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TOMAS CARRASOflILLA
FRUTOS DE MI TIERRA
BOGOTÁ
L I iJ R E II í A N
o i íH
I MEDARDO RIVAS
N FRANClaCÜ
PROLOGO
Había oído hablar con elogio de Frutos de mi tierra
á loa pocos amigos del autor que lograron, antes que yo,
conocer el manuscrito; pero confieso que, cuando llegó
mi turno y puda á mis anchas examinar y apreciar tan
primoroso trabajo, fui sorprendido por la maravillosa
fidelidad de la pintura, la honda y sostenida observación
de caracteres y de costumbres que preside aquella serie
de cnadros, y el color p^-ot^amente local, íntimamente an-
tioqueño, de la obra, A 'me á comunicar á Carras-
quilla, condiscípulo y ai^.^ 3 mis buenos tiempos, estas
impresiones, y lo urgí á que procediera sin demora á su
publicación, no por cortesía para con aquel amigo (cortesía
acaso explicable en quien no lleve la franqueza al extre-
mo á que en mis relaciones amistosas la llevo yo), sino
porque estoy convencido de que su libro será uno de los
mejores entre los que hasta ahora ha producido, en su
género, el ingenio colombiano.
No contribuyó poco á mi agradable sorpresa el haber
hasta entonces ignorado que Carrasquilla, de quien pocas
noticias había tenido después de nuestra vida común da
estudiantes, en los claustros dé la Universidad de Antio-
quia, hubiera dedicado su tiempo y su claro talento á lec-
turas y estudios de índole puramente literaria y á ensa-
IV PRÓLOGO
VOS en el arto uifícil de dar forma, por medio ¿e la pala-
bra escrita, á las imp'-esiones ó ideas de nuestro ser seusible
y pensante; tarea en extremo delicada y exigente y que
no llega á hacerse cea absoluto dominio y nitidez efno por
el que ha nacido con vocación para ella y ha logrado vencer
las difionVadcs externns é internas con que tropieza todo
escritor al tratar de estereotipar en el papel su pensa-
miento. Entonces supe que un cuadrito da costumbres
firmado con seudónimo y publicado hacía poco con el
titulo de Simón el Mago, que me había llamado ía aten-
ción por pu donaire y gracejo, era obra de mi amigo,
quien, retirado hace algunos años á San^^o Domingo, villa
asentada como un nido de águilas en lo alto de nuestro
quebra<lo territorio, hacia el Nordeste, en el riñon mismo
de las sierras y cordüleras antioqueñas, lleva vida apaci-
ble de í'studio y observación, en clima sano y agradable;
libre de toda preocupación ó cuidado que pudiera des-
viarlo de sus aficiones y meditaciones; en esa dichosa
mediocridad de fortuna — en la cual, teniendo todo lo ne-
cesaáo, se carece de las tentaciones de la ambición — que
es la atmósfera más propicia para el trabajo de la inteli-
gencia; céübe; sano de cuerpo y de alma y rodeado de
afectuoso ambiente: condiciones todas las más adecuadas
para estudiar, pensar y e&cribir.
Es del caso observar que rara vez aciertan á combi-
narse estas especiales condiciones con una verdadera vo-
cación y un talento claro y equilibrado, que sepa ir dere-
cho á su objeto sin las vacilaciones, perezas y desfalleci-
mientos que producen perplejidad cuanto á los temas ó
asuntos que convenga tratar y al modo como han de tra-
tarse, ó hacen dejar para otra ocaHÍóu la tarea, ó presen-
tan lo que de ésta se ha hecho como demasiado imper-
fecta, y nos inducen ;. abandonarlo ó destruirlo. Y como
qu'i^ra que « el arta es largo y la vida breve,)) los días,
loa meses y los años utilizables se pasan sin que S'\lgaraos
deesa esterilidad inquieta y dolorosa, de donde resulta al
fin de todo ello \ina existencia inútil, y el pesar, qua es
casi un remordimiento, c!a suponer que acaso con algjia
esfuerzo sostenido por parte nuestra, pudo haber sido
PROLOGO V
fructuosa. «Pudo haber sido!,..» la triste naso quo
aterraba á "Wbittier.
Conviene a mi propósito introducir aquí una digre-
sión, que no estará dol todo fuera de lugar. Bien se quo
bace años ae dijo en tono axiomático que entre nosoti'os
no puede baber verdadera novela ni verdaderos novelia-
taa, porque nuestra sociedad carece de clases perfecta-
mente caracterizadas y diferenciadas entre sí; y que esa
afirmación, que pertenece íi las que por su carácter y
amplitud provocaban la sonrisa desdeñosa de Lord Ma-
caulay, ba sido recibida con mansos signos afirmativos
por la gran cabeza de este Bovarj', conforme y respetable
tragavirotes que se llama el Público. Mus no me suena
muy bien tan contundente y fácil aserto. Veo que la
noción de lo que debe ser la novela va cambiando cada
día; que este cambio, como todo progreso verdadero, se
bace en el sentido de la simplificación; que en países
como los Estados Unidos y Suiza, donde la novela pros-
pera y florece gloriosamente, las viejas clases ó demarca-
ciones sociales no existen yá ó ban sido sustituidas por
otras cuya diferenciación principal estriba casi única-
mente en su mayor ó menor riqueza, y que, por consi-
guiente, en su personal, se cambian, se hacen y se des-
hacen cada día; que en esos países, así como en aquellos
donde todavía, total ó parcialmente, se conservan las an-
tiguas estruckiras sociale3, como Inglaterra, Alemania,
Kusia, Italia, Francia, España y Portugal, este género li-
terario produce sus obras más famosas y aplaudidas, siaí
necesidad de contraponer clases sociales distantes entre sí,'
sino, por el contrario, reduciendo el género á verdaderas
monografías, casi siempre tipos más ó menos incoloros de
la clase media, de esa burguesía quo desesperaba á Gau-
tiei", y que es boy, sin embargo, la dominadora del mun-
do, puesto que en beneficio suyo se han hecho y se están
explotando los principales progresos del siglo.
Veo también, como en síntesis, que el ansia de go-
zar lo más posible, á costa de cualquier sacrificio ó abdi-
cación, en esta vida, sea porque yá no se cree en la otra
futura ó porque temerariamente se hace de ella caso
VI PRÓLOGO
omiso, aguijonea á la porción de humanidad que á sí
misma se llama civilizada, y la empuja en desatentada ca
irera en persecución del dinero, llave infalible de todas
las concupiscencias; que la facción característica del final
del siglo en que estamos viviendo es una exageración
monstruosa de la noción de este factor y una consiguien-
te depreciación de la de elementos ó resortes que antea
gozaban de igual ó mayor prestigio, con lo cual se ha
desequilibrado esencialmente la marcha ascendente de la
civilización, tal como la entienden y definen los más
lavanzados pensadores; que la moralidad y el saber no son
¡yá sino factores secundarios en ese desarrollo; que este -
,'afáu reinante, ayudado por el espirita cada día más utili- 1
(tarista y estrecho de las enseñanzas é instituciones en
'boga, Tía hecho más en la obra de borrar las antiguas
demarcaciones sociales y reducir á valor casi nulo lae
tradiciones de nobleza y las jerarquías de sangre, que la
tremenda Revolución francesa con su esponja ensangren-|
tada y el pasmoso poder de su propaganda política, hastsi
llegar á dividir virtualmeute las sociedades en sólo dof
clases, que se odian por miedo ó por envidia: la de loí
que tienen y la de los que no tienen dinero, clases que
tocándose en su punto de partida, se alejan luego una d(
otra hasta llegar, magnificándose alarmantemente, á ex
tremes cuyo contraste y contemplación hau hecho ger
minar con desusado vigor en nuestros días las sectas so
cialistas. i
Y volviendo luego la vista á nuestra propia socie- 1
dad, me encuentro con que los mismos fenómenos que S(
observan en las más antiguas y avanzadas, están verifi
candóse aquí, donde, no por ser menos violentas las re
acciones, dejamos de presenciarlas y de sufrirlas. I
Y sigo creyendo que — puesto que, gracias á las facij
lidades de comunicación universal, á los libros y periódi;
30S y á los progresos y economías de tiempo y de trabaje
jue van introduciéndose en todas las manifestaciones di
la actividad humano, nuestra sociedad no es sino un:
'provincia de la gran sociedad civilizada del mundo, go
bernada por las mií-mas leyes generales y sometida en 1(
PROLOGO VII
esencial A las mismos faces do desarrollo — las condiciones
que presiden la producción literaria y deciden de su ca-
rácter y alcance, deben ser aquí las mismas (]ue se obser-
van en otras naciones, sólo modificadas j;or las circuns-
tancias peculiares de nuestra sociedad. Por donde se me ¡
muestra patentemente, ó tal me parece, que aquello de la '
falta de Novela por la do clases sociales bien caracteri- í
zadas, no pasa de ser una pamema.
Sin necesidad de explotar esa contraposición de
clases, y con el mero relato de sucesos naturales do diaria
ocurrencia, acaecidos en la vida de gentes que en nada
se distinguían especialmente de la masa social en cuyo
seno existieron y en las condiciones más comunes y nor-
males, escribió Jorge Isaacs su María, novela de primer
orden en todo sentido, aunque los que no aceptan que
ésta pueda existir sin sucesos extraordinarios y trances
absurdos, la han colocado con desdén magistral, ya en el
género idílico, ya en el de cuadros de costumbres. El
argumento de aquélla no puede ser más nacional: los
tipos que el autor pintó é hizo funcionar se pueden hallar
todavía en aquellas regiones, á jiesar de los cambios que
van introduciéndose en las costumbres de nuestra inci-
piente sociedad; los paisajes que copió,' ahí están, indeci-
blemente bellos, en ese prodigioso Valle del Cauca, del
cual sí que puede decirse que es " una sonrisa de la natu-
raleza"; y los sentimientos y pasiones que animan la
acción ¿no son acaso los mismos que desde que el hombre
cayó á la tierra vienen animando la familia humana, do-
minados por el amor, ese magnetismo del infinito, voz
augusta y recóndita de una fuerza superior é incontras-
table que habla á todos los seres y les marca fatal
camino?
Otros ensayos menos afortunados se han hecho entre
nosotros, de los cuales — omitiendo adrede la Manuela,
respecto ú cuyo mérito y carácter ha fallado yácou justo
aplauso el aprecio de los lectores — sólo citaré aquí dos,
que me parecen de los más notables: Don Alvaro, de don
José Caicedo Eojas, y el Alfá-ez Beal, de don Eustaquio
Palacios. Aquél, con todas las apariencias de una obra
VIII PROLOGO
meditada y pulida, aunque fría y casi sin vida, llena de
distiucióu y delicadeza y escrita con castiza pulcritud ;^
éste, sumamente descuidado en el estilo y lenguaje, da-
ñado en su efecto por la intrusión de las observaciones
del autor, que suelen ir en su ingenuidad hasta la pero-
grullada, con una acción que no corresponde bien al cua-
dro elegido, pero rico en detalles, verdadera resurrección
de tiempos yá olvidados, lleno de interés, de un mérito
muy superior al que le lia reconocido el público, y obra
do exhumación que ha descubierto tesoros que llaman á
gritos al novelista de más recui'sos á quien toque escribir
la novela de la vida colonial en el Cauca con esos ele-
mentos, tan parecidos á los que la señora H. H. Jacksou
explotó con habilidad y éxito envidiables al hacer en su
Bamona el análisis apológico de la vida y costumbres de
la población mejicana en California antes de la anexión
de este territorio á los Estados Unidos. Estos ensayos
tomaron como tema la sociedad del Virreinato y la
vida colonial, las que, vistas desde nuestros días, en esa
lejanía que borra las asperezas del aspecto, con la magia
que el tiempo comunica á lo pasado y el interés que ins-
piran las noticias relativas á gentes, usos y sucesos á que
retrospectivamente estamos ligados por tradición y afecto,.
y ricas en las diferenciaciones sociales, que entonces se
conservaban con una regularidad y una severidad tan
estrictas, debieron dar ocasión á aquellos escritores, si el
huero aforismo que vengo con hechos rebatiendo tus^iera
fundamento, para escribir novelas muy superiores á la
Haría, ya que ésta, al ser verdadera aquella tesis, no
debió resultar viable. Y lo dicho basta para mi objeto.
Vendremos á parar en que no tenemos sino con-
tadísimos novelistas, porque siendo de suyo difícil y exi-
gente este género, y nuestro país imo de los más pobi'e&
entre los poblados por razas civilizadas y de los más
atrasados en cultura literaria, es natural que sean muy
raros los individuos que, dotados por la Divina Provi-
dencia con el don superior de poder imaginar y exhibir
las escenas de la Novela, tengan al mismo tiempo ocasio-
nes y medios j^ra descubrir su propia vocación y lograr^
PROLOGO IX
por estudios, observaciones y ensa3'os pacienzudos, enca-
minarla y educarla, y puedan, además, dedicarse á esa
tarea, que viene á coronarse con la reposada, digna y no-
ble producción literaria, sin las preocupaciones y exigen-
cias diarias y prosaicas de la vida, sin el contagio de la
pasión política y sus consiguientes inquietudes y desa-
zones, que á todos ataca en estas repúblicas nuevap, y
contando, finalmente (y esta es falla característica de
nuestra situación en materias literarias), con un público
serio y entendido en que abundan los lectores de gusto
educado y severo, capaces de apreciar aquel trabajo y de
estimular material y moralmente al autor. En resumen:
que estamos demasiado pobres y atrasados para pagarnos
el lujo de tener novelistas; y que eetá muy lejano el día
en que la demanda de novelas nacionales sea tal entre
nosotros (pues no parece razonable contar para esto con
el público extranjero), que permita á nuestros novelis-
tas vivir de su profesión.
En poesía, sobre todo en la lírica, que es la que más
aficionados ha contado por acá, los requisitos para sobre-
salir son mucho menores y más naturales que adquiridos;
como que, desde luego, se trata de trabajos de poca ex-
tensión, en cuyo buen éxito y excelencia hacen más la ins-
piración y la oportunidad que el estudio y el esfuerzo,
cuya publicación — que generalmente se hace en perió-
dicos y revistas— no exige gastos á su autor, y que cuen-
tan con lectores entusiastas (aunque, en lo general, de
pésimo gusto, á que se debe en gran parte la índole ru-
tinaria y la pobreza de nuestras poesías líricas) en todas
las esferas sociales, desde los mancebos de barbería has-
ta la dama remilgada y bachillera. Así y todo, para pro-
ducir un poema de grandes proporciones como el Gonzalo
de Oi/ún, único en su especie en nuestra Antología, se ne-
cesitó que en su autor se reunieran no pocas condiciones
especiales que rara vez podrán combinarse del mismo
modo entre nosotros; pues, reduciéndome á examinar sólo
unas de ellas, es hecho constante que nuestros literatos
pertenecen á las clases pobres de la sociedad y viven
acosados por las necesidades; que los hijos de familias
X PRÓLOGO
ricas son, por lo general, los quo peor educaciÓQ reciben
por acá, y que cuando entre ellos aparece alguno dotado
de capacidades y aficiones literarias, rara vez tiene fuer-
za de carácter suficiente para quitar su atención de los
negocios y dedicarse á educar y explotar aquellas facul-
tades en bien do las letras.
Casi todos los Conquistadores de esta, parte de los
antiguos dominios de España en Indias y fundadores de
nuestras familias y de nuestro pueblo en cuanto éste
remonta sus orígenes hasta la Península, fueron hombres
de armas tomar: mozos de espada ó arcabuz; segundones,
los mejorcitos, desprovistos de toda cultura intelectual;
oscuros aventureros tan ignorantes y rudos como vale-
rosos; gentes de avería, en fin, sin bagaje literario, y que
mal podrían producir después por atavismo en su des-
cendencia espíritus inclinados á estudios y observacio-
nes de que ellos ni remota noción tuvieron. Que en otro
sentido, como era de esperarse ó de temerse, sí hemos
sufrido los efectos de la ley del atavismo. Ni después
hemos tenido, como. han tenido en Chile, en proporción
apreciable, cruzamientos de que hubiera podido salir
ganando nuestra raza en este concepto; cruzamientos de
cuyos efectos benéficos no puede yá dudarse y que ex-
hiben en aquella República tan gallardas muestras y en
la nuestra la figura prominente de Isaacs.
En tales circunstancias, los géneros literarios de cier-
to orden, así como los aprendizajes que exigen mucha
capacidad, larga aplicación y considerables gastos, han
tenido que andar entre nosotros de capa caída. Sin que
por eso dejemos, en nuestro loable pero infundado amor
propio nacional, da creer que vamos en esta última ma-
teria á (í paso de vencedores » y de dar credenciales de
hablistas á aficionados de pacotilla y de humanistas y
filólogos á dómines pedantes que, entre otras cosas del
oficio, ignoran el griego. ¡ Tan exacta observación es
aquella de que cada cual se complace en juzgarse apto
en lo que menos entiende y aquel refrán que dice que « en
tierra de ciegos el tuerto es rey ! » Verdaderamente causa
maravilla pensar que haya podido formarse entre noso-
PRÓLOGO XI
tros y por su propio esfuerzo el insigne Rufino J. Cuervo,
príncipe de las letras de Ilispano-América.
Si hasta el gusto por la lectura ha sido aquí escaso
y apenas ahora empieza á extenderse, y eso sólo en las
secciones que por la mayor proporción de sangre de blan-
cos en 6u población, ó por haber tenido gobiernos menos
ineptos y descuidadr/S, hau logrado que se generalice un
tanto en sus masas la enseñanza elemental; pues es sa-
bido que la inmensa mayoría de Departamentos tan po-
blados como Cundiaamarca y Boyaci'i, no sabe leer. El
hecho de haber aumentado muy considerablemente el
número de libros impresos importados; en los últimos
años — de los cuales, según so me informa, una gran
parte viene para Antioquia — y el de estarse fundando
Bibliotecas públicas, por iniciativa particular, en las más
importantes poblaciones de este Departamento, son da-
tos significativos y consoladores ; no debiendo preocu-
parnos demasiado, porque en estos comienzos y mientras
va formándose y aquilatándose el gusto de los lectores,
los libros importados y los que llenan yá los anaqueles
de esas bibliotecas sean en gran parte novelones insulsos
ú obras de poco fondo y escaso mérito, á la altura de la
educación literaria de los consumidores: el tiempo y la
lectura irán enseñando á éstos á buscar alimentos más
nutritivos y sabrosos.
Como pasamos de la Colonia á la autonomía en épo-
ca en que nuestra población estaba atrasadísima en gusto
y cultura, y entramos en una existencia de luchas intes-
tinas y ensayos desastrosos, a las veces ordenados por un
empirismo dogmático y ciego, y otras por un erróneo
prurito de festinadas experimentaciones in anima vili,
que no han dejado tranquilidad para nada y han hecho
de la vida en Colombia una pesadilla, al mismo tiempo
que da fuera nos han ido llegando muestras primorosas
del adelanto literario y científico de otras sociedades, en
nuestras masas, aun en las menos incultas, ha llegado á
calar la idea — en tan sólidas razones apoyada, aunque
acaso esas masas no acierten con el fundamento de su
juicio — de que no es posible que acá produzcamos en esas
XII PRÓLOGO
materias cosa que valga la peña de leerse, viniendo, con-
secuencialmente, á perderse todo aprecio por nuestros
autores nacionales, salvo contadas excepciones, que en
algunos casos se deben al bombo que los mismos intere-
sados ó sus comparsas han tocado á toda fuerza para lla-
mar á sí la atención, y toda esperanza de que algún día
alcancen aquéllos á sobresalir hasta competir, en el inte-
rés que sus obras inspiren y la excelencia intrínseca de
ellas, con Ifrs que vienen de ultramar abasteciendo nues-
tras bibliotecas y saciando el hambre de información, de
entretenimiento y de educación literaria que acosa á
nuestros lectores.
De suerte que mientras las necesidades y ahogos de
una sociedad tan pobre como la nuestra, han solido obli-
gar á los que tenían dentro de sí la vocación y capacida-
des propias para llegar á ser novelistas, á entrar por sen-
deros áridos, en que sucumbe aquella vocación y estas
capacidades se atrofian, quedando ellos reducidos á la
categoría de lectores de seguro criterio, y acaso inva-
didos de por vida por la sorda displicencia é irritabili-
dad que engendran á la larga los despechos minúsculos,
entre los pocos que hayan podido aunar á esas ventajas
interiores las otras condiciones de independencia, estudio
y atmósfera propicia jjara su trabajo, los más, convenci-
cidos de la pobre acogida que á éste habría de hacer el
público, y atemorizados por las enormes dificultades ma-
teriales de la publicación en naestro país, donde ésta ha
salido por lo regular carísima y en forma fea y defectuo-
saj han retrocedido, llenos de respeto por la labor inte-
lectual, y, absteniéndose de hacer el esfuerzo, siempre
penoso, de la creación literaria, se han contentado con
sentirse capaces de la hazaña, sin imponerse las miserias
de la prueba. De ciertos ensayos hechos por el prurito
muy socorrido de publicar algún libro, sea el que fuere,
es mejor no tratar.
Y he dicho todo lo anterior para mostrar cuánto
aprecio, indulgencia y estímulo merecen aquellos escri-
tores nuéíítros que, á pesar de tantas y tan grandes difi-
cultades y probabilidades de fracaso, se lanzan resuelta-
PROLOGO XIII
mente á la arena y presentan al público libros dignos de
ser leídos con avidez y conservados con esmero al lado
de las obras que se han conquistado yá un puesto en el
aprecio de los peritos.
Tal es el libro de Carrasquilla.
^yyft^.dn nrrtumbm en que para ligar la serie de
cuadros que la forman hay apenas la trama suficiente — ^
por cierto de poco valor en sí misma, sin que esto ami-
noro el de aquéllos, — quien la lea con cuidado, sobre
todo si por acaso topd antes con los originales, hallará
que el autor logró esta vez lo que es el más alto deside-
rátum en el género: reproducir con absoluta verdad los \
tipos y escenas que quiso retratar ó copiar en su libro. '^
Si eso logró y si lo hizo en estilo correcto y con lenguaje
tan castizo como lo permitía la clase de obra encomen-
dada á este instrumento, la parto del artista está bien '
desempeñada. Pretender buscar en una serie de cuadros ,
de costumbres trasceudentalismcs y doctrina, sería in- '
signe simpleza. Lo más que como enseñanza ó generaliza-
ción pudieran sacar del libro los que no admiten (jue se
escriba por escribir, como se pinta por pintar, es un sen-
timiento de abominación y desprecio para con la mayor
parte de los personajes que en éi figuran y con cuya cru-
da exhibición alcanzó el aiítor á hacerlos más odiosos y
repugnantes que si en buscar este efecto hubiera em-
pleado centenares de páginas de disquisiciones y anate-
mas abstractos: que eso satisfaga á los que en estas ma-
terias suelen tomar el rábano por las hojas. Bien que,
probablemente, este temperamento en que sitúo la cues-
tión es más de lo que en justicia corresponde á aquella
agrupación terca é inquieta que finge ignorar que, enw
esto de enseñanzas morales sacadas de las obras artístiy\^
cas, casi siempre hay más doctrina latente en el discí/
pulo que en el maestro, resultando el concepto final en
armonía con las tendencias ó ideas del primero; que suele
llegarse al mismo término por diversos carninos, como lo
prueba el hecho de que se sacó una impresión de aprecio
por la pureza y la rectitud en las acciones más ocultas
de nuestra vida, después de leer Iprcmessi spo-si de Man-
XIV TEÓLOGO
zoni, como después de leer el Primo Basilio de Queiroz;
y que cuando sólo se trata de obras de entretenimiento,
yá sabemos por boca de Merimée, quien formuló senci-
llamente el concepto popular, que « una cosa es tanto
más divertida cuanto más carece de conclusiones útiles ».
Pero la fidelidad de la reproducción es maravillosa
en esos cuadros: más perfecta, en su naturalidad, según
creo, que la que reina en las páginas magistrales de la
Manuela. Sin que deje de ser innegable que Carrasquilla
se dejó arrastrar en su trabajo, sobre todo al pintar sus
personajes, por aquella noción por todos tácitamente
aceptada en la práctica, aunque rara vez conscientemen-
te, que expresó Lord Macaulay en su estudio sobre Ma-
quiavelo, cuando dijo: " Los mnjores retratos son aque-
llos en que se lia puesto alguna ligera dosis de caricatu-
ra... Se pierde un poco en exactitud, mas cuánto se
gana en el efecto producido ! " La dosis en el caso que
analizo no sale do las proporciones convenientes.
Que pudo elegir Carrasquilla escenas y tipos menos
repugnantes, tarea fácil, dadas las condiciones y estado
de nuestra sociedad y nuestras costumbres, es evidente;
mas esta observación en nada amengua el mérito de la
obra en sí misma, y sólo probará, ó que el autor tomó
para ensaj'arse el primer grupo de gentes cursis o ab-
yectas con que trojDezó, sin preocuparse mucho ni poco
con el resultado final de su trabajo, el que por su forma
hace pensar que fue emprendido con el mero designio
de hacer algún cuadro naturalista, llevado luego por la
corriente misma de la acción y las tentaciones del mode-
lo á las dimensiones en que hoy nos es presentado, ó
que, viendo cómo algunos de nuestros más peregrinos
tipos y costumbres van desapareciendo, al propio tiempo
45ue otros nuevos van formándose, sin que, fuera — en
tesis general — de emborronadores de papel ó de escritor-
zuelos rastreros que pretenden el títalo de escritores de
costumbres porque explotan sin arte ni ingenio la pintu-
ra de lo sucio y soez, haya quien acuda á dejar de este
estado social una copia exacta y amplia, en que quede á lo
vivo reproducido, vino á resolverse á aplicar su observa-
ruüLOuo XV
ciÓD genial á gremios tan desdichados; ó no probará nada,
que os lo que sucede con casi todas las observaciones.
Pero, sea lo que fuere, una vez elegido el tema,
debió ser tratado como Carrasquilla lo trata: leal y ya-
lientemente, siguiendo el consejo que el viejo Polonio da
A su hijo Laertes respecto A la necesidad de ser uno fiel
á la verdad para consigo mismo, á fin de no llegar nunca/v
á la falsedad para con los demás; reproduciendo lo visto,'
oído y sentido, real ó imaginario, pero absolutamente
verosímil, tal como lo vio, lo oyó y lo sintió con su tem-
peramento de artista, y no escuchando el insidioso racio-
cinio de aquel barbero á quien George Elliot, en su Bó-
mola, hace decir : « los florentinos tenemos ideas muy
liberales sobre el lenguaje, y consideramos que un ins-
trumento que, como la lengua, con tanta eficacia puede
emplearse en adular ó prometer, debe en parte habernos
6Ído dado para esos objetos."
Es superfino agi-egar que el autor sabe mejor que
nadie que su observación se limitó á una porción muy
reducida de la agrupación humana á que pertenecen sus
^ersonajes;^ que todos. ellos, con tan pocas excepciones
que no vale la pena de citarlas, son seres primitivos y
¿EOSdTOfren quienes Ifv que Ariosto llamó naturaleza es-
clava se impone, por causas demasiado fáciles de hallar,
Bobre la naturaleza libre; excrecencias y tumores, nó
frutos de nuestra tierra ; y que sería tan absurdo juzgar
en globo á la sociedad de nuestra villa por los datos que
respecto á una porción especial, definida y muy restrin-
gida de ella, aparecen acopiados en el libro, como lo
sería el juicio que del modo de ser y vivir de todos los
parisienses formara algún lector intonso, con las infor-
maciones, por cierto muy detalladas y verdaderas, que
sobro algunos de éstos le suministra El Assomoir.
Sin que por lo que dejo dicho pueda tachárseme de
optimista y parcial, pues debo agregar, á fuer de obser-
vador despreocupado, que no se me ocultan muchas de
las condiciones defectuosas de que adolece nuestra gente.
Desde luógo, los españoles que se establecieron en el te-
rritorio que hoy se llama Antioquia procedían en su ma-
XVI PROLOGO
yor parte de Vizcaya, Asturias y Extremadura, y ti-aje-
ron consigo las ideas, costumbres y preocupaciones que
entonces primaban, y acaso aun hoy priman, en aquellas
agrias Provincias: afición desmesurada al trabajo; hábitos
de frugalidad, aseo y economía; respeto profundo á la pa-
labra empeñada; espíritu de religiosidad sincera y honda
— y por consiguiente eficazmente caritativa, — pero sin
mojigatería; grandes afectos de familia, dentro de la
cual cada uno se encastillaba y federaba; ansia de pro-
gresos cuyas aplicaciones les permitieran avanzar en bus
negocios y aumentar el bienestar propio y el de sus alle-
gados; especial aptitud para hallar sin esfuerzos ni con-
torsiones el lado práctico de las cosas, desde las más sen-
cillas hasta las más nuevas y difíciles, desde la organiza-
ción y orden de la familia hasta el manejo limpio y acer-
tado de las cosas públicas....
Con estas condiciones, que son en su mayor parte
cualidades, los defectos que á ellas corresponden natu-
ralmente provienen de la estructura y desenvolvimiento
de la vida social. Si después de establecido esto se
piensa que Medellín es una ciudad relativamente nueva;
que acá son casi desconocidas las gentes de casa aristo-
crática y los escudos de armas; que de todos los extre-
mos de nuestro terruño han ido viniendo á agruparse
aquí familias de estas condiciones, la mayor parte de
raza blanca pura, pero que no tienen que llorar perdidas
grandezas ó sentirse humilladas por la pobreza y la rui-
na, después de la prosperidad y el prestigio; que las más
antiguamente avecindadas y más satisfechas de su abo-
lengo, pronto se codean sin reparo con las de reciente
establecimiento, dominándolo todo un amplio sentimien-
to democrático muy loable, y un alarmante y pernicioso
espíritu de negocio y de nivelación por medio del dine-
ro ; que nuestros más acaudalados mülonario-s, casi en su
totalidad de pura cepa española que se complace en re-
producir aquí los más gallardos tipos de las provincias
septentrionales de la Península, eran ayer no más jorna-
leros ó mineros paupérrimos y deben su fortuna, ganada
en meritoria lucha, á su propio esfuerzo, ejercido en
PROLOGO xvir
forma do inteligencia, psrseverancia, actividad, Iiuura-
dez y economía; que á causa del aislamiento en que for-
zosamente tenemos que vivir per nuestra situación ex-
cepcionalmente mediterránea y por el ningún tiempo y
esfuerzo que aquí se dedican á esparcimientos sociales,
éstos son raros y de carácter agudo y anómalo; y, en fin,
que nadie entre nosotros se paga de oropeles y, buscando
en todo la solidez y la firmeza, se gasta la existencia en
bregar por independizarse de la necesidad, de la pobreza,
de la empleomanía, de la vida ú expensas del esfuerzo
ajeno y otras desdichas reinantes, y de las indignidades
''y menguas que éstas traen consigo, ó imponen, así como
en allegar á los descendientes medios de escapar de esas
horcas candínas, de donde salen quebrantados los carac-
teres y mutilado el ser moral; cuando en todo esto se
piensa, ningún observador serio extrañará la reserva de
nuestras costumbres ni hallará despreciable nuestro modo
de entender la vida. Sin que por éste — y esperando
mejores días, que al fin llegarán cuando tengamos fáci-
les comunicaciones con el exterior y haya pasado el pe-
ríodo de formación y acopio en que hoy estamos — deje
de serle permitido lamentar que con elementos de grata
actividad social como los que aquí poseemos yá; con
una naturaleza tan feuoraenalmente bella; con una situa-
ción tan pintoresca; con un clima que goza fama de
agradable; con ima raza de que son rasgos característi-
cos la inteligencia y la vivacidad, así como sorprendente
aptitud para descubrir el lado ridículo de las personas,
de las situaciones y de los sucesos y acierto esjDecial
para dar forma gráfica á esas impresiones, y cuyas muje-
res son, cuando lo quieren, modelos de distinción y de
elegancia; y con un núcleo de familias educada» y ricas,
que por su número, educación y riqueza sobrepasan la
proporción que naturalmente corresponde á la cuantía
de la población, la vida social sea aquí de una monoto-
nía desesperante, una verdadera vegetación y pueda to-
davía llamarse con justicia Medellín, usando de una grá-
fica expresión de Stendhal, " la patria del bostezo y del
razonamiento triste."
XVIII PROLOGO
En las escalas más bajas, aunque nó más humildes,
de esa sociedad, halló Carrasquilla sus tipos principales y
los que á ellas no pertenecen menos pertenecen á las más
elevadas. Los vio de cerca, pensó que mostrándolos satis-
faría una necesidad propia de artista y proporcionaría á
BUS lectores el regalo de un entretenimiento y esa bendi-
ción del cielo que se llama la risa, pero la risa genuina y
medicina], que es la que estalla con la contemplación de
lo ridículo (el que suele no ser otra cosa que la despro-
porción entre las pretensiones y los medios); y pasólos á
su lienzo con una fidelidad que pasma, exagerando lige-
ramente las actitudes grotescas y los trances risibles,
como lo están chulos y manólas, petimetres y damiselas
en los cuadros de Goya ; y con colores y luces que de
puro intensos parecen sencillos y son el resultado de una
observación ingenua aplicada á naturalezas robustas y
vivaces. La ironía, ese procedimiento tan difícil como
eficaz, que deja impresión de frescura amable en las Es-
cenas de vida clerical y de desoladora dulzura en La Aba-
desa de Joarres, es el medio de anotación que usa el
autor; ironía que, con apariencias á las veces de bona-
chona simpleza, haría creer al que no sepa leer el libro,
que Carrasquilla tiene alguna predilección especial por
tales ó cuales de los personajes, escenas y costumbres que
nos presenta, de donde podría deducirse un juicio erró-
neo respecto de las ideas, y acaso de los ideales de aquél,
lo cual es bueno advertir aquí para evitar equivocaciones ;
porque hay que eaber leer este libro, como todos los en
que, haciéndose á un lado cuidadosamente el autor, deja
funcionar sus personajes con tal libertad y naturalidad,
que al fin no sabe uno si son de aquél ó de éstos las no-
ciones é impresiones cuyo desarrollo está presenciando-
Idea que Pérez Galdós expresa con delicada sencillez
cuando en su primera parte de Nazarín dice: " yo mismo
me vería muy confuso si tratara de determinar quién
escribe lo que escribo."
Esos personajes, en el libro de Carrasquilla, nada
hacen ó dicen ó piensan que merezca calificarse de extra-
ordinario, ni mucho menos, mas como habitualmeüte no
í»ii6loqo XIX
•prestamos ateucióu á, los casos y vidas de esta clase, por
entro los cuales suele rodar accidental ó permanenteraen-
to la nuestra propia, tomándolas como manifestaciones
comunes do fenómenos elementales, cuando el autor des-
arma pieza por pieza toda aquella armazón, al parecer
sencilla y rudimentaria, nos sorprende tan inesperada
complicación de detalles y resortes, de propósitos y tena-
cidades, de expectativas y sorpresas, de" egoísmos y mi-
serias, de atavismo y deformaciones, presentándosenos
todo como un brote extraño de vegetación exuberante y
monstruosa — como se llenan de detalles y complicaciones
anle nuestros ojos sorprendidos, los bichos más diminu-
tos y á la. simple vista de conformación física más rudi-
mentaria, cuando les vemos al través de los lentes del
microscopio — ; pero sin que podamos dejar de reconocer
que asimismo y uó de otro modo es la realidad, que si
antes do acertábamos á formarnos idea de la complexi-
dad de esa estructura^ culpa era de nuestra ligereza y
prejuicios, y que quien así sabe entender, analizar y
exhibir todas esas reconditeces ha hecho yá mucho para
adueñarse de uno de los más poderosos y apreciables re-
cursos no sólo del arte de la Novela, sino también del
dramático.
El análisis que por medio de bien calculada exhibí- ■,
ción hace Carrasquilla de la sensibilidad de sus protago-
nistas es otra do las faces interesantes del libro. Tal vez
en algunos capítulos (v. g. el xx), recarga demasiado los
colores, tin que esto sea yá necesario para ayudar al
efecto; pero es la verdad que en ese trabajo despliega
una fuerza de observación de detalles que, por tratarse
de animalidades sorprendidas en la intimidad de sus im-
presiones, haco recordar el esmero con que Zola adivina
y apunta, en Germinal, las relaciones y confidencias de
Batalla y Trompeta, los dos caballos que bregan en cons-
tante taren en el fondo de los pozos y á lo largo de las
negras galerías de la mina.
Agustín y Filomena quedan despue's de leer el libro
tan perfectamente delineados y exhibidos, que yá nunca
los olvidaremos ni los confundiremos con otro alguno de
XS PRÓLOGO
los personajes que tengamos en Ja memoria por causa de
otras lecturas, y no nos queda duda alguna de que esos
sujetos, así, compuestos de todas esas pieoecitas que sin
grande esfuerzo aparente de análisis sicológico nos pre-
sentó el autor, han existido, existen ó pueden naturalmen-
te existir. Como personaje de segundo plano, ni dema-
siado visible ni demasiado confuso, en una media luz di-
fícil de hallar al escribir cuadros de esta especie, y que
con el juego de él permite que la acción se anime sin
complicarse, Belarmina no puede ser más natural. Cuan-
to á César, tan meloso y_cargan te como bellaco, todo lo
que á este respecto pudiera yo decir sería poco. Más mal
todavía de lo que á mi incapacidad corresponde creería
yo haber desempeñado mi oficio, si no agregara que en
mi concepto casi todo lo relativo á los amores de Galita,
que ocupa buenas páginas del libro, es, por lo excesiva-
mente diluido, inferior al resto y pudo y debió compac-
tarse y depurarse un tanto.
La descripción de la tienda de los prenderos, la del
Valle de Medellín, visto desde el Citcaracho, y el paseo
que á este último lugar hace César en compañía de su
prometida jamona, son capítulos magistrales, dignos de
la pluma de cualquiera de los novelistas veteranos que
en este ramo de pinturas, descripciones y relatos están
actualmente enriqueciendo con sus cuadros la literatura
española.
Mas no deja de asaltarme el. temor de que la obra,
no tanto por su crudeza y realismo atrevidísimo, á que
todavía no está acostumbrado el gusto de la mayor parte
de nuestros lectores, cuanto por tratar de tipos y costum-
bres esencialmente antioqueños, mucho más caracteriza-
dos y diferentes de los que se conocen, en condiciones
análogas, en el resto del país, que los de la Manuela, por
ejemplo, y por usar en sus diálogos de modismos, pro--
vincialismos y arcaísmos cuya significación escapará á
los que no hayan nacido ó vivido aquí ó — cuanto á los
últimos— conozcan las reliquias do vieja lengua caste-
llana que todavía se estilan en nuestras montañas, sea
mal entendida y poco apreciada fuera de Antioquia. Si
PRÓLOGO XXI
asi fuere, lo sentiré por los lectores que no gocen del
placer de saborear una á una las frases bárbaras ó pin-
torescas de nuestro pueblo. Y no aconsejaré que, como
se hizo con el Cultivo del maíz, do Gregorio Gutiérrez
(que es, probablemente, en su género, con la Lvangelina
de Longfellow, la más hermosa muestra de poesía de que
puede enorgullecerse la América), se ponga al fia del
libro un diccionario que ayude á entenderlo: especie de
fe de crraííií, civilizada, que poco ó nada sirve en la prác-
tica, pues el lector que á ella tenga que acudir cada vez
que tropiece con una palabra ó una expresión cuyo sen-
tido no alcance á comprender, sacará de la lectura una
impresión de descanso, interés y placer tan intensa, como
la del que, sin conocer el inglés, haya, con la ayuda de
una Gramática y un Diccionario, recorrido desde el prin-
cipio hasta el fin, leyendo y traduciendo, el Viaje senti-
mental de Sterne. ¿ Qué hacer en tal caso ? Pues... nada !
Y que c( los qne tengan ojos vean y los que tengan ore-
jas oigan.»
Así y todo, uo faltarán fuera de Antíoquia y de los
numerosos é importantes núcleos de población antioque-
ña esparcidos fuera de nuestro territorio, quienes acier-
ten, por una á modo de intuición del sentido común, á
comprender y saborear el de aquel lenguaje lleno á las
veces de donaire y color y otras lastimosamente vulgar y
pedestre, así como el de las_-£cases y giros de gusto y
casta un tanto discutibles que, en casos excepcionales y
nunca por ignorancia ó descuido imposibles de suponer
en quien con tanta donosura maneja el estilo elegante y
la dicción castiza, sino para hacerse más comprensible
y familiar, suele usar el autor. Tengo para mí que tal
vez habría sido un desacierto, desde el punto de vista en
que éste debe situarse, suprimir todo aquello, cambián-
dolo por la banalidad de un lenguaje paupérrimo que,
palabra por palabra, fuera comprendido y aceptado, con
idéntica apreciación, por toda la población de un país en
que, por ser tan extenso como es, y aquélla tan rala y
deseminada y tan desprovista de relaciones y comunica-
ciones, cada agrupación tiene sus modismos que casi for-
XXII PRÓLOGO
man. dialectos en algunas remotas regiones, complicado
todo, allá por los vicios de pronunciación de loa negros
y acullá por los de los indios, de modo que el color local
del habla, que es la mitad de la acción, se perdería á
trueque de que todos los lectores entendieran una rela-
ción que como tal nada tiene de sorprendente, y diálogos
y monólogos cuyo interés estriba en las peculiaridades
del lenguaje en que están escritos, que es el en que fue-
ron hablados. Y creo que do dos males se escogió el
menor.
Debiendo agregar aquí que no me guía en este caso
un espíritu de regionalismo estrecho y egoísta, sino im
sentido de aprecio artístico muy defendible ; sin que,
por otra parte, la tacha de regionalista aplicada á tontas
y á locas me asuste demasiado, pues sabiendo, como creo
que sé, dar á cada factor de los que familiarmente mane-
jan mi criterio y apreciación, su valor justo y exacto y
profesando intenso amor á la patria colombiana, no me
parece pernicioso, ni menos peligroso, que cada cual lo
tenga también en debida proporción, por el lugar en que
nació y por las gentes, escenas, costumbres, paisajes y
territorios con que entró desde la infancia en más íntima
comunicación y familiaridad; y se me alcanza que pros-
cribir y anatematizar este sentimiento natural y respe-
table, bajo máscara de un patriotismo tan estéril y pla-
tónico como rimbombante y con innegables propósitos de
explotación, no deja de ser tarea ingrata y poco en vi-
diable.
Si mis temores se realizan — lo que Dios no quiera — -
el círculo de lectores de Frutos de mi tierra se restringi-
rá considerablemente, en detrimento de la fama de Ca-
rrasquilla; mas, como éste se halla en todo el vigor de la
edad y ha tomado en serio la vida, es justo esperar que,
dueño yá de la popularidad en su terreno y con fuerzas
sobradas para mayores hazañas, querrá buscar lectores
y reputación fuera de nuestras breñas. No dudo que ha
de lograrlo, si para ello combina y explota materiales de
observación y trabajo que hoy más que nunca están á
su alcance.
rR<5L0GO XXIII
Por el triunfo que ha de conquistarle la publicación
de este libro, y por los que, mediante Dios y su propio
esfuerzo, habrán de corresponderle después, le envío des-
do aquí mis más cordiales parabienes. Todo nuevo es-
fuerzo que él haga, todo aplauso que obtenga, acrecerán
la gloria de la Patria y de Antioquia y serán motivo de
regocijo especial para sus amigos. Desde ahora mo iden-
tifico en pensamiento con los lectores que han de enten-
der y estimar intonsamente el libro que, por distinción
tan inmerecida como apreciada por mí, me ha tocado
presentar al público; y ruego al ausente amigo que, ex-
cusando la pobreza de ingenio y el poco acierto con que
he desempeñado la tarea — en la cual he querido reducir-
me á consideraciones generales para dejar á los lectores
el placer de sorprender, una A una y con su propio cri-
terio, libre de todo prejuicio nacido de ajenas apreciacio-
nes de detalles, las bellezas del libro, — vea en mi esfuer-
zo uaa pequeña prueba del aprecio cu que tengo su
obra literaria, así como una gratísima ocasión de recor-
darle mi antigua é invariable amistad, ya que, felizmen-
te, puedo desde mi oscuridad decir con el glorioso crea-
dor de Hamlet :
« / count myself in nolhing else so happy
As in a soul rememherivg v^y good friends.'»
MedellÍD, 18 de Enero de 1896,
Pedro Nel Ospina.
El autor .te reserva todos los derechos.
FRUTOS DE MI TIERRA
POR LA MAÑANA
lOR la puerta que comunica el cuarto del
zaguán con lojs corredores del patio, salió
Agustín Álzate, en camiseta y arrastrando
desaforadamente las chancletas de tapiz.
— Nieves! Nieveees ! — gritó espeluznado de la
pura incomodidad.
— Allá voy, hermano, — contestaron de adentro. '
Agustín se paseó resoplando y rascándose.
Oyóse á poco ruido de alpargatas, y apareció en
el corredor una mujercitaclorótica, medio gibada, del-
gaducha, cabello ralo, cara que no fuera mala á no
tener la boca torcida, que parecía vieja y joven á la
vez, vestida con traje de percal desteñido, la cual rau-
jercita traía una taza de café.
— No te he mandao, sinvergüenza, — berreó él, con
los ojos brotados y zapateando en cuanto la vio, — no
te tengo dicho que no me dejes entrar las negras á mi
cuarto?
— Hermano ! — exclamó Nieves muy sorprendida.
— Diónde saca usté eso ?
2 Frutos de mi herra
— De dónde ?.., Vení negámelol
— Mi palabra, hermano, mi palabra !... Yo mis-
itia arreglé el cuarto.... y nadie más ha dentrao!
— Y entonces, ¿ por^qué está todo pasao á cebolla
y á cocina ?
— Eso es parecer suyo, hermano, porque ni Car-
raen ni ña Bernabela han dentrao.
— Sí entraron, embustera, porque una almuhada
tiene un parche de tizne !... O es que vos no te lavas
las manos ?
— Cómo nó, hermano ! Vea — dijo mostrándole
la palma de la que tenía libre.
— No te las lavas, cochina ! — replicó él sin dig-
narse mirar, — y por eso me empuercates toda la cama.
— Vea, hermano: ese tiznao será de otra cosa....
tal vez eso que se unta en el pelo....
— Quién te lo estaba preguntando?... Echa acal
Y le arrebató la taza, derramando un poco sobre
las rebanadas de pan.
— Gass ! — dijo él escupiendo el primer trago, no
bien se lo echó. — Esto es una porquería !... Esto está
humao !... Toma llévate eso !
— Hermano, por Dios !... Pero si lo hice como
lo hago siempre I... Si yo no le sentí humo I
Y le recibió la taza y probó.
— Desasiada ! — gritó él dando terrible zapatazo.
¿ No te tengo dicho que no me probés mis comidas 1
Sobrao tuyo será lo que me traes todos los días 1
— Virgen santa, hermano ! — repuso Nieves aga-
chando la cabeza. — Usté sí que saca cosas...! ¿ No ha
/ — Por la mañana 3
visto, pues, que yo prebo todo aparte ? Como no lo
quiso, por eso probé.... y humao no está.
— Quítate de mi vista, maula!
— Y qué le parece, hermano, que ahora no hay
más leche pa hacerle más café.... ¿Quiere chocolate,
pues ?
— Nó ! No quiero nada!... Me voy para un ho-
tel, pues hasta hambre se pasa en esta maldita casa!...
Ya se ve: ni cama limpia le ponen á uno !
Nieves salió con las lágrimas en los ojos.
— Vení acá ! — gritó él. — Anda lávate esas manos
pa que me vengas á quitar esas indecencias de lá
cama ! Anoche no pude dormir con la ede;ntina....
Y mira: si vuelvo á encontrar esos parches.... ya
sabes !
Y el señor, pisando y resoplando muy recio, vol-
vióse á su cuarto.
Eran las cinco y media de la mañana. Agustín
abrió los cristales de los postigos, y la luz, filtrándose
por el encaje blanco de las cortinas, alumbró la es-
tancia.
Era ésta espaciosa y alta; el cielo raso blanquísi-
mo y con uno á manera de quinqué, de pantalla opa-
ca con tilindajos de cristal. Tapizaba las paredes papel
de afelpadas floronas y filetes doradosj adornábanlas
grandes oleografías, en marcos de gruesa moldura, dora-
da también, que representaban, unas á los soberanos de
Italia, y otras á unos frailes alegres paladeando sendas
cepitas de lo añejo. La cama, al frente de la puerta del
zaguán, con la cabecera arrimada á la pared, en medio
4 Frutos de mi tierra
de dos cómodas gemelas y con la mesita de noche á la
derecha, parecía una mamá rodeada de sus hijas; las
cuatro, de comino crespo y muy buena hechura, hacían
flux y llenaban el testero. El lado de la calle lo ocupaba
una tarima, — turquesa que llaman por aquí, — vestida
de lanilla verde y con cojines de lo mismo, sobre la cual
están los blancos de la cama, los almohadones y el
rollo, ahorcado con cintas en las puntas, todo de lino
y de letines^ muy bien puesto y encarradito, pues
estos trebejos poco más se usan acá, como no sea para
emperejilar las camas. Por el lindero del zaguán sigue
un escaparate de perchas, muy grande y mejor traba-
jado; después la puerta y luego el lavabo, que, fuera
de lo necesario, tiene de cuanto Dios ha criado en
frascos, botes y cepillos. Dos mecedoras de junco,
«una mesa redonda,» un reloj pequeño de bronce
sobre una cómoda, y un frutero de camargo sobre la
otra, completan el mobiliario, el cual se asienta en
tapiz envigadeño de cabuya, de fondo oscuro, á listo-
nes rojos y verduscos.
Nada que huela á libro, ni á impreso, ni á
recado de escribir.' Pulcritud, simetría y brillo, eso sí,
por todas partes.
Agustín vierte la jarra de porcelana azul en la
taza Ídem de idem, y, con mucho estregamiento, ja-
bonaduras y pujidos, sin derramar una gota, se echa
un lavatorio. Después de bien enjugado, espuma el
jabón, saca de un cajoncito las navajas, se da unos
brochazos por la cara, infla el cachete, y, la navaja
rapando, la esponja secando, pronto está aquel rostro
/ — Por ¡a mañana 5
como repulido con papel de lija. Seca y asienta con
sumo cuidado la herramienta, y, cada cosa en su es-
tuche, vuelve al cajón á alinearse con la equidistan-
cia y paralelismo que en todo pone Agustín. De una
caja salen unas barras con aforros de papel plateado;
la dentadura de carey se mete por entre la cerrada y
rucia greña; la barrita va pasando, va pasando, con
mucha maña, por encima del lomo del peine, y lo
rucio se ennegrece y relumbra. Cuando Agustín con-
sidera que todo está parejo, toma otro peine, se apar-
ta un tantico, se plantifica ante el espejo, guiña los
ojos, estira la trompa, y en la propia mitad se abre la
carrera, — no muy blanca que se diga; — peina á lado y
lado para abajo, ataca luego para arriba, y el copete
queda como sacado á pulso. Siguen perilla y bigote,
con pintura, aceitada y afilamiento.
Primero faltaría el sol que esta operación cada
mañana.
Como era día de arreglar el almacén, había que
ponerse traje que viniera al caso, y al efecto, sacó del
escaparate un terno color de algarroba, á listas diago-
nales más claras, y de saco á la d'Orsay, pues xA.gustín
no usa sino pieza de entalle y faldas.
Al fin, después de muchas estiradas de camisa y
apretamientos de hebillas y tirantes, guardó los pan-
talones que cambió, — que eran Iosjcon_que se levan-
taba,— les marcó el doblez á los que se puso, cerró
bien cómodas y escaparate, alineó y puso en orden los
cachivaches del lavabo, se cepilló, se echó pestorejos
y soplidos aquí y allá, dio cuerda al reloj de oro, y
6 Frutos de mi tierra
después de ponerse el brillante sombrero de copa,bas
ton en mano, se dio ante el espejo los últimos perfiles.
— Nieves, camina arregla esto ! — gritó, una vez
en el corredor, con bronca voz de mando.
— Allá voy, hermano.
Tomó el portante, camino del almacén.
¡ Tendría qué ver que en un Departamento de
Colombia, la demócrata, resultase alguien con aires de
realeza ! Vaya si tendría !
Pues es que Agustín Álzate tiene una tiesura,
un sacudimiento de cabeza, un modo de erguirse y
contonearse, y sobre todo, un pendoleo de brazos, un
andar y un compás tan dinásticos I
' Y sobre lo que él se procura, el cuerpo que le
ayuda: alto como un granadero, cenceño como un ve-
nado, el ojo pardo y saltón, largo el pescuezo, nariz
medio corva, ensanchada á toda hora y como aspiran-
do malos olores, boca desdeñosa, entrecejo fruncido,
dientes montados en oro, bigotes á lo Napoleón III,
cetrina la color y un tanto rugosa y acartonada la piel.
Destellos de azabache lanza su becerruno calzado; á
su ropa, flamante siempre, ni leve peluzilla se le pega,
ni átomo de polvo la empaña; su camisa, última ex-
presión de lo niveo, parece tallada de puro tiesa. Gas-
ta en sus palabras la concisión del magnate; no cede
la acera al más pintado; echa á codazos al que se la
disputa, y se pasa á la opuesta por no darla á las se-
ñoras; no saluda á nadie; mira á pocos, y á esos de
mala cara. No tiene más relaciones que las comercia-
les; no fuma; llueva que truene, se baña á las cuatro;
I — Por la mafiaua *7
en su casa le llaman « Agusto,» y los sastres le tiem-
blan, porque no hay obra que le satisfaga.
Nieves entró á la pieza, armada de la escoba de
esparto para barrer paredes, del cepillo encabado para
escobillar el tapiz, y del trapo sacudidor. Aunque no
había para qué, sacudió por los rincones y por detrás
de los cuadros; cepilló luego hasta sacar la tongada al
corredor; por sí ó por nó, pasó el trapo por las cubier-
tas de hule de cómodas y mes^; azotó el mobiliario,
y, por último, estregó la gran luna del espejo y sopló
el lavabo, sin tocar las menudencias, porque le estaba
prohibido.
— I Hoy como que amaneció el Cónsul con el
güevo ? — chillóla voz áspera de una mujer que entra-
ba al cuarto.
— Sí, Minita, — contestó Nieves quitando la funda
del tizne; hoy está con la vena !
— De la cama le oí los berridos á ese grosero... Y
qué fue lo que le aconteció ?
— Pues nada, holita ! — repuso laarregladora mos-
trando la tnnúdi. — Vé: por este suciecito fue todo...! y
que no durmió por eso,...! Y de bravo se le metió que
el café estaba humao !... | Ave María ! es que es tan
trabajoso !
— Y vos tan oveja.... que te la dejas pinchar de
estos demonios I... Te tratan pior que á mí, que es
cuanto se puede decir !.. y no te vale: mientras más
te cargan, más te les agachas I
— Pero yo qué voy á hacer, holita } si le contes-
to á mi hermano, pior se pone. Y qué saco con eso ?
8 Frutos de mi tierra
Mi hermana también es trabajosa á ratos.... pero mas-
que tienen sus cosas malucas, ellos siempre son for-
males con nosotras, y....
^No te digo, ala ? — interrumpió Minita furiosa.
— Si vos sos un tronco de carne con ojos ! Mostrame á
ver cuál es la formalidá..,. Vamos á ver: mostrámela !
Nos tratan como muías de carga !... Nos mantienen
pisadas! (haciendo ademanes de machucar). Y que
les sirvamos de rodillas!... Esa es la formalidá que
les encontrás ! A mí me tienen tan jaita,. tan desespe-
rada estos malditos...!
— Ave María, Minita! Usté si...!
— Vos qué otra cosa vas á decir, almártaga ! Si
vos tenes la culpa de todo !
Nieves no replicó, porque sabía que Mina (dimi-
nutivo tierno de Belarmina), en tocando este punto,
yá no estaba en sus cabales.
Era la señorita Belarmina larga, huesosa y alam-
brada, los brazos nudosos como rejos tiesos, los hom-
bros encaramados y contraído el pecho, la cara angu-
losa y juanetuda, chapas pintadas, ojazos profundos,.
de mirar cortante, nariz pico de loro, boca hundida,
dientes calzados con amalgama, voz como graznido,
y capid indómita y flechuda.
En la mañana de que se trata vestía traje de mu-
selina que fue negra, muy raído y roto por los codos ;
calzaba chinelas de pañete, no muy nuevas; y como
se agitaba tanto, parecía una gallinaza en riña.
La cual, viendo el silencio de Nieves, exclamó al
fin:
1 — Por la mañana 9
— Bien haces en fruncirte el pico, animal ! Ya se
ve: vos qué ?... Para vos lo mismo es, con tal que les
lambas.
Tampoco contestó, y Mina agregó:
— Valiente vida !... No sé cuál me tiene más éti-
ca, si el viejo ola bollona. Allá veres: hoy es el día
de las bullas con el misté; allá veres que el Cónsul nos
va á tragar ! Es decir.... ni las cocineras; porque las
cocineras el día que.se aburren se largan.
En el corredor se oyó un ruido entre carraspeo
y tos, y luego zumbido de faldas y pisadas. La despe-
chada Mina, en cuanto lo oyó, puso punto en boca y
salió apresurada, á tiempo que una señora entraba,
— Nieves, — dice ésta en tono reposado: — apenas
arregle aquí, póngase á arreglar la sala, y quite las
fundas, que mañana me dijo mi siá Chepa que venía.
— Bueno, hermana, — contestó Nieves muy humil-
de, á la vez que alisaba el tendido de la cama y forma-
ba bien las esquinas de los colchones, según el man-
dato expreso de Agustín.
— Hacele bien hechas las punticas: si no, te come
aquél ! — dijo la señora, muy sonreída, al ver el cuida-
do que Nieves empleaba en la operación.
— Figúrese cómo es él de discontento ! — contestó
ésta alzando la cabeza, como iluminada de repentina
alegría.
No era para menos, que yá se estaba temiendo
que su hermana se levantara también «en el rucio,j^
como los otros; y cuando esto sucedía, que no era
pocas veces, quedaba á tres fuegos esta alma de Dios.
10 Frutos de mi tierra
La señora se dirigió al corredor de la cocina, en
busca del chocolate.
Por lo gordota, cogotuda y campante, bien se co-
nocía que la señora « vendía al contado » : el talle cor-
to, rollizo y papujado lo ceñía un saco de linón blan-
co, con golas de franja y listicas caladas; desde el re-
meneante y altísimo caderamen pendía y se desparra-
maba en amplios pliegues una falda de lanilla azul
fuerte, bajo la cual se agitaba un torbellino de almi-
donados trapos. Eran los brazos molledones y tron-
chos, las manos pompas y con muchas sortijas. El
rostro, pintoresco en sumo grado: de la papada al
remate de la frente, y de oreja á oreja, capa heroica
de polvos; en cada moflete, encendido parche de vi-
nagre rojo; arribita del labio superior y á la izquierda,
un lunar de relieve con pelos; cejas abundantes y
muy bien engrasadas; ojos ígneos, negros y rasgados,
llenos de juventud, que lo mismo se humedecían que
chispeaban á la menor causa; nariz chata y bronca;
labios gruesos, hendido el superior, que, con su exce-
siva movilidad, dejaban ver unos dientes amarillentos,
bien conservados y parejos. Lustrado con betún pa-
recía el pelo, que se torcía detrás de las orejas, for-
mando dos riscos adelante, se atrincaba atrás en dos
trenzas, para cruzarse en abultada moña, rellena de
elementos extraños. Tiene abajo del cogote un morri-
to de grasa; una sarta de corales chamizudos en la
llena garganta; dos sortijas de pelo, — de esas que lla-
man cachacos, — en cada sien; zarcillos de pensamien-
to con centro de piedra; y sobre la moña una peineta
/ — Por la mañana 11
cartagenera que en letricas de oro reza: (t Filomena
Álzate í.
Con el último trago del chocolate se levantó Fi-
lomena y sacó del bolsillo del traje un portamonedas
de mallas de acero.
— Tomá,hole, — dijo dirigiéndose á Mina y po-
niéndole en la mano, según iba enumerando: — Los
tres riales para el misté de Agusto; los dos para los
güevos... .
Y que tanto para lo uno, y que cuánto para lo otro,
y que un real para aguacates, hasta completar doce.
— Con esto no alcanza,— objetó Mina. — No hay
sino maiz y frisóles: de todo lo demás hay que com-
prar, hasta dulce !
— Pues ai te encimo dos riales.
— Tampoco hay: ¿no sabe que todo está muy
caro?
— Pues usté verá cómo hace, pero más no le doy.
¡Imposible aguantar un platal todos los días !
— Pues verá que no alcanza.
— ¿ Y cómo á Nieves sí le alcanza ?
— Es que esta semana está más caro todo I
— Aunque esté.
Y sin más replicar, se retiró Filomena remeneán-
dose; envolvióse en un a pañolón de abrigo,» apiza-
rrado y con chillona guarda coloiada, y, contoneo va
y contoneo viene, tomó la calle, pues la señora era
comercianta ó cosa así.
Ella que sale y Mina que se dispara al cuarto, ex-
clamando:
12 Frutos de mi tierra
— Vé las cosas de aquella hambrienta ! — y tiró
los reales sobre la cama. — Dizque ridículos catorce
ríales para hacer hoy el mercao!... Y vos tenes la
culpa, so atembada, que te pones á tásales el chimbo
á estos lambrañas !
— Vea, Minita,no se confunda... Cómpreles á ellos
sus cuidos, que ai comemos nosotras cualquier cosa.
— Esto es lo que más injuria me da ! — chilló Be-
larmina agarrando á la otra por el pelo y tirando á
toda gana. — ¡ Esta animal de cuatro orejas !... Como
los tenga bien jartos, aunque nosotras vivamos muer-
tas de hambre ! Ai te dejo tus catorce riales pa que
hagas vos el milagro.
— Sí, Minita, no se noje por eso,. . ¿ No le he
dicho, pues, que yo le despacho á Carmen masque no
sea semanera ? Vayase tranquila á su costura.
Nada tranquila que salió.
Por orden superior, emanada de Agusto, las dos
se alternaban por semanas en el desempeño de la casa,
tocándole á la una arreglo y aseo, y á la otra lo refei-
rente á comida. Despachar lo último llamaban ellas ser
semanera; pero casi siempre Nieves lo hacía todo, si
bien Mina era la responsable en su ramo y período
respectivos,
Luego que el cuarto de Agustín quedó como
unas platas, salió Nieves para la despensa, en donde,
ayudada de un puñado de maíz, que era su aritméti-
ca, ajustó con Carmen el negocio de la compra.
En seguida se cogió el cabello, á todo correr; se
medio lavó, y, con los útiles del caso, dejando en la
/ — Por la mañana 18
puerta las alpargatas, para no ensuciar el tapiz, en-
tró á la sala.
La cual se abría los domingos, sin que la viesen
más que les transeúntes que ojeaban por las ventanas, y
doña ChepaMiranda, única persona quevisitabala casa.
Tiene el salón dos ventanas á la calle, puerta á
la pieza que tan impropiamente llamamos antesala,
y la de entrada ; las cuatro con cortinas caladas de
dibujos color de calostro y fondo granate, colgadas de
una tira de latón dorado con relieves, recogidas en
ganchos de flores de loza y atadas con cordones re-
matados en borla. El cielo raso tiene friso y tres rose-
tones de estuco, y cada rosetón una bomba color de
rosa. El papel es rojo con arabescos de oro. Pegados
á las paredes se atoran un juego compuesto de doce si-
lletas, cuatro sillas y dos divanes, de madera negra y
acolchado de seda encarnada, y cuatro consolas, ne-
gras asimismo, de estilo rococó y con muchas calco-
grafías de nidos y pajarracos. Correspondiendo á cada
una de aquéllas, y ligeramente inclinado, cuelga un
espejo oval, de una vara de altura, con marco gordo,
dorado y copetudo. En el centro, mesa oblonga, her-
mana de las consolas; tapiz de pelo, con medallones
rojos y festones de margaritas, añadido en cuatro tiros
y medio. Todo nuevo, puesto á codal y escuadra, con
esa afectación, esa simetría sistemática que quita á los
muebles su lenguaje é imprime á las habitaciones
cierto aire de arreglo de iglesia.
Ocho diosas de yeso, convertidas en payasas,
adornan las consolas. «Pues no ve ? Agusto que fue
14 Frutos de mi tierra
á comprar esas monicongas tan indecentes ! i» y á Fi-
lomena le dio tantísima vergüenza, que vino en po-
nerles enaguas depercalina rosada y amarillas gorgne-
ras de linón. ¡Bonita es ella para desnudeces griegas!
En medio de cada par de divinidades se levanta,
de entre jardinera de porcelana, un frutero de catnar-
go, con pintura de carmín, ocre y verdacho, fabricado
por Agusto y Nieves; sobre la mesa central, otro al-
tísimo y puntiagudo, de igual material é igual proce-
dencia, i Cuidado no los picoteen el par de toches di-
secados que se están posaditos en los ganchos del cor-
tinaje de la antesala !
Pasó Nieves á esta pieza. De Dios y su santa
ayuda había menester para sacudir y volver á ordenar
todo aquello. Dos mesas y una cómoda atestadas:
cofrecitos de conchas, perritos de loza, platicos de
cristal, copas, florerillos, canastillas de perfumería y
otras cien cositas más.
Todos los prodigios de la paja de trigo, de la
viruta, del helécho, enmarcando láminas realeras,
formando las más extrañas creaciones, se apeñuzcan
por ahí en las paredes. Cascaras de huevo forradas en
junco, con muñequitos recortados, y unidas en racimo,
•también hay; y canastillas-avisos de la Emulsión de
Scott, de á cuatro ó cinco en sarta, también; y alma-
naques de la misma Emulsión.
En el centro de todo, cual cometa en constelado
firmamento, se destaca, allá sobre la cómoda, la vera
efigie de Agusto, de tamaño natural y de medio cuer-
po. La valiente brocha de Palomino lo representó
/ — Por la mañana 15
sentado, en actitud meditabunda: la siniestra mano
empuña el bastón, mientras la diestra, cuyo corres-
pondiente codo se apoya en un mueble tendido de
damasco carmesí, sostiene, á lo Julio Arboleda, la
egregia cabeza y ostenta la gran sortija de esmeralda.
Del escotado chaleco pende, en majestuosa onda, la
leontina, que le costó á Agustín trescientos pesos.
En el costurero^ donde jamás sé cose, baja un
poco el tono, si bien continúan la Emulsión y la paja:
« Esteras antioqueñas », unidas con trenza; par de
turquesas, de percal rojo, con sus respectivos cojines;
taburetes de vaqueta pintada y con grabados ilumi-
nados que suponen la historia de Colón ; almohadi-
llas,— dormilonas que decimos por aquí, — pendiente?
de tres cordones y á dos metros de altura, formando
ringlera con unas muñecas muy galanas, aseguradas
del pescuezo; una jaula verde con canario, colgando
de la puerta-ventana; crochet en los taburetes, cro-
chet en los cojines, crochet en las dormilonas.
Sigue después el cuarto de Filomena, que es muy
lujoso; luego el de Mina y Nieves, con sus camitas
de comino, tendidas con colchas de muestrarios de
percal, con un San Antoñito pesetero y una Dolorosa
á la cabecera de Nieves, y con dos baúles y unos ca-
jones vestidos. Sigúele el <r cuarto del rebrujo y>, con
mucho coroto y mayor orden. Allí está la máquina
de coser, del número 8, que les regaló Filomena á alas
muchachas d, con tal que le hicieran los trajes y de-
más costuras de la casa. Allí cose Mina, y Nieves re-
mienda y apedacea medias.
1 6 Frutos de mi tierra
Da este cuarto á un pequeño corredor, donde
esíkel aguamanil de veidad; al corredor sigue un
patiecito, con el baño en la mitad, rodeado de «azuce-
nos de Obando » y con una rosa canaria enredada en
las tapias.
Barridas y arregladas estas piezas, tornó Nieves
al aseo de los corredores principales, que son muy es-
paciosos y alegres: tiestos con matas en los bordes;
guardabrisas entre poste y poste; las paredes, cubier-
tas con papel-mármol y zócalo de balaustrada; Suiza
y el Tirol, en hermosos paisajes, prendidos con cinta
roja y estoperoles de cobre ; el patio, de menuda pie-
dra y levantado en forma elíptica, luce en el centro
una columna coronada por un jarrón, en cuya cuenca
medra deshecha en ramos una « yedra de San Juan,»
ia más hermosa de nuestras flores.
Al través de los vidrios de la ancha puerta del
comedor se ve una mesa con apéndice en figura de meri-
diano en los extremos, tendida de alemanisco; en la
mitad, un taller giratorio, vacío y virgen ; una frutera á
cada lado, con algunas naranjas lamosas y sendas pinas
pudriéndose; seis servilletas arrolladas en sus aros,
puestas simétricamente; dos aparadores con mucha
cristalería, virgen también; dos cómodas adheridas á
la puerta-vidriera, donde se guarda la incólume vajilla;
y tres bombas que no conocen vela. Porque el comedor
es para que se vea: el de verdad estáatrás, en el corredor
de la cocina: una mesa cualquiera, tendida ó sin tender,
donde comen Agustoy Filomena y algunas veces Mina,
que lo que es la otra, yanta siempre junto al fogón.
I^Por la mañana 17
La casa, toda de comino, con muy buenas cerra-
duras, estÁ pintada de verde, con filetes de otros colo-
res, y de « imitación madera crespa » en los tableros
de las puertas, exclusive la del comedor y las interio-
res, que están barnizadas.
El esmeradísimo aseo, el arreglo prolijo, caracte-
rísticos de Medellín, brillan en esta casa desde la pe-
sebrera hasta la calle, del callejón de a la puerta falsa»
al lindero opuesto.
Es muy central: en el riñon, como quien dice:
Calle de las Queseras del Medio, número iii.
Y antes de enredarnos con esta gente, será bien
dar un salto atrás, á fin de cogerla desde sus pañales.
II
HISTORIA ANTIGUA
A seña Ménica Seferino quedó viuda del maes-
tro Álzate, con una runfla de siete mucha-
chos y una casita de mala muerte por único
patrimonio.
Como no era hembra de lloriqueos ni pataletas,
pronto se dejó de lutos, y emprendiólas con el traba-
jo. Con la labia que Dios le dio, logró sonsacarle, en
calidad de préstamo, dos onzas á un su compadre. Al-
quiló un oficial de carpintería, y, con cuatro tablas
viejas y unos cajones de pino, trasformó la sala en
tienda, de la noche á la mañana. Fuese al mercado é
hizo una compra por lo grande, consiguiendo además
que le fiaran un tercio de harina y una damajuana de
aguardiente: pues al mes ya teníala pulpería comple-
tamente montada. Puso á Onofre, el mayor de los
tres muchachos, á asistir la venta, en tanto que ella
y Juanita, la mayor de las niñas, se andaban por la
cocina, hinchendo tripa, moliendo cacao, y en aquel
brete de amasijo y horno. Al cabo de cuatro meses
había comprado todos los enseres del oficio y hecho
construir dos monumentales chiqueros, en los que
// — Historia antigua 19
aprisionó cuatro puerquitos. Comprometióse con todo
el barrio á pilar un mundo de maíz, á trueque del
afrecho y la aguamasa; se hizo á un par de pilones,
y cátame á los zarrapastrosos chiquitines pegados de
las manos de pilón, suda que suda la gota gorda y
haciendo pucheros; pero con el genio y el rejo de
la seña Mónica no había remilgos.
El cuento del ventorrillo y los puercos prospera-
ba que era una bendición, y la empresaria, encariña-
da con el lucro, quiso dar ensanche al negocio. Sacó
la hucha, que yá tenía <r á plan de baúl,» y contrató
quién le hiciera, en todo el largo del corral, una me-
dia-agua, á tejavana, con su canoa y una veintena d-e
argollas, empotradas en la pared. Hizo clavar en el
corredor del patio una hilera de palitos numerados, á
modo de percha, y luego dio aviso verbal á todo el
que llegaba á su tienda de que cuidaba bestias y guar-
daba monturas, á real y medio el día. Divulgada la
noticia, principia el efecto.
Agustín, el mediano, que corría con el arreglo
de escobas para el horno, con pilada y lavado de
maíz, fue promovido á las altas funciones que la nue-
va industria reclamaba, con obligación de hacer la
chicha y los mandados; y Pedrito, el menor, quedó
en reemplazo de Agustín.
¡ Y qué hábil y metódico resultó éste i jamás el
freno de Juan se le trocó por el de Diego; la yerba y
caña, repartidas por alquitara; enviárale Dios bestias,
que dónde acomodarlas no faltaba. Pues, y la chicha "i
Y eso de ponerse en un credo en la plaza y volver
20 Frutos de mi tierra
con aquel costal de compras?... con ser que el pobre
no estaba muy católico de pies, que con las andanzas
y trasteos por la pesebrera, lo cogieron las niguas por
su cuenta y no lo dejaron en paz hasta pararle los
dedos y tumbarle las dos uñas grandes; y ni la hiél
de vaca, ni el sebito caliente, ni la otoba, fueron
parte á que sanase; pero así, patojito y todo, se
despachaba á las volandas.
A más de los cinco ó seis pesos que, entre los
martes y los viernes, — días de mercado, — dejaba el
cuido de caballerías y la guarda de monturas, ocasio-
nó esta industria la venta de almuerzos á las gentes
que venían á vender. Por real y medio daba la seña
Mónica ajiaco, tamal y tazón de un brevaje compues-
to de cacao, mucha harina de maíz y su poco de hí-
gado de res. Era cosa de quedar rendida de ser-
vir, soplar y batir; mas no de llevar la paga al bol-
sillo.
Como á la gente principal del barrióse le antoja-
se probar los guisos de la seña Mónica, quiso ésta dar-
les gusto, y los domingos les vendía de lo bueno. Y
qué almuerzos ! Todavía se recuerda con gastronómi-
co deleite el espesor de aquel mondongo, la suculen-
cia de aquellos tamales !...
Entre las pesebreras, la cocina y el ventorrillo,
fue creciendo la familia, arrullada por el lucro; y al
verlos á todos tan espigaditos, hizo Mónica su calave-
rada: compróles giiacintofies de cordobán, trajes de
muselina y ajuar de oír misa á Juanita y Nena, y
muda entera á Onofre y Agusto. ¡ Qué feliz se sintió
II — Historia antigua 21
el caballerizo cuando estrenó ese atavío, suyo desde
nuevo ! ¡ Cómo bendijo la industria copacabaneña
cuando vio ocultarse bajo la capellada del alpargate
los estragos de la nigua i
Al relegar aquellos nefandos pantalones de dril,
que tanto tormento le dieron á causa de los boquero-
nes de la rodilla y de los anteojos de las posas; al
contemplarse tan peripuesto, digo, se dio cuenta de
la dignidad, de la grandeza del varón. Con la mugre
y los remiendos cayó la venda. ¿ Cómo había vivido él
diez y siete años con aquellos andrajos ? ¿Pensaría su
madre que eso iba á ser para los domingos solamente.'*
Eso sí que nó! vestirse siempre muy bien, como él
se merecía. Pues no faltaría más que volver á usar
esa ruana bogotana que se arrollaba por las puntas
como hoja de plátano 1 Eso para el bobo de Onofre.
Había de ser Agusto el Narciso de los Alzates, y
éste fue el primer preludio.
Desde ese día paró moña, y ¡ adiós chicha, man-
dados y pesebrera ! Cada rato armaba un lío con la
seña Mónica, hasta que declaró que lo que él quería
era botas. Túvolo ésta por loco rematado, y en verdad
que botas en esos tiempos, y en mozo de la laya de
Agustín, era para asustar; pero tanta jeta estiró él,
tanto descuidó sus deberes, que, para ver de endere-
zarlo, accedió ella y contrató unos borceguíes con el
maestro Caleño, zapatero popular en ese entonces.
No fueron así no más las torturas y fatigas con
la tal invención. Otro hubiera dado al diablo con los
cueros esos; pero al Agusto no lo apearon de las
22 Frutos de mi tierra
suelas ni los repelones, ni el agua-sangre que mana-
ban las sacaduras^ ni la rechifla de los muchachos
cuando lo veían patojín patojeando, « con las niguas
en el oscuro.» A todo se sobrepuso: por sobre ascuas
y espinas era, pero daba los primeros pasos hacia el
ideal que perseguía.
Con tales aprietos empeoró tanto, que la seña
Mónica estuvo « á cantos de coger el monte.»
— Liaseguro que el patojo éste me está quitan-
do la vida ! — exclamó una vez con amargor maternal.
— ¿ Pero qué es lo que querés, enemigo malo ?
-~\ — Lo que quiero es que busté me ponga una
tienda á.^ solo, — replicó Agusto en tono imperioso.
— Vean este sofístico !... ¿Y diónde diajos saco
yo plata "i
— Del baúl I... O si no, fíe: harto créito tiene!
— Un veneno pa vos ! ... — rugió la madre.
— Pues antós me largo !... — rugió el hijo salien-
do apresuradamente, á pesar del calzado.
La seña Mónica se quedó amarilla: por vez pri-
mera se le soliviantaba alguno en esa casa donde su
voluntad era ley.
El enojo materno se deshizo en llanto. Con los
ojos escaldados aún, tercióse el pañolón y tiró calle
abajo, en busca de su compadre Juancho, el de las dos
onzas. Dos horas después volvía serena.
— Anda búscate aquel caviloso y decile que á yo
que venga, — dijo á Onofre, no bien entró á la casa.
No se andaba Agustín por los antípodas: á la
vuelta de la esquina lo encontró Onofre, dándole pa-
// — Historia antigua 23
Hque al herrero. Llegóse á su madre con aire de ge-
neral á quien el enemigo pide capitulaciones.
— Mira, muchacho, — le dijo ella, — no me ator-
mentes I... Sentate yo te cuento: yo no tengo plata,
como vos pensás ; pero mi compadre Juancho te abre
créitos para que pongas la tienda. Pero escucha: si
salís con uria pata floja y haces quedar mal á mi com-
padre.... nos quedamos en la calle; porque él no te
fía si yo no le apinoro la casa. Conque ya sabes !...
— Es que busté creye que yo soy como Onofre,...
Bien puede apinorala ! ""v
A cuatro pasos de la plaza principal, donde hoy
se encuentra lujoso almacén de novedades, se sentía,
cuando pasaban estos sucesos, un olor á rechín que
salía de la tienda allí situada. El transeúnte refinado
pasaba por junto á ella con las narices tapadas y. las
tripas revueltas, en tanto que el plebeyo ó artesano
se colaba de rondón atraído por los olores.
La pulpería es para encantar á un apasionado por
los productos patrios: ni un artículo que no sea indí-
gena. Abundancia y orden tienen allí sus dominios.
Del techo de tablas pende, á manera de araña,
ubérrimo racimo de plátanos, y á lado y lado un mos-
quitero de papel, picado en rejilla, que, con sólo in-
vertirlo, hubiera servido á EiíTel de modelo para su
famosa torre. Por todo el frente ondea una sarta de
correas, chumbes, reatas de guarnid, cargadores y cin-
2 i Brutos de mi tierra
chas, tremolando sus variados colgajos. Ostentan las
tablas más altas conos de azúcar con su tosca envol-
tura de guasca ; las de más abajo, los entrepaños bor-
deados con encaje de papel, que cortó hábil tijera en
fantásticos calados, y un estupendo acopio de comes-
tibles; el pan y el bizcocho morenos, donde las mos-
cas hacen de las suyas ; una balumba de arepas, con
sus parches requemados ; columnas de pandequeso y
roscas; pilastras de panelas de coco, y de cidra, y de
guayaba, y de leche, formadas en batallón. De las
tablas divisorias cuelgan gajos de yesqueros, guarnie-
les de vaqueta, pares de alpargates de vistosa cape-
llada, mazos de velas de sebo, jarrillos y teteros de
hojalata. Sacos de lienzo henchidos de almidón, sagú
y anís alternan enfilados con jiqueras preñadas de
corozos, de colaciones^ de cebada, de linaza. Cucuru-
chos de especias, hacecillos de tabacos se apilan por
los rincones. La cabuya en rama, en lazos, en todas
sus manifestaciones, blanquea aquí y allá. Por el sue-
lo campan los costales de maíz, y de fríjol, y de papas,
y de arroz, llevando en sus abiertas bocas el almud ó
la pucha, el cuartillo ó la raya. Una mesa, tendida
con mantelillo, tomado de «mal de la tierra .•>), convi-
da con sus empanadas y chorizos, con sus platos de
conserva de brevas ó de papaya, donde resalta la gor-
da tajada de quesisto, — ración para un jornalero, que
vale un medio. — Gran caja, perseguida. por las avis-
pas, denuncia la panela de Envigado. Antioquia y
Sopetrán están representados por el coco de entraña
sabrosa y malsana; por el tamarindo de acritud me-
// — Historia antigua 25
dicinal; por el corozo grande, encanto de los niuclia-
chos; por \z pulpa, ingrata al paladar. Diputados por
Hatoviejo son los aguacates, como calabazas; por San
Cristóbal los sombreros de caña, cuáles blancos, cuáles
abigarrados de negro, cuáles de rojo. El mostrador
sólo tiene un boquete en claro para el despacho: en
el un extremo, otra caja en forma de pupitre, con
tapa de linón, donde se guardan las filigranas de azú-
car salidas de la confitería de las señoras Escobares ;
en el otro, entre una verjita de madera, tres grandes
frasco.s de aguardiente y dos de mistela, coloreados,
éstos con higo, aquéllos con cogollo de hinojo; y una
bandeja de paisaje imposible, donde brillan, de puro
limpios, los vasos y las copas de diversas formas y co-
lores, con su señal de cera negra para la medida. El
resto del mostrador es una falange de botellas, en las
que se requinta la chicha, esa chicha cuyos espumo-
sos dulzores refrescan el caldeado gaznate, y que es el
Grullo de Agusto, pues la llaman ce la chicha de los
Alza tes )>.
Agusto es dueño por mitad de esa tienda que abas-
tece media villa. El pobre está, de las seis de la maña-
na á las ocho de la noche, dale que más dile, sin tener
tiempo ni para reventarse uno de esos barros que le es-
tán arando la cara: Que un cuartillo de sal; que un
medio de leña ; que el despacho para mi sid Menga-
nita; que el traguito; que la cena.... y aquello es el
cuento de nunca acabar.
Mas no temáis, que Agustín no esta solo.... ¿No
oís cómo chirria la cazuela en la trastienda .'*
rruíus ae mi ¡.ierra
Pegada de la hornilla, cuya lumbre aviva con un
cuero, se ve unajnuchacha frescachona, de carnes ten-
tadoras, peinada con mucho repulgo si mal vestida^
la 'cual, una vez llameante el carbón, se apercibe á ar-
mar unas empanadas tan repulgadas como su cabeza.
A un lado tiene el perolillo de adobo hecho un em-
palago, por lo aliñado y grasoso. La ardiente gorda-
na, al recibir la fría masa, tinta en azafrán, ruge de
enojo y escupe y espumaraja; la ennegrecida cuchara
de palo, cual buque salvavidas, no bien la inflamada
grasa dora el relleno manjar, lo impele á la orilla y le
pone en salvo en la playa de un plato hospitalario.
Apenas ha terminado tan filantrópica tarea, vuela á
socorrer las longanizas, que en la atroz gordana se
retuercen en las convulíiones de los condenados, ni
más ni menos que les vio santa Francisca Romana,
allá en las calderas de Lucifer.
Tales fritangas, cargando el aire át allegros y^QX-
fumes culinarios, danle á la pulpería grande atractivo
para las gentes comilonas de medio pelo. A más de
eso, el platicar es allí constante, porque Filomena, la
moza de la hornilla, distrae y enreda á todos con el
flujo y reflujo de su chachara, con sus carcajadas que
retiñen á lo lejos; y á los parroquianos se les van las
horas en aquello: y venga de lo fermentado, si hace
calor; de lo frito, si fresca; y ahora anís, y luego mis-
tela, y repetición de esto; y el negocio andando.
— Pero vean este patojo! — le decía la seña Mónica
al compadre Juancho, dos años después de Augusto
poner tienda. — ¿ Qué le parece, compadre 7 toítos se
// — Historia antigua 27
enloquecen porque les tome el víver...! Y me dice
José, el del dulce, que pa debo y pago, al tanto habrá !
Pero él nó: casi toíto lo compra platica en mano, por-
que sabe que al momentico lo ven le á'como quiere !
¡ Y saca las cosas lan baratas en esas contratas, que yo
roe almiro!... ¡Es que lo quieren tanto por jormal !...
— Sí, comadre; pero mucho que lo quieren !
— j Si le viera aquella tienda, compadre ! La tie-
ne como un pesebre ! Y qué le parece que él mismo
idió los papeles pa las tablas ! de la cosa más linda !...
Y tiene tanta curia pa todo, que con los muñecos y
alimales que tren las ropas, y con los redondeles de
las tamboras del hilo, jue arreglando por toíta la tien-
da unas ringleras y unas figuras que da gusto ...! Y
pa eso que la muchacha le coteja, porque esa sí es la
que tiene jundamento ! Con el cuento de las empa-
nadas y los chorizos, aquella tienda parece publica-
ción de bulas!... Ni una briznita de nada dejan per-
der!... Liaseguro, compadrito, que esto es mucha
satisfaución pa yo !
— Sí, comadre, y tiene mucha razón.
— Pues sí, compadre; vea: cuando el muchacho
se metió en la tal inguandia, sudé! ... Y eso que le
metimos tanta leva: busté se acuerda. Lo que á yo
más me confundía era que apenas medio ajuntaba las
letras y que no sabía ni lo negro de echar cuentas!...
Pues con las leicioncitas que busté me le dio, con eso
tuvo pa endilgase.... porque ese sí es el enemigo que
tiene capacidá I Qué le parece que se consiguió un
libro y él mismo nos leía de noche de corrido, que
28 Frutos de mi tierra
aquello era una taravita! unas historias de Cario
Mano y de Roldan, que imposible !... Pero si le oye-
ra la prenuncia !••• mismamente un cura!... Ahora,
si lo viera jalar pluma !...
Mónica, tan de pocas palabras con su compadre,
se dejaba arrebatar cuando cogía este tema. Y no era
ceguedad materna; fuera de los recursos retóricos, el
panegírico de los hermanos Alzates era la verdad; tal
vez no toda, pues la asociación de Agusto y Filome-
na, verificada meses hacía, no podía apreciarla la seña
Mónica, á pesar de su mucha trastienda.
1E1 caso es que los dos hermanos se complemen-
aban para formar, en unidad admirable, el genio
wnercantil. Y es lo curioso que la muchacha, con ser-
-ilo tanto, representaba la síntesis, y el varón el análisis.
Los negocios grandes, las compras al por mayor, bro-
taban del cerebro femenil, hábilmente calculados; los
perfiles y menudencias corrían por cuenta de Agustín.
Ella, friendo y fregando en la trastienda, ó armando
la trampa de los ratones, era el alma que dirige; él,
tratando y contratando, el agente activo que cumple
-tós instrucciones recibidas.
A pesar de las del compadre Juancho y de las
inspecciones oculares de la seña Mónica, Agusto siem-
pre pagó el noviciado en el venteril oficio; pero ha-
biendo Filomena, previo permiso materno y el con-
sentimiento del pulpero, determinado hacer las em-
panadas en la tienda, á fin de venderlas mejor á pie
de fábrica, comenzó ella á observarle y á darle opi-
niones tan acertadas, que Agusto, harto infatuado
II — Historia antigua 29
con su nueva posición, vio en la hermana una como
directora de negocios, y diosa á consultarla y á seguir
sus consejos, que siempre le dieron buenos resultados.
Filomena, además, desempeñaba al hermano cuando
éste iba á las compras.
A la muchacha le surtió el negocio, y cuando se
vio con algunas ganancias, propuso al pulpero la aso-
ciación. Con tal viveza le pintó lo que habían de
hacer y acontecer, y las granjerias que precisamente
debían reportarles, que Agusto aceptó de buen grado.
El cántaro de la lechera no se rompió en esta vez,
pues las ganancias resultaron.
La revolución del 6o, — « la guerra grande », — los
cogió ya establecidos; y aquello, tan aciago para el
país, fue la suerte, el río revuelto para los nuevos em-
presarios: los patojos de la blusa y la caranga deja-
ban sus raciones en la pulpería, en cambio de comes-
tibles y bebestibles. Y como los Alzates eran el paño
de lágrimas para todos con su abastecida tienda, y
como jamás se metieron en honduras de opinión po-
lítica, ni güelfos ni gibelinos tuvieron qué ver con
ellos, como no fuerft para comprarles.
Con la tal guerra se pusieron las botas.
Sabido es que cuando á las hembras les da por
negociar, el diablo les ayuda: pues á Filomena se le
ocurrió dar los dineros sobre prendas.... y los tiene
usted de prestamistas.
Con todos los tronados y cesantes que las gue-
rras dejan, la coyuntura para la prendería fue como
buscada con vela.
30 Frutos de mi tierra
Y cuidado si eran humanitarios los prenderos!...
Un medio, un mero medio, cobraban por cada pata-
cón semanalmente; y para que al empeñador no le
quedara muy duro el pago, no daban nunca sino muy
poca cosa por la prenda, aunque valiera mucho. Y
para que quedase libre de cuidados, era condición
sine gua non y que se hacía constar en el documento,
que, trascurrido un minuto después del plazo estipu-
lado, no había para qué pensar en prenda ni en re-
clamación alguna.
Y como Filomena tenía tantísima memoria, no
se le pasaba el minuto sin que hiciera correr á Agus-
to á pedir la adjudicación, si la prenda era de menor
cuantía, ó el remate, si se trataba de cosa gordita.
El pobre se vio al principio en demandas y vuel-
tas ante la justicia, porque hubo chamuscados tan in-
gratos, que pidieron legalmente el rescate de la alha-
ja. Y más de uno se salió con la suya.
De ahí en adelante se dio al negocio el giro de retro-
venta, y se acabaron las demandas é impertinencias.
III
LaseñáMónica también trabajó como una negra.
Fueron muchas las barrigas militares que llenó, mu-
chísimas las hambres que les mató, y estupendas las
perras que de su casa salieron; pero las mochilas que
guardaba en el baúl misterioso, también se preñaron,
y nó de níkel, como se estila hogaño.
La tal guerra les hizo la olla gorda.
// — Historia antigua 31
Pero como quiera que en este perro mundo siem-
pre se andan las penas de intrusas, la seña Mónica, en
medio de su auje, llevó su parte de pesares y que-
brantos.
Qnofre, tan ñoño y tan poquita cosa, dio en la
flor de beber aguardiente; y, hoy con la madre, ma-
ñana con los clientes, por un quítame allá esas pajas,
armaba unos belenes que no hubo más remedio que
ponerlo de patitas en la calle. El pobre pasó la pena
negra; pero alguien se acordó de él, y en un recluta-
miento le echaron mano, y de tambor fue á dar al
Cauca, con la Tercera División. Sin pormenores nin-
gunos, se supo luego que en la pelea de Santa Bárbara
le <i jumaron la pechera », y negocio concluido.
Pedrito, que tanto prometía, rastrojeando una
vez orillas del río, e:i busca de ramos para las escobas,
resbaló y se dio un zabullón, del cual atrapó una pul-
monía que se lo llevó en una semana.
Para llover sobre mojado, vinieron cosas peores.
Juajiiia era el recreo, el objeto de las maternas
complacencias, y con razón, porque Juana, con su ca-
rácter blando y jovial, templaba la cruda vulgaridad
de aquella familia, de la que apenas tenía el sórdido
positivismo. Para Juana lo mismo era el fregar que
el zurcir, lo mismo la piedra de moler que el tambor
de bordar. Diligente, activa, metódica, como una hor-
miga, donde ponía la mano salía todo tan bien, y tan
pronto, que la seña Mónica solía repetir: « Ave María 1
si esta muchacha juera negra, valiente jornal sacaba!;)
Y era lo mejor que, en medio del vertiginoso trabajo
82 Frutos de mi tierra
de esa casa, Juarnta tenía tiempo p a ra-todou^Así pudo
aprender á coser, á bordar, y otros primores femeni-
les, si bien en letra, leída ó escrita, no andaba muy al
tanto. No hay para qué decir que el cosido y arreglo
de ropas corría por su cuenta, pero sí que introdujo
en su casa el almidón y el planchado, — cosas que á la
seña Mónica siempre le parecieron tan superfluas
como dispendiosas. — Y era tal la hacienda, tal la in-
dustria de la chica, que ella misma le dio al dormito-
rio un baño de cal, y, á fuerza de estregones por los
ladrillos y de jabón por los armatostes de camas, baú-
les y tarimas, logró trasformar aquella indecencia en
algo en que se podía echar ojo y narices. El olor acre
de chivo que allí se respiraba desde tiempo inmemo-
rialj se tornó en ese del aseo que parece llevar al alma
el bienestar de los hogares honrados. Desaparecieron
aquellos grasientos sacos de guiñapos y paja en polvo,
que, á guisa de cabeceras, campaban en los jergones:
volviéronse éstos camas limpias y urbanas.
No era esto sólo: Juana era una real moza. <í Mi
palomita», la llamaba, de niña, su difunto padre; de
mujer le sentaba á maravilla tan tierno dictado.
Pero lo bueno, cuando no se muere, se va....
Entre los muchos militares comensales de la seña
Mónica figuraba en primera elteniente Pinto, arro-
gante mozo, de grandes ojos y marcial bigote, muy
farolero, y á quien le venían muy bien la chaqueta
roja y el kepis. El tal, apenas vio la muchacha, prin-
cipió á hacerle ojitos y á pelarle el diente. No gastó
ella muchos desdenes, que siempre fueron las hembras
// — Historia antigua 33
inclinadas á hombres de galones y chafarote; con lo
cual se trabó entre los dos un enredo amoroso que ni
para los berrinches de la señáMónica. De pronto hubo
marcha de tropas, y Pinto de ausentarse; mas no sin
que se hicieran juramentos los dos enamorados, pro-
metiendo él volver cuanto antes, si una bala traidora
no lo mataba.
Ménica, creyendo que con la marcha acabaría
todo, — pues no era ella para fiarse en militarotes, — en-
tonó un Te Deiwi; pero al ver que Juanita no comía,
que las mejillas se destiñeron, que lloraba á escondi-
das, que iba enflaqueciendo, trocó en sermón el haci-
miento de gracias.
— Pero, muchacha, por María Santísima I ....
Cómo te pones á bramar como una vaca y á volvete
un rejo tieso, por un melitar.... que quién sabe qué
será?... No creas que eso vuelve!... Y manque vuel-
va.... ¿sabemos qué es lo que quiere con vos? No
tiene él cara de ser muy formal.... Pues le aseguro
que el diajo del hombre nos mató!... Y pa eso que
estas mozas de ahora se enamoran tan feo !... Cuando
yo estaba casándome, muchas veces que se jue él, y
yo nunca me puse como vos, con ser que Alifonso
era un novio de agarre.... no como ese ojivolao del
Pinto.
Ni una palabra replicaba Juanita á las frecuentes
fraternas; pero conforme corría el tiempo, iba de mal
en peor.
La seña Ménica no acertó en esta vez. Terminada
la guerra, volvió el teniente, provisto de fe de bautis-
3
34 Frutos de mi tierra
mo y certificados de soltería. Que era por los momen-
tos que se venía á casar. Mónica no pudo saber á
punto fijo qué c¿4ta de páiaro era el futuro yerno, ni
se le antojaba muy buena; pero viendo cuál estaba
la hija, no tuvo más que consentir á todo. Los mozos
se casaron, y quince días después partieron para
Bogotá.
A cuerno quemado le supieron tales cosas á la
seña Mónica; mas, para no preocuparse con ellas de-
masiado, vinieron otras que si en amor de Dios fue-
ran....
Los vecinos, lo mismo que los transeúntes, dieron
en pensar que eran de pura resaca unos olorcillos que
de casa de Mónica salían. Soltáronse -4a5-lefTguas,
hasta que los celadores de la renta vinieron en perso-
na-á meter narices; y lo que oliscaron los alarmó
tanto más, cuanto en esos días estaban los estanqueros
medio locos_con el __contrabando que, á causa de la
guerra, se había extendido que era un horror. Los
barruntos se elevaron á certeza, y la Seferino fue sor-
prendida por una visita domiciliaria de los señores
del resguardo. No tuvieron éstos que inquirir mucho,
porque, á más de aquel ambiente de sacatín que se
respiraba por toda la casa, dieron á poco con el apa-
rato aguardentesco: un cántaro con todo y cabezote,
que funcionaba muy orondo, allá tras el horno. Lo
mismo fue verlo los celadores que arremeter á fuego
y sangre contra cada cacharro que les pareció sospe-
choso. No quedó olla, ni puchero, ni títere con cabe-
za; y como cazadores que volviesen de la partida
// — Historia antigua 35
cargados de piezas, salieron muy ufanos con el cuerpo
del delito y el botín de pailas y peroles.
La pobre Mónica Jjae condenada á veinte pesos
de multa ó á otros tantos días de encerrona en la
cárcel. Y fue la más negra que, al ver cuántos per-
juicios iba á sufrir en sus negocios si dejaba la casa
en poder de las dos muchachas, tuvo que aflojar la
plata, peso sobre peso.
.— ,Esta multa, el secuestro de los cobrizos trastos,
Ja perdida, quizás para siempre, de la clandestina in-
dustria, fueron taladros que, horadando las entrañas
de la agiotista, borraron de las de la madre el recuer-
do de Juana, el de Pedro, el de Onofre.
Estaba aturdida: ¿cómo se había dejado coger
de aquel modo ?
Pero no siendo ella de las que alambican el do-
lor, aunque fuese pecuniario y se tratase de alambi-
que, determinó, mejor que echarse á morir por lo
que yá no tenía remedio, resarcir con un redoblado
trabajo las pérdidas hechas.
Pagó, al efecto, una criada que reemplazase á
Juana en la cocina, y el negocio siguió como nunca.
¡ Bien por la hembra de gran corazón !
IV
En cuanto á Agustín y Filomena, la situación no
podía ser más halagüeña.
Como cesara la guerra, cesó el bloqueo comercial,
y la tienda de efectos del país se complicó, libre el co-
36 Fi utos de mi tierra
rnercio, con vinos, rancho, quincallería, telas y cuan-
to Dios y la industria criaron. Aquello era el Cosmos.
La prenda, á manera de la chuspita mágica del
sargento Pipa, les iba dando joyas, plata labrada, ob-
jetos de lujo, ropa, instrumentos de toda clase. Dónde
acomodar tanto ? Pues no había más que comprar el
local y hacerlo de nuevo, de dos pisos. Dicho y he-
cho: al cabo de quince meses, después de soportar
una mala tienda, inauguraron el almacén con un ne-
gocio que era de ver. Arriba Filomena, en medio de
la estantería de envoltorios, trastos y herramientas,
con una gran caja de fierro atestada de joyas y dinero,
trabajaba casi á escondidas; Agusto abajo, en aquel
local que temblaba. Cerrojos y seguridades por todas
partes.
Diez años trascurrieron, y la familia Álzate veía
5/abrirse, día por día, anchurosos horizontes de dichas
pecuniarias. Para los prenderos todo fue azul y arre-
bol; para Mónica hubo ligeras nubéculas. Eran éstas
el pensar que á algún ladrón de los muchos que enton-
ces pululaban, se le ocurriera forzar la mal segura
casa y alzar con el baúl misterioso; eran el conside-
rar lo mandón que Agusto se iba poniendo con ella
y con las dos muchachas. «Ya se ve — decía en son de
disculparlo — : como es tan buen mozo y como tiene
tanta ! t>
Con gran sigilo hizo en cierta vez la seña Móni-
ca minucioso arqueo de fondos, y quedó tan satisfe-
cha, que se hizo este cargo: « Qué molienda ! Harto
he sudado. Yá voy á descansar. Mi compadre y Filo-
11 — Historia antigua 87
mena me ayudarán á idear qué hago con estos reali-
tos.... Y voy á darle gusto al muchacho: me pondré
zapatos y buena ropa.... ¿Pues todas no se ponen ?
No más alpargate ! »
Fuese al comercio, compró merino para hacerse
unas sayas, y un pañolón de copioso fleco de seda, que
le valió un dineral; y envió á llamar al miestío-Cuiii*--
has para que le hiciera los zapatos, con la expresa
condición de que fueran muy dóciles y holgados. A
poco todo estuvo hecho, y como se acercase la fiesta
de la Virgen délos Dolores, de quien la seña Mónica
era muy devota, pensó estrenar el ajuar en esa solem-
nidad.
Mas por algo se dijo que el hombre propone y
Dios dispone: la víspera del gran día, por la tarde,
cayó Mónica, como herida por el rayo, con un ataque
cerebral.
Al alarma acudieron los vecinos y el compadre
Juancho, quien recetó una promesa para que su co-
madre volviera en sí y pudiera confesar y hacer tes-
tamento.
Incomodados Agusto y Filomena, les dijeron
que no vinieran á asustar á las muchachas con alha-
racas; que el mal no valía la pena, y que, sobre todo,
qué testamento ni qué nada, cuando su madre no te-
nía, la pobre, ni para el entierrito, si algún día moría.
Compadre y vecinos voltearon cola. Filomena trancó
la puerta para que no viniera «: ningún sopero á mo-
lestar.!) Se llamó al doctor, quien declaró que el
asunto correspondía al cura. Vino el cura, y como la
88 Frutos de mi tierra
enferma ni hablaba ni estaba en conocimiento, la ab-
solvió suh condiciofie y la oleó. A todo esto Belarmi-
na y Nieves parecían unas Magdalenas, ora desmaya-
das en brazos de la criada, ora pataleando en el suelo.
Filomena y Agustín, con fortaleza de mártires, asis-
tían á la moribunda. Y tienen los grandes dolores
tan extrañas manifestaciones, que á los dos, cual si
fuesen los agonizantes, les dio la buscadera.... por las
ropas de la madre, por la cama, por debajo las almo-
hadas. Filomena al fin se aquietó. ¿ Toparía algo ?
También se aquietó Agusto. ¿ Será contagioso el ali-
vio como la enfermedad ?
Repuestas un tanto las doloridas muchachas, fue
la sirvienta á saber de la enferma. Al llegar al cuarto,
la puerta es cerrada cautelosamente, y, asustada, cre-
yendo que Mónica es muerta, corrió á Mina y Nieves
gritando: — c< Se murió ! Se murió ! > Esta cae al suelo
patatín patatús, aquélla se dispara, y, dando grandes
voces, empuja la puerta. Agustín abre, y asiéndola
violentamente por un brazo, la arrastra á la despensa;
lo propio hace con la atacada y con la fámula, y las
deja encerradas en aquella estrechura. Dióle á poco
un Ir y venir del cuarto á la pesebrera y de la pese-
brera al cuarto.... Después no se oyeron más ruidos
en la casa que el sollozar de las prisioneras.
Tal corrió la noche. Al otro día la moribunda
no se crispaba yá, ni tan siquiera movía un dedo:
era por la inercia un cadáver, pero aún alentaba. A
las cinco de la mañana siguiente, treinta y seis horas
después del ataque, murió.
// — Historia antigua 89
Entonces el comprimido dolor de Agusto y Filo-
mena estalló ahogando con sus alaridos los de las mu-
chachas. Los vecinos, á quienes se levantara esa ma-
ñana el entredicho, acometieron la empresa de con-
solar y lidiar á aquellos huérfanos. Mucho de cris-
tianas reflexiones, mucho de tomas antiespasmódi-
cas, y no faltó una vecina rumbosa que trajese limeta
de agua deFlorida, para hacer aspirar y frotar áquien
lo hubiera menester. El compadre Juancho voló á
comprar el cajón mortuorio y á traer á Cambas para
que arreglara la tumba. Mientras unas tejían coronas
de ciprés y componían jarras de yerbas funerarias,
otras amortajaban la difunta.
Tal acabó esta mujer que tanto aliento tuvo en
la brega de la vida. El descanso que deseaba lo halló
bajo la tierra, los arreos de gala fueron su mortaja, y
sólo en el ataúd tuvo zapatos.
El compadre se quedó con las tres mujeres, y
Agustín fue á acompañar á su madie hasta el cemen-
terio de los pobres; donde, después de dar las gracias
á los que condujeron el féretro, expresó el deseo de
quedarse solo con el oficial albañil que debía tapar la
bóveda, á fin de ayudarlo á depositar el cajón y á
rezar con su madre por última vez. Todos se retira-
ron, respetando tan piadoso deseo.
Esperó en el campo-santo hasta el anochecer:
quería ocultar su dolor.
Yá de noche, atravesaba las calles, á paso lento,
llevando bajo el brazo un envoltorio.
Ocho días después se vendieron en la tienda de
40 Frutos de mi tienda
i.
r / ( los hermanos Álzate el pañolóp y los zapatos de la
/V — muerta. V
— Amigo: yá han pasao por este trago tan amar-
go.... pero como la vida es vida, mientras se llora hay
que brujuliar !. . ¿ Por qué no pega un registrico en
los corotos de mi comadre ? Yo estoy en que ella te-
nía sus rialitos....
Tal decía el compadre Juancho á Agustín la
noche siguiente del entierro deMónica.
— Pues vea busté que no habíamos acatao ! —
contestó el interpelado. — ¡ Qué pesar tan grande te-
ner que trastiale sus cositas!... Pero mientras más
tarde es pior.... ¿ Quiere busté, compadrito, abrir el
baúl .?
— Pues ahora que estamos solos, es mano. Y yo
mesmo sirvo de testigo, que estas cosas siempre es
bueno quialguno de juera las presencé.
Procedióse á buscar la llave del baúl. ¿ Dónde.?
— Pues busquémola en la ropa que tenía mi co-
madre cuando cayó con el mal.
Filomena, llorando á moco y baba, dio al fin con
un traje de percal morado, en cuyo bolsillo se encon-
traron algunas monedas de plata y la llave, atada con
las tiras de la faja.
— ¡ Qué descuido, Filomenita ! — dijo Juancho
tomando la llave.
— Pero, compadre!... ¿Quién estaba aquí pa
estas cosas ?
I í^ Historia antigua 41
Á
Abierto el baúl, se encontraron, entre unos pa-
ñuelos de seda y otrtis baratijas, una mochila cuida-
dosamente liada, ert un rincón, y en otro una cajita
de hojalata, de las que antaño traían los fósforos, con
cinco moneditas de oro, de á diez reales. La talega
resultó contener noventa y un pesos, de á ocho déci-
mos, en plata gruesa.
Volvióse el dinero á la talega, y cada cuál á su
puesto, silencioso, en tanto que Mina y Nieves llora-
ban acurrucadas en una cama.
Juancho rompió el silencio exclamando con voz
suspirona, después de carraspear:
— I Noventisiete patacones y un tomín.... por
todo ! Porque lo veo lo creo. Yá ven lo que son las
cosas: ¡ una mujer que trabajó tanto ..!
— ¡Eh, compadre ! ¡ Si ella lo vivía diciendo !—
gimió Filomena subiéndose el pañolón á la cabeza: —
que á gatas iba con el día, y que si se moría.,., ji ! ji !
ji !... no tenía.... ji I' ji ! ni pal entierrito ! ...
— Pues nó, mis hijos, — exclamó Juancho ponién-
dose en pie. — A lo hecho, pecho !,.. Yo tenía mucho
cariño por mi comadre, y ella también jué muy ser-
vicial con yo. Yo hice los gastos de ataúl y entierro
y bóveda.... Aquí tengo la cuenta (sacando del guar-
niel un papelito). Véanla: ciento tres patacones cua-
tro riales y medio.
— No alcanza, compadrito! — protestó Agustín.
— Ello sí, mijo; sí alcanza, porque yo soy hom-
bre que tengo qué comer, bendito sea mi Dios!...
y los amigos ¡sernos amigos!... Pérese y verá !
42 Frutos de mi tierra
Y tomó la mochila, vació el dinero en la tarima y
volvió á contar.
— En cuanto á lo primero, — dijo el viejo cuando
hubo terminado y partido el dinero, — estos treinta
patacones pa que le mandemos decirlas misas á mi
padre San Gregorio por el ánima de mi comadre....
Estas dos onzas son pa Minita, y estas otras dos pa
mi ahijada, pa que compren su lutico. Restan vein-
tiséis riales, que me los embolsico yo: bustedes los
grandes son pudientes y muy buscalavida.
Las agraciadas subieron una nota más en el llan-
to; los buscalavida, pasmados, apenas pudieron ar-
ticular:
— Pero cómo se pone !...
— ¡ Con qué le pagaremos !
— Nó, nó ! — exclamó el compadre engallándose —
Yá les digo lo que hay.... Eh ! si á yo, cuando nací,
me curaron el ombligo con oro ! (dándose á dos ma-
nos en la barriga.) Reciban, pues, muchachitas.
— Dios se lo pague, padrino ! — exclamó Nieves
anegada en llanto, al recibir su parte.
— Muchas gracias, — dijo la otra, al recibir la suya.
— Yo me yevo la plata pa que digan las misas —
dijo Juancho guardándola en su pañuelo rabo de
gallo.
Y á poco se despedía, llevando en el alma algo
negro que le sugería el pensamiento, y que su corazón
de hombre honrado rechazaba como crimen imposi-
ble. Cavilando y atando cabos, pasó la noche sin pe-
gar los ojos.
// — Historia antigua 43
AI otro día, en cuanto se levantaron, dijo Agus-
to á Mina y Nieves:
— Yá ven, pues, que quedamos güérfanos y muy
pobres ! Mientras estén con yo y Filomena no les fal-
tará el bocao de frisóles y mazamorra; pero lo que es
la ropita, la tienen que sargentiar bustedes.
— Sí, mis queridas — agregó Filomena — con yo y
Agusto no les faltará qué comer; pero tienen que bes-
tisen y hacer la comida; ¡ porque negras no aguanto
yo en casa !... Esta jetona, que hizo tanto escándalo
cuando se estaba muriendo mi mamita, ¡ ahora mis-
mo voy á decile que se largue !
— Sí, hermana, — contestó Nieves — es muy jus-
to... Nosotras trabajaremos lo que podamos.
Mina guardó silencio.
A los dos meses de muerta la seña Mónica, reci-
bió Agustín una carta de su cuñado Pinto, en que lo
ponía de vuelta y media por no haberle comunicado
ni á él ni á Juanita tal acontecimiento; y, además, le
anunciaba haber conferido poderes á un abogado de
la ciudad para que lo representase en la sucesión de
su "señora Mónica."
Los prenderos, que no habían pensado en tal
cosa, montaron en cólera. El abogado fue á ellos á
cumplir su cometido. A qué seguir mortuoria .? Pero
sí se hizo avaluar la casa; y el apoderado recibió de
los dos hermanos la quinta parte de su valor, como
herencia de Juanita.
El ventorrillo, los almuerzos y la guarda de bes-
tias no pudieron continuar en la casa, y las dos mu-
44 Frutos de mi tierra
chachas quedaron reducidas á hacer algunos comesti-
bles, que enviaban á vender.
Cerca de dos añ.os lo pasaron casi encerradas,
trabajando en la cocina, y sufriendo, cuándo los enojos
de Agusto, cuándo las displicencias de Filomena, sin
oír más palabras cariñosas que las de Juancho, que
nunca dejó de visitarlas ni de llevarles, de cuándo en
cuándo, algún regalillo.
III
HISTORIA DE LA EDAD MEDIA
jRASE .d_compadre hombre muy vivo y de
mucha letra menuda. De niño fue merca-
chifle, tendero de mozo,'y yá maduro, me-
tióse negociante en bestias, y determinó
casarse. En la época á que nos referimos vivía holga-
damente de sus ahorros, que enredaba en negocillos
rateros, pero seguros. Joaquina, su consorte, que era
una bendita, no le dio más que un hijo, el cual fue
victima del sarampión; y se cerro después en una es-
terilidad, de la que no fueron parte á sacarla, ni mé-
dicos, ni yerbateros, ni promesas á cuanto santo hubo.
Esto acobardaba á Joaquina; pero no era lo
solo, que también dieron en chocarle sobremanera las
amistades de Juancho con la|comadre Mónica, á quien
no podía pasar «ni envuelta en huevo)), á pesar del
compadrazgo; y lo propio le sucedía con la ahijada.
Como era de natural discreto, no llegó á decir esta
boca es mía, ni á su marido, ni á la antipática coma-
dre ni á nadie, avanzando cuando más ádecirle á aquél
tal cual vez: — « Juancho, confiésese: mire que el hom-
bre que se rancha á no confesase es porque anda en
malos pasos ! » El marido soltaba una carcajada, y
solía contestar: — «Ya querés ponerme en sazón pa que
mi Dios jale con yo».
Por lo demás, el matrimonio era de los felices.
46 Friitos de mi tiei'va
La mañana que siguió ala noche del desvelo, por
causa de los dineros de Mónica, dijo el marido á la
mujer:
— Mijita: anoche no pestañé.
Ella, mirándolo con ojo escrutador, repuso:
— Déjate deso y anda confesate.
— Es que se me meten unas ideas !..•
— Unjú ! — gruñó Joaquina aparentando indife-
rencia.
Muy preocupado se lo pasaba el compadre en ese
entonces, y pensó hasta en llevarse las huérfanas á su
casa; pero su mujer se le opuso, alegando que yá él
estaba muy viejo para recoger á nadie, y que mejor
era dejarlas donde estaban que exponerlas á una se-
gunda orfandad.
Días andando, empezó á e nfgr ma r.xl_pabtg^vje-
jí) hasta que se le desarrolló una hidropesía de pe-
cho, que se lo llevaba por la posta. Por ello, más que
por las amonestaciones de Joaquina, hubo de pedir el
cura. Larguísima cuanto contrita fue la confesión, in-
terrumpida á cada paso por el estado del penitente.
Cuando terminó, habló un rato con el sacerdote, que,
lleno de unción y ternura, lo exhortaba á buena
muerte. Al despedirse le dijo éste: — «Pues sí, amigo:
no necesita de revelarlo á nadie; pero sí debe arreglar
eso á conciencia. Siempre me parece bueno que deje
algo á la otra hermanita, para evitar sospechas. Se
trata de una muerta, y sería un escándalo inútil. Dios,
en su infinita misericordia, la habrá perdonado, como
le perdona á usted».
III— Historia de la Edad media 47
El tpsramento de Juancho. sin ninguna formali-
dad legal, fue harto sencillo: de su hacienda, que de-
jaba á Joaquina, sólo separaba seiscientos pesos: cua-
trocientos para su ahijada Nieves Álzate y doscientos
para Belarmina del propio apellido, mandando, como
condición indispensable, que les fueran entregados
sin que Agustín y Filomena lo sospecharan.
Nada más natural, siendo un viejo sin hijos y
teniendo tanto cariño á las huérfanas.
Así se cumplió, pues Joaquina era cristiana como
Dios manda. Ellas guardaron el legado, sin pensar en
negocio alguno, y siguieron su misma vida de reclu-
sión y trabajo. Mina soñó entonces con una casita
para las dos, blanca y pintadita, como una tacita de
plata ; ^^LLsíícs no le pareció que eso tuviera pies ni
cabeza: porque ¿ qué iban á hacer, — decía ella, — dos I
muchachas solas, arriesgando á que las mataran ?; que ',
más valía aguantar los regaños de Agusto y no hacer
caso de los desprecios de Filomena. Nieves, á su vez, i
pensó en la Casa de Beneficencia; pero la otra le dijo |
que, si estaba Joca, se fuera sola, porque lo que era
ella, primero la mataban.
En tal desacuerdo, hubieron de tomar un par-
tido que satisfizo á entrambas; y fue esperar hasta
ver si se casaban.
Pero i cosa más rara I sin saberse cómo, ni por
qué, Agusto y Filomena se fueron tornando comuni-
cativos y cariñosos con ellas. El se les apareció un
día con unos trajes de regalo, diciéndoles que era pre-
ciso que se quitaran el luto, porque podían enfermar;
48 Frutos de mi tierra
llevóles ella sendos pares de zarcillos, de oro bajo,
por más señas.
— j Yá ves, bolita, cómo sí nos quieren ! — le dijo
Nieves á Belarmina, luego que estuvieron solas.
— ¡ Ah boba 1... ¡ porque nos güelieron la platica 1
— No siás cavilosa, que ellos no saben 1
— Puú!... No sabrán ellos I...
En esas, por obra de un mal viento que recibió
acalorada, se le torció la boca ala ahijada de Juancho.
¡Qué de aprensiones las de Agustín! Al momento
médico y medicinas. Y fueron tantas las ternezas de
los dos hermanos con la enferma, que la desconfiada
Belarmina hubo de colar en dudas,
Y como la boca no se enderezase mayor cosa, ellos
le pagaban la torcedura con mimos y cuidados.
Un día el hermano no habló palabra ni al almuer-
zo ni á la comida. También Filomena estuvo cabizba-
ja. Peor estuvieron por la noche. Nieves quiso saber
la causa.
— Pues, mijita — le dijo Agusto con lastimosa so-
lemnidad.— ¡Es que tenemos un entripao muy gran-
de! Yo y Filomena nos metimos en negocios.... ¡que
nos mataron ! Determinarnos fiar, y dos malditos, que
nos debían un platal, se quebraron, y no pudimos cum-
plir con el comercio : tuvimos que hipotecar la tienda,
y hasta la fecha no hemos podido pagar un medio de
la suma de esa hipoteca. Pasó mañana se nos cumple
un contao de más de mil pesos, y no tenemos en caja
nián ochenta !... Con el cuento de la hipoteca y de
los dos quebraos, andan regando que nosotros tam-
III^Historia de la Edad media 49
bien estamos quebraos, y no hemos podido incontrar
quién nos preste esa plata : ¡ todos nos han dejao con
la vergüenza en la cara !... Y no tenemos más reden-
cía que hipotecar también este rancho !... Bustedes
nos tienen que dar la firma; porque con los tres dere-
chos de yo y Filomena no alcanzamos...
— ¡ Sí, muchachas: — interrumpió ésta, muy ape-
sadumbrada— vamos á quedar de limosna !
— Pero, ¿cómo es la cosa... — replicó Nieves
confundida — es decir que el cuento de la poteca es
apinorar ?
— La misma historia ! — contestó la pulpera.
— Virgen santa!... ¿ Cómo vamos á pinorar la
casita, pa que después se la lleven },.. Yo me acuerdo
que mi mamita decía que apinorar una casa, mejor
era dala de una vez !
— Pues ésa es la cosa ! — afirmaron á dúo, en el
colmo de la angustia. V
— Pues nosotras, — dijo Nieves muy compadeci-
da,— tenemos seiscientos pesos que... (se suspendió
porque Mina le metió un codazo).
— ¡Seiscientos pesos! — exclamó Agustín con mal
fingida sorpresa — ¡ Vos sí estás por grojiar i...
— Sí, hermano... Yá lo dije ! — replicó la mucha-
cha con resolución — Tenemos seiscientos pesos que
nos dejó mi padrino: cuatrocientos á yo y doscientos
á Minita.
Silencio profundo siguió á estas palabras. La
prendera, como el tahúr que envida el resto, dijo
al fin: 4
50 Frutos de mi tierra
— ¡Ahora me desayuno de la tal herencia!...
Y si bustedes no nos prestan esos reales... ¡ yá veti
lo que nos va á pasar !... Nosotros se los tomamos á
premio... y bustedes los ponen á ganar I
— Por mi parte... cómo nó ! — contestó Nieves.
— Y busté qué dice, Minita? — pieguntó Agusto
viendo que ésta se callaba.
— Pues yo... no sé...
— ¡Mire que la necesidad es mucha! — dijo la de
los cuatrocientos.
En un instante en que pudieron verse á solas, le
dijo Belarmina á la otra.
— ¡ Esta animal... que no le para nada en el
pico!.... Cuando nos dieron la plata escondido de
ellos, por algo era !...
— ¡ Pero busté misma, Minita, no me dijo que
ellos sabían !
— ¡ Sí, te dije, bruta !... ¿ Y por eso les fuites á
confesar?... Pues, por lo que es mi parte, mi plata
no se las presto!... Mira: deciles que fue una leva
que les metiste pa ver qué decían.
— Nó, Minita, ¿pa qué voy á deciles esa mentira,
cuando yá les dije que sí?... No les preste busté si no
quiere; pero me parece muy mal hecho I
— I Mira en la que me metites ! Y si les digo que
nó, hasta nos...
Aquí cortó, porque Filomena las sorprendió con
unos gajos de pasas, que les había traído desde esa
tarde y que había olvidado dárselas, — según dijo, —
por lo preocupada que estaba.
JII— Historia de Ja Edad media 51
Desde esa hora no se les apartó la buena her-
mana, hasta el día siguiente, en que se llevó el dinero
todo, merced al silencio de Mina, á la candidez de
Nieves, y á las muchas tretas de que se valió.
Los prenderos se regodeaban, allá en el salón de
las prendas, con el bocado que habían cogido,
— j Yá ves ! — le dijo la negocianta al compa-
ñero— j Yá ves que tan bien salió i... Si nos metemos
en el enredo que vos querías, de ladrones y baúles
desarrajados ¡ quién sabe en qué bunde nos ponen !...
Yo le tengo horror á cosas con los policías!: ¡ esos
demonios tienen mucho ojo!... Y la tal Minita..»
\ quién sabe con qué disparates le había salido al Al-
calde !... ¡ Mina es cruel abeja... sábetelo !
— Ah !... Eso sí ! — replicó Agusto, con aire sen-
tencioso.— A conforme es esa de solapada, es la otra
de cordera !
— Allá veres la lidia que nos va á dar pa lo otro.
II
En la cocina de la casa pasa á la sazón una es-
cena bien diversa.
Nieves, sentada en un banco, llora como el
niño después de un castigo. Belarmina, en pie, las
trenzas deshechas, manotea, gesticula y baila, sacudi-
da por temblores y crispaturas; lagrimones queman-
tes como agua fuerte le saltan de los ojos de centella;
apenas logra tartamudear,
. — Ah ! boquitorcida!... Mereces vivir siempre
52 Frutos de vii tierra
entre la ceniza.... por animal !... Por eso te sopapié....
por eso !.., yá lo oítes, arrastrada !...
Calla un momento y luego continúa:
— Si tenías tanta gana de darle la plata á esos
logreros, ¿ por qué les fuites á endonar la mía ?...
¿Porque me callé la boca?... ¿Y quién te mandó
disponer de lo que era muy mío ?... Osada!... Atre-
vida !... Ladrona !
Nieves llora á más y mejor, sin articular una
excusa.
— ¿ Estás pensando, so bestia, que otro padrino
te se vuelve á morir pa déjate ?„. Diz que á pre-
mio !... ja 1 ja !..i Espera en una pata el premio !..,
¡ Que me arranquen la lengua si volvés á güeler un
chimbo de los cuatrocientos pesos i... Y te quedas ai
como una bestia, sin contestar tan siquiera?... ¡ Ah
tronco de carne !...
Y exasperada más, si es posible, por la inercia de
la hermana, se abalanza sobre ella, con las manos
como garfios, y la revuelca, y la araña, arrancándole
los cabellos, desgarrándole las ropas.
Nieves chilla y huye, dejando los mechones en
las manos de la iracunda. Esta cae desmadejada.
Cuando los prenderos fueron á comer, encontra-
ron la puerta trancada; golpearon con violencia y de
seguido, porque tardaban en abrir. Al fin la puerta
chirrió, se abrió y asomó Nieves, con los ojos como
carne cruda.
— Qué fue, hole ? — preguntó Agusto.
— Nada, hermano: Minita que me pegó.
/// — Historia de la Edad media 53
Y fueron tan discretos, respetaron tanto la sus-
ceptibilidad herida de la hermanita, que se guardaron
muy bien de preguntar cosa alguna: sólo se guiñaron
el ojo. I Gente más prudente...!
Minita no parecía por ninguna parte, ¿Qué iba
á parecer, si estaba recoletada por allá en las pese-
breras "í
Colóse la prendera á la cocina, j Qué estropicios
aquéllos ! Ni comida ni nada ; el fogón al apagarse ;
la olla agtiamasera hecha tiestos ; charcos de agua-
masa por todas partes. Pero tampoco en esta vez se
descabalóla prudencia en lo más mínimo. « ¡ Ah Mi-
nita ! i> se dijo Filomena ; y ella misma, ella, con esas
manos habituadas á hundirse en ondas de oro y pla-
ta, se apercibió á improvisar el qué comer.
A no ser por la mansedumbre de Nieves, sabei i
Dios cuánto durara el encono de Minita; mas ésta,- i
viéndola tan humillada, se resolvió, á los ocho días, á w
dirigirle la palabra.
— Apuesto, — le dijo con calma, — que todavía es-
tás creyendo en las invenciones de estos... !
— ¿ Cómo no he de creer ?... ¡ Pobrecitos !... Por
nosotras han podido salir de empeños. ¿ No ve, Mi- '
nita, qué tan agradecidos y contentos están ?
— Llévatela, mi Dios, antes de que peque ! — ex-
clamó Belarmina juntando las garras. — Contentos?
Están de sobra I... El agradecimiento me lo derrito
en la nuca !... No seas creída, ala i
— ¡ Es qué busté es tan...
— 1 Sí: muy levantatestimonios I... Esa es tu
54 Ff titos de mi tierra
cantaleta de siempre... Pero escucha: ¡ acordate de
mí si Agusto ó Filomena nos pagan un cuartillo, un
miserable cuartillo !... Sólo vos, que sos tan boba, has
podido tragarte el cuento de la tienda apinorada y
las lástimas que nos lloraron... Ya ves, pues: por tu
bobada nos quedamos pilando por el afrecho, y arri-
madas á ellos, que ahora nos están jonjoUando por
engatúsanos bien; pero después... ¡ yo te contaré un
cuento I...
— ¡ Busté sí es fatal, Minita ! — dijo Nieves em-
perrándose á llorar.
— ¡ Haceme el favor de no llorarme, que no te
digo esto por mal ! Te lo digo pa que sepas cuál es la
situación en que estamos, que no lo comprendes...
Ya ves: ¡ni un papel pal pago !... Si les cobramos,
salen con que no tienen con qué, y nos emboban con
cualesquier mentira... ¡ esto es si no nos pegan!...
Ya nos ves de cocineras !... Y lo pior es que si no
inos casamos, no tenemos más que alzar la chamarra
\y recibir los rejazos; porque unas tristes arrimadas,
Hqué vamos á hacer, sin tener á quién voltiar á ver ?...
I Si no se hubiera muerto el dijunto Juancho !,..
A este recuerdo, la ahijada apuró el llanto excla-
mando:
— j Pobre mi padrino!
— ¡ Pobres de nosotras !
— ¡ Mi Dios lo tenga en su santa gloria !... Nos
quería tanto !
— Y ya ves lo que sacó !
Días después salieron losprenderos con la Rove'
/// — Historia de la Edad media 55
dad-dc-qTTg habfa— qi^€^j^:ender la casa, que pagaban
muy__bien, para comprar otra muy comó'dT ^rmás
central; que Mina y Nieves tenían que consentir en
la venta, porque Aguato se moría de vergüenza vi-
viendo en ese rancho tan infeliz; que, yá que tenía
con qué, iba á darles harto gusto á sus hermanas; que
la casa tal estaba para ser rematada en pública almo-
neda; que él la sacaría sumamente barata, y que la
pondría " como un pesebre ; " con lo cual quedarían
todos muy retebién y muy en grande. Estas razones
las reforzó Filnmpnn £nn su acostumbrada elocuencia^
Minita todo lo oyó en silencio, dando cuerda á
su cavilosidad, á ver si sacaba qué trampa era esa. La
simple de Nieves á todo dijo amén.
Filomena se puso en pie, llena de majestad y re-
poso, y encarándose con la "cruel abeja," le dijo:
— ¡ Vos sí sos la mujer más rara que yo conozco ! i
¡Con vos no se puede contar pa nada, porque ves -
cosa mala... manque sea un favor que te se va á ha- ;
cer !... Pero atendeme: yo y Agusto representamos j
tres derechos en esta casa: los dos de yo y él, y el que
era de Juana, porque nosotros dimos lo que él valíaj
Nieves consiente en la venta, porque ve la convenen-
cia... I mas luego vos estás sola y pordebajiada !
— ¡ Sola y pordebajiada he estao siempre 1
— Sí?... Pues ahora estás más! La casa se ven-
de por sobre vos, porque sernos cuatro y las leyes
nos dan derecho y mando !... Si vos no querés que;,
compremos otra casa, te se dará tu parte en plata !...|
¡ pa que compres un palacio pa vos sola !
66 Frutos de ini tierra
Los doscientos pesos prestados surgieron de re-
pente, poderosos é imponentes, en la memoria de Fi-
lomena, y, temiéndose haber ido demasiado lejos,
hizo una transición que hubiera hecho temblar una
platea, con la rechifla, y prosiguió inmediatamente:
— ¡ Peíp. es_mi20sjj)le, Minita, que usté qui&ra.
separase de nosotros !
Sacó el pañuelo, lo llevó á los ojos y se enjugó-
quién sabe qué.
— El único gusto, — continuó á poco la enterne-
cida,— el único que tengo es vivir con mis herma-
nitas!... Por eso quiero que compremos una casita
buena, bien alegre, pa mantenela bien limpiecita y
pa que estemos todas bien á gusto. Pero si en esto te
damos disgusto !... Pa que ustedes disfruten y estén
bien contentas es que trabajamos yo y Agusto.... Y
ahora sale mi hermanita con que está sola y pordeba-
jiada.... Es verdá que semos bravos..,, pero que-
reías....
Y tan conmovida estaba, que se entró á la alco-
ba, se acostó con la cara tapada, produciendo ese rui-
do de narices denunciador del llanto.
Agusto suspiró muy hondo; Nieves se deshizo
en llanto, y Minita se quedó callada.
I Poderosa es la ternura fraternal ! Agustín con-
siguió el sí de la hermana para enajenar la casa; re-
mató la otra, que en poco tiempo estuvo elegante-
mente remontada. Es la que conocemos.
III — Historia de la Edad media 57
III
Los Alzates mayores, al verse dueños de tan mag- /
nífica morada y tan ricachos, quisieron, claro está, y
darse tono.
T.<;i.primern qiiff hizo Agiism fnp nnndirtp ¿ hacex.
nrj^rimprn (\f Y'psi'if^n'^ á ciial más ostentoso y llama-
tivo; y compróse muchos dijes y joyas, para perfilar
con el debido aparato ios rasgos del elegante refinado.
Que nadie le tosiera en trapos fue su idea, y la reali-
zó. Luego, mucho boato para la casa, y especialmente
para las cosas de su uso personal; porque una alhaja
de tantísimo valor como él, mal podría guardarse en
estuche de cartón, ni tratarse así tal cuál. Tenía tam-
bién que perpetuar su imagen, ya que no en bronces
y mármoles, en lienzo al menos. Fue entonces cuan-
do Palomino trabajó el retrato de marras. a
Agustín siempre se había estimado mucho, peroí-f
de esta época en adelante el amor á sí propio fue cre-j
ciendo, como crece en velocidad la piedra que cae; y "^
tras este sentimiento le vino el de su grandeza. Aquí
fue ello 1 Figuraos un mortal gozando los éxtasis del
yo, en una plenitud que humanamente no tiene con
qué compararse ; figuraos un ser sin dependencia de
nada ni de nadie, que mira al mundo y á sus habitan-
tes como cosa de muñequitos de plomo; figuraos una.
ráfaga de viento individual que á toda hora entona
trisagios, hosannas y santas^ en alabanza de Agusto
Álzate; figuraos todo esto, y tendréis ¡dea de las que "^
58 Frutos de mi tierra
con respecto á sí mismo pasaban por el cerebro de
este señor, si fue que tuvo cerebro-
Guando la propia satisfacción, ó el recreo en las
prendas personales, encuentra al desarrollarse alguna
luz intelectual, algún sentimiento elevado, suele no
presentarse tan al desnudo, y, á las veces, suele hasta
velarse con cendales de fingida modestia. Entonces
esa jactancia es moneda corriente; tan corriente, que
corre y correrá como ha corrido siempre.
En Agusto no había nada de esto. Tampoco
era su corazón urna de filigranas, como no fueran
las de las joyas empeñadas. Por ende no rebaja-
ría de injusticia el exigir tapujos y velos en las jactan-
^■^V¿Pcias y baladronadas de Agusto: redondas y crudas las
espetaba, con el candor y la buena fe del niño que de-
cía á otro; « ¡ Chupa que en mi casa hay dijunto ! y>
No así Filoinena: mujer, al fin, tenía algún disi-
mulo. Positivista hasta en eso de darse tono^ hizo que
le comprasen una finca de campo, cerca á la ciudad,
que no sólo le producía alguna utilidad, sino que era
además el lugar para sus esparcimientos domingueros;
la cual finca, con algunas reses, la dio para trabajarla
á un infeliz, á quien pedía cuenta cada domingo,
hasta de los huevos que no habían puesto las gallinas.
Con ser mucho su engreimiento y excesiva su
vanidad, con sentirse muy superior á Agusto, en lo
tocante á negocios y á entender las cosas, no se mos-
traba muy vanagloriosa, ni estaba tampoco tan llena
I de sí misma que no echase de menos algo: un mari-
dito, como quien dice.
r
/// — Historia de la Edad media 59
Enfrascada toda su ^Mü pn ^'-'g npgnring^ hjpn
oco se había acordado del espejo; pero al ocurrírsele
la ¡dea matrimonial, hizo ante uno de «cuerpo ente-
ro»— que á la prendería vino á dar, — el inventario de
sus encantos físicos. No serían tantos, ó acaso le pa-
recieron muy descuidados, porque desde ese día se
dio á cultivarlos con empeño, y con este fin reunió en
su nuevo tocador todo cuanto puede teñir de negro,
blanco y rojo, fuese yeso, ladrillo molido ú hollín.
Entre las prendas rezagadas había faldas de seda y
pañolones de raso; pues á manos de una costurera
fueron á dar, y pronto estuvo Filomena arrastrando
unas colas y luciendo unos esponjes, unos alzaditps
por delante, que.... María santísima I
Como no encontrara calzado extranjero que le
viniese al bronco pie, hubo de apelar al de nuestros
zapateros (en ese entonces no había zapateras finas),
¡Pero qué de punteras de charol, qué de visos de ta-
filete, qué chirrión ! Paramentada con perifollos tan
vistosos cuanto anticuados, — pues la amasculinada se-
ñora no estaba en los tiquismiquis de la moda; — re-
cargada de joyas, con tembleques de mariposa en la
moña de redecilla, amantada con los pañolones de
colorines, se contoneaba calle arriba y calle abajo, de-
jando bizco al género humano, haciendo crujir la
seda, la almidonada faldamenta y los chirriones. Pa;:.
recia el Sombrerón.
iTintrt ^nmn sp p^i-^n en evidencia, v el novio no
aspnru^ prij- ninguna p¡^]rtp ! Quc estaba con la embcs-
iidera, era visto; pero nadie se atrevió á capearla.
60 Frutos de mi tierra
Mucho tiempo duró esta actitud, hasta que, cansada
de tan infructuosa campaña, depuso las armas de mi-
radas, sonrisillas y andaregueo, conservando sólo los
afeites y algunas galanuras, y llevando en el corazón
hieles y solimanes, sin cambiar por eso el propósito
de embestir al primer temerario que se le acercase.
Mina también se andaba muy fermentada. Tan-
to, que á cualquier triquitraque botaba la tapa. Lq^,
, desabiiíTiienXQajie-lx:y.idLaLl£ habían venidn en tropel:
que la ladrona de Filomena salió con que ni ella ni
Nieves tenían parte en la casa, porque apenas diz que
representaban entre ambas novecientos pesos, conta-
do lo prestado y el valor de las dos acciones de la
casita vendida, suma que era tanto como nada para
los veinte mil y pico que valía la nueva; que el pica-
ro de Agusto las trataba peor que á perros; que, aun-
que habían buscado cocinera y paje, por echar bam-
bolla, siempre eran ellas las criadas; que Agusto las
quería matar si las camisas tenían una arruguita, si
las medias un punto zafado, si la cama no estaba
'como alisada con bolillo; que a ese maldito viejo 3)
las celaba tanto, que no las dejaba asomar las narices
ni á la puerta, ni á las ventanas; que el negro asis-
tente y la zamba déla cocinera las espiaban, por orden
de esos bribones, para «ponerles en pico» todito lo
que ellas hacían; y que por todo esto los novios, ¡ tan
estupendos ! que les salieron, se habían malogrado.
;u Esta retahila, y otras más que sería prolijo enu-
'^ merar, pasaban en procesión á todas horas por la
mente de Mina, enfermándola.
III— Historia de ¡a Edad media 6
En sustancia todo ello era cierto, menos lo de
los novios. Los tales eran mozos que pasaban á me-
nudo por la calle y á quienes Mina elevaba á la cate-
goría de pretendientes suyos ó de Nieves, sin que
ellos tuvieran noticia de las pretendidas siquiera.
Y tan mal andaban en asuntos amorosos las pobres,
que ni aun les levantaron el grato testimonio de ser
novias de nadie. Parecía que la inicua opinión públi-
ca las hubiera condenado, sin oírlas, á celibato per-
petuo.
Mina, tan recelosa de suyo, siempre tan contra-
riada, sintiéndose sola é impotente en la lucha con
los dos hermanos, y descorazonada para el logro de
sus deseos matrimoniales, no halló otro expediente
que sepultar bajo una mal fingida calma todo aquel
tumulto de ideas y sentimientos. Pero esto no era
posible en ella: por alguna parte tiene que resollar la
caldera, y Af inn fpnía \ TSfit^yes: todas se las pagaba
p«;ta rr'\^\\\r^^ ñ qnjpn h^pía responsable de la suerte
d£ las d<»6.
Tan sólo lágrimas y blandas palabras oponía
,^¿¡£^g&-á los improperios y malos tratamientos de Mi-
nita. En su corazón, como en rico vaso, puso Dios la
flor inmarcesible de la humildad. Por ello perdona-
ba sin esfuerzo, sufría sin quejarse, sin sentirse des-
graciada; y, apóstol inconsciente del hogar, trataba
sólo de llevar á las áridas almas desús hermanos una
gota de la ternura que la suya atesoraba; que, aunque
vegete entre malas yerbas, siempre exhala perfume
la violeta
62 Frutos de mi tierra
Mas la dulzura de esta pobre muchacha era teni-
|da por Agustín y Filomena como apocamiento, y
;Como adulación por Belarmina.
Nieves, en otro hogar, rodeada de afectos, llena
de prestigio, entre cuidados y atenciones, fuera acaso
muy otra; que suelen ser las contrariedades y triste-
zas de la vida yunque y martillo que forjan las gran-
des almas.
IV
Viendo Filomena la pachorra que Agusto gasta
ba para el matrimonio, le dijo un día:
— Cómn e^.?. \ vna nnpensás ca&ate ?
Agusto alzó á mirarla, como se miraría á una
persona que diera señales de locura.
— ¡Mira que hay mujeres muy ricas! — añadió
ella — Y si te dejas envejecer más ! ...
— Envejecer ?....Yá se quisieran esas ricachonas
cogerme á yol... ¡Plata.,, tenemos mucha!
— Pues por lo mi^m"' jj^ plñlfi ^'^g^^ ^^ p1:i<-a
Y como Filomena pensaba tan al derecho en
todo, quiso seguirle el consejo, y, al efecto, sejoietió
ji rnrf-pjar, muy en los rinco casns 4, lina rira herp-
_dera. Esta se rió del prendero en sus mismas bar-
bas; y cate usted que al Álzate se le sube la mostaza
y determina probarle á la muy engreidota que él se
puede casar con la que ganas le den. ¡ Casualmente
que toditas se las pelaban por pescárselo I Pasóse en-
tonces aja Menganita y... nada; luego á la otra^^ y
»ada; y así sucesivamente á todas las ricas de la ciu-
III— Historia de la Edad inedia 63
dad. Pues/ señor, parecía que las morrocotudas esas
hubieran hecho pacto.
Siempre fueron las calabazas muy amargas al hu-
mano paladar; pero Agusto, el feliz Agusto, tuvo para
condimentarlas una salsa con la cual le supieron á
gloria: «Bien sabían — se dijo — que yo no me había
de casar con ellas. Por eso se están haciendo de mi
alma!... Yá las quisiera ver yo, si les floriara de
veras I » Y se quedó tan satisfecho I
Estos fueron los amores que se le conocieron y
que, por cierto, sonaron muchísimo. En los privados,
si los hubo, no nos metemos.
El barrio déla nueva casa es, en su mayor parte,
de gente rica y linajuda. Los vecinos, con todo, hi-
cieron á la familia Álzate la visita de rigor, la que
inmediatamente fue devuelta por duplicado; pero
luego siguieron todos honrando la tal casa con su au-
sencia. No necesitaban de tanto Agusto, Filomena y
Mina, para poner entre ojos al vecindario entero. A
todos declararon la guerra y con especial encarniza-
miento á la familia de don Juan Palma, única pobre
de la calle. ¿ Pobres á los prenderos ?...¿ Pobres á ellos
que, cuando algún pordiosero les imploraba desde la
puerta un bocado, lo echaban noramala hartándolo á
insultos ?
No sabían las Palmas con quiénes tenían que ha-
bérselas.
Decía Filomena: «c Esas muertas de hambre!...
Esas mugrosas !... Quien las ve tan orgullosas... y
no prenden el jogón ! y>\
64 Frutos de mi tierra
Decía Agustín: o: j No hay que haceles casol...
esas son unas vagamundas, unas...l i»;
Decía Mina: «Tan ferósticas!... porque á cuál de
todas... I Si parecen cría de micos ! j>;
Decía Nieves: « ¡ Por Dios 1 ¡ Ñor sean así! í; y
Los otros, en coro: « Calla la boca ! calla; que
vos hasta pa esas topas defensa ! t>
Minita, tan poco comunicativa con los prenderos,
en quienes miraba enemigos encubiertos, — como he-
mos visto, — estuvo entonces, por antipatía á las Pal-
mas, en largas pláticas con ellos, sobre todo con
Agustín.
Vestida de bermejo, hecha un ascua de oro y co-
lorete, se estaba una vez á la puerta la gentil prendera.
Marfa^ \^ rnfííT^írr''^^ ri&J<w-P«44,yig^ pasaba por la calle,
paladeando un corozo grande, que, al chupar, le in-
flaba los carrillos, como el viento á un chirimero. De
pronto é inconscientemente alzó á mirar á Filomena,
y, á la vista de aquella guacamayona picando uvas de
corales, con que la señora prendía el cuello; á la vista
de esas uc/xuvas que le colgaban de las orejas, la mu-
chacha se encantó y se quedó fija en aquello, con el
corozo en la boca. La quintañona beldad observó, á
su vez, las papujadas mejillas de la niña; y, creyendo
que la remedaba y la hacía burla en su propia cara,
se abalanzó sobre ella; pero la rapaza se le escapó ha-
ciéndole gestos, esta vez muy de veras. Filomena, más
furiosa aún, vomitó por esa boca sapos y culebras.
III— Historia de la Edad media Cü
No bien la gestosa entró á casa, compareció el
asistente de los Alzates en solicitud de la señora de
Palma, con este recado: (( Que á mi siá Jilomena que
castigue una niña suya, muy mal criada, qui ha ido
á moléstala y á burlase della.»
Confundida la señora, llamó á la chica, la exami-
nó, le hizo cargos; protestó ésta de su inocencia, y
refirió cómo, por ver « esas cosas tan lindas que tenía
esa señora », se paró etc.... La madre y las otras
niñas rieron del caso.
(( Dígale á la señora, — dijo la de Palma, — que
hasta ahora no he encontrado motivo para castigar á
María; que yo averiguaré bien la cosa, y que si hay
falta, se la castigo ».
El criado dio la razón, y agregó que « esa vieja
y las hijas se habían reído mucho ».
Filomena que tal oye, sale, atraviesa la calle, se
acerca á una de las ventanas de las Palmas, y.... para
qué te quiero, boca ! Las pobres no tuvieron más re-
medio que cerrar.
A la mañana siguiente, cuando el señor Palma,
gran madrugador, salió á la calle, notó, á pesar de
estar aún algo oscuro, que en la recién enlucida pared
de su casa había algo escrito con carbón, en gordos
caracteres. Leyó. Lo que rezaba el letrero no hay
para qué decirlo; pero sí que el señor Palma, que
nunca sufrió corea, perlesía ni ningún mal nervioso,
tembló como azogado, crispó los puños y chasqueó
los dientes; y que un albañil corrió á encalar de
nuevo casi todo el frente de la casa. 5
66 Frutos de mi tierra
Otro día, estando las Palmas conversando en la
puerta de la calle con un su pariente, acertó á pasar
Agusto á tiempo que la risueña Lola mostraba los
dientes. ¿ Pues no se le antojó á éste que era de él de
quien se reían ? Púsose como un serpentón y tarta-
mudeó algunas palabras, ininteligibles por fortuna.
Fuese á don Juan con la querella, quien le recibió con
displicencia; fuese en seguida al Alcalde, quien exi-
gió fianza de guardar la paz.
Pero á la paz de los Alzates no le faltaban gestos,
cuándo de mofa, cuándo de furor, ni miradas enve-
nenadoras, ni puños medidos, ni quitadas de acera
con empujones á la calle. Las Palmas como si tal
cosa; pero temblando por dentro. Don Juan quiso
: vender la casa, por huir de los Alzates; mas, no en-
contrando una que conviniese á sus recursos, hubo
de resignarse á soportar los nuevos vecinos.
IV
LAS QUESERAS DEL MEDIO
>L amai:xe€er..^l domingo fue lluvioso^ tal
siguió la mañana; el medio día, nubladillo
y tristón como un convaleciente; la tarde,
á manera de esas gentes que pasan la juven-
tud recogidas para alborotar en la vejez, determinó
arrebolarse, allá por el poniente, por supuesto, y ves-
tida de azul batatilla y de blancos tules por arriba, de
color de esperanza por abajo, tanto garbeó, que pudo
al ñn alegrar la ciudad. No quiso ser menos Eolo:
perfumándose con rosas, eucaliptos y azahar, echóse
á volar regando aromas, acariciándolo todo, delgadillo
y silbador.
Los medellinenses, metidos en sus casas con el
tedio dominguero muy pronunciado, al ver esos cela-
jes, al sentirse regalados con tales ráfagas, dieron
de mano á los aburrimientos, y salieron á las puertas,
y luego á paseo.
Los mozos del buen tono ecuestre sacaron los po-
tros del rumbo, enjaezáronlos con el galapaguillo
francés, y asiendo por la sutil brida, estuvieron de un
salto á horcajadas. Refrenados los caballos, compues-
to el sentada, abiertas las piernas como una A ma-
68 Frutos de mi tierra
yúscula, y con todas las tiesuras que el caso exige,
partieron á paso menudito, alardeando, ya del andar
del palafrén, ya de la apostura del jinete, si no del
charolado botín, cuya punta de lanza toca apenas el
aro del argentino estribo, sin faltar en tan caballeres-
ca serenidad ni el salto inverosímil, ni el bizarro cara-
coleo, para poner á las claras que el jinete no es nin-
'Vgún cura. Las francesas antioqueñas, que ya se creían
[chasqueadas por el mal tiempo, se botaron también
por esas calles de Dios, disfrazadas según el último
figurín, asustando á los hombres, dando en qué en-
tender á sus rivales en elegancia.
Los 7naiceritos, aforrados en gomosos, se anda-
ban muy lindos y sietemesinos, enredando por ahí
con el chic parisiense.
Los trenes del tranvía iban y venían de bote en
bote. Cruzábanse los coches' de alquiler, llevando en
sus sebosos asientos á las señoras del fregado y
del hollín y á las sirenas de cuarto ciego. La calesa
de algún ricacho pasaba majestuosa, tirada por su her-
moso tronco.
Los galleros de los' pueblos circunvecinos salían
del circo, con los marañoiies, papujos y canagiiayes,
héroes del día, terciados á guisa de guarniel, ahupan-
do sus caballejos, echando sus tragos los afortunados,
mustios y despaciosos en sus bagajes los de negra
suerte.
Gentes como se estilan por acá, de ruana y paño-
lón, trajinaban por todas partes.
¡ Vaya si había qué ver en esta hermosa tarde !
IV — Las Queseras del medio 69
Y viendo estaban en el portón de las Palmas
hasta una docena de chicas, á cual más guapa, senta-
das en tabureticos y banquetas.
Las Palmas, pobres y todo, eran tan populares,/!
que su casa fae siempre 4">unto de reunión de todas ,j
las muchachas del barrio; y los días de fiesta se for- »
maba en su puerta un ramillete de flores de carne y
hueso, que ni para hacerle chorrear la baba á tanto
abejón como pasaba por la calle.
La junta de esa tarde, engrosada con tres miem-
bros nuevos y varios honorarios, estaba animadísima
é interesante además; pero no tenía ronda de galanes.
A-poco atravesaba la calle una niña, muy á la
francesa y tan garbosa y apuesta, que parecía tener la
sal de Dios regada por todo el cuerpo.
La cual se dirigió al portón referido.
— ¡ Pepa ! ¡ Pepa ! — exclamaron varias, como si
llegase la capitana.
Ella fue estrechando manos á diestro y siniestro,
y á manera de saludo dijo:
— ¡ Pero, niñas, por Dios !... ¡Es una vergüenza
que tantas muchachas tan cuartas no tengan una pa-
rranda de novios en la esquina!... O, si es que no
tienen, avisen para prestarles de los míos!
— Sí, Pepa ! — replicó una morenilla más picante
que el ají; — lárganos unitos de los tuyos !
— ¡ Pero es que no se puede ni creer que estén
todas comiendo pavo ! — repuso la recién llegada, to-
mando asiento. — ¿ Por qué no los llaman ?
Y viendo que ni en las esquinas inmediatas ni
70 Frutos de mi tierra
en parte alguna se paraba nadie; viendo que no pasa-
ba ningún /^o de servir, exclamó:
— ¡ Así nó, mis hijas !... ¡ Imposible que piquen
los pollos, si no los saben llamar!... Espérense y
verán, yo les enseño. •
Y esto diciendo, salióse hasta media calle, metió
la mano al bolsillo, la sacó luego llena de confites y
comenzó á chillar, como si estuviese en corral de ga-
llinas.
— Cutu I cutu ! cutu !. . Cutu ! cutu ! cutu!...
Cutu I cutu ! cutu! (al mismo tiempo que regaba el
grano).
— { Por Dios, Pepa!... ¡No seas loca !..st Mira
que te pisan los coches !... ¡ Qué dirán, por Dios, los
que pasen ! — decía una, mientras otras reían.
— Eh, niña! no sea boba ! Espérese y verá.
Y siguió llamando: ¡Cutu! cutu! cutu!...
Como dicen que acuden los espíritus al conjuro
del médium, así mismo comparecieron tres estudian-
tes universitarios en la boca-calle cercana. Pepa, al
verlos, exclamó con rabia cómica:
— Vean estos cachuchos cintiazules !... Pensarán
que es á ellos ?
Y encarándoseles, hace ademán de espantarlos,
diciendo: ¡ Huise, criolletas ! ¡mi maíz no es para
ustedes !
La trinca estudiantina prosiguió su marcha calle
arriba.
— Por Dios, Pepa !... Ah pena! oyeron!... ah
pena!
IV — Las Queseras del medio 71
Esta permanece en su puesto, y, como el general
que desde el campamento dirige el catalejo al enemi-
go, lleva ella la mano vacía á un ojo, á modo de alar-
gavista, lo apunta á lo lar£;o de la concurrida calle,
observa, y á poco clama entusiasmada:
— Allá vienen ! allá vienen!... y toditos son de
espuela y pelea !... Ahora sí, muchachas: prepáren-
se.... bien risueñas, con la cara más bonita que sepan
hacer ! Yá casi llegan !
En efecto: allá, como una cuadra distante, sobre-
salía de entre la burda concurrencia un grupo de ca-
chacos y pepitos.
— Hay para todas! — dijo la generala. — ¡Qué
cuartos que vienen !... Vean cómo bolean las varitas !
Vean otros tan pechiblancos !... ¡ Eso sí es concu-
rrencia!...
La cachaqiieril pléyade llega, y derechito á la
esquina, ojo al portón. El general manda:
— [ Apunten, muchachas !
Algunas se entraron al zaguán, á ocultar la risa.
El enemigo se movió á vanguardia. Iba á pasar
por la emboscada. Pepa retrocedió hasta la acera, y,
antes que los pollos llegasen, regó la confitería. Al re-
guero, ellos se sorprenden, y algunas elegantes corte-
sías se malogran.
En el portón se oye el gorjeo de risas comprimi-
das. X^n pepo, de los últimos, muy vidrioso, sin duda,
se detiene, entre escamado y burlón; se retuerce el
atildado bigotillo y, dirigiéndose á las niñas, dice en
tono provocativo:
72 Frutos de mi tierra
— ¿ Les parecemos muy célebres ?
— Nó, caballero. Nada célebres — responde Pepa
con mucha impavidez.
— Entonces.... ¿ por qué se ríen tanto ?
— Pues porque estamos diciendo muchas ocu-
rrencias.... que no le importan á usted.
— Y esos confites ?
— Confites ?... Usted está un poco mal de la vista,
caballero: ¿ no ve que es maíz ?
— Yo soy muy serio.... para estas gracias !...
— Sí?... Pues me alegro mucho! nosotras somos
muy risueñas.
El mocito, viéndose poco airoso, quiso cambiar
de táctica, y, con risita forzada, dijo:
— Es una pura broma, señorita. Disimule.,, me
habían dicho que usted era... era muy pronta... y
determiné provocarla.
Pepa lanzó una carcajada de loro.
— Conque provocarme I... já I já ! já i señor...,
usted sí que es chirriao I...
El (c señor » se aturrulló tanto, que siguió su ca-
mino sin saber qué familia era.
Gran confusión hubo en el campo mujeril.
Estas reían á todo trapo, aquéllas hacían extre-
mos de angustia, cuáles protestaban de la conducta de
Pepa, cuáles de la át\ pepito: algunas la trataban de loca
de atar; otras le echaban calurosas laudatorias, procla-
mándola cerno á la más cuarta de las hembras; y hubo
una tan aterrada, que propuso se levantara la sesión,
6 que, al menos, se pasase á la sala. Pero la moción fue
IV — Las Queseras del medio 73
tan impopular, que antes se convino en que ninguna
se iría hasta las seis y media, y que del portón no se mo-
verían ni las moscas.
El nervio chistoso se exaltó tanto en la tertulia,
á causa de esta escena, que el caballero serio fue blanco
de alfilerazos epigramáticos. La algarabía azonzaba.
— Pero quien es esa criatura de mi Dios ? — pre-
guntó Pepa.
— Es M^ftfn Hala- un joven muy interesante —
contestó una.
— Ahora lo oigo mentar ! — repuso la Escanden.
— jOuien lo veía, que parecía que iba á reventar
como un cañón,... y se vanió !
El símil agradó, y el señorito Gala quedó confir-
mado esa tarde, entre las niñas ésas, con el mote de
c El Vaniao ».
Cuando éste se unió á sus compañeros, que algo
habían oído, no fueron pocas las bromas que le dieron.
A poco estaban de vuelta, y al pasar por frente
al portón, no podían atajar la risa. Igual cosa pasaba
á las muchachas. Sólo Martín volvía muy cariacon-
tecido.
A causa del mal tiempo no pudo ir Filomena ese
domingo á la finca, lo que la puso de muy mal humor.
Para ver de disiparlo, se emperejiló bien, no sin ha-
berse regado antes por todo el rostro gracias de car-
mín y nieve. Sacó luego del escaparate un gran cofre
y se puso á dar lustre á las joyas. Pegada á una mesa,
74 Frutos de mi tierra
con ese aire solemne y esos frunces de boca que algu-
nos ponen cuando están haciendo algo muy bien,
pasó todo el medio día, soba que soba y dale que más
dale, á la tiza y á la gamuza.
.. Agusto, cuyos solaces eran elaborar los fruteros
que yá conocemos, ó hacer cucharas de naranjo, ó amo-
lar las navajas de barba y el cortaplumas, estuvo ese
domingo sin estro artístico y sin disposición para nada.
Él no era hombre de parrandas ni bebezones, ni
Vmigo de nadie. ¿ El juntarse con cualquier clase de
gente ? ¿El ir á esos casinos, á ese Edén donde había
[tanto gorrista? Nó, nó ! Que fueran á que les diera
de beber el diablo ! Tampoco le agradaba el campo.
¡ Harto cagajón había manejado de niño, harta basu-
i ra, para ir ahora á ver vacas, bagazo de caña y des-
jv aseos ! Que fuera Filomena, que le gustaba eso.
Quitóle al lecho los paramentos y la colcha de
damasco, se echó, y quedóse al momento como un
angelito.
Aprovechó Minita el sueño del cancerbero para
echar á la puerta un ratico de pesca; pero ni una an-
guila picó.
Muy tarde despertó el señor.
— Cómo es: ¿ aquí no se come hoy? — gritó fu-
rioso, saltando al corredor.
— Pues como usté estaba dormido.... — contestó
Nieves muy asustada, porque ese día principiaba
semana.
— Y vos, sorombática, que todo lo dejas pa la
hora de la muerte!...
IV — Las Queseras del medio 75
Nieves corrió á arreglar la mesa.
— [ Ave María, Agusto ! — exclamó Mina, entran-
do.— Me admiro de que haya podido dormir con la
rochela que tienen aquellas sinvergüenzas ! Me fui á
asomar á ver qué era, y ai se están riendo de todo el
que pasa. Óigalas !
— Quiénes?... Las Palmichas ? No les digo!...
Apuesto que ai están echándoles ojo y haciéndoles
cismas á todos los que ven.... porque esas sí son las
tísicas que más gana tienen de casase I... i Ah falta que
les está haciendo el rejo !...
Se sentaron á la mesa. Agusto, camisa al aire
y sin chaleco, ocupó el puesto de honor. ¡ Y cómo se
cuidaban los Alzates ! La botella de vino seco dulza-
rrón campaba sobre el mantel de arabescos de azafrán
y grasa; sendos plátanos bananos lucían junto á las
arepas de maíz remojado, en los puestos del señor y
de Filomena. Aquél, tomando la suya, la parte por
mitad, y, manipulando con media, cual si fuese con
el cubierto, acomete el principio, que es un plato de
estrellados huevos, cuyas yemas, al ser heridas, re-
vientan, combinando en vistoso matiz su amarillez de
oro con la púrpura del tomate y con el verdor de la
cebolla.
— Pues les aseguro que las tales Palmichas están
que piden azote, — dijo el señor, medio atragantado
por los bocados que le esponjaban ambos carrillos.
— Esas?... Neme digas! — exclamó Filomena
con estrépito. — Esas son las vagamundas más grose-
ras que hay !... Con tanto así que les vea.... las acá-
7^ Frutos de mi tierra
bo !... Sobre todo esa tuntunienta que me arremedó;
ésa chupa muy duro !
— ¿ Y la grandulaza que se rió de yo ? — clamó el
varón, que casi se ahogaba con un tarugo de longani-
za, plato que siguió á la entrada de huevos,
— Y vos, tan ovejo, que no le reventates el hoci-
co á esa dientipelada !
— Si fue que mi acordé de la fianza ...
— ¡ Qué cuento de fianza ¡ — observó Mina, chu-
pándose los diez mandamientos, tintos en salsa. — ¡ Si
eso fue hace añísimos, cuando mandaban los rojos i...
¿ Qué va á saber el Alcalde de ahora ?
Agustín, ocupadísimo en descuartizar á dos ma-
nos el caparazón de una gallina frita, guardó silencio,
y Mina continuó:
— Bien le había podido bajar el moño á la Lola...
¡Y pa eso que son tan visitadas !... No sé qué gracia
les toparán á esas hambrientas. Ya se ve: como son
tan lambonas....
— Pisssl Pues si las visitas son por el encarte de
ellas...! —dijo la prendera. — Si en esta calle no hay
sino zambos alzaos, porque tienen cuatro riales. Mira:
estas jetimoradas de la esquina se les ve el zambo á
leguas; la doña Teresita, tan merecida, es hija de una
vieja vagamunda; las yarumaleñas son unas tristes
puebleñas que quieren venir á meter la Gómez.... ¡Si
en esta calle no hay con quién hablar !... Si yo me
llego á imaginar que por aquí vivía tanta canalla, ni
á palos habíamos comprao esta casa ! Si yo le vivo
diciendo á este Agusto que lo que debemos hacer es
IV- — Las Queseras del medio 77
irnos pa Bogotá!... Ya ven lo que escribe Juana! Y
me dice mi siá Chepa que esa sí es la tierra pa disfru-
tarse y ganar harta plata, en cualesquier cosa !... Pero
éste nó: le parece que si no es aquí no hay vidaI.^.
Pues yo, cuando menos lo piensen, me les voy.
Nada contestó Agusto á esta interpelación: esta-
ba royéndose la rabadilla de la gallina, acto solemní-
simo para él.
Los fríjoles y la mazamorra, cantados por el poe-
ta antioqueño, también aparecieron en la mesa; pues
aunque Agustín no los comía nunca, Filomena sí les
hacia el honor algunas veces.
Luego que aquél dejó la osamenta del ave sin una
hebra, se zampó un vaso de leche postrera, quedándo-
sele la densa espuma en los pintados bigotes. Tras es to
vino el plato de conservón, de la laya de los que anta-
ño vendía.
Nieves le trajo cosa de una pucha de café clarucho,
y el gastrónomo, mientras reanudaba la conversación
sobre las Palmas, le mezcló dulce raspao hasta espesarlo,
y se apercibió á bogar, pues bogado era como lo tomaba.
— Dejen esas pobres en paz ! — dijo Nieves ea i
tono festivo, al oír á la prendera continuar la apolo- /
gía. — Lo que ha de hacer mi hermano es casase con||
Lola, pa que hagan las paces.
Ella que dice y Agusto que se quita el tazón de
la boca y se lo avienta á la cara con café y todo.
— Ah animal ! — le grita, echando candela. — Sólo
á vos te se ocurre !... Estúpida !... Grosera I... Atre-
vida !...
78 Frutos de mi tierra
Afortunadamente que ce el Cónsul í tomaba el
café frío; que si no, le sancocha la cara á la infeliz.
— Muy merecido que lo tenes ! — exclamó Minita.
, Aturdida con el trastazo, ^negada en UaníP y en
_café^ recogió Nieves los tiestos del trasto y salió para
la cocina.
Los prenderos estuvieron á poco en la puerta de
la calle, viendo, llenos de rabia, la alegre tertulia, á
la que el joven Gala hacía el costo en ese momentp.
En la acera opuesta, frente al portón de los Ál-
zales, precisamente, estaban dos hermanitos de las
Palmas, diableando, gx^amor^j^compaña de Pachito
Escandón, que había seguido á Pepa. Ocupábanle los
tres mocosos en el gravísimo asunto de cambiar re-
tratos de cajetillas de cigarrillos. Que cuatro Núñez
por ese Gaitán: que « No vaya á creer »; que cinco:
que <L Ni por mil »; que tres Dolores Sucre: que «Esa
no hay quien no la tenga t>; que don Juan Montalvo
por don Belis: que « Échalo ! »; y que éste <r es muy
escaso»; y que aquél «es muy común», hasta que
hubo gran canje de personajes ilustres. Luego que
cada cual guardó su colección, se pusieron á « echar
balero y>. El Escandón había improvisado uno famoso
con un lápiz y una naranja verde, y los Palmitas se
dieron modo y maña para hacer los suyos por el pro-
pio estilo. Entusiasmados con el invento y las apues-
tas, chillaban que era un gusto. El señor Álzate abría
la boca para regañarlos, cuando la naranja de Palma,
el menor, desprendiéndose con fuerza de la cuerda,
saltó y fue á caer, sin tocarlos, á los pies de Filóme-
JV— Las Queseras del medio 79
na. Ella y el hermano rugieron, zapatearon é insul-
taron á los rapaces. Inmutados los Palmitas, trataron
de huir; pero el ladino Escandón volteó á los rega-
ñones y dijo con sorna:
— Eh ! Parecen del Bolo I No nos vamos, mu-
chachos; no nos vamos !
Agusto pasó del grana al verde, y entrándose
apresuradamente, tomó el sombrero y el bastón, y
salió desempedrando las calles.
Las alegres chicas no se dieron cuenta, con su
charla, de lo que á los niños pasaba; pero al ver que
Agusto iba fan afinaHn^ las Palmas palidecieron y
callaron.
— Qué fue .'* — preguntó Pepa.
• — Es que está pasando don Agusto !
/ — Valiente novedad I
No habían corrido tres minutos cuando don
Agusto volvía, erguido y triunfante. Tres gendarmes
le seguían.
Estos, á una señal del señor, echan mano á los
rapaces, que gritan llorando de miedo.
— Pa la cárcel, malcriados 1 Es pa que tiren na-
ranjitas !... — exclamó Agustín.
Pepa y las Palmas, fuera de sí al ver aquello, se
lanzan sobre los eorchetes protestando:
— Eso sí nó ! Los muchachos no los llevan !,,.
I Por qué gracia "í
Las otras chicas las imitan. Chillando, estruján-
dose, arremolinándose, se prenden, cuáles de los al-
guaciles, cuáles de los niños. Aturdidos dos de aqué-
80 Frutos de mi tierra
líos, largan su presa. Empecinado el otro, se aferra á
la suya. Las chicas entonces le cargan á él solo: lo
"zarandean, le tumban el kepis, lo pellizcan de lo lindo.
El grandísimo sinvergüenza intenta sacar la bayone-
ta, y mientras tanto el preso se le zafa y se asila en el
zaguán. Corren tras él las lidiadoras en montón, y
cubren la puerta. El enemigo, rompiendo por entre
faldas, se les entra. Mas las fieras muchachas no le
dan tiempo de llegar al contraportón: unas rojas,
otras lívidas, todas trémulas, lo envuelven, lo arro-
llan, y, empellón va, pellizco viene, lo echan á la
calle. El zambo, que por más señas está de botines y
muy galán, da un traspié y se va de hocicos contra
el empedrado.
La escena pasa en un segundo.
Al levantarse el del revolcón, se agolpa la gente,
atraída por el bochinche. Nadie entiende á nadie:
todas aquellas amazonas hablan y gesticulan á la vez.
Están hermosas en su embriaguez ! Sólo se distingue:
ce Negro grosero ! » « Negro sinvergüenza ! » La voz
de Pepa sobresale enérgica: « Nosotras también va-
mos á echar hoja, como los estudiantes.... el otro día
que estos negros descarados los iban á llevar á la
cárcel ! »
Los compañeros de Martín Gala, que se habían
entrado al casino de la esquina, acuden con algunos
vecinos.
— Pero, ¿qué es la cosa, señoritas .'* — pregunta el
doctor Puerta.
— Nada, doctor, — contesta la Escandón, con voz
IV — Las Queseras del medio 81
temblona: — que los gendarmes iban á llevar los niños
á la cárcel.... y nosotras se los quitamos !
(Gran sensación en el público.)
— Y por qué los llevaban ?
— Por qué ? Porque don Agusto Álzate, aquel
viejo bigotipintado que está en aquella puerta, los
mandó llevar porque tiraron una naranja al alar de
su casa.
Todos dirigen la vista al punto señalado por
Pepa. Allí están Agustín y Filomena, como desafian-
do al público, como asesinándolo con sus miradas.
Dios sabe cuál se hallan por dentro: todo lo están
oyendo.
— Pero eso no es motivo ! — dijo un cachaco.
— ¡ Cómo nó, caballero ! — replica Pepa, en voz
alta y menos trémula, — ¡ Cómo nó I: no ve que á ese
señor le dio miedo que los niños le fueran á reventar,
con las naranjas, ese par de nacidos que tiene la viejita
en los cachetes ?..,¡ Vea qué inflamados los tiene !...Po-
brecita !
El auditorio estalla. Triunfo más estupendo no lo
hubo en las otras Queseras.
Los vencidos prenderos se entran sonámbulos, in-
conscientes. Lo mismo hacen las vencedoras.
Mareadas, riendo unas, llorando las más, arman
en aquella casa la de Dios es Cristo.
El alguacil obstinado, más corrido que una mona,
con el kepis nuevo hecho una miseria, no tuvo más que
aguantar las búrlelas de los otros dos, que tomaron á
risa el suceso. 6
82 Frutos de mi tierra
— j Hijue las niñas pa tener uña brava !... Nos
trancaron bien alegre !... — dijo uno.
— Y sin modo !... — repuso el otro — Pero destas
niñas, hombre !...j ojualá nos pelizcaran to los días !
La señora de Palma andaba en visitas á todo esto.
Cuando llegó á casa, todo era confusión y zambra.
Quiso saber la causa: ¡ imposible ! todas á un tiempo
contaban lo sucedido. A fuerza de regaños y repre-
guntas, pudo al fin medio enterarse, y quedó ate-
rrada.
— No me digan más, mis hijitas I — exclamó la
señora. — Vayanse las que no quieran morir; porque
es yá que nos vienen á matar !... y si alguna queda
con vida.... busque quién nos blanqueé la pared....
i Para matanzas estaban los Alzates ! La viejita
de los nacidos, suelta la moña en trágico desorden,
bailoteando unas veces, dando revuelos como agallo
otras, el ojo volado, alzados los puños en épico furor,
iba y venía por los corredores, llevando el espanto al
corazón de Nieves, que, en unión de Mina, el criado
y la cocinera, corría á favorecer á Agusto.
El cual, en prosaica postura, pasaba por las pro-
pias congojas que Sancho cuando la toma del bálsa-
mo aquél. Los estrépitos del mal eran para alarmar.
— ¡ Se nos muere el hombre ! — gritaba la infla-
mada Filomena. — Se nos muere !... Corre Vangelista
por el dotor !
•\
V,
HUN CUARTO ALEGRE»
A£XÍN-GaJa se despidió de sus camara-
das y llegó á casa á eso de las seis. Inme-
diaUmente, y sin quitarse los arreos de
día de fiesta, que eran de lo más fino, se
echó en la cama, á fumar cigarrillo, para ver de es-
pantar esa bandada de cotorras que llevaba en la ca-
beza.
— No hay duda — se decía: — me puse en ridícu-
lo,... pero harto I... ¿Quién me mandaría enredar-
me con la malcriada ésa ?... ¡ Cómo se reirían de mí
las otras!... Pero fue que los confites.... ¡malditos
confites !.... me dio tanta injuria !.... La podía haber
insultado y seguir....
Habitaba Martín en el barrio de San Francisco, "1
en casa de doña María Ramos, señora viuda y pobre, '
la cual, mediante una módica pensión, asistía á tres
ó cuatro huéspedes, estudiantes casi siempre. Toda i
la familia de la señora era una hija solterona, tan >
vieja, que más que su hija parecía su hermana, con
ser que la madre no estaba muy conservada.
Por compañeros de habitación tenía Martín á un
tal Mazuera, estudiante de Jurisprudencia, mozo fle-
mático á la vez que parlanchín, sobrado amigo de
84 Frutos de mi tierra
meterse en todo y con sus ribetes de tunante; y á
otro joven, muy bonachón y aplicado, que cursaba
Medicina, á quien Mazuera llamaba el doctor Cañas-
gordas^ por ser natural del pueblo' así llamado y pare-
cerle un poco presuntuoso.
Las patronas los trataban como á hijos, y ellos,
al par que las querían y respetaban, las embromaban
de cuantos modos estaban á su alcance, las tuteaban,
— las trataban de vos, mejor dicho, — llamando á la
jLtaadre, «Marucha X) y á Paulita, la hija, <r la vieja», por
w antonomasia.
Los tres muchachos, si bien de caracteres muy
diversos, la llevaban muy en paz; y de esta armonía
se aprovecharon las señoras para acomodarlos en el
cuarto del zaguán, que era muy grande; el cual se
arreglaba tres veces al día, pues el desbarajuste de los
mozos corría parejas con el orden y aseo de ellas.
Tales composturas, lejos de molestarlas, les servían
de tema para reír y darles bromas en forma de rega-
ños, (£ por el poco fundamento » y « por lo marranos»
que eran.
Qala era caucano, hijo de una viuda riquísima, y
no tenía más hermanos que uno, hacendado. Como
aquél no despuntara por el lado de los negocios y ha-
ciendas, y deseando la madre que fuera hombre de
letras, determinó que hiciese estudios formales y se
graduara de doctor en cualquiera facultad. Demasia-
\do ortodoxa, no quiso mandarlo á Bogotá, porque —
-'decía ella — esos colegios de por allá, aunque cató-
licos en su actual enseñanza, merced á la Regene-
V — « Un cuarto alegre » 85
ración, estaban contagiados de la herejía roja que por 1f
tantos años cundió en ellos, y que para desinfectarlos í
era menester echarlos abajo desde sus cimientos, y j
construirlos de nuevo.
Por esto y por amor patrio, pues la señora era
antioqueña, prefirió, por la de Popayán, la Universi-
dad de Medellín, donde, según sus cuentas, no podía
ser mucho el contagio, habiendo sido de pocos años
el dominio herético. A Martín, que tenía en pers-
pectiva á Bogotá, le agradó bien poco esta determi-
nación; pero halagado con la promesa que le hizo su
madre de enviarlo á Europa, si le daba gusto, aceptó
y se vino, muy recomendado, por cierto, á los amigos
y parientes que su madre tiene en Medellín.
Ni los talentos ni la aplicación del caucano eran
cosa del otro mundo. No es, pues, de extrañarse el
que brillara tan poco en las aulas y el que los profeso-
res y jefes del Establecimiento no le tuvieran mucha
deferencia. No así entre los estudiantes: su carácter
altivo, sin ser insolente, rasgado, no exento de simpa-
tía y gracia, le granjeó bien pronto numerosas amis-
tades. El manejar bastante dinero, el haber dado al-
gunos pescozones, muy bien asentados, en los lances
estudiantiles, y, más que todo, su generosidad rumbo-
sa, le dieron, dentro y fuera de los claustros, muchí-
sima popularidad. A más de esto, Galita ó tCauca-
no >, como le llamaban, hablaba por los codos, y, á
fuerza de decir sandeces, llegó á echárselas oportunas
y á adquirir fama de muy chistoso y decidor.
El deseo de distinguirse, de sobresalir, tan propio
86 Frutos de mi tierra
de la juventud, lo tenía Martín muy pronunciado; pe-
ro este deseo, — que en otro fuera noble emulación para
los estudios, — lo aplicaba sólo á cosas de poca monta,
bien ajenas al asunto. Nunca se tuvo en menos porque
en las clases hubiese chiquitines más adelantados que
él, ni porque los superiores se lo hicieran notar; pero
que alguno lo aventajara en tirar la pelota, afuera más
hábil en el trapecio, era para Gala motivo de verdade-
ra mortificación y para que se propusiese propasarlo.
En lo tocante á vestidos, leontinas, relojes y otras ga-
lanuras, tampoco se dejaba «echar ñatas t> ni del más
peripuesto estudiantón.
. Fueren una palabra, el mayor hereje que tuvo la
religión de Minerva.
Los ilustres varones de la sapiencia, como cate-
dráticos, por ejemplo, le parecieron siempre embobados
de rostro, sin pizca de malicia ni elegancia, más pro-
pios para decir misa ó ayudar á decirla, que para ha-
^cer el cachaco.
i Que el cachaco, el cachaco de rumbo, y no otra
/vcosa, era el sueño de Maxtía.
Á más no poder, y entre si salgo ó no salgo,
aguantó el primer año en el internado, sin mas ansias
que losdías de vacaciones, para gastar y hacer tonterías.
Al segundo año, so pretexto de que el internado
. le enfermaba, siguió externo, y se colocó en casa de
/Tdoña María, continuando sus estudios más por rutina
^ ó á falta de otra cosa en qué ocuparse.
Por uno de esos caprichos frecuentes en jóvenes
desaplicados y ricos, ó acaso por convenir á sus miras
V — « Uti cuarto alegre » 87
cachaquHes, dedicó alguna atención á la Historia y la /
lengua patria, únicas clases en que no salió abajo de^
paso en el terrible trance de los certámenes. '
Al tercer año pretendió matricularse, contra vien-
to y marea, en el primero de Medicina, pensando des-
lumbrar á su madre con este paso y anticipar el viaje
á Europa, Sobra decir que el plan no le surtió, — y mal , ,
podía surtirle, — de lo cual tomó disgusto.... ^,¿¿443 \
Universidad I
Libre de los pocos escrúpulos que de colegial tu-
viera; libre para obrar; con carta franca para ponerse
en fondos, dio comienzo entonces á la carrera de cu'
chaco. Compró caballo; recorrió sastrerías y almace-
nes, haciéndose á lo mejor, á lo más vistoso, á lo más
de moda; abonóse al teatro, donde á la sazón funcio-
naba una muy celebrada compañía dramática ; fue
cliente de casinos y cantinas, — de " El Edén," sobre
todo^ — ; y tan pronto estuvo en el busilis del taco,
que era de verle hacer billas, carambolas y palos por
todas partes.
Obsequioso, con esa generosidad del que gasta
sin saber cuánto cuesta lo gastado, dejaba en esos pa-
rajes una estela que le formó aureola. ¿ Qué mucho,
pues, que fuera uno de los niños mimados de casinis-
tas, sastres, zapateros y comerciantes de novedades ?
I Qué mucho que pronto se relacionase con la cre-
ma ? Y tanto alcanzó, que fue enrolado en El Pomo ^
uno de los clubes de mayor fuste. Pero El Pomo te-
nía su reglamento, y, Martín, que no estaba para com-
promisos, se salió al mes.
88 Frutos de mi tierra
En honra del ex-estudiante, será bien hacer cons-
tar que nunca se le vio en trapisondas aguardentescas,
ni tumbado por ahí, ni conducido á la cárcel; mas lo
que es tomarse un doblete de brandy, una sangría, un
doné pachero^ unas cuántas botellas de cerveza, eso sí,
cada rato. ¡ Y tanto como se despabilaba con estas li-
baciones !
Hacía el amor, ó al menos los cocos amorosos, á
toda chica guapa que veía en el teatro, ó en la iglesia,
ó en cualquier parte, sin que esto le impidiera tener
siempre sus chicoleos ventaneros, muy bien entabla-
dos, alcanzando su constancia á una sola hasta cinco
meses.
En cuanto al amor de otro modo, no le faltaban
por esos trigos algunos picos pardos en que enredarse;
pero en lo que Martín contaba sobre estos asuntos,
que no era poco, había, valga la verdad, más alharacas
que pecados.
Entre sus amigos, el favorito era José Bermúdez,
miícHacho muy de chispa, de familia distinguida,
bastante holgazán y poco adinerado. Martín cifró en
él sus delicias, y José, parásito por necesidad, recibía
mucha sabia de tan jugoso tronquito. Y como el se-
ñorito éste era aficionado en grado sumo á la amena
lectura, medio se le pegó al cancano la afición. Jun-
tos leyeron, en casa del primero, no pocas novelas de
Sué, Dumas padre y su escuela; algunos tomos de
poesía peninsular y del país, y tal cual fragmento de
Historia y Biografía. Aunque estos novelones eran
muy para el gusto de Martín, no pudo cogerles la sus-
V — « Un cuarto alegre » 89
tancia (niip. p-; Hp siipflnEr^ pues las complicaciones,
aventurasy laberintos en que abundan los libros su-
pradichos le ponían tal, que aun leídos por separado,
los confundía, achacando al personaje del uno las he-
roicidades del otro: no eran así no más las revolturas
que hacía de Monte Cristo^ Judio Errante^ Mohica-
nos y otras cosas.
Si en la Universidad distrajo sus aburrimientos
de desaplicado con la Historia, ahora la encontraba
tan insípida y pesada, que sólo pudo leer en formali-
dad medio tomo de Los Girondmos^ y eso porque
María Antonieta lo embelesó de tal modo, que llegó
á enamorarse de ella. ¿ No se prendó Bécquer de una
mujer de piedra ?
Mas no le mentaran versos, porque estaba en
sus glorias. Sin comprender á Espronceda, le arrulla-
ba la armonía del metro. Aprendióse varios trozos de
Acuña, no poco del Idilio y todo El tren expreso. De
Bartrina no entendía jota, ni su poesía se le parecía á
verso, ó al revés ; pero como José era mucho lo que
le ponderaba, lo ponderó también Galita, y á toda
hora se le oía aquello de
Juan, cabeza sin fósforo, con Juana....
que tan en boga estuvo en Medellín, lo mismo que
aquello otro de
Todo lo sé. Del mundo los arcanos....
pieza que Bermúdez, y Martín, por supuesto, tuvie-
ron siempre por palmaria declaratoria de materia-
lismo.
90 Frutos de mi tierra
Don Adriano Scarpetla le encantaba, poniéndole
en rebullicio todos los sentimientos. Pero ni roman-
ces, ni poemas, ni don Adriano, ni nada llegó á herir
tanto la fantasía del joven, ni á empeorarlo de cabeza
como la Biograjia de Lord Byron^ por Castelar.
Toda la ornamentación del autor, toda la música^ que
decimos por acá, la tomó el mozo textualmente, é
hizo con don Emilio lo que no hiciera en la Univer-
sidad con Isaza, Delille y los Hermanos Cristianos: lo
leyó y releyó. A medida que se iba penetrando del asun-
to, Byron se le agigantaba y más le enloquecía. ¡Válga-
nos Dios, qué hombre ! j Ese Byron tan cachaco^ tan
hábil nadador, por quien se morían negras y blancas!...
Así era como Galita quería ser. j Pues no era tonto
el chico !
En plata: el amante de Carolina Lam vino á
ser para él lo que Amadís y su caterva para don Qui-
jote; y de tal modo se fue calentando de cascos con
estos pujos lordbyrianos, que hasta una caída se de-
seó, para quebrarse una pata y salir luego cojín co-
jeando lordbyrianamente.
Mandó hacer el retrato del poeta y que le exa-
geraran ese corbatín ó pañuelo borrascoso con que le
pintan (adorno que se avenía á maravilla con el gusto
fantástico de Galita), y lo colgó á la cabecera de
la cama, cual á su santo de devoción. Esto alarmó á
las viejas, que no concebían cómo un joven pudiera
tener en su cuarto otras imágenes que las de la Vir-
gen y San Luis Gonzaga.
Profesaban ellas al caucanoese cariño indulgente
V — <i Un cuarto alegre » 91
que la , vejez sana prodiga á la Juventud; y cuando
consideraban que él, tan rico, tan alegre, prefería la
pobre casa de unas tristes viejas á hoteles y restau-
rantes, entonces al afecto se mezclaba el reconoci-
miento.
El, á su vez, se había vinculado á las patronas,
como sobrino á tía contempladora; y las veces que le
acometía el tedio, — que también le daba, aunque
nada byroniano — no salía de casa, y se tendía á la
bartola en alguna tarima, y llamaba á Marucha para
que le hiciese cabecera.
(T ¡ Quita de aquí indino, sinvergüenza, desca-
rado ! 3> — ó cosa así, solía contestarle la vieja, pellizcán-
dolo y fingiendo una rabia horrible; pero al fin y
al cabo venían á ser los muslos de Marucha la al-
mohada de Martín. Aprovechaba ella estas ocasio-
nes para exhortarlo á la vida de colegial concienzudo
y á que dejase esas idas á los casinos que, al decir de
la predicadora, cson el perdedero de tanta gente»;
pero acompañaba sus homilías con unos pases tan sua-
ves por la capul y las patilHtas del acostado, que éste
se quedaba hecho piedra á la mitad del sermón.
Los dos estudiantes, sus compañeros, le predica-
ban también, entre veras y chanzas.
La madre, últimamente, lo estrechaba con cartas y,
más cartas por todos los correos, poniéndole de mani-fi
fiesto los horrores de la ociosidad y diciéndole que, |t
si no quería seguir los estudios, se volviese á su lado.
Los acudientes lo apuraban con puyas y consejos.
¡ Pero, váyale usted con epístolas y evangelios á
92 Frutos de mi tierra
un mozo levantado de cascos, que se cree un Creso y
I que ha tomado á Byron por modelo !
Galitg, no ha cumplido los veintiuno. Bien ga-
llardo y mejor plantado, alto y robusto; musculatura
de acróbata ; el pescuezo recio y redondo, arranca del
torso lo mismo que modelo clásico de cartillas de di-
bujo; cabeza grande; el pelo medio crespo, entre cas-
taño y rubio. La cara, de un blanco desabrido con pe-
cas, de nariz bronca y unos ojos pardos é inquietos, es
una desarmonía; pues en tal caraza asoman y no ba-
jan de las orejas unos cuadritos peludos, muy bien
demarcados, con pretensiones de patillas, y sobre esa
boca de negro, un bigotín rubio tan atildado y leve
que parece pincelada de purpurina. En hablando ó
líendo, muestra hasta las cordales de una dentadura
inverosímil, por lo blanca y pareja. Habla recia y ar-
moniosamente, y es su gesticulación tan expresiva,
tan gráficos sus ademanes, que, al ser tratado, ni feo
parece.
Cuando, caballero en El Melado, les pasa á las mu-
chachas, haciéndoles figurines y monerías, es lo que se
llama un buen mozo.
A propósito de su porte de hombre hecho y de-
recho y de su carácter de chiquillo tonto, le dijo Ma-
zuera cierta ocasión: « Eres un pepino de olor: mucho
tamaño, mucha elegancia, mucho perfume.... ¡ y por
dentro estropajo ! »
V — « Un cuarto alegre » 93
Tendido en la cama seguía Martín en sus ingratas
cavilaciones.
A las siete entró Matucha al cuarto con la luz.
— I Pero hombrecito... — le dijo, al encontrarlo
de tal guisa — Creí que eran los otros... Qué es eso ?..,
Estás enfermo, ó qué ?
— i Nó: no tengo nada — contestó él con displi-
cencia.
— ¡ Pero vos á estas horas en la casa ?... Siempre
tenes que tener algo ! ... ¿O fué que te dio la vena de
pronto ?... ¡ Apuesto que es algún bochinche con la
novia de abajo !... Pero si te queda la otra, hombre-
citó I... Con cuál fué ? Decime.
— ¡ Qué cuento de noviasl Es que tengo algo de
dolor de cabeza...
— No le digo!... Algunos traguitos... eso sí!... ¡Le
aseguro que los tales casinos ! ... Pero no se entristezca
por eso, mijito ! No sea haragán, que parece que estu-
viera en las últimas !... Voy á hacerle una bebida
amarga, pa que se la tome antes de merendar. Eso es
la bilis irritada.
Salió Marucha muy diligente; y á poco entraron
los estudiantes muy endomingados, que venían de
pasear.
— ¿A ver qué es lo que tienes ? — pregunta Pérez.
— Si no es nada, hombre !
— Dice Marucha que estás triste — replicó el me-
94 Frutos de mi tierra
diquillo, quitándose los botines domingueros — i Ay
que callo !.... Qué te sucedió ?
— ¡ Esa es otra !.... Es decir, que no puedo estar
triste de memoria ?
— Pues no !...Como hiciste tanta buya con la ter-
tulia que va á haber esta noche donde las Bermú-
dez... como diz que estabas tan convidado ...
— Pues resolví no ir !
— ¡ No ir tú, así por antojo !... Esa si no me la
metes 1 No tienes enfermedad ninguna, pero te ha pa-
sado alguna ¡ muy gorda I... Se te ve.
— Bueno, pues! — repuso Gala de peor humor —
Que sea como dices: ¡me han pasado cosas atroces!
— Cuando nos las vas contando.
Gala, por toda respuesta, se volteó para el rincón.
— Pues, mi estimado, — dijo el estudiante salien-
do, vestido yá con la ropa semanera — estas cosas son
como los dos últimos sacramentos.
Mazuera, que descansaba tirado en la cama, prin-
cipió también el cambio de traje, y entonó:
a Y así cBCUchando de la mar
El melau cólico rumor,
Entre la luz crepuscular,
Bogando vamos sin temor »...
Cuando iba en el se torjiard, gruñó Gala y dijo:
— Déjalo para las tablas, que aquí no hay quien
te aplauda !
Más alto y más destemplado prosiguió Mazuera
la popular barcarola, y no calló hasta dar la última
nota, si tal puede llamarse.
V — ((. Un cuarto alegre » 95
— Te gustó, Galita ?
— Mucho 1 Eres un tenor admirable !
— Ya ves lo que es el estilo ! — dijo el cantor po-
niendo la levita en el ropero — Esta barcarola la cantan
desde el polo ártico hasta la Patagonia, « de las pla-
yas del Don hasta las cumbres del soberbio Sedar »,
con la mismita música, con la mismita letra que la
canto yo, y ya ves... cantada por mí, siempre es nue-
va, i UTest-ce paSy tnonpetit?
— Eh !... No friegues !
— ¡ Estás como sapo toriado !.. Como no me ti-
res leche... ¡ A ^mala seña que es ese humor!.... Es
decirl... me parece que te has metido en una!...
— ¡ Habla ai bocón !
— Pues si no fuere alguna tarja al juego... que
me...
— ¡ Pues no sería con plata tuya !
— Pero tuya.
— Lo cual á tí no te importa.
— Poco más me importa, mi querido... Tampoco
me importan otras hazañas tuyas que nos espetas
cada rato, sin que te las preguntemos... Se ve que
aprendiste hoy á ser muy discreto... ¡ Muy bueno !:
al fin te repuntará el juicio.
Y salió también. Después de la merienda, á la
que Galita no quiso asistir, Mazuera y Pérez empren-
dieron el estudio. Aquél, sentado junto á la mesa, lá-
piz en mano, mirando al texto, ó garrapateando en
un papel, se engolfaba en las terriblezas del a-\-b;
—pues á más de las leyes, le metía á las ecuaciones — ;
96 Frutos de mi tierra
el otro recostado en la cama, quería sacarle la quinta
esencia á un tratado de Patología.
El caucano, que parecía dormir, se incorporó al
cabo, bostezó, y con cara yá serena, se levantó, sacó
cigarrillos y fué á ofrecerles á los estudiantes. El de
Medicina, en vez de recibirle el obsequio, le tomó el
pulso con la mano izquierda, sacó el reloj con la otra,
y dijo luego doctoralmente:
— j Mejoría notable ! Casi no hay fiebre.
— ¡Gracias á Dios! — exclamó el algebrista —
Creí que se iba á carbonizar.
— Hombres I — repuso el enfermo — Ustedes si
friegan muy parejo i... Caray I... Pero es que á mí
me pasan unas guamas !... Les voy á contar... ¡ pero
eso sí; que no se ofrezca ni con las viejas, ni en la
Universidad, ni con nadie!...
Tosió, encendió el cigarrillo, y, con voz atragan-
tada por el humo aspirado que devolvía por las nari-
ces, les contó con no pnra vivP7a la p<írf>r\:i pnfrp p1 y
^epa Escandón.
— ¡Hombre, Caucano.... no seas bestia! — pro-
rrumpió el médico, tan luego como Gala hubo termi-
nado.— Pareces niña de primera comunión, como
dice Mazuera... Bien haces en encargar secreto... jUn
cuero, una garra, como tú, enchivado por las reposta-
das de una malcriada ? .. Ni se cree !... Estás mogollo,
mogollo ! Déjate de venganzas y niñerías, y vete á la
tertulia, que todavía es temprano.
— ¿Y tú que dices, fafalachero ? — preguntó Mar-
tín al matemático — ¿ Por qué te quedas callado ?
V — « Uti cuario alegre y> 97
— ¿ Me pides mi parecer ?
— Sí.
— Sí ? Pues bueno: sin importarme el caso, voy
á dártelo.
Y fingiendo un tono magistral, dijo así:
— Tengo la pena de separarme en un todo de la
respetable opinión del doctor JTañasgordas: Creo que
esa niña estólida te comió, y que debes tomar ven-
ganza, como piensas ( pero sangrienta ! Yo, en tu lu-
gar, la desafiaría... Nó, desafio, nó!: la puedes matar
en el duelo... y la pena de muerte no escupe ahora.
Lo mejor será que, mañana mismo, telegrafíes á tu
casa, pidiendo, por el correo próximo, un perrero de
esos que usan en tu tierra; y apenas te venga, atisbas
á la grosera esa, cuando salga de misa, y allí en el
atrio, delante de bastante gente, ¡ le metes una pela...
que se acuerde de tí ! Esto, cuando más, será cuestión
de policía... y quedas vengado.
— ¡Para tí estaban buenos los azotes, rábula in-
feliz! ^
— ¡ No, Galita !... ¡ Aplaqúese, aplaqúese I — dijo
el Mazuera, con ademán de paz. — Si no le gusta mi
consejo... con no seguirlo está el cuento acabado...
Y si yá no quiere vengarse... no se vengue... Mu-
cho mejor ! Esto es más generoso, más cristiano.
Gala furioso, cogió el sombrero y la llave de la
calle, y salió refunfuñando. No tomó resuello hasta
llegar al casino. Sentóse junto á una mesa de tresillo,
á ver jugar; pero estaba tan desazonado que no aguan-
tó diez minutos. Fuese á la sala del billar, donde ju-
7
98 Frutos de mi tierra
gabán guerra una tanda de cachacos^ metiendo ruido
grandísimo, lo cual le fastidió más.
Ignórase si Martín pronunció ó nó el Eureka^ú
se dio ó nó la palmada en la frente, — cosas tan de ri-
gor en el momento de topar lo que se busca — ; sólo
se sabe que, cuando ^ preocupado mozo bajaba la_es-
calera del casino, le vino repentino y preciso el modo
de vengarse. ¡ Pues cómo no ! ¡ No tenía que ver !
¡Cosa más clara... y no habérsele ocurrido hasta aho-
ra ! La malvada se las iba á pagar; sí, señor:^que-
■tearle muy recio } pero muy recio ! ¡enamorarla ¡ pero
¡harto ! y así que estuviera perdidita... ¡ dejarla col-
gada^ q.ow tanto palmo de narices !... I Y lo poquito
[que sabía él en achaques de embobar muchachas!
Saboreando de antemano los deliciosos confites
de la venganza, fué á acostarse á las diez. ¡ Cuan otros
de los que Pepa le regara esa memorable tarde I
Y como él, en tratándose de empresas cachaqui-
les, no se dormía en las pajas, abrió operaciones desde
el día siguiente. Escogió, al efecto, el mejor vestido,
la corbata más pintada, en la que prendió un chicha-
rrón de oro, y, con el andar más gentil de su reper-
torio, tiró calle abajo.
Entróse á la peluquería de que era abonado, y,
una vez bien acicaladito y aromático, sp puso eprtre
dos espejos contemplándose al derecho y al revés. Se
encontró irresistible. ¡ Pobrecita Pepa !
Regando tricófero, despidiendo lumbres, atuza
que atuzarás el bozo, haciendo molinete con el junco,
cruzó varias cuadras, bien así como el pavo, cuando
V — « Un cuarto alegre )> 99
atraviesa el corral resoplando, la cabeza hacia atrás,
la cola en abanico.
Para el galán en la esquina de Pepa, tose, encien-
de un fósforo, fuma, escupe, silba, y sólo le falta
cantar: « ¡Aquí estoy yo! » Aparece ella en la ventana,
reconoce al Vaniao y suelta la carcajada. Devuelve él
la risa y clava en ella los ojos. ¡Jesús qué miradas!
¿ Coqueteos rasgados á Pepa ? <í A Pepa El Va*
niao ?,„ Quítase... y al portón. Aquf el quedarse
fijos, aquí el bizcar por no interrumpir con impor-
tuno parpadeo el magnetismo de esos cuatro ojos.
Sonríe Gala: sonríe Pepa. Lleva él la mano al pecho:
ella también. Tose Martín: pues Pepa le aclarea.
Es una gloria de Dios el verlos.
Anochece. Avanza el galán hasta la puerta y, al
pasar, dice á media voz: <t ¡Adiós, mi bien ! » « Hasta
mzñam, guertdo T> — contesta la Escandón con voz
entera, subrayando la última palabra con el más mar-
cado desprecio; pues es de saberse que querido^ en el
lenguaje regional, vals á veces por buen hombre^ ó
cosa así.
VI
OTRO ídem
lEPA era la cuarta hija de don Pacho Es-
canden y la mayor de las solteras. De nina
fue tan callejera, turbulenta y potrancona
t^^' que todos pronosticaron que iría á ser una
apocada, una mosca muerta. Tales vaticinios marra-
ron, y sólo las Hermanas de la Caridad, en cuyo cole-
gio estuvo tres años, pudieron, con todos sus halagos
y requilorios, domesticarla un tanto y darle punto de
señorita distinguida, aunque no en el grado que ellas
quisieran: Pepa á los diez y siete años era tan vivara-
cha cuanto se puede ser á esa edad y en su clase.
Cuando la familia pasaba temporada en El Po-
blado^ donde tenía don Pacho una bonita quinta, se
volvía Pepa una chiquilla desaforada, una criatura
que en todo quería meterse. Ella iba á traer leña con
los criados, echándose á cuestas enormes tercios de
chamiza; ayudaba á encerrar los terneros y á ordeñar,
tnaniando las vacas ella misma, tumbándolas, si se le
antojaba, pues hasta fuerza tenía; tomaba el azadón y
hacía siembras, deshierbas y estropicios en huerta y
jardín. Mientras las otras niñas se estaban en la casa
muy quietas y aseñoraditas, la Pepa, en asocio de Pa-
cho, el úaico hermanito, que era su compañero de
VI— Otro Ídem 101
armas, se andaba por ahí trasconejada, entre los ras-
trojos y huertos vecinos, cogiendo fruta para hacer
encurtidos, ramo culinario en que era muy entendi-
da. Sus recreos en casa eran trasegar en las pesebreras
y el corral; hacer alfandoques y estirado; lavar los
chicos del mayordomo y sacarles las niguas; y, de
preferencia, poner columpios altísimos de los pomos y
mangos, en los que pasaba horas enteras columpián-
dose á toda gana y cantando á todo pecho.
Pero cuando al Poblado iban visitas de gente gra-
ve, de hombres sobre todo, Pepa era la formalidad
suma, encantando á los huéspedes con su amabilidad
y complacencia, con travesuras y chanzas del género]
moderado.
Doña Bárbara, su madre, explicaba el carácter
de la hija, dicréñHo que un doctor le dijo que toda la
viveza consistía en que Pepita tenía el corazón muy
grande y la caja del corazón muy chica.
A tal explicativa no se atenía don Pacho, y á
menudo le echaba cantaleta por sus travesuras, tra-
tándola de extravagante y descocada; pero como ella
salía siempre con alguna originalidad, la cantinela pa-
raba en risa y venía á ser ineficaz.
Una vez que iba muy oronda á montarse en pelo
en un caballo viejo, acertó á verla don Pacho y qui-
so comérsela viva; ella escuchó muy callada la repri-
menda, y no bien acabó el señor, la señorita tomó el
¡amelgo por el ronzal, le pasó la mano por hs crines y
le dijo con mucha formalidad: íAtiende, mochito mío,
las palabras de tu padre y grábalas en tu corazón ! »
102 Frutos de mi tierra
Otra vez estaba metida en el baño, en botines,
armada de uría escoba de la Costa, con la que estrega-
ba los lamosos ladrillos y batía ese lodo espeso y ver-
doso que se saca de dichos lugares, cuando llegó el
padre á regañarla. Pepa suspende la tarea, alza á mi-
rarlo y le dice con tono gemebundo: <r Pues agárrame
de las agayas y sácame á la ribera. »
Esto lo tomaba Pepa de un entremés bíblico, re-
presentado por señoritas en unos certámenes del cole-
gio de las Hermanas, en el cual entremés hizo ella de
Tobías el viejo, con el ojo muy cerrado, la voz cas-
cada, mucha giba, luenga barba de cerda, la greña
empolvada y bordón en mano.
Doña Bárbara, con su hipótesis de la caja chi-
quita, defendía á Pepa, celebrándole siempre las locu-
ras; y sólo en cierta ocasión hubo de enojarse con ella
y darle sus buenos pellizcos: se trataba, entre la se-
ñora, el jnayxirdnmn y— la-cocjngra, de verificar en el
corral una operación quirúrgica de no poca trascen-
dencia, y la aturdida muchacha quiso intervenir.
Con todo, no carecía de cierto tactoen^^íjciedad, y
se adaptaba muy bien á los círculos cultos de Medellín.
Tenía habilidad especialísima para arreglar tra-
jes, sombreros y prendidos; y, por una á manera de
simpatía entre ella y los inventores de modas, presen-
tía el figurín por venir, en tales términos que sus
cálculos sobre si tal ó cual moda bajaría ó subiría,
eran tenidos entre sus amigas como verdaderas pro-
fecías, siendo proverbiales su elegancia y buen gusto
en el vestir.
\ VI — Otro ídem Wj^
Poco ó ningún partido sacaban su madre y sus
hermanas de tales habilidades; porque Pepa no se
afanaba sino por Pachito, ya haciéndole el vestido
marinero, los cuellos de una y otra forma, ya gorros
frigios y mil embelecos más, para ponerlo según la úl-
tima orfienanza de su Majestad la moda ; ó bien el arre-
glo del sombrero de caña, la confección del guarniel
de pañete, la compra del cuchillito con su vaina, para
transformarlo en caimán, según el gusto del niño.
No menos entendida era en costura llana, tejidos
y demás labores femeniles; pero tampoco cosía sino
cuando le daba su real gana. Lo que sí hacía siempre,
á pesar de tener buenos criados, era barrer, arreglar
y sacudir, y no así á la diabla, sino con esmero y co-
quetería, poniendo flores y matas donde cupieran.
Las gloscinias, azaleas, primaveras, jazmines del Cabo,
y otras yerbas que cultivaba en tiestos de barro
colocados en los bordes del patio y en los ángulos
de los corredores, estaban siempre tan frescas y flo-
ridas que á menudo se las pedían para adornar las
iglesias.
¡ Qué actividad la de esta criatura ! Ni aun en
sus recreos se estaba ociosa; pero, eso sí, todo era
según le venía el capricho, sin fijarse en si la tarea ur-
gía ó nó, si convenía ó dejaba de convenir.
Doña Bárbara, hacendosa como la más y no muy
blanda para aflojar sus dineros á trueque de fantasías,
no se resignaba con los que le sacaban las modistas,
pensando en que Pepa podría ahorrárselos tan fácil-
mente; ni tampoco convino nunca con « el malvado
OQ - Frutos de mi tierra
vicio » que tenía ésta de comenzar una cosa y no aca-
barla, de hacerla para desbaratarla luego.
Desde muy niña la pusieron á estudiar el piano,
y tuvo por maestra de canto á la señora Lema de Gó-
mez, la Patti de la tierra. Mientras la profesora le
solfaba ó le hacía alguna explicación, -la discípula es-
taba echando boliche, ó entretenida con Muzingo,
el gatico querido; y por el estilo, si no más desapli-
cada, fue siempre en la clase.
Así y todo, cuando Pepa cantaba era cosa de pa-
rar mucha gente en la calle; pero, eso sí: el piano te-
nía que teclárselo alguna, porque, en yendo á acom-
pañarse ella misma, no salía con nada. Su voz fresca
y cristalina como el chorro al brotar de la peña, elás-
tica como un hilo de goma, se hizo para los recove-
cos y contorsiones del canto crespo. Si las romanzas
italianas, si las arias de ópera que cantaba las adulte-
raría ó nó, lo ignoramos; pero es lo cierto que Pepa,
sin esfuerzo, como quien habla, daba unas cadencias,
unos trinos, unas notas graves, sobre todo, que pro-
ducían escalofríos.
Mes por mes recibía los arrendamientos de una
tienda que para alfileres le tenía asignados don Pacho.
Las tres cuartas partes, más ó menos, se iban en tra-
pos y modas, por supuesto, y el resto lo repartía pre-
cisamente entre varias pobres vergonzantes, de quie-
nes se había declarado protectora, y á las que prodi-
gaba esa otra limosna que muy pocos dan; limosna la
más hermosa, para la cual no se ha menester dinero,
y que, sin embargo, alivia al necesitado acaso más
VI— Otro Ídem 105
que el dinero mismo, á saber: las consideraciones y
el aprecio.
Para Pepa, una persona pobre, especialmente si^
era de buena familia, tenía algo de ungida. Su burla
á los trapos que no estuvieran al tanto de su buen
gusto, tan temida entre las ricas, nunca jamás la tuvo
para ridiculizar, bien fuese apayasado, traje alguno
que denunciase pobreza; y con un / Pobrecita í que
le salía del alma, tenía para escudar los pobres guiña-
pos; pues en presencia de Pepa ni la más maleante se
atrevía á <r ponerles el m^nte», por temor de que ella
le largase alguna fresca.
Siendo rica y del copete, dicho está que sus re-
laciones eran muy solicitadas; pero Pepa, si bien ama-
ble é insinuante con todas, sólo tenía tal cual santa
de devoción entre las niñas de su clase. Y no por or-
gullo,-que en ella no cabía, sino porque congeniaba
con muy pocas, hallando más aliciente y mayor ex-
pansión en las amistades con viejas, y en la remotísi-
ma que en Medellín se cultivan entre « cachacos seño-
rgrosTo y «señoritas hombreras. y>
Con viejas sí intimaba á maravilla : fuesen abue-
las, ó solteronas arreboladas, ó beatas, con todas se an-
daba de comadreo, jugaba al tute, comentaba la cróni-
ca,— mundanal ó sacristanezca, según el caso,— siendo
siempre espartana en Esparta y ateniense en Atenas.
Todo lo cual no quiere decir que Pepa estuviera
aislada de las demás jóvenes.
La regocijada chica tenía una piedad que pudié-
ramos llamar independiente. No quiso alistarse en la
K6 Frutos de mi tierra
<:ongregación de Las Hijas de María, por sentirse
incgpaz de renunciar á las diversiones mundanas que
^.estí», institución^ prohibe.; y para paliar esa « bolada de
hereje > , — que decía doña Bárbara, — alegaba Pepa que
sin comprometerse á lo que no había de cumplir, era
y sería siempre tan hija de la Virgen como la mejor.
No por ello dejaba de frecuentar los sacramentos
ni de rezar mucho, particularmente á San José, á
quien dedicaba comuniones y ponía no pocas velas y
flores. En su propio cuarto la acompañaba uno de lien-
zo, bisojo, de barba muy peinada, que el Niño (de
camisa de punto) acariciaba con la una manita, mien-
tras sostenía en la otra el Universo Mundo, muy azul
y rematado en cruz.
Esta efigie, que no el santo, había de sacar á
Pepa de todo apuro: Que la Sociedad de San Vicente
de Paúl no daba un socorro gordo para alguna fa-
milia menesterosa; que la del Sagrado Corazón le
retiró los seis reales semanales á la Menganita; que
papá no quería aflojar el permiso para ir al teatro;
que había gruñido por la invitación al baile tal... en
todo caso vela al cuadró. Y aseguraba ella que jamás
su «San Josesito ¡tan querido, aunque tan fcíto el
pobre I )>, le había jugado una floja, y que era el más
milagrero de los San Josees del mundo; pues como el
suyo... « ¡ tal vez el del cielo !. .»
Jamás le pidió novio. ¿ Para qué, si desde niña
los tuvo aún á pares ? Tantos fueron, que no aca-
baríamos la lista; y ninguno llegó á durarle arriba de
un mes, porque prontico les cogía pereza, y algo bien
F7~ Otro idcm 107
pesado había de hacerles para salir de ellos. No era,
sin embargo, de las que buscan: se contentaba con
que la encontraran. Su idea era tener novio, ni más ni
menos que se tiene sombrilla, ó cajas de polvos. Ena-
morarse de nadiCf nunca se \e. nrnrrió; y en cuanto á
los temores de « quedarse » tampoco la mortificaron:
tenía por tan seguro su matrimonio, como la muerte,
y se hacía cargo de que su media naranja no se la qui-
tarían todas las mujeres juntas; que el marido ven-
dría el día menos pensado, <f como haber uvitas d ; y se
le figuraba que ello habría de suceder de un modo
harto extraño é inesperado; pero que así y todo, ella
tendría de adivinarlo al vuelo.
Cuando entre las señoras mamas se trataba de
los percances del matrimonio y de los chascos que se
han llevado tantas con los maridos, siempre decía
Pepa algo así:
— Pues yo no voy á ser como otras que se enojan
porque el marido bebe; nó, señor: los hombres deben
beber sus tragos, y emborracharse también, si les da
ganas... Para eso son hombres!... Y si les gusta...
hacen muy bien ! Si yo fuera hombre... ¡ miren!... es
decir !... Sería lo más cuarto !... ¡ Ver á un cachaco á
media caña, de sombrero á un lado, y en un buen
caballo... hastai !
— ¡Virgen Santa, qué muchacha ésta ! — le solía
replicar doña Bárbara — ¿Y vos sí tenías cara de ca-
sarte con un aguardientoso 1
— Si me gustaba..., demás !
— ¿ Y si te pelaba .? *
108 Fi-iiios de mi tierra
— i Yo también le daba duro I... ¿ Es decir que
las mujeres somos santos de palo ? Nó, señor!: Si uno
se mete á bobo se lo comen !... Si mi marido me va
á pegar-.. ¡ le pasa raspando !
Diálogos semejantes eran frecuentes entre madre
é hija, y ésta sostenía su opinión, aun delante de don
Pacho.
PepgjTO era una beldad, ni mucho menos: Si no
mal parecida no podría citarse, ni por el palmito ni
por las formas. Pero el aire, señor I... Dijo Dios:
<c Toma garbo y garabato.»
Si apta era para el canto, para hablar era artisja:
Sin artificios de ningún linaje, engrosándola sin en-
ronquecería, adelgazándola sin atiplarla, daba á su
voz las inflexiones más graciosas, más suaves, *á la vez
que más marcadas; inflexiones tanto más agradables,
cuanto Pepa, por instinto oratorio, probablemente,
las ajustaba al carácter de la conversación con un tino
y una facilidad que envidiaran grandes actrices. Al
tenor del hablado era el lenguaje de acción.
Su carcajada, entre relincho, oído de lejos, y
arrullo, oído de cerca, acababa sin dejar rastro, ni en
los músculos, ni en los ojos, y era tan alegre, que ino-
culaba á todo el mundo los microbios del regocijo.
d)
VII
LA VENGANZA
|LLA vio en las amorosas morisquetas del
caucano, algo como una provocación. Impo-
sible ocurrírsele que eso fuera en son de
venganza; pero sí se le ocurrió desde luego
que todo era por disimular la tupa del día anterior.
Et descaro del mozo, aunque le pareció ensayado
para el caso, no la sentó mal, mucho menos cuando
la encontraba cesante, por haber mandado" á paseo,
dos días hacía, al último pretendiente. Y en cuanto á
la provocación, así se las dieran todas: ¡ Yá vería El
Vani'ao, si se metía mucho !
Contentísimo se fue éste de la esquina por el buen
comienzo de su empresa. Precisamente que <( un
cuaito )) de la laya de esa condenada era el más apa-
rente para ser burlado. Él le iba á «quitar los brinqui-
tos y las malcriadezas ». Cabalmente que las feas como
Pepa deberían ser muy urbanas. ¡ Pasara una mal-
criada bonita I...
Fuese á Bermú.lez v le contó lo acaecido.
— ¡ No te metas de á mucho con esa 1 — le dijo
éste— Te la vuelve á hacer pasar... muy fea I
lio Frutos de nn tierra
— ¡No seas animal?... Ayer me cogió de sor-
presa, ahora estoy prevenido.
— Pues cuenta, pues!... Y acuérdate de Calderón.
Martín contestó con una carcajada, y exclamó en
seguida:
( -— ¡ Ah bestia!... j Enamorarme yo de esa taras-
ica ?... Yo, José } Nó, mijo !: ¡la mujer que me ena-
íjfmore á mí, no es de esta tierra !
— Será del cielo!... Pero no eches cañas, Galita.
Al otro día, desde las cinco, yá estaba el cau-
cano haciendo las mismas piruetas.
Solo, ó con cajtdelero, en la esquina, en el paseo,
en cualquier parte donde Pepa se hallase, siguió em-
palagando tres semanas mortales, y todo perro y gato
se enteró de los coqueteos.
Al cabo de este tiempo le dijo Bermúdez:
— Déjate de esas bobadas; si en eso consiste tu
venganza, estás más vengado que Monte-Cristo.
— Nó, mijo!... ¡ Si todavía falta el trueno gor-
do!... Deja que se presente una ocasión en que haya
harta gente reunida para trancarle bien alegre... y á
un ratico írmele y dejarla esperando toda su vida...
lEstá más enamorada la dientona !...
— ¿ De quién ? — preguntó José, con fingida cu-
riosidad.
— ¡ Qué pregunta I... ¿ De quién, pues 7
— No adivino... si no me lo dice;:.
— I Pues de mí !... ¡ Qué caray ! ¿ Te parece muy
particular que alguna mujer se enamore de mí ? —
repuso Martín, muy enojado.
VII — La venganza 111
— ¡ No me vayas á comer por eso !... Nada raro
me parece que se enamore de tí cualquier mujer...
¡ menos Pepa Escandón !
— ¡ Pues, para que lo sepas, está más enamorada
de mí, que un palomo azul !
— No hay tá!, Galita ! El palomo eres tú... por
lo candido.
— ¡ Pues si todavía le falta un punto para estar
perdida — repuso el palomo, muy herido y con aire
amenazador — yo haré que no le falte I
— Déjate de cuentos !... y vamonos para El Edén^
que ahí viene el tranvía. Con unos buenos pacheros
en la cabeza, te hablaré del amor. ¡ Yo sé mucho de
eso, Galita !
II
En una de las iglesias de la ciudad se celebraban
las últimas funciones de cuarenta horas.
Martín se encontró con Pepa al llegar á la pla-
zuela. Ella iba presurosa, porque temía llegar tarde.
El la siguió al templo: era ésta la hora preciosa paral
remachar el clavo de la venganza. "
La iglesia, profusamente iluminada, estaba de bote
en bote. Pero Pepa, con aquel modo que tienen las
hembras para escurrirse por entre el gentío, sobre todo
en las iglesias, se coló por la nave derecha y llegó junto
al pulpito. Una vez allí, registró con los ojos por todos
lados, como buscando algo; hablóle en secreto á una se-
ñora; ésta replicó incomodada; Pepa hizo ademanes
112 Frutos de mi tierra
enérgicos; hízolos la señora; la muchacha insistió; la
señora se quitó del reclinatorio, lo alzó con violencia y
se lo entregó áPepa, pero conservó su puesto. Pepa,
con el mueble en alto, permaneció en pie entre el
apretamiento, atisbando un claro. Unas sus amigas,
que estaban á mucha distancia, le hicieron una seña:
Pepa, asiendo á dos manos por el espaldar del recli-
natorio, con riesgo de descalabrar á más de cua-
tro, se abrió paso otra vez, llegó al punto señalado
y se acomodó. Por el surco que ella rompía se metió
Martín, muy fresco; y á tiempo que Pepa se arrodi-
llaba, llegó él á una pilastra, en donde se recostó,
muy sí señor, entre todas las mujeres, que se pusieron
furiosas de ver á ese descarado que había ido á pasar-
les los codos por la cara y á cometer irreverencias
kante el Amo Patente.
El decorado del templo es una alegoría de la au-
rora, probablemente. Desde la bóveda central, y de
unas astas que rematan en ramillete, penden á lado
y lado linones azules y amarillos, rosados y blancos,
los cuales, después de formar una ondulación y un
trabadillo, se recogen de dos en dos en cada pilastra,
donde se meten por una corona y luego se abren en
delta, prendido con puntillas. En cada linón relumbra
un sistema planetario de papel dorado. Por las colum-
nas trepa, en matemática espiral, un bejuco de linón
verde, con flores de linón rojo, tan fenomenal, que
debe ser, por lo menos, la flor de Ltlild, que olvida-
ron los Linnéos.
En los tableros del estucado tabernáculo, compi-
VII — La venganza llñ
ten.er formas y colores, sendos perendengues de papel:
éstos, como rosetas, aquéllos, como escarapelas, es-
totro, una mariposa pintiparada. Arriba, un par de
angelotes, con mucho tirabuzón en el cabello y no
poco esponje en las faldas, enarbolan sus banderas,
estrelladas también y con el monograma de Cristo en
letronas de fantasía.
Abajo, un parche abigarrado de bibelots cubre an-
cha gradería; paralelas de candelabros multiplican las
luces en el cristal de sus pantallas; cumbres de azuce-
nas brillan, más inmaculadas aún, entre los profusos ja-
rrones de encendidas flores ; el racimo y la mies, san-
tificados por el símbolo, forman, acá un risco, allá una
cimera; ajíes y naranjas, limas y rejalgares se elevan
en pirámides, como los humildes ensalzados del Mag-
nificaí.
Barriles de hiraca, de biao y de achira, forrados en
rizos blancos, se codean, más abajo, con las macetas
de gloshinias, margaritas, primaveras y otras matas no
menos distinguidas. Por entre esta vegetación asoman
doradas jaulas con canarios, turpiales y mochuelos que
se agitan, medio asfixiados, en esa atmósfera de fuego.
y todo muy equidistante, geométrico y aglomerado.
Arrodillamiento y persignada generales indican
que el rosario va á empezar.
Pepa saca uno de nácar, muy rico por cierto, se
inclina sobie el brazo del reclinatorio y baja los ojos.
Martín, cuñado de mujeres, es el único que está en
pie, sin saber á qué santo encomendarse para dis-
traerse en ese rosario ineludible, porque salir de donde
114 Frutos de mi tierra
se metió.... ¡ Y para eso que Pepa no quiere esta tarde
darse por entendida ! El galán bosteza y pasea la mi-
rada por los linones.
El rumor del rezo llena la iglesia. ¡ Modo más
curioso de hablar con la Virgen y el Señor I: El pri-
mer misterio glorioso, tal y cuál cosa, y cuando el
cura va en el Señor es contigo, lo atropella la gente
con el Santa María, y sigue atropellándolo, hasta
que el cura se contagia y los atropella á todos, de tal
forma que aquello se vuelve una titiritera de padre-
nuestros y avemarias, que ni un mercado.
A cada campanillazo, anunciador del Gloria
Patri, Martín le hacía algún visaje á Pepa. Se le
quería figurar que no era tan tarasca: como que tenía
mano bonita; como que pasaba las cuentas del rosario
con cierta gracia; y, viéndolo bien, como que no le
sentaba mal el traje negro: ese prendido de la man-
tilla, con el encaje hasta las cejas, con una punta
vuelta por detrás y recogida adelante, era cosa de ca-
chaca.
El desigual rumor se convierte en un zumbi-
do desacordado y monótono. Las mujeres croajan
como lechuzas, los hombres hacen el cucarrón que se
estila en nuestros colegios: es el Ora pro nobis de las
letanías. Antes de que terminen las zumbadas, entó-
nalas el coro gregorianamente.
Aparece el orador en la sagrada cátedra, y mu-
chos hombres en las puertas del templo. Se oye ese
sonar de faldas, ese sacudir de los pañuelos en que los
varones se han arrodillado, ese movimiento general
VII — La venganza 115
que indica que todos se aprestan á escuchar y á en-
tender mucho. Tose el jesuíta; tose la gente. Resta-
blecido el silencio, y, mientras el orador, tricornio en
mano, recita á media voz el latinajo del texto, Martíri
le echa á Pepa un pespunte cerrado, también á ma-^
ñera de epígrafe resumidor de la tesis que los dos ibaí»
á desarrollar con la elocuencia de los ojos. Pero ella
ni alza á ver. « Cuando vamos en medio sermón, —
se dijo él, — I yo te contaré un cuento ! »
El orador principia reposadamente. Su voz va
subiendo por grados, armoniosa, flexible, varonil; su
verbo, nutrido, afluente, casi pletórico, se va produ-
ciendo, encadenado en una dicción que, ya se adorne
con las galas de la Retórica, ya tenga la lisura de la
Dialéctica, embelesa siempre. La acción sobria, lo ex-
presivo del rostro, lo animado de la mirada, más que
la palabra misma, hacen que sea orador, orador de es-
tilo, orador verdaderamente lírico. Hermano de Co-
loma, sabe envolver la doctrina en el arte. Discípulo
de Fáber, se muestra teólogo profundo, al par que
poeta.
El amor de Dios á sus criaturas, este amor que le
obligó á quedarse con ellas en el Sacramento, era el
tema que desenvolvía. Iba yá en el final de su dis-
curso; y Martín, con tantas mamarrachadas como
había hecho, no pudo conseguir que Pepa lo mirase,
de reojo tan siquiera; por lo cual hubo de aquietarse
un poquito.
Bajó el predicador. Gala volvió con avidez hacia
ella, y nada. Por lo visto, era una fanática.
116 Prtiios de mi tierra
Hay un momento de agitación. Algunos caballe-
ros, á codazo limpio, avanzan hasta el altar. Sacrista-
nes y dependientes de la iglesia bajan repartiendo
cirios; y, primero, saltonas como cocuyos, luego en
constelaciones, aquellas luces se propagan, se juntan
hasta formar una sola. El palio de fleco de oro y em-
blemática bordad ur a se alza y se despliega, undoso, ca-
brilleante. El Gobernador del Departamento recibe el
guión, los demás altos funcionarios se reparten las
varas; los monaguillos de sayal rojo y repulgado ro-
quetín toman la Cruz y los ciriales, y van abriendo
calle por la nave central. Su Señoría Ilustrísima se
levanta, allá en su solio de púrpura, y, revestido de la
capa pluvial, sube por unas gradas que se han co-
locado ante el Sancto Sanctoriim. Como poseído de
santo recelo, toma con el amaisal sagrado El Santí-
simo Sacramento. Entónase el Pangeliiigua^ échanse
á vuelo las campanas, agítanse esquilones y cámpa-
DÍ'las; y el palio cubriendo La Majestad, el guión
precediéndola, vuelto hacia Ella, los ciriales, las luces,
todo, se mueve lentamente enfilando por la estrecha
calle.
El bochornoso ambiente, recalentado con tanta
llama, se perfuma con el humo que de los agitados
pebeteros se levanta. Por un movimiento simultáneo,
reflejo, aquella muchedumbre postrada de hinojos, á
medida que la procesión avanza, va girando, girando,
hasta dar la espalda al desierto tabernáculo.
No es sino un disco blanco, entre cerco de me-
tal, lo que la mirada alcanza, y, sin embargo, se
VII — La venganza 117
siente un estremecimiento extraño, algo como fiebre
de adoración: las caras se transfiguran, muchos ojos
se cierran, muchos se abren fijos, con no sé qué pas-
mo, muchos se humedecen con una lágrima. Dijérase
que por el cerebro, por el corazón de esa multitud,
pasa una ráfaga del cielo.
III
¡ Qué ocasión se había perdido ! . . El fanatismo
era lo peor. La malvada función, que vino á acabar yá
de noche, cuando Pepa no podía verlo. Pero eso no se
quedaba así. ¡ De ningún modo !... La ocasión ven-
dría evidentemente, y entonces... ¡ guay de tí, Pepa
Escandón ! A la tarde siguiente, por si acaso, volvió
el vengativo á la esquina.
En la puerta estaba la niña, con un visitón de
siete amigas, cuyos trajes rameados, á estila de colcha,
hacían resaltar, desde lejos, el de Pepa, que era de
tela ligera y sonrosado. Por haberse bañado poco
antes, llevaba el pelo destrenzado, cogido con una
cinta; las mangas semicortas dejaban ver los ante-
brazos ceñidos con pulseras negras; en el pecho, sobre
una cascada de franja, se había prendido con desdén
un manojito de heliotropo.
Martín no podía explicárselo; pero no sólo no le
pareció tarasca, sino que hasta bonita la encontró, con
ser que en el grupo ése había dos muy hermosas. Era
que uno se acostumbraba á todo, y la vista más.
Ella se quedó muy desentendida. El tampoco
118 Frutos de mi tierra
hizo los ojos y ademanes que solía: se puso á verla
quieto y sosegado.
Eh ! ¿Tendría telarañas en los ojos ? ¡No haber
notado que era mujer muy bien hecha I... ¡Vea usted 1
Las niñas se entraron. A poco preludió el piano,
y la voz de Pepa se oyó.
Martín sabía que cantaba, pero nunca la había
oído. Desde las primeras notas sintió como un frío de
felicidad. Era una canción de amores: el aire, de
bambuco, tierno, apasionado; la letra de Selgas...
«llega, suspira, y me aguarda», dijo la voz, y se
apagó.
A éstas llega íisaé BePíaúdez, por detrás de Mar-
tín, y, dándole una palmada en el hombro, le dijo al
oído: «Lanza, no caigas al suelo, que nos comen los
pijaos ! », y siguió de largo, sin esperar réplica. Mar-
tín se dio una corrida... y se fue sin saber á dónde.
Le parecía que todos se iban á burlar de él.
¡ Aunque «eso» se quedara así, no volvería ja-
más á esa esquina !
Mentira; al otro día vino más temprano. Pepa
[salió, le dio tsn espaldazo formidable, se entró y ni á
la puerta ni á la ventana volvió á asomar toda la
tarde.
Lo mismo sucedió al otro día y en los cuatro si-
guientes.
El conmovido corazón de Gala reventó entonces.
No era un enamoricamiento de un día: era una idea
clavada, una necesidad del alma que nunca había sen-
tido. Ninguna de las muchas novias como había te-
VII — La venganza 119
nido, ninguna le inspiro jamás eso tan intenso, tan
insistente que le acosaba ahora. Ni en el mundo po-
día haber otra capaz de tanto ; porque Prpn tifi If^ nn-_.
tojo una mujer excepcional, única en la excepción.
Tan violenta fue la voltereta , que la escena de los con-
fites, causante de todo, vino á ser para él uno de los
rasgos más encantadores de esa mujer sin igual. El
había sido la víctima en ese rasgo, era cierto; y por
ello i dejaba Pepa de ser más picante, más espiritual,
más rara } Nó, que antes aumentaba sus hechizos.
Una mujer común mal podría tener ese desparpajo
para el coqueteo, esa finura en la burla, esa gracia
hasta para rezar. Lo que él tomó por mala crianza,
por desenvoltura, esa era precisamente la gran cuali-
dad de Pepa: « otra niña, corazón de pollo, se hubiera
corrido con una palabra d. ¡ Y el talento que revelaba
eso ! Esa mujer sí lo podía comprender á él; porque
ella debía amar con pasión, con delirio; (]^bía am^r
como Carolina Lam amó á Byron ; y después de todo,
ese canto era el de un ángel.
El £6 abismaba-efl-e&tes— Goa^ideracianes, y guar-
daba el secreto á sus amigos; pues ya se suponía las
burlas de Bermúdez y Mazuera. Sólo á Cañasgordas
confió algo de lo que en su corazón pasaba.
Rondando día y noche la casa de Pepa, persi-
guiéndola en el templo, en la calle, pasaron muchos
días, y todo en balde, porque ni una mirada consi-
guió. Exaltóse más con los desdenes; solicitó las casas
frecuentadas por Pepa; y buscó ocasión de relacionar-
se con sus dueños y visitarlos, á fin de ponerse al
120 Frutos de mi tierra
habla con ella. Pasando por intruso consiguiólo, y
peor que peor: Pepa lo enfermó más con su conver-
sación, con su desenfadada charla, y le mantuvo tan
á raya que no pudo ensayar con ella ni el más común
de los requiebros; pues, sobre no darle lado la mu-
chacha, se sentía tímido y cohibido en su presencia.
Vergüenza de si mismo le daba al verse tan pacato, él
que se creía capaz de requebrar á todas las hembras
del mundo. Desalientos y ti istezas le manteaban el
alma, y clamor para arriba como espuma. Quiso sa-
car mucha dignidad, mucho orgullo, y hacer con es-
tos elementos un dique que atájese la corriente de su
Smor; pero hubo un concierto en que Pepa cantó;
Martín la oyó, y el amor echó tal crecida que no va-
lieron diques. Dio entonces en comunicar sus cuitas
amorosas á todas las amigas ó conocidas, y tan inge-
nuo estuvo con ellas, como reservado con Bermúdez
y Mazuera. Más de una, á sabiendas de que Pepa se
burlaba de él, de que lo llamaba El Vaniao y El Lom-
briciento^ se prestó á desempeñar el correo y la tele-
grafía del amor. Amas de recaditos que ardían en un
candil, hubo un par de cartas que « ciirrticiitiaban en
la mano »: pues la señora y «; dueño de mi alma » (así
decía en una) riñó con las zurcidoras de voluntades, y
les atajó el paso á las correístas.
El enamorado caucano no sabía qué hacerse^ ni
f>n parFp nignm frnnfi npir;,»rirrv- Fn raga (( que n¡ pcrrO
con gusanos », decía Marucha, y en la calle, todo era ir
y venir de un punto á otro, pasar por la casa de la in-
grata y plantarse en la esquina, casi inconscientemente.
vil — La venganza 121
Yá no daba bola en el billar, ni se entusiasmaba
jugándolo; en El Edcn no permanecía arriba de
veinte minutos; el irago^ en antes tan alegre y reidor,
lo ponía ahora asaz parsimonioso de lengua y recru-
decido de corazón. Para sus amigóles de parranda
había perdido los encantos; pues hasta la manía de
obsequiar se le iba quitando.
Otras veces le daba por quedarse en casa tres ó
cuatro días, echado en la cama fumando y leyendo la
biografía aquélla, ó dándoles fatiga á las viejas que,
no impuestas de lo que pasaba, ni á figurarse alcan-
zaban que el aburrimiento de Martín pudiera ser cosa
de amor, ni menos de desdenes de novia; pues pri-
mero hubieran creído ellas que los bueyes vuelan,
que suponer tan sólo que existiese mujer alguna de
tantas agallas que le fuera á hacer el gesto alcaucano.
Tanto como todo esto les parecía.
Con tales enclaustradas y lecturas se iba fermen-
tando de tal suerte, que su amor se le imaginó en el
mismo grado, si no más alto, que el de Carolina Lam
por Byron. Si Pepa no le correspondía al fin, él mo-
riría loco, de la propia locura de Carolina. Esto era
axiomático. Se sentía capaz de poner por obra todo
cuanto hizo la abrasada lady, y mucho más.
Para pintarle su pasión al doctor Cañasgordas le
decía: « ¡ Mira, hombre, me duele todo este lado ! — y
señalaba el izquierdo, del hombro al pie. — Examí-
name á ver si tengo hinchado el corazón 1 »
El doctorcito tenía yá agotada su terapéutica
con Galita, y la temperatura no le había bajado. Este
122 Frtttos de mi tierra
quedó en que, si el asunto no tomaba otro sesgo, se
pegaba un tiro indefectiblemente. ¡ Al manicomio no
lo llevaban á él... aunque fuera por Pepa ! ¿ Y qué
iban á hacer en su casa con un loco ?
Con todo, un consuelillo tenía en sus quebrantos,
y era el pensar que Byron también fue desgraciado en
su primero, en su único amor. Cnmn ^1^ había llevado
el poeta <t una estaca de macana clavada en el cora-
zón... y eso que María no fue como Pepa ». Ahon-
dando este pensamiento, se le vino de presto el de ser
poeta también. ¿ En qué estaría pensando que no se
le había ocurrido ? ¡ Cuánto iba á aliviarse al exhalar
en versos ese pesar tan negro ! ¡ Y lo que le gustaban
á él versos de amor ! ¿ Sería capaz de hacerlos así...
poco más ó menos como los de la carta de El tren ex-
preso? Esos de cuatro renglones eran tan lindos... y
no debían de ser trabajosos. Si era capaz !
Y entusiasmado fuese á casa de José, y, sin co-
municarle sus proyectos, se trajo un tomo de Campo-
amor. De vuelta, se le ocurrió que sus versos debían
ser como los de Byren, y ni uno sabía de él; por lo
cual se volvió á José, que no tenía las obras del poeta;
y, j oh desgracia ! sólo pudo recitarle algunas estro-
fas de utia traducción de Arcesio Escobar, que nada
bonitas que le parecieron.
VIII
ESTROFAS Y PESCOZONES
^ERDADERO vate, iba á cantar por obra
de adivinación, como los pajaritos que
nacen aprendidos; pues es de saberse que
Martín no había estudiado Métrica, pero
ni del diccionario de la rima tenía noticia. ¿ Qué im-
portaba ? i El amor no hacía siempre los poetas ? Sí, y
por cierto que los versos casi todos eran de amor. El
suyo iba á surtir aquel chorro de lágrimas, porque sus
cantos debían tener todos los toques, todos los dobles
del dolor. No podía ser de otro modo, siendo la pa-
sión tan profunda cuanto mal pagada.
Que a cuandc el amor dicta, la pluma corre •»,
dijo alguno que debía entenderlo; pero á nuestro ena-
morado no le corrió, que se le atrancó desde el co-
mienzo. O porque su estética fuese tan indómita y
violenta que no se dejara meter en molde alguno de
estrofa ; ó porque fuera tan lánguida y poco viable
que no diese sujeto qué amoldar, es el hecho que Mar-
tín se quebraba la cabeza, pujaba, emborronaba cuar-
tillas y más cuartillas, y los tales versos no le salían.
La maldita carta del tren no se prestaba á calcos, ni á
recalcos, ni á nada. ¡Fuera á la quinta porra el di-
seño... y Campoamor y el proyecto I
12-1 Frutos de mi tierra
Pluma y papeles volaron lejos, cuando á ésas se
le vino esta estrofa:
, , «Yo soy el labio, tú eres Ifi sonrisa
Yo soy la lira, tú la inspiración, etc.»
Y tras ésta hasta una docena que se le parecían
como un vidrio verde á la esmeralda de Muzo.
¡ Qué hallazgo ! Ni un tirabuzón. Al momento
fue Pepa « la brisa perfumada ■» y él, « un arbusto que
esa brisa mece»; ella, « la palma al cielo levantada »
y él, « un abrojo que en el campo crece »; ella, a la
luna de fulgor plateado que alumbra el porvenir de
Martín Gala »; éste, « el turpial que canta enamorado
entre una jaula, adorno de la sala J). En fin, no hubo
qué no fueran él y Pepa.
El paralelo se interrumpía de vez en cuando
por una sarta de abalorios no menos poéticos, con
sonajas de querella. Verbigracia:
« Mi blanca paloma...! Mi bien...! Mi tesoro...!
¿ Por qué me desoyes ?... ¿ Por qué no me miras ?
No sabes, ingrata, que te amo y te adoro
¡ Y tú ni me nombras.. . ni por mí suspiras ! »
Descorchado, pues, el muchacho, picada la vena
poética, chorrearon las estrofas á borbotones. Martín
£6 sintió en las cumbres del Parnaso. ¡ Aquello sí era
poesía pulpa ! Tales alumbramientos pasaban á puerta
cerrada; y por más que Marucha metía ojo por la ce-
rradura, por más que cavilaba é inquiría, no daba en
el chispite.
VIH — Estrofas y pescozones 126
A Ella, se intituló la primera composición; ¡In-tu
^/•¿7/í7/ la segunda; luego vino Amor Eterno, y asíj
fue viniendo cada gatuperio que temblaba Apolo. »
Muy grande debe de ser el pudor del genio inédi-
to, cuando Martín guardó sus poesías y la conveniente
reserva en los comienzos. Pero, deseoso de hacer lle-
gar hasta Ella las dos más bellas, resolvió mos-
trárselas al doctor Cí7;/í7j^o;7/<7j, quien, hallándolas de
lo mejor, hizo que Martín se las leyese á otros estu-
diantes, peritos en la materia, los cuales las pusieron
en las nubes. Halagada la vanidad del poeta, perdida
la vergüenza aquélla, les espetó todo el repertorio.
iExito completo: lo excitaron á que publicase ese mun-
\do de hermosura.
<v Yá no se paró en pelillos: á quien quería oírle le
/leía ó le recitaba. La fama del nuevo poeta se regó
por la Universidad, y allí fue á que le oyeran, y ob-
(tuvo estupendas ovaciones. Pero ni una letra á Ber-
múdez y Mazuera.
En ausencia de éste, rodeado en el cuarto de va-
rios amigos, leía Martín la poesía A Eila,<\\ie. iba á
enviársela corregida y aumentada, escrita con muchos
floreos por hábil calígrafo. En la mitad de la lectura
¡ría cuando entró Mazuera. El lector perdió mucho la
entonación; pero siguió T'eyendo. Mazuera guardó
tanto silencio y estuvo tan atento, que Martín, que
le miraba de reojo, comprendió que fingía.
— ¡ Qué lirismo, qué sentimiento ! — exclamó el
estudiante, no bien acabó el poeta. — ¿ Eso es de Béc-
quer ?... Nó: no lo he visto en lasísimas. Eso debe de
i 26 Frutos de mi tierra
-ser de Peza... ¡ Qué poesía tan nueva !... ¡ No he oído
nada más bello !
— ¿ De Peza ?... Aquí está el Peza — dijo tocando
á Martín uno que cayó en la red.
Mazuera abrió los ojos, luego la boca, levantó los
brazos, los juntó con cruzamiento de dedos y dijo:
— ¿Tuyos, Galita?... Tuyos?... Imposible!
— ¡ Pues no es artículo de fe I — replicó éste, mon-
tando en cólera.
— Tuyos?... Pues te aseguro que si no moriste
en el parto, no escapas de la fiebre puerperal... des-
graciado !
— I Miserable, canalla ! — aulla Martín palidecien-
do y lanzándose contra el burlón — Me has cogido de
mingo !... y suena un pescozón. Mazuera se lo de-
vuelve con otro que hace bambolear al poeta.
Los estudiantes se interponen y los sujetan.
— Lárguemen ! — gritaMartín — ¡Lárguemen para
escupirle la cara á aquel maldito !
— ¡ Corran por el cura! — vocifera Mazuera — Pero
ligero, que la fiebre poética le ha dado con loquera!...
4 Corran, que mi compadre Bécquer es muerto !
Las viejas son las que corren.
— jQué es eso,mis hijitos,por la Virgen ! — clama
Marucha — ¿ Dándose cocas como negros ? ¡Válgame...
I pero eso á cuenta de qué?
Nadie contesta. Entre ellas y los muchachos aga-
rran al furibundo Bécquer, y mal de su grado lo sien-
tan en la cama, desatándose él en improperios contra
VIII — Estrofas y pescozones 127
Mazuera, que oye todo como si lál cosa. Calla al fin
'Mamn y calla el auditorio.
El burlón, que en el fondo era un buen mucha-
cho, aprovecha el silencio y dice con toda forma-
lidad:
«Señores: Delante de ustedes y de las viejas pi-
do perdón á Martín. No tuve la menor intención de
ofenderlo: únicamente de bromear, como tengo de
costumbre. A todos ustedes pido también perdón,
porque con mis necedades les he hecho pasar un mal
rato. No crean ustedes que entre Martín y yo cabe
disgusto: el pescozón que me dio no me duele ni fí-
sica ni moralmente; y estoy seguro de que á él le pasa
lo mismo con el que le di yo. No crean, tampoco,
que mi burla á los versos fue de veras; nó, señores:
sin pretender igualarlos con los de Peza, como dije
en chanza, me parecen bastante buenos... Supongo
que no me harán el deshonor de creer que digo esto
por miedo. He dicho.»
Viejas y mozos aprobaron calurosamente tan
juiciosas razones, y, como olivas de paz, rodearon al
poeta, que no chistó palabra, aunque, por la cara,
bien se le veía que la furia se le iba pasando.
Cuando los tres estudiantes estuvieron solos,
Mazuera se acercó á Martín, y haciéndole un pase
muy cariñoso por la frente, le dijo :
— Hombre; caucano, ¿se te pasó?... Valiente
viaraza ! De éstas no te había visto. Pusimos fun-
ción. ¿ Quedaste satisfecho con mi discurso .'*
, — Sí y nó: Con tu discurso sí... pero la rabia
128 Fi utos de mi tierra
que me hiciste dar, todavía no se me ha pasado.
— Pues que se te pase, porque tengo que decirte
una cosa.
— ¡ Díla !
— ¡Nó! Cuando estés en completa calma; ahora nó.
Llamaron á comer, y de sobremesa, como se sin-
tiese Martín yá sereno, dijo á Mazuera:
— A ver: díme lo que tenías que decirme, que yá
se me pasó.
— Pues si te crees yá aplacado, te lo digo ; si no,
nó, porque te vas á calentar otra vez.
— No tengas cuidado: dílo, que no me enojo.
— Bueno, pues, siéntate, y vamos por partes:
Primero que todo, es que los versos no se los mandas
á la Pepa... ¡ No abras los ojos !... Es que no te lo
consiento, porque eso no es verso ni es nada, y se va
á reír de tí más de lo que se ha reído hasta ahora.
Tú me estás guardando el secreto de tus coqueteos
con la tal Pepa; pero los sé de memoria, cómelos
sabe todo el mundo.... Lo otro es que no te metas á
poeta, ó si te metes, no muestres tu versos, porque te
pones en ridículo. En la Universidad te están co-
miendo por esto. Ve: entre los admiradores de tus
poesías hay unos que entienden tanto de esto como
yo de pedacear medias, por ejemplo, el doctor Cañas-
gordas, que no me dejará mentir; hay otros menos
zoquetes que te ponderan por delante para darte cuer-
da, y tallarte bien tallado por detrás ; otros, y éstos
son los más, que te adulan para sacarte tragos, mon-
tadas en coche, tranvía y cuanto les da su gana. Otra
VIII — Estrofas y pescozones 129
cosa: si de veras estás enamorado de la muchacha,
— cosa que dudo mucho, — si estás porque te corres-
ponda, en lugar de andar por ahí como perro velón
aullando de fatiga y contando lo que sientes y lo que
no sientes, hazte el disimulado, el desdeñoso; que las
mujeres se hacen de mi alma cuando le ven á uno
ganas, aunque ellas tengan más. Qué opinas?
Martín, comido por dentro, no contestó al punto,
y luego, con aire que quería ser calmoso y que resul-
taba contrariado, dijo:
— Muy bien; pero ¿no dijiste hoy mismo que ^i
mis versos eran muy buenos ?... *
— ¡ Oh vanidad ! — repuso el boquifresco — Te due-
le mi franqueza y no se te da nada que los demás se
diviertan con tus tonterías !
— Nó, no me duele... pero te contradices !
— No te digo !... La viveza te va amatar !... jPero,
hombre de Dios, no seas tan botón de rosa ! Si dije
que tus versos eran muy buenos, lo dije porque debía
decirlo; por cubrir el expediente; porque á esos ani-
males que te oían se lo podía hacer creer; porqueJ
una cosa se dice en público, y otra en privado; por*í
que no quiero que quedes en ridículo; por todo estol
lo dije... i Qué opinas tú, Cañasgordas ?
— Pues, hombre — contestó el pachorro del medi-
quillo,— estuvo bueno que hubieras dicho eso... Tal
vez sí sería cierto que se estaban tirando á Galita,
porque yo los vi matarse el ojo y que se codeaban...
— ¡ Los viste ! — saltó el poeta echando lumbres —
¿Y por qué no me dijiste para haberlos reventado ?
9
130 Frutos de mi tierra
— Hombre... no me atreví.
— ¡ Traicioneros I... ¿ Por qué no se reirían por
delante ?
— ¡Bendito sea mi Dios! — exclamó Mazuera —
¡ Y después dicen que la inocencia diz que se acabó !
Y aquí siguió con toda formalidad dándoles ma-
traca á más y mejor, y sentó en conclusión, que tanto
el poeta como el médico eran unos bienaventurados.
Cañasgordas convino en todo; algunos reparos puso
Galita; pero no obstante tuvo de confesarse á sí pro-
pio que Mazuera estaba sobrado de razón; por lo
cual, después de disculparse como pudo, le contó de
largo y tendido cuanto hasta allí le había callado, ex-
presándole la seriedad de sus amorosas pretensiones.
Tantas filosofías de caporal, tanta dilucidación de Pero
Grullo le metió el bachillerón de Mazuera, que Galita,
convencido del todo, determinó tomarlo por consejero
y consultor.
Que es tanto como decir que le dio en la vena del
gusto ; pues para aquél era la gloria misma dirigir y
tomar parte en todo. Después de larguísimo parlamen-
to, se acordó:
I." Que el comercio con las musas debía ser, caso
de continuarlo, con suma reserva, como cosa de con-
trabando que era; 2.° Que con Pepa, como si nada
hubiese; 3.° Que en las tan anunciadas fiestas de Agos-
to, que yá se aproximaban, era ocasión para abrir ope-
raciones, con la seriedad y la cachacada que el asunto
requería; y 4." Que Mazuera dirigiría todo.
IX
DESPUÉS DE UN GUSTO
ENTADO en la tarima del ropón, medio re-
costado en los cojines y con mucha desgana,
tomaba Agustín una taza de leche, j Cuan
quebrantado le dejó el colérico ataque !
Cuatro días estuvo postrado en cama, y hacía apenas
la primer levantada. Con ser que se había dado su
mano de cosmético, le repuntaban blanqueando unas
púas por la cara que lo desmedraban no poco. Durara
un día más la enfermedad, y entre cámaras y bascas,
gorgorismos y calambres, dieran cuenta del señor. Yá
se ve : para tantas rabias en montón como le hicieron
dar ese domingo, antes fue poco el ataque.
A los tres días después de levantado, yá estaba ca-
riliso y con los retoques de siempre, y yá era hombre
de pasear por los corredores y de hablar recio. Apenas
se iba dando cuenta de todas las ofensas que le habían
irrogado.
Cuando, tras empedernida inflamación, viene la
lanceta y chuza, el chorro salta espeso inundando cuan-
to encuentra á su paso. Así Augusto : sin poder ha-
blar á causa de los males, se le fue formando un acce-
] 32 Frutos de mi tierra
so tal de ira, que, no bien pudo desatar la lengua... el
Señor nos asista !
Para " esa guaricha hija de Pacho Escandón " y
compañeras de pelea; para las Palmas, desde don Juan
hasta el gato ; para los alguaciles, para todos alcanzó,
y hubiera sido capaz de dar abasto á la ciudad entera.
Pero la causa de todo habían sido " esas ñapan-
gas de las Palmichas." [ Pues allá verían las muy tales
por cuales !
Ellas, entre tanto, por temor de disgustar á papá,
se lo ocultaban todo; y sólo cuando iban visitas de
ventana, abrían éstas, y eso á medias. Al portón nadie
volvió á asomarse; los niños, para ir á la escuela, obser-
vaban mil precauciones ; que yá en la casa sabían á
qué atenerse respecto á los vecinos del frente.
Una tarde, desde temprano, salieron de caminata
las muchachas y don Juan, quedando los chicos al cui-
dado de la señora, quienes, amedrentados con los
gendarmes, no querían salir de la casa. Aburrida del
largo encierro, abrió la señora una ventana y se puso
tras la celosía á tejer una complicada labor. ^^
Engreída con el mete y saca de los dos agujones
de macana, ni de Agustín ni del santo de su nombre
se acordaba, cuando Agustín en persona, el aire ame-
nazante, el puño levantado, se acerca callandito y le
larga á voz en cuello las mayores desvergüenzas. Cuál
se quedaría la señora, que no advirtió á quitarse ni á
ceirar la ventana, sino que se estuvo como un palo
hasta que Agustín acabó.
Desde los balcones del casino oyeron unos cacha-
IX — Después de iin gusto... 133
eos, y comprendiendo que en casa de don Juan no
había hombre á esa hora, bajó uno de ellos, con todo
y revólver; pero no encontró con quién habérselas:
Augusto se había eclipsado. Se había eclipsado al vol-
ver la esquina, tomando calle arriba, y muy ufano
con " la raspa '' que le echó á "esa vieja infame."
Mas de pronto, sin saber por qué, se acordó de don
Juan, y ¡ cosas de convaleciente ! sintió cierto frío en
las tripas. Fuese derecho al almacén; pero al llegar se
detuvo un momento, y se volvió apresurando el
paso ; caminó algunas cuadras y al fin paró en un
despacho,
— Señor Alcalde, — dijo entrando, — vengo á que
le eisija fianza á don Juan Palma y á su mujer y á las
hijas, porque nos molestan y provocan mucho á mí y
mis hermanas... y yo no respondo...
— Está muy bien, señor — repuso el Alcalde; —
pero conviene que usted también dé fianza si teme
alguna molestia.
— Sí, señor, así debe ser y ojalá sea ahora mismo.
Vuelto den Juan del paseo, y citado por un co-
misario, acudió inmediatamente ante el Alcalde. No
poca fue su sorpresa al enterarse del asunto; y como
protestase de los cargos contra él y su familia, 'contó
Agustín lo de los gendarmes, y cómo al pasar éste por
la calle no hacía un momento, lo había remedado la
señora de Palma desde una ventana, y cómo había te-
nido que reprenderla. Indignadísimodon Juan, viendo
chiquitico al querellante, no tuvo más que dar la fianza
de guardar la paz, por él, por su mujer y por sus hijas.
134 Frutos de mt tierra
Agusto salió de la Alcaldía como si dejara en ella
un peso enorme.
— ¡ Yá se las eché á la vieja I — le dijo á Filomena,
no bien entró á casa — ( Pero te aseguro que no rae
quedó qué reconciliar!... El Alcalde le eisigió fianza
al viejo Juan, y á mí también.
— ¿Y vos fuites onde el Alcalde }
— Yo sí... por evitar más molestias.
— ¿ Y por qué no me avisates antes pa yo haber
ido onde esas tísicas y acabarlas ? ¡ Pero la puerquita
de ma Pacho Escandón sí no se me escapa !
Don Juan buscó casa al otro día y se mudó, y dio
aviso de que la suya estaba para arrendamiento.
Cuando vieron que don Juan la desocupaba, hubo
en la de los Alzates algo como el desbordamiento de
un triunfo político.
"¡ Yá salimí)s de esa indecencia !"
"¡ Gracias á Dios que se largaron á jeder lejos !"
"¡Yá no estamos sometidos á verlas por la fuerza I"
Estos y otros versículos más sublimes todavía,
desarrollaron en los tres hermanos mayores una char-
la y una gana de reír, que nunca se había visto en
hijo de la seña Mónica.
Aunque era por la tarJe, hubo piscolabis de tra-
go y bizcochuelos. Agusto descendió desde el Olim-
po de su gravedad y, á propósito de «las Palmichas,»
dijo cuchufletas tan sumamente chistosas, y remedó
«la vieja» con tanta chuscada, que áMinita le dolía
el estómago de reírse. Ella, que no se derretía por los
prenderos, se sintió ese día muy amiga de Agusto y
IX — Daptícs de un gusto... 135
muy vinculada con Mena, — diminutivo que no usaba
hacía años.
Entre Mena y Mina concertaron que el domingo
próximo venidero se ¡rían todos á la casita de la finca,
á comerse una gallina con arracachas frescas, y que
Agusto debía llevar el vino. Bien poco le agradaban
á él las partidas de cahipo y las comidas idílicas; pero
tal estaba esa tarde, que convino en todo.
Pues no, señor: Patetas quiso que la gallina y las
arracachas se escapasen.
Sucedió que esa misma semana vino de sus po-
sesiones de Cauca Jorge "Réngala, yerno de don Juan.
hombre que tenía un genio que ni pólvora. El tal, al
ser informado por su mujer de los asuntos de familia,
supo toda la campaña de Palmas y Alzates. ¡ Qué ex-
plosión aquélla !
Cambió traje inmediatamente, vistióse el sobre-
todo, aunque hacía verano, fuese al cuarto de las
monturas, y, sin esperar el almuerzo, salió para la
calle apretando el paso v^losd lentes; llegó al casino
tantas veces mencionado, pidió brandy, y se plantó
en el balcón, como quien está en acecho.
La calle, muy concurrida siempre, lo es más á
esa hora: Comerciantes, empleados é industriales van
y vienen en busca del almuerzo; de colegios y escue-
las sale la chiquillería y las partidas de pollitas de tra-
je corto y estrepitoso calzado; cachacos y artesanos
136 Frutos de mi tierra
entran á las botillerías á libar la deliciosa copa de la
mañana.
En la camina del casino, situada en una esquina,
se oía animadísimo entrar y salir, y ese ruido de cris-
tales que se chocan,* de saluddsque se cruzan, de tim-
bres que llaman, de charlas al vuelo; ruido cantinero
y botilleresco, oído sólo en los instantes en que el labo-
rioso "medellinense abre un paréntesis (como para sig-
no admirativo) en sus cotidianos, febricitantes afa-
nes.
Bengala, muy desentendido aparentemente, con-
tinúa en expectativa desde los balcones del casino. De
pronto se yergue, la cara se le infla, baja apresurado
y se planta en la esquina. Por la calle que da á la del
comercio viene Agüsto, sereno, contoneado, dispu-
tando la acera, arrollando á los que pasan. Llega á la
esquina, y antes que tenga tiempo de volverla, un lá-
tigo relampaguea ante sus ojos y cruje en su pecho,
y cruje en su nuca, y cruje en su rostro. Aturdido,
cegado, se bambolea como ebrio, y el látigo, potente,
eléctrico, chasquea y chasquea sobre su cuerpo y da
con él en tierra despatarrado y convulso. El látigo si-
gue: lo hace retorcerse, lo zangolotea, lo revuelca, al
misma tiempo que una voz bronca, entrecortada, bra-
ma: ¡«Miserable!... ¡Sólo te atreves á insultará
las mujeres, á las señoras ! ..> ¡ Cobarde ! ... ¡ No te vale
el corsé que te pones para quedar marcado con el fue-
te ! ... I No te valió la fianza, canalla ! ... »
Aquello fue como el rayo. La gente se agolpa,
se arracima, tropezándose, estrujándose. Entre mu*
IX — Después de un gnslo... 13?
chas manos pueden arrancar el látigo de las de Ben-
gala. La batahola atrae nueva oleada de gente, á cuyo
empuje caen algunos sobre el flagelado. Pulido como
un difunto, cubierto de polvo, la camisa afuera, rotos
los tirantes, echando sangre por las narices, yace
Augusto en el empedrado. Lo alzan, lo entran á fa /
cantina. La gendarmería rompe por entre el tumulto J
y ^tíngr^'-T ^'^ "'^'^íldo ante la autoridad. -"""'^
— j Sí, lo merezco ! — exclama el. — He ensuciado
mi fuete I
Cantineros, dependientes y cachacos acuden al
herido: le sueltan la ropa, le limpian la sangre, le dan
pócima y tratan de aplicarle ventosas.
« Nó, nó, aquí nó ! — dice él, entre acecido y ace-
cido— Déjemen!... ¡Atrevido, traicionero!... Coger-
me... cogerme despensionado y enfermo!... Pero...
¡ yo lo mato I... ¡ lo mato I... ¡ lo mato ! »
Sin ver si puede ó nó andar, lo cogen cuatro
hombres y seguidos de alborotada turba lo llevan en
vilo á la casa, que por fortuna está ádos pasos.
Mina, aunque de trapillo y alpargates, no pudo
prescindir de asomarse á la puerta á averiguar qué
bulla era ésa. Al ver que traen á Agusto de aquel
modo, se retuércelas manos y grita:
— ¡ Lo mataron. Dios mío !
— No se asuste, mi señora, que apenas está apo-
rriado — repone un conductor.
— j Sí, sí, lo traen muerto! — chilla Filomena apa-
reciendo en el zaguán, y se estriega la frente mesán-
dose el pelo.
138 Fr titos de mi tierra
Se acerca y \e la pechera ensangrentada.
— ¡Lo asesinaron de una puñalada !... — chilla
más alto, y, dando un berrido como de res que de-
güellan, se va al suelo.
— ¡ Nó, hermana, por Dios ! — solloza Nieves tra-
tando de alzarla — ( No está matao; oiga que diz que
fue que le dieron fuete !...
Augusto vaga en la región de los sueños; una
nube espesa lo envuelve; no obstante, percibe las úl-
timas palabras de Nieves, y abriendo tamaños ojos,
exclama:
— j Ah, escandalosa I
La gente invade la casa. Algunas mujeres del
pueblo levantan á la prendera y la llevan á la tur-
quesa del costurero.
Una vez allí, se sacude nerviosa y grita:
— ¡ Pero qué es tanto gentío !... ¿ Hay velorio ó
qué .?... ¡ Salgan de aquí, salgan I„,
— ¡ Vean qué albondigona tan ladina I — replica
una vendedora de yerba — ¿ Qué pedazo les venimos
á quitar ,?... ¡ Jártense su pelea ! Y sale seguida de la
plebe grande, dejando algunos muchachos rezagados.
Los conductores de Agustín, hallando á mano la
cama de Filomena, lo colocan allí, donde se agita un
momento. De repente se tira al suelo, llega hasta la
puerta del costurero^ en la cual se apoya, y grita fre-
nético á los curiosos chicos:
« j Rumben pa fuera, vagamundos ! »
Cual bandada de ajrecheros dispersa por una pe-
IX — Después de un gusto... 139
drada, sale la rapacería dando corcovos, risotadas y
relinchos.
Los conductores, entre los que hay un cachaco^
van á sostener á Agustín.
— Ay ! Ay I no me toquen ! — plañe él, y como
puede se vuelve á la cama.
El cachaco^ un tanto embarazado, va á retirarse.
— ¡Pero, señor, por Dios! Cómo fue? Cuente- I
nos, — -le dice Mina, deteniéndolo.
Este dijo lo que había visto, atenuando la cosa
en cuanto era posible. Al oír nombrar á Bengala,
saltó Filomena como una tigre:
— Bengala .''... ¡el yerno de don Juan Palma 1,^^
Y un verdadero rugido se escapó de su pecho, engara-
batáronsele las manos, y quedó con los brazos rígidos,
los ojos brotados, más terribles aún junto á las man
chas de colorete.
X
LA MAR DE CUSAS
UENTAN que las Reverendas Madres Car-
melitas de Medellín, para celebrar debida-
mente la fiesta de los Santos Inocentes,
hacen una claustral en que, á más del exqui-
sito pipiripao, hay bureo de guitarra, canto, vueltas y
valse redondo con todo y abracijo; y es fama que
algunas Madres son tan tremendas, que, en días como
ése, se chantan sombrero con pedrada, á lo matachín,
se pintan bigotes, remedan los Padres curas, y hacen
táritas cosas, que la Madre superiora se pone en mil
aguas, sin saber si excomulgarlas ó echarse á reír como
una tonta; y agregan quede estas diabluras queda un
recuerdo tan grato, que con él suelen endulzar en el
resto del año los tedios y aburrimientos, tan crudos
en el claustro, al decir de piadosos autores.
Decíamos esto al tanto de que á Medellín, la her-
mosa, le acontece lo propio: todo el año, muy formal
y recogida en sus quehaceres, trabajando como una
negra, guardando como una vieja avara, riendo poco,
conversando sobre si el vecino se casa ó se descasa,
sobre si el otro difunto dejó ó no dejó, rezando mucho,
eso sí....
X — La mar de cosas 141
Pero, allá de cuando en cuando, también echa
su cana al aire, y hace fiestas á manera de las Madres
Carmelitas. Mas no se vaya á creer que es para con-
memorar la degollina de Heredes; nó, señor, que se
trata de aquella, no menos cruenta, entre chapetones
y criollos, que tuvo lugar un 7 de Agosto de... hace
muchos años, por allá en el puente de Boyacá.
Como de encargo vendría aquí un cachito crítico-
histórico sobre nuestras glorias patrias. ¡ Cuánta eru-
dición luciéramos I ¡ Cómo encantáramos al lector
con aquello del LeóJt de Iberia^ Las cadenas rotas,
La virgen America, La ominosa servidumbre, Los
carcomidos tronos! ... Sería un modelo el tal cacho.
Pero mejor será no meternos en arquitrabes... y va-
mos con las fiestas.
Desde que se sabe que el permiso para hacerlasji
está concedido, todo es animación y alegría. MedellírJ
se transforma.- En los semblantes se lee el programan
crece el movimiento de gentes; apercíbese el comer-
cio para la gran campaña ; y la conversación, dale que
le darás sobre el futuro acontecimiento, parece ina-
gotable. Los señores dueños de la renta de licores
sienten por anticipación esa voluptuosidad que pro-
duce el susurro de los billetes y la armonía del níquel
cuando van cayendo al cajón arreo, arreo como un
chorrito. Los de tijera y mostrador olvidan los ser-
mones contra la usura, y, muy frescos, sacan cuantos
rezagos tienen, que, por arte debirlibirloque,se trans-
forman en novedades llegadas un día antes. ¡ Así
valen ellas !
142 P'rttios de mi tierra
Sastres, modistas y zapateros tienden redes don-
de caen reclutas y veteranos, si no ellos mismos con
algún sablazo; hoteles^ fondas, restaurantes y pulpe-
rías surgen déla noche á la mañana llenos de vida
y abundancia, convidando á indigestiones y borra-
cheras ; los establecimientos de vieja data no se dejan
echar el pie adelante de les nuevos, é invientan lo
nunca visto, lo nunca oído para sorprender á los pa-
rroquianos. Arriéndanse las casas á precios descomu-
nales, y en ellas la carpeta verde y la templada coleta
esperan impacientes el revolar de los albures, el cru-
jir de Las muelas de Santa Polonia, la pintarrajeada
ruleta, las burras del afortunado, los ajos y cebollas
del perdidoso. Las barreras y palcos de la plaza prin-
cipal, vuelta de toros, se estremecen al oír la apología
de las cornudas fieras de Ayapel y de Cauca.
Los chalanes de los pueblos se dan cita en la Ca-
pital, y caballos, yeguas, mulos, de todo pelaje y con-
dición, encuentran allí quien dé por ellos el doble de
su valor: trátase entonces de ponerse á horcajadas y
no hay que andarse con reparos. Ni los talabarteros
finos ni los remendones dan abasto, porque ¿ quién
que va á cabalgar en fiestas sale con vejeces ? ¿ Y
quién en fiestas no cabalga ?
Y Medellín, en tanto, brota y brota moneda por
todos los poros, cual si un sudor pecuniario le sobre-
viniese, y para todo hay; pues de cicatera se ha tor-
nado en manirrota.
Elabóranse en las zapaterías las más extrañas
obras: cuándo las babuchas orientales recargadas de
X — La mar de cosas 143
bordados, cuándo las calzas de terciopelo para algún
galán histórico, cuándo la zapatilla á lo Luis XV, de
altísimo tacón; porque lo que es sin disfrazarse, nadie
se queda.
Y los pobres sastres purgan picardías propias y
ajenas ¡desgraciados! Sus talleres son entonces un
infierno de trapos y perendengues: por los brocados y
tisúes, galones y argentería, aquello semeja una fábri-
ca de ornamentos de iglesia; por los terciopelos, rasos
y panas, plumas, alamares y cintas, el taller de una
modista en víspera de baile. Y el infeliz que cuando
más sabrá quién es el padre de los hijos del Zebedeo,
lleva á todas éstas en la aturdida cabeza toda una ga-
lería de personajes célebres, los creados por el arte, los
tipos de todas las naciones, amén de las fantasías per-
sonificadas por la moda ó por el capricho de algún
cliente invencionero. Y todo ello ¡ válgale Dios !
visto por el lado indumedario, y sin más guía que el
figurín, ó algún retrato, ó un grabado, cuando nó la
ilustración de cualquier libro, ó la receta verbal. A
mayor abundamiento tiene que aguantar en la nuca,
— y no pintados, sino en carne y hueso — , á los futu-
ros duques de Nevers, á los majos españoles, á los
bandidos napolitanos, á los emperadores del Mogol...
al Diablo mismo; porque ningún parroquiano desam-
para el taller hasta que todo el disfraz le queda á su
sabor y talante. ¡ Así salen aquellas] cosas I don Se-
bastián de Portugal át pavita pajiza, el sombrío Fe-
lipe II con frac y caponas de gusanillo, el trovador
provenzal de clerical manteo.
144 Frutos de mi tierra
Esto de disfraz debe de ser entre nosotros cues-
tión de raza. Bien nos venga de los españoles, tan bi-
zarros en el vestir; bien de nuestios indígenas proge-
nitores, tan pintados de piel, tan apasionados por
plumajes y abalorios, ello es que, en mentándonos
vestimenta abigarrada, hasta el más estirado viejo se
disfraza, siquier con la colcha de la cama. Díganlo, si no,
las fachas bigotudas de las Madres Carmelitas.
Aunque en las fiestas hay toda clase de diversio-
nes, bien puede decirse que las máscaras, el disfraz y
el baile son las de la juventud dorada y de toda la
gente de calidad. Primero en las calles y ecuestremen-
te, por lo charro y matachinesco, máscara al rostro,
entre estruendos, carreras, gritos y payasadas ; luego
en los salones, á lo serio y á lo rico, á yeces sin careta,
siempre con cultura, estrechando en deleitoso abrazo
á la bailadora beldad.
Porque para bailar se abren día y noche muchos
salones, y no como quiera, sino con refinamiento y
largueza, con invitación, expresa á las veces, tácita
las más, colectiva ó individual, á todos los clubes y va-
rones de calidad que, con sólo dar sus nombres ó el
de alguno de sus compañeros, son recibidos con todos
los fueros y miramientos del caso. Y como el disfraz es
no sólo de cuerpo, sino también de carácter, resulta
que los señores más sañudos y avinagrados, y las ma-
mas de más campanillas, se disfrazan, para la recepción,
de Amabilidad, de Confianza y de Simpatía, disfraces
en que Carreño se sale con las suyas.
¡ Oh, padres de la Patria ! ¡ Oh, Libertad I ¡ Por
X — La mar de. cosas 145
honraros se hacen tales cosas ; mas no temáis que el
recuerdo de vuestras glorias sea tan intenso que lle-
gue á exaltarnos hasta hacer por vosotros épicas locu-
ras !... Por ahora nos contentamos con hacer brotar
de nuestras frentes el grato sudor del baile, ó con una
borrachera patriótica... á vuestro nombre.
Pues bien: el amartelado Martín está en aprie-
tos. Mazuera, su Mentor, ha tenido que irse á su
pueblo por grave enfermedad del padre. Telémaco
solo, como Dios y el amor le han dado á entender,
está preparando lo necesario para el asalto supremo.
Ha calmado la incertidumbre y vuelto á su pecho la
esperanza. Los aprestos y preparativos son tales, que
si Pepa no se rinde esta vez, es porque no tiene co-
razón ni sangre en los ojos.
La primera diligencia de Galita fue cambiar £¿
Melado, dando un dineral encima, por un caballo re-
tinto, caballo propiamente tal, sin que le falte nada,
que parece llevar dentro todos los diablos juntos,
según es de azogado, alborotozo y petulante: dos fue-
lles humeantes, sus narices; la cabeza, pequeña; el ojo
quiere salírsele; cola y crines se revuelven en azota-
doras madejas; las patas, delgadas y nerviosas, fuer-
tes y flexibles; cualquier ruido le hace temblar y en-
cabritarse; cuando siente en sus lomos montura y ji-
nete, no hay contorsión que no haga, brinco que no
dé; y, si alcanza á columbrar una hembra, el solo re-
lincho diera en tierra con otro que su dueño. Pero,
afortunadamente, el oaucano es todo un señor equi-
tador, capaz de tenerse en un proyectil disparado, en
10
146 Frutos de mi tierra
lo cual cifra uno de sus principales timbres de gran-
deza, al par que una como seguridad en el triunfo.
I Y cómo nó, si en el ensayo de la maestranza, que
para las fiestas se prepara y de la cual hace parle,
todos los concurrentes se han quedado bobos con ca-
ballo y caballero ?... ¿ Qué irá á decir Pepa? Pues
«si en el árbol verde se hace esto... y>
Las patronas, aterradas, le pronostican muerte
con destripamiento y todo, y cada vez que le ven sa-
lir en El Retinto se quedan con el credo en la boca, lo
cual le pone más engreído y satisfecho, por parecerle
que el miedo de ellas es la más palmaria prueba del
arrojo y valentía que él se atribuye.
Tiene para estrenar una gualdrapa roja, un fre-
no y unos estribos de aro, eslas dos prendas tan pri-
morosamente nikeladaá, que son la misma plata.
Su sastre le está haciendo dos superfinos, elegan-
tísimos disfraces; uno para lucir en los salones, y en
la maestranza el otro. Las viejas, ayudadas por él
mismo, le fabrican uno de arlequín, de tan prolija la-
bor, que es cosa de tenerlas atareadísimas.
ítem más: está ensayándolos lanceros, la cuadri-
lla y el bostón en casa de las Bermúdez; y al ensayo,
que á veces para en baile, ni una noche ha faltado;
y sus progresos coreográficos han sido tales, que todas
las chicas se lo disputan ^^.ra. parejo. Entre las ma-
mas que, á manera de las antiguas dueñas, vigilan el
ensayo, ha oído varias veces cómo se vuelven lenguas
ponderando el garbo y la elegancia c del cancano )» y
el modo que tiene para bailar, A más de estas pon-
X — La mar de cosas lil
deraciones, no ha faltado alguna jamoncilla amable
que le eche sahumerios en su cara; todo lo cual, ufíi-
do á la ¡dea que de sí propio tiene formada, lo ha
puesto que no cabe en el pellejo.
Mas no todo el monte ha de ser orégano: sus acu-
dientes están que trinan contra él. Habiéndose junta-
do, lo pusieron en la picota, y, como caso de concien-
cia, determinaron llamarlo para calentarle las orejas
por sus desmedidos gastos. Tocóle al más viejo diri-
girle la palabra, y Martín no lo dejó acabar para des-
hacerse en improperios, terminando con la declara-
toria de no necesitarlos para maldita la cosa y con
mandarlos á freir monas.
— Qué allaneróte ! — dijo el más irritado de los
tres — tan luego como Gala salió. — Un mozo que no
es capaz de ganar un centavo ¡ y yá lleva gastados, en
dos meses, más de setecientos fuertes I... ¡ Y compra
caballo por cuatrocientos !
— ¡ No, señor, no hay sujeto ! — replicó otro — Y
la señora madre ¡que le den lo que pida, que le den
lo que pida !
— ¡ Ah madres 1 — clamó el tercero.
Por telégrafo pidió Galita cambio de acudientes,
indicando á quiénes quería por tales; y dos de éstos
recibieron inmediatamente de la rica viuda orden de
darle á Martín lo que pidiera, con la expresa condi-
ción de que exigirían los honorarios que á bien tu-
viesen. El muchacho fue llamado al punto por ambos,
y fue tan fino, que á uno y otro pidió suma gorda, de
lo que le quedaron muy reconocidos.
148 Frutos de mi tierra
II
¡ Llega el dial-
La caravana de máscaras^sa!fi.jdesdfi_£Lalba des-
pertando Ta~cíu'dad coíTterrible cencerrada. ¡ Qué tor-
menta aquélla ! Una banda de cuernos embocados
por mozos de potente pulmón, se acompaña con el
maullido y el rebuzno de gran número de señores y
señoritos que se han vuelto gatas y jumentos. Quié-
nes lloran á todo pecho con llanto de recién nacido;
cuáles, metamorfoseados en arrieros, reniegan como
unos condenados. Las bramaderas de sutil tablilla
de pino fingen huracanes en el monte. Cosa diabólica
parece el sonar de vidrios y guijarros entre tarros de
hojalata, que, ora arrastran por el empedrado, ya
chocan contra puertas y ventanas; éstas se abren, y
asoman caras soñolientas, ávidas de recibir esa primi-
cia de emociones festeriles.
La caravana marcha compacta llenando la calle,
y luego, como río salido de madre, se desborda é inun-
da la ciudad.
A_las_doce, . Medellio- está-loca.-4^ataTr la ale-
gría, el frenesí, el alcohol, sólo encuentran para ex-
presarse, gritos, aullidos, vertiginosas carreras que,
excitando los ánimos, producen contagio general.
Las danzas é invenciones principian á salir por
entre el hervidero de gentes. Los improvisados palcos
de la plaza, construidos sobre las barreras; las ventas
de comestibles, arregladas abajo, tiemblan con la pe-
X — La mar de cosas 1 49
sadumbre del bello sexo negro, puesto de veinticinco
alfileres, arrebol en la ahumada mejilla, perifollos y
cintajos rojos por todas partes. En balcones y venta-
nas de plazas, plazuelas y calles, se agolpa el señorío;
que la animación no está circunscrita á determinado
punto de la ciudad: dondequiera la jarana aturde.
Pepa tiene en sus ventanas gran séquito de ami-
gas, á cual más emperejilada, el cual séquito, en
rochela^ no le va en zaga á los festeros. Pepa enca-
beza, por supuesto, y su regocijo, sus locuras, están al
orden del día. Salta tumbando taburetes; escarba en
el teclado del piano arrancando armonías dignas de
la gatuna alborada; pellizca á ésta; saca á bailar á la
otra, diciendo cada disparate que hace estallar al sé-
quito en una sola carcajada.
— ¡ La fortuna que nadie las oye !— exclama doña
Bárbara entrando. — i Estas locas ni aun ven nada por
hacer bulla !... Asómensen, niñas, asómensen y verán !
Y en efecto, parecía que todas las extravagancias
de las fiestas se hubieran dado cita por ese lado.
Por las calles que en la esquina de la casa se cruzan,
pasan y pasan cosas estupendas: Pajizos chaj7ipa?ies,
con colgajos de racimos de plátanos, que navegan
sobre las ocho ruedas de dos carros unidos, tirados
por jamelgos, remados por negros de la crema fina,
de enormes jetas rojas y apelmazada pasa de cerda,
los cuales cantan hajnbucos bozales, acompañándose
de vihuelas bravas; barcos, de la misma traza que
\q-¡, champanes ^znyo% marineros, muy despechugados
con el gracioso traje del oficio, entonan barcarolas de
150 Frutos de mi tierra
iré melancólico. Las danzas de artesanos, formadas
or gremios, se cruzan y barajan entre jinetes y es-
pectadores, é invaden las casas, donde, después de
hacer su respectiva mojiganga en la sala, son regala-
dos en el comedor. Así, á qué quieres boca, corren la
ciudad, sin dejar de ir precisamente al tablado de
la plaza, que se ha levantado para que se exhiban
las danzas é invenciones populares. Allá viene la de
Los gallinazos abriendo las gigantescas alas, dispután-
dose un mortecino que parece de mastodonte, y todos
haciendo gttsf gusf Apenas cabe por la calle la ne-
gra bandada. Sigúela otra de murciélagos, enorme-
mente orejones, pinchando el traje de las gentes con
sus alas, tamañas como paraguas abiertos. Por otro
lado enfilan Los moros y cristianos: éstos llevan en
piezas la custodia de cartón, forrada en papel dorado,
que al fin aparece armada con su hostia de á cuarta;
aquéllos enarbolan en largos palos las medias lunas
de á vara; los hijos de Mahoma declaman; predican
los de Cristo; trábanse en contienda hablada, can-
tada y bailada; y al fin
« El moro rendido,
Alegre y contento
Celebra las fiestas
Del gran sacramento.))
— ¡ Qué cuento de sacramento á estora ! — grita
un borracho — ¡Que viva ño Golibar !
— ¡ Que viva ! — responde otro.
— j Viva ! — aulla la multitud.
X — La mar de cosas 151
Mientras se celebra el auto sacramental y se con-
vierte la morisma, van llegando las parejas de baila-
rines callejeros: ellos, muy cari-pintados, vestidos de
majos; ellas (que también son ellos y artesanos), con
mascaritas menudas y melindrosas, la aparasolada
falda al muslo, trabadillos de cinta en la reseca pier-
na, y abanicándose con mucho dengue. Las músicas
de cada danza suenan á la vez.
Terriblemente desbocadas, haciendo apartar á
todo bicho, llevándose por delante cuanto topan, aso-
man, allá á lo lejos, las bizarras amazonas: son caclia-
eos que, por lucir su pericia en la equitación, apelan
al disfraz con faldas para montar á mujeriegas. So-
berbios son los caballos, interesante el grupo: más de
uno, rigurosamente entrajado con todo y sombrero de
copa, y rosa en la solapa, va muy aseñorado luciendo
su talle de batea; otro es una negra con montera,
camisa blanca y pollera de fula, fumando su acabo
por dentro,» con un delicioso qué se me da á mí. Al-
terna con la' negra esotro que, coronado de azahares,
profana el traje nupcial de la esposa ó de la hermana
exhibiéndolo, enlodándolo, haciéndolo trizas; sigue
una madre dando alaridos lastimeros y viento á su
niño que se asfixia en las agonías del crup; otras de
fundones amarillos y rojos van, ¡ las muy impúdicas !
amamantando sus criaturas que, suspensas de las in-
fladas vejigas de res, al par que se nutren con el néc-
tar ése, se van desbaratando á impulso de la carrera.
Despacio y bailando con admirable compás aparecen
no lejos de este grupo los disfrazados de caballo y ji-
152 Frutos de mi tierra
nete á la vez, invento harto peregrino é ingenioso
que parece realizar la fábula de los centauros. Detrás
de ellos, seguida de la turbamulta, y sumamente pe-
ripuesta, traen á la ilustre Aroma ^ esa perra bailarina
que ha cosechado más lauros ella sola que todos
nuestros poetas juntos.
Entre los jinetes de veras hay arlequines, monos
y monas criando hasta cuatro monitos, que se sacu-
den colgados de las grupas; aquí gigantes y enanos,
perros mudos y burros que rebuznan mejor que los
alcaldes de marras; allí gallos hermosísimos, más gran-
des que los burros; acá una garza, que un sapo verde
lleva cogida por la gaita; allá un ciervo cuya ra-
mificada cornamenta tropieza en los balcones. Este
luce traje formado con retratos de cigarrillos, aquél,
uno de cajas de fósforos; el de más allá lleva capa de
espejos que saltan en mil pedazos. El humbre-botella,
cual tremendo símbolo, cabecea por las calles y con
su enorme corcho amenaza romper el bautismo á las
festeras de los balcones. Don Quijote y su escudero
Sancho también se andan por allí hechos unos malan-
drines; y hasta la Muerte, muy alegre, de sombrero
con pedrada, en amor y compaña de una tanda de
diablos y diablas, que yá van con la cola enroscada
como renuevo de zarra, ya arrastrándolas como cu-
lebras...
Y todo acompañado de gritos, interpelaciones
al transeúnte, peladuras de pava, diálogos con las de
Vlos balcones y ventanas. Babel es aquello, que em-
Ijbriaga, que marea, imposible de describir.
X — La mar de cosas 153
En la calle de Pepa hay un instante de calma.
Mas de repente estalla del lado de la plaza atronado-
ra gritería, hurras y cohetes. Un jinete disparado se
abre paso. « Se saltó la b.irrer3 I Se saltó la barrera !>»
claman muchas voces; y en verdad que el salto era
digno de tanto entusiasmo, porque la barrera era al-
tísima y el jinete el primero que la salvaba. Dos cua-
dras más abajo para, entra á una botillería y sale tra-
yendo en la diestra un envoltorio de papel, mientras
con la otra mano sofrena el caballo que, con los gri-
tos y cohetes, salta y rebota cubierto de espuma.
Por un milagro de equitación, el jinete, tras un
salto del alborotado bruto, logra pararlo como clava-
do en las cuatro patas frente á las ventanas de Pepa.
Erase el disfrazado una de esas figuras que en-
gendra la fiebre: su cabeza, tamaña de grande, lleva
hacia un lado, con indecible petulancia, un sombrero
de copa del tamaño natural; sobre las narizotas, gafas
de cartón; los calzones á la turca y una como capa,
que flota hasta las ancas del corcel, son un prodigio.
¡ Qué lotería tiene que ver ! Sobre el fondo gris de
la percalina, pegados con engrudo, y de papel de to-
dos los colores, sapos, alacranes, calaveras, caras de
perro, serruchos, mitras, el sol, la luna, el cometa y
cuanto mi Dios ha creado, todo en horrible mezco-
lanza. Con esa voz chillona, aguardentosa, voz de
vieja demente, que se finge en tales casos, dice el
máscara:
— ¿ Me conocen .'... Me conoce, Pepita ?
Pocas son las niñas que no se inmutan al ser in-
1 54 Frutos de mi tierra
lerpeladas en su ventana por un disfrazado; pero Pe-
pa contestó muy impávida:
— No señor, imposible conocerlo tan desfigurado !
Mentía, porque lo estaba esperando; y como
quiera que no hay mujer que no tenga algo de zaho-
ri, Pepa adivinó quién era.
— ¡ Pues vea, Pepita, que somos vecinos !
— Sí, señor, eso se le vepor lo confianzudo queestá..
Y sí que tiene cosas bonitas en el vestido... hastai !
— Sí, Pepita, cositas muy bonitas — y le mostraba
la capa. — Vea lo que tengo aquí para usted — y levan-
tó el envoltorio.
— ¡ Huy, señor, eso será voladores ! — exclama
Pepa fingiendo mucho miedo.
— ¿ Usted le tiene miedo á un volador ?
— Sí señor... ¡ cuando no es vaniao .''—contesta
la niña con cierto retintín en la última palabra.
El disfrazado hizo una pausa como corrido, y,
rompiendo con torpe mano el forro del envoltorio,
dejó ver un hermoso ramillete.
— ¡ Pues vea que no son cohetes i... Este ramo...
me hace el favor de aceptarlo ?
— ¡ Qué precioso está !... Pero, señor, mi marido
es muy celoso... ¿ y si sabe ?...
— ¿ Su marido } \ ja I i ja ! ; señorita Pepa !
— Señora Pepa, cuando se le ocurra. ¿No sabía
que me había casado .? Entonces no es tal vecino, por-
que mi casamiento hizo mucho ruido.
El "señor" siguió riendo, y luego, en ademán
de súplica, con voz seria, aunque fingida, replica:
X — La mar de cosas 155
— Le digo que me haga el favor de aceptarme el
ramo, señorita. ¡Para usted lo traje expresamente !
— Recíbelo, Pepa, recíbelo — le dice Lola Palma. —
No desaires al caballero.
Pepa vacila, y luego, animada de una idea repen-
tina, dice :
— Me voy á exponer á una pelea con mi marido...
¡ figúrese con lo bravo que es I pero le acepto el ramo
con mucho gusto, con la condición de que usted tam-
bién me reciba otro que yo le regalo. ¡ Si no, nó !
— ¡ Cómo nó ! i Con toda mi alma : de sus ma-
nos viene !
— Espérese, pues, un momentico, que voy á traer-
lo. Arrímese á la puerta, porque ni su ramo ni el mío
caben por la ventana.
Y esto diciendo, se entra, y al instante vuelve con
un manojo de apio y verdolaga, amarrado con una tira
amarilla.
— Tome, pues, señor — le dice yá en la puerta, re-
cibiendo el de flores y entregando el de yerbas — Mi
ramo no está bonito; pero es muy medicinal: diga en
su casa que le hagan bebida y verá cómo se alivia de
las lombrices.
El caballo se alborotó con las ramas, y Pepa se
entró corriendo.
— ¡A ver, mostranos ! — dijeron cuatro ó cinco
metiendo mucha bulla.
— ¡ Qué primor, por Dios !
— ¡ Jazmines del Cabo !...
— I Camelias, raijita !...
156 Frutos de mi Uerra
— ¡ Camelias 1... ¡ Qué encanto I
— Pero, ¿quién era ? ¿ Lo conociste ?
— {Pobrecito !... Un ramo tan bello ! y yá ves
con lo que le saliste I
— I Vos sí lo conociste ! ¡ Decinos quién es !
^ — Nó, no supe — dijo Pepa con aplomo — ¿ No
(weron que dijo que era un vecino ? Será el sereno de
li esquina, que es muy amigo mío.
— ¡ El sereno sí, hermana ! — exclamó Lola Pal-
ma— [ El sereno sí es Vaniao y lombriciento!
Los ojos que le hizo Pepa fueron horribles.
— Ah I yá sé ; el caucano, Martín Gala — dijo una
rubia — ¡ Qué pesada estuviste i... Pobrecito !
— ¡Qué cuento de Martín Gala !... ¡ Cuántos si-
glos hace que peleamos I
Pepa, con achaque de ir á inspeccionar el festejo
1 comedor, se entra con el ramo, impaciente y emo-
tonada. Apenas sola, lo registra por todas partes, lo
ondea, levanta "las apiñadas flores... Nada I ni una
tarjeta. Estaba segura de encontrar algo, una esquela,
por ejemplo. Sin pensar en el daño, se pone á desba-
ratarlo : nada ! Yá le estaban remordiendo las yerbas
y las pullas con que regaló al disfrazado galán, yá lo
iba encontrando muy arrogante jinete, muy respetuo-
so bajo el traje de arlequín ; pero al no encontrar lo que
deseaba, se desata contra él, allá en su pensamiento :
de bobo, de Juan Lanas, de alma de Dios, no lo reba-
jó, "i Siempre me conquista con esas vivezas de mon-
ja !" Y tan irritada se sentía, que prometió hacerle
una, que allá vería el grandísimo zoquete.
X — La mar de cosas 157
Repartió las flores entre las muchachas, reserván-
dose para sí tres camelias solamente.
Lo negro de la uña faltó para queGalita diera en
tierra con su persona al recibir el medicinal manojo.
El Retinto partió como un coriete calle arriba, volteó
otras y otras hasta llegar á casa de Las Viejas. Echó
pie á tierra, hizo desensillar y se entró á la pieza con
gran premura. La hiperbólica cabeza, los arreos de
payaso, todo fue á un rincón ; con lo primero que en-
contró se enjugó el copioso sudor; púsose apresurada-
mente los mejores trapos, y salió.
— ¡ No sea loco, niño ! — le gritó Ala ni ch^ al
verlo. — i Cómo se fue á desvestir acalorado !... i Pero
qué fue esa determinación .?... ¡ No salga así !... ; No
le digo; si esto no tiene cabeza !
La señora hablaba sola : el sin cabeza yá estaba
en la calle. Pepa lo había conocido, se había burlado
de él ¡y eso no podía serl Era preciso que lo sucedi-
do no hubiera sucedido, y, para que así fuera, Martín
iba á presentársele á Pepa vestido de cachaco y á pie,
para que viera ella que no era él, ni podía serlo, el diS'-
frazado de las yerbas.
Pasó Martín por la calle de Pepa, y no viéndola en
parte alguna, se entró á una tienda, y desde allí obser-
vó disimuladamente, hasta que ella apareció en la veri-
tana; salió entonces aparentando mucha indiferencia.
Mayor fue la sorpresa de las niñas al verlo, y
Pepa aprovechó esta aparición para probarles que el
disfrazado sí era el sereno; pero "ella comprendió per-
fectamente el enredo del cuento.
158 Frutos de mi tierra
Martín volvió á su casa y se acostó, pretextando
cansancio ante las viejas, que lo asediaron á preguntas.
¡ Mal, muy mal había principiado ! Tan pródigo
como era, sintió tristeza y rabia al pensar en los vein-
te pesos que dio por el ramo. El fracaso del primer
ataque, ataque según él tan bien ejecutado, lo amilanó
muchísimo. Con todo, no había que desesperar, pues
el daño lo había enmendado á maravilla y aún le que-
daba bastante pólvora para quemar en la campaña de
los salones.
III
Son las once del día. El salón grande del Jokey-
Club, lugar de la escena. Catorce muchachos, entre
ellos Martín, se están disfrazando. El paisaje, pinto-
resco si los hay. Un mocetón, como una torre, de pie
sobre un taburete, en paños menores, remeda el Chim-
borazo; aquéllos, agazapados, que se calzan las babu-
chas de terciopelo, edificios comenzados; otros, medio
en cueros, peladas rocas; el piso, mar tormentosa de
trapos, envoltorios y calzados, á donde, al traquear de
los relojes, al sonar de las cadenas, se van á pique los
asientos, pereciendo los pasajeros y la tripulación...
de cubiletes y corbatas ; la mesa del billar, lujuriosa
vegetación de chaquetas, capas y pantalones entrela-
zados, cual la maraña de un rastrojo del Cauca. Lu-
ciendo el lujo de la zona tórrida, hay un jardín de
gorros, turbantes y sombreros, con sus penachos de
mil colores. Diseminadas por paredes y muebles, ha-
X — La mar de cosas 159
ciendo muecas, riendo, graves, serenas, están las más-
caras. Los muchachos sudan, trastean, gritan, echan
ternos; uno brega con una liga que no le alcanza; se
sofoca otro con la media que no puede acomodarse
hasta el muslo ; aquéllos, tira por aquí, amarra por
allá, ayudan á los más apurados. Tres oficiales de sas-
trería, aguja en mano, prenden, bastean y farfullen,
pinchando á veces el cuero del pobre paciente, que se
está como santo de palo.
Por fin, á la una y media, termina el arreglo.
Los músicos están reunidos, la caja de ramilletes para
obsequiar á las damas, arreglada con el debido primor,
en el centro de la cual hay un acopio de extraños tar-
jetones de cartulina inglesa, donde se lee por un lado:
Columna volante. Tras largo templar de guitarras,
bandolas y acompañadores, la música rompe alegre y
entusiasmadora. La mascarada sale.
Martín se vuelve todo carne de gallina. El violín
le dice clarito: « ¡ No temas ! j No temas ! », y su co-
razón, acelerando los latidos, opina con el violín. Am-
bos confirman lo que le dijo el espejo, cuando, con la
máscara puesta, vio reproducida su fantástica facha
en el azogado cristal: apareció allí su airoso cuerpo,
pero nó como él se había contemplado otras veces en
el traje común; nó: realzado con el ceñido disfraz, que
divulga la forma musculosa y robusta, clásicamente
viril, que acentúa el plantaje atrevido, la flexibilidad
nerviosa y elegante. Los lanceros se le cruzaron por
la mente y la figura que él haría en tan caballeresca
danza, se le antojó tan apuesta, que uno como cosqui-
1 60 Frutos de mi tierra
Íleo eléctrico le hacía bailar en la calle, y mirarse las
piernas y los pies.
El disfraz todo era de encendida grana, harto
sencillo y elegante: ferreruelo echado hacia atrás,
ajustado el jubón, huecos y con cuchillas los follados,
de finísimo raso estas prendas; de seda los guantes
y las ceñidas calzas, los zapatos de tafilete. No lleva
al cinto la hidalga tizona; pero sí lleva, y muy tiesas,
dos plumas de gallo, negras como el abismo, puestas
á modo de cuernos, sobre la graciosa gorra de peluche.
Cátate á Mefistófeles,
La Columna volante fue recibida en varias casas
principales, muy á contentamiento de sus dueños, que
no sabían cómo complacer y festejar á tan distingui-
dos caballeros. Mostráronse tales, en efecto, luciendo
trato y maneras de salón.
No será esto .creíble, tratándose de una sociedad
como la de Medellín, donde raras veces se respira ese
ambiente de los salones, que pule y barniza, donde
alborea apenas lo que se llama el gran mundo; pero,
bien por cultura intuitiva, ó porque la ocasión, áfuer
de rara, sea solemne, es lo cierto que el medellinense,
el antioqueño, en general, se deja en la calle su bron-
quedad cuando entra en reuniones con señoras. Claro
está que no es un pisaverde, ni lo será jamás; que esta
Antioquia, tan montañosa, tan sencillota, tan poco
desgonzada de nuca, podrá tener cultura muy genui-
na, todo lo maciza que se quiera; pero con cinceladu-
ras y filigranas, nó.
Muchas glorias coreográficas alcanzó Martín; y
X — La mar de cosas 161
¡oh desgracia I Pepa no las presenció siquiera; no
estaba en las casas donde él bailó. ¿ A qué esas glorias
entonces ?
¿ Se quedaría Pepa metida en casa ?
K Ah cafay I Tal vez no asiste á bailes — se decía
Martín. — Imposible 1 Si me han dicho que baila muy
bien. No nos veremos? Y si pierdo esta ocasión....
Soy tan de malas, que....»
Y Martín, en medio del bullicio, de la universal
alegría, sentía peso en el corazón y amargor en la
boca. Así pasó el día, así la noche. Pepa no pareció
en parte alguna.
Por sentir cansancio se acostó Martín al amane-
cer, no porque creyera dormir; pero el sueño lo en-
gatusó de lo lindo. A las doce del siguiente día vino
á despertarlo José Bermúdez.
«¡Hombre, no seas posma! — le dijo sacudién-
dolo.— Durmiendo á estas horas ?... ¡Albricias, hom-
bre!... Donde don Panfilo reciben esta noche con
especialidad, y Pepa va á ir. Te lo aseguro !... Todos
se están vistiendo; sólo faltamos nosotros. Pronto,
pronto, levántate!»
De un salto estuvo Galita en el suele; como por
vapor se arregló, y, sin desayunar, se echó á la calle.
IV
La Columna volante ingresa en las filas que lle-
nan la casa de don Panfilo. Es muy temprano aún, y
ya se baila á tutiplén. 11
II
162 brutos de mi tierra
Martín, que ha bailado en varias partes, está en
Babia. El ron, el brandy, el travieso champagne^ los
jj' vinos generosos; el tórrido vapor de los salones, re-
/ cargado del aroma de tanta flor, del olor del tricófero
'- y la velutina, mezclado con el de la traspiración huma-
na; aquellas mujeres envueltas en nieblas como los
ángeles; aquellas que cual reinas barren la alfombra
con la larga cola de terciopelo; aquellas del desnudo
cuello, del traje sin mangas, festonadas y floridas como
nuestros jardines; el haz de fuego de las arañas; el re-
flejar de los broches de brillantes; el fulgor de los
hermosos ojos; el aleteo de los abanicos; las sonrisas,
el movimiento, el ruido, lodo, en fantásticos giros, se
le ha subido á los cascos.
^e^tent€ po&ta-t vaya si se siente ! Traduce al len-
guaje articulado el verbo divino de la orquesta: ver-
tiera en una estrofa las oleadas del piano, los quejidos
del violín, el perlado arrullo de la bandola; y, como
el visir del cuento oriental, tradujera los pájaros.
siente poeta. Su corazón es foco incandescente
que estalla, renuye y torna á estallar en tempestuosa
lava: la siente tronar en el cerebro, relampaguear en
los ojos, hervir en las arterias.
Qo^c^jpnfo p^ptj^ El aliento de Elvira ha acaricia-
do su cuello; de Elvira, el Arcángel Gabriel de Mede-
Hín. Sobre su pecho se ha recostado en lánguido aban-
dono la ardiente Carmen, á quien le temblaba el seno
como paloma aprisionada en las manos. Ha creído
que, al ceñirla, se le partía el talle á la ideal Luci-
la; que la enguantada manita se volvía bagazo al
A' — La mar de cosas lGf>
apretarla en la suya; que esas miajas de armiño, de
azúcar rosado, de tul, en forma de niña, se deshacían
en el vértigo del vals.
Y qué más ? Pues que en este como serrallo aún
no ha estado con la sultana favorita; que este como
amasijo de inflamado petróleo, de Cántico de los Cán-
ticos, de Oriente y Mediodía, que lleva por dentro,
debe venir á parar todo en Pepa ¡ claro está !
A buscarla I
Entró al salón principal. Una marejada de disfra-
zados, una nube de hermosas encuentra allí; pero ni
rastro de Pepa.
Pasó á la antesala. El club Batuecas con el de
La matica de aroma alternaban entre las damas, dis-
frutando de uno de esos deliciosos interregnos de los
saraos. Martín pasó revista: Pepa no estaba.
Fuese al costurero. Los doce pares de Francia^
trasformados en estudiantina compostelana de la tuna,
lucían en el tricorn-io la clásica cuchara y, en las evo-
luciones de una cuadrilla, las zancas, muy canijas al-
gunas, por más señas. Tampoco encontró nada.
Pero en la casa está; Martín lo sabe. Lo estarán
engañando ">
Asomóse á las otras piezas arregladas para el bai-
le. Ni señales de Pepa halló; pero sí á La Goma ( el
fénix de los clubes), uniformado de frac encarnado, el
claque bajo el brazo, ó sirviendo de abanico, y con to-
do el com' il faiit parisiense; el cual Goma estaba in-
dividual, colectiva y solidariamente hecho un veneno,
poique estos paletos de Medellín dieron en la flor
164 Frutos de mi tierra
de tomar á disfraz todo ese chic de las orillitas del
Sena.
Dos clubes iban á retirarse, pues en estos bailes
simultáneos de fiestas el personal de varones se releva
á menudo, á fin de asistir á diferentes casas. Quedaba
en la de don Panfilo un salón libre, y la Columna vo-
lante \hdL á ocuparlo. El director de ésta, que lo era
José Bermúdez, dio orden de que tocasen los lanceros.
I Cómo no bailarlos Martín ? ¿ Pero sin Pepa 1...
Qué aprieto ! Sin saber qué hacerse, salió al corre-
dor, cuando, en medio de la bulla, alcanzó á oír unas
carcajadas masculinas que salían, al parecer, de un
cuarto frontero al costurero. Asomóse, y desde el co-
rredor vio al grave doctor Puerta riendo como un ni-
ño, repantigado en una .mecedora, y junto á él, en
otra, á Pepa, que tenía la palabra. A juzgar por el
gesto y las carcajadas del doctor, por los ademanes
de Pepa, debía estar nanrando alguna barrabasada.
En el momento que Martín la ve, ella se pone en
pie, salta, sacude cachetes, retuerce pellizcos al aire,
ayudada del abanico, que interpreta muy bien sus di-
versos papeles.
% Martín se quedó lelo. La poesía, la vehemencia,
[el mundo de bellezas que llevaba por dentro, todo se
deshizo de un golpe, y una ola de embobamiento lo
inundó por dentro y por fuera. Agua abajo se fueron
las cosas tan lindas que le iba á decir. Tuvo miedo.
Mas la beldad de su amada se le antojó tan suprema,
que al cabo el sentimiento hubo de balbucir algo que
diera luz á su tupido seso. Agolpáronsele entonces á
X — La mar de cosas 1G5
la memoria oleografías, cromos, retratos de cantatrices
y comediantas ; recordó que Castelar mienta mucho
la Venus de Milo y las madonas de Rafael. ¡Lástima
que Martín no las conociera para compararlas con
Pepa ; | porque lo que era con cosas de por aquí !...
" Ese traje... — se dijo — qué traje ! Sólo ella pue-
de vestirse así ¡ tan sencilla, tan distinguida I i Qué
color ! ni verde, ni azul, ni gris... ¡ Qué tela tan rica!
¿ y el espejismo que hace al moverse?... Se parece al
lago de Ginebra que hay en jE¿ Casvto : se parece tam-
bién á los horizontes del Cauca, en las mañanas de...
(imposible dar con el mes ; pero la poesía le fue cre-
ciendo). ¿ Y el peinado .''... ¡ Vea usted qué peinado !
Es como el del retrato de aquella bailarina que tiene
José... Así, peinada sin peine, con ese abandono tan
encantador, deberían peinarse las bellas ... ¿ Y ese modo
de manejar el abanico ?... Ah caray 1 ¿ De qué pájaro
tan hermoso serán esas plumas, tan parecidas al tra-
je.'... i Del ave del Paraíso tienen que ser!... ¡ Ah
caray si don Pacho le da gusto ! esos diamantes que
lleva en las orejas... ¡Ah caray!... ¡esas flores son
mis camelias ! Horiverá !"
Y entusiasmado con las flores que Pepa llevaba
en la cintura, se sopló al cuarto.
— ¡ Señorita Pepa, — exclamó con voz fingida^,
aunque sobresáltala — ¡ la he estado buscando comoi|
un loco I... i Me hace el favor de acompañarme á bai-lj
lar los lanceros }.., \ Me han dicho que ustj] los bailad
divinamente I... I
— ¡ Señor, por Dios I... ¿ Cómo vino á sacarme
166 Frutos de mi tierra
de este rincón ? — dijo ella, que al v.uelo conoció á Mar-
tín, de cuyo disfraz tenía noticia,
— Es que la he buscado en todas las casas !...
j — ¡ Pero, señor, sí que me da pena... tenerle que
y/decir que nó \ — agregó Pepa, fingiendo azoramiento. —
^Figúrese usted que un disfrazado me enterró un tacón
de esos puntudos...! que me dejó muerta !... Vea us-
ted : aquí mismo... (sacando la punta de un pie y se-
ñalando con la del abanico sobre el dedo pequeño) en
launa! ¡ Estoy que no puedo dar paso !... Por eso
me vine á este cuarto. Martín no vio señales de piso-
tón; pero sí un zapatico muy mono, que le encalabrinó
más el alma, si cabe. Pepa, al verlo tan embarazado,
continuó :
— ¡Pero, caballero, no vaya á pensar que es de-
saire! Pregúntele al doctor... que le estaba pidiendo
receta... Si estuviera por aquí alguna amiga mía para
que bailara con ella I (y la taimada, haciéndose la con-
fundida, atisbaba por todas partes) — ¡Todas están
bailando 1... ¡Ahpena! Pero vea, señor... siéntese aquí
á un ladito. ¿ Iba á bailar conmigo los lanceros, nó ?
Pues mientras los bailan por allá con el pie, bailémos-
los nosotros con la lengua... no le parece "i Martín vio
el cielo abierto, bendijo los tacones puntiagudos, y
tomó el asiento que Pepa le ofrecía.
— Sí, señor... pero acerqúese más — dice ella con
la sonrisa más amable del mundo — ¿ Por qué no se
quita la careta ?... Le estaba contando al doctor una
cosa..^. Permítame un momentico se la acabo... para
que principiemos, nó ?
X — La mar de cosas 167
— Oh! señorita! continúe usted : ¡oyéndola ama-
necería !
— ¡ Qué galante es el señor!... Pues sí, doctor,
como le iba contando : Quitamos los niños, les pudi-
mos á los negros !... ¡ Pero no puede figurarse el ho-
rror tan grande que nos pegó de que nos fueran á
seguir sumarios !... ¡ Yá nos parecía que entraba el
Alcalde á hacernos jurar !... ¡ Yá nos veíamos en la
cárcel ! Figúrese que yo le había oído contar á papá
que á unos estudiantes los habían llevado á la cárcel y
les estaban siguiendo sumarios ¡ nada más que porque
habían desobedecido á los gendarmas !... ¡ Pues á nos-
otras nos mandan al presidio ! — les decía yo á las mu-
chachas. Unas lloraban de la rabia, otras del susto...
Mi siá Inés nos echó, antes que viniera el otro viejo y
nos pegara... El negro de la caída ¡ me parece que
tuvo que gastar mucha tintura de árnica !... j Eso fue
lo más terrible que se puede suponer !
El doctor Puerta y unas mamas que estaban allí
fumando, le reían y celebraban el cuento que era un
gusto. Martín, sin saber de qué se trataba, reía también
como un bendito. Esta mujer me mata ! — se decía,
j Valiente canela !
— La otra pasativa de esa tarde — prosigue la na-
rradora— también fue divina ! Qué le parece, doctor...
Y Pepa c^ntó aquí la escena con Martin Gala, los
coqueteos, la historia de los ramos de la antevíspera,
mostrando como comprobante las camelias. Dióle á la
narración los tintes más ridículos ; dijo que Martín
"era un payaso disfrazado de payaso "; que lo era tan
^¿
168 Irruios de mt tierra
to que, para hacerle creer á ella que no era él el dis-
frazado, había corrido á quitarse el disfraz, y que al
momento había vuelto "el payaso disfrazado de ca-
chaco."
Martín se sentía morir: un temblor nervioso le
agitaba la cabeza ; cada palabra, cada carcajada era un
mordisco que le arrancaba un pedazo del alma.
El doctorPu£ila_fueJl3inado_pojLSiL^ don
_Eánfilü_para-.que hiciera-Jos honores en el comedor á
la danza de Los hijos del cielo. Cuatro ó cinco señoras
se quedaron en la pieza hablando del traje de Menga-
nita, del disfraz de Perengano, lamentando profunda-
mente que tan bellos trapos femeniles quedaran perdi-
dos con los desgarrones y con esa terrible mancha, esa
marca que el sudor hombruno deja... en el talle de
los trajes.
— ¿ Conoce usted al tal Martín Gala ? — preguntó
Pepa al disfrazado, luego que salió el doctor, como
quien inicia una plática confidencial.
— Sí, señorita, lo conozco mucho — contesta él,
con voz que no era fingida, pero que lo parecía, por-
que era extraña, honda, atragantada como un sollozo.
— Sí, señorita, conozco á Martín Gala... y usted es
muy cruel cuando se burla de un hombre que la ama
á usted... con pasión, con delirio !
— I De veras ?
— ¡ Tan de veras, señorita — repone Martín con
acento solemne — la ama tanto, ¡tanto! que si usted
\ no corresponde á su amor, si no le da alguna esperan-
a... Martín se muere !
\
X — La mar de cosas 169
— i Aprensiones nada más, caballero !... Los hom-
bres se mueren de cualquier cosa... menos de amor.
— ¡ Créamelo, señorita; Martín moriría si usted...
Esta noche la ha visto á usted... y está loco : ha creído
ver á María Antonieta de Lorena !
Pepa lanzó una carcajada de muy buena fe, y
exclamó :
— Pues vea usted que sí tiene que estar de rema-
te, si ve tales cosas... María Antonieta... ¿ no es una
que es reina 1
— Sí, señorita, fue la reina de Francia... ¡la reina
del amor y de la belleza !
— ¿ Todo eso era ?... ¡ Pues entonces el señor ése
está más que loco !
— jOh ! señorita... i El amor enloquece !
— O emboba ! — replica ella pasando del tono fes-
tivo al serio — He oído contar que algunos se casan
por poder... y estoy pensando si también'se propon-
drá por poder; porque usted, señor... ¡ parece más in-
teresado que el pretendiente! .. ¿ Tiene usted poder?
Martín, que yá se estaba ufanando con su sentida
declaración, se cortó tanto con la salida de Pepa, que
sólo acertó á contestar :
— j Sí, señorita, tengo poder!... es decir...
— Sí ? Pues si tiene, dígale usted á ese señor Mar-
tín Gala — replica ella poniéndose en pie — que si se ha
de morir, se vaya preparando y arreglando sus cosas...
porque María Josefa Escandón ¡ la reina de Francia !
no se casa con un payaso !... con un seminarista !
El lago de Ginebra se rizó, fulguraron los hori-
1 70 Frutos de mi tierra
zontes caucanos, el plumaje del ave del Paraíso se des-
plegó, y María Antonieta de Lorena, dando un revo-
loteo, salió dejando á Martín Gala aplastado como un
sapo.
Los cielos, al ver la caída de Mefistófeles, dieron
una salva de cañonazos, después enviaron aleluyas de
granizo, luego se desataron en chorros.
José Bermúdez, al ver aparecer á Pepa eri los
salones, corrió á buscar á Mefistófeles; pero Mefistó-
feles se había desvanecido.
XI
BILIS y ATRABILiS
ORQUE se halla en esa cama, especie de
sancto saiiciorum, que no puede ocupar si-
no su dueño, puede creerse que el acostado
es Agustín: tan acabado está. Su frente se-
meja la senda surcada por la rueda; en el cabello, en
la barba, crecida y eriza, se podrían contar las hebras
negras; el ojo, azafranado en lo blanco, mortecino en
lo negro, denuncia hondo pesar; la cara parece de car-
tón mojado.
Tres meses han pasado desde el trágico percance,
y aún guarda cama. Los azotes, que no pasarían de
veinte, tan sólo le ocasionaron dos días de fiebre, li-/
gera inflamación y mucho molimiento, amén de va-
rios cardenales, entre verdes, azules y morados, tres
ó cuatro muy grandes en el rostro. Sufrió en la caída
un golpe en una rótula que, aunque el médico lo tuvo
por muy malo, aunque pronosticó que formaría líqui-
do, no pasó de una hinchazón que pronto se deshizo.
Pero la bilis, no bien aplacada aún con el ante-
rior escape, se aprovechó de la ocurrencia para decla-
rarse en huelga y darse á correr por todas partes, con
toda formalidad. Agusto sentía las fatigas de la muer-
te. Calenturiento, con los amargos humores retozán-
dole en el arca del cuerpo, sudando azafrán, azafrana-
172 Fi-utos de mi tierra
do él mismo y cuanto le rodeaba azafranado, pasó
•cuatro días. Acaso la hiél del alma, que á ésas se le
extrabasó también, pudo, mejor que los ácidos que le
propinaron, neutralizar los efectos de la huelga, que
si no, se dejara de pistoleras el malhadado señor.
Libre del envenenamiento biliario, si bien con
los rastros amarillos del mal y con los verdes del lá-
tigo, quisieron los dos médicos que lo asistían que
dejase la cama. Pero ¿ cómo 1 Agustín. se sentía peor.
Sacudidas como corrientes eléctricas le mantenían en
un corcovo que sólo cesaba para dar lugar á una evo-
lución de magia nerviosa: era un crecerse, un espon-
jarse en aquella cama, que á poco se convertía en una
mole fofa, en un relleno crespo de algo como viruta
ó cerda que apenas cabía en el cuarto, acompañado
este crecimiento de una chillería, un zumbar de des*
pertadores de reloj, unos trompetines, que Agusto no-
podía saber si eso salía de entre las almohadas ó de
su propia cabeza; y al par que él crecía cuanto oía
y palpaba. Las mantas tenían entonces el grueso
de un colchón, éste, el de diez por lo menos, y así
por el estilo. En tales crecimientos debía estarse quie-
tico, porque si se ladeaba siquiera, era como un te-
rremoto; si las ropas se rozaban, ¡ allá te va un hura-
cán ! cualquier ruido exterior eran fragores y estré-
pitos siniestros como cataclismos. Y como el cuarto
no crecía en proporción de lo otro, quedaba el señor
metido en horma; y no se ahogaba porque, en lo más
apurado del tamaño, la embrujada evolución obraba
al revés y á la carrera: cuando menos lo pensaba es-
XI—BilisyaUabths 173
taba Agusto delgaditico y terso como lámina de mar-
fil, y digojániina, porque no guardaba la forma del
cuerpo, sino que se volvía un retablo sin canto hasta
reducirse á uno como retrato hecho en papel de seda
y sumamente bien recortado, el cual retrato se perdía
entre las ropas de la cama.
Tortas y pan pintado eran estas andróminas cor-
porales en comparación del embolismo de pesadilla
que le enredaba el espíritu. Y es de tenerse en cuenta
que las facultades mentales de Agustín, tan someras
y apagadas en estado de salud, adquirieron con los
choques y estregones de las enfermedades una intensi-
dad profunda. Trazábale la imaginación los más som-
bríos disparates, á vueltas de los cuales el intelecto
pronunciaba alguna palabra desconsoladora como la
realidad.
De pronto le acometía una corajina que no que-
daba trasto á vida; y Agusto formaba el propósito de
acabar en un dos por tres con Bengala, don Juan y
toda su canalla. ¿ Qué más fuera que dejar el lecho é
irse á ellos como el dios de las venganzas ? Pues nó ;
porque, á lo mejor del arrechucho, le entraba una
congoja, un amilanamiento que, helándolo hasta el
tuétano, le hacía rezumar por la frente un sudor frío que
á él se le antojaba el puro suero. Si aquello era raiedo^
vergüenza ó enfermedad, no lo sabía; pero al sen-
tirlo, le venían espasmos y erizamientos, y se tapaba
hasta la cabeza, bien así como el rapaz que despierta
después de haber visto al Diablo.
En medio de tales excitaciones y quebrantos apre-
174 Frutos de mi tierra
ciaba ¡ pero de qué modo ! la trascendencia moral del
azote ;él tenía que matar á ese hombre; eso se lo gri-
taba una voz desde allá de lo profundo de su ser ; y
mientras tal no hiciera, no podía asomar donde la
fjgente lo viese. ¿ El, Agustín Álzate, un hombre de su
calibre, verse " pelado por un arrastrado ?" ¿ Podría
darse un trastrueque más inaudito ? Eso era el rompi-
miento de todas las leyes del universo.
Así mismo era; pero, ahora trasudores, luego tem-
blores, día llegó en que Agusto se declaró sin las aga-
llas suficientes para sacarse el clavo con Bengala ; y
esta misma impotencia le sugería las mayores barbari-
dades. ¿ Qué sabía él de Médicis y Borgias, qué de los
parientes de Eloísa ? Pues así y todo soñaba con ve-
nenos que matasen lentamente entre acerbísimos do-
lores, etc. etc. Y más y más se exaltaba con estos deli-
rios, para apagarse luego en negra sima de tristeza.
También Filomena fue Juguete de encontradas
vehemencias. Pasado el rabioso soponcio que la aco-
metió al saber que Bengala había sido el de todo, la
señora se desfogó con la elocuencia de costumbre.
Qué cosas dijo ! Juró, sobre unas cruces que hizo en
la pared con las uñas, que haría podrir en la cárcel al
bandido de Bengala ó se quitaría el nombre. Minita
sirvió de consueta. Después fue el lloriqueo triste y el
lamento amargo : que en Aledellín les tenían tema
porque eran ricos ; que yá habían principiado por
Agusto ; y que el día menos pensado todos amanecían
degollados en la casa.
Su pena por las del hermano, su ternura para con
XI— Bilis y airahilis 175
él, la solidaridad de la ofensa, sobre todo, fueron tanto
más aparatosas y cacareadas cuanto menos hondas:
más que todo era recrudecencia de su odio á la familia /
de Palma.
Pronto supo que Bengala andaba libre, sin haber
sufrido prisión alguna; y bramando de ira se botó al
cuarto de Aguscín.
— ¡ Yá lo sabe, mi querido — le dijo casi ahoga-
da— por ai anda el picaro de Bengala... libre, libre-
cito!... ¡ Allá veres que ni causa le. siguen... porque
en este maldito Medellín no hay justicia para nos-j
otros!... ¡Pero con ésta no se queda ese infame !
Apenas te levantes compramos un revólver y le metes
un balazo á ese demonio... para...
El llanto no la dejó acabar. La Belona de pulpe-
ría se tiró en la tarima á sollozar el berrinchín.
Agusto la oía tamañito, sin articular un monosí-
labo. I Bueno estaba él para echar bala !
<J^ partir dp psp día 1f¡ jní'piró Filom^nn ^p' ny^r-
sión, que no quería ni verla. Por fortuna que la nego-
cianta poco paraba en casa.
A la prendería, que casi siempre corría por cuen-
ta de ella, acudió en esos días bastante gente ; pues
por ser época de regocijos públicos, lo era de empeños
privados; y por igual causa había en el almacén redo-
blado trabajo.
El intervenir en la venta le disgustaba sobrema-
nera, porque, á más de parecerle impropio de su actual
copete el vender públicamente, como en los tiempos
de la pulpería, le tenía especial inquina al dependien-
1 76 Frutos de mt tierra
te, con quien nunca había tenido que entenderse. El,
por «u parte, rara vez subía al segundo piso, donde
ella trabajaba.
Mal de su grado tuvo que ayudar en la venta;
pero, tan desconfiada como era, y temiendo que el de-
pendiente hiciera agostos mientras ella subía á la pren-
dería ó salía á algún despacho, determinó despedirlo y
abocarse ella sola todo el trabajo.
¡ En cuáles se vio para dar abasto ! A riesgo de
que se le escapasen no pocas gangas, hubo de recurrir
al medio de emplazar los empeñadores para la noche y
á la casa, á donde acudieron algunos, á pesar de la
competencia y los apuros.
Fuera de este trabajo tuvo que dar otras vueltas
y verificar varios pagos. Así pasó el brete de las fiestas.
Fatigadísima, con los pies como ascuas, se acosta-
ba la señora, consolándose con la idea de que á lo me-
nos economizaba el sueldo del dependiente y de que
yá no tenía quien la fiscalizara.
Pero esta situación no era para durar.
y Sentíase enferma de tanto trabajar ; y viendo que,
a pesar del mandato expreso de los médicos, ^A&u**^
o_deiaba la cama, las ternuras se fueron acabando
hasta declararse en abierta hostilidad contra el herma-
no ; hostilidad que se enconaba más al ver que corrían
días y semanas y él seguía en sus trece.
Una mañana, despertando más aburrida é indis-
puesta que de ordinario, se lanzó'al cuarto del enfermo
como una bomba.
— j Pero decí de una vez qué es lo que estás pen-
t
XI—Bilisyatrabilts 177
sando, hombre del enemigo malo ! — exclamó al entrar,
desparramando la puerta. — | Decime si es que pensás
podrirte en esa cama, pa ver qué hago !... O si es que
le tenes miedo al Bengala... préstame los calzones
y toma estas naguas, pa yo ir á entendeme con ese
bandido !
— ¡ Quítate de aquí ! — fue la respuesta.
— ¡ Ah espantajo I... sinvergüenza !.... Hubiera
sido yo la pelada... ! y ve: masque estuviera con la len-
gua ajuera ; masque estuviera con las tripas en la ma-
no ¡ le había bebido la sangre á ese demonio !... ¡ Pero
vos nó, ala: vos sos un gallina !
Dijo y salió. Menos épica volvió á la tarde.
— I Nó, Agusto, por la Virgen ! — le dijo, entran-
do con todo el señorío posible. — Eso no puede ser. Yo
no soy bruja, pa poder hacer tanto sola; \ Imposible
repicar y andar en la procesión I... Levántese ma-
ñana.
— ¡ No me levanto ! — gritó él furioso. ¡ Pa qué
echó el dependiente!... ¡Sino puede sola, busque
quien le ayude !
— ¡ Sí, será por tantos que hay á quién buscar !...
¡ Una manada de uñones, de perezosos, que es lo que
se encuentra I...
— Pues no busque, si no le dan ganas... pero no
me levanto !
— ¡ Pero vean este maldito hombre ! — prorrumpe
la señora emperrándose. — ¡Este lo embobaron I...
Pues yá sabe, pues, mi queridito, que si no se mueve
nos vamos al suelo ¡sin remedio !... Yá no puedo
12
178 Frutos de mi tierra
más... ¡ no puedo !... Yo no soy la muía que se mató...
j Toíto se lo va á llevar la trampa !
— j Por mi parte !... — replica Agustín volvién-
dose al rincón.
— ¡ Por mi parte ! — contesta ella remedándolo,
y como una fiera arremete contra él á los sopapos —
' ¡ Ah, so sinvergüenza!... ¡ Toma más... que todavía
I le quedó faltando á Bengala !
El acostado sacó un pie, y la dejó seca de un
jarretazo en el estómago.
Todos los recursos estaban agotadc», y Agustín
I no se movía del cuarto. Enfermo de veras, fingido ó
I embobado, Filomena lo declaró hombre perdido.
! ¿ Cómo cerrar la tienda, cómo suspender los negocios?
i Y Filomena sola no podía llevarlos, era cierto. Y los
tales dependientes !... Para hacerle un presente al
Diablo estaban buenos.
¿ Cómo haría ella para conseguir un muchacho
formal, dócil, que se dejara gobernar por ella sola-
mente, que no fisgara, que Se amoldara á todo, que no
• pidiera tanto; cómo haría ?...
Cuando yá pensaba que ese fénix de los depen-
dientes era un imposible, una idea le vino: recordó
que poco antes de la caída de Agusto habían recibido
una carta de Juanita, de que no hicieron caso.
Buscóla al momento. Era de letra de su cuñado
Pinto, y en parte decía así:
«...^ Cesar está mui aburrido en esta porque hase
algún tienpo que está sin colocazion, después de la
canpaña enfermó mucho i perdió el destino que tenia
XI— Bilis y atrabilis 179
i después ha tenido barias colocaziones en que no le á
hido bien. El es mui acto para el travajo sobre todo
como asistente de Casinos y billar que es destino que
á desenpeñado barias vezes. Tan bien sabe llevar li-
Í)ros. Tiene mui bonita letra i es de mui buen carap-
ter. Vean mis queridoj hermanos si es posible que
Ustedes le consigan un destino en esa; nos disen que
allá se puede colocar fasil i tanto Pinto como yo cree-
mos que Ustedes lo faboreserán en lo que es de su parte,
aunque no sea mucho el sueldo Cesar está resuelto á
hirse a esa: contal que sea resibido por Ustedes i que
esté al lado de Ustedes que tienen recursos para todo.»
¡ Lo que quieren es que se lo mantengamos !
— se dijo Filomena — ¡ Eso es todo 1... No será tanta
cosa cuando está de balde y pide cacao hasta aquí...
Pero tal vez...
Se propuso el punto, estudiándolo al derecho y
al revés; y, desde luego, pensó no consultarlo con
nadie, pues yá se figuraba que le iban á salir coa i
cuentos de protección al sobrino y de consideraciones!
de familia, y no se trataba de eso. ¡ Bonitos estaban
los tiempos para proteger !
^CÜ^J^Jl^^ Miranda le había habladQ-de_César
como de un muchacho muy fino y muy buen mozo;
pero tampoco se trataba de eso. Fue ala señora, para
ver de sacarle algo más sobre el asunto: Doña Chepa,
en cuanto á conducta y habilidades de César, estaba
tan adelantada como ella.
Por sí ó por nó, comunicó su idea á Ag«eíki.
«Hace lo que queras, d le contestó és te.
180 Frutos de mt tierra
Al fin se resolvió á escribir. No quiso «mandar
tomar la pluma » á nadie: á falta de Agusto ó del de-
pendiente, ella misma garrapateó á su modo la carta
Ípara Juana, en la que, después de contarle el estado
de Agustín, le propuso la venida de César á trabajar
con ella, comprometiéndose á proporcionarle, en la
casa, «buena mesa)) y demás comodidades; prome-
tiéndole un regular sueldo, y, si él se manejaba bien,
abrirle un partido muy ventajoso, sin expresar ni el
sueldo ni el partido.
A la semana siguiente recibió este telegrama de
S^ Juanita: ff^jjjírlr^lQs. Cés4i_Mrte si envíale jecursoj
viaje.))
¡Pero nada bien que le sentó!
« Si les mando mi plata.... ¡ quién sabe si se ma-
man i — se dijo la usurera. — Mejor será no meterme.»
No obstante, averiguó con doña Chepa á cuánto
subirían los gastos del tal viaje; díjole ésta que á
ochenta pesos, por lo menos. Le pareció un exceso;
pero tan rendida se sentía, que se resolvió á todo, y
remitió una letra á favor de Juana, por valor de se-
tenta y cinco pesos, y una carta en que apuraba el
viaje del sobrino.
XII
MILAGRO DISPUTADO
A salita de Las Viejas, esa salita tan alegre
siempre, siempre tan compuesta, es ahora
tristeza y abandono. En las do?, ventanas,
cerradas del iodo, no cuelgan yá las blancas
cortinillas guarnecidas de rizos; los tapetes de leones
y pavos reales, ornato de la tarima, yacen enrollados
en un rincón; éita, pelada, polvorosa, es imagen del
desamparo; los taburetes de guadamacil, empañados
también, no alcanzan á lucir las frutas y floronas de
sus canastillas, ni guardan esa simetría que solían;
La niiierte del General Santander, colocada entre las
dos ventanas, parece más fúnebre y patética; y hasta
Sarrazola, el difunto de Marucha, convida á la tristeza,
desde su lienzo de pintura heroica.
En una mesa, sobre la urna del quiteño Naci-
miento, arde con llam.a azulada y mustia un vaso de
aceite de higuerillo, ante el Divino Rostro; frente por
frente, en la otra mesa, entre los floreros de yeso y los
ajados claveles de papel, se consumen nueve velas
alumbrando la Virgen del Perpetuo Socorro, cuya
imagen, rodeada de angelitos, recargada de adornos y
colorines, es la única plácida en este lupcT- de duelo.
Dos bandos de señoras y comadres del barrio,
encabezados por Marucha y Paula, de hino]os ante las
182 Frutos de mi tierra
venerandas efigies, rezan á la vez las letanías de ]a
Virgen las unas, las de la Santa Faz las otras.
La plegaria, en fervoroso crescendo, se oye á mu-
cha distancia: ahora ¡ Ruega por nosotros! ahora / Ve-
nid d mi socorro, oh Madre de bondad/
En lo más recio entra ]\ÍAzuera con los ojos en-
charcados, el índice sobre la boca, y dice á media voz:
«¡Chito !... Que recen paso... el doctor Puerta lo de-
clara fuera de peligro.»
Marucha, que tal oye, suspende el rezo y sale en
puntillas. A poco vuelve bañada en llanto, transfi-
gurada de alegría: otra vez se postra de rodillas, y,
puestas las manos, cerrados los ojos, poseída de esa
fe, de ese reconocimiento de las almas sencillas, ofre-
ce á Dios su acción de gracias, haciendo los visajes
más grotescos, las más risibles muecas.
Continúa luego el rezo de su bando, y en cuanto
termina, se acerca á la Virgen, la besa, y velándola
con un pedazo de tul, la dice con transporte:
— ¡ Te lucistes, queridita!
— I Qué es la cosa, mamita ? — pregunta Paula
no bien acaban las otras.
— f Pues qué ha de ser, hija: que Galita está fue-
ra de peligro I... Allá está dormitao... la cosa más
aliviada !
— ¡ Es que con el Divino Rostro son pandeque-
sos ! — exclama la hija entusiasmada.
— ¡ No digo que no será El! — repone la madre,
socorrista decidida— sí será... pero por qué ? Porque mi
Señora del Perpetuo intercedió!... Si no, quién sabe!...
XII— Milagro disputado 183
— ¡ Ave María, mamita, hasta herejía es decir
eso !
— ¡ Nó, señor, no hay tal ! Si á mi Dios no le da
gana de concédenos lo que le pidamos, no nos lo con-
cede ¡ pero á la Virgen... toitico, toitico lo que ella le
pide!... Yo por eso... ¡ la Virgen por delante !
— j Mas luego siempre fue El !
— Aháá!... No me quites el gusto con argumen-
tos !
Las devotas mujeres se retiraron, y sólo una se-
ñora quedó con Marucha.
— Camine, mijita — le dice ésta, casi abrazándola —
sentémonos en el costurero á fumar el tabaquito, y
que nos traigan el algo,.. ¡ Gracias á mi Dios que yá
podemos resollar tranquilas !
Y tomando una bandejita de tabacos^ le brinda
á la señora.
— ¡Valiente milagro tan patente, mi siá María ! —
dice aquélla en cuanto enciende.
—\ Calla la boca, mija: si esto se puede escribírl
Si lo viera ¡ tan tranquilo ! lo que anoche fue que pen-
samos que no amanecía !
— ¡ Valiente pena habrán tenido ! Nó ?
— ¡No me digas! — contesta Marucha palmean-
do en el hombro á su interlocutora.
Y en seguida da un chupón, se saca el cigarro,
escupe y dice:
— Desde que falleció Sarrazola no habíamos te-
nido unas pesadumbres como éstas!... ¡No es de
ahora que estamos con entripaos ! Desde antes de las
18é Frutos de mi tierra
tales fiestas determinó Galita comprar un diajo de
caballo... ¡ que mire, mijita ! ¡ de milagros no lo ha
vuelto una plasia ! Diz que era pa corretiar en las
carreras y pa la maestranza. ¡ Pero vea: cada vez que
yo veía á ese niño en ese animal, me infriaba toítal ...
¡ Gracias á mi Dios que le cayó el mal antes de la tal
maestranza, porque, si no, en la plaza lo recogen en pe-
dazos ! ¡ Ave María, mijita, yo no sé cómo es que
las autoridades permiten ese matadero de gente... y
que haiga tanto loco que se exponga á desnucase por
divertirá los demás!... Pero nó: Galita estaba tras-
tornao con las fiestas... y yo confundida: ¡ quién sabe
qué le irá á suceder á este niño, quién sabe qué le irá
á suceder... porque eso no tiene juicio pa nada!...
Pues se disfrazó con un embeleco que le hicimos aquí,
que nos sacó la giel; se horquetió en el caballo...
¡cuando ánada vuelve y se quita el disfraz, bañaito
en sudor 1 Me le pegué á la Virgen del Perpetuo, y
le dije: Ya sabes, ai te entrego el muchacho. ¡ Líbra-
melo de tantos peligros ! (Pausa, encendida ^^tahaco
y chupones). El viernes, que ayer hizo ocho días...
tún ! tún ! en la puerta, á las cinco de la mañana.
'Esos son borrachos,' dijo Pabla... ¡pero á mime
dentro el temblor de la muerte !, y le dije: Asómate
á la ventana á ver qué es. Conocimos en el habla á
José Bermúdez... ¡ Pues ai nos traían al muchacho
moribundo ! Me levanté, me tiré la ropita como pude,
y fui á ver: no podía ni hablar, ardido de fiebre, to-
siendo lo más feo y quejándose que aquello partía el
alma... Me güelió á licor... ¡qué te parece!... Ber-
XII— Milagro disputado 185
mudez voló por el dolor Puerta. ¡ Le pareció malí-
simo!: que al momento cáusticos y otros remedios
terribles. Bermúdez y Pérez, el otro muchacho, co-
rrieron pa la botica. El dotor no se quería apartar,
j Cuando les oí mentar numonía... mira, niña, me
quedé muerta !... ¡Qué te parece, numonía... lo qu^l
llamábamos ahora años dolor de costao — que ahora!
todo es cambiao — el mal que mató á Sarrazola ! ¡Cómo
me quedaría á tu parecer ! Yo le pregunté á Puerta:
Se morirá, dotor ? — ' Pues, mi señora, nada puedo
decirle; pero el ataque es violento.' Averiguó quién
era la familia de Galita... ¡No le oí más ! Me fui pa
donde la Virgen, y le dije: ( Mi señora: si ha de ser
tu santísima volunta que este niño se muera, no me
lo dejes morir sin confesión !... ¡ Mira, niña, de figú-
rame no más que se podía morir sin confesión... me
dentro la loquera!... Figúrate como está el mundo de
perdido; con tanta sonsacadora como hay... j y él que
es tan repispao !... Al otro día pior. Vino Puerta con
otro médico nuevo, que casi lo desafusió: que el mal
diz que era en toítos los pulmones!... Aháa ! ¡yo
mando por el cura !, le dije á Pabla. Mandamos á lla-
mar un jesuíta; y fui y le dijeá Galita: ¿ Qué tal está,
mijo? — 'Muy mal, Marucha, yo me muero! ' — No,
mijo, no piense en eso !... Quiere confesase pa que se
tranquilice ? ¡ No crea que es que está malo ! Con-
fiésese: confesión no llama muerte.. Aquí está el
Padre Céspedes que nos vino á hacer visita... .¿quiere
que se lo dentre.? ¡ Y qué te parece, me dijo que sí I
Se confesó, más bien largo... y pior me puse: ¡cuan-
186 Frutos de mi tierj-a
do está tan blanditopa la confesión, es que siempre
se va á morir I... y mira, niña, esta idea se me clavó !
Paula trajo dos jicarones de chocolate, con sen-
das rebanadas de pan y sendos pares de bizcochuelos.
Marucha se echó al cueipo el suyo en un santiamén,
y con más alientos continúa:
— tc Ese día, á la propia oración, vino Mazuera,
que se había ido á ver al taita, que también estuvo de
muerte con el mal en la vejiga. ¡ Figúrate cómo ven-
dría el pobre con tanto trasnocho!: ¡ Pues á propia ho-
ra se puso con el otro al bordo de la cama de Galita,
y no se la han despintao ni de día ni de noche ! ...
¡Valientes muchachos, mija, pa tener unos senti-
mientos bien preciosos! Ellos no se han vuelto á
acordar ni de fiestas, ni de comer, ni nada; masque el
colegio se volvió á abrir, no han asomao con lo apli-
caos que son. ¡ Hoy han venido á pegar los ojos !
Pero lo que más me ha atormentao es el delirio de
ese niño. ¡ Ave María, mijila, qué cosa tan triste !...
¿ Vos te acordás de la compañía Furnié ?... ¡ Qué te vas
á acordar I... Una noche me llevó Sarrazola á la co-
media ¡ porque ese sí era marido que estaba por dale
gusto á su mujer ! y ai en la comedia salía un come-
dianie ¡ muy bonito ! que hacía el papel de un novio
que deliraba con la novia... Pnes hace de cuenta á
Galita: ¡ disvariando á to3o pecho y así de triste ! Es-
tá loquito perdido por Pepa, la hija de Pacho Escan-
dón... que nian bonita diz que es. Y eso ha sido que
no ha largao la Pepa de la boca; armao de viaje; di-
ciéndole adiós pa siempre; y que lo mató; y que le
XII —Milagro disputado 1 8 7
perdona, ¡ Te aseguro, niña, que eso eran los enredos
más lastimosos I... Yá se ve: con ese modo de recetas
de ahora antes no se puso como debía ponerse: ¡ Pón-
gase á pensar, niña, cómo estaría ese cristiano de ar-
dido por dentro, con todo el licor que tomó !... Pues
ve: en lugar de dale cosas frescas, dicen los médicos
á échale brande y vino sin caridá... ¡Valientes reme-
dios, niña !... Yo nian lo veía, del pesar que me daba,
i pobre mijo I... Mazuera, que tiene mucha capacidá,
era el único que le comprendía bien... ¡Y nada que
les gustaba á los dotores ! Que eso diz que era de-
lirio viajero, que es muy mala seña... ¡Ahora cogió
un cuento con un payaso y con los seminaristas, lo
más raro ! A la madre si no la mentaba casi... ¡ Po-
bre señora, inocente de todo... y como adora en ese
hijo !... Mazuera i tan querido ! se ponía á lagrimiar
cuando le oía tanta pendejada... Y qué te parece: nos
contó Bermúdez que Galita diz que estaba muy con
tentó en el baile, en cas de Panfilo; y que de repen-
te se perdió el muchacho. Bermúdez lo buscó por
toíto el baile y no topó á nadie, sino la máscara que
un niñito se la había topao en la escalera: ¡ Agua
Dios misericordia se había salido del baile! Si es un
loco, mija!,.. Allá diz que estaba la Pepa, más en-
gandujada !... y Galita que había estao buscándola
por todas partes, no volvía. A un rato, visto que no
parecía, se salió Bermúdez á buscarlo á la calle; y en
el casino del chato Rojas lo encontró ¡ tirao en un so-
fá en el corredor del palio, átodo el ventestate y mu-
ribundo ! Diz que había dentrado del modo más par-
188 Frutos de mi tierra
ticular: en cabeza, mojao como un pato y temblando
de un modo espantoso, hasta que cayó yá con el do-
lor en los costaos, tosiendo y con la calentura. Y no
has de ver: el tal casino diz que estaba así de gente
{juntando los dedos) y no hubo un cristiano que se
acomidiera á hacerlo acostar siquiera 1 Si no va Ber-
mudez, ¡ ai lo dejan morir como perro maicero ! ¡ Toí-
tos estaban pegaos del dao ! ¡ Te aseguro que las co-
sas que hizo ese niño son pa habese muerto cuatro
veces! ¡ Es que milagro como este!... Voy á ver
si yá recordó pa darle el alimentico. ... Pabla !
Pabla I
— Señora ! — contestó ésta desde las alcobas,
— Tráete los disfraces y los engrollables de Ga-
lita, pa que se los mostremos á esta niña ¡ pa que vea
cosa pa bien linda ! — y salió,
— Todos tres están dormitaos — dijo volviendo al
instante. — El sueño de Galita j es ya de alentao, de
alentao ! Bien dijo el dotor que lo de anoche fue el
crisis... Pero mira, niña, qué preciosidá ! (exclamó en
cuanto Paula entró con los trajes). Mira : este lacre
era el que tenía puesto... ¡ pero miren cómo lo puso !...
El gorro, tan lindito, no se supo qué camino cogió en
el bunde. Mira, este otro vestido morao, era el que
tenía pa juUeriale á la novia en la maestranza... ¡ Po-
bre mijo !... tan escondido que tenía todo, diz que pa
dar el golpe. ¡ Estos enemigos de embelecos me han
atormentao como no tenes idea !... Pero mirále los
flecos!... ¡Ve estos galones ! Ni un santo, mija ! Yá
se quisiera San Juan esta capita!... ¡Pobre mijo!
XII —Milagro disputado 189
j Qué tan lindo hubiera quedao con su muda y con
este plumaje de la corrosca !
Y Marucha, desbordada en su tierno entusiasmo,
se pone el empenachado sombrero al tres, se engalla
y da unos pasos de contradanza.
— ¡ Ave María, mamita, usté si está distraída I —
exclama Paula.
— ¡ Calla la boca !... ¡ Un baile le mandara yo 4
la Virgen de puro alegre !
XIII
LA CUEVA DE MONTESINOS
kN el cerebro de Galita continuaban las fies-
tas con terribles aditamentos: el fragor de
las calles, el bullicio de los salones, el remo-
lino de hermosas, la abigarrada corte de ga-
lanes. Pepa, en brazos de uao,-galIardo en sumo gra-
do, suspendía el baile para señalar á Martín con el
abanico, para estallar en vilipendiosa carcajada, para
decir «¡gasss!» y tirarle una escupa en la cara. Y
como Martín tenía el don de la ubicuidad,- se encon-
traba á la vez en la plaza : allá, tras los palcos y ba-
rreras, al compás de músicas marciales, á manera de
medioeval torneo, al plañir délas campanas que toca-
ban á muerto, ejecutaba la maestranza sus graciosas
evoluciones, sus caracoles simétricos, sus valientes al-
cancías. Entre la brillante caballería, en medio de los
penachos encumbrados, de los recamos de oro y plata,
de la pompa de tan gentiles disfrazados, Martín, caba-
llero en El Reiüito, pero en el retinto flojo, orejicaído
y menoscabado, exhibía el roquete blanco y el boneti-
co de los seminaristas, montando con la hombría de
bien y el aire temeroso de cura gordo que va de con-
fesión. Sobre el futuro tonsurado llovían piedras lan-
zadas entre atronadora rechifla, al mismo tiempo que
XIII — La cueva de Montesinos 191
unos sacerdotes y todo el seminario en comunidad
hacían en el atrio de la catedral la posa de un entie-
rro, cuyo difunto no era otro que Martín. Muerto y
todo le llegaba hasta las entrañas aquel De projundis^
largo, coreado, lleno de horror. Con más dolores que
los producidos por la lapidación, sentía sobre su cadá-
ver los goterones de agua bendita que Pepa, en furi-
bundas aspersiones, le echaba á una con los apedrea-
dores del seminarista vivo.
A la vez que de difunto sensitivo y de maestran-
te, se andaba en despoblado, sobre un corcel que vo-
laba más que el viento, precedido de un cartelón ne-
gro de letronas blancas que decía: Martín Gala.
Viajaba de noche trasmontando cordilleras, atra-
vesando dilatadas llanuras sembradas de cruces; y el
caballo volaba y volaba hasta caer muerto de cansan-
cio, Martín quedaba debajo. Una nube de gallinazas
lo rodeaba, y cuando yá le comían, las desbandaba
el asperges de Pepa. El i?^y?<zVíca;/^ m/<7Ci?, salmo-
diado por ella á carcajada tendida, lo repetían los ecos
convertido en canto de ciirriicutü. Martín revivía
desnudo; un caballo reemplazaba al muerto ; y ala,
carrera, sin tropiezo alguno, cruzaba por ásperos mon-
tes, por sobre escarpas como pedazos de vidrios, de-
jando aquí y allá las carnes de los dos. De súbito la
corriente avasalladora de ancho río los envolvía; te-
ñíase en sangre la onda mortal, y caballo y cabalga-
dor se sumergían.
Por una vislumbre de razón, también se encon-
traba por momentos en su cuarto: Pérez y Mazuera
192 Frutos de mi tierra
le rodeaban ; el doctor Puerta, entre palabra y pala-
bra, reía como la noche del baile, en tanto que « La
Vieja,» disfrazada de monja, cantaba las canciones de
Pepa, por allá en un rincón.
Mientras más borroso el embolisme y mayor la
complicación, más fuertes, más pronunciadas las im-
presiones ; y todo ello tenaz, invariable, con el mismo
lujo de horrores.
Al choque de tanto disparate, relampagueó en la
enferma mollera esta pregunta: ¿ Será suefio ó nó ?
Vaya usted á decirle !
Entre si es sueño ó vigilia, transcurrieron siete
días, que para Martín tanto podían ser un cuarto de
siglo como uno de hora, pasados los cuales hubo un
momento en que, sintiendo los cáusticos, dificultad
para respirar y mucha tos, vino en atar cabos y en
recordar todo hasta la confesión. Lo sucedrdo de ahí
en adelante lo dedujo, y Martín amaneció.
^ \ La muerte le estaba coqueteando de veras !
Abrió desmesuradamente los ojos y trató de in-
corporarse. Vio á sus compañeros y á jPaula, y creció
su espanto. « Qué quiere, mijo ?» oyó que le dijo ella;
quiso articular algo, pero fuese por miedo ó por debi-
lidad, sólo produjo un murmullo. Hundióse otra vez,
no yá en los horrores aquéllos; que se hundió en la
muerte. Por tal tuvo, á lo menos, la frialdad y con-
goja que sintió; V-£ii-t:a.n terrible tTan(;;p vini°rvn-;1
rnnfyjdírsele Muerte y Pepa en una misma p^rsorta.-
Pp.pa nnn rara de ralavpra y manos de esqueleto, (S
Jkt«etiecon arreos de fiesta.
XIII — La cueva de Montesinos 193
La fiebre bajaba, y Martín iba analizando. ¿ Se
habría muerto yá ?,.. ¿ Todo ello serían escenas de ul-
tratumba ? Si acaso no lo eran, lo serían muy pronto
seguramente. Aquí la de rezar con toda el alma y de
repetir aquello át alcanzadme que muera con la muer-
te del justo.
-\^,¿odo esto la favorable crisis paja^ y la con-
valecencia entra á galope tendido como la enfer-
medad.
Lo que era en esta vez no se moría nada; de ello
se convenció por fin. Y ¡ lo que son las cosas ! Des-
pués de tantos sustos; después. de haber sentido olores
de la otra vida, resultó con que el mozo dio en rega-
tearle á Dios el chiripazo, á cuenta de que este vivir
de flor era una sola amargura.
¡ Vivir <;i'n pgn rn'ijfir! 0'v'i^rla !•.. Punto menos
que imposible. Esa mujer lo había matado; era su
verdugo; le tenía miedo; en su corazón sentía la lluvia/
de asperges; en su corazón oía el Requiescat in pace)
pero en su corazón no había odio contra esa mujer, j
Odio.? Pero ni indiferencia, ni menos olvido. í
Esa mujer era un abismo de maldad; en el alma
de esa mujer todo era negro... Entonces ¿ por qué no
odiarla ?... ¡ Ay ! No podía: sentíala atracción; una
atracción tanto más tirante, cuanto mayor era la mal-
dad de esa mujer. Eso era ineludible; era su destino.
Como el suicida á quien atrae la bala que ha de vo-
larle los sesos, así lo atraía esa mujer.
Los sesos ? Nó, él no los tenía: bien comprendía
que estaba loco. Sj^oeo; porque coc amor nn-eraamor,
1q
194 Frutos de mi tierra
sino locura. ¿ Cómo amar tanta perversidad sino es-
tando loco como él lo estaba ?
Esa locura no alcanzó á quitarle la vida; pero sí
le había apagado la razón. Sus presentimientos no
podían engañarlo: esa pasión no podía acabar de otro
modo.... ¡Qué vida iba á ser la suya!... ¡ Pobre su
madre !... ¡Tantas esperanzas en ese hijo... separarlo
tanto tiempo de su lado,., hacer el sacrificio de la
ausencia... para conseguir un loco!... Pero nó: él
conocía su locura, y, conociéndola, él la ocultaría. Sí;
la muestran aquellos que ignoran tenerla; pero él no
la mostraría: evitaría á su madre esa pena, se evitaría
el verse amarrado en una jaula, ó apedreado por los
muchachos, i Qué vivir más espantoso, vivir mu-
riendo!... ¡Sabría Dios cuántos años tendría de so-
brellevar esa vida !
(La muerte; esa otra muerte; esa con ataúd y
entierro... muy espantosa, era cierto; la cuenta^ muy
» espantosa también; pero pasaba pronto, y acababa el
penar 1
Había perdido una coyuntura para terminar de
una vez: el jesuíta le había dicho tan dulces palabras;
su confesión fue tan contrita; su arrepentimiento
era tan grande, que ¡ si Dios fuera servido de llevár-
selo !...
Y Martín, fantástico de suyo, tomado ahora por
la enfermedad y profundamente impresionado, iba
sutilizando sus tristezas, hasta tenerse por el hombre
más desgraciado.
Con todo, convino en no desearse la muerte con
Xlil — La cueva de Montesinos 195
entierro, porque eso era ofender á Dios, y no estaba
ahora por pecar; que antes iba á seguir las exhorta-
ciones del Padre Céspedes, que había vuelto á visi-
tarlo, y los consejos de Marucha. Sí, en adelante iba
á ser muy buen cristiano; yá lo era, pues que rezaba,
y muy devotamente. Sólo la virtud y los consuelos
de la Religión podrían darle aliento en su vida de
martirio.
La salve, con aquello de gimiendo y llorando en
este valle de lágrimas, le suministró el programa. Sí:
gemir y llorar en silencio, no había más, y Galita se
creyó un Job.
La ocasión se pintaba sola para prácticas de pie-
dad y enmienda de pecadores: Mazuera y Cañasgor-
das habían trasladado sus estudios á la sala; de la sala
habían emigrado al cuarto del enfermo El Divino
Rostro y la Virgen del Perpetuo Socorro, El con su
lámpara, Ella con sus velas; las viejas los colocaron
en el hueco de la ventana, donde Galita pudiera ver-
los bien ; y en el cuarto se les hacían los rezos, con
más fervor, si con menos bulla que antes.
Byron, — El Gaitóti, como lo llamaba Marucha, —
había desaparecido, y en su reemplazo acompañaba á
Martín, en el rincón de la cama, la Virgen de Chi-
quinquirá, de las señoras X., cuadro andariego, clásico
en Medellín, por ser visita obligada de todo enfermo
grave, y gran hacedor de milagros, según milagreras
conseias, el cual cuadro lleva pegada á la pintura, á
modo de ex-votos, porción no pequeña de zarcillos,
florecillas y cositas de oro, circundando á la Virgen y
196 Frutos de mi tierra
eclipsando las santas figuras de sus amigos Andrés y
Antonio.
Otrosí: Martín piensa cumplir al par que Las
viejas las promesas de misas, comuniones y novenas
que ellas han mandado; Marucha, además, lo hizo
asentar en la hermandad del Carmen, y el hermano
carga el escapulario.
También estuvo de ejercicios espirituales. No
bien la pieza se pudo abrir libremeote, Marucha se
instaló cerca á la puerta, con la « mesita tabaquera,» los
canastos de harinas^ los rollos y demás recados del
caso, y, calados los anteojos, acomodada en su ban-
queta, principió á farfullir sus «bobos,» como ella de-
cía, y á echar las prédicas. A cada docena de tabacos^
un milagro de la Virgen del Socorro, con muchas
consideraciones y exornado — por vía de ameniza-
ción — con alguna aventura de Sarrazola, con el naci-
miento de Pabla, con las gracias de Calistro, el mu-
chacho de Marucha, <r que falleció á los diez y nueve
años, tres meses y dos años de colegio.» Por el esta-
do de Galita no podía Marucha ser lo prolija que de-
seara, ni contar de seguida como era su costumbre;
pero así recortada y todo, Martín estuvo en un tris
de recaer con las conferencias.
<r Yá lo ve, mijito — le dijo Marucha al levantar
la primera sesión — la Virgen le ha mandao este mal,
pa volverlo á su Divina Majestá, y pa que deje esa
vida de pecadera y esas compañías tan fatales qué ha
tenido... [ Yá ve lo que son los tales casinos !... Pón-
gase á pensar, á su parecer, cuánto será el platal que
XIII — La cueva de Montesinos 197
le ha cogido el tal chato ¿ y ai no lo dejó tirao con el
mal, sin pregúntale siquiera qué tenía ?... Yá ve al
José Bermúdez... ¡ santo onde te pondré, mientras lo
vio alentao y botando plata como si fuera cagajón !...
y yálo ve, mijo, cuanta gracia hizo, fue ir por el do-
tor y después asomase un ratico por cumplido!...
Habelo traído de onde estaba boíao i caso me parece
tanta hazaña !... ¡ Es pa que vaya viendo la laya de
amiguitos !»
Esta parrafada, más ó menos, era de todos los
días; y Martín, desengañado como estaba, convenía
con Marucha.
Afirmándose más en sus buenos propósitos, prac-
ticando virtudes cristianas, pasó la convalecencia.
El curso de resignación, sobre todo, iba á pedir de
boca: Dios quería probarlo enloqueciéndole el corazón
para que amase á una mujer tan mala; pues bien: no
rechazaría el cáliz; vitalicia que fuese, resistiría á la
prueba; amaría ese imposible, esa maldad, en abstrac-
to, en ¡dea, yaque no en carne y hueso.
Aunque á Galita no se le ocurrió el símil, nos
consta que se propuso amar ala muchacha al modo
que el sectario obcecado ama su error, su error que
tan sólo persecuciones ha de acarrearle.
Y, cual conviene á hombre que oculta la locura,
que hace frente á la desgracia con las armas de la
virtud, Martín guardaba un recogimiento melancóli-
co que áél le parecía augusto, pero en grado super-
lativo.
En los adentros sentía los enternecimientos de la
198 Frutos de mt tierra
piedad, al par que los hachazos del martirio, y, víc-
tima que no quiere ser comprendida, tomaba, calla-
dito su boca, camino del Calvario.
Tal iba el convaleciente, cuando héteme aquí que
á los pocos días de levantarse, l^-ftreroTT— efttraüdo
u ñas ansias allá como corporales, un tantico concre-
. £as v_determinadas; rPepa, yá sin dares ni tomares
I con la muerte; Pepa, exenta de toda perversidad;
! Pepa, con todos sus encantos, poetisada por el re-
V cuerdo, realzada por la pasión, apareció en escena
Icomo modelada por el genio helénico. Santos propó-
«itos, promesas de comuniones, curso de virtudes,
Varón fuerte. Platón, todo se lo llevó el diablo.
XIV
G A L I T A LEE
1
LL i^^Tg^Q^RE mijo, tan entotumao que se
*• ■ '■■^^BL levantó!" era la muletilla de Maru-
-O cha; V, en efecto, Galita seguía día por
día más c3¿[i_ziu,io. Lo poco que hablaba
era para expresar su gratitud á Las viejas, á sus com-
pañeros y al doctor Puerta; pero, en tratándose de
otro asunto, no adelantaba palabra; y, ni las historias
de Marucha, ni la charla de Mazuera, ni la crónica de
las fiestas, ni las Bermúdez, que fueron a verlo, ni las
cremas y golosinas de enfermo que éstas le enviaban,
fueron para sacarlo de su silencio.
Antes, todos le hablaban de Pepa, ahora nadie se
la nombraba; luego todos sabían lo que pasó entre él
y ella.
Por lo que decía Marucha, por lo que él recor-
daba, supuso que Pepa había figurado en el delirio;
quiso saberlo por sus compañeros; pero ambos se hi-
cieron los bobos. Galita, entonces, muy conmovido,
contóles el episodio del baile, pintándoles su desen-
canto de la vida y el fuego en que se abrasaba, sin
poner en la pintura una sola pincelada de la resig-
nación de antes, y sí muchas de despecho.
Cañasgordas le salió con aquello de que cuando
200 Frutos de mi tierra
una puerta de cuero se cierra... cosdi que al cuitado
pareció vulgarísima, inadecuada y hasta hiriente á la
alteza de ese amor, que el burdo mediquillo era in-
capaz de comprender.
El remontado Mazuera, volviendo al tono do-
cente de Mentor, ventiló la cuestión con todas las filo-
sofías y exornaciones de su cosecha. Probó, ó al rae-
nos pretendió probar, que los amores exclusivos eran
la paparrucha más grande; y no bastando esto, apeló
el bachiller á los narcóticos de la alabanza; puso á Ga-
lita en las nubes y á Pepa eij el gajo de abajo, decla-
rándola, por ende, indigna de tan encumbrado amante.
Y mucho que se adormecieron los dolores con estas
gotas rosadas.
Por fin dieron á Martín por bueno y sano, y, con
tal que se cuidara de malos vientos, permiso para
salir á todas horas.
Sería de noche, porque de día se podría encon-
trar con Pepa por allí en cualquier parte, y él no que-
ría verla de ningún modo. De noche pagaría las
visitas, arreglaría el viaje y se despediría; porque él
56 iba precisamente. ¿ A qué permanecer más tiempo
[\en Antioquia ? Además, la última carta de su madre
ira enérgica y terminante: lo amenazaba con retirarle
los recursos si no volvía al Cauca ó á los estudios.
¡ Lindos serían los que él hiciera, con ese comején que
jle roía el alma I ¡ Al Cauca otra vez ! Acaso la vista
de su tierra, las caricias de su madre, la vida de las
I haciendas, podrían aliviarle. Acaso, allá en la finca de
j\£a Soledad, lejos de las mentiras sociales, confundido
XIV— Galita lee 201
con los vaqueros, hallaría medios de aturdir su cora-
zón, ¿.^o vivió Byron en el campo ? Allá, sin testigos,
sin que nadie lo criticara, derramaría su sentimiento
en raudales de poesía; y, á semejanza de la muerta de
El ir en expreso^ recitaría sus cantigas al lucero de la
tarde, para que esta estrella, que también era suya,
se las recitara á Pepa.
Trocada la cruz en lira, convertido el Calvario
en Pindó, madurado el plan, y combinadas de ante-
mano algunas estrofas, anunció Galita el viaje, y Las
viejas emprendieronelJj¿nto.
Bermúdez fue á invitarlo para que salieran á pa-
sear á la Quebrada Arriba; pero Martín se excusó.
Todavía se estuvo en casa por tres días, pasados los
cuales hizo venir al peluquero para que lo arreglara;
púsose vestido negro de levita y el alfiler de perla
negra cogida con una garra, en el que vio un símbojo:
la perla su corazón, la garra el dolor; y se echó á la
calle, con aire de recién llegado de largo viaje por el
extranjero. El movimiento, la vida afanada de la ciu-
dad, el aspecto de la gente, le parecían extraños é
inusitados, sarcasmos de la suerte las felicitaciones de
los conocidos; creía que todos leían en su porte este
letrero: <l ¡Desgraciado joven! ^^ Impensadamente se
fijó en un cartelillo verde retumbante, vivo aún, que
en una esquina sobresalía del pegote de papeles, y
leyó: "Se invita á las personas piadosas para que
asistan á la velación que tendrá lugar el 20 de los
corrientes, en la Vera Cruz, para pedir a Dios por la
salud del joven Martín Gala."
202 Frutos de mi tierra
Yá sabía, por Marucha, de la tal velación, y ni
caso había hecho, pensando que eso sería cualquier
rezo mandado por Las viejas; y ni el interés que des-
pertó su vida en peligro le cogía de nuevo; que antes
se lo figuraba general. Pero al ver que eso había sido
anunciado y todo, y en letra de molde, al leer su
nombre, brotaron del fondo de su pena, como flores
de la sepultura, unas satisfaccioncillas Intimas ¡ deli-
ciosas !
" Ese charlatán de Mazuera — se d'jo Galita —
tiene mucho talento: muy cierto es que yo no me
estimo en lo que valgo... Pero esa velación debió
costar mucho... y Las viejas ¿ con qué la iban á pa-
gar ?... Si fuera por mi cuenta, me hubieran dicho
que debía eso... José?'... ¡ qué velación iba á mandar
ése i... Mazuera y Cañasgordas menos"...
Alartín repasó amistades y conocimientos, y,
como no fuera á las Bermúdez, no encontraba á quién
achacarle la velación.
El gusto se lo apagó de un soplo esta idea:
♦( ¡ Quererme todos tanto... y esa mujer I »...
Iba primero al telégrafo á anunciarle á su madre
f el próximo viaje, y en seguida á la redacción de un
^periódico,'á que le publicaran una despedida < muy
hitn jalada^ » que le había escrito Mazuera.
Al entrar á la Casa de Gobierno, donde estaban
entonces las oficinas telegráficas, un chico, hermano
de las Bermúdez, lo llamó y le entregó una carta, d¡-
ciéndole: « Aquí te mandan las muchachas.»
' Rompió el sobre y vio... ¡ Dios del cielo ! Le
XIV—Galita lee 203
pareció que se caía. Estaba soñando. Eso no era cier-
to. Había vuelto al delirio.
« ¿ Qué es, niño... mala noticia ? — le preguntó el
portero.
Que nó, contestó Galita con meneo de cabeza,
el ojo tamaño, fijo en aquellas letras. Era un tarjeta
de visita con este nombr^: Alaria _^£L^ef^ F.<ír.anrlán^^
y debajo y á la vuelta, en letra patoja: « Perdóneme n
Martín. Yo lo amo lo adoro. No se baila por Dios;!
para el Cauca sin que hablemos=repa.i» ! V
Otro papelito de letra de Julia Bermúdez, decía:/
ccMi apreciado Galita. =í Pepa quiere hablar con U.l
Está muy arrepentida. Bengase ala oracioncita áaquí\
á casa » etc.
¡ Iba á recaer precisamente ! Si hasta sentía dolo-
res otra vez. De repen^tejumjLj¿eiL.l£-atejrr4; <c ¿ Será
otra burla ?...d
Entró; se recostó en la barandilla del patio; miró
el surtidor, los cuadros del jardín, los desgabilados
arbolocos, luego el escudo nacional, pintado al frente
en una como portada; leyó la inscripción: Pueblo,
respetad al Magistrado; Magistrado^ respetad la ley;
después miró al cielo; pensó en El Retinto; recordó
el cuadro de San Martín que había en su casa, mon-
tado en un caballo palomo^ y partiendo la capa con el
mendigo; habló solo y como el loro, diciendo este
pedacito de la biografía consabida: «.La belleza es laví
luna cuyos melancólicos rayos alumbran las ncc/tes del I'
alma.T»
Al fin, sin acordarse de tal telégrafo, ni de la
204 Frutos de mi tierra
despedida tan h'ien jalada, ni de nada, salió apresura-
damente, llegó á la casa, llamó aparte á Mazuera y,
dándole la carta, le dijo:
— Díme si esto es cierto ó es una burla !
— Ah caray ! — exclamó el Mentor, en cuanto
leyó la tarjeta — Que si es cierto ?... Pues de más!
Eso tenía que suceder ! Sí, señor: aquí está pintada
la Pepa. ¡Si es un tipo, no te digo! Y en seguida leyó
la boleta.
— No será por engañarme?
— Por engañarte ? ¡ No seas bestia ! Esto es más
cierto que el Algebra... ¡ Pero ve qué arranques!...
Caramba ! Está apasionada. Si estuvieras por desqui-
tarte, aquí te las pagaba juntas !.. Pues en plata te
pide una cita — Es un tipaso!...
— Pero... voy ?
— Pues para cuándo lo dejas ?
— Es que... ese cambio, así de repente...
— ¡ Pero, hombre, por Dios... parece que no co-
nocieras á ninguna mujer!... Si así son todas, hom-
bre! ¡ Y ésta no anda con vueltas !... Me hadado
más gana de tratarla !... Es de verdad que está arre-
pentida... Créemelo. ¡ Pero ve qué ortografía !... ¡Está
estupenda para ti !
j Qué talento tiene este bobo ! — pensaba Martín.
XV
LLEGADA
ERRADURAS de despeada caballería re-
suenan en el empedrado. El viajero lee el
nombre de la calle, dobla la esquina, y es-
poleando el mulo, que apenas se mueve, se
acerca á la casa número iii, y pregunta.
— Sí, mi niño, — \e contesta e\ asisietiíe ó criado-
Bien puede desmontase.
Hácelo el viajero; el criado, tomando el animal
por la brida, lo entra por la «puerta falsa»; resuenan
las espuelas en el zaguán; resuena la campanilla del
contraportón; Mina abre, y al tiempo que él se dobla
levantando el casco, ella exclama cortada:
—I Caballero !... Ah !... Es ggsar ?
— César... para servirte ! — canta él apresuiada-
mente.
Ella le da la mano, César se la estrecha en las
suyas y luego la abraza cantando:
— Tú.„ eres Filomena, nó ?
— Nó, señor, soy Belarmina — repone ésta un
tanto disgustada.
— ¡ Ah caracho !... ¡ Belarmina, como nó!... Y
¿ cómo estás, ah ? ¿ Cómo están por aquí ? ¿Y las otras,
ah ? Y siguen abrazados hasta el costurero. El se
206 Frutos de mi tterra
sienta. Mina, tupida con el abracijo, que nunca se le
había ocurrido, contesta:
y/ — Estamos bien, César.... Agusto muy nervioso.
Y grita en seguida:
— Nieves ! Nieveees ! camina saluda á César, que
yá vino !
Llena de confusión y vergüenza, imagen del en-
cogimiento, aparece Nieves, y desde la puerta estira
la mano diciendo muy pasito y despacio:
— Cómo le ha ido, César....
— ¡ Hombre, Nieves! — salta él poniéndose en pie y
abrazándola. — ¿Y qué tal, ah ?... ¿ Cómo te conservas ?
— Toy alentada... y sí que vino temprano!
— Temprano? (soltando la abrazada y sacando el
reloj). Ah caracho! Cómo nó!... Créia que era tarde:
no son las cuatro y media ! Siéntate ! Cuéntame cómo
están y qué es lo que tiene.... tío Agustín. No será
nada de cuidado, nó ? ¡ Enfermedad de rico, nó ?
— El dice que está muylITáT^Trr
— Sí? ¡Cuánto siento lo que me dices !... Y
cuál es la enfermedad, ah ?
— Pues á él le dio buenamoza — contesta Mina —
pero ahora como que es algo de necedá.
La campanilla suena, el contraportón cruje, y
asoma el volumen de la prendera.
— Es Filomena — anuncia Mina.
— ¡ Hola, Filomena ! — exclama César saltando
al corredor y abalanzándose á abrazarla; pero no pu-
diendo abarcarla con la debida elegancia, se contenta
con echarle el brazo y darle palmaditas.
XF— Llegada 207
— Qué tal, César !... Hace rato llegó ?
— Horita, horita ! Y cómo estás, ah ?
— No tengo novedad. Muchas gracias. Y usté?
(Desprendida de los brazos del sobrino, fue á sentar-
se al frente. Le miró: (C ¡ Qué hombre tan lindo ! »)
— Ah!... Vengo medio muerto! Desde el río
traigo un pestarrón ¡ matroz !... El tren me acabó de
zumbar: ¡casi un día para hacer diez leguas!...
1 Qué cosa tan bárbara ! ¡ Eso es un chispero que, en
lugar de moverse, no hace sino quemar la ropa I...
Y hora verán ! El ranguillas que me alquilaron en
Pavas, por pocas no me arrima á San Roque: ¡ dos
días he gastado y creya no llegar ! Al otro día ma-
drugo y voy á montar, ¡ pero en qué: achajuanado
del modo más bestial! No daba un paso. Salgo á bus-
car un animal en qué seguir, y tuve que esperar unos
arrieros, porque no encontré allí quién me alquilara
ni una muía de carga. Por fin llegaron unos, y cuan-
do iba á ensillar me puse tan feo, que tuve que arrun-
charme. Pensé que las fiebres me iban á zumbar.
Pues nó: al otro día pude seguir; pero hoy sí me ha
ido peor: ¡ he venido no sé cómo, con el calor, el
polvo y la peste!... Cosa más atroz! Y aquí en el
camellón j la venía pasando!: un parrandón de niñas
en un balcón, la mar de gente... ¡ y yo metiéndole
espuela á la muía, y la muía sin moverse !... Ah ca-
racho I No sé cómo estoy aquí I
— Por manera que no más dentro á Antioquia
encomenzaron los trabajos.? — dijo Filomena muy
risueña y muy divertida con las cosas de César.
208 Frutos de mi tierra
— Ah ! sí I (en tono de zumba). He llegado de
malas á esta tierra! Si así sigo..»
— Pues como no se aburra — dijo Filomena— todo
está bueno.
— Ah ! j No lo creas 1 ¿ Con ustedes quién se
puede aburrir ?
— ¡ Pues quién sabe, César ! — repone la señora de
muy buen humor. — No se ponga á floriar desde ahora.
Bueno, ¿ y cómo dejó á Juana y la familia ">
— ¡Muy bien, ala! — contesta él, inclinándose —
j Perfectamente están lodos! ¡Tantos recuerdos les
mandan ! La pobre mamá se quedaría llorando por
mi venida, \ yá me la supongo ! Desde que se decidió
mi viaje principió el llanto... Papá vino á sacarme y
nos les tuvimos que venir escondido !... Por aquí
traigo una carta: me parece que es para tí y tío Agus-
tín (sacando una cartera muy fina). Por ai en los baú-
les vienen unos chismes que les manda.
^ Filomena guardó la carta sin leerla. No sabía qué
I adivinanza era ésa: esperaba un muchacho así, pobre,
mal entrajado, y César venía de guantes; casco in-
glés; vestido de paño burdo, muy nuevo y elegante;
j magníficas polainas; calzado extranjero, amarillo é
I impermeable; guarnid muy lustroso, extranjero asi-
\ mismo; venía de revólver... ¡y tráia hátiles!
Los setenta y cinco pesos del recurso se le volvie-
ron á la tía la acosa más particular í. Aunque fuera
una bribonada, ni modo de enojarse con César, por-
que... ¡ ah muchacho !
Filomena, Minita y Nieves, en el costurero; la
XV— Llegada 209
cocinera y el negro asistente^ en el corredor, todos es-
taban con la boca abierta. A medida que César se iba
produciendo, el encanto crecía. Como los asistentes á
ópera \>iagneriana, poco más atendían; p»ro bien- ge
les_alcanzaba que nq|ie11n dp Cf'snr pn 1n ^rnrJT mismaj.
^] ^nlmr» rlp 1t fínnra
La fraseología y acentuación bogotanas, las ar-
moniosas elles, esas inflexiones moduladas, el natural
despejo del muchacho, lo biien apersonado que era,
todo se aunaba para embobar el auditorio.
— ¡ Ah caracho!... iQué casa tan primorosa tie-
nen !
— Camine conózcala — dijo Filomena con inusita-
da insinuación, siguiendo la costumbre medellinense
de mostrar las casas á cuantos llegan á ellas.
César se despojó de espuelas y polainas, y fue lle-
vado primero á la gran sala.
— j Ah carrizo ! — cantó al entrar — j Esto es muy
réminton !... ¡Ustedes tienen un gusto !... \ Qué be-
lleza !
Las estatuas con sus trajes de percalina, los pája-
ros disecados, los fruteros. Cada cosa recibió su tributo
de admiración. Lo mismo en las demás piezas mostra,'»
bles. Minita y Nieves resultaron también muy elegan-
tes, y Filomena de un tipo ; muy distinguido !
— Voy á ver si aquél abre — dijo ésta, dirigiéndose
al trancado cuarto de tío Agustín.
' — Agusto ! Agusto! — gritó golpeando — abrí pa
que saludes á César. Abrí, que tiene mucha gana de
verte ! 1*
2J0 Frutos de mi tierra
— Anda á la porra ! — gritaron de adentro.
— jNó, César, — dijo la del tipo distinguido vol-
viendo al costurero — no hay esperanza que abra!...
Tiene que saludarlo á la tiaición, cuando le dentren
la comida... ¡ Augusto está fatal ! Después le conta-
remos... Pero camine recuéstese un ratico, que estará
molido... ¿ Quiere dulcecitos de cajón, ó un vaso de
cerveza ?
— ¡Gracias! Te agradezco tanto!... pero hora
no deseo nada.
— Tome la cervecita, que ahora le sienta muy
bien.
— Bueno, alita, te acepto la cerveza !
Filomena lo condujo á su propia cama, porque
la que le tenía preparada le parecía yá mal pergeñada
para tal huésped.
—Recuéstese aquí — dijo ella doblando hacia un
lado el gran ropón que cubría la cama.
Quitóse César casco, guarnid y revólver, y se
estiró cuan largo era.
— j Ah caracho ! — exclamó. — i Qué cuja tan de-
liciosa !
Los cojines forrados en bordada holanda, los re-
henchidos almohadones, el rollo con lazos en las frun-
cideras, la rica colcha de damasco, perdieron su vir-
ginidad.
Filomena corrió al criado:
— Corre cómprate aquí á la esquina una botella
de cerveza inglesa. ¡Pero es que volas, porque tenes
que hacerme otros mandaos!
XV— Llegada 211
Despachado el negro, fuese á la cocina;
— ¡Una comida de lo mejor! — mandó al entrar.
— I Ave María, mi siá Jilomena, — dijo la cocinera
muy entusiasmada — valiente niño pa bonito!... Qué
le toca á busté ?
— Es hijo de una hermana mía.
— Hijue pucha !... Pero sí que tiene un habla pa
más sabrosa I
— i Pues esmérate harto !; Nieves viene á ayu-
darte.
— ¿Paqué no me dijo dendiantes?... Busté sí
qués!... Tanté comida á estora !
— Es lo mismo ! Lo que falte se manda traer á los
hoteles; pero sí tenes que hacer la torta de mojicón,
y unos pastelitos como los del otro día. De la gallina
de Agusto sacas unas presas.
— Tome los dulcecitos, César, — dijo la señora,
después de la cerveza. — La comida se demoia, y ten-
drá fatiga.
— ¡Nó, nó, ala, absolutamente ! No te afanes por
mí, ni vas adarme banquete, que yo soy de la casa.
— ¡ Figúrese, banquete i ..No sabe los trabajos
que va á pasar con lo mal que comemos por aquí...
Quédese, pues, conversando con Mina, que yo tengo
que volver á la tienda... ¡ En esto vuelvo !
Salió con mucho afán, y luego en la calle se pa-
raba ensimismada, aunque no tanto que no advirtiera
á entrarse á la Agencia de trasteo y solicitara dos
mozos de cordel.
A espaldas del uno hizo bajar del salón prenda-
212 Frutos de mi tierra
rio un hermoso lavabo de mujer, con todo y espejo,
empeñado tiempo hach, que inmediatamente fue
llevado á la casa. El otro mozo llevó un juego de baño
muy lujoso, que tenía igual procedencia. Filomena
agregó un tintero de cristal de roca, mangos de escri-
bir, esponja y demás útiles, y salió al punto, pensando
en su aire tan distinguido.
Las dos mecedoras de junco le fueron capadas á
la antesala, y en un instante el cuarto de César, que
era el contiguo al comedor, quedó alhajado; la cama
tuvo vestido de ceremonia y primorosa cubierta la
mesa-escritorio.
— ¡ Pero qué le parece, César, — dijo la señora,
conforme volvió á su alcoba — con tanta gana de irlo
á encontrar, siquiera hasta La Estación/... ¿Pero
cómo ?... ¡ Estoy hasta los ojos de trabajo !.,. ¡ No se
figure... y yo sólita... Cuando recibí el parte, pensé
buscar un coche ¡ pero ni bamba !
— ¡ Ah, sí, ala! : yá me lo suponía. ¡Estás excusada!
La comida, reforzada con platos traídos del res-
taurante de Jorge y de £1 Continental, fue tarde,
pero de regodeo. César estuvo encantador; hizo el
elogio de los platos y el de las tías, guardándose muy
bien de darles el título, y tú por aquí, tií por allá.
j Muchacho más insinuante ! Comía como el filoso-
fastro de Moratín. Pero, ¡ qué manera de mascar, de
cortar el pan, de levantar la copa ! ¡ Carreño en per-
sona ! A los postres — que no fue sino uno — se puso á
contar cosas de Bogotá.
El auditorio se pasmaba.
A'F— Llegada 213
Salieron á girar las comidas de su tierra: el cu-
chuco; la mazamorra de tallos, garbanzos a y la mar de
cosas; » la sopa juliana por el propio idem; las papas
charriadas; los tostados: cada guiso con su receta;
luego las retretas, con su distribución de días y luga-
res; después las corridas de toros y las de caballos; en
seguida el pesebre de Espina, con sus congresos y
garroteras; y, por último, don Vicente Montero con
las trampas para coger toda clase de alimañas ¡ hasta
cachacos/ Al llegar César á esta trampa, Filomena
abría tamaños ojos: sin duda quería aprender el pro-
cedimiento de don Vicente: ce Pues para coger ca-
chacos hay que ir donde hay cachacos » etc. etc.
Aquello era remedado y con todas las pantomi-
mas del caso, y el mozo lo entendía.
« ¡ Nc, por Dios, César ! exclamó Filomena con
los ojos llorosos por la risa — j Nos hace vomitar la
comidita !... ¡ Cállese la boca !d
Minita y Nieves se ahogaban. César se inspi-
raba más.
A las nueve terminó \^ funda, como él decía.
Tío Agustín abrió, y el sobrino, seguido de las
tres tías, que entraron con él, del ^íw/íjw/í?, de Car-
men y Bernabela, que se quedaron en el corredor,
compareció en el cuarto. Abrazo, palabras de almí-
bar, augurios de pronta reposición,,de todo hubo por
parte de César; pero el enfermo estaba hecho un eri-
zo: el sobrino le atacó los nervios, se le asentó en la
boca del estómago. ¡Bueno estaba él para la bulla
que César metía !
21 i Fniios de mi tierra
Este, en medio de la ovación, fue instalado en
su pieza. La gran cuestión, objeto de su venida, se
afrontó. Mucho desinterés por ambas partes: César
prometió hacer y acontecer; Filomena no quería sino
que él ganara á todo trance ; Filomena quiso que él
fijara los honorarios ; ¡ él cuando ! Eso se arreglaría
como ella quisiera; entre los dos no podían caber di-
ferencias. Y no quedaron en nada.
La prendera no se conocía á sí propia; ella, que
•no se mandaba hacer un par de zapatos sin arre-
glar antes el precio; ella, que no podía obrar en ne-
gocio alguno si no sabía á qué atenerse. Pero con
César no era posible: ¡ era tan generoso, tan formal !
Filomena misma le arregló la cama, le trajo bo-
tella de aguardiente alcanforado para que se frotara;
y las tres tías dieron las buenas noches al sobrino.
XVI
CESAR PINTO
COSTADO y friccionarlo ibn p1 hflg-&toao
r^uBJarido- lao impre'aionps rfiobjdas. x
Charras, charrísimas, w/^r/'círr^j hasta las /
w^-;^>^- cachas le parecían Mina y Nieves; Filo-'
mena un mamarracho; el tío, un salvaje; los cuatro,]
poco menos que animales. El que lo tratasen á cuer-
po de rey no era ninguna novedad; si tal no sucedie-
ra, no fuera él César Pinto. ¡ Y estaban qué ricos los
tíos éstos ! Se les veía por encima del capote. En fin:
amanecería y ver/amos.
Y dando un bostezo, se acomodó, y pronto dor-
mía á pierna suelta.
E¿jC¿sar bajo de estatura; de musr.nlatnra blanda;
medio regordete, al par que bien compartido y acin-
turado; tez blanca y fina; mejillas, como durazno ma-
duro; bozo, patillas y cabello, cejas y pestañas, todo
negrísimo y crespo; ojos dulzarrones, grandes y oscu-
ros; ligeramente respingado de nariz; bien dentado,
y con orificaciones que le pegan mucho: un lindo
muñeco, el tipo, precisamente, para encantar á Filo-
mena, que no encontraba belleza, siquiera fuese mas-
culina, mientras no viera facciones menudas y carri-
Hitos con chapas.
216 Frutos de mi tierra
Tiene César, gesto muy animado; accionar ele-
gante y expresivo; arrisca las narices y los labios con
mucha monada; sabe hacer ojitos, ya tristones, ya
regocijados; á más de muy bogotano en él acento, es
de suyo timbrado de voz, sandunguero, reidor, y nada
sangripesado.
Con tan buenas partes, y con oirás que luego
enumeraremos, se cree él una sirena con pantalones,
como quien dice.
Hijo de un perdulario, tahúr de profesión, y de
una madre tan de caracol, fue César desde niño muy
dueño de sus acciones. EscuelaJDios la dé: allá, por
muerte de un obispo, dejaba de hacer novillos en una,
donde por costumbre lo pusieron, con lo cual fue cre-
yvCiendo hecho un asno y un Judas Izcariote. Milagro
I patente, que diría Marucha, fue el que hubiese apren-
í dido á medio leer y á medio, escribir ; y más milagro
todavía, el que no hubiera ido á parar al Panóptico,
siendo, como era, el jefe de la pillería del barrio.
Pero Álzate al fin, manifestó desde los quince
Aaños deseos de trabajar y de conseguir dinero; y Jua-
!nita, ya que nó el padrazo, lje--et3Tmg4iL2^_qH£!i¿£fi^6s
AlBQun almacén, donde permaneció bastante tiempo.
Comoera~He natural jovial y scfbrado avisado, el prin-
cipal le cobró cariño, y de los treinta días por mes
que le pagara al principio, lo subió á cóndor y luego
á dos. Viendo el protector cuan atrasadillo andaba el
protegido, y queriendo sacar de él un mozo de pro-
vecho, logró que estudiara algo de Aritmética y Con-
tabilidad. Cuando yá tenía algunos conocimientos;
I
XVI — Cesar Pinto 217
cuando el sueldo se le había aumentado y la pers-
pectiva de una colocación estable y lucrativa se le
ofrecía, principió César á relacionarse con gentes de
la pega y á dar disgustos al patrón, apurando tanto
la cosa, que al fin y á b postre hubo de perder des-
tino y protección.
Estalló á poco la revolución del 85 y [netiósejni--
lUar, á órdenes de Gaitán Obeso, con quien hizo toda
la campaña de la Costa. De ella trajo el arte del dado
y otros achaques, amén de fiebres y fríos.
Pasada la tormenta, un su copartidario le dio
empleoen_una hacienda, con buena remuneración;
pero César no era hombre para faenas de campo, y
pronto se voLdó-á-Bog^tá á-vJAdr.de.sus rentas.
En su casa, donde nunca reinó la abundancia,
estaban entonces á la cuarta pregunta; pues la suerte
aporreaba á Pinto, días hacía, del modo más inicuo;
y si bien Juanita y las tres niñas grandes trabajaban
sin descanso, no alcanzaban á matar el hambre y las
necesidades de la familia. Mas, tras las crueldades,
quiso la voltaria diosa de los tahúres sonreírle á su
constante perseguidor en una jugarreta; y fue lo me-
jor que Pinto, por vez primera, se aprovechó de la
ganancia para vestir la familia, que, como es de supo-
nerse, estaba en pelota. Por de contado que á César
le cupo lo más y mejorcito.
Halagado con la ganancia del padre, sin curarse
de los anteriores maltratos, el hijo vio en el juego un
.gran medio, un manantial de riqueza; y si antes no se
le había ocurrido, era debido á lo ratero é insignifi-
218 Frutos de mi tierra
cante de los juegos de campaña y de otros no mayo-
res en que había tomado parte.
Como era mozo de chirumen, pronto dio en el
quid; su buena presencia, los trajes nuevos que ahora
llevaba, eran para infundir prestigio, no digo en cual-
quier garitillo, en Ig más respetable mesa de juego.
Con tantas ventajas, y no teniendo qué perder... ¡por
fuerza tenía que ganar ! Más claro no cantaba un gallo.
Blindado de esta lógica y de un aplomo que lo
abonara ante los más suspicaces; haciendo fieros, como
que no quiere la cosa, con unos p. ¡eos realejos que
consiguió, por modos que después sabremos, César
principió á frecuentar los altos garitos y los grandes
personajes del dado. Y como quiera que la fortuna, á
fuero de Mesalina, halaga á los novatos audaces, el
muchacho ganó la vez primera y siguió ganando casi
siempre, llevando el asunto con tanta prudencia, que
abandonaba el campo en cuanto daba una caída, y se
abstenía de jugar si principiaba mal, pretextando, para
separarse de la mesa, estar indispuesto ó tener algún
negocio ó cita importantes.
Con todo, no dejó de verse en deudas y hondu-
ras, en cuyo caso cambiaba de garito y personal.
Obrando en campo tan ancho, no haya miedo que
dejase de encontrar algún prójimo que tuviera qué
perder; sino que César jugaba por negocio solamente:
No heredó de su padreTa pasión por dados y baraja;
en otra cosa estaban sus anhelos.
Las ganancias, según iban viniendo, las gastaba
en lujo para su persona, llegando á ser, en lo de tra-
XVI— Cesar Pinto 219'
pos, cachaqttiío bastante regular; _que en cuanto á Ai
gepgrgsidadj^fue siempre un cachacazo de primera '
fuerza. Y no porque obsequiase y brindase muy á
menudo ni con cosas exquisitas ni caras, sino porque
en ello ponía tanto garbo y donosura, que una copa de
cualquier agua chirle, ofrecida y presentada por él,
parecía á la vista, y hasta al paladar, licor preciado de
grande estima; y lo propio acontecía con los festejos
de comer y de fumar. Tanto puede el estilo.
Esta nota de elegante bizarría era la gran parada
de César; pues no sólo le granjeaba el prestigio consi-
guiente, sino que en ella le iba uno de sus negocios
principales, y acaso el en que era más habilidoso.
Porque César no iba obsequiando así á tontas y á locas
á cualquier amigóte: él sabía con quién había de gas-
tar gorra y con quién dinero, en qué grado debía ser
lo uno y lo otro, y cuándo era tiempo y ocasión de
obrar. No era malo el negocio: dar á la tierra el grano í
para que retorne la mazorca.
Ya, con la urgencia y la nobleza pintadas en la
cara, eran dos condores que devolvería á la siguiente
semana, indefectiblemente; ya, por medio de una es-
quelita muy fina, ocho ó diez pesos, para salir de uri
compromiso; y así y asao; y unos por incautos, otros
por generosidad, por cultura los más, iban cayendo
muchos; y pocas veces marraba el golpe, porque para
conocer los mogolles tenía César un ojo....
No faltaban antioqueños de paseo en la populosa
capital; y, como los viese, el joven Pinto se les metía
por el ojo de una aguja, en son del paisanaje con su
220 Frutos de mi tierra
madre, les servia de cicerone^ los acompañaba en el
paseo al Tequendama, los presentaba en varias casas,
^ y los pobres maiceros pagaban tributo al César, y muy
agradecidos que quedaban de sus favores. Sin que esto
quiera decir que sean nuestros paisanos los más abier-
tos de bolsa, ni los más blandos de entrañas, sino los
más novicios, debido á que en Antioquia, sin que falte
la gorra, que en todas partes se usa, todavía se desco-
noce la caballeresca industria del sable.
No paraban en ésta las del muchacho, que ejercía
otras no menos caballeras: Por uno á modo de esca-
moteo misterioso (si vale el calificativo en los tiem-
pos que alcanzamos), César se veía, cuando menos se
lo soñaba, con un precioso alfiler de corbata, ó un
Smith tj- Wesson, ó un paraguas.
7<. Tenía, además, unas amigas tan alegres...; y
estas amistades, que tan caras les suelen salir á algu-
nos, supo César hacerlas más lucrativas que las otras.
Pensaba él, y pensará sin duda todavía, que, tratán-
• dose de una amistad en que tanto disfrutan los ami-
gos como las amigas, si no ellas más, era demasiado
justo y puesto en razón el que alguna vez las damas
Ise tornasen de regaladas en regaladoras; y pensó tam-
bién que él era de los llamados al goce y provecho de
tales regalos y finezas: para algo le había dado Dios
esa figura tan bonita y ese genio de ángel.
Semejantes teorías, impracticables al parecer, las
aplicó César con éxito que sobrepasó á sus esperanzas.
Amigas hubo que le dieron las grosuras del esquilmo
hecho á otros corderillos. Y no era ni gracia, porque
XVI— Cesar Pinto 221
cuando el galán apelaba á lo patético; cuando él re-
gistraba por el tono de la ternura, era como el Ábrete
sésamo del cuento.
Una señorona, medio retirada del trato, á cau^
de los ultrajes del tiempo, y que tenía buena tiene
y mejores ahorros, hubo de amigarse con César;
tienda, economías, joyas, una tras otra fueron pasan-1
do á manos del mocito. Menos positivas, aunque de
más viso, tenía otras relaciones en la clase media y
tal cual en la alta; y en todas partes era recibido y
tratado como él se merecía. Y se merecía muchp,i
c cómo nó ? X^w cachaco tan elegante en el vestir
cuanto distinguido en el trato con las señoras, de
amenísima conversación, que baila el bostón como un
trompo, que sostiene una broma con tan fino gracejo,
¿ha menester referencias y recomendaciones de
nadie ? No tal: con presentarse en sociedad él mismo
se recomienda.
Pero á estas relaciones les tenía César cierto re-
celillo y las llevaba con mucho tatu-oon -tea. Había f*'
tantos petardos sociales, tanta siembra y tan poca
cosecha: el ramo de cumpleaños, el regalo de boda,
un gasto imprevisto en algún parrandón con señoras.
Eso era mejor de lejitos.
Su encanto, su centro, (^''a.n log ratiinns^ Ins rafg.^
V lugares de recreo: allí no había pejigueras, sino ob-
sequies de champagne^ brandy y helados; sino convi-
tes opíparos de día y de noche; sino juego recio y
decente, donde, entre veras y chanzas, podía una
apuestica volantona traerle un gaje gordo; donde,
222 • Frutos de mi tierra
•con algún tragúete de ron, ofrecido con aquella ma-
gia suya, podía pasar por un Lorenzo el Magnífico ;
donde podría presentarse por ahí alguito propio para
el escamoteo: un portamonedas, una carterita, por
ejemplo.
Allí se disfrutaba d£ iin;^ ^nriPt^nd brillan^ y
regocijada: tanto caballero que había viajado por
Europa y Norte-Américaj tanto doCtor; tanto perio-
dista; las conversaciones altas, salpimentadas con el
chiste; las cuestiones peliagudas, discutidas con peli-
agudo ingenio. ¡Y lo que César aprendía oyendo !
De allí extraía, como de inagotable chupadero, ese
jarabe eruditísimo que lucía en su conversación: de
tan gratas aulas sacaba el chico, á más de las frescas
sobre política local y de crónica bogotana, noticias de
la corte de Luis XV, de Ninon, la Maintenon y la
Sevigné; de la revolución francesa; de papas y Bor-
gias; de la Patti, Sarah Bernhardt y Gayarre; sacaba
mucho cuerpo de doctrina sobre Crítica, Literatura,
Filosofía, Legislación, de todo; los nombres de Spen-
cer, Edisson, Draper, Littré, Zola, Valbuena, Julio
Verne y otros; y tantas cosas más, que pudiera poner
cátedra de ciencia recreativa. Y ya que no en cáte-
dra, mostraba su erudición en cualquier parte que
cupiese, porque eso sí, oportuno como él solo.
Así fue acendrándose su trato de gentes hasta
adquirir ese relumbrante baño, ese esmalte policromo
que tan útil le era en su empresa de sacarle la miel
á la vida.
Y César sacaba no poca, como hemos visto; pero
XVr^ César Pinto 223
¿cómo sentirse satisfecho, con las agallas que el tenía?
Tantos tontos, por ahí, ricos, riquísimos... y él nada!;
los soberbios caballos de Mengano; el carruaje del
otro; los vestidos parisienses del de más allá; esa Eu-
ropa con sus mujeres, con sus cafes, con sus teatros;
todo eso y algo más, se le revolvía en la cabeza, y los
colmillos de la codicia le trituraban el corazón. César
tenía que ser rico, muy rico; pero -fulminantemente,
sin la fatiga del trabajo, sin la vulgaridad de las eco-
nomías. Nadie más apto que él para la opulencia: si
se sentía rico por sus gustos refinados, por sus encum-
bradas aspiraciones; rico por temperamento. La ri-
queza era su vocación.
Cómo sería ello 1... Tal vez un casamiento ven-
tajoso.... acaso un tesoro sepultado en las entrañas
de algún caserón colonial.... Y César se perdía en
globos de dichas, para luego descender al terráqueo,
¡tan bello para tantos, tan feo para él!; su familia
tronada, y viviendo por esos callejones de Santa Bár-
bara; papá, que no había vuelto á ganar, y con ese
vestido tan pringoso; mamá y las niñas ¡tan charras!
y haciendo dulces y bizcochos como unas menestrales;
y él ?... pues lo que era él estaba fuera de su centro.
Mohíno además se andaba el mozo con estos hipos
que arreciaban cada día. Mas algo bueno le daba el
corazón. ¡ Pues á ver qué era ! Si no había sido de los
más mimados de la suerte, tampoco tenía grandes
quejas contra esta señora, si bien se miraba. ¿Porqué
habría de hacerle una floja á lo mejor del cuento ?
Buscar, pues; buscar con fe, sin desalentarse; ir
224 Frutos de mi Uerra
oliscando las huellas del presentimiento, como el pe-
rro las de la pieza.
Buscó, olfateó, ojeó, hasta convencerse deque la
dicha grande, la d¡cha»reunida, no la cazaba en Bogotá
ni de un boleo ni de muchos. Esos residuos de dicha
que recogía allí con sólo estirar la mano; esas espu-
raitas de aquella bcda de Camacho, eso.... ¡ para irri-
tar más el apetito I
Pero no había que desmayar. ¡ Sería una ver-
güenza permanecer en la inacción !
Bogotano raizal y aferrado, y pensando que no
sería probablemente á Europa ni á los Estados Unidos
á donde tendería ei vuelo, le acobardaba la idea de dejar
la tierraj, pero tal se iba poniendo, que se resolvió á
arrostrar hasta la proscripción. Sí, la suerte lo impelía.
¿ Chile .?.., ¿ La Argentina ?...¿ Centro América ?..
Muy bien: pero no siendo él para andarse por esos
mares y caminos de Dios en el caballo de San Fran-
cisco, hecho una lástima, ¿cómo ir tan lejos, así tan
sin blanca ?
Pudiera ser que el Tolima... Antioquia.. Y le
vino la corazonada:^ntioquia ^-Antioquia era !
Cabal: Sus padres hablaban de Antioquia como
de la tierra del oro; en Bogotá había muchos ricacho-
nes de Antioquia; esos patanes quede Antioquia ve-
nían traían mucha; en Antioquia había muchachas
riquísimas, según todos los maiceros; en la capital de
Antioquia tenía él unos tíos, muy tacaños, por cierto,
pero podridos en la plata... y pudiera ser; luego en
Antioquia le aguardaba la fortuna.
XVI— Cesar Pinto 225
Con tan rigoroso razonamiento, el plan vino. Co-
municado á sus padres, ocasionó la carta aquélla, me-
dida que se tomó á la si pega; pues ni Juanita ni su
señor marido esperaban nada de sus hermanos antio-
queños.
César se apercibía para el viaje de cualquier
modo, pensando que los tíos no habrían de ser tan re-
fractarios á las seducciones del sobrino, cuando se re-
cibió la carta de Filomena.
Con sólo formar el proyecto principiaba á reírle
la fortuna desde Bogotá: no solamente esta bendita
carta, sino que César, á la buena de Dios, tomó áésas
los dados, y en un periquete se ganó algo más de
trescientos pesos.
ítem más: la amiguita nueva, á quien juró queí-
pronto volvería hecho un potentado y haría con ellav
una vida de delicias, se enterneció tanto con el pesar V
de la partida, que le dio tres condores por recuerdo V
y su par de baúles norteamericanos para el viaje.
Pues... «si en Sopetrán dan cocos, ¿qué no será
en Antioquia ? »
En volandas á reforzar el guarda-ropa: \?l percha
ejerce poderoso influjo. Que ni los tíos ni las crestas
de Antioquia fueran á tomarlo por un pobretón.
(c j Adiós tierra natal, suelo querido,» no te de-
rrumbes ni des en paramar^ que César juró volver !
16
XVI r
I-: N R I, T A n o u
OS faroles públicos aún no se habían prendi-
do, cuando Galita, con el corazón como no-
villo caucano, entraba á casa de las Ber-
múdez.
Julia salió á recibirlo al contraportón, con son-
risa de triunfo, y, dándole la mano con amistosa efu-
sión, le dijo pasito: « ¡ Ay Dios, qué dirá cuando lo
sepa I y>
Recibióle el bastón y el sombrero, los colgó de la
percha, y no permitió que se quitase el abrigo.
Entraron á la sala, donde apenas se veía, á causa
de la hora y de las espesas cortinas. Pepa y otra Ber-
múdez, que ocupaban un diván, se pusieron en pie.
Martín saludó de mano y notó, á pesar de estar muy
turbado, que la de Pepa temblaba. En cuanto ellas
se sentaron, tomo él una silla junto al diván.
— Señorita Pepa.,. — balbuceó él con voz que no
le sonaba, no sin haber carraspeado antes — cómo está.-*
— Muy mal, Martín! — le contestó ella, no menos
conmovida.
El no replicó nada, ni ella agregó más; pero Julia
los sacó del apuro diciendo á Gala:
XVir—En el Tahor 227
— Aquí dentro sí debe quitarse el sobretodo, por-
que se acalora mucho, y va y le hace daño la salida.
Hízolo así el galán; y, como Julia prendiese un
fósforo, él se puso á ayudarle á encender los candeleros
del piano y la bomba central.
Martín miró á Pepa, ella levantó los ojos el espa-
cio de un relámpago, y por dentro del enamorado
pasó el cielo: ese relámpago le resarció con usura
todos los dolores.
La otra niña se retiró discretamente, y Julia, por ^
una delicadeza femenil, se puso al piano, ^, pianito,
j£¡an¡to¡^ principió á teclar El último pensamiento de
Weber.
— Señorita Pepa — dijo él no bien volvió á su
asiento, y como quien hablara en sueños, — ¿decía
usted que está mal ?
— Sí, Martín... ¡estoy con una vergüenza, con
una tupa horrible!... ¡ Qué idea se habrá formado de
mí con... eso que le escribí!
— ¡Ah nó, señorita, ninguna idea desfavorable!
— Yo soy asi, Martín: una mujer sin juicio, que
hago las cosas sin pensarlas.^, y después^-fne-pesa...
Pero vea: cuando supe que estaba tan malo... jsentí
un remordimiento!... Después me dijeron que en el
delirio de la fiebre... me mentaba usted... ¡ y le ase-
guro, Martín, que... ¡me dio una cosa! Me vine á
donde las muchachas, desesperada... y mandamos una
velación al Santísimo por usted... (Y como asustada
de lo que iba diciendo, se interrumpe, exclamando):
¡Por Dios, Martjj] — ytrsoy una Iota! j(
228 Frutos de mi tierra
— Señorita.,.. Pepita, ¿es cierto todo eso? — re-
plicó Martín fuera de sí.
— ¡Nove — dijo ella, poseída de verdadera ver-
güenza— qué tan mal hecho será, que ni aun cree!
— ¿Mal hecho por qué, Pepita?... No me atrevo
á creer.... es decir, sí creo, ¡ pero es que he sufrido
tanto!
— ¡ Sí habrá sufrido.... pero no ha tenido remor-
dimientos como yo! Y'-^-m-*^? msnfj'ido con usted
muy mal. He sido muy grosera.... muy hipócritai.
peio era que yo no creía que usted me quisiera así...
— ¡ Pepita, por Dios, no diga eso !... ¡ Yá ve cómo
me han puesto sus desdenes 1...
— Sí, Martín; pero yo pensaba que usted me co-
quetiaba por pasar el rato, ó por burla.... Como usted
se enojó tanto conmigo la tarde que nos conocimos,
\ i por mi malcriadeza,...
— Nó, Pepita, el malcriado fui yo... pero, ¿y las
manifestaciones que después le hice?,., ¿y las dos
cartas que le escribí ?
— Pues yo no sé, Martín... A mí me parecía que
eso no era cierto.... Yo sí recibía las razones, y las
muchachas me contaban todo lo que usted decía de
mí.... pero como las mujeres somos tan creídas.... Yá_
mi me ha pasado lo mismo con otros novios que he
temdo de mentiras.... Las cartas.... yo no,séi^o he
-4;ecib¡do jamás cartas de novios: ninguno me ha es-
crito, y cuando JulTalñe dio la suya, me dio mucho
susto. Con la otra sí me dio rabia, porque yo me
ponía á pensar que usted podía dármelas al descuido
XVII— En el Tahor 229
ó dejarlas en las ventanas de la casa, donde yo las
viera.... Yo no sé, Martín, yo soy lo más boba.
— No me atreví, Pepita, á darle cartas á usted,
porque creí que no me las recibía y que se burlaría de
míen mi propia cara.
— Pues tal vez sí le hubiera dicho alguna imperti-
nencia, porque yo soy muy atolondrada. Pero vea: es
que uno se enreda mucho con estas cosas, y también
le meten á uno cuentos.... Y como los coqueteos de
nosotros empezaron de un modo tan particular, yo no
podía saber si lo quería ó nó.... Yo sí decía por ahí
que usted me chocaba de muerte, peque creía que
iba nada más que de petulante á hacerme papeles,
por seguir el alegato que tuvimos en la puerta de las
Palmas.... y por eso no me le quise correr. Por eso
sería que no pensé en corresponderle de veras.... Pero
uno no se conoce: ¿recuerda la tarde que íe di el es--|
paldazo "> pues fue que una amiga me dijo que usted ^
estaba coquetiando en San José con una niña de Rio-
negro.... y me dio mucha rabia. Y como usted se re
tiró en esos días de la esquina, yo creí la cosa. Julia
sí me decía que eso era mentira.... Pero vea: la noche
del concierto.... ¡ recuerde todo lo desdeñoso que
estuvo conmigo !... Yo atisbé mucho, y me pareció
que le estaba pispiando á Lola Palma, y me persuadí
que usted no estaba por nada. Esa noche del concier-
to sí estuve muy molesta, j No sé cómo canté !...Porl
eso era que yo hablaba de usted y le ponía apodos.
Yo no lo había vuelto á ver sino de lejos, hasta las
fiestas.... Yá ve, pues, que yo no tenía por qué estar
230 Frutos de mi tierra
muy satisfecha. Por eso estuve con usted tan....
grosera; y también porque yo no quería confesar de-
lante de las muchachas que estaban en casa, sobre
todo delante de Lola, que me había alegrado con el
ramo que usted me llevó.
— OhJ_Eepita 1 si.jisted supiera cuánto sjiñí !
— Yá me lo figuro.... pero es que usted no sabe
cómo soy yo: yo me trastorno cuando oigo música y
carreras; me dan ganas de volar!... y ese día estaba
en el tercer bolero, como dice Julia. Yo no sé qué
tenía; pero creí firmemente que en el ramo venía
carta.,.. No sé por qué se me metió eso. Y así que
no encontré.... vea, Martín: me dio una incomodi-
dad, una tristeza tan grande !... Me parecía que sí
era cierto que usted se burlaba de mí; que me había
puesto de pantalla para coquetiar con otras.... hasta
con la misma Lola,... y todas las groserías que le co-
metí donde don Panfilo fue de rabia....
La nerviosa vergüenza se fue disipando, como se
■jcomprende, y Pepa expresó sus sentimientos con la
¡mayor naturalidad.
Enamorada por vez primera, y de un hombre á
[uien creía haber puesto á las puertas de la muerte,
/Pepa exageraba sus crueldades pasadas, tratando, por
vía de desagravio, de ser muy explícita con el- que yá
consideraba su prometido.
Y, en efecto, fue bastante más explícita de lo que
entre nosotros puede permitirse una joven de su
clase; sin que esto quiera decir que estuviese desme-
dida é inconveniente.
I
XVII— En el Tnbor 281
El haber sido algo mujer eti sus procederes con
Martín lo consideraba ahora como el colmo de la per-
fidia y del .orgullo, siendo, como era, tan ingenua, tan
al natural, y estando tan poco habituada á los fingi-
mientos sociales, ni menos á los que impone e! amor
propio ó el otro amor.
Así fue que todo lo echó afuera en esta plática
de amor, la primera que en su vida se le ocurrió.
La noche que hizo de María Antonieta de Lorena,
aún no estaría Martín en el Casino, á donde fue á dar,
cuando yá Pepa estaba arrepentida de lo que acababa
de hacer.
¡Eso era mucha hipocresía, mucha mala crian-
za ! ¡ Haberlo humillado de ese modo... en vez de ir
á bailar los lanceros con cl, darle las gracias por el
ramo, y lavar lo del apio y la verdolaga ! Y ese viejo
del doctor Puerta, que se había puesto á darle cuerda
para que ella disparatara... Esa manía de «echar
gracias k le iba á costar caro: sin remedio que el can-
cano se había ido furioso, y ¡ con tanta razón I ¿ Para
qué iría ella á ese baile?... Martín no volvería á pen-
sar en ella... Y todo por una timidez de él, ocasio-
nada acaso por el mismo amor que la tenía; por falta
de una esquela... ¿ Pero qué esquela ni qué nada en
un ramo que lo decía todo?... Indudablemente que
era una extravagante, una desenvuelta, como se lo
repetía papá... i Ponerse á darle esa yerba á un caba-
llero ! ¡ Qué vulgaridad [.., ¡Figurarse que el amor
hubiese menester de escritura, y todos los novios de
atrevimiento y descaro, sólo á ella se le ocurría !... Y
232 Frutos de mi tierra
eso de gustarle tanto los hombres medio calaveras,
siempre tenía que ser señal de locura... Y, viéndolo
bien, Martín Gala de todo tendría, menos de bobo y
de seminarista; muy cachacho y muy cuarto alegre
que era; y, sobre todo, respeto y timidez con la novia
podía tenerlos hasta Pedro Advíncula...* j La boba,
la seminarista era ella, que por sus groserías y chistes
de mal gusto iba á perder un novio tan de veras !
¡ Esta sí había sido...! ¡ Si ella pudiera lavarla de al-
gún modo!...
Y atisbaba todo disfraz rojo; pero ni rastro de
Mefisto.
¡ Y aquí te quiero ver, escopeta ! La muchacha
perdió el gusto, y á poco más se retiró del baile, diz
que porque tenía « una jaqueca horrible >; y tanto lo
sería, que antes de llegar á la casa ya iba llorando del
dolor.
La noticia de la gravedad de Galita, corrida por
todaMedellín; los delirios con Pepa, de que le habló
Bermúdez, acabaron de completar la cosa, si algo le
faltaba.
Julia, — celestina declarada de tan legítimos amo-
res,— aconsejó á Pepa, vuelto Martín á la vida, el
mensajito aquel que conocemos.
Todo ello, y algo más, entreverado con poéticos
arranques de Martín, con todo y Byron, y acompa-
ñado por el piano de Julia, que no enmudecía, salió á
colación en esta entrevista, con bastante mayor re-
* Pedro Adríncala Calle, célebre por sus raterías y fugas.
XVI T— En d Tabor 233
dundancia que la que hemos gastado en narrarlo; y
en seguidita virin_b formnl, .«inlpninísima prorne¿a^de.
matrimoiucu.
El cual se verificaría lo más pronto posible; pues,
aun cuando don Francisco María, el padre de la novia,
habría de oponerse, pro¿aifel^£nte, por lo enemigo
que era de que sus hijas casaran, Pepa estaba resuelta
á arrostrarlo todo.
Hora y media duró el coloquio, y durara sabe
Dios cuánto, á no interrumpirlo una visita. Mas por
eso no había de retirarse Galita; que antes se quedó
á refrescar; y, pasado el refresco, como no hubiese
rancho aparte para la pareja, ni quien la pastorease,
volvió á la sala, y la visita se hizo general.
Hablóse circunstanciadamente del asunto palpi-
tante, á saber: toditos los matrimonios que se habían
arreglado en las fiestas; pues en MeJellín, yá se sabe,
unas fiestas, un baile, ó cualquier bureo en que mo-
zas y mozos se puedan apalabrar, es otra tanta pepi-
toria de casorios, fuera de los muchos que la gente
arregla en tales ocasiones, sin dar traslado á las
partes.
Sobrado es decir que Pepa y Martín figuraron
en el catálogo; y ¡miren la frescura!: Pepa no lo negó.
Alguno de los visitantes la instó á que cantase,
y ella no se hizo de rogar: salió con Julia, que le
acompañaba muy bien. Puesta en pie, apoyada en un
extremo del piano, con la mirada hacia arriba, cual si
al través del cielo raso entreviera arrobadora visión,
principió á bocalizar no sé qué arias de Lucia. ¡ Y
234 Frutos de mi tierra
digo si estaría inspirada ! Primero era como si el
viento, las aguas y la seda se matizaran en un solo
rumor entre el gañote de la niña: aquello hervía;
luego hacía una gárgara de perlas que, saltando en
regueros, parecían chocar en las pantallas del piano,
en las bombas, en las lunas de los espejos. Las perlas
se recogían, se chocaban á su vez, para condensarse
en una gota de rocío, que oscilaba en el aire, diáfana,
nítida, prolongada en desesperante delicia. Pepa sala
tragaba, y pronto la devolvía partida en hebras suti-
les, metálicas, que subían y subían, se retorcían, tor-
naban á bajar en espiral de arrullos, tornaban á subir,
se rasgaban y morían...
De cuando en cuando ponía los ojos en Martín,
y esto era como dos rayos de sol. El pobre, en tanto,
se crispaba, allá en su asiento, con un quebranta-
huesos de tercianas del cielo.
¡ Aunque Mazuera se burlara, aunque se riera el
mundo, había de hacer unos versos « A Pepa can-
tando ! y> Sentía las estrofas atropellarse, dar brincos
por escaparse en ese terremoto de felicidad, de amor,
de poesía.
. Galita salió alto del suelo. La plétora. poética lo
n congestionaba más á medida que se acercaba á la casa.
I ¡ Qué mujer ! Qué pasión ! Qué delirio!... Ca-
fx^rolina Lam no amó á Byron con la violencia de
'' Pepa; sólo Pepa podía alcanzar á Galita y dispararse
con él en ese vértigo del corazón. Eso era « dos fle-
chas que rasgaban las concavidades del éter...»
¡Ah... si se '\\\j^i\tx2i templado de la pulmonía!...
XVJI—En el Tahor ¿85
Oh nó 1 si no murió « al oír á esa mujer, al verla en
ese canto i>... ya no moría jamás.
Llegó á la casa con la lengua afuera. A viejas y
á estudiantes los confundió en un solo abrazo. No
acertaba á decir, no podía concentrar la noticia en
dos palabras ni darla en calma.
— Pero qué es ese enredo, enemigo malo ? — grita-
ba Paula, que no entendía jota.
— ¡ Que está loca por mí ! — acesó él volteando
con ella, como cosa de baile.
— ¡ Virgen santa, mi madre, qué haremos con
dos locos I... Pero onde la vites, pues?... No le
digo ! — exclamó Marucha apartándose, pero entera-
mente contagiada del entusiasmo.
— ¡ Desmáyate en mis brazos, Galita mío ¡--de-
clama Alazuera con cómicos ademanes.
— ¡ Nó, nó, mijito— agrega Marucha agarrando á
Martín por los molledos — ¡Vos vas á recaer del sofo-
co!... ¡ Nó, nó... camine acuéstese! Yo le llevo la
cena á la cama... ¡ Pero vean este indino: uno aquí
muerto de la pensión con la tardanza, sin poder
acostase, y él hecho el Judas con la novia !... Cami-
na pa la cama, que ahora nos contás quieto y so-
segao.
Y á estrujones lo arrastró hasta el cuarto y lo
hizo acostar. El sueño se le espantó á las viejas; mé-
dico y jurisconsulto suspendieron el estudio; y Ga-
lita, después de atracarse de carne, huevos y choco-
late, pudo narrar.
El viaje se había acabado: aunque mámalo si-
286* Frutos de mi tierra
tiara por hambre y sed; aunque le echaran perros, no
lo sacarían de Medelh'n sin llevarse ce esa lindura por
delante ». En un tris lo ahorca Marucha del abrazo
que le metió.
Apenas se retiraron las viejas, se puso Mazuera
á sacar el borrador de la carta que Martín iba á escri-
bir al día siguiente á la madre, á fin de contarle « bien
patente todo el cuento > y la dejada del viaje ; el cual
borrador quedó mucho más patente de lo que Galita
esperaba. iQué talento tenía ese bobo de Mazuera !
XVIII
DE CLARO EN CLARO
|ESDE las once, la voluminosa tía hacía tra-
quear la cama con unas revolcaderas, un
cobijarse y componerse que no le daban
tregua. El calor le derretía las mantecas,
y todas las pulgas de Medellín conspiraban esa noche
contra ella, y ninguna se saciaba. ¡ Qué se iban á sa-
ciar, cuando á tales horas sentía Filomena que una
linfa de almíbar calientita le transcurría por las agi-
tadas arterias ! A no ser por unos fogonazos altemos-
externos, alternos- internos y correspondientes, que de
súbito la acometían pierna abajo, acaso hubiera pre-
sentado una novedad patológica, sucumbiendo víc-
tima de una apoplejía melosa. Cada rato tenía que
incorporarse, y en medio de los sofocones, dulzores y
rascazones, un mosquito parlero le rumbaba en la
cabeza.
¡ Y qué cosas tan lindas y tan gratas le decía !
Vaya una muestra:
< ¿ Y qué tendría de particular ? ¿ No se casó mi
siá Chepa, cuarentona, con Agapito, que apenas te-
nía veinticinco?... ¡Y muy bien que han vivido!...
A ver: él debe andar por los... veintisiete ó veintio-
cho... por manera que le llevo como diez y ocho...
288 Frutos de mi tierra
j Siempre es mucho ! ¿ Qué camisón me pongo ma-
ñana?... ¿El de paño de seda? — Nó, ese no pega
en semana; mejor es la chaqueta elástica con la funda
granate, la de las quillas de cintas... ¡ Y el papelillo
de ahora, que está tan sumamente malo!... Siempre
le tengo que dar algo desde mañana: el pobrecito es-
tará muy pelado.., ¿Cuánto?... ¿Un cóndor? Tal
vez es muy poquito: serán veinticinco pesos... ¡ Tan
pobre y tan bien puesto !... ¡ Lo que es la educa-
ción !... Pero él no pudo tener con los setenta y cinco
fuertes que le mandé: algún amigo que le prestó...
¡ Valiente pie tan lindo y tan chiquito, y eso que las
botas con que vino se ve que le quedan flojas!...
Tiene cara de imagen. ¡ Cómo será bien afeitaito !
¡ Y tan bolonguito y tan bien repartido !... ¡ Pero esos
ojos!... ¡Qué bonitos son los hombres ojitristes !...
¡ Si esto llegara á suceder ! ..
El silbido agudo del sereno le hace dar un brinco
de susto. Al darse cuenta de lo que es, da un suspiro
como un quejido.
«¡Sí.... hasta los serenos me están chiflando
desde ahora ! Estoy pensando en los huevos del gallo.
¡Qué sofocación ésta! ¿Tendré calentura? (Trata
de pulsarse.) ¡ No me puedo hallar en este demonio
de cama !... Aquí se acostó él....»
— Pero, ¿ qué es lo que tiene, Filomena ? — pre-
guntó Minita desde el cuarto contiguo, donde dormía,
como yá se ha dicho.
— No sé, niña: no he pegao los ojos en toda la
noche!... Tengo dolorcito de cabeza.... bastante!
XVIir— De claro en claro 239
— Eso fue la comida tan tarde. Agusto tiene
agua Florida en el cuarto.... ¡Nieves! ¡Nieves!
¡ Nieveees !...
— ¿ Qué es, Minita .? — contéstala hermana des-
pertando.
— ¡Valiente piedra ésta!... Levántate y anda á
ver si Agusto tiene el cuarto sin llave, y tráete la bo-
tella de agua Florida, que Filomena tiene dolor de
cabeza.... En el nochero está.
— Y si va y se noja...? — dijo Nieves vacilando.
— ¡ Esta perezosa...!
Un fósforo estalló y la luz fue. Nieves, envuel-
ta en la colcha, con los pies embutidos en las chinelas
de soche, salió callandito, y al instante volvió con la
botella.
La insomne señora se incorpora.
— Pero, hermana, eso leva á hacer mal: está
bañada en sudor.... Hiii ! Pero onde se puso así, por
Dios?
En efecto, por la frente y el cogote le chorreaba
á Filomena un líquido hollinóse; y el pañuelo que
hacía de gorro de dormir estaba calado y con manchas
negras: la cabellera se le había desteñido. Parecía una
carbonera.
— Limpese, hermana, que va á poner imposibles
las almuadas.... ¿ Quiere que le vaya á hacer una be-
bidita de cidrón y botón de naranja ?
— Echa Tagua y quítate de aquí, cismática í —
y le arrimó un cachete.
Empapó un pañuelo y se dio una enérgica friega
240 Frutos de mt tierra
por frente, nuca y pescuezo, y aspiró el remedio hasta
estornudar. Bien lo había menester. Arregló el lecho,
que estaba como un campo de batalla, y tornó á
echarse.
Pero ni la calma fue mayor ni el sueño la coro-
naba de amapolas; y el endianlrado mosquito, si acaso
salió con los estornudos, se le volvió á colar, y mucho
más decidor que antes.
« Pues ró, señor ! — proseguía el avechucho — no
hay que entregarse así máiz máiz. ¿ Por qué gracia ?
Cuando hay realitos se puede hacer hasta miel de
abeja.... La cosa se puede ir manejando con mañita.
¡ El es tremendo: se le ve 1... pero yo tampoco soy
de las más bobas.... [ Virgen santa: como no tenga
novia...! ¡ Figúrese cuántas habrá tenido él!... pero
casamiento, lo que es casamiento, no debe tener; por-
que no se hubiera venido. Y él, tan pobrecito, ¿ con
qué diajos se iba á casar.? Sí; casamiento no tiene;
eso es visto. Yo se lo pregunto con disimulo.... Por
Dios ! las dos de la mañana, y yo que tengo que ma-
drugar tanto ! ... \ Me tiene esa tienda á cantos de en-
loquecerme ! ¡ Nos amoló aquel maldito.... y no ser
capaz Agusto de darle un buen susto !... Y quien lo
ve!... tan orgulloso con las personas!... ¡ El modo
como recibió á César ese vinagre ! Y César tan for-
malito y tan cariñoso con él. Ah bonito que es la
educación en las personas ! Uno sí que debía esme-
rarse para tratar á la gente; yá ven César.,.. (Suspiro
gordo). Eh 1 pero, ¿de dónde habré sacado yo estas
invenciones? Un muchacho tan pispo... .Qué será
XVIII— De claro en claro 241
lo que tengo ? Me siento tan rara !... tengo )a cabeza
como tocando tambora.... me parece que no soy yo.
El corazón está como corcoviaudo... Y esta picazón en
todo el cuerpo.... será la pulga ? ¡ Valiente cosa para
medrosa son esos pitos de los serenos ! Aja ! Yá enco-
menzaron los perros también !... ¡Virgen del Carmen,
mi madre!... están viendo al diablo!... No debían
permitir perros en la ciudad.... Óiganles esos aullidos
tan horribles !... ¿Será que me voyámorir? Nó!
Nó ! Nó ! Dios mío !...
Y una convulsión nerviosa le recorre el cuerpo
y se enfría hasta las tripas.
— ¡ Mina !... [ Minita !... ¡ Nieves ! — grita dando
diente con diente — levántensen, que estoy muy mala I
Pero ligero 1...
— ¡ Ahora sí ! —gruñe Minita— Pero ¿ qué es lo
que tiene ?
Se oye agitación de ropas, traquido de muebles,
trompicones, el candelero rueda.
— Pero acaso topo los lucíferos! — murmura
Nieves.
— ¡ Cuándo habías de hacer las cosas al derecho,
bruta I — exclama Belarmina levantándose también y
buscando á tientas — ¿ Dónde los pusites, almártaga ?
— Pues aquí en el tabrete.
Tentando por el suelo dio Nieves con la cajita.
Estregó la cerilla dos veces, tres, y nada.
— ¡ Echa acá, que vos ni pa eso servís ! — y le
arrebató la caja y encendió con tanta furia, que la ca-
beza inflamada del fósforo voló lejos. Vino otro que
16
242 Frutos de mi tierra
prendió; pero la vela yacía en el suelo, partida en
tres partes.
— ¡ Mira cómo la volvites ! — y arrojó el fósforo,
que le quemaba las uñas. — ¡ Saca otra vela, que esto
no sirve !
Otro fósforo y otro para buscar la vela; con el
cuarto se pudo prender; y, medio cubiertas con lo
primero que hallaron á mano, se precipitaron á la
pieza de la enferma haciendo extremos de susto.
— ¡ A ver qué es lo que tiene 1
— ¿ Qué le ha dao, hermana, por Dios .''
— Ay ! ay I muchachas, me estoy muriendo !
Y manoteando con la convulsión, cerraba los
ojos en el colmo de la angustia.
Aterradas, la agarran, la enderezan, la sacuden,
le quitan el pañuelo.
— ¿Peroqué le duele, niña?... ¡Diga, por la Virgen!
— No sé... ¡ pero me estoy muriendo !
— ¡ Nó, hermana, no salga con ésas!... i Qué
hacemos, Minita !... ¿ Es cólico, ó qué ?
Filomena, presa de las convulsiones, no contes-
ta, y Nieves, persuadida de i^ue ha llegado la hora de
su hermana, desparrama la puerta, sale, golpea la del
bogotano y grita:
— César ! César ! oh, César ! levántese, por Dios,
que á mi hermana le ha dao una cosa !
— ¡ Ah caracho !... ¡ Perombre, qué será!... ¡Ho-
rita estoy allá !
Nieves vuelve á entrar, Filomena yá ha abierto
los ojos y Mina la friega con el Agua de Florida.
XVIII— De claro en claro 243
— ¿ Qué fuites á hacer ? — preguntó la enferma,
azorada, á la atribulada Nieves.
— Fui á llamar á César.
Filomena lanzó un Ay / de horror, é instintiva-
mente se tapó la cara con la colcha, chillando.
— ¡ Nó, nó, que no dentre, por Dios !... 1 Cerra
la puerta, cerrala !
Mina obedece, y á tiempo que echa la aldaba,
César empuja.
— ¿ Qué es la cosa, ah ?... ¿ Por dónde entro ?
— Nó, César, — contesta la enferma con voz muy
sana, aunque conmovida, — no fue nada.... Vuelva
acuéstese !... No es nada ! Me dio una cosa muy ma-
luca; pero yá se me pasó.... ¡ Es que esta Nieves es tan
escandalosa! (Lanzando á la muchacha una mirada
de aquéllas).
— ¡Perombre! — repone el mozo. — ¡Qué terronera
me estaban metiendo !
— Pues no ve!... No tenga pensión 1 ¡Vuélvase,
que le hace mal la salida !
— ¡Esos son nervios nomasito ! — dice él. — Asi/
es mamá.... ¡ Perombre, Filomena.... yo crcia que tú]
eras más valiente !... Fricciónate con algo, y arrún-
chate otra vuelta.
— ¡ Si no es nada, César.... fue susto no más !
— Pues hasta mañana, nó ? Duérmete tranquila
y no pienses en tonteras.
Pensar Filomena que César estaba yá en su pieza,
botarse de la cama y lanzarse contra Nieves á sopapos
y pellizcos, fue uno mismo.
244 Frutos de mi tierra
— j Ah boquitorcida ésta I — exclama con voz aho-
gada.— ¡Tan halaraquienta!
— Ay ! ay ! hermana, — chilla Nieves llorando; —
no me pegue... ¡Fue que me dio mucho susto!...
¡ Como decía que se estaba muriendo !
— ¿Y pa qué lo fuites á llamar, boba ? Si le dio
tanto susto, i pa qué no llamates á Agustín más
bien ?
— ¡Sí... pa que me regañara!... ¡ Y el pobrecito
que se desvela tanto... estaba dormido cuando fui por
la botella... y si lo he dispertao !...
— ¡ Calla la boca, berrionda !... ¡'Por todo prende
la casa esta.... animal de monte!... ¿No te dio ver-
güenza que viniera César y te topara en camisa dor-
midora.?... ¡ Será por tan lindas que tenes las cani-
llas ! .. ¡ Tira á acostarte, espanto de mina vieja!...
¡Y ojalá vasa salir mañana con alguna bobada delante
de César.... pero mira, te acabo !
El espanto salió tragándose los sollozos y untán-
dose saliva en los pellizcados molledos.
— i Si ésta es tan montañera ! — dijo Minita. — j Si
la hubieran visto hoy, cuando vino César ! Salió re-
cogida como un sarangoche, con la mano estirada
desde la cocina.... ¡con aquella simpleza !... ¡Valiente
vergüenza me dio !
— ¡Esto es una vaca! — dice Filomena, muy re-
puesta con los sustos y rabias. — Y usté vaya acuéstese
también, y déjeme la vela encendida.
Entre colérica é impresionada, recogióse otra vez
la agitada tía. ¡Qué diría César, por Dios! ¡Sise
XVI II— De claro en claro 245
descuida un tantico, la coge de aquella figura ! Esa
Nieves le hacia pasar unas....
Que no pensara en tonteras, le había dicho César.
Pues entonces, ¿ qué demonios se quedaba ella ha-
ciendo en esa cama, cuando el sueño no le venía 1
A las cuatro de la mañana se dijo: «:¡Esta no es
conmigo!» y de un salto estuvo en pie. Vistióse lo
blanco; se fue á la antesala, con todos los útiles de
tocador; entreabrió la ventana; y, apenas fresca, se
dio un lavatorio, y principió la ardua tarea de teñirse
de nuevo y de corregir todos los desperfectos que el
copioso sudor y la mala noche le habían ocasionado.
A punto estuvo de que le volviese el trastorno,
al mirarse en el espejo. Yá quisiera ella que el tiempo
tuviera pescuezo para tener el gusto de torcérselo.
Pero á medida que afeites y menjurjes iban apare-
ciendo en rostro y cabellos, le iba colando al alma un
vientecillo de contento. Al fin no quedó retoque por
hacer: estuvo felicísima en la ejecución: jamás se sin-
tió tan artista.
Se contempla bien, y una inspiración le viene.
Derecho de la carrera y cerca de las orejas, se saca,
con mucha mañita, unos pelos del apelmazado tocado,
toma luego unas tijeras, y, en menos que canta un
gallo, estuvo con unas tenacillas de alacrán, á modo
de proyecto capulesco. Fascinada con el efecto, corre
á la cómoda, saca una redecilla de añeja usanza, y
aprisiona en ella la apócrifa moña.
¡ Ahora sí, Cesarito de mi vida, afórrese !
Púsose la mano en la cintura, como se estilaba
2i6 Frutos de mi tierra
antaño para bailar vueltas; irguióse remeneando la
monumental cadera; y, con gracia encantadora, hizo
ante el espejo el ensayo de cinco ó seis dengues, á
cual más hechicero, j Pero miren la prendera !
A las cinco salió, yá vestida, y vertió en el des-
agüe del patio la terrible mixtura de su taza de baño.
A las seis estaban en el almacén. Era sábado.
En un instante hizo barrer y sacudir, tocándose
antes con un gran pañuelo, por no desperfeccionarse
con el polvo. El muchacho barrendero le arregló lo
alto, y ella misma, encaramada en un taburete, iba or-
denando lo de más abajo, haciéndolo con tanto pri-
mor, que ni el propio Agustín,
Compuestos, pues, los cachivaches y trebejos,
dobladas y puestas á codal y escuadra todas las ropas,
hecha la tienda unas platas, se sentó la negocianta á
descansar, dejando para el medio día el arreglo del
piso superior, prendas, depósitos de vinos y demás.
El desvelo la tenía un si es no es sonámbula:
veía candelillas en el aire; le oscilaban los dibujos de
zarazas y pañuelos; pero el pensamiento volaba muy
lejos, luminoso, sereno, irisado. Tal se encumbra en
nuestros pueblos antioqueños, la noche del santo ti-
tular, el globo aerostático, que deja á los mirones
nuquitiesos. Y vaya en gracia la comparación.
;Y qué bellas lontananzas alcanzaba la soñadora !
Si algún empeñado empeñador acierta á comparecer
en los momentos del ensueño, topara á la prendera
blanda de corazón como unos algodones.
XIX
LOS bAules
^OLVIÓ á casa á las diez. El bogotano, des-
pués de mutuos informes sobre el estado de
salud, y del modo cómo se pasó la noche,
principió á dar bromas á Filomena, con
mctivo del patatús. Esta, entre si niega ó confieso,
sostuvo la charla, muy amable y sonreída.
Cuando acababan de almorzar, llegó el equipaje
de César, y las tres tías salieron con él hasta el portón.
Nueva sorpresa de la protectora al ver que los
baldes eran unos mundos muy ventrudos, papujados
de tapa, con doble cerradura, reforzados con tiras
aforradas en reluciente latón, y todos ellos resguar-
dados con unas placas azules que hacían visos como
marquesitas.
— ¡Caramba con la carga, don César! — dijo
Filomena en tono de zumba, resuelta á vengarse de
las bromas referidas. — ¡ Pero se trajo á toíto Bogo-
tá !... i Los que tienen de estos baulitos ay van... el
probé diuno !...
— Horaaa ! ... ¡Mucho que sí ! ... ¿ Qué creías,
ah ? ... i No dejé ni el Capitolio !
— ¡ Eso es mucho chorro !
— ¡ Ni el Tequendama, ala!
248 Frutos de mi tierra
El arriero, sudoroso, dando esas aspiraciones de
cansancio que parecen silbidos, entró con el sobornal,
formado de dos paraguas y tres bastones, y luego
descargó los baúles en el cuarto de César.
Era el tal arriero un envigadeño de la cepa, de
esos de cara escultórica, barba nazarena, rejo y múscu-
los de atleta. Con el mugriento sombrero hacia atrás;
la mulera al hombro; una como chamara de lienzo
gordo, larga por delante y sin mangas; terciado el
enorme guarnid ; la hoja rialera al cinto; la camisa
de diagonal remangada hasta el codo; desnuda launa
pantorrilla, medio cubierta la otra por amplio cal-
zoncillo que salía del recogido pantalón, todo el hom-
bre salpicado de barro, era un valiente tipo de An-
tioquia, hermoso si los hay.
— ¡Barajo, mi don — exclama dirigiéndose á
César — ¡me engañó miserablemente !... Vea la mulita:
¡ viene muerta ! Y asina mismo ha pasao con las otras
que les hemos echao los baúles... ¡ Si hubiera imaginao
loque pesaban esos malditos ! .. ni por cien pesos se
los saco !... Me comió, mi don !
— ¿ Por cuánto te comprometites? — le pregunta
Filomena.
— \ Por quince chiquitos... qué le parece !
— ¡Pues el engañao es otro !... Con este tiempo
tan bonito que está haciendo, no vale eso.
— ¡ María Santísima, doña Filomena ! ! !
— ¿Pero vos y tu hermano no nos han sacao
carga de loza mucho más barata ?
— j Carcule carga tan manual... ahora estos pul-
X/A"— Los baúles 249
pitos de baúles !... Vea, mi don, siempre me tiene
que encimar an que sea. un peso.
— Eh ! Este sí está distraído... — exclama Filo-
mena sacando un rollito de billetes que había llevado
para darle á César — Toma los quince pesos y deja
tu bulla !
— i Nó, nó, ala — prorrumpe el señorito — yo cu-
bro eso !... No te pongas tú... — y va sacando la car-
tera.
— ¡ Eso sí nó, esto corre de mi cuenta ! — alegó
ella quitándole la cartera.
César se resigna.
— ¡ Pero, mi doña, — insiste el envigadeño — si-
quiera cuatro riales sí me debe encimar I
— ¡Toma y déjate de neciar ! — contesta ella muy
festiva — ¡ Trato es trato !
— i Ah usté pa fregada !... i A usté se la come-
rán las nutrias !
Pagado y despedido el arriero, procedió César á
abrir el equipaje. Las tres tías le rodearon; corcheas
ÁQ patchouly y semicorcheas de esencia de rosa llena-
ron el cuarto no bien giraron las tapas de los baúles.
Apareció primero la sombrerera de cuero y correaje,
con el cubilo y el coco color de idem; la caja del
claque en seguida; después los tres pares de calzado,
los gemelos de teatro y unas cajas de cartón.
«( Todo esto — dice César sacando los cartones —
son encomiendas de las hermanas de mi señora Chepa,
la amiga de mamá, nó ?... ¡ Señoras más pechu-
gonas !...
250 Frutos de mi tierra
Metiendo las dos manos asió por el montón de
ropas, y descubrió el fondo: casi iodo él eran manza-
nas, y César fue repartiendo.
— ¡ Qué cosa tan linda, por Dios!
— Gracias, César !
— ¡ Pero güela, hermana, güela y verá ! — excla-
maba Nieves entusiasmada — ¡ Pero cómo habrá de
esto en Bogotá !
— No tanto, alita, — repuso César — á veces da
trabajo conseguir.
— Sí ? Yo pensaba que eso era allá como las gua-
yabas por aquí.
— Esta boba!.. — le dice Filomena entre brava
y risueña.
César fue. sacando del otro baúl y poniendo con
cuidado sobre la cama los vestidos nuevos, olientes
aún á sastrería, con los cuales venían, muy bien en-
vueltos en papel de seda, los guantes negros, los blan-
cos y los de color. Luego volteó la trampilla déla
misteriosa tapa, y un alud de puños, cuellos y corba-
tas se desgajó.
' Filomena estaba bizca de ver aquel lujo, pues
aunque Agustín tenía mucha más ropa, no era de
tanto gusto como la de César. No obstante, notó que
lo que eran trapitos interiores escaseaban no poco.
Por fin encontró César los regalos de mamá:
para Filomena uno á modo deguarniel hecho de soles
de Maracaiho sobre fondo rojo, que en lugar de ore-
jas tenía lazos de cinta; para Agustín una relojera de
cuero, ornada de capullos de rosa con pétalos de seda
XIX— Los baldes 251
y cuajado follaje, de cuero también ; para Belarmina
y Nieves dos indias, de una cuarta de grandes, con
sus cestos en la cabeza, muy bien plantadas en sus
tablitas, y tan realista y primorosamente fabricadas,
que sólo se sabía que los vestidos eran trapo; pero las
indias... imposible adivinar de qué material estaban
hechas, porque parecían gente de verdad, con pelo,
arrugas, uñas y todo.
Grandísimo fue el contento de las señoras con
los presentes.
— ¡ Pero qué curia tienen por allá pa toJo ! — de-
cía Filomena — Juanita misma hizo el guardacami-
sas !...
Nieves dejó su india y tomó el guarniel, metió la
mano en todo el fondo, lo examinó atentamente y
dijo:
— ¡ Yo estaba pensando que guarda-camisas era
una cosa como un baulito chiquito !... Pero á lindo,
nó?...
Las dos hermanas le lanzaron unas miradas como
cuatro escopetas.
— ¡ Pero vean estas viejas I — dijo Filomena, to-
mando una india por disimular la patochada de Nie-
ves— ¡ Mismamente parece que resuellan y que van á
hablar! Véanles esos ojazos ! Quién las hizo,
César?
— No sé, ala, — respondió el interpelado, sacu-
diendo el fondo del baúl — Allá hacen eso primoroso.
j Si vieras los tipos del pesebre de Espina... eso es lo
más chirriado !
252 Frutos de vii tierra
Agustín abrió, y Filomena fue á llevarle la relo-
era. El recibió el legalo con displicencia y lo tiró
en la mesa sin decir palabra.
— ¿No te parece muy bonita? — preguntó ella
con más cólera que admiración — No te parece?...
Pues que te hagan güevos !
— Yo pa qué eso — refunfuñó el señor.
— ¡ Pues la deberías agradecer siquiera, mas que
no te parezca bonita... porque es un cariño de Jua-
na !.. ¡ Hartas niguas que te sacó, harto que te re-
mendó!
— ¡ Cariño !... Ujúú !... ¡A mí si me comen con
sus cariños !
— ¡ Este sí es el que se ha puesto !...
— Y vos !... De cuándo acá tan querendona ?
— Yo ?... siempre he querido mucho mi familia !
— Púúú ! Vos sí: á la vista está !... Que lo digan
las muchachas... que lo diga yo, ahora que estoy
enfermo !
— ¡ Calla la boca, que vos sos un desagradecido,
un grosero !
— ¡Y vos... tan bien educada! Anda echa finu-
ritas con ese papelero que niandates traer... y déjame
en sana paz !
— ¿ Le tenes tirria, nó ? — vociferó la señora con
los ojos brotados y en ademán de pegar. — No lo que-
ros porque es pobre, porque te parece que te va á
(icomer algo. Pues no te dé miedo: sabe y entendé que
César no necesita de ti pa nada. Looítes ? Para nada !
porque yo también tengo plata ! Oítes ?
XIX—Loshduhs 253
— Pues anda dásela toda, si estás tan generosa ! i
— Pues si me da la gana sí se la doy: casualmen- i
te que la gané con mi puño ! (y casi se lo metía por /A
los ojos al hermano). Y si no se la doy, lo enseño á/ I
buscarla, como te enseñé á ti, so sinvergüenza !
Agusto, fuera de sí, no sólo por los insultos sino
también por el tratamiento de //, que él tenía por la
mayor de las injurias, gritó:
— Quita de aquí, vieja del demonio ! anda á fre-
gar al infierno !
La palabra vieja chirrió en el corazón de Filo-
mena cual la marca encendida sobre la piel de la res;ji
y como una hiena se lanza sobre Agusto, para acabar!
con él. Mas de repente se contiene: recuerda que]
César está en casa, que puede oír; y, sin articular pa-
labra, porque la rabia se lo impide, sale precipitada-
mente derecho á la antesala, donde, á pesar de la
exaltación, espera que le pasen los temblores.
Per vez primera en su vida se le ocurría moderar
los iracundos arranques, y, en verdad, no principiaba
mal, pues á poco más salía, yá medio repuesta.
Guardó las manzanas en el guarda-camisas, y fue
á colgarlo de dos clavos sobre el espejo de su mesa de
baño; pero al ir á colocarlo se vio en el espejo, y el
guarda-camisas se le desprendió délas manos; y botes,
polveras, adornos, derribados por las dispersas frutas,
cayeron al suelo y se volvieron trizas.
Ni reparó en el daño: ¡ qué iba á reparar, si se
había visto en el espejo ! en ese maldito espejo que
tan linda la reprodujo á la luz de la vela, y ahora tan
254 Frutos de mi tierra
medrosa, tanto, que de puro aturdida largó el saco.
Lo que era hacer las cosas de noche ! ¿ Pues no tenía
una mejilla con un parche que ni bledo, mientras que
la otra lucía los suaves tintes de una rosa ruborosa ?
Pues, ¿ y la capul, y ese enemigo de redecilla ? Esta-
ría dormida seguramente cuando se había puesto de
aquella figura.
César la había visto así I Maquinalmente recogió
las manzanas y los restos de las cositas, y cerró la
puerta.
Azorada, impaciente, se puso al tocador; pero ni
acertaba con los ingredientes ni con el medio para
igualar aquellos rosicleres. Un desaliento abrumador
la tomó: se sintió vieja, lo que se llama vieja; su
fealdad se le triplicó; y el ridículo, con toda su pesa-
dumbre, pasó sobre ella el espacio de un segundo, y
la dejó prensada.
Al estricote medio se arregló, se quitó la rede-
cilla y salió.
— Oh, César ! — gritó yá en el corredor, mientras
sacudía el pañolón con ambas manos por delante de
la cara, maniobra que le inspiró el temor de que César
se la viese. — César, vístase y salga á conocer á Mede-
llín.... Yo voy á la tienda. Hasta el lunes no princi-
pie. Descanse algo.
— j Perombre i ... ¿conque principias dándome
asueto?... Famoso ! — contesta él desde el cuarto.
— Sí, vayase á pasiar ! Ploy no hay qué hacer
allá. Yo voy á medio arreglar algo; que eso está de
la vista de los perros.
XX
LENA SECA
O estaba para nada, ni para vender siquiera.
Una mujer le hizo varias compras, y Filo-
mena se quedó sin saber si le había pagado
ó nó; equivocaba el precio de los géneros,
y no acertaba con ellos.
No pudo más. Cerró las puertas, y subió al se-
gundo piso, donde se acabó de componer las pinturas
y el peinado.
Cansada, con la respiración anhelosa, falta de
aire, abrió un balcón, y se apoyó en la baranda ; luego
acercó una silla, y se recostó.
Que los balcones tenían «muy buena divisa,^»
vivía diciendo Agusto; pero nunca Filomena se había
fijado en ello. Ese día, sin embargo, tendió la mirada
por tejados y torres, por tierra y cielo, deteniéndola
aquí y allá, y encontrando en todo una belleza que
jamás notó, una solemnidad que la entristecía más.
Sf, todo era muy bonito, sin duda: la ciudad, los
campos, el cielo tan limpio de ese día; pero.... eso
para qué.''... César era un imposible!... ¡Qué injusti-
cias £6 veían I Los hombres, si les dada su gana, podían
querer á la reina, aunque fueran viejos; y una triste
mujer, porque tuviese de cuarenta para arriba, no
podía querer á nadie.
256 Frutos de mi tierra
Filomena se profundizaba en la negrura de esta
injusticia, protestando y rabiando. Sin embargo, su
razón le decía que alguna había en esto; y, después
de todo, no era de ayer que ella se pintaba las canas;
por otra parte, César estaba tan joven y ¡ era tan
lindo ! Pero, poniéndose en los casos, esas canas po-
dían no ser cosa de vejez: desde los treinta años yá
habían principiado, y antes de los treinta y siete, el
elemento blanco prevalecía sobre el negro; luego por
esta parte....
A ver la gordura, y la pata de gallina, y esas
otras rayitas que se querían formar por ahí en la
cara... Pues nó: cualquiera podía ajarse por la menor
causa, sin ser por ello viejo; y en cuanto á las grasas,
¿cuántos no eran gordiflones desde pequeños? Y,
sobre todo, cuarenta y seis años, largos de talle, más
que fueran, bien poco querían decir, cuando uno se
sentía joven por dentro.
El intelecto de Filomena, encaminado siempre á
los negocios mercantiles, amaestrado en las especula-
cionts y cálculos del oficio, saltaba ahora de su órbita
inopinada y violentamente, para venir á tratar una
para ella novísima cuestión. ¡Y tanto como lo era I
Cierto que Filomena aspiró siempre á compartir
con alguien su ternura; cierto que para ello se consi-
deraba con buena vocación; pero, sea porque en su
vida fuese solicitada para novia, sea porque sus facul-
tades afectivas no se hubiesen referido á determinado
varón, ó bien porque no hubiera estado tan en pro-
pincua ocasión como la que en la actualidad se le
XX— Leña seca 257
presentaba con César, es lo cierto que el corazón de la
ocupada jamona jamás se vio tan quebrantado por^
achaque de amor como al presente.
Aunque súbita, la pasión se presentó tan al des-
tape y tan franca, que Filomena la definió al punto:
aquello fue un tiro de salteador que la hizo despertar
de su sueño de cuai£ii¿a__y. tánt<;^í> año»;— Todo est
tiempo la calculista había subrogado á la mujer;
ahora la mujer se alzaba poderosa reclamando sus
derechos, con el empuje de una ternura largo tiempo
reprimida; ternura fermentada en Filomena por ua\
temperamento nervioso que, á los últimos trotes de la
segunda juventud, presentaba sus ribetes de histérico.
César fue para la vejancona un verdadero reacti-
vo: en esa explosión de sentimiento obraban arreba-
tos y languideces de una fiebre algo más que juvenil,
aunados á enternecimientos compasivos de amor de
madre; á todo lo cual se agregaba el deslumbramien-
to de la novedad, la alteza del ídolo y la necesidad
de afectos, arreciada por la vejez.
Todas estas notas, que bien, que mal las distin-
guió Filomena, no obstante el rebullicio.
Corporalmente hablando, se sentía á punto de
caer redonda; y el alma, suspendida del cielo, se ma-
reaba en las congojas del que anhelara asir lo intan-
gible.
Ella iba á cometer quién sabe qué disparate; á
darle á César motivo para que pensase mal de ella, y
á las gentes para que la denigrasen. Era preciso mo-
derarse, tener mucho juicio. 17
258 Frutos de mi tierra
Tal le decía la razón; esa razón suya, tan certe-
ra en ventas y compras, tan serena en usuras; pero,
I razones con un amor de esa clase?
¿ Por ventura no era Filomena señora de diñe-
pos, dueña de muchos bienes ? Pues todo, sin escati-
! mar nada, todo lo daría por César. Fuera suyo el
i mundo entero, y César lo tendría. Mujeres más jóve-
Ines, hermosas como el sol, encontraría; pero que lo
lamasen como ella... imposible...
Lo que á ella le faltaba en la vida, eso que el
dinero con todo su poder no alcanzó á darle, eso era
César; pues César tenía que ser snyn. Cómo? De
.cualquier modo, con tal de conseguirlo. Un mes, un
'(día, una hora... y después morir, no importaba...
Pero el matrimonio... oh!... el matrimonio !... Po-
seerlo de por vida, ser de ella sola, sola exclusiva-
mente, sin que ninguna otra mujer tuviera derecho
á quitárselo... eso sería el cielo.
Ante esta idea sintió que resucitaba, mejor di-
cho, que vivía. Un escalofrío de felicidad recorrió su
cuerpo.
Convulsa, en agitación cuasi celeste, se levanta
y torna á apoyarse en el balcón.
Nó ! ella no era una vieja: ella sentía la plenitud
de la vida, las fruiciones juveniles del corazón. El
suyo se había fundido, y por una copelación descono-
cida, la escoria se había eliminado, no quedando sino
riquezas.
¿Por qué era ella así tan brava con la gente ?
¿ Por qué tan injusta con sus hermanitas ?... El pobre
XX— Leña seca 259
Agusto estaba qué enojado con ella... y con cuánta ra-
zón... Y la plata de... ¡Virgen Santa, si César supiera !
En el negror del pasado, alumbrado ahora de re-
pentino resplandor, vio tan viles é infames cosas, que
Filomena sintió un oleaje de vergüenza de sí misma;
ese bochorno del alma tanto más acerbo, que sólo lo
presencia el testigo interior del yo. Todas sus mácu-
las de mujer codiciosa, una enredada en otra, se le
presentaron en un instante. Todas eran feas, muy
feas; pero su máxima culpa, lo que en su instinto de
mujer encontró más degradante á los ojos de César,
fue la conducta con las Palmas. Si él llegara á saber lo
de los pasquines, lo de los insultos, ¿ no diría que era
una mujer así poco más ó menos y comida de envidia ?
Seguramente que esto era la nota más marcada de
vejez rabiosa; y de ello precisamente tenía que curarse
para aparecer delicada ante César.
En el hervor del pensamiento, las enojosas remi-
niscencias, con toda su mugre, se fueron apartando
para tornarse en cachaza. La pasión, burbuja central,
base del sistema, obraba cada vez más potente, reven-
tándose, difundiéndose en el remolino de la ebulli- /
ción. Se trataba del gran problema: i qué hacer paraí
que César lo supiese todo "i ¿ Tendría ella que decla-
rarse, tendría que requerirlo de amor ? ¿ Llegaría él
á sentir por ella un ápice siquiera, un remedo, de lo
que ella sentía por él?.., [ Probablemente que nó 1
Pudiera ser que César no adivinara... pudiera que sí...
Pero, fuese por adivinación, fuese por declaratoria,
era necesario que lo supiese, era preciso que de su co-
260 Frutos de mi tierra
razón volara una chispa é inflamara el de César como
una yesca. De un modo ó de otro, ella tenía que en-
chuflarle ese amor. Si no... sería la locura, el acabo de
todo... quién sabe qué !
A otro tal vez se atrevería á decírselo; pero á
César ni por escrito.
Una angustia indecible la acometió.
El ruido de un coche que pasaba la volvió al
mundo externo, no obstante la preocupación. En él
iban dos conocidos suyos, marido y mujer, con tres
niños blondos y rosados. Por los trajes comprendió
Filomena que iban de paseo al campo. Los niños gor-
jeaban y agitaban las manitas revelando su alegría;
en los esposos vio la dicha de la vida: él, maduro, yá
cano de bigote, grave, sereno de actitud, parecía la
fuerza que protege, la experiencia que dirige; ella,
hermosa, casi niña, recostada en el hombro del mari-
do, sonriendo á los hijos, espejo era de la mujer que
lleva el pecho henchido de íntimas fruiciones.
(c Van para la quinta del Poblado» — se dijo Fi-
lomena, y siguió con la vista el carruaje. ¡Qué con-
tentos iban!... ¿ Alguna vez no iría ella con César á
la finca? ¡Unos mangos que allí había, tan coposos,
tan juntos!... ¡ Tantas hojas que caían y hacían col-
choncitos !... ¡Bajo esos mangos, en esa sombra tan
sabrosa, ella y César solitos!...
La ráfaga de idilio, encajada en su angustia, pasó
dejándola niaTTfiste. ¡Pues no ve I: ese matrimonio
tan feliz... y ella nada... y la esposa, que era tan mu-
chacha para ese señor tan rodillón. Su casamiento con
A'A" — Leña seca 261
César... siempre era disparatado; si ella podía ser
madre de él: Juana sólo la llevaba dos años de edad.
Un apretamiento que sintió en el pecho, la obligó
á entrarse. Recostóse en un vetusto sofá, de esos que
se ven en nuestras peluquerías, que llenaba casi un
extremo del salón, y reclinó la cabeza en el duro rollo
de cerda, para ver de calmar esa ansiedad agoniosa
que la estaba matando.
<£ i Imposible, imposible ! » Esta idea se le pre-
sentó terrible, irrefutable. «¡Imposible!...» Sí: es-
taba soñando, estaba destornillada de cabeza, estaba
enferma. Nó, nó: eso no podía ser sino efecto del
desvelo de la noche anterior. ¡ Si á ella le hacía tanto
daño no dormir! Pues á ver cómo dormía un rato.
Y al efecto, puso sobre el recio cabezal un envol-
torio de ropas empeñadas, que cerca había (por más
señas que eran una ruana de paño y un pantalón de
pañete, nuevos aún). Pasóse las manos por la frente,
se sacudió bien, para echar fuera los tormentosos pen-
samientos; luego se acomodó, y cerró los ojos.
Con el forzado reposo del cuerpo empeoró más
el alma.
¿Qué haría, por la Virgen?... Lo que deseaba
no tenía pies ni cabeza. César querría á otra, ó si no,
se enamoraría y se casaría seguramente en Medellín.
Si se casaría !... Y ella?...
Adiós propósito de dormir.
Enderezóse con alebrestada ligereza; fue al tina-
jerillo que allí tenía, y apuró con avidez un vaso de
agua, porque le parecía que se abrasaba.
262 Frutos de mi tierra
Principió á pasearse atontada.
Si César se casaba... ella se hacía criminal, ella
mataba!... Por qué era tan desgraciada? ¡Tantos
hombres en el mundo,... y ella sola!... Tantos hom-
bres ? Nó!... ¡ Qué le importaban los hombres ! Que
se murieran todos si querían.... pero que le dejasen á
César, ^ésar era el mundo^ era todo !
¿Y si él no la quería?... Oh!... ¡Entonces lo
odiaría, lo echaría de su casa! Sí: que se largara y la
dejara en paz!... Nó, nó, nó!... Eso sí nó!...Si Cesarse
iba, ella se iba también... ¿Y cómo echarlo, pobrecito.?
I No podría quererlo de otro modo.... así como á
un hermanito ?.,. Tal vez ! Así, viviendo juntos, mi-
rándolo á toda hora, cuidándolo, arreglándole la ro-
pita, viéndole sus cositas.,., así como debía hacer
Juana, ¿ no podría quererlo lo mismo, sin que fuera
su novio ni su marido ? Sí.... un hermanito....
Hermanito?.. nójSeñor! Era con amor.. .era para ca-
sarse con él como ella lo quería... A quemas hermanos?
¿Se quedaría burlada.... hecha un jumento?
Las dos cajas, colocadas entre las dos puertas, en
la pared que da á la calle; las dos cajas, con su barniz
broncíneo, con sus chapas de cobre fundido, fulgura-
ron entonces á los ojos de su dueña.
Sí, el dinero era capaz de mucho, yá lo sabía ella;
pero si no servía en esta ocasión.... ¡ maldito fuera el
dinero ahora y siempre !
Tanto rollo de billetes, tanta joya, casa tan es-
pléndida, almacén tan valioso, dinero en los Bancos,
solares en la carretera, finca de campo; tanta comodi-
XX— Leña seca 263
dad.... ¡y sufriendo de aquel modo!... Así serían todos
los ricos ? Pues nó: todos vivían muy felices. ¡Sola-
mente ella penaba !..,
Bien: era fea y vieja; no había que ver. Lo bon-
dadosa que se iría á volver, que yá estaba; la ternura
de su alma; el amor tan giande que sentía.... todo eso
estaba por dentro, y César ni caso haría de ello!...
No le quedaba, pues, más que la plata, y ser muy
formal, muy generosa con él.... ¡y andarle viva I
Pero entonces.... era por interés por lo que César áe^
casaría con ella I Así qué gracia ?... í
Era por interés.... y qué importaba .'' Con tall
que César fuera suyo !... *--"
Y si después la abandonaba }... Nó, eso nó: una
persona tan decente, de tan bonitos sentimientos
como César, no haría eso nunca, nunca ! Pero se
habían visto muchos casos!... Sí se habían visto,
pero ¿porqué? Porque esos maridos eran unos per-
didos y sus mujeres unas bobaliconas.... Casara ella
con César, á ver si se le iba !... Aunque fuera el más
tunante.... A ella la cogerían descuidada.... « ¡ pero
muy tarde I »
No había que darle más vueltas al asunto: dinero,
formalidad, viveza; con esto iba á salir del paso....
Esta saca saldría. Si á todo había que buscarle la
comba en esta vida !... Ese cuento de « imposible »
á toda cosa que se iba á hacer, eso era de gente apo-
cada. No había « tal Ferbus ».
Cuánto avanzó Filomena en estos instantes de
ventura !
264 Frutos de mi tierra
El habérsele ocurrido llamar á César, siempre
era porque había de convenirle.... ; Más claro que el
agua!... Y lo que convenía, á la casa venía... ¡Lo
que eran las cosas en la vida, bendito fuera Dios !...
/guando había de pensar ella que su sobrinito.... So-
jlbrinito !... Virgen santísima 1... la dispensa !
Los clérigos, la Señoría Ilustrísima, el Padre
Santo de Roma, aparecieron en fantástica procesión,
aplastando las recién nacidas ilusiones.
¿ Cómo no haber pensado en la tal dispensa .-'...
Y ese Obispo, que era tan templado, no la daba, no
la daba !... Si á unos de Belén no los habían casado,
diz que porque eran tío y sobrina... (Parentesco de
todos los diablos ! Y cómo antes sí se podía ?... ¡ Esos
cambios sí eran muy célebres !
Esto fue lo imprevisto para Filomena, y como
tal la dejó anonadada.
Qué injusticias!... ¿Qué tenía que ver el paren-
tesco con lo otro ? A ver si no era lo mismito, ó
mejor, casarse uno con alguno de la familia ?... Siem-
pre tenían « razón los rojos en rajar contra los cleros.h
Mucha que tenían !... Si hubiera sido cuando ellos
mandaban, que había casamiento por lo civil !... Pero
ahora !... Más valía no haberlo visto nunca I... Pero
¿no habría remedio? Aunque costara muchos miles,
¿qué importaba? Todo lo daría por la dispensa.
Todo ? Y si lo daba todo, aunque no fuera todo,
I no quedaba pobre ?... Y entonces, cómo conseguir
á César?... Ni bamba! ni bamba 1 Ni dispensa, ni
nada 1
XX — Leña seca 265
Retorcióse las manos desesperada y se deshizoV»*
en sollozos ahogados.
¡Todo había sido un sueño... menos que un
sueño, porque ni siquiera había dormido!... Soñar
así, sin dormir ! Estaría enloqueciéndose ?
Un f( Ay, Dios mío I d sofocado, desgarrador, se
arrancó de su alma.
Ella no era capaz de soportar,... j ó la tendrían
que amarrar !... Volver á verlo, volver á oírlo. ...peor
que si se fuera !
Pero ¿qué era eso.?... ¿en veinticuatro horas,
cómo se había perdido así, de ese modo, por un mu-
chachito?... Ah, nó!: eso no era amor ¡no podía]
serlo! Era que estaba cow ideas, (íxz. que estaba en-
ferma. El mucho trabajo, el desvelo, el ataque ¡ tan
terrible! de la noche antes, eso era. Debía tener algo
"'en la cabeza.
Pasóse las manos por la nuca, por las sienes;
tomóse los pulsos: en todas partes tempestad.
Volvió á acostarse, esforzándose en discurrir qué
sería aquello, para si era « cosa mala é imposible »,
dar de mano á todo, si bien fuera arrancándose de
cuajo todo su ser.
Ella, tan orgullosa, en estos embelecos .-*
Sí! Valiera la verdad: aunque le doliera el co-
razón, aunque el penar acabase con ella, más que un
imposible, era « cosa mala ». Tan mala, que no pa-
recía « cosas de señora y>.
Tendría, pues, que vivir con César, y mirarlo
como fruto prohibido. De tanto amor ni un recuerdo
266 Frutos de mi tierra
iba á quedarle ! .. Ah, sí ! las manzanas. Las guar-
daría.... para verlas á raticos !
Un pensamiento de superstición acabó de hun-
/dirla, por si algo le faltaba: las manzanas se habían
caído y rodado por el suelo. No podía darse presagio
más negro !
El verbo interno de la prendera habló ese día
lenguas desconocidas, como los orgullosos de Babel.
Destroncada, magullada de cerebro, en una laxi-
tud morbosa, echóse la cuitada en el suelo como una
ebria.
La tormenta se desencadenó del todo.
/ La fiebre de la pasión, embargando por completo
/ á Filomena, la fue arrastrando, de miraje en miraje,
f al estado de verdadera alucinación ; y á modo de as-
ceta combatido por diabólicas artimañas, vióse enre-
dada, entre despierta y dormida, en unas delicias que
serían del cielo ó del infierno, jamás de la tierra.
\ Una voz, que era toda ternura y rendimiento, la
voz de César, blanda y palpitante, se quebraba en sus-
piros cerquita á la oreja de la señora; y, con una
sola palabra, con solo un rumor, le metía en el alma
la esencia toda de la felicidad. Dio su mano con un
boquerón del sofá, por donde asomaba la cerda; y eso
fue para ella las sedosas sortijas de un cabello. En me-
dio de tan embriagador frote de rizos, saltaba convul-
sa y retorcida, merced á un ruido que sólo había oído
á las madres, cuando locas de amor se quieren comer
sus chiquitines; y, simultáneo con tal ruido, le ale-
teaba encima, muy encima, algo como una mari-
XX— Leña $€ca 2C7
posa de fuego que se posaba en su frente, en sus me-
jillas, en sus labios, al mismo tiempo que un soplo
suave, un vapor henchido de extraño perfume, tem-
plándole el incendio de la cara, le llegaba hasta la
medula, sin que ella acertara á comprender si era
vida ó muerte lo que esa inoculación le producía.
Viendo en la casa que ya eran más de las seis y
que Filomena no parecía, enviaron al negro asistente
á ver qué novedad era aquélla. Este volvió á poco
con la de que había golpeado el almacén y nadie con-
testó, rainque las puertas tenían puestas las llaves por
dentro.
Alarmados corren Mina y César, seguidos del
criado.
Al llegar al almacén, una puerta se abre, y Filo-
mena aparece.
¡ César, César ! — exclama ella con voz quebran- /
tada y lastimera, y se desmadeja sobre el bcgütano|í
asiéndolo por las piernas. César bambolea y diera enV
tierra á no apoyarse contra el mostrador. Ella cha-
palea y cae crispada, fija en él como una extática.
Mina y el criado intervienen; tratan de alzarla,
mas no lo consiguen: Filomena con fuerza, que crece
á medida que la agarran, los sacude, los estruja, los
lleva de aquí para allá. César va á tenerla; ella se
aferra á él y no larga.
XXI
TOPETÓN
S más sucia que la boca de don Pacho \j
Escanden, " suelen decir en Medellín
para ponderar la porquería de alguna
cosa.
Y en verdad que la comparación viene á tales
casos; pues por la boca de don Pacho (que de buen
hoyo goce) salían á todas horas atrocidades enormes.
Para los hombres tenía chascarrillos y dicharachos
de una crudeza aterradora, reservando para las seño-
ras cuentos amarillos, del género nauseabundo. La
palabreja aquella que tan sublime encontró Víctor
Hugo, la encontraba mucho más don Pacho, y la
largaba con todos sus afines por lo menos cincuenta
jk^eces al día; siendo una de sus manías capitales esto
\ie decir verdores é indecencias. Y cuando con tales
cosas tenía ocasión de abochornar y correr á la gente,
era cuando más contento quedaba, sobre todo si la
corrida era entre hombres y mujeres.
Habiendo confesado cierta vez, impúsole el sa-
cerdote, por penitencia, no decir en absoluto palabra
alguna mal sonante. Don Pacho quiso cumplir, y es-
tuvo tres días muy formal; pero ni tenía de qué ha-
blar, ni gusto para nada, hasta que, tedioso y medio
XXI— Topetón 269
enfermo, se fue al padre cura y le declaró que, si no
le rebajaba la penitencia, facultándolo siquiera para
hablar de cosas sucias, se dejaría de religión y sacra-
mentos; y á no ser que consiguió la rebaja, capaz hu-
biera sido el perro viejo de renegar de su catolicismo,
con ser que era mucho.
A más de estas suciedades, tenía don Pacho es-
pecialísimo prurito de contradecir y motejar á todo
el mundo, y dar bromas de perverso gusto, sólo por el
de hacer rabiar á los cristianos. Como él pudiese llevar
la contraria en hechos ó en palabras, estaba en sus
glorias. No pocas molestias y hasta rompimientos de
amistad le costaron sus genialidades; mas por eso no
hubo de enmendarse.
Este desaseo, estas terceduras, como lo prueba el
rasgo de la penitencia, no eran sino exteriores, bro-
tes acaso de un carácter burdo é inculto; pero por
dentro era don Pacho la limpieza misma, la propia
rectitud.
Timorato á carta cabal, cumplía escrupulosa-
mente con los preceptos de la Madre Iglesia, y soco-
rría al pobre sin ostentación y por amor de Dios.
Riquísimo, á fuerza de atinado y constante trabajo y
de una honradez que rayaba en necedad, se vio don
I Pacho, en la época á que nos referimos, en muy pres-
tigiosa posición social y financiera.
Desde muy temprano principió la carrera del
comercio, manifestando para ello tan buenas aptitu-
des que, á pesar del poco brillo de su familia, 4ogró-^
casarse, mozo-artrn, c?JT^-áoiía_Bárbara Campero, que,
270 Frutos de mi tierra
allá por sus verdes años, era dama muy de pro, no
sólo por los caudales que iba á heredar, sino también
por lo empingorotado de su prosapia; pues era nada
menos que Campero de la Calle, apellido que, aun en
esa época en que tanto había bajado el pergamino, á
causa del deslinde con España, todavía se cotizaba
muy alto y olía á leguas á cosa de Castilla, no
tarito por lo de Campero cuanto por el añadidijo. Toda
esta grandeza constaba de una ejecutoria que doña
Bárbara guardaba como oro en paño; por la cual eje-
cutoria se probaba que en sangre de Camperos de
la Calle no corría goia ni de judaica ni de morisca ;
que un tatarabuelo de doña Bárbara fue todo un te-
niente real, y un su tío recaudador de alcabalas; que
linaje tan ilustre tuvo su casa solar, ic situada en el
valle de Baztán, perteneciente al Arzobispado y Uni-
versidad de Pamplona.» Y la tal casa se describía en
el pergamino con todos sus pelos y señales, acompa-
ñada la descripción de un dibujo que representaba
el escudo de armas de la familia, que era un tablero
de ajedrez, dos lanzas cruzadas, un plumaje y oirás
quisicosas no menos significativas y heráldicas.
Don Francisco María y doña Bárbara, fuera de
malogramientos, hubieron en su matrimonio un coro
de nueve mujeres; y hasta « las diez de últimaj), — que
decía don Pacho, — ó sea al décimo alumbramiento,
no reventó el trueno gordo: un muchacho en que vio
el viejo su alegría, su vida, su gloria, todo junto.
Las cuatro hijas mayores, aunque no por orden
de edad ni muy mal, se habían casado. ¡ Y en cuáles
XXI— Topetón 271
se vieron sus respectivos novios para habérselas con
el presunto suegro ! Pues don Pacho era tan apegado á
sus hijas, que en mentándole matrimonio de alguna, se
ponía hecho una furia, no precisamente porque se la
fueran á quitar, sino porque, dado su genio, se le ha-
cía necesario aturrullar á doña Bárbara, que no tenía
ni tiene más pío que casar su prole.
Y como quiera que la señora era muy pronta de
lengua y sobrado amiga de alegatos y pendencias,
solía haber entre marido y mujer, á propósito de ca-
sorios, las del Pantano de Vargas.
Sucedía muy á menudo que don Pacho dejaba
de venir á la hora de comer, y á las veces tardaba
tanto, que había que servir la mesa sin su asistencia.
Tales informalidades se le trepaban á la moña á doña
Bárbara; pues no sólo le trastornaban el orden y mé-
todo que en todo ponía, sino que la privaban de las
salidas y visitas de la tarde, que eran sus mejores
esparcimientos.
Las cinco habían sonado hacía rato; en la casa
yá se había comido, y don Pacho no parecía. Inco-
modada doña Bárbara, se salió al portón, á tiempo
precisamente que él llegaba.
— ¡Caramba con usted para ser!... — le dice
ella. — ¡ Venir á comer eso frío !
— ¿Quién es ese animal que está erí la esquina? —
pregunta él, con aire de malísimo humor, sin atender
al regaño.
Doña Bárbara paseó la mirada por todas partes,
con fingido afán, y luego exclamó:
í
272 Frutos de mi turra
— ¡ No veo animal por ninguna parte !... Estaré
ciega?
— Nó!... ¿Y ese que está plantado en la es-
quina ?...
— ¡Pues no lo veo; lo que veo es un caballero!
— ¿Caballero?... ¡Un zoquete!... un... (Yá se sabe).
— ¡Caballero, y muy caballero, y muy decente, y
de muy buena familia... ¡ mas que te pese ! — objeta
ella, acalorada yá,
— Sí, yá sé !... Es el tal Martín Gala, un sinver-
güencita de muy mala ley !...
— Sí ?-.. Pues si estabas tan impuesto ¿ para qué
me preguntabas ?
I\ — Sí, lo sabía I... Y también sé que le está ha*
jiciendo cocos á Pepa y que vos los estás alcahuetiando,
i como lenes de costumbre !
— i Muy cierto: los estoy alcahuetiando, y los
alcahuetiaré... hasta que me reviente !
— i Por supuesto!... Vos como trasendás novios
para las hijas... ¡ aunque sean presidiarios!... ¿ Por
qué no llamas á todos los que pasan por la calle y se
las ofreces ?
— ¡ Pues sí debería llamarlos, yá que mis hijas
tienen un padre tan rancio, tan intransigente como
vos, que no querés verlas felices !
Don Pacho lanzó un ja ! ja !, á modo de car-
cajada.
Esto pasaba del zaguán al comedor. Una criada
entró con la sopa de tallarines, de excitantes vapores,
y don Pacho se sentó á la mesa.
XXI— Topetón 273
— ¡ Conque felices ! — exclama, á las tres ó cua-
tro cucharadas — ¡ Mira que es mucha felicidad echar-
se un muérgano á cuestas ! — j Que se le haya meti-
do á esta boba que sólo casándose se puede vivir I
— ¡ Sí, señor, se me ha metido, y no se me saldrá
nunca, nunca !
— ¡ Que se te va á salir... cuando vos si te ahogas
hay que buscarte agua arriba !
— ¡ Pues estoy muy buena para vos, porque si nos
ahogamos juntos, de para arriba te encuentran también!
Hubo un tremendo silencio. Don Pacho las aco-
metió con el asado; doña Bárbara escanció el tinto,
mezclándole mucha agua, que así lo tomaba él, y
trasteó por ahí dirigiendo el 'servicio ; que, enojada y
todo, no se creía eximida del más menudo deber.
— I Es una cosa muy particular — dice al fin el
marido en tono querelloso, estregándose los labios
con la servilleta — es muy raro !... Hasta los gatos
saben en la calle lo que pasa en mi casa, y á mí se
me esconde todo, ¡ como si yo fuera algún muñeco
pintado en la pared !
— ¡ Ah cosa divina ! — prorrumpe doña Bárba-
ra— ¡Palos porque bogas y palos porque no bogas !:
si te digo lo que hay, nos querés comer vivos, vivi-
tos, á todos; si te lo escondo, también... Decime una
cosa, Escandón: ¿ mandaste promesa de embromar-
nos, ó qué .''
— j La promesa que debería mandar es la de en-
cerrarte en tu casa con tus hijas, para que no fue-
ras á alcahuetiarlas á las casas ajenas ! 18
274 Frtitos de mi tierra
— I Mándala ahora mismo !..i ¡ Pero eso sí: que
el encierro sea en un calabozo bien oscuro, donde no
vayas á molestarme!... ¡Qué más me quisiera yo !
— ¡ Y para eso que siempre encuentran payasos
y correas para todo ! Hoy se me apareció Puerta al
almacén á apadrinar al zoquete ése, y casi me pide la
muchacha !... j Que diz que están de casamiento, que
diz que se ven donde las Bermúdez, y que vos estás
muy en autos I...
— I Y no te dijo más Puerta ?
— ¡No me dijo más, porque no le quise oír !
— ¡ Pues le faltó lo principal ! — replica la señora,
inflada, haciendo jarra y apuntando con los ojos á la
cara del marido. — Le faltó decirte que Pepa está re-
suelta á casarse por sobre vos... ¿ lo oíste ? ¡ Por sobre
vos !
— 1 Pues que se case, y que se friegue, y que se
la lleve el Diablo !
— ¡ Sí, señor, que se la lleve I... Para eso son las
mujeres, para casarse ¡ aunque se las alce el Patas,
como á mí !... Y yá lo sabes: en los otros casamientos
de las muchachas no dije esta boca es mía, aunque
vos vivís echándome en cara que las alcahuetié; pero
ahora... yá te digo !
Don Pacho interrumpe con un zapatazo, acom-
pañado de estruendo de lozas y cubiertos, y echa por
esa boca ajos y cebollas.
— ¡ Patiá y renegá cuanto te dé la gana! — vocifera
doña Bárbara, trepada yá en el último punto de su
geniazo. — ¡También patiates y hicistes mil escanda-
XXI ^ Topetón 275
los cuando el casamiento de Ana, y siempre la depo-
sitaron, y siempre se casó, y vos te quedates reventan-
do cornejales, con las piernas juagadas!... Entonces
ni entré ni salí; pero ahora (no voy á ser boba!
Desde ahora te lo digo para que no te coja de susto:
¡ en este casamiento me he metido..., y mira: pienso
meterme hasta aquí ! ( La señora señalaba por su
barba).... hasta aquí I Sabes por qué ? Porque es un
muchacho estupendo ; porque no quiero que mis
hijas se queden solteronas, queriendo á los perros y
á los loros y odiando al género humano.... como tus
hermanas; y.... ¡ porque me da la gana!
Dijo y salió. Salió también don Pacho á la calle,
resuelto á mandar á donde él sabía al pretendiente;
pero el pájaro había volado
Detrás de la pájara, que, no bien entendió el
por qué de la camorra de sus señores padres, se esca-
bulló para la calle, caminito de Villanueva, á casa de
las Bermúdez.
Al no encontrar á quien buscaba, tornó don
Pacho al comedor, y no presentándosele más víctimas
que ofrecer á su furor que trastos y comidas, hubo de
hacer una hecatombe de lozas y cristales: hasta la
gran frutera, el mimo de doña Bárbara y el centro de
su mesa, fue sacrificada con todo é higos.
Doña Bárbara, al ver el patio cual un campo de
Garrapata, con tanta mortandad, vuela á la cocina y
vuelve con un palo.
— ¡Toma, Escandón, — le dice, levantando el
arma, y desfigurada por la ira — aquí te traigo este
276 Frutos de mi tierra
garrote para que acabes de una vez ! Ve: aquí en el
repostero está la vajilla.... después seguís con los es-
pejos, las bombas y la araña... ¡ para que después
acabes con nosotros de una vez !... ¡ Y si querés ha-
cha, también te la consigo, que es mejor que nos
mates á hachazos, como Daniel Escobar, que no á
disgustos !
XXII
LOS TRES PACHOS
[na semana había corrido desde el anterior
pleito conyugal, y aún continuaba el enojo:
de día, mutua negación de habla; de noche,
á tres cuartas de apartados: doña Bárbara,
hecha un ovillo, vuelta al rincón; don Pacho, estirado
en la orilla, vuelto á su lado.
Pepa había recibido una reprimenda de padre y
señor mío y la orden terminante de no volver en su
vida á pisar casa alguna que oliera á las Bermúdez ;
pero ni del regaño ni de la prohibición se dio por
notificada, que antes cogió el asunto con más fervor.
Bien se le alcanzaba á don Pacho que su mujer
le había estregado unas verdades tamañas, y que el
amoroso negocio de Pepa llevaría los mismos hilos
que llevaron los de sus otras hijas, máxime metiendo
doña Bárbara la mano en el batido ; pues tampoco se
le ocultaba que ella era muy mujer de cumplirle lo
que le prometió ; mas, por lo mismo, cabalmente,
pensaba no ceder ni una pizca.
Y estaba tan enconado, que hasta de las cuatro
niñas chicas se retraía, no quedando en casa sino Pa-
chito que siguiera gozando de las paternales contem-
placiones.
278 Frutos de mi tierra
Una tarde, al anochecer, después de la indispen-
sable caminata vespertina, entró el señor á la casa; se
puso el saco de dril, las chinelas y el gorro, señal
evidente de que no pensaba salir en la noche, y se
retiró á su cuarto del zaguán, con el propósito de
leer los periódicos de la quincena.
Apenas había principiado, cuando entró Pachito.
Era un caballero de seis años no cumplidos,
robusto y motoso^ con dos ojos que alumbraban, y tan
despabilado y simpático, que, á pesar del mimo en
que lo tenían, conservaba siempre los encantos de
• ángel endiablado,
— ¡ Hasta mañana, papasito ! — chilló el rapaz,
saltando con todo el fragor de sus botas torcidas.
— j Eh, hombre! — le contestó el viejo recostán-
dole sobre las piernas y pasándole la mano por el
cabello — tan temprano te vas á acostar ? Yá re-
zaste ?
— Sí, papasito, el rosario toíto, y la oración á
San Luis.
— ¿ Y fuiste hoy á la escuela ?
— ¡ Hoy sí !... En esta semana y en la otra no he
faltao ni un día I No le he dicho "i
—Cuenta, pues: yá te he dicho que si faltas no
te llevo al Poblado los domingos.
— j Eh, no vaya á creer, papasito !
— A ver qué tanto has adelantado en la lectura...
Léeme aquí — y le dio un periódico.
— ^x\ La Justicia ? Piss ! —exclamó el niño—
En esa letrona tan grandota ¿ quién no lee ?
XXII— Los tres Pachos 279
— Nó, no es arriba; que eso lo sabes de memoria.
Léeme aquí — y le señaló la sección de avisos.
Pachito, entre sonideo y silabeo, juntó:
— Li-bre-ría- y -pa-pe-le-ría-de-Ma-nu-el-Jo-
sé-Alvarez... Papasilo, — exclamó interrumpiendo la
lectura — en la tienda de ese señor es onde hay los
libros de animales y viejos... ¡Me tiene que comprar,
oye, papasito !
— Así que leas bien de corrido te compro.
— ¿ Di aquí á dos meses, papasito ?
— Si de aquí á dos meses sabes leer como yo, te
compro todos los que queras.
— ¿ Cuántas amanecidas faltan, papasito ?
— ¿ No sabes cuántas, hombre? Pues se&enta y
una.
— ¡ Sesenta y una ! — exclama Pachito muy des-
consolado— ¡ María Santa... pues eso será de aquí á
mil años !
— Pero ¿ no sabes contar ?... No me dijiste que
yá estabas en la clase de Aritmética ?
— I Eso qués tan trabajoso !... Lo que más sé es
Odjetiva y los catálogos...
— j A ver: contá á ver qué tanto sabes... Uno,
dos, tres...
Pachito era un señor que casi sabía contar hasta
ciento.
Pacho I.* se encanta. Pacho 2.° acaba, y, con ese
dengue encantador de niño malicioso, se acerca á la
oreja de su padre y le dice en gran secreto:
— Papasito. conténtese mañana con mamá.
280 Frutos de mi tierra
— ¿ Qi^6 qué, hombre ?
El niño repite más susurrado:
— Que se contente mañana con mamá.
El padre guardó silencio, yelhijito, colgándosele
de la nuca, le ruega en voz alta y con mucho mimo:
— ¡ Sí, papasito, se tiene que contentar !... El
rosario es maluco sin busté: Pepa se equivoca en las
letanías y Tina le tiene que soplar... ¿No es cierto,
papasito, que soplar es malo ? En la escuela regañan
si uno sopla.
— Sí es malo... — repone don Pacho muy pen-
sativo.— ¿ Y quién te dijo que yo estaba bravo con tu
mamá.? Yo no estoy bravo nada, hombre.
— Sí, púú ! Nuabré visto yo que están bravos !..-
Y con Pepa también tá bravo... Pepa es boba, papa-
sito: ¡ No sabe rezar letanías !... Mañana se tiene que
contentar con ellas, papasito 1
— ¿ Y vos sabes por qué estoy bravo .?
— Yo, sí !... Tina me dijo.
— I Por qué .?
— Aja !... Pues no sabe, pues ?
'• — i Por qué ? decí á ver.
— Pues porque Galita, qués novio de Pepa, le
choca á busté.
— I Y vos lo conoces }
— Hiii ..c! (El me quiere mucho y me da me-
dios ! ¡Tiene mucha plata, papasito!... ¡Yo le vi
una montonera !...
— ¿ Y vos has ido á pedirle á ése ? (en tono de
regaño).
XXII— Los tres Pachos 281
— ¡ Nó, papasito ! El me llama cuando está en la
esquina... y me da, sin yo decile.
— ¿ Y por qué no me habías contado ?
— Mamá y Pepa... me dijeron que no le contara.
— ¡ No volvás á ir, aunque te llame ! Y yá sabes:
como volvás á recibirle otro medio á ese... te quito
el caballo y la montura !
— ¡ Yo no lo vuelvo á hacer, papasito ! — dice la-
grimando, y luego se arrodilla:
— ¡Papasito — gime — écheme, pues, la bendición !
Diósela el padre, sellándola con el <( pico cortao j)
de costumbre, y el niilo salió.
Mitad disgustado, mitad enternecido, quedó don
Pacho con esta escena. ¡ Ah maldito pretendiente....
hasta á Pachito se la tenía metida!... Ese Pachilo
iba á ser un fregado como su padre: dentro de una
docena de años sería el primer comerciante de Me-
dellín.
Ese mismo día había asistido don Pacho á una
junta bancaria, en la que, entre varias opiniones,
había prevalecido la suya sobre los puntos discutidos
y arrcgládose todo según sus consejos. Este triunfo,
unido á los futuros de Pachito, lo embebió hasta olvi-
darse del novio, de la novia, de Bárbara y del pro-
yecto de lectura.
Ana y su señor marido entraron á poco, y éste,
que yá era tan querido de su suegro como antes
odiado, se quedó conversando con él sobre la política
actual, materia en que se entendían muy bien, por
ser ambos conservadores de capa de coro. El doctor
2-2^ Frutos de mi tierra
Núüez_ por arriba, el doctor Núñez por más arriba;
pues á la sazón corrían los tiempos en que el Espíritu
Santo soplaba por los lados de Colombia.
Luego la emprendieron con El Porvenir de
Cartagena, haciendo cada comentario que mal año
para la Hermenéutica Sagrada. Cosa de media co-
lumna llevaría leída don Pacho, cuando golpearon
en el portón con cierto aparato. — «¡Adelante! d gritó
el suegro, y el yerno salió á recibir al visitante.
— ¿El señor Escandón está en casa? — preguntan
enfáticamente.
— Sí, señor. Siga usted.
Chirriones de calzado nuevo se oyeron, un caba-
llerete rechoncho, sombrero de copa y paraguas en
mano (aunque no llovía), apareció en la puerta, é
hizo una venia muy tiesa.
Don racho, sin moverse de su asiento, miró al
caballero de pies á cabeza, y luego que se hubo sen-
tado, le pregunta con aire de grandeza:
— I Qué quería usted, amigo.?
— Quería tratar con usted un asunto serio — con-
testa con aplomo el interpelado; — pero temo que no
sea éste el lugar.
— ¡Barajo, amigo, qué misterioso viene usted!...
Aquí puede hablar como si estuviéramos solos.
— Pues bien, señor Escandón, se lo diré á usted
sin rodeos: vengo en nombre de Martín Gala á soli-
citar de usted una conferencia con él ó conmigo.
— Que qué ? — bufa don Pacho irguiéndose en la
silla y dando un corcovo.
XXII— Los tres Pachos 283
— Se lo diré de otro modo: vengo á pedir á /
usted, en nombre de ese joven, la mano de la señorita |
María Josefa, su hija de usted.
Don Pacho quedó aturdido: tanto descaro, tanta
frescura, le desconcertaban.
— Quién es usted? — pregunta el viejo, concen-
trando en su ceño todo el asco, todo el desprecio de
que era capaz.
— Franri^r» Arij-pnio Mazucra, para servir á
usted — repone el estudiante inclinándose con mucho
respeto.
— ¡No conozco, no conozco! — exclama el señor
Escanden.
— Es muy natural, puesto que nos vemos por
primera vez.
— Pero ¿ es usted el padre ó la madre de eseí
vagamundo.... \ó qué demonios I para venir con esosjv
disparates ? (con manoteo terrible).
— En este momento soy todo lo que usted quiera,
porque soy embajador.
— De veras ? — j Pues se va con la embajada áV
otra parte.
Y dirigiéndose al yerno, agrega:
— ¡ Pero ve qué mozo tan atrevido, tan sopero!...
j Venirme á mí con esta clase de propuestas!... ¡Se
conoce que el pretendiente tiene ojo de colmenero
cuando te maadó á vos de emisario !
(Elí'Oíera tratamiento muy común en don Pacho).
— Yo le diré á usted, señor Escandón: — repone
Mazuera más fresco que unas horchatas — Gala se fue
284 Frutos de mi tierra
primero á lo grande, y envió cerca de usted al doctor
Puerta, su íntimo amigo de usted, y usted no lo aten-
dió. Hoy-..
— ¡ Te manda á vos ! — interrumpe don Pacho,
poniéndose en pie.
— Precisamente ; porque sabe, como usted y
como todo el mundo, que lo que no alcanza San
Miguel lo alcanza el Diablo.
— ¡Al Diablo te largas vos ahora mismo!...
4 Pues estamos buenos, que cada car de... (yá
se sabe), venga á pedir novias para cualquier Pe-
rico de los Palotes !...
Mazuera permanece en su asiento cargando muy
satisfecho el paraguas y el sombrero,
— ¿Tendré que echarte á las cocas .? — grita don
Pacho, con aire de cumplir la amenaza.
— Seguramente que no hará tal, señor Escan-
den— replica el mozo, modulando la voz — Nobleza
obliga, y además, en mi carácter de embajador, soy
inviolable, como usted bien lo sabe. Sentiría profun-
damente que no nos entendiéramos en este asunto.
— ¡Que no nos entendiéramos !... Ja ! ja ja !...
¡ Oigan esto ! ... ¡ Esto sí es lo más grande que hay !...
¿ Con que sentirías mucho ?... ¿Sos casamientero de
profesión ó qué diablos?
— Tanto como de profesión nó, señor; pero sí de
ocasión... y en ésta cumplo con un encargo de amis-
tad muy sagrado.
— ¡ Pues yá está despachado !
— Señor Escandón, antes de dar por terminado
XXII— Los tres Pachos 28&
el negocio — dice Mazuera sacando un papel — tenga la
bondad de imponerse de £^ r.irta.
— ¡ Nó, nó !: no qiiifr^ ^'^^'- ''^'•f-n»^ Hp ese car... }
— No es de Gala, señor Escanden; es de la señora
qiadre de él, guc se Ja rli'''g^ ^ f'} Léala, señor, que es
muy conveniente (presentándole el papel).
— ¡ Nó, nó:no acostumbro leer cartas ajenas!
— Pero vea usted, señor Escanden: queriéndolo
el dueño... ¡ es excesiva delicadeza en usted !
— ¡ Barajo, amigo !... — repone don Pacho, sor-
prendido de la cachaza del muchacho — j Es usted
peor que Chitobabas !... ¡ Para cobrón, no tendría
precio !
— Honor que usted me hace, nada más — contesta
el embajador ligeramente sonreído.
Quedóse don Pacho fijo en él, y volvió á sen-
tarse.
Lo descabellado de la embajada, aquella flema de
cabeciduro, nueva para don Pacho, el terco de los
tercos, despertó en el viejo, no obstante su incomodi-
dad, algo como la curiosidad de un artista que diera
con otro de estilo opuesto al suyo. Su manía de em-
bromar al prójimo lo tentó, por otra parte, á decirle
á Mazuera, á más de los insultos referidos, una cuchu-
fleta que le ardiera. Por de pronto lo que mejor se le
ocurrió fue preguntarle, con una urbanidad que á.
don Pacho le pareció de lo más cáustica:
— ¿ Me decía el caballero que era Mazuera ?
— Sí, señor. Un criado suyo — contesta éste, afec-
tando el aire humilde y sencillo de la gente del pueblo.
286 Frutos de mi tierra
•^\ Pues debiera ser Correa, según la tiene de
gruesa!...
— ¡ Sorprende la penetración de usted, señor Es-
canden ! — repone el estudiante con la mayor natura-
lidad.— Precisamente soy Correa por mi madre, y el
segundo apellido de mi padre es Correa también.
— Y es de La Culata el caballero ?
— i Las coge usted al vuelo, señor ! Soy de San
Cristóbal» sí, señor: paisano de los sombreros de caña
y de las azucenas.
Estas cañas con aforres de flores se las tragó muy
satisfecho el viejo, pero no por esto se aplacó.
— Seres algún azotacalles, sin oficio ni beneficio.
— Beneficio.... ninguno, señor; pero oficio sí.
— El de alcahuete?
— Estudiante, en lo que pueda servirle.
— ¡ Muchas gracias 1 Yá se deja ver qué tanto
estudiarás, intruso !
-r-Poco más, señor Escandón: doce horas de día
y cuatro de noche.
— ¡ Barajo ! Pero seres un pozo de sabiduría.
— Algo de eso, señor: cualquiera puede ahogarse
en mis conocimientos.
— Sabes lo que sos?... Un cuero !!
— Conque en qué quedamos de la carta ?
— No quedamos en nada!
Era la tal obra de Mazuera, y, en lo conducente,
estaba de acuerdo con una verdadera de la madre de
Gala, por la cual le daba el consentimiento para ca-
sarse; pero, como tuviera sus ribetes de regaños, entre
XXII— Los tres Pachos "287
el Mentor y el Telémaco acordaron escribir una que
en lugar de regaños tuviera loas, para hacerla llegar,
de cualquier modo, á manos de don Pacho.
No anduvo corto Mazuera : la madre se alegraba
sobremanera de que el hijo, á su mayor edad, se casa-
ra y fuera hombre serio, á fin de manejar en debida
forma, y, á su vez, tener á quien legar la grande he-
rencia que le tocaba. Igualmente se alegraba por la
elección, pues poco más ó menos sabía, por informes
fidedignos, quién era la novia. Hubo su poco de en-
comios para las antioqueñas, y otras cosas muy deci-
doras; y como Mazuera sabía muy bien que en acha-
ques gramaticales y caligráficos no son las señoras
las más entendidas, hubo de poner tal realismo en la
supradicha carta, que nadie podía poner en duda su
autenticidad.
Este documento debía presentarlo el doctor
Puerta, quien se había encariñado tanto con Martín,
después de la cura, que se le ofreció por representan-
te y peticionar^o ante don Pacho, que, como yá
sabemos, era muy su amigo. Fracasado el padrinazgo
del doctor, volvió la carta á manos del novio.
Fue entonces cuando éste determinó que fuera
Mazuera á ponerle el cascabel al gato. | Valiente tra-
bajo para Mazuera ! ¡ El de maestro director y con-
certante; él haciendo de emisario ante un viejo tan
soez como don Pacho ! No le dieran á él cosas en
que hubiese que replicar pronto y que meter aleluyas
y andróminas. La idea de armar una buena pelotera
con el viejo le deslumhraba, y, después de todo, el
288 Frutos de mi tierra
papelón que iba á desempeñar no podía ser más im-
portante.
Martín tenía plena seguridad de que Pepa se de-
jaría depositar, si fuese necesario, y el escándalo que
el depósito habría de causar en nada mortificaba al
novio, que antes bien le parecía asaz romancesco y
lordhyriano ; pero Pepa le declaró que, si tal sucedía,
el matrimonio había de ser calladito y modesto, cual
convenía á novia depositada. Por esta oscuridad sí
no pasaba Galita: casarse así, sin meter mucho ruido,
sin que vieran ni nombraran á uno, sin que lo envi-
diaran, sin poder hacer viso con los regalos á la
novia, ni con los obsequios de amigos y parientes;
casarse á las cinco de la mañana, como los artesanos,
sin lucir los trajes, sin fiesta... ni nada, era tanto
como casarse á medias. ¡ Esto sí no era tolerable !
Hé aquí el empeño de Galita en conquistar á don
Pacho.
Y volvamos á la embajada.
Viendo Mazuera la obstinación del viejo en no
recibir la carta, quiso él misrtio leerle el gran párrafo
de la herencia de los cien mil pesos, con que pensaba
encandilarlo. Él que principia á leer, y don Pacho
que se acaba de volar.
— ¡ Hágame el favor — prorrumpe el señor, tar-
tajoso por la cólera — de no leerme lo que no
quiero oír !
. — Pero vea una cosa, señor Escandón: la seño-
rita Pepa...
— ¡Ni una palabra más sobre el asunto !!... (con
XXII— Los tres Pachos 289
tentaciones de tirarle con el pisa-papel de bronce)
j Si no quiere que haga con usted en mi casa... lo que
no debo !
— Gala es acreedor...
El cara de vaqueta iba á hacer el elogio de Ga-
lita, probablemente; pero hubo de suspender al ver
que don Pacho se salió del cuarto y se entré á los co-
rredores, metiendo no poco estrépito al abrir y cerrar
el contraportón.
El yerno, que quedó algo más aturrullado que el
mismo embajador, le dijo: " Amigo, no extrañe esto
en don Pacho: ésta es cuestión que no se puede men-
tar aquí. ¡ Y tenga entendido que le ha ¡do sumamen-
te bien !
Con lo cual el embajador se guardo su carta, se
despidió y tiró calle arriba pensando que el suegro
de Galita sí era lo más bruto del mundo.
19
XXIII
ENCADENADO
jL médico declaró que lo de Filomena era
nervios solamente; y ella quedó muy paga-
da con la declaratoria, pues ser nerviosa le
parecía señal de delicadeza y de blandura,
cualidades que, por de pronto, necesitaba mostrar
más que cualesquiera otras.
El lunes siguiente se verificó la posesión de
César en el almacén. Y muy perturbada que se vio
ella al ir á imponerlo de libros, apuntes y papeles.
El listo muchacho estuvo á poco más al cabo de
precies, artículos, facturas, etc.
Cuando llegaron al asunto de las prendas, sí fue la
tupa.
T-Pues no ve, César: — dijo la nerviosa, luego
que subieron al segundo piso — j cosas de aquel Agus-
to, que es tan.... angarrioso I.... Vea cómo tiene esto
de corotos y porquerías... ¡ y eso que á mí no me
gusta ! ...Pero ¿ qué hace uno con la gente, cuando dan
en la idea que les presten ?...
— ¿Y con qué condiciones reciben prendas?
— preguntó el bogotano, como muy interesado.
— Yo nian sé bien... — contestó ella pasando por
la mesa el plumero sacudidor, por disimular unos
XXIII— L iicadcnado 29 1
calores que se le subían á las orejas — Nian sé de
veras.., ¡ ay por nada ! ... Yo ai le apunto á Agusto lo
que él me dice; pero ni sé bien cuál es el premio...
Eso como que es unas veces más y otras menos.. ...t
según.
César comprendió el embarazo de la tía, cogida
VI /ragnn¿i' deViío de usura, y con suma formalidad
se apresuró á replicar:
— Pues nó, ala, debes darle más importancia á
este negocio. Mira: ¡ en Bogotá una prendería es una
mina ! De veras, es un bonito negocio, y que sólo
pueden hacer los que tengan sus riales... Y, además,
se saca á mucho pobre de apuros.
La usurera sintió como si le pasasen por la cara
un plumón de veloiitine.
\ Hombre más puesto en razón !
— Ah sí ! — repuso — ¡ Nosotros es mucho el po-
bre que hemos favorecido!... ¡ Lo que tiene es que son
tan desagradecidos !: ai les da uno su plata por cua-
lesquiera vejez, que ni pa los trabajos después, con
tanto chisme y güeso... y siempre quedan discon-
tentos.
— Eso pasa siempre, ala: agradecimiento no hay
que esperar. ¿ Y alhajas valiosas no caen ?
— Sí cae una que otra... [ peroyá se sabe: por un
mundo de plata 1 Voy á mostrale algunas que tenemos
aquí, que nos cuestan mucho.
Y abrió una de las cajas, y sacó un cofre de co-
mino que, al parecer, pesaba bastante.
— Estas — dijo torciendo la llavecita — están yá
292 Frutos de mi tierra
adjudicadas casi todas... ¡ £s un trabajo muy grande
entendese con las autoridades ! Vea: todo esto junto
vale un platal; pero por separao una que otra cosita
vale algo.
La prendera levantó la tapa, y un relámpago de
oro hizo parpadear al bogotano.
— ¡ Ah caracho ! — exclama él, deslumhrado de
veras — ¡ Esto es una riqueza !
— ¡ Álcela y verá !— le dice ella con profunda sa-
tisfacción.
— ¡Horaaa!... ¡Se necesita estar bien comido
para moverlo !
— ¡ Esto no vale nada ! — repone Filomena, más
satisfecha aún, escarbando en las joyas. — Casi todo es
de cargazón, poco más ó menos como lo que tenemos
en la vidrera pa la venta. ¿ No ve ?: casi todo es coral
y piedra falsa. ¡ Lo que tenemos en casa, eso sí es cosa
buena ! ... Mire esta cadena pa reló... sí es muy bonita !
(y la saca). Nos cuesta hasta muy carísima.
— Ah 1... primorosa !
Y César la toma, le corre el cincelado pasador y
la recoge en la mano, como calculando su peso.
— I Le gusta .' — pregunta Filomena, con cierto
airecillo de inspiración.
— ¡ Yá lo creo ! ... i Es linda !
— Pues tengo mucho gusto en regalársela.
— j Ah, nó, nó !— murmura él haciéndose el tur-
bado— ¡Muchísimas gracias !... Te estimo infinito;
pero...
— ¿ Pero qué ? ¿ No puedo dar lo que es mío ?
XXIII — Encadenado 293
— ¡Ah, sí! ¿Cóinonó?... ¡pero me apeno!...
Un regalo tan valioso... no debo aceptarlo.
— Vea, Cesar — dice la jamona con solemnidad —
si me desaira... ¡ me nojo con usté toda la vida !
— ¡ Ah, nó, alita ! Si lo tomas á mal, te acepto el
regalo...
— ¡ Ponétela !
Y ella misma se la echó al cuello del mozo, ex-
perimentando al hacerlo cierta sensación de ventura.
¿ Sería esa cadena la soga con que enlazara al lin-
do sobrinito 1
Este, al ver cómo colgaba chaleco abajo el cade-
nón, se sintió tan charro, que dio per perdida toda su
elegancia bogotana; mas como no era de los que se
ahogan en poca agua, exclamó entre serio y risueño:
— ¡ Espérate un tantico!... ¡No conpliques los
acontecimientos !... Te recibo la cadena, á condición
de no usarla, porque...
— Está muy fea, pues .'' — interrumpió ella medio
corrida. — ¿Oes que no se usa?... ¡Pero yo veo á
muchos cachacos de cadena ! No se pondrán otros
porque no tienen,
— ¡No me he explicado todavía, alita!: esta ca-
dena es primorosa, de trabajo admirable, de muchísi-
mo gusto y muy valiosa; pero por lo mismo que vale
tanto, no es propio que un hombre pobre como yo la
lleve: podrán creer que me la alquilaron, ó que no es
mía, ó que me la chorrié.
— Ah!... es porque eré qués cosa empeñada !,..No
César: esa cadena la compré hace tiempos... ¡ com-
294 Frutos de mi tierra
prada ! — dijo la tía algo despechada — me costó sesen-
ta fuertes ! ... Pero si eré...
César, turbado de veras, al ver el disgusto de la
tía, replicó:
— ¡ Si no es por eso, alita I; aunque fuera empe-
ñada ¿ qué tendría de particular ?
— Puesentonces es disculpa; porque esa herradura
que tiene en la corbata, se ve que es de piedras finas y
que vale mucho.. ¿ Y esa cómo sí se la pone ?
La lógica del reparo aumentó la turbación de
César; pues ese alfiler, que nunca pudo usar en Bo-
gotá, por razones que él se sabía, era dije más valioso
que la cadena en cuestión. Por lo cual hubo de sacar
el reloj, quitarlo del pendiente de dotible', y engarzarlo
en el regalo.
— ¡ Mira, pues ! — dijo guardando el reloj — mira
que hago tu gusto! Eres tan fina que me la haces pasar,
Filomena clavó en él los ojos. ¡ Ahora sí que es-
taba buen mozo y bien entrajado ! El saco á la d'Or-
say, azul turquí; el chaleco escotado, con viso de pi-
quet blanco; la corbata abullonada, color de calostro,
le venían que ni pintados, j Y ese modo tan bonito y
tan hormado de ponerse los pantalones ! ¿ Pues y esa
cosa para sacar aquel piecito de dama? La usurera se
extasiaba, saboreando el placer de haber contribuido
con la cadena á realzar tanta beldad. Mas de pronto
se le ocurrió esta idea: Agusto y Mina conocían la
prenda, se la verían á César, sabrían que ella se la ha-
bía regalado, y, como eran á cuál más caviloso, quién
sabe qué pensarían.
XXI II — Encadenado 295
— César— le dijo, pasado un momento, y cuando
yá estuvieron en el piso bajo — estoy pensando que se
puso la cadena por condescender... meior será que la
guarde. Tal vez sí pueden crer tanto envidioso como
hay que sí es ajena.
— Lo que tú quieras, hija — repuso él con voz
meliflua, quitándose, á la vez que el regalo, un peso de
encima.
— Es primorosa ! — prosigue luego- — Yá que no
debo usarla, la guardaré siempre como un recuerdo...
j Es muy grato pensar que hay almas tan nobles
como la tuya !
Filomena creyó oír un preludio de música celes-
te. ¿ Que ella tenía un alma muy noble .? Ese César
sí sabía valuar las cosas I
— Sí, César, es mejor que la guarde... pero
mire... — agregó sacando algo de la vidriera — Estas
mancornitas... son de poco valor, y sí puede usarlas:
no vakn más que un cóndor.
— ¡ Me abrumas con tus finezas ! — exclamó el
bogotano recibiendo los gemelos, que inmediatamente
sustituyeron á los que llevaba.
Luego se quitó la herradura y dijo:
— Si no fuera el recuerdo de un amigo tan noble
como tú, ¡ con cuánto gusto correspondiera á tu no-
bleza con este alfiler !,.. Mira qué lindo es.
— ¡ Yo no lo hago por interés !: ¡lo hago por ca-
riño ! — contestó ella examinando la herradura.
— ¡ Yá lo creo ! — exclamó César, con una efusión de
lo más patente — Sería feliz si de algún modo pudiera
296 Frutos de mi tierra
pagarte con algo más que mi gratitud y mi profunda
estimación !...
Unos compradores cortaron el coloquio. A ma-
las I: precisamente cuando Filomena tenía en la pun-
ta de la lengua una contesta tan linda y tan á pelo.
La venta siguió hasta horas de ir á almorzar.
Como en la calle volviese el sobrino con sus palabras
de reconocimiento, le dijo Filomena:
— ¡Pues nó, César: esté persuadido que con cariño
y buenos modos todo se paga !... ¿ pues, y con el
trabajo.?: ¿ le parece, pues, poquito lo que me tiene
que ayudar 1 ... Yo no soy pa estas cosas de tienda. Si
hasta me choca mucho que las señoras nos metamos
en hundes de comercio; porque aquí no venden las
señoras como en la Costa y en Bogotá, según me
ha contao mi siá Chepa.
— Ah sí!: en Barranquilla y Cartagena venden
todas las señoras, y en Bogotá también hay mucha
señora comercianta.
— Sí, César, así es; pero yo siento mucha repu-
la nancia en estar vendiendo todo el día... y sobre todo,
nosotros sernos ricos y ganamos también en otras
cosas, fuera de la tal tienda. Yo lo que más necesito,
^ ahora que Agusto está así, es una persona como usté,
Ique me acompañe, que me... (aquí le entró tos), que
me considere, y con quién hablar. Esoy tan sólita !
I Agusto yá ve cómo está, y las muchachas... j son tan
I bobitas, las pobres 1 Usté va ser mi consuelo, César.
J Me parece que nos entendemos muy bien... y ojalá
|l mí plata le pudiera servir á usté...
XXIII — Encadenado 297
— ¡ Me abrumas, hija, te lo repito !... ¡ Jamás po-
dré pagarte !... Jamás !
— Usté es muy bueno, César. ,, ¡ y con eso hay !
— ¡ Seré muy bueno, yá que te empeñas !... (en
tono de dulce reconvención). Pero mira, ala: no me
trates de usted... ¡ Parece que me tuvieras respeto, ó
que fuera un extraño para tí I ¡ Trátame siempre de
iú, como yo lo hago contigo, como se deben tratar
los amigos !
— Acaso estoy enseñada á ese cuento de tú...
— ¡ Pues enséñale, hija, enséñate! ... ¡ El usted
sí me lo cambeas! — replicó el sobrino con sonrisa de
gorja.
XXIV
NOSTALGIA
OSA de un mes ha corrido. César se asfixia.
j^jedellín le parece el más concentrado
emporio de gente sosa. ¡ Hombres más pa-
catos, más patanes y erizos que los de An-
tioquia !... Las mujeres no las conoce sino de vista;
pero, por encima, bien comprende que si acaso tienen
alma es de vaca. Ha visto algunas bellas; pero con la
belleza boDade los santos de papel. SuscoQOcidos desde
Bogotá los ha hallado fríos, egoístas y antipáticos; ha
desplegado con ellos toda su amabilidad... y como si
arara en el mar.
Se pasma pensando cómo pueden vivir por acá
sin morirse de tedio: ni un baile, ni una tertulia, ni
un paseo, ni una visita de sociedad, ni la más míni-
ma invitación... ¡Probablemente tendrá que ¡aj'iar se
sin haber lucido los guantes y el frac!
¡ Los casinos!... /^/ Edén! ... Bah ! ¡ Cosa más
atroz !: cuatro viejos hambrientos, baraja en mano, pe-
leándose por un real; ó una docena de inocentones
muchachos, pegados del taco, á quienes les parece
que ponen una pica en Flandes si tumban un palo.
¡ Tierra más infeliz !... Los ricos de por aquí iban á
morir de rancios, Y eso que á cuál de todos tenía más
ancha la « tripa aguardientera ».
XXIV— Nostalgia 299
Pero el principal encono de César contra Antio-
quia era por no haber topado todavía una amiga
tierna y generosa, de corazón sensible, como esas que ,
dejó en su tierra. •, Las amigas de por aquí !... ¿ Qué
paraje sería esta Medellín ? Una de dos: ó esto era
una sacristía en figura de poblachón, ó á las gentes,
en vez de sangre, les debía circular aguamasa por las
venas. Exacto !... el maíz eia^el de todo: hombres
que lo comían y lo bebían á toda hora^ tenían que
volverse gallinas y bueyes de carga. ¡ Ah caracho !...
Si al más travieso de los cachaqiiiios de acá se le po-
dían rezar salves como á San Luis Gonzaga. Yá se
veía: con eso de pasarse todos en las iglesias, lamiendo
ladrillo como beatas solteronas, antes eran muy vivos.
¡ Los chapetones de Bogotá, cuando Bogotá era Santa
Fe, no podían ser tan chapetones como estos maiceros!
Sus tíos... j Valiérale Dios con los tíos !... Lo
que era ricos; sí, señor: muy ricos; pero á lo maicero^
como si no lo fuesen. De tío sí estaba armado !... Po-
quita era la guerra que le había dado ! ¿ Pues no tuvo
que irlo á llevar al Cucaracho^ para ver si cambiando
de aires dejaba los histéricos de monja loca ?
Afortunadamente que la salida fue de madrugada
y por calles muy excusadas, que si no César se hubiera
muerto de la vergüenza, con la funda que pusieron.
Figúrese tal cachaco llevando de cabestro á tío
Agustín, que parecía un tembleque, y seguidos de tía
Nieves ¡ que iba más charra ! aferruchada de las or-
quetas del galápago; porque le parecía que la yegua
motilona que montaba iba á tumbarla. ¿ Pues y lo que
300 Frutos de mi Uerra
el sobrino tuvo que lidiar, ayudando á Filomena á
convencer al viejorro, que no quería irse ?
En cuanto á tía Filomena, César no podía for-
mar opinión. Con todo, comprendió, desde luego,
que con él era muy otra que con los demás.
Que él tenía el arte de robar corazones, tiempo
hacía que lo sabía; mas esa manera de cariño, esas
finezas de la tía, no dejaron de intrigarlo al princi-
pio, por tener idea anticipada desde Bogotá de la
poca ó ninguna generosidad de los parientes antio-
queños. Pero, al fin y al cabo, determinó que todo
ello era muy lógico y natural, tratándose de persona
tan atractiva y seductora como el hijo de su madre.
Y siendo así, ¿qué más tenía la tía Filomena que en-
tregarse á discreción ?
La sal del cuento estaba horita en ver cómo se
\ explotaba la situación cuanto antes, porque lo que
Jera permanecer en Medellín arriba de tres meses...
¡ ni porque lo matasen ! Y, sobre todo, el destino le
apestaba. El, metido todo el día tras un mostrador,
él, vendiendo al pormenor fideos y jabón de pino?
Y eso que Filomena trataba siempre de dulcifi-
carle la faena, ya escanciándole una copa de los vinos
generosos que en la tienda se vendían, ya brindán-
dolo con una cajita de galletas, que al efecto abría; ó
bien mandándolo al Edén á que se diera sus baños y
se distrajese un rato, y todo ello envuelto en miel.de
exquisito cariño.
Lo que tiene es que César, tan habituado al tri-
buto, poco más agradecía.
XXIV ^ Nostalgia 301
J^a amartflaHn ¿pñr^m ¡ba llevando el asunto con
sumo tiento ; y aunque con el trato continuo y la
compañía de César, sus^anhelos eróticos se_aceji¿ia-
ban más^y más, no por eso se dejó llevar del corazón,
escamada como estaba, después del trastorno aquél.
Y en cuanto estaba á su alcance, ponía atento oído á
lo que le dictara el buen juicio.
A tanto alcanzó, que, á pesar de la fascinación
que experimentaba con la presencia del joven, todas
las tardes, después de comer, le decía algo así: *( Nó,
César, no te quedes metido en la casa: vestite y án-
date á pasiar con los amigos, pa que viás las mucha-
chas.» Y casi lo echaba.
Como se ve, quería complacerlo hasta en lo del
tuteo. Era de oírla con aquello de <í Tú tenes razón !»
(C Esto es para tú», «Con tú no hay quien se abu^ra^,,
y otros túes de la laya.
Cuando estaba con él, eso era como un magne-
tismo; apenas sola, le acometían tristezas y descon-
fianzas, que á menudo acababan en lloriqueos.
En los comienzos César volvía del paseo de las
siete á las ocho; pero gradualmente lo fue prolon-
gando, y vez hubo que se estuviese hasta las once.
Con tales ausencias y tardanzas pasaba Filomena
cada agonía, que, quieras que nó, el ojo venía á que-
darle siempre como tomate. Pero ni una palabra que
oliera á disgusto, ni á curiosidad indiscreta, ni mu-
cho menos á fiscalización, j qué tal ! César la encon-
traba siempre sin acostarse, más afable y compla-
ciente si cabe. Él manifestaba mucha pena por estas
302 Frutos de mi tierra
esperas, y la instaba á que se arrtinchara á la hora
d€ costumbre, y ella objetaba: (C ¡ Me da mucha pen-
sión I .. Y podes necesitar algo, y venir sin meren-
dar, y los criaos son tan chambones pa todo... Y
también me da miedo que te enfermes con este sereno
.de aquí, que es tan malo pa los forasteros.»
César le daba bromas por estos temores; pero ni
él venía más temprano, ni ella se metía en cama an-
tes de verlo, con lo cual tenían todas las noches su
rato de parlamento, casi siempte en el comedor.
Esta vida tan nueva para Filomena, estos tras-
nochos, la traían enervada y perezosa. El comercio y
los negocios los iba llevando á más no poder; pues,
aunque en la tienda estaba con César, el tráfico y la
actividad le eran enojosos. En la casa misma le era
importuna la presencia de Mina, única que alternaba
en el palique con el bogotano, y eso de día.
Cuando la salida de Agustín al Ciicaracho, quiso
Filomena que fuese Mina la que lo acompañase; pero
él determinó que había de ser Nieves, y de ahí no lo
sacaron. Quiso entonces Filomena que Mina se fuera
también, alegando que ésta necesitaba temperar más
que ninguno; pero Agustín no la quiso por compa-
ñera y Minita se quedó.
Filomena, en esta contrariedad, estuvo tan su-
mamente prudente, que bien claro se vio cuan deli-
cada y suave de genio se iba poniendo.
Como con tío Agustín se fuesen la cocinera y la
negra Bernabela, — que casi vivía en casa, — quedaron
servidos por el fámulo solamente, el cual traía la co-
XXIV — Nostalgia 303
mida de un hotel. Cambio fue éste muy propicio á
Filomena, en su propósito de regalar á César por el
lado de la bucólica; y si la moscona de Minita no se
quedara en casa, fuera ésta la ocasión de la soledad
poética tan deseada. Pero, si no á la medida de sus
deseos, esta ocasión tampoco fue desfavorable: la ena-
morada rogó á César que no se estuviese en la calle
hasta muy tarde, porque como estaba « ¡ tan nervio-
sa!... por el estado del pobre Agusto », le daba miedo
a de quedarse con la mera Mina como dos ánimas en
aquella casa»... y el muchacho estuvo tan formal,]
que á las ocho y media yá estaba de vuelta.
Hacía algunos días que ella notaba que él iba
perdiendo los tintes de durazno maduro que trajo de,
Bogotá, que enflaquecía, que no comía como antes,
por lo cual lo amonestaba á que se cuidase mucho,!
sobre todo de recibir <c ese sereno de Medellín, que es... '
¡lo pior que hay I» pronosticándole que iba á enfermar.
El mozo sostenía que gozaba de cabal salud,
como el fino amor de la jamona lo deseaba; pero,
hoy me duele la cabeza, mañana no paso bocado,
pasado me «siento muy feo», día llegó en que,
encontrándose muy mal, hubo de tomar la.. cama.
Por fortuna que César, — por no molestar sin
duda á sus tías, — había ido, desde antes de postrarse,
á consultar con un médico; y anduvo éste tan acer-
tado, que al momentico le conoció el mal: diz que
era reumatismo.
«¡No te lo decía!... — machacaba Filomena —
¡Es pa que no me creas I... ¡Figúrese rematís ..
304 Frutos de mi tierra
achaquito que no se la perdona á ningún mucha-
cho !... Lo mismo que padecieron los hermanos de
mi siá Chepa... y padecen toítos los muchachos
¡ Eso era visto: desde que yo te vi metido de noche
en todo ese lodo podrido que hay por ai en las calles,
te vi el morao !... ¡Si por eso era mi pensión I y>
César que se encama, y Filomena que se constituye
en enfermera. ¡Adiós almacén y prendería ! No valie-
ron las protestas del reumático sobre la poca monta del
mal, sobre los perjuicios que iba á sufrir la enfermera.
El día y parte de la noche lo pasaba la señora
orillita de la cama; y ni una madre con su hijo, ni
una hermana de la caridad con una novicia enferma,
gastarán más ternura y agasajos.
César, como yá se dijo, andaba escasillo de trapi-
tos interiores: pues al momento su docena de cada
cosa, y todo de lo más fino, y con su marca de hilo
rojo; tal receta se mandaba: pues al pie de la le-
tra, pasando lo más mínimo por la vista de Filome-
na; ella se apersonaba en la cocina, en cuanto César
dormía, y tisanas, alimentos, baños, salían como sa-
cados á pulso ; las cremas, caspiroletas y sopitas que
ella elaboraba ó mandaba elaborar á las guisanderas
más hábiles de la ciudad para su enfermito, eran
para engolosinar á un difunto.
Belarmina, aterrada, comparaba.
— ¡ Estoy apenadísimo contigo I — dijo una vez
el enfermo á la enfermera — Por mí te perjudicas, por
mí cierras el almacén... ¡ vete hoy, hija, á vender!...
¡ Vete, que estoy muy bien !
XXJV^ Nostalgia 305
— ¡ Nó, mijo, primero eslá la salú que lodo !
— ¡De rodillas no te pago!... Pero te perju-
dicas.
— ¡ Déjate de cuentos, hole, que no hay tal perjui-
cio !... ¡ Y man que lo hubiera !... ¿ acaso estamos de
limosna.' Pa eso sirve la plata, mi querido: paño
esclavitase uno.
— ¡ Pero tú le esclavizas por bondad !
— No lo creas : cuando hay cariño, no hay es-
clavilú. ¿ No ves con el gusto que lo hago todo ?
— Bien lo veo, hija, y me lleno de gratitud;
pero por tu misma bondad me apeno: yo no merezco
lánto !
— ¿ Entonces quién, pues ? — pregunta ella con la
zalamería más inaudita.
César no contestó: las cosas de su tía le confun-
dían de veras.
Aunque la enfermedad no fuera para correr por
los óleos, hubo un día en que César se quejó muchísi-
mo, y en que Filomena casi lo creyó perdido, pensando
que el reumatismo se le iba á subir al corazón.
No hubo lál: á los diez y siete días pudo levan-
tarse el muchacho.
Ese día fue la prendera al almacén, y luego al
comercio, á verificar algunos pagos; pero pronto vol-
vió á casa.
20
XXV
AMOR DEL ALMA
(EMEROSA Filomena de que César se le
aburriese, lo apremiaba á preguntas sobre el
particular, y nunca dejó él de manifestarle
mucho acomodo y mayor contento, llegan-
do hasta mostrar calor en las mentiras, pues no siem-
pre se daba ella por convencida.
Pero el aburrimiento, que crecía día por día, se
arreció tanto con la enfermedad, que César se decidió al
fin á cantar de plano en claro y á obrar en consecuen-
cia, no esperando sino á ponerse bueno para lajiarse.
i Qué protección de tíos ni qué nada ! ¡ Fuera
Antioquia noramala ! Si acaso conseguía dinero allí,
¡ para harto le serviría ! Si él pudiera soportar medio
año siquiera de esta vida, se casaba, á no dudarlo, con
alguna de las más ricachas; pero la sola idea de es-
perar le reventaba.
La iba á tener tremenda con tía Filomena; ¡ pero
muy tremenda... y sin remedio !
Preparando estaba las cortas y largas que ten-
dría que meterle, para lo cual se inspiraba en el re
cuerdo de las andróminas de que se valió en Bogotá
con aquella su amiga, — la vieja de la tienda á quien
dejó en la inopia. — Esto fue como una revelación.
JTJlV — Amor del alma 307
Sí, señor : ¡ !a manera como tía Filomena lo tra-
taba, los mimos, los regalos, el dinero, todo.... igua-
lito á la vieja aquélla!... Exacto!... Horita se ex-
plicaba la manía de tía Filomena de mantener los
ojos clavados en él; horita se explicaba los nervios....
Ah caracho con la tía para zumbada !
Ahora sí era cierto que se iba, aunque fuera en
carguero.... ¡No faltaba más !...
Pues nó, señor: semejante ¡dea podría ocurrír-
sele á otro que César. No se iba yá; mejor dicho,
aplazaba el viaje. Y á ver qué se debía hacer.
Aquí de César Pinto !
Tía Filomena.... se prestaría, desde luego, á
todos los enredos que él quisiera, con tal de que fue-
sen amorosos. .. De ello bien seguro estaba. Eso....
sería explotar la mina por algún tiempo; tomarla,
como quien dice, en arrendamiento... Muy bien; pero
todo arrendamiento se acaba algún día. ..Pues entonces,
hacerse á la mina de una vez... ¡y negocio redondo !
No había que darle más vueltas. En Bogotá....
algo de música le pondrían algunos al cuento, por lo
tomada que estaba de años; pero la misma cosa había
pasado muchas veces, y á los tres días ¿ quién se
acordaba de nada ?... Si le salía celosa como la vieja
consabida, ahí le darían sus palatuses y rabietas, que
él se las curaría por los mismos procedimientos que á
la otia. Tía Filomena todavía era mujer de algún
garabato, en comparación de la vieja.... y estando
tan antojada de Bogotá, venía todo que ni buscado
de intento.
3'J8 ■Finios de mi tierra
No había remedio: César se calavereaba.
El noble joven se sintió rico desde este instante,
y, aspirando los perfumes de París, palpando la rea-
lización de sus sublimes ideales, se durmió, á pesar
de sus dolencias, porque estas glorias pasaban de
noche.
¡ Convergiendo con Filomena en el mismo punto !
Y luego dudan muchos de que al cielo se pueda ir
por distintos caminos !
La absorción de la tía cuando estaba con el so-
brino no era para que ella echase largos párrafos;
así que en las pláticas de entrambos, Filomena ape-
nas replicaba, fija en aquella « cara de imagen » que
á cada momento encontraba más divina, y embobada
con esa gesticulación tan hechicera; y como arrullada
por esa voz, ni cuenta se daba de las ideas emitidas
por César, ni del giro de la conversación, lo que daba
lugar á contestaciones y réplicas tan fuera de tiesto,
que ni para las burletas y risas de ambos.
Pero luego que César tomó la resolución consa-
bida, las conversaciones y pláticas cambiaron por
completo.
Desde las siete de la mañana del siguiente día,
hora en que ella entraba á saludarlo, le pareció que,
á pesar de la completa cura, César estaba preocupado
y tristón.
Por la tarde, á eso de las cinco, se paseaba él por
la pieza, con ese andar lento é inseguro del que ha
estado muchos días... con reumatismo.
Si hermoso le parecía á Filomena en plena salud,
XXF— Amor del alma 309
convaleciente lo encontraba más. Aunque un tanto
escrofuloso de piel, César había tomado una palidez
que contrastaba á maravilla con lo negro del cabello
y la barba ; ésta medio retoñada; aquél en enriscadas
sortijas hacia adelante y apelmazado por la almohada
atrás; más ojigrande y ojeroso, por obra de la recién
pasada fiebrecilla; un poco traspillado y lacio, estaba
el mocito asaz romántico é interesante.
Filomena le había mandado bordar un gorro de
terciopelo, con relevantes flores de seda y gusanillo,
y una borla como escoba, desmayada por un lado, el
cual gorro estrenó para levantarse. ¡ Y vaya si le sen-
taba ! A riesgo de costiparse, llevaba anudado en el
pescuezo, mucho más abajo de la ollita, un pañuelo
de seda, cuyas puntas volanderas y desordenadas aca-
baban de romantizar al malandante bogotano, que
vestía gabán gris y calzaba chinelas de tapicería, para
pie de antioqueña, regaladas también por tía Fi-
lomena.
Esta, recostada en una mecedora, en beatífica
actitud, no acababa de pasmar.'je ante aquella obra de
mi Dios, con aquel gorrito.
Al fin rompió el silencio:
— ¡ Nó, César, deje esa calladera !.,. Me tenes
muy entripada.. ¿Tú sin hablar palabra?... Es por-
que no estás bien... Y cuando estabas malo ¿ cómo
eras tan hablantino .?...
— Pues, alita, no sé; pero no me siento nada
mal... del cuerpo — contestó el joven, terminando un
suspiro y continuando el paseo.
310 Frutos de mi tierra
— ¡ Malo, qué vas á estar... pero algotra cosa
itenés que tener! ¿Estás aburrido, te está haciendo
Iifalta tu familia, ó Bogotá ?
iV César, por única respuesta, suspiró máshondo
> que la vez primera.
— ¡ Pero, válgame Dios, mijito, parece que tu-
viera... quién sabe qué! — exclamó la tía levantán-
dose para encender la vela. — Voy á traerle la me-
riendita á ver si se recobra.
Y salió. No tardó en volver, trayendo un charol
con servilleta de alemanisco, que contenía: tres hue-
vos pasados por agua, en un aparatillo de alambre
niquelado; tazón de café; un pan papujado; y hasta
una docena de galleticas de esas de figuras y animales.
— ¡ No vaya á salir ahora con que está feo, y que
no tiene gana ! ¡ Todo se lo tiene que comer ! — dijo
ella, colocando en un taburete la merienda y arri-
mando la silla.
— Hora no tengo nada de apetencia, alita.
— ¡Manque no tenga!... Siéntese, que el comer
y el rascar no tienen sino empezar... ¡ Si no comes...
mira i (Le amaga ccn mucho mimo un pellizquito).
— ¡ Nó, señor: está muy débil... y si se rancha
no tiene cuándo aliviarse ! Coma y verá: tres güebitos
se los come uno de un sorbido. Voy á échatelos en la
copa como á vos te gusta.
— ¡Tan tempiano, hija!... Con el café tengo
horita.
¡ Nó, señor, los güevos primero y el café enci-
ma !... Cuando se vaya á acostar toma su vino.
XXV — Amor del alma 3 1 1
Y la inexorable tía pone los huevos en la copa.
El se resigna y principia. Ella se sienta en la otra
mecedora á inspeccionar.
— ¡ No ve cdmo sí le resbala !— dice ella al ver
que el muchacho no lo iba haciendo mal — ¡ Es que es
tan porfiaíto I
— Ahoia me tenes que contar — agregó á poco —
por que son esos caras tan tristes y esa calladera...
Yo me he puesto á repasar qué será lo que te hemos
hecho y no he topao. Tal vez será alguna mala cara
de esta Mina, que es tan vinagre á ratos. Si es eso, no
le hagas caso !
— ¡ De donde sacas eso ! — exclama él en tono de
reproche, dando el último golpe á los huevos — Ni
Mina... ni nadie me ha hecho la menor ofensa. Al
contrario: aunque á tí no te gusta, tengo de repetir-
te que las finezas que recibo de ustedes... ¡ nunca po-
dré pagarlas !
— I Tan bobito que es !... Déjese de cuentos, y
diga qué es lo que tiene; ¡porque algo tiene que tener!
César sigue envasándose el café, y cuando ha
agotado la taza, se pone en pie y da un suspiro.
— ¡Caramba, mijito, qué poca confianza me tiene !
Y la tía sale con el charol. César lía un cigarri-
llo y torna á sentarse.
— Yá que te empeñas, — dice éste, luego que Fi-
lomena vuelve, — yá que te disgusta mi silencio, voy á
abrirte mi corazón... Siéntate, hija, y escúchame...
pero no me quieras sacar más de lo que yo quiera
contarte.
312 Frutos de mi tierra
Ella toma asiento, asustada con el tono solemne
de César.
— ¡ Yo soy un hombre muy desgraciado, Filome-
na ! — principia él, con voz que parecía eco de entra-
ñable dolor — Mi desgracia sóio Dios y yo la sabe-
mos,., y sólo á tí te la confío, y eso en parte. ¡ No te
vayas á reír, por Dios, porque esto sería lastimar más
ri herida ! ...
— ¡Reírme yo... yo, César } ¡ Qué poco me co-
noce ! — exclama, subyugada por la nueva faz por que
César se le presentaba.
! — Sin duda, tú, tan tierna, tan delicada como
eres — continúa él — habrés sentido alguna vez el
amor...
Ella se estremece en su silla, los ojos se le salen.
César nota el efecto y prosigue:
— No te hablo de esos amores vulgares, que pa-
san sin dejar huella... (aquí se atranca un poco) en
ninguna parte, que cualquiera puede sentir; nó, Filo-
mena: quiero hablarte de ese amor del alma... ¡.que
yo no puedo expresar, ni nadie expresa ! ¡ Amor que
1^ enferma, que no se siente sino una vez en la vida;
porque dura... lo que la vida dure! ... Bien: yo siento
1 ahora este amor... ¡ que me va á llevar á la tumba !
Hablaba con voz pausada, cuándo vibrante,
cuándo opaca, y cada sílaba parecía una perla de lá-
grima, pues César sabía también sollozar con la pala-
bra. Cada una que largaba era para el corazón de la
prendera lo que el golpe del bolillo para el parche
del tambor. Y allá en sus entrañas, muy hondo* sen-
XXV— Aviar del alma 3 1 3
tía una ansiedad, un susto, una turbación y una rabia,
que era ella la que se iba á la tumba ¡muy ligerito!;
porque, á la vez que esto, se le presentaba una bogo-
tana hermosa sobre toda ponderación; de una hermo-
sura vaga, fantástica, que Filomena no podía definir,
y que, no obstante, la estaba no sabía si dándole
muerte ó haciéndola enloquecer.
— ¿ Has créido tú, mi amiga, que yo he enfer-
mado por efecto del clima ? — prosigue César, cada vez
más puesto en razón. — ¡ Nó: á mí me tiene así el amor , ¡
de que te hablo! Por eso trataba de ocultártelo ''
¡ Y m£_va á matar, te lo repito; parque gs un amor
^imposible ! Entre esa mujer que yo amo de esta ma-
,nera (se lleva la mano al corazón), entre ella y yo,...
hay un abismo imposible de salvar: ella es rica, in-
mensamente rica.... yo, ¡ un pobre diablo, un infeliz
que no puedo brindarle más que mi corazón.... más
que mis lágrimas ! Por eso me voy nomasito me ali-
ne.... i á donde nunca más la vuelva á ver !
César calla, y hundiendo la cabeza en el pecho,
resuella gordo, cual si el dolor lo estrangulase.
— Y.... ella es de aquí, pues? — murmura Filo-
mena con voz de costipado.
— Sí, de aquí es ! — contesta César, poniéndose en
pie, tirando el gorro y estregándose el pelo. — Es de
aquí!... ¡No me puedo unir á ella... y tengo que
verla á toda hora !... Por eso me voy lejos, muy lejos !
— Te vas?... — clama Filomena, sin saber qué decía.
— Me voy!... Al irme me arranco el alma....
I pero es preciso I
^
314 Frutos de mi tierra
— Yo conozco á esa mujer? — pregunta Filome-
na ronca del todo, mirando á César con ojos desvia-
dos.— Decime !...
— Que si la conoces I ... Y me lo preguntas!...
— Yol Yo, César ! ..¡ Virgen santísima ! ...Yo!...
Yooo !...
El último «yo)) fue un acecido. Sintió que los
músculos de la cara se le desencajaban; que por den-
tro del espinazo le subía una gótica de azogue; que
el cuero de la cabeza se le templaba hasta dolerle.
Con aire de Marqués de Montero en la Flor de
Jin día, representada por Los Timches^ nuestros có-
micos de la legua, prorrumpe César Pinto:
— Tanto así me aborreces, que ni una palabra
me dices 1
— Yo, César.?...
— Tú!... Sí: tienes razón !... ¡ Mi atrevimiento
es tanto, que merezco el castigo ! (Y se dejó caer,
pero en la cama).
— Yo aborrecerte!... ay César!... No ves que...!
(Y se tapa la cara con ambas manos, y se alza de la
silla, temblona, agitada).
— Virgen santa '... Vn fan vipja !...
Y se vuelve á sentar, y se vuelve á tapar.
— Vieja ? — salta él como un rehilete. — No tal !...
Y aunque lo fueras, ¿qué tiene que ver mi pasión
con tu edad ?
— Y tanfea ! ... tan jiorrenda !
— Ah!... Bien veo que no me comprendes! —
XXF — Amor del alma 3 1 5
clama el Tunche en tonito de desaliento. — Veo que
no sabes calificar mi amor, que lo confundes con amo-
res vulgares !... Mira: aunque fueras la mujer ni£s fea
del mundo... ¡ te amaría lo mismo ! aunque fuera
la mujer más vieja... ¡te amaría lo mismo!... ¡M
amor, es amor del alma !... ¡ Del alma !, atiende bien:
¡ De mi alma, que está enamorada de la tuya !... ¡ Be
lleza... harta se vende en mi tierra al que quiera
comprarla!... ¡Yo no busco belleza, ni juventud!
que esas cosas pueden comprarse I... ¡Lo que busco, lo
que necesita mi alma es otra alma como la tuya!..
¿ Que estás vieja 1... \ No lo creas !... Una mujer co
unos ojos como los tuyos... ¡ no puede envejece
nunca !... ¿ Sabes quién era Niñón de Nanclós.''..
¿ Lo sabes "i
— No he oído mentar á ese señor — murmura ella
con tiriteo de tercianas.
— No era hombre, nó: Niñón era una dama
de la corte pontificia, compañera de Lucrecia Borgia
y de Cleopatra. Esta mujer, ¡ á los ochenta años !
llegó á inspirar un amor matroz á un jovencito, casi
un cachifo... Tú, sólo me llevas... algún par de años..
¡ Ya ves, pues, que el amor es cuestión muy aparte !
Aquí calla y exhala otro suspirón, y luego dice
con mucha amargura:
— Bien comprendo, Filomena, que soy un mise-
rable, un pobre arrastrado para aspirar á una mujer»
tan rica, tan interesante, tan feliz, de un alma tan I
hermosa como tú... ¡ Por eso he devorado mi dolor
en el silencio !... Por eso quiero poner tierra de por
316 Finios de mi tierra
medio, para no volverte á ver !... ¡ Perdona este des-
ahogo... y no me vayas á arrojar de aquí como á un
perro!... ¡Perdóname... mira que confieso mi falta!...
i Espera que esté bueno para que me despidas !
— ¡ César, por Dios! — prorrumpe la requebrada
señora, anegada en llanto — ¡No me mates !... ¡_Yo_
echarte de mi c.^^^... rnnndn fp jd-^lntro I ■ ¿No ves
que soy yo la quejacjestey muiiutiJo-por tú .?
— ¿De veras, Filomena, me amas .''... ¿Me amas?...
¿No es una burla ? Si es una burla,., ¡ horita mismo
me mato !
■^Y César Pinto toma el revólver, que tenía pre-
parado bajo las almohadas, por si acaso, y que estaba
descargado por más señas.
— ¡Virgen del Carmen, mi madre ! — grita ella,
asiéndolo por los brazos — ¡ Guarda esa arma !... ¡ Vos
sí estás loco de veras !...
— i Y cree que me estoy burlando ! — exclama des-
madejándose, como falta de aliento, en la cama, luego
que el sobrino larga el revólver. — César: yo no soy tan
rica como tú pensás. Sí tenemos; pero no semos pode-
rosos... Pero mira: ¡ manque tuviera todo el oro del
Zancudo... manque tuviera toi'ta la plata del comer-
cio de Medellín... me parecería poquito para tú!
XXVI
ir. USIONES Y REALIDADES
iN Medellín va alcanzando tanta boga la cos-
tumbre de cambiar de aires y de salir de
francachela á fines de año, que, si así sigue,
Noche Buena vendrá en que la misa del
gallo la oiga quien la diga, si es que quedan clérigos,
en la oiudad,
Y mucho que le aprovecha á la gente el tal cam-
bio de aire; pues, aunque no engorde mayor cosa, el
medellinense, bien salga á pueblo, aldea ó campo, se
vuelve otro, en cuanto da un paso fuera de Medellín:
los entrecejos arrugados de los grandes se alisan no
poco, desaparece la muequita despreciativa de las
señoras encopetadas, y baja el termómetro de la supe-
rioriJad. El gesto de repelente concentración, ese
gesto de dispéptico que parece endémico en nuestra
ciudad, se torna en uno muy abierto y francote, y
viene luego una amabilidad, que no es ni la adulona
ni la comercial que tanto gastamos, y en seguidita
una comezón por diversiones y jolgorios; y todos se
hablan, se tratan, se frecuentan, se obsequian, se re-
galan, y, lo que es más inaudito, ¡todos se conocen!
318 Fruios de mi tierra
pues es de saberse que en la ciudad ni los vecinos
muy vecinos nos conocemos bien.
Pero, sea que el tono medellinense no se pueda
sostener sino con antipatía y malas caras; sea que
tan linda ciudad, en vez de alegrarlo, predisponga el
ánimo á la displicencia; sea el afanado, constante
trabajar, la lucha por la vida; sea el clima, únicamen-
te, ó todo esto junto, es el hecho que, en tornando
la gente á Medellín, se acabaron las relaciones conse-
guidas en otra parte, y mucha hazaüa es que dos de
aquellos amigos lleguen á reconocerse en la calle
hasta el extremo de saludarse con un Adiós Fulano,
y seguir de largo.
Pues bueno: toda esta parrafada era para decir
que uno de los lugares más socorridos para cambiar de
aires y darse á la sociabilidad, es el pedazo de falda
llamado El Cucaracho, cuyos linderos ignoramos.
Cucaracha /... \M\rQ usted qué nombre! Y no
se tiene noticia, que sepamos al menos, de que nin-
guna legislatura ó asamblea haya tratado de cam-
biarlo por alguno de héroe ó de lugar de batalla,
como por acá es costumbre. Y es lo peor que, toman-
do la parte por el todo, se suele designar bajo tal
nombre la falda en general, bien que ella tenga pun-
tos menos mal bautizados.
Levántase en majestuosa vuelta al occidente
del valle. Aquí arranca violenta y atrevida, allá en
suavísimo declive, más allá convulsiva y vacilante.
Presenta, al ascender, ondulaciones esqueletadas de
• toldo sobre estacas, turgencias de acolchados almoha-
XXVI — Ilusiones y realidades 3 1 9
dones, asperezas de caracol marino. Se encumbra al-
tanera hasta dar en el cielo la fantástica silueta, que
así semeja delineamiento de revuelta cabellera, como
de almenares derruidos.
Ofrece el conjunto imponente, el detalle capri-
choso, inesperado, del paisaje antioqueño: en seguida
de una explanada para una plazuela, un tolondrón
pedregoso de difícil acceso; después un barranco inex-
pugnable; luego un escalón ó un repecho que hace
echar los bofes al transeúnte; cuando menos se piensa
un derrumbadero, un grupo de pedrejones á manera
de ruinas, á vuelta de los cuales se serena el terreno,
presentando la curva de la colina, la oblicua del plano
inclinado, la horizontal del nivel.
Cúbrese en partes de peluche verde, como caste-
llana de teatro; en partes, la paja seca, las telarañas
y los yerbajos empolvados le forman guiñapos de
mendigo; se abigarra por ahí con rebujos de heléchos
y zarzales, dejando ver los remiendos negros de rozas
recién quemadas.
Desnúdase en los flancos, mostrando peladuras
rojas en carne viva, desgarrones que se caen á peda-
zos, escoriaciones calcáreas, por cuyas grietas parece
que asomaran cariadas puntas de huesos.
En las hondas de tanta arruga, ya se engalana
de guirnaldas y festones, ya recoge en arroyos la pie-
dra corrediza, ahora la pegajosa podredumbre de un
pantano le va comiendo como una lepra; y luego, por
allá en las alturas, se paramenta con ropajes de sobe-
rana, ornados de flecos de gramíneas y de recamos de
320 Frutos de mi tierra
musgos, por entre los cuales se levanta el roble con
la salvaje arrogancia de nuestras montañas.
Los numerosos propietarios de El Cucaracho^
al cercar sus lotes, al cultivarlos, al construir sus ha-
bitaciones, acaban de complicar este pedazo de falda:
vallados de pedrisco rojizo ó negruzco, enyerbados y
lamosos, alternan con setos sembrados de maguey, de
piñuela y de higo chumbo, ó cubiertos de entretejidos
rastrojos, y con las hileras de árboles y estacones que
unen los cuatro alambres erizados de pinchos.
Los propietarios pobres labran para comer, — que
no por ornato, — su pequeño pegujal, rodeando los
pajizos hogares de maíz, yuca, plátano, tal cual mata
de caña, el indispensable aguacate, tres ó cuatro algo-
doneros, dos ó tres papayos, sin faltar casi nunca el
higo, cuya penca, acanalada y erguida, descuella entre
el sembrado como cosa de flecha gótica.
Numerosas casas de recreo, con su pintura roja,
sus siempre bien enlucidas paredes, sus dilatados co-
rredores, campan por su holgura en praderas acica-
ladas, donde algún pedrejón cubierto de liqúenes,
sombreado por guayabos y chagúalos, hace las veces
de oasis.
Tras las habitaciones, ó á un lado, están los jar-
dines y arboledas. Las opulentas frondas de los man-
gos, duraznos y pomarrosos sirven de palio al fecundo
naranjo; al arizá, que ostenta á leguas su borlón san-
griento; al madroño puntiagudo, de grato fruto é in-
tensísimos verdores; al chirlomirlo, que escandaliza
con sus copazos amarillos. Estos, á su vez, protegen
XXVI — Ilusiones y realidades 32 1
con su sombra la beldad tonta del hicaco, el esprii
del cafe, la corona y la púrpura del granado. Su ma-
jestad la rosa, esa reina-Proteo, luce allí todas sus
formas y colores; en tanto que el jazmín común, siem-
pre sencillo, siempre humilde, se arrima á la tapia,
busca la grieta, se entreteje, y ofrece á la rapaza, á
quien amedrenta el Diablo, la corona sin espinas y la
florecilia candida de ideal fragancia, para que vaya á
llevarlas á la Virgen.
Retorcido ó en zig-zag en unos puntos, recto en
otros como una calle, acá scmi-urbano y polvoriento,
allá pedregoso y bravio, después de partir en dos el
suburbio de Robledo, atraviesa el camino real la agria
falda, como un garabato de bermellón.
Riegan El Cucnracho dos riachuelos, siquier
quebradas: La Gó/fiez, que convida al baño, y Z,a
Iguanáy la pérfida Igtianáy de negra historia, las cua-
les, al descender por estas escabrosidades, se desme-
lenan furiosas por los peñones, se aduermen faltas de
aliento en diáfanos remansos, y entran al valle, aqué-
lla pacífica y encauzada, corriendo la otra, ayer por el
predio, hoy por el camino, mañana por donde se le
antoje.
Ventea en estos campos de Dios que es una gloria.
¡Y qué vientos tan traviesos y retozones 1 El que viene
de frente corre como loco y... contra la falda ! el de
travesía — que será el del Norte, probablemente — pasa
por allí como mano de muchacho malcriado por ba-
laustres de ventana. Los dos se encuentran y... j tén-
ganse piedras! arboledas, rastrojos y sembrados, en-
21
322 Frutos de mi tierra
redadcras, bejucos y colgajos, se alborotan, se vuel-
ven al revés, en tremebundo zarandeo; vuelan las
láminas, si con marco, si con cinta; la basura, como
en toda revolución, se arremolina encumbrada; bra-
man las cañadas; se abren en flor las colas de las
gallinas; las señoras sorprendidas en campo raso...
sentarse y mano á la falda, mientras trenzas y capu-
les danzan en la batahola.
Mas no siempre vienen los vientos tan furiosos;
que á veces la dan de músicos, }', como topen rendija
ó agujero, se cuelan á las casas zumbando como trom-
pos de latón, lamentándose tan tristes...
Pero no son los vientos, ni las transiciones, ni
[los atavíos del terruño, loque constituye el encanto
de El encaracho y de esos campos; es, seguramente,
;1 paisaje que desde ellos se disfruta.
Por aquello de que: B/ qii& no ha visto iglesia...
se resiste uno á creer que aquel horizonte pueda ser
medido; al contemplarlo, parecen mentira las distan-
cias y cómputos cosmográficos: es un fondo como de
engrudo claro medio tinto en añil, una semblanza de
la inmensidad, ornada de vellones de un gris desva-
necido, que se escarmenan blancos y difusos como
jirones de velo nupcial. Al frente, Santa Helena
• — uno de los puntos culminantes de la ramificación
central de los Andes antioqueños — perfila sus crestas
sobre ese fondo y se pierde á lado y lado en lejanías
azules, de aquel azul color de lo infinito, esfumándose
en el cielo.
Parches de arbolado, risueñas casitas, lujosas
XXVI — Ilusiones y realidades 323
quintas cubiertas de trepadoras, festonean y tachonan
las laderas de la montaña como los cordones y las
condecoraciones la chaqueta de un príncipe alemán.
El Alio de las Cruces^ vestido de una vegetación
á trechos espesa y lozana, á trechos pajiza y achicha-
rrada, y con el Cemeníerio de los pobres construido
de cal y canto y muy valientemente en un descanso
de la colina, presenta á lo lejos — si muy hermoso —
el aspecto romántico y exótico de un cromo de pelu-
quería.
El Poblado, cortado por amplia carretera, con su
linda aldea de San Blas, asoma entre el ramaje, y
dispersa luego sus hermosas construcciones de recreo
por llanos, pendientes y caminos.
El Morro de los Cadavides surge én pleno valle
formando el más gracioso estorbo, como si la enrisca-
da tierra antioqueña le hubiese regateado al lago la
lisura del fondo; que lago, y muy á la suiza, segura-
mente, fue esta cuenca, al decir de los sabios.
No muy lejos, hacia el sudoeste, imponente y
magnífica como el sentimiento que la levantó, esbelta
como la gente que habita esa región, blanquea la torre
de Envigado.
Por el nordeste, desprendiéndose dala cordillera,
curvándose,declinando lentamente hasta el río, cierran
el valle las arideces de El Bermejal. Su suelo reseco,
color de mancha de fierro, casi calvo, parece formado
adrede para que más resalte la exuberante riqueza
de los campos vecinos.
Allí cerca, en el comienzo mañoso de la falda, se
324 Frutos de mi tierra
diseñan los muros curvados, los ángulos, las verjas, y
hasta las estatuas de uno, al parecer, magnífico pala-
cio. Prodígale el ciprés su pompa funeraria; el pino
se le inclina, y abate los brazos, contraído de tristeza;
la tierra del anfiteatro, abonada con el polvo y los
gusanos de tantas generaciones, toma tintes de ceniza;
bajo los techos, negros por el tiempo, se distinguen,
como los dientes de enorme maxilar, las blancas bóve-
das repletas de podredumbre. Eso que semeja crista-
lizaciones minerales, es la modesta capilla; el torreón
que domina á la izquierda, el osario; el osario que,
con el sarcasmo de sus calaveras, parece mofarse de
esos mármoles, de esas ostentosas inscripciones, de
esas coronas de inmortal. La idea de la nada ofuscara
el alma si, volviendo la mirada hacia arriba, no se
divisase allá sobre la cima de Pan dé Azúcar un punto
apenas perceptible: La Cruz que promete el perdón y
la verdadera inmortalidad.
Mas el que mira desde El Cncaracho, en nada
de esto para mientes, atraído por el fondo del valle.
Todos los tonos del verde bordan en primorosos
arabescos aquel afelpado. La sementera antioqueña
forma por el Sur y el Occidente la labor de más realce.
La caña de azúcar, con sus tintes apagados,
cuaja extensos, irregulares polígonos ó largas lenguas,
de entre los cuales sobresale,ya la fábrica hidráulica, de
maquinaria norteamericana, de alta techumbre y atre-
vida chimenea; ya la raizal estancia^ tanto más pinto-
resca cuanto más humilde. Campos de legumbres
dejan entrever de mata á mata el feraz negror de la
XXVI — Ilusiones y realidades 325
tierra en que entrañan las opimas raíces; y entre unos
y otros campos, agobiado por el racimo, tremola el
plátano sus bulliciosos gallardetes.
¿Qué verdor es ese que así agasaja el viento ?
Se revuelve, se cimbra y se azota, volviendo, ya de
un lado, ya de otro, el encrespado follaje, brillante
como seda; se despliega en la vega; viste el ribazo y la
colina; llena la quiebra y la cañada; y lo mismo en la
pendiente de las montañas que en las márgenes del
río, lo mismo en la arada que en la roza, lleva siem-
pre frescura al ambiente, recreo á la vista y santo rego-
cijo al corazón del labrador. Adorne, apenas recién na-
cido, los altares; luzca la gallarda espiga en el surco;
cargue en sus mil envolturas el riquísimo tesoro, se
muestra siempre ufano, se yergue siempre altivo, sin
temer al trigo ni á rival alguno. ¿ Cómo temerlos ? El
da á nuestras campesinas, mejillas como rosas, y car-
nes apretadas, henchidas de fecundidad; á nuestros
gañanes fornido cuerpo, venas levantadas como cor-
deles, huesos de hierro, y ese brío indomable para el
trabajo. El inspiró al bardo de nuestras montañas
aquel canto, aquel poema de la naturaleza, cuyos ecos
resuenan de nación en nación...
Deslindan estas heredades hileras de sauces, de
naranjos y de limoneros, pisamos en flor que semejan
hogueras, búcaros que semejan ramilletes, guamos,
carboneros, y cien árboles más, amén de la vegetación
que medra bajo la sombra. Ciúzanlas una red de ata-
jos y veredas bordeados de flores, toldados de enre-
daderas, regados por arroyuelos.
326 Frutos de mi iíerra
Por dondequiera se ven chozas rodeadas de huer-
tas y jardines, amplias casas de labradores ricos,
prados blanqueando de ganado, quintas de placer
de elegante portada y variada construcción, entre
palmeras, mangos y acacias.
Alamedas umbrías de sauces llorones y babiló-
nicos, de guaduas y eucaliptus, son los caminos rea-
les; y en todas partes la cañabrava se sacude y da á
los vientos la blonda cabellera ; y en todas, esa flora
anónima tupe los claros, enlaza las frondas, tapiza los
bordes que le cedió el cultivo; y en todas, trabajo,
movimiento, vida.
El Aburra, perezoso, ondulante, aquí angosto,
desparramado allá, interceptado á trechos por los ca-
ñaverales y sembrados, se ve desde la falda, bien así
como retorcidos recortes de hojalata.
^Y. "nbro rl Tiinjji'iífii n li inliilii^ iiiiii i nmn rrgnrrn
dfíflnrpg y tarjpfac- pc Mprjplli'g, la beldad colom-
biana.
El cerro de El Volador.., ¡Maldito cerro! ¡Quién
te pudiera cortar á cercén, como un lobanillo, cerro
nefando i Si no te pusieras por medio, se viera la
hermosa en todo su esplendor; se viera cómo el río la
besa el pie y le rinde pleito homenaje.
¡ Tan seductora, tan engreída! Recostada en el
regazo de aquella naturaleza, respirando ese aliento,
siente fiebre de amor y neurosis de poesía. ¡ Ah ! sí :
su soñadora mirada registra el cielo: ese sol... ¿no será
una onza de aquellas que se fueron, acaso para no vol-
ver .^ La enamora la luna: ¡ son tan bellos los astros de
XXVI — Jlnsiotifs y rea ¡i da des 327
plata ! Contempla los arreboles de la larde : ¿ Se desha-
rán en lluvia de oro ? El viento enredando en la arbole-
da le trae notas que aceleran los latidos de su corazón:
es el mismo ruido, no hay duda, el ruido de los billetes
nuevos y de las letras de cambio. Su nariz de diosa
se ensancha: en aquel concierto de olores cree distin-
guir el perfume de los cajones de pino, los efluvios
del encerado y el aroma embriagador de mercancías
recién abiertas. Veila: la pupila llamea de pasión,
hace ondular sus formas de Agripina, modula voces
de sirena, y, recostada en el lecho de rosas, quiete apa-
recer QQnio la reina egipcia ante el enamoradizo triun-
viro: es que ha oliscado algún Creso.
Y un poco más de vista desde El Cucar acho :
Vense por la mañana bJancos cendales que se alzan
del fondo, que se prenden en los flancos, para luego
recogerse en las cumbres ; mientras el valle parece
como inundado por copos de algodón,
Al mediodía las nubes se pasean lentamente, y,
proyectando en faldas y llanuras sus sombras vaga-
bundas, cambian á cada paso los efectos de la pers-
pectiva. Cabrillea el paisaje con relumbrones metáli-
cos y se tornasola con los matices del pavo real; el
éter, cristalino, deja que la visual se pierda en lo azul;
y, cual si el valle fuese inflamado reverbero, levanta
esas culebrillas apenas perceptibles del calor, que, al
vibrar el aire, hacen temblar el cuadro á guisa de
bambalina.
Y cuando, al ponerse el sol, enciende el Ocaso sus
luces de Bengala; cuando reina esa calma solemne
328 Frutos de mi tierra
de la tarde, se aquieta el aire, sube el tono de
los colores, los detalles se precisan, y aquella hermo-
ísura, alumbrada entonces por esos celajes, reposa se-
lírena y... ¡téngase usted firme, y métale criterio al
asunto ! porque, cuando menos se lo percate, todas
Uas engañifas de la luz y la distancia, y toda esa co-
media de magia, se le mete al seso, y lo convence, y
lio enreda, y,. . ¡aquí me tiene un hombre perdido
para los negocios !
Y dejándonos de paisajes y de ilus'^'nfs bnnLtag
que — valga la verdad — no vienen á cuento, sigamos.
con las feas realidades del nuestro.
La más fea, por ahora, es que Agu¿tínl leva yá
dos meses muy corridos de permanencia en el tal
Cucaracha^ y ni la vista lo ha alegrado, ni el viento
le refresca la mollera, ni quiere que nadie le vea, ni
la mejoría en la salud es cosa de notarse.
La casa que Filomena le consiguió en arrenda-
miento, con todo y muebles, y muy cara, por más
señas, está situada bastante arriba de la falda y en
una tira angosta de terreno que declina bruscamente
por el Sur hasta lindar con La Igiiandy y se explana
al Norte, á linde con el camino real. Por toda porta-
da tiene una simple cancilla, y ésa en un rincón, doce
varas distante de la cual está la dicha casa.
Que es de las llamadas de número 7, con buenas
piezas y corredores adentro y afuera — estos últimos
XXVI — liusiones y realidades 329
mirando al valle y al Sur — y con un patio chico,
cerrado en el ángulo libre por un trincho de piedra
sembrado de rosales y con colgajos de panameña y
malva española por los lados. Cae al patio por un
atanor y en una alberca un chorro nada cristalino,
que luego pasa al baño. Este es de piedra sin labrar
y esiá rodeado de culantrillo y heléchos, y en la mi-
tad del jardín, si tal puede llamarse un rastrojo
de bejucos, maromas y parásitas que se extiende
al sur de la habitación. En la huerta, situada atrás, y
un poco inculta también, hay aguacates muy viejos, du-
raznos muy coposos, platanar, pencas de higo mejicano
y una higuera. Mucho nopal, muchísima hoja san-
ta y algo de zarzales, en todos los cercados; enredade-
ras de recuerdo y rosa-té, en los corredores; golon-
drinas, procreando en los aleros del tejado; colonia
de colibríes, en las fucias; concurso de mariposas,
abejas, abejones y gusanos. Total: que la casa es muy
alegre y sabrosa.
Que baños frecuentes, que sol y sereno, que co-
mida abundante y nutritiva, que leche á pasto, bran-
dy, ejercicio y mucha distracción, todo ello acompa-
ñado de gotas, cucharadas y jaropes: tal fue el man-
dato de los médicos; mandato que Agusio no cum-
plía, á pesar del llanto y de las oraciones de Nieves.
La pobre estaba pasando la pena negra: Al ca-
riño, á la abnegada solicitud que en todo tiempo ha-
bía consagrado á su hermano, se unía ahora esa tierna
conmiseración que se tiene por los seres queridos que
pronto han de morir; porque, para ella, Agusto era
330 Frutos de mi tierra
víctima de una enfermedad, más ó menos larga, más
ó menos definida, pero cruelísima y de todos modos
mortal; y aunque los doctores sostenían Ic contrario,
Nieves llegó hasta dudar de los doctores, creyendo
que ocultaban la verdad, ó que tal vez no conocían el
mal; y en tales dudas tuvo por cierto que un milagro,
un milagro solamente podía salvar á su hermano.
¡ Si ella lo había visto muerto, y bien muerto 1
y no se explicaba cómo su hermana y César — que
también lo vieron — estuviesen tan poco alarmados.
O eran muy desentendidos, ó muy bobos ; mucho más
bobos los dos juntos que ella sola ; pues « esa cosa tan
horrible » que le dio á su hermano, no era para que
él viviese muchos días, bien claro estaba- De repie-
sentársela nada más, sentía como si le apretaran el
corazón, y no podía atajar las lágrimas; y era el caso
que esa escena, con las circunstancias que la prece-
dieron, no se le borraba un instante. Era de noche y
«hacía una luna que parecía la mitad del día»; su
hermana y César merendaban en el comedor « muy
á gusto »; Minita estaba <r con la vena », y se acostó
sin merendar; ella (Nieves) servía el dulce ¡muy
triste ! porque su hermano le parecía muy malo ese
día y no quiso que se llamara á los dotares^ y porque
su hermana y él estaban bravos y no se hablaban.
Ella tenía esa noche mucha gana de llorar. De presto
oyó que abrían la puerta del cuarto de su herma-
no, y lo vio salir dando brincos como si se hubiera
estacado un pie. Creyó que era eso, y corrió á ver...
¡ Qué susto tan horrible, y qué pesar tan grande ! su
XXVI — Ilusiones y realidades 331
hermano tenía los pies sanos, pero se estaba muriendo...
Abría la boca y «sonaba seco como si no pudiera vo-
mitar... j y era resollar lo que no podía ! Tenía los
ojos salidos y muy miedosos, y el pelo tieso de pa-
rriba ». Ella gritó, y salieron su hermana y César y
agarraron á su hermano, que allí mismo se les cayó
como muerto... pero no estaba muerto todavía. <í En-
tre los tres lo sabiiqiiiaron muy duro, y César acató
á i'cutialo con un sombrero ». Cuando yá lo tenían le-
vantado, volvió en sí, vio á su hermana y le dijoccn
un mormullo tan triste: « j Me muero, hermanita I »...
El pobrecito, que estaba tan ofendido con su her-
mana, le pedía socorro; pero su hermana no entendió
el mormullo^ ni César tampoco, porque si lo hubieran
entendido, no estuvieran tan disimulados. Ella sí lo
había entendido muy bien; pero á ella, como era tan
boba, no le creían nada.
Esta escena, que así reproducía la imaginación ^~^
de Nieves, movió á Filomena y al sobrino, nó á pie- — ^
dad, pero sí á obrar en favor de Agusto, quien, des-
pués de romper el encierro que se impuso y de cantar
la palinolia, todavía se resistió á que lo viesen los
méJicos y, más aún, á recibir auxilio de Filomena,
de cuyas manos no quería ni la hostia consagrada.
Pero la necesidad siempre fue la gran ley. Yá sa- \
bemos cómo César fue el encargado de sacar al tío. i
Pues bueno: El aire libre, el oxígeno de la mon-
taña, así como los baños — única parte del tratamiento
médico que Agustín cumplía con formalidad— le equi-
libraron y robustecieron un tanto los enfurecidos
332 Frutos de mi tierra
nervios. « La cosa tan horrible » sólo le había ama-
gado, y una llamarada que le subía por dentro, casi
estaba quiela y apagada; pero, por lo demás, Agusto
se-*efTtnr-ca4a-d4ar-püür .
Nieves, descorazonada por completo, ni en mi-
lagro, ni en San Antonio, ni en nadie confiaba yá:
Dios no quería aliviar á su hermano. Y, mediante un
paralelo que ella establecía á su modo, se confirmaba
más en esta idea.
¿Qué remedio iba á tener su hermano, si en
menos de seis meses se había vuelto un viejito des-
choncladíi? El, que comía con tanta gana, no pasaba
ahora bocado, y si lo pasaba, se quería reventar. Tan
aseado y bien puesto que se mantenía... ¡ y verlo
ahora ! Un hombre tan acoudiiiado y formal, que
hasta en sus diversiones trabajaba, ni aun fruteros
quería hacer ahora. ¡Y verlo confundido por todo y
llorando como un chiquito !
Su hermana y Minita no creían, porque no lo
estaban viendo como ella. Minita decía que no era
sino rabia con « ese Bengala »... ¡ Si fuera rabia nada
más, no estuviera su hermano tan consumido !
Mucho más bravo que antes sí estaba: á ella le
había dado como cinco J>u>los, le zapateaba muy duro,
y cada rato le tiraba el pelo; pero eso no era por mal
genio, sino de puro enfermo y desesperado.
I Nieves, pobre perro habituado á lamer las manos
que lo azotan, lejos de ofenderse por las brutalidades
de Agustín, las miraba como señales de un alivio si-
quiera pasajero, y prefería pagarle las viarazas á verlo
XXVI — Ilusiones y realidades 333
por ahí con esos ojos de angustia y esas caras de di-
funto.
V como su hermano la había escogido para acom-
pañarlo en la última enfermedad, á ella, tan zonza y
tan inútil, en vez de escoger á Minita, tan viva y en-
tendida, ella debía agradecer esta preferencia y cum-
plir el encargo con (C harto fundamento y> y sin mos-
trarle cobardía, aunque se estuviera muriendo del
miedo y la tristeza.
Lo de mostrarse valiente, á pesar de la buena vo-
luntad, no era tan fácil; pues, á mayor abundamiento,
las muelas dieron en atormentarla en eses días, y, en-
tre corrimientos, dolores y mordiscos, le pusieron la
cara que ni una calabaza.
Por fortuna que las negras sirvientas eran lo que
se llama buena compañía. Bernabela, especialmente,
estaba en todo para servir, consolar y tonTar~Ia pala-
bra, y era la única que con sus enredos é invenciones
conseguía que Agustín tomase algún remedio.
Esta negra, resto de la esclavitud en que se crió,
conservaba, no obstante sus muchos años de libertad,
cierto aire de sumisión y de respeto con las personas
á quienes servía, sin olvidarse del Mi amo ni del Sti-
mercé de otros tiempos; siendo en el fondo un costal
de malicias y bellaquerías revueltas con buenas inten-
ciones. Agusto, tan claudicado y todo, era siempre el
hombre celoso de sus fueros y el vecino de las intole-
rancias : A las primeras de cambio armó camorra con
el colindante de abajo.
Tenía éste en el extremo de su lote, no lejos de
334 Frutos de mi tierra
la casa que habitaba Agustín y cerca á la cancilla en-
antes mencionada, un rancho en que una puerca, ex-
tendida cuan larga era, amamantaba siete cochinitos,
los cuales, chilla que chillará?, prendían un berrinche
de todo el día. Como esto incomodara á Agustín, de-
terminó que el vecino se fuera con la música á otra
parte. No quiso éste; insistió el enfermo; se trabaron
de palabra; y que vos sos un tal por cual; y que vos
esto y aquello; y que ajos y cebollas; acabaron por
ponerse peores que la puerca.
Llanto de Nieves. Desesperación de Agusto.
Discurso de Bernabela.
III
La intrusa negra, al ver aquellos extremos, se
plantifica delante del afligido señor, se estriega las na-
rices con el dorso de la mano, sorbe á toda gana, y
dice:
— \ Pero, mi amito Agustín, por la Virgen !...
Sumercé sí !: ¡Tanté ponese á confundise por los di-
chos (lese taita !... Y no ve que jué á búscale cam-
bamba ? ¡Un blanco como sumercé... ¡se á enredar
r,con esa gentualla ! Nó, mi amo: los negros semos
.¡negros y los blancos son blancos; los negros en la
Icocina, los blancos en la tarima...
— ¡ Es que á mí hasta los negros me quieren
ultrajar I — murmura él tirándose en una banca.
— ¡Pero, mi amo! — repone la metomentodo
tomando asiento— Es que sumercé es tan canónigo:
XXVI — Ilusiones y realidades 335
¡ enteramente no tiene naíia de pacencia ! Si sumer-
cé no juera tan sobao... ¡ mire! : nian taba enfermo !
Mire, miamo: un cristiano sin pacencia ¡ no tiene
cuándo! ¡Calcule!.., Si cada v°z que toman, juera
uno enfadase ¡ María Santísima ! ¿ onde los diera la-
gua.' A la gente hay que aguántale, miamito. Yá ve,
sumercé, que mi Dios los manda sufrir con pacencia
las alver.«idades y flaquezas de nuestro prójimo. Y
mire, miamo: sin pacencia no estuno á gusto en esta
vida; porque siúno no tiene pacencia ¡ tá molesto á
todora !... A yo me parece que si sumercé no juera
asina, nian motivo le había dao á ese niño Bengala...
pa tuesos escándalos que hubieron... i Y mire, miamo
Agustín; con esa incomodidá y ese flato que sumercé
manija, no se alivéa jamás ! ¡ Allá verá que nó, man-
que siaga lo que siciere!
Resínese, miamo, resínese; mire que toítos pade-
cemos: los ricos, los probes, los alentaos... ¡ toiticos,
mi amo Agustín !: el que no cojea diuna pata cojea
diotra. Y ya ve: más padeció Miamito y Señor por
losotros: ya ve los impropelios y alatomías qui-hicie-
ron con Él; ya ve qui-hasta lo enclavaron en la
cruz... Y venido á ver que lo que li-hicieron á su-
mercé. en comparación desto, es como un picao é
pulga ! Resínese, miamO; á la volunta de mi Dios;y
mire que la conformidá pa las cosas deste mundo
¡ lamién se necesita de á mucho!; y cuando su Di-
vina Majestá le mandó esta penalidá... ¡ pu-algo es !,
porque mi Dios nu-hace las cosas á cuente gracia.
¿ No ha rezao, pue?, la corona á la Virgen } Pes hay
336 Frutos de mi tierra
dice que mi Dios mortifica más lalma del cristiano
j entre más lo quiere !... ¡María Santísima, miamo,
quesa devoción de la corona si es de las cosas pa más
lindas !... Es dicir ! Cuando yo servía en cas de las
señoras Angaritas, que estuve tres años largos, la ha-
cíamos toítcs en la casa diá tres veces por semana.
Vea: si quiere sumercé, yo voy ondéllas qui me lim-
presten; y la niña Nieves lace con sumercé, yui Car-
men y el muchacho; y verá sumercé cómo sialivéa y
se le quitan esas cosas. ,.. ¡Pero tamién tiene que
proponese !: no ve que se la pasa hay pensando en la
mesma pendejada... ¡ 7a con nada la remedéa !...
Y puesués que se pune á la muerte; y puesués que
sestá consumiendo... de pura la pesadumbre y la mo-
lestia que le paña, ¡ No piense más en eso, miamito,
y pegúese del manto de la Virgen !
Voy á contale un ejemplo, que yo lioía contar al
dijunto Padre Rojas: Este quisquera un hombre,..
¡ muy virtoso ! que se llamaba... comuéra ?... comue-
ra, miamo ? No miacuerdo intual; pero ai lo intitu-
laba él con un nombre muy trabajoso; y quisquera
muy devoto de la Virgen y el Señor, y tenía ¡mucho
caudal ! y las mangas vestidas dialimales di una y otra
laya. Y mi Dios, pa ver qué tan güeno era, le dio
licencia al Patas pa que l'hiciera... ¡ toiticolo que le
/diera la gana !... ¡Tanté cómo siaprovecharía él ! El
Mihizo perder toíta la plata, sin que le quedara un
f cuartillo; él liapestó toítos los animales, y no le quedó
' niuno; lihizo morir toitica la jamilia; le tumbó la casa
y todo; al último, le mandó á él... ¡ una llaga, miamo,
XXVI — Ilusiones y realidades 337
que aquellu-era dende el dedo grande di-una y'otra
pata hasta el pelito ! Y el querido ¡cito de mi vida I
se la pasaba tu-el santo día tirao en un buñiguero, pu-
driéndose qui ni-una mortecina, y ni-un cristiano tan
siquiera p'espantale los moscos, porque aquellu-era
i una gedentina que naides se li-arrimaba !... Y sabe
sumercé lo qui-hacía el infeliz ? Pes á tod'hora taba di-
ciendo: « ¡ Mándame más, mi Dios ! i Mándame más,
mi Dios! ))... Y'antoces, mi Dios, viendo que si-era
muy güeno y resinao á su santísima volunta, se li-apa-
reció con la Virgen... ¡ y al momentico lo pusieron
güeno y sano, y le regolvieron el caudal, los alimales,
la jamilia y toitico !
Y esto diciendo, salió la negra muy satisfecha,
sorbe que sorbe.
Nieves quedó aturdida: ¿ Cómo en cabeza de ne-
gra podía caber tanto? ¡ Cosa más bien dicha 1 Preci-
samente lo mismito que ella sentía respecto de su her-
mano; pero ¡ ni bamba de decirlo como Bernabela !
¡ Ah negra para tremenda ! ¡Que hubiera algunos cris-
tianos con tan buena cabeza... y negros ! Su hermano
se había callado á todo; era señal de que yá no estaba
tan bravo. ¡ San Antoñito bendito que hiciera caso!
Bien lejos de todo se hallaba Agusto. Aunque
sosegado en apariencia, continuaba tirado en la ta-
rima, la cara tapada con ambas manos, en el mismo
tumultuoso abatimiento. Del Surstim corda de la ne-
gra había oído el rumor, sin parar mientes en si eso
expresaba ó no expresaba algo. Ni porque se lo dijera '
el Obispo. 22
338 Frutos de mi tierra
Pero, si no en el ejemplo de Bernabela, pensaba
en cosas peores; pues los incidentes de ese día, agre-
gando nuevas notas á su tormento, avivábanle el re-
cuerdo de lo que en vano quería olvidar: ¡ A qué
estado había llegado I Después de todo lo ocurrido,
■ un canalla lo insultaba, y una negra hedionda se atre-
vía á acercársele para hablarle de Bengala y ponerle
cartilla. ; Y el mundo continuaba como antes! ¡Y él,
Agustín Álzate, un hombre como él, se veía ama-
\rrado !
Pues es de saberse q; Agusto tenía por amarra-
dura, ó cusa así, la situación de su ánimo, sin que
él propio pudiera explicarse si había enfermado de
tristeza ó entristecídose por enfermedad.
Desde el percance atrás referido, el pobre señor
se perdía en un sueño de pesadilla. Reducido á un
callejón sin salida, daba y cavaba en un mismo punto,
y tal acopio de elementos tempestuosos iba acumu-
lando en sus adentros, que á no estallar de vez en
caando, como estallaba, aquello fuera la asfixia. Estas
reventazones, yá se sabe, si no eran pueriles extrava-
gancias, eran rasgos de salvaje altanería, que, ya de
un modo, ya de otro, iban siempre contra Nieves.
Y no era esto lo peor ni lo frecuente: descargada
- la tormenta, Agusto se agitaba en el vacío. Entonces
sí que era la asfixia de veras: á manera de una bomba
de goma á la cual se extrae el aire que la sostiene,
dijérase que el espíritu de Agusto juntaba sus paredes
y se arrollaba sobre sí mismo.
1^ Cómonó? Agustín vivía colmado é íntimamente
XXVI — Ilusiones y realidades 33 i)
feliz, concentrado en el yo, cifrando en el yo el obje- /
tivo de la vida; y el culto queá sí mismo se tributaba
día por día, lo ponía más endiosado. Su fortuna, que
para cualquier antioqueño de agallas anchas fuera una
miseria, fue para el ex-pulpero algo como la lampar
de Aladino; pues es de advertirse, por si ello no s
coligiere de lo expuesto hasta aquí, que Agustín n
era hombre de grandes ambiciones; y, si un tanto co
dicioso, tampoco fue un avaro. Desde chico se hizo
cargo de cuánta valía da don Dinero, y por eso, más
que por los placeres que proporciona, lo persiguió
hasta alcanzarlo.
Y como quiera que los arrequives déla opulencia
no se llevan sin que uno se deslumbre lo bastante
para alzarse á mayores, Agusto, una vez rico, dio en
achacarse altísimas cualidades y en levantarse falsos
testimonios, — hartofavorables, por supuesto; — y como
la pendiente es resbaladiza, no paró hasta sentirse
poco menos que rey, pero no un rey de baraja, como
quien dice, sino un rey-dechado, dechado de cuanto
hay de grande, encumbrado y sublime; y en ello se
cerró; y fuérale usted á probarle lo contrario.
Tal vivía Agustín «Álzate. Pero hé aquí que,
merced á un percance, para muchos de poca monta,,
para algunos de grande enseñanza, Agusto se ofusca,
vacila, duda... y no hubo remedio: yá no era Agusto
El trono se vino abajo, la apoteosis se tornó picotaJ
Nostalgia como ésta sólo tiene parecido, aunque en
caricatura, á la del Diablo.
Y como no se vive sin ideales, el rey caído quiso
340 Fruios de mi tierra
buscarlos fuera de su personalidad. Por arriba nó,
que yá sabemos que para él el mundo se acababa en
las tejas: Jiuscó. pues, de teia.^ñh^j^.- i^ ¿l"»-*-^"*' '
Inútilmente; porque como era hombre tan suma-
mente recogido y morigerado y de vida tan contem-
plativa, como desconocía los halagos del mundo y
se hallaba tan mal del cuerpo, no pudo ensayarse en los
placeres aturdidores, y más que todo, yá estaba Pedro
muy viejo para cabrero.
Amor? Tal vez en plena salud le diera por ahí,
fuese casando ó sin casar; pero tan empedernido y
amargado de corazón ¿ cómo amar ? Y ningún otro
afecto le movía. Verdad que por Filomena había ex-
perimentado ese sentimiento de compañerismo en que
se mezclaba el interés con un poco de cariño; pero en
las actuales circunstancias la prendera le inspiraba
una aversión rayana en odio. Mina y Nieves fueron
\ siempre para él poco menos que cosas, y ahora, en la
¡'desgracia, no se le ocurrió elevarlas á la categoría de
\ personas.
Agusto ignoraba que la lectura fuera para entre-
tener espíritus enfermos y que el tabaco fuera el
amigo de los tristes, y ni tenía perro ni caballo, ni
tampoco sabía sacar solitarios en la baraja, — pues
jamás agarró carta — , ni mucho menos tocar guitarra,
ni bandola, ni instrumento músico de ninguna clase.
En tan semejante necesidad se dio á entender
que el emborracharse era p;ran remedia. Púsolo en
práctica como con un cuarto de botella de brandy, y
tal se pondría, que Nieves, ignorante del remedio,
XXVI — Ilusiones y realidades 341
creyó llegado el terrible instante, y pidió cura; y no
poco tuvo que argüir Bernabela para probarle lo con-
trario.
Desde este día determinó que su hermano se
había de confesar, y, á la primera insinuación que le
hizo sobre el particular, se llevó tal testarazo, que no
tuvo sino callar é industriarse con Bernabela para
que ella se lo suplicase á la primera coyuntura.
No tardó ésta en llegar, y fue en ocasión de unos
miedos muy grandes que le entraron á Agustín, mie-
dos que él no explicó, pero que tanto Nieves como la
negra tuvieron por horror á la muerte. Tamaño
argumento no era para que la predicadora se andu-
viera corta: probóle, no obstante, lo mal que el ser-
món sentaba á tío Agustín; que <i ese miedo pa mo-
rirse y esa ranchada pa confesarse nu-empataban».
Y ni por ésas; que Nieves mandase mucha vela á
San Antonio, fue cuanto se sacó.
Si alguna esperanza conservaba Agusto, hubo de
perderla con el mal éxito del remedio; pues de ahí en
adelante yá no se paraba en chiquitas: fuera haciendo
el fantoche de Jeremías ó el de Aquiles, se andaba en
unas angustias y agitaciones que eso parecía accesos
de locura melancólica. Inventaba las posturas más
extravagantes y patéticas: ya eran las manos en la
nuca, la cabeza pegada al pecho, y acurrucado en uii
rincón; ya un caminar como bailoteo, de aquí para
allá, apretándose el estómago á dos manos; ó bien es-
tirados los brazos hacia arriba, los dedos trabados,
como esas figuras que se ven en los grabados que re-
3á2 Frutos de mi tierra
presentan catástrofes. El cabello y las barbas crecidí-
simos y rucios, el desorden y abandono del traje, la
demacración del rostro, y, más que todo, la mueca de
acerba pena, acabjiban de caracterizar la triste_cari-
catura de la grandeza caída.
Las ideas fúnebres lo acosaban de noche, y desde
la oración se rodeaba de Nieves, Bernabela, la cocinera
y el muchacho que habían llevado para encerrar y
traer la leña; y veces hubo que la servidumbre tuviese
■que dormir al pie de la cama del señor, formándole
cerco. ¡Y pensar que en otro tiempo le producía
i^-V^ bascas el olor de la gente del pueblo ! Una noche
fueron tantas las súplicas de Nieves para que su her-
mano saliese « á echar una caminaíta por el llanito >,
y^que Agusto se resolvió. Nunca tal hiciera: en cuan-
to se asomó al corredor, se le presentó un velorio;
eran los faroles de los barrios altos de la ciudad
que, por la distancia, se veían aglomerados. Y des-
de eso, la agonía y la muerte de la seña Ménica,
— única persona á quien había visto expirar, — se
le representaba á menudo, con ese recargo de porme-
nores que desentierra la memoria, precisamente cuan-
do más queremos olvidar. Y la sobresaltada imagina-
ción del enfermo recomponía escenas tales, que le en-
friaban hasta el tuétano. Entonces « la cosa tan horri-
ble» le amagaba, determinándose casi siempre por un
hipo seco, ruidoso, como chirrido de máquina sin aceite.
Bien poco dormía el señor. ¡Y qué insomnios
tan tristes y pavorosos los suyos ! Por la noche había
afuera un coro de bajos, del otro mundo, probable-
XXVI — Ilusiones y realidades 343
mente, que cantaba y rezaba al propio tiempo, y, de
vez en cuando, graznidos y aleteos medrosos pertur-
baban el coro, si no era que la rana y el grillo, ati-
plándose en notas doloridas, ahogasen el coro por
completo. Que era el viento, le decía Nieves; pero
Agusto saltaba en la cama al percibir distintamente
cómo salían de la ventana lamentos casi articulados
de ánimas en pena. El gallo, en el corral cercano,
daba un quiquiriquí estridente, prolongado en un
final de llanto, y otro gallo le seguía, y luego otro, y
después el más distante, hasta que las voces se iban
apagando gradualmente, como se ahoga la vida en el
«.agonizante; y tanto se trataba de agonía, que el ganado
I daba mugidos y aullaban los perros, tan lastimeros...
' seftal evidente e de que se está muriendo algún cris-
jscnai ev
jtiano D.
Entredormido, veía Agustín calaveras y zanca-
rrones~errcruz, que, por fortuna, se borraban al mo-
mento; pero una noche, á eso de las nueve, no fueron
calaveras lo que vio; fue un trapo blanco, y en él
como un retrato: la cara tosca de una mujer muerta;
pero con los ojos abiertos, y que yá, yá le iba á hablar,
y aun le pareció á Agustín que á reclamarle algo.
Dio un berrido y saltó del lecho, las quijadas bailán-
dole, el pelo erizado y sudando suero. Se estrechó con
Nieves, que rezaba junto á él, y con lengua estropa-
josa exclamó:
— ¡Hermanita... hermanita!
— ¿Qué fue, hermano, por la Virgen .' — contesta
ella, más muerta que viva.
344 Frutos de mi tierra
— ¿ Qué hacemos, hermanita ?... ¿ Qué hace-
mos ? — y la estrechaba con más violencia.
Él porqué del terror no lo explicó; pero desde
esa noche determinó acostarse de día y velar de noche
acompañado de todos. Bernabela y Carmen hablaron
■entonces de viaje, alegando que esa vida sin dormir
no la soportaban ellas; pero como Agustín les au-
mentó la paga á como quisieron, hubieron de que-
darse y velar con él hasta donde el sueño les permitía.
i Los médicos parecían no querer habérselas con
semejante enfermo; pero por fin vino al Cucaracha
el doctor Puerta, quien examinó muy detenidamente
á Agustín, y sostuvo que ni en el corazón ni en parte
alguna tenía nada, y el mismo régimen, con algún
aumento de medicinas.
— Vea, niña Nieves — le dijo Carmen, viéndola
muy afanada con la última medicación — déjese di
atormentar más á don Agustín con tanta medecina,
y mande llamar á ño Claudio Pino, pa que le saque
el sapo; porque allá verá que es un sapn 1n _q'£l
tiene en el estógamo. ¿No ve que cuasi l'oga .? ¿No lo
• ve que se mantiene jaito, jaito ? Y repare, niña, cómo
apenas bebe algo, yá encomienza á quejase del fogaje
que le gana por dentro: pes es el diajo del sapo, que
á lo que siente l'agua, echa á hacele gárgaras, como
si-estuviera entre un sapero.
— ¡No siás idiática ni pendeja! — dijo Bernabela
entrando á la cocina, donde' pasaba el diálogo. — \ Dé-
jate de ese cuento de sapos ! ¿ No te he dicho, pues,
lo que tiene miamo Agustín ? •
XXVI — Ilusiones y realidades 345
— j Si busté li-oyera lascosasánii mama, niña
Nieves!
— Pero qué eá la cosa ? — repuso ésta sumamente
confundida.
Carmen guardó silencio, y Bernabela contestó:
— Pes, niña... ¡ manq'este mal el dicilo, lo que t
tiene mi amo Agustín es pecao callao !
— I Cómo pecao callao.^
—¡Pes pecao callao! Es dicir ¡quién sabe
cuántos! I Tanté cuánto hará que miamo Agustín
no se confiesa !
— ¡ Busté sí que saca unas cosas malucas, Berna-
bela ! — exclamó Nieves aterrada; porque al punto
pensó que ella no recordaba haber visto confesar á su
hermano, ni tenido noticia del caso.
— Mire, niña: Me pesa el dicilo; peru-asin-es.
— ¡ Pues no es eso — objetó Nieves— porque en-
tonces hubieran dicho los dotores que lo han visto I
— ¡Tantg los Hntnres!--- Ppj; plln»; s^^hp.rán de
medecina; pero de pecaos ;. qui-han de saber ?... Mire,
niña: asina mesmo pasó puaá en Marmato con mi
compadre Adrián Giles, ¡y resultó q'era pecao
callao !, y'apenitas se confesó le coló el alivio. Mire,
niña: se puso asina mesmo de calavérico y d' idiá-
tico como miamo Agustín... ¡ Mesmamente un loco,
con ser que era el hombre más racional ! Y aquello
jué ventiale y ventiale vahos calientes y medecinas
di-una y'otra laya... ¡ y nada le valió hasta que no. se
confesó ! Mire, niña: esa ranchada pa no confesase
y'ese hestérico macho que manija miamo Agustín es
346 Frutos de mi tierra
d'eso... ¡Tanté hombres con hestérico !... ¡ Si no juere
pecao callao... es dicir, nu-hay puerca rucia !
— Pero é!, que hace tanto tiempo que no se con-
fiesa, ¿cómo hace pa haber callao ningún pecao?
— ¡ María Santísima, niña !... Pes pior!: no ve,
pues, cantonees toítos tan callaos, y el Patas lo tiene
cogido pu-ese lao... ¡ Tanté cómo será eso !
La susceptibilidad por la fama y el buen nombre
de su hermano se hirió en Nieves, y, aunque se incli-
naba á creerle á Bernabela, por aquello de pensar que
el mal de Agustín era desconocido, se le hizc, no obs-
tante, un deber de familia protestar contra la hipóte-
sis de la negra. Así fue que, suspendiendo la despeda-
zada de medio pan de azúcar, en que se ocupaba, y con
ojos lacrimosos y todo el calor de que era capaz, dijo;
— ¡ Nó, Bernabela: no se ponga á decir eso de mi
hermano; porque, si la oyen, pensarán que él es muy
malo!... Y no es tampoco pecao callao, porque él,
masque no se confiesa, es un hombre muy acondutao
y que ha vivido de un modo muy bonito.... ¡ Todo es
de la enfermedá; pero nó de pecaos !
— ¡ Pes hay verá ! — repuso Bernabela sorbiendo
con mucha gana, y como si en el sorbetón estuviese la
pronta réplica, agregó en seguida:
— ¡No s'enfade, niña, pu-esto que le igo, que nu-es
por mal dicir ! Yo sé que miamo Agustín es muy
güeno... pero un pecao callao lo pueden tener los que
sian más virtosos... ¡ No ve, niña, que el Patas sabe
mucho !... Y yo li-oía icir al dijunto padre Rojas que
á los virtosos es á los que el Patas persigue y les
XXVI — Iliísioues y realidades S47
pone trampas pa que caigan. ¡Ya ve el ejemplo que
le conté l'otro día á miamo Agustín de aquel hombre
tan güeno y tan virtoso !... Y vea: persuádase que lo
de miamo Agustín es eso. ¿ Busté ere, niña, por un
momento, que, si no juera pu-eso, yá no se había con-
fesao hacía tiempísimos ? ¡ Tanlé con toíto el miedo
q'él le tiene á La Pelona !... j Eso es, niña, persuáda-
se ! Vea: ese susto que le paño l'otri noche, y que nc
se li-ha pasao tuavía, y'esa juria, ¡ todo es el Patas
que lo molesta y lo pone qui-n¡ un Erón pa que no^
se confiese ! ¿ Pues no li-oyó, pues, al dotor Puertasl
que ijo que miamo Agustín no tenía mal de ninguna
laya ?... Y yá lo ve que paece en 1' última agonía;]
¡ mas luego siempre será pecao callao!
— ¡No lo quiera mi Dios que sea eso ! — prorrum-
pió Nieves, llorando y completamente convencida —
\ Hasta se enloquece mi hermano, porque él nc se con-
fiesa así á ojo I
— No, niña, no crea q'és loquera asina entera-
mente: apenas es que el Patas los empendeja á ratos,
go s'enjunesen, como le pasa á miamo Agustín j
pero locos di-amarrar nó. Y no llore, niña Nieves,
que yo voy onde las señoras Angarltas á que m'im-
presten unas reliquias q'ellas tienen de mi Padre
San Pedro Clabel, y di-algún modo idiamos pa que
miamo Agustín se las ponga, ¡ y verá cómo se con-
fiesa ! ¡ No ve qui-asina el Patas si-uyenta !
Nieves mandó al Señor Caído de Girardota una
cabeza de cera para que su hermano no perdiera la
suya, y para que hiciese una buena confesión.
3á8 Frutos de mi tierra
Y como el doctor encareció las distracciones so-
bre todos los remedios, Nieves ingenió cuantas á su
alcance estaban. Se hizo á una cometa con mucha
cuerda para que Agusto la echase « en esos vientos
tan buenos »; buscó baraja para enseñarle el tute y la
Cargalahurra; cuanto le parecía bonito quería que
él lo viera: que las tominejas en los niditos, que el
ordeño de las tres vacas, que las señoras que pasaban
por el camino, tan bien montadas, que flores, que
esto y lo otro, i Creía la inocente que Agusto tuviera
algún lado !
/ Las veladas se iban entre ejemplos y cuentos,
'estos últimos variadísimos, pues Bernabela los sabía
así de astistos, como de duendes, lo mismo de Tío
Conejo que de El Muhán, de La Madremonte y de
JS¡ Patetarro\ fuera de las décimas de las bestias, los
cuatro colores y otras muchas, aprendidas todas en
Marmato, las cuales recitaba la negra con muchísima
prosopopeya. Carmen no sabía sino el cuento de El
EnrilaOy y vaya con el cuento, con la palabra y el
estilo de la narradora ! \ Era una delicia !
Y de todo ello resultaba que Nieves era la diver-
tida, y Agustín como si nada.
|. Todos los días recado sobre recado á Filomena:
I que « mi hermano malísimo », que « mi hermano más
\ pior », que venga hoy, que venga mañana. Empeño
I inútil: Filoxtteaa-iia.pare£ÍA-
Nieves insistía.
— ¡ Nó, niña, — le dijo una vez Bernabela, que era
la demandadera en ocasiones — yo no güelbo á icile
XXVI— Ilusiones y realidades 349
más á la niña Filomena !... ¿ Pa qué? Ella no se
viene hasta-q'el niño Cersa nu-esté de tréselo.
¿ Pero está muy malo, pues ?
— ¡Tanté malo!... ¡Qué va estar! Pero mire,
niña... malo será el dicilo... pero allá verá cómo la
niua Filomena se casa con él... ¡ Hijuepucha ! ¡ ¡Has*
lai pa queresen ! !
— ¡ Valientes cosas saca usté !
— ¡ Mi verdá, niña Nieves !... | Mi verdá 1 Allá
verá, niña... y'acuérdese de yo!
xxvi:
IDILIO
OX más moderación y menos pindongueo
qae otras veces, había vuelto Filomena á
las joyas y galanuras. Resignóse á no tener
capul ; pero sí se compró un chai azulado, que
hacía flux con su alma, vestida ahora de color de cielo.
¡ Haber ella inspirado ese amor tan violento !...
I y á César ! ¡ Ser ella la mujer que lo tenía enfermo 1
Ante estas ideas el corazón de la prendera se volvía
una esponja que absorbía á puchas la ternura. ¡Y esa
Niñón !... ¡ Ah querida que era esa señora !
Por fin encontró dependiente que la llenara por
completo, y tan sólo dos veces había asomado al alma-
cén la venturosa negocianta, y ésas por minutos. Es-
taba boba.
César, retirado del servicio y dándose gusto. La
casa, una Capua: helado?, vinos y cerveza, á ruedo;
cigarrcs y cigarrillos, de lo caro; pousse-café. de lo
mejor; frutas, las más exquisitas; mesa... no se diga!
El tuteo zumbaba, y fl hah]g^^gotana¿_en^roda 5H
acent^[i¿iifó'n-y~pureza, se cultivaba allí como en una
academia: Filomena yá estaba al tanto de los vocablos
más usuales, y, según su sentir, muy endilgada en la
pronunciación.
XXVII— Idilio S5l
Si fue elemento peninsular, criollo ó indígena el
que vino á dar el tono al hablar de las gentes de la
meseta de Santafé; si fueron los tres de consuno; si
ello es debido al clima, á la forma del terreno, á los
ruidos de aquellas regiones, ó simplemente al aparato
vocal, lo sabrán Caro y Cuervo; pero no cabe dudar, jj
pues es palmario, que en la formación del acento bo-í'j
gotano entraron, y en mucho, la música, la onomato-'
peya y el donaire.
Esos aumentativos tan decidores, la pintoresca»
fraseología, aquellos Ahf y aquellos O///, y, más que
todo, las transiciones y flexibilidad de la voz y el pin-
tar con el tono, le dan á la conversación más común
cierta variada amenidad, cierto aliño, que hacen que
uno prescinda del concepto y de la forma, nada más
que por escuchar. De aquí, probablemente, el que esa
gente parezca más culta y educada de lo que es en
realidad, que es muchísimo. En tanto que nosotros
los antioqueños!... Con nuestro modo de h.ibli^r tan
destemplado y monótono, con aque'Ias noticas finales
tan desabridas, tanto da que echemos por la boca flo-
res y perlas como guijarros y tronchos de col, con ser
que maltratamos mucho menos que los bogot.inos la
madre lengua, si se ha de juzgar por las Apuntaciones
Criticas de don Rufino José.
En este nuestro humilde sentir, — que por acá en
Antioquia no es muy general, dicho sea de p.iS0, —
abundaba Filomena; y no hay para qué ponderar todo
lo aflautado y violincsco que le sonaba el tonito éiC,
oyéndolo, como lo oía, en palabras amorosas y reque
352 Frutos de mi tierra
bradas, como vti chinttica,ini cr estica y otras del pro-
pio jaez con que á toda hora la regalaba su rendido
amante.
¡Y lo que eran las cosas 1 Ella se había demorado
en casarse, porque mi Dios la tenía para ese bogota-
nito ¡ tan querido ! ¡ Qué tal que ella se hubiera em-
barcado con algún maicero de aquí! ¡Y qué lástima
que esas tísicas de las Palmas se hubieran ido de la
calle, para verlas muertas de la envidia !
O porque se fuese acentuando la voz viva del
hablar bogotano, ó por el estado de felicidad, Filome-
na había cogido un melindre y un mimo en la pro-
nunciación, que era un encanto oírla; y / Caracho /
va y / Caracho ! viene, y Ah f por aquí y Oh /
por allá, y ala por todas partes.
Minita, desde antes de César enfermar, tomó un
/aire avinagrado y displicente, hasta acabar por an-
darse por ahí aislada sin hablar palabra. Filome-
na creyó comprender qué mosca picaba á la Mina, y
no trató de espantársela: « ¡ Que se enchivara y esti-
rara la jeta, si le dolía; que se rascara, si le ardía ! »
Casualmente que ni ella ni César necesitaban para
maldita la cosa «c de esa ojos de culebra, tan juzgona.)»
Filomena no se dejó enervar por el noviazgo: si
había dado de mano á la actividad mercantil, era
para tomar la casamenteril.
Arreglado el matrimonio con el sobrino, con-
vencida por él de la facilidad de la dispensa, con sólo
n untarles la mano á los curas, > sintió ella como ne-
cesidad de hacer al mundo confidente de sus amores.
1
XXVII— Idilio S53
Mas al mismo tiempo se le quería figurar que podrían
hacer burla de su casamiento; y de suponérselo no
más, le iba entrando una corajina que se sentía muy
capaz de acabar con todo Medellín. Esas Palmas,
sobre todo !... ya las veía: aunque comiditas de envi-
dia, era mucha la chacota que iban á hacer. Y entre el
temorde noserenvidiada y el temor de verse en ridícu-
lo, no sabía á cuál quedarse: ^ divulgaba su matrimo-
nio, se burlarían, y si lo ocultaba, ¿ cómo envidiarla ?
En tales fluctuaciones optó por la reserva; pues
en medio de su ufanía, en medio de aquel dilatamien-
to del corazón, Filomena no podía menos que sentir
algo allá cc>mo la vergüencilla de la vejez enamorada,
como el alfilerazo instintivo de la mujer que, á sa-
iendas, va á casarse cuando yá no es tiempo, cuan-
o con el matrimonio va á acallar la locura del amor,
mas no á llenar la santa misión de la madre. ¡Maldi-
tos cincuenta años! ¡Aylsiasí como ella y César
habían cambiado corazones, pudieran cambiar eda-
des!... Pero nó: todo eso eran ociosidades. ¿No era
ella para su César la mujer más encantadora dQl
mundo ? ¿No lo tenía trastornado ? ¿No sabía, pues,
que amor como el de César no reparaba en edades "í
Y si ella fuera una muchacha bien linda, ¿ qué gra-
cia era que él la adorase como la adoraba ?... Pues
entonces... ¡ no pensar en esas bobadas !
Pero... por sí ó por nó, siempre era mejor arre-
glar todo sin decir palabra: había tanto sopero^ la
gente de ese Medellín era tan mala, y á las lenguas
de las envidiosas había que temerles. 23
354 Frutos de mi ñerra
Todo se haría, pues, al santo callado. Desde lue-
go que en su casa no les diría ni una palabra, y ni
había á quién; pero á alguna persona de mucha con-
fianza, y en muchísimo secreto, por su puesto, tenía
de comunicárselo: callar en absoluto no era posible,
máxime cuando con alguien tenía que entenderse
para el arreglo de la dispensa. ¡ Y que ella sólita
tenía que estar en todg! porque como César era tan
tímido el pobre, como estaba tan impresionado de
verse tan querido por ella, — lo que él no creía mere-
cer,-—y como aquí eran tan chocantes con los foraste-
ros, no se atrevía á dar ningún paso en el asunto.
¡ Era tan decente y tan caballero y tan moderado ! ...
Y había que obrar sin tardanza. ¿ Cómo cruzarse de
brazos? ¡ Si el noviazgo era así... cómo sería lo otro ?
La iniciativa no le parecía tan fácil á la novia.
Y qué hizo ? Pues "^^'f íifrfírhit''^ á d^'frH^^pa, y
entre ruborosa y satisfecha, le sopló el cuento. Y digo
si estuvo feliz en el comienzo. No tan sólo aprobación
y plácemes recibió de su confidenta, sino también ins-
trucciones sobre el modo como debía conducirse con
César antes y después del casamiento, y una porción
de sapientísimos consejos, encaminados algunos á no
hacer ningún caso de las muchas habladurías que, á
pesar de la reserva, iban á levantarse.
— «. ¡ No sea boba, niña 1 — le decía doña Chepa,
yá en el contraportón, á tiempo de despedirse. — Plá-
gase la desentendida, deje que hablen y digan, y no
atienda al que le vaya con cuentos, como hicimos
Agapito y yo... ¡ Fue mucho el monte que nos pusie-
XXVII -^ IdtJio 355
ron, y siempre nos casamos ! Y yá ve qué tan felices
vivimos I Y de la dispensa, yá le digo: no se le dé
cuidao. Yo le hablo esta misma tarde al padre Ángel,
que tiene mucho brazo con el señor Obispo.... y verá
cómo nos arregla eso.... ¡ Si no es la primera que se
casa con sobrino! (Aquí citó doña Chepa varios casos).
Y muchos recaditos á César, y que por qué me ha
olvidado.... 1 Mándemelo, niña, pronto ! i> etc. etc.
Y no fue ésta la mayor fineza, sino que doña
Chepa le cedió á la novia, de los que usaba, un frasco
de tintura para el cabello, la cual tintura estaba á
prueba de sudores y mojaduras, y ni ensuciaba el cuero
cabelludo ni la ropa, ni empegotaba el pelo; y le pro-
metió, además, conseguirle los frascos que quisiera.
Conforme lo dijo la mujer de Agapito resultó.
Algo diz que gruñó su Señoría Ilustrísima por la dis-
pensa en novios tan consanguíneos; pero como para
concederla tuviese facultad pontificia, hubo de acce-
der á la petición y á los empeños del Padre Ángel,
cien pesos y doscientos rosarios mediantes.
Tan fausto, tan plausible como trascendental
acontecimiento bien merecía celebrarse con toros y
cañas, cuando menos. Tal lo pensó Filomena, y de-
cretó un paseo al campo y á pie. A la finca nó, porque,
para festejar á Césa'r, la casa era fea y mala, aunque
tenía aquella arboleda tan bonita ¡ y aquellos man-
gos !... y, además, los chiquillos de los mayordomos
eran á cual más sangripesado y zarrapastroso, y los
mayordomos mismos tan ordinariotes y preguntones.
Mejor era al Cticarac/io; ¿ qué le hacía que Agusto
366 Ftuios de mi tierra
estuviese tan impertinente ? Con no hacerle caso es-
taba el cuento acabado. A la Minita sí tenía que lle-
varla, sin remedio ¡ Cuándo había de faltar miércoles
en la semana !
Esto era martes, y desde ese día principiaron los
preparativos y quedó concertado el paseo para el sá-
bado próximo, muy de mañanita, y la vuelta para el
lunes siguiente, por la tarde.
i Qué tres días más deliciosos! ¡Y César que yá
estaba completamente bueno ! ¡Ah caracho!... ¿Del
martes al sábado ? Cuatro días... ¡ Cuánto tiempo !
La negra Bernabela llevó el anuncio del visitón,
los cobertores y ropas de cama y otros bartulillos.
Ese sábado venturoso llegó, y, no bien amaneció
Dios, se pusieron en marcha, caminito del Cucaracha.
Minita montaba el caballo de Filomena, pues
aunque se había llevado más paia la novia que para
ella, la novia en esta ocasión prefirió, en vez del suyo,
el de mi Padre San Francisco, é iba atrás, apoyada
en el brazo de su novio. Los dos estaban muy gentiles
y peripuestos. El, con la viuda de viaje, el casco yan-
kee, los boticones amarillos, gra,badosé impermeables,
la ruana terciada al hombro con remucho garbo ;
. pero no llevaba el revólver. Ella... ¡no se diga!: en-
tusiasmada con los tintes de doña Chepa, y viendo
/ aquel pelo tan negro y tan lustroso y cada hebra
aparte, se dio á entender que debía lanzarse en la
moda, y, al efecto, se redujo el moño eliminando el
relleno, y se hizo uno, no mayor que un níspero, á
estilo greco-romano, arribita del morro de la nuca,
XXVir— Idilto 357
el cual moño atravesó de parte á parte con el consa-
bido tembleque de mariposa. Pasando por debajo de
aquél, y anudada adelante sobre la carrera, en formi-
dable lazo, llevaba una balaca azul, de cuatro dedos
de ancha. Vestía chaqueta elástica granate, salpicada
en el delantero concuenticas como rocío, y una falda
color de canario con ramazones y espigas, que pare-
cía de papel de colgadura, guarnecida abajo con un
pentagrama de cintas negras. Y á cada contoneo re-
volaba la cola, ya al norte, ya al sur. Porque no se le
aplastase el lazo del balacón, llevaba en la mano la
gran corrosca, pintada con humo de pez, muy bien bar-
nizada, y con mucho plumaje y mucha flor de trapo;
y, por último, el chai de cielo azul, caído hasta la
cintura y las puntas cogidas en los antebrazos. Con
ser, como era, para viaje á pie, Filomena aprisionó
los suyos en unas zapatillas del taller de las Arangos,
calzas que, en otras circunstancias, fueran potros de
tormento. Y como quiera que el cimiento del galán
parecía muy menor que el de la dama, ella apenas
medio alzaba la falda, dejando asomar, eso sí, muchas
franjas y bordaduras. César le llevaba la sombrilla.
Le aseguro á usted que la pandorgona estaba lo
que se llama hermosa. A ir descalza, fuera una he-
roína de Garcilaso.
Y yá que á Garcilaso nombramos, es de advertir
que César había formado del nombre de su amada el
diminutivo irregular más delicado que inventar pudo
el amor: la llamaba Filis. Y como ella tampoco se
mamaba el dedo, le retornó á su amante el diminuti-
358 Frutos de mi tierra
vo éste con el ternísimo de^Sarito. ¡ Si el ilustre tole-
dano hubiese conocido este nombre !
Filis y Sarito, embebidos en la plática, camina-
ban tan lentamente, que á eso de las seis irían tres
cuadras allende el Puente de Colombia. Mire usted si
aquello olería á idilio. Pues y la bucólica ?
Iba á ser en grande: adelante de la pareja, y ago-
biado por el peso de enorme catabre^ que á la espalda
cargaba, iba el negro asistente^ llevando de un lazo y
casi á rastras, un gorrinillo muy gordo y barrigudo;
pues también se trataba de matanza de marrano, con
sus corolarios de morcillas y tamales.
El ubérrimo catabre contenía los siguientes es-
cogidísimos artículos: tres capones rellenos; una posta;
cuatro cajas de bocadillo; dos idem deariquipe; seis
latas de sardinas; seis idem de mortadella; dos doce-
nas de paquetes de cigarrillos Tomás Urihe; otra
idem de panes rialeros; una y media idem de limetas
WilHam Piper y de otros licores. ítem más: la lote-
ría de doña Chepa, que iba á cantar César con las
aleluyas y pareados délos indios bogotanos; un orácu'
Jo muy viejo y descuadernado, también de doña Che-
pa.... y pare usted.
(Este oráculo, ó sea Libro de los destinos, era
para Filis la obra más extraordinaria del humano
ingenio. Ello tiene su explicación: el día que se ob-
tuvo la dispensa, estando ella en casa de doña Chepa^
sacó ésta el libraco para consultarlo en todo lo rela-
tivo al asunto. La novia, ignorante de tal invención,
iba eligiendo el número, — no sin cierto recelo, — entre
XXVII— Idilio 359
los varios que cada pregunta trae; y ¡ oh fortuna !
todito le salió á pedir de boca; iba á ser felicísima en
su nuevo estado, á vivir luengos años.,., y otras ven-
turas; y lánto se encariñó con el libro, que se lo
llevó.)
Decíamos que los amantes iban muy despacito./
Jamás César se vio tan contento. ¡Qué espiritual,/
qué decidor estaba! Y Filomena?., borracha, bo-»
rrachita de felicidad.
Trisca que trisca, ora de bracero, ora separados,
iban haciendo posas. En una de las vueltas del cami-
no (aún andaban en lo plano), Sarito tendió la rua-
na en una piedra, al pie de un písamo, y se sentaron
muy calladitos.
Filis tendió una mirada en semicírculo, y se sin-
tió panteísta, pero de ese panteísmo burdo de los in-
dostánicos : Los pétalos rojos que llovían del písamo;
un toche, sin duda enamorado también, que se mecía
al frente en un florido naranjo, vocalizando por lo
fino; el coro de cantores invisibles que le contestaba,
acompañado dd rumor de cañaverales y ramajes; los
árboles y yerbas de la senda; ese airecillo matinal,
húmedo y cargado de esencias campesinas; el sol
bronceatido el paisaje; las gentes que pasaban; los
vapores, el cielo.... todo le quería parecer que era
César, y que César era todo.
¡ Qué lindo era ese camino, por Dios ! j Valien-
te día tan encantador les iba á hacer !...Los pajaritos
todos estaban tan contentos conK) ella.... ¡Qué di-
chas tan particulares había en la vida I: que de puro
360 Frutos de mi tierra
feliz se pusiera uno arrozudo y le dieran escala/ríos,,.
Eso de querer tanto, ¡ tanto ! á una persona, siem-
pre era como si etiyerharan á uno.... ¡ Valientes ojos
tenía César, ave María ! ¡ Si se le entraban á uno
hasta las entrañas ! César era mucho más lindo al
sol.
Y en verdad, Sarito tenía esa mañana deliciosa
un no sé qué muy pronunciado de tierno é infantil
en el gesto, en la risa, en la voz, que casi se producía
como niño contemplado, después de una enfermedad
peligrosa. Cómo nó: ¡ si el pobre estuvo tan malo !
Y como estaba tan enamorado....
Y á Filis se le saltaron las lágrimas.
— Perombre, Filis!... Llorando hora?... Qué
tenes ?
Los mofletes de Filis se rebulleron con un pu-
chero encantador; agachó la cabeza, y el moquerito
de linón bordado secó las dos lágrimas.
— Es que soy tan boba! — repuso Filis con voce-
cita muy arrullada, al mismo tiempo que se levanta-
ba.— Camina, hijito, vamonos, que nos come el sol.
— ¡Pero tú tienes algo, mi vida!... ¡ Dímelo!
¿ O es que yá no quieres á tu César .?
— ¡Vea: no me diga eso ni en chanza!... ¿No
ves que es de alegre que chocoleo 1
— ¡ Ah!... ¡ Bueno, hija, bueno ! — dijo él tomán-
dole la mano con efusivo agasajo. — Pero, j siéntate
otra vuelta I ¡ Qué afanosa eres ! Descansemos otro
ratito, y fumémonos un cigarrillo. Horita seguimos.
Y haciéndola sentar de nuevo, arregló los ciga-
XXVII— Idilio 361
rrillos; y luego que los hubieron encendido, se recosió
en un extremo inclinado de la piedra, con la cara
vuelta á Filis, y, con muchísima monada, se puso á
echarle el humo á los flecos agusanados del chai.
— j Pero ai quedas muy maluco, hijito !
— ¡ Nó, alita, si estoy muy bien ! ¿ No estoy cer-
quita de tí ?
Pronto botó el cigarrillo, y, como el turpial del
frente, principió á silbar y á cantar luego:
(i Tus oíos en dónde están 1
Tus sonrisas qué se hicieron 1
Etc.»
¡Qué lindo gorjeaba! Y Filis sacó del bolsillo
una cajita, de esas como guardapelo, que traen confi-
tes para perfumar la boca, y, como quien da de comer
á un pichón, iba poniendo granitos en la de Sarito,
que la abría y la cerraba con tanta gracia... sabo-
reándose, ni más ni menos, que un nene, y haciendo
ademanes de querer comerse también los dedos y
.hasta la manita de Filis.
De pronto ella la retiró, por un movimiento re-
flejo, y exclamó haciéndose la furiosa:
— Ay !... grandísimo descarao!... ¡Vean este gro-
sero !... I No te quiero !
— ¡ De á que sí ! — dijo él, con travesura de rapaz,
poniéndose en pie de un salto.
Y quitándose el casco y descubriendo aquellos
rizos que brillaron al sol como charol, se puso á darle
con la copa en el hombro á su Filis, con una maña y
362 Frutos de mi tierra
una chulada, que ella no podía ocultar el gusto, al
mismo tiempo que le cantaba en la oreja, y en ca-
rácter:
« No te enojes, por Dios, chinita mía,
Déjame recrearme en tus miradas...»
Ruido de jinetes que se acercaban cortaron la
estrofa. César saltó al borde del camino, y, mientras
la cabalgata pasaba, cogió unas cuantas batatillas, cu-
yos débiles tallos se enredaban por los alambres y es-
tacones del cercado cubriéndolos por completo.
Tornó á donde Filis estaba, y, como también era
(" mozo £mdito en poesía, principió á recitar, muy serio
\^ y con no poca expresión, la estrofa de Gregorio:
«¿Conoces tú la flor de batatilla... (Hizo sonar
la elle, besó una flor, y la colocó en la cabeza de Filis
asegurándola en la halanca).
« ¿ La flor sencilla, la modesta flor ?... (El mismo
sonido, otro beso y una segunda batatilla colocada en
seguida de la primera).
<.( Así es la dicha que mi labio nombra... (Tercera
batatilla, y lo mismo que en las anteriores),
« Crece á la sombra (No hubo nada).
<( Mas se marchita con la luz del sol ». (Cuarta y
final).
[ Filis, cerrados los ojos, sin atreverse á respirar
siquiera, flotaba en un ensueño: sentía aquel contacto,
i esa voz del paraíso, las flores, y sentía en la cabeza, y
I sentía en el corazón, y sentía en el alma aquellos cua*
Itro besos que César dejó en las flores.
XXVII— Idilio 363
Qué corona ! Por la de la reina del mundo ente-r^
ro no la cambiara Filomena. Toda su vida guardaría
esas cuatro batatillas.
Mina, entre tanto, los esperaba en el corredor de
una casa, para ver si Filomena quería montar; por-
que si así no lo hacía, ¿ quién aguantaba « después á
la bollona » ?
El alazán, con no menos desasosiego que el que
tenía su flaca carga, bajaba y subía del corredor al
camino, dando vueltas en torno de los postes, colazos
contra la pared y golpes con los cascos contra el em-
pedrado, hasta que Minita tuvo que desmontarse y
coger el animal por la brida. Iba yá á amarrarlo de
un poste, á dejárselos ahí «á esos maulas» y á seguir
sola en sus páticas, -cuando los maulas arrimaron.
Pero Filis, por más que Sarito la instó, no quiso
convertirse de zagala en amazona.
— Nó, nó; móntate vos otra vez y adelántate si
querés — le dijo á Mina. — Yo lo que quiero es hacer
ejercicio.
— Perombre !... Esta faldita es zumbada para
subirla á pie. Te vas á cansar.
— Yo no me canso, César, no tenga pensión !...
¿ Cuánto va que voy hasta la casa sin descansar ?
Minita no esperó más razones, y, antes que el
sobrino la ayudase, trepó sobre un taburete y luego
al caballo, y, sin decir palabra, partió á galope tendi-
do, se atravesó á Robledo y tiró falda arriba.
XXVIII
EL VUELO
«De Aquilea de Peleo canta, diosa,
La venganza fatal que á los Aquivos
Origen fue de numerosos duelos,
Y á la oscura región las fuertes almas
Lanzó de muchos héroes, y la presa
Sus cadáveres hizo de los perros
Y de todas las aves de rapiña....»
HOMEEO,
JEVES, en medio de sus confusiones, an-
gustias y vigilias, despertó casi alegre tam-
bién, el sábado de que venimos hablando.
Y no solamente por ese influjo nervioso, ó
como se llame, — que hace que algunos se pongan fes-
tivos'en la tribulación y melancólicos en el baile, —
sino también porque su hermano, aunque tan coléri-
co y tan mal siempre, hacía dos diasque estaba menos
afligido y había dormido muy bien esa noche, y ella y
las criadas, por lo consiguiente. A todo lo cual se agre-
gaba el que las muelas la hubieran dejado eri paz, y la
perspectiva de la visita, que esperaba con entusiasmo.
Así fue que desde muy de mañana barrió y arre-
gló la casa con mucha escrupulosidad, puso flores en
un vaso roto, con el que engalanó la mesita de la sala,
XXVIII — El vuelo 865
é hizo ordeñar la vaca cachipanda, a para tenerles
unas hucv\:is posíreras de bajada 3». Salió luego con
Carmen á la casa vecina, en busca de lechugas y
otras yerbas, para hacer « una ensalada muy buena j,
que su hermana le encargó para el almuerzo.
i Qué sabroso que iba á estar con Minita y su
hermana.... si no fuera por esa vergüenza que le
tenía á César !... Como saliera del saludo, lo demás
no tan malo.
Padrenuestro á San Antonio para que la sacara
bien del apuro.
En el «. Gloria pairi )) iba, cabalmente, cuando
Carmen — que se había encaramado á un barranco á
coger alcaparras — dijo:
«Puaá viene una di-acaballo bebiéndose los vien-
tos: puel añaje me pese q'és la niña Mina ».
Bebiéndose los vientos también corrió Nieves y
detrás la negra. Bajaron obra de cuadra y media,
hasta una vuelta del camino.
— ¡Ell'es, niña Nieves! — exclamó Carmen, en
cuanto Mina asomó, — ¡ Pero véanla, qué tan jineta I
— ¡Virgen Santa, Minita — le gritó Nieves, más
asustada que alegre. — ¿Pero qué son esas carreras ?...
¡ Cuenta con una caída, por Dios !
— ¡ Cuidao, me mato ! — contestó la otra, sofre-
nando el caballo, que traía muchos bríos.
— ¿ Pero usté cuándo aprendió á montar tan
bien ? ¡ Ah usté pa tremenda I
Las tres se saludaron. La amazona logró serenar
el alazán y seguir al paso de las encontradoras.
S66 Frutos de mi tierra
— ¿Pero por qué venís sola, hoHta ?
— ¡Más atrás vienen aquellos pegajosos... y en
tcdo el día no llegan !
— Ah ¿ por qué ?
— ¿Por qué? j Porque están insoportables!...
j Le aseguro, mi querida, que cuando una vieja se
«mbochincha !...
— Jú, niña!... — murmuróla negra. — ¡Ese güe-
vo quiere sal !
Nieves abría tamaños ojos.
— Sí ! Yá sé lo que me vas á decir : que son
cuentos míos, nó ? — agregó la Minita graznando muy
recio, porque le parecía que estando de á caballo no
la oían bien — ¡Pero están inaguantables... inmora-
les 1 ¡ Te aseguro que me tienen hasta los ojos,., es
decir ! Mira ala: ¡ por muy mal que lo estés pasando
con Agusto, lo has pasao mejor que yo, mil veces !...
Y qué hay de él "i Diz que está muy horrible, nó ?
— Ello siempre está algo necio; j pero es que
está tan malísimo ! ¡ Es que no me quieren creer que
mi hermano es de muerte que está ! ¡ Me ha tenido
con una pesadumbre tan grande ! Quién sabe qué
será lo que tiene, que ni los dotores entienden!...
Pero está calavérico y ¡ viejito, viejito I Y eso que
hoy... lo va á topar alentao, pa como ha estao !...
Pregúntale á Carmen !
— i No diga nada, niña!... — prorrumpió la ne-
gra— ¡ otra cosa es ver los padecimientos de don
Agustín y los males que tiene en ese cuerpo ! Eso es
la penalidá más grande !: ¡ aquí onde pegamos ojo
XXVI 11 — El vuelo 367
en luá la noche con tuítas las afugias d'él !...La probé
mi mama, si no juera porque echa sus tonguitas de
día. ..mire, niña: i ni un jumo se había tirao el lendejo
de vieja, con tantísimo trasnocho !... Hastai campa-
ñas ! Que le cuente la niña Nieves I
— I Pues mijita: nos fregamos pa siete arepas I
—replicó Mina dirigiéndose á la hermana y fruncien-
do el pico en señal de convicción — ¡ Yo, por lo que
es mi parte, no le aguanto más á aquella vieja y á
aquel lambón!... ¡Si vieras al César... después que
nos metió la Gómez \: \ esa es la puercada más gran-
de !... Y le tiene cortao el ombligo á aquella animal !
— Y qué es la cosa, bolita !... que yá Bernabela
me había dicho.
— ¡ Eso... ni pa callao !... ¡ Es decir, mi queri-
da... si á nosotras nos ha de dar la gana de cásanos,
como aquella boba, que nos amarren desde ahora.
— Y sí se casarán, Minita 1
— ¡Yo qué diajos voy á saber!... Pero mira,
. hole: esa es la cosa más pispa. La bollona lo mantiene
prendido de las naguas... ¡y él, dejándose querer ¡;
ella le saca los piojos; ella le saca las espinillas; ella
lo peina... ¡ es decir, mijita!: ni una criada. ¡ E^ues
cuando ha tenido cara de estregale las patas á ese
taita, y ella misma ha llevao el bongo con el agua !
Y él... ¡ yá manda en todo como el amo !... ¡ Me pa-
rece que la plata que le habrá sacao... es decir /,..
¡ Yá ves, pues, si estará sabroso!... ¡ Masque el viejo
no quiera que me quede, aquí me les rancho !: allá no
vuelvo ¡ ni á palos !: á ver tanta sinvergüenzada ?...
368 Frutos de mi ¿ierra
— j Válgame, Minita — exclamó Nieves, confun-
dida, haciéndole señas de que no contase nada más
delante de Carmen. — Eso siempre está muy maluco»
— Pes si lo columbran pu-ai en la calle,... mire,
niña.... ni en qué sentase le queda á doña Jilomena !
Tanté comués la gente pa cavilosiar !
— Pues nó, Carmen; por mucho cuero que le
saquee, por mucho que hablen, no dicen ni la mita!
— Virgen santa, Minita, no diga eso í
— Sí I... Como vos no los has tenido queaguantar
en la nuca !...
Nieves sudaba de angustia. A todo esto llegaron
á la cancilla, y luego que entraron y que Minita se
desmontó, las dos hermanas se sentaron en el corre-
dor á platicar sobre el mismo lema, la una cada vez
más enérgica, saltándosele á la otra unos lagrimones
tamaños. La candida mujer, que por años que tuvie-
ra, era siempre una niña, no sacaba en limpio de las
cosas de Minita y Carmen sino que su hermana iba
á casarse; y aunque esto no le parecía ningún delito,.
ni que tuviera nada de particular, sí la afectaba pro-
. fundamente; pues en medio de su sencillez, veía en
ese matrimonio la separación de Filomena del lado
de la familia y una como orfandad para ella y Belar-
mina, máxime con la idea que tenía de que Agustín
moriría pronto.
Así y todo, enjugó el llanto y trató de ocultar
su pena, para nq, molestar á Minita ni á nadie en la
casa.
Serían como las ocho y media, y Agusto estaba
XXriTI — El vuelo 369
bañándose en La Iguauú, lo cual acontecía rara vez,
pues por lo regular se daba los baños en el de la casa.
A poco llegó el criado con el catabre y el marra-
nito, dando el pobre animal cada chillido que partía
tímpanos y aumentaba los tirones de Evangelista,
que así llamaba el criado.
Bernabela y Carmen salieron á la recepción del
compinche y concolega. Y qué de efusiones y regocijos!
— Vea, niña Nieves ! — le gritó Carmen, tomando
el puerquito por el lazo. — Véalo qué tan gordito !
qué tan bueno p'asalo enterito en el horno! Cómo
quedará de suave !
— ¡ Ah querido que está! — exclamó aquélla acer-
cándose.— No lo vayan á matar tan chirringo ! Va-
liente injusticia ! Si está como los de la marrana de
abajo!... Pobrecito ! cómo vendrá de hambriento!
Anda, hole, dale una aguamasita.
Y dirigiéndose al criado, agregó:
— Y toíto ese canastrao, ¿ quiz que es comida,
hole, Vangelista ?
— Sí, niña, — contestó el zambo con socarronería
y con ese modo amujerado tan común en criados y
cocineros. — ¿ No ve que son los cuidos pa Sarito ?
— Quién es Sarito ?
— Aja! Pes quién ? Pes el niño César! ¿Asina
no es como ella le dice ?
— ¡ Es pa que lo vea, niña Nieves ! — dijo Ber-
nabela triunfante — No se lo icía ? | Es pa que le crea
á esta negra... Tanté cómo serán los potajes que
Ireyen ! 24
370 Frutos de mi tierra
E) negro descargó el catabre y todos lo rodea-
ron, ansiosos por examinar el contenido.
— ¡ No vayan á tocarle eso aquella mujer— ^graz-
nó Mina — porque después determina que le robatnóá»^
la mita ! 7 '' «fh- .'
— Nó, bolita, si apenas vamos á vet. .
Y Nieves levantó el paño que tapaba la ancha
boca, y exclamó:
— ¡ Virgen santa !... ¿ Pero cuántos días se van á
estar, pues ?
— Pes tres meros ! — contestó Evangelista — Pero
no ve que á Sarito lo que le gusta es de á bastante
y de á bien bueno !
— ¡ Tanté cómo será eso ! — murmuró la Berna-
bela, con sorbo y estregamiento.
— ¡ Ese es el tragón más grande ! — repuso Mi-
nita — Yá se ve: } á que Dios lo trajo onde había...
— ¡ Calla la boca hole !... Esta sí que es !... — le
dijo la hermana mirándola con ojos de súplicas.
— Eh ! Es porque no has visto á ese garoso: ¡ esa
es la tripa más ancha ! ¡ De jinchir fue que se en-
fermó !
— ¡ Esta siés la niña más ucurrente ! — decía el
criado, tostado de risa.
— Hastai ! — dijo Carmen.
Y mientras los negros le reían á Minita las ocu-
rrencias, Nieves cubría el cesto, para que su hermana
lo encontrase conforme lo mandó.
— ¡ Pes el niño Sersá sí se la sacó, pues 1 (el sor-
betón fue en grande).
XXVIII — El vuelo 371
— ¡ Ave maría, mama, es quese niño es tan pre-
cioso !... ¡ Bien hace ella en tenelo asina !
Nieves salió al corredor, y viendo á Agustín que
yá subía de la quebrada, le dijo á Minita: Vaya salú-
delo ¡ bien cariñosa I pero cuenta con decile que está
flaco y acabao, porque se noja. Ni tampoco le vaya
decir que no está malo, porque se noja también... Usté
verá cómo ! Y no le cuente nada de mi hermana.
Mina, que apenas había visto al hermano du-
rante el encierro en la ciudad, y que no presenció su
salida al Cucaracha^ se quedó de una pieza cuando
vio acercarse aquel viejo, cuyas barbas y melenas,
mojadas todavía, parecían hisopos de cabuya untados
de ceniza. Pero, sin darse por sorprendida, fue á él,
y, estirándole la mano, — señalen Mina de gtande aca-
tamiento,— le dijo muy amable:
— I Qué tal, hermano ?... ¿ Cómo le ha ido ?
— ¡ Estoy muy bien, — contestó Agusto, con cara
de hiél y vinagre, dejándola con la mano estirada —
sumamente bien con las visitas que me han hecho
usté y mi siá Filomena !... Estoy muy pagao de!
manejo... ¡ Muchas gracias mi siá Belarmina !
Y siguió hasta el corredor, en cuya baranda
apoyó.
— Como usté no quiso que yo lo viniera ac
pañar...
— ¡ Desde que se inventaron las excusas, no ce
men quesito los ratones !
— Vea, Agusto: i no me culpe! — repuso la her-
mana, con humildad muy bien fingida, avanzando al
372 Frutos de mi tierra
corredor — Si viera: ¡muerta de gana de venir á esta-
me con usté, siquiera una semana !... Pero cómo
hacía ? Con el achaque de la damita, Filomena no
me ha dejao íesollar... y ella tampoco ha tenido
tiempo... nián pa ir á la tienda. ¡ Figure al pie de él !
— Sí ! ... j Así mismo me lo figuraba ! — dijo él
con voz y cara de alteración — ¡ Esa albondigona, tan
indolente y tan descomedida con uno 1... ¡ Esa mala
entraña 1 A ese muerto de hambre sí sabe jonjo-
liar 1... ¡ Y uno aquí muriéndose ! Eso sí es lo que
yo no me trago !
— Eh, hermano !...¿Y usté qué está pensando,
pues ?... ¡ Si Filomena está perdida, perdida por ese
caremuñeca... y él también le florea ! Eh ! ¡ si usté
supiera I...
Agustín dio un corcovo, castañetearon los dien-
tes de porcelana, saltáronsele los ojos, la cabeza se
puso perlática.
— Así es la cosa ? — articuló con vozarrón trému-
o. — Pues que vengan aquí esos cochinos.... pa tener
gusto de rumbarlos!... Una vieja que puede ser
¿"agüela de ese muñeco. ...metida en amores con él...
indecente!... Por eso era que estaba tan queren-
na !... porque le cayó en gracia desde que lo vio...
— Nieves I Nieveees ! — aulló frenético.
Ésta acudió al punto.
— Anda cerra la puerta de golpe, y me traes la
llave !
— Pa qué, hermano ?: ¿ No ve que entual llegan
mi hermana y César ?
XXVIII — El vuelo 373
— Anda cerrámela y traeme la llave... ó te acabo !
— Pero.... ¡ hermano, no sea así! — suplicó la niu-
jercita, dirigiendo á Mina una mirada de querella.
Un testarazo sonó, y, como siempre, Nieves sa-
lió «i obedecer enjugándose las lágrimas,
Pero Agustín, poseído repentinamente de una
como actividad, se le adelantó, y él mismo fue á
cerrar la cancilla, y se guardó la llave. De vuelta,
hizo entrar á las dos hermanas á la sala, y cerró, con
llave también, la puerta que da al exterior, excla-
mando:
— ¿ Tara creyendo esa condenada que va venir
á enamorar aquí .^... ¡Que se largue á la quinta....
con ese sinvergüenza !
Y en seguida saltó al patio y gritó:
— ¡ Bernabela ! ¡ Carmen I ¡ Juan José ! ¡ dentren
todos los que estén en la güerta.... que voy á cerrar !
— I Y eso qué contiene, miamo Agustín ? — pre-
guntó Bernabela, saliendo de la cocina.
— ¡ No tengo que date cuenta, so negra !
No bien el negrerío estuvo puertas adentro,
Agustín cerró la que comunica la cocina con el solar,
trancándola muy bien.
— ¡ Ahora sí: que se brinquen por el vallao y
que se dentren por el techo.... que aquí los espe-
ro yo !
Y tornó á la sala como un cohete.
— I Pero vean la viejorra ! — clamó luego, paseán-
dose á largos pasos. — ¡ Y tan señora que se quiere
hacer!... ¡ y tratando de ñapangas á todas las -que
874 Frutos de mi tierra
ve!... ¡Más ñapanga que ella...! ¡ Y ese pelao, ese
lambeplatos hambriento.... tan orgulloso y tan pape-
lero.... y de limosna!.... ¿Pero esa bestia estará
loca ?... ¡ Y quien la ve tan usurera y tan ladina pal
rial, y todo se lo va á entregar á ese muerto de hambre!
— Ah !... ¡ Eso sí, hermano ! — interrumpió Mi-
nita, poniéndose en pie para mejor afirmar. — ¡Si le
viera los mimos con él; si le viera el lujo!... ¡Me
parece que lo tiene cuchubito de plata I...
— ¡ Ah canalla ! — bramó el otro. — A eso fue que
vino aquí ese méndigo 1 ¡ á ver qué botón nos pega-
ba y qué nos podía uñar !...
— ¡Pero si es ella que le mete la plata en la
mano pa sonsácaselo ! — replicó la flacuchenta, con
entusiasta manoteo. — \ Si la tiene embotellada !...
¿Usté eré por un momento, hermano, que él la pueda
querer ?
— ¿ Y qué se le da á ese picaro casase con su
agüela, y mamase con todo? — contestó el furibundo.
Agustín, el espejo de los egoístas, hubiera te-
nido muy á mal el matrimonio de su hermana y com-
pañera en cualesquiera circunstancias; pero en las
actuales, prevenido como estaba contra ella, por la
manera de conducirse con él últimamente, y viendo,
como veía, un usurpador en el sobrino, no era rabia^
no era despecho lo que Agustín sentía: era una sa-
cudida, un choque tan violento, que rompió de súbito
ese á modo de sortilegio que le tenía encadenado. El
amilanamiento se trocó en ventolera de furor. El co-
raje y- la energía, el vigor y la audacia le corcovearon
XXVIII— El vuelo 375
entre el pecho; Sintió ansia de estrangular, de des-
tripar, de esgrimir machetes y arrancar mondongos,
de derribar el templo, de incendiar á Roma: Nerón,
Sansón y Daniel Escobar, los tres juntos, le poseye-
ron un momento: Asomara por ahí el filisteo aquél, y
¡ como hay Diablo I que se cumple el antojo que tuvo
Filomena: le bebe la sangre al tal Bengala.
Calla, porque no puede_hablar. Se tira en la
cama, porque le falta aliento. Revuélcase jadeante y
trémulo. Se levanta luego y vuelve á pasearse con es-
trepitoso zapateo; gesticula desaforado; las mechas le
revuelan; y, pa^rodia de Jacob, blande el brazo, asienta
el. puño, cual si luchase con invisible-contenéor.
— c ¡ Con que se nos casa la niña Filomena ! » —
tartajea al fin, dirigiéndose á Minita. — ¡ Muy bueno:
no se sabe cuál va más armao, si ella ó el títer ese !...
Por eso era que estaba tan formalita con él, que diz
que lo iba á proteger... Ujúú !... ¡Y yo tan bestia que
no malicié nada!... ¡ Ah vieja inmoral ! ! !•.. (Como
un bramido). ¡ Yá sé cual es la proteición que lequié-^,*^
redar á ese asqueroso!... ¡ Ah maldita ¡...¡Ahifir^
fame ! Porque me ve á yo enfermo sé|fÍM<r)^(¿^o-'
vechar pa dale lo que es mío...'áf'niozb; \\o qué^^y'ó
he bregao y sudao toda mP vlítfa \ j'jLW'^ju'á^rtie hizo
valer tanto!... ¡ Mi plata' lB¡{iíi«wí-á^>.' <r ¡ pero muy I
tarde !»...* i Allá estará bién^'^üete, la perra vaga
munda, pensando que en esfo me les muero, pa alzar
con todo!... ¡ Ah boba que está esa... ¡Mañana, go
* Modismo equivalente á nunca.
876 Frutos de mi tierra
hoy misrup, mando llamar, un Tthnrrnn pn pifime con
esa asquerosa 1 ¡ No le hace que me lleve mil ó dos
mil fuertes;... ¡No quiero más cuentas con esa!...
¡Y primero echo mi plata al río; primero se la pico á
los marranos, que dejale un chimbo ; un chimbo ! j á
esa angurriosa ! ¡ Será por tan generosa que es ! ¡ Sí,
muy generosa ! ¡demás!... ¡con lo ajeno! (A me-
dida que suelta la lengua el arrebato crece)... ¡Yo
tengo la culpa, yo la tengo ! ¡Si hubiera cogido un
garrote y le hubiera dao una tunda al César; si desde
que puso los pies en mi casa lo hubiera empuntao pa
la porra !... ¡ Pero fue que esa ladrona se pautó con él
apenas me vio enfermo y humillao!... ¡Por eso fue
que ese demonio de ñapanga me quiso pegar y me
ultrajó!.... ¡porque yá estaba cartiándose con él,
de iquí á Bogotá ! ¿No le oyeron los cuentos que sa-
caba de tal Bogotá, y amenazando con que se iba,
con que se iba.-* ¡Por eso era!... ¡Y yo tan ino-
cente !... ¡ Pero anda, so maldita, audá que yo te las
cobro! ¡ Yá te cogí todas tus tramas!... ¡ Oué tal,
(^a'í VA.no tuviera mis alhajas de oro bien aseguradas
f eiV)^_eÜ¿ideJ^erro ! ¡ Esta era la hora que yá se las
habí^^ep(k)a^ ío,dá4.al marchante ! Pero nián así: ya
me hapráQ^K^j¿iq ^|^i^t^]a !... ¡Figuren el tal Cé-
sar... que es ^ijog^jim^ .jwltiador, cómo será de la-
drón ! ¡ Allá estaráv-fije^^jiridido usando mis cosas !
i Hasta llave falsa tendrá pa abrime mis cómodas y
mi escaparate, y braciar con todo !... ¡Hasta en mi
cama se habrá acostao ese mugroso !... ¡ Tan acome-
dida la puerca, á mándame á temperar!... ¡ Pa salir
XXVIII — El vuelo 877
de yo, pa que no les viera las infamias y la inmora-
lidá!... ¡ Pues me voy! i Mañana mismo me voy,
mas que sea en la cama ! ¡ No le hace que me muera
en el camino ! ¡ Hoy mando por unos cargueros de la
agencia... o me voy á pie 1... ¡ Que vayen á robarle ]
al correo !... | Bandidos !... ¡ Asquerosos 1
Su voz, que por momentos relemblaba, se fue
apagando hasta no producir más que sonidos inarti-
culados, espasmódicos, cuándo como gruñidos de
puerco acosado, cuándo como los silbos que da el
caminante para cobrar aliento. Sus ojos bailaban
sanguinolentos, y su cara, desencajada y lívida, toma-
ba á veces los amoratados de la apoplejía.
El auditorio, inclusive Bernabela, estaba como
magnetizado ante aquel aparato de furor. Nieves so-
llozaba en un rincón: hasta de fatiga se iría á morir
su hermano, porque yá era muy pasada la hora de él
almorzar... ¿ pero quién iba á advertírselo en ese mo-
mento 1
A eso se oyen unas voces que llaman: «Car-
men !... Carmen !... Nieves! »... Las llamadas per-
manecen como clavadas en sus puestos. ocNieveees,))
repiten.
Agusto, que tal oye, se precipita á la puerta,
abre, y sale á todo correr. Todos, como atraídos,
salen tras él. En un soplo se pone en la cancilla, y
abre haciéndose del lado del batiente. Sarito apare-
ce, va á dar la mano á Filis para que suba y... ¡ cata-
plún I del trancazo cae redondo contra un barranco.
Filis da un chillido y va á alzarlo; pero antes que lo
378 Frtitos de mi tierra
haga, Aguslo tira la tranca, salta al camino, y se le
prende de los gañotes con la siniestra mano, mien-
tras con la diestra le arranca corrosca y balaca; le des-
barata la moña, le quita chai y sombrilla, que unes
tras otros vuelan al corral de los marranos; luego la
acogota contra la tapia. César, aturdido, tambalean-
te, vendado por el casco que se le ha hundido hasta
los ojos, echando polvo, tacos y chispazos, se levanta
y va á defender á su dama, á tiempo que las negras
acuden en terrible chillería. Agustín suelta á Filis,
empuja á las negras hacia adentro, y asiendo con
violencia la cancilla se entra y cierra á las volandas.
En cuanto se guarda la llave, aulla: "(¡Arrastra-
dos!.... ¡Ladrones! ¡Vayan á enamorar al in-
fierno !»
Corre á la casa, va á tirarse en la banca, ve el
catabre^ se da cuenta de lo que es, y á patada limpia
lo avienta al corredor, y., aquí fue el horror de los
horrores. ¿ T{^J^cr:^Ar\ u^oH c\ jiipgn Áo prr^nf^nít-f^np
se llama El Vnplnf Pnnr nqncllii riii' lii inimiio! -«--jiip
rénlos capones, y volaron los capones; que vue*
len las botellas, y las botellas volaron; que vuele el
pan y voló... y así cada cosa fue volando, unas al
corral, otras á las Jttangas, cuáles á La Iguana.
— ¡ Por la Virgen, hermanito ¡ — exclama Nieves,
poseída de infantil pavor — ¡ Es un pecao muy grande
botar la comida de mi Dios!... Muy grande, muy
grande !
Más grande el afán de Agustín. Nada se salvó:
la lotería de dona Chepa, cartón por cartón, voló
XXVI II — El vuelo 37 J
también, y voló el talego. El suelo quedó como es-
carbado de gallinas, con los cigarrillos de don Tomás
Uribe y el oráculo en añiccs; Wiliam Piper se estre-
lló contra las piedras, regándolas con su sangre. Bo-
cadillo y Ariquipe rodaron vomitándose falda abajo.
Los negros chillan y comentan; Nieves llora;!
Agustín se tira en la cama desfallecido; gallinazas,!
perros y marranos se alborotan por esas mangas; el
ciiccrrador corre á disputarles tan rico botín; Mini-
ta, serena, inmutable, de codos en la baranda, abrien-^
do más sus ojazos de abismo.... no dice nada.
Entretanto Sarito, espeluznado de la furia, su-
doroso del largo caminar, trataba de consolar á la des-
empajada Filis, que, sentada en una piedra del cami-
no, se emperraba á lágrima viva.
— Yo lo que más siento.... ji ! ji 1 ji !... fue ese
palazo tan horrible ! ... ¡Te va suceder algo!... ]i !
ji ! ji I
— ¡ Si no me pasó nada, hijita ! (enjugándole los
mofletes con la ruana ). Cálmate !.... Estaba mal
parado y me caí: eso fue todo!... No me indigna
sino que ese chibato imbécil te hubiera irrespetado...
¡ Es tan bruto !... ¡ Por fortuna no tráia mi revólver,/;»
porque si no, ai queda ! ^^
— ¡Gracias á mi Dios!... ¡Valiente desgracia
había sucedido !...
— ¡ Yá lo creo ! ... j No le perdono al que te ofen-
da ! — jj¿e Sarito, más tonante que el padre de los -
dioses. — i Lo mato I ... \ Mañana le mando esquela de
desafío !... ¡ Miserable !
380 Frutos de mi tierra
— ¡ Nó, por la Virgen, Saritol... ¡No me aca-
bes de matar ! — solloza Filis, levantándose desespera-
da.— ¡ No se vaya á hacer criminal ! ... ¡ No le vaya á
hacer nada, por Dios!... ¡Se lo pido de rodillas!
(uniendo la acción á la palabra).
— j Peruhija !... i No te pongas así ! (alzándola).
¿ No hago siempre lo que tú quieres? ¡ Le perdono
por ti !
— ¿ Se compromete, mi rey ?
— i Te doy mi palabra!... Pero cálmate, vida
mía.... y arréglate un tantico el cabello, para que si-
gamos.
Filis medio se arregló como pudo; pero, á pesar
de estar bajo la egida de aquel su Bayardo, no podía
resignarse del todo. Sentía un despecho, una incomo-
didad con doña Chepa : la tintura no sólo desteñía,
sino que largaba una grasa verdosa. La ruana de Sa-
rito quedó como si hubieran puesto en ella una cata-
plasma de paico.
Eran cosa de las once y media. A propia hora
emprendieron el regreso, con aquel resistero de sol;
Sarito con el casco muy desmejorado. Filis en cuerpo
y sufriendo el tormento del borceguí, en esas zapati-
llas de las Arangos. Y ¡ lo que es el mundo ! mien-
tras los amantes iban desfallecidos de pura hambre,
la puerca y sus siete infantes se hartaban de chai y
sombrilla, de capones y bocadillo.
En Robledo, donde todavía no había hotel, ni
Jordán^ ni parador alguno, compraron dulces, que
Filis ni comió siquiera, cori la vergüenza que tenía
XXVIII — El vuelo 881
de verse destrapada u como una loca». Pero sí com-
pró un sombreritode caña y unas alpargatas; porque
« como Agusto la había pisado tan duro....i> y des-
pués de tanto esconder el tamaño de los pies, Sarito
tuvo que llevarle las zapatillas, amarraditas en un
pañuelo.
Tal acabó la celebración de la dispensa, Al día 7
siguiente, muy temprano, recibió Agustín, nó cartel
de desafío, sino una carta escrita por el novio y firma-
da por la novia, en que lo ponían de oro y azul.
Por ella lo llamaba la prendera á liquidación, tocan-
do, como se ve, á una puerta que se iba á abrir por
sí sola.
De todo lo cual resultó que en la gallera se
presentaron dos rábulas, de aquellos de memorial á
peseta y una argucia en cada renglón.
(í No rebuznaron en balde el uno y el otro alcal-
de,» pues tanto y tan recio se mellaron, que la parti-
ción se hizo por vapor, sin que hasta ahora se haya
podido averiguar cuál de los deslindados quedó más
quejoso del otro.
Y aquí es preciso hacer constar que Filomena
se manejó con mucha « hombría de bien.»
XXIX
¡ ES UN SUEÑO !
(Crónica de costurero")
[UÉ será ?
Por los afanes y carreras de tanta gente
bien se comprende que es mucha cosa. ¿ Se
moriría el Obispo ? Eso si nó: no hay señal
de luto en la Catedral. Serán los rojos ? Sí parece
cosa de pronunciamiento; pero los rojos que corren
por ahí no están asustados, y, además, los rostros bu-
rocráticos más parecen de pascuas que de ál; y si
fuera pronunciamiento, no andorreara por esas ca-
lles de Dios ese mundo de mujeres. ¿Si será algu-
na comunión de jubileo .'' A buen seguro que andu-
vieran más en calma, j Si es cuestión de llevar la
lengua afuera de puro correr !
/ Sonar de faldas y taconeo femenil se oyen por
todas partes, con lo que queda dicho que el mujerío
alborotador no es el de la plebe. Aunque éste se en-
trevera también en el concurso, está en minoría, ó en
empate, cuando más. Tampoco los varones se están
muy sosegados; que muchos cachacos andan embele-
XXIX — ¡Es un sueño! 383
cados, metidos en el embolismo. En esquinas, tien-
das y oficinas todos están en expectativa é indagando
qué será de ello. Gentes que no se conocen se inte-
rrogan y se tratan como viejos camaradas; vincula-
dos en ese momento por la general expectación. El
que no corre se alebresta. El que no atisba pide in-
formes á los transeúntes.
Como es sábado, día consagrado por la costumbre
para el aseo y arreglo de almacenes y talleres, se sien-
te por dondequiera un barrer y un trastear vertigi-
nosos; pues hasta las escobas y el trapajo sacudidor
están apurados en este sábado de los afanes.
Confluye á la plaza principal un turbión de cris-
tianos, que se escurre por la Calle del Comercio^ y,
engrosado por los que suben y bajan la de Ayacucho,
se lanza á San Roque como una creciente.
La angosta plazuela de este nombre se estremece:
por las seis bocas le tributa sus gentes Medellín; y
aquello se llena, se encrespa desbordándose por arriba,
por abajo y por los lados. No son yá las espumosas
oleadas de la crc7Jie, es el heterogéneo sedimento de la
ciudad. Desde luego que el cuerpo etnbolador^ invi-
tado nato á todo bureo público, está allí con los úti-
les é ingredientes de su industria, dando carácter al
concurso, enredando con piruetas y gestos de payaso,
con el refrán en boga, con la cuchufleta maliciosa,
subida de color. Las demandaderas comerciales co-
madrean con gárrula animación, á la vez que atisban
todo y aprietan y avisoran el canasto dé compra? y
muestrarios. Ciiadas que van al mercado, alternan en
384 Frutos de mt ttevra
una y otra parte, llevando bajo el brazo la batea ó el
cesto para la provisión. Los mendigos, fugados délos
asilos, lucen allí sus pingajos de rabo de cometa, las
patas de palo, las muletas, sus llagas y su mugre. La
granujería callejera y desarrapada resbala entre la
turbamulta como lagartos eri el bardal. Vocea á todo
pecho el vendedor de periódicos.
Entre el sordo rumor de la creciente se perciben
los codazos, los pisotones, la réplica agresiva y furi-
bunda, el exaltado altercar: cuando menos es que la
moza del partido, á pretexto de que la empujan ó in-
comodan, le da en qué entender á la niña de alma
blanca y púdicos carmines. El chai de seda, ó el en-
caje de la rica mantilla de la señora, se enreda en los
botones del gabán heredado del pordiosero, si no en
la leontina de algún Lovelace de arrabal.
Y todavía llegan, jadeantes y sudando la gota
gorda, no pocos rezagados.
Señora hay que, en su temor de no alcanzar la
fiesta, ha olvidado camxbiar de calzado, y va muy
ufana con las chancletas caseras y un dedo asomado.
¡ Para asomos ese día ! Por la plaza, El Comer-
cio y San Roque, en puertas, ventanas y balcones, en
cuanto da á la calle, están apostadas las mamas, las
tías, las niñas y las criadas, hechas un racimo; pues
en casa alguna hay palcos para tanta visita. Estíran-
se los pescuezos, los talles se apoyan contra las baran-
das, y, á no ser porque las antioqueñas son tan equi-
libristas, muchas se fueran de cabeza á media calle.
Las de más atrás, encaramadas en taburetes, quisie-
XXIX— ¡Es un sueño! 385
ran volar. Milagro será que las monjas carmelitas no
pongan escalera y se asomen también por los tejados.
Qué será ? ¡ Si tan siquiera hubieran dado pro-
grama!...
— I Hoy sí es el día que se calienta mi siá Ma-
nuela ! — dice una dentrodera á su interlocutora. —
Dende las seis me despachó pal mercao !
— Eh !... Ejala que se caliente ! — replica la otra,
que es nada menos que nuestra amiga Bernabela. —
Losotros tamién semos gente y los gusta ver!... Yo
tamién tengo que pegar patas pal Cucaracho antes
di almuerzo.... ¡ pero sin ver bien toíto esto no me
voy !
— ¿Y vos sí crés que yo m'iba ?... Pero acábame
contar.... ¿ Y la casa tá cerrada ?
— Cerrada! Pes no te ¡go que tuá la jamilia ta-
mos aá en El Cucaracho?... ¡Pero mira, hole : es
tanta l'injuria que li-h'agarrao á es¡-hombre, qui-has-
ta siá-liviao !... ¡María Madre!... ¡si eso pece un
Judas en aquella casa !... Pero qué te paece qui hasta
mi padre San Serapios, que lo tenía alumbrao la niña
Nieves, lo rumbó á la manga!... ¡Un imagen tari
patente, que los imprestaron en Robledo I... [ Toíto
se salió del enmarcao, y se l'hizo un roto en derecho
del machete que tiene el verdugo !... i Ni pa lo que
lloró esa niña !
— Y eso á cuente qué ?
— Pes de tentao !... ¿No te igo qu'está endia-
blao ? Eh ! ¿ vos qué crés ? Mira: á conjormes-taba
de flatoso ta-gora de violento: ¡ Esu-es quebrar loza
25
886 Frutos de mi tierra
y hacer casabates sin caria !... ¿ No te igo, pues, que
m'inviaron trasantier á comprar platillos, porque los
dejó sin en qué comer ? Dende que le trancó al niño
Cersa, y qu'iba horcar á doña Jilomena, t'asine dañi-
no!... ¡ Es'es otro modo! A la niña Nieves la tiene
en el güesito, di hacela penar y d'echaie cocas. A
l'otra niña, qu'es tan rispida y malgenios, tamién
l'acabó l'otro día: ¡Tanté que se puso alégale ....y
l'agarró por la crisnejita y echó á jalar qu'en un tris
se l'arranca ! Peru-esa si nu-es como la niña NieVes:
dend'ese día le saca la caja, y puai se lo pasa sestiando
qui-ni vaca. ¡Tanté! ¡ comu-es ella di arrecostada!
— Bueno... ¿ y el viejo y doña Filomena siempre
quedaron bravos ?
— ¿Bravos.''... ¡María Madre! i niún jumo se
tiran si se llegan á topar I Si vos li-oyeras qué lay'e
dichos se pasa diciendo d'ella y el niño Cersa !.». ¡Y
toíto delante d'esa niña q'és l'inociencia !... ¡ Si-esu
-és el Patas que lo tiene enjunecido !... ¡ Ave María,
ole, si no juera q'esa niña es tan güeña, y se manija
tan lindo con yu-y Carmen... mira: yálos habíanos
largao !
— También será por la paguita ¿ no, hole.?
— Pes también !... ¡ Tanté diá diez pesos tó-los
meses!... ¡Pero sí los sacan el serote, es cuanto te igo!
— y decime, hole, Bernabela, ¿ por qué sería q'ese
iño tan bonito se fue á casar con mi siá Filomena,
an viejorra y tan patoniada }
— ¿ Y preguntas 1... ¡ ]2es4Kir-Ia.,_.£lata_L^^__PorJa
lata baila el perro,.. ¡Tanté con tuá la q'ella tiene!..,
\,
XXIX— ¡Es un sueño! 887
¡Se jué más güete con su trozo-e muchacho !... ¡ has-
-tai ! Qué tan contenta taría, que, con lo perecida
q'és, me dio mi cincana pa yo y'oíra pa Carmerí...
Tamién jué que yo juí l'única que me li-acomedí
ayúdale arreglar jiambres y todo... ¡El caudal que
llevaron... es dicir !
€ ¡ Yá vienen ! ¡ Yá vienen ! » — se oye gritar.
La muchedumbre se crispa. Los emboladores re-
doblan en sus cajas. La chiquillería salta alborozada.
Todos se empinan. La boba del barrio se zangolotea y
grita: « ¡ Híji, fiestas ! ! !»
Por la esquina de la plaza asoma la cosa.
Se distingue por entre el gentío una ringlera de
sombreros de copa, muchos plumajes y un bulto blan-
co. La cosa, empujada por otro gentío que la sigue,
recorre en un des por tres la primera cuadra; entra-
da en la segunda, apenas se mueve, detenida por la
turba. Va á torcer la esquina de la plazuela... por
dónde? Dos gendarmes intervienen: la acera medio
se despeja. Los detenidos avanzan...
Un soplo de estupor pasa por aquella gente: los
ojos se agrandan, más de una boca brinda hospitali-
dad á las moscas.
El momento es tan solemne, que la muchedum-
bre se serena. Oyese el pisar de las señoras, lento,
acompasado y de botín nuevo, el de los señores, bronco
y chirrionudo; y, allá como vientecillo en los mai-
zales, se percibe ese rozar cosquilloso de las faldas de
seda. ¡ Al fin se puede ver ! ¡ Qué éxtasis I ¡ Figuri-
nes en carne y hueso !
388 Frutos de mi Hería
Cada galán va con su dama. Ellos, uniformados
con la flamante ceremoniosa vestimenta de toda la
vida. ¿ No la conoce usted 1 Pues vea: sobretodo, cola
de pájaro y pantalón negros, lo demás como una bre-
taña, menos sombrero y zapato, que relumbran que
ni un azabache. Ellas, completamente desuniforma-
das: ésta de morado, aquélla de verdecito, color de
rosa la una, color de natilla la otra; cuál lleva som-
brero en forma de cedazo, cuál uno como plato con
flores, quién va mitrada y con barboquejo de cintas;
y todas rebujadas de corpino; todas con la saya pe-
gada, largas y escurridas como Santas Ritas de sacris-
tía, y con unas cinturiticas que ya se trozan.
Porque sabemos de muy buena tinta que ahí van
las Palmas y las Bermúdez, podemos asegurarlo; pero
¡ imposible conocerlas ! ¿ Pues y á don Pacho .? ¡ Don
Pacho de frac, corbata blanca y guantes 1 ..
En cuyo brazo se apoya la novia; y tal va ella,
que alguien la compara con un ángel, — comparación
tanto más razonable, cuanto la desposada tiene en los
hombros sendos promontorios de trapo, á modo de
alas recogidas. — El \t\o^abuUoiiado en la cabeza, pren-
dido con las flores de naranjo, flotando por detrás, flo-
tando por delante, flotando por los lados, la envuelve
como en neblina matinal. Y tiene usted el ángel entre
nubes.
No va ni envanecida ni turbada; el aire es de
sentirse satisfecha; sus denguecillos, á fuer de angéli-
cos, sólo cosa de cielo pueden ser; las miradas que, de
cuando en cuando, dirige al público, al través del etéreo
XXIX — / Es un sueñ o / 389
antifaz, escomo si dos estrellas se filtrasen... y todavía
es poquito para lo que siente el novio.
II
Pero no son los indumentos nupciales, ni el boato
de los padrinos, ni el ángel, ni las estrellas, lo que
más cautiva á la gente; es que en el matrimonio de
que venimos tratando, y en la persona d€ Clementi-
nita Escanden, se ha resuelto uno de los problemas
más difíciles, más trascendentales para el buen tono [
antioqueño.
De indolentes, cuando menos, nos acusaría la
historia ¡ y con cuánta razón! si dejásemos de ano-
tar tan importante episodio.
Hele aquí: es el caso_£ue en Medelh'n, á pesar
de nuestros pujotfíp rívili/nniórij contado es todavía
el capitalista que gaste carruajes propios. En casa de
don Pacho, con ser de las primeras, no los había.
Doña Bárbara se puso en apuros: ir el acompaña-
miento matrimonial en esos armatostes de alquiler,
cundidos de sumbambico y de carangas \ imposible !
Conseguir prestados con los que tuvieran ¡ nó en sus
días! Que fueran á pie, ¡ peor que todo 1 Cierto que
aquí, tanto novios como padrinos, van á la iglesia en
sus piecitos, sin que por ello se deje de echar el resto;
pero no se trataba del rumbo, precisamente, sino de
aquellas siete cuartas de cola, de aquella lengua de
faya forrada en golillas y rizados. Alzarla, á más de
incómodo, era tanto como quitarle la gracia á la
.9^
390 Frutos de mi tierra
novia; y de figurarse nada más que tanta riqueza
fuera á barrer los polvos y lodos de la calle, le daba
la jaqueca á doña Bárbara I Qué hacer ? Bien podría
ella poner á la mulata dentrodera como una ascua de
oro, para que llevase el enemigo de la cola, ¡ pero
zambas sí que no metía ella en la danza... ni á palos !
I Dos días faltaban para las bodas, dos días tan
'solamente. Todo estaba previsto, todo arreglado,
menos el enredo éste. La señora se desvelaba, consul-
taba, y nada. Pero ¡ oh Arquimedes 1 el terrible rom-
Lpecabezas encalló en la de doña Bárbara Campero de
la Calle de Escandón. A lo mejor del insomnio se le
vino á la memoria el Buen Pastor del Carmen, tal
como lo arreglaban las monjas, no há mucho tiempo,
para la procesión de Ramos. ¿ Qué más lindo que ese
Niñito Jesús, paradito en el extremo de las andas,
teniéndole la punta del manto á Jesús grande ?
El problema está resuelto.
Doña Bárbara, á falta de un Niño Dios camina-
dor, se fijó desde luego en Tina, la última de sus
niñas, preciosa criatura de diez años, muy menuda,
muy juiciosita para todo, y á quien llamaban La
Mona, por ser blonda.
Levantóse con el alba la señora, y á propia hora
despertó á la niña; y provista de papeles y de una
pucha de agrio de naranja, principió luego el empa-
pirotamiento general de la linda cabeza. Terminada
la labor, cofiada que fue la paciente con un pañuelo,
y notificada de no asomar las narices á la puerta
hasta el gran día, la emprendió doña Bárbara con el
XXIX— ¡Es un sueño/ 391
traje de primera comunión de la chica. Hilvanando
aquí, prendiendo allá, un fruncido en una parte, un
ringorrango en otra, pronto estuvo trasformado el
eucar/stico ajuar.
Llegado el día, vueltos tirabuzones los papirotes,
abultada la cabeza en un cincuenta por ciento y
puesta la guirnalda de rosas artificiales, quedó La
Mona mitad virgencita quiteña, mitad ninfa de pro-
cesión, y doña Bárbara harto ufanada con su invento.
Consignado este rasgo para eterna remembranza,
prosigamos.
Sin sombrero, con mucha seda y mucho dia-
mante, de bracero con el novio, y detrás de la novia,
iba la inventora instruyendo y dirigiendo á media
voz el consabido asunto. No eran pocos los enojos
internos que sufría, al ver que el gentío no dejaba
obrar como ella deseaba; pues, aunque tanto la novia
como la niña estaban muy industriadas, no era fácil
regular la marcha de las dos ni ponerse á justa dis-
tancia, de lo cual resultaba que novia, cola y porta-
cola se volvían un enredo en que la niña se perdía,
la cola se arrastraba y la novia se enguaralaba; ó
bien que se apartaban tanto, que cada cual tiraba de
su lado, con tales estirones, que á no estar la falda
cosida tan á conciencia como lo estaba, sabe Dios el
susto que pasaran. Don Pacho trinaba.
La comitiva entra por fin al palacio episcopal, y
los gendarmes quedan defendiendo la frontera.
Y mientras Su Señoría Ilustrísima lee la epísto-
la de San Pablo y bendice la pareja, hagamos nos-
392 Frutos de mi tierra
otros los mal criados poniendo oreja á lo que con-
versan varias señoras en un balcón.
— I Nó, nó, niñas, por Dios !... ¡ qué primor ! —
exclama una señorita de treinta y dos nochebuenas,
aspiranta á señora. — ¡Esto sí es lujo!... ¿Vieron el
ramo que llevaba .?... ¡ Qué cintas tan encantadoras !
¿ Se fijaron en el pasador con que tenía prendido el
velo? ¡Es una pina de diamantes!... ¡Y esos enca-
jes, por Dios!... Le aseguro que Pepa va preciosa!
— Más es bulla que otra cosa ! Va bien puesta,
pero preciosa nó — repone otra señorita cuarentona y
pobretona. — Y ese gancho.... es el de las Bermúdez,
que se lo pusieron.
— Eso sí nó, mijita — protesta otra; — yo misma
lo he visto con mis ojos: se lo mandó la madre de
Gala y es una joya antigua de mucho mérito.
— Alguna vejez del Cauca, que son tan pasaos.
— Pues nó, niña: en esta semana leímos en La
Moda que las joyas antiguas se han estado usando
tanto, que hasta las nuevas las están haciendo al es-
tilo antiguo, y hasta les dan color que parezca viejo:
¿No es cierto, mamá ?
— Ah sí! muy de moda.... ¡Y aquí tienen la
manía que joyas no se usan !
— ¡ Pues á mí me dijeron las Pardo que en París
no se ven ni aun aritos 1 Y yá ve que acaban de llegar
de Europa.
Y luego agrega:
— ¿ Pero no vieron á las Palma tan metidas en
docena .?
XXIX — ¡ Es un sueño/ 393
— ¡ Pero si son madrinas, niña ! ..
— ¡ Pues no debían haber aceptado si habían de
estar menos que las demás!... Yo no me metía en
fiestas como ésta, con traje de raso de algodón.
— ¡Raso de algodón!.... ¡Si los trajes son de
chalí de seda, con adornos de surhá!.... ¡lindos!
¡lindos !
— Pues peor, porque unas costureras como ellas
no se deben meter en seda.
— Nó, niña, — observa la mamá. — Pepa les regaló
los cortes, y ellas los hicieron.
— Muy apenadas que estaban con el regalo —
agrega la hija; — pero mi siá Bárbara no quería sino
que todas las del acompañamiento fueran de seda, y
por eso tuvieron que hacer los trajes.
— Pues yo no recibía esa clase de regalos.
— Juú !... — murmura doña Chepa, que también
está ahí. — Gattis nun comen churizo piirque nnn daré.
— ¡ Eso será el gato.... pero yo no soy gato ! —
contesta la criticona, roja de ira.
— ¡ Nó, niña.... es una chanza !
— Será chanza, pero de muy mal gusto.
La señora de la casa, viendo armada una muy
gorda, cambia el tema diciendo á doña Chepa:
— ¡ Ah usted, Chepita I... También diz que es-
tuvo de madrina, y nos guardó el secreto por no con-
vidarnos I... Bueno !... así se hace con las amigas !...
— I Pero qué querías, ala; sieso fue en un se-
creto !...
— Y eso por qué ?
linaguanti
Udisenterií
394: Frutos de mi tierra
— ¡Cosas de Filomena !... Como Cesarilo vivía
en la casa, determinó no decir nada para que no
hablaran.
— ¿Y diz que es muy buen mozo ese joven, mi siá
Chepa? — pregunta una niña de diez y siete.
— ¡ Es una lámina, mija.... una pintura ! Yá ve
que Gala tiene fama.... ¡y no hay comparación !
— ¿ Y diz que hubo mucha oposición en la fami-
lia de esa señora ? — interroga otra.
— Pues nó, niña.... Cosas de Agustín, que está
itable! Es un maniático... más necio que una
íUiisenieria ! Cosas de viejo solterón ! ... ¡ Pero á éste
sí se le ha sentado la soltería del modo más atroz !
— ¿ Y fue esa gordiflona que vendía junto á los
Rojas la que se casó ? — exclama la cuarentona, con
gesto despreciativo y ánimo de vengarse de lo del
gato en la ahijada de doña Chepa. — ¡Pero eso es
gente.... enteramente de media petaca!
— Nó, niña — replica la madrina: — es gente de
petaca entera, porque tiene mucha plata !
— Pero i esa vieja.... esa tiendera ?
— ¿Le parece muy raro ? (un poco amostazada).
k — Sí me parece muy raro que una vieja tan vieja
'\^se case ! (muy satisfecha con la indirecta).
— Sí? ¿Conque las viejas r.o se pueden casar?
Pues yo la veo á usted muy puesta en razón.... con
los hombres.
— ¿ Yo, mi siá Chepa ?... ¿ Yo ?...
Por fortuna un taburete se cae, metiendo mucho
ruido. Las señoras se mueven, y algunas cambian de
XXIX— ¡Es un sueño! 395
puestos. La de la casa, para ver de conjurar la tem-
pestad, se dirige á doña Chepa, diciéndole:
— ¡ Si viera qué tati bello el ramo del doctor
Puerta ! Aquí lo vimos de paso. Le sale como en cin-
cuenta pesos ! El portabuqué no más le costó treinta
donde los suizos: es de electro-plata, ¡ primoroso !...
de este altor....
Y mientras la madre señala á tres cuartas del
suelo, la entusiasta hija le quita la palabra y continúa:
— El ramo, que es inmenso, es todo de jazmines
del Cabo y de otras flores j más bellas ! Diz que encar-
gó flores hasta Sonsón!... ¡Pero qué les parece!
rae dijeron las Ríos que el ramo que le mandó El
Pomo es mucho más bonito: el jarrón diz que es
primoroso, y el ramo tiene las tarjetas de todos....
¡más de cuarenta... y enorme !... ¡Ave María, niña, (di-
rigiéndose á la enojada) han pasado con ramos por la
calle.... que no figure ! Me parece que no caben en
la casa !
— ¡Muchísimos, niña 1 — dice una señora que está
en otro grupo. — Me dijerori que las Trujillos habían
hecho más de veinticinco, fuera de canastas.
— Dicen que los regalos son lindos y de mucho
valor, — observa otra.
— i No tiene idea ! Vea, niña !...
Y la aspiranta al matrimonio le fue haciendo una
lista de regalos y regaladores que la dejó turulata.
¡Valiente memorión!
— Usted también le haría su buen regalo á la
ahijada, ¿ nó, mi siá Chepa ?
896 Frutos de mi tierra
— Nó, raija: nada que merezca la pena !. . A Fi-
lomena le regalé un ropón.... regularcito, y el día del
matrimonio les mandamos una canasta con unos du-
raznos de Rionegro, dos membrillos muy bonitos y
unas uvas.... Eso fue todo, mi ja !
— Muy bonito regalo !
— Pues siquiera les hicimos la manifestación.
Pero antes fuimos nosotros los regalados: Filomena
le mandó á Agapito una cartera ¡ preciosa ! y á mí
me regaló este anillo (mostrando uno de esmeralda,
puesto en el cordial de la izquierda).
— ¡ Muy célebre, mi siá Chepa, muy finito !
— Será de mucho mérito, — dice la de los cua-
renta— porque es joya antigua.
— Aunque no fuera, niña; es un cariñito de una
amiga que quiero mucho !
— ¿ Y diz que se fueron para Bogotá apenas se
casaron .? — pregunta la dueña de la casa, alarmada
otra vez.
— Sí, ala ; se casaron ayer hizo ocho días, y se fue-
ron el martes.... ¡ muy contentos !
III
La conversación se fue animando hasta volverse
un circo de gallos: todas parlaban á la vez sobre el
grande acontecimiento.
La niña de los treinta y dos, que hablaba siempre
á la carrera, parecía una locomotora, y tanto levanta-
ba la voz, que dominaba la algarabía.
XXIX — ¡ Es un sueño f 397
— ¡El ajuar es cosa que una necesita una sema-
na para verlo ! — decía la niña. — Casi todo es extran-
jero, y lo que hicieron las Caros es encantador. En
letines no más gastaron doscientos pesos! Ahora, ¡si
vieran esos bordados de los cojines y los almohado-
nes !... El traje está forrado en gró todo entero: es el
más bello que ha hecho Cecilia Arango.... Ahora las
joyas, mis queridas! | siete aderezos completos!...
Pero qué piedras ! Las aretas y el pasador que le
llevó primero Gala son tres solitarios que hastai !...
La casa del Poblado, la casita chiquita de don Pacho,
donde van á pasar la luna de miel, diz que la tienen
arreglada con un gusto!... ¡Figúrense, con el lujo
de mi siá Bárbara !
— ¿ Y es moda ahora que los suegros arreglen la
casa, más bien que el novio ? — pregunta doña Chepa
á la señora de la casa.
— Yo le diré, Chepita: eso es determinación de
mi siá Bárbara, que está culeca con este casamiento...
Y como Gala se lleva pronto á Pepa para el Cauca,
¿ cómo se iba á poner en vueltas de comprar muebles
y arreglar casa ?
— Pero, ala: ¿ cómo fue este casamiento tan to-
nable, después de la oposición de don Pacho.?
— Eh I es que ustedes no saben cómo es Pacho ! I
— salta, metiendo la cucharada, una señora burguesa,
muy amiga de alardear de relaciones y parentescos
con la gente grande.- — Eh ! Yo, que sé las cosas de
JPacho, les puedo asegurar que ese es el hombre más
caprichosa_Vgaai_desde el pruicrpíoTe^üstaba muctKT'
398 Frutos de tnt tierra
Marti ncito,__p£r.n por darle en qué morder á prima
Bárbara y á Pepa.... ha sido todo. Vean....
— I Pero no diz que iban á depositar la mucha-
cha ? — interrumpe doña Chepa.
— Ah ! eso sí: iba á haber depósito en toda regla,
— responde la emparentada, muy satisfecha de ver
que su intimidad con gente tan nombrada despierta
tal interés, que hasta dejan de hablar. — ¡ Y hubo mil
peloteras con Pacho ! ¡ Ah Pacho!... ¡ Si ustedes le
oyeran contar á prima Bárbara las paradas que se
echó!... Pero después, entre el doptor Puerta y el
Padre Ángel, que es el confesor de Pacho, lo pudie-
ron convencer, después de mil lidias; pero con la
condición que demoraran el casamiento unos días....
Pero eso sí: diz que puso verde á Martincito, que le
tenía horror! Martincito y Puerta nos han contado
en casa la excena (muy pronunciada la x). Eso fue
en Noviembre.... ¿ ó á principios de Diciembre?^..
íSí, fue en Diciembre, cuando se salieron al campo. Y
lentonces fijaron el casamiento para ahora en Julio.
¡ Pero vean cómo es la gente I como Martincito se
fue en esos días para el Cauca, corrió la flota de que
había dejado colgada á Pepa.... y...
— ¡ Aquí se creyó que no volvía ! — dijo la niña
rabiosa.
— ;,Es que no conocen á Martincito ! Ese es el
hombre más decente.... y cómo está de enamorado !
Tenía que ir de precisión al Cauca á arreglar unos
negocios muy interesantes con la madre.... Apenas
hace quince días que vino.
XXIX— ¡Es un sueño! 399
— ¿ Y diz que es muy rico ? — interroga la de diez
y siete.
— ¡ Millonario, niña, millonario !
— Pero de muy mala familia, — afirma la cuaren-
tona. '
— ¡ Ave María, m¡ querida I — exclama la noticie-
ra.— ¡ La única que lo dice ! j Se conoce que no sabe
quién es prima Bárbara ! ¡ Iba á ser ella tan gustosa
si Alartincito no fuera de una familia tan noble !...
1 Como es prima Bárbara !...
— ¡ Pues pa que lo sepa, es un zambito peinao !
Hostigada doña Chepa de la niña ésa, dice con
cierto tonito:
— Yá se quisieran muchas un zambo de esos !
— Pisss!... ¡ Pa casarse con una tusa.... tiempo
sobra ! O bien casada, ó bien quedada !
— O bien quedada! — repite doña Chepa alargan-
do bien las sílabas.
Continuó el tema de los regalos y ramos, hacien-
do las señoras cada panegírico, que ni para los esco-
zores de la niña esta.
Ropas, trapo por trapo; trajes, perendengue por
perendengue; sombreros, joyas y todas las elegantes
chilindrinas del insigne ajuar, todo, — por síntesis y
por análisis, — fue descrito, comentado y puesto en
las nubes. Todo nó: nadie mencionó siquiera el hu-
milde regalo de Las Viejas.
Era una tapafunda de almohadón.
No bien Galita les llevó la nueva de haberse fija-
do el matrimonio, tomó Paula el tambor ; y^ en los
400 Frutos de mi tierra
ratos de vagar, se dio á bordar, ayudada de los ante-
ojos, un archipiélago de ojetes y unas ramazones en
relieve, que formaban una cosa allá como letras. No
menos diligente Marucha, alcanzó de entre la cornisa
del escaparate, donde se empolvaba luengos aflos
hacía, un aparato cilindrico, tamaño como atambor
de guerra, relleno de paja, con forro de diagonal y
fruncido en las bases, como maletón de viaje. Tomó
luego hilo del número ciento, — que ella llamaba de
Castilla, — alfileres y unos bolillos hechos á torno, y,
recordando sus buenos tiempos, estableció sobre el
mueble aquél un telar. Era un tejemaneje, un pren-
der aquí, un soltar allá, tan complicado y poco rendi-
dor, que otra que Marucha diera al traste con la in-
vención. Pero la perseverancia era su virtud; y aquel
encaje de araña salió al fin con todos sus floreos y
ramificaciones, y Las Viejas pudieron completar el
regalo para a La Cancana». Esta supo valuarlo á
precio de corazón.
El acompañamiento sale por fin de la casa epis-
copal. Yá vienen los novios muy de bracero; pues en
Antioquia, en tratándose de brazo ó de abrazo, acon-
tece lo que antaño en Madrid con lo último:
...« Aquí no se mira bien
Antes del Bolemne lazo.»
Y vuelta á las apreturas. La creciente va ba-
jando y la resaca de las bocacalles también.
XXIX — / Es un sueño / 40 1
IV
La casa de don Pacho, recién enlucida y pintada,
es un mare magnum. Desde la calle se respira empa-
lagoso ambiente de azucena y de jazmín del Cabo.
Mesas, cómodas, consolas, como bazares: ramilletes,
canastillos, barcos, todos de flores; porcelanas, cris-
talería y bronces; espejos, lámparas y estuches; cua-
dros, costureros y cajas; electro-plata, chagrín y pe-
luche; perlas, esmeraldas y brillantes: una verda-
dera exposición. Red sutilísima de hilos de plata,
envolviendo los nevados copos; que, por bellas y
virginales que las flores sean, siempre han menester
su poquito de metal. Medellín toda ha enviado el
tributo.
Criados, mandil al hombro, vecinas y parientas,
van y vienen en afanes por todas partes, éste con un
budín abanderado, aquélla con un frutero, quiénes
con los botellones y las frasqueras. La rapacería de
nietos enredando, metiéndose en todo, corretea por
piezas y corredores, con ese zapateo atronador de los
niños endomingados. Las señoras del padrinazgo....
otras que tales: no bien entra el acompañamiento, se
riegan por toda la casa, recreándose en los regalos, y
ellas mismas en los espejos. Algunos vecinos, íntimos
é íntimas de Pepa, entran, según ellos, á felicitarla y
á hacer un acto de presencia; según doña Bárbara, á
examinar todo, á husmearlo bien. Aquí los apretones
de mano, los abrazos, las fiestas, las admiraciones.
26
402 Frtitos de mi tierra ^^^^m
Pepa tiene que ponerse de frente, de perfil y de tres
cuartos; tiene que caminar con la cola, que levantarse
el velo. La una le toca los azahares, para ver si son
de cera, de cabritilla ó de verdad; la otra pasa las
uñas por la falda, para sentir mejor el crujido de aque-
lla tela. «¡Primoroso! ¡Bello! ¡Encantador!» se
oye como granizada. Doña Bárbara, en ascuas: se le
figura que los trapos de Pepa van á quedar hechos un
cochambre con tantos manoseos y sobadura. Martín es
llamado al corredor, felicitado y examinado, aunque
,con menos tocamientos. Oue no se sabe cuál de los
l;dos está más lindo, que nunca en Medellín se ha visto
ijpareja como ésta: tal la opinión unánime entre exa-
- minadores y examinadoras.
A todo esto la chusma invade el zaguán y se
agolpa en las ventanas, mientras que las señoras más
entusiastas, agrupadas en los portones de las casas
\ ^ vecinas, examinan de paso cuanto llevan parala boda,
deteniendo los criados, destapando las comidas, olfa-
teándolas, si es preciso.
Como quiera que el cuerpo examinador de aden-
tro echase ojos muy expresivos al comedor, hubo
Pepa de invitarlo á que lo viesen; y una vez dentro,
el entusiasmo se desbordó.
¡Un pedacito del cielo! La mesa, la de un pala-
cio encantado. Todo lo más sorprendente estaba allí:
allí el cuerno de fulano, la barquilla con vela de blan-
cos pétalos, abarrotada de jazmín; las canastas de las
Menganitas, con cimeras de ilusiones y desmayos de
realidades. Allí la frutera de electro-plata, con la
■-/
XXIX— ¡Es un sueño! 403
torre Eiffel encima, construida de azucena y helio-
tropio; el jarrón de El Potno^ con el monumental
imo, serpenteado de lazos y tarjetas; el central, mul-
ticolor y alegre, resaltando en la blancura, cual Pepa
en la calle entre tantos colorines. Allí había licoreras
de dos pisos y de uno; botellones papujados y bote-
llones flacos; copas como cucuruchos y como cazue-
las; hojas de cristal tallado, con racimos y manojos.
Había Etnas y Vesubios de pasta y espejuelo, con
erupciones de azahares y papel; dos Pablos y dos
Virginias fundidos en jalea. En los puestos, sendas
mitras de servilletas, sendos tarjetones con calcogra-
fías de pajaritos y amores, y el nombre del convidado
dibujado con purpurina.
La junta declaró que todo esto, lo mismo que el
tapiz y las cortinas, los aparadores y las bombas, era
(do más primoroso que se ha visto en Medellín».
Después de tal veredicto, ¿ cómo dejarlos ir con
las manos limpias y el pico seco ? Así fue q'.:;, á más
del trago, entre veras y chanzas y como cosa con
muchachos, el uno tuvo su dulce, tuvo sus duraznos
el otro, Zutanita logró caramelos, Menganita algunas
almendras, y así cada cual llevó su parte.
Despachada aquella gente, y después de una
libacioncita en la sala, principió el desfile de parejas
para el comedor. Mucha ceremonia y estiramiento
en los comienzos; pero aquello se fue alegrando, y
don Pacho fue largando unas, que al fin no quedó
hembra en el comedor.
Doña Bárbara, de bracero con uno de sus yernos,
404 Frutos de mi tierra
y los novios, de bracero también, pero sin Tina, se
escurrieron para la calle, no bien terminó el desayu-
no. La gente, no saciada aún, los siguió hasta la Fo'^^
tografia Artística^ á donde se entraron.
A la vista tenemos la gran tarjeta imperial, re-
galo del amigo Martín. Más que retratos de gente de
por aquí, parece un capricho de poeta; algo como la
alegoría de lo soñado y lo real. El fondo, una lonta-
nanza. Por la llanura y la pendiente ondula, sin cru-
ces, sin tropiezos, una senda larga, muy larga. No
van juntos. Ella, blanca, aérea, indecisa, es el fantas-
ma de la felicidad. El velo, levantado con desgaire;
dulce al par que triste, la mirada; en las manos, el
ramo; la cola, vuelta hacia adelante en hermosa rebu-
jina; el cuerpo, de medio lado; de frente el rostro.
Dijérase que ha olvidado su ventura, que ha suspen-
dido su triunfal carrera, para mirar atrás y contem-
plar por la vez última su pasado de virgen. Galita, es-
perando, recostado en un barandaje. Con la casaca y
los grandes ornamentos, y embobado ante su mujer-
cita, es un caballero particular, muy baboso é insig-
nificante.
Al almuerzo, ó como se llame, que fue larguísi-
mo y para reventar, hubo muchos convidados; y don
Pacho, ¿ lo cree usted ? estuvo muy formal y boqui-
limpio, debido, .sin duda, á que su mujer y sus hijas
se hicieron de la oreja gorda con lo del desayuno, te-
merosas de que se pusiera peor si lo regañaban.
Julia Bermúdez dijo que los brindis en 'casa-
miento estaban yá tan pasados de moda, que sólo se
^
XXIX — ¡Es un sueño í 405
veían en los pueblos, y eso cuando se casaban los
hijos del alcalde. Pero siempre brindaron, y no uno
sino varios. Las improvisacione?, — con un mes de en-
sayo la mayor parte, — corrieron muy distintas suer-
tes: unas tal cual, otras con dos ó tres soluciones de
continuidad, otras con muchos remiendos y algunas
del todo fracasadas. El doctor Puerta, tan sabiondo
y todo, no salió con nada.
Creíase, pues, que la oratoria iba á quedar no
muy bien parada en tan solemne ocasión, cuando, á
los postres, traquea un asiento en un extremo de la
mesa, y un convidado se pone en pie. Toma la copa,
echa en redondo una ojeada tribunaria, mira á los
novios ciceronianamente, carraspea un poco y... tente,
piquito de oro !
Principió desde el Paraíso, pintando todo aque-
llo tan nuevo y tan fresquito, acabadito de salir <í de
manos del Supremo Artífice »; siguió luego el casa-
miento de Adán y Eva, celebrado «en el templo
grandioso de la naturaleza í, y desde allí se fue vi-
niendo, se fue viniendo.... hasta Pepa y Martín.
Acabó, se echó al coleto el trago, y.... en un tris
se viene abajo el comedor !
— ¡ Valiente mecha tiene este niño ! — exclamó
un sirviente entusiasmado.
— ¡ Este es el cuero más fregao ! — vociferó don
Pacho.
Una convidada, espiritista á escondidas, se conmo-
vió tanto, que, sin darse cuenta de la indiscreción, dijo:
— En la última reunión del Centro nos reveló el
406 Frxitos de mi tierra
doctor Ricardo de la Parra que el alma de Mirabol
reencarnó hace veinte años en un antioqueño, que
irá á ser el primer orador de la Sur-América.... Creo
firmemente que es este joven !
Casi todos preguntaron pasito quién era, y hubo
que hacer biografías.
/K Un pedacito de la de Byron trataba de recordar
iGalita á todo esto, para ver de contestar algo; pero
jcomo no recordase ni hebra, tuvo que quedarse hecho
I un perro mudo.
i ¡Qué lalenlazo tenía ese bobo de Mazuera !...
|¡ Valiente inadvertencia no haber arreglado con él
jalguna cosita para contestar!
Sí, señor: Mirabeau era Mazuera, y estaba días
hacía en grandes amistades con don Pacho.
Como á doña Bárbara se le había metido que el
matrimonie^ éste tenía de distinguirse entre todos, de
eclipsar los más sonados hasta entonces, y de « hacer
época », no quiso que, en manera alguna, entrasen en
su fiesta esos coches tan vulgarizados por la costumbre.
Sino que, entre cinco y seis, atrayendo muchas
gentes á las calles, atravesaba la de Carabobo una bri-
llante cabalgata, en medio de la cual iban los novios:
Galita, de flux color de perla y pavita á la tirolesa,
caballero en El Retinto; caballera Pepa en Priiiceci'
to, el famoso bridón del doctor Puerta. Aunque un
tanto lacrimosa, iba harto más gallarda y atractiva
que la amazona del Padre Valenzuela. Pachito, á su
lado, envanecido de tal papel. Cada jinete con un
gran ramo.
XXIX — ¡ Es un sueño ! i07
La tarde está apacible, luminosa; los cañaverales
y sauces del camino cantan á los desposados epitala-
mios nunca oídos; bríndalos el naranjo con su esen-
cia, y hasta las palomas, al volar de techo en techo,
quieren abanicarlos con sus plumas.
Y allá en El Poblado, al pie de una colina, tras
los dátiles y azúcenos, bajo colgaduras de norbio y
curazao.... espera el nido.
XXX
EL ORÁCULO DE DOÑA CHEPA
RES meses han corrido desde el matrimonio
de Filomena.
La luna de miel; Sarito suyo; esa Bo-
gotá, tan ruidosa, tan culta, tan regocijada,
tienen á la señora de Pinto entre si sueña ó no sue-
ña. Opina del séptimo sacramento lo que el Apóstol
del cielo: Ni ojo vio ni oreja oyó.. .
I Cómo se podía gozar de aquel modo y no mo-
rirse ? ¿ Cómo vivir sin casarse ? ¡ Y ella que perdió
tanto tiempo !... ¡ ah cosas !
Viven todavía en casa de_Juanita, donde tienen
un cuartrco coquetamente alhajado, con muebles de
alquiler, porque César no quiere que compren nada
mientras no tengan su casita propia.
Filis ve á sus hermanos-suegros, á sus sobrinos-
cuñados, al través del cristal color de rosa de la felici-
dad. ¡ Gente más querida !.... Y, juzgando por sí
misma, no alcanza á comprender cómo en persona
humana puedan i'untarse á los deliquios_del amar
los talentos para el negocio. Lo que fue ella, en prin-
/ cipiando á negociar con el corazón.... yá no sirvió
i paramas. ¡Pues en Sarito se juntaba todo! ¡Qué
j hombre, qué marido ! Todo el capital, — llevado á Bo-
XXX— El oráculo de doña Chepa 409
gota en giros, alhajas y sonantes, — lo maneja él....
I Pero de qué manera ! Haciéndolo producir cual si
fuese una labranza sembrada á la mañana y cosecha-
da á la tarde.
El quiere que ella tome parte y dirija: ¡ella
cuándo !... César va á poner Monte-pio; César va á
comprar hacienda; César va á arrendar el hotel tal;
va á celebrar con el Gobierno el contrato cuál; tiene
en trato la casa de Zutano; ha hecho este y aquel
negocio; impuso tantas y cuántas sumas.... y esto y
lo otro. Que haga, que acontezca, le dice la mujer.
¡Pues estaría bueno que ella se pusiera á alumbrar
un talento de esa clase I Pues y qué ? ¿ Toda su pla-
ta no es de Sarito .? La ternura de ese hombre, la
complacencia de ese esposo, ¿ puede ella tasarlas ?
El no tiene más anhelo que verla contenta, que
pasee, que conozca, que se relacione. El, ó papá, ó
las niñas, la sacan á todas partes. ; Y qué percha^ y
qué elegancia ! ¡ Qué cintura tan bien cinchada, qué
caderamen tan ceñido I El modisto Torres ha metido
la mano en aquellos trapos.
La amabilidad, la insinuación, la cultura, el tra-
to de gentes de los bogotanos, la comedia social tan
bien representada y con tanta tramoya, todo lo toma
Filomena al pie de la letra. En aquella Sabana, al
pie de esos dos cerros, ha amontonado Dios un gentío
exento de las lacras humanas, amasado de pasta de
ángeles y querubines. En Bogotá sf saben querer; en
Bogotá sí la estiman á ella en lo que vale. ¡ Gracias
á Dios que ha dejado para siempre esa mugre de Me-
410 Frutos de mi tierra
dellín ! ¡ Si ella y Sarito se hubieran quedado allí !...
Bah ! Sería tanto como dejar dos zarcillos de dia-
mante tirados en la boñiga.
En Bogotáj^ pues, plantarían sus lares y penates.
Este era el fondo, precisamente, para colgar ese lien-
zo con marco de plata, ese cuadro de dicha conyugal
que ella y Sarito iban á ofrecer al mundo.
Ay !... si la vida no se acabara nunca !...
La ventura, ó las aguas bogotanas, — que esto no
está bien averiguado, — principiaron á dañarla del es-
tómago; y, como al comienzo nada dijo, resultó que,
cuando fueron á poner remedio, yá el daño era
mucho.
¡ Cuánto se atribuló el pobre Sarito !
Cambio de aires, y leche por único alimento,
recetó el médico, entre otras cosas.
César al instante le buscó alojamiento en una
hacienda de la Sabana, casa de unos amigos, donde
había mucha leche y buenas aguas, distante de la ciu-
dad como una legua ; é inmediatamente llevó á su
enferma y á dos de las niñas para que se k mimasen.
De día se lo pasaba en la ciudad, por exigirlo así
el cúmulo de negocios ; pero en cuanto los despacha-
ba.... á galope tendido para el campo. No tenía vida
en Bogotá sin su mujer.
Esta mejoraba mucho, y yá pensaba en el regre-
so, cuando al financista se le ocurrió un negocio en
Villeta. Escribió á Filomena una carta de amante,
y mandó á papá para que la acompañase en esa au-
sencia, que á lo sumo duraría cuatro días. Como era
XXX — El oráculo de doña Chepa áll
la primera, á Filis se le oprimió el corazón, y, hasta
que lloró su buen rato, no se calmó.
Sarito, apenas llegado á Villeta, telegrafió.
Pasaron los cuatro días, pasaron seis.... y ni
César ni telegrama.
Papá vino á la ciudad y telegrafió al hijo: No
contestan. Telegrafió á un pariente: <( César sólo es-
tuvo de paso. No lo vi )>*, contestó el pariente. Pinto
se aterra y determina no volver ese día al campo y
esperar hasta el siguiente.
Esa noche, como á las nueve, en medio de un
fuerte aguacero, se les apareció Filomena, á pie, medio
loca de angustia, calada por la lluvia y con el pantano
hasta la rodilla: se les había venido huida.
Los suegros inventaron cuanto estuvo á su al-
cance para sosegarla, bien que ellos tampoco las tenían
todas consigo.
A poco se encerró en la pieza y se tiró en la
cama, agotada, calenturienta.
De pronto se levanta, busca una llave y abre el
escaparate: de los tres cofres sólo hay uno y está vacío.
Abre la cómoda de nogal que oculta la caja de fierro,
y se queda plantada como idiota, fija en la caja.
Vuelve al escapaiate, busca, trastea, tira ropas al
suelo, abre cajones, da al fin con una de las dos llaves
de la caja, que guardó antes de irse y que en su agi-
tación no encontraba.
Pone la llave en la chapeta y aprieta: salta ésta;
la pone en la cerradura ; la saca ; torna á ponerla....
y no se atreve.
412 Frutos de mi tierra
Al fin, con mano crispada, tuerce la llave, cruje
el batiente y Ja caja se abre. Mira, toca... la caja vacía.
Otra vez se queda plantada. Ni un suspiro exha-
la. Cierra caja y cómoda, guarda las ropas tiradas,
arregla un poco la pieza, abre la puerta y vuelve á la
cama, inconsciente, fría, helada.
Un calambre espantoso le arranca un chillido.
Todos corren.
Once horas después moría la infeliz... víctima, —
según el médico que la asistió, — de una enteritis coíe-
riforme.
Pinto telegrafió á doña Chepa la noticia, para
que la diera á la familia.
Esta había regresado de El Cucar achOy y Agus-
to, pasada la primera etapa del furor, estaba acaso
peor que siempre: tari pronto se desesperaba de tris-
teza, tan pronto se emborrascaba como un loco.
Doña Chepa, temerosa del enojo por el padri-
nazgo, no había vuelto á casa de los Alzates; y, no
obstante, se apresuró á cumplir su triste encargo.
Tan inesperada visita, el traje negro, la cara
inmutada de doña Chepa, no pudieron menos de
asustar á Nieves, que salió á recibirla. La mensaje-
ra, después de algunos preámbulos, le dijo que Filo-
mena estaba mala; pero como Nieves no compren-
diera, doña Chepa le mostró el telegrama.
A los alaridos de la pobre clorótica acuden Be-
larmina y las criadas, Bernabela, en cuanto se impo-
ne, corre al comedor donde está Agustín y le espeta
la noticia.
XXX — El oráculo de doña Chepa 413
« Que qué ? — grita el hipocondríaco, tirando la
taza en. que bebía. — ¿ Que se murió Filomena ?
Clavó en la negra una mirada centellante, y con
aire furibundo agrega:
— ¡ Ah maldita !... ¡Ojalá se hubiera....! ¡ Nó,
nó: pobrecita I... j Nó, nó ! ¡Imposible que se hubie-
ra muerto !... ¡ Una mujer tan rica.'... que tenía tanta
capacidá pal negocio ...I ¡Ese infame la mató!..t
i La envenenó!... ¡La plata no sirve sino pa uno
condenase !... ¡ No sirve pa más !...
— i Virgen santa, miamito !.,, Manquesté mal il
dicilo — pero bien dice la niña Mina, que sumercé
v'estrenar la casa pa los locos del Mermejal... ¡ Tanté I
¡ no servir la plata i
— Pero decime, negra del demonio, — exclama,
asiéndola por un brazo, — decime: ¿ pa qué sirve ?
Bernabela, pensando que la va á estrangular, se
aparta; luego sorbe y dice:
— Pes vea, miamo: la plata sirve....
Preparaba los dedos para enumerar, cuando en
el portón se oye ruido de muletas, y una voz desfalle-
cida de anciano plañe:
— ¡ Una limosnita, mis amos, por amor de Dios I
Agusto grita energúmeno:
— i Salí de aquí, vagamundo, perezoso !... ¡Tira
á trabajar si tenes hambre !
Un Ay^ Jesús / se oyó, y las muletas, lentas, va-
cilantes, sonaron en el zaguán hasta perderse en ¡acalle.
FIN
índice
Págs,
I. -Parla mañana »•' 1
11. — Histoiia antigua 18
III. — Ilisforfa do la Edad media 45
IV. — Las Queseras del medio 67
V. — a Un cuarto alegre » 83
VI.— Otro Ídem 100
VII. — La venganza ,. 109
VIII. — Estrofas y pescozones 123
IX. — Después de uu gusto 131
X. — La mar de cosas » 140
XI.— Bilis y íitrabilig 171
XII. — Milagro disputado 181
XIII. — La cueva de Montesinos 390
XIV.— Galita lee 199
XV.— Llegada .. 205
XVL— César Pinto 215
XVir.— Euel Tabor 226
XVIII. — De claro en claro 237
XIX.— Los baúles 247
XX. — Leña seca 255
XXL— Topetón 268
XXIL— Los tres Pachos 277
XXIIL— Encadenado 290
XXIV.— Nostalgia - 298
iXXV.— Amor del alma 306
XXVI. — Ilusiones y realidades 317
XXVir.— Idilio 350
XXVIII.— El vuelo 364
XXIX. — ¡Es un Eueñol < 382
XXX. — El oráculo de doña Chepa 408
PQ Jarras quilla, Tomás
8179 Frutos de mi tierra
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PLEASE DO NOT REMOVE
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