Y  es  de  notar  (añade  el  padre  Cassani)  que  este  es 
un  punto  muy  esencial  para  'a  paz,  «  porque  todos  los 
agravios  de  que  se  han  dado  quejas,  con  sólo  decirlos, 
quedan  perdonados  y  satisfechos.»  «Esta  gritería  (prosi- 
gue) dura  un  rato,  y  después  se  satisfacen  mutuamente, 
dándose  unos  á  otros  terribles  golpes  con  las  macanas; 


bien  que  en  esto  hay  gran  orden,  porque,  pena  de  la  vida, 
infamia  y  traición,  ningún  golpe  puede  ser  mortal  ni  rom- 
per cabezas  ni  brazos:  todos  deben  ser  porrazos  que  due- 
lan para  memoria  perdurable.» 

Resultado  de  todo  esto  fue  que  ía  paz  quedó  asegura- 
da con  el  último  acto  oficial,  que  consistió  en  un  esplén- 
dido banquete  con  que  los  del  pueblo  obsequiaron  á  j ira- 
ras  y  chinatos. 

Sólo  diré  para  terminar  esta  historia  que  los  chínalos 
desearon  quedarse  á  vivir  en  Tame,  cosa"  que  el  padre  no 
consintió  en  manera  alguna.  El  indio  Castaño  permaneció 
algún  tiempo  con  el  padre,  pero  como  era  muy  desconten- 
tadizo y  le  soplaba,  dice  el  padre  Rivero,  «  el  vicio  de  la  am- 
bición, llevado  de  sus  humos  se  volvió  á  retirar  con  seis  ú 
ocho  de  sus  secuaces  á  sus  antiguas  madrigueras.  » 

CAPITULO  VIII 

•  Resumen:  Tame — Macaguane — Laguna  de  Macagtiane — Montana  de 
Banadía — Una  noche,  en  Salibón — Arboles  importantes  —  Varie- 
dad de  monos — Nos  hacen  huir  derrotados. 

Situado  Tame  sobre  una  meseta  desprendida  casi  to- 
talmente de  la  gran  Cordillera,  ocupa  una  bellísima  posi- 
ción topográfica.  Por  ser  su  clima  suave  y  apacible  y 
comprender  en  su  jurisdicción  numerosas  tribus  de  indios 
salvajes,  fue  designada  por  los  antiguos  misioneros  cómo 
centro  de  las  misiones  de  Casanare.  Fue  fundado  el  año 
de  1661  por  el  padre  Ignacio  de  Cano,  S.  J.,  y  un  siglo 
más  tarde  llegó  á  tener  1,800  indios  jirafas,  convertidos 
al  catolicismo.  En  sus  inmediaciones  existieron,  entre 
otros  pueblos,  el  yá  nombrado  de  Espinosa  de  las  Palmas, 
que  tuvo  efímera  vida  á  consecuencia  del  trágico  suceso 
consignado  en  el  capítulo  anterior.  San  Ignacio  de  Beto-' 
yes,  fundado  por  el  célebre  P.  Gumilla,  que  llegó  á  tener 
más  de  2,000  indios  civilizados;  Macaguane,  del  cual  ha-; 
blaré  luego,  y  El  Pilar  de  Patute.  ) 


-  56  - 


Actualmente  tiene  Tame  560  habitantes,  pero  á  pesar 
de  haber  sido  favorecido  por  dos  importantes  vías  de  comu- 
nicación, las  del  Sacare  y  Cusirí,  se  halla  en  notable  deca- 
dencia. Pueda  ser  que  con  los  dos  referidos  caminos  (más 
el  de  Betoyes  á  La  Pastora,  en  construcción)  reciba  la 
vida  de  que  carece;  pero  con  todo,  firmemente  lo  creo  y 
francamente  lo  digo,  difícil  es  que  salga  Tame  del  abati- 
miento en  que  se  encuentra. 

A  unas  tres  leguas  de  Tame  está  el  pequeño  pueblo 
.indígena  de  Macaguane,  adonde  teníamos  que  ir  forzosa- 
mente para  contratar  los  guías  que  nos  habían  de  condu- 
cir hasta  Arauquita.  El  mismo  día  que  llegámos  á  Tame 
despachamos  á  Macaguane  un  propio,  portador  de  la  noti- 
cia de  nuestra  próxima  visita  á  dicho  pueblo,  pero  el  pro- 
pio regresó  con  la  carta  porque  no  había  en  el  pueblo  á 
quien  entregarla:  «solamente  vi  á  un  indiecito,  dijo,  y  le 
di  la  noticia  de  palabra.»  Un  poco  nos  disgustó  la  emba- 
jada, pero  ¡qué  remedio!;  había  que  esperar  la  venia  de 
los  indios  para  poder  ir  á  su  pueblo,  pues  de  lo  contrario 
nos  exponíamos  á  encontrarlo  desierto.  Por  dicha  nues- 
tra no  tuvimos  que  esperar  mucho  tiempo:  el  mismo  día 
llegó  á  Tame  uno  de  los  indios  para  notificarnos  que  no 
avanzáramos  á  su  tierra  hasta  pasados  dos  días,  y  las  ra- 
zones en  que  apoyó  su  decisión  fueron  que  no  tenían 
nada  preparado  para  recibirnos;  que  deseaban  asear  la 
capilla  y  el  pueblo,  cortar  y  llevar  pasto  para  nuestras  bes- 
tias, é  irse  á  mariscar  para  regalarnos  con  marrano  de 
monte  

Preciso  nos  fue  esperar  en  Tame,  bien  á  pesar  nuestro. 

Pero  llegó  el  día  por  ellos  designado  y  emprendimos 
marcha  con  el  indio.  El  camino  es  regular,  y  atraviesa  un 
espeso  bosque.  Cuarenta  minutos  después  de  nuestra  sali- 
da pasámos  el  río  Cravo  (N.),  que  me  pareció  menor  que 
el  otro  del  mismo  nombre;  vadeamos  después  la  quebra- 
da Macaguane  y  entramos  á  nuestro  pueblo,  en  donde 
encontrámos  al  centenar  de  indios  que  lo  componen 


—  57  - 

todos  regocijados  con  nuestra  llegada.  Diéronnos  hospe- 
daje en  el  mejor  de  los  nueve  ranchos  que  tiene  el  pue- 
blo. Después  de  loque  podemos  Mamar  «presentación 
oficial»  tratóse  el  asunto  de  los  baquianos,  que,  gracias  á 
Dios,  se  resolvió  satisfactoriamente,  es  decir,  que  nos 
fueron  facilitados  dos  indios  para  que  nos  sirvieran  de 
guías  á  través  de  la  selva  de.  Banadía,  ofreciéndoles  en 
cambio  nosotros  reciprocidad  en  nuestros  servicios.  El 
resto  del  día  transcurrió  oyendo  nosotros  de  los  viejos 
las  ponderaciones  del  antiguo  poderío  de  los  niacagnaiics, 
hoy  tan  humillado  y  abatido. 

Macaguane,  llamado  también  primitivamente  San 
Javier  de  los  Ayricos,  fue  fundado  el  año  de  1662  por  el 
padre  Antonio  Monteverde,  S.  J.,  con  los  indios  ayricos 
que  andaban  errantes  por  las  márgenes  del  río  Ele.  Jamás 
llegó  á  tener  la  importancia  de  Tame  y  Betoyes;  sin  em- 
bargo, fue  objeto  de  singular  predilección  por  parte  de  los 
misioneros  que  apreciaban  debidamente  la  sumisión  y  la- 
boriosidad de  los  indios.  Llegó  á  tener  este  pueblo  más 
de  1,000  indios  sometidos,  pero  hoy  día  han  quedado  re- 
ducidos á  un  escaso  centenar,  los  cuales  conservan,  con 
la  religión  de  sus  padres,  la  pureza  de  la  raza.  Hay  en  el 
pueblecito  una  pequeña  capilla  de  palma  donde.se  reúnen 
los  domingos  y  días  festivos  á  rezar  el  rosario  y  practicar 
otras  devociones;  sirve  además  la  mencionada  capilla 
para  guardar  lo  poco  que  ha  quedado  de  la  antigua  igle- 
sia, como  unos  trozos  de  cornisa  de  madera,  primorosa- 
mente labrados  y  dorados,  las  imágenes  de  San  Ignacio  y 
San  Francisco  Javier,  y  un  elegante  pulpito  que  podría 
lucir  ventajosamente  en  cualquier  iglesia  del  interior  de 
la  República.  Los  indios  conservan  y  veneran  estos  re- 
cuerdos como  trofeos  de  su  pasada  gloria. 

En  las  cercanías  de  Macaguane  existe  la  célebre  la- 
guna que  servía  de  adoratorio  cuando  llegaron  los  prime- 
ros misioneros  y  que  aun  ahora  infunde  tánto  terror  á  los 
indios.  Bien  podían  los  macagnaties  desencantar  la  tal  la- 


-  58  - 


gima  con  el  método  usado  por  los  tunebos,  método  senci- 
llo, barato  y  seguro,  según  me  aseguraron  en  cierta  ocasión 
con  mucha  reserva  unos  tunebos.  Afirmaban  estos  suje- 
tos que  por  muy  bravas  que  est»'-n  las  lagunas  encanta- 
das, quedan  como  una  b:ilsa  de  aceite  si  se  Ies  echa  taba- 
co mascado  y  catana! 

Nada  diré  de  una  tribu  de  indios  goahWós  que  á  la 
sazón  estaban  á  media  hora  de  Macaguane;  prometiéron- 
nos venir  á  visitarnos,  pero  esperamos  en  vano;  alguien 
les  dijo,  con  dañada  intención,  que  íbamos  á  casar  á  to- 
dos los  goahivos! 

Llegó  el  día  de  continuar  el  viaje;  todo  estaba  dis- 
puesto para  la  travesía  de  la  montaña.  Repetidas  veces  he 
^ Ph+^JT/Lfa*. escrito  este^TOcjubJo _djuiiouttiña  sólo  por  acomodarme  al 
significado  exclusivo  que  se  le  da  en  esta  región]  pero  he 
de  advertir  que  los  montes,  cerros  y  montañas,  en  su  ge- 
nuina  significación,  terminaban  para  nosotros  en  Maca- 
guane. Vamos,  pues,  á  dejar  por  algún  tiempo  los  montes 
para  internarnos  en  los  llanos  y  las  selvas. 

Rompió  marcha  un  indio  macaguane,  que  llevaba 
sobre  sus  hombros  hermoso  racimó  de  plátanos,  y  en  sus 
manos,  el  arco  de  macana  y  provisión  de  flechas;  seguía 
la  bestia  de  carga,  con  las  maletas  y  el  matalotaje,  una 
gran  pieza  de  tasajo  servía  de  cobertor  á  toda  la  carga; 
el  otro  macaguane,  armado  también  de  arco  y  flechas, 
conducía  los  peroles  y  guiaba  á  una  bestia  de  repuesto. 
Nosotros  cerrábamos  la  marcha.  Eran  las  nueve  de  la 
mañana. 

En  una  hora  llegamos  á  la  «boca  de  la  montaña.» 
Muy  poco  trecho  habíamos  caminado,  pero,  con  todo, 
nos  desmontamos  breve  rato  por  contemplar  la  majestad 
aterradora  de  la  selva  y  gozar  por  última  vez  de  la  claridad 
del  sol  que  pronto  íbamos  á  perder.  .  .  . 

El  camino  de  Banadía  tiene  2  metros  de  anchura; 
los  árboles  en  su  generalidad  son  gigantescos,  como  colo- 
sales columnas  de  catedral,  y  con  su  ramaje  forman  sobre 


el  camino  una  comp  acta  bóveda  que  impide  que  pasen 
losj^tyos  solares;  multitud  ele  bejucos  de  variedades  nu- 
merosas, entrelazados  con  los  árboles  y  pendientes  de  las 
ramas,  semejan  mil  figuras  ;\  cual  más  caprichosas;  todo  es 
salvaje,  todo  respira  ese  ambiente  de  las  selvas  vírgenes 
donde  se  confunde  lo  grandioso  con  lo  terrífico!  Aquí 
se_oy_en_los  aullidos  de  los  monos  araguatos;  ahí,  el  pene- 
trante silbido  de  los  micos;  allá,  el  acompasado  bufido 
del  oso  palmero;  acullá,  el  ronquido  salvaje  de  los  cafu- 
ches. .  .  .Todo  contribuye  á  que  la  montaña  de  Banadía, 
reina  de  las  selvas  casanareñas,  sea  imponente,  majestuo- 
sa ! . . . 

De  cuando  en  cuando,  viva  claridad  hiere  nuestra 
vista:  ahora  es  el  río  Ele,  de  cuyas  aguas  bebían  achaguas, 
áfricos  y  jiraras;  después,  el  Cusay;  más  tarde  el  Cusai- 
cito. 

Pasamos  aún  muy  temprano  junto  á  la  única  casita 
que  hay  en  la  montaña,  la  vivienda  de  un  Julio  del  Sol; 
pero  como  á  nadie  vimos  en  ella,  continuámos  la  jornada 
hasta  llegar  á  Salibóii.  Este  no  es  pueblo,  ni  casa,  ni 
ranchería:  es  simplemente  un  paraje  de  la  selva,  limpio 
de  bejucos  y  maleza,  donde  suelen  hacer  noche  los  pasa- 
jeros. Echamos  pie  á  tierra,  desensillámos,  aseguramos  las 
bestias  y,  machete  en  mano,  nos  internámos  en  el  bosque 
á  cortar  leña  seca  para  preparar  la  comida.  ¡Cuánta 
poesía  tienen  estas  ocupaciones  manuales  en  medio  de 
una  selva  virgen!  Y  qué  sabrosos  saben  entonces  los  co- 
mistrajos de  cocineros  improvisados! 

Rezado  el  Oficio  Divino  y  las  devociones  particulares, 
guindáronse  en  los  árboles  las  hamacas,  al  derredor  de  la 
hoguera.  Debajo  de  los  dormitorios  (que  con  este  vocablo 
designan  en  el  Llano  la  hamaca  y  el  mosquitero),  debajo 
de  los  dormitorios,  diré,  colocámos  las  monturas  y  demás 
utensilios  de  viaje.  La  noche  estaba  hermosísima;  pero  á 
eso  de  las  tres  de  la  madrugada  del  siguiente  día  nos  des- 
pertaron los  indios  para  tomar  el  obligado  café  y  avisarnos: 


que  el  tiempo  amagaba  llover  y  que,  por  consiguiente,  to- 
máramos las  providencias  del  caso  para  que  el  agua  no 
nos  sorprendiera  dormidos,  consejo  que  no  echamos  en 
saco  roto,  pues  al  resplandor  de  la  hoguera  comenzamos 
á  recoger  trastos  y  disponernos  á  recibir  la  lluvia;  mas 
como  ésta  no  parecía,  resolvieron  los  indios  preparar  el 
desayuno  para  continuar  la  marcha  con  la  primera  clari- 
dad del  día. . . . 

A  unos  200  metros  de  Salibón  dejamos  el  camino  del 
puerto  de  Banadía  (vía  fluvial  de  AraucaJ  y  tomamos  la 
pica  ó  trocha  abierta  el  año  da  1891  por  el  indio  Macua- 
lo.  Con  decir  que  es  una  mala  trocha,  construida  hace  ca- 
torce años  y  que  no  ha  vuelto  á  sentir  el  hacha,  queda 
explicado  cuanto  de  ella  quisiera  decir.  En  muchísimos 
lugares  la  única  señal  para  deducir  la  dirección  de  la  mis- 
ma, es  observar  el  tronco  de  los  ¡árboles,  pues  fácilmente 
se  echa  de  ver  los  que  han  nacido  después  de  abierta  la 
trocha.  Mil  veces  nos  desmontámos,  porque  sólo  á  pie  po- 
díamos salvar  la  multitud  de  árboles  descuajados  por  el 
viento,  que  impedían  el  paso.  No  son  muy  agradables, 
por  cierto,  estos  continuos  ejercicios  de  jineta;  y  lo  hubie- 
ran sido  menos  si  ellos  no  nos  hubieran  proporcionado 
otras  tántas  ocasiones  de  observar  algunos  árboles  impor- 
tantes, como  el  balsámico  anime  (icica  icicaribe),  el  drago 
{crotón  sanguifluusf),  el  aromático  sasafrás  (ocotca  symba- 
ruttt),  el  flor  amarillo  ó  cañaguate  (decoma  spcctabilis), 
palo  de  aceite,  trompillo,  guarataro,  etc.  etc. 

Nada  de  particular  aconteció  en  esta  jornada,  fuera 
de  que  pudimos  observar  muy  á  nuestro  gusto  tres  ó  cua- 
tro variedades  de  monos  que  no  he  visto  en  ninguna  otra 
parte. 

Pasado  medio  dia,  después  de  franquear  un  fantástico 
caño  de  agua  purísima,  ranchamos  en  el  Jujú.  Aún  era 
muy  temprano  para  hacer  alto;  pero  tuvimos  que  obrar 
de  este  modo  porque  no  había  yá  más  agua  en  toda  la 
montaña,  y  además,  estaba  el  tiempo  revuelto,  con  ganas 


—  6i  — 


de  llover.  En  el  Jtijú  teníamos  agua  abundantemente,  y 
podíamos  construir  una  choza  que  en  caso  dado  nos  favo- 
reciera de  la  lluvia. 

A  las  cinco  y  media  de  la  tarde  éramos  dueños  de  un 
magnífico  rancho  que  bien, hubiera  podido  figurar  con 
ventaja  en  los  arrabales  de  Bogotá,  pues  medía  6  metros 
de  largo  por  5  de  ancho.  Los  cuatro  viajeros  guindamos 
las  hamacas  dentro  de  él. 

Al  siguiente  día,  muy  temprano  cuando  apenas  co- 
menzaba la  candida  aurora  á  poner  en  movimiento  á  los 
mil  seres,  ocultos  durante  la  noche  bajo  el  verde  manto 
de  las  selvas,  abandonamos  los  dormitorios  para  hacer  el 
frugal  desayuno  y  emprendimos  luego  la  última  jornada 
de  montaña. 

Dejamos  nuestra  vivienda  á  una  cuadrilla  de  monos  ^ 
que,  curiosos  é  inciviles,  habían  madrugado  á  visitarnos,  y 
entramos  en  el  intrincado  laberinto  de  la  trocha.  Eran  las 
siete  de  la  mañana.  Lo  que  más  me  llamó  la  atención  en 
este  trayecto  del  camino  fue  la  multitud  de  monos  que  vi- 
mos. Repetidas  veces  nos  apeamos  de  las  cabalgaduras 
para  contemplarlos  de  cerca.  Los  que  más  abundan  son 
los  araguatos  y  las  Marimondas  (aluates).  Hay  también 
perezosos  y  titíes.  Particularmente  las  marimondas  son  ca- 
paces de  dar  un  susto  al  más  majo.  Estábamos  una  vez 
contemplando  una  cuadrilla  de  estos  monos,  los  que  nos 
miraban  y  remiraban  mil  veces  como  asombrados  de 
nuestra  osadía;  luego  comenzaron  á  ejecutar  las  más  di- 
fíciles suertes  de  su  complicada  gimnástica.  Todo  iba 
bien,  cuando  de  pronto  uno  que  aparentaba  ser  el  abuelo 
de  todos,  se  dejó  caer  de  la  copa  de  una  robusta  ceiba  y 
con  la  cola  queda  asido  de  una  rama  que  casi  tocaba  al 
suelo,  muy  cerca  de  nosotros.  Cometimos  entonces  el 
pecado  de  sentenciar  á  muerte  al  abuelo,  sin  más  formali- 
dades que  nuestro  capricho;  mas  para  esto,  para  ejecutar 
tan  inicua  sentencia,  sólo  disponíamos  de  nuestros  mache- 
tes, pues  \oí  indios  macaguanes,  que  traían  flechas,  ha- 


—  62  — 


bíanse  quedado  bastante  rezagados,  persiguiendo  unos 
jabalíes.  Vana  pretensión  la  nuestra!  Apenas  avanzamos 
un  poco  Inicia  el  viejo  marimonda,  toda  la  tribu  se  nos 
vino  encima  como  un  alud.  Aún  insistimos  en  nues- 
tro pi  opósito,  pero  los  monos  en  vez  de  amedrentarse 
con  el  brillo  de  nuestros  aceros,  cobraron  nuevos  bríos, 
comenzaron  á  agitarse,  aullaban  desaforadamente  y  en  un 
instante  nos  vimos  rodeados  por  ellos.  Las  bestias  fueron 
nuestra  salvación. ...  ¡Y  aún  nos  siguieron  un  buen  tre- 
cho de  camino,  echándonos  en  cara  nuestra  osadía! 


CAPITULO  IX 

Resumen:  El  Venado — Nuestra  pérdida  en  la  moutaüa — Los  trabajos 
que  sufrimos — Cómo  nos  salvamos. 


Eran  las  once  y  cuarto  cuando  llegamos  al  campa- 
mento denominado  El  Venado.  A  pesar  de  que  la  trocha 
estaba  sombreada  por  tupido  ramaje,  una  sed  abrasadora 
nos  devoraba;  esa  calma  abrumadora  que  en  Casanare 
acompaña  á  los  primeras  lluvias  del  invierno,  enervando 
el  organismo,  le  hace  entraren  una  fiebre  lenta,  aniquila- 
dora. Tál  fue  la  causa  de  que,  confiando  encontrar  si- 
quiera un  charco  de  agua  en  las  inmediaciones  de  El  Vena- 
do, determináramos  esperar  á  los  guías,  que  venían  reza- 
gados, para  que  nos  ayudasen  en  la  empresa.  Vana  pre- 
tensión! Los  guías  llegaron,  y  con  su  llegada  huyó  de 
nosotros  la  esperanza:  no  había  que  esperar  agua  hasta 
Arauquita! . . . 

'  Según  aseguraban  los  baquianos,  San  Lorenzo,  pri- 
mera sección  de  Arauquita,  estaba  aún  muy  lejos,  pero  po- 
dríamos llegar  en  el  día,  siempre  que  no  dejáramos  dormir 
á  las  bestias.  En  esta  persuasión  y  después  de  habernos 
afirmado  los  mismos  baquianos  que  la  trocha  no  tenía  pér- 
dida alguna  posible  (aunque  podía  estar  intransitable  en  el 
caño  Totuntal,  y  en  este  caso  debíamos  esperar  en  él  á  los 
peones),  resolvimos  adelantarnos  los  dos  padres  para  lle- 


=  63  - 

gar  de  día  á  San  Lorenzo.  A  mata  caballo  proseguimos 
por  la  trocha,  ávidos  de  llegar  al  término  de  la  jornada. 
A  las  cuatro  y  cuarto  de  la  tarde  llegamos  al  Totuuial,  que 
estaba  enteramente  seco,  y  tan  seco,  que  ni  siquiera  en- 
contramos una  gota  de  agua  con  que  refrigerar  nuestros 
ardientes  labios.  Pasamos  el  caño  sin  dificultad,  aunque 
desmontados;  y  sin  demora  alguna,  continuamos  por  la 
trocha.  A  los  diez  minutos  de  pasado  el  caño  entramos  en 
un  camino  espacioso,  como  de  tres  metros  de  ancho  y  per- 
fectamente limpio.  Se  nos  antojó  un  paseo  de  San  Loren- 
zo. A  los  lados  veíamos  palmeras  tronchadas,  restos  de 
embarcaciones,  algunas  tablas  aserradas.  . . .  ¡Oh,  qué  ale- 
gría la  nuéstra!  Seguímos  avanzando,  y  después  de  una 
hora,  el  padre  Bruno,  que  se  me  había  adelantado  un 
poco,  gritó,  diciendo: 

— Padre  Daniel,  yá  se  acaba  la  montaña! 

Efectivamente,  noté  una  claridad  extraordinaria  que 
me  hería  la  vista  acostumbrada  á  la  oscuridad  del  bosque. 

Avanzamos  poco  más,  y  apareció  delante  de  nuestros 
ojos  el  río  Arauca,  explayado,  hermoso,  encantador,  ma- 
jestuoso! No  parecía  realidad  lo  que  estábamos  viendo. 
¿Seríamos  víctimas  de  una  ilusión,  de  un  sueño?... 

Gozosos  y  rebosando  alegría  nos  acercámos  á  la  pla- 
ya; y  allí  sin  temores,  sin  recelos,  permanecimos  un  rato, 
aspirando  voluptuosamente  el  aire  fresco  y  puro  que  venía 
del  río!  No  considerábamos,  pobres  ilusos,  que  por  allí 
no  se  veía  un  viviente;  que  no  había  indicios  recientes  de 
la  presencia  de  ningún  racional;  y  (lo  que  era  más  dolo- 
roso) que  allí  terminaba  el  camino!. . .  Sí,  el  camino  des- 
aparecía allí,  sobre  la  playa! 

— Estaremos  perdidos? 

A  esta  pregunta  que  mutuamente  nos  hicimos,  res- 
pondimos con  un  movimiento  maquinal,  echando  una 
ojeada  en  nuestro  derredor. ...  No  vimos  más  caminos 
fuera  del  que  acabábamos  de  recorrer. . . . 

Sin  más  reflexiones,  volvimos  grupas  al  río,,  y  cami- 


-  64  - 


nando  por  la  misma  ruta  que  habíamos  llevado,  encon- 
tramos á  nuestra  izquierda  una  angosta  trocha  que  seguía 
la  misma  dirección  del  río,  agua  abajo,  v  seguímos  por 
ella  con  confianza;  pero  bien  pronto  nos  abandonó  la 
pequeña  esperanza  recobrada,  pues  á  los  diez  minutos  de 
caminar  se  acabó  la  trocha  y  encontramos  un  montón  de 
astillas  y  aserrín.  La  trocha  en  cuestión  había  sido  abier- 
ta para  construir  dentro  del  bosque  un  bongo  ó  canoa  y 
botarlo  después  al  río.  Los  despojos  que  teníamos  presen- 
tes y  lo  trillado  de  la  trocha  eran  muestras  inequívocas 
de  ello. 

Llamamos,  gritamos,  por  si  alguien  había  por  alií 
cerca;  mas  en  vano:  el  eco  de  nuestras  voces  se  perdió  en 
la  inmensidad  de  la  selva!. . . 

Determinamos  entonces  regresar  al  Totitmal;  pudiera 
ser  que  los  guías  viniesen  en  busca  nuéstra!  ¿Y  si  éstos  ha- 
bían pasado  yá,  creyendo  que  nosotros  estábamos  en  San 
Lorenzo?  ¿Y  quién  nos  aseguraba  que  el  caño  en  cuestión 
era  realmente  el  Totumal  y  no  otro  bautizado  por  nos- 
otros con  ese  nombre? 

Nos  dirigimos  al  Totumal  (llamémosle  así),  retroce- 
diendo legua  y  media  de  camino.  ¿No  podrían  pasar  aún 
los  peones? 

Entretanto!  la  noche  avanzaba  con  su  cortejo  de  lú- 
gubres fantasmas!..  .  Eran  las  siete  de  la  noche. 

Y  llegamos  al  Totumal.  ...  y  nos  convencimos  de  que 
nuestra  pérdida  era  evidente;  pero,  sin  haber  perdido  to- 
talmente la  esperanza,  convinimos  en  que  el  padre  Bruno 
se  quedara  en  el  caño,  buscando  el  camino,  mientras  yo 
llevaba  las  bestias  á  la  playa  y  apagaba  la  sed  que  me  de- 
voraba. 

Nos  separamos  con  profunda  tristeza. 

Después  de  hora  y  media,  amarradas  las  bestias,  re- 
gresaba al  encuentro  del  compañero  con  una  vela  en  la 
una  mano,  en  la  otra  el  machete  y  chorreando  sudor  por 
todos  los  poros  de  mi  cuerpo.  Al  rato  me  encontré  con 


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el  padre  Bruno  que  venía  en  la  misma  actitud  que  yo, 
pero  más  abatido,  sin  esperanzas. 

— De  manera  que  estamos  perdidos?  dije  yo,  rom- 
piendo el  silencio. 

— Al  menos  por  esta  noche.  . . .  murmuró  el  padre 
Bruno. 

No  había  más  que  preguntar.  Tristes  y  pensativos  re- 
gresamos á  la  playa,  donde  al  menos  encontraríamos  agua 
para  beber;  que  no  era  pequeño  regalo  encontrar  agua, 
después  de  todo  un  día  sin  probarla.  En  cuanto  á  alimen- 
tos, no  teníamos  ni  un  pedacito  de  panela,  ni  una  migaja 
de  pan,  absolutamente  nada;  Ja  confianza  que  habíamos 
abrigado  de  llegar  presto  á  Arauquita  no  nos  dejó  tomar 
esta'precaución;  todo  el  matalotaje  lo  llevaban  los  peones. 

Llegámcs  al  río  Arauca,  pero  su  belleza,  sus  encan- 
tos habían  desaparecido  para  nosotros.  A  un  día,  cuyo 
sol  esplendoroso  alegraba  nuestros  corazones,  había  suce- 
dido una  noche  oscura,  lúgubre! ...  Allá,  en  el  horizonte, 
á  intervalos  isócronos,  veíase  el  instantáneo,  siniestro  ful- 
gor del  relámpago  que  anunciaba  quizá  próxima  tormen- 
ta; mas  aquí,  el  monótono  chirrido  de  mil  insectos,  sólo 
interrumpido  por  el  ronquido  de  las  fieras;  el  río,  cuyas 
aguas  eran  agitadas  fuertemente  por  saurios  y  cetáceos, 
parecíanos  triste,  melancólico.  . .  .  con  la  misma  tristeza  y 
la  misma  melancolía  que  quería  apoderarse  de  nosotros! 

Quisimos  beber  agua;  pero  un  profundo  barranco  de 
movediza  arena  se  oponía  á  nuestros  deseos.  Una  idea 
salvadora  se  nos  ocurrió  entonces:  á  un  palo  largo  con 
una  cuerdecita,  á  guisa  de  caña  de  pescar,  podíamos  ama- 
rrar una  taza  que  casualmente  hallé  en  la  montura.  Parece 
que  la  suerte  nos  perseguía;  en  mala  hora  tomé  con  mis 
manos  un  palo  santo  (iriplaris  noli  tangerc),  y  vi  mis  manos 
acribilladas  por  venenosas  hormigas.  Pero,  en  fin,  logra- 
mos beber  agua  y  con  ella  saciamos  el  hambre  y  la  sed. 

Sobre  un  montón  de  palmas  que  había  en  la  playa 
del  río  tendimos  los  bayetones.  Esta  fue  nuestra  cama  en 

5 


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aquella  terrible  noche.  Estábamos  cansados,  rendidos  de 
3  fatiga;  y  para  descansar  era  más  que  suficiente  el  montón 
de  palmas.  Conciliar  el  sueño  era  poco  menos  que  impo- 
sible, cuando  no  peligroso,  á  causa  de  las  muchas  fieras 
que  había  en  el  bosque;  pero  loque  más  nos  preocupaba 
entonces  era  el  trágico  fin  que  por  ventura  nos  estaba  re- 
servado. 

Pusímonos  en  manos  de  la  Divina  Providencia  y  co- 
menzámos  á  organizar  el  plan  de  salvación  para  ponerlo 
en  ejecución  apenas  aclarara  el  día. 

Para  nosotros  era  indudable  que  nos  habíamos  extra- 
viado del  verdadero  camino  en  el  trayecto  que  hay  del  To- 
tümal  al  río;  había,  pues,  que  buscarlo  en  dicho  lugar,  y, 
de  no  dar  con  él,  abriríamos  una  trocha  hacia  donde  sos- 
pechábamos que  quedaba  San  Lorenzo.  Para  todo  esto 
podíamos  disponer  del  viernes  (día  31  de  marzo).  Si  en 
dicho  día  no  salíamos  del  bosque,  construiríamos  el  sába- 
do una  balsa  y  nos  echaríamos  río  abajo,  aunque  se  mu- 
rieran las  bestias.  Dios  nos  ayudaría.  No  podíamos  contar 
con  más  días,  pues  según  nuestro  cálculo,  solamente  po- 
dríamos conservar  las  fuerzas,  sin  comer,  durante  tres 
días. 

Pero  ¿á  qué  seguir  relatando  necedades?  Nunca  aca- 
baría de  contar  cuanto  conversámos  en  aquella  noche  fu- 
nesta. . . . 

Amaneció  el  último  día  del  mes  de  marzo.  El  ciclo 
estaba  encapotado  con  negros  nubarrones;  sólo  por  el 
Oriente  veíanse  algunos  jirones  azulados.  Después  de  des- 
ayunarnos con  agua  fresca  del  río  y  proveernos  de  una 
botella  del  mismo  específico,  montámos  á  caballo  para  ir 
en  busca  de  salvación. 

Llegámos  al  Totumal,  amarramos  las  bestias  á  un  ár- 
bol y  nos  internamos  en  el  bosque,  haciendo  una  trocha. 
Cada  dos  ó  tres  minutos  nos  llamábamos  mutuamente 
para  no  separarnos  demasiado.  Y  allá  estuvimos,  hora  tras 
hora,  sacando  fuerzas  de  donde  no  las  había,  con  el  fin  de 


-  67  - 

abrir  la  trocha  que  considerábamos  salvadora.  ¡Vano  em- 
peño! De  Dios  era  de  quien  debía  venirnos  el  socorro.  A 
cada  paso  encontrábamos  caminos  que  partían  del  que 
á  la  playa  conducía  y  se  internaban  en  la  montaña  para 
desaparecer  luego  en  la  espesura  del  bosque.  Eran  cami- 
nos de  dantas,  jabalíes,  tigres. ...  de  cualquier  cosa  po- 
dían ser  menos  de  seres  humanos!  Yo  (confieso  mi  peca- 
do) casi  llegué  á  peider  las  esperanzas  de  salir  de  Bañan 
día  con  vida. 

Agotadas  mis  fuerzas  con  el  dale  que  le  darás  al  ma- 
chete, me  había  sentado  á  reposar  un  poco  sobre  el  tron- 
co de  un  árbol  cuando  sentí  la  voz  de  mi  compañero  de 
infortunio  que  me  gritaba  con  voces,  al  parecer,  impreg- 
nadas de  la  dulzura  de  la  esperanza.  Así  fue,  en  efecto:  el 
padre  Bruno  me  anunciaba  que  había  encontrado  el  ca» 
mino,  y  que  sin  demora  debíamos  ir  á  montar  á  caballo 
para  seguir  hasta  San  Lorenzo.  Así  lo  hizo  él  y  mientras 
que  yo,  aún  incrédulo,  recorrí  buena  parte  de  la  trocha 
descubierta,  hasta  que  me  convencí  plenamente  de  que 
era  en  realidad  la  trocha  real. 

Y  corrí  en  derechura  al  Totuma!;  y  allí  no  solamen- 
te hallé  á  mi  querido  padre  Bruno,  sino  también  á  los  dos 
indios  macaguanes,  quienes,  activos  y  solícitos,  estaban 
preparándonos  café,  al  rededor  de  una  gran  fogata!  

Cesó  nuestra  tristeza;  se  acabaron  nuestros  temores; 
mi  corazón  y  mis  labios  bendijeron  á  Dios  por  el  insigne 
beneficio  que  acababa  de  concedernos! 

La  gran  selva  de  Banadía,  que  por  un  día  había  sido 
para  jiosotros  sitio  horroroso  de  tormento,  instrumento 
de  cruel  martirio,  recobró  de  nuevo  su  gentil  belleza,  sus 
primorosos  encantos;  el  penetrante  chirrido  de  los  insec- 
tos, el  variado  cantar  de  las  aves,  el  grito  salvaje  de  las 
fieras  resonaba  otra  vez  en  nuestros  oídos  como  música 
agradable  y  embriagadora;  poco  antes  nos  parecían  lamen- 
tos por  nuestro  infortunio  


—  68  — 


Pero  todos  estos  encantos,  todas  estas  bellezas,  todos 
los  atractivos  de  la  montaña  teníamos  que  abandonarlos, 
porque  el  sol  avanzaba  rápidamente  hacia  su  ocaso,  como 
si  huyera  perseguido  por  la  tempestad  avasalladora  que,  á 
paso  de  gigante,  venía  por  la  selva.  . . . 

Al  entrar  nosotros  en  San  Lorenzo,  oímos  las  prime- 
ras detonaciones  que  repercutían  mil  y  mil  veces  en  la  in- 
mensidad de  Banadía;  sintióse  después  el  huracán  que 
volaba  haciendo  crujir  y  derribando  con  ensordecedor  es- 
truendo los  árboles  seculares. ...  y  finalmente,  llegó  la  llu- 
via que  comenzó  á  caer  en  gotas  gruesas,  pesadas  como 
plomo,  gotas  que  pronto  se  transformaron  en  torren- 
tes. . .  . 

CAPITULO  X 

Resumen:  D.  Valentín  de  los  Santos — San  Lorenzo — Su  historia  y 
agricultura — Arauquita — Feracidad  de  sus  terrenos — Una  orgía 
presidida  por  D.  Valentín  de  los  Santos — Siete  días  de  reclusión — 
Indios  goahivos — Causas  de  su  longevidad  y  de  no  tener  barba — 
Sus  pueblos,  su  carácter  y  su  vida. 

De  seguro  que  nunca  se  imaginó  D.  Valentín  de  los 
Santos  que  había  de  comenzar  yo  el  presente  capítulo  ha- 
blando de  su  interesante  y  simpática  .figura.  Es  D.  Valen- 
^  Cn  Or*^*-  tí n  un  sujeto  de  unos  sesenta  años,  mediano  de  cuerpo, 

cenceño,  tez  morena,  ojos  lacrimosos  á  la  vez  que  pica- 
rescos, narices  algo  más  deprimidas  de  lo  que  se  gasta  co- 
múnmente, boca  rasgada,  barba  y  bigote  escasos  y  rucios, 
parecían  éstos  «un  rastrojo  mal  quemado,»  según  expre- 
sión gráfica  del  mismo  D.  Valentín.  No  haré  su  retrato 
moral,  porque  no  me  siento  con  aptitudes  para  tamaña 
empresa;  pero  sí  anotaré,  para  la  clara  inteligencia  de  lo 
que  voy  á  narrar,  que  el  señor  de  los  Santos  no  tiene  pa- 
rientes, ni  casa,  ni  propiedad  alguna;  nadie  sabe  de  dón- 
de viene  ni  á  dónde  va. 

Este  señor,  tál  como  se  lo  figuren  los  lectores,  se  coló 
en  nuestra  posada  tan  pronto  como  amainó  el  temporal, 


-  69  - 


con  el  único  objeto,  según  afirmó,  de  ponerse  á  la  or- 
den. . . . 

Aunque  no  teníamos  maldita  la  gana  de  oír  historias, 
comenzó  por  referirnos  la  suya  propia,  diciéndonos  por 
remate  de  ella  que  había  sido  antiguamente  mayordomo 
del  templo  de  San  Lorenzo  «por  el  Gobierno  Nacional,» 
empleo  que  actualmente  ejercía  por  el  santo  Obispo  de 
Casanare;  que  si  no  lo  creíamos,  podíamos  averiguarlo  en 
el  Libro  de  Defunciones  de  Arauca,  donde  estaba  refundi- 
do su  nombramiento.  Añadió  D.  Valentín  que,  en  virtud 
de  ta!  nombramiento,  era  solicitado  con  frecuencia  por. 
todos  los  vecinos  de  Arauquita  para  rezar  en  los  velorios; 
quién  sabe  si  este  oficio  será  giieno;  prosiguió  picaramente, 
rascándose  detrás  de  la  oreja  derecha.  Y  viendo  que  nos- 
otros hacíamos  oídos  de  mercader,  continuó  diciendo: 

— También  vengo  á  entregar  á  mis  superiores  la  vave 
del  templo. 

— ¿Encontraremos  en  el  templo  lo  necesario  para  de- 
cir misa? 

— ¡Gua!  ¡cómo  no,  mi  ceñó  cura!  lo  que  farta  es  mo- 
nigote para  contestar  al  cura,  porque  yo  tengo  que  largar- 
me esta  noche  con  los  santicos  y  las  campanas  para  rezar 
en  un  velorio. 

— ¿Y  dónde  es  el  velorio,  muy  lejos? 

—No,  ceñó  Cura;  aquí  no  más,  alantico  del  Guafar. 

—  Pero,  D.  Valentín,  ¿cómo  se  va  á  llevar  usted  los 
santos  y  las  campanas,  teniendo  que  celebrar  nosotros 
misa  mañana  temprano? 

— Ah,  no!  yo  siempre  á  la  orden  de  mis  superiores. 

Como  el  templo  estaba  cerquita  de  nuestra  posada, 
nos  dirigimos  á  él,  en  compañía  de  D.  Valentín,  después 
de  habernos  obsequiado  el  patrón  con  una  totuma  de  vino 
de  palma. 

El  tan  cacareado  templo  es  una  capillita  de  palma,  en 
cuyo  recinto  no  hay  otra  cosa  que  dos  imágenes  sin  facha 
de  nada  (los  santicos  de  D.  Valentín),  y  dos  campanillas. 


—  7°  — 

Aseamos  el  local  cuanto  fue  posible,  para  rezar  el  santo 
Rosario  y  regresamos  á  la  posada  sin  sospechar  siquiera 
la  partida  que  nos  iba  á  jugar  D.  Valentín;  y  fue  que,  en 
vez  de  irse  por  el  caserío,  tocando  las  Campanillas  para 
que  concurriese  la  gente  á  la  capilla,  como  habíamos  con- 
venido, cogió  lossanticos  y  las  campanillas  y  se  largó  con 
ellos,  embarcado  en  una  canoa  que  tenía  preparada  en  el 
río. . . . 

Luego  nos  encontraremos  inesperadamente  con  él 
muy  picaro  de  D.  Valentín  v  se  acabará  esta  verídica  his- 
toria. 

Entretanto,  bueno  será  ir  anotando  lo  poco  que  se 
me  ocurre  decir  sobre  San  Lorenzo. 

Parece  que  este  pueblo  fue  fundado  por  los  indios  de 
Cuiloto.  Al  extinguirse  las  misiones,  á  principios  del  siglo 
XIX,  se  refugiaron  los  indios  en  la  montaña  de  Banadía  y 
ribera  del  Antuca,  trayendo  consigo  las  campanas,  ara, 
custodia  y  dos  cálices  (que  todavía  deben  de  conservarse  en 
el  pueblo),  más  la  imagen  de  San  Lorenzo  y  algunos  or- 
namentos sagrados;  pero  éstos  se  destruyeron  con  otras 
cosas  en  los  dos  incendios  que  sufrió  el  pueblo,  causados 
por  los  indios  de  Cuiloto,  que  querían  llevarse  las  campa- 
nas é  imagen. 

Extendióse  poco  á  poco  el  pueblo  por  la  ribera  del 
río  y  vino  á  formarse  el  agregado  de  vecindarios  llamado 
Arauquita. 

San  Lorenzo  apenas  tiene  doce  ó  quince  casas  con 
unos  sesenta  habitantes  que  viven  de  la  agricultura,  si 
tal  nombre  merece  el  arrojar  perezosamente  á  la  madre 
tierra  un  puñado  de  semillas  para  recoger  luego  abundan- 
te cosecha.  Plátanos,  maíz,  yuca,  arroz,  caña  dulce,  san- 
días, melones,  piñas,  aguacates,  mangos,  cocos  y  otros  mil 
diferentes  productos  crecen  en  esta  sección  de  Arauquita, 
de  un  modo  maravilloso.  Sin  embargo,  ninguno  de  estos 
frutos  son  explotados  en  grande  escala,  fuera  de  la  caña  de 
azúcar,  de  la  cual  hay  una  pequeña  hacienda  en  las  afueras 


—  7i  — 


■del  vecindario.  En  la  orilla  opuesta  del  río  Aranca  (territo- 
rio de  Venezuela)  se  divisan  algunas  casitas  tan  mezquinas 
como  las  ele  San  Lorenzo. 

Al  día  siguiente  de  nuestra  llegada,  nos  despedímos 
de  nuestros  fieles  compañeros  de  viaje,  los  indios  maca- 
güanes,  quienes  estaban  locos  por  volverse  á  su  tierra,  y 
emprendimos  la  jornada  por  toda  la  ribera  del  Arauca. 
Todo  el  trayecto  que  íbamos  á  recorrer  en  este  día  (unas 
tres  ó  cuatro  leguas)  es  lo  que  se  llama  Arauquita.  Después 
de  franquear  la  pequeña  montaña  que  separa  á  San  Loren- 
zo del  resto  de  Arauquita,  pasamos  de  largo  por  el  caserío 
del  Guafal,  algo  más  poblado  que  el  anterior.  Aquí  mejora 
grandemente  el  aspecto  pintoresco  de  la  afamada  Arauqui- 
ta: ve  nos  por  primer^  vez  grandes  plantaciones  de  caña  y 
de  plátanos  de  todas  variedades  conocidas,  extensos  bos- 
ques del  tlieobromn  cacao,  que  ostenta  sus  troncos  cuaja- 
dos de  ricas  mazorcas;  esbeltas  palmeras  de  cuyas  copas 
penden  hacinados  los  sabrosos  cocos;  los  cacaotales  están 
protegidos  de  los  ardientes  rayos  solares  por  árboles  gi- 
gantescos, como  el  algarrobo  (hytncuea  courbaril),  el  cei- 
bo (bombax  ceiba),  el  balso  (ochroina  tomientosum),  etc. 
etc.  Razón  tuvo  el  ingeniero  Sr.  Brisson  para  estampar  1 


en  su  libro  Casanare  que  «en  catorce  años  que  hacía 


viajaba  en  Sur  América,  raramente  había  hallado  un  lugar 
tan  feraz  y  admirable  en  cuanto  á  la  producción  del  suelo, 
como  Arauquita. »  Me  admiré  de  no  ver  plantaciones  de 
café,  artículo  que  se  consume  aquí,  como  en  todo  Casana- 
re, en  grande  escala,  y  que  se  consigue  á¡precios  muy  subi- 
dos. Tan  sólo  vimos  un  cafetal  que,  por  cierto,  producía 
á  sus  dueños  buenos  rendimientos. 

Yá  nos  íbamos  acercando  al  Troncal.  El  camino  con- 
tinúa por  entre  una  vieja  plantación  de  cacao.  Sin  perca- 
tarnos de  ello,  nos  extraviámos  un  poco  y  dimos  con  una 
casita  de  la  cual  salían  gritos  como  de  gente  alegre  y  rego- 
•cijada.  No  pasó  mucho  tiempo  sin  que  averiguáramos  la 
causa  del  alboroto,  pues  al  entrar  en  el  patio,  que  parecía 


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un  bello  jardín  por  la  multitud  y  variedad  de  las  flores  que 
en  él  había,  topámos  con. . . .  D.  Valentín  de  los  Santos, 
el  cual,  poco  menos  que  en  guayuco  y  liada  la  cabeza  con 
un  gran  pañuelo  de  colores,  á  manera  de  turbante,  estaba 
haciendo  grotescas  ceremonias  delante  de  los  santicos. . . . 
— Buenas  tardes,  D.  Valentín!. . . 
Ni  la  explosión  de  una  bomba  de  dinamita  hubiera 
producido  efectos  tan  desastrosos  en  nuestro  amigo.  D.  Va- 
lentín quedó  pasmado,  pero  recobrado  luégo  del  susto, 
emprendió  rápida  carrera  y  se  ocultó  en  el  vecino  cañave- 
ral. Acercámonos  á  la  casa  para  preguntar  por  el  camino, 
pero  no  obtuvimos  contestación  satisfactoria;  allí  no  había 
más  que  cuatro  ó  seis  beodos  que  estaban  echando  cuarte- 
tos á  un  garrafón  de  aguardiente.  Por  fortuna  no  nos  costó 
gran  trabajo  dar  con  el  camino,  y  continuámos  por  la  ori- 
lla del  río.  La  ribera  venezolana  está  casi  totalmente  incul- 
ta; sólo  vimos  dos  pequeños  caseríos,  Santa  Rosa  y  La 
Victoria;  y  aun  en  la  colombiana,  la  zona  cultivada  es  muy 
pequeña  proporcionalmente  á  los  terrenos  baldíos. 

Después  de  trotar  durante  una  hora,  llegamos  á  la  úl- 
tima importante  hacienda  de  Arauquita,  fin  de  nuestra 
jornada.  D.  Luis  Bageón,  dueño  de  la  expresada  finca,  nos 
recibió  con  exquisita  amabilidad,  dándonos  hospedaje  en 
su  propia  casa. 

Nunca  podré  olvidarlos  siete  días  mortales  que  hubi- 
mos de  permanecer  en  este  sitio  de  Arauquita,  no  obstante 
que  el  Sr.  Bageón  nos  trató  con  todo  género  de  atencio- 
nes é  hizo  cuanto  en  su  mano  estaba  para  hacernos  lleva- 
dera, yá  que  no  grata,  nuestra  permanencia  en  su  casa:  la 
vida  á  que  forzosamente  hay  que  hacerse  en  Arauquita,  así 
como  en  el  resto  de  Casanare,  una  vez  que  entra  la  esta- 
ción de  las  lluvias,  no  es  vida  para  los  pobres  guates  que, 
como  nosotros,  no  están  familiarizados  con  el  uso  del 
chinchorro. ...  Y  con  toda  verdad,  que  eso  de  estar  veinti- 
cuatro horas  por  día  embutido  en  ese  nido  de  la  pereza, 
para  los  que  no  han  nacido  llaneros  no  es  cosa  de  tomar- 


lá  en  un  sorbo. ...  ¡  Y  vaya  usted  á  decirles  á  esta  gente 
que  «en  esta  vida  caduca,  el  qué  no  trabaja  no  manduca!» 

Alguna  distracción  nos  proporcionó  la  visita  á  la  en- 
ramada donde  se  beneficia  la  caña  para  la  fabricación  del 
aguardiente.  El  local  es  amplio  y  bien  ventilado;  hay  eñ  él 
dos  trapiches,  uno  de  madera  y  otro  de  hierro,  con  todos 
los  accesorios  que  requiere  la  fabricación  del'  asqueroso 
brebaje  que  por  aquí  llaman  claro  (a.  aguardiente). 

También  matámos  algún  ratico  recorriendo  los  fron- 
dosos platanales  de  la  hacienda;  pero  lo  que  verdadera- 
mente fue  para  nosotros  un  pequeño  paréntesis  en  la 
vida  monótona  que  llevábamos  en  Arauquita  fue  la  visita 
con  que  nos  agraciaron  los  habitantes  de  las  selvas  casa- 
nareñas,  los  indios  goahivos. . . . 

No  se  borrará  jamás  de  mi  memoria  el  recuerdo  de 
aquella  mañana  en  que  los  vi  por  vez  primera.  Tras  una 
noche  borrascosa  amaneció  un  día  espléndido,  cuyo  sol 
enviaba  raudales  de  luz  sobre  la  playa  de  blanca  y  menu- 
da arena  que  teníamos  enfrente  de  nuestra  casa.  Allá,  en 
esa  playa,  estaban  los  infelices  nómadas:  unos  se  mecían 
blandamente  en  el  chinchorro;  otros,  tendidos  en  el  suelo, 
se  cubrían  el  cuerpo  con  fresca  arena;  quién  componía 
el  arco  ó  afilaba  las  flechas;  quién  saltaba  á  la  insegura 
canoa  para  lanzarse  quizá  al  río  en  busca  del  sustento. . . . 

Como  alguien  les  diera  á  entender  que  allí  habían  lle- 
gado padres  misioneros,  volaron  todos  á  pedirnos  corotos, 
esto  es,  baratijas. 

La  impresión  que  me  causó  el  ver  junto  á  mí  aque- 
llas criaturas  de  Dios,  en  la  misma  forma  en  que  El  los 
echara  al  mundo,  no  es  para  descrita;  tanto  hombres  como 
mujeres  llevaban;  únicamente  el  primitivo  guayuco  ó  tapa- 
rrabos de  fibras  de  palmera.  Nunca  me  imaginé  que  esta 
pobre  gente  anduviera  así,  tan  en  cueros  vivos. . . .  Entonces 
me  expliqué  que  aquel  buen  Hermano,  recién  venido  de 
España  á  estas  misiones  de  Casanare,  se  alarmara  al  ver- 
los de  esta  traza  y  les  increpase  diciéndoles  con  la  mayor 


candidez:  «Indecentes!  no  os  presentéis  así  delante  de  mí; 
marchaos  de  aquí,  y  poneos  siquiera  los  calzones! ... » 
Entonces  comprendí  la  razón  que  asistía  al  padre  Cassani 
al  asegurar  que  el  vestido  de  los  indios  casanareños « para 
el  abrigo  es  ninguno;  para  la  decencia  y  para  el  trabajo, 
muy  impertinente. ...» 

En  general,  son  los  goahivos  bien  formados,  de  esta- 
tura regular  y  constitución  robusta;  tienen  el  cabello  cres- 
po, barba  rala,  narices  chatas,  y  en  general  todos  los  ca- 
racteres de  la  raza  americana.  Había  dos  indios  y  cuatro 
indias  pintorrajeadas  de  colores  vivos,  queriendo  imitar 
sin  duda  el  tatuaje.  Fuera  de  un  viejo  panzudo,  de  piel 
arrugada,  que  podría  tener  sus  ochenta  inviernos,  eran  to- 
dos jóvenes;  los  niños  y  niñas  no  pasaban  de  una  docena. 
Si  el  historiador  Fray  Pedro  Simón  hubiera  vivido  en  nues- 
tros días,  de  seguro)  que  no  perdiera  el  tiempo  en  investigar 
lacuisa  de  la  longevidad  de  los  indígenas.  Su  razona- 
miento es  sustancioso;  pero  hay  que  convenir  en  que  no 
solamente  por  comer  cazabe  y  hormigas  culonas  vivían  los 
indios  larga  vida.  Dice  así  el  autor  nombrado:  «Comen 
los  indios  casi  exclusivamente  cazabe,  el  cual  mezclan  para 
que  tome  gusto,  con  unas  hormigas  gruesas,  aludas,  tosta- 
das_en  unas  cazuelas  de  barro,  con  que  pasan  su  vida 
hasta  llegar  á"  los  cien  años.  Con  que  podemos  advertir 
cuántos  quitan  de  los  nuestros  las  varias  invenciones  de 
potajes  y  comidas  compuestas  que  ha  inventado  la  madre 
gula,  madre  de  tantos  hijos,  y  madrastra  de  nuestra  salud 
y  vida,  pues  tánto  nos  la  cercena,  gastándola  y  fatigándola 
con  tan  grasientos  comistrajes,  pues  sólo  el  simple  manjar 
de  unas  raíces  y  hormigas  les  acrecienta  un  año  sobre 
otro  á  estos  pobres  indios  hasta  llegar  á  más  de  ciento,  y 
al  cabo  unieren  sin  enfermedades. »  Oh  témpora!  Ahora 
comen  los  indios  (y  otros  muchos  que  no  son  indios)  ca- 
zabe y  hormigas,  y  ninguno  se  hace  viejo....  Oh  tém- 
pora ! 

El  mismo  historiador  también  da  la  razón  por  qué  los 


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indios  no  tienen  barba.  Dice  que  los  autores  lo  explican 
de  diferente  modo,  pero  que,  á  juicio  suyo,  la  más  funda- 
da es  ésta:  cque  desde  muy  antiguo  han  ido  dando  en  en- 
fadarse de  ver  junto  á  la  boca  aquellos  estorbos  de  pelos 
y  se  los  iban  arrancando. .  . .  ;  y  como  poco  á  poco  se  han 
ido  vertiendo  la  naturaleza,  de  unos  en  otros,  yá  no  tiene 
fuerza  para  producir  barbas.»  Y  poco  después  añade: 
«  Podemos  traer  de  símile  el  de  los  perros  perdigueros,  que 
de  habérseles  cortado  á  muchos  las  colas,  de  quien  ellos 
han  venido  á  nacer,  yá  nacen  sin  ellas.»  Lo  cual  es  cuan- 
to decirse  puede  á  este  respecto. 

Volviendo  á  la  visita  de  los  indios,  agregaré  que  D. 
Luis  Bageón  nos  presentó  al  capitán  de  la  tribu,  único 
que  hablaba  el  castellano,  quien,  después  de  saludarnos  á 
lo  indio,  ordenó  á  su  gente  que  nos  pidiera  la  bendición, 
lo  que  hicieron  todos  en  el  acto,  arrodillándose  y  juntan- 
do las  manos.  Y  corno  si  el  haberles  bendecido  fuese  una 
autorización  para  que  pudiesen  pedir  mercedes,  comenza- 
ron á  menudear  las  peticiones  de  corotos.  Unos  se  conten- 
taban simplemente  con  corotos;  otros  pedían  camisón; 
quién,  tabaco,  y  no  faltó  quien  se  atreviera  á  pedirnos 
u\w_cabaya,  esto  es,  una  de  las  bestias  en  que  habíamos 
llegado  montados  á  Arauquita! 

Dij írnosle  al  capitán  que  en  otra  ocasión- volveríamos 
á  visitarlos  y  les  traeríamos  una  corotcría,  pero  que  entre- 
tanto nada  teníamos  que  darles.  Ignoro  si  el  capitán  nos 
comprendió;  ello  es  que  todos  se  dirigieron  en  tropel  á 
casa  cié  D.  Luis  y  en  medio  del  mayor  regocijo  comenza- 
ron á  desliar  las  maletas  de  nuestro  equipaje  que  yacían 
en  el  corredor.  Al  fin  les  ofrecimos  un  poco  de  tabaco  y 
alguna  otra  cosilla  que  hallamos  á  mano  y  logramos  que 
se  apaciguaran  un  tantico.  <íCuñao,  me  dijo  el  capitán  al 
despedirse,  en  el  verano  llevándote  éste  una  danta.» 

Mientras  esto  acontecía,  la  crecida  del  río  Arauca, 
avivada  por  las  últimas  lluvias,  aumentaba  por  instantes; 
y  est<>  fue  la  causa  de  que  los  indios  nos  dejaran  tranqui- 


los.  E:i  la  playa,  que  las  aguas  iban  ocultando  acelerada- 
mente, tenían  lo  que  ellos  llamaban  su  pueblo  (es  decir, 
unos  ochenta  palos  clavados  en  el  suelo,  los  cuales  servían 
para  amarrar  las  canoas  y  guindar  los  chinchorros),  y  se 
fueron  corriendo  á  recoger  los  palos  y  fundar  el  pueblo 
en  otra  parte. 

Como  algún  día,  Dios  mediante,  han  de  ser  los  indios 
objeto  de  un  estudio  especial,  voy  á  terminar  estos  apun- 
tes con  la  siguiente  loa  que  de  los  goahivos  hizo  el  padre 
Rivero:  «No  se  ha  hallado  en  esta  América  gente  más 
parecida  á  los  gitanos  de  España.  Andan  en  antes  y  vaga- 
bundos, y  por  eso  no  benefician  tierras  ni  hacen  labran- 
zas. Por  esta  razón  son  insignes  y  contumaces  ladro- 
nes. ...  No_se_  han  descubierto  hasta  ahora  gentes  más 
pedigüeñas,  ni  talentos  más  escogidos  de  limosneros  en 
todo  el  orbe.  Todo  lo  han  de  pedir,  y,  si  se  les  comienza 
á  dar,  han  de  estar  pidiendo  hasta  el  fin  del  mundo.  .  . . 
Todas  las  sabanas,  los  montes  y  las  orillas  de  los  ríos  son 
sus  pueblos,  su  ciudad,  su  despensa  y  sus  bienes  patrimo- 
niales; andan  de  sabana  en  sabana,  de  palmar  en  palmar 
buscando  frutas  y  mariscos.» 

.     CAPITULO  XI 

Resumen:  Caminos  de  Arauquita  á  Arauca— Peripecias  del  embarque. 
Humoradas  del  patrón  Fandiño — Todos  Santos — El  cazabe. 

« Hemos  llegado  á  Arauquita  esperanzados  de  poder 
continuar  á  caballo  hasta  Arauca,  termino  de  nuestro  pe- 
sado viaje.  No  nos  faltaba  motivo  para  abrigar  esta  espe- 
ranza, porque  además  de  constarnos  ciertamente  haber 
existido  años  atrás  un  camino  terrestre  construido  para 
traer  ganado  á  este  rincón  de  Casanare  (camino  por  don- 
de pasó  el  General  Uribe  con  su  gente  en  la  última  lucha 
fratricida),  habíannos  asegurado  en  algunos  pueblos  del 
tránsito  que  el  camino  en  cuestión  era  todavía  transitable 
en  verano,  si  bien  muy  peligroso  por  estar  expuesto  á  las. 


—  77  - 

acometidas  de  los  indios  cairas  que  demoran  en  esos  la- 
dos. Mas  acaba  de  manifestarnos  D.  Luis  que  la  tal  vía 
ha  dejado  de  sc-rlo,  y  sólo  aventurándose  á  gravísimas 
contingencias  es  como  lian  transitado  por  ella  contadas 
personas.  Añádase  que  la  crecida  del  rio  ha  podido  inun- 
dar gran  parte  de  la  sabana,  imposibilitando  así  todo  viaje 
por  tierra.  Desistimos,  pues,  de  hacer  el  viaje  como  tenía- 
mos pensado  y  aceptámos  el  generoso  ofrecimiento,  que 
nos  ha  hecho  el  Sr.  Bageón,  de  pasaje  gratuito  en  una 
canoa  de  su  propiedad,  la  cual  canoa  partirá  el  miércoles, 
Dios  mediante.  En  tal  virtud,  nos  demoraremos  en  Arau- 
quita. . .  .  cuatro  días.  Dios  nos  dé  paciencia.» 

Así  escribí  en  mi  cartera,  alarmado  con  tan  intem- 
pestiva detención  en  Arauquita.  Y  tratábase  no  más  que  de 
cuatro  días!  De  haber  olido  entonces  que  los  días  estos 
habíanse  de  convertir  en  seis  prolijos;  quién  sabe  si  al  fin 
nos  hubiéramos  decidido  á  probar  fortuna  por  las  sabanas 
de  los  cuivas!  Al  menos  no  fuéramos  víctimas  de  esa  fiebre 
que  avasalla  y  devora  al  viajero  cuando  es  neciamente  de- 
enido  al  tocar  al  fin  de  su  viaje. 

Amaneció  el  lunes,  y  con  harta  complacencia  nuéstra 
vimos  al  patrón  de  la  canoa,  quien  venía  no  en  verdad 
para  emprender  viaje,  sino  á  fin  de  calafatear  la  embarca- 
ción que,  de  puro  vieja,  agua  hacía. 

El  martes  trascurrió  en  )a  misma  faena  de  calafateo. 

El  miércoles. . .  .  debiéramos  haber  salido,  pero  me- 
nester era  preparar  el  cargamento  de  la  canoa,  consistente 
en  unos  ochenta  garrafones  de  aguardiente.  Comenzóse  á 
cargar  muy  tarde,  y,  con  todo,  insistía  el  patrón  en  que  sal- 
dríamos ese  mismo  día,  afirmación  que  sostuvo  el  muy  la- 
dino hasta  que  el  sol  se  hundió  en  los  abismos  del  Occiden- 
te, pues  entonces  declaró  con  pasmosa  indiferencia  que  em- 
prenderíamos viaje  al  día  siguiente. 

Pero  aconteció  el  jueves  que  por  querer  el  patrón  hacer 
en  una  hora  lo  que  no  pudo  (ó  no  quiso)  realizar  en  veinti- 
cuatro, rompió  una  vasija  del  espirituoso  líquido  y  le  cayó 


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no  poca  cantidad  de  éste  (acaso  involuntariamente)  dentro 
del  estómago!...  Lo  cierto  es  que  se  aplazó  la  marcha 
hasta  el  viernes, 

Las  cinco  de  la  mañana  del  dicho  día  serían  cuando, 
después  de  tomar  el  obligado  café  cerrero,  nos  aproximá- 
mos  á  la  vera  del  río,  donde  estaba  la  embarcación,  dispues- 
tos á  no  abandonarla  mientras  permaneciésemos  en  Arau- 
quita.  Ya  á  bordo,  escribí  en  la  cartera:  «¿Saldremos 
hoy?»  Y  después  agregué:  «  Yá  llevamos  más  de  dos  horas 
esperando,  y  Fandiño  (así  se  llamaba  el  cachazudo  patrón) 
no  parece  por  ningún  lado.»  Quien  pareció  fue  don  Luis 
diciéndonos  que  no  consentiría  que  saliéramos  sin  antes 
desayunar,  pues  aun  dado  caso  que  nuestra  partida  fuese 
á  las  diez,  daríamos  á  Todos-Santos  antes  de  anochecer. 

Por  mera  cortesía  condescendimos  con  el  Sr.  Bageón, 
que  bien  sabe  Dios  que  el  trasnochado  desayuno  aquel 
sirvió  tan  sólo  para  acrecentar  la  bilis  que  tan  á  mal  traer 
nos  traía!  No  se  ahogaron  aquí  nuestras  malaventuras: 
cuando  pasajeros  y  bogas  nos  dirigíamos  á  paso  tirado  ha- 
cia la  canoa,  salió  de  la  hacienda  uno  de  los  perros  bravos, 
y,  arremetiendo  furioso  contra  un  boga,  le  arrancó  de  un 
mordisco  un  pedazo  de  pantorrilla. 

No  sigo  comentando  las  peripecias  del  embarque  por- 
que me  duelen  aún  como  si  estuviera  en  Arauquit  i;  aña- 
diré á  lo  dicho  que,  no  sin  trabajo,  pudimos  conseguir  de 
otro  goahivo  que  sustituyera  al  herido.  Al  fin  nos  acó  no- 
dámos  en  la  canoa,  la  cual,  apenas  hubo  pronunciado  Fan- 
diño las  imprescindibles  palabras  de  «  ¿con  quién  vainot 
— Con  la  Virgen,  —  vamo,  pue,  con  Dio  y  con  la  Virgen,» 
comenzó  á  deslizarse  mansamente  hacia  el  medio  del  río 
por  los  remos  impulsada.  Bendito  sea  Dios!  Aún  había 
sol  en  las  bardas!.  . .  Quizá  llegáramos  á  Todos-Santos.... 

De  haber  disfrutado  nosotros  en  la  embarcación  de 
cierta  comodidad,  de  algún  desembarazo,  el  viaje  hubiera 
sido  agradable,  delicioso,  porque  agradable  y  delicioso  es 
navegar  por  cualquiera  de  los  ríos  casanareños,  en  cuyas 


riberas  abundan  los  paisajes  silvestres  más  bellos  y  fasci- 
nadores. Mas  esto  no  nos  fue  dado  en  la  ocasión  presente: 
bogábamos  en  inseguía  canoa,  víctimas  de  un  sol  venga- 
dor y  equiparados  á  garrafones  de  aguardiente. 

Gracias  al  patrón  Fandiño  que  con  sus  célebres  hu- 
moradas (ele  que  participan  más  ó  menos  todos  los  llane- 
ros) (i)  nos  haeja  salir  con  frecuencia  del  forzoso  amodo- 
rramiento causado  por  la  quietud  en  que  íbamos.  Y  desde 
luego  que  todos,  ó  casi  todos  sus  chistes  recaían  sobre  lo 
señare  cura,  como  decía  él.  No  bien  divisaba  á  un  cristiano, 
aunque  fuera  á  media  legua  de  distancia,  cuando  soltaba 
el  trapo  con  el  mayor  desparpajo  inquiriendo  si  había  por 
allí  algún  orejano  para  bautizarlo,  porque  él  (Fandiño)  lle- 

(i)  Cierto  critico  que  jamás  puso  ni  pondrá  los  pies  en  Casanare, 
al  hacer  la  crítica  de  la  novela  de  costumbres  casanareñas  escrita  por 
el  P.  Fr.  Pedro  Fabo  bajo  el  título  Doctor  Navascués,  aseguró  categó- 
ricamente que  las  humoradas  de  D.  Eduardo,  uno  de  los  protagonistas 
de  dicha  novela,  cuadraban  mejor  á  un  andaluz  que  á  un  llanero,  por- 
que los  llaneros,  decía,  no  son  chistosos!  ¡Así  se  hace  la  crítica! 

Ni  se  escribe  de  otro  modo  la  historia.  En  una  Memoria  que  escri- 
bió el  Sr.  Uribe  Uribe  sobre  Reducción  de  salvajes,  asegura  el  autor 
entre  otros  muchos  dislates,  que  hay  en  Cisanare  unos  3,000  indios 
tunebos,  sobre  2,000  piapocos  y  unos  15,000  entre  goahivos,  sálivas,  etc. 
Total  de  indios  salvajes  en  Gasanare,  según  el  Sr.  Uribe,  unos  22,000. 
Vuélvase  á  leer  el  Cipílulo  V  de  este  folleto  y  se  verá  lo  inexacto  de 
los  cálculos  del  Sr.  Uribe.  Los  indios  tunebos  no  pasarán  de  300  á  500. 
A  los  2  000  piapocos  del  Sr.  Uribe  hay  que  quitarles  un  cero.  El  total 
de  salvajes  casanareños,  según  las  investigaciones  de  los  PP.  Candela- 
rios que  conocen  á  Casanare  mejor  que  el  Sr.  Uribe,  no  pasará  de  3,000 
ó  4.000  haciendo  un  cálculo  exagerado.  Y  el  Sr.  Uribe  asigna  á  Casa- 
nare unos  22.000  salvajes!  El  censo  total  de  la  población  de  Casanare 
(entre  civilizados  y  salvajes),  apenas  arroja  la  cifra  de  22,000  habitantes. 

Si  los  demás  datos  que  en  su  Memoria  presenta  el  Sr.  Uribe  U. 
para  probar  que  en  Colombia  hay  300,000  (¡ !)  salvajes,  son  tan  verídicos 
como  los  que  adquirió  en  su  rápido  tránsito  por  Casanare,  pueden  los 
señores  miembros  de  la  Academia  de  la  Historia  comenzar  á  escribir 
la  historia  de  Colombia  con  toda  tranquilidad,  apoyados  por  los  datos 
suministrados  por  el  Sr.  Uribe  Uribe.  Entendemos  que  el  Sr.  Uribe  U. 
es  uno  de  esos  miembros.  ¡Así  se  escribe  la  historia! 


vaha  un  bongo  depuro  cura;  ó  bien,  se  contentaba  con 
invitarlo  á  que  bajara  á  la  playa  á  ver  los  Curas  que  ve- 
nían del  reino. 

Sin  más  novedades,  pasó  la  tarde;  el  sol  se  había 
puesto,  y  ni  siquiera  se  veían  señales  de  Todos-Santos. 
Por  evitar  algún  funesto  choque  contra  los  troncos  de  ár- 
boles que  suele  arrastrar  la  corriente  del  río,  hicimos  no- 
tar al  patrón  la  conveniencia  de  saltar  á  tierra  y  pasar  la 
noche  al  sereno;  pero  Fandiño  nos  cerró  la  boca  bien 
pronto  diciéndonos  que  estábamos  tan  cerquita  del  pue- 
blo que  podíamos  oír  rebuznar  á  los  burros.  Eran  las  siete 
menos  cuarto.  No  se  oían  rebuznos,  ni  ruido  alguno  fuera 
del  periódico  é  isócrono  chasquido  de  los  remos,  maneja- 
dos con  sin  igual  maestría  por  los  dos  indios  goahivos. 
Rendidos  de  cansancio  debían  de  ir  los  infelices;  algo 
masque  Fandiño,  el  del  arremangado  brazo,  quien  muy 
repantigado  en  la  popa  de  la  embarcación,  saboreaba  chi- 
mó de  lo  lindo.  En  cuanto  á  nosotros,  excusado  es  decirlo, 
íbamos  hechos  oídos,  conteniendo  hasta  la  propia  respi- 
ración para  que  no  se  perdiera,  si  acaso,  el  eco  de  la  trom- 
petería asnal,  que,  si  alguna  vez  puede  ser  agradable,  lo 
hubiera  sido  indudablemente  en  aquella  coyuntura.  A  las 
siete  y  media  saltábamos  en  tierra. 

No  es  Todos-Santos  un  pueblo  de  agricultores,  como 
Támara;  ni  de  ganaderos,  como  Arauca,  ni  de  comercian- 
tes, como  Orocué;  Todos-Santos  no  tiene  fisonomía  pro- 
pia; es  de  esos  pueblos  que  con  el  andar  de  los  tiempos 
han  llegado  á  tal  punto  de  descomposición  que  difícil  es 
reconocerlos.  Sin  embargo,  de  público  se  dice  que  es  un 
suburbio  de  Arauca,  una  cosa  así  como  receptáculo  de 
cuantos  se  hallan  imposibilitados  para  subvenir  á  los  cre- 
cidos gastos  que  demanda  la  vida  cara  de  Arauca.  Por  lo 
demás,  no  se  ve  movimiento  ninguno,  no  se  nota  vida, 
fuera  del  insignificante  movimiento  y  de  la  efímera  vida 
que  le  da  el  río  que  pasa  lamiendo  las  casas  del  pueblo,  i 
Las  construcciones  son  por  lo  general,  como  en  Arauqui-  1 
ta,  de  palma  y  de  bahareque. 


—  8i  — 


Al  dí;i  siguiente  reanudamos  la  navegación  á  las  nue- 
ve en  punto.  Espléndida  estaba  la  mañana,  pero  la  brisa, 
tan  deseada  por  los  que  navegan  con  velas  como  aborrer 
cible  de  cuantos  carecen  de  ese  adminículo  (adoptado 
taitíbién  en  el  río  Arauca),  comenzó  bien  pronto  á  hacer 
zozobra!-  nuestra  canoa.  Repetidas  veces  intentamos  atra- 
car á  la  orilla,  pero  siempre  sin  éxito  ninguno,  hasta 
que  finalmente  llegamos  á  un  rancho  donde  cierto  buen 
hombre  recogió  la  amarra  que  le  echámos.  Hallábase  ajíí 
mismo  un  bongo  que  á  Arauquita  era  conducido,  con 
cargamento  de  carne  y  cazabe,  según  nos  fue  declarado; 
porque,  francamente,  no  sólo  declaración  pero  juramen- 
to necesitábamos  para  persuadirnos  de  que  los  montones 
aquellos,  medio  blanquecinos,  medio  amarillentos,  sobre 
los  cuales  andaban  sentados  los  bogas,  eran  montones 
descarne  comedera  en  Arauquita  y  en  Arauca,  y  en  mil 
puntos  más  del  llano!  Por  lo  que  al  cazabe  se  refiere,  diré 
que  no  había  visto  yo  en  mi  vida  vianda  semejante.  Ha- 
bíalo oído  ponderar  á  los  indios,  y  no  ignoraba  aquel  di- 
cho de  que  «el  cazabe  á  lo  que  se  moja  sabe,»  pero  con 
todo  confieso  que  me  espantaron  aquellas  tortas  desco- 
munales (que  tocadas  y  gustadas  parecen  de  aserrín  este- 
rilizado) preparadas  con  la  fécula  de  la  manihot  utilissima, 
á  la^cual  se  le  ha  extraído  el  venenoso  ácido  cianhídrico. 

Como  á  eso  de  las  dos  de  la  tarde  hubiese  amainado 
el  viento,  proseguimos  agua  abajo.  Divísanse  algunos  ran- 
chos en  ambas  lipas,  pero  especialmente  en  la  banda  co- 
lombiana; y  aunque  esto  faltare,  los  iluslrísimos  saurianos 
de  terreo  color  y  de  fauces  siempre  abiertas  (de  ellos  so- 
bre la  playa  y  de  ellos  sobre  troncos  medio  podridos), 
hubiérannos  servido  de  sabroso  pasatiempo  en  esta  últi- 
ma etapa  del  viaje.  Merced  á  la  fruición  que  sentíamos  al 
ver  estas  fieras  alimañas,  pasámos  por  la  hacienda  La  Flo- 
rida y  por  ei  vecindario  llamado  El  Tonto  sin  percatar- 
nos de  ello.  A  las  cuatro  de  la  tarde  del  día  5  de  Abril  de 
1905  atracaba  nuestra  canoa  en  el  caño  de  Arauca. 


—  82  — 


CAPITULO  XII 

Resumen  :  Primeros  pobladores  de  Arauca — Las  guerras  de  Venezuela 
aumentan  la  población — Descripción  de  Arauca — Su  importante  co- 
mercio— Rivalidades  entre  Arauca  y  El  Amparo — Carácter  de  los 
araucanos — Idem  de  los  llaneros — Su  religión. 

Por  hombre  de  poco  :seso,  como  soñador  de  sueños 
vanos  hubiérase  reputado  hace  poco  más  de  un  siglo  á 
quien  osara  afirmar  que  aquella  miserable  ranchería  de 
indios  amontonada  en  las  pantanosas  orillas  del  río  Arau- 
ca (mitad  colombianos  y  mitad  de  Venezuela)  llegaría  á 
ser  muy  en  breve  la  población  más  pujante  y  rica  de  los 
Iktnos  colombianos.  Y  ciertamente  que  un  paraje  circun- 
dado la  mayor  parte  del  año  de  inmensos  y  profundos 
pantanos  y  por  ende  aislado  en  absoluto  de  toda  comuni- 
cación y  trato  con  el  mundo  civilizado;  un  punto  perdido 
en  los  confines  de  una  nación  escasísima  entonces  de  ha- 
bitantes, y  la  cual  cuenta  su  extensión  territorial  por  mi- 
llones de  kilómetros  cuadrados;  un  lugar,  digo,  de  esta  na- 
turaleza no  era  ni  es  muy  adecuado  para  exaltar  el  magín 
del  más  fiero  visionario.  Y  no  obstante,  tiénese  como  in- 
discutible que  en  el  último  tercio  del  siglo  dieciocho  co- 
menzó á  afluir  allí  gente  de  toda  laya,  ricos  ganaderos  de 
la  provincia  de  Barinas,  humildes  proletarios  de  Casanare 
y  aun  calculistas  comerciantes  de  países  ultramarinos;  y 
esto  en  términos  tales  que  el  Visitador  eclesiástico  que 
recorrió  aquellos  lugares  en  la  penúltima  década  de  dicho 
siglo,  erigió  en  parroquia  la  naciente  «villa,»  segregándo- 
la  al  efecto  de  las  misiones  capuchinas  de  Cuiloto  (i). 
Aún  predominaba  entonces  en  Arauca  el  elemento  indíge- 

(1)  Felipe  Pérez  (Geogrnf ¡a  de  Colombia)  asegura  que  Arauca  era 
ja  parroquia  el  año  de  1782.  D.  Joaquín  Fernández,  Gobernador  de  los 
Llano?,  en  informe  fechado  en  Morcóte  á  20  de  Febrero  de  1786,  partici- 
pa al  Fiscal  del  regio  tribunal  que  los  nuevos  pobladores  de  Arauca  ha- 
bían conseguido  el  título  de  Viceparroquia.  (Docum.  Inéd,,  Colee. 
Cuervo). 


—  áS- 


na,  pues,  como  puede  verse  en  el  Informe  que  citamos 
■en  la  nota,  se  abogaba  con  empeño  por  la  fundación  con 
gente  blanca.  Pero  cuando  alcanzó  el  desarrollo  en  estas 
latitudes  posible,  cuando  dignamente  mereció  el  pintores- 
co título  de  villa  fue  á  raíz  de  la  llamada  en  Venezuela 
guerra  de  los  siete  años.  El  ilustre  Guzmáji  había  entrado 
triunfante  y  glorioso  en  la  metrópoli  venezolana,  y  empu- 
ñando la  vengadora  tizona  hacía  correr  de  espanto  hasta 
á  los  pacíficos  moradores  de  los  llanos  de  Calabozo.  Este 
acontecimiento  político-militar  (que  en  mayor  ó  menor 
escala  se  repite  eternamente)  no  sólo  determinó  la  forma-  ¿?L^_^ 
ción  definitiva  de  Arauca,  sino  que  aumentó  considera- 
blemente la  menguada  población  de  los  llanos  casanare- 
ños;  notorio  es  que  casi  todos  los  hatos  y  fundaciones 
comprendidos  entre  los  ríos  Arauca  y  Pauto  son  de  gente 
venezolana  refugiada  en  Casanare  durante  aquella  época 
desenconos  políticos.  Desde  entonces  acá  poco  incremen- 
to ha  tenido  la  villa,  pues  los  pocos  habitantes  que  anual- 
mente se  avecinan  en  ella  apenas  cubren  el  número  de  los 
que  mueren  consumidos  por  las  fiebres. 

Ocupa  Arauca  la  ribera  derecha  del  rio  que  le  da  su 
nombre.  Las  grandes  avenidas  de  este  afluente  del  Orino- 
co, que  inundan  las  sabanas  en  una  área  de  muchas  le- 
guas hacen  que  el  clima  sea  malsano  y  enfermizo.  Sus  ca- 
lles son  anchas  y  rectas,  divididas  en  cuadras,  pero  tienen 
el  gravísimo  defecto  de  ser  barridas  más  de  lo  justo  y 
conveniente  por  las  aguas  del  río,  aumentando  así  la  per- 
niciosa asfixiante  humedad  que  tantas  enfermedades  oca- 
siona. Cierto  que  no  todas  las  calles  sufren  este  contra- 
tiempo, pero  tanto  peor;  las  no  inundadas  sirven  de  con- 
fortable majada  á  seiscientas  ó  mil  reses  que  diariamente, 
al  anochecer,  asaltan  la  población  huyendo  coléricas  de 
las  pesadas  bromas  de  tábanos  y  zancudos.  La  villa  está 
dividida  en  dos  porciones  por  un  brazo  del  río  (el  caño) 
por  donde,  en  ciertas  épocas  del  año,  entran  los  bongos 
abarrotados  de  mercaderías  de  Ciudad  Bolívar,  ó  bien  de 


-  84  - 


plátanos  arauquiteños,  hasta  atracar  al  hermoso  puente 
que  ambas  porciones  comunica.  Casi  la  totalidad  de  los 
edificios  son  de  construcción  ligera,  de  horconadura  como 
dicen,  cubiertos  unos  de  zinc,  otros  de  frondes  de  palme- 
ra. Entre  ellos  sobresalen  por  su  importancia:  la  iglesia, 
de  forma  elegante  y  sólida  construcción,  techada  con  lá- 
minas de  hierro  galvanizado  y  recientemente  enriquecida 
con  dos  primorosos  altares  de  cedro  escogido,  cuales  no 
los  hay  en  todo  Casanare,  obra  del  inolvidable  y  ejemplar 
religioso  Hermano  Isidoro;  la  casa  municipal,  cuyo  pavi- 
mento es  de  mármol;  y  finalmente,  el  puente  mencionado, 
también  sólido,  de  madera  incorruptible  y  techado  de  hie- 
rro como  la  casa  municipal.  No  le  falta  su  anchurosa  pla- 
za, aunque  sin  embellecimiento  ninguno.  ¡Qué  bien  que- 
daría en  su  centro  (en  el  de  la  plaza)  la  estatua  del  bene- 
mérito Fernando  Alvarez  de  Acevedo,  que  fue  el  primero 
que  introdujo  en  los  llanos  la  cría  de  ganado!  También 
merece  especial  recuerdo  el  cementerio,  ya  que  no  por  su 
fuerte  cerca  de  alambre  con  púas,  por  estar  en  una  islita 
durante  casi  todo  el  año.  Cuantos  fenecen  en  Arauca  son 
conducidos  en  canoa  ó  bongo  á  su  última  morada!... 
Pero  lo  que  verdaderamente  causa  espanto  en  esta  villa  es 
la  prodigiosa  multitud  de  establecimientos  mercantiles. 
Pasan  de  sesenta  (y  me  quedo  corto),  los  que  se  ven  en  la 
calle  principal.  Los  hay  que  importan  mercancías  por  va- 
lor de  seis  á  ocho  mil  pesos  en  oro  anuales,  pero  por  cada 
uno  de  éstos  existen  diez  ó  doce  tenduchos  de  mala  muer- 
te, cuyos  artículos  vendibles,  expuestos  llanamente  en  gra- 
sicnto mostrador,  se  reducen  á  medio  garrafón  de  aguar- 
diente, tres  docenas  de  plátanos,  dos  libras  y  media  de 
manteca,  media  arroba  de  arroz,  siete  panelas  y  algún 
frasco  de  polvos  de  la  madre  Celestina  (a.  quinina)  para 
vender  por  reales. . . .  sueltos.  Y  lo  más  admirable  consis- 
te en  que  unos  y  otros  (según  de  público  se  dice),  obtie- 
nen razonables  ganancias  con  que  venden  los  artículos  á 
precios  tan  exorbitantes  que  dejan  tamañitos  á  los  más 


-  85  - 


altos  de  toda  la  República.  Algo  dice  en  pro  de  esta  aser 
ción  la  continua  afluencia  de  comerciantes  forasteros  á 
esta  plaza.  En  solos  cuatro  meses  vi  llegar  á  Arauca  cinco 
ó  seis  nuevos  comerciantes  de  algún  lastre,  procedentes  de 
Cuenta  y  San  Cristóbal.  Desde  luego  que  el  principal  re- 
clamoi  que _atrae  á  estas  gentes  es  el  famoso  ganado  arau- 
cano, fuente  inagotable  de  riqueza,  único  venero  explota- 
do (aunque  sea  de  un  modo  imperfecto)  en  estos  llanos. 
Pero  de  esto  se  tratará  en  otro  lugar. 

Pasado  el  hermoso  puente,  y  después  de  caminar 
diez  minutos  por  un  arrastrado  camellón,  hállase  el  famo- 
so río,  manso  y  cristalino  en  verano,  bravo  y  turbulento 
en  invierno.  EiifrenteLdel  otro  lado,  divísase  el  munici- 
pio venezolano  de  El  Amparo,  chiquito,  enteco,  contralle-  yí^, 
cho,  pero  atrevido  como  él  solo,  tal  que  impone  la  ley  á 
su  misma  madre,  la  noble  villa  de  Arauca.  Los  araucanos 
jamás  podrán  ver  con  buenos  ojos  á  sus  rivales  los  am- 
párenos, mientras  conserven  éstos  en  su  poder  la  áurea 
llave  del  río.  Y  es  que  el  adormecido  patriotismo  de  los 
primeros  se  rebulle  y  subleva  al  ver  que  se  acogen  al  ba- 
rrancoso seno  venezolano  los  flamantes  vaporcillos  que 
surcan  las  aguas  del  Orinoco  y  el  Arauca.  Si  estos  vapor- 
cillos viven,  merced  es  á  la  humillada  villa.  Quizá  será 
esta  la  causa  de  que  más  movimiento  y  regocijo  produce 
en  Arauca  la  llegada  de  un  bongo  cargado  de  plátanos 
hartones  que  todos  los  vapores  de  Ciudad  Bolívar  juntos. 
Oyese  el  destemplado  berrido  de  éstos,  y  salvo  pequeño 
número  de  comerciantes  que  esperan  con  ansia  la  llegada 
de  sus  mercaderías,  todo  el  mundo  permanece  impasible, 
desentendido: — «Llegó  el  vapor, ase  oye  decir  con  glacial 
indiferencia.  Mientras  que  al  sentir  el  ronco  sonido  del 
cacho  ó  de  la  caracola,  cunde  la  animación  y  el  entusias- 
mo hasta  en  los  más  apartados  rincones  de  la  villa.  Es 
que  estas  rudimentarias  embarcaciones  arauquiteñas  arri- 
ban á  tierra  colombiana,  á  su  pequeña  patria,  trayéndoles 
-de  juro  la  comida,  el  pan,  el  plátano,  diré,  que  en  Arauca, 


—  Só- 


lo mismo  que  en  toda  región  intertropical  americana, 
constituye  la  base  de  la  alimentación  de  ricos  y  po- 
bres, (i) 

Para  terminar,  pláceme  añadir  dos  palabras  sobre  los 
araucanos.  Como  toda  población  comercial  tiene  Arauca 
sus  ribetes  de  cosmopolita,  pero  aun  así  (y  más  conside- 
rando que  la  mayoría  de  los  araucanos  viven  en  los  hatos 
y  fundaciones),  no  es  posible  negar  que  la  fisonomía  de 
la  villa  es  marcadamente  ¡lanera.  Llaneras  son  sus  cos- 
tumbres; llaneras,  su  religión  y  moral;  llaneras,  sus  diver- 
siones. Es  claro:  los  araucanos  son  casi  todos  ellos  origi- 
narios de  los  llanos  de  Venezuela,  y,  como  tales,  rendidos 
amantes  del  aguardiente  y  del  juego  de  gallos,  bailadores 
incansables  y  tañedores  de  tiple.  Tres  sentimientos  prin- 
cipales, observa  Baralt,  dominan  en  el  carácter  del  llane- 
ro: desprecio  por  los  hombres  que  no  pueden  entregarse 
á  los  mismos  ejercicios  y  método  de  vida,  superstición  y 
desconfianza.  «Pero  no  se  crea  que  los  llaneros  son  (como 
alguien  los  ha  pintado)  salvajes  nómadas,  ni  hombres 
descorazonados,  ajenos  de  los  sentimientos  del  bien  y  de 
la  virtud,  pero  sí  el  germen  que  anima  sus  virtudes  mora- 
les es  bien  distinto  del  espíritu  dulce  y  celestial  que  vivi- 
fica á  la  Religión  santa  é  inmaculada  de  Dios.  Hasta  los 
salvajes  moradores  de  las  selvas  tienen  alguna  noción  de 
lo  que  deben  ser,  y  ya  sea  que  de  rechazo  ha  llegado  á 
ellos  el  último  lamento  del  misionero  arrojado,  ya  sea  que 

(1)  Refiérome  particularmente  al  fruto  del  musa  paradisíaca  (Lin- 
neo),  el  más  común  y  celebrado  de  la  familia  de  las  musáceas.  Posee,  no 
hny  duda,  excelentes  propiedades  nutritivas,  pero  cuéstame  mucho  per- 
suadirme de  que  sea  mejor  alimento  que  la  papa  ó  patata,  y  más  aún  que 
se  le  considere  como  el  mejor  reemplazo  al  pecho  de  la  madre,  como 
asegura  Camacho  Roldán  en  sus  Notan  de  Viaje.  Esta  variedad  es  la  más 
cultivada  en  la  Cordillera  y  eu  Arauquita;  así  como  en  el  llano  prevalece 
el  topocho  por  no  necesitar  de  tierras  fuertes  para  su  completo  desarrollo 
y  además  por  su  larga  vida.  Fuera  de  las  expresadas,  son  comunes  en 
Casanare  las  siguientes  variedades:  resplandor,  cambure,  manzano,  goa- 
hivo  blanco  ó  pipiare,  goahivo  colorado,  dominico,  gobierno,  madura- 
verde. 


-  87  - 


en  Casanare  todo  convida  á  conocer  á  Dios  y  obliga  á 
practicar  los  santos  preceptos  de  la  caridad  mutua  que 
debe  reinar  entre  la  descendencia  de  Adán,  mísera  y  ne- 
cesitada, es  lo  cierto  que  hasta  sus  mismas  aberraciones 
tienen  aspectos  nobles  y  sublimes. 

El  llanero  no £s indiferente,  no  es  antirreligioso,  como 
á  primera  vista  parece. 

....Cuando  la  predicación  del  evangelio  le  faltó, 
acomodóse  él  un  evangelio,  sano  en  su  principio,  pero  re- 
cargado de  prácticas  y  creencias  groseras  y  supersticiosas. 

Por  eso  vese  entre  los  menos  instruidos  creer  de  bue- 
na fe  que  el  amancebamiento  es  bueno,  como  creer  que 
cuando  la  agonía  del  enfermo  es  larga  y  penosa  debe  atri- 
buirse al  influjo  del  escapulario,  cruz  ó  rosario  que  tiene 
el  enfermo,  los  cuales  retardan  la  muerte  del  doliente  con 
crueles  "padecimientos;  lo  mismo  celebran  el  velorio  de 
los  muertos,  resto  de  salvajez  y  superstición,  como  rinden 
culto  á  la  Virgen  María  en  el  altarcillo  de  la  casa;  si  creen 
en  los  abominables  augurios  de  la  oneiromancia  y  la  bru- 
jería, no  dejan  de  rezar  las  saludables  oraciones  de  la  Igle- 
sia; cuando  dan  crédito  á  los  ensalmos  de  San  Pablo,  tie- 
nen en  mucha  gloria  también  hacer  largas  romerías  á  la 
Virgen  de  Manare. 

¡Cuán  cierto  es  que,  cuando  al  hombre  le  quitan  la 
Religión,  inventa  una  á  su  capricho!»  (i) 


(1)  P.  Fabo.  Novela  Docl.r  Xavascué*,  cap.  ix. 


CAPITULO  XIII 


Resumen  :  Inundaciones  en  los  llanos  de  Arauca — La  Erica — Caminos 
pantanosos — Una  noche  en  un  hato — Diversidad  de  aves — Peripe- 
cias del  viaje — Habilidades  del  llanero — Variedad  de  animales. 

Inundaba  la  llanura  el  ancho  suelo 
Por  do  Arauca  se  arrastra  majestuoso: 
Es  vasto  mar  <iue  se  desploma,  el  cielo; 
La  tierra,  inmenso  lago  cenagoso. 
Trama  la  bruma  su  tupido  velo; 
Punto  no  se  halla  do  tomar  reposo.  (1) 

Una  de  las  cosas  más  raras  y  peregrinas  que  contar 
puede  cualquiera  que,  no  siendo  llanero,  salga  de  Arauca 
durante  la  estación  de  ¡as  lluvias,  es  ciertamente  el  no  te- 
ner contratiempos  ni  desventuras  en  el  viaje.  Las  sabanas 
están  inundadas;  los  esteros  cierran  el  horizonte;  los  ca- 
ños, que  los  hay  adunia,  hállanse  convertidos  en  copiosos 
ríos.  Sólo  al  llanero  le  es  dado  arrostrar  peligros  tantos  y 
lanzarse  en  medio  de  ellos  como  á  su  propio  elemento; 
pero  á  los  que  no  están  familiarizados  con  ese  continuo 
bregar,  á  los  que  no  han  nacido  en  medio  de  esos  ajetreos 
peculiares  de  estas  llanuras,  hácesele  sumamente  penoso 
y  molestísimo  emprender  un  viaje  de  esta  traza.  Y  voto  á 
tal  que  yo  no  lo  hubiera  emprendido  á  no  haber  media- 
do poderosos  motivos  al  sagrado  ministerio  pertinentes, 
pues  de  otro  orden  los  tenía,  aunque  sólo  fuera  á  tomar 
los  baños  de  agua  y  sol  que  tánto  me  había  recomendado 
un  autorizado  galeno  como  el  más  eficaz  remedio  contra 
las  fiebres  palúdicas  que  me  traían  mohíno  y  malparado. 

La  Erica  es  el  nombre  de  un  vecindario  de  veinte  ca- 
sas que  demora  unas  quince  leguas  al  sur  de  Arauca.  Con 
ese  rumbo  dejé  la  villa  el  día  3  de  octubre  de  1905,  lle- 
vando en  mi  compañía  á  un  excelente  baqueano,  llanero 
de  nacimiento,  llanero  de  profesión  y  como  tál,  gran  co- 
nocedor de  la  sabana  y  sus  caños  y  raudales.  Acomodados 


(1)  Santnfé  redimida,  por  Eurlque  Alvarez.  (Canto  tercero). 


-  89  - 


en  sendos  caballos  que  potros  cerreros  parecían,  franquea- 
mos el  consabido  tranquero  con  que  terminan  todas  las 
calles  de  Araucá,  y  nos  encontramos  en  la  sabana.  Era  un 
pantano  cenagoso,  en  el  cual  se  hundían  las  bestias  hasta 
la  cincha.  Poco  después  nos  hallábamos  delante  de  las  ca- 
ñadas que  circundan  el  pueblo.  Vano  intento,  loca  pre- 
tensión el  querer  vadearlos;  pues  apenas  se  arrojó  al  agua 
el  intrépido  baqueano,  comenzó  á  nadar  el  caballo.  Fue 
preciso  agenciar  una  embarcación  ligera  y  en  ella  pasa- 
mos con  las  monturas.  Temeridad  si  no  locura  hubiera 
sido  salvar  á  nado  los  cuarenta  ó  cincuenta  metros  de 
agua  que  nos  separaban  del  lado  opuesto.  Aún  chorreaban 
agua  las  bestias  cuando  volvimos  á  ensillar  para  continuar 
la  marcha  por  un  pequeño  banco  no  tan  atascado  en  donde 
vimos  las  primeras  punías  de  ganado.  Una  gran  faja  de  ár-  / 
boles  y  maleza  que  del  oriente  al  ocaso  cierra  el  horizon- 
te nos  dice  que  liemos  llegado  al  caño  de  Jesús,  pequeño 
brazo  del  Arauca  que  se  desprende  de  éste  cerca  de  To- 
dos-Santos, rico  en  pescado  pero  temeroso  por  los  mu- 
chos venerables  caimanes  que  se  arrastran  en  sus  orillas. 
Afortunadamente  encontramos  embarcación  y  no  tuvimos 
mayores  contratiempos  para  continuar  la  marcha.  A  un 
banco,  que  luégo  se  acaba,  sucede  un  estero,  pero  grande, 
inmenso  como  la  sabana.  Da  pereza  (por  no  decir  miedo, 
ó  acaso  sean  ambas  cosas)  da  pereza,  digo,  el  arrojarse  á 
un  mar  de  corrompidas  aguas  como  es  el  estero  que  forma 
el  caño_Matapalar,  pero  cuando  á  la  cabeza  va  un  llanero 
de  pura  cepa  (y  muchas  veces  aunque  éste  falte),  no  hay 
esteros,  ni  caños,  ni  ríos,  ni  mares  que  puedan  oponerse 
al  misionero  cuando  va  en  cumplimiento  de  su  sagrado 
ministerio.  Deus  scit..  .  .  Después  de  Matapalar,  cuyo  cau- 
ce apenas  se  reconoce  por  una  mansa  corriente,  sigue  el 
estero,  y,  á  continuación  de  éste,  otro  caño  en  donde  nos 
bañamos  bonitamente  sin  que  valieran  las  repetidas  pro- 
testas del  baqueano,  quien  me  juró  ser  aquel  el  pozo  más 
seco  de  la  sabana.  ...  A  las  tres  y  media  nos  apeamos  en  el 


primer  hato  que  encontramos,  llamado  Jovito,  á  cansa  de 
una  empalizada  de  kobos  (spondias  lútea)  que  rodea  la 
majada.  Mi  compañero  se  acostó  inmediatamente  rendido 
por  acceso  de  fiebre.  Mientras  nos  preparaban  el  almuer- 
zo (por  de  pronto  con  café  cerrero  nos  bastaba),  invité  á 
uno  cié  los  mozos  del  hato  á  que  me  acompañara  á  ver  el 
topochal  que  contiguo  á  la  casa  estaba  y  fue  refiriéndome 
cómo  aquel  hato  que  á  duras  penas  tenía  hoy  tres  mil  re- 
ses¿  llego  á  tener  no  hace  mucho  hasta  diez  mil.  La  causa 
de  esta  diferencia  la  atribuía  á  gran  mortandad  ocasionada 
por  la  falta  de  agua.  «Todos  estos  esteros  y  caños  que  us- 
ted ha  pasado,  me  decía,  quedan  convertidos  en  puros  te- 
rrones durante  el  verano.  Sólo  queda  agua  en  caño  de  Je- 
sús, de  aquí  distante  cuatro  ó  cinco  leguas.»  A  la  sazón 
estaban  en  el  hato  tratando  de  disponer  los  trabajos  ge- 
nerales para  herrar  la  nueva  cosecha  de  novillos.  En  estas 
faenas  emplean  todos  los  años  algo  más  de  un  mes  traba- 
jando de  quince  peones  para  ai  riba.  El  topochal. ...  po- 
cos atractivos  tenía;  noté,  sí,  que  es  insignificante  la  capa 
de  tierra  vegetal;  inconveniente  que  aquí  suplen  aprove- 
chando los  corrales  donde  encierran  el  ganado  durante 
los  trabajos  para  plantar  los  topochos  y,  si  acaso,  algo  de 
yuca,  á  que  se  limita  la  agricultura  en  estos  sitios.  No  ha- 
bía más  que  hacer  en  el  conuco.  Quise  regresar  á  la  casa, 
pero  el  acompañante  no  lo  consintió,  diciéndome  que  era 
preciso  esperar  á  que  oscureciese  porque  estábamos  en  la 
hora  fatal  y  nos  exponíamos  á  ser  mordidos  de  alguna 
culebra.  Quién  quita,  dije  para  mí,  que  las  culebras  sal- 
gan de  sus  cuevas  en  busca  de  las  sabandijas  que  á  la  hora 
del  crepúsculo  se  ven  saltar  por  las  veredas!  Cuando  re- 
gresámos  á  la  casa  del  hato  ya  estaban  ocupados  unos  ca- 
torce chinchorros  que  había  en  una  enramada;  y  allí  dis- 
pusieron el  mío  por  más  que  parecía  imposible  guindar 
más  cabuyas  de  las  vigas.  No  eran  más  de  las  siete;  pero 
como  en  estas  tierras  es  lujo  inaudito  prender  una  vela  de 
sebo  por  la  noche,  no  tuve  más  remedio  que  recogerme 


en  el  chinchorro,  después  de  rezar  el  Oficio  Divino.  La 
noche  aquella  jamás  se  borrará  de  mi  memoria.  ¡Ni  que 
hubieran  brotado  de  la  tierra  aqueljas^iubesj;[e  zancu- 
dos!... ¡Con  qué  saña  traspasaban  el  mosquitero  una  y 
mil  veces,  hasta  que  conseguían  clavar  su  aguda  lanceta 
en  algo  que  tuviera  sangre,  que  tuviera  vida!  ¡Y  qué  sa- 
broso aquel  eterno Jras,  iras,  con  que  mis  compañeros  de 
cama  y  luz  atrapaban  á  estos  invisibles  enemigos  tan  crue- 
les como  tenaces!  Si  aquello  no  fue  «pasar  la  noche  de 
claro  en  claro,»  que  venga  Cervantes  y  lo  diga. 

Amaneció  el  día  lloviendo,  pero  apenas  comenzó  el 
sol  á  hacer  jirones  la  densa  niebla  que  cubría  la  llanura, 
requerimos  los  caballos  para  continuar  la  marcha.  Serían 
las  siete. 

Otra  vez  teníamos  delante  esteros  y  más  esteros,  ca- 
ños y  más  caños;  pero  ¡qué  caños  y  qué  esteros!  Tortas  y 
pan  pintado  fueron  los  de  la  jornada  precedente  compa- 
rados con  los  de  este  día.  Desde_jFoz>í7o  hasta  El  Mono 
(adonde  llegámos  á  las  once)  no  dimos  paso  en  seco,  y  sí 
grandes  rodeos  para  evitar  las  profundidades;  y  á  pesar 
de  tántas  precauciones  ¡cuántas  veces  nos  llegó  el  agua  á 
la  cintura!  ^. 

En  medio  de  tales  malandanzas  deleitábanos  nuestro 
buen  Dios  con  encantos  nunca  vistos  ni  jamás  soñados. 
Ya  eran  innumerables  ejércitos  de  niveas  garzas  de  cuello 
ondulante  y  vivos  ojos  paseándose  cual  ninfas  acuáticas 
en  torno  de  un  pequeño  grupo  de  rojas  corocoms;  ya  vis- 
tosas parejas  de  plumaje  rosado  como  el  de  la  aurora, 
que  retozaban  juguetonas  al  lado  de  negros  gavanes;  ya, 
finalmente,  bandadas  de  al  cara  bañes  tan  vocingleros  como 
atrevidos,  llenando  el  aire  de  hirientes  graznidos  y  azotán- 
donos alguna  vez  el  sombrero  con  fuertes  aletazos.  Y  en 
medio  de  esta  perspectiva  de  tan  dulces  embelesos  veía- 
mos cruzar  la  sabana  á  no  pocos  venados  que,  gracias  á 
su  rítmico  y  acelerado  andar,  se  confundían  luégo  con 
centenares  de  reses  que  pacían  en  las  pequeñas  promi- 
nencias. . 


—  92  — 

Gratamente  impresionados  (hago  merced  al  baqueano 
de  los  mismos  sentimientos  que  yo  tenía)  llegamos  á  di- 
visar una  pequeña  casita  que  luego  se  convirtió  en  sórdi- 
do rancho.  Era  la  fundación  conocida  con  el  nombre  de 
El  Mono,  donde  apenas  encontramos  otra  cosa  que  lum- 
bre para  secar  la  ropa.  Allí  mismo,  junto  al  rancho,  tenía- 
mos El  Negro,  uno  de  los  caños  que  forman  las  cabeceras 
del  Capan  aparo,  afluente  del  Orinoco.  Por  fortuna  encon- 
tramos embarcación  donde  pasarlo.  Aún  nos  quedaba  por 
salvar  el  imponente  raudal  de  la  Erica;  empero  ¿á  qué 
repetir  la  misma  cantilena?  A  las  cinco  y  media  de  la  tar- 
de casi  tocábamos  el  fin  de  nuestro  viaje;  sólo  unos  vein- 
te metros  de  distancia  nos  separaban  de  la  casa  que  de- 
bíamos habitar  por  algunos  días,  pero  ¡oh  ilusión!  el  caño 
en  su  origen  llamado  Agua-Limón,  poco  después  Soco- 
rrano,  más  abajo  caño  de  la  Erica,  y  Cabuyare  al  rendir 
sus  aguas  al  Capanaparo ;  este  caño,  quiero  decir,  lo  tenía- 
mos por  medio,  y  la  embarcación  con  que  contábamos 
para  pasarlo  había  sido  arrastrada  por  la  corriente!  Nece- 
sario fue  volver  grupas  hasta  topar  un  ra n chito  que  ha- 
bíamos dejado  una  legua  más  atrás. 

Antes  de  abandonar  el  caño  presencié  una  de  las  ha- 
bilidades propias  del  llanero.  Necesitaba  yo  una  luz  cual- 
quiera para  rezar  el  Oficio  Divino.  Insinué  mis  deseos  al 
guía  y  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos  soltó  la  cincha,  tomó 
la  montura  con  las  manos  y  acomodándosela  sobre  la  ca- 
beza lanzóse  al  agua  llevando  además  la  bestia  de  cabes- 
tro. No  habrían  transcurrido  cinco  minutos  cuando  regre- 
saba con  la  encomienda. 

El  día  5  amaneció  espléndido;  parecía  que  aquel  pu- 
rísimo sol  de  fuego  iba  á  secar  rápidamente  los  cien  este- 
ros que  por  doquiera  se  divisaban. 

Siguiendo  por  la  orilla  derecha  del  caño  de  la  Erica  y 
vadeándolo  media  legua  más  abajo,  llegamos  á  cierto  ran- 
chito  situado  en  los  linderos  de  Cabuyare  y  Maporillal, 
ranchito  donde  hallamos  al  enfermo  que  ocasionó  el  pa- 


—  93  — 


seo  objeto  de  estos  apunté?.  Por  la  misericordia  divina 
llegamos  á  tiempo  muy  oportuno  para  administrar  al  en- 
fermo los  auxilios  de  nuestra  sacrosanta  Religión.  Unas 
horas  más  tarde,  ya  no  hubiera  sido  tiempo.  ¡Qué  sabro- 
sas son  cualesquiera  penalidades  (aunque  sean  baños  á 
destiempo)  cuando  al  fin  de  la  jornada  recibe  uno  como 
galardón  quizás  la  salvación  eterna  de  un  alma! 

Como  allí  no  hubiera  otra  cosa  que  hacer,  recorrimos 
la  hermosa  y  limpia  sabana  que  limitan  las  matas  de  mon- 
te de  la  Erica,  la  montaña  de  Cabuyare  y  los  palmares  de 
MaporiUal  y  llegamos  sin  más  novedad  á  la  fundación  de 
D.  Lorenzo  Pérez,  venezolano,  donde  pensaba  demorar- 
me algunos  dias. 

La  casa  es  de  las  que  generalmente  se  usan  en  el  lla- 
no, es  decir,  de  horconadura,  techada  con  hojas  de  pal- 
mera, pero  con  la  particularidad  de  que  el  bahareque  está 
reemplazado  con  una  especie  destablas  de  mapora.  (i) 
Unicamente  tiene  dos  departamentos,  el  privado  de  la  fa- 
milia, y  la  sala.  En  ésta  me  quedaba  yo  con  los  peones  y 
con  cuantos  llegaban  á  pedir  posada,  que  en  los  llanos  es 
ley  por  todos  observada  el  dar  hospitalidad  cristiana  á 
quienquiera  que  se  acerque  á  pedirla. 

A  corta  distancia  de  la  casa  corre  el  caño  de  la  Erica 
por  cuya  orilla  derecha  efectuaba  mis  diarias  excursiones 
contemplando  la  gran  variedad  de  reptiles  que  lo  pueblan. 
Entre  ellos  sobresale  por  su  tamaño  la  baba  ó  babi lia, 
sauriano  más  pequeño  y  más  feo  que  el  mismo  caimán. 
La  pieza  mejor  que  lográmos  coger  medía  un  metro  con 
setenta  y  tres  centímetros  de  largo.  Si  alguna  utilidad  re- 
portasen estos  anfibios,  podrían  cogerse  por  millones,  no 
sólo  en  este  caño  sino  en  cualquiera  de  la  llanura.  Los  in- 
dios son  los  únicos  que  les  dan  caza  para  darse  gusto  con 

(1)  Trithrinaz  mapora  (graciosa  palmera  nativa  de  estos  llanos). 
Del  pecíolo  de  sus  hojas  extraen  una  fibra  muy  fuerte,  casi  incorrupti 
ble,  que  en  las  llanuras  de  Arauca  y  Venezuela  emplean  para  amarrar 
las  hojas  de  palma  real  en  la  techumbre  de  las  casas,  sustituyendo  así  á  la 
majagua  (corteza  de  árbol)  de  la  Cordillera. 


—  94  — 

la  cola  que  es  blanquísima  como  la  carne  de  merluza. 
Durante  el  verano  es  muy  frecuente  ver  en  la  sabana 
montones  de  esqueletos  de  babas,  porque  al  secarse  los 
esteros  quedan  muertos  sobre  el  fango. 

Pero  al  fin,  babas  dondequiera  las  hay;  lo  peculiar, 
f^r-"-^6*  '°  característico  de  la  Erica  son  los  venados,  los  cuales 

triscan  á  placer  en  estas  sabanas.  Tan  pronto  se  les  ve 
pacer  tranquilamente  formando  cuadrilla  con  los  bece- 
rros como  pasar  al  trotecillo  por  delante  de  la  casa  sin 
que  nadie  los  moleste. 

Encuéntrase  también  por  estos  lados  la  serpiente  cas- 
cabel. Aunque  no  abunda  mucho,  según  me  aseguraron, 
tuve  la  satisfacción  de  ver  un  hermoso  ejemplar.  Acom- 
pañado de  un  niño  de  la  casa  fui  cierto  día  á  visitar  el  to- 
pochal  que  en  medio  de  un  vecino  bosquecito  estaba.  Ca- 
minaba descuidado  por  entre  dos  hileras  de  plátanos  pre- 
guntando alguna  cosa  de  agricultura  á  mi  pequeño  guía, 
cuando  repentinamente  profirió  éste  un  grito  aterrador 
echando  á  correr  hacia  atrás.  Poco  después  me  mostraba 
el  niño  una  enorme  serpiente  como  de  dos  metros  de  lar- 
ga, la  cual,  así  que  nos  vio,  comenzó  a  desprenderse  del 
tronco  de  plátano  donde  estaba  enroscada.  Escuche,  pa- 
dre, las  maracas,  díjome  el  muchacho  entonces.  Y  efecti- 
vamente, durante  un  breve  rato  percibimos  el  extraño 
ruido  del  crótalo. 


/ 


CAPITULO  XIV 


Resumen:  Recogida  del  ganado  cerrero — El  chimó-  -Pastoreo  del  ga- 
nado—  Tirada  del  ganado  al  rio  Arauca. 

A  pie  ó  sobre  el  caballo,  que  ha  domado  él 
mismo,  el  llanero,  á  veces  en  pelo,  casi  siempre 
con  malísimos  aparejos,  enlaza  á  escape  y  dies- 
tramente el  toro  más  bravio,  ó  lo  derriba  por 
la  cola.  6  á  usanza  española  lo  capea  con  sin- 
gular donaire  J  brío  •■ 

VÍBABAIíT)^^ 

Si  mientras  permanecí  en  la  Erica  no  hubiera  tenido 
más  recreaciones  que  las  que  me  proporcionaba  la  diaria 
excursión  por  las  márgenes  del  caño,  el  aburrimiento  más 
desastroso  me  hiciera  volver  pronto  á  Arauca.  Empero, 
no  fue  así;  en  aquellos  misinos  dias  debían  iniciarse  los 
trabajos  de  sabaneo  encaminados  á  reunir  una  partida  de 
novillos  para  la  exportación;  empresa  titánica  que  deman- 
da gigantereos  esfuerzos  y  conocimiento  profundo  de  las 
mañas  y  resabios  del  ganado  cerrero;  empresa  donde  el 
típico  habitante  de  las  pampas,  el  llanero,  derrocha  valor 
y  destreza;  empresa,  en  fin,  llena  de  interesantes  episodios. 

No  sería  extraño  á  estos  apuntes  hacer  una  descrip- 
ción detallarla  de  las  diferentes  faces  que  presenta  la  reco- 
gida de  ganado,  pero  traspasaría  los  límites  de  este  escrito 
y  abusaría  quizá  de  la  paciencia  de  los  lectores. 

Me  limitaré  á  transcribir  las  breves  notas  que  hallo 
en  la  cartera,  las  cuales  dicen  de  esta  manera: 

Día  7.  Aún  no  ha  aclarado  el  día  y  yalestán  unos  diez 
y  ocho  llaneros,  que  componen  el  peonaje,  al  pie  de  sendos 
caballos  apurando  la  taza  de  café  que  les  sirve  una  man- 
danga. . .  . 

Poco  después  veo  correr  de  mano  en  mano  un  peque- 
ño objeto  raro,  incomprensible  para  quienes  no  están  al 
tanto  de  las  usanzas  de  la  tierra.  Todos  meten  el  índice 
en  la  negra  cajita  y  extraen  de  ella  una  sustancia  pegajosa, 
negra  y  brillante  con  la  cual  se  embadurnan  las  encías. .  .. 


-  96  - 


—  Bravo  chimó!  refunfuña  uno  de  la  cuadrilla. 

Desperézanse  unos,  otros  sujetan  al  fuste  las  pesadas 
sogas,  que  son  parte  esencial  del  equipaje  llanero  y,  entre 
donaires  y  chistes,  montan  todos  á  caballo. 

Hora  y  inedia  después  desaparecen  en  la  inmensa 
llanura. .  .  .  Son  las  tres  de  la  tarde.  Allá  muy  lejos  se  divi- 
san medio  esfumadas  en  la  bruma  las  siluetas  de  los  jine- 
tes formando  una  figura  caprichosa.  Desbarátase  ésta  con 
frecuencia  y  vese  correr  como  flechas  á  dos  ó  tres  bultos 
que  fantasmas  parecen.  Dícenme  que  son  llaneros  que 
persiguen  á  los  novillos  que  se  desmandan. 

Poco  después  llegan  á  la  casa  de  la  fundación  dos 
hombres  que  traen  una  novilla  pegada  á  la  cola  del  caba- 
llo, novilla  que  será  el  almuerzo,  la  comida  y  la  cena  del 
peonaje,  porque  cuando  el  llanero  está  en  trabajos  de  sa- 
bana no  prueba  bocado  generalmente  hasta  la  noche. 
En  cambio  no  deja  pasar  dos  horas  sin  untarse  encías  y 
dientes  con  el  maravilloso  chimó  que  apaga  la  sed  y  mata 
el  hambre;  más  aún,  el  chimó  le  preserva  de  las  insolacio- 
nes, así  como  de  los  enfriamientos  que  pudieran  sobreve- 
nirle á  consecuencia  de  los  repetidos  baños  en  caños  y 
esteros.  Todo  esto  aseguran  los  consumidores  de  tan  as- 
queroso artículo. 

Mientras  que  los  dos  hombres  acabados  de  llegar  sa- 
crifican la  novilla,  van  acercándose  pausadamente  los  peo- 
nes que  traen  el  ganado  recogido  durante  la  mañana. 

Ya  se  oye  el  triste  y  monótono  canto  llanero  que 
dulcemente  escuchan  los  salvajes  y  fieros  cornúpetos. .. . 
Los  cuales  son  estrechados  más  y  más  por  los  jinetes 
hasta  que  logran  encerrar  á  aquéllos  en  una  barrera  de 
carne  de  caballo. 

Distan  unos  quinientos  metros  de  la  empalizada. 

De  pronto  cesa  el  canto  y  la  masa  de  carne  y  cachos 
comienza  á  moverse  en  dirección  al  corral.  La  velocidad 
aumenta  gradualmente  hasta  que  los  peones  arman  grite- 
ría infernal  y  obligan  al  ganado  á  precipitarse  dentro  de 
Ja  estacada. . . . 


-  97  — 

La  puerta  es  pequeña  para  que  por  ella  pueda  pe- 
netrar el  formidable  torrente;  así  que  al  ver  obstruido  el 
paso,  recházanse  los  novillos  de  la  culata  y  huyen  á  la 
desbandada  por  la  llanura  

Y  aquí  es  de  verse  la  destreza  del  llanero.  Excepto 
tres  peones  que  se  quedan  á  cerrar  el  tranquero  ó  puerta 
de  la  empalizada,  los  demás  corren  vertiginosamente  en 
persecución  de  los  fugitivos  novillos;  cada  cual  persigue 
al  que  le  corresponde,  según  las  reglas  de  la  profesión;  y 
una  vez  que  el  jinete  logra  emparejar  el  caballo  con  la  res 
bravia,  agáchase  un  poco,  toma  al  bicho  por  la  cola,  hiere 
con  la  espuela  al  brioso  corcel  y  con  destreza  sin  igual, 
con  un  esfuerzo  supremo,  derriba  al  novillo  haciéndole 
voltear  sobre  el  espinazo. 

Entonces  el  llanero  echa  pie  á  tierra,  amarra  la  fiera 
por  los  remos  traseros  y  vuelve  á  montar  á  caballo  para 
continuar  la  misma  faena. 

Sobre  el  fango  de  la  sabana  yacen  unos  veinte  novi- 
llos bramando  de  furor.  Todos,  uno  á  uno,  deben  ser  lle- 
vados de  grado  ó  por  fuerza  á  la  empalizada.  En  efecto, 
provistos  de  una  gran  soga  de  cuero  crudo,  acércanse  dos 
peones  á  la  primera  fiera  que  encuentran  y  después  de 
amarrarla  fuertemente  por  los  cuernos  y  la  jeta,  la  rabia- 
tan á  uno  de  los  caballos.  La  res  forcejea  por  recobrar  su 
libertad  nativa,  pero  el  caballo,  diestramente  guiado  por 
el  llanero,  clava  en  el  suelo  las  traseras  patas  y  queda  in- 
moble, dispuesto  á  aprovechar  los  ataques  del  novillo  ó 
cualquier  otro  movimiento  para  ganar  terreno  en  direc- 
ción al  corral.  De  esta  traza,  que  exige  gran  caudal  de  pa- 
ciencia, van  encerrando  el  ganado  fugitivo.  En  tan  labo- 
riosa operación  mueren  algunos  hermosos  novillos,  que 
dejan  abandonados  en  la  sabana  para  pasto  de  las  aves  de 
rapiña.  Quiébrasele  á  otro  una  pata  y  lo  rematan  de  un 
machetazo. 

Son  las  seis  de  la  tarde.  Los  peones  se  dirigen  á  hacer 

7 


-  98  - 


1/ 


los  honores  á  la  novilla  asada  y  al  gran  sancocho  que  les 
tienen  preparados. 

Y  hasta  aquí  los  apuntes. 

Los  trabajos  del  día  8  fueron  más  tolerables.  El  9  re- 
pitiéronse lis  escenas  del  primer  día  con  la  añadidura  de 
sacar  á  pastoreo  el  ganado  cautivo,  que  llevaba  dos  días 
sin  comer  ni  beber.  Acampados  los  peones  á  unos  qui- 
nientos metros  del  corral  con  una  madrina  de  bueyes  y 
vacas  mansas,  ábrese  el  tranquero,  que  es  invadido  con 
ímpetu  avasallador  por  las  fieras  hambrientas  de  libertad, 
para  dirigirse  en  confuso  tropel  hacia  la  madrina.  Al  con- 
fundirse con  ésta,  comienza  á  rebullirse  todo  el  ganado,  y 
da  vueltas  y  más  vueltas  fascinado  por  el  lánguido  cantar 
de  los  llaneros. 

Poco  después  avanza  á  paso  lento,  custodiado  por 
cinco  ó  seis  peones. 

Observé  que  en  el  corral  habían  quedado  muertos  dos 
novillos.  Nadie  se  curó  de  ello  ni  siquiera  para  utilizar  el 
cuero. 

El  día  11  yá  estaba  encerrado  todo  el  ganado  que  se 
pretendía  exportar;  por  consiguiente,  dedicóse  la  mañana 
al  pastoreo  y  la  tarde  á  traer  atajos  de  bestias  con  el  fin 
de  escoger  las  que  debían  montar  los  peones,  en  su  viaje 
á  Arauca  y  Venezuela.  En  resumen:  trabajaron  unos  vein- 
te peones  durante  cinco  días  para  coger  cien  novillos.  De 
éstos  murieron  seis  á  consecuencia  del  maltrato  en  la  co- 
gida. (1) 

Pero  ¡cuánto  tienen  que  bregar  aún  los  pobres  llane- 
ros para  ver  sus  novillos  convertidos  en  relucientes  mono- 
cotas!  Después  de  dos  ó  tres  días  de  continuo  caminar 
por  esteros  y  caños,  aguantando  soles  y  lluvias,  llegarán 
con  su  ganado  á  Arauca,  y  en  Arauca,  al  río  del  mismo 
nombre.  Por  este  río  tendrán  que  tirarlo  y  acaso  perder 
en  esta  operación  dos,  cuatro,  seis  ó  más  novillos  que  se- 


(1)  Comben  otro  lugar  he  de  tratar,  Dios  mediante,  de  la  er  a  del 
ganado  en  Casanare,  me  abstengo  ahora  de  consignar  más  pormenores. 


—  99  — 


rán  robados  gorja  corriente  como  tributo  reclamado  pol- 
los feroces  caimanes.  Empero,  á  decir  verdad,  nada  signi- 
fica esto;  los  llaneros  gozan  lo  indecible  en  medio  de  estos 
continuos  ajetreos  capaces  de  rendir  á  cualquier  hijo  de 
vecino.  ¡Con  qué  gallardía,  con  qué  desenvoltura  y  des- 
parpajo recorren  la  población  á  galope  tendido  dando  ór- 
denes aquí,  haciendo  provisión  de  chimó  más  allá,  toman- 
do trago  en  cada  esquina  é  invitando  á  los  amigos  y  afi- 
cionados á  la  tirada  del  ganado  al  río!  Yá  se  ve  en  la  pla- 
ya un  numeroso  grupo  de  gente  curiosa  y  desocupada  es- 
perando con  ansiedad  la  llegada  de  las  reses;  yá  sube  por 
el  río  la  pequeña  flota  de  embarcaciones  ligeras  para  co- 
locarse ordenadamente  en  la  orilla. ...  El  ganado  avanza 
entretanto,  y  al  ser  hostigado  por  veinte  ó  treinta  jinetes, 
arrójase  al  agua  en  un  paroxismo  de  furor. 

El  ruido  producido  por  las  fieras  al  caer  al  río;  el 
chasquido  seco  y  apresurado  de  los  canaletes;  los  gritos 
de  los  llaneros,  ora  enérgicos,  ora  blandos  y  suplicantes; 
la  actitud  medio  trágica  de  los  espectadores,  todo  da  á  la 
escena  una  solemnidad  tan  desusada  y  original  que  nunca 
se  borra  de  la  memoria  de  quien  la  haya  presenciado  si- 
quiera una  vez  en  su  vida. 

El  ganado  todo  cayó  al  río;  sólo  se  ve  la  cornamenta 
y  el  hocico  de  las  fieras.  Las  embarcaciones  van  prote- 
giéndolas á  uno  de  los  flancos.  Si  alguna  desfallece,  tó- 
manla  los  remeros  por  los  cachos  y  la  conducen  á  tierra. 

De  cinco  á  diez  minutos  tardan  en  ganar  la  orilla 
opuesta,  momentos  de  ansiedad,  de  verdadera  tortura 
para  los  circunstantes. 

Pero  yá  están  en  tierra  venezolana;  mañana  irán  á 

Guadualito;  después,  á  San  Cristóbal;  después  ¡vaya 

usted  á  saber  dónde  irán  después! 


—  100  — 


CAPITULO  XV 

Resumen:  Bellezas  del  paisaje — Los  chigüirés — El  mejor  halo  de  Casa- 
nare — La  Pastora — Matanzas  de  indios — Cacería  de  tigre — Desidia 
de  los  llaneros — Osos  hormigueros. 

El  mismo  día  en  que  los  llaneros  conductores  de  la 
novillada  rompían  marcha  con  rumbo  á  la  villa,  me  tras- 
ladé al  Socorro,  uno  de  los_jiato3  más  ricos  •yjnejor  o,r- 
gan izados  de  la  llanura  araucana.  Tres  leguas  lo  separan 
de  la  Erica,  distancia  que  equivale  á  tres  horas  de  conti- 
nuo gozar,  de  positivo  placer.  Aquí  no  se  ven  caños,  ni 
hay  que  pasar  esteros  de  consideración.  La  sabana  del  So- 
corro es  bellísima;  ni  la  afean  los  altos  y  bravios  pajona- 
les, ni  las  manchas  de  enconosos  espinos;  las  únicas  espe- 
cies de  gramíneas  que  en  ella  germinan  forman,  durante 
la  estación  lluviosa,  hermoso  tapiz  verde,  que  se  transfor- 
ma en  plateado  brillante  en  los  últimos  meses  de  verano. 
Las  matas  de  monte,  esos  oasis  deleitosos  sembrados  por 
la  mano  pródiga  del  Creador  en  las  llanuras  casanareñas, 
á  la  vez  que  dulcifican  la  monotonía  de  la  perspectiva, 
proporcionan  benéfica  y  refrigerante  sombra  á  la  gran  co- 
pia de  ganado  caballar  y  vacuno  que  pasta  en  estos  sitios. 
Y  para  Completar  cuadro  tan  primoroso,  divísanse  por 
doquiera  pequeños  esteros  de  belleza  indescriptible,  en 
cuyas  orillas  hozan  y  juegan  y  se  zambullen  numerosos 
individuos  de  la  familia  de  los  cávidos.  (i) 

Son  éstos  del  tamaño  de  un  cerdo,  de  hocico  abulta- 
do y  disforme,  cerdas  ásperas,  negras  en  unos,  en  otros 
coloradas.  No  tienen  cola,  sino  un  ligero  apéndice  que 
parece  postizo.  Ejemplares  hay  que  alcanzan  respetable 
longevidad  denunciada  por  la  carencia  total  de  cerdas  en 
la  parte  superior.  Son  excelentes  nadadores,  y  cuando  son 
perseguidos  se  sumergen  en  el  agua  por  breves  momen- 
tos. Con  estas  salvedades,  la  configuración  exterior  de  ta- 


(!)  En  Casnnare  llámanse  vulgarmente  c.7ííV/¿¿>ííí,  nombre  que  co- 
rrespondí! a!  /lydrochcerus  capybara. 


  101  — 


Ies  cuadrúpedos  es  muy  semejante  á  la  de  los  jabalíes.  Y 
¡cosa  rara!  estos  cávidos  con  sus  pezuñas  y  cerdas,  con 
sus  colmillos  y  trompas,  en  una  palabra,  con  su  empaque 
netamente  porcino,  son  aquí  tenidos  como  pescado  para 
los  efectos  de  la  abstinencia  que  ordena  la  Iglesia  en  cier- 
tos días  del  año!  Para  estos  días  dejan  cabalmente  los  lla- 
neros el  darse  gusto  con  los  pcjcs-chigüircs.  Cuando  la 
carne  está  fresca  no  se  puede  comer  á  causa  del  repug- 
nante sabor  á  almizcle  de  que  está  impregnada,  pero  ace- 
cinada convenientemente  constituye  un  plato  no  despre- 
ciable que  puede  competir  con  el  del  mejor  bacalao  de 
Escocia.     {  - 

Pero  lleguemos  al  Socorro,  importante  propiedad  del  &  Jttc, 
venezolano  D.  Víctor  Machado.  La  casa  y  demás  depen-  . 
dencias  de  este  rico  hato,  que  están  sombreadas  por  gen-  ^ 
til  arboleda  y  amenizadas  por  rosales  y  enredaderas,  son 
de  lo  mejor  que  se  logra  ver  en  Casanare.  Todo  el  perso- 
nal destinado  al  servicio  de  dicho  hato,  desde  el  humilde 
pica-cueros  hasta  el  flamante  mayordomo,  está  admirable- 
mente distribuido  entre  las  múltiples  faenas  que  demanda 
un  buen  establecimiento  de  este  género.  En  todo  se  ob- 
serva el  orden  y  aseo  apetecidos.  A  más  de  treinta  mil  re- 
ses  mayores  y  siete  mil  caballos  calcúlase  que  asciende  el 
ganado  «socorrano, »  cálculo  únicamente  basado  en  el  nú- 
mero de  novillos  que  se  exportan  cada  año.  Y  eso  que  la 
mortandad  durante  el  verano  ó  estación  seca  es  aterrado- 
ra; por  dondequiera  se  ven  esqueletos;  y  la  causa  no  es 
otra  (las  más  de  las  veces)  que  la  sed  y  el  hambre.  De  esta 
mortandad  se  originó  el  dicho  tan  celebrado  en  algunas 
regiones cde  Boyacá,  de  que  en  Casanare  abunda  tánto  el 
ganado  que  lo  matan  para  tan  sólo  aprovechar  el  cuero. 

No  más  que  un  día  permanecí  en  El  Socorro,  porque 
el  13  tuve  que  seguir  á  otro  hato,  La  Pastara,  para  bauti- 
zar  algunos  niños  é  impartir  los  consuelos  de  nuestra  sa- 
crosanta religión  á  varios  enfermos  que  se  hallaban  en  el 
último  trance  de  la  vida. 


Conservando  siempre  á  la  derecha  la  montaña  y  caño 
del  Socorro,  me  encaminé  con  el  guía  hacia  La  Bendición, 
que  es  el  nombre  de  otra  finca  de  semovientes  que  demo- 
ra á  la  mitad  del  camino  que  á  La  Pastora  conduce  (i). 
La  casa  de  este  hato  es  la  antítesis  de  la  del  Socorro.  Un  sór- 
dido rancho  de  los  más  miserables  que  por  aquí  se  gastan, 
hállase  en  medio  de  esta  rica  posesión  que  bien  puede  te- 
ner (según  dicen),  de  quince  á  veinte  mil  cabezas  de  ga- 
nado. Esto  no  llama  la  atención  en  Casanare,  como  tam- 
poco la  llama  el  ver  vivir  y  morir  en  la  miseria,  sin  más 
comodidades  que  las  que  puede  disfrutar  un  goaliivo,  á 
sujetos  que  poseen  una  renta  anual  de  ocho  á  diez  mil 
pesos  en  oro. 

Pero  bien;  desde  La  Bendición  se  alcanza  á  distinguir 
la  casa  de  La  Pastora;  sólo  dos  leguas  dista  la  una  de  la 
otra,  y  la  inundada  sabana  que  los  separa  se  extiende  uni- 
forme hasta  la  ribera  del  Lipa.  Pequeña,  insignificante  es 
la  distancia,  pero  á  más  de  ser  terreno  anegado  hay  que 
pasar  tres  ó  cuatro  caños  que  espantan  con  su  fiereza  é 
interrumpen  la  marcha  más  de  lo  que  uno  quisiera.  ¡Vaya 
que  sí  espantan!  Muchos  deseos  tenía  de  ir  á  La  Pastora, 
pero  á  fe  que  no  me  hubiera  mojado  el  pellejo  en  el  último 
caño  que  pasámos  de  no  estar  de  por  medio  la  necesidad 
imperiosa  de  los  enfermos  que  me  reclamaban;  porque 
no  se  trataba  solamente  del  consabido  baño,  sino  también 
del  frío  medio  temeroso  que  se  siente  al  ver  muchos  cai- 
manes en  un  río  que  es  necesario  pasar  á  nado.  Y  lo  sentí 
á  pesar  de  haberme  asegurado  el  baquiano  que  el  lagarto 
ese  «  no  barajusta  á  la  gente  de  á  caballo.  . .» 

La  Pastóme*  el  último  hato  que  se  topa  por  la  parte 


(1)  Yá  que  repetidas  voces  sale  á  colación  el  vocablo  éste  ile  cami- 
nos, bueno  será  hacer  notar  que  en  los  llanos  llámase  generalmente  cami- 
no á  la  linca  imaginaria  que  une  dos  puntos  couocidos  El  camino  lo  hace 
el  viajero,  orientándose  ya  por  medio  de  caños  ó  ríos,  ya  por  matas  de 
monte  ó  por  los  grandes  bosques  que  en  esta  región  cierran  casi  siempre 
el  horizonte  visible. 


occidental  de  Arauca,  no  muy  lejos  del  rio  Lipa,  lindero 
que  separa  los  bosques,  sabanas  y  florestas  de  los  indios 
goahivos  de  las  posesiones  de  los  blancos.  Las  sabanas 
son  frescas  y  nutritivas  como  lo  demuestra  la  excelente 
calidad  del  ganado  que  en  ella  se  cría;  pero  por  lo  mis- 
mo que  son  colindantes  con  las  no  cautivas  ó  bravias,  tie- 
nen los  inconvenientes  propios  de  éstas,  á  saber:  las  fre,- 
cuentes  incursiones  de  los  indios,  quienes  asaetean  y  ma- 
logran no  pequeño  número  de  rcses  (i)  que  estiman  de  su 
propiedad;  los  amilanes,  que  pululan  en  tales  lugares  y  se 
comen  hartos  becerros  cuando  éstos  atraviesan  los  caños 
en  busca  de  pastos;  los  tigres,  finalmente,  que  llevan  su 
insolencia  hasta  el  punto  de  descuartizar  las  reses  mansas 
que  pasan  la  noche  amarradas  al  rededor  de  la  casa. 

La  cual  es  entre  merced  y  señoría:  ni  tan  elegante  y 
espaciosa  como  la  del  Socorro,  ni  tan  menguada  y  roñosa 
como  1?.  de  La  Bendición.  El  sitio  que  ocupa  muy  poco  la 
favorece;  aséd^mla^por  una  parte  el  bosque  y  por  otra  va- 
rios esteros  de  consideración,  dos  cosas  muy  diferentes 
entre  si,  pero  que  se  aunan  admirablemente  para  arrojar 
sobre  la,  casa^ejéixitos  invencibles  de  zancudos  tan  crue- 
lejs_cojiio_pqrfiados.  Ni  vale  el  que  todas  las  noches  se  for- 
tifique y  defienda  la  casa  rodeándola  de  numerosas  ho- 
gueras alimentadas  con  panales  de  comején;  los  tales 
mosquitos  parece  que  se  deleitan  aspirando  el  denso  humo 
que  semejante  combustible  produce.  No  hay  plaga  tan  fe- 
roz y  endemoniada.  Lástima  da  ver  cómo  se  acurrucan  y 
se_duermen  junto  á  las  hogueras,  casi  chamuscándose  el 
pelo,  los  tiernos  becerrillos! 

Fuera  del  principal  objeto  de  mi  excursión  á  La  Pas- 
tora (que  fue,  como  queda  declarado,  administrar  los  úl- 
timos auxilios  de  la  Religión  á  varios  enfermos),  me  llevó 

(i)  No  se  trata  únicamente  de  dos  ó  tres  cabezas  q  ;e  necesiten  gara 
maUr  el  hambre  canina  quu  con  frecuencia  devora  á  los  indios.  Como 
no  tienen  otras  armas  que  el  arco  y  la  flecha,  para  matar  una  res  hieren 
á  varias,  que  suelen  morir  á  los  pocos  días. 


allá  otro  móvil  que  me  llenaba  de  contento  el  alma  sin 
dejarme  sentir  gran  cosa  la  pesadez  del  camino,  y  era  la 
probable  visita  á  los  indios  goahivos  que  merodean  por 
estos  lugares.  Fama  llevan  los  de  Cuiloto y  del  Lipa  de 
ser  muy  numerosos  y  bravos.  Más  aún,  habíaseme  asegu- 
rado que  frecuentaban  La  Pastora  con  el  fin  de  cambiar 
las  pelotas  de  cabuya  que  son  su  única  industria  conoci- 
da. Al  llegar  al  hato  quedé  un  tantico  contrariado  cuando 
supe  que  los  goahivos  no  salían  yá  como  antes,  desde  que 
cierto  día  (dos  meses  atrás),  los  habían  corrido  á  balazo 
limpio,  resultando  de  esta  agresión  injustificada  que  los 
indios  estaban  furiosos  contra  todo  blanco. 

Es  decir.  ...  la  escena  de  siempre,  escena  que  viene 
repitiéndose  hace  siglos:  hostilízase  á  los  pobres  indios, 
mátanlos  como  á  fieras,  y  los  que  escapan  á  la  muerte.  .  . . 
se  ponen  bravos,  rencorosos. . . .  por  lo  cual  es  preciso  acabar 
con  ellos!  Hoy  como  ayer  se  repiten  los  mismos  hechos 
con  no  menos  lujo  de  crueldades;  ayer  los  ejecutaban. . . . 
sed  de  hoc  postea. 

Con  tales  preámbulos  comprenderVise  fácilmente  el 
aprieto  en  que  me  vería  para  encontrar  baquiano  que  me 
guiara  á  la  goagivera,  como  por  aquí  dicen,  no  obstante 
mis  repetidas  protestas  de  que  conmigo  nada  malo  les 
acontecería.  Pero  en  fin,  por  doquiera  hay  su  legua  de 
mal  camino,  dice  un  refrán  castellano.  Tratando  de  obviar 
estos  inconvenientes,  idee  un  ardid  que  bien  merece  se  me 
perdone.  Todas  las  noches  percibíamos  desde  la  casa  el 
horrísono  bramido  del  tigre,  no  obstante  que  en  los  últi- 
mos meses  habían  sido  matados  una  docena  de  hermosos 
ejemplares  (cuyos  cueros  estaban  á  la  vista)  en  otras  tántas 
cacerías. 

En  un  gran  bocque  que  orilla  la  margen  izquierda 
del  Lipa  se  oía  el  oh  retemb'oroso  del  fiero  onca.  ¿Poi- 
qué no  ir  allá  en  són  de  cacería?  Y  conseguido  esto,  que 
no  me  parecía  dificultoso,  ¿no  encontraríamos  á  los  indios 
en  las  costas  del  mencionado  río?  Muy  probable  era  que 


sí,  porque  todas  las  noches  veíamos  las  hogueras  que  ellos 
suelen  encender  para  ahuyentar  la  plaga  de  zancudos. 
Nada;  organícese  la  cacería,  y  una  vez  que  estenios  en  la 
goagivera  Dios  hará  lo  demás. 

Estos  ó  semejantes  discursos  (por  más  disparatados 
que  parezcan)  los  comuniqué  al  Dr.  Forero,  dueño  de  La 
Pastora,  quien  los  aprobó  en  todas  sus  partes,  por  ser 
complaciente  y  amable.  Entonces  él  mismo  comenzó  á 
disponer  la  cacería  para  el  día  siguiente  convocando  á  los 
peones  del  hato,  á  fin  de  proponerles  mis  antojos  en  lo 
concerniente  á  la  cacería,  pues  -á  los  indios  me  cuidé  muy 
mucho  de  no  mentarlos  para  nada  porque  no  convenía. 
Recordóles  la  promesa  que  les  tiene  hecha  en  casos  aná- 
logos, á  saber,  que  aquel  que  primero  disparara  ó  lanceara 
ai  tigre  sería  gratificado  con  la  suma  de  veinte  pesos  en 
plata;  los  acompañantes  recibirían  cinco.  Finalmente 
ofreciéronse  cinco  llaneros  quienes  se  largaron  inmediata- 
mente á  prevenir  \Ajuorocha,  lanzas  y  caballos. 

Amaneció  el  domingo  (no  tan  presto  como  yo  desea- 
ba), y  al  rayar  el  alba  ó  poco  más,  yá  estaba  despachán- 
dome del  Oficio  Divino  y  demás  obligaciones  perentorias. 
Ni  me  pasó  por  las  mientes  el  que  pudiera  calentarnos  el 
vsol  en  la  casa  del  hato,  como  sucedió  en  efecto. 

Mas  al  fin  salimos.  Rompían  marcha  los  peones  caba- 
lleros en  sendos  potros  cerriles,  seguidos  de  la  jauría.  El 
Dr.  Forero  y  el  que  esto  escribe  partimos  poco  después. 
Tódos  nos  dirigíamos  á  Mata  de  Casanare  (i),  que  es  un 
espeso  bosque  de  más  de  dos  leguas  de  circunferencia, 
que  suelen  frecuentar  los  indios. 

Y  aconteció  que  no  bien  habíamos  caminado  una 
hora  cuando  inesperadamente  toparon  los  perros  con  un 
grupo  de  venados,  y  á  pesar  de  que  en  el  primer  acometi- 
miento lograron  alcanzar  y  descuartizar  puntualmente  á 


(1)  Casi  no  bay  en  Casanare  bosque  ó  mata  de  monte,  por  insignifi 
cantes  que  sean,  que  no  tengan  su  nombre  particular;  lo  cual  ayuda  no 
poco  para  precisar  puntos  y  distancias. 


—   IOÓ  — 


uno  de  los  cornúpetos,  la  jauría  continuó  la  persecución 
de  los  restantes,  hasta  que  perseguidores  y  perseguidos 
desaparecieron  por  entre  la  maleza  lejana;  de  lo  que  des- 
pués sucedió  no  puedo  dar  cumplida  noticia. 

Entretanto  llegamos  á  Mata  de  Casanare,  cuyo_cojT^ 
torno  está  materialmente  cubierto  de  las  osamentas  de  re- 
ses  sacrificadas  por  los  tigres. 

Los  peones  miran  con  sumo  recato  por  todos  los 
lados  del  bosque  para  encontrar  alguna  señal  cierta  de  que 
está  la  fiera;  y  en  efecto,  luego  me  hacen  ver  una  nume- 
rosa zamurada  (algunos  cientos  de  zamuros  ó  gallinazos) 
que  revolotean  sobre  ciertos  árboles  de  la  espesura.  De- 
bajo de  aquella  mata,  me  dicen,  tiene  el  tigre  la  presa  que 
cazó  anoche. 

No  hay  más  que  hacer  sino  ordenar  la  gente  y  enta- 
blar la  lucha. 

Echan  pie  á  tierra  en  un  extremo  del  bosque  _y_ji.se- 
gui  an  los  cab  illos.  Dispónense  en  este  orden :  primero  el 
que  lleva  la  morocha  ó  fusil;  á  los  lados  de  éste,  dos  lan- 
ceros; finalmente  cierran  la  marcha,  haciendo  apretado 
grupo  con  los  precedentes,  los  otros  dos  hombres  armados 
también  de  sendas  lanzas. 

De -esta  traza  internáronse  en  el  bosque.  ... 
¡Con  qué  impaciencia,  con  qué  desasosiego  esperaba 
yo  el  primer  disparo  de  la  vieja  morocha  para  lograr  ver  y 
palpar  y  clasificar  á  la  gran  pantera,  al  jaguareté,  al  leopar- 
dus  onca,  que  tales  nombres  pertenecen  al  sanguinario  ti- 
gre, rey  de  las  selvas  americanas!  Yá  me  parecía  tocar  su 
luciente  y  sedoso  pelo  de  manchas  negras  y  rojas. .  . . 

Y  entretanto  ¿qué  se  hicieron  los  desventurados  goa- 
hivos?  ¿Era  yo  cazador  de  fieras,  como  los  llaneros,  ó  ca- 
zador de  almas  como  cumplía  á  mi  ministerio?  Bien  sabe 
Dios  que  entre  estos  dos  extremos  optara  yo  de  buen  gra- 
do por  el  último,  pero  no  me  estaba  reservado  este  con- 
tento indecible.  ¿Y  acaso  lo  merecía?  Cinco  días  estuvo 
por  estos  mismos  sitios  un  acabado  modelo  de  misione- 


ros,  el  M.  R.  P.  Fr.  Manuel  Fernández,  actual  Provinci.il 
de  P.  P.  Candelarios;  cinco  días  estuvo,  repito,  bregando 
de  caño  en  caño,  de  estero  en  estero,  de  selva  en  selva,  su- 
friendo todo  linaje  de  penalidades  y  desafiando  los  rigo- 
res de  una  naturaleza  bravia  é  inexplorada,  con  el  solo 
objeto  de  encontrar  á  estos  mismos  indios  y  ganarlos  para 
Dios  (i).  Indudablemente  que  este  mismo  Dios  bondado- 
so guiaba  los  pasos  del  celoso  misionero,  ¿pero  acaso  fue- 
ron hallados  los  erráticos  indígenas?  ¿Y  por  qué  prome- 
terme yo  encontrarlos  tan  de  bóbilis,  bóbilis? 

En  tales  discursos  divagaba  mi  imaginación  cuando, 
triste  y  afligido,  regresaba  á  la  casa  del  hato. 

No  abandonaremos  á  La  Pastora  sin  antes  hacer  no- 
tar un  fenómeno  inexplicable  para  quienes  no  son  conoce- 
dores de  las  usanzas  rutinarias  del  llano.  La  región  arau- 
cana es  acaso  la  que  más  ganado  mantiene  (hablo,  por  su- 
puesto, de  Casanare)  en  sus  fértiles  sabanas.  Ahora  bien, 
¿quién  creerá  que  en  estos  lugares  es  muchas  veces  más 
fácil  conseguir  una  lata  de  leche  condensada  extranjera 
que  un  vaso  de  leche  fresca?  La  causa  de  este  fenómeno 
(digan  lo  que  quieran  los  llaneros),  no  es  otra  que  la  pe- 
reza, el  abandono,  la  rutina.  Así  lo  observé  en  La  Pastora. 
En  este  hato  es  el  ganado  tan  cerril  y  bravo  como  el  que 
más,  lo  cual  no  impide  que  tengan  siempre  la  leche  sufi- 
ciente para  el  consumo  de  la  casa  y  aun  para  hacer  que- 
sos. El  método  empleado  para  amansar  las  vacases  suma- 
mente sencillo.  Escogidas  las  vacas  de  mejor  porte,  llé- 
vanse  á  la  casa  á  fuerza  de  soga  y  amárranse  fuertemente 
á  un  poste.  El  primer  día  (y  aun  el  segundo  en  muchas 
ocasiones),  las  reses  no  comen  ni  beben  de  puro  bravas; 
pero  llega  el  tercero  y  el  hambre  las  domeña  y  hace  tra- 
tables por  regla  general.  Si  alguna  persiste  en  su  terque- 
dad, suéltese  inmediatamente  porque  de  lo  contrario  pere- 


(1)  Véase  Apuntes  para  la  Historia,  del  R.  P.  Fr.  Santiago  Matute. 
Vol.  i,  pág.  23  >  y  sig.  Expedición  á  Cuiloto. 


—  io8  — 


cería.  Este  es  el  método  que  emplean  en  La  Pastora  y  que 
podrían  imitar,  si  quisieran,  en  todos  los  hatos. 

Como  mi  permanencia  en  La  Pastora  no  tenía  razón 
de  ser,  toda  vez  que  habían  fracasado  mis  proyectos  de  vi- 
sita á  los  goahivos,  me  restituí  á  Arauca,  empleando  en 
f^o  Ltrrn^*u^je  e'^°  ^os  días,  sin  más  incidentes  que  el  fortuito  encuentro 
de  un  oso  hormiguero  que  nos  proporcionó  no  poco  di- 
vertimiento. 

—  Padre,  un  joso,  díjome  el  práctico,  señalando  algo 
que  yo  no  apreciaba  lo  bastante  para  Batear  de  qué  se  tra- 
taba. Un  joso  hormiguero,  repitió  deteniendo  el  caballo. 

Así  era  efectivamente;  y  lo  teníamos  tan  cerca  que 
bien  hubiéramos  podido  enlazarlo  con  la  jáquima.  El  bi- 
cho no  se  asustó  con  nuestra  visita,  y  cuando  le  arrojá- 
bamos la  soga,  se  alzaba  con  gran  prosopopeya  sobre  las 
patas  traseras  y  extendía  las  manos  como  para  mostrar  sus 
uñas  largas  y  encorvadas  como  púas  de  rastrillo. 

El  oso  hormiguero  {tamanduá  tridactyta)  es  de  color 
pardo  y  tiene  el  hocico  largo,  cuello  grueso  y.  cola  pren- 
sil. El  único  ejemplar  que  he  visto  (del  cual  trato),  medi- 
ría unos  ochenta  centímetros  de  largo.  Parece  que  es  ani- 
mal  inofensivo,  según  me  aseguraron,  pero  el  historiador 

Fr.  Pedro  Simón  (Noticias  historiales,  etc.,  Seg!  Part.)  re- 

/j  .   i —       1        •  '      *     «  /i 

/t^f-»(ft  here  que  habiendo  el  capitán  Jur.n  Tafur  atravesado  con 

una  lanza  á  un  oso  de  este  género,  fue  tan  grande  la  sacu- 
dida que  dio  éste,  que  quebró  la  lanza  por  medio;  y  con 
la  rabia  y  coraje  en  que  se  encendió  este  animal,  al  verse 
tan  mal  herido,  dio  un  salto  hacia  las  ancas  del  caba- 
llo, y  clavó  las  uñas  en  las  ancas,  quedando  tan  prendido 
que  no  pidieron  desprenderlo  las  muchas  coces  y  corco- 
vos que  dio  el  caballo.  Gracias  al  compañero  que  tenía  el 
capitán  no  murió  en  las  garras  del  oso.  Matáronlo,  final- 
mente, y  sirvió  para  saciar  el  hambre  canina  de  sus  com- 
pañeros de  armas. 


—  -  109  — 


CAPITULO  XVI 

Resumen:  Extursiones  de  los  misioneros—  Visita  á  Guadualito  (Peri- 
quera)— Lo  que  oí  en  mi  posada — Aventuras  de  un  borracho — Cómo 
entienden  y  practican  la  religión — Ignorancia  religiosa — Qué  hice 
en  Guadualito — Una  buena  vieja — Un  tipo  de  mala  catadura — Ce- 
menterio de  Orichuna — Descripción  del  caimán. 

Trabajo  ímprobo,  onerosísima  carga  para  el  misione- 
ro de  Casanare  son  las  continuas  visitas  ó  apostólicas  ex- 
cursiones que  frecuentemente  debe  practicar  á  pueblos  ó 
vecindades  que  distan  no  pocas  veces  más  de  veinte  le- 
guas del  asiento  de  la  misión.  Ocupado  en  administrar  los 
sacramentos  del  bautismo  y  la  penitencia,  presenciar  los 
matrimonios  que  ocurren  y  sembrar  la  semilla  de  la  divi- 
na palabra  en  corazones  más  ó  menos  dispuestos,  pasan 
días  y  días  sin  que  el  fatigado  operario  de  la  viña  del  Se- 
ñor pueda  volver  á  su  querida  residencia,  que  más  amable 
y  deseada  se  hace  cuanto  más  se  tarda  en  volver  á  ella; 
al  fin,  como  lugar  que  es  de  relativo  sosiego  (que  ameno 
jardín  parece),  gracias  á  los  continuos  y  solícitos  cuida- 
dos que  le  prodiga  el  misionero. 

Y  si  esto  acontece  en  cualquiera  misión  de  Casanare, 
en  Arauca  de  manera  singular;  porque  no  se  limita  la  ac- 
ción benéfica  de  los  misioneros  al  territorio  que  tienen 
asignado  en  los  llanos  colombianos,  sino  que  además  se 
extiende  á  la  vasta  región  venezolana  bañada  por  los  ríos 
Arauca  y  Apure. 

En  confirmación  de  esto,  algo  pudiera  decir  de  la  gi- 
gantesca expedición  realizada  por  el  P.  Bruno  Castillo 
(comenzada  poco  después  de  mi  vuelta  de  La  Pastora  y 
finida  en  el  mes  de  febrero  del  año  siguiente,  expedición 
en  la  cual  recorrió  los  pueblos  de  La  Trinidad  de  Apure, 
El  Viento  y  Palmarito  y  cuantos  hatos  y  fundaciones  de- 
moran en  esas  latitudes,  en  una  área  de  algunos  cientos 
de  leguas  cuadradas  (i);  pero  lo  dejo  para  el  capítulo  que 

(1)  Poco  antes,  en  pleno  invierno,  había  salido  el  mismo  padie  Mi- 
sionero hasta  cerca  del  Meta. 


tratará  exprofeso  de  las  jiras  apostólicas  de  los  misione- 
ros, frutos  recogidos,  etc.  etc. 

Pláceme  ahora  tan  sólo  hacer  algunas  remembranzas 
del  viaje  que  efectué  á  Guadualito  en  los  últimos  días  de 
marzo  y  primeros  de  abril,  poco  antes  de  mi  regreso  defi- 
nitivo á  la  Cordillera. 

Era  el  28  de  marzo  cuando  me  trasladé  á  El  Amparo 
después  de  la  forzosa  faena  de  embarcarme  en  el  río  y  pa- 
sar abordada  la  bestia  en  que  cabalgaba.  En  poco  más  de 
tres  horas  me  apersoné  en  Guadualito  en  compañía  del 
señor  Gobernador  civil  del  Distrito  Páez,  dentro  de  cuya 
jurisdicción  debía  ejercer  el  sagrado  Ministerio. 

Guadualito,  por  mal  nombre  Periquera,  es  uno  de 
los  pueblos  más  importantes  del  Alto  Apure,  bien  se  le 
considere  desde  el  punto  de  vista  histórico  (en  cuyo  caso 
resalta  la  figura  del  León  de  Apure  con  sus  legendarias 
hazañas),  bien  se  atienda  al  importante  papel  que  ahora 
desempeña  en  el  movimiento  comercial  de  esta  región,  y 
señaladamente  en  la  industria  pecuaria,  base  de  todo  ne- 
gocio en  el  llano.  Es  cabecera  de  distrito,  y,  por  consi- 
guiente, asiento  del  Gobernador,  quien  tiene  á  sus  órdenes 
una  pequeña  fuerza  armada  para  meter  en  cintura  á  los 
numerosos  venezolanos  asilados  en  Arauca,  ó  quizás,  qui- 
zás para  aparentar  tener  la  supremacía  sobre  esta  villa  que 
carece  en  absoluto  de  guarnición. 

Si  sus  edificios  no  fueran  de  construcción  ligera,  te- 
chados con  palma  ó  con  zinc;  si  no  tuviera  á  sus  puertas 
un  gran  río  navegable  como  el  Apure  (tributario  del  Ori- 
noco); si  en  los  patios  de  las  casas  no  se  alzara  elegante  la 
gentil  palmera  de  cocos;  si  no  se  vieran,  finalmente,  en  sus 
calles  y  linderos  las  consabidas  cercas  y  empalizadas  y 
¡nangas,  ya  de  bambú,  ya  de  alambre  con  púas  (fortifica- 
ciones que  denuncian  al  ganado);  si  en  Guadualito,  repi- 
to, faltaran  estas  condiciones,  sería  un  pueblo  fenómeno, 
una  población  indigna  de  ocupar  lugar  en  la  llanura,  una 
cosa  así  como  un  canto  rodado  de  las  empinadas  crestas 


—  III  — 


de  los  Ancle?.  A  esto  se  deberá  quizá  que,  á  Periquera  no 
le  falta  nada  de  lo  enunciado. 

Pero  no  tiene  iglesia;  y  no  la  tiene  porque  carece 
de  sacerdote.  En  época  no  lejana  Guadualito  poseía  su 
iglesita,  si  no  muy  bdla  y  espaciosa,  al  menos  lo  bastante 
para  cubrir  imperiosa  necesidad.  Y  ¡qué  triste  es  un  pue- 
blo sin  iglesia!  ¡Qué  recia  cosa  para  el  misionero  hallarse 
en  una  población  de  relativa  belleza  y  tener  que  ejercer 
las  funciones  más  augustas  de  su  Ministerio,  ora  en  una 
pieza  desaseada,  llena  de  sabandijas,  ora  en  una  casa  don- 
de la  virtud  es  un  escándalo  y  ¡os  venerandos  misterios 
de  nuestra  religión,  objeto  de  mofa  y  de  ludibrio! 

No  es  esto  lo  que  comúnmente  sucede  en  Casanare, 
ni  aun  en  los  pueblos  y  hatos  del  Alto  Apure;  pero  de 
todo  hay  en  la  viña  del  Señor. 

El  Gobernador  del  distrito  ofrecióme  galantemente 
su  casa  para  los  días  que  permaneciese  en  Periquera  y 
ordenó  que  aderezasen  la  sala  que  en  sus  sesiones  perió- 
dicas ocupa  el  Consejo  Municipal,  á  fin  de  que  me  sirvie- 
ra de  dormitorio  á  la  vez  que  de  capilla  donde  ejerciese 
mi  Ministerio. 

.  La  pieza  en  cuestión  hace  parte  de  la  casa  en  que  ha- 
bita cierto  sujeto  que  mantiene  constantes  é  indisolubles 
relaciones  con  toda  materia  espiritual,  bien  se  llame 
aguardiente,  brandy,  ron  ó  marrasquino;  que  así  debo 
decirlo  (Dios  me  perdone)  para  ir  bosquejando  algún 
cuadro  de  costumbres.  .  .  . 

Digo,  pues,  que  á  prima  noche  del  día  de  mi  llegada, 
cuando  aún  el  cansancio  del  viaje  me  hacía  rebullir  en 
la  hamaca,  noté  que  de  la  contigua  pieza  salían  voces  en 
progresión  ascendente.  .  .  . 

¿Tendremos  chamusquina?  dije  para  mí  un  tantico 
mal  humorado. 

Y  á  f e  que  no  juzgaba  temerariamente  al  suponer  que 
el  dueño  de  la  casa,  el  señor  N. . .  .estaría  poseído  de  los 
espíritus ! 


  112   


A!  principio  todo  se  redujo  á  filosofar  con  más  ó  me- 
nos calor;  pero  en  un  periquete,  cosa  frecuente  en  los 
borrachos,  cambió  de  conversación  y  dirigiéndose  á  un 
su  compadre  que  casualmente  allí  estaba,  le  decía  aludien- 
do al  misionero  vecino: 

— ¿Este  padrecito?.  .  .  (  )  Yo  sí  creo  en  Dios  y 

adoro  su  providencia.  . . .  Esto  es  bello  y  sublime,  caram- 
ba! Pero  creer  en  esto  de  bautismos  y  en  esas  supersticio- 
nes que  nos  decía  el  padrecito.  . . .  eso  para  los  tontos.  Los 
curas!...  ¡  Buenas  jayacas!  Yo  lo  tengo  en  mi  casa  por 
compromiso;  por  puro  compromiso.  ¿No  sabe,  compa- 
dre, que  esta  pieza  es  del  Concejo?  (Silencio  profundo. . . . 
El  compadre  debía  de  estar  bostezando).  En  mi  tierra 
conocí  yo  á  un  curita. .  . .  ¡ah !  hombre  de  tomar!  ¡Qué 
palos  se  pegaba! 

El  compadre,  llanero  que  no  participaba  por  ventura 
de  las  opiniones  que  emitía  don  N.  .  . .  protegidas  con  re- 
güeldos, trató  de  zafarse  de  semejantes  sandeces  cogiendo 
las  de  Villadiego.  Pero  el  casero  se  inteYpuso: — Echemos 
otro  palito  de  ron,  compadre. — No  bebo  más,  compadre. — 
El  último. — No  más,  compadre.  — Usted  me  desprecia;  yo 
/7^^*y         soy  pobre,  pero  delicado! 

Y  comenzó  la  gresca. 

A  poco  rato  no  se  oían  sino  gritos  é  insultos  los  más 
gruesos  y  escandalosos. 

El  de  la  casa  tomó  finalmente  un  revólver  y  dirigién- 
dolo á  su  propio  pecho,  increpaba  soezmente  á  su  compa- 
dre: — Dispára,  dispara,  cobarde,  que  te  vas  á  hacer  famo- 
so borrando  de  la  vida  á  una  persona  de  importancia;  dis- 
pára, si  no  yo  mismo  me  meto  las  cinco  pepas  en  el  cuer- 
po para  acabar  de  una  vez  con  la  miseria  que  me  ator- 
menta; dispára!. . . 

Hubo  un  momento  de  lucha:  la  visita  abría  la  puer- 
ta, pero  don  N. .  .  .  asíala  fuertemente  para  impedir  la  eva- 
sión de  aquélla. 

Cuando  me  disponía  á  pasar  á  la  pieza  en  que  se  ha- 


—  H3  — 


liaban  los  contendientes,  sonó  un  tiro  de  revólver.  El 
proyectil,  después  de  atravesar  la  pared  de  bahareque, 
vino  á  caer  junto  á  la  hamaca  que  acababa  yo  de  dejar. 

Pronto  se  presentaron  los  de  la  policía  armados  de 
sendas  carabinas,  los  cuales,  no  bien  fueron  vistos  por  el 
furibundo  don  N. ...  abandonaron  el  campo,  huyendo 
del  afilado  machete  que  les  mostraba  este  señor.  El  revól- 
ver ya  estaba  en  mi  poder. 

¡Y  con  qué  autoridad,  con  qué  elocuencia  apostrofa- 
ba el  compadre  N. ...  á  los  celosos  y  valientes  guardianes 
del  orden! — Policías  á  mi  casa?  ¿policías  violando  el  sa- 
grado^ recinto  de  mi  hogar?.  . . 

Poco  después  aparecieron  de  nuevo  los  policías,  pero 
no  tres  como  antes,  sino  triplicados;  y  no  venían  á  poner 
al  borracho  en  el  cepo,  sino  á  llevarme  á  casa  del  señor 
Gobernador;  que  en  Periquera  no  hay  gente  que  pueda 
entendérselas  con  sujetos  del  calibre  de  don  N. . . . 

Y  me  separé  con  pesar  profundo  de  aquella  desven- 
turada familia,  víctima,  como  tantas  otras,  de  los  vicios 
■del  jefe  de  ella. 

— O  me  caso  mañana  con  otra  mujer,  ó  me  pego  un 
tiro:  tales  fueron  las  últimas  palabras  que  oí  pronunciar  á 
dojxN.  .  .  .  cuando  salía  de  su  casa;  dilema  que  la  esposa, 
á  quien  iba  dirigido,  escuchó  como  una  frase  tragicómica 
salida  de  los  labios  de  un  borracho. 

Creerá  quien  esto  leyere  que  la  escena  bosquejada  ¿óy 


t 

fue  única  en  los  días  que  me  detuve  en  Guadualito?  En 
esta  población,  como  en  tantas  otras,  la  llegada  del  misio- 
nero, un  bautizo,  un  entierro  de  párvulo,  un  matrimonio 
son  otros  tantos  motivos  indiscutibles  para  armar  mari- 
morenas y  bailes  y  darse  á  la  borrachera  y  al  Patas:  para 
todo  lo  malo.  Es  muy  natural:  el  misionero  está  en  su  re- 
sidencia habitual.  Llega  un  propio  con  una  carta,  que 
puede  ser  del  Alcalde  ó  del  Jefe  civil  ó  de  algún  amigo  de 

fiestas.  En  ella  se  le  exige  al  padre  que  vaya  al  pueblo  A  

donde  le  están  esperando  varias  parejas  que  desean  casar- 

8 


—  ii4  — 


se  según  lo  manda  y  ordena  la  Iglesia  nuestra  madre;  los 
niños  están  ya  coleando  toros  y  novillos  sin  haber  sido 
bautizados;  los  adultos  todos  quieren  reconciliarse  con 
Dios  por  medio  de  la  Penitencia. . .  . 

— Y  bien,  pregunta  el  padre  al  mensajero,  ¿ya  tienen 
todo  listo? 

— Sí,  señor  Padre;  cuando  yo  salí  del  pueblo,  acababan 
de  llegar  los  bueyes  con  el  aguardiente  (!  ¡). 

¡Aquí  de  la  frase  aquella  tan  expresiva  cuanto  mano- 
seada: HUELGAN  LOS  COMENTARIOS ! 

No  quisiera  dar  á  entender  con  esto  (y  ya  Jo  advertí 
en  otra  ocasión),  que  los  llaneros  son  un  hato  de  gente 
perdida.  Dios  me  libre  de  semejante  despropósito.  Los 
llaneros  no  son  malos  ni  siquiera  indiferentes;  el  rescoldo 
de  la  religión  lo  tienen  envuelto  en  cenizas;  envíeseles  un 
misionero  que  more  continuamente  entre  ellos;  él  remo- 
verá ese  fuego,  ese  rescoldo,  y  lo  verá  pronto  convertido 
en  lucientes  llamas. 

¡Ah!  ¡si  posible  fuera  decirlo  todo!.  .  .  En  Casanarer 
como  en  los  llanos  de  Venezuela,  no  escasean  las  almas 
sencillas,  inocentes,  puras,  candorosas,  que  no  conocen  la 
malicia  del  pecado  y  que  conservan  durante  toda  la  vida 
aquella  delicadeza  de  corazón  privilegiado  que  sólo  se  ve 
en  el  retiro  del  claustro.  Empero  ¡triste  suerte  la  de  ellas! 
ignoran  las  nociones  más  elementales  de  nuestra  sagrada 
religión.  Saben  juntar  las  manos  y  elevar  los  ojos  al  cielo, 
pero  nunca  han  llegado  á  aprender  el  símbolo  de  la  fe,  ni 
el  Padrenuestro  ni  el  Avemaria.  ¿No  acontece  muchas  ve- 
ces que  al  llegar  el  misionero  á  una  casa,  á  un  hato,  y  co- 
menzar el  santo  Rosario  en  honor  de  la  Reina  del  cielo; 
no  acontece,  repito,  que  no  haya  en  toda  la  numerosa  fa- 
milia quien  responda  á  la  salutación  angélica?  Pero  basta. 

— ¿Que  si  tuve  mucha  ocupación  en  Periquera? —No 
faltó  por  la  misericordia  divina. — ¿Bautismos? — Unos 
cuarenta,  más  que  menos. — ¿Confesiones? — Tres,  y  esto 
porque  estábamos  en  los  últimos  días  de  la  santa  Cuares- 


—  n5  — 

ma. — ¿Pero  sí  presenciaría  muchos  matrimonios? — Siento 
decirte,  caro  lector,  que  no  presencié  ninguno.  En  esta 
parte  de  Venezuela  las  autoridades  civiles  casan  y  desca- 
san á  destajo;  al  misionero  solamente  lo  necesitan  para 
esto  cuando  alguno  de  los  amañados  está  en  peligro  de 
muerte. 

Acompañado  de  un  tachirense  patojo  que  me  servía 
de  guía,  salí  de  Periquera  el  día  5  de  abril.  Bautizando 
aquí,  oyendo  relaciones  de  espantos  allá  y  á  cada  paso 
descansando  en  gracia  de  mi  averiado  acompañante,  pude 
recorrer  todo  el  vecindario  de  Páez  y  pernoctar  en  el  de 
Orichuna,  en  una  casita  soropada,  habitada  por  una  buena 
vieja  postrada  en  cama.  En  este  mismo  rancho,  que  está 
oculto  por  una  espesa  mata  de  monte,  refugiáronse  los  pa- 
dres misioneros  de  A  rauca  en  aquellos  tristes  y  azarosos 
días  de  revolución.  Aún  me  refería  la  excelente  vieja,  en- 
tre sollozos,  los  sufrimientos  y  privaciones  de  los  padres 
y  la  manera  prodigiosa  de  que  se  valió  el  Señor  para  favo- 
recerla con  los  auxilios  de  nuestra  sagrada  Religión. 

Ella  estaba  gravemente  enferma,  y  pedía  á  Dios  que 
no  la  dejase  morir  sin  Sacramentos. . . .  Pero  los  padres 
misioneros  estaban  presos  en  Arauca. .. .  ¿Qué  hacer?  Sin 
pensar  que  podría  morir  en  el  camino  (distaba  de  Arauca 
cuatro  ó  cinco  leguas)  dispuso  que  la  trasladasen  al  pue- 
blo en  una  hamaca. . . .  Todo  estaba  dispuesto  para  cum- 
plir su  piadosa  resolución,  cuando  hé  aquí  que  aparecen 
por  la  sabana  los  deseados  misioneros. . . .  Entonces,  ter- 
minó la  buena  vieja,  no  quiso  Dios  que  yo  muriera,  pero 
me  parece  que  no  salgo  de  ésta. 

Así  sucedió  en  efecto:  á  los  pocos  días  de  mi  regreso 
á  Arauca  tuve  noticia  de  la  envidiable  muerte  de  esta  feli- 
císima vieja. 

Después  de  conversar  un  rato  con  la  dueña  de  la 
casa  salí  á  visitar  á  las  diversas  familias  avecindadas  á  ori- 
llas del  caño  de  Orichuna.  En  uno  de  los  ranchitos  encon- 
tréme  de  sopetón  con  ciexta-sujeto  extraño.  Su  vrsta  me 


turbó,  porque  estos  solitarios  paisajes  no  suelen  ser  fre- 
cuentados por  personas  de  aquel  porte.  No  vestía  la  ca- 
misa por  fuera  de  los  pantalones,  como  es  usanza  en  la 
tierra;  ni  tampoco  iba  en  cuerpo,  esto  es,  con  franela  y 
calzones  por  toda  vestimenta  (que  también  así  andan  los 
llaneros),  sino  que  estrenaba  saco  y  pantalones  de  manta, 
y  ambas  prendas  tan  holgadas  que  seguramente  no  ten- 
drían rival  en  el  baratillo  donde  fueron  adquiridas.  Ten- 
dría sus  cincuenta:  cabello,  más  bien  que  blanco,  entreve- 
rado; facciones,  vulgares,  muy  pronunciadas;  su  hablar, 
tosco  y  afectado.  . . . 

—  ¡Venerable!  Soy  feliz  al  ponerme  á  la  orden  del 
Venerable! 

Así  fue  el  saludo  que  me  endilgó  antes  de  sobrepo- 
nerme del  susto.  Se  me  presentó  luego  con  el  nombre  de 
«doctor  Cariaco,  médico  por  las  Universidades  de  Bogotá 
y  Caracas»;  y  en  cinco  minutos  me  dijo  algo  más  de  lo 
que  yo  hubiera  deseado  saber.  Por  ejemplo,  díjome  que 
él  era  homeópata  y  que  por  sólo  hacer  bien  á  aquellas 
gentes  infelices  había  venido  á  los  llanos  de  Venezuela 
con  dos  baúles  de  medicinas  que  le  importaban  unas  seis- 
cientas morrocotas.  Parece  increíble,  Venerable,  lo  que 
cuestan  los  medicamentos  en  el  extranjero! 

Esto  me  dijo  invitándome  á  mirar  dos  bultos  liados 
con  media  arroba  de  cabuya. 

- — ¿De  manera  que  todo  eso  es  glóbulos? 

— Le  diré,  Venerable. .  .  . 

Hasta  el  día  de  hoy  estoy  esperando  contestación  á 
mi  indiscreta  pregunta;  porque  sucedió  que  el  baquiano 
patojo  terció  inoportunamente  en  el  debate  y,  encarándo- 
se con  el  doctor,  díjole  sin  rodeos  ni  circunloquios: 
— Atienda  usted,  ¿no  estuvo  usted  viviendo  en  el  pueblo  de 
X....?(i). 

— Sí,  estuve  allí  algún  tiempo. . . .  ¿pues? 


(1)  X  . . .  es  una  población  venezolana  fronteriza  de  Colombia. 


—  ii7  - 


— ¡Ya  decía  yo  que  lo  conocía  á  usted!  ¿Pero  enton- 
ces no  era  usted  doctor! . . . 

— Ciertamente,  fue  después  cuando  hice  mis  estu- 
dios. . .  . 

— Venerable,  ¿me  hará  el  honor  de  aceptar  una  copita 
de  vino?. . . 


Al  siguiente  día,  á  las  cinco  y  media  de  la  madruga- 
da, hallábame  bendiciendo  el  cementerio  de  Orichuna.  (i) 
Asistían  al  acto  religioso  todos  los  moradores  del  vecinda- 
rio. ¡Con  qué  recogimiento,  con  qué  devoción  estaban 
aquellas  gentes! 

Por  más  que  el  Dr.  Cariaco  había  salido  en  la  noche 
anterior  para  Periquera  con  el  fin,  según  manifestó,  de 
comprar  algunos  medicamentos,  quiso  hacer  un  esfuerzo 
para  presenciar  dicha  bendición;  y  en  efecto,  al  terminar 
el  acto  apareció  montado  á  caballo.  AJ_£unto  me  suplicó 
que  le  permitiera  cantar  un  responso  que  él  pagana.  ...  y 
sin  más  comenzó  á  toser,  escupir  y  berrear  como  no  pue- 
de calcularse.  Y  más,  terminado  el  responso,  excitó  á  los 
presentes  á  que  encargaran  más  responsos,  que  él  los  can- 
taría con  la  mayor  solemnidad  posible;  pero  como  aquel 
mismo  día  tenía  que  llegar  yo  á  Arauca,  advertíles  que  lo 
haríamos  en  otra  ocasión  más  oportuna.  Terminó  la  fun- 
ción ponderando  el  doctor  el  gran  poder  de  las  almas  del 
purgatorio  y  dándome  el  estipendio  de  una  misa  para  que 
las  benditas  ánimas  le  ayudasen  á  curar  sus  enfermos. 

(1)  Tal  vez  será  oportuno  rectificar  el  concepto  que  del  cementerio  de 
Orichuna  se  habrá  formaio  el  lector  La  inmensa  mayoría  de  los  habitan- 
tes de  Casanare,  que  viven  fuera  de  bis  c3ntros  de  población,  dan  sepul- 
tura á  los  restos  humanos  sin  poner  el  hecho  en  conocimiento  de  las  au- 
toridades civiles  ó  eclesiásticas.  El  lugir  don  Je  se  verifica  la  inhumación 
varía  según  la  piedad  de  los  deudos  ó  el  interés  délos  enterradores  En 
la  llanura  es  muy  común  practicar  la  inhumación  en  el  solar  de  la  casa, 
si  e!  cadáver  es  de  párvulo;  si  de  adulto,  en  el  bosque,  ó  bien  eauna  mata 
de  monte.  En  la  cordillera  la  hacen  á  la  vera  de  los  caminos. 

Que  estas  prácticas  semisalvajes  dan  margen  á  multitud  de  crímenes 
es  cosa  que  se  cae  como  fruta  madura. 


Ignoro  el  efecto  que  causarían  estos  actos  de  piedad 
en  el  ánimo  de  su  clientela;  pero  alguien  me  dijo  que  el 
doctor  pedía  adelantados  sus  honorarios  y  que  ningún  en- 
fermo se  alentaba. 

Las  siete  serían  cuando  emprendimos  marcha  camino 
de  El  Amparo,  y  si  no  hubiera  sido  por  un  pequeño  extra- 
vío que  sufrimos,  llegáramos  en  dos  horas  al  término  de 
la  jornada.  El  baquiano  había  alquilado  un  burro  tan  tro- 
chador  que  era  maravilla  verlo  correr,  y  corriendo  fuimos 
á  dar  al  río  Arauca,  una  legua  más  arriba  de  donde  está  la 
embarcación.  Y  á  fe  que  estuvo  bien  empleada  la  pérdida, 
porque  llegamos  á  tiempo  que  unos  indios  estaban  pe- 
leando con  un  enorme  caimán.  Y  «vi  muchos  lagartos 
grandes,  tan  gruesos  en  el  cuerpo  como  un  becerro. .  . . 
Yo  me  acerté  á  matar  el  primero  que  se  mató  y  vi  que  le 
echaron  más  de  diez  lanzas  que  ansí  como  daban  en  él 
saltaban  como  si  dieran  en  una  peña  y  después  un  criado 
mío  fue  por  través  del  y  atravesóle  una  lanza  por  medio 
del  cuerpo,  y  ansí  lo  matamos;  y  muerto  y  sacado  á  tie- 
rra hallámos  que  tenía  por  cima  del  lomo,  que  le  tomaba 
desde  el  pescuezo  hasta  la  cola  una  concha  que  lo  cubría 
todo,  que  era  tan  fuerte  que  no  había  lanza  que  la  pasase; 
y  debajo  de  aquélla  que  era  desde  el  medio  cuerpo  abajo 
hacia  á  la  tripa  era  como  otros  lagartos,  y  por  aquella  par- 
te tenía  la  lanza  atravesada.  Tenía  tres  palmos  de  boca  y 
por  cada  parte  dos  órdenes  de  dientes  los  más  fieros  que 
jamás  vimos  yo  y  los  que  conmigo  estaban,  aquél  se  deso- 
lló y  comió  su  carne,  era  blanca  y  gentil,  olía  á  almizcle; 
era  buena  de  comer. ...»  (i) 

Así  hablaban  del  temible  sauriano  los  conquistadores 
españoles. 

(I)  Suma  de  Geografía  del  bachiller  Martín  Fernández  de  Enciw. 
(A  costa,  pág.  283). 


—  ii9  — 


CAPITULO  XVII 


Resumen  :  Aspecto  de  Casanare  en  invierno  y  en  verano — Los  cafuches 
ó  marranos  de  monte— Atropellos  de  los  g-oahivos— Represalias  — 
El  Deleite  y  El  Palital — Tenebrosa  noche  en  claro— Caminando  al 
azar — Penalidades  y  consuelos  del  misionero. 

Dicho  queda  en  alguna  ocasión  que  el  aspecto  de  Ca- 
sanare (singularmente  el  de  la  llanura),  produce  sensacio- 
nes opuestas,  según  se  le  considere  en  la  estación  de  las 
lluvias  ó  en  la  que  se  llama  verano.  NTo,  no  puede  preciar- 
se de  conocer  á  Casanare  quien  lo  ha  visitado  únicamen- 
teen  cualquiera  de  las  dos  estaciones:  si  en  invierno,  po- 
drán  ponderarse  los  grandes  y  numerosos  ríos,  los  pro- 
fundos caños,  los  interminables  esteros,  la  lozanía  de  las 
sabanas,  la  gordura  del  ganado;  si  en  verano,  poco  de 
esto  podrá  decirse,  porque  los  ríos,  si  bien  aumentan  en 
belleza,  ven  minorado  su  caudal  de  aguas;  los  caños  y  es- 
teros, ó  se  agotan  por  completo,  ó  sólo  conservan  alguna 
que  otra  charca  cenagosa  y  corrompida  donde  vive  haci- 
nada toda  la  fauna  de  la  región;  las  sabanas  quedan  agos- 
tadas, tórridas,  como  si  por  ellas  hubiera  pasado  el  sí- 
ntOHtn  devastador;  la  vegetación  sólo  prospera  á  orillas  de 
Jos  ríos;  aquellos  millares  de  reses  tan  altivas  y  lucidas  en 
invierno,  tórnanse  apocadas  y  endebles  durante  el  verano 
y_mueren  á  centenares  en  las  orillas  de  esteros  pestilentes. 

¿Quién  que  haya  permanecido  algún  tiempo  en  Ca- 
sanare no  ha  sido  víctima  de  desilusiones  y  desengaños 
en  esta  parte?  Trátase  de  un  guate,  de  un  rcinoso  que,  ya 
declinando  el  invierno,  viene  con  ánimo  de  establecerse 
en  estos  lugares.  Después  de  recorrer  gran  parte  del  llano, 
resuélvese  á  edificar  su  casa  en  un  paraje  encantador:  ori- 
llando tupido  bosque  de  media  legua  en  cuadro,  corre  un 
cañito  que  enloquece;  allí  tiene  terrenos  fértiles  para  la 
agricultura,  pastos  para  el  ganado,  madera  y  palmas  para 
edificar  la  vivienda.  El  nuevo  colono  estímase  feliz,  como 


f 


  120   


si  el  paraíso,  por  nadie  hallado,  hubiera  descubierto.  ¡Mas 
¡oh  dolor!  un  compasivo  llanero  le  advierte  que  el  sitio 
por  él  adorado,  no  es  muy  al  propósito  para  fundarse:  el 
fantástico  riachuelo  quedará  seco  en  el  mes  de  enero  y  ni 
el  colono  ni  su  futuro  ganado  tendrán  con  qué  apagar  la 
sed;  el  agua  más  próxima  queda  á  cinco  leguas,  gracias  á 
un  aljibe  nauseabundo  que  tienen  en  el  vecino  hato.... 

Y  si  el  novel  emigrante  se  traslada  al  llano  durante  el 
verano,  hallará  lugares  quizá  más  encantadores;  pero  la 
verde  sabana  se  transformará  en  estero,  y  el  cañito,  en  río 
gentil  que  dignamente  hace  la  corte  al  pomposo  Meta. 

¿Cuándo  iba  á  sospechar  yo,  que  había  recorrido  casi 
á  nado  algunas  sabanas  de  A  rauca,  que  en  estas  mismas 
estepas  había  de  estar  á  punto  de  perecer  de  sed?  Pero  lo 
vi  y  lo  palpé  al  verificar  el  viaje  de  retorno  á  la  cordillera 
en  los  últimos  días  de  abril  y  primeros  de  mayo,  cuando 
ya  comenzaban  á  descolgarse  los  primeros  aguaceros  del 
invierno. 

El  cual  viaje  será  objeto  del  presente  capítulo,  último 
de  esta  serie  de  excursiones,  que  decir  más,  por  ahora, 
acaso  fuera  insigne  gollería. 

Descrita  queda  en  los  capítulos  7,  8  y  9.  ...  la  ruta 
que  llevé  cuando  de  Támara  me  dirigía  á  la  región  arau- 
cana, Tame,  Macaguane,  Banadía,  El  Totumal,  Arauqui- 
ta. . . .  son  nombres  que  no  se  borran  fácilmente  de  la 
memoria  de  quienes  por  esos  parajes  han  discurrido.  Si 
por  el  mismo  camino  me  hubiera  restituido  á  los  cerros 
tamareños,  ahorrárame  sin  duda  las  presentes  líneas;  mas 
no  fue  así.  Ante  mis  ojos  aparecieron  nuevos  horizontes: 
primero,  las  sabanas  solitarias  delCravo  y  el  Cnsanare  con 
sus  medrosos  y  fantásticos  paisajes;  después,  el  Limbo,  el 
Puerto,  Coronal  y  otros  lugares  ya  conocidos. 

Estamos  en  marcha.  Cuatro  individuos  formámos  la 
caravana:  un  santandereano  perdonavidas,  dos  guías  biso- 
ños  y  el  que  escribe.  Vamos  camino  del  Socorro,  sin  te- 
mor de  caños  ni  esteros  que  nos  atajen.  Apenas  encontró» 


121   


¿te- 
mos uno  de  los  primeros  que  mantiene  algunos  pozos  en 

cuyas  pestilentes  aguas  se  zambullen  centenares  de  chipia- 
res que  forman  algarabía  regocijada.  Los  guías  y  el  san- 
tandereano,  de  buen  humor  y  talante,  á  fuer  de  guates  em- 
pedernidos, arremeten,  cuchillo  en  mano,  contra  la  nu- 
merosa colonia  de  cávidos,  estimándolos  cafuches  ó  ma- 
rranos. Los  mamíferos,  rabiosos,  defiéndense  por  un  rato, 
pero  al  fin  huyen  á  la  desbandada  dejando  sobre  el  cam- 
po á  tres  de  sus  compañeros.  El  perro  del  santandereano 
persigue  á  la  estúpida  cuadrilla,  pero  queda  tan  mal  para- 
do que  nos  obliga  á  intervenir  cuando  ya  le  habían  quita- 
do sobre  media  libra  de  cuero  y  lomo. 

Nada  diré  del  Socorro,  ni  de  las  muchas  reses  que  en 
sus  inmediaciones  vimos  momificadas,  víctimas^  del  ham- 
bre ó  la  sed  unas,  otras  de  la  peste. 

Al  día  siguiente,  sirviéndonos  de  norte  los  árboles  y  l-J-t^A^ 
palmeras  que  se  destacan,  cual  avanzadas,  de  las  grandes 
montañas,  nos  dirigimos  hacia  El  Negro,  único  hato  exis- 
tente por  estos  lados.  Los  dueños  de  esta  finca  hallábanse 
sobresaltados  por  los  indios  goahivos.  Pocos  días  antes  ¿*- 
de  nuestra  llegada  se  acercaron  al  hato  estos  bravos  indí- 
genas y  arrearon  hacia  sus  guaridas  una  partida  de  bes- 
tias. Como  algunas  de  éstas  se  resistiesen  á  pasar  el  río 
Gravo,  fueron  rematadas  á  puyazos  sobre  la  arena.  Allá 
estaban  los  despojos,  y  con  ellos  se  confundieron  luégo 
los  del  capitán  y  otro  indígena  que  murieron  á  manos  de 
los  blancos. 

¿Y  qué  decir  de  El  Deleite,  donde  pasámos  aquella  no- 
che? El  Deleite!  Un  bonito  sural  coronado  por  una  real 
barraca  habitada  por  dos  personas  y  trece  perros!  Y  por 
cierto  que  los  canes  no  son  muy  numerosos  para  el  servi- 
cio que  deben  prestar,  porque  frecuentemente  tienen  que 
medir  sus  afilados  colmillos  con  los  del  león  americano 
(punta  concolor),  vecino  del  tigre  en  estas  soledades. 

La  tercera  jornada  nos  condujo  á  Palital,  donde  nos 
demorámos  un  día  para  proveernos  de  carne  asoleada,  por 


—  122  — 


ser  ésta  la  última  casa  que  encontraríamos  durante  tres  ó 
más  días.  Es  Palital  fundación  de  D.  Antonio  Vigot,  si- 
tuada en  la  margen  izquierda  del  río  Cravo,  cuatro  ó  cin- 
co leguas  antes  de  desembocar  en  el  Casanare.  Con  el 
Cravo  van  confundidos  los  ríos  Ele  y  Lipa. 

Dejado  Palital,  atravesamos  el  río  en  una  canoa;  visi- 
támos  los  coposos  mangos  que  señalan  los  sitios  del  céle- 
bre hato  de  D.  Socorro  Figueroa  y  después  de  pasar  la 
Angostura,  donde  el  Casanare  hace  caprichosa  curva  como 
queriendo  unirse  al  Cravo,  nos  engolfamos  en  los  pajona- 
les bravios  limitados  á  diestra  y  siniestra  por  los  expresa- 
dos ríos. 

El  recelo  que  infunde  lo  desconocido  se  iba  apode- 
rando de  nosotros,  y  unas  nubes  negras,  que  semejaban 
bajar  á  la  llanura,  aumentaban  nuestros  temores. 

Pasadas  dos  horas  comenzó  la  lluvia,  y  aun  tuvimos 
que  caminar  otras  dos  para  ganar  un  pequeño  oasis,  que 
se  alzaba  sobre  un  banco,  semejando  ramillete  de  verdor. 
En  él  nos  guarecimos  con  ánimo  de  pasar  la  noche,  bue- 
na ó  mala,  como  Dios  fuera  servido.  ¿Y  qué  hacer  en 
caso  tal?  Ni  yo  me  atrevía  á  apearme  de  la  cabalgadura, 
ni  los  guías  á  descargar  el  reducido  equipaje  que  llevába- 
mos. Cobijado  como  estaba  con  el  prosaico  bayetón,  po- 
día sobrellevar  el  aguacero  á  caballo,  pero  de  echar  pie  á 
tierra  se  anegaría  hasta  la  última  hilacha  que  seca  me 
quedaba. 

Con  todo,  la  noche  avanzaba,  y  no  era  cosa  de  pasar- 
la en  claro.  Sobre  una  cuerda  amarrada  á  dos  árboles  ten- 
dí el  pesado  bayetón,  más  el  cuero  de  un  puma  que  ha- 
bían matado  los  baquianos  (i).  Con  estos  materiales 
construí  mi  casa.  Los  guías  no  estaban  en  mejores  condi- 
ciones: habíanse  despojado  de  los  trapillos,  como  decía  el 
santandereano,  y  recibían  la  lluvia  á  cuerpo  desnudo. 


(1)  Fue  cazado  por  uno  de  los  guías  en  las  inmediaciones  de  Pali 
tal.  Este  león  sin  melena  medía  1,80  metros  hasta  el  nacimiento  de  la 
cola,  y  ésta  70  centímetros. 


A  las  once  de  la  noche  pudimos  encontrar  combusti- 
ble en  un  tronco  podrido  é  hicimos  lumbre  y  café,  ele- 
mentos indispensables  para  pasar  una  buena  noche.  Los 
baquianos  secaban  la  ropa  al  fuego,  y  el  temor  del  tigre 
traía  al  santandereano  tan  á  mal  traer  que  no  hubiera  ne- 
cesitado la  ayuda  del  café  para  ahuyentar  el  sueño. 

A  la  noche  brumosa  y  desapacible  sucedió  un  día  es- 
plendoroso; y  el  sol  deseado  brotó  de  la  tierra  como  si  de 
ella  fuese  fruto,  según  el  bello  símil  de  notable  escritor 
peninsular.  No  había  que  perder  un  instante  de  aquel  pre- 
cioso día;  A  las  seis  y  media  volvimos  grupas  á  Los  Patos, 
primera  ranchería  de  nuestro  viaje. 

La  mañana  fresca  y  risueña  que  sustituyó  á  la  noche 
lóbrega,  nos  hacía  caminar  alegres  y  risueños,  asustando  á 
los  venados  que  corrían  delante  de  nosotros  con  su  trase- 
ro penacho  izado.  Entretanto,  discurría  el  santandereano 
el  modo  de  llevarse  á  su  tierra  una  manada  de  venados. 
Si  usted  se  pone  en  pelotas  (decíale  uno  de  los  guías)  y  se 
planta  en  medio  de  la  sabana,  le  siguen  los  bichos  como  á 
padrote,  (i) 

Por  dondequiera  notábamos  huellas  de  tigre  tan 
grandes  como  de  buey,  y  árboles  descortezados  por  sus 
potentes  garras. 

A  medio  día  descansamos  un  rato,  y  como  amenazase 
llover,  continuámos  la  marcha. 

Caminábamos  al  azar.  Ninguno  de  los  bisónos  guías 
se  percataba  de  los  parajes  que  recorríamos;  en  su  viaje  á 
A  rauca  habían  pasado  por  allí  de  noche,  costumbre  muy 
extendida  en  el  llano,  para  evitar  el  sol,  por  lo  que  no 
pudieron  reparar  en  el  aspecto  que  presentaban  las  matas 
de  monte,  ni  en  señal  alguna  que  pudiera  orientarlos  al  re- 
greso. Solamente  la  última  montaña  de  cedros  y  palmeras 

(1)  Los  goahivos,  tunebos  y  chiricoas,  poníanse  de  esta  guisa  y  em- 
badurnaban su  cuerpo  con  una  substancia  llamada  mará,  á  cuyo  olor 
fuerte  y  penetrante  acudían  los  venados  medio  aturdidos  y  eran  matados 
por  los  indios.  (E.  Rest.  Tirado).  Quizá  en  esto  tenga  origen  la  broma 
de  los  llaneros,  de  que  se  lucía  eco  el  baquiano. 


—  124  — 


que  guarnece  entrambas  ripas  del  hermoso  Casanare  nos 
marcaba  con  vaguedad  la  dirección  que  debíamos  seguir. 
Mas  era  ya  tarde  para  seguir  discurriendo  por  sabanas 
desconocidas,  y  la  persistente  lluvia  que  se  cernía  impal- 
pable sobre  todo  el  horizonte  nos  invitaba  á  ranchear  an- 
tes de  que  nos  faltase  la  luz  del  sol  que  se  hundía  tras  la 
montaña. 

Nos  acercámos  á  la  orilla  del  río  é  hicimos  alto  bajo 
una  ramosa  ceiba  que  en  un  bajío  se  alzaba. 

Dos  indios  salvajes  pasaban  á  la  posta  tripulando  le- 
vísima embarcación. 

No  había  que  pensar  en  proporcionarnos  alguna  co- 
modidad, sino  en  pedir  á  nuestro  buen  Dios  hiciera  cesar 
la  lluvia  para  pasar  una  nochebuena  con  café  y  lumbre. 
¿Acaso  no  debo  calificar  de  nochebuenas  estas  memora- 
bles pasadas  en  las  llanuras  escondidas?  ¿Qué  misionero 
no  ha  gustado  singularísimas  dulzuras  en  análogas  cir- 
cunstancias? ¡Cómo  nuestro  bondadosísimo  Creador  de- 
rrama á  manos  llenas  sus  celestiales  consuelos!  No  parece 
sino  que  la  anchura  de  las  sabanas  solitarias  con  toda  su 
grandeza,  y  Jos  grandes  bosques  con  su  majestuosa  rusti- 
quez son  el  templo  del  Dios  vivo,  reservado  especialmen- 
te á  los  misioneros  en  sus  viajes.  Allí  se  siente  y  se  toca  y 
se  ama  á  Dios  misericordioso,  consolador,  amoroso,  que 
habla  al  alma  del  misionero  como  un  tierno  padre  y  le 
muestra  los  tesoros  de  su  bondad,  de  su  amor. 

Sentado  en  mi  pobre  hamaca,  con  el  bayetón  sobre  la 
cabeza,  me  deleitaba  con  estos  y  semejantes  pensamientos 
basta  que  el  silencio  de  la  noche  y  la  oscuridad  en  que 
nos  dejaba  la  luna,  cuyos  últimos  reflejos  se  quebraban 
contra  la  ceiba,  me  convidaron  al  reposo  

El  sobresalto  que  me  causaron  las  voces  de  alarma 
délos  guías  fue  terrible.  Mientras  me  arrojaba  maqninal- 
mente  de  la  hamaca,  provisto  de  un  cuchillo'  enristrado 
(que  en  estas  soledades  nunca  huelga),  uno  de  los  baquía- 


nos  disparó  el  rifle  apuntando  al  lugar  por  mí  desalojado. 
Tras  esta  detonación  siguieron  cinco  más  de  revólver,  y 
después  un  rugido  como  de  fiera  mal  herida. . . . 

Lo  crítico  de  la  situación  nos  privó  de  saborear  otra 
escena  que  simultáneamente  se  desarrollaba  ante  nuestros 
ojos.  El  de  Santander  (que  á  falta  de  hamaca  habíala  im- 
provisado con  un  encerado  amarrado  por  sus  cuatro  pun- 
tas con  sendas  cabuyas  á  las  ramas  de  la  ceiba),  dábase 
de  tumbos  y  costaladas  las  más  extrañas,  forcejeando  por 
•evadirse  de  la  original  hamaca  desde  cuyo  fondo  deman- 
daba socorro  con  trágicos  acentos.  Preciso  fue  cortarle 
las  cabuyas  para  que  no  muriera  asfixiado. 

— Qué  fue?  preguntó  al  fin  el  santandereano. 

— Un  alimal,  quién  sabe  qué,  que  estaba  goliendo  el 
chinchorro  del  padre,  contestó  el  de  Socotá;  ¿no  oyó  la- 
tir los  perros? 

Apenas  recobrados  de  semejantes  acontecimientos, 
volvió  á  turbarse  la  paz  en  nuestra  ranchería.  Creíamos 
tener  encima  nada  menos  que  una  tribu  de  indios;  pero 
afortunadamente  nada  de  esto  aconteció;  las  voces  y  el 
ruido  que  sentíamos  eran  de  tres  hombres  que  se  acerca- 
ron á  nuestro  campamento,  guiando  una  partida  de  potros 
araucanos.  Ofrecímosles  una  taza  de  café  y  siguieron  su 
camino.  Veinte  minutos  después,  el  atajo  era  baraustado 
por  un  tigre  que  salió  de  entre  la  maleza. 


La  jornada  del  día  4  era  bastante  pesada  para  quienes 
habíamos  pasado  la  noche  en  casi  continua  vela.  Tenía- 
mos que  atravesar  el  Banco  de  la  Osa.  El  río  Casanare 
se  interna  hacia  el  sur,  y  Gravo,  buscando  el  Ele  y  el 
Lipa,  se  abre  hacia  el  norte  hasta  perderse  de  vista.  Por 
esta  sabana  dilatada  se  extiende  el  Banco,  temeroso,  espe- 
luznante, donde  no  se  halla  sombra  ni  agua  durante  seis 
ú  ocho  horas. 

El  sol  quemó  aquel  día  con  una  potencia  extraor- 
dinaria: ni  aun  las  altas  gramíneas  se  movían   por  la 


/ 


—   I2Ó  — 

más  leve  brisa.  Las  bestias  se  empeñaban  en  echarse  ai 
suelo,  buscando  quizá  la  sombra  por  ellas  mismas  proyec- 
tada. Varias  veces  estuvimos  á  punto  de  desfallecer,  y 
cuando  nos  habíamos  decidido  á  construir  un  pequeño 
toldo  que  nos  diera  algún  refrigerio,  Dios  quiso  que  se 
interpusiera  entre  el  sol  y  nosotros  una  gran  nube  que 
nos  libró  de  muchas  angustias.  Después  de  todo,  aun  po- 
díamos reputarnos  felices  y  afortunados;  poco  más  adelan- 
te topámos  con  un  buen  señor  araucano  que  recorría  es- 
tas mismas  sabanas  á  pie,  polainas  al  hombro.  Aquella 
misma  noche  había  perdido  la  cabalgadura,  una  hermosa 
muía  que  sólo  vivió  algunas  horas  después  de  ser  mordi- 
da por  venenosa  culebra. 

Aún  tuvieron  su  auge  mis  penas;  en  medio  de  aque- 
llas soledades  de  siniestros  augurios  tuve  la  desgracia  de 
recibir,  por  medio  del  señor  antes  mencionado,  la  infaus- 
ta noticia  del  fallecimiento  de  nuestro  amantísimo  Pastor 
y  Padre,  el  Illmo.  Sr.  Casas,  que  Dios  tenga  en  su  santa 
gloria. 

Poco  después  de  pasar  el  Banco  de  la  Osa,  pusimos 
término  á  la  jornada.  El  sitio  era  delicioso,  á  orillas  tam- 
bién del  Casanare.  Era  la  última  noche  que  dormíamos 
al  raso,  porque  al  día  siguiente  llegamos  á  El  Limbo,  pro- 
piedad del  Genera!  Vargas  Santos.  Por  ser  domingo  al 
otro  día,  descansamos  hasta  la  r  p.  m.,  y  continuamos- 
hasta  dar  vista  á  una  fundación  llamada  Santa  Rita,  de 
unos  Sres.  Sánchez. 

La  parte  más  penosa  del  viaje  estaba  recorrida;  pero 
aún  nos  quedaba  por  vencer  un  obstáculo  no  desprecia- 
ble: teníamos  por  delante  el  río  San  Ignacio  ó  Tame  que 
forzosamente  debíamos  pasar  so  pena  de  dar  un  rodeo  de 
quince  ó  veinte  leguas.  Y  lo  peor  del  caso  era  que  el  San 
Ignacio  venía  abundoso,  invadeable  y  no  teníamos  á 
mano  embarcación  alguna  que  nos  sacara  de  afanes.  La 
única  canoa  que  en  aquellos  lados  había,  fue  arrastrada 
por  la  corriente.  ¿Qué  hacer?  El  Sr.  Sánchez  resolvió  el 


—  127  — 

problema.  El  se  comprometía  á  pasarnos  en  bote,  si  acaso 
hallábamos  un  buen  nadador  que  le  ayudase  en  la  faena. 
Por  lo  original  de  la  empresa  y  por  no  haberla  presencia- 
do yo  en  los  días  de  mi  vida  convine  gustosísimo  con  la 
propuesta  de  este  señor  á  quien  desde  entonces  comencé 
á  llamarlo  amigo. 

Estamos  en  las  riberas  del  San  Ignacio  construyendo 
la  embarcación.  Bien  extendido  sobre  el  suelo  un  hermo- 
so cuero  de  buey,  se  procede  á  practicarle  unos  agujeros 
en  todo  el  contorno  por  los  cuales  se  pasa  un  rejo  ó  soga. 
Sin  más  preámbulos  colocámos  encima  el  equipaje,  dos 
sillas  de  montar  y  otros  arreos  y  cachivaches,  con  un  to- 
tal de  peso  de  seis  arrobas,  poco  más  ó  menos.  Acto  segui- 
do hálase  de  la  soga  y  toda  la  carga  queda  aprisionada 
dentro  del  cuero  formando  el  conjunto  un  enorme  zu- 
rrón. Arrástrase  el  informe  bulto  hacia  la  orilla  y  bótase 
al  agua.  Dos  hombres  dispuestos  á  nadar  lo  mantienen 
en  una  postura  decente,  mientras  me  invitan  amablemen- 
te á  posarme  sobre  el  navio. 

— Cruce  usted  los  pies  y  las  manos  y  procure  no  mo- 
verse. 

Así  lo  hice,  y  el  de  proa,  tomando  con  sus  dientes  un 
cabo  que  del  bote  pendía  amarrado,  comenzó  á  nadar 
arrastrando  en  pos  de  sí  la  embarcación.  El  de  popa  tam- 
bién nadaba  é  iba  corrigiendo  con  sus  manos  las  dema- 
sías equilibres  del  pasajero. 

Cuatro  ó  cinco  minutos  duraría  la  travesía  y  quizá  es- 
tuve otros  tantos  sin  respirar.  Como  el  río  andaba  expla- 
yado en  la  orilla  opuesta  encalló  bastante  antes  de  ganar- 
la y  hube  de  cambiar  de  vehículo,  saltando  del  barco  á 
las  espaldas  de  un  marinero. 

Los  guías  y  el  santandereano  prefirieron  pasar  el  río 
montados  en  caballos  nadadores. 


Del  San  Ignacio  nos  trasladámos,  salvando  sabanas 
sin  camino,  á  la  fundación  de  Chaparral,  y  de  aquí  al 
puerto  de  Casanare,  donde  pernoctámos. 


—  128  — 


Casanare,  residencia  de  San  Salvador,  San  Salvador 
del  Puerto  ó  Puerto  de  Casanare,  que  todos  estos  nom- 
bres lia  llevado  sucesivamente  en  diferentes  épocas,  fue 
fundado  con  indios  achaguas,  en  i66i,.por  el  P.  Alonso 
Neira,  jesuíta.  Su  primitivo  asiento  quedaba  en  la  ribera 
occidental  del  río  Casanare,  media  legua,  aguas  abajo,  del 
lugar  que  ahora  ocupa.  No  consta  el  tiempo  en  que  fue 
trasladado  á  la  ribera  oriental.  Si  no  fuera  por  los  mil 
obstáculos  gravísimos  que  se  oponen  tenazmente  al  pro- 
greso de  esta  región  (1),  parece  que  el  Puerto  debiera  ser 
un  lugar  privilegiado  por  su  ventajosísima  posición  y  me- 
dios de  desarrollo;  terrenos  fértilísimos  para  la  agricultura 
y  pastos  abundantes  para  el  ganado,  un  río  navegable  en 
todo  tiempo  y  escala  forzosa  entre  la  rica  región  araucana 
y  los  pueblos  de  la  cordillera.  Con  todo,  apenas  tiene 
quince  ó  veinte  casitas  de  palma  habitadas  por  gentes  que 
se  dedican  á  navegar  en  el  expresado  río,  entre  El  Puerto 
y  Cravo. 

De  la  jornada  que  hicimos  de  El  Puerto  á  Corozal, 
mucho  malo  pudiera  decir;  pero  me  contentaré  con  ano- 
tar que  en  las  ocho  leguas  de  camino  no  hallamos  una 
gota  de  agua.  El  Banco  de  la  Osa  con  todos  sus  horrores 
era  deseable  comparado  con  este  penoso  trayecto.  Qcho 
ó  diez  veces  mojé  la  punta  del  pañuelo  en  la  escasa_ajjua 
que  quedaba  en  las  pisadas  ele  unos  bueyes  que  por  allí 
pasaron  el  día  anterior,  para  mitigar  primero  la  sed,  des- 
pués la  fiebre,  que  no  desapareció  durante  tres  días. 

¿Yá  qué  repetir  los  nombres  de  Chire,  Manare,  Bu- 
jío,  Támara?  Tres  jornadas  más  para  llegar  al  deseado 
término  del  viaje. 

Finalmente,  si  alguien  me  pregunta  por  la  causa  que 
motivó  tan  penoso  viaje,  diré  sin  rodeos  ni  circunloquios 
que  el  deber,  engrandecido  por  la  santa  obediencia. 

(1)  Ignoro  qué  tendrán  de  verdad  aquellas  palabras  de  Felipe  Pérez 
en  su  Geografía:  "¡Feliz  Colombia  si  sus  colonizadores  hubieran  levan- 
tado sus  primeras  ciudades  en  la  pingüe  región  oriental!  " 


SEGUNDA  PARTE 


i 

Hagamos  breve  paréntesis  para  espaciar  un  poco  el 
ánimo,  contemplando  el  curso  de  las  misiones  durante  los 
dos  años  que  abarca  este  período  de  excursiones  y  jiras 
apostólicas. 

Ya  hemos  visto  francamente  iniciada  la  mejoría  del 
castigado  Casanare  cuyas  hondas  heridas,  por  la  última 
guerra  causadas,  iban  restañándose  con  lentitud  abruma- 
dora, pero  avanzando  siempre  hacia  su  perfecta  curación. 
Sin  perder  un  ápice  de  terreno,  ensanchábase  también  la 
acción  civilizadora  de  los  misioneros,  quienes  habían  re- 
cibido nuevas  y  robustas  energías  con  la  presencia  del 
Vicario  Apostólico.  Ya  no  quedaban  desposeídas  de  la  re- 
dentora influencia  del  misionero  sino  las  dos  circunscrip- 
ciones de  Arauca  y  Orocué,  las  cuales  se  reintegraron  sin 
tardanza,  quedando  desde  entonces  todo  Casanare  pacífi- 
co poseedor  de  los  mismos  auxilios  espirituales  y  mate- 
riales que  inicuamente  le  habían  sido  arrebatados. 

Mas  ¡  ay !  que  no  era  obra  de  un  día,  ni  de  un  año, 
reparar  los  estragos  que  en  las  almas  había  hecho  la  tre- 
menda catástrofe  !  ¡  que  se  necesitaban  esfuerzos  sobrehu- 
manos para  presenciar  con  cristiana  resignación  aquel 
desaliento,  aquella  anemia,  aquel  enervamiento  de  espíri- 
tu que  se  había  enseñoreado  del  bello  Casanare.  ...  de 
aquel  Casanare  que  con  su  sana  y  lozana  vida,  prometía, 
pocos  años  atrás,  todo  género  de  místicas  consolaciones 
para  los  misioneros,  y  para  Dios  mucha  gloria !  Los  mi- 

9 


—  130  — 

nistros  del  Señor  sin  contagiarse  de  la  envenenada  atmós- 
fera que  respiraban,  redoblan  afanosos  sus  esfuerzos,  exci- 
tando con  cuantos  medios  les  sugiere  su  celo  por  la  salva- 
ción de  las  almas,  la  piedad  cristiana  tanto  tiempo  ador- 
mecida en  el  alma  casanareña :  promueven  cofradías  y 
asociaciones  piadosas  ;  celebran  las  funciones  sagradas  con 
mayor  pompa  y  esplendor ;  recorren  pueblos,  vecindarios  y 
rancherías  exhortando  á  sus  moradores  á  volver  á  Dios  de 
todo  corazón ;  y,  finalmente,  inician  el  movimiento  ins- 
truccionista  de  la  niñez  y  la  juventud,  como  la  más  sólida 
base  y  la  más  firme  garantía  del  éxito  final  y  permanente. 

No  se  olvide  que  hacemos  una  sencilla  enumeración, 
un  simple  sumario.  Para  poder  apreciar  siquiera  á  bulto  el 
espíritu  de  celo  y  sacrificio  del  Vicario  Apostólico  y  de 
sus  misioneros,  preciso  fuera  hacer  recuento  más  minucio- 
so de  los  esfuerzos  de  voluntad,  sacrificios  inmensos,  re- 
signación y  paciencia  que  entraña  cada  uno  de  los  puntos 
enunciados  ó  que  podían  enunciarse.  Véase  lo  sucedido 
con  la  instrucción  pública.  Cuando  después  de  la  última 
guerra  llegó  á  Casanare  el  Illmo.  Sr.  Casas,  no  funciona- 
ban en  todo  el  territorio  del  Vicariato  sino  las  escuelas 
privadas  nocturnas  que  gratuita  y  personalmente  soste- 
nían los  PP.  misioneros.  Quiso  entonces  el  Vicario  Apos- 
tólico reconstruir  la  instrucción  con  el  establecimiento  de 
escuelas  oficiales,  y  trató  el  punto  con  la  primera  autori- 
dad del  territorio,  que  lo  era  á  la  sazón  el  Sr.  Dr.  D.  Julio 
Tavera,  quien  se  mostró  animadísimo  á  cooperar  eficaz- 
mente á  los  propósitos  del  representante  de  la  Iglesia, 
¿  Pero  á  quién  encomendar  la  dirección  de  las  ocho  ó  diez 
escuelas  que,  por  entonces,  pretendíase  establecer?  Dili- 
gencias por  aquí,  exhortaciones  por  allá,  súplicas  y  ofre- 
cimientos'por  todas  partes  sin  el  menor  resultado  prácti- 
co. En  Casanare  reputábase  vana  y  sin  sentido  la  palabra 
patriotismo ;  y  por  consiguiente  resultaban  estériles  las 
iniciativas  más  redentoras,  los  más  plausibles  empeños, 


—  i3i  — 

siempre  que  no  llevaran  por  epígrafe  una  nómina  de  fácil 
y  seguro  cobro  ó  un  pagaré  al  portador.  Fracasaron,  pues, 
cuantos  conatos  se  hicieron,  y  en  tal  virtud  el  Illmo.  Sr. 
Obispo,  dando  ejemplo  del  más  alto  civismo,  renunció  á 
los  servicios  de  su  Secretario  y  lo  presentó  al  Prefecto  de 
Casanare  para  que  se  dignase  otorgarle  el  correspondien- 
te nombramiento  de  Director  de  la  Escuela  elemental  de 
Támara,  que  al  punto  comenzó  á  funcionar  con  aplauso  de 
todo  el  pueblo.  Exhortó  después  á  los  misioneros  á  que 
imitasen  su  ejemplo  en  las  residencias  donde  había  dos 
padres  al  menos,  y  de  esta  suerte  quedaron  abiertas  las 
escuelas  de  Xunchía  y  Manare,  y  luégo  las  de  Orocué  y 
Arauca.  Como  se  deja  comprender,  la  medida  era  recurso 
supremo  que  en  cierto  modo  creaba  en  las  misiones  una 
situación  violenta ;  no  porque  ellas  perdiesen  con  seme- 
jante expediente  (que  parte  principalísima  del  ministerio 
de  las  almas  es  la  educación  é  instrucción  de  la  niñez  y  la 
juventud,  al  fin  como  patrimonio  indiscutible  que  debe  ser 
de  la  Iglesia  en  un  país  eminentemente  católico),  sino  por 
ser  dicha  medida  susceptible  de  interpretaciones  más  ó 
menos  fundadas,  que  los  malos  habían  de  verter  en  todo 
caso  contra  el  buen  nombre  de  los  misioneros.  De  esta 
manera  quedaron  sentadas  las  bases  de  la  instrucción  pú- 
blica en  Casanare,  si  no  del  todo  sólidas,  por  carecer  de  la 
suprema  sanción  del  Gobierno,  dignas  del  aplauso  más 
efusivo. 

Por  no  hacernos  prolijos  en  demasía  y  constar  en  va- 
rios informes  que  fueron  publicados  en  la  Revista  de  Ins- 
trucción Pública,  omitimos  la  relación  de  la  activa  campa- 
ña que  se  hubo  de  emprender  á  fin  de  que  los  padres  de 
familia  (singularmente  los  campesinos)  se  moviesen  á  en- 
viar sus  hijos  á  las  escuelas.  A  estas  gentes,  se  le  oyó  de- 
cir repetidas  veces  al  Sr.  Casas,  hay  que  hacerles  el  bien  á 
la  fuerza.  Así  andaban  de  reacios  y  porfiados. 

Las  mismas  dificultades,  los  mismos  obstáculos  y  em- 


—  >32  — 


barazos  que  se  oponían  á  la  implantación  de  las  escuelas 
militaban  en  contra  de  todo  lo  que  se  pretendía  ejecutar 
en  Casanare  en  gracia  y  provecho  de  él,  situación  verda- 
deramente angustiosa  con  la  cual  no  podían  avenirse  los 
febriles  entusiasmos  del  Vicario  Apostólico  que  deseaba 
verlo  rápidamente  transformado.  A  esta  finalidad  obede- 
ció su  precipitado  viaje  á  Bogotá,  donde  prometíase  alcan- 
zar de  los  altos  poderes  públicos  cuanto  anhelaba  su  pa- 
ternal corazón.  (Vid.,  cap.  VI). 

Aunque  su  salud  estaba  gravemente  comprometida, 
es  inexplicable  la  pasmosa  actividad  con  que  fue  evacuan- 
do los  más  arduos  negocios  del  Vicariato.  Si  no  temiera 
abusar  de  la  bondad  del  lector,  transcribiría  gustoso  algu- 
nas de  las  páginas  que  el  ilustre  Prelado  escribió  relatán- 
donos sus  gestiones.  En  ellas  aparecen  (hasta  cinco  días 
antes  de  morir)  sus  diligencias,  ocupaciones  diarias,  pro- 
yectos, ideas  salvadoras  referentes  á  su  Vicariato,  tropie- 
zos y  dificultades  con  sus  remedios  oportunos,  éxitos  ob- 
tenidos, etc.,  etc.;  en  una  palabra:  allí  están  reflejados,  lle- 
nos de  luz  y  de  vida,  sus  aspiraciones  en  favor  de  Casana- 
re, su  celo  apostólico,  su  profunda  sabiduría,  su  providen- 
cia paternal,  (i) 

Desde  la  capital  de  la  República  subvenía  á  las  nece- 
sidades de  su  Vicariato,  propinándole  remedios  enérgicos 
apropiados  á  la  grave  enfermedad  que  aquél  padecía ;  alen- 
taba á  los  misioneros  á  proseguir  su  meritoria  obra  con 
creciente  celo  y  fe  inquebrantable  en  el  resultado  final  de 
sus  labores ;  colocaba  la  pública  instrucción  sobre  más  só- 
lidas bases  y  enviaba  recursos  de  todo  género  para  ace- 
lerar la  restauración  de  Casanare.  Todo  esto  y  mucho  más 


(i)  Por  eslimarlo  impropio  de  este  escrito,  omitimos  otros  asuntos 
gravísimos,  de  suma  trascendencia  para  la  religión  y  para  la  patria, 
que  el  Ulmo.  Sr.  Casas  manejó  con  gran  acierto  y  que  el  biógrafo  no 
podrá  dejar  en  olvido. 


hizo  el  Illmo.  Sr.  Casas,  gracias  á  la  buena  acogida  que 
hallaron  en  Bogotá  sus  patrióticas  empresas,  de  parte  del 
Excmo.  Sr.  General  Reyes,  quien  acababa  de  posesionar- 
se de  la  Presidencia  de  la  República,  y  de  su  dignísi- 
mo Ministro  de  Instrucción  Pública  el  Sr.  Cuervo  Már- 
quez. 

Hemos  dicho  que  colocó  la  instrucción  pública  sobre 
bases  sólidas.  Ya  se  había  consignado  en  el  concordato 
adicional  con  la  Santa  Sede  que  ese  ramo  estaría  enco- 
mendado, con  ciertas  limitaciones,  á  los  jefes  de  las  mi- 
siones, en  el  territorio  de  su  jurisdicción;  pero,  como  su- 
cede en  casos  análogos,  el  determinar  la  extensión  y  al- 
cance de  tal  acuerdo  ha  de  ser  motivo  de  especial  regla- 
mentación por  medio  de  disposiciones  ulteriores  acor- 
dadas entre  ambas  potestades,  eclesiástica  y  civil.  Al 
Illmo.  Sr.  Casas,  previa  autorización  del  Excmo.  Sr.  De- 
legado Apostólico,  le  cupo  el  honor  de  intervenir  en 
ese  asunto  y  consiguió  que  los  jefes  de  las  misiones  (Vi- 
carios ó  Prefectos  apostólicos)  de  la  República  tuviesen  la 
dirección  é  inspección  del  negocio  escolar,  con  facultades 
omnímodas,  sin  más  dependencia  que  la  del  Ministro  del 
ramo,  importantísima  medida  en  la  cual  no  sabemos  qué 
admirar  más:  si  las  miras  elevadas  y  cristianas  del  Go- 
bierno de  Colombia  ó  el  tacto  exquisito  del  Vicario  Apos- 
tólico de  Casanare. 

Posesionado  el  Sr.  Casas  de  este  nuevo  cargo,  no 
dejó  piedra  por  mover  para  corresponder  con  creces  á  la 
confianza  ilimitada  que  en  él,  como  representante  de  la 
Iglesia,  había  depositado  el  Gobierno  de  la  Nación.  Aun 
cuando  perduraba  la  escasez  de  maestros,  ya  se  pudo  re- 
mediar con  cierta  holgura,  merced  á  que  los  sueldos  que- 
daban garantidos,  dadas  las  buenas  disposiciones  del  Go- 
bierno y  la  actitud  del  Vicario  Apostólico,  que  se  obligó, 
mientras  en  Bogotá  permaneciera,  á  practicar  personal- 
mente las  gestiones  necesarias  para  el  cobro,  así  como 


—  134  — 

para  la  consecución  y  envío  de  útiles  (i).  Ausente  corpo- 
ralmente  de  Casanare,  pero  con  el  espíritu  muy  presente 
á  él,  dotaba  á  las  escuelas  de  los  útiles  necesarios  y  esti- 
mulaba á  las  autoridades  á  prestar  apoyo  sin  reserva  á 
los  planteles  de  educación,  edificando  locales  apropiados 
donde  no  los  hubiera  y  proveyéndolos  del  mobiliario  co- 
rrespondiente; daba  prudentes  consejos  á  los  maestros  é 
inculcábales  frecuentemente  sólidos  preceptos  pedagógi- 
cos, y  por  cuantos  medios  estaban  á  su  alcance,  levanta- 
ba el  espíritu  educacionista  muerto  en  toda  la  inmensidad 
de  su  Vicariato.  Más  aún:  «A  fin  de  formar  cristianamen- 
te el  corazón  de  la  niñez  inculcándole  de  un  modo  objeti- 
vo el  amor  á  la  religión  y  la  veneración  y  respeto  que 
todo  hombre  debe  tener,  sobre  todo  el  católico,  á  las  su- 
premas autoridades  del  mundo  y  de  la  Nación  en  su  res- 
pectiva esfera  de  orden  espiritual  y  temporal,  vínome  á 
la  mente  (escribe  el  celoso  Prelado)  el  buen  pensamiento 
de  hacer  colocar  en  todas  las  escuelas  de  mi  cargo  tres 
imágenes  ó  retratos:  uno  de  Jesucristo  Nuestro  Señor 
crucificado,  sabiduría  increada,  fuente  y  principio  de  toda 
verdad  y  ciencia;  otro,  á  la  derecha,  de  su  Vicario  augus- 
to en  la  tierra,  Nuestro  Santísimo  Padre  el  Papa,  y  el 
otro,  á  la  izquierda,  del  Jefe  supremo  déla  Nación,  autori- 
dad primera  de  ella  en  el  orden  temporal.»  Al  efecto, 
compró  sumptibus  proprüs  los  retratos  suficientes  para 
dotar  de  ellos  á  cada  una  de  las  escuelas. 

Los  solícitos  cuidados  que  prodigaba  á  la  instrucción 
pública  no  absorbían  toda  su  atención  ni  todas  sus  ener- 
gías; quería  transfundir  á  Casanare  sangre  pura  y  vigo- 
rosa, y  con  este  fin  elaboró  una  luminosa  y  trascendental 


(i)  Estas  mismas  diligencias  y  otras  muchas  que  debieran  practi- 
car los  maestros  de  Casanare  para  hacer  efectivas  sus  nóminas,  viene 
haciéndolas  hasta  la  fecha  el  M.  R.  P.  Luis  Ayábar,  Procurador  en 
Bogotá  délos  PP.  Candelarios  y  apoderado  legal  dol  Vicario  Apostólico 
de  Casanare. 


—    135  — 

Memoria  sobre  Colonización^de  Caseína re  (1)  «que  presen- 
tó al  Gobierno  á  fin  de  contribuir,  en  cuanto  estuviera  de 
su  parte,  en  la  grandiosa  obra  de  regeneración  social  del 
Territorio  nacional  que,  en  el  orden  espiritual,  estaba  en- 
comendado á  su  cargo,  por  medio  de  la  colonización  de 
él.»  En  la  expresada  Memoria  se  hallan  expuestas  con 
método  y  claridad  las  ideas  que  S.  S.  Illma.  abrigaba 
sobre  colonización.  En  ella  se  trasluce  el  alma  de  su  autor, 
hermosa,  grande,  sencilla,  candorosa.  Las  colonias,  sean 
de  nacionales  ó  de  extranjeros,  civiles  ó  militares,  pena- 
les ó  mixtas,  tales  como  las  describe,  organiza  y  regla- 
menta, son  el  tipo  ideal  cristiano  de  esta  clase  de  estable- 
cimientos. Nada  sé  oculta  á  su  sagacidad  asombrosa ;  para 
todo  halla  soluciones  precisas  y  practicables.  Con  el  mis- 
mo desembarazo  y  cordura  trata  las  altas  cuestiones  so- 
ciales relacionadas  con  el  establecimiento  de  colonias, 
como  da  preceptos  higiénicos  para  los  colonos,  sin  olvi- 
darse del  embellecimiento  de  las  viviendas. 

Cuando  por  vez  primera  circuló  por  estos  montes  y 
aquellos  llanos  el  sabroso  escrito  de  nuestro  amado  Pas- 
tor, comenzó  á  sentirse  algo  así  como  una  oleada  de  vida 
y  bienestar:  era  la  esperanza  que  se  cernía  sobre  Casana- 
re  anunciando  tiempos  mejores,  añoranzas  venturosas! 

Xo  es  sólo  esto :  persuadido  de  que  la  imprenta  pedía 
ser  en  Casanare  un  medio  eficacísimo  para  esparcir  las 
buenas  ideas  y  divulgar  los  conocimientos  útiles  é  intere- 
santes en  provecho  de  sus  fieles,  se  dirigió  al  Gobierno 
en  razonada  exposición,  solicitando  con  los  fines  indica- 
dos ese  auxiliar  poderoso.  No  desatendió  el  Gobierno  su 
petición ;  pero,  como  aconteció  con  las  colonias,  fue  nece- 

(1^  Se  publicó  por  iniciativa  del  Excmo.  Sr.  Presidente  "  á  fin 
de  darla  á  conocer  por  todos  los  departamentos  y  estimular  de  ese 
modo  las  inteligencias  y  entusiasmos  de  otros  que  con  sus  ideas  y  es- 
fuerzos podran  contribuir  también  á  la  realización  de  esta  magna  em- 
presa." ( Vi J.  Carta  prólogo  de  la  citada  Memoria). 


—  i36  — 


sario  esperar  algún  tiempo,  mientras  la  Nación  se  reponía 
algo  de  los  pasados  desastres. 

Más?  Oigamos  al  Vicario  Apostólico  por  su  propia 
boca  otro  de  los  fines  que  á  Bogotá  lo  llevaron.  «Es  mi 
deseo,  decía,  llevar  á  Casanare  las  aplicaciones  de  indus- 
trias y  artes  que  pueda,  especialmente  las  que  se  refieren 
al  cultivo,  hilado  y  tejido  del  algodón,  fique  y  otras  fibras 
útilísimas  que  allí  se  crían  y  que  podían  ser  para  aquellos 
pobres  habitantes,  ó  un  buen  recurso  para  satisfacer  sus 
propias  necesidades  ó  un  magnífico  ramo  de  comercio  en 
telas,  cuerdas,  lazos,  sacos,  alfombras,  etc.»;  y  en  conso- 
nancia con  estos  deseos,  estudiaba  el  modo  de  llevarlos  á 
la  práctica ;  consultaba  con  personas  entendidas  en  la  ma- 
teria; visitaba  talleres  y  otros  establecimientos  y  aun  no 
desdeñaba  trabajar  personalmente  en  simplificar  ora  una 
máquina  de  hilar,  ora  una  prensa  de  extraer  las  fibras  del 
fique.  ¡Ojalá,  añadía,  pudiera  llevar  á  Casanare  máquinas 
perfectas  para  el  desarrollo  de  esas  industrias  y  otras  mu- 
chas que  allí  podrían  crearse! 

Terminaremos.  Acaso  la  más  honrosa  y  patriótica  de 
cuantas  gestiones  practicó  el  incansable  Prelado  en  Bo- 
gotá (i)  fue  aquella  solicitud  ó  propuesta  que  hizo  al  Go- 
bierno, firmada  por  él  y  por  el  dignísimo  Provincial  de 
PP.  Candelarios,  sobre  construcción  de  caminos,  puentes 
y  telégrafos  en  todo  Casanare.  El  Vicario  Apostólico  y 
los  misioneros  se  comprometían  onerosamente,  pero  sin 
retribución  de  ninguna  especie,  á  dirigir  y  llevar  á  cabo 
esas  empresas  con  insignificantes  sumas  que  serían  em- 
pleadas en  los  trabajadores  y  en  otras  indispensables  ne- 
cesidades aprobadas  taxativamente  por  el  Gobierno.  ¿  Por 
qué  aparece  enterrado  tan  patriótico  proyecto?  Lo  igno- 
ramos, como  se  ignora  en  Casanare  cuánto  deben  á  quien 
se  desvivió  por  ellos  durante  ocho  años! 


(i)  Hablamos  de  las  que  á  Gisanare  se  refieren  directamente. 


-  137  - 

Esta  lucha  constante  en  que  lo  tenían  las  múltiples 
ocupaciones  anejas  á  su  elevado  cargo ;  los  incesantes  afa- 
nes por  ver  pronto  su  Vicariato  totalmente  regenerado,  y 
la  imposibilidad  física  de  regresar  á  él,  fueron,  entre  otras, 
las  causas  que  agravaron  sin  duda  la  enfermedad  que  pa- 
decía y  que  lo  condujo  al  sepulcro  el  día  5  de  Abril  de 
1906. 

La  prensa  toda  del  país  se  deshizo  en  elogios  de  este 
príncipe  de  la  Iglesia,  señalándose,  entre  otros  periódicos, 
La  Idea,  que  publicó  preciosa  y  extensa  biografía  junta- 
mente con  el  retrato  del  difunto  Obispo  de  Adrianópolis. 
«El  Sr.  Casas,  escribía  el  biógrafo,  parecía  vivir  siempre 
encariñado  y  satisfecho  de  la  alta  misión  que  le  había  to- 
cado en  la  tierra.  A  ella  vivió  consagrado,  haciendo  cada 
día  algo  que  representara  un  nuevo  triunfo  de  la  Iglesia 
Católica,  así  en  su  misión  evangélica  como  de  combate  á 
las  doctrinas  contrarias  »  «El  Sr.  Casas  prestaba  tam- 
bién una  solícita  atención  á  lamisión  docente,  que  tiene  mu- 
chos puntos  de  contacto  con  la  moralización  de  la  socie- 
dad. ...»  «Su  muerte,  fiel  reflejo  de  lo  que  fue  su  vida  de 
merecimientos  y  virtudes,  fue  en  todos  sus  accidentes  la 
revelación  del  hombre  justo.»  «El  Episcopado  colom- 
biano, decía  El  Nuevo  Tiempo,  ha  perdido  uno  de  sus 
miembros  más  conspicuos  en  letras  y  virtudes;  la  socie- 
dad uno  de  esos  personajes  de  carácter  recto  y  bondado- 
so, que  forman  como  categoría  aparte,  por  la  alteza  de 
miras  y  por  la  sencillez  con  que  las  exponía,  así  en  el 
seno  de  la  intimidad  doméstica  como  en  el  aparatoso  es- 
cenario del  libro  docente;  también  de  la  benemérita  co- 
munidad de  los  Padres  Agustinos  Recoletos  (Candelarios), 
se  ha  disgregado  un  miembro  activo  y  luminoso  que  le 
daba  realce  en  la  más  amplia  significación  de  la  palabra. 

Príncipe  de  la  Iglesia,  llenaba  su  misión  y  la  seño- 
reaba muy  dignamente,  por  cuanto  al  carácter  episcopal 
unía  la  rectitud  de  un  pecho  sin  doblez  y  de  un  entendi- 


-  13»  - 

miento  en  la  plenitud  de  su  desarrollo.  Era  el  malogrado 
Padre  Casas  un  Obispo  con  corazón  de  niño,  acciones  de 
patriarca  y  entendimiento  sereno,  firme,  culto  y  siempre 
majestuoso,  con  entendimiento  como  de  ángel;  el  ángel 
voló  al  cielo,  y  el  Obispo  entró  en  el  panteón  de  la  histo- 
ria, con  derecho  plenísimo  á  una  supervivencia  gloriosa.» 

El  Excmo.  Sr.  Presidente  de  la  República  y  su  Mi- 
nistro de  Instrucción  Pública,  haciéndose  eco  del  sen- 
timiento de  toda  la  Nación,  dictaron  también  encomiástico 
decreto  de  honores  «á  la  memoria  del  ilustre  Prelado,  la- 
mentando profundamente  la  pérdida  del  ilustre  y  sabio 
varón  y  recomendando  sus  virtudes  y  ejemplos,  como  los 
de  un  gran  servidor  público  y  enérgico  trabajador  en  fa- 
vor de  la  difusión  de  la  instrucción  pública  de  Colombia.» 

R.  I.  P. 

II 

¿  Quién  no  conocía  al  R.  P.  Fr.  Santos  Ballesteros  el 
año  de  1906,  á  la  muerte  del  Illmo.  Sr.  Casas?  Nadie.  Su 
nombre  era  popular,  pero  con  esa  popularidad  hija  de  la 
virtud  y  del  mérito,  que  subyuga  tanto  los  corazones  de 
los  humildes  como  de  las  altas  clases  sociales.  Con  el  sen- 
cillo nombre  de  Padre  Santos,  sin  más  señorías  ni  prefa- 
cios, era  conocido,  respetado  y  umversalmente  amado  ayer 
lo  mismo  que  hoy;  y  es  que  con  su  bondad,  dulzura,  pru- 
dencia, ilustración  y  humildad,  habíase  conquistado  hon- 
das simpatías  y  cimentado  reputación  entre  todos  los  ha- 
bitantes del  Vicariato.  Después  de  haber  sido  párroco  mi- 
sionero en  Arauca,  Orocué,  Chámeza,  Támara  y  otros 
puntos  de  la  cordillera  y  de  los  llanos ;  después  de  haber 
desempeñado,  con  aplauso  general  de  superiores  y  misio- 
neros, el  importante  cargo  de  Vicario  provincial  de  Casa- 
nare ;  conocedor  mejor  que  nadie  de  las  necesidades,  re- 
cursos, índole  y  costumbres  de  esta  región ;  y,  ante  todo, 
misionero  á  carta  cabal,  lleno  de  meritísimos  servicios  al 


—  139  — 

Vicariato  ¿quién  mejor  que  él  para  llenar  el  inmenso  va- 
cío que  dejaba  el  malogrado  Sr.  Casas?  El  había  sufrido 
por  espacio  de  catorce  años  con  los  que  en  Casanare  su- 
frían ;  él  había  llorado  con  los  que  lloraban ;  él  había  en- 
jugado muchas  lágrimas  y  socorrido  necesidades  sin  cuen- 
to :  necesariamente  debía  ser  él  quien  uniese  su  suerte  á 
la  de  esa  región  querida;  él  debía  conducir  á  los  habitan- 
tes de  ella  por  el  áspero  sendero  de  la  vida:  sólo  él  podía 
recoger  la  flamante  bandera  con  tánto  valor  y  dignidad 
tremolada  por  el  llorado  caudillo,  para  guiar  á  Casanare 
hacia  la  victoria,  hacia  su  regeneración  completa. 

No  es  apetecible,  en  verdad,  un  cargo  de  esa  natura- 
leza que  impone  onerosísimas  obligaciones,  disimuladas  6 
encubiertas  con  el  leve  tul  de  los  honores  y  distinciones. 
En  algunos  puntos  ó  en  determinados  lugares,  bajo  cier- 
tas circunstancias  y  en  personas  de  singulares  inclinacio- 
nes. .  .  .  compréndese  que  sea  halagador  y  provocativo  el 
cargo  de  Vicario  Apostólico ;  pero  cuando  esta  alta  digni- 
dad lleva  el  complemento  de  Casanare.  ...  no  se  le  encuen- 
tra buena  cara  por  ningún  lado.  Ese  título  no  significa 
sino  martirio,  sacrificio,  renuncia  completa  aun  á  los  go- 
ces más  puros  é  inocentes  de  la  vida ;  porque,  fuera  de  la 
enorme  responsabilidad  moral  que  entraña  (y  cuenta  que 
es  lo  más  grave  del  caso),  el  trabajo  es  ímprobo  y  cons- 
tante ;  las  privaciones,  diarias,  muchas  veces  aun  de  las 
cosas  más  necesarias  á  la  vida.  ¿  Comodidades  ?  Si  por  eso 
entendemos  habitar  por  palacio  lo  que  antes  fue  inmunda 
chichería!  ó  viajar  en  muía  por  caminos  que  no  son  ta- 
les ! .  .  . — En  cambio  el  Vicario  Apostólico  disfruta  de  mu- 
chos honores;  su  alta  dignidad.  .  .  . — Ni  sus  muchos  hono- 
res, ni  su  alta  dignidad  (que,  de  paso  sea  dicho,  aquí  es 
mercancía  averiada)  pueden  librarlo,  v.  g.,  de  dormir  con 
harta  frecuencia  sobre  un  mal  oliente  cuero  de  res,  cuan- 
do no  en  el  puro  suelo  ó  en  un  pringoso  chinchorro.  La 
subvención  que  del  Gobierno  recibe  el  Prelado  se  evapo- 


—  140  — 


ra  y  disipa  en  presencia  de  las  múltiples  necesidades  que 
es  preciso  remediar  y  que  no  tienen  más  sostén  ni  ampa- 
ro que  la  largueza  del  Vicario. 

Con  estos  honores  y  estos  gajes  y  semejantes  llama- 
tivos fueron  Vicarios  Apostólicos  de  Casanare  los  limos. 
Sres.  Obispos  Moreno  y  Casas  y  lo  es  actualmente  el 
Rvdmo.  P.  Ballesteros.  Cuando  en  alguna  ocasión  nos 
cupo  el  honor  de  acompañar  á  uno  de  los  Prelados  nom- 
brados á  la  capital  de  la  República  y  veíamos  las  extre- 
madas muestras  de  consideración  y  delicadeza  que  con  él 
se  gastaban,  y  la  admiración  de  parte  de  determinadas 
personas,  por  la  elevada  dignidad  que  representaba  el 
expresado  Príncipe  de  la  Iglesia,  provocábanos  decirles  al 
oído :  Farsa,  farsa,  todo  eso !  Vayan  ustedes  á  ver  á  S.  S. 
Illma.  á  Casanare.  Allá,  allá  verán  lo  que  significa  real- 
mente ser  Obispo  y  Vicario  Apostólico  de  esa  bella  región 
oriental ;  allá  tendrán  repetidas  ocasiones  de  ver  al  Prín- 
cipe de  la  Iglesia  durmiendo  á  la  pampa  bajo  un  árbol 
ó  empuñando  jadeante  el  machete  para  trozar  árboles  y 
ramas  con  que  poder  seguir  el  camino-  Allá  encontrarán, 
á  veces,  guindados  en  una  rama  el  anillo  y  pectoral  de 
S.  S.  que  estará  por  ventura  empeñado  en  componer  los 
rotos  aperos  de  montar  ó  el  puente  averiado. 

Nada  de  esto  ignoraba  el  R.  P.  Fr.  Santos  Balleste- 
ros cuando  la  obediencia  le  impuso  sobre  sus  hombros  la 
pesada  carga.  El  día  13  de  Marzo  de  1907  entraba  en  la 
capital  del  Vicariato,  donde  se  le  tributó  espléndido  reci- 
bimiento por  todo  el  pueblo  en  masa. 

El  nuevo  Vicario  Apostólico  siguió  imperturbable  las 
huellas  de  actividad  y  celo  impresas  por  su  ilustre  prede- 
cesor. Si  en  el  Illmo.  Sr.  Casas  se  veía  grabado  en  gran  re- 
lieve su  amor  á  la  instrucción  pública,  en  el  Rvmo.  P.  Ba- 
llesteros no  podía  desearse  más.  Sus  primeras  medidas  fue- 
ron encaminadas  á  divulgar  en  su  Vicariato  la  instrucción 
primaria,  ya  que  para  ello  contaba  con  el  incondicional  be- 


—  I4I  — 

neplácito  del  nuevo  Ministro  de  Instrucción  Pública,  Sr. 
D.  José  M.  Rivas  Groot,  á  quien  se  deben  en  gran  parte 
los  progresos  obtenidos  en  Casanare  en  el  citado  ramo ;  y 
de  tal  manera  bendijo  Dios  esa  empresa  redentora  que  en 
el  informe  correspondiente  al  primer  semestre  de  ese  mis- 
mo año,  tuvo  el  Vicario  Apostólico  la  gran  satisfacción  de 
anunciar  la  creación  de  treinta  escuelas  urbanas  y  rurales, 
que  funcionaban  con  entera  regularidad  y  á  contentamiento 
de  todos  los  casanareños.  A  todos  estos  planteles  suminis- 
tró lo  más  indispensable  para  su  buen  funcionamiento: 
útiles,  á  la  totalidad ;  mobiliario,  á  algunos  de  ellos,  y  esto 
con  fondos  propios,  lo  mismo  que  premios  y  diplomas  que 
consigo  trajo  de  Bogotá  el  nuevo  enamorado  de  las  escue- 
las. Xo  se  limitó  á  dirigir  desde  su  habitual  residencia  de 
Támara  este  movimiento  instruccionista :  aprovechando  la 
visita  del  Vicariato  que  iba  á  emprender,  recorrió  una  tras 
otra  la  mayor  parte  de  las  escuelas  de  Casanare,  después 
de  haber  dejado  establecida  en  Támara  una  de  adultos,  in- 
corporada luégo  al  Instituto  Nacional  de  Artesanos. 

Los  misioneros,  por  su  parte,  no  podían  menos  de  re- 
doblar sus  cuidados  y  solicitud  por  el  mayor  bien  de  los 
fieles,  al  ver  el  luminoso  ejemplo  de  su  Jefe.  Como  hemos 
de  consagrar  algún  capítulo  á  referir  detalladamente  las 
obras  morales  y  materiales  llevadas  á  cabo  por  ellos  desde  la 
última  guerra,  excusamos  entrar  en  pormenores,  no  sin  an- 
tes dejar  constancia  (que  así  lo  pide  el  orden  cronológico 
que  llevamos)  de  la  terrible  epidemia  de  viruela  que  por 
segunda  vez  sembró  el  espanto  y  la  miseria  en  los  pueblos 
de  la  cordillera.  Los  misioneros  no  tuvieron  instante  de 
reposo  durante  los  dos  meses  que  duró  el  terrible  flagelo. 
Hubo  ocasión  de  administrar  los  últimos  sacramentos  á 
siete  personas  de  una  sola  familia  que  estaban  hacinadas 
en  mísero  rancho,  de  las  cuales  murieron  algunas.  Se  re- 
gistraron varios  casos  de  repetir  la  misma  enfermedad,  con 
resultado  siempre  fatal,  á  personas  que  la  habían  padecido 


—   I42  — 

el  mes  anterior.  El  Gobierno  de  la  Nación  no  dejó  de  in- 
teresarse por  la  suerte  de  los  casanareños,  enviando  opor- 
tunamente la  vacuna  necesaria  por  conducto  de  los  misio- 
neros. Estos  y  las  Hermanas  de  la  Caridad  fueron  los  úni- 
cos que  en  Támara  y  Manare  se  libraron  de  pagar  tributo 
á  la  terrible  epidemia. 

Así  andaban  las  cosas  del  Vicariato,  cuando  asuntos 
gravísimos  reclamaron  la  presencia  del  Vicario  Apostó- 
lico en  la  lejana  misión  de  Orocué.  Los  PP.  misioneros 
que  allí  ejercían  su  sagrado  ministerio  tuvieron  que  aban- 
donar la  misión  por  hallarse  gravemente  enfermos  y  obe- 
decer prescripciones  facultativas  (i).  Urgía,  pues,  subs- 
tituirlos cuanto  antes,  y  á  este  fin  se  enderezaba  el  viaje  del 
Rvmo.  P.  Ballesteros. 

¿  Ignoraba  el  nuevo  Vicario  que  emprender  un  viaje  á 
Orocué  en  la  estación  de  las  lluvias  es  resignarse  de  ante- 
mano á  sufrir  lo  indecible?  No  podía  ignorarlo,  porque  ya 
en  otras  ocasiones  lo  había  hecho.  Cosa  recia  es,  en  ver- 
dad, encarcelarse  en  incómodo  bongo  para  navegar  en  todo 
su  curso  el  turbulento  Pauto  y  subir  de  la  misma  traza  el 
caudaloso  Meta,  aguantando  chubascos  diarios,  noches  en 
claro,  impertinencias  de  zancudos  y  otras  fieras  alimañas, 
é  inamovilidad  absoluta  durante  seis  ú  ocho  días  conti- 
nuos ;  y  lo  peor  del  caso  es  que  se  habrá  de  regresar  con 
crecientes  penalidades  y  sumar  algunos  días  más  á  los  em- 
pleados en  la  bajada;  y  quizá,  al  llegar  al  término  de  tan 
pintoresca  excursión,  se  tope  el  improvisado  turista  con 
algunas  fiebres  galanas  mayores  de  toda  excepción,  como 
aconteció  en  este  caso  á  nuestro  Vicario  Apostólico  y  á  su 
digno  compañero.  Después  de  tres  meses,  en  Agosto  re- 
gresaba á  Támara,  dejando  nuevamente  establecida  la  mi- 
sión de  Orocué. 


(i)  Uno  de  ellos,  el  R.  P.  Fr.  Eusebio  Saralcgui,  falleció  en  Bo- 
gotá el  día  13  de  Junio  de  1907. 


—  J43  — 

Tánto  bien  como  se  venía  haciendo  por  los  abnegados 
misioneros,  ya  moralizando  las  costumbres,  ya  introdu- 
ciendo la  piedad  en  las  familias,  ya,  finalmente,  dirigiendo 
la  niñez  y  juventud  casanareñas  por  el  camino  de  la  virtud 
y  del  patriotismo  más  puro  y  verdadero,  no  podía  ser  visto 
con  ojos  indiferentes  por  el  espíritu  del  mal,  que  trató  de 
suscitar  algunas  dificultades  á  esa  benéfica  labor  de  la  Igle- 
sia y  sus  ministros.  Los  misioneros  de  Arauca  fueron  vil- 
mente calumniados  ante  el  Excmo.  Sr.  Delegado  Apostó- 
lico de  predicar  la  peregrina  doctrina  llamada  anticúloin- 
biaiiisino  (11);  grosera  afirmación  que  la  sociedad  entera  de 
Arauca  se  apresuró  á  desmentir  con  enérgica  protesta, 
honrosísima  para  los  virtuosos  misioneros.  También  en 
Orocué  surgió  cierta  animosidad  contra  los  PP.  Candela- 
rios, quienes  bien  pronto  supieron  demostrar  la  sinrazón 
de  semejante  indigno  proceder.  Pero  viendo  fracasadas  es- 
tas dos  intentonas  de  hostilidad  á  algunos  misioneros,  ape- 
tecióse dar  una  carga  general  á  todos  .ellos,  presentándo- 
los ante  el  Gobierno  Nacional,  que  los  amparaba  y  prote- 
gía, como  enemigos  del  nombre  colombiano  y  de  las  glo- 
rias patrias:  «en  las  escuelas  del  Vicariato  Apostólico 
de  Casanare,  singularmente  en  las  regentadas  por  misio- 
neros, se  omite  descaradamente  la  enseñanza  de  la  Histo- 
ria Patria.»  En  estos  ó  parecidos  términos  se  formuló  ante 
el  Gobierno  la  acusación  contra  los  PP.  misioneros,  (i) 

De  haberse  estimado  necesario  ó  conveniente  para  la 
defensa  del  Vicario  Apostólico  y  sus  misioneros,  fácilmen- 
te hubieran  podido  éstos  arrojar  al  rostro  de  sus  calumnia- 
dores, elocuentísimos  testimonios  de  todo  Casanare,  en  los 
cuales  se  abonara  el  patriótico  proceder  de  los  PP.  Cande- 
larios ;  pero  nada  más  elocuente  que  los  hechos,  probati- 
vos  hasta  la  demostración  de  la  insensatez  del  referido 


(i)  Sea  dicho  en  honor  del  buen  nombre  casanareño :  ni  esta  ni  las 
anterioies  acusaciones  procedían  de  hijos  de  esla  región. 


—  H4  — 


cargo.  En  Támara,  capital  del  Vicariato,  que  debiera  de  ser, 
según  las  medio  veladas  tendencias  de  la  acusación,  el 
centro  de  la  antipatriótica  labor  de  los  misioneros,  nos  cupo 
el  honor  de  presenciar  los  exámenes  en  ese  año,  acompa- 
ñando al  Rvmo.  P.  Inspector.  Después  de  dos  sesiones 
consecutivas  en  que  los  alumnos  de  la  escuela  de  varones 
demostraron  haber  aprovechado  el  tiempo  como  pudiera  de- 
sear el  más  exigente  y  descontentadizo,  llegó  el  día  de  la 
sesión  solemne  y  distribución  de  premios.  Toda  la  sociedad 
de  Támara  se  apresuró  á  concurrir  al  amplio  local  de  la 
escuela  que  se  hallaba  elegantemente  decorado  con  festo- 
nes, guirnaldas  y  alegóricas  figuras  hechas  de  musgo,  hojas 
y  flores.  Al  comenzar  el  acto,  los  espaciosos  corredores  ha- 
bían sido  invadidos  por  el  pueblo.  Habiendo  pronunciado 
oportunas  palabras  el  Vicario  Apostólico,  y  declarada 
abierta  la  sesión,  habló  el  P.  misionero,  director  de  la  es- 
cuela, pronunciando  el  siguiente  discurso-informe  que  va- 
mos á  copiar  para  que  se  vea  en  qué  estima  tienen  los  mi- 
sioneros la  instrucción  pública  y  cómo  responden  á  esas 
malévolas  acusaciones  de  que  tratamos:  «Señores:  Con 
la  conciencia  del  deber  cumplido ;  con  la  satisfacción  que 
experimenta  quien  tras  larga  serie  de  incesantes  y  rudas 
faenas,  logra,  al  fin,  ver  coronados  sus  esfuerzos,  presénto- 
me  en  esta  noche  ante  vosotros,  que  os  habéis  dignado  acep- 
tar benévolos  mi  humilde,  sí,  pero  espontánea  invitación. 

Habéis  venido  unos,  ansiosos  de  ver  con  vuestros 
propios  ojos  el  adelantamiento  obtenido  durante  el  año  por 
vuestros  hijos,  por  vuestros  hermanos,  por  vuestros  pa- 
rientes ;  otros,  á  presenciar  un  acto  solemne,  justiciero, 
acto  en  el  cual  se  reconoce  y  premia  la  virtud  y  el  mérito, 
la  distribución  de  premios  ;  y  todos  á  honrar  con  vuestra  pre- 
sencia la  sesión  de  clausura  de  esta  escuela. 

Un  año  más  hemos  podido  gozar  en  este  pueblo  de  los 
sabrosos  encantos  de  la  escuela ;  un  año  más  hemos  visto 
amenizada  la  apacible  soledad  de  Támara  por  las  alegres 


—  — 


voces  de  casi  doscientos  niños,  quienes  ora  cantaban  el 
glorioso  himno  de  la  patria,  ora  triscaban  regocijados  por 
nuestra  plaza  espaciosa,  dejando  oír  sus  infantiles  voces 
que,  si  continuas,  parécenme  á  mí  dulcísima  armonía ;  si 
desentonadas,  cien  arroyuelos  cantando  himnos  al  Creador. 
¡  Que  nunca  se  apague  en  nuestro  pueblo  la  refulgente  luz 
de  la  enseñanza !  ¡  Que  siempre  perciban  nuestros  oídos  el 
agradable  murmullo  de  los  niños  !  ¡  Que  el  glorioso  Himno 
Nacional  resuene  diariamente  en  esta  bendita  escuela !  .  .  . 

Pero,  señores :  al  ver  este  salón  sencilla  y  artística- 
mente adornado ;  al  contemplar  esta  numerosa  reunión  de 
casi  todos  los  habitantes  de  Támara,  unificados  en  identi- 
dad de  pensamientos ;  al  ver,  en  una  palabra,  que  la  ins- 
trucción pública  en  Casanare  prospera  de  manera  tan  asom- 
brosa, mi  memoria  evoca  recuerdos  amarguísimos,  mi  co- 
razón siéntese  lacerado  en  estos  momentos  por  la  dulce  re- 
cordación del  malogrado  limo.  Sr.  Casas,  Vicario  Apostó- 
lico de  esta  región  y  padre  amantísimo  de  todos  los  casa- 
nareños  !  .  .  .  ¿  Por  qué  nuestro  buen  Dios  no  le  concedió 
gozar  del  fruto  de  sus  desvelos  continuos  en  favor  de  la 
instrucción  y  educación  de  la  niñez,  de  la  juventud?  ¿Por 
qué  no  le  otorgó  presenciar  este  y  otros  hermosos  actos 
que  se  celebran  hoy  día  en  todas  las  escuelas  de  Casanare  ? 

Cual  otro  Moisés,  cual  otro  caudillo  de  Israel,  estaba 
destinado  por  la  Divina  Providencia  para  guiar  á  su  pue- 
blo, con  su  consejo,  con  su  sabiduría,  con  sus  oraciones : 
no  le  fue  dado  llegar  á  la  tierra  prometida ;  no  le  fue  con- 
cedido sino  ver  de  lejos  el  deseado  fruto  de  sus  trabajos, 
de  sus  esperanzas ! .  .  .  Acatemos  los  sapientísimos  desig- 
nios de  nuestro  Dios,  y  perdonadme  este  recuerdo  dedica- 
do á  la  memoria  del  que  fue  nuestro  amantísimo  Pastor. 

Señores:  la  instrucción  pública  prospera  en  nuestro 
pueblo.  La  escuela  de  Támara  como  todas  las  de  Casana- 
re, ha  merecido,  durante  el  período  escolar  que  termina, 
la  decidida  y  generosa  protección  del  Gobierno  Nacional ; 

10 


—  146  — 


y  si  la  nobleza  de  sentimientos  y  singularmente  la  grati- 
tud son  distintivo  de  los  casanareños,  justo  es  que  os  in- 
vite á  bendecir  á  quienes  por  nosotros  se  desvelan.  Sí, 
imploremos  bendiciones  celestiales  para  el  digno  caudillo 
que  rige  los  destinos  de  la  Patria;  implorémoslas  para  su 
celoso  colaborador  el  señor  Ministro  de  Instrucción  Pú- 
blica; pero  implorémoslas  particularmente  para  quien  ha 
mirado  con  especial  predilección,  con  sin  igual  cariño  á 
este  pueblo  de  Támara:  á  nuestro  Vicario  Apostólico  é 
inspector.  Su  nombre  no  necesita  de  pomposos  títulos, 
que  bien  podría  ostentar  con  orgullo;  su  humildad  es  la 
joya  más  preciada  que  posee:  bendigamos  al  Padre  Santo. 
Persuadido  de  que  la  niñez  y  la  juventud  son  la  esperanza 
de  la  familia  y  de  la  sociedad,  el  género  humano  que  re- 
nace y  la  patria  que  se  perpetúa,  á  ellas  ha  consagrado  su 
paternal  solicitud,  secundando  varonilmente  la  acción  del 
Gobierno.  Imploremos,  pues,  bendiciones  celestiales  para 
nuestro  Padre  Santo;  que  si  todos  los  casanareños  tienen 
sobrados  motivos  para  ello,  á  los  habitantes  de  Támara 
nos  obliga  inmensa  deuda  de  gratitud. 

Pero  no  quiero,  señores,  abusar  de  vuestra  benevo- 
lencia: como  director  que  he  sido  de  esta  escuela,  cúmple- 
me informaros  públicamente  de  los  progresos  obtenidos 
por  mis  alumnos  durante  este  año,  ya  que  no  todos  vos- 
otros habéis  podido  asistir  á  los  exámenes  verificados  en 
estos  días.  Con  setenta  alumnos  se  cerró  la  matrícula  en 
el  período  escolar  de  1906,  y  en  el  informe  que  tuve  el 
honor  de  leeros  desde  este  mismo  lugar  que  ahora  ocupo, 
os  aseguraba  que  aquel  número  aumentaría  notablemente 
á  medida  que  los  niños  (y  aun  los  padres  de  familia)  fue- 
ran adquiriendo  lo  que  yo  llamaba  en  aquella  ocasión  há- 
bito ó  sentimiento  de  escuela.  Mis  presentimientos  los  he 
visto  cristalizados,  como  ahora  se  dice,  en  realidad  conso- 
ladora. No  son  ya  setenta  los  matriculados  en  el  presente 
año,  sino  que  han  ascendido  á  noventa  y  cuatro.  ¿No  hay 


-  H7  — 

motivo  más  que  suficiente  para  congratularnos  y  para  ex- 
citar en  nosotros  un  santo  orgullo  á  fin  de  mantener  la  es- 
cuela de  Támara  en  el  alto  puesto  que  ocupa  entre  todas 
las  de  Casanare? 

Escuchad  ahora  los  nombres  de  los  alumnos  que  por 
su  extraordinaria  aplicación,  por  su  conducta  ejemplarísi- 
ma,  por  su  asiduidad  constante  en  asistir  á  las  clases,  se 
han  hecho  acreedores  á  este  singular  honor  y  á  ser  públi- 
camente premiados.  (Sigue  el  cuadro  de  honor). 

Alegraos,  discípulos  míos  muy  queridos:  vosotros 
sois  mi  gozo  y  mi  corona.  Continuad  siempre  por  la  senda 
del  deber,  la  cual  apenas  habéis  comenzado  á  hollar.  Ob- 
servad cuidadosamente  y  sin  desalientos  las  enseñanzas 
que,  durante  este  año,  he  venido  depositando  en  vuestras 
inteligencias,  en  vuestros  corazones  y  seréis  felices  y  di- 
chosos! 

Señores:  tengo  que  deciros  aún  una  palabra.  Un  de- 
ber doloroso,  una  vindicación  personal,  muévenme  á  re- 
cordaros el  hecho  de  que  ya  tenéis  noticia.  Nada  menos 
que  al  señor  Ministro  de  Instrucción  Pública  ha  llegado 
una  calumniosa  afirmación,  hija  acaso  de  la  ignorancia, 
acaso  de  la  mala  fe.  Hásenos  acusado  á  los  misioneros, 
directores  de  escuela  en  Casanare,  de  que  omitimos  la  en- 
señanza de  la  Historia  Patria!  Vosotros  sois  testigos  de 
lo  que  se  enseña  en  esta  escuela  y  en  otras  del  Vicariato. 
Vosotros  podéis  dar  público  testimonio  de  que  la  historia 
patria  ha  merecido  mis  preferentes  atenciones.  Por  eso  es 
que  esta  noche,  interrumpiendo  la  solemnidad  amenísima 
del  acto,  vais  á  presenciar  el  riguroso  examen  de  los  niños 
en  esa  materia. 

Y  quizá  sea  esta  la  última  vez  que  dejo  oír  mi  humil- 
de voz  en  el  recinto  de  esta  escuela;  pero  estad  seguros 
de  que  la  escuela  de  Támara,  sus  niños  todos  y  sus  sabro- 
sos encantos  quedarán  eternamente  grabados  en  lo  más 
profundo  de  mi  corazón.» 


—  148  — 

Aquel  día  se  vio  palpablemente,  elocuentemente  que 
en  Támara  se  había  enseñado  historia  patria  con  la  misma 
amplitud  y  la  misma  solidez  que  en  la  escuela  mejor  ser- 
vida de  la  República;  como  se  había  enseñado  en  Nun- 
chía,  capital  de  la  provincia,  y  en  Manare  y  en  Chámeza 
y  en  dondequiera  que  funcionaron  escuelas.  Por  lo  que  á 
Támara  se  refiere,  diremos  aún  que  esta  clase  mereció  del 
jurado  de  calificación  la  más  alta  nota  reglamentaria:  el 
número  ,5,  que  significa  aprobado  y  sobresaliente.  ¡Lástima 
que  no  se  hubiesen  hallado  presentes  á  este  hermoso  acto 
los  detractores  de  los  misioneros  para  que  hubieran  apren- 
dido de  los  niños  de  Támara  hechos  y  apreciaciones  sobre 
la  historia  de  Colombia,  ignorados  por  muchos  hombres 
que  se  llaman  ilustrados! 

Hoy  día  no  son  ya  los  misioneros  directores  de  nin- 
guna escuela  de  Casanare;  pero  lo  decimos  sin  vanidad: 
aunque  la  instrucción  pública  está  dignamente  atendida, 
quizá  en  muchos  años  no  se  repetirán  en  las  escuelas  de 
niños  de  esta  región  aquellos  actos  solemnes  y  agradabi- 
lísimos que  eran  timbre  de  inmaculada  gloria  para  los 
maestros  y  motivo  de  satisfacción  para  todos  los  amantes 
de  Casanare. 

III 

Ni  los  frecuentes  y  penosos  viajes  realizados  por  el 
nuevo  Vicario  Apostólico  durante  el  año  de  1907,  ni  las 
múltiples  ocupaciones  que  invariablemente  acompañan  y 
siguen  á  las  fiestas  religiosas  de  los  pueblos,  que  en  Ca- 
sanare se  celebran,  por  lo  general  en  los  meses  de  verano, 
pudieron  quebrantar  la  resolución  que  había  tomado  de 
practicar  visita  oficial  á  todos  los  pueblos  del  Vicariato. 
En  la  cordillera  ya  no  quedaba  ninguno  que  no  hubiera 
gustado  los  espirituales  consuelos  y  bienes  de  todo  orden, 
que  á  manos  llenas  derramaba  por  doquiera  el  celosísimo 
Prelado :  justo  era  que  participasen  también  de  esos  con- 


—  149  — 

suelos  y  de  esos  bienes  los  habitantes  déla  llanura,  y  par- 
ticularmente los  de  Orocué  y  demás  pueblos  y  vecinda- 
rios esparcidos  en  las  remotas  sabanas  que  fueron,  años 
atrás,  asiento  de  las  célebres  Misiones  del  Meta.  El  pro- 
yectado viaje  á  esos  lados  no  presentaba  en  el  mes  de  Fe- 
brero el  cuadro  aterrador  de  penalidades  y  sacrificios  que 
presenta  la  navegación,  forzosa  en  otras  épocas  del  año; 
ahora  podíamos  hacer  el  recorrido  por  tierra,  con  más 
presteza,  menos  contratiempos  y  alguna  comodidad,  aun- 
que no  parezca  comodidad  cabalgar  muchísimas  leguas 
por  adustas  y  solitarias  sabanas  sin  más  refrigerio  que  la 
ventura  de  Dios.  A  reflejar  algunas  impresiones  sobre  este 
viaje-excursión  se  endereza  el  presente  capítulo. 

Pore.  La  Plata,  La  Trinidad  ó  Parroquia  son  los  úni- 
cos puntos  poblados  que  interrumpen  la  interminable  se- 
rie de  sabanas,  caños,  ríos  y  bosques.  Todo  es  llanura 
achicharrada  en  este  tiempo  de  sequía,  si  se  exceptúa  el 
camino  que  de  Támara  á  Pore  conduce,  el  cual  nada  malo 
puede  envidiar  á  las  otras  vías  de  comunicación  tamare- 
ñas,  y  aun  da  cruz  y  raya  á  cualquiera  de  ellas,  pese  á  la 
prestación  personal  subsidiaria  que  en  él  se  evapora  hace 
muchos  años  sin  mejorar  un  punto  su  angustiosa  postura. 
Sensible  es  en  verdad  que  ese  gran  caudal  de  energías 
que  supone  el  trabajo  subsidiario  de  Támara  haya  queda- 
do baldío  por  tántos  años  hasta  el  presente  en  que  se  ha 
empezado  á  emplear  con  economía  é  inteligencia.  ¿Quién 
duda  que  es  ventajosísimo  (y  lo  único  racional,  cuando  á 
más  no  se  alcanza)  dar  anualmente  al  tráfico  una  pequeña 
parte  de  camino  verdad  y  reparar  el  resto  aunque  sea  de 
manera  provisional,  transitoria?  Hablamos  del  camino  de 
La  Caldera,  única  vía  que  posee  Támara  para  llevar  sus 
productos  agrícolas  al  exterior. 

Lo  fragoso  del  camino  puede  asegurarse  que  termina 
en  la  quebrada  de  Jere ;  siguen  después  otras  tres  ó  cua- 
tro leguas  de  camino  aceptable,  relativamente  bueno,  sólo 


—  i5o  — 

interrumpido  por  algunas  quebradas  entre  las  cuales  so- 
bresalen La  Curania  y  La  Bayagúa,  tornadizas  y  traido- 
ras, robadoras  á  veces  de  haciendas  vecinas  y  aun  de  via- 
jeros temerarios.  Encadenados  montículos  exuberantes  de 
vegetación  hacen  de  repisa  al  inmenso  cuadro  de  la  llanu- 
ra y  alegran  al  excursionista  anunciándole  que  la  cordille- 
ra, la  gran  cordillera  oriental  andina,  que  se  repliega  ha- 
cia el  Occidente  cual  si  fuera  un  velo  de  dimensiones  in- 
mensurables que  Dios  acababa  de  alzar  de  sobre  los  llanos 
para  que  los  hombres  alabasen  su  belleza,  su  inmensidad, 
su  omnipotencia. 

No  tarda  en  aparecer  la  noble  ciudad  de  Pore,  la  que 
fue  hace  un  siglo  reina  y  señora  de  estos  llanos  y  que  hoy, 
destronada  y  vergonzante,  cubre  sus  desnudeces  con  los 
harapos  que  la  pérfida  y  sañuda  mano  de  los  tiempos  le 
han  dejado. 

El  viajero  que  hubiera  visitado  esta  población  en  el  úl- 
timo tercio  del  siglo  XVIII  ó  primero  del  siguiente,  aún  hu- 
biera podido  solazarse  recorriendo  una  ciudad  rica  y  anima- 
da, reinosa  sin  dejar  de  ser  llanera,  de  empedradas  calles 
anchas  y  rectas;  con  muchos  edificios  de  piedra,  ladrillo  ó 
tierra  apisonada,  varios  importantes  edificios  públicos, 
tribunales,  administración  de  correos,  rentas  monopoliza- 
das (aguardiente,  tabaco,  pólvora,  naipes) ;  siendo  además, 
como  dice  Cortés  Madariaga,  depósito  de  las  especulacio- 
nes clandestinas  de  Guayana,  frecuentado  por  los  contra- 
bandistas. Hubiera  podido  visitar  la  severa  casa  de  la  Go- 
bernación, poco  há  destruida,  patrimonio  durante  muchos 
años  de  los  Morenos  Juan  Nepomuceno  y  Francisco ;  la 
famosa  iglesia  de  tres  naves  á  punto  de  ser  entregada  al 
culto ;  la  espeluznante  y  hórrida  cárcel,  que,  si  bien  es  cier- 
to que  poco  honor  hace  al  ídolo  de  nuestros  tiempos,  era 
en  aquella  época  la  última  palabra  de  la  ciencia  peniten- 
ciaria. Había  entonces  familias  de  rancio  abolengo  (ó  que 
por  tales  pasaban),  con  retoños  de  bachilleres  y  doctores, 


—  i5i  — 

como  los  Molinas,  Huertas,  Gutiérrez,  Morenos,  Beltra- 
nes,  Briceños,  etc.,  etc.  "Y  en  fin,  en  perspectiva  era  Pore 
Sede  episcopal ;  el  Virrey  Amar  y  Borbón  dio  los  prime- 
ros pasos,  á  ello  encaminados,  el  año  de  1804. 

Fuera  de  otros  títulos  históricos,  no  despreciables,  que 
hacen  de  Pore  una  población  interesante,  hay  otros  que  el 
patriota  excursionista  no  puede  menos  de  recordar.  Aquí  el 
esforzado  General  Joaquín  Ricaurte  hizo  reunir  los  exce- 
lentes armeros  de  todas  las  misiones  de  PP.  Candelarios 
para  dotar  de  armamento  al  ejército  que  en  Chire  derrotó 
al  peninsular  Calzada ;  aquí  se  conservó  vivo  el  fuego  de 
la  independencia,  cuando  en  el  resto  de  la  Nueva  Granada 
era  extinguido  por  completo  por  el  ejército  expedicionario 
de  Morillo ;  aquí  el  General  Santander,  «  el  hombre  de  las 
leyes,»  logró  calmar  las  rivalidades  sangrientas  de  dos  in- 
domables llaneros,  Galea  y  Moreno,  aprovechando  ambos 
bandos  para  engrosar  el  ejército  libertador  que  á  paso  de 
vencedores  se  dirigía  al  corazón  del  virreinato.  En  Pore  se 
proclamó  —  ¡tiempos  aciagos  para  Colombia!  —  la  anexión 
de  Casanare  á  Venezuela  por  aquel  « temible  llanero,  cor- 
pulento y  renegrido,  de  larga  levita  azul,  el  del  pañuelo 
blanco  puesto  en  forma  de  montera,  amarrado  á  las  quija- 
das y  galoneado  sombrero  de  tres  picos,»  arbitro  algún 
tiempo  de  la  suerte  de  Colombia ;  en  Pore  se  celebró  aquel 
ridículo  pacto  «  de  por  ahora  »  entre  el  ciudadano  Cura  de 
esta  capital  y  los  comisionados  del  Soberano  Cuerpo  re- 
presentativo de  la  Provincia,  por  el  cual  se  despojaba  á 
las  misiones  de  sus  haciendas  y  hatos ;  en  Pore,  final- 
mente, realizó  su  novelesca  hazaña  aventurera  el  apureño 
Alférez  de  caballería  Juan  B.Blanco, que  casó  con  la  céle- 
bre viuda  tamareña,  apadrinado  por  el  «  Sr.  José  Antonio 
Herrera,  de  los  Libertadores  de  Venezuela,  condecorado 
con  el  escudo  de  Carabobo,  Capitán  de  infantería  de  la 
compañía  de  Cazadores ;  Dolores  Colmenares,  de  los  Li- 
bertadores de  Venezuela,  Capitán  de  caballería  de  la  2.a 


—  152  — 

Compañía  del  Escuadrón  de  la  Muerte,  y  Martín  Ramírez, 
Teniente,  vivo  y  efectivo  de  infantería  de  los  ejércitos  libe- 
rales (subrayamos)  y  Cirujano  del  Hospital  Militar  de  esta 
ciudad  de  Pore.»  Y  en  Pore  dieron  su  vida  por  la  patria 
el  Dr.  Frutos  Gutiérrez,  miembro  del  Congreso,  el  Coronel 
Francisco  Olmedilla,  Comandante  Joaquín  Cerda,  Capitán 
Luis  Páez ;  Juan  Salinas,  Ayudante  del  Libertador;  Luis 
Abad,  oficial ;  José  María  Rosillo,  Vicente  Cadena  y  otros 
patriotas  anónimos  que  lucharon  como  héroes  en  la  magna 
guerra  de  la  independencia. 

Todo  esto  y  mucho  más  recordábamos  al  visitar  las 
ruinas  de  la  que  fue  ciudad  de  Pore,  fundada  en  1644,  bien 
por  Adriano  Vargas  ó  por  Francisco  Anciso  ó  Enciso. 
Hoy  ya  no  es  nada,  ni  nada  representa.  Rectifico :  hay 
estación  telegráfica.  Los  hilos  conductores  pasan  tocando 
las  venerables  ruinas  de  la  magnífica  iglesia  en  construcción 
(que  catedral  pudiera  haber  sido),  cuyas  paredes  se  hallan 
cubiertas  de  árboles  y  maleza.  Dícese  que  en  ciertas  noches 
del  año  es  violado  el  silencio  misterioso  que  allí  reina  por 
una  sonora  carcajada ! 

Demos  un  adiós  á  tánto  recuerdo  y  salgamos  de  Pore, 
camino  de  La  Plata.  Llanos  tras  llanos  es  lo  que  se  ve  por 
doquiera ;  á  la  derecha  se  divisa  el  río  Pauto,  protegido  de 
espeso  boscaje  que  espera  el  hacha  del  colono.  Después  de 
cuatro  ó  cinco  leguas,  en  una  larga  curva  que  hace  el  río, 
aparece  el  caserío  y  puerto  de  La  Plata,  adonde  van  á  pa- 
rar todos  los  productos  exportables  de  esta  porción  de  los 
llanos  y  cordillera,  como  café,  cueros,  caucho,  plantas  pa- 
rásitas, etc.  Por  seguir  la  misma  dirección  que  los  postes 
telegráficos,  que  son  nuestros  guías,  evitámos  entrar  en 
dicho  caserío;  pero  á  las  seis  y  media  de  la  tarde  nos  aco- 
só la  noche  y  determinámos  pasarla  á  orillas  del  río.  Una 
hora  distábamos  de  La  Trinidad  (llamada  comúnmente  La 
Parroquia,  por  la  suprema  razón  de  que  nunca  tuvo  párro- 
co), población  de  ganaderos  y  por  ende  llanera,  con  unos 


—  i53  — 

trescientos  habitantes  de  no  muy  limpia  fama,  y  salud  poco 
apetecible.  También  por  aquí  pasamos  al  día  siguiente 
de  resbalón,  pero  sí  pudimos  formarnos  mejor  concepto 
del  que  teníamos  de  su  situación  topográfica.  Es  ribereña 
del  Pauto,  su  apostura  simpática  en  extremo ;  sus  calles 
hállanse  embellecidas  con  árboles  y  alegres  palmeras,  lo 
mismo  que  el  delicioso  y  pintoresco  camino  que  en  el  paso 
del  río  termina.  Fue  repoblada  con  los  escasos  supervi- 
vientes blancos  del  extinguido  Cafifí,  donde  estuvo  em- 
plazada en  1 86o,  antes  de  la  fundación  de  Orocué,  la  única 
Aduana  nacional  del  Meta. 

No  parece  el  Pauto  de  la  Trinidad  el  que  conocimos 
en  la  cordillera ;  aquí  se  deslizan  sus  aguas  mansas,  tran- 
quilas, sobre  lecho  de  menuda  arena,  por  donde  se  arras- 
tran los  saurianos  traidores  y  se  bañan  como  ninfas  las  es- 
beltas y  blancas  garzas  y  revolotean  anátidos,  jácanas  y 
tucantocos. 

Pasado  el  río,  penetrámos  en  parajes  más  solitarios, 
más  requemados  é  imponentes,  y  burlándose  de  esta  ma- 
jestad pasmosa,  álzanse  altivos  y  arrogantes  los  postes  te- 
legráficos, formando  ora  severa  cadena,  ora  graciosa  y  ro- 
busta curva  que  se  pierde  en  el  horizonte.  Todo  es  soledad ; 
ni  ganado  se  echa  de  ver  por  estos  lados.  La  fauna,  tan  rica 
en  otras  sabanas,  parece  que  huye  espantada  de  tanta  so- 
ledad; cuando  mucho  husmean  los  perros  algún  desdentado 
cachicamo  —  dasypjis  tricinetus — hermano  menor  del  arma- 
dillo^pero  más  tierno  y  más  delicado,  de  vivacidad  sor- 
prendente, delicioso  bocado  para  los  llaneros  y  vianda  con 
mucho  empeño  rebuscada  por  los  mariscadores  de  la  cordi- 
llera. La  forma  y  estructura  de  este  dasipódido  es  curiosa 
é  interesante ;  semejase  á  un  caballo  encubertado  ó  á  una 
muía  enjaezada,  que  en  esto  no  se  hallan  acordes  los  auto- 
res que  tratan  de  estos  animales.  «Hay  en  esta  tierra  (re- 
fería gravemente  á  sus  paisanos  cierto  bachiller  conquis- 
tador), hay  en  esta  tierra  unos  animales  pequeños  como 

•  r. 


un  lechón  de  un  mes ;  éstos  tienen  los  pies  y  las  manos 
como  un  caballo  y  la  cabeza  como  un  caballo,  pequeñita, 
con  sus  orejuelas ;  y  está  todo  cubierto  de  una  concha 
desde  las  orejas  hasta  la  cola,  que  parece  caballo  encuber- 
tado; son  fermosos  de  mirar;  parece  como  un  caballo.  .  .» 

Pasemos  el  caño  Gandul,  caudaloso  en  invierno,  y 
ahora  sin  una  gota  de  agua  con  que  apagar  la  sed.  Dos 
horas  más  tarde  acampamos  en  el  hato  del  mismo  nombre, 
situado  junto  á  un  estero  pestilente  y  algunos  pozos  de 
agua  más  pestilente  aún.  En  estas  ocasiones  resultan  ob- 
jetos de  arte  ó  de  mero  lujo  los  afamados  filtros  del  sabio 
y  católico  Pasteur  y  de  todos  los  sabios  del  mundo  entero. 
Y  estas  aguas  de  inmundos  esteros  ó  de  pozos  negros,  don- 
de se  revuelcan  los  cuadrúpedos  más  inmundos,  donde  se 
baña  la  gente  y  el  ganado,  donde  se  dan  cita  cuantos  se- 
res vivientes  hay  en  el  contorno  son  el  único  recurso,  en 
materia  de  líquidos,  de  que  disponen  aquí  como  en  muchos 
otros  hatos  de  Casanare !  Para  dar  con  agua  potable,  es 
preciso  ir  al  Guanapalo,  tres  leguas  más  allá,  al  cua]£cañb 
nos  trasladamos  nosotros  al  día  siguiente.  En  este  mismo 
caño  y  en  sus  poéticas  riberas  pereció  trágicamente  un  año 
después  un  tamareño  distinguido  que  contaba  numerosas 
simpatías  en  todo  Casanare.  Todavía  no  se  sabe  con  toda 
certeza  si  fue  víctima  de  los  caimanes  ó  de  alguna  acción 
imprudente  ó  temeraria.  Su  cadáver  apareció  en  la  orilla 
del  caño,  mutilado  horriblemente.  Lo  cierto  es  que  el  Gua- 
napalo en  todo  tiempo  es  temible  por  su  profundidad,  su 
lecho  fangoso  y  la  multitud  de  caimanes  que  tiene  en  su 
seno  y  que  es  preciso  ahuyentar  á  veces  para  pasarlo  sin 
peligro  próximo.  Algo  más  simpático  y  más  encantador, 
de  belleza  casi  ideal,  con  aguas  abundantes  y  cristalinas  y 
su  lecho  de  arrecife  durísimo,  es_el  Duya,_Buen  gusto  tu- 
vieron los  indios  sálivas  al  establecerse  muchos  de  ellos  en 
sus  fértiles  riberas,  no  obstante  los  frecuentes  asaltos  y 
tropelías  de  los  goahivos  que  suelen  recorrer  estos  para- 
jes talando  y  robando  cuanto  pueden. 


Unas  siete  ú  ocho  leguas  de  camino  nos  separaban 
de  Orocué,  la  perla  del.  Meta,  población  netamente  indíge- 
na en  sus  principios  (i 850),  lugar  donde  se  asentaron  los 
errantes  indios  sálivas,  que  moraron  primero  en  Macuco 
y  después  en  Guazabal,  hasta  que  fueron  corridos  por  el 
ruido  de  la  civilización.  Un  punto  tan  estratégico  para  el 
comercio  como  éste  no  podía  quedar  mucho  tiempo  á  mer- 
ced de  unos  indios  semisalvajes.  Enfrente  de  las  chozas 
por  éstos  construidas,  levantáronse  varios  establecimientos 
comerciales,  cuyos  propietarios  prometiéronse  surtir  de 
mercancía  á  todo  Casanare  (excepción  hecha  de  la  región 
araucana),  monopolizando  en  cierto  modo  el  comercio.  De 
aquí  surgieron  las  tres  poderosas  casas  de  comercio  ex- 
tranjeras de  Bonnet,  Francius  Hermanos  y  Ramón  Real 
(ho^Cornelius  &  Speidel).  Los  indios  sálivas  se  disemi- 
naronpqr  las  sabanas  de  Macuco  y  costas  del  Cravo  y 
Duya,  hasta  que  los  PP.  Candelarios  formaron  con  ellos  el 
pueblo  de  San  Juanito  ó  Tagaste,  cuyo  triste  fin  se  anun- 
ció anteriormente. 

En  Orocué  permanecimos  una  semana,  y  durante  ella 
administró  el  Vicario  Apostólico  ciento  veinte  confirma- 
ciones, logró  no  sin  dificultades  establecer  una  escuela  de 
varones  y  reavivó  el  espíritu  religioso  que  tánto  se  amor- 
tigua en  estas  poblaciones  dedicíidas  en  cuerpo  y  alma  al 
negocio. 

IV 

Estábamos,  pues,  á  orillas  del  caudaloso  Meta,  testi- 
go inmortal  de  los  heroísmos  de  cien  misioneros  que  su- 
cumbieron gloriosamente  enarbolando  la  enseña  de  nues- 
tra religión  sacrosanta. 

¡  Las  Misiones  del  Meta !  ¿  Quién  no  se  conmueve  al 
recorrer  estos  campos  de  soledad  agostados  como  por  un 
soplo  de  muerte?  Aquí,  las  venerables  ruinas  del  célebre 
Macuco  con  su  magnífica  torre,  todavía  enhiesta,  aunque 


cuarteada  por  gruesos  árboles  que  de  entre  sus  sillares  y 
ladrillos  han  nacido ;  más  allá  las  no  menos  venerables 
de  Casimena  y  Surimena,  comidas  y  sepultadas  por  fiero 
bosque  ó  sirviendo  de  guarida  á  mil  alimañas  y  brutos 
carniceros.  ¿  Y  qué  se  hizo  de  Guanapalo,  de  Caviuna,  de 
Guacacía?  ¿Qué  de  la  nobilísima  ciudad  de  Santiago  de 
las  Atalayas,  por  el  Capitán  Antonio  de  Tapia  fundada,  y 
honradamente  administrada  por  D.  Pedro  Ordóñez  y  Var- 
gas, «  Gobernador  y  Capitán  General  de  ella  y  de  sus  ju- 
risdicciones y  provincias,  demarcaciones,  puertos  y  em- 
barcaciones de  la  una  y  otra  banda  del  río  Meta,  por  el 
Rey  Nuestro  Señor?»  ¿Qué  de  aquellos  hermosos  tem- 
plos donde  se  reunían  tres  veces  al  día  para  alabar  á  Dios 
con  sencillez  de  corazón  no  pocas  capitanías  de  rudos  in- 
dios que  trocaron  ayer  el  arco  y  la  flecha  del  gentilismo 
por  el  dulce  y  tranquilo  vivir  de  la  religión  del  Crucifica- 
do ?  ¿  Dónde  están  aquellas  numerosas  tribus  de  goahiyqs, 
sálivas,  achaguas,  cabres,  cataros,  chucunias,  guaigis, 
maripiches  y  arrieos? 

Todo  ha  desaparecido :  las  poblaciones  se  derrumba- 
ron apesadumbradas  de  su  soledad,  y  selvas  impenetrables 
ocupan  el  lugar  de  ellas ;  los  indios  corrieron  la  misma 
tristísima  suerte  de  sus  pueblos,  ó  cuando  mucho,  han 
quedado  míseros  é  insignificantes  despojos  que  nada  son 
ni  nada  representan,  en  comparación  de  lo  que  fueron. 

Pero  en  medio  de  tánto  desastre,  surge  fresca  y  loza- 
na y  colosal  la  figura  del  misionero,  de  aquellos  heroicos 
misioneros  que  durante  una  larga  centuria  dieron  calor  y 
vida  á  estos  indios  y  á  aquellos  pueblos.  Eran  unos,  hijos 
preclaros  de  San  Ignacio;  otros,  del  grande  Agustino,  (i) 
Y  expulsados  inicua  é  injustamente  los  primeros  de  esta 
viña  por  ellos  plantada  y  regada,  solamente  los  segun- 
dos—  los  PP.  Candelarios  —  supieron  cultivarla  con  nota- 


(i)  No  se  olvide  que  hablamos  de  las  Misiones  del  Mela. 


—  i57  — 

bles  aumentos ;  sólo  ellos  pudieron  mantener  vivo  el  sa- 
grado fuego  de  la  religión  católica;  únicamente  los  PP. 
Candelarios  perseveraron  realizando  proezas,  reduciendo 
tribus  irreductibles  hasta  entonces  y  fundando  nuevos 
pueblos,  sin  que  mermaran  en  sus  manos  los  que  de  la 
Compañía  de  Jesús  habían  recibido  (i).  Estos  pueblos  que 
en  la  fecha  de  la  entrega  (agosto  de  1767)  se  hallaban  per- 
fectamente administrados  y  florecientes,  eran  tres :  Suri- 
mena,  Macuco  y  Casimena.  Y  no  se  crea  que  sólo  desde 
entonces  fueron  los  PP.  Candelarios  misioneros  del 
Meta:  antes  que  los  jesuítas  habían  entrado  en  la  jurisdic- 
ción de  Santiago,  fundando  entre  otros  pueblos  Isimena 
(1780?)  y  Sabana  Alta. 

Véase  ahora  lo  que  plantaron  los  Candelarios  en  lo 
poco  que  restaba  del  siglo  XVIII. 

En  1773  se  inaugura  solemnemente  el  nuevo  pueblo 
de  San  Agustín  de  Guanapalo,  fundado  por  el  P.  Miguel 
de  los  Dolores  con  doscientos  indios  maripiches  y  dos  ca- 
pitanías catequizadas  de  Macuco.  A  fines  del  siglo  tenía 
ochenta  y  cuatro  casas  y  seiscientos  catorce  habitantes  in- 
dígenas. 

En  1782  comienza  el  mismo  Padre  la  fundación  de 
Guacacía  con  cuatrocientos  indios  catecúmenos  y  algunas 
capitanías  enteramente  salvajes. 

En  1784,  el  P.  Pedro  José  de  Cristo  funda  el  pueblo 
de  San  José  de  Caviuna  con  doscientos  goahivos  por  él 
subyugados,  más  tres  capitanías  que  logra  atraer  del  otro 
lado  del  Meta. 

En  1792  el  P.  Pablo  de  la  Madre  de  Dios  establécese 
á  orillas  del  caño  Martimiti,  en  el  Meta,  con  algunas  tri- 
bus de  goahivos  y  matajaras,  fundando  el  pueblo  de  San 

(1)  No  hay  duJa,  dice  Groot  (Hisl.  ecl.  y  civ.,  t.  11),  que  de  las  órde- 
nes religiosas  á  quienes  se  entregaran  las  misiones  después  de  la  ex- 
patriación de  los  jesuítas,  la  de  los  Candelarios —  agustinos  recoletos, — 
fue  la  que  con  más  orden  y  arreglo  manejó  el  negocio. 


-  158  - 

Nicolás  de  Buenavista,  que  se  inaugura  solemnemente 
cuatro  años  más  tarde  con  la  asistencia  de  las  primeras 
autoridades  civiles.  El  mismo  día  en  que  se  recibió  del 
Virrey  el  título  de  Cura— conversor,  escribía  el  fundador: 
"  Cuando  comencé  á  fomentar  esta  nueva  reducción  (que 
fue  el  año  92)  sólo  tenía  en  ella  tres  parcialidades  ó  capi- 
tanías que  se  componían  de  gente  que  saqué  del  Ayrico 
y  dos  capitanías  de  gentiles  matajaras  que  se  hallaban 
cerca  del  río  Meta  y  caño  de  Mucu ;  ahora  tengo  en  el 
pueblo  más  de  setecientas  almas. ...» 

En  1793  el  ya  dos  veces  fundador  P.  Miguel  de  los 
Dokjres  avanzó  río  abajo  hasta  la  desembocadura  del  río 
Pauto,  y  junto  al  caño  Cabapuni  «de  aguas  abundantes  y 
cristalinas, »  funda  el  nuevo  y  simpático  pueblo  de  Santa 
Rosalía. 

Formaron,  pues,  cinco  pueblos  en  un  período  de 
tiempo  relativamente  insignificante,  porque  fundar  un 
pueblo  de  indios  equivale  á  algo  más  que  señalar  con  el 
dedo  en  la  arena  un  reducido  círculo  é  ingeniarse  para 
que  las  aves  de  los  aires  se  avengan  á  vivir  en  él ;  que 
aves  son  los  indios  por  su  nativa  independencia  y  libertad, 
y  sus  tornadizos  y  volubles  quereres  y  por  la  desconfian- 
za y  recelo  que  informan  á  todos  sus  actos. 

Fue  entonces,  al  expirar  el  siglo,  cuando  las  Misio- 
nes del  Meta  llegaron  á  su  completo  desenvolvimiento,  y 
lozanas  y  pujantes  entraron  en  el  XIX  para  venir  á  estre- 
llarse contra  aquella  avalancha  de  patriotismo  y  de  pasio- 
nes, de  glorias  y  deshonras,  de  edificación  y  destrucción, 
de  vida  y  de  muerte. 

Las  Misiones  del  Meta  tocaban  á  su  fin.  Los  indíge- 
nas presintieron  el  cataclismo  al  ser  despojados  de  sus 
hatos  y  haciendas  de  que  se  mantenían  y  hubieron  de  re- 
tirarse á  sus  antiguos  bosques  y  á  las  playas  de  ríos  leja- 
nos á  buscar  el  sustento  que  tampoco  los  misioneros  po- 
dían proporcionarles.  Estos,  entretanto,  permanecieron 


—  '59  — 


aún  en  las  misiones  tratando  de  impedir  la  desbandada, 
hasta  que  al  fin  corrieron  la  misma  suerte  de  sus  indios 
casi  todos  ellos.  Redujéronse  las  misiones  á  Casimena, 
Macuco,  Surimena  y  Guanapalo,  donde  se  mantuvieron 
hasta  el  año  de  1825.  Aún  regresaron  otros  cuatro  Cande- 
larios á  estas  soledades  de  sus  amores,  pero  tres  de  ellos 
murieron  en  la  empresa,  dejando  clavada  una  cruz  de  ma- 
dera sobre  la  desolada  y  ruinosa  torre  de  Macuco. 

Pasada  la  tormenta,  el  R.  P.  Joaquín  Araque,  que  la 
había  presenciado  desde  los  altos  picos  de  Morcóte,  infor- 
maba al  P.  Provincial  de  Candelarios  con  fecha  de  1833, 
diciendo :  «  Guanapalo  esta  en  su  lugar  por  haber  S%x\.  al- 
gunos vecinos ;  Macuco  se  acabó  por  haberlo  abandonado 
los  indios ;  Surimena  está  también  en  su  lugar  con  cuatro 
vecinos;  de  Caviuna  no  hay  rastro;  Casimena  está  donde 

mismo ;  de  los  demás,  no  hay  ni  rastro  »  Es  decir,  que 

habían  desaparecido,  fuera  de  los  nombrados,  Isimena, 
Sabona  Alta,  Santiago,  Guacacía,  Buenavista,  Santa  Ro- 
salía, Arimena,  etc.  etc. 

Este  fin  tristísimo  tuvieron  las  célebres  Misiones  del 
Meta ! 

Pasaron  algunas  décadas  desde  los  sucesos  última- 
mente referidos,  y  los  PP.  Candelarios  encargáronse  nue- 
vamente de  la  administración  espiritual  de  todo  Casanare. 
Aunque  ninguno  de  los  nuevos  misioneros  había  sido  tes- 
tigo de  los  heroísmos  de  sus  hermanos  en  religión,  recor- 
daban con  santa  envidia  las  glorias  y  proezas  de  ellos ; 
traían  á  la  memoria  el  estado  floreciente  en  que  se  halla- 
ron nuestras  Misiones  del  Meta ;  los  pueblos  por  ellos  fun- 
dados y  santificados  por  venerables  religiosos,  muertos  en 
olor  de  santidad ;  y  poseídos  de  fervoroso  entusiasmo,  con 
igual  celo  que  los  de  antaño  y  aun  quizá  con  más  heroís- 
mo porque  carecían  de  los  elementos  materiales  que  no 
faltaban  á  los  antiguos  misioneros,  comienzan  á  recoger 
los  despojos  que  habían  quedado  y  fundan  tres  nuevos 


  IÓO   


pueblos  en  el  mismo  territorio  del  Meta.  Ya  anunciamos 
el  fin  tristísimo  que  tuvieron  estas  recientes  fundaciones. 
(Vid.,  cap. . .  .) 

Concluyamos.  Florecientes  estuvieron  las  misiones ; 
sacrificios  y  heroicidades  practicaron  los  misioneros ;  elo- 
cuentes son  los  monumentos  que  han  llegado  hasta  nos- 
otros ;  tristeza  y  nostalgia  de  lo  antiguo  producen  en  el  áni- 
mo esas  venerables  ruinas  con  que  frecuentemente  se  tro- 
pieza en  Casanare ;  pero  no  es  justo  (y  menos  prudente) 
elogiar  lo  antiguo  por  ser  antiguo  aunque  sea  bueno,  me- 
nospreciando lo  que  actualmente  se  posee.  Trátase  ahora 
no  sólo  de  las  Misiones  del  Meta  (que  casi  no  tienen  razón 
de  ser)  sino  de  todo  Casanare,  del  Vicariato  Apostólico. 
Comparando  lo  que  fue  Casanare  en  el  orden  religioso 
desde  sus  primeras  misiones  hasta  que  de  él  se  hicieron 
cargo  últimamente  los  PP.  Candelarios,  con  lo  que  tiene 
y  es  en  la  actualidad  ¿ha  perdido  ó  ha  ganado?  ¿ha retro- 
cedido ó  ha  adelantado?  ¿está  mejor  ó  peor  administrado? 
¡  Pluguiera  á  Dios  que  contestaran  á  estas  preguntas,  no 
reinosos  descreídos,  llaneros  de  guardarropía,  que  no  co- 
nocen las  iglesias  más  que  por  fuera  y  en  Casanare  se  la- 
mentan con  ayes  plañideros  de  las  ruinas  del  culto  ;  sino  las 
pasadas  generaciones  casanareñas  que  vivieron  en  Pore, 
La  Trinidad,  Támara,  Ten,  Muneque,  La  Fragua  (More- 
no), Chire,  Tame,  Tauramena,  Zapatosa,  Chámeza,  etc., 
etc.,  lo  mismo  que  en  la  vasta  región  araucana.  Estos  pue- 
blos nos  dirían  que  veían  pasar  muchos  años  sin  tener  el 
consuelo  de  ser  visitados  por  un  ministro  del  Señor ;  res- 
ponderían que  aun  cuando  muchos  ó  algunos  de  ellos  te- 
nían derecho  á  cura  propio,  rara  vez  lo  conseguían,  y 
nunca  de  un  modo  permanente,  porque  ninguno  podía  ni 
quería  avenirse  á  vivir  entre  ellos ;  y  de  los  que  se  ave- 
nían, de  los  que  se  amañaban  ¡  cuántos  había  que  trabaja- 
ban en  esta  viña  del  Señor  in  destmctionem  et  non  in  ¡vdi- 
ficationem !  Sí,  digámoslo  bien  alto,  ya  que  á  ello  se  nos 


obliga;  fundados  en  documentos  precisos  y  terminantes 
podemos  asegurar  sin  temor  á  rectificación  que  todos  los 
pueblos  de  la  cordillera  y  aun  todos  los  del  llano  están  ac- 
tualmente mejor  administrados,  más  atendidos,  (i) 

¿Y  las  misiones?  Pero  si  ya  no  existen  los  indios 
que  las  integraban  ¿  á  qué  tánto  celo  por  las  misiones  ? 
¿Habrá  alguien  que  se  lamente  de  las  extinguida';  misio- 
nes y  doctrinas  fíorecientisimas  de  Monguí,  Mongua,  Tó- 
paga  y  Sogamoso,  v.  g.  ?  Pues  algo  así  podríamos  decir 
de  Casanare,  porque  los  indígenas  escasean  cada  día  más 
y  más  en  esta  región.  Pero  aparte  de  esto  ¿será  prudente, 
será  cristiano,  desamparar  varios  millares  de  cristianos 
necesitadísimos  que  viven  en  la  cordillera  y  en  el  llano 
para  ir  en  busca  de  un  millar  escaso,  escasísimo,  de  indios 
refractarios  á  todo  trato,  maleados  por  la  comunicación  y 
guerra  de  los  blancos,  indios  que  hoy  están  en  el  Pauto, 
mañana  en  Orocué,  más  tarde  en  el  Meta  abajo,  en  la  con- 
fluencia del  Casanare,  después  en  Cravo  ó  en  el  corazón 
de  Cuiloto  y  muchas  veces  ni  siquiera  en  Casanare  sino 
en  los  llanos  de  San  Martín ?  ¿Ose  querrá  que  los  PP. 
Candelarios  tengan  cuarenta  misioneros,  ó  algx>  así,  para 
atender  á  las  necesidades  espirituales  de  16,000  habitan- 
tes entre  blancos  y  de  color? 


Discurriendo  andaban  por  nuestro  interior  estos  re- 
cuerdos y  tales  ideas,  cuando  el  compañero  de  viaje,  mi- 
sionero de  Orocué,  nos  advirtió  que  habíamos  llegado  á 
Macuco.  Reposan  estas  ruinas  una  legua  al  occidente  de 
Orocué,  junto  á  un  caño  de  aguas  perennes.  La  espesa 
selva  que  ha  dominado  el  sitio,  oculta  casas  derribadas, 


(1)  No  se  comparen  eslos  puéblus  con  los  del  interior;  ¿  la  hay  clero 
propio,  digámoslo  ¡sí;  vqui  no  lo  hay  ni  lo  puede  haber  ;  ni  propio  ni 
extrañ.i,  pirque  nadie  quiere  venir  á  hacerse  cargo  de  estos  pueblos. 
Hablemos  c.  laro. 


IÓ2  — 


enormes  'ladrillos  de  varias  formas  geométricas,  piedras 
labradas  que  debieron  traerse  •  de  la  remota  cordillera,  y 
<4ros  diversos  materiales  que  han  resistido  .la  acción  del 
tiempo  sin  destruirse.  Por  una  angosta  trocha  que  practi- 
camos pudimos  llegar  hasta  la  torre  é  iglesia.  Las  dimen- 
siones de  ésta  eran  de  treinta  y  cinco  metros  de  larga  por 
quince  de  ancha,  extendiéndose  á  su  derredor  el  pueblo, 
sobre  un  plano  perfectamente  cuadrado.  Macuco  fue  fun- 
dado el  año  de  1730  por  el  P.  Manuel  Román,  de  la  Com- 
pañía de  Jesús,  con  varias  tribus  de  indios  procedentes 
del  Orinoco.  Fue  una  de  las  misiones  que  prosperó  como 
por  Dios  bendecida 'y  sin  embargo  nunca  llegó  á  tener 
dos  mil  indígenas;  ni  más  de  quince  ó  veinte  soldados  de 
escolta ;  y  ni  una  docena  mal  contada  de  auxiliares  blan- 
cos, á  quienes  estaba  prohibido  terminantemente  vivir  en  la  co- 
lonia y  aun  ganar  un  jornal  como  peones  sabaneros  del  hato 
que  llegó  á  tener  veintidós  mil  reses;  y  un  solo  misionero, 
ó  dos  á  lo  sumo  de  un  modo  eventual  y  transitorio.  Mu- 
cho se  ha  fantaseado  sobre  el  número  de  indios  que  forma- 
ban las  misiones.  De  Macuco  se  han  dicho  estupendas 
barbaridades;  entre  otras,  que  había  eiv la  misión  cuatro- 
cientos individuos  entre  religiosos  y  auxiliares,  capaces 
para  la  catequización  de  treinta  mil  indígenas!  Y  que  las 
casas  eran  de  cuarenta  pisos  como  las  que  se  construyen 
hoy  día  en  los  Estados  Unidos,'  podía  haber  agregado  el 
excursionista  ese ;  que  de  no  ser  así,  no  se  nos  alcanza 
que  ese  enjambre  de  misioneros,  criados  é  indios  pudieran 
habitar  en  una  población  que  tenía  ciento  cincuenta  me- 
tros de  radio.  -\  Aquí  de  las  leyes .  de  cubicación!  Véase 
ahora  los  indios  que  había  en  la  citada  colonia.  En  1756 
visitó  á  Macuco  D.  José  Solano,  jefe  de  la  expedición  del 
Meta,  y  nos  dice  que  allí  había  819  almas  contando  solda- 
dos y  familias.  En  1796  se  practicó  el  inventario  déla  mi- 
sión, y  aparecen,  fuera  de  reses  y  yeguas,  825  indios;  el 
historiador  Groot  en  un  estado  que  trae  correspondiente  al 


año  de  1810,  le  pone  i,8oo  indios.  Cortés  Madariaga  que 
por  ese  mismo  tiempo  estuvo  en  Macuco,  asegura  que  te- 
nía 1.300  almas  entre  indios  y  blancos.  Habiéndose  fun- 
dado el  pueblo  en  1730,  nos  parecen  suficientes  esos  datos 
para  calcular  razonablemente. 

Como  datos  curiosos  apuntaremos  que  la  iglesia  de  Ma- 
cuco era  de  las  más  ricas  de  Casanare :  había  en  ella  tres 
magníficos  retablos  dorados,  gran  copia  de  ornamentos  y 
mil  setenta  onzas  de  plata  en  alhajas  y  vasos  sagrados. 
Poseía  además  la  misión,  seg-ún  rezan  los  inventarios, 
«herrería,  carpintería  y  otras  artes  con  todos  los  aperos 
necesarios,  los  que  trabajan  los  naturales,»  más  el  riquísi*- 
mo  hato  con  cuyos  productos  se  sustentaban  los  indios  y 
se  subvenía  á  las  necesidades  de  la  misión. 

Para  terminar,  digamos  algo  de  los  felices  moradores 
de  Macuco,  copiando  las  impresiones  de  un  ilustre  viaje- 
ro (1)  que  visitó  nuestra  misión  la  víspera  de  la  ruina  de 
ella. 

Los  sálivas  habitantes  del  Macuco  (escribía),  natural- 
mente festivos,  son  de  color_  cobrizo  claro,  de  elegante 
talla,  ojos  vivos  y  facciones  bastante  regulares,  ágiles  para 
eljremo,  sociables  y  gustan  del  aseo,  ostentando  el  lujo  en 
llevar  su  pelo  lacio  y  abundante,  atado  con  cordones  ador- 
nados de  borlas;  descubren  genio  particular  para  la  músi- 
ca, habiéndome  causado  la  mayor  sorpresa  oír  en  el  coro 
del  templo  la  orquesta  de  indios  compuesta  de  violines, 
violoncelo,  flauta  dulce,  guitarras  y  triángulos ;  me  acer- 
qué al  P.  Cuervo  (2)  y  supe  por  su  informe  que  esta  capi- 
lla era  dimanada  del  reglamento  de  los  misioneros  ex-je- 
suítas,  que  se  ha  conservado  inalterable  por  la  escrupulo- 
sidad de  los  religiosos  que  los  han  subrogado  en  el  encar- 
go de  las  misiones.  Cada  mes  paga  el  Macuco  á  sus  músi- 


(1)  Kl  i-anónisp  venezolano  C  >rlés  M  idariaga. 

I2j  Ll  1'.  Pedro  Cuervo  de  la  Sanlís.iu:a  Trinidad.  Candelario. 


—  164  — 

eos  para  estimular  á  la  juventud  á  que  sé  aplique  ála  mú- 
sica vocal  é  instrumental,  y  con  esta  medida  ha  logrado 
adelantar  los  progresos  de  su  capilla,  solemnizando  las 
funciones  del  culto  con  la  suntuosidad  digna  del  Dios  á 
quien  se  dedican.  (1) 

V 

Pues  hemos  apuntado  algunos  datos  sobre  los  anti- 
guos extinguidos  pueblos  que  formaron  las  misiones  del 
Meta,  no  salgamos  de  Orocué  sin  añadir  otros  sobre  las 
renombradas  haciendas  de  dichos  pueblos,  por  misioneros 
fundados,  sostenidos  y  explotados  en  pro  y  beneficio  de 
los  indígenas,  digan  lo  que  digan  los  caballeros  de  la 
Mano  Viva  y  sus  progenitores  que  las  apetecieron,  muti- 
laron y  extinguieron,  considerándolas  erróneamente  como 
el  único  bien  que  les  faltaba  para  ser  felices  en  esta  vida 
y  en  la  otra. 

Si  hubiésemos  de  creer  al  autor  de  las  Noticias  His- 
toriales, sentaríamos  como  cosa  averiguada  que  fue  D. 
Fernando  Alvarez  de  Acevedo  (2)  quien  importó  en  estos 
llanos  el  primer  ganado  vacuno,  procedente  de  la  isla 
Margarita.  Mediana  autoridad  conceden  á  ese  escrito  los 
críticos  modernos,  pero. . . .  puntualizando  lo  que  á  nuestro 
asunto  atañe,  debemos  convenir  en  ello.  Según  el  P.  .Si- 
món, la  introducción  del  ganado  en  los  llanos  debió  de 
verificarse  algo  después  de  1540,  y  por  otra  parte  se  ase- 
gura que  ya  en  ese  tiempo  corrían  por  las  márgenes  y 
llanos  de  Casanare  y  Apure,  cosa  de  cuatrocientas  mil  ca- 
bezas de  ganado  vacuno  sin  amo  ni  perro,  con  la  particu- 


(1)  Viajes  de  Cortés  Madariaga,  publicados  poco  há  en  el  Boletín 
de  Historia  y  Antigüedades. 

(2)  Su  nombre  aparece  autorizando  el  traslado  del  primer  Concilio 
Provincial  celebrado  en  Bogotá:  "  Yo,  Hernando  Alvarez  de  Acevedo, 
Notario  y  Secretario  de  la  Episcopal  Aüdieneia  de  este  Nuevo  Rei- 
no " 


-  i65  - 


laridad  de  que  entre  esa  plaga  de  animales  andaban  no 
pocos  novillos,  suceso  que  dio  origen  á  cierta  curiosa 
anécdota  que  puede  leerse  en  la  séptima  Noticia  historial, 
capítulo  treinta  y  dos. 

Rectificando,  pues,  lo  que  en  otro  lugar  hemos  deja- 
do escrito  á  este  respecto,  añadiremos  que  andaba  muy 
maduro  el  siglo  XVII  cuando  el  curioso  que  deseaba  ver 
ganado  vacuno  en  Casanare,  debía  ir  por  fuerza  á  la  ha- 
cienda ó  hato  de  Caribabari  ó  á  la  ciudad  de  Santiago  de 
las  Atalayas.  Caribabari  fue  el  primer  hato  propiamente 
dicho  que  se  fundó  en  Casanare,  y  de  él  se  derivaron  des- 
pués los  de  Tocaría  y  Cravo,  hatos-madres  que,  á  su  vez, 
dieron  existencia  á  todos  los  otros  que  posteriormente  se 
fundaron  en  las  misiones  y  aun  en  todos  los  llanos. 

Concretándonos  ahora  á  los  del  Meta  ( i ),  únicos  que 
recibieron  los  PP.  Candelarios  al  ser  expulsados  los  je- 
suítas^ diremos  que  fueron  los  tres  que  pertenecían  á  las 
misiones  de  Surimena,  Macuco  y  Casimena,  en  los  cuales, 

(i)  El  autor  de  La  Iglesia  y  el  Estado  en  Colombia,  al  hablar  de 
la  Ley  13  de  1832,  por  la  cual  se  destinaron  las  haciendas  de  Guanapa- 
lo.  Macuco,  Surimena  y  Casimena  al  sostenimiento  de  los  pueblos  de 
igual  nombre,  es  -ribe:  "  Si  no  nos  equivocamos,  esas  haciendas  perte- 
necían antes  á  los  jesuítas  y  de  ellas  se  apoderó  el  gobierno  español  al 
expulsar  de  sus  dominios  á  aquellos  religiosos  el  pasado  siglo."'  Y  saca 
luego  una  consecuencia  :  "  La  injusticia,  pues,  se  remonta  á  una  época 
lejana  y  no  le  es  imputable  al  gobierna  republicano."  Con  perdón  del 
Sr.  Restrepo  diremos  sin  temor  de  equivocarnos,  que  el  gobierno  es- 
pañol no  se  apoderó  de  ninguna  de  las  expresadas  haciendas  ni  de 
otras,  que  pertenecían  á  los  misioneros  y  no  á  la  Compañía  de  Jesús. 
Las  únicas  que  sufrieron  la  incautación  fueron  las  de  Caribabari,  Toca- 
ría y  Cravo,  las  cuales  no  estaban  destinadas  directamente  á  ninguna 
misión  ea  particular  y  por  eso  pasaron  como  propias  de  la  Compañía. 
Tampo  o  queremos  decir  que  fue  el  gjbierno  republicano  quien  se  in- 
cautó de  las  haciendas  nombradas;  pero  no  se  olvide  el  asesinato  del 
General  Carvajal  y  del  Comandante  Segjvia  pirque  defendían  los  halos 
de  las  misiones  del  Meta,  "  que  el  Libe.  lador  había  dado  en  arrenda- 
miento al  General  Rafael  Urdancla." 


—  i66  — 


según  el  inventario  que  nuestros  misioneros  recibieron  de 
los  ilustres  desterrados  en  presencia  del  comisionado  del 
Gobernador,  D.  Andrés  de  Oleaga,  situada  en  la  ciudad 
de  Santiago,  había  entonces  (Agosto  de  1767)  los  siguien- 
tes ganados: 


Hatos 

Número  de 

Número  de 

Número  de 

reses 

caballos 

yeguas  de  cria 

Surimena  

4,000 

200 

200 

Macuco  

6,900 

150 

Casimena  

4,000 

«5 

800 

Totales  .  .  . . 

1 4,900 

430 

1,142 

Al  encargarse  los  PP.  Candelarios  de  la  administra- 
ción de  estos  bienes,  siguieron  como  cargo  de  conciencia 
las  huellas  de  sus  antecesores,  sin  apartarse  un  ápice  de 
los  reglamentos  y  usos  establecidos  en  las  misiones.  El 
régimen  administrativo  de  las  haciendas  (escribía  un  Pa- 
dre Candelario)  era  sencillo  y  patriarcal,  como  convenía 
en  unos  pueblos  salidos  poco  há  del  estado  de  barbarie. 
El  misionero,  Padre  de  todos,  hacía  de  administrador:  un 
capitán  de  experiencia  era  el  mayordomo,  y  éste,  con 
anuencia  del  teniente  y  doce  ancianos,  señalaba  los  peo- 
nes ó  sabaneros  que  debían  cuidar  las  haciendas  y  dar 
cuenta  de  los  daños  que  observasen.  Los  expresados  ca- 
pitán, teniente  y  ancianos,  asociados  al  teniente  corregi- 
dor español  y  al  misionero,  hacían  los  tratos  de  compra  y 
venta  de  novillos,  llevando  un  libro  de  ingresos  y  egre- 
sos, firmado  por  todos  los  que  tenían  á  su  cargo  el  cuida- 
do de  las  haciendas.  No  se  admitía  persona  extraua  á  la 
colonia,  y  para  defenderla  de  las  incursiones  de  los  genti- 
les, daba  el  Rey  á  cada  misionero  doce  fusiles,  una  caja 


—  167  — 

de  guerra  y  dos  pedreros  para  asustar  á  los  indios  con 
pólvora  y  sal.  • 

Con  este  régimen  verdaderamente  patriarcal  y  á  la 
sombra  de  la  paz  que  entonces  se  disfrutaba  comenzaron 
los  hatos  á  prosperar  de  una  manera  asombrosa  y  los  in- 
dios salvajes  á  aficionarse  más  y  más  á  las  misiones  que 
con  tánto  regalo  los  agasajaban,  haciéndolos  inesperada- 
mente propietarios  de  tan  cuantiosos  bienes. 

Con  la  base  de  los  tres  hatos  mencionados  fundaron 
nuestros  religiosos  otros  cinco  en  los  pueblos  de  que  se 
ha  hablado  en  el  anterior  capítulo,  hatos  que  también  re- 
cibían la  bendición  divina  para  multiplicarse  de  modo  in- 
creíble. Hasta  el  año  de  1797  continuaron  así  las  hacien- 
das; pero  en  ese  tiempo,  al  tratarse  de  fundar  la  nueva 
misión  de  Santa  Rosalía  y  suplicar  al  Virrey  que  conce- 
diese el  correspondiente  permiso  para  sacar  ganado  de 
los  hatos  antiguos  y  asignárselo  á  la  nueva  fundación,  se 
dio  por  autoridad  superior  alguna  providencia  no  acertada 
respecto  del  manejo  de  la  futura  hacienda;  pero  al  fin  la 
autoridad  civil  fue  razonable  en  aquella  ocasión  y  conti- 
nuaron los  misioneros  como  administradores  de  los  hatos. 
Escribía  entonces  el  Padre  Prefecto  de  las  Misiones  del 
Meta:  Suplico  se  reforme  la  providencia  para  que  el  cabil- 
do de  españoles  más  inmediato  á  la  misión  señale  admi- 
nistrador del  hato  que  se  manda  formar  á  beneficio  de  los 
indios  de  Santa  Rosalía;  y  que  se  mande  que  su  cuidado 
sea  de  cuenta  del  P.  Misionero,  del  mismo  modo  que  se 
manejan  con  los  otros  pueblos  del  río  Meta,  tanto  en  los 
tres  que  recibimos  á  nuestro  ingreso,  como  en  los  cuatro 
que  hemos  fundado  nuevamente.  Los  progresos  y  nota- 
bles incrementos  de  la  conversión  de  los  indios  pende  en 
gran  parte  de  que  se  les  agasaje  con  lienzos,  carne,  sal, 
utensilios  para  sus  labores  y  otros  donecillos  siempre  que 
salen  de  sus  bosques  y  después  de  reducidos  á  población, 
que  es  una  de  las  miras  principales  á  que  se  destinan  los 


—  i68  — 


hatos;  además  de  que  con  esto  (con  la  reforma  de  dicha 
providencia)  se  evitan  los  costes  de  administrador,  y  éste 
al  fin  cuidará  como  mercenario,  y  el  religioso  cuida  como 
pastor;  y  por  esto  será  que  Dios  da  tánto  aumento  á  estos 
hatos,  que  parece  increíble  si  no  supiéramos  que  Dios 
multiplica  ciento  por  uno.  Efectivamente,  después  de  los 
gastos  en  paramentos  de  iglesias,  cartillas,  instrumentos 
músicos,  utensilios  de  los  hatos,  útiles  de  labranza  para 
los  indios,  etc.  etc.;  después  de  pagar  200  pesos  al  corre- 
gidor (gasto  novísimo),  de  las  mortandades  inevitables  de 
vacas  viejas  y  terneras  pequeñas  en  el  invierno,  de  los 
que  matan  los  tigres  y  se  engullen  los  güíos;  después  del 
número  considerable  que  se  paga  de  diezmos,  y  se  vende 
ó  permuta  por  sal,  dulce,  lienzos,  vino  y  cera  para  la  obla- 
ta y  algnnas  medicinas  y  otras  necesidades  de  los  indios, 
que  son  renglones  crecidos;  después  de  estos  enormes 
gastos,  echa  Dios  su  bendición  para  que  haya  aumento 
de  ciento  cincuenta  por  uno  en  lo  existente,  comparado 
con  lo  que  recibimos.  Por  el  contrario,  los  hatos  de  P.P. 
Jesuítas  que  se  aplicaron  á  temporalidades  fueron  disipa- 
das y  malversadas  por  seglares,  porque  se  comenzó  á  con- 
vertir en  sueldo  de  administrador  lo  que  ayunó  el  misio- 
nero.» Así  hablaban  ya  los  misioneros  cuando  por  prime- 
ra vez  intentaron  escalar  las  misiones  los  precursores  de 
manos  vivas.  Nada  tenemos  que  añadir  á  lo  trascrito;  sino 
que  nos  contentaremos  con  poner  ante  los  ojos  del  lector 
un  cuadro-resumen  de  los  aumentos  obtenidos  por  nues- 
tros misioneros  Candelarios  durante  los  treinta  años  que 
corrieron  desde  que  se  hicieron  cargo  de  los  hatos.  Y 
cuenta  que  el  número  de  reses  se  regulaba  «por  la  fierra 
anual  y  diezmo  que  se  pagaba,»  ya  que  no  podían  hacer- 
se rodeos  generales  por  falta  de  medios  suficientes.  Co- 
rresponde al  año  de  1797. 


—  169  — 


Mntnc 

1\ ItrncTU  tic 

l\U17lcrO  Uc 

iV Uriít  Tu  tic 

reses 

caballos 

yeguas 

c  • 

1 3,000 

432 

804 

1 3,000 

59° 

1 ,07o 

Casimena  

1 8,000 

400 

I.IOD 

Guanapalo  

1 2,000 

320 

60O 

Guacacía  

1,200 

52 

IOO 

900 

20 

60 

Tiuenavista. 

700 

9  c 
'0 

Santa  Rosalía. 

Totales  

58,800 

1,839 

3.824 

Nada  más  podía  exigirse  á  los  misioneros  Candelarios 
en  los  tiempos  que  corrían:  fundaban  nuevos  pueblos,  re- 
cogiendo los  salvajes  todavía  rezagados  en  las  llanuras 
del  Meta;  establecían  nuevas  haciendas  de  ganado,  multi- 
plicándolas prodigiosamente,  y  lograban  no  sólo  evitar  el 
desmedro  de  las  recibidas  sino  aumentarlas  de  la  manera 
que  nos  demuestra  el  precedente  cuadro. 

A  desvanecer  tan  halagüeña  perspectiva  entró  el  si- 
glo XIX,  en  cuyos  primeros  años  aún  continuaron  prospe- 
rando los  hatos  de  las  misiones  hasta  que  comenzaron  á 
ser  objeto  de  la  codicia  de  señaladas  autoridades  que  te- 
nían tan  poco  temor  de  Dios  como  amor  á  los  indígenas, 
cuyas  eran  las  haciendas,  y  muchos  deseos  de  medrar  á 
costa  del  patrimonio  de  los  pobres.  Las  arbitrariedades  y 
rapiñas  comenzaron  á  repetirse  con  tanto  descaro  y  tan 
manifiesto  cinismo  que  el  Superior  de  los  misioneros  tuvo 
que  sincerarse  ante  el  Virrey  de  las  graves  acusaciones 
que,  para  ganar  tiempo,  habían  lanzado  contra  los  misio- 
neros los  auténticos  expoliadores.  Estos,  que  no  eran  otros 
sino  el  Gobernador  de  Casanare  y  el  Prefecto  del  Meta, 


—  170  — 

habían  privado  á  las  misiones  de  las  escoltas  que  de  tiem- 
po inmemorial  tenían;  excitaban  á  los  indios  á  la  insubor- 
dinación contra  los  misioneros;  disponían  arbitrariamente 
de  los  ganados;  se  apropiaban  sin  escrúpulo  ni  miramien- 
to las  bestias  que  deseaban,  y  hasta  llegó  el  Corregidor 
("el  Meta  á  asignarse  una  pingüe  renta  que  debía  dedu- 
cirse anualmente  de  los  mismos  hatos. 

El  Virrey  hizo  justicia  á  los  Candelarios  (quienes 
habían  resignado  en  sus  manos  la  administración  de  los 
hatos  «.objeto  de  la  envidia  y  detracción»)  poniendo  coto 
á  los  abusos  de  las  autoridades  y  ordenando  que  dichos 
hatos  continuasen  como  hasta  entonces  en  manos  de  los 
Candelarios. 

Si  hemos  de  dar  crédito  á  un  conocidísimo  Estado  de 
las  misiones  del  Meta,  que  se  conserva  en  la  biblioteca 
nacional  y  que  publicó  Groot  por  primera  vez,  no  fueron 
pequeños  los  aumentos  que  tuvieron  los  hatos  en  el  pri- 
mer decenio  del  siglo  XIX,  á  pesar  de  la  guerra  que  se  les 
hacía.  Vé  ise  el  estado  que  corresponde  al  año  de  1810. 


Hatos 

Número  de 

Número  de 

Número  de 

1 

reses 

caballos 

yeguas 

Suri  mena  

20,000 

800 

1 ,80o 

Macuco  

22,000 

700 

1 ,20o 

Casimena  

24,000 

700 

1 ,90o 

Guanapalo 

33.6oo 

520 

879 

Gj  acacia  

1 ,200 

60 

3° 

Caví  una  

900 

70 

30 

.  Buenavista.  . .. 

900 

61 

80 

Santa  Rosalía. 

900 

45 

100 

Arimena  

900 

25 

25 

|  •  Totales  

104,400 

2.981 

6,044 

La  fecha  del  cuadro  cierra  la  éra  gloriosa  de  las  mi- 
siones y  los  hatos.  Desde  ese  entonces,  además  de  ser 
escasos  los  documentos,  entramos  en  un  período  de  agita- 
ción violentísima,  que,  mientras  dura,  todo  es  males  y  de- 
sastres, á  veces,  irreparables.  Ya  no  eran  los  hatos  pro- 
piedad de  las  misiones  sino  primi  capientis :  si  hoy  son  de 
los  realistas,  mañana  serán  de  los  republicanos,  y,  al  fin, 
no  serán  de  nadie,  porque  nada  habrá  quedado.  Poseemos 
un  documento  curioso  que  arroja  mucha  luz  sobre  la  his- 
toria de  los  hatos  del  Meta.  Corría  el  año  de  1 8 1 4,  cuando 
el  Soberano  Cuerpo  Representativo  de  la  Provincia  de 
Casanare  acordó  oficiar  á  S.  E.  el  Gobernador,  ordenán- 
dole que  «como  recurso  para  adelantar  el  fondo  público,» 
llamase  al  Padre  Candelario  Fr.  Pedro  Cuervo,  Prefecto 
de  las  misiones  del  Meta,  para  tratar  «de  que  en  calidad 
de  por  ahora  se  sacase  á  favor  del  Estado  un  número  de 
caballos  y  novillos,» ....  «cuya  resolución  encarga  muy 
particularmente  Su  Alteza  no  se  haga  ilusoria  pero  ni  es- 
trepitosa, sino  bajo  un  temperamento  político  se  eviten 
los  malos  resultados  que  prevé  este  cuerpo,  considerando 
las  estrechas  necesidades  públicas  y  el  mérito  de  los  reli- 
giosos cuyo  desempeño  no  es,  como  se  cree,  absolutamen- 
te inútil.»  Continúa  el  oficio  exhortando  al  Gobernador  á 
que  maneje  el  negocio  con  tino  y  energía,  y  en  caso  de 
que  el  Prefecto  no  se  avenga  á  soltar  los  toros,  <  cualquier 
resolución  será  muy  conveniente.» 

En  efecto,  estando  reunidos  el  Excmo.  Sr.  Goberna- 
dor, el  Excmo.  Sr.  Vicepresidente  del  Senado,  el  ciuda- 
dano cura  de  esta  capital  de  Pore,  y  el  Prefecto  de  las  mi- 
siones, se  acordó  lo  siguiente:  i.°  Que  el  R.  P.  Prefecto 
pusiese  á  disposición  del  Gobierno  500  novillos  cada  año; 
2.0  Que  el  mismo  Prefecto  entregase  por  de  pronto  un 
número  de  caballos  proporcionado  á  los  que  hubiese  en 
los  ha:  i3  y  que  entregase  los  últimos  que  quedasen,  en 
caso  de  atxcar  á  los  enemigos;  3. 0  Que  si  se  acercaba  á 


Casanare  alguna  fuerza  armada  amiga,  debía  entregársele 
mensualmente  cierto  número  de  reses  gordas  para  matar; 
4.0  Que  el  dicho  P.  Prefecto  sería  sostenido  por  el  Gobier- 
no, «á  fin  de  que  el  manejo  de  las  haciendas  lleve  el  tono 
necesario  para  su  adelantamiento»  ;  5.0  Que  el  mismo 
Prefecto  estableciera  inmediatamente  una  Caja  de  común 
donde  serían  depositados  los  caudales  sobrantes  de  la 
venta  de  ganados,  etc.  etc.;  6."  Que  los  Padres  rindieran 
indispensablemente  cuenta  de  los  hatos  que  manejaban, 
las  cuales  cuentas  «serían  recibidas  por  una  multitud  de 
hombres  desinteresados  en  la  reunión  Constitucional  del 
Serenísimo  Colegio  Electoral»  ;  y  7.0  Que  el  Gobierno 
estaba  dispuesto  á  dar  á  los  Misioneros  los  correspondien- 
tes suplementos,  «con  consideración  á  las  escaseces  del 
erario,  que  padece  en  muchas  ocasiones.» 

Tal  vez  no  fue  muy  cordial  el  célebre  pacto  por  el 
cual  los  hatos  de  las  misiones  cambiaban  legalmente  de 
propietario;  porque  el  mismo  día  en  que  se  celebró,  el  P. 
Prefecto  solicitó  un  certificado  para  su  resguardo,  que  de- 
cía así : 

«  El  ciudadano  Jerónimo  de  las  Navas,  Alcalde  ordi- 
nario de  primera  nominación,  certifico  en  toda  forma  de 
derecho,  de  manera  que  haga  fe  para  ante  los  S.  S.  que  la 
presente  vieren  y  en  donde  fuere  presentada  que,  habiendo 
hecho  venir  al  P.  Fr.  Pedro  de  la  Trinidad,  Cuervo,  para  tra- 
tar con  él,  en  qué  modo  podían  dar  auxilio  para  sostener 
la  guerra;  y  estando  tratando  con  él,  pidió  el  Padre  se 
consolase  á  los  Padres  Misioneros,  ya  que  no  se  les  daba 
su  sueldo ;  y  á  esto  respondió  el  Gobernador  incomodado, 
que  las  misiones  se  reducían  á  vender  novillos ;  el  Padre 
respondió  que  por  él  fuesen  á  ver  si  había  novillos ;  y  el 
Gobernador  dijo :  que  al  que  le  viniere  el  sayo  que  se 
lo  plante ;  y  el  Padre  defendió  á  los  indios  y  á  los  Pa- 
dres cuanto  le  fue  posible ;  á  fin  de  no  comprometerlos, 
ofreció  dar  anualmente  400  novillos  en  auxilio,  ínter  du- 


—  i73  — 


rase  la  guerra,  pero  el  Gobernador  y  su  hermano  no  se 
conformaron ;  y  por  ser  cierto  doy  la  presente  á  pedimen- 
to verbal  del  R.  P.  Fr.  Pedro  de  la  Trinidad,  Cuervo,  Pre- 
fecto de  las  misiones  del  Meta,  y  firmo  en  Pore  á  22  de  Ju- 
nio de  1 8 1 4. 

Jerónimo  de  las  Navas.  > 

No  hay  para  qué  indagar  más  sobre  el  paradero  final 
de  dichos  bienes  eclesiásticos ;  sólo  apuntaremos  que  po- 
cos años  más  tarde,  sin  usar  del  socorrido  temperamento 
político  de  marras,  pasaron  á  manos  del  General  Urdaneta 
y  de  otros  repúblicos  prestigiosos,  hasta  que  el  Congreso 
de  1S32  dispuso  que  el  producto  de  esas  haciendas  fuera 
aplicado  exclusivamente  al  sostenimiento  de  las  misiones. 
Al  año  siguiente,  el  propio  Congreso  expidió  otras  leyes 
organizando  los  hatos  así  como  las  misiones,  mas  sin  otro 
resultado  que  la  buena  intención,  si  acaso  puede  caber 
ésta  en  quienes  disponían  de  bienes  eclesiásticos  sin  in- 
tervención de  la  Iglesia.  Terminemos  este  asunto  con  los 
datos  que  nos  suministra  el  Secretario  de  Gobierno,  infor- 
mando al  Congreso  de  1847  :  «Los  bienes  de  las  misiones 
se  han  destruido  casi  absolutamente,  pues  el  número  de 
ganado  vacuno  queda  reducido  como  á  menos  de  200  re- 
ses ;  y  á  nada  el  caballar.  La  desastrosa  y  dilatada  guerra 
de  la  independencia  y  las  revoluciones  posteriores  aniqui- 
laron aquellos  cuantiosos  bienes.» 

Este  fin  tuvieron  las  riquísimas  haciendas  de  las  Mi- 
siones del  Meta. 

\T 

Cincuenta  leguas  próximamente  habíamos  caminado 
desde  nuestra  residencia  de  Támara  á  las  históricas  ribe- 
ras del  Meta;  empero  poco  significaba  este  recorrido,  im- 
portante en  sí,  en  presencia  del  que  aún  teníamos  que 
practicar.  También  en  El  Maní  como  en  Chámeza  y  Paja- 


—  i74  — 

rito,  era  esperada  con  ansia  la  visita  del  Rvdmo.  P.  Vica- 
rio Apostólico,  ora  para  proceder  á  laaperturade  las  escue- 
las, ora  para  recibir  de  sus  labios  autorizados  la  se  milla  de 
la  palabra  evangélica  y  los  consuelos  consiguientes  á  la  vi- 
sita de  quien  es  Padre  y  Pastor  de  las  almas. 

Allá  enderezamos  el  rumbo  el  día  24  de  Febrero. 
Casi  costeando  el  río  Meta,  llegámos  á  Remolinos,  donde 
comienza  larguísima  travesía  por  sabanas  enteramente 
desnudas  de  vegetación  arborescente,  buscando  la  punta 
de  un  pobladísimo  morichal  que  se  ve  como  perdido  en  la 
borrosa  penumbra  del  horizonte.  En  verano  es  el  Meta 
punto  obligado  para  prevenir  la  sed,  por  no  encontrarse 
agua,  ni  una  sola  gota,  en  las  seis  ó  siete  leguas  que  hav 
de  dicho  río  al  pintoresco  caño  (jüirripa,  vivienda  perma- 
nente de  rayas,  babas  y  caimanes. 

¡El  (TÜirripa!  Un  caño  como  otros  tantos  de  Casana- 
re;  un  río  casanareño,  indígena  por  completo,  que  en  Ca- 
sanare  nace  y  aquí  muere  sin  llegar  á  sospechar  qué  sean 
lechos  de  viva  roca,  ni  corrientes  impetuosas,  ni  blandas 
espumas,  ni  menudas  pedrezuelas.  El  caño  es  un  sér  mis- 
terioso. Sus  aguas,  cristalinas  ó  terrosas,  se  arrastran  pe- 
rezosamente por  un  lecho  fangoso  sin  el  más  leve  murmu- 
llo, sin  la  menor  señal  de  vida.  Vegetación  rica  y  lozana 
cubre  sus  orillas ;  y  las  ramas  de  los  árboles  y  las  frondas 
de  las  palmeras  y  las  guaduas  y  los  trepadores  hejuecs.  .  . . 
cruzándose  y  enlazándose  sobre  el  misterioso  caño,  le  dan 
un  aspecto  más  sombrío  y  misterioso.  Con  todo,  el  caño 
es  durante  el  verano  el  lugar  anhelado  por  todo  viajero, 
el  suspirado  oasis  que  ha  perseguido  con  la  vista  por  es- 
pacio de  muchas  horas  para  acampar  y  pasar  la  noche 
junto  á  él,  bajo  los  árboles  que  cubren  sus  orillas,  ó  sim- 
plemente para  tomar  agua  á  la  sombra  vivificante.  Cuatro, 
seis  y  más  leguas  antes  de  llegar  á  él  se  vislumbra  la  cin- 
ta verde  oscura  que  orla  su  cauce;  y  el  viajero  no  halla 
otro  punto  á  donde  dirigir,  complacido,  su  mirada.  ¿Cuánto 


—  i75  — 


echaremos  de  aquí  al  caño ?  ¿Es  muy  grande?  ¿Se  puede 
pasar  á  caballo,  ó  hay  embarcación?  ¿Xo  hay  ninguna 
casa  por  allá  cerca?...  Este  suele  ser  el  interrogatorio 
obligado  á  que  se  somete  irremisiblemente  al  baqueano. 

Tras  el  Güirripa  viene  el  Güira,  y  después  el  Cravo 
Sur.  el  hermoso  y  pintoresco  Cravo,  ya  enriquecido  con 
el  grueso  caudal  del  Xunchía,  Pavero  y  Tocaría  y  la  be- 
lleza que  le  dan  sus  interminables  bosques  de  palmeras  y 
las  fecundísimas  tierras  que  baña  en  su  larguísima  carre- 
ra. A  la  sazón  surcaban  sus  aguas  varias  canoas  con  car- 
ga de  plátanos  y  otros  frutos.  Xo  obstante  que  el  agua 
daba  hasta  bien  arriba  de  la  montura,  tuvimos  que  seguir 
al  guía  que  se  arrojó  al  río  sin  ascos  ni  remilgos;  con  la 
circunstancia  agravante  de  que,  cuando  nos  hallábamos 
en  lo  más  critico  del  caso,  haciendo  grotescas  suertes  de 
equilibrio.  .  .  .  soltó  frenos  el  baqueano  para  que  bebiesen 
agua  las  bestias. 

Y  andábamos  cerca  del  hato  Mare-mare,  que  por  su 
apartamiento  de  otros  hatos  y  su  posición  como  de  avan- 
zada en  las  sabanas  y  parajes  frecuentados  por  los  indios 
de  ambos  lados  del  Meta,  tiene  cierta  fisonomía  peculiar. 
Unos  trescientos  metros  antes  de  llegar  á  la  casa,  oculta- 
da por  el  bosque,  hállase  el  viajero  impensadamente  con 
un  caño  —  Mare-mare  —  profundo,  navegable  y  no  sus- 
ceptible de  ser  vadeado.  En  la  orilla  opuesta  veíamos  una 
gran  canoa  amarrada  al  tronco  de  un  árbol ;  pero  no  veía- 
mos ni  notábamos  viviente  alguno.  ¿  Qué  hacer  en  tal 
caso?  Interrogámos  al  baqueano  con  una  mirada  de  sor- 
presa. «  Hay  que  tocar  el  cuerno  para  que  vengan  del  hato 
á  pasarnos;...  y  debe  de  estar  por  aquí....»  añadió 
•aquél,  rebuscando  en  el  hueco  de  un  añoso  y  corpulento 
-mata-palo. —  c  Aquí  está  (prosiguió  luégo  mostrándonos  un 
cuerno  descomunal);  pero  ¿saben  ustedes  tocar  ?  que  á  mí 
no  me  suena!» — Trae,  hombre,  trae;  es  posible  que  ten- 
gamos embocadura,  replicó  uno  de  los  viajeros. 


—  176 


Y  allí  permanecimos  un  buen  rato  adiestrándonos  en 
el  manejo  del  instrumento,  hasta  que,  sopla  que  soplarás, 
salió  el  sonido  potente,  ronco,  como  una  sirena  de  vapor. 

No  se  hizo  esperar  el  castellano,  el  llanero  diré ;  y  en 
breves  momentos  colocaron  las  monturas  en  la  embarca- 
ción, nos  acomodamos  nosotros,  y  comenzó  el  navio  á  sur- 
car las  aguas  del  ancho  foso. 

Como  en  los  antiguos  castillos  señoriales,  no  faltaba 
en  Mare-mare  una  especie  de  bufón  enano  que  daba  pla- 
cer y  solaz  refiriendo  las  destrezas  nigrománticas  ó  bufo- 
nas que  había  llevado  á  dichoso  término  desde  que,  pro- 
bando fortuna,  se  había  desprendido  de  las  montañas  del 
reino.  Tanto  como  bufón  no  era:  llamábase  apenas  curan- 
dero de  animales  y  cazador  de  culebras.  ¡  Con  cuánta  can- 
didez ó  tontera  ó  picardía  (que  todo  podía  ser)  refería  el 
asendereado  guate  los  prodigios  que  había  obrado  en  el 
arte  de  curar  bestias;  y  cuenta  que  él  no  empleaba  especí- 
fico ninguno,  ni  aun  glóbulos  siquiera  como  el  Sr.  Coria- 
co :  sabía  todo  un  libro  de  conjuros,  deprecaciones,  evan- 
gelios, etc.  etc.,  como  otros  tantos  guates  y  llaneros;  pero 
conjuros  y  deprecaciones  que  la  santa  Iglesia  nunca  auto- 
rizó, evangelios  que  jamás  ha  inspirado  el  Espíritu  Santo. 

La  oración  ó  el  «Exorcismo  d  San  Joaquín»  no  tenía 
migaja  de  desperdicio;  y  tan  eficaz  que  «bien  podía  curar 
á  un  toro  del  mal  de  gusanos,»  aunque  el  exorcista  «estu- 
viera en  Arauca  y  el  toro  en  La  Trinidad,»  lo  que  me  re- 
cordó á  aquel  cantar  llanero  que  dice  así :  Me  puse  á  to- 
rear un  toro  —  Lo  torié  por  la  mitad  —  El  toro  estaba  en 
Arauca  —  Yo  estaba  en  La  Trinidad.  Pero  volviendo  á 
nuestro  ensalmador  diremos  que  aseguraba  haber  curado 
más  de  doscientos  animales  en  circunstancias  tan  desfa- 
vorables con  el  ensalmo  consabido :  «.Yo  te  conjuro,  anima- 
les perjuros  —  Qué  creo  que  han  de  morir  de  uno  en  uno — 
En  su  misma  sangre,  en  su  misma  sangre. —  San  Joaquín, 
seré  yo  en  salvo,  en  salvo  —  San  Joaquín,  seré  yo  en  salvo, 


—  J77  — 


en  salvo  —  Y  creo  que  han  de  morir  en  su  misma  sangre, 
en  su  misma  sangre  —  Y  creo  que  han  de  morir  de  uno 
en  uno.  ...»  Y  yo  creo  (añadió  el  mayordomo  del  hato)  y 
yo  creo  que  si  no  le  junta  usté  creolina  se  muere  la  bestia 
antes  que  los  gusanos ! 

Pues  ¡  y  la  oración  á  San  Pablo,  ó  Pablos,  como  él  de- 
cía !  Sabiéndola  de  memoria  ó  llevándola  consigo  escrita, 
cualquiera  hijo  de  vecino  podía  meterse  en  el  seno  toda 
casta  de  culebras  y  animales  ponzoñosos.  No  es  casanareña 
en  su  origen  esta  oración,  pero  aquí  campea  como  en  su 
propia  tierra.  Al  expresado  ensalmador  se  la  oímos  de 
esta  manera :  Jesús  dijo  á  San  Pablos  —  Y  San  Pablos  dijo 
á  Jesús:  —  En  los  pies  carga  una  luz  —  Y  en  las  manos  una 
cruz. —  Líbrame  de  las  culebras  —  Y  animales  ponzoño- 
sos, —  San  Pablos,  amén,  Jesús. —  San  Pablos  es  tan  que- 
rido —  De  Dios  Todopoderoso  —  Líbrame  de  malos  pa- 
sos —  Y  animales  ponzoñosos,  —  San  Pablos,  amén,  Je- 
sús.—  Digo  estas  cuatro  palabras,  —  Las  digo  porque  las 
sé,  —  En  el  nombre  de  San  Pablos  —  Y  de  Jesús,  María  y 
José. 

En  Mare-mare  fuimos  atendidos  con  amabilidad  y 
cortesía  por  el  mayordomo  del  hato,  á  quien  habíamos 
sido  recomendados  por  D.  Ramón  Real,  su  propietario. 

Al  otro  día  reanudamos  la  marcha  y  divisámos  junto 
al  gran  caño  Surimena  algunos  vestigios  del  antiguo  pue- 
blo de  indios.  Entre  otras  notabilidades  (estamos  en  Casa- 
nare)  existe  un  monumental  horno  de  ladrillos  cocidos, 
que  los  indígenas  no  pudieron  aprovechar  por  haber  sido 
desperdigados  por  la  llanura  durante  las  violentas  sacudi- 
das de  la  independencia. 

Xo  escasea  el  agua  como  en  otras  regiones  de  los  lla- 
nos ;  además  del  Surimena,  vadeámos  el  Guariamena  y  el 
Curraupá  y  algún  otro,  y  finalmente  el  río  Cursiana,  en 
cuya  ribera  izquierda  está  asentado  el  pueblecillo  de  San- 
ta Elena  de  Cúrsiva,  fundado  no  há  mucho  (1887)  cerca  de 

12 


-  i78  - 

la  extinguida  misión  de  Casimena.  Las  ruinas  de  esta  an- 
tigua misión  son  tan  interesantes  como  las  de  Macuco. 
Sobresale  entre  ellas,  el  magnífico  templo  de  tres  naves, 
del  cual  se  conservan  en  regular  estado  las  paredes  fron- 
tales y  algunos  arcos  por  raíces  y  espeso  ramaje  prote- 
gidos. 

Siguiendo  nuestra  ruta  hacia  la  cordillera,  cuando  ya 
teníamos  casi  ganada  la  jornada  diaria,  tropezamos  á  ori- 
llas del  río  Chartes  con  una  nueva  fiera  casanareña  de  las 
que,  si  abundan,  no  se  logran  ver  á  cada  paso.  Era  un  oso 
palmero  que  cruzaba  perezosamente  la  sabana  por  la  cual 
debíamos  pasar  nosotros.  Al  parecer,  no  se  inmutó  el  es- 
túpido hormiguero  al  vernos  tan  en  su  compañía ;  porque 
á  cada  cuatro  pasos  se  posaba  tranquilamente  sobre  los 
remos  traseros  y  alzaba  la  pobladísima  cola,  cuya  extre- 
midad dejaba  caer  sobre  la  frente  á  manera  de  bucles  des- 
greñados. Myrmecophaga  jubata  la  llaman  los  naturalistas, 
y,  quienes  no  lo  son,  yurumí  en  el  Paraguay,  oso  palmero 
en  los  llanos  de  Colombia  y  Venezuela. 

Pronto  se  divulgó  en  el  pueblecillo  del  Marú  la  noti- 
cia de  la  llegada  del  Vicario  Apostólico.  Como  se  acostum- 
bra en  casos  análogos,  se  mandó  tocar  al  santo  rosario 
para  reunir  el  pueblo  y  dirigirle  la  divina  palabra ;  mas 
después  de  tres  toques  solemnísimos,  campana  en  mano, 
no  se  dignó  acudir  ni  una  sola  vieja;  sólo  al  terminar  el 
rosario  se  presentó  una  señora  con  dos  niños  que  venían 
á  recibir  la  confirmación.  Tampoco  asistió  nadie  á  las  mi- 
sas que  celebrámos  al  siguiente  día.  En  los  sucesivos  algo 
se  movieron  estos  cristianos  abandonados,  tocados  de  la 
gracia  divina  y  animados  por  las  repetidas  sacudidas  de 
la  campana ;  pero  ¡  ay,  cuántos  servidores  tiene  el  diablo 
en  estos  apartados  pueblecillos  de  Casanare !  Durante  los 
cuatro  días  que  en  El  Maní  permanecimos,  hubo  ocho  co- 
muniones, un  matrimonio,  seis  bautismos  y  cuarenta  con- 
firmaciones. 


—  179  — 

Y  al  fin  ganámos  la  cordillera  oriental  después  de 
dos  jornadas  de  molestísimo  trotar,  regular  la  una,  y  la 
otra  pesadísima ;  que  después  de  las  primeras  aguas  que 
nos  sorprendieron  en  El  Maní,  se  puso  la  atmósfera  inso- 
portable, abrumadora.  Si  mortificante  es  cabalgar  por  los 
llanos  en  estos  días  de  transición,  que  ni  son  de  verano  ni 
de  invierno,  lo  es  mucho  más  penoso  por  los  bajos  de  la 
cordillera  donde  no  se  siente  la  brisa  y  escasea  la  vegeta- 
ción, como  sucede  al  llegar  á  Tauramena.  Como  en  este 
pueblo,  también  insignificante,  ignoraban  de  antemano  la 
llegada  del  Rvdmo.  Vicario  Apostólico,  nos  limitamos  á 
pasar  en  él  la  noche  y  hacer  á  estas  pobres  gentes  el  bien 
que  permitía  la  premura  del  tiempo ;  y  después  de  otras 
dos  jornadas  por  caminos  horribles  y  precipicios  indes- 
criptibles y  veredas  y  despeñaderos  sin  nombre.  .  .  .  cuan- 
do abrumados  de  ver  tántos  y  tan  fieros  montes  y  cerros 
y  peñascales  y  entei  roderos,  preguntábamos  al  Vicario 
Apostólico,  antiguo  misionero  de  Chámeza,  si  era  proba- 
ble la  existencia  de  algún  pueblo  por  aquellas  salvajes 
montañas.  .  .  .  apareció  allá,  en  el  fondo  de  un  gran  caldero, 
el  simpático  pueblo  de  Chámeza,  con  sus  altos  hornos  y 
fuentes  de  agua  salada.  Pero  allá  también,  en  aquel  cal- 
dero, en  aquella  sima  profunda  y  solitaria  están  hace 
muchos  años  los  P.P.  Misioneros  Candelarios,  nuestros 
amadísimos  hermanos ;  los  Misioneros  que,  abnegados  y 
prontos  al  sacrificio,  viven  en  aquellos  parajes  apartados 
con  envidiable  contento  y  alegría :  que  para  ser  criado  de 
Dios  é  hijo  de  la  sarita  obediencia  es  lo  mismo  habitar  en  las 
grandes  urbes  que  en  las  soledades  inconcebibles  de  Chá- 
meza. 

De  una  interesante  monografía  sobre  Chámeza,  pu- 
blicada por  uno  de  los  actuales  misioneros  residentes  en 
esa  población  —  el  R.  P.  Fabo, —  tomamos  los  siguientes 
datos.  La  fundación  de  Chámeza,  obra  de  los  P.P.  Agus- 
tinos recoletos,  data  del  siglo  diecisiete,  época  en  que  ya 


—  i8o  — 


estaban  establecidos  nuestros  Padres  en  la  famosa  ciudad 
de  Santiago  de  las  Atalayas.  Los  indígenas  con  que  se 
fundó  el  pueblo,  pertenecían  á  la  raza  achagua  y  cusiana,  á 
los  cuales  se  les  agregaron  luego  muchos  de  los  habitan- 
tes de  Santiago,  atraídos,  parte  por  la  riqueza  territorial, 
salinera  y  agrícola,  y  más  todavía  por  la  devoción  al  gran 
Taumaturgo  de  Tolentino,  cuya  imagen  milagrosa  se  ve- 
neraba en  Chámeza  desde  su  fundación.  Otra  de  las  cau- 
sas de  la  creciente  población  de  Chámeza,  prosigue  el  P. 
Fabo,  consistió  en  el  régimen  de  aparcería  y  encomienda 
que  desarrollaron  los  religiosos,  á  cargo  de  los  cuales  es- 
taban las  salinas  y  los  terrenos  todos  que  hoy  constitu- 
yen los  municipios  de  Páez,  Chámeza,  Tauramena,  Maní 
y  Zapatosa.  Xisigua,  por  ejemplo,  era  una  hato  de  los  Mi- 
sioneros; á  su  amparo  se  formó  el  vecindario  y  se  repro- 
dujeron las  fundaciones  de  los  particulares.  Así  continuó 
Chámeza  desenvolviéndose  prósperamente,  hasta  que  su- 
cedió la  guerra  político-religiosa  del  promedio  del  siglo 
diecinueve,  y  se  les  arrancó  á  los  Misioneros  la  adminis- 
tración de  los  terrenos  de  las  misiones.  Por  este  tiempo 
debió  de  acaecer  la  despoblación  de  nuestro  Chámeza,  que 
llegó  á  tal  extremo,  según  dicen,  que  se  cayó  la  iglesia,  y 
tuvo  que  trasponer  un  vecino  el  milagroso  cuadro  de  San 
Nicolás  en  el  hueco  que  formaban  unas  piedras,  para  pre- 
servarlo de  las  inclemencias  atmosféricas.  Luégo,  rehabi- 
litada la  calma,  volvieron  los  habitantes  y  reedificaron  el 
templo.  En  lenta  progresión  siguió  el  desenvolvimiento 
de  Chámeza  hasta  hace  unos  doce  años,  cuando  á  causa 
de  aproximarse  los  habitantes  á  los  aljibes  y  fábricas  de 
elaboración  salinera,  hubo  de  ubicarse  el  caserío  en  el 
punto  que  ahora  ocupa.  En  este  decurso  se  ha  formado  la 
población  actual,  cuyo  desarrollo  hubiera  sido  más  amplio 
y  rápido  si  los  desastres  de  la  guerra  última  no  lo  hubie- 
ran impedido.  Con  todo  (y  hablamos  por  cuenta  propia), 
el  estado  actual  de  Chámeza  es  brillantísimo  en  todo 


—  i8í  — 


aquello  que  se  relaciona  más  directamente  con  el  ministe- 
rio de  los  P.P.  Misioneros.  La  moralidad  pública  reina 
como  en  un  trono;  el  amancebamiento  ha  desaparecido 
con  su  tropel  de  horrores,  viniendo  en  cambio  la  legitimi- 
dad de  los  nacimientos  á  poner  la  honra  individual  cris- 
tiana y  la  legitimidad  de  las  herencias  y  patrimonios;  un 
grupo  de  personas  decentes  y  trabajadoras  constituyen  la 
sociedad;  y  sobre  todo,  la  instrucción  pública  es  un  hecho 
que  hace  honor  á  los  habitantes  de  este  pueblo.  En  el  año 
próximo  pasado  (1908)  funcionaban  tres  escuelas  con  el 
personal  siguiente:  escuela  elemental  de  varones  con  asis- 
tencia media  de  39  alumnos;  ídem  de  niñas,  con  10;  y  la 
rural  de  El  Ceibal  con  26  alumnos.  Un  total  de  75 
alumnos  para  una  población  de  unas  1 ,00o  almas  es  pre- 
cioso dato  que  debe  llenar  de  satisfacción  á  los  habitantes 
de  Chámeza,  y  singularmente  á  los  P.P.  Misioneros,  bajo 
cuya  inspección  se  halla  ese  importante  ramo. 

Durante  los  pocos  días  que  permanecimos  en  dicha 
población  recibieron  el  sacramento  de  la  confirmación,  de 
manos  del  Rvdmo.  P.  Vicario  Apostólico,  220  niños  de 
ambos  sexos. 

En  Pajarito,  adonde  nos  trasladamos  seguidamente 
con  los  P.P.  Misioneros  de  Chámeza,  sé  confirmaron  94. 
Y  con  esta  última  visita  dimos  por  terminada  la  excur- 
sión apostólica  por  estos  remotos  poblados  y  desiertos 
del  Vicariato.  Aún  hubiera  deseado  el  Rvdmo.  P.  Ba- 
llesteros ejercer  su  sagrado  ministerio  en  los  llanos  que 
se  extienden  de  Zapatosa  á  Nunchia;  pero  obligaciones 
imperiosas  reclamaban  su  pronta  presencia  en  Sogamoso 
para  regresar  luégo  á  su  residencia  oficial  de  Támara. 
Aquí  nos  hallábamos  después  de  haber  realizado  desde 
Chámeza  once  jornadas,  algunas  de  ellas  de  once  y  doce 
horas  de  continuo  trotar,  pasando  en  este  corto  tiempo, 
con  rapidez  extraordinaria,  de  los  calores  sofocantes  de  la 
llanura  á  los  glaciales  páramos  de  la  cordillera  andina, 


—  182  — 


brusca  transición  que  soportan  frecuentemente  los  Misio- 
neros de  Casanare  en  cumplimiento  de  su  sagrado  mi- 
nisterio. 

« 

VII 

Si  de  suyo  no  fuera  negocio  delicadísimo  y  lleno  de 
espinas  en  todo  tiempo  y  lugar  el  ministerio  de  las  almas, 
habríamos  de  hacer  una  excepción  del  Vicariato  Apostó- 
lico de  Casanare;  ya  por  la  naturaleza  del  país,  extensísi- 
mo, poco  poblado,  sin  vías  de  comunicación;  ya  por  otras 
gravísimas  causas  de  orden  etnológico;  ya,  en  fin,  por  el 
doble  carácter  de  párrocos  y  misioneros  de  que  se  hallan 
investidos  estos  obreros  de  la  verdadera  civilización. 

No  nos  detendremos  en  ponderar  las  dificultades  que 
se  originan  de  meras  causas  geográficas  y  etnológicas, 
porque  sobre  no  ser  nuestro  intento  hacer  la  apología  del 
obrero  evangélico,  de  relieve  aparecen  en  estas  Excur- 
siones. Diremos  tan  sólo  que  en  su  calidad  de  párrocos, 
pesan  sobre  ellos  todas  las  obligaciones  y  cargas  y  sacri- 
ficios anexos  á  ese  beneficio,  pero  sin  gozar  de  las  prerro- 
gativas y  ventajas  materiales,  que  en  otras  partes  se  pue- 
den disfrutar,  ya  como  concesión  otorgada  á  la  humana 
flaqueza,  ya  como  legítimo  hac  omnia,  que  Dios  concede 
á  sus  servidores.  La  vida  del  párroco-misionero  necesa- 
riamente ha  de  ser  en  Casanare  vida  de  privaciones  y  sa- 
crificios. Ya  lo  anotámos  en  otro  lugar,  sirviéndonos  de 
las  palabras  del  Illmo.  Sr.  Casas,  y  no  huelga  repetirlo: 
en  estas  incultas  regiones  no  bastan  comunes  disposicio- 
nes ni  virtud  ordinaria  para  desempeñar  el  delicado  cargo 
de  que  hablamos;  porque  lo  que  podemos  llamar  principal 
materia  del  cargo,  las  parroquias  de  Casanare,  no  son 
como  se  las  habrá  figurado  el  cándido  lector,  sino  medio 
parroquias,  medio  misiones,  con  todas  las  exigencias  de 
la  parroquia  y  sin  ninguna  de  sus  ventajas  (permítasenos 
hablar  así);  con  todos  los  cuidados  y  anexidades  de  las 


-  i83  - 

misiones  vivas  y  sus  privaciones,  sacrificios,  heroísmos. 
Sí,  heroísmos,  porque  heroísmo  es  renunciar  noblemente, 
sin  esperanza  de  humana  recompensa,  comodidades,  dis- 
tinciones, consideraciones  de  otro  vivir  más  culto  y  civi- 
lizado, para  sepultarse  en  estas  regiones  donde,  si  se  le 
tiene  alguna  consideración  (al  misionero)  por  parte  de  los 
naturales,  son  infinitamente  mayores  las  desconsideracio- 
nes, vejaciones  é  insultos  que  recibe  de  ciertos  y  deter- 
minados elementos,  indignos  de  pisar  tierra  casanareña. 
El  párroco-misionero  dispuesto  ha  de  estar  siempre  á  re- 
cibir indiferencia  ó  brutal  desdén  á  cambio  del  bien  que 
en  torno  suyo  derrama.  ¡Cuántas  veces  tiene  que  reprimir 
su  indignación  cuando  á  espaldas  suyas  y  en  voz  baja  se 
pregunta  por  algunos:  ¿qué  hacen  los  misioneros  en  Ca- 
sanare?  «Cumplir  una  misión  divina,»  podrían  replicar 
éstos,  «somos  embajadores  de  Cristo.»  En  efecto:  ora  en- 
señan, ora  aconsejan,  ora  exhortan  y  corrigen.  Por  todas 
partes  van  haciendo  el  bien.  Si  no  fuera  por  ellos,  ¡cuán- 
tas almas  pasarían  á  la  eternidad  sin  oír  hablar  de  Dios, 
sin  recibir  un  buen  consejo,  una  palabra  de  aliento,  de 
consuelo!  ¡Cuántos  cristianos  no  pensarían  jamás  en  su 
alma,  si  el  misionero  no  fuera  á  buscarlos  en  su  tugurio, 
en  su  choza  apartada  y  solitaria ! 

Para  esos  algunos,  nada  significa  esto;  empero  para 
el  creyente;  para  los  que  estiman  en  su  valor  el  precio  de 
una  sola  alma;  para  los  que  tienen  como  artículo  esencial 
de  sus  creencias  la  redención  del  humano  linaje  por  un 
Dios  hecho  Hombre —  para  éstos,  digo,  una  sola  alma  re- 
dimida, un  solo  moribundo  llevado  al  cielo,  un  solo  niño 
regenerado  con  las  aguas  bautismales  en  el  trance  de  la 
muerte,  es  más  que  suficiente  para  no  considerar  estéril 
la  labor  de  los  misioneros  en  Casanare.  Ah!  Cuando  toda- 
vía señoreaba  en  el  pueblo  cristiano  esta  fe  divina,  y  se 
veía  al  sacerdote  ocupado  en  su  sagrado  ministerio,  nadie 
le  preguntaba  cuántos    caminos  había    hecho,  cuántos 


—  i84  sí- 
puentes  había  levantado,  cuántos  edificios  construido. 
Hoy  día  precisa  responder;  y  para  gloria  de  Dios  y  satis- 
facción de  los  misioneros,  aún  se  puede  afirmar  en  presen- 
cia de  los  hechos,  que  no  solamente  han  cumplido  (los 
misioneros)  con  su  ministerio  puramente  espiritual,  sino 
que  su  acción,  como  lo  hace  siempre  la  Iglesia  católica, 
cuyos  son  representantes,  ha  marchado  en  todo  tiempo  y 
lugar  á  la  vanguardia  de  todo  legítimo  progreso. 

Y  aun  cuando  por  la  simple  lectura  de  estas  Excur- 
siones y  otras  publicaciones  de  los  R.  P.  Candelarios  se 
echa  da  ver  la  labor  constante  y  fructuosa  de  los  misione- 
ros de  Casanare,  vamos  á  destinar  siquiera  una  parte  de 
este  capítulo  para  dejar  en  él  anotadas,  á  manera  de  ba- 
lance, algunas  de  las  obras  que  se  han  llevado  á  cabo  du- 
rante los  cinco  años  que  abarcan  estos  apuntes.  Ya  se  ha 
dicho  en  otra  parte  que  el  Vicariato  Apostólico  cuenta 
para  su  administración  espiritual  con  doce  misioneros  que 
residen  en  los  seis  centros  principales  de  Arauca,  Chá- 
meza,  Manare,  Nunchía,  Orocué  y  Támara,  teniendo  ade- 
más á  su  cuidado  los  demás  pueblos  y  vecindarios  que 
comprenden  sus  respectivas  circunscripciones. 

Tomamos  los  siguientes  datos  de  los  registros  que  se 
llevan  en  cada  una  de  las  misiones,  (i) 


Bautismos  

Confirmaciones.  . 
Matrimonios  


Uniones  ilícitas 
legitimadas. 


boo 
54» 

100 

6o 


8oo 
354 

200 

i4o 


077 
900 
300 

150 


Nunchía 

Orocué 

Támara 

7C9 

79° 

1,198 

45° 

1 20 

797 

249 

130 

200 

"3 

9o 

(1)  Por  no  haber  podido  proporcionarnos  dalos  exactos  de  algunas 
misijnes,  hemos  suplido  ese  defecto  con  cifras  aproximadas. 


-.i85  - 

Visitas  á  los  pueblos — Uno  de  los  capítulos  más  peno- 
sos para  los  misioneros  es  el  concerniente  á  las  visitas 
de  las  circunscripciones  ó  pueblos,  vecindarios  y  hatos 
anexos.  A  quienquiera  que  lea  estos  apuntes  le  parecerá 
cosa  no  despreciable  los  viajes  realizados  por  el  autor  en 
el  corto  tiempo  que  abarca  el  escrito;  mucho  más  si  agre- 
gamos que  los  viajes  aquí  relatados  (que  suman  un  total 
de  muchas  leguas),  no  constituyen  ni  la  tercera  parte  de 
lo  que  hemos  cabalgado.  Ahora  bien:  cualquier  misio- 
nero d¿  Casanare  nos  lle%'a  muchas  leguas  ^cientos  de  le- 
guas) por  delante,  como  que  su  vida  habitual  consiste  en 
recorrer  montes  y  llanos  con  muy  poco  reposo.  Nada  más 
que  los  viajes  rápidos  en  que  se  inviercen  de  uno  á  tres  días 
en  la  ida  por  otros  tantos  en  el  regreso,  sin  más  objeto 
que  auxiliar  moribundos,  son  los  siguientes  que  tomamos 
de  los  mencionados  registros  (i ):  En  Támara,  90  viajes; 
en  Nunchía,  1 5 ;  en  Manare,  40  y  en  Chámeza  40.  Viajes 
de  3  á  6  leguas,  etc.  etc.:  en  Támara,  300;  en  Manare, 
250;  en  Xunchía,  120;  en  Chámeza,  200.  Omitimos  los  de 
Arauca  y  Orocué  donde  rara  vez  avisan  á  los  misioneros 
de  puntos  lejanos. 

Y  si  nos  detuviéramos  á  describir  algunos  de  estos 
viajes  rápidos,  improvisados,  mitad  en  muía,  mitad  á  pie, 
y  á  ratos  gateando  por  cerros  y  lomas  inaccesibles,  ó  va- 
deando ríos  y  quebradas;  ¡cuánto  no  podríamos  contar  á 
ciertos  habladores  de  oñcio,  panegiristas  de  la  vida  regala- 
da de  los  frailes!  ¡Cuántos  trozos  de  regalada  literatura, 
como  el  que  va  á  continuación,  podríamos  copiar  del  car- 
net de  esos  misioneros!  «Ayer llamaron  á  una  administra- 
ción al  vecindario  de  X. . . .  distante  de  esta  misión  tres 
días,  según  asegura  el  baqueano.  En  todo  el  santo  día  de 
hoy  no  ha  cesado  de  llover;  ¡al  fin  estamos  en  el  mes  de 
Julio!...  Al  día  siguiente  continué  la  marcha  á  pie,  por 


(1)  Abarcan,  como  se  ha  dich  >  el  período  de  cinco  años. 


—  i86  — 


no  ser  camino  para  muías,  y  logré,  gracias  á  Dios,  encon- 
trar al  enfermo  en  sus  cabales  y  dispuesto  á  confesarse. 

La  noche  buena  ¡bendito  sea  Dios!  Y  eso  que  por  no 

haber  por  allí  otra  casa  con  paredes,  me  guindaron  el 
chinchorro  en  la  jaulita  ocupada  totalmente  por  el  pobre 
enfermo,  hidrópico  rematado,  y  unos  perros  y  gallinas 
con^sus  crías.  Como  el  chinchorro  ocupaba  toda  la  exten- 
sión de  la  choza  y  el  enfermo  estaba  debajo  de  aquél,  no 
pude  moverme  en  toda  la  noche  por  temor  de  pisar  al 
moribundo  que  parecía  morirse  á  cada  ahoguío  que  le  so- 
brevenía. Añádase  que  me  hizo  daño  la  única  cosa  que  me 
dieron  de  comer  y  de  cenar,  que  fue  yuca  de  la  mejor  ca- 
lidad que  he  visto  en  Casanare. ...  Al  otro  día  salió  el  sol 
y  pude  secar  toda  la  ropa  que  venía  mojada. ...» 

Y  después  de  una  jira  tan  poco  apetecible  como  ésta 
(si  no  estuviera  de  por  medio  la  gloria  de  Dios  y  acaso  la 
salvación  eterna  de  una  alma);  después  de  esta  jira  y 
cuando  todavía  están  secándose,  colgadas  al  sol,  las  em- 
barradas polainas,  llaman  á  otra  administración. ...  si  no 
es  que  son  varios  los  ínfermos  que  solicitan  al  Padre ! 

Fuera  de  estos  viajes  que  llamamos  rápidos  é  impro- 
visados, hay  otros  que  se  hacen  periódicamente  á  los  pue- 
blos y  vecindarios  anexos,  sin  exceptuar  las  viviendas  de 
los  indios  que  tienen  algún  roce  con  los  blancos,  como  son 
\/ los  tunebos,  macaguanes  y  ciertas  capitanías  de  guahivos. 
Todos  estos  poblados  se  visitan  varias  veces  al  año,  se- 
gún la  importancia  que  tienen,  aun  cuando  el  misionero 
no  sea  solicitado..  , 

Grande  es,  pues,  la  actividad  que  se  desplega  en  este 
Vicariato  para  subvenir  á  las  necesidades  espirituales  de 
los  fieles;  pero  no  se  consume  toda  ella  en  los  viajes  refe- 
ridos. El  misionero,  cuando  está  tranquilo  en  el  centro  de 
su  misión  como  cuando  recorre  sus  extensas  circunscrip- 
ciones, va  elaborando  poco  á  poco  con  inquebrantable 
constancia,  otras  múltiples  obras  materiales  de  adelanto  y 


-  i87  - 

progreso,  que  realzan  en  gran  manera  las  que  al  espíritu 
directamente  se  refieren.  Y  aunque  al  lector  pueda  pare- 
cer fría  prosa  el  sencillo  sumario  que  vamos  á  hacer  de 
esas  obras,  omitiremos  toda  clase  de  comentarios  limitán- 
donos á  consignar  hechos  descarnados.  Principiemos  por 


la  misión  de 

Támara — Se  han  construido  dos  magníficos  altares 

de  cedro,  pintados  y  dorados,  avaluados  en    $  30,000 

Armonium  nuevo   23,000 

Construcción  de  la   sacristía,    de  nueva 

planta   5,000 

Dos  cuadros  al  óleo  del  S.  Corazón  de  Je- 
sús y  San  José,  de  tamaño  natural   8,000 

Construcción  del  coro  de  la  iglesia.    .    .    .  3,000 

Varias  alfombras  para  el  presbiterio.    .    .  10,000 

Viacrucis  nuevo   2,200 

Otros  objetos  para  el  culto   8,000 

Toda  la  obra  del  cementerio  (cercado  de  ta- 
pia alta  de  tierra  apisonada  y  capilla)  descontan- 
do unos  1,500  jornales   20,000 

Refección  de  la  casa  cural   17,000 

Reparación  del  colegio  de  las  hermanas  de 
la  Caridad  y  construcción  de  un  gran  salón  para 

clases  y  varias  piezas   82,000 

Mobiliario  para  las  escuelas  (aparte  del  que 
ha  cedido  el  municipio),  útiles,  premios,  diplo- 
mas, etc   20,000 

Ornamentos  de  todas  clases  para  el  culto  di- 
vino.    .    .   8,000 


Nota — Gran  parte  de  las  obras  enumeradas  han  sido  costeadas  ex- 
clusivamente con  fondos  del  Vicario  Apostólico  y  de  los  Misioneros; 
otras  se  han  llevado  á  cabo  con  la  cooperación  de  los  fieles,  y  otras,  final- 
mente, por  suscrip-ión  voluntaria  entre  los  habitantes  de  los  pueblos 
respectivos  ;  pero  no  creemos  ofender  á  nadie  si  afirmamos  que  iodo  es 
debido  á  la  influencia  y  actividad  del  misionero,  alma  de  todo  progreso 
verdadero. 


—  i88  — 


Finalmente,  una  multitud  de  objetos  para  la 
iglesia,  algunos  de  inestimable  valor,  obra  de  las 
siempre  irreemplazables  Hermanas  de  la  Caridad. 
Omitimos  también  los  gastos  hechos  en  favor  de 
la  instrucción  pública  y  otras  obras  de  mera  pro- 
paganda religiosa,  gastos  que  ascienden  anual- 
mente á  varios  miles  de  pesos. 


Nunchia — Ornamentos  sagrados,  nuevos.    .  50,000 

Imágenes  (cuadros  al  óleo)  del  Santo  Cristo, 
la  Dolorosa,  Animas  y  pequeña  imagen  del  S. 

Corazón.   35,000 

Viacrucis  nuevo  y  otros  objetos  para  el  culto, 

como  floreros,  jarrones,  candeleras,  etc.  etc.    .    .  8,000 

Varias  obras  nuevas  y  reparaciones  en  la 

iglesia   1 0,000 

Terminación  de  la  casa  cural  y  construcción 

de  dependencias   100,000 

Construcción  del  edificio  para  casa-colegio 

de  las  Hermanas  de  la  Presentación.    .    .    .  200,000 

Otros  gastos  para  las  escuelas  (mobiliario).  2,000 

Y  actualmente  se  está  levantando  nuevo  ce- 
menterio. 

Manare — Construcción  de  la  nueva  sacristía.  5,5°° 

Reparación  de  la  iglesia   5,000 

Ornamentos  sagrados   8,000 

Viacrucis   3. 000 

Otros  objetos  para  el  culto   3-5°° 

Nuevo  altar  de  N.  P.  S.  Agustín.    .    .    .  12,000 

Imagen  del  S.  Corazón  de  Jesús.    .    ...    .  8,000 

Imagen  de  San  Isidro   11 ,00o 

Imagen  de  N.  P.  S.  Agustín   11,000 

Mobiliario  y  otros  gastos  para  las  escuelas.  8,000 
Reconstrucción  y  nuevo  techado  de  la  igle- 
sia de  Moreno  (descontando  unos  700  jornales).  40,000 


Chámeza,  Orocué,  Arauca—For  dificultades  de  rápida 


-    i8o  — 


comunicación,  no  hemos  podido  obtener  datos  completos 
sobre  estas  misiones,  pero  nos  consta  que  á  todas  las  igle- 
sias se  las  ha  provisto  de  buenos  ornamentos  y  todo  lo. 
necesario  y  útil  para  el  culto.  Además,  en  Arauca  se  ha 
embaldosado  su  iglesia  y  construido  casa  cural;  en  Oro- 
cué,  construcción  también  de  la  casa  cural,  reparación 
general  de  la  iglesia  y  construcción  del  frontis;  y  en  Chá- 
meza  van  avanzando  poco  á  poco  las  obras  del  soberbio 
templo  que  será  sin  duda  uno  de  los  mejores  de  Casanare., 
Terminemos  estos  apuntes  bendiciendo  á  la  divina 
Providencia,  á  vista  de  tántos  y  tan  costosas  obras  como 
se  han  llevado  á  cabo  en  estas  misiones  de  Casanare,  re- 
gión tan  pobre  y  agostada  en  recursos  pecuniarios,  como 
rica  y  exuberante  se  ostenta  la  naturaleza. 

VID 

La  Instrucción  Pública  ha  sido  otro  campo  vastísimo 
en  que  los  Misioneros  de  Casanare  han  desplegado  las 
alas  de  su  celo,  en  gracia  y  utilidad  de  esta  región  no 
menos  que  de  toda  la  República.  Cuanto  pudiéramos  decir 
ahora  á  este  respecto,  ya  lo  publicámos  en  ocasión  recien- 
te en  un  escrito  que  vio  la  luz  pública  en  El  Correo  Nacio- 
nal, y  que  vamos  á  reproducir  tal  como  se  publicó : 

"Xada  más  conveniente,  provechoso  y  aun  necesario 
para  quienes  por  interés,  obligación  ú  otro  título  cual- 
quiera deben  intervenir  en  el  importante  Ramo  de  Ins- 
trucción Pública,  que  estudiarlo  á  conciencia,  bajo  sus 
múltiples  faces  ó  aspectos;  máxime  cuando  hay  de  por 
medio  compromiso  onerosamente  contraído. 

Para  este  estudio,  la  estadística  es  un  recurso  admi- 
rable, de  gran  valía,  decisivo  en  muchos  casos.  En  la  es- 
tadística se  hallará  el  adelantamiento  ó  el  retroceso  de  las 
escuelas  ó  centros  de  educación,  con  las  causas  que  los 
determinaron;  los  diferentes  métodos  ensayados,  sus  ven- 
tajas, sus  defectos;  los  recursos  con  que  cuentan  los  Mu- 


3U- 


—  190  — 

nicipios;  la  indolencia  ó  la  actividad  de  los  mismos,  en 
fin,  hasta  la  fisonomía  propia  de  los  pueblos  y  familias,  su 
amor  á  la  cultura,  á  la  ilustración. 

Alumbrado  con  estas  y  otras  muchas  luces  que  la  es- 
tadística suministra,  podrá  el  interesado  por  la  Instruc- 
ción Pública,  ya  como  supremo  moderador  de  ella,  ya 
como  colaborador  modesto,  podrá,  decimos,  obrar  siempre 
sobreseguro;  dará  el  giro  conveniente  á  los  diferentes 
planteles  de  educación;  dejará  caminos  tortuosos,  no  exen- 
tos de  peligros,  esto  es,  métodos  y  sistemas  fracasados, 
y  encauzará  la  Instrucción  Pública  por  los  senderos  que 
la  experiencia  aconseje. 

Con  la  noble  mira  de  utilizar  estas  enseñanzas  en  fa- 
vor de  la  instrucción  escolar  de  Casanare,  nos  encargó  el 
actual  Vicario  Apostólico  é  Inspector  de  Instrucción  Pú- 
blica de  esta  región,  Revdmo.  P.  Fr.  Santos  Ballesteros, 
que  estudiásemos  cuanto  á  la  Instrucción  Pública  de  Ca- 
sanare se  refiera,  é  hiciésemos  trabajo  especial  sobre  este 
ramo;  empresa  que  llevamos  á  cabo  con  el  mayor  placer 
y  buena  voluntad,  toda  vez  que  se  trataba  de  un  asunto 
tan  de  nuestro  agrado  y  de  no  pequeña  utilidad  para  Ca- 
sanare, á  cuyo  servicio  espiritual  y  aun  temporal  estamos 
consagrados  hace  algunos  años. 

No  pretendemos  afirmar  con  esto  que  el  resultado  de 
nuestras  investigaciones  haya  llenado  la  medida  de  nues- 
tros deseos,  no:  los  datos  estadísticos  é  históricos  sobre 
aquella  remota  sección  de  la  República  escasean  grande- 
mente á  causa  de  los  numerosos  elementos  de  destrucción 
que  allí  conspiran  á  la  ruina  total  de  esta  clase  de  docu- 
mentos. Además,  sólo  para  trasladar  á  este  escrito  las  in- 
númeras disposiciones  dictadas  por  el  Gobierno  para  di- 
fundir la  instrucción  pública,  ora  en  las  poblaciones  y  ve- 
cindarios civilizados,  ora  entre  las  tribus  errantes  de 
aquellos  llanos,  necesitaríamos  el  tiempo  de  que  ahora 
carecemos,  aparte  de  que  lo  reputamos  inoportuno,  é  in- 


—  igi  — 


compatible  con  la  estrechez  y  fines  de  esta  correspon- 
dencia. 

Haciendo,  pues,  omisión  de  todo  esto,  nos  concreta- 
remos á  entresacar  de  nuestro  trabajo  algunos  datos  que 
den  cabal  idea  del  desarrollo  é  intensidad  de  la  instruc- 
ción pública  en  Casanare,  durante  los  últimos  veinte  años. 

Puédese  afirmar  categóricamente  que  en  ninguna 
época  ha  sido  postergado  en  Casanare  este  gran  factor 
del  engrandecimiento  de  los  pueblos.  Hasta  el  año  de 
1890  funcionaron  con  más  ó  menos  regularidad  sobre 
ocho  ó  diez  escuelas  primarias  con  una  asistencia  media 
de  trescientos  alumnos;  pero  con  la  particularidad  de  que 
estas  escuelas  eran  patrimonio  casi  exclusivo  de  los  varo- 
nes, dejando  á  la  mujer  en  el  inicuo  aislamiento  y  rústica 
ignorancia  que  aun  hoy  día  puede  observarse.  En  1879, 
V.  g.,  funcionaron  en  todo  el  territorio  siete  escuelas  de 
varones  con  un  total  de  389  alumnos,  en  esta  forma:  Tá- 
mara, 98;  Arauca,  70;  Pore,  64;  Xunchía,  61;  Tame,  42; 
Moreno,  32;  Ten,  32;  y  no  consta  que  hubiese  un  solo 
plantel  dedicado  á  la  educación  é  instrucción  de  la  mujer. 
En  1891  había  diez  escuelas  con  336  alumnos  matricula- 
dos y  222  asistentes;  en  1892  el  número  de  planteles  as- 
cendió á  catqrcejron  288  asistentes;  á  lo  cual  hay  que 
agregar  que  en  este  año  se  comenzó  formalmente  la  cate- 
quización  de  los  indígenas  en  la  misión  de  Barrancopela- 
do,  fundada  por  los  PP.  Misioneros. 

Pero_creóse  la  Intendencia  bajo  la  Administración  J^jC* 
del_Sr.  Caro,  y  la  Instrucción  Pública  entró  en  una  nueva 
éra  de  avance  continuo,  salvo  las  interrupciones  ocasiona- 
das por  los  disturbios  políticos  de  1895  y  1899. 

Véase  el  siguiente  cuadro  que  abarca  el  período  de 
siete  años  comenzando  del  en  que  se  inauguró  la  Intenden- 
cia nacional  de  Casanare: 


— •  192  — 


Escuelas 

Escuelas 

Colearlo  de 

A  lu  m  nos 

Años 

segunda 

matri- 

Varones 

Niñas 

rurales 

urbanas 

enseñanza 

culados 

2 

.584 

381 

203 

1894 

2 

33 

2 

700 

397 

303 

1895 

I 

1  O^U 

I 

1 4 

2 

3°9 

2  45 

I  44 

1897 

1  2 

423 

240 

183 

1898 

2 

18 

700 

388 

3>2 

1899 

•4 

479 

262 

217 

En  el  total  de  alumnos  no  incluímos  los  del  Colegio 
de  Casanare,  dirigido  sucesivamente  por  el  Sr.  D.  Miguel 
González  Alvarez  y  el  Dr.  D.  Oscar  Rubio,  y  el_de_  La 
Presentación,  para  señoritas,  á  cargo  de  las  RR.  Herma- 
nas de  la  Caridad;  ambos  colegios  contribuyeron  á  dar 
alto  vuelo  á  la  Instrucción  Pública  funcionando  con  aplau- 
so general  y  el  éxito  más  lisonjero.  Lo  propio  decimos  de 
las  misiones  de  Barrancopelado,  de  indios  goahivos,  y  San 
Juanito,  de  salivas,  donde  se  daba  instrucción  primaria 
á  casi  un  centenar  de  indiecitos. 

También  hay  que  anotar  en  el  haber  de  este  septenio 
la  construcción  de  dos  amplios  edificios,  en  Támara  y 
Manare,  destinados  á  la  educación  de  niñas  bajo  la  inme- 
diata dirección  de  las  Hermanas  de  la  Caridad,  tan  abne- 
gadas como  hábiles  institutoras. 

Grande  menoscabo  sufrió  la  Instrucción  Pública  en 
Casanare  al  estallar  la  revolución  del  95.  En  este  tiempo 
sólo  se  abrió  el  Colegio  de  la  Presentación  y  alguna  que  otra 
escuelita  sostenida  por  los  PP.  Misioneros;  pero  disipada 
aquella  desastrosa  tormenta,  comenzó  de  nuevo  á  confor- 
tarse la  quebrantada  instrucción,  é  iba  reaccionando  espe- 
ranzada, cuando  sobrevino  otra  catástrofe,  la  del  99,  que 
dio  al  traste  con  esperanzas  é  ilusiones.  Los  PP.  Misione- 
ros, que  habían  tomado  la  Instrucción  Pública  bajo  su 


—  193  — 


amparo  y  salvaguardia,  hubieron  de  abandonar^  sus  pues- 
tos para  comer  el  negro  pan  del  destierro ;  dejó  de  sentirse 
la  acción  del  Gobierno  Nacional,  y  la  Instrucción  Pública 
enmudeció  por  completo. 


Así  continuó  hasta  el  año  de  1 903  en  que  otra  vez 
las  heroicas  Hermanas  de  la  Caridad}-  los  PP.  Misionen  s 


fueron  los  primeros  en  demostrar  su  celo  por  la  educació  n 
de  la  juventud  y  la  niñez,  estableciendo  á  costa  de  no  pe- 
queños sacrificios  algunas  escuelas  privadas. 

Mas  para  hacer  algo  que  pudiera  remediar  en  parte 
los  pasados  quebrantos;  para  comenzar  á  edificar  sobre 
ruinas,  sin  vacilaciones  ni  descaecimientos;  para  dar  vida 
á  un  cadáver  putrefacto,  necesitábase  una  voluntad  enér- 
gica, férrea,  constante,  de  grandes  alientos;  y  esta  volun- 
tad púsola  al  servicio  de  la  Instrucción  Pública  el  Illmo. 
Sr.  Casas  (q.  e.  p.  d.),  y  después  de  él,  su  inmediato  su- 
cesor en  el  Vicariato,  el  Revdmo.  P.  Fr.  Santos  Balles- 
teros. 

Véanse  los  datos  que  arroja  la  estadística  durante 
este  tiempo  de  reconstrucciones: 


1  Años 
1 

Escuelas  Escuelas 
rurales  urbanas 



Alumnos 
matri- 
culados 

Alumnos 
asis- 
tentes 

Varones 
matri- 
culados 

Niñas 
matricu- 
ladas 

1904 

5 

147 

I  I  2 

87 

60 

I0O.5 

7 

163 

I49 

108 

55 

1906 

9 

13 

509 

445 

24O 

269 

1907 

4 

24 

862 

763 

467 

395 

r  No  es  consolador  este  desarrollo,  esta  multiplicación 
de  las  escuelas?  Mas  para  obtener  los  resultados  que  apa- 
recen en  el  cuadro  ¡  qué  luchas  no  tuvo  que  sostener  el 
Illmo.  Sr.  Casas  al  ser  nombrado  Inspector  de  Instrucción 
Pública  de  Casanare  en  1 904 !  Escasez  de  personal  docen- 
te por  la  desconfianza  que  se  tenía  de  cobrar  nóminas;  ca- 

13 


—  iQ4  — 


rencia  de  locales,  mobiliario  y  útiles;  indiferencia  de  los 
padres  de  familia  por  la  instrucción  de  sus  hijos:  todo 
esto,  y  más  que  pudiera  decir,  contribuyó  á  dificultar  la 
restauración  de  la  Instrucción  Pública  en  Casanare.  Em- 
pero el  Illmo.  Sr.  Casas  no  se  doblegaba  ante  obstáculos 
de  esta  naturaleza. 

Por  de  pronto,  remedió  la  falta  de  maestros  nombran- 
do para  desempeñar  esa  noble  misión  á  los  PP.  Misione- 
ros en  los  lugares  de  su  residencia,  y  hasta  se  privó  de 
los  servicios  de  su  Secretario  para  ponerlo  al  frente  de 
una  escuela ;  y  apenas  se  posesionó  de  la  Presidencia  de 
la  República  el  Excmo.  Sr.  General  Reyes,  se  dirigió  á  él 
personalmente  en  demanda  de  protección  para  su  Vica- 
riato y,  en  especial,  para  la  Instrucción  Pública.  Como  era 
de  esperarse,  el  Excmo.  Sr.  Presidente  y  su  dignísimo  co- 
laborador, el  Dr.  Cuervo  Márquez,  facilitáronle  cuanto  de- 
seaba. 

Según  aparece  en  el  cuadro  que  acabamos  de  trazar, 
muy  poco  pudo  gozar  el  nuevo  Inspector  del  fruto  de  sus 
desvelos  por  la  Instrucción  Pública:  "cual  otro  Moisés, 
cual  otro  caudillo  de  Israel,  estaba  destinado  por  la  Pro- 
videncia divina  para  guiar  á  su  pueblo,  con  sus  oraciones, 
con  su  sabiduría,  con  su  celo  ;  no  le  fue  dado  llegar  á  la  tie- 
rra prometida ;  no  le  fue  concedido  sino  ver  de  lejos  el  de. 
seado  fruto  de  sus  trabajos,  de  sus  esperanzas !...." 

Cúpole  esta  gran  satisfacción  al  Reverendísimo  P. 
Fray  Santos  Ballesteros,  digno  heredero  del  celo  apostóli- 
co de  su  ilustre  predecesor,  á  quien  sucedió  en  el  gobier- 
no del  Vicariato,  y  consiguientemente  en  la  Inspección  de 
las  escuelas. 

En  el  referido  cuadro  resaltan  los_adelantos  obteni- 
dos en  las  escuelas  en  1907,  año  en  que  se  posesionó  de 
su  elevado  cargo. 

Véase  ahora  en  el  siguiente,  el  estado  actual  de  la" 
Instrucción  Pública  en  Casanare: 


-  io5  — 


OJ 

Número  de  alumnos 

Escuelas  urbanas 

MUNICIPIOS 

f-i 

OQ 

VARONES 

NIÑAS 

t  .  .  .,  - 

lliliaJ 

Escodas 
alternadas 

Escue 

Mito- 
laáos 

Asistí  li- 
te 

Matricu- 
ladas 

Asisten- 
tas 

Arauca  .  .  . 

I 

I 

28 

24. 

^o 

2S 

O 

Arauquita.  . 

i(a] 

1  c 

1  0 

0 

Bujío  .    .  .  . 

i 

I  2 

1 2 

8 

8 

Chámeza.  .  . 

i 

I 

"3  l 
JO 

00 

1 2 

1 1 

El  Ceibal.  .  . 

2  I 

18 

10 

8 

El  Maní .  .  . 

i(b) 

20 

18 

Garzas.  .  .  . 

I  4. 

I 4. 

1 1 
0 

1  X 
0 

Guayabal  .  . 

j 

20 

20 

7 
1 

7 

La  Trinidad. 

(c) 

i 

1  O 

1  0 

2  í 

La  Aguada.. 

i 

I  i 

6 

I  I 

8 

Manare  .  .  . 

i 

I  T. 

Q 

I  7 

/ 

16 

Marroquín.  . 

i 

•3 

8 

7 

7 

Moreno  .  .  . 

i 

I 

18 

16 

27 

25 

Nunchía .  .  . 

i 

40 

30 

Orocué  .  .  . 

i 

30 

26 

Pajarito  .  .  . 

i 

31 

18 

Pore  .    •  •  ■ 

(e) 

i 

16 

3 

20 

7 

Sácama  .  .  . 

i 

17 

17 

9 

9 

San  Lope  .  . 

i 

17 

14 

5 

4 

San  Salvador 

i 

8 

8 

14 

13 

Támara 

i 

2 

65 

62 

63 

63 

Tame.    .  .  . 

I 

40 

40 

35 

35 

Ten  

I 

22 

15 

20 

16 

Totales.  .  .  . 

1 1 

7 

7 

5 

521 

433 

.333 

300 

(ai  Suprimida  el  30  de  Septiembre — (b)  Suprimida  el  30  de  Sep- 
tiembre— (c)  Suprimida  á  mediados  de  Octubre — (d)  Suprimida  el  31 
de  Agosto — (e)  Suprimida  el  31  de  Julio — (f)  Suprimida  el  31  de 
Agosto.  v  . 


.-.,s?7ft.;¡        • .    .:£  ijüfOSld 


—  196  — 

Tenemos,  pues,  que  según  el  cuadro  estadístico  que 
precede,  han  funcionado  este  año  en  el  Vicariato  Apostó- 
lico de  Casanare  30  planteles  de  educación  con  un  total  de 
854  alumnos,  que  dan  un  6  por  100  sobre  la  población  del 
Vicariato.  Pocas  regiones  de  la  República  podrían  glo- 
riarse de  cifras  tan  elocuentes  si  se  hallasen  en  condicio- 
nes tan  desfavorables  como  Casanare,  porque  sólo  inten- 
tar establecer  una  simple  escuelita  primaria  en  el  Vica- 
riato de  este  nombre,  significa  entablar  una  lucha  á  muer- 
te con  un  sinnúmero  de  dificultades,  que  hacen  fracasarlos 
más  nobles  y  enérgicos  esfuerzos :  dificultades  para  con- 
seguir un  mísero  local  donde  funcione  la  futura  escuelita, 
porque  contadísimos  eran  los  Municipios  que  lo  poseían ; 
dificultades  para  hallar  maestro  ó  director  que  se  hiciese 
cargo  de  ella ;  dificultades  para  proveerla  de  útiles,  sobre 
todo  una  vez  entrada  la  estación  de  las  lluvias ;  dificulta- 
des para  proporcionarles  humildísimo  mobiliario. . . .  Pero 
el  incansable  Vicario  Apostólico  de  Casanare  no  ha  vaci- 
lado en  afrontar  este  cúmulo  de  dificultades.  Ya  parece 
que  no  hubiera  más  que  hacer,  pero  ¡  oh  dolor !  aún  fal- 
tan. . . .  los  alumnos ;  sí,  los  alumnos,  que,  ya  por  las  enfer- 
medades, ya  por  la  pobreza  de  sus  familias,  ya  por  la  in- 
dolencia de  sus  padres,  ya,  en  fin,  por  otras  causas  pecu- 
liares de  aquella  región,  miran  la  escuela  como  una  cárcel, 
donde  pierden  la  libertad  omnímoda  de  que  gozan  en  los 
montes  ó  en  los  llanos.  Y  estas  son  no  más  que  las  difi- 
cultades de  bulto,  las  que  se  ven  y  se  palpan  á  diario  ;  por- 
que si  el  tiempo  nos  permitiera  entrar  en  otro  género  de 
ellas,  ¡  qué  de  miserias  descubriríamos  !  Dígalo  el  actual 
Inspector  de  Instrucción  Pública,  cuya  labor  benéfica  y 
constante  ha  sido  combatida  por  rumores  mortificantes, 
emulaciones  rastreras,  acusaciones  calumniosas,  que  no  me 
propongo  referir  ahora,  y  que  contribuyeron  á  hacer  más 
meritorias  las  empresas  del  Revdmo.  P.  Ballesteros  en 
favor  de  la  Instrucción  Pública.  Así  lo  reconoce  la  po- 
blación toda  de  Casanare. 


-  197  — 

Y  aquí,  con  datos  precisos  que  á  la  vista  tenemos, 
podríamos  traer  á  cuento  las  no  despreciables  sumas  que 
el  Vicario  Apostólico  ha  empleado  en  arrendar  y  reparar 
locales,  en  proporcionar  mobiliario,  premios,  etc.  etc., 
pero  no  estoy  autorizado  para  ello  y  temo  herir  su  mo- 
destia. 

Durante  los  dos  últimos  años  se  han  construido  por 
los  respectivos  Municipios  los  siguientes  locales  para  es- 
cuelas :  en  Manare,  i  ;  en  San  Lope,  i  ;  en  El  Maní,  i  ;  en 
Moreno,  2;  y  en  Arauca,  2,  más  el  de  Nunchía,  que  en 
esta  materia  será  la  nota  culminante  del  actual  período  es- 
colar; y  el  cual  es  un  magnífico  edificio  destinado  para 
colegio  y  escuela  de  niñas  bajo  la  dirección  de  las  Her- 
manas de  la  Caridad.  El  Illmo.  Sr.  Casas  dio  los  primeros 
pasos  en  1 904  para  dotar  á  Casanare  de  este  nuevo  esta- 
blecimiento de  enseñanza,  pero  le  tocó  construirlo  y  termi- 
narlo al  Reverendísimo  P.  Ballesteros,  quien  ha  inverti- 
do en  él  cuantiosas  sumas  del  Vicariato.  En  esta  labor  fue 
secundado  con  celo  y  actividad  constantes  por  el  R.  P. 
Fray  Rufino  Pérez,  actual  Misionero  de  Nunchía,  con  la 
cooperación  de  la  culta  sociedad  de  esta  importante  po- 
blación. Si  el  Gobierno  Nacional  continúa  prestando  todo 
su  apoyo  á  este  nuevo  plantel,  llegará  á  ser  con  el  tiem- 
po el  más  floreciente  de  Casanare. 

Queremos  terminar.  Intencionalmente  hemos  dejado 
para  remate  de  este  escrito  el  dar  un  testimonio  público 
del  agradecimiento  que  todos  los  casanareños  conserva- 
remos eternamente  hacia  el  Excmo.  Sr.  Presidente  de  la 
República  y  sus  dignísimos  colaboradores  en  el  ramo  de 
Instrucción  Pública,  Dres.  Cuervo  Márquez  y  Rivas 
Groot,  hasta  1907,  á  que  se  refieren  los  cuadros  estadísti- 
cos. Lo  reconocemos  plenamente :  de  poco  hubieran  servi- 
do las  energías  desplegadas  por  el  Inspector  de  Casanare 
y  los  Misioneros,  si  éstos  no  hubieran  hallado  siempre  en 
tan  eximios  Magistrados  facilidades  de  todo  género,  aten- 
ciones singularísimas  y  apoyo  decidido  y  eficaz. 


—  ¿08  — 

Sean,  pues,  estas  líneas  humilde  homenaje  para  ellos, 
á  quienes  se  deben  estos  avances  de  la  educación  é  ins- 
trucción de  la  niñez,  que  es  la  esperanza  de  la  familia  y 
de  la  Patria. 

Acabamos  de  indicar  que  en  Nunchía  se  ha  cons- 
truido un  magnifico  edificio  para  las  escuelas  que  han  de 
regentar  los  beneméritas  Hermanas  de  la  Caridad.  La 
llegada  de  las  Hermanas  á  Nunchía  y  la  consiguiente 
apertura  de  las  escuelas  fue  un  acontecimiento  que  motivó 
la  siguiente  carta  que  nos  ha  sido  facilitada  por  Un  lla- 
nero, y  que  fue  dirigida  por  él  mismo  al  señor  Director 
del  periódico  La  Concordia,  de  Santa  Rosa.  Dice  así: 

«Un  paso  más  de  avance  hacia  el  verdadero  progreso 
podemos  contar  los  amantes  de  esta  tierra  casanareña;  un 
nuevo  triunfo  podemos  sumar  con  los  ya  conquistados, 
quienes  nos  preciamos  de  coadyuvar,  según  la  medida  de 
nuestras  fuerzas,  á  la  magna  obra  de  la  redención  de  nues- 
tra amada  Patria. 

«  Si  la  instrucción  pública  es,  según  el  común  sentir, 
factor  principalísimo  de  los  pueblos  y  naciones,  razón  te- 
nemos los  casanareños  para  señalar  este  año  como  uno  de 
los  más  prósperos  y  venturosos.  Bien  conoce  usted,  señor 
Director,  la  marcha  de  la  instrucción  pública  en  Casanare 
durante  los  últimos  años.  Su  desarrollo,  aunque  rápido  en 
cierto  modo,  no  ha  sido  efecto  de  esos  entusiasmos  in- 
conscientes ó  mal  reprimidos  que  poco  ó  nada  contribu- 
yen en  definitiva  á  la  verdadera  prosperidad  de  la  instruc- 
ción. Tales  entusiasmos  son  comparables  á  los  relámpa- 
gos, que  resplandecen  vivamente  y  aun  nos  deslumhran 
por  breves  momentos,  para  dejarnos  luégo,  si  en  noche 
estamos,  en  la  oscuridad  más  tenebrosa. 

«Desde  que  el  Gobierno  Nacional  confió  al  Vicario 
Apostólico  de  Casanare  los  intereses  anejos  á  aquel  impor- 
tante ramo,  se  comenzó  á  velar  por  ellos  con  orden,  con 
método,  con  celo,  con  constancia.  Nada  de  entusiasmos 


—  199  — 

cerriles,  ni  estúpidos  delirios,  ni  relámpagos  deslumbra- 
dores. La  instrucción  pública  había  de  desarrollarse  en 
Casanare  como  se  desarrollan  los  individuos.  Hay  orga- 
nismos que  adquieren  rápido  desenvolvimiento;  pero  así 
también  es  la  vida  de  ellos  débil,  anémica,  precaria.  Por 
esto  obró  según  el  plan  indicado  el  Illmo.  Sr.  Casas  al 
hacerse  cargo  de  la  inspección  escolar  de  Casanare.  por 
esto,  su  digno  sucesor,  el  Revdmo.  P.  Ballesteros,  ha  ob- 
tenido los  frutos  opimos  que  auguran  días  felices  para 
esta  noble  región;  por  esto  los  Revdmos.  PP.  Misione- 
ros secundan  con  celo  y  amor  dignos  de  toda  loa  cuantos 
esfuerzos  realiza  el  Gobierno  en  pro  de  los  intereses  de 
Casanare;  por  obrar,  finalmente,  en  todo  con  orden,  con 
método,  con  celo  y  constancia  hemos  presenciado  hoy  el 
acontecimiento,  motivo  de  estas  líneas,  que  leerán  con 
gusto  los  amantes  de  esta  tierra  casanareña.  Hablo  de  la 
llegada  á  Casanare  de  un  nuevo  grupo  de  Hermanas  de  la 
Caridad,  para  hacerse  cargo  en  Xunchía  de  las  escuelas 
públicas  y  sentar  las  bases  de  un  colegio  para  la  educa- 
ción é  instrucción  de  la  juventud  casanareña. 

«  Este  acontecimiento  que  ha  pasado  casi  desapercibi- 
do para  gran  parte  de  los  habitantes  de  los  llanos,  debe 
excitar  el  entusiasmo  y  la  gratitud  en  todo  pecho  noble 
que  conserve  un  átomo  siquiera  de  amor  patrio.  Sí ;  entu- 
siasmo, para  cooperar  eficazmente  al  éxito  brillante  de 
este  nuevo  plantel  de  educación  y  para  romper  de  una 
vez  con  la  apatía  é  indiferencia  por  la  educación  sólida  y 
cristiana  de  nuestros  hijos,  arte  en  que  son  maestras  con- 
sumadas las  ilustres  Hermanas;  gratitud,  para  correspon- 
der de  algún  modo  á  los  desvelos  que  por  nosotros  se  han 
impuesto  voluntariamente  los  Misioneros,  y  para  hacer 
más  dulce  y  llevadero  el  voluntario  destierro  á  que  se  han 
sometido  las  distinguidas  y  virtuosas  Hermanas,  vinien- 
do, por  amor  de  Dios,  á  derramar  entre  nosotros  celestia- 
les tesoros  de  sabiduría  y  caridad. 


—  200  — 


«Usted,  mejor  que  nadie,  señor  Director,  podría  pon- 
derar justamente  lo  que  vale  y  significa  una  empresa 
como  la  llevada  á  cabo  en  Nunchía.  A  mí,  pobre  y  oscuro 
llanero,  sólo  se  me  ocurre  decir  lo  mismo  que  hace  poco 
me  decía  un  buen  amigo:  ¡Sí  que  se  mueven  con  garbo 
estos  PP.  Candelarios!  Cuando  no  tienen  misiones  de  in- 
dios (y  ahora  diz  que  tratan  de  fundar  la  quinta  misión) 
edifican  casas  cúrales  como  las  de  Nunchía,  Támara, 
Arauca,  Orocué,  etc.,  ó  construyen  casas  para  Hermanas 
de  la  Caridad  como  las  de  Támara,  Manare,  Nunchía, 
Arauca. . . .;  ó  iglesias  como  las  de  Orocué,  Chámeza,  Mo- 
reno. . . . ;  ó  finalmente,  promueven  sociedades  de  recreo 
como  la  Banda  de  Támara,  regalándoles  los  instrumentos! 

«¡Pobres  misioneros!  ¡Y  luégo  vienen  á  decirnos  al- 
gunos guates  desvergonzados  que  los  Candelarios  no  ha- 
cen nada  en  Casanare!  Que  Dios  perdone  á  los  primeros 
y  nos  conserve  por  muchos  años  á  estos  buenos  Padres 
que  de  tierras  ultramarinas  han  venido  á  nuestro  país 
para  bien  nuestro;  sólo  para  bien  nuestro!» 

Agradeciendo  á  Un  llanero  que  hiciera  públicos 
esos  benévolos  conceptos  sobre  los  Misioneros  de  Casa- 
nare, añadiremos  que  la  buena  semilla  derramada  genero- 
samente por  las  Hermanas  de  Nunchía  está  produciendo 
frutos  consoladores.  Más  de  ciento  veinte  niños  de  ambos 
sexos  han  recibido  de  ellas  en  el  presente  año  escolar 
educación  esmerada  y  sólida  instrucción.  La  población  de 
Nunchía,  por  su  parte,  también  ha  sabido  corresponder,  y 
corresponderá  más  aún  en  adelante,  á  los  sacrificios  que 
en  bien  de  ella  se  han  impuesto  las  beneméritas  Herma- 
nas de  la  Caridad. 


—  201  — 


IX 

;  Justificaremos  el  epígTafede  este  artículo  diciendo  que 
se  trata  de  sucesos  horrorosos  de  actualidad  palpitante? 
Lo  juzgamos  innecesario  aunque  pretenderlo  pudiéramos. 

Fresca  está  aún  sobre  las  incultas  sabanas  de  Casana- 
re  la  sangre  derramada  por  seres  infelices  que  apetecían 
vivir  tranquila  vida  en  soledades  inconcebibles.  Fue  ayer 
cuando  los  indios  salvajes  de  esta  región  pusieron  en  febril 
alarma  á  pacíficos  llaneros  que  han  abandonado,  con  tris- 
tes lamentos,  sus  casas,  sus  sementeras  y  parte  de  sus  ga- 
nados á  la  nativa  fiereza  de  indómitos  salvajes ;  y  fue  ayer 
también  cuando  esos  mismos  hijos  del  bosque,  pero  hechu- 
ras de  Dios,  eran  bárbaramente  sacrificados  en  tropel  por 
causas  injustificables  ó  baladíes,  cuando  no  por  mero  pasa- 
tiempo. ¿  Qué  tienen,  pues,  de  insólitos  los  sucesos  que 
tánta  polvareda  han  levantado  en  gran  parte  de  la  Repú- 
blica ?  Xada,  la  eterna  historia  de  todos  los  tiempos :  los 
indios  pueden  lanzar  al  rostro  de  la  civilización  abruma- 
dor pliego  de  agravios,  de  los  agravios  que  continuamente 
han  recibido  de  los  blancos  ó  civilizados ;  pueden  éstos 
justificar  su  proceder  aduciendo  su  legítima  defensa,  la  de 
sus  personas,  familias,  intereses,  etc.  Así  es  que  si  se  consul- 
ta la  historia  de  esta  rica  región,  siempre  aparecen  indios 
y  blancos  en  continua  reyerta.  Las  más  de  las  veces  son 
aquéllos  los  provocadores,  porque  el  agravio  que  reciben, 
ó  que  por  tál  lo  reputan,  siempre  permanece  fresco  en  su. 
memoria :  lo  disimularán  por  algún  tiempo,  en  medio  de  su 
rudeza  ocultarán  taimadamente  sus  propósitos  salvajes, 
brindarán  acaso  fingida  amistad ;  pero  todo  lo  ordenarán  á 
proporcionarse  ocasión  propicia  de  saciar  su  sed  de  ven- 
ganza en  blanco  ladrón  (i),  en  el  infeliz  llanero.  Gravísimos 
y  no  raros  son  los  ejemplos  en  que  los  blancos  se  han 


(i)  Eslc  poco  honroso  calificativo  suelea  dar  los  indios  guahivos 
a  los  civilizados. 


—  202  — 


puesto  al  nivel  de  los  salvajes  con  más  culpable  salvajis- 
mo; pero  no  es  esto  lo  que  ordinariamente  acontece,  sino 
que  aquéllos  se  ven  en  la  necesidad  de  repeler  y  aun  de 
precaver  las  felonías  de  los  bravos  indígenas  en  virtud  de 
su  legítima  defensa.  Nada  tienen,  pues,  de  insólito  los  su- 
cesos que  motivan  las  líneas  como  verá  quien  leyere  lo  que 
sigue. 

/LjL.  ¿U*  ¿*^¿>0  ALGO  DE  HISTORIA 

Con  fecha  22  de  Junio  de  180^  el  Gobernador  de  los 
Llanos,  D.  José  Planes,  enviaba  al  Virrey  Amar  breve  y 
alarmante  reseña  de  las  víctimas  que  habían  hecho  los  sal- 
vajes durante  aquellos  años,  y  su  número  se  eleva  al  de 
setenta  y  nueve.  Aterrado  el  Gobernador  con  semejantes 
asesinatos  que  se  sucedían  con  rapidez,  solicitaba  del  Vi- 
rrey una  escolta  para  poner  coto  á  estos  crímenes,  ahuyen- 
tando ó  reduciendo  á  los  indígenas. 

En  aquel  mismo  año  de  1805  aconteció  el  brutal  sa- 
queo por  los  indios  después  de  asesinar  á  cuantos  blancos 
pudieron  alcanzar  con  sus  flechas  envenenadas.  Pero  tén- 
gase presente  que  pocos  años  antes  habían  sido  persegui- 
dos estos  indios  implacables,  con  verdadero  encarniza- 
miento ;  y  hasta  se  organizaron  escoltas  ó  expediciones 
que  salían  todos  los  veranos  (copio  un  informe  del  Gober- 
nador) «á  perseguir  y  matar  sin  distinción  á  cuantos  sal- 
vajes no  tenían  la  facilidad  de  huir,  cautivando  á  los  que 
caían  en  sus  manos.»  Y  si  esto  se  hacía  en  cierto  modo  con 
pública  sanción  ¿qué  extraño  tiene  el  que  los  particulares 
obrasen  con  idénticos  criminales  procederes?  Esto  hizo  en 
este  mismo  tiempo  D.  Custodio  de  Mendoza,  vecino  de 
Pore,  quien  « encerró  y  pasó  á  cuchillo  una  tropa  de  in- 
dios que  de  buena  fe  y  de  su  propia  voluntad  le  estaban 
trabajando  y  haciendo  corrales  en  su  hacienda  de  Guachi- 
ría.»  Reciente  es,  dice  otro  documento  de  aquella  época, 
la  matanza  de  indios  que  hizo  D.  F.  Vargas,  Corregidor 
que  fue  del  Partido  del  Meta. 


Como  se  ve,  pues,  indios  y  blancos  se  peleaban  encar- 
nizadamente haciendo  valer  sus  respectivos  derechos,  (i) 

Veamos  otros  hechos  más  recientes,  y  pasando  á  los 
años  de^i^o  .se  nos  viene  á  la  pluma  la  célebre  matanza 
de  Caribabare,  que  por  ser  proverbial  en  todo  Casanare 
vamos  á  referirla  con  algunos  detalles  suministrados  por 
un  testigo  ocular. 

DJPedro  del  Carmen  Gutiérrez  fue  el  instrumento  prin- 
cipal de  la  matanza.  Este  señor,  que  era  venezolano,  natu- 
ral de  Guadualito,  vivió  primero  en  Patute  y  San  Lope; 
de  aquí  se  trasladó  á  Caribabare,  y  luego  fundó  hato  en 
Corozal,  donde  murió.  Atribuyesele  la  obra  de  la  toma  de 
agua  que  lame  las  casas  de  aquel  vecindario,  pero  no  hizo 
sino  limpiar  la  que  abrieron  los  PP.  Jesuítas  en  la  época  de 
las  misiones.  Fue  también  explorador  del  río"  Casanare, 
donde  no  se  había  vuelto  á  navegar  desde  los  tiempos  co- 
loniales. 

Estando,  pues,  en  Caribabare  procuró  atraerse  las  in- 
dias para  servirse  de  ellas  en  las  faenas  de  su  hacienda, 
cosa  que  consiguió  sin  grandes  dificultades.  Pero  el  natu- 
ral siempre  feroz  y  sanguinario  de  las  goahivas,  su  conti- 
nuo trato  con  los  blancos  viciosos  y  corrompidos  y  los  cons- 
tantes perniciosos  ejemplos  que  veían  dondequiera,  les  hi- 
cieron recobrar  su  nativa  fiereza  y  comenzaron  á  cometer 
sinrazones,  robando  y  destrozando  cuanto  tocaban  sus  ma- 
nos, matando  gentes  indefensas  y  cometiendo  toda  clase 
de  fechorías  en  los  caminos,  casas  y  hatos  vecinos.  A  tal 
punto  dícese  que  llegó  el  mal  porte  y  atrevimiento  de  estos 
indios,  que  eran  un  peligro  general  para  las  gentes  y  los 
pueblos  como  lo  están  siendo  ahora.  Destruyeron  el  case- 
río de  Manica  (Manare),  que  tenía  siete  casas  é  igual  núme- 

(i )  Juzg-amos  innecesario  advertir  que  aquí  se  trata  generalmente 
de  los  indígenas  no  afiliados  á  las  misiones;  los  que  vivían  con  los  mi- 
sioneros eran  perseguidos  por  sus  congéneres  con  la  misma  saña  y  felo- 
nía que  los  blancos. 


—  204  — 

ro  de  familias,  y  sólo  se  salvaron  dos  personas;  lo  mismo 
hicieron  en  las  fundaciones  de  las  Monas,  matando  á  los 
mayordomos;  en  Buto,  á  las  puertas  de  Moreno,  dieron 
un  asalto  en  pleno  día  y  asesinaron  á  varias  mujeres ;  en 
los  caminos  hubo  bastantes  asaltos ;  de  modo  que  desde  el 
puerto  de  Casanare  hasta  la  Angostura,  camino  de  Cra- 
vo  y  Cuiloto,  tenían  que  ir  los  pasajeros  bien  armados  y 
en  partidas  de  quince  ó  veinte  hombres.  Al  mismo  D.  Pe- 
dro y  su  familia  parece  que  tenían  proyectado  robarles  y 
asesinarlos  y  hubieron  de  ocultarse. 

Estos  y  otros  sucesos  que  se  repetían  á  diario  con 
lujo  creciente  de  feroz  canibalismo,  tenían  sobresaltados 
los  ánimos  en  todo  Casanare  hasta  que  finalmente  las  mis- 
mas autoridades  de  los  pueblos,  con  el  Prefecto  á  la  cabe- 
za, excitaron  á  D.  Pedro  á  que  se  pusiese  al  frente  de  200 
hombres  armados  que  habían  reunido  de  Moreno,  San 
Lope,  Betoyes  y  Tame.  D.  Pedro  se  resistió  al  principio, 
pero  luego  hubo  de  convenir;,  y  ocultando  á  los  indios  sus 
negros  propósitos,  los  hizo  reunir  en  Caribabare,  so  pre- 
texto de  invitarlos  á  una  gran  comilona.  Los  incautos  in- 
dios en  número  de  250,  aceptaron  tan  fementida  invitación 
y  acudieron  al  hato  de  D.  Pedro,  todos  desnudos,  como 
acostumbran,  y  ansiosos  de  cambiar  siquiera  transitoria- 
mente los  frutos  silvestres  y  sabandijas  inmundasde  que 
se  alimentan,  por  la  carne  fresca  y  sabrosa  de  la  becerra 
gorda.  .  .  . 

Para  asegurar  más  impunemente  la  horrible  carnice- 
ría, dividieron  á  los  indios  en  dos  grupos :  de  ellos,  en  la 
propia  casa  del  Hato ;  de  ellas,  en  una  ramada  próxima. 
La  matanza  comenzó  por  los  de  la  casa;  y  para  que  nada 
oyeran  los  otros  se  procedió  á  degollarlos.  .  .  . 

No  es  posible  describir  escena  tan  horrorosa.  De  más 
de  un  centenar  de  indios  que  allí  había,  sólo  uno  pudo  pi- 
sar el  umbral  de  la  puerta.  Certera  bala  lo  alcanzó  é  hirió 
mortalmente;  pero  la  explosión  puso  en  alarma  á  las  pre- 


205  — 


suntas  víctimas  que  en  la  ramada  se  hallaban.  Sin  embar- 


años ;  el  renco  Manuel  Arauca  y  el  indio  Catorce. 

No  hago  comentario  alguno ;  me  concreto  á  exponer  ' 
hechos  tan  públicos  y  notorios  que  el  mismo  Gobierno 
tuyo_que ^intervenir,  poniendo  coto  á  los  fieros  desmanes 
de  indios jy  blancos  con  la  Ley  1 1  de  27  de  Abril  de  1874, 
que  ordenaba :  «  El  Poder  Ejecutivo  mantendrá  constante- 
mente en  el  Territorio  de  Casanare  y  en  el  de  San  Martín, 
cuando  lo  exijan  las  circunstancias  de  incursiones  de  in- 
dios salvajes  ú  otras,  una  fuerza  organizada  de  no  menos 
de  cien  hombres  de  infantería  ó  caballería  destinada  á  dar 
protección  á  las  poblaciones  civilizadas  contra  los  ataques 
de  los  indios,  á  éstos  contra  los  abusos  ó  persecuciones  de 
los  blancos  y  á  dar  seguridad  á  todos.»  (1) 

Ignoramos  si  se  llevaron  á  la  práctica  estas  sabias  dis- 
posiciones del  Poder  Ejecutivo,  pero  es  probable  que  nada 
fue  preciso  hacer  á  raíz  de  los  sucesos  relatados ;  los  in- 
dios temían  la  repetición  del  sangriento  drama  de  Cariba- 
bare ;  los  blancos,  los  hechos  que  lo  precedieron. 

Sucedieron  algunos  pocos  años  de  relativa  calma ; 
pero  el  fuego  estaba  latente  y  debía  de  estallar,  bien  en  for- 
ma de  volcán  devastador,  bien  en  forma  de  pequeños  crá- 
teres que  dieron  salida  lenta  á  la  cólera  y  mortal  odio  que 
los  indios  abrigaban  en  sus  pechos. 

Los  PP.  Candelarios,  estableciendo  varias  misiones 
entre  estos  salvajes,  lograron  mantener  á  raya  á  los  indó- 
mitos guahivos,  pero  las  misiones  fundadas  y  sostenidas 
con  heroicos  sacrificios  subsistieron  poco  tiempo  como  lue- 
go se  dirá,  y  otra  vez  comenzaron  las  hostilidades. 

Corría  el  año  de  1899,  año  de  gran  desventura  para 


/¿TV* 


tff 


(1)  Artículo  i4- 


la  capital  del  Vicariato,  como  lo  fue  para  todo  Casariaré. 
Cierto  día  en  que  nadie  había  soñado  (si  de  día  soñar  se 
puede)  que  pudiera  ser  turbada  la  calma  chicha  de  que 
disfrutaba  el  destacamento  revolucionario  acantonado  en 
Támara,  apareció  en  la  plaza  toda  una  capitanía  de  indios 
goahivos  que  hizo  sudar  cerote  á  los  de  la  guardia  que 
tranquilos  se  hallaban.  Por  fortuna  para  los  hijos  de  Marte 
(aunque  otra  cosa  creyeron)  nó  se  trataba  de  defender 
parapetos  ni  de  resistir  un  asalto.  Erase  una  tropa  dé 
indios  desnudos  y  desarmados  que,  acosados  por  el  ham- 
bre, venían  de  los  bosques  de  la  llanura  en  demanda  de  su 
Obispo.  El  Illmo.  Sr.  Casas  los  agasajó  cuanto  lo  permitió 
su  situación  angustiosa,  y  alegres  y  contentos  regresaron 
otra  vez  á  recorrer  sabanas,  bosques  y  ríos.  Hasta  aquí, 
nada  de  extraño  tiene  el  relato;  pero  es  el  caso  que  casi 
todos  estos  indios  que  acabamos  de  ver  en  Támara,  hu- 
mildes, pacíficos  y  correctos  en  su  porte,  fueron  asesina- 
dos bárbaramente  poco  tiempo  después,  en  determinado' 
hato  cercano  al  Meta.  No  se  han  hecho  públicos  los  moti- 
vos que  tuvieran  los  blancos  para  obrar  de  manera  tan 
inhumana.  Sospechamos  que  se  trataba  de  castigar  algu- 
nos daños  que  los  goahivos  habían  causado  en  los  gana- 
dos del  hato. 

En  1906  se  recrudecen  las  hostilidades.  En  El  Ne- 
gro, hato  de  la  jurisdicción  de  Arauca,  cometen  los  in- 
dios algunas  rapiñas,  que  el  Capitán  paga  con  la  vida. 
En  Buenavista  asesinaron  los  indios  al  joven  Hoyos,  na- 
tural de  Tunja;  y  expían  el  crimen  el  Capitán  Bautista, 
su  hijo  y  varios  goahivos  de  la  misma  Capitanía. 

En  1907  trátase  de  contener  los  excesos  que  come- 
tían los  indios  en  el  ganado  de  El  Tigre,  y  los  indios 
contestan  á  la  intimación  asesinando  á  una  infeliz  mujer 
que  en  el  hato  hallaron. 

En  1908  los  crímenes  se  han  sucedido  con  lujo  de 
crueldad.  Primero  en  la  fundación  de  Santa  Catalina,  á 


orillas  del  Ariporo,  propiedad  de  D.  Luis.  Gualdrón.  Este 
señor,  que  siempre  había  estado  en  amigable  correspon- 
dencia con  los  indios  que  frecuentaban  aquellos  parajes, 
había  sido  amonestado  repetidas  veces  por  amigos  y  co- 
nocidos de  que  no  se  fiara  de  los  solapados  goahivos  por- 
que sería  víctima  de  alguna  felonía  cuando  menos  la  te- 
miere. En  efecto,  por  estar  la  fundación  de  Santa  Catalina 
internada  en  sabanas  incultas  y  bravias  y  aislada  de  otros 
hatos  ó  fundaciones,  podía  sufrir,  sin  esperanza  de  soco- 
rro, las  consecuencias  de  algún  descuido,  de  alguna  im- 
prudencia. Así  aconteció.  El  día  17  de  Abril  una  tribu 
compuesta  de  algunos  200  salvajes  se  presentó  en  pleno 
día  á  las  puertas  de  la  fundación.  Rodearon  cautelosamen- 
te la  casa  de  palmas  y  sin  perder  tiempo  comenzaron  á 
lanzar  una  lluvia  de  flechas  envenenadas.  La  defensa  de 
la  casa  fue  tenaz,  pero  nada  pudo  contener  el  ímpetu  sal- 
vaje, de  los  goahivos.  De  cinco  blancos  que  allí  había  sólo 
uno  se  salvó,  D.  Luis;  y  esto  porque  tuvo  valor  para 
arrancarse  de  diferentes  partes  del  cuerpo  una  porción  de 
flechas  que  lo  dejaron  mal  herido.  El  resto  de  la  familia, 
á  saber,  la  esposa  del  Sr.  Gualdrón,  dos  mujeres  y  un 
hombre  quedaron  muertos  allí  mismo. 

El  pánico  cundió  por  los  hatos  y  fundaciones  vecinas 
y  tratóse  de  organizar  una  expedición  armada  que  se  in- 
ternase en  las  guaridas  de  los  indígenas  intimándoles  con 
amenaza.  Xada  más  que  seis  ú  ocho  blancos  acudieron  á 
la  cita  y  emprendieron  tan  arriesgada  empresa.  Encon- 
tráronse con  los  indios  y  les  hicieron  algunos  tiros;  pero 
los  salvajes,  lejos  de  huir  despavoridos  al  ruido  de  los 
burujoe  (que  así  llaman  á  las  armas  de  fuego),  acometieron 
con  furia  á  los  blancos,  quienes  hubieron  de  correr  á  ga- 
lope tendido. 

Lqs^ goahivos  se  envalentonaron  con  este  ruidoso 
triunfo  é  mtentaron  el  asalto  de  otro  hato. 

Cuando  los  llaneros  que  en  él  vivían,  notaron  la  pre-. 


sencia  de  los  temibles  indios,  encerráronse  en  la  casa  dis- 
puestos á  rechazar  el  asalto  con  varias  armas  de  fuego 
que  á  mano  tenían.  Comenzaron  á  llover  flechas  sobre  la 
casa,  pero  como  éstas  no  producían  el  efecto  apetecido  re- 
solvieron incendiarla.  Los  sitiados,  que  eran  cuatro,  des- 
pués de  luchar  defendiéndose  valerosamente,  se  batieron 
en  retirada.  Todos  cuatro  recibieron  herida  gravísima. 
Esto  aconteció  en  el  mes  de  Septiembre  último. 

A  consecuencia  de  los  últimos  asaltos  que  acabamos 
de  relatar,  han  sido  desamparadas  por  sus  dueños  las  fun- 
daciones siguientes:  El  Remolino,  de  Rodulfo  Bayona; 
Sania  Calalina,  de  Luis  Gualdrón;  Sania  Rosa,  de  Julián 
Cortés;  San  Agustm,  de  Benito  Moreno;  Los  Cañaotcs,  de 
Juan  Castro;  y  La  Cande/ana,  de  Eduardo  Hurtado.  Las 
cuatro  primeras  están  situadas  entre  los  ríos  Chire  y  Ari- 
poro;  las  restantes,  en  el  Aripón  y  el  Guachiría. 

En  los  últimos  casos  que  brevemente  hemos  referido, 
hase  podido  observar  un  extraño  fenómeno  que  está  en 
abierta  pugna  con  las  usanzas  y  costumbres  de  los  indios 
goahivos.  Hasta  hace  un  año,  poco  más  bastaba  un  tiro  de 
escopeta  para  poner  en  polvorosa  á  todos  los  indios  de 
Casanare  juntos,  y  sin  embargo  acabamos  de  ver  con  tris- 
tes y  elocuentes  realidades  todo  lo  contrario :  resisten  el 
ataque  de  La  Florida,  desconciertan  á  varios  llaneros  pro- 
vistos de  armas  de  percusión ;  no  se  acobardan  ante  la 
ruda  defensa  de  Los  Cañaotes.  .  .  .  ¿  Qué  significa  cambio 
tan  repentino,  proceder  tan  distinto  del  hasta  aquí  obser- 
vado? Corren  rumores,  citándose  determinados  nombres 
propios,  de  que  al  frente  de  los  indios  van  dos  ó  tres  blan- 
cos que  no  há  mucho  se  fugaron  de  cierta  colonia  penal. 
Y  siendo  así,  los  asaltos  á  fundaciones  y  hatos  continua- 
rán repitiéndose  indefinidamente. 

En  vista  de  lo  expuesto,  creemos  haber  llegado  la 
hora  en  que  el  Gobierno  Nacional  tome  cartas  en  estos 
tristes  acontecimientos  que  constituyen  un  peligro  próxi- 


—  ¿OQ.  — 

mo  para  los  habitantes  é  intereses  de  Casanare.  Hasta 
hoy  se  han  limitado  los  salvajes  goahivos  á  hostilizar  las 
fundaciones  aisladas  de  toda  comunicación;  mañana  pue- 
den avanzar  hasta  los  poblados,  de  los  cuales  no  se  andan 
muy  lejos. 

No  somos  partidarios  de  que  el  Gobierno  suministre 
armas  y  municiones  á  los  particulares,  como  se  ha  preten- 
dido. Si  se  cree  llegado  el  caso  de  este  género  de  interven- 
ciones (que  al  menos  es  discutible),  organícese  debidamente 
una  fuerza  respetable  con  gente  casanareña,  conocedora 
del  terruño  y  de  las  costumbres  indígenas,  tómense  las 
precauciones  necesarias  y  hágase  todo  con  estudiados 
fines,  bajo  un  plan  enteramente  civilizador,  netamente  cris- 
tiano. Las  expediciones  de  este  género  son  muy  delica- 
das; porque  la  sola  muerte  de  un  indio  puede  ser  hasta 
una  virtud,  pero  cuando  se  hace  sin  autoridad  legítima, 
puede  degenerar  en  vil  asesinato.  Según  nuestro  modo  de 
pensar,  otros  deben  ser  los  medios  que  deben  emplearse 
para  reprimir  los  desafueros  de  los  indios. 

Por  las  relaciones  que  deben  suponerse  existentes 
entre  los  sucesos  relatados  y  ios  PP.  Misioneros  de  Casa- 
nare, se  ha  hablado  también  de  los  RR.  PP.  Candelarios, 
que  constituyen  una  Provincia  religiosa  de  la  esclarecida 
Orden  de  Agustinos  Recoletos,  y  cuya  gloriosa  historia 
estará  siempre  íntimamente  ligada  á  la  de  esta  región  ca- 
sanareña. 

No  se  trata  aquí  de  una  vindicación,  que  no  la  nece- 
sitan, ni  de  una  apología  que  en  la  Historia  Patria  está 
escrita  con  mano  severa  y  elocuente.  Tan  sólo  diremos 
alguna  cosa  pertinente  al  asunto  que  motiva  el  presente 
escrito. 

Los  PP.  Candelarios,  que  tienen  á  su  cargo  la  admi- 
nistración espiritual  del  Vicariato  de  Casanare,  nunca  han 
visto  con  indiferencia  los  referidos  lamentables  sucesos 
que  han  tenido  por  teatro  las  vastísimas  llanuras  orienta- 

14 


les.  Decir  lo  contrario  significa  desconocer  por  completo 
la  historia  de  las  misiones  de  Casanare;  equivale  á  pagar 
con  acerba  ingratitud  los  desvelos  y  sacrificios  de  todo 
género,  que  en  épocas  remotas,  lo  mismo  que  en  los  tiem- 
pos presentes,  se  han  impuesto  celosísimos  misioneros, 
dignos  de  toda  consideración  y  de  gratitud  eterna.  Abra- 
se la  historia ;  consúltese  á  cuantos  han  presenciado  de 
cerca  ó  de  lejos,  pero  con  sano  criterio  é  imparcialidad,  la 
obra  de  las  misiones ;  interrogúese  si  se  quiere,  á  los  mis- 
mos indígenas  que  hoy  siembran  el  espanto  en  estas  lla- 
nuras solitarias.  ...  y  la  historia,  con  su  inflexible  fallo ; 
las  gentes  sensatas,  con  su  fiel  veredicto ;  y  los  mismos 
indios  goahivos  con  rústicas  y  salvajes  muestras  de  gra- 
titud, abonarán  la  conducta  siempre  recta,  siempre  evan- 
gélica de  los  PP.  Candelarios,  Misioneros  de  Casanare. 
El  hábito  Recoleto  ha  sido  siempre,  y  lo  es  en  la  actuali- 
dad, de  celo  y  heroísmo. 

Y  dicho  esto,  que  á  ningún  casanareño  se  le  oculta, 
r  será  preciso  comprobar  que  los  PP.  Candelarios  han  sa- 
bido cumplir  fielmente  la  útilísima  misión  que  de  nuevo 
les  fue  confiada  hace  casi  veinte  años,  y  que  tánto  se  re- 
laciona con  los  sucesos  de  que  hemos  hecho  mérito?  (i) 
¿  Será  preciso  amontonar  pruebas  para  convencer  á  los 
más  exigentes  de  que  en  los  PP.  Candelarios  no  recae 
responsabilidad  alguna  por  lo  que  está  aconteciendo  en 
Casanare  ?  Se  dirá  que  con  el  establecimiento  de  misiones 
vivas  entre  los  infieles  podían  haberse  evitado  del  todo  ó 
en  parte  los  desmanes  criminales  de  los  indios.  No  lo  ne- 
gamos ;  porque  si  se  observan  las  épocas  en  que  indios  y 
blancos  se  han  peleado  con  más  saña  y  crueldad,  se  nota- 
rá que  coinciden  exactamente  con  la  decadencia  de  las  mi- 
siones. Este  es  un  hecho  que  hiere  la  vista  con  luz  meri- 

(i)  Trátase  aquí  rlesde  la  creación  del  Vicariato  :  sabido  es  que  los 
PP.  Candelarios  permanecieron  en  Casanare  desde  los  primeros  años 
del  sig-lo  xvn  hasta  bien  entrado  el  xix. 

.       V)  7W 


—  211  — 


diana.  Pero,  si  de  las  misiones  antiguas  se  trata,  nadie 
podrá  mostrar  á  los  PP.  Candelarios  la  llorada  decaden- 
cia :  obra  fue  de  los  tiempos ;  si  de  las  misiones  contempo- 
ráneas, razones  poderosísimas  relevan  á  los  Misioneros  ca- 
sanareños  de  ese  injusto  cargo.  Recuérdese  lo  que  era  Ca- 
sanare  al  posesionarse  últimamente  de  su  administración 
espiritual  los  PP.  Candelarios.  Recuérdese  que  además 
de  los  2,000  indígenas  que  vagaban  errantes  por  estas  so- 
litarias llanuras,  existían  en  el  Vicariato  otros  18,000  cris- 
tianos, igualmente  diseminados  en  vastísimo  territorio,  y 
según  nuestro  particular  criterio,  más  necesitados  de  los 
auxilios  de  la  Religión  que  los  mismos  indígenas  salva- 
jes. ¿  A  quiénes  atender  con  preferencia  ?  porque  cierta- 
mente la  mies  era  copiosa,  abundante,  y  pocos  y  despro- 
vistos de  recursos  los  operarios.  Nada  más  natural  (según 
nuestro  entender,  repetimos)  que  remediar  la  urgente  y 
extrema  necesidad  de  los  civilizados,  mientras  que  Dios 
remediase  la  falta  de  misioneros  y  de  recursos,  y  sin  em- 
bargo el  celo  de  seis  ú  ocho  misioneros  hace  prodigios  de 
caridad,  suple  la  falta  de  otros  muchos ;  y  sin  desatender 
la  viña  ya  plantada,  sepúltanse  en  sabanas  inmensas,  en 
bosques  seculares  buscando  esos  rezagados  del  cristianis- 
mo, oprobio  de  la  civilización  moderna. 

En  aquellos  años  establecióse  una  misión  de  indios 
goahivos  en  Barrancopelado ,  otra  en  San  Juanito  y  una  ter- 
cera en  Caño  de  María.  Aún  quedaban  en  Casanare  las  de- 
siertas y  célebres  sabanas  de  Cuiloto,  cuyos  indios,  harto 
valientes  y  temibles,  fueron  el  espanto  de  Casanare  du- 
rante largos  años,  y  el  M.  R.  P.  Manuel  Fernández,  in- 
trépido Misionero,  celosísimo  Apóstol  de  Cristo,  cual  otros 
hermanos  suyos,  emprende  la  arriesgada  expedición  de 
Cuiloto  para  fundar  un  nuevo  pueblo  de  indígenas.  ¿  Ha- 
béis pensado  algún  día  de  vuestra  vida,  gratuitos  detrac- 
tores de  los  Misioneros,  en  los  sacrificios,  penalidades, 
privaciones  que  entraña  el  establecimiento  de  una  misión  ? 


—   212  — 


1(11 


<«  Sabéis  lo  que  significa  renunciar  á  los  atractivos  de  la 
vida  civilizada  y  sepultarse  en  soledades  inconcebibles, 
teniendo  por  única  sociedad  incultos  y  toscos  salvajes 
cuando  no  fieras  alimañas  de  los  bosques  ?  Pues  allá  fue- 
ron los  PP.  Candelarios,  á  donde  vosotros  no  osaríais  ir. 
Y  allá  estuvieron  haciendo  prodigios  inauditos  de  valor, 
de  sacrificio  hasta  el  año  de  1899,  en  que  comenzó  la  gue- 
rra civil. 

En  aquel  entonces  fueron  heridos  de  muerte  los  evan- 
gélicos pastores,  y  dispersado  el  incipiente  rebaño. 

Terminada  la  guerra,  volvieron  á  ocupar  sus  puestos 
los  mismos  misioneros,  pero  otra  vez  surgió  ante  ellos  el 
terrible  problema.  No,  no  es  que  se  olvidaran  un  solo  mo- 
mento los  PP.  Candelarios  de  los  infelices  salvajes  que  en 
territorio  de  su  jurisdicción  se  hallaban ;  pero  si  cuando 
se  reanudaron  las  misiones  creyó  el  Vicario  Apostólico 
atender  con  más  preferencia  aún  á  los  civilizados,  mayo- 
res razones  que  antes  obraban  ahora  en  favor  del  mismo 
proceder.  Y  así  se  han  conducido  los  PP.  Candelarios, 
obedeciendo  sumisos  la  voz  del  Vicario  Apostólico.  En- 
tretanto, la  labor  de  éstos  ha  sido  fructuosa,  fecunda:  su 
benéfica  influencia  en  Casanare  se  deja  sentir  en  todas  las 
órdenes  de  vida.  Y  acaso  los  Misioneros  tienen  ya  en  los 
blancos,  no  obstáculos  que  se  opongan  á  la  gran  obra  de 
la  civilización  de  los  salvajes,  sino  más  bien  auxiliares 
eficaces  que  secunden  con  agrado  la  obra  de  las  misiones. 

En  vista  de  esto,  el  actual  Vicario  Apostólico  de  Ca- 
sanare ha  creído  llegado  el  tiempo  de  reanudar  las  misio- 
nes activas,  y  al  efecto  se  están  dando  los  pasos  necesa- 
rios. Ya  se  habían  comunicado  las  órdenes  necesarias  al 
efecto  de  estudiar  sobre  el  terreno  el  punto  más  adecuado 
donde  fundar  la  misión,  y  disponiéndose  estaba  el  mismo 
Vicario  Apostólico  para  trasladarse  personalmente  á  los 
lugares  frecuentados  por  los  indios,  cuando  sucesos  ines- 
perados le  obligaron  á  dirigirse  á  la  capital  de  la  Repú- 


blica.  Pero  tengamos  fe  y  esperemos,  que  quizá  dentro 
de  muy  poco  tiempo  tendremos  á  los  temibles  indios  goa- 
hivos  sojuzgados  bajo  el  suave  yugo  del  Evangelio,  y  ce- 
sarán los  lamentables  acontecimientos,  materia  de  este 
escrito. 

Para  ello  contamos  con  la  ayuda  decidida  y  eficaz  del 
Gobierno  Nacional,  y  también  de  los  casanareños.  Las 
misiones  de  este  género,  además  de  abnegados  misione- 
ros, que  no  faltan  gracias  á  Dios,  demandan  recursos  de 
toda  especie,  principalmente  al  establecerse  la  misión. 
Hallaremos  dificultades,  tropezaremos  con  obstáculos,  aca- 
so sean  nuestros  primeros  enemigos  quienes  deberían  ser 
los  primeros  en  secundar  nuestra  labor.  No  importa :  ha- 
bremos ayudado  al  Gobierno  Nacional  en  la  obra  de  la 
total  redención  de  Casanare,  y  en  todo  caso  recibiremos 
la  eterna  recompensa  de  Dios  en  el  cielo. 

EPILOGO 

En  el  presente  año  de  1909  han  continuado  las  hos- 
tilidades de  manera  más  cruel  y  sangrienta.  Los  indíge- 
nas continuamente  acosados,  han  pagado  tributo  de  san- 
gre á  los  blancos ;  y  éstos  á  su  vez  han  sido  víctimas  de 
la  fiereza  de  los  goahivos. 

Ultimamente  perecieron  á  manos  de  los  civilizados 
los  capitanes  de  dos  tribus,  llamados  Ascensión  y  Carrillo. 
Pero  el  último  suceso  que  da  idea  de  la  excitación  de  áni- 
mos que  impera  en  Casanare,  es  el  que  se  refiere  al  famo- 
sojndio  Isidoro,  quien,  después  de  haber  estado  varios 
años  al  servicio  de  los  PP.  Misioneros  Candelarios  y  sido 
bautizado  en  la  capital  de  la  República  con  solemnidad 
extraordinaria,  volvió  al  estado  de  salvajismo,  llegando  á 
ser  reconocido  como  jefe  ó  capitán  de  una  numerosa  tri- 
bu de  goahivos. 

Observando  una  conducta  propia  á  veces  de  blanco, 
de  indio  las  más,  acostumbraba  á  salir  con  su  capitanía  á 


los  hatos  y  fundaciones  de  Mata  de  Palma,  con  el  fin  de 
proveerse  de  sal  y  algún  machete  que  los  llaneros  le  da- 
ban como  remuneración  de  su  trabajo. 

Cierto  día,  el  indio  Isidoro  amaneció  de  mal  talante  y 
por  un  dácame  allá  esas  pajas  hizo  colgar  de  un  palo  á  una 
de  sus  tres  mujeres.  No  murió  la  india ;  porque  después 
de  la  faena  se  largó  á  Mata  de  Palma  y  refirió,  vengativa, 
cómo  el  indio  Isidoro  pensaba  ir  á  robar  mazorcas  á  los  co- 
nucos del  hato  y  aun  asesinar  al  propietario.  No  bien  oyó 
el  interesado  la  estupenda  noticia  (de  boca  de  una  india 
salvaje  y  enconada),  resolvió  salir  cuanto  antes  del  indio 
Isidoro ;  y  sin  más  dio  las  órdenes  convenientes  á  quienes 
debían  realizar  la  hazaña. 

Convidaron  al  indio  Isidoro  y  á  otro  goahivo  á  cortar 
bejuco  en  las  vegas  del  Guachiría.  Con  los  dos  indios  se 
embarcaron  tres  blancos  armados  de  carabinas.  .  .  . 

El  indio  Isidoro,  suspicaz  como  todo  salvaje,  barrun- 
tó la  tormenta  y  logró  voltear  la  embarcación  sin  más 
efecto  que  inutilizar  las  armas. 

Llegados  al  bosque,  se  internaron  á  cortar  bejuco  Isi- 
doro y  dos  blancos;  los  otros  dos  quedáronse  en  la  orilla; 
el  blanco  con  la  prevención  de  matar  al  indio  tan  pronto 
como  oyera  un  disparo  de  arma  en  el  bosque. 

Ya  en  la  faena  del  bejuco,  los  blancos  esperaban  una 
buena  oportunidad  para  salir  de  Isidoro ;  pero  éste,  siem- 
pre temeroso,  evitaba  dar  las  espaldas  á  los  presuntos  ase- 
sinos ;  hasta  que  uno  de  éstos,  yá  impaciente,  increpó  al 
indio,  diciéndole:  «¿Qué  te  pasa  cuñao?  Trabajando  poco 
y  mirando  mucho!»  En  esto  le  picó  al  indio  un  zancudo 
en  la  pantorrilla,  y  al  agacharse  para  atraparlo.  ...  le  des- 
cargó el  blanco  tremendo  machetazo  que  le  separó  la  ca- 
beza del  tronco  sin  decir  un  ay ! 

Los  del  río  permanecieron  trabajando  y  esperando  la 
señal ;  pero  cuando  el  indio,  que  también  temía  la  catás- 
trofe, vio  venir  á  los  del  bosque  con  las  flechas  y  el  arco 


—  215  — 

de  Isidoro  en  las  manos,  quiso  huir,  inmediatamente  re- 
cibió un  balazo  que  lo  hirió  de  muerte.  Los  pocos  instan- 
tes que  sobrevivió  no  cesó  de  llorar  la  muerte  de  Isidoro, 
su  capitán :  Isiroro,  decía  en  su  dialecto,  Isiroro  muerto, 
Isiroro  muerto.  .  .  .  Xo  habiendo  más  Isiroro.  .  .  .  Isiroro.  .  . 
Isiroro.  .  .  . 

X 


Por  vía  de  curiosidad  y  creyendo  contribuir  en  algo 
á  los  trabajos  que  sobre  estadística  se  están  llevando  á 
cabo  en  toda  la  nación,  estábamos  en  la  empresa  de  alle- 
gar todos  los  datos  posibles  que  sirvieran  de  base  para 
poder  apreciar  la  riqueza  de  Casanare  en  todas  sus  mani- 
festaciones. LJna  de  éstas  (la  más  importante  sin  duda)  es 
la  ganadería,  la  única  riqueza  explotada  por  el  llanero, 
bien  que  de  un  modo  rudimentario.  Si  no  nos  urgiera  dar 
por  terminado  este  escrito,  tendríamos  la  satisfacción  de 
presentar  á  la  nación  la  primera  estadística  completa  que 
sobre  la  ganadería  de  Casanare  se  ha  publicado;  pero  ya 
que  otra  cosa  no  nos  es  posible  por  el  momento,  quere- 
mos dejar  aquí  consignados  los  nombres  de  todos  los 
hatos  y  fundaciones  de  Casanare,  indicando  su  situación 
topográfica  por  los  ríos  que  bañan  este  inmenso  territorio. 

Entre  los  ríos  Arauca  y  Cravo  N  existen  los  siguien- 
tes hatos  y  fundaciones: 


1.  La  Pastora. 

2.  Las  Avemarias. 

3.  La  Bendición. 

4.  Guaratarito. 

5.  El  Socorro. 

6.  Venero. 

7.  Inf anteras. 

8.  Chaparrito. 

9.  Jovito. 


10.  Hatoviejo. 

1 1 .  Cabuyaro. 

12.  La  Erica. 

13.  Maporillar. 

1 4.  El  Rosario. 

15.  La  Cascabel. 

16.  Mata  de  Caña. 

1 7.  Mata  azul. 

18.  El  Porvenir. 


—  2l6  — 


19.  El  Guamo. 

20.  El  Mendero. 

2  1 .  La  Esperanza. 

22.  Chaparral. 

23.  Las  Ahuyamas. 

24.  La  Marranera. 
2,5.  El  Negro. 

26.  Comoruco. 

27.  Palital. 

28.  Cañorrico. 

29.  Mata  de  Agua. 

30.  La  Villanueva. 


31.  Mata  de  Piña. 

32.  El  Infierno. 

33.  Mata  Jagua. 

34.  Valbuena. 

35.  Los  Algarrobos. 

36.  Los  Vinos. 

37.  Mata  de  Ceniza. 

38.  Grimonero. 

39.  El  Gavidiero. 

40.  El  Urriolero. 

41.  El  Boquerón. 

42.  Los  Arrecifes. 


43- 
44- 
45' 

48. 

50. 
52. 

56. 
57- 
58. 
59- 


Casanare  y  San  Ignacio. 

46.  Los  Novillos  ó 

47.  El  Tigre. 


Entre  Cravo  N., 

Santa  Rita. 
El  Limbo. 
El  Goahivo. 

Entre  San  Ignacio  y  Casanare. 
Zaparay.  |  49.  Otra  fundación. 

Entre  Casanare  y  Chire. 


San  Rafael.  53.  Guamacho. 

La  Portuguesa.  54.  Corozal  (varias). 

El  Rosario.  55.  San  Nicolás. 
Entre  Chire  y  Ariporo. 

Llanogrande.  61.  La  Florida. 

La  Virgen.  62.  El  Remolino. 

Las  Monas.  63.  Santa  Catalina. 

La  Manga.  64.  Santa  Rosa. 

60.  Caracoli.  65.  San  Agustín. 

Entre  Ariporo  y  Guachiria. 


66.  La  Barranca. 

67.  Las  Gaviotas. 

68.  San  José. 

69.  La  Reforma. 


70.  Los  Cañaotes. 

71.  La  Candelaria. 

72.  Brito. 

73.  Caño  Chiquito. 


74- 

Santa  Cruz. 

78. 

El  Algarrobo. 

75- 

La  Soledad. 

79- 

Santa  Ana. 

76.  Las  Guamas. 

80. 

San  Pablo. 

77- 

San  José. 

Entre  Guachiria  y  Pauto. 

8i. 

La  Curama. 

89. 

El  Caimán. 

82. 

San  José. 

90. 

San  Emigdio. 

83- 

El  Palmar. 

91. 

Mata  Vaquero. 

84.  Chaparrito. 

Mata  de  Palma. 

85.  San  Rafael. 

93- 

La  Travesada, 

86. 

Curimena. 

94. 

Los  Toros. 

87. 

El  Ceibal. 

95- 

Guaratarito. 

88. 

Macarabure. 

Entre  Pauto  y  Cravo  S. 

96.  El  Desecho. 

109. 

Barreto. 

97- 

El  Palmar. 

1 10. 

San  José. 

98. 

Mata  Negra. 

iii. 

Pupure. 

99. 

La  Reforma. 

1 12. 

La  Candelaria. 

100. 

El  Vigiadero. 

ii3- 

La  Charanga. 

101 . 

La  Cumay. 

114. 

El  Hatico. 

102. 

Santa  Ana. 

'15- 

El  Tigre. 

103. 

Toraiba. 

116. 

Platanales. 

104. 

Las  Gaviotas. 

117. 

San  Miguel. 

105- 

Mata  de  Piña. 

118. 

San  Pablo. 

106. 

Las  Guamitas. 

119. 

El  Rosal. 

107. 

El  Médano. 

1 20. 

El  Almorzadero. 

108. 

El  Gandul. 

121. 

San  Esteban. 

Entre  Cravo  N.  y  Cusiana. 

122. 

San  Rafael. 

129. 

Palenque. 

123- 

Santo  Domingo. 

1 30.  La  Tigrera. 

124. 

Agua  Azul. 

131- 

Palo-blanco. 

125- 

Mata  de  Pantano. 

132. 

Guariamena. 

126. 

La  Pastora. 

133- 

La  Ceiba. 

127. 

Palmarito. 

134- 

Mare-mare. 

128. 

La  Porfía. 

—  2l8  — 


Entre  Cusiana  y  Upía. 


135- 

til  Viento. 

144. 

Guachajumena. 

136. 

Cnigrnres. 

145- 

Santa  María. 

137- 

A  1 

Aguaclara. 

146.  Casimena. 

138. 

Jubalá. 

147- 

Alta  Gracia. 

J39- 

La  Ullua. 

148. 

El  Socorro. 

140. 

Chavinave. 

149. 

San  Pablo. 

141. 

Bujumena. 

150. 

El  Palmar. 

142. 

Guariamena. 

151- 

Santa  Elena. 

143- 

Iguamena. 

152. 

Caribayona. 

Notas  — Los  números  50,  51  y52,  están  situados  en  la  costa 
del  río  Chire ;  los  53,  54  y  55,  en  la  costa  del  Casanare.  Desde  el 
número  56  hasta  el  70,  en  la  costa  del  Ariporo  Los  números 
61,  62,  63  y  64,  fueron  abandonados  por  sus  dueños  y  vecinos 
á  consecuencia  de  la  invasión  goahiva  de  Abril  del  pasado 
año;  lo  propio  sucedió  después  con  el  60,  69  y  70.  Los  núme- 
ros 71  y  72  quedan  en  re  el  Ariporo  y  el  Guacliin'a,  al  medio. 
Los  hatos  que  más  se  aproximan  al  río  Meta,  son:  el  92,  que 
dista  de  Moreno  unas  30  leguas  y  de  6  á  8  del  Meta,  y  el  95 
dista  í-olamente  6  leguas. 

En  general,  hemos  procurado  enumerar  los  hatos  y  fun- 
daciones comenzando  por  los  más  próximos  á  la  cordillera. 

Resulta,  pues,  que  son  150  los  hatos  y  fundaciones  exis- 
tentes en  todo  Casanare.  Aunque  es  enorme  la  desigualdad 
que  en  riqueza  pecuaria  hay  entre  ellos  (porque  mientras  hay 
liatos  que  poseen  de  quince  á  veinte  mil  reses,  existen  otras 
fundaciones  que  no  pasan  de  doscientas),  podemos  calcular, 
sobre  datos  prudentes  que  tenemos,  que  no  pasan  de  250,000 
las  cabezas  de  ganado  vacuno  que  posee  actualmente  Casana- 
re, cifra  que  con  el  caballar  puede  elevarse  á  300,000. 

Si  nos  equivocamos  en  el  cálculo,  será  pequeño  el  error. 
Y  con  esto  dejamos  expuesta  nuestra  opinión,  ya  que  tánto  se 

ha  fantaseado  y  se  fantasea  sobre  la  inmensa  é  imponderable 

riqueza  pecuaria  de  Casanare. 


—  219  — 

XI 

ITINERARIO  Y  DISTANCIAS 

De  El  Desierto  á  Támara  por  Chita  y  Meló 


DE 


R  nicho 
Id, 
Id. 
Id. 


El  Desierto .  . 

Tunja    . 

Paipa   

Sogamnso  . .  . 

Cotrales  

Betéiiiva  

Tasco   

L  igunaseca.  . 

Socotá.   

Jei  ico  ...  ... 

Chita   

El  Encomendero 

Minas  

Buensivista  

Ajjnablaiica  


Tunja  

Paipa  . .  .... 

Sogamo  o  .  . . 

Corrales  

Betéitiva  

Tasco  . .  . . 
Lagunaseca  . 

Socotá  

Jericó   

Chita  

El  Encomendei  o 

Minas  

Buenavista  .  . 
Aguablanca.. . . 
Támara  


HORAS 


5^ 
5 
4 
3 

2 
2 

4 
3 

4* 
5 

6 
6 

5 

6 


66  h. 


De  Támara  á  Zipaquirá  por  Nuachia  y  El  Desierto 


DE 


Rancho  . . 

RÍM  

Rancho  . . 
Pueblo.  ... 
Rancho  ... 
Pueblo.  . . 
Rancho  . . 
Páramo  . 
Pueblo .... 


Támara   

Nunchia  

El  Gacal   

El  Payero  

Pievanegas  

Man oquín  ..  .. 
Los  Topos  .... 
Labranzagrande 
Sismosá.  ... 
Alio  cié  S.  Ig""* 
Mov.gaa  ..... 

So^amoso  

Paipa   

Tunja   

£1  Desierto .... 

Ubalé  '.. 

Ca>ablanca  .v  .. 
Zipaquirá  


HORAS 


Nunchia  

El  Gacal  

El  Payero  . .  . 

Pievanegas  

Man  oqnín  

Los  Topos..  . 

Labran/.agrande . 

Sismosá  

Alto  de  S.  Ignacio 

Mongua   

Soganioio  

Paipa   

Tunja   

El  Desierto  . . . 

Ubaté  

Cisablanca .  . . 

Zipaquirá  .... 

Bogotá  (ferroc.) 


4 
3 
i 
5 
4 
4 
7 
5 

3i 
4Í 

5 

5i 
5 
4 
3 


Total 


De  Bogotá  á  Arauca  por  Labranzagrande  y  Arauquita 


Rancho  .... 
Pueblo  . .  . 

DE 

A 

HORAS 

Támara   . 

Guaimaral  

Támara  

Guaimaral  

Manare   

73 

7 
5 
6 

ñ 

2 

6$ 

7 
8 

3i 

9 
8 

14H  h. 

Pueblo  . 
Caserío  .... 
Montaña. .. . 

Id  

Pueblo.  .  . 
Hacienda  ... 

Macaguane ... 

Salibón  

El  Jujú   

San  Lorenzo  

Buenosaires  . .  . 

Todos  S  mío ;  

Macaguane  .... 
Salibón    . .  .... 

El Jujú  

San  L  renzo  

Buenosaires    .  . 
Todos  San-]  ¿  . 

tos  '¡■•5-f 

Arauca        j  a  ° 

Total 

De  Arauca  á  Támara  por  Cravo  y  El  Puerto 

Hato   

Id  

Fundación  . 

Id 

líalo   

Despoblado. 

Id  

Id 

DE 

A 

HOKAS 

Arauca  

El  Socorro   

El  Negro   

El  Deleite   

Palilal  

Los  Patos  

Cliaparrote  

La  Eliera   

X   

El  Negro  .:. 

El  Deleite   

Palital  

Los  Patos 
Chapurróte  .  .... 
L  i  E  iera  .... 

X  

El  Limbo. ..... 

6 
5 

3é 
9h 
7 
«S 

7i 
8 

54 
6 

s 

4 
4 
7 

4i 
93 

Hato 

Id   

Pueblo  . , . 

Caserío  

Pueblo  .... 

Id,  

Rancho  .... 

El  Limbo  .... 
Santa  Rita  

Corozal  

Chire   

Bujío  

Santa  Rita  .... 

El  Pnei  to  

Corozal   

Chire  

Manare   

Bujío   

1  amara   

Total  .  . . 

De  Támara  á  Orocué 


Pueblo . 
Hato... 
Pueblo. 
Hato.. 
Cañi  >... 
Halo  . 
Río  .. 
Hato... 


DE 

Támara  .... 

Pore  

E|  Ceibal.... 
La  Trinidad 
El  Gandul... 
Guanapalo.  , 
Barreto   . . . 

Duya  

San  Esteban 


Pore  

El  Ceibal  ... 
La  Ti  iniciad 
El  Gandul.. 
Guanapalo  . 
Barreto 
Duya  . 
San  Esteban 
Orocué  .... 

Total... 


HORAS 


°4 

4 

3i 

2 
1 
2 


32i 


De  Orocué'  á  Sogamoso  por  Chámeza  y  Pajarito 


Pueblo,  . 
C  iño  

-id .  .  -.: 

Río  .... 
Hato  . 
Caño  

Id  ... 
Pueblo  . 

Id.... 
Caserío. . 

Hato  

Caño  

Pueblo . . 
Rancho 
Pueblo. . . 
Rancho  . 
Río  .... 
Pueblo.  . 
Rancho 
Vereda  . 


DE 


Oí  ocué   . . .  . 

Güirripa 

Güira  

Cravo  

Majoma  re  . . . 

Suriniena  .. 

Guariamena. . 

Santa  Elena 

El  Maní. .  .. 

H.  La  Ullúa 

Altagracia .  . . 

Chitamena  .. . 

Tauramena.. . 
:  Lechimiel  . . . 
.Chámeza.. . . . 

Recetor  

Vijúa  1 !  '  ...  . 

Pajarito  . . .  . 

Curisí. ... 

Toquilla..  .. 


Güirripa  .... 

Güira   

Cravo  

M  a  rema  re  . . 
Suri  mena.  ... 
Guariamena. 
Santa  Ekna 

ET  Maní  

La  Ullúa  .... 
Altagracia, . . 
Chitamena.. . 
Tauramena  . 
Lechimiel... 
Chámeza  .  . 
Recetor  .... 

Vijúa  

Pajarito  .... 

Curisí   

Toquilla  .  ... 
Sogamoso  . . 

Total... 


HORAS 


i 

n 
i 

3 
8 


3* 

9 


76  h. 


—  222  — 


De  Támara  á  Sácama 


Rancho  . . 

Rancho  . . . 

Id  

Id   

DE 

A 

HORAS 

La  Palma  

Sabanalarga   . . 

La  Palma  

Ten  

El  Degredo.  . . . 
Sabanalarga  . . . 
Sácama  

Total 

3 
3 

2* 

*\ 

2 

De  Sácama  á  Manare 

Pueblo.   . . . 

Hacienda  . . 
Vecindario.. 

DE 

A 

HORAS 

Sácama   ...  . 
El  Degredo    . . 

El  Palmar 

El  Degredo  . . . 

El  Palmar  

Manare  

Total  

\ 

6 

ti 
»5Í 

De  Manare  á  Mata  de  Palma 

Pueblo  

Hato  

Id  

Id  

DE 

A 

HORAS 

Manare  

Las  Gaviotas  

Caño  Chiquito... 

Moreno   ...  ... 

Las  Gaviotas  . . . 
La  Reforma  .... 

Caño  Chiquito... 

3i 

4 

i 

5 

3i 
7.24 

Id  

Mata  Je  Palma . . 

Id  

Id  

Río  

Mata  de  Palma.  . 

Río  Meta  

4 
4 

32 

Total  

—  223  — 


De  Támara  á  Manare  por  Pore 


Rancho  .... 
Pueblo.  ... 

Río  

Caserío.  . . . 
Pueblo 

DE 

A 

HORAS 

Guachiría  

Brito  

El  Tablón 

Guachiría  

Brito  

■a 

3i 
i 

'í 
i 

3Í 
i3i 

Total  

IN  DICE 


PRIMERA  PARTE 

Prólogo  v 

Capítulo  I — Casanare.  Descripción  geográfica,  poética  y 
política.  Errores  sobre  el  censo  antiguo.  Censo  actual. 
Poblaciones.  Aspecto  religioso.  Administración  espi- 
ritual. Cómo  lo  encontraron  los  Padres  Candelarios. 
Primeros  trabajos  de  estos  misioneros.  Erígese  en  Vi- 
cariato Apostólico.  Fundación  de  pueblos  indígenas.  i 

Capítulo  II — Desastres  de  la  revolución  de  1899.  Expul- 
sión y  regreso  de  los  misioneros.  Reanudan  los  tra- 
bajos apostólicos.  Notable  sermón  del  Illmo.  Sr.  Ca- 
sas. Nuevo  impulso  á  la  instrucción  pública.  Circuns- 
cripciones eclesiásticas.  Dificultad  para  la  adminis- 
tración espiritual  de  Casanare.  Pueblos  indígenas.  .  .  10 

Capítulo  III — Támara.  Su  historia  y  censo.  Su  industria 
y  sus  productos  agrícolas.  Los  misioneros  fomentan 
la  industria  algodonera.  Caminos:  cómo  los  compo- 
nen y  cuántos  comunican  con  el  interior.  Progreso  y 
porvenir  de  Támara.  Estado  de  la  instrucción.    .    .  16 

Capítulo  IV — De  Támara  á  Manare.  Río  Ariporo.  Mo- 
nos araguatos.  Bálsamo  de  copaiba  ó  aceite  de  palo. 
Descripción  de  Manare.  Carácter  refractario  de  sus 
habitantes.  El  carate  y  modo  de  curarlo.  Agricultura 
é  industria.  La  Virgen  de  Manare.  La  sarrapia.  Pano- 
rama de  los  Llanos.  Moreno:  historia  de  su  funda- 
ción. Su  desarrollo  y  decadencia.  Necesidad  de  la  pre- 
sencia del  misionero.  24 

15 


—  22Ó   


PAgs. 

Capítulo  V — Visita  á  Ten.  Datos  históricos.  Indios  tune- 
bos. Una  entrevista  con  el  Capitán  Segundo.  Sus  pue- 
blos y  censo.  Su  porvenir.  Sus  posesiones.  Su  agí  ¡cul- 
tura é  industria.  Farmacopea  tuneba.  Religión  de  los 
tunebos.  Religiosidad  de  los  tenanos  32 

Capítulo  VI — Reconstrucción  del  Vicariato.  Viaje  del 
Illmo.  Sr.  Casas  á  Bogotá.  El  río  Pauto.  Nunchía. 
Ríos  Nunchía,  Pavero  y  Tocaría.  Aventuras  de  viaje. 
Puente  de  hamaca.  Marioquín.  Las  Barras.  Bello 
panorama  de  los  Llanos.  Mongua  y  Tópaga.    .    .    .  39 

Capítulo  VII — De  Bogotá  á  Arauca.  Una  pesquería  en  el 
río  Tate.  Dos  sistemas  bárbaros  de  pesquería.  Chire 
y  Coroza!.  Ríos  Casanare  y  Tame.  Tristes  recuerdos. 
Historia  antigua  de  una  guerra  entre  los  indios.    .    .  46 

Capítulo  VIII — Tame.  Macaguane.  Laguna  de  Maca- 
guane.  Montaña  de  Banadía.  Una  noche  en  Salibón. 
Arboles  importantes.  Variedad  de  monos.  Nos  hacen 
huir  derrotados  55 

Capítulo  IX — El  Venado.  Nuestra  pérdida  en  la  montaña. 

Los  trabajos  que  sufrimos.  Cómo  nos  salvámos.    .    .  62 

Capítulo  X — D.  Valentín  de  los  Santos.  San  Lorenzo. 
Su  historia  y  agricultura.  Arauquita.  Feracidad  desús 
terrenos.  Una  orgía  presidida  por  D.  Valentín  de  los 


Santos.  Siete  días  de  reclusión.  Indios  goahivos.  Cau- 
sas de  su  longevidad  y  de  no  tener  barba.  Sus  pue- 
blo?, su  carácter  y  su  vida   68 

Capítulo  XI — Caminos  de  Arauquita  á  Arauca.  Peripe- 
cias del  embarque.  Humoradas  del  patrón  Fandiño. 
Todos  Santos.  El  cazabe  76 

Capítulo  XII — Primeros  pobladores  de  Arauca  Las  gue- 
rras de  Venezuela  aumentan  la  población.  Descrip- 


ción de  Arauca.  Su  importante  comercio.  Rivalidades 
entre  Arauca  y  El  Amparo.  Carácter  de  los  araucanos. 

Idem  de  los  llaneros.  Su  religión  82 

Capítulo  XIII — Inundaciones  en  los  llanos  de  Arauca. 
La  Erica.  Caminos  pantanosos.  Una  noche  en  un 
hato.  Diversidad  de  aves.  Peripecias  del  viaje.  Habili- 
dades del  llanero.  Variedad  de  animales  88- 


Págs. 

Capítulo  XIV — Recogida  del  ganado  cerrero.  El  chimó. 

Pastoreo  del  ganado.  Tirada  del  ganado  al  río  Arauca.  95 

Capítulo  XV — Bellezas  del  paisaje.  Los  chigüires.  El  me- 
jor hato  de  Casanare.  La  Pastora.  Matanzas  de  indios. 
Cacería  de  tigre.  Desidia  de  los  llaneros.  Osos  hor- 
migueros 100 

Capítulo  XVI — Excursiones  de  los  misioneros.  Visita  á 
Guadualito  (Periquera).  Lo  que  oí  en  mi  posada. 
Aventuras  de  un  borracho.  Cómo  entienden  y  practi- 
can la  religión.  Ignorancia  religiosa.  Qué  hice  en  Gua- 
dualito. Una  buena  vieja.  Un  tipo  de  mala  catadura. 
Cementerio  de  Orichuna.  Descripción  del  caimán  ....  109 

Capítulo  XVII — Aspecto  de  Casanare  en  invierno  y  en 
verano.  Los  cafuches  ó  marranos  de  monte.  Atrope 
líos  de  los  goahivos.  Represalias.  El  Deleite  y  El  Pali- 
tal.  Tenebrosa  noche  en  claro.  Caminando  al  fizar. 
Penalidades  y  consuelos  del  misionero   119 

SEGUNDA  PARTE 

I —  Restauración  de  Casanare.  Esfuerzos  de  los  misioneros. 

Primeras  bases  de  la  instrucción  pública.  Obstáculos. 
Celo  del  Vicario  Apostólico.  Abre  escuelas  públicas. 
Colonización  de  Casanare.  Imprenta.  Industrias  y  ar- 
tes. Caminos,  puentes  y  telégrafos.  Muerte  del  Iilmo. 
Sr.  Casas  

II —  Nuevo  Vicario  Apostólico.  Qué  es  un  Vicario  Apostó- 
lico de  Casanare.  Nuevo  impulso  á  las  escuelas.  La 
viruela.  Viaje  á  Orocué.  Calumnias  contra  los  misio- 
neros. Discurso  en  defensa     

III  — Excursión  por  la  llanura.  Estado  de  los  caminos.  To- 
pografía del  terreno.  Pore.  Su  historia.  Sus  ruinas.  De 
Pore  á  La  Plata.  La  Trinidad  ó  La  Parroquia.  Cam- 
bio de  decoración.  El  cachicamo.  El  Gandul,  el  Gua- 
rapalo y  el  Duya.  Orocué  

IV — Las  misiones  del  Meta.  Labor  de  los  antiguos  Padres 
Candelarios.  Pueblos  que  fundaron.  Destrucción  de 
las  misiones.  Encárganse  de  nuevo  los  Padres  Can- 


—   228  — 


Págs. 

delarios  de  las  misiones.  Parangón  entre  las  antiguas 
misiones  y  las  modernas.  Reflexiones.  Ruinas  de  Ma- 
cuco. Lo  que  fue  Macuco.  Impresiones  de  un  viajero.  155 
V — Haciendas  de  las  misiones.  Primer  importador  de  ga- 
nado llanero.  Primer  hato  de  Casanare.  Hatos  del 
Meta.  Régimen  administrativo  de  las  haciendas  de  las 
misiones.  Efectos  saludables  del  fégimen.  Aumento 


de  ganado  obtenido  por  los  Padres  Candelarios.  Co- 
natos de  desamortización.  Estado  de  los  hatos  en  1810. 
Manejos  indignos  del  Gobierno  de  entonces.  Fin  de 
las  haciendas  de  las  misiones   164 

VI —  Visita  á  El  Maní,  Chámeza  y  Pajarito.  El  Güirripa. 
El  Cravo  Sur.  El  Mare-mare.  Supersticiones.  Algu- 
nos ríos.  El  oso  palmero.  El  Maní.  Tauramena.  Chá- 
meza. Pajarito  i   173 

VII —  Los  misioneros  párrocos  de  Casanare.  Bautismos, 
Confirmaciones,  Matrimonios.  Visita  á  los  pueblos. 
Obras  que  han  llevado  á  cabo  en  distintos  pueblos...  182 


VIII — Instrucción  pública.  Escuelas  de  Casanare  hasta  el 
año  1892.  Cuadro  de  las  escuelas  desde  1893  hasta 
1899.  Desastres  de  las  revoluciones  del  95  y  99.  Res- 
tauran la  instrucción  pública  los  Padres  Candelarios 
y  las  Hermanas  de  la  Caridad.  Estadística  de  las  es- 
cuelas en  los  años  1904,  1905,  1906  y  1907.  Esfuerzos 
del  Vicario  Apostólico  en  favor  de  la  instrucción. 
Cuadro  de  las  escuelas  en  1908.  Dificultades  para  es- 
tablecer escuelas.  Colegio  de  Nunchía.  Elogios  de  un 


llanero   1 89 

IX —  Matanzas  de  indios.  Asesinatos  de  blancos.  Célebre 
matanza  de  indios  en  Caribabare.  Vuelve  á  correr 
sangre  de  indios  y  de  blancos  en  los  años  1899,  1906, 
1907  y  1908.  Los  criminales.  Los  Padres  Candelarios 

y  las  misiones  de  Casanare   201 

X —  Ganadería  de  Casanare.  Estadística  de  los  hatos  y  fun- 
daciones de  Casanare.  Notas  215 

XI —  Itinerario  y  distancias  219 


11787TC  438 

05- 16-02  32180  MS 


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